DIAZ ARAUJO, Malvinas 1982 lo que no fue.doc

September 30, 2017 | Author: queteimporta321 | Category: Falkland Islands, Royal Navy, United Nations, International Politics, United Kingdom
Share Embed Donate


Short Description

Download DIAZ ARAUJO, Malvinas 1982 lo que no fue.doc...

Description

Malvinas 1982, lo que no fue Por: Enrique Díaz Araujo Introducción Hay un método que los historiadores detestan: el método Ollendorf. Consiste en narrar los hechos no como realmente sucedieron, sino como pudieron haber sucedido. Es un juego, que se aproxima a la ficción; un ejercicio un tanto vano, pero que, tomado con beneficio de inventario, puede ayudar al juicio histórico. Si para algo sirve, es para la prospectiva. Dado que la lección de la experiencia cuesta cara y llega tarde, no está de más tratar de extraerle al acontecimiento pasado todo el jugo que se le pueda exprimir. Con ello no se compra un seguro contra accidentes futuros, porque el hecho político -cual subrayaba Julio Irazusta- es siempre nuevo e irrepetible. Ni se puede reemplazar la prudencia política por la modelística abstracta. Empero, si la ocasión se presenta, contar entonces con la luz de un consejo que alumbre las tinieblas de la circunstancia, no es un elemento desdeñable. El peligro de una tal práctica estriba en el vicio del utopismo o arbitrismo, que llevaría a creer en la realización de condiciones ideales, que en la realidad nunca aparecen. No obstante, si se tienen presentes esos riesgos para evitarlos, y no se proponen quimeras, este adiestramiento teórico puede arrojar la utilidad apuntada. Contando, pues, con esa advertencia hermenéutica, nosotros intentaremos reconstruir -cronológica y temáticamente- algunos sucesos de la Guerra Sudatlántica del otoño de 1982. El punto central de la cuestión a elucidar, por supuesto que no puede ser otro que el de la eventualidad de la victoria nacional, en reemplazo de la derrota efectivamente acontecida. Al respecto, hay dos tesis enfrentadas: una, que sostiene que la usurpación británica era inexorable (que, a veces, admite una variante jurídica o diplomática), y otra, que asevera que era posible poner fin al despojo malvinero. Dicho de otra forma: si se podía o no se podía actuar eficazmente en orden a la recuperación patrimonial argentina. Debate, que, como es sabido, prosigue subsistente en toda su amplitud. Aclarado lo cual, pasamos ya a la formulación del asunto que nos ocupa. A. PRELIMINARES, 1981 I. Situación 1. Cuestión previa: el valor de la cosa en litigio Porque no vamos a internarnos en una controversia acerca de algo que en sí mismo no vale la pena. Si el archipiélago malvinense fuera, como decía Jorge Luis Borges, "unos desiertos que nos quedan lejos" (¿lejos de qué o de quién?), peñascos helados, desolados y ventosos, el hombre común de este país -el confortable burgués-, no estaría muy bien dispuesto a acompañarnos en esta excursión reconstructiva. Por cierto que desde un punto de vista estrictamente nacional (y natural) basta con el Principio de Integridad Territorial para reivindicar el dominio sobre el archipiélago usurpado. "Para honor de nuestro emblema, / para orgullo nacional", son títulos suficientes. Si la soberanía es, por definición, una e inalienable, cualquier despojo, por pequeño que sea, la afecta de manera insufrible. Mas, como los argentinos padecemos de la amputación malvinense desde 1833, algún hedonista podría argumentar que la irredención se ha hecho costumbre, y que caminamos con una renguera que ya casi no se nota. Se trata de una apreciación falsa, desde que sin el pie malvinero no es posible transitar erguidos por el Mar Argentino, por los pasos interocéanicos y por la Antártida. Eso ya lo había advertido en 1916 el Valte. Segundo R. Storni, cuando afirmara que con una base naval inglesa en las Malvinas no

existía real dominio marítimo ni defensa nacional. Se alegaba una jurisdicción epicontinental de alrededor de los 3.300.000 km2, de la cual corresponden a la meseta de Malvinas 2.000.000 km2, pero la disputa secular se había tornado un pleito abogadil insoluble. De ahí que poniéndonos por un momento en la cabeza de nuestro buen burgués hedonista enunciemos ciertos factores económicos que vuelven muy valiosa la posesión de esos "peñascos desiertos". Por lo pronto, debemos recordar que su superficie de 12.000 km2 es equivalente a la mitad de la provincia de Tucumán, y mayor que la de Chipre, Creta, Jamaica y Puerto Rico. Su ubicación -en la misma latitud (al sur) de la ciudad de Londres, con un clima y una vegetación más bonancible que la de la Patagonia oriental- es estratégica a ojos vista. Única isla importante del Atlántico Sud, su entrega -la entrega de un solo puerto (Egmont)- hacía decir al Conde Aranda, presidente del Consejo de Castilla, en 1766, que era peor que "la pérdida de una isla entera como Cuba o Puerto Rico". Respecto a otros dominios insulares en aguas americanas, también surge una comparación irritante. Así, Chile domina la isla de Pascua, situada a 3.600 km. de su litoral; Ecuador la de Galápagos, a 1.225 km., y Brasil la de Martín Vaz, a 1.100 km. Pues nosotros, desde el cabo San Juan de Salvamento, en la isla de los Estados, estamos a 346 km. del cabo Meredith (Belgrano) en la Gran Malvina. Y en esa distancia toleramos que Gran Bretaña, que dista 14.816 km., las ocupe. El antiguo Imperio que Pitt fundara las ocupa para poder subsistir, aunque más no sea en los papeles. En efecto, de los 1.531.946 km2 que se declaran como componentes del Imperio Británico, 1.512.932 km2 son argentinos (incluido el sector antártico). Luego, si los reintegra a la Argentina, el Imperio desaparece. Por cierto que el Imperio no piensa en devolver nada. Por eso, llegó a gastar una quinta parte de su presupuesto de Defensa (que, a su vez, era del 5,1 % de su PBI) en el amparo malvinero, llamado "Fortress Falkland". Esto es que gastó oro en poner acero al cerco del archipiélago. Y si eso es así, como lo es, "por algo será", como reza el dicho popular. Entre esos "algo", en 1982 estaba el petróleo. Trece informes científicos internacionales establecían la importancia de esa cuenca sedimentaria (Greenway-Adie; D. Griffiths; U.S. Geological

Survey;

Lamont-Doherty

Geological

Observatory;

Shackleton-Crossland;

Glomar

Challenger; Geophysical Service Inc. y Western Geophysical; U.S. Geodynamic Committee; Bernard Grossling; D. Proubasta; International Petroleum Encyclopedia; Spotlight). En algunos de tales informes se estimaba que la reserva de hidrocarburos superaba en diez veces la del Mar Norte (en declinación). Desde luego que después de 1982 tales prospecciones se han traducido en legislaciones sobre concesiones y llamados a licitación internacional. Además del petróleo, estaba la pesca. La capacidad de capturas pesqueras permitidas en la región es de 2.000.000 de tn. anuales. Según el INIDEP sólo se explota una cuarta parte (perdiéndose las otras tres cuartas partes). Agréguese la existencia de pinnípedos, cetáceos, krill, nódulos polimetálicos, algas, etc., y se completará el panorama que, por lo pronto, presenta 650.000 cabezas de ganado ovino. Medio millón de barriles de petróleo, en expectativa, fundadas en estimaciones sísmicas, la "llave" histórica de los estrechos de Magallanes, Beagle y Hoces -como lo apreciaran en el siglo pasado los asesores del Almirantazgo inglés- "lugar ideal para estaciones discretas" de submarinos atómicos estratégicos, conforme a la descripción del perito francés de la NATO, Hervé CoutauBégarie, epicentro de la "gran llanura ictícola", reservorio mundial de alimentos: ¿se podían seguir los desdenes borgianos...? La verdad es que la Argentina tenía brindado por la Providencia un inmenso y valioso espacio geopolítico, que de recuperarlo, podría transformar a este país en una genuina talasocracia. Pero, al parecer, Dios le da pan a quien no tiene dientes. Como fuere, en 1982, el panorama era claro. Ya inmersos en la guerra, el director de Inteligencia y del Centro de Altos Estudios del Ejército Peruano, Grl. Edgardo Mercado Jarrin, aseveraba que la recuperación del archipiélago por la Argentina "restituye a esta nación el virtual monopolio que la geografía atribuyó a sus costas australes". E infería que: "En el Atlántico sudoccidental se está jugando el destino

histórico de una nación hermana". El ensayista uruguayo Alberto Methol Ferré veía más allá. "Los signos de los tiempos -decía- son que la Argentina, en las Malvinas, está perfilando una nueva época de América Latina". Grandeza nacional; dimensión americana. Eso siempre que se cumpliera con un mandato espiritual. "Don Quijote está vivo en el Atlántico Sur", sostenía el filósofo cordobés Alberto Caturelli. Si nuestra clase dirigente no se apercibía de esos horizontes de grandeza que estaban en juego en la cuestión, las cosas irían por mal camino, que no sería el de Don Quijote. "Yalta existe, mi general", proclamaría -el 15.7.1982- el Grl. Llamil Reston para alegar ante el Grl. Leopoldo Fortunato Galtieri que había que concluir con la guerra de cualquier forma. Entonces, y ahora, ahí estaba la aporía fundamental. O se dejaban las cosas como estaban, sin incomodar a los británicos. O la Argentina hacía el esfuerzo heroico que la colocaría en el sendero de la grandeza. Ésa es la cuestión, y no otra. 2. La perspectiva diplomática ¿Se podía confiar en una solución pacífica de la controversia...? Las opiniones de los expertos argentinos estaban divididas. Los optimistas presentaban su hipótesis de "solución pacífica de las controversias", como de fácil decisión. A estar a sus dichos, por las sucesivas resoluciones favorables de la Asamblea General de la ONU acerca de la descolonización malvinera (desde la 2055-XX en adelante) se sentaría un precedente que en algún momento obligaría a Inglaterra a negociar la soberanía del archipiélago. Los juristas de la Cancillería compartían esa idea. Los pesimistas observaban que por la Carta de la ONU, las resoluciones de la Asamblea General para hacerse efectivas debían pasar al Consejo de Seguridad, y allí cualquiera de los cinco miembros permanentes (el Reino Unido, entre ellos) podía ejercer el derecho de veto (arts. 10, 23, 27 inc. 3º). Como anota Clared de Voog: "la opinión de la mayoría se estrella contra la muralla infranqueable del poder de los cinco grandes". Luego, decían, el alegato de la ONU sólo servía para ganapanes hipócritas que saben de sobra que por esa vía no se va a ningún lado. Este pesimismo había predominado en los ámbitos de los asesores de los gobiernos de "facto". Fundado en él, el ministro de Economía del Proceso de Reorganización Nacional, José Alfredo Martínez de Hoz (h), lanzó la política de la "cooperación", en lugar de la "confrontación". En realidad ese camino ya había sido transitado en tiempos de la dictadura "democrática" del Grl. Alejandro Agustín Lanusse, con sus desacreditados Acuerdos de Comunicaciones, de 1971. Arreglos que en el entender de Adolfo M. Holmberg, configuraban una "verdadera traición" al interés nacional. Tal acusación se sostenía en la dualidad de los principios y las políticas realizadas. Mientras la Asamblea General de la ONU sancionaba la Resolución 2621 (XXV), del 12.10.1970, que calificaba el colonialismo como un "crimen" contra la humanidad, prohibía a los estados miembros todo apoyo económico a los regímenes colonialistas, y alentaba a los "combatientes de la libertad" a "luchar por todos los medios necesarios de que puedan disponer contra las Potencias coloniales", Lanusse pactaba con el Reino Unido. Mediante sus cancilleres (Brg. Eduardo McLoughlin y Luis María de Pablo Pardo), se estableció que la Argentina aprovisionaría a los "kelpers" de petróleo, gas, servicios marítimos, aéreos, postales y escolares, haciendo más llevadera la carga colonial. Era un adelanto de la teoría del canciller Guido Di Tella ("seductora") de ganar la amistad y confianza de los susodichos kelpers; cuya suerte fue la misma, entonces y ahora. No obstante, en 1971, había otro agravante. Por el Acuerdo de Salta, entre los presidentes de Chile (Salvador Allende) y de la Argentina (Lanusse), se aceptaba el arbitraje inglés en el diferendo del canal de Beagle; actuando como abogado de la Corona, Sir Gerald Fitzmaurice, el mismo abogado que, en 1955, había promovido ante la Corte de La Haya el juicio por las "Dependencias de las Falkland". Como bien dijo Ricardo Alberto Paz, sólo faltó que de Pablo Pardo culminara su gestión sometiendo "la controversia por las Malvinas al fallo

de la República de Chile"... Pues, durante el "Proceso" la conducta de la Cancillería no fue más lucida. Se aceptó un sistema de "rondas" de negociaciones bilaterales, en busca de la denominada "solución Hong-Kong", esto es, de arriendo a largo plazo. Ese "pragmatismo" del Brg. Carlos W. Pastor fue tan miope que ha permitido que los Consejeros de la Corona de S.M.B., en el "Informe Franks", se burlaran de él. Allí consta que la respuesta del Foreing Office al utilitarismo pacifista argentino fuera la orden a sus delegados de "hablar por hablar". Charla vacua que, a su turno facilitaba la labor del Ministerio de Defensa inglés, quien urdía con sigilo la política de la "Fortress Falkland" o fortaleza armada malvinera. El siguiente canciller, Oscar Camilión, nada hizo para torcer esa desdichada situación. Entonces, en 1981, ya cundía el más negro pesimismo sobre los 17 años de negociaciones inútiles e inconducentes. En apariencia, el pesimismo era justificado. Sólo en apariencia. Sucedía, en verdad, que los asesores de la Cancillería no se habían tomado el trabajo de estudiar bien la cuestión. En primer lugar estaba la plataforma de las resoluciones de la Asamblea General recaídas en el Proceso General de Descolonización y en el Especial para Malvinas. Conforme a las normas de las resoluciones 1514 (XV), de 1960; 2065 (XX), de 1965; los "consensos" de 1966 y 1967 (este último, expresamente reconocido por el Reino Unido: Documento A/6262); la 3160 (XXVIII), de 1973; y la 31/49 (XXXI), de 1976, sólo había una cuestión pendiente. El único asunto a tratar era la soberanía de las Malvinas; cuyas partes sólo eran Gran Bretaña y la Argentina -quedando los kelpers expresamente excluidos de las negociaciones-. El asunto debía ser resuelto perentoriamente entre las contrapartes, sin que se pudiera innovar mientras

se

tramitaba

la

negociación.

Los

kelpers,

que

carecían

de

"derecho

a

la

autodeterminación", debían ser tenidos en cuenta a la hora de tratar sobre sus "intereses"; pero no podían interponer sus "deseos" (o aspiraciones subjetivas). Esa plataforma jurídico-diplomática no era una mala base de partida. De partida; que no de llegada, como la veían los optimistas de la partidocracia y de la Cancillería. Porque, sobre tal base había bastante que operar luego. En ese año de 1981, la República Islámica de las Comores marcaría el camino a seguir. Esa nueva nación mantenía con Francia una disputa por el dominio de la isla Mayotte. Y Francia hacía como Inglaterra: rehuía la negociación bilateral sobre soberanía, ordenada por la Asamblea General de la ONU. ¿Qué hicieron las Comores entonces...? Exigieron que el Secretario General de la ONU fuera parte de la controversia (en 1983, también nosotros lo peticionaríamos), con la finalidad de que intimara a las contrapartes a comparecer a la negociación ordenada. Si alguna de ellas no lo hacía, el

Secretario

debía

constituirla

en

mora.

