Desde El Silencio

December 30, 2017 | Author: UnSoloSabor | Category: Suffering, Love, Truth, Attachment Theory, Mind
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DESDE EL SILENCIO

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El ser humano es parte inseparable de esa totalidad que llamamos “Universo”, si bien una parte limitada en el espacio y el tiempo. Sin embargo, en una especie de ilusión óptica de su conciencia, se experimenta a sí mismo y a sus pensamientos y sentimientos como algo separado del resto. Esta ilusión es como una prisión que nos limita a nuestros deseos personales y al afecto hacia unas pocas personas que nos son próximas. Nuestra tarea debe consistir en liberarnos de esta prisión. - Albert Einstein -

Sólo una mente silenciosa puede percibir Aquello sagrado que no tiene nombre ni medida. - Jiddu Krishnamurti -

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UNO Agarrar la maleta y meter cuatro cosas en ella para perderse durante siete días en un pequeño pueblo de la provincia de Cáceres en un retiro de silencio no tiene mucha explicación. Es lo que me pedían cuerpo y alma desde hacía ya algún tiempo. Simplemente. Me parecía un auténtico lujazo apagar todas las luces y sonidos que adornan la vida cotidiana de cualquier persona y desaparecer, desconectar y olvidar, entre otras muchas cosas, las muy estresantes presiones del trabajo. Con 47 años a mis espaldas parece que es tiempo de empezar a hacer balance y echar un vistazo a lo aprendido en el camino recorrido hasta ahora, si es que he aprendido algo. En una tarde de hace aproximadamente unos tres meses, rememoraba los momentos y experiencias vividas desde que terminé mis estudios de bachiller, nada más y nada menos que hace 30 años de eso. La reflexión me la provocó el siguiente parrafo de una biografía que acababa de leer y en donde el autor, ya en la vejez, hacia un recuento de deseos y necesidades a lo largo de su vida en una explosión de rebeldía contra la inevitable decadencia que, de forma evidente, ya hacía mella en él. “Quería estudiar y encontrar trabajo, el mejor trabajo posible adecuado a lo que me gustaba hacer en la vida, y lo

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conseguí. Gané dinero suficiente para llenar mi vida de bienes materiales y comodidades de toda clase. Tal y como planeé tuve hijos que crecieron sanos y fuertes tanto física como psicológicamente, estudiaron y recibieron una buena educación que les permitió también encontrar un buen trabajo, pronto fueron independientes economicamente. Me pude permitir el lujo de frecuentar buenos restaurantes, viajar, conocer mundos, culturas y enriquecerme con todo ello. Conseguí la pareja que tanto deseaba desde hacía mucho tiempo, tuve relaciones sexuales plenas y satisfactorias con frecuencia. La verdad es que me llevaba bien con todos, tuve unas buenas relaciones sociales y me consideraba querido y respetado. Durante la mayor parte de mi vida he disfrutado de una buena salud. Sin embargo, a pesar de haber alcanzado en mi vida la mayor parte de las metas que me había fijado, hoy siento pánico ante la cercanía de la muerte, me encuentro vacío y desesperado.” Si somos honestos hemos de reconocer que éstos son también, al menos parcialmente, los deseos y anhelos que marcan el rumbo de nuestras vidas. Podemos darle todos los nombres que se nos ocurran y colocarlo en la cultura, sociedad o momento de la historia que queramos, al fin y al cabo la realidad última, el análisis último de lo que ahí sucede, es que nuestra mente se convierte en un inacabable foco de deseos de toda índole que generan en nosotros constantes preocupaciones, frustraciones, tensiones, ansiedades, miedos, tristezas, depresiones y hasta, en ocasiones, profundo sufrimiento. Y lo estupendo del asunto es que nada de todo lo

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deseado es malo en sí mismo. El problema surge cuando cualquiera de esas cosas se convierte en el objetivo prioritario de nuestro actuar diario, en la motivación principal de nuestras vidas, y nos hace aferrarnos a los objetos de deseo que genera nuestra mente sin cesar. El apego genera sufrimiento en la ganancia y en la pérdida. Dicen que hay dos formas de ser desdichado: 1) no conseguir lo que se desea y 2) conseguir lo que se desea. El problema no es conseguir cosas o alcanzar metas, el problema es el apego a lo conseguido. Apegarse supone covertirse en prisionero de lo obtenido. Si eso ocurre tendemos de forma espontánea a reaccionar constantemente ante la pérdida de lo que anhelamos. Esa pérdida va a llegar a nuestras vidas más tarde o más temprano porque todo sufre un constante proceso de desgaste. Aunque no lleguemos a percibirlo con nuestros sentidos todo esta cambiando a cada segundo en un eterno proceso de degeneración y desaparición, y ésta pérdida nos genera sufrimiento en cualquiera de sus muchos grados. Visto así, la vida se convierte en una carrera de unos pocos años en una busqueda frenética del placer y una desesperada huída del dolor y el sufrimiento. Sin embargo hay otra actitud diferente a la de buscar y huir continuamente: la de quedarse quieto. Quedarse quieto y contemplar la realidad desde otro lugar de la mente. “Solemos vivir contemplando el mundo únicamente a través de los mitos populares que nos han proporcionado. Los cantos empobrecidos de nuestra cultura se venden por doquier: el mito del materialismo y la posesividad, que nos dice que los bienes mundanos traen la felicidad; el mito de la

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competitividad y el individualismo, que produce tanto aislamiento; el mito del logro y del éxito, que lleva a subir la escalera sólo para descubrir que estaba frente a la pared equivocada, el mito de la juventud, que produce una cultura de eterna adolescencia compuesta de imágenes publicitarias como modelo de realidad. Se trata de mitos de apego y separación.” En oposición a esa visión de la realidad en la que todo se interpreta en clave dual, es decir, bueno o malo para uno mismo, existe otra concepción en donde uno es consciente de su realidad transitoria y encara la vida libre de deseos y metas que alcanzar. Ante la perspectiva, nada alentadora, de experimentar la vida como un “salvése quién pueda” hay muchos autores de libros best-sellers que nos hablan de otra forma de manejarse con el mundo y con la vida, anunciando a bombo y platillo que hay una salida para todos nuestros males en forma de mágicas recetas. En este terreno la selva es enorme, hay mucha maleza y trampas de toda clase cuyo objetivo prioritario es obtener pingües beneficios al amparo de nuestra, en ocasiones, imperiosa necesidad de cambiar el rumbo de nuestras vidas y encontrar un sentido a todo esto más allá de lo que nos hacen creer nuestros sentidos. Este tipo de cosas me recuerdan a los charlatanes del Oeste americano que iban de pueblo en pueblo vendiendo milagrosos remedios curalotodo en forma de repugnante brevaje. Para cuando el pueblo se había percatado del engaño e iban en masa en busca del sujeto para proceder a su emplumamiento (inicial baño de alquitran y posterior de plumas) el mismo había puesto pies en polvorosa con la saca

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llena de las esperanzas puestas en él en forma de dólares. En todo caso no es justo meter a todo el mundo en el mismo saco, ni en esto ni en nada. Generalizar alegremente puede hacernos perder ocasiones autenticamente valiosas, y ésta que os voy a relatar podría ser una de ellas. A unos les da por jugar al ajedrez, otros por la pesca y otros por recoger setas en temporada, cada uno hace con su tiempo libre lo que le pide el alma. A algunos nos da por hacernos preguntas y querer tener respuesta de alguien que dice tenerlas. En mi caso, y por las circunstancias que fueren, desde jóven me he planteado esa clase de cuestiones que, en ocasiones, me daban vueltas sin parar en la cabeza. Poco tengo ya que ver con ese adolescente que se interrogaba constantemente, he “muerto y nacido” varias veces desde entonces, sin embargo sigo haciendome muchas preguntas acerca de mi realidad cotidiana y de la no tan cotidiana. “Mucha gente se siente atrapada en las rutinas de la vida cotidiana, que parecen privar de sentido a su vida. Algunos creen que la vida pasa de largo ante ellos, o que ya pasó. Otros se sienten gravemente limitados por las exigencias de su trabajo y de mantener una familia, o por su situación económica o vital. Algunos están consumidos por un estrés agudo, otros por un aburrimiento agudo. Unos se pierden en una actividad frenética; otros se pierden en el estancamiento. Mucha gente suspira por la libertad y expansión que la prosperidad promete. Otros ya disfrutan de la libertad relativa que conlleva esa prosperidad y descubren que eso no basta para dotar de sentido a su vida.” “Y entonces, cuando creías que habías triunfado o que habías encontrado tu sitio, comienza el movimiento de retorno.

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Puede que empiecen a morir personas muy próximas a ti. Tu cuerpo se debilita; tu esfera de influencia se encoge. En lugar de hacerte más, te vas haciendo menos, y el ego reacciona a ésto cada vez con más angustia o depresión. Tu mundo está empezando a contraerse y puede que descubras que ya no lo controlas. Y un buen día tu también desapareces, y queda un espacio vacío. Tu vida era una manera única en la que el Universo se experimentaba a sí mismo.” Lo que a continuación voy a relatar es el dia a dia de un retiro en una Hospederia muy cercana a un pueblecito de la provincia de Cáceres, Robledillo de la Vera, en el que durante una semana realicé un retiro de silencio al abrigo de una autora incluída en la nómina de pensadores de la llamada Sabiduría Perenne, empeñados en ese camino de liberación. Fue una grandísima sorpresa para mi "toparme" con una coetánea española en plena y ferviente actividad, Consuelo Martin, autora de más de una quincena de libros, a cual de ellos más inspirador, y cuyo denominador común es el intento de enseñarnos a desarrollar el arte de la Contemplación desde el Silencio interior. Consuelo es experta en el llamado pensamiento no-dual y exponente de la tradición Vedanta Advaita hindú. Vaya por delante que el presente relato sólo tiene la pretensión de contar cosas, en este caso más del mundo interior que de sucesos externos, pero me gustaría también transmitir la impresión de que a través de estas páginas mal redactadas asumo el papel de intermediario entre el homo vulgaris (distinguido club al que por supuestísimo tambien tengo el honor de pertenecer) y ese a veces jeroglifico mundo de la espiritualidad que tan a menudo aburre a los no acostumbrados con sólo leer unos cuántos párrafos. Quizás lo

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que a veces se echa de menos entre tanta solemnidad espiritual es unas pequeñas gotas de humor, eso sí, con todo el respeto del mundo por todo y por todos. Faltaría más. La aventura que ahora quiero contar casi en vivo y en directo se gestó a principios del presente año 2011, cuando en el deseo de profundizar lo que la filosofía hindú podía enseñarme, y después de mucho bucear por internet, tecleé en Google la palabra "no dual". Allí descubrí a Consuelo. Las no muchas reseñas que sobre ella leí atrajeron mi atención sobre su obra. No era una autora “mediática” y eso me gustaba. He podido comprobar repetidas veces a lo largo de mi vida la verdad de que "cuando el alumno esta preparado el maestro aparece", yo sustituiría la palabra maestro por enseñanza. Dicho de esta manera pudiera pensarse que Dios está detrás de Google, pero no voy a darle ese gustazo al millonario autor del inventito buscador y voy a decir que los designios de la providencia divina son insondables, ¿o eran inescrutables? ¿quizás inaprensibles? ¿incognoscibles?, bueno da igual, el caso es que, a pesar de tener la certeza de que no hay ninguna mano divina ahí fuera cometiendo desmanes de todo tipo como los que se han cometido en este planeta tengo también la sensación de que las cosas no ocurren por casualidad. Cuestión bien distinta es la razón de haber llegado a teclear aquel día de enero de 2011 la palabra “no dual” en la pantalla de mi ordenador. Sólo eso ya sería motivo de otro relato de no-ficción que abarcaría cuarenta y tantos años de vida y no es cuestión de hacer nacer tan monstruoso engendro. Sólo añadiré que podría ser que el motivo de teclear aquello en aquel día y lugar sea el mismo por el que quizás tu, lector, estés leyendo estas palabras. La causalidad.

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En todo caso alguien dijo que el mejor motivo para hacer algo era no tener motivo alguno, y a mi también me parece ésta la mejor razón. La corriente del océano me ha traido hasta esta orilla y el impulso, la inspiración y la intuición han hecho el resto. También es de obligado cumplimento aclarar que el puzzle completo de estas penosas páginas fue culminado en casa, sobre todo porque el penúltimo día del retiro fué un poco... “especial”. Lo que en él ocurrió no estaba previsto en el guión e impedió en buena medida que el diario se completara en el lugar en donde todo sucedió. Pero como no hay mal que por bien no venga, dicho salto de guión ha permitido adornar la narración con citas y nuevas entradas que, en mi opinión, han enriquecido el relato hasta el punto de hacerlo algo más digerible de lo que en un principio hubiese sido. De muchas de las citas que incluí no se hace constar su autor por la simple razón de que lo desconozco, y la causa no es otra que la manía, adquirida por mi ya hace unos años, de anotar rapidamente aquellas ideas, frases, conceptos, etc., que llamaban poderosamente mi atención, y que había oído o leído en cualquier lugar. Lo importante es que en esas citas encontré los temas recurrentes que durante estos últimos años han estado dando vueltas a mi cabeza y que, casi podria decirse, constituyen mi pequeño “Manual de instrucciones de la vida”, ésa es la razón de que las haya volcado en este pequeño y modesto relato. Por último ha de advertirse que esta crónica del retiro es más una exposición de las reflexiones que me generaba el aislamiento y el silencio impuestos que una descripción de sucesos externos. Las distintas entradas que a lo largo del día

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iba insertando en el relato están indicadas por un asterisco para situar al lector en los cambios de los diferentes momentos y estados de ánimo del que suscribe. Una vez releído tranquilamente todo lo escrito por mi en esos días de diciembre, percibí que la narración comienza en un tono alegre y vital y conforme va transcurriendo el tiempo de retiro se va transformando en un relato totalmente reflexivo. No había nada premeditado en todo esto, mi única intención era sólo dejar la mente volar en total libertad para decidir la mejor manera de expresar cosas muy complicadas de describir. No importa quién está detrás de este atrevido intento de hablar sobre cosas tan sutiles, impalpables y abstractas. El que ésto escribe se encuentra a gusto en el silencio y el anonimato aunque sólo sea por el hecho de querer distanciarme lo suficiente del personaje que, para bien y para mal, con sus luces y sus sombras, me ha tocado vivir. A mi, personalmente, la realización de este relato me sirvió de clarificación de ideas, siempre me gustó escribir y no tengo ni idea siquiera de si llego a ser algo inteligible, pero en mi contra diré que también me gusta cantar en la ducha cuando estoy solo, y lo hago fatal. Así que aunque solamente sea por eso, por el gusto de escribir, ya habrá merecido la pena.

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VIERNES, 2 DE DICIEMBRE La verdad es que seiscientos veinte kilometros son muchos kilometros para un día de coche pero no es la primera vez que me embarco en situaciones de este tipo. Hace ya unos años sin pensarlo mucho cojí un avión y me plante en Cork (Irlanda), con poco dinero y aún menos conocimientos de inglés. Previamente, vía internet, había alquilado un coche para recoger en el aeropuerto a fin de poder llegar a un Monasterio Dzogchen perdido en el más remoto sur de Irlanda, tan remoto que a pocos kilómetros del Monasterio se acababa la carretera. Lo curioso en este caso es que el coche reservado fué el más modesto (por barato) de los disponibles, sin embargo, ya en el aeropuerto irlandés, logré entender a la dependienta de Hertz, empresa de alquiler de vehículos, que no existía en ese momento disponibilidad del modelo escogido, así que me sería entregado otro de gama superior, sin coste alguno por supuesto. Je!, al llegar al parking de la empresa en el aeropuerto, el coche resultó ser la edición deportiva del Opel Astra con llantas de aleación, lunetas tintadas, asientos de cuero negro y dos bafles traseros que ya los quisiera para sí los ACDC (banda de rock duro en estado puro). Poco acostumbrado como estaba yo a los coches deportivos, cada vez que pisaba un poco el acelerador mi cabeza salía despedida hacia atras como si me hubieran dado un repentino latigazo o electroshock, así que sonriendo para mis adentros me visualicé a mi mismo entrando en el Monasterio Dzogchen (con el fin de realizar un retiro de meditación) arrastrando ruedas y los bafles vibrando a toda pastilla con la música de El Fary, aquello era la risa, aunque no sabía yo si los monjes al

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verme y oirme no saldrian corriendo y se tirarían de cabeza al océano desde la posición privilegiada que ostentaba el monasterio sobre unos maravillosos y altísimos acantilados. Pero la cosa no acabó ahí. Los lugareños que se cruzaban conmigo en la cada vez màs estrecha y destartalada carretera que conducía al monasterio me saludaban sin soltar el volante levantando el dedo índice. Tardé en darme cuenta que era el sistema de saludo típico de aquella comarca de Irlanda, y el descubrimiento lo realicé al esperar largo rato con paciencia budista a que un ganadero se apartara junto con su enorme vaca del medio de la carretera, al pasar junto a él lo saludé amablemente y él a cambio me respondió con la mejor de sus sonrisas levantando el dedo índice y formando junto con el pulgar una L inversa (o al menos así lo interpreté), así que a partir de ese descubrimiento me encantó ser yo el que, desde mi apabullante deportivo con matricula irlandesa, fuera saludando a mis "compatriotas" irlandeses. El asunto destilaba simpatía y buen humor por los cuatro costados... hasta que la cosa del tiempo empezó a ponerse también irlandesa, es decir nubarrones, chaparrón, relampagos y una niebla que no veía ni los limpiaparabrisas de mi coche y todo ello en lo que ya se había convertido en un camino de cabras con cabida para coche y medio con suerte. Así que la sonrisa se me congeló en la cara y fue sustituída por un gesto de total preocupación y tensión buscandole alguna gracia o algo positivo al asunto y.... al final lo encontré (no el monasterio sino el lado positivo): ya no tenía que preocuparme por estar muy atento y conducir en el lado izquierdo del coche por el lado izquierdo de la carretera, a esas alturas de la pelic... digo de la carretera ya no había lado izquierdo ni derecho sino un estrecho centro por el que circulaba bastante asustado y a una milla por hora con mi superdeportivo irlandés... y de esa manera tan poco triunfal

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entré en el monasterio. Yo me imaginaba que la niebla tan densa se me había metido hasta dentro del coche y desde fuera sólo se me veían los ojos así que salí rapidamente de allí e hice a los monjes las reverencias acostumbradas con la mayor de las humildades. Lección aprendida. Asi pues hoy, camino de Cáceres, pensaba en que ésta era otra de esas situaciones en las que una vez metido en harina te preguntas: "¿quien me habrá a mi mandado meterme en esto?" y la respuesta, "pues yo", me deja sin más argumentos para discutir conmigo y con la obligación moral de "tirar pa'lante" y no quedar en entredicho ante mi mismo. Así que en mi coche, muy normalito, por supuesto, me encontraba camino de Robledillo de la Vera, Cáceres, concretamente en dirección a la Hospedería del Silencio. En esta ocasión la experiencia a vivir se concreta en una semana de silencio asistiendo a unas jornadas sobre Contemplación dirigidas por Consuelo Martin. Los años y la experiencia me han llevado a no albergar expectativas sobre nada en la vida y aún menos en este tipo de situaciones donde no hay nada escrito. Seiscientos veinte kilometros dan para pensar mucho, y digo seiscientos veinte kilómetros porque alguien muy estudiado dijo que el tiempo se puede medir en distancias. Así que me armé de paciencia y puse en marcha el CD del coche con música relajante que me creara un estado emocional acorde a la situación que esperaba encontrarme en mi destino. Lo que sucede es que todo eso está muy bien mientras uno no se detenga para comer y se vuelva a meter en el coche a la hora de la siesta. Así que cambié el tercio y puse música algo más alegre que me espabilara el alma, no quería llegar excesivamente tarde, algunos de los inscritos viajaban en microbus desde Madrid y estaba prevista su llegada a las seis

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de la tarde. En una rápida parada para repostar gasolina y tomar un café presencio la acalorada discusión a gritos de una pareja en el parking de la cafetería. Alguién dijo que la mayoría de los amores de pareja son sólo una versión escondida del amor a sí mismo a través del otro, y eso siempre está destinado al fracaso. Si siempre estamos esperando algo del otro la frustración es segura. Si simplemente dejamos ser al otro, sin querer poseerlo, el espacio de libertad que se genera hace engrandecer la figura de ambos. Lo demás es mezquindad, egoísmo disfrazado, miedo a la soledad, sometimiento a la pasión física, busqueda desesperada de ruido en nuestras vidas o muchas otras cosas que poco o nada tienen que ver con el verdadero amor y que terminan por construir una verdadera carcel de desinterés y apatia (o en su faceta más radical un auténtico y claustrofóbico infierno) con el que hay que acabar prontamente. Al fin y al cabo la elección en nuestro modo de entender la relación es simple: te quiero tal como eres o te quiero como yo quiero que seas. El amor de pareja no escapa a la universal ley de impermanencia de todo lo existente, si no nos adaptamos a sus cambios acaba por morir. Una verdadera relación de amor es una relación de libertad en donde, incluso aunque con el tiempo muera la sexualidad, el amor surge con más vigor. El miedo a la pérdida genera celos, reproches, dependencia, chantaje emocional y sobre todo posesividad. Pero el amor tiene otros muchos ingredientes que hacen de él un hermoso lugar en el que habitar: reciprocidad altruista, agradecimiento, solidaridad, acompañamiento, respeto, tolerancia, generosidad, apoyo, comprensión, libertad, admiración... y sobre todo y más complicado: estar siempre dispuesto a dejar

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marchar. “Sólo el amor verdadero se alegra al ver que una persona querida es más feliz con otra. No es una tarea fácil, desde luego, pero si deseamos de verdad la felicidad de alguien, no podemos imponerle la manera de ser feliz.” Al retomar nuevamente la carretera me anima el pensar que si Consuelo es la persona que creo que es, el asunto bien valdrá la paliza de coche. He leído varios libros de ella y la verdad es que su escritura es seductora, su campo de acción se mueve dentro del campo de la no-dualidad, filosofía ésta que ultimamente me tiene dedicado en cuerpo y alma. Actualmente tenemos en España la suerte de tener vivitos y coleando a varios autores de gran relevancia en la literatura espiritual, Ramiro Calle, Enrique Martinez Lozano, Monica Cavallé y Consuelo Martin entre otros. Al primero de ellos ya he tenido el inmenso placer de verlo y escucharlo en una charla dada en Madrid y la verdad es que no decepciona en absoluto, todo lo contrario. Ramiro Calle es un sabio, maestro de Yoga (con mayúsculas), con millones de kilometros en las plantas de sus pies a través de la India y alrededores. Puedes estar oyendole durante horas, no te cansas nunca. Antes aparecía más en televisión pero él mismo comentaba que no le interesan en absoluto la clase de programas donde le habían invitado ultimamente. No me imagino a Ramiro en espacios televisivos como “Sálvame” o “Dónde estás corazón”, por cierto, éste último ya no está en ningún lado, cosas de la audiencia. Un cartel me anuncia pronto la entrada en la provincia de Cáceres, el paisaje me parece precioso. En relación a este asunto del paisaje recuerdo una (hoy) divertida manifestación

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realizada por un hombre de pro, que demuestra cómo a veces las cosas de un muy lejano pasado nos sorprenden y nos arrancan una sonrisa al compararlo con nuestro actual ritmo de vida. La proclamación la realizó el ilustre pensador español Gaspar de Jovellanos, prolífico escritor y venerado político del Siglo XVIII, el cual declaró publicamente y en tono quejoso: “La velocidad de las carrozas impide apreciar el paisaje”. Je!, no sé qué pensaría de dicha proclamación pública D. Fernando Alonso, ilustre corredor de Formula 1 del Siglo XXI. Gracias a la inestimable ayuda del GPS prestado por una compañera de trabajo llego a mi destino sobre las 5.15 de la tarde, si no hubiera sido por el cacharrito seguramente sería alguna hora más la que mediaría entre salida y llegada. El entorno es maravilloso, el paisaje de la Sierra de Lozar de la Vera es espectacular y hace de precioso marco de la Hospedería. El cielo, limpio y con unos colores muy vivos y brillantes, transmiten lo que uno espera encontrar en un sitio así: sensación de plenitud. En cuanto salgo del coche aparcado en el parking de la hospedería sucede algo para mi insólito: un arcoíris emergía majestuoso a muy poquísima distancia de donde me encontraba. Tenía la sensación de que si caminaba un poco en dirección al arcoíris casi podría tocarlo con las manos. Una espontánea exclamación de asombro salió de mis labios aún a pesar de que ya me encontraba dentro del recinto de la Hospedería del Silencio. Aunque no soy muy amigo de fotos no pude contener el impulso de agarrar el movil para hacerle un par de fotos a tan increíble y asombróso fenómeno. A pesar de que en ese momento el lugar estaba aparentemente vacio de gente pude ver no muy lejos de mi a otra persona echando fotos en dirección al gigantesco arcoíris. “Je!”, pensé con algo

