Dios está aquí

April 3, 2017 | Author: escatolico | Category: N/A
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Pláticas sobre la primera comunión, dadas por el R. P. Gabriel de Jesús, carmelita descalzo...

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«Dios Está Aquí» O SEA COLECCIÓN DE PLÁTICAS O FERVORINES, PARA USO  DE LOS SACERDOTES QUE DAN LA PRIMERA COMUNIÓN A LOS NIÑOS POR EL

P. FR. GABRIEL DE JESÚS, C. D

1933 MADRID

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NIHIL OBSTAT Dr. Justo Pérez Cerrada, Censor

IMPRIMASE Dr. J. Francisco Morán Vic. Gen. Madrid, 22 de Febrero de 1955

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INFORME DEL CENSOR OE LA PRIMERA EDICION

«Nada hay en estas Pláticas contrario al dogma católico ni a las buenas costumbres; antes bien, las encentro llenas de unción y fervor, las juzgo muy dignas de aprobación y estimo que han de reportar suma utilidad por la ortodoxia de su doctrina, la profundidad de sus pensamientos, la sencillez de su forma, la corrección de su lenguaje y la fluidez y elegancia de su estilo». GREGORIO SANCHO PRADILLA Canónigo Lectoral. Imprimatur Prudentius, Episcopus Matritens-Complut. Domini mei mandato. DR. JOACHIM PADILLA Can. Srius. Martriti 14 Martii 1918. LICENCIA DE LA ORDEN J. † M. Imprimatur. FR. CLEMENS A SS. FAUSTINO ET JOVITA Præpositus Generalis O. C. D. FR. ELÍAS A S. AMBROSIO Srius.

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INDICE

Dedicatoria...........................................................................................................4 Introducción.........................................................................................................5 Plática 1.ª ............................................................................................................7 Plática 2.a............................................................................................................11 Plática 3.ª ..........................................................................................................14 Plática 4.ª ..........................................................................................................18 Platica 5.ª ..........................................................................................................21 Plática 6.............................................................................................................24 Plática 7.a ...........................................................................................................27 Plática 8.a ...........................................................................................................31 Plática 9.a...........................................................................................................35 Plática 10.ª ........................................................................................................39 Plática 11.ª ........................................................................................................42 Plática 12.ª ........................................................................................................45 Plática 13 ª ........................................................................................................48 Plática 14.ª ........................................................................................................52 Plática 15.a ........................................................................................................55 Plática 16.a ........................................................................................................58 Plática 17.a ........................................................................................................64 Plática 18.a ........................................................................................................66 Plática 19.a ........................................................................................................68 Plática Congreso Eucarístico............................................................................71

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Dedicatoria AL NIÑO JESÚS DE PRAGA

A vos mi dulcísimo y milagroso Niño Jesús de Praga, os dedico y consagro est, libro, destinado al bien y provecho espiritual de los niños, tus soldadicos, como os llamaba vuestro devoto enamorado el Venerable Hermano Fr Francisco del Niño Jesús. Y al dedicártelo, Jesús mío, te lo presento por mediación de tu Madre, y nuestra, la Virgen del Carmen ( 1), por ser ella la que tan poderosamente influye en la preparación del corazón de los niños para recibirte sacramentado, en especial por medio de la imposición del santo Escapulario carmelitano. Acepta mi ofrenda, divino Niño, y bendice con abundante bendición, al libro, a sus lectores y a este tu esclavo voluntario y gustoso, El Autor Madrid, Fiesta del Beato Jacobino, Carmelita, 5 de Mareo de 1918.

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Es muy antigua y laudable la costumbre practicada en los Colegios de niños y niñas sobre todo aquí en Madrid, de imponer el Santo Escapulario del Carmen a los niños que aún no lo tienen, o antes o en el mismo día de su primera Comunión, a fin de que la Virgen los ampare y defienda de peligros en vida y sobre todo en la hora de la muerte, pues sabido es que quien muere con el santo Escapulario del Carmen no se condena.

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Introducción

Dos palabras para vosotros, mis amados hermanos en el sacerdocio del uno y del otro clero, y nada más que para vosotros: Yo amo con todo mi corazón a los niños, porque con ello doy gusto e imito a Nuestro Señor Jesucristo, y porque son ellos los que, entre todas las cosas creadas, me recuerdan más al vivo la santa infancia del Niño Jesús y la inmaculada y candorosa de la santísima Niña María. Y como pienso que también vosotros los amáis de igual manera, me he atrevido a poner en vuestras manos este libro de Pláticas por si de algo os puede servir, cuando tengáis que dirigir la palabra y dar la primera Comunión a esos ángeles de la tierra, y no contéis con tiempo suficiente para preparar cosa mejor. He procurado en dichas Pláticas (que no obedecen a ningún plan general ni particular, ni lo han menester, sino que van sueltas y diseminadas y tales corno se predicaron) la sencillez y que en ellos dominen, más que los razonamientos y discursos de lo razón, los afectos del almo. Pero como tratándose de mí, éstos no son ni ton fervorosos ni tan encendidos como yo quisiera, pues me he acogido o los encendidísimos de mi gran Madre Santa Teresa de Jesús y de otros Santos, a fin de que los Pláticas o fervorines resulten mus provechosos y conmovedores. Para el título de esto obra me sirvo del Himno del XXII Congreso Eucarístico Internacional, celebrado aquí en Madrid, porque es imposible, después de aquella magna y memorable Asamblea, hablar de la Eucaristía sin que vengan a la memoria los resplandores de la Hostia Santa, que tan profusamente iluminaron, durante aquellos venturosos días, el alma de todos los españoles, y de los extranjeros que vinieron a ofrecer con nosotros tributo de adoración y loa a Jesucristo Rey en el Santísimo Sacramentó del Altar. En fin, que aquel divino y fatigado Jesús Nazareno, que, acosado por las turbas ansiosas de oírle, supo guardar cariñosas preferencias para los niños, hasta hacerlos sentar junto a sí para acariciarlos y ponerles la mano sobre sus cabecitas, no aparte su vista ni su bendición de este humilde trabajo, pues si esto se digna hacer el Señor, no ha de ser estéril ni pequeño 6

el fruto que se recoja de su lectura, para gloria de Dios y de la Virgen Madre, que es todo cuanto puede ambicionar un hijo de la Virgen del Carmen y de Santa Teresa. EL AUTOR

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Plática 1.ª 2

Dejad a los niños acercarse a mí. Marc. X, 14. SUMARIO: Deseos de hacer la primera Comunión.—Recaditos al Niño Jesús.—Deseos del alma y deseos de Jesús.—¿Qué es la Comunión?—Los pasos de Jesús hasta llegar al Sagrario.—San Pablo.—Las puertas del corazón.—Los jazmines de Santa Teresa. Por fin, amadísima niña en Cristo Jesús, Rosarito, veo que tus grandes deseos de comulgar por vez primera se han cumplido o se van a cumplir en estos para ti solemnísimos momentos. ¡Qué feliz te consideras! ¿Y cómo no, si el deseado de tu corazón va, dentro de unos instantes, a sentarse en medio de él como en un rico trono de esmeraldas? El deseado de tu corazón es Jesús, y tú la deseada del suyo. ¿Quién habrá deseado más? Claro que el Corazón de Jesús. Pero ¡oh, cuántas y cuántas veces le ha deseado el tuyo! Me consta, y ya no es un secreto ni para ti ni para mí ni para los tuyos, el que desde los cuatro años deseabas comulgar, y que siempre que ibas a la iglesia con tu madre, te gustaba quedarte un poco más junto al altar del Niño Jesús de Praga.—¿Qué haces ahí? Vamos, hija, que es tarde.—Mamá, estoy diciendo recaditos al Niño Jesús. Y como los niños buenos no tienen secretos, luego que llegabas a casa, sin dificultad decías a todos, en especial al abuelito, que le habías dicho al Niño Jesús dos recados: uno, que querías comulgar, y otro, que fuera pronto la primera Comunión. Y al día siguiente los mismos recados y al otro también. Mira, hijita mía, si será bueno Jesús, que por medio de tus católicos padres ha señalado el día de hoy para llenar tus deseos y despachar favorablemente tus recaditos. 2

Se pronunció esta plática en la primera Comunión de la niña Rosarito de Hornedo y Correa, que la hizo en el altar de la Virgen del Carmen, y en la que comulgaron sus papás y su abuelito el cristiano y pundonoroso caballero D. Pedro de Hornedo. Hizo de acólito en la Misa, en compañía de otro que sabía más, el hermanito de Rosario, Pedrín, de edad de cuatro años.

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Pero no dudes nunca que es la Virgen del Carmen la que ha influido de manera tan eficaz para que dichos recados se hayan despachado con tanta prontitud y rapidez, pues aún no has cumplido los siete años. ¿Y cómo no, si es la Reina del Carmelo la que adivina todos tus deseos, y cuando tú decías al Niño Jesús tus cuitas, era Ella la que derramaba sobre tu alma, con esa mirada de madre que le es tan peculiar, verdaderos ríos de paz y de sabrosa y divina dulcedumbre? Bueno, ya sé que vienes bien preparada a recibir a tu Jesús, pues tres años deseando comulgar es buena, mucha y larga preparación. ¿Mucha? ¿Larga? Pues has de saber, hija mía, que por más largo tiempo se ha estado Jesús preparando para hacer su entrada en tu inocente corazón. Si, desde toda la eternidad se está preparando, desde toda la eternidad está viendo este día en que tu le habías de recibir por vez primera. No parece sino que Jesús no se ha ocupado en otra cosa que en disponer todo lo necesario para este día de tu primer Comunión. Así es, todo lo necesario, y por eso preparó las aguas del Bautismo, ya que sin dicho sacramento no hubiera llegado para ti este tan hermoso día. Jesús fue también quien, por medio de tus padres, primero, y después por tus profesoras y maestras, te instruyó en los misterios de la religión y te enseñó a creer, a temer y amar a Dios. ¿Ves todo lo que ha hecho Jesús porque todo estuviera preparado al llegar este día solemne de tu primera Comunión? Tú—no lo niegues—has estado impaciente por ver llegar el día de tu primera Comunión. Pues sábete, niña amadísima en el Señor, que Jesús ha estado aún más impaciente que tú. ¡Oh, si tú supieras algún día lo impaciente que ha vivido tu Jesús por ver llegar esta hora, no sabrías que hacer por él! ¡Oh, entonces, cuánto le amarías! Mira, para que puedas algo de esto comprender, piensa tú ahora qué cosa es la santa Comunión. ¡Ah, la Comunión es... el encuentro de dos almas que se buscan; la Comunión es... la fusión de dos corazones que se aman! Por la Comunión Jesús viene para hacerse una cosa con nosotros. La Comunión, ¿no es, no quiere decir comida? Y ¿no es verdad que la comida se convierte en la misma substancia del que come? ¿Hay dos cosas más inseparables que el alimento y la persona que con él se alimenta? La comida luego de entrar en el estómago no es ya comida, sino que se convierte en sangre y se confunde y transforma en el mismo hombre. 9

Así Jesús, el generoso, el amante Jesús, llevado de su amor inmenso, infinito y divino, ha querido que su unión con el hombre se llame y sea Comunión, esto es, comida, para que esta unión sea la más íntima y apretada que pueda darse acá en la tierra. Unión que mucho la habrá deseado tu corazón; unión que mucho la habrán deseado los santos, pero que infinitamente más la deseó y desea en estos instantes el Corazón amante del Niño Jesús. Pues ¿no la ha de desear? Si toda su vida acá en la tierra no ha sido más que una larga jornada, llena de paradas o escalones, pero que en ninguno de ellos ha podido gustosamente descansar, ni en el pesebre, ni en el taller, ni en el templo, ni en las orillas del mar de Tiberiades, ni en el Pretorio, ni en la Cruz, hasta llegar a nuestra alma por medio de la Comunión. Todas sus maneras de trabajar y padecer no eran otra cosa que una preparación a la vida eucarística. En efecto, entrar en el alma del hombre, y de las niñas que quieren ser buenas, entrar, digo, en sus almas, llenarlas, poseerlas, transformarlas, enriquecerlas, divinizarlas... He aquí el blanco a que se encaminaban todos sus pasos y a que se dirigían todos sus pensamientos y todos los amores de su abrasado, grande y hermoso Corazón. ¡Qué bueno es Jesús! Pero ¿no ves, Rosarito, cuánto y cuánto te ama? ¿Verdad que desde hoy vas a ser muy buena, para que te siga amando Jesús? Voy a terminar; pero quiero antes decirte lo que a San Pablo le pasó cierto día. Este santo Apóstol estaba tan fuera de sí por el exceso de amor divino, que no sabía si Jesús vivía en él o él en Jesús. Por eso, todo endiosado exclamaba (3): “Vivo yo, mas ya no yo, sino que Cristo vive en mí”. Pero he aquí que tú, mi amadísima en Cristo, lo vas a saber de aquí a unos instantes, pues Jesús va a pasar su Corazón al tuyo, y el tuyo al suyo, es decir, que Jesús Sacramentado va a mudar de residencia, pasando del Sagrario a tu alma, para comunicarte su vida, y puedas repetir, pero con toda verdad y hacerlas tuyas, las palabras de San Pablo: Vivit vero in me Christus. Pero lo cierto es que Cristo Jesús vive en mí. Llegó para ti el momento dichoso. Mira, Rosarito, cuando yo tome ahora en mis manos el copón, y mostrándote la Hostia Santa, diga: Ecce Agnus Dei, he aquí el Cordero de Dios, aplica entonces el oído del alma y sentirás que Jesús te dice desde la Hostia: Aperi mihi soror mea (4). 3 4

Gálatas, II, 20.. Cant., V, 2.

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Ábreme las puertas de tu corazón, hermanita mía, pues somos hermanos, y si yo soy Hijo de Dios por naturaleza, tú también lo eres por la gracia que yo te he alcanzado. Mi Madre, la Virgen María, y tuya también, nos mira complacida. Sí, ábreme, que quiero entrar en tu pura e inocente alma, a fin de guardarla y custodiarla para la vida eterna que se vive en el cielo. Comulga, sí, y en comulgando, inclina dulcemente tu cabeza sobre el pecho en señal de profunda adoración, de la misma manera que sobre el tallo inclina su blanca corola la azucena. Haz a continuación actos de fe y profunda humildad, y estrechándole contra tu corazón al Amado de tu alma, dile muchas veces que le amas de todo corazón, y que quisieras, como Santa Teresa, morir de amor por Jesús. Dile, con la misma Santa Doctora: “Véante mis ojos Dulce Jesús, bueno; Véante mis ojos Muérame yo luego. Porque si te viere Veré mil jazmines, Flor de serafines, Jesús Nazareno. Véante mis ojos, Dulce Jesús, bueno; Véante mis ojos, Muérame yo luego” Después de la Comunión sigue adorando, sigue humillándote, sigue rogando al que recibes en tu pecho, y pídele por el Papa, por la Iglesia, por tus padres y abuelitos, por todos los niños cristianos, en especial por tus hermanitos; pide también por mí y por cuantos han asistido a este tierno y conmovedor acto de tu primera Comunión, a fin de que, amando todos a Jesucristo, todos nos salvemos y vayamos al cielo, que a todos os deseo. Ahora, la confesión general. Confíteor Deo…

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Plática 2.a

No os dejaré huérfanos. Juan, XIV, 18. SUMARIO: El día de la Ascensión. — Triduo de preparación. — No ama Jesús como aman las criaturas. — El jan non sibi vivant de San Pablo. — ¿Cómo amáis a vuestros padres y hermanitos? — Doctrina de Santa Teresa. — Santo Tomás de Aquino. — Hábleme, Jesús. — Sal, alma mía, a su encuentro. Amadísimos niños en el Niño Jesús de Praga: Día grande, día de consuelo para la iglesia es el día de hoy por dos motivos: primero por ser este día el de la Ascensión gloriosa de Nuestro Señor Jesucristo y también porque hoy es el día dichoso de vuestra primera Comunión. Hoy, Jesús después de padecer tanto y de recibir tantas ingratitudes y desprecios y hasta muerte de cruz, subió glorioso y lleno de majestad a los cielos. Hoy puso fin a su vida pública, habiéndole servido como de preparación todos los trabajos y penalidades para su Ascensión gloriosa. También a vosotros, niños amadísimos, os ha servido de preparación para el grandioso y transcendental acto que vais a realizar, la educación cristiana recibida de vuestros queridos padres, la sólida instrucción cristiana que a diario recibís de vuestros ilustrados y dignos profesores, y sobre todo, el triduo de preparación con sus meditaciones y lecturas que os viene dando estos días el Superior de los Padres Carmelitas. En ellas habéis oído más de una vez lo mucho, lo finamente, lo desinteresadamente, lo generosamente que Jesús os ama. Y porque os ama se hizo hombre, y porque os ama se hizo obrero, y porque os ama murió en una cruz, y porque os ama se quedó en el Santísimo Sacramentó del Altar, a fin de que le pudráis recibir el día de hoy, que es el de vuestra primera Comunión. ¡Cuánto os ama Jesús! En día pues, de tan grande misericordia, como la que Jesús va a usar con vosotros, no dejéis de agradecer este tan grande amor; no dejéis, niños amados en Cristo, de recordar cómo, a pesar de ser vosotros pobres criaturas, indignas de ocupar uno sólo de los pensamientos de Dios, su 12

amante y divino Corazón os amó compadecido de vuestra pequeñez e insignificancia. Recordad, además, que Jesús os ha amado y ama, no como os aman los hombres, no como os aman los ángeles, sino como sólo puede amar Él, esto es, con amor eterno, in charitate perpetua dilexi te (5), con amor misericordioso e infinito. Por eso una vez que los niños agradecidos y buenos, como sois vosotros, hacen su primera Comunión, jan non sibi vivant, como dice San Pablo (6), ya no han de vivir sino para Jesús; ya no han de pensar sino en contentarle y darle gusto, como aconseja Santa Teresa. ¿Cómo? ¿De qué manera? Pues devolviéndole corazón por corazón y amor por amor. Este amor es el que os pide en cambio del mucho que Él os tiene. No os pide la vida, no os pide la salud, no os pide las riquezas. Os pide tan sólo el amor de vuestro corazón. Tan sólo pide ser amado el buen Jesús; pero amado, no como merece Él, sino de la manera y en la cantidad que podéis amar vosotros, sencillos y candorosos niños; esto es, con ese corazón pequeñito que tenéis, con ese vuestro amor pequeño también, con esas distracciones tan habituales e involuntarias en vosotros, con sola esa gotita de amor que podéis y debéis darle en cambio del río, del mar de inefables dulzuras con que hoy piensa Él inundaros en vuestra primera y fervorosa Comunión. Sí, amarle, y amarle mucho a Jesús; este es vuestro deber sagrado. El mismo amor que le tengáis os enseñará la manera de amar, ¿Cómo amáis a vuestros padres? ¿Cómo amáis a vuestros hermanitos? ¿Cómo amáis a vuestros amigos cuando son buenos? ¿Qué hacéis para contentarlos? ¿Qué hacéis para servirlos? Pues de esa manera habéis de amar a Jesús, de esa manera le habéis de seguir y mostrar confianza, esto es, contándole vuestras penas, agradeciéndole vuestras alegrías, pidiéndole socorro en vuestras indigencias, lo mismo de alma que de cuerpo, y, por fin, evitando todo pecado, así mortal como venial, para que Jesús y sólo Jesús sea el amor de los amores de vuestra alma y el Rey y Señor de vuestro corazón. Santa Teresa tiene escrito para vosotros lo siguiente (7): “No os faltan palabras, no os faltan afectos para aquellos a quienes mucho amáis, ¿y os habían de faltar para mostrar amor a Jesús? Al menos yo, añade la Santa, no lo creeré”. Pues ni yo tampoco.

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Jeremías XXXI, 3. Corintios V, 15. 7 Camino de Perfección. 6

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Por lo tanto, niños amadísimos, ahora que llega el momento feliz de recibir al Señor, yo voy a dejar de hablar, pues veo que vuestros tiernos corazones están impacientes por recibirle. Pero antes es preciso que en vuestro corazón hagáis revivir los afectos más ardientes de vuestra fe cristiana. Ah, decidle llenos de fe con Santo Tomás de Aquino: Adoro te devote latens deitas. Yo te adoro con devoción, con toda la devoción de que soy capaz, oh deidad oculta por mi amor en esos pobres accidentes de pan. Mis ojos no te ven, pero ¿qué importa? ¿Qué importa, si mi corazón te siente, si mi fe te cree y te adora con el más profundo rendimiento? Cierto que mis ojos no te ven, pero, Jesús del alma, a mí qué puede importarme esto, si mis oídos están llenos de tus palabras, si tu aliento sostiene mi vida, si tu presencia recrea mi alma? Ah, desde ahora, atrás, retiraos, callad sentidos míos, no me habléis, pues me podéis engañar. Hábleme Jesús, que es sabiduría del Padre y verdad eterna; hábleme el que es tan bueno y tan sabio, que no puede engañarse ni engañarme. Hábleme el que dice a mi alma que está ahí en esa hostia para mi bien y remedio, y cuando Él lo dice, nada más cierto ni seguro. Nihil hoc verbo veritatis verius. Enfervorizados con esta fe, decidle a vuestra alma, ahora, cuando yo os ponga a Jesús Sacramentado, ante vuestros ojos. Sal, alma mía, sal en busca y al encuentro de tu Jesús. Viene cargado de riquezas del cielo y todas las quiere para ti. Domine non sum dignus, Señor, yo no soy digno de recibiros, porque no merezco que me améis. Tampoco merezco serviros, pero vos merecéis, os diré con San Agustín. que todas las criaturas os sirvan y os amen. Venid, y no tardéis, Jesús de mi alma; venid, ya que sois ayudador cierto y oportuno defensor en la tribulación ( 8); acercaos a mí, pues sois médico de los enfermos, fortaleza de los flacos, esfuerzo de los caídos, maestro de los humildes, remedio de los pobres, alegría de los niños y alivio seguro de todos los que os aman. Estos, mis amados niños en Cristo, han de ser vuestros sentimientos al recibir a Jesús; y una vez recibido, a adorarle, a amarle, a abrazarle y a prometerle ser buenos en adelante. A darle gracias, como se las darían los ángeles, si los ángeles comulgasen. A rogar por el Papa, por la Iglesia, por España y, sobre todo, por vuestros cristianos padres y dignos y amados profesores, para que todos nos salvemos. Así sea. Ahora el “Yo pecador”. Confíteor...