Constituida

en

mora

(Francia)

era

llevada

compulsivamente a la Asamblea; y ésta (y no las partes) era la encargada de resolver el pleito. Así fue resuelto en la ONU, en favor de las Comores: Res. 35/105 del 10.12.1981. Francia aún podía prevalerse de su condición de Estado-Miembro Permanente del Consejo de Seguridad, y vetar la resolución de la Asamblea. No lo hizo. Pero si lo hubiera hecho, el camino a seguir era el siguiente: plantear la aplicación de la Res. 377 (V) de 1950, llamada "Unión para la Paz", que acrecía los poderes de la Asamblea, y que implicaba el reemplazo del Consejo, paralizado por el veto. Como la Argentina podía demostrar mediante una investigación "in situ" que el Reino Unido violaba las recomendaciones dispuestas, preparando una agresión armada, podía peticionar la eliminación de Inglaterra en el momento en que el Consejo tratara el caso. Por razón de que ningún EstadoMiembro puede ser juez y parte en su causa (art. 27 in fine de la Carta). Ésos eran los senderos diplomáticos. Explotados por las Comores, e inexplotados por la Argentina (hasta el día de hoy). La vía diplomática era, en 1981, una vía muerta, por culpa de funcionarios comodones y complacientes. Sin embargo, en este ejercicio "contrafactual" que estamos haciendo, podría suponerse que una voluntad renovadora en la Cancillería hubiera obligado a los delegados a ganarse su puchero. Los procedimientos no eran sencillos; el éxito no se podía asegurar; pero la gestión era inexcusable hacerla.

3. La perspectiva jurisdiccional: Desde 1946 la Argentina había llevado la cuestión Malvinas al seno de la ONU (y otros foros internacionesl como la OEA y el NOAL). Parecía que la aplicación (rutinaria) a esa vía diplomática había hecho olvidar la posibilidad de radicar el asunto en sede jurisdiccional. Paul Groussac, en 1910, y Enrique Ferrer Vieyra, en nuestro tiempo, sin embargo, habían mostrado la viabilidad de esta otra solución pacífica. La cuestión está en ir a la Corte Internacional de Justicia, con una demanda formal reivindicatoria, no posesoria. A tal efecto hay que empezar por dejar de lado el error básico que sentara el mismo Groussac, de la disputa posesoria. La Argentina debe intentar la reipersecución basada en su título dominial. Título de propiedad obtenido por la Corona de Castilla, de las bulas indianas del Papa Alejandro VI de 1493. Principio que el moderno Derecho Internacional Público ampara. No sólo porque fue convalidada la donación pontificia por la "Fe de los Tratados", celebrados entre España e Inglaterra; y porque por el principio de Sucesión de Estados, y el Tratado de Paz del 21 de setiembre de 1863 es heredera de todos los derechos y acciones que correspondían al cedente, y que le competen por el principio del Utis Possidetis Iuris 1810, incorporado al Derecho Internacional Público Americano, sino por una decisión jurisdiccional de la Corte de La Haya, que acá se tiene olvidada o ignorada. Cual el caso de las islas Mayotte, para la ONU, éste de las islas de Palma, para la Corte, nuestros funcionarios los omitían (y los omiten). El 4.4.1928, el árbitro único Max Huber de la entonces Corte Permanente de Justicia, falló este caso planteado entre Estados Unidos y Holanda. Holanda reclamaba su derecho por razones posesorias y/o ocupacionales, conforme al moderno Derecho Público Europeo. Los Estados Unidos opusieron el principio dominial, como cesionaria de la Donación Pontificia que recibiera España. Por motivos que no viene al caso examinar, el juez le dio la razón a Holanda; pero -y esto es lo que a nosotros nos interesa sobremanera-, al mismo tiempo estableció que: "el hecho jurídico debe ser apreciado a la luz de la ley contemporánea a él, y no según la ley en vigor cuando se produce una disputa, o cuando una disputa no puede ser solucionada". Ese es el Principio luego llamado "Inter temporal law" (Intertemporalidad de las leyes), semejante al principio de Irretroactividad de la Ley, en el campo del Derecho Privado. Esa jurisprudencia, con leves modificaciones, ha sido seguida por la Corte; por modo tal que "Isla de Palmas" es un "leading case". Inglaterra, en cierta época esgrimió -para justificar su usurpación delictual- teorías como las del descubrimiento, población u ocupación y prescripción. La Argentina, con muy buenos datos puede refutar todo eso; pero en una eventual reconvención a la contestación de la demanda por la contraparte. Esto es, invocando la materia posesoria en subsidio, puesto que lo principal, que es lo dominial, se rige por la ley del tiempo, es decir, por la Donación Pontificia. Este asunto acá no ha sido estudiado como corresponde; de ahí que muchos autores locales manifiesten su desconfianza por la vía jurisdiccional. No obstante, los ingleses sí lo han investigado en detalle, y sus conclusiones son subrayables. En 1981, el historiador Peter J. Beck publicó un trabajo dando cuenta de los siete (7) "Memorandums" del Foreign Office -Gastón de Bernhardt, 7.12.1910; R.H. Campbell, 7.1911; R.A. Hadow, 9.8.1928; J.M. Vyvyan, 25.7.1935; J. Troutbeck, 1936; "Leaseback", 1940; y G.H. Fitzmaurice, 6.2.1946- donde se ponía en seria duda la legitimidad del dominio inglés sobre las Falkland. Ésa y otras publicaciones (después censuradas por el gobierno Thatcher), movieron a la Comisión de Asuntos Exteriores de la Cámara de los Comunes a indagar el problema en 1983. Ahí se produjo el llamado "Informe Kershaw" (por Sir Anthony Kershaw, que encabezaba la comisión), cuyo item 2.15 reconoce expresamente el mejor derecho argentino en 1833. O sea, que la contraparte, por intermedio de un órgano representativo del Estado, ha destruido su pretensión jurídica (motivo suficiente para que el aparato desmalvinizador que opera en la Argentina, se niegue a la traducción del citado Informe Kershaw, a fin de que el pueblo argentino no se entere de

que tiene ganado el pleito). A lo anterior hay que unir los sucesivos "estoppels", o signos de caducidad procesal, acumulados históricamente de la demanda británica. El más conocido es el dado por Sir Gerald Fitzmaurice, cuando demandó ante la Corte por el dominio sobre las "Dependencias" de las Falkland, excluyendo expresamente al archipiélago malvinero porque "nuestra posición en las Falkland tiene ciertas debilidades" (1955). No ignoramos que la mayoría de los jueces de la mencionada Corte son de formación anglosajona -además de responder a intereses imperialistas-, y, por lo tanto, dados a hacer prevalecer el hecho posesorio por encima del derecho dominial. Tales jueces debían ser recusados. En 1982, pues, cabía -como cabe aún hoy- demandar a Gran Bretaña con perspectivas de éxito. Eso es algo que "no fue". Mas, aclaremos ya mismo: ni la Corte de La Haya ni las Naciones Unidas se mueven en abstracto. Ambos organismos se inclinan ante el hecho consumado, y los intereses ejercidos. Luego, no creemos que bastara con ganar esos pleitos, para que Inglaterra nos devolviera lo usurpado. Pero había, sí, que comenzar por el puro derecho, para luego aplicar la fuerza; para que el "casus belli" quedara a cargo de la contraparte incumplidora de resoluciones o sentencias. 4. La perspectiva geográfica: El lector puede imaginar lo que pasaría en este terreno. Si se había desdeñado la actividad jurisdiccional:

¿quién

se

ocuparía

de

efectuar

un

relevamiento

científico-práctico

del

archipiélago...? Las Malvinas son argentinas, se repetía; pero se las desconocía olímpicamente. Además: ¿cómo llevar una guerra en ese territorio, sin ahondar en la topografía insular, y sin algún elemental discernimiento acerca de su orografía, hidrografía, vías de comunicación, recursos naturales y asentamientos humanos...? Una fisiografía previa era inexcusable para cualquier proyecto bélico. Un puñado de obras técnicas y no más de diez libros de viajeros componían todo nuestro acervo intelectual malvinense. El "locus", el terreno de la eventual batalla, sin cuyo estudio no hay estrategia, operación ni táctica posible, era ignorado por los mandos militares. La culpa de esta incuria era, en verdad, de toda la comunidad ilustrada del país. La élite nacional se conformaba con repetir unas frases de Charles Darwin, en su "Viaje de un naturalista alrededor del mundo" - "Es una tierra ondulada, de aspecto desolado y triste, cubierta por todas partes de verdaderas turberas... llueve mucho y sopla más viento"-. Con eso ya estaba cumplida la labor erudita... De lo que se trataba era de establecer todas las múltiples excepciones a la norma de Darwin, para su posible aprovechamiento castrense. Pongamos un ejemplo: se sabe que el terreno es colinado; pero lo que importan militarmente son los sistemas de altura de esos montes. O sea, vgr., fijar las funciones dominantes del monte Kent sobre Stanley (Puerto Argentino). Otro caso: hay escasez hídrica potable; pero también hay ríos, arroyos, pozos y cisternas en las estancias, cuyo mapa debía tener el soldado para calmar su sed. Otro asunto: hay ausencia de vegetación arbórea. Lo que importaba era averiguar dónde había riqueza subarbustiva y los oasis protegidos de los vientos (Teal Inlet, Cove Hill, etc.). Otro más: no había caminos asfaltados. Pero sí habían sendas recorridas con medios de locomoción mecánicos (jeep, motos) o semovientes (caballos), cuyo trazado debía tenerse muy presente. Más trascendente que lo anterior: la alimentación. Se ha insistido en las carencias al respecto, no en las existencias; vgr., en las 45 especies de peces que poblaban sus aguas dulces; los 108 géneros de aves terrestres (150.000 ejemplares de avutardas); las 120.000 cabezas de ganado ovino de Soledad, y las 10.000 de ganado bovino (junto a 2.874 equinos); las 268 especies de verduras y hortalizas; etc. Todo eso podía ser requisado militarmente. Y no era posible, como sucedió, que en la estancia de Puerto Howard (Mitre) de la Gran Malvina, donde Juan Carlos Moreno había comprobado personalmente la existencia de una chacra (con lechugas, tomates, pepinos, etc.) y de la pesca manual en el Bailion Stram de truchas

y róbalos, y donde Ronald K. Crosby había registrado 38.000 ovejas, sin contar las aves de corral, y las endémicas y temporarias, dos soldados conscriptos terminaran muriéndose de hambre. De la vivienda cabía decir otro tanto. Según el informe del Cnl. Juan Luis Huarte, de 1970, en la Gran Malvina había 116 viviendas, con 9 cuartos por casa, con luz eléctrica, sanitarios y agua caliente. No era ése un desierto donde cupiera perecer en la intemperie. Ni había por qué estar incomunicado, puesto que el parque automotor malvinense se componía de 850 vehículos terrestres; con 741 aparatos de radioreceptores y 349 radioteléfonos. En un orden más alto del conocimiento geográfico también cabían apuntar varias notas. El centro de la parte norte de la isla Soledad, entre los montes Simon y las alturas Rivadavia, es descrito en la Carta del Almirantazgo Británico de 1941, como: "serranías ásperas y valles intransitables". En esos mismos mapas figuraba el camino aledaño de Douglas Paddock a Teal Inlet; con la Bahía de las Maravillas, en donde se encontraban casas, con quintas, corrales, huertas, montes de coníferas, fondeaderos con botes, galpones con cueros y lanas, motocicletas, jeeps, y hasta un helicóptero. Si se hubiera sabido de esta tremenda dicotomía territorial: ¿se hubieran mandado tropas (comandos) al páramo central a luchar contra la naturaleza, o se hubieran destinado a esos lugares humanamente confortables? La respuesta a este interrogante se puede hallar en el libro del Grl. de Brig. Oscar Luis Jofre y el Cnl. Félix Roberto Aguiar ("Malvinas. La defensa de Puerto Argentino", Bs. As., Sudamericana, 1987, anexos 11 y 13, ps. 148 y 168, con las capacidades imaginadas y las reales del desplazamiento enemigo). En el "Derrotero Argentino", del Servicio de Hidrografía Naval (3ª ed., 1962, parte III, tº II, caps. VI a VIII), se demarcaban cuatro buenos puertos en el norte de la isla Soledad, aparte del de la capital -Bahía de la Anunciación, Fitz Roy, Darwin y San Carlos-. En San Carlos había un muelle de unos 23 metros de largo, con 16 pies de profundidad, donde un buque de 60 ms. de eslora podía amarrarse, descrito en el "Derrotero" como: "amplio y seguro, libre de peligros". Como había teléfono en esa localidad, desde Puerto Argentino se podía preguntar sobre estas características portuarias, y, por consiguiente, adoptar alguna medida pertinente para evitar desembarcos en ese sitio. Quien siguiera leyendo el "Derrotero", apreciaría que la entrada norte del canal San Carlos es sumamente estrecha: de no más de 4 km., y está flanqueada por promontorios rocosos. A ese hipotético lector se le podría ocurrir que dinamitando y barrenando en esos promontorios, se podrían colocar baterías a cubierto. Nos referimos a la Punta Jersey, de Bahía Roca Blanca, de la Gran Malvina, y al promontorio Güemes (o altura 234, Fanning Head) de Soledad. Los obuses Oto Melara de 105 mm. del Ejército Argentino, con alcance de 10 kms., en fortificaciones adecuadas, podían interdictar ese acceso. Y, si además se situaba un submarino nacional, a esa altura del Canal, y se minaba un buen radio, el asunto podía resultar interesante. Ya sin necesidad del "Derrotero", con cualquier manual al uso, se podía comprender la importancia vital que para la recuperación de Malvinas tenía la isla de los Estados. Rehabilitando alguno de sus puertos naturales -Parry, Cook y Cánepa-, con muelles provisorios; instalando en sus alturas (900 ms.) un radar que "barriera" toda la zona marítima; y, sobre todo, efectuado en San Juan de Salvamento las obras elementales de helipuerto y aeropuerto, las perspectivas de la región hubieran cambiado ciento ochenta grados. Como dice el Cap. de Ultramar Victorio R. Gómez, hubiera podido "convertirse en un importante punto de apoyo para nuestras fuerzas navales y aeronavales". Y, ni qué decir si en la Escuela Nacional de Defensa y en las Escuelas Superiores de Guerra de las tres Fuerzas, se hubiera establecido como lectura obligatoria el "Informe Shackleton" de 1976, y la "Campaña Científica en las Islas Malvinas", de 1974 (publicada en los Anales de la Sociedad Científica Argentina), además de los trabajos de F.A. Daus, A.E. Riggi, S.R.M. Dozo, J.C. Turner, H. Cuevas Acevedo, etc. Todo eso es lo que "no fue" en materia geográfica. De ahí que muchos de los jefes militares, todavía en sus libro actuales sigan repitiendo la versión darwiniana de la desolación y aislamiento malvinero (como si ni siquiera hubieran visto las fotos de los