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de sorna: “menuda entrada han puesto en la Hospedería ecológica ésta”, “sabrangastao una pasta” ☺. Sin embargo la cosa no acabó ahí. Otro aún más extraño fenómeno meteorológico me aguardaba. Minutos más tarde de la apabullante visión del arcoíris me encontraba paseando por los alrededores del edificio donde se ubicaba la Sala de Contemplación en la que, desde el exterior, se podía apreciar actividad, quizás la contemplación de las 5 a la que no había podido llegar a tiempo. No se movía una brizna de hierba de lo tranquilo que estaba el tiempo cuando de pronto, en cuestión de segundos, se levantó un vendaval fortísimo que hacía que las hojas volaran en todas direcciones a gran velocidad, incluso me tuve que colocar la capucha del anorak sobre la cabeza y situarme en dirección contraria a la del viento para evitar que tanto hojas como pequeñas ramas me dieran en la cara. Lo más extraño del asunto es que ese fenómeno duró muy poco tiempo, quizás uno o dos minutos, después todo volvió a quedar en absoluta calma. Se me quedó cara de interrogación. Si no es porque era el sitio que era hubiese pensado que habría algún bromista escondido en algún lugar cercano y con un ventilador gigante entre sus manos. En fin, cosas que pasan. Finalmente entro en la Recepción de la Hospedería que se encuentra ubicada en el edificio construído frente a la puerta de entrada del recinto. No era una recepción al uso sino un sencillo y pequeño despacho donde una amable y sonriente chica me pone al corriente de las normas básicas y me indica donde estaba situada mi habitación abuhardillada. A continuación me presenta a mi compañero de apartamento que casualmente se encontraba en ese momento en la Sala de Contemplación. Al ir a saludarlo la chica me hace la indicación

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de que estaba pisando con mis zapatos el suelo de la Sala, en donde debe andarse descalzo. Rapidamente pedí disculpas, soy un metepatas, nunca mejor dicho. La chica, cuyo nombre desconocía, me informa de que la cena es a las siete de la tarde en el comedor que está ubicado en la planta baja de ese mismo edificio. Seguidamente cojo los bartulos del coche y me dirijo a mi apartamento. Ya empezaba a verse movimiento de gente andando, había acabado hacía ya algun tiempo la contemplación de las cinco de la tarde. Nadie saludaba ni decía absolutamente nada, pude comprobar que lo del silencio es verdad, se lleva a rajatabla en todos los lugares del recinto. Ya en el apartamento observé complacido que estaba construído todo en madera excepto el suelo de la planta baja, mi habitación se encontraba ubicada en el primer piso con una ventana lateral. La estancia me transmite mucha calidez. Sin embargo lo que me pareció más sorprendente en ese momento eran las maravillosas vistas que el apartamento tenía sobre la Sierra, las montañas están muy cerca y al pié de ellas se puede divisar iluminado el pueblo de Robledillo de la Vera. Una autentica preciosidad. Estaba anocheciendo y empezaban a aparecer las primeras estrellas. Me quedé embelasado. Todo el entorno me trae flashes de recuerdos pertenecientes a algún lugar similar en el que tengo la sensación de haber estado en mi infancia, pero ésto es sólo una impresión. La infancia tiene una particularidad por encima de otras etapas de la vida: es la única de la que no somos conscientes al vivirla y cuando la recordamos de adultos no sabemos qué parte fue real y cual nos viene dada a golpe de nostalgia. Por eso es mágica, porque es un terreno misterioso del que mantenemos intactas sensaciones que no sabemos explicar.

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Una vez instalado me dirijo al comedor, hay un paseo de unos tres minutos andando, y aún hay apartamentos más lejos que el mio pero es una autentica delicia caminar por este lugar, el cielo es limpio y las vistas hacen del paseo un placer inigualable. Ya en el comedor, que es de tipo bufé libre, mi compañero de piso me informa, con gestos, de lo que debía hacer. Cojo una servilleta y me siento junto a él en una mesa cercana a los grandes ventanales. El único sonido que se oía era el de los platos al servirse la gente. Calculé que éramos aproximadamente unas cincuenta las personas que nos encontrábamos allí en ese momento, sin embargo no se oía una palabra. De vez en cuando aparecía un trabajador con indumentaria de cocina, por sus rasgos parecía inmigrante latino, reponiendo lo que faltaba en el expositor de los alimentos y platos cocinados. Que quereis que os diga, no estoy acostumbrado a tanto silencio y la primera impresión es que en el comedor estábamos todos cabreados entre nosotros y que a las primeras de cambio en que alguien se pasase un pelo iba a liarse una tangana de tomo y lomo y de tal magnitud que iba a llevar palos hasta el cocinero en el sombrero ese largo que lleva puesto para trabajar. Ya me explicareis. Estamos cuatro a la misma mesa, no nos miramos a la cara, no nos dirigimos un “buenas tardes tenga usté” ni nada parecido, es como si les debiera algo a todos y yo aún no me hubiese enterado. Así que, ante la falta de elocuencia, me puse a mirar por los grandes ventanales en dirección a la preciosa nocturnidad del paisaje. En ese momento pensé: “Ya sé “pa” qué han puesto los ventanales tan grandes, “pa” tener algún sitio donde mirar”, porque aqui lo más complicado es ¿dónde miras?, si se supone que no puedes hablar con nadie entonces no puedes mirar a la cara de nadie, cuando miras a alguien cercano a la

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cara es porque vas a decirle algo y si no le dices “ná” es porque llevas un cabreo del quince con él/ella. Así que dicho y hecho, a mirar por los ventanales que “pa eso estan”. Una vez acabada la comida la gente se levanta y se va sin decir ni mú, claro, de eso se trata, pero hay que acostumbrarse y te juro que no es fácil. Mientras comía (y miraba al infinito y más allá) mi mente empezaba a pensar cosas que me explicasen qué lechugas hacía en este sitio cenando silenciosamente entre silenciosos. “Dejar de creernos el personaje que nos ha tocado vivir y ser consciente de él, perder la condición de protagonistas y pasar a la situación de observadores de nosotros mismos y de todo lo que nos ocurre nos libera de la pesadísima carga del ego y sus exigencias. Hemos de dejar de luchar contra lo que sucede ahí fuera y empezar a fluir con ello, ya sea que nos parezca bueno o malo, a fin de cuentas la rueda de la vida nunca para de dar vueltas e inevitablemente lo malo acaba convirtiendose en bueno y lo bueno acaba convirtiendose en malo”. Y sí. La cosa funciona. El personaje que me ha tocado vivir me ha traído hasta aqui y aqui estaré con todas las consecuencias, con toda la serenidad y tranquilidad de que sea capaz. No es la primera vez que me meto en berenjenales muy ajenos a mi mundo habitual. Tengo que recordar esa otra manera de entender la vida, esa otra extraña y a la vez atractiva actitud que puede resumirse en unas palabras puestas en boca de un gran maestro de la actualidad: “Las cosas que ocurren en la vida nos parece buenas o malas, pero eso es sólo una interpretación de la realidad. Las cosas simplemente son, así que lo único inteligente que podemos

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hacer es fluir y ocuparnos de ellas. Es la otra manera de entender la realidad”. Y éso es precisamente lo que me ha traído hasta aqui, esa otra manera de entender la realidad. Asi que... una experiencia nueva para mi. Ya veremos como estoy con este temita del silencio al final del retiro, no sé, todo esto mirado desde fuera podría acabar como el rosario de la Aurora o... ¿quien sabe?, puede ser, ya se verá. Al finalizar la cena, una vez terminado el plato del postre me levanto para volver al apartamento, en ese momento me daban ganas de decir a la concurrencia en voz alta: “¿hace un parchís señores?, y si no un dominó, que yo no soy de manías, ¿eh?” ☺. Una vez en el apartamento me preparo para la Contemplación de las 9, y a esa hora más o menos entro en la Sala. Tiene un ventanal enorme que ocupa toda la pared, en ese lugar sí que el silencio se hace imprescindible. Era de noche y todas las luces estaban apagadas, sólo quedaba encendida una vela roja que proporciona a toda la estancia un ambiente... mágico, misterioso, de recogimiento íntimo. Me encanta. Como no, las vistas sobre la montaña son de auténtico lujo. Creí reconocer en la primera fila la silueta de Consuelo, pero no estaba nada seguro de eso. Sea quién sea, esa persona se encontraba sentada en una silla de mimbre especial para la meditación, de esas habrá unas seis o siete, el resto son sillas normales con reposabrazos, también había gente sentada en el suelo en posición de meditación tradicional. Todos nos situamos mirando en dirección al gran ventanal. El ambiente es de gran recogimiento. Después de una hora de contemplación, nos retiramos a nuestros respectivos apartamentos. En silencio claro ¿hacia falta

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decirlo?. “Yo diría que la meditación es espiritual, pero no religiosa. Lo espiritual tiene que ver con la experiencia real, no con creencias. Lo espiritual tiene más que ver con el despertar de nuestra verdadera Identidad, no con la oración que ruega por el pequeño yo; más que ver con el disciplinar de la conciencia, y no con moralinas ni sermoncillos sobre el alcohol, el tabaco o el sexo.” La moral son sólo otras gafas con las que ver la vida, por desgracia hay morales de muchas dioptrias. Cuando uno siente que juzgar a los demás y a uno mismo es una acción totalmente inútil decide arrojar fueras las gafas, dejar de ser una persona moral o inmoral y empezar a mirar las cosas de una forma “amoral” o si se quiere “supramoral”, es decir más allá de todo pretendida verdad moral eterna. En el fondo el único “pecado” es la ignorancia a la que nos dejamos arrastrar por el pensamiento. Me dejo caer en la cama como si fuera una piscina, me encuentro agotado. Después de la paliza de kilómetros en la carretera no me quedan energías para nada. Mientras termino de escribir estas letras y me cubro con las dos mantas que habia sobre la cama para protegerme del intenso frio, rememoro algunas de las imagenes de lo vivido hoy. Observo en penumbra las vigas de madera en el techo y me hundo en el mundo de los sueños en cuestión de pocos segundos...

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SÁBADO, 3 DE DICIEMBRE Despertarse sin saber muy bien donde estoy durante dos o tres segundos es la primera sensación que tengo en este nuevo dia que aparece en blanco para escribir en él lo que se me ocurra... La primera Contemplación del día comienza cada mañana a las siete. A través de la ventana de mi habitación aún veo las estrellas. Debo apresurarme para no llegar con la sesión iniciada. No se exige puntualidad, nadie te obliga a nada, tu te marcas el ritmo y la duraciòn pero no me gusta llegar tarde el primer día. Me abrigo bien, el frio de la noche es intenso. Antes de entrar en la Sala nos descalzamos y dejamos nuestros abrigos en las perchas de la entrada. En esa preparación nadie conoce a nadie y nadie dice nada. El picaporte de la puerta de la Sala esta deshabilitado para que no haga ruido alguno, sólo tengo que empujar la puerta. La estancia está llena de gente y no se oye una mosca así que, a pesar de intentar ser lo más sigiloso posible, me da la sensación de que el ruido de mis pisadas en el blando suelo suenan atronadoras. Me siento en la primera silla disponible a mi alcance. Contemplación. Tan solo una palabra. Krishnamurti intentó escapar de las palabras porque, decía, nos atrapan en conceptos y a veces nos engañan y distraen del verdadero significado que se esconde detrás de ellas. Krishnamurti dejó de usar la palabra meditación, no le gustaba, argumentaba que inducía a entender algo que no llevaba al verdadero significado

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que él quería transmitir. Se medita sobre algo. Sin embargo en la Contemplación no hay objeto alguno. Uno cierra los ojos (o no) y reposa en serena quietud, tranquilo, pacífico, sin alteración de ningún tipo. Para ello los pensamientos quedan muy lejos y apenas se oyen. Son sólo un sonido lejano más. “La verdadera Contemplación se define como Profundo Silencio.” Pero el objetivo inicial de la contemplación no es dejar de pensar inmediatamente. Sólo después de millones de kilómetros de vuelo puede un experimentado contemplativo o meditador dejar de pensar durante largos periodos de tiempo. Los novatos aprendices hemos de dejar que los pensamientos ocurran, sin más, no seguirlos, no darles cuerda, no engancharse en ellos, de esta manera al final “se aburren y se van”. Seguidamente aparecerán otros y despues otros y otros. No pasa nada. El objetivo principal es no dejarse seducir por los pensamientos y reposar en paz natural... al final los pensamientos desaparecen solos, sin intervención de nuestra voluntad. A buen seguro sobre todo esto nos hablará Consuelo. “Si la capacidad de pensar es un don notable la capacidad de no pensar es un prodigio.” Mientras hago los preparativos para entrar en estado contemplativo observo la silueta de las cercanas montañas dibujada contra el cielo azúl oscuro de la noche, una autentica preciosidad. El espectaculo me atrae sobremanera y decido realizar la contemplación con los ojos abiertos. Disfruto de la maravilla del amanecer sobre las montañas, hay un pico de unos 2.400 metros, La Covacha se llama, y está nevado, mi

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vista se fija en él y mi atención queda prendida de la belleza del amanecer sereno y pacífico, como el estado de mi mente en ese momento. Decido que las contemplaciones mañaneras las realizaré con los ojos abiertos aunque no es ésa la indicación, pero hay tres contemplaciones más en el día, así que no creo estar perdiendome algo, cosa que sí sentiría si dejo pasar ese amanecer con los ojos cerrados. Cada mañana tenemos en el orden del día lo que a Consuelo le gusta llamar “investigación” pero en realidad no es otra cosa que lo que habitualmente entendemos por una charla. La de hoy tiene el titulo de “La puerta a la alegria del Contemplar”. A sus libros también les llama Consuelo “investigaciones”, mi impresión es que los denomina así para reducir protagonismo de su ego danzando por allí en medio, como si la cosa fuera comunitaria y ella pasara por allí casi por casualidad. Abandonamos la Sala a las ocho de la mañana, hora en la que se abre el comedor para un abundante desayuno: fruta, café, leches (si, digo leches, algunas “mu” raras como de avena, de arroz, etc), cereales, tostadas de pan de centeno y de espeta (nada de pan de trigo), yogures de soja, etc. El silencio del desayuno no me parece tan aplastante como el de la cena del día anterior, quizás porque estamos recien salidos de la contemplación y aún llevo la calma “impregnada”. Pienso que al fin y al cabo el malestar que me genera el silencio reinante en el comedor no es más que el producto del ruído interior de mi propio ego removiendose inquieto. Antes del comienzo de la investigación vuelvo a mi habitación. Algunos se dirigen a los senderos cercanos para dar paseos por los alrededores. Hay un bosque que tiene muy

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buena pinta, habrá que echarle un vistazo, por supuesto. Después de una reconfortante ducha aparezco pronto por la Sala. A las diez en punto estamos todos sentados y en espera de que entre Consuelo. Cinco minutos más tarde observo en la puerta la figura de una mujer mayor accediendo a la Sala, aparenta unos sesenta y cinco años, de pequeña estatura y muy delgada, lleva unas gafas de montura metálica y sencilla vestimenta. Camina despacio aunque con paso firme y decidido. Se dirige hacia su asiento situado en el extremo de la estancia y de espaldas al gran ventanal. Delante de la silla hay una mesa con un micrófono y un vaso de agua que llena la chica que ayer me entregó las llaves del apartamento en recepción. En ese momento Consuelo realiza un pequeño “ritual” que repite cada vez que se pone delante de nosotros para hacer una “investigación” o dirigir una Contemplación: cierra unos instantes los ojos, después los abre y durante unos momentos pasea su mirada detenidamente por la gente asistente en la Sala, su expresión en ese recorrido es de gran concentración, casi podría decirse que su acción es de re-conocimiento de todos los que allí nos encontramos. No sé muy bien cual es el objeto final de esos movimientos pero me dá la sensación de que interiormente le mete de lleno en lo que ha de decir. Seguidamente comienza sin más preámbulos a hablar, no hay saludo, no hay introducción, nada. Habla y habla y habla... susurrando, es raro en ella oirle elevar la voz. Hace pausas largas. Sus gestos evidencian determinación. Se entretiene buscando las palabras más adecuadas. Se percibe en ella una mujer de mucha cultura y entendimiento. Enfatiza mucho lo que quiere subrayar y en ese empeño gesticula mucho. Me embeleso con el personaje y su poderosa oratoria.

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Una mujer mayor de apariencia desprotegida, en el escenario se convierte en una ardiente defensora del Silencio Interior y de la actitud contemplativa como medio para alcanzar otro estado de conciencia muy distinto al habitual. No hay resquicio alguno para sentimentalismos de ninguna clase, sin embargo la conferenciante me parece una mujer adorable que está tratando de enseñarnos un mundo nuevo a los que allí estamos. Se apasiona cuando habla del Ser, de la Conciencia Total, del espejismo, de la impermanencia, del desapego, de la práctica contemplativa..., su rostro se transforma. Me parece muy bella interiormente. En un momento dado, en uno de los gestos de su mano derecha, Consuelo golpea de forma involuntaria el vaso de agua y en un rápido movimiento agarra el vaso para evitar su caída al suelo arrojando sobre su cara y cuerpo una gran cantidad de agua, lo que le hace exclamar a ella y a nosotros una palabra de asombro. No se inmuta, se recobra prontamente, agradece el pañuelo que le ofrecen para secarse y continúa su charla en el punto exacto donde lo dejó. Su memoria está a la altura de la energía que despliega: recuerda con exactitud autores, libros, fechas, etc. Después de una hora y media de hablar, Consuelo da paso a lo que ella llama el “dialogo”, que en realidad son preguntas que los intervinientes quieran hacerle (siempre su ego un paso detrás). Tras un largo silencio un señor levanta la mano, ella le da la palabra y cuando todo el mundo esperaba una pregunta de alto calado filosófico él le dice “no se te oye bien”. Plashhhh. Usease, que después de una hora y media de charla nadie ha tenido los santos de interrumpir a esta buena señora para decirle “oyes, acha, acercate un poco más al micrófono que en este lado de la Sala apenas se te escucha”.

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Y lo entiendo. El aura de solemnidad que rodea a esta mujer apenas da lugar a concesiones de ese tipo, es de agradecer incluso que ese señor haya hecho mención a eso en el turno de preguntas y respuestas. Ella alega su tono de voz bajo y coge el microfono para acercarselo más. Asunto resuelto. De forma muy timida empiezan a caer las primeras preguntas. Consuelo se entretiene en cada una de ellas una eternidad. Veo que es indiferente la pregunta que hagan, ella la responde y continúa en su habitual discurso que en la mayoría de las veces al rato ya poco tiene que ver con la pregunta inicial. Pero es igual, todos estamos encantados de oirla. Aunque Consuelo se vaya por los Cerros de Ubeda de la pregunta todo lo que dice tiene mucho sentido y sensibilidad. Lo mismo habla de Platón, que de Sankara, la Baghavad Gita, la conducta reactiva... cualquier pregunta es motivo para hablar de mil y una cosas a cual de ellas más interesante. Lo dicho: un pozo sin fondo. Consuelo acaba su charla susurrando “el que nada desea, nada le falta”. Maravilloso. Han transcurrido dos horas y media casi sin enterarme. He tenido la oportunidad de escuchar por primera vez las voces de algunos de los participantes en el retiro. Incluso en ese corto periodo de tiempo de preguntas y respuestas he sentido empatía por algunos de ellos y lo que dicen. A la una de la tarde se abre el comedor para el almuerzo. La comida es bio-vegetariana, es decir, que no voy a necesitar un palillo para quitarme un trozo de jamòn de jabugo que se me haya quedado enganchado entre los dientes. Los nombres de los platos son bastante raros para mi y hay alimentos que como por primera vez. No tengo problema alguno con eso, no soy exquisito con la comida. Se cocina sin sal ni ingredientes

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refinados y la mayoría son biológicos. Se suele hacer una crema o puré como entrante y después un plato principal y ensalada, un postre y para terminar infusiones de varias clases. No está nada mal. Tengo la sensación de que “ese ego removiendose” ante la total invasión de silencio en medio de la actividad del comedor parece algo más tranquilo. Al fin y al cabo el ego representa papeles que desempeñamos sin ser conscientes de ello. Nos identificamos con cosas como la nacionalidad, la religión, la raza, la clase social o la filiación política. También contiene identificaciones personales, no sólo con las posesiones, sino también con apariencia externa, opiniones, etc. Asumimos los mil y un papeles que la vida nos impone en todas sus étapas, tales como el de padre, hijo, pareja, nieto, abuelo, empresario, amigo, cliente, vecino o participante en un retiro de silencio, da igual. Al fin y al cabo ésos son sólo personajes que se van de la misma manera que han venido, sin apenas darnos cuenta. No somos nada de eso. No somos percepciones ni experiencias, pensamientos, lenguaje, puntos de vista ni emociones, no somos los recuerdos del pasado ni las expectativas de futuro. Todo se convierte en puro humo. Si me contemplo detrás de toda esa apariencia puedo sentir que mi identidad esencial es la conciencia misma, no lo que ocurre sobre ella. Mi inquietud en el comedor no es más que “mi ego revolcandose en todos esos lodos”. “Lo único que hace falta para liberarse del ego es ser consciente de él”, y eso no es nada fácil. Después de una reparadora siesta vuelvo a la Sala para realizar la Contemplación de las cinco de la tarde, esta vez guiada por la propia Consuelo que, entre susurros, nos transporta a un estado de serenidad y paz interior. Observo

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que puedo quedarme en un estado de quietud durante hora y media sin mucho problema, es más, parece que la mente me lo pide y el ambiente que se genera en la Sala es bastante propicio para ello. Genial. Sale uno con energías renovadas de la Contemplación. En la cena de hoy percibo en mi que la tensión generada la noche anterior por el silencio ha bajado de grado. Incluso, en ese momento, me parecía casi una ventaja no tener que estar prestando atención a algo distinto a lo vivido en la Sala, es decir, el estado contemplativo. Así pues, me sirvo la comida en total silencio interior y mientras como miro el horizonte disfrutando plenamente de todo lo que los sentidos me van transmitiendo, sin interferencias de pensamiento alguno. Me voy del comedor con las manos en los bolsillos mirando hacia el techo y silbando, pero interiormente, claro. Al llegar a mi habitación, me cepillo los dientes no sin cierto fastidio inicial por tener que perder el tiempo en ésa trivial tarea ya que deseo coger rapidamente este diario para plasmar rapidamente todo lo ocurrido. En medio de la prisa pienso que, para alguién que se ha “dado cuenta” de la existencia del espejismo, hasta la tarea cotidiana más aparentemente monótona jamás resulta aburrida o inconveniente ya que la eternidad aparece plena y nueva detrás de cada instante. Decido pues, a raiz de esa reflexión, recrearme en el cepillado de los dientes y disfrutar serenamente del momento. Ya llegará cuando tenga que llegar la siguiente “acción sin meta”. ¿Dónde estás?: Aquí. ¿Qué hora es?: Ahora. ¿Qué eres?: Este momento.

