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Hypocrites Detected and How far an hypocrite cannot a go Detectando a los hipócritas Copyright © 2023 Thomas Watson Todos los derechos reservados P&D Publicaciones Costa Rica Serie de escritos puritanos: 012 Tipo: Extractos Traducción: Elioth Raphael Diseño de portada: P&D Publicaciones Imágenes: borde vectorial: Ornament Vectors por Vecteezy en www.vecteezy.com/free-vector/ornament. Diseño de fondo vectorial: hecho por GarryKillian / Ícono de máscaras: publicdomainvectors.org Clasificación decimal Dewey: 277/P Ninguna parte de este escrito podrá ser reproducido, almacenado o trasmitido de ninguna forma ni por cualquier medio, sea electrónico o mecánico, ni por ningún sistema de almacenamiento sin el permiso escrito previo de la editorial, con la excepción de citas cortas o reseñas. El texto bíblico ha sido tomado de la versión Reina-Valera 1960® © Sociedades Bíblicas en América Latina, 1960. Renovado © Sociedades Bíblicas Unidas, 1988. Reina-Valera 1960 ® es una marca registrada de las Sociedades Bíblicas Unidas y puede ser usada solo bajo licencia.
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Í Prefacio 1. Biografía de Thomas Brooks 2. Sobre la edición de este escrito 3. Sobre el contenido de este escrito 4. Nota para el lector Introducción 1. Razones de la severidad de Dios contra los hipócritas Razón 1: Porque de todos los tipos de pecadores, los hipócritas son los más peligrosos para la sociedad humana Razón 2: Porque de todos los tipos de pecadores, no hay ninguno tan endurecido contra el Señor Jesucristo como los hipócritas Razón 3: Porque los hipócritas prestan la mayor ayuda a Satanás, el gran enemigo de Cristo Razón 4: Porque los hipócritas son falsos en el lecho matrimonial Razón 5: Porque los hipócritas son los peores pecadores Razón 6: Porque los hipócritas luchan contra Cristo con sus propias armas 2. El carácter del hipócrita 1. Los hipócritas tienen corazones orgullosos y vanagloriosos 2. Los hipócritas siempre cubren sus intenciones crueles y sangrientas con pretensiones engañosas y religiosas 3. Los hipócritas tienen corazones astutos y engañosos 4. Los hipócritas nunca hacen el bien por amor a Dios, sino con el propósito de beneficiarse a sí mismos 5. Los hipócritas no reconocerán a Dios en Sus propios juicios justos 6. Los hipócritas desprecian a los que están por debajo de ellos y envidian a los que están por encima de ellos
7. Otras cualidades de los hipócritas 3. Hasta dónde no puede llegar un hipócrita 1. El hipócrita en su interior nunca está en conformidad con su exterior 2. El hipócrita nunca está separado de manera total de su pecado 3. El hipócrita no tiene disposición a cumplir con todos los deberes religiosos 4. El hipócrita no hace de Dios mismo su gran fin 5. El hipócrita no tiene la justicia de Cristo como su fundamento 6. El hipócrita nunca abraza a Cristo de manera completa 7. El hipócrita no puede odiar el pecado como pecado a. El verdadero odio hacia el pecado incluye una detestación extrema b. El verdadero odio hacia el pecado incluye una separación sincera c. El verdadero odio hacia el pecado incluye una enemistad irreconciliable d. El verdadero odio hacia el pecado incluye un conflicto constante y perpetuo e. El verdadero odio hacia el pecado incluye una intención mortal y una destrucción f. El verdadero odio hacia el pecado incluye una aversión total 8. El hipócrita no se ve habitualmente bajo a sus propios ojos 9. El hipócrita no persiste en los caminos del Señor 10. El hipócrita no lleva su corazón a los deberes y servicios piadosos 11. El hipócrita no realiza los deberes religiosos desde un principio espiritual ni de una manera espiritual 12. El hipócrita no ama la Palabra de Dios
13. El hipócrita no soporta ser probado, escudriñado y descubierto
S La serie de escritos puritanos es una recopilación de diversos escritos específicamente puritanos que P D P se ocupará en poner a disposición al pueblo de Dios de habla hispana. Estos escritos comprenden diferentes sermones, catecismos, extractos de libros olvidados, tratados pequeños que diferentes ministros puritanos han escrito en su época, y los cuales hicieron gran beneficio en su tiempo. Los temas de estos escritos serán diversos, como, por ejemplo, de vida cristiana, casos de consciencia, instrucción cristiana, etc. El propósito que esta serie busca es primeramente la edificación de la iglesia para la gloria de Dios, pero también procura que estos escritos sean accesibles a todas las personas, de manera que muchos no se vean abrumados con escritos extensos, y también que sean apropiados para regalar a un amigo cristiano e incluso a aquellas personas que todavía no conocen a Cristo.
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T B (1608-1680) fue un teólogo puritano. Provino probablemente de una familia piadosa puritana asentada en algún distrito rural. Se matriculó como estudiante independiente en Emmanuel el 7 de julio de 1625. Sin duda fue licenciado u ordenado predicador del evangelio alrededor de 1640. En 1648 era predicador en St. Thomas Apostle. En una fecha anterior Brooks parece haber sido capellán de Rainsborough, almirante de la flota parlamentaria. Posteriormente fue capellán del propio hijo del almirante, el coronel Thomas Rainsborough, cuyo sermón fúnebre predicó en noviembre de 1648. Ese mismo año (26 de diciembre) predicó un sermón ante la Cámara de los Comunes, y un segundo sermón ante los Comunes el 8 de octubre de 1650. En 1652-3 fue trasladado a St. Margaret, Fish-street Hill. Allí encontró cierta oposición, lo que ocasionó su tratado: Cases considered and resolved, […] or Pills to purge Malignats [Consideración y resolución de casos, o píldoras para eliminar las malignidades] (1653), y en el mismo año publicó sus Precious Remedies [Remedios preciosos]. En 1662 fue uno de los expulsados. Tras predicar su sermón de despedida (cuyo análisis se encuentra en el «Memorial» de Palmer) en 1662, continuó su ministerio en un edificio en Moorfields. En el año de la peste estaba en su puesto y publicó su Heavenly Cordial [Cordial celestial] para los que habían escapado. Se dice que la extrema rareza de este pequeño volumen se debe al gran incendio de Londres, que
destruyó todas las existencias de tantos libros. Sus pensamientos sobre esta «ardiente dispensación» están registrados en su London’s Lamentations [Lamentaciones de Londres], publicado en 1670. Baxter menciona respetuosamente a Brooks como uno de los ministros independientes que tenían sus reuniones más públicamente después del incendio de Londres que antes. Alrededor de 1676 murió su primera esposa, y él publicó un relato de las «experiencias» de ella, con un sermón fúnebre predicado por un amigo. Poco después se casó con una joven llamada Cartwright. Su testamento está fechado el 20 de marzo de 1680. Murió el 27 de septiembre, a la edad de 72 años. Una copia de su sermón fúnebre, por John Reeve, fechado en 1680, se encuentra en la biblioteca del Dr. Williams. Se han publicado más de cincuenta ediciones de varios de sus libros. La Sociedad de Tratados Religiosos continuó durante mucho tiempo reimprimiendo algunos de los escritos de Brooks. La mayor parte de sus obras más pequeñas también se mantuvieron constantemente en existencias por la Sociedad de Libros. Las notas del Dr. Grosart sobre las primeras ediciones contienen mucha información. Las primeras ediciones son las siguientes: 1. The Glorious Day of the Saints [El glorioso día de los santos], un sermón fúnebre para el coronel Rainsborough, 1648. 2. God’s Delight in the Upright [El deleite de Dios en los rectos], un sermón para la Cámara de los Comunes, 1648-9.
3. The Hypocrite Detected [La detección del hipócrita], un sermón de acción de gracias por la victoria en Dunbar, 1650. 4. A Believer’s Last Day his Best Day [El mejor día del creyente es su último día], un sermón fúnebre para Martha Randall, 1651-2. 5. Precious Remedies against Satan’s Devices [Remedios preciosos contra las artimañas de Satanás], 1652. 6. Cases considered and resolved [Consideración y resolución de casos], 1652-3. 7. Heaven on Earth [El cielo en la tierra] (sobre la seguridad), 1654. 8. Unsearchable Riches of Christ [Las riquezas inescrutable de Cristo], 1655. 9. Apples of Gold [Manzanas de oro], un sermón fúnebre para Jo. Wood, 1657. 10. String of Pearls [Cadena de perlas], un sermón fúnebre para Mary Blake, 1657. 11. The Silent Soul, or Mute Christian under the Smarting Rod [El alma en silencio, o el cristiano enmudecido bajo la vara aflictiva], 1659. 12. An Ark for all God’s Noahs [Arca para todos los Noés de Dios], 1662. 13. The Crown and Glory of Christianity [La corona y la gloria del cristianismo], 1662. 14. The Privie Key of Heaven [La llave privada del cielo], 1665. 15. A Heavenly Cordial [Cordial celestial], para la peste, 1665.
16. A Cabinet of Choice Jewels [Un cofre de joyas selectas], 1669. 17. London’s Lamentations [Lamentaciones de Londres] (sobre el gran incendio), 1670. 18. A Golden Key [La llave de oro] y Paradise opened [Exposición del paraíso], 1675.
Además, Brooks escribió epístolas prefijadas a Legacy of a Dying Mother [Legado de una madre moribunda], para Susannah Bell (1673); a Gospel Treasury [Tesoro del evangelio], para el Dr. Everard (1652); a las obras del Dr. Thomas Taylor (1653); y a Altum Silentium [Silencio profundo], para John Durant, 1659; también las Experiences of Mrs. Martha Brooks [Experiencias de la Sra. Martha Brooks], esposa de Thomas Brooks, anexas a su sermón fúnebre por J. C. (¿Dr. John Collinges, de Norwich?) [1676]. Brooks añadió notas a esta. Algunas obras selectas de Brooks se publicaron bajo la dirección del reverendo Charles Bradley en 1824; Las inescrutables riquezas fue incluida en la Librería Estándar de Ward. Lo mejor de sus frases ha sido impreso en Smooth Stones taken from Ancient Brooks [Piedras lisas extraídas del antiguo Brooks], por C. H. Spurgeon. Las obras completas de Thomas Brooks, editadas con una biografía por el reverendo A. B. Grosart, se imprimieron en Edimburgo en 1866 en seis volúmenes. En su lista descriptiva, John Brown reserva un lugar selecto para las obras de Brooks, como entre los mejores escritos de los no conformistas. Sus obras abundan en citas clásicas en hebreo, griego y latín. Se dice que se imprimió un catálogo de la biblioteca de Brooks para la venta, pero no se ha encontrado ninguna copia.
2. S En primer lugar, el escrito que el lector tiene en sus manos es una composición de dos extractos de los escritos de Brooks, los cuales son los siguientes: Hypocrites Detected [Los hipócritas detectados].[1] How far an hypocrite cannot a go [Cuán lejos el hipócrita no puede ir].[2] El primero de estos escritos es un sermón de acción de gracias predicado por Thomas Brooks ante el Parlamento de Inglaterra por la victoria que se obtuvo en Dunbar en contra de los escoceses. La traducción de este ha sido de manera parcial, en el sentido de que se tradujo nada más dos de los tres capítulos que tiene, dado que el tercer capítulo es uno que va dirigido exclusivamente al acontecimiento y para los miembros del parlamento. El segundo de estos escritos consiste en el capítulo 4 del libro de Brooks llamado A Cabinet of Jewels [Un cofre de joyas], el cual trata sobre la cuestión de la seguridad de salvación. Pero este capítulo es muy pertinente para la complementación del sermón anterior para hablar sobre el estado de un hipócrita. De ahí entonces que tenemos ante nosotros esta combinación de estos extractos que forman un tratado fuerte y duro para revelar a los hipócritas, pero también para probarnos a todos. En segundo lugar, los títulos y subtítulos interiores fueron añadidos por el traductor, de manera que al lector le pueda ser más fácil entender la estructura de este escrito.
En tercer lugar, este escrito ha sido traducido en su totalidad sin que ninguna de sus partes haya sido omitida, de modo que también las citas originales en latín y griego de esta han sido traducidas y añadidas al escrito.
3. S La hipocresía, un tema del que nadie quiere, desea y anhela escuchar; una cuestión que en su esencia es duro, difícil y fuerte de recibir y digerir; algo de lo que nadie ha escapado de caer, pero del casi nadie está dispuesto a aceptar. La hipocresía, un mal que agobia a nuestra sociedad en todos los diferentes ámbitos: gobiernos hipócritas, habitantes hipócritas, familias hipócritas, etc.; e incluso más triste un mal que se ha inmiscuido en la iglesia de Dios: pastores hipócritas, diáconos hipócritas, miembros hipócritas y, al final, congregaciones enteras hipócritas. Existen males que pueden ser aborrecibles para unos pero agradables para otros. Uno aborrecerá la lujuria, pero otro amará y se deleitará en esta. Pero la hipocresía es uno de esos males que para todos es aborrecible. Entre los impíos la hipocresía es aborrecible, entre los cristianos la hipocresía es abominable, tanto los buenos como los malos concuerdan en su desprecio a este mal. Y esto no más muestra el carácter terrible de este mal. Pero ¿cómo ve Dios este pecado? Su aborrecimiento por este pecado se ve en Su Palabra de manera muy elevada. Por la hipocresía, ha traído juicios terribles a los hombres tanto terrenales como espirituales. Y, por la hipocresía, Dios da como recompensa justa a los hombres un lugar más profundo en los tormentos del infierno. ¡Qué terrible es estar en este pecado! Por lo tanto, qué necesario es tocar este tema, para que seamos advertidos, seamos reprendidos, seamos llevados al arrepentimiento, seamos instados a buscar la sinceridad cristiana, seamos instados a batallar contra este pecado.
Curiosamente, entre los puritanos este es un tema del cual sus congregaciones no escapaban, predicando y escribiendo en contra de este pecado, Gurnall, Sedgwick, Baxter, Bolton, Adams, etc., son solo algunos de los muchos autores que hablaron sobre este tema. Y acá tenemos a Brooks, uno de los puritanos más queridos, tratándolo de la manera más clara, concisa, fuerte, convincente y tajante posible. En este tratado se nos expone las razones por las cuales la severidad de Dios recae sobre los impíos, se nos habla sobre cuáles son las características de aquellos que son hipócritas y, en último lugar, se nos declara hasta dónde los hipócritas no pueden llegar, diferenciándolos de aquellos que son sinceros. La utilidad de este tratado es indescriptible, nos sirve para descubrir a aquellos que son hipócritas, nos sirve para llevarnos al arrepentimiento por nuestra hipocresía, nos sirve para llevarnos a Cristo por salvación, nos sirve para humillarnos en gran medida por este pecado, nos sirve para ejercitar nuestro deber de autoexaminación con más ahínco, nos sirve para aborrecer este pecado con todavía más furia, siendo conscientes de cuánto contamina este pecado. Por lo tanto, es nuestro ruego y deseo que estas utilidades puedan ser una realidad para aquellos que no son creyentes como para aquellos que sí lo son al leer este escrito. Es un libro duro, fuerte y amargo, pero el beneficio espiritual que trae consigo es algo dichoso, agradable y dulce.
4. N Queremos hacer de consideración al lector que P D P es una editorial autosostenida, de modo que no dependemos económicamente de ninguna institución, solamente de las ventas de estos escritos. De la misma manera, el trabajo detrás de la publicación de escritos como estos es enorme, que va desde la traducción, revisión, corrección, edición, etc., con el fin de cada escrito pueda llegar al lector con la mayor calidad posible. Por lo tanto, primeramente agradecemos profundamente de antemano a aquellos que han tenido bondad para con nosotros en comprar este material. En segundo lugar, exhortamos a no piratear estos materiales, dado que nos afecta grandemente para seguir publicando dichos escritos. En tercer lugar, pedimos sus oraciones para con la editorial para tener la capacidad de traer estas obras edificantes. En cuarto lugar, damos la gloria al Señor por permitirnos y darnos el privilegio de edificar a Su pueblo en diferentes partes del mundo de esta manera. Solo a Él sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén.
I «Le mandaré contra una nación hipócrita; y contra el pueblo de mi ira le daré un encargo, para que capture botín, y arrebate presa, y que lo ponga a ser hollado como lodo de las calles». I
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No voy a gastar el corto tiempo que me queda sobre lo que menos se volverá a la consideración de sus almas, por lo tanto, voy a exponer muy brevemente las palabras de mi texto: «Te mandaré contra una nación hipócrita». La palabra que es traducida como «hipócrita» significa contaminar o ensuciar. De todos los pecados, el pecado de la hipocresía es el más contaminante. Contamina las oraciones y alabanzas de los hombres; contamina todos los deberes y ordenanzas. «Le daré un encargo, para que capture botín, y arrebate presa». La palabra que se traduce como «encargo» significa dar órdenes con autoridad y poder, atar y hollar «como el lodo de las calles». D : Lo principal que las palabras sostienen es que de toda clase de pecadores, Dios será más severo en Sus juicios contra los hipócritas. O esto: los hipócritas son los objetos apropiados de la ira de Dios, y a ellos castigará más severamente. Al tratar este punto, les señalaré brevemente las Escrituras que hablan de esta verdad, y luego se las expondré. Las Escrituras que hablan de esta verdad son las siguientes:
«Porque la congregación de los hipócritas será asolada, y fuego consumirá las tiendas de soborno» (Job 15:34). «Los pecadores se asombraron en Sion, espanto sobrecogió a los hipócritas. ¿Quién de nosotros morará con el fuego consumidor? ¿Quién de nosotros habitará con las llamas eternas?» (Is. 33:14). «Por tanto, el Señor no tomará contentamiento en sus jóvenes, ni de sus huérfanos y viudas tendrá misericordia; porque todos son hipócritas y malignos, y toda boca habla despropósitos. Ni con todo esto ha cesado su furor, sino que todavía su mano está extendida» (Is. 9:17). «… y lo castigará duramente, y pondrá su parte con los hipócritas; allí será el lloro y el crujir de dientes» (Mt. 24:51). Y véase todo Mateo 23.
En cuanto a la exposición del punto, procuraré estas dos cosas: 1. Darles razones de la severidad de Dios contra los hipócritas. 2. Revelarles quiénes son estos hipócritas que son objeto de la ira de Dios.[3]
1. R D R
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No hay en la tierra una clase de pecadores tan peligrosa para la sociedad humana como los hipócritas: «… para que no gobiernen los hipócritas, no sea que el pueblo sea engañado» (Job 34:30). Mimlok de malak[ ] ְָמלַ ך: «… para que no lo reine». No hay clase de hombres en la tierra que se deleiten en reinar como lo hacen los hipócritas. «… para que no gobiernen los hipócritas, no sea que el pueblo sea engañado». No hay en el mundo hombres tan hábiles y cuidadosos en poner lazos y trampas para enredar a los pájaros bobos como lo son los hipócritas para enredar a los demás. «El hipócrita con la boca destruye a su prójimo» (Pr. 11:9). El aliento del hipócrita es venenoso; no exhala más que veneno. La palabra que se traduce como «destruye» significa «destruir totalmente». Se usa para la corrupción tanto en la religión como en las costumbres. Los hipócritas destruyen a las personas con sus vicios y corrupciones: «¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! Porque cerráis el reino de los cielos delante de los hombres; pues ni entráis vosotros, ni dejáis entrar a los que están entrando» (Mt. 23:13). La gran malignidad que el hipócrita puede hacer, se mostrará con esta historia: Constancia, la viuda de Licinio, hermana del emperador Constantino el Grande, hospedó en su casa a cierto
presbítero que profesaba la religión ortodoxa por temor a Constantino, pero que en secreto era arriano. Varios obispos de la secta arriana se sirvieron de este hombre para promover su causa mediante su disimulación artificiosa. Al final, Constancia, enferma en su lecho de muerte, recibió la visita de su hermano, el emperador. No tardó en convencerle para que acogiera al presbítero en su corte. Este pronto adquirió gran crédito y favor de Constantino, de modo que cuando murió le confío su última voluntad, por lo que tuvo la oportunidad de tener gracia para con Constancio, el hijo y sucesor del emperador, oportunidad que aprovechó. Primeramente, corrompió a un tal Eusebio, eunuco, principal chambelán del nuevo emperador, y por este medio a otros cortesanos, y luego a la emperatriz, y finalmente al propio emperador, y poco a poco lo llevó a ser un defensor del arrianismo, y en un gran perseguidor de la verdad que su padre había profesado, y en la que él mismo había sido educado.[4]
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J Nadie es tan obstinado contra Jesucristo como los hipócritas. Si Cristo llama al profano, este escucha; si suplica, cede; si llama, abre. Pero en cuanto al hipócrita, Cristo puede llamar, clamar, rogar, suplicar y, sin embargo, el hipócrita no oirá, ni cederá, ni le abrirá: «De cierto os digo, que los publicanos y las rameras van delante de vosotros al reino de Dios. Porque vino a vosotros Juan en camino de justicia, y no le creísteis; pero los publicanos y las rameras le creyeron; y vosotros, viendo esto, no os arrepentisteis después para creerle» (Mt. 21:31-32).
Cristo viene y toca la puerta de la ramera y del profano, y ellos le abren, le besan, le abrazan y le reciben. Pero en cuanto al hipócrita, aunque Cristo toca, llama y le clama, este no quiere oír. Es más, aunque tomase su alma y la colgare sobre las abrasadoras llamas del infierno, y le dijere: «¡Ah, hipócrita! ¿Acaso es bueno morar en las llamas eternas?», este no cederá. Y aunque lo tomase y le mostrase la gloria del cielo y la felicidad de las almas sinceras, no cederá ni abrirá a Cristo, aunque pierda el cielo y sea arrojado al lugar más caliente y más bajo del infierno.
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Un hipócrita endurecido y cauterizado ayuda mejor a llevar a cabo los designios de Satanás que mil profanos libertinos. Un hipócrita es el primogénito de Satanás; es el predilecto de Satanás; se acuesta en el pecho del diablo, como Juan en el de Cristo. No hay nadie tan activo a favor de Satanás, ni nadie que tenga esas ventajas para llevar a cabo su obra, como las tiene el hipócrita: «Recorréis mar y tierra para hacer un prosélito» (Mt. 23:15). Son muy activos para ampliar el dominio de Satanás, y por eso no es de extrañar que Dios sea tan severo en Sus juicios contra ellos.
