DISCURSO DESPEDIDA
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Descripción: Discurso de despedida de la IV promoción de ByD de Ferrol (2002)....
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Excmo. Sr. Vicerrector Magnífico Ilmo. Sr. Decano de la Facultad de Humanidades Ilmo. Sr. Director del Departamento de Humanidades Sres. Profesores Compañeros, amigos, padres, Sras. y Sres.: Esto no es una despedida, aunque lo parezca. Es curiosa la contradicción que hoy se da en este salón de actos. Contradicción porque las despedidas suelen ser tristes, pero hoy aquí estamos celebrando que hemos terminado una etapa en nuestra vida, y las celebraciones suelen ser motivo de alegría. El mundo tiene estos engaños. Una cosa puede ser otra y al revés. Un abrecartas puede ser un puñal. Un beso puede ser una puñalada de amor, un amor de mentira. El mundo en el que nos movemos a diario oscila entre la realidad y la fantasía, la realidad que supone el día a día, con sus clases y sus exámenes, y la fantasía que supone soñar con el futuro que nos espera cuando abandonemos esta facultad. Y muchas veces es difícil decantarse por la realidad cuando la fantasía es mucho más llevadera. Esto no es una despedida. Debería ser un hasta la vista: un hasta luego que se tradujese en una cita que nos obligase a volvernos a ver dentro de unos años. De ese modo, con una perspectiva distinta, la que ofrece el mercado laboral al que dentro de muy poco nos enfrentaremos, podríamos entrar a valorar con justicia lo que para nosotros han supuesto estos años. Han sido tres largos años en los que hemos aprendido muchísimos conceptos y teorías, pero que sobre todo, han contribuido a conformar en nosotros un espíritu crítico que acompañará todas nuestras acciones futuras, distinguiéndonos por encima de aquellos que han pisado otras aulas en otras facultades. Sólo así demostraremos que hemos pasado por la universidad y que la universidad no ha pasado por nosotros. Dentro de muy poco nos separaremos: lo haremos sin traumas y sólo unos pocos seguiremos en contacto. Es ley de vida: resulta imposible congeniar con todo el mundo y también es imposible seguir en contacto cuando la distancia y las obligaciones profesionales o personales desunen a las personas para siempre. Pero esta no será una despedida triste, al menos no debería serlo, porque hoy también estamos de enhorabuena. De enhorabuena porque hoy celebramos 1
que somos casi diplomados, que nos faltan unos pocos días o quizás meses para obtener un diploma por el que tanto hemos luchado. Por eso hoy estamos de enhorabuena, porque hoy vamos a hacer realidad lo que esperábamos conseguir desde el día que decidimos matricularnos en esta carrera de nombre difícilmente pronunciable: Biblioteconomía y Documentación. Y eso me lleva a contarles una pequeña historia, una historia que comienza en el año 1999 cuando cerca de 60 estudiantes llegados de muchos lugares distintos, de orígenes quizás diferentes, decidieron embarcarse en un proyecto común. Porque todos aquellos jóvenes decidieron que lo suyo era el mundo de la información, en cualquiera de las variantes posibles. Y para ello se matricularon en una facultad cuyo nombre despistaba, pero que albergaba en su interior a gente que compartía con ellos un mismo plan de estudios. Hoy ni siquiera podríamos decir eso, porque desde este año se ha puesto en marcha un nuevo plan que promete ser mejor que el anterior, subsanando las carencias que el primero apuntaba. Esperemos que no ocurra lo que anunció Fellini, que “a veces algo tiene que cambiar para que todo siga igual”. Aquellos jóvenes se unieron en pequeños grupos, cuyos miembros con ligeras variaciones, se han mantenido fieles hasta el final. Una lástima que a algunos de nosotros nos hayamos conocido al final de nuestro recorrido. Después de aquel primer año llegó el segundo. Apenas sí se notaba la diferencia. Bueno, habíamos cambiado de clase y las asignaturas e incluso los profesores eran distintos, pero lo cierto es que en el aire se respiraba un ambiente de continuidad que a veces se antojaba insoportable. El curso 2001-2002 fue distinto. Para algunos, teníamos ya cara de alumnos de tercero, quizás porque habíamos asumido que nos marchábamos, que esto se acababa sin que hubiéramos tenido demasiado tiempo para disfrutar de la vida universitaria Aquel curso será siempre de fácil recuerdo para los que ejercíamos (y todavía ejercemos) de alumnos universitarios. No eran los años 60 en los que ser rebeldes era casi una obligación necesaria, pero dimos muestras de que el espíritu del 68, quizás porque lo habíamos heredado de los genes de nuestros padres, seguía intacto, o casi. Aquel año salimos a la calle a protestar: lo hicimos por muchos motivos, pero la LOU, la tan famosa y manida LOU nos unió a todos los universitarios de España. Por encima de portales y de redes que pretenden unirnos virtualmente, un sentimiento de rechazo ante una política quizás mal explicada o mal interpretada, nos obligó a dar nuestra opinión. En la 2