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“Tenemos ciertas imágenes prefabricadas sobre estas cosas. Pero no es necesario estar en calma total para tener atención plena. Puedes estar atento en medio de un partido de futbol, en una discoteca, mientras resuelves problemas de cálculo trigonométrico o, incluso, en un arrebato de furia. Las actividades mentales y físicas no son impedimento alguno para la atención plena.” En realidad la verdadera meditación comienza cuando uno se levanta del cojín y se enfrenta a los retos de nuestra ajetreada vida diaria. Alcanzar el grado de maestría supone no reaccionar a ninguno de los constantes estímulos externos que nos plantean nuestros diferentes escenarios: el del trabajo, el de la familia, el de la pareja, el de los amigos, incluso el de estar solos. Para la mayoría de nosotros, la calma y la atención se evaporan en cuestión de minutos, pero si logramos ser conscientes también de esa pérdida de calma y atención... “...se verá a usted mismo torciendo la realidad con sus comentarios mentales, imágenes viciadas y opiniones personales, se volverá cada vez más sensible a las actitudes con las que se pierde de la verdadera realidad, terminará observando con atención hasta el nacimiento y extinción incesante de la respiración, contemplará la rápida sucesión de pensamientos y sensaciones y percibirá el ritmo vital que acompaña de fondo a la poderosa marcha del tiempo. En medio de este incesante movimiento ya no habrá un observador sino solamente el acto de la observación. En ese estado de percepción todo se ve en constante transformación. Percibirá entonces el Universo como un gran caudal de experiencias. Sus posesiones más queridas, su propia vida, se le irán de las manos. Pero esta impermanencia no será motivo de aflicción, al reconocerla quedará transformado, observará el

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cambio eterno y su respuesta será una maravillosa alegria.” En el aspecto exterior de un contemplativo que ha encontrado el camino de lo Eterno, aparentemente nada ha cambiado. Sin embargo, para aquel que ha roto las cadenas del tiempo, la libertad que se origina en su interior le hace expandir su conciencia de forma ilimitada e infinita, todas las experiencias son nuevas y cada instante se convierte en un “momento sin tiempo”, así lo denominó Aldous Huxley, escritor de primera fila cuya dedicación y obsesion en la última parte de su vida fué la ampliación de la conciencia. Su entrada en el mundo del misticismo se resume en sus propias palabras: “El interés negativo se tornó positivo, no a resultas de un solo suceso, sino más bien porque todo lo demás – el arte, la ciencia, la literatura, los placeres del pensamiento y de las sensaciones – terminaron por parecerme insuficientes. Uno llega a un punto en el que se dice, incluso al pensar en Beethoven, al pensar en Shakespeare: ¿eso es todo?” Mi “interés positivo” por otros estados de conciencia se generó hace muchos años y sin apenas darme cuenta de ello. A veces tengo la sensación de que la vida nos proporciona en cada momento la situación más útil para la evolución de nuestra conciencia. No tengo la impresión de haber llegado a un sitio como esta Hospedería del Silencio en busca de felicidad ni mágicas recetas de vida, sino por convencimiento propio de que “eso no es todo” y por indicios previos de la existencia de otros estados de conciencia alternativos a los de la percepción habitual de nuestra realidad cotidiana. “Una vez que nuestras necesidades de supervivencia básicas están satisfechas, la calidad de nuestra experiencia de vida tiene mucho más que ver con nuestro estado de conciencia que con

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las circunstancias externas.” Curiosamente ahora, a años luz de mi ajetreada y ruidosa vida cotidiana, busco respuestas en el misterioso y siempre sobrecogedor territorio del Silencio Profundo.

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DOMINGO, 4 DE DICIEMBRE Despertar nuevamente al estado de vigilia habitual me lleva unos pocos instantes. Pongo los pies en el cálido suelo de madera y me dirijo a la ducha mientras oígo crujir, al ritmo de mis pisadas, los tablones que separan ambas plantas del apartamento. Mientras siento el agua cálida deslizandose desde mi cabeza a los pies pienso que el despertar al que habitualmente se hace referencia en la literatura oriental desde tiempo inmemorial es algo más complicado que realizar estos sencillos actos cotidianos, pero tampoco está muy lejos. El despertar interior conlleva vivenciar esos pequeños actos con plena conciencia, es decir, sin la distorsión que supone el pensamiento. “El despertar se produce en el momento en que se separan el pensamiento y la conciencia.” Hoy el desayuno ha estado presidido por un esplendido amanecer que llenaba la estancia de una luminosidad radiante. Mientras ejecuto lo más consciente posible los movimientos de mi cuerpo, me observo en el comedor como si estuviera fuera de mi mismo: la manera de mover las manos, la forma en cómo me levanto y ando para servirme la infusión, el modo en cómo agarro la taza con las manos y dirijo la mirada al exterior a través de los grandes ventanales... es como si estuviera observando a alguién actuar encima de un escenario. Al fin y al cabo siempre estamos representando personajes a lo largo del día: el de padre, hijo, trabajador, amigo, cliente en una tienda, espectador, etc., Aquí, en esta Hospedería, represento el

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personaje de alguién en busca de respuestas, éste es otro papel como otro cualquiera, con sus actitudes, connotaciones, matices e implicaciones particulares. El problema surge cuando nos identificamos en exceso con cualquiera de los personajes que nos toca representar. Cuanto más identificados estamos con nuestros papeles menos auténticas son nuestras relaciones, al fin y al cabo los personajes que representamos no son más que imágenes mentales, son papeles de actores en un juegos de egos, un juego aparentemente importantísimo, pero en realidad la importancia sólo existe para el efímero personaje que representamos en cada momento. Por eso no es sorprendente que haya tanto conflicto en las relaciones de cualquier clase, no existe auténtica relación, desprovista de cualquier artificiosidad del ego. Una vez acomodado en la Sala, y conforme a la costumbre adquirida, he seguido con la mirada el andar decidido de Consuelo hasta alcanzar su lugar en la mesa que preside la estancia. Observo que, durante todo el tiempo que ella está hablando, se suceden diferentes expresiones en su cara. Unas veces parece dura y severa, otras veces inocente, en ocasiones aparece el dulce semblante de una madre protectora que nos da recomendaciones sobre como actuar en la escuela, la de la vida. Es extraño y divertido al mismo tiempo. Al final no hay una “cara” que prefiera a las otras sino que todas conforman el espejismo de estar viendo a alguién separado de mi mismo. La “investigación” de hoy se titulaba “Abrir camino a la luz”. Al final de la charla alguien ha preguntado: “Siento profundamente que el silencio interior y la actitud

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contemplativa hacen que el mundo pierda solidez, lo experimento como un estado de conciencia distinto al habitual, en ese estado alternativo de conciencia ¿hay niveles o es solamente estar o no estar?”, la respuesta de Consuelo ha llegado rápida y sin duda alguna: “Mirado desde “abajo” si puede decirse que hay niveles”, el interviniente repregunta: “¿y cual sería el último nivel?”, nueva respuesta rápida: “Comprender que no hay último nivel. Vivir en lo eterno no tiene limite alguno”. En ese momento, Consuelo ha cerrado los ojos y se ha quedado así durante unos segundos. Observo que el interviniente también tenía los ojos cerrados. Es como si entre ellos se hubiese establecido algún tipo de comunicación no verbal. El interviniente abre nuevamente los ojos y compruebo que los tiene bañados en lágrimas, pero no hay en él rastro de emoción negativa alguna sino todo lo contrario, la expresión de su rostro denota serenidad y paz interior. Hay un relato que Ramiro Calle plasmó en uno de sus libros, del cual no recuerdo el titulo, creo que era El Faquir pero ahora no estoy muy seguro. Relata la historia de un acróbata funámbulo que, junto a su aprendiz, recorre pueblos y ciudades de la India realizando ejercicios muy complicados sobre el alambre a una gran altura del suelo, haciendo que peligrara su vida por el riesgo que entrañaban. Para el acróbata, su trabajo era también su filosofía de vida. El equilibrio sobre el alambre y la ausencia de pensamientos en los momentos de máximo riesgo eran parte de su labor diaria. La gente, asombrada por el riesgo y la habilidad del espectáculo, premiaban el esfuerzo del artista con gran cantidad de donativos. Cuando la función habia terminado, el maestro-acróbata, con la compañía de su aprendiz, dirigía sus pasos a los barrios más pobres de la ciudad y entraba en las casas de los más miserables entre los miserables, allí repartía

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su dinero hasta quedarse sólo con lo necesario para sobrevivir. El aprendiz oía a su maestro susurrar unas palabras cuando salía de repartir su dinero en las casas de la gente pobre: soltar, soltar, soltar..., para él, esta sencilla acción se convertía en una forma de desapegarse. Pero no sólo hay apegos materiales, los hay también afectivos e incluso espirituales, éstos últimos constituyen los apegos más sútiles y difíciles de detectar que existen ya que se encuentran agazapados tras la apariencia del pretendido fin sublime que se persigue con ellos. Hay que prestar atención y llegar a descubrir si algo nos impide volar libremente. Quizás, de forma inconsciente, nos encontremos atados a cosas de las que ni siquiera sospechábamos que pudieran ser objeto de apego. Hay que aprender a amar sin poseer, ofrecer sin esperar nada a cambio, actuar sin desear un resultado concreto sino sólo lo que ocurre. En el estado de conciencia que genera esa actitud de desprendimiento no existen las palabras fracaso, tristeza, depresión, victimismo, desengaño o frustración. Por el contrario, sólo queda en nosotros una extraordinaria e inmensa sensación de libertad plena. Para que pueda entrar esa plenitud en nosotros previamente hemos de habernos vaciado de absolutamente todo. “Lo que causa el sufrimiento es el apego y el deseo de nuestra identidad separada; y lo que pone fin al sufrimiento es el camino contemplativo y de silencio que trasciende y hace desaparecer al pequeño yo y sus deseos.” Sin poder identificar claramente la caúsa, hoy, a la hora de la comida, me he vuelto a sentir algo tenso, aunque de forma mucho más leve, entre tanto silencio. Había poca actividad en el comedor, como casi siempre, y el “estruendoso”

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ruido del silencio se convertía para mi en un peso a veces dificil de llevar. He hallado mi particular “oasis” en la respiración. “Para hacer frente al laberinto de pasiones que tan a menudo se desata en la vida no hace falta convertirse en monje Zen, dejarse el sueldo en terapeutas ni andar por ahí pinchando al jefe las ruedas de su coche. Se puede afrontar de forma sencilla, tomando consciencia de uno de nuestros actos más básicos: la respiración.” He oído y leído muchas veces acerca de esta particular manera de “mandar a paseo los pensamientos”, sujetando fuertemente la atención a una cosa tan sencilla como es el respirar de forma consciente, y la verdad es que en un principio no hallé que dicho remedio cumpliera con el pretendido objetivo. Sin embargo, la perseverencia en el intento ha dado algún fruto en mi, y puedo comprobar que en situaciones no usuales, como la de hoy, la respiración se ha convertido en un auténtico remanso de paz. La hago lenta, relajada, consciente y muy sentida. Observo cómo, con cada inspiración, me lleno de energía y vitalidad y con cada expiración me vacio de todos los pensamientos que nublan mi “maravilloso firmamento interior”. “La respiración no es algo que tu haces, sino algo que presencias mientras ocurre” “La atención en la respiración es la conciencia del tiempo presente”. Una vez recuperada la normalidad, he podido disfrutar nuevamente de lo que estaba haciendo: servirme la ensalada, rociarla con aceite, cortar un trozo de pan, saborear cada bocado lentamente... y todo ello en consciente silencio, sin

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necesidad alguna de evitar la mirada del compañero de mesa. Finalmente, descubro en mi una sonrisa. -

“Por favor, enseñamé” – ruega el alumno. “¿Has desayunado?” – pregunta el maestro Zen. “Si” – responde el alumno. “Entonces, lava tu taza”.

No hay ningún paraíso comparable a lavar la taza con plena conciencia...

Sentir cómo sobre tus manos se desliza el agua, percibir su humedad y su temperatura, experimentar cada movimiento como sagrado, estar tan dedicado en la tarea hasta el punto de olvidar quién eres, desaparecer del tiempo y sentir una calma serena, una paz inquebrantable, un fluir con la sencilla tarea de lavar... ése es el resultado de transformar nuestra percepción de la realidad a través de la plena conciencia en el sagrado instante presente. No tiene importancia alguna lo que estemos haciendo, lo verdaderamente importante, lo que marcará la diferencia entre estar aletargado o autenticamente despierto y vivo es la manera en cómo hacemos las cosas. Si nuestros actos surgen de la conciencia del instante presente, cualquier cosa que hagamos, hasta la acción más sencilla, rutinaria y humilde, como puede ser lavar una simple taza, dar un paseo o beber un vaso de agua, se transforman en algo mágico, maravilloso, misterioso, íntimo, sorprendente, sublime y a la vez silencioso... y fuente de una extraordinaria paz interior.

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“Les he dicho a mis alumnos que meditar un tiempo cada día es muy bueno para ellos, pero que no basta, que es muchísimo mejor practicar la meditación mientras andan, trabajan, permanecen de pie, tumbados o sentados, mientras se lavan las manos, friegan los platos, barren el suelo, se toman una taza de té, conversan con los amigos o sea lo que sea lo que estén haciendo. Cuando fregueis los platos, la acción de fregar ha de ser lo más importante para vosotros en la vida. Sé plenamente consciente las veinticuatro horas del día. Ejecuta cada acto con plena atención. La plena conciencia es una cuestión de vida o muerte... interior.” (Thich Nhat Hanh) En el estado de plena conciencia, desaparece cualquier diferencia entre el sujeto que observa y lo observado, ambos se convierten en una sola cosa, y esa maravillosa comunión es... En esa maravillosa comunión absolutamente todo se convierte en sagrado. “El objetivo de la contemplación es obtener conciencia plena permanentemente. La conciencia plena es lo único que conduce a la iluminación.” “La conciencia plena ve todo con los ojos de un niño, es decir, con un sentido de asombro. Ve cada segundo como si fuera el primero y el único segundo en el Universo, y conduce a una experiencia intensísima de la vida. Desde la acción más sencilla y rutinaria hasta la propia muerte adquieren el mismo sabor y se vivencian como una explosión de sensaciones en nuestro interior, ya no sólo placenteras o desagradables, sino como el movimiento infinito de la existencia en su Unidad.” Esta tarde por fin me he decidido a dar un largo paseo

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por el cercano bosque. El contacto con la naturaleza, relajado y sin expectativas, hacen que sea una delicia pararse en cualquier detalle. No siento necesidad alguna de nada. Un grupo de árboles que dejan pasar la luz del sol desde un determinado ángulo los hace más... cercanos. Unas setas con extraños colores en su sombrero crecen a la sombra de una piedra. Una incipiente niebla cubre con un manto de misterio todo lo que ocurre en el interior del bosque. Los contrastes de colores a esta hora del atardecer se acentúan con la presencia de un sol que muere lentamente. Me encontraba caminando en un pequeño prado por donde discurría un arroyo cuando el sol, justo antes de ocultarse después de un día frío y gris, alcanzó un espacio limpio en el horizonte. Una luz increíblemente suave y brillante cayó sobre la seca hierba, las hojas y los troncos de los árboles. Era una luminosidad inimaginable un minuto antes. La magia de lo que ocurría me llevaba a recrearme en el espectáculo de los rayos de sol atravesando el espacio circundante. Me parecía estar asistiendo a un hecho insólito para mi. Cuando hay paz interior, un rayo de sol es un goce maravilloso. Asombrado por el misterio del instante, me entregué a las sensaciones que mis sentidos me transmitían en total y profundo silencio. “Reposa en lo inmediato como si fuera lo infinito. Eso es lo que en realidad es.” En otra época de mi vida, este simple paseo “por la inmediatez” me hubiese parecido la actividad más insulsa y aburrida del mundo, mientras que ahora, sin embargo, cada atardecer me parece un prodigio, un espectáculo, un verdadero acontecimiento y una ocupación sorprendentemente

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placentera. Cada etapa de la vida tiene una muy distinta visión de la realidad. Infancia, niñez, adolescencia, juventud, adultez y vejez son diferentes atalayas desde las que contemplar la realidad. Nuestra visión se transforma, a veces radicalmente, con el paso de una estación a otra. Lo que ayer fué dogma para nosotros hoy nos parece una total falsedad. En general las cosas se suavizan con el paso de los años, nos volvemos más tolerantes, más comprensivos, dejamos que las cosas ocurran sin inmiscuirnos mucho en ellas, preferimos ocupar nuestro tiempo en pequeños placeres cotidianos. No buscamos ya esa actividad frenética que nos procuraba un subidón de adrenalina y euforia. En algún momento de nuestras vidas, y casi sin ser conscientes de ello, nos bajamos de la montaña rusa, empezamos a caminar por nosotros mismos y poco a poco vamos arrojando todo el pesado e inútil equipaje. A partir de un momento indefinido de nuestras vidas “menos es más”. Nuestras motivaciones, si hemos aprendido algo, son cada vez más sencillas. “Si eres capaz de disfrutar de cosas como escuchar el sonido de la lluvia o el viento; si puedes apreciar la belleza de las nubes que cruzan el cielo, o estar a solas en ocasiones sin sentirte solo ni necesitar continuamente el estímulo mental de una diversión; si puedes tratar a un completo desconocido con amabilidad sincera sin desear nada de él... eso significa que se ha abierto un espacio dentro del incesante torrente de pensamientos que es la mente humana.” El paseo de esta tarde por el bosque ha sido un auténtico placer para los sentidos. Tengo una doble sensación: de un lado, la felicidad que me procura la simplicidad de lo pequeño, el silencio y la soledad del entorno, y de otro lado, la certidumbre de la transitoriedad de todo lo que mi vista puede

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abarcar, lo cual me libera de cualquier atadura con lo observado y disfrutado. “¡Qué poco hace falta para la felicidad!... precisamente las cosas más mínimas, las cosas más suaves, las cosas más ligeras, el ruido de una lagartija, un aliento, un guiño, una mirada; con muy poco se consigue la mejor felicidad. Quédate quieto”. (Friedrich Nietzsche – Asi habló Zaratustra) Me miro las manos, mi cuerpo tambien se incluye en esa doble emoción. La solidez de mi cuerpo es sólo una ilusión, en realidad mi cuerpo es espacio vacio casi por completo ya que “así de enormes son las distancias entre los átomos en comparación con su tamaño. Además, dentro de cada átomo, casi todo es espacio vacío. Y lo que queda es más parecido a una frecuencia vibratoria que a partículas de materia sólida.” Desde siempre, el ser humano ha tenido un especial empeño en encontrar cumplida respuesta al sentido de la vida en una huída del dolor, el sufrimiento, la decadencia, la vejez y la muerte. En ese empeño, ha habido seres de una "casta" especial que nos han marcado un "Camino" hacia esa liberación de nosotros mismos. Son los exponentes máximos de la llamada "sabiduría perenne", así denominada por ser una filosofía con ciertos rasgos que han caracterizado de forma común a pensadores de toda clase, tiempo, religión y condición. Nada que ver con la avalancha de auto-ayuda facilona y de supermercado que nos invade en estos últimos tiempos con una serie de consignas mágicas que, en teoría, deben convertir nuestra existencia en una vida de riqueza, salud y felicidad. Nada de eso hay. Estas “filosofías de fácil digestión” sólo nos regalan otra formula más de solidificación de nuestros ya de por sí pesadísimos egos.

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Por otro lado, la felicidad no es algo que se encuentre al buscarla obsesivamente, es evasiva por naturaleza, cuanto más la persigues más lejos se nos escapa. Estos fáciles métodos de alcanzar la plenitud material, sentimental, etc., a base de consignas y métodos, son otra manera más de obtener fácil “salvación” a cambio de fé ciega y creencia, sin ningún esfuerzo suplementario de clase alguna. Sin embargo, no hay ningún secreto mágico que descubrir ni nada de lo que salvarse, sólo un “darse cuenta” de cual es la realidad subyacente a todas las apariencias de la vida. Los practicantes que carecen de comprensión siguen atrapados en palabras y frases. En el tiempo que en este retiro no ocupo en la contemplación, mis reflexiones sobre el por qué me encuentro aquí, lejos de todo lo que me es cotidiano y familiar, rodeado de soledad y silencio, me llevan a concluir que, de forma natural, ésta era mi siguiente “estación de paso”. En etapas anteriores de mi vida he andado ocupado en otros "escalones" de esa escalera de la evolución de la Conciencia. Anteriormente, leer y escuchar hablar sobre filosofía no-dual me dejaba totalmente indiferente, al igual que me había sucedido con otras “construcciones de la vida” y aledaños, a saber: el Espiritismo (Allan Kardeck), la filosofía rosacruz, la teosofía de Blavatsky, Leadbeater; Ramacharaka y Annie Bessant, la mística cristiana, las enseñanzas del maravilloso y enigmático Krishnamurti, Cyril Scott y su Iniciado, la mística sufí, el chamanismo y sus "alucinantes" enteógenos, el Taoismo, Ramiro Calle, Ramana Maharsi, el maravilloso y criptográfico Zen, Stanislav Grof y sus profundos estudios sobre otros estados de conciencia, Thich Nhat Hanh, el

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budismo dzogchen, etc. etc. Las enseñanzas han llegado siempre solas, sin buscarlas conscientemente, cuando me he encontrado preparado para dar un nuevo paso, y siempre he sentido que profundizaba un poco más con cada nueva etapa. Recuerdo que, en otros momentos de mi vida, consideraba el perdón como una maravillosa virtud que yo debía adquirir en pos de un estado que ejemplificara la belleza espiritual. Con el tiempo llegué a pensar que el perdón sólo lo utiliza quién previamente se ha sentido ofendido. Para sentirse ofendido uno ha de estar prisionero de su ego. Así pues, en el transcurso de los años, el perdón se convirtió no en un signo de fortaleza sino en la natural consecuencia de ser un espíritu aún débil. Si alguién lee esto y no ha llegado hasta ese punto del Camino no llegará a pensar de esa manera, y será lo correcto, debe seguir perdonando y sintiendose ofendido. No hay consignas universales que sirvan para todos. El Silencio no llega de manera forzada. Dejar de perdonar tampoco. No existen salvadores, gurús ni mesias que sepan lo que tenemos que hacer. En cada etapa de nuestras vidas sólo nosotros mismos sabremos qué decisiones tomar en cada momento, y tales decisiones, por muy equivocadas que estén, serán las que justamente necesitemos en nuestro camino de evolución. El único que puede conducir al ser humano más allá de su propia condición es él mismo, el maestro no es importante, es sólo un teléfono, arrójelo y escuche por usted mismo. (Krishnamurti) Efectivamente, los maestros son sólo comunicadores, pero a través de la enseñanza es imposible transmitir el “conocimiento interior”. Éste sólo puede vivenciarse por uno mismo, no hay otra manera. El dedo que señala la luna no es

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la luna. Por otra parte, reconocer un verdadero maestro no es tarea fácil, sobre todo porque éstos se hunden en un abismal silencio. Sin embargo, sus silencios son sumamente elocuentes, como lo fueron los de Ramana Maharsi, “Su paz interior puede invadir fácilmente a aquellos que se hallan en su presencia. Su conciencia expandida proyecta amor a su alrededor generando una energía muy especial que favorece el silencio y riqueza de la mente y la belleza de corazón. No odia a nadie ni nadie le es deseado. Siempre sereno y liberado, su comportamiento es sencillo. Cuando un rio se funde con el océano, toma la forma del océano”. Éstos son los únicos signos externos por los que podemos reconocer a “alguien que se haya desprendido de sí mismo, de su individualidad separada”. Sus palabras rara vez nos indicarán su verdadero estado de conciencia. El sabio se construye más a base de equivocaciones que de enseñanzas y doctrinas. Lo que para nosotros es un clarísimo error puede ser exactamente lo que necesitan experimentar cualquiera de las personas que nos rodean, nuestros hijos por ejemplo. Por suerte, la vida no es como uno desea. El natural ritmo de nuestra existencia nos plantea a cada momento nuevas y difíciles situaciones en las que habitualmente cometemos errores. Conforme vamos adquiriendo experiencia, éstas situaciones se resuelven de manera cada vez más digna hasta que, finalmente, dejamos de otorgarles la consideración de problema (“si hoy reacciono una vez menos que ayer lo consideraré todo un éxito”). Pero, mientras tanto, hemos de asumir nuestra condición y aceptar nuestros errores y también, en la misma medida, hemos de aceptar los errores cometidos por los demás. “Había una gran mujer que había hallado la liberación de

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la mente. Ella jamás podía encontrar ningún defecto en los demás. ¿Por qué?. Ese era el misterio para los otros, pero en realidad la causa es que a través del bello paisaje de su mente sólo podía comprender y ver la belleza en las otras criaturas.” La intolerancia con el error ajeno es el síntoma más evidente de fragilidad propia. Todos caemos en el espejismo, nos sentimos ofendidos y hasta humillados. Todos reaccionamos y todos nos imaginamos cosas constantemente a causa del permanente movimiento de nuestros pensamientos. Estamos siempre pendientes de lo que ocurre fuera. Nos preocupa a cada momento nuestra imagen, el que dirán de nosotros y por qué lo diran. Estas situaciones se repiten con mucha frecuencia, la mayoría de las veces de forma inconsciente, y nos bloquea, nos paraliza, nos convierte en meras marionetas de nuestra mente a través de lo que ésta imagina lo que los demás piensan y desean de nosotros. En esta situación, estamos perdidos en el laberinto de la mente y nuestra acción está totalmente condicionada. Hemos de decidir en cada instante si la alabanza o la crítica nos alterarán y harán de nosotros seres muy frágiles y vulnerables o por el contrario, cualquiera de ambas cosas, dejarán en nosotros “la misma huella que un dedo dentro del agua”. Cuando alcanzamos un estado de conciencia en el que el ego y sus caprichos apenas sobreviven, no necesitamos la aprobación de nadie, ni siquiera necesitamos tener razón. En ese estado, el silencio interior se convierte en el impulsor de nuestra acción, y ésta se transforma, sin intervención de nuestra voluntad, en contemplativa, desapegada, descondicionada, libre.

