Determinación Del Hecho Moral - Durkheim

August 21, 2018 | Author: MFGM | Category: Morality, Certainty, Society, Reality, Existence
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La realidad moral puede ser estudiada desde dos puntos de vista diferentes: se puede procurar conocerla y comprenderla, o bien, juzgarla.

Toda moral se nos presenta como un sistema de normas de conductas. a. Las normas morales están investidas de una autoridad especial en virtud de la cual son obedecidas, porque ellas ordenan. La obligación constituye uno de los primeros caracteres de la norma moral. b. Pero la noción de noción de deber no agota la noción de noción de lo moral. Es imposible que nosotros cumplamos un acto únicamente porque nos sea ordenado, es necesario que el acto interese en alguna medida nuestra sensibilidad. La obligación o el deber no expresan sino uno de estos aspectos. (deseabilidad) Tan solo una parte de la naturaleza del deber se encuentra en esta deseabilidad. Si es verdad que el contenido del acto nos atrae nos permite cumplirlo sin esfuerzo, sin una cierta violencia. Este deseable sui generis es lo que se llama corrientemente el bien. El bien y el deber son las dos características sobre las que se considera provechoso insistir particularmente. Debe mostrar que todo acto moral presenta estos dos caracteres, aunque puedan estar combinados según proporciones variables.

Interrogando la conciencia moral contemporánea es posible ponerse de acuerdo sobre los siguientes puntos: a. La calificación de moral no ha sido aplicada jamás a jamás  a un acto que haya tenido por objeto el interés del individuo. individuo. b. Si el individuo que yo soy no constituye un fin, aun cuando posea por si mismo un carácter moral, debe ocurrir necesariamente otro tanto con los individuos que son mis semejantes y que no se diferencian de mi sino en grados. c. Si hay una moral, dicha moral no puede tener por objeto sino el grupo formado por una pluralidad de individuos asociados, la sociedad, con la condición de que la que  la sociedad pueda ser considerada como una personalidad cualitativamente diferente de las personalidades individuales que la componen. La moral comienza allí donde comienza la unión para formar un grupo. Resultan explicables las características del hecho moral asi:

a. Como la sociedad es una cosa buena, deseable por el individuo, el cual no puede existir fuera de ella y que no puede quererla o desearla de un modo particular sin hacer alguna violencia a su propia naturaleza, desde que la sociedad supera al individuo. b. La sociedad es una autoridad moral que por medio de ciertos fines que no son fines morales por

si

mismos,

participan

de

tal

carácter.

4. La sociedad que la moral nos ordena querer no es la sociedad tal cual aparece ante ella misma, sino la sociedad tal cual es o como tiende realmente a ser. La conciencia que la sociedad adquiera de si misma, en la opinión y por la opinión, puede ser inadecuada a la realidad subyacente. Nunca puede ser querida otra moral que aquella que es reclamada por estado social de su tiempo. Aspirar a otra moral diferente de la que está implicada en la naturaleza de la sociedad es tanto como negar a esta y negarse a si mismo.

La realidad moral se presenta ante nosotros bajo dos aspectos diferentes: el aspecto subjetivo y el objetivo. Para cada pueblo existe una moral, y es en nombre de esta moral imperante que los tribunales condenan y que la opinión juzga. Pero dentro de este cuadro general hay una cierta moral, bien definida, para grupos particulares y determinados. Hay una moral común y general para todos los hombres pertenecientes a una colectividad. Fuera de esa moral común y general, existe una multitud de otras diversas. Cada individuo, cada conciencia moral particular, expresa a su manera dicha moral común: cada individuo la comprende y la ve desde un ángulo distinto. Cada conciencia individual ve las reglas morales a través de un prisma particular. Esta misma realidad moral puede ser encarada desde dos puntos de vista distintos: i. Se puede tratar de conocerla y comprenderla ii. Se puede intentar juzgarla Para poder juzgarla es necesario comenzar por conocer la realidad moral. El primer requisito para estar en condiciones de estudiar teóricamente la realidad moral es el saber que es, poder reconocerla y distinguirla de otras realidades. La moral se presenta ante nosotros como un conjunto de máximas, de normas de conductas. Todas las técnicas utilitarias están gobernadas por sistemas de reglas análogas, por eso es necesario buscar la diferencia característica propia de las normas morales.

