Demonios de Ariel

July 21, 2016 | Author: Maria Bausero | Category: N/A
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Los demonios de Ariel: Fuentes del imaginario cultural popular uruguayo en la primera mitad del S. XX 3

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Gustavo Remedi

Los demonios de Ariel: Fuentes del imaginario cultural popular uruguayo en la primera mitad del S. XX

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ISBN

Diseño gráfico: Silvia Shablico ©

Queda hecho el depósito que marca la ley Impreso en el Uruguay – 2007

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A mi amigo Roberto Correa

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Yo creí, durante años, haberme criado en un suburbio de Buenos Aires, un suburbio de calles aventuradas y ocasos visibles. Lo cierto es que me crié en un jardín, detrás de una verja con lanzas, y en una biblioteca de ilimitados libros ingleses. Palermo del cuchillo y de la guitarra andaban (me aseguran) por las esquinas, pero quienes poblaron mis mañanas y dieron agradable horror a mis noches fueron el bucanero ciego de Stevenson, agonizando bajo las patas de los caballos, y el traidor que abandonó a su amigo en la luna, y el viajero del tiempo, que trajo del provenir una flor marchita, y el genio encarcelado durante siglos en el cántaro salomónico, y el profeta velado del Jorasán [...] ¿Qué había, mientras tanto, del otro lado de la verja con lanzas? ¿Qué destinos vernáculos y violentos fueron cumpliéndose a unos pasos de mí, en el turbio almacén o en azaroso baldío? ¿Cómo fue aquél Palermo o cómo hubiera sido hermoso que fuera?1 [El subrayado es mío] Nuestro símbolo no es Ariel, pues, como pensó Rodó, sino Calibán 2 .

1. Los países de la imaginación Proponer, casi cien años después, una hipótesis acerca de los ejes fundamentales que organizaron “el imaginario cultural” nacional a principios del s. XX no puede hacerse sino como una forma de reflexionar acerca del presente y el futuro inmediato. En tal sentido, lo primero que es preciso subrayar es que el interés que nos motiva hoy a volver sobre 1

Jorge Luis Borges, Prólogo, Evaristo Carriego, Madrid: Alianza, 1995, pág. 9. Roberto Fernández Retamar. Calibán. Apuntes sobre la cultura en nuestra América. México, Diógenes, 1972. 2

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nuestro pasado se apoya sobre una serie de premisas o puntos de partida. Por lo pronto, la importancia que hoy hemos comenzado a dar a la necesidad de abordar el territorio del “imaginario cultural” —a cómo se imagina la sociedad y la cultura— entendido como un producto de “los trabajos de la imaginación”3. Producto y a la vez instrumento, puesto que también “media” la actividad social y es un factor constitutivo en la construcción, reproducción y transformación del mundo. Segundo, asumir que la sociedad y el mundo se ven —se imaginan— de manera diferente dependiendo del espacio social y cultural en donde se realizan los trabajos de la imaginación y de los instrumentos (discursivos, simbólicos) que intervienen y hacen posible esos trabajos. De ahí que, en este caso, nos enfoquemos en el imaginario cultural “popular” (distinto a otros tipos de imaginarios) resultante de un espacio y unos medios particulares; sin descartar, por cierto, que existan coincidencias e intersecciones con otras formas de imaginar la sociedad o la cultura nacional. Tercero, la sospecha de que la comprensión de nuestra cultura ha quedado limitada —cuando no, distorsionada u obstaculizada— a raíz de haber prestado demasiada atención a unos fenómenos en detrimento de otros. Así, por ejemplo, cuando se piensa o se habla de este período, por lo general, y salvo legendarias excepciones, se suele destacar, o el plano de la “alta cultura” (Juan Zorrilla de San Martín, José E. Rodó, Carlos Vaz Ferreira, Pedro Figari, Florencio Sánchez, Horacio Quiroga, Delmira Agustini, Julio Herrera y Reissig, María E. Vaz Ferreira), el plano político y de desarrollo institucional (la modernización política, la educación pública, la legislación laboral, la secularización y privatización de la religión, la universalización de los derechos del ciudadano), o bien el plano de los avances tecnológicos, los sucesos mundiales y las reorganizaciones del sistema-mundo, sin necesariamente atender al modo y a la medida en que estas cosas alcanzaron realmente a las clases populares o afectaron cómo la gente se imaginaba que era el mundo (y la historia) independientemente de cómo era o es el mundo o la Historia. Por el contrario, cuando uno empieza a preguntarse cómo la gente se imaginaba su mundo en el primer cuarto del s. XX, o en qué mundo cultural vivía (es decir, se imaginaba que vivía), la respuesta difícilmente sea una sola y universalizable. Por lo pronto, está claro que habrán una serie de asincronías, desfasajes, tiempos que coexisten y se yuxtaponen. Así, a poco de comenzar a interrogar este período nos damos cuenta del peso y del papel que jugaron el pensamiento, la cultura y las instituciones 3 Arjun Appadurai, La modernidad desbordada. Las dimensiones culturales de la globalización. Buenos Aires/Montevideo: Fondo de Cultura Económica-Trilce, 2001.

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del siglo XIX sobre las mentes, las sensibilidades y las fantasías del siglo XX, por lo menos hasta mitad de siglo. Alejo Carpentier decía que los europeos que colonizaron América no eran precisamente, o al menos, completamente, hombres del Renacimiento sino que, en muchos aspectos, todavía encarnaban la Edad Media. Sarmiento buscó en el mundo gauchesco —que para él significaba un mundo primitivo y bárbaro, nuestra Edad Media— las claves para explicar los problemas de mediados del siglo XIX. No todo es continuidad. También “otra imagen” de aquél tiempo, muy distinta, comienza a emerger cuando atendemos, por ejemplo, a las realidades particulares y las prácticas concretas, a la vida cotidiana (por oposición a los discursos, la cultura oficial, los proyectos y las leyes); a la cultura popular (el tango, el fútbol, el carnaval, la religiosidad, etc.); a la cultura de masas (las revistas, la radio, el cine, los paseos urbanos); o las ideas, sentidos e imaginaciones de mundo que circulaban en la esfera cotidiana (por ejemplo, en un contexto de incipiente urbanización, de caudalosa inmigración, de creciente privacidad). Todos territorios que si bien no nos resultan completamente desconocidos, ciertamente han quedado relegados y a la sombra de los estudios de la política, la economía o la “alta cultura” de la época. Realzar el plano discursivo e imaginario popular, arriagado como está en otros espacios y prácticas culturales, supone entonces dejar en un segundo plano, aunque sea por un momento, otras formas de pensar e interrogar el pasado, como podrían ser un abordaje económico y político, una historia del arte o de la literatura, o una historia de las ideas, del pensamiento o del “proceso intelectual”. Aun cuando este ensayo se sirva de este otro tipo de historias y enfoques, privilegiar el imaginario cultural popular implica tratar de identificar otro conjunto de vivencias, instituciones y universos simbólicos que organizaron —o que, al menos, también contribuyeron a organizar— el sentido de una época, es decir, que mediaron la aprehensión e imaginación del mundo por parte de la gente que vivió en ese momento, en ese lugar. Por “el imaginario” entendemos la serie de ideas e imágenes que nos hacemos y tenemos acerca de algo, en este caso, las ideas e imágenes que la gente de la primera parte del siglo XX se había construido acerca de su mundo, y en particular, de la cultura de su época. Vamos a manejar, por consiguiente, un concepto laxo e inclusivo de “imaginario”. Néstor García Canclini dice al respecto: Estamos en un momento en que sería empobrecedor afiliarse a una sola tendencia [a un solo concepto de lo imaginario]. Nos encontramos en el cruce de muchas contribuciones al estudio de lo imaginario. Autores como

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Armando Silva incorporan el sicoanálisis, pero hay momentos en su libro Imaginarios urbanos en que se usa la distinción lacaniana entre lo imaginario y lo simbólico, y otros en que no lo hace. Creo que, ante ciertas necesidades de interpretación, a veces es útil esta distinción pero, en gran parte de los estudios, prevalece otra noción, más antropológica de lo imaginario, como algo parecido a lo que Lacan llama simbólico, es decir, el repertorio de símbolos con que una sociedad sistematiza y legaliza las imágenes de sí misma, y también se proyecta hacia lo diferente [...] [El subrayado es mío] Habría que mencionar también los enfoques de lo imaginario colectivo, desplegados en las reorientaciones sociosemióticas de la antropología y de la sociología. Estos análisis han permitido considerar que hay estructuras, legalidades, que rigen lo imaginario y generan su construcción y renovación”4

2. Nuevas fuentes de la imaginación Mientras José E. Rodó y Ortega y Gasset —este último de visita en Buenos Aires en 1916— reclamaban de los jóvenes letrados idealismo, acción, nueva sensibilidad, la cultura de masas —los sectores medios y populares— cobraba fuerza en expresiones diversas como la lectura de libros y revistas semanales, las músicas y las danzas despegadas fuera del salón, los teatros llenos con sainetes y dramas, cada vez más lejos de la ópera. A la radio, el más balbuciente cine y el teatro, se les sumaría finalmente la práctica de los deportes y la vida sana, higiénica, al aire libre [...]5. Un acercamiento al imaginario cultural de principios de siglo nos conduce a prestar más atención y dar mayor peso a un conjunto de cambios que tuvieron lugar en los espacios sociales y en las mediaciones que intervienen en la construcción de imágenes de mundo. Primeramente, cambios físicos, sensuales y sociales del entorno donde vivía la gente que afectaron no sólo el estilo de vida sino concomitantemente la forma de pensar el mundo. Segundo, el impacto cultural de los movimientos migratorios, la migración europea y regional así como de la gente que arribó a las ciudades por la reorganización de la campaña, y que vinieron a alimentar los nuevos barrios obreros, el surgimiento de nuevos comercios y oficios, y hasta la geografía social del arrabal, de la “orilla”. Tercero, las consecuencias indirectamente culturales de una serie de proyectos de Estado (profundización del proyecto de escolarización vareliana a nivel 4 5

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Néstor García Canclini, Imaginarios urbanos, Buenos Aires: Eudeba, 1999, págs. 100-101. Nelson Bayardo, Carlos Gardel, a la luz de la historia, Montevideo: Aguilar, 2000, pág. 60.

secundario y terciario, privatización de la religión e implantación de una religiosidad civil secularizada6, partidización y electoralización de la política, políticas de estatización, de creación de empleo, redistributivas, etc.) y que contribuyó a moldear la cultura de “las clases medias” (que en 1908 constituían el 40% de la población montevideana7) y la cultura popular (el 50% restante). Si a ello le agregamos la actividad cultural que se organizó en torno al consumo (por ejemplo, de artículos para el hogar, de automóviles, de vestimentas), la publicidad, los medios masivos de comunicación (la cultura de masas), o la cultura popular, está claro que estamos ante todo un “nuevo orden” simbólico discursivo, y que tanto el “Uruguay pastoril y caudillesco”, lo mismo que el Novecientos, empezaban a quedar atrás. También durante estos años, se procedió a imaginar y construir no sólo una nueva ciudad, acorde a los nuevos tiempos (con nuevos actores sociales, desafíos, necesidades, costumbres), sino también una ciudad capaz de acomodar “la sociedad que vendrá”. El conjunto de edificaciones, planes y elementos urbanos intentaban responder, por lo tanto, al desafío de una ciudad que debía ser pensada y construida “para el futuro”. Es decir, había una idea de futuro mejor, y el presente —ruptura con el pasado— era su auspicioso comienzo. Las reformas y conquistas económicas, sociales y políticas de la clase media, y en menor medida, de los sectores populares (más ocupación, mayor reconocimiento político y social, mayor tiempo libre, posibilidad de educación para sus hijos) a su vez hicieron posible una creciente “apropiación de la ciudad” por parte de la población, que se tradujo en el desarrollo y aprovechamiento de la red de nuevos espacios, actividades y oportunidades recreativas. Durante las primeras décadas del siglo, y como resultado de un conjunto de movilizaciones sindicales y conquistas laborales, también asistimos a un proceso de reducción de la jornada y de la semana laboral, de creación de los fines de semana y de las semanas de vacaciones, que va a cambiar la cara de la vida de la ciudad. En efecto, además de la conquista de las ocho horas obtenidas por muchos gremios, y de la ley de las ocho horas de 1915, en 1920 se declaró obligatorio disponer de un día de descanso luego de seis días de trabajo. Esta disposición se completó en 1931 con la adopción, en el ámbito comercial, de la “semana inglesa” como régimen de trabajo con descanso los sábados de 6 Gerardo Caetano y Roger Geymonat, “Ecos y espejos de la privatización de lo religioso en el Uruguay del Novecientos”, en Historia de la vida privada en el Uruguay (Tomo II), Montevideo: Santillana, 1996. 7 Yvette Trochón y Beatriz Vidal, Bases documentales documentales para la historia del Uruguay contemporáneo (1903-1933) Montevideo: Ediciones de la Banda Oriental, 1999, pág. 32.

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tarde y todo el día domingo. Esto supuso una correspondiente “liberación” de las horas y los espacios de la vida del mundo del trabajo y de la producción, lo cual permitió volcarse y poder llevar a cabo todo otro conjunto de actividades culturales, que dejaron su impronta en el desarrollo social y de las personas. También asistimos a la relativa liberación de niños y jóvenes del mundo del trabajo. Ambos procesos fueron acompañados, asimismo, por la posibilidad por parte de las mujeres de poder acceder a oportunidades laborales que permitirían liberar a éstas de su reducción a los espacios domésticos y de los roles de ama de casa, de vecina, de madre, de esposa, y que también les permitió empezar a debilitar los lazos de dependencia económica de las mujeres de padres y maridos. Estrechamente ligado a lo anterior, somos testigos también del surgimiento vigoroso del público y de la ciudadanía. Ello significó que la actividad política pasó a incorporarse a la vida cotidiana de la gente —sobre todo, en la población urbana—, la cual, de una manera u otra comenzó a sentirse participante de “la cosa política” —de la res pública—, ya sea como como persona con derechos a ser reconocidos, respetados y garantidos, actor político, empleado público, sujeto interpelado por la clase política, destinatario de servicios, o “nuevo poder”. Como consecuencia del creciente protagonismo, peso y centralidad social y simbólica de las clase medias y las clases populares y la correspondiente transformación de la vida social y cultural, descubrimos la transformación y jerarquización de sus intereses y prácticas culturales. Esto se manifestó en la gradual masificación del acceso al consumo, a los espectáculos del Centro (bailes, teatros, café concerts), a la lectura y la educación (hasta ese momento privilegios de las clases altas), en el crecimiento de la cultura de masas vinculada a los medios masivos de comunicación (prensa escrita, radio, cine, música), la nacionalización y popularización de los deportes de elite (caso del fútbol), y en suma, la creciente importancia y centralidad que pasan a tener las prácticas culturales asociadas a las clases populares: el tango, el carnaval, los deportes, los picnics y paseos al aire libre (a los parques, la rambla, las playas). En el campo de la cultura de masas es donde también se empieza a registrar una incipiente reorientación de los gustos hacia la cultura estadounidense (en sustitución de la cultura británica o francesa, relegadas a los clubes privados, la alta cultura, o a la educación formal), en un proceso que si bien se iría a consolidar recién hacia medidos de siglo ya resultaba particularmente notorio en el campo de la radio, la música y el cine, y también en los nuevos cánones de la moda, las necesidades de consumo o las ideas acerca de la modernidad o el comfort.

