DEFENSA DE LA POESÍA

March 10, 2017 | Author: Aire Confortable | Category: N/A
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DEFENSA DE LA POESÍA O Algunas Reflexiones Sugeridas Por Un Ensayo Titulado "Las Cuatro Edades de la Poesía" Percy B. Shelley (1821)

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D

e acuerdo con cierto modo de contemplar esas dos clases de actividad intelectual que llamamos razón e imaginación, la primera puede considerarse algo así

como la mente atendiendo las relaciones que un pensamiento mantiene con otro, sea lo que sea lo que los produzca; y la segunda, como la mente actuando sobre esos pensamientos a fin de colorearlos con su propia luz y componer a partir de ellos, como si de elementos se tratase, otros pensamientos, cada uno de ellos dotado del principio de su propia integridad. La una es el τό ποιειν, o el principio de síntesis, y tiene por objetos esas formas que son comunes a la naturaleza universal y a la existencia misma. La otra es el τό λογιζειν, o principio de análisis, y su acción concierne a las relaciones entre las cosas en cuanto que simples relaciones, tomando los pensamientos no en su unidad integral, sino como las representaciones algebraicas que conducen a ciertos resultados generales. La razón es la enumeración de cantidades ya conocidas; la imaginación es la percepción del valor de esas cantidades, tanto separadamente como en su totalidad. La razón contempla las diferencias; la imaginación las similitudes de las cosas. La razón es a la Imaginación lo que el instrumento al 3

agente, lo que el cuerpo al espíritu, lo que la sombra a la substancia. En un sentido general, la poesía podría definirse como la expresión de la Imaginación: la poesía surge con el mismo origen

del hombre. El hombre es un instrumento al que llega una serie de impresiones externas e internas, como el soplo siempre cambiante del viento sobre un arpa eólica, incitándola con su movimiento a una siempre cambiante melodía. Pero hay un principio en el ser humano, y quizás en todos los seres sensibles, que actúa de modo distinto que en el arpa, produciendo no sólo melodía sino armonía, por un ajuste interno de los sonidos o movimientos así excitados a las impresiones que los excitan. Es como si el arpa pudiese acomodar sus cuerdas a los movimientos de aquello que las pulsa de acuerdo con una determinada proporción de sonido, al igual que el músico puede acomodar su voz al sonido del arpa. Un niño jugando a solas consigo mismo expresará su dicha con su voz y movimientos, y cada inflexión de tono y cada

gesto

mostrarán

una

exacta

relación

con

el

correspondiente contratipo en las impresiones placenteras que los despertaron, será la imagen reflejada de aquella impresión. Y así como el arpa tiembla y suena después de apagarse el viento, el niño, al prolongar en su voz y movimientos la duración del efecto, trata de prolongar 4

también la consciencia de la causa. Estas expresiones son, a los objetos que alegran al niño, lo que la poesía es a objetos superiores. El salvaje (puesto que el salvaje es a las eras lo que el niño es a los años) expresa de una manera similar las emociones que le producen los objetos circundantes y el lenguaje y gesto, junto con la imitación plástica o pictórica, se convierten en la imagen del efecto combinado de esos objetos y de su aprehensión de los mismos. A continuación es el hombre en sociedad, con todas sus pasiones y placeres, el que se convierte en objeto de las pasiones y placeres del hombre; una clase adicional de emociones produce un tesoro incrementado de expresiones; y el lenguaje, el gesto y las artes imitativas, se convierten al mismo tiempo en representación y medio, en pincel y cuadro, en cincel y estatua, en la cuerda y la armonía. Las simpatías sociales, y esas leyes de las cuales (así como de sus elementos) la sociedad resulta, comienzan a desarrollarse desde el instante en que dos seres humanos coexisten. El futuro se halla contenido en el presente tal como la planta en la semilla; y la igualdad, diversidad, unidad, contraste, dependencia mutua, se convierten en los únicos principios capaces de proporcionar los motivos que incitarán la voluntad de un ser social (en cuanto que social) a la acción; y dan lugar al placer en la sensación, la virtud en el sentimiento, la belleza en el arte, la verdad en el 5

razonamiento, el amor en las relaciones entre las personas. De aquí que los hombres, incluso en la infancia de la sociedad, observen un cierto orden en sus palabras y acciones distinto del de los objetos y las impresiones representadas por ellos, hallándose toda expresión sujeta a las leyes de aquello de lo que procede. Pero permítasenos abandonar esas consideraciones más generales que nos llevarían a una investigación de los principios de la sociedad misma y restringir nuestro enfoque al modo en que la imaginación se expresa en sus formas. En la juventud del mundo, los hombres danzan y cantan e imitan los objetos naturales, observando en estas acciones, como en todas las demás, un cierto ritmo u orden. Y aunque todos los hombres observen un orden similar en los movimientos de la danza, en la melodía del canto, en las combinaciones del lenguaje, en la serie de imitaciones de los objetos naturales, no observan un orden idéntico. Porque existe un cierto orden o ritmo para cada una de estas clases de representación mimética del que el oyente o espectador recibe un placer más intenso y más puro que de cualquier otro: el sentido de aproximación a este orden ha sido llamado gusto por los escritores modernos. En la infancia del arte, cada hombre observa un orden que se aproxima en un grado u otro a ése del que resulta el mayor goce; pero la diversidad no es lo bastante 6

patente, en el sentido de hacer perceptibles sus gradaciones, más que en aquellos casos en que el predominio de esta facultad de aproximación a lo bello (pues ha de permitírsenos denominar así a la relación entre este placer supremo y su causa) es muy grande. Los que la poseen en grado sumo son poetas, en el sentido más universal de la palabra, y el goce que resulta de la manera en que expresan la influencia que la sociedad o la naturaleza ejercen sobre sus mentes se comunica a otros y sufre una suerte de reduplicación a causa de esta comunidad. Su lenguaje es vitalmente metafórico, esto es, pone de relieve relaciones entre cosas no percibidas anteriormente y perpetúa esta percepción, hasta que las palabras que las representan se convierten, con el tiempo, en signos de partes o clases de conceptos abstractos en lugar de imágenes o descripciones de pensamientos integrales. Y entonces, si no surgieran nuevos poetas para crear de nuevo las asociaciones que de ese modo se han visto desorganizadas, el lenguaje moriría para todo lo que respecta a los propósitos más nobles de las interrelaciones humanas. Estas similitudes o relaciones han sido sutilmente descritas por lord Bacon como "las mismas huellas de la naturaleza impresas en los diversos elementos del mundo",1 y este autor considera la facultad que las percibe como la mina de axiomas común a 1

Bacon, The Advancement of Learning, libro II, v.3. 7

todo conocimiento. En la infancia de la sociedad, cada autor es necesariamente un poeta porque el lenguaje mismo es poesía. Y ser poeta es captar lo verdadero y lo bello; en una palabra, el bien que existe en la relación y que subsiste, primero, entre existencia y percepción y, después, entre percepción y expresión. Cada lengua original próxima a su fuente es en sí misma el caos de un cíclico poema: la abundancia de lexicografía y las distinciones gramaticales son obra de una era posterior; son, meramente, el catálogo y la forma de las creaciones de la Poesía. Pero los Poetas, o aquellos que imaginan y expresan este orden indestructible, no son sólo los autores del lenguaje y de la música, de la danza y arquitectura, y esculturas y pintura: son los creadores de las leyes, los fundadores de la sociedad civil, los inventores de las artes de la vida y los maestros, capaces de aproximar esa parcial percepción de las fuerzas del mundo invisible (que llamamos religión) a lo bello y lo verdadero. De aquí que todas las religiones originales sean alegóricas y, como Jano, tengan una doble faz, a la vez falsas y verdaderas. Los Poetas, de acuerdo con las circunstancias de la era y nación en las que surgieron, fueron llamados en las épocas tempranas del mundo legisladores o profetas: un poeta, esencialmente, comprende y une en sí mismo estos dos caracteres. No sólo capta el presente tal como es y descubre 8

esas leyes por las cuales deben ordenarse las cosas presentes, sino que contempla el futuro en el presente y sus pensamientos son las semillas de la flor y el fruto de los últimos tiempos. No es que yo afirme que los poetas son profetas en el sentido burdo del término, o que pueden predecir la forma de las cosas con tanta seguridad como preconocen el espíritu de los eventos: tal es la pretensión supersticiosa que haría de la poesía un atributo de la profecía, más que de esta última un atributo de la primera. Un Poeta participa de lo eterno, lo infinito, lo uno: en lo que a sus concepciones se refiere, tiempo y lugar y número es como si no fueran. Las formas gramaticales que expresan los modos de tiempo y la diferencia de personas y la distinción de lugar son perfectamente intercambiables, en lo que a la alta poesía respecta, sin lesionarla como tal poesía. Y los coros de Esquilo y el libro de Job y el Paraíso de Dante nos proporcionarían, más que ningún otro escrito, ejemplos de este hecho, si los límites de este ensayo no vetasen las citas. Las creaciones de la escultura, pintura y música lo ilustran más decididamente aun. Lenguaje, color, forma, incluso los hábitos de acción civil y religiosa, son todos ellos instrumentos y materiales de la

poesía; de hecho, pueden denominarse poesía por esa figura del lenguaje que considera el efecto sinónimo de la causa. Pero 9

