Desoille Robert - El Sueño Despierto En Psicoterapia.pdf

January 12, 2017 | Author: etzelet | Category: N/A
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ROBERT DESOILLE ___

EL SUEÑO DESPIERTO EN PSICOTERAPIA ENSAYO SOBRE LA FUNCIÓN REGULADORA DEL INCONSCIENTE COLECTIVO ____

Serie ROBERT DESOILLE TRADUCIDO Libros gratuitos digitales Colección TRAS LA SENDA DEL AUTOR TRADUCCIONES OLVIDADAS EDICIONES TORRE DE LOS PERDIGONES - SU EMINENCIA SEVILLA 2013

-EDICIÓN NO COMERCIAL-

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[PÁGINA EN BLANCO]

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EL SUEÑO DESPIERTO EN PSICOTERAPIA ENSAYO SOBRE LA FUNCIÓN REGULADORA DEL INCONSCIENTE COLECTIVO Por ROBERT DESOILLE

. Sigmund Freud (Introduction à la Psychanalyse, p. 266 [Introducción al psicoanálisis, Alianza Editorial, p. 277]).

Serie ROBERT DESOILLE TRADUCIDO Libros gratuitos digitales Colección TRAS LA SENDA DEL AUTOR TRADUCCIONES OLVIDADAS EDICIONES TORRE DE LOS PERDIGONES - SU EMINENCIA SEVILLA 2013

-EDICIÓN NO COMERCIAL-

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Autor: Robert Desoille Título original: LE RÊVE ÉVEILLÉ EN PSYCHOTHÉRAPIE Essai sur la fonction de régulation de l’inconsciente collectif

Editorial: PRESSES UNIVERSITAIRES DE FRANCE 108, Boulevard Saint-Germain, Paris

Copyright by Presses Universitaires de France 1945.

__ Traducido por: Miguel Álvarez Trigo Serie ROBERT DESOILLE TRADUCIDO Libros gratuitos digitales

Colección TRAS LA SENDA DEL AUTOR TRADUCCIONES OLVIDADAS EDICIONES Torre de los Perdigones - Su Eminencia SEVILLA 2013 -EDICIÓN NO COMERCIAL___

[ -P. 18-19 de la obra-]

Traducción sin ningún interés de índole económico; en pasos a incorporarla a los comunes bienes culturales del idioma hispánico. Sevilla 8 de mayo de 2013 _____

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ANEXO Nota del que traduce: El autor nos indica en la página 1 y 11, y más claramente en la 143, que este libro tiene vinculaciones con su primera obra Exploración de la afectividad subconsciente por el método del sueño despierto. Como en ella explicó detalladamente el modo de provocar el sueño despierto aquí se limita a hacerlo sucintamente. Si al lector no le queda claro este específico dato le recomiendo leerlo en dicha primera obra; Desoille da por hecho, implícitamente, en la p. 143, que quien lee su segunda obra conoce la primera. Ambos libros, traducidos sin ningún interés de carácter económico, podrán localizarse a través de los usuales catálogos digitales gratuitos. Los sentimientos que me llevan por estos derroteros considero que están bien descritos en la nota introductoria que incorporé en la anterior traducción; por ello, a modo de asumida enseña, aquí también la muestro, es ésta: Brevísimo apunte en cuanto a los orígenes de esta traducción. Ahondar en la sensación de ingravidez, aquella que en sueños o en parecidas situaciones alguna que otra vez la he experimentado, ha sido el motivo principal que me ha llevado a conocer la obra de este original psicoterapeuta; no me ha defraudado, al contrario, me ha abierto insospechadas puertas. Lo que me sorprende es que su Obra no esté traducida al habla hispana. Deben de haberse reunido circunstancias adversas, históricas o de cualquier otra índole para tan lamentable olvido. Lo único traducido es su obra póstuma, dos libros, El caso María Clotilde, y Lecciones sobre ensueño dirigido en psicoterapia. Estos dos escritos son muy buenos para un acercamiento a su método y a la personalidad de este investigador. Después de haberlos leído, mi tendencia a desfacer entuertos me ha hecho localizar aquellos no traducidos. He sugerido la publicación a varias editoriales pero ha sido un fallido intento. Así que debatiéndome entre el afán de colmar mi necesidad de leerlos y también el de rebelarme ante esta laguna cultural he decidido, apoyándome en que también tengo un carácter cuidadoso y perseverante, asumir la labor de traer a nuestro común idioma lo publicado por este originalísimo y atípico investigador. Necesito indicar, ya que a mí me ha conmovido grandemente, que toda la actividad investigadora desarrollada por Desoille la hizo desde la gratuidad; él no cobraba a sus pacientes ni a los terapeutas que llegaban para aprender su técnica; su profesión de ingeniero industrial era la fuente de sus ingresos; aunque se ve claramente que su verdadera pasión estaba en la investigación psicológica y terapéutica. ______ 5

Datos técnicos en cuanto a esta traducción

Esta traducción consta de doble paginación, la propia a pie de página (283 páginas-folio) y la intercalada en el texto, entre paréntesis y en negrita (388 págs.), que indica estrictamente donde comienza cada página del libro original en francés; éste corresponde a la 1ª edición francesa editada en París en el año 1945. Se facilita de esta manera la posible labor de contrastación. El índice, al final del libro, tiene en cuenta ambas numeraciones. He realizado una ligera variación en esta versión que considero hace más cómoda la lectura del libro, y es que las notas que hay a pie de página las completo en la misma página en que comienza; en el libro original, según el tamaño de la nota, aparece distribuida por sucesivas páginas. La obra la he intentado traducir lo más literalmente posible y tratando de respetar su ritmo expositivo mientras no dificulte el entendimiento de su contenido. Considero que es versión suficientemente fidedigna. En los párrafos entre corchetes, [ ], -a veces en letra pequeñita- introduzco términos que en el texto original se dan por sobrentendidos y también introduzco anotaciones que considero necesarias en cuanto a la propia traducción. Los cinco libros publicados en francés por Robert Desoille se encuentran disponibles en la Biblioteca de la Facultad de Psicología de la Universidad de Sevilla, España. _________

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A la memoria de mi mujer Lucie Desoille quien fue, en una búsqueda proseguida juntos, mi colaboradora y mi inspiradora incomparable

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(Página, 1) INTRODUCCIÓN

Cuando he publicado Exploración de la afectividad subconsciente por el método del sueño despierto, me había propuesto simplemente presentar una técnica e indicar las aplicaciones que se podía hacer con ella pero sin entrar en los detalles. Pensaba que tenía que interesar especialmente a los médicos y a los psicoanalistas y esto es lo que bien parece haberse producido en el extranjero (1). En cambio, en Francia, mi libro parece haber primero atraído la atención de los filósofos. Por eso, cuando he sido animado por los médicos a hacer yo mismo la aplicación de esta técnica para determinados casos de neurosis, no he dudado en hacerlo pensando que, en nuestro país, el psicoanalista es mucho más un facultativo que ejerce su profesión que un investigador; así pues si se desea serle útil, no basta con indicarle algunos principios generales, es necesario entrar en todos los detalles de la técnica, aplicada ésta al problema que le interesa: la curación de los trastornos psíquicos. Este es el objetivo de esta obra la cual está dividida en tres partes. La primera pone de manifiesto una condición para la curación que, si dicha condición no puede ser satisfecha por el paciente, el resultado es el fracaso. La segunda es la descripción o informe de una serie de sesiones hechas con cinco sujetos [(el autor recurre usualmente a esta genérica expresión sinónimo de: individuo, persona, paciente)]. La lectura completa de esta segunda parte no es indispensable para quien no desee iniciarse en los detalles de la técnica del sueño despierto dirigido. Aconsejo pues, para una primera lectura, limitarse a leer, por ejemplo, los informes de algunas de las sesiones de Alice. La tercera parte de este libro, a la lectura de la cual el lector podrá pasar seguidamente, es una ____ (1) El Dr. Guillerey, de Lausana [(Suiza)], en particular, ha elaborado una nueva técnica inspirándose, al principio, en mis primeros trabajos. La guerra me ha impedido seguir sus investigaciones personales; no he podido, lamentándolo mucho, tener en cuenta, en este libro, los resultados que tiene obtenidos y que sé son muy interesantes.

(P. 2) exposición crítica del proceso de la cura y una visión de conjunto sobre los mecanismos de nuestras representaciones en función de nuestro estado afectivo. La presentación de los casos que he tenido que tratar me ha llevado a exponer determinados puntos de vistas personales. En efecto, no se puede justificar el empleo de ciertos procedimientos más que en función de la representación que nos hacemos de la psique y de los mecanismos de los fenómenos psicológicos. En una ciencia tan nueva como 9

la psicología, tales enfoques no pueden ser más que muy efímeros y sobre todo hay que pedirles que nos sugieran nuevas experiencias y no, ya, que nos entreguen una exacta cuenta de los fenómenos que observamos. Siendo esto verdad para todas las teorías actuales, el lector comprenderá que tenga pocas preocupaciones a encontrarme en contradicción con algunas corrientes de ideas, por muy extendidas como puedan éstas encontrarse. De este modo, sin mayor motivo, he tomado de escuelas muy diversas aquellas de sus explicaciones las cuales me parecen que mejor dan cuenta de lo que tengo observado y, para los hechos que parecen haber escapado hasta ahora a la mayoría de los psicólogos, propondré mis puntos de vistas personales sin darles otro valor más que el de hipótesis de trabajo. He conservado de la técnica de E. Caslant [(en Exploración de..., da más detalles sobre este autor)] lo que de esencial valor ella tiene: las sugerencias de la ascensión, o del descenso, de las cuales él ha sido el primero en observar los efectos tan notables. Me he visto obligado a utilizar expresiones de la terminología de diversos autores. Estos términos son actualmente de un uso lo suficientemente corriente como para que, manteniéndoles su significado habitual, ninguna confusión resulte de ello. Para la interpretación de los hechos, he adoptado los enfoques teóricos del psicoanálisis, muy especialmente las nociones de inconsciente colectivo y la de arquetipo de C. G. Jung que, en razón de su importancia, las recuerdo aquí al mismo tiempo que la definición del inconsciente personal (1). . La experiencia de la que habla C. G. Jung, sólo está descrita de manera fragmentaria por este autor que no indica ninguna técnica especial para rehacerla. La técnica del sueño despierto dirigido ha sido elaborada independientemente de las ideas de C. G. Jung cuyos trabajos no los he conocido sino mucho tiempo después del principio de mis investigaciones. Pero las interpretaciones que da C. G. Jung de las manifestaciones del inconsciente también están confirmadas por mis propias experiencias, así que me resultaba casi imposible no interpretarlas, yo mismo, según las opiniones de este eminente psicólogo. 10

En fin empleo el término de sublimación, de una manera más completa al sentido que tiene éste en psicoanálisis, por la noción de adquisición psicológica. El término que traduciría mejor mi pensamiento sería el de hominización [(humanización)] empleado por Édouard Le Roy [Filósofo y matemático francés (1870-1954)] o el de individuación empleado por C. G. Jung, pero dichos términos no implican la idea de sublimación tal como la concebía Freud. El lector tendrá a bien acordarse que debe entender la palabra sublimación en el sentido más amplio de sublimación-humanización. Además he empleado el término Sí-mismo en un sentido más restringido ____ (1) Como se verá en esta obra, estoy tentado de atribuir al inconsciente colectivo una mayor realidad a la que C. G. Jung no recurre.

(P. 4) del que C. G. Jung le atribuye a éste. El Sí-mismo en esta obra, designa un estado límite: un máximo de humanización, hacia el cual tiende la conciencia. La técnica empleada aparecerá en la relación detallada de las sesiones de realizadas por algunos sujetos bajo mi dirección. Esta técnica consiste esencialmente en colocar al sujeto en un estado de relajación muscular lo más completamente posible, después en mantenerlo en un estado psíquico que es exactamente el del período de pre-adormecimiento durante el cual el juicio no está aún completamente obnubilado, pero dónde la disociación de la imaginación y del espíritu crítico es tal que, el espíritu crítico no controlando prácticamente ya a aquélla, puede ésta jugar libremente. Se puede entonces penetrar en el inconsciente colectivo por la simple sugerencia de subir o descender. El lector, con conocimiento de los conceptos de C. G. Jung, comprenderá en seguida el significado profundo de esta sugerencia: ella no es más que el empleo o aplicación de, lo que este autor ha llamado, un arquetipo y que él lo define del siguiente modo (1): . Partiendo de las ideas de C. G. Jung, podemos mejor comprender que la imagen de la ascensión o la del descenso constituyen un arquetipo extremadamente poderoso. Este autor explica, en efecto, la formación de los arquetipos por la repetición de situaciones típicas como lo son los fenómenos periódicos de la naturaleza. No es la imagen del fenómeno físico que está fijada en el inconsciente por esta repetición, sino las fantasías provocadas por la emoción que acompaña a este fenómeno. Ahora bien, de todos los fenómenos naturales, la sucesión del día a la noche es la más frecuente. La salida y la ascensión del sol ahuyentan los terrores nocturnos, aportan el bienestar físico y moral y nos disponen al optimismo. La caída del día y la aparición de las tinieblas nos disponen a la tristeza y a la depresión. Estos sentimientos están perfectamente expresados en las láminas y que ilustran la obra Exploración de la afectividad sub____ (1) Loc. cité.; p. 85.

(P. 5) consciente por el método del sueño despierto. Comprendemos entonces fácilmente que la sugerencia , haciendo actuar una muy potente imagen inconsciente, provoca la aparición de todas las formas de sentimientos y emociones vinculadas a esta 11

imagen. Las visiones del sueño despierto son exactamente lo que Jung ha llamado las . Como tales, El lector quizá esté tentado de considerarlas como manifestaciones de una pura y simple introversión. Si esta introversión se producía espontánea e involuntariamente, sería ciertamente mórbida. Pero es un acto voluntario y, además, orientado. Los resultados muestran que el sujeto modifica su comportamiento, en la vida normal, en el sentido de una mejora. Eso solo da cuenta y justifica el empleo del procedimiento. Además, esto no invalida en nada la interpretación psicoanalítica; es el criterio global a llevar en el método el que puede modificarse. Resulta del valor terapéutico de este procedimiento que he tratado de efectuar en las experiencias descritas en la presente obra. Haciendo, con C. G. Jung, la distinción entre el inconsciente personal y el inconsciente colectivo, tengo que indicar que sería falso establecer una rígida distinción entre estos dos aspectos del inconsciente. En el transcurso de su evolución afectiva, la energía psíquica (la libido) de un individuo no puede fijarse más que según un número limitado de posibilidades que, por definición, pertenecen al inconsciente colectivo de tal modo que lo que pertenecía ayer al inconsciente colectivo pasa a ser, hoy, del inconsciente personal. Si se me permite emplear una imagen, el inconsciente personal es un poco como el líquido encerrado en una membrana porosa sumergida, ésta, en otro líquido que representaría al inconsciente colectivo. Los intercambios osmóticos entre los dos líquidos son posibles, pero la existencia de la membrana nos permite distinguirlos. Durante el sueño despierto, la energía psíquica pondrá en juego las fantasías de la libre imaginación y el simbolismo de las imágenes nos informará en seguida sobre ____ (1) C. G. Jung, Métamorphoses et symboles de la libido, Éditions Montaigne, Paris, p. 169.

