Death's Obsession - Avina ST Graves

February 27, 2024 | Author: Anonymous | Category: N/A
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Staff Disclaimer Sinopsis Advertencia Nota de la Autora Playlist Prólogo 1 Lilith 2 Lilith 3 Lilith 4 Lilith 5 Letum 6 Lilith 7 Lilith 8 Lilith 9 Lilith 10 Letum 11 Lilith 12 Lilith 13 Lilith Agradecimientos Sobre la Autora

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Traducción

Rose Corrección

Black Diseño

Phinex Lectura Final

Bones

Trabajo sin fines de lucro, traducción de fans para fans, por lo que se prohíbe su venta. Favor de no modificar los formatos, publicar o subir capturas en redes sociales.

Viene por ti. La muerte está destinada a llegar en un carro de sueños rotos o en las oscuras trincheras de una tormenta, no en cartas de amor y regalos. No se llevó mi alma cuando estaba destinada a morir. No la quiso las otras veces que se la ofrecí en bandeja de plata. Sin embargo, una y otra vez, me recuerda que soy suya: Su monstruo nocturno, su amor oscuro, su otra mitad perfecta. La muerte era lo único que me mantenía con vida. Me observa desde su rincón, se burla de mí con dulces mensajes, marca mi cuerpo con su tacto mientras duermo. Me arrebató a las personas que quiero. Aun así, nadie me creyó cuando dije que vi al hombre sin rostro la noche del accidente. Nadie puede escapar a la muerte. ¿Yo? La estoy persiguiendo.

Este libro se considera oscuro y maduro. No es apto para menores de 18 años. Los desencadenantes incluyen (pero no se limitan a): Acoso, muerte, dudoso consentimiento, anal, doble penetración, juego de impacto, control de la respiración, enfermedad mental, relación romántica emocional y físicamente abusiva (no con MMC), consumo de medicamentos con receta, abuso de alcohol y drogas, muerte de hermanos, muerte de padres, cáncer (fuera de página), TEPT, depresión, ansiedad, alucinaciones, disociación, sucesos traumáticos, ideas suicidas, intento de suicidio (fuera de página), grabación de relaciones sexuales sin consentimiento, representación de un accidente de coche violento.

Si por casualidad conoce la mitología griega y domina el latín, le pido sinceras disculpas por este libro. No será exacto.

It's Called: Freefall – Rainbow Kitten Surprise Snow White Queen – Evanescence Find You – Ruelle Moondust (Stripped) – Jaymes Young Afterlife – Nothing But Thieves The Other Side – Ruelle Fear of the Water – SYML No Time To Die – Billie Eilish I Found – Amber Run Flawless – The Neighbourhood Heavenly – Cigarettes After Sex Mr. Sandman – SYML Terrible Thing – AG Paint It, Black – Ciara Gods & Monsters – Lana Del Rey Broken – Lund Spiracle – Flower Face After Dark – Mr.Kitty

A las chicas que piensan que la parca follará como un dios.

Nacimiento. Vida. Muerte. Cielo. Infierno. Purgatorio. Bueno o malo, te encontraré. No escaparás de mí. Porque yo soy él. Porque lo soy. Correrás. Todos corren. Corres pensando que nunca te atraparé. Corres pensando que si te escondes bien, nunca te encontraré. Rezas a tu dios porque nunca te lleve. Suplicas que nunca encuentre a los que amas. Cada súplica cae en oídos sordos, porque estoy llegando. Puedes pensar que te perseguiré hasta el fin de la tierra en mi carroza, apretaré mis labios contra los tuyos y dejaré que tu cuerpo descanse en paz. Incluso cuando vienes voluntariamente, gritas y luchas por vivir. Rezando y suplicando que no es tu hora, que tienes más que hacer, más que cumplir. Afirmas que necesitas más años bajo el sol, pero nunca estarás preparado. ¿Qué es la muerte frente a la vida? Afirmas que quiero tu alma, que tu muerte sólo está en mis manos. Pero no la quiero. Tu alma es tuya hasta que deje de serlo. Nunca he querido un alma hasta ella. Mi Lilith. Mi monstruo nocturno. Es una tormenta en un día de invierno, y me conformaré con no volver a ver el sol. Ella me ofreció su alma, y yo se la devolví. No porque no la quisiera. La quería como una flor quiere el sol, como un río quiere el mar. Cuando venga a recoger su alma, no será para llevármela al más allá. No, su alma será mía para conservarla.

Estás preciosa cuando duermes. Leo la nota una y otra vez. No estoy loca. La carta es real. El duro resplandor de la luz de la luna sólo hace que las palabras sean más visibles. Tengo que sujetar el grueso pergamino marrón con ambas manos para evitar que se enrosque. Cada remolino de tinta negra es otra espiral que se enrolla alrededor de mi estómago. Las letras se estrechan en cada extremo, como si estuvieran escritas con una pluma estilográfica. Estaba aquí otra vez. Me estaba viendo dormir. Escribí la nota mientras dormía, me digo, como me dijo la Dra. Mallory. No importa cuántas veces lo diga o lo grite a la almohada o lo escriba, no creo en mis propias palabras. Las cartas son reales. Sé que lo son, aunque nadie más me crea. Le hablé a la Dra. Mallory del hombre que me visitó el día del accidente, con el rostro oculto bajo las sombras de su capucha. Entonces empezaron a aparecer los regalos. Luego las cartas. Luego vinieron los símbolos. Todos de él. El hombre sin rostro. Intenté demostrarle a la Dra. Mallory que las cartas son reales, que no estoy alucinando como ella afirma. De hecho, intenté demostrar a todo el mundo que alguien me vigilaba y me dejaba cartas. Nadie me creía, pensaban que sólo eran las divagaciones de una mujer enloquecida. Hacía fotos de las cartas, pero desaparecían de mi teléfono. Cada vez que guardaba las cartas en mi bolso, se perdían en el vacío, solo para aparecer de nuevo en mi habitación con una nota que decía:

Es nuestro pequeño secreto. No estoy loca. No lo estoy. Los regalos que deja son reales. También lo son los símbolos que dibuja en mi cuerpo. Sé que lo son. —Te compraste flores, Lili, simplemente lo olvidaste —dijo la doctora Mallory, aunque nunca me han gustado las flores. Cuando le hablé de los símbolos, me explicó—. Seguro que estabas sonámbula y te los dibujaste. Pensé que tenía razón, porque el hombre nunca me visitaba cuando me quedaba con Evan, ni en su casa ni en la mía. Solía despertarme por la mañana o a altas horas de la noche, con Evan a mi lado, y mi cuerpo quedaba libre de las marcas que dejaba el Hombre sin Rostro. No quedaban cartas en mi almohada ni en mi mesilla de noche. Ninguna flor sobre mi pecho o mi tocador. Estaría libre de las pesadillas del Hombre sin Rostro, aunque sólo fuera por una noche. Aunque no estoy segura de si es una pesadilla o el más dulce de los sueños. Evan era mi escudo contra el Hombre sin Rostro. Hasta que a mi acosador dejó de importarle la presencia de Evan. El ronquido de Evan es el único sonido que se oye en el pequeño espacio de mi habitación. Es demasiado pronto para que el perro de arriba empiece a ladrar o para que los niños de abajo empiecen a ver sus programas antes de ir al colegio. Todos los vecinos dicen que, por la noche, soy el único sonido del complejo, que aúllo o gimoteo cuando llegan los terrores nocturnos. Evan dice que no siempre tengo pesadillas; a veces simplemente hablo en sueños, pero no siempre recuerdo de qué tratan los sueños. Los únicos sueños que recuerdo son los del accidente, y es entonces cuando empiezan los gritos. Por eso Evan prefiere que vivamos separados, porque necesita “mantenerse alerta” para su trabajo. Dice que no puede hacerlo si le despierto de su sueño con mis “divagaciones”. Cuando me acuesto junto a Evan una vez a la semana, intento no dormirme, preocupada por si le despierto. Me esfuerzo tanto por mantenerme despierta, juro que lo hago. Pero la medicación de la Dra. Mallory siempre me duerme, aunque sólo sea unas

horas. Me bajo las mantas por las piernas desnudas y me arrastro por la habitación, sin atreverme a mirar mi cuerpo hasta que los paneles de madera bajo mis pies se convierten en frías baldosas y la opaca luz del cuarto de baño me ilumina. Lentamente, mis ojos bajan desde mi despeinado cabello castaño oscuro hasta el símbolo pintado en mi pecho y las huellas de manos negras alrededor de mis amplios muslos, no ocultas bajo mi camiseta y mis pantalones cortos. No puedo ver la cicatriz de veinte centímetros a lo largo de mi estómago, ni ninguna de las otras cicatrices que cubren mi cuerpo a causa del accidente, pero sé que están ahí. Me muerdo la lengua para reprimir un sollozo y aparto la mirada del espejo. Despliego los dedos alrededor de la nota, veo la carta bajo la luz mortecina y espero tontamente que ninguna palabra me devuelva la mirada. Pero, como siempre, las palabras en cursiva se burlan de mí: Estás preciosa cuando duermes. No sé qué es más tonto: El hecho de que espero encontrar las palabras que faltan, o el hecho de que espero que las cartas nunca se detengan. Cierro los ojos. Cojo una toallita y no espero a que el agua se caliente para empapar la tela negra. Dejo caer la carta sobre el tocador y me distraigo con mi propio reflejo. No puedo evitar tocarme las marcas que me ha dejado en los muslos. La marca que ha dejado es mucho mayor que la de mis propias manos, lo cual es una prueba más de que no estoy loca. He dejado de intentar convencer a la gente de que no estoy loca, pero tener una prueba física es reconfortante. Acostumbrada a limpiarme las marcas de carbón de la piel, vuelvo a mi habitación antes de que pase mucho tiempo y abro el cajón que contiene casi todo lo que el Hombre sin Rostro me ha regalado alguna vez. La carta aterriza encima de una de las cajas de zapatos llenas de los cientos de notas que me ha dejado. Está junto al montón de plumas negras de pájaro y los cráneos de varios animales. No me atrevo a tirar ninguno de ellos, como una especie de prueba tangible de que no he perdido toda mi cordura. Bueno, al menos me digo que esa es la verdadera razón. He dejado de recoger las flores que me deja porque se pudren en pocos días. Todas

menos una. Mi atención se dirige al lirio sin tallo que está en un rincón del cajón, lleno de vida incluso después de año y medio de vivir en la fría prisión de un cajón de madera. Es un ataúd, pero con menos espacio. Con la respiración agitada, empujo el cajón lleno de regalos del Hombre sin Rostro hacia la oscuridad y me deslizo entre las frías sábanas para tumbarme junto a un hombre que no sabe que esas cartas son la única razón por la que estoy viva. Ojalá hubiera muerto ese día. Mi mente se oscurece en nada más que ruido blanco mientras el reloj avanza. Minuto tras minuto. Hora tras hora. Todo pasa en un abrir y cerrar de ojos mientras estoy a salvo en la comodidad de mi propia mente. Hasta que, finalmente, el reloj pita. Ese día morí, pero mi cuerpo siguió viviendo. Puedo quedarme mirando al espacio durante horas, viendo cómo las sombras se extienden por una habitación y se encogen en un rincón, sin un pensamiento en mi mente ni una emoción agitándose en mi pecho. A veces no sé si es mejor no sentir nada o sentirlo todo. El tiempo sigue corriendo hasta que encuentro otro pergamino marrón en mi mano. Me hacen sentir que tengo un corazón, ya sea que lo hagan aletear o tronar, me siento viva. Me pregunto a qué sabrás, mi tormenta oscura. Tus gemidos son como una sinfonía de ángeles. ¿Cómo sonarán tus gritos? Lilith, mi monstruo nocturno, Mi perfecta, pronto, serás toda mía. —Apaga esa cosa —gime Evan. Parpadeo y por fin me doy cuenta de que la alarma lleva sonando más de un minuto. Pulso el botón Fin y murmuro: —Lo siento. —Es como si intentaras darme dolor de cabeza. Trago saliva y espero a que la cama se hunda y a oír cómo empieza la ducha para levantarme de la almohada y mirar fijamente al osito de peluche que tengo encima de los cajones. Me mira con sus ojos negros y brillantes mientras saco el móvil y rebobino la grabación de la cámara.