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Con todas las “visiones de vida” he aprendido algo nuevo y con todas ellas me he enriquecido. Creo que, en mi modesto saber y entender, he llegado a algunas conclusiones válidas. Quizás la más importante de ellas es que en este Camino hacia lo Absoluto no existe el café para todos, que dependiendo del estado de conciencia en el que cada uno se encuentre necesitará adoptar una religión, un sistema de creencias, una filosofía, una visión concreta de la vida. Ningúna es mejor ni más válida que otras, universalmente hablando. Cada una de esas “visiones de vida” cumple su función en el Camino. Por cierto, el ateísmo y el gnosticismo no dejan de ser también sistemas de creencias, filosofías de vida que explican la realidad desde una perspectiva concreta, la de que no existe camino alguno en el caso del ateísmo y la del "no sabe/no contesta” en el caso del agnosticismo, y los cuales se corresponden también con determinados estados de conciencia. Curiosamente, en estados más avanzados de Conciencia, uno llega a adoptar nuevamente ambas perspectivas: la del “no-saber” y la del "no existe camino" pero en este caso desde otro punto de vista radicalmente distinto, más cercano a la Cumbre. Puede decirse que no existen recetas mágicas y milagrosas universales, sino un camino de aprendizaje realizado a base de un "darse cuenta". No es éste un aprendizaje en el sentido tradicional de la palabra, es más bien una nueva visión que va recalando lentamente en nuestra conciencia en la misma manera que el agua de la lluvia recala en tierra sembrada hasta hacer germinar una vida más libre. Y esa siembra la hacen previamente las experiencias duras de la vida, el sufrimiento. El sufrimiento tiene un noble propósito: la evolución de la conciencia. Necesitamos decir sí al sufrimiento para poder trascenderlo. De esta manera, la vida se convierte

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en algo insignificante y grandioso a la vez. ¡Cuanto se sufre por no querer sufrir!. “El buscador de otras realidades es un rastreador incansable del modo final de ser de las cosas. La vida en sí misma no es un fin, sino un medio, un instrumento de realización, una prueba para desarrollarse, un reto para acelerar la evolución de la consciencia. Su propósito es despertar...” (Ramiro Calle) Ese Camino nos lleva a despertar a nuestra verdadera naturaleza, a descifrar el código que levanta el velo de Isis, a descubrir quiénes somos en realidad. En ese momento uno se libera y deja de interpretar la realidad, deja de poner etiquetas. En realidad, interpretar lo que entra en nuestra conciencia supone dejarnos atrapar por las garras de una postura mental, sea la que sea, y eso produce que nuestras percepciones se vuelvan sumamente selectivas y distorsionadas. Este es otro ladrillo más de nuestra prisión. “Nos parece que estamos en un lugar y hemos de llegar a otro con un esfuerzo concreto. Pero al abrir los ojos de la Contemplación lo primero que descubrimos es que no hay tal esfuerzo, tampoco hay meta por cumplir ni persona que avanza.” “Recuerdo todos estos años durante los que he estado intentando dotar a mi vida de un propósito. Pero la lección que he obtenido de ello es que no me ha aportado paz, sabiduría o felicidad. Así que ya no voy en pos de la iluminación. Debo aprender a no querer llegar a ninguna parte, sólo a “cortar la leña y acarrear el agua” en plenitud y no pretender nada más, no anhelar nada más, no buscar ningún propósito.

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Simplemente fluir.” En esta etapa de pensamiento también te vuelves consciente de que nada de lo que sucede ocurre por casualidad sino que es la causalidad la ley que rige todos los acontecimientos, incluso hasta el más aparentemente trivial. Desde la Unidad de Conciencia percibes que todo ocurre por y para algo y única y exclusivamente cuando tiene que ocurrir, ni antes ni después. Hace tiempo que dejé de pensar que la filosofía en la que profundizo en cada momento es la última y verdadera. Siempre "aparece" algo nuevo que enriquece y complementa a todo lo anterior. Éste fue también el caso del Vedanta Advaita, en el que estoy "buceando" actualmente a través de las enseñanzas de Consuelo. Dice David Loy en su espectacular (y a la vez complicado de leer) libro sobre la No-Dualidad que hay tres sistemas filosóficos, tres interpretaciones de la realidad en un mismo nivel de realización no-dual en la cumbre del pensamiento humano, éstos serían el Taoísmo, el Budismo Dzogchen y el Vedanta Advaita. Estoy de acuerdo con él, pero estos son tres puntos más en el mapa en la busqueda del Tesoro, tan importantes como puedan ser los tres primeros. Avanzar en el camino hacia uno mismo no consiste en destruir el viejo granero y levantar un rascacielos en su lugar. Es más bien como escalar una montaña, ganando perspectivas nuevas y más amplias, descubriendo conexiones inesperadas entre nuestro punto de partida y el maravilloso paisaje que uno va vivenciando a su alrededor. Pero el punto del que partimos sigue existiendo, y puede ser visto, aún cuando aparezca cada vez más pequeño y haya pasado a convertirse en una parte menor de nuestra más amplia

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perspectiva que hemos ganado al superar los obstaculos de nuestro camino, pleno de aventuras, hacia la cumbre. Allí, en la cumbre... encuentras los colores, la vista infinita, la sensación de plenitud, de estallar por dentro, no te hace falta nada, no tienes miedo a nada, eres... todo lo que estás viendo. A veces, encontrandome en meditación a altas horas de la madrugada, en la soledad de mi habitación, cuando el silencio lo invade todo, he visualizado una cumbre nevada en medio de una noche profunda con el fondo de un inmenso cielo plagado de estrellas. Era como estar junto a una enorme ventana con vistas al Universo, un Universo infinito e íntimo a la vez. Me daba cuenta de que yo era la montaña, y ese cielo azul oscuro, y esas estrellas, y esa inmensidad donde desaparecía el tiempo... Satori, Kensho, Nirvana, Rigpa, Samadhi, el Tao, el Ser, Iluminación ...... son sólo algunos de los multiples nombres que recibe el darle la vuelta a la mente y situarla mirando en actitud contemplativa hacia el interior. Alli, en ese interior, mora la Vacuidad, la Inmensidad, el Abismo, el Absoluto... lo Innombrable. En el campo de la espiritualidad debemos distinguir entre la espiritualidad horizontal o traslativa (que aspira a proporcionar significado y sosiego al vulnerable yo y fortalecer el ego) y la espiritualidad vertical o transformadora (que busca transcender el yo separado en un estado de conciencia de unidad no-dual que se encuentra más allá del ego). – Ken Wilber. Al entrar en el comedor para la cena, observo que la edad de las personas que asistimos al retiro es muy variada,

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hay tres o cuatro aparentemente bastante jóvenes y otros tantos en el otro extremo de edad, el resto nos encontramos en una franja intermedia. La vejez puede convertirse en la mejor etapa de la vida si uno llega con la experiencia y la sabiduría suficiente para sacarle al máximo sus posibilidades. En la vida diaria podemos ver jóvenes muy viejos y a la inversa. “La vejez es una sorpresa”. La vejez es una época para el florecimiento de la conciencia. Para los que aun estén perdidos en las circunstancias exteriores de su vida será una época para volver a casa, un momento idóneo para volverse conscientes. Para otros muchos representará la culminación del proceso de despertar. Desde la lucidez que otorga la sabiduría, uno puede llegar a mirarse en el espejo y observar los estragos que el tiempo han hecho sobre su cuerpo sin caer en las emociones propias de ese descubrimiento: tristeza, victimismo, miedo, inquietud, ira... La persona realmente sabia transforma la ira en risa. La aceptación serena de la propia decadencia es evidente signo de comprensión de la realidad. Somos prisioneros del tiempo y sólo a través de la desidentificación con nuestro cuerpo escapamos a los terrores que acompañan a las huellas que deja tras de sí el paso del tiempo. No somos nuestro cuerpo, al igual que no somos nuestros pensamientos ni nuestras acciones. No somos los ojos, somos la mirada. Ésa es la razón de que cada puesta de sol nos parezca distinta. No somos nada que pueda definirnos. Somos este instante, y este, y este, y este otro ...

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Identificarnos con nuestro cuerpo supone aceptar su tiranía y una sumisión permanente y obsesiva a sus necesidades. El objetivo final de todo esa locura es tener un cuerpo lo más bello posible y poder conseguir la satisfacción permanente de nuestra nunca reconocida vanidad. Sin embargo... lo que nos embellece realmente es nuestra manera de sonreir. Ésto no quiere decir en absoluto que no debamos prestar atención a nuestro cuerpo. Por el contrario, debemos procurar mantenerlo en el mejor estado de salud posible y, dentro de una lógica racional, embellecerlo en sus posibilidades. Ésta es la actitud debida hacia nuestro cuerpo, el cual debe ser tratado como una herramienta que debemos mantener lo mejor posible para que nos sirva con la mayor de las eficacias. Esa posición dista mucho de la conducta que se deriva de una identificación con nuestro cuerpo. Desde esta poco inteligente actitud el cuerpo deja de ser una herramienta y se convierte en el objetivo principal de nuestras vidas. Ésto, más tarde o más temprano, no trae más que sufrimiento, nos rebela contra la inevitable decadencia de nuestros cuerpos y hace que la vejez se convierta en un verdadero infierno para uno mismo y para los que nos rodean. El cuerpo no puede escapar al tiempo y si así lo hiciera sería lo más terrible que a uno pudiera sucederle. La relación que el ser humano mantiene con el tiempo es tormentosa. Queremos “no perder tiempo” sino “ganarlo”, pero el tiempo no se pierde o se gana, con el tiempo lo único inteligente que podemos hacer es vivirlo.

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En Londres existe una propuesta hecha a su Ayuntamiento por un colectivo de personas que reclaman una “autopista para peatones” en Oxford Street. Por ésta calle se desplazan aproximadamente unos 200 millones de personas al año. El objetivo final de esta solicitud es que los que andan más lento no interrumpan el ritmo rápido de los que caminan a mayor velocidad. La propuesta incluye, entre otras cosas, cámaras de vigilancia y multas para los transeúntes que caminen a menor velocidad de la indicada en dicha autopista para peatones. Los autores de la propuesta alegan que los viandantes que pasean a poca velocidad hacen perder mucho tiempo a hombres de negocio que utilizan esa calle de forma constante y masiva. Es curiosa la relación de sometimiento que mantenemos con el tiempo, cuya existencia absoluta niegan tanto los autores de la llamada “sabiduría perenne” como gran parte de los científicos actuales. Carlo Rovelli, físico de la Universidad del Mediterráneo en Marsella, Francia, manifiesta sin ambigüedad alguna que “la descripción fundamental del universo debe ser atemporal.” Es aún más curiosa la concepción que del tiempo mantienen Seth Lloyd, ingeniero de mecánica cuántica en el MIT, y otros científicos de la talla del citado Rovelli, escuchemos lo que dicen: Recientemente fuí al Instituto Nacional de Estándares y Tecnología en Boulder (donde se alberga el reloj atómico que estandariza la hora para Estados Unidos) y allí me dijeron que sus relojes no miden el tiempo, no hay ningún tiempo definido que nuestros relojes puedan medir. Eso es cierto: el tiempo está definido por el número de tics de sus relojes. (Seth Lloyd)

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Nunca vemos el tiempo, sólo vemos relojes. Y las manecillas de un reloj son una variable física como cualquier otra. Por lo que en cierto sentido hacemos trampa debido a que lo que realmente observamos son variables físicas.(Carlo Rovelli) Hay un dominio temporal, llamado escala de Planck, donde incluso los attosegundos parecen eones (para entendernos: 100 attosegundos es a 1 segundo lo que 1 segundo es a 300 millones de años). Esto marca el límite de la física conocida, una región donde las distancias e intervalos son tan cortos que los mismos conceptos de espacio y tiempo comienzan a colapsar. El artículo que Einstein escribió en el año 1905 cambió repentinamente el pensamiento que la gente tenía sobre el espacio y el tiempo. El mismo Einstein encontró consuelo en su sentido revolucionario del tiempo cuando en marzo de 1955 escribió una carta de condolencia por el reciente fallecimiento de su amigo Michele Besso: “Ahora él ha partido de este extraño mundo un poco antes que yo. Esto no significa nada. La gente como nosotros, que creen en la física, saben que la distinción entre el pasado, el presente y el futuro es sólo una ilusión obstinadamente persistente.” En la actualidad, el propio Carlo Rovelli siente que otro gran avance temporal aparecerá a la vuelta de la esquina: “Cuando el polvo se asiente, el tiempo, sea lo que sea eso, podría volverse incluso más extraño e ilusorio de lo que hasta el propio Einstein pudo imaginar.” Así pues, incluso desde el punto de vista científico, el tiempo es una mera conceptualización humana a la que

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estamos sometidos y esclavizados a traves de relojes que dirigen nuestras vidas. Sin embargo, íncluso desde esa otra mirada contemplativa, el tiempo es sólo una ilusión más. Es cierto que envejecemos y morimos, pero “no es el tiempo el que pasa por nosotros sino nosotros por el tiempo”. El tiempo es sólo un concepto ilusorio más y, como tal, no se puede detener, ni ganar ni perder y menos aún luchar contra él. “El sabio actúa desde lo atemporal, por eso toma su comida con tanta calma y repite tantas veces la acción de encender el fuego sin perder la paciencia a pesar de que el viento se lo apague. Él tiene ante sí la eternidad, nosotros el reloj.” Sintiendo en mi muñeca como el reloj dirige mi actividad diaria, acato sus órdenes y emprendo las tareas cotidianas al ritmo de su tic-tac, pero al volverme consciente de que el tiempo, como tantas otras cosas, existe sólo en mi mente, emprendo algunas de esas tareas por el mero placer de hacerlas y no con el límite ni la imposición de ese tirano, sino “viviendo eternamente cada momento presente”. Desde la liberación del tiempo ya no se persigue objetivo alguno impulsado por el miedo, el rencor, la ira, el descontento o la necesidad de convertirse en alguien. Simplemente “eres”. Eso es plenitud. “La eternidad es nuestro origen, nuestro hogar, nuestro destino. La eternidad es la realidad viva de lo que somos. Todo lo que ha existido o existirá existe Ahora, fuera del tiempo.” “Cuando cada célula de tu cuerpo esté tan presente que vibre de vida, y cuando puedas sentir esa vida en cada

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momento como la alegría de Ser, entonces puedes decir que te has liberado del tiempo” (Eckhart Tolle). Liberarse del tiempo supone la transformación de conciencia más profunda que se pueda imaginar.

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LUNES, 5 DE DICIEMBRE Hoy el día se ha levantado con una espesa niebla que otorga al entorno un halo de misterio. En palabras de un sabio: “Va cayendo una “niebla de silencio” sobre todas las formas suavizando su aparente solidez, quedando al final del proceso sólo Conciencia.” En la contemplación de las siete de la mañana la espesa niebla impide ver mucho más alla de los muy cercanos árboles. Echo de menos la visión de la montaña, esa amiga que me ayuda a alcanzar en poco tiempo un estado contemplativo de total silencio. La belleza que rodea al entorno enmudece cualquier pensamiento. La niebla, al igual que la montaña, también es belleza. Bien mirado todo es bello, íncluso hasta la más aparentemente evidente imperfección. Para descubrir la belleza en todas las cosas hemos de sortear las trampas que nos tienden las apariencias, y eso no es tarea fácil al principio. “La belleza está en los ojos del que mira”. Con un caminar lento y consciente bajo al comedor para el desayuno. Observo que la invisibilidad del paisaje debido a la niebla no impide que me encuentre en total paz en una mesa con tres comensales en silencio. Aunque no tengamos ningún sitio al que mirar a través de los grandes ventanales nadie se encuentra violento ni forzado. Miro al plato y me hago consciente de cada movimiento. Detrás del sencillo gesto de alcanzar lentamente la taza del café encuentro lo Eterno y una gran paz.

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En ese momento existen sólo dos cosas en el Universo: la taza de café y la conciencia de unidad por la que me dejo inundar. La “investigación” del día versaba sobre “¿Dónde esta la realidad?”. Je!, tiene miga la preguntita. Desde luego nosotros otorgamos “realidad” a todo lo que nos transmiten nuestros sentidos, pero “es preciso perder la mente para recuperar los sentidos”. A través del pensamiento bloqueamos el 99% de los estímulos sensoriales que recibimos y el resto lo encerramos en conceptos. La mente nos “radia” el partido según su saber y entender. Hemos de abrir bien los ojos y mirar a nuestro alrededor. Así, en un primer análisis, la realidad es el duro día a día en el cual nos enfrentamos a la facturas y la hipoteca que hay que pagar mensualmente, es el trabajo en el cual el jefe nos pide que añadamos tensión a nuestro esfuerzo para rendir al máximo, es la reunión prevista para hoy por la APA del colegio de nuestros hijos, es cambiar los pañales al bebé o echarle la bronca al hijo adolescente por hacerse un tatuaje a escondidas, es el abuelo que hay que llevarlo al médico porque tiene el colesterol por las nubes y el ánimo por los suelos, es el marido que me pide más actividad sexual sin tener en cuenta el ritmo diario que me agota y es la mujer que me pide sacarla más de paseo y de viaje en vacaciones sin tener en cuenta que la cuenta corriente esta siempre temblando... La lista de esas “realidades menores” es interminable. Es verdad, todo eso y muchísimo más ocurre cada día. Pero ver la realidad sólo como un discurrir de acontecimientos

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diarios de toda clase y condición ante los que debemos continuamente reaccionar es una vision pequeña, estrecha, limitada, parcial, incompleta, frustrante... y en su vertiente pragmática se convierte en un agotador dar vueltas de forma interminable en una prisión construída por nosotros mismos. No hace falta mucho entendimiento para concluir que vivimos la realidad al ritmo de la emisora que tengamos sintonizada en nuestra condicionada mente. “La mente humana sólo puede contemplar la realidad fragmentandola, es incapaz de percibir la Unidad que se esconde detras de todas las apariencias. Así pues lo que llega a nosotros no es nunca la realidad misma sino una percepción de ella.” Esta mente nuestra es como un medio de comunicación que emite programas basura constantemente, con su publicidad y todo. Evidentemente, la publicidad versa, por un lado, sobre nosotros mismos y lo maravillosos que somos y, por otro lado, sobre lo puñetero que es el resto del mundo cuando no está sintonizado con nuestros deseos. De esta manera, y a semejanza de cualquier medio de comunicación, Radio Mente tiene su propia línea ideológica compuesta de una amalgama de influencias entre las que se encuentra la educación que recibimos de nuestros padres, la familia, el colegio y los profesores donde estudiamos, las experiencias traumáticas sufridas, nuestros deseos sexuales y materiales, nuestras expectativas de futuro etc. etc., todo ello conforma Radio Mente, y emite en vivo y en directo para nosotros en exclusiva durante 24 horas. Y está ahí para hacernos la puñeta sin cesar. Nos vapulea, nos manipula, nos hace reaccionar constantemente. Ya sea por una alabanza euforizante o bien por una ofensa humillante nuestra mente nos agota, nos

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deprime, hace que en ocasiones nos sintamos asustados, nos hace creer en una realidad auto-fabricada compuesta de opuestos entre los que luchamos por conseguir las cosas y situaciones que en nuestra imaginaria ficción creemos que son buenas para nosotros, y huimos en desbandada de aquellas otras que calificamos como perjudiciales. Pero, desde una visión profunda de la existencia, nada es bueno o malo en sí mismo. “La persona auténtica no se convierte en una víctima de la tristeza, de la felicidad, del amor ni del odio.” (Thich Nhat Hanh) La realidad no son los acontecimientos que se proyectan cada dia en sesión continua en la gran pantalla de cine de la vida. Todo eso sólo conforma un escenario en el que se encuentra atrapado el personaje que representamos en cada momento. Ese personaje es totalmente ficticio, impermanente, frágil, evanescente, voluble, cambiante. Cada día vivimos una gran mentira, es cierto, pero ser conscientes de ello nos hace despertar y vivir en otras claves completamente distintas. Viviendo desde el silencio de la mente nuestro pequeño ego ya no se siente ofendido ni herido, no está deseando constantemente, no construye castillos en la arena que se disuelvan con la primera ola que llegue a la orilla... Si nuestra construcción es sólida, se ama la vida al igual que la muerte, se vive en lo Eterno, más allá de la mera supervivencia de unos pocos años rodeado de los problemas que constantemente genera nuestra pequeña y absurda mente, Radio Mente.

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En el turno de preguntas al que hoy ha dado paso Consuelo, ha quedado evidenciado que algunos de los asistentes acuden con problemas de toda clase, incluso psicológicos, pero tal como manifiesta la propia Consuelo uno no debe venir a un retiro a solucionar sus problemas. Recuerdo una anecdota en Suiza durante un encuentro de una semana de duración con el Dalai Lama, éste fue preguntado por una mujer que se encontraba entre el público asistente sobre la manera de manejar la tormentosa relación madreadolescente que mantenía con su hija de 16 años. La respuesta del Dalai Lama fue rápida, concisa, clara, contundente: “no lo sé”, aquella respuesta sonó casi como un disparo, pero al instante me pareció genial. No lo sabía, claro que si. Con aquella inocente y sincera respuesta, ante un polideportivo atestado hasta la bandera con miles de personas prestandole atención, dejó claro que él era sólo una persona con las limitaciones propias de ese cargo, el de persona. El Dalai cobró para mi una altura impensable hasta ese momento. Era evidente que no pretendía atraer a nadie con una inexistente espiritualidad remedialotodo. Ni siquiera llegó a esgrimir, como remedio a la situación planteada por la preocupada madre, una actitud compasiva o amorosa hacia la hija. La actitud compasiva no es un fármaco milagroso que resuelva todos los problemas de nuestra vida sino más bien otro “efecto colateral” más en este Camino sin metas, de tal manera que el amor (o su equivalente budista: la compasión) llega a uno sin apenas percatarse de ello. Intentar adquirir amor por los demás es un acto totalmente vacío de contenido, además de inútil y nada pragmático a la hora de afrontar los problemas cotidianos de nuestro día a día. Resulta pues un nuevo engaño de nuestra mente juzgar también a los demás

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por su evidente falta de amor o compasión. Así pues, y siguiendo con la anécdota del Dalai Lama, si a uno le duele una muela deberá ir al dentista y si tiene una relación conflictiva con su hija adolescente el amor no le va a solucionar mucho, deberá acudir a un psicólogo especialista en la materia que le indique las pautas de comportamiento más adecuados a las peculiaridades de la situación. Y eso es lo que hizo el Dalai Lama a continuación de su genial respuesta, remitir a la madre al correspondiente psicólogo especialista. Después de tres días rodeado de un atronador silencio tengo la sensación de que a un retiro de este calibre uno debe acudir con sus problemas de envergadura arreglados en la medida de lo posible porque, al fin y al cabo, a lo que aqui se viene es a adquirir nuevos problemas: los de como distinguir y manejar los pensamientos o como relacionarse con esa nueva realidad adquirida a base de silencio o como dar el salto a lo Eterno y fregar platos a la vez... Emprender este Camino requiere estar preparado para desprenderse de todo, y no me refiero a nada material sino a “vaciarse” de todo lo que estamos llenos: ideas, conceptos, educación, historia personal, cultura, pensamientos..., y ésto supone “quedarse sentado al borde de un abismo inmenso con los pies colgando en un vacio infinito y pleno que se te clava en el estómago”. Sólo aquellos que han alcanzado un estado de madurez y son psicológicamente fuertes están preparados para vaciarse lo suficiente y avanzar hacia cotas más elevadas en dirección a la “cumbre”. “Ya no me da miedo que me critiquen ni sentirme culpable. Ya no deseo tener razón. Ya no quiero defenderme.

