Dialectica de La Ilustracion - Resumen
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Universidad Nacional de San Juan. Facultad de Filosofía, Humanidades y Artes. Carrera Artes Visuales. Antecedentes Filosóficos Contemporáneos. La dialéctica de la ilustración – Resumen Mariana Olivares
La ilustración tenía como objetivo liberar a los hombres, para lo cual su programa era el desencantamiento del mundo por medio de la ciencia (la superioridad del hombre reside en el saber). Lo que los hombres quieren aprender de la naturaleza es servirse de ella para dominarla por completo, a ella y a los hombres. “El intelecto que vence a la superstición debe dominar a la naturaleza desencantada”. La esencia del saber es la técnica mediante la que se logra la explotación. En el programa de la ilustración lo que importa no es la satisfacción de la verdad sino la operación, “el procedimiento eficaz”. Bacón planteaba que “El verdadero fin y función de la ciencia reside (…) en el obrar y trabajar y en el descubrimiento de datos hasta ahora desconocidos para un mejor equipamiento y ayuda en la vida”. Esta ayuda que, más tarde, el saber científico-técnico promovería es el de la explotación y control. En la herencia platónica y aristotélica de la metafísica, la Ilustración reconoce los antiguos poderes pero rechaza la pretensión de verdad de los universales. Ya que en ellos ve el miedo a los demonios con cuyas imágenes los hombres trataban de influir sobre la naturaleza en el ritual mágico. En el mito, la ilustración ve la proyección de lo subjetivo sobre la naturaleza pero la materia, para la Ilustración, debe ser dominada sin ilusión de fuerzas superiores o inmanentes. La ilustración reconoce como ser y acontecer aquello que puede ser reducido a la unidad cuyo ideal es el sistema del que derivan todas y cada una de las cosas; quedando así la multiplicidad de las figuras reducida a posición y estructura. Los principios supremos y las proposiciones empíricas entablan una relación lógica de diferentes grados de universalidad, es decir que la unificación se plantea desde la lógica formal. Ella ofrece el esquema de calculabilidad del mundo, convirtiéndose el número en el canon de la Ilustración. Sin embargo los mitos que tanto repudiaba la ilustración perseguían lo mismo que ésta: representar, fijar, explicar, dominar y controlar la naturaleza. “El mito se disuelve en la Ilustración”, la Ilustración se vuelve en el mito. El hombre de las ciencia conoce las cosas en la medida en que puede hacerlas, el en sí de las cosas se convierte en para él. En esta trasformación la esencia de las cosas se revelan como lo mismo, como materia o substrato de dominio. Dicha identidad constituye la unidad de la naturaleza, el hombre (el sí mismo) se constituye en mero tener, en identidad abstracta. El sujeto confiere sentido al objeto privado de él, confiere el significado racional al objeto (portador accidental). El mito se relaciona con el ejemplar, con lo diferente, por lo contrario la ilustración se vincula con la abstracción y la generalización y aun así persiguen el mismo fin, el dominio; la magia lo realiza mediante la mimesis, la ilustración mediante la distancia frente al objeto. La abstracción, el instrumento de la ilustración, se comporta respecto de sus objetos como liquidación. La distancia frente a los objetos que dicha abstracción presupone se funda en la distancia frente a las cosas que el señor logra mediante los siervos: dominio y trabajo se separan. “Lo que el primitivo experimenta como sobrenatural no es una sustancia espiritual en cuanto opuesta a la material, sino la complejidad de lo natural frente al miembro individual. El grito de terror con que se experimenta lo insólito se convierte en nombre de éste”, fija su trascendencia frente a lo conocido y lo convierte en sagrado. Este desdoblamiento de la naturaleza en apariencia y esencia, que hace posible al mito tanto como a la ciencia, nace del temor del hombre, cuya expresión se convierte en explicación. El hombre cree estar libre del terror cuando ya no existe nada desconocido. Lo cual determina el curso de la desmitologización, de la ilustración, que identifica lo viviente con lo no viviente, del mismo modo que el mito identifica lo no viviente con lo viviente. La ilustración es el temor mítico hecho radical. En los ritos mágicos todo era simbólico en el sentido de que signo e imagen coincidían. Los mitos significan la naturaleza que se repite y su mayor expresión es el símbolo. En él un ser o un fenómeno es representado como algo eterno ya que se
convierte una y otra vez en acontecimiento por medio de la realización del símbolo. “Inehaustibilidad, repetición sin fin, permanencia de lo significado son no sólo atributos de todos los símbolos, sino también su verdadero contenido” En cuanto signo, la palabra pasa a la ciencia como sonido, como imagen, como concepto. El concepto, que suele ser definido como unidad característica de lo que bajo él se halla comprendido, fue en cambio el producto del pensamiento dialéctico, en el cada cosa sólo es lo que es en medida en que se convierte en aquello que no es. Así al lenguaje le toca resignarse a ser mero cálculo; el signo para conocer la naturaleza ha de renunciar a la pretensión de asemejársele, la imagen debe resignarse a ser una copia, para ser enteramente naturaleza ha de renunciar a la intensión de conocerla. Con la ilustración se produce una antítesis entre arte y ciencia que permite volver administrables ambos campos culturales. Sin embargo son equiparables en el hecho de que ambos destruyen la verdad, el arte al volverse una