El reactivo que vamos a emplear es la observación acerca de que se produce cuando esas diversas normas son violadas, y veremos si no se produce nada que diferencie a este respecto a las normas morales de las reglas técnicas. Cuando una regla es violada, se originan generalmente consecuencias molestas para el sujeto, entre las cuales se pueden distinguir dos: i. Las que tienen lugar mecánicamente, en el acto mismo de la violación. Ya que el acto ejecutado origina por si mismo las consecuencias de él derivadas, es posible saber la consecuencia que se halla analíticamente implícita. ii. Cuando violo la norma que me ordena no matar, por más que analice mi acto no  justificare jamás la condena o el castigo. Hay entre el acto y la consecuencia una completa heterogeneidad. Llamo

las consecuencias de tal modo enlazadas al acto mediante un vínculo sintético. Pero las

sanciones no resultan analíticamente del acto al cual están ligadas, no es la naturaleza intrínseca de mi acto la que tiene por consecuencia la sanción, sino que esta proviene de que el acto de que se trata no está de acuerdo con la norma que lo prescribe. La

 es una consecuencia del acto, que no resulta de su propio contenido, sino del hecho que el acto

no se halla conforme con una norma preestablecida. Asi, encontramos normas que ofrecen esta característica particular. Estamos obligados a no ejecutar los actos que ellas nos prohíben, pura y simplemente porque nos los prohíben. Esto es el

 de la

norma moral. No podremos realizar un acto que no nos diga nada, simplemente porque nos sea ordenado. Es necesario que paralelamente a su carácter obligatorio, el fin moral sea

y

 esta deseabilidad es una

segunda característica del acto moral. Solamente la deseabilidad propia de la vida moral participa del carácter de obligación, y no se asemeja a la deseabilidad de los objetos a los que nuestros deseos ordinarios se apegan. Aun cuando llevemos a cabo el acto moral con un ardor entusiasta, sentimos algo asi como si nos saliéramos de nosotros mismo, lo que no ocurre sin una cierta tensión, una cierta violencia sobre si. Hasta en la obligación penetran el placer y la deseabilidad: experimentamos un placer sui generis en cumplir con nuestro deber, por es nuestro deber. La noción del bien penetra en la noción de deber tanto como la noción de deber y obligación penetran en la del bien. La realidad moral presenta siempre simultáneamente estos dos aspectos que no pueden separarse. La relación de estos elementos varia además según las épocas y según los individuos. Cada uno de nosotros tiene su daltonismo moral especial.

Y hay ahí una razón de más para ponernos en guardia contra las sugestiones de nuestras conciencias personales. Se conciben los riesgos de un mé todo individual, subjetivo. Es incomprensible que nosotros podamos estar obligados a ejecutar un acto de otro modo que no sea en virtud de su contenido intrínseco. Para que el carácter obligatorio de las normas sea fundado es suficiente que la noción de autoridad moral este fundada ella también, porque la a una autoridad moral le debemos obediencia simplemente en virtud de que ella es autoridad moral. b. El único camino científico para llegar a explicar las características de la moral sería el de clasificar las normas morales. Es de esta manera como se podría llegar progresivamente a entrever las causas generales de las cuales dependen las características esenciales que les son comunes. Nosotros no tenemos deberes sino frente a las conciencias, todos nuestros deberes se dirigen a las personas morales, a los seres pensantes. La conciencia moral común es una manera de proceder muy incierta y aleatoria, por lo cual corremos el riesgo de hacer hablar la conciencia común como nos plazca. Nunca la conciencia moral ha considerado como moral un acto que mire exclusivamente la conservación del individuo. Pero tal acto de conservación individual puede llegar a ser moral en ciertas y determinadas circunstancias. Siempre que yo busque mi desenvolvimiento, no con un interés personal, ni aun por un interés estético, sino en tanto tal desarrollo tenga por objeto efectos útiles para otros seres diferentes de mí . Cuando tales actos tienen un valor moral es porque ellos miran un fin superior al individuo que yo soy o a los individuos que son los otros hombres. Pero si no podemos estar vinculados por el deber sino a sujetos conscientes, después que hemos eliminado todo sujeto individual, no queda otro fin posible a la actividad moral que el sujeto sui generis formado por una pluralidad. La personalidad colectiva deber ser otra cosa que el total, de los individuos de que está compuesta, porque si no fuera más que una suma no podría alcanzar más valor moral que los elementos de que está formada. Si existe una moral, un sistema de deberes y obligaciones, es menester que la sociedad sea una persona cualitativamente distinta de las personas individuales que comprende y de cuya síntesis es el resultado. Toda esta argumentación puede reducirse a algunos términos por demás simples: reafirma que la moral comienza tan solo cuando comienza el desinterés, la abnegación. Pero el desinterés no tiene sentido sino cuando el sujeto al cual nos subordinamos tiene un valor más elevado que los individuos en general.