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Sólo me interesa la vida. Cada vez doy menos por sentado que haya una forma “correcta” o adecuada de vivir y, por consiguiente, cada vez soy menos propensa a enfadarme y reaccionar. Me limito a observar, sin juzgar, a los demás y a mi misma. Ahora puedo expandirme y fundirme con el Universo.” – (Treya Wilber). Cada vez profundizo más en el silencio. He podido observar que el silencio exterior que impone el retiro propicia mi silencio interior. Debería añadirse que ese silencio exterior es la condición sine qua non para la maravillosa aparición del profundo silencio interior, no la única pero sí muy importante. Pronunciar palabras requiere poner en marcha de forma irremediable la rueda del pensamiento. Cuando ves a alguien y no tienes la necesidad de dirigirle palabra alguna, puedes permitirte el auténtico lujazo de continuar en el estado de contemplación promovido en los momentos destinados a la misma en el día a día de este retiro. Así pues, la tensión inicial que generó en mi el silencio ha dado paso poco a poco a la paz interior que procura el saber que no hay motivo alguno para “romper” la condición de Testigo silencioso de todo lo que entra en nuestro campo de conciencia. La hora de la comida ha sido un momento de paz más dentro de este retiro. Me asombra que tantas horas que tenemos libres al cabo del día puedan llenarse de nuestro silencio y seguir exhibiendo en nuestros rostros la expresión de una serenidad alegre. No tener esa capacidad de vivenciar el silencio interior supondría salir corriendo de aqui al segundo o tercer día, como así ha sucedido en algún caso. Pero, para el contemplativo, el entorno que se genera aqui es maravilloso. No se reacciona ante nada porque no hay nada ante lo que reaccionar.

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Pienso en lo que supondría poder llevar esta conducta no-reactiva de forma permanente a la batalla diaria en que se convierte nuestra vida. Si algún sentido tiene todo esto es precisamente trasladar lo aqui comprendido e interiorizado al escenario en el que se mueve nuestra existencia cotidiana y mantener esa adquirida serenidad interior contra vientos y mareas, ocurra lo que ocurra en el mundo exterior. Si actuamos desde lo profundo de nuestra Conciencia y no desde la superficie (pensamiento), uno puede encontrarse en medio de un extenuante trabajo, a continuación “bajar” a los (extra) sensoriales mundos del sexo, seguidamente “subir” hasta el éxtasis de las cumbres de la espiritualidad, darse después un paseo por los demás espejismos de la realidad: la familia, el trabajo, las relaciones sociales, participar de los afanes de la sociedad, la economía, la política, la religión, etc. etc... y salir ileso de todas esas situaciones si se sobrevuelan con las alas del desapego, si no se teme perderlas, si no hay voluntad de retenerlas, rechazarlas o apropiarse de ellas. Ninguna de esas actividades cotidianas es “no-espiritual, peligrosa, fea, inmoral o tramposa” si aparecen y desaparecen de nuestras vidas sin dejar huella alguna en nosotros. Los sentidos son una fiesta si no nos encadenan. Si no nos resistimos al cambio no dependeremos de las eternamente cambiantes situaciones externas para sentirnos felices. Desde el desapego podemos ocuparnos, disfrutar y aceptar las cosas de este mundo sin darles una importancia y una trascendencia que no tienen. No hay que renunciar al mundo, sólo al esfuerzo y al miedo. Estamos acostumbrados a reaccionar ante todo lo que

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ocurre en las imagenes que proyecta la cámara de nuestra “existencia”. Si nos damos cuenta de la estupidez que eso supone nos dedicariamos simplemente a contemplar esas imágenes proyectadas. Todo es transitorio, caduco, finito, impermanente, decadente. La pelicula acabará algún día. No sobrevivirá protagonista alguno. Desde esa perspectiva ¿qué sentido tienen nuestras huídas, ansiedades, miedos, filias y fobias?. Después de la comida decido pasear por los cercanos senderos que circundan el recinto de la Hospedería. Me encantan los árboles, junto a ellos siento una especial energía. Me gusta tocarlos, acariciarlos. Pienso en la cantidad de años que tienen algunos de esos árboles y de las muchas cosas de las que habrán sido mudos testigos. Sentado al pie de un viejo pino, nuevamente reflexiono sobre las razones que me han traído hasta aqui. Me gusta dudar. Quiero concluir que mis motivaciones para hacer un retiro así no son otras que las de profundizar en mi propia paz. No quiero venir aqui en busca de soluciones a grandes misterios, no quiero tampoco encontrarme huyendo de nada ni en busca de Dios alguno que me salve de nada. Nada hay de que salvarse excepto de la ignorancia. No creo en un refugio en las ideas y mucho menos en compartirlas en comunidad, todo eso es necesario pero sólo hasta un punto del Camino. Las creencias cansan y se agotan por sí mismas. Las creencias y las ideas son muletas que nos ayudan a subir hasta una pequeña cima, una vez allí las soltamos para continuar por nuestro propio pié. “Una vez que acontece el despertar ya no hay nada en que creer o de lo que dudar.” No

creo

tampoco

que

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encontrarme

aqui

sea

consecuencia de un miedo a la muerte, hace algún tiempo descubrí que la sensación de ser impermanente me procura una distensión de todas mis preocupaciones, éstas se transforman en insignificantes bajo el prisma de mi propia desaparición. Incluso recuerdo una tarde especialmente efervescente de actividad en la que en un instante relampagueante tuve una especial sensación de fragilidad que me llevó a sentir que podía morir en cualquier momento. Sorprendentemente, ese “descubrimiento” me produjo un entusiasmo sereno similar a un chute de serotonina en el cerebro. Recuerdo también que me resultaba muy curioso observarme sintiendo la profunda alegría que producía en mi la concienciación y aceptación plena de mi propia impermanencia. Tampoco ando en este retiro detrás de paraíso alguno. El paraíso es trascender el ego. La misma acción puede suponer un paraíso o un infierno dependiendo de si el ego se encuentra o no detrás de esa acción. Pero aquí, sentado a los piés del viejo árbol, he podido sentir que la quietud interior y la paz que me procura este retiro hacen que sólo por estas pequeñas cosas ya haya merecido la pena venir hasta aquí. Mi vista recorría lentamente el horizonte sin pedirle nada, sólo quería que fuera así, tal cual era. En ese horizonte podía incluso ver algunos sucesos dolorosos de mi vida con total serenidad, empezando con la muerte de mis padres. Ante mi desfilaban los rostros de muchas personas importantes para mi, familiares, amigos de infancia y juventud, compañeros del colegio y del trabajo, etc. Algunos de ellos se había bajado de mi “escenario” hacia tiempo, otros habían fallecido. Recordaba momentos importantes que supusieron cambios radicales en mi vida. Sin embargo, todo eso me

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procuraba la misma sensación que ver una película. Al pronto me hice consciente de que en ese momento lo realmente importante para mi era el horizonte, allí no había protagonista ni película alguna. Sólo el horizonte de la conciencia. Esta tarde, en la Contemplación guiada de las cinco, acabo antes de lo usual y observo un tanto divertido que venir a esta hora sin haber dormido una buena siesta se convierte en un obstaculo de grado mayor. Podría afirmarse sin ningún género de duda que, por lo visto y oido hoy en la Sala, unos vienen a hacer contemplación y otros vienen a hacer siesta sin contemplación alguna. Nunca mejor dicho ☺. Visto desde fuera, cualquiera que no supiese de que va esto pensaría que estamos dando alguna clase de artes marciales raros consistente en dar cabezazos a un enemigo ilusorio cuando en realidad lo que ocurre es que estamos peleando contra el maldito sueño. Yo también he dado cabezazos alguna noche, es la cosa más natural del mundo en este tipo de situaciones, por eso me gusta acudir bien descansado a las Contemplaciones, no quiero convertirme en alumno aventajado de las clases marciales de “cabezazos a ritmo de ronquido”. En medio de esta situación he recordado la historia de Matthieu Ricard. El autocontrol y maestría alcanzada por este humilde monje budista lo han convertido en “el hombre más feliz de la Tierra”, tal como lo declaró la Universidad de Wisconsin tras un estudio de varios años. Su cerebro fue conectado a 256 sensores para detectar sus niveles de estrés, irritabilidad, enfado, placer, satisfacción y así con decenas de sensaciones diferentes. El sonriente monje superó todo los límites previstos en el estudio. Ante la falta de reacción por

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parte de Ricard a estimulos como por ejemplo el sonido del estallido de una bala en una cuenta atrás, encontrandose en estado de profunda meditación, no se ha podido más que concluir que su cerebro se encuentra muy lejos de los parámetros normales. “El problema de aceptar que Ricard es el hombre más contento y satisfecho del mundo es que nos deja a la mayoría en el lado equivocado de la vida. Si un monje que pasa la mayor parte de su tiempo en la contemplación y que carece de bienes materiales es capaz de alcanzar la dicha absoluta, ¿no nos estaremos equivocando quienes seguimos centrando nuestros esfuerzos en un trabajo mejor, un coche más grande o una pareja más estupenda?.” La historia de Ricard es bastante peculiar. Nacido en Paris en 1946, creció en un ambiente ilustrado. Su padre, Jean-Francois Revel, fue un reconocido escritor, filósofo y miembro de la Academia Francesa que reúne a la élite intelectual del país galo. Ricard hizo el doctorado en genética celular en el Instituto Pasteur de París y trabajó con el premio Nobel de medicina Francois Jacob. Parecía destinado a convertirse en uno de los grandes investigadores del campo de la biología cuando le dió a su padre el disgusto de su vida. En 1972 decidió dejarlo todo y partir hacia el Himalaya. Las siguientes tres decadas de este francés de carácter suave y cultura exquisita (es el único europeo que lee, habla y traduce el tibetano clásico), iban a ser dignas del mejor guión de una pelicula. Tras estudiar con los grandes maestros del budismo, pasar meses en retiros y recorrer los pueblos del Himalaya, conoció al Dalai Lama y en 1989 se convirtió en uno de sus principales asesores y en su

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traductor al francés. Padre e hijo se reencontraron años después y plasmaron su “desencuentro” en un libro de enriquecedora lectura, “El monje y el filósofo”, en donde cada uno aporta una visión radicalmente distinta del sentido de la existencia. La idea de Ricard de ofrecerse para los estudios de la mente que llevaba a cabo la Universidad de Wisconsin estuvo influenciada por el propio Dalai Lama, facilitando el análisis cerebral de los monjes y su capacidad de aislar la mente durante las sesiones de meditación. Uno de los aspectos que más ha fascinado a los investigadores es la capacidad de los monjes de suprimir sentimientos que hasta ahora creíamos inevitables en la condición humana como el enfado, el odio o la avaricia. El estudio de sus cerebros demuestra una capacidad extraordinaria para controlar sus impulsos basados en la supresión de los deseos. Ricard niega que el control de los impulsos negativos sea igual a pasividad o falta de respuesta. Para Ricard, los que llegan al final del viaje y logran la serenidad que lleva a la dicha y al éxtasis mental sienten lo mismo que “un pájaro cuando es liberado de su jaula”. Matthieu Ricard nos apunta al corazón mismo de nuestra desesperación de seres en perpetuo sufrimiento con la pregunta: ¿Acaso quieres vivir una vida en la que tu felicidad dependa de otras personas?. Evidentemente él no quiere, por eso se desprendió de todo. Y ese soltar no fué sólo del apego a las esclavizantes posesiones materiales. Defiende Ricard que es cierto que no podemos cambiar el mundo, pero sin embargo es posible transformar la manera de percibirlo, y cuenta a modo de ejemplo, en boca de una

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amiga suya, Raphaele, la historia de un hombre que sufrió terribles penalidades durante la invasión china. Los chinos lo habían tenido doce años encarcelado, condenado a tallar piedras para construir una presa en el valle de Drak Yerpa. Todos sus compañeros habían muerto, uno tras otro, de hambre y de agotamiento: “Pese al horror de su relato, me resultaba imposible descubrir en ese hombre el menor rastro de odio en sus ojos, rebosantes de bondad. Esa noche, mientras me dormía, me pregunté cómo un hombre que había sufrido tanto podía parecer tan feliz. Así pues, quien experimenta la paz interior no se siente ni destrozado por el fracaso ni embriagado por el éxito. Sabe vivir plenamente esas experiencias en el contexto de una serenidad profunda y vasta, consciente de que son efímeras y de que no tiene ningún motivo para aferrarse a ellas.” Los experimentos científicos llevados a cabo con Ricard y otros monjes quedaron descritos en el libro del propio Ricard, “En defensa de la felicidad”, en donde él mismo, en un ejercicio de humildad, se oculta tras el personaje de Oser. Según concluyó el científico Ekman, “todos los estudios realizados con Oser habían dado unos resultados que él no había visto nunca en treinta y cinco años de investigación.” En la cena de hoy observo que me encuentro muy cómodo en el silencio compartido con mis compañeros de retiro. Nadie sabe nada de nadie, no hay nombres, ni magníficas biografías, ni colosales curriculums, sólo caras de desconocidos y poco más. Sin embargo, entre nosotros existe un lenguaje no verbal compuesto de miradas y sonrisas. No importa a que religión, ideología política, territorio geográfico, etc. pertenezca tu compañero, no necesitamos esa información. Es más, creo que conocer todo eso interpondría

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una muralla entre nosotros muchísimo más alta que la del propio silencio. Los prejuicios que la mente genera con este tipo de conocimiento hacen imposible la introspección requerida en este retiro. Desde el ruido de la mente, la cena en silencio se convierte en el absurdo discurrir del personaje que se representa y con el que uno erroneamente se identifica, haciendo que la llegada de otra persona a la mesa sea fuente de conflicto interno. Sin embargo, desde el silencio, alguien se sienta en la misma mesa donde tu estas. Nada más. Los paseos que más disfruto aqui son los nocturnos. La visión de un cielo plagado de estrellas siempre ha tenido un atractivo irresistible para mi. Me quedo sin aliento ante la inmensidad y el misterio que me transmite el firmamento, y cuando me pongo a pensar sobre todo lo existente en el espacio exterior y lo pequeños que somos los seres humanos, mi silencio se vuelve aún más profundo. Pienso en que algunos de los puntos luminosos que observo corresponden a galaxias que miden cientos de miles de años luz de un extremo a otro. Nuestro pequeño planeta se desplaza a una velocidad de treinta kilómetros por segundo alrededor del sol en un viaje finito. En esa “ventana” del cielo aparecen todos esos objetos luminosos que viajan por el Universo a diferentes velocidades. La zona desde donde me recreo en la visión del cielo nocturno es perfecta porque carece de contaminación lumínica, así que puedo percibir una enorme cantidad de estrellas. La parte que más me gusta contemplar es la de las montañas... ver su silueta dibujada contra el cielo azul noche es... no hay palabras para expresar las sensaciones que me genera esta visión. Es pura magia.

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En mis escapadas campo a través me acompañan dos temas musicales que me llevan casi en volandas por los alrededores del lugar y me facilitan una especial empatia con el entorno convirtiendolo en algo fascinante. Ambos temas son del músico aleman Deuter, uno se llama East of the Full Moon (Al Este de la Luna Llena) y la otra Sea and Silence (Mar y Silencio), entre ambas paso casi 23 minutos flotando con una sonrisa dibujada en mi cara entre sonidos que me “transportan” a un estado de especial calma interior libre de pensamientos. Al entrar en mi habitación noto el reconfortante calor por contraste con el intenso frio que hace ahí fuera. Decido leer un rato. Ken Wilber es mi autor de culto en estos momentos. Wilber es un intelectual americano de primera fila cuya obra e influencia algunos han comparado ya con la del mismísimo Aristóteles, ahí es "ná". Le llaman el Albert Einstein de la conciencia. A mi, no sé muy bien porqué, el personaje me atrajo desde el primer momento. Su historia es bastante peculiar: abandonó la carrera médica y posteriormente la recien terminada de Biología al descubrir que su verdadera vocación iba por otros derroteros: el de la psicología transpersonal. Bien pronto empezó a publicar libros de alto voltaje: El espectro de la conciencia, La conciencia sin fronteras, El Proyecto Atman, Desde el Eden, etc. Renunció igualmente a la fama y honores que le reportaba su maestría en el campo de la Psicologia Transpersonal para dedicarse a lo que realmente anhelaba. Se casó y se divorció. Volvió a casarse con Treya, una chica elegante y delicada a quién conoció en una cena en casa de amigos. A los 10 días de su boda ella fue diagnosticada de cáncer de mama. Wilber resolvió entonces dedicar su vida a cuidarla. En ese momento comenzó un doloroso proceso de 4 años, de cuya experiencia

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surgirá el libro Gracia y Coraje, donde Wilber y su esposa, de forma paralela, relatan el día a día de una enfermedad que desemboca en la muerte de Treya. Libro para leer y releer. Ken Wilber no sólo es un autor teórico, es también un practicante de meditación zen. Conectado a un equipo para hacer electroencefalogramas que registra las ondas beta (vigilia ordinaria), alfa (estado de relajación), theta (sueño) y delta (sueño profundo) ha demostrado su capacidad para entrar en un estado en el que cesa totalmente toda actividad cerebral (Nirvikalpa Samadhi, lo denomina él), convirtiendo en una experiencia constante lo que para un principiante supondría una experiencia “cumbre” de vivencia plena del momento presente. De manera magistral Ken Wilber esboza en sus libros la teoría del Testigo. El Testigo es un observador amoral, amoroso y calmado que existe en lo más profundo de todos nosotros, por debajo de la basura cognitiva y de pensamientos que nos abruman al 99% de los mortales, quienes no estamos acostumbrados a aquietar y brindarle direccionalidad a la mente. El contemplador experto, que vive en permanente contacto con su Testigo, deja de sentirse identificado con el dolor, el placer, la indiferencia o el sufrimiento. El resultado de ello no es una apatía general ante las emociones, sino una capacidad de vivirlas con mayor plenitud, conectandose por el contrario con un estado de vacuidad serena y calmada, un Silencio. Siendo consciente de que todos los estados emocionales y circunstancias personales, por problemáticas o maravillosas que puedan llegar a parecer, son transitorias, no queda más que el Testigo silencioso, gracias al cual el ser humano se convierte en invulnerable porque es consciente de que nada tiene que ganar ni perder.

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“Cuando te conviertes en Testigo te fundes con todo lo que observas y eres uno con todo aquello de lo que tienes conciencia. No observas el cielo sino que eres el cielo mismo.” (Ken Wilber). Ken Wilber aparece ante los ojos del gran público como un hombre misterioso, solitario, aislado. Creo que esa imagen tiene más que ver con su voluntad de no entrar en ningún circo mediático de ninguna clase, ni siquiera en la promoción de sus propios libros. Ya en la soledad de mi habitación, reflexiono sobre la historia de Ken y Treya y sobre la necesidad tan imperiosa que tenemos de sentirnos amados. “Si usted ama no necesita el amor de nadie”, decía Krishnamurti. Cuando nos abandonan o nos sentimos traicionados por una pareja, familiar o amigo nos convertimos rápidamente en víctimas. Si hay algo totalmente inútil en la vida es el victimismo. El victimismo es el último recurso de los pobres de espíritu para llamar la atención sobre sí mismos y atraer simpatía y amor. La vida es elegir, puedes elegir ser una víctima o cualquier otra cosa que te propongas. Sin embargo, toda la parafernalia que monta el ego alrededor de los sucesos desagradables de la vida no hacen sino aumentar el tamaño del espejismo en el que se encuentra atrapado. Cuanto más fuerte sea un ego, más probable será que crea percibir que otras personas son la principal fuente de problemas en su vida. El ego no quiere poner fin a sus problemas porque éstos otorgan aparente solidez a su, en realidad, falsa identidad, así pues de esta manera alimenta constantemente su papel de victima.

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Tal vez no resulte evidente a simple vista que reaccionar y quejarse, por ejemplo, de un atasco de tráfico, de los políticos, de los compañeros de trabajo o de tu ex pareja te da una sensación de superioridad. No hay nada que refuerce más el ego que “tener razón”, eso nos coloca en una situación de imaginaria superioridad moral. Incluso, nos quejamos de que los demás se quejan y nos llegan a hartar. Ante la eterna queja de los demás por todo lo que de malo les sucede en su vida solo cabe nuestro silencio, no hemos de interferir, rechazando o confirmando la realidad de su historia, no debemos alimentar su mente con más pensamientos ni emociones. Estar simplemente presente de forma consciente es siempre infinitamente más poderoso que cualquier cosa que uno pueda decir o hacer. En esa presencia consciente puedes llegar a sentir la Unidad entre tu y el otro. Desde esa presencia, aprendemos a ver con calma y claridad nuestras propias reacciones a los estímulos, a verlas sin involucrarnos en las mismas. De esta manera, la naturaleza obsesiva del pensamiento muere y se produce una visión totalmente nueva de la realidad. Por ejemplo, no es inusual que sólo el hecho de ver alguna persona en concreto empuje nuestros pensamientos en una dirección de critica, enfado, condena, alteración de emociones, etc. etc. Llegar a observar esas reacciones con total calma, aceptandolas como lo que son, simple actividad del ego, y no prestandoles atención alguna sino dejandolas marchar sin montarse en esa montaña rusa, nos convierte en verdaderos héroes y nos pone en el sendero de la auténtica libertad, la interior.

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Si cuando nos rodea una circunstancia en la que nos sentimos indignados observamos nuestra mente con atención, descubriremos amargas verdades acerca de nosotros mismos. Es decir, descubriremos que somos egoístas, egocéntricos, que estamos encadenados a nuestro ego, que nos aferramos a nuestras opiniones, que tenemos prejuicios, que creemos que nosotros estamos bien y los demás mal... Pero a medida que nuestra conciencia observa el funcionamiento del ego, penetra hasta las raíces de su mecánica y lo disuelve poco a poco. Nos libera. Nos descondiciona. A medida que la observación de nuestros pensamientos y emociones se desarrolla, esos mismos pensamientos asi como nuestras palabras y actos serán más placenteros para nosotros y para los demás. Ya no estaremos a la defensiva sino expandiendo al exterior de forma espontánea, silenciosa y contínua nuestra vivencia del instante presente. Cuando uno emprende el Camino, en un punto del mismo descubre que el Amor, la Compasión, la Bondad, etc. no son cosas a adoptar ni obtener de forma intelectual, más bien es la consecuencia natural de alcanzar un estado de Conciencia Única. Todo lo demás es forzado y consecuentemente irreal. La verdadera Compasión es la espontánea y natural manera de actuar del ser liberado, de aquel que ha dejado atrás todos sus miedos, de aquel que ya no se encuentra esclavizado por sus pensamientos. Este ser liberado posee, casi sin darse cuenta, un amor expansivo el cual, en el nivel más elevado de conciencia, llega a abarcar el Universo entero, en ese estado desaparece la ilusoria frontera entre el observador y lo observado.