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Salmo IX, 10.

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Plática 3.ª 9

Ecce panis angelorum, factus cibus viatorum. SUMARIO: Las verdades de los Ejercicios. — Contrato con Jesús. — La triste experiencia. — Todo lo puedo en Cristo. — Alma mía, vamos al Sagrario. — Santa Inés y Santa Eulalia. — Palabras de fuego pronunciadas por Santa Teresa. — Temor, reverencia. — El recuerdo de la primera Comunión que no se borre jamás. Amadísimas niñas en Cristo Jesús. Vamos, con la gracia de Dios, a poner término a estos Santos Ejercicios por medio de una Comunión fervorosa, en la que por primera vez comulgarán varias niñas inocentes y angelicales. ¡Qué días tan provechosos a vuestra alma y tan gratos a vuestro corazón los que habéis estado retirada, del bullicio de las criaturas durante este retiro! En él habéis meditado y visto con más claridad que nunca lo mucho que os ama Dios y los beneficios grandes que os ha hecho, así materiales como espirituales, y lo mucho que por este amor y por estos beneficios le debéis. La Comunión que ahora vais a hacer es una especie de contrato bilateral que deseáis celebrar con Jesús; contrato en el que él se obliga a amaros, y vosotras os obligáis a ser fieles a su amor, amándole más, sirviéndole mejor y no ofendiéndole jamás ni por nada ni por nadie. Estos deseos son los que animan vuestro espíritu, y, a fin de realizarlos, quisierais vosotras tener, como decía David ( 10) alas de paloma para volar siempre en las regiones de la luz y nunca arrastrarlas por esos suelos. Pero la experiencia, la triste y desconsoladora experiencia de vuestras recaídas pasadas, de los peligros del mundo y de vuestras aún no dominadas pasiones, esto es lo que entibia vuestros entusiasmos y os hace temer para lo porvenir. 9

Predicada a un Colegio de niñas en la Comunión del último día de Ejercicios, en la que varias comulgaron por primera vez. 10 Salmo LIV, 7.

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Pero teniendo a Jesús en el Santísimo Sacramento a vuestra disposición siempre que queráis, veo, mis amadas niñas en Cristo, que no tenéis razón para intimidaros y acobardaros de esa manera. Es cierto que vuestra alma ha quedado tan débil y tan flaca después del pecado original, que cualquier esfuerzo del enemigo basta para derribarla, si no tiene a la mano una fuerza superior y sobrenatural que la sostenga. Es tanta su debilidad para obrar el bien, que cualquier pequeño obstáculo la amedrenta y retrae. ¿Queréis ser fuertes aún en medio de esa vuestra habitual debilidad? ¿Queréis hacer vuestras aquellas palabras valientes del Apóstol, cuando dice (11) que todo lo puede en aquel que le conforta, omnnia possum in eo qui me confortat? ¡Ah, pues entonces es preciso que desde este día sintáis por Jesús Sacramentado verdadero entusiasmo, verdadera devoción, verdadera y santa locura! ¿No habéis oído vosotras decir que en tiempos pasados hubo una mujer en España, tan buena, tan santa que la llamaron, y aún se la llama, la loca del Sacramento? Pues una cosa así tenéis que ser vosotras, si habéis de ser valientes y perseverantes en obrar el bien y en practicar la virtud. Sí, mis amadas en Cristo, el amante Jesús quiere que desde hoy sea el Sagrario el lugar de cita para vuestras almas y para su enamorado Corazón. Al Sagrario habéis de acudir en busca de luz para descubrir los peligros del mundo; al Sagrario os habéis de acercar en busca de fortaleza para luchar con los obstáculos que habéis ya descubierto; al Sagrario habéis de ir siempre en busca de alimento con el cual se nutra y cobre fuerzas vuestra alma. Los Santos, que también fueron criaturas débiles y de carne corruptible y flaca como la vuestra, al Sagrario se fueron siempre en busca de todo esto, y al llegar le decían a Jesús, postrados en tierra ( 12): Quemadmodum desiderat cervus ad fontes aquarum, ita desiderat anima mea ad te Deus. Señor y Padre mío, y Rey mío acá vengo, pero vengo sediento con la sed del ciervo que busca las refrigerantes aguas. Dame a beber de las que brotan de tu fuente eucarística, y ya no tendré más sed en adelante. Testigo de esto son esas Santas, jovencitas como vosotras, que se llamaron Inés, Eulalia, Sabina, las cuales, porque buscaban a Jesús en el Sagrario, porque le recibían en la Comunión, porque ardían en amores para 11 12

Filipenses LV, 7. Salmo XLI, 1.

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con el Santísimo Sacramento, burlaron todo el poder de los tiranos y de todos los enemigos del divino Crucificado, y se hicieron superiores a los tormentos y a la misma muerte. Tenemos, por lo tanto, que si ahora, después de los Ejercicios, con todo el cúmulo de gracias y de ilustraciones que habéis recibido, volvéis a ser flacas y apáticas y cobardes para lo bueno, es porque queréis, es porque no acudís en busca de calor y de fortaleza al Sagrario. Y que, si es que acudís, lo hacéis sin vida, sin fervor, sin entusiasmo, sin preparación, sin viva fe, sin reverencia, por no pensar con quién vais a hablar ni a quién vais a recibir. Santa Teresa no dejaba pasar día sin procurar perfeccionarse en el modo de recibir al Santísimo Sacramento, visitarle y hablar con Él, y, a pesar de esto, dice (13): “En mil vidas de las nuestras no acabaremos de entender cómo merece ser tratado este Señor, que los ángeles tiemblan delante de Él. Todo lo manda, todo lo puede; su querer es obrar, pues es el sumo poder, la suma bondad, la suma sabiduría, sin principio, sin fin, sin haber término en sus perfecciones, pues son infinitas sin poderse comprender; en fin, un piélago sin suelo de maravillas, una hermosura que tiene en sí todas las hermosuras, la misma fortaleza”. Estas perfecciones, lejos de espantar y retraer a Santa Teresa, la animaban más y más a tratar íntimamente con este Rey celestial, cuya humildad, añade la misma Santa, es tan grande “que no por eso me deja de oír, ni me deja de llegar a sí, ni me echan fuera sus guardas, pues saben bien los ángeles, que están allí, la condición de su Rey”. En adelante, pues, mucha reverencia, mucho temor santo, que es principio de divina sabiduría (14); pero también mucha confianza con Jesús. ¿Qué más podía inventar su amor para que la tuvieseis con Él, que hacerse comida y manjar para penetrar en vuestro corazón y en todo vuestro ser? Ya sabéis que el pan que comemos se convierte en sangre, y ésta, partiendo del corazón, recorre todas las venas y arterias de vuestro cuerpo. Para eso, pues, Jesucristo se quedó sacramentado, para llegar en forma de comida hasta vuestro corazón. ¡Qué consuelo para todas vosotras saber estas cosas, en especial para las que en este día tienen la inefable dicha de comulgar por primera vez! ¡Oh, mis amadísimas niñas en Cristo! Que no se borre este día de vuestra memoria en todos los años de vuestra existencia; que ahora cuando le 13 14

Camino de Perfección. Salmo CX, 10.

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recibáis, el Señor os selle con su sello, es decir, que escriba las letras de su nombre, su hermoso anagrama Jhs., en vuestro corazón, y que os otorgue el inestimable favor de vivir siempre en su gracia, obedientes a vuestro padres, cariñosas con vuestros hermanos y aplicadas y estudiosas en el colegio. Que ahora, al recibirle sacramentado, sea tan grata vuestra primera Comunión a sus divinos ojos, que alcance la felicidad eterna para vuestras respectivas familias y la temporal, si les conviene; que obtenga para todas las niñas del colegio la perseverancia en el bien y la fuerza de voluntad para no buscar la satisfacción de los anhelos del alma en esos sitios peligrosos que el mundo acostumbra presentar alfombrados de flores, adornados con gasa y perfumados con esencias No, niñas mías, no, pues habéis de saber que esas flores del lujo y la vanidad se marchitan, esos escandalosos adornos se ajan y estropean, y esos perfumes de placer se disipan en un momento, de todo lo cual sólo queda el recuerdo amargo y las tristezas del hastío y del desencanto. Que vuestras súplicas de hoy, en fin, alcancen para todas las alumnas la gracia de ser fieles, as que ad mortem, hasta la muerte, hasta verle a Jesús en el cielo de la gloria, que a todas os deseo. Confíteor...

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Plática 4.ª 15

¡Oh sagrado convite! SUMARIO: El sagrado convite. — La Virgen y la Eucaristía. — Jesús, luz, verdad y vida. — La alegría espiritual y la humana. — San Francisco de Asís. — El Pelícano del Sagrario. ¡La Comunión, la primera Comunión! ¡Qué de prodigios, qué de dulzuras, qué de misterios encierra esta palabra! Al pronunciarla, el corazón se llena de júbilo, el alma se extasía, los ojos se humedecen y el hombre cae de rodillas para bendecir al Dios tres veces santo que desciende del alto cielo para ocultarse en la Eucanstía y servir de alimento a las almas. O sacrum convivium! ¡Oh sagrado y celestial banquete! ¡Oh deseada y suspirada primera Comunión! Mirad, niños muy amados de mi corazón sacerdotal, en la Hostia consagrada, que dentro de breves instantes vais a recibir, se encierran tales y tantas grandezas que para comprender siquiera algunas de ellas, sería necesario penetrar en el corazón de la Santísima Virgen y suplicarla que nos hiciese sabedores de sus sentimientos y de lo que ella piensa acerca de estas grandezas del amor de su Hijo. Sólo la Virgen , tan sólo María Inmaculada, podría decirnos algo de las infinitas maravillas que en este Sacramento se encierran. Ah, sí, de seguro que la Madre del Verbo Encarnado nos diría que, si maravilloso es Dios en sus obras, “mucho más lo es en esta del divino Sacramento, en el cual, como dice Fr. Luis de Granada, Jesucristo mismo se queda con nosotros para compañía de nuestra soledad, para mantenimiento de nuestras almas, para medicina de nuestras llagas, para esfuerzo de nuestra flaqueza, para escudo de nuestros enemigos y para gusto de los deleites eternos. ¡Oh maravilloso convite, oh pan del cielo, oh manjar de vida, oh banquete real! ¡Oh Sacramento de maravillosa virtud, por el cual se pueblan los cielos, y se vencen los demonios, y se reparan los hombres! Por ti vencieron los mártires, contigo se armaron los 15

Fue predicada a dos hermanitos: niño y niña.

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confesores, a ti deben su pureza las vírgenes, por ti los justos triunfaron del mundo y por ti los verdaderos penitentes son llevados al cielo. ¡Oh maravilloso convite, oh pan del cielo, oh manjar de vida, oh banquete real!” Sí, niños queridos; vosotros, al hacer vuestra primera Comunión, os unís a Jesucristo, que es luz, verdad y vida (Jn 14, 6). Vosotros, al hacer vuestra primera Comunión, os unís a Jesús, que es vuestra mayor y más firme esperanza, spes mea a juventute mea, spes mea in die tribulationis (Sal 70, 5-9). Las esperanzas del mundo falsas son todas ellas y vanas. “Todo se pasa”, como dice Santa Teresa: pasa la juventud, pasa la fortuna, pasan las ilusiones, pasan las amistades no muy arraigadas, y nada permanece en pie. Pero como el pobre corazón humano necesita algo que sea firme y estable en que apoyarse, he ahí que la santa Comunión, en la que recibimos al que es Dios, que no se muda ni cambia, Él es entonces nuestro centro fijo, en el que una vez puesta nuestra esperanza, ésta, cada vez que comulgamos, más se arraiga y acrecienta. Con esta santa y fervorosa Comunión, hecha hoy por primera vez, os ponéis en contacto con Jesús, que es fuente de alegría, y por eso Dios Espíritu Santo dice a cada una de las almas que comulgan: “Alégrate, hija de Sión, porque está en medio de ti el Santo de Israel” (Zac 2, 10). La santa alegría nos es muy necesaria. Sin alegría verdadera, sin alegría santa, fruto de la paz y tranquilidad de conciencia, se hace muy penosa y dura la vida. El mundo la promete continuamente, pero no la puede dar, porque ninguno da lo que no tiene. Sus alegrías son alborotadas y locas, que ni llenan el corazón ni duran sino breves instantes. Se esfuerzan los mundanos en aparentar alegría, cuando en realidad su corazón está allá dentro herido de mortal tristeza. No, no hay alegría verdadera, no hay verdadero gozo interior sino para la buena conciencia, y ésta es patrimonio de los que por medio de la Santa Comunión viven unidos con Cristo Jesús: cumpliendo en todo sus santísimos preceptos. Sí, niños amadísimos; vivid unidos a Jesús, pareceos de hoy en adelante a esas fervorosas almas que conocen al Señor en el partir del pan, como los discípulos que iban camino de Emmaus (Lc 24, 35), pues estas son las almas elevadas que saben apreciar y gustar las alegrías y suavidad de los goces del espíritu, y encuentran reunidos todos los deleites celestiales en la sagrada Comunión. Todas las potencias del alma, capaces de experimentar algún placer, lo experimentan divino en este sagrado convite: la memoria, con nostalgias del cielo y recuerdos dulcísimos de aquella vida feliz; la fantasía, que crea pabellones y terrazas deslumbrantes en las regiones del espíritu, por las que se pasea el Amado; la inteligencia, que se 20

abisma en el piélago de su sabiduría y grandeza; la voluntad, que se embriaga en aquella unión inefable de su alma con el amante Jesús y no acierta a pronunciar otra frase que la que tantas veces repetía San Francisco de Asís: “Dios mío y todas mis cosas”. Ni es posible de otra manera, ya que en este sagrado convite se saborean todas las dulzuras de que es capaz el pobre corazón humano. En este convite el amor divino se muestra y da a conocer cuando no le conocemos, y nos llama a voces cuando de Él huimos y nos escondemos. Tal es la sagrada Comunión que, por dicha grande vuestra, vais esta mañana a recibir. Pensad en su grandeza, meditad en sus frutos, recoged vuestros sentidos, abrid los senos de vuestra caridad y dejaos alimentar por el Pelícano del Sagrario, que ya ha herido su pecho para que brote su sangre divina y bebáis de, ella hasta hartaros, a fin de que en adelante no viváis sino para Él, para amarle, para servirle y darle contento en todo. Así sea. Ahora el “Yo pecador”. Confíteor...

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Platica 5.ª 16

Encontré al que ama mi alma Cant. 3,4 SUMARIO: Fiesta de Santa Teresa.—Morir de amor.—No hay que perder la ocasión.—Venite ad me.—El agua de la Samaritana.—Alma, vida y corazón.—Los ojos del alma. Todas conocéis y amáis, mis amadísimas niñas en Cristo, a la gran Santa, cuya solemne y ruidosa fiesta hoy celebra la Iglesia. ¿Quién no conoce a Santa Teresa de Jesús? Pues mirad: esta Santa, como amaba tanto al Niño Jesús, y había oído y leído lo lindo y precioso que era, tenía pero muchas ganas de morirse y de ir al cielo, nada más que para verle y... abrazarle y comérsele a besos. Pero, claro, no se murió; vamos, que no quiso Dios que se muriera, porque había de hacer mucho bien en la Iglesia, fundando muchos conventos de monjas muy santas, escribiendo muchos libros llenos de celestial sabiduría y propagando como nadie la devoción de su Padre y Señor San José, que así ella le llamaba. Pero tampoco quiso Dios que se quedase sin ver a su Niño Jesús, y ya que a ella no le fue concedido por entonces subir al cielo, el Niño Dios se le apareció en la tierra, en el convento de Avila, donde ella a la sazón moraba, y fue de la siguiente manera: Un día en que con mejor preparación y más recogimiento había comulgado y dado gracias Santa Teresa cuando durante la mañana andaba en sus quehaceres sin perder el recogimiento, he aquí que al subir una escalera vio que un niño bajaba por la misma. Al encontrarse, se entabló entre los dos el siguiente diálogo: — ¿Cómo te llamas, Niño? —Y tú, cómo te llamas? — Yo, Teresa de Jesús. 16

Predicada en una primera Comunión de niñas el día de Santa Teresa.

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—Pues yo, Jesús de Teresa. Cuando esto último dijo, apareció como quien era, esto es, lleno de hermosura y de brillante resplandor. Santa Teresa fue a estrecharle entre sus brazos y... desapareció. También vosotras, mis queridas niñas, le hubierais de buena gana dado un abrazo ¿no es verdad? Pues no hay que perder la ocasión. Ahora, cuando venga a vuestras almas en la Comunión, se lo podéis dar, seguras de que no se marchará y os dejará con los brazos abiertos, como hizo con Santa Teresa. ¿Qué ha de dejar? Si tiene Él más deseos de entrar en vuestras almas y de ser abrazado, que vosotras de abrazarle. Oíd, si no, sus divinas palabras, que todas ellas saben a gloria: Venite ad me (Mt 11, 28), venid a mí todas las niñas que me amáis y deseáis recibirme en la Comunión. “Venid a mi, que yo soy el pan de vida (Jn 6, 38). Vuestros padres comieron el maná en el desierto y murieron. Yo soy el pan que bajó del cielo. Si alguno comiere de este pan no morirá, sino que vivirá eternamente. Yo soy el pan vivo (Jn 6, 41), carne que entrego para vida del mundo. Tomad y comed, éste es mi cuerpo. Tomad y bebed, esta es mi sangre. El que coma mi carne y beba mi sangre vivirá en mí y yo le resucitaré en el último día. Mis palabras son espíritu y vida”. A esta invitación tan generosa, a esta dádiva tan espléndida, ¿qué será bien que respondáis vosotras, niñas tan tiernamente amadas del Corazón del Niño Jesús? Pues que aceptáis el ofrecimiento, ¿no es así? Decidle, pues, con toda vuestra alma: Señor, pobre y miserable criatura soy, pero con fe rendida creo que aquí en la Hostia consagrada estáis real y verdaderamente presente, y que al pronunciar vuestro sacerdote en la Misa las palabras de la consagración, palabras que “son espíritu y vida” (Jn 6, 64), en aquel mismo instante el pan y el vino no son ya pan y vino, sino vuestro cuerpo, vuestra sangre, unidos a vuestra divinidad. ¡Oh, cuánto os ama Jesús, mis queridas niñas! Porque os ama, quiere templar vuestra sed de felicidad. ¿Cómo? Pues dándoos de beber, por medio de la Comunión, el agua misteriosa de su gracia, de la cual el que bebe con ansias de amor no tendrá más sed (Jn 4, 13). Esa gracia, que es participación de la vida divina como enseña el Angélico; esa gracia, que es vida sobrenatural del alma; es transformación del hombre, pues con ella se comunica a la criatura la vida misma de su Creador. Acercaos, pues, a comulgar, mis amadas niñas en Cristo, con toda reverencia, con espíritu agradecido, pensando que son muchas las cosas 23

grandes que por amor ha hecho Dios en favor nuestro, pero ésta de espíritus angélicos, que eternamente cantarán la gloria del Altísimo. Por amor ha llenado de bellezas y fulgores los espacios y por amor se dejó clavar en la cruz. ¿Cómo no, si Jesús es Dios, y Dios es todo amor, como dice el Apóstol (Jn 4,8), y su esencia divina es amor y amor son todas sus operaciones? Por eso la obra más glorificadora de Dios y la más santificadora de nuestras almas es la Institución de la Eucaristía, el Sacramento del Amor. Acercaos, pues, a recibirle. Pero antes de hacerlo, decidle con Santa Teresa (Exclamaciones): ¡Oh Dios mío, y mi sabiduría infinita, sin medida y sin tasa, y sobre todos los entendimientos angélicos y humanos! ¡Oh amor que me amas más de lo que yo me puedo amar ni entiendo! Con cuánta piedad, Jesús mío, con cuánta suavidad, con cuánto deleite, con cuánto regalo y con qué grandísimas muestras de amor me llamáis a este sagrado convite. ¡O sacrum convivium! ¿Qué os daré, Señor, por tanto como me amáis? ¿Quid retribuam Domino? (Sal 115, 12) No otra cosa que todo cuanto tengo y poseo, todo cuanto pienso y amo, todo mi ser, “alma, vida y corazón”, y ya, Señor, que le has elegido en esta mañana por trono a tu grandeza, siéntate en él, dominare in medio inimicorum tuorum (Sal 109, 2); que a tu entrada en mi alma callen y tiemblen mis desordenadas pasiones y te rindan humilde vasallaje todos mis sentidos y potencias. Esto ahora, y así que le recibáis, “a cerrar los ojos del cuerpo, como manda Santa Teresa (Cam. de Perf.), y a abrir los del alma y a mirar a Jesús dentro de vuestro corazón”. Y puesto que “éste es el mejor tiempo para negociar con el Señor”, como enseña la misma Seráfica Doctora, a pedirle todo cuanto necesitéis, lo mismo para vosotras que para vuestros padres y profesoras, y para todas aquellas personas que esperan mucho de esta vuestra primera Comunión. Decid ahora del todo contritas y humilladas el “Yo pecador.” Confíteor...