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Y por esta razón Dios es tan severo contra ellos. Ellos fingen amar a Cristo y, sin embargo, entregan sus corazones a otros amantes además de Cristo: «Y vendrán a ti como viene el pueblo, y estarán delante de ti como pueblo mío, y oirán tus palabras, y no las pondrán por obra; antes hacen halagos con sus bocas, y el corazón de ellos anda en pos de su avaricia» (Ez. 33:31). «Dice, pues, el Señor: Porque este pueblo se acerca a mí con su boca, y con sus labios me honra, pero su corazón está lejos de mí, y su temor de mí no es más que un mandamiento de hombres que les ha sido enseñado» (Is. 29:13).
Sabes que en la ley nada le da a un hombre ese permiso para divorciarse de su esposa como el engaño en lecho matrimonial. Y Cristo aprovechará ese permiso para desechar a los hipócritas para siempre.
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A menudo se los compara en las Escrituras con lo peor de las criaturas —víboras, serpientes, lobos, etc.—, lo cual los señala como lo peor de los hombres. Son enemigos secretos, los cuales, de todos los enemigos, son los peores; tal como dijo el emperador León: Occulti inimici pessimi [Los enemigos secretos son los peores]. Un enemigo cercano es mucho peor que uno manifiesto. Un enemigo cercano besa y mata, pero un enemigo manifiesto dispara su bala de advertencia antes de disparar su bala de asesinato. Por otra parte, los hipócritas están condenados al peor de los juicios, como el hecho de que no se presentarán ante Dios: «El hipócrita no se presentará ante Dios» (Job 13:16). No será llevado al goce espiritual de Dios en la tierra, ni a la comunión gloriosa con Dios en el cielo. Los hipócritas son condenados por Cristo a los mayores tormentos en el infierno: «Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas […], porque recibiréis mayor condenación» (Mt. 23:14). El lugar más oscuro y más bajo del infierno es de ellos. Los hipócritas tienen propiedad en el infierno. De todos los pecadores, los hipócritas pecan contra la mayor luz, contra el mayor conocimiento y contra la mayor revelación de Dios, lo cual los convierte en los peores pecadores. Sí, aunque saben que los pecados contra el conocimiento son muy peligrosos, aunque saben que son pecados que hieren y consumen —peccata vulnerantia et devastantia [pecados que dañan y devastan]—, los hipócritas perseverarán en su pecado. El hipócrita preferirá ir al infierno con sus
concupiscencias que al cielo sin sus concupiscencias. Aunque está convencido de que él y sus amados pecados han de separarse, o Cristo y su alma nunca se encontrarán, el hipócrita dirá: «¡Adiós Cristo, y bienvenido el pecado!» Un hipócrita perseverará en sus deberes religiosos y, sin embargo, perseverará en un camino resuelto de maldad (Jer. 7:9; Ez. 33:30-32). Un hipócrita pecará y orará, y oirá [la Palabra de Dios] y jurará, etc., tal como Luis el Undécimo, rey de Francia, juraría y luego besaría la cruz, y juraría otra vez y luego besaría la cruz […]. Un hipócrita tiene dos manos, una para abrazar y otra para apuñalar, tal como Joab; tiene dos lenguas, una para saludar a Cristo y otra para traicionar a Cristo, tal como Judas; tiene dos caras, con una mira hacia atrás y con la otra hacia adelante, tal como Jano.[5] Un hipócrita tiene dos corazones, este puede gritar como los israelitas: «Salve rey Salomón, salve rey Adonías»; como el loro de Apuleyo: Ave Auguste imperator, ave Antoni [Salve Augusto emperador, salve Antonio]. Todo esto los señala como los peores pecadores.
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Luchan contra Dios con sus propios dones que Él les ha concedido, tal como David luchó contra Goliat con su propia espada, o tal como Jehú luchó contra Joram con sus propios hombres. Así lucharon contra Cristo los escribas y fariseos, Spiera[6] y Judas, para su propia perdición eterna. El hipócrita luchará contra Dios con el conocimiento, la sabiduría, la luz y el entendimiento que Dios le ha dado, aunque muera eternamente por ello. Juliano el apóstata luchó contra Cristo con sus propias armas; y por la fuerza de sus habilidades prevaleció más persuadiendo que imponiendo, y por seducciones que por tormentos, para ruina de los cristianos. Los hipócritas luchan contra Dios con sus propias armas, y desafían al cielo, y por eso Dios los arrojará al infierno.
2. E La segunda cosa que he de hacer es revelarte qué son los hipócritas, contra quienes Dios es tan severo en Su juicio. La palabra griega υποκριτής [jupokrités] significa actores de teatro. Un hipócrita es un esclavo vestido de rey; es un diablo vestido de ángel; es un lobo con piel de oveja. Así como Cicerón dijo de Epicuro que en realidad no era filósofo sino que se ponía el simple nombre de filósofo, así puedo decir que un hipócrita no es un santo, ni un hombre santo en realidad, sino alguien que se pone el nombre de santo y aparenta serlo externamente, aunque interiormente es un demonio encarnado. La palabra hebrea ףח ֵנ ָ [kjanéf], que es traducida como hipócrita, significa disimular, contaminar o corromper. Los hipócritas son los mayores disimuladores del mundo. Ellos disimulan con Dios, con los hombres y con sus propias almas. Y así como son los mayores disimuladores, también son los mayores contaminadores del mundo. Contaminan todos los lugares y compañías a donde llegan; contaminan todos los deberes, misericordias y ordenanzas que tocan. Pero les mostraré más detalladamente lo que él es en estas seis cosas siguientes...
1. L Los corazones hipócritas son corazones orgullosos y vanagloriosos. La plata de todo hombre no es más que bronce a la de ellos; y la luz de todo hombre no es más que tinieblas a la de ellos; y los deberes y habilidades de ningún hombre son comparables con los de ellos. El hipócrita orgulloso y vanaglorioso, al estilo de Jehú, dice: «Venid, ved mi celo por el Señor» (2 R. 10:16). Un corazón sincero ama hacer mucho por Cristo y no ser visto por nadie más que por Cristo. El celo de Jehú no es más que la sombra del celo, como todas las virtudes de los hipócritas no son más que sombras de las virtudes y, sin embargo, el hipócrita, como Narciso, se enamora de su propia sombra. Al hipócrita le encanta que se mueva el sombrero, que se doble la rodilla y que los hombres clamen: «¡Rabí, rabí!», en las plazas (Mt. 23:5-7).[7] Charis, un soldado, estaba tan orgulloso por la herida que le hizo a Ciro que poco después se volvió loco, dice Plutarco. Y Menécrates estaba tan orgulloso porque curó a muchos pacientes que otros no pudieron, que se llamó a sí mismo Júpiter. Del mismo modo, los hipócritas son orgullosos, y se hinchan con los pensamientos de su propio valor y de sus propias obras, que claman y se erigen por encima de los demás: «Dios, te doy gracias porque no soy como los otros hombres, ladrones, injustos, adúlteros, ni aun como este publicano; ayuno dos veces a la semana, doy diezmos de todo lo que gano» (Lc. 18:11-12). Ellos dicen lo siguiente: «Estate en tu lugar, no te acerques a mí, porque soy más santo que tú» (Is. 65:5).
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Herodes, un notorio hipócrita, cubre sus intenciones de asesinar a Cristo con pretensiones de adorar a Cristo. Y aquellos en Esdras 4 cubren sus intenciones de derribar el templo con pretensiones de ayuda en la construcción del templo. Pretenden construir el templo y, sin embargo, tenían la intención de derribarlo. Y lo mismo hizo Jezabel en 1 Reyes 21. Y de la misma manera Ismael encubre su intención sangrienta de asesinar con llanto (Jer. 41). Un hipócrita pondrá un guante hermoso sobre una mano sucia. Es como la serpiente que pica sin sisear. Ellos te besarán y te matarán; te besarán y te traicionarán; te acariciarán y te cortarán la garganta. No hay nada más evidente en la experiencia y en las Escrituras que el hecho de que los hipócritas han encubierto todo el tiempo sus designios sangrientos y crueles con pretextos religiosos. Parsons, cuando tramó esa villanía sin igual que es el complot de la pólvora, sacó su libro de resoluciones como si hubiera estado conformado todo de devociones. Los hipócritas son como los italianos, que te abrazarán en los brazos que pretenden imbuir en tu sangre más querida.
3. L Un corazón hipócrita es un corazón astuto y engañoso. Lo que se dice de Jonadab de que era un hombre muy astuto (2 S. 13:2), lo mismo puedo decir de todos los hipócritas: son hombres muy astutos. Ellos engañan los corazones de los sencillos con buenas palabras y hermosos discursos, atrayéndolos desprevenidos a las garras del león, como hizo Mahoma. El hipócrita es una nube sin lluvia, un árbol floreciente sin fruto, una estrella sin luz, una cáscara sin semilla. El hipócrita es como el fruto de Sodoma, que por fuera es muy hermoso, pero por dentro no es más que polvo. Los hipócritas son como las imágenes de las que habla Luciano, que fueron labradas audazmente con plata y perlas, pero por dentro están llenas de las cosas más bajas, como trozos de madera, brea, mortero, etc. Pero un corazón sincero es como el bastón de Bruto, espinoso por fuera y oro por dentro. O es como aquella arca, oro por dentro y pelo de cabra por fuera.
4. L D , «¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! Porque devoráis las casas de las viudas, y como pretexto hacéis largas oraciones; por esto recibiréis mayor condenación. […] Guardaos de hacer vuestra justicia delante de los hombres, para ser vistos de ellos; de otra manera no tendréis recompensa de vuestro Padre que está en los cielos. Cuando, pues, des limosna, no hagas tocar trompeta delante de ti, como hacen los hipócritas en las sinagogas y en las calles, para ser alabados por los hombres; de cierto os digo que ya tienen su recompensa. Mas cuando tú des limosna, no sepa tu izquierda lo que hace tu derecha» (Mt. 23:14, 6:1-3).
El hipócrita rara vez sigue el consejo de Maximiliano: Tene mensuram et respice finem [Mantente dentro de los límites y piensa en terminar bien]. Mantente dentro del alcance, y siempre ten un ojo en el fin de tu vida y de tus acciones. Jehú hace mucho revuelo: finge ser muy celoso de Dios; destruye a los idólatras, pero no la idolatría; y todo esto era solo para llegar a la corona. El Sr. Knox habla de algunos nobles en Escocia que parecían estar muy a favor de la Reforma, pero su designio era meramente el botín y su comodidad privada: «Pero —dice él— eran muy licenciosos, se apoderaban con avaricia de las posesiones de la iglesia, y no les faltaba su parte del manto de Cristo».[8] Y el Sr. Blair, un gran consejero de Escocia, estando bajo grandes horrores de conciencia, profesó que pretendía la religión solo para obtener riquezas. He leído acerca de un príncipe que no profesaba otra religión que la que le beneficiara y
favoreciera sus propios intereses. Verdaderamente no hay hipócrita que respire que haga algún bien a no ser que tenga algún designio carnal y egoísta en ello.
5. L
D
S
El hipócrita «no clamará cuando él lo atare» (Job 36:13). La palabra hebrea annegun que aquí se traduce «clamar» proviene de una raíz que significa no hacer ruido. El hipócrita no reconocerá la justicia y la rectitud de Dios contra él; no clamará, no hará ruido. Aunque la mano de Dios se ensañe sobre él y contra él, no dirá: «Esta es la justicia y la rectitud de Dios». Aunque la mano de Dios se levante contra él, no hará ruido. Aunque Dios lo ate y trate con él como se ata y trata a los prisioneros —porque así significa en hebreo—, no hará ruido. «Cuando tu mano está alzada, ellos no verán; pero verán y se avergonzarán» (Is. 26:11). La palabra hebrea הח ָז ָ significa «ver» con la mayor exactitud y cuidado que se pueda, ver con el ojo y contemplar con la mente. [El hipócrita] no verá. «Ay, pero — dice Dios— antes de que acabe con él, le haré ver con su ojo y contemplar mis juicios con la mente. Él verá». «Escalad sus muros y destruid, pero no del todo; quitad las almenas de sus muros, porque no son del Señor» (Jer. 5:10). La palabra hebrea { ׁ ְנ ִט ָשnatash} que se traduce como «almenas» significa los brotes jóvenes que crecen alrededor de una planta, y por una similitud aquí puede entenderse las torres de contra-juntura y los lugares de apoyo. Las almenas debían rodear la casa para evitar que los hombres se cayeran, porque entre los judíos sus casas tenían techos planos sobre los cuales los hombres caminaban, y desde allí llamaban y hablaban a la gente. Cristo alude a esto en Mateo 10:27. La altura de la almena no debía ser inferior a diez palmos, y debía ser fuerte para
que los hombres pudieran apoyarse en ella y no se cayera ni mutilara a nadie. «Quitadle sus almenas, quitadle sus socorros, sus torres, sus lugares de apoyo, porque no son del Señor». Pero ¿por qué Dios los despojará de su fuerza, de sus apoyos y de sus lugares de apoyo o de descanso? Versículo 11: «Porque resueltamente se rebelaron contra mí la casa de Israel y la casa de Judá, dice el Señor». «Me han engañado, me han engañado», así está en el hebreo, para mostrar que ellos han tratado para con Dios con culpabilidad, con engaño y con fraude de manera muy notoria y frecuente. Pero ¿cómo se muestra que han tratado así con Dios? Se responde en el versículo 12: «Han mentido acerca del Señor, y dijeron: “Él no es, y no vendrá mal sobre nosotros, ni veremos espada ni hambre”». La palabra hebrea que se traduce aquí «mentido» —«han mentido acerca del Señor{ —»} ִ ֽׁכּחֲ שsignifica «negar». Así se usa en Génesis 18:15: «Entonces Sara negó, diciendo: “No me reí”». Es la misma palabra que aquí se traduce como «mentido». «Han negado al Señor, y dijeron: “Él no es”». Ellos han negado la justicia, la rectitud y la severidad de Dios en Sus juicios contra ellos. Y esto es evidente en el tercer versículo de este capítulo: «Oh Señor, ¿no miran tus ojos a la verdad? Los azotaste». La palabra hebrea[ { ה ָנ ָכnacha}] significa «golpear», «herir» o «matar». [Como si hubiera dicho]: «Señor, los has golpeado, los has herido, has matado a algunos de ellos, pero no se han afligido». La palabra hebrea [ { ְ ֽול ֹא־חָ לוּhalu a hol}] significa «doler» o «enfermar». [Como si hubiera dicho]: «Aunque los he tratado así severamente, no se encuentran dolidos y no se encuentran enfermos, sino que han soportado duramente todos los golpes y heridas que les he dado». «Los has consumido, pero han rechazado el recibir corrección». La
palabra hebrea que aquí se traduce como «rechazado» significa negarse con el mayor orgullo, desdén y desprecio que pueda haber. «... para que el reino fuese abatido y no se levantase, a fin de que guardando el pacto, permaneciese en pie» (Ez. 17:14). «Oh, —dice Dios—, aunque los he consumido, se niegan orgullosa, desdeñosa y despreciativamente a recibir corrección». La palabra que aquí se traduce como «corrección» significa tanto castigar como enseñar, siendo lo primero el fin de lo otro. [Como si hubiera dicho]: «Aunque mi vara ha sido pesada sobre ellos, se han negado orgullosa y desdeñosamente a ser enseñados por mi vara; han endurecido sus rostros más que una roca; se han negado a volver».
6. L
Los hipócritas desprecian a los que —en su propia opinión — están en forma externa por debajo de ellos, y envidian a los que son mejores que ellos en el espíritu y el poder de la santidad y la piedad. «El fariseo, puesto en pie, oraba consigo mismo de esta manera: Dios, te doy gracias porque no soy como los otros hombres, ladrones, injustos, adúlteros, ni aun como este publicano; ayuno dos veces a la semana, doy diezmos de todo lo que gano» (Lc. 18:11-12).
Él alega su justicia negativa, y se apoya en su bondad comparativa: «No soy como este publicano; ayuno dos veces a la semana —los jueves, porque en ese día Moisés subió al monte Sinaí; y los lunes, porque en ese día bajó, dice Drusius—». Los hipócritas son mejores para mostrar su dignidad que sus carencias. Ellos son tan notables para desvalorizar a los demás como para valorizarse a sí mismos, para rebajar a los demás como para exaltarse a sí mismos, para minimizar a los demás como para engrandecerse a sí mismos. Envidian todo sol que eclipse al suyo. Si un hombre es mejor que ellos en sus disfrutes de Dios, en su comunión con Dios, en trabajar para Dios, etc., será envidiado y aborrecido hasta la muerte: «Entonces los principales sacerdotes y los fariseos reunieron el concilio, y dijeron: ¿Qué haremos? Porque este hombre hace muchas señales. Si le dejamos así,
todos creerán en él; y vendrán los romanos, y destruirán nuestro lugar santo y nuestra nación» (Jn. 11:47-48).
Androgeo, hijo de Minos, rey de Creta, fue asesinado por los atenienses [por envidia]. Y Megarenes también fue asesinado por envidia, debido a que superó a todos en los ejercicios de las armas. Lo mismo ocurrió con Sócrates, que —según el juicio de Apolo— era el hombre más sabio sobre la tierra, y que en muchas excelencias morales eclipsaba a todos los demás, que el ojo de la envidia no podía soportar. Esto le hizo decir lo siguiente: «Ni mis acusadores ni mi crimen pueden matarme, sino solo la envidia, que ha destruido y destruirá al más digno de todos los tiempos». El emperador Adriano oprimía a algunos, y mataba a otros, que sobresalían en cualquier arte o facultad, de modo que él pudiera ser considerado el único artista hábil. Se dice que Aristóteles quemó y suprimió los libros de muchos filósofos para ser más admirado. De la misma manera, los hipócritas envidian a todos los que los superan en cualquier excelencia espiritual o moral.
7. O Hay otras cualidades que podría dar de aquellos hipócritas contra quienes Dios es tan severo en Sus juicios, como los siguientes: a. [Los hipócritas] son más celosos en cuanto a la parte externa de los deberes, y no consideran la parte espiritual de los deberes: «¿Para qué me sirve, dice Jehová, la multitud de vuestros sacrificios? Hastiado estoy de holocaustos de carneros y de sebo de animales gordos; no quiero sangre de bueyes, ni de ovejas, ni de machos cabríos. ¿Quién demanda esto de vuestras manos, cuando venís a presentaros delante de mí para hollar mis atrios? No me traigáis más vana ofrenda; el incienso me es abominación; luna nueva y día de reposo, el convocar asambleas, no lo puedo sufrir; son iniquidad vuestras fiestas solemnes. Vuestras lunas nuevas y vuestras fiestas solemnes las tiene aborrecidas mi alma; me son gravosas; cansado estoy de soportarlas. Cuando extendáis vuestras manos, yo esconderé de vosotros mis ojos; asimismo cuando multipliquéis la oración, yo no oiré; llenas están de sangre vuestras manos. Lavaos y limpiaos; quitad la iniquidad de vuestras obras de delante de mis ojos; dejad de hacer lo malo; aprended a hacer el bien; buscad el juicio, restituid al agraviado, haced justicia al huérfano, amparad a la viuda. Venid luego, dice Jehová, y estemos a cuenta: si vuestros pecados fueren como la grana, como la nieve serán emblanquecidos; si fueren rojos como el carmesí, vendrán a ser como blanca lana» (Is. 1:11-18). ¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! Porque limpiáis lo de fuera del vaso y del plato, pero por dentro estáis llenos de robo y de injusticia. ¡Fariseo ciego!
Limpia primero lo de dentro del vaso y del plato, para que también lo de fuera sea limpio. ¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! Porque sois semejantes a sepulcros blanqueados, que por fuera, a la verdad, se muestran hermosos, mas por dentro están llenos de huesos de muertos y de toda inmundicia» (Mt. 23:25-27). «Llevaron a Jesús de casa de Caifás al pretorio. Era de mañana, y ellos no entraron en el pretorio para no contaminarse, y así poder comer la pascua» (Jn. 18:28).
b. [Los hipócritas] están en apariencia a favor de una cosa y realmente están a favor de otra, como lo fueron Herodes, Pilato y Judas. c. [Los hipócritas] tienen corazones irregulares. No se conducen uniformemente en todos los lugares, ni en todas las compañías, ni en todo momento. Testigo de ello son los escribas y fariseos. Un corazón sincero es como un dado, que es en todo uniforme sin importar cómo lo gires o cómo lo lances. Pero el hipócrita es como el camaleón, que cambia de colores. Ahora es esto, y ahora es aquello. Unas veces lo tendrás como ángel en casa y como demonio afuera, y otras veces como demonio en casa y como ángel afuera. Los hipócritas son como Cicerón, que hablan para complacer a Pompeyo y también a César. d. [Los hipócritas] prefieren usar anteojos para contemplar los pecados de los demás que anteojos para contemplar los propios: «¿Y por qué miras la paja que está en el ojo de tu hermano, y no echas de ver la viga que está en tu propio ojo? ¿O cómo dirás a tu hermano: Déjame sacar la paja de
tu ojo, y he aquí la viga en el ojo tuyo? ¡Hipócrita! saca primero la viga de tu propio ojo, y entonces verás bien para sacar la paja del ojo de tu hermano» (Mt. 7:3-5).
Los hipócritas no tienen en cuenta el lema de Conradus: Omnium mores, tuos imprimis, observato [Observa las conductas de todos los hombres, pero especialmente las tuyas]. e. Los hipócritas no tratan con Dios para el crédito del amor, la sangre, la justicia y la intercesión de Cristo, sino para el crédito de sus propias oraciones, lágrimas, deseos y esfuerzos: «¿Por qué, dicen, ayunamos, y no hiciste caso; humillamos nuestras almas, y no te diste por entendido? He aquí que en el día de vuestro ayuno buscáis vuestro propio gusto, y oprimís a todos vuestros trabajadores» (Is. 58:3).
f. Los hipócritas comúnmente no perseveran en sus deberes religiosos bajo falta de estímulos externos y contra los desalientos externos: «Desde entonces muchos de sus discípulos volvieron atrás, y ya no andaban con él» (Jn. 6:66). «¿Se deleitará en el Omnipotente? ¿Invocará a Dios en todo tiempo?» (Job 27:10).
g. Los hipócritas carecen de corazón en todos los deberes religiosos: «Dice, pues, el Señor: Porque este pueblo se acerca a mí con su boca, y con sus labios me honra, pero su corazón está lejos de mí, y su temor de mí no es más que un
mandamiento de hombres que les ha sido enseñado» (Is. 29:13). «Y no clamaron a mí con su corazón cuando gritaban sobre sus camas; para el trigo y el mosto se congregaron, se rebelaron contra mí» (Os. 7:14). «Y vendrán a ti como viene el pueblo, y estarán delante de ti como pueblo mío, y oirán tus palabras, y no las pondrán por obra; antes hacen halagos con sus bocas, y el corazón de ellos anda en pos de su avaricia. Y he aquí que tú eres a ellos como cantor de amores, hermoso de voz y que canta bien; y oirán tus palabras, pero no las pondrán por obra» (Ez. 33:31-32).
h. Los hipócritas no solo no tienen corazón en sus deberes, sino que también son parciales en sus deberes. Cumplen los deberes menores, pero no cumplen los mayores: «¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! porque diezmáis la menta y el eneldo y el comino, y dejáis lo más importante de la ley: la justicia, la misericordia y la fe. Esto era necesario hacer, sin dejar de hacer aquello» (Mt. 23:23). Así lo fueron Saúl, Herodes, Judas y Pilato, etc.