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Todas y cada una de estas transformaciones culturales, que a veces ocurrieron en forma paralela, pero otras veces se reforzaron y alimentaron mutuamente, no sólo reorganizaron el campo de la cultura nacional de una manera más efectiva, profunda y duradera que tal o cual movimiento artístico o política estatal explícitamente “cultural”, sino que es allí —en esta otra “máquina cultural”8— que se hace necesario ir a buscar las bases de la reorganización del imaginario cultural popular, la fuente de los múltiples y distintos países imaginados que todavía persisten y conviven en la cultura nacional. El propósito de este trabajo, no obstante, no es tanto ahondar en un análisis detallado de algún aspecto específico del imaginario cultural sino, a partir de una recopilación de materiales dispersos e investigaciones recientes, esbozar un mapa cultural o visión de conjunto de la serie de procesos sociales y culturales que se estaban dando en forma paralela y simultánea a principios de siglo, y sugerir una serie de vinculaciones entre ese nuevo orden de actividad cultural y el imaginario cultural popular, propuestas, ante todo, como posibles direcciones para la investigación y la problematización de “la cultura nacional” —del “imaginario nacional”.

3. Imaginarios barriales y metropolitanos Me están desnaturalizando a Montevideo [...] Se ha apoderado un verdadero frenesí por cambiarlo todo, por hacer la vida agitada, febril, de las grandes capitales y quitarnos aquella fisonomía clásica de ciudad colonial9. La ciudad y la vida urbana a principios del siglo XX importan a la hora de aproximarnos al imaginario cultural por cuanto la ciudad, en tanto entorno inmediato, simbólico y sensual dentro del cual transcurre la vida, contribuye a dar un conjunto de imágenes e ideas de lo que es la realidad, el mundo, y por consiguiente, a alimentar la imaginación del mundo. La ciudad cautiva nuestra imaginación, tanto porque se nos presenta como “signo de los tiempos” y nos devuelve “una imagen en el espejo”, como porque nos señala en la dirección de nuestro pasado y de nuestro futuro. Estrechamente ligada a las actividades que desempeña8 Beatriz Sarlo, La máquina cultural. Maestras, traductores y vanguardistas. Buenos Aires: Ariel, 1998. 9 Máximo Torres, “¡Adiós, Montevideo viejo!” en El Día 2/12/1906, en Alfredo Castellanos, Historia del desarrollo edilicio y urbanístico de Montevideo, Montevideo: Bibloteca Artigas, 1971, pág. 244.

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mos, o los circuitos y segmentos de la ciudad que frecuentamos, la “experiencia urbana” también nos pone en contacto con las experiencias, ideas y fantasías de otros. Ideas e imágenes propias y de otros que a su vez serán “puestas a trabajar” tanto para volver a mirar (comparativamente, críticamente) hacia nuestra realidad lo mismo que hacia afuera, hacia el mundo —constituyéndose en una forma de conciencia de una experiencia urbana10. La ciudad y la vida urbana, por tanto, en cuanto sistemas espaciales y simbólicos, también median nuestra imaginación y aprehensión de la realidad. Porque la ciudad siempre fue, además de centro de poder, de actividad económica (productiva, comercial, financiera, etc.), o residencial, un orden social y simbólico, metáfora de una cultura, práctica ceremonial y espectacular11. Lo anterior resulta más significativo si pensamos que el período que nos ocupa se trataba de un período de paso, en el cual la Ciudad Novísima, circunscripta al perímetro del Bulevar Artigas, se estaba convirtiendo en otra cosa: en la Ciudad Extendida, en la Gran Ciudad12. En efecto, a principios de siglo, y a gran ritmo, comienzan a concretarse un conjunto de proyectos arquitectónicos y urbanísticos, tanto de origen estatal como privado (aunque enmarcados en un proyecto y un plan regulador estatal) que transformaron la estructura urbana y la forma de habitar la ciudad. Esto fue acompañado, a su vez, por un significativo crecimiento demográfico. La población montevideana no sólo se duplicó, pasando de 300 mil en 1908 a 655 mil en 193013 sino que también se dio una visible densificación y una complejización cultural que dejó su impronta particular en el perfil del ambiente cotidiano y del espectáculo social de aquella época. El aumento del poder político y económico de la sociedad en general posibilitó a su vez la apropiación real de la ciudad y los espacios públicos por cada vez más sectores de la población. La gente procedió entonces a usar y aprovechar los distintos espacios a su disposición, obviamente, de maneras diferentes. Así, la Gran Ciudad encontraba su contrapartida: la ciudadanía, el gran público. “El Centro”, a su vez, se constituyó en el 10

David Harvey, Consciousness and the Urban Experience, Oxford; Basil Blackwell, 1985. Angel Rama, La ciudad letrada. Hanover, New Hampshire: Ediciones del Norte, 1984; Salvador Schelotto, “Montevideo 1829-1890: una urbanidad se gesta entre la civilización y la barbarie. La ciudady la cultura urbana en el siglo XIX” y Emilio Irigoyen, “La ciudad como escenario. Poder y representación hasta 1830”, en Uruguay: Imaginarios culturales, (Tomo I), Hugo Achugar y Mabel Moraña, editores. Montevideo: Trilce, 2000. 12 Carlos Altezor y Hugo Baracchini, Historia urbanística y edilicia de la ciudad de Montevideo, Montevideo; Junta Departamental de Montevideo, 1971, pág. 183. 13 Juan Rial, Población y mano de obra en espacios vacíos. El caso de un pequeño país: Uruguay, 1870 1930, Montevideo, CIESU, DT 40, 1982. 11

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espacio física y simbólicamente privilegiado para “la puesta en escena” del discurso monumental del poder y para el encuentro de la ciudadanía —para la articulación social y política de la sociedad—, en donde realizar un conjunto de actividades sociales y culturales instrumentales a la consecución de un proyecto de hegemonía cultural, y también, en un lugar con aspiraciones “cosmopolitas”: a partir del cual estar o entrar en contacto con el mundo. El crecimiento de la gran ciudad ocasionó, a su vez, un movimiento de sentido contrario14 hacia lo local, la pequeña escala, el bolsón étnico, el refugio de clase y el entorno familiar que condice con el papel que por estas fechas empiezan a jugar tanto la vida y las instituciones del barrio (las relaciones entre vecinos, las compras diarias, el espacio de la calle, las reuniones en la esquina, las conversaciones en boliches) como la familia nuclear (de clase media, poco numerosa). La vida de barrio permitió el desarrollo de la individualidad pero también hizo posible hábitos colectivos entre vecinos de tal modo que lo uno reforzaba y jerarquizaba lo otro. El paralelo desarrollo y utilización de las modernas líneas de transporte así como el creciente protagonismo del automóvil no sólo permitió articular esa totalidad tan diversa y siempre a punto de quebrarse que era la Gran Ciudad sino que aportó a sus habitantes otra ocasión para el encuentro, para conocer y “sentirse parte” de la urbe extendida lo mismo que de una modernidad ahora entendida en términos de sintonía con el mundo, velocidad, motores, explosiones, electricidad. El paso de la Ciudad Novísima a la Gran Ciudad no significó un simple corrimiento de fronteras. Con más de la tercera parte de la población de un país que se acababa de descubrir que estaba “despoblado, desierto” —lo que en su momento significó una “ingrata revelación”15— Montevideo se consolidaba como sede y ciudad principal. Esto supuso un dramático cambio de escala y de escena, con repercusiones fundacionales tanto al nivel de su forma, infraestructura y funcionamiento como al nivel simbólico e imaginario. Si antes Montevideo había sido una ciudad administrativa y comercial relativamente pequeña, rodeada por villas, barrios obreros y balnearios, la Gran Ciudad creció y absorbió a todos esos elementos dentro de su entramado y forzó a los habitantes a construir un mapa mental de la nueva urbe como un sistema de barrios dispares y diversos. Aunque esto contribuyó a reforzar y a desarrollar los barrios y la cultura barrial, tampoco faltaron las ocasiones en que la vida de barrio se 14 15

Carlos Altezor y Hugo Baracchini, Historia urbanística..., ob. cit., pág. 130. Ivette Trochón y Beatriz Vidal, Bases documentales..., ob. cit., pág. 10.

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vio sacudida y erosionada por la nueva dinámica que imprimió la gran ciudad: [...] estremecidos con el zumbido de las plantas industriales [...] el supermercado va desplazando a la provisión «atendida por su propio dueño’ [...] la casa de peinados, la peluquería y el café —recinto de confesiones y discusiones acaloradas e interminables— va dejando de ser café para convertirse en el «bar’ [...] el club social y deportivo que ha cedido en gran parte sus reuniones sabatinas a otras instituciones de los balnearios canelonenses, invadidos masivamente por la clase media 16.

La tensión ciudad-barrio, cuyo delicado equilibrio ha sido y aun sigue siendo una de las claves de la identidad y del desarrollo metropolitanos subyace mucho de los fenómenos de los que nos ocuparemos más adelante: la organización del transporte, del recorrido por la ciudad y de las posibilidades que esto abrió, el papel de los medios de comunicación, la red de clubes políticos, sociales y deportivos, la realización de fiestas y competencias carnavalescas y deportivos, etc. Sin embargo, la Gran Ciudad ya era algo más que una federación de barrios y villas y trajo consigo fenómenos y experiencias nuevas que no pertenecían ni a la vida de barrio ni tampoco a la simple suma de ellos. La reorganización de la campaña —el alambramiento de los campos a que llevó “el ciclo de la lana”—, el nacimiento de los frigoríficos —con la consecuente caída de la industria saladeril—, el trazado de un nuevo sistema de comunicaciones, vías férreas y caminos a escala nacional también redefinió el vínculo campo-ciudad, reforzando la integración territorial así como la centralidad y supremacía de la ciudad-puerto, de la capital. Además de las líneas del ferrocarril, que vertebraban la subcultura productiva, rural y obrera, en 1906 se inaugura la primer línea de tranvías eléctricos. Entre 1901 y 1905 empiezan a circulan los primeros automóviles —que en 1930 ya ascenderán a 37.000—, y en 1926 circulan las primeras líneas de ómnibus17. Por si fuera poco, la ciudad ya ofrecía al transeúnte un generoso sistema de calles y avenidas equipadas, empedradas o asfaltadas (a partir de 1912), arboladas y llenas de comercios y atracciones urbanas que también contribuyeron a dar pie a una de esas experiencias propiamente metropolitanas: la posibilidad de recorrer, atravesar, de “ir de compras”, “«ir al teatro” o “salir al Centro”, así como de “reconocer” la ciudad de manera diversa y descubrir —o constatar— la infinitud geográfica, social

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Aníbal Barrios Pintos, Los barrios de Montevideo, Tomo II, Montevideo: Colección Nuestra Tierra, 1971, pág. 2. 17 Cronología de Montevideo, Intendencia Municipal de Montevideo.

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y cultural de la Gran Ciudad. La extensión urbana lo mismo que la diferenciación social y los cambios en el perfil demográfico favorecieron el anonimato pero también posibilitaron conocer gente de diversa procedencia y acceder a una oferta cultural a escala nacional. Al abrigo de la prosperidad económica, y de una voluntad política y social, las primeras décadas del siglo XX también fueron testigos de un despliegue urbanístico, paisajístico y edilicio inédito y monumental. No hay en la época actual un conjunto de obras como las que se construyeron en Montevideo entre 1903 y 1914. Montevideo era en esa época la ciudad de América Latina que marcaba metas18.

En apenas unos años se construyeron la Facultad de Medicina, el Hospital Militar, el Instituto Vásquez Acevedo, la Cárcel de Punta Carretas, el Hotel, Teatro y Casino del Parque Rodó, la Universidad de la República, la Escuela Enriqueta Compte y Riqué, el Hotel Casino Carrasco, el Palacio Legislativo. Siguiendo la experiencia del Parque Capurro, se construyó un sistema de parques, playas y balnearios urbanos del que formarán parte el Prado (Oriental), el Parque Urbano (luego Parque Rodó), el Parque Central (Parque Batlle y Ordóñez), el Jardín Botánico, el Parque Nacional de Carrasco y el Parque Durandeau (Parque Rivera), la Playa Ramírez (1906), y más tarde, siguiendo el modelo de la Ciudad Jardín, el Balneario Carrasco (1912). En 1928 se inicia el tramo de la Rambla Sur, se van conformando los barrios costaneros (Pocitos, Malvín), y en 1931 comienzan las obras de culminación de la Rambla Costanera. El Estado buscó por esta vía atender y resolver diversos problemas de higiene y de salubridad, reforzar, acondicionar y embellecer los espacios públicos y sobre todo, rearticular la totalidad incoherente en la que había devenido la ciudad extendida. También persiguió con esto dotar a la nueva sociedad de un conjunto de edificos públicos “referenciales” destinados a albergar un conjunto de instituciones y funciones públicas derivadas del proyecto de Estado “de bienestar” y de un sistema de espacios públicos pensados como “lugares de encuentro” (plazas, ramblas, parques, plazas de deportes) y de exhibición de una simbología nacional pensada como un factor constitutivo de urbanidad, ciudadanía y nacionalidad. Entre los viejos barrios y al abrigo de las nuevas arterias principales, parques y ramblas surgieron nuevos barrios (Pocitos, Carrasco, Malvín), 18 Juan C. Abella Trías, “Arquitectura y urbanismo”, en Montevideo entre dos siglos (18901914), Cuadernos de Marcha, Núm. 22, Montevideo, febrero 1969, pág. 82.

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y en función de la nueva forma y dinámica urbana, algunos de los viejos barrios se refuncionalizaron y especializaron como centros de atracción metropolitanos (el Centro, la Playa Ramírez, el Parque Central). Aun cuando todos estos espacios metropolitanos no fueran pensados para toda la población, la democratización social acelerada por el batllismo se tradujo también en una democratización de la escena urbana muchos de los gallegos y napolitanos que bajaban del brazo desde Villa Muñoz cantando la Internacional los Primero de Mayo ...se mudan al Prado y envidian Trouville19.

La estampa que pinta Frugoni recogida por Carlos Rama, alude al hecho del ascenso social de las familias de clase trabajadora, o por lo menos, de sus hijos: de los obreros y artesanos del 900 salió buena parte de la clase media de los años siguientes. Los hijos de los revolucionarios extranjeros frecuentaron los liceos (extendidos en 1912 a toda la república), se hicieron empleados de las empresas económicas estatales, o consiguieron ingresar a las facultades renovadas por el viento de la reforma [universitaria] cordobesa. Explicablemente la ideología revolucionaria es sustituida por el progresismo batllista [...] Miles de familias educadas en las ideas libertarias no solamente votaron a Batlle en las elecciones de 1911 y siguientes, sino que integraron los cuadros del anarco-batllismo20.