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Plática 6.A

Dilectas meus mihi. Cant. I, 12. SUMARIO: ¿Quién viene a tu alma?—Condiciones para recibir a Jesús.— Fe viva.—Este es mi cuerpo, esta es mi sangre.—Actos de amor.—Cada vez que esto hiciereis.—Pensar, querer y hacer, como Cristo Jesús.— Propósitos. Amadísimos niños, encanto, por vuestra inocencia, del Corazón amante de Jesús, y del mío: ¿Quién es ese que de aquí a breves instantes va a entrar en vuestras almas? Es Jesucristo, que, como Dios y Creador nuestro que es, tiene derecho a nuestros continuos y fieles servicios. Es Jesucristo, que, como Redentor nuestro que es, espera el culto de vuestro agradecimiento, y es tanto y tan grande el deseo que tiene de comunicarse a vosotros, que siempre anda en busca vuestra como si de vosotros estuviera necesitado, y, una vez que os halla, todo su afán lo pone en que le recibáis en la Comunión, para así haceros a todos esclavos de su amor y caridad, cui servire regnare est. Es Jesucristo, que, como verdadero Amante nuestro que es, quiso para siempre quedarse en nuestra compañía, unirse con nosotros y transformarnos en Él, ya que Él no puede transformarse en nosotros, a fin de comunicarnos su misma vida, su pensar, su sentir y querer. Esto quiso, y esto realizó a fuerza de estupendos milagros y saltando por cima de todas las leyes naturales, puesto que puede hacerlo, ya que Jesús es autor de todas ellas. Con razón Santo Tomás llama a la Eucaristía el mayor de los milagros obrados por Jesucristo. Miraculorum ab ipso factorum maximum. Ya sabéis, mis niños queridos, quién, es el que luego va a entrar en vuestros corazones. Ahora fijaos en las condiciones necesarias para recibirle dignamente, que aunque ya os las tienen de antemano explicadas los encargados de preparar vuestras almas a tan grandioso acto, no estará demás el que ahora las recordemos. Ante todo, el vestido nupcial o de la gracia; sin ésta, o lo que es lo mismo, sin estar libre de pecado mortal, no 25

se puede tomar asiento en el banquete eucarístico. Los que a ello se atrevieron de entre los invitados, fueron expulsados del convite, como se nos dice en la parábola de la cena. Por eso yo sé que en estos días de preparación habéis hecho vuestras' confesiones con toda diligencia, confesándolo todo sin callar nada, sabiendo, como sabéis, que los pecados que se dicen al sacerdote en la confesión, nadie si no es Dios lo sabe, porque a nadie se los puede decir, ni se los dirá el confesor, y antes que decirlos se dejará quitar la vida. Ahora, si una vez hecha la confesión lo mejor que se ha podido, algún niño se acordase en estos momentos de que tal pecado no lo había confesado por olvido, ¿qué tiene que hacer ese niño? Pues comulgar tranquilo, ya que en la confesión ese pecado quedó perdonado con los otros. Lo único que hay que hacer, no ahora, sino cuando se confiese otra vez, es decirlo entonces, pues perdonado ya está. Después de este estado de gracia, necesitáis, para comulgar con fruto, hacer un acto de fe viva, y éste se hace creyendo firmísimamente que nuestro Señor Jesucristo está real y verdaderamente presente en este augusto Sacramento, como Él lo tiene dicho en su Evangelio, en el cual nos asegura una y otra vez que su carne es verdaderamente comida y su sangre verdaderamente bebida (Jn 6, 56), y además las palabras de la institución, siempre claras y terminantes, cuando dicen: “Este es mi cuerpo, ésta es mi sangre, el cuerpo que será entregado por vosotros, y la sangre que será derramada para la remisión de los pecados de los hombres” (1 Cor 11, 24). Palabras tan claras y terminantes, que sin poner en duda la autenticidad de los evangelios, no se puede negar lo que ellas afirman, o sea la presencia real de Jesucristo en la Eucaristía. Por eso, amados en el Señor, al acercaros a comulgar, os habéis de afirmar en esta fe, diciendo interiormente al menos: Sí, Dios mío, yo creo que este vuestro Santísimo Cuerpo que voy a recibir en la Comunión es el mismo que fue concebido por obra del Espíritu Santo, nacido de la Virgen María, crucificado, resucitado; el mismo que subió a los cielos y está sentado a la diestra de Dios Padre, y con el cual vendrá Jesucristo a juzgar a los vivos y a los muertos. Creo, Dios mío, que es la misma sangre que fue derramada por nosotros y con la que han sido lavados nuestros pecados. Creo que este cuerpo y esta sangre son inseparables después de la Resurrección, y por eso con el cuerpo de Cristo se recibe la sangre, y con la sangre el cuerpo, y con lo uno y lo otro el alma y la divinidad de Jesucristo, que no pueden separarse. En una palabra : se recibe a Jesucristo entero, Dios y hombre a la vez. Con Jesucristo vienen tocias las gracias, todas las luces, todos los consuelos y todas las riquezas del cielo y de la 26

tierra, estas últimas si convienen. Todo se nos da con Jesucristo, puesto que nada puede rehusarnos quien se nos da a sí propio. A continuación de estos actos de fe, habéis de hacer actos de amor para excitar los deseos de vuestra alma, ansiosa de recibir a Jesús en la Comunión. Recordad para esto el grande e infinito amor en que archa su Corazón la noche del primer Jueves Santo. El mismo evangelista hace mención ele él al decirnos: Como siempre nos hubiese amado, en el fin señaladamente nos amó (Jn 6, 56). “Cada vez que esto hiciereis, decía aquella noche a sus discípulos, cada vez que me recibáis en la Comunión, hacedlo en memoria de mí” (Lc 12, 19). ¡Oh memorial de salud, te diremos con el devoto Fr. Luis de Granada; oh sacrificio singular, hostia agradable, pan ^ de vida, mantenimiento suave, manjar de reyes, y maná que en sí contiene toda suavidad! ¿ Quién te podrá dignamente alabar? ¿Quién dignamente recibir? ¿Quién con debido acatamiento venerar? Desfallece mi alma, Jesús mío, pensando en ti. Ni puedo cuanto deseo engrandecer tus maravillas. Sean éstos vuestros sentimientos, amadísimos niños en Cristo Jesús, al acercaros a comulgar; y después que hayáis comulgado, dad gracias al Señor por tanto favor y dignación, y prometerle vivir de hoy en adelante muy estrechamente unidos con Él, dispuestos a pensar, querer y obrar de la manera que Cristo exige de vosotros. Es decir, que en adelante queréis pensar según Cristo, siguiendo fielmente sus enseñanzas y permaneciendo siempre en la fe que, mezclada con dulces ósculos, aprendisteis en los brazos de vuestras cristianas madres. Que también deseáis en adelante querer lo que Cristo quiera de vosotros; esto es, el entero y perfecto cumplimiento de su voluntad divina, siendo obedientes a vuestros padres, respetuosos con los mayores, cariñosos y considerados con los iguales y caritativos y limosneros con los pobres y, sobre todo, diligentes en huir y evitar las malas compañías, los malos amigos, los que hablan y hacen cosas malas, abusando de vuestra sencillez y candidez. No os separéis de esta capilla sin antes ofrecer muy de veras a Jesús que acudiréis con frecuencia a la Iglesia, que estaréis con sumo respeto en ella, particularmente durante la Santa Misa, y en fin, que a esta primera Comunión seguirán otras y otras, de tal manera, que por muchas que sean vuestras tareas y ocupaciones, jamás dejaréis pasar las grandes festividades de Nuestro Señor y de la Virgen Nuestra Señora sin acercaros a comulgar. Hacedlo así y viviréis dichosos ahora en vida y después en el cielo, que a todos os deseo. Ahora el “Yo pecador”. Confíteor... 27

Plática 7.A 17

Populus meus bonis meis adimplebitur. Jerem. XXXI, 14. Sumario : El Doctor Angélico extasiado ante el Santísimo.—El mundo de los mundos.—Jesús buscando a las almas.—Un trozo de teología teresiana. —Preciosa alegoría de San Juan de la Cruz.—La Eucaristía extensión de la Encarnación.—San Ignacio de Loyola.—San Agustín.—A luchar por Cristo Jesús. Santo Tomás de Aquino, el gran adorador del Santísimo Sacramento, quedaba del todo extasiado al considerar los excesos del amor divino que se abate y anonada en la Eucaristía hasta el extremo de no verse en ella nada de la Divinidad y nada tampoco de la santísima Humanidad de Cristo, Señor nuestro. Al pensar y meditar esto con aquel su grande y portentoso entendimiento, exclamaba: In cruce latebat sola deitas At hic latet simul et humanitas, en la cruz es cierto que se nos ocultaba la Divinidad, y en el Crucificado no veíamos sino a un hombre cargado de sufrimientos y de penas; pero aquí en el Sagrario, aquí en la Eucaristía, ni siquiera la Humanidad divisamos. Sucede que Jesús es primeramente como el sol oculto entre las nubes; más tarde hasta las mismas nubes desaparecen. ¿A qué tanto ocultismo? Sencillamente porque andaba buscando a los hombres que del todo estaban perdidos. Según Bossuet, la prudencia humana ha preguntado más de una vez: ¿Qué tenía que hacer Dios en la tierra al encarnarse y al quedarse luego en la Eucaristía? Con una palabra, dice el mismo, se puede y debe responder. ¿Que qué tenía que hacer? Hacerse amar. Esta es la ocupación predilecta de Dios. Para lograr ser amado, ¿qué hizo? Criar un mundo del todo nuevo, el mundo de los mundos, Cristo Jesús, y éste se transformó en amor, todo él en amor. Y su poder y su bondad y su 17

Predicada en la primera Comunión de un adulto recién convertido, allá en América.

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grandeza y su majestad, todo, según afirma el Cardenal de la Berulle, quedó convertido en amor. De esta manera sabe amar Dios y ama de hecho. El mismo Evangelio se admira de tanto amor, pues nos dice que “de tal manera amó Dios al mundo que hasta le dio su mismo Hijo Unigénito.” Pero he aquí que después que el hombre peca y se entrega a toda suerte de vicios y excesos, luego se apodera de su corazón lacerado el miedo, el terrible miedo, y por eso huye de Dios, teme su mirada y se esconde por verse despojado de la vestidura de la gracia santificante. ¿Qué hará la infinita bondad divina? ¿Qué hará Jesús? Pues buscarle a todo trance. Pero es que las tinieblas huyen de la luz, y por eso los resplandores de Jesús espantarán al pecador. No sucederá así, porque es tanto lo que Jesucristo ama al pecador, que a trueque de dar con él se despojará de su fulgurante ropaje de gloria, hasta ocultará el traje de andar por casa, o sea su humanidad, se envolverá en cualquier cosa, en el lienzo de los accidentes sacramentales, y saldrá por calles y plazas, per vicos et plateas (Cant 3, 2), en busca del pecador, a quien tanto ama su Corazón: “¡Oh Corazón de mi Amado, Cuánto te cuesta mi amor!” Y esta es, no hay otra, la razón de haberse disfrazado con el traje de los accidentes eucarísticos. Santa Teresa, con su gran talento y con su mayor aún y más portentoso corazón de mujer y de Santa, dio con ella, y por eso nos dice en su inimitable Camino de Perfección: “Si os da pena no verle con los ojos corporales, mirad que no os conviene; que es otra cosa verle glorificado, o cuando andaba por el mundo. No habría sujeto que lo sufriese de nuestro flaco natural. Y viendo tan gran Majestad, ¿cómo osaría quien tanto le ha ofendido estar cerca de Él? Debajo de aquellos accidentes de pan está tratable, porque si el Rey se disfraza, no parece que se nos da nada de conversar con él sin tantos miramientos y respetos. Parece está obligado a sufrirlo, pues se disfrazó. “¡Cómo no sabemos, concluye la gran Doctora eucarística, lo que pedimos y deseamos, y cómo lo miró mejor su infinita sabiduría!” (cap. 34) Jamás podremos comprender el amor que Dios tuvo al hombre al crearlo y antes que éste pecase. Nos es muy difícil comprender las delicias que entonces tendría con él; y esto nos es más difícil ahora, cuando vemos que del hombre no quedan sino restos humanos, despojos, ruinas, de la misma manera que no queda en los rostros, envejecidos y surcados por el tiempo y el infortunio, rastro alguno de los seductores atractivos de la juventud. 29

Pero Dios puede cuanto quiere, y quiso restaurar por su Hijo lo que por su Hijo había creado, y entonces fue cuando Jesús, para dar comienzo a esta restauración, se abrazó con toda clase de anonadamientos, incluso el de quedarse sacramentado con nosotros hasta el fin del mundo. Hasta la consumación de los siglos (Mt 28, 20). San Juan de la Cruz nos presenta toda esta labor de la restauración divina en una preciosa alegoría, en la que dice que Dios Padre dio al Verbo por esposa a la naturaleza humana, pero que esta esposa había sido hecha esclava por el pecado, y gemía en duro cautiverio. Mira, dijo el Padre al Hijo, esa esposa que formé a tu imagen, y a quien tanto amabas, para rescatarla es necesario que te hagas semejante a ella, pues es ley de amor la semejanza y ésta contribuye a acrecentar la dicha. Vístete, pues, de su propia carne, sal en busca de ella, y ésta será feliz al verte así, dejando de ser esclava. He aquí cómo presenta San Juan de la Cruz al Verbo, acatando la voluntad del Padre: “Mi voluntad es la tuya, El Hijo le respondía, la gloria que yo tengo Es tu voluntad ser mía. Iré a buscar a mi esposa, sobre mí tomaría Sus fatigas y trabajos En que tanto padecía. Y porque ella vida tenga, Yo por ella moriría Y sacándola del lago, A ti te la volvería”. Con esto la Encarnación quedó decretada, “el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros” (Jn 1, 14), y mediante este exceso de bondad Dios bajó hasta el hombre y en él abrazó a toda la creación. Este había sido colocado entre el mundo de los cuerpos y el de los espíritus como lazo de unión y prenda de afecto. Destruido este orden por el pecado el Verbo encarnado lo restaura maravillosamente, y en adelante Él será el lazo de estrecha unión y amistad de todas las criaturas, el centro de los mundos, al que toda la creación acudirá, como dice San Hilario, a recibir de Dios el beso de la caridad y del amor. Ahora bien; siendo la Eucaristía la extensión de la Encarnación, ¿qué motivos de confianza y de amor no ha de despertar en el alma, por pecadora, por grande pecadora que haya sido, al recibir a Jesús con traje tan disfrazado, que es traje de verdadero amante, y recibirle por primera vez? 30

Por eso, en día como éste, ábranse, hermano mío en Cristo, de par en par las puertas de tu alma et introibit rex gloria (Sal 23, 9), y pasará a ella de aquí a unos momentos el Rey de la gloria, para alistarte entre los soldados más valientes de sus filas. Y si hasta ahora has luchado bajo la negra bandera del error, pon en adelante todo tu empeño en pelear bajo la bandera blanca de la Iglesia Católica, defendiendo sus derechos y propagando de palabra y por escrito sus doctrinas salvadoras y sus enseñanzas sublimes. Dile, en habiéndole recibido, dile, con San Ignacio de Loyola: “Tomad, Señor y Rey eternal mío; tomad y recibid todo mi entendimiento y voluntad, todo mi haber y poseer; Vos me lo disteis, a Vos, Señor, lo devuelvo. Todo es vuestro; disponed de ello como fuere de vuestro agrado. Dadme vuestra gracia, pues ésta sola me basta”. Pide a Jesús con todo fervor, en esta feliz mañana, la perseverancia en el bien. Dile con San Agustín: “Señor, ya que con tanta bondad sanáis mis llagas y me concedéis la inestimable dicha de recibiros en la Comunión, haced, Dios mío, que habiendo yo, con tu gracia, desechado el mortal veneno de la serpiente, me sea restituida aquella antigua salud que Vos me ganasteis con vuestra sangre. Haced que, gustando la dulzura de vuestra suavidad, menosprecie con todo mi afecto, los deleites blandos del mundo, y no haga caso de esta vana felicidad, breve y momentánea. Ninguna cosa sin Vos, Jesús mío, sea dulce para mí, ninguna me agrade, ninguna me sea preciosa o hermosa. Que vuestro Santísimo nombre me sea refrigerio, y las palabras de vuestra boca sean para mí más preciosas que todo el oro y toda la plata del mundo. Yo os suplico, esperanza mía, que por vuestra infinita piedad perdonéis mi impiedad y malicia, y que con vuestro poder hagáis que el obedeceros me sea amable, y aborrecible el resistir a vuestros mandamientos”. Virgen bendita, Virgen del Carmen, defensora mía mediante tu milagroso escapulario, haz que tu misericordia no me abandone jamás, y que mi confianza en ti vaya siempre en crecimiento. Tuyo siempre, siempre tuyo quiero ser, para ser eternamente de tu Hijo y mi Señor Jesucristo. Confíteor Deo...

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Plática 8.a 18

Qui mane vigilant ad me, invenient me. Prov. VIII, 17. SUMARIO: La Virgen de las coronas.—Canastillo de claveles y azucenas.— El día del Carmen.—Las trenzas de su cabello.— Los corderitos de la Virgen del Carmen.—La mirada de Jesús es escrutadora.—El Escapulario de los portentosos privilegios.—Jesús todo lo puede.—La Comunión es el fruto bendito de tu vientre, oh María.—Los 12 niños.—La aurora de záfir y grana. Es la Virgen del Carmen la Virgen de las coronas y de las diademas y de las aureolas. En su frente espaciosa y llena de claridades y hermosuras, y en su cabeza majestuosa, como las alturas y ribazos del Carmelo, caput tuum ut Carmelus (Cant 7, 6), toda honrosa distinción le cae bien y admirablemente. Y como si algo le faltara, he aquí, mis encantadores y amadísimos niños en Cristo Jesús, que vosotros en esta mañana vais a formar nueva corona con las doce primeras Comuniones, que la piedad de vuestros padres y el entusiasmo y devoción de todas vuestras familias por la Virgen del Carmen, va a colocar dentro de unos momentos sobre la nivea frente de la celestial Señora. ¡Que sea todo para honor y honra suya, gloria de su divino Hijo y bien de vuestras almas! Muchos canastillos de flores, muchas macetas y muchos chinescos y costosos jarrones adornan hoy el altar de la Virgen del Carmen; pero el mejor adorno es, sin duda, el canastillo de claveles y azucenas que con vuestra Comunión, niñas y niños amadísimos, la vais a presentar. Madre mía del Carmen, aquí tienes a estos tiernos niños que desean recibir en su pecho al que tú estrechaste tantas veces entre tus brazos. Nos hallamos en el día de tu grandiosa solemnidad, y por eso la encargada de 18

Pronunciada en la primera Comunión de 12 niños que la recibieron el día del Carmen, allá en América, en memoria de las 12 estrellas de la corona de la Inmaculada Reina del Carmelo.