Como siempre, la pantalla parpadea, las horas de grabación desaparecen junto con cualquier rastro de lo que podría haber ocurrido: si el Hombre sin Rostro entró en mi habitación o si realmente caminé por los pasillos y me dejé notas, felizmente ignorante de la realidad. La ducha se detiene y la señal reveladora de las cortinas descorridas me aparta del teléfono. Ya no sé por qué me molesto en comprobarlo. Nunca encuentro nada. En cuanto entro en el baño, aprieto los dientes y miro el charco de agua que satura mis calcetines. —Por favor, ¿puedes usar la alfombrilla del baño? —digo a Evan, sabiendo que me oye por encima del tic-tac de la cocina de gas al encenderse. Un suspiro exacerbado viene de la cocina. —Jesús, Lili. Es demasiado temprano para que empieces una discusión. Obviamente fue un accidente. Me muerdo la lengua y me trago cualquier réplica que no hubiera salido de mis labios, y me meto en la ducha solo para estremecerme cuando solo sale agua fría. Después de cuatro años, sé que no debo contestarle, aunque antes no era así. Cierro los ojos y dejo que el frío golpee mi piel. Al menos me hace sentir algo, aunque solo sea por un rato. Evan estuvo a mi lado después del accidente y se quedó cuando afirmé que había visto al Hombre sin Rostro. No necesitaba quedarse a mi lado, pero lo hizo. No sé cuánto tiempo más podré aguantar la respiración a su lado. Sólo sé que no me atrevo a decir las palabras que nos separarían. —Pronto, mi amor. —El susurro de barítono me hiela más que el agua. Abro los ojos de golpe y respiro agitadamente al ver la forma oscura al otro lado de la cortina. Él está aquí. El Hombre sin Rostro está aquí. Agarro el plástico y lo tiro hacia atrás esperando ver a Evan o al Hombre sin Rostro. En su lugar, me encuentro con el cuarto de baño vacío y los charcos de agua en el suelo de baldosas. Retiro la toalla raída de la barra, me seco y me pongo la ropa de trabajo lo más rápido

que puedo. Hago una pausa. Mis vaqueros negros me aprietan más de lo normal. Probablemente se han encogido en la lavadora. Últimamente me pasa mucho, la ropa me queda diferente. La avalancha de pensamientos sobre el Hombre sin Rostro me saca de la cabeza el tema mundano. No puedo estar pensando seriamente en mi ropa cuando mi acosador podría haber estado al otro lado de la cortina mientras me duchaba. Corro hacia la cocina, tan rápido como me permiten mis pies sin alertar a Evan de mi desaliñado estado. Mi cuerpo palpita de nervios y necesidad contenida, necesidad de no sé qué. No siento que pueda respirar hasta que tengo en la mano la familiar botella de plástico endeble y la pastilla blanca de la Dra. Mallory me la bebo con agua. La acera del otro lado de la calle es visible desde este lugar de la cocina, al igual que los apartamentos de enfrente. No puedo contar las veces que he luchado contra el impulso de llamar a sus puertas para preguntarles si habían visto al Hombre sin Rostro en mi habitación. No me molestaré en preguntarle a Evan si vio al hombre, o si le oyó susurrar esas tres palabras. La respuesta será un rotundo no. —¿Esto es todo? Bajo el vaso de agua sobre la mesa y me vuelvo hacia Evan. —¿Qué? Sólo dilo, Lili. Sólo di esas palabras: Estoy rompiendo contigo. Me enseña mi cartera negra, con los bordes de PU desconchados y los hilos deshilachados. —¿Estas son todas las propinas que hiciste? Sólo dilo, pienso para mí. —Tenía que ver a la Dra. Mallory. —Maldita sea, Lili. Me encojo interiormente. Por favor. Sabes que te está hundiendo. Llevas meses queriendo decir esas palabras y aún no lo has hecho. Suspira y se pasa la mano por su cabello dorado empapado. La suave luz de la mañana se filtra por la ventana, bañando su rostro con un resplandor ceniciento. ¿Cuándo

empezó a estar tan agotado? Solía ser tan hermoso, tan lleno de vida y amor, siempre insistiendo en que fuéramos de aventuras y condujéramos por la costa, acampando en la parte trasera de su camioneta. Hasta que me dio miedo conducir fuera de la ciudad. Aunque nunca fui realmente feliz con esa vida; siempre tenía la sensación de que algo iba mal o me faltaba. Dilo. Suspira decepcionado. —Te he dicho que me están bajando las horas y que tienes que hacer más propinas. Frunzo el ceño. —Soy barista, Evan, no camarera. Me pongo detrás de una máquina y hago café, no hay mucho que pueda.... —Quizá deberías esforzarte un poco más. —Levanta la mano—. No hace daño sonreír más o hablar con los clientes. No es culpa suya que no les hayas dado una razón para darte más propina. Bajo la voz para amortiguar las emociones antes de que se desborden. —Necesitaba ver la Dra. Mallory. Dra. Mallory. Medicación. Alquiler. Todas las razones que hacían que nunca tuviera más que una barra de pan y un paquete de pasta en la alacena y leche en polvo en la nevera porque sale más barata que la de verdad. Evan y yo solíamos cocinar juntos todo tipo de comidas extravagantes, cuando teníamos dinero y una vida. A mí me gustaba hacer la comida y a él comérsela mientras yo la preparaba. Mi hermana, Dahlia, solía llamarnos una pareja poderosa. —¿Qué pasa con mis necesidades, Lili? —Sacude la cabeza—. ¿No pensaste en mí antes de ir a verla? Te dije que el dinero escasea, y vas y lo malgastas en una psiquiatra que claramente no te está ayudando mucho. —Pensé... —Cierro la boca antes de cavar más hondo mi tumba. Estaba en el supermercado cuando pensé que el Hombre sin Rostro estaba de pie detrás de mí, apartándome el cabello del hombro para aspirar mi aroma. Sentí el tenor de su aliento en mi cuello mientras susurraba:

—Hueles divino, mi tormenta de medianoche. Su pecho estaba contra mi espalda, pero yo estaba helada pensando que por fin había llegado el momento de enfrentarme a mi demonio. Cuando por fin reuní el valor para girarme, la única persona que había en el pasillo era una anciana que miraba la lista de la compra. Excepto por el rabillo del ojo, juré que vi a Dahlia ensangrentada y magullada. Así de simple, el Hombre sin Rostro era menos aterrador. Quizá me esté diciendo que es hora de enfrentarme a mis miedos y visitarla a ella y a mis padres en el cementerio Millyard. Pero no me atrevo a hacerlo. Todavía no. Quizá nunca. Podría decirle a Evan exactamente por qué necesitaba ver al Dra. Mallory, pero me llamaría loca. Como siempre hace. Las dos veces que le mostré las marcas de carbón en mi cuerpo, me llamó “jodida de la cabeza”. Luego murmuró algo parecido a que yo era el problema, no la medicación. Sólo di las palabras. Estoy... Rompiendo. Contigo. —A veces eres tan egoísta, Lili. Cuántas veces tengo que recordarte que no eres la única que tiene necesidades —me regaña Evan. Aparto la mirada de él mientras las lágrimas me queman los ojos y amenazan con caer. Pero sé que no caerán, que nunca lo hacen. Evan ya ha hecho mucho por mí; se quedó y se aseguró de que no me ahogara después de perder a Dahlia en el accidente. Bueno, al menos, cuando me ahogué, esa muerte no me llevó. Así que quizá en realidad no le debía nada. Evan se agarra a mi brazo y me gira para que le mire. —No me des la espalda cuando te hablo. Sus dedos se clavan en mi piel con tanta fuerza que me dejan un moretón. —Me haces daño —jadeo mientras me zafo de su agarre. Sus ojos se abren de par en par y retrocedo un paso cuando vuelve a acercarse a mí y rodea con sus dedos el mismo punto sensible. Me atrae hacia su pecho, me pasa la mano por la espalda y me besa sin mucho entusiasmo en la coronilla. —Lo siento, cariño. No era mi intención. Ya sabes cómo me pongo por las mañanas

cuando no me han dado. Tres golpes lentos y ominosos sacuden las paredes de mi pequeño apartamento y ambos nos tensamos. —¿Qué fue eso? —Evan se aleja—. ¿Has oído eso? —Se dirige a la puerta principal y comprueba el exterior. No habrá nadie. Porque él está fuera, de pie en la acera, mirándome directamente. El hombre sin rostro. A veces lleva capucha, a veces capa, a veces abrigo de cachemira. Siempre lleva la capucha puesta, cubriendo su rostro de sombras. Aunque no puedo verle los ojos, sé que puede ver mi alma. Espero el día en que la tome.

Parpadeo y el espacio donde antes estaba el Hombre sin Rostro está vacío. Me clavo la palma de la mano en los ojos y me planteo tomarme otra de las pastillas. Se supone que deben detener las alucinaciones, pero no han hecho nada de eso. El móvil suena en mi habitación. Hago caso omiso de las divagaciones frustradas de Evan sobre gente llamando a la puerta a las siete de la mañana y sobre cómo ahora no tiene suficiente dinero para recargar su alijo. Dejo que mi cerebro se adormezca y mis pies me guíen hasta dónde está mi teléfono tirado en el centro de la cama. Mis cejas se fruncen al ver el número desconocido que me devuelve la mirada. Desbloqueo el teléfono para leer el mensaje. Un escalofrío me recorre el cuerpo y vuelvo a tirarlo sobre la cama. No. Se comunica por cartas, no por mensajes. No puede ser él. ¿Cuándo adoptó el Hombre sin Rostro la tecnología moderna? Esta podría ser la prueba que necesito, un mensaje en mi teléfono que demuestre que me ha estado observando todo este tiempo. Que no me lo he inventado todo. Respiro de nuevo y cojo el teléfono. Aprieto los ojos, cuento hasta tres y me digo a mí misma que no estoy imaginando cosas antes de abrirlos de nuevo. El mensaje sigue ahí, en una burbuja gris en la bandeja de entrada. Remitente desconocido: La muerte viene en sombras en la luz; no necesita esperar

a la oscuridad. Para él, vendré como un huracán. No importa cuántas veces lea el mensaje, no le encuentro sentido. ¿Por qué tiene que ser tan críptico? Sin pensarlo mucho, envío una respuesta: Yo: ¿Quién eres? Miro fijamente el hilo de mensajes, esperando una respuesta, pero no llega nada. De todos modos, era una idea estúpida. Toda esta situación es totalmente unilateral, él me habla y se burla de mí, pero no quiere escuchar lo que le digo. Casi me sobresalto cuando el teléfono vuelve a sonar. Sinceramente, no esperaba que respondiera. Reúno toda mi energía emocional y leo el mensaje. Remitente desconocido: Me conoces tan bien como yo a ti. ¿Qué demonios quiere decir? Mis dedos vuelan por el teclado, encadenando palabras para hacerle saber lo harta que estoy de sus juegos mientras, en el fondo de mi mente, espero que no me tome en serio y siga con dichos juegos. —¿A quién envías mensajes? —Evan pregunta bruscamente, observándome desde el umbral de la habitación. Casi dejo caer el teléfono como si intentara ocultar pruebas incriminatorias. No he hecho nada malo y tengo pruebas en mis manos de que no me lo he estado imaginando. El Hombre sin Rostro es el único que no me ha estado tratando como si hubiera perdido la cabeza. Pero no me atrevo a enseñarle los mensajes a Evan, ya sea por miedo a que esto no sea más que una jugarreta de mi mente y esté tan loca como todo el mundo dice, o a que realmente haya un hombre que entra en mi habitación por la noche y me toca. No me convence ninguna de las dos cosas. Intento esbozar una sonrisa inocente, pero me doy cuenta de que normalmente no

sonreiría ante una pregunta así. Al menos, la Lili de después del accidente no lo haría. La Lili de antes habría bromeado y preguntado si estaba celoso. Esta Lili habla lo menos posible fuera de la consulta del doctor Mallory. —Trabajo. Me mira con desconfianza, pero se limita a gruñir. —Me voy. Te has quedado sin pan. No respondo, me quedo pegada a mi sitio mucho después de que el suelo de madera cruja bajo sus pasos y la puerta se cierre. Solíamos besarnos antes de que se fuera. Solíamos decir exactamente cuándo nos volveríamos a ver, como si tuviéramos que saber con certeza que el sol saldría al día siguiente. No llenó mi corazón por completo, pero después de este último año y medio, me doy cuenta de que lo que sí llenó fue mi tiempo y el vacío de vagar sin sentido por la vida. Mi atención se centra en el ligero desgarrón del papel pintado, justo encima del espacio que había ocupado Evan, y todos los pensamientos se filtran de mi mente hasta que no hay más que ruido blanco. —Estás disociando —la Dra. Mallory me dijo una vez—. Tu mente está entrando en un estado de refugio. Debería haber dejado de llorar lo que Evan y yo tuvimos una vez. Debería haber terminado de llorar mi antigua vida. Pero la verdad es que ya casi no la recuerdo. No puedes llorar algo que perdiste, cuando no recuerdas haberlo tenido. Mi novio aparentemente perfecto que ahora no lo es tanto, el trabajo de mis sueños y la hermana que ya no tengo. Esto último nunca lo olvidaré, pero de lo primero apenas me acuerdo. La alarma de mi teléfono me saca de mi espacio seguro, el lugar donde nadie puede hacerme daño y yo no puedo hacerme daño a mí misma. Empiezo a moverme en piloto automático, cojo mi bolso y mis llaves, y atravieso la ciudad para llegar al trabajo justo cuando empieza la hora punta. Me he impuesto la norma de no comprobar mi casillero nada más empezar porque nunca sé lo que puedo encontrarme allí.