La moral comienza allí donde comienza la vida del grupo, porque es ahí solamente donde la abnegación y el desinterés adquieren sentido. Hemos afirmado que el interés ajeno podría ser más mayor, intrínsecamente, que el propio interés. Pero en tanto que el prójimo participa de la vida del grupo toma ante nuestros ojos algo de dignidad a punto tal que nos sentimos inclinados a amarlo y quererlo. Tener apego a la sociedad es tener apego al ideal social, pues hay un poco de este ideal en cada uno de nosotros. Cuando se ama a su patria, cuando se ama a la humanidad, no se puede ver el sufrimiento de sus compañeros sin sufrir uno mismo y sin experimentar la necesidad de llevarles un remedio. Pero aquello que nos liga al prójimo no es nada de lo que constituye su i ndividualidad empírica, sino que es el fin superior del cual es servidor y órgano. La sociedad es el fin eminente de toda actividad moral. De esto resulta que a) al mismo tiempo que excede las conciencias individuales, les es inmanente; b) tiene todos los caracteres de una individualidad moral que impone respeto. 

La sociedad es un fin trascendente para las conciencias individuales.

La sociedad supera al individuo en todo sentido, de ahí que la sociedad sea otra que una mera potencia material. La civilización es debida a la cooperación de los hombres asociados durante sucesivas generaciones, es una obra esencialmente social. Por ende, debe ser considerada como el conjunto de todos los bienes a los cuales atribuimos el más alto precio, la reunión de los más elevados valores humanos. Porque la sociedad es a la vez fuente y guardiana de la civilización, porque es el conducto por el cual la civilización llega hasta nosotros, por todo ello es que se nos aparece como una realidad infinitamente más rica, una realidad de la que procede todo cuanto vemos y nos supera por todas partes. Cuanto más  avanzamos en la historia, tanto más la civilización humana se transforma en algo enorme y complejo. Integramos en nosotros cierta parte de la sociedad y al mismo tiempo que no es trascendente no es también inmanente y asi la sentimos. La sociedad nos supera, nos cubre, nos excede, tanto exterior como interiormente, ya que vive en nosotros y por nosotros. Abandonado a si mismo, el individuo caería bajo la dependencia de las fuerzas físicas. Si ha podido escapar a ellas es porque ha logrado ponerse a cubierto de tales amenazas bajo la protección de una fuerza sui generis, que es la fuerza colectiva.

Las teorías demuestran que el hombre tiene derecho a la libertad, pero tales demostraciones adquieren valor tan solo en cuanto esa libertad deviene una realidad dentro de la sociedad y en virtud de ella. Querer a la sociedad es querer algo que nos cubre y nos supera, pero es al mismo tiempo querernos a nosotros mismos. 