Infantes de Marina descansando en un bosque de caleta Teal, que, entre las páginas 200 y 201, se hallan en el libro del Grl. Julian Thompson, "No picnic. La actuación de la 3ª Brigada de Comandos de Infantería Británica en la guerra de las Malvinas 1982", Bs. As., Atlántida, 1987). 5. La perspectiva histórica y los análisis de inteligencia: Si la Geografía debía brindar el conocimiento del espacio, la Historia debía proporcionar la experiencia del tiempo, para que la Política pudiera operar prudencialmente. No hablamos ni de belicismos ni de pacifismos. No nos planteamos la cuestión ideológicamente, sino de modo realista. En esa percepción, dado el cuadro pre-bélico, los expertos en inteligencia militar debían consultar con los historiadores. Con personas que supieran cómo se había entretejido la urdimbre británica en el Atlántico Sud. No con periodistas, politólogos, futurólogos, psicólogos, y otros aficionados que opinaron de la materia. De haber ocurrido eso, creemos que juicios como los del Cnl. Francisco Cervo, no se habrían formulado. Dice este oficial superior (que en 1982 se desempeñó en el Estado Mayor Conjunto del Comandante Militar de las Islas) que: "Para el Ejército Argentino, nunca fue Gran Bretaña un enemigo potencial... En una confrontación militar, la República Argentina sería inexorablemente derrotada... Considero que la guerra por las Malvinas no fue ni imprescindible ni vital" ("Operaciones terrestres en las Islas Malvinas", Bs. As., Círculo Militar, Biblioteca del Oficial, vol. 721, 1985, ps. 46, 70, 73). Dejemos, por ahora, lo de la derrota inexorable, y centrémonos en la inexistencia de una hipótesis de conflicto con Gran Bretaña. El historiador le podría haber dicho a este militar que, desde la derrota de la Armada Invencible en 1588, y, más definidamente, desde Trafalgar, en 1805, Gran Bretaña ha sido el principal enemigo de la América Hispana. En la época colonial, no más, en el Río de la Plata existieron 13 hechos (entre los ejecutados y los proyectados) de acción armada inglesa, cuyos sucesos culminantes fueron las invasiones de 1806 y 1807. Intentos bien anotados por José Luis Speroni. En la época independiente, hasta 1977, hubo otros 13 actos armados del Reino Unido. En total: 26 hechos de fuerza. Luego, la nación con la que hemos tenido más conflictos es Gran Bretaña. El de 1982 fue el número 27 de la extensa lista. A la que se deben sumar los actos de expansión colonial, en y desde Malvinas. Ellos fueron 12, uno de los más trascendentes el de la Carta-Patente del 21.7.1908, por la cual el Rey Eduardo VII declaraba incorporadas a las "Dependencias" de las Falkland a toda la provincia de Tierra del Fuego y a parte de la de Santa Cruz. Entonces: si 39 hechos agresivos a nuestra soberanía no convertían a Inglaterra en un "enemigo potencial", cabría preguntarse qué podría ser objeto de interés bélico por nuestro país. A la luz de esa experiencia el historiador Ernesto J. Fitte deducía que: "La voracidad inglesa no se contentaría con la usurpación de 1833; para ellos era una etapa y nunca una meta". Ahí el oficial de inteligencia podía inferir lo que estaría pasando en las altas esferas de la conducción británica, y ponerse a trabajar en consecuencia. Si se hubiera estado bien atentos a los movimientos ingleses, algo de lo que -después de la contienda- documentó el "Informe Franks" se habría conocido acá. Pues, en el informe de los Consejeros de la Corona se registran 11 actos de preparación bélica, encaminados a instalar la "Fortress Falkland", ocurridos entre el 19.2.1976 y el 2.4.1982. En efecto: la erección de la fortaleza armada, con la presencia de la Royal Navy -fragatas, submarinos, portaaviones, infantería, etc.- fue largamente elaborada. Primero lo hicieron los ministros J. Callaghan y D. Owen, y después los Jefes de Estado Mayor, dependientes de Whitehall, en el ministerio de John Nott. Inglaterra preveía y buscaba la guerra. El vocero laborista Mr. Dennis Healy, dijo en los Comunes el 23.1.83: "Como todos sabemos, el gobierno había decidido, a partir de octubre de 1981, que era imposible negociar seriamente con la Argentina".

Con más precisión podría afirmarse que fue el 14 de setiembre de 1981, cuando los Jefes de Estado Mayor sancionaron los "Planes de Contingencia" -reestructuración de la "Task Force", con la base del portaaviones "Invencible", 4 destructores, fragatas, submarino nuclear, buques de abastecimiento, y tropas de tierra del orden de una brigada, todo puesto bajo el mando del Calte. John Woodward- que la etapa bélica comenzaba. Inglaterra sabía que la Argentina estaba cansada de "hablar por hablar", y que pronto exigiría concreciones que, por modo alguno, el Reino Unido estaba dispuesto a conceder. Así, en marzo de 1982, el encargado del Área Sudamericana del Foreign Office Mr. Robin Fearn escribía: "no tenemos otra alternativa que ésta" (la de la Fortaleza Falkland). El 6 de marzo, el corresponsal de "The Guardian" Jeremy Morgan asentaba: "Desde el 6 de febrero último estoy en conocimiento de la invasión que se está preparando para las Malvinas. Estoy muy bien informado y sé qué va a suceder". Todavía bajo la ley de Secretos Oficiales, el 3 de abril de 1983, el ex ministro de Defensa John Nott admitió en el Parlamento: "Si hubiésemos estado sin preparación ninguna, ¿cómo el siguiente lunes 5 de abril, unos pocos días después, hubiera podido la Armada Real ponerse en campaña en orden de batalla y con armamento y recursos propios de tiempo de guerra?... Los preparativos estaban en marcha desde hacía varias semanas. Estábamos listos". Más que eso; mucho más. Primero fueron los periodistas Simon Jenkins y Max Hasting quienes anotaron que la Task Force fue despachada: "dos días y medio antes de que la Junta (Militar Argentina) resolviera el probable ataque" ("La batalla por las Malvinas", Bs. As., Emecé, 1983, p. 78). Después el Informe Franks aclaró que ellos fueron sorprendidos porque "la Argentina no escaló la disputa en la forma esperada", con "una progresión ordenada", de reclamos en los foros mientras avanzaba la Task Force, y la distancia diferente que debían recorrer ambas flotas generó la idea de que había sido la Argentina la que empezara el conflicto bélico, simplemente porque llegó primero a las islas. Por último, ha sido el propio Comandante de la Flota Británica, Alte. John "Sandy" Woodward quien ha despejado cualquier duda al respecto. Su libro de memorias, por lo pronto, lo ha llamado "Los cien días" (Bs. As., Sudamericana, 1992). La cuenta la saca al final, computando el dato último del arriado del banderín de mando en el portaaviones "Hermes"; y desde ahí suma hacia atrás, diciendo: "Mi guerra había durando exactamente cien días... cien días desde que dije adiós al comodoro Sam Dunlop, capitán del "Fort Austin" en el puerto de Gibraltar la noche del 26 de marzo. Toda una vida en sólo cien días" (p. 352). Para Inglaterra la guerra empezó el 26 de marzo; para la Argentina, el 2 de abril. Esto está perfectamente en claro. Entonces: ¿por qué el mundo -y los argentinos incluidos- no lo supo...? Contesta el mismo Alte. Sandy Woodward: "De todas maneras, en el Atlántico Sur sin duda "nos lanzamos a mentir", pero la red que tejimos para nuestros oponentes, tanto en el mar como en tierra, no iba a enmarañarse, si podíamos evitarlo. Supongo que el autor de "Ivanhoe" no lo habría mirado con buenos ojos, pero básicamente yo había estado en el juego de las mentiras desde hacía ya varios miles de millas" (op. cit., p. 145). Y añade como colofón: "De modo que me sentía bastante seguro de poder engañar a las mentes militares argentinas... nosotros debimos librar nuestra batalla en la Era de los Engaños" (op. cit., p. 147). Con la ayuda de la CIA y de la embajada yanqui en Buenos Aires, los británicos supieron anticipadamente de nuestros planes recuperatorios. A la inversa no fue verdad. Nuestros servicios de inteligencia no detectaron la iniciativa contraria. Se trata de falencias intrínsecas de cualquier guerra. Lo malo es cuando el error se transpola en teoría. Cuando para ocultar nuestra desinformación, hablamos de "guerra inaudita" o de "aventura bélica". Porque eso ya es una torpeza que clama al cielo. En verdad, en 1982 habría guerra con Gran Bretaña. La única forma de evitarla hubiera sido el sometimiento completo de la Argentina a los proyectados programas de expansión colonial de Gran Bretaña, que es fiel a su historia. 6. La perspectiva bélica:

La acción armada inglesa en las Malvinas, denominada "Fortress Falkland", estaba prevista para 1982. No son ciertos los argumentos corrientes acerca de un eventual desmantelamiento de la Royal Navy (en los que ha insistido con cierto exceso Virginia Gamba). Se iban a desprender de los portaaviones HMS "Hermes" y HMS "Invincible"; pero sólo para reemplazarlos por los más modernos HMS "Illustrious" y HMS "Ark Royal", que estaban en construcción. El único navío importante a desguazar era el rompehielos "Endurance". De modo que esa noción vulgarizada de una aspiración de su Armada desatendida por sus Gobiernos, no sirve para explicar nada. En todo caso, lo que importaba desde el punto de vista armamentístico eran las posibilidades argentinas para enfrentar con éxito la agresión británica. El problema era básicamente mental. Había que admitir que la guerra sería forzosa, en primer lugar. En segundo término, que Inglaterra era todavía una potencia militar y que, por añadidura, contaría con el auxilio norteamericano y sus títeres de la NATO. Además, debíamos esperar que el bloque socialista se abstendría de involucrarse en un hecho ajeno a sus intereses revolucionarios y contrario al deslinde de Yalta. Por último, que tanto Chile como algún otro vecino, intentarían sacar partido de la oportunidad en contra nuestra. En esa apreciación de estrategia política se equivocaba gruesamente el Gobierno Militar, al suponer una pasividad británica y una ayuda norteamericana. Todos los tribunales que han juzgado la conducta de la Junta de 1982 así lo han hecho notar. Acriminación que suscribimos, con la variante que el Grl. Mallea Gil, que fue quien trasmitió la "luz verde" supuesta del Pentágono y Thomas Enders, debió haber sido el principal acusado. Empero, lo que no han dicho esos sentenciantes es que, correcta o incorrecta la estimación de la posición estadounidense, lo mismo la Argentina debía enfrentar el combate. No ya el de "ocupar para negociar" del Grl. Galtieri, sino el de "luchar hasta morir", de nuestras mejores tradiciones bélicas. En este plano la incriminación debió ser para los miembros de los tribunales que -tácita o expresamente- sostenían que había que rendirse por anticipado, si los EE.UU. no nos auxiliaba. Y bien, para una empresa bélica de tal magnitud, la Argentina debía prepararse, sin optimismos o triunfalismos estólidos, pero también sin el pesimismo trascendental que se ha hecho ostensible en esta época de desmalvinización (como si nuestra Independencia no hubiera sido conseguida en guerra con España y sin el apoyo de nadie; y, menos, de Gran Bretaña que por el Tratado Apodaca-Canning de 1809, era aliada y socia de la metrópoli hispana). "Pocos o muchos, los argentinos siempre pueden con los extranjeros", decía el Grl. San Martín. Con una confianza realista, o, si se prefiere, con un pesimismo activo, debía emprenderse la tarea armamentista. Pasando, pues, a la concreción de este asunto, digamos que las previsiones debían ser completas y rápidas; y que debían apuntar tanto al orden interno como al externo. No se trata de hacer ahora un listado prolijo. Sería pura utopía querer agotar la enunciación de todos los actos posibles. Por eso, nos limitaremos a indicar algunos, que sirvan de ejemplo de lo que deseamos señalar. Había que comenzar por crear un Comando Conjunto de las tres Fuerzas, bajo el mando de un militar prestigioso (a nuestro entender, quien cumplía tal requisito era el Grl. Rodolfo Mujica). Si en esto se daba predominio al Ejército, esa distribución cesaba ahí mismo. La fuerza aeronaval iba a ser la principal en el teatro insular. Luego, toda la aviación argentina debía quedar bajo el mando del entonces comandante de la Aviación Naval, Calte. Carlos A. García Boll. El Estado Mayor del Comando Conjunto debía ser integrado por jefes de las tres fuerzas de probada capacidad y arrojo (vgr.: el Calte. Carlos Büsser, el Brg. González Castro, el Brg. Simari, el Cnl. Auel, el Cap. Frg. J. Colombo, el Tcnl. Seineldín, etc.). En cuanto a las unidades a emplear, es claro que debían ser, en primer lugar, las tropas de élite -Ca. de Cdos., con todos sus efectivos, los BIM 2, 3 y 5, con todos sus cuadros; el RI 25, de Colonia Sarmiento; la Brig. I Aert. IV; los "Albatros" de la PNA; los "Alacranes" de la GN; la Agr. Cdos. Anfibios, la Agr. Buzos Tácticos, y el Gpo. Cdos. Anfibios y Buzos Tácticos del ARA; el G7 COIN de la

FAA; etc.-, y, en un segundo escalón las tropas de montaña de la VIII Brigada, las de Neuquén, Chubut y Santa Cruz. En estas últimas unidades, los conscriptos debían ir siendo reemplazados por cuadros de suboficiales traídos de otras unidades del país. Así configurada la Fuerza de Tareas, debía comenzar por un adiestramiento intenso. Reunida en un cuartel sureño, que podía ser de Rospentek, se la debía aclimatar, y entrenar rigurosamente en el combate nocturno; en la marcha a campo traviesa por terrenos inhóspitos, con mochilas bien cargadas; en el manejo de los misiles tierra-aire (Blow-Pipe, SAM 7 "Strela", Intalaza, etc.); en el uso de los visores nocturnos y detectores de calor; en el empleo de las moto-"cross"; en la fijación de blancos para el apoyo aéreo cercano y para el apoyo naval directo, etc. Un jefe casi ideal para todas esas labores era el Cap. Frg. Carlos Hugo Robacio, entonces comandante del BIM 5, quien en su extraordinario libro "Desde el frente. Batallón de Infantería de Marina nº 5", Bs. As., Instituto de Publicaciones del Centro Naval, 1996, cap. 2 "Preparación y adiestramiento en 1981", ps. 9-32- mostró con los resultados la importancia de una ejercitación adecuada. Como dijimos, la fuerza aeronaval debía ser unificada; quedando bajo mando único los 150 aviones de combate con que contaba el país y los 50 helicópteros disponibles. También aquí el adiestramiento era fundamental. La técnica del ataque masivo desde diversos azimutes, sorpresivo, y sobre buques de transporte y desembarco, con bombas "snakeyes" o con paracaídas de detención, debían ser sus tareas previas. Los pilotos debían ser alertados insistentemente en la inconveniencia de trabarse en combate con los buques o aviones de guerra del enemigo, siempre que ello se pudiera evitar. Es decir, que debía quedar muy en claro que nuestra anticuada fuerza aérea debería emplearse donde y cuando más le doliera al enemigo, sin establecer competencias desventajosas. En cuanto al ARA, dada su inferioridad manifiesta, debía adiestrar principalmente su división Corbetas 69. Esto, porque dada su pequeña y estrecha silueta, esas corbetas sólo eran detectadas por los radares enemigos a unas 20 millas náuticas; mientras que las corbetas podían detectar a los buques de gran porte ingleses (todos los de guerra) a 30 millas náuticas. Esto arrojaba una ventaja de 10 millas náuticas que, merced a la dotación de los MM-38 de 42 km de alcance, podía traducirse en éxitos insólitos. Esa división debía ser reforzada con las lanchas rápidas "Intrépida" e "Indómita", a fin de actuar en operaciones de aventura sorpresiva, con alto riesgo. En ese mismo tipo de operación debían operar los submarinos tipo 209. Los soportes subalares de nuestros aviones cazabombarderos debían ser acondicionados para la portación de torpedos y de bombas de napalm; y sus cañones debían de ser de 30 mm., reemplazándose los de 20 mm., para no dar ventaja a la artillería de los aviones enemigos. Con este asunto entramos en el terreno armamentístico propiamente dicho. Primeramente, había que intentar mejorar el stock de armamentos del país. Aprovechando el reciente levantamiento del embargo de armas de USA (enmienda Humphrey-Kennedy), había que proceder a comprar todos los repuestos necesarios para los A-4P; en función de la misma medida, la entrega por parte de Israel de los 14 "Skyhawk", comprados, pagados y retenidos (hasta el día de hoy). De igual manera, apresurar el embarque desde Marsella de los 9 SUE y sus respectivos AM-39. Si se ponía a punto este sistema de armas la Argentina podría contar con 14 "Super Etendard" y 18 "Exocet", bien decisivos en el combate aeronaval. También estaba ya contratada la compra de 6 submarinos diésel de la clase 209 (tipo "Salta"), y de 10 unidades de superficie con las firmas alemanas Thyssen y Blohm und Voss. Por lo menos, algunos de esos submarinos y algunas de las corbetas tipo 69 debían apurarse en su recepción. Si a pesar de la gestión (no burocrática rutinaria) de nuestros agregados navales, tales envíos se demoraban, había que tramitar la compra en la URSS de 3 submarinos diésel clase "Foxtrot" -cuyos torpedos eran más rápidos que el sonar de las fragatas inglesas-, a cambio de un canje por cereales. Nada de lo expuesto constituía un requerimiento desorbitado para nuestro presupuesto defensivo; ni tampoco llamativo de la atención de quienes seguían desde el exterior con interés nuestra evolución