3. H Varios han observado cuán lejos puede llegar un hipócrita, pero mi propósito en este capítulo es mostrar cuán lejos no puede llegar un hipócrita.[9] Muchos han expuesto ampliamente lo que un hipócrita puede hacer, pero mi propósito en este capítulo es mostrar lo que un hipócrita no puede hacer. Algunos han mostrado lo que es un hipócrita, y yo mostraré ahora lo que no es. Algunos han mostrado los diversos escalones en la escalera de Jacob a los que un hipócrita puede subir, pero mi cometido y trabajo en este capítulo es mostrarles los diversos escalones en la escalera de Jacob a los que ningún hipócrita bajo el cielo puede subir.[10]
1. E El exterior de un hipócrita es una cosa y su interior es otra cosa. Un hipócrita es exteriormente limpio, pero interiormente impuro. Por fuera es glorioso, pero por dentro no es glorioso: «¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! Porque limpiáis lo de fuera del vaso y del plato, pero por dentro estáis llenos de robo y de injusticia. ¡Fariseo ciego! Limpia primero lo de dentro del vaso y del plato, para que también lo de fuera sea limpio. ¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! porque sois semejantes a sepulcros blanqueados, que por fuera, a la verdad, se muestran hermosos, mas por dentro están llenos de huesos de muertos y de toda inmundicia. Así también vosotros por fuera, a la verdad, os mostráis justos a los hombres, pero por dentro estáis llenos de hipocresía e iniquidad» (Mt. 23:25-28). «Pero el Señor le dijo: Ahora bien, vosotros los fariseos limpiáis lo de fuera del vaso y del plato, pero por dentro estáis llenos de rapacidad y de maldad» (Lc. 11:39).
Los hipócritas son como los botes de hojalata de los boticarios, que tienen por fuera el título de algún excelente conservante, pero por dentro están llenos de algún veneno mortal. Son como los templos egipcios, que eran hermosos por fuera, pero por dentro no había más que serpientes, cocodrilos y otras criaturas venenosas. Los hipócritas comercian más por un buen nombre que por un buen corazón; por una buena reputación que por una buena conciencia. Son como los violinistas, más cuidadosos en
afinar sus instrumentos que en vigilar sus espíritus.[11] Los hipócritas son como plata blanca, pero dibujan líneas negras. Ellos tienen un exterior en apariencia santificado, pero por dentro están atiborrados de malicia, mundanalidad, orgullo, envidia, etc. Son como cojines de escaparates, hechos de terciopelo y grandemente bordados, pero rellenos por dentro de heno. Un hipócrita puede ofrecer sacrificios como Caín, ayunar como Jezabel, humillarse como Acab, lamentarse con lágrimas como Esaú, besar a Cristo como Judas, seguir a Cristo como Demas y bautizarse[12] como Simón el Mago y, sin embargo, por todo esto, su interior es tan malo como el de cualquiera de ellos. Un hipócrita es un Cato por fuera y un Nerón por dentro; un Jacob por fuera y un Esaú por dentro; un David por fuera y un Saúl por dentro; un Pedro por fuera y un Judas por dentro; un santo por fuera y un Satanás por dentro; un ángel por fuera y un demonio por dentro. Un hipócrita es un judío por fuera, pero un ateo, un pagano y un musulmán por dentro. «Pues no es judío el que lo es exteriormente, ni es la circuncisión la que se hace exteriormente en la carne; sino que es judío el que lo es en lo interior, y la circuncisión es la del corazón, en espíritu, no en letra; la alabanza del cual no viene de los hombres, sino de Dios» (Ro. 2:28-29).
He leído acerca de ciertas imágenes que por fuera estaban cubiertas de oro y perlas —que representaban a Júpiter y Neptuno—, pero por dentro no estaban más que llenas de arañas y telarañas,[13] una representación adecuada de los hipócritas. La hipocresía no es más que un exterior, similar al tapiz de arras que es hermoso y bello por fuera, pero si
miras el interior no encontrarás más que retales y sobras. Aquel monje dio en el clavo cuando dijo lo siguiente: «Ser monje en apariencia exterior es fácil, pero ser monje en realidad interna es difícil». Ser cristiano en apariencia exterior es fácil, pero ser cristiano de manera interna y real es muy difícil. El interior de un hipócrita nunca hace eco ni está en conformidad con su exterior; su interior es maligno y su exterior es religioso. Pero que todos estos tipos de hipócritas tengan claro esto: que la santidad fingida es doble iniquidad y, por consiguiente, al fin serán tratados como «serpientes y generación de víboras» (Mt. 23:33).
2. E Ningún hipócrita bajo el cielo está totalmente divorciado del amor y el gusto por todo pecado conocido. Todavía hay alguna lujuria secreta u otra, que como dulce bocado enrolla bajo su lengua y no la escupe. «Si el mal se endulzó en su boca, si lo ocultaba debajo de su lengua, si le parecía bien, y no lo dejaba, sino que lo detenía en su paladar; su comida se mudará en sus entrañas; hiel de áspides será dentro de él» (Job 20:1214).
Todo hipócrita tolera algún mal u otro en sí mismo, y se toma la libertad de transgredir. El hipócrita se esforzará por cubrir de manera engañosa su conciencia y librarse de sus examinaciones. Una vez que la bolsa fue confiada a la custodia de Judas, una vez que fue elegido para ese dulce cargo, rápidamente puso la conciencia fuera del cargo, y nunca dejó de robar y chuparse los dedos mientras había algo de dinero en su bolsa para meter los dedos.[14] Herodes sabía mucho, y oyó a Juan el Bautista, y tuvo algunos afectos temporales, e hizo muchas cosas buenas (Mr. 6:20). Sin embargo, se quedó con Herodías, la mujer de su hermano (Mr. 6:17); le quitó la vida a Juan el Bautista (Mr. 6:27); despreció a Jesucristo y lo rechazó (Lc. 23:11). Por muy justo que pareciera comportarse Herodes, vivió en un pecado notorio y conocido, asesinó injustamente al mensajero de Dios, se burló de Jesucristo y lo rechazó como a una persona vil.
Algún pecado u otro siempre reina sin control en un corazón hipócrita. Así como dicen de las brujas de que tienen un familiar u otro que siguen amparándolas, así mismo un hipócrita siempre reserva un nido u otro en su corazón o en su vida para que Satanás se siente e incube en él. Jehú hizo muchas cosas valientes, pero siguió manteniendo la adoración de sus becerros de oro. Naamán prometió de manera elevada, pero se postró en la casa de Rimón. Los fariseos eran muy devotos, pero amaban las alabanzas de los hombres y los primeros asientos en las sinagogas. No hay hipócrita en el mundo que no haga lo que pueda para salvar la vida de su pecado, aunque sea con la pérdida de su alma. ¡Oh, señores! Satanás puede contentarse con que los hipócritas se rindan a Dios en muchas cosas, con tal de que le sean fieles en una sola cosa, pues él sabe muy bien que vivir y permitirse un solo pecado, le da tanta ventaja contra el alma como [vivir y permitirse] más [pecados]. Satanás puede sujetar de manera fuerte a un hombre con un solo pecado, tal como el cazador puede sujetar fuertemente al pájaro de una sola garra. Satanás sabe que vivir y permitirse un solo pecado, arruinará todos los más dulces deberes y servicios del hombre, tal como una mosca muerta arruinará todo el vaso del precioso ungüento (Ec. 10:1), y tal como una cuerda discordante desafinará la música más dulce. Se dice de Naamán el sirio que era un hombre valiente, victorioso, honorable y gran favorito de su príncipe, pero era leproso (2 R. 5:1). Lo mismo puede decirse de muchos hipócritas: tienen tales y cuales excelencias, y realizan tales y cuales deberes gloriosos, pero viven y se permiten tal o cual pecado, y eso arruina la belleza de todos sus servicios (Mt. 7:21-23). Satanás sabe que vivir y permitirse un solo
pecado, condenará a un hombre con tanta certeza como [vivir y permitirse] muchos [pecados], tal como una enfermedad o una parte ulcerosa puede matar a un hombre con tanta certeza como [el que tiene] muchas [partes ulcerosas]. Satanás sabe que vivir y permitirse un solo pecado, hará a un hombre tan impuro a los ojos de Dios como [el que vive y se permite] muchos [pecados]. Si el leproso en la ley tenía la mancha de la lepra en una parte de su cuerpo, era considerado leproso, aunque todo el resto de su cuerpo estaba sano y entero (Lv. 14). Del mismo modo, el que tiene la mancha de la lepra del pecado permitida en cualquier parte de su alma, es un leproso espiritual a los ojos de Dios; es impuro, aunque en las otras partes puede que no sea impuro. Los escolásticos dicen que si un cerdo se revuelca en un solo hoyo cenagoso o cochino, está sucio. Y no hay duda de que el alma que se revuelca en un solo pecado, está sucia a los ojos de Dios. Satanás sabe que vivir y permitirse un solo pecado, separará a Cristo y al alma tan eficazmente como [vivir y permitirse] muchos [pecados], tal como una piedra en la cañería no dejará entrar el agua tan eficazmente como muchas [piedras]. Satanás sabe que vivir y permitirse un solo pecado, abrirá paso a muchos [pecados], tal como un ladrón puede abrir la puerta para que entren muchos más [ladrones]. Satanás sabe que vivir y permitirse un solo pecado, cerrará con tanta certeza la puerta del cielo al alma como [vivir y permitirse] muchos [pecados]. Un enemigo puede cerrar la puerta a un hombre tanto como muchos [enemigos], y ¿qué diferencia hay entre el hombre que es excluido del cielo por vivir en muchos pecados, y el que es excluido del cielo por vivir en un solo pecado?
Vivir y permitirse un solo pecado, armará la conciencia contra un hombre, así como muchos [pecados]. Si hay una sola grieta en la vasija de miel, allí las avispas estarán zumbando. Vivir y permitirse un solo pecado, estropeará la música de la conciencia. Vivir y permitirse un solo pecado, hará que la muerte sea tan terrible y tan formidable para el alma como muchos [pecados]. Una sola escritura en la pared hizo que el semblante del rey Belsasar cambiara, que sus pensamientos se turbaran, que las coyunturas de sus lomos se debilitaran y que sus rodillas se golpearan unas contra otras (Dn. 5:5-6). Ahora bien, todo esto lo sabe Satanás, y por eso se esfuerza poderosamente por hacer que los hipócritas vivan en la permisividad de algún pecado. [15]
¡Oh, señores! Recuerden que así como un agujero en un barco lo hundirá, así como una puñalada en el corazón matará a un hombre, así como un vaso de veneno envenenará a un hombre, y así como un acto de traición hará de un hombre un traidor, así mismo vivir y permitirse un solo pecado condenará a un hombre para siempre. Un golpe mató a Goliat, así como veintitrés mataron a César;[16] una Dalila le hizo tanto daño a Sansón como todos los filisteos; una rueda quebrada estropea todo el reloj; el sangrado en una vena dejará salir toda la vitalidad así como [el sangrado en] muchas [venas]; una hierba amarga echará a perder todo el potaje. Adán perdió el paraíso por comer una manzana (Gn. 3); una lamida de miel puso en peligro la vida de Jonatán (1 S. 14:33); un Acán fue un problema para todo Israel (Jos. 7); un Jonás era un cargamento demasiado pesado para todo un barco (Jon. 1); de la misma manera, vivir y permitirse un solo pecado es suficiente para hacer a un hombre miserable para siempre. Una piedra de molino
hundirá a un hombre en el fondo del mar tanto como cien, así mismo vivir y gratificar un solo pecado hundirá a un hombre en el fondo del infierno tanto como cien. He leído acerca de un gran capitán romano que, mientras cabalgaba triunfante en su carroza por Roma, no apartaba los ojos de una ramera que se paseaba por la calle, lo cual hizo que alguien dijera lo siguiente: «¡Observen cómo este gran capitán, que ha conquistado tales y cuales ejércitos, es conquistado por una sola mujer necia!» No hay hipócrita en el mundo que no yazca bajo la conquista de una u otra vil concupiscencia, y que no viva bajo el reinado y dominio de uno u otro pecado. Aquella alma que con sinceridad de corazón puede apelar al Dios que escudriña los corazones —que es de otra manera con ella; es decir, que no vive ni se permite a sí misma ninguna manera o práctica pecaminosa—, me atrevo a asegurar en el nombre del Señor que esa alma no es hipócrita. «Examíname, oh Dios, y conoce mi corazón; pruébame y conoce mis pensamientos; y ve si hay en mí camino de perversidad, y guíame en el camino eterno» (Sal. 139:23-24).
3. E Así como el corazón de un hipócrita nunca está completamente sometido a la disposición de desprenderse de toda concupiscencia, así mismo su corazón no está completamente sometido a la disposición de cumplir todos los deberes conocidos. A veces se dispone de manera completa a los deberes públicos, pero no tiene conciencia de los deberes privados o familiares. A veces se dispone de manera completa a los deberes de la primera tabla, pero no tiene conciencia de los deberes de la segunda tabla. Y a veces se dispone de manera completa a los deberes de la segunda tabla, pero no tiene conciencia de los deberes de la tabla. Si obedece un mandamiento, deliberadamente vive en la negligencia de otro; si cumple un deber, con seguridad abandonará otro. Así como no está dispuesto a reducirse a todo pecado, tampoco está dispuesto a someterse a todo deber. La obediencia de un hipócrita siempre es parcial y nunca es universal; sigue enfrentándose y embotándose con aquellos mandamientos que se oponen a sus concupiscencias. Los fariseos ayunaban, oraban, daban limosna y pagaban el diezmo, ¡oh, pero omitían «las cosas más importantes de la ley: el juicio, la misericordia y la fe», eran antinaturales para con los padres y saqueaban las casas de las viudas bajo el pretexto de orar (Mt. 23:23; Mt. 15:4-6; Mt. 23:14; cf. Mt. 6)! Bajo un pretexto de piedad, ejercieron la mayor codicia, injusticia y crueldad, y lo hicieron sobre las viudas, que suelen ser los mayores objetos de piedad y
caridad. No tuvieron reparo en robar a la viuda bajo la pretensión de honrar a Dios. De la misma manera, Judas, bajo el pretexto de ahorrar para los pobres, robó a los pobres; pretendía ahorrar para los pobres, pero solo tenía la intención de ahorrar para sí mismo y proveer para un día de lluvia (Jn. 12:6). Es probable que no tuviera mucha intención de quedarse mucho tiempo con su Señor y, por lo tanto, estaba resuelto a hacer el mejor mercado que pudiera para sí mismo. Teniendo la disposición de abastecerse para sí mismo, Judas practicó la mayor infidelidad bajo un manto de santidad. Aunque el águila se eleva muy alto, su ojo está puesto en su presa. De la misma manera, aunque Judas se elevaba muy alto en su profesión, su ojo estaba puesto en su presa: en su bolsa. Y para poder tenerla, no le importaba quién se quedara sin ella; para poder ser rico, no le importaba que su Señor y su séquito se empobrecieran cada vez más. Judas, bajo toda su apariencia y santidad, no tenía ni siquiera la honestidad común.[17] La falsa santidad se convierte a menudo en un falso pretexto para mucha injusticia. Pero ciertamente sería mejor para el filósofo tener honestidad sin religión que tener religión sin honestidad. Un hipócrita puede ejercitarse en algunos deberes externos, fáciles y ordinarios de la religión, pero ¿cuándo verás a un hipócrita poner el hacha a la raíz del árbol; o estar escudriñando y probando su propio corazón; o juzgando severamente sus pecados privados; o llorando y lamentándose humildemente por las corrupciones secretas; o redoblando la guardia sobre su propia alma? ¿O cuándo lo verás regocijándose de las gracias, servicios o excelencias de los demás; o esforzándose o presionando
para alcanzar los más altos grados de gracia, santidad y comunión con Dios; o empeñándose más por sacar la viga de su propio ojo que la paja del ojo de su hermano; o siendo más severos con sus propios pecados que con los pecados de los demás? ¡Ay, el hipócrita está tan lejos de practicar estos deberes, que los considera superfluos o imposibles! La obediencia de un hipócrita es siempre una obediencia limitada y entrecortada. O bien se limita a los mandamientos que son más convenientes para su comodidad, seguridad, honor, beneficio, placer, etc., o bien se limita a la parte externa del mandamiento, y nunca se extiende a la parte interna y espiritual del mandamiento, tal como se puede ver en los escribas y fariseos. Su obediencia era toda exterior; ellos no tenían en cuenta en absoluto la parte interior y espiritual de ningún mandamiento, tal como es evidente en esa alta acusación que Cristo hace contra ellos (Mt. 6). No asesinaban, no cometían adulterio —tenían en cuenta la parte externa del mandamiento—, pero Cristo los acusa de pensamientos injustos y adúlteros, miradas inmorales, maldad contemplativa, impureza especulativa, etc., porque no tenían en cuenta en absoluto la parte interna y espiritual de ningún mandamiento. La gracia común mira solo algunos deberes particulares, pero la gracia salvífica mira todos los deberes. La gracia renovadora se ocupa tanto de lo positivo como de lo negativo; nos enseña a dejar de hacer el mal y nos enseña también a hacer el bien: «Lavaos y limpiaos; quitad la iniquidad de vuestras obras de delante de mis ojos; dejad de hacer lo malo; aprended a hacer el bien; buscad el juicio, restituid al agraviado, haced justicia al huérfano, amparad a la viuda» (Is. 1:16-17). Nos enseña a negar toda impiedad y concupiscencia mundana, y también a vivir sobria, justa y
piadosamente en este mundo presente. «Porque la gracia de Dios se ha manifestado para salvación a todos los hombres, enseñándonos que, renunciando a la impiedad y a los deseos mundanos, vivamos en este siglo sobria, justa y piadosamente, aguardando la esperanza bienaventurada y la manifestación gloriosa de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo» (Tit. 2:11-13). Estas palabras contienen la suma del deber del cristiano. Vivir sobriamente para con nosotros mismos, rectamente para con nuestro prójimo y piadosamente para con Dios, es la verdadera piedad y el deber completo del hombre. No hay un hipócrita en el mundo que pueda apelar sinceramente a Dios y decirle: «¡Señor! Tú sabes que mi corazón está sometido a la disposición de cumplir con todos los deberes conocidos. Deliberadamente haría lo mejor que pudiera para observar todas tus leyes reales. ¡Señor! Deseo sinceramente y realmente me esfuerzo por estar atento a cada uno de tus mandamientos, y vivir de acuerdo con cada uno de tus mandamientos. Y es el verdadero dolor de mi corazón, y la carga diaria de mi alma, cuando violo cualquiera de tus benditas leyes».[18] (Sal. 119:6; Lc. 1:5-6; Hch. 13:22). Aquel que pueda apelar así a Dios con rectitud, nunca saldrá mal en el mundo eterno.