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preparar para la Comunión a estas inocentes almas eres tú. Hazlo, Reina del Carmelo, que nadie como tú lo sabrá jamás hacer. Tú, que adivinas los gustos de Jesús y tienes alta privanza con este Rey de los corazones, y que entre los hijos de Adán ostentas la ejecutoria de su predilección..., enseña a estos niños cómo se han de llegar a recibir al Señor, con qué pureza de conciencia, con qué dolor de todos los pecados y con qué temor y reverencia, para que, así enseñados, se duelan de haberle ofendido; para que, así enseñados, recojan toda su atención, y con toda reverencia interior y exterior se lleguen a ese tu altar. Tú, Virgen del Carmen, que heriste el Corazón de Jesús con una de tus miradas (Cant 4, 9); tú, que le dejaste prendado en una sola de las trenzas de tu cabello (Cant 4, 9); tú, cuya voz para Él fue siempre dulce (Cant 2, 14), porque debajo de tu lengua había de continuo néctar sabroso y miel dulcísima... (Cant 4, 11), enseña a estos pequeñuelos a agradar a Jesús, enséñalos a trabajar para vencerse y ser obedientes y sumisos a sus padres y mayores. Tú, cuya presencia siempre agrada a Jesús, porque eres esbelta como la palmera de Cadés que se cimbrea en el desierto (Eccl 24, 18), y eres hermosa como la planicie de Sarón; tú, que debido a esta extraordinaria hermosura, te asientas a la diestra de Jesús vestida de oro recamado (Sal 44, 10), cercada de variedad, rebosando en delicias y compartiendo con Él el cetro de su grandeza..., procura a estos niños una sonrisa del rostro de tu Hijo cuando luego se acerquen a recibirle. Aquí los tienes, Pastora amable del Carmelo, son débiles y tímidos corderitos de tu aprisco, pequeños brotes del ameno jardín de tu Cofradía, que esperan el primer beso eucarístico del sol sacramentado, para abrirse y perfumar el aire con sus aromas. Míralos, Madre mía, qué gozosos están por verse llevados por ti de la mano al Sagrario en este día de tu alegre y devota solemnidad. No dejes, Señora, de ver en ellos a los pequeños hermanos de tu Unigénito, a los mismos que Él adoptó en el milagroso instante de su Encarnación y cuando por ellos murió en la cruz para pagar las deudas de todos. Son los mismos que encomendó a tu ternura y solicitud en la hora en que se consumó el eterno y profetizado sacrificio (Jn 19, 27). Por eso, tú, Reina y decoro del Carmelo, que sabes lo que exige la mirada de Jesús en los que son admitidos a la Comunión, esa mirada que registra y escruta a Jerusalén con candelas (Sof 1, 12), esa mirada que penetra en el interior de los hombres y recorre la redondez de la tierra sin parar hasta que se fija y detiene en el humilde de corazón, en el recto y temeroso de Dios y que por 33

completo desconoce la ficción y el dolo... Haz, Señora, que de todas estas bellas cualidades adornados se acerquen hoy estos niños a recibir a tu Hijo en la Comunión. No dejes, soberana Emperatriz de los cielos, de enriquecerlos en estos preciosos instantes con las galas de tu gracia, para que así agraciados y puestos luego en contacto con Jesús, le den en lo fino de su ternura con el olor de un campo lleno de tomillo, romero y azahar, al que el Señor ha bendecido (Gen 27, 27), sicut odor agriplent cui benedixit Dominus, que todo esto supone y significa tu santo Escapulario, el Escapulario de los portentosos privilegios y prerrogativas. Sí, acercaos, niños muy amados en Cristo, pues que la misma Virgen del Carmen va a colocar en medio de vuestros corazones a Jesús Sacramentado para que en habiéndole recibido os recreéis en Él y le pidáis cuanto queráis, sobre todo por la Iglesia, por el Papa y los Obispos, por todos los niños cristianos del mundo y por los que no lo son también, para que lleguen a serlo y amen mucho al Niño Jesús; por los pecadores y porque haya muchos misioneros fervorosos y santos que los conviertan; y de un modo especialísimo rogad por vuestros padres, hermanos y familia, pero rogad en la seguridad de que hoy seréis escuchados y finamente atendidos, siquiera porque es el día de la Virgen en su advocación más dulce y poderosa; rogad con fe y sin un asomo de duda, diciendo, pero con mucha seguridad y confianza a Jesús, luego que le tengáis ahí dentro de vuestro corazón: Jesús mío, quiero tal cosa para mí; Jesús mío, tú, que lo tienes todo y mandas en todo, pues yo quiero y pido salud y fortaleza para el Papa y para todos los que gobiernan la Iglesia; yo quiero y pido para mis padres esto, para mis hermanitos lo otro, para los que me han preparado a recibiros y para el que me dado la primera Comunión lo que ellos me han dicho que pida. Sí, acercaos, niños queridos, pues la Virgen del Carmen, como os he dicho, es la que va a poner en vuestra boca, y luego en vuestro corazón, al dulce Jesús. ¿Quién mejor que Ella para estos menesteres y oficios de piedad? Ella que es toda clemencia; Ella que nació con la costumbre de hacer el bien y de conducir a los hombres a su Dios y Salvador; Ella que fue la que trajo el primer rocío sobre la tierra luego que la hubo maldecido Dios; Ella, en fin, que es la que concibió en su casto seno al Redentor, y que apenas nacido, le adoraron en sus brazos los Reyes y pastores. Ea, Madre amada y adorada de todos tus Carmelitas y cofrades, muestra ya a estos tus niños queridos el fruto bendito de tu vientre, Jesús. Desde ese tu excelso y deslumbrante trono míralos, míralos, Madre mía, 34

cómo navegan sus almas a velas desplegadas por el mar de tus bondades, a impulsos de las brisas seductoras de tu belleza. Míralos, míralos, Madre del alma, y no dejes de fijarte en la rapidez con que en estos momentos boga la flotilla de estos doce corazones hasta las playas de la Hostia consagrada, que se reserva y guarda en el artístico y dorado copón. Vedles, Señora, tocar ya a su dorado puerto, centro de sus afanes y ansias. Niños muy amados de la Virgen, si siempre os presentáis arrebatadores a los ojos de mi espíritu cuando considero no más que vuestra inocencia y candor, ¿qué decir hoy de vosotros, cuando os veo en brazos de la Virgen del Carmen, en brazos de esa aurora de záfir y grana, dispuestos ya para recibir al sol eucarístico que, como esposo enamorado, se levanta de su tálamo (1) para envolveros en sus divinos resplandores? Sí, levantaos, venid. Venid y comed, este es el cuerpo de Cristo, este es el Cordero que quita los pecados del mundo. Para que de nuevo purifique los vuestros decid arrepentidos el “Yo pecador”. Confíteor De o...

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Plática 9.a

Unde hoc mihi? Luc. I, 43. SUMARIO: Una visita de la Virgen.—El convite regio.—Toda clase de comidas,—Las cosas creadas.—Cómo las llama San Juan de la Cruz.— San Juan Crisóstomo.—El Concilio de Trento.—La boca de oro.—La Majestad disimulada y Santa Teresa.—Imitemos al comulgar la humildad y temor de la Santa.—Y también la confianza.—Las dos alas del corazón. — Deseos de comulgar.—Venid a mi alma. Cuando la madre gloriosa del Bautista, Santa Isabel, vio penetrar por sus puertas a la Virgen María, su prima, iluminada aquélla con luz del cielo, exclamó: ¿Unde hoc mihi? ¿De dónde a mí tanta dicha que toda una Madre de Dios venga a visitarme? ¿Quién soy yo para recibir tal visita y de tan gran Señora? Niños amadísimos en el Señor, si esto decía Santa Isabel tratándose de recibir a la Virgen, que, aunque tan pura y santa, es una criatura, ¿qué es razón que digamos nosotros que de aquí a breves instantes vamos a recibir la visita del Creador? Pero Creador amable, resucitado y glorioso, vestido con ropaje de inmortalidad y triunfador de la muerte y del infierno, y Rey de las eternidades. Sí, en traje de Rey, porque si bien el Señor gusta de presentarse en otras parábolas con el título y calificativo de padre de familias, de sembrador y de esposo, en la del convite, que es figura del eucarístico, se presenta como Rey glorioso. ¿Por qué? Porque, como dice un doctísimo expositor de la Orden Carmelitana (Silveyr. in Matth.), de la misma manera que en la opípara mesa de un rey de la tierra se sirven para el gusto y el apetito regio cuantos manjares da de sí la tierra y el mar, así en esta del Rey de la gloria se sirven y ofrecen todos los manjares celestes y divinos que puede y sabe dar Dios. Sic in mensa divini Regis, scilicet sui sacratissimi Corporis et Sanguinis, omnia cœlestia at divina bona communicantur. 36

¿Qué os parece y qué pensáis, mis amados niños, de esta generosidad y largueza de nuestro Rey y Señor Jesucristo? ¿Verdad que no hay ni largueza tan larga ni riqueza tan rica como la suya ? ¡Qué ha de haber! Mirad, un Santo muy santo, y muy sabio, que por serlo tanto le dio Santa Teresa el nombre de Senequita (Epistolario), llamaba a todas estas riquezas del mundo, como son las piedras preciosas, diamantes, rubíes, esmeraldas, las monedas de oro, los billetes de cinco duros y hasta de mil pesetas, y los coches lujosos y automóviles costosísimos que veis todos los días por la Castellana y otros puntos de Madrid, ¿sabéis cómo llamaba a todas estas cosas ? Pues migajas que caen de la mesa de Dios. Niños míos de mi alma, pues si tales son las migajas de la mesa de Dios, ¿qué tal será el pan y demás manjares que en la tal mesa se presentan y sirven? Pues de estos manjares y de este pan vais a comer añora. San Juan Crisóstomo estaba tan persuadido de ser esto así, que por eso, como afirma el mismo Doctor (19), quien dice Eucaristía, anuncia y pone de manifiesto todos los tesoros y todas las riquezas de la bondad de Dios. Dicendo Encharistiam omnis benignitatis Dei thesaunim aperit. El santo Concilio de Trento aún parece que quiere decir más que San Juan Crisóstomo (20) al afirmar que “el Señor, con la Comunión de este Santísimo Sacramento, no sólo nos dio las riquezas de su amor, sino que nos las dio de tal manera y en tal forma, que al darlas parece como que pródigamente las comunica y derrama”. ¿Verdad, mis queridos niños, que cuando uno oye tales apreciaciones, y tal modo de pensar, por todo un San Juan Crisóstomo, que le llamaba así la gente, porque su boca parecía de oro por las cosas tan altas que decía y por la manera tan altísima y elocuente de decirlas, verdad, repito, que al oír las tales cosas y apreciaciones, dan ganas de cerrar los ojos y colocarse en el sitio más obscuro y quieto del templo a pensar y a adorar tan grande maravilla como es estar y darse Jesucristo al hombre en la Hostia Consagrada? Santa Teresa hizo, pero muchas veces, todo esto. Después de haberlo hecho en día de mucha oración y recogimiento, luego al ponerse a escribir (pues ya sabéis que era Doctora, y escribía mucho y muy bien y muy sabiamente, y todo ello para mucha gloria de Dios y provecho de las almas) se le cayeron de los puntos de su pluma querúbica estos hermosos brillantes o palabras: “Cuando yo veo una Majestad tan grande, disimulada en cosa tan poco como es la Hostia, es ansí que después acá a mí me 19 20

Homit, 24 in Epist. ad Cor. Sess. 13, cap. II.

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admira sabiduría tan grande, y no sé cómo me da el Señor ánimo y esfuerzo para llegarme a Él, si el que me ha hecho tan grandes mercedes, y hace, no me le diese”. Ya lo veis, Santa Teresa, a fuerza de pensar y meditar en la grandeza y majestad del que iba a entrar en su alma por la Comunión, se humillaba, se anonadaba, temía con reverencial temor acercarse a ese foco de infinitas luces como es la Hostia Santa. Por eso decía a su Dios: “¡Oh qué grandísima misericordia y qué favor tan sin poderlo nosotros comprender ni merecer! ¿Y que todo esto olvidemos los mortales? Acordaos vos, Dios mío, de tanta miseria, y mirad nuestra flaqueza, pues de todo sois sabedor” (Exclamaciones). Luego, con las alas de la confianza y del amor, daba su vuelo de blanca paloma y, posándose en la misma llaga del costado de Cristo Jesús, le decía: “¡Oh Señor Dios mío, y cómo tenéis palabras de vida eterna adonde todos los mortales hallarán lo que desean, si lo quisiéramos buscar! Mas qué maravilla, Dios mío, que olvidemos vuestras palabras con la locura y enfermedad que causan nuestras malas obras. Pues haced, Señor, que no se aparten de mi pensamiento vuestras palabras. Decís Vos: Venid a mí todos los que trabajáis y estáis cargados, que yo os consolaré. ¿Qué más queremos, Señor? ¿Qué pedimos? ¿Qué buscamos? ¿Por qué están los del mundo perdidos sino por buscar descanso? ¡Válame Dios, oh, válame Dios! ¿Que es esto, Señor? ¡Oh, qué lástima! ¡Oh, qué gran ceguedad que le busquemos en donde es imposible hallarle! ¡Oh, vida, que la dais a todos! No me neguéis a mí esta agua dulcísima que prometéis a los que la quieran. Yo la quiero, Señor, y la pido, y vengo a Vos. ¡Oh, fuentes vivas de las llagas de mi Dios! Cómo manaréis siempre con gran abundancia para nuestro mantenimiento, y qué seguro se irá por los peligros de esta miserable vida, el que procure sustentarse de este divino licor” (Exclamaciones). Ea, niños muy amados en Cristo, seguid el vuelo y los deseos de Santa Teresa. A imitación de la gran Santa, batid las dos alas de vuestra alma candorosa, o sean vuestros deseos y vuestros santos y reverenciales temores. Ya que en más de una ocasión, al oír cómo la Santa, cuando niña, quiso ir al Africa, en compañía de su hermanito Rodrigo, a que los descabezasen por amor de Cristo, vosotras decíais que queríais imitarlos; imitadlos muy enhorabuena, si no en el deseo de ser mártir, porque a esto no lleguen vuestras fuerzas, al menos en el deseo de prepararos a recibirle en vuestra primera Comunión con toda pureza de alma y cuerpo, con todo amor y con toda reverencia. 38

Decidle, pues, allá en lo íntimo de vuestra alma y de vuestro corazón: Venid a mi alma, dulce Jesús de mi vida, venid y llenadla con vuestra gloria y amable presencia. Venid, tomad posesión de mi corazón y purificadle. Venid, morad en mi cuerpo y haced que se mantenga siempre puro, y digno templo de vuestro Espíritu Santo. ¡Oh pan de vida, que yo, aunque indigno, experimente la dulzura y suavidad de vuestro gusto celestial! ¡Oh maná sabrosísimo, que encierra las delicias del cuerpo y de la sangre de mi Señor Jesucristo, que yo, al gustaros, halle insípidos y amargos los placeres pecaminosos de la vida y las bastardas y deleznables delicias de los sentidos! Renovad, amados de mi alma, una vez más estos actos de fe y de amor, y mientras yo absuelvo y perdono vuestros pecados, decid del todo arrepentidos el “Yo pecador...”. Confíteor Deo...

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Plática 10.ª 21

Tantum ergo Sacramentum veneremur cernui. SUMARIO: El Libro II de los Reyes. — La mesa del Cielo y la de la Eucaristía. — La entrada de Jesús en el alma. — ¿Queréis más aún? — Antorcha de la fe. — Los caminos del corazón. — Soliloquios de San Agustín. — Propósitos. — Deseos de comulgar. Cuéntase en el Libro de los Reyes que, queriendo el Señor poner una penitencia a David por cierta vana complacencia, que en hacer el recuento de su pueblo y de su ejército había tenido, le dio a escoger una de estas tres aflicciones: El hambre, la guerra o la peste por espacio de tres días. Escogió esto último, y nota el Sagrado Texto, expuesto por los setenta, que, apenas llegó la hora de comer, la pestilencia cesó por completo. El Carmelita insigne y Doctor de la Iglesia, San Cirilo, en su comentario a este pasaje de la divina Escritura, dice (22) que no nos cause extrañeza tan milagroso acontecimiento, ya que en aquella comida estaba figurado el Santísimo Sacramento de nuestros altares y la Sagrada Comunión, con la que se sustenta y recrea nuestra alma. El Señor, añade el Santo, nos quiso dar a entender en este suceso que en presencia de un solo símbolo, que en presencia de una sola figura o sombra de estas singularísimas finezas eucarísticas, su justo enojo se desvanece y sus temibles iras se desarman. Por eso, desde el día en que los niños cristianos comulgan por vez primera, el Señor enciende en medio de su alma un extraordinario foco de luz, con el que se ponen en fuga todas las tinieblas y obscuridades del espíritu, y una tan nueva y desconocida fortaleza, causada por lo sólido y nutritivo de la eucarística alimentación, que el hombre a sí mismo se desconoce. Y es que en nada desmerece la mesa de la Eucaristía a la mesa de la Gloria. Aún va más adelante el famoso exégeta que os nombré en un principio (Silveyra): Dice éste, explicando el libro del Apocalipsis, que el 21 22

Predicada el día del Corpus en la primera Comunión de 12 niños. S. Ciry. de Alex. De Adorat., lib. XIII.

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mismo San Juan, al hablar de la mesa del cielo en su profético libro, la sabe hasta cierto punto describir y pintar; pero que al querer hacer lo mismo con la mesa eucarística en su Evangelio, se acobarda y detiene, pues con ser tantos los dones que se comunican en el Cielo, son incomparablemente más y más altos los que debemos a Jesús Sacramentado, ya que los primeros se pueden de alguna manera pintar y describir, y los segundos es del todo imposible, pues son tan excelsos y sublimes, que no hay lengua que los pueda referir. Con razón Santa Teresa, después de comulgar, sentía tales efectos, que dejó escritas estas sublimes palabras: “Algunas veces, y casi ordinario, a lo menos lo más continuo, en acabando de comulgar descansaba; luego a la hora quedaba tan buena alma y cuerpo, que yo me espanto. No parece sino que a un punto se deshacen todas las tinieblas del alma” (Autobiografía). ¡Cuántas riquezas, cuántas grandezas, qué de provechos en este inefable y Santísimo Sacramento del Altar! Tantum ergo Sacramentum veneremur cernui. Niños amantes de la Hostia Santa, ¿qué pensáis vosotros de las excelencias y virtudes encerradas en el Santísimo Sacramento, el mismo que saldrá triunfante esta tarde por esas calles en la magna procesión, el mismo que aun en figura obraba, como acabáis de oír, tales prodigios en la antigüedad; el mismo que ahora en seguida va a entrar en vuestros pequeños y puros corazones, y va a entrar no en figura, sino en realidad y tal como esta sentado en el cielo a la diestra de su Eterno Padre? Y a su entrada, vosotros, niños amados, no sólo tocaréis la orla de su vestido, como la tímida mujer del Evangelio (Lc 8, 44); no sólo besaréis sus pies, como la penitente Magdalena; no solamente descansaréis recostados sobre su pecho, como el discípulo amado, sino que la preciosa sangre de Jesús se mezclará y fundirá con la vuestra y su alma y su cuerpo y su divinidad se posesionarán de vuestro corazón y de todo vuestro ser, y lo inundarán de dicha y de contento. ¿Queréis más aún? Pues aún hay más en la Hostia Santa para vosotros, ya que por medio de ella, Dios, niños míos, penetra en vuestra alma como luz y verdad infinita para iluminaros y encender en vosotros ¡a antorcha de la fe. Y al penetrar como luz y verdad, como además de esto Dios es caridad, ¿qué hace así que llega a lo más recóndito del alma? Pues ahogar, matar los gérmenes del egoísmo, y en su lugar hace brotar la rosa de la caridad cristiana, la violeta de la humildad y la azucena de la pureza y el candor. ¡Cuánto sabe Dios! ¡Cuánto puede Dios! ¡Cuánto os ama en este Sacramento! 41

Preparad, disponed los caminos que conducen a vuestro corazón, que va a llegar el feliz instante en que Jesucristo, Señor nuestro, los precisa recorrer, y no parará hasta llegar a lo más céntrico de él, y allí asentar el trono de marfil y oro purísimo de su gloria y de sus misericordias infinitas. Decidle a Jesús así que le tengáis en vuestro corazón, con el devoto San Agustín: Señor mío Jesucristo, redención mía, misericordia y salud mía, yo os alabo y hago gracias, no las que debo ni dignas de vuestros beneficios, sino indevotas, flacas y tibias y sin la dulzura y afecto que sería razón, y tales como yo, vuestra vil y miserable criatura os puede ofrecer. Pero vos, Señor, esperanza de mi corazón y virtud de mi ánima, suplid por vuestra misericordia lo que falta a mi flaqueza, pues sois mi vida y el bien y fin de todos mis intentos. Señor, Vuestra bondad me crió, vuestra misericordia me limpió del pecado original, y vuestra paciencia me ha sufrido, sustentado y esperado. Dios mío, Creador mío, sufridor y pastor mío, yo tengo sed y hambre de vos, y deseo de vos, y por vos suspiro y a vos amo y a vos sacramentado desea en estos momentos mi alma recibir. Sí, niños muy amados en el Corazón de Jesús, decidle todo esto al Señor, decidle que queréis ser muy buenos de hoy en adelante para poder comulgar muchas veces, que vais a empezar desde este día a ser más respetuosos y obedientes con los mayores, en especial con vuestros padres, más amables con vuestros hermanitos, y más devotos y formales en la iglesia. Y ahora, para que Jesús se digne echar su santa bendición a estos propósitos y deseos, y para que venga de muy buena gana a vuestras almas, confesaos a Él y decidle de todo corazón: “Yo pecador...”. Confíteor Deo...

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Plática 11.ª 23

Mane nobiscum Domine. Luc. XXIV, 29. SUMARIO: El día que hizo el Señor. — El cordero pascual y el mes en que era sacrificado. — Lo que esto significa. Necesidad de retiro y mortificación de los sentidos para prepararse a comulgar. — Así lo hacían los Santos. — También las almas buenas. — -Método de Santa Teresa. — Es el mas fácil y sencillo. — Está al alcance de todos. — A pedir, niños, a pedir mucho a Jesús. Día santísimo, amados niños en el Señor, es este en el cual vais a tener la inmensa dicha de hacer vuestra primera Comunión. Este día de la Resurrección es el día que hizo el Señor, haec est dies quem fecit Dominus (Sal 117, 24), y aunque todos los hizo Dios, éste señaladamente se. dice que lo hizo el Señor, porque en él, como dice el Venerable Granada, acabó la obra de nuestra redención. Por manera, mis amados, que vais a comulgar en plena Pascua florida. En la ley antigua se mandaba sacrificar el cordero pascual precisamente en el mes de Nisán (Ex 12, 14), o sea éste de Abril, en el cual, después de reverdecer con frondosidad y lozanía los árboles, exhalan luego el perfume y la fragancia de suavísimas flores. Esto es, como dice un ilustre y devoto comentador de la Sagrada Escritura ( 24), para simbolizarnos y darnos a entender, en este verdor y fragancia, las virtudes, los afectos y la devoción con que nos hemos de acercar a recibir al verdadero Cordero inmaculado, que es Nuestro Señor en el Santísimo Sacramento del Altar, esto es, con el verdor de la fe, con la lozanía de la esperanza y con la fragancia de la caridad, humildad y pureza. Y dicen más los libros santos; dicen que el cordero pascual era conducido al pueblo cinco días antes de ser sacrificado (Ex 12, 36), para 23

Se dijo esta plática el día de la Resurrección en la primera Comunión que hicieron 20 niños del colegio de los Salesianos de Córdoba. 24 Rupert. Abb. in Exod., cap. V.