armada. Pongamos ejemplos menores. Comprar en el mercado internacional unos cientos de visores nocturnos, para uso de infantería, o unas docenas de antiparras iguales para los helicopteristas, no iba a despertar la alarma de nadie. Incluso se podrían adquirir dos helicópteros medianos, "Puma", haciéndolo pasar como reequipamiento ordinario. Claro que la tarea más ardua quedaba de cuenta de nuestra propia industria bélica. En ese sentido eran muchas las labores que había que emprender. Una, por ejemplo, la transformación en aviones cisternas (KC-130) de dos, por los menos, de nuestros transportes (C-130). Otra, la colocación de lanzas para el abastecimiento de combustible en vuelo a los M-IIIE y a los M-V; otra, modernizar la aviónica de los A-4P, M-IIIE y M-V, equipándolos a todos con aparatos de navegación Omega y IFF (medidas de apoyo electrónico) y ECM (contramedidas electrónicas). Esos equipos y el consiguiente "know-how" debían adquirirse discretamente en el mercado internacional (al fin de cuentas, se había hecho pública una gestión para comprar 29 aviones A-4B del sobrante de la Armada de USA que fracasó). Por supuesto que al respecto no cabía hacerse muchas ilusiones (los norteamericanos se habían negado a enviar 32 turbinas J 65, necesarias para la reposición en los "Halcones"). Por eso, había que dar prioridad a la industria nacional. Ésta estaba capacitada, por ejemplo, para reemplazar las ruedas de los camiones y jeeps por orugas; quedando los vehículos como algunos Unimog que ya existían, aptos para desplazarse en todo terreno, especialmente en la turba esponjosa. En nuestro comercio había suficiente cantidad de motocicletas "enduro"; como para que fueran adquiridas en seguida, y comenzara el adiestramiento de la infantería con ellas. A Fabricaciones Militares le cabían importantes tareas. Así, podía acelerar la fabricación de determinados armamentos que ya estaban en uso en el EA. Por caso: los morteros FM Cal. 120 mm LR (con proyectiles PEPA-LA, de 8.380 ms. de alcance), para apoyo de la infantería. También: los cañones 155 mm./L33 Citer FMK 1, para dotar convenientemente la artillería. Además: los cohetes SS Slam "Pampero" FMK 1; los AS similares con sus tubos lanzadores; el misil hiloguiado "Mathogo"; el sistema de lanzacohetes de artillería múltiple "Sapba", con un alcance de 17 km.; etc. Ciertas labores no eran demasiado complejas para nuestros técnicos, como la de equipar a todos los helicópteros medianos con ametralladoras MAG coaxial 60-40, que ya se usaban en la torreta de los tanques. El Comando Conjunto ya vería con cuál de todo ese material convenía equipar a la tropa y con cuál no. Lo que era inexcusable y que excedía la apreciación profesional, era la construcción de la prolongación de la pista de aterrizaje, apenas conquistado Port Stanley (Puerto Argentino). Para ese evento esencial, la pista metálica de aluminio de la Base Marambio debía estar ya alistada en el primer buque de transporte nacional que zarpara con destino a las Islas. Las planchas, junto con las grúas, aparejos respectivos; cables de frenado, cubierta AM2 de acero y caucho (para evitar los desplazamientos por las lluvias), y las retroexcavadoras, con sus respectivos operarios e ingenieros, debían estar tan aprestados como las tropas de la Fuerza de Tarea. Y esto debía ser así, necesariamente, porque de la prolongación de la pista de Stanley para que nuestros aviones de alta perfomance pudieran operar desde allí, manteniendo alejada de las islas a la "Task Force", dependería, en definitiva, la suerte de la guerra. Es decir, si éramos capaces de transformar a las Malvinas en nuestro gran portaaviones, o no. Podríamos continuar con el enunciado de medidas que estaban al alcance de unas FF.AA. que realmente se prepararan para la guerra contra el mayor enemigo histórico de la nación. Para que, vgr., después no se pudieran invocar pequeñeces, como la del entrenamiento con mochilas pesadas, para no efectuar los movimientos tácticos obligados. En fin que con algunas de esas medidas el poderío inglés hubiera quedado neutralizado. Y, en esta materia, hasta nos atreveríamos a sostener que con el solo alargue de la pista (con cables y cubiertas), las cosas podían haber sido de una manera totalmente distinta a como fueron en la realidad. Ése es el punto de toque, de lo que se pudo hacer y no se hizo.

7. La perspectiva internacional:

Y no se adoptaron medidas adecuadas porque toda la clase dirigente -civil y militar- en lugar de pensar en la guerra, pensaba en la paz. Ha sido el jefe naval de la NATO en ese año de 1982, quien ha marcado con trazo fuerte la principal diferencia entre el Gobierno de Mrs. Thatcher y los directivos argentinos. Dice el Alte. Harry Train: "Las autoridades argentinas actuaron en la convicción de que estaban envueltas en el manejo de una crisis diplomática. Los británicos lo hicieron en la convicción de que estaban en guerra... Los argentinos admiten que en ningún momento durante la planificación de la invasión de Malvinas ellos pensaron que podían vencer si los británicos decidían pelear por ellas. Infortunadamente este preconcepto prevaleció influyendo en las decisiones y en la capacidad militar argentina a lo largo del conflicto" ("Malvinas: Un caso de estudio", en: "Boletín del Centro Naval", Bs. As., nº 748, vol. 105, año 106, enero-marzo 1987, ps. 37, 50). La diferencia real estuvo en la mentalidad con que se afrontó el conflicto. Se pensaba en la paz -"¡queremos la paz!", "¡queremos la paz!", corearía la multitud, cuando la venida del Papa-, y no en la victoria. La paz, a su vez, se confiaba a los foros internacionales. La atención principal de los argentinos -antes, durante y después de la guerra- se centró en la ONU, como si de ese organismo dependiera íntegra nuestra suerte. ¡Ingenuidad supina! Dice en sus memorias la Sra. Margaret Thatcher: "...sabíamos que teníamos que llevar nuestros asuntos fuera de la ONU en la medida de lo posible... Esto continuó siendo una consideración esencial a lo largo de la crisis... Alexander Haig... acordó con nosotros una línea común... las negociaciones (con Haig) actuaron sin duda en nuestro favor al excluir durante un tiempo la intervención diplomática aún menos útil surgida de otras fuentes, entre ellas la ONU" ("Los años de Downing Street", Bs. As., Sudamericana, 1994, ps. 180, 192, 186). "Éste era el momento -añade- para concentrarse en una cosa, y sólo en una: la victoria". ¡Siquiera alguien hubiera pensado así aquí! Y no porque a nosotros, a diferencia de los británicos, no nos importaran las decisiones de la ONU. No. Nosotros, que contábamos con el Derecho, debíamos esgrimirlo cuantas veces fuera necesario. Pero -y aquí está la clave-, sin caer en la superstición racionalista de que el Derecho es el único que rige al mundo. "Por la razón o la fuerza", como reza el escudo de Chile. O: con la razón y la fuerza. Con un brazo tener el escudo jurídico, y con la otra mano empuñar la espada militar. Con realismo, sin optimismos ni pesimismos. Sin embargo, la manía legisferante y pleitista de los latinos nos hizo estar solamente pendiente de la salida jurídica-diplomática. Entonces y ahora. Porque todavía se debate si era posible obtener los votos y vetos necesarios en el Consejo de Seguridad de la ONU para que la Res. 502/82 no nos fuera adversa, como nos fue. Se reprocha al gobierno militar, y en particular a su canciller Nicanor Costa Méndez, la imprevisión diplomática. En tal controversia se parte del supuesto, redomadamente falso, de que la guerra no era forzosa, y se da rienda suelta al idealismo internacionalista. Dentro de esa corriente, la más seria impugnación la ha formulado Juan Carlos Puig. Sostiene él que la Argentina no debió haber empleado una política exterior de sigilo y reserva, en el caso Malvinas; sino que debió ventilar públicamente la cuestión para "legitimar" el uso posterior de la fuerza. Cita en su apoyo el método que siguió la India, el 21.12.1961, antes de que sus tropas ocuparan los enclaves portugueses de Goa, Damao y Diu, merced a lo cual consiguió el veto ruso a la condena del Consejo de Seguridad. Al parecer, ese precedente no era ignorado por el canciller Costa Méndez, quien lo sacó a relucir en la reunión de la ONU del 3 de abril de 1982, sin éxito. Sucedía que las circunstancias no eran iguales. Portugal, ya había sido condenado por USA y el Reino Unido, sus socios protectores, y la alianza bélica de la India con la URSS era bastante notoria. En nuestro caso, se hicieron gestiones preliminares con la Unión Soviética y con la China roja, que fracasaron. Cual dicen los periodistas Cardoso, Kirschbaum

y van der Kooy: "la URSS sólo ejercita su poder de veto cuando el tema afectaba sus intereses en forma directa" ("Malvinas. La trama secreta", Bs. As., Sudamericana/Planeta, 1983, p. 124). Lucio González del Solar conviene en que los rusos "no querían asumir nuevos pleitos en casos no conocidos por ellos". Y, lo anota el corresponsal de la agencia Tass, Isidoro Gilbert: "En realidad, Moscú nunca reconoció taxativamente los derechos argentinos sobre las Islas. En su cartografía figuran como Falklands. Tampoco los EE.UU." ("El oro de Moscú", Bs. As., Planeta, 1994, p. 372). Luego, del bloque socialista nada cabía esperar. De los países del Tercer Mundo, sobre los que Puig arguye que no estaban suficientemente advertidos del caso, los estudiosos ingleses han narrado los métodos de presión ejercidos por su país sobre Zaire, Togo, Uganda y Jordania, y los apoyos directos recibidos de Gambia, Senegal y Sierra Leona en la logística de la Task Force. Por más tiempo y publicidad de los que hubiera dispuesto nuestro país, no hubiera podido alterar esas realidades que dependen de los intereses y no de los conocimientos, en el mundo actual. Para corroborar este aserto basta con echar una mirada a otros casos más fáciles de apreciar. España, la España democrática, cuando se le planteó la identidad con lo de Gibraltar, dijo que esa cuestión era "distinta y distante" de la de Malvinas. Portugal, el Portugal socialdemócrata, se apresuró a ofrecer a la Task Force su base de Lajes, en las Azores. Italia, la Italia demócrata-cristiana, secundó sin chistar la decisión de la CEE de bloqueo a la Argentina ("en términos tan cálidos que hasta los británicos se quedaron sorprendidos"). Francia, la Francia socialista de Mitterrand, facilitó aviones Mirage a la Royal Navy para que se entrenara contra aeronaves similares a las nuestras. En América, Colombia, liberal, y Chile, dictatorial, traicionaron el pacto del TIAR. Ésa era una buena gama de colores ideológicos y de naciones que se dicen amigas de la Argentina, y que, cuando las papas quemaron, estuvieron con nuestros enemigos. En cuanto a los EE.UU., todo lo que se ha dicho de la equivocación garrafal del Gobierno Militar al suponer una neutralidad benévola hacia nuestra causa, es cierto y mucho más; como que U.S.A. aportó un portaaviones (el "Einsenhower", según la Sra. Thatcher), amén de misiles, bases, satélites y diversas armas a sus socios británicos. Lo más que podía hacerse en el terreno diplomático, tan caro a la predilección de los argentinos, era conversar con Irlanda (que luego cambió su voto), y trabar una genuina alianza ofensivadefensiva con Perú, Venezuela y algún otro país hermano. Y nada más. La guerra era indefectible. A la Argentina, dijo el nieto de Sir Winston Churchill, el 6 de junio de 1982, en el Parlamento, "hay que hundirla en la tierra de la humillación. Hay que desalojarla de las tierras antárticas que le corresponden a Gran Bretaña, como extensión de sus derechos sobre las Falkland y sus dependencias Georgias y Sandwich. Gran Bretaña debe coordinar sus intereses con Chile, para ayudarle a defenderse de las agresiones en la Antártida y Tierra del Fuego". ¿Con ese enemigo implacable íbamos a negociar...? Podríamos, tal vez, rehuir la confrontación en las Georgias, para alargar el lapso de nuestro rearme. En ese sentido, debíamos saber que también el Reino Unido procuraba la dilación. Según lo informó el Encargado de Negocios en Londres, Atilio Molteni, el 26.3.82, Inglaterra quería "alargar las negociaciones para poder armar la defensa de las islas y estar mejor preparados para cualquier conflicto". La demora, pues, era arma de doble filo. Lo seguro es que el tiempo de la diplomacia había caducado. Cual lo apuntan los periodistas ingleses Simon Jenkins y Max Hastings: "La diplomacia resultó impotente para impedir la guerra una vez que la fuerza de tareas se hizo a la mar" ("La batalla por las Malvinas", Bs. As., Emecé, 1984, p. 196). Entonces, ¿qué hacer? ¿achicarse y vivir permanentemente derrotados, como vivimos ahora, sin combatir? ¿escaparse de la realidad y seguir declamando poesías diplomáticas en los foros internacionales...? Creemos que la respuesta está en el Eclesiastés (3, 1), cuando enseña: "Todo tiene su momento, y cada cosa su tiempo bajo el cielo... su tiempo la guerra y su tiempo la paz". Era tiempo de guerra, y había que combatir y morir como hombres, no como gallinas.