4. E
D
No hay un hipócrita en el mundo que haga de Dios, de Cristo, de la santidad, o de hacer o recibir el bien en su posición, relación o generación, su gran fin, su fin más elevado, su fin último de vivir en el mundo. Los placeres, las ganancias y los honores son todo lo que el hipócrita persigue en este mundo; son su trinidad a la cual adora y sirve, y por la cual se sacrifica: «Porque todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo» (1 Jn. 2:16). Los fines del hipócrita son corruptos y egoístas. Es posible que Dios sea el fin más elevado de su obra, pero el yo es el fin mayor. Pues aquel que nunca fue verdaderamente expulsado de sí mismo, no puede tener un fin más elevado que él mismo. Un hipócrita se halla completamente a favor de su propia gloria; actúa para sí mismo y desde sí mismo. «¡Que venga de la gloria de Dios lo que venga, con tal de que yo obtenga el beneficio, la reputación, la gloria, el aplauso!» Este es el lenguaje de un corazón no sano.[19] Un hipócrita se mostrará muy piadoso cuando pueda sacar provecho de la piedad; se mostrará muy santo cuando la santidad sea el camino hacia la grandeza y la felicidad exteriores. Pero su maldad religiosa condenará doblemente al hipócrita al final. Los fines del yo son los ingredientes operativos en todo lo que hace un hipócrita. El yo es el motor principal, el yo es la gran rueda que pone en marcha todas las ruedas del hipócrita. Cuando los hipócritas se apropian de la religión, es solo para servir a sus propios intereses, para lograr sus propios fines carnales. Ellos no sirven al Señor, sino a sus
propios estómagos (Ro. 16:18; Fil. 3:19). Ellos usan la religión solo como una corriente para hacer girar su propio molino, y para realizar de manera más perfecta sus propios proyectos carnales. Simón el Mago fue bautizado y estaba muy deseoso de tener poder para otorgar el Espíritu Santo a otros, pero su objetivo era solo obtener un nombre y dinero. Pedro le dijo en su cara que su corazón no era recto a los ojos de Dios (Hch. 8:21). Ningún hombre puede ir más allá de sus principios. Y dado que un hipócrita que no tiene principios más elevados que él mismo, todo lo que hace debe necesariamente terminar en sí mismo. Observa, así como todos los ríos que vienen del mar regresan de nuevo al mar de donde vienen, así mismo todos los deberes que surgen del yo del hombre, deben necesariamente centrarse en el yo del hombre. Un hipócrita siempre se hace a sí mismo el fin de todo su servicio. Pero que tales hipócritas tengan claro que, aunque su profesión sea siempre tan gloriosa y sus deberes siempre sean tan abundantes, pero sus fines sean egoístas y carnales, todas sus pretensiones y actuaciones no son sino hermosas abominaciones a los ojos de Dios. Un hipócrita tiene siempre ojos bizqueados; tiene objetivos bizqueados y fines bizqueados en todo lo que hace. Balaam hablaba muy religiosamente y multiplicaba altares y sacrificios, pero lo que tenía en los ojos era el salario de la injusticia (Nm. 22-23; 2 P. 2:15). Jehú destruyó la sangrienta casa de Acab —ejecutó la venganza de Dios sobre aquella malvada familia— y destruyó pronta, resuelta y eficazmente a todos los adoradores de Baal, pero su fin era asegurarse el reino para sí mismo (2 R. 10). Acab y los ninivitas ayunaron vestidos de cilicio, pero era simplemente para no sentir los pesados juicios que temían que les sobreviniera (1
R. 21; Jon. 3). Los judíos en Babilonia ayunaron y lloraron, y lloraron y ayunaron setenta años, pero fue más para librarse de sus cadenas que de sus pecados, fue más para librarse de su cautiverio que para librarse de su iniquidad (Zc. 7:5-6). Observa, así como el águila tiene los ojos puestos en su presa cuando vuela más alto, así mismo estos judíos solo tenían los ojos puestos en su propia comodidad, liberación y libertad en todos sus ayunos, oraciones y lamentos. En todos sus deberes religiosos, actuaban a partir de principios perversos y se guiaban por sus propias consideraciones, por eso Daniel niega que en todo ese cautiverio de setenta años hubieran orado con algún propósito: «Todo este mal vino sobre nosotros; y no hemos implorado el favor del Señor nuestro Dios, para convertirnos de nuestras maldades y entender tu verdad» (Dn. 9:13). Es el fin lo que dignifica o envilece la acción; lo que la rectifica o la adultera; lo que pone una corona de honor o una corona de vergüenza. El que de manera común o habitual en todos sus deberes y servicios no se propone fines más altos que las alabanzas de los hombres, o las recompensas de los hombres, o el tapar la boca de la conciencia natural, o solo para evitar una vara aflictiva, o meramente para estar a salvo de la ira venidera, es un hipócrita. Los fines de las acciones de un hombre son siempre una gran revelación, ya sea de la sinceridad o de la hipocresía. Observa, así como los grandes dones no son ornamentos para nosotros si no están endulzados con la sinceridad, así mismo las grandes debilidades no son grandes deformidades para nosotros si no están amargadas con la hipocresía. Los fines de un hipócrita están siempre por debajo de Dios: están siempre por debajo de glorificar a Dios, exaltar a Dios, caminar con Dios y gozar de la comunión con Dios. Un hipócrita siempre
se propone algún pobre e innoble fin propio en todo lo que hace. Pero observa esto: para un cristiano sincero la gloria de Dios es el fin principal de todo, ya sea en la oración, en la escucha [de la Palabra], en el dar, en el ayuno, en el arrepentimiento y en la obediencia, etc. La gloria de Dios es su fin más elevado y su fin último: «No a nosotros, oh Señor, no a nosotros, sino a tu nombre da gloria, por tu misericordia, por tu verdad» (Sal. 115:1). «Ni buscamos gloria de los hombres; ni de vosotros, ni de otros, aunque podíamos seros carga como apóstoles de Cristo» (1 Ts. 2:6). Un cristiano sincero puede contentarse con ser pisoteado y vilipendiado con tal de que el nombre de Dios sea glorificado. La inclinación de tal corazón se halla a favor de Dios y Su gloria. Nada sino la sinceridad puede llevar un alma tan alto. En todos los actos naturales, civiles y religiosos tiene en mente la gloria de Dios (Ap. 4:9-11). Un cristiano sincero atribuye la alabanza de todo a Dios; pone la corona únicamente sobre la cabeza de Cristo; colocará a Dios en el trono y hará de todas las demás cosas Sus siervos o el estrado de Sus pies (Ro. 14:7-8). Todos deben doblar la rodilla ante Dios o ser pisoteados en la suciedad. [El cristiano sincero] no amará nada ni abrazará nada a menos que sea algo que ponga a Dios en lo más alto o traiga a Dios más cerca de su corazón. La gloria de Dios es la marca o el blanco que el cristiano sincero tiene en sus ojos. El cristiano sincero no vive para sí mismo, sino para Aquel que vive para siempre. Él no vive para su propia voluntad, concupiscencia, grandeza o gloria en este mundo, sino que vive para la gloria de Dios, cuya gloria le es más querida que su propia vida. «Mas el que se gloría, gloríese en el Señor» (1 Co. 10:17). «Y ellos le han vencido por
medio de la sangre del Cordero y de la palabra del testimonio de ellos, y menospreciaron sus vidas hasta la muerte» (Ap. 12:11). Observa, así como los vasos de oro brillantes no retienen los rayos del sol que reciben sino que los reflejan de nuevo hacia el sol, así mismo el cristiano sincero devuelve y refleja de nuevo sobre el Sol de justicia la alabanza y la gloria de todos los dones, gracias y virtudes que ha recibido de Él. El lenguaje cotidiano de las almas sinceras es este: Non nobis Domine, non nobis Domine... [¡No a nosotros, Señor, no a nosotros, Señor, sino a tu nombre sea toda la gloria!] (1 Cr. 29:10, 18; Ro. 13:7). Un cristiano sincero tiene conciencia de dar a los hombres lo que les es debido, entonces cuánto más tiene conciencia de dar a Dios lo que le es debido: «Tributad al Señor, oh familias de los pueblos, dad al Señor la gloria y el poder. Dad al Señor la honra debida a su nombre; traed ofrendas, y venid a sus atrios» (Sal. 96:7-8). Ahora bien, la gloria es lo que es debido a Dios, y Dios no insiste en nada más que le demos la gloria debida a Su nombre, como pueden ver en el Salmo 29:1-2: «Dad a Jehová, oh hijos de los poderosos, dad a Jehová la gloria y el poder. Dad a Jehová la gloria debida a su nombre; adorad a Jehová en la hermosura de la santidad». Hay tres «dar» en esos dos versículos: «Dad a Jehová, dad a Jehová, dad a Jehová la gloria debida a su nombre».[20] La gloria es el derecho de Dios, y Él insiste en Su derecho. Y esto lo sabe el cristiano sincero, y por eso le da Su derecho, le da el honor y la gloria que es debida a Su nombre. Pero, por favor, no me malinterpreten. No digo que los que son realmente sinceros miran en todo momento la gloria
de Cristo en todas sus acciones. ¡Oh, no! Esta es una felicidad deseable en la tierra, pero nunca será alcanzada hasta que lleguemos al cielo. Los fines y objetivos bajos y egoístas estarán todavía listos para colarse en los mejores corazones. Pero todos los corazones sinceros suspiran y gimen bajo ellos. Se quejan a Dios de ellos, y claman por justicia, justicia sobre ellos. Los deseos más fervientes y los esfuerzos diarios de sus almas es ser librados de ellos y, por lo tanto, no les serán imputados ni los separarán de las cosas buenas. Tomen a un cristiano sincero en su curso ordinario, usual y habitual, y encontrarán que sus propósitos y fines en todas sus acciones y cometidos son glorificar a Dios, exaltar a Dios y elevar a Dios en el mundo. Si el hipócrita se propusiera en serio la gloria de Dios en lo que hace, entonces la gloria de Dios se tragaría sus pretensiones y fines carnales, tal como la vara de Aarón se tragó las varas de los magos (Ex. 7:10-12). Observa, así como el sol apaga la luz del fuego, así mismo la gloria de Dios —allí donde se tiene como objetivo— apagará y consumirá todos los fines egoístas y viles. Esto es ciertísimo: el gran fin del hombre es el que acabará con todos los demás fines. El que establece la gloria de Dios como su fin principal, descubrirá que su fin principal consumirá gradualmente todos los fines egoístas y viles. Observa, así como las vacas flacas de Faraón se comieron a las gordas (Gn. 41:4), así mismo la gloria de Dios se comerá todos esos fines gordos y mundanos que se agolpan sobre el alma en la obra religiosa. Donde la gloria de Dios se mantiene como el fin más grande del hombre, allí todos los fines egoístas y viles se reducirán. Por lo que se ha dicho, es muy evidente que un hipócrita en
todas sus transacciones se mira a sí mismo, e idea la promoción y la ventaja de sí mismo. Un hipócrita es tan capaz de hacer un mundo y de deshacerse a sí mismo, como de hacer de la gloria de Dios y de la exaltación de Dios su fin más elevado y su máximo objetivo en todo lo que hace.
5. E
C
Ningún hipócrita puede vivir entera y únicamente de la justicia de Cristo, de la satisfacción de Cristo y de los méritos de Cristo para justificación y salvación. Los escribas y fariseos hipócritas oraban y ayunaban, guardaban el día de reposo y daban limosna, etc., y en esta justicia legal descansaban y confiaban (Mt. 6; Lc. 18:11-12). Pondera sobre ello en Apocalipsis 3:16-18.[21] Ellos depositaban el peso de sus almas y el énfasis de su salvación sobre el cumplimiento de estos y otros deberes semejantes y, por consiguiente, perecían para siempre. Un hipócrita descansa en lo que hace, y nunca mira tan alto como la justicia de Cristo. Considera sus deberes como un buen dinero acumulado para el cielo. Teje una red de justicia para vestirse con ella. Nunca busca una justicia más gloriosa que la suya para justificarse y, por tanto, menosprecia la justicia de Cristo. «Porque ignorando la justicia de Dios, y procurando establecer la suya propia, no se han sujetado a la justicia de Dios» (Ro. 10:3). El primer paso para la salvación es renunciar a nuestra propia justicia. El paso siguiente es abrazar la justicia de Cristo, que se ofrece gratuitamente a los pecadores en el evangelio. Pero estas cosas el hipócrita no las tiene en cuenta ni las considera. La justicia de un hipócrita no solo es imperfecta, sino impura, un trapo sucio menstrual. Y, por lo tanto, el que descansa en tal justicia debe necesariamente extraviarse por toda la eternidad. «Si bien todos nosotros somos como suciedad, y todas nuestras justicias como trapo de inmundicia; y caímos todos nosotros como la hoja,
y nuestras maldades nos llevaron como viento» (Is. 64:6). ¡Oh, señores! ¿Quién dirá que necesita un Salvador aquel hombre que puede volar al cielo sobre las alas de sus propios deberes y servicios? Si los deberes de un hombre pueden apaciguar la ira infinita y satisfacer una justicia infinita, entonces adiós Cristo y bienvenidos los deberes. Aquel que descansa en su propia justicia para la vida eterna y la justificación, debe necesariamente asumir la salvación de este lado. Aquel que descansa en sus deberes, y que descansa en un don de conocimiento, un don de expresión, un don de memoria, o un don de oración, aunque pueda acercarse al cielo, y parezca que probablemente se acerque al cielo, nunca podrá entrar al cielo. Ahora bien, cuán triste es que un hombre se pierda a sí mismo y a su alma en un desierto de deberes, cuando está en los límites e incluso al borde mismo de la tierra santa. El que descansa en algo en sí mismo, o en algo que ha hecho por él mismo, como medio de procurarse el favor de Dios, o la salvación de su alma, se hará tal engaño que lo condenará para siempre. La no sumisión a la justicia de Cristo mantiene separados a Cristo y al hipócrita. Cristo nunca amará ni le gustará poner el lino fino, limpio y blanco de Su propia justicia sobre el vestido viejo y los harapos viejos de los deberes de un hipócrita. «Gocémonos y alegrémonos y démosle gloria; porque han llegado las bodas del Cordero, y su esposa se ha preparado. Y a ella se le ha concedido que se vista de lino fino, limpio y resplandeciente; porque el lino fino es las acciones justas de los santos» (Ap. 19:7-8). Ni Cristo se deleitará jamás en poner Su vino nuevo en odres tan viejos. «Nadie pone remiendo de paño nuevo en vestido viejo; porque tal remiendo tira del vestido, y se hace peor la rotura. Ni echan vino nuevo en odres viejos; de
otra manera los odres se rompen, y el vino se derrama, y los odres se pierden; pero echan el vino nuevo en odres nuevos, y lo uno y lo otro se conservan juntamente» (Mt. 9:16-17). La confianza de un hipócrita en su propia justicia convierte su justicia en inmundicia: «El sacrificio de los impíos es abominación» (Pr. 21:27). Pero un cristiano sincero renuncia a su propia justicia; renuncia a toda confianza en la carne. «... no teniendo confianza en la carne» (Fil. 3:3). Él considera su propia justicia como estiércol e incluso como alimento de perro, como algunos interpretan la palabra σκύβαλα en Filipenses 3:8.[22] No dirá más a sus deberes o a las obras de sus manos: «Vosotros sois mis dioses» (Os. 14:3). Cuando contempla la santidad de la naturaleza de Dios, la justicia de Su gobierno, la severidad de Su ley, el terror de Su ira, ve la necesidad absoluta e indispensable de una justicia más gloriosa que la suya propia para presentarse delante Dios. Un cristiano sincero pone el más alto precio y valor a la justicia de Cristo: «Haré memoria de tu justicia, de la tuya sola» (Sal. 71:16). Observa el doble énfasis «de tu» y «de la tuya sola». Un cristiano sincero está convencido de la naturaleza, el valor y la excelencia de la justicia de Cristo, y por eso exclama: «Haré memoria de tu justicia, de la tuya sola». El costoso manto de Alístenes, que Dionisio vendió a los cartagineses por cien talentos, en verdad sería un harapo barato y mendigo a los ojos de un cristiano sincero en comparación con ese manto bordado de justicia que Cristo pone sobre los suyos. Un cristiano sincero se regocija en la justicia de Cristo por encima de todo: «En gran manera me gozaré en Jehová, mi alma se alegrará en mi Dios; porque
me vistió con vestiduras de salvación, me rodeó de manto de justicia, como a novio me atavió, y como a novia adornada con sus joyas» (Is. 61:10). Es motivo de gozo, y una señal de gran favor del gran Turco, cuando una rica vestidura es echada sobre cualquiera que llega a su presencia.[23] ¡Oh, entonces, qué motivo de gozo debe ser para un cristiano sincero recibir la rica y real vestidura de la justicia de Cristo! «Por tanto, Jehová el Señor dice así: He aquí que yo he puesto en Sion por fundamento una piedra, piedra probada, angular, preciosa, de cimiento estable; el que creyere, no se apresure» (Is. 28:16). Un cristiano sincero descansa en la justicia de Cristo como en un fundamento seguro: «Y se dirá de mí: Ciertamente en Jehová está la justicia y la fuerza» (Is. 45:24). Alguien expresó de manera muy dulce y dorada, cuando creía que estaba a punto de morir, lo siguiente: «Confieso —dijo— que no soy digno; no tengo méritos propios para obtener el cielo. Sin embargo, mi Señor obtuvo un doble derecho al respecto: un derecho hereditario como Hijo y un derecho meritorio como sacrificio. Él mismo se contentó con un derecho para sí mismo, el otro derecho me lo ha dado a mí en virtud de cuyo don lo reclamo con razón, y no he de ser condenado».[24] Un cristiano sincero considera la justicia de Cristo como aquello que lo hace más espléndido y glorioso a los ojos de Dios: «Y ser hallado en él, no teniendo mi propia justicia, que es por la ley, sino la que es por la fe de Cristo, la justicia que es de Dios por la fe» (Fil. 3:9). «La iglesia —dijo Marloratus — que se pone sobre Cristo y Su justicia, es más ilustre que lo que el aire es por el sol». Un cristiano sincero considera
la justicia de Cristo como su única seguridad contra la ira venidera: «Y esperar de los cielos a su Hijo, al cual resucitó de los muertos, a Jesús, quien nos libra de la ira venidera» (1 Ts. 1:10). La ira venidera es la ira más grande; la ira venidera es la ira más pura; la ira venidera es la ira infinita; la ira venidera es la ira eterna. Ahora bien, el cristiano sincero no conoce ninguna manera bajo el cielo de protegerse de la ira venidera, sino vistiéndose con el manto de la justicia de Cristo. «Vestíos del Señor Jesucristo, y no proveáis para los deseos de la carne» (Ro. 13:14). La historia nos cuenta, si podemos creerla, que Pilato, al ser llamado a Roma para rendir cuentas al emperador por cierto mal gobierno y mala administración, se vistió con la túnica sin costuras de Cristo, y todo el tiempo que tuvo esa túnica sobre su espalda, la furia del César era aplacada. No hay nada que pueda aplacar la ira y la furia de un Dios que venga del pecado, sino la túnica sin costuras de la justicia de Dios. Bien, para terminar, recuerda esto: no hay hipócrita en el mundo que esté más complacido, satisfecho, encantado y contento con la justicia de Cristo que con la suya propia, etc. Aunque un hipócrita puede dedicarse a muchos deberes, nunca vive por encima de sus deberes; él hace obras para la vida eterna, y descansa en sus obras, y esto resulta en su herida mortal.
6. E
C
[Él hipócrita] nunca puede encontrar su pleno y eterno descanso, satisfacción y contentamiento en la persona de Cristo, en los méritos de Cristo, en el disfrute de Cristo solamente. Ningún hipócrita ha anhelado ni buscado jamás de manera ardiente el disfrute de Cristo como lo mejor de todo el mundo. Ningún hipócrita ha valorado jamás a Cristo como el Santificador, así como el Salvador. Ningún hipócrita ha mirado jamás a Cristo, o ha deseado que Cristo lo libre del poder de sus pecados, tanto o tan bien como para librarlo de la ira venidera. Ningún hipócrita puede amar realmente la persona de Cristo, o sentirse satisfecho en la persona de Cristo. Los rayos y relámpagos de la gloria de Cristo nunca han calentado su corazón. Nunca ha sabido lo que significa la comunión cercana con Cristo. «Esperar de los cielos a su Hijo, al cual resucitó de los muertos, a Jesús, quien nos libra de la ira venidera» (1 Ts. 1:10). Un hipócrita puede amar ser sanado por Cristo, ser perdonado por Cristo, ser salvado por Cristo, etc., pero nunca puede deleitarse en la persona de Cristo; su corazón nunca se esfuerza seriamente por la unión y comunión con Cristo. El amor de un cristiano sincero corre en gran medida hacia la persona de Cristo. El cielo mismo sin Cristo sería para dicha alma una cosa pobre, una cosa baja, una cosa pequeña, una cosa incómoda, una cosa vacía. La persona de Cristo es ese diamante centelleante en el anillo de la gloria (Cnt. 5:10; Fil. 1:21, 3:7-10). Ningún hipócrita en el mundo está sinceramente dispuesto a recibir a Cristo en todos Sus oficios y a
aceptarlo en los términos evangélicos. Los términos en que Dios ofrece a Cristo en el evangelio son estos: que aceptemos a Cristo de manera completa y con todo el corazón (1 Jn. 11:13; Mt. 16:24). Ahora bien, observa: un Cristo completo incluye todos Sus oficios; y un corazón completo incluye todas nuestras facultades. Cristo como mediador es rey, sacerdote y profeta. Y de esa manera lo ofrece Dios Padre en el evangelio. La salvación fue una obra demasiado grande y gloriosa que fue perfeccionada y completada por todos los oficios de Cristo. Cristo como profeta nos instruye; y como sacerdote nos redime e intercede por nosotros; y como rey nos santifica y salva. El apóstol dio en el clavo cuando dijo lo siguiente: «Él nos ha sido hecho por Dios sabiduría, justificación, santificación y redención» (1 Co. 1:30). Considera a Cristo como nuestro profeta, y de esa manera nos es hecho sabiduría; considéralo como nuestro sacerdote, y de esa manera nos es hecho justicia y redención; considéralo como nuestro rey, y de esa manera nos es hecho santificación y santidad. Un hipócrita puede estar dispuesto a abrazar a Cristo como sacerdote para salvarse de la ira, de la maldición, del infierno y del fuego eterno, pero nunca está sinceramente dispuesto a abrazar a Cristo como profeta para enseñarle e instruirle, y como rey para gobernarle y reinar sobre él. Muchos hipócritas pueden estar dispuestos a recibir al Salvador[25] Jesús, pero no están dispuestos a recibir al Señor Jesús. Ellos pueden estar dispuestos a abrazar al Cristo que salva, pero no están dispuestos a abrazar al Cristo que gobierna y manda: «No queremos que este reine sobre nosotros» (Lc. 19:27). «Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas, y apedreas a los que te son enviados!
¡Cuántas veces quise juntar a tus hijos, como la gallina junta sus polluelos debajo de las alas, y no quisiste!» (Mt. 23:37). «Y no queréis venir a mí para que tengáis vida» (Jn. 5:40). «A lo suyo vino, y los suyos no le recibieron» (Jn. 5:40).[26] Un hipócrita está dispuesto a recibir a Cristo en un oficio, pero no en todos los oficios. Y esta es la piedra de tropiezo ante la cual los hipócritas tropiezan y caen, y son despedazados. Ciertamente Cristo es tan digno de ser amado, tan hermoso, tan deseable, tan deleitoso, tan eminente y tan excelente en un oficio como en otro. Por lo tanto, es una cosa justa y recta para con Dios que esos hipócritas —que no lo reciben en todos los oficios— no tengan beneficio por ninguno de Sus oficios. Cristo y Sus oficios pueden distinguirse, pero Cristo y Sus oficios nunca pueden dividirse (1 Co. 1:13). Mientras muchos se han esforzado por dividir un oficio de Cristo de otro, se han despojado por completo de cualquier ventaja o beneficio de Cristo. Los hipócritas aman participar con Cristo de Su felicidad, pero no aman participar con Cristo de Su santidad. Están dispuestos a ser redimidos por Cristo, pero no están cordialmente dispuestos a someterse a las leyes y al gobierno de Cristo. Están dispuestos a ser salvos por Su sangre, pero no están dispuestos a someterse a Su cetro. Los hipócritas aman los privilegios del evangelio, pero no aman los servicios del evangelio, especialmente los más internos y espirituales. Pero un cristiano sincero reconoce a Cristo en todos Sus oficios, recibe a Cristo en todos Sus oficios, y acepta a Cristo en todos Sus oficios. Lo acepta no solo como el Salvador[27] Jesús, sino también como el Señor Jesús; lo
abraza no solo como el Cristo que salva, sino también como el Cristo que gobierna.[28] Los colosenses lo recibieron como Cristo Jesús el Señor (Col. 2:6); recibieron al Señor Cristo, así como al Salvador Cristo; recibieron a Cristo como rey en Su trono, así como sacrificio en Su cruz (2 Co. 4:5). Dios Padre en el evangelio ofrece un Cristo completo. Predicamos a Cristo Jesús el Señor y, en consecuencia, un cristiano sincero recibe al Cristo completo, recibe a Cristo Jesús el Señor (Hch. 5:31). [El cristiano sincero] dice como Tomás: «Señor mío y Dios mío» (Jn. 20:28). Él toma a Cristo como su sabiduría así como su justicia, y lo toma como su santificación así como su redención. Un hipócrita se halla inclinado de manera total a Cristo como el Salvador, a Cristo como el que perdona los pecados, a Cristo como el que glorifica el alma. Sin embargo, este no considera a Cristo como el que gobierna, a Cristo como el que reina, a Cristo como el que manda, a Cristo como el que santifica. Y esto al final resultará en su pecado condenatorio (Jn. 3:1920).