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significarnos, como dice San Gregorio Nacianceno, la necesidad que tenemos de mortificar nuestros cinco sentidos por medio del retiro, abstracción y penitencia (que es precisamente lo que todos vosotros habéis en estos días anteriores practicado según vuestras fuerzas y condición) a fin de que nuestra alma se purifique y enfervorice para recibir al divino Jesús. Así lo practicaron siempre los santos y lo practican ahora todas las almas que los desean imitar. Cuántas veces habréis vosotros, mis amados niños, deseado saber (no me digáis que no) y hasta preguntado: ¿Cómo comulgaría Don Bosco? ¿Cómo comulgaría Santa Teresa? ¿Qué harían para prepararse a recibir a Jesús Sacramentado? Mirad, yo de Don Bosco no lo sé sino de una manera muy general, es decir, que se preparaba con mucho fervor y tierna devoción para comulgar y decir Misa. Pero de Santa Teresa lo sé al dedillo, por haber ella dejado en sus obras escrito el modo y manera que tenía de prepararse para comulgar. Dice, pues, lo siguiente: “Hace muchos años que, aunque no era muy perfecta, cuando comulgaba, ni más ni menos que si viera con los ojos corporales entrar en la posada de mi alma al Señor, procuraba esforzar la fe, desocuparme de todas las cosas exteriores cuanto me era posible y entrarme con Él. Procuraba recoger los sentidos para que todos entendiesen tan gran bien, digo, no embarazasen al alma para conocerle. Considerábame a sus pies, y lloraba como la Magdalena, ni más ni menos que si con los ojos corporales le viera en casa del Fariseo. Y aunque no sintiese devoción, la fe me decía que estaba bien allí, y estábame allí hablando con Él” (Camino de perfección). ¿Qué decís vosotros, mis amados en el Señor, qué decís vosotros de este modo de prepararse Santa Teresa para comulgar? Vamos, tanta gana que teníais de saberlo, ahora que ya os tengo dicho algo del modo cómo se preparaba, ¿qué decís de él? ¿Verdad que no se puede dar cosa más sencilla ni candorosa? ¿Verdad que no es posible encontrar método más fácil ni menos aparatoso y amanerado? En fin, como todas las cosas de Santa Teresa, sencillas y al mismo tiempo llenas de sublimidad. Porque es lo que yo digo: Vamos a ver, ¿qué método mas fácil para mí, para vosotros y para todo el mundo, que este tratar a Jesús Sacramentado, cuando le recibimos en la Comunión, lo mismo que si le viéramos, como hacía la Santa, pues sabemos por la fe que realmente está allí? Viene vuestro padre o vuestra madre de fuera, del mercado, de la feria, de la dulcería o frutería, viene y vosotros la veis entrar, ¿qué hacéis entonces?. Pues agasajarlos, abrazarlos, besarlos y hacerlos la mar de 44

zalemas. ¿Y para qué? Pues para que suelten lo que traen y os den algo a probar. Pues esto es lo que Santa Teresa hacía con el dulcísimo Jesús al recibirle en la Comunión, y esto es también lo que habremos de hacer nosotros. Jesús, cuando entra en nuestra pobre alma, trae alegría (de esta no estáis muy necesitados que digamos, ya que la enseñanza de los hijos de Don Bosco está amasada con regocijo y alegría del cielo), trae paciencia, trae pureza, trae amor, trae obediencia, trae aplicación y memoria y entendimiento, y hasta trae dinero y abrigos y favores temporales, si os convienen, como son salud, buena suerte, etc., etc. Pues si todo esto trae, y lo trae con abundancia, a pedir, niños míos, a pedir, a suplicar, a no dejarle ir a Jesús, como diría la misma Santa Doctora, sin que nos deje ricos y bien surtidos de cuanto necesitemos, lo mismo en lo espiritual que en lo temporal, esto último si conviene, y si no, no. Hoy, día de la Resurrección, hoy que viene a vuestra alma lleno de gloriosos trofeos, a recibirle con fe viva, a pedirle por el Papa y por España, y de un modo especial, por todos los cooperadores salesianos. No quiero hablar ya más, no quiero detener con ello el paso a Jesús, que camina derecho a vuestro corazón. Salidle al encuentro, diciendo el “Yo pecador...”.

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Plática 12.ª 25

Jesus dulcis memoria Dans vera cordis gaudia; Sed super mei et omnia, Ejus dulcis prœsentia. S. Bernardo. SUMARIO: En presencia de los ángeles y de San Luis Gonzaga. — Paráfrasis de un capítulo del Kempis. — Profunda y celestial doctrina de Santa Teresa. — El quid hoc ad œternitatem de San Luis Gonzaga — Sigue la paráfrasis del capítulo del Kempis. Hoc fac et vives. Hora dichosa, momento feliz, amadísimos niños, este en el que acabáis de recibir al amor de los amores, Cristo Jesús. Con toda reverencia, con todo respeto, pero al mismo tiempo con toda confianza y con todo amor, abrazadle y estrecharle contra vuestro corazón una y muchas veces, en la seguridad de que cuando esto hacéis, la Virgen Santísima, todos los ángeles, y entre ellos vuestro angélico protector San Luis Gonzaga, os miran y contemplan contentos, gozosos y complacidos. Decid a Jesús, pero sin avergonzaros de que os oigan los ángeles. Dilectus meas mihi et ego illi (Cant 2, 16), mi amado para mí y yo para mi amado. De hoy en adelante, Jesús mío, bueno quiero ser, obediente quiero ser, amante vuestro quiero ser, pues te he hallado a ti, bien de mi alma, y no te dejaré (Cant 3, 4). No, no te dejaré, Jesús del alma, pues cuando por el pecado me veo sin ti, de mí huye la paz y la alegría y todo me resulta mal. Al contrario, cuando tú estás conmigo y yo no te pierdo de vista, todo me es bueno y fácil, y nada me es duro y pesado. ¡Oh dulcísimo y riquísimo Jesús de mi vida! ¿Quién no te amará? ¿Quién no deseará contentarte? ¡Qué dulces son tus divinas palabras, cuando te dignas hablar a mi alma! Pero si tú no hablas dentro de ella, ¡qué vil es toda consolación! 25

Predicada el día de San Luis Gonzaga en un Colegio de niños, después de haber éstos comulgado, algunos la primera vez, para que sirviese de acción de gracias.

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¡Oh bienaventurada hora esta, Dios mío, en que al recibiros sacramentado os habéis dignado llamarme del dolor y vergüenza de mis pecados y de la confusión y lágrimas de mis culpas al gozo del espíritu y ternuras de vuestro amoroso y paternal Corazón! Os amo, Dios mío, y todas mis cosas, os amo con todo mi corazón. ¡Oh, y quién siempre os hubiera amado! Quién nunca os hubiera ofendido y agraviado! ¡Qué dichoso sería yo, Señor, si desde hoy pudiera dar comienzo a una vida del todo nueva! ¿Y por qué esto no he de poder con el auxilio fortísimo de vuestra gracia? Dios mío, ayudadme, Dios mío, que no te vuelva yo a perder por el pecado mortal. Jesús mío, pues que ahora estás tan cerquita de mí, pues estás en mi corazón, óyeme lo que te voy a decir: Sin amigo fiel yo no puedo vivir contento; pero si tú, Jesús bueno y vida mía, no fueses mi especialísimo amigo, estaré muy triste y desconsolado. Por lo tanto, muy locamente obraré si de hoy en adelante confío y me alegro en otro anteponiéndole a ti. Oh, no, Dios mío, pues convencido estoy de que se debe escoger tener a todo el mundo por contrario antes que estar enemistado contigo. Por eso, entre todos los amigos que yo tuviere, serás tú, Jesús mío, singularísimamente amado. Sí, sólo tú debes ser singularmente amado, porque sólo tú eres bueno y fidelísimo entre todos los amigos. De esta manera habéis de hablar, queridos jóvenes congregantes y amadísimos niños, al Rey de los corazones, que tan de asiento está ahora dentro del vuestro. De esta manera habéis de reconocer en su presencia lo digno que es de vuestro amor y de que todas las criaturas le amen y adoren. Sin Jesús ¿qué puede dar el mundo? Porque ya lo sabéis: Estar sin Jesús es grave infierno, así como estar con Jesús es dulce paraíso. Esta misma verdad la estaba considerando un día Santa Teresa, y con la luz que el Señor la descubrió en ella, escribió en su libro de oro y pedrería, titulado El Castillo Interior, lo siguiente: “Es vanidad y mentira todo lo del mundo, aunque duraran para siempre sus deleites, riquezas y gozos, cuantos se pudieran imaginar. Que es todo asco y basura, comparado a estos tesoros o bienes espirituales que se han de gozar sin fin”. Por eso, como buenos congregantes y devotos de San Luis, quien sabía prepararse para la Comunión y dar gracias después de ella tan admirablemente bien, con lo cual sus propósitos y resoluciones eran tan valientes y estables, haced vosotros parecidos propósitos, sobre todo uno como aquel del Santo, en que se proponía ver y considerar todas las cosas 47

durante el día por el lado e la eternidad, preguntándose a sí mismo a cada paso: “Luis, ¿de qué te sirve esto para la eternidad?” Quid hoc ad œternitatem? Todos, pero muy especialmente los que hoy han tenido la grandísima dicha de recibir por primera vez en su pecho a Jesús Sacramentado, poned especial empeño en huir de todo lo que sea pecado, sobre todo, pecado mortal, que es el que nos priva de la gracia y amistad con Jesús. No olvidéis que es muy grande arte saber conversar con Jesús y gran prudencia saber tener a Jesús, sin perderle por la culpa. Si Jesús estuviere con cada uno de vosotros, ningún enemigo podrá dañaros, pues el que tiene a Jesús tiene un buen defensor y un buen tesoro, de verdad bueno sobre todo bien. Mas el que pierde a Jesús, pierde muy mucho y más que si perdiera todo el mundo. Vivid alerta, jóvenes y niños amadísimos, y no os dejéis vencer de la tentación, porque si no andáis muy atentos al bien de vuestra alma, presto podéis perder la gracia y perder la amistad de Jesús y su dulce compañía. Por eso, si queréis no perderla, sed humildes y pacíficos y será con vosotros Jesús; sed devotos y sosegados y permanecerá con vosotros Jesús; sed puros y castos y cerrad las ventanas de vuestros sentidos para que por ellas no entre lo malo, y Jesús estará con vosotros tan amable y contento, que, como dice Santa Teresa, no le podréis echar de vosotros. Hos fac et vives (Lc 10, 28). Hacedlo así y viviréis ahora vida de verdaderos cristianos y después vida dichosa y sin fin en la gloria. Así sea.

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Plática 13 ª 26

Trahe nos post te, Virgo Inmaculata. SUMARIO: Buscando a Jesús muy de mañana. — El día feliz. — Obediencia y sumisión a lo mandado por la Iglesia. — A recibir al que es speciosus forma prae fillis hominum. — La Escolta Real de la Inmaculada. — Esta fiesta ¿es de ángeles o es de niños? — Pon, Virgen bendita, actos de fe en el alma de estos niños. — Y actos de humildad. — Sobre tus plateadas alas, ¡ oh blanca paloma del Altísimo! — El propiciatorio de oro. — Flores del Cielo. — Afectos piadosos para el momento de la Comunión, Hoy es el día de la Niña Inmaculada, y hoy es el día de las niñas amantes de la Virgen o que desean serlo. Verdaderamente que sois dichosas, niñas muy amadas en Cristo, al acercaros en tal día a recibir por primera vez al que ama vuestra candorosa alma, a ese Jesús que se apacienta (Cant 2, 16) entre lirios y azucenas. “En las frescas mañanas escogidas”, que diría San Juan de la Cruz, y que tan de mañana, o sea en tan temprana edad, os habéis propuesto buscarle, ya que algunas sólo contáis seis años y medio escasamente cumplidos. Qué día este de tanto consuelo, lo mismo para vuestras dignas profesoras, que con su trabajo y actividad han adelantado (suponiendo en vosotras lo que hay que suponer) el tiempo, han hecho que llegue cuanto antes para algunas de vosotras el día feliz de la primera Comunión. Feliz también para vuestros queridos padres, pues al comulgar en vuestra compañía, dan a entender que educan a sus hijos teórica y prácticamente, con la palabra y con el ejemplo, y que al presentaros a vosotras a la primera Comunión, dan pruebas inequívocas de que son hijos dóciles y 26

Predicada el día de la Inmaculada Concepción en la primera Comunión de niñas de un colegio de Madrid.

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obedientes de la Iglesia Católica, la cual manda (27) que los padres de familia y los maestros y los párrocos procuren que todos los niños hagan su primera Comunión así que tengan uso de razón, que suele ser a los siete años poco más o menos. Niñas amadísimas, aquí tenéis ya llegada la hora de que se cumplan vuestros deseos de recibir sacramentado al Hijo de la Inmaculada, al speciosus forma prae filiis homimim (Sal 44, 3), al más hermoso y bello entre los hijos de los hombres. Os supongo bien preparadas y dispuestas para recibirle. Vuestra modestia y recogimiento durante la Misa, vuestro manejo de devocionario de tiempo en tiempo durante ella, y vuestras tiernas miradas a la Inmaculada, que hoy más que nunca aparece a nuestra vista embelesante y encantadora, me hacen creer que sí, que estáis, en cuanto es dable a la humana fragilidad, convenientemente dispuestas para tan grande y solemne acto. Hasta se me figura que en más de una ocasión los angelitos y querubes, que forman y componen la Escolta Real de la Virgen sin mancha, han sentido celos y su poquito de envidia, al pensar si Jesús y su Madre Purísima os querrán más a vosotras que a ellos. Claro: ven que vestís, como ellos, traje de raso blanco, velo blanco, flores blancas, calzado blanco, todo blanco y además el alma muy pura e inocente, pues lo dicho, piensan que todas las atenciones de Jesús y María en esta mañana son para vosotras, por lo de la pureza e inocencia y por aquello de que candor vestis splendorem denuntiat solemnitatis (28), como dice el Papa San Gregorio. Con el mismo Santo Pontífice podemos preguntar de qué solemnidad y de qué fiesta se trata, si de fiesta de ángeles o de fiesta de niños de primera Comunión. Nostrae dicamus, an suae? Aunque, a decir verdad, de ángeles y de niño puede llamarse la fiesta, por ser la protagonista principal en ella la Niña Inmaculada María. Ut fateamur verias, et suae dicamus et nostrae. Virgen bendita, Virgen Purísima, si ésta es principalmente fiesta tuya, tú has de ser la que principalmente prepare el alma de estos niños para recibir a tu Hijo en el augusto Sacramento del Altar. Aquí los tienes, Madre mía. Mira en ellos a los pequeños hermanos de tu Unigénito, a los mismos que Él adoptó en el instante sagrado de su encarnación cuando unió así nuestra carne con la más apretada de las uniones. Pon en su alma actos de viva fe en lo que van a recibir, ya que en la Sagrada Eucaristía está Cristo, todo cuanto es, con su cuerpo, sangre, alma y divinidad. Y por eso el que 27 28

En el Decreto de Pío X Quam singulari. Hom. 21 in Marc.

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comulga está, mientras duran las especies sacramentales, real y corporalmente unido a la carne del Verbo humanado, y por la carne al alma y por el alma a la Divinidad. Pon también en su alma sentimientos de humildad, tú, Señora, que conoces mejor, que nadie cuán despojada quedó por el primer pecado nuestra pobre naturaleza, y cuán enferma y llena de llagas. Tú, encanto de nuestra alma, que eres la excepción hermosa, el privilegio espléndido, el vellocino de Dios, enjuto en medio del universal diluvio (Judic 6, 39), abre la pupila de sus ojos para que a los resplandores de la fe vean estas niñas que los que comulgan son no sólo templos vivos de Dios (1 Cor 3, 16), sino dorados y marfilíticos sagrarios en los que vive y mora Cristo real y substancialmente; y que luego que las especies sacramentales desaparecen por la acción de la fuerza digestiva, la humanidad de Cristo pierde el contacto con el cuerpo del que comulga, pero la Divinidad permanece unida al alma, siendo para ella fuente de amor, de luz y de consuelo. Virgo Imnacalata, tú, que eres el propiciatorio de oro de nuestras ofrendas; tú, que eres el principio, el medio y el fin para acercarnos a Jesús Sacramentado y recibirle y abrazarle, trahe nos post te, arrastra en pos de ti a estas inocentes almas, y pues eres paloma blanquísima de Dios, llévalas sobre tus plateadas alas hasta el Corazón de tu Hijo, para que allí vean y palpen algo siquiera de lo muchísimo que Dios ama a los niños, el deseo grande que tiene de que le reciban en la Santa Comunión y de que se consagren a Él, a su amor y servicio desde pequeñitos. Haz, Reina Inmaculada, que una vez en contacto con la Hostia Santa, perciba el alma de estos niños los rumores lejanos de las armonías del Cielo, la vislumbre de la gloria, las notas perdidas de los plectros de los ángeles, la fragancia de los vestidos gloriosos de Jesús y los delicados perfumes que se desprenden de las flores del Cielo cuando sienten sobre sí la huella de tu pie inmaculado. Como Madre Inmaculada y cariñosa que eres de todas ellas, prepara su alma, toca su corazón, abre sus labios para que digan cada uno de por sí a su Jesús antes de recibirle: Señor v Redentor mío, confiando en tu gran misericordia, vengo yo enfermo al médico, hambriento y sediento a la fuente de la vida, pobre al Rey del cielo, siervo al Señor, criatura al Creador, desconsolado a mi piadoso consolador. Mas ¿de dónde a mí tanto bien, que tú vengas a mí? ¿Quién soy yo para que tu me des a ti mismo? ¿Cómo se atreve el que ha sido concebido en pecado (Sal 12, 6) a comparecer delante de ti? Y tu, Jesús limpísimo y santísimo, ¿cómo te atreves a alargarle los brazos y a estrecharle contra tu corazón? 51

Yo te confieso, pues, mi vileza, reconozco tu verdad, alabo tu piedad y te doy gracias por tu extremada caridad. Por medio de esta santa Comunión quiero, Jesús mío, llegarme y unirme a ti, a quien no puedo venerar debidamente, pero que, sin embargo, deseo recibir con devoción. En vista de mi pobreza e indignidad, me humillaré profundamente delante de ti, Señor, y ensalzaré tu infinita bondad para conmigo. Sí, tú eres el Santo de los Santos y yo la pobre criatura salida del polvo y del lodo. Tú te bajas a mí, que no soy digno de alzar los ojos para mirarte. Tú vienes a mí, tú quieres estar conmigo, tú me convidas a tu mesa. Tú me quieres dar a comer el manjar celestial y el pan de ángeles, y que no es otra cosa que tú mismo, pan vivo que descendiste del cielo (Jn 6, 41) y das vida al mundo. ¡Cuán grande es tu amor, qué inmensa tu dignación! Niñas muy amadas en el Señor, acogeos al manto de la Inmaculada para que sea él el que cubra vuestras imperfecciones y pecados, y doliéndoos y arrepintiéndoos de todos ellos, decid el “Yo pecador”. Confíteor...

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Plática 14.ª 29

Sicut angeli in cœlo. Matth. XXII, 30. SUMARIO: El decreto Quam singulari de S de Agosto de 1910. — Los buenos maestros y los buenos padres de familia. — Vuestra preparación para recibir a Jesús. — Distracciones y poco fervor de las niñas. — Según es la preparación así es el contento de Jesús al entrar en vuestras almas. — Y también el de San José. — Jaculatorias de Santa Teresa para antes de comulgar. Queriendo Dios Espíritu Santo que aquellas niñas y aquellos niños que han de recibir a Jesucristo en la Comunión sean tan puros y limpios y candorosos que se parezcan a los mismos ángeles del cielo y, hasta en cierto modo, se confundan con ellos inspiró a uno de sus Pontífices, al inmortal Pío X, el que mediante su Decreto Quam singulari de 8 de Agosto de 1910 obligase a los padres de familia, maestros y párrocos a que presentasen a todos los niños y niñas de siete años junto a las puertas del Sagrario para recibir en tan tierna edad la primera Comunión. Y esto bajo pecado mortal, en el cual incurren los que este mandato del Papa no cumplen. Por eso, qué gloria no darán a Dios las religiosas que, como vuestras dignas profesoras, averiguan con toda escrupulosidad los años que tenéis, avisan de ello a vuestros padres una vez, dos veces, veinte veces, las que sean menester, a fin de que se señale el día de vuestra primera Comunión; y no contentas con esto hasta se valen del señor Cura Párroco para que obligue a estos padres de familia, perezosos en el cumplimiento de dicho deber. No creo que haya habido, gracias a Dios, dificultad alguna por parte de vuestras familias respecto a vuestra primera Comunión, que siempre los 29

Predicada a las niñas que hicieron su primera Comunión el día de San José en el Colegio de Párvulos que dirigen las Religiosas de la Caridad del Corazón de Jesús, aquí en Madrid.