B. DURANTE LA BATALLA, 1982 1. Acción diplomática

Cual dijera el delegado de Panamá en el Consejo de Seguridad de la ONU, Dr. Illueca, la Resolución 502/82: "en manera alguna autoriza al Reino Unido a usar de la fuerza a través de su Marina de Guerra... Que quede en claro que el Consejo no ha autorizado al Reino Unido para una operación bélica". Así era, en efecto. La Resolución de la ONU, que censuraba la actitud argentina de ocupación, no autorizaba al Reino Unido para que empleara su fuerza armada a los fines recuperatorios. En la Carta de las Naciones Unidas existen las medidas conjuntas de fuerza, previstas en los arts. 41 y 42. Dichos artículos no se invocaron por Gran Bretaña. Esa nación fundó su alegato en el art. 51 de la Carta. Éste autoriza la legítima defensa, como medida previa a la intervención de la ONU; pero, producida ésta, ya no tiene aplicación. El acto inglés unilateral, fue, pues, ilegal. Subrayemos que esa notoria ilicitud provenía de querer ejercitar una defensa individual, cuando la que cabía era la colectiva del organismo internacional. Violentando la Carta, el Reino Unido operó militarmente. La ONU no dijo nada; y no se molestó porque ya para esto USA había dado su bendición a la expedición británica. Y, como es sabido -como se ha visto hasta el hartazgo en el asunto de Irak, atacado o amenazado por USA, sin intervención de la ONU- la voluntad de los EE.UU. es ley para la ONU. Fue el Senado de USA -y no la ONU-, quien el 29 de abril -por 79 votos contra 1, del senador derechista republicano Jesse Helms- aprobó la moción demócrata Biden-Moynihan. Por ella se declaraba a la República Argentina "país agresor", y se reconocía al Reino Unido el derecho de ataque armado. Acto que fue seguido por el anuncio del Presidente Ronald Reagan, del 30.4.82, de su apoyo oficial a la guerra emprendida por Gran Bretaña. Luego, los enemigos declarados de la Argentina en esa contienda fueron el Reino Unido de la Gran Bretaña e Irlanda del Norte y los Estados Unidos de América; algo que jamás se deberá olvidar. Insistimos que no fue la ONU, como vulgarmente se suele decir entre nosotros. No lo fue porque tanto Reagan como Thatcher se pusieron de acuerdo en que: "cuanto menos intervención se diera a las Naciones Unidas tanto mejor sería" (Hastings, M. y Jenkins, S., op. cit., p. 119). La guerra fue conjunta anglo-norteamericana. Como lo ha probado el Calte. francés Denis Barnouin: "El Pentágono brindó ayuda a Gran Bretaña desde un principio". Esto ya lo había denunciado Karl Bernstein en "The Washington Post" (el 14.4.82), lo había corroborado "The Economist" (del 2.3.1984), y lo ha confirmado el ex Secretario de la Armada de USA John Lehman (en "The Observer", 30.5.1988). El Secretario de Defensa de USA Caspar Weinberger se empeñó, sin autorización de su Congreso y violando 15 normas legales de los EE.UU., en el auxilio bélico de la acción militar de la Royal Navy (quien tampoco en su inicio contaba con autorización de su Parlamento). Nueva ilegalidad recíproca; que generó la posterior condecoración a Weinberger con la Orden del Imperio Británico. Bien. Ése era el panorama real. ¿Qué se podía hacer ante ello...? Las hipótesis pueden ser varias. Desde aliarse con la URSS hasta no hacer nada (o peor: convertirnos en "aliados" de nuestros opresores, como se ha hecho desde 1983 en adelante). El argentino medio entre esa gama de posibilidades suele elegir también un término medio: la acción diplomática (porque es barata y no cuesta sangre). Pero: ¿había o no había alguna perspectiva de contrarrestar la acción armada anglo-norteamericana con una actividad diplomática...? Quienes se inclinan por la afirmativa, invocan en primer término las alternativas de la Misión del Secretario de Estado de USA Grl. Alexander Haig. Dicen que nos hubiera convenido aceptar su proyecto de soberanía compartida, conocido como de las "tres banderas". Todavía al presente hay quienes

escriben respecto a Haig que: "Es falsa la versión que lo acusa de estar predispuesto a favorecer a Gran Bretaña" (Cap. Frg. RE, Eduardo J. Costa, "Guerra bajo la Cruz del Sur", Bs. As., Hyspamérica, 1988, p. 51). Haig, dijo la delegada de USA en la ONU Mrs. Jeane Kirpatrick, es "un británico disfrazado de americano". Empero, lo más sencillo para elucidar la cuestión es acudir a la opinión del propio Haig, asentada en sus "Memorias". Allí dice Haig: "Mis simpatías estaban de parte de los británicos... Deseaba asegurarle (a Mrs. Thatcher) que podía contar con el apoyo de los Estados Unidos en un correcto curso de acción... "Estoy en Londres para ayudar a los británicos", le dije... Los Estados Unidos, al participar en el más alto nivel en la negociación, ayudaron a la Sra. Thatcher a hacer lo que hizo... En las Malvinas, Occidente recibió a través de Gran Bretaña una gran victoria" ("Memorias", Bs. As., Atlántida, 1984, ps. 303, 311, 312, 340). Entonces, si eso es así, no cabe especular más con el sentido de esa misión de "buena voluntad". Haig, como EE.UU., era socio y aliado de Gran Bretaña. No era un tercero que pudiera "mediar": era parte en el conflicto. Lo consignó de este modo el embajador británico en USA, Sir Nicholas Henderson: la misión de Haig fue una forma de "llenar el vacío diplomático entre el envío de la Task Force desde el Reino Unido hasta que ésta estuvo lista para retomar las islas". Inglaterra necesitaba tiempo para compensar la diferencia de espacio con la Argentina: Haig se lo brindó. Eso es todo. ¿Eso es todo...? No. Había más. Estaba el asunto de las "tres banderas". Muchos insensatos nativos continúan aseverando que se perdió una gran ocasión de obtener una soberanía compartida y de evitar la guerra. Falso, referente a esto último como acabamos de ver, también lo es respecto de lo primero. Ha sido el Dr. José María Sáenz Valiente quien ha develado el sentido de la propuesta de Haig. Lo que el Secretario de Estado buscaba era hacernos aceptar el régimen de fideicomiso del capítulo XII de la Carta de la ONU, rechazado por la Argentina en 1946, y con ello permitir a Inglaterra que anulara todo lo resuelto en torno al régimen de descolonización, del capítulo XI de la Carta, cuya suerte le había sido tan adversa a partir del día en que inscribió a Malvinas entre sus colonias. Con el fideicomiso de las "tres banderas" nos quedábamos en el aire, y a empezar desde cero. Perderíamos, de derecho, lo conquistado en la ONU desde 1960 en adelante. ¡Menos mal que no firmamos semejante "paz"...! Por lo demás, el Grl. Haig era un tramposo completo. El senador Jesse Hemls envió su secretario a Buenos Aires (Clifford Kirakofe), y obtuvo de nuestra Cancillería los originales de las contrapropuestas argentinas. Con esos papeles a la mano, el Senado de USA determinó que Haig había mentido y había falsificado las propuestas argentinas. A Reagan no le quedó otra posibilidad que la de despedirlo de su gabinete. "A nuestro amigo Alexander -dijo- se le fue la mano y esto no puede ser aceptado". Todavía los aficionados a la diplomacia sostienen que si lo de Haig no era fiable, sí lo era lo del Presidente del Perú Fernando Belaúnde Terry, del 2.5.1982. Pues, esta alegación es más fácil de destruir. El mismo Belaúnde admitió que la propuesta de paz que tramitó "pertenece al Secretario de Estado (Haig)". Con lo cual tuvo razón la citada Mrs. Kirpatrick cuando calificó a la gestión de Belaúnde como "una nueva misión Haig encubierta". Entonces cabe concluir que por la vía diplomática no había arreglo posible. Si alguna duda subsistía en aquella época, ésta debió disiparse el 5.6.82 cuando el proyecto de Resolución presentado en el Consejo por España e Irlanda, de cese del fuego, aprobado por 9 votos y 4 abstenciones, fue vetado por el Reino Unido y los Estados Unidos. Ellos querían la guerra, no la paz. Y ése es el punto central que sigue sin entenderse. No obstante, algo sí cabía hacer en el plano diplomático, y no se hizo. No para impedir la guerra, sino para intentar equilibrar los tantos. En este caso, el escenario no era el de la ONU sino el de la OEA. Conforme a los arts. 3º, inc. 1º y 3º, 8 y 17 del Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR), dado el caso de una agresión por ataque armado en la Zona de Seguridad Americana (que incluía las Malvinas), por un país extracontinental, debía funcionar, automáticamente, la legítima defensa colectiva; para que ésta fuera armada debía ser aprobada por los dos tercios de los Estados Partes. Dado que el TIAR es un

Pacto de Seguridad Colectiva, la "neutralidad no es posible", según lo tiene asentado la doctrina panamericanista; y quien se acoja a tal posición puede ser expulsado de la comunidad panamericana. Pues bien, en las Reuniones de Consulta de Cancilleres de los días 27 de abril y 29 de mayo de 1982, la Argentina, que contaba con los votos necesarios, no reclamó perentoriamente la aplicación de las medidas de Defensa Colectiva, previstas en el art. 8º del Pacto de Río de Janeiro. Tampoco pidió la expulsión de la alianza hemisférica de los países que declararon su "neutralidad" con la abstención (USA, Chile, Colombia y Trinidad-Tobago). De tal forma, consintió en que el TIAR se tornara en un "papel mojado", y que el Principio universal de la Fe de los Tratados ya no existiera más en América. Encima, esa blandura de nuestra cancillería es la que movió a mofa al órgano de prensa del supercapitalismo financiero mundial y tradicional enemigo de la Argentina. En efecto, el 3.6.82, "The New York Times" dijo: "lo más notable es lo que no ha ocurrido. No se impusieron sanciones. No se retiraron diplomáticos. Aparte de la Argentina ninguna nación latinoamericana rompió relaciones con Londres... No hubo una corriente de voluntarios para pelear y morir por las Malvinas". De no haber mostrado flojedad en esta materia, no habríamos impedido la guerra; pero, al menos, no hubiéramos tenido que soportar las chanzas de nuestros enemigos naturales. 2. Acción armada a. Georgias del Sur: No nos contamos entre los impugnadores a ultranza de la acción emprendida en las Georgias. Sin embargo, con Ricardo A. Paz pensamos que había que "saber esperar la ocasión oportuna", y con el Com. Rubén O. Moro, que no debía subordinarse "la idea principal (reconquista de las Islas Malvinas) al incidente coyuntural, Georgias del Sur, al adelantar apresuradamente su fecha de ejecución". En realidad, la Junta Militar fijó -el 26.3.1982- el 2 de abril como "Día D", impulsada por una actividad de desinformación adversaria. Ha sido el Alte. USA Harry Train quien ha explicado que el mando inglés difundió por TV una mentira: la zarpada del submarino nuclear HMS "Superb" hacia Malvinas. Con ello consiguió que el mando argentino estimara que en 15 días arribaría a Stanley, y que, en consecuencia, sería casi imposible entonces el envío de nuestra Fuerza de Tareas Anfibia 40, por los obvios riesgos de torpedeamiento de sus buques. Luego, se decidió el adelantamiento de la fecha antes prevista para la partida de la fuerza argentina. Ante esa decisión es muy difícil formular un juicio intelectual posterior. El examen de oportunidad que hizo la Junta, que implica un juicio prudencial, no es posible reconstruirlo ahora. Y la cuestión se centra en ese punto y no en otro. Es claro que a la Argentina le convenía esperar un tiempo. En julio contaríamos con buques, aviones y misiles adicionales. Pero la interdicción submarina sería también concluyente, cual lo demostraron después lo HMS "Splendid", "Spartan" y "Conqueror". En tal caso, el beneficio de la duda ampara al Gobierno; máxime que éste tuvo el notable mérito histórico de ordenar el "Operativo Rosario". Aunque los cálculos fueran erróneos, aunque el momento elegido no fuera el oportuno, aunque los propósitos del Operativo fueran equivocados, el sólo hecho de romper la inercia de un siglo y medio de parálisis política, lo justifica ampliamente ante la Historia. Por lo demás, esa Operación fue cumplida espléndidamente, de un modo intachable, con el heroico sacrificio de hombres como el Cap. Corb. IM Pedro E. Giachino (muerto en Malvinas), el Cab. IM Pedro Patricio Cuenca y los soldados Mario Almonacid y Jorge Néstor Aguila (muertos en Georgias). Sobre este punto, pues, nada cabe discutir ni añadir.

b. Hasta el 1º de mayo:

En lo sucedido -o no sucedido- entre el 2 de abril y el 1º de mayo de 1982, sí que cabe agregar bastante. Lo primero de todo, el retiro innecesario de la Fuerza de Tareas Anfibia 40, y su reemplazo por unidades militares no selectas. Es obvio que ese acto respondió a la errónea concepción de "ocupar para negociar", del primer momento, y a la de "ocupar para disuadir", de más adelante. Tal falla de la estrategia política pudo ser disculpable en el instante inicial. Mas, ya el 3 de abril con la Res. 502/82 del Consejo de Seguridad a la vista, con la noticia de la zarpada de los buques de la Royal Navy y la decisión de Mrs. Thatcher, sólo era posible una estrategia: "ocupar para combatir". En una previsión tal, el gobierno civil de las islas (que debía quedar a cargo de un civil bien informado sobre la disposición anglófila de los kelpers), era lo de menos. Lo importante en una guerra es la comandancia militar. Si el Calte. Carlos Büsser había acreditado su perfecta capacidad para la planificación y ejecución de la Operación Rosario, no se veía la razón para reemplazarlo. Es como si el Reino Unido, después del éxito de la Operación Sutton (de desembarco en San Carlos), hubiera postergado al Brig. Julian Thompson, que la llevó a cabo, porque era un Grl. de Infantería de Marina que mandaba paracaidistas del Royal Army. Sin embargo, entre nosotros, predominaron las torpes divisiones inter-armas, con celos y supuestas preferencias, que la Junta jamás debió atender. Pues, aquí se desplazó a la IM de la conducción de una operación insular, propia de su incumbencia castrense, en beneficio de un Grl. del Ejército, quien, para peor -como lo ha alegado en sus Memorias- se aplicó a la administración civil y no al mando militar. Además, siempre bajo la inspiración de la estrategia errónea, se alteró la calidad de los contingentes y su armamento. De ejemplo o botón de muestra de lo que decimos, bastaría con mirar el caso de la salida de los VAO a oruga de la IM, y su reemplazo -mal reemplazo- por vehículos del Ejército a rueda (Panhard), inaptos para desplazarse en el terreno turboso. Hubo equivocaciones más graves. El CAERCAS -que juzgó a los jefes argentinos, con criterio pacifista- ha señalado algunos de esos desaciertos. No obstante, omitió uno de los principales. Se trata de la apreciación de la ZEM (Zona de Exclusión Marítima, de 200 millas, dispuesta por Inglaterra el 7 de abril para regir a partir del día 12 de abril). Nuestra conducción suprema la confundió con la ZET (Zona de Exclusión total, adoptada el 26 de abril para regir desde el 30 de abril). El equívoco implicó que los buques argentinos de transporte con carga "no reemplazable" debieron suspender sus viajes a Malvinas, por el temor (infundado) de que fueran atacados. Esto generó un problema logístico insuperable. El peor: el del ELMA "Córdoba", que en sus bodegas transportaba todo el armamento pesado y las planchas de aluminio para la extensión de la pista de aterrizaje, que quedaron en Puerto Deseado (se ha hablado de un amotinamiento más o menos tolerado. Si fuera verdad, dichos tripulantes debieron ser juzgados por ley marcial). Se creyó que el transporte marítimo podía ser suplido por el aéreo. Se estableció el puente aéreo "Aries", con los C-130; sin advertir que eran necesarios 100 vuelos de los Hércules para transportar la carga del ELMA "Córdoba". Precisamente, los otros buques que eludieron el bloqueo y llegaron ilesos a Malvinas mostraron que la medida inglesa era puramente teórica, toda vez que hasta el 30 de abril ningún submarino nuclear recibió orden de torpedear naves argentinas. Los errores, como los aciertos, suelen engancharse uno con otro. En este caso, la grave equivocación sobre el alcance de la ZEM provocó otra más decisiva e inexplicable. Se trata del alargamiento de la pista de aterrizaje de Puerto Argentino con planchas de aluminio, que constituyó el problema central del conflicto en el entender de ciertos peritos extranjeros. Acerca de este tema ha recaído un velo de misterio o de sigilo increíble. Intentaremos despejarlo un poco. El asunto de la distancia entre el continente y el archipiélago fue cardinal. El Alte. USA Stansfield Turner ha observado que: "si las islas estuvieran situadas 100 millas más cerca de la Argentina, es muy probable que la victoria hubiera sido argentina". El jefe de personal de la RAF, Sir Michael Beethan, coincidía con él al decir: "la recaptura de las Falkland no habría sido posible si las islas se hubieran encontrado más cerca del

