Debus_El Hombre y La Naturaleza en El Renacimiento

August 23, 2017 | Author: dinosaur_laam | Category: Scientific Revolution, Renaissance, Science, Alchemy, Galileo Galilei
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Descripción: Hombre y naturaleza renacimiento...

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BREVIARIOS del

FONDO DE CULTURA ECONÓMICA

384 EL H O M B R E Y LA N A T U R A L E Z A E N EL R E N A C I M I E N T O

E l hombre y la naturaleza en el Renacimiento por A L L E N G.

DEBUS

Traducción de SERGIO LUGO RENDÓN

CONACYT

FONDO DE CULTURA MÉXICO

ECONÓMICA

Primera edición en i n g l é s ,

1978

Primera edición en e s p a ñ o l ,

1985

Este libro se publica con el patrocinio del Consejo Nacional de Ciencia y T e c n o l o g í a

Titulo original: Man and Nature in the Renaissance ® 1978, Cambridge University Press, Cambridge I S B N 0-521-29328-6

D . R . © 1985,

F O N D O OL C U L T U R A E C O N Ó M I C A , S. A. DI; C . V .

Av. de ¡a Universidad 975; 03100 M é x i c o , D. F .

ISBN 968-16-1823-8 Impreso eg M é x i c o

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MADRE

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PREFACIO Ningún periodo de la historia de la ciencia ha sido estudiado m á s detalladamente que la Revolución científica y, no obstante, ésta sigue siendo un enigma, incluso por lo que respecta a sus límites cronológicos. Algunos hablan de u n periodo de trescientos a ñ o s , que se extiende de 1500 a 1800, mientras que otros consideran únicamente los avances impresionantes del siglo x v n . La relación del Renacimiento con la Revolución científica es sin duda un factor decisivo para cualquier intento de delimitación semejante, pero en este volumen hablaremos ^del renacimiento científico que se produjo aproximadamente eTtrrre" m e d i a á ? í s - ^ e W i g t e ^ y ^ x T t l S ^ Í K l P X del x v n . E n este lapso podremos observar los efectos diversos y perdurables que tuvo el humanismo en la medicina y en las ciencias, y advertir, asimismo, el prolongado debate en torno a una concepción m í s t i c a de la naturaleza, sustentada con entusiasmo lo mismo por los alquimistas que por los h e r m é t i c o s . Una obra que versa sobre la ciencia del Renacimiento p o d r í a basarse en muchas fuentes y reflejar seguramente muchos puntos de vista. El tema es tratado por lo regular en función del progreso de las ciencias exactas como las mat e m á t i c a s y la a s t r o n o m í a . E n el pasado, los estudios de este tipo prestaron generalmente poca atención a u n contexto m á s amplio: el ambiente social e intelectual del periodo. Los autores que 9

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han hecho hincapié en esto ú l t i m o , con frecuencia han restado importancia a los adelantos técnicos y científicos. En este volumen nuestro enfoque será el tradicional, por cuanto habremos de destacar la verdadera ciencia del periodo, pero a menudo nos referiremos a la religión y a ciertos conceptos filosóficos que casi no intervienen en la ciencia del siglo x x . Por consiguiente, intentaremos examinar con cierta amplitud el efecto que tuvieron la alquimia y la q u í m i c a en el desarrollo de la ciencia y la medicina modernas, pues este tema no ha sido debidamente integrado a las exposiciones que hasta ahora se han hecho de la Revolución científica. De hechc¿_las. controversias que suscitó la q u í m i c a al iniciarse T a e r a moderM_enj¿ejidrar.on_ m á s textos polémiCTS-uueTTáVíelacionadas con la a s t r o n o m í a y la física del movimiento. Por tanto, debemos pres-taT^a~^5tos-ílebat©&Ha a t e n c i ó n que merecen, la misma que damos a aquellos que conducen de un modo m á s directo a Galileo —y, finalmente, a los Principia mathematica de Isaac Newton. Ciertamente, en esta obra no pretendimos presentar u n estudio exhaustivo del periodo comprendido entre 1450 y 1650. E l presente volumen forma parte de una serie destinada al investigador de la civilización occidental, y nuestro p r o p ó s i t o ha sido ofrecer una visión general examinando algunos de los problemas y temas fundamentales. Así, nuestra a t e n c i ó n h a b r á de dirigirse preferentemente al efecto que tuvo el humanismo en las ciencias, a la b ú s q u e d a de u n nuevo m é t o d o científico, y al diálogo constante entre los defensores de una concepción m í s t i c a y ocul-

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tista del mundo y quienes buscaban un nuevo enfoque para estudiar la naturaleza basado en las m a t e m á t i c a s y en la o b s e r v a c i ó n . E l autor e s t á especialmente agradecido con la Biblioteca Newberry y la F u n d a c i ó n Nacional para las Humanidades, las que hicieron posible que esta obra fuera terminada en Chicago en un año (1975-1976) como p r i m e r paso para u n tratamiento m á s extenso del tema. E l acervo de la Biblioteca Newberry és particularmente valioso para el investigador de cualquier aspecto de la historia intelectual del Renacimiento; W i l l i a m Towner, Richard H . B r o w n y John Tedeschi colaboraron siempre conmigo en m i b ú s q u e d a de libros e i n f o r m a c i ó n y me ayudaron en tantos aspectos que en vano i n t e n t a r í a ser m á s específico. La Universidad de Chicago me concedió l i cencia por un a ñ o —y, como siempre, c o n t é con el apoyo generoso del Centro Morris Fishbein para el Estudio de la Historia de la Ciencia y la Medicina. Los compiladores de esta serie, George Basalla, de la Universidad de Delaware, y W i l l i a m Coleman, de la Universidad de Wisconsin, contribuyeron con útiles sugerencias, y el autor reconoce su deuda especial con W i l l i a m R. Shea, de la Universidad McGill, por los valiosos comentarios que hizo al p r i m e r borrador del manuscrito. En las etapas finales de la p r e p a r a c i ó n de este libro, John Cornell y Russell H . Hvolbek redactaron el índice y revisaron cuidadosamente el texto. ALLEN G. DEBUS Deerfield, Illinois Mayo de 1978

PREFACIO A LA E D I C I Ó N E N ESPAÑOL Gracias a la favorable r e c e p c i ó n que ha tenido la edición original en inglés, de El hombre y la naturaleza en el Renacimiento, he hecho relativamente pocos cambios al texto para su traducción al español. Se han corregido algunos errores tipográficos y se han escrito de nuevo ciertos pasajes breves, para darles mayor claridad. La bibliografía se ha puesto al corriente, añadiéndole algunas referencias nuevas. Y, a d e m á s , sobre todo por causa de las importantes investigaciones que hoy se e s t á n haciendo de todos los aspectos de la ciencia y la medicina en el mundo de habla hispana, he a ñ a d i d o u n breve a p é n d i c e a la bibliografía relacionada con obras recientes en e s p a ñ o l , sobre el Renacimiento y los comienzos de la É p o c a Moderna. Agradezco al profesor Enrique B e l t r á n , de la Sociedad Mexicana de Historia de la Ciencia y de la Tecnología, su i n t e r é s y aliento con respecto a esta obra. Deseo a ñ a d i r m i agradecimiento a la s e ñ o r a Alicia Hammer, del Fondo de Cultura E c o n ó m i c a , que tanto nos ha ayudado resolviendo los m ú l t i p l e s detalles relacionados con la publicación de la obra, y a Sergio Lugo Rendón, por su excelente t r a d u c c i ó n . Por ú l t i m o , deseo agradecer a m i esposa, Brunilda López Debus, su minuciosa lectura del original y su ayuda en la revisión final. Deerfield, 7 de junio

Illinois

ALLEN G. DEBUS

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Valiosa, y por lo mismo bienvenida a la literatura en español sobre temas de historia y filosofía de la ciencia, es la t r a d u c c i ó n del libro Man and Nature in the Renaissance (1978), escrito por el doctor Alien G. Debus, profesor de Historia de la Ciencia y de la Medicina en la Universidad de Chicago, autoridad indiscutible en el Renacimiento, como ha demostrado en obras anteriores: The English Paracelsians, 1965; The Chemical dream of the Renaissance, 1968; Science and education on the Seventeenth Century, 1970; y Science, Medicine and Society in the Renaissance, excelente obra aparecida en 1972, de la que fue editor. Los ocho capítulos del presente libro son otras tantas visiones p a n o r á m i c a s de los principales temas a considerar en el periodo cubierto, y constituyen excelentes puntos de partida para los estudiosos de cada uno de ellos. Como acertadamente dice Debus en el p á r r a fo inicial: " N i n g ú n periodo de la historia de la ciencia ha sido estudiado m á s detalladamente que la Revolución científica y, no obstante, é s t a sigue siendo un enigma, incluso por lo que respecta a sus límites cronológicos." Y nada es m á s atractivo de leer que lo relacionado con los enigmas. ENRIQUE BELTRXN

I . TRADICIÓN Y REFORMA Pocos acontecimientos en la historia del mundo han tenido m á s trascendencia que la Revolución científica. E l periodo comprendido entre mediados del siglo xv y fines del x v m p r e s e n c i ó la creciente influencia cultural y política de Europa occidental en todas partes del mundo. La nueva ciencia y la nueva tecnología de Occidente fueron u n factor decisivo de esa influencia, hecho que fue reconocido por la mayor parte de los eruditos de la época. Francis Bacon (1561-1626), por ejemplo, observaba en el Novum organum (1620): . . . conviene observar la fuerza, la v i r t u d y las consecuencias de los descubrimientos, y en ninguna otra parte p o d r á n observarse é s t a s con mayor evidencia que en aquellos tres que eran desconocidos para los antiguos . . . a s a b e r l a imprenta, la pólvora y la b r ú j u l a . Pues estos "~Trgs~1iáh t r S ñ ^ o t m a d o ' p c T ^ c b m p l e t o la apariencia y la condición de las cosas en todo el mundo; el primero en la literatura, el segundo en el arte de la guerra y el tercero en la navegación; de donde se han derivado innumerables cambios, de t a l modo que n i n g ú n Imperio, secta q astro parece haber e j é r c l d t ^ i s v u i . : ^pooMLe influencia en los asuntQsJiiimanos que estos descubrimientos m e c á n i c o s . ' 1



• • •• s — F r a n c i s B a c o n , The Works of Francis Bacon, comps. J a m e s Spedding, Robert Leslie E l l i s y Douglas Dennon Heath (7 vols., nueva ed., Londres, Longmans, 1670; ed. original, 1857), 4, p. 114. 1

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Para Bacon estos descubrimientos eran de origen occidental y relativamente recientes. No fue el primero n i el ú l t i m o en hacer una declaración semejante, pero pocas obras eran leídas con m á s avidez que las suyas por quienes deseaban fundar una nueva ciencia en el siglo x v n . Pero aunque todos reconocemos de inmediato la importancia de la Revolución científica, mientras m á s estudiamos sus orígenes menos seguros estamos de comprender sus causas. En este "volumen nos referiremos principalmente a los dos siglos que median entre 1450 y 1650; la primera de estas fechas coincide aproximadamente con el despertar del nuevo i n t e r é s h u m a n í s t i c o por los textos científicos y m é d i c o s de la Antigüedad y la segunda con los a ñ o s que anteceden a la aceptación general de la ciencia mecanicista de Descartes (1596-1650), Galileo (1564-1642), Borelli (1608-1679), Boyle (1627-1691) y Newton (1642-1727). Estos dos siglos ofrecen un laberinto de intereses casi desconcertante y rara vez encontraremos en ellos un individuo cuya metodología científica pudiese parecer del todo aceptable a un científico moderno. Para algunos de sus sabios, cuya obra contribuyo~a~nuestra era científica moderna, la magia, la alquimia y la as tro logia fueron no menos estimulantes que el nuevo interés por la a b s t r a c c i ó n m a t e m á t i c a , la observación y la e x p e r i m e n t a c i ó n . E n nuestros días pensamos que es fácil —y necesario— separar a la "ciencia" de la afición por el ocultismo, pero en esa época muchos no estaban en posibilidad de hacerlo. Y no podemos a t r i b u i r esa concepción

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m í s t i c a del mundo a unas cuantas figuras secundarias actualmente olvidadas, salvo por los anticuarios. Los escritos de Isaac Newton y Johannes Kepler (1571-1630) revelan u n genuino i n t e r é s en la t r a n s m u t a c i ó n de los metales y las a r m o n í a s universales, tanto como la obra de Paracelso (1493-1541), Robert Fludd (1574-1637) o John Dee (1527-1608). En general, los historiadores de la ciencia han considerado tradicionalmente el tema en forma retrospectiva, es decir, ignorando aquellos aspectos de una filosofía natural anterior que no tiene ya cabida en nuestro mundo científico. Pero, si a s í p r o c e d i é r a m o s , no p o d r í a m o s arribar a una c o m p r e n s i ó n contextual de este periodo. Por tanto, nos proponemos tratar este p e r í o d o en sus propios t é r m i n o s y no en los nuestros. A medida que avancemos, descubriremos que las controversias sobre la magia natural y la analogía macrocosmos-microcosmos eran entonces tan importantes como los mejor recordados debates sobre el sistema heliocéntrico o la circulación de la sangre. ^

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LA CIENCIA Y LA EDUCACIÓN EN EL RENACIMIENTO Los t é r m i n o s "Renacimiento" y "humanismo" han sido utilizados con tantas y tan variadas connotaciones que difícilmente p o d r í a m o s satisfacer a dos eruditos con una sola definición. Por nuestra parte, no vemos la necesidad de intentarlo. Sin duda, el Renacimiento implicaba una especie de "renacimiento" del conocimiento —a

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la vez que u n renacimiento del arte y la literatura. Y, efectivamente, en este periodo se desarrolló una nueva ciencia. Pero, una vez admitido lo anterior, debemos ser cautos para no i n c u r r i r en simplificaciones. E l nuevo amor a la naturaleza que expresaron Petrarca ( m . hacia 1374) y otros humanistas del siglo x i v tuvo m á s de una consecuencia. Aceptamos sin vacilar que c o n t r i b u y ó a la a p a r i c i ó n de u n nuevo m é t o d o para estudiar los f e n ó m e n o s naturales basado en la observación, pero advertimos t a m b i é n que Petrarca y algunos humanistas posteriores desconfiaban profundamente de la importancia que tradicionalmente h a b í a dado el escolasticismo a la filosofía y a las ciencias. La preferencia de estos hombres por la retórica~y la historia era una reacción consciente contra los estudios "aristot é l i c o s " , de c a r á c t e r m á s técnico, que por mucho tiempo h a b í a n sido la piedra angular de la universidad medieval. Los humanistas p e r s e g u í a n el perfeccionamiento 'moral 3el hombre y desdeñ a b a n las disputas lógicas ~~y escolásticas que caracterizaban los estudios superiores tradicionales. Este cambio de valores d a r í a por resultado un nuevo i n t e r é s en los problemas educativos. Los programas de reforma educativa de los siglos x i v y xv iban a estar encaminados, no a las universidades, sino a la e n s e ñ a n z a elemental. E l educador humanista V i t t o r i n o da Feltre (13781446) fundó una escuela donde los alumnos practicaban ejercicios militares y eran exhortados a sobresalir en los deportes. E n las aulas estudiaban retórica, m ú s i c a , geografía e historia —y,

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poniendo de ejemplo a los antiguos, se les ens e ñ a b a a anteponer los principios morales y la actividad política a los principios b á s i c o s del triviürtp (¡gramática, r e t ó r i c a y lógicjS) o al estudio de las asignaturas filosóficas y científicas tradicionales. Muchos de los m á s renombrados sabios humanistas iban a sentirse afectados por este movimiento de reforma educativa. E l resultado puede verse claramente en la obra de Erasmo (14661536). É s t e pensaba que, para conocer la naturaleza, al alumno le bastaba con seguir el curso normal de estudios que c o m p r e n d í a la lectura de los autores literarios de la Antigüedad. A su juicio, las m a t e m á t i c a s no t e n í a n mucha importancia para u n hombre educado. Y Juan Luis Vives (1492-1540), indudablemente el m á s insigne de los educadores del Renacimiento, concordaba plenamente con él cuando, al impugnar el estudio de las m a t e m á t i c a s , argumentaba que é s t a s t e n d í a n a "desviar la mente de los fines p r á c t i c o s de la vida" y la h a c í a n "menos apta para fundir las realidades concretas y las mundanas". Pero ¿ p o d e m o s decir entonces que las universidades seguían siendo los centros de i n s t r u c c i ó n científica? E n general, lo eran todavía, mas cada vez era mayor el n ú m e r o de los investigadores de la medicina y las ciencias que rechazaban el exagerado conservadurismo de muchas —probablemente la m a y o r í a — de las instituciones de e n s e ñ a n z a superior. Peter Ramus (1515-1572) recordaba su f o r m a c i ó n a c a d é m i c a con gran desencanto:

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Después de haber dedicado tres a ñ o s y seis meses a la filosofía escolástica, de acuerdo con las reglas de nuestra universidad; d e s p u é s de haber leído, discutido y meditado sobre los distintos tratados del Organon (pues, de los libros de Aristóteles, aquellos que trataban de la dialéctica eran leídos y releídos especialmente en el curso de tres a ñ o s ) ; aun d e s p u é s , digo, de haber invertido todo ese tiempo, considerando los a ñ o s en que me o c u p é por entero en el estudio de las artes escolásticas, quise saber, en consecuencia, a q u é p r o p ó s i t o p o d í a aplicar el conocimiento que con tanto esfuerzo y fatiga h a b í a adquirido. Pronto d e s c u b r í que toda esa dialéctica no me h a b í a vuelto m á s docto en la historia y el saber de la Antig ü e d a d , n i m á s diestro en la elocuencia, n i mejor poeta n i m á s sabio en nada. ¡Ah, q u é estupefacción, q u é dolor! ¡Cómo deploraba m i malhadado destino, la esterilidad de m i mente que, tras tanto trabajo, no podía recoger n i percibir siquiera los frutos de esa s a b i d u r í a que, según se afirmaba, se hallaba con tanta abundancia en la dialéctica de A r i s t ó t e l e s ! 2

Ramus no era el ú n i c o que experimentaba esa desilusión —y sus lamentaciones no c a r e c í a n de fundamento. París, por ejemplo, fue considerada como u n baluarte de la medicina galénica durante los siglos x v i y x v n mientras que, en Inglaterra, los estatutos isabelinos de Cambridge (1570) y el código laudiano* de Oxford (1636) 2

L a cita de R a m u s e s t á tomada de F r a n k Pierrepont Graves, Peter Ramus and the Educational Reformation of the Sixteenth Century (Nueva Y o r k ; Macmillan, 1912), pp. 23-24. * C o d i f i c a c i ó n de los estatutos llevada a cabo por

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m a n t e n í a n oficialmente la autoridad de los antiguos. Y las primeras asociaciones profesionales no eran necesariamente mejores. E l Colegio de Médicos de Londres desconfiaba de toda innovación. Así, en 1559, cuando el doctor John Geynes se a t r e v i ó a sugerir la posibilidad de que Galeno (129/130-199/200 d.c.) no fuera infalible, la reacción fue inmediata y d r á s t i c a . Se obligó al buen doctor a firmar una r e t r a c t a c i ó n para ser readmitido en la a g r u p a c i ó n de sus colegas. No obstante, el conservadurismo que se observa en muchas de las principales universidades en los siglos x v i y x v n , puede compensarse en parte con una t r a d i c i ó n crítica que h a b í a sido aplicada a los textos científicos de la Antigüedad en Oxford y en P a r í s en el siglo x i v . Esta obra, asociada con el escolasticismo, v e n d r í a a ser particularmente beneficiosa para el estudio de la física del movimiento. Como t r a d i c i ó n erudita, t o d a v í a estaba vigente en la Universidad de Padua y otras universidades del norte de Italia en el siglo x v i . Para muchos, sin embargo, la crítica científica era una especie de curioso juego h u m a n í s t i c o , y al erudito d e b í a elogiársele por eliminar las vulgares anotaciones y enmendaturas de origen medieval que adulteraban los textos antiguos. M á s que la verdad científica, su meta era la pureza textual. En suma, la e d u c a c i ó n que se i m p a r t í a a principios del Renacimiento t e n í a dudoso valor para el desarrollo de las ciencias. La e d u c a c i ó n universitaria de este periodo puede caracterizarse, William L a ú d (1573-1645) universidad. [ T . ]

cuando

fue

canciller de

esa

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en su mayor parte, como conservadora. Y en cuanto a la reforma de la e d u c a c i ó n p r i m a r i a que se llevó a cabo en los siglos xiv y xv, era declaradamente anticientífica.

EL HUMANISMO Y LA LITERATURA CLASICA La veneración de los antiguos es una característica familiar del humanismo renacentista. La búsqueda de nuevos textos clásicos se intensificó en el siglo xv, cuando cada nuevo descubrimiento era celebrado como una verdadera proeza. E l caso m á s conocido es el de Jacopo Angelo (hacia 1406). Su barco n a u f r a g ó cuando regresaba de un viaje que h a b í a hecho a Constantinopla en busca de manuscritos, pero logró salvar su m á s preciado descubrimiento: una copia de la Geografía de Ptolomeo, obra desconocida hasta entonces en Occidente. Poco d e s p u é s , en 1417, Poggio Bracciolini (1380-1459) d e s c u b r i ó la que sería reconocida m á s tarde como la ú n i c a copia de De rerum natura de Lucrecio (¿99?-55 a.c.) "que h a b í a sobrevivido de la Antigüedad. Este libro o b r a r í a dos siglos m á s tarde como u n poderoso e s t í m u l o del renovado i n t e r é s por el atomismo. Y , apenas nueve a ñ o s d e s p u é s de la r e c u p e r a c i ó n del texto de Lucrecio, Guarino da Verona (1370-1460) d e s c u b r i ó u n manuscrito del tratado enciclopédico sobre medicina escrito por Celso, autor del siglo n . Esta obra. De medicina, ejerció gran influencia, la que tal vez no se debió tanto a su contenido m é d i c o como a su lenguaje y su estilo. Era la ú n i c a obra impor-

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tante que se conservaba del periodo de mayor esplendor de la prosa latina, y los humanistas m é d i c o s iban a e s c u d r i ñ a r l a en busca de la terminología y la fraseología latinas apropiadas. Esa b ú s q u e d a de nuevos textos —y nuevas traducciones— hizo que se reconociera la importancia del idioma griego. Bien es verdad que en el siglo x n i Roger Bacon (¿1214P-1294) h a b í a insistido ya en la necesidad de aprender el griego, pero u n siglo d e s p u é s la s i t u a c i ó n no h a b í a mejorado notablemente. Por ese tiempo Petrarca lamentaba su deficiente conocimiento de esa lengua. E n realidad, él no era el ú n i c o que lo lamentaba. Pocos eruditos occidentales dominaban el griego cuando el maestro Manuel Crisoloras ( m . en 1415) llegó a Italia con el emperador bizantino Manuel Paleólogo en 1396. Mas, por útil que haya sido Crisoloras, mayor entusiasmo despertó otro bizantino, Gemistio Plethon, cuando arrib ó a Florencia para asistir al concilio de 1439. La r e s t a u r a c i ó n de los estudios griegos iba a afectar todos los campos del saber en el curso del siglo xv. E n medicina, Thomas Linacre (¿1460P-1524) tradujo al latín a Proclo (410-485) y varias obras de Galeno. Pero, pese a la importancia de esas traducciones, sus planes —sólo realizados en parte— eran todavía m á s ambiciosos. Sus proyectos incluían una t r a d u c c i ó n al latín de las obras completas de Galeno —y, en c o l a b o r a c i ó n con u n grupo de eruditos, una traducción al latín de las obras completas de Aristóteles. No menos industrioso fue Johannes Guinter de Andernach (1505-1574), cuyas traducciones de Galeno lo colocan entre los humanistas

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m é d i c o s m á s destacados. Como profesor de medicina en París, Guinter fue uno de los maestros m á s eminentes del joven Andreas Vesalio (15141564). Esa b ú s q u e d a de la verdad implícita en la búsqueda de manuscritos fieles, no se limitaba al estudio de los m é d i c o s de la Antigüedad. Georg von Peuerbach (1423-1461) reconocía la necesidad de contar con un manuscrito fiel del Almagesto de Ptolomeo al escribir su libro de texto, las Theoricae novae planetarum. Pero Peuerbach m u r i ó cuando proyectaba u n viaje a Italia para cumplir su p r o p ó s i t o . Su discípulo, Johann Müller —llamado el Regiomontano (1436-1476—, realizó el viaje que h a b í a planeado su maestro y publicó un Epítome del Almagesto. ' Pero el humanismo del Renacimiento no puede reducirse simplemente a la r e c u p e r a c i ó n de los textos originales de Aristóteles, Ptolomeo o Galeno. Igual influencia tuvo en el desarrollo de la ciencia moderna —y ciertamente fue parte del movimiento h u m a n í s t i c o — el retorno a los textos l e o p l a t ó n i c o s , cabalísticos y h e r m é t i c o s de la antigüedad t a r d í a . É s t o s p a r e c í a n tener tanta importancia que Cosme de Médicis instó a Marsilio Ficino (1433-1499) a que tradujera el Corpus hermeticum, recientemente descubierto (hacia 1460), antes que las obras de Platón y Plotino. Estas obras, de c a r á c t e r místico y religioso —y que m á s adelante examinaremos con m á s atención—, p a r e c í a n justificar la p r á c t i c a de la magia natural, que iba a ser uno de los temas favoritos de los sabios de los siglos x v i y x v n . Dentro de 'esta tradición, se exhortaba a emprender una

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nueva i n v e s t i g a c i ó n de la naturaleza basada en nuevos datos tomados de la o b s e r v a c i ó n . Casualmente, esa b ú s q u e d a de los textos fieles y originales de la Antigüedad o c u r r í a cuando existía ya un nuevo medio para difundir ese conocimiento; la imprenta. Es interesante s e ñ a l a r que el p r i m e r libro impreso en Europa occidental data de 1447, al iniciarse precisamente el periodo a que nos referimos. Por primera vez era posible producir textos en serie que los eruditos p o d í a n obtener a precios m ó d i c o s . E n los campos de la medicina y las d e m á s ciencias esos incunables eran, en su mayor parte, impresiones de los antiguos textos escolásticos de la Edad Media despreciados por los humanistas. Así, la primera versión que se i m p r i m i ó del Almagesío de Ptolomeo fue la antigua t r a d u c c i ó n medieval (1515). Después a p a r e c i ó una nueva t r a d u c c i ó n al latín (1528) —y finalmente el texto griego (1538), justo cinco a ñ o s antes de que se publicara el De revolutionibus orbium de Copérnico. La edición de las obras de Galeno y Aristóteles seguiría el mismo proceso.

EL DESARROLLO DE LAS LENGUAS VERNACULAS El latín y el griego e r a n s i n duda las-llaves indispensab'Iés para penetrar en el mundo del-erudito; ^j^ro_£L_mundo del Renacimiento se c a r a c t e r i z ó t a m b i é n por la tendencia a utilizar cada, vez m á s las lenguas v e r n á c u l a s en los campos de la cultura. Lo anterior se advierte con mayor evidencia -CTPIÓS panfletos religiosos de la Reforma, cuyos

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autores sentían la necesidad inmediata de comunicarse con sus lectores. Pero en el curso del siglo xvi las lenguas v e r n á c u l a s t a m b i é n se u t i l i zaron, cada vez con m á s frecuencia, en la medicina y las d e m á s ciencias. Ello puede atribuirse en parte al consciente orgullo nacionalista que se observa en ese periodo. E n esa época los escritores expresaban francamente su amor al suelo natal y a la lengua materna. Un segundo factor sería la necesidad que muchos s e n t í a n de romper definitivamente con el pasado. Este sentimiento parece acentuarse a medida que nos adentramos en la segunda m i t a d del siglo xvi. Investigaciones recientes indican que el uso de las lenguas v e r n á c u l a s en los textos m é d i c o s se extendió r á p i d a m e n t e a fines de la Edad Media. Esta tendencia se intensificó en el siglo xvi, cuanda una guerra de panfletos m é d i c o s dividió a los galenistas de los q u í m i c o s m é d i c o s seguidores de Paracelso. E l debate alcanzó niveles universitarios en 1527, cuando Paracelso e n s e ñ ó medicina en Basilea en su lengua materna, u n dialecto g e r m á n i c o que se hablaba en Suiza. Fue objeto de numerosos ataques de parte de la facultad de medicina, no sólo por el contenido de sus cátedras, sino por el idioma que h a b í a escogido para dictarlas. Este ú l t i m o punto c o n t i n u a r í a siendo motivo de controversia para sus seguidores por varias generaciones. E l paracelsiano inglés Thomas Moffett (1553-1604), por ejemplo, e s c r i b í a en 1584 (en l a t í n ) : "es cierto que Paracelso a menudo prefería hablar en a l e m á n que en latín, pero, ¿acaso H i p ó c r a t e s no hablaba en griego? ¿Y por q u é no h a b r í a n de expresarse ambos en su len-

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gua materna? ¿Debe ser motivo de r e p r e n s i ó n en el caso de Paracelso y pasado por alto en el caso de H i p ó c r a t e s , Galeno y los d e m á s griegos que hablaban en su propio idioma?" La s i t u a c i ó n no era notablemente distinta en el campo de las m a t e m á t i c a s y las ciencias físicas. Las obras de Galileo publicadas en italiano se siguen considerando clásicas de la literatura italiana y, en Inglaterra, muchos autores e x p o n í a n temas, tanto populares como técnicos, en el inglés de la é p o c a de los Tudor. Especialmente interesante es el caso de John Pee, quien se e n c a r g ó de redactar el prefacio para la primera t r a d u c c i ó n al inglés de los Elemeñfós degeometría de Euclidesü n ese prefacio creyó necesario explicar que esa t r a d u c c i ó n no e n t r a ñ a b a n i n g ú n peligro para ~tss~ universidades. M á s bien, por p r i m e r a vez murenas personas comunes p o d r í a n - "inventar yT3la~ near nuevos artefactos, e x t r a ñ a s m á q u i n a s e ins* Tfumentds: para c u m p l i r diversos p r o p ó s i t o s en .bien de la comunidad, por propio placer o para el mejor mantenimiento de sus haciendas". Apol o g í a s similares de la p u b l i c a c i ó n de textos científicos y m é d i c o s en lenguas v e r n á c u l a s pueden encontrarse en los principales idiomas modernos de ese periodo.