mente de todos, la gran manifestación de Madrid en la que por vez primera se vio a miles de universitarios unidos por encima de clases, de condiciones sociales, de estudios o de cualquier otro elemento. Al final, pasó lo de siempre: las buenas ideas acaban quedándose en eso, en buenas ideas. Veremos en el futuro que se ha hecho con la LOU y sólo el tiempo determinará quién tenía la razón. Pero no todo ha sido protestar. Este año hemos podido por fin acercarnos con conocimiento al mundo laboral. Las experiencias han sido francamente positivas: todos hemos podido determinar
con cierta claridad que queremos
hacer cuando obtengamos ese ansiado título que ya casi tocamos con los dedos. Durante más o menos un mes, nos hemos alejado de la rutina de la facultad y hemos aplicado aquello que aquí hemos aprendido. No ha sido durante mucho tiempo (ésa es la cruda realidad), pero nos ha permitido relacionarnos con el mundo al que queremos dedicar el resto de nuestras vidas. Con un poquito de suerte y siendo un pelín egoístas, nos merecemos aspirar a poder dedicarnos a lo que queramos. El futuro será sólo de aquellos que sepan jugar sus cartas y aspirar a lo que consideren mejor, porque sólo así conseguirán algo al final del camino. A lo largo de estos años, algunos se han quedado en el camino. También es verdad que otros se han ido incorporando. Por cierto, me han dicho que siguen buscando a Gepeto del Río para que vaya a matricularse, así que si alguien le conoce que por favor avise en Secretaría. Ya en serio, hoy más que nunca debemos acordarnos de ellos, de aquellos que dentro y fuera de las aulas nos han acompañado en nuestro camino y han asumido como si fuera suyo nuestro objetivo final. A todos ellos, a los que están y a los que ya se han ido, a los que han venido hoy aquí y a los que nos esperan en casa, gracias por vuestro apoyo. Sin vosotros, sin aquellos a los que queremos y con los que celebramos nuestros pequeños triunfos o nos refugiamos cuando tropezamos, cualquier pequeña victoria carece de sentido. Compartirlo con vosotros es hoy nuestro deseo y por vosotros estamos hoy aquí reunidos. También es necesario agradecer a nuestro padrino su asistencia hoy aquí. A pesar de que nos hicieron saber lo apretado de su agenda, sobre todo a final de curso, podemos disfrutar hoy de la presencia del profesor de la Universidad Carlos III de Madrid, don José Antonio Moreiro. Era para nosotros casi una necesidad ponerle rostro a aquel de quien tanto hemos aprendido y a quien tanto hemos leído, y a quien seguiremos leyendo con sumo placer, porque no hay que 3
olvidar que nuestro aprendizaje no ha acabado aquí. Pensarlo sería una locura, porque nunca hay que dejar de aprender. Y no podemos dejar de lado que a veces quien menos lo pensamos nos está dando las mayores lecciones de nuestra vida. Así que reiniciemos el mundo cada día aprendiendo algo nuevo. No podemos tampoco dejar de agradecer a la profesora Carmen Pérez Pais que aceptara en tan poco tiempo nuestro ofrecimiento para presentarles a nuestro padrino de promoción. Éramos y somos conscientes de la difícil tarea que supone presentar a una persona que aunque para nosotros era tan familiar, ignorábamos si para el resto lo sería. Por ello, muchas gracias en nombre mío y de mis compañeros. No sé si se han dado cuenta, pero en este repaso a lo que para nosotros han supuesto estos años de facultad nos falta un elemento importantísimo por nombrar: nuestros profesores. De ellos ha dependido nuestra formación. De lo que nos hayan enseñado o transmitido dependerá seguramente nuestro futuro y el buen nombre de la facultad de la que venimos. Aunque es verdad que lo que sabemos de esta Ciencia es gracias a vosotros, no es menos cierto que nuestros posibles fallos o carencias serán defectos arrastrados desde la carrera. Porque no podemos obviar que nuestros errores como alumnos quizás, y sólo quizás, sean en parte vuestros fracasos como profesores. Siendo conscientes de que vosotros cada día os enfrentáis a un examen diario ante nosotros, vuestros alumnos, os dedicamos esta pequeña fábula con la que pretendo acabar mi intervención. Se trata de un breve cuento, con el que se pretende glosar a Gianni Rodari y a Carlos Casares. Ambos sabían hacer de pequeñas anécdotas grandes historias. Espero no aburrirles, aunque soy consciente de que en parte sólo quien ha convivido con nosotros cada día sabrá sobre qué estamos hablando. Tengan presente que en estos últimos tres años, más de la mitad del tiempo lo hemos pasado en esta facultad. Sólo el tiempo dirá si el esfuerzo y el sacrificio, sobre todo para los que llegamos aquí desde muy lejos, habrá o no merecido la pena. Érase una vez una facultad pequeña situada en una ciudad pequeña, antaño puntera en la industria naviera y hoy día aspirante a ser lo que quizás nunca llegase a ser. En aquella facultad, de profunda herencia militar pero de diseño futurista, convivían a diario alumnos, profesores y personal administrativo y de servicios. Rodeados de ingenieros navales y oceánicos y de aspirantes a enfermeros y podólogos aquellos estudiantes, quizás animados por las expectativas laborales o por sus gustos personales, habían escogido una carrera 4