La sociedad es al propio tiempo una autoridad moral

La sociedad tiene en si todo cuanto es necesario para proporcionar a ciertas normas de conducta el mismo carácter imperativo, distintivo de la obligación moral. El hecho que todos los sistemas morales practicados por los pueblos son una función de la organización social de esos pueblos, gozan de las condiciones de su estructura y varian con ella. La historia ha establecido que cada sociedad tiene en líneas generales la moral que ha menester, y que otra diferente no solo no sería posible, sino que incluso llegaría a ser fatal para la sociedad que la practicara. La moral individual no escapa a esa ley. Aquello que la moral individual nos ordena realizar es precisamente el tipo ideal del hombre tal como lo concibe la sociedad que consideramos. La sociedad nos ordena porque es exterior y superior a nosotros. Entre la sociedad y nosotros existe una distancia moral que hace la sociedad una autoridad ante la cual se inclina nuestra voluntad. Pero, por otro lado, amamos y deseamos la sociedad. La sociedad no alcanza a ser nunca nuestra sino en mínima parte, pues el dominio que ejerce sobre nosotros es infinito. Se puede comprender desde este mismo punto de vista ese carácter sagrado que las cosas morales han tenido siempre y todavía poseen, el cual constituye una verdadera religiosidad sin la que no sería posible la existencia de la ética. Los valores son productos de la opinión, y las cosas adquieren valor solo respecto a determinados estados de conciencia. Este concepto es aplicable tanto a cosas morales como a objetos económicos. Cuando afirmamos que ciertas cosas son sagradas, entendemos que tienen un valor inconmensurable con respeto a los otros valores humanos. Las cosas morales gozan ciertamente de este mismo carácter, pues jamás los hombres han admitido que un valor moral pueda ser expresado en función de un valor de orden económico o de un orden temporal. Para que las cosas morales puedan ser debidamente distinguidas es preciso que los sentimientos que determinan sus valores tengan el mismo carácter, que sean también  distinguidos entre todos los deseos humanos. Los sentimientos colectivos satisfacen la presente condición porque tales sentimientos constituyen el eco, en nosotros, de la grande voz de la colectividad. Los sentimientos colectivos nos hablan más alto y tienen una

fuerza y un ascendiente particularísimos. Se concibe que las cosas a las cuales se vinculan estos sentimientos participen de su mismo prestigio, que sean apartadas y elevadas por sobre las otras, con la misma gran distancia que separa entre si estas dos clases de estados de conciencia. Por efecto de causas la persona humana se ha convertido en el objeto del cual la conciencia de los pueblos europeos se ha adherido más que a otro alguno, habiendo adquirido un valor incomparable. Esa especie de aureola que rodea y protege al hombre contra los desbordes sacrílegos es la forma como la sociedad lo imagina, la alta estima que le brinda, proyectadas fuera y objetivadas. Nos encontramos con que el individualismo es en realidad obra de la misma sociedad. Es la sociedad la que lo ha instituido. Pero la sociedad es otra cosa, es un conjunto de ideas, de creencias, de sentimientos de las más diversas clases, amalgama que se lleva a cabo por los individuos. En el primer plano, se encuentra el ideal moral, en el cual vemos la principal razón de ser de la sociedad. Una sociedad es un hogar de intensa actividad intelectual y moral, cuyo resplandor se percibe de lejos. De las acciones y reacciones que intercambian los individuos se desprende una vida mental enteramente nueva, que transporta nuestras conciencias a un mundo del cual no tendríamos idea alguna en tanto hubiéramos vivido aislados. 

Juicios sobre la moral

Se dice que concebir la moral en la forma que dejo expuesta excluye la posibilidad de juzgarla. Parecería que por ser la moral un producto de la colectividad se ha de imponer al individuo en forma tal que este queda reducido a aceptarla pasivamente. De este modo es evidente que estaríamos condenados a seguir siempre la opinión. La ciencia de la opinión moral nos provee de medios para juzgar la opinión moral y también para rectificarla. No estamos obligados en absoluto a inclinarnos dócilmente ante la opinión moral. Mas aun, podemos considerar legitimo el rebelarnos contra ella. Ahora bien, no podemos aspirar a otra moral que aquella que reclama nuestro estado social. Hay allí un punto de referencia objetivo al cual deben estar siempre referidas nuestras apreciaciones. La razón que juzga en estas materias es la razón apoyada en el conocimiento de una dada realidad: la realidad social. Es de la sociedad de quien depende la moral. Y es muy frecuente que nos encontremos obligados a tomar un partido respecto a estos asuntos sin esperar a que la ciencia se encuentre lo bastante adelantada para guiarnos.

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