OBSERVACIÓN Y EXPERIMENTACIÓN Toda evaluación general de la ciencia del Renacimiento d e b e r á comprender el examen de una serie de aparentes paradojas. U n tema recurrente en la literatura del siglo x v i es el rechazo de la

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Antigüedad. Mas, como ya antes hemos observado, se trata principalmente de u n rechazo de las traducciones y los comentarios escolásticos. Algunos eruditos exigían la creación de una filosofía y una medicina radicalmente nuevas, pero muchos se a d h e r í a n a la filosofía antigua —desp u é s de asegurarse de que sus textos eran fieles y no estaban modificados. Unos, entre ellos W i l l i a m Harvey (1578-1657), encomiaban abiertamente la herencia aristotélica. Otros —y la actitud de Robert Fludd es un buen ejemplo de ello— combatíajL.ígJOimierite__a los; antiguos sin dejar ~-p6r~elícTde_incorporar muchos, conceptos anti^ „guos a su_.propia obra. Características de este periodo son t a m b i é n una creciente confianza en la observación y una tendencia gradual hacia lo que entendemos actualmente por e x p e r i m e n t a c i ó n , es decir, una verificación rigurosamente planeada —y repetible— de la teoría. Los sabios del Renacimiento reconocían y elogiaban a los clásicos de la ciencia y el m é t o d o basados en la observación, y veían en ellos un ejemplo a seguir. Por lo mismo, muchos de los que rechazaban la física de Aristóteles consideraban su obra sobre los animales como u n texto de importancia capital. Y debido a que h a b í a recurrido a la evidencia fundada en la observación, A r q u í m e d e s (287-212 a.c.) gozaba de gran autoridad, mientras que, de los autores medievales, se citaba a Roger Bacon, Pedro el Peregrino (de Maricourt) hacia 1270) y Witelo (Teodorico de Friburgo) (siglo x m ) por sus estudios "experimentales". Con todo, si bien Roger Bacon y otros habla-

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ban de servirse de la o b s e r v a c i ó n como de un nuevo fundamento para comprender el universo, prevalecía la costumbre de dar c r é d i t o a los relatos fabulosos de Plinio el Viejo (23-79 d.c.) y otros enciclopedistas antiguos. Hasta la brillante crítica de la antigua física del movimiento que se h a b í a realizado en Oxford y en P a r í s en el siglo x v i se h a b í a basado m á s en razonamientos deductivos y en las reglas de la lógica que en los resultados de nuevas observaciones. Los científicos del siglo x v i no arribaron inmediatamente a una concepción moderna de la e x p e r i m e n t a c i ó n , pero en su obra es indudable que r e c u r r í a n a la evidencia fundada en la observación con m á s regularidad de lo que se h a b í a acostumbrado hasta entonces. Así, Bernardino Telesio (1509-1588) f u n d ó en Cosenza su propia licTtrfémla, "destinada al estudio^de la filosofía nat u r a l . Rechazando a Aristóteles, cuya obra- no ^jarecía concordar n i con la Biblia nt~con~hrex-períencia, Telesio r e c u r r i ó en cambio a los sentidos como una llave para estudiar la naturaleza. Igualmente interesante es la figura de John Dee, quien incluyó entre las ciencias m a t e m á t i c a s a la Archemastrie, la cual " e n s e ñ a b a a hacer presente en la experiencia actual y sensible todas las conclusiones importantes propuestas por las artes m a t e m á t i c a s . . . Y , porque procede mediante las experiencias y busca las causas de las conclusiones, y a estas mismas en la experiencia, es llamada por algunos scientia experimentalis. La ciencia experimental". E n este caso la palabra "experimental" debe entenderse m á s bien como "observacional". E l concepto moderno de expe-

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rimento controlado no formaba parte de la metodología de Dee.

LAS MATEMÁTICAS Y LOS FENÓMENOS NATURALES Ciertamente, tan importantes como esa nueva apreciación__de__la evidencia basada en la observación fueron el desarrollo del . m é t o d o cuantitativo y l á c r e c i e n t e confianza en las m a t e m á t i c a s consideradas como, un instrumento. Ya P l a t ó n h a b í a subrayado la importancia de las m a t e m á t i c a s , y el renovado i n t e r é s por su obra influyó en las ciencias en este terreno. E n ese periodo Galileo aparece como la figura sobresaliente d é e s é desarrollo. Considerando a la m a t e m á t i c a como la guía" esencial para la i n t e r p r e t a c i ó n de la naturaleza, Galileo b u s c ó un nuevo m é t o d o para descriolr el movimiento mediante el uso de la abstracción m a t e m á t i c a . A I hacerlo," estaba plenamente consciente de que se apartaba de la b ú s q u e d a tradicional y a r i s t o t é l i c a de las causas. Junto c o n ese novedoso uso que se hacía de las m a t e m á t i c a s en la filosofía natural, se produjeron nuevos e impresionantes avances en el campo de las m a t e m á t i c a s mismas. Las obras sobre á l g e b r a de Tartaglia (1500-1557), Cardano (15011576) y Viete (1540-1603) contribuyeron en gran medida al desarrollo de esa materia en el siglo x v i —y los tediosos cálculos a r i t m é t i c o s se simplificaron grandemente con la invención de los logaritmos de Napier (1550-1617). Y , poco desp u é s del periodo a que nos referimos, se i n v e n t ó el cálculo infinitesimal, fruto de los esfuerzos

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independientes de Leibniz (1646-1716) y Newton. Todas estas innovaciones fueron adoptadas rápidamente por los científicos de la época como instrumentos de su labor. Si p r e g u n t á r a m o s por las causas que condujer o n a esa a p l i c a c i ó n de las matemáticas en el siglo xvi, p o l l r í a m o s á m b a r a "muchas y diversas respuestas. Una de ellas sería seguramente el hecho de que ahora se contaba con la obra de Arq u í m e d e s , el autor griego cuyo m é t o d ó ~ m á s sé" "aproximaba al de la nueva ciencia. E n realidad sus textos no se h a b í a n perdido nunca del todo, pero es evidente que la nueva influencia que ejerció A r q u í m e d e s a mediados del siglo xvi se d e b i ó a una serie de reediciones de su obra. Otro factor importante sería el persistente i n t e r é s por el estudio del movimientoJinglado en el siglo_xiv por los eruditos de Oxford y P a r í s . Todo parece indicar que Galileo, en sus días de estudiante, se benefició de esa t r a d i c i ó n . U n tercer factor fue seguramente el resurgimiento de las doctrinas p l a t ó n i c a s , neopTáTóllicas y p i t a g ó r i c a s . Su i i i ñ u e n e i a r e v e s t í a a m e t l ú d ó aspectos m í s t i c o s , pero, en cualquiera de sus formas, o b r ó sin duda como u n poderoso e s t í m u l o en muchos científicos de la época. Y , por ú l t i m o , p o d r í a m o s s e ñ a l a r la necesidad que h a b í a de una m a t e m á t i c a p r á c t i c a asociada con las artes m e c á n i c a s y la tecnología.

LA TECNOLOGÍA Conviene hacer una pausa para examinar ese nuevo i n t e r é s por la tecnología. Aunque el grado de

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la relación e s t á sujeto a discusión, es evidente que al menos quienes se interesaban en el arte de la guerra r e q u e r í a n de estudios m a t e m á t i c o s para manejar el c a ñ ó n ; asimismo, que los navegantes d e b í a n realizar cálculos para determinar su posición en mar abierto. E n este p e r í o d o presenciamos avances impresionantes en el campo de los instrumentos, desde los astrolabios prácticos del marinero hasta los colosales instrumentos a s t r o n ó m i c o s construidos por Tycho Brahe. El telescopio, el microscopio, los primeros t e r m ó metros eficaces y un s i n n ú m e r o de otros instrumentos fueron inventados y perfeccionados lo mismo por artesanos que por científicos. E n efecto, por primera vez los científicos se interesaban activamente en la cfBra de los artesanos. Ello puede interpretarse en parte como una rebelión contra la autoridad de los antiguos, pues, en su mayor parte, los estudios de la naturaleza de la Antigüedad y la Edad Media estaban divorciados totalmente de los procedimientos empleados por los trabajadores manuales. E n efecto, el estudiante escolástico de la Universidad medieval se 'apegaba en todo a los antiguos y rara vez abandonaba sus bibliotecas y sus aulas de estudio. E n ei Renacimiento, sin embargo, presenciamos u n gran cambio. Existen probablemente descripciones aisladas de las artes m e c á n i c a s en los libros del siglo xv, pero a p a r t i r de 1510 comienzan las prensas a producir manuales de m i n e r í a y poco d e s p u é s aparecen obras similares relacionadas con otros campos. E n contraste con lo que o c u r r í a en épocas anteriores, ahora los científicos y los m é d i c o s reco-

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nocían sin reservas que el hombre de ciencia debía aprender del lego. Paracelso aconsejaba a sus lectores: no todo lo que el m é d i c o necesita saber se en-j s e ñ a en las academias. De vez en cuando deba consultar a las ancianas, a esos t á r t a r o s llama dos gitanos, a los magos itinerantes, a los can: pesinos ancianos y a muchos otros a los qu : habitualmente se desprecia. De ellos adquirir! su conocimiento, pues esta gente sabe m á s d< tales cosas que todos los colegios superiores. Y Galileo comienza candidamente sus memorables Diálogos y demostraciones concernientes a dos ciencias nuevas (1638) con la siguiente declaración: La constante actividad que desplegáis vosotros los venecianos, en vuestros famosos arsenales, señala al entendimiento estudioso vasto campo de indagaciones, en particular aquella p o r c i ó n de las obras que exigen m e c á n i c a ; porque en dicha sección de continuo fabrican toda suerte de aparatos y m á q u i n a s numerosos artesanos, entre los cuales debe de haber quienes, en parte por la experiencia heredada y en parte merced a sus propias observaciones, han adquirido gran pericia e inteligencia en la explicación de las cosas.* 3

* F . R . Moulton y J . J . Schifferes, Autobiografía de la ciencia, trad. de Francisco A. Delpiane, M é x i c o , F C E , 1947 ( S e c c i ó n de Ciencia y T e c n o l o g í a ) . [ T . ] 3 Galileo Galilei, Dialogues Concerning Two New Sciences, trad. de H e n r y C r e w y Alfonso de Salvio (Nueva Y o r k , Dover, 1954), p. 1.

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Nuestra lista p o d r í a alargarse considerablemente si t o m á s e m o s en cuenta los grandes tratados de m i n e r í a de Agrícola (1494-1555) y Biringuccio (hacia 1540), las opiniones de Francis Bacon sobre la finalidad p r á c t i c a de la ciencia y los fines p r á c t i c o s que p e r s e g u í a n expresamente las primeras asociaciones científicas. Es indudable que ciertos campos de la ciencia progresaron porque la c o n t r i b u c i ó n de los artesanos y los científicos f o m e n t ó el estudio de los procedimientos prácticos. Johann Rudolf Glauber (1604-1670) se entus i a s m ó tanto con los avances que h a b í a presenciado que p r o n o s t i c ó la s u p r e m a c í a de Alemania sobre toda Europa occidental, a condición de que sus gobernantes siguieran el plan que él h a b í a esbozado en su Prosperidad de Alemania. Y , no obstante, aun cuando admitamos este t a r d í o reconocimiento de la tecnología de parte de los científicos, lo cierto es que la p e q u e ñ a comunidad científica no c o r r e s p o n d i ó con ninguna aportación notable a la tecnología hasta bien entrado el siglo x v i n . MISTICISMO Y CIENCIA Un cuarto elemento en la formación de la nueva ciencia —y el m á s insólito desde nuestra ventajosa posición posterior a Newton— es el renovado i n t e r é s renacentista por una concepción m í s t i c a de la naturaleza. Ello puede atribuirse en gran parte al i n t e r é s , que renace con una intensidad inusitada, por los textos p l a t ó n i c o s , n e o p l a t ó n i c o s y h e r m é t i c o s . Es instructivo s e ñ a l a r que esa influencia se manifiesta primero en las m a t e m á t i c a s

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y luego en un i n t e r é s generalizado por la magia natural. Desde nuestro punto de vista, las m a t e m á t i c a s del Renacimiento tuvieron el efecto de una espada de dos filos. Por u n lado, ese nuevo i n t e r é s en las m a t e m á t i c a s f o m e n t ó el desarrollo de un enfoque m a t e m á t i c o de la naturaleza y el desarrollo interno de la g e o m e t r í a y el álgebra; por otro, ese mismo i n t e r é s dio origen a investigaciones ocultistas de toda especie relacionadas con un misticismo de los n ú m e r o s . Los estudios cabalísticos del Renacimiento alentaron un análisis num e r o l ó g i c o y m í s t i c o de las Sagradas Escrituras por el que se esperaba descubrir verdades trascendentales. A n á l o g a m e n t e , los cuadrados m á gicos y las proporciones a r m ó n i c a s p a r e c í a n ofrecer la posibilidad de penetrar los misterios de la naturaleza y la divinidad. E n la Antigüedad esta tendencia h a b í a encarnado ya en la tradición p i t a g ó r i c a anterior a P l a t ó n . Las especulaciones n u m e r o l ó g i c a s que é s t e h a b í a expuesto en el Timeo h a b í a n seguido influyendo en el mundo de los eruditos a lo largo de la Edad Media, y ahora, con el retorno a los textos de la Antigüedad tardía que se h a b í a iniciado en el siglo xv, esos mismos temas cobraron nuevamente actualidad. Es conveniente, sin embargo, que no intentemos separar lo " m í s t i c o " de lo "científico" cuando ambos e s t é n presentes en la obra de u n autor. Hacerlo sería deformar el ambiente intelectual de ese periodo. Por supuesto, no es difícil destacar las leyes m a t e m á t i c a s que rigen los movimientos planetarios formuladas por Kepler o la descripción m a t e m á t i c a del movimiento expuesta por

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Galileo: fueron hitos fundamentales en el desarrollo de la ciencia moderna. Pero no debemos olvidar que Kepler i n t e n t ó encuadrar las ó r b i t a s planetarias en u n esquema basado en los cuerpos sólidos regulares y que Galileo nunca dejó de sostener el movimiento circular de los planetas. "Ambos autores a r r i b a r o n a conclusiones que estaban influidas profundamente por su creencia en la perfección de los cielos. E n nuestros días l l a m a r í a m o s "científicos" a los primeros ejemplos, mas no a los segundos. Pero imponer nuestra distinción al siglo x v n sería i n c u r r i r en un anacronismo. E l caso de Robert Fludd ofrece un ejemplo excelente de u n enfoque h e r m é t i c o - q u í m i c o de las m a t e m á t i c a s . Pocos h a b r í a n insistido m á s que él en que las m a t e m á t i c a s eran esenciales para cualquier estudio del universo. Pero Fludd h a b r í a agregado que el verdadero m a t e m á t i c o debía apuntar m á s alto. Su m i r a debía ser mostrar las a r m o n í a s divinas de la naturaleza mediante la correlación de círculos, triángulos, cuadrados y otras figuras g e o m é t r i c a s . É s t a s i n d i c a r í a n claramente las conexiones que u n í a n al "mundo mayor" con el hombre. Fludd i n t e n t ó encontrar un nuevo acceso a la naturaleza y, al igual que Kepler y Galileo, quiso utilizar a las m a t e m á t i c a s como una llave, pero la cuantificación era para él algo enteramente distinto de lo que era para los otros dos. Fludd creía que el m a t e m á t i c o debía emplear este instrumento para escrutar el plan general del universo. No debía interesarse —como Galileo— por f e n ó m e n o s tan triviales como el movimiento de u n cuerpo al caer.

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E l caso de las m a t e m á t i c a s muestra especial i m portancia debido a la significación que tuvo el m é t o d o cuantitativo en la a p a r i c i ó n de la ciencia moderna, pero la influencia ocultista y m í s t i c a de la filosofía del helenismo t a r d í o tuvo u n efecto a ú n m á s profundo en el pensamiento del siglo x v i . I m p l í c i t a en el neoplatonismo y las tradi-" ciones cristianas estaba la creencia en la unidad", de l a naturaleza, una unidad que abarcaba a~DToT y a los ángeles en u n extremo y al hombre y ai;/ mundo terrenal en el otro. Asociada a ésta, subsistía la creencia en la relación"" mácrocosmOSñ l í c r o c o s m o s , la creencia é n qüT~éJ Kpmbr£^aBrá" ~sido creadoi.,,a" rmágeh del mundo mayor y que* existían verdaderas correspondencias entre el hombre y el macrocosmos. La a c e p t a c i ó n general de que gozaban la analogía macrocosmos-microcosmos y la gran cadena del ser justificaba la creencia en las correspondencias que existían en todos los aspectos entre el mundo celeste y el sublunar. E n el mundo antiguo tales creencias p a r e c í a n servir de sólida base a la astrologia. P a r e c í a razonable suponer que los astros influían en la humanidad a q u í en la Tierra. En el Renacimiento muchos compartían esa o p i n i ó n : en verdad, las influencias astrales afectaban por igual a la Tierra y al hombre. Los textos h e r m é t i c o s agregaban u n nuevo elemento a esa visión del mundo. B a s á n d o s e principalmente en ellos, se consideraba ahora al hombre como un e s l a b ó n privilegiado de la gran cadena del ser. Dado que participaba de la gracia divina, el hombre era algo m á s que u n receptor "pasivo de las influencias astrales. Y, dado que

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existía una s i m p a t í a universal entre todas las partes que integraban el universo, el hombre podía influir en el mundo sobrenatural y ser influido por éste. Este concepto tuvo una aplicación inmediata en la medicina con la doctrina de las "signaturas". De acuerdo con ésta, se afirmaba que el verdadero m é d i c o estaba facultado para descubrir en el reino vegetal y el mineral aquellas sustancias que c o r r e s p o n d í a n con los cuerpos celestes y, en ú l t i m o grado, con el Creador. Todo lo anterior está estrechamente relacionado con los fundamentos de la magia natural del Renacimiento. E l verdadero m é d i c o d e L t i p o de Paracelso o de Ficino era a la vez u n mago que concebía a la naturaleza como una fuerza vital o mágica. É s t e observador de la naturaleza p o d í a aprender a adquirir poderes naturales desconocidos para los d e m á s y asombrar de ese modo al populacho, aun cuando se supiera que esos poderes eran dones divinos y estaban al alcance de todos los hombres. Ciertamente, para muchos é s t e parecía ser uno de los aspectos m á s atractivos de la magia. Así, en las p o s t r i m e r í a s de su vida, John Dee recordaba sus días de estudiante en Cambridge, donde h a b í a inventado u n escarabajo m e c á n i c o que volaba para una representación de La paz de Aristófanes que h a b í a tenido lugar en el T r i n i t y College, "donde c a u s ó gran a d m i r a c i ó n , y se difundieron muchos infundios en todas partes respecto a los medios por los cuales se h a b í a efectuado". E l escarabajo de Dee caía dentro de la t r a d i c i ó n de las maravillas mecánicas del helenismo, pero él t a m b i é n estaba plenamente consciente de que la verdadera magia

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significaba el estudio, basado en la o b s e r v a c i ó n , de las fuerzas inexplicables y ocultas de la naturaleza. E n efecto, Giambattista delía Porta (15401615) h a b í a explicado en su Magia natural que la magia era esencialmente la b ú s q u e d a de la sabid u r í a y que su ú n i c o objeto era "la investigación de todo el curso de la naturaleza". Ya antes Cornelio Agripa (¿14867-1535) la h a b í a llamado el m á s perfecto de los conocimientos, y Paracelso, por su parte, la identificaba con la naturaleza misma y hablaba de ella como de una b ú s q u e d a religiosa que p o d í a conducir a quien la e m p r e n d í a a u n mayor conocimiento de su Creador. Para tales hombres, la magia natural estaba muy alejada de la nigromancia y sus aberraciones. Antes bien, la magia estaba í n t i m a m e n t e ligada a la religión en la medida en que buscaba las verdades divinas en la naturaleza creada. No obstante, el científico que aceptaba el t í t u l o de "mago" se exponía al peligro. John Dee puede servirnos una vez m á s de ejemplo. Encarcelado en su juventud debido a su i n t e r é s activo en la astrología, su vasta biblioteca fue destruida m á s tarde p o r una m u l t i t u d enfurecida. Apelando a la s i m p a t í a de sus lectores, preguntaba si realmente lo c r e í a n tan tonto como para "renunciar a la luz de la s a b i d u r í a celestial y encerrarse en el calabozo del p r í n c i p e de las tinieblas". Pese a las acusaciones que se le h a b í a n hecho, él se consideraba "inocente, en obra e intención, de haber transgredido la ley de Dios o la de los hombres en alguno de mis estudios de ejercicios filosóficos o m a t e m á t i c o s " . E n realidad, la magia natural del siglo x v i sig-

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nificaba u n nuevo intento de unificar la naturaleza y la religión. Para los h e r m é t i c o s y los magos naturales, lasj3bras""3e Aristóteles^ estaban plaga~~3as dejjdeas heréticas, y h a b r í a n de r e c ó r d á í u n a y otra vez que los concilios de la Iglesia h a b í a n "condenado muchos de estos errores aristotélicos. En t a l caso, ¿ p o r q u é Aristóteles y Galeno seguían siendo la base de la e n s e ñ a n z a universitaria ~"cüandó~existía otra i n t e r p r e t a c i ó n de la naturaleza que se apoyaba en la magia natural y en" la filosofía ocultista —disciplinas cuya misma existencia d e p e n d í a de las Sagradas Escrituras? ¿Cómo era posible que u n cristiano prefiriera el ateo Aristóteles a esta nueva y piadosa doctrina? A decir verdad, argumentaban, el conocimiento podía ser adquirido ú n i c a m e n t e merced a la gracia divina; ya sea por medio de una experiencia como la iluminación divina de San Agustín, ya sea por medio de u n experimento en el cual el adepto alcanzara su p r o p ó s i t o con ayuda de la revelación divina. E l contenido religioso del hermetismo de principias.dgjL_siglo x v n es patente en la obra de Thomas Tymjlne ( m . en 1620), quien escribía (1612): — y

el Creador todopoderoso de los cielos y de la I T i e r r a . . . ha puesto ante nuestros ojos los dos ! libros principales: uno, el de la naturaleza, el | otro, el de su palabra escrita... A la sabiduría > del libro de la naturaleza la llaman c o m ú n m e n te los hombres filosofía natural, la cual sirve para guiarnos a la c o n t e m p l a c i ó n de ese grande e incomprensible Dios a f i n de que podamos glorificarlo en la grandeza de su obra. Porque los movimientos regulados de las esferas... :

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la conexión, la a r m o n í a , la fuerza, la v i r t u d / y la belleza de los e l e m e n t o s . . . son tantas y tan diversas naturalezas y criaturas en el mundo, son tantos i n t é r p r e t e s para e n s e ñ a r n o s que Dios es su causa eficiente y que Él se manifiesta en ellas y por ellas como su causa final, a la cual ellas t a m b i é n tienden. E s c r i b i ó lo anterior para explicar por q u é h a b í a redactado un libro en el cual trataba de la naturaleza, la generación de los elementos y otros telinas de c a r á c t e r esencialmente científico. Para y u n autor como Tymme, la ciencia y la observación de la naturaleza eran una forma de servicio divino, u h verdadero vínculo con la divinidad. En cierto sentido, la investigación de la naturaleza era una b ú s q u e d a de Dios. Por tanto, el investigador de la ciencia del Renacimiento no debe concretarse a examinar la obra de Copérnico y sus consecuencias, o las investigaciones a n a t ó m i c a s que condujeron al descubrimiento de la circulación de la sangre. En cuanto al m é t o d o científico, el historiador d e b e r á considerar el renovado i n t e r é s en las mat e m á t i c a s y los m é t o d o s cuantitativos, procurando siempre no divorciarlo de temas tan ajenos a la ciencia moderna como la doctrina de las signaturas o la magia natural. Sin duda, la ciencia de nuestros días debe mucho a esa b ú s q u e d a (de una nueva síntesis del hombre, la naturaleza jy la religión que hace cuatro siglos c a r a c t e r i z ó la obra de muchos científicos y m é d i c o s . La medicina y las d e m á s ciencias del Renacimiento estuvieron profundamente influidas por

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tres figuras del siglo x v i y tres de la Antigüedad. Las tres primeras fueron Nicolás Copérnico (14731543), Andreas Vesalio y Felipe Aureolo Teofrasto Bombast von Hohenheim, llamado Paracelso; las tres ú l t i m a s fueron A r q u í m e d e s , Galeno y Ptolomeo. Todos ellos imprimieron su huella en el mundo de la cultura aproximadamente por la misma época. En efecto, De revolutionibus orbium (de C o p é r n i c o ) , De humani corporis fabrica (de Vesalio) y la primera t r a d u c c i ó n importante al latín de las obras de A r q u í m e d e s aparecieron en 1543. La obra de Paracelso c o m e n z ó a i n f l u i r en el mundo de la cultura poco d e s p u é s de su muerte, ocurrida en 1541, cuando sus manuscritos dispersos fueron recopilados y publicados extensamente por primera vez. A su obra habremos de referirnos enseguida, pues, en mayor medida que los otros, Paracelso puede ser considerado como un heraldo de la Revolución científica. Y, no obstante, aunque su exigencia de un nuevo m é t o d o para estudiar la naturaleza iba a c o m p a ñ a d a de invectivas contra los seguidores de los antiguos, el_mismp,^Paracelso, hombre típico del Renaci-\ miento, no vacilaba en plagiar copiosamente los textos y los autores que rechazaba en sus libros. f

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I I . LA LLAVE

QUÍMICA

A FINES del Renacimiento es muy notable u n nue-_ vo I n t e r é s por la q u í m i c a . Antes de 1550, en ese — periodo se h a b í a n publicado relativamente pocos libros de q u í m i c a , mas en el curso del siglo siguiente se i m p r i m i r í a u n verdadero diluvio de textos q u í m i c o s y m é d i c o - q u í m i c o s . Quienes esc r i b í a n esos libros o i m p r i m í a n textos m á s antiguos insistían en la importancia de su labor. No sólo hablaban del gran n ú m e r o de aquellos que h a b í a n abandonado las e n s e ñ a n z a s de los antiguos para abrazar su filosofía q u í m i c a , sino que a menudo citaban las autoridades q u í m i c a s a las cuales p o d í a n r e c u r r i r sus lectores en busca de la verdad en la filosofía y en la medicina. Todos ellos confiaban en que pronto s e r í a n derrotadas las doctrinas de los antiguos y t r i u n f a r í a su "nueva filosofía" de la naturaleza. Por otra parte, científicos t a n p r o m i n e n t e s c o m o Johannes Kepler y los primeros mecanicistas como M a r i n Mersenne y Pierre Gassendi e s c r i b i r í a n extensamente en contra de la filosofía m í s t i c a de la naturaleza elaborada por los q u í m i c o s . Mas, ¿ p o r q u é ^ r a j a . _ q u í m i c a el centro de talesdebates ? La espuesta inmediata puede encontrarse en los escritos p o l é m i c o s de Paracelso, pero para comprender a é s t e necesitamos examinar brevemente los antecedentes q u í m i c o s de su obra.

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LA QUÍMICA DEL OCCIDENTE LATINO Los textos q u í m i c o s , j u n t o con otros tesoros de la ¿iencia, la filosofía y la medicina griegas, fue— r o n introducidos en Europa occidental en el si— glo x n en forma de traducciones y compendios de obras escritas (en su mayor parte) en á r a b e . Las primeras traducciones caracterizan ya a la q u í m i c a como un arte secreto, tan secreto que a menudo es difícil, cuando no imposible, identificar los textos originales. Mas, a medida que dejamos a t r á s el escenario indistinto del siglo x n , advertimos un creciente i n t e r é s por esta ciencia, que a u m e n t a r á r á p i d a m e n t e a lo largo de los dos siglos siguientes, antes de decaer en la cantidad —y la calidad— de los nuevos textos del siglo xv. Existen numerosas referencias a la alegoría alquímica en la literatura medieval, y "Canon Yeoman's Tale",* de Chaucer, escrito a fines del siglo xiv, sigue siendo la mejor descripción del c h a r l a t á n fabricante de oro. La alquimia medieval t o m ó mucho de la doc- trina aristotélica. Los cuatro elementos (tierra, agua, aire y fuego) no sólo h a b í a n servido de base a la física aristotélica sino que, en forma de los cuatro humores correspondientes (sangre, flema, bilis amarilla y bilis negra), h a b í a n servido t a m b i é n de sólido fundamento a la teoría médica galénica. Las cualidades asociadas a estos elementos (calor, frío, humedad y sequedad) eran intercambiables, lo cual p e r m i t í a la transmuta* E l cuento de " E l paje del c a n ó n i g o " . [ T . ]

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ción de u n elemento en otro. E n el siglo v m los sabios musulmanes h a b í a n agregado a é s t a una nueva teoría de los metales. H a b í a n e n s e ñ a d o que los metales estaban compuestos por unos h i p o t é t i c o s mercurio y azufre (filosofales, no reales) . Cuando estos dos se presentaban en perfecta p r o p o r c i ó n , el metal resultante era el oro. Pero, j u n t o con la teoría a r i s t o t é l i c a e islámica de los elementos, la alquimia llevaba consigo u n aura de misterio y misticismo. E n parte, ésta era tal vez u n vestigio de la a t m ó s f e r a en la que hab í a n operado los primeros metalistas de Egipto. Mas t a m b i é n p o d í a tener su origen en la t r a d i c i ó n ocultista de las religiones m í s t i c a s de las postrim e r í a s de la Antigüedad. Los elementos gnósticos, n e o p l a t ó n i c o s y n e o p i t a g ó r i c o s c o n t r i b u í a n en gran medida a distinguir a esos alquimistas de los investigadores de la óptica, la a s t r o n o m í a y la m a t e m á t i c a . Y, ciertamente, las corrientes religiosas impregnaban la literatura alquímica. La "gran obra" misma era concebida como una experiencia religiosa, y los procesos y las sustancias eran explicados con t é r m i n o s como "alma", "cuerpo" y " e s p í r i t u " . Junto con esa alegorización y ese misticismo, el alquimista h a c í a ahora h i n c a p i é en la evidencia fundada en la observación. Ya hemos mencionado la e x h o r t a c i ó n que h a c í a Paracelso al adepto para que aprendiera de la naturaleza antes que de los libros, pero el mismo mensaje es evidente en textos anteriores. Bonus de Ferrara, alquimista del siglo x i v , escribía: Si deseas saber que la pimienta es caliente y el vinagre refrescante; que la c o l o q u í n t i d a y el

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ajenjo son amargos, la miel dulce y el a c ó n i t o venenoso; que el i m á n atrae al acero, el arsénico blanquea al latón y la a t u t í a lo torna de un color anaranjado; en cada uno de estos casos d e b e r á s verificar la aserción por medio de una experiencia. Lo mismo vale para la geometría, la a s t r o n o m í a , la m ú s i c a , la perspectiva y otras ciencias que tienen una finalidad y u n campo de acción p r á c t i c o s . Una regla similar se aplica con doble r a z ó n en la alquimia, la cual pretende transmutar los metales comunes en oro y p l a t a . . . La verdad y la justicia de esta aseveración, como todas las proposiciones de naturaleza p r á c t i c a , tiene que ser demostrada mediante u n experimento p r á c t i c o y no puede ser demostrada satisfactoriamente de otra manera. 1

Relacionado con esta insistencia en la observación, h a b í a en el alquimista u n i n t e r é s por los procedimientos de laboratorio. E n el Medievo se h a b í a n producido grandes avances en las técnicas de destilación. Se construyeron hornos mucho m á s eficientes que los que se h a b í a n utilizado hasta entonces. Ahora, cuando se disponía de temperaturas m á s elevadas y mejor condensación, fue posible agregar al laboratorio q u í m i c o nuevos reactivos (principalmente el alcohol y los ácidos minerales). E l Geber latino (principios del siglo x i v ) , nombre supuesto con el que se conoce a Yábir i b n Hayyán, autor del siglo v m , produjo la obra m á s notable de este género, obra donde se d e s c r i b í a n el equipo y los procedimientos químicos. 1

Bonus de F e r r a r a , The New Pearl of Greaí Price, trad. de A. E . Waite (Londres, James Elliott, 1894; reimpreso en Londres, Vincent Stuart, 1963), p. 138.