A poco de nacer, no obstante, la metrópolis ya dejaba entrever sus zonas borde, sus puntos de conflicto, la cara “bárbara” de la nueva “civilización”: la realidad miserable e ininteligible de los conventillos e inquilinatos estilizados y romantizados en la pintura de Figari, el mundo del Bajo y su troupe de personajes orilleros, el mundo de los gauchos convertidos a carreteros, zafreros y troperos, las “azoteas”, los “pueblos de ratas” y las caseríos rurales que retrataba la obra de Javier de Viana, los cordones y bolsones industriales (en torno a la Bahía, en el Cerro) donde se desempeñaba y transcurría buena parte de la vida de la clase obrera. Este conjunto constituyó toda otra órbita espacial y simbólica, que giraba en torno a los caminos, los mataderos, las curtiembres, los frigoríficos, las fábricas y los depósitos, las líneas del tranvía y del ferrocarril, los grandes mercados, el puerto, y que fue tan real como los parques, las ramblas, las grandes avenidas y los fastuosos edificios, aun si para muchos sólo se hacían visibles en ocasión de los levantamientos, los enfrentamientos con la policía, la crónica roja o las grandes huelgas que jalonaron el primer 19 Carlos Rama, “La cuestión social”, en Montevideo entre dos siglos (1890-1914), Cuadernos de Marcha, Núm. 22, Montevideo, febrero 1969, pág. 74. 20 Ídem.

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cuarto del siglo. Estas transformaciones en la planta física, tanto en “el arreglo” espacial de la sociedad como en el funcionamiento de la ciudad, importan aquí por lo que revelan acerca de las nuevas formas de pensar la época y la sociedad. Puesto que fueron cambios que efectivamente alcanzaron y afectaron —aun si de manera diversa y desigual— a todos los sectores de la sociedad, la vida en la Gran Ciudad se volvió un marco de referencia y una mediación a través de la cual imaginarse a sí mismo y a “los otros”: los que compartían la ciudad, los que se fueron a la ciudad, lo que volvían de la ciudad, los de afuera, los recién llegados, los nuevos invasores, etc. En función del papel que cada uno ocupó y jugó en el Gran Teatro de la Ciudad (cada grupo social, cada clase, cada grupo étnico, cada género), de los espacios y roles que les fueron habilitados o vedados, la Gran Ciudad fue también, a su modo, otro medio de socialización y pedagogía estatal: un medio a través del cual el Estado se las ingeniaba para transmitir e inculcar en la población general una serie de imágenes, relatos, expectativas, valores y sensibilidades necesarios para el funcionamiento de su modelo social.

4. Horizontes y debates movilizadores No hubo trabajador que no se sintiera agitado por aquél soplo gigantesco de entusiasmo21. Aunque este no es el lugar para abordar el fenómeno del reformismo del gobierno de José Batlle y Ordóñez, que desde siempre ha ocupado un lugar de privilegio en los estudios y en la historiografía nacional, importa aquí realzar algunos aspectos que afectaron, de manera profunda, el imaginario cultural. Entre ellos cabe destacar: la instalación de un régimen de partidos políticos que competirían de ahí en más por la vía de consultas electorales regulares; la gradual extensión de los derechos civiles y políticos —de ciudadanía— a un número creciente de personas y sectores de la población; el esfuerzo por poner en marcha un proceso de redistribución de las riquezas del país y las oportunidades de ascenso social, tanto por la vía de la provisión de bienes y servicios estatales como de la creación de empleos y el aumento de poder de negociación de los sectores medios y populares, y que tuvo por resultado un relativo aumento en el acceso a los bienes disponibles en la sociedad. 21

La Tribuna Libertaria, en Carlos Rama, “La cuestión social”, ob. cit., pág. 63.

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Más allá de sus efectos específicamente económicos o políticos, estas reformas tuvieron por efecto generar, al nivel de la imaginación popular, una idea de pertenencia y convivencia ciudadana más o menos pacífica y democrática (sobre todo a la luz del pasado reciente), de reconocimiento mutuo de los distintos sectores que intervenían en la producción social, de posibilidad eventual de ascenso social y de mejoramiento de la calidad de vida por la vía de la educación, el trabajo y el mérito personal, así como también, de un creciente deseo de justicia social y de igualación de los derechos, de las oportunidades y del acceso a los bienes disponibles en la sociedad. Estos fueron, de hecho, los méritos, y también la vara con la que se midió el verdadero alcance del reformismo vernáculo. Al margen de éxitos y fracasos, los cambios que ocasionó el batllismo al nivel discursivo, así como los horizontes sociales y culturales que inauguró más allá de lo estrictamente político, ya no tuvieron marcha atrás. Por el contrario, se constituyeron en ejes y debates fundamentales que pasaron, de allí en más, a cautivar la imaginación, a motivar la conversación social y a mediar la construcción de identidades y visiones de mundo. Aquí radica tanto el apego y el apoyo que despertó el batllismo en las nuevas clases medias y en algunos sectores del proletariado urbano, como la reacción de los sectores más conservadores de la sociedad, y las críticas más o menos antagónicas que, en la medida que la realidad atemperaba o directamente no acompañaba el discurso batllista, comenzaron a surgir en las filas del movimiento obrero, el feminismo vernáculo y los partidos de la izquierda nacional. Por ejemplo, hasta bien entrado el siglo XX, las decisiones políticas lo mismo que “la ciudadanía” todavía continuaron siendo un privilegio más o menos exclusivo de un pequeño porcentaje de la población: “un núcleo de familias antiguas”22. Por razones diversas, las mayorías populares (los trabajadores, los immigrantes, las minorías étnicas, las mujeres) fueron dejados al margen de las frecuentes “consultas populares”, y como resultado, de las posiciones de poder. En 1907, de los 300.000 habitantes de Montevideo votaron solamente 8.000 personas. Aún luego de la reforma democratizante batllista, en las elecciones de 1916, de un total de 1.400.000 habitantes en todo el país, solamente 220 mil estaban habilitados a votar, y en realidad votaron 145 mil23, es decir, apenas el 10% de la población. El sufragio femenino, postergado como tantas otras cosas relativas al lugar y papel de la mujer en la cultura uruguaya en función de la

22

La Acción Obrera, 1907, en Carlos Rama, “La cuestión social”, ob. cit., pág. 75, nota 1. Benjamín Nahum, La época batllista (1905-1929). Montevideo: Ediciones de la Banda Oriental, 1975, pág. 70. 23

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predominancia a nivel nacional de una cultura misógina y patriarcal, aun cuando comenzó su existencia imaginaria y discursiva durante el primer batllismo, y sobre todo, a raíz de las movilizaciones feministas, entró en la letra de la Constitución recién en 1919, fue habilitado legalmente quince años más tarde, en 1932, y no fue una realidad efectiva sino hasta 1938. Por lo demás, los distintos espacios conquistados por el movimiento feminista en las primeras tres décadas del siglo (participación en el espacio público, en el trabajo asalariado, en la educación, amor libre, divorcio, sufragio, legalización del aborto) representaron apenas un avance relativo, y que cien años más tarde todavía no se termina de extender, completar y consolidar. No obstante, las declaraciones y los debates —a favor y en contra— en torno a los derechos, espacios y roles de la mujer se hicieron un lugar en los ámbitos políticos así como también en la prensa —diarios, revistas, publicaciones obreras, publicaciones feministas), en la vida social y hasta en las representaciones del carnaval. Por otro lado, en el plano socio-económico, pese a su perfil declaradamente reformista, redistributivo y meritocrático, el batllismo funcionaba sobre la base de un imaginario capitalista tradicional, no sólo inacapaz de resolver los problemas sociales y económicos de fondo (incluso en una de las épocas de mayor riqueza, excedentes e inversión pública que haya conocido el país) sino de visualizarlos como resultado de sus propias definiciones y limitaciones. Dice Carlos Rama, según [los trabajadores de aquella época] no faltaban los problemas: las crisis económicas azotaban al pueblo, la introducción de motores eléctricos y de explosión interna moderniza la industria decretando el paro de millares de obreros (saladeristas, zapateros, tipógrafos, carreros, etc.); la ignorancia era mucho más grande que hoy [1969]), y también eran peores las condiciones higiénicas, (especialmente decisiva era la tuberculosis para asegurar un breve promedio de vida a los humildes). Las garantías legales y las libertades no llegaban prácticamente a los trabajadores, llegaban sí en forma de “leva”, muerte o hambre, “las guerras civiles” que libraban por el poder político “los caudillos” [...] Un mundo social inseguro, donde la explotación del hombre por el hombre se mostraba desnudamente (hay jornadas de 15 y hasta 19 horas) en un Uruguay todavía atrasado [...] De poco o nada valía a los obreros y artesanos que el uruguay era potencialmente rico [...] o un país mejor, o superior, a los otros de América24.

El segundo gobierno de Batlle y Ordóñez ayudó a universalizar un conjunto de concesiones sociales y económicas a los trabajadores (ley de

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Carlos Rama, “La cuestión social”, ob. cit., págs. 63-64.

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las ocho horas, ley del trabajo de menores, ley del trabajo nocturno, leyes de previsión social). Sin embargo, las condiciones de vida de la clase obrera seguían siendo deficitarias y conflictivas, lo mismo que la relación con los gobiernos subsiguientes (de Cuestas, de Williman, de Viera) que pusieron un “alto” —y hasta un marcha atrás— y que sólo en muy contadas ocasiones dejaron de doblegar y reprimir al movimiento sindical25. Si bien las mejoras sociales del batllismo tuvieron que ver, en parte, con el ideario batllista (racionalista, laico, socialmente liberal, reformista, ocasionalmente jacobino), con el viaje de Batlle a Europa al término de su primer gobierno, con las movilizaciones y transformaciones que estaban ocurriendo en el Viejo Continente hacia 1910, y ciertamente, con el apoyo de diversos sectores sociales (sobre todo las clases medias), la organización y movilización obrera, que unas veces lo apoyó pero otras lo presionó y lo criticó, también fue otra razón principal de tales cambios. Dicha movilización tuvo lugar en el contexto de una reorganización estructural de la actividad económica y de la estructura de clases sociales. Según el censo nacional de 1908, el 50% de la población se desempeñaba en el sector secundario y terciario, distribuido de la siguiente manera: obreros y artesanos 17.7%, mano de obra en industria, comercio y transporte (23%), y servicios domésticos y personales (9.3%). De esta manera, 15 mil personas eran empleados estatales, 65 mil eran obreros y artesanos, 85 mil eran empleados de la industria, el comercio y el transporte con salarios bajos, y 35 mil se desempeñaban en los servicios domésticos y personales26. En cuanto a la población montevideana, en función del nivel de sus alquileres, se ha establecido que “los sectores medios” eran el 40% de la población mientras que “los sectores populares” constituían el 55%27 (cuyos ingresos representaran apenas un 15% de la riqueza total28). Casi 35 mil de ellos —es decir, el 10% de la población— vivían en conventillos29. En cuanto a las personas que trabajaban en la industria, en 1908 había 73 mil obreros en el país, y 39 mil en Montevideo. Un censo industrial posterior más exacto estableció que en Montevideo había 30 mil obreros: 18 mil hombres mayores de 18 años —la mitad de ellos casados 25 Germán D’Elía, El movimiento sindical. pág. 6; Germán D’Elía y Armando Miraldi, Historia del movimiento obrero en el Uruguay, Montevideo: Ediciones de la Banda Oriental, 1986. 26 Germán Rama, “El ascenso de las clases medias”, Enciclopedia Uruguaya, Nº 36, Montevideo: Arca, 1969, pág. 116 27 José Pedro Barrán y Benjamín Nahum, Batlle, los estancieros y el imperio británico: El Uruguay del Novecientos. Montevideo: Ediciones de la Banda Oriental, 1979, pág. 158-9. 28 Ibídem, pág. 154. 29 Carlos Zubillaga y Jorge Balbis, Historia del movimiento sindical uruguayo, Tomo III, Montevideo: Ediciones de la Banda Oriental, 1988, pág. 46.

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y con familia— y 12 mil más entre mujeres y niños. Las mujeres, en particular, representaban el 17% de la población económicamente activa. Su presencia fue muy importante fundamentalmente en establecimientos textiles, en fábricas de ropa blanca e interior, en fábricas de fósforos, tabaquerías, cervecerías y fundamentalmente en compañías telefónicas. La decisión de trabajar rara vez era voluntaria; más bien era una necesidad: “en nuestro medio el trabajo manual de las mujeres está vinculado a la subsistencia de numerosas familias”30. Los censos industriales de 1920 y 1926 también indican un número creciente de trabajadores en la industria: 50.000 y 53.000 respectivamente31. Entre 1908 y 1930 se registra una nueva reorganización de las ocupaciones y las áreas de actividad en el país: decrece el porcentaje de la población ocupada en el sector del agropecuario (del 44% al 35%) y crecen los porcentajes de la población ocupada en la industria, agua y energía (del 17 al 23%) y en el comercio, el transporte y otros servicios (del 38% al 41%) 32 . De filiación principalmente anarquista y libertaria, impulsado localmente como consecuencia de las olas inmigratorias provenientes de Europa meridional —Italia, España— y el desarrollo del sector industrial y de servicios (favorecido por los gobiernos batllistas), el movimiento sindical vivió una hora de lucha, apogeo y conquistas durante las primeras décadas del siglo XX, sobre todo a partir de su reorganización en 1901: “No hubo trabajador que no se sintiera agitado por aquél soplo gigantesco de entusiasmo”33. Los hechos más significativos en este sentido fueron la formación de la Federación Obrera Regional Uruguaya en 1905, de orientación anarquista; el surgimiento del Partido Socialista, en 1910 (fruto del Club Carlos Marx y el periódico El Socialista), y en 1922 la conversión de una parte de éste en el Partido Comunista; de la Unión Sindical Uruguaya en 1923; y en 1929, de la Confederación General de Trabajadores del Uruguay. Al nivel del imaginario, los eventos más impactantes posiblemente lo hayan constituido “las grandes huelgas”. Entre las grandes huelgas se destacaron la de los tranviarios, los ferrocarrileros y los portuarios (sobre todo, las huelgas generales de mayo de 1911 y agosto de 1918, frente a la 30

Germán D’Elía, El movimiento sindical, ob. cit., pág. 34. Benjamín Nahum, La época batllista, ob. cit., pág. 123. 32 Jaime Klaczko, “La población económicamente activa del Uruguay en 1908 y su incidencia en el proceso de urbanización”, CIESU, Serie Documentos de Trabajo: Montevideo, 1979, pág. 27; y Juan Rial, “Población y mano de obra en espacios vacíos. El caso de un pequeño país: Uruguay, 1870-1930", CIESU, DT 40/82. 33 La Tribuna Libertaria, en Carlos Rama, “La cuestión social”, ob. cit., pág. 63. 31

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cual prácticamente el ejército sitió la ciudad). Otras huelgas también legendarias fueron las de los saladeros, los marmolistas, los picapedreros, los molineros, los aserradores, los ebanistas, los curtidores, y la de los obreros del frigorífico, principalmente en torno a la reducción de la jornada laboral a ocho horas. Las discusiones en el III Congreso del FORU de 1911 son indicativas del “horizonte” de problemas y asuntos que preocuparon a los obreros de entonces: reivindicaciones salariales y combate al alza del costo de vida, ley de las ocho horas y de descanso semanal “para poder desarrollarse como personas”; abolición del trabajo a destajo, el trabajo nocturno y el trabajo infantil; prevención y reducción de accidentes; mejoramiento de la higiene y las condiciones de trabajo; campaña por las seis horas; [...] elevación de la condición obrera atacando el alcoholismo; apoyo a la educación racionalista y las bibliotecas obreras34. Un conjunto de hechos internacionales como el fusilamiento en 1910 del fundador de la Escuela Moderna en Barcelona, el anarquista Ferrer y Guardia, la Revolución Mexicana, el asesinato de Jean Jaurés, la Segunda Guerra Mundial, y la Revolución Rusa, también fueron fuente de ideas, imaginación e inspiración. Además, anarquistas, comunistas y socialistas coincidían además en la necesidad de la educación del obrero —a “la necesidad de despertar en los corazones la fe y en los cerebros la luz”— razón por la cual existió una cantidad impresionante de periódicos y revistas obreras. La cultura obrera, sin embargo, se desarrollará a una distancia prudente tanto de los espacios culturales tradicionales — los espiritualistas católicos organizados alrededor del Club Católico, los positivistas— como de los más vanguardistas y modernos35. Los obreros, artesanos y gentes de la baja clase media, que han sido alfabetizados en las escuelas varelianas [...] o que se han instruido en las escuelas racionalistas y nocturnas de los sindicatos, así como los parroquianos de los cafés revolucionarios, la población flotante en que predominan los extranjeros no lee ni se interesa mayormente por [las corrientes] y autores citados[36]. Tienen, sin embargo, una activísima vida cultural, con independencia tanto de la Universidad como de la Iglesia, y también de los círculos exquisitos de la época, que se manifiesta en la prensa obrera y social, en los ateneos libertarios, en los clubes socialistas, en las veladas de los sindicatos, y especialmente en el Centro Internacional de

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Carlos Rama, “La cuestión social”, ob. cit., pág. 66. Hugo Achugar, Poesía y sociedad. (1880-1911) Montevideo: Arca, 1985. 36 Juan Zorrilla de San Martín, José E. Rodó, Carlos Vaz Ferreira, Julio Herrera y Reissig, María Eugenia Vaz Ferreira, Delmira Agustini, entre otros. 35

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Estudios Sociales37.