poesía

expresa,

en

un

sentido

más

restringido,

las

disposiciones del lenguaje, y especialmente del lenguaje métrico, creadas por esa regia facultad cuyo trono velado reposa en la invisible naturaleza del hombre. Y esto surge de la misma naturaleza del lenguaje, que es una representación más directa de las acciones y pasiones de nuestro ser interior; es susceptible de combinaciones más variadas y delicadas que el color, la forma o el movimiento; y es más plástico y obediente al control de esa facultad de la que depende la creación. Y todo ello porque el lenguaje es producido de forma arbitraria por la Imaginación

y guarda relación con los pensamientos

solamente, mientras que todo el resto de materiales, instrumentos y condiciones del arte están sujetos a relaciones entre ellos mismos que limitan —y se interponen entre— la concepción y la expresión. El primero es como un espejo que refleja, y los últimos como una nube que debilitan, la luz de la que todos ellos son medios de transmisión. De aquí que la fama

de

escultores,

pintores

y

músicos,

aunque

las

capacidades intrínsecas de los grandes maestros de estas artes no desmerezcan en nada de las de aquellos otros que han empleado el lenguaje como jeroglífico de sus pensamientos, no haya igualado nunca a la de los poetas en el sentido restringido de este término... del mismo modo que dos intérpretes de igual destreza extraerán desiguales efectos de 10

un arpa o una guitarra. Sólo la fama de los legisladores y fundadores de religiones, mientras sus instituciones perduran, parece exceder a la de los poetas en sentido estricto. Pero quizá ni merezca la pena preguntarse si ese plus de fama existiría en caso de restar, de lo que a aquéllos realmente les pertenece en su carácter superior de poetas, la celebridad que a menudo proporciona su adulación de las burdas opiniones de la masa. Hemos circunscrito, así pues, el significado de la palabra Poesía dentro de los límites de ese arte que constituye la expresión más familiar y más perfecta de la facultad misma. Es necesario ahora, sin embargo, hacer el círculo más estrecho aun y determinar la distinción entre lenguaje métrico y no métrico, pues la división popular entre prosa y verso resulta inadmisible desde la perspectiva del rigor filosófico. Los sonidos tanto como los pensamientos guardan relaciones entre ellos y con eso que representan, y la percepción del orden de estas relaciones siempre se ha visto conectada con la percepción del orden de las relaciones entre los pensamientos. De aquí que la lengua de los poetas haya mostrado siempre una cierta recurrencia de sonido, uniforme y armoniosa, sin la cual no sería poesía y que resulta casi tan indispensable para la comunicación de su influencia como las palabras mismas, sin referencia a ese orden peculiar. De aquí 11

lo vano de cualquier traducción: tan sabio sería meter una violeta en un crisol a fin de descubrir el principio formal de su color y su aroma como intentar transfundir de un lenguaje a otro las creaciones de un poeta. La planta debe volver a brotar de su semilla so pena de no dar flores: tal es el peso de la maldición de Babel. La observación del modo regular de recurrencia de esta armonía en la lengua de las mentes poéticas, unida a su relación con la música, produce el metro, o un cierto sistema de formas tradicionales de armonía del lenguaje. No es en absoluto esencial, sin embargo, que un poeta acomode su lenguaje a esta forma tradicional para mantener la armonía que constituye su espíritu. Tal práctica es desde luego conveniente y popular, y resulta preferible sobre todo en esas composiciones que incluyen mucha forma y acción; pero todo gran poeta debe inevitablemente innovar, de acuerdo con el ejemplo de sus predecesores, en lo que atañe a la exacta estructura de su peculiar versificación. La distinción entre poetas y prosistas es un vulgar error. A la distinción entre filósofos y poetas nos hemos referido ya. Platón era esencialmente

un

poeta:

no

puede

concebirse

mayor

intensidad que la de la verdad y esplendor de sus imágenes y la melodía de su lenguaje. Rechazó el metro de las formas épicas, dramáticas y líricas, porque buscaba encender una armonía en 12

los pensamientos despojada de figura y acción; y desestimó cualquier plan regular del ritmo que incluyese, bajo formas determinadas, las diversas pausas de su estilo. Cicerón trató de imitar la cadencia de sus periodos pero con poco éxito. Lord Bacon era un poeta. Su lenguaje posee un ritmo dulce y majestuoso que satisface el sentido tanto como la sabiduría casi sobrehumana de su filosofía colma el intelecto: es una tensión que distiende, que hace estallar la circunferencia de la mente del lector para verterse, junto a ella, en el elemento universal con el que guarda perpetua simpatía. Todos los autores de opiniones revolucionarias son tan poetas como inventores, y no en la medida en que sus palabras desvelan la permanente analogía de las cosas por medio de imágenes que participan de la vida de la verdad, sino porque sus periodos son armoniosos y rítmicos y contienen los elementos del verso, y son el eco de la música eterna. Y del mismo modo, esos supremos poetas que han puesto las formas tradicionales del ritmo al servicio de sus temáticas son tan capaces de percibir y enseñar la verdad de las cosas como aquellos que han omitido esa forma. Shakespeare, Dante y Milton (para limitarnos a unos pocos escritores) son filósofos de la más elevada categoría. Un poema es la misma imagen de la vida expresada en los términos de su verdad eterna. La diferencia entre una 13

historia y un poema es que la primera es un catálogo de hechos separados sin otra conexión que la que resulta de tiempo, lugar, circunstancia, causa y efecto. El segundo, por otra parte, es la creación de acciones de acuerdo con las formas inalterables de la naturaleza humana, tal como existen en la mente del creador, que es la imagen de todas las otras mentes. La primera es parcial y se aplica sólo a un definido periodo de tiempo, así como a una cierta combinación de eventos que no pueden volver a ocurrir; el otro es universal y contiene la semilla de la relación con cualesquiera motivos o acciones que tengan cabida en las posibles variedades de la naturaleza humana. El tiempo, que destruye la belleza y utilidad de esa historia de acontecimientos particulares falta de la poesía que debiera vestirla, aumenta las de la Poesía y no deja de dar lugar a nuevas y magníficas aplicaciones de la eterna verdad que aquélla contiene. De aquí que los epítomes hayan sido llamados las polillas de la mera historia,2 puesto que devoran la poesía que hubiera en ella.

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Bacon, The Advancement ofLearning, libro II, ü.4.: "As for the corruptions and morhs of history, which are EPITOMES, the use of them deserveth to be banished". ("En cuanto a esas corrupciones y polillas de la historia que son los EPÍTOMES, su uso merece ser vetado.") 14

El relato de hechos particulares es como un espejo que oscurece y distorsiona lo que debería ser bello; la Poesía es un espejo que hace bello lo distorsionado. Las partes de una composición pueden ser poéticas sin que la composición sea en su conjunto un poema. Una única frase puede considerarse una totalidad incluso cuando se halla en una serie de fragmentos no integrados. Hasta una sola palabra puede ser una chispa de pensamiento inextinguible. Por ello todos los grandes historiadores, Herodoto, Plutarco, Livio, fueron poetas y, aunque el proyecto de estos escritores, especialmente de Livio, les impidió desarrollar esta facultad hasta su grado máximo, compensan abundantemente su sujeción llenando todos los intersticios de sus temas con imágenes vivas. Tras establecer qué es poesía y quiénes son los poetas, estimemos ahora sus efectos en la sociedad. A la poesía la acompaña siempre el placer: todos los espíritus sobre los que desciende se abren para recibir la sabiduría que llega mezclada con su goce. En la infancia del mundo, ni los poetas mismos ni sus oyentes son plenamente conscientes de la excelencia de la poesía, pues ésta actúa de un modo divino y subliminal, más allá y por encima de la consciencia. Y queda para generaciones futuras el contemplar y calibrar los poderosos causa y efecto en toda la fuerza y el 15

esplendor de su unión. Ni siquiera en los tiempos modernos alcanzó ningún poeta vivo la cima de su fama: el jurado que ha de pronunciarse sobre un poeta, perteneciendo éste como pertenece a todos los tiempos, debe estar formado por sus pares, constituido por el Tiempo a partir de los más selectos entre los sabios de muchas generaciones. Un Poeta es un ruiseñor en la oscuridad que canta para reconfortar su solitud con sonidos dulces. Sus oyentes son como hombres en trance por la melodía de un músico oculto: se sienten conmovidos y serenados pero no saben cómo ni por qué. Los poemas de Homero y sus contemporáneos fueron el deleite de la joven Grecia; eran los elementos de ese sistema social que constituye la columna sobre la que toda civilización triunfante reposa. Homero encarnaba la ideal perfección de su era en términos de carácter humano y no podemos dudar de que, en los que leían sus versos, despertaba la ambición de ser como Aquiles, Héctor o Ulises: la verdad y la belleza de la amistad, el patriotismo y la perseverante devoción a un objeto, eran desveladas en estas creaciones inmortales hasta sus mismas profundidades. Los sentimientos de quienes las escuchaban deben de haberse visto refinados y dilatados por la simpatía con tan grandes y admirables personajes, hasta que de la admiración pasaron a la imitación y de la imitación, a identificarse con aquéllos a los que admiraban. Y no se objete 16

que tales personajes están lejos de toda perfección moral y que de ningún modo pueden considerarse modelos edificantes de general imitación. Cada época ha deificado, bajo nombres más o menos engañosos, sus peculiares errores: Venganza es el ídolo desnudo del culto de una era semibárbara y Autoengaño es la Imagen velada de un mal desconocido ante el que la opulencia y la saciedad yacen postradas. Pero un poeta considera los vicios de sus contemporáneos como el ropaje temporal que debe vestir a sus creaciones y que cubre, sin ocultar, las eternas proporciones de su belleza. Se espera que un personaje épico o dramático se cubra con ellos el alma del mismo modo que la antigua armadura o el moderno uniforme visten su cuerpo, por más que sea bien fácil concebir vestimentas más elegantes que cualquiera de los dos. El ropaje accidental no puede llegar a ocultar tanto la hermosura de la naturaleza interna: el espíritu de su forma se comunica al mismo disfraz e indica la forma que encubre por medio del modo en que el sayo es portado. Ni el más bárbaro y burdo vestido impedirá que una forma majestuosa y unos movimientos elegantes se expresen a sí mismos. Pocos poetas de la más alta categoría han decidido exhibir la belleza de sus concepciones en su verdad y esplendor desnudos, y debemos preguntarnos si tal aleación de indumentaria, hábito, etc. no