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Según el lugar de la conciencia desde el que una persona se mueva y actúe así será su vida. Estas palabras de Consuelo tienen para mi una realidad contundente. Nuestra forma de afrontar la realidad “construye” nuestras condiciones de vida. Así pues, de alguna manera, el victimismo por lo que nos ocurre no es otra cosa que un disfrazado lamento por las cosas y sucesos que nosotros mismos hemos atraído a nuestra vida. Esto no tiene nada que ver con teorías, actualmente de moda, esbozadas en libros como El Secreto, en donde se proclama que enfocarse en cosas positivas puede modificar los resultados, incluyendo mejoras en la salud, el amor, la riqueza y la felicidad. En medio de todo eso también está el ego y sus deseos (con más consistencia aún si cabe) y ello sólo supone cambiar de cárcel. El problema real de fondo es que ante nuestros miedos siempre buscamos la seguridad de una cárcel. Buscamos seguridad sin descanso y, mientras tanto, el mundo de la experiencia real transcurre inadvertido a nuestro lado. El contemplativo abandona toda intención, incluída la busqueda obsesiva y frustrante de esos bienes perecederos como la salud, el amor, la riqueza y la volátil felicidad que estas cosas procuran, y la sustituye por plena atención en este “instante supremo de Conciencia que somos”. Sólo el instante presente nos “conecta” con lo Eterno. Cuando se habla de consignas y métodos para obtener “éxito en la vida”, percibo que los parámetros que se utilizan usualmente para medir el éxito o el fracaso son totalmente falsos y vacíos de contenido real. Una cuenta bancaria llena de ceros, un elevado puesto de trabajo o un gran prestigio social no son varas de medir éxito alguno. Es más, en este Camino

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sin meta las palabras “éxito” o “fracaso” desaparecen del horizonte, pierden todo su sentido, suenan a vacías, absurdas. El éxito lo alcanza el perecedero ego, y ámbas cosas, ego y éxito o fracaso, mueren a la misma vez, más tarde o más temprano. A veces, el ego muere a consecuencia del propio “éxito”, ahogado entre riquezas, prestigio y soledad interior, saturado de tensión por no perder lo logrado y hastiado de estímulos placenteros. El contemplativo cruza la frontera hacia esa tierra donde desaparecen todas las fronteras. El contemplativo camina sin miedos, despreocupado, entregado, vacío de deseo alguno, sin resistencia interna alguna a lo que ocurre en cada momento, sin metas, libre, compasivo, completamente desapegado... Es consciente de que actuar con la intención de conseguir algo, aunque sea incluso una meta tan aparentemente legítima como la espiritual, nos mete de lleno en una cadena de deseos que nos esclavizan sin llegar a percatarnos de ello. Cuando nos esforzamos en conseguir algo, ya sea un lucrativo negocio o el Despertar espiritual, no podemos detenernos para ver todas las maravillas de la vida que hay tanto dentro de nosotros como a nuestro alrededor. “No busques al Buda, no busques enseñanzas, no busques una comunidad. No busques la virtud, el conocimiento, la comprensión intelectual ni cosas por el estilo. Y cuando logres todo eso, no sigas aferrandote al no-buscar considerandolo lo correcto. No vivas en un punto final, no anheles los cielos ni temas los infiernos. Cuando ni libertad ni esclavitud te obstaculizan eso es la liberación de la mente. Si te apegas al no buscar, ocurre lo mismo que al buscar.” “El despertar sólo se alcanza descartando toda intención,

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toda motivación, incluyendo la de obtener el despertar.” Sólo el vivir consciente de la Impermanencia de todo lo creado, incluídos nosotros mismos, nos libera del yugo de la “intención en la acción” y sus consecuencias. La percepción de la impermanencia es nuestro mayor tesoro. Aprender a vivir es aprender a soltar, aprender a desprenderse hasta de uno mismo. Cada vez que oigo el sonido de las olas que rompen en la orilla o el latido de mi propio corazón, estoy escuchando el sonido de la impermanencia que nos invita a soltar suavemente todas las cosas a las que nos aferramos. Y ese sonido de las olas y de los latidos de nuestro corazón nos recuerdan a cada momento que ... todo surge, todo desaparece...

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MARTES, 6 DE DICIEMBRE Hoy es festivo. Día de la Constitución. “Una vida sin fiestas es como un largo camino sin posadas” decía Demócrito. Hoy no hay investigación. Se destina toda la jornada a la práctica del silencio y la Contemplación. Aprovecho el momento también para poner al día este pequeño diario, aunque no sé ni siquiera si llegará a ver la luz, quizás cuando el retiro acabe prefiera que las cosas queden impregnadas en mi retina, sin más. Contar todo esto parece ficticio. Hay cosas que no pueden expresarse con palabras. A veces me parece una tarea imposible e inútil. Ya veremos. En el desayuno de esta mañana, he tenido la templanza suficiente para mirar a los ojos de los compañeros de mesa y sentirme muy unido a ellos. Por suerte, no tengo elementos de juicio que me hagan preferir especialmente la compañía de nadie de los que en el comedor se encuentran, sólo el mero hecho de su presencia en este retiro me hacen sentirlos muy cercanos. Es fácil comprobar que a veces uno puede estar a un metro de distancia física de otra persona y sentirse interiormente a millones de años luz de ella, y viceversa. Reflexiono sobre todo lo escuchado en este retiro acerca de los pensamientos. Los pensamientos generan los deseos, dice Consuelo. De esta afirmación se deduce que puede trazarse una relación causa-efecto entre los pensamientos y el sufrimiento con el deseo como intermediario. Un pensamiento genera un deseo (emoción) que a su vez genera una acción, y todo el proceso esta motivado por cualquiera de los múltiples objetivos que se convierten en el motor de nuestra vida. La

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única manera pues de “liberarnos” de la prisión de la mente es dejar los pensamientos interpretativos a un lado, desecharlos como totalmente inútiles, contaminantes y perniciosos. No tenemos porqué estar permanentemente condenados a emitir sin cesar juicios y condenas al amparo de los pensamientos. Sin embargo, no todos los pensamientos son interpretativos, hay una parte del pensamiento que podríamos llamar “racional”, “util”, que usamos como una herramienta con la que relacionarnos con nuestro entorno. Ésta clase de pensamiento nos ayuda a escoger un alimento, descifrar un algoritmo, aprender a conducir un vehiculo, escribir este pequeño relato o construir una casa. Eliminar esta clase de pensamiento no es posible ni deseable porque de él depende nuestra supervivencia. El ser liberado sigue sirviendose de los mecanismos ordinarios de la mente: análisis, analogías, diferencias, pares de opuestos, etc., pero sólo los utiliza para comunicarse con los demás y relacionarse con la cotidianidad, porque su mente está ya en la Unidad. El resto del pensamiento, o sea el pensamiento que clasifica, interpreta y juzga es totalmente inutil, dota a las cosas y fenómenos aparentes de una sólida realidad inexistente y actua condicionado por ese engaño, generando como subproducto un sentimiento de separación. Esto supone cometer error tras error. En esta situación, el problema real radica en que nosotros no usamos la mente sino que ella ha tomado el control y nos utiliza a nosotros como sus esclavos. El pensamiento es una jaula pequeña, muy pequeña, asfixiantemente pequeña. La gente cree que “son” sus pensamientos, y ese engaño genera miedos constantemente: a la decadencia, a la soledad, a la vejez, a la enfermedad, al abandono, al dolor, al rechazo, a la crítica, al futuro, a la

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muerte, al sufrimiento... Esos miedos son el orígen de emociones conflictivas, dirigidas en la mayor parte de los casos a los demás, como el odio, los celos, la rabia, la vanidad, la envídia, el orgullo, la ira, el rencor... Todas estas emociones, contradictoriamente, nos atan a las personas a las que van dirigidas. “Lo ideal es dejar que las emociones negativas se formen y se disuelvan sin dejar marcas en la mente. Los pensamientos y las emociones continuarán surgiendo pero ya no se acumularán y perderán el poder de convertirnos en sus esclavos.” “Mientras alberguemos en nosotros a ese enemigo interior que es la cólera o el odio, por más que destruyamos hoy a nuestros enemigos exteriores mañana surgirán otros.” La felicidad que se deriva de una profunda paz interior tiene más que ver con una nueva forma de gestionar los pensamientos. No somos conscientes de lo que pensamos y aún menos del perjuicio que nos ocasionamos con ello. Me viene ahora a la memoria una anécdota que Matthieu Ricard plasmó en su anteriormente citado libro, “En defensa de la felicidad”, que muestra la manera en cómo una misma situación puede ser fuente de felicidad o de desdicha dependiendo de esa “auto-gestión de los pensamientos”: “Recuerdo una tarde que estaba sentado en la escalera de nuestro monasterio de Nepal. Las lluvias monzónicas habían convertido el terreno circundante en una extensión de agua fangosa y habíamos dispuesto ladrillos para poder desplazarnos. Una amiga contempló la escena con cara de asco y empezó a cruzar el barrizal refunfuñando cada vez que

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pasaba de un ladrillo a otro. Cuando llegó donde yo estaba exclamó alzando los ojos al cielo: “¡Puaf!... ¿Te imaginas si llego a caer en ese lodazal? ¡En este país está todo tan sucio!”. Conociendola, preferí asentir prudentemente, esperando que mi simpatía muda le ofreciera algún consuelo. Al cabo de un momento, otra amiga, apareció en la entrada de la charca. Me hizo un gesto de saludo y comenzó a saltar de ladrillo en ladrillo canturreando. “!Qué divertido¡ - exclamó, con los ojos chispeantes de alegría al aterrizar en tierra firme -. Lo bueno que tiene el monzón es que no hay polvo.” La primera de las actitudes corresponde con una visión egoíca y victimista de la vida y la segunda con una actitud libre y desprovista de cualquier interpretación egocéntrica de lo que está ocurriendo en cada momento a nuestro alrededor. Ésta última supone una desvinculación con cualquier clase de emoción conflictiva, y nos permite derivar serena alegría hacia nosotros y nuestro entorno, sea cual sea las circunstancias en las que la vida nos ponga en cada momento. “Puede que un día te sorprendas sonriendo a la voz que suena en tu mente como sonreirías al sorprender las travesuras de un niño. Esto significa que por fin has dejado de tomarte a tu mente en serio.” (Eckhart Tolle) Aquellos que están sometidos a la tiranía de la mente llegan hasta a somatizar esa montaña rusa de emociones en que se convierte sus vidas. Podemos observar cada día que, junto con una emoción conflictiva, surge en nosotros desde una opresión en el pecho que se genera en ese inútil enfrentamiento contra lo que sucede en nuestras vidas hasta, en los casos más extremos, la enfermedad como producto final de una vida perdida entre el caos y el laberinto de una mente

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que interpreta todo en clave egocéntrica. No es difícil encontrar una infinidad de situaciones diferentes en las que perdemos la paciencia y nos entregamos a nuestras emociones sin reservas, convirtiendonos en simples marionetas de nuestra mente. Un ejemplo cotidiano son las reacciones emocionales que pueden verse en los conductores de automoviles que, generalmente en las grandes ciudades, cada día lanzan improperios a gritos mientras tocan el claxón y conducen de forma compulsiva y colérica consumidos por la impaciencia y la desesperación por salir del caos del tráfico. Una acción tan corriente y habitual como la de conducir se convierte en un auténtico tormento impuesto dictatorialmente por nuestra mente. Este simple ejemplo podemos trasladarlo a todos las situaciones de nuestra vida, desde las más sencillas y cotidianas hasta las más relevantes, y el resultado es el mismo. No funciona nada fuera porque no funciona nada dentro. Transformando nuestra mente es como podemos transformar nuestro mundo. Cambia pensamientos por conciencia. El mundo se transforma totalmente en cuanto uno deja de hablar consigo mismo. Somos como niños que nos tomamos muy en serio los juegos finitos que jugamos cada día al arbitrio de nuestros pensamientos, pero si nos observamos detenidamente podremos comprobar que los pensamientos y emociones que generamos constantemente son como nubes en medio de un inmenso cielo, desde el exterior aparentan tener una consistencia y presencia imponentes, pero en realidad sólo estan compuestas de agua en estado gaseoso, adquieren mil y una formas aparentes que nuestra mente interpreta y se

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disuelven en el vacío del firmamento en cuanto cambian las condiciones que las rodean. Igual de evanescente es nuestra ira, envidia, celos, orgullo, rencor, deseo, odio y todo un rosario de emociones, derivadas todas ellas del apego, que pueden convertir nuestra vida en un auténtico infierno si les otorgamos consistencia alguna. Sólo nosotros infundimos vida a esas “nubes” y sólo nosotros podemos hacer que se disuelvan en la más absoluta nada de donde vinieron, el momento idóneo para ello es en el mismo instante en el que surgen. Sería algo parecido a hacer estallar pompas de jabón. Incluso, para algunos “viajeros avanzados”, este trabajo interno se convierte en una placentera actividad en donde, siempre en actitud atenta, se identifica rapidamente una emoción conflictiva y en cuanto surge se la hace “estallar”, evitando así la cascada de reacciones que provoca habitualmente, y convirtiendola consecuentemente en... aire. Aire puro para respirar y poder conectar con el “ahora eterno”. De esta manera, dejamos atrás definitivamente la asfixiante prisión en la que nos tenía recluídos nuestra mente. La absoluta libertad interior que nos genera este trabajo convierte cada momento en intensa alegría de vivir. En el mundo del cine hay algunas películas que me han dejado profunda huella y, a pesar de los años transcurridos desde que las vi por primera vez, aún siguen “enganchandome”. Entre otras recuerdo ahora El Filo de la Navaja (la versión de Tyrone Power), Una Historia Verdadera (David Lynch), Magnolia (Paul Thomas Anderson), Los amigos de Peter, Crash, Elegy (Isabel Coixet), etc. etc., pero saliendo de los habituales parametros que valoran la calidad de una pelicula, tales como la interpretación, la dirección o el guión,

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hay una que para mi fue muy especial, “El Guerrero Pacífico”. Está basada en un relato escrito por Dan Millman. El protagonista es un atleta que se prepara para su participación en los Juegos Olímpicos representando a Estados Unidos. El relato describe el tiempo de aprendizaje junto a un sabio escondido trás la apariencia de un empleado de gasolinera. La pelicula esta llena de momentos... mágicos que no pasan desapercibidos para quién se encuentra preparado para escuchar lo que se esconde detrás de algunas escenas. Entre otras cosas, el “maestro” arremete contra los pensamientos: “La gente cree que son sus pensamientos, que equivocados están.” Y contra las reglas: “No son reglas, son experiencias aprendidas en mi vida.” Sin embargo, le da al atleta tres consignas: “Primera: La paradoja. La vida es un misterio, no pierdas el tiempo deduciendola. Segunda: Humor. No pierdas su sentido, sobre todo en ti. Te dará una fuerza colosal. Tercera: Cambio. No hay nada que perdure.” Hay un momento de la película que me parece magnífico. El atleta aparece eufórico en la gasolinera a contarle al empleado la hazaña realizada por él esa tarde al haber controlado su mente y haber podido llevar a cabo un muy difícil ejercicio atlético dejando el pensamiento fuera. El “maestro” echa sobre el ego del joven gimnasta un cubo de agua fría reprendiendole: “no has aprendido nada, eso pertenece al pasado, lo importante es lo que está sucediendo ahora”, y en un momento dado le llega a decir “saca la basura”, el discipulo le contesta “la basura la sacas tu”, el maestro le mira fijamente y le dice mientras toca con su dedo índice la frente del discipulo “la basura está aqui, debes sacar todo lo que no necesitas de tu cabeza”. Maravilloso. En esto consistiría pues el desapego, salir de ese error,

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sacar la basura, descubrir la verdad de lo transitorio de todos los fenómenos de la existencia, incluídos nosotros mismos, trás su apariencia de permanencia, y no dotar de valor alguno al pensamiento, éste nos sitúa en la senda de cosas inexistentes, sin substancia alguna. La “realidad” se deshace sola al observarla desde el silencio de la mente, ese silencio nos eleva hasta las alturas de la profunda alegría sin objeto. Éste es el origen de la misteriosa sonrisa del Buda. Observemos en el siguiente párrafo algunas de esas impermanentes situaciones que provocan que de nuestra mente emerja “basura” de manera constante: Tu entrañable amigo de ayer se ha convertido hoy, por razones que aún no llegas a comprender, en tu más encarnizado enemigo. La maravillosa romántica relación que ayer disfrutabas con tu pareja se ha transformado en un auténtico campo de batalla donde los silencios o los reproches y las acusaciones se convierten en arma arrojadiza diaria que convierten vuestra vida en un auténtico infierno. La cordial relación laboral que mantienes hoy con tu compañero de trabajo tiene el riesgo de convertirse en una guerra sin cuartel por un nuevo reparto de tareas que a todas luces te parece injusto. El elogio y el reconocimiento te hacen sentirte vivo y feliz un día, sin embargo ser criticado o no reconocido te hace sentirte rechazado y desdichado al día siguiente. Sientes que la sólida relación que mantenías con tu hijo va perdiendo fuerza conforme van pasando los años y observas como abandona el nido que con tanto esfuerzo has realizado para él, ya no te necesita. Tu visión de juventud se ha transformado radicalmente hasta convertirte en alguien casi irreconocible para ti mismo, ya no eres el que eras... la increíble energía

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que poseías hasta hace poco se va transformando casi de forma imperceptible, ya no eres capaz de “desactivar” tus emociones, te sientes atrapado en un laberinto sin salida, te aferras a tu más cercano entorno en un inútil intento desesperado de eternizar el espejismo de tu vida. Después de tantos años de trabajo sientes que la jubilación ha sido un injusto castigo que te sume en el ostracismo y la apatía, no sabes que hacer con tu tiempo, los demás ya no cuentan contigo, no eres nadie, sólo alguien que va camino de desaparecer y cuya aportación y utilidad es cada vez menor hasta llegar al punto de ser un estorbo, sólo te queda una terrible sensación de pánico al cada vez más cercano final...

Todo esos pensamientos y emociones no son nada más que nubes que pasan por un cielo vacío. No tiene sentido alguno aferrarse a espectáculos que son transitorios. Todos los espectáculos son transitorios por naturaleza. Tú el primero. Descubrir esta verdad en nuestro interior, empezar a percibirla como algo real, hacerla nuestra, ser conscientes y vivir conforme a ella en cada pequeño o gran acto... cambia la vida. “Seremos capaces o no de cambiar nuestras circunstancias exteriores, pero incluso en las peores situaciones posibles podemos elegir afrontar la vida desde el odio y el miedo o desde la plena conciencia de que lo único que realmente tenemos es este preciso instante. En su

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simplicidad se encuentra toda la plenitud que siempre hemos anhelado.” Ahora mismo llego a mi habitación después de dar un muy lento y calmado paseo por el cercano bosque. Bien abrigado, me he aventurado a adentrarme en zonas algo más alejadas de la Hospedería. Me he detenido en cada pequeño detalle que atraía mi atención. Los sonidos de los pájaros, totalmente desconocidos para mi, acentuaban la sensación de intimidad con el envolvente paisaje. Me hacía consciente de cada paso que daba. No tenía prisa alguna por llegar a ningún sitio. No me sentía prisionero del tiempo sino libre, libre para vivir cada pequeño suceso como un auténtico milagro y saborearlo sin medida. De vuelta al recinto, me he cruzado con Consuelo que, aparentemente, se dirigía a dar también un paseo por el bosque. Este encuentro se ha convertido también en un suceso “milagroso”, de la misma manera que lo había sido pocos minutos antes observar los juegos de luces y sombras que el sol dibujaba a través de los árboles con su brillo cegador. Al igual que con la circundante naturaleza, he contemplado la llegada de Consuelo sin esperar nada, simplemente la he seguido con la mirada hasta cruzarnos en una zona muy cercana a la entrada de la Hospedería. No le he pedido nada a ese “paisaje”, no me ha generado expectativa alguna, sólo lo he dejado ser. Hemos intercambiado una sonrisa, nada más, ni una sola palabra, ni falta que hacía, no era necesaria, no le hubiese añadido nada al instante. Sólo ha habido reconocimiento y contemplación mutua. El encuentro con Consuelo se ha convertido en un sencillo y silencioso acto, pero a la vez ha sido también un

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suceso extraordinario y mágico, de la misma forma que poco antes lo había sido observar el tranquilo discurrir de un pequeño riachuelo hacía el fondo de un cercano barranco. El agua de ese arroyo nunca era la misma, y sin embargo el pequeño riachuelo aparentaba tener identidad propia, al igual que Consuelo y yo. Toda aparente solidez de la realidad no es más que un espejismo creado por la necesidad de la mente pensante, necesidad de seguridad, de asirse a algo. El problema es que, a su vez, ese “algo” está apoyado en el más absoluto vacío, así que la torta es segura. No hay nada a lo cual asirse porque no hay nada que no cambie. Nada nos salvará del pánico al abismo, nada, ni pareja, ni trabajo, ni dinero, ni ese anhelado futuro, ni posición social, ni creencias religiosas ni filosofía de clase alguna. Sólo “soltarnos” a nosotros mismos puede hacer que la vida y la última respiración no se conviertan en algo terriblemente infernal. En realidad, “soltarnos” convierte en irrelevante todo lo que ocurra después de esa última respiración. Ese soltarnos, ese desapego, ese "distanciamiento" de nosotros mismos y nuestros pensamientos no se consiguen de un día para otro, requiere un trabajo de atención constante, principalmente porque, en el permanente anhelo de satisfacer nuestros deseos de toda clase, siempre estamos tratando de controlar lo que sucede a nuestro alrededor. Pero nadie puede controlar sus situaciones externas. No es nada fácil soltar el timón de nuestra vida, nos dá mucho miedo. Es complicado aprender a manejarnos con la inevitabilidad de todo lo que

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acontece en nuestras vidas y pensar que todo está bien. A veces creemos marcar nosotros la ruta de nuestros días, pero eso es solo otro espejismo, otra ilusión más. Nosotros no podemos controlar nada de lo que nos ocurre. Cuesta mucho entender esto, es una tarea ardua, sobre todo al principio, pero el esfuerzo nos lleva a resultados sorprendentes. Recuerdo ir en el coche hace años conduciendo a casa, enfrascado en un sinfin de problemas, dandole vueltas a la cabeza sobre los pros y contras de muchas cuestiones que en ese momento de mi vida me agobiaban. De pronto me vino a la mente el “Hágase en mi según tu voluntad” enunciado en el Nuevo Testamento. La liberación de la carga de ansiedad fue inmediata. Aquellas palabras no fueron dirigidas a nadie en concreto. No me considero en absoluto persona religiosa, estoy muy alejado de rituales, formulas y consignas. Sin embargo, soy consciente de que en dicha frase juega un papel muy importante una psicología de “dejar suceder” que nos es totalmente imprescindible en ciertos momentos límite de nuestra vida. Uno debe tomar decisiones pero también debe aceptar sin fisura alguna todo lo que conlleven. No cabe el arrepentimiento ni el lamento ni el estar machacando con el pensamiento todos los “...y si hubiera... en vez de...”. Todo eso pertenece a un lejanísimo pasado. “El pasado es lo que ocurrió hace cinco minutos”. Se convierte en tarea absurda y autolesionante seguirle el juego a la mente, es mucho más inteligente abandonar cualquier lucha, rendirse y dar todo por perdido. Cuando uno lo da todo por perdido no tiene nada que perder. El alivio que supone deshacerse de tanta carga de tensión es realmente liberador. Cuando damos todo por perdido y dejamos en manos de la Conciencia Total nuestra vida, y no en la de nuestros deseos, las cosas suceden solas, de forma “misteriosa”, (“Inteligente”, diría Consuelo). Hay una

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profunda interrelación entre nuestro estado de conciencia y nuestra realidad externa. A partir del momento en que dejamos caer toda la carga de tensión existencial y aceptamos el natural discurrir de las cosas, cuando abandonamos el papel de protagonistas de nuestra pelicula y adoptamos el de silenciosos testigos parece que, de forma misteriosa, todo está bien. El absoluto silencio de la contemplación de esta tarde me ha permitido hacer un seguimiento completo del proceso digestivo del compañero de la derecha, (esófago, estómago, intestino delgado, intestino grueso y... voilá). Me ha costado concentrarme un poco al principio pero pronto he dejado de oir ruidos, incluso los que provenían del lejanísimo exterior, y he entrado en un estado de profunda paz. Me daba la sensación de poder prolongar durante horas el estado de quietud en el que me encontraba. Los pensamientos entraban por una puerta y salían por la otra sin que yo les prestara la más minima atención. En el silencio contemplativo la ola se reintegra al Océano. Sólo quiero pasar desapercibido en el retiro, ser una presencia que entra y sale sin más aditamento de ningún tipo. En este “especial” mundo de la espiritualidad, te vuelves consciente de que “los que hablan no saben y los que saben no hablan”. En éstos últimos no hay ostentación alguna, ni siquiera de la humildad. El que es totalmente humilde desconoce su humildad. Cuando en la vida cotidiana observo a alguien emitiendo consejos, juicios “morales” o “inmorales” y consignas sin parar, veo a una persona movida por hilos invisibles que quiere “arreglar” a los demás conforme a sus condicionamientos, sin llegar a ser consciente él mismo de que