De este espacio cultural alternativo emergería el intelectual y el periodista obrero, autodidacta y de orientación social avanzada, así como un nuevo tipo de público lector, que se educa y disfruta de la obra de los “escritores del pueblo” (Florencio Sánchez, Roberto de las Carreras, Ernesto Herrera, Rafael Barret, Lasso de la Vega, Angel Falco, Emilio Frugoni, Alvaro Vasseur) y de otros autores extranjeros publicados por distintas editoriales e imprentas de la época, con especial preferencia por los anarquistas españoles y franceses38.

5. La imaginación en movimiento Pese a su importancia para la época, ni la lectura ni la compra de artículos importados —que ya abundaban en las tiendas, los bazares y los anuncios publicitarios en los diarios— fueron la única fuente de la cual se nutría la imaginación popular. Del mismo modo que el contacto con las personas resulta en un intercambio cultural, los viajes y el desplazamiento de las personas, así como las cosas que las personas se llevan con ellos —ropas, recetas de cocina, formas de vida, técnicas de trabajo, experiencias, historias, nociones, valores, nostalgias, sueños— también fueron una fuente principal de intercambio cultural, de fuentes para “la imaginación del mundo”. Esto tiene particular importancia en el período en cuestión, en donde la ciudad —el territorio “nacional” entero— todavía estaban en plena formación, y el desplazamiento de las personas, en diversas direcciones y modalidades, todavía pasaba por sus horas de apogeo. El censo de 1908 revela que el 17% de la población residente en el país era nacida en el extranjero39. De un total de aproximadamente un millón de habitantes, 182 mil eran extranjeros, repartidos por igual en Montevideo y en el interior40. Sólo la inmigración regional (argentinos y brasileños) representaba del 25% del total de inmigrantes41. En la sociedad montevideana, en particular, en 1908 los extranjeros constituían el 30% de su población, cifra que en 1930 “bajó” al 22%. Según estimaciones, entre 1910 y 1914 llegaron 110 mil inmigrantes, y hacia 1919, otros

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Carlos Rama, “La cuestión social”, ob. cit., pág. 68. Carlos Rama, “La cuestión social”, ob. cit., pág. 68. 39 Benjamín Nahum, La época batllista, ob. cit., pág. 88. 40 Juan Rial, Población y mano de obra en espacios vacíos. El caso de un pequeño país: Uruguay, 1870 1930, Montevideo, CIESU, DT 40, 1982, pág. 19. 41 Ídem. 38

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53 mil42. Sólo en la década del veinte llegaron 195 mil más43. Al caudal de los extranjeros recién llegados se agregaba una población en su mayoría descendiente de los inmigrantes llegados en el último tercio del siglo XIX. Los italianos predominaron durante la segunda mitad del siglo XIX, mientras los españoles lo hicieron a principios del s. XX. De todos modos, durante las primeras décadas desciende el peso de estos dos grupos en el total de los inmigrantes europeos, pasando del 85% en 1914 al 40% en 193044: ahora, el 60% de los nuevos inmigrantes provenían de “otros” países de Europa45. Fuera de los contingentes habituales [de italianos y españoles, y en menor medida, franceses, suizos e ingleses] una oleada de polacos, rumanos y bálticos, servios y croatas, alemanes y austro-húngaros, sirios y armenios, inscribe en el medio una inusitada diversificación cultural y religiosa [...] [Igualmente importante] fue la inmigración judía en los años 20, sobre todo, proveniente de Europa Central, Transilvania o los Cárpatos46.

En este escenario cobraron una nueva centralidad el puerto, la partidas y llegadas de los barcos transatlánticos (que ocupaban una parte importante de diarios y revistas), las mudanzas, las familias inmigrantes con “la casa a cuestas”, los nuevos asentamientos de recién llegados arrinconados en los conventillos de la Ciuda Vieja y el Centro, los barrios obreros que rodearon a las fábricas y frigoríficos en la Villa del Cerro o Peñarol, o los barrios de obreros, artesanos y comerciantes en La Comercial y Barrio Reus al Sur y al Norte, construidos por empresarios inmobiliarios “visionarios”: Reus, Piria, Rosell y Rius, Escardó, entre otros. “Europa”, su realidad tanto como los relatos e ideas acerca de la modernidad, su particularidades culturales, sus miserias o sus guerras, ya no era, por tanto, una una realidad lejana sobre la que se podía a tener una idea por medio de un libro, un periódico o una canción. Ahora “Europa” también eran los parientes, los clientes, los empleados, los vecinos; eran las nuevas comidas, aromas, vestimentas, oficios y lenguas que se escuchaban en la calle, en el café, en la panadería, en la zapatería, en el tranvía, en el patio, en la pieza de al lado. La movilización de contingentes humanos, de culturas y de imaginaciones de mundo no se agotaban en la inmigración europea. A ello se 42

Benjamín Nahum, La época batllista, ob. cit., pág. 88. Juan Oddone, La formación del Uruguay moderno. La inmigración y el desarrollo económico-social, Buenos Aires, Editorial Universitaria de Buenos Aires, 1966, pág. 59. 44 Silvia Rodríguez Villamil y Graciela Sapriza, La inmigración europea en el Uruguay. Los italianos, Montevideo, Ediciones de la Banda Oriental, 1982, pág. 6. 45 Ibídem, pág. 6. 46 Juan Oddone, La formación del Uruguay moderno, op. cit., p. 59-60 43

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sumó la migración estacional47 y sobre todo, la inmigración proveniente del interior. La modernización de la producción agrícola y ganadera, la concentración de la tierra y el alambrado de los campos, con su consecuente transformación y expulsión del gaucho, lo mismo que la modernización del ejército, la pacificación del campo y la consecuente reducción de una soldadesca conformada en gran parte por gauchos y mulatos, fueron algunas de las causas principales de la emigración del campo a la ciudad, y de ésta a sus “orillas”. Desde el punto de vista cultural, la emigración del campo a la ciudad también dejó huellas profundas en el imaginario: las esperanzas que los recién llegados traían y que los había motivado a migrar, lo que se encontraron en las ciudades, lo que dejaron atrás, cómo los veían a ellos, la nostalgia, la idealización, etc. En efecto, el movimento de personas, tanto los que provenían de Europa, de la región como de nuestra nuestra propia campaña (paisanos, mezcla de europeos, criollos, descendientes de africanos e indios) enriquecieron grandemente lo que la experiencia urbana podía aportar a una imaginación del mundo. Esta realidad demográfica, social y cultural no siempre se tradujo mecánicamente —”fielmente”— en el imaginario cultural popular. Por el contrario, la imaginación del mundo y de la identidad nacional reelaboró la realidad social en función de los discursos, ideologías y “problemas” de la época. La realidad política y económica, por otra parte, también se encargaba de hacer lo suyo localizando a las personas no sólo en determinadas zonas del arreglo espacial de la sociedad, jerárquicamente organizado, sino también, en un determinado lugar en el orden simbólico de la sociedad. A la aversión histórica por parte de las clases altas y los viejos inmigrantes hacia sus “otros” históricos —el nativo, el esclavo, el gaucho, el mestizo, el paisano, y cualquier persona o grupo con otra cultura, costumbres o creencias (y que, en definitiva, venían a ser sus sirvientes, los peones, los obreros, los personajes marginados)—, se sumó un resentimiento hacia una constelación de nuevos inmigrantes provenientes de otros lugares que fue en aumento hacia la década del 20. Es por esto que en esta época se empieza a hablar del “problema de la inmigración”. Muchos se quejan de “la invasión [de] atorrantes e inútiles que ambulaban por la vieja Europa”48 y maldicen a los inmigrantes. La situación llegará a su clímax en el entorno de la Crisis del 29 cuando, por 47 Ricardo Otero, Geografía comercial, pág. 91, en Yvette Trochón y Beatriz Vidal, Bases documentales..., ob. cit., pág. 19.

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medio de la Ley de “indeseables” de 1932, se interponen restricciones a la inmigración Esa “reelaboración” de la realidad del movimiento de las personas en el plano discursivo e imaginario ha dejado una serie de marcos —y marcas— en nuestro imaginario cultural. Allí se originaron algunas nociones y mitos relativos a nuestra identidad: “sociedad de inmigrantes”, “pueblo nuevo”, “cultura cosmopolita y abierta”, “europeidad cultural”, etc. Pero en esa elaboración discursiva, que se fue dando como contrapunto del aluvión inmigratorio y del modo en que la sociedad y el poder de la época fueron colocando a los inmigrantes en el orden espacial, simbólico y social, también se echaron las bases de buena parte de los ejes racistas que organizaron, de ahí en más, la imaginación y el relacionamiento con “el otro” hasta el día de hoy. Esto se manifiestó no sólo con la llegada de cada nuevo grupo de inmigrantes, sino en prácticamente todas las expresiones de la cultura nacional en relación a los “gallegos”, los “canarios”, los “turcos”, los “rusos”, los “chinos” o los “negros”, como se les llamó a muchos pobladores de aspecto mestizo, o recién llegados del campo, o de Europa. Hablar del aporte del desplazamiento de personas y grupos enteros al imaginario cultural obliga a tener en cuenta, además, el papel de los viajes que por estas fechas se multiplican al impulso de la revolución en los transportes y las comunicaciones transatlánticas, de la proliferación de los eventos y foros internacionales. También, en la temprana “emigración” uruguaya hacia otras tierras. Al igual que ocurrió en los alrededores de la guerra de 1914, hacia 1930 el país vuelve a vivir un período de crisis más o menos general. Cerca de 120 mil personas emigraron al exterior49 por falta de trabajo, por sus situación de pobreza o en busca de mejores oportunidades, volcándose principalmente a la región: Ciudad de Buenos Aires, Provincia de Buenos Aires, Entre Ríos, Rio Grande do Sul.

6. El caldero del melodrama popular

48 “Martín Chico”, Mundo Uruguayo (1926), en Yvette Trochón y Beatriz Vidal, Bases documentales..., ob. cit., pág. 19. 49 Yvette Trochón y Beatriz Vidal, Bases documentales... ob. cit., pág. 23.

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Nuestro pasado militar es copioso, pero lo indiscutible es que el argentino, en trance de pensarse valiente, no se identifica con él (pese a la preferencia que en las escuelas se da al estudio de la historia), sino con las vastas figuras genéricas del Gaucho y del Compadre [...] El gaucho y el compadre son imaginados como rebeldes; el argentino a diferencia de los americanos del Norte y de casi todos los europeos no se identifica con el Estado [...] lo cierto es que el argentino es un individuo, no un ciudadano50. Más allá del entorno iluminista, comprometido y militante que caracterizó por igual a intelectuales, activistas sindicales y voceros del reformismo progresista, lo cierto es que, por diversos motivos, tanto las clases trabajadoras como los desplazados por aquel modelo social encontraron refugio y se sintieron interpelados por un nuevo conjunto de fenómenos socio-culturales, en buena medida, producto de la urbanización y de la inmigración, que parecían interpretarlos mejor, hablar de su mundo y darles voz. Nos referimos al surgimiento del tango, el fútbol, los corsos de barrio, las murgas de carnaval, actividades todas en las que tendieron a confluir, cada uno en su papel, cada uno en su lugar, segmentos de los sectores medios, de la clase obrera y de la cultura orillera. Estas instituciones serán la base de un conjunto de construcciones identitarias e imaginarias que tienen sus raíces en aquélla época y que aún hoy continúan estructurando el imaginario nacional popular. Pariente de la payada, la milonga y el propio candombe, a los que más tarde se agregarán intrumentos, ritmos y sonidos europeos (el piano, el bandoneón), el origen del tango está conectado al arrabal, al lunfardo —”jerigonza ocultadiza de los ladrones”51—, al ambiente de los burdeles, cabarets, conventillos e inquilinatos a donde iban a parar por igual inmigrantes, paisanos y soldados desplazados, que llegados a la ciudad quedaban arrinconados en la vida social y cultural del puerto, del Cerro o del Bajo: “la orilla” de la ciudad. De aquí saldrían no sólo los protagonistas del mundo del tango, sino también sus historias y argumentos. Impedido de circular libremente, la vida de los viejos centauros tomó diversos sesgos: desde los que abdicaron de su clásica libertad transformándose en peones rurales hasta los que desafiaron la autoridad volviéndose matreros. En la contracara, los que ingresaron en la milicia; desde los que optaron por una vida seminómade haciéndose troperos y reseros, o

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Jorge Luis Borges, Evaristo Carriego, ob. cit., pág. 138, Jorge Luis Borges en Harry Milkewitz, Psicología del tango, Montevideo: Alfa, 1964,

pág. 32.

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también carreros, que de algún modo les traía reminiscencias del pasado, esos gauchos se mantuvieron atados a la vida rural. Pero hubo quienes decidieron emigrar a la ciudad, y allí, por obvias razones sociales y económicas, recalaron en sus orillas. Y salvo algunos que hallaron ocupaciones en los frigoríficos y mataderos o tareas similares, utilizaron en el arrabal ciudadano los atributos viriles que los caracterizaban, en dos tareas para los cuales la valentía resultaba escencial: se hicieron compadres y cafishios. En el primer caso, guardaespaldas de caudillos y doctores que ejercían la política; en el segundo, explotadores de mujeres, oficio en el que los conflictos no escaseaban y era necesario valor para enfrentarlos 52.