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será necesaria, al fin y al cabo, a fin de temperar esa música planetaria para oídos humanos. Toda la objeción a la inmoralidad de la poesía, sin embargo, reposa en una falsa concepción respecto del modo en que aquélla actúa para producir el perfeccionamiento moral del hombre. La ciencia ética organiza los elementos que la poesía ha creado y propone modelos y ejemplos de vida civil y doméstica: no es por falta de doctrinas admirables, si los hombres odian y desprecian y censuran y engañan y se subyugan uno a otro. Pero la poesía actúa de una manera distinta y divina. Despierta y amplía la mente misma convirtiéndola

en

el

receptáculo

de

un

millar

de

combinaciones subliminales del pensamiento. La poesía levanta el velo que cubre la belleza oculta del mundo y hace aparecer los objetos familiares como si no lo fueran. Reproduce todo lo que representa, y los personajes vestidos por su luz elísea se erigen a partir de entonces, en las mentes de aquellos que una vez los contemplaron, como monumentos de ese contenido noble y exaltado que se extiende sobre todos los pensamientos y acciones con los que coexiste. El gran secreto de la moral es el Amor, o bien un salir de nuestra propia naturaleza para identificarnos con la belleza que existe en un pensamiento, acción o persona ajenos. Un hombre, para 18

ser excelso, debe imaginar intensa y comprehensivamente, debe ponerse a sí mismo en el lugar de otro y de muchos otros, debe aceptar como propios los placeres y dolores de toda su especie. El gran instrumento del bien moral es la imaginación y la poesía administra el efecto actuando sobre la causa. La poesía

amplía

la

circunferencia

de

la

imaginación

abasteciéndola de pensamientos de un deleite sin cesar renovado; pensamientos que tienen el poder de atraer y asimilar a su propia naturaleza todo otro pensamiento, dando lugar a nuevos intervalos e intersticios cuyo vacío anhela siempre fresco nutrimento. La poesía fortalece esa facultad que constituye el órgano de la naturaleza moral del hombre del mismo modo que el ejercicio fortalece los miembros. Por ello, un poeta haría mal si encarnase sus propias concepciones de lo recto y lo erróneo, que normalmente son las de su tiempo y lugar, en sus creaciones poéticas, que no participan de ninguno de los dos. Al asumir el inferior cometido de interpretar el efecto, en lo que quizás podría llegar al fin y al cabo a obtener algún resultado, aunque imperfecto, renunciaría a la gloria de la participación en la causa. Poco peligro había de que Homero o cualquiera de los poetas eternos llegase a comprender tan mal su función como para abdicar del trono de su más vasto dominio. Aquéllos cuya facultad poética, aunque grande, es menos intensa, como 19

Eurípides, Lucano, Tasso, o Spencer, a menudo han albergado un fin moral y el efecto de su poesía se ha visto disminuido en exacta proporción al grado en que nos fuerzan a percibir su propósito. Homero y los poetas cíclicos fueron seguidos a cierta distancia por los Poetas dramáticos y líricos de Atenas, que florecieron como contemporáneos de todo lo más perfecto en el ámbito de las diversas expresiones de la facultad poética: arquitectura, pintura, música, danza, escultura, filosofía y podríamos añadir incluso las formas de la vida civil. Porque, aunque el proyecto de la sociedad ateniense se hallaba deformado por muchas imperfecciones que la poesía existente en la Caballería y la Cristiandad ha eliminado de los hábitos e instituciones de la Europa moderna, ningún otro periodo ha llegado a desarrollar tanta energía, belleza y virtud. Nunca la fuerza ciega y la forma pertinaz han sido disciplinadas y sometidas hasta tal punto por la voluntad del hombre, o esa voluntad ha sido menos extraña a los dictados de lo bello y lo verdadero, como durante el siglo que precedió a la muerte de Sócrates. De ninguna otra época en la historia de nuestra especie poseemos recuerdos y fragmentos tan visiblemente impresos con la imagen de la divinidad en el hombre. Pero es la Poesía solamente, en la forma, en la acción, o en el lenguaje, la que ha hecho memorable esa época sobre todas las demás y 20

una mina de ejemplos para el tiempo imperecedero. La poesía escrita existió en aquella época simultáneamente con todo el resto de las artes y es ocioso preguntarse cuál proporcionó y cuál recibió la luz; luz que, como si proviniese de un foco común, todas ellas han derramado sobre los periodos más oscuros del tiempo que las siguió. No sabemos de causa y efecto más que el hecho de que ambas constituyen una constante conjunción de eventos: la Poesía siempre se halla en coexistencia con lo que otras artes tributan a la felicidad y perfección del hombre. Me remito a lo ya establecido para distinguir entre causa y efecto. Fue en el periodo aquí señalado cuando el Drama tuvo su nacimiento. Y aunque un escritor posterior puede haber igualado o superado esos escasos y grandes ejemplos de drama ateniense que han llegado hasta nosotros, es un hecho indisputable el que ese arte en sí mismo nunca se ha comprendido y practicado, de acuerdo con su verdadera filosofía, como lo fue en Atenas. Los atenienses se sirvieron del lenguaje, la acción, la música, la pintura, la danza y las instituciones religiosas para producir un efecto común en la representación de los más altos ideales de pasión y poder. Cada división del arte era llevada a su propia perfección por artistas de la más consumada destreza y se la sometía después a una hermosa proporción y unidad con todo el resto. En el 21

escenario moderno se emplean simultáneamente sólo unos pocos de los elementos capaces de expresar la imagen concebida por el poeta. Tenemos tragedia sin música ni danza; música y danza sin los excelsos personajes de los que aquéllas son el apropiado acompañamiento; y tenemos una y otra cosa sin religión ni solemnidad. En efecto, la institución religiosa ha quedado por lo común desterrada del escenario. Nuestro sistema de despojar el rostro del actor de la máscara, en la que las muchas expresiones adecuadas al carácter dramático de aquél quedan convertidas en permanentes e inalterables rictus, favorece sólo a un efecto parcial e inarmónico: al monólogo, momento en el que toda la atención puede concentrarse en algún gran maestro de la imitación ideal. La costumbre moderna de fundir comedia y tragedia, aunque susceptible de grandes abusos en la práctica, constituye sin duda una extensión del círculo dramático, pero la comedia debería ser como en El Rey Lear, universal, ideal y sublime. Es quizás la intervención de este principio lo que determina que la balanza se incline a favor de El Rey Lear y en contra de Edípo Tirano o Agamenon —o, si se quiere, de las trilogías a las que

éstos pertenecen—, a menos que se considere que el intenso poder de la poesía coral, especialmente la de la última obra citada, restablece el equilibrio. El Rey Lear, si es que soporta esta comparación, puede juzgarse el ejemplo más perfecto de 22

arte dramático existente en el mundo, a pesar de las estrechas condiciones a las que el poeta se hallaba sometido por la ignorancia de la filosofía del Drama que ha prevalecido en la moderna Europa. Calderón, en sus Autos Sacramentales, ha intentado satisfacer algunas de las altas condiciones de la representación dramática omitidas por Shakespeare, tales como relacionar drama y religión, y acomodar ambos a la música y la danza. Pero, en cambio, no tiene en cuenta condiciones más importantes aun y, en definitiva, se pierde más que se gana con la substitución de las vivas encarnaciones de la verdad de la pasión humana por los ideales rígidos y repetitivos de una superstición distorsionada. Pero estamos divagando. El autor de Las Cuatro Edades de la Poesía ha obviado prudentemente argumentar sobre el

efecto del Drama en la vida y las costumbres. Porque, si se reconoce al caballero por la divisa de su escudo, sólo tengo que escribir Philoctetes o Agamenón u Otelo sobre el mío para poner en fuga los gigantescos sofismas que lo tienen hechizado: el espejo de una luz intolerable, aunque en el brazo de uno de los más débiles Paladines, puede cegar y dispersar ejércitos enteros de paganos y nigromantes. La relación entre la exhibición escénica y la mejora o la corrupción de las costumbres