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los otros tienen sus propios condicionamientos que hacen imposible el “ajuste” pretendido. Para todos nosotros existen innumerables causas y condiciones que nos hacen actuar de la forma en que lo hacemos. Además, esta clase de comportamientos redentores esconden en ocasiones una conflictividad psicológica donde la falta de autoestima, el miedo y una necesidad patológica de convertirse en centro de atención, suelen ser las motivaciones ocultas de una actuación “salvadora”. Aquellos que se aferran a sus opiniones y puntos de vista, sólo van por ahí aburriendo a la gente. Por el contrario, el sabio no suele utilizar la palabra como medio de transmisión porque en su interior sabe que poco o nada puede transmitirse por ese medio. Los maestros son más los que escuchan que los que hablan. “El silencio, la alegría, la tolerancia, la compasión, el desprendimiento, la moderación, la calma y la humilde sencillez son algunos de los rasgos externos con que contamos para identificar al verdadero sabio”. El silencioso cocinero es una persona importantísima en un monasterio zen. Sogyal Rimpoche habló también sobre la importancia de la simplicidad y la sencillez a través de una pequeña historia que cuenta en su maravilloso Libro Tibetano de la Vida y la Muerte y que os paso a relatar. Sogyal hace mención en varios momentos de su libro a la realización del cuerpo de arco iris, por la que, en el momento de la muerte y mediante prácticas muy avanzadas de budismo Dzogchen, el cuerpo puede disolverse y volver a la luz originaria de la que proceden los elementos que lo constituyen. Este proceso de reabsorción va acompañado generalmente de manifestaciones visibles en el entorno, como aparición reiterada del arco iris, etc. Al final de dicho proceso, sólo queda del cuerpo algunos

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cabellos y las uñas. Realizar esta práctica en el momento de la muerte sólo es posible para maestros de muy elevado nivel de conciencia, totalmente desprendidos de ego y deseos, completamente dedicados a una vida de silencio de la mente y contemplación. El extracto del relato de una experiencia acreditada por alguien de confianza, presenta un caso de 1952, que el autor narra con discreta elegancia: “Sönam Namgyal era un hombre pobre muy sencillo y humilde que se ganaba la vida como cincelador ambulante, inscribiendo mantras y textos sagrados en las piedras. En realidad, nadie se figuraba que fuese un practicante, era realmente lo que se denomina un “yogui oculto”. Poco tiempo antes de morir, se le veía subir a las montañas y quedarse allí sentado, recortado contra el firmamento, contemplando el espacio. Nadie sabía que estaba haciendo. Luego cayó enfermo pero, curiosamente, se mostraba cada vez más alegre. Cuando se agravó la enfermedad, su hijo le aconsejó que intentara recordar las enseñanzas, pero él sonrió y respondió: “Las he olvidado todas, y a fin de cuentas no hay nada que recordar. Todo es ilusorio, pero tengo la confianza de que todo esta bien”. Finalmente Sönam murió, y al octavo día de su fallecimiento descubrieron que su cuerpo se había “disuelto” quedando solo cabello y uñas. Fue una sorpresa para todos que alguien tan humilde y silencioso alcanzara tan alto grado de realización. “ Es totalmente irrelevante creer o no en el de hecho de si existe realmente esa capacidad de “disolver” el cuerpo en el momento de la muerte, lo realmente extraordinario es la serena respuesta que el humilde trabajador da a su hijo: “Todo está bien”. Que maravillosa expresión.

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Ante la contemplación, como testigos silenciosos, de todo lo que ocurre, incluída la propia muerte, el “todo esta bien” de Namgyal me parece una auténtica muestra de sabiduría procedente no de la intelectualidad del pensamiento sino de la intuición de la experiencia.

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MIERCOLES, 7 DE DICIEMBRE ¿Como empezar...? Ha vuelto a suceder esta mañana. Hacía muchos años que no ocurría, y en aquel entonces fue bajo unas circunstancias totalmente diferentes y muy especiales. Una nueva experiencia de... No importa como la denomine, lo realmente notable es el inclasificable e indescriptible estado que se ocultra detrás de... “eso”. Y a pesar de no corresponder con adjetivos creados ni por crear, voy a intentar traducirlo a palabras. Creo que merece la pena. Si esto finalmente llega a leerlo alguien quizás pueda captar lo que las palabras... no dicen. Todo ha comenzado nada más abrir los ojos. Tras una larga y reparadora noche de descanso tenía una extraña percepción de las cosas. Sentía un deleite especial al ser consciente de que me esperaba otro día completo por delante para llenarlo de silencio. Cuando he cerrado la puerta de mi habitación para dirigirme a la Sala he experimentado una especial necesidad de realizar la Contemplación de cada mañana. A pesar de ser muy temprano, me he encontrado con una energía y una vitalidad inusuales. Me parecían haber sido doce horas las que había dormido en vez de siete. Una vez acomodado en la silla, rápidamente he establecido “conexión” con mi “interior” y mi mente ha quedado en total silencio y quietud. Una vez acabada la hora de contemplación, como cada mañana, la gente se ha dirigido hacia el comedor para desayunar. Sin embargo, había algo en mi que me pedía hacer algo distinto a lo habitual y, obedeciendo a dicho impulso, me dirijí al exterior del recinto con el fin de contemplar

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relajadamente el amanecer detrás de las montañas. Tras un corto trayecto, me he situado en una posición privilegiada para observar el espectáculo. El cielo, como siempre, tenía una claridad pristina. El silencio me transmitía calidez y sólo era alterado esporádicamente por el canto de algún pajaro. De repente, en el momento de mayor abandono en la experiencia sensorial, cuando todos mis sentidos se encontraban abiertos y vacíos.... ¿como explicar?... yo era amanecer, el amanecer era yo, en cada respiración pasaban millones de años, la inmensidad de ese cielo azul que empezaba a clarear con tonalidades de varios colores se introducía en mi mente hasta expanderla infinitamente... no sé qué decir. El firmamento se transformó en algo infinito, muy luminoso y sin forma. Todo era Conciencia, incluído yo mismo. Ante la contemplación del Vacío se hizo mi más profundo silencio. Todo lo percibía como vibración. El latido de mi corazón era el latido del propio Universo. Cada pulsación transcurría en un tiempo indefinible. El tiempo se transformó en eternidad. No tengo otra forma de describirlo. Sé lo que ha ocurrido, tengo la absoluta certeza de qué es lo que ahí sucedía, pero sólo en sensaciones, no en palabras. Mi “yo” se quedó “sentado” al borde del abismo sintiendo con asombro las reminiscencias que llegaban desde el otro lado mientras permanecía con hipnótica mirada fija en el Gran Vacío. Mi “yo” sentía que la verdadera experiencia ocurría en la inmensidad de ese Vacío sagrado al que no tenía acceso alguno. No era posible llegar hasta allí por medio del pensamiento y los sentidos. Aunque la desaparición del “yo” era total y aunque ese “yo” se convertía, bajo los efectos de la aplastante experiencia, en una mera apariencia de la mente, a la vez me percibía a mi mismo como una “presencia pura y plena”. Había

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abandonado mi pequeño sentido del yo para penetrar en una conciencia sin limites de la que provenía. Ante la presencia del Misterio me convertía en Misterio. Lentamente elevé los ojos hacia arriba y con mirada tranquila contemplé el cielo infinito. En esa mirada mi mente se disolvía en la infinitud que experimentaba desde el más absoluto silencio. Mi estado anímico... estaba mucho más allá de palabras como felicidad o dicha absoluta. Nada podía compararse con la paz de ese silencio. Al volver de la experiencia, una vez pasado un tiempo indefinible, quizás cinco o diez minutos de nuestro “tiempo”, me he dado cuenta de que tenía los ojos bañados en lágrimas, sin embargo no había voluntad alguna en eso, es algo que me ocurría de forma espontánea y natural. Por alguna extraña razón el sistema límbico (el que regula en nosotros las emociones) se altera totalmente y se producen reacciones de este tipo. Los contemplativos experimentados, con muchas horas de práctica de silencio en sus mentes, aprenden a sortear los efectos no deseados de estas experiencias. Evidentemente no es mi caso. Poco a poco, he ido recobrando conciencia del entorno más cercano: los árboles, los matorrales, las piedras, el no muy lejano poste de la luz... todo ha vuelto a cobrar realidad, aunque en ese estado todo me parecía tener una realidad relativa, dependiente totalmente de mis sentidos que percibían, por su propia naturaleza, de una manera particular, limitada y condicionada. Despacio, muy despacio, he caminado hasta el comedor para el desayuno. Las lágrimas corrian por mi cara sin que yo

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pudiera hacer nada para evitarlo. A esa hora quedaba ya poca gente en el comedor. Me dí cuenta de que sentía una especial empatía por todas y cada una de las personas que veía, hasta el punto de experimentar una aplastante sensación de que las fronteras físicas entre ellos y yo eran sólo una ilusión óptica. Siendo algo más atrevido en el uso del lenguaje (en un ámbito donde no es de mucha utilidad) diría que parecía que los que allí nos encontrabamos desayunando en silencio no eramos otra cosa que manifestaciones de la misma energía, una energía indefinible. Era consciente de que aún me encontraba bajo los contundentes efectos de la muy reciente experiencia. Las lágrimas seguían brotando solas. De vez en cuando me pasaba el pañuelo por mis mejillas con el gesto extrañado al no comprender lo que estaba ocurriendo y preguntandome qué hacían allí esas lágrimas. Seguidamente, me he sentado en una mesa en la que dos hombres estaban terminando de desayunar. Ninguno me mira. En ese momento, me parece una suerte extraordinaria la práctica del silencio en todo el retiro. Seguramente, si no hubiera estado amparado por el silencio, hubiesen sido inevitables las preguntas de interés por lo que me sucedía, y lo que menos necesitaba en ese momento era hablar, y aún menos de “eso”. Permanezco sentado un rato con las lágrimas cayendo aún lentamente por mis mejillas, parece que poco a poco empieza a remitir la afluencia de lágrimas. No sé cual será la expresión de mi rostro pero sé que no es la habitual en mi... Después de unos minutos he recobrado el dominio de mis emociones. He podido desayunar sin más problema aunque con los ojos rojos. Alguien desde su mesa me sigue

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con la mirada mientras me dirijo hacia la zona donde se encuentran las infusiones, creo que se ha dado cuenta de que algo pasaba. Pero el silencio reina. He acabado pronto para venir a coger este diario y plasmar esta experiencia. No me pertenecía ya. En realidad no me había pertenecido en ningún momento. No sé quién estaba allí, yo no era desde luego. Si tuviera que definirlo diría que era “algo” mucho más “grande” que yo y del que formaba parte, o al menos en ese instante mi “conciencia” se había disuelto, expandido hasta ese... uf, es inutil explicar con palabras. El silencio es la reacción más adecuada a la experiencia del Absoluto. Pero ahi queda lo escrito. Ken Wilber relata una experiencia similar en su maravilloso libro One Taste (Un sólo sabor), traducido al español como “Diario”. Él lo explica de esta manera: “He estado en el porche contemplando la puesta de sol. Pero no había observador alguno sino tan sólo puesta de sol. De la Vacuidad más pura brota la claridad y, por encima de todo, resuena el canto de los pájaros. Unas pocas nubes salpicaban el cielo, pero no había “arriba”, “abajo, “encima” o “aqui” alguno, porque tampoco existía “yo” que diera sentido a esas direcciones. De un modo simple, claro, sin esfuerzo y eterno, “Eso”, en lo más profundo, es lo único que hay”. Efectivamente, el observador desaparece, no hay otra manera de contarlo y sé que explicarlo así no transmite mucho de lo ocurrido pero... “Somos ese infinito e incondicional silencio en el cual todo surge y todo desaparece.”

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Los maestros hablan sobre esas experiencias como algo a lo que no hay que aferrarse, simplemente dejarlas pasar, sin más. Son sólo “efectos colaterales de dejar de ser ola para convertirse en Océano sin orillas” y no deben convertirse en meta alguna por sí solos, eso sería un error mayúsculo por parte del inexperto contemplativo. En todo momento tuve la inequívoca sensación de no poder atrapar en absoluto nada de lo experimentado. Experiencia como la ocurrida esta mañana sólo la he vivido una vez anteriormente, hace unos cinco o seis años. En ambos casos no ha habido voluntad por mi parte, sin embargo cuando he intentado reproducir esa extraordinaria vivencia nunca ha ocurrido nada, muy al contrario, parecía alejarse. A veces he intentado recrear un ambiente propicio: luz, música inspiradora, predisposición anímica, paisajes espectaculares, etc., y nada. Estas experiencias son como “agua entre las manos”, imposibles de retener. En la vida ninguna experiencia es estable, aún menos una de esta clase, así que, cuando surge lo único que puedes hacer es soltarte y dejar que ocurra. Y todo eso ha ocurrido allí... en un lejáno horizonte... donde cielo y mar se junta en Uno... En la “investigación” de esta mañana algunas de las frases de Consuelo me “introducen” de lleno en su mundo de Silencio contemplativo. “La libertad exterior es una minucia, una bagatela, comparada con la libertad interior”. “Tener lo que queremos es una esclavitud”, “A los pensamientos no se les echa. Finalmente, cuando llega el momento, se van solos”. Escuchar a Consuelo se convierte en toda una aventura que uno no sabe a qué parájes desconocidos va a conducirle. Observo que muevo la cabeza confirmando muchas de las

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afirmaciones que ella hace. Algo para mi inexplicable me ha sucedido esta tarde. Desde la experiencia de esta mañana llevaba todo el día raro, con las emociones alteradas. Pensaba que ese estado emocional un poco caótico de subidas y bajadas eran como las “réplicas” del “terremoto” ocurrido durante el amanecer. Intentaba calmarme y por momentos lo conseguía. Sin embargo al acabar la Contemplación de la tarde-noche todo se disparó. De repente se me hizo un fuerte nudo en el estómago, la respiración era bastante más agitada de lo normal y las lágrimas brotaban una tras otra sin causa alguna y sin que yo, nuevamente, pudiera hacer nada para evitarlo. Nunca me había pasado algo parecido. Con la complicidad de la oscuridad, me fuí al fondo de la Sala en donde me senté en una silla con la cabeza hacia abajo intentando respirar profundamente y buscando una explicación a lo que estaba ocurriendo, pero no encontraba nada que pudiera dar sentido a lo que allí sucedía. Después de un largo rato, parecía que las cosas habían mejorado algo y salí al exterior del edificio. Dí un largo paseo por los alrededores y finalmente entré en mi habitación. Allí empezó otra vez un nuevo episodio con los mismos síntomas, pero en esta ocasión sin el concurso de las lágrimas. Era una locura. Decidí hacer una prueba para ver si todo aquello tenía que ver sólo con las emociones. Cojí el reproductor de musica y los auriculares y volví a salir al exterior. La luna estaba casi llena. Me puse una musica especialmente motivadora para mi y no pasó nada inusual en mi interior, no había relación alguna entre la música y la alteración de las emociones. Dejaba de escuchar música durante largo rato y volvía a ponerla otra vez pero nada. Sin embargo, a los pocos minutos, al margen de

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todas las probaturas que estaba haciendo empezaron a brotar nuevas lagrimas. No había explicación posible y desesperaba de encontrarla así que decidí dejar que todo sucediera. Al poco rato me encontraba algo más calmado. A esas alturas de la noche ya pasaban quince o veinte minutos desde el comienzo de la cena y llegaba ya tarde, así que me dirigí hacia el comedor esperando calmarme del todo durante el camino. Al entrar me hice consciente de que, al igual que esta mañana, aún me encontraba en un estado de total empatía con todo lo que veía, incluídos los propios compañeros de retiro. Aún me notaba los ojos humedos por el reciente episodio. Dejé mi abrigo en el respaldo de una silla y me dirijí hacia la zona de servicio del primer plato. Allí, sirviendose comida, se encontraba un hombre del cual desconocía todo, incluído el nombre, (como el de todos los que aquí se encuentran). Ese hombre había llamado anteriormente mi atención por haber intervenido varias veces en el turno de preguntas en las investigaciones de las mañanas, sin saber muy bien por qué, sus intervenciones habían despertado mi afecto hacia él. Al verlo en ese momento y en un impulso totalmente irreflenable le toqué suavemente en el brazo, al girar él su cabeza hacia mi le sonreí, él se sorprendió inicialmente pero después de observar mi cara durante unos segundos me devolvió la sonrisa y se dirigió hacia su mesa. De forma espontánea, mi intención inicial había sido decirle que me parecía un buen hombre pero, en el estado en que me encontraba, las palabras bueno o malo no tenían ningún sentido para mi, así que permanecí en silencio. Cojí un plato para servirme pero no pude, las lágrimas volvieron a brotar con más fuerza si cabe. Era absurdo en esa situación permanecer en el comedor por más tiempo así que dejé el

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plato y el cucharón en su sitio, recojí mi abrigo de la silla y me fuí. Algunos miraban sin comprender. Yo tampoco, pero había decidido no intervenir ni preguntarme. Ya nuevamente en el exterior, he estado un largo rato dando un paseo mientras me recreaba en la visión de la luna a través de los árboles que se encuentran junto al camino principal del recinto. Me entretuve bastante tiempo mirando el aura de luz que rodea a la luna. Después, mi vista se ha detenido en la oscuridad existente en otras partes del inmenso cielo. Todo tenía un sabor mágico, misterioso, asombroso, indefinible. Ahora, mientras escribo esto, percibo que aún me encuentro bajo los efectos (nuevamente más suaves) de lo que sea que me haya pasado hoy. Espero no haber molestado a nadie. No tenía que haber ido a cenar en estas condiciones, pero no había nada previsto en este extraño guión. Mañana pediré perdón a ese hombre, imagino que el suceso le habrá parecido bastante peculiar. Intentando encontrar algo de luz en todo lo sucedido me decía a mi mismo que quizás era posible que la experiencia se hubiese intensificado de esa manera debido al hecho de llevar seis días en silencio, sin apenas conceptualizar, en casi continua contemplación y vivenciando todo lo aqui escuchado. Recordaba que una mañana Consuelo dijo que cuando se silencia la mente a veces suceden “cosas”. No especificó a qué clase de “cosas” se refería, quizás tuviera relación con algo de lo que hoy ha pasado aqui. Tengo la absoluta certeza de que por mi parte no había predisposición alguna para que sucediera nada parecido. En ningún momento del retiro tuve ningún pensamiento al respecto y soy el primer sorprendido de

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todo lo ocurrido. Han pasado dos horas desde lo descrito anteriormente. Todo ha vuelto a la normalidad. Ya en la cama, en la oscuridad de mi habitación, reflexionaba sobre lo vivido. Me preguntaba si la muerte sería algo parecido a lo que de alguna manera llegaba hasta mi de forma “residual” en el momento de la experiencia de la mañana. Desde ese estado, me parecía que morir se convertía en otra experiencia más de esa Conciencia eterna y no nacida. La muerte no era más que el final del espejismo, de la ilusión de creernos una entidad separada. Rememorando las sensaciones que me llegaban “del otro lado” tenía la absoluta certeza de que no había razón alguna para tener miedo a ese instante supremo, a ese momento último que tanta conmoción, incomprensión y desesperación nos provoca su cercanía. “Si aprendemos a vivir comprendiendo y aceptando que la muerte forma parte de la vida, podremos morir y renacer a cada instante, e incluso podremos llegar a matar a la muerte y acceder a lo Inmenso, en cuyo escenario se celebra el juego de luces y sombras que llamamos vida y muerte.” (Ramiro Calle) El engaño, producido por el ego y sus miedos, de creernos una entidad sólida que permanece a lo largo del tiempo radica esencialmente en que no somos conscientes de que en realidad “morimos en cada momento y nacemos al siguiente”. El cambio es eterno. “Darnos cuenta” de ello procura una sensación de libertad interior que rompe todas las ataduras. Ya no nos resistimos a ese eterno cambio, lo observamos y lo vivenciamos en cada instante con asombro y silenciosa alegría.

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Siempre que intentamos estancarnos en un estado particular, mantener una imagen o aferrarnos a una experiencia personal, laboral, espiritual o de cualquier clase nuestra vida sufrirá. El roshi Suzuki resume las enseñanzas del budismo en tres sencillas palabras: “No siempre así”. Cuando intentamos repetir el pasado, perdemos el verdadero sentido de la vida como una apertura, un florecer, un despliegue, una aventura. Cada molécula de nuestro cuerpo se sustituye cada siete años. Nuestra Vía Láctea gira como una rueda cada diez millones de años. Todo respira, y en este respirar y movimiento estamos todos conectados. Hemos de abrirnos a la magnífica música que nos rodea, no únicamente a la música limitada por nuestras ideas o planes o por la historia que nos aprisiona en nuestra cultura. El misterio nos rodea. Podemos rozar el misterio. Hay una maravillosa pelicula francesa del año 1999, del director Francois Dupeyron, en cuyas escenas me recreo en estos momentos, se llama “¿Que es la vida?” (curioso nombre para una pelicula), y a fuerza de verla bastantes veces creo sinceramente que la pelicula da cumplida respuesta a la pregunta que enuncia en el titulo. En resumidas cuentas, la pelicula aboga por una vida alejada de las complejidades que nosotros mismos nos creamos a base de necesidades artificialmente generadas en esta sociedad donde sobrevivimos cada día como buenamente podemos. Es decir, el relato es un precioso y recreado canto a una vida de sencillez y simplicidad. Pero lo realmente hipnotizante de la pelicula son los espectaculares amaneceres que el abuelo contempla en silencio cada madrugada con un brillo en la mirada díficil de describir. Sabe que va a morir pronto. Mientras el abuelo tiene la mirada fija en el color de los cielos, se hace

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uno con el horizonte. El mágico misterio que rodea a la escena genera un estado emocional de alegre y serena aceptación de todo lo que observamos. Así me encuentro ahora. Me noto profundamente cansado. Los párpados pesan. Ha sido un día muy especial. Mi mente no puede ni quiere pensar. Sólo dejarse llevar por...

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JUEVES, 8 DE DICIEMBRE “Bajo la bóveda azul del cielo, los rayos anaranjados de la puesta de Sol a veces nos ofrecen tanta belleza que nos sentimos abrumados y nuestra mirada se queda congelada. El esplendor del momento nos deslumbra de tal modo que nuestras mentes compulsivamente inquietas hacen una pausa para evitar distraernos del aquí y ahora. Bañada en esta luz, parece abrirse una puerta a otra realidad que, aunque siempre está presente, raras veces llegamos a percibirla. En estos momentos tan expansivos logramos vislumbrar la eternidad del Ser mismo, volvemos a nuestro verdadero hogar...” (Russell E. Dicarlo) Hoy es el último día del retiro. Ahora toca enfrentarse nuevamente con los demonios que nos acechan en el día a día e intentar salir triunfante de la batalla. Llevo impregnada en mi conciencia la innombrable experiencia vivida ayer. Por otro lado, estos días han sido una muy bella experiencia en todos los aspectos. Tanto el entorno como el silencio y poder escuchar cada dia a Consuelo han sido un auténtico lujazo. Consuelo me ha parecido una sabia intemporal que vive lo que dice y dice lo que vive. No necesito recordar con la memoria todo lo aqui escuchado. “La acción correcta dimana de la comprensión” y no del estar recordando consignas sin parar, eso no es útil en ningún caso. Sólo cuando he actuado sin motivación alguna he sentido que mi acción se volvía contemplativa.