El denominador común de estas múltiples historias de la inmigración fue la miseria, el desplazamiento, el desarraigo, el abandono, la pérdida, la nostalgia, la necesidad imperiosa de sobrevivir a toda costa, la frustración. En este escenario al tango le tocará jugar el papel de religión urbana: “alma de unas condiciones materiales desalmadas [...] y sentimiento de un mundo sin corazón”. A estos elementos se agregó el perfil eminentemente masculino de estos grupos sociales en cuestión, el surgimiento de un mercado sexual y emocional en el cual tanto el tango como la prostitución vendrán a funcionar como parte de un proceso de construcción de identidad sexual y de relacionamiento entre personas, y como contrapunto de la ausencia o las dificultades que presentan, para estos grupos, el plano de la familia, la sexualidad, la pareja o el amor. [...] ni los gauchos eran afectos a formar familia, ni los inmigrantes [provenientes de Europa] habían llegado en muchísmos casos con ella, y mucho los negros que venían de los cuarteles arrastrando un pasado esclavista [hubo en la zona orillera] una alta demanda de mujeres, con el consiguiente caldo de cultivo para la multiplicación del negocio carnal, determinante, a su vez para el arribo de un importante número de prostitutas. Provenientes en alto grado de los puertos proxenéticos de Alemania y Rusia, ostentaban las más diversas nacionalidades: eslavas, francesas, turcas, suecas, circasianas [...] Para un mundo así constituido [...] el burdel se transformará en la institución más característica, como culminación de una evolución que ya tenía su origen en las carpas que las chinas armaban a la vera de los cuarteles en los días de pago, donde jamás faltaría la clásica trilogía de juego, bebida y baile, prolegómeno del juego erótico. Es dentro de este ámbito que va a nacer el tango, danza de parejas apretadas, con obligados movimientos sensuales de la mujer, piernas que se entrelazan de modo provocativo, todo ello con la finalidad de estimular al formayín, el cliente que con su paga contribuye al éxito del negocio. Nace entonces el sexo gráfico, baile picado, alegre y retozón al principio,

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Nelson Bayardo, Carlos Gardel..., ob. cit., pág. 44.

pero cuya música va evolucionando como forma catártica de canalizar las frustraciones, los resentimientos, las nostalgias de todos aquellos exiliados del destino que se albergaban en el arrabal ciudadano. No es extraño entonces que se oiga sollozar a los violines, protestar al piano, o rezongar a los bandoneones53.

Al baile como mediación erótica — “gancho” de la oferta sexual— se van agregar las letras e historias de las que hablan los tangos —de “tono jactancioso y procaz”54—, y que de ese modo también vino a reflejar las condiciones del mundo de las clases populares: los distintos personajes, argumentos y situaciones dramáticas y sentimentales, y que si bien encontraban en el Bajo su expresión más desnuda o dramática, se repetía, de diversa manera y en distintos grados, a través de los barrios humildes de la Gran Ciudad. Otras veces la problemática del exilio, el drama amoroso, los sueños quemados, la miseria infranqueable asumida como destino en un mundo que siempre “fue y será una porquería ya lo sé, en el 506 y en el 2000 también” (y que diera motivos a los ataques del progresivismo a la cosmogonía tanguera), condujo a ingeniar diversas formas de medro y de “salvación” providencial, a su modo, una respuesta al conformismo del “quévachaché”. Este fue el caso del boxeo, las carreras de caballos, el fútbol, o el mundo del espectáculo, que si por un lado eran formas de entretenimiento popular también eran juegos de azar, es decir, un modo de sostener de alguna manera la esperanza, la ilusión de escapar, de una vez por todas, de la miseria endémica —y por la que eventualmente se “salvarían” tanto uno como “su mujer”, la familia, los amigos, y hasta el círculo cercano a nivel barrial. Poco a poco del Bajo surgió entonces una forma de arte popular que, estilizado, va conquistando primero el cabaret, y más tarde el teatro, el café-concert, la radioemisión, el mundo del disco y del cinematógrafo. Del Bajo salió, por ejemplo, “La Cumparsita”, que debe su nombre a la comparsita de los estudiantes de la Federación de Estudiantes donde Matos Rodríguez tocaba el piano y compusiera la obra. Más tarde el maestro Ruiz escribió la música y el cuarteto del maestro Firpo la interpretó por primera vez, con arreglos, en mayo de 1917, en el Café La Giralda ubicado donde hoy se levanta el Palacio Salvo. Matos Rodríguez vendió su obra a la Casa Breyer Hnos.; con los 50 pesos que obtuvo se fue a Maroñas y los perdió. En mayo la Víctor Argentina recibió la primera

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Ibídem, pág. 46. Ídem.

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grabadora de discos de los Estados Unidos y publicó la primera versión discográfica de La Cumparsita, interpretada por el cuarteto del maestro Alonso. No habrían de pasar muchos años para que, interpretada por Carlos Gardel, con letra de Maroni y Contursi, la Cumparsita, el tango y la música del Río de la Plata, tuvieran su hora de fama mundial55.

7. Mitopoiesis de la identidad nacional. Entre nosotros fue la intemperie social de extramuros, en el cinturón de Montevideo, en la promiscuidad del aluvión inmigrante y el éxodo campesino más el negro, donde el fútbol adquirió los atributos que lo identificarían. Por eso es como es. De la única y auténtica manera que podía ser para expresar la integración de razas y culturas [...] adquirió del inmigrante un instinto conservador; es a veces nostálgico, a veces alegre, tiene ritmo de tango y se mira orgulloso en el espejo del coraje, bebido del ancestro gaucho criollo56. El deporte, y en especial el fútbol y el boxeo, jugaron un papel similar al del tango y otras instituciones del arrabal: En el Uruguay, en la Argentina, y en todos lados, el futbolista es producto de situaciones socioeconómicas similares, cuando no idénticas. Se recluta entre los hijos de los asalariados, los pequeños artesanos y comerciantes, los trabajadores independientes, los empleados públicos, en general, entre los trabajadores más pobres. Son «los hijos de Sánchez’ quienes han hecho de él la revancha de la postergación, el desquite de su marginalidad 57.

En apenas unos años pasó de ser un deporte de elite (extranjera y local) a un deporte practicado y atendido por gente humilde entre los que se destacaron muchos afrouruguayos —Juan Delgado, Isabelino Gradín, etc.— e inmigrantes españoles e italianos recién llegados al país: Pendiebene, Scarone, Petrone, Romano, Varela, Urdinarán, etc. Por su carácter amateur, hasta los jugadores de los principales equipos fueron en su mayoría jóvenes trabajadores que vieron en este depor55 Víctor Soliño, Crónica de los años locos, Montevideo: Ediciones de la Banda Oriental, 1983, pág. 60. 56 Franklin Morales, Fútbol: Mito y realidad, Colección Nuestra Tierra, Núm. 22, Montevideo, 1969, pág. 7. 57 Ídem.

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te —en su habilidad para jugar a la pelota— la posibilidad de poder ver realizadas sus necesidades espirituales, afectivas y sociales, o de ver fructificar sus esperanzas de fama. Un puñado de ellos lo consiguió. Tal el caso de José Leandro Andrade, la “Maravilla Negra”, quien en poco tiempo se trasladó de los cafés del barrio Sur y Palermo a las callecitas de París58. No sólo Andrade. Muchos “Olímpicos” fueron empleados y obreros. Además de jugar al fútbol Pedro Cea se desempeñó como repartidor de hielo; Lorenzo Fernández fue peón de la Aduana, Juan Peregrino Anselmo, empleado de la Usina Eléctrica del Estado, Pedro Petrone fue verdulero; Juan Delgado, pintor; Alberto Zibechi, empleado bancario59. A este respecto resulta significativa la democratización de clase y étnica (no así de género) del fútbol uruguayo, cosa que no ocurrió ni en el cricket, ni en el lawn tennis ni en el golf. Esto, en su época, irritó y movió a la protesta, como en el caso del corresponsal chileno que cubrió el campeonato sudamericano de 1916, quien se quejó vivamente de que Uruguay había actuado “deslealmente” jugando con “dos africanos” —refiriéndose a Delgado y a Gradín60. (“Democratización” —dirán otros— que, para el caso de los afro-uruguayos, no se extendió mucho más allá del espacio de la escuela primaria, el fútbol o el carnaval). La relativa capacidad integradora del fútbol no estuvo libre de conflictos y asignaturas pendientes. La exclusión de la mujer de la práctica del fútbol fue uno de ellos. La biografía de Isabelino Gradín61 indica que los constantes enfrentamientos entre el jugador y el club en el que se desempeñaba podrían haberse debido, precisamente, a un conflicto racista. En este sentido, los conflictos raciales o de género dentro del mundo del fútbol podrían interpretarse un reflejo problemas de integración similares —o más graves— en el conjunto de la vida social. De cualquier modo, desde el principio fútbol y sociedad se moldearon mutuamente. Al tiempo que nuestro fútbol, que incluye lo estrictamente deportivo así como las múltiples prácticas sociales, políticas, simbólico-discursivas, emotivas y de imaginación que se desarrollan a su alrededor (programas de radio, reuniones sociales y de camaradería, consumo de mercancías, etc.), fue una resultante de nuestra peculiar cultura nacional popular,

58 Franklin Morales, “El fútbol en el Centenario”, en Los veinte: el proyecto uruguayo. Arte y diseño de un imaginario 1916-1934, Montevideo, Museo Municipal de Bellas Artes Juan M. Blanes, 1999, pág.163. 59 Yamandú González Sierra, “Domingos obreros en los albores del siglo XX”, en Historias de la Vida Privada, Tomo 2 , ob. cit., pág. 228, nota 44. 60 Juan Capelán, Nueve décadas de gloria, Montevideo, 1990, pág. 26. 61 Carina Blixen, Isabelino Gradín. Testimonio de una vida, Montevideo: Ediciones del Caballo Perdido, 2000.

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inversamente, la institución del fútbol uruguayo también funcionó como otra mediación a partir de la cual se fue moldeando una imagen de lo nacional y de lo popular. Los primeros partidos de fútbol que se jugaron en Montevideo, en la zona de Punta Carretas, lo protagonizaron, sin embargo, los extranjeros (sobre todo, ingleses y alemanes), los jóvenes y los profesores en los colegios ingleses, los miembros de los clubes sociales y deportivos ingleses (de remo, de cricket), o vinculados a empresas extranjeras, sobre todo en el sector del transporte (los tranvías y ferrocarriles). Se cuenta que el primer partido se jugó en 1878 entre un equipo de marineros ingleses y jóvenes del Montevideo Cricket. Se sabe de otro que se jugó en 1881 entre el equipo de fútbol del Montevideo Cricket y el del Montevideo Rowing. Entre 1889 y 1894 se suceden los partidos entre un equipo de ingleses de Montevideo (“The Montevideo Team”) contra su par bonaerense62. Los primeros equipos del país fueron el Albion Football Club, el del Central Uruguay Railway Cricket Club (Peñarol) —ambos fundados en 1891—, el Deutscher Fussball Klub y el del Uruguay Athletic Club. Al principio los partidos se jugaban al interior de los clubes, y ocasionalmente, entre ellos. En 1898, también en Punta Carretas, el Albion y el Belgrano porteño juegan el primer partido “internacional” de clubes. Las compañías tranviarias, a su vez, oficiaron de mecenas, cedieron canchas y transportaban tanto a jugadores como espectadores. Fue recién después de muchos años (“después de mirar y aprender”) que empezaron a jugar “los nacionales”. Comienza entonces un gradual “proceso de nacionalización”63 que, paradójicamente, va a culminar, en 1924, con la conquista de París con la entrada simbólica de Uruguay en el imaginario mundial. A fines del s. XIX surgen algunos clubes con nombres en castellano (Montevideo, Defensa, Titán, Intrépido, Internacional) conformados por obreros, estibadores, vendedores de diarios. Fue precisamente de la mezcla de los jugadores “nacionales” del Montevideo y del Uruguay Athletic que en 1899 se forma el Club Nacional (aunque conservando un perfil universitario)64. En 1900 se forma la Liga de Fútbol y se juegan los primeros campeonatos “uruguayos” de fútbol. Hacia 1902, el CURCC (Peñarol),

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Juan Capelán, Nueve décadas de gloria, ob. cit., pág. 9. José Luis Buzzetti, “La nacionalización del fútbol”, en El fútbol (Antología), Capítulo Oriental, Núm. 42, Montevideo, 1969. 64 Juan Capelán, Nueve décadas de gloria, ob. cit., pág. 7. 63

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el equipo de los ingleses del ferrocarril, ya tiene un plantel mayoritariamente criollo y de extracción popular65. La “nacionalización” vino acompañada por la conformación de un paisaje internacional, espejo sobre el cual se irá construyendo un imaginario nacional popular complementario al imaginario urbano popular que se tejía en el caldo del tango, los domingos obreros, las troupes y comparsas del carnaval. En la primera década del s. XX se suceden los partidos internacionales de selecciones, que al principio, se jugaban casi exclusivamente contra Argentina. Entre 1904 y 1909 se juegan varios partidos contra equipos ingleses invitados por los argentinos y de gira por el Río de la Plata: el Southampton, el Nottingham Forest, el equipo de Africa del Sur, el Everton, el Tottenham Hotspur. La “camiseta de Uruguay” —que no fue siempre celeste66— se estrenó el 15 de agosto de 1910 en un encuentro entre la seleccionado nacional y el argentino, que fue disputado en la cancha de Montevideo Wanderers en Belvedere, y que culminó con el triunfo del local por 3 a 1. Poco a poco los partidos de fútbol comenzaron a materializarse en cualquier esquina, ya fuera en la hora libre de la jornada fabril, en el recreo escolar, o convocados puntualmente a la cancha del barrio, ese nuevo centro barral junto al boliche y el club. La cancha completaba el sentido de ese ámbito de pertenencia afectiva que era el barrio. A la vez, cada barrio fue generando sus propios equipos, cohesionándose a su interior por la lealtad al vecindario y la “pasión por la camiseta”, contribuyendo a articular una totalidad mayor —la afición deportiva— por medio de un sistema de rivalidades y competencias. Durante la primera década la Liga Uruguaya ya contaba con más de una decena de clubes de fútbol asociados: Montevideo Wanderers (escisión del Albion Football Club), Peñarol (hasta 1913, llamado Central Uruguay Railway Cricket Club, o el equipo “de los ingleses del ferrocarril”), Nacional (fundado por los integrantes criollos del Montevideo y el Uruguay Athletic), River Plate, Club Sportivo Miramar Misiones, Central Español, Huracán Pocitos, Defensa, Colón, etc. En las dos décadas siguientes nacieron muchos de los clubes existentes en la actualidad: De-

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Ibídem, pág. 10. En 1903 el representativo uruguayo utilizó una camiseta azul con franja blanca diagonal descendiente de derecha a izquierda con una pequeña bandera uruguaya en el pecho. En 1904 vistió camiseta blanca y pantalón negro. Dos años más tarde 1906 la casaca era mitad roja y mitad azul. En 1907 lució casaquilla azul y blanca con una franja transversal roja, y el año siguiente (1908) la misma era blanca y celeste con las iniciales L.U.F. (de la Liga Uruguaya de Football) en el pecho, en Juan Capelán, Nueve décadas de gloria, ob. cit., pág. 19. 66