de

los

hombres

ha

sido

reconocida

universalmente: en otras palabras, se admite que la presencia 23

o la ausencia de poesía en su forma más perfecta y universal está relacionada con el bien y el mal en la conducta y el hábito. La corrupción que se tiene por efecto del drama comienza cuando la poesía empleada en su constitución termina: me remito a la historia de la costumbres para determinar si los periodos del crecimiento de la una y el declive de la otra no se corresponden con una exactitud comparable a la de cualquier otro ejemplo de causa y efecto morales. El drama en Atenas, o en cualquier otro lugar en que haya podido aproximarse a su perfección, coexistió con la grandeza moral e intelectual de la época. Las tragedias de los poetas atenienses son como espejos en los que el espectador se contempla bajo un fino disfraz de circunstancias, despojado de todo menos de la perfección y energía ideales que cada uno siente como el modelo interno de todo lo que ama, admira y quisiera ser. La imaginación se ve acrecentada por la simpatía con penas y pasiones tan poderosas que dilatan, en el acto de su misma concepción, la capacidad de aquello que las concibe. Los buenos afectos son fortalecidos por la piedad, la indignación, el terror y el infortunio, y en una exaltada calma se prolonga, hasta el tumulto de la vida familiar, la saciedad que produce el elevado ejercicio de esos sentimientos. Incluso el crimen es despojado de la mitad de su horror y de toda posibilidad de contagio al representarlo como la consecuencia 24

fatal de fuerzas insondables de la naturaleza. El error es librado de su premeditación y los hombres ya no pueden estimarlo como resultado de su decisión. En un drama del orden más alto hay poco pábulo para la censura o el odio; aquél enseña más bien autoconocimiento y respeto de uno mismo. Ni el ojo ni la mente pueden verse a sí mismos, si no es reflejados en eso que se les asemeja. El drama, en tanto en cuanto expresa poesía, es un espejo prismático y de muchas facetas que concentra los rayos más brillantes de la naturaleza humana y los divide y reproduce a partir de la simplicidad de estas formas elementales, y les infunde majestad y belleza, y multiplica todo lo que refleja, y lo dota con el poder de propagar sus imágenes por dondequiera que sea. Pero en los periodos de decadencia de la vida social, el drama simpatiza con esa decadencia. La tragedia se convierte en una fría imitación de la forma de las obras maestras de la antigüedad, despojada de todo el armónico acompañamiento de las artes análogas. Y a menudo incluso malinterpreta esa forma, o no es más que un pálido intento de enseñar ciertas doctrinas que el autor tiene por verdades morales y que usualmente no son sino engañosos tributos a un vicio o debilidad groseros de los que el autor está tan infectado como su público. De aquí lo que se ha denominado el drama clásico y doméstico. El Catón de Addison es un ejemplo del primero y 25

ojalá no fuera superfluo citar ejemplos del segundo. A estos propósitos la Poesía no puede someterse. La Poesía es como una espada hecha de la materia del relámpago, siempre desenvainada

porque consume

la

funda

que quisiera

contenerla. Y observamos así que todos los textos dramáticos de esta naturaleza son poco imaginativos en un grado singular: afectan sentimiento y pasión, que, despojados de imaginación, no son sino otros nombres para capricho y apetito. El periodo en nuestra historia de la mayor degradación del drama lo constituye el reinado de Carlos II, cuando todas las formas en las que había llegado a expresarse la poesía se convirtieron en himnos triunfales al poder real sobre la libertad y la virtud. Milton se erigió en solitario, iluminando una era indigna de él. En esos periodos el principio de cálculo impregna todas las formas de la exhibición dramática y la poesía deja de expresarse en ellas. La comedia pierde su ideal universalidad: la agudeza sucede al humor; reímos de triunfo y autocomplacencia en lugar de placer. La malignidad, el sarcasmo y el desprecio suceden a la alegría sana; apenas reímos, pero sonreímos. La obscenidad, que es siempre una blasfemia contra la divina belleza de la vida, se torna, gracias al mismo velo que asume, más activa si bien menos repulsiva: es un monstruo al que la corrupción de

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la sociedad le arroja siempre nuevo nutrimento, que ella devora en secreto. La relación entre la poesía y el bien social es más perceptible en el drama que en ningún otro género, al ser éste la forma en la que pueden combinarse el mayor número de modos de expresión de la poesía. Y resulta indisputable que la máxima perfección de la sociedad humana ha coincidido siempre con la más alta excelencia dramática, del mismo modo que la corrupción o extinción del drama en una nación en la que previamente había florecido señala la corrupción de las costumbres y la extinción de las energías que alimentan el alma de la vida social. Pero, tal como Maquiavelo afirma respecto de las instituciones políticas, esa vida puede preservarse y renovarse si los hombres se muestran capaces de hacer retornar el drama a sus principios. Y esto es verdad en lo que respecta a la poesía en su sentido más amplio: todo lenguaje, institución y forma exigen no sólo ser producidos, sino también mantenidos: la labor y el carácter de un poeta participan de la naturaleza divina tanto en lo que respecta a la providencia como a la creación. La guerra civil, las incursiones de Asia y el fatal predominio de las armas macedonias primero y romanas después, fueron símbolos de la extinción o suspensión de la facultad creativa en Grecia. Los autores bucólicos, que halla 27

ron patronazgo bajo los cultivados tiranos de Sicilia y Egipto, fueron los últimos representantes del más glorioso reinado del arte griego. Su poesía es intensamente melodiosa. Mientras la poesía de la época precedente era como un viento sobre los prados de Junio que mezcla la fragancia de todas las flores del campo y añade un aroma propio, estimulante y armonizador, capaz de conferir a los sentidos el poder de soportar su extremo deleite, la poesía de estos últimos es como el olor del nardo, que satura y enferma al espíritu con su exceso de dulzura. La delicadeza bucólica y erótica en la poesía escrita es correlativa con esa suavidad en la escultura, música y artes análogas, e incluso con las costumbres e instituciones, que distinguen la época a la que ahora nos referimos. Pero no es a la facultad poética en sí misma, ni a ninguna aplicación errónea de la misma, a las que debe imputarse esta falta de armonía. En los escritos de Hornero y Sófocles se halla una similar receptividad a la influencia de los sentidos y los afectos: el primero, sobre todo, ha vestido imágenes sensuales y conmovedoras de irresistibles atractivos. Su superioridad sobre los escritores subsiguientes consiste en la presencia de esos pensamientos que pertenecen a las facultades interiores de nuestra naturaleza, no en la ausencia de aquellos otros que están conectados con las externas. Su incomparable perfección consiste en una armoniosa unión de todo ello. La imperfección 28

de los escritores eróticos no está en lo que poseen, sino en lo que les falta. Si hay que relacionados con la corrupción de su época, es en tanto que no Poetas y no en tanto que verdaderos Poetas. Si esa corrupción hubiera logrado extinguir en ellos la sensibilidad al placer, a la pasión y a los paisajes naturales, esto es, lo que se les reprocha como una imperfección, se habría consumado el último triunfo del mal. Puesto que el fin de la corrupción social es destruir toda sensibilidad al placer; por ello es corrupción. Comienza tanto en la imaginación y el intelecto como en el corazón, y se distribuye desde ahí como un veneno paralizante, a través de los afectos y los mismos apetitos, hasta que todo se convierte en una masa tórpida en la que apenas sobrevive el sentido. Al aproximarse un periodo semejante, la Poesía apela siempre a esas facultades que resultan las últimas en ser destruidas y, como los pasos de Astrea, se oye a su voz alejarse de este mundo. La Poesía comunica siempre todo el placer que los hombres son capaces de recibir: sigue siendo siempre la luz de la vida, la fuente de todo lo que de hermoso, o generoso, o verdadero puede tener cabida en los malos tiempos. No erraríamos al pensar que, entre los opulentos ciudadanos de Siracusa y Alejandría, los menos fríos, crueles y sensuales eran los que gozaban con los poemas de Teócrito. La corrupción debe destruir por completo la urdimbre de la sociedad humana antes de que la Poesía 29

pueda cesar. Nunca han sido desunidos del todo los sagrados eslabones de esa' cadena que, a través de las mentes de muchos hombres, está sujeta a aquellas grandes mentes: de éstas, como si de un imán se tratase, surge una emanación que al mismo tiempo conecta, anima y sostiene la vida de todos. Es la facultad que contiene en sí las semillas de su propia renovación y de la renovación social. Y no circunscribamos los efectos de la poesía erótica a los límites de la sensibilidad de aquellos a quienes estaba dirigida. Puede que éstos percibieran la belleza de aquellas inmortales composiciones simplemente como fragmentos y partes aisladas, mientras que otros mejor organizados o nacidos en una época más afortunada, podrían reconocerlas como episodios de ese gran poema que todos los poetas, al igual que los pensamientos combinados de una gran mente, han ido construyendo desde el principio del mundo. Las mismas revoluciones, a una escala más reducida, tuvieron lugar en la antigua Roma, pero las acciones y las formas de su vida social no parecen haberse hallado nunca tan totalmente saturadas por el elemento poético. Da la impresión de que los romanos consideraron a los griegos los más selectos depositarios de las más selectas formas de las costumbres y la naturaleza, y de que se abstuvieron de crear en lenguaje métrico,

escultura,

música

o

arquitectura,

nada

que 30

mantuviese una particular relación con su propia condición, en lugar de una relación general con la constitución universal del mundo. Pero juzgamos desde una evidencia parcial y juzgamos, quizás, parcialmente. Enio, Varro, Pacuvio y Accio, grandes poetas todos ellos, se han perdido. Lucrecio es el más alto y Virgilio es, en un sentido muy elevado, un creador. La exquisita delicadeza de las expresiones de este último es como una niebla de luz que nos oculta la intensa y extrema verdad de sus concepciones de la naturaleza. Livio es un poeta innato. Sin embargo, Horacio, Catulo, Ovidio y en general el resto de los grandes autores de la era virgiliana, vieron al hombre y a la naturaleza en el espejo de Grecia. También las instituciones y la religión romanas fueron menos poéticas que las de Grecia, al igual que la sombra es menos vívida que la substancia. De aquí que la poesía en Roma pareciese seguir, más que acompañar, a la perfección de la sociedad política y doméstica. La verdadera Poesía de Roma vivió en sus instituciones, pues todo lo que de bello, verdadero y majestuoso contenían éstas sólo podía surgir de la facultad que crea el orden en el que ellas consisten. La vida de Camilo, la muerte de Régulo, la imagen perfectamente serena y divina de los senadores ofrecida a la mirada de los galos victoriosos, el rechazo de la República a firmar la paz con Aníbal tras la batalla de Cannae, no fueron el resultado de un minucioso cálculo de las posibles 31

ventajas personales que, de este ritmo y orden en los entresijos de la vida, se derivarían para aquellos que al mismo tiempo fueron los poetas y actores de semejantes dramas inmortales. La imaginación que contempla la belleza de este orden lo creó a partir de sí misma y de acuerdo con su propia idea: la consecuencia fue el imperio y la recompensa, fama imperecedera. Tales cosas no dejan de ser poesía quia carent vate sacro3. Son los episodios del cíclico poema escrito por el