desconocida para muchos: Biblioteconomía y Documentación. Aquellos jóvenes constituían la IV promoción de aquellos estudios, una promoción ni mejor ni peor que las anteriores. Quizás diferentes y probablemente no mejores, pero nunca peores. Simplemente diferentes a las anteriores y futuras promociones. El caso es que según cuentan, en una ocasión alguien retó a aquellos alumnos a que no serían capaces de elegir cuál de los profesores que les habían dado clase era el mejor: aquel cuya ausencia se notaba y cuya presencia se festejaba. Sin duda el reto era atrayentemente complicado, sobre todo porque suponía juzgar con cierto criterio a aquellos con los que convivían a diario pero que apenas se habían atrevido a conocer. Pero aceptaron el reto y se pusieron a debatir. A priori establecieron unos criterios de evaluación que sólo ellos conocían. Entre ellos, se recuerda como valores positivos la cercanía al alumnado, el poseer dotes de mando, una gran experiencia previa, el facilitar el estudio de sus asignaturas, evitar las clase monótonas, dotar a sus clases de un contundente aparato bibliográfico etc. Al hacerlo, se dieron cuenta de dos cosas: que estaban juzgando a sus profesores en base a la imagen que sobre ellos proyectaban a diario, y de que inconscientemente estaban haciendo balance de lo que allí habían aprendido. Fruto de sus deliberaciones y en honor a Ranganathan, elaboraron un decálogo. Aquel decálogo contenía los principios de supervivencia que todo estudiante futuro de Biblioteconomía y Documentación de Ferrol debía tener presente si quería salir airoso del envite. Pensaron que sólo así, ejerciendo de experimentados ex alumnos evitarían hacer en el olvido y ser recordados para siempre por aquellos con los que habían convivido. Aquellos principios eran los que se enumeran a continuación: 1. Amarás la biblioteconomía y las ciencias afines sobre todas las cosas, porque es como un cesto de cerezas: es imposible sacar una sola, siempre salen varias entrelazadas. 2. No
utilizarás
abreviaturas
propias,
sólo
las
aceptadas
internacionalmente, como que análisis documental se abrevia a. d. 3. Santificarás las clases prácticas, las visitas culturales y las prácticas externas. 4. Honrarás y saludarás siempre a tus profesores y a la inversa. 5. No criticarás a los que saben más que tú, porque siempre saldrás mal parado. 6. No disimularás tus errores y aprenderás a disculparte. 5
7. No hurtarás contribuciones ajenas ni parafrasearás a otros. 8. No dirás que existen idiomas aplicados a la Biblioteconomía, que existe la catalogación asistida por ordenador y que las nuevas tecnologías son necesarias en tu formación, sobre todo las bases de datos especializadas o los Sistemas integrados de gestión bibliotecaria. 9.
No acudirás nunca a clase sin tu material de trabajo, sin tu código catalográfico y sin tu CDU.
10.
No codiciarás lo que se imparte en otras facultades.
Estos 10 principios se encierran en dos, que hemos asumido como emblemas de nuestra promoción: “A información é poder” e “O tempo é diñeiro”. Tras deliberar durante semanas, cuentan quienes estuvieron allí presentes cómo aquellos estudiantes reunidos en comunal asamblea decidieron que todos los que les habían dado clase eran buenos, pero que ninguno destacaba más que los otros para merecer el honor de ser distinguido como el mejor por encima de los demás. Y fue así como decidieron seguir siendo diferentes y dejaron en manos de las siguientes promociones aquella difícil decisión. Dejaron que fuesen otros porque a ellos les esperaban en otras facultades nuevos profesores de los que aprender y respetar, ya que aquí no podían seguir formándose en aquello que les unía: la biblioteconomía y documentación. Y es así como esta fábula se termina, teniendo presente que quien les ha hablado no es más que un trovador y mensajero, al servicio de 30 cabezas bien pensantes que no quieren dejar de lado la oportunidad de reiterar la petición de una licenciatura en documentación para Ferrol, porque puede que no nos la merezcamos ni nuestros profesores tampoco pero, ¿quién es nadie que no nos conoce para juzgarnos?. Mediten sobre ello, les hará bien.
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