7. E Un hipócrita no puede llorar por el pecado como pecado, ni afligirse por el pecado como pecado, ni odiar el pecado como pecado, ni avanzar contra el pecado como pecado. Observa las siguientes cosas: a. Odiar el pecado no es meramente abstenerse de pecar, tal como lo hizo Balaam, incluso cuando fue tentado a hacerlo (Nm. 22). b. Odiar el pecado no es meramente confesarlo, tal como hicieron Faraón y Judas (Ex. 10:16; Mt. 27:4). c. Odiar el pecado no es meramente tener miedo de pecar, pues esto puede estar donde no está el aborrecimiento al pecado. d. Odiar el pecado no es meramente lamentarse por los terribles efectos y frutos que el pecado puede producir, pues así sucedió con Acab, los ninivitas, etc. Aquel que teme al pecado por el infierno, no teme pecar, sino que teme arder. Sin embargo, odia el pecado verdaderamente aquel que lo odia como el infierno mismo.[29] Uno de los antiguos dijo lo siguiente: «Si el infierno y el pecado estuvieran delante de él, preferiría caer en el infierno que caer en el pecado».[30] He aquí un verdadero aborrecimiento por el pecado. Un hipócrita puede afligirse por el pecado debido a que mancha su nombre, hiere su conciencia, trae un azote, destruye su alma, le cierra el paso al cielo y lo arroja al infierno. Sin embargo, este nunca se
aflige por el pecado, ni se lamenta por el pecado, ni odia el pecado debido a que es contrario a la naturaleza de Dios, al ser de Dios, a la ley de Dios, a la gloria de Dios, al designio de Dios, o por el mal que hay en la naturaleza del pecado, o por el poder contaminante y profanador del pecado. El verdadero aborrecimiento hacia el pecado es universal; es a todo tipo. Aquel que odia a un sapo porque es un sapo, odia a todos los sapos. Y aquel que odia a un hombre porque es santo, odia a todo hombre santo. «Aborrecí todo camino falso» (Sal. 119:128). El verdadero aborrecimiento es siempre contra todo tipo de una cosa.[31] Todo cristiano sincero tiene en sí un aborrecimiento general contra todo camino falso, y no se atreve a permitirse el menor pecado. «Lo que hago, no lo consiento» (Ro. 7:15). «Aborrece lo que es malo» (Ro. 12:9). La palabra ἀποστυγοῦντες es muy significativa. El simple verbo expresa la detestación extrema, lo cual es agravado por la composición.[32] La palabra significa odiar el mal como el infierno mismo. Aunque un hipócrita puede odiar algunos pecados —«tú aborreces los ídolos» (Ro. 2:22)—, esto se debe a una indisposición peculiar y particular hacia un pecado en particular. Sin embargo, este aborrecimiento de tal o cual pecado en particular no surge de una naturaleza interna o de un principio de gracia, como en el caso de un cristiano sincero. Y la razón es esta: porque esa contrariedad hacia el pecado que hay en un verdadero cristiano, que surge de esta naturaleza de gracia interior, es hacia toda la especie o clase de pecado, y es irreconciliable con cualquier pecado. Así como las contrariedades de la naturaleza son hacia todo el tipo —tal como la luz es contraria a toda oscuridad, y el
fuego a toda agua—, así mismo esta contrariedad hacia pecado, que surge del hombre interior, es universal hacia todo pecado.[33] Aunque un cristiano sincero no tiene una victoria universal sobre todo pecado, hay en él una contrariedad universal hacia todo pecado. La victoria demuestra fuerza, la contrariedad demuestra naturaleza. De ahí que un hipócrita puede aborrecer un pecado y amar otro, porque no hay en él una naturaleza de gracia que sea contraria hacia todos [los pecados]. La naturaleza interior de un cristiano debe ser juzgada por la contrariedad universal de su hombre interior hacia todo pecado. Ahora bien, esta contrariedad universal hacia todo pecado engendrará un conflicto universal con todo pecado. ¡Oh, señores! Recuerden esto: la contrariedad universal hacia el pecado no puede hallarse en ningún hombre sino en aquel que es sincero. Y esta contrariedad universal hacia el pecado demuestra una naturaleza interior de gracia. Esto es lo que diferencia a un verdadero cristiano de un hipócrita, que puede oponerse a algunos pecados por otros principios y razones. Un hipócrita puede enojarse con tal y cual pecado que le trae la vara aflictiva, hiere su conciencia, perturba su paz, amarga sus misericordias, estrangula sus consuelos, que lo expone a la ira, y que lo lleva incluso a las puertas del infierno. Sin embargo, este nunca puede odiar el pecado como pecado. Un hipócrita odia algunos pecados, pero le gustan otros; abomina algunos, pero ama otros; se opone a algunos, pero practica otros, como la gente de la iglesia de Éfeso, que aborrecía las obras de los nicolaítas, pero amaba la tibieza (Ap. 2:4-6).[34] Muchos hombres detestan el robo, pero aman la codicia. Muchos odian la
fornicación, pero gustan de la irreligiosidad, etc. (Ap. 2:5-6). No hay hipócrita bajo el cielo que pueda decir verdaderamente: «Aborrezco todo camino falso». Pero un cristiano sincero odia todos los caminos pecaminosos, el suyo primero y mayormente. Un corazón recto no deja ningún nido para que Satanás se siente, pero el hipócrita siempre lo hace. Observa, en el verdadero aborrecimiento hacia el pecado, hay seis cosas observables: a. El verdadero odio hacia el pecado incluye una detestación extrema Toda repulsión no es aborrecimiento, pero el verdadero aborrecimiento es una aversión extrema: «Las apartarás como trapo menstruoso; ¡Sal fuera! les dirás» (Is. 30:22). «Aquel día arrojará el hombre a los topos y murciélagos sus ídolos de plata y sus ídolos de oro, que le hicieron para que adorase» (Is. 2:20). La detestación de ellos debía ser tan grande que arrojarían sus ídolos más costosos de plata y oro a los rincones más oscuros, desagradables y polvorientos. Para testificar la sinceridad de su conversión a Dios, debían odiar, aborrecer, abandonar y abolir sus ídolos de oro y plata, los cuales valoraban por encima de todos los demás. b. El verdadero odio hacia el pecado incluye una separación sincera Aquel que odia su pecado se separará voluntariamente de su pecado: «Porque asimismo los que estamos en este tabernáculo gemimos con angustia» (2 Co. 5:4). Un cristiano sincero no encuentra carga tan pesada y agobiante sobre su espíritu como el pecado y, por lo tanto, gime para ser
liberado de él. En la ley, aquel que aborrecía a su mujer le daba carta de divorcio (Dt. 24:3). Aquel que verdaderamente odia el pecado, presenta muchas cartas en la corte del cielo para que pueda ser divorciado para siempre de su pecado. c. El verdadero odio hacia el pecado incluye una enemistad irreconciliable Aquel que odia el pecado tiene su corazón enemistado para siempre con el pecado; el que odia el pecado nunca puede ser uno con el pecado. Dos hombres enojados pueden hacerse amigos, pero si dos hombres se odian mutuamente, toda amistad se rompe para siempre entre ellos. Un hombre puede enojarse con el pecado y, sin embargo, hacerse amigo del pecado otra vez, pero si llega a odiar su pecado, entonces toda amistad con el pecado se rompe para siempre. Cuando Cristo y el alma llegan a ser realmente uno, entonces el pecado y el alma llegan a ser eternamente dos, etc.[35] d. El verdadero odio hacia el pecado incluye un conflicto constante y perpetuo «El deseo de la carne es contra el Espíritu, y el del Espíritu es contra la carne» (Ga. 5:17). Aunque el pecado y la gracia no nacieron juntos, y aunque el pecado y la gracia nunca morirán juntos, mientras el creyente viva en este mundo, deben vivir juntos. Y mientras el pecado y la gracia cohabiten juntos, seguirán oponiéndose y entrando en conflicto el uno con el otro (Ga. 5:17; Ro. 7:22-23). El hombre que verdaderamente odia el pecado, siempre estará en conflicto con el pecado. Morirá luchando contra sus pecados, tal como uno de los duques de Venecia murió luchando contra
sus enemigos con sus armas en sus manos. Bien, cristianos, recuerden esto: aunque el ser guardados del pecado nos trae la mayor paz y consuelo, el que nos opongamos al pecado y el que Dios perdone el pecado, eso le trae la mayor gloria a Dios (2 Co. 12:7-9). e. El verdadero odio hacia el pecado incluye una intención mortal y una destrucción Nada satisface el odio sino la muerte y la ruina. Saúl odiaba a David y buscaba su vida; lo perseguía de arriba abajo como a una perdiz en los montes; no dejaba piedra sin remover, ni medio alguno sin intentar, para vengarse de David (1 S. 26:19-20; 1 S. 23:22). Amán odiaba a Mardoqueo. Nada le hubiera satisfecho más que llevarlo a una muerte vergonzosa, es decir, verlo ahorcado en una horca de cincuenta codos de altura (Est. 5:14), lo cual fue pretendido —dice Lyra[36]— para avergonzar más a Mardoqueo, pues colgado en lo alto todos podían verlo y señalarlo. Ahora bien, cuando solo quedaba una noche entre Mardoqueo y una muerte vergonzosa, la divina providencia intervino oportunamente y lo salvó de la malicia de Amán, e hizo que la maldad que este había tramado contra Mardoqueo cayera de repente sobre su propia cabeza, pues el que un día fue altamente banqueteado con el rey, al día siguiente fue convertido en festín para los cuervos. Absalón odiaba a Amnón y lo mató (2 S. 13:22-33). Juliano el apóstata odiaba a los cristianos con un odio mortal. Dio muerte a muchos miles de ellos, y amenazó y juró que a su regreso de la lucha contra los persas, mataría
a todos los cristianos de su imperio. Pero Dios se lo impidió cortándolo en aquella expedición. Un cristiano que odia el pecado no puede satisfacerse sino en la muerte y destrucción de este. El lenguaje de su alma en todos sus deberes es el siguiente: «¡Señor, que mis pecados sean destruidos; quienquiera que escape, que no escapen mis pecados de la mano de Tu justicia vengadora!» Y el lenguaje de su alma en todas las ordenanzas es el siguiente: «¡Oh, Señor! ¿Cuándo serán sometidos y mortificados mis pecados? Sí, ¿cuándo serán ahogados todos ellos en el Mar Rojo de la sangre de mi Salvador?» f. El verdadero odio hacia el pecado incluye una aversión total El verdadero odio es hacia todo tipo. Pero de esto se habló antes. Para terminar, pregunta a tu corazón las siguientes cosas: ¿Qué es lo que aborreces como el mal superlativo? ¿Qué es lo que querrías tener tan lejos de ti como el cielo está del infierno? ¿Qué es aquello con lo que tu corazón no renovará nunca más alianza o amistad? ¿Qué es aquello contra lo cual tu alma se levanta, y con lo cual, como Israel con Amalec, tendrás guerra para siempre? (Ex. 17:16). ¿Qué es aquello de lo que te vengarás, y que te esforzarás diariamente por mortificar y crucificar? ¿Qué es aquello contra lo cual estableces tu corazón en toda su amplitud, ya sea grande o pequeño, público o secreto? Si es el pecado, si son tus pecados, si son todos tus pecados, entonces ciertamente en esto está el verdadero odio hacia el pecado, y ciertamente en esto está el carácter más distintivo de un
hijo de Dios, de una conversión sana, y de un cambio salvífico. No solía suceder así contigo, ni esto se encuentra en algún hipócrita o en algún inconverso sobre la faz de la tierra. El pecado fue una vez para ti como Dalila para Sansón (Jue. 14:3, 7), pero ahora es para ti como Tamar para Amnón (2 S. 13:15). Antes era un dulce bocado que retenías y no querías dejar ir (Job 20:12-13), pero ahora es el trapo menstrual que desechas diciendo: «¡Sal fuera!» (Is. 30:22). Ahora como Efraín clamas: «¿Qué más tendré ya con los ídolos?» (Os. 14:8). ¡Oh, si en verdad es así contigo, entonces tienes motivos para bendecir y admirar para siempre al Señor por Su distinguida gracia y favor hacia ti! ¡Oh, señores! El mundo está lleno de cebos, trampas y tentaciones, pero mientras el odio hacia el pecado arda en sus corazones, pueden mostrar indiferencia y desafiar al mundo, a la carne y al diablo. Bien, recuerda esto para siempre: hay tres cosas que un hipócrita nunca puede hacer: 1) Nunca puede llorar por el pecado como pecado. 2) Nunca puede llorar por los pecados de otros tanto como por los suyos propios. Moisés, Lot, David, Jeremías, Pablo, y los de Ezequiel 9:4, 6, lloraron por los pecados de los demás tanto como por los propios. Sin embargo, Faraón, Acab, Judas, Demas, Simón el Mago nunca hicieron esto. 3) Nunca puede odiar el pecado como pecado.
8. E Ningún hipócrita es habitualmente bajo o pequeño a sus propios ojos. Ningún hipócrita tiene ordinariamente pensamientos bajos de sí mismo, o una baja estima de sí mismo. Ningún hipócrita ama minimizarse a sí mismo para engrandecer a Cristo, degradarse a sí mismo para exaltar a Cristo.[37] Ningún hipócrita ama ser eclipsado. Todos los hipócritas aman escribir yo, y no Cristo, sobre lo que hacen. El fariseo se puso de pie y oró así consigo mismo: «Dios, yo te doy gracias porque yo no soy como los otros hombres, ladrones, injustos, adúlteros, ni aun como este publicano; yo ayuno dos veces a la semana, yo doy diezmos de todo lo que gano» (Lc. 18:11-12).[38] Todos los hipócritas no solo se apoyan en sus comparaciones, sino también en sus disparidades: «No soy como este publicano». Todos los hipócritas se apoyan en gran medida en su justicia negativa y en su bondad comparativa. No hay hipócrita en el mundo que no ponga su penique por una libra y siempre se valore a sí mismo por encima del mercado: «Yéndose luego de allí, se encontró con Jonadab hijo de Recab; y después que lo hubo saludado, le dijo: “¿Es recto tu corazón, como el mío es recto con el tuyo?” Y Jonadab dijo: “Lo es”. “Pues que lo es, dame la mano”. Y él le dio la mano. Luego lo hizo subir consigo en el carro, y le dijo: “Ven conmigo, y verás mi celo por el Señor”» (2 R. 10:15-16). Ven, haz un resplandor más grande del que las estrellas fijas: «Ven conmigo, y verás mi celo por el Señor». Las palabras de Jehú eran para el Señor, pero su designio era para el reino. El actor en la
comedia decía con la boca: O coelum [Oh, cielo], pero con su dedo señalaba la tierra. Los lapidarios nos hablan de una piedra llamada «piedra de Chelidonia», que no conservará su virtud si no está envuelta en oro, un emblema adecuado de un hipócrita, de un Jehú. Jehú hizo un gran resplandor, pero no fue más que un cometa. Un hipócrita siempre ama la alabanza de los hombres más que la alabanza de Dios: «Porque amaban más la gloria de los hombres que la gloria de Dios» (Jn. 12:43). Ama más ser honrado por los hombres que ser alabado por Dios: «¿Cómo podéis vosotros creer, pues recibís gloria los unos de los otros, y no buscáis la gloria que viene del Dios único?» (Jn. 5:44). Nada por debajo de ese poder que levantó a Cristo de la tumba puede hacer que un hipócrita sea puramente nada a sus propios ojos. Un hipócrita es siempre una gran cosa a sus propios ojos. Y cuando es nada o una gran nada a los ojos de los demás, no puede soportarlo. Un hipócrita no puede soportar ser eclipsado en dones, en gracias, en experiencias, en deberes, en comunión con Dios, en disfrutes espirituales. El corazón de un hipócrita está lleno de orgullo cuando su comportamiento es de lo más humilde. Siempre piensa lo mejor de sí mismo y piensa lo peor de los demás; considera sus propios vicios como gracias, y considera las gracias de los demás como vicios, o al menos como monedas no verdaderas.[39] Un espíritu orgulloso arrojará desgracia sobre la excelencia de la que él mismo carece, tal como Licinio — que se unió a Galerio en el imperio—, quien era tan ignorante que no era capaz de escribir su propio nombre; era un enemigo acérrimo del aprendizaje y, como Eusebio relata de él, llamó a las artes liberales un veneno público y
pestilencia.[40] Los barriles más vacíos hacen el sonido más fuerte, el peor metal hace el mayor ruido, y las espigas más ligeras mantienen la cabeza más alta. Un hipócrita bien puede poner su mano sobre su corazón, y decir: «¿No es así conmigo? ¿No es justamente así conmigo?» Pero los cristianos sinceros son hombres de otro espíritu, de otro temperamento, de otro metal, de otra mente. Los corazones de ellos yacen bajos cuando sus dones, gracias y disfrutes espirituales son altos. Abraham no es más que polvo y ceniza a sus propios ojos (Gn. 18:27). Cuanto más elevado sea un hombre en su comunión con Dios, tanto más bajo será a sus propios ojos. El polvo y la ceniza son cosas pobres, bajas, viles, sin valor; y tal cosa era Abraham a sus propios ojos. Del mismo modo, Jacob era un hombre sencillo y un hombre recto, y observa qué baja estima tenía de sí mismo: «No soy digno de la menor de todas las misericordias que has mostrado a tu siervo» (Gn. 32:10). En hebreo es: «Soy pequeño delante de tus misericordias», porque los hebreos no tienen comparativo y, por lo tanto, solían expresar esto por una [expresión] positiva o preposición.[41] Cuando Jacob tuvo que tratar con Labán, alegó sus méritos; pero cuando tuvo que tratar con Dios, no alega más que la gracia, estimándose a sí mismo de manera muy baja. Se considera a sí mismo menos que la menor de las misericordias y peor que la peor de las criaturas. [Como si hubiera dicho]: «La menor de mis misericordias es mayor de lo que merezco, y la mayor de mis aflicciones es menor de lo que merezco — dice Jacob—». El lenguaje de un Jacob de corazón sencillo es este:
«Oh, Señor, pude, como Job, haber sido despojado de todas mis comodidades y disfrutes de un golpe, y puesto sobre un estercolero. Pude, como Lázaro, haber estado mendigando mi pan de puerta en puerta. Pude haber estado consiguiendo mi pan con el peligro de mi vida a causa de la espada del desierto (Lm. 5:9). O pude haber estado con el rico en el infierno clamando por una gota de agua para refrescar mi lengua» (Lc. 16:24).
Un cristiano sincero no sabe cómo hablar suficientemente bien de Dios, ni cómo hablar suficientemente mal de sí mismo. Agur era uno de los hombres más sabios y santos de la tierra, y vean cuán grandemente se rebaja a sí mismo: «Ciertamente más rudo soy yo que ninguno, ni tengo entendimiento de hombre» (Pr. 30:1-2). Agur había visto a Itiel [Dios conmigo] y a Ucal [Dios todopoderoso], y esto lo hizo tan vil y bajo a sus propios ojos; esto lo hizo vilipendiarse e incluso desvalorizarse hasta el extremo. Tú sabes que ningún hombre recibió jamás un certificado más claro o más valioso —el amplio sello del cielo — bajo la mano de Dios por ser un alma famosa en rectitud y santidad que Job. Esto lo puedes ver en Job 1:8: «Y el Señor dijo a Satanás: “¿No has considerado a mi siervo Job, que no hay otro como él en la tierra, varón perfecto y recto, temeroso de Dios y apartado del mal?”»[42] Job era elevado en dignidad y humilde de corazón: «De oídas te había oído; mas ahora mis ojos te ven. Por tanto, me aborrezco, y me arrepiento en polvo y ceniza» (Job 42:5-6). Esta expresión es el acto más profundo de aborrecimiento. El aborrecimiento tomado estrictamente es el odio llevado al colmo: «Me aborrezco a mí mismo». La palabra hebrea que se traduce por aborrecer significa rechazar, desdeñar,
despreciar, desechar. «¡Ah, —dice Job— me aborrezco a mí mismo, me rechazo a mí mismo, me desprecio a mí mismo, me desecho a mí mismo, tengo una consideración muy vil y baja de mí mismo!» David era un hombre de gran integridad —un hombre conforme al corazón de Dios— y, sin embargo, se mira a sí mismo como una pulga, y ¿qué hay más despreciable que una pulga? (1 R. 15:5; 1 S. 26:20). Y así como se considera una pulga, también se considera un gusano: «Yo soy gusano, y no hombre» (Sal. 22:6). La palabra hebrea ַתתוֹלַ ﬠ [tolagnath] que aquí se traduce como gusano, significa un gusano muy pequeño que se origina en la escarlata, un gusano tan pequeño que un hombre difícilmente puede percibirlo. Un gusano es la criatura más despreciable del mundo, pisoteada por el hombre y las bestias. El que a los ojos de Dios era un hombre conforme a su corazón, a sus propios ojos no es más que un despreciable gusano. Un cristiano sincero no es nada a sus propios ojos. De la misma manera, Pablo, quien había sido arrebatado al tercer cielo, quien aprendió su teología[43] entre los ángeles —como alguien dijo (Crisóstomo)— y tuvo tales revelaciones gloriosas que no podían ser expresadas, se considera a sí mismo menos que el más pequeño de todos los santos: «A mí, que soy menos que el más pequeño de todos los santos» (Ef. 3:8). El griego es un comparativo hecho de un superlativo. Menos que el más pequeño de todos los santos es un doble diminutivo, y significa menor que el más pequeño, si lo menor pudiera existir; no que algo pueda ser menor que lo más pequeño.[44] La retórica de Pablo no se opone a la filosofía de Aristóteles. La palabra original, al ser un doble diminutivo, su significado es que él
era tan pequeño como podía serlo. Por lo tanto, se rebajó a sí mismo tan pequeño como podía serlo: menos que el más pequeño. Aquí tenemos al apóstol más grande descendiendo al escalón más bajo de la humildad: el gran Pablo es el más pequeño de los santos, el último de los apóstoles y el mayor de los pecadores (1 Ti. 1:15). De la misma manera Pedro: «Apártate de mí, Señor, porque soy hombre pecador» (Lc. 5:8), o como dice el griego: «Un hombre, un pecador{ ἀνὴρ ἁμαρτωλός }», una mezcla y un compuesto de suciedad y pecado; un mero manojo de vicio y vanidad, de necedad e iniquidad. Del mismo modo Lutero: «No tengo otro nombre que pecador, pecador es mi nombre, pecador es mi apellido. Este es el nombre por el que siempre seré conocido. He pecado, peco, pecaré in infinitum», dijo Lutero, hablando vil y bajamente de sí mismo. «Señor, yo soy el infierno y tú el cielo», dijo el bienaventurado Hooper. «Soy el hipócrita más miserable, indigno de que la tierra me aguante», dijo el bienaventurado Bradford. Observa, pues, por estos varios ejemplos, el hecho de que los cristianos sinceros sienten, por así decirlo, santo placer y deleite en rebajarse, humillarse y vilipendiarse a sí mismos. Pero esta es una obra a la que los hipócritas son meros extraños. No hay un hipócrita bajo el cielo que ame rebajarse a sí mismo, o que conscientemente se dedique a vilipendiarse y minimizarse para que Cristo pueda ser ensalzado por encima de todo. La humildad es una gracia que rara vez se alcanza. «Muchos —dijo alguien (Agustín)— pueden más fácilmente dar todo lo que tienen a los pobres que ellos mismos hacerse pobres de espíritu».