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Geber apenas si se refirió a la medicina, pero su relación con ésta sería un aspecto importante de la alquimia medieval. La b ú s q u e d a de productos q u í m i c o s de utilidad f a r m a c é u t i c a aparece, en la obra de los autores musulmanes, en los escritos de al-Rázi ( R h a z é s ) (¿8547-925/926) y luego, frecuentemente, en sus seguidores. En Occidente Roger Bacon observaba en la Opus tertium (1267) que si bien muchos m é d i c o s utilizaban procedimientos q u í m i c o s para preparar sus medicinas, muy pocos s a b í a n c ó m o realizar aquellas "obras" que prolongaban la vida. Su c o n t e m p o r á neo mfis joven, Arnau de Villanova (¿12357-1311), y Juan de Rupescissa, autor del siglo xiv, siguieron subrayando la importancia de la q u í m i c a en la medicina. A principios del siglo xvi esta forma de literatura científica h a b í a florecido en los numerosos libros sobre la destilación tan característicos de ese periodo. Todos ellos c o n t e n í a n descripciones del equipo q u í m i c o necesario para producir aceites y bebidas alcohólicas derivadas de sustancias vegetales de'toda especie. Los beneficios de estas "quintaesencias" p a r e c í a n ser tan grandes que en las ediciones que se hicieron en el siglo xvi del antiguo herbario de Dioscórides se incluía un a p é n d i c e q u í m i c o con objeto de actualizarlo. Este saber q u í m i c o no se consideraba de ning ú n modo opuesto a la ciencia de los aristotélicos o a la medicina de los galenistas. Sin duda, algunos se quejaban del conservadurismo de las escuelas, pero la alquimia h a b í a llegado a Occidente con todo el cuerpo de la s a b i d u r í a antigua. H a b í a sido cultivada en el Cercano Oriente j u n t o

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con la filosofía y la medicina clásicas —y no hab r í a de divorciarse inmediatamente de esa antigua unión. Nada indica tampoco que la q u í m i c a fuera vista como una disciplina rival y peligrosa por los médicos o los filósofos naturales. La t r a d u c c i ó n que hizo Ficino en 1463 del Corpus hermeticum fue un factor m á s que iba a ,afectar a la q u í m i c a del Renacimiento. A l fomentar estudios ocultistas de toda especie, la alquimia atrajo pronto la atención de todos los hombres cultos, quienes veían en ella un campo de investigación al que no se h a b í a dado la debida atención en el pasado. Tanto Enrique Cornelio Agripa de Nettesheim como Giambattista della Porta h a b r í a n de considerar a la alquimia como una ciencia fundamental para la c o m p r e n s i ó n de la naturaleza. John Dee, aplicando el " m é t o d o geométrico", f o r m u l ó venticuatro teoremas para construir su " m ó n a d a jeroglífica", una figura que se aproximaba mucho al s í m b o l o a l q u í m i c o del mercurio. E n el curso de esa c o n s t r u c c i ó n , Dee sintió que había repetido las primeras fases de la Creación. Se p r o m e t í a al lector la revelación de grandes misterios y se p r e t e n d í a que la obra, en su conjunto, era nada menos que una representación velada del proceso a l q u í m i c o mismo. Pero esa p r e t e n s i ó n de Dee concordaba claramente con las m a t e m á t i c a s espirituales preconizadas por aquellos pitagóricos renacentistas que buscaban en el misticismo y en el análisis de los n ú m e r o s una llave para explicar la Creación. Se a d m i t í a n las verdades de la magia, mientras que las demostraciones m a t e m á t i c a s m á s convencionales, las técnicas del laboratorio q u í m i c o y las

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aplicaciones p r á c t i c a s de la medicina despertaban relativamente poco i n t e r é s . Fue así como Dee llegó a pensar que la alquimia p o d í a ser reconocida como la disciplina fundamental del filósofo natural. Casi medio siglo antes, Paracelso h a b í a encontrado u n nuevo fundamento de la t e o r í a de la medicina en la alquimia. É s t a , a su vez, sería desarrollada hasta culminar en una filosofía universal de la naturaleza, validada por las correspondencias naturales que ligaban al hombre con el mundo que lo rodeaba. Y si la alquimia m í s t i c a y "matematizada" de Dee tuvo poca r e p e r c u s i ó n , fuera de u n círculo de devotos alquimistas, las opiniones de Paracelso h a b r í a n de provocar en Europa debates relacionados tanto con la medicina como con la filosofía natural.

PARACELSO: LA BÚSQUEDA DE TODA UNA VIDA Nacido en la aldea de Einsiedeln, cerca de Zurich, en 1493, Felipe Aureolo Teofrasto Bombast von Hohenheim sería conocido m á s tarde como "Paracelso", o " m á s grande que Celso". E n su infancia estuvo expuesto a una mezcla embriagadora de ideas renacentistas. Su padre era un m é d i c o r u r a l aficionado a la alquimia, y el hijo no perd e r í a nunca su i n t e r é s por la medicina y el laboratorio q u í m i c o . E l joven Paracelso iba a estudiar con el famoso abad y alquimista Johannes Tritemio (1462-1516), y c o n o c e r í a la vida de las minas trabajando como aprendiz en las minas de los F ú c a r en Villac, donde su padre se h a b í a es-

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tablecido en 1500. Esta experiencia h a b r í a de fructificar m á s tarde en sus especulaciones sobre el crecimiento de los metales, a s í como en su libro sobre las enfermedades de los mineros, el p r i m e r libro escrito sobre u n problema de patología ocupacional. Cuando tenía catorce a ñ o s , Paracelso a b a n d o n ó el hogar para dedicarse a sus estudios y por espacio de m á s de dos d é c a d a s viajó extensamente. Visitó muchas universidades y es probable que se haya graduado como m é d i c o en Ferrara, pero, de ser así, al parecer prefirió ocupar el mucho menos prestigioso puesto de cirujano de los ejércitos que se trasladaban constantemente de u n lugar a otro por toda Europa. Los viajes que realiza en la tercera d é c a d a del siglo son m á s fáciles de reconstruir. Pasaba ahora de los treinta a ñ o s y limitó sus viajes a Europa central, donde peregrinaba de pueblo en pueblo escribiendo y ofreciendo sus servicios como m é d i c o . Tuvo momentos ocasionales de gloria, como cuando fue nombrado m é d i c o municipal de Basilea en 1527, pero é s t o s siempre fueron efímeros debido a su temperamento irascible. No se esforzaba por ocultar el desprecio que sentía por las universidades y sus círculos a c a d é m i c o s . Y en cuanto a los médicos, era poca la c o n s i d e r a c i ó n que le merecían: , No necesito portar cota de malla o escudo para l enfrentarme a vosotros, pues no sois lo sufii cientemente sabios n i experimentados para reI futar una sola de mis palabras... Vosotros • defendéis vuestro reino con servilismo y adu• lación. ¿ C u á n t o creéis que d u r a r á e s t o ? . . . Yo

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qs lo aseguro: cualquiera de los vellos que tengo en la nuca sabe m á s que vosotros y todos vuestros autores, y las hebillas de mis zapatos \ i saben m á s que vuestro Galeno y vuestro Avice< na, y m i barba tiene m á s experiencia que todas vuestras grandes escuelas. 2

Semejantes arrebatos de cólera iban a ocasionar que perdiera un puesto tras otro, pues ofendían incluso a quienes m á s deseaban ayudarlo. A causa de ello, vagaba constantemente de u n l u gar a otro; m u r i ó en 1541 en Salzburgo, donde poco antes lo h a b í a llamado el obispo sufragáneo Ernesto de Wittelsbach.

LA FILOSOFÍA QUÍMICA PARACELSIANA Cuando muere Paracelso nada p a r e c í a indicar que su obra llegaría a ser el foco de las controversias de los eruditos por m á s de un siglo. Es cierto, h a b í a sido en vida una figura polémica, pero relativamente pocos de sus voluminosos escritos habían sido publicados mientras vivía. Sólo desp u é s c o m e n z ó a f l u i r de las prensas el torrente de textos paracelsianos. La leyenda de las curaciones casi milagrosas de este hombre surge en los a ñ o s posteriores a 1550 y pronto se emprende una b ú s q u e d a intensa de sus manuscritos, los que a menudo son publicados con notas y comentarios. A l finalizar el si2

Paracelso, Selected Writings, trad. de Norbert Guterman, comp. Jollande Jacobi (Nueva Y o r k , Bollingen Series X X V I I I , Pantheon B o o k s , 1951), pp. 79-80.

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glo se i m p r i m í a n vastas ediciones de sus obras completas y toda una escuela de paracelsianos c o n t e n d í a con los aristotélicos y los galenistas sobre el curso que la filosofía natural y la medicina debían seguir. Dada la publicación t a r d í a de los textos, es tan válido hablar de la filosofía de los paracelsianos como de la de Paracelso. Pero aun cuando hagamos esta concesión, es difícil reconstruir la filosofía química, en parte porque no se publicaron simples libros de texto y en parte porque las opiniones de estos hombres son contrarias a las del científico del siglo xx. En realidad, mucho en la obra de los paracelsianos recuerda a otros filósofos naturales del Renacimiento. M á s que nada, intentaron derrotar al aristotelismo tradicional que predominaba en las universidades/ Aristóteles era para ellos un a u t o f n e r e j e cuya filosofía y cuyo sistema de la naturaleza eran incompatibles con el cristianismo, un punto de suma importancia durante la JLeforma. Afirmaban que su influencia en la medicina h a b í a sido catastrófica, pues Galeno h a b í a aceptado su obra sin cuestionarla y, subsecuentemente, el sistema aristotélico-galénico se h a b í a convertido en la base de la e n s e ñ a n z a m é d i c a en toda Europa. E n su opinión, las universidades agonizaban sin remedio, obstinadas en su adhesión a la Antigüedad. Los paracelsianos p r e t e n d í a n remplazar todo ese sistema con una filosofía cristiana, neoplatónica y h e r m é t i c a que explicaría todos los fenómenos naturales. E l verdadero m é d i c o , sostenían, podía encontrar la verdad en los dos libros divi-

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nos: el l i b r o de la revelación divina —la Biblia— y el libro de la creación divina —la naturaleza (figura HA). De esta manera, los paracelsianos' se aplicaban por un lado a una especie de exége-, sis bíblica y, por otro, postulaban una nueva filosofía de la naturaleza, basada en nuevas obserJ vaciones y experimentos. Encontramos u n excelente ejemplo de esta actitud en la obra de uno de los primeros sistematizadores importantes del corpus paracelsiano, Peter Severinus (1540-1602), m é d i c o del rey de Dinamarca, quien decía a sus lectores que necesitaban vender sus propiedades, quemar sus libros y comenzar a viajar para que pudieran efectuar y recoger observaciones sobre las plantas, los animales y los minerales. Concluida su Wanderjahren, d e b í a n "comprar c a r b ó n , construir hornos, vigilar el fuego y operar con éste sin descansar. Por este camino, y no por otro, a r r i b a r é i s a u n conocimiento de las cosas y sus propiedades". Percibimos una gran confianza en la observación y en la e x p e r i m e n t a c i ó n en la obra de estos hombres, aun cuando su concepto de lo que es uur experimento y cuál es su función sea a menudo enteramente distinto del nuestro. Notamos, a la vez, una latente desconfianza de la aplicación de las m a t e m á t i c a s al estudio de la naturaleza. Ellos preferían hablar, como buenos p l a t ó n i c o s , de las a r m o n í a s m a t e m á t i c a s y divinas del universo. Paracelso, a d e m á s , al referirse a las verdaderas m a t e m á t i c a s , las h a b í a identificado expresamente con la verdadera magia natural. Los paracelsianos, sin embargo, solían reaccionar con disgusto ante el m é t o d o de a r g u m e n t a c i ó n lógico y "geométri-

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FIGURA I I . 1 . E l verdadero f i l ó s o f o q u í m i c o aprende por r e v e l a c i ó n divina, así como por los estudios q u í m i c o s . De Heinrich K h u n r a t h , Amphitheatrum sapientiae (1609). C o l e c c i ó n del autor.

co" que empleaban los aristotélicos y los galenistas. Condenaban ese " m é t o d o m a t e m á t i c o " j u n t o con la importancia que tradicionalmente h a b í a n dado los escolásticos a la g e o m e t r í a y, específicamente, impugnaban el uso de abstracciones mat e m á t i c a s para estudiar los fenómenos naturales —particularmente para estudiar el movimiento local. Las razones que a d u c í a n para ello eran fundamentalmente de c a r á c t e r religioso y por eso

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s e n t í a n especial aversión p o r la Física de Aristóteles. E n é s t a — a p o y á n d o s e en u n estudio del movimiento— se decía que el Dios creador debía ser inmóvil. Los q u í m i c o s paracelsianos de la Reforma declaraban c a t e g ó r i c a m e n t e que cualquier argumento que impusiera semejante restricción al Ser Supremo todopoderoso era inaceptable —y por esa sola r a z ó n los textos de los antiguos eran sacrilegos y d e b í a n desecharse. La filosofía q u í m i c a sería una nueva ciencia basada firmemente en la o b s e r v a c i ó n y en la religión. Pero quienes r e c u r r í a n a los m é t o d o s cuantitativos recordaban tal vez que Dios h a b í a creado "todas las cosas en n ú m e r o , peso y medida". Ello se interpretaba como u n mandato que iba dirigido al m é d i c o , al q u í m i c o y al f a r m a c é u t i c o —hombres que pesaban y m e d í a n regularmente en el curso de su labor (figura I I . 2 ) . Pero si los paracelsianos rechazaban lo que llamaban el m é t o d o " l ó g i c o - m a t e m á t i c o " de las escuelas, ellos se acogían a la q u í m i c a con la convicción de que esta ciencia era la base de una nueva i n t e r p r e t a c i ó n de la naturaleza. Era una ciencia basada en la o b s e r v a c i ó n y su campo era universal. Afirmaciones semejantes iban a encontrarse en los textos tradicionales de q u í m i c a . Según Paracelso, la alquimia h a b í a ofrecido una "explicación adecuada de los cuatro elementos", lo cual significaba literalmente que la alquimia y la q u í m i c a p o d í a n ser utilizadas como claves para descifrar el cosmos, ya sea mediante la experim e n t a c i ó n directa o mediante la analogía. Paracelso explicaba la Creación misma como una revelación q u í m i c a de la naturaleza. Los paracel-

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FIGURA I I . 2 . L a i l u s t r a c i ó n m á s antigua de una balanza a n a l í t i c a encerrada se encuentra en este grabado de un laboratorio a l q u í m i c o . Del Theatrum Chemicum Britannicum, comp. E l i a s Ashmole (1652). Cortesía del Department of Special Collections, The University of Chicago

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sianos posteriores adoptaron y desarrollaron ese tema. Gerhard Dorn (1565-1585) h a c í a una descripción "minuciosa de los dos p n m é r o s ' c a p í l ü l ó s del Génesis a la luz de la nueva física q u í m i c a , y Thóm'as T y m m é declaraba que la Creación no h a b í a sido sino una "extracción, s e p a r a c i ó n , sublimación y conjunción alquímica". La i n t e r p r e t a c i ó n q u í m i c a del Génesis ayudaba a enfocar la a t e n c i ó n en el problema de los elementos considerados como el fruto p r i m e r o y necesario de la Creación. Y si bien los tria prima de los paracelsianos (sal, azufre y mercurio) eran una modificación de la antigua teoría de los metales (azufre-mercurio) y otras t r í a d a s elementales, tuvieron especial importancia en la aparición de la ciencia moderna. Los elementos aristotélicos (tierra, agua, aire y fuego) servían de fundamento al sistema cosmológico aceptado. Eran utilizados por los alquimistas como un medio para explicar la composición de la materia, por los m é d i c o s (en forma de humores) como un sistema para interpretar las enfermedades, y por los físicos como la base para entender adecuadamente el movimiento natural. Por lo mismo, con la i n t r o d u c c i ó n de un nuevo sistema de los elementos, se c o r r í a el riesgo de cuestionar toda la estructura de la medicina y la filosofía natural de la Antigüedad. Pero, aunque los nuevos principios pueden interpretarse propiamente como parte de una impugnación de la filosofía escolástica, es evidente t a m b i é n que dieron origen a muchas confusiones. Paracelso no h a b í a definido claramente estos principios y, ciertamente, fueron de poca

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utilidad para el desarrollo de la q u í m i c a analítica moderna, ya que, al describírseles, se decía que diferían cualitativamente en los distintos materiales. Paracelso tampoco h a b í a propuesto específicamente estos principios para remplazar con ellos a los elementos aristotélicos. E n realidad, él h a b í a utilizado ambos sistemas —y a menudo de un modo aparentemente contradictorio. Hacia el ú l t i m o cuarto del siglo x v i encontramos a la teoría de los elementos en u n estado de fluctuación: los q u í m i c o s a c u d í a n a la evidencia fundada en la o b s e r v a c i ó n o a los textos paracelsianos como juzgaban conveniente. Con todo, cuando examinamos los textos de ese periodo vemos que cada vez eran m á s los m é d i c o s q u í m i c o s que adoptaban los tres principios como u n medio explicativo. Algunos lo h a c í a n a t r a í d o s por la analogía trinitaria de cuerpo, alma y espíritu, mientras que otros r e c u r r í a n a ellos en busca de u n sustituto para los humores. Para los teóricos químicos representaban sustancias filosóficas que en realidad no se p o d í a n aislar, mientras que para el f a r m a c é u t i c o p r á c t i c o no eran sino los productos de su destilación. N o era raro que una hierba medicinal produjera una flema acuosa, un aceite inflamable y u n sólido, y se pensaba que éstos indicaban al menos la presencia de los principios primigenios: mercurio, azufre y sal. Mas el concento, de un^universo q u í m i c o rebasaba la~Tffferpretación q u í m i c a d'éTia Creación y ios problemas de la teoría de. los elementos. Aquellos autores q u é se interesaban en_la me~teofólógía explicaban él trueno y - e l " r e l á m p a g o como una c o m b i n a c i ó n de azufre y salitre en

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la a t m ó s f e r a , una explosión an_álpga__a la producida ~p^~et~azaffe y el salitre contenidos e o j a 'jxSJvbia. De modo similar, los autores paracelsianos fueron los primeros que ofrecieron una h i p ó t e s i s significativa para el desarrollo de la a g r o q u í m i c a . E n busca de una explicación de los efectos benéficos de los abonos en la agricultura, postularon correctamente que los abonos conten í a n sales solubles esenciales para el suelo. Para, l o s paracelsianos, en efecto, Ja.Tierra era un vasto .laboratorio q u í m i c o , y ello explicaba el ""erigen de los volcanes, las fuentes termales, los ""manantiales de las m o n t a ñ a s y él crechnientcrde " l o s metales., Se>~recurría al antiguo concepto " d é u n fuego interior para explicárja^existencia de los volcanes, los que eran c o n c é b i d o s Cómo erup--eitíhes de materia fundida a t r a v é s de grietas en " l a superficie terrestre (figura I I . 3 ) . Los manant i a l e s que fluían de las m o n t a ñ a s se explicaban en forma análoga. E n este caso se decía que las reservas de agua s u b t e r r á n e a eran destiladas por el calor de ese fuego central. A medida que ese vapor a s c e n d í a a la superficie, las m o n t a ñ a s actuaban como alambiques q u í m i c o s , dando por resultado el manantial "destilado" que brotaba de la m o n t a ñ a . Sin embargo, algunos rechazaban la posibilidad de ese fuego, alegando que en el interior de la Tierra no h a b í a el aire necesario para que se diera semejante conflagración. Henr i de Rochas (1620-1640) sugería que el calor de los manantiales de agua mineral era producido por la reacción del azufre y una sal nitrosa en el seno de la Tierra. E l m é d i c o inglés E d w a r d Jorden (1569-1632) ofrecía otra explicación q u í m i c a

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FIGURA I I . 3 . Diagrama que muestra la i n t e r r e l a c i ó n de los volcanes y el fuego central. De Atanasio K i r c h e r Mundus subterraneus (1678). C o r t e s í a del Department ol Special Collections, The University of Chicago.

m á s amplia. Vitalista cabal, como la mayor parte de los q u í m i c o s de ese periodo, Jorden sostenía la noción, c o m ú n m e n t e aceptada, del crecimiento de los metales, pero explicaba éste en forma nove^dosa. Se valía para ello del proceso a l q u í m i c o de la " f e r m e n t a c i ó n " , "ár-qtre definía como ü h a reac-ción generadora de calor q u é no r e q u e r í a de aire. Ésa, afirmaba, debía ser la causa del crecimiento de la materia inorgánica. Esta nueva fuente de —calor p e r m i t í a entender los volcanes y los manantiales que nacían en las m o n t a ñ a s , sin tener

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que r e c u r r i r a la noción p r o b l e m á t i c a de un fuego central.

EL MICROCOSMOS Y LA TEORÍA MÉDICA La filosofía q u í m i c a paracelsiana era considerada como u ñ a nueva concepción, fundada en la observación de toda la naturaleza, pero desde un principio atrajo especialmente la a t e n c i ó n de los m é d i c o s . Paracelso h a b í a insistido en que h a b í a sido Dios, y no las constelaciones; el que lo h a b í a creado m é d i c o ; sus seguidores r e p e t í a n sus palabras y a ñ a d í a n que, en v i r t u d de su origen divino, la medicina era superior a las d e m á s ciencias. En este punto,,tanto él como ellos reflejaban el concepto de s a c e r d o t e - m é d i c o del neoplatonismo renacentista, aunque es probable que la ú l t i m a fuente de esta idea se encuentre en el Eclesiástico, 38:1: "Da al m é d i c o , por sus servicios, los honores que merece, que t a m b i é n a él le creó el S e ñ o r . " Para Paracelso, en efecto, el papel áeh m é d i c o p o d í a compararse propiamente con el del verdadero mago natural. — Paracelso y sus primeros seguidores c r e í a n firmemente en la analogía macrocosmos-microcosmos. E l hombre era una p e q u e ñ a réplica del gran mundo que lo rodeaba, y en su interior estaban representadas todas las partes del universo (figura I I . 4 ) . E n todas las é p o c a s se h a b í a considerado provechoso descubrir las correspondencias que existían entre los mundos mayor y menor, y se h a b í a acudido a la teoría de la s i m p a t í a y la antip a t í a para explicar la i n t e r a c c i ó n universal. En

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FIGURA I I . 4 . E l hombre como microcosmos unido a su Creador por las cadenas de l a naturaleza, representada como u n a joven m u j e r . O b s é r v e n s e los retratos de Hermes y Paracelso, así como los diagramas de los cuatro elementos y los tres principios. De T o b í a s S c h ü t z , Harmonía macrocosmi cum microcosmi ( 1 6 5 4 ) . C o r t e s í a del Department of Special Collections, T h e University of Chicago.

contraste con los aristotélicos, quienes insistían en la acción mediante el contacto, los paracelsianos no veían n i n g ú n inconveniente en aceptar la acción a distancia. Por tanto, se comprende fácilmente por q u é los h e r m é t i c o s paracelsianos fueron de los primeros que defendieron las investigaciones experimentales que realizó W i l l i a m Gilbert sobre el i m á n . E n el campo de la medicina, la discutible c u r a c i ó n por medio de u n b á l s a m o

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que se aplicaba a las armas ( m é t o d o curativo basado en la s i m p a t í a que implicaba tratar el arma en lugar de la persona herida) p r e s u p o n í a sin duda la posibilidad de obrar a distancia. Para el paracelsiano, la teoría de los humores de la medicina galénica h a b í a dejado de ser válida. La explicación tradicional de la enfermedad, como un desequilibrio interno de los humores, era rechazada por Paracelso. É s t e prefería subrayar aquellos trastornos locales dentro del cuerpo que se a t r i b u í a n a alguno de los tres principios. En su opinión, una de las causas principales de las enfermedades se encontraba en factores externos que, a semejanza de semillas, se introducían en el cuerpo por medio del aire, los alimentos o las bebidas. É s t o s arraigaban y se desarrollaban d e s p u é s en ó r g a n o s específicos. De ello p o d í a inferirse una analogía entre el macrocosmos y el microcosmos. Así como las "semillas" m e t á l i c a s causaban el crecimiento de vetas metálicas en la Tierra, las "semillas" de la enfermedad c r e c í a n dentro del cuerpo a medida que minaban la fuerza vital local de ó r g a n o s específicos. Esta fuerza vital separaba la sustancia pura de los desechos de modo análogo a como el alquimista intentaba aislar en su laboratorio las quintaesencias puras de la materia bruta. La relación entre el macrocosmos y el hombre tenía otras implicaciones q u í m i c a s . E l paracelsiano francés Joseph Duchesne (¿15447-1609) era u n ejemplo de esa b ú s q u e d a persistente de analogías q u í m i c a s de los paracelsianos cuando, al referirse a las enfermedades respiratorias, se servía de la misma analogía de la destilación que

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empleaban otros y a t r o q u í m i c o s (o médico-químicos) para explicar el origen de los arroyos que f a c í a n en las m o n t a ñ a s . Especial importancia se a t r i b u í a al aire, al que se consideraba esencial para la p r e s e r v a c i ó n del fuego y de la vida. Si, por una parte, el azufre y el salitre p o d í a n combinarse en la a t m ó s f e r a para producir el trueno y el r e l á m p a g o en el cielo, o fuentes termales en la Tierra, por otra, al ser inhalados, p o d í a n reaccionar dentro del cuerpo para provocar enfermedades que se caracterizaban por cualidades calientes y ardientes (figura I I . 5 ) . Para principios del siglo x v n se h a b í a asociado al salitre a é r e o con una fuerza vital indispensable para el hombre. En efecto, esa fuerza vital se identificaba en ocasiones con el spiritus mundi. Se postulaba que, una vez que h a b í a sido separada del aire impuro en los pulmones, esta sustancia era transformada en sangre arterial. E n vista de que sostenían este concepto —o sus modificaciones— no debe e x t r a ñ a r n o s que los paracelsianos del siglo x v n rechazaran la p r á c t i c a c o m ú n de la sangría. Esta operación, argumentaban, no h a c í a sino mermar la fuerza vital y esencial del paciente. Su rechazo de la sangría servía al mismo tiempo para manifestar^su oposición a la patología humoral tradicional. — Si la filosofía q u í m i c a de la naturaleza de los paracelsianos proporcionaba un sistema conceptual al y a t r o q u í m i c o , lo proveía t a m b i é n de una base para su actividad p r á c t i c a . Debido a la i m portancia que se a t r i b u í a al calor y al fuego, tanto el nuevo análisis q u í m i c o de la orina como la nueva doctrina q u í m i c a de las signaturas se

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FIGURA I I . 5 . E l hombre sitiado en su castillo de la salud. De Robert F l u d d , Integrum morborum mysterium (1631). C o l e c c i ó n del autor.

caracterizaban por procedimientos destilatorios. Similarmente, en busca de los ingredientes de las aguas medicinales de los manantiales de agua mineral, los paracelsianos contribuyeron al desarrollo de la q u í m i c a analítica. Una larga tradición medieval en este terreno h a b í a fructifica-

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do en el desarrollo, no sólo de pruebas aisladas, sino de a u t é n t i c o s procedimientos analíticos y, como es fácil comprender, los paracelsianos asimilaron r á p i d a m e n t e esa t r a d i c i ó n y la continuaron. Para 1571 Leonard Thurneisser (¿15307-1596) ya empleaba m é t o d o s cuantitativos, pruebas de solubilidad, análisis cristalográficos y pruebas con mechero, y a principios del siglo siguiente Edward Jorden p r o p o n í a el cambio de color (de rojo a azul) de la "tela de color de escarlata" como una prueba regular para aquellos líquidos que actualmente p o d r í a m o s clasificar como ácidos y bases. La obra de estos hombres suminist r ó la i n f o r m a c i ó n básica necesaria para la i n vestigación analítica que e m p r e n d e r í a m á s tarde Robert Boyle en ese mismo siglo. A l o s resultados de los nuevos análisis químicos se les dio una aplicación p r á c t i c a . Ahora los q u í m i c o s p o d í a n dar instrucciones para la prep a r a c i ó n de aguas minerales artificiales a quienes no p o d í a n viajar a los balnearios de aguas minerales; al mismo tiempo, esa i n f o r m a c i ó n analítica c o n s t i t u í a u n argumento m á s en favor del uso de medicamentos preparados químicamente. Los paracelsianos s o s t e n í a n vehementemente que la suya era una é p o c a nueva y violenta —una época que h a b í a engendrado enfermedades devastadoras desconocidas para los antiguos. ( E n particular, estaban consternados por las enfermedades venéreas.) E n consecuencia, necesitaban medicinas nuevas, m á s potentes que los medicamentos galénicos tradicionales preparados a base de hierbas. Lo que q u e r í a n decir era evidente: esas nuevas medicinas eran

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los metales y los minerales que ellos preparaban q u í m i c a m e n t e . En este campo, los paracelsianos no eran innovadores. No obstante, como declaraba R. Bostocke en 1585, el verdadero paracelsianb-'sé' distinguía de los d e m á s m é d i c o s por et"Cüidado y ía a t e n c i ó n que p o n í a en la dosifi' dación, y por su empleo del arte de la q u í m i c a ^ ' p á r a extraer ú n i c a m e n t e la esencia benéfica de " los minerales peligrosos. A d e m á s , en su defensa de estas medicinas (1603), Duchesne se apoyaba en los análisis de las aguas minerales para demostrar que los minerales t e n í a n efectos medicinales benéficos. Mas tales apologías de los medicamentos químicos no satisfacían de ninguna manera a los defensores de la materia medica tradicional y, a decir verdad, el temor que inspiraban las nuevas drogas no era infundado. Paracelso h a b í a abjurado de la m á x i m a galénica que decía que "los contrarios se curan con los contrarios", y se h a b í a vuelto en cambio a la medicina popular g e r m á n i c a , la que insistía en que "los semejantes se curan con los semejantes". Se recomendaba al m é d i c o que investigara los venenos en lugar de las inocuas mixturas vegetales. E l veneno que causaba una enfermedad —aplicado en forma apropiada— debía convertirse ahora en su remedio. Y si bien los q u í m i c o s procuraban s u p r i m i r sus propiedades tóxicas, sus intenciones no tranquilizaban a los m é d i c o s ortodoxos. Para é s t o s , muchos de los que preconizaban las nuevas drogas eran charlatanes ignorantes. E n un texto galénico hasta el t é r m i n o "paracelsiano" t e n í a una c o n n o t a c i ó n peyorativa. T o m á s

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Erasto (1524-1583) acusaba a Paracelso de promover el uso interno de venenos letales (1572). John Donne (1573-1631), al comparar las innovaciones respectivas de Copérnico y Paracelso, recluía al ú l t i m o en el antro m á s r e c ó n d i t o de la guarida de S a t a n á s y lo nombraba gobernador de la "legión de m é d i c o s homicidas". E n respuesta, los q u í m i c o s defendían cada vez con m á s energía sus medicamentos y sus m é t o d o s . A mediados del siglo x v n se propuso que varios centenares de enfermos pobres fueran sacados de los hospitales y los campamentos militares. Se les dividiría en dos grupos; uno sería tratado por los galenistas y el otro por los q u í m i c o s . E l n ú m e r o de defunciones d e t e r m i n a r í a cuál de las dos medicinas h a b í a triunfado, si la q u í m i c a o la tradicional. E l experimento nunca se llevó a cabo, pero el hecho de que haya sido propuesto indica lo acalorado de la controversia. A principios del siglo x v n las nuevas drogas se convirtieron en tema de intensas controversias en las universidades. Los panfletos m á s exaltados aparecieron en P a r í s en la primera d é c a d a del siglo, pero pronto fueron traducidos y publicados en otras partes de Europa, y existen versiones del conflicto escritas ya en 1606. En Londres, los miembros del Real Colegio de Médicos venían planeando, desde h a c í a varias décadas, la publicación de una farmacopea oficial. Cuando el m é d i c o q u í m i c o francés Theodore Turquet de Mayerne (1573-1655) se estableció en Londres como m é d i c o del rey Jacobo I , a u m e n t ó el i n t e r é s de los primeros por los nuevos medicamentos q u í m i c o s . Y en 1618, cuando al f i n

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se p u b l i c ó la farmacopea, se vio que se h a b í a llegado a u n prudente compromiso. Mientras que la mayor parte del volumen estaba dedicada a los medicamentos galénicos tradicionales, varias secciones estaban reservadas a los nuevos medicamentos preparados q u í m i c a m e n t e . Se les daba sanción oficial lo mismo en esas secciones que en el prefacio, donde se s e ñ a l a b a su eficacia para tratar enfermedades difíciles. Por tanto, podemos hablar propiamente de una creciente polarización de los m é d i c o s h e r m é t i cos y los galenistas. Pero, al mismo tiempo, la posición del Colegio de Médicos de Londres muestra la tendencia final hacia un compromiso respecto a la difícil c u e s t i ó n del uso interno de los nuevos medicamentos. Y en cuanto a los m é d i c o s q u í m i c o s , u n sector cada vez m á s numeroso de ellos t r a t ó de mantener a la q u í m i c a como la base de una nueva filosofía de la naturaleza, pero despojada de sus aspectos m á s místicos y menos experimentales. Y a t r o q u í m i c o s tan influyentes como Daniel Sennert (1572-1637) y Andreas Libavius (1540-1616) convenían con Paracelso en que la q u í m i c a era un fundamento idóneo de la medicina y era, consiguientemente, la ciencia principal. Pero se o p o n í a n a que las obras de Aristóteles, Galeno e H i p ó c r a t e s fueran desechadas y quemadas en el mercado. E n lugar de r e c u r r i r a p o l é m i c a s , el verdadero médico debía examinar tanto la antigua como la nueva medicina y aceptar lo mejor de ambas. Para muchos y a t r o q u í m i c o s del siglo x v n la filosofía q u í m i c a p o d í a practicarse con entera confianza, pues p a r e c í a suministrar a las ciencias