Tiempo en la memoria de los hombres. El Pasado, al igual que un inspirado rapsoda, colma de su armonía el teatro de las perdurables generaciones. Por fin culminó el antiguo sistema de religión y costumbres el ciclo de sus revoluciones. Y el mundo habría caído en completa anarquía y tinieblas, si no se hubieran hallado poetas entre los autores de los sistemas cristiano y caballeresco de las costumbres y religión, que crearon formas de opinión y de acción nunca antes concebidas; formas que, copiadas en las imaginaciones de los hombres, resultaron ser como

generales

para

las

huestes

perplejas

de

sus

pensamientos. Es ajeno al propósito del presente escrito tratar del mal producido por estos sistemas, pero sí afirmamos, de acuerdo con los principios ya establecidos, que ninguna

3

"Porque les falte un poeta sagrado" (Horacio, Odas, IX, 28). 32

porción del mismo puede imputársele a la poesía que aquéllos contienen. Es probable que la asombrosa poesía de Moisés, Job, David, Salomón e Isaías, haya producido un enorme efecto en la mente de Jesús y sus discípulos. Los fragmentos dispersos preservados para nosotros por los biógrafos de esta extraordinaria personalidad están todos ellos nutridos de la más vívida poesía. Sus doctrinas, no obstante, parecen haberse distorsionado rápidamente. Tras cierto periodo de prevalencia de un sistema de opiniones fundado en las promulgadas por él, las tres formas en las que Platón distribuyera las facultades de la mente sufrieron una suerte de apoteosis y se convirtieron en el objeto del culto del mundo civilizado. Aquí hay que confesar que la "Luz parece espesarse y que El cuervo torna el ala hacia el bosque donde habita, Las buenas cosas del día a decaer empiezan y a dormirse y las negras presencias nocturnas a sus presas persiguen.4

Pero nótese qué orden tan hermoso ha surgido del polvo y la sangre de este caos fiero. Como resucitado y planeando con las 4

Shakespeare, Macbeth, III.ii.50-53 33

alas doradas de la esperanza y el conocimiento, el Mundo ha retornado su vuelo todavía enérgico hacia los Cielos del tiempo. Escuchad la música, extraña a los oídos externos, que es como un viento invisible e incesante y nutre su camino imperecedero de fuerza y rapidez. La poesía en las doctrinas de Jesucristo y en la mitología e instituciones de los célticos conquistadores del imperio roman05 sobrevivió a la oscuridad y convulsiones relacionadas con el crecimiento y la victoria de estos últimos, y aquéllas se fundieron dando lugar a un nuevo entramado de opinión y costumbres. Es un error atribuir la ignorancia de las edades oscuras a las doctrinas cristianas o al predominio de las naciones celtas. Sea cual sea el mal que sus influencias pudieran contener, éste surgía de la extinción del principio poético, relacionada con el progreso del despotismo y la superstición. Los hombres, a causa de factores demasiado intrincados para discutidos aquí, se habían vuelto egoístas e insensibles; su voluntad se había hecho débil y ellos, por tanto, esclavos de la voluntad de otros. La concupiscencia, el miedo, la avaricia, la crueldad y el fraude, caracterizaban a una raza en la que no había nadie capaz de creación en términos de 5

Parece que Shelley aquí usa 'céltico' en el sentido griego original de tribus bárbaras nórdicas. 34

forma, institución o lenguaje. Las anomalías morales de semejante estado de la sociedad no pueden atribuirse sin más a cualquier clase de eventos directamente relacionada con aquéllos, y los acontecimientos que más merecen nuestra aprobación son los que tenían el poder de disolver tal estado del modo más expeditivo. Resulta desafortunado para los que no pueden distinguir las palabras de los pensamientos que muchas de estas anomalías se hayan incorporado a nuestra religión popular. Fue en el siglo undécimo cuando los efectos de la poesía de los sistemas cristiano y caballeresco empezaron a manifestarse. El principio de igualdad había sido descubierto y aplicado por Platón en su República, en cuanto que regla teórica para la distribución entre los seres humanos de los materiales del placer y el poder producidos por las comunes habilidades y labor de aquéllos. Según él, las limitaciones a esta regla debían ser determinadas sólo por la sensibilidad de cada uno o por la utilidad del resultado para todos. Platón, siguiendo las doctrinas de Timeo y Pitágoras, enseñó también una doctrina moral e intelectual que comprendía al mismo tiempo el pasado, presente y futuro de la condición del hombre. Jesús divulgó las sagradas y eternas verdades contenidas en estas teorías y la cristiandad, en su abstracta pureza, se convirtió en la expresión exotérica de las doctrinas 35

esotéricas de la poesía y la sabiduría de la antigüedad. La incorporación de las naciones célticas a la exhausta población del Sur imprimió en esta última la figura de la poesía contenida en la mitología e instituciones de las primeras. El resultado fue la suma de la acción y reacción de todas las causas incluidas en ello, pues puede aceptarse como máxima que ninguna nación o religión puede substituir a otra sin incorporar algo, al menos, de aquélla a la que substituye. La abolición de la esclavitud personal y doméstica y la emancipación de las mujeres, en lo que a gran parte de las restricciones que les impusiera la antigüedad se refería, fueron algunas de las consecuencias de estos eventos. La abolición de la esclavitud personal constituye la base de la esperanza política más alta que el hombre pueda concebir. La libertad de las mujeres produjo la poesía erótica. El amor se convirtió en religión y los ídolos de su culto, en presencias constantes. Fue como si las estatuas de Apolo y las Musas hubiesen cobrado vida y movimiento para caminar entre sus devotos, de forma que la tierra fuese poblada por los habitantes de un mundo más divino. La apariencia y proceder familiares de la vida se hicieron celestiales y milagrosos, y fue como si surgiese un paraíso de las ruinas del Edén. Y tal como esta creación era en sí misma poesía, poetas fueron sus creadores y el lenguaje, el instrumento de su arte: "Galeotto fu 36

illibro, e chi lo scrisse."6 Los trovadores o inventores provenzales precedieron a Petrarca, cuyos versos son como sortilegios capaces de liberar las más profundas fuentes encantadas de la dicha que existe en las penas de Amor. Es imposible sentidos y no volverse parte de esa belleza que contemplamos: resultaría superfluo explicar de qué modo la gentileza y la elevación mental relacionadas con estas sagradas emociones pueden hacer a los hombres más afables, más generosos, más sabios, y alzados por encima de los opacos vapores del pequeño mundo del egoísmo. Dante comprendió los secretos del amor aun mejor que Petrarca. Su Vita Nuova es una fuente inagotable de pureza de sentimiento y de lenguaje: es la historia idealizada del periodo e intervalos de su vida dedicados al amor. La apoteosis de Beatriz en el Paraíso y los grados del amor del poeta, así como de los encantos de su amada -escalones por los que finge ascender hasta el trono de la Causa Suprema-, constituyen la más gloriosa imaginación de la poesía moderna. Los críticos más perspicaces han dado la vuelta apropiadamente al juicio del vulgo y al orden de los grandes actos de La Divina Comedia, en el sentido de la admiración que tributan al Infierno, Purgatorio y Paraíso. El último es un himno perpetuo del amor imperecedero. El amor, que entre los antiguos halló un poeta digno en Platón 6

"Galahad fue el libro y quien lo escribió" (Dante, lnferno, V.13?). 37

únicamente, ha sido celebrado por todo un coro de los grandes autores del mundo renovado, y su música ha penetrado las cavernas de la sociedad y sus ecos ahogan todavía la disonancia de las armas y la superstición. A intervalos sucesivos, Ariosto, Tasso, Shakespeare, Spenser, Calderón, Rousseau y los grandes escritores de nuestra propia era han celebrado el dominio del amor plantando en la mente humana, por decido así, trofeos de esa sublime victoria sobre la sensualidad y la fuerza. La verdadera relación entre los sexos que caracteriza a la especie humana ha empezado a comprenderse algo mejor y, si las opiniones e instituciones de la moderna Europa han llegado a reconocer parcialmente el error de confundir la diversidad entre los sexos con la desigualdad de sus capacidades, ello se lo debemos al culto del que la Caballería fue ley y los poetas, sus profetas. La poesía de Dante puede considerarse el puente tendido sobre la corriente del tiempo, uniendo el mundo moderno con el antiguo. Las distorsionadas nociones de cosas invisibles que Dante y su rival Milton idealizaron no son más que la capa y la máscara con las que estos grandes poetas marchan, disfrazados, embozados, a través de la eternidad. No resulta fácil determinar hasta qué punto fueron ellos conscientes de la distinción, que debió de subsistir de algún modo en sus mentes, entre sus propios credos y los del pueblo. Al menos 38