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fensor (1913), Rampla Juniors y Sud América (1914), Liverpool (1915), Progreso (1917), Racing (1919), Bella Vista y Basáñez (1920), Uruguay Montevideo (1921), Cerro (1922), Oriental (1924), Salus (1928), Cerrito y La Luz (1929). Por aquella época también existían otros clubes, hoy extintos, como Reformers, Universal, Belgrano, Lito, Charley, Libertad, Bristol, cuyos talentosos jugadores cautivaron y dieron innumerables momentos de pasión y alegría a sus contemporáneos: Pedro Petrone (Charley), José Nasazzi y Pedro Cea (Lito), Pedro Casella y Fermín Vidal (Belgrano), Manuel Beloutas y Alfredo Ghierra (Universal), Abdón Porta (Libertad), José Tognola y Sebastián Marrone (Reformers)67. Por fuera de la Liga Uruguaya —a partir de 1915, transformada en la Asociación Uruguaya de Fútbol—también existieron otros clubes, equipos y ligas de menor envergadura, que concitaron emotivas adhesiones, como la Liga Universitaria, la Liga Bancaria, la Liga Aduanera, la Liga Municipal, la Liga Nacional, La Federación Roja, además de centenares de clubes menores o instituciones modestas. Símbolos de pertenencias ciudadanas o laborales, los clubes de fútbol se convirtieron en vehículos de identidad que se apoderaron del entusiasmo de mucha gente que como espectadores o jugadores llegaron hasta el sacrificio para hacer posible su existencia. El fútbol no fue solamente un deporte más dentro del paradigma “higienista” y “disciplinador” del Novecientos orientado a la domesticación del cuerpo, la construcción de la personalidad y el carácter, y de una determinada moralidad y manera de comportarse. Aunque unos defendieron el fútbol por sus beneficios físicos, otros dudaron de los mismos, no teniéndolo como un deporte integral, y subrayaron sus perjuicios, en especial, las frecuentes lesiones68. Más crítico todavía fue Antonio Valeta, quien además de cuestionar este deporte, hizo hincapié en la falta de ejercicio del público asistente: […] la mayoría de los que practican ese deporte no se acuerdan del vigorizamiento físico, ni del elevamiento moral e intelectual, sino de triunfos sobre su adversario y ver flamear los colores de la bandera del club a que pertenecen […] Todo eso se debe al elemento que lo forman, a las reglas del mismo y a una gran parte del público enceguecido, no por el deporte, sino por el jugador Pedro o Diego, o por el conjunto del cuadro favorito. Lo del vigor físico, lo referente a la salud, es cuestión de poca importancia [...] Lo que se busca son muchos goales, aunque el adversario

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Juan Capelán, Nueve décadas de gloria, ob. cit. Conferencia pronunciada el 14 de octubre de 1921, por el Dr. Carlos Vaz Ferreira, en el salón de actos públicos de la Universidad. Versión transcripta en Uruguay-Sport, Archivos de la Comisión Nacional de Educación Física, Montevideo, Núm. 46, octubre de 1921, pág. 3018 68

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haya quedado imposibilitado con una pierna o un brazo. Los sinceros, aquellos que van al deporte con el fin de gozar de un entretenimiento saludable, son contados! Por eso no debemos extrañarnos de que el football haya llegado a prohibirse en algunos países debido a los graves acontecimientos ocurridos. [...] Para poder desterrar todas estas incidencias comunes, tendrá que venir el día en que los espectadores se convertirán en jugadores […] Porque no es concebible bajo ningún punto de vista que un ser humano relativamente sano, que puede vigorizar su cuerpo por la gimnasia, pierda el tiempo, domingo a domingo, día a día, en ver a otros cómo se ejercitan. Esto es lo mismo que un hambriento que se colocase delante de un banquete69.

Las organizaciones obreras y político-partidarias de izquierda de principios de siglo, por su parte, lo percibieron como peligrosa desviación para los trabajadores, quienes en su tiempo libre se distraían de asumir actitudes más formativas o combativas. Aunque el fútbol “penetró las filas libertarias”70, los anarquistas, los socialistas y los comunistas de aquella época manifestaron su preocupación y malestar por “la irracionalidad” y las obsesiones populares que creaban actitudes poco prudentes y sensatas: El football llena hoy casi todo el pensamiento de la vida civil de los pueblos. Ha alcanzado proporciones de epidemia, de manía colectiva. Todos los problemas apenas si tienen importancia al lado de este deporte [...] Hombres y mujeres, ancianos y jóvenes, ricos y pobres —más los pobres— háblanle sólo de football y ya sea en el hogar como en la calle, en el café o en el teatro, tanto en la oficina como en el taller ¿de qué se habla? De football... ¡Es algo atroz, reventador y antipático! Máxime si se tiene en cuenta que quienes son sus principales sostenedores y fomentadores es el Estado y la burguesía que explotan la ignorancia y la tontería del pueblo 71.

En referencia a los festejos de los triunfos futbolísticos en las Olimpíadas: [...] no nos halaga ni nos contagia tampoco el ciego entusiasmo casi «bélico’ que al son de himnos y bocinas fomentó la prensa, los políticos, los patriotas y todos los mercaderes de la ignorancia que hoy han visto en el deporte un nuevo medio de seguir entreteniendo a los pueblos que les hace olvidar problemas de mayor interés para sus destinos frente a un match de football72.

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Antonio Valeta “Cultura física”, pág. 54-55 Yamandú González Sierra, “Domingos obreros...”, ob. cit., pág. 221. 71 La batalla (1917), en Graciela Sapriza, Memorias de rebeldía, Siete historias de vida, Montevideo: Puntosur, 1988, pág. 50. 72 Solidaridad (1928), en Yamandú González Sierra, “Domingos obreros...”, ob. cit., pág. 222. 70

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Al finalizar las Olimpíadas de París de 1924 el Comité de Estudiantes Socialistas organizó una conferencia que tuvo por título: “Las enfermedades del sentimiento religioso, político, deportivo: Dios, Batlle y Andrade. Alá, Luis Alberto y Petrone”73. Los anarquistas consideraron que el fútbol estaba decididamente fuera de la órbita proletaria. Pese a ello, los comunistas lo reconocieron como un dato de la realidad que, en todo caso, debía politizarse y utilizarse con fines organizativos, identitarios y de lucha. A partir de este principio, en 1921 formaron la Federación Roja del Deporte. Hacia 1924 participaban de esta Federación un sinnúmero de clubes y se organizaron una gran cantidad de torneos. La Federación Roja reservó un espacio para el fútbol pero abarcó una variedad más amplia de disciplinas: boxeo, vóleibol, gimnasia, ciclismo, etc. El club Alas Rojas es un testigo viviente de aquel experimento74. Una cuota importante de la popularidad que adquirió el fútbol en tanto juego, espectáculo o atracción social y cultural se debió al estilo de jugar al fútbol en aquella época —sutil, preciosista, de pases cortos propio de “los orfebres del 12”, contrario al estilo inglés, más veloz, de pases largos— y, naturalmente, a la asombrosa seguidilla de resultados existosos a nivel regional e internacional. Entre 1910 y 1930, el equipo uruguayo fue seis veces campeón “sudamericano” —aunque sólo jugaban otros tres equipos (Argentina, Brasil y Chile)— y tres veces campeón “mundial” (1924, 1928 y 1930). El homenaje a los “Campeones de 1924”, por ejemplo, se transformó en una fiesta nacional. Las fotos de época muestran las avenidas del Centro abarrotadas de gente que a pie o desde su automóvil coreaba cantos de victoria, agitaba banderas, y daba “rienda suelta al júbilo patriótico”. A diferencia de otros deportes, el fútbol había dejado de ser un simple juego, deporte y espectáculo, y había pasado a ser un factor constitutivo de la identidad personal, barrial y nacional. En el contexto de una alta volatidad identitaria producto de las recién apagadas guerras civiles, la tensión campo-ciudad, la conformación de un nuevo sistema de clases, la inmigración, mediante los campeonatos “uruguayos” —que en realidad eran simplemente entre un pequeño número de clubes montevideanos— y los campeonatos “mundiales”, disputados entre un grupo de equipos sudamericanos y europeos, los uruguayos consiguieron hacerse de una posición en el concierto mundial, 73 74

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Ídem. Ibídem, pág. 223.

ganando un lugar en la historia, o lo que era más elemental aún, en el mapa. Pero más importante todavía, aquellos triunfos futbolísticos generaron un sentimiento de omnipotencia tal —más allá de lo deportivo— que se constituyó en un elemento coadyuvante en la construcción del imaginario colectivo nacional. Estos triunfos construyeron las bases del mito del poderío del fútbol uruguayo, y por extensión, en mito del “como el Uruguay no hay”. Al fin, la intangibilidad de los conceptos de patria o nación pudieron “hacerse carne” en los ciudadanos cuando se transpiraron en una camiseta o ahogaron un grito de gol en las gargantas75. La posibilidad de ser representado por el equipo de fútbol nacional ampliaba las fronteras de la patria, incluyendo a las personas comunes y corrientes que quizá nunca antes habían sentido la misma emoción por el idioma o la bandera. De aquí en más, el fútbol puede ser entendido como ese terreno en el que los intereses económicos, políticos, la memoria y la construcción de la identidad nacional se dan la mano junto a los desbordes pasionales de hinchas, jugadores y de un amplio sector de la población que, desde entonces, “vivió los triunfos deportivos como glorias personales”76. Así comenzó una historia en la que la institución del fútbol hizo posible la organización sicológica e identitaria vital de individuos y grupos, al tiempo que asimilar y ponerle un rostro —un significado— a la lejanía y a la otredad. El fútbol, en tanto institución cultural, se convirtió en una forma de conexión simbólica con el mundo, de imaginar el mundo (“los otros”), y a partir de ese sistema-mundo “imaginarse” Uruguay (“a uno mismo”). Dice un poema de José María Delgado, trabajado en forma de épica, en ocasión del Campeonato del Mundo de 1930: [...] Unos por montañas y llanuras, Otros cruzando oceánicos confines, Fueron llegando al lar los paladines El blanco eslavo y el cobrizo azteca El yanqui recio, el galo incandescente El belga heroico, el brasileño ardiente [...]77

75 Milita Alfaro, “Imaginarios de la “ciudad iletrada”. Notas acerca de la eficacia simbólica de las narrativas residuales”, mímeo, gentileza de la autora, pág. 7. 76 Ídem. 77 Fragmento del poema “La nueva hazaña” (1930) de José Mª Delgado, en El fútbol (Antología), Capítulo Oriental, Núm. 42, Montevideo, 1969.

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Una imagen del fútbol o de sus mitos, lo mismo que una imagen de la cultura popular, quedarían incompletas si no señaláramos el papel que jugaron los medios de comunicación —los diarios, las revistas, la radio—, la vida del barrio, el club, el café, y por supuesto, esa otra institución barrial que se entremezcla con las anteriores, y que funciona como otra gran usina de fantasías, pasiones y fantasmas que son los tablados del carnaval. La retirada “Uruguayos campeones” que la agrupación murguera Patos Cabreros dedicó a los “footballers uruguayos y a los canillitas” en el carnaval de 1927 también contribuyó a articular y monumentalizar uno de los mitos más persistentes —¿y corrosivos?— acerca del fútbol, pero sobre todo, acerca del país y del “ser nacional”. Ni el desarrollo del tango ni el del fútbol tampoco pueden ser pensados al margen del sistema de barrios que diera pie al sistema de cafés, de clubes sociales y deportivos, de torneos, de conjuntos, tablados y corsos de carnaval, todo lo cual jugó un papel pivotal. Por una parte, porque estos eran puntos neurálgicos de encuentro y conversación social, cara a cara y en tiempo real. Pero también, por cuanto “allí” —lugar estrechamente vinculado al canillita, al quiosco de diarios, a la parada del ómnibus— los periódicos y las transmisiones radiales (de tango, de fútbol, de carnaval) contribuían a organizar y encauzar el discurso social. Los ambientes periodísticos no se interesaron por el fútbol sino hasta pasados más de veinte años. Recién “entre 1908 y 1912 se produce la apertura de la prensa al fútbol78.” aquellos primeros cronistas del hecho deportivo, que luchaban por ubicar sus notas entre avisos mortuorios y los anuncios de remate [...] hasta carecían de sitios en las redacciones, por lo que debían escribir sus notas en las mesas del café79.

Dada la precariedad de la radio, recién en sus comienzos, los partidos se relataban por la vía escrita, en forma de estampas en movimiento de los momentos clave del partido creando la ilusión (literaria) que al leer uno mismo estaba presenciando el partido, en tiempo real80. En la Copa del Mundo de 1930, la emisora oficial SODRE, que comenzó sus emisiones ese año, relató los partidos jugados en el Parque Central y los que se disputaron en el Centenario. Pero en ese entonces todavía existían bastantes dificultades y se volvió necesaria la publicación

78 Franklin Morales, “Literatura y fútbol”, Capítulo Oriental. La historia de la literatura uruguaya, Nº 42, Montevideo, Centro Editor de América Latina, 1969, pág. 660. 79 Ibídem, pág. 661. 80 Ibídem, pág. 664.

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en la prensa de “un croquis de la cancha dividida en treinta cuadrados, a fin de mejor ubicar a los oyentes por dónde se desarrollaba la jugada81”.