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hijos de los pobres suelen ser los menos perezosos en sujetarse a los preceptos de la religión. Vamos a ver, ¿qué tal es la preparación con que hoy vais a recibir al Amado de vuestra alma? Mucho me temo que hayáis restado fervor y recogimiento a las disposiciones de vuestro corazón y al fervor de vuestra alma, pensando en si esta niña lleva mejor traje o mejor velo que yo, en si el Devocionario de la otra tiene broches dorados y el mío no, si mis abuelitos me van a regalar, luego que haga la Comunión, esto o lo de más allá. Como veis, mis amadas niñas en Cristo Jesús, estos pensamientos son ajenos a un acto tan solemne, tan serio como es recibir por vez primera al Santísimo Sacramento del Altar. Además, que Nuestro Padre y Señor San José (así le llamaba Santa Teresa), que es el que ahora va a aposentar al Niño Jesús en vuestro corazón, tendrá buen cuidado de ver dónde le aposenta. Porque, claro, yo pondré en vuestra boca la Hostia Santa, por medio de ésta Jesús pasará a vuestro corazón; pero vendrá San José en seguida, mirará fijamente vuestro corazón y si le ve que está distraído, seco, disipado, en seguida dirá al Niño Jesús: Vamos, hijo mío, vamos, que aquí vas a tener mucho frío, aquí en el corazón de esta niña apenas hay amor para ti ni reverencia ni devoción ni nada. Vámonos. Ya veis qué cosa tan triste sería el que esto llegase a suceder, y que llegase a suceder por lo que he dicho antes, esto es, porque hay niñas tan simples y tan vanidosas que creen que a Dios le agradan más los trajes bonitos que las virtudes, la devoción y el amor. Cuando precisamente el alma, el alma, como dice Santa Teresa (Moradas), es la piedra preciosa y el rico diamante, y todo lo demás vale muy poco o casi nada. Al contrario, cuando yo pongo la Sagrada Forma en la boca de una niña devota y recogida y que durante toda la Misa no ha dicho una palabra, sino que ha estado calladita, haciendo muchos actos de amor a su Jesús; cuando por esta Sagrada Forma Jesús va derecho a su corazón, en el que es recibido con toda clase de miramientos respetuosos y devotos y llenos de cariño; cuando Nuestro Padre San José se asoma a esa candorosa e inocente alma, y ve allí a Jesús que está tan contento y tan obsequiado por esa niña; por esa niña que le dice al Niño Jesús repetidas veces: Jesús mío, te amo; Jesús mío, te quiero; Jesús mío, te adoro y te abrazo y te amo y te quiero más que a mis amiguitas, más que a mis hermanitos y más que a papá y más que a mamá y que a los abuelitos; y porque te quiero Jesús mío, ya no más echar mentiras, ya no mirar cosas malas en los escaparates, ya no jugar con las niñas malas, ni enredar en la Capilla, ni desobedecer a 54

las profesoras... Cuando San José ve todo esto, pues se le cae (dicho sea con toda reverencia) la... de contento, y de que haya niñitas tan buenas y tan devotas y recogidas que se mueran de amor por su Niño Jesús, como pequeñas Santas Teresas. ¿Y creéis vosotras que le va a decir vámonos, como antes, cuando la otra? De ninguna manera. Todo lo contrario, hijas mías, todo lo contrario. Vamos, pues, niñas muy queridas del Niño Jesús y de su Padre San José, a prepararse todas, a hacer un esfuerzo para recoger los sentidos y potencias de vuestra alma para recibir al amante Jesús, que viene hoy, día del Santo Patriarca, por primera vez a vuestra alma en la Comunión. Salidle al encuentro deseosas de recibirle, y decidle conmigo estas incendiadoras palabras de Santa Teresa de Jesús, pero decidlas y repetidlas con toda vuestra alma para que se le pegue el amor divino que ellas contienen: “¡Oh esperanza mía y Padre mío, y mi Creador (repitan las niñas) y mi verdadero Señor y hermano! Cuando considero en cómo decís que son vuestros deleites con los hijos de los hombres, mucho se alegra mi alma. ¡Oh Jesús, Señor del cielo y de la tierra! ¡Y qué palabras estas para no desconfiar ningún pecador! Dios mío, ¿para qué es menester mi amor? ¿Para qué le queréis? Con él ¿qué ganáis, Señor? ¡Oh, bendito seáis Vos! ¡Oh, bendito seáis, Dios mío, para siempre! Que os alaben todas las cosas, Señor, sin fin, pues no le puede haber en Vos”. Adoro vuestra tremenda majestad, oculta en esta Hostia Consagrada, en la que se contiene vuestro cuerpo, vuestra alma y vuestra Divinidad. Me postro en tierra para adorar vuestra real presencia en la Eucaristía y para pediros mil veces perdón por todos los pecados de mi vida, los cuales confieso humildemente a Vos, mediante la confesión general. Confíteor Deo,,,

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Plática 15.a 30

Quid retribuam Domino? Ps. CXV, II SUMARIO: Sentimientos de humildad del Rey David. — Oro y piedras preciosas del templo de Salomón. — ¿Quién es el hombre, Dios mío? — San Juan Crisóstomo. — El Rey de los corazones. — Praeber mihi cor tuum. — Santa Teresa. — Preguntas sin respuestas. — Estación al Santísimo. Ya está Jesús en vuestras almas, niños muy amados en Cristo. Venite adoremus. Decid a todas vuestras potencias y sentidos: sentidos míos, potencias mías, Dios está aquí, venid, adorémosle y rindámonos a las exigencias de su amor. ¡Oh Dios de amor! Si el Santo Job se admira de que os acordéis del hombre (Job 7, 17); si el Rey Salomón, al considerar vuestra grandeza y majestad, os edificó aquel famoso templo (3 Reyes 4, 22), cuajado de finísimo oro, construido de riquísimas maderas y piedras preciosas; si Obededon alcanza cumplida bendición para él y para todos los suyos por haber tenido en su casa el arca del testamento (1 Par 13, 14), qué haré yo, Señor, por vos o de qué manera pagaré favor tan grande a vuestra misericordia y bondad, como es el haberos en este instante dignado aposentaros en mi corazón? ¿Quid retribuam? ¿Quién soy yo, Dios mío, para que así te hayas acordado de mí? ¿Qué pastor hay, os diré con San Juan Crisóstomo ( 31), que alimente a sus ovejas con su propia carne, y qué madre que amamante a sus hijuelos con la sangre de sus venas? Sólo Vos, Jesús mío, instituyendo la Eucaristía, podéis ofreceros por alimento a mi pobre alma. ¡Oh, Señor! Con ser omnipotente como sois, no habéis podido hacer más; con ser infinitamente sabio, no habéis sabido concebir cosa más estupenda; y con ser la misma 30

Esta plática para sólo acción de gracias se predicó en el Colegio Jesús del Monte, allá en la Habana, habiéndose leído un libro desde el púlpito para que se prepararan los niños antes de la Comunión. 31 Hom. 61 ad prop. Autioch.

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infinita riqueza, tampoco habéis podido darnos de la plenitud de vuestros tesoros cosa de más valía. Verdaderamente, Jesús del alma, eres y mereces llamarte rey de los corazones. Nadie sino tú ha triunfado con triunfo tan completo y glorioso sobre el corazón del hombre, nadie. Sólo tú, bondad infinita, belleza suma y amor sin límites, ha podido vencer al que nadie vence. ¡Y qué modo de triunfar tan divino sobre nuestro corazón! Empezáis pidiéndolo, empezáis llamándonos hijos muy queridos. Fili prœbe mihi cor tuum (Prov 23, 26). Pidiéndolo en esta forma, ¿te lo podremos negar? Como esto es posible, dado el abuso tan frecuente de nuestra libertad, ¿tú qué haces, Jesús bondadosísimo? Pues empeñarte de tal manera en que te amemos, que no dudas en dar por este nuestro ruin y mezquino amor cuanto guardas y atesoras en las arcas de tu infinita gloria allá en el cielo, o sea tu cuerpo, tu sangre, tu alma y tu Divinidad y cuanto tienes y posees, y esto rogándonos, y esto suplicándonos, y esto obligándonos y mandándonos y forzándonos a que lo queramos recibir. ¡Oh, Hijo del Eterno Padre, te diré con Santa Teresa (32), no seáis tan generoso conmigo, “mirad, Señor, que a los desgraciados la grandeza de la merced les daña”. “¡Oh vida que la dais a todos, os diré con la misma Doctora Seráfica 33 ( ), no me la neguéis a mí”, que la quiero, que la pido y deseo, y por ella suspiro. Dadme gracia, Dios mío, para saberla conservar y acrecentar en mi alma, y que ésta se muestre siempre agradecida a favor tan grande, y tan sin poderle nosotros comprender ni dignamente agradecer. Niños de la Eucaristía, e hijos muy queridos de Dios, decidme: En presencia de la ternura que vuestras almas sienten ahora para con Jesús, y del infinito amor que Él os tiene, y de lo dichosos y felices que al sentirlo sois, decidme, repito, ¿tendrá el mundo razón cuando se queja y murmura de que las almas comulguen y de que ambicionen el ser de Jesús y pertenecerle? ¿Seguirá diciendo y gritando el mundo que obran desatinadamente y que no tienen razón los que del todo y para siempre se entregan a Dios, a su amor y servicio? En presencia de la honraza que se siente, como dice Santa Teresa (34), de ser el alma toda de Dios y de pensar siempre en cosas altas y dignas, y de entender a cada paso en asuntos útiles y provechosos a la gloria de Dios y al bien del prójimo, labor frecuente y ordinaria de las personas que comulgan, ¿seguirá el mundo, seguirán los mundanos teniendo por almas pequeñas a los cristianos prácticos que 32

Exclamaciones. Ibid. 34 Camino de perfección. 33

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comulgan con frecuencia y buscan en todo dar gusto y contento a Dios, cumpliendo su santísima voluntad? ¿Seguirán mofándose de ellas tan sólo porque desprecian al mundo y sus locuras y diversiones peligrosas, para del todo pertenecer a Jesús, a quién con tanta frecuencia reciben? Mis pequeños hermanitos en Cristo Jesús, dejad al mundo que diga lo que quiera y que siga pensando como le acomode. ¡Es un loco! Vosotros ya sabéis lo que tenéis que hacer. A ser buenos y dóciles y obedientes y estudiosos. A comulgar con devoción, con recogimiento, con grande fervor y amor. Por eso, después de esta Comunión, otra, y en seguida otra, y otra, y varias, y muchas, y las que se puedan y el confesor os permita. Pero teniendo siempre mucho cuidado de que nuestros prójimos se den cuenta de que comulgamos al vernos más caritativos, más indulgentes, más amables y atentos, menos egoístas, menos perezosos y menos intratables y adustos. Hacedlo así, y ahora, para terminar, vamos a rezar la estación al Santísimo y la oración Miradme, oh mi amado y buen Jesús, por la que se gana indulgencia plenaria.

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Plática 16.a 35

O Jesu mi dulcissime, spes suspirantis animœ. S. BERNARDO SUMARIO: Fiesta principal del Niño Jesús de Praga. — La primera Comunión de algunos congregantes. — La mirada del Niño Jesús de Praga. — Su bendición. — Mucho recogimiento y fervor. — San Antonio de Padua, San Estanislao y San Alberto de Sicilia. — Vida divina y alimento divino. — Ecce panis angelorum. — La madre y su pequeñuelo. — La Eterna Sabiduría. — Interpretación de San Agustín. — La cadena de oro. — Confíteor Deo... — Acción de gracias. — Dios, cuando habla, hay que creerle. — Es infinitamente sabio e infinitamente bueno. — Fray Luis de Granada. — Una paráfrasis a sus palabras. Os lo confieso, niños amadísimos, sin ambages ni rodeos: Mi alma os tiene envidia en estos felices y dichosos momentos, sobre todo a los que por vez primera vais a recibir, en este día de la gran fiesta del Niño Jesús de Praga, al amor de los amores, oculto en la Hostia Consagrada. Sed también vosotros sinceros ahora conmigo, y decidme si no es verdad que esta mañana, al entrar en este templo carmelitano, habéis encontrado al Niño Jesús de Praga más amable, sus ojos más encantadores, su mirada más benigna, y sus dos deditos, levantados en alto y aprisionados por el misterioso anillo, más generosos y pródigos en echar bendiciones. Sí, todo esto habéis visto y observado y por eso es tanta la alegría de vuestro corazón. ¡Oh, Niño milagroso! Muy amable eres tú para dejar de corresponder a estas miradas y anhelos de tus pequeños congregantes, que tan de mañana se adelantan a recibir el primer beso eucarístico de su Creador y 35

Predicada a los Congregantes del Niño Jesús de Praga, de San Benito el Real de Valladolid, durante la Misa, en cuya Comunión general comulgaron por vez primera bastantes niños.

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Redentor en un día en que el Carmelo respira tu amor y el celestial aroma de tus encantos, y en el que todo él resuena deleitable y fervoroso (Sal 44, 2) como una alabanza a Sión y como un voto en los altares de Jerusalén. Bendice a todos estos niños y prepáralos a recibirte sacramentado, amoroso Niño Jesús de Praga, y puesto que eres el Primogénito del Padre y el Príncipe de la Gloria, preséntalos a tu Dios, que es su Dios (Jn 20, 17), y a tu Padre, que es su Padre. Y vosotros ahora, mis fervorosos congregantes, a ser dueños de sí mismos, no diré por algunas horas, que esto sería mucho y aun demasiado para vosotros, sino durante estos solemnes momentos de preparación para recibir a Jesús; a estar recogidos y quietos, modestos y fervorosos, como lo estarían un San Antonio de Padua, un San Estanislao de Koska o el carmelita San Alberto de Sicilia, que todos ellos tuvieron la dicha de recibir en sus brazos, más de una vez, al Niño Jesús, y en esta actitud nos los presentan siempre los pintores y escultores. También vosotros lo vais ahora a recibir; sólo que no le veréis con los ojos corporales, como estos santos, sino con los del alma, con los de la fe, creyendo en Él y adorándole dentro de vuestro corazón. ¡Qué dicha, qué bondad, qué largueza! ¡Cuánto os ama Jesús, niños míos! Y vosotros, ¿no le amáis a Él? A Él, que es tan amable, a Él, que es tan hermoso, a Él, que es tan sencillo, manso y humilde, y tan bueno que lo es en grado infinito. Mirad vosotros si lo será, que no contento con infundirnos en el Bautismo vida divina, nos prepara ahora en la Comunión manjares y alimentos divinos para conservar y acrecentar esa misma vida. Que por eso la Eucaristía es a la vida sobrenatural del alma lo que la nutrición es a la vida del cuerpo. ¿Y qué es la nutrición? Mirad, la nutrición consiste en tomar los alimentos, ingerirlos, asimilarlos y convertirlos en propia sustancia, mediante una transformación maravillosa, siempre en relación directa con la naturaleza del ser que se alimenta. Pero como además de esta vida del cuerpo y la vida natural del alma, que se alimenta de la verdad, y del bien, y de la belleza, tenemos en nosotros la vida sobrenatural de esta misma alma, que es esa que por el Bautismo hemos recibido y de que antes os hablaba, vida que consiste en conocer, amar y gozar de Dios como es en sí mismo, en este mundo por fe y gracia santificante, y en el Cielo por visión inmediata de la divina esencia, de ahí la necesidad de este alimento divino y manjar eterno del 60

Verbo de Dios, como enseña San Agustín, o sea el mismo con que se alimentan en el Cielo los ángeles y espíritus bienaventurados. Una dificultad se oponía a este plan y deseos de Dios, y era el estar el hombre compuesto de alma y cuerpo, y no poder, por lo tanto, nutrirse de este altísimo y sólido alimento. Pero esta dificultad se venció haciéndose Dios hombre, y se hizo. Et Verbum caro factum est (Jn 1, 14). Y el Verbo se hizo carne; y después de hecho carne, se hizo pan, se hizo Hostia, y todo a fuerza de milagros y prodigios, y ya hecho Hostia, nos alimentamos, mediante ella, del Verbo, que por eso el talento soberano de Santo Tomás de Aquino al comprender esta maravilla, exclamó: Ecce panis angelorum, factus cibus viatorum. Vaya, veo que muchos de vosotros no me entendéis, ni estos latines, ni estos castellanos, y os quiero decir esto mismo de otra manera más llana y corriente: ¿No veis todos los días cómo vuestros hermanitos pequeños, de tres, de seis meses, no pueden comer ni pan, ni otros alimentos que comen las personas mayores? ¿Pero qué hace vuestra cariñosa madre en vista de esta dificultad? Pues se come ella todas estas cosas fuertes, las digiere, las asimila, las convierte en néctar suavísimo, en gotitas de leche, y con estas gotitas se alimentan vuestros pequeños hermanitos. De manera que ellos comen lo que vosotros, la misma sustancia que vosotros, sino que está transformada y adaptada a sus pequeños estómagos. Pues lo mismo, lo mismo ha hecho la Eterna Sabiduría de Dios con nosotros, sapientia œdificavit sibi domum, miscuit vinum et proposuit mensam suam (Prov 9, 2), a fin de podernos alimentar con su misma divina sustancia, esto es, que la envolvió en carne, que la envolvió después en pan, en Hostia, y así envuelta, se entró dentro de nosotros para ser nuestro alimento, que es el mismo con que los ángeles y espíritus celestiales se alimentan y nutren allá en la Gloria. Que por eso pudo Cristo Jesús decir después de todas estas transformaciones: “Yo soy el pan vivo, el pan de vida que bajó del cielo” (Jn 6, 41-51). Niños queridos, niños devotos del Niño Jesús de Praga, a avivar la fe, a dolerse de los pecados, a hacer muchos actos de amor a Jesús, pues el momento de recibirle se acerca, se acerca el instante feliz de comer la carne de Cristo envuelta en los accidentes de pan, y mediante una asimilación, al revés de la corporal, pero conforme a la ley de todas las transformaciones, participaréis de la misma vida del Verbo Encarnado, transformándoos en Él, según su promesa, entendida e interpretada por San 61

Agustín con las siguientes palabras, que el Santo Doctor pone en boca del mismo Jesús: No me mudarás a mí en ti como acontece con la comida, sino que tú serás mudado y cambiado en mí. Non tu mutabis me in te sicut cibum carnis tuae, sed tu mutaberis in me. Y al obrarse esta mudanza y cambio admirables no es que sucumba el que comulga a la presencia del infinito que se le acerca; pero es cierto que hay algo en nosotros que entonces desaparece, como desaparecen las tinieblas con la presencia de la luz. ¿Y qué es lo que en nosotros desaparece cuando dignamente y fervorosamente comulgamos? Pues desaparece, no nuestro ser, ni nuestra persona física, que quedan, mediante la Comunión, dignificados y realzados por la gracia, sino nuestro ser y persona moral en cuanto que se hallan sombreadas y afeadas por los efectos de la culpa. Al comulgar, niños míos en Cristo, os unís real y corporalmente a la carne del Verbo humanado, y por la carne al alma y por el alma a la Divinidad y a la Persona Divina, de la misma manera que si se tratara de anillos de una cadena de oro. Pero comulgáis, pasa un rato, y desaparecen las especies sacramentales, bajo la acción de la fuerza digestiva; ¿entonces qué sucede? Pues sucede que soltáis un anillo de la cadena de oro, pero os quedáis con los otros, que son los que más brillan y resplandecen, esto es, que al perder vuestro corazón y vuestro cuerpo el contacto con el cuerpo y Humanidad de Cristo sacramentado, vuestra alma permanece unida a la Divinidad, que es para dicha alma foco de luz y fuente de gracia. Esa Divinidad, que es la que envuelve al alma en torrentes de luz y de amor, y causa en ella los mismos efectos que el sol en la naturaleza, como enseña San Juan de la Cruz en aquellos sus versos sublimes (36): “Cuando tú me mirabas, Su gracia en mí tus ojos imprimían”. pues entonces, en esa hora de negociar, como llama al rato después de comulgar Santa Teresa, es cuando Dios comunica a nuestra alma la excelencia y virtualidad de su ser, fortaleciendo lo débil que en ella encuentra, alumbrando lo obscuro, sanando lo enfermo y consumiendo con su poderoso fuego consumidor las reliquias del pecado y demás impurezas de nuestro débil barro, para que del todo quedemos desnudos, como quiere San Pablo (Col 3, 9), del hombre viejo, y vestidos y adornados del nuevo.

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Cántico espiritual.