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Ordeno la habitación, recojo mis cosas y las dejo preparadas para marchar inmediatamente después de la última charla de Consuelo, su titulo: “Vivir lo nuevo en cada instante”. “Caminar por las calles o estar en tu casa, bucear en las profundidades del mar o escalar la más alta montaña, acariciar a tu hijo recién nacido o abrazar internamente a tu enemigo, abandonarte al placer o enfrentarte sin vacilación alguna al dolor y la muerte, siempre esta pasando algo... algo extraordinario.” “Cada momento es único, no hay instantes vacíos.” En este ultimo día, al acabar la Contemplación de la mañana, vuelvo a mirar a través de una pequeña ventana el mismo amanecer que ayer me “atrapó”. Después de un frugal desayuno mantengo una pequeña conversación con la persona a la que dí el pequeño “sobresalto” en la cena del día anterior. Nos dirigimos al exterior del recinto para dar un pequeño paseo y poder hablar sin romper el silencio reinante en la Hospedería. Le pido perdón por el incidente de la cena y sin entrar en muchas profundidades intento explicarle lo sucedido ayer. Él se muestra totalmente comprensivo y resta importancia al incidente manifestando que en el momento de ocurrir supuso cuál era la causa de mi estado emocional. Le agradezco su amabilidad y nos despedimos con un apretón de manos. Entro nuevamente en la Sala de Contemplación para vivenciar el último acto del guión previsto en esta semana tan intensa que a punto está de morir. Observo que durante todos estos días me he sentado en sitios distintos de la Sala, y en

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cada ocasión he percibido de manera diferente las cercanas montañas dependiendo del sitio en el que me sentara. Era curioso pensar que tanto el observador como las montañas siempre eran los mismos pero las sensaciones cambiaban y mucho. Los factores que marcaban esas diferentes percepciones del grandioso escenario podían ser varios: los colores del día dependiendo de la hora en que me sentara, mi estado anímico (sobre todo al principio de la contemplación, después ese condicionante solía desaparecer), el ángulo de visión de la montaña, etc. No podía dejar de pensar que, a semejanza de mi cambiante percepción de las montañas, la vida me parecía cómica, trágica, maravillosa, tediosa, alegre, depresiva, etc. dependiendo también de muchos factores que también condicionan mi percepción de la misma. Y ninguno de ellos es real. Tal como manifiesta hoy Consuelo, el contemplativo puede representar en su vida cotidiana el papel de principe o mendigo con la misma templanza y ecuanimidad porque acepta el personaje que le ha tocado vivir en cada momento. Nuestra percepción limitada y basada en juicios de toda clase está creando constantemente un tipo de realidad condicionada, al igual que sucedía con mi visión parcial de la montaña. Si se acallan esos juicios se hace el silencio en nuestro interior y la percepción se vuelve unitaria, consecuentemente la realidad estalla y cambia radicalmente. En ese estado, nuestra acción, por simple que parezca, resulta totalmente nueva a cada momento, como si se realizara por primera vez. Todo se ve con una mirada limpia y libre que se maravilla de todo lo que vive de instante en instante. Sin embargo, habitualmente estamos acostumbrados a ver e interpretar la vida desde nuestros pensamientos y

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emociones, y ésta es la peor atalaya posible. La mente produce olas. Una simple sensación puede desencadenar en la mente una explosión de pensamiento conceptual. De esta manera nos perdemos de la realidad y entramos de lleno en un mundo hecho a base de espejismos. En el paróxismo extremo de nuestra implicación en ese espejismo de la vida, en ocasiones hasta incluso nos sentimos con el deber y la obligación moral de tener cierto tipo de emociones conflictivas, como por ejemplo el duelo por la muerte de alguien cercano, en algunos casos extremos incluso para toda la vida. También consideramos legítimo albergar a veces emociones como los celos, la culpa o la ira, y esas emociones parecen estar incluidas en los guiones de situaciones que podemos ver de forma habitual en nuestro entorno. Sin embargo, estas emociones no generan otra cosa que confusión, caos, conflicto, separación, victimismo y sufrimientos de toda clase y condición. Es claro que en nuestro vivir cotidiano tanto las emociones como los pensamientos tienen una función, mayormente adaptativa y de supervivencia, y que debemos aprender a manejarnos con ellos, al igual que aprendemos a conducir un coche con el fin de que no esté fuera de control y se convierta en algo peligroso para uno mismo y para los demás. Hemos de negociar con nuestros “demonios”. Debemos expresar nuestras emociones de forma total y poderosa y dirigir toda esa energía al exterior, no retenerla, para que desaparezca sin dejar huella. Pero la mejor gafa que uno pueda llevar para observar la realidad no es precisamente la de pensamientos y emociones, esos dos cristales están empañados y nos procuran una visión muy borrosa. De hecho, en este Camino, de lo que se trata finalmente es de tirar cualquier gafa que llevemos puesta y tener una visión limpia,

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pura, sencilla, natural, desnuda, vacía, descondicionada, libre... El río de los pensamientos y emociones muere en el océano de la silenciosa, plena e ilimitada consciencia. Vuelve a caer una densa niebla en este último día de retiro, como si fuera la caída final del telón que anuncia el final de la obra. Abandono la Sala antes de que acabe el turno de preguntas. Lo hago por última vez y sin despedirme de nadie, en realidad no conozco a nadie, todos siguen siendo tan perfectos desconocidos como el primer día. En esta despedida no ha habido lugar para sentimentalismos de clase alguna. Pero tengo la preclara sensación de que en todo esto hay “cosas” mucho más grandes que los sentimientos, mucho más grandes que nosotros y nuestra mente y todo lo que ella pueda albergar, por ello escapan a nuestra percepción ordinaria al igual que una criatura de los abismos marinos es incapaz de percibir las maravillas que hay en la superficie de la tierra. Me subo al coche para iniciar el retorno a lo cotidiano. Mis movimientos son lentos, acompasados. Al motor le cuesta arrancar después de siete días de estar parado, y no me refiero sólo al del coche. Tener algún tristeza en este momento me hubiera llevado a tener que admitir mi apego a lo vivido en estos días y, en consecuencia, a reconocer que no he aprendido mucho en este retiro. Sin embargo, conduciendo de vuelta a casa, prefería pensar que todo había sucedido en un ya “lejanísimo pasado”, por muy maravilloso que éste haya sido. Es cierto que

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han sido unos preciosos días llenos de bellos momentos, pero son los mismos que puedo vivir mañana en la vorágine del trabajo o en cualquier otra situación si me coloco en la perspectiva correcta del actuar plenamente consciente, es decir, sin buscar logro alguno y sin apegos de ninguna clase, vivenciando cada instante libre del tiempo, experimentando intensamente la impermanencia y el cambio eternos. “La búsqueda de lo exótico, lo raro, lo inusual, lo poco corriente, ha adoptado con frecuencia la forma de peregrinación, de un alejamiento del mundo, del viaje a Oriente, a otro país, o a una religión diferente. La gran lección de los verdaderos místicos – desde los monjes zen hasta los actuales psicólogos humanistas y transpersonales – es que lo sagrado se encuentra en lo corriente y que hay que hallarlo en la vida cotidiana, entre los vecinos, los amigos y la familia o en el propio jardín, y que viajar puede que sea una escapatoria para no afrontar lo sagrado. Mirar hacia cualquier otra parte en busca de milagros es, para mí, un signo inequívoco de ignorar que todo es un milagro.” En este lugar he sentido la plenitud del Vacío, sería por tanto absurdo volver a mi vida cotidiana con la mente llena de cosas inútiles y quedar atrapado en las siempre cambiantes condiciones de la vida. “El Camino incluye nuestro trabajo, nuestro amor, nuestras familias, etc. Lo personal y lo universal son uno”. Como aconsejó un sabio discípulo a otro “Si realmente quieres conocer a un maestro zen, habla con su mujer.” No hay ningun porte digno que mantener, ninguna solemnidad que ostentar ni nada parecido. Muy al contrario, el humor forma parte de ese “arrojar todo nuestro equipaje”.

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“A medida que maduramos, nos sentimos más cómodos con las paradojas, apreciamos más las ambigüedades de la vida, amamos nuestra fragilidad y transitoriedad. Desarrollamos un sentido de la ironía, la metáfora y el humor de la vida y la capacidad de abarcar el todo, con su aparente belleza y crueldad.” Es evidente que no hay un final feliz para la vida. Si la muerte no nos envia una citación antes de tiempo, es ley inquebrantable pasar por las etapas de enfermedad, sufrimiento, decadencia y muerte. “Date por muerto, es lo único inteligente que puedes hacer para escapar de la prisión de tu ego”. No nos queda otra opción que rendirnos a ese hecho incontrovertible y encontrar la única salida posible: construir nuestra vida sobre una inalterable conciencia de la impermanencia de todas las cosas, incluidos nosotros mismos. Si logramos vivir desde el desapego que genera la conciencia de la impermanencia de todo lo que observamos en nuestro día a día, nos liberaremos de nuestros miedos, nos sentiremos ecuánimes y serenos ante cualquier adversidad, por terrible que nos pueda parecer, incluso cuando la propia muerte llame a nuestra puerta. “La unica alternativa posible al terror ante la cercana muerte por el cáncer era la de ser consciente de la impermanencia y amar las cosas precisamente porque son efímeras. De este modo fui aprendiendo lentamente que – al contrario de lo que hasta entonces había pensado – el amor no consiste en retener sino, por el contrario, en liberar, en dejar ser.” – Ken Wilber. Lo único permanente en la vida es la impermanencia.

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Adquirir profunda conciencia de ella nos eleva un palmo del suelo. “Las muchas cosas que ocurren, las muchas formas que adopta la vida, son efímeras por naturaleza, son todas fugaces. Las cosas, los cuerpos, los egos, los sucesos, las situaciones, los pensamientos, las emociones, los deseos, las ambiciones, los temores, el drama... llegan fingiendo ser importantísimos, y antes de que te des cuenta se han ido, se han disuelto en la nada de donde vinieron”. Esa conciencia nos libera, sea cual sea nuestra visión del mundo. Es decisión nuestra iniciar ese incierto viaje en busca de presuntos estados de conciencia más elevados donde, pretendidamente, la percepción de la realidad cambia sobremanera hasta convertirla en poco reconocible, acostumbrados como estamos a interpretarla únicamente a través de nuestros cinco sentidos. Yo doy buena fe de esa “otra percepción”, pero eso no tiene valor alguno, y lo comprendo. Cada uno debe decidir por sí mismo en primer lugar si hay cumbre, en segundo lugar si hay camino a esa cumbre y por último y en su caso emprender la “ascensión” sin mirar en ningún momento hacia arriba. Este Camino no está definido. En realidad, tal y como proclama el Tao Te Ching “El Camino que puede expresarse no es el Camino.” En este Camino, mirar a la cima marea y no tiene objeto alguno. No hay mapas ni porteadores, sólo las huellas dejadas por otros viajeros pueden servirnos a veces de guia en medio de la noche y lo desconocido. “Penetrar en el silencio es un viaje, un soltarse en niveles progresivamente cada vez más profundos de serenidad, hasta

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que desaparecemos en la espaciosidad.” Este camino de ascensión lo inicia el “yo”, sin embargo no lo termina nadie porque ese “yo” acaba siendo trascendido, desaparece en el camino al darnos cuenta de que no es más que un concepto ilusorio. Finalmente, nos damos cuenta de que el Camino y la meta son uno, y es precisamente el lugar donde nos encontramos en cada momento. Solo hay pura mirada, en un eterno Ahora en el que todo sucede. Al final de ese Camino sin nombre sólo queda Conciencia... sencillamente Lo Que Es. Todo lo que hay, es Conciencia. Conciencia es lo único que hay.

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DOS Y FINAL Éste ha sido el relato de unos intensos días vividos al amparo del silencio, la paz interior y la serenidad contemplativa. De estas tres cosas me llevo en la mochila una tonelada al campo de batalla real de la vida, es ahí donde uno debe demostrarse a sí mismo que todo esto no son falacias vacías de contenido. Soy muy consciente de que algunas de las cosas aqui dichas pueden parecer no tener sentido alguno, pero ya no hay marcha atrás posible. Seguiré intentando ascender a esa cumbre sólo guiado por la intuición y comprobando en mi el efecto de cada paso que doy. No doy por asumido nada que no haya vivenciado por mi mismo. Necesito experimentar las cosas para llegar a comprenderlas. Buena prueba de ello es lo vivido aqui estos días: en el pasado el silencio y la soledad me generaban inquietud, me recuerdo a mi mismo huyendo de ellos dos mediante el ruído (interior y exterior). Sin embargo desde hace unos pocos años puedo decir que amo el silencio y la soledad tanto como sus contrarios e intento llevarlos al quehacer cotidiano. He podido también comprobar por mi mismo, una y otra vez, que cuando mi acción se encuentra dirigida por los pensamientos surgen toda clase de emociones asfixiantes y conflictivas, sin embargo cuando actúo desde la conciencia y el silencio interior obtengo paz y serena alegría. - Maestro ¿hay un ser supremo que creo el mundo, o todo es producto de la casualidad? - Deja ya de hacer inútiles preguntas. ¿Hueles la brisa perfumada y sientes su caricia en tu piel? ¿Notas la tierra

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firme bajo tu cuerpo? ¿Te deleítas contemplando las aguas claras del arroyo?. Ve en busca de otro maestro que te llene la cabeza de ideas y permíteme a mi seguir sintiendo la brisa sobre mi piel y disfrutando de la contemplación de las limpias y frescas aguas del arroyo.

Prefiero respirar aire puro en un cielo abierto e ilimitado a vivir en la siempre oscura prisión de la mente con sus ideas y conceptualizaciones. Con mucha fuerza resuenan aún en mi las palabras escuchadas durante el retiro: Cambia tu mirada, hazla contemplativa, silencia la mente, aprende a discriminar los pensamientos y arroja fuera la basura, desprendete de todo, olvidaló todo y sólo ... Empiezo a querer olvidar todos los conceptos. La conceptualización siempre es insípida, por el contrario, la extraordinaria vivencia de lo simple se convierte en un maravilloso estallido de sensaciones en mi interior. Aspirar a conseguir la paz en el mundo queda totalmente fuera de nuestras posibilidades, sin embargo merece la pena emprender un Camino de interiorización en nuestra Conciencia para encontrar nuestra propia paz, una profunda paz consecuencia de la libertad que da el vivir descondicionado. Vivir y actúar desde lo Eterno es la única manera de ser libre, de abandonar la prisión en la que se convierte el pensamiento, construída a base de tiempo y espacio. Desde la viviencia interior, profunda, íntima, de la impermanencia de todo lo existente, desaparece cualquier necesidad de dar

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credibilidad alguna a cualquier pensamiento que surja en nuestra mente. La seguridad que nos genera el pensamiento es una seguridad totalmente ficticia e ilusoria. En ese silencio interior que durante este retiro se generó en mi por la ausencia del pensamiento interpretativo empezaron efectivamente a ocurrir cosas, al principio de manera imperceptible y posteriormente de forma más contundente. Y no me refiero a cosas de apariencia espectacular como la que me ocurrió hace un par de días. Lo realmente sorprendente para mi es que, a partir de ese inmenso vacío que se produce en nuestro interior, el mundo, la vida y yo mismo ya no me parecen tan reales. Hago mias también las palabras escritas por una asistente a un retiro anterior de Consuelo: “en ocasiones en que uno está “situado” en este sujeto último (tanto contemplando sentados como en plena acción) ocurre que el sujeto desaparece y queda una única Conciencia. Esto no es una consideración teórica, sino una vivencia al alcance de cualquiera que se detenga por un instante a contemplar. En esos momentos uno “sabe” sin lugar a dudas que hay algo que está más allá de los sentidos, más allá del pensamiento, más allá de lo que creemos que somos, y que ese algo es nuestra verdadera esencia. Cuando esto acontece, uno sale del tiempo y se encuentra con la eternidad.” Cuando crees que lo tienes todo, finalmente el propio discurrir de la vida te hace darte cuenta de que en realidad no tienes nada: ni casa, ni coche, ni familia, ni pasado, ni futuro, ni amigos, ni posición social ni prestigio. Nada. El tiempo lo reduce absolutamente todo a cenizas. Parece pues que lo único inteligente que nos queda por hacer es disfrutar del viaje,

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no enredarse ni detenerse en apegos de clase alguna, volar libre, fluir con todo lo que ocurre en nuestras vidas, tanto si eso que nos sucede nos parece bueno como malo, al fin y al cabo todo se reduce a apariencias. En este maravilloso viaje de la vida es indiferente tanto el paisaje que estemos viendo en cada momento como el vehículo en el que vayamos montados, ambas cosas también desaparecen. Creo que es importante no emprender este camino sólo por el mero hecho de que pensemos intelectivamente que es la única manera de encontrar salida al laberinto en que se convierte nuestra existencia, una solución a nuestros problemas. Eso es un error y una huída en falso. Problemas y soluciones son cuestiones de un ego viviendo una existencia cualquiera, son parte de la dualidad en la que nos vemos inmersos cada día, y para este frustrante juego finito de la vida no hay doctrina que nos dé recetas mágicas de clase alguna. Nadie puede erigirse en sabio y enunciar severamente qué es lo que tenemos que hacer con nuestras vidas. Nadie puede decirnos qué está bien y qué está mal. En este Camino sin nombre no hay reglas que cumplir, no hay disciplinas necesarias. Es un error también pensar que adquirir una disciplina espiritual es convertirse en mejor que alguien, eso es una falacia como otra de las muchas que se manejan en nuestra cotidianeidad. La gente no está más iluminada en los monasterios que en el mundo. De una mente condicionada, aúnque sea por disciplinas espirituales, solamente pueden deducirse comportamientos condicionados. La mente condicionada jamás puede penetrar la última realidad. Si amamos lo sagrado y odiamos lo profano seguiremos yendo a la deriva. Sólo si íntimamente sentimos la necesidad de un

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cambio en nuestras vidas, sólo si nos arrastra la “misteriosa atracción hacía ese inmenso Vacío”, tendrá un sentido todo el tiempo y el esfuerzo que se requiera en busca de otra visión de la realidad, en busca de una mirada diferente que nos lleve a un estado de libertad, de plena quietud interior, aún incluso cuando nuestra actividad exterior sea frenética. No necesitamos ir a la India o a cualquier otro país presuntamente espiritual en busca de sabiduría e iluminación. Dondequiera que vayamos, nos encontraremos a nosotros mismos. No se trata de buscar a alguien que nos diga donde está el interruptor de la luz, no se trata de “hacer lo correcto” o de encontrar paraísos perdidos. Iniciar la complicada ascensión a una no siempre visible “cumbre” tiene más que ver con un no poder evitarlo, como si algo estuviera tirando de nosotros y no tuvieramos más remedio que intentar esa escalada, y además sin la ilusoria botella de oxígeno de doctrina alguna, armados sólo con lo que la inspiración y la intuición nos susurran al oído. Algunos nos encontramos aún en el “campamento base”, pero eso no tiene la mayor importancia: la verdadera meta es disfrutar de ese Camino sin final. Si uno vive la vida con plena conciencia, desapegado, descondicionado, libre, ¿a quién le importa la práctica espiritual?. “De igual modo que quién tiene la cabeza metida en el agua pone todo su empeño en poder sacarla y respirar, así el buscador se afana por salir de la ceguera que produce la mente condicionada y vislumbrar los inmensos horizontes de la mente descondicionada.” Iniciar el Camino es también el resultado de un “darse cuenta” de que al fin y al cabo eres un rehèn de tu propia

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mente, de que tienes una necesidad vital de dejar de sentirse vapuleado por las turbulencias diarias del pensamiento. Sabremos que hemos alcanzado una “primera pequeña cima” cuando, de forma natural y espontánea, dejemos de reaccionar mecanicamente ante la serie de sucesos que se proyectan en la pantalla de nuestra vida o, al menos, tomemos conciencia de que todos esos sucesos son reales sólo en apariencia y sintamos que la cualidad de bondad o maldad de los mismos tiene más que ver con nuestra siempre condicionada interpretación de las cosas que con una realidad intrínseca. En esta “pequeña cima” se empieza a percibir que todo tiene “un solo sabor”: el de lo Eterno, y se refleja en nosotros en forma de paz interior, de serenidad, de alegre quietud... Libres del pensamiento, libres de metas, nos convertimos en silenciosos testigos de todo lo que sucede a nuestro alrededor. A partir de un momento, dejamos de buscar, comprendemos que las cosas llegan de forma natural, “nuestros anhelos y deseos no mueven una sola hoja de su lugar”. En un extraordinario instante de nuestras vidas llegamos a comprender que no hay “nada que hacer, ningún sitio a donde ir”. Llegar a no desear hacer algo o no querer ir a ningún lugar (interiormente) requiere mucho silencio de la mente. Incluso querer alcanzar el Ahora es otro deseo más que nos distancia millones de kilómetros de él. Sólo hemos de descubrirnos inmersos en el Ahora. Sólo eso. El último apego del que tenemos que desprendernos es del deseo de iluminación. En ese momento.... todo se vuelve claro.

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Cuando menos te lo esperas, uno se encuentra en una cumbre observando el espectacular paisaje desde una impresionante altura. Desde ese lugar de la conciencia no hay nada que no sea profundo y maravilloso. La acción de una mente descondicionada es espontánea, naturalmente compasiva, inesperada, vital, libre de motivaciones ni objetivos. En ése estado de conciencia no se busca pedir ni negociar trato de favor con Dios alguno a través de la oración y la plegaria, no se busca alcanzar nada que la propia vida no traiga de forma natural, no hay sometimiento a escrituras pretendidamente sagradas, ni a doctrinas, ideas o conceptos de clase alguna. Simplemente se es libre. Libre para vivir infinitas experiencias. Desde esta cumbre todo se convierte en una experiencia maravillosa: sentir el agua entre nuestras manos, contemplar la inocencia de un niño, pasear por el tiempo sin el dolor de la nostalgia ni el anhelo de lo deseado, observarnos a nosotros mismos jugando juegos finitos en el papel que nos ha tocado interpretar... Desde lo Eterno, lo cotidiano se convierte en algo mágico, misterioso, único. La única puerta de entrada a lo Eterno es este infinitesimal instante presente. ¿Puedes mirar tus manos ahora lector?, algún día dejarás de verlas porque no son tuyas, nunca han sido tuyas. Es sorprendente que no nos demos cuenta de la inminencia de la muerte. Por el contrario, el espejismo nos hace creer que somos “algo” y nos atrapa en un estado de ansiedad por alcanzar cosas de toda clase y condición que, una vez conseguidas, nos aprisionan en un nuevo estado de miedo a perder todo lo que creemos que somos nosotros o que es

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nuestro, como el cuerpo. En realidad somos una aparente nada eterna y tranquila de la que emanan todas las cosas. La conciencia de la impermanencia de todas las cosas es el punto de partida que nos lleva por un Camino en el que las siguientes etapas, el Silencio, el Desapego, la Compasión y la Alegría sin motivo, van surgiendo de forma espontánea y natural sin que apenas nos demos cuenta. Al final de ese Camino el “yo” ya no está, ha desaparecido. Tenemos la capacidad de despertar, liberarnos del tiempo y de la muerte y “jugar juegos infinitos”. Esto no es un concepto intelectual ni nada que haya que entenderse a través del pensamiento. Es una vivencia de la realidad y la más grande liberación que uno pueda sentir. Nuestra vida se aleja como el sol poniente, cada día que pasa nos acercamos un poco más a nuestro final, no podemos huir de él, pero la muerte no es triste, lo realmente triste es no saber vivir. Y saber vivir no es otra cosa que darse cuenta de que “eres todo lo que observas”, este descubrimiento nos hace detener de una vez por todas el tiempo en este instante presente y actuar con plena conciencia al “lavar la taza, cortar leña, beber agua...”, “ser” plenamente cada acción. Si alguién está aún leyendo esto, si hay alguien “al otro lado del papel”... Mi silencio es mi mejor palabra. Sólo te diría que saborees con deleite la serenidad del instante, en su intimidad se encuentra incluído el Universo entero. Nada más. Nada de todo lo aquí dicho tiene valor alguno. Son sólo palabras que el tiempo también se encargará de que queden

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reducidas a la más absoluta nada. Dentro de un tiempo habré muerto, tú también lector. Hemos de volver a las estrellas, ése es nuestro destino. Por eso nunca ha tenido ni tendrá relevancia alguna saber quién ha escrito esto ni para qué. Lo único realmente importante es que, aqui y ahora, en éste momento del tiempo que aparentemente nos separa y desde el cual estoy escribiendo ésto, no puedo percibirte como algo distinto a mi mismo porque, desde lo más profundo, tu eres yo y yo soy tu.

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