(P. 6) las diversas tendencias del sujeto. El sueño despierto nos entregará, al principio, todas las fantasías del inconsciente personal; después, -si no hay fijación neurótica- nos adentraremos poco a poco en el inconsciente colectivo del que podremos explorar las profundidades. Si, por el contrario, el sujeto es neurótico, nos toparemos con un complejo, expresión del modo infantil según en el qué su libido esté fijada, y experimentaremos cierta dificultad a franquear la barrera (la membrana porosa de nuestro ejemplo) para explorar las disposiciones afectivas del sujeto -es decir, su inconsciente colectivo-, permanecidas en estado de simples posibilidades. Esta dificultad puede esquivarse, como lo veremos, por un procedimiento que recuerda al del psicoanálisis clásico. Pero mientras que en la técnica de la anamnesis [(traída a la memoria)] se limita a seguir las regresiones de la libido, en el sueño despierto, se lleva al sujeto, haciéndolo descender, a retroceder más allá de las actitudes infantiles, a las cuales se le supone fijado, se podría decir que se llega hasta el nivel de la . Al mismo tiempo, se alcanza el inconsciente colectivo y resulta posible hacer la exploración de éste. Este procedimiento de la regresión al máximo posible, sin ser indispensable con un sujeto normal, parece acelerar la evolución afectiva que resulta de la exploración del inconsciente colectivo. El lector quizá se sorprenderá de que haya considerado tener que iniciarlo a esta técnica 12

comenzando por el informe detallado de un fracaso. Le pido considerar que, en la investigación científica, el éxito no hace más que confirmarnos la exactitud de nuestros puntos vistas, pero no nos enseña nada. El fracaso, obligándonos a plantear otras hipótesis, a hacer nuevas tentativas hasta que una experiencia inédita salga bien, es siempre fecundo. Además, ¿no es simple honestidad mostrar, a través de un ejemplo vivido, los límites de aplicación de una técnica o de una teoría? La experiencia hecha con Alexandre será para mí la ocasión de discutir varias cuestiones importantes y de exponer con mayor claridad los elementos de una teoría extraída de los hechos, teoría de la que veremos luego la confirmación por los casos donde la curación ha sido obtenida. En la descripción de las experiencias que vaya a leer, continúo el informe de las sesiones con análisis muy concisos; dichos informes no tienen en absoluto la pretensión de agotar el significado de los sím(P. 7) bolos encontrados; tienen simplemente por objetivo indicar, en líneas generales, la naturaleza de los conflictos de los cuales padecen los enfermos. Excepto indicación contraria, estas interpretaciones no han sido dadas a los enfermos por razones que expondré detenidamente en la tercera parte de esta obra. En fin, debo aún prevenir al lector que la preocupación que me ha guiado en la elección de los ejemplos descritos en este libro, ha sido mucho más dar una idea clara de la técnica propuesta, mostrándole las dificultades encontradas y los medios empleados para provocar el sueño despierto, que demostrarle la eficacia terapéutica. Ésta no puede ser establecida, en la mente del lector, más que por la experiencia que él mismo tendrá al comparar el resultado con el de otros métodos. Mi experiencia es la de un investigador y no la de un profesional que solamente ejerce. Si se me permite una comparación, he hecho un trabajo análogo al del químico que estudia las propiedades farmacológicas de un nuevo producto, siguiendo los efectos sobre algunos enfermos y que luego lo confía a los médicos. A título de indicación, añado que, sobre nueve enfermos tratados, o en curso de tratamiento, durante la guerra, cuatro han sido completamente curados, dos muy profundamente mejorados. De esta enumeración naturalmente están excluidos los sujetos venidos a verme a título de médicos o filósofos para iniciarse en la técnica del sueño despierto. Los filósofos podrán también sorprenderse de que no haya sacado de estas experiencias toda la enseñanza que conllevan ellas desde el punto de vista de la ontología. La filosofía del sueño despierto dirigido queda por hacer. Es un trabajo considerable que me ha parecido prematuro de emprender antes de que este mundo apenas entrevisto como es la psique humana no haya sido ya completamente explorado. ______

(P. 8) [Página en blanco]

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(P. 9) LIBRO I EL GUARDIÁN DEL UMBRAL [(Estos dos títulos es lo único que contiene esta página. -N. del que t.-)]

(P. 10) [Página en blanco]

(P. 11) Capítulo Primero LA EXPERIENCIA Describo en lo que sigue una experiencia cuyo relato está destinado: 1º A precisar la exposición, ya hecha en otra parte [(en Exploración de la…)], de la técnica que tengo en perfecto uso. Nada he modificado de esta técnica en la experiencia descrita aquí; 2º Para mostrar cuanto de esta técnica, que debe completar a las corrientemente utilizadas en psicoanálisis, permanece, sin embargo, de limitada aplicación. El sujeto Alexandre, incluso debo decir el enfermo, es un hombre de treinta y siete años. Ha sido psicoanalizado, una primera vez, durante dos años hasta la muerte de su psicoanalista que sobrevino al cabo de este período; después, una segunda vez, otra vez durante dos años, por el profesor del primer médico, psicoanalista con la ciencia y habilidad a la que nuestro enfermo rinde de buen grado homenaje. Alexandre me fue enviado por un amigo común. No ocultaré la inquietud que experimenté al enterarme de que después de cuatro años de tratamiento, aun reconociendo que su estado había sido realmente mejorado, no se consideraba como totalmente curado. Su actitud me hizo temer una psicosis en sus principios; le expresé mis dudas en cuanto a la naturaleza exclusivamente psicógena de sus trastornos e hice todas las reservas sobre los resultados que podía esperar de una cura puramente psicológica. Además, le rogué someterse al examen de un amigo médico, lo que prometió de hacer. Después, como parecía apremiado por someterse a una experiencia y ésta no pudiendo en nada serle nociva, comenzamos inmediatamente. (P. 12) Antes de dar la relación completa de esta primera sesión, debo terminar de presentar a Alexandre. Alexandre me dice estar graduado de tres grandes Escuelas y además hablar y escribir cuatro idiomas con fluidez. Tranquilo -al menos en apariencia-, culto, es de un trato agradable. Según sus declaraciones, Alexandre ha nacido de un padre netamente muy neurótico y de una madre que indudablemente lo es también. Muy pronto, su padre lo atormenta, 14

persuadido de que su hijo se masturba, lo que no es. Estas son escenas repetidas constantemente. El padre ata las manos del niño, después le pone una camisa de fuerza. Cuando el niño acaba, para escaparse de esta persecución, por confesar -contrariamente a la verdad- que se masturba, es un interrogatorio sin final para conocer las circunstancias de esta falta en los menores detalles. Alexandre llegado a la edad adulta huye de su país y viene a París para terminar sus estudios. Retorna luego al lado de los suyos, ejerce su profesión durante seis años, después, renunciando a su carrera, vuelve a París con el deseo de entregarse a estudios filosóficos. Es entonces cuando es psicoanalizado hasta el momento de la guerra. Alexandre se queja todavía de una impotencia a todo esfuerzo prolongado, sobre todo en el ámbito de la creación personal. Además especialmente está cansado al despertar. He pedido a Alexandre redactar la relación de cada una de sus sesiones. Esto por varias razones: 1º Para obligarlo a realizar algo; Alexandre es en efecto un abúlico; 2º Para que reviva los estados afectivos que tiene ya vividos a lo largo de sus sesiones a fin de transformarlos en nuevos hábitos que sustituyan a las antiguas costumbres de carácter negativo; 3º Para detectar los posibles rechazos. Ocurre, en efecto, que un sujeto olvida completamente de informar tal punto importante de su sesión lo que prueba que una determinada actitud afectiva no ha sido asimilada o que tal complejo es aún insuficientemente consciente; 4º Aun tan completas como puedan ser las respuestas de un sujeto a lo largo de una sesión, la idea que uno puede hacerse de sus estados afectivos es insuficiente y es de gran valor compararla con el recuerdo que el propio sujeto guarda de la experiencia. Pregunto además al sujeto lo que más lo ha afectado o impresionado en el (P. 13) transcurso de su sesión después de que me haya aportado la relación. Muy a menudo es totalmente distinto de lo que ha podido a mí afectarme y esta comparación es muy valiosa como lo mostraré más adelante. No doy otra directriz para la redacción de estas relaciones más que el consejo de hacerlas lo más completas posible. La mayoría de los sujetos describen mis propias intervenciones realizadas durante la sesión. Alexandre, por el contrario, no hizo ninguna mención de mis intervenciones. En cambio, durante la conversación, me la atribuye equivocadamente. Como su memoria es muy fiel hay aquí, indudablemente, la indicación de una transferencia negativa bajo la forma de una hostilidad atenuada, pero en gran parte consciente gracias a la experiencia y a la comprensión que Alexandre tiene del psicoanálisis. Primera sesión (24 de febrero de 19…) Después de la preparación que consiste en ayudar al sujeto a ponerse en estado de relajación, sugiero a Alexandre una llave y le pido describírmela. . 15

. Sugiero a Alexandre buscar una escalera. . Se constata que la sugerencia aceptada de la escalera es un medio simbólico que ayuda al sujeto a liberarse y a rechazar la imagen negativa que tiene de sí mismo. Habría que recomendar, muy encarecidamente, utilizar la imagen como símbolo para el trabajo de desplazamiento de la energía afectiva (P. 14) (de la libido) que es la base de la cura psicoanalítica. . No dejo a Alexandre en este paisaje ya que es necesario que el esfuerzo de subir comience; le pido pues franquear rápidamente el espacio en posición horizontal como si volara, buscar un macizo montañoso y escoger la montaña más alta para escalarla. . Como tiene dificultad, pregunto a Alexandre de que manera va vestido y lo hago cambiar de vestimenta explicándole que este acto es simbólico para su alejamiento de los objetos de los que la imagen inconsciente lo obsesiona aún [(un desprenderse de lo que va en él, en forma de vestimenta, como rémora)]. . . . Aquí el sujeto cae (1). Propongo a Alexandre subir de nuevo sugiriéndole la imagen de una pista en espiral. ____ (1) Recuerdo que el retorno brusco a las imágenes de la vida normal corresponde a menudo con una sensación de caída. Es siempre un brusco cambio de estado de conciencia, que obliga a recuperar el esfuerzo que corresponde a la sugerencia de subir para reencontrar el estado de conciencia sublimado. En una primera sesión como esta, la diferencia es apenas perceptible, pero ella indica sin embargo la dificultad que tiene el sujeto a mantener su atención fijada hacia un estado afectivo nuevo.

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(P. 15) . Propongo una cuerda como soporte material destinado a permitir a Alexandre elevarse más arriba. . Realizado, eso, a mi instancia: el color negro está casi siempre asociado a un grupo de sentimientos por lo menos pesimistas. . A menudo es adecuado, para ayudar al sujeto, completar la imagen que tiene pidiéndole que imagine a una persona que él conoce. Propongo a Alexandre imaginar que me acerco bajando desde lo alto, esto para evitar, en la medida de lo posible, las asociaciones de ideas desagradables. En el caso particular de esta primera sesión, Alexandre va a realizar inmediatamente una transferencia sobre mí. . . (P. 16) El hecho de que he tomado el lugar del padre y de que Alexandre haya transferido hacia mí una parte de su animosidad contra él, trae al sujeto al nivel de su afectividad habitual: ha caído y ve una tienda. Le pregunto dónde se encuentra, él me responde: . Le pregunto por lo que allí hace. es su respuesta y lo completa con lo que sigue: . Hago observar a Alexandre que el profeta como también Aquiles son para él unos símbolos de dominación, unas a su sentimiento de inferioridad y que él en su imaginación huye en vez de realizar o fundamentarse. Alexandre lo reconoce y lo invito a recuperar el plano que había alcanzado un momento antes de cuando me ha visto venir desde lo alto. Para eso le propongo imaginar un plano inclinado a lo largo del cual, en montando, se deslizará muy rápido. De paso señalo que jamás empleo esta imagen 17

para hacer a un sujeto, cuando se produce una caída brusca de éste como es el caso aquí, pero que es muy eficaz para reencontrar una imagen alcanzada después de una subida difícil. . Pido a Alexandre dejar que llegue, en la visión que él tiene, una imagen simbólica cualquiera. . Pido a Alexandre hacer una elección entre esas piedras. Esta elección será necesariamente simbólica de las más sublimadas de sus tendencias como lo expresa en lo que sigue. (P. 17) . Ruego a Alexandre imaginar que la luz del diamante forma un haz dirigiéndose hacia el cenit. Tengo la intención de tomar este haz luminoso como medio de ascensión. . . . . No he intervenido mientras decía todo esto, ahora hago observar a Alexandre que la imagen que tiene de Dios es en realidad la de su padre. La idea no se le había ocurrido, pero inmediatamente me comprende. Dejo a Alexandre sobre esta nota de espe18

(P. 18) ranza y le pido para descender de imaginar un prado soleado. > . . . Después de esta sesión, Alexandre se muestra muy satisfecho y me pide que renuncie provisionalmente a todo examen médico. Acepto y fijo el intervalo de nuestras próximas sesiones en una decena de días. Ruego a Alexandre que escriba sus sesiones y que vuelva a pensar y revivir las impresiones que han podido serle agradables. Detenemos aquí esta primera sesión que puede servirnos de ejemplo para resaltar la diferencia entre la interpretación psicoanalítica de un sueño ordinario y la del sueño despierto. Alexandre, cuando le invito a completar su imagen, ve un cofre cerrado; lo abre y constata que contiene piedras preciosas. Es un tesoro. Símbolo típico del . Si nos atuviéramos a esta simple interpretación, constataríamos una verdad: el carácter de Alexandre es, en efecto, del tipo ; lo sabe y nos lo ha dicho. Pero, en un sueño no dirigido [(en el sueño común)], la imagen no evolucionaría de la misma manera. En ese momento, intervengo de nuevo y pido a Alexandre de escoger una de las piedras. Esta elección va a tener una importancia curativa que muestra toda la diferencia entre un sueño normal, expresión pura y simple de una tendencia afectiva fijada, y el sueño dirigido dónde, gracias a mi intervención, otra tendencia va a poder manifestarse: si Alexandre ha llegado a encontrarme (P. 19) es que tiene el deseo de un perfeccionamiento. Este deseo se expresará en su elección fijándose en un diamante. Cuando pregunto a Alexandre porqué ha elegido el diamante, responde que es a causa de su pureza y por la luz que refleja. Luz, símbolo de libido, pero también de verdad, de serena fuerza. Aquí, conviene recordar un principio fundamental establecido por S. Freud: el contenido real de un símbolo es siempre mucho más extenso que el contenido aparente. Me disculpo de recordar esta verdad a los psicoanalistas, pero a menudo constato que -confundidos por la rutina de un oficio- están tentados de olvidarlo. Tesoro, símbolo de riqueza, de instinto de posesión y de la capacidad de adquirir. Sería un error detenerse [nada más] en eso. El diamante, para Alexandre, por lo que se conoce, pasa a ser el símbolo de un superyó tal como él lo querría [para sí]. Encuentro la prueba durante la sesión siguiente, en el singular poder mágico que adquiere este diamante, poder del que hablaré al respecto en la segunda sesión. 19

ANÁLISIS DE LA PRIMERA SESIÓN Desde el principio, Alexandre se siente encerrado y, él mismo, interpreta el símbolo de la habitación cerrada: . Sin embargo no experimenta ninguna inquietud y se muestra pesimista cuando añade que: . No le desagrada estar encerrado. Alexandre se clasifica pues en seguida, por su primera imagen, entre los que quieren su introversión. La imagen que sigue del mar es demasiado fugaz, es así que nos impide interpretarla a no ser que se realicen asociaciones libres de ideas al sujeto; pero más adelante nos mostrará que la alegría que manifiesta Alexandre es la del . La ascensión de la montaña resulta penosa y bastante difícil; está inmediatamente seguida de una caída. Este inicio de la primera sesión es mucho menos penoso con sujetos normales. La sugerencia de verme venir desde lo alto hace que aparezca en él, inmediatamente, un complejo de inferioridad inmediatamente por la necesidad de dominarme, ; la transferencia es visible desde el primer contacto. Pero estos sentimientos, absolutamente incompatibles con un verdadero esfuerzo de liberación, hacen inmediatamente a Alexandre cuyas tendencias neuróticas van inmediatamente a manifestarse. Aquiles, Sócrates y el profeta de Israel son tantos símbolos de una necesidad de dominar que no ha podido satisfacerse más que en imaginaciones mórbidamente mantenidas. Las imágenes siguientes son mejores, al menos en apariencia. Ellas simbolizan un deseo de sublimación extrañamente mezclado con el odio hacia el padre y con el de un sentimiento de culpabilidad intenso. Alexandre ve con una lucidez inquietante, y la naturaleza de su conflicto, y el medio de solucionarlo: . Al mismo tiempo reconoce su impotencia de una manera desgarradora. Segunda sesión (5 de marzo de 19...) Alexandre se logra, habiendo hecho el informe de su primera experiencia. Le pregunto por aquello que más lo ha impresionado a lo largo de su sesión de sueño despierto: es el cofre de pedrerías. Se puede vincular este símbolo a la imagen de Aquiles y del profeta así como a la del padre. Veremos que éstas son las primeras que tienen más importancia. No me demoro con Alexandre en hacer el análisis de la imagen del padre de quien no tengo gran cosa que enseñar sobre este tema y es demasiado pronto para abordar el estudio de los otros símbolos. Hablamos y le pregunto sobre una persona que yo creía de sus amigos; me dice -por el contrario- de su antipatía respecto a él. Esto va a distorsionar el principio de nuestra segunda sesión, pero me permitirá repetir una experiencia sobre la cual insistiré ulteriormente: quiero hablar de nuevo del empleo del símbolo como tal, a lo largo de las sesiones. 20