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Para que la Comunión que vais a recibir cause en vosotros todos estos admirables efectos, decid ahora muy arrepentidos y de todo corazón el Yo pecador. Confiteor Deo... ………………. Señor, si vos no lo dijerais, imposible creerlo. Pero vos, Dios mío, sois infinitamente sabio e infinitamente bueno, y, por lo tanto, ni podéis engañaros ni engañarme. Credo quid quid dixit Dei Filius, os diré con Santo Tomás de Aquino. Sí, creo todo cuanto habéis dicho y revelado respecto a vuestra presencia real en este bocado del cielo y manjar de reyes que acabo de recibir. ¡Qué palabras, qué revelaciones! “Este es mi cuerpo. Esta es mi sangre (Mc 14, 29). Quien come mi carne y bebe mi sangre, habet vitam œternam” (Jn 6, 46). No dice tendrá, sino que ya tiene la vida eterna, ya es dueño y está en posesión de ella. ¡Oh Señor del mundo y de mil cuentos de mundos, que diría la perla de Avila, Santa Teresa, qué maravilloso sois en todas vuestras obras! Pero más maravilloso que en ninguna lo sois en esta Hostia Santa que acabo de recibir, pues veo, como dice el sabio Granada, que “no sin causa fue figurada por el maná, el cual no sólo con las propiedades, sino también con el nombre, nos representa las grandezas de este misterio. Porque maná es palabra de admiración, que en lengua hebrea quiere decir: ¿qué es esto? Lo cual con propiedad se ajusta a este misterio, porque él es tal, que quien atentamente lo considerare no podrá dejar de maravillarse y preguntar muchas veces en su corazón: ¿Qué es esto? Conviene a saber: ¿Qué es esto que aquella Majestad infinita que no cabe en los cielos ni en la tierra quiera ahora estrecharse en una Hostia Consagrada? ¿Qué es esto que aquel que mora en los cielos, entre los coros de los ángeles, quiera morar en la tierra con los hijos de los hombres? ¿Qué es esto que otra vez quiera el Señor de la Majestad venir al mundo y ser entregado en manos de pecadores? ¿Qué es esto que aquel que es una misma substancia con el Padre y con el Espíritu Santo se quiera hacer una misma substancia con el hombre? ¿Qué manjar es éste que tanto esfuerza los corazones, que tanto alumbra los entendimientos, que tanto enciende las voluntades, que tanto purifica las almas? ¿Qué convite es éste, qué piedad es ésta, qué amor es éste, qué entrañas de misericordia fueron éstas? Verdaderamente ésta es dádiva digna de tal dador, obra de su bondad, muestra de su caridad y testimonio de su misericordia. ¡Oh pan de ángeles, manjar de vida, esfuerzo de nuestra flaqueza, consuelo de nuestra peregrinación, alegría de nuestro destierro, participación de los merecimientos de Cristo y unión 63

suavísima de nuestro espíritu con Dios!” Niños amadísimos en el Corazón divino, abrazaos fuertemente con Jesús en la Hostia Santa, maravilla de maravillas, y milagro estupendo y cifra y síntesis compendiosa de todas las maravillas y de todos los milagros. Reconoced agradecidos la grandeza del beneficio que el Señor os acaba de hacer mediante los efectos de la Comunión, entre los cuales el primero y más principal es haceros espirituales, buenos y honrados, como verdaderos hijos de Dios que sois, y tan semejantes y parecidos a Él en la santidad y pureza de vida. Y porque ésta es una dignidad tan grande, que podría parecer increíble a gente de poca y apagada fe, fijaos cómo el Señor lo dejó bien asegurado en su Evangelio con la fuerza de su omnipotente palabra, cuando dice: Mi carne verdaderamente es manjar y comida, y mi sangre verdaderamente es confortante bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, él está en mí y yo en él (Jn 6, 55-57). De donde nace que estando Dios en el hombre y el hombre en Dios, venga éste a hacerse por la Comunión, como dice San Pablo (1 Cor 6, 17), un espíritu y una cosa con Él, que es la mayor gloria y dignidad que en esta vida se puede conseguir y disfrutar. Gratias agimus tibi. Decidle de lo íntimo de vuestro corazón, niños queridos: Sí, Dios mío, te damos gracias, te bendecimos, te alabamos, te glorificamos por tu grande dignación y amor.! ¡Gracias, Señor, por el provechoso y saludable designio que tuviste en la institución de este admirable Sacramento! ¡Oh, cuán admirables son tus obras! ¡Cuán poderosa tu virtud! ¡Cuán inefable tu verdad! Conserva, Jesús mío, este mi corazón y mi cuerpo sin mancha, para que con alegre y limpia conciencia pueda comulgar muchas veces en lo sucesivo. Y haced, Señor y Dios mío, que cada vez que comulgue me parezca este gran misterio de salud tan grande, tan nuevo y agradable, como si fuese el mismo día en que, descendiendo al vientre de la Virgen, te hiciste hombre, o aquel otro en que te pusiste en la cruz para padecer y morir por la salud del género humano. Recemos ahora la Estación al Santísimo Sacramento y el Miradme, oh mi amado y buen Jesús... y después un Padre nuestro por la intención del Papa y para ganar la indulgencia plenaria, concedida por Pío X a los que hacen la primera Comunión.

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Plática 17.a 37

Panem de coeto praestitisti eis, Omne delectamentum in se Habentem. Liturg. SUMARIO: Los niños y las palomitas. — Analogías. Eucarísticos resplandores. — Deber cumplido por los padres de familia y por los maestros. — Santa Teresa y San Juan de la Cruz. Cuando durante la Misa de Primera Comunión oigo cantar “Las palomitas vuelan... vuelan hacia el altar”, alabo a Dios, porque tal letra y tal música inspiró a los que tal cántico compusieron. Y es que yo encuentro analogías singulares entre los niños y niñas vestidos de blanco con las palomas. ¡Qué preciosas éstas cuando el sol da en sus alas, y, sobre todo, en las plumas de su cuello, en esas plumas de color metálico! ¡Qué cosa más encantadora los cambiantes de luz que el sol con las tales plumas forma! Niños queridos, niños del alma, mirad: Lo que la luz y las plumas hacen en el cuello de las palomas, hacen en vuestra hermosa alma las virtudes teologales y cardinales y los dones del Espíritu Santo que en el santo Bautismo os fueron infundidos. Hoy os acercáis luciendo esas preseas, y cuando el sol de la Eucaristía que vais a recibir refleje sus luces en vuestra alma blanca e inocente, se mezclan, se confunden, se agrandan los eucarísticos resplandores con los de vuestra alma en gracia, y, así mezclados y agrandados, llegan al Vaticano donde mora el Papa, y llegan a las Indias donde trabajan y sufren las misiones, y llegan a Méjico donde son perseguidos y maltratados nuestros hermanos y, llegan a las cárceles y hospitales donde sufren tantos encarcelados y enfermos, y todos, mediante “la comunión de los santos” que es artículo de fe, sienten el benéfico influjo de los fervores de vuestra Comunión. 37

Predicada en el Convento de María Reparadora, de Madrid.

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¡Oh, qué cosa tan grande, oh qué cosa tan santa una Primera Comunión! Dichosos los padres que, obedeciendo al precepto de nuestro Santísimo Padre Pío X, de feliz memoria, se dan prisa a presentar sus niños para la primera Comunión, así que cumplen los siete años. Dichosas las religiosas y profesoras que, dejando otros quehaceres, se emplean en arreglar y preparar estos jardinitos en que se recrea Jesús, que jardines son, como enseña Santa Teresa en su “Camino de Perfección”, las almas limpias y puras que comulgan, y jardines donde con el riego de la gracia crecen los blancos lirios, las olorosas rosas y los perfumados claveles de las virtudes. Las palomitas vuelan, vuelan al palomar, y también vosotros, niños queridos, vais ahora, volando, volando, con las alas de la pureza e inocencia a posaros junto al Sagrario donde mora el que ama vuestra tierna alma. Acercaos, apresuraos, abrid de par en par las puertas del jardín de vuestras almas, que se abran y dilaten los pétalos de los jazmines y azucenas, y “corran los olores, y aparecerá el Amado entre las flores”, que diría San Juan de la Cruz. Y, ahora, de todo corazón, el “Yo pecador, o sea el Confíteor.

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Plática 18.a 38

O sacrum convivium in quo Christus sumitur. (Antif. Office. SS. Sacram.) SUMARIO: Todos los buenos tienen asiento en este convite. — Pilarcita ha hecho sus invitaciones — Ya esta abierto el Sagrario — Lo que dice el Angel de la Guarda. — Los querubes plegan sus alas. — Ecce agnus Dei — El corderito blanco de la oveja inmaculada. — San Juan de la Cruz y el Niño Jesús. — Confíteor Deo... Sagrado convite, y, para la niña Pilar, el primero, en el que por primera vez va a recibir la sagrada Comunión. Ella, Pilarcita, lo ha visto, allá en su fantasía, tan grande, tan magnífico y divino, que ha convidado para que participen de él a sus padres, hermanos y demás familia. Les ha dicho: Venid que mi Jesús os espera, venid que hay para todos. Y todos han venido tan contentos a recibir la santa Comunión con Pilarcita. Estarás contenta, hija mía, ¿no es así? Pero, he aquí que llegado el solemne momento, o sea, este en que ahora estamos, ya con el Sagrario abierto, y a nuestra vista el Amor de los amores, Cristo Jesús, y con él cientos y cientos y miles de ángeles que forman su divina y real escolta (que aunque no lo vemos con los ojos del cuerpo, aquí están y aquí actúan), todos ellos se dirigen al ángel de guarda tuyo, Pilarcita, a ese que de seguro te está tocando con sus alas, y le preguntan: ¿Quae est ista? ¿Y esta quién es? Oigamos lo que responde tu ángel: “Esta es una niña que desde que vino al mundo yo estoy con ella, la guardo y acompaño siempre. ¿Que quién es ésta? Esta es una niña a quien Dios, después de crearla y redimirla, la ha dado padres cristianos que la han enseñado a amar a Dios y a temerle; que, además la ha dado dignas y competentes profesoras que la 38

Predicada en el Convento de María Reparadora, de Madrid, en Mayo de 1928.

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eduquen y preparen para su primera comunión, que ella desea con todo fervor recibir para tener la inmensa dicha de abrazar al que ama su alma”. Esto han oído los ángeles y querubines que ahora rodean el Sagrario, y, al punto, inmediatamente, han plegado las alas y han comenzado a amar y a adorar al Santísimo Sacramento y a rogarle por ti. Tú querrás hacer lo mismo, ¿no es así amadísima en Cristo? Pues mira, para que mejor lo hagas te voy a dar un consejo, digo, te lo va a dar Santa Teresa por mí, y es el siguiente: “Cuando hayáis de acercaros a comulgar —decía la Seráfica Doctora teniendo en la mano su pluma de oro— , cuando hayáis de comulgar, cerrad los ojos del cuerpo y abrid los del alma, pues es al mismo Dios a quien vais a recibir. Postraos interiormente a sus pies, como lo hizo la Magdalena”. Y ahora, Pilar, cuando yo tenga en mis manos la Sagrada Hostia, y diga en alta voz: Ecce Agnus Dei, qui tollit peccata mundi, he aquí el Cordero de Dios que limpia, que quita los pecados del mundo; tú, hija mía, aviva la fe, agranda tu esperanza, dilata los senos de tu amor y caridad y prepárate a recibir al que ama tu alma. Fíjate, ecce Agnus Dei, he aquí el Cordero de Dios. Pudiera haber dispuesto la Iglesia que dijéramos los sacerdotes al tener la Hostia en nuestra mano: He aquí al Dios Omnipotente, al Dios que nos ha de juzgar, al Dios Hombre que murió en la Cruz. Todas estas cosas podríamos decir y diríamos grande verdad. Pero sólo decimos: He aquí el Corderito blanco, el corderito manso, el corderito hijo de la oveja inmaculada, que roba los corazones. Y al oír esto, todos y tú como nosotros nos llegamos sin miedo, con amor, con ansia, con vehementes deseos de encerrarle en nuestro pecho y decirle muy de corazón con San Juan de la Cruz: “Mi vida, mi Niño Jesús, mi encanto, te amo más que a mi vida, más que a mi alma, más que a mí mismo, “si amores me han de matar ahora tienen lugar”. Ea, pues, a decir con amor y santo temor la confesión general o sea el Confíteor.

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Plática 19.a 39

In cruce latebat sola deltas, ac hic lated simul et humanitas. Santo Tomás de Aquino. SUMARIO: En el Cerro de los Angeles. — El sol que nimba con sus resplandores la grandiosa estatua convidando a orar. — Terciarios y algunos niños de primera Comunión. — El bone pastor, panis vere de Santo Tomás. — Estas palabras explicadas por Santa Teresa de Jesús. — Palabras del Catecismo. Jesús ocultando sus resplandores. — Jesús el día de primera Comunión no niega nada a los niños buenos. — El Cerro de los Angeles es sitio que Dios mira con predilección. — A comulgar. — Después a rogar por el Papa, por España, por... Fervorosos Terciarios de la Virgen del Carmen, Nuestra Santísima Madre, y de la gran Santa Teresa: Día magnífico, espléndida mañana la que habéis elegido para ofrendar al Corazón de Jesús el tributo de vuestros obsequios, alabanzas y reparaciones. Para más moverle a que se apiade de España y del mundo entero os habéis traído con vosotros a estos niños angelicales que hoy tienen la gran dicha de hacer la Primera Comunión. Permitidme que ahora en estos precisos momentos que preceden a la Comunión les diga dos palabras para que mejor se dispongan a uno de los más transcendentales actos de su vida, cual es el hospedar al Amor de los Amores por primera vez en su hermosa alma. Estadme atentos, niños amadísimos, que seré muy breve. Bone Pastor, pañis vere. Pastor bueno y pan verdaderamente bajado del Cielo. El autor de este verso, que es Santo Tomás de Aquino, se extasiaba en presencia de la Hostia Santa, y cuando volvía del éxtasis no acababa de admirarse, viendo que Nuestro Señor en la Cruz ocultaba tan sólo la Divinidad, pero aquí en el, Santísimo Sacramento oculta y encubre 39

Esta se predicó en el Cerro de los Angeles durante una Misa, en el mismo altar del Monumento, en la que comulgaron los Terciarios del Carmen, y entre ellos varios niños de primera Comunión.

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hasta la misma humanidad, y todo con gran sabiduría, exclama Santa Teresa de Jesús, pues asegura la Gran Doctora que “no habría quien parase en el mundo, ni quien quisiera vivir en él, al ver a Cristo tal cual es, y lleno de resplandores y hermosura”. Y añade, “que al ver aquella tan grande e infinita verdad, se vería ser mentira todas las cosas de que aquí en el mundo los hombres hacen caso”. Es decir, niños amadísimos, y para que vosotros de alguna manera entendáis las palabras de Santo Tomás y de Santa Teresa, que Dios al no dejarse ver, tal cual es, cuando le recibimos en la Comunión, nos hace un gran favor, pues está oculto en la blanca Hostia para que nos acerquemos a recibirle más confiadamente y sin ningún reparo ni temor. Una gran misericordia por el tesoro de méritos y gracias con que nuestra alma se enriquece ejercitando la fe viva, cuando entra Jesús en vuestra alma así tan humilde, tan disimulado y como plegando el áureo ropaje de gloria y atributos a fin de caber en esta Hostia tan pequeñita, y así entrar hasta nuestro corazón y apoderarse de él para amaros y ser amado de vosotros. Mirad, ya sabéis lo que dice el catecismo, esto es, que en la Hostia consagrada hay cuerpo, sangre, alma y divinidad de Nuestro Señor Jesucristo. Nada de esto vemos, pero todo esto lo creemos, porque así lo enseña la fe. Además, que si algo viéramos de los resplandores de Jesús, nos deslumbraríamos, nos casi cegaríamos y no podríamos comulgar. Ese sol tan espléndido que ahora está dando en nuestras cabezas, ¿le podríais mirar frente a frente sin deslumbraros? Claro que no. Pues mirad, la Divinidad que está con el cuerpo de Jesús aquí en la Hostia, es como un sol, es como cien soles, es como mil soles a un tiempo. Pues ved aquí que la sabiduría de Dios oculta, a fuerza de prodigios, todos estos soles bajo las especies sacramentales, y así es como podemos comulgar. En la Pasión, en el pretorio de Pilatos, ocultó el atributo de su poder y omnipotencia, y así lo pudieron los judíos azotar y coronar de espinas. Aquí en la Comunión oculta los resplandores de su gloria en la Hostia Santa y podemos comulgar tranquilos y recibir a Jesús en nuestro pecho sin miedo a deslumbrarnos y cegarnos. Acercaos, pues, todos con mucha devoción y dolor de vuestras culpas a comulgar, y, sobre todo, aquellos niños que entre vosotros lo van a hacer por vez primera. Sí, con mucho dolor, con mucha pena de haber ofendido a Jesús que nos ama tanto. Y además, con muchos deseos de comulgar con toda limpieza de conciencia con el amor y fervor con que comulgan las almas santas, pues 70

vais a recibir al Dios tres veces Santo, esto es, tres veces limpio, pues en lengua hebrea santo es lo mismo que limpio. El día de la primera Comunión no niega Jesús nada de cuanto piden a los niños que la hacen. Pues ya que tenéis, niños amadísimos, la gran dicha de hacer vuestra Primera Comunión en el Cerro de los Ángeles, lugar que el Sagrado Corazón de Jesús mira con predilección desde el Cielo, a pedir hoy, después que comulguéis, por el Papa, por España, por todos los niños españoles y por sus respectivas familias y por todas las intenciones del Corazón Divino. Y ahora a decir con todo fervor el “Yo pecador”. Confíteor...

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JHS.

Plática Congreso Eucarístico

De fervorines predicada en una de las comuniones generales que se hicieron con motivo del XXII Congreso Eucarístico Internacional, por el R. P. Fr. Gabriel de Jesús, C. D. Bone Pastor, panis vere, Jesu nostri miserere: Tu nos pasce, nos tuere. Santo Tomás de Aquino. SUMARIO: Hora solemne. — Una preocupación. — ¿Cómo comulgaría Santa Teresa? — Fe. — Dios está aquí. — Misterio de fe. — Símiles y comparaciones. — Esperanza. — Esperanza humana. — Esperanza teológica. — Bocado que sabe a cielo. — Obstáculos a la esperanza. — Caridad. — Definición que da el Catecismo. —Exclamaciones de Santa Teresa. — Se acerca el momento feliz. — Venite. — Mal incurable. — Confiteor Dei. — Cielos y tierra, bendecid al Señor. — Quid retribuam? — La mejor hora de negociar de negociar según ensena Santa Teresa. — Ruegos y súplicas. I Hora solemne, grandiosa, eucarística, ésta que ahora vivimos. Todo Madrid está envuelto en los resplandores de eterna luz que se desprenden de la Hostia Santa. Ahí fuera acabo de dejar a miles de niños y niñas, ¡muchos miles!, que inundan las calles y se apoderan de todos los tranvías y sorprenden y dejan como enajenados a los transeúntes, que al verlos con sus trajes y lazos blancos comienzan por dudar si serán seres humanos o espíritus angélicos, pues tal y tan grande es el gozo y bienestar, que todos, aun los más distraídos e indiferentes, sienten al verlos pasar. Yo diría que esos tranvías y ómnibus, repletos de niños, semejan canastillos de perfumadas rosas blancas, en las frescas mañanas escogidas, que diría mi 72

Padre San Juan de la Cruz, o nutridos enjambres de blancas abejas encargadas de hacer efectivo el dicho profético del Rey David (Sal 107, 12). Circundederunt me sicut apes. Que a eso van al Retiro estas tiernas abejas de la infancia, a rodear a Jesucristo Hostia, blanco panal de riquísima miel, en los cielos fabricada. Sí, todo Madrid está lleno de la Hostia Santa. Y para que sea más plena mi convicción, os veo, no sin gran sorpresa, reunidos aquí a todos los que pertenecen a las Asociaciones piadosas establecidas en las parroquias de San Ildefonso y de Santa Bárbara, disponiéndose a recibir en sus almas a Jesucristo Sacramentado, para testimoniarle su amor y agradecimiento por haberse quedado con nosotros hasta la consumación de los siglos. De seguro que lo que más os preocupa en estos momentos es poder encontrar la manera de hacer una Comunión que se parezca a las que hacía Santa Teresa, para que fuera digna del acontecimiento extraordinario que celebramos. Sí, yo estoy seguro de que allá, en el fondo de vuestra alma, se levanta este deseo envuelto en santa curiosidad. ¡Dios mío, quién pudiera comulgar como Santa Teresa de Jesús! ¡Dios mío, quién supiera el modo cómo se preparaba esta mi Santa querida! Yo os lo diré. Mirad, cuando Santa Teresa se acercaba a comulgar, que era todos los días, el primer suspiro que brotaba de su corazón seráfico era éste: “¡Oh hermosura que excedéis A todas las hermosuras!” Quien así suspiraba y quien así gemía daba bien claro a entender que se acababa de ejercitar en actos de las virtudes teologales, fe, esperanza y caridad, porque sólo con la ayuda de estos tres telescopios divinos se puede columbrar algo de aquella infinita hermosura que velan y cubren los accidentes sacramentales. Hagamos otro tanto nosotros para que nuestra preparación se parezca a la de aquella insigne Doctora, maestra en el arte de recibir a Jesús Sacramentado, y darle gracias después de haberle recibido, como la llama el P. Faber. II Fe. — Traed a vuestra memoria en estos instantes la tarde aquella de la Resurrección en que caminaban hacia el castillo de Emmaús dos discípulos del Señor, tristes y apesadumbrados porque, según ellos, no se había cumplido lo anunciado al tercero día, o sea el hecho de la Resurrección. 73