Dante parece haber querido señalar claramente esa diferencia colocando a Ripheo, al que Virgilio llama justissimus unus, en el Paraíso y revelando así un capricho de lo más herético en lo que a la distribución de recompensas y castigos se refiere. El poema de Milton, por otra parte, contiene una refutación filosófica de ese sistema del que, por una extraña y al tiempo natural antítesis, aquél ha constituido un apoyo popular de primer orden. Nada puede superar la energía y magnificencia del personaje de Satán encarnado en el Paraíso Perdido. Es un error suponedo destinado a la personificación popular del mal. Odio implacable, paciente astucia y una acechante y refinada habilidad para la estratagema a fin de infligir la angustia más extrema al enemigo, son las cosas que definen el mal. Y aunque veniales en el esclavo, no pueden perdonarse en el tirano. Y aunque redimidas en el caído por mucho de lo que ennoblece su derrota, están marcadas por todo lo que deshonra la conquista del vencedor. Como entidad moral, el Diablo de Milton es muy superior a su Dios, del mismo modo que alguien que persevera en un propósito tenido por excelente a pesar de la adversidad y la tortura lo es a otro que, en la fría seguridad de un triunfo indubitable, inflige la más espantosa venganza a su rival; y ello no con el fin desacertado de hacerle arrepentirse de su enemistad, sino con el objetivo declarado de exasperado e inducido a merecer nuevos 39

tormentos. Milton ha violado el credo popular (si es que a esto puede llamársele violación) hasta el punto de haber negado a su Dios la superioridad moral sobre su Demonio. Y tan valiente omisión de un propósito moral directo es la prueba más decisiva de la supremacía del genio de este poeta. Milton mezcló, por así decido, los elementos de la naturaleza humana como colores en una misma paleta y los usó para su gran composición de acuerdo con las leyes de la verdad épica, esto es, las leyes de ese principio por el que una serie de acciones del universo externo y de seres inteligentes y éticos es destinada a provocar la simpatía de sucesivas generaciones de la humanidad. La Divina Comedia y el Paraíso Perdido han proporcionado una forma sistemática a la mitología moderna y, cuando el tiempo y el cambio hayan añadido una superstición más al número de las que se han alzado y derrumbado sobre la tierra, los comentadores se dedicarán eruditamente a dilucidar la religión de la antigua Europa, no del todo olvidada pues un día fue tocada con la eternidad del gemo. Homero fue el primer poeta épico y Dante el segundo, es decir, el segundo poeta cuyas creaciones guardan una relación inteligible y definida con el conocimiento, sentimiento, religión y las condiciones políticas de la época en que vivió y de las edades siguientes, y se desarrollan en correspondencia 40

con estas últimas. Lucrecio manchó las alas de su ágil espíritu con los posos del mundo sensible. Virgilio, con una modestia que mal correspondía a su genio, afectó la pose de un imitador a pesar de que creaba de nuevo todo aquello que copiaba. Y aunque dulces fueron las notas de Apolonio de Rodas, Quinto Calaber de Esmirna, Nonno, Lucano, Estacio o Claudiano, ninguna de estas aves de repetición trató siquiera de satisfacer la mínima condición de la verdad épica. Milton fue el tercer Poeta Épico. Pues si el título épico en su sentido más alto debe serle negado a la Eneida, menos aun puede concedérseles al Orlando Furioso, Jerusalén Liberada, Las Lusiadas o La Reina Hada.7 Tanto Dante como Milton se hallaban profundamente penetrados por la antigua religión del mundo civilizado y el espíritu de esta última existe en su poesía, probablemente, en la misma proporción en que sus formas sobrevivieron en el culto no reformado de la moderna Europa. El primero precedió y el segundo siguió la Reforma a intervalos equivalentes. Dante fue el primer reformador religioso y, si Lutero lo superó, fue más en rudeza y acrimonia que en la audacia de sus censuras a la usurpación papal. Dante fue el primero en despertar a la hipnotizada Europa; creó, a partir 7

Obras, respectivamente, de Ariosto y Tasso en italiano, Luis de Camoens en portugués y del dramaturgo isabelino Edmund Spenser. 41

de un caos de discordantes barbarismos, una lengua que era música y persuasión. Fue él quien congregó a los grandes espíritus que presidieron la resurrección del cultivo del conocimiento; el Lucifer8 de ese tropel de estrellas que en el siglo XIII brillaron desde la Italia republicana como desde un cielo, iluminando las tinieblas de un mundo anonadado. Sus mismas palabras están impregnadas de espíritu; cada una de ellas es una chispa de luz, un átomo ardiente de inextinguible pensamiento, y muchas yacen todavía cubiertas por las cenizas de su nacimiento, preñadas con un relámpago que no ha encontrado aún el medio en que fulgurar. Toda alta poesía es infinita,

es

como

la

primera

bellota,

que

contenía

potencialmente todos los robles. Puede retirársele velo tras velo sin que la más íntima y hermosa desnudez de su significado llegue a quedar expuesta. Un gran Poema es un manantial rebosante para siempre de aguas de dicha y sabiduría: cuando una persona y una época han agotado toda su divina emanación, cuyas peculiares relaciones les permiten compartir, otras y aun otras les suceden desarrollando siempre

nuevas

relaciones,

fuente

de

imprevisto

e

inconcebible deleite. La era que siguió directamente a la de Dante, Petrarca y Bocaccio se caracterizó por un renacer de la pintura, escultura, 8

'Portador de la Luz', estrella de la mañana. 42

música y arquitectura. Chaucer captó la sagrada inspiración y por ello la superestructura de la literatura inglesa está basada en los materiales de la invención italiana. Pero no nos desviemos de la defensa de la Poesía hacia una historia crítica de la misma y su influencia en la Sociedad. Baste haber señalado los efectos de los poetas, en el sentido amplio y verdadero del término, sobre su tiempo y todos los tiempos sucesivos y haber retomado los ejemplos parciales citados en Las Cuatro Edades de la Poesía aunque, en este caso, sea para sustentar la opinión contraria de la establecida allí. Ahora bien, se ha pretendido arrebatar la corona cívica de los poetas para entregársela a razonadores y mecánicos de acuerdo con otro pretexto. Se admite que el ejercicio de la imaginación es de lo más delicioso, pero se añade que el de la razón es más útil. Examinemos, en cuanto que fundamento de esta distinción, qué se quiere decir con Utilidad. El placer o el bien en general es lo que busca la consciencia de un ser sensitivo e inteligente y aquello en lo que, una vez hallado, se complace. Hay dos tipos de placer: uno perdurable, universal y permanente, y otro transitorio y particular. La utilidad puede expresar o bien los medios de producir el primero, o bien los medios de producir el segundo. En el primer sentido, todo lo que fortalece y purifica los afectos, amplía la 43

imaginación y añade espíritu al sentir es útil. Pero el significado que parece haber dado a la palabra utilidad el autor de Las Cuatro Edades de la Poesía es más estrecho, el que consiste en eliminar las importunas necesidades de nuestra naturaleza animal, hacer segura la vida de las gentes, ahuyentar los más groseros engaños de la superstición y establecer un grado de tolerancia mutua entre los hombres compatible con las motivaciones surgidas del deseo de ventaja personal. No cabe duda de que quienes propugnan la utilidad en este sentido limitado tienen su función en la sociedad. Siguen los pasos de los poetas y copian bosquejos de sus creaciones en el libro de la vida ordinaria. Crean espacio y proporcionan tiempo. Sus esfuerzos resultan del más alto valor, siempre y cuando ciñan su administración de los asuntos de los poderes inferiores de nuestra naturaleza a su área específica, sin invadir la de las facultades superiores. Ahora bien, mientras el escéptico

destruye

groseras

supersticiones,

que

evite

desfigurar, tal como ciertos escritores franceses lo han hecho, las verdades eternas inscritas en la imaginación de los hombres. Mientras el mecánico abrevia, resume, y el economista político crea sus alianzas, ejerce su influencia, que se

cuiden

de

que

sus

especulaciones,

por

falta

de

correspondencia con esos primeros principios que pertenecen 44

a la imaginación, tiendan a exasperar al mismo tiempo los extremos del lujo y la necesidad, tal como ha ocurrido en la Inglaterra moderna. Éstos han ejemplificado el dicho: "Al que posee, más le será dado; y al que no tiene, lo poco que tiene se le arrebatará."9 Los ricos se han hecho más ricos y los pobres, más pobres; y el bajel del estado va a la deriva entre las Escila y Caribdis de la anarquía y el despotismo. Tales son siempre los efectos de un exacerbado ejercicio de la facultad calculadora. Es difícil definir el placer en su más alto sentido, puesto que semejante definición implica una serie de aparentes paradojas. Y ello porque, debido a un inexplicable defecto de armonía en la constitución de la naturaleza humana, el dolor de las partes inferiores de nuestro ser está frecuentemente relacionado con los placeres de las superiores. La tristeza, el terror, la angustia, la misma desesperación son a menudo escogidas expresiones de una aproximación al bien más elevado. Nuestra afición a la ficción trágica depende de este principio: la tragedia deleita porque proporciona una sombra del placer que existe en el dolor. Éste es el origen también de la melancolía que acompaña siempre a las melodías más dulces. El placer que hay en la pena es más dulce que el placer del placer mismo. Y de ahí el dicho: "Más vale ir a la casa del 9