. Sugiero a Alexandre un fresco estanque de agua. . Como Alexandre ha comprendido bien el mecanismo de la , le dejo escoger a él mismo su imagen de partida. En todo lo que sigue me limito a interrogar a Alexandre para conocer sus impresiones y poder seguirlo. Le animo simplemente a mantener su esfuerzo de ascensión. . . . . Intervengo aquí para proponer a Alexandre el siguiente ideal: querer a los hombres tales como ellos son, servirlos tales como son ellos, sin añoranza, incluso sin esperar su reconocimiento. Alexandre reconoce que es en eso, en efecto, el objetivo de todo esfuerzo 21

espiritual. . Propongo a Alexandre volver a coger el diamante de la sesión anterior, hacer que resurja en éste el haz de luz que viene de arriba y por último deslizarse a lo largo de este rayo para subir. . . Para desembarazar a Alexandre de estas sensaciones, le digo de imaginar mí presencia cerca de él y de dirigir la luz de su diamante hacia X…, esta simple sugerencia será suficiente. . . . En su informe, Alexandre no ha insistido sobre esta visión de Dios (del padre) que es sin embargo la figura central de su ensueño, puesto que ya lo hemos encontrado desde la primera sesión, y reaparecerá en el transcurso de las sesiones siguientes. Ya no menciona mi imagen en su ensueño. Para completar el relato de esta sesión, he aquí la copia de las notas tomadas [por mí] en el mismo momento: 22

Dios está ante él. Tiene los brazos un poco abiertos y lo mira. Esta imagen da a Alexandre una sensación de justicia. Alexandre puede, esta vez, entrar en contacto con Dios. Digo a Alexandre de envolverse en la luz de ese lugar y de acercarse a Dios pidiéndole que le muestre lo que debe conocer. Alexandre piensa que no está totalmente puro y eso le impide tomar contacto con Dios. Digo a Alexandre que esa falta de pureza no tiene importancia ya que para lograr más pureza necesariamente hay que dar un primer paso. Sugiero a Alexandre que, su imagen, la presente a Dios. Alexandre se siente más fuerte, más apto, pero le repele ver a Dios actuar ya que perdería así su prestigio. (P. 24) En este paraíso, se encuentran las gentes que son buenas: una imagen de mujer, bella, rubia, con los ojos azules, aparece con una actitud acogedora y afable llevando a Alexandre a lo que él llama, en ese momento, los Campos Elíseos. . . . . . . . (P. 25) . Aquí incluso mi intervención, no solamente no está mencionada como de costumbre, sino, que además, las imágenes sugeridas, y lo que ellas implican de olvido de sí mismo, de indulgencia hacia los demás, están olvidadas. 23

He aquí la copia de las notas tomadas de ese momento: Hago evocar a Alexandre la imagen de mi mujer, después la mía -lo que es más difícil- y finalmente lo que en la persona de X… esté en armonía con los sentimientos de justicia y bondad que impone la visión del momento. Alexandre piensa que X… es demasiado satánico para aparecer en su visión. Le pido tener un pensamiento amistoso para X… y, para eso, de enviar con su diamante un haz de luz sobre X… hacia la parte baja de su cuerpo. Pido después a Alexandre retomar la imagen de Dios. . . Propongo a Alexandre de subir más alto con la joven mujer que anteriormente lo ha acogido. . Vuelvo a traerle a Alexandre la imagen de lo que él ha llamado los Campos Elíseos. . . Alexandre me dice sentirse descansado. Cuando ha abierto los ojos, le he pedido que vuelva a cerrarlos, que vuelva a verse, como hace un momento, en su imagen de los Campos Elíseos, y ahí revivir sus sensaciones [experimentadas durante la sesión] para después inmediatamente volver a bajar y entonces abrir los ojos. Le explico que este ejercicio tiene por objetivo enseñarle, evocándolas, a revivir sus sensaciones de tranquilidad para así adquirir poco a poco este hábito. En el transcurso de esta sesión, he empleado, como tal, uno de los símbolos proporcionados por Alexandre, el del diamante, imagen de serena fuerza. Cuando en efecto pido a Alexandre de ahuyentar la imagen de X… dirigiendo sobre ella la luz de su diamante, X… se disuelve y la irritación que su aparición ha provocado desaparece al igual que su figura. ¿Qué ha pasado? Hay que tener presente que no podemos, en el mismo instante, estar a la vez sereno y angustiado. Es de necesidad que uno de los dos sentimientos destierre al otro. El diamante, 24

imagen de serena potencia, ahuyenta la imagen de X… y la angustia que le está asociada. X… es una imagen del padre, y también de otra cosa, sobre la que volveré más adelante. El diamante es la expresión de una actitud afectiva de la que Alexandre conserva la posibilidad. El sueño despierto tiene por objetivo, precisamente, evidenciar esta posibilidad y de avivar la tendencia. Y si Alexandre no estuviera tan seriamente neurótico, guardaría preciosamente la imagen de este diamante, y, entre nuestras sesiones, la evocaría, por sí mismo, en los momentos difíciles para desembarazar a su de su carácter excesivamente (P. 27) constringente. X… y las otras asociadas imágenes, la del padre entre otras cosas, son la ganga, la materia inútil de este diamante que Alexandre debe desgastar o desprender para reconstruir una conciencia moral más humana y mejor adaptada a las realidades sociales. Si fuera suficiente con sentir en sí la verdad para ponerla en práctica, una única sesión de sueño despierto sería suficiente para desterrar la neurosis. En realidad, si queremos corregir un automatismo muscular distorsionado por malos hábitos, habrá que disponer, a menudo, de más tiempo que el que se utilizaría para adquirir de inmediato un automatismo correcto. Y lo mismo sucede con las actitudes infantiles del neurótico. Veremos cómo este trabajo de reeducación se realiza lenta, pero sistemáticamente. ANÁLISIS DE LA SEGUNDA SESIÓN El lado esquizoide del carácter de Alexandre aparece también en esta frase típica: . No se puede mejor expresar esta impotencia a adaptarse excepto en el hecho de haber renunciado Alexandre a una carrera que él dice haber comenzado brillantemente. Es siempre perfectamente consciente de esta dificultad ya que añade inmediatamente: . Y enseguida notamos que no comete el error de creer que se puede vivir , lo que sería desear una clase de olímpica indiferencia posible solamente a aquel que se sentiría efectivamente superior a todo su entorno. Alexandre añade, en efecto: . Vemos después aparecer la imagen mitológica de la Bestia que es inmediatamente asociada al recuerdo de X… en quien es proyectada con aparición de angustia. Dejo de lado, por el momento, esta imagen muy importante cuyo estudio reanudaré en el análisis de la transferencia que Alexandre hizo sobre mí. Pero es preciso señalar que, surgiendo inmediatamente después del reconocimiento de su impotencia, ella es necesariamente simbólica del motivo de esta impotencia. Sigue una escena que Alexandre no tiene descrita, a lo largo de (P. 28) la cual aparece la imago paternal bajo la forma de un Dios con barba blanca. Esta imagen inmediatamente es desterrada por la imago de la madre que Alexandre posee plenamente, pero no por mucho tiempo, ya que la imago paternal reaparece bajo mis rasgos y la angustia se le perfila cuando piensa que haría mío, si yo lo viera, lo que él ve, es decir apoderarme de lo que él posee, yo, el Padre. La situación edípica está particularmente bien 25

expresada en todo este pasaje. Sin embargo la subida conduce a Alexandre a la renuncia de la madre; la sensación es penosa, por eso acorto esta escena, y Alexandre termina su sesión con un toque tranquilizador. Tercera sesión (12 de marzo de 19...) Durante esta sesión, Alexandre expresa una sensualidad contra la cual parece luchar para alcanzar una pureza, habría que pensar, ilusoria. ¿Qué no le deja a usted vivir normalmente, me preguntará él? Para evitar todo error de interpretación, es necesario que presente a Alexandre un poco más. Durante las conversaciones que tengo con él, antes, o después de la sesión, Alexandre me hace confidencias al mismo tiempo que críticas del psicoanálisis. . Le objeto que la ambivalencia habitual de nuestros sentimientos explica esta contradicción más aparente que real y que también puede haber aquí una fijación a la madre. Alexandre también me ha confiado que él ha amado a una mujer, pero que la pureza de su amor por ella le impidió poseerla. No puede conciliar la idea de la posesión carnal con la imagen que él se hace de un amor perfecto por una mujer. Este conflicto aparece en la tercera sesión; comenzará a resolverse en la quinta, pero sin que pueda llegar a una solución definitiva. En realidad, esta búsqueda del amor ideal es una fuga, y sólo haciéndole vivir verdaderos sentimientos de amor es como ayudaré a Alexandre a salir de su donjuanismo. La pureza hacia la cual cree dirigirse se revelará en realidad como un conjunto de sentimientos bien diferentes de lo que puede inmediatamente imaginar. (P. 29) Es necesario que viva esta experiencia y se la dejo hacer según su propio ritmo limitándome a guiarlo en el descubrimiento de sus propias posibilidades. He aquí el informe de la tercera sesión. Sugiero a Alexandre un bastón. . . . 26

. Ruego a Alexandre de subir. . . . . , y para concluir: . Y René Allendy termina su libro indicando: . Tengamos en cuenta que los instintos sociales de los que habla René Allendy son la misma cosa que los esquemas de conducta social suministrada, según C. G. Jung, por el 251

inconsciente colectivo. Según lo que observo, el sentimiento de lo divino, a aquel que lo experimenta, siempre infunde, inmediatamente, una obligación moral. No es sino después de reflexión, al parecer, cuando una creencia puede imponerse, una fe en una metafísica establecerse y cuando aparece este sentimiento que se considera comúnmente como el propiamente dicho sentimiento religioso. Freud reconoce que la religión, como el arte, es el resultado ____ (1) René Allendy, La Justice intérieure, Denoël & Steele, Paris, 1931, p. 63. ____ (2) Loc. cit., p. 262. ____ (3) Loc. cit., p. 263 y 264.

(P. 361) de una sublimación. Según él, cuando sus instintos se encuentran en oposición con las exigencias morales del medio al cual pertenece, el individuo tiene la elección entre la neurosis y la sublimación. Ésta no sería más que una inversión de las fuerzas del instinto sexual en un objeto distinto al objeto normal del deseo. Esto no es una evolución, sino un simple desplazamiento. C. G. Jung no habla ya de sublimación, sino que lo considera un correspondiente a una determinada de la psique. Este proceso no es ya solamente un compromiso con las exigencias del medio social, sino también una evolución en el sentido de un perfeccionamiento de la conducta social del individuo y de un enriquecimiento de su afectividad. Pienso que debe acercarse esta noción a la de de Pierre Janet. ¿No invita aquí a poner el acento sobre todo en el sentido de la evolución de los sentimientos, cualesquiera que ellos sean? Es lo que Allendy ya hace cuando escribe a propósito de la fase oblativa del amor: . La evolución de los sentimientos tiene finalmente por objetivo conseguir alcanzar más conciencia (como por otra parte lo reconocieron, desde el principio, las diferentes escuelas de psicoanálisis), es decir a un ensanchamiento profundo de nuestro yo por una extensión cada vez mayor de las tendencias oblativas. Identificándose con este objetivo, coincide el pensamiento de H. Bergson y el de filósofos como Édouard Le Roy y el P. Teilhard de Chardin (2) para los cuales esta ascensión a una mayor conciencia es característica de todo impulso vital. También hemos encontrado una idea próxima a las de Édouard Le Roy sobre la evolución en esta visión de René Allendy para quien . Pero, aunque, para la escuela de Freud, esta mayor conciencia se limita a reintegrar en la conciencia el recuerdo de los acontecimientos vividos, para C. G. Jung se trata, además, de tomar conciencia de complejos que tienen una cierta autonomía y que no corresponden ____ (1) René Allendy, L’Amour, Denoël, Paris, 1942, p. 28. ____ (2) Édouard Le Roy, Les Origines humaines et l’évolution de l’intelligence, Boivin & Cie., Paris, 1931. [(18701954) Filósofo y matemático francés].

(P. 362) ya a nada de lo vivido porque son resultantes del inconsciente colectivo. Cualquiera que sea la opinión que se tenga sobre el valor de la interpretación que 252

implican los términos empleados por C. G. Jung esto corresponde a la misma categoría de hechos de los que Pierre Janet designa como adquisiciones psicológicas. Retengamos, aquí, el hecho de que todo sentimiento, expresión de una tendencia instintiva, es susceptible de una evolución a la cual reconoceremos el carácter de una evolución creadora. Entiendo con eso que un sentimiento puede evolucionar de tal modo que permita al sujeto no solamente adaptarse mejor a las condiciones de un medio determinado, incluso de todos los medios sociales, sino que también este sentimiento se enriquece, al mismo tiempo, de matices muy variados y elevados, finalmente, hasta el nivel del pensamiento reflexivo. Este sentimiento no es ya simple reacción, reacción bien adaptada a lo real, del yo afectivo con el mundo exterior. Como reflejo de lo real en la psique, el sentimiento se transforma en objeto de pensamiento fecundo, lo mismo para el propio individuo como para su grupo social. Estando esto admitido, podemos retornar ahora a la cuestión del principio y plantearla de nuevo preguntándonos si el sentimiento religioso está condenado a no quedar sino como la proyección de una imagen infantil sobre el Universo o si, por el contrario, es susceptible de una evolución creadora perfectamente consciente. Veamos pues lo que sucede. En las sesiones del principio de una cura por el sueño despierto o de una iniciación a esta técnica, vemos aparecer, en la gente más culta como en las otras, representaciones dignas de las más vulgares imágenes piadosas. Si nos quedábamos en eso, este hecho justificaría el severo juicio pronunciado por Freud sobre las religiones. Pero asistimos, pronto, a una evolución de estas imágenes; evolución que se produce en el sentido de una maduración de los sentimientos. En tomando contacto con las series superiores de las imágenes arquetípicas, el yo toma conciencia, primero afectivamente, luego especulativamente, de una armonía interior que no es ya una huida ante lo real, sino, al contrario, como espero haberlo mostrado, es una adaptación en lo real, con todo lo real. Cuando se puede llevar el sujeto a investir así su energía (P. 363) psíquica de tal manera que las imágenes latentes, las más altas, con las cuales ha tomado conscientemente contacto, tomen vida, hemos visto que entonces de centrípetas (egocéntricas) sus tendencias se transforman en centrífugas (altruistas). Es, entonces cuando se opera esta conversión de los sentimientos, cuando vemos desaparecer los síntomas neuróticos del enfermo. En ese momento de su cura, se puede considerar que el sujeto ha tomado conciencia de lo que se puede llamar lo divino en nosotros. Un nuevo sentimiento ha emergido en él, el sentimiento de lo divino, y su , según la costosa expresión de los Alemanes y retomada por Freud, en lugar de estar limitada a sí mismo y a su pequeño grupo social, familia, profesión o clase, puede decirse, se hace cósmica. La repercusión de las vicisitudes de la existencia, sobre el equilibrio psíquico de nuestro sujeto, se atenúa considerablemente. En vez de considerar estas vicisitudes como desesperantes, él no verá ya más que accidentes naturales a los cuales se enfrentará con serenidad, confiando en su aptitud a precaver. Si se trata de convulsiones colectivas como a las cuales asistimos, él no verá ya catástrofes, sino que las considerará, filosóficamente, como una crisis de crecimiento de nuestras sociedades modernas, crisis inherente a toda evolución y adoptará más fácilmente su decisión de contragolpe, que, en tanto que 253