9. E S Ningún hipócrita resistirá por mucho tiempo en la obra y los caminos del Señor a falta de estímulos externos y frente a desalientos externos. Un hipócrita es un apóstata encubierto, y un apóstata es un hipócrita descubierto: «Porque ¿cuál es la esperanza del hipócrita, por mucho que hubiere robado, cuando Dios le quitare la vida? [...] ¿Se deleitará en el Omnipotente? ¿Invocará siempre a Dios?» (Job 27:8, 10). O como dice el hebreo: «¿Invocará en todo tiempo a Dios?» Puede ser que invoque formalmente a Dios en tiempo de prosperidad, pero ¿podrá hacerlo seriamente en tiempo de adversidad? A veces, cuando la vara está sobre ellos, entonces derramarán una oración a Dios: «En su aflicción me buscarán pronto» (Is. 26:16). «En su angustia me buscarán» (Os. 5:15). «Si los hacía morir, entonces buscaban a Dios; entonces se volvían solícitos en busca suya» (Sal. 78:34). Pero este no era el estado permanente de sus corazones: «Pero le lisonjeaban con su boca, y con su lengua le mentían; pues sus corazones no eran rectos con él, ni estuvieron firmes en su pacto» (vv. 3637). Cuando Faraón estaba en el potro, podía bramar una confesión y clamar fervientemente una oración (Ex. 10:1617, 19-20), pero cuando el juicio era quitado, Faraón estaba tan orgulloso, tan duro de corazón y tan ciego como siempre. Cuando Adonías estuvo en peligro de muerte, pudo asirse de los cuernos del altar (1 R. 1:50-51). Cuando Acab fue amenazado con la desolación total, entonces pudo ayunar y yacer en cilicio; y lo mismo hicieron los ninivitas.
Pero todo esto no era sino como la bondad de Efraín y Judá, como la nube de la mañana y como el rocío de la madrugada, los cuales pasan. ¿Invocará el hipócrita a Dios siempre o en todo tiempo? ¿Invocará el hipócrita a Dios tantas veces como la providencia lo llame a invocarle? ¿Invocará a Dios tantas veces como los juicios lo llamen a invocarle? ¿Invocará a Dios tantas veces como la conciencia lo llame a invocarle? ¿Invocará a Dios tantas veces como su deber lo llame a invocar a Dios? ¿Invocará a Dios tan a menudo como los demás lo llamen a invocar a Dios? ¡Oh, no! El hipócrita no invocará siempre a Dios; no perseverará en la oración; no persistirá ni perdurará en la oración. [El hipócrita] se ve sin ánimo; no puede orar siempre sin desfallecer. [El hipócrita] se retrae como lo hacen los perezosos en el trabajo, o los cobardes en la guerra, como da a entender la palabra original ἐκκακεῖν en Lucas 18:1. Un hipócrita, por falta de un principio interior, no puede deleitarse en Dios, ni invocar siempre a Dios. Si Dios no acude a su llamado, si no abre tan pronto como llama, se le acaba la paciencia y se ve inclinado a decir como aquel orgulloso príncipe profano: «Ciertamente este mal del Señor viene. ¿Para qué he de esperar más al Señor?» (2 R. 6:33). Si un hipócrita obtiene la misericordia que desea, entonces desechará la oración, como dijo: «Quitad la red, el pez está capturado». Si no obtiene la misericordia, entonces se cansará de su deber: «Os habéis cansado de mí» (Mal. 1:13; Is. 43:22). La oración es una ocupación demasiado dura y demasiado elevada para que un corazón no sano persista en ella. La oración es un trabajo del corazón, y eso resulta ser un trabajo pesado para él. El alma de la oración consiste
en el derramamiento del alma delante de Dios, y esta es una ocupación en la que un hipócrita no tiene habilidad (1 S. 1:15). Fueron unas palabras profanas y blasfemas las de aquel ateo miserable que le dijo a Dios que no era un mendigo común, que nunca lo había molestado anteriormente con la oración, y que si tan solo lo escuchara esa vez, nunca lo volvería a molestar.[45] También tal espíritu y tales principios acechan en el seno de todo hipócrita. Sin duda acertó quien dijo lo siguiente: «¿Cómo puedes esperar que Dios te oiga cuando tú mismo no te oyes? ¿O cómo puedes esperar que Dios te dé una respuesta por la oración cuando tú no estás atento a lo que pides en la oración?»[46] Pero un cristiano sincero seguirá en la oración, ya sea con rapidez o sin ella. Si prevalece, amará más la oración todos sus días. Si no prevalece por el momento, será tanto más importuno con Dios en la oración.[47] Es tan natural para un pájaro vivir sin aire, y para un pez vivir sin agua, y para un hombre vivir sin alimento, como lo es para un corazón sincero vivir sin oración. «Oh, —dijo Crisóstomo— es más amargo que la muerte ser privado de la oración». Y en esto —como él observa— Daniel prefirió correr el riesgo de su vida que perder o renunciar a sus oraciones privadas (Dn. 6). La oración es la llave del cielo, y un cristiano sincero ama en gran medida estar sujetando esa llave, aunque deba morir por ella.[48] Así como aquel emperador dijo: Oportet imperatorem stantem mori [A un emperador le corresponde morir de pie], así mismo puedo decir lo siguiente: Oportet christianum mori precantem [A un cristiano le corresponde morir orando]. Un hipócrita nunca persistirá hasta el final. Si tan solo ve que carece de los estímulos externos, su
corazón se verá desfallecido rápidamente en el camino del deber. Los hipócritas son como estrellas fugaces que, mientras se ven abastecidos de los vapores, brillan como si fueran estrellas fijas; pero deja que los vapores se sequen, e inmediatamente se desvanecen y desaparecen. Si tan solo el hipócrita ve que carece del ojo, del oído y del aplauso de los hombres, se verá inclinado a tirarlo todo por la borda. Si un hipócrita no puede sacar alguna ganancia de su piedad, algún provecho de su profesión, alguna ventaja de su religión, se verá inclinado como Demas a dar la espalda a todos los deberes y servicios religiosos.[49] Observa: un caballo cojo anda bastante bien cuando se calienta, pero va cojeando cuando se enfría. De la misma manera, un hipócrita, aunque por un tiempo pueda seguir bastante bien en su camino, al final andará cojeando, y dirá adiós —o se opondrá— a todos los deberes y servicios religiosos. La ganancia y el aplauso son generalmente los cebos que muerden los hipócritas y, si pierden estos cebos, entonces ¡adiós profesión, adiós religión, adiós todo! «Desde entonces muchos de sus discípulos volvieron atrás, y ya no andaban con él» (Jn. 6:66). Muchos hipócritas que habían entregado sus nombres a Cristo, y que por un tiempo habían sido seguidores de Cristo, al final lo abandonaron y le dieron la espalda para siempre. «Parte cayó en pedregales, donde no había mucha tierra (no tenía mucho cuidado para recibir, no tenía mucho entendimiento para comprender, no tenía mucha fe para creer, no tenía mucha voluntad para obedecer, no tenía mucho amor para retenerlo); y brotó pronto, porque no tenía profundidad de tierra; pero salido el sol, se quemó; y porque no tenía raíz, se secó» (Mt. 13:5-6). Esta segunda tierra va
más allá que la primera, pues (a) recibe la semilla; (b) de manera descontrolada; (c) con gozo; (d) hace brotar la semilla sembrada. Brota en diversos grados: [1] a la obediencia externa y a la reforma en muchas cosas; [2] a una profesión externa; [3] a una especie de fe. Pero salido el sol de la persecución, se marchitaron y decayeron; no todos a la vez, sino poco a poco, como una hoja pierde su verdor y floritura, y se marchita por grados. En el Palatinado, cuando el sol de la persecución comenzó a abrasarlos, apenas un profesante de veinte puso resistencia, y cayeron al papismo tan rápido como las hojas en otoño. El cristal parece perla hasta que es martillado y, de la misma manera, un hipócrita parece cristiano —y en muchas cosas actúa como cristiano— hasta que es martillado por los sufrimientos y por las persecuciones, y entonces se revela a sí mismo en sus verdaderos colores, y naufraga de la fe y de una buena conciencia como Himeneo y Alejandro (1 Ti. 1:19-20; Os. 5:2). En tiempos de sufrimiento, los hipócritas se esfuerzan poderosamente por apagar esa luz que brilla en sus corazones y, cuando han apagado esa luz, entonces adiós fe, adiós profesión, adiós buena conciencia, adiós todo. El lobo, aunque a menudo disfraza y oculta cuidadosamente su naturaleza, no siempre puede hacerlo, porque en un momento u otro mostrará que es un lobo. De la misma manera, aunque un hipócrita pueda disfrazarse cuidadosamente durante un tiempo, en un momento u otro revelará que es un hipócrita. Se dice de las aguas del Nilo que, habiendo corrido muchos cientos de millas un agua pura y clara, cuando se acerca al Mar Mediterráneo, comienza a volverse salobre o salada, y al final cae en el mar y pierde su nombre. Tarde o temprano este será el caso
de todos los hipócritas: no conservarán por mucho tiempo su pureza, claridad y dulzura espirituales, sino que gradualmente se volverán salobres o salados, y perderán sus nombres y toda esa aparente bondad y dulzura que una vez parecía haber en ellos. Pero un cristiano sincero persistirá y perdurará en los caminos del Señor en la falta de todos los estímulos externos y frente a todos los desalientos multiplicados. Cuando el ojo de los hombres, el favor de los hombres, la generosidad de los hombres y todo otro estímulo de los hombres se vean cortos, entonces un cristiano sincero perdurará y persistirá en su obra y camino. «Proseguirá el justo su camino, y el limpio de manos aumentará la fuerza» (Job 17:9). El justo proseguirá en el camino de la justicia hasta el final; ninguna calamidad o miseria multiplicada lo hará jamás declinar del camino de la justicia. Un cristiano sincero nunca se apartará de este camino, ni por esperanzas o ventajas por un lado, ni por temores o peligros por el otro. Los cristianos sinceros no han asumido la religión [verdadera] sobre tales bases ligeras como para ser halagados o asustados. Por un lado, los cristianos sinceros cuentan con aflicciones, tentaciones, cruces, pérdidas, reproches; y, por otro lado, cuentan con una corona de vida, una corona de justicia, una corona de gloria. Y, como resultado de esto, se presentan plenamente resueltos a nunca apartarse del buen camino antiguo en el que han hallado descanso para sus almas.[50] Los cristianos sinceros aceptan a Cristo y Sus caminos en las buenas y en las malas, en la riqueza y en la pobreza, en la prosperidad y en la adversidad; resuelven permanecer firmes o caer, sufrir y reinar, vivir y morir con Él (Jer. 6:16).
Cuando todos los estímulos externos de Dios se ven cortos, el cristiano sincero se mantendrá cerca de su Dios y cerca de su deber. «Aunque la higuera no florezca, ni en las vides haya frutos, aunque falte el producto del olivo, y los labrados no den mantenimiento, y las ovejas sean quitadas de la majada, y no haya vacas en los corrales; con todo, yo me alegraré en Jehová, y me gozaré en el Dios de mi salvación» (Hab. 3:17-18). Cuando todas las misericordias necesarias y deleitosas se ven cortas, él no se verá corto en su deber. Aunque Dios le retenga sus bendiciones, él no le retendrá su servicio. Cuando el sustento se vea corto, él estará de manera vivaz en su deber. Cuando no tenga nada para su subsistencia, entonces vivirá de su Dios, se gozará en su Dios y se mantendrá cerca de su Dios. Aunque venga la guerra y la carencia, él no se verá carente en su deber. Observa, hay tres cosas en un cristiano sincero que lo inclinarán fuertemente a mantenerse cerca del Señor y cerca de Sus caminos en la falta de todos los estímulos externos y frente a todos los desalientos externos. a. Hay un principio fuerte: el amor divino. b. Hay una ayuda poderosa: el Espíritu de Dios. c. Hay un objetivo elevado: la gloria de Dios.[51] Observa, así como Rut se mantuvo cerca de su madre en la falta de todo estímulo externo y frente a todos los desalientos exteriores: «Respondió Rut: [...] “A dondequiera que tú fueres, iré yo, y dondequiera que vivieres, viviré [...] Solo la muerte hará separación entre nosotras dos”» (Rut 1:16-17), así mismo dice un cristiano sincero: «Tomaré mi suerte con Cristo dondequiera que caiga. Me mantendré cerca del Señor y cerca de mi deber, a pesar de la falta de todo estímulo externo y frente a todos los desalientos
exteriores». Aunque los estímulos externos sean a veces como un viento lateral, o como aceite, o como ruedas de carro —medios para mover a un cristiano a avanzar más dulce, fácil y cómodamente en los caminos de Dios—, cuando este viento no esté y cuando estas ruedas de carro se vean desprendidas, un cristiano sincero se mantendrá cerca del Señor y de Sus caminos. «Todo esto nos ha venido, y no nos hemos olvidado de ti, y no hemos faltado a tu pacto. No se ha vuelto atrás nuestro corazón, ni se han apartado de tus caminos nuestros pasos» (Sal. 44:17-18). Pero ¿qué quieren decir al afirmar: «Todo esto nos ha venido»? Pues aquello que se puede ver en la parte anterior del salmo: «Pero nos has desechado, y nos has hecho avergonzar; y no sales con nuestros ejércitos. Nos hiciste retroceder delante del enemigo, y nos saquean para sí los que nos aborrecen. Nos entregas como ovejas al matadero, y nos has esparcido entre las naciones. Has vendido a tu pueblo de balde; no exigiste ningún precio. Nos pones por afrenta de nuestros vecinos, por escarnio y por burla de los que nos rodean. Nos pusiste por proverbio entre las naciones; todos al vernos menean la cabeza» (vv. 9-14).[52] Antíoco Epífanes consideró la religión de los judíos como superstición; su cólera y rabia eran excesivamente grandes contra los judíos y contra su religión; practicó toda forma de crueldad sobre los judíos miserables; pero había un remanente entre ellos que eran fieles al Señor, a Su pacto, a Sus leyes y a Sus caminos, incluso hasta la muerte. Aunque en el tiempo de los Macabeos muchos se volvieron al paganismo, algunos mantuvieron su constancia e integridad hasta el final.
Esta es una gran palabra del profeta Miqueas: «Aunque todos los pueblos anden cada uno en el nombre de su dios, nosotros con todo andaremos en el nombre del Señor nuestro Dios eternamente y para siempre» (Mi. 4:5). Esta resolución absoluta y perentoria de ser realmente del Señor y para siempre del Señor, es la esencia de la conversión verdadera. Los halagos del mundo no pueden sobornar a un cristiano sincero para que se aparte de los caminos de Dios; tampoco los ceños fruncidos del mundo pueden apartar a un cristiano sincero de los caminos de Dios. Sin embargo, un hipócrita nunca podrá persistir hasta el fin, ni nunca podrá hacerlo. Su ancla nunca se mantendrá firme cuando la tormenta golpee fuerte sobre él. Un hipócrita es ardiente al principio, pero pronto se cansa y cede.
10. E Ningún hipócrita se ocupa o trabaja para llevar su corazón a los deberes y servicios religiosos (Mt. 15:8; Mr. 7:6). Nunca concientiza en llevar su corazón a su obra. Un hipócrita no tiene corazón en todo lo que hace: «Si los hacía morir, entonces buscaban a Dios; entonces se volvían solícitos en busca suya, y se acordaban de que Dios era su refugio, y el Dios Altísimo su redentor. Pero le lisonjeaban con su boca, y con su lengua le mentían; pues sus corazones no eran rectos con él, ni estuvieron firmes en su pacto» (Sal. 78:3437). Todo trabajo de labios no es más que trabajo perdido. Cuando los corazones de los hombres no están en su devoción, su devoción es mero disimulo. Estos hipócritas buscaban a Dios y se volvían solícitos en busca de Dios, pero era todavía con corazones carnales, que no son corazones en la consideración de Dios. Hicieron un trabajo de labios y un trabajo de cabeza, pero todo se perdió debido a que sus corazones no estaban en su trabajo: su búsqueda fue perdida, su solicitud fue perdida, su Dios fue perdido, sus almas fueron perdidas y la eternidad fue perdida. «Y no clamaron a mí con su corazón cuando gritaban sobre sus camas» (Os. 7:14).[53] Cuando los corazones de los hombres no están en sus oraciones, todas sus oraciones no son más que un horrible aullido en la consideración de Dios.[54] El clamor del corazón es el único clamor que Dios quiere, ama y busca. No acepta ningún clamor, no se deleita en ningún clamor, no recompensa ningún clamor, sino el clamor del corazón. Los hipócritas no tienen sus corazones en sus clamores y, por lo tanto,
claman y aúllan, y aúllan y claman, y todo en vano. Claman y murmuran, y aúllan y se quejan; claman y blasfeman, y aúllan y se rebelan. Por lo tanto, no reciben del cielo más que ceño fruncido, golpes y desalientos. «Dice, pues, el Señor: Porque este pueblo se acerca a mí con su boca, y con sus labios me honra, pero su corazón está lejos de mí» (Is. 29:13). «Y vendrán a ti como viene el pueblo, y estarán delante de ti como pueblo mío, y oirán tus palabras, y no las pondrán por obra; antes hacen halagos con sus bocas, y el corazón de ellos anda en pos de su avaricia» (Ez. 33:31). Aunque este pueblo acudía en tropel al profeta —como lo hacen los hombres y las mujeres a los lugares de placer—, y aunque se comportaban delante del profeta como si fueran santos, como si fueran el pueblo de Dios, como si estuvieran afectados por lo que oían, como si estuvieran resueltos a cumplir lo que el profeta les decía, sus corazones corrían tras su avaricia. Aunque estos hipócritas profesaban mucho amor y bondad al profeta, le pagaban con palabras suaves, y parecían estar muy afectados, deleitados, extasiados y cautivados con su persona, voz y doctrina, sin embargo, no hacían conciencia de llevar sus corazones a sus deberes. Un hipócrita puede mirar algunos deberes externos —los deberes fáciles y ordinarios de la religión—, pero nunca hace conciencia de llevar su corazón a ningún deber de la religión. ¿Cuándo has visto a un hipócrita escudriñar su corazón, o sentarse a juzgar las corrupciones de su alma, o lamentarse y llorar por la vileza y maldad de su espíritu? Solo el cristiano sincero está afectado, afligido y herido por las corrupciones de su corazón. Cuando alguien le dijo al bendito Bradford que todo lo hacía por hipocresía debido a que quería que la gente lo
aplaudiera, él respondió lo siguiente: «Es cierto que las semillas de la hipocresía y la vanagloria están en ti y en mí también, y estarán en nosotros mientras vivamos en este mundo, pero doy gracias a Dios porque me lamento y lucho contra ellas». ¡Cuán seria y profundamente se humilló el buen Ezequías por la soberbia de su corazón! «Del devorador salió comida», de su orgullo obtuvo humildad (2 Cr. 32:25). ¡Oh señores! Un cristiano sincero se preocupa mucho de poner su corazón en todos sus deberes y servicios religiosos, de poner su corazón en todo camino y obra de Dios (Cnt. 3:1-6). El corazón de Josafat estaba animado en los caminos del Señor (2 Cr. 17:6). Del mismo modo David: «Te alabaré, oh Señor Dios mío, con todo mi corazón» (Sal. 86:12). Así mismo el Salmo 119:7, 10: «Te alabaré con rectitud de corazón. [...] Con todo mi corazón te he buscado». De la misma manera Ocozías buscó al Señor con todo su corazón (2 Cr. 22:9). «Tu nombre y tu memoria son el deseo de nuestra alma. Con mi alma te he deseado en la noche, y en tanto que me dure el espíritu dentro de mí, madrugaré a buscarte» (Is. 26:8-9). «Levantemos nuestros corazones y manos a Dios en los cielos» (Lm. 3:41). «Porque testigo me es Dios, a quien sirvo en mi espíritu en el evangelio de su Hijo» (Ro. 1:9). El espíritu mismo de Pablo, su alma misma, estaba en su servicio. «Porque nosotros somos la circuncisión, los que en espíritu servimos a Dios y nos gloriamos en Cristo Jesús, no teniendo confianza en la carne» (Fil. 3:3). «Porque según el hombre interior, me deleito en la ley de Dios. [...] Yo mismo con la mente sirvo a la ley de Dios» (Ro. 7:22, 25). Un cristiano sincero es siempre mejor cuando su corazón está en su obra. Y cuando no puede poner su
corazón en sus deberes, ¡oh, cómo suspira, gime, se queja y se lamenta a los pies de Dios! «Señor, mi lengua ha estado trabajando, y mi cabeza ha estado trabajando, y mis pies han estado trabajando, y mis ojos y mis manos han estado trabajando, pero ¿dónde ha estado mi corazón este día? ¡Oh, es y debe ser para mí un doloroso y triste lamento que haya tenido tan poco de mi corazón en ese servicio que te he ofrecido!»[55] Este es el lenguaje cotidiano de un corazón recto. Pero todo el trabajo de un hipócrita es introducir sus capacidades de oro en sus deberes, su lengua de plata en sus deberes y su ágil cabeza en sus deberes, pero nunca hace conciencia de introducir su corazón en sus deberes. Si alguna de las bestias sacrificadas por los paganos, al examinar detenidamente las entrañas, se encontraba sin corazón, esto se consideraba ominoso y se interpretaba como [un augurio] muy terrible para la persona por la que se ofrecía, como sucedió en el caso de Juliano. Los hipócritas siempre carecen de corazón en todos los sacrificios que ofrecen a Dios, y esto algún día les resultará ominoso y terrible.