La mañana transcurre en una ráfaga de pedidos y, como me sugirió Evan, me esfuerzo más. Pego una sonrisa encantadora a mi cara, aunque sé que no me llega a los ojos, y pregunto a los clientes desagradecidos cómo les ha ido la mañana. Como dijo Evan, me he quedado sin pan y él no trabaja tanto, lo que significa que no puedo robar paquetes de fideos instantáneos y barritas de cereales de su casa sin que se dé cuenta. A menos que se lo pida... No, me prometí no pedírselo nunca. Así que tengo que ganar algo de dinero. Es sólo una cafetería. Nadie da buenas propinas cuando sólo está tratando de conseguir su dosis de cafeína de camino a un trabajo que probablemente odia después de haber tenido que meter a sus hijos en el coche y luego estar sentado en el tráfico durante la siguiente hora. Si yo estuviera en su lugar, no estaría de humor para charlas triviales ni para dar dinero extra al camarero que me está haciendo afrontar mi terrible vida. El ajetreo disminuye y el tarro de las propinas sigue tan patéticamente vacío como ayer. Un solitario vaso de agua sobre el mostrador me llama a acercarme, abandonado por uno de los clientes. Al cogerlo, hago oídos sordos a lo que me rodea y me fijo en el reflejo del agua: una nube oscura oculta bajo una capucha. La conciencia me eriza la piel y entrecierro los ojos ante el reflejo. Un suave aliento me abanica el costado de la cara antes de susurrar: —Pronto, mi monstruo nocturno. Se me cae el vaso de la mano y me doy la vuelta, aunque sé que no lo encontraré allí. En cambio, juro que veo a Dahlia al otro lado de la ventana. Pero tampoco está allí. El corazón me palpita en el pecho y todo vuelve a mí, bombardeando cada uno de mis sentidos. La camiseta negra pegada a mi espalda, mis vaqueros negros clavándose en los rollitos de mi estómago y mis cicatrices, el olor a café, el niño llorando, los cuadros abstractos. Demasiado. Todo es demasiado. Quiero gritarle que me deje en paz. Suplicarle que me muestre su cara. ¿Perderlos no fue suficiente castigo por vivir? Ahora tiene que perseguirme, cazarme, burlarse de mí. ¿Qué cree que conseguirá? ¿Quiere romperme? Bueno, ya estoy rota. ¿Hacerme daño? Bien, sé lo que es el dolor. ¿Pero esto? Sea cual sea el retorcido juego que es, tiene que terminar. Aunque a veces lo haya disfrutado. No estoy del todo segura de que el Hombre sin Rostro sea real, pero sé con certeza

que estoy imaginando a Dahlia. Está muerta. Nunca va a volver. Sólo necesito enfrentarla. Algún día. Hoy no, me digo. Retrocedo tambaleándome cuando unas manos suaves tocan mi piel, pensando que son las suyas. Y durante una fracción de segundo, la única palabra que cruza mi mente al contacto es por fin. —Lo siento, no quería asustarte. ¿Estás bien, Lili? Estás un poco pálida. —Brit es más joven que yo, pero está más arreglada de lo que yo nunca estaré. Como la jefa de turno, empieza a limpiar el desorden antes de que yo responda, pero me mira con sus ojos avellana preocupados. Niego con la cabeza. —Voy a descansar, sólo es un mareo. —Bueno, puedes tomarte el resto del día libre... —No —suelto. No puedo permitirme faltar al trabajo—. No he comido, eso es todo. Intento esconder las manos temblorosas en el delantal y me obligo a no mirar a mi alrededor para ver si le pillo mirándome. O peor aún, imaginarme a Dahlia otra vez. Frunce el ceño, pero asiente con la cabeza. Corro a la sala de descanso antes de que cambie de opinión y deje que otro miembro del personal se tome su descanso primero. Mi bolso está sobre la mesa, donde lo dejé. Tanteo con la cremallera y rebusco en su contenido hasta que tengo a mi alcance el frasco de pastillas naranja. Trago el medicamento en seco sin mirarlo antes, mordiéndome el interior de la mejilla para no ahogarme con el sabor rancio. Mi cabeza cae hacia delante entre mis hombros mientras me agarro a la mesa, intentando recuperar la respiración, cuando noto que mi teléfono asoma por mi bolso. Me ha enviado un mensaje. Eso significa que por fin puedo responderle y decirle exactamente lo que pienso de sus juegos. No pierdo tiempo en sacar el teléfono para teclear un mensaje. Yo: ¡Déjame en paz!

Remitente desconocido: Nunca, mi preciosa flor. Se me corta la respiración una vez más, y luego otra cuando recuerdo que es hora de enfrentarme a mi casillero. Brit siempre me regaña por ser la única empleada que deja sus pertenencias sobre la mesa. Diciendo que el dueño tuvo la amabilidad de conseguirnos casilleros, así que deberíamos usarlos, y que un espacio de descanso desordenado conduce a un espacio de trabajo desordenado. Los pocos pasos que demoro en llegar a mi casillero están llenos de presentimiento. Tal vez una pizca de excitación. Nunca sé qué se esconde tras la puerta de aluminio azul pálido. ¿Quizá un regalo? ¿Otra carta? Dejó la primera carta en la almohada junto a mi cabeza. Nos encontramos de nuevo, mi monstruo nocturno. Acababa de salir del hospital dos semanas antes, y la carta casi me devuelve al hospital. Lo reduje a una broma de mal gusto y me olvidé del asunto, centrado en recuperarme y en el duelo; al menos intenté hacer esto último. Todavía oigo a todo el mundo decirme que es un milagro que esté viva, que nadie debería haber sobrevivido al accidente que estaba destinado a matarme. Casi me mata. Ojalá hubiera sido así. Estuve un mes en coma, otro mes hospitalizada antes de que me enviaran a casa sin más compañía que los analgésicos y el trauma. Justo antes de que el coche rodeara el árbol, había sentido la llamada: La muerte. Estaba lista para que me tomara con los brazos abiertos. Pero no quería llevarme. En su lugar se llevó a mi hermana. A ella y al vago de su novio, que se puso al volante tras insistir en que solo había bebido un trabajo. Dahlia está muerta, y yo estoy viva. Mi otra mitad. Mi gemela. No mencionaron nada sobre alucinaciones después del accidente, aunque les dije que había un hombre encapuchado junto a mi cama, que dejó un solo lirio encima de mi pecho. Los médicos lo atribuyeron a un efecto secundario de la medicación y al shock de perder a Dahlia. Les dije que era la Parca. Pero me miraron con expresión crispada y me dijeron

que descansara. Una fase, la llamaron. Llevé el lirio a casa, porque después de un mes no se había marchitado. La enfermera dijo que debía de ser como yo, una sobreviviente que desafiaba todos los pronósticos. El lirio está ahora en la oscuridad del cajón, sobreviviendo una y otra vez, igual que yo. Esperando una muerte que nunca llega. Un consuelo que nunca llega. Cucaracha, oí que me llamaba uno de los amigos de Evan tras otro intento fallido de ver a la Parca. Pero he dejado de intentarlo. No me gusta fracasar. Pensé que era la medicación del hospital que me jugaba malas pasadas. Luego me convencí de que sólo era una broma poco práctica. Entonces abrí mi casillero del trabajo y encontré un lirio nuevo dentro. Días después se marchitó y fue sustituido por otro en la casillero con una nota que decía: Serás mía. Me enfadé con Evan, acusándole de gastar una broma tan desagradable. Él lo negó, al igual que todos los demás. Pero aun así, las cartas siguieron llegando, apareciendo en más sitios de los que deberían: en el bolsillo de mi abrigo, en mi coche, en mi bolso. No han parado desde entonces, incesantes por naturaleza. Tomo valor y giro la puerta del casillero y me preparo mentalmente para lo que sea que me haya dejado hoy. La última vez fue una calavera de cuarzo rosa, la anterior caviar... Le dije a Brit que nunca lo había probado. Antes de eso, un fajo de billetes, el regalo más práctico que me ha dejado nunca. Pero siempre me deja al menos un lirio, ya sea en casa o en el trabajo. Siempre un único lirio blanco. Abro la puerta y un temblor recorre mi espina dorsal mientras busco el pergamino marrón y desenrollo el grueso papel, con la sensación de ser observada punzándome la nuca. Ni siquiera un amanecer se compara con tu hermosura. El calor tiñe mi mejilla, pero me obligo a apagarlo. Las únicas veces que se ha utilizado la palabra “hermosa” para describirme desde el accidente ha sido en un artículo del periódico que me calificaba de (hermosa tragedia) y en estas notas del Hombre sin

Rostro. Nunca pensé que querría la aprobación de un hombre que es un completo misterio, pero me he obsesionado con él. Es más que una obsesión. Es un antojo. Una necesidad. Por mucho que quiera que salga de mi vida, él es la única razón por la que no me he sentido completamente sola desde que murió Dahlia. Una parte de mí no quiere que se acabe nunca por miedo a que, cuando se vaya, me dé cuenta de que ha cogido los botes salvavidas de un barco que se hunde. ¿Eso me hace tan loca como dicen? ¿O simplemente me hace humana?

La casa está vacía cuando llego. Como siempre. Mi turno ha terminado sin contratiempos, pero me duelen los pies y mi estómago no deja de quejarse por no haber comido nada en veinticuatro horas. Meto una pizza en el microondas y como en silencio, mirando la mancha de carbón que hay sobre el fogón. La falta de sueño de anoche me está afectando. Mi cuerpo me arrastra mientras sigo con mi rutina nocturna y me paro delante del cajón de las recetas. Los medicamentos para detener las alucinaciones y la ansiedad son suficientes para dormirme. Permanecer dormida es otra cosa. Cuando sueño, sé que sueño con él. No recuerdo lo que ocurre en el sueño, así que no puedo saberlo con seguridad. Pero estoy segura de que es él. Los únicos sueños que recuerdo son los de la noche del accidente. No pude oír cómo sus botas negras hacían crujir las hojas mientras caminaba hacia mí, el coche de Dahlia ardiendo detrás de él con ella dentro. No pude oír nada de eso. Los médicos me dijeron que salí volando por la ventanilla al chocar, que aterricé en el suelo con los cristales saliéndome del cuerpo y el cuello girado hacia un lado. El cinturón de seguridad defectuoso fue lo único que impidió que me quemara viva.

No pude moverme para mirarle mientras se arrodillaba a mi lado y pasaba un dedo por mi mejilla ensangrentada y susurraba: —Todavía no, mí Lilith. Las pastillas de la Dra. Mallory recorren mi garganta y arrastro los pies hasta mi habitación. Compruebo que la cámara de la niñera tiene batería suficiente y que las ventanas están cerradas antes de caer en la cama y dejar que el sueño inducido por la medicación se apodere de mí.

—Tan dulce. Tan hermosa. Mi preciosa florecilla. —Su voz viene detrás de mí. Jadeo y me doy la vuelta. Por una vez, está ahí. Con una capa, de pie en medio de una playa antes de una tormenta. Las olas rugen al chocar contra la orilla, de un azul intenso bajo el cielo gris pizarra. El viento me envuelve los brazos desnudos y me azota el vestido blanco alrededor de las piernas. Pero no siento frío. No siento en absoluto la mordedura de la naturaleza. Cuando miro hacia abajo, por fin me fijo en su símbolo dibujado en la arena, conmigo de pie al borde del mismo. Al instante, los sonidos desaparecen aunque las olas se vuelven voraces y los relámpagos surcan el cielo. La distancia entre nosotros se acorta hasta que él está a cuestión de pasos. Esto es un sueño, pero al mismo tiempo parece tan real. ¿He estado aquí antes? ¿Por qué me resulta tan familiar este lugar? El Hombre sin Rostro estira la mano y me pasa un dedo pálido por la mejilla, como hizo la noche del accidente. El tacto es tan cálido y tierno, y tengo tantas ganas de arrancarle la capucha de la cabeza para ver cómo es. Quiero verlo entero. Ya he visto cómo su ropa se esfuerza por contener los músculos ocultos bajo las capas oscuras. Me merezco mucho más.

Sus dedos bajan hasta mi nuca y me acerca más a él. Sin embargo, no puedo ver lo que se oculta bajo las sombras de su capucha. Debería apartarme de él, mandarle al infierno por cazarme como si fuera una presa. —Eres una visión de pura belleza, Lilith. Nadie me llama así; ni Lilith ni “belleza pura”. La conmoción de las palabras no impide que un escalofrío me recorra la espina dorsal. Me gusta mi nombre en sus labios, si es que los tiene. —¿Cómo te llamas? —Le digo. Su otra mano sube para trazar la curva de mis labios. —¿Cómo te gustaría llamarme? —Tú eres el Hombre sin Rostro. Su risa retumba como el mar, y casi me acerco para absorber más sonido. Tal vez incluso apoye la cabeza en su pecho para sentir sus vibraciones. —Solo porque tienes los ojos cerrados, mi amor. Mis dedos se enroscan en la arena negra. Me digo a mí misma que es porque echo de menos la sensación de tener arena entre los dedos. No porque oírle decir “mi amor” en algo que no sea un susurro haya provocado un calor fundido en cada rincón de mi ser. Miro fijamente su forma encapuchada y observo la extensión de mar y arena. —¿Qué quieres de mí? —Todo. Le creo. No tengo nada que dar. Ni dinero, ni felicidad, ni fe. Soy una mujer vacía con un corazón que nunca late de verdad. Puede que tenga un hogar, pero no pertenezco a él. La mano que me sujeta la nuca se mueve, enredando sus dedos entre mi cabello mientras su pulgar sigue patinando a lo largo de mis labios y bajando por la columna de mi garganta. —¿Por qué? —Finalmente digo. —Porque fuiste hecha para mí, Lilith. Mi perfecta. El destino se ha alineado y te ha