individuo, debe asumirla. Reconoceremos esta disposición de espíritu en Lydia cuando ella nos habla, en su sueño despierto, de la serenidad de estos que no debe ser confundida con la indiferencia [p. 282\198]. Es en este mismo contexto como un Teilhard de Chardin, afirmándonos toda su fe en la inmortalidad del alma, expresa: . Pienso, que hay que ver en este pensamiento la más alta expresión que puede alcanzar el hombre en cuanto a la indiferencia de sí mismo en favor del grupo humano. Sin elevarse tan alto, muchos sujetos tienden hacia un suficiente desinterés como para que les aporte una gran serenidad. Aquí, habría encarecidamente que denunciar al seudo-espiritualismo. Si esta serenidad debía ser una indiferencia al sufrimiento del prójimo, ella sería una forma simplemente peligrosa de la introversión. Si, (P. 364) por el contrario, es para el sujeto una verdadera aceptación de su propio sufrimiento, es entonces en este olvido de sí mismo cuando la caridad encuentra su fuente más segura. En los casos favorables, se establece pues un optimismo, una confianza en la vida, una fe sólida que no tiene ya nada de común con la credulidad que se observa en demasiada gente que recurre a una religión cualquiera. No es ya la imagen infantil del padre que se proyecta sobre el universo, sino la representación de una conducta social, o de una actitud interior, armoniosa, que se impone al espíritu. Dios deja de ser la simple imagen del padre, es, al contrario, la imagen del padre que se convierte en el medio de expresar la idea de Dios. CH. Odier, en un libro excelente, se pregunta si, para pasar del plano de la neurosis al plano de los actos libremente deliberados y conformes para lo que él denomina valores supra-individuales, sentidos como que sobrepasan al sujeto, la fe es una . Responde negativamente a esta cuestión (1). Yo mismo no pienso, que la fe sea una condición suficiente y exclusiva ante cualquier otra; pero me parece evidente que es necesaria si se le da un sentido amplio a la palabra fe para que no implique necesariamente la adhesión a un dogma metafísico. Es necesario, en efecto, que los pacientes de CH. Odier, y el propio autor, tengan fe en estos valores supra-individuales para poderse plegar a la obligación que se deriva del hecho de reconocerlos, y eso, a veces, en contra del interés material del sujeto. No creo estar en contradicción con CH. Odier y mi observación está destinada simplemente a especificar el sentido general que hay que darle, en mi opinión, a la palabra fe para nombrar aquello que animaba a los pacientes de este psicoanalista, . Estimulando la imaginación creadora, lo que he denominado el sentimiento de lo divino aparece uno de los factores del progreso del individuo y del grupo humano al cual pertenece. Despojado de toda figuración (2), este sentimiento no puede ya encontrarse en contradicción con una verdad científica cuya autoridad se impone cada vez más en nuestro tiempo. ____ (1) CH. Odier, Les Deux sources consciente et inconsciente de la vie morale, Éditions de La Baconnière, Neuchâtel, 1943, p. 241.

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____ (2) un sentimiento puede ser despojado de toda figuración, pero no de toda representación.

(P. 365) Puede adaptarse a cualquier sistema metafísico o bien acomodarse en el rechazo de toda creencia sistematizada. En caso de rechazo de todo sistema establecido de creencia, es necesario decir, no obstante, que el sentimiento, necesariamente, siempre está acompañado por una representación. Es con esta representación con la que se impulsa la reflexión; el resultado de esta reflexión, constantemente sin duda revisado, no es por ello un sistema filosófico que se emparente más o menos a una creencia. Querría, aquí, hacer una observación, que considero como muy importante, sobre el significado que adquiere el dolor en la economía de la vida psíquica. Que el dolor tenga su origen en lo real o que sea la consecuencia de un defecto de carácter, nadie en el mundo escapa totalmente a eso y su repercusión sobre el equilibrio de un individuo es a menudo considerable. Sea cual sea, el hombre intenta librarse de su dolor. Para eso dos medios se ofrecen a él; la sublimación consciente o los mecanismos inconscientes de la neurosis. El hombre puede considerar su dolor sin perder la calma y, incluso si él no conoce la verdadera naturaleza de su mal cuando es de origen psicógeno y en consecuencia neurótico, puede sacar partido para hacer de éste un bien positivo; siguiendo el viejo adagio de los alquimistas transmutará el plomo en oro; el dolor será el estimulante de sus empresas, en el sentido de la creación o de la acción generosa, útiles a lo demás y a sí mismo (*), superándose en una realización más completa de su personalidad que puede hacerle alcanzar el talento e incluso la santidad (amor perfecto comunitario). El neurótico, por el contrario, cultivando inconscientemente el lado negativo de su dolor, elaborará una cruz insoportable para él y para los demás. Esta diferencia fundamental de comportamiento debería estar indicada en el lenguaje de los psicólogos y encuentro deplorable el abuso que se hace, en algunos medios, de la palabra neurosis para calificar algunos mecanismos inconscientes que, aun siendo los mismos en el origen, no por ello los resultados son menos diametralmente opuestos. Admitiremos de buen grado que la fijación a la madre es un síndrome mórbido; pero un matiz es necesario para distinguir al enfermo, quien esta fijación impide llevar una vida normal y al cual reservaremos el nombre de neurótico, del hombre que, persiguiendo un ideal que es una sublimación de ____ (*) [Cuando se lea el Post Scriptum de este quien traduce, agregado al final del libro, todo lo que se dice en el principio parecerá un calco extraído de estos párrafos que R. Desoille aquí nos muestra. Cuando traduciendo he llegado a esta parte me he quedado sorprendido por la coincidencia, incluso casi literal, de lo escrito; mi artículo saludo-despedida hacia el posible lector, lo tenía redactado, tal cual, ignorante de lo que en esta parte nos dice el autor. Dicho artículo lo muestro sin modificar aunque alguien pueda pensar que es plagio. Es todo lo contrario, podría servir lo que describo como corroboración de las tesis que el autor nos propone. Para mí, todo esto, es una confirmación de la concordancia vital con el autor y, de que son pasos correctos haber batallado por su lectura y por dejárselo más fácil a otros que, como yo, en nuestro idioma, se vean impulsados a entrar en el original ámbito de Desoille. –N. del que t.-].

(P. 366) la imago infantil de la madre, deja detrás de él una obra de arte o una obra científica de talento. Este interés por lo comunitario, por la necesidad de comunicarse a través de lo mejor de sí mismo, este retorno a lo real, por los vericuetos de la sublimación, es el critérium de una religión verdadera; es el primer fondo del espíritu de caridad en el cual las religiones nos invitan a vivir. Servir, dice Kundry (*). Ahora bien hay mil de formas de servir y, de entre ellas, la obra desinteresada del sabio y del artista se encuentra entre las más elevadas. 255

La evolución del sentimiento religioso, en el neurótico, no habrá alcanzado su pleno desarrollo sino cuando, cesando de tener , pasión inconsciente, pero pasión demasiado real la mayoría de las veces, salga de él mismo para interesarse por la vida real, esto no sería sino cuando encarecidamente se limitase a ejercer correctamente su oficio y cuando consiguiese afrontar generosamente sus deberes familiares. Este resultado se obtendrá, como lo hemos visto, cuando hayamos conseguido, en la zona de las imágenes místicas, hacer que sobrepase una determinada euforia para entonces conducirlo al deseo de la entrega de sí mismo. Debemos ahora considerar la creencia, en sí misma, debido al carácter afectivo que ella implica. Esto nos lleva a pensar en el problema de la muerte. Sea cual sea la serenidad que se consiga alcanzar cultivando nuestra aptitud a la armonía interior, si somos sinceros hacia nosotros mismos, nos veremos obligados a confesarnos que la perspectiva de un próximo final nos hace sentir angustia. Unos aliviarán esta angustia por un retorno sin sentido crítico a una creencia pueril; los otros, juzgando indigno de ellos semejante temor, la rechazarán. Desde el punto de vista del equilibrio psíquico, son igualmente malas estas soluciones. ¿No hay otras? O, dicho de otra manera, ¿la metafísica debe ser juzgada por el psicólogo como siendo necesariamente el fruto de una racionalizada regresión afectiva ante la angustia de la muerte? Las religiones responden todas ante el temor que experimenta el hombre a la perspectiva de una desaparición definitiva, afirmándole que su alma sobrevive a la destrucción de su forma corporal. Toda la cuestión consiste pues en saber si algo de nosotros sobrevive o no a esta forma. Ninguna experiencia, hasta ahora, permite afirmar cualquier tipo de supervivencia excepto la de la materia ____ (*) [Personaje femenino de la ópera Parsifal de Wagner. Casi al final de la obra, a Kundry, la reviven con agua del Santo Manantial, es entonces cuando al tomar conciencia pronuncia sólo la palabra: Servir. –N. del que t.-].

(P. 367) de nuestro cuerpo, y eso justifica la repugnancia que experimenta el mundo científico hacia todo lo que atañe a la metafísica. Sin embargo, es una época en la que la biología busca en vano los orígenes de la vida, en la que la física ve huir una realidad, cuyo estudio es su objeto, hasta tal punto que el físico moderno se ve obligado a reconocer que las teorías más abstractas de su ciencia no son más que la expresión de nuestras reacciones subjetivas ante los fenómenos naturales. En tal época es permitido preguntarse si no será, finalmente, un conocimiento más profundo de algunos aspectos de los fenómenos psíquicos lo que permitirá acercarnos a esta realidad que parece cada vez más inaccesible. Entre estos fenómenos, los que pertenecen a lo que se ha llamado la metapsíquica aparecen en primera línea. La metapsíquica, lo sé, no encuentra apenas ya audiencia, en los medios científicos, como la metafísica. Sin embargo, los psicólogos, también poco crédulos como Freud, han reconocido la realidad de un fenómeno, ya suficientemente inquietante, como es la lectura del pensamiento. Rhine, en los Estados Unidos, ha establecido la realidad [del hecho] a través de numerosas estadísticas que excluyen la posibilidad de coincidencias a causa del azar. C. G. Jung, por su parte, escribe respecto a los fenómenos de telepatía: . C. G. Jung afirma a continuación la realidad de los fenómenos de telepatía y yo en otra parte tengo explicado [(en Exploración de la afectividad...)] cómo el sueño despierto puede ser utilizado para el estudio de la premonición. En el estado actual de las investigaciones, estamos en fase ____ (1) C. G. Jung, Phénomènes occultes, Édition Montaigne, Paris, 1938, p. 103.

(P. 368) de la simple documentación y de las hipótesis aún insuficientemente verificadas. Entre las hipótesis de trabajo que sugieren las reflexiones precedentes, hay una que afecta, alcanza a la naturaleza de lo que he llamado el sí-mismo. Si se admite provisionalmente su existencia, esta facultad que tendría la psique de evadirse del sometimiento a las condiciones de tiempo y espacio, ¿cómo aparece? Las experiencias que he podido hacer, y el estudio de los hechos descritos por otros, me han mostrado que una determinada actitud interior era necesaria para hacer aparecer los fenómenos que pueden suponerse que son verdaderamente premonición. Ahora bien, esta actitud consiste precisamente en un desplazamiento de la conciencia hacia este límite de sublimación que es el sí-mismo, de modo que este último se nos aparece como el estado ideal hacia el cual tendería la psique en su esfuerzo de liberarse de las condiciones de tiempo y espacio. El sí-mismo bajo esta perspectiva, no es ni una instancia, en el sentido freudiano de la palabra, ni una entidad distinta de la psique, sino un simple estado, utilizando la palabra estado en el sentido que se le da en la física cuando se habla de los estados de la energía o de los estados de la materia. Pero, aquí, se presenta una gran dificultad. Desde el punto de vista científico no podemos ya considerar este estado, el sí-mismo, desde el punto de vista de un estado energético. En efecto, quien dice energía dice materia y en consecuencia sometimiento a las condiciones de tiempo y espacio. No podemos pues decir nada de la naturaleza del símismo, en el supuesto de que se deba distinguir éste del inconsciente. Hemos pues alcanzado el extremo límite de las hipótesis que podemos plantear sin correr el riesgo de las contradicciones manifiestas con los hechos. Podemos sin embargo constatar que la evolución creadora, de la que el resultado es una mayor conciencia, se realiza en el transcurso del desplazamiento del yo consciente hacia este estado ideal que es el sí-mismo. Si observamos, además, que no tenemos conciencia normalmente de este estado límite que es el sí-mismo, y aún menos de los procesos de la premonición de los cuales la psique sería la sede de este estado, podremos preguntarnos si todo el problema de la supervivencia no consiste, simple y llanamente, en plantear la posibilidad de que algo de la psique, en el momento del cese de la vida física, tome ese estado y, escape así a , ¿debe ser considerado como superviviente a la muerte física? Plantear esta última cuestión, es estimular una investigación que permanece en el ámbito de la experiencia. Responder a eso, es pasar al ámbito de la metafísica, donde se niega o 257

afirma la supervivencia de algo de la psique. Pero la afirmación, cuando está justificada por una experiencia personal de la premonición, por ejemplo, me parece más legítima que la negación la cual, no puede apoyarse sobre ninguna prueba de que la premonición no existe. Hay pues, a mi entender, una determinada posición metafísica que ya no puede considerarse como una regresión afectiva, si se toma la precaución de no extrapolar en demasía los resultados de la experiencia abusando del razonamiento. Lo aquí mostrado basta para poner de manifiesto, pienso, que puede no haber ninguna contradicción entre algunas formas evolucionadas de la creencia y del sentimiento religioso y una actitud de espíritu rigurosamente objetiva, así pues científica. Desde este punto de vista, las reglas éticas, reconocidas por Freud , no dibujarán ya su potencia en una promesa de recompensa o castigo, sino en una visión de alta estética que responde a una necesidad profunda de la psique. Todo el problema consiste en tomar conciencia. La religión no aparece como una duradera adquisición, incluso nos dice Freud [p. 356\249]. Y, en efecto, está permitido pensar que, si algunos Maestros del pensamiento cristiano no elevaban ellos mismos ya la voz para condenar algunas formas pueriles bajo las cuáles el cristianismo aún se nos presenta, éste colisionaría muy pronto con el progreso cultural de las masas que será necesariamente, en un futuro próximo, una de las principales adquisiciones de las sociedades europeas en proceso de completa refundición. , escribe el P. Teilhard de Chardin. Toda cosa humana evoluciona y el cristianismo tendrá que despojarse de algunas imágenes y creencias infantiles, remanente manifiesto e incluso insuficientemente transpuesto de las religiones pre-cristianas, para proseguir una obra a la cual se debe gran parte de nuestra civilización. El Cristianismo es lo suficientemente fértil, (P. 370) en efecto, en valores eternamente humanos como para no obtener sino ganancias al hacer similar inventario a fin de no conservar más que los símbolos esenciales aquellos que expliquen el sentido profundo. Al mismo tiempo, se despojará de su carácter demasiado metafísico para considerar, ante todo, la realidad psicológica, y pasar a ser una psicagogia que se revele cada vez más necesaria para una época en la que todos los valores humanos se encuentran en instancia de revisión (1). En particular, es necesario que el Cristianismo descarte de su enseñanza esta tendencia a cultivar el sentimiento de culpabilidad que predomina en el Antiguo Testamento e incluso en el Nuevo, y que falsea tan a menudo el sentimiento religioso de tantos cristianos. La liturgia católica ¿no dice Félix culpa [(feliz culpa)] para mostrar que la falta no debe implicar el remordimiento sino que, por el contrario, comporta una enseñanza fértil que nos lleva, a través del arrepentimiento y la reparación, a una conducta más sabia, y, por consiguiente, a más felicidad? La religión debe ser, ante todo, expansión y alegría. Vemos este continuado esfuerzo en el seno de algunos ambientes eclesiásticos en que se busca honrar el verdadero significado del progreso humano, estimado por la comunidad científica y por todos a los que domina el deseo de mejorar la condición humana. Es así como el P. Teilhard de Chardin escribe: . Añade Teilhard: . Y este autor llega así a considerar las doctrinas revolucionarias (nombrándolas de panteísmos humanitarios) como . Para concluir, responderemos a la cuestión planteada reconociendo que, cualquiera que sea su nivel de cultura, hay, en todo individuo, lo reconozca o no, un fondo religioso. Creencia en la Ciencia, adhesión a un ideal político, sin hablar del arte, son la expresión de una parte afectiva del individuo a la cual se está obligado asignar un carácter religioso, en el sentido de que el hombre tiene el sentimiento de estar en comunión con un ideal que le sobrepasa. El psicólogo debe pues tenerlo en cuenta, respetarlo y actuar para que su paciente tome claramente conciencia de este fondo religioso a fin de desembarazarlo de lo que pueda subsistir de infantil en sus representaciones inconscientes; luego, se tendrá que procurar hacer evolucionar este sentimiento hasta el nivel dónde puede convertirse en pensamiento reflexivo. Estamos pues llevados a ver, con C. G. Jung, en el sentimiento religioso, llegado a la madurez por una evolución que lo lleva hasta la fase del pensamiento reflexivo, la actividad de una verdadera función psíquica (1). Conviene restablecer esta función que está, en efecto, más o menos abolida en el neurótico. Su paro se produjo en el instante de la fijación a la fase infantil que caracteriza la neurosis, y puedo afirmar que su restablecimiento es no solamente la señal de la vuelta al equilibrio, sino que es, además, la condición de la evolución de los sentimientos y del mantenimiento de este equilibrio: ya que un hombre sano no puede vivir sin ideal. Resumidamente, se puede decir, me parece, que esta necesidad de ideal es el resultado de la inquietud. Ésta se presenta a nuestra reflexión bajo un doble aspecto. La inquietud puede ser una reacción del instinto de conservación si nos sentimos ____ (1) René Allendy, desde un punto de vista muy cercano, hace igualmente del amor una función psíquica.