11. E
Un hipócrita nunca realiza los deberes religiosos desde principios espirituales, ni de una manera espiritual. Un hipócrita nunca es inclinado, movido y llevado a Dios, a Cristo, a los deberes santos, por el poder de un nuevo e interno principio de gracia que obra una adecuación entre su corazón y las cosas de Dios. Un hipócrita descansa satisfecho en los meros actos externos de la religión, aunque nunca experimenta nada del poder de la religión en su propia alma. Un hipócrita mira sus palabras en la oración, su voz en la oración y sus gestos en la oración, pero nunca mira el estado de su corazón en la oración. El corazón de un hipócrita nunca se conmueve con las palabras que pronuncia su lengua. El alma de un hipócrita nunca es divinamente afectada, deleitada o animada de manera llena de gracia con ningún deber que realiza. Los actos espirituales de un hipócrita nunca fluyen de principios espirituales, ni de un corazón completamente santificado. Aunque sus obras pueden ser buenas, su corazón permanece carnal; sus prácticas buenas siempre brotan de principios carnales; y esto resultará en la perdición del hipócrita, como puedes ver en Isaías 1:15: «Cuando extendáis vuestras manos, yo esconderé de vosotros mis ojos; asimismo cuando multipliquéis la oración (añadiendo oración a oración, como dice el hebreo) yo no oiré; llenas están de sangre vuestras manos». Estos eran no santificados; sus prácticas eran buenas, pero sus corazones eran carnales todavía (Is. 1:10-16).
Lo mismo puede verse en los escribas y fariseos, que ayunaban, oraban y daban limosna, pero sus corazones no habían sido cambiados, renovados, santificados ni tenían principios de lo alto; y esto resultó en su perdición eterna (Mt. 6, 23; Lc. 18). Nicodemo era un hombre de gran reputación, nombre y fama entre los fariseos, y ayunaba, oraba, daba limosna, pagaba diezmos, etc., y, sin embargo, era un completo extraño al nuevo nacimiento, la regeneración era una paradoja para él. «¿Cómo puede un hombre nacer siendo viejo? ¿Puede acaso entrar por segunda vez en el vientre de su madre, y nacer?» (Jn. 3:4). [56] Este gran doctor era un zoquete tan grande que no entendía más de la doctrina de la regeneración que lo que un simple niño entiende los más oscuros preceptos de la astronomía. Observa, así como el agua no puede subir más alto que lo que la fuente de donde vino sube, así mismo el hombre natural no puede subir más alto que lo que la naturaleza sube (1 Co. 2:14). Un hipócrita puede saber mucho, orar mucho, oír mucho, ayunar mucho, dar mucho y obedecer mucho, y todo para nada, porque nunca maneja nada de lo que hace de una manera correcta; nunca lleva a cabo su obra a partir de los principios internos de la fe, el fervor, la vida, el amor, el deleite, etc. ¿Se deleitará el hipócrita en el Todopoderoso? R : No; no puede deleitarse en el Todopoderoso. a. Deleitarse en Dios es uno de los actos más elevados de la gracia. ¿Y cómo puede un hipócrita realizar uno de los actos más elevados de la gracia, si no tiene gracia? Un hipócrita puede saber mucho de Dios, hablar mucho de Dios, hacer una gran profesión de Dios y estar verbalmente
agradecido a Dios, pero nunca puede amar a Dios, ni confiar en Dios, ni deleitarse en Dios, ni reposar en Dios, etc.[57] b. Un hipócrita no conoce a Dios. ¿Y cómo, pues, puede deleitarse en Dios aquel que no lo conoce? Un hipócrita no tiene un conocimiento interno, salvífico, transformador, experimental, afectuoso y práctico de Dios y, por lo tanto, nunca puede tener ningún placer o deleite en Dios. c. No existe un carácter adecuado entre un hipócrita y Dios. ¿Y cómo, pues, puede un hipócrita deleitarse en Dios? Existe la mayor contrariedad imaginable entre Dios y un hipócrita. Dios es luz y el hipócrita es tinieblas; Dios es santidad y él es inmundicia; Dios es justicia y él injusticia; Dios es plenitud y él está vacío (2 Co. 6:15-16). Ahora bien, ¿qué complacencia puede haber donde existe tal contrariedad absoluta? d. El corazón de todo hipócrita está lleno de enemistad contra Dios. ¿Y cómo, pues, puede deleitarse en Dios? «Por cuanto los designios de la carne son enemistad contra Dios; porque no se sujetan a la ley de Dios, ni tampoco pueden» (Ro. 8:7). La mejor parte de un hipócrita no solo es aversa, sino completamente aversa a Dios y a toda bondad. [58] «El águila —dijo el filósofo— tiene una enemistad continua con la serpiente». De la misma manera, el corazón del hipócrita está todavía lleno de enemistad contra el Señor y, por lo tanto, nunca podrá deleitarse en el Señor. e. La corriente, la crema y la fuerza del deleite de un hipócrita corre hacia sí mismo, hacia esta o aquella concupiscencia, hacia esta o aquella relación, hacia esta o aquella comodidad de las cosas creadas, hacia este o aquel disfrute mundano, o hacia sus artes, capacidades,
dones, privilegios, etc. Por lo tanto, ¿cómo puede deleitarse en el Todopoderoso? Un hipócrita siempre limita su deleite en algo de este lado, y no en Dios, Cristo y el cielo. Observa, así como el árbol de albaricoque está firmemente arraigado en la tierra, aunque se inclina contra la pared, así mismo el deleite del hipócrita todavía está firmemente arraigado en aquella u otra comodidad de las cosas creadas, aunque se incline hacia Dios, hacia Cristo y hacia el cielo. Ni Dios ni Cristo son nunca el objeto adecuado del deleite de un hipócrita. Un hipócrita no tiene un principio interno para deleitarse en el Dios santo; tampoco puede deleitarse sincera, divina y habitualmente en los deberes santos. Un hipócrita puede reformar muchas cosas malas y puede hacer muchos deberes buenos y, sin embargo, todo lo que es cambiado y alterado son solamente sus prácticas, pero no su corazón o principios. Observa, aunque un hipócrita no tiene nada en él que sea esencial para un cristiano como cristiano, puede ser la completa semejanza de un cristiano en todas aquellas cosas que no son esenciales para él. Un hipócrita puede ser el retrato completo de un cristiano sincero en todos los aspectos externos de la religión, pero si observas sus principios y la manera de cumplir con sus deberes santos, lo encontraremos cojo y defectuoso, y tan diferente de un cristiano sincero tal como la estatua de Mical era diferente de la de David (1 S. 19:13-16). Y esto al final resultará en el gran golpe, el gran dislocamiento del cuello de los hipócritas. ¡Oh señores! Es considerable que los motivos externos y los principios naturales hayan llevado a muchos paganos a hacer muchas cosas grandes y gloriosas en el mundo. ¿Acaso Sísara no hizo cosas tan grandes como Gedeón? La diferencia consiste únicamente en que las grandes
cosas que hizo Gedeón, las hizo por principios más espirituales y consideraciones más elevadas que las que impulsaron a Sísara. ¿Y no holló Diógenes las cosas grandes y gloriosas de este mundo tanto como Moisés? (Heb. 11:24). La diferencia consiste únicamente en esto: que Moisés holló las cosas brillantes y galantes de este mundo a partir de principios interiores de gracia: la fe, el amor, etc., y a partir de consideraciones elevadas y gloriosas: el cielo, la gloria de Dios, etc. Por el otro lado, Diógenes solo las holló a partir de principios pobres y bajos, y a partir de meras consideraciones externas y carnales. El favor de los hombres, el ojo de los hombres, los elogios de los hombres, el aplauso de los hombres y un gran nombre entre los hombres, eran manzanas de oro y grandes cosas entre los filósofos. La aplicación es fácil. Observa, un cristiano sincero se fija tanto en la manera como en la esencia de sus deberes; actúa y cumple sus deberes no solo a partir de la fuerza de las capacidades y las cualificaciones adquiridas, sino a partir de la fuerza de la gracia y los hábitos infundidos. Actúa a partir de Dios y para Dios; actúa a partir de un corazón nuevo; actúa a partir de la ley escrita en su corazón; actúa a partir del amor de Dios derramado en su corazón; actúa a partir de la naturaleza divina que le ha sido comunicada; actúa a partir de la morada del Espíritu en su corazón; actúa a partir del temor de Dios establecido en su corazón.[59] Estos son las fuentes y los principios de la vida y acciones espirituales de un cristiano sincero y, donde estos actúan y rigen, no es de extrañar que haya tales inclinaciones y actos que el mundo pueda admirar pero no imitar.
La vida de Pablo, después de su conversión, fue una especie de milagro constante. Hizo tanto, sufrió tanto y se negó a sí mismo tanto, que si viviera en estos días su vida sería un milagro. Pero si consideramos los principios por los que era puesto en acción, la gran maravilla será no que hiciera tanto, sino que no hizo más. «Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí» (Ga. 2:20). Fueron unas grandes palabras del bendito Bradford de que él no podía dejar un deber hasta que hubiera encontrado comunión con Cristo en el deber y hasta que hubiera llevado su corazón dispuesto al deber; no podía dejar la confesión hasta que hubiera encontrado su corazón conmovido, quebrantado y humillado por el pecado; no podía dejar la petición hasta que hubiera encontrado su corazón cautivado con las bellezas de las cosas deseadas y procurado su cumplimiento; no podía dejar la acción de gracias hasta que hubiera encontrado su espíritu ensanchado y su alma vivificada en el retorno de las alabanzas.[60] Y fueron unas grandes palabras de otro de «que nunca podía estar tranquilo hasta que encontrara a Dios en cada deber, y disfrutara de la comunión con Dios en cada oración». «¡Oh Señor, —decía— nunca vengo a ti sino por ti, nunquam abs te absque te recedo [nunca me voy de ti sin ti]».[61] Un cristiano sincero está cautivado por Cristo por encima de todo, no puede estar satisfecho ni contento con los deberes u ordenanzas sin gozar de Cristo en ellos, quien es la vida, el alma y la substancia de ellos. Pero los hipócritas realizan los deberes, pero todo lo que realizan es
a partir de principios comunes, de principios naturales y de un corazón no santificado, y eso lo estropea todo. Remigio, un juez de Lorraine, cuenta esta historia: el diablo en esas partes solía dar dinero a las brujas, el cual parecía ser buena moneda —a primera vista parecía ser verdadera—, pero al ser guardada por un tiempo, luego se mostraba ser nada más que hojas.[62] Los hipócritas hacen una gran profesión; se dedican en gran medida a las acciones externas de la religión; muestran una apariencia muy buena; oyen, leen, oran, ayunan, cantan salmos y dan limosna; pero estos deberes se convierten todos en hojas al no ser realizados a partir de un principio de amor divino, ni a partir de un principio de vida espiritual, ni a partir de un estado santificado del corazón. Todos [estos deberes] quedan perdidos, y sus autores desechados y acabados para siempre.
12. E
P
D
Ningún hipócrita en el mundo ama la Palabra, se deleita en la Palabra o aprecia la Palabra, ya que es una Palabra santa, una Palabra espiritual, una Palabra hermosa, una Palabra pura, una Palabra limpia. «Sumamente pura es tu palabra, y la ama tu siervo» (Sal. 119:140). No existen corazones que puedan amar la Palabra, deleitarse en la Palabra y abrazar la Palabra por su santidad, pureza y espiritualidad, sino los corazones del hombres que son conforme al corazón de Dios.[63] Sé testigo de lo que Pablo dijo: «De manera que la ley a la verdad es santa, y el mandamiento santo, justo y bueno» (Ro. 7:12). Bien, ¿y entonces qué? Pues dice él: «Según el hombre interior, me deleito en la ley de Dios» (v. 22). Pero, ¿eso es todo? No; dice en el versículo 25 lo siguiente: «Yo mismo con la mente sirvo a la ley de Dios». El santo Pablo se deleita en la ley como santa, y sirve a la ley como santa, justa y buena. Un corazón sincero es el único corazón que se ve cautivado por la Palabra por su espiritualidad, pureza y belleza celestial. Nadie puede regocijarse en la Palabra como Palabra santa, ni nadie puede saborear dulzura alguna en la Palabra como Palabra pura, sino los cristianos sinceros. «Los mandamientos del Señor son rectos, que alegran el corazón; el precepto del Señor es puro, que alumbra los ojos. El temor del Señor es limpio (es decir, la doctrina de la Palabra que enseña el verdadero temor a Dios), que permanece para siempre; los juicios del Señor son verdad, todos justos. Deseables son más que el oro, y más que mucho oro afinado; y dulces más que miel, y que la que destila del panal» (Sal. 19:8-10).[64]
La Palabra de Dios, dado que es una Palabra pura, una Palabra espiritual, una Palabra limpia, una Palabra santa, hace regocijar al corazón sincero y es más dulce que la miel que destila del panal. La Palabra, dado que es una Palabra pura y una Palabra santa, es más dulce para un cristiano sincero que esas gotas que caen inmediata y naturalmente sin ninguna fuerza o habilidad, la cual es considerada como la miel más pura y dulce. No hay provecho, ni placer, ni gozo, comparado con lo que la pureza de la Palabra produce a un corazón sincero. «Alzaré asimismo mis manos a tus mandamientos que amé» (Sal. 119:48). A veces el alzar las manos indica admiración. Cuando los hombres se asombran y se extasían, alzan sus manos. «Alzaré mis manos a tus mandamientos», [como si hubiera dicho]: «Admiraré la bondad, la espiritualidad, la santidad, la justicia, la pureza y la excelencia de tus mandamientos». Lutero se complacía tan dulcemente y se deleitaba tan excelentemente en la Palabra que no tomaría todo el mundo por una hoja de la Biblia. Rabí Chiia, en el Talmud de Jerusalén, dice que «en su consideración todo el mundo no tiene el mismo valor que una sola palabra de la ley». Los mártires daban una carga de forraje por unos pocos capítulos de la Biblia en inglés. Algunos de ellos dieron sus tesoros por una Biblia. Ellos estaban tan deleitados y cautivados por la Palabra, ya que era una Palabra santa, una Palabra pura, una Palabra espiritual. Dicen que los delfines aman la música. Y de la misma manera los cristianos sinceros aman la música de la Palabra. Está documentado que María pasaba un tercio de su tiempo leyendo la Palabra, pues estaba tan afectada y encantada por la santidad y pureza de ella. Estando el rey
Eduardo VI procurando tomar algo que estaba por encima del alcance de su corto brazo, alguien de los que estaban allí, viendo una Biblia en relieve sobre la mesa, se ofreció a ponerla bajo sus pies para elevarlo, pero al buen joven rey le disgustó la idea, y en vez de ponerla bajo sus pies, se la puso en el corazón, para expresar el gozo y el deleite que sentía por la santa Palabra.[65] Pero el hipócrita —desde que hay uno en el mundo— nunca ha amado a Dios como a un Dios santo, ni ha amado a Su pueblo como a un pueblo santo, ni ha amado Sus caminos como caminos santos, ni ha amado Su Palabra como una Palabra santa. No hay hipócrita en el mundo que pueda decir verdaderamente como David: «Tu palabra es muy pura; por eso la ama tu siervo». Saúl nunca pudo decir así, ni Acab pudo decir así, ni Herodes pudo decir así, ni Judas pudo decir así, ni Demas pudo decir así, ni Simón el Mago pudo decir así, ni los escribas y fariseos pudieron decir así, ni el oyente de la tierra pedregosa pudo decir así, ni los hipócritas de Isaías pudieron decir así (Is. 58). Es cierto que algunos de ellos se regocijaron en la Palabra y se deleitaron en ella, pero no como una Palabra santa y una Palabra pura, pues entonces se habrían regocijado y deleitado en toda la Palabra de Dios, ya que cada parte de la Palabra de Dios es pura y santa. Los hipócritas a veces se ven afectados y deleitados con la Palabra cuando está vestida con bellas nociones elevadas, que no son más que misteriosas naderías; se encuentran cautivados con la Palabra cuando está ataviada con artes, capacidades y elegancia de frase; se complacen con la Palabra cuando es cubierta con un ingenio elegante, con expresiones suaves o con alguna elocución delicada.
«Y he aquí que tú eres a ellos como cantor de amores, hermoso de voz y que canta bien (o como puede leerse en hebreo: “Eres como uno que saca carcajadas”)» (Ez. 33:32). Estos hipócritas no consideraban la solemnidad y majestad de la Palabra sino como una seca carcajada. Dado que el profeta era elocuente y tenían un discurso agradable, ellos se veían cautivados por esto, y era tan dulce y deleitoso para ellos como una pieza de música, pero no se veían cautivados ni deleitados en absoluto con la espiritualidad, pureza y santidad de la Palabra, como es evidente en el versículo 31: «Y vendrán a ti como viene el pueblo, y estarán delante de ti como pueblo mío, y oirán tus palabras, y no las pondrán por obra; antes hacen halagos con sus bocas, y el corazón de ellos anda en pos de su avaricia». Crisóstomo dio esta fuerte reprimenda a sus oyentes: «Esto es —dijo— aquello que puede destruir sus almas: oyen a sus ministros como a tantos juglares, con propósito de complacer el oído y no para atravesar la conciencia». Agustín confiesa que, antes de su conversión, se deleitaba en los sermones de Ambrosio más por la elocuencia de las palabras que por la substancia del asunto.[66] Los hipócritas se ven más cautivados por el ingenio, la elocuencia del discurso, la acción, la avidez de la imaginación, la suavidad del estilo, la pulcritud de la expresión y la rareza de la noción, que por la espiritualidad, la pureza y la santidad de la Palabra que oyen o leen. Estos hipócritas son como esos niños que se ven más cautivados por las flores finas que están esparcidas alrededor del plato que por la comida que está en el plato; y que están más cautivados por las hierbas rojas y las flores
azules que crecen en el campo que por el buen maíz que crece allí. Pero observa, así como el agricultor prudente se ve más cautivado por unos pocos puñados de grano sano que por todas las hierbas coloridas que hay en el campo, así mismo un cristiano sincero se ve más cautivado por unas pocas verdades sanas en un sermón que por todas las líneas fuertes, los énfasis altos y las florituras del ingenio, o que por algunas frases de acuñación nueva, algunas expresiones pintorescas o algunas nociones seráficas, con las cuales se puede adornar o vestir un sermón. Algunos se ven cautivados por la Palabra porque la profesión de ella atrae clientes a sus tiendas, y mantiene sus reputaciones en el mundo; otros se ven cautivados por la Palabra porque parece hacer cosquillas a sus oídos y complacer sus fantasías; algunos se ven afectados por los sermones debido a la elegancia del estilo, la delicadeza de las palabras, la suavidad del lenguaje y lo atractivo de la exposición. Y estos tratan a los sermones como muchos tratan a sus ramos de flores, que se componen de muchas flores dulces recogidas, las cuales, después de haberlas olido un rato, las arrojan a un rincón y nunca más les prestan atención. De la misma manera estos, después de haber elogiado un sermón y después de haber aplaudido en gran medida un sermón, desechan el sermón. Ellos huelen el sermón —si se me permite decirlo así— y dicen: «Es dulce, es dulce», y al poco tiempo lo tiran como un ramo que se ha marchitado y ya no sirve para nada. Pero un corazón sincero saborea la Palabra, la degusta y se ve afectado y cautivado por la Palabra, ya que es una Palabra santa, una Palabra espiritual, una Palabra pura, [Palabra] con la cual el hipócrita más refinado bajo el cielo nunca se ha visto
afectado ni cautivado, ni puede estarlo, mientras la hipocresía mantenga el trono en su alma.
13.
E
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Un hipócrita odia la luz, y prefiere ir al infierno en la oscuridad antes que venir a ser pesado en la balanza del santuario (Jn. 20). Un ministerio escudriñador del alma es para un hipócrita un ministerio atormentador. No es un hombre aquel nunca dejará tranquila su consciencia por su dinero. Él sabe que es como una silla de terciopelo, terciopelo por fuera y paja por dentro; sabe que es como un sepulcro blanqueado, glorioso por fuera y huesos muertos por dentro (Mt. 23:27-28). Por lo tanto, su corazón se levanta y se hincha contra tal hombre y tal ministerio que se dedica completamente a anatomizarlo y exponerlo a sí mismo y al mundo. Pero observa: así como el oro puro no teme ni al fuego ni al horno, ni a la prueba ni a la piedra de toque, ni a una balanza ni a otra, así mismo un corazón sincero se atreve a aventurarse a la prueba e incluso a la misma prueba de Dios mismo: «Examíname, oh Dios, y conoce mi corazón; pruébame y conoce mis pensamientos» (Sal. 139:23). Un cristiano sincero ruega a sus amigos que lo escudriñen y ruega a los ministros escudriñadores del alma que lo escudriñen, pero por encima de todo ruega fuertemente a Dios que lo escudriñe: «Examíname, oh Dios». La palabra hebrea יחָ ְק ֵר ִנes un imperativo: ordena a Dios que lo escudriñe. La palabra original significa un escudriñamiento estricto, minucioso y diligente (cf. Job 31:56). Un cristiano sincero está muy dispuesto y desea que Dios lo escudriñe profundamente, que Dios escudriñe en cada rincón y grieta de su corazón.