traído a mí. Intento empujar contra su pecho, sólo porque sé que es lo que debería hacer. Bajo mis manos no hay nada más que tela y su músculo firme, que no requiere más esfuerzo que la existencia para luchar contra mis infructuosos intentos. —No eres real. —Nada de esto es real. Todo esto es sólo un mal sueño. En cualquier momento me despertaré con el sonido de la alarma y todo esto habrá terminado. Volveré a conocer sólo el sonido de su voz a través de susurros siniestros y las fantasías que se reproducen en mi cabeza cuando leo sus cartas más pecaminosas. Su cabeza encapuchada desciende hasta que el suave material se aprieta contra mi cara. —No puedes huir de mí, porque te atraparé. No puedes esconderte de mí, porque te encontraré. He olido tu aroma, he dejado que perdure en mi piel, estás impresa en mi memoria. Eres mía, Lilith. No hay nada que puedas hacer para escapar de mí. Sacudo la cabeza mientras él se retira y estrecha mi cuerpo contra el suyo, endurecido y cálido como un día de verano, pero frío como la primera helada del invierno. Cada sílaba que sale de sus labios es una cuerda que se enrolla más y más alrededor de mí, sujetándome. No quiero irme. Esto es lo que más he deseado: paz. —¿Quién eres? —gimoteo, queriendo sentir algo más que sus músculos bajo la capa. Quiero recorrer la longitud de su mandíbula para sentir si tiene barba incipiente o barba. Quiero saber si me mira con ojos grises, marrones o azules. No debería sentirme así, no debería estar haciendo esto, no cuando Evan está durmiendo al otro lado de la ciudad. ¿Quién es este hombre encapuchado? El hombre que vino a verme en el accidente, que estuvo junto a mi cama en el hospital cuando yo debería estar dando mi último suspiro, que me envía cartas y me trae regalos, incluso cuando estoy más deprimida. —Soy quien tú quieras que sea. —Su mano se desliza desde mi cabello hasta el valle de mi columna y se posa en la suave curva de mi cintura. El movimiento es tan natural, como si lo hubiera hecho miles de veces y fuéramos amantes que se reencuentran una vez más—. Te daré una pista: igual que un barco llega a puerto, nuestro encuentro es inevitable, mi querida Lilith. En la esquina de la tierra, esperaré a que el barco llegue. Tal

vez no hoy, tal vez no mañana, pero estaré allí para saludarte a ti y a todas las almas que vendrán después. El hombre sin rostro. El Hombre sin Nombre. —¿Por qué no puedes decirme tu nombre? Ladea la cabeza como si me estuviera estudiando. Pero no siento su mirada escrutadora, sino una dulce adoración que me hace sentir lava en el corazón. Me acerca aún más, justo cuando creía que no era posible. —Sabes mi nombre, mi monstruo nocturno. —Me coge mi rostro con la mano y baja la cabeza hacia la mía, pero lo único que veo bajo la capucha es oscuridad. —¿Por qué sigues llamándome así? ¿Crees que soy un monstruo o algo así? —No quiero sonar tan necesitada, pero la idea de haber vivido a costa de Dahlia me está matando por dentro. —Oh Lilith, mi dulce, dulce flor. —No puedo verlo, pero sé que me está sonriendo— . Lilith, la primera esposa de Adán, fue desterrada del jardín del mal por desobedecer las órdenes de los hombres. Pregunta quién es Lilith, y recibirás una respuesta diferente: Una diablesa, un espíritu que trae la muerte, una criatura de la noche, el pecado mortal de la lujuria, un monstruo nocturno. ¿Pero si me preguntas por mi Lilith? Te diré que ella lo es todo. Cada ráfaga de viento, cada hoja caída, cada gota de lluvia. —¿Pero por qué? —chillo, probablemente pareciendo tan patética como sueno. Quiero tanto de un hombre que ni siquiera conozco. Su suave risita me hace sentir un hormigueo en la piel. —Has hecho muchas preguntas, mi querida Lily. Ahora me toca a mí hacer sólo una. Se me entrecorta la respiración mientras mi cuerpo se funde con su tacto errante. Vuelve a pasarme el dedo por los labios y se detiene. —Dime, ¿sabes tan bien como te ves? Abro la boca por instinto, saboreando el mar en su piel. Sin pensarlo dos veces, cierro los labios en torno a él, acaricio su dedo con la lengua y él se estremece bajo mis manos, mientras un gruñido grave se agolpa en su pecho. Saca el dedo y me estremece la sensación de pérdida que me atraviesa el corazón.

Los dedos desaparecen entre las sombras de su capucha, saboreándome tal y como dijo que haría. —Jodidamente intoxicante —gruñe. Sin saber qué decir, me miro los dedos apretados contra su pecho y murmuro: —Gracias. Hace un sonido de aprobación. —Oh, mi preciosa flor. El destino ha hecho la perfección. —Me levanta la barbilla para que le mire—. Aprecio nuestro tiempo juntos. Pronto, toda una vida se convertirá en una eternidad. Pero por ahora, es hora de que despiertes. —Se traga mi grito ahogado cuando unos labios suaves presionan los míos—. Volveré a verte, amorcito.

Aún me cosquillean los labios al sentirle, aún me arde la cintura al sentirle imponente. Pero solo estaba en mi cabeza. No estoy loca. Sólo fue un sueño vívido. Un sueño muy vívido. Uno que casualmente recordé por una vez. Me lo repetía una y otra vez esta mañana, mirando el reflejo en el espejo y llorando una vez más a la Lilith que murió aquel día. No puedo contarle al doctor Mallory todas las cosas que me dijo el Hombre sin Rostro, la forma en que me dio ganas de apretar los muslos con la idea de que se quedara con mi sabor en la piel. Pero fue un sueño; ojalá no lo fuera. Lo único que haría la Dra. Mallory es cambiarme la medicación o subirme la dosis, pero no puedo permitirme volver a verla. Ir a verla tres semanas seguidas no es algo para lo que mi cuenta bancaria esté preparada. Ni siquiera puedo permitirme reponer la pizza de anoche hecha en el microondas. Sólo me queda esperar que Brit, en su buena voluntad, me deje llevarme a casa las sobras, aunque no suele haberlas en fin de semana. Si me tomo la medicación en cuanto llegue a casa, tendré demasiado sueño para tener hambre. Esa es la idea más barata. El trayecto hasta casa de Evan se me hace más largo de lo habitual, mi mente se tambalea demasiado como para esconderme en los recovecos de mi “espacio seguro”. Los sábados empiezo un poco más tarde y anoche Evan me mandó un mensaje para quejarse de su fuerte dolor de cabeza, lo que significa que no podremos desayunar el

sábado, aunque ninguno de los dos tiene nada más que una tostada que ofrecer al otro. Ya no desayunamos los sábados a menudo. Evan vive en una casa en la zona estudiantil de la ciudad. Está a poca distancia del campus, aunque su trabajo consiste en construir casas con sus manos y no en pagar a otra persona para que lea un libro. Los tablones de la casa podrían limpiarse un poco, pero por lo demás el lugar es como cabría esperar de una residencia de estudiantes. Hay un par de botellas de cerveza vacías apiladas en el porche, una maceta improvisada con neumáticos rotos a lo largo del camino de entrada y la malla floral de la cocina tiene un desgarrón visible desde la calle. Una de las compañeras de piso, Madeline, suele asegurarse de que Evan y Tom mantengan el piso bonito y razonablemente ordenado, así que al menos no tengo la sensación de tener que limpiarme los pies sólo para salir a la calle. Me ayudo a entrar en la propiedad, intentando que mis movimientos sean lo más silenciosos posible. Madeline trabaja en turnos de cena y bar en un restaurante cercano, mientras que Tom se encarga de la seguridad nocturna en la universidad. Normalmente, no los veo salir de sus habitaciones hasta la tarde. Nate, el novio de Madeline, se está sirviendo café cuando entro. La mirada lastimera que me dedica me eriza la piel y aun así me fuerzo a sonreírle, pero aparta la vista como si le doliera verme. Sigo el sonido de los murmullos hasta la parte trasera de la casa, donde encuentro a Evan y sus mechones de cabello dorado que brillan al sol y el olor a hierba que flota en el aire. Evan no solía fumar, pero el accidente también fue duro para él. El novio de Dahlia era uno de sus mejores amigos. Sentada junto a Evan en una silla de jardín portátil hay una chica de más o menos mi edad, con el cabello hilado de pura obsidiana y la piel de un sepia deslumbrante. Me mira con los ojos marrones más encantadores y se da la vuelta rápidamente. Cuando miro a Evan, sólo frunce el ceño como si hubiera interrumpido algo importante. Se ciñe más la rebeca azul y se queda mirando el césped descuidado, evitando mirarme a los ojos. Nunca la había visto antes. La lógica y la razón me dicen que probablemente sea la

novia de la semana de Tom. Pero la realidad me dice que las novias de Tom no se quedan el tiempo suficiente para compartir un porro con Evan un sábado por la mañana. Después de mi sueño con el Hombre sin Rostro, pensé en dibujarme las cejas y aplicarme una línea negra a lo largo de los párpados para tal vez sentirme tan guapa como el hombre de mis sueños cree que soy. Pero incluso con los endebles pantalones cortos de pijama de la chica de cabello obsidiana y su rebeca de lana bien usada, me siento tan inferior. ¿Cómo es posible que el Hombre sin Rostro deje cartas afirmando que soy guapa cuando existe gente como ella? Me pregunto qué se siente al despertarse y saber qué se siente al ser guapa. —¿Qué haces aquí? —dice Evan, bajando el porro al cenicero. Pesadas bolsas bajo sus ojos que cuentan la historia de una noche de insomnio. Me quito la mochila del hombro y empiezo a rebuscar en ella. —Dijiste que te dolía mucho la cabeza. —Consigo encontrar los analgésicos que dejé allí anoche antes del sueño, y le tiendo el paquete—. Así que te he traído medicación. Evan mira mi mano extendida y luego vuelve a mirarme. Parpadea como si hubiera dicho una locura, pero algo cambia en sus ojos y se ablanda. —Gracias. Ya no me duele la cabeza. Pero creí haberte dicho que no vinieras hoy. La pequeña caja de cartón se dobla en mi agarre cuando dejo caer la mano a un lado y desvío mi atención hacia la chica de cabello obsidiana y su rebeca azul como si tuviera algo que añadir. Aun así, no levanta la vista hacia mí. —Me dijiste que estabas enfermo, así que pensé en hacer algo agradable y... Me quita la caja de analgésicos de la mano y resopla. —Gracias por tu ayuda, pero nunca la pedí. Aprieto los dientes. La chica se levanta y vuelve a entrar en casa sin mirarnos a ninguno de los dos. —¿No deberías estar ya en el trabajo? —empuja, evitando a duras penas ver alejarse a la chica. —¿Quién es? —Suelto. Di esas palabras, Lili. Evan echa la cabeza hacia atrás en la tumbona y gime.

—No seas así. No pedí una novia celosa. Cálmate de una puta vez, ¿vale? El calor me pica en la parte posterior de los ojos y ambos nos ponemos tensos cuando suenan tres golpes siniestros debajo de la casa. Suena exactamente igual que ayer por la mañana en mi apartamento. Evan se levanta y examina el césped, con la inquietud reflejada en su frente arrugada. Se vuelve para mirarme y su mirada se posa en mi pecho. —¿Cuándo conseguiste eso? Sigo su mirada hasta el centro de mi pecho, donde un colgante de plata cuelga de una cadena: Un triángulo dentro de un círculo. El símbolo con el que el Hombre sin Rostro marca mi piel. El mismo símbolo sobre el que estaba en la playa en mi sueño. La sangre me corre por los oídos y aprieto el colgante en la palma de la mano, no estoy segura de sí trato de ocultarlo o de fingir que el sueño de anoche no ocurrió y que nunca probé su piel. Las ganas de decirle a Evan que éste es el símbolo del que le he estado hablando durante el último año mueren antes de llegar a mi lengua. No me creerá, seguirá pensando que estoy completamente loca. Cuando vuelvo a mirar hacia arriba, casi tropiezo. El Hombre sin Rostro está justo detrás de Evan, sobresaliendo por encima de él y cubriéndolo de sombras. En un abrir y cerrar de ojos, el Hombre sin Rostro desaparece. —Oh, uh, acabo de encontrarlo en mi armario. Evan me mira como si no me creyera, pero no insiste. —Siempre y cuando no hayas gastado dinero en ello. Asiento con la cabeza mientras los bordes de mi visión se desdibujan. El Hombre sin Rostro no estaba detrás de Evan. El Hombre sin Rostro no estaba aquí. No me sigue a casa de Evan. Nunca me sigue a casa de Evan. Tengo que irme. No puedo seguir aquí parada mientras Evan me mira como si estuviera loca. —Tengo que ir a trabajar —murmuro en voz baja y vuelvo corriendo a la seguridad de mi coche para tragarme la consabida pastilla blanca sin agua. Es sólo una alucinación. Igual que cuando ves a Dahlia. El Hombre sin Rostro no te siguió hasta aquí. Sólo estás alterado por el sueño.

Cuento hasta diez y abro los ojos, deseando al instante no haberlo hecho, porque las palabras que acabo de decirme a mí misma me convierten en una mentirosa. Las lágrimas amenazan con caer, pero no las dejo, no cuando puedo ver a Nate de pie en la cocina, calentándome el costado de la cara con su mirada llena de lástima y un pergamino marrón encima de mi consola sosteniéndome la mirada: Cuando la muerte llame a la puerta, no esperará a que la abras.

Es mediodía cuando tengo mi descanso. Los sábados y domingos son siempre los peores, pero al menos el bote de las propinas no parece tan mísero. Como un reloj, me paro delante de mí casillero, preguntándome qué podría recibirme. El Hombre sin Rostro ya ha dejado una carta hoy, ¿quizá no deje otra después de lo que me dijo ayer cuando vi a Evan? Sé que es una ilusión, porque no se sabe cuándo se pondrá en contacto conmigo, sobre todo ahora que parece que tiene teléfono. Como era de esperar, un único lirio me saluda al abrir la puerta. Evan me dijo que dejara de comprarlos porque está harto de verlos. Ni siquiera me gustan las flores, mucho menos los lirios. Debería saber que no soy yo quien los compra. El parecido con mi nombre no se me escapa, al principio fue un regalo divertido. Ahora parece que hay algo que no estoy entendiendo. Junto al lirio hay otro pergamino marrón enrollado. Esta vez, antes de desenrollar la nota, la acerco e inhalo profundamente. Huele como un bosque por la mañana, cuando el rocío aún mancha las hojas y la bruma aún se arremolina alrededor de tus piernas. Pero también huele como la brisa marina por la noche, liberadora, aunque empalagosa, de lo desconocido que se esconde en la oscuridad. Desenrollo el papel y las lágrimas frescas se acumulan pero no caen mientras leo la nota: Florecerás, mi triste flor. Ya tienes la tierra; yo te traeré el sol.