territorio argentino (sic)... hubiese sido una tarea más allá de nuestras posibilidades". Pero ese dato tenía solución (sin mentar acá la utilización de la Isla de los Estados, que no se hizo). El Comandante norteamericano del ejercicio "Ocean Venture" de 1981 le había hecho notar al Calte. Horacio Zariategui que las Malvinas "son dos fantásticos portaaviones fijos"; expresión que luego repitió el Ministro de Defensa inglés Sir John Nott. Para que las islas sirvieran de portaaviones se necesitaba una pista de despegue y aterrizaje de los aviones de alta "perfomance", más larga que la que existía en Stanley. Entonces la cuestión, en la visión de los británicos Arthur Gasvhon y Desmond Rice, se sintetiza así: "La Argentina disponía de pistas metálicas transportables. De haber instalado varias de ellas en distintas islas y llevado a ellas algunos o la mayoría de sus bombarderos de combate en vez de dejar que éstos operaran desde el continente al extremo de su alcance de vuelo, el centro de gravedad de la guerra se hubiera desplazado. Pero en los hechos esos materiales se usaron apenas para extender la pista de Stanley" ("El hundimiento del Belgrano", Bs. As., Emecé, 1984, p. 51). Desde el ángulo argentino, el profesor de la Escuela Superior de Guerra Dr. Juan Carlos Murguizur, compartía esa apreciación. Dice: "nuestra tremenda imprevisión respecto del transporte oportuno de los materiales necesarios para la construcción de una infraestructura aeronáutica en las islas, impidió basar en ellas los aviones de combate. Con ellos en las Malvinas, los desembarcos enemigos hubieran sido costosísimos si no impracticables". Eso está en claro. Pero el Alte. US Harry Train va más allá. Para él la principal causa de la derrota argentina estuvo en su fracaso "en prolongar la pista de Puerto Argentino para que pudieran operar los A4 y Mirage". Agrega que la FAA pidió el 2 de abril el transporte por mar de las planchas de aluminio, anotando: "Era entonces de crucial importancia dar alta prioridad a la provisión de artillería como a la de apoyo de movilidad en las islas, o proveyendo las planchas para construir las pistas y el equipo pesado para movimiento de tierra necesario para su posterior colocación. Las planchas solas eran inútiles" (op. cit., ps. 40-41). El no haberlo hecho, añade, "fue una falla fatal y tuvo profundo impacto tanto en la guerra marítima como en la terrestre". Más todavía: "Uds. podrán notar que el vuelco de una participación activa de los EE.UU. en el conflicto se produce cuando ya es imposible que se efectúe la prolongación de la pista de Puerto Argentino". Es que los norteamericanos tenían muy presente el precedente de Dien-Bien-Phu, en la guerra de Indochina. El campo francés se mantuvo mientras funcionó la pista metálica y, cuando fue destruida, Francia perdió la guerra. Por esta vía también nos enteramos que la ayuda pública de USA al Reino Unido no obedeció a ningún factor diplomático o sentimental. Fue este elemento material, la pista de aluminio, el que los inclinó a colocarse abiertamente con los previsibles vencedores. Pues, ese medio estaba a nuestro alcance. ¿Por qué lo que se pudo hacer no se hizo...? Comencemos la indagación por las chapas de aluminio. Ya sabemos que en el ELMA "Córdoba" quedaron las chapas en Puerto Deseado. De allí fueron siendo sacadas. ¿Por quién?, ¿cuándo?, ¿cómo...? El oficial retirado de la FAA Benigno Andrada ha referido que el jefe de la base de la FAA en San Julián, Com. Carlos A. Maiztegui, detectó que la pista de esa base no tenía calle para carreteo ni superficies de alternativa: "La solución consistía en construir nuevas superficies... Se decidió utilizar planchas de aluminio especiales, de forma rectangular, que se enganchan unas a otras hasta la medida necesaria". Hizo emparejar el terreno, y: "En poco más de una semana se compactaron los terrenos y se instalaron las planchas de aluminio que hacían falta, hasta totalizar ocho mil metros cuadrados de superficie" ("Guerra aérea en Malvinas", Bs. As., Emecé, 1983, ps. 71, 72). Muy buena iniciativa; que permitió el basamento de los A-4C de la IV Brig. Aérea y de los M-V Dagger de la VI Brig. Aérea (tal como se ilustra en una fotografía publicada en el fascículo nº 13 de "Malvinas. La guerra aérea", 1989, p. 199). Por cierto que mucho mejor hubiera sido que igual trabajo se hubiera hecho a 760 km., en Puerto Argentino, porque ésa habría sido la distancia que se habría avanzado con respecto a la Task Force. Sin embargo, no todas las planchas de Puerto Deseado las

aprovechó el Com. Maiztegui. A las islas se llevaron algunas. Como informa el Com. Moro, con ellas se alargó en 80 m. la pista (50 m. dice el Com. H.L. Destri). En la BAM "Cóndor" de Goose Green se emplearon unos 300 m. Otros se perdieron en la bodega del ELMA "Río Carcarañá" cuando fue atacado y hundido en el Estrecho San Carlos. Otras, conforme lo narra Nicolás Kasanzew, las usaron las fuerzas terrestres para reforzar sus trincheras. Entonces, la pregunta retorna: ¿por qué no se usaron todas las planchas para alargar la pista de Puerto Argentino...? El Cap. Nav. Siro de Martini anota: "existen constancias del asesoramiento técnico de la Fuerza Aérea Argentina sobre la imposibilidad de prolongar la pista... En base a ese asesoramiento, no se intentó alargarla". El encargado del tema en la FAA era el luego Brig. Héctor L. Destri, quien durante la guerra se desempeñó como jefe de la BAM "Malvinas". Él ha expuesto que: "Una prolongación mayor significaba una tarea titánica, prácticamente imposible de hacer debido a la falta de elementos y de tiempo (a los británicos, después de la guerra, les llevó meses y millones de dólares ampliar el aeródromo). De todas maneras, la pista fue descartada para que desde ella operaran aviones de combate del tipo Mirage o Skyhawk, porque, al carecer de un aeródromo de alternativa, en el caso de que resultara inutilizada en el curso de una salida, los cazas no tendrían dónde volver. "Era como un portaaviones, ejemplificó Destri, destruido el portaaviones, los aviones van al agua" ("La Guerra de las Malvinas", Ed. Fernández Reguera/Marshall Cavendish, 1986, fascículo nº 25, p. 386). Bien. Bien. Al fin tenemos la respuesta que buscábamos. Que, por supuesto, no nos convence en absoluto. La lógica de Destri es difícil de entender. Un portaaviones, aún para los no peritos, suele tener su utilidad, aunque pueda ser hundido. Los aeródromos patagónicos eran ya la alternativa planteada. El tiempo y los gastos que le demandaron al Com. C.A. Maiztegui instalar una longitud siete veces mayor a la que era necesaria en Malvinas, no fueron muchos (una semana), ni lo detuvieron en su empeño. Menos se retuvieron los británicos. Según cuenta Alan Hall, los ingleses usaron de nuestras planchas para el alargue de la "RAF Stanley", y, de inmediato, los "Phanton" pudieron aterrizar con gancho de frenado. Eduardo J. Costa anota que esos "Phanton" despegaban de allí a fines de junio de 1982, porque las tareas de extensión no les demandaron más de 10 días (op. cit., ps. 381-382). Luego, hay que concluir que no fue una "tremenda imprevisión", como decía el profesor Murguizur, sino una tremenda decisión, perfectamente premeditada, de ciertos jefes de la FAA, de la que nunca dieron cuenta ante ningún tribunal. Empero, lo más notable del caso es que, aún como estaba la pista podría haber servido. Dice el aludido E.J. Costa: "En el aeródromo de Puerto Argentino, los ingenieros del Ejército habían alargado, con placas de aluminio, casi trescientos pies la cabecera oeste de la pista. A pesar de ello, sólo podían utilizarla los aviones de alta perfomance en caso de emergencia. También se instaló una cadena con cable de enganche de cola de los aviones Skyhawk navales y de los Super Etendard, para el frenado durante el aterrizaje... Asimismo, los Mirage, los Dagger y los Skyhawk, de la Fuerza Aérea, podían usar esta pista con limitaciones en la carga transportada de combustible y armamento o en situaciones de emergencia. Sobre todo cuando soplaban vientos fuertes, que son los predominantes en la región, que incrementaban la velocidad relativa durante el despegue y el aterrizaje, permitiendo una mayor capacidad de transporte", (op. cit., p. 175). En efecto: el Cap. Nav. Luis Félix Anselmi, entonces jefe de la Estación Aeronaval Malvinas, ha explicado que el 26 de abril -gracias al esfuerzo del Tte. Nav. Pirrera y del personal de la Base Espora- se colocó el cable de frenado. A partir de ese momento, dicha base: "permitía considerarla como aeródromo de alternativa para aviones A 4Q y Super Etendard. Su prolongación con chapas de aluminio, si bien estuvo en el ánimo de todos, nunca pudo ser encarada con seriedad" (Boletín Centro Naval, nº 735, p. 124). Por su lado, el jefe de la 2ª Esc. Aeronaval de Caza y Ataque Cap. Frag. Jorge L. Colombo, ha escrito: "Sobre esta base (Puerto Argentino) tuvieron lugar las pruebas, cálculos y ensayos requeridos en el menor tiempo posible. Para ver la factibilidad de utilizar Puerto Argentino se efectuaron vuelos con

pistas secas y húmedas, simulando la longitud correspondiente a la citada en condiciones reales, es decir, con el misil y los tanques suplementarios de combustible. Con pista seca se cumplieron los valores de las curvas de frenado, aunque con poco margen, pero éstos no se alcanzaron con pista húmeda" (Revista de Publicaciones Navales, 1983, nº 626, ps. 558-559). Una cubierta de acero y caucho era la solución para la pista húmeda. El cable de frenado beneficiaría los aterrizajes. Y, ni qué decir, si la longitud de la pista se hubiera prolongado. En los hechos, solamente existieron los intentos fallidos de los aviadores García Cuerva y Arca, para usar la pista en emergencia. Esto es lo conocido del asunto "pista". Esperemos que en el futuro se sepa mucho más. Porque allí se resolvió la suerte de la guerra. Hay, todavía, otros puntos vinculados al anterior. Uno es el de los aeródromos de alternativa en las islas. El Brig. Julian Thompson sostiene que habían 34 pistas utilizables para aviones livianos y helicópteros, y que "algunas de ellas podían aceptar C-130". Eran pistas de pasto, de uso civil y relativamente anegadizas. La más apreciada por los británicos era la de Port North, en la bahía Steveley, junto a la de Dunnose Head, ambas en el oeste de la Gran Malvina. La de Fitz Roy, en el este de Soledad, estaba balizada. En Puerto San Carlos también existía otra, que los ingleses equiparon con planchas de aluminio en 850 pies de largo -que denominaron "HMS Sheathbill" o "Sid´s Strip"-, con la plataforma anexa, para uso de los Harrier. De todas ellas los argentinos sólo usaron las de Goose Green (BAM "Cóndor", de la FAA) y la de la bahía Elefante en la isla Pebble-Borbón (Base Aeronaval "Calderón", del ARA). Es posible pensar que la de Dunnose Head, acondicionada con planchas de aluminio, y con una adecuada defensa antiaérea, pudo haber servido de aeródromo de alternativa al de Puerto Argentino. Por supuesto que cualquier base aérea requería de un buen sistema defensivo. En tal sentido, no son pocos los autores, argentinos y extranjeros (Michael Vlahos, Gavshon y Rice, A. English y A. Watts, R. Roth, etc.), que piensan que la capital isleña se pudo haber defendido convenientemente con los 15 cañones de 6 pulgadas y alcance de 20 km del crucero ARA "General Belgrano", que debió ser encallado y usado como plataforma de tiro. Por nuestra parte creemos que con la mitad de los MM38, de 42 km de alcance -de los cuales el ARA tenía 30 instalados en fragatas y corbetas-, montados en plataformas móviles y acompañados de sus respectivos radares, lo que se hizo con uno solo de ellos, el 12.6.82, sobre el HMS "Glamorgan", se podría haber multiplicado con amplitud. Otro tanto cabe decir de los cañones SOFMA de 155 mm, de 20 km de alcance, de los cuales el EA tenía 72 en uso; de ellos, sólo transportó 3 (uno, el 13.6.82, en reemplazo de otro dañado). Lo más sugestivo es que el primer cañón de ese calibre recién llegó el 13.5.82, aunque días antes una pieza había sido acondicionada a bordo de un Hércules en Santa Cruz; pero -registra el Com. Moro- "debió ser desembarcada al no ser autorizado su traslado por parte del General Menéndez" ("La guerra inaudita", 4ª ed., Bs. As., Pleamar, 1986, p. 289). Por ahí se ha invocado el problema de la movilidad de estos grandes cañones. Empero, como en las islas había 20 Unimog a oruga, la movilidad estaba asegurada. Y aún inmóviles, colocados, por ejemplo en la boca norte del Estrecho de San Carlos, con alguna fortificación en roca, esas piezas se hubieran hecho respetar. Nada de esto fue. De ahí que el CAERCAS destaque dos grandes falencias operacionales. La primera: "las limitadas características de la pista de Puerto Argentino, que había sido detectada desde un principio y cuya prolongación se preveía". La segunda: "que no se haya buscado intensificar la potencia del poder de combate en las islas". Lo primero, responsabilidad de la FAA; lo segundo, del EA. En cuanto al ARA, como lo han señalado Murguizur y Costa, debió tomar alguna iniciativa. La Fuerza de Tareas 79, en lugar de esperar a que la golpearan, pegar primero a la primera división de la Task Force 317, en especial, en sus buques logísticos. Eso era atenerse a los precedentes de Guadalcanal y Midway. Claro que no debía operar desde aguas abiertas, donde las posibilidades de subsistencia eran escasas. En cambio, desde las aguas protegidas del archipiélago, cuyos montes dificultaban los alcances de los radares y directores de tiro, al tiempo