«Escudríñame, oh Señor, y pruébame; examina mis íntimos pensamientos y mi corazón» (Sal. 26:2). Cada palabra aquí tiene su importancia. «Pruébame, oh Señor», la palabra hebrea ( הצרופpruébame) significa fundir y, por consiguiente, probar por aquello que hace el descubrimiento más intrínseco y exacto. «Oh Señor, que mi corazón y mis íntimos pensamientos sean fundidos, para que pueda saber de qué metal están hechos, si de oro o de estaño». «Escudríñame», la palabra hebrea יבּחָ ֵנ ִנ ְ significa ver como cuando un hombre sube a una torre o colina alta para ver todo desde allí. «Sube a lo alto, oh Señor, toma la torre o la colina alta, para que puedas ver lo que hay en mí». «Examíname y conoce pensamientos», la palabra hebrea י ְונַסֵּ ִנproviene de ָ( הנָסnasah), que significa propiamente quitar y se aplica al hecho de quitarle a Abraham a su hijo (Gn. 22:1). «Señor —dice el profeta— si al escudriñarme y examinarme, hallas algún pecado, alguna criatura, algún consuelo, algún goce que esté en Tu lugar, quítalo, para que puedas ser el todo en todos para mí». Un cristiano sincero sabe que Dios nunca trae un par de platillos de la balanza para pesar sus gracias, sino solamente una piedra de toque para probar la veracidad de sus gracias; sabe que si su oro y su gracia son verdaderos, aunque sean tan poco, pasarán por reales para con Dios y, por lo tanto, es libre de aventurarse en el escudriñamiento más cercano de Dios: « La caña cascada no quebrará, y el pábilo que humea no apagará, hasta que saque a victoria el juicio» (Mt. 12:20). Ahora bien, observa, así como los que están en bancarrota no se preocupan por echar un ojo a sus cuentas debido a que saben que todo está mal, muy mal e incluso sumamente mal con ellas, así mismo los hipócritas no se
preocupan por venir a la prueba y a la examinación debido a que saben que todo está mal e incluso peor que mal para con ellos. Ellos no tienen ninguna mente para echar un ojo a sus estados espirituales debido a que en el fondo de la cuenta ellos deben ser puestos para leer su condenación: «Deshecho, deshecho».[67] Por lo tanto, así como las mujeres ancianas deformadas no pueden soportar mirarse en el espejo, no sea que descubran sus arrugas y deformidades, así mismo los hipócritas no pueden soportar mirarse en el espejo del evangelio, no sea que descubran y detecten sus deformidades, impiedades y maldades. He leído del elefante que se halla sumamente indispuesto en introducirse en el agua, pero cuando se le obliga a hacerlo, la enturbia, no sea que por la claridad de la corriente pueda discernir su propia deformidad. Del mismo modo, los hipócritas son muy reacios a mirar en sus propios corazones, o en las corrientes claras de las Escrituras, no sea que la deformidad y la fealdad de su alma se muestre para su propio terror y desconcierto. ¡Oh, señores! Observen, así como es una evidencia esperanzadora de que la causa del cliente sea buena cuando este está listo y dispuesto a entrar en un juicio, y así como es una señal esperanzadora de que el oro de un hombre sea oro verdadero cuando está dispuesto a llevarlo a la piedra de toque, y así como es un signo esperanzador de que el hombre prospera cuando está dispuesto a echar un ojo a sus libros, así también es una evidencia esperanzadora de que un cristiano es sincero para con Dios cuando se ve presto y dispuesto a aventurarse en la prueba de Dios, cuando está dispuesto a echar un ojo a sus libros y
a sus cuentas, para poder ver lo que vale para el otro mundo (Ga. 6:4-5). Agustín habla de una persona perspicaz, de quien solía decir que apreciaba mucho más ese poco de tiempo que reservaba constantemente cada día para la examinación de su conciencia, que toda la otra parte del día en la que pasaba en sus voluminosas controversias.[68] De todos los deberes de la religión, el hipócrita teme más el de la autoexaminación y el de aventurarse en el escudriñamiento y prueba de Dios. Bien, para terminar, aunque un hipócrita pueda engañar a todo el mundo —como ese falso Alejandro de la historia de Josefo—, Augusto no será engañado, el gran Dios no será engañado, pues Sus ojos son rápidos y penetrantes en todas las cosas, personas y lugares.[69] Observa, así como los ojos de un cuadro bien dibujado se clavan en ti en cualquier dirección a la que te vuelvas, así mismo los ojos del Señor se clavan en ti, oh hipócrita, en cualquier dirección a la que te vuelvas. Alguien dijo muy dignamente lo siguiente: «Si no puedes esconderte del sol, que es el ministro de luz de Dios, ¡cuán imposible será esconderte de Aquel cuyos ojos son diez mil veces más brillantes que el sol!»[70] El ojo de Dios muchas veces es muy espantoso para un hipócrita, lo que lo hace muy tímido para aventurarse en la prueba de Dios. Ningún hipócrita, desde que el mundo ha existido, ha amado o se ha deleitado jamás en ser escudriñado y probado por Dios. Y de esta manera te he mostrado los diversos peldaños en la escalera de Jacob, a los que ningún hipócrita bajo el cielo puede subir mientras siga siendo un hipócrita.
[1]
«Hypocrites detected» en The Complete Work of Thomas Brooks (Edinburgh: Nichol; London: Nisbet; 1867), 6:365-378. [2] «How far an hypocrite cannot a go» en A Cabinet of Jewels, en The Complete Work of Thomas Brooks (Edinburgh: Nichol; London: Nisbet; 1866), 3:436-466. [3] En este sermón hay un tercer punto, pero se ha eliminado dado que son exhortaciones o consecuencias prácticas particulares que Brooks da al parlamento [N. del T]. [4] Sozomeno, Historia Ecclesástica, lib. iii., cap. 1. Sócrates el Escolástico, Historia ecclesiastica, lib. ii., cap. 2 [5] Es considerado en la antigua mitología romana, el dios de los comienzos, las puertas, las transiciones, el tiempo, etc., representado con dos rostros [N. del T.] [6] Francesco Spiera (1502-1548) fue un abogado protestante italiano. Spiera dejó el catolicismo y se volvió al luteranismo, pero a causa de la presión de la inquisición romana, renunció a su fe protestante. Luego que volvió a su hogar un día, el «Espíritu» o la voz de su conciencia empezó a reprenderle por haber negado la verdad. Esto hizo que se convenciera de que era un réprobo — destinado al infierno—, e hizo que su salud se deteriorara gradualmente hasta que murió. La historia de Spiera se extendió por toda Europa, siendo utilizada como ejemplo en sermones y tratados que lidian con la desesperación y la apostasía [N. del T.] [7] Un corazón sincero es como la rosa roja, que, aunque por fuera no es tan fragante como la damascena, por dentro es mucho más cordial. Un corazón sincero es como la violeta, que crece baja, y se oculta a sí misma y a su propia dulzura, tanto como puede, con sus propias hojas. [8] [John] Knox, History of Scotland, p. 503 [9] «Es mejor que cien hipócritas perezcan, a que a un pobre cristiano careciera de su porción». —John Cotton, On the Covenant, p. 78. [10] Brooks acá probablemente esté haciendo referencia a Torshell (1644) y Sydenham (1654).
[11]
Erasmo de Rotterdam, Similia. Literalmente dice «ofrecer dinero por el Espíritu Santo como Simón el mago» [N. del T.] [13] Luciano. [14] «Fue una idea extraña de los Cerintios, y de aquellos Caini o Cainiani, como son llamados por algunos, que honraban a Judas el traidor como un poder divino y sobrehumano, y llamaban a su traición una bendita pieza de servicio, dado que, sabiendo cuánto la muerte de Cristo beneficiaría a la humanidad, lo traicionó hasta la muerte para salvar la raza de los hombres y para hacer una cosa agradable a Dios». —Ireneo, Aug. De Haeresi. [15] Es muy cierto lo que dijo un hombre pagano: Qui habet unum vitium habet omnia [El que tiene un solo vicio —reinante—, tiene todos los demás con él]. —Séneca, De Beneficiis, lib. v, cap. xv. [16] Suetonius [Julius Caesar]. [17] Después de que algunos hombres han hecho una larga y elevada profesión, una u otra concupiscencia amada, que nunca dejarían ir, separa a Cristo de ellos para siempre. [18] «Entonces no sería yo avergonzado, cuando atendiese a todos tus mandamientos» (Sal. 119:6). «Hubo en los días de Herodes, rey de Judea, un sacerdote llamado Zacarías, de la clase de Abías; su mujer era de las hijas de Aarón, y se llamaba Elisabet. Ambos eran justos delante de Dios, y andaban irreprensibles en todos los mandamientos y ordenanzas del Señor» (Lc. 1:5-6). «Quitado este, les levantó por rey a David, de quien dio también testimonio diciendo: He hallado a David hijo de Isaí, varón conforme a mi corazón, quien hará todo lo que yo quiero» (Hch. 13:22). [19] « Respondió Jesús y les dijo: De cierto, de cierto os digo que me buscáis, no porque habéis visto las señales, sino porque comisteis el pan y os saciasteis» (Jn. 6:26). « Guardaos de hacer vuestra justicia delante de los hombres, para ser vistos de ellos; de otra manera no tendréis recompensa de vuestro Padre que está en los cielos. [...] Y cuando ores, no seas como los hipócritas; porque ellos aman el orar en pie en las sinagogas y en las esquinas de las [12]
calles, para ser vistos de los hombres; de cierto os digo que ya tienen su recompensa. [...] Cuando ayunéis, no seáis austeros, como los hipócritas; porque ellos demudan sus rostros para mostrar a los hombres que ayunan; de cierto os digo que ya tienen su recompensa» (Mt. 6:1, 5, 16). «Tienen celo por vosotros, pero no para bien, sino que quieren apartaros de nosotros para que vosotros tengáis celo por ellos» (Ga. 4:17). «¿Por qué, dicen, ayunamos, y no hiciste caso; humillamos nuestras almas, y no te diste por entendido? He aquí que en el día de vuestro ayuno buscáis vuestro propio gusto, y oprimís a todos vuestros trabajadores» (Is. 58:3). «Habéis dicho: Por demás es servir a Dios. ¿Qué aprovecha que guardemos su ley, y que andemos afligidos en presencia de Jehová de los ejércitos?» (Mal. 3:14). « Habla a todo el pueblo del país, y a los sacerdotes, diciendo: Cuando ayunasteis y llorasteis en el quinto y en el séptimo mes estos setenta años, ¿habéis ayunado para mí? Y cuando coméis y bebéis, ¿no coméis y bebéis para vosotros mismos? ¿No son estas las palabras que proclamó Jehová por medio de los profetas primeros, cuando Jerusalén estaba habitada y tranquila, y sus ciudades en sus alrededores y el Neguev y la Sefela estaban también habitados?» (Zc. 7:5-7). «Y el hombre estaba maravillado de ella, callando, para saber si Jehová había prosperado su viaje, o no. Y cuando los camellos acabaron de beber, le dio el hombre un pendiente de oro que pesaba medio siclo, y dos brazaletes que pesaban diez» (Gn. 24:21-22). [20] Propter te, Domine, propter te [A ti, Señor, a ti]. Este fue el lema de alguien y sigue siendo el lema de todo cristiano sincero. [21] «Pero por cuanto eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca. Porque tú dices: Yo soy rico, y me he enriquecido, y de ninguna cosa tengo necesidad; y no sabes que tú eres un desventurado, miserable, pobre, ciego y desnudo. Por tanto, yo te aconsejo que de mí compres oro refinado en fuego, para que seas rico, y vestiduras blancas para vestirte, y que no se descubra la vergüenza de tu desnudez; y unge tus ojos con colirio, para que veas» (Ap. 3:16-18).
[22]
Σκύβαλον dicuntur quasi κυσιβαλα [“Inmundicia indecible” como si se dijera “aquello que es echado a los perros”]. Vide Bezam; vide A Lapide [Vida de Beza, vida de A Lapide]. [23] Richard Knolles, The General History of the Turks. [24] Gulielmus Abbas, Vite Sancti Bernardi abbatis, lib. 1., cap. 12 [25] Literalmente dice «Cristo» [N. del T.] [26] «Se levantarán los reyes de la tierra, y príncipes consultarán unidos contra Jehová y contra su ungido, diciendo: “Rompamos sus ligaduras, y echemos de nosotros sus cuerdas”» (Sal. 2:2-3). «Entonces él será por santuario; pero a las dos casas de Israel, por piedra para tropezar, y por tropezadero para caer, y por lazo y por red al morador de Jerusalén» (Is. 8:14). «Para vosotros, pues, los que creéis, él es precioso; pero para los que no creen: “La piedra que los edificadores desecharon, ha venido a ser la cabeza del ángulo”; y: “Piedra de tropiezo, y roca que hace caer”, porque tropiezan en la palabra, siendo desobedientes; a lo cual fueron también destinados» (1 P. 2:7-8). [27] Literalmente dice «Cristo» [N. del T.] [28] «Porque la vida fue manifestada, y la hemos visto, y testificamos, y os anunciamos la vida eterna, la cual estaba con el Padre, y se nos manifestó» (1 Jn. 1:2). «Y tú, Belén, de la tierra de Judá, no eres la más pequeña entre los príncipes de Judá; porque de ti saldrá un guiador, que apacentará a mi pueblo Israel» (Mt. 2:6). «porque los otros ciertamente sin juramento fueron hechos sacerdotes; pero este, con el juramento del que le dijo: “Juró el Señor, y no se arrepentirá: tú eres sacerdote para siempre, según el orden de Melquisedec”. [...] Porque tal sumo sacerdote nos convenía: santo, inocente, sin mancha, apartado de los pecadores, y hecho más sublime que los cielos» (Heb. 7:21, 26). «Porque Moisés dijo a los padres: El Señor vuestro Dios os levantará profeta de entre vuestros hermanos, como a mí; a él oiréis en todas las cosas que os hable» (Hch. 3:22). «Yo, la luz, he venido al mundo, para que todo aquel que cree en mí no permanezca en tinieblas» (Jn. 12:46). [29] Agustín de Hipona.
[30]
Anselmo, ¿Cur Deus Homo? [Dicha expresión no aparece en este escrito de Anselmo {N. del T.}] [31] Πρὸς τὰ γένη [El aborrecimiento aplica a todas las clases]. Aristóteles, Rethoric, 2.4.31 [LCL 193:200-201]. [32] Juan Crisóstomo. [33] El doctor Sibbes, en su Soul’s Conflict [Conflicto del alma], hace del aborrecimiento al pecado el carácter más seguro y constante de un alma llena de gracia. [34] Brooks hace referencia a la tibieza en cuanto a que habían dejado su primer amor [N. del T.] [35] Los abogados a menudo discrepan en el tribunal, pero están muy de acuerdo cuando se reúnen en la taberna. [36] Probablemente Brooks hace referencia a Nicolás de Lyra (1270–1349), un maestro franciscano [N. del T.] [37] «En cuanto a lo sacrificado a los ídolos, sabemos que todos tenemos conocimiento. El conocimiento envanece, pero el amor edifica. 2 Y si alguno se imagina que sabe algo, aún no sabe nada como debe saberlo» (1 Co. 8:1-2). «Mas esta gente que no sabe la ley, maldita es» (Jn. 7:49). «Respondieron y le dijeron: Tú naciste del todo en pecado, ¿y nos enseñas a nosotros? Y le expulsaron» (Jn. 9:34). [38] Lunes y jueves eran los días de ayuno de los fariseos, porque Moisés subió al monte un jueves y bajó un lunes, dice Drusius. [39] El poeta Attius, aunque era enano, quería ser pintado alto de estatura [Cicerón, Brutus, 28]. La aplicación al hipócrita es fácil. [40] Eusebio de Cesarea, Historia Eclesiástica, lib. 4, cap. 13. [41] Génesis 31 desde el versículo 38 al 41: «La menor misericordia —dice Jacob— vale más que yo, y pesa más que yo». [42] Job era incomparable en cuanto a esas perfecciones y grados de gracia, de integridad, de santidad, que había alcanzado más que cualquier otro santo del mundo en su tiempo y en su época. [43] Literalmente «divinidad» [N. del T.] [44] Vide Estium, Bezam, etc. [45] Hil. Mic, p. 376.
[46]
Cipriano, De Oratione Dominica. Gn. 32:24-29; Os. 12:3-4; Mt. 15:22-28. [48] La oración es porta coeli [la puerta del cielo], clavis paradisi [la llave que nos permite entrar en el paraíso]. [49] «Ciertamente, si habiéndose ellos escapado de las contaminaciones del mundo, por el conocimiento del Señor y Salvador Jesucristo, enredándose otra vez en ellas son vencidos, su postrer estado viene a ser peor que el primero. Porque mejor les hubiera sido no haber conocido el camino de la justicia, que después de haberlo conocido, volverse atrás del santo mandamiento que les fue dado. Pero les ha acontecido lo del verdadero proverbio: El perro vuelve a su vómito, y la puerca lavada a revolcarse en el cieno» (2 P. 2:20-22). «... porque Demas me ha desamparado, amando este mundo, y se ha ido a Tesalónica. Crescente fue a Galacia, y Tito a Dalmacia» (2 Ti. 4:10). [50] «Estas cosas os he hablado para que en mí tengáis paz. En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo» (Jn. 16:33). «... confirmando los ánimos de los discípulos, exhortándoles a que permaneciesen en la fe, y diciéndoles: Es necesario que a través de muchas tribulaciones entremos en el reino de Dios» (Hch. 14:22). «Por lo demás, me está guardada la corona de justicia, la cual me dará el Señor, juez justo, en aquel día; y no solo a mí, sino también a todos los que aman su venida» (2 Ti. 4:8). [51] «Porque el amor de Cristo nos constriñe, pensando esto: que si uno murió por todos, luego todos murieron» (2 Co. 5:14). «Sé vivir humildemente, y sé tener abundancia; en todo y por todo estoy enseñado, así para estar saciado como para tener hambre, así para tener abundancia como para padecer necesidad. Todo lo puedo en Cristo que me fortalece» (Fil. 4:12-13). «Porque ninguno de nosotros vive para sí, y ninguno muere para sí. Pues si vivimos, para el Señor vivimos; y si morimos, para el Señor morimos. Así pues, sea que vivamos, o que muramos, del Señor somos» (Ro. 14:7-8). [52] Los judíos vendieron a Cristo por treinta peniques, y los romanos vendieron treinta de ellos por un penique, como relata Josefo. [47]
[53]
El zorro, cuando cae en una trampa, aúlla lastimosamente, pero solo para salir. Ellos adoraban al Señor como los indios adoran al diablo, para que no les haga daño. [54] Tal como los perros (bestias brutas) y los indios hacen cuando son punzados por el hambre. [55] Se cuenta que cuando el tirano Trajano ordenó que se desgarrara y se destripara a Ignacio, encontraron a Jesucristo escrito en su corazón con caracteres de oro. He aquí un corazón que vale oro. Ese es en verdad el cristiano de oro, cuyo corazón está escrito en todos sus deberes y servicios. [56] Ningún hombre puede comprender los misterios espirituales por la razón carnal. [57] En Job 27:10, Job habla del hipócrita, como es evidente en el versículo 8. [58] Deleitarse en Dios es Christianorum propia virtus [es la virtud propia del cristiano], dijo Jerónimo. [59] «Porque si tú fuiste cortado del que por naturaleza es olivo silvestre, y contra naturaleza fuiste injertado en el buen olivo, ¿cuánto más estos, que son las ramas naturales, serán injertados en su propio olivo?» (Ro. 11:24). «Esparciré sobre vosotros agua limpia, y seréis limpiados de todas vuestras inmundicias; y de todos vuestros ídolos os limpiaré» (Ez. 36:25). «Pero este es el pacto que haré con la casa de Israel después de aquellos días, dice Jehová: Daré mi ley en su mente, y la escribiré en su corazón; y yo seré a ellos por Dios, y ellos me serán por pueblo» (Jer. 31:33). «Y si nuestra injusticia hace resaltar la justicia de Dios, ¿qué diremos? ¿Será injusto Dios que da castigo? (Hablo como hombre)» (Ro. 3:5). «... que Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo, no tomándoles en cuenta a los hombres sus pecados, y nos encargó a nosotros la palabra de la reconciliación» (2 Co. 5:19). «... por medio de las cuales nos ha dado preciosas y grandísimas promesas, para que por ellas llegaseis a ser participantes de la naturaleza divina, habiendo huido de la corrupción que hay en el mundo a causa de la concupiscencia...» (2 P. 1:4). «... para que habite Cristo por la fe en vuestros corazones, a fin de que, arraigados y cimentados en
amor...» (Ef. 3:17). «Examinaos a vosotros mismos si estáis en la fe; probaos a vosotros mismos. ¿O no os conocéis a vosotros mismos, que Jesucristo está en vosotros, a menos que estéis reprobados?» (2 Co. 13:5). [60] John Foxe, Acts and Monument. [61] Bernardo de Claraval, Epistolae, 116 [PL 182:263] [62] Los cuatro tratados de [John] Preston. [63] Lutero dijo que no viviría en el paraíso —si pudiera— sin la Palabra, y que con la Palabra podría vivir en el mismo infierno. [64] Estos diversos títulos —ley, estatutos, testimonio, mandamientos, juicios— se usan indistintamente para toda la Palabra de Dios, comúnmente distinguida en la ley y el evangelio. [65] Sir. John Hayward in vita. [66] Agustín de Hipona, Confesiones, lib. 5.13.23, 14.24. [67] Una evidencia falsa es el fruto de un escudriñamiento ligero y superficial. [68] Agustín de Hipona, In Sal. 33, con. 2. [69] «Porque sus ojos están sobre los caminos del hombre, y ve todos sus pasos. No hay tinieblas ni sombra de muerte donde se escondan los que hacen maldad» (Job 34:21-22). «Porque los ojos de Jehová contemplan toda la tierra, para mostrar su poder a favor de los que tienen corazón perfecto para con él. Locamente has hecho en esto; porque de aquí en adelante habrá más guerra contra ti» (2 Cr. 16:9). «Porque los caminos del hombre están ante los ojos de Jehová, y él considera todas sus veredas» (Pr. 5:21). « Los ojos de Jehová están en todo lugar, mirando a los malos y a los buenos» (Pr. 15:3). [70] Ambrosio de Milán, De Officiis, lib. 1, cap. 14.