Arrimo la nota contra mi pecho, apoyo la cabeza en la casillero de aluminio y aprieto el collar que me regaló. El Hombre sin Rostro es el único que me ve. Como si no necesitara pronunciar una palabra y él supiera todo lo que hay que saber sobre mí. A veces pienso que me conoce mejor de lo que yo me conozco a mí misma, pero luego recuerdo que puede que esté tan loca como dicen.

Mi turno termina en un torbellino de problemas: derrames, vasos rotos, clientes enfadados, amenazas de demanda y, para colmo, alguien ha robado todo el dinero del tarro de las propinas. Lo que significa que la comida gourmet de esta noche vendrá en forma de antipsicóticos fabricados por Johnson and Johnson. Pero ya me duele el estómago por algo sustancioso que comer, no sólo un paquete de patatas fritas tamaño infantil que me dio uno de mis compañeros de trabajo y el sándwich de pollo que supongo que el Hombre sin Rostro dejó en mi casillero, pero que no pude digerir. Casi tengo que parar a descansar mientras subo las escaleras de mi apartamento. El agotamiento pesa sobre mis hombros y me duelen las lumbares de estar todo el día de pie. Un baño sería estupendo, pero no siempre podemos conseguir lo que queremos. No cuando la electricidad es tan cara, y mi paciencia sería demasiado escasa para esperar a que se llenara la bañera. Cuando por fin llego a mi piso, tengo que girar bien la llave para abrirlo. Entro en mi casa, felizmente ignorante, sin pensar en nada más que en comer y dormir. En cuanto siento el olor a lasaña en el aire y se me hace la boca agua, murmuro: —Dios, me estoy volviendo loca. Nada grita más locura que oler tu comida favorita cuando deliras de hambre. Enciendo la luz y parpadeo. Vuelvo a parpadear, pensando que la imagen que tengo delante cambiará y mi mente delirante se despertará. Pero sigue exactamente igual. En la isla de mi cocina hay una sola vela, cuya llama parpadea al compás de los latidos de mi corazón. Debajo, un plato blanco y una cubertería de plata que

probablemente cuestan más que todos los objetos que tengo en la cocina. Y lo que realmente me deja sin aliento: una lasaña perfectamente cocinada, un plato de chapata con mantequilla de ajo y queso fundido, y una botella de vino. Mis tres cosas favoritas. Por primera vez en mucho tiempo, una sonrisa se dibuja en mis labios. Sin pensarlo, rebusco en mi bolso el teléfono y marco el número que aparece arriba del todo: Evan. Empiezo a cojear hacia el dormitorio mientras me quito la ropa que huele a leche rancia y a un día de mierda. Descuelga al tercer timbrazo. —¿Diga? —Gracias —digo sin aliento—. Me encanta. No sé cómo se las arregló para hacer esto con las finanzas tan ajustadas, pero es lo más dulce que ha hecho por mí desde el accidente. Debe haberse sentido mal por haberme maltratado el día anterior y haber sido un idiota ayer por la mañana. —Uh, ¿de acuerdo? Me ciño la bata de seda barata, extrañamente más suave de lo habitual, alrededor de la cintura y me pongo ropa interior. Por un momento, me siento como la antigua Lili que se paseaba por casa con un albornoz y una copa de vino mientras sonaba música de fondo. Pero el pensamiento muere cuando oigo risitas femeninas al otro lado del teléfono, seguidas de Evan susurrando con dureza: —Cállate. Lo peor es que no suena como la risa de su compañero de piso. La lógica desgarra la alegría que sentía y me roba la sonrisa que tenía en los labios hace sólo unos segundos. La realidad es el peor dolor que existe. ¿No se uniría a mí si se tomara el esfuerzo de hacer todo esto? ¿No esperaría en el apartamento para ver mi reacción? ¿Cómo entró sin llave? ¿De dónde sacó los platos y los cubiertos? ¿Desde cuándo cocina? El crujido de la madera bajo mis pies es más fuerte que nunca, pero hago oídos sordos a las palabras que salen de la boca de Evan sobre lo ocupado que estará y cómo no podrá

verme. Entonces me detengo frente al mostrador y observo con detenimiento el conjunto, incluido el pergamino marrón que hay sobre el banco, justo encima del plato. Con manos vacilantes, desenrollo la carta: Un festín digno de mi criatura de la noche. Disfruta tu comida, mi amor. Pulso el gran botón rojo del teléfono y cuelgo la llamada a pesar de que las palabras siguen saliendo de la boca de Evan. El Hombre sin Rostro hizo todo esto. ¿Cómo sabía que es mi comida favorita cuando no la he comido desde antes del accidente? Podría llamar a la policía y decirles que alguien hizo todo esto, y que todo este tiempo yo tenía razón. Pero de todas formas no me creerían. Una parte de mí quiere llamar a la puerta de mis vecinos y darles toda la comida para que el Hombre sin Rostro no piense que me tiene atrapada. Eso sería un desperdicio de comida; él lo hace. Me tiene enganchada. Me aterroriza y me emociona al mismo tiempo. Es sólo una comida, intento racionalizar conmigo mismo. No es como si tuvieras algo más que comer. Además, hay suficiente para congelar para los próximos días. Pero, ¿y si empieza a hacer esto todas las noches? Mi estómago decide por mí, y me arrastra al asiento y apila mi plato. En realidad, no me importaría llegar a casa y encontrarme con esto todas las noches: una cena a la luz de las velas con comida que huele como si la hubieran hecho los dioses. Dudo al coger la botella de vino. Apenas he comido hoy, y estoy bastante segura de que mi medicación venía con una gran advertencia de no consumir alcohol. He seguido esa norma desde el día en que empecé a tomarla, pero está claro que la medicación no está funcionando... ¿Qué es lo peor que puede pasar si bebo? ¿Que empiece a alucinar, que me vuelva loca? No puede ser peor que las cartas que ya me han repartido. Cuando un hombre sin rostro te trae la mejor comida de tu vida y una botella de vino con el logotipo grabado en la copa, ¿no sería de mala educación no probar todo lo que te ofrece? El líquido rojo chapotea en la flamante copa de vino y su aroma araña los recuerdos

de la antigua Lili. Nunca he sido un experto en vinos, pero hasta yo sé que este es un buen vino. Bebo la copa antes de pensarlo mejor y me sirvo otra, dando grandes sorbos entre cada bocado de comida. Con cada segundo que pasa, mi cuerpo se siente cada vez más ligero y mis pensamientos entumecidos se descongelan. Pero mi mente libre no provoca ningún dolor, solo un vértigo hueco que me hace coger el teléfono para poner música. La melodía llena el vacío del silencio, aunque la falta de compañía canta más fuerte. Necesito algo más que cartas o mensajes al azar. Ansío conversación y contacto físico. Ni siquiera recuerdo la última vez que Evan y yo intimamos. Debió de ser hace al menos cuatro meses, y no hubo nada memorable en ello. Cuando he comido más que en semanas y el vino ha hecho un trabajo superior para hacerme sentir mejor que cualquiera de los medicamentos del doctor Mallory, cojo el teléfono y entro en el hilo de mensajes con el (remitente desconocido). Mis dedos empiezan a moverse por el teclado, sólo para que mi mente ebria piense en algo mejor. Descarada y completamente idiota, me precipito a mi dormitorio, arranco una página de mi cuaderno y garabateo: Únete a mí la próxima vez. En lugar de enrollar el papel, lo doblo en lo que tiene que ser uno de los peores aviones de papel que he hecho nunca y lo dejo exactamente donde dejó mi carta. Coloco los lujosos cubiertos nuevos en el fregadero de la cocina y dejo correr el agua sobre ellos, sin confiar en mí misma para lavarlos en este estado. Compruebo que el avión de papel está exactamente donde dejó su nota y me encierro en el baño. El suelo me da vueltas y no sé muy bien qué pensar de dejarle un mensaje. Básicamente le estoy invitando a que siga acechándome. Era una idea estúpida, ridícula, en realidad. No espero a que se caliente el agua para meterme bajo la ducha. Quiero que lave mis pensamientos y todas las cicatrices que el accidente ha dejado en mi cuerpo. Está claro que no tiene intención de hablar conmigo. Si no lo ha hecho en un año, no tiene mucho sentido que empiece a hacerlo ahora. Pero ahora es mucho más atrevido y pone a prueba los límites que yo creía que había establecido.

El pavor se convierte en un segundo latido en mi pecho. ¿Y si lo ve y no responde? ¿Y si lo ve y se une a mí? No sé qué sería peor: ¿conocer a mi acosador, ser rechazada por él o convertirme en su amiga por correspondencia? No sé cuánto tiempo permanezco allí, balanceándome de un pie a otro, mientras mis pensamientos juegan en bucle. Al final, el agua vuelve a enfriarse y salgo corriendo antes de que pueda calarme hasta los huesos. La toalla raída apenas se sostiene cuando me la enrollo alrededor del cuerpo. Me aprieta los pechos y tengo que agarrarme a la tela por si acaso veo a alguien en los apartamentos de enfrente. Un remolino de emociones me atasca la garganta cuando veo que mi avión de papel ha sido sustituido por otro pergamino marrón. Me preparo para el rechazo, para que me diga que es la peor idea que ha oído nunca. En lugar de eso, el calor me quema la piel y el aire que me rodea se vuelve demasiado irrespirable. Tú eres lo único que voy a probar. Cuando pienso en el sueño de la otra noche, no son sus dedos lo que imagino en mi boca, sino su polla. Lo saboreo y lo grabo en la memoria. Levanto la vista y no veo nada más que oscuridad bajo su capucha, la tormenta volviéndose más furiosa con cada estruendo de su pecho. Golpeará dentro de mí, desgarrándome por dentro, y cada momento será como un éxtasis. Un relámpago iluminará el cielo cuando se libere en mi boca. Muevo las caderas e intento disipar las imágenes y sensaciones mientras la humedad se acumula entre mis piernas. Arranco otra página de mi cuaderno y garabateo: Entonces déjame verte. Doblo la nota en forma de grulla de origami y la coloco donde estaba su carta, luego guardo las sobras mientras me tomo otro vaso de vino. Me queda suficiente para no preocuparme por la comida en los próximos días. Gracias, hombre sin rostro. Cuando el banco está completamente vacío y la vela apagada, camino somnolienta hasta mi dormitorio, me pongo la bata y me meto bajo las sábanas. Justo antes de que el sueño se apodere de mí, me doy cuenta de tres cosas: No me he tomado la medicación, sigo llevando su collar y mi grulla de papel no estaba en el banco

cuando me fui a la cama.

La oscuridad se arremolina encima, un charco de tinta y carbón. Juro que puedo ver rostros en las sombras, ascendiendo al más allá. He oído decir que los agujeros negros son estrellas que han colapsado sobre sí mismas y que, cuando lo hacen, ondas de choque se propagan por el espacio para no volver a completarse. A partir de entonces, una estrella antaño brillante se convierte en un desperdicio de espacio, muerta en vida, que tira de la gravedad de tal forma que ni siquiera la luz puede escapar. Mis dedos se crispan, quieren alcanzarlo, quieren ser arrastrados a las entrañas de obsidiana para que tal vez cuando cierre los ojos, finalmente no los vuelva a abrir. La luz alcanza los bordes de la oscuridad, como aguas turbias que arañan la arena. La luz anaranjada de cien velas parpadea y baila entre los árboles, proyectando sombras esqueléticas desde las hojas. Huele como una extensión del Hombre sin Rostro, el lado siniestro que sólo sale de noche. A pesar de lo ominoso del lugar, tengo la sensación de haberlo visto antes en alguna parte. El corazón me da un vuelco cuando noto lo que me rodea. En lugar del húmedo suelo del bosque, estoy tendida sobre un lecho del más suave terciopelo. El frío del aire no me muerde la piel. Los insectos zumban a mi alrededor y, de repente, la orquesta se detiene. —Estás preciosa en tu cama. Pero eres absolutamente impresionante en la mía. Me levanto de un salto y lo veo apoyado en un árbol, y me quedo sin aliento al verlo. Su rostro sigue oculto bajo la capucha, pero su capa sin mangas se abre para revelar una