(P. 372) amenazados por un peligro real, o, incluso, una reacción de nuestra voluntad de poder, si el yo se siente amenazado según el proceso inconsciente de la neurosis. Pero hay otra inquietud de la que Gaston Bachelard nos dice muy justamente, hablando de la inquietud metafísica, . Es esta búsqueda, convertida en necesaria por nuestra naturaleza que es la de pensar, la que nos hace en primer lugar descubrir un ideal espiritual al cual deberemos, más tarde, adherir todo nuestro consentimiento para liberarnos de la inquietud superándonos de una u otra forma. La quietud no podría ser alcanzada sino por una vuelta imposible a la animalidad pura y no podemos alcanzar la serenidad sino por una intensificación de nuestra vida espiritual, por un supremo esfuerzo de hominización [(humanización)], utilizando el lenguaje de Édouard Le Roy y del P. Teilhard de Chardin. Así como en el transcurso de su historia, el cristianismo ha vivificado a través de un espíritu nuevo, sublimándolos, los viejos símbolos del paganismo, para alcanzar las cumbres más elevadas de su propia ética, así mismo vemos al neurótico elevarse lentamente espiritualizando las imágenes de sus creencias infantiles, conscientes o no, hasta el nivel de las tendencias oblativas y del sentimiento reflexivo. ¿Pero cuál es esta función de la que habla C. G. Jung? No es otra, me parece, que esta de la que habla en otra parte, función que no hay que diferenciar, en mi opinión, de de la que depende el descrito por este mismo autor. Para no emplear más que una única expresión, propongo de nombrar a este mecanismo de regulación y evolución, la función de sublimación, con el fin de recordar, a la vez, el concepto de sublimación introducido por Freud, concepto que completaremos confiriendo ____ (1) Gaston Bachelard, la Dialectique de la durée, Bolvin & Cie, Paris, 1936, p. 109.

(P. 373) al proceso de sublimación, un valor creativo, y el concepto de función trascendente, planteado por C. G. Jung, y que el sueño despierto tan claramente lo muestra. Podemos ahora precisar lo que es esta función de sublimación. Ella tiene un doble papel de regulación y evolución. Como función reguladora, tiende a oponerse a toda ruptura de la cadena de las imágenes arquetípicas; principalmente, de las que forman todas las representaciones que podemos hacernos del hombre y de la mujer, representaciones de las cuales una de las series incluye las imágenes que tenemos de nuestra propia personalidad al mismo tiempo que la de los demás. Oponiéndose a esta ruptura, tiende a impedir la formación de complejos que tomen, en el inconsciente, esta autonomía característica de la neurosis. Como función de evolución, ella tiende a desarrollar la conciencia; esto tiene por resultado transformar los impulsos del instinto primitivo en sentimientos cada vez mejor reflexionados. Bajo este aspecto, se puede identificar la función de sublimación con la función de lo real de algunas escuelas (*). Este proceso se traduce, como lo hemos visto, por un desplazamiento del yo consciente hacia este estado límite, que he denominado el símismo, con C. G. Jung, y que representa la máxima expresión de la cualidad humana que nos distingue de los animales aun cuando por otro lado seguimos siendo tan similares. El juego normal de la función de sublimación se transcribe, finalmente, por una evolución del sentimiento religioso dándole a esta última expresión el sentido amplio que le hemos reconocido. Sin embargo no nos hacemos ilusión cuando consideramos las posibilidades de 260

evolución del sentimiento compartido por un amplio grupo humano. Estas posibilidades son de un nivel afectivo bastante bajo, apenas superior a lo que fuera hace algunos siglos, y no podrá elevarse este nivel hasta después de una previa elevación del nivel intelectual medio, ya que el grado de evolución de un sentimiento es función de la inteligencia y la cultura del sujeto. La preparación de la evolución colectiva del sentimiento religioso, cualquiera que sea la forma de este último, no puede pues considerarse sino con una extrema prudencia. So pena de provocar reacciones muy violentas, será necesario que las Sociedades futuras toleren, respetándolos, como inherentes a la naturaleza humana, al____ (*) [ = La función de lo real se confirma como la suma de todas las operaciones mentales realizadas por el hombre; ella consiste en (Pierre Janet). Definición obtenida en Internet. N. del que t.-].

(P. 374) gunas formas del sentimiento religioso, tan inaceptables como puedan parecer desde el punto de vista científico, ya que el tránsito por la toma de conciencia de las imágenes mágicas es una etapa necesaria para la evolución hacia concepciones más justas. Esta tolerancia no excluye sin embargo la condena que se debe pronunciar contra un determinado clericalismo: todo lo que, con fines de soberanías inconfesables, se opone al progreso intelectual y a la educación de las masas, debe ser estigmatizado como el mayor crimen de lesa humanidad. Las religiones no son, como lo ha indicado C. G. Jung, una invención de una determinada clase para dominar a las masas, sino una producción espontánea del inconsciente colectivo. Históricamente, las religiones han evolucionado a través de las edades en función del progreso material y nuestro conocimiento del Universo; ellas siguen evolucionando con una lentitud que puede darnos la ilusión de un fijismo [(inmovilismo)] mortal; pero, en realidad, esta lentitud es la misma lentitud del progreso intelectual medio; en cuanto se acelere éste veremos acelerarse la evolución del sentimiento religioso. Un hecho característico de nuestra época es la desmoralización de una gran parte de la población. Quiebra de las religiones que ha podido hacer creer a Freud que ellas eran adquisiciones efímeras. Pienso que se trata de una crisis de evolución en vez de una quiebra. Hay, en efecto, una desproporción evidente entre la evolución muy rápida de los conocimientos técnicos y el atraso relativo de afectividad que se observa en el hombre moderno. Demasiado advertido para conceder alguna realidad a las imágenes religiosas que aún se le muestran e ignorando su verdadero origen, las rechaza con cólera como una invención política, a menos que no busque sino utilizarlas como tal. Pero, al mismo tiempo que rechaza estas imágenes, el hombre moderno está tentado de rechazar con ellas cualquier ética adjunta. En eso consiste el peligro denunciado por Freud [(356\249, 369\258)]. Demasiado poco cultivado e insuficientemente formado para reconstruir sólo, espontáneamente, una nueva ética, el hombre moderno corre el riesgo de hundirse en la desesperación, de la que pretende salvarse dedicándose a un sensualismo que no hace más que aumentar su angustia de vivir; angustia que rechaza, pero en la que se sumerge su conciencia cuando, envejeciendo, se siente rechazado de la vida. Las imágenes del inconsciente colectivo que son las imágenes reli(P. 375) giosas, estereotipadas y llegadas a estar sin vida, exigen ser reanimadas bajo una u 261

otra forma. Esto explica la pasión, a menudo incomprensible, de algunos grupos humanos por el espiritismo, por la ciencia deificada, por algunos sistemas sociales que vemos derrumbarse; la propensión por el eslogan, por la idea del superhombre capta el impulso afectivo de las muchedumbres. Pero, si a un ideal social, si es justo, pueden adherirse los individuos más generosos de la juventud actual, muy pocos, de entre ellos, se elevarán hasta una visión suficientemente amplia para contentarse en su vejez. Hay pues un problema que se plantea: encontrar formas nuevas para las imágenes del inconsciente colectivo que sean susceptibles de dar un sentido a la vida del hombre haciéndole tomar conciencia de lo que he designado como el sentimiento de lo divino, sentimiento que permanece inconsciente en la mayoría, pero que siempre demanda más o menos franquear el umbral de la consciencia (*). Encontrar la solución de este problema es indudablemente la combinada tarea de una filosofía científica, como la que nos proponen Édouard Le Roy y el P. Teilhard de Chardin, y la de una psicología orientada, simultáneamente, según la vía abierta por C. G. Jung y por la experiencia que permite la técnica del sueño despierto. El hombre es un y ni el sociólogo, ni el pedagogo, deben ignorar ya este aspecto espiritual de su naturaleza que comanda, queramos o no, la evolución de las sociedades en función del progreso de las ciencias y de las técnicas. Si se concibe la religión, en el futuro, como una psicagogia destinada a asegurar el máximo de felicidad individual y colectiva, será necesario que la economía y la política estén al servicio de tal ideal mientras que a la inversa, en el pasado, la religión no ha sido, demasiado a menudo, sino un medio de acción política. ____ (*) [El Post Scriptum de este quien traduce pudiera parecer redactado a propósito de lo que aquí nos dice R. Desoille. Léase también la nota de traducción de la p. 365\255].

(P. 376) Capítulo VI RESUMEN Y CONCLUSIÓN Podemos resumir los hechos y las ideas expuestas en esta obra de la siguiente forma: Desde el punto de vista teórico, numerosísimas experiencias me han llevado a concebir la psique como teniendo dos polos. Uno ellos debe considerarse como el de este impulso vital no diferenciado cuya energía se pone a disposición del instinto en cualquiera de sus formas, esté o no sublimado este instinto. Le hemos dado el nombre de ello con Freud. El otro polo es el límite de sublimación que el hombre puede alcanzar. Le he dado el nombre de sí-mismo. Entre el ello y el sí-mismo, el yo consciente puede desplazarse. Este desplazamiento debe concebirse como una posibilidad de representación en función de las excitaciones que nos llegan del mundo exterior o de nosotros mismos. A estas posibilidades de representación, C. G. Jung ha dado el nombre de arquetipos y, a la idea abstracta de arquetipo, corresponde el hecho experimental al cual he denominado cadena de las imágenes arquetípicas. Es a lo largo de estas cadenas, yendo del ello al símismo, como puede desplazarse nuestra conciencia por la sugerencia de ascensión o de descenso. 262

Llegamos así a un esquema completo de la psique que representa todo lo posible de la psicología humana. En este esquema general, caben, muy fácilmente, como los casos particulares de una teoría general, los esquemas propuestos por Freud y por C. G. Jung. Es así como el superyó de Freud, el ánimus, el ánima y la persona de C. G. Jung, no aparecen ya sino como simples elementos de la cadena de imágenes arquetípicas. Al superyó, por ejemplo, le corresponden dos imágenes (P. 377) particulares, las del padre y la madre que se fusionan a menudo en una única imagen: la del ángel. Cuando estas imagines de los padres se proyectan sobre el Universo, encontramos las imágenes mitológicas de los dioses masculinos y femeninos. Sin la menor duda posible, como expresa el esquema propuesto, corresponde también, como simple caso particular, todo lo vivido. Y es así como todo lo que no ha cobrado un carácter prematuramente generalizado en las teorías de Freud, Adler y C. G. Jung, viene a ocupar su sitio en el marco más general del esquema propuesto en esta obra. Cada fragmento de las cadenas de imágenes arquetípicas es susceptible de investirse de energía psíquica; y esto a un nivel afectivo que se hace fácil reconocer por lo que he denominado el de las representaciones correspondientes [p. 277-278\195-196]. Todo desequilibrio queda traducido en una especie de ruptura de las cadenas esenciales de los arquetipos del hombre y de la mujer. En el nivel de la ruptura, las imágenes de la cadena, en las cuales está implicada una fuerte carga afectiva, se vuelven autónomas y escapan así al control de la consciencia. Lo que ha producido esta ruptura es precisamente el rechazo a la conciencia, o la imposibilidad desde el sitio en que ella se encontraba de ejercer su control, a causa de la censura, sobre estas representaciones, en una etapa de la evolución de los instintos en que dichas representaciones han sido investidas de una carga afectiva bajo el choque de circunstancias exteriores. Esta denegación no es debida a una elección voluntaria de la conciencia -lo que correspondería a una represión normal- sino como consecuencia del constreñimiento del medio familiar o social (superyó) -lo que corresponde a la represión fallida de la neurosis (*)-. Recuperamos, como se ve, el esquema esencial de la teoría sexual de Freud. La posibilidad para la conciencia de desplazarse a lo largo de una cadena de imágenes arquetípicas, permite encontrar las imágenes autónomas y de reintegrarlas a la conciencia. Se encuentra al mismo tiempo las imágenes correspondientes al superyó y, haciendo consciente su filiación a las imágenes superiores del arquetipo, corregimos la rigidez o la blandura. Hemos construido así un esquema de la psique conforme a la concepción energética del psiquismo humano y definido en términos de movimiento todas las actividades posibles de este psiquismo. Este esquema, finalmente muy simple, debe permitirnos ____ (*) [S. Freud, en su libro El chiste y su relación con lo inconsciente, al final del capítulo 7, - C) Parte Teórica, dice: … la represión fallida ha demostrado que constituía el mecanismo de la génesis de las psiconeurosis. Es decir represión fallida = Rechazo. En psicoanálisis hay dos tipos de represión, la consciente o normal (ejemplo: contener las lágrimas) y la inconsciente que es patógena; cuando la represión normal resulta fallida es cuando aparece la patógena o inconsciente. Ver p. 306\215 y Léxico de Términos Técnicos. –N. del que t.-].