Ved cómo el Señor en traje de peregrino se une a ellos, y por sí mismo les explica las Escrituras, sin lograr sacarles de sus dudas y encogimientos. Pero toma en sus manos el pan una vez que hubieron llegado a Emmaús, lo bendice, lo parte y distribuye, y al punto lo conocieron in fractione pan (Lc 24, 35), y unos a otros con la mirada se dijeron lo que los cristianos nos decimos en la presencia de la Hostia Santa: Dios está aquí. Lo mismo que estos días del Congreso Eucarístico cantamos en las Asambleas generales: “¡Dios está aquí”. Venid, adoradores. Adoremos a Cristo Redentor. Sí, aquí está, y nuestra fe robusta no vacila ni teme. Dios está aquí, y la posibilidad siempre estará de nuestra parte, mientras no se pruebe la imposibilidad, y la imposibilidad nadie la probó hasta la fecha. Dios está aquí, aunque desconozcamos las maneras con que la materia puede relacionarse con el espacio, nos basta saber que de la esencia de una cosa es todo aquello que en ella misma necesariamente se encuentra, mas nada de aquello que se refiere a lo que está fuera de ella. Por lo tanto, cuando afirmamos, cuando cantamos y confesamos que Dios está aquí en la Hostia, entendemos y afirmamos que el Cuerpo de Cristo está substancial y realmente aquí en la Eucaristía, donde ese cuerpo adorable está con la conveniente distribución de partes respecto a la cuantidad, esto es, con sus ojos y sus labios y su frente, y su pecho y sus manos y sus pies, aunque falte la distribución respecto al lugar en la manera ordinaria que tienen los cuerpos de ocupar el espacio. Dios está aquí, y está real y verdaderamente, está vivo, aunque el cómo no lo sabe nadie porque es un misterio. Misterio de fe, pero tan posible y congruente como vemos, y aún más que ya verán los sabios del porvenir a quienes están reservados secretos del espacio y de la materia, hasta ahora no más que vislumbrados por la razón humana, y que irradiarán claridades apacibles en torno del misterio. Misterio de fe, porque todas las maravillas de la Creación, de la Encarnación y Redención en él se congregan como las aguas en el mar y como los rayos de luz que vienen de lo infinito y atraviesan la lente biconvexa, reuniéndose en su resplandeciente foco. Misterio de fe, que por ser prueba del amor sabiduría y poder de Dios, es tanto más creíble cuanto mas misterio; y no podría ser prueba infinita si la comprendiésemos, ni sería prueba digna del amor infinito de Dios, si no fuese infinita. 74

Dios está aquí, porque aquí está Jesucristo, que es Dios, y está con su cuerpo, sangre, alma y divinidad, deseando que le recibamos por la Comunión y formando las delicias de los que en la presencia real creemos. A la vista está pues, el gran despropósito, por no decir otra cosa, de aquellos que, medianamente cultos, o del todo ignorantes, niegan a priori la Eucaristía por ser misterio, ya que la naturaleza está llena de ellos. Mayor es el de aquellos otros que con osadía niegan la posibilidad y congruencia del modo como está Jesucristo en la Eucaristía, sin más que porque ignoran lo que es la materia y el espacio y, por lo tanto, las maneras con que puede estar un cuerpo en un lugar. Consideremos ahora, a fin de que más y más se afiance nuestra creencia en tan alto y profundo misterio, la Eucaristía por el lado humano, digámoslo así, por ser éste el que nos inspira mayor confianza y más grande consuelo. A muchos llama la atención el que Jesucristo esté en muchos puntos diferentes al mismo tiempo. También lo quisiera estar la pobre madre que recibe en un mismo día noticia telegráfica de que sus dos hijos están muriendo uno en Bilbao y otro en Sevilla. Quisiera ella partir de Madrid y estar a un mismo tiempo en las dos partes; amor le sobra para ello, pero le falta poder... Jesucristo tiene no sólo amor, sino también poder infinito para estar al lado de sus hijos en todas partes, a un mismo tiempo; así lo hace en la Eucaristía y lo seguirá haciendo siempre. Usque ad consummationem sœculi, mientras el mundo sea mundo. Otra madre, al ver que su pobre hijo ha concluido por abandonar todas las prácticas religiosas y que ya no cumple con la Iglesia, y que las malas compañías y malas lecturas le han echado a perder, quisiera ella, en vista de esto, entrar en su corazón y convertirlo a Dios. ¡Quién pudiera entrar dentro de él, se dice mucha veces, y hacer que pensara de otra manera! ¡Pobre madre! Amor le sobra para esto, pero le falta poder. Jesucristo lo puede y lo ha hecho y lo hace; y entra en nuestras almas y las transforma y diviniza. Hagamos actos de fe en este misterio de amor. III Esperanza. — ¡Qué hermosa la esperanza, aun la humana! Apoyados en ella el literato, el artista, el genio, persiguen un ideal, y a la esperanza deben el caminar siempre hacia él sin fatiga ni cansancios. Sin esperanza no hay entusiasmos, no hay movimiento, y sin movimiento no hay vida posible. La esperanza es el alma de alma, es la vida del corazón. Por eso quien arranca del corazón la esperanza, le arranca las alas y le imposibilita para volar. Por eso es tan hermosa la juventud, porque toda ella está 75

henchida de esperanzas. Ahora bien, la esperanza teológica viene a ser la misma esperanza humana, pero dignificada, elevada, divinizada por la gracia y teniendo por objeto a Dios. Por esta esperanza que está llena de vida, y vida divina, el hombre se mueve, trabaja y se afana por conseguir su ideal infinito, que es el mismo Dios; que por eso dice San Juan que omnis qui habet hanc spem in eo, santificat se, sicut et ille sanctus est 40 (1 Jn 3, 3). Pero es lo cierto que la consecución completa de este ideal por medio de la esperanza exige acá en la tierra la práctica de la virtud, el entero cumplimiento del deber, y el que, abstrayéndose continuamente de todo lo seductor y engañoso, nos privemos de gran parte de los placeres de esta vida a cambio de los infinitos y eternos de la otra, pensando, hablando y amando siempre con vistas a la eternidad, ya que somos seres sobrenaturales por el Bautismo. Y aquí vienen las dificultades y las debilidades y los cansancios de esta nuestra esperanza, que ve el cielo muy lejos y el mundo con sus placeres muy cerca, muy junto a sí, y atraída por estas dos corrientes, puede más muchas veces ¡muchas! la que más cerca está. ¿Qué remedio, hermanos míos? La Comunión. No hay otro ni en el cielo ni en la tierra. Santa Teresa, con su vista de águila real, columbró todo esto, y nos dice que no es otra cosa la Comunión que un bocado que sabe a cielo para que con este sabor tan penetrante olvide el alma el sabor de las ollas de Egipto, que no son otra cosa todos los placeres pecaminosos de esta vida. Avivemos nuestra esperanza teológica en aquella vida de arriba, que es la vida verdadera, y de la que es prenda y señal y arras este sagrado convite del cuerpo de Cristo. Et futura gloria nobis pignus datur. ¿Habéis visto cosa igual? Le dice el hombre a Dios: Señor, tened piedad de mí, metido entre tantos peligros que me rodean y quieren acabar con mi esperanza. Mirad, Dios mío, que en ocasiones me resultan más fuertes que tu divina palabra, reveladora de las grandes cosas que en el Cielo me guardas. — Responde Dios: No será así en adelante. Yo sintetizaré esta gloria, yo plegaré este Cielo con todos sus resplandores y los pondré a tu alcance, en tu misma boca, en tu mismo corazón. Mira, hijo mío, yo soy la gloria que llena la Gloria, yo soy la luz de que se visten los Cielos. La Gloria y el Cielo, lo que son lo son por mí. Yo, pues, con todo cuanto soy y tengo, con mi cuerpo, con mi corazón, con mi sangre, con mi alma y con mi divinidad, bajaré a tu alma por la Comunión sacramental, y al sentir en tus labios el dulce contacto de la Hostia Sacrosanta, de esa flor viva nacida en los campos eternos, y que aprisiona entre sus pétalos todas 40

Quien tiene esta esperanza en él se purifica, porque él es puro.

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las perfecciones humanas, angélicas y divinas, de esa abeja misteriosa oculta entre el ramaje de los accidentes..., ya no podrás temer, ya no te podrás quejar de los enemigos de tu esperanza, pues tienes en medio de tu corazón la misma gloria compendiada y estrechada, que por la paz que deja, que por el fervor que comunica, que por el gozo que derrama, que por la dicha que hace experimentar y sentir, te hará preguntar, y paladear y sentir lo mismo lo mismo que en la eterna Gloria de los Cielos se gusta, se paladea y se siente. Et futura gloria nobis pignus datur 41. Hagamos actos de esperanza... IV Caridad. — ¿No estáis viendo cómo con la ayuda de estos divinos telescopios de las virtudes teologales descubrimos algo de la hermosura de Jesucristo, cantada por Santa Teresa? Demos ahora rienda suelta a los afectos de nuestra caridad. Fuera, pues, los razonamientos, a un lado el importuno discursear, y entreguémonos por completo al amor del Corazón de Jesús en la Eucaristía. Deseemos a Dios, amemos a Dios por lo que es en sí mismo, o sea con amor de benevolencia; amémosle con un amor sumo, al menos appretiative sumo, o sea aquel con el cual preferimos a Dios sobre todas las cosas, queriendo, como dice el Catecismo, perderlas todas antes que ofenderle.. Digámosle con Santa Teresa de Jesús ( 42): “¡Oh esperanza mía y Padre mío, y mi Creador, y mi verdadero Señor y Hermano! Cuando considero en cómo decís que son vuestros deleites con los hijos de los hombres, mucho se alegra mi alma. ¡Oh Señor del Cielo y de la tierra! ¡Y qué palabras éstas para no desconfiar ningún pecador! ¿Fáltaos, Señor, por ventura con quien os deleitéis, que buscáis un gusanillo de tan mal olor como yo? Aquella voz se oyó cuando el Bautismo, que dice que os deleitáis con vuestro Hijo. ¿Pues hemos de ser todos iguales, Señor? ¡Oh qué grandísima misericordia y qué favor tan sin poderlo nosotros merecer! ¿Y que todo esto olvidemos los mortales? Debajo de este amparo podrás llegar y suplicarle que pues Su Majestad se deleita contigo, que todas las cosas de la tierra no sean bastantes a apartarte, de deleitarte y alegrarte en la grandeza de tu Dios, y como merece ser amado y alabado, y que te ayude para que tú seas alguna partecita para ser bendecido su nombre, y que puedas decir con verdad: “Engrandece y loa mi ánima al Señor”. 41 42

Pignus significa prenda. [Nota del editor] Exclamaciones.

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Ya, ya se acerca, hermanos míos, el momento feliz. Pronto las mismas vueltas que dará la llave del Sagrario causarán placer inefable en los oídos del Divino prisionero, que tiene deseos más grandes de que le recibamos que nosotros de recibirle. ¿No percibís ya su voz paternal y amorosa? Venite, nos dice, ad me omnes qui laboratis et onerati estis, et ego reficiam vos (Mt 11, 28). Laborantes vocal, dice San Agustín. Quare nisi ut non laboremus? ¿Para qué nos había de llamar sino para aliviarnos en nuestras fatigas? Oigamos a Santa Teresa cómo se aprovecha de este texto para prepararse a comulgar y para dar gracias después de haber comulgado (43): “¡Oh, Señor Dios mío, y cómo tenéis palabras de vida, adonde todos los mortales hallarán lo que desean, si lo quisiéramos buscar! Mas qué maravilla, Dios mío, que olvidemos vuestras palabras con la locura y enfermedad que causan nuestras malas obras. Placed, Señor, que no se aparten de mi pensamiento vuestras palabras. Decís Vos: Venid a mí los que trabajáis y estáis cargados, que yo os consolaré. ¿Qué más queremos, Señor? ¿Qué pedimos? ¿Qué buscamos? ¿Por qué están los del mundo perdidos sino por buscar descanso? ¡Válame Dios, oh, válame Dios! ¿Qué es esto, Señor? ¡Oh qué lástima! ¡Oh gran ceguedad que le busquemos en lo que es imposible hallarle! Habed piedad, Creador, de estas vuestras criaturas. Mirad que no nos entendemos, ni sabemos lo que deseamos ni atinamos lo que pedimos. Dadnos, Señor, luz; mirad que es más menester que al ciego de nacimiento, que éste deseaba ver la luz y no podía. Ahora, Señor, no se quiere ver”. “¡Oh qué mal tan incurable! Aquí, Dios mío, se ha de mostrar vuestro poder; aquí vuestra misericordia. ¡Oh qué recia cosa os pido, verdadero Dios mío: que queráis a quien no os quiere; que abráis a quien no os llama; que deis salud a quien gusta de estar enfermo y anda procurando la enfermedad! Vos decís, Señor, que venís a buscar los pecadores; éstos, Señor, son los verdaderos pecadores; no miréis nuestra ceguedad, mi Dios, sino a la mucha sangre que derramó vuestro Hijo por nosotros. Resplandezca vuestra misericordia en tan crecida maldad; mirad, Señor, que somos hechura vuestra. Válganos vuestra bondad y misericordia”. Hagamos coro con Santa Teresa y acerquémonos a recibir a Jesús Sacramentado, llenos de la más grande confianza, fundada en su bondadoso y divino llamamiento. Ven, nos dice a cada uno; ven, y yo te aliviaré de esa multitud de males que te agobian y para los que no encuentras remedio. Ven, y te aliviaré de la carga de tus iniquidades para que su peso no te arrastre a los abismos. Ven, y te aliviaré del peso de la 43

Exclamaciones VIII.

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concupiscencia, que te hace caer a cada paso y por cada nonada, y a cuyos movimientos no siempre resistes por falta de fuerzas sobrenaturales. Ven, y te aliviaré de la cadena de las malas e inveteradas costumbres. Ven, y te aliviaré del yugo pesado del mundo, que con sus máximas y consejos, con sus leyes y sus costumbres, tuerce todas tus buenas inclinaciones y te precipita en el pecado. Ven, y te aliviaré de las penas y dificultades que de ordinario encuentras en el cumplimiento de tus obligaciones y en la práctica de la perfección cristiana. Ven, en fin, y te daré auxilios con que alivies tu cruz, o te daré gracia para llevarla con todo su peso, que es una gracia mayor. Jesús amoroso, Jesús del alma, ya que con tanta bondad me mandáis recibiros, aquí me tenéis, rompiendo gustoso todos los lazos del pecado y de la ocasión próxima para unirme estrechamente con Vos, que sois todo mi bien, que sois mi Creador y Padre, mi Redentor y dueño, mi único consuelo y única y verdadera esperanza. A vuestros pies, como el hijo Pródigo, como la Magdalena, me arrojo, los beso y los riego con mis lágrimas diciendo: Confíteor Deo... V En custodia, en relicario se ha convertido vuestro corazón después de haber comulgado. Obra de la mano del Excelso es esta transformación... Hœc mutatio dexteros Excelsi44. Oíd ahora, hermanos míos, aplicad atentamente el oído. Corpus Domini nostri Jesuchristi custodiat animam tuam in vitam œternam ha dicho el sacerdote del Señor, al poner la Hostia Santa en vuestros labios; porque, a la verdad, no viene a otra cosa el Dios del Sagrario, sino a hacer que no muera nuestra alma con la primera muerte, o sea la del pecado mortal, ni con la segunda, o sea la eterna condenación. Bien podéis con todo derecho invitar y aun mandar a todos los ángeles y a todas las criaturas que se postren en vuestra presencia para adorar al Dios de vuestra alma, al Jesús de vuestro corazón, diciéndoles: “Cielos y tierra Bendecid al Señor. Honor y Gloria a Ti, Rey de la Gloria; Amor por siempre a Ti, Dios del amor”. ¿Quid retribuam? ¿Con qué os pagaré, mi Dios, tantas misericordias? Gracias, Dios mío. Os entrego cuanto soy y puedo, cuanto tengo y poseo... 44

Ha cambiado la diestra del Altísimo (Sal 76, 11).

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Santa Teresa nos dice “que no perdamos tan buena ocasión de negociar, como es la hora después de haber comulgado, porque hay gran provecho para el alma, y en que se sirve mucho al buen Jesús... ¡Desventurados de estos herejes que han perdido por su culpa esta consolación con otras!” (45) Negociar es algo así como comprar, cambiar y ofrecer mucho porque se nos dé muchísimo. Pues si alguno, cogiendo en sus manos el corazón y sobre él la Hostia, se presenta así al Padre Eterno pidiendo favores, ¿qué podrá negar tal Padre a tales súplicas, y acompañadas de tal presente y ofrenda?... La mejor hora de negociar, porque si lo sabemos hacer, empezaremos por entregar nuestro corazón a Jesucristo, ya que es lo único que nos pide. Fili mi, prœbe cor tuum mihi... (Prov 23, 26). Si nos amáramos a nosotros mismos, como es razón, no habíamos de esperar a que nos le pidiera el Señor; al contrario, debíamos rogarle que se dignase recibirlo... De no recibirlo Él, este pobre corazón por fuerza ha de ser del mundo, y si nuestro corazón es del mundo, éste le envenenará, le secará, le matará; le envenenará con sus máximas y doctrinas pestilenciales, le secará con los placeres de la carne y le matará con sus egoísmos... La mejor hora de negociar, y pedir a Jesucristo valentía y carácter para confesarle en nuestra vida particular y pública, poniendo en perfecta armonía nuestro pensar y nuestro obrar con las enseñanzas de la fe. La mejor hora de negociar con Dios, al que estamos entonces abrazados, para que nos haga la merced de que se nos abran los ojos del alma con que veamos y nos demos cuenta del alto favor que hemos recibido con sólo nacer en España, en esta España del Sacramento, donde, por dicha nuestra, así que sabemos mirar, miramos la Hostia, y cuando vamos a morir no se cierran nuestros ojos sin antes mirar por vez postrera a Jesús Sacramentado, que, llevado de su amor y humildad viene a ser nuestro compañero en el largo y desconocido viaje de la eternidad. La mejor hora de negociar, pues como enseña la misma Santa “no suele Su Majestad pagar mal la posada, si le hacemos buen hospedaje. Y si cuando andaba en el mundo, de sólo tocar sus ropas sanaba los enfermos, ¿qué hay que dudar, que hará milagros estando tan dentro de mi, si tenemos fe viva, y nos dará lo que le pidiéremos, pues está en nuestra casa? Si nos da pena no verle con los ojos corporales, mirad que no os conviene, que es otra cosa verle glorificado, o cuando andaba por el mundo. No habría sujeto que lo sufriese de nuestro flaco natural, ni habría mundo, 45

Camino de perfección.

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ni quien quisiese parar en él, porque en ver esta verdad eterna, se vería ser mentira y burla todas las cosas de que acá hacemos caso. Y viendo tan gran Majestad, ¿cómo osaríamos estar tan cerca de Él? Debajo de aquellos accidentes de pan está tratable, porque si el Rey se disfraza, no parece que se nos da nada de conversar sin tantos miramientos y respetos. Parece está obligado a sufrirlo, pues se disfrazó. ¿Quién osaría llegar con tanta tibieza, tan indignamente, con tantas imperfecciones? ¡Oh, cómo no sabemos lo que pedimos y cómo lo miró mejor su sabiduría!”46 La mejor hora de negociar con Jesucristo, para que Él purifique y someta nuestros sentidos y nuestra carne al imperio de la razón a fin de que caminen siempre juntos por sus caminos de luz, ya que Cristo es verdadero camino (Jn 14, 4). Ego sum via. La mejor hora de negociar con Jesucristo que libra a nuestros entendimientos de caer en todo error e incredulidad en atención a que dijo: Ego sum veritas. La mejor hora de negociar con Jesucristo, quien nos concede ser verdaderamente espirituales y devotos del Santísimo Sacramento, y que cada día se aumente en nosotros el hambre de comer de este pan de vida eterna, ya que Él dijo también: Ego sum vita. VI Pidamos, por último, y negociemos con Jesús Sacramentado el triunfo de nuestra Madre la Iglesia; sabiduría, fortaleza y prudencia para Nuestro Santísimo Padre Pío X, días mejores para nuestra amada Patria, y que sean muchos y permanentes los frutos que se cosechen del XXII Congreso Eucarístico Internacional, celebrado aquí en Madrid. Pidamos por todos cuantos han venido al Congreso a honrar a Cristo Jesús, por sus organizadores y por todos los que han contribuido con su presencia, con su talento, con su dinero, con su actividad v con sus sacrificios al mayor esplendor de este grande y nunca visto acontecimiento eucarístico, el mayor que se registra en toda la Historia de la Iglesia, como ha dicho el Cardenal Primado de las Españas. Y nosotros, al recordar que somos españoles y que hemos tenido la dicha de nacer en la patria en que nacieron y murieron un Maestro Avila, un Fr. Francisco del Niño Jesús, un Juan de Rivera, una Madre Sacramento, una sublime Loca del mismo, una Luisa Carvajal, una Condesa de Feria, un Juan de la Cruz, un Pedro de Alcántara, un Miguel de los Santos, un Juan de Sahagún, un Juan de Dios, un Fr. Diego de Cádiz y otro de 46

Camino de perfección.

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Alcalá, y, sobre todo, una Santa Teresa de Jesús y un Pascual Bailón... al recordar esto, digo, llénese de santo orgullo nuestra alma y clamemos de lo íntimo de ella: “Nobleza obliga”, y que este sentimiento de nuestra dignidad y de nuestra dicha nos haga ser mejores y amarnos más los unos a los otros, y estar dispuestos semper et ubique a defender el Reino de Cristo, primero en nuestras almas y luego en las de los demás, no olvidando aquello que dice el Angélico Doctor: Eucharistia tendit ad actum, esto es, el que comulga está llamado y obligado a la pelea y a la lucha con todo lo que se oponga al conocimiento y extensión del reinado de Jesucristo en las almas. Hacedlo así, hagámoslo todos así, y viviremos por los siglos de los siglos. Así sea.

L. D. V. M,

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