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un nuevo fundamento basado en la observación. Pero a muchos de estos mismos hombres les inquietaba, tanto como a los galenistas —o, posteriormente, a los filósofos mecanicistas—, la cosmología m í s t i c a y a l q u í m i c a de algunos de sus colegas. Por esta razón, el lector e n c o n t r a r á en esta literatura una desconcertante gama de opiniones m é d i c a s y q u í m i c a s . Estos libros y panfletos lo abarcan todo, desde la alquimia alegórica tradicional hasta las farmacopeas químicas de c a r á c t e r p r á c t i c o . Y, como veremos m á s adelante, esos debates interesaron profundamente tanto a los m é d i c o s como a los científicos, hasta bien entrado el siglo x v n . Conviene hacer una pausa para reflexionar en la importancia que tuvieron la q u í m i c a y las controversias m é d i c a s a fines del Renacimiento. ¿Qué h a b í a n conseguido los paracelsianos? ¿Cómo h a b í a n influido en la medicina y en la ciencia de ese periodo? Sobre todo, la medicina paracelsiana represent ó una reacción en contra de la veneración t r a dicional que se tenía por la Antigüedad. Los primeros paracelsianos se expresaban severamente de Aristóteles y Galeno (aunque no siempre de Hipócrates) y a c u d í a n , en cambio, a los textos h e r m é t i c o s , alquímicos y neoplatónicos recientemente traducidos. Un universo vitalista fundado en la analogía macrocosmos-microcosmos, y el oficio divino del m é d i c o , servían de base a una nueva i n t e r p r e t a c i ó n cristiana de toda la naturaleza. Llevados por su afán de reforma, los paracelsianos procedieron a atacar los cimien:

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tos mismos del antiguo sistema. Se cuestionaron tanto los elementos aristotélicos —sobre los que descansaba la antigua cosmología— como sus humores correspondientes —de los cuales d e p e n d í a la medicina galénica. Los q u í m i c o s adoptaron entonces los tres principios como un recurso explicativo, y los m é d i c o s paracelsianos no hablaban ya de u n desequilibrio de fluidos, sino de focos locales de enfermedad regidos por archei internos. La respuesta de los paracelsianos a la Antigüedad tuvo su mejor expresión en su insistencia en la o b s e r v a c i ó n y la experiencia, como una nueva base para estudiar la naturaleza. Ciertamente, los paracelsianos no eran los ú n i c o s que s o s t e n í a n esta tesis, pero su i n t e r é s especial por la q u í m i c a , a la que consideraron una guía para el estudio del hombre y el universo, los distingue de otros filósofos de la naturaleza del Renacimiento. Su uso extensivo del equipo q u í m i c o en experimentos de destilación y su constante referencia a las analogías q u í m i c a s , como u n medio para comprender todos los f e n ó m e n o s naturales, los s i t ú a n indiscutiblemente en la tradición h e r m é t i c o - a l q u í m i c a . La medicina de los paracelsianos estaba profundamente imbuida de q u í m i c a , mas no de mat e m á t i c a s . Pues, aunque aceptaban en principio la certeza de la prueba m a t e m á t i c a , su concepto de la cuantificación estaba de hecho m á s cerca del misticismo n e o p i t a g ó r i c o y las mediciones p r á c t i c a s basadas en el peso de los cuerpos. Las abstracciones m a t e m á t i c a s de los f e n ó m e n o s naturales y las demostraciones g e o m é t r i c a s recor-

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daban al escolasticismo, algo que, evidentemente, debía evitarse. Se sospechaba hasta de la misma lógica, a la que se veía como una forma de la ciencia y la medicina " m a t e m á t i c a " de la Antigüedad. Por tanto, la médico-ciencia de los paracelsianos tendía a ser u n enfoque de la naturaleza menos "matematizado" que el de la ciencia anterior. Estos médicos q u í m i c o s exponían sus opiniones con convicción, mas a menudo con poco tacto. Censuraban la excesiva confianza que se tenía c o m ú n m e n t e en la Antigüedad. P r o p o n í a n una nueva medicina y una nueva filosofía natural, fundadas en observaciones y experimentos relacionados con la q u í m i c a . Exigían también reformas educativas para que se permitiera e n s e ñ a r su concepción "cristiana" de la naturaleza en las universidades. E n estos puntos entraron en franco conflicto con la tradición. Entre ellos, sin embargo, d i s c u t í a n con no menos vehemencia. E n este caso se d e b a t í a n cuestiones tales como el lugar que debía ocupar la matem á t i c a en la formación de la nueva filosofía, la teoría de los elementos, la analogía macrocosmos-microcosmos y el significado de las emanaciones astrales. Desde luego, podemos atribuir a los paracelsianos el m é r i t o de avances específicos —su concepto de la enfermedad y su reconocimiento de la importancia de la q u í m i c a para la medicina (tanto como una base para entender los procesos fisiológicos, como una nueva fuente de preparaciones medicinales) sirven de excelentes ejemplos. Y es indudable que algunos de los conceptos "modernos" de fines del

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siglo x v n tienen su origen en los conceptos "no modernos" de los y a t r o q u í m i c o s del siglo anterior. Sin embargo, fue principalmente al definir su concepción de una nueva ciencia basada en la medicina e interpretada a la luz de la química cuando se vieron envueltos en una controversia que influiría sobre la definición de aspectos importantes de la ciencia moderna.

I I I . E L ESTUDIO DE LA NATURALEZA EN U N MUNDO CAMBIANTE CON nuestro breve examen de los paracelsianos esperamos haber demostrado que, por lo que respecta al Renacimiento, sería e r r ó n e o separar el estudio de la naturaleza inorgánica del de la orgánica. Los aristotélicos, los p l a t ó n i c o s y los paracelsianos del siglo x v i c o n c e b í a n al mundo como u n ser vivo —y ello en todos los niveles. No es raro leer descripciones t e ó r i c a s de la fec u n d a c i ó n de la Tierra por semillas astrales y del consiguiente crecimiento de los metales en vetas. Muchos consideraban este proceso comparable-al crecimiento del feto humano. Análogamente, se argumentaba que, así como los granos se cosechaban en los campos de cultivo, los metales que crecían t a m b i é n p o d í a n cosecharse una y otra vez en las e n t r a ñ a s de la Tierra. Tales creencias fueron comunes entre los mineros de Europa central hasta principios del siglo xx. Para los eruditos del Renacimiento era indudable que en el aire existía un e s p í r i t u vital necesario para todos los seres vivientes. E n su Philosophical Key (hacia 1619), Robert Fludd se basaba en ese spiritus mundi para explicar la generación e s p o n t á n e a ; a la b ú s q u e d a de u n m é todo para aislar esta sustancia d e d i c a r í a gran parte de su vida. Y, aunque muchos h a b r í a n desaprobado las tendencias m í s t i c a s de Fludd, otros h a b r í a n aceptado sus supuestos filosóficos sobre el particular. 74

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Pero, hecha esa advertencia, seguimos considerando conveniente separar la obra del minero y del m e t a l ú r g i c o de la del b o t á n i c o , el zoólogo y el biólogo. Cuando observamos sus respectivos campos, encontramos que en los siglos x v i y x v n se produjeron cambios d r a m á t i c o s . Advertimos que el saber popular medieval de las plantas y los animales es remplazado por la crítica h u m a n í s t i c a de los textos — y posteriormente por una b ú s q u e d a intensa de nueva i n f o r m a c i ó n basada en observaciones, con las cuales se intentaba sustituir tanto a la t r a d i c i ó n antigua como a la crítica literaria.

EL REINO ANIMAL E l conocimiento que se tenía en la Edad Media de los animales, se derivaba en gran parte de la Historia natural de Plinio el Viejo, escrita en el siglo primero de nuestra era. E n esa obra, j u n t o con mucha otra información, se presentaba una abundancia de datos y folklore relativos a los animales de Europa, Africa y Asia. Para Plinio eran importantes los h á b i t o s de todos los animales, por fabulosos que pudieran parecer. Describía asimismo su apariencia, el uso medicinal que se daba a sus ó r g a n o s y, especialmente, mencionaba c u á n d o se les h a b í a visto por primera vez en Roma. Las descripciones que hizo Plinio de monstruos de toda especie se repitieron en los bestiarios medievales que h e r e d ó t a m b i é n el erudito renacentista. Mas el texto de Plinio era tan vulnerable a la crítica h u m a n í s t i -

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ca como los textos -de otras autoridades de la Antigüedad. Ermolao B á r b a r o (1454-1493) se enfrentó a los treinta y siete libros de la Historia natural para producir una obra que rivalizaba con ella en extensión. En sus Castigationes plinanae (1492-1493) B á r b a r o erradicaba los errores a r t í c u l o por artículo. Pero, en una actitud t í p i c a m e n t e humanista, casi no se cuidó de aportar nuevas observaciones sobre las plantas y los animales descritos por el almirante romano; en cambio, se dedicó a investigar las fuentes antiguas en que se h a b í a apoyado Plinio. De este modo, rechazaba la a f i r m a c i ó n de Plinio de que los elefantes vivían de doscientos a trescientos años. La cifra correcta —y citaba a Aristóteles como la fuente respectiva— no eran trescientos, sino ciento veinte a ñ o s . La tradición enciclopédica de Plinio conservó su fecundidad en los siglos x v i y x v n . Los escritos de Conrad Gesner'(1516-1565) abarcaban todos los aspectos del conocimiento y, en efecto, su Bibliotheca universalis (1545) es la primera gran obra bibliográfica anotada de la era de los libros impresos. No menos importante es su Historiae animalium (^551-1621), obra que constaba de cinco v o l ú m e n e s e incluía todos los animales a los que se referían tanto las autoridades antiguas como las modernas. Contenía información sobre cada bestia con respecto a su habitat, fisiología, enfermedades, h á b i t o s , utilidad y dieta. Gesner exponía muchas observaciones nuevas y dividía al reino animal en p á j a r o s , peces, insectos y otras categorías básicas, mucho a la manera de Aristóteles. Dentro de estas divisiones.

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seguía u n orden alfabético de clasificación. M á s ambicioso todavía era Ulises Aldrovandi (15221605), quien, poco antes de morir, p u b l i c ó tres v o l ú m e n e s en folio sobre los p á j a r o s y los insectos. B a s á n d o s e en sus notas, sus discípulos publicaron m á s tarde otros once v o l ú m e n e s —y se conservan otros manuscritos suyos que no han sido editados hasta la fecha. E l contenido de las obras de Gesner y Aldrovandi era exhaustivo. Y aunque en ocasiones se cuestionaban los relatos de monstruos, en general se ofrecía al lector cuanto ápice de información se h a b í a podido encontrar. Un reflejo de lo anterior puede observarse en las obras derivadas de E d w a r d Topsell (1572-1625), cuya Historie of Four-Footed Beastes (1607) y su Historie of Serpents (1608) presentaba al lector de la é p o c a de Jacobo I descripciones de los animales del mundo en dos grandes v o l ú m e n e s en folio. A juicio de Topsell, cierto i n t e r é s por los animales era esencial para el clérigo, quien necesitaba identificar correctamente a las bestias mencionadas en la Biblia. Esa misma i n f o r m a c i ó n era no menos importante para el m é d i c o , porque los animales servían de alimento al hombre, por las enfermedades que causaban sus venenos y por el uso medicinal que se daba a sus ó r g a n o s . Para sus p r o p ó s i t o s , Topsell consideraba que bastaba con seguir un simple orden alfabético. Sin embargo, introdujo subdivisiones dentro de los apartados principales. Así, por ejemplo, la m a n t í c o r a monstruosa, con cabeza humana y su triple hilera de dientes, a p a r e c í a en la sección de las hienas. La m a n t í c o r a sólo era uno de los mu-

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FIGURA I I I . 1 . " L a verdadera imagen de l a lamia", de E d w a r d Topsell. De The Historie of Four-Footed Beastes (Londres, 1 6 0 7 ) . C o r t e s í a de la Newberry L i b r a r y , Chicago.

chos animales míticos incluidos. Se invocaba la autoridad de la Escritura para aceptar la existencia del unicornio, y se incluían muchos otros animales porque se h a c í a referencia a ellos en los textos antiguos (tales como los sátiros, la esfinge y los dragones). De estas bestias fabulosas, una de las m á s e x t r a ñ a s era la lamia (figura I I I . 1), cuya existencia aceptaba Topsell porque en la Biblia se h a c í a alusión a ella (como L i l i t h ) . Dotadas de bellos rostros de mujer y "formas muy grandes y hermosas en sus pechos", estas bestias representaban un grave peligro para los viajeros, pues, "cuando ven a u n hombre, le muestran sus

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senos y, s e d u c i é n d o l o con la hermosura de éstos, lo invitan a que se acerque a conversar, y así, cuando lo tienen a su alcance, lo matan y lo devoran". Topsell estaba enterado t a m b i é n de la existencia de animales que no h a b í a n conocido los antiguos, o h a b í a n sido redescubiertos en el siglo anterior. De esta manera, incluía a varios animales de América (como el "cocodrilo terrestre del Brasil", que era realmente una iguana o algún otro lagarto) y de Oriente. Entre los animales de la I n d i a s o b r e s a l í a el rinoceronte, "la segunda maravilla de la naturaleza", al cual se conocía, no sólo por la autoridad de los antiguos, sino también por u n e s p é c i m e n que se h a b í a exhibido en Lisboa (1513-1515). Pero, si no vacilaba mucho en a d m i t i r la existencia de la lamia, la m a n t í c o r a y los dragones, el rinoceronte era un animal tan e x t r a ñ o para Topsell, que creyó necesario asegurar a sus lectores que no se a t r e v e r í a a mentirles: "No e s t a r í a dispuesto a escribir ninguna cosa falsa o incierta, fruto de m i propia imaginación; y la verdad es algo tan preciado para m í , que no m e n t i r é para despertar en algún hombre amor y a d m i r a c i ó n por Dios y sus obras, pues Dios no necesita las mentiras de los hombres." Especial i n t e r é s tienen los estudios m o n o g r á ficos que comenzaron a aparecer a mediados del siglo x v i . Destacan entre é s t o s los estudios de peces, p á j a r o s y animales marinos escritos por Pierre Belon (1517-1564) y Guillaume Rondelet (1507-1566). E l primero, viajó por el Cercano Oriente recogiendo i n f o r m a c i ó n , misma que pres e n t ó en L a nature & diversité des poissons

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(1551) y en sus Portraits (1557) de animales, serpientes, hierbas, á r b o l e s , hombres y mujeres. BeIon incluía entre los poissons a todos los animales que vivían en o cerca del agua. Su inclusión de los cetáceos lo llevó a representar el parto de una orea con la cría unida todavía a la placenta, lo cual p e r m i t í a demostrar que ese grupo pertenecía a los m a m í f e r o s (figura I I I . 2 ) . Igualmente importante es el ensayo de a n a t o m í a comparada de Belon donde dibujó, uno al lado del otro, los

FIGURA I I I . 2 . E l nacimiento v i v í p a r o de u n a orea. De Pierre Belon, La nature & diversité des poissons (París, 1555). C o r t e s í a de la Newberry L i b r a r y , Chicago.

esqueletos de u n hombre y un p á j a r o , s e ñ a l a n d o homologías válidas entre ambos (figura III.3). Dibujó asimismo el pico de u n p á j a r o " a c u á t i c o " originario del Nuevo Mundo (se trataba en realidad de un t u c á n ) , mas no d u d ó en presentar a la vez ilustraciones de serpientes voladoras del Sinaí y u n pez monstruoso que tenía forma de

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monje y fue copiado m á s tarde lo mismo por Gesner que por Rondelet. La obra de Rondelet estaba inspirada, en parte al menos, en su deseo de confirmar las observaciones de Aristóteles. Su obra c o n t e n í a una minuciosa d e s c r i p c i ó n de la vida marina del Mediter r á n e o , pero, al igual que Belon, incluía a otros animales asociados con el agua, tales como las tortugas y las focas. Tampoco veía n i n g ú n inconveniente en reproducir monstruos como el pez

FIGURA I I I . 3 . C o m p a r a c i ó n de los esqueletos de u n hombre y u n p á j a r o . De Pierre Belon, Portraits d'oyseaux, animaux, Serpens, Herbes, arbres, hommes et femmes d'Arable & Egypte ( P a r í s , 1557). C o r t e s í a de l a Newberry L i b r a r y , Chicago.

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monje y el pez obispo, los que h a b í a copiado de Gesner y Belon. A fines del siglo x v i se publicaron o terminaron de escribir varias m o n o g r a f í a s . Gesner le había encargado un libro sobre perros a John Caius (1510-1573) y otro sobre insectos a E d w a r d Wotton (1492-1555) y Thomas Penny (1530-1588). E l primero a p a r e c i ó en Londres en 1570; el segundo, basado en las notas de Wotton, Penny y otros, fue recopilado por el m é d i c o paracelsiano isabelino Thomas Moffett y publicado finalmente en 1634. Significativas fueron t a m b i é n las descripciones cada vez m á s minuciosas de la flora y de la fauna, resultado de las exploraciones realizadas en el siglo x v i . A l concluir ese siglo, las figuras de algunos de los animales m á s sorprendentes eran bastante comunes en las publicaciones europeas, mas, en el siglo siguiente h a b r í a n de producirse catálogos, cuidadosamente elaborados, de animales originarios de las regiones del mundo recién descubiertas. Las descripciones que hizo Willem Piso (1611-1678) de peces, p á j a r o s , reptiles y mamíferos de América del Sur ofrecían información precisa de animales tan exóticos como el capibara, el tapir, varias especies de monos y perezosos, el jaguar y los osos hormigueros sudamericanos. Jacob Bondt (1592-1631) p r e s t ó un servicio similar respecto a las Indias Orientales. Corrigió descripciones anteriores de la piel del rinoceronte, semejante a una armadura, y afirmaba que, aunque pocos europeos h a b í a n visto a esta bestia, él h a b í a visto miles de ellas (figuras I I I . 4 y I I I . 5 ) . De modo similar, h a c í a una descripción del tigre

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basada en observaciones personales y d i b u j ó al o r a n g u t á n , al que se c o m p l a c í a en identificar con los s á t i r o s descritos por Plinio (figura I I 1.6).

E L REINO VEGETAL Y LA TRADICIÓN MÉDICA El conocimiento de las propiedades medicinales de las plantas tiene su origen en é p o c a s muy remotas, pero el estudio de la b o t á n i c a propiamente dicha no formaba parte importante de la filosofía natural de la A n t i g ü e d a d . De los escritos b o t á n i c o s de Aristóteles sólo conservamos unos cuantos fragmentos; é s t o s indican, sin embargo, el c a r á c t e r abstracto de sus intereses. Su discípulo Teofrasto (¿3807-287 a.c.) compuso una His-

F I C U R A I I I . 4 . E l rinoceronte "blindado" de la I n d i a ( 1 5 1 5 ) , de Alberto Durero, fue l a i l u s t r a c i ó n m á s conocida de ese animal por casi u n siglo. De E d w a r d Topsell, Historie of Four-Footed Beastes (Londres, 1607). C o r t e s í a de l a Newberry L i b r a r y , Chicago.

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FIGURA I I I J j . U n rinoceronte m á s realista dibujado del natural. De Jacob Bondt, Historiae naturalis & medicae Indiae orientalis (Amsterdam, 1658). C o r t e s í a de l a Newberry L i b r a r y , Chicago

toria de las plantas, cuyas secciones m á s importantes trataban de la generación de las plantas. Esta obra, impresa primeramente en latín (1483) y m á s tarde en griego (1497), iba a ser una de las fuentes fundamentales de la t r a d i c i ó n a r i s t o t é lica en este campo. No obstante, el i n t e r é s h u m a n í s t i c o p o r la obra de Teofrasto era menor ciertamente al que existía por los herbarios p r á c t i c o s , donde se d e s c r i b í a n las plantas y se enumeraban sus usos medicinales. De éstos, el principal vestigio de la Antigüedad era la obra sobre materia medica de Pedanio Dioscórides de Anazarbeo, cirujano m i l i t a r del siglo i de nuestra era. É s t e d e s c r i b í a e ilustraba unas quinientas plantas, haciendo h i n c a p i é en su uso

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FIGURA I I I . 6 . E l o r a n g u t á n , de Jacob Bondt. De la Hisloriae naturalis & medicae Indiae orientalis ( A m s t e r d a m , 1658). C o r t e s í a de la Newberry L i b r a r y , Chicago.

como drogas. Las ilustraciones que empleaba sólo eran originales en parte, ya que algunas de ellas pertenecen a una t r a d i c i ó n m á s antigua que se remonta a Cratevas (siglo I a . c ) . La excelente calidad de las ilustraciones antiguas de plantas se aprecia mejor en la copia manuscrita que, seg ú n se presume, fue hecha para Juliana Anicia (principios del siglo v i ) , hija del emperador Fia-

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FIGURA I I I . 7 . U n ejemplo de l a i l u s t r a c i ó n de las plantas en las p o s t r i m e r í a s de la A n t i g ü e d a d . "Stratiotes", del Codex Aniciae Julianae ( D i o s c ó r i d e s ) , hacia 500 d.c. De Agnes Arber, Herbáis. Their Origin and Evolution. A Chapter in the History of Botany 1470-1670 (Cambridge: Cambridge University Press, 1912).

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vio Anicio (figura I I I . 7 ) . Redescubierta en Constantinopla a mediados del siglo xvi y vendida al emperador del sacro I m p e r i o romano, al parecer sus ilustraciones sólo tuvieron una influencia l i mitada en la i l u s t r a c i ó n de las plantas durante el Renacimiento, pues para entonces ya se h a b í a advertido la necesidad de obtener nuevos dibujos de e s p e c í m e n e s vivos. La historia de las ilustraciones b o t á n i c a s e s t á debidamente documentada. Ha sido reconstruida desde los manuscritos del siglo vi, pasando por la decadencia a r t í s t i c a de la Edad Media, hasta la nueva u n i ó n del artista y el b o t á n i c o a principios del siglo xvi. La sólida t r a d i c i ó n de las primeras ilustraciones nos permite seguir la influencia de ciertos dibujos a lo largo de un milenio. Y si bien los detalles se perdieron cuando innumerables generaciones de copistas confeccionaron nuevos manuscritos, podemos identificar todavía los originales de algunas de las ú l t i m a s copias, pese a estar separados de é s t a s por cientos de a ñ o s . Ese i n t e r é s persistente por las hierbas de utilidad medicinal dio origen a una p r o d u c c i ó n constante de libros que versaban sobre este tema. E l herbario del siglo x atribuido a Macer, examinaba unas ochenta plantas, y B a r t o l o m é el Inglés, enciclopedista del siglo xin, dedicó muchas p á g i n a s al folklore de las plantas. Estas y otras obras, combinadas con la t r a d i c i ó n antigua y la costumbre local, dieron por resultado varios herbarios regionales publicados a fines del siglo xv. Representativo de esta literatura es el Herbarias a l e m á n (1485), que está lleno de crudos y vigorosos grabados en madera de plantas a c o m p a ñ a d o s

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de sus descripciones y una lista de sus usos medicinales (figura I I I . 8 ) . No obstante, esta obra rebasa el reino de la vida vegetal. Contiene numerosos dibujos y descripciones de animales, incluyendo elefantes, lobos y ciervos. De modo similar, en ella se examinan detalladamente algunos metales y minerales de supuesto valor t e r a p é u t i c o (tales como el i m á n y el mercurio m e t á l i c o ) . , Las primeras ediciones, profusamente ilustra| das, del Herbarius a l e m á n , Le Grant Herbier (hacia 1458) y el Grere Herball (1526), pueden comp a r a r s e con las primeras ediciones impresas de la obra de Dioscórides. E n este caso, como se trataba de un texto antiguo importante, los humanistas emplearon su acostumbrada erudición para producir u n texto tan fiel como fue posible. Como era de esperarse, no pusieron el mismo e m p e ñ o en identificar las plantas descritas por medio de ilustraciones. Por consiguiente, las primeras ediciones en griego del texto de Dioscórides carecen de ilustraciones y las posteriores no son mucho mejores en este sentido. E n una edición tan reciente como la de 1549 se presentaba el texto en griego y en latín, en columnas paralelas, con un apéndice de diez p á g i n a s donde se s e ñ a l a b a n los errores encontrados en ediciones anteriores, así como variantes de lectura. Sin embargo, a pesar del valor que t e n í a n para el clasicista, esas ediciones eran de escasa utilidad para el m é d i c o . Otra dificultad, que sólo sería reconocida gradualmente, era que muchas de las plantas descritas por Dioscórides no existían en el norte de Europa. E l progresivo i n t e r é s por la identificación de los vegetales, la b ú s q u e d a de nuevas pro-

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FIGURA I I I . 8 . L a mandragora, del Herbarius a l e m á n ( 1 4 8 5 ) . C o r t e s í a de la Newberry L i b r a r y , Chicago.

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piedades medicinales y el descubrimiento de nuevas variedades de plantas contribuyeron a la fundación de c á t e d r a s de b o t á n i c a en las escuelas de medicina de Europa (la primera se fundó en Padua, en 1533). Los mismos factores influyeron

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para que se establecieran jardines b o t á n i c o s públicos en Florencia, Bolonia, P a r í s y Montpellier al finalizar el siglo x v i . Los nuevos estudios sobre las plantas y el creciente reconocimiento de sus propiedades activas medicinales hicieron que se diera m á s a t e n c i ó n a su d e s c r i p c i ó n exacta. Para mediados del siglo x v i , n i los textos fieles de los humanistas, n i los antiguos grabados medievales en madera p a r e c í a n satisfactorios. Una nueva era de herbarios se inicia con los libros de Otto Brunfels (1489-1534) en 1530, Jerome Bock (1498-1554) en 1539, y Leonhard Fuchs (1501-1566) en 1542 (figura I I I . 9 ) . É s t o s presentaban nuevas ilustraciones de la naturaleza (figura I I I . 1 0 ) . Aunque adolecían de algunos errores (como la insistencia de Brunfels en identificar las plantas alemanas con las descritas

FIGURA I I I . 9 . Artistas preparando las ilustraciones para el libro de F u c h s , De historia stirpium (Basilea, 1542). C o r t e s í a de l a Newberry L i b r a r y , Chicago.

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FIGURA I I I . 1 0 . R o s a silvestre. De L e o n h a r d F u c h s , De historia stirpium ( B a s i l e a , 1542). C o r t e s í a de l a Newberry L i b r a r y , Chicago.

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por Dioscórides, o el uso que h a c í a Fuchs de un sistema alfabético de clasificación), sus ilustraciones vinieron a revolucionar el estudio de la vida vegetal. Los textos eran menos satisfactorios y muchos opinaban que no se h a b í a mejorado la obra de Dioscórides. Por lo tanto, esta obra antigua sobre materia medica siguió siendo el herbario m á s popular durante el siglo xvi. Ello se debió en gran parte a los esfuerzos de Pierre M a t t i o l i (1501-1577), cuya edición y comentario de la obra de Dioscórides (1544) p o n í a al d í a el antiguo texto, al incluir ilustraciones precisas y nuevas plantas descubiertas en el siglo xvi. E n éste y el siguiente siglo iban a imprimirse cerca de cien ediciones de los comentarios de M a t t i o l i , por separado o a c o m p a ñ a d o s del texto de Dioscórides. Pero Mattioli no se limitó a convertir la obra de Dioscórides en una guía p r á c t i c a para el m é d i c o botanista. Plenamente consciente del nuevo interés de los m é d i c o s por los procesos q u í m i c o s , en ediciones posteriores de su obra incluyó u n apéndice donde describía el equipo y los procedimientos destilatorios. Consideraba que esta información era indispensable, pues para entonces la b ú s q u e d a de las "quintaesencias" se h a b í a extendido y se s a b í a c o m ú n m e n t e que tales m é t o d o s no se h a b í a n conocido en la Antigüedad. Ciertamente, en esto M a t t i o l i seguía una t r a d i c i ó n medieval que puede observarse en la obra de Arnau de Vilanova (¿12357-1311), Juan de Rupescissa (siglo xiv) y algunos autores del siglo xv y principios del xvi como Hieronymus Brunschwig (¿14407-1512) y Philip Ulstad (hacia 1525). De esos libros sobre la destilación, uno de los

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m á s notables fue escrito por Conrad Gesner. Su Thesaurus Euonymi (1555, 1569) fue traducido r á p i d a m e n t e a los principales idiomas europeos. Gran parte del libro versaba sobre las técnicas para la destilación de hierbas, y Baker, su traductor inglés, aconsejaba a sus lectores "aprender la manera de aislar, por medio del arte, la sustancia pura y verdadera, tan manifiesta como oculta, la cual es en la medicina una gran ayuda para eliminar las enfermedades difíciles y rebeldes a la c u r a c i ó n . . . [Entonces] vemos claramente ante nuestros ojos que las virtudes de las medicinas producidas mediante destilación q u í m i c a son m á s beneficiosas, mejores y m á s eficaces que las de aquellas medicinas que hoy e s t á n en uso y se acostumbran". Tales remedios, insistía Baker, p o d í a n curar la parálisis, la epilepsia, el asma, las enfermedades del bazo, el gálico, la gota, la d i s e n t e r í a , el mal de piedra, los cólicos y hasta la lepra. Baker, Gesner y M a t t i o l i , inclusive, h a b r í a n estado de acuerdo en que la destilación q u í m i c a p e r m i t í a aislar eficazmente la parte pura y activa de las hierbas medicinales.

BUENAS NUEVAS DE UN MUNDO NUEVO Las deficiencias de los antiguos herbarios se pusieron gradualmente de manifiesto en el curso del siglo x v i debido a sus ilustraciones anticuadas, su o m i s i ó n de plantas comunes en las regiones de Europa al norte de los Alpes, y su falta de inform a c i ó n q u í m i c a . A esta lista debe agregarse el

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caudal de nueva información sobre las plantas, llevado a Europa por personas que h a b í a n viajado a las Indias Orientales y Occidentales. E n sus obras hablaban de la riqueza de las tierras recién descubiertas. No sólo escribían de sus bestias e x t r a ñ a s , sino que d e s c r i b í a n asimismo sus riquezas minerales y su flora exótica. Uno de sus mayores tesoros era la gran variedad de hierbas que utilizaban los nativos como medicinas. É s t a s ofrecían nuevas posibilidades para tratar enfermedades que en Europa se consideraban incurables. Las descripciones de estas plantas aparecieron primeramente en español y p o r t u g u é s , pero pronto fueron traducidas, resumidas e incorporadas a los nuevos herbarios. Hasta la obra de Dioscórides tuvo que ser actualizada con esa información. Amato Lusitano (1511-1568) aclaraba en su comentario (1553) que h a b í a buscado e s p e c í m e n e s de plantas orientales. Y M a t t i o l i mostraba todavía mayor e m p e ñ o en su b ú s q u e d a de nuevas y mejores descripciones de plantas asiáticas. La principal fuente de i n f o r m a c i ó n sobre las plantas medicinales de la India era la obra de García de Orta (1501-1568). Sus Coloquios dos simples e drogas e cousas medicinaes da India, donde describía cerca de sesenta plantas, fueron publicados en Goa en 1563. Cristiano de ascendencia j u d í a , Orta h a b í a e n s e ñ a d o medicina en Lisboa antes de embarcarse para Goa en 1534 con el f i n de estudiar las nuevas drogas. Admitía: "Si yo estuviera en E s p a ñ a , no me atrevería a hablar en contra de Galeno y los griegos"; pero é s t e era un mundo nuevo donde no debía prevalecer ya la

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autoridad de los antiguos. E n efecto, escribía, "no i n t e n t é i s espantarme con Dioscórides n i con Galeno, porque sólo voy a decir lo que sé que es cierto". Su obra muestra poca paciencia para la teoría m é d i c a en general. E n cambio, describe enfermedades desconocidas hasta entonces en Europa Occidental (como el cólera a s i á t i c o ) , así como las plantas que empleaban los m é d i c o s nativos. Coleccionaba y cultivaba esa clase de plantas en su propio j a r d í n b o t á n i c o , donde h a b í a áloes, alcanfor, s á n d a l o y betel. E n su l i b r o identificaba y d e s c r i b í a las plantas antes de señ a l a r sus usos f a r m a c é u t i c o s . Igualmente importante fue Nicolás Bautista Monardes (1493-1588), quien en su primera obra publicada h a b í a impugnado el uso de las plantas medicinales del Nuevo Mundo. No obstante, en su obra principal, Dos libros, el uno que traía de todas las cosas que traen de nuestras Indias Occidentales (1565; dos partes adicionales fueron publicadas en 1571 y 1574), defendía enérgicamente la materia medica americana. Esta obra pronto fue traducida al inglés por John Frampton (1577) con el t í t u l o : Joyfull Newes Out of the Newe Found World. Monardes nunca viajó fuera de E s p a ñ a y se resistía m á s que su c o n t e m p o r á n e o De Orta a desechar la antigua medicina. Con todo, se daba cuenta de que otros se h a b í a n impresionado tanto con las propiedades de esas plantas, las cuales pro1

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L a s citas de De O r t a e s t á n tomadas de C . R . Boxer, Two Pioneers of Tropical Medicine: Garcia d'Orta and Nicolás Monardes (Londres, T h e H i s p a n i c and LusoBrazilian Councils, 1963), p. 14.

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m e t í a n ser " u n remedio para toda suerte de enfermedades y heridas", que muchos "se han apartado en gran medida de las antiguas reglas y procedimientos de la m e d i c i n a . . . " En las páginas de Monardes se encuentran numerosas plantas y animales desconocidos hasta entonces por los europeos. Se examinan minuciosamente el cacao, el sasafrás y la zarzaparrilla, y el m e c h o a c á n , el "ruibarbo de las Indias", que ahora sabemos no es sino u n ligero purgante, se ofrece como remedio para una gran variedad de padecimientos. Se presenta a la madera de guayaco como el a u t é n t i c o remedio que utilizaban los indios contra las enfermedades v e n é r e a s y se describe detalladamente al tabaco como una medicina, j u n t o con numerosos u n g ü e n t o s y mixturas derivados (figura I I I . 1 1 ) . No obstante, Monardes observa que los indios "inhalan el humo del tabaco para embriagarse y ver las visiones y las cosas que se les aparecen y en las cuales hallan deleite". Las obras de Orta y Monardes fueron popularizadas ampliamente en toda Europa por Charles l'Ecluse (1526-1609), quien las r e s u m i ó y tradujo al latín. Las traducciones a otros idiomas se sucedieron r á p i d a m e n t e . Ya hemos mencionado la t r a d u c c i ó n al inglés de John Frampton; el paracelsista francés Jacques Gohory (1520-1576) fue uno de los primeros que ponderaron las grandes propiedades curativas que Monardes a t r i b u í a al mechoacán. Existía a d e m á s una afluencia constante de nueva información. Juan Fragoso (siglo x v i ) describía las sustancias a r o m á t i c a s y los á r b o l e s frutales de la India en u n libro impreso en 1572.

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FIGURA I I I . 1 1 . L a planta del tabaco. De N i c o l á s Monardes, Joyfull Newes Out of the Newe Found World, trad. de John F r a m p t o n ( L o n d r e s , 1577). C o r t e s í a de la Newberry L i b r a r y , Chicago.

E l Tractado de las drogas y medicinas de las Indias Orientales (1578), de C h r i s t a v á o da Costa (¿ 15407-1599), se derivaba en parte del texto anter i o r de Orta, pero c o n t e n í a mucho material nuevo, así como ilustraciones que él mismo h a b í a rea-

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lizado. Similar importancia t e n í a De medicina Indorum (1642), de ^acob_Bondt, d ó n d e se describ í a n las plantas y las enfermedades de las Indias Orientales con una minuciosidad inusitada. La obra de Bondt tuvo gran difusión, no sólo en virtud de sus propios m é r i t o s , sino porque a mediados del siglo x v n fue publicada conjuntamente en varias ediciones con u n l i b r o de Prospero A l pini (1553-1617) sobre medicina egipcia (1591). E n De plantis Aegypíi (1592), o t r o de sus libros, A l pini d e s c r i b í a cincuenta y siete plantas egipcias. Y en cuanto a N o r t e a m é r i c a , A Briefe and True Report of the New Found Land of Virginia (1588), de Thomas H a r i o t (1560-1621), ofrecía al lector algunos grabados extraordinarios, pero no presentaba una i n f o r m a c i ó n tan detallada como la recogida por los exploradores, naturalistas y m é dicos e s p a ñ o l e s , holandeses y portugueses. "

OBSERVACIÓN Y ORDEN Los herbarios se contaban indudablemente entre los libros m á s populares que se i m p r i m i e r o n en los siglos x v i y x v n . No necesitamos examinarlos con mucho detenimiento para convencernos del r á p i d o avance del conocimiento en ese campo. B a s á n d o s e en la obra de Dioscórides (donde se d e s c r i b í a n unas quinientas plantas) y en la tradición medieval (en el texto de Macer se d e s c r i b í a n ochenta plantas), los b o t á n i c o s renacentistas descubrieron r á p i d a m e n t e miles de plantas que hasta entonces no se c o n o c í a n o no h a b í a n sido descritas adecuadamente. Era necesario ilustrar-

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las, redactar descripciones precisas y, sobre todo, recoger i n f o r m a c i ó n respecto a sus propiedades medicinales. M a t t i o l i y otros transformaron radicalmente la obra de Dioscórides para que este antiguo texto siguiera siendo útil en una nueva era. Mas ello no satisfizo a muchos y se ofreció al público^ u n verdadero diluvio de nuevos herbarios. É s t o s s o n l a ñ t o s que en vano i n t e n t a r í a m o s enumerarlos a todos, pero merecen mencionarse el herbario (1551-1568) de W i l l i a m Turner (¿1510?1568), que abundaba en nuevas observaciones y cuidadosas descripciones (particularmente de plantas inglesas); Pemptades (1583), de Rembert Dodoens (1517-1585), con cerca de novecientas ilustraciones; y los numerosos libros sobre plantas de Mathias Lobelius (1538-1616). E l Herball (1597) de John Gerard (1545-1612) a ú n se considera interesante en Inglaterra por su minuciosa descripción de las plantas de j a r d í n inglesas, así como del tomate y la patata "virginiana", pero se basaba en gran parte en la t r a d u c c i ó n que Henry Lyte (¿15297-1607) h a b í a hecho en 1578 del libro de Dodoens. La obra de Gerard sirvió a su vez de base a la m á s extensa de John Parkinson, Paradisus (1629). E n toda esta actividad se acostumbraba copiar ilustraciones y descripciones de cuanta obra se tuviese a mano. Las obras m á s amplias de este g é n e r o fueron compuestas por los hermanos Bauhirt La Histoire universelle des plantes (publicada postumamente en 1651), de Jean Bauhin (1541-1613), describía cinco m i l plantas e incluía tres m i l quinientas ilustraciones. Su hermano Gaspard (15601624) era t o d a v í a m á s industrioso, y su famoso

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Pinax (1623), que c o n t e n í a i n f o r m a c i ó n relativa a seis m i l plantas y, según se aseguraba, seiscientas descripciones originales, h a b r í a de ser una de las fuentes fundamentales para los b o t á n i c o s durante los dos siglos siguientes. Ese c ú m u l o de nueva i n f o r m a c i ó n iba a plantear un problema de organización que difícilmente h a b r í a n s o ñ a d o los b o t á n i c o s de la Edad Media o de principios del siglo x v i . Ellos se h a b í a n preocupado primordialmente por satisfacer la necesidad de s e ñ a l a r las propiedades medicinales de las plantas. Por ese tiempo eran pocos los autores a quienes inquietaba el problema de la clasificación. Para muchos bastaba con seguir un orden alfabético y éste p a r e c í a satisfactorio todavía a Leonhard Fuchs (1542) y W i l l i a m Turner (1568). John Parkinson (1629) dividió a los vegetales en plantas "de aroma dulce"; purgantes; venenosas, s o m n í f e r a s , nocivas y sus a n t í d o t o s respectivos; hierbas para curar heridas; refrescantes; picantes y de sabor acre; cardos, y a s í por el estilo hasta sumar u n total de diecisiete categorías. No sabiendo q u é hacer con algunas plantas que no p a r e c í a n encajar en ninguna parte, agregó otra categoría, a la que d e n o m i n ó "la t r i b u sin orden". Pero si el orden alfabético tradicional a ú n satisfacía a Fuchs, no o c u r r í a lo mismo con su c o n t e m p o r á n e o Jerome Bock (1539). Siguiendo la t r a d i c i ó n aristotélica, dividió su material en hierbas, arbustos y á r b o l e s , pero observaba: "He colocado juntas, pero sin confundirlas, todas aquellas plantas que e s t á n emparentadas y relacionadas entre sí o, en todo caso, que se asemejan

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y pueden compararse, y he desechado el antiguo método o disposición basado en el alfabeto que se observa en los antiguos herbarios. Pues la colocación por orden alfabético ocasiona mucha disparidad y error." E l b o t á n i c o bohemio Adam Zaluziansky von Zaluzian (1558-1613) p r e s c i n d i ó de los antiguos sistemas para ordenar su Methodi herbariae (1592) de u n modo novedoso, partiendo de las formas m á s simples de la vida vegetal para pasar a las m á s complejas. Su obra tiene un interéY adicional, pues sostenía que se d e b í a separar zj la b o t á n i c a de la medicina: *~y / Se acostumbra relacionar la medicina con la b o t á n i c a . Sin embargo, el tratamiento científico exige que las consideremos por separado. Pues es u n hecho que en todo arte la teoría debe estar desligada y separada de la p r á c t i c a , y ambas deben tratarse singular e individualmente en su propio orden antes de u n í r s e l e s . Y por esta razón, con objeto de que la b o t á n i c a (que es, por así decirlo, una rama especial de la medicina) pueda formar una unidad en sí misma antes de que se le relacione con otras ciencias, se le debe disociar y emancipar de la medicina. 2

Tal declaración difícilmente se h a b r í a hecho un siglo antes. Los problemas de la clasificación preocuparon - L a s citas de B o c k y Zaluziansky e s t á n tomadas de Agnes Arber, Herbáis, Their Origin and Evolution. A Chapter in the History of Bolany (Cambridge, Cambridge University Press, 1912), pp. 136 y 151.

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a muchos b o t á n i c o s y zoólogos de los siglos x v i y x v n , y se expusieron varios sistemas. De Lobel propuso la forma de las hojas como u n criterio de clasificación; su sugerencia fue rechazada por Fabio Colonna (1567-1650), quien a r g u m e n t ó que otras partes de la planta —tales como la flor, el r e c e p t á c u l o y la semilla— eran esenciales para cualquier sistema semejante. Andrea Cesalpino (1519-1603), intentando restablecer la autoridad de Aristóteles en. el estudio de la filosofía natural, escribió su De plantis (1583), donde propugnaba por u n sistema basado en las flores y los frutos. Gaspard Bauhin, influido en parte por la clasificación de Cesalpino, utilizó un sistema binario de nomenclatura para ordenar las plantas. Basándose en sus c a r a c t e r í s t i c a s comunes, dividió el Pinax en doce libros, y a éstos, a su vez, los subdividió en secciones. Los primeros correspondían, aproximadamente, a nuestros genera; las ú l t i m a s , a las species. Las plantas se incluían en las distintas secciones de acuerdo a sus propiedades comunes. Bauhin a c e r t ó en algunos casos —como cuando r e u n i ó u n grupo de plantas que c o m p a r t í a n propiedades ( q u í m i c a s ) n a r c ó t i c a s — , pero en otros no fue tan afortunado —como cuando f o r m ó un e x t r a ñ o grupo de plantas que tenían poco en c o m ú n , salvo que todas ellas producían especias útiles. A l igual que Zaluziansky, avanzaba de las formas m á s simples de la vida vegetal (hierbas) a las m á s complejas (árboles). La obra de Bauhin fue continuada por Joachim Jung (1587-1657) y John Ray (1627-1705). E l ú l t i m o o r d e n ó a las plantas y a los animales en grupos

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s i s t e m á t i c o s —vestigios de los cuales subsisten en la clasificación actual. Por tanto, si bien la obra de K a r l von Linneo (1707-1778) es considerada actualmente como el fundamento de la clasificación moderna tanto de las plantas como de los animales, los problemas que presentaba ese gran c ú m u l o de tipos conocidos h a b í a n dado por resultado m á s de un siglo de intentos de sistematización, base sobre la cual f u n d ó su propia obra. Tal vez en ninguna esfera de la ciencia son m á s evidentes los cambios de los siglos x v i y x v n que^ en la b o t á n i c a y la zoología. Cuando examinamos los primeros libros impresos, nos encontramos primeramente con los herbarios del siglo xv, los que reflejan todavía el mundo medieval con sus crudos grabados en madera de plantas y animales y su folklore. La influencia del humanismo renacentista se advierte en las Castigationes que infligió B á r b a r o a Plinio, en los esfuerzos por modernizar a Dioscórides y en la esmerada crítica de los textos. Mas, pese al e m p e ñ o de los eruditos humanistas, n i el m é d i c o ni el b o t á n i c o pudieron beneficiarse de tales estudios hasta que no mejoraron las ilustraciones y descripciones de las_ plantas. É s a fue la c o n t r i b u c i ó n de los padres alemanes de la b o t á n i c a : ¡Brunfels, Bock, Fuchs y sus seguidores de fines del siglo x v i . L a mayor precisión iba a c o m p a ñ a d a de u n enorme incremento del n ú m e r o de plantas conocidas. Este desarrollo se debió, por una parte, al nuevo inter é s p o r las plantas europeas y, por otra, a la fascinación que ejercían la flora y la fauna de las

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regiones del mundo recién descubiertas. Las quinientas plantas descritas originalmente en la obra de Dioscórides h a b í a n aumentado en 1623 a seis m i l en el Pinax de Bauhin. Y si la organización de unos cuantos centenares de plantas p a r e c í a un problema de poca importancia a los primeros b o t á n i c o s , al finalizar el siglo siguiente surgieron controversias en torno a su clasificación —controversias que sólo h a b r í a n de resolverse hasta bien entrado el siglo x v i n . E l conocimiento del reino animal avanzó paralelamente al del reino vegetal. En el curso de los siglos x v i y x v n , la información dispersa en los herbarios medievales, los relatos de Plinio y los antiguos herbarios dieron paso a los estudios enciclopédicos de animales debido a Gesner y Aldrovandi. Esos esfuerzos fueron complementados con monografías de p á j a r o s , peces, insectos y otros animales realizadas por autores que observaban la naturaleza y trataban de divorciarse de las enseñanzas de la Antigüedad. En este caso, como en el de las plantas, el entusiasmo por las nuevas formas de vida fue estimulado grandemente por los viajes que efectuaron los europeos a América y Asia (particularmente las "Indias Orientales"). Pero si en esos siglos cruciales presenciamos una verdadera explosión del conocimiento sin precedente, sería e r r ó n e o interpretarla simplemente como un triunfo de la ciencia moderna. La obra de E d w a r d Topsell revela una arraigada creencia en las bestias míticas, mientras que en las obras de Gesner, Belon y Rondelet aparecen formas monstruosas al lado de especies vivas.

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Tal vez nada refleja mejor ese periodo que la obra de Bondt, quien creyó encontrar en el orang u t á n una prueba de la existencia de los s á t i r o s de la Antigüedad. En efecto, la b ú s q u e d a de monstruos de toda especie es manifiesta aun en las p á g i n a s de los primeros n ú m e r o s de las Transactions de la Real Sociedad de Londres a fines del siglo x v n . Es posible que en la t r a d i c i ó n de los herbarios hayamos visto una c o n t i n u a c i ó n de la antigua doctrina de las signaturas. Según esta doctrina, la correspondencia del nombre o la forma de una planta con los de u n ó r g a n o humano indicaba el uso medicinal apropiado de tal planta. En ese terreno los paracelsistas intentaron implantar una reforma, pero en lugar de negar en principio la doctrina, introdujeron los m é t o d o s q u í m i c o s . La identificación correcta de u n "signo", alegaban, sólo era posible mediante la destilación, por la cual se separaba la esencia pura de la planta de su impura sustancia exterior. Fuera de ello, es evidente que la relación de la astrología con el conocimiento de las plantas no estaba ciertamente en decadencia en el periodo a que nos hemos referido. Se puede observar u n avance similar del conocimiento en el estudio del cuerpo humano que se llevó a cabo en el Renacimiento, tema del siguiente capítulo. Pero, como veremos, t a m b i é n en ese campo encontramos una relación entre el misticismo y la técnica rigurosa basada en la observación.

IV. E L ESTUDIO D E L HOMBRE LA NUEVA c o m p r e n s i ó n del cuerpo humano a que se llegó en el Renacimiento fue el resultado de estudios a n a t ó m i c o s realizados con una intensidad que probablemente no tiene paralelo en ninguna época anterior. A l respecto, conviene exam i n a r una serie de profesores de Padua y sus discípulos: Andreas Vesalio, Realdo Columbo (¿15107-1559), Gabriele Falloppio (¿15337-1562), Hieronymus Fabricius de Acquapendente (¿153371619) y W i l l i a m Harvey. No obstante, en el periodo intermedio entre la publicación del De fabrica (1543) de Vesalio y el De motu coráis (1628) de Harvey se dieron t a m b i é n las aportaciones de otros cuya obra no siempre se ajusta tanto como la de los primeros a las pautas de la ciencia moderna. Así, por ejemplo, Miguel Servet (¿151171553) d e s c r i b i ó la circulación pulmonar de la sangre en un tratado teológico (1553) y, como veremos m á s adelante, en su obra reaparecen la analogía y la correlación entre el macrocosmos y el microcosmos, como un e s t í m u l o tanto de la investigación como de la especulación. Tal vez nada revela mejor la complejidad de las corrientes intelectuales de principios del siglo x v n como el hecho de que la mayor parte de las figuras destacadas de esta historia profesaban abiertamente su fidelidad a Aristóteles y Galeno, mientras que el médico-alquimista inglés Robert Fludd fue el primero que defendió en un libro (1629)"Táleoría de la circulación de la sangre de Harvey, movido 106

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por las que él consideraba sus profundas connotaciones m í s t i c a s .

LA HERENCIA MEDIEVAL Como en los d e m á s campos de la ciencia, la anat o m í a y la fisiología del Renacimiento se basaron inicialmente en textos y conceptos que s u b s i s t í a n de épocas anteriores. E n parte, ello implicaba una a c e p t a c i ó n de la~~añálbgía macrocosmos-microcosmos, tal como la h a b í a entendido" Aristóteles, y e n t r a ñ a b a asimismo una concepción vitalistá de la naturaleza, la cual sería objeto de los ataques de los mecanicistas del siglo x v n . Pero, a d e m á s de la pervivencia de antiguos conceptos filosóficos, existía un imponente cuerpo de i n f o r m a c i ó n a n a t ó m i c a y fisiológica que h a b í a sido heredada de la Antigüedad. Alcmeón de Crotona (hacia el a ñ o 500 a.c.) y Aristóteles (384-322 a.c.) se h a b í a n interesado en la d e s c r i p c i ó n de las partes del cuerpo del hombre y los animales, y en Alejandría Herófilo y E r a s í s t r a t o (hacia 280 a.c.) h a b í a n presidido una p r ó s p e r a escuela de anatomía. Se decía que para llevar a cabo sus observaciones h a b í a n practicado la vivisección de criminales que les h a b í a n suministrado los Ptolomeos; pero, sea cierto o no lo anterior, todo parece indicar que, en efecto, los anatomistas alejandrinos disecaron c a d á v e r e s humanos. Los resultados h a b r í a n de verse en sus detalladas descripciones a n a t ó m i c a s de las partes del cuerpo humano y su c o m p a r a c i ó n con partes análogas de animales. A d e m á s , sus investigaciones fisioló-

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gicas iban a ser tema de discusión por casi dos mil años. Pero, si bien los estudios a n a t ó m i c o s alejandrinos se siguen considerando actualmente como uno dé los puntos culminantes de la ciencia antigua, sus textos íntegros se perdieron en siglos sucesivos debido a la influencia arrolladura de Galeno. Originalmente cirujano de los gladiadores de Pérgamo, su ciudad natal, Galeno viajó por todo el Imperio y escribió sobre todos los aspectos de la filosofía y la medicina. Sería su obra, y no la de sus predecesores, la que h a b r í a de ser recopilada y compendiada por los autores m é d i c o s de las p o s t r i m e r í a s de la Antigüedad y el Islam. Y en contra de la influencia continuada de su obra reaccionaron Paracelso y sus seguidores en el siglo x v i . En vano i n t e n t a r í a m o s resumir los extensos escritos de Galeno; sin embargo, creemos necesario s e ñ a l a r ciertos puntos de su doctrina que impugnaron particularmente los anatomistas del siglo x v i . Los trabajos a n a t ó m i c o s y fisiológicos de Galeno eran voluminosos y minuciosos. Su o b r a tie; ne singular importancia por su examen de la m é d u l a espinal, el mecanismo de la respiración y el sistema cardiovascular. Pero sus conclusiones estaban basadas sólo hasta cierto punto en la disección del cuerpo humano. Él h a b í a recurrido principalmente a animales fáciles de conseguir: ovejas, bueyes, cerdos, perros y, especialmente, macacos. Por tanto, no debe sorprendernos que haya incurrido en notables errores. Así, como parte de la a n a t o m í a del cuerpo humano, describía un hígado de cinco lóbulos ( b a s á n d o s e en la

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disección de u n perro) y la rete mirabile ( u n complejo sistema de vasos s a n g u í n e o s que no existe en el h o m b r e ) . Estos y otros errores ha-^ b r í a n de formar parte de la e n s e ñ a n z a de la a n a t o m í a hasta el siglo x v i . Especial significación tiene la descripción que hace Galeno del sistema cardiovascular (figura I V . l ) . E n este caso, el descubrimiento de errores fundamentales en sus textos durante el Renacimiento condujo a u n concepto radicalmente novedoso del torrente s a n g u í n e o . S e g ú n Galeno, la sangre se originaba en el h í g a d o y de allí, era conducida por las venas a todas las partes del cuerpo. Rica en e s p í r i t u s naturales, la sangre venosa c u m p l í a la función de n u t r i r los tejidos del cuerpo y eliminar a la vez las sustancias de desecho. Esa sangre viciada llegaba finalmente al v e n t r í c u l o derecho del corazón. La mayor parte de ella era enviada primeramente a los pulmones y d e s p u é s al h í g a d o , luego de que h a b í a sido depurada de las impurezas acumuladas. No obstante, Galeno postulaba la existencia de poros que comunicaban los ventrículos derecho e izquierdo del c o r a z ó n y a t r a v é s de los cuales una parte muy p e q u e ñ a de la sangre venosa pasaba a la cavidad izquierda. Allí se combinaba con aire, proveniente de los pulmones, para formar los e s p í r i t u s vitales necesarios para la vida y é s t o s eran distribuidos d e s p u é s por las arterias. Una t r a n s f o r m a c i ó n final t e n í a lugar en el cerebro, donde los e s p í r i t u s animales eran preparados y encauzados por medio de los nervios. La clave de este sistema residía en los poros interventriculares, orificios que no existían. Una vez

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FIGURA I V . l . Diagrama del sistema f i s i o l ó g i c o de Galeno. De Charles Singer, The Discovery of the Circulation of the Blood (Londres, W m . Dawson a n d Sons, L t d . , 1956). C o r t e s í a de A. W. Singer.

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que se d e s c u b r i ó lo anterior fue preciso revisar todo el sistema. No obstante, la revisión de la fisiología galénica iba a tardar m á s de un milenio. Ello se debió en parte al hecho de que Galeno h a b í a sido la ú l t i m a figura prominente de la a n a t o m í a y la fisiología griegas. Mas, t a m b i é n , al hecho de que los médicos posteriores de la A n t i g ü e d a d se aplicaron menos a realizar nuevas investigaciones que a compendiar y codificar los escritos de Galeno. Y si m á s tarde la medicina musulmana iba a estar influida profundamente por Galeno, el énfasis puesto en los textos á r a b e s r e c a e r í a m á s en las causas y la c u r a c i ó n de las enfermedades que en la anat o m í a y la fisiología. E l mundo de la cultura occidental h a b r í a de reflejar los textos orientales a p a r t i r de sus traducciones hechas en el siglo x i n y, dado el c a r á c t e r de los intereses islámicos, los eruditos occidentales de la Edad Media conocieron relativamente poco las obras a n a t ó m i c a s de Galeno. Los m é d i c o s del siglo x n i sólo d i s p o n í a n de una versión abreviada de Sobre el uso de las partes. En contraste con el n ú m e r o limitado de textos a n a t ó m i c o s disponibles, los primeros pasos dados para restablecer las disecciones p ú b l i c a s c o n s t ¿ _ t u í a n u n buen presagio del futuro. Durante el si-y glo x n se volvió a disecar animales en Salerno, y a principios del siglo x i v Bolonia se convirtió en el centro de los estudios a n a t ó m i c o s . Allí el e s t í m u l o provino, no de la facultad de medicina, sino de la escuela de derecho, cuyos miembros-* vieron la necesidad de practicar autopsias. E l texto a n a t ó m i c o escrito en esa ciudad por Mon-

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diño de Luzzi (¿12757-1326) en el a ñ o 1316 sería la pauta a la que h a b r í a n de ajustarse las disecciones p ú b l i c a s hasta bien entrado el siglo x v i (figura I V . 2 ) . E n ese libro, Mondino d e s c r i b í a p r i meramente los ó r g a n o s de la cavidad abdominal y luego, procediendo siempre de dentro hacia afuera, proseguía en dirección de la cabeza y las extremidades. Este orden daba prioridad a aquellas partes del cuerpo que m á s t e n d í a n a descomponerse, un aspecto de suma importancia en una época en la cual se carecía de preservativos adecuados. Las escuelas de medicina medievales no tardaron en reconocer el alcance de tales demostraciones, y pronto se obligó a los estudiantes de medicina a asistir a u n n ú m e r o determinado de anatom í a s p ú b l i c a s . Para 1400 la a n a t o m í a pública •¡ formaba parte regular del programa de estudios / en la m a y o r í a de las universidades. Con todo, , debe aclararse que esas demostraciones t e n í a n el p r o p ó s i t o de familiarizar a los estudiantes con las partes del cuerpo humano y no p r e t e n d í a n ser nuevas investigaciones.

U N RENACIMIENTO ANATÓMICO La persistencia de la t r a d i c i ó n influía para que el texto a n a t ó m i c o de Mondino se siguiera publicando a fines del siglo xv, pero los m é d i c o s humanistas de ese periodo mostraban mayor i n t e r é s por los textos de la Antigüedad. Pronto se supo que las obras a n a t ó m i c a s m á s importantes de Galeno no h a b í a n estado al alcance de los eruditos, y se hicieron decididos esfuerzos para prepa-

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ESTUDIO

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FIGURA I V . 2 . U n a escena de a n a t o m í a medieval. E l m é dico-profesor expone el texto —muy probablemente el de Mondino— mientras el barbero-cirujano diseca el c a d á v e r . Del Fascículo de Medicina ( 1 4 9 3 ) , reproducido en Medical World News ( 1 2 de enero de 1976).

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,o

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rarlas con objeto de publicarlas, tanto en griego I como en_ latín. J a r a 1500 h a b í a n aparecido varias .traducciones al latín de Sobre el uso de las partes jde Galeno, y el m é d i c o humanista inglés Thomas iLinacre, fundador del Colegio de Médicos de Londres (1518), soñó con publicar una edición en griego de las obras completas de Galeno. De hecho, él fue responsable de la edición de una serie de obras individuales de medicina, entre ellas Sobre las facultades naturales de Galeno (1523). M á s industrioso a ú n fue Johannes Guinter de Andernach, profesor de medicina de P a r í s , quien dedicó muchos de sus primeros a ñ o s de actividad profesional a la p r e p a r a c i ó n de textos m é d i c o s griegos. No sólo tradujo la mayor parte de la obra de Galeno, sino que p r e p a r ó ediciones de otros m é d i c o s de la A n t i g ü e d a d t a r d í a : Pablo de Egina (fines del siglo v n ) , Caelius Aurelianus (siglo v n ) , Oribasio (¿325?-¿400?) y Alejandro de Tralles (siglo v i ) . E s c r i b i ó asimismo libros sobre la peste, los manantiales de aguas medicinales y obstetricia —y, en su vejez, una defensa de los medicamentos q u í m i c o s de los paracelsistas. Es verdaderamente significativo el hecho de que Guinter acababa de terminar su t r a d u c c i ó n de Sobre los procedimientos anatómicos de Galeno (1531) cuando u n nuevo alumno, Andreas Vesalio, iniciaba sus estudios de medicina en P a r í s . Reconociendo el talento de ese joven, Guinter lo e m p l e ó como su asistente en la p r e p a r a c i ó n de su propio texto, las Instituciones anatómicas según la opinión de Galeno para los estudiantes de medicina (1536). Si bien m á s tarde Vesalio h a b r í a de expresar sus dudas respecto a la pericia de su

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maestro, subsiste el hecho de que de él recibió la p r e p a r a c i ó n m á s avanzada que por ese entonces se p o d í a a d q u i r i r en ese campo en toda Europa — a d e m á s de heredar su profunda inclinación galénica. Perspicaz observador, Vesalio pronto se dio cuenta de los muchos errores en que h a b í a incurrido Galeno —y de la necesidad de representar ¡ adecuadamente las partes del cuerpo. E n esiiaspecto su obra puede considerarse análoga a la de Brunfels, Bock y Fuchs, quienes advirtieron la importancia de las nuevas ilustraciones en el campo de la b o t á n i c a . Sin embargo, sería injifgTJfr atribuir a VesaliaJpdq el c r é d i t o de la ilustración a n a t ó m i c a moderna^Los dibujos a n a t ó m i c o s que había "reálizádo^antes^ L e i p j i ^ d c ^ 3 a - J ü r i e i (14521519) eíálTmagistrales, mas, desgraciadamente, ha:Wan 4etridu'Trtfca r e p e r c u s i ó n , pues no Habían sido publicados. Pero otros h a b í a n precedido a Vesalio -•n-ese"Campo, muy notablemente Berengario da Carpi, de Bolonia (¿1460?-¿ 1530?) " q u i e n h a b í a encargado nuevos dibujos a n a t ó m i c o s para su "comentario al texto de Mondino. E l camino que condujo a De humani corporis fabrica fue relativamente corto. Después de abandonar P a r í s , Vesalio ejerció la docencia en Lovaina por espacio de u n a ñ o (1536) y luego se g r a d u ó de m é d i c o en Padua, donde inmediatamente fue nombrado profesor de cirugía (1537). A d e m á s de viajar y e n s e ñ a r , Vesalio escribía constantemente. En 1538, a petición de sus alumnos de a n a t o m í a , aparecieron sus Tabulae sex —seis hojas de texto e ilustraciones. Tres de esas hojas h a b í a n sido ilustradas por Jan Stephen van Calcar (1499r

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¿1550?), discípulo de Tiziano. E n 1541 Vesalio fcolaboró en una edición de Galeno y dos a ñ o s f m á s tarde se p u b l i c ó su obra maestra sobre el cuerpo humano (figura IV.3). Poco d e s p u é s de su publicación fue nombrado m é d i c o del emperador Carlos V, y posteriormente de su hijo, Felipe I I de E s p a ñ a . Hombre de gran energía, Vesalio se preparaba para r e t o m a r a Padua cuando m u r i ó en 1564, al regresar de una p e r e g r i n a c i ó n que h a b í a hecho a J e r u s a l é n . La mayor r e p e r c u s i ó n de De fabrica se debió ^principalmente a sus l á m i n a s (que posiblemente íhabían sido dibujadas t a m b i é n por Jan Stephen Ivan Calcar) (figura I V . 4 ) . Pero cuando examinadnos el texto encontramos el esperado fundamento galénico. Como otros m é d i c o s humanistas, Vesalio h a b í a buscado afanosamente hasta los m á s nimios errores en los textos antiguos. É s a era la erudición aceptada y no afectaba la estimación general en que se tenía a los m é d i c o s de la Antigüedad. No obstante, Vesalio seguía el m é todo galénico cuando c o n d u c í a al lector primeramente al esqueleto, luego a los m ú s c u l o s y el sistema cardiovascular y, por ú l t i m o , al cerebro y los ó r g a n o s de las cavidades abdominal y torácica. Este orden era opuesto al m é t o d o p r á c t i c o de disección de Mondino. Nuestra atención h a b r í a de concentrarse en el tratamiento que da Andreas Vesalio al corazón y a los sistemas arterial y venoso. E n este punto su actitud es indiscutiblemente conservadora. No cuestiona los e s p í r i t u s galénicos (naturales, v i tales y animales) y no existe u n verdadero viraje respecto de Galeno en su examen del torrente

FIGURA I V . 3 . Portada del De fabrica ( B a s i l e a , 1543). Adv i é r t a s e que es el propio Vesalio quien diseca el cuerpo —una escena muy distinta de l a i l u s t r a c i ó n de Mondino de 1493. C o r t e s í a de la Newberry L i b r a r y , Chicago.

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FIGURA IV.4. U n a de las l á m i n a s que ilustran los m ú s c u l o s humanos. De Andreas Vesalio, De humani corporis fabrica (Basilea, 1543). C o r t e s í a de la Newberry L i b r a r y , Chicago.

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sanguíneo. Y, en cuanto al corazón, Vesalio se resiste tanto a rechazar la posición galénica con respecto a los poros interventriculares del septum que escribe: E l septum e s t á formado por la sustancia m á s densa del corazón. Existen en sus dos lados abundantes orificios. Ninguno de éstos, hasta donde pueden percibir los sentidos, penetra del v e n t r í c u l o derecho al izquierdo. Nos maravillamos ante el arte del Creador que hace pasar la sangre del v e n t r í c u l o derecho al izquierdo a t r a v é s de poros invisibles. 1

Aquí se rechaza la o b s e r v a c i ó n en favor de la autoridad, lo que nos da una idea de la prepotencia que ejercía Galeno a mediados del siglo x v i . E n 1555 Vesalio p u b l i c ó una segunda edición del De fabrica. E n ésta regresaba al problema de los\ poros interventriculares del septum. Pero ahora observaba que "aunque algunas veces estos orificios son notorios, ninguno, sin embargo, hasta donde pueden percibir los sentidos, pasa del ventrículo derecho al izquierdo". Ahora se rechaza a Galeno, pero el lector siente que arribar a esa decisión fue doloroso: "Hasta hace poco no me h a b r í a atrevido a apartarme de Galeno n i siquiera el ancho de un cabello. Pero me parece que el septum del c o r a z ó n es tan macizo, denso y compacto como el resto del corazón. Por lo tanto, no veo c ó m o hasta la p a r t í c u l a m á s p e q u e ñ a po1

L a s citas de Vesalio e s t á n tomadas de Charles Singer, A History of Biology ( N u e v a Y o r k , Henry S c h u m a n , 1950, ed. rev.), p. 103.

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d r í a ser transferida del v e n t r í c u l o derecho al ¡ i z q u i e r d o a través del septum." Esa decisión, con] firmada por anatomistas c o n t e m p o r á n e o s , iba a i dar por resultado una completa r e c o n s i d e r a c i ó n j del torrente s a n g u í n e o . Vesalio no era insensible a las críticas que recibía de quienes eran m á s conservadores que él: " E n verdad, merezco algo mejor que las calumnias de aquellos que e s t á n furiosos contra m í porque sus estudios no han sido tan afortunados como los míos, porque no acepto a Galeno y r e h í í so dudar de mis ojos y m i razón por su causa." A pesar del gran respeto que sentía por las obras de Galeno, rechazaba las sugerencias mal intencionadas que se le h a c í a n para que se limitara a publicar obras de comentarios galénicos a la usanza humanista, m á s apegada a la tradición. 5

E L TORRENTE SANGUÍNEO: DE VESALIO A HARVEY Es posible que Vesalio no haya sido u n innovador tan grande como alguna vez se sugirió, pero es indudable que el De fabrica se convirtió casi inmediatamente en el texto a n a t ó m i c o de mayor influencia. Se copiaban el libro y sus ilustraciones, y su importancia se pone de manifiesto en una sucesión de relaciones m a e s t r o - d i s c í p u l o que^ se inician con Vesalio y su sustituto en Padua. Su sucesor fue Realdo Columbo, quien h a b í a sidoi - L a s citas de Vesalio sobre sus c r í t i c o s galenistas están tomadas de C . D. O'Malley, Andreas Vesalius of Brussels 1514-1564 (Berkeley y L o s Á n g e l e s , University of C a lifornia Press, 1964), p. 222.

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su asistente. É s t e , a su vez, fue sucedido por Gabriele Falloppio, famoso por su estudio del oviducto humano y en cuyo honor se llaman las trompas que llevan su nombre. Falloppio fue remplazado por Hieronymus Fabricius, cuya obra sobre las válvulas de las venas era conocida ampliamente por su discípulo W i l l i a m Harvey. Esta notable, sucesión indica la relación estrecha y directa que existía entre Vesalio y Harvey. Mas, si la obra de Vesalio h a b í a determinado la estructura del corazón, ciertamente no h a b í a establecido su función. La fisiología básica seguía siendo galénica y se derivaba de Sobre el uso de las partes. E n efecto, por lo que toca al corazón, los pulmones y las arterias, pocas modificaciones, se h a b í a n hecho a la doctrina de Galeno. No obstante, los seguidores de Vesalio comeif' zaron a profundizar en seguida en el estudio de la correlación que existía entre estas partes del cuerpo humano, así como en el estudio de los fines de la r e s p i r a c i ó n . E l primero en hacerlo fue Miguel Servet, cuya formación inicial guardacierta s i m i l i t u d con la de Vesalio. Es cierto, con el tiempo h a b r í a de convertirse en una mezcla de a s t r ó n o m o , m a t e m á t i c o y teólogo, pero él tamb i é n h a b í a estudiado a n a t o m í a con Guinter en París y, al igual que Vesalio, h a b í a sido su asistente. Volvemos a encontrar en él a un galenista, como puede apreciarse en su Descripción de los jarabes... según el juicio de Galeno (1536). Pero en una obra anterior de medicina se h a b í a atacado ya a Leonhard Fuchs a c u s á n d o l o de hereje y, sin duda, el propio Servet era u n radical religioso, en una época en que era peligroso ser disidente.

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Un unitario que no toleraba n i a los católicos n i a los protestantes, antes de cumplir los 21 a ñ o s h a b í a publicado dos libros donde s e ñ a l a b a los errores de la doctrina de la Trinidad. Acosado, a d o p t ó el nombre de Villanovus y se e m p l e ó con unos editores. Para 1546 h a b í a escrito su Restitución del cristianismo, cuyo manuscrito envió —junto con otra obra suya sobre la Trinidad— a Juan Calvino, en Ginebra. Viéndose obligado a h u i r de la Francia católica, e m p r e n d i ó un viaje a Italia, d e t e n i é n d o s e en Ginebra. En esa ciudad fue reconocido como el hombre que h a b í a atacado a Calvino y fue arrestado cuando se encontraba en la iglesia. Juzgado por sus errores, fue sentenciado a muerte y quemado en la hoguera con su libro en 1553. De las m i l copias de la Restitución del cristianismo impresas en 1553 sólo se conservan tres. p.1 libro es una expresión de las convicciones religiosas de Servet, pero tiene importancia para i nosotros principalmente por su capítulo quinto, donde trata del E s p í r i t u Santo y la dispensación del e s p í r i t u divino al hombre. Allí Servet examinaba la r e s p i r a c i ó n y la relación entre el e s p í r i t u y el aire. E l e s p í r i t u vital que residía en el cuerpo era, en su opinión, el resultado de una mezcla de sangre sutil y aire inspirado —y no se formaba I 4 n el v e n t r í c u l o izquierdo del corazón, como pos' tulaba Galeno, sino en los pulmones. Rechazando el concepto galénico de un "sudor" de sangre que transpiraba del v e n t r í c u l o derecho al izquierdo, Servet describía acertadamente la circulación pulmonar: es decir, la sangre del v e n t r í c u l o derecho es bombeada por medio de la arteria pul-

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I monar a los pulmones. En é s t o s ocurre u n cambio de color, pues la sangre venosa se aclara al entrar en contacto con el aire inspirado. De allí la sangre viaja al v e n t r í c u l o izquierdo por la vena pulmonar y es distribuida d e s p u é s por el sistema arterial. Se sabe ahora que esta fase de la circulación de la sangre ya h a b í a sido descrita correctamente por I b n an Nafis en el siglo XIII, pero no hay indicios de que algún anatomista del siglo x v i haya conocido su obra. Conviene insistir en que la d e s c r i p c i ó n de SeT^ vet debe situarse en su contexto. Cabe s e ñ a l a r que entonces, como en todo ese periodo, se realizaron observaciones significativas en contextos que hoy no s e r í a n considerados científicos. Consideraciones similares a p r o p ó s i t o del e s p í r i t u a é r e o y su relación con la sangre h a b r í a n de llevar a Robert Fludd, setenta a ñ o s m á s tarde, a desc r i b i r una circulación m í s t i c a de la sangre —y a escribir asimismo la p r i m e r a defensa del De motu coráis de Harvey. Pero aunque las opiniones de Servet sobre la circulación pulmonar eran conocidas u n siglo m á s tarde, es dudoso que su obra haya ejercido alguna influencia a mediados del siglo x v i . No obstante, en la segunda m i t a d de ese siglo se a c e p t ó r á p i d a m e n t e la idea de u n septum no poroso, hecho que exigía una nueva explicación del origen de la sangre arterial. Realdo Columbo llegó al mismo resultado que Servet —y probablemente de modo independiente— en su texto de a n a t o m í a (1559). A l leerlo —y ocurre lo contrario cuando leemos a Servet— sentimos que estamos dentro de la sólida t r a d i c i ó n a n a t ó m i c a

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de Vesalio. De nuevo encontramos la influencia galénica, pues el hígado es el encargado de perfeccionar la sangre nutriente que es distribuida d e s p u é s a todo el cuerpo. De modo similar, es el ventrículo izquierdo el que distribuye la sangre vitalizada por medio de la aorta. Sin embargo, la precisa descripción que h a c í a Columbo del corazón y sus válvulas r e q u e r í a de la circulación pulmonar para explicar el paso de la sangre de derecha a izquierda. Después de Realdo Columbo esa "circulación menor" gozó de general aceptación. .,£1 nexo final que liga a Harvey con la escuela y'de Padua puede hallarse en la obra del que fue ¡ su maestro de a n a t o m í a , Hieronymus Fabricius, j quien estuvo vinculado a esa universidad durante | sesenta y cuatro a ñ o s . Aunque tal vez se cita a Fabricius m á s a menudo por su obra sobre ana) t o m í a comparada, su importancia como predecesor de Harvey se debe particularmente a su descripción de las válvulas de las venas. Realizó su investigación en este campo cuando Harvey estudiaba en Padua y p u b l i c ó sus resultados en 1603. Pero, galenista cabal, Fabricius insistía en que la función de esas válvulas era prevenir dilaciones peligrosas. Las válvulas actuaban para evitar la inanición que pudiesen sufrir otras partes del cuerpo en caso de que un sitio requiriera de un exceso de alimento. Su ausencia en las arterias se explicaba por el flujo y reflujo normal de la sangre arterial. Para Harvey las válvulas iban a ser la prueba de que la sangre circulaba en u n solo sentido. —¿ Aunada al avance acelerado del conocimiento

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a n a t ó m i c o , al finalizar el siglo x v i existía en algunos sabios la tendencia a hablar en t é r m i n o s generales de la circulación de la sangre en todo el cuerpo. Esto o b e d e c í a a varias razones. Algunos de ellos —como Cesalpino— eran aristotélicos militantes. — Aristóteles h a b í a hablado acerca de la prim a c í a que tenía el corazón sobre las d e m á s partes del cuerpo, y Cesalpino iba a adoptar la teoría de la circulación de la sangre, porque ésta pare^ cía dar m á s importancia al corazón. Otros pensaban en función de influencias celestes y místicas que obraban conforme a las correspondencias existentes entre el macrocosmos y el microcosmos. Una vez aceptado lo anterior, p a r e c í a del todo razonable suponer que un circuito microc ó s m i c o debía i m i t a r las revoluciones planetarias, (o solares). En efecto, Roch le Baillif e s c r i b i ó un libro sobre el hombre y su " a n a t o m í a esencial" donde, d e s d e ñ a n d o las a n a t o m í a s físicas de las escuelas, subrayaba las analogías que existían entre ambos mundos. Y, finalmente, algunos paracelsistas s o s t e n í a n que todas las partes del cuerpo actuaban como las piezas de un equipo químico. En este caso, se afirmaba que la sangre circulaba en el cuerpo de u n modo similar a la "circularidad" de la destilación. Aunque todas esas teorías no eran sino meras especulaciones, revelan sin embargo las tendencias de la é p o c a y son una muestra de la diversidad de opiniones que h a b í a en torno al torrente s a n g u í n e o en el periodo inmediatamente anterior a Harvey.

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WILLIAM HARVEY Y LA CIRCULACIÓN DE LA SANGRE Como muchas de las figuras prominentes de la ciencia del Renacimiento, Harvey se b a s ó en la obra de sus predecesores y concilio temas aparentemente dispares. Educado en Cambridge viaj ó en 1597 a Padua, donde e s t u d i ó con Fabricius cuando este profesor preparaba su obra sobre las válvulas de las venas. Luego de graduarse en medicina, Harvey r e g r e s ó en 1602 a Inglaterra, donde ingresó como m é d i c o al Hospital de San B a r t o l o m é y fue nombrado m é d i c o extraordinario de Jacobo I . Elegido miembro del Real Colegio de Médicos (1607), p e r t e n e c i ó a una de las sociedades m é d i c a s (y científicas) m á s prestigiadas de Europa. Allí h a b r í a de i m p a r t i r las Lumleian Lectures* sobre a n a t o m í a (1615), cuyas notas revelan su antiguo i n t e r é s por el tema del torrente s a n g u í n e o . Para nuestra c o m p r e n s i ó n de Harvey es fundamental la e d u c a c i ó n que recibió en Padua. Debido a su formación, admiraba tanto a Aristóteles como a Galeno. E l grado de esa a d m i r a c i ó n se puede apreciar en De motu coráis (1628), donde Harvey parece m á s que dispuesto a a t r i b u i r a Galeno el descubrimiento de la circulación pulmonar, a s í como en el análisis del m é t o d o científico que hace en De generatione animaliwn (1651), que e s t á basado en gran medida en los Analíticos y la Física de Aristóteles. Pero el descubrimiento de la circulación de la * C á t e d r a s de a n a t o m í a fundadas por lord Lumley en 1581. [ T . ]

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sangre se b a s ó en algo m á s que en la veneración por los genios de la A n t i g ü e d a d y la convicción de que la obra de é s t o s debía servir de fundamento a una nueva era científica. La obra de Harvey" refleja el i n t e r é s de su época por las nuevas observaciones, las analogías m í s t i c a s .y hasta por el uso de ejemplos m e c á n i c o s . [ T ' ¡ E l De motu coráis es u n peqüeñcr'volumen, pero muestra u n profundo conocimiento de la literatura a n a t ó m i c a , a s í como la evidencia de las observaciones del propio Harvey. Trata en primer lugar del corazón, al que Harvey h a b í a examinado, j u n t o con el movimiento de la sangre, en unas cuarenta especies. H a b í a notado que en todos los casos el corazón se e n d u r e c í a cuando se c o n t r a í a y que, a medida que o c u r r í a esta c o n t r a c c i ó n , las arterias se e x p a n d í a n . Esas expansiones p e r i ó d i c a s p o d í a n sentirse en la m u ñ e c a en forma de pulsaciones y, acertadamente, supuso que ello o c u r r í a porque la sangre era bombeada en las arterias. Entonces, la acción del coraz5ñ7\ observaba Harvey, era comparable a la de u n j fuelle h i d r á u l i c o . Refiriéndose al corazón de los animales de sangre fría, cuya actividad era m á s lenta, Harvey h a b í a observado que p r i m e r o se c o n t r a í a n las a u r í c u l a s y d e s p u é s los v e n t r í c u l o s . Este proceso e s t á descrito minuciosamente. La sangre penetra primeramente en la a u r í c u l a derecha por la vena cava. A medida que é s t a se contrae, la sangre es transferida al v e n t r í c u l o derecho, donde las válvulas impiden que retroceda. E n seguida se contrae el v e n t r í c u l o derecho, enviando la sangre a los pulmones por la arteria pulmonar. Una vez

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m á s las válvulas impiden que invierta su dirección. Y, como no existen poros en el septum, toda esa sangre es enviada a t r a v é s de los pulmones. En el lado izquierdo del corazón, la sangre proveniente de los pulmones penetra primero en la aurícula izquierda por la vena pulmonar. Luego, a medida que este vaso se contrae, la sangre avanza al ventrículo izquierdo. Posteriores contracciones expulsan la sangre arterial hacia la aorta y el sistema arterial. ; Todo ello tenía u n enorme i n t e r é s como descubrimiento fisiológico, pero Harvey fue a ú n m á s lejos. Reflexionando en las válvulas de las venas, declaró que el torrente s a n g u í n e o no sólo fluía hacia el corazón en una dirección, sino que recojrría continuamente todo el cuerpo en una sola jdirección (figura IV.5). E n este punto Harvey {expuso u n contundente argumento cuantitativo. Suponiendo que el v e n t r í c u l o izquierdo alojara ú n i c a m e n t e dos onzas de sangre, y que el pulso fuera de 72 pulsaciones por minuto, en una hora el v e n t r í c u l o izquierdo h a b r í a inyectado en la aorta aproximadamente 540 libras de sangre. Mas los animales tienen, cuando mucho, unas cuantas libras de sangre en el cuerpo; h a b í a que preguntarse, entonces, de d ó n d e p r o v e n í a toda esa sangre —y a d ó n d e iba. Harvey llegó a la conclusión de que la sangre expelida por la aorta sólo podía provenir de las venas: Comencé a pensar si no existía u n movimiento, por así decirlo, circular. M á s tarde d e s c u b r í que ello era cierto; y finalmente v i que la sangre, expelida por la acción del v e n t r í c u l o iz-

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FIGURA I V 5 . L a c i r c u l a c i ó n de l a sangre s e g ú n William Harvey. De Charles Singer, The Discovery of the Circulation of the Btood (Londres, W m . D a w s o n a n d Sons, L t d . , 1956). C o r t e s í a de A. W. Singer.

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quierdo hacia las arterias, era distribuida en todo el cuerpo y en sus distintas partes, de la misma forma en que es enviada a t r a v é s de los pulmones, impelida por el v e n t r í c u l o izquierdo hacia la arteria pulmonar; y que luego pasaba a t r a v é s de las venas y a lo largo de la vena cava, y así, dando u n rodeo, llegaba al ventrículo izquierdo en la manera ya indicada. A este movimiento nos hemos permitido llamarlo circular, del mismo modo en que Aristóteles dice que el aire y la lluvia i m i t a n el movimiento circular de los cuerpos superiores; pues la tierra h ú m e d a , cuando es calentada por el sol, se evapora; los vapores, al ser a t r a í d o s hacia arriba, se condensan y, descendiendo en forma de lluvia, humedecen de nuevo la tierra . . . E l corazón, cuya importancia es plenamente evidente, juega u n papel todavía m á s importante cuando se le interpreta en t é r m i n o s c ó s m i c o s mediante la analogía macrocosmos-microcosmos: El corazón, en consecuencia, es el principio de la vida, el Sol del microcosmos; aunque el Sol, a su vez, p o d r í a ser denominado con justicia el corazón del mundo, pues es por la v i r t u d y el latido-del corazón que la sangre se mueve, se perfecciona, se hace apta para n u t r i r y es preservada de la c o r r u p c i ó n y la coagulación; es la divinidad tutelar que, cumpliendo con su función, alimenta, acaricia, anima todo el cuerpo y, ciertamente, es el fundamento de la vida, la fuente de toda acción. Volviendo finalmente a sus observaciones sobre las válvulas de las venas, Harvey demostraba que la sangre fluía siempre en dirección al corazón

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y nunca en sentido opuesto. Así pues, su conclusión estaba bien fundada, porque Puesto que todo, tanto los argumentos como las pruebas oculares, demuestra que la sangre pasa a t r a v é s de los pulmones y el corazón, debido a la acción de (las a u r í c u l a s y ) los ventrículos, y es enviada para ser distribuida a todas las partes del cuerpo, donde se introduce en las venas y los poros de la carne, y fluye luego por las venas desde todos los puntos de la circunferencia hacia el centro, desde las venas m á s p e q u e ñ a s hasta las m á s grandes, y es descargada finalmente por é s t a s en la vena cava y la a u r í c u l a derecha del corazón, y ello en tal cantidad, y con u n flujo y reflujo tales, allá por las arterias, a q u í por las venas, que no p o d r í a ser suministrada por los alimentos ingeridos y es, con mucho, m á s que la que se requiere para cumplir los fines de la n u t r i c i ó n ; es absolutamente necesario concluir que la sangre en el cuerpo animal es impelida circularmente y se encuentra en u n estado de incesante movimiento; que é s t e es el acto o función que realiza el corazón por medio de su latido y que éste es el ú n i c o f i n del movimiento y la c o n t r a c c i ó n del c o r a z ó n . -

3

EL

VEREDICTO

Aunque el descubrimiento de la circulación de la sangre es considerado actualmente como el único avance fisiológico de principios del siglo x v n , 3

William Harvey, The Circulation of the Blood and Other Writings ( L o n d r e s , J . M . D e n t / N u e v a Y o r k , E . P. Dutton, ed. E v e r y m a n , 1952), pp. 56, 57 y 85.

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comparable a los adelantos c o n t e m p o r á n e o s de las ciencias físicas, la reacción inmediata que p r o v o c ó De motu coráis fue variada. Pero si algunos autores conservadores rechazaron categóricamente el libro, nos interesa m á s examinar la gama de opiniones de los que apoyaron a Harvey. / E l primero en defender a Harvey fue su amigo y colega Robert Fludd. Interesado desde h a c í a mucho tiempo en un e s p í r i t u vital a é r e o y su asimilación al cuerpo humano, Fludd h a b í a descrito en 1623 una circulación m í s t i c a de la sangre arterial como una consecuencia necesaria de la analogía macrocosmos-microcosmos. Testigo de las demostraciones a n a t ó m i c a s de Harvey, él había intervenido para que el l i b r o de su amigo fuera publicado en Francfort por su propio editor. En el libro que él mismo escribió sobre el pulso (1629), Fludd menciona a su "estimado compatriota", quien h a b í a confirmado la circulación de la sangre tanto con argumentos filosóficos como con demostraciones basadas en la observación. Pero para Fludd era evidente que las demostraciones a n a t ó m i c a s ofrecidas por Harvey no h a c í a n sino confirmar verdades m í s t i c a s m á s ^profundas. Esto lo comprendieron perfectamente Marin Mersenne (1588-1648) y Pierre Gassendi (1592-1655), c o n t e m p o r á n e o s de Descartes y Galileo. En una detallada réplica a Fludd (1631), Gassendi atacaba tanto a Fludd como a Harvey a causa de la circulación de la sangre; ello se debía a que Gassendi h a b í a declarado en una ocasión haber presenciado una d e m o s t r a q i ó n de la existencia de (íos_ poros del septum. Y si los poros estaban allí, argumentaba, algún p r o p ó s i t o de-

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bían tener. Su verdadera finalidad era la formación de la sangre arterial y, por tanto, la doctrina galénica del torrente s a n g u í n e o se m a n t e n í a en pie. No era así, r e s p o n d i ó Fludd (1633); las disecciones de Harvey le h a b í a n demostrado la i m permeabilidad del septum y, por otra parte, las válvulas del corazón indicaban que el torrente s a n g u í n e o fluía del lado derecho al lado izquierdo del corazón, a t r a v é s de los pulmones. Para él la circulación de la sangre era u n hecho, pero é s t e p o d í a postularse sobre la base de verdades c ó s m i c a s , como él mismo lo h a b í a hecho antes de que Harvey aportara sus pruebas fisiológicas —pruebas menores, es cierto, pero no menos convincentes. Y si la obra de Harvey era interpretada como una prueba de la cosmología m í s t i c a de Fludd e impugnada por los mecanicistas por esta misma razón, no debe sorprendernos que t a m b i é n Rene Descartes haya admitido con ciertas reservas la explicación de Harvey. E n su Traite de Vhomme (1632) aceptaba la circulación general de la sangre, pero sólo para explicar al corazón como una unidad m e c á n i c a de destilación. S u p o n i é í s . do una temperatura del corazón superior a la def cuerpo, y una acción refrescante inherente a losj pulmones, hablaba de una c o m b i n a c i ó n de conj d e n s a c i ó n y rarefacción, y sostenía que el torrentq s a n g u í n e o estaba determinado por las válvulas! Con ello Descartes intentaba convertir al sistema vitalista de Harvey en uno enteramente m e c á n i c o . Igualmente interesante es la reacción de Johannes Walaeus (1604-1649), quien defendió la circulación de la sangre y a l a b ó el genio de Harvey en

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dos cartas publicadas en 1641. Concibiendo una serie de experimentos con perros a los que se les h a b í a n practicado ligaduras vasculares, contribuyó a ampliar el conocimiento del torrente sanguíneo. Su obra tenía peso suficiente para i n f l u i r hasta en el propio Harvey. No obstante, la r e p u t a c i ó n de Harvey m e r m ó considerablemente a los ojos de Walaeus cuando é s t e se e n t e r ó de que el verdadero autor de ese descubrimiento había sido el estadista veneciano Paolo Sarpi (15521623). Tras una intensa investigación, Walaeus q u e d ó convencido (1645) de que, en efecto, basando su obra en la de otros autores que se remontaban a la Antigüedad, Sarpi h a b í a descubierto la circulación de la sangre. Posteriormente, escribía Walaeus, Sarpi h a b í a comunicado su hallazgo a Harvey, quien había procedido a difundir la doctrina con su propio nombre. En las dos d é c a d a s posteriores a la publicación de De motu coráis, Harvey tuvo que soportar las constantes injurias de James Primerose ( m . en 1659), Jean Riolan (1580-1657), Gui Patin (16011672) y otros autores, pero t a m b i é n es cierto que su obra no p a r e c i ó satisfacer plenamente a todos. Seguían en pie las dudas respecto a la relación que existía entre el sistema venoso y el arterial, los distintos aspectos de las dos clases de sangre (venosa y arterial) la función de los pulmones y el papel que d e s e m p e ñ a b a el aire en la formación de la sangre arterial. Harvey no h a b í a podido resolver esas cuestiones, pero vivió lo suficiente para recibir los elogios de la m a y o r í a de sus c o n t e m p o r á n e o s . Poco d e s p u é s de su muerte, en 1659, Marcello Malpighi (1628-1694) d e s c u b r i ó la

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anastomosis de las arterias y las venas cuando examinaba el torrente s a n g u í n e o en el p u l m ó n de una rana con ayuda de un microscopio. Catorce a ñ o s m á s tarde, Antoni L e e u w e n h o e k (16321723) c o n f i r m ó las observaciones de Malpighi con lentes de alta potencia. E l problema de la r e s p i r a c i ó n fue investigado por miembros de las primeras academias científicas, especialmente la Real Sociedad de Londres, y si los malogrados experimentos de t r a n s f u s i ó n de la época parecieron posibles fue gracias a la c o m p r e n s i ó n que se tenía del torrente sanguíneo. E n cuanto a la práctica m é d i c a , la decadencia de la teoría de los humores d e s p e r t ó u n nuevo i n t e r é s por los componentes q u í m i c o s de la sangre. A fines del siglo x v n h a b r í a n de realizarse numerosos experimentos para curar las enfermedades mediante la infusión de sustancias q u í m i c a s . Con todo, al finalizar ese siglo el descubrimiento de Harvey seguía interesando profundamente a quienes buscaban una explicación m í s t i c a de la naturaleza. Johann Rudolph Glauber, uno de los ú l t i m o s paracelsistas que c o n t r i b u y ó mucho al desarrollo del equipo q u í m i c o en gran escala, sostenía que la circulación de la sangre h a b í a demostrado concluyentcmente la relación simpática que existía entre el macrocosmos y el microcosmos (1658). E n Inglaterra John Webster (1610-1682) juzgaba tan importantes los descubrimientos de los misterios de la sangre debidos a Robert Fludd y W i l l i a m Harvey, que p r o p o n í a fuesen adoptados como parte de una reforma necesaria al programa de estudios en Oxford y Cambridge (1654). Y hasta el alquimista Elias

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Ashmole (1617-1692), uno de los miembros m á s antiguos de la Real Sociedad, se refería a Harvey como al hombre "que por sus muchos y eminentes descubrimientos se ha hecho merecedor de que se le erija una estatua, no de m á r m o l , sino de oro" (1652). La historia del descubrimiento de la circulación de la sangre p o d r í a escribirse fácilmente desde el punto de vista del avance progresivo del conocimiento. P o d r í a m o s mencionar toda una serie de descubrimientos en el periodo que va de Vesalio a Harvey. No obstante, esos descubrimientos se sitúan en u n contexto de temas familiares. E l renacimiento a n a t ó m i c o del siglo x v i se b a s ó en varios siglos de a n a t o m í a s públicas practicadas en las universidades de Europa. Y en este caso, como en el de la botánica, podemos apreciar la eficacia de la nueva u n i ó n del arte con la observación. Y en cuanto al humanismo, en n i n g ú n otro campo ejerció mayor influencia. Las nuevas ediciones de la obra de Galeno en latín y en griego despertaron un nuevo i n t e r é s por la investigación a n a t ó m i c a y fisiológica. Hemos notado ese interés en Londres, con Thomas Linacre, en París, con Guinter de Andernach, y en toda esa serie de maestros de Padua que se inspiraron en la obra del m é d i c o griego del siglo I I . La nueva a n a t o m í a y todos los antecedentes del descubrimiento de la circulación de la sangre est á n vinculados principalmente a la Universidad de Padua. En ésta se dio gran importancia a la obra de A r i s t ó t e l e s y Galeno, y la influencia de éstos es manifiesta en las figuras destacadas de este desarrollo. Todas ellas aprobaban la corree-

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! ción de los errores que adulteraban los textos antiguos, mas nadie p e n s ó en desechar o remplazar a los antiguos. De estas autoridades, sólo Guinter reflexionó favorablemente en los remedios químicos de los paracelsistas, pero lo hizo sin la intención de rechazar la teoría m é d i c a de la Antigüedad. Y por lo que toca a Harvey, éste'Se" c o n s i d e r ó tan aristotélico como galenista hasta el f i n de sus días. l Y, sin embargo, la a n a t o m í a y la fisiología del Renacimiento nos parecen cada vez m á s complejas. Cuando se les examina en su contexto, los motivos que impulsaron a muchos de esos sabios parecen diferir diametralmente de los del científico moderno. Servet, por ejemplo, que h a b í a estudiado a n a t o m í a , expuso sus opiniones acerca del torrente s a n g u í n e o movido por sus especulaciones teológicas. La situación de Fludd era similar. Para él, comprender la naturaleza equivalía a comprender la teología. En estas condiciones, Fludd fue el primero que p u b l i c ó un libro en defensa de Harvey. Algunos rechazaron al" Harvey aristotélico porque sus opiniones entraban en conflicto con los antiguos, mientras que otros lo apoyaron sólo d e s p u é s de haber despojado a sus opiniones de su vitalismo básico. Al final nos enfrentamos a la aparente paradoja de que uno de los logros m á s impresionantes de la Revolución científica fue alcanzado por u n aristotélico declarado, cuya obra atrajo primeramente la atención de los místicos h e r m é t i c o s . Mas, pese a todo, su h a z a ñ a fue enorme y pronto fue reconocida como tal. Otros antes que él h a b í a n sabido que la sangre salía del corazón por las arte-

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rias mayores. Pero todas las explicaciones que se h a b í a n propuesto p r e s u p o n í a n la existencia de un vasto sistema de irrigación cuya función era Ja construcción de los tejidos. Y si alguien había hablado antes de una circulación mística de la sangre, Harvey se refería ahora a a u t é n t i c o s experimentos y aducía un irrefutable argumento cuant i t a t i v o . Se ha sugerido que la obra de Harvey fue la primera explicación adecuada de u n proceso corporal, el punto de partida del camino que condujo a la fisiología moderna. A decir verdad, desp u é s de él c a m b i ó la actitud ante los procesos vitales. Las antiguas referencias a u n indefinible calor innato, una fuerza n e u m á t i c a , los e s p í r i t u s animales y los archei internos iban a ser remplazadas por una nueva b ú s q u e d a de conceptos físicos m á s simples.

V. U N NUEVO SISTEMA D E L MUNDO Los debates que hemos examinado en la medicina, la b o t á n i c a y la fisiología de fines del siglo x v i y principios del x v n tienen notables paralelos en los campos de la a s t r o n o m í a y la física. Nuevamente observamos el efecto de los estudios humanísticos dando por resultado una significativa, revisión (Vesalio, 1543; Copérnico, 1543). Y, una vez m á s , un largo periodo de asimilación y controversias que d a r í a origen a nuevos descubrimientos e interpretaciones, esenciales para futuros avances (Harvey, 1628; Kepler y Galileo, 1609 y 1632). Resolver los problemas relacionados con el movimiento de la Tierra r e q u e r í a no sólo una reest r u c t u r a c i ó n de los cielos, sino t a m b i é n el desarrollo de una nueva física del movimiento —ésta, una meta que sólo h a b r í a de alcanzarse plenamente hasta 1687, con la publicación de los Principia mathematica de Isaac Newton. La historia íntegra de este ú l t i m o desarrollo pertenece propiamente a otro volumen de esta serie. Mas la a c e p t a c i ó n del sistema copernicano implicaba factores que rebasaban la m e c á n i c a del movimiento y la cosmología. T a m b i é n en este caso el i misticismo influyó en la motivación de las figuras centrales; no menos importantes fueron los problemas teológicos que causaron profundas divi- \ siones.

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U N N U E V O S I S T E M A D E L MUNDO

LA A N T I G Ü E D A D Y L A ASTRONOMÍA D E L R E N A C I M I E N T O

Como en los d e m á s campos, la a s t r o n o m í a del Renacimiento se b a s ó en la obra de los antiguos. Dos sistemas cosmológicos dominaban en la literatura a s t r o n ó m i c a . E l primero de ellos, el de Eudoxio, Calipo y Aristóteles, se valía de una i serie de esferas c o n c é n t r i c a s para explicar la 1 rotación diurna de las estrellas y los movimientos ,del Sol, la Luna y los planetas (figura V . l ) . Para ¡explicar la variedad de los movimientos observaidos, se asignaron hasta cuatro esferas a cada uno ide los planetas. Con u n n ú m e r o adecuado de esferas, debidamente ordenadas, era posible explicar movimientos tan complejos como la precesión de los equinoccios y la r e t r o g r e s i ó n de los planetas contra el fondo de las estrellas. No obstante, este sistema, aunque gozaba de popularidad, no explicaba el hecho de que el Sol, la Luna y los planetas p a r e c í a n hallarse p e r i ó d i c a m e n t e a distintas distancias de la Tierra, ya que variaban ¿u b r i l l o y sus dimensiones aparentes. P a r a resolver ese problema y eliminar las inexactitudes de la cosmología aristotélica, los ast r ó n o m o s alejandrinos de los siglos 11 y n i a.c. (especialmente Apolonio de Perga e Hiparco) refundieron los datos disponibles en u n nuevo sistema. Este sistema, a su vez, fue revisado y ampliado para integrar el sistema complejo, verdaderamente m a t e m á t i c o , que c o n s t r u y ó Claudio Ptolomeo en el siglo I I de nuestra era. Fue al sistema tolemaico, tal como lo h a b í a expuesto su autor en su libro Almagesto, al que guardaron I—

FIGURA V . l . I l u s t r a c i ó n de las esferas c o n c é n t r i c a s . Manuscrito de u n a i n t r o d u c c i ó n a la filosofía natural de mediados del siglo x v m . N ó t e s e l a T i e r r a central rodeada p o r las esferas de la L u n a , los planetas y las estrellas fijas. C o l e c c i ó n del autor.

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fidelidad la mayor parte de los a s t r ó n o m o s hasta el siglo x v n . •La a s t r o n o m í a de Ptolomeo conservaba las antiguas esferas, pero a ñ a d í a una serie de círculos (preservando así el movimiento "perfecto" de los cielos) para explicar con mayor precisión los fen ó m e n o s observados. E n el caso m á s simple, un planeta podía localizarse en un círculo deferente o mayor —si p a r e c í a moverse alrededor de la Tierra con perfecta circularidad. Sin embargo, semejante perfección —salvo en lo que se refería a las estrellas— no existia. E n vista de ello, se introdujo otra serie de círculos. E l epiciclo, con su centro situado en la circunferencia del deferente, giraba mientras avanzaba con el movimiento del deferente. Este movimiento dual explicaba tanto las variaciones aparentes de las distancias como las retrogresiones planetarias (figuras V.2 y V.3). Otras irregularidades obligaron a Ptolomeo a situar a la Tierra a cierta distancia del Sol y a utilizar círculos excéntricos ("fuera del cent r o " ) y círculos ecuantes. Con ayuda de estos ú l t i m o s se explicaban los aparentes cambios de velocidad de los planetas. E n este caso, los ángulos iguales (que se originaban en u n punto situado fuera del centro del c í r c u l o ) se localizaban en periodos iguales de tiempo. Combinaciones de todos estos artificios produjeron u n sistema ast r o n ó m i c o complejo (aunque no perfecto) que p e r m i t í a explicar y predecir con bastante exactitud los movimientos celestes. Pero si Ptolomeo y Aristóteles eclipsaban a otros sabios de la Antigüedad, sus sistemas cosmológicos no representaban toda la gama del pensa-

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miento a s t r o n ó m i c o de ese periodo. E n el siglo v a.c. algunos seguidores de P i t á g o r a s (especialmente Filolao) h a b í a n propuesto un universo en cuyo centro a r d í a u n fuego central y alrededor del cual giraban todos los cuerpos celestes, incluyendo la Tierra, el Sol y una antitierra. Posteriormente, Aristarco de Samos (siglo m a.c.) a r g u m e n t a r í a que, en caso de que la Tierra girase diariamente sobre su eje y al mismo tiempo girase anualmente alrededor del Sol, no se p e r c i b i r í a n i n g ú n cambio. No obstante, este sistema "coperi









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FIGURA \2, U n ejemplo de l a aparente r e t r o g r a d a c i ó n de Marte visto contra el fondo de las estrellas "fijas". De T h o m a s S. K u h n , The Copernican Revolution (Cambridge, Mass., H a r v a r d University Press, 1957), p. 48. Copyright 1957, por el rector y los profesores asociados de H a r v a r d College.

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r ú c a n o " no fue formulado m a t e m á t i c a m e n t e , y de Aristarco sólo se conserva su cálculo de las dimensiones del Sol y la Luna y las distancias de é s t o s respecto de la Tierra. Mayor influencia ejercería la obra de H e r á c l i d e s de Ponto (siglo iv a . c ) , quien afirmaba que nada explicaba mejor el DIO-

FIGURA V . 3 . P a r a explicar la r e t r o g r a d a c i ó n en el sistema tolemaico, un planeta se m o v í a en un epiciclo cuyo centro estaba en u n punto de l a circunferencia de un c í r c u l o mayor, deferente y m ó v i l (izquierda). L a s m ú l t i ples rotaciones p r o d u c í a n una serie de rizos o movimientos aparentemente r e t r ó g r a d o s cuando se observaban contra las estrellas. De T h o m a s K u h n , The Copemican Revolution (Cambridge, Mass., H a r v a r d University Press, 1957), p. 68. Copyright 1957, por el rector y los profesores asociados de H a r v a r d College.

vimiento de las estrellas que la r o t a c i ó n diurna de la Tierra, y que el hecho de que Mercurio y Venus no se vieran nunca alejados del Sol indicaba que estos planetas giraban alrededor del Sol. Marciano Capella y Macrobio (ambos del siglo v d.c.) repitieron las opiniones de H e r á c l i d e s en las p o s t r i m e r í a s de la Antigüedad, en textos que so-

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brevivieron a los embates de los b á r b a r o s y fueron utilizados hasta que en los siglos x n y x m se recuperaron obras científicas m á s completas^Los a s t r ó n o m o s musulmanes hicieron sus propios comentarios y revisiones de Ptolomeo, y éstos —junto con los textos originales— fueron transmitidos a Europa occidental en el siglo x n . Se escribieron tratados introductorios de astron o m í a (el m á s popular de éstos fue el de John de Hollywood —Johannes Sacrobosco—, hacia 1230) y los traductores elaboraron versiones k n latín de las obras cosmológicas de Ptolomeo y Aristóteles. Aunque m á s tarde serían criticadas por sus inexactitudes, esas traducciones mantuvieron su influencia hasta el siglo x v i . En el curso del siglo x m se c o n d e n ó a Aristóteles por razones teológicas, pues en sus libros de filosofía natural exponía juicios que entraban en conflicto con el dogma cristiano. Se alegaba que la a c e p t a c i ó n literal de su obra p o d í a conducir a la negación de la creación divina, la verdad de la E u c a r i s t í a , la posibilidad de los milagros y la inmortalidad del alma. Una vez rechazadas como textos d o g m á t i c o s , las obras que integraban el corpus aristotélico fueron objeto de controversias. De hecho, varias de las cuestiones discutidas a fines del siglo x m y el x i v estaban relacionadas con la a s t r o n o m í a y la cosmología, tales como la posibilidad de una pluralidad de mundos y_el-i movimiento de la Tierra. Temas semejantes i b a n | a interesar especialmente a Nicolás de Cusa (1401-1 1464), quien escribió acerca de u n universo i l i m i - ] tado (aunque no infinito) cuyas partes se hallabanj todas en movimiento. Y si bien es difícil deter-

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minar q u é e n t e n d í a exactamente por movimiento de la Tierra, seguramente h a b r í a rechazado muchas de las opiniones de los a s t r ó n o m o s contemporáneos. E l renacimiento h u m a n í s t i c o afectó a la astron o m í a en varias formas. El Cusano es u n ejemplo de la nueva influencia que ejerció el platonismo en los sabios del siglo xv. Marsilio Ficino es otro. Los intereses m í s t i c o s de Ficino se reflejan en su t r a d u c c i ó n del Corpus hermeticum y en la rapsodia que compuso al Sol (en su obra De Solé), donde imitaba los antiguos textos h e r m é t i c o s : Nada revela la naturaleza del Bien [que es Dios] con m á s plenitud que la [luz del S o l ] . En primer lugar, la luz es el m á s brillante y el m á s claro de los objetos sensibles. E n segundo lugar, nada se extiende con tanta facilidad, amp l i t u d y rapidez como la luz. E n tercer lugar, al igual que una caricia, penetra todas las cosas sin d a ñ a r l a s y con la mayor suavidad. E n cuarto lugar, el calor que la a c o m p a ñ a anima y nutre todas las cosas y es el generador y motor u n i v e r s a l . . . De modo similar, el Bien se extiende a todas partes y cautiva y atrae todas las cosas. No obra por c o m p u l s i ó n , sino en v i r t u d del amor que lo a c o m p a ñ a , como el calor [que a c o m p a ñ a a la l u z ] . Este amor seduce a todos los objetos para que libremente abracen el B i e n . . . Y en cuanto a la luz, ésta es tal vez el sentido de la vista del e s p í r i t u celestial, o su acto de ver, que obra a distancia y une todas las cosas con el cielo, aunque j a m á s abandone el cielo n i se mezcle con las cosas e x t e r n a s . . . Basta que c o n t e m p l é i s los cielos, os lo ruego, ciudadanos de la patria c e l e s t i a l . . . E l Sol pue-

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de ser para vosotros u n signo de Dios y, ¿ q u i é n o s a r í a decir que el Sol es falso? 1

Ficino afirmaba que el Sol h a b í a sido lo p r i mero que se h a b í a creado y que se le h a b í a colocado en el centro de los cielos. M u y distinta era la obra de Georg Peuerbach, de la Universidad de Viena, quien, en sus Theoricae novae planetarum (publicado hacia 1473), describía con t é r m i n o s técnicos u n sistema planetar i o perfeccionado basado en el de Ptolomeo. Convencido de la necesidad de contar con u n texto m á s fiel de Ptolomeo, p l a n e ó u n viaje a Italia en c o m p a ñ í a de su discípulo y asistente Johannes Müller {el Regiomontano). A l m o r i r , Peuerbach h a b í a terminado los primeros seis libros de u n Epítome del Almagesto, y el Regiomontano a c a b ó su obra, la que sería publicada por primera vez veinte a ñ o s d e s p u é s de su propia muerte (figura WA). La p u b l i c a c i ó n del texto í n t e g r o del Almagesto t e n d r í a que esperar hasta 1515, cuando a p a r e c i ó en la v e r s i ó n que h a b í a hecho Gerardo de Cremona en el siglo x m . Una nueva t r a d u c c i ó n del griego no h a b r í a de aparecer i m presa hasta 1528.

COPÉRNICO Y U N SOL

ESTACIONARIO

Ya hemos dicho que la primera fase de la Revolución científica i m p l i c ó u n retorno al estudio 1

L a s citas de Ficino y Melanchton e s t á n tomadas de T h o m a s S . K u h n , The Copernican Revolution: Planetary Astronomy in the Development of Western Thought (Cambridge, Mass., H a r v a r d University Press, 1957), páginas 129 y 191.

FIGURA V.4. Ptolomeo y el Regiomontano —frontispicio del Epítome que el segundo hizo del Almagesto (1496). C o r t e s í a de l a Newberry L i b r a r y , Chicago.

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de las fuentes antiguas. Ello significaba para algunos u n regreso a Aristóteles y para otros un regreso a Galeno. U n tercer grupo p e r s e g u í a la verdad en la b ú s q u e d a del conocimiento divino que h a b í a p o s e í d o A d á n (la prisco, theologiá), mediante el estudio de los textos h e r m é t i c o s . La influencia del hermetismo en la cosmología del Renacimiento es evidente en los escritos de Ficino, mientras que Girolamo Fracastoro (¿1478?1553) d e s c r i b í a en 1538 u n renovado sistema aristotélico de esferas c o n c é n t r i c a s . A juicio de é s t e , el antes difícil problema de explicar la v a r i a c i ó n de las distancias se resolvía fácilmente con suponer que variaba la transparencia de las esferas cristalinas, lo cual provocaba en el observador terrestre la ilusión de que variaban las distancias. Mas, a pesar de la influencia de Aristojtfil.es y Hermesr^s^indtídable....que Ptolomeo reinaba so-'bera'rib s o b r é los a s t r ó n o m o s humanistas,, y era a~ Pt7Jtomee''TTpien j n á s debía - * * '

FIGURA V.10. E l infinito universo copernicano de Thomas Digges. De F r a n c i s R . Johnson, Astronomical Thought in Renaissance England: A Sludy of the English Scientific Writings from 1500 to 1645, p. 166. Copyright 1937, T h e Johns H o p k i n s University Press.

liantes y gloriosas", las cuales son innumerables y "aventajan con mucho a nuestro Sol tanto en cantidad como en calidad". É s a es "la corte mis-

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ma de los ángeles celestiales, libre de dolor y plena de gozo perfecto e inacabable, la morada de los elegidos". El diagrama de Digges, a su vez, pudo haber influido en su compatriota W i l l i a m Gilbert (15401603), cuyo De magnete (1600) sigue siendo un clásico del m é t o d o experimental. Como muchos autores del siglo x v i , Gilbert fue mucho m á s allá de los límites de la ciencia tal como nosotros la entendemos- Para él era evidente que los efectos simples de la piedra i m á n p o d í a n generalizarse y p e r m i t í a n una i n t e r p r e t a c i ó n de toda la Tierra. En su descripción, la Tierra era un i m á n y el magnetismo se c o m p r e n d í a mejor cuando se le concebía como una fuerza animista. N e g á n d o s e a aceptar todo el sistema copernicano, Gilbert suscribía la teoría de la r o t a c i ó n diurna de la Tierra porque no creía que los cielos pudiesen realizar una revolución completa en u n solo día. De modo análogo, rechazaba la antigua esfera estelar, y en su De mundo sublunari (obra postuma que no se publicó hasta 1651) representaba a las estrellas diseminadas por todo el firmamento infinito de un modo similar al descrito por Thomas Digges (figura V . l l ) . Pero si para resolver el problema de la paralaje muchos se h a b í a n visto obligados a aceptar u n universo infinito —o, por lo menos, sumamente extendido—, otros intentaron mantener u n universo geocéntrico que fuese compatible con las nuevas observaciones a s t r o n ó m i c a s , cada vez m á s precisas. Entre estos a s t r ó n o m o s destaca el danés Tycho Brahe (1546-1601). H i j o de u n noble, h a b í a recibido una excelente e d u c a c i ó n en las

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FIGURA V . l l . William Gilbert — a l igual que Digges— rechazaba l a esfera tradicional de las estrellas fijas. De su libro. De mundo sublunari philosophia nova, publicado postumamente en A m s t e r d a m (1651). C o r t e s í a de la Newberry L i b r a r y , Chicago.

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universidades del norte de Europa y p a r e c í a destinado a una carrera política. Pero, a t r a í d o i n i cialmente por la q u í m i c a , m o n t ó un laboratorio, solopara ser confundido en 1572 por la a p a r i c i ó n de una "nueva" estrella (se trataba en realidad de una supernova). Esa supernova tenía una i m portancia capital para todos los a s t r ó n o m o s europeos, pues su a p a r i c i ó n significaba claramente que h a b í a ocurrido un cambio en los cielos. Los a s t r ó n o m o s tradicionalistas se apresuraron a declarar que ese acontecimiento debía haber sucedido necesariamente en las imperfectas regiones sublunares, ya que el cambio era inconcebible en las regiones superiores de nuestro mundo. Mas, si esa nueva estrella existía realmente en las regiones inferiores (y estaba relativamente cerca de la Tierra), entonces debía ser posible localizar su paralaje. Tycho, observador brillante y sistem á t i c o , i n t e n t ó determinar esa paralaje, mas no lo consiguió. Entonces, esa nueva estrella debía hallarse a una distancia enorme de la Tierra. Y, por consiguiente, contrariamente a la opinión aceptada, el cambio era posible en las regiones supralunares. No menos importante para la cosmología fue la serie de cometas que o b s e r v ó Tycho entre 1577 y 1596. En ninguno de los casos pudo encontrar la paralaje, lo cual ponía en entredicho una vez m á s la doctrina de la inmutabilidad de los cielos. Más p r o b l e m á t i c o a ú n para la a s t r o n o m í a tradicional era el hecho de que esas observaciones exigían aceptar el movimiento de esos cometas'a través de u n espacio que anteriormente se h a b í a creído ocupado por esferas cristalinas. Por lo

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mismo, cada vez era m á s difícil aceptar la existencia de esas esferas como realidades físicas. Pero, si bien sus observaciones c o n t r i b u í a n al debilitamiento de la antigua cosmología, Tycho se resistía a aceptar la t e o r í a copernicana. Sobre todo, la ausencia de paralajes estelares h a c í a necesario suponer una distancia entre las ó r b i t a s planetarias y las estrellas demasiado grande para que él la aprobara. E n vista de ello, y adoptando una posición conciliatoria, mantuvo estacionaria a la Tierra con su satélite lunar girando a su alrededor, pero sostuvo el movimiento circular del Sol alrededor de la Tierra —y el movimiento circular de los d e m á s planetas alrededor del Sol (figura V.12). De ese modo se conservaba la esfera de las estrellas fijas a la que p a r e c í a ser una distancia razonable de la Tierra, el Sol y los planetas. M a t e m á t i c a m e n t e , ese sistema era similar al de C o p é r n i c o y, para asegurar la exactitud de su sistema, Tycho seguía utilizando los distintos artificios circulares de Ptolomeo. No obstante, Tycho h a b í a esquivado la dificultad de enfrentarse al problema de una nueva física del movimiento —problema que se tornaba cada vez m á s difícil al finalizar ese siglo.

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D E LAS ÓRBITAS

PLANETARIAS

Tycho Brahe fue reconocido u n á n i m e m e n t e como el principal a s t r ó n o m o experimental de Europa. No sólo realizó observaciones regulares de los planetas y p r e p a r ó el camino para un conjunto de

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FIGURA V . 1 2 . E l sistema c o s m o l ó g i c o de Tycho Brahe, mostrando una T i e r r a central alrededor de la cual giran la L u n a y el Sol. E l Sol, a su vez, e s t á rodeado por las ó r b i t a s de los d e m á s planetas. De T h o m a s S. K u h n , The Copernican Revotution (Cambridge, Mass., H a r v a r d University Press, 1957), p. 202. Copyright 1957, por el rector y los profesores asociados de H a r v a r d Collcge.

tablas estelares m á s exactas que las que se h a b í a n redactado hasta entonces, sino que inventó y perfeccionó instrumentos de o b s e r v a c i ó n que superaban en dimensiones a los construidos en cualquier época anterior. Este equipo fue instalado en un castillo-observatorio construido en Hveen

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por el rey de Dinamarca. Allí u n cuerpo de ayudantes observaba las estrellas por las noches mientras otros estudiaban " a s t r o n o m í a terrestre" ( q u í m i c a ) en los grandes laboratorios q u í m i c o s situados en los pisos inferiores. Reconociendo su preeminencia en ese campo, en 1596 un joven a l e m á n envió a Tycho una copia de su primera obra. Ese joven era Johannes Kepler, quien con el tiempo h a b r í a de ser el heredero y el m á s célebre discípulo de Tycho. Kepler h a b í a abrazado las t e o r í a s copern^canas desde muy temprana edad. Enviado a estudiar a Tubinga, h a b í a asistido a las c á t e d r a s de a s t r o n o m í a de Miguel Maestlin (1550-1631). Aunque esas c á t e d r a s estaban basadas en t e o r í a s tolemaicas, Kepler contaba m á s tarde que Maestlin t a m b i é n h a b í a discutido la obra de Copérnico. La nueva a s t r o n o m í a atrajo al estudiante; cuando se t r a s l a d ó a Graz (1594) para ocupar u n puesto como m a t e m á t i c o (y a s t r ó l o g o ) , h a b í a iniciado ya una obra sobre la a s t r o n o m í a copernicana. e

Ese p r i m e r libro de Kepler era el que m á s ) tarde h a b r í a de enviar tanto a Tycho como a u n todavía oscuro profesor de m a t e m á t i c a s italiano,] Galileo Galilei. Dicha obra mostraba el gran taJ lento m a t e m á t i c o de Kepler y su persistente intej res por las relaciones m í s t i c a s . Intitulada Mysterium cosmographicum (1596), en ella Kepler encontraba su primera respuesta en su b ú s q u e d a de u n orden m a t e m á t i c o universal. Convencido de que debía existir una correlación consistente entre las ó r b i t a s planetarias, calculó una y otra vez sus distancias respecto del Sol. Llegó a la conclusión de que todos los planetas guardaban una

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U N N U E V O SISTEMA

D E L MUNDO

FIGURA V . 1 3 . E l modelo de Kepler de las ó r b i t a s planetarias limitadas por los s ó l i d o s regulares. De Mysterium cosmographicum ( 1 5 9 6 ) . C o r t e s í a de T h e Joseph Regenstein L i b r a r y , T h e University of Chicago.

clara relación con los cinco sólidos regulares. Por lo tanto, pensó, el universo podía representarse exactamente con el Sol en el centro y las esferas planetarias de Mercurio, Venus, la Tierra, Marte, J ú p i t e r y Saturno separadas entre sí sucesivamen-

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te por u n octaedro, un icosaedro, u n dodecaedro, un tetraedro y un cubo (figura V.13). Este resultado refleja claramente el i n t e r é s que h a b í a en esa época por el misticismo n u m é r i c o neopitagórico. Para Kepler ese descubrimiento era fundamental, pues mostraba el orden m a t e m á t i c o del universo. Kepler y su libro impresionaron favorablemente a Tycho, tanto, que éste ofreció al primero un puesto en Hveen. Kepler declinó la invitación, prefiriendo permanecer en Graz, pero en los a ñ o s siguientes el ambiente religioso se volvió cada vez m á s peligroso para u n protestante como él y, f i nalmente, en 1600 decidió abandonar Graz. Para entonces Tycho se h a b í a trasladado de Dinamarca a Praga, sede de la corte del emperador Rodolfo I I (que r e i n ó de 1576 a 1612). Ese lugar se h a b í a convertido en un centro para los intelectuales europeos. Desde que h a b í a subido al trono, Rodolfo h a b í a fomentado el estudio de todas las ciencias (incluyendo la alquimia y la a s t r o l o g í a ) . John Dee h a b í a residido mucho tiempo en esa corte, y siempre h a b í a allí numerosos alquimistas y astrólogos. Aunque Tycho h a b í a sido nombrado m a t e m á t i c o imperial, probablemente h a b í a sido tan bien recibido como q u í m i c o que como astrónomo. Su posición le daba el privilegio de contar con asistentes, y fue justamente entonces cuando Kepler le escribió preguntando si a ú n deseaba emplear su talento. Después de recibir confirmación de que seguía en pie la oferta anterior de Tycho, Kepler e m p r e n d i ó el viaje a la corte imperial. E n Praga Kepler tuvo acceso al c ú m u l o

de

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observaciones planetarias realizadas por Tycho, y antes de que éste muriera en 1601 h a b í a comenzado a estudiar los datos relativos a la ó r b i t a de Marte con la esperanza de reducir esa información a una regla m a t e m á t i c a regular. E n sus p r i meros intentos e m p l e ó los artificios tolemaicos tradicionales, tales como los epiciclos y los círculos excéntricos. No obstante, los resultados no fueron tan buenos como los que esperaba obtener de los datos exactos de Tycho. Abandonando ese enfoque, Kepler a b o r d ó entonces el problema del movimiento planetario. Los recientes estudios de los cometas h a b í a n mostrado la necesidad de desechar las esferas cristalinas y, en consecuencia, d e b í a existir otra explicación. Influido por las fuerzas m a g n é t i c a s de Gilbert, Kepler p o s t u l ó un anima motriz solar similar al magnetismo de Gilbert, un alma motriz que emanaba del Sol que movía a los planetas en el curso de su propia revolución axial. Esta fuerza, creía él, obedecía una ley según la cual actuaba en razón inversa del cuadrado de la distancia —pero sólo en el plano de la eclíptica. El resultado de esas especulaciones puede encontrarse en la que hoy se conoce c o m ú n m e n t e como la segunda ley del movimiento planetario de Kepler, la que establece que una línea que parte del Sol a u n planeta barre á r e a s iguales en tiempos iguales. Procediendo luego a estudiar matem á t i c a m e n t e esa anima motrix, concluyó que la ó r b i t a de Marte no era u n círculo —una r u p t u r a , fundamental con la t r a d i c i ó n , por cuanto el movi¡ miento circular h a b í a expresado hasta entonces ¡el concepto de la perfección de los cielos. E l

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estudio extenso de otras curvas posibles dio f i nalmente por resultado que esa trayectoria orbital fuese descrita como una elipse (primera ley). Estas dos conclusiones, expuestas primeramente en la Astronomía nova (1609), se basaban en postulados físicos que implicaban u n universo vitalista. Sin embargo, Kepler c o n f i r m ó la validez de esos resultados y p r o c e d i ó a aplicarlos a los d e m á s planetas. La tercera ley de Kepler, que a p a r e c i ó en 1619 en su Harmonices mundi, taiübién era resultado de su b ú s q u e d a tenaz de las a r m o n í a s universales de la naturaleza. E n t é r m i n o s modernos, esta ley establece que los cuadrados de los tiempos empleados por dos planetas en su revolución alrededor del Sol son proporcionales a los cubos de sus distancias medias respecto del Sol. Descubrimiento brillante, desde nuestro punto de vista, pero para Kepler esa relación tenía un sentido todavía m á s profundo. Buscando literalmente una expresión m a t e m á t i c a de las a r m o n í a s del mundo, inicia esta obra con el e s t u d i ó de los cinco sólidos regulares y sus proporciones a r m ó nicas. De a h í pasa a considerar las a r m o n í a s musicales y su relación con el universo. E l libro octavo está dedicado al estudio de las cuatro clases de voces emitidas por los planetas (soprano, contralto, tenor y bajo), y la tercera ley del movimiento planetario forma parte de un libro que trata de la expresión de las claves de la escala musical y los g é n e r o s de consonancia mayor y menor. E n suma, las leyes del movimiento pla-1 netario de Kepler fueron desarrolladas por uní m a t e m á t i c o magistral, pero si deseamos consi-\

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.derarlas en su verdadero contexto, deberemos 'examinarlas en relación a la concepción del mundo de Kepler en su totalidad. Dos a ñ o s m á s tarde, Kepler r e d a c t ó u n Epítome de la a s t r o n o m í a copernicana, donde tuvo oportunidad de reafirmar los resultados obtenidos en su anterior Mysterium cosmographicum. Dedicó sus ú l t i m o s a ñ o s principalmente a terminar las tablas planetarias de Tycho, las cuales aparecieron finalmente en 1627, tres a ñ o s antes de su muerte.

EL PROBLEMA FÍSICO Mucho de lo m á s significativo de la obra de Kepler estaba oculto, mezclado con sus especulaciones filosóficas, y sólo hasta mediados del siglo x v n encontramos a muchos sabios refiriéndose a las leyes de Kepler como fundamentos de la teoría planetaria. Mientras tanto, una serie de nuevos adelantos —asociados principalmente con la obra de Galileo Galilei— apresuraron la aceptación de la teoría copernicana. Nacido y educado en Pisa, Galileo se i n t e r e s ó muy pronto por las m a t e m á t i c a s y la a s t r o n o m í a . Una profunda influencia ejerció en el joven sabio la obra de A r q u í m e d e s , cuya expresión matem á t i c a de los f e n ó m e n o s físicos le p a r e c i ó m u y alejada de los escritos de Aristóteles. Criticó las soferas de este ú l t i m o por su ausencia de mateI m á t i c a s y por su confianza incondicional en la experiencia sensorial. Al menos en su juventud, Galileo no tenía n i n g ú n reparo en considerar a ta analogía macrocosmos-microcosmos como una

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expresión fiel de un mundo en el cual el Sol era el rey y el c o r a z ó n de sus subditos planetarios. Y, al igual que Kepler, Galileo i n t e n t ó interpretar m a t e m á t i c a m e n t e todo el universo, lo mismo la naturaleza que el mundo sobrenatural^ En 1592 Galileo fue nombrado profesor de mat e m á t i c a s de la Universidad de Padua, pero a ú n no se le conocía como a s t r ó n o m o cuando recibió una copia del Mysterium cosmographicum. Pero mientras que Tycho h a b í a leído atentamente el libro y le h a b í a ofrecido a Kepler u n puesto en Hveen, Galileo se limitó a acusar recibo del mismo, comentando que él t a m b i é n estaba convencido de la verdad de la explicación copernicana del mundo. Nada indica que Galileo haya sido influido de alguna manera por Kepler y, pese a su i n t e r p r e t a c i ó n m a t e m á t i c a del movimiento local, seguía aferrado a los círculos para describir los movimientos del Sol, la Luna y los planetas. Si bien existen varios tratados anteriores de Galileo, incluyendo una conferencia sobre el cometa aparecido en 1604, no escribió nada de verdadera importancia hasta 1610, cuando su Sidereus nuncius, o " E l mensajero sideral", un folleto de veintinueve p á g i n a s , s o r p r e n d i ó a la comunidad intelectual de Europa. Estaba escrito en latín y ofrecía el p r i m e r informe que se h a b í a publicado de la o b s e r v a c i ó n de los cielos con ayuda del telescopio. Su escrito venía a apoyar poderosamente a quienes preconizaban el sistema copernicano. Aunque hay datos que indican que el telescopio h a b í a sido bastante conocido por la generación anterior a la p u b l i c a c i ó n del Sidereus nuncius

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—e incluso que anteriormente se h a b í a n realizado algunas observaciones a s t r o n ó m i c a s — , es indudable que Galileo fue el primero que describió sus descubrimientos en un impreso. E n éste examinaba y dibujaba el paisaje lunar (figura V.14). Y aun cuando su telescopio era poco potente, de acuerdo a nuestras normas, era lo suficientemente preciso para que, conociendo las dimensiones de la Luna, pudiera medir las sombras proyectadas por las m o n t a ñ a s lunares y calculara su altura. Además, o b s e r v ó que el telescopio hacía visibles gran n ú m e r o de estrellas que nunca antes se h a b í a n visto. Y es especialmente interesante su descubrimiento de los satélites de J ú p i t e r , a los que llamó las estrellas "mediceas", en honor de la familia de gobernantes florentinos. É s t a s giraban alrededor de ese planeta como u n sistema solar en miniatura. Posteriores observaciones realizadas en los a ñ o s siguientes h a b r í a n de revelar a Galileo el hecho importante de que Venus presentaba fases similares a las de la Luna. É s t o sólo p o d í a o c u r r i r si ese planeta giraba alrededor del Sol. La doctrina de la perfección de los cielos se debilitó a ú n m á s cuando d e c l a r ó que en la superficie del Sol existían manchas que giraban, lo cual indicaba el movimiento axial de ese cuerpo celeste. E l Sidereus nuncius tuvo el efecto deseado. En recompensa por haber bautizado a los satélites de J ú p i t e r en honor de Cosme de Médicis, había sido nombrado filósofo del gran duque y ahora podía regresar a Florencia. Pero t a m b i é n se había vuelto una celebridad de la noche a la m a ñ a n a , alguien a quien se comparaba con Colón y Vespu-

FIGURA V . 1 4 . Ilustraciones de l a L u n a , de Galileo. Del Sidereus nuncius (1610). C o r t e s í a de The Joseph Regenstein L i b r a r y , T h e University of Chicago.

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ció por haber descubierto un nuevo mundo. Escribiendo acerca de los nuevos descubrimientos, Kepler se extasiaba: "¡Oh, telescopio, instrumento de tanto conocimiento, m á s preciso que cualquier cetro! Quien te tiene en su mano, ¿ n o es hecho acaso rey y s e ñ o r de las obras de Dios?" Las observaciones telescópicas de Galileo habían revelado la existencia en J ú p i t e r de u n sistema de satélites similar al sistema planetario de Copérnico y h a b í a n demostrado concluyentcmente que Venus giraba por necesidad alrededor del Sol. Estas observaciones, j u n t o con la franca defensa que hacía Galileo de la teoría heliocéntrica, o c u r r í a n en tiempos difíciles para la Iglesia católica romana y h a b r í a n de desatar la cólera de ésta sobre su cabeza. Hasta entonces la Iglesia h a b í a guardado silencio; pero ahora, en medio de su propio movimiento de reforma, com e n z ó a reaccionar ante las peligrosas implicaciones teológicas del sistema heliocéntrico del universo. Un siglo antes, Copérnico h a b í a sido invitado a participar en la proyectada reforma del calendario —y en 1551 sus m é t o d o s m a t e m á ticos de c o m p u t a c i ó n h a b í a n servido de base a un nuevo conjunto de tablas a s t r o n ó m i c a s elaboradas por Erasmo Reinhold (1511-1553). Mucho menos prometedora h a b í a sido la reacción inmediata del campo protestante. M a r t í n Lutero (14831546) se refería a Copérnico como a un tonto que deseaba "trastornar toda la ciencia de la ast r o n o m í a " (1539). Lo secundaba Philip Melanchton (1497-1560), quien citaba profusamente la Biblia en defensa de la concepción tradicional del mundo (1549):

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Los ojos son testigos de que los cielos giran en el espacio de veinticuatro horas. Pero ciertos hombres, ya sea por amor a la novedad, ya sea para hacer o s t e n t a c i ó n de su ingenio, han concluido que la Tierra se mueve; y sostienen que n i las ocho esferas n i el Sol giran . . . Ahora bien, es una falta de honestidad y decencia afirmar tales nociones p ú b l i c a m e n t e , y el ejemplo es pernicioso. E l deber de una mente sana es aceptar la verdad tal como ha sido revelada por Dios y regirse por ella. En 1616 el Santo Oficio calificó a la teoría helioc é n t r i c a de "necia y absurda filosóficamente, y formalmente h e r é t i c a , por cuanto expresamente contradice las doctrinas de las Sagradas Escrituras en muchos puntos, tanto conforme a su sentido literal como conforme a la c o m ú n exposición e i n t e r p r e t a c i ó n de los santos Padres y Doctores".' Semanas m á s tarde, el De revolutionibus fue incluido en la lista de libros prohibidos, y se advirtió a Galileo que se abstuviera de defender la teoría copernicana como una descripción de la verdadera c o n s t i t u c i ó n física del mundo. Posteriores investigaciones de Galileo en torno j a la teoría de las mareas lo convencieron de que' ahora tenía pruebas del movimiento de la Tierra. Obrando en conformidad, p l a n e ó y escribió su obra capital, el Diálogo sobre los áos sistemas principales áel mundo (1632), donde contrastaba^ los sistemas de Ptolomeo y Copérnico. Se le otó'rV gó permiso para publicarla, a condición de que^ discutiera el sistema copernicano exclusivamenJ te en calidad de hipótesis. Eso fue lo que hizo, sólo que su discusión no fue del todo impar1

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cial. E n su diálogo, el exponente del sistema copernicano representaba a Galileo y a cada paso demolía uno tras otro los argumentos del defensor de la antigua a s t r o n o m í a . Y aunque al final del libro Galileo, obedientemente, aclaraba que todo lo que h a b í a dicho tenía un sentido hipotético, ciertamente h a b í a d e s o í d o la advertencia que se le h a b í a hecho en 1616. Así, no debe ext r a ñ a r n o s que fuera enjuiciado por la Inquisición y obligado a abjurar de su creencia en las tesis condenadas de Copérnico (1633). Confinado por el resto de sus días a su villa de Arcetri, siguió trabajando en su obra y en 1638 fueron publicados en Holanda sus Discursos y demostraciones matemáticas concernientes a dos ciencias nuevas. Estos dos ú l t i m o s v o l ú m e n e s versaban principalmente sobre el problema del movimiento, al cual Galileo acertadamente consideraba inseparable de los sistemas cosmológicos que comparaba. No examinaremos en este lugar las opiniones de Galileo sobre, el movimiento; basta s e ñ a l a r que desde la época de Copérnico se h a b í a comprendido la necesidad de resolver los problemas íque representaba el movimiento local sobre una 'Tierra en movimiento. La investigación que realizó Galileo de las leyes de la c i n e m á t i c a y la d i n á m i c a no tuvo el éxito que alcanzó Newton en los Principia, pero se a p r o x i m ó bastante al concepto moderno de inercia y logró explicar por q u é una piedra dejada caer desde una torre cae al pie de ésta, por q u é una pelota lanzada verticalmente hacia arriba por u n sujeto en movimiento vuelve a caer en su mano y por q u é dos jinetes cabalgando uno al lado del otro po-

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d í a n lanzarse pelotas el uno al otro sin que é s t a s cayeran hacia a t r á s a muchos pies de distancia. Si esas explicaciones eran correctas, quedaba invalidado entonces uno de los argumentos m á s convincentes en contra del movimiento diurno de la Tierra. La f o r m u l a c i ó n m a t e m á t i c a que llevó a cabo Galileo de las leyes del movimiento fue esencial para el desarrollo de la m e c á n i c a moderna y sirvió de base a la obra de Isaac Newton. ^ En 1642, cuando muere Galileo, el sistema copernicano a ú n no h a b í a sido aceptado umversalmente. Muchos autores europeos se a d h e r í a n todavía al sistema de Tycho, posición que ciertamente seguía siendo la m á s segura en los países católicos. Con todo, el escenario a s t r o n ó m i c o h a b í a cambiado radicalmente desde la é p o c a de Georg Peuerbach. É s t e h a b í a reconocido la necesidad de contar con u n texto m á s fiel de Ptolomeo y el resultado h a b í a sido el Epítome de 1496. Y el cuidadoso estudio que h a b í a hecho Copérnico de Ptolomeo h a b í a conducido a su vez a una refundición de la a s t r o n o m í a tolemaica en forma heliostática. No obstante, ello h a b í a t r a í d o consigo una nueva serie de problemas tanto para los a s t r ó n o m o s como para los filósofos naturales, problemas cuya solución sería objeto de polémicas en el siglo posterior a la muerte de Cop é r n i c o . La b ú s q u e d a de una paralaje estelar mensurable seguiría siendo infructuosa hasta el siglo x i x , pero quienes se inclinaban por el sistema copernicano en el siglo x v i no parecen haber tenido mucha dificultad para aceptar un

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universo sumamente agrandado y, para algunos, infinito. Tycho sostuvo u n sistema geostático con una esfera de estrellas fijas, pero hasta él tuvo que ordenar a los d e m á s planetas en u n sistema heliocéntrico. i E l poder de la m a t e m á t i c a q u e d ó demostrado claramente por los científicos que hemos examií a d o en este capítulo. Copérnico dio verosimilit u d a su obra cuando t r a t ó m a t e m á t i c a m e n t e los datos recogidos por Ptolomeo, e insistía en que toda la a s t r o n o m í a era u n asunto propio de mat e m á t i c o s . Tycho reconoció inmediatamente el genio m a t e m á t i c o de Kepler, y éste y Galileo demostraron su capacidad de análisis en sus enfoques m a t e m á t i c o s . Y, sin embargo, es en Kepler donde encontramos el mejor ejemplo de la paradoja científica del Renacimiento —el excelente m a t e m á t i c o cuya i n s p i r a c i ó n se derivaba de su creencia en las a r m o n í a s m í s t i c a s del universo. Esa mezcla embriagadora de misticismo y matem á t i c a s e s t á muy lejos de la ciencia moderna, pero c o n s t i t u y ó un ingrediente esencial de su nacimiento.

V I . NUEVOS MÉTODOS Y UNA NUEVA CIENCIA E L X V I fue u n siglo de paradojas. Fue un periodo de profunda veneración por la autoridad de los antiguos, v e n e r a c i ó n que e s t i m u l ó a algunos de los m á s renombrados eruditos de la época. E l humanismo científicdHiene tal vez sus mejores representantes en Peuerbach y el Regiomontano en la a s t r o n o m í a , y Linacre y Guinter de Andernach en la medicina. La obra de Copérnico y Vesalio sencillamente no p o d r í a entenderse fuera de u n contexto tolemaico o galénico. Y, todavía un siglo d e s p u é s , W i l l i a m Harvey se consideraba aristotélico y proclamaba su deuda con Galeno. No obstante, para esas grandes figuras de la Revolución científica el respeto y la a d m i r a c i ó n por los antiguos no excluía su rectificación. Esta car a c t e r í s t i c a del humanismo dio origen a un caudal cada vez m á s abundante de adiciones y enmiendas que, andando el tiempo, h a b r í a n de h u n d i r y derrocar a aquellas autoridades que la nueva obra p r e t e n d í a sostener. Pero ese nuevo c ú m u l o de i n f o r m a c i ó n p r o c e día t a m b i é n de una fuente menos idónea. E l humanismo renacentista no sólo h a b í a resucitado la autoridad de Ptolomeo y Galeno, sino asimismo la de Hermes Trismegisto. Con el Corpus i hermeticum h a b í a surgido una nueva v e n e r a c i ó n ! por la alquimia, la magia natural y la astrologíaV Y si una de las tendencias del humanismo h a b í a fomentado u n retorno al estudio de las princi181

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/pales corrientes científicas y m é d i c a s del helen i s m o , la otra preconizaba la r e c u p e r a c i ó n de la prisca theologia que presumiblemente h a b í a conocido el hombre antes de la Caída. La obra de Aristóteles, Galeno y sus seguidores no inspiraba sino desconfianza a los h e r m é t i c o s . La verdadera ciencia, sostenían, solamente podía encontrarse en los escritos de aquellos magos y alquimistas posteriores que h a b í a n percibido las verdades eternas implícitas en sus esfuerzos. En el caso de Paracelso, para arribar a una verdadera filosofía de la naturaleza era menester destruir la autoridad de los antiguos y r e m p l a z a r í a con el conocimiento divino que p o d í a obtenerse mediante una nueva investigación —inspirada en gran parte en la química— del universo creado por Dios. En suma, si bien la obra de muchos astral i

nomos, m a t e m á t i c o s y físicos del Renacimiento se basaba en los autores helenísticos del periodo que va de Aristóteles a Ptolomeo y Galeno, para otros la posibilidad de alcanzar la verdad se halla-' ba ú n i c a m e n t e en una derrota total de la ciencia y la medicina escolásticas. A pesar de que algunos reconocían el valor de la obra de los antiguos, al finalizar el siglo x v i era cada vez m á s c o m ú n que los eruditos pensaran en función de una nueva filosofía. Ya en 1536 Pedro Ramus h a b í a sostenido la tesis de que "todo lo que declara Aristóteles . . . es falso". En a ñ o s posteriores h a b r í a de dedicar sus mayores esfuerzos al desarrollo de un nuevo sistema de lógica que iba a tener una gran influencia —una obra que iba dirigida contra los cimientos mismos del escolasticismo. Y ya hemos

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visto c ó m o , a fines de ese siglo, Bernardino Telesio impugnaba el aristotelismo medieval en su academia de Cosenza. I n s i s t í a en que, en lugar de repetir meramente a Aristóteles, d e b í a n emprenderse nuevos estudios de la naturaleza como una base para fundar el conocimiento. Hemos visto t a m b i é n que el estudio del i m á n era para W i l l i a m Gilbert la base de una explicación del_ sistema del mundo^ Gilbert estaba plenamente consciente de la novedad de su obra, la cual era "algo nuevo, casi desconocido hasta [entonces] . . . Por tanto, nosotros no citamos para nada n i a los antiguos n i a los griegos en nuestro apoyo". Y hasta W i l l i a m Harvey, pese aT] profundo respeto que sentía por Aristóteles y Galeno, r e c o n o c í a : "Aprendo y e n s e ñ o a n a t o m í a , , no de los libros, sino de las disecciones, no de las posiciones de los filósofos, sino de la fábrica de la naturaleza." ¡ ~~\' } Mas, ¿ c ó m o se d é b í a ^ r o c e d e r ? ¿Debía limitarse el sabio a recoger, sin discriminar, una mult i t u d de nuevos datos, o se debía concebir un nuevo plan y un nuevo m é t o d o de análisis para fundar una nueva filosofía de la naturaleza? Harvey no veía n i n g ú n inconveniente en resumir los Segundos analíticos de Aristóteles para orientar a sus lectores, pero muchos h a b r í a n desaprobado su actitud. La gama de las ideas expuestas en esa época puede ilustrarse con la obra de tres hombres: Bacon y Descartes, quienes expresamente buscaban una "nueva filosofía", y Galileo, cuya m e t o d o l o g í a habremos de mostrar mej o r con ayuda de un ejemplo.

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FRANCIS

BACON

La obra de Francis Bacon ha a t r a í d o siempre la atención de los historiadores. Canciller de I n glaterra, fue el principal arquitecto político del programa de Jacobo I en el Parlamento hasta que en 1623 se d e s c u b r i ó que recibía sobornos. Ha sido sumamente apreciado p o r los críticos literarios por sus Essays y sus obras h i s t ó r i c a s , pero sus mayores esfuerzos estuvieron encaminados a reformar nuestro conocimiento de la naturaleza. En efecto, su inconclusa "Gran rest a u r a c i ó n " ejerció tanta influencia en la segunda mitad del siglo x v n que, sin exagerar, p o d r í a m o s caracterizar a mucha de la labor desarrollada entonces por las incipientes sociedades y academias científicas como "baconiana" en espíritu. Pero aunque Bacon fue señalado por mucho tiempo como el abanderado del m é t o d o inductivo en la ciencia, recientes investigaciones han puesto de manifiesto su profunda deuda con fuentes inesperadas. Versado en la literatura de la magia natural y la alquimia, Bacon deploraba el misterio que tradicionalmente h a b í a envuelto a esos temas y sostenía que el verdadero mago debía hacer públicos sus descubrimientos. Mas, agreIgaba, la magia natural no es una p r á c t i c a ociosa 'sino "ciencia que aplica el conocimiento de las (formas ocultas a la p r o d u c c i ó n de operaciones maravillosas; y al unir (como dicen) lo activo con lo pasivo revela las obras maravillosas de la naturaleza". ¡Cuan semejantes son sus palabras a las de John Dee o Paracelso!

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Por otra parte, Bacon concordaba con muchos de sus c o n t e m p o r á n e o s alquimistas y h e r m é t i c o s con respecto a la b ú s q u e d a y posible recuperación del conocimiento p r í s t i n o que h a b í a p o s e í d o Adán. Por esta razón, estudiaba detenidamente los mitos de la Antigüedad, en los que veía un vínculo con las tradiciones humanas m á s antiguas. Así, interpretaba a l e g ó r i c a m e n t e la leyenda de Saturno desde el punto de vista del atomismo de D e m ó c r i t o y describía la b ú s q u e d a funesta de E u r í d i c e por Orfeo como un s í m b o l o de la prem u r a infructuosa de quienes abandonan la exper i m e n t a c i ó n en su b ú s q u e d a del conocimiento. Y el m i t o de Cupido (la materia) se volvía en sus manos un análisis de los sistemas de los presocráticos, fundados en los elementos. La creencia de Bacon en la s a b i d u r í a a d á n i c a estaba asociada con otra c a r a c t e r í s t i c a paracelsista, igualmente reconocible: el rechazo absoluto de Aristóteles. Convencido de que se inauguraba una nueva era histórica, impugnaba el escolasticismo por su esterilidad y su e m p e ñ o en- mantener, a toda costa, la autoridad de los textos establecidos en lugar de buscar el indispensable progreso que tan admirablemente se veía en las artes m e c á n i c a s . E l culpable era Aristóteles, pues éste h a b í a combatido y rechazado la obra de los primeros filósofos, rompiendo así el ú l t i m o vínculo con ese conocimiento p r í s t i n o tan necesario para la humanidad. A d e m á s , h a b í a subordinado la ciencia a la lógica y h a b í a realizado experimentos con el ú n i c o f i n de avalar conclusiones preconcebidas. Y , finalmente, su filosofía h a b í a sido incorporada a la religión y utilizada para

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apoyar a la Iglesia romana. Apenas p o d í a creerse que se siguiera dando tanto c r é d i t o a la obra de ese hombre y que tan pocas cosas se hubieran descubierto desde su época. ¿Qué debía hacerse? E l p r i m e r paso era desechar el corpus griego acumulado j u n t o con sus m á s recientes comentarios o, por lo menos, comenzar a examinar esas obras sin la ciega reverencia que tan a menudo mostraban los escolásticos. Luego, los eruditos d e b í a n comenzar a integrar u n nuevo catálogo de hechos, observaciones y experimentos. Todo ello debía hacerse con sumo cuidado, pues sólo hasta que se hubiese concluido esa tarea p o d r í a n abstraerse con relativa facilidad las verdaderas teorías y leyes naturales. Pero en esa empresa debía seguirse un plan definido. Para Bacon los empiristas puros eran semejantes a las hormigas, hombres que no h a c í a n sino acumular vastas colecciones de datos. Los filósofos no eran mejores y eran comparables a las a r a ñ a s que con su lógica, tejían intrincadas t e l a r a ñ a s e x t r a í d a s de sus propios cuerpos. Los verdaderos científicos, explicaba, se asemejaban a las abejas, que extraen el n é c t a r de las flores para transformarlo en miel, útil para todos. La nueva filosofía que p r o p o n í a Bacon sería experimental, pero sus experimentos t e n d r í a n que escogerse con todo cuidado y registrarse con todos sus detalles. Enumerando m á s de ciento treinta temas y procesos importantes dignos de examen, insistía en la necesidad de contar con un gran agregado de datos clasificados rigurosamente. Para cada uno de ellos h a b r í a una lista de casos

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positivos (donde se presentaba el f e n ó m e n o ) , una lista de casos negativos (donde estaba ausente) y una lista de grados de c o m p a r a c i ó n (donde el f e n ó m e n o variaba de acuerdo a otros factores). Bacon pensaba que con ayuda de esas listas iniciales se p o d r í a arribar al conocimiento, excluyendo las h i p ó t e s i s improbables y verificando el resto. El concepto de m é t o d o científico de Bacon era esencialmente experimental y cualitativo y enteramente inductivo. A l igual que los paracelsistas, desconfiaba de las m a t e m á t i c a s . Y aunque sostenía que la m a t e m á t i c a debía aplicarse a la física j para obtener mejores resultados en la investiga-í ción de la naturaleza, t a m b i é n se quejaba de que: su empleo solía conducir a excesos y, efectiva-j mente, s e n t í a que los m a t e m á t i c o s comenzaban' a dominar —indebidamente— ese campo. i Anunció su obra proyectada en The Advancement of Learning (1605). Esta obra serviría de i n t r o d u c c i ó n general a su "Gran r e s t a u r a c i ó n del conocimiento", la cual iba a c o m p r e n d e r - a d e m á s un análisis exhaustivo del m é t o d o científico (el Novum Organum, 1620) y una vasta enciclopedia de conocimientos e m p í r i c o s y datos experimentales cuyo volumen, según estimaba, sería seis veces mayor que el de la Historia natural de Plinio. Las secciones finales incluirían un examen de las t e o r í a s científicas anteriores y contemp o r á n e a s , a d e m á s de la nueva filosofía natural que h a b r í a de surgir de los materiales acumulados. Sobra decirlo, el proyecto era demasiado ambicioso para que él —o a l g ú n otro— pudiera n i

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remotamente realizarlo. Y si The Advancement of Learning y el Novum Organum se terminaron, muchas otras secciones n i siquiera se intentaron —o existen cuando mucho en forma de materiaTes introductorios o secciones breves. Con todo, el s u e ñ o de una ciencia surgiendo de una p l é t o r a de datos iba a inspirar a muchos autores del siglo x v n que consideraban a Bacon como su guía. -Para muchos de esos "baconianos", una obra postuma, Sylva silvarum (1627), era su legado m á s preciado. Allí p o d í a encontrarse u n c ú m u l o de datos ordenados por "siglos", una mezcla de observaciones personales y notas e x t r a í d a s de las m á s diversas fuentes. E l resultado recuerda extrañ a m e n t e a u n " l i b r o de los secretos" renacentista, dentro de la t r a d i c i ó n de la magia natural. Ninguna otra obra suya muestra con tanta claridad el c a r á c t e r esencialmente impracticable del m é todo de Bacon. Y , no obstante, ese l i b r o alcanzó no menos de quince ediciones en inglés en el siglo x v n e indujo nada menos que a Robert Boyle a tratar de continuarlo. Puede decirse que la idea que tenía Bacon de una nueva ciencia daba muy poca importancia a las m a t e m á t i c a s y demasiada a la experimentación. É l mismo p a r e c í a incapaz de valorar correctamente la ciencia de su tiempo. Cuestionaba el valor del microscopio y el telescopio, si bien a menudo mencionaba los descubrimientos de Galileo expuestos en el Sidereus nuncius. Criticaba a W i l l i a m Gilbert por haber intentado erigir toda una filosofía sobre la base de u n único fenómeno, y rehusaba aceptar el sistema copernicano porque en su o p i n i ó n no h a b í a pruebas

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suficientes de la revolución diurna de la Tierra. Y aunque impugnaba frecuentemente las obras de Paracelso, cuando i n t e n t ó construir su propia cosmología se b a s ó en gran medida en las t e o r í a s q u í m i c a s en boga. Así, interpretaba los cielos según la teoVía azufre-mercurio y relacionaba el movimiento estelar con las propiedades del fuego celestial. Sin embargo, cuando consideramos al m é t o d o científico de Bacon dentro de todo el contexto intelectual de su época, vemos que estuvo influido no sólo por el gran descontento que h a b í a a la sazón por el uso del m é t o d o escolástico en las ciencias, sino t a m b i é n , y específicamente, por la magia natural, la alquimia y la filosofía q u í m i c a paracelsista.

RENE

DESCARTES

La influencia de Descartes difícilmente fue menor que la de Bacon. Nuevamente encontramos el intento de establecer una filosofía nueva y universal que remplazara a la de los antiguos. Educado en u n colegio j e s u í t a de reciente fundación, Descartes relataba d e s p u é s que se h a b í a "sentido tan confundido con tantas dudas y errores, que me p a r e c í a que mis esfuerzos por instruirme no t e n í a n m á s efecto que aumentar m i propia ignorancia". Quizás no era necesario reformar todo el conjunto de las ciencias, agregaba, "mas, en cuanto a todas las opiniones que hasta entonces h a b í a abrazado, p e n s é que lo mejor que podía hacer era tratar de arrasar con ellas de una vez por todas, de modo que fueran remplazadas m á s tarde..."

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En 1618 Descartes a b a n d o n ó Francia para alistarse como oficial en la academia m i l i t a r del príncipe Mauricio de Nassau. A l a ñ o siguiente, en Alemania, el 10 de noviembre de 1619, mientras se hallaba absorto en profunda m e d i t a c i ó n , soñó con una ciencia universal de la naturaleza cuyo fundamento serían las m a t e m á t i c a s y el m é t o d o m a t e m á t i c o . Su relato del incidente recuerda los sueños tan c a r a c t e r í s t i c o s de la literatura alquímica de la época. Y, de hecho, sabemos que Descartes ya estaba enterado entonces de las reformas educacionales y científicas que p r o p o n í a n esos escritoras neoparacelsistas que e s c r i b í a n con el nombre de "rosacruces". Más a ú n , cuando regresó a París en 1623, sus amigos expresaron a Descartes su temor de que se hubiese vuelto rosacruz cuando h a b í a estado en el extranjero —temor que creyó necesario desvanecer. A este episodio no se le concede tal vez sino una nota al pie de la página en la m a y o r í a de las exposiciones de la obra de Descartes, pero ilustra una vez m á s la dificultad a que se enfrentan los historiadores que intentan deslindar de un modo absoluto lo "racional" de lo "irracional" al referirse a los inicios del siglo x v n . En 1628 Descartes se estableció en Holanda, donde se dedicó a la investigación. Desde allí m a n t e n í a constante correspondencia con sabios de todas partes de Europa, en especial con el padre Marin Mersenne, cuya celda monacal de París servía como una especie de centro de inform a c i ó n para los científicos europeos de ese periodo. En 1633 Descartes se disponía a publicar su Le monde, pero, al enterarse de que Galileo

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h a b í a sido condenado, s u s p e n d i ó la publicación de esa obra debido a su c a r á c t e r copernicano-J Las principales obras de Descartes no h a b r í a n de aparecer sino d e s p u é s . E n 1637 p u b l i c ó su Discurso del yiétodo, que servía de i n t r o d u c c i ó n a sus tratados m á s extensos sobre Dióptrica (donde trataba de las lentes, la visión y la ley de la r e f r a c c i ó n ) , los Meteoros (que incluía su estudio del arco iris) y Geometría (donde exponía su desarrollo de la g e o m e t r í a a n a l í t i c a ) . Tras éstos aparecieron las Meditaciones de prima philosophia (1641) y los Principia philosophiae (1644). En 1647 Descartes r e g r e s ó a Francia, sólo para trasladarse a Suecia dos a ñ o s m á s tarde invitado por la reina Cristina. M u r i ó en ese país en 1650. Descartes c o m p a r t í a con Bacon el deseo de fundar una nueva filosofía desembarazada de las opiniones antiguas. No obstante, él fue mucho m á s lejos que Bacon en su d e s d é n por la tradición. Descartes consideraba imperativo desechar por completo todo el saber anterior y comenzar de nuevo, aceptando como a x i o m á t i c o s ú n i c a m e n te a Dios y la realidad de la propia existencia (Cogito, ergo sum). E n su concepto, la divinidad era conocida por la mente —en efecto, la verdad de Dios, aprehendida de esa manera, era mucho m á s evidente que cualquier cosa que se pudiera percibir por medio de los ojos. Una vez establecido este fundamento. Descartes estaba preparado para deducir de él todo el universo y las leyes que lo regían. Creía que cada uno de los pasos de ese m é t o d o , inspirado en la m a t e m á t i ca, sería tan cierto como las pruebas de la geom e t r í a euclidiana. Por ello, no es de e x t r a ñ a r

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que tuviera tanto éxito en su estudio de la óptica, el arco iris y la g e o m e t r í a analítica. Estos temas eran esencialmente m a t e m á t i c o s y é s a era la forma m á s adecuada de tratarlos. En su cosmología, Descartes iba de Dios a la materia y el movimiento. Sentía tal confianza en los resultados a que h a b í a llegado, que estaba convencido de que, por numerosos que fueran los distintos universos que hubiesen sido creados, éstos t e n d r í a n que haberse desarrollado a semejanza del nuestro. Estaba satisfecho de que su sistema, esencialmente deductivo, lo hubiese conducido directamente a una confirmación de los elementos de la materia, mas, cuando la deducción conducía a una variedad de posibilidades, consideraba necesario idear experimentos para tomar la decisión definitiva. E l universo de Descartes era " m e c á n i c o " , y él rechazaba las explicaciones vitalistas que privaban entre sus c o n t e m p o r á n e o s . P o s t u l ó una cantidad constante de movimiento en el universo; éste era inherente a tres clases de p a r t í c u l a s de diferente magnitud que c o r r e s p o n d í a n a los antiguos elementos: la tierra, el aire y el fuego. Las primeras, las m á s grandes, explicaban las propiedades q u í m i c a s y físicas de la materia. Las segundas, m á s p e q u e ñ a s y m á s veloces, p o d í a n encontrarse entre los á t o m o s de la tierra. Finalmente, las p a r t í c u l a s del fuego, dotadas de un movimiento muy violento, se hallaban en los orificios que a ú n pudiesen existir. De esa manera, todo el espacio estaba ocupado. Por consiguiente, Descartes (siguiendo a Aristóteles) rechazaba el espacio vacío y la posibilidad de la acción a

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distancia. Era el suyo u n intento de explicar todas las cosas por medio de vórtices o torbellinos de la materia. Las agregaciones locales formaban los planetas y el Sol, y procesos análogos tenían luga^ alrededor de las estrellas distantes. El resultado final era un vasto sistema de vórtices con ayuda del cual se explicaba toda la materia del universo (figura V I . 1 ) . La filosofía mecanicista de Descartes, cuando se aplicaba al hombre y la biología, p r e s c i n d í a de las fuerzas "vitales" que h a b í a n predominado anteriormente. Su obra iba a jugar u n papel significativo en el desarrollo de la escuela yatrofísica^ de fines del siglo x v n . Ya hemos visto su enfoque en las "enmiendas" m e c á n i c a s que hizo a la teoría de la circulación de la sangre de Harvey. En su opinión, el hombre era la u n i ó n de u n alma con u n cuerpo animal semejante a una m á q u i n a , y no t e n í a n i n g ú n reparo en comparar el funcionamiento del cuerpo humano con las obras de ingeniería h i d r á u l i c a que tan frecuentemente ostentaban los jardines de los ricos al principiar el siglo x v n : -

los nervios de la m á q u i n a animal que he descrito pueden compararse con razón con los tubos de las m á q u i n a s de esas fuentes; sus m ú s c u l o s y tendones con los distintos artefactos y resortes que sirven para moverlas; y sus e s p í r i t u s animales, de los cuales el corazón es la fuente y los ventrículos del cerebro los dep ó s i t o s , con el agua que mueve a esos artefactos. Más a ú n , la respiración y otras funciones similares, que son usuales y naturales en la m á q u i n a animal y dependen del flujo de los

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