(P. 378) prever nuevas experiencias. La primera de ellas justamente ha sido la aplicación de nuevos medios técnicos, inspirados en esta teoría, para la curación de las neurosis de la que voy ahora a resumir el proceso. 263

Podemos considerar cuatro etapas en la cura de las neurosis por la técnica del sueño despierto dirigido: 1º Al principio, por las ascensiones y alternados descensos a lo largo de una misma sesión, procederemos a lo que se podría llamar un verdadero amasado o aglutinamiento de la conciencia con las imágenes del inconsciente. Estimulando a la imaginación, en la medida de lo posible por la única sugerencia de movimiento, intentaremos hacer surgir: a) Las imágenes que presentan una determinada autonomía y que son angustiantes y fascinantes. Se obtiene este resultado, en general durante el descenso; pero se consigue también, a veces, en el transcurso de una ascensión; b) Las imágenes que, al contrario de las anteriores, son susceptibles de aportar un sosiego inmediato. Estas imágenes vinculadas a un estado de euforia, sólo se buscarán invitando al sujeto a hacer un esfuerzo de ascensión. Se puede, en efecto, provocar estados eufóricos por el descenso; pero estos estados, muy atrayentes, lejos de preparar una sublimación y de aguzar un afán hacia lo real, correrían el riesgo de animar al enfermo a refugiarse en una ensoñación de las más malsanas. La búsqueda de estos estados eufóricos a través de la ascensión es una condición necesaria para la sublimación ulterior, a pesar del carácter de regresión afectiva que muestran. Parece, en efecto, que estos estados, que llevan al sujeto a una fase infantil, le hacen vivir correctamente, en un lapso de tiempo muy corto, la evolución afectiva aquella que habría debido ser la suya, durante su infancia, si ella no hubiera sido deformada o falseada por la educación y los acontecimientos. Estos estados eufóricos permiten al enfermo que experimente el efecto sedativo de reforzar su confianza en el resultado del esfuerzo asignado, y, al mismo tiempo, disminuye su resistencia a considerar las imágenes simbólicas de sus propios conflictos; 2º Cuando las imágenes, supuestas a representar los conflictos del enfermo, se muestran reveladas, las reintegraremos a su correspondiente lugar en la cadena de las imágenes arquetípicas: a) Invitando al sujeto a implicarse de una manera activa (P. 379) frente a las imágenes de su ensueño con el fin de descargar a éstas de su poder de fascinación y de su carácter angustiante. Haremos que las contemple rogándole describírnoslas, lo más exactamente posible, y exhortándole a no dejarlas huir. Después lo ayudaremos a que domine a estas imágenes, a someterlas en cierto modo, para asegurarnos la posibilidad de encontrarlas tal cual o bajo una forma similar; b) Haremos que evolucionen estas imágenes rogando al sujeto de conservarlas durante toda la prosecución de una ascensión o de un descenso. Este procedimiento es el medio que tenemos para reintegrar la idea simbolizada por una imagen, en la cadena normal de todas nuestras representaciones posibles ante una , es decir, ante una situación que todo individuo encuentra normalmente en la vida, como, por ejemplo, las relaciones con su padre, madre, hermanos y hermanas; 3º El ejercicio precedente permite, poco a poco, al enfermo, la . Las contradicciones de las cuales padece no son, en efecto, más que aparentes; ellas dependen esencialmente del hecho de que su concepción moral de la vida está falseada. Basta con hacerle considerar sus problemas, sean conscientes o no, desde otro ángulo. Y es, precisamente, remontándose por la cadena de las imágenes arquetípicas, a la que ha venido a integrarse la imagen de sus conflictos, hasta llegar al nivel de las imágenes 264

místicas, como le permitiremos encontrar la actitud correcta que le conviene tomar ante sus dificultades. Así habremos provocado la aparición de esta emoción percibida por H. Bergson y de las que las imágenes del inconsciente colectivo, más concretamente las imágenes místicas, son simplemente la expresión. Esta emoción, recordémoslo, es la única que tiene un valor creador y, por consiguiente, la única que puede ser el punto de partida para una reconstrucción de la personalidad. Todo el trabajo anterior habrá tenido, finalmente, por consecuencia una refundición completa y una flexibilización del superyó permitiendo la necesaria aceptación de la sexualidad y las obligaciones que ello conlleva; 4º Para perfeccionar la sublimación de las tendencias instintivas, será necesario, en fin, buscar las tendencias profundas del sujeto; es decir las formas de actividad que convienen a sus tendencias en el máximo de sublimación que es capaz de concebir y de integrar en lo real. Estas tendencias, que conviene bus(P. 380) car y fomentar desde el principio, se afirmarán, se irán imponiéndose cada vez más en el transcurso del al cual asistimos en el transcurso de la cura. Como ya expuse, este desplazamiento se manifiesta por la evolución de lo que he convenido en denominar el sentimiento religioso y, como consecuencia, del avance de todos los juicios de valor que puede portar el sujeto sobre sí mismo y el medio en el cual vive. Hemos visto como aparecen así una confianza y una fe en su propio destino que despiertan en el sujeto el gusto por la acción y la apetencia de lo real. Ulteriormente, con la esperanza de una mejor vida, aparecen las tendencias oblativas y la decisión de satisfacerlas. Encontramos entonces las tres viejas virtudes teologales del Cristianismo: Fe, Esperanza, Caridad, sin la práctica de las cuales no puede haber aquí verdadera seguridad frente a las vicisitudes de la existencia. Las dos primeras substituyen a la angustia, la última corresponde al desarrollo de las tendencias oblativas o, si se quiere, de los instintos sociales. A menudo será necesario, para ayudar al sujeto a moverse de una manera práctica, sacarlo de la complacida ociosidad en la que se encuentra como se observa demasiado frecuentemente. El lector se asombrará quizá de que no mencione la transferencia aun cuando ésta se produce, a veces, con una gran violencia. Lo que sucede es que, la transferencia, en el sueño despierto no tiene apenas más que un papel de descarga afectiva global que basta con analizarla rápidamente. Además es suficientemente discreta, la mayoría de las veces, como para que baste simplemente con llamar la atención del sujeto sobre la naturaleza de sus sentimientos respecto al psicólogo. Indudablemente se encontrará casos donde será necesario hacer un análisis algo detallado de la transferencia así como es útil, a veces, hacer un análisis de algunos símbolos. Pero creo que nunca estaré llevado a hacer un análisis de la transferencia tan exhaustivo como el que se practica en psicoanálisis y eso por la razón de que la comprensión intelectual del mecanismo de la transferencia no me parece que sea más eficaz que la de un símbolo. Es mucho mejor el hecho de hacer vivir su transferencia al enfermo y de hacer evolucionar los sentimientos respecto al psicólogo que lo libera; ahora bien esta evolución está asegurada, en general, por la sublimación de las propias imágenes del sueño despierto. Por otra parte la descarga afectiva de las imágenes angustiantes basta a menudo para retirar del sujeto todas las razones 265

(P. 381) que pueda tener para proyectarlas inconscientemente sobre el analista. Ni que decir tiene que el sueño despierto debe siempre ser dirigido, de no ser así sólo sería imaginación con todo lo que eso implica de peligro de introversión. La imaginación es siempre una compensación, o porque el objetivo que se desea alcanzar es realmente inalcanzable, en cuyo caso la imaginación arriesga, como mucho, de llevarnos a que aplacemos una acción inmediatamente útil, o porque el que fantasea se niegue al esfuerzo necesario para alcanzar el objetivo codiciado. En este último caso, la imaginación desvía al sujeto de lo real y no puede sino confirmarlo en una actitud falsa. Una de las grandes ventajas del sueño despierto es precisamente exigir al neurótico que contribuya con su esfuerzo y de transmitirle el goce hacia la virtud de sobre la cual Pierre Janet, con toda razón, pone el acento. Esta acción satisfactoriamente lograda, aunque perteneciendo aún al ámbito del sueño despierto, no tiene nada en común con el éxito que pueda conseguirse en un acto de imaginación; la primera, implica necesariamente una victoria sobre lo que, en el inconsciente, pone freno a nuestra acción y prepara de esa manera para el acto real. Se podría imaginar que un sueño despierto sin dirección debiera proporcionar materiales preciosos para el análisis. No lo pienso. La ensoñación, es decir la imaginación descubre los mecanismos de compensación, pero ella no revelará ni las imágenes del conflicto interior, ni los elementos sobre los cuales puede reconstruirse la personalidad; la imaginación es, además, una abdicación de la voluntad. Debemos ahora señalar que las etapas de la cura que acabo de indicar, se recorre también, al menos parcialmente, durante un tratamiento por el psicoanálisis clásico. Pero éste no pretende rehacer la síntesis de la personalidad, desde el principio del tratamiento, como lo preconizo aquí. El sujeto no encuentra pues, al principio de un psicoanálisis, este punto de apoyo precioso y este efecto sedativo que aporta, si no inmediatamente, al menos muy rápidamente, el sueño despierto. Esto no son menores superioridades de esta técnica sobre el método asociativo; basta con pensar lo que algunos enfermos, en cuanto a convencerse, pueden estar de desamparados al principio de su psicoanálisis. El psicoanálisis provoca la abreacción y, por consiguiente, la descarga de las imágenes del conflicto de todo su afecto, condición indispensable para obtener la cura. Pero, en razón misma de su pasividad, que es de norma para el psicoanalista, éste se encuentra (P. 382) bastante peor pertrechado para encontrar los símbolos reveladores del conflicto y para vencer las resistencias. Ante el mutismo de su enfermo, el psicoanalista está desarmado. Hemos visto que esta dificultad es bastante menor con la técnica del sueño despierto. La reintegración de las imágenes fascinantes en la cadena de las imágenes arquetípicas se hace también en psicoanálisis por la interpretación de los símbolos que debe lógicamente hacer retornar la idea obsesiva a la cadena normal de las representaciones posibles frente a la situación que provocó la reacción neurótica. Pero, si lógicamente tiene que ser así, puede, sin embargo, no obtenerse este resultado, ya que, precisamente, el inconsciente no obedece a las reglas de la lógica y nada, en psicoanálisis, sustituye a los contactos afectivos establecidos con las imágenes encontradas en los diferentes niveles de la cadena arquetípica, como, por ejemplo, todas las representaciones posibles del arquetipo de la mujer. 266

En fin, en psicoanálisis, la sublimación de las tendencias, indispensable para la curación como lo tiene admitido Freud, está dejada al azar o bien está garantizada por una autosugestión dirigida, como lo indica este autor, sin que precise cómo se lleva a efecto. Se puede suponer que, sea cual que sea el espíritu de penetración y el tacto del psicoanalista, introducirá en sus sugerencias suficientes elementos extraños al sujeto como para que estas sugerencias sean más o menos mal transformadas en autosugestiones por este último. Se vuelve a caer así en uno de los defectos de la cura a través del moralismo, defecto que evita por el contrario, el sueño despierto. Sucede lo mismo con la orientación del sujeto. Se observará, en particular, que el sistema infantil de las creencias y de los sentimientos religiosos que el paciente puede tener es demolido por el análisis. Es una necesidad. Pero ocurre que muchos enfermos se muestran incapaces de hacer elección, espontáneamente, de una nueva ética y aparecen como muy desamparados si me creo lo que me tienen dicho los propios psicoanalistas en cuanto a que ellos mismos son totalmente agnósticos. Estos enfermos corren el riesgo así de caer en un amoralismo tan dañino como el moralismo del que el psicoanalista ha tenido a menudo tanta dificultad para deshacerlo. Este amoralismo sin embargo es preconizado por algunos psicoanalistas que me parecen olvidar simple y llanamente que el hombre vive en un medio social y que es este último quien le impone una moral antes de que él mismo piense en imponerse una. Esta ética personal, indispensable para todo individuo equilibrado, se reconstruye, por el contrario, de manera totalmente natural (P. 383) durante el tratamiento por el sueño despierto, como lo he mostrado, a partir de esta emoción particular percibida por H. Bergson y que, pienso, provoca la aparición de las imágenes del inconsciente colectivo y, especialmente, la de las imágenes místicas. Otra ventaja del sueño despierto sobre el psicoanálisis, al menos para el enfermo, es quizá abreviar la duración de la cura y, en cualquier caso, la de disminuir considerablemente el número de las sesiones necesarias. Incluso admitiendo que la cura dure el mismo tiempo, por la aplicación de una u otra técnica, una única sesión de sueño despierto por semana, como máximo, será necesario, mientras que, en el mismo período, hay que contar con alrededor de tres sesiones de psicoanálisis. Se puede pues considerar en un tercio la reducción del número de sesiones necesarias para una cura. No dudo que este resultado retiene el interés de los médicos, y son muchos quienes se preocupan ante todo en beneficio de sus enfermos. Esta reducción del número de las sesiones permite prever, en efecto, una aplicación de la psicoterapia a un mayor número de enfermos y también a los enfermos menos afortunados como lo son en general los neuróticos quienes no tienen el privilegio de poder responder a los gastos de tiempo y dinero de un psicoanálisis. En fin, la gran superioridad del sueño despierto sobre el psicoanálisis reside sobre todo en el hecho de que su práctica es una psicagogia al mismo tiempo que una psico-síntesis. Esto tiene por consecuencia que la edad del enfermo no puede ser ya una contraindicación. El psicoanálisis, aplicado a sujetos que han pasado de los cuarenta, sitúa a éstos ante las ruinas de su pasado sin abrirles ningún horizonte nuevo. ¿Qué salida pueden encontrar estos enfermos que no sea la desesperación? Por ello, muy sabiamente, los psicoanalistas renuncian a emprender un tratamiento cuando la vida no ofrece ya a sus enfermos perspectivas de logros atrayentes. Por el contrario, el sueño despierto es una enseñanza del arte de vivir que está abierto a todas las edades. Y si hay no obstante que reconocer que los resultados obtenidos lo son 267

mucho más ciertamente y rápidamente con sujetos jóvenes, no deja de ser verdad que, incluso cuando se acerca a la vejez, el hombre tiene aún un interés profundo en prepararse para la desaparición: nunca es demasiado tarde para iniciarse en la serenidad. París, agosto de 1944.

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(P. 384) EN BLANCO

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(P. 385) Apéndice agregado a la traducción

Nota aclaratoria: Cuando he llegado, en la traducción, a las págs. 365\255 y 375\262 ya estaba redactado este trabajo. Los hechos que aquí se muestran están en estrecha concordancia con las tesis que en ellas figura.

Vivo en un sueño, Es lo que tengo, Es lo que muestro.

POST SCRÍPTUM De este quien traduce Necesito indicar que el encuentro con la obra de Robert Desoille, y su traducción de sendos libros, ha sido para mí un proceso ascensional por donde han ido convirtiéndose oscuros plomos en prístinos oros. Es así que he ido recuperando primigenias plenitudes que creía tenidas perdidas para siempre. Necesito dejar constancia también, considero que aquí es sitio adecuado para ello, de dos extraños sucesos que me acontecieron en unos momentos complicados de mi vida y, de lo transcendentes que han sido para mí. Las explicaciones que doy de estos hechos son parecidamente a dogmas de fe, me sirven para vivir, me valen porque estas razones las siento verdaderas. Me imagino que distintas corrientes de pensamiento pueden que obtengan otro tipo de conclusiones de todo esto. (P. 386) Cuando se me presentaron las dos desconcertantes experiencias vivía atormentado por el desmoronamiento matrimonial donde tres hijos pequeños estaban también en medio de todo este caos. Corrían los años 80; fue cuando las salas clásicas de cines empezaron a quedarse vacías debido al surgimiento de los ; casi todas las semanas llevaba a los niños a aquellas desiertas salas de cine que poco a poco, en aquellos tiempos, fueron cerrando. Hubo un momento en que todo mi andamiaje espiritual se me derrumbó, y un terrible vacío se apoderó de mí; mis anteriores convencimientos dejaron de darme respuestas. Llegué a sentirme como colgajo de carne en gancho de carnicero.

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Y dando tumbos por esta mágica ciudad que es mi Sevilla, Sevilla de mis ensueños, testigo de mi naufragio, fui encontrando gentes y sitios que fueron para mí, náufrago como era, tablas de salvación. En ese transcurso vino a acaecer la tremenda conmoción del primer suceso, es este: El preámbulo a la primera experiencia, pienso yo, fue, entre otras cosas, una particular noche de verano que viví en mi natal ciudad de Sevilla. El punto de partida es el patio de un monasterio abandonado donde a través de las cancelas abiertas se veían indeterminadas luces. Aquellas oscilantes y débiles iluminaciones algunas se movían de un lado para otro y otras estaban quietas, sólo parpadeantes. Así estuvo un rato y como me encontraba frente a ese sitio en un lugar iluminado, no conseguía distinguir lo que sucedía en aquel desvencijado patio cuadrangular con columnas. De pronto, portando cirios, salió una especie de procesión que la encabezaba una mujer -no recuerdo si llevaba algo en las manos, ¿un pebetero?,- que, a la usanza griego-romana, vestía hasta los pies una túnica blanquecina de tono amarillo hueso. El cirial desfile era un ceremonial relacionado con la , me dijeron los contertulios a los que les pregunté; era la noche del veinticuatro al veinticinco de junio. Yo lo veía todo desde un velador donde sentado, tomando una cerveza, en la puerta de una peña flamenca -dentro estaban cantando-, trataba de hallar algo de paz en este entorno tan particular. La luna estaba grande y en aquel momento se hallaba a media altura por encima de aquella desamparada construcción. Esa noche no era de las incómodas de (P. 387) Sevilla, hacía una temperatura agradable en aquel pequeño jardinillo de los veladores –quiero recordar que había una parra además de otros árboles y algunos rosales ¿y jazmines?-. Todo este lugar daba una sensación de exotismo y de derribo, así me lo parecía y lo era realmente ya que para entrar a este sitio, se tenía que atravesar un enorme portón de madera que siempre estaba abierto –todo este sitio tras el portón había pertenecido ha dicho monasterio-. Este estar, años a, en desuso, esa pérdida de función de aquel enorme portalón daba la impronta a todo ese terrizo lugar -Aunque pueda parecer pura construcción literaria este lugar existía en Sevilla en los años 90 del pasado siglo; estoy refiriéndome al monasterio de San Jerónimo y a la Peña Los Cabales que, en aquel entonces, estaba asentada allí-.