mera copia de lo existente, y la ciencia al ser un sistema de signos aislados incapaz de superarse. Es la opinión de los autores que el arte en cuanto expresión de la totalidad reclama la dignidad de lo absoluto, en ella queda abolida la separación entre signo e imagen. Es más citando a Shelling plantean que el arte comienza allí donde el saber abandona al hombre. Por ello mismo la Ilustración proscribe este campo reduciéndolo a mera copia, a mera mercancía. Cuando la Ilustración puso límite al saber sólo fue para dar paso a la fe que ha solido acompañar a la razón como instrumento de dominio. Tanto los símbolos en los rituales mágicos como los conceptos universales en la ciencia se revelan como jerarquía y coacción. Ambos permiten la perduración del dominio de una clase social fundada, para la Ilustración, en la división del trabajo. La Ilustración es totalitaria como ningún otro sistema. Su falsedad radica en que para ella el proceso está decidido de antemano, el mundo está enteramente pensado, matematizado. Así la Ilustración se siente segura frente al retorno de lo mítico. La Ilustración ha desechado la exigencia clásica de pensar el pensamiento porque tal exigencia distrae del imperativo de regir la praxis, así el modo de procedimiento matemático se convirtió en ritual del pensamiento; el pensamiento se reifica, se vuelve instrumento. Esta reducción del pensamiento a operación matemática, o dicho de otro modo la sumisión de lo existente a formalismo lógico, es pagado mediante la dócil sumisión de la razón a los datos inmediatos. De este modo la pretensión de conocimiento es abandonada ya que el formalismo matemático mantiene el pensamiento en la pura inmediatez. El saber se apropia de lo existente en cuanto esquema y así lo perpetúa. El conocimiento se limita a su repetición, el pensamiento a mera tautología. Así la Ilustración recae en mitología. No sólo se paga el dominio con la reificación de los hombre con respecto a los objetos dominados sino que dicha cosificación se traslada al hombre mismo, a sus relaciones con otros hombres tanto como a su propio interior. La sociedad toda es cosificada mediante la cultura de masas y el monopolio. En tanto a través de la división del trabajo se logra la autoconservación se incrementa la exigencia de autoalienación, así el sujeto del conocimiento es aparentemente liquidado y sustituido por su fuerza de trabajo. En la Odisea se puede ver una alegoría premonitoria de la Ilustración. Narran los autores el capítulo en donde Ulises, en su nave, pasa por donde están las sirenas para no perderse en su canto manda a colocarse cera en los oídos a sus siervos, que seguirán navegando el barco, y él se hace atar para no sucumbir al canto y poder escucharlo. Esta narración mitológica es empleada como ejemplo del sujeto moderno que no se abandona a las pulsiones atado por la razón lógica. Odiseo es sustituido en el trabajo quedando incluso exento de la dirección mientras que sus siervos, aún más cercanos a la cosas, no pueden gozar del trabajo porque este se cumple bajo la constricción. “La humanidad, cuyas aptitudes y conocimientos se diferencian con la división del trabajo, es obligada al mismo tiempo a retroceder hacia fases antropológicamente más primitivas (…): la maldición del progreso imparable es la imparable regresión.” Cuanto más complicado y sutil es el aparato social, económico y científico, a cuyo manejo el sistema de producción ha adaptado desde hace tiempo el cuerpo, tanto más pobre son las experiencias de que éste es capaz. La sociedad industrial ha vuelto así a los hombres a simples seres genéricos, iguales entre sí por aislamiento en la colectividad coactivamente dirigida. Las propias condiciones de trabajo de las sociedades de clases son las que imponen un conformismo que se revela en impotencia. El absurdo del estado en el cual el poder del sistema sobre los hombres crece con cada paso que los sustrae al poder de la naturaleza, denuncia como superada la razón de la sociedad racional. Sociedad cuya naturaleza coactiva se revela en sus luchas y pactos. De este modo a la sociedad ilustrada sólo le queda la elección entre mandato u obediencia ya que no puede deshacerse de los lazos en los que quedó preso en la prehistoria.
Mediante el pensamiento los hombres se distancian de la naturaleza para ponerla frente a sí de tal modo que pueda ser dominada. Como la cosa o el instrumento material, que se mantiene idéntico en diversas situaciones y así separa el mundo – como lo caótico, multiforme y disparatado – de lo conocido uno e idéntico, el concepto es el instrumento ideal que se ajusta a cada cosa en el lugar donde se las puede aferrar. Por lo demás, el pensamiento se vuelve ilusorio siempre que quiere renegar de la función separadora, de la distanciación y objetivación. El dominio se convierte en la ruptura entre sujeto y objeto, en el índice de la propia falsedad y de la verdad. Si bien la humanidad no puede detenerse en la huida de la necesidad, en el progreso y la civilización, sin renunciar al conocimiento mismo, al menos no reconoce ya en las vallas que ella misma levanta contra la necesidad: las instituciones, las prácticas de dominio, que del sometimiento de la naturaleza se han vuelto siempre contra la misma sociedad, la garantía de la futura libertad. Al multiplicar la violencia a través de la mediación del mercado, la economía burguesa ha multiplicado también sus bienes y sus fuerza de tal modo que para la administración ya no sólo necesita de los señores, sino tampoco de los ciudadanos: necesita de todos.
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