8. El mundo al instante: el emergente campo de la comunicación masiva ¡Oh! los biógrafos, que por míseros diez centésimos nos permiten contemplar tierras remotas y maravillosas sin necesidad de pasar por el terrible Ecuador82. A tanto he llegado que no sé en esas ocasiones con quién sueño: Edith Roberts... Wanda Hawley... Dorothy Phillips... Miriam Cooper...83 Por la contribución que tuvieron en el desarrollo de la imaginación, y por lo tanto, del imaginario cultural popular del primer cuarto de siglo, un capítulo aparte merecen los enormes cambios que tuvieron lugar en el campo de los medios de comunicación, y que constituirían las bases de las industrias culturales que modelaron la cultura nacional a lo largo del siglo: los espectáculos del Centro, los diarios y revistas, el cinematógrafo, la radio. En forma paralela al desarrollo del mundo del espectáculo (“cada vez más lejos de la ópera” y cada vez más “llenos de sainetes y dramas”84) que cobró impulso a raíz del gusto y el recién conquistado poder adquisitivo de las clases medias en expansión, de la visita de una lista impresionante de compañías y celebridades europeas (Margarita Xirgú, Sarah Bernhardt, Giacomo Puccini, Serge Diaghileff) y de la gran cantidad de teatros (Solís, San Felipe, Cibils, Nacional, Casino Oriental, Odeón, Stella D’Italia, Urquiza) a principios de siglo también asistimos al nacimiento del cine “nacional”. [En Montevideo] El cine como tal se conoció en [...] 1896 en el Salón Rouge, ubicado en la calle 25 de mayo entre Zabala y Misiones [...] A ese inicio apenas posterior al de los hermanos Lumière en París, seguiría en 1907 el negocio de la distribución de films, tarea que [...] «fue encabezada por el

81 100 años de gloria. La Verdadera Historia del Fútbol Uruguayo, Argentina, A. Morvillo S.A., 1999. 82 Juan Picón Olaondo, La Semana, 7 de agosto de 1909, en Alfredo Castellanos, La “belle epoque” montevideana, Montevideo, Ediciones de la Banda Oriental, 1986. 83 Horacio Quiroga, Miss Dorothy Phillips, mi esposa. Buenos Aires: Ayacucho, 1981. 84 Nelson Bayardo, Carlos Gardel, ob. cit., pág. 60

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Sr. Roberto Natalini, quien en 1907, conjuntamente con el Sr. Domingo Deste [...] inauguran como exhibidores el Cine Ideal, frente a la Plaza Independencia, haciendo cruz con el viejo café Tupí-Nambá’85

Los primeros espectáculos de cinematógrafo y de “kinemacolor” (mezclados con conciertos y espectáculos de variedades) primero comenzaron a exhibirse en los teatros (en el Cibils, en el Nacional) y “biógrafos”, como el Edén Park, el Varieté Cinema, el Biógrafo Lumiére o el Cinema Concert especialmente construidos o refaccionados para estos fines. Hacia 1910, Montevideo ya contaba con más de treinta salas86, entre ellas, el Buckingham Park (en el Parque Rodó), Biógrafo Avenida, Biógrafo Montevideo, Gran Biógrafo Moderno, Biógrafo Mundial, Biógrafo Agraciada, Biógrafo Popular, Biógrafo Parisién, Biógrafo Lumière, el Cinematógrafo Parlante, el Biógrafo Concert, Biógrafo Biarritz, el Café Biógrafo, “un salón de proyección por transparencia con derecho a consumición”, y varias más87. En1920 la cantidad de salas ascendía a 60 y en 1930, a 8088. La mayoría de estas salas exhibían films de cine mudo y en blanco y negro, acompañados usualmente por música en vivo. Hacia 1927, año en el que se cierra el Edén Park, se procesa la aparición de las salas destinadas exclusivamente a la proyección de películas. Las primeras proyecciones de cine sonoro datan de 1929, cuando el Cine Rex Theatre (hoy Sala Zitarrosa) proyecta la primera película de ese tipo89: “El amor no muere”, del director George Fitzmaurice, con Gary Cooper y Colleen Moore90. Al año siguiente, el número de estrenos sonoros fue de 174 films91. En el período que va de 1915 a 1930, cuando la población de la ciudad pasó de tener 350 mil habitantes en 1915 a 650 mil en 1930, con altos y bajos, la cantidad de espectadores cinematográficos osciló entre 3 y 4 millones de personas por año92. Hacia 1919, de la mano de José Mª Podestá, nacía en nuestro país la crítica cinematográfica periodística93. En efecto, “el mundo del espectá-

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Alvaro Sanjurjo Toucon, “Las distribuidoras y el consumo de cine en el Uruguay”, en Industrias Culturales en el Uruguay, Claudio Rama, editor. Montevideo: Arca, 1992, pág.193-194. 86 Osvaldo Saratsola, “Las cifras”, Cinestrenos. El cine en Montevideo desde 1929, http:// www.uruguaytotal.com/estrenos/cifras/totales.htm 87 Alvaro Sanjurjo Toucon, “Las distribuidoras...”, ob. cit., pág. 194. 88 Osvaldo Saratsola, “Las cifras”, ob. cit. 89 Jaime E. Costa, “Los palacios del cine”, El Observador, 2 de diciembre de 2000. 90 Magdalena Herrera, El País, 6 de junio de 2000. 91 Osavaldo Saratsola, “Las cifras”, ob. cit. 92 Alvaro Sanjurjo Toucon, “Las distribuidoras...”, ob. cit., págs. 202-203. 93 Omar De los Santos Marauda, “Cineclubismo: pasado, presente y futuro de una forma de pensar”, en Industrias Culturales en el Uruguay, Claudio Rama, editor. Montevideo: Arca, 1992, pág. 218.

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culo” se apoyaba en los nuevos hábitos sociales y culturales que iban arraigando en la población capitalina así como en su articulación con el desarrollo de los periódicos y revistas —otra creciente pasión de época—, una de cuyas principales funciones era, precisamente, la anunciar y comentar los espectáculos, las vidas y hechos sociales de los artistas y estrellas; ocasionalmente, la crítica y la reflexión estética más de fondo. Por lo demás, al conjunto de periódicos que sobrevivieron el paso del siglo (El Siglo, El Telégrafo, El Bien (Público), La Razón, El Mensajero del Pueblo, La Tribuna Popular, El Día, o El Amigo del Obrero, etc.), a partir del 1900 se agregó toda una nueva ola de periódicos: El Tiempo (1901), La Democracia (1904), El Libre Pensamiento (1905), El Diario Español (1906), El Demócrata (1906), El Eco (1907), El Socialista (1911), El Plata (1914), La Mañana (1917), La Idea (1917), El País (1918), El Mercurio (1918), La Justicia [El Popular] (1919), El Comunista (1922), El Diario (1923), El Debate (1926), El Deporte (1928), en síntesis, muchos de los periódicos que constituyeron el núcleo del campo de la prensa escrita de la primera mitad del siglo XX. Pero además de los diarios, ésta también fue la hora de las magazines y los folletines (“rosa”, policiales, de aventuras, de horror, de misterio) que llegaban sobre todo, desde la vecina orilla. el cuaderno de frecuencia semanal o quincenal, formato pequeño, papel de baja calidad, raras veces con más de treinta páginas y menos de veinte, provisto de una fotografía del autor o de un dibujo provocativo en la portada y de avisos comerciales en su interior. Entre otros folletines, gran circulación alcanzaron La Novela Semanal (1917-1922), El Cuento Ilustrado (1918), La Novela del Día (1918-1924), La Novela de Hoy y La Novela Femenina, a un precio que solía situarse en los diez centavos, «menos que un atado de cigarrillos’. Este producto de aquellos años, heredero de la novela por entregas de la prensa periódica que se había puesto de moda en Europa y, luego, en América Latina, desde mediados del s. XIX está asociado no sólo al crecimiento de la alfabetización, el imaginario urbano, la apertura de otra sensibilidad fecundada por la inmigración, sino a la cadena de quioscos que emergen por el centro y por los barrios de la capital argentina. Desde allí saltaron a los países vecinos [...] inundaron el mercado local y desbordaron la capacidad de crear empresas homólogas que, si bien consiguieron asomarse, no pudieron respirar mucho tiempo94.

La “revolución literaria” no pasó exclusivamente por la proliferación de publicaciones periódicas sino por la adecuación de sus contenidos a un nuevo público lector, interesado en “espectáculos”, “variedades”, “no-

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Pablo Rocca, “Surgimiento de la literatura de masas”, manuscrito gentileza del autor.

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ticias de actualidad”, “sociales”, “moda”, “deportes”, “gastronomía”, “publicidad”, etc. A juzgar por algunos ejemplares de época (circa 1911) los periódicos eran amplios pero no tenían más de ocho a diez carillas por edición. La primera plana —sobre todo, la parte superior, el centro, y la mitad izquierda— la ocupaban las noticias y comentarios sobre los principales hechos sociales, políticos o culturales (leyes, paros, obras públicas, espectáculos), además de contribuciones literarias de diversa índole (cuentos breves) o notas sobre autores o sus obras. Toda la columna derecha de la misma la ocupaban los “avisos telegráficos” buscando mucama, comprar casa, o alquilar una pieza amueblada. Además de los anuncios de remates (toda la última página), de la entrega puntual del episodio de una novela (que ocupaba todo un tercio de página), se destacaban los avisos comerciales, y que por la naturaleza de los productos que se ofrecían, también nos dan una idea del público lector: Cerveza Chicharra, equipamiento deportivo (de Foot-Ball, Lawn tennis, Cricket, Bat Five, Box, Golf), Agua Salus, joyas y cajas fuertes, Banco de Seguros del Estado, automóviles Overland y Gran Cameron, Discos Víctor, Mueblería Caviglia, Hotel de Piriápolis, cenas en el diner concert en el Parque Hotel. Numerosas secciones completaban cada edición. “Lo que dice el telégrafo” se ocupaba de reproducir los cables con noticias internacionales que venían del exterior. “Ecos mundanos”, de los eventos que tuvieron lugar el día anterior (fiestas, casamientos, mudanzas de familias de la clase alta, veladas en la playa). La “crónica sportiva” se ocupaba casi exclusivamente del turf. “Mundo marítimo” de barcos que llegaban o partían. “Arte y artistas” hablaba de estrenos de obras de teatro, de la visita de cantantes, compañías de ópera y de películas de cine. Existían además secciones de asuntos de interés general (el descubrimiento del Polo Sur, la justificación estética y moral del desnudo en los teatros alemanes), una columna de mujeres (“Diccionario Femenino”) y la crónica policial. En cuanto a esta última, si tomamos en cuenta que casi nadie aparecía retratado en el diario, evidentemente la publicación, de corte naturalista, de los rostros de esa pobre gente (infractores con dificultades mentales, mujeres cuatreras, etc.) parece haber sido, desde muy temprano, indicativo de una morbosa atracción de parte de los lectores. El resto de las noticias, anuncios de espectáculos o comentarios aparecía en forma de recuadros muy breves y pequeños distribuidos por aquí y por allá, más o menos sin ton ni son (accidentes automovilísticos, asambleas gremiales, partidos de billiard), entre los que se hallan

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brevísmas noticias sobre asuntos institucionales de los clubes de ciclismo o de football (elección de autoridades del Club Tidormi, fundación del Newcastle), o sobre los eventuales ganadores de los campeonatos de las distintas divisiones (Peñarol, Wanderers, Bristol, River Plate, Universal). El desarrollo y expansión de periódicos, revistas y novelas de folletín contribuyó no sólo a construir imaginaciones del mundo en base a sus contenidos sino a construir un nuevo sentido de “comunidad cultural” y “esfera pública nacional”, construidos sobre la base de la existencia de un sistema de periódicos (que indirectamente interactúan y dialogan unos con otros más allá de sus diversos perfiles y orientaciones) y que presupone la existencia de una comunidad de lectores (“el público lector”) que leen más o menos lo mismo, más o menos al mismo tiempo, y más o menos en el mismo lugar95. El mero acto de “leer el diario” (lo mismo que “ir al cine”, o más tarde, “escuchar la radio”) facilitó la imaginación de la simultaneidad, de un nosotros aquí y un ellos allá contemporáneos, con intereses comunes o ajenos pero que, aun a pesar de las diferencias, hicieron posible pensarse dentro de una totalidad social mayor: una ciudad que compartían, una cultura nacional, una generación —y en la medida en que se tradujera al lenguaje “nacional”— una época, el mundo”, vistos, obviamente, desde ésa perspectiva geográfico-cultural y con los que se elaborabó una relación particular. El campo periodístico también contribuyó a tender una serie de puentes y conexiones simbólicas en distintas direcciones: entre lectores (por leer lo mismo, o acerca de lo mismo), entre los lectores y los hechos relatados (nacionales e internacionales), entre los lectores y los escritores (los dirigentes, los caudillos, los intelectuales), todo lo cual fue uno de los pilares de la cultura letrada, así como de las construcciones imaginarias (de la sociedad, del país, del arte, del mundo) a que ésta dio lugar. La inauguración de la radiotelefonía en 1922 como medio de transmisión, sumada, a su vez, con la llegada de las casas Víctor, Odeón y RCA, al desarrollo de la industria discográfica, también revolucionó la cultura y la imaginación. A las radioemisoras pioneras, Radio Paradizábal y Radio General Electric (más tarde, CX 14 El Espectador) siguieron CX 24 Radio Monte Carlo (1924) y CX16 Radio Carve (1928). En 1929 comienzan a transmitir CX 36 Radio Centenario, CX 40 Radio Fénix, CX 22 Radio Universal y CX

95 Benedict Anderson, Comunidades imaginadas. Reflexiones sobre el origen y la difusión del nacionalismo. México, Fondo de Cultura Económica, 1993.

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12 Radio Westinghouse (Radio Oriental) seguidas por Radio Sport (1933), Radio La Voz del Aire (Radio El Tiempo) en (1934), CX 10 Radio International Broadcasting, CX 26 Radio Uruguay, CX 30 Radio Nacional, CX 34 Radio Artigas. En 1930 comienzan las transmisiones de CX6 Emisora del SODRE. Hacia 1930, coincidente con el Primer Campeonato Mundial de Fútbol, con alrededor de una docena de radioemisoras, se consolida el campo de la producción radial96. Se transmitía en la banda de amplitud modulada con equipos de muy baja potencia, que por ausencia de interferencias (edificios altos, cableado, aviones, etc.) gozaba de enorme propagación. Primero se utilizaron receptores de galena, pero al poco tiempo fueron reemplazados por aparatos eléctricos: En el Palacio Sarandí se realizó en estos días la Primera Exposición de Radio y Fonografía, con gran éxito. [...] a la entrada de la Exposición, se destaca por su importancia el stud de la Radio Corporation of América (RCA), cuyos distribuidores en Uruguay son los Señores Serratosa y Castells, y la General Electric. Se exhiben en este stand, receptores eléctricos como la Radiola 30 A, la Radiola 62, la Radiola 60 y el más moderno y elegante de los receptores eléctricos, la Radiola 3397.

La programación regular consistía en informativos, transmisiones musicales, transmisiones de operetta en directo, radio-teatros, transmisiones deportivas y programas de interés general. La mayoría de estas pequeñas empresas culturales emergentes, que con el tiempo desembocarían en los canales de TV y se convertirían en pequeños imperios mediáticos, fueron una ramificación de importadoras, casas de venta y talleres de reparación de equipos de radio extranjeros, RCA, General Electric, Westinghouse, etc.98. Habían quedado atrás los tiempos de la radio a galena, y los receptores de radio modelo Capilla intensificaban la invasión hogareña. Al aproximarse el centenario de la Jura de la Constitución, la flamante CX 6 Estación Oficial anunciaba que trasmitiría los partidos por el 1er Campeonato Mundial de Fútbol a realizarse en julio del 30 en el Stadium Centenario. Los jefes de familia procuraron la garantía de un amigo para obtener el préstamo bancario. Las amas de casa apretaron sus pesitos para ayudar

96 Cronología de Montevideo-IMM; Oscar Imperio, “ANDEBU: 60 años de historia”, en Industrias Culturales en el Uruguay, Claudio Rama, editor. Montevideo: Arca, 1992, pág. 70-71; Luciano Alvarez, “Breve panorama de los medios de comunicación en el Uruguay”, en Industrias Culturales en el Uruguay, Claudio Rama, editor. Montevideo: Arca, 1992, pág. 40. 97 Revista Mundo Uruguayo (1929), en Daniela Bouret y Gustavo Remedi, Escenas de la vida cotidiana, manuscrito s .p. 98 Luciano Alvarez, “Breve panorama de los medios de comunicación”, ob. cit., pág. 40.