Allí sus gentes fueron muy comprensivas conmigo. Pues bien, estando pasando tan inusual comitiva y habiéndome enterado de su curiosa singularidad, de pronto el dolor, la amargura, la desesperación que continuamente me estaban machacando el alma, como consecuencia de habérseme roto la estructura familiar en la que en el centro de todo se encontraban tres hijos en edad escolar, vino todo ello a ser sustituido por una especie de añoranza que emergía en forma de pregunta con palabras, más o menos, como: . No pasó nada más. Más tarde me despedí de las amistades de la peña y me fui para mi casa a dormir. 270

El suceso. A la mañana siguiente me levanto y voy hacia el baño con intención de prepararme para salir y cuando paso por delante de la habitacioncita contigua a donde duermo, escucho que sale de ella un característico tac, tac, que al instante identifiqué. Asombrado, confuso, perplejo me dije: … - (Este balancín es un juguetito de los chinos y no es más que un pequeñito columpio en donde un niño y una niña están los dos sentados. Debajo del asiento hay un imán y en la base otro y, por debajo, tiene dos pilas que mientras tengan corriente, si se le da un golpecito al columpio, éste estará ininterrumpidamente columpiando a los niños; a este ingenio yo le había incorporado un pequeño interruptor para no tener que estar quitando y poniendo pilas ya que, de fábrica, desde el momento en que éstas se colocaban comenzaban a gastarse aunque el balancín estuviera detenido. Dicho balancín lo tenía colocado en una estrecha estantería de madera destinada a pequeños objetos. Cuando quería ver como se columpiaban los niños tenía que colocarlo, obligatoriamente, de forma sesgada precisa porque balancearse paralelo a la pared no se podía, se caía al suelo, y de frente chocaba el columpio cuando éste iba hacia atrás. Hacía más de seis meses, por lo menos, que no me acordaba de este, para mí, entrañable juguete) -.

Miré hacia la exigua repisa de donde el juguete pero, para acrecentamiento del (P. 388) expectante sobrecogimiento que en mí se había despertado, una camisa, colgada, se interponía entre ambos; utilizo este cuartito, que carece de ventana, como tendedero. Cuando dije: no está explicada, ni mucho menos, la conmoción que surgió en mí, ya que en el presente vivía solo y nadie estaba conmigo. Entré, levanté la camisa sabiendo lo que iba a ver pero al mismo tiempo negando lo que iba a presentarse ante mí. Todo sucedió muy rápido. Desplazar la camisa, ver el balancín colocado en sesgo y en movimiento y sentir que el horror es espeso fue instantáneo. El horror es espacial, cuando surge inunda todo el entorno de la persona y se le incrusta como algo pegajoso ahogándolo en un inenarrable desconcierto; creo que es la súbita desagregación de las estructuras del ser. Estando en ese momento de pánico, los vellos de los brazos se me erizaron –jamás me había ocurrido eso- y me vinieron, llenas de pavor, las palabras . El espanto de ese momento estoy intentándolo describir pero todo lo que describo es sólo una aproximación a lo que viví. Afortunadamente reaccioné –ya que esta sensación si no se consiguiera uno distanciarse pronto de ella podría ocasionar trastornos permanentes en la persona- diciéndome: . Esta exclamación que nació en mí fue como un fanal orientador a las negruras de mis padecimientos. A continuación fui a comprobar, porque había que descartar cosas, lo primero la cerradura de la puerta del piso; estaba correctamente, como siempre la dejo, faltándole algo al recorrido del pestillo para que no puedan meter la llave desde el exterior. Si alguien teniendo la llave y estando dentro del piso sale para dejar el cerrojo así desde fuera, necesariamente tenía que estar colocada la llave en la cerradura; no se puede, en esa posición, sacar la llave desde fuera. Abrí la puerta, para comprobar, y no había ninguna llave. 271

Todavía existía la posibilidad de que alguien, el que había puesto en movimiento el juguete mientras yo dormía, estuviera dentro del piso desde antes de que yo llegara y que todavía estaba dentro, escondido en algún sitio, esperando a que me fuera para entonces él salir. Miré en sitios inverosímiles donde era imposible que un niño, por muy pequeño que fuese, pudiera esconderse. (P. 389) Descartada esta posibilidad me vestí y me fui al trabajo. Necesitaba hablar con alguien pero me di cuenta que este suceso no se podía hablar con cualquiera. Continuaba muy impresionado. Por fin localicé a un compañero a quien consideraba que podría, más o menos, comprenderme; se lo estuve explicando y mientras le contaba el suceso se me estuvieron abriendo las ideas y me fue emergiendo la evidencia. El me preguntó que si había comprobado si el interruptor del juguetito estaba activado; le respondí que imaginaba que sí, pero que yo no me había acercado, en absoluto, al balancín -después cuando volví por la noche a la casa lo comprobé y, efectivamente, estaba activado-. Entonces le sugerí que o era obra de algo como los espíritus o yo me había levantado sonámbulo, lo había activado y me había vuelto a acostar. Y le aseveré que esta era lo opción más congruente. Ya solo, a lo largo de varios días, la opción del sonambulismo fue tomando fuerzas y fueron asomando explicaciones del porqué de todo aquello, son estas: El niño y la niña del balancín simbolizaba a mi mujer y a mí –por eso, desde que lo vi, inconscientemente, me había atraído tanto este juguetito; por eso incluso me había atrevido y preocupado de mejorarlo insertándole un pequeño conmutador- y el acto de sonambulismo era la respuesta de mi Yo Profundo, de mi Deus absconditus a la pregunta en forma de nostalgia que surgió en mí la Noche de San Juan. Lo que venía a comunicarme, esta Oculta Consciencia, con la provocación del acto de sonambulismo, consistía en que, si no podía estar con ella en la realidad si podía estarlo simbólicamente. Pero, en este suceso, además de esta comunicación, acaece un atisbo, para mí, incluso más importante: Había algo que miraba por mí. Ante este Algo me postro –¡Oh Señor misericordioso que me iluminas! ¡Gracias! por haber puesto Tu Atención sobre mí. La confirmación a estas suposiciones me llegó con una segunda experiencia, ésta sucedió cerca de un año después; cuando ocurrió, ya había interiorizado este tan importante e inusual suceso acaecido. Lo que pasó por mi mente, por mi corazón con esta segunda experiencia fue, hablándome a mí mismo, algo así como: ; pero ya no me causó la terrorífica conmoción de la primera vez, fue una vivencia de serenidad. Paso a contarla, es muy distinta de la anterior: El preámbulo. Un mediodía, que es cuando está todo más tranquilo, entré en una de las grandes superficies comerciales a comprar única y exclusivamente dos cosas, un par de (P. 390) zapatos -porque los que tenía me resultaban incómodos para la época que estaba llegando o porque se estaban empezando a romper, no recuerdo bien el motivo pero sí que los necesitaba perentoriamente- y un bote de lavavajillas ya que llevaba varios días 272

batallando con el que tenía en el fregadero el cual su contenido se había gastado y el de repuesto, situado siempre debajo de dicho fregadero, me había descuidado y no lo tenía comprado; me di cuenta del olvido cuando miré para sustituir al usado. Llevaba dos o tres días queriendo comprar el dichoso bote de lavavajilla pero solamente me acordaba de él en el momento en que iba a fregar algún cacharro y, maldiciendo mi reiterado descuido, ahí estaba yo extrayéndole y extrayéndole las últimas gotitas, los últimos míseros residuos para conseguir fregar un plato, un vaso o algún que otro común utensilio. Bueno, por fin compré los zapatos y el bote origen de mis últimas dificultades. Más tarde, ese mismo día, me tropecé con un amigo al que le gusta el mundo de los libros. Después de saludarnos, me hizo entrega de uno para que lo leyera y que le diera mi opinión porque: , me dijo. El libro en cuestión es la obra de teatro Días felices de Samuel Beckett. No recuerdo si mi amigo me había hecho referencia, algunas jornadas antes, a este propósito de préstamo. Lo primero que hice en cuanto entré en el pisito -no llega a los treinta metros habitablesfue poner el lavavajilla gastado en el sitio de los envases para tirar y, triunfalmente, gozando del peso, gozando de la cantidad de jabón líquido a consumir del bote nuevo, lo coloqué en su lugar correspondiente; el fregadero volvía a encontrarse pleno para su función. Comí algo, y poco después me acosté para iniciar a leer la obra emprestada. Ésta consiste en una mujer que está enterrada hasta la cintura en un pequeño montículo y que posee un bolso grande de donde va sacando objetos usuales, cepillo de dientes, espejito, crema, etc., a los cuales los admira y ensalza grandemente como si fueran cosas importantísimas. Desde el primer momento se ve que es una persona ridícula por su modo de admirar tan triviales objetos; con otras palabras es ridículamente feliz. Para mí, en esencia, ésa es la obra. (P. 391) Leyéndola pensaba en mi compañero de trabajo y en su afición literaria y me decía que si él no había captado algo tan evidente como el tremendo dramatismo que emanaba del personaje tan ridículamente feliz, siempre quedaría fuera de captar innumerables manjares espirituales a los cuales él, así me lo parecía, perseguía deseosamente. Luego, avanzando en la lectura -la leí esa misma noche ya que la obra no es muy extensa-, de pronto me vino un estremecimiento como si hubiera recibido un tremendo mazazo, se me tambaleó algo que siempre había considerado como inamovible, sí, mis bien amados valores hacia los libros. Levanté la vista de la maldita obra que leía y la dirigí a las estanterías repletas de volúmenes que están en torno a mi cama –donde duermo lo llamo mi biblioteca-dormitorio-, al momento también recordé todos los libros secundarios que, por falta de espacio, guardo bajo la cama en una atestada caja y, casi instantáneamente a esta contemplación, emergió en mi pensamiento, como un estallido, casi como un cataclismo dudosas elucubraciones. 273

-¿Seré tan mediocre como el personaje de la obra? -¿Será mi Palacio de las Cien Mil Puertas tan banal como el bolso de donde la semienterrada mujer saca tan ridículos objetos y que tan absurdamente los ensalza? ¡Qué horror que mis libros y el bienestar que obtengo de ellos puedan ser tan insulsos!… Conseguí acabar tan repelente y poco, para mí, edificante libro y me eché a dormir. El suceso. A la mañana siguiente me levanté y comencé a prepararme para salir a trabajar como cualquier otro día. En ese transcurso tuve sed y fui a la cocinita –la lavadora sirve de mesa, dos personas no caben en ella- a coger agua del grifo. ¡Bomba!... Veo en el fregadero, uno detrás de otro, dos botes de lavavajillas… al momento pensé que el bote vacio no lo había puesto en el sitio de tirar -aunque recordaba que así lo había hecho-. Al tiempo que miraba hacia el sitio de tirar tocaba los dos botes del fregadero… Éstos estaban llenos y abajo en el rincón se encontraba el viejo bote escurrido. ¿Qué había ocurrido? ¿De dónde había salido este segundo bote?... Teniendo el tique de compra, como garantía para los zapatos, fui a cerciorarme si había adquirido únicamente un bote aunque recordaba perfectamente lo que compré y lo que había traído a la casa la noche anterior. En ese transcurso de diez o doce pasos, pensé: . Seguidamente, tras corroborar la adquisición de un único lavavajilla, la anterior frase, globalmente, sin desmenuzar aún los por qué, fue el Hágase la luz. Este suceso venía a confirmar las conclusiones a las que había llegado con mi anterior experiencia; este acontecimiento ya no me produjo conmoción de terror alguna, lo que nació en mí fue una evidencia emocional honda que hacía decirme, más o menos: . . Lo que había sucedido, no encuentro otra explicación, es que cuando, días antes, miré debajo del fregadero en el sitio del bote de repuesto no vi que realmente se encontraba uno de repuesto pero esta Oculta Consciencia si sabía que estaba allí. Y, ante el desasosiego provocado por Samuel Beckett, que considero que es un escéptico de la naturaleza humana, que está volcado hacia fuera y no sabe mirar hacia dentro -el drama de la Cultura de Occidente, el escepticismo insertado en el milagro del progreso, aunque éste intuyo que podría ser enfocado muy diferentemente-, mi Yo Profundo actuó igualmente que en el caso del balancín, me hizo levantarme en situación de sonámbulo y coger el bote no visto, el bote ignorado y sacarlo de su invisibilidad al colocarlo en el sitio de uso junto al comprado el día anterior. Esta Oculta Consciencia con esta acción tan desconcertante viene a responder al desmitificador Beckett con las mismas herramientas que él utiliza. El mensaje se realiza a través de un objeto de lo más cotidiano, de lo más vulgar, éste también podría salir del bolso de la semi-inmovilizada mujer; la similitud es evidente pero el propósito totalmente distinto. Beckett machaca los usuales valores de consumo, yo sin embargo, cotidianamente, 274

por su ingenio, me quedo pasmado ante la urdimbre de una tela, ante tanta ciencia como reside en un imperdible, mucho más ante una cremallera, ni que decir ante el milagro de tantas y tantas actuales cosas. De ahí esta inusitada manifestación, esta extraordinaria respuesta de mi Oculta Presencia, su claro mensaje más o menos viene a decirme: . (P. 393) Este autor considero que se encuentra en la desesperación del borracho que tira piedras sin preocuparse de adonde cae; creo que lo ve todo desde su tétrico y desesperanzado mundo. Yo a pesar de los campos de exterminio, de la bomba atómica, de las casi incontables barbaridades cometidas a lo largo de la historia, aún a pesar de todo ello no tiro la toalla; veo también la loable labor cotidiana de las personas; en ellas me apoyo para mirar perspectivas más serenas; he aquí algunas: Me siento unido, en la conmoción, con lo doliente. Soy uno más que conoce lo que es el sufrimiento. También conozco el chisporroteo luminario de los instantes. En los Instantes siento que reside la Eternidad. La Memoria es su Pebetero. Deseo que cada ser llegue a ver, sentir el Misterio del Más Alto Fulgor, el desvelamiento de lo Diestro y lo Siniestro. La Oculta Presencia que siento, desde hace largo tiempo, sé que está del lado del Amor, del lado de la Piedad. Agradecido como soy ante algo que haya sido benefactor conmigo, muy cotidianamente me brotan frases como: Gracias Señor por tu misericordia, haz que mi voluntad no decaiga nunca. No hay posibilidad de otro lenguaje para dirigirse a Eso Oculto. Ignoro si esta Oculta Presencia es o no es parte secreta de la propia naturaleza humana. Rehúyo entrar en esa cuestión. No es necesario. No quiero tener mayor suerte que una hormiga, que un caracol. Pido piedad para todo lo que sufre. Pido una misma suerte para todos. Anhelo que todos seamos parecidamente a esa portentosa estructura denominada Pietà la de Miguel Ángel- antes de su milagroso desescombro; y que los padecimientos y tragedias sean como los golpes de desbastamiento que ejecutan secretos escoplos moldeándonos, desprendiéndonos y quebrando la pétrea costra que nos envuelve y nos aprisiona. Que todo sea un prepararnos para esta milagrosa emergencia, para esta inusitada transmutación del dolor en Belleza. 275

(P. 394) La bíblica historia de Job me sirve para lanzar una pregunta: ¿Se aceptaría el dolor si sirviese para ese inenarrable encuentro que él tuvo? ... ¿Qué por qué tiene que suceder así?... Vayamos, tomemos el planteamiento desde otras geometrías: ¿Y si fuese estos Arcanos Retumbes, estos portentosos excepcionales sucesos una especie de contraprestación que nos ofrece la enigmática Mater Natura? ¿No habría que agradecérselo? Es por eso que a pesar de todo, de tantos abismales cataclismos, espero que cada padeciente ser encuentre algún tipo de alivio más o menos a como lo he hallado yo. … Así pues si la contemplación de la mujer del bolso nos resulta insoportable, ignorémosla, pasemos lo más alejado de ella, dejémosla con sus cosas, ella es feliz…, como yo con las mías. … -¡Sí!, podré seguir viendo mi pequeño habitáculo como lo que es, ¡oh!, ¡sí!, ¡como mi Palacio de las Cien Mil Puertas!, porque eso es mi biblioteca-dormitorio, tengo libros que no alcanzaré a leer, poco tramo queda ya para los setenta años, nunca podré recorrer enteramente mis Aposentos… Por ellos deambulo apaciblemente con innumerables presencias y con tres definitivas compañas. Siempre voy con ellos recorriendo mis serenos patios, mis vivos jardines, mis salones y rincones mágicos que cuantiosamente se me presentan a cada puerta que abro, en cada escalera que subo, en cada adornado pasillo que recorro, en sus bifurcaciones hacia todos lados llenas de enredaderas y pequeñas fuentes que suave borbotean… ¡Oh mágicas barandas! de calmos miradores; en cada tramo hay lugar para el deleite de la vista del alma y… ¡Sí! siempre van conmigo, juntos o algo separados, cada uno descubriendo sus propias cosas y comentándolas si es que nos vinieran en gana, en primer lugar, y esto en orden a antigüedad y sencillez de propósitos, la compañía de mi buen amigo Maigret el cual es más real que aquél de quien surgió –el mismo caso del Quijote-; sí, siempre tengo la presencia del buenazo de Maigret y su atenta y comprensiva esposa, ella siempre tan entrañable derrochando hogareña calma y él siempre tan pendiente de ella, siempre, siempre, siempre. Maigret defendiendo a capa y espada la conservación en su despacho de su vieja estufa de carbón; a estar continuamente cargando su colección de viejas pipas, a su departir con los sencillos, a su (P. 395) gusto por los pequeños locales y casas de comidas con los propios vinos de cada tabernero… ¡Oh! el Maigret de ese increíble imaginado París de las Artes y de las buhardillas, de los empedrados o terrizos patios con minúsculos y viejos talleres, a veces casi derrengados, y sugerentes portales y escaleras, ¡oh sí!, escaleras, escaleras, escaleras casi interminables… Mi segunda compaña es la del sublime y dolido vegetariano, hermanado con todo lo viviente y cargado de milenaria tradición de donde siempre nos habla tan conmovedoramente, me estoy refiriendo a mi inestimable Isaac Bashevis Singer –se hizo vegetariano por compasión a los animales; yo, cuando muera, quiero ser enterrado para que así pueda ser comido por otros seres en un intento de descargo por los que he devorado en 276

el transcurso de mi existencia; soy carnívoro no puedo evitarlo-, él me hace reír y llorar como con nadie me ha ocurrido; es el portavoz de esas almas humildes de las que los demás nunca llegan a ver la grandeza de corazón que ellos portan. El gran Ernesto Sábato –el autor de tres eternos libros- con su capítulo Sobre pobres y circos, de la obra Abaddón el Exterminador, es la excepción; considero que no hay mayor verdad que pueda igualar a la que está contenida en ese capítulo, siempre lloro cuando lo leo, he vuelto a llorar cuando he ido de nuevo a comprobarlo tras escribir este párrafo. ¿Cuándo el ser humano hará suya las verdades contenidas en ese puñado de palabras? El gran mensaje se resume en dos sencillos principios, son estos: Primero: Eliminación del dinero. Segundo: Cada uno aportará lo mejor de sí mismo y cada uno tomará lo justo que necesite. Sé que esto sucederá y que ocurrirá a nivel mundial. Será impensable que una persona no disponga de alimento, ropa, cobijo y asistencia médica y cultural; a cambio entregará a los demás, alegremente –aquí es donde residirá el milagro-, lo mejor que tenga de sí. No se rían, ni se me enfaden tampoco, pero es así como lo siento; si para ello es necesario que suceda una especie de genético cambio El Gran Misterio -La Madre Natura-, en su momento, moverá fichas, hará que aparezca, quizás eso ya ha comenzado. La moneda, así lo creo, pertenece a primitivas y caducas estructuras sociales. Tiene que surgir un nuevo pensar y sentir donde el instinto del yo será más libre, donde el individuo en el desarrollo (P. 396) de su capacidad encontrará su plenitud y goce mayor viendo como su propio bienestar le llega también a los otros. ¿Utópico?, Desoille fue un gran experto. Su presencia cotidianamente va conmigo, es mi tercer acompañante; él es el Mago, por él puedo fácilmente volar; gracias a él voy a las grandes alturas… Honores a ti ¡oh sublime maestro! Y, en el transcurso de la preparación de este artículo he venido a encontrarme -habiendo comprado un lector magnético- con el Diccionario filosófico de Voltaire; me he quedado encantado con este valiente y valioso libro, hoy ya entrañable; el defecto de esta versión digital es que no tiene un índice de los términos en él contenidos; mientras elaboraba uno para agregárselo, la imaginación en forma de pregunta vino a plantearme si después de pasados dos siglos y medio habría aún alguien interesado en Desoille como yo lo estaba en ese momento por Voltaire. Mi pensamiento, en un afán tranquilizador, pasó a los curiosos y más antiguos libros de Herodoto y…, de pronto, la fantasía, ya suelta, allá que me llevó al interior de las Mil y una noches; es así que me encuentro contemplando al personaje que habiéndose cubierto con la piel de un cordero, es llevado por una gran ave ante las 277

magníficas puertas de un palacio en donde cuarenta bellísimas mujeres andan siempre esperando la llegada de algún visitante para agasajarlo en todo lo que se le pueda apetecer, incluso en los más mínimos detalles y… ¡Oh! enturbantados soñadores del pasado, mientras catalogo los artículos de Voltaire, os veo, unos tras otros, como partes constituyentes de tantas y tantas progenies, sentados todos en torno a gratas hogueras, puestos a imaginar inacabables historias de idílicas magnificencias y… ¡Oh! la magia del leer. ¡Oh! el asombro del escribir… ¡Oh! el vahído de la infinitud fluyendo como entre dos espejos. Veo que la milagrosa evasión, de las distancias espaciales y temporales, en la realidad se alcanza. Me siento próximo a Voltaire, casi lo escucho mientras leo sus argumentos –por cierto que poco se ha avanzado en cuanto a lo que él dice sobre sonambulismo; lo que más arriba he expuesto puede que sea un aporte a esta nebulosa cuestión-. ¿Quién da vida a quien? ¿Es que a través de la comunicación escrita, necesidad (P. 397) del alma, asoman los que ya no están? ¿No persisten, al hurgarse en el pálpito de sus elaborados trazos, sus presencias? ¿Es mi soplo quien los levanta? ¡Pero yo los siento vivos, y ellos, me hacen vivir! ¿Son un truco nada más la luz que emerge de sus embelesadoras estructuraciones? Algo hay, parecidamente a los enfrentados espejos, de indefinible en lo leíble. … Es así que desde aquí, desde esta inextinguible lámpara, desde esta inagotable lágrima de incienso, preparado todo queda para cuando asome y prenda la brasa de tu mirada… ¡Sí, la tuya!, ¡oh posible lector! ¡Oh síntesis elaboradora! ¡Oh sostén de todas las cosas! La totalidad está en ti, ahora, incorporada. ¡Oh! lo uno conteniéndolo todo. Hurgamos y elaboramos, desde un ínfimo pero total instante, todo el vértigo de las profundidades, todo el abismo de los tiempos, ¡sí! lo inconmensurable de los espacios. ¿Qué sería eso sin nosotros? Seguro que sería -¿sería?- otra -¿otra?- cosa -¿cosa?-. ¡Oh mágico soporte de donde surge la mirada! Somos Luz esplendente. ¡Sí, nosotros, Adán todos, forjadores de realidades! … Un puente con su agua que por debajo pasa –el fenómeno intrínseco de lo real-, es y no es; supeditado está a nosotros ya que si por un proceso de extraña metamorfosis aumentáramos diez o veinte veces nuestro tamaño, en la misma proporción menguaría la propia intrínseca naturaleza del peligro de ahogamiento en sus aguas e incluso la necesidad de utilizar dicho puente… Somos el centro de las medidas -cada ser vivo también tiene la suya-… La realidad que tocamos es una e infinita. Estas disquisiciones no menoscaban en absoluto las tesis existencialistas de: Se es en función de cómo se actúa en el mundo. Y por encima -o detrás- de todo, la serenidad de un pálpito de Presencia.

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278

(P. 398) … Desde estos inciertos tiempos, un deseo:

Hagamos buen pan para todos. Que su aroma persista de generaciones en generaciones.

Miguel Álvarez Trigo. Sevilla 8 de mayo de 2013

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(P. 399 [-en el original francés p. 385-]) LÉXICO DE TÉRMINOS TÉCNICOS Empleados en esta obra Abreacción: Se da este nombre al hecho de vivir (o revivir), conscientemente y completamente los sentimientos sentidos por el individuo quien se encuentra obligado a renunciar a los impulsos de su instinto ante los imperativos del medio familiar o social. [Otra definición tomada de un diccionario de psicología. Abreacción: Es la descarga o liberación de la tensión emocional asociada a una idea, conflicto o recuerdo desagradable reprimido, esto se consigue reviviendo nuevamente la experiencia emocional penosa].

Afecto: Es la carga emotiva que acompaña a cualquier representación. Ambivalencia, ambivalente: La ambivalencia consiste en experimentar al mismo tiempo, sentimientos de atracción y de aversión hacia un mismo objeto: el padre, por ejemplo. Anal (fase): Período durante el cual el niño presta su atención sobre las excitaciones agradables que tienen por sede su mucosa anal. Anamnesis [(reminiscencia)]: Retorno a la conciencia de lo que se olvida. Animismo: Disposición a prestar a las cosas una conciencia y una intención. Autismo: Forma de pensamiento no adaptado al mundo exterior, al no-yo. Ciclotimia: Disposición a pasar de una fase de excitación a una fase de depresión. Donjuanismo: Disposición a buscar en una mujer, constantemente sustituida por otra, un ideal femenino jamás satisfecho. Edipo (complejo de): conjunto de sentimientos nacidos, por una parte, del apego del joven a su madre y, por otra, de una celosa rivalidad hacia el padre. Egocentrismo, egocéntrico: Disposición a relacionar hacia sí mismo todos los pensamientos y todos los sentimientos experimentados. Ello: Es el conjunto de los impulsos instintivos considerado, por conveniencia del lenguaje, como entidad bio-psíquica denominada instancia en psicoanálisis. Esquizofrenia, esquizofrénico: pérdida de contacto afectivo con el mundo exterior. Esquizoide: disposición a estar dominado por el mundo de las representaciones (P. 400) interiores, de los pensamientos y sentimientos. Exocentrismo, exocéntrico: disposición a tener en cuenta los pensamientos y sentimientos de otros [(el prójimo)] en sus propios pensamientos y sentimientos. Extraversión, extravertido: disposición a fijar preferiblemente su atención sobre el mundo exterior. Filogénesis, filogenética: proceso de evolución de la especie. Hominización [(humanización)]: término empleado por E. Le Roy para designar el esfuerzo de la especie humana y del individuo quién tiende a separarse cada vez más el hombre del animal trayéndolo continuamente a una mayor conciencia. Imago, imagines: representación infantil de un objeto que queda inconsciente y que sólo puede asemejarse muy poco con el recuerdo consciente que mantenemos de este mismo objeto. Ejemplo: imago de la madre. 280

Introversión: disposición a fijar preferentemente su atención sobre su propio mundo interior. Introyección: fenómeno consistente en hacer suyas, olvidando su origen, cualidades tomadas de una persona, real o imaginaria, odiada o admirada, identificándose inconscientemente con ella. Se introyecta una imagen que puede ser la de los padres, o la representación que se hace de un ideal o de una función. Libido: es la energía del deseo; en general la energía psíquica o la energía afectiva. Moralismo: estrecha moral. Narcisismo: disposición a trasladar sobre sí mismo la facultad de admirar y de amar a una persona de otro sexo. Oblatividad, oblativo: disposición a dar de uno mismo. Oral (fase): período durante el cual la sensibilidad del lactante se orienta hacia las excitaciones agradables que tienen por sede las mucosas de la boca. Proyección: mecanismo que consiste en prestar a otros un sentimiento que el superyó nos prohíbe generalmente reconocer como nuestro. Psicagogia: arte de disciplinar las reacciones afectivas, por extensión: arte de dirigir la vida. Rechazo: proceso que consiste en mantener fuera de la conciencia los impulsos (P. 401) instintivos sin examinarlos serenamente y sin vivir plenamente la emoción que los acompaña. Es un proceso mórbido. Regresión: proceso que consiste en retomar la actitud afectiva propia a una fase infantil. Ejemplo: regresión a la fase anal. Represión: proceso que consiste en rechazar fuera de la conciencia los impulsos instintivos tras un sereno examen y después de haber vivido toda la emoción que los acompaña. Es un proceso normal. Sí-mismo: estado límite que alcanzaríamos por una sublimación total de nuestro instinto. Sublimación: desplazamiento de la energía del instinto de su objeto normal a un objeto de más alto valor para el propio individuo y la sociedad. Superyó: conjunto de las representaciones morales, legítimas o no, adjuntas a las imagines del padre y de la madre. El superyó, según Freud, es la entidad psíquica (instancia) que ejerce su censura sobre los impulsos del instinto para permitirlos, o impedirlos, de aparecer claramente a la conciencia. Transferencia: mecanismo de proyección sobre el psicólogo de la imago del padre o de la madre, por ejemplo, y de los sentimientos vinculados a esta imago. El psicólogo toma así, para el paciente, el lugar que tenía para él el padre o la madre, en su infancia. El paciente puede, gracias a eso, abreaccionar sus emociones antes rechazadas. Yo: es el conjunto de las representaciones conscientes que tenemos de nosotros mismos, considerado, por conveniencia del lenguaje, como instancia.

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(P. 402 [-en el original francés p. 387-]) ÍNDICE [Consta de doble paginación; la numeración primera corresponde a la insertada en el texto; la segunda a la propia de la traducción situada a pie de página.

[Portada. Anexo; nota del que traduce. Dedicatoria del autor] Paginas Introducción................................................................................................................... 1 - 9 LIBRO I EL GUARDIÁN DEL UMBRAL Capítulo primero. -La experiencia; caso de Alexandre......................................... 11 - 14 Capítulo II. -a) Visión global sobre la experiencia con Alexandre..................... 126 - 94 -b) La transferencia en el sueño despierto........................................ 127 - 95 LIBRO II LA EXPERIENCIA NORMAL [143 – 105] Capítulo primero. -Alice…………………………………………………….….. 145 - 106 Capítulo II. –Olga…………………….…………………………………………. 202 - 144 Capítulo III. –Simone…………..……….………………………………………. 247 - 176 Capítulo IV. –Odet……………………………….……………….…………….. 268 - 190 Capítulo V. –Théophile…………..……….…………………………………….. 273 - 193 LIBRO III PUNTOS DE VISTAS TEÓRICOS Capítulo primero. -La estructura de la psique. Clasificación de las imágenes. 277 - 195 Capítulo II. -De la interpretación de los símbolos……………………………... 289 - 203 Capítulo III. –Psicoanálisis y Sueño despierto; Los mecanismos de la cura…. 302 - 212 282

(P. 403) [-en el original francés p. 388- ÍNDICE (continuación)] Capítulo IV. -La sugerencia, su técnica en el sueño despierto y sus límites de empleo……………………………………………………………. 346 – 242 Capítulo V. -La función de sublimación……………….………………………. 356 – 248 Capítulo VI. -Resumen y conclusión…………………………………………… 376 - 262 [Apéndice agregado a la traducción Post Scríptum. De este quien traduce]………………………………….………. 385 - 269 [-en el original francés p. 385-] Léxico

de los términos técnicos empleados en

esta obra…………………………………………………………………………... 399 - 280 [-en el original francés p. 387\388-] Índice………………………………………………...

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402 - 282

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