que por la menor profundidad disminuían la maniobra de los submarinos nucleares enemigos, algo podía intentarse. c. Hasta el 23 de mayo: Como aquello no fue, no cabía sino esperar que el enemigo se aproximara para efectuar su desembarco. La espera debía ser prudente. Sin malgastar ni buques ni aviones, ni desplegar tropas a la intemperie, hasta el momento preciso que comenzara la operación anfibia adversaria. Lo menos aconsejable para la defensa era adoptar posiciones estáticas para una guerra de trincheras tipo 1914. Además era casi obvio que los ingleses no iban a poner en riesgo completo su desembarco atacando la fortificada capital, por el mar, desde el sureste. Lo lógico y natural era que procuraran un desembarco tranquilo en algún puerto no muy distante, seguido de una campaña terrestre de aproximación a la capital desde el noroeste. ¿Cuál sería el sitio elegido por los británicos...? Eso no se podía saber. Pero, tampoco es cierto que los ingleses pudieran elegir entre veinte o cien lugares, de modo que resultara imposible fortalecer todos ellos. En verdad, sólo tres sitios eran los previsibles: Fitz Roy, Bahía de la Anunciación y San Carlos. El Grl. Brig. Alfredo Sotera, en el "Resumen Especial de Inteligencia" nº 7/82, II E, del 17 de abril, así se lo hizo saber al Grl. Menéndez. Esa prioridad fue compartida por el Cap. Nav. Moeremans, por el Calte. E. Otero, y por el propio jefe de Inteligencia del Grl. Menéndez, el My. C. Doglioli. En San Carlos desembarcaron el 21 de mayo. Ese puerto no había sido protegido convenientemente. En todo caso: ¿se trataría de una maniobra diversiva, mientras se reservaban su operación anfibia principal...? La respuesta a ese interrogante la dio el nivel E Op (Dpto. II-Cdo TOAS), el 22/23 de mayo. Le informó al Grl. Menéndez que: "los ingleses habían ejecutado su operación anfibia principal". En consecuencia, no cabían ya más especulaciones acerca de operaciones de diversión. Luego, la oportunidad del contraataque era ésa y no otra. Eso es lo que no se hizo; y los pretextos justificatorios de los jefes tácticos han sido casi infinitos. El Calte. Carlos Büsser juzga que: "Se perdió la oportunidad favorable y ella no apareció nunca más" ("Malvinas, la guerra inconclusa", Bs. As., Fernández Reguera, 1987, p. 247). Los británicos coinciden con él: "El error más serio de todos se cometió el 21 de mayo... el conflicto pudo haber sido ganado (o perdido) en esos días claves... los argentinos habían dejado pasar una de las mejores oportunidades de ganar la batalla terrestre" ("La guerra de Malvinas", cit., fascículos nº 18, ps. 287, 288, y nº 11, p. 172; cfr. Hastings, M. y Jenkins, S., op. cit., ps. 250, 205, 241, 252, 345; Bishop, Patrick y Witherow, John, "La guerra de invierno. Las Malvinas", Bs. As., Claridad, 1986, ps. 20, 84; Tompson, Julian, op. cit., ps. 75, 81, 115). Los peritos norteamericanos son del mismo parecer (Charles W.J. Koburger Jr., "Sea power in the Falkland", N. York, 1983, p. 65; Norman Friedman, "The Falkland War: Lessons and Mislearned", 1983; Bryan Perret, "Weapons of the Falkland Conflict", 1983, p. 14). Militares de otros países sustentan ese criterio (Jorge Álvarez Cardier, "La guerra de las Malvinas. Enseñanzas", Caracas, 1982, p. 154; Abel Gamundi Insúa, "¿Qué sucedió en la Argentina?", Madrid, marzo 1983, p. 519; E.H. Dar, "Estrategia en la guerra de las Malvinas", 1983, ps. 476, 478). También adhieren a él los historiadores argentinos (Com. R.O. Moro, op. cit., ps. 330, 344; Isidoro J. Ruiz Moreno, "Comandos en acción. El Ejército en Malvinas", Bs. As., Emecé, 1986, ps. 101, 99, 178, 317-318; Vicente Gonzalo Massot y Alejandro Enrique Massot, "Malvinas. Análisis de una derrota", 1983, p. 12). Se podría estimar que ésos son juicios intelectuales formulados con posterioridad a los hechos. No obstante, la decisión operativa de contraatacar está ya contenida en la orden del CEOPECON, firmada por el Grl. Div. Olvaldo García, el 26.5.82. Y, por fin, existen los reiterados pedidos del jefe del BIM 5 Cap. Frg. IM Carlos Hugo Robacio para que se le permitiera atacar la cabeza de puente en San Carlos, que fueron denegados. A ese propósito ha escrito el ahora Calte.

(R) Robacio que la idea del "desembarco anfibio y/o helitransportado" sobre la capital predominó "en forma casi obsesiva", y que tal postura gobernaría "toda la acción militar con sus lamentablemente magnificadas y negativas consecuencias". Ha indicado que con el Tte. Cnl. Villegas intentaron convencer al mando táctico de que estaba en un error, y que debía considerar como "uno de los lugares más probables y desprotegidos, San Carlos", como sitio de desembarco. A lo que añade: "Es conveniente aclarar que esta capacidad enemiga (la del eventual desembarco en San Carlos) no era un mérito ni descubrimiento nuestro, estaba claramente expresada, pero en último término, en las apreciaciones de los Comandos Superiores" ("Desde el frente. Batallón de Infantería de Marina Nº 5", Bs. As., Instituto de Publicaciones Navales, 1996, ps. 77, 79, 80). Para concluir: "Siempre que quisimos adelantar refuerzos y/o modificar el dispositivo, no se nos concedió; en caso contrario, tal vez se hubiera luchado mucho más eficazmente" (op. cit., p. 81). Por nuestro lado entendemos que la eficacia combativa se hubiera acreditado con una orden tajante y definitiva: la de jugarse el todo por el todo en San Carlos. Tal cual lo aconsejara el Mariscal Rommel frente al desembarco en Normandía. Luego, había que concentrar todo el poder de fuego argentino, combinado y masivo, para caer en el estuario de San Carlos, en procura de una definición completa. El ARA, con sus corbetas 69, con sus submarinos 209, con sus lanchas "Intrépida" e "Indómita", y con su fuerza aeronaval. La FAA, con los 100 aviones de combate (equipados hasta donde se pudiera con lanzas para tomar combustible, desde unos cuatro cisternas KC-130), con bombas con sus espoletas "snakeyes", con torpedos y con napalm, para lanzarse sobre los buques de transporte y lanchas de desembarco de tropas. Evitando -con un buen diseño de las avenidas de aproximación- el contacto con las líneas de piquetes y de escudo de las fragatas y destructores ingleses. Mientras esto sucedía, los SUE sacudirían sus Exocet contra los buques mayores de la Task Force, procurando averiar algún portaaviones. A su vez, los M-III-E, con sus misiles Magic 550, aunque en notoria inferioridad, deberían jugarse en función de caza protectora contra las PAC de Harrier. En ese contexto bélico, las fuerzas de tierra deberían avanzar hacia San Carlos. Los 50 helicópteros artillados (y los 3 Chinook) del EA deberían transportar, sin perder un minuto a las unidades de élite hasta los montes Sussex y cerro Bombilla, para impedir la consolidación de la cabecera de puente. Simultáneamente, el resto de la tropa debería emprender la marcha hacia Camila House, Douglas Paddock y Teal Inlet. Lo importante, lo decisivo, es que entre la mañana del 21 de mayo y el atardecer del 23 de mayo, antes de la instalación de las baterías de Rapier en los cerros aledaños, la Argentina concentrara en esa zona un potencial bélico desequilibrante. Ahí se vería si podríamos o no ganar. d. Hasta el 11 de junio:

No se hizo aquello. Toleramos, plácidamente, el establecimiento de la cabecera de playa británica. Sin embargo, la guerra todavía no estaba perdida. Si se hostilizaban las fuerzas invasoras, o se impedía o demoraba su avance hacia Puerto Argentino, la suerte del lance entraría en la balanza. Con base de partida en Darwin, por el SO, y en Teal Inlet, por el NE, se podía bloquear y desarticular la vanguardia enemiga. No se hizo. Por lo cual el jefe de la 3ª Brig. Cdo. RM, Julian H. Tomson escribe: "A esta altura de la operación era inconcebible para cualquier integrante de la Brigada que los argentinos no montaran por lo menos un ataque de hostigamiento" (op. cit., p. 115). El "Informe Oficial" del EA, el Grl. Brig. (R) J.T. Goyret, el Cnl. F. Cervo, el Grl. Div. M.B. Menéndez y el Grl. Brig. Oscar Luis Jofre, han explicado largamente los motivos que tuvo el Cdo. de la GMM para no operar ofensivamente. En un artículo de síntesis como es éste, no podemos

efectuar un análisis pormenorizado de esas exposiciones. Limitémonos a consignar que ninguno de esos argumentos nos resultan convincentes. Un buen resumen, al que adherimos, es el que dio el Alte. US Harry Train, cuando aseveró: "Yo creo que Uds. (los argentinos) podrían haber vencido en Pradera del Ganso, y si hubiera sido así, se habría frenado el avance británico. Podrían haber destruido las segundas tropas aerotransportadas en Fitz Roy, si los líderes del Ejército no hubiesen decidido retener a la infantería de Marina. Si se hubiese hecho cualquier cosa para frenar el avance de los británicos, los británicos hubiesen perdido, porque la Flota había agotado su capacidad de autosostén, en función del Ejército que estaba luchando en las Islas... Durante la guerra, los dos hechos claves fueron la capitulación en Goose Green, y el no atacar los argentinos en Fitz Roy... La rendición de las tropas argentinas en Goose Green se produjo justamente cuando el jefe británico se consideraba en el límite de su capacidad para seguir combatiendo" (op. cit., ps. 76, 53). El más neto de esos sucesos es el de Fitz Roy, luego que la aviación argentina descalabró al B 1 Welsh Guards en Bahía Agradable. Anota el Calte. C. Büsser: "el éxito logrado por los aviones argentinos no pudo ser aprovechado como lo indica la doctrina militar... En consecuencia, los británicos pudieron recuperarse" (op. cit., ps. 304-305). Apunta el Com. R.O. Moro: "Si las fuerzas del General Menéndez no se hallaban en condiciones de atacar a una desorganizada y desarticulada cabecera de playa británica, distante menos de 20 km de sus líneas de avanzada, muy difícilmente podrían defenderse a sí mismas cuando sobreviniese el ataque final" (op. cit., p. 467). Por su parte, el Cap. Frg. C.H. Robacio ha contado cómo peticionó combatir con su BIM 5 a los ingleses desarticulados en Bluff Cove, y cómo le fue denegado el permiso (op. cit., p. 185). Cuando menos, se debió mover las dos piezas de SOFMA 155 mm., con sus Unimog a oruga, por el camino asfaltado desde Sapper Hill hasta Pony´s Pass, desde donde quedaban en alcance (16 km) sobre Bluff Cove, sitio desde donde operaban el B 2 Scots Guards y la mitad salvada del B 1 Welsh Guards. Nada de eso se hizo, y las dos cabeceras de playa quedaron afianzadas, convergiendo en pinzas la IIIª y Vª Brig. Británicas sobre Puerto Argentino. e. Hasta el 14 de junio: Consentida aquella aproximación enemiga, la batalla de cerco es lo que restaba. A tal efecto, el mantenimiento de la primera línea de alturas del arco concéntrico montañoso, con perno clave en el monte Kent (cerros Estancia, Challenger y Wall), era fundamental. Si esa línea se perdía por los argentinos, sostiene el Brg. J. Thompson, "el enemigo estaría copado en Puerto Argentino" (op. cit., p. 160). "Parecía imposible -añaden Hastings y Jenkins- que los argentinos no respondieran a esta amenaza a su seguridad". No lo hicieron, y los ingleses lograron "un dominio estratégico decisivo" (op. cit., ps. 286, 288). En lugar de esas alturas, de un promedio de 350 m., se bajó a una segunda línea montañosa (Montes Harriet y Two Sisters), de 250 m. de promedio de altura. Se han aducido diversos motivos para ese desafortunado movimiento táctico. Uno, el problema de transitabilidad y aprovisionamiento. Sobre este punto anota Robacio: "No estamos de acuerdo en la exagerada intransitabilidad del terreno, puesto que había dos vías al norte y al sur (caminos secundarios, pero consolidados) y terreno adyacente que permitía efectuar desplazamientos de vehículos livianos" (op. cit., p. 186). Otro argumento nace del alcance de nuestros cañones 105 mm., que obligaría a no alejarse demasiado de su protección. Sin embargo, dice Robacio: "Para colmo de males, este último aspecto (el déficit de alcance) se incrementó, pues ambos grupos de artillería (influenciados por las carencias de movilidad) se ubicaron en la última posición posible, en proximidades de la localidad, lo que sólo les permitiría llegar a no más de 500 metros delante de los Montes Harriet y Dos Hermanas (Two Sisters), con máxima carga... En realidad, la artillería durante el combate se debe adelantar para ganar espacio y alcance..." (p. 166). Atrasada la artillería, todo se atrasó, y se perdió el dominio de las alturas. Para el comando táctico eso no tenía mayor importancia, desde

que no creía que el ataque viniera del noroeste, sino del sureste. Ya en su momento lo había anunciado Robacio de esta forma: "El concepto de acción anfibia, combinado con la posibilidad de un ataque vertical en proximidades de Puerto Argentino, fue la idea obsesiva e inalterable hasta el desenlace final" ("El Batallón de Infantería Nº 5 en las Malvinas", Bol. Centro Naval, nº 735, p. 145). Tres regimientos, de los seis de que se disponía, se sacrificaron a esa quimera de la operación helitransportada y anfibia por el sur. Las operaciones reales inglesas fueron, como era lógico, maniobras clásicas de dominio del terreno y de concentración de la potencia de fuego sobre los puntos débiles de la defensa, y no la fantasía de ciencia-ficción que imaginaba el comando argentino. Ahora insiste Robacio: "...hicimos una guerra vieja, esperando a pie firme, abroquelados, esperando, siempre esperando ser atacados, en lugar de ir al encuentro del enemigo... El dispositivo defensivo del área de Puerto Argentino fue previsto para rechazar una capacidad concretamente anfibia del enemigo, pensando además que la misma se desarrollaría en horas de luz. Resultó una verdadera sorpresa para el Mando Superior el desembarco del enemigo durante la noche y en una zona no prevista. Prácticamente, el oponente avanzó hasta establecer el cerco sin resistencia... ...lamentablemente se mantuvo el mismo dispositivo, las Unidades que debían haber adelantado e intentado la ocupación del Kent y el Challenger, que estaban a una distancia de 16/18 kilómetros, tramos de terreno relativamente corto para hacerlo a pie. Además, no es cierto que no se contara con vías de acceso adecuadas para alcanzar esos lugares... ...se le regaló al enemigo todo el terreno lindante" ("Desde el frente", cit., ps. 445, 449, 451, 456). En esas condiciones empezó la batalla. La primera fase de ataque (11.6.82) se efectuó en tres puntos: 1º) Mte. Logndon, donde el B Par 3 (+ 600 efectivos) luchó contra la Ca B del RI 7 (278 hombres). 2º) Mte. Two Sisters, donde el B 45 Cdo RM (+ 600) enfrentó a la Ca C RI 4 (200 hombres). 3º) Mte. Harriet, donde el B 42 Cdo RM (+ 600) combatió contra la Ca B RI 4 (300 hombres). Es decir, que alrededor de 4.000 británicos atacaron a sólo 800 argentinos. ¿Por qué...? Porque los RI Mec 3, RI Mec 6 y el RI 25 continuaron desplegados en reserva, a la espera del supuesto desembarco anfibio y helitransportado por el SE... Como apunta el Com. R.O. Moro: "sólo combatió menos del 50 % de los efectivos terrestres argentinos desplegados a Malvinas, mientras que las fuerzas terrestres británicas fueron empleadas en su totalidad, marcando una diferencia no simplemente cualitativa, sino cuantitativa" (op. cit., p. 501). Todavía, con un despliegue neto hacia el NO las tres unidades que combatieron pudieron haber frenado al enemigo. Pero el sistema de puntos fuertes a 360 grados, impidió que se concentraran los defensores en el sitio de ruptura. Así, en el Monte Longdon, los 600 paracaidistas británicos cargaron contra los 40 hombres de la sección primera de la compañía B del regimiento 7 de infantería, mandada por el subteniente Juan Domingo Baldini, quien con sus tropas aguantó el embate hasta morir. Algo similar aconteció en la 2ª fase (12/13.6.82) del ataque. Pero, aquí hubo una gran diferencia, constituida por el BIM 5. El hecho ocurrió en el Monte Tumbledown, cuya ocupación estaba a cargo de la Guardia Escocesa. Fue tal la derrota que padecieron inicialmente los británicos allí que el Tte. Robert Lawrence, que quedó lisiado, narró que el Cap. James Stuart lo instó a que abandonara el asalto al monte y que disparara contra cualquiera que les impidiera retirarse de la batalla. Con ese libreto se hizo un guión de televisión pasado por la BBC; que fue objeto de censura oficial, cortándose cien palabras del texto original, para evitar que el mito de la invencibilidad británica se hiciera añicos (ver: "Después de la batalla. Tumbledown", Bs. As., REI, 1989). Pasada la noche del 13 de junio, el comandante del BIM 5 decidió el repliegue hacia el monte Sapper Hill, para planificar el contraataque. A ese efecto reclamó al Comando Malvinas municiones y refuerzos. Por dos veces se le ordenó cesar en el combate. A la tercera, armas al hombro, el BIM se retiró hacia Puerto Argentino. Pero, todavía a las 14.15 hs. del 14 de junio, la retaguardia del repliegue tomó contacto con una formación enemiga de 8 helicópteros. El jefe de esa retaguardia, guardiamarina Alejandro