Mateo, 25:29; Marcos, 4:25; Lucas, 8:18, 19:26. 45

duelo que a la casa del regocijo."10 No es que la especie más elevada de placer esté necesariamente unida al dolor. La dicha del amor y la amistad, el éxtasis en la admiración de la naturaleza, el gozo en la percepción y -más aun- en la creación de la poesía, a menudo son sentimientos sin ninguna mezcla. Producir y asegurar el placer en este sentido elevado es auténtica utilidad. Los que producen y preservan esta forma de placer son Poetas o filósofos poéticos. Los esfuerzos de Locke, Hume, Gibbon, Voltaire, Rousseau, y sus discípulos, a favor de la engañada y oprimida humanidad, merecen la gratitud de todos nosotros. Sin embargo, es fácil calcular el grado de desarrollo moral e intelectual que el mundo habría mostrado de no haber existido ellos. Algo más de sinsentido se habría discutido durante un siglo o dos y puede que unos cuantos hombres, mujeres y niños más hubieran ardido como herejes. Puede, incluso, que en este momento no estuviéramos felicitándonos por la abolición de la Inquisición española. Pero excede toda imaginación lo que hubiera sido la condición moral del mundo de no haber existido Dante, Petrarca, Bocaccio, Chaucer, Shakespeare, Calderón, lord Bacon o Milton; si no hubieran nacido ni Miguel Ángel ni Rafael; si no se hubiera traducido nunca la poesía hebrea; si el renacimiento del estudio de la 10

Eclesiastés, 7:2. 46

literatura griega no hubiera tenido lugar; si no hubiera llegado hasta nosotros ningún monumento de la escultura antigua; o si la poesía de la religión del mundo antiguo se hubiera extinguido con su credo. Nunca habría podido la mente humana, excepto por la intervención de estos factores, haber despertado a la invención de las ciencias ordinarias y a la aplicación del razonamiento analítico a las aberraciones de la sociedad... ejercicio que ahora se intenta exaltar por encima de la expresión directa de la facultad inventiva y creativa misma. Poseemos más sabiduría moral, política e histórica que la que somos capaces de poner en práctica; tenemos más conocimiento científico y económico del que podemos aplicar a la justa distribución del producto que aquél multiplica. La poesía en estos sistemas de pensamiento queda oculta por la acumulación de hechos y de procesos de cálculo. No falta conocimiento en lo que respecta a la moral, gobierno y economía política, o al menos en lo que respecta a lo que es mejor y más sabio de lo que los seres humanos practican y soportan ahora. Pero dejamos que un "No me atrevo espere al yo quisiera, como el pobre gato del adagio."11 Queremos que la

facultad creativa imagine eso que conocemos; queremos que el impulso generoso ponga en práctica eso que imaginamos; 11

Shakespeare, Macbeth, I.vii.44-45. El adagio, citado en los Proverbios de Heywood, un contemporáneo de Shakesperare, es: Catus amat pisces, sednon vult tingere plantas (El gato quiere peces y no mojarse los pies). 47

queremos la poesía de la vida: nuestros cálculos han dejado atrás toda concepción; hemos comido más de lo que podemos digerir. El cultivo de las ciencias que han ampliado los límites del imperio del hombre sobre el mundo externo ha reducido, por falta de la facultad poética, el mundo interior. Y el hombre, tras haber esclavizado a los elementos, sigue siendo, él mismo, un esclavo. ¿A qué atribuiremos el abuso de toda invención destinada a simplificar y concertar el trabajo, para exacerbación de la desigualdad humana, sino al cultivo de las artes mecánicas en un grado desproporcionado a la intervención de la facultad creativa, que es la base de todo conocimiento? ¿De qué otra causa procede el que los descubrimientos que debieran haber aliviado la maldición impuesta a Adán le hayan añadido un peso aun mayor? La Poesía y el principio del Yo, del que el dinero es la encarnación visible, son el Dios y el Mammón del mundo. Las funciones de la facultad poética son dobles: por medio de unas, crea nuevos materiales de conocimiento, poder y placer; por medio de otras, genera en la mente el deseo de reproducidos y organizarlos de acuerdo con ciertos ritmo y orden que pueden denominarse lo bello y lo bueno. Nunca resulta tan deseable el cultivo de la poesía como en periodos en que, debido a un exceso del principio egoísta y calculador, la acumulación de materiales de la vida externa 48

supera la capacidad de asimilarlos de acuerdo con las leyes internas de la naturaleza humana. El cuerpo se ha hecho entonces demasiado inmanejable para aquello que lo anima. La Poesía es, en efecto, algo divino. Es al mismo tiempo el centro y la circunferencia del conocimiento; es lo que comprende toda ciencia y aquello a lo que toda ciencia debe referirse. Es a un tiempo la raíz y la flor de todos los demás sistemas de conocimiento: todo brota de ella, y ella todo lo adorna. Es aquello que, marchito, hace imposible el fruto y la semilla, y niega al mundo estéril el alimento tanto como la sucesión de retoños en el árbol de la vida. Es la faz perfecta y consumada de las cosas, su última floración; es lo que el olor y el color de la rosa a la textura de los elementos que la componen, lo que la forma y esplendor de la belleza impollita a los secretos de la anatomía y la corrupción. ¿Quésería de la Virtud, Amor, Patriotismo y Amistad, qué de este hermoso Universo que habitamos, qué consuelos tendríamos a este lado de la sepultura, y cuáles serían nuestras aspiraciones más allá de ella, si la Poesía no ascendiera a las alturas para portarnos luz y fuego de esas regiones eternas a las que la facultad calculadora, con sus alas de lechuza, no se atreve a remontarse? La Poesía no es como el razonamiento, un poder que debe ejercerse de acuerdo con la determinación de la voluntad. No puede decir un hombre: "Voy a componer 49

poesía." Ni siquiera el más grande de los poetas puede decirlo, pues la mente en el acto de creación es como un ascua mortecina que una influencia invisible, al igual que un viento inconstante, despierta a un transitorio resplandor. Este poder surge desde dentro, como el color de una flor que se debilita y cambia a medida que se desarrolla, sin que la parte consciente de nuestra naturaleza pueda anticipar su arribada o su partida. Si esta influencia perdurase en su pureza y fuerza originales, es imposible predecir la grandeza de sus resultados. Pero, cuando la composición comienza, la inspiración está ya en su declive y la poesía más gloriosa que jamás haya sido comunicada al mundo no es, probablemente, sino una debilitada sombra de la concepción original del poeta. Apelo a los más grandes Poetas de hoy en día para determinar si es un error o no el decir que los pasajes más logrados de la poesía son el resultado de la labor y el estudio. El esfuerzo y el plazo recomendado por los críticos no significa nada más que una cuidadosa observación de los momentos inspirados y una conexión artificial de sus sugestiones salvando los espacios entre ellas por medio de una urdimbre de

expresiones

convencionales:

necesidad

impuesta

únicamente por las limitaciones de la misma facultad poética. Milton concibió el Paraíso Perdido como una totalidad antes de afrontar sus partes. También nos confirma su autoridad 50

que la Musa le "dictó" su "impremeditado canto"12, y que responda esto a aquellos que alegan las cincuenta y seis diversas lecturas del primer verso del Orlando Furioso. Composiciones así producidas son a la poesía lo que el mosaico a la pintura. Este instinto e intuición de la facultad poética resulta aun más perceptible en las artes plásticas y pictóricas: una gran estatua o cuadro crecen bajo el poder del artista como un niño en el seno de su madre y la misma mente que dirige las manos formadoras es incapaz de dar cuenta del origen, gradaciones o medios del proceso. La Poesía constituye la crónica de los mejores y más dichosos momentos de las mentes mejores y más dichosas. Percibimos evanescentes visitaciones de pensamiento y sentimiento asociadas a veces con lugares o personas, relativas otras veces sólo a nuestra propia mente, y siempre llegando imprevistas para partir a su antojo, pero estimulantes y deliciosas más allá de toda expresión. Tanto que incluso en el anhelo y nostalgia que dejan no puede haber más que placer, participando aquéllos como lo hacen de la naturaleza de su objeto. Es como si se tratase de la interpenetración de nuestra naturaleza por otra más divina, pero sus pasos son como los del viento sobre el mar, que la calma subsiguiente borra y cuyo recuerdo queda sólo en la arena corrugada que lo pavimenta. 12