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a pagar la cuota mensual de la operación, y el ambicionado aparato se instaló para un largo reinado en un rincón de la sala, el living o el comedor. El misterio que rodeaba a la milagrosa piedrita que pescaba sonidos dispersos en el espacio, cedía paso al díal iluminado que perfeccionaba la sintonía. Ya la gente sabía cómo, girando una simple perillita, se ubicaba al pintoresco Barba Guighin en CX 14, o a los locos del Diario Oral disparatado en CX 16, o a Doña Concepción Olana distribuyendo lágrimas benaventinas por CX 20, o a Carlitos Gardel —desde el disco y por cualesquiera de las veinte emisoras montevideanas— cantando los éxitos que lo acercaron a Joinville para filmar Luces de Buenos Aires. La radio era la novelería que había logrado superar al reciente deslumbramiento del cine sonoro, aún cuando los teléfonos de pedidos anotaran reiteradamente los títulos de “Mamie” por Al Johnson o de las canciones popularizadas por José Mojica con El precio de un beso99.

9. Vidas privadas e intimidad Veo mostrarse a todos, como con imprudencia las estancias más íntimas, los sucios corredores100 Algunos autores han señalado que el Novecientos fue además un período de afianzamiento y desarrollo de la esfera de lo privado y de lo íntimo101 ¿De qué modo estos nuevos espacios, así como las prácticas e instituciones que surgieron al interior de la privacidad y la intimidad, constituyeron nuevas fuentes de imaginación, nuevas bases del imaginario cultural popular? Contestar a esta interrogante supone, para comenzar, aclarar que aunque muchas veces solemos contraponer la esfera privada a la esfera pública (en tanto espacio de encuentro y conversación social donde intervenimos en la formación de la opinión pública), ya a principios de siglo, los ámbitos privados, los espacios domésticos, la soledad y la intimidad, no son espacios puramente privados. Aun cuando la casa, el comedor o la recámara puedan pensarse como esferas eminentemente “privadas” y separadas de “lo público”, la sociedad, la política, la economía, o la cultura las atraviesa de muchas maneras. Además ésos ámbitos son escenario de un conjunto de eventos sociales —visitas, cenas, tertulias, fiestas, ceremonias— sólo parcialmente pri-

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“Documentos de la Historia, Tomo 1 (1918-1957)”, El Pais, pág. 36. Emilio Frugoni, “Definición” (Poemas Montevideanos, 1923), citado en Gerardo Ciancio, La ciudad inventada, Montevideo: Academia nacional de Letras, 1997. 101 José Pedro Barrán, Gerardo Caetano y Teresa Porzecanski, editores. Historias de la vida privada en el Uruguay (3 tomos). Montevideo: Alfaguara, 1995-1998. 100

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vadas. Pero además, y sobre todo en este período, por intermedio de un conjunto de diversas prácticas e instituciones culturales —asociadas a la radio, la lectura de periódicos, el envío de postales, etc.—, al interior de la propia esfera privada también nace una suerte de espacio público de segundo grado, organizado en torno a la lectura y comentario en familia de diarios y revistas de actualidad, lo mismo que a la práctica colectiva de escuchar la victrola o la radio. El receptor era el eje de la reunión familiar y antes de que la Usina Eléctrica marcara las 8 de la noche, con la legendaria guiñada de luz —que era como una campanilla convocando a la cena— los oídos ya estaban atentos a la audición favorita. A veces, esa reunión familiar se extendía para hacerse “vecinal”. Aparte de que el hecho podía reflejar una situación de “status” que el barrio debía finalmente reconocer, la invitación igualmente servía para agradecerle a Don Ramón el obsequio de una fuente de higos, o a Doña Emilita la docena de huevos caseros que tan gentilmente hiciera llegar. La imposición de la radio, cuyas primeras transmisiones regulares en nuestro país datan de 1922, empieza a transformar los hábitos de las familias uruguayas. El público ya no compraba victrolas y discos: tenía la música en casa102.

Algo similar acontecía con el conjunto de espacios “mixtos”, “intermedios”, “de contacto” y “de paso” que caracterizan tanto la vivienda (zaguán, patios, corredores) como las prácticas culturales de la época (las veredas, el tranvía, el quisco, el café, el club, la escuela, la iglesia) cuyo análisis formal y de los modos reales de uso resultan vitales a la hora de sacar conclusiones acerca de la constitución de un imaginario cultural. En efecto, más allá de la lectura de diarios, revistas y novelas, el fenómeno de la radio —y hasta del cine—, o el intercambio epistolar e iconográfico (de cartas y postales), todas prácticas que pasan a “invadir” y tener lugar en el espacio familiar y en la intimidad, existió todo otro conjunto de actividades y relaciones cotidianas que también contribuyeron grandemente al imaginario cultural. Tal fue el caso de las prácticas culturales que se desarrollaban en la puerta de calle, los zaguanes, los patios, los corredores, los balcones y hasta las torres y azoteas, en tanto zonas de encuentro social y simbólico —que daban pie a la imaginación— “entre” la íntimo y lo público. Aunque la “casa-patio” o la “casa-corredor” de las clases medias pudieran dar la apariencia de una vida fundamentalmente introvertida, debido a sus dimensiones y a la estructura resultante, por preferencia y por necesidad, sus habitantes se las ingeniaron, mediante sus usos y prácticas espaciales de abrirla hacia el exterior. 102

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“Documentos de la Historia, Tomo 1 (1918-1957)”, El Pais, pág. 36.

La típica casa montevideana de la época presenta así un relativo grado de vinculación y apertura hacia la calle y el barrio a través de la puerta de calle, el zaguán, las ventanas de las piezas del frente y el balcón, que si en parte oficiaron de filtro y de tamiz, también lo hicieron de elementos de paso, de interacción o de conexión visual, generadores de espacios, eventos y rutinas intermedias. La cancel que separaba al zaguán del patio interior establecía los límites de circulación y sociabilidad que no se podían trasponer. No obstante, el zaguán, el escalón de la puerta, la vereda y los balcones y ventanas de las piezas que daban a la calle constituían todo un sistema espacial intermedio, con sus propias gradaciones103. La administración social de estos espacios variaba en función del grado y tipo de relación y se modificaba en correspondencia con el cambio de la relación, reservándose los espacios interiores o más cercanos a los interiores a los familiares y personas más allegadas. En las piezas del frente también se desarrollaba una parte de la vida social. Allí era donde en días establecidos se recibían las visitas más formales. Durante el verano se abrían las ventanas a la calle y las mujeres se asomaban al balcón104: Fue el balcón lo que dio a la ciudad un tono nuevo. Las familias sacaban allí sus sillas y porque salían poco tal vez pasaban allí el verano abanicándose. Los balcones de las casas bajas, en las que también se siguió esta costumbre, llevaban un poco la casa a la calle. Y la calle se hacía entonces a su vez más íntima, más familiar, porque las mujeres se presentaban de entrecasa, con batones celestes, rosados, rojos y las salas, abiertas sus ventanas al exterior, mostraban su muebles cubiertos de fundas blancas con tules y el piano, esos tres o cuatro pianos de cada cuadra, que daban a la calle sus arpegios, sus escalas, sus ejercicios105.

Azoteas y balaustradas jugaban un papel similar al del balcón en el sentido de que ofrecían la posibilidad de salir a sentarse a tomar el fresco, observar la calle, y llegado el caso, como ocurría los domingos, ir a tomar el mate. Distinta era la situación de los conventillos y las viviendas de una sola habitación de las clases populares. Estas viviendas debían albergar todas las actividades de la vida cotidiana —dormir, cocinar, comer, lavarse, sentarse a charlar— así como el mobiliario necesario —camas, mesas, sillas, sartenes, cacerolas, primus, despensas—, adornado con algún recuerdo, alguna foto o algún cuadrito: “En esas viviendas en las que la fami-

103 Silvia Rodríguez Villamil, “Vivienda y vestido en la ciudad burguesa (1880-1914)”, en Historias de la vida privada en el Uruguay (Tomo II), Montevideo: Santillana, 1996, pág. 90. 104 Ídem. 105 Josefina Lerena en Silvia Rodríguez Villamil, “Vivienda y vestido...”, ob. cit., pág. 90.

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lia vivía apiñada la noción de intimidad carecía de sentido, confundiéndose la vida privada con la vida familiar”106. Marido, mujer e hijos —cuando no algún pariente o allegado— dormían todos en la misma habitación, separados por un armario, o “apenas un andrajo de lona, que fue una bolsa, misterio levantado en aras del pudor paterno”107. Por lo mismo, corredores y balcones interiores, y sobre todo, el patio central, pasaron a funcionar como extensiones de la vivienda y allí también se desarrolló una parte importante de la vida diaria y las relaciones sociales de los inquilinos: “Tareas domésticas, trabajos, juegos infantiles, afectos, se entremezclaban no siempre armónicamente en el patio del inquilinato”108. Allí se toma mate, se lava y tiende la ropa, se conversa, se saca el canarito o el cardenal a tomar el sol, así como las macetas con plantas. A veces se organizan bailes y se preparan para salir los tambores [...] un poco extensión de la familia en el patio se comparten solidaridades y se generan reyertas y conflictos109. [Allí] crecieron no pocas solidaridades ante la presencia ominosa del «patrón’ o «patrona” del conventillo, o ante los golpes de la vida (enfermedades, desalojos, muertes, etc.); o se transformaba en ámbito festivo: «En esos patios que en las fiestas celebraban algún suceso venturoso del lugar con mi guitarra entre la rueda me contaba y en versos tiernos entonaba mi cantar»” 110.

Estas actividades culturales contributivas del imaginario cultural que tuvieron lugar en las zonas intermedias entre lo público y lo privado no fueron las únicas. Quizás hasta más importante todavía, fue el papel que cumplieron los textos escolares y las tareas “para hacer en casa” relacionadas a la escuela, en tanto extensiones del espacio de la escuela pública; el aporte cultural de los empleados domésticos (criadas, niñeras, amas de llave, cocineros, cocheros, etc.) pertenecientes a las diversas sub-culturas populares tapadas o marginadas; los procesos de construcción de identidades y roles al interior de la familia, o el propio “regreso de la religión” por la vía del hogar, el secreto, el remordimiento o la culpa (espacio cultural de mujeres, madres y niños) a donde el Estado buscó arrinconar a la Iglesia, pero que la Iglesia aprovechó para apoyarse y volverse a desplegar. Todas estas actividades, propias del espacio privado, fueron de hecho tanto o más formativas del imaginario cultural de principio de siglo —y más duraderas— que muchas de las prácticas e instituciones culturales

106

Yamandú González Sierra, “Domingos obreros...”, ob. cit., pág. 207. Octavio Morató en Yamandú González Sierra, ob. cit., pág. 207. 108 Ibídem, pág. 207. 109 Silvia Rodríguez Villamil, “Vivienda y vestido...”, ob. cit., pág. 94. 110 Francisco García Giménez en Yamandú González Sierra, ob. cit., pág. 207. 107

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que tenían lugar y se desarrollaban en la esfera pública (ceremonias, festejos, proclamas, discursos, legislación, reglamentación de la conducta social) que muchas veces tendemos a asociar demasiado automáticamente con la formación del imaginario cultural popular.

10. Direcciones Aun cuando resulte obvia la imposibilidad práctica de abarcar, y a la vez ahondar, en unas pocas páginas, no sólo un determinado período de nuestro proceso cultural, sino en un terreno mucho más fluido y huidizo como es el imaginario cultural popular, el camino transitado persigue compartir con el lector una visión panorámica y un número de reflexiones. Por lo pronto, dejar sentado lo mucho que queda por hacer en relación a nuestro conocimiento, comprensión y problematización de nuestro proceso histórico y cultural, no sólo por su propia vastedad y complejidad, sino también porque al ocuparnos de unos objetos de estudio —la “alta” cultura, la cultura oficial, etc.— hemos descuidado el estudio de la cultura nacional popular — de la cultura y el arte a secas111— y los distintos universos imaginarios a que dio a lugar. Por otro lado, reconocer el papel vertebral que han jugado un conjunto de espacios, prácticas e instituciones culturales propias de las primeras décadas del siglo XX —la experiencia urbana, los movimientos migratorios, el movimiento sindical, el fútbol, el tango, los medios masivos en su etapa de gestación, el nacimiento de la intimidad— al punto que podríamos tomarlos como definitorios de un sentimiento de “contemporaneidad”, y por lo mismo, de constatarse su agotamiento, de “quiebre” epocal. Está claro, sin embargo, que ni la cultura popular ni el imaginario popular se agotan en el conjunto limitado de fenómenos culturales que acabamos de repasar, ni éstos agotan la cultura nacional. Acaso, simplemente, sirvan para relativizar, completar y problematizar otras formas de

111 Por cultura entendemos toda actividad, creación y transformación del mundo hecha por los seres humanos, lo cual nos diferencia como especie y nos constituye, precisamente, en personas. Esta actividad humana queda impresa o registrada en artefactos: los frutos de la creación humana. Esto comprende, pero no se reduce, a cosas escritas (literarias), orales, o vehiculizadas por muchos otros tipos de soportes y medios y organizadas en distintos tipos de lenguajes (sistemas simbólicos) y códigos, que debemos identificar, reconocer y decodificar. Por arte, entendemos algo correctamente hecho, observando ciertas reglas, manejando ciertas técnicas (techné), que produce una serie de efectos estéticos: que despierta nuestros sentidos, nos conecta intensamente con el mundo, y nos causa una serie de sensaciones, emociones, sentimientos diversos (placer, horror, alegría, melancolía, ira, etc).

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imaginar nuestra historia y nuestra cultura nacional. En este sentido, habría que ver qué otras experiencias y prácticas culturales no abordadas aquí —por ejemplo, el carnaval, la canción folclórica, los juegos, las fiestas, los eventos religiosos— también sirvieron a los trabajos de la imaginación y qué elementos faltan para delinear con más precisión el “imaginario cultural popular” de la primera mitad del siglo XX. Por lo demás, en la segunda mitad del siglo XX, período que queda fuera de los límites de este trabajo, ocurrieron muchas cosas —en el plano político, en la esfera económica y social, en el ámbito tecnológico, en lo que tiene que ver con el rumbo que tomó el desarrollo de la ciudad, en el mundo del trabajo y la vida cotidiana, en la forma de relacionarnos, en el terreno del arte, la cultura de masas y la cultura popular— que lógicamente han contribuido a transformar profundamente y reorganizar radicalmente el ordenamiento simbólico de la realidad: “el imaginario popular”. En este sentido, sería preciso investigar cuáles serían los factores o las fuentes del imaginario cultural popular de la segunda mitad del siglo XX, y de qué modo cambió con respecto a la primera mitad. Por último, quizás también debamos preguntarnos acerca del imaginario cultural popular hoy, ya en pleno siglo XXI: acerca de los espacios, instrumentos y prácticas culturales sobre los que se asienta, y de cómo y en qué medida éstos intervienen y contribuyen a darle forma a nuestro imaginario cultural.

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Índice

1. 2. 3. 4. 5. 6. 7. 8.

Los países de la imaginación .................................................................. 7 Nuevas fuentes de la imaginación ....................................................... 10 Imaginarios barriales y metropolitanos .............................................. 13 Horizontes y debates movilizadores ................................................... 19 La imaginación en movimiento ........................................................... 25 El caldero del melodrama popular ...................................................... 28 Mitopoiesis de la identidad nacional. ................................................. 32 El mundo al instante: el emergente campo ....................................... 41 de la comunicación masiva .................................................................. 41 9. Vidas privadas e intimidad ................................................................... 47 10. Direcciones .............................................................................................. 51 Bibliografía .....................................................................................................53

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Colofón

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