Koch, ordenó abrir fuego. Murieron 3 de sus conscriptos y uno quedó herido. Los británicos tuvieron alrededor de 40 muertos y 2 helicópteros abatidos. Ahí terminó la batalla. Es importante hacer notar que mientras el BIM 5 se replegaba en orden, el Comando de Malvinas ya se había rendido. En efecto, y tal como lo ha documentado Armando Alonso Piñeiro ("Historia de la guerra de Malvinas", Bs. As., Planeta, 1992, p. 207), a las 09.50 del día 14 de junio el Comandante insular había dado la orden de deponer las armas; a las 10.00 hs. se había producido la conferencia entre los Grls. Moore y Menéndez; a las 10.30 se había reiterado la orden de rendición; y a las 13.40 se había izado la bandera británica en el mástil de la Gobernación. Con esa cronología, no controvertida, se explica muy bien esta anotación del Cap. Nav. Siro de Matini: "En el mes de junio de 1982 el General Menéndez, que fuera Gobernador y máxima autoridad militar en Malvinas, solicitó por intermedio del Comandante en Jefe del Ejército, General Nicolaides, una sanción para el Comandante del BIM 5 por "haber continuado combatiendo cuatro horas, a pesar de haber recibido la orden de deponer las armas" (Bol. Centro Naval, cit., p. 96). El empeño en el combate fue objeto de sanción disciplinaria. La conducta de ambas partes en el conflicto armado ha sido juzgada por personas bien competentes para ello. El Alte. US H. Train ha escrito que los británicos: "habían agotado sus armas antisubmarinas, habían agotado sus armamentos para la guerra antiaérea, habían agotado la mayoría de las municiones de sus cañones, y comenzaban a sufrir fallas mecánicas... El Alte. Sandy Woodward le dijo al Comandante de la Fuerza Terrestre (Grl. J. Moore) que debía llegar a Puerto Argentino para el 14, y si no, lo iban a sacar de la Isla. Entonces cualquier cosa que hubiese frenado este avance, hubiese ganado la guerra" (op. cit., ps. 79, 76). Los dos jefes ingleses aludidos por Train, lo han corroborado. El Alte. "Sandy" Woodward escribió en su diario, el 13 de junio: "Estamos ya al límite de nuestras posibilidades, con sólo tres naves sin mayores defectos operativos... De la fuerza de destructores y fragatas, el cuarenta y cinco por ciento está reducido a capacidad cero de operar... Ninguno de los tipo 21 está en condiciones... Todos están cayéndose a pedazos... Francamente, si los argentinos pudieran sólo respirar sobre nosotros, ¡nos caeríamos! Tal vez ellos están igual. Sólo cabe esperar que así sea, de otra manera, estamos listos para la carnicería" (op. cit., ps. 339-340). Y ahora formula un juicio categórico. Dice estar agradecido "por la incompetencia de su defensa", y: "No habría significado un gran esfuerzo de su parte estirar la campaña durante unos diez días más, y eso habría terminado con nosotros, no con ellos" (op. cit., p. 345). El Comandante de la Land Force, Grl. RM Jeremy Moore, declaró lo siguiente: "Entramos raspando... Si los argentinos resistían cinco minutos más, nosotros no podíamos resistir esos cinco minutos... Todavía sigo sin entender por qué se rindieron. Yo no esperaba que la rendición se diera en el momento que se dio. Al finalizar los combates muchos de mis cañones más grandes tenían menos de 20 proyectiles cada uno... El duque de Wellington afirmó después de la batalla de Waterloo: "¡Nos hemos salvado por un pelo!" ¿Puede decirse lo mismo de esta campaña? - Sí, realmente lo hemos logrado por un pelo" ("La Nación", Bs. As., 27.6.82, p. 2; Robert Fox, "Reflexiones de Posguerra", en: "Gente", Bs. As., nº 891, 19.8.82; "Los ingleses hablan de la guerra", 1983, p. 18). En suma, dijo Moore, él fue a parlamentar con Menéndez "como quien va a jugar al póker con una mano pobre de naipes" ("La Prensa", Bs. As., 1.4.86, p. 7). No se resistió lo suficiente, y se perdió. Si se hubiera resistido... Pero eso es lo que no fue. 3. Conclusión. Algo ha ido quedando claro a través de los diversos hitos cronológicos trazados: la victoria militar fue posible. Hasta las semanas finales de la lucha, en el comando naval de la NATO se preveía "la victoria argentina" (H. Train, op. cit., p. 35). Alexander Haig y los anglófilos del Departamento de

Estado creían lo contrario. Sin embargo, anota el mismo Haig. "Esta opinión no era unánime entre el personal de la Casa Blanca, los militares norteamericanos y nuestros analistas de inteligencia, ni aún entre muchos entendidos británicos" ("Memorias", cit., p. 306). No había, pues, ningún determinismo que hiciera "inexorable" la derrota. El Cnl. Jonathan Alford, del Instituto de Estudios Estratégicos de Londres, el mariscal en jefe de la RAF en la 2ª Guerra Mundial Sir Christopher Foxley-Norris, los estudiosos ingleses Jeffrey Ethel y Alfred Price, el vicemariscal del Aire del Reino Unido Stewart W.B. Menaul, el perito Milton Thomas, los escritores P. Bishop y J. Witherow, y varios ingleses más coinciden en que Gran Bretaña pudo perder la guerra aeronaval. Es que, como escribió el testigo presencial Tte. Nav. David Tinker, que moriría a bordo del HMS "Glamorgan": "Todos los buques sufrieron daños; el ochenta por ciento están hundidos y gravemente dañados". Por eso, Woodward había emplazado a Moore para que ocupara Puerto Argentino el 14 de junio o lo reembarcaba y se retiraban. Los estadounidenses han sido más exactos en la apreciación (no están constreñidos por la Ley de Secretos Oficiales inglesa, que sanciona penalmente la difusión de la verdad histórica; ver: Clive Ponting, "El Derecho a saber. La historia secreta del hundimiento del Belgrano", Bs. As., Atlántida, 1985). Charles Koburger ha estimado que los británicos ganaron, no por superioridad bélica, sino por "las oportunidades que los argentinos perdieron en San Carlos, Darwin y Bahía Agradable". Anthony Simpson piensa que los ingleses "tuvieron mucha suerte, estando a un paso de una derrota espectacular". Bruce P. Schoc señala: "Si la guerra no hubiese terminado cuando lo hizo, los problemas logísticos podrían haber forzado a los británicos a negociar un arreglo; perdiendo medio pelotón de hombres por día, y casi sin municiones de artillería, los británicos fueron afortunados de que la guerra terminara cuando lo hizo". Y el Secretario de Marina de USA, John F. Lehman, ante el Subcomité de Armamentos de la Cámara de Representantes de su país, dijo el 3.2.83: "La rendición de los argentinos parece haber llegado justo a tiempo para las fuerzas británicas, cuyas provisiones de municiones estaban agotadas" ("Lecciones e implicancias del conflicto de las islas Malvinas", en: "Estrategia", Bs. As., nº 73-74, p. 165). Ésos y otros dictámenes objetivos demuestran la falsedad completa del mito de la invencibilidad británica. Leyenda ésta tejida con el objetivo notorio de convencernos de que "nunca más" podríamos enfrentar al colonialismo, y que, por lo tanto, debíamos eliminar la esperanza

de

la

Reconquista.

Tal

la

campaña

de

posguerra

que

se

denominó

de

"desmalvinización". Porque el imperialismo no se conforma con vencer, también quiere convencer. De tal suerte, creó hechos. Uno, el del golpe de estado del 15 de junio de 1982. El Grl. US (R) Vernon Walters y el embajador Harold Schlaudeman convencieron a diferentes políticos (R.R. Alfonsín, A. Cafiero, A. Trócoli, R. Angeloz, Ricardo Yofre) y militares (Grl. Viola, Grl. Bignone, Grl. Villarreal, Grl. Reston, Grl. Bussi, etc.), a fin de que vehiculizaran un recambio gubernamental que hiciera cesar la guerra (ver negociaciones en: Cardoso, C.R., Kirschbaum, R. y Van der Kooy, E., "Malvinas. La trama secreta", Bs. As., Sudamericana/Planeta, 1983, ps. 312, 314). Otro, obtener del Presidente Raúl Ricardo Alfonsín que se refiriera a la guerra de 1982 como una "aventura incalificable" (diarios Bs. As. 1.2.1983); que dijera: "Nosotros le estamos agradecidos al Gobierno de los Estados Unidos por el acompañamiento que ha propiciado permanentemente a la Argentina en el tema Malvinas" (diarios del 21.11.87); y que tolerara sin replicar la afirmación que en su presencia -en el simposio de la Internacional Liberal, de Madrid del 7 de octubre de 1985manifestó el ex-ministro del Foreign Office David Steel: "La democracia en la Argentina no habría llegado si no hubiera sido por el coraje y el sacrificio de nuestras fuerzas, de nuestros bravos muchachos". Concepto reiterado en 1994, en Río de Janeiro, por la propia Margaret Thatcher. Otro, que el Presidente Carlos Saúl Menem, a través de su canciller Domingo Cavallo, firmara el Pacto de Madrid de 1991 por el cual se fijaba el contralor inglés de los movimientos de nuestras fuerzas navales o aéreas; que su canciller Guido Di Tella -quien antes había escrito que "la derrota en

Malvinas ocasionó la felicidad de la Democracia"-, propusiera unas "relaciones carnales" con los EE.UU. y una política de "seducción" con los kelpers; y que el mismo Menem el 22 de octubre de 1998 escribiera en "The Sun" de Londres, que: "1982 fue una triste y traumática mancha en la historia de nuestras relaciones (con Gran Bretaña)... jóvenes valientes argentinos y británicos perdieron la vida en un conflicto que nunca debió haber ocurrido y que lamentamos profundamente" (diarios de Bs. As., del 24.10.1998). Lo que nunca debió haber ocurrido es que un Presidente argentino repudiara nuestra guerra de Reconquista de esa manera. Por último, en ese mismo orden de las cosas que han sido (y no de las que pudieron suceder), deseamos transcribir unos pasajes de un libro de periodistas ingleses que, traducido en 1984, circuló por las librerías argentinas, sin que moviera al menor comentario. Dicen así Arthur Gavshon y Desmond Rice: "También durante la tarde (del 1º de mayo de 1982), entre quince y veinte generales de división y brigada y jefes de unidades en operaciones se reunieron informalmente en la base de Campo de Mayo en las cercanías de Buenos Aires para tratar sobre el empeoramiento de la situación. El general Llamil Reston -quien sería Ministro del Interior cuando el general Reynaldo Bignone reemplazó a Galtieri- actuaba como presidente de la asamblea. La recomendación que formularon fue que la Argentina debía negociar y evitar a toda costa la guerra abierta. Algunos de los generales de división que asistieron a la reunión se trasladaron después a Buenos Aires para participar en un encuentro de más alto nivel en el Estado Mayor del Ejército en el edificio Libertador de Paseo Colón. El general de división José Antonio Vaquero, jefe del Estado Mayor del Ejército, presidió la conversación en que intervinieron diez de los doce generales de división. ................................................................................................................... Alrededor de las 20.30, el general Vaquero convocó a una reunión de nivel aún más alto en el vecino edificio del Estado Mayor Conjunto en Paseo Colón al 200. Allí estaba Galtieri con Basilio Lami Dozo, comandante en jefe de la Fuerza Aérea. Los informes difieren en cuanto a si asistió también el jefe de la Marina, Anaya. Vaquero resumió así para Galtieri las recomendaciones de las dos reuniones anteriores: "NO QUEREMOS GUERRA ABIERTA"... Todo cuanto sucedió en las reuniones de generales de ese día debe haberse sabido de inmediato en Washington, que a su vez mantenía informadas a las autoridades británicas. América del Sur, entonces como ahora, es "el patio de atrás" de la CIA. Salvo que hubiera perdido todo control en ella, esa noche o a más tardar a la mañana siguiente (la del 2 de mayo de 1982), los consejeros de Mrs. Thatcher debieron conocer que existía un fuerte movimiento en favor de una paz negociada en los más altos escalones de la conducción argentina (Nota 5: "Official Report", 21 de diciembre de 1982. Un ejemplo impresionante de los alcances de la penetración norteamericana es la presencia del destacamento de la CIA en Buenos Aires en el mismo edificio del Estado Mayor Conjunto, en el Paseo Colón. Durante la crisis del Atlántico Sur, la CIA podía controlar los pasos y deliberaciones de los altos mandos no solamente por medio de su privilegiado acceso a funcionarios importantes sino además por mecanismos electrónicos" ("El hundimiento del Belgrano", cit., ps. 108-109, 111112, 261). Todo esto, sin comentarios. O con un comentario muy amplio: de que todo lo que no sucedió pudiera explicarse por esas reuniones... Nuestra propia conclusión es bien distinta. Con el Libertador Simón Bolívar creemos que: "El arte de vencer se aprende en la derrota". Si acá hemos computado errores (en nuestro modesto entender), ha sido para sacar alguna lección; para "romper el manto de neblinas" de la desmalvinización actual. Por todo ello, para lo que puede ser, y como punto final colocamos las palabras de un combatiente que no se rindió. Dijo entonces el Cap. Frg. IM Carlos Hugo Robacio: "No hablen de guerra, hablen de batalla. Perdimos una batalla y vamos a corregir errores para volver con el derecho que dan las Naciones Unidas y si no, por la fuerza". Que a esa finalidad sirva este humilde trabajo.

View more...

Comments

Copyright ©2017 KUPDF Inc.
SUPPORT KUPDF