Milton, Paraíso Perdido, IX.21-24 51

Éstas

y

otras

condiciones

correspondientes

son

experimentadas, sobre todo, por aquellos que poseen la sensibilidad más delicada y la imaginación más vasta, y el estado mental producido por ellas es incompatible con cualquier deseo abyecto. El entusiasmo de la virtud, el amor, el patriotismo y la amistad está esencialmente vinculado a estas emociones y, mientras duran, el yo aparece como lo que es, un mero átomo en comparación con el Universo. Los poetas no sólo son receptivos a estas experiencias en cuanto que espíritus de la más refinada organización, sino que pueden colorear todo aquello que combinan con las tonalidades evanescentes de este mundo etérico. Una palabra, un rasgo en la representación de una escena o de una pasión, tocará esa ¡fibra encantada y reanimará, en aquellos que alguna vez han experimentado estas emociones, la dormida, fría, sepultada imagen pasado. La poesía hace inmortal así todo lo mejor y más bello de este mundo. Detiene las vanecientes apariciones que pueblan los interlunios de la vida y, cubriéndolas de un velo de palabras o de forma, las envía entre la humanidad portando dulces nuevas de análoga dicha a aquéllos con los que sus hermanas moran -moran, porque no hallan un portal de expresión entre las cavernas del espíritu que habitan y el universo de las cosas externas. La

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poesía salva de su declinar a las visitaciones de la divinidad en el hombre. La poesía vuelve todas las cosas amables. Exalta la belleza de lo bello y añade hermosura a lo más deforme. Marida exultación y horror, dolor y placer, eternidad y cambio; fuerza a la unión, bajo su yugo liviano, a todo lo irreconciliable. Transmuta todo lo que toca y cada forma bajo el fulgor de su presencia es transformada, por medio de una extraordinaria simpatía, en una encarnación del espíritu que aquélla respira. Su secreta alquimia torna en oro potable las aguas ponzoñosas que desde la muerte fluyen a través de la vida. Arranca al mundo su velo de familiaridad y pone al descubierto la desnuda y dormida belleza que constituye el espíritu de sus formas. Todas las cosas existen en cuanto que percibidas, al menos en relación al perceptor. "La mente es su propio espacio y puede hacer del infierno un cielo, del cielo un infierno." Pero la poesía anula la maldición que nos encadena al accidente de las impresiones circundantes. Y ya despliegue su historiado cortinaje o retire de la escena de las cosas el velo oscuro de la vida, crea para nosotros un ser dentro de nuestro ser. Nos hace habitantes de un mundo para el que el mundo familiar es un caos. Reproduce el universo común del que nosotros somos partes y perceptores purgando nuestra visión 53

interior de la telilla de familiaridad que nos vela el milagro de nuestro ser. Nos obliga a sentir lo que percibimos y a imaginar lo que conocemos. Crea de nuevo el universo tras haber sido éste aniquilado en nuestras mentes por la recurrencia de impresiones embotadas de pura iteración. Y justifica a Tasso cuando valiente y justamente dice: "Non merita no me di creatore, se non Iddio ed il Poeta. "13 Un Poeta, en cuanto que autor para otros de la sabiduría, placer, virtud y gloria más altos, debería ser en su persona el más feliz, más sabio, más ilustre y mejor de los hombres. Por lo que respecta a su gloria, que el Tiempo declare si la fama de cualquier institutor de la vida humana es comparable a la de un poeta. Que es el más sabio, feliz y el mejor, en cuanto que poeta, resulta igualmente incontrovertible: los grandes poetas han sido hombres de la más impecable virtud, de la prudencia más

consumada

y,

si

pudiésemos

contemplar

las

interioridades de sus vidas, han sido también los más afortunados de los hombres. Las excepciones, en lo que respecta a aquellos que poseen la facultad poética en un grado elevado pero algo inferior, confirman más que anulan esta regla, si se las considera en su justa medida. Pongámonos por un momento a la altura del juicio popular y, usurpando y uniendo en nuestra persona los incompatibles aspectos del 13

“No merece el nombre de Creador sino Dios y el Poeta". 54

acusador, testigo, juez y ejecutor, decidamos sin juicio, testimonio o formalidad que ciertos rasgos de aquellos que "ocupan lugares allí donde nosotros no nos atrevemos a remontarnos"14 son reprensibles. Asumamos que Homero fuese un borracho, Virgilio un adulador, Horacio un cobarde, Tasso un demente, lord Bacon un especulador, Rafael un libertino, y Spenser un poeta laureado. Sería inconsistente aquí para nosotros citar a poetas vivos, pero la Posteridad ha hecho amplia justicia a los grandes nombres referidos. Sus errores han sido sopesados y considerados nada más que polvo en la balanza; si sus pecados "eran escarlata, son blancos ahora como la nieve",15 han sido lavados en la sangre del Tiempo mediador y redentor. Observad en qué caos absurdo se han mezclado las imputaciones de crimen real o ficticio con las calumnias contemporáneas contra la poesía y los poetas; pensad qué pocas cosas son lo que parecen o parecen lo que son; fijaos en vuestras propias razones y no juzguéis a fin de no ser juzgados. Tal como se ha dicho, la poesía difiere de la lógica en que no está sujeta al control de los poderes activos de la mente y en

que

su

surgimiento

o

recurrencia

no

guarda

necesariamente relación con la consciencia o voluntad. 14 15

Milton, Paraiso Perdido, IV.829. Isaias 1, 1:18. 43 Mateo, 7: 1. 55

Resulta presuntuoso creer que éstas son las condiciones necesarias de toda causación mental, cuando se experimentan efectos mentales que no son susceptibles de atribuirse a ellas. La recurrencia frecuente del poder poético, puede muy bien suponerse, producirá en la mente un hábito de orden y armonía correlativo a su propia naturaleza y a sus efectos en otras mentes. Pero en los intervalos de la inspiración, y éstos pueden ser frecuentes sin ser duraderos, el poeta se vuelve un hombre y queda abandonado al brusco reflujo de las influencias bajo las que los demás viven normalmente. Ahora bien, puesto que está organizado de una manera más delicada que otros hombres y es más sensible al dolor y al placer, propios y ajenos, hasta un grado desconocido para el resto, evitará el primero y perseguirá al segundo con un ardor proporcional a su diferente naturaleza. Y se hace detestable y objeto de calumnia cuando ignora aquellos casos en los que estos objetos de universal búsqueda y evitación se han disfrazado el uno del otro. Pero no hay nada necesariamente maligno en este error; y así se observa que ni la crueldad, ni la envidia, ni la venganza, ni la avaricia, ni las pasiones puramente maléficas se han contado entre las imputaciones populares formuladas contra las vidas de los poetas.

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He creído importante para la causa de la verdad dar constancia de estas reflexiones a medida y en el orden en que acudían a mi mente al ponerme a considerar este tema, en lugar de seguir el del tratado que me ha inducido a hacedlas públicas. Así, aunque exentas de la formalidad de una réplica polémica, si la opinión que contienen es acertada, constituirán una refutación de Las Cuatro Edades de la Poesía, o cuando menos de todo lo que respecta a la primera parte de su exposición. No me cuesta imaginar qué ha concitado la bilis del cultivado e inteligente autor del texto y me confieso, como él, reacio a dejarme asombrar por las Teseidas de los roncos Codros de nuestra época. Bavio y Maevio fueron sin duda personas insufribles. Pero compete al crítico filosófico distinguir más que confundir. La primera parte de estas reflexiones trata de los elementos y principios de la Poesía y se ha mostrado, en la medida en que los estrechos límites asumidos en ella lo han permitido, que lo que se llama poesía en sentido restringido tiene un origen común con todo el resto de formas de orden y belleza que sirven para organizar los materiales de la vida humana y que constituye la poesía en su sentido universal. La segunda parte tendrá por objeto la aplicación de estos principios al estado presente del cultivo de la Poesía, así como una defensa del intento de idealizar las formas modernas de 57

las costumbres y opinión, forzándola a subordinarse a la imaginación y a la facultad creativa. Y ello porque la literatura de Inglaterra, de la que siempre una enérgica floración ha precedido o acompañado a cualquier desarrollo grande y libre de la voluntad nacional, se ha alzado como de un nuevo nacimiento. A pesar de la rastrera envidia que pretende minusvalorar el mérito contemporáneo, la nuestra será una época memorable en logros intelectuales. Vivimos entre filósofos y poetas que están más allá de toda comparación con cualquier otro surgido desde la última contienda nacional por las libertades civiles y religiosas. El heraldo, el camarada, el seguidor más indefectible del despertar de un gran pueblo, quien puede dar lugar a un cambio más beneficioso en opinión o institución, es la Poesía. En tales periodos aumenta el poder de comunicar y recibir concepciones intensas y apasionadas sobre el hombre y la naturaleza. Las personas en las que este poder reside a menudo parecen mostrar, en ciertos aspectos de su naturaleza, poca correspondencia con el espíritu del bien del que son ministros. Pero incluso cuando niegan y abjuran del Poder que ocupa el trono de sus propias almas, se ven obligadas a servido. Es imposible leer las composiciones de los escritores del presente sin que la vida eléctrica que arde en sus palabras

nos

conmocione.

Tales

figuras

miden

la

circunferencia y sondan las profundidades de la naturaleza 58

humana con espíritu comprehensivo y penetrante, y son ellos, quizás,

los

más

sinceramente

asombrados

por

sus

manifestaciones, pues en definitiva no se trata tanto de su propio espíritu como del espíritu de la época. Los poetas son los hierofantes de una inalcanzada inspiración, los espejos de las sombras gigantescas que el futuro arroja sobre el presente, las palabras que expresan lo que ellos mismos no entienden; son las trompetas que saludan la batalla sin sentir ellas mismas lo que inspiran, la influencia que mueve sin ser movida por nada. Los poetas son los legisladores no reconocidos del Mundo.

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