galería de tatuajes en movimiento a lo largo de su piel, y unos pantalones que cuelgan peligrosamente bajos sobre sus caderas. Todo en él es mortal, puro pecado. Cada sombra que se proyecta sobre cada músculo de su estómago es un clavo más en mi ataúd, que me empuja cada vez más profundamente hacia la cama. Sigo el rastro de cada tatuaje que se arremolina en su pecho y en sus brazos. A la luz parpadeante de las velas, las sombras bailan a lo largo de sus antebrazos y manos, haciendo que cada vena sobresaliente parezca intimidante y apetitosa. Me pregunto qué aspecto tendrían esas manos alrededor de mi cuello. ¿Se burlarían de mí sus tatuajes mientras me aprieta más y más mientras la luz baila detrás de mi vista? Me chupo el labio inferior mientras sigo la línea que baja por su vientre, luego la profunda V que conduce a un lugar que sólo he visto en mi imaginación. Aunque supongo que un sueño constituye mi imaginación. Pero juro que el bulto de sus pantalones se mueve cuando fijo la vista en la gran bulto. Me miro e inmediatamente me cohíbo. No llevo nada más que su collar y una fina bata de lino blanco que se abre justo debajo de la zona que debería mantener oculta, y la parte de arriba me llega hasta el ombligo, dejando entrever mi cicatriz. Hago un esfuerzo por enderezar la bata, pero no sirve de nada para ocultar mis pezones, que se ven a través de la tela. El hecho de que no pueda distinguir dónde está mirando sólo me hace sentir más cohibida, como si tal vez no le gustara lo que ve, o tal vez estuviera a punto de entrar a matar. —¿Por qué estás aquí? ¿Qué es este lugar? ¿Dónde estoy? —Le doy la lata con preguntas, esperando que me responda. Me tomo el tiempo necesario para mirar bien a mi alrededor. La cama en la que estoy se encuentra en medio de un claro, rodeada por un centenar de velas de distintos tamaños que forman el símbolo del Hombre sin Rostro. Sólo que esta vez, yo estoy en el centro. Es como si me ofrecieran a un poder superior, un cordero sacrificado para el matadero. ¿Diría que no, o dejaría que se saliera con la suya? Me doy cuenta de que no importa lo que haga, porque esto no es más que un sueño. Mañana me despertaré sintiéndome aún más culpable y no menos sola. Volveré a tener

contacto y conexión a través de cartas unilaterales. Bueno, suponiendo que me responda. Paso los dedos por las suaves mantas de terciopelo rojo y los cojines a juego. Agarrando la manta, intento subirla para taparme y que él no vea lo fuerte que aprieto las piernas ni lo evidentes que se me hacen los pezones al verle así o cualquier rastro de mis cicatrices. Más allá de la línea de velas, el Hombre sin Rostro dice: —Cuando mi oscura tormenta me convoca con la promesa de dejarme probarla, vengo. El espacio entre mis piernas se humedece, y sólo empeora cuando se baja del árbol y acecha hacia mí. Un depredador que por fin ha acorralado a su presa. Un demonio que por fin ha encontrado un alma. Cuando pasa por encima de las velas, éstas brillan aún más. Se me pone la piel de gallina, pero no por el frío. Aunque no puedo verle la cara, camina hacia mí como si fuera a devorarme, lamer y morder cada centímetro y no dejar ni una miga. —Yo no te he invocado —susurro, arrastrándome tontamente lo más lejos posible de él. Se detiene y ladea la cabeza. —¿No? Parpadeo, momentáneamente paralizada por la visión de su cuerpo desde su cercanía. Sacudo la cabeza. —Nunca he hecho eso. —Tengo que apartar los ojos de los duros músculos de su cuerpo y mirar el bosque que lo rodea. Tiene un tono casi de otro mundo—. ¿Esto es un sueño? —No. Está mintiendo. Esto debe ser un sueño. Empieza a andar de nuevo, sus pasos más lentos que antes, como si quisiera alargar su caza hasta llegar al final de la cama. Llevo las rodillas al pecho y cruzo los tobillos para ocultarme de él.

La cama se ladea cuando él se inclina hacia delante, apoyando su peso en las manos que tiene apoyadas a ambos lados de la cama. Cada centímetro de él es hipnótico, no sólo por la tinta que baila en su piel, sino porque está esculpido como un dios griego. —Te he dicho que te voy a probar. —Grito cuando alarga la mano para agarrarme del tobillo y tirar de mí hasta el borde de la cama, para que quede a su merced—. Y no soy un mentiroso, Lilith. Me retuerzo debajo de él cuando el aire frío me acaricia el centro e intento mover las caderas para bajarme el albornoz, pero él me agarra las muñecas y me las sujeta por encima de la cabeza con una sola mano. La combinación de ambos movimientos hace que se me escape un gemido de la garganta. Juro que, de algún modo, las sombras bajo su capucha se oscurecen. —Esto es sólo un sueño —me digo a mí misma, en lugar de a él. —Dime, mi amor. —Arrastra su mano libre desde mi tobillo, subiendo por mi muslo hasta mi cadera, despacio, muy despacio, sujetándola cuando intento apartarme de él. Luego mueve la mano entre mis piernas. Me estremezco cuando un susurro se desliza por mis labios, haciéndome sentir que esto es definitivamente real. —¿Sueñas a menudo conmigo entre tus piernas? Como si su alma se desprendiera de su cuerpo, una sombra oscura se forma detrás de él, creciendo en tamaño y desplegándose como una verdadera criatura de la noche. La sombra debe medir por lo menos dos metros. Imita todos los movimientos del Hombre sin Rostro como si fuera una extensión de sí mismo. Aunque apenas puedo ver la silueta de la sombra, puedo distinguir el pecho en forma de tonel y la anchura de sus brazos, que son más grandes que el tamaño de mi cabeza. Aun así, esta forma es idéntica a la del Hombre sin Rostro. Intento alejarme, pero la sombra desarrolla una mente propia, se acerca a mi garganta y la rodea con sus fríos dedos. La presión no me duele, pero empieza a latir entre mis piernas mientras me corta la respiración. —¿Eres un monstruo? —consigo jadear. Me roza el calor resplandeciente mientras un gruñido grave se abre paso en su garganta. Luego arrastra la mano por debajo de la bata, sobre la suave piel de mi vientre,

para agarrarme un pecho. —Él y yo somos uno. ¿Crees que soy un monstruo, Lilith? Me quedo sin aliento para responder, no por la falta de aire, sino por la forma en que agrede mi pezón. Retorciéndolo y pellizcándolo sin piedad, como si fuera mi castigo por hacer semejante pregunta. Una mano sombra me abre la túnica de un tirón y me deja a la vista del Hombre sin Rostro y su sombra. Suelto un grito ahogado cuando la mano sombra me golpea el pecho, dejando tras de sí una quemadura pecaminosa. Es imposible que no vea mis cicatrices o el modo en que me hacen sentir que soy menos. Pero la forma en que me agarra me dice que no podrían importarle menos. Como él dijo, piensa que soy hermosa. —Respóndeme. Déjame oír tu voz. Gimo y muevo las caderas, intentando ganar algo de fricción. Me siento tan patética, teniendo un sueño sucio con un hombre al que nunca he conocido de verdad. Gimo, sin reconocer lo desesperada que estoy, deseando tener su piel sobre la mía y sentir todo lo que él quiere que sienta. Hace tanto tiempo que no me tocan. Pero desde aquella primera carta, nunca me ha faltado la sensación de ser deseada. El Hombre sin Rostro se ha asegurado de que ese sentimiento sea constante. Aun así, tengo dudas. Yo también necesito que me toque. —No —me ahogo. Creo que eres un ángel, quiero decir. Salvándome de la muerte. Salvándome de mí misma. —No muevas tus manos de este lugar, o aprenderás lo monstruoso que puedo llegar a ser. ¿Entiendes? —La presión alrededor de mi garganta aumenta y sus manos se mueven al siguiente pezón, abusando de él como hizo con el otro—. Asiente con la cabeza si lo entiendes. Asiento con la cabeza. Se inclina, cegándome con la oscuridad bajo su capucha. Mi espalda se arquea involuntariamente cuando su pecho me acaricia los pezones. Me aprieta bruscamente el labio inferior entre los dientes y se me entrecorta la respiración. Me lame la herida y se aparta, soltándome la garganta. —Buena chica.

Esto es sólo un sueño vívido. Esto es sólo un sueño vívido. Esto es sólo un sueño vívido. Las manos sombra encuentran acomodo en mi pechos, prestándoles más atención de la que jamás han recibido en su vida. —¿Qué haces? —Jadeo cuando se agacha hasta que mi calor está en la misma línea de visión que sus ojos. —Te he traído una comida. Es justo que me ofrezcas una a cambio. —Pasa un solo dedo por mi clítoris, luego empuja en mi entrada y sisea—. Qué hermoso. —Grito por la estimulación combinada de las manos sombra y las suyas reales—. Puedo oler tu necesidad de mí, Lilith. He tomado una decisión, ¿quieres saber cuál es? Necesito todo lo que hay en mí para no decirle que añada otro dedo y me deje caer al borde del éxtasis. El único dedo sigue entrando y saliendo de mí, curvándose ligeramente para alcanzar el punto que me hará ver las estrellas. Pero sus movimientos perezosos me dicen que ni siquiera lo está intentando. Está jugando con su comida. Delirante de necesidad, olvido que me ha preguntado algo hasta que una mano sombra me da una palmada en el pecho. —Tus palabras, amor. Mi cerebro está demasiado agitado como para pensar qué puede ser. —Sí. —No sólo voy a saborearte. Voy a oírte gritar. Me arden las mejillas. —¿Qué...? Me trago mis palabras cuando otro dedo se introduce en mi interior, y todo a mi alrededor deja de existir. Solo existe él y los remolinos que se mueven por su pecho. No tengo tiempo de serenarme antes de que baje la cabeza y empiece a lamerme el clítoris como un hambriento que acaba de recibir su primera comida. —Joder —gruñe, y es casi como si se riera para sí mismo con incredulidad cuando un gemido de necesidad sale de mis labios al tomarme entre sus dientes—. Voy a

devorarte. Intento apretar las piernas y recibo un fuerte golpe en el costado del culo antes de que él me agarre la carne como si fuera un salvavidas, amortiguando el dolor. Una de las manos (estoy demasiado perdida en el mar del éxtasis para determinar si es corpórea o sombra) me separa las piernas, abriéndolas al máximo, dejando que el Hombre sin Rostro se apodere más de mí. Sus dedos se curvan, y hago exactamente lo que dijo: Grito. Ni siquiera oigo sus gruñidos de aprobación mientras sigue repitiendo el movimiento, pasando la lengua cada vez más deprisa, como si fuera a salir corriendo en cualquier momento. Quiero ir en contra de sus órdenes y bajar los brazos para poder apartarle la capucha o meter la mano por debajo y sentir exactamente lo que me ha ocultado. —Espera, para. —Mi voz es áspera, las palabras salen en dos suspiros agitados. Se queda inmóvil. Mi acosador y su sombra dejan de tocarme el cuerpo, y casi les digo que hagan caso omiso de lo que he dicho y sigan adelante. Pero no quiero tener que llamarle el Hombre sin Rostro, no cuando me está comiendo como si fuera su última comida. —¿Cómo te llamas? ¿Qué eres? —Exhalo, con un cosquilleo en la garganta a causa de mis gritos. Dios, Lili, es un sueño. ¿Cómo demonios iba a decirte su nombre? —Quiero que descubras lo que soy. —Me besa el interior del muslo—. Pero la única palabra que quiero que grites es mi nombre: Letum. Me muerdo la lengua porque gemir su nombre va a ser un trabalenguas. ¿Qué clase de nombre es ese? ¿Romano? ¿Qué significa? ¿Cómo ha podido mi mente conjurar un nombre tan antiguo? —De acuerdo, Letum. Gruñe y vuelve a follarme con los dedos y a lamerme como si pudiera encontrar la religión en algún lugar de mi interior. Una mano oscura me agarra del cabello y me levanta sobre los codos para que pueda observar sus despiadados movimientos. La capucha de Letum se inclina hacia arriba, como si también me estuviera observando y esperara a que me deshaga.

Levanto la vista hacia la sombra y apenas distingo el tenue contorno de unos ojos que me miran fijamente, como si memorizara la visión. ¿Es la sombra su alma? ¿Qué es exactamente? no lo sé. Letum me agarra el muslo con la mano libre, lo bastante fuerte como para dejarme una huella en la piel que se me amoratará por la mañana, y su mano sombreada se acerca a mi cara, recorriéndome los labios como si intentara capturar mis gemidos con su tacto para escribirlos en una carta. Es un movimiento tan íntimo que me oprime el corazón. —Canta para mí, mi amor —susurra contra mi piel mientras enrosca sus dedos y golpea la parte de mí que había olvidado que existía. Grito su nombre como una maldición y agito las caderas. Un éxtasis desenfrenado recorre cada centímetro de mí. Continúa con su festín, chupando y lamiendo hasta que ya no me queda nada que darle, mi cuerpo y mi mente se quedan sin fuerzas por el placer del que he estado hambrienta. —Oh, mi amor —murmura contra el interior de mi muslo, rozando con sus labios la suave piel antes de morderla, dejando pequeñas marcas a lo largo de mi piel—. Oh, mi monstruo nocturno. Eres un sueño. Nada puede compararse a tu sabor. El cumplido me enrojece las mejillas. Nunca me había sentido tan satisfecha. Por primera vez desde el accidente, la tensión de mi cuerpo disminuye y los músculos se relajan, como si por fin pudiera respirar y no sintiera el peso de todo lo que ha ido mal. Observo con curiosidad cómo la sombra se mueve detrás de mí, me levanta y hunde sus fríos dedos en mis hombros, deshaciendo los nudos. Letum se levanta y coloca las manos a ambos lados de la cama, aprisionándome entre él y la sombra. Sus caderas están entre mis piernas y sería muy fácil ceder a la fantasía y sentir una de las muchas cosas que me han ocultado. Dejo caer la mirada hacia su bulto, que hace fuerza contra sus pantalones como si suplicara liberarse. No necesito dejarlo salir de su jaula para saber que el estiramiento me escocerá. —Usa tus palabras —dice, notando mi mirada. Tiendo la mano hacia la cintura de sus pantalones, sólo para que mis muñecas queden atrapadas en su férreo agarre—. Tus palabras. —Me coge la barbilla y la levanta hacia la oscuridad bajo la capucha—. Tu voz es un afrodisíaco, mi Lilith. Deberías usarla más a menudo.

Me trago el nudo de la garganta y me humedezco el labio inferior. El masaje de la sombra se detiene un instante, como si hubiera hecho algo para molestarla. Luego se acerca más, apretándose contra mi espalda como si fuera completamente sólida. Miro su pecho, luego su bulto y vuelvo a subir lentamente hasta su rostro oculto, tomándome mi tiempo para saborear cada centímetro de su cuerpo. El latido entre mis piernas vuelve a la vida con nuevo vigor. —¿Puedo? Una risita resuena en el bosque y él cumple otra de mis fantasías: Hace un collar con sus manos rodeando mi garganta con los dedos, pero no aprieta. Las venas de sus brazos se mueven y palpitan a la luz de las velas. Me dejo llevar por la tentación y rozo las crestas masculinas de sus antebrazos, haciendo que me apriete el cuello. La sombra desplaza sus grandes manos para amasarme el pecho y enviar más calor a mi núcleo. La mano de la sombra me cubre prácticamente todo el pecho, haciéndome sentir pequeña y, me atrevería a decir, delgada. —Lilith. Mi dulce monstruo nocturno. Te dije que te saborearía. Te dije que gritarías mi nombre. —Juro que puedo oír la sonrisa en su cara en sus palabras—. No dije que te follaría. La vergüenza me hiela la sangre. He sido una nube oscura desde el accidente y no he hecho prácticamente nada para ser atractiva o incluso sentirme sexy. Ni siquiera el hombre sin rostro de mi sueño me quiere. Evan tampoco, así que ¿por qué iba Letum (si es que se llama así) a encontrarme atractiva con todas mis cicatrices? Aprieta sus suaves labios contra los míos y el olor del rocío de la mañana y la brisa de verano me envuelve, disolviendo mis dudas. Su cálido aliento me acaricia la oreja mientras me dice: —He anhelado tu sabor, y ahora que lo tengo, nunca conoceré otro. Cuando te folle, no habrá velas. No será en un sueño. Cuando te reclame, será en mis términos. Pero no será esta noche. Dejo escapar un gemido tras haber sido abandonada. No puede dejarme hecha un desastre y negarme el simple placer de un segundo orgasmo, sobre todo cuando mis pezones en carne viva siguen recibiendo toda la atención de la sombra.

Letum toca su símbolo que cuelga de mi cuello. —Estás hecha para llevarme. —Por favor —susurro, haciendo rechinar mis caderas contra la cama para alcanzar otra liberación. —¿Por favor? Se está burlando de mí, lo sé. Quiere que me vuelva completamente suya, sólo para que yo pueda darle todo de mí mientras él no me da nada a cambio. Pero esto es sólo un sueño. Él no es real. Me lo recuerdo a mí misma. —Por favor —le ruego—, Letum. Gruñe de aprobación mientras la atención de las sombras hacia mis pechos se vuelve más ruda y hambrienta. Estoy demasiado distraída con la sombra para darme cuenta de que Letum ha movido la mano hasta que me ha presionado el clítoris con el pulgar, lo que me ha provocado una descarga eléctrica. —Continúa. Quiere que lo diga, que exprese mis necesidades. Eso es lo contrario de lo que siempre ha ocurrido entre el Hombre sin Rostro y yo. No le digo los problemas que tengo a nadie más que a la Dra. Mallory. Incluso entonces, no le hablo de mis problemas para conseguir comida en mi despensa o para pagar las cosas. Letum ha sabido exactamente lo que necesito sin que yo tenga que decirlo. Ya sea oír que estoy guapa o simplemente saber que alguien reconoce mi dolor. —Por favor, Letum. Quiero correrme otra vez —suplico, con voz baja y mansa. No hace nada durante un momento, pero finalmente se inclina y me besa. No es hambriento ni exigente, no está lleno de lujuria o necesidad. El beso es de comprensión silenciosa y conexión mutua, pero también como si estuviera orgulloso de mí. Entonces se aparta. Antes de que pueda parpadear, caigo de rodillas. Igual que antes, la sombra se queda detrás de mí. Solo que esta vez, un dedo grueso se desliza por mi calor húmedo y luego me penetra. Echo la cabeza hacia atrás y gimo, con los ojos automáticamente en blanco. El Hombre sin Rostro aprovecha la oportunidad para agarrarme del cabello y obligarme a

levantarle la vista. Uno de los dedos de la sombra es más grande que dos de los de Letum. Muevo las caderas, atrayendo el placer de la sombra mientras me penetra con el dedo. ¿Qué dice de mí que la idea de que me meta un dedo una sombra que no tiene más rasgos que una silueta sea lo más excitante que se me pueda ocurrir? Quiero que sea la polla de Letum la que estoy cabalgando, pero Dios mío, el hecho de que la sombra sea casi invisible me está afectando más de lo que debería. Estoy gimoteando y maullando, al borde de la liberación, cuando los bombeos de la sombra se ralentizan, aunque el agarre de mis caderas no vacila. —Relájate, mi amor. Aún no he terminado contigo. Frunzo el ceño y grito cuando otro dedo se introduce en mi coño, estirándolo hasta la agonía. Lágrimas de dolor y de placer pinchan mis ojos. Es más grande que nada con lo que haya estado nunca. —Tómalo todo. —La sombra desliza lentamente sus dedos hasta llegar a los nudillos. Gimo mientras intento acomodarme a su tamaño y a lo profundo que está dentro de mí. No vuelve a moverse hasta que enrosco la espalda para que me penetre aún más—. Eso es. Hasta el fondo. Una aguda punzada de dolor me hace sisear, pero estoy demasiado absorta en cada embestida para hacer algo más que gritar y gemir. Si esto es solo un sueño, ¿cómo puede ser tan real? Un movimiento justo debajo de mi línea de visión capta mi atención. Intento mover la cabeza, pero su agarre me impide avanzar. —¿Qué estás haciendo? —Jadeo, mordiéndome el labio mientras jadeo e intento contener otro grito. En algún lugar, bajo la oscuridad de su capucha, juro que veo una sonrisa siniestra dibujarse en su rostro aparentemente inexistente. —Es justo que tú también me pruebes. Mis ojos se abren de par en par y mi cabeza se hunde en su polla. Mi boca apenas cabe a su alrededor, pero él sigue empujando dentro de mí. No llega muy lejos y me da una arcada, pero no ceja en su empeño; el sonido no me disuade, sino que me anima.

—Todo. Como te dije. —Su voz es firme, no revela si se siente tan deshecho por mí como yo por él. Se me llenan los ojos de lágrimas ante dos seres a los que nunca he visto la cara. Me duele la mandíbula de lo abierta que la tengo. Intento relajar la garganta y Letum empuja más adentro. —Mi dulce flor, mírate. Tan hermosa de manos y rodillas para mí. Dime, ¿es esto lo que sueñas? Me tira del cabello para sacarme del todo y me levanta para que la parte superior de mi cuerpo quede sujeta por su agarre. Las lágrimas me mojan las mejillas y la saliva me gotea por un lado de la boca. Con el pulgar, me limpia la baba y me la vuelve a meter en la boca. —¿Lo es? Ni en mis mejores sueños se me habría ocurrido la sombra. Ahora, no lo haría de otra manera. La respuesta sería un sí seguro. Ensoñaciones, al menos. Su carta en la que me preguntaba qué sentiría cuando acabara con él tuvo un impacto tan visceral en mí que medio año después todavía no la he olvidado. El misterio de lo desconocido era un morbo en sí mismo, no saber cómo era ni cuándo podría encontrarlo. Hizo que mi mente pensara en cosas que sin duda harían que la Dra. Mallory me subiera la dosis. Los dedos de la sombra salen de mí, dejándome vacía e incompleta. Gimo y casi alargo la mano para que la sombra vuelva a meterme los dedos, porque si no acabaría el trabajo yo misma. —Te he hecho una pregunta —advierte. —Sigue follándome, por favor —le ruego. Cuando no contesta, le digo: —Por favor. Lo necesito. Fóllame la cara, lléname el coño. Necesito que me llenes. Por favor. El cuerpo de Letum se ablanda visiblemente. —Eres tan hermosa cuando suplicas. —Grito cuando una fuerte bofetada golpea mi

culo con tanta fuerza que aparecen puntos blancos en mi visión—. Pero esa no era mi pregunta. ¿Por qué tiene que hacerme admitir esas cosas? ¡Esto es un sueño! Debería ser yo quien tuviera el control. Aunque, ¿qué es lo peor que podría pasar si lo admito? Lo único que pasará es que me asolará la culpa por la mañana. —Sí —digo por fin. Espera a que continúe y yo gimo—. He soñado con lo que sentiría tu polla dentro de mí. He soñado que abría mi casillero durante el descanso, pero en lugar de una carta o una nota, aparecías tú de la nada. Me agarras por el cuello y me empujas sobre la mesa, y no paras de follarme hasta que mis rodillas ceden y mi voz se queda ronca con tu nombre. Letum y la sombra gruñen a la vez. Me llenan al mismo tiempo y empiezan a penetrarme antes de que pueda respirar. Estoy atascada, permanentemente atragantado con su polla mientras la sombra se hunde más de lo que sabía que era posible. El placer burbujea y hierve bajo mi piel. Intento detener a Letum y advertirle de que estoy a punto de caer al vacío y de que lo arrastraré conmigo, pero ninguno de los dos detiene sus implacables embestidas. Cuando ya no puedo más, mis manos y rodillas se desploman bajo mí. Me retuerzo y tiemblo, intentando saciarme de la explosión de dicha provocada por el desconocido y su sombra, todo mientras ellos me mantienen erguida con su continuo asalto. El rugido de Letum hace temblar los árboles y sacude mis huesos cuando se libera en mi boca. Trato de tomar cada dulce gota y tragar, lamiendo cada centímetro de él con la lengua. —Fuiste más asombrosa que cualquier cosa que pudiera haber imaginado, mi tormenta de medianoche. Me baja lentamente sobre el colchón mientras lucho por mantener los ojos abiertos. Estoy demasiado agotada para ver cómo la sombra se adentra en Letum. Antes de que pueda preguntarle si la sombra es su alma, como sospecho, cierro los ojos y la oscuridad me envuelve. Gimo cuando el incesante pitido de la alarma arruina la sensación del aire del bosque sobre mi piel. Sin abrir los ojos, sigo golpeando la mesilla de noche hasta encontrar al

culpable que me arrancó del mejor sueño que he tenido nunca. No miro la hora, sólo pulso un botón cualquiera para que suene la alarma. El alcohol de anoche debe de haberme afectado mucho, porque si alguien me dijera que me ha atropellado un camión, le creería. Me pongo boca arriba y gimo por el dolor que siento entre las piernas, el tipo de dolor que sólo se produce cuando el sexo te cambia la vida. El aire de la mañana me araña la piel y hace que mis doloridos pezones se vuelvan aún más sensibles. Abro los párpados uno a uno. ¿Qué demonios...? No, no estaba tan borracha como para irme desnuda a la cama. No duermo desnuda y, desde luego, no voy por ahí desnuda. No, no estaba tan borracha como para cubrir todo el suelo de mi habitación de pétalos de rosa. Me ruborizo al darme cuenta de que me habría visto desnuda en la cama y habría visto mis cicatrices. Peor aún, podría haberme visto en Dios sabe qué estado mientras tenía el sueño más obsceno de mi vida. ¿Estaba gimiendo en sueños? Oh Dios, ¿estaba mirando? Mi pulgar roza los pétalos aterciopelados y suaves, confirmando que son reales y que ni él ni yo hemos ido a la tienda de dólar a comprar pétalos falsos. Cojo la lámpara de la mesilla de noche y la enciendo para inspeccionar uno de los pétalos más de cerca. Es del rojo más intenso que he visto, pero tiene algo raro, como hilos venosos que atraviesan el pétalo. Unas manchas azules entre la porcelana llaman mi atención y vuelvo a tirar el pétalo al suelo. Cuatro moratones azules me marcan el muslo. Cuando giro la pierna, veo un quinto. El corazón me golpea la caja torácica. Salto de la cama como una posesa y casi resbalo con las rosas al dirigirme directamente al baño. Acciono el interruptor de la luz antes de entrar y me detengo en seco frente al espejo. Oh Dios. Oh Dios. Oh Dios.

Me giro frente al espejo, luego vuelvo a girarme, inclinándome hacia un lado y hacia otro mientras intento convencerme de que sólo estoy imaginando cosas. La zona que rodea mis pezones está enrojecida y en carne viva, pero eso se puede explicar fácilmente con una excusa que se me ocurrirá más tarde. Incluso encontraré una excusa para los cinco pequeños moratones circulares que tengo en las caderas. Pero la huella de la mano que cubre una nalga entera es inexplicable. El tamaño de la huella de la mano es mayor que cualquier cosa que haya visto en la vida real. El escozor que siento al tocar la roncha me hace sentir calor entre las piernas y miedo en el corazón. No estoy segura de sí esta es la razón por la que no debo beber alcohol con mi medicación, pero juro que la huella de la mano es tan grande como la mano de la sombra, y recuerdo vívidamente que me dio una bofetada en el culo en el sueño. Pero sólo era eso: un sueño. ¿Verdad? Debió de ser un sueño. No me dirigí a un bosque donde fui prácticamente mutilada por un Hombre sin Rostro con tatuajes en movimiento y una sombra gigantesca mientras yacía sobre un altar de terciopelo en lo que parecía un círculo de sacrificio. Estoy a pocos kilómetros del bosque, pero no caminé hasta allí desnuda o en una bata escasa, y definitivamente no conduje. Vuelvo corriendo a la habitación y me dirijo directamente al teléfono para ver la cámara escondida. Como era de esperar, la mitad de la grabación de la noche está completamente cortada. Un segundo estoy acurrucada en mi bata bajo las sábanas, y al siguiente, estoy completamente desnuda con rosas cubriendo el suelo. En las imágenes borrosas, veo un pergamino enrollado que se desliza entre mis almohadas mientras duermo. Con el corazón atrapado en la garganta, tiro las almohadas al suelo en busca de la carta. Salto sobre el colchón y me tumbo boca abajo mientras busco detrás de la cama, palmeando a ciegas el suelo de madera hasta tocar un pergamino que me resulta familiar. Mi sangre vibra cuando lo saco de la oscuridad y me muevo hasta el borde de la cama, cerca de la luz.

Sigue soñando conmigo, mi oscuro amor. Volveré por más.

Durante eones se me ha encomendado una tarea: Llevar almas al más allá. Día tras día, noche tras noche, con un solo toque de mi mano, un alma pasará en paz y su cuerpo dormirá por toda la eternidad. No he conocido otra vida que esta mórbida repetición y existencia sin pasión. Durante eones he observado a los humanos, manteniéndome al margen y esperando hasta que inevitablemente fallecen. Porque soy inevitable. Los poetas han escrito sonetos sobre mí; los compositores, música. Por bellos que sean, nunca han sido más que un momento perdido en el tiempo. Hasta ella. Lilith, mi dulce amor. Ella es un sueño y una pesadilla, fusionados en uno. Nunca pensé que encontraría una mujer como ella; una mujer que puede mirar a la muerte y ponerla de rodillas. Su mirada, su olor, su sabor, han hecho que la muerte misma cobre vida. Incluso cuando el miedo envenena su sangre, podría darle un mordisco y comerme la carne más suave. Mi monstruo nocturno es la perfección, una anomalía en una habitación de normalidad, un milagro ante la maravilla. No hay ningún lugar al que pueda huir sin que yo la atrape, ningún lugar en el que pueda esconderse sin que yo la encuentre. Su alma me canta como la brisa del verano: fresca y decadente. No he podido saciarme de ella desde que el más allá la reclamó. El más allá la quería en sus garras, pero yo la quería en las mías.

Lilith me ha llamado en la noche, rogándome y suplicándome que me llevara su alma como debía. El destino puede atestiguar lo erróneo de mantener un alma en el plano mortal mucho tiempo después de su hora. Es la única forma de hacerla mía para la eternidad; debe anhelarme como yo la anhelo a ella. No la muerte, sino yo. La observo desde la esquina de la habitación mientras amontona los pétalos, mordiéndose el labio mientras luce mis marcas en la piel. Aprieta una bolsa de plástico, convencida de que desechará la flora granate. Pero no tirará algo con vida hasta que se haya descompuesto. No porque valore la vida, no, sino porque me valora a mí. Lilith se ha convertido en mi actividad favorita, no hay nada aburrido en ella; anhelo observarla, burlarme de ella, sentir su suave carne bajo mis manos. La he observado desde el momento en que la vi tendida en el suelo, rota y magullada, suplicando que me la llevara. Estuve a su lado mientras las máquinas la rodeaban cuando yacía derrotada en una cama de hospital. Me llamaba a cada segundo. Todos pensaban que eran las máquinas las que la mantenían con vida, pero era yo quien la alejaba de la muerte. A pesar de los moratones que la pintaban, los cortes que marcaban su piel y el tono de porcelana de su rostro, seguía siendo la visión más impresionante que había visto en todos mis eones. Aún recuerdo la primera vez que sus ojos azules me encontraron a los pies de su cama; fue como si los planetas se hubieran alineado porque por fin había encontrado a mi verdadero amor. En cuanto la vi, supe que era más que el sol y las estrellas. Ella lo era todo, y nunca iba a dejarla marchar. Aun a riesgo de perderlo todo, me enamoraría de ella. Porque si yo fuera Ícaro y ella el sol, aún volaría hacia ella con mis alas de cera. Su belleza valdría el dolor que sentiría sólo por alcanzarla. Mi amor oscuro tampoco siente. Apenas se inmuta cuando se abre un dedo. No sonríe con los ojos ni teme caminar sola de noche. Sin embargo, sí siente conmigo; lo siente todo. Es evidente cuando su piel se ruboriza antes de abrir su casillero y la forma en que inconscientemente se muerde el labio antes de desenrollar mi carta. Incluso cuando desplaza su peso al leer una de mis notas más ilusorias. Sé que me anhela. Mi monstruo

nocturno sólo me responde a mí. Verla llevar mi marca alrededor del cuello me complace más de lo que pensaba. El símbolo plateado brilla cuando capta la luz, haciendo que los ojos de mi monstruo nocturno centelleen. Su teléfono suena en la cocina y ella suspira, dirigiéndose hacia el aparato. La sigo, embelesado por el movimiento de sus caderas bajo la bata de seda. Es una pena que haya decidido ponerse ropa interior, pero no por ello deja de ser un espectáculo. La ligera cojera que tiene lo compensa, y una sonrisa se dibuja en mi rostro. Cierro los dedos en puños en cuanto veo su nombre en su teléfono. Evan. El hombre que no la merece. La única persona que puede hacerla sentir, pero no como ella se merece. Cada vez que sus ojos se llenan de lágrimas por uno de sus comentarios, es un gol más en mi cuenta. Evan: ¿Puedes transferir dinero? No nos quedan verdes. ¿Nos? La postura de Lilith se desinfla al leer el mensaje. La dejé sola con él porque pensé que mi amor vería a la sanguijuela como lo que es: un chupador de almas. Vive para destrozarla y usar su cuerpo para ayudarse a levantarse. Le di el espacio para que se alejara de él, para que me usara como su muleta y lo dejara de lado. Le he demostrado que soy todo lo que necesita. Puedo darle dinero, comida, atención y amor, por el resto de la eternidad. Solo puede darle decepción. Se encoge de dolor al abrir su cuenta bancaria y ver los escasos diecinueve dólares que le dan para cuatro días más. Le acaricio el brazo mientras mira el móvil tanto tiempo que la pantalla se queda en negro, pero ni siquiera entonces se mueve. Es egoísta por mi parte rechazar su alma y obligarla a seguir viviendo. Tal vez sea egoísta por mi parte seguir viviendo en la sombra mientras ella pasa el día sin tener la realidad presente. Puedo quitarle el dolor, pero no lo haré. No hasta que ella decida vivir

y elija quererme, no por lo que pueda darle, sino por lo que soy. La dejo un momento para volver a su habitación mientras ella sigue con la mirada perdida en su teléfono. Las sombras se transforman y parpadean frente a mí como una nube voraz, hasta que un pergamino enrollado queda flotando en medio del aire. El duro papel es tan insignificante en mi mano. Cuesta creer que algo tan pequeño tenga la capacidad de suscitar en ella emociones tan fuertes que sacudan su alma, ya sea rabia, alegría o incluso miedo. Me inclino junto al montón que ella ha creado y escondo la carta bajo un pétalo carmesí. Lilith se merece algo más que rosas o lirios. ¿Bastarían diamantes? Las sombras vuelven a formarse. Un fajo de billetes aparece en el aire, sujeto por una pinza de plata con un cuervo grabado. Su bolsa marrón está encima del escritorio, deshilachada y descascarillada, como si el asa fuera a romperse en cualquier momento. Le escondo el dinero dentro junto con otra carta en la que le digo que se compre algo. Nunca lo hace. El bolso negro que le hice está escondido en el fondo de su armario, el bolso de mujer que Lilith le hizo un cumplido. Igual que el abrigo de invierno que le hice. Lo mismo que las botas de cuero. Lilith nunca se ha puesto a sabiendas nada de lo que le he regalado, ni siquiera el collar que aún no se ha quitado. No podría quitárselo aunque lo intentara, aunque parece que aún no se ha dado cuenta. No tiene cierre y me he asegurado de que la fina cadena no se rompa nunca. Sin embargo, mi pequeña tormenta ha estado usando cosas que yo he hecho sin que ella se diera cuenta. Sustituyendo lo mismo que tiene, pero mejor: su chaqueta ahora tiene relleno extra para abrigarse, la cremallera de sus vaqueros ya no se engancha y, en contra de lo que ella cree, no ha superado su alergia a los metales baratos, pues ahora todas sus joyas son de plata. Ahora que lleva mi collar, quizá empiece a llevar más regalos míos. ¿Qué le ha dado este Evan en el año y medio que llevo vigilándola? ¿Algún vale para un restaurante que ni siquiera cubrió la comida de Lilith? ¿Duras palabras cuando ella no puede proporcionarle su dosis?

El teléfono vuelve a sonar y, desde otra habitación, oigo su suspiro, seguido del sonido de su teléfono al caer sobre el banco. Mi flor triste vuelve a entrar en su habitación, con la mirada distante y carente de emoción, hasta que su máscara se rompe al mirar los pétalos de rosa. Se chupa el labio inferior mientras sus mejillas se vuelven de un rosa intenso. Sonrío, sabiendo exactamente en qué está pensando. Su cabeza se inclina hacia un lado mientras se acerca a los pétalos, viendo claramente la última incorporación al montón. Me acerco a ella y sonrío, sintiendo mi olor por todo su cuerpo. ¿De verdad no se da cuenta de que su bata parece diferente? Lilith se levanta de nuevo y desenrolla la carta con dedos vacilantes. Sus mejillas ya no son de un suave rosa, sino de un rojo intenso. Respira agitadamente mientras lo lee. Ahora que te he probado, nunca te dejaré ir. Pronto estaremos unidos, mi tormenta. Mi amor oscuro puede decirse a sí misma que lo de anoche fue sólo un sueño. Puede engañarse creyendo que nunca ha sentido el contacto de mis labios o la sensación de mis dedos dentro de ella. Incluso puede intentar olvidarlo. Nunca lo haré. Tampoco lo hará ella, por mucho que lo intente. Se convencerá a sí misma de que mi nota tiene un significado diferente, de que podría haber hecho algo sin que ella lo supiera. Pero fue una participante muy dispuesta, y apuesto mil almas a que quiere que su sueño se repita. Doy un paso detrás de ella, haciéndole sentir mi presencia. Aprieto la concha de su oreja y susurro: —Eres mía. Lilith se queda inmóvil como un ciervo sorprendido por los faros. Su respiración se vuelve irregular cuando rozo con el dedo la parte exterior de su muslo. Cuando llego al lugar donde la mano de mi alma marcó su piel, sus párpados se agitan y su cuerpo se relaja ligeramente contra el mío. Sigo la curva de su trasero hasta llegar a su doloroso calor.

—¿Estás mojada para mí, mi amor? No necesita respuesta, porque todo su ser se estremece cuando deslizo mis dedos bajo su ropa interior. Como pensaba, está mojada sólo por mí. La humedad cubre mi dedo cuando lo paso por su costura. Su excitación fue tan potente cuando mi alma se unió a nuestra diversión anoche. ¿Se imaginó que era mi polla en vez de mis dedos? ¿Se preguntó qué sentiría al ser penetrada por dos pollas al mismo tiempo? Gritará de dolor y de placer, pero ¿pondrá los ojos en blanco? ¿Recorrerán sus propios dedos los planos de su cuerpo antes de encontrar acomodo en su clítoris y frotarlo hasta que ya no sepa la diferencia entre la vida y la muerte? La siento tan bien entre mis manos, empapada y temblorosa. Joder, no sabe cuánto me vuelve loco, ciego de necesidad. Llevo tanto tiempo deseándola que tenerla por fin es una experiencia de otro mundo. —Por favor —susurra. Estar aquí con ella, piel con piel, alma con alma, es vigorizante. Anoche estábamos los dos divididos a la mitad, en parte aquí y en parte en el lugar donde yo quería adorarla. No piel con piel, sino alma con alma. Nos sentimos el uno al otro de la forma que importaba. Recorro con la nariz la columna de su cuello, inspirando profundamente. —Tus palabras. Se le corta la respiración como cada vez. Deslizo un dedo dentro de ella y de sus labios sale un suave gemido que quiero capturar y repetir para siempre. Sus brazos permanecen pegados a los costados mientras el resto de su cuerpo se funde conmigo al menor roce. Mis dedos no bastan, necesito sentir todo su cuerpo estremecerse sobre mi polla mientras le doy todo el placer que se merece. —Palabras —advierto. Parpadea rápidamente cuando empiezo a tomar impulso. —¿Qué… —hipa cuando toco su clítoris, moviéndolo en círculos lentos que dibujan

felicidad y agonía en todas sus facciones. Prácticamente está montando mi mano, y su gemido hipnótico me hace agregar otro dedo para que ella se enrolle. Sus piernas tiemblan como si quisiera tomar mis dedos más profundo como si necesitara que la estiraran aún más que anoche—. ¿Qué quieres de mí? Mi monstruo nocturno no quiere negármelo. ¿Sabe que ya es mía? ¿Se ha sometido a mí por fin? La curva de su cuerpo se aprieta perfectamente contra el mío. El infierno podría interponerse entre nosotros y yo seguiría sin moverme. Masajeo sus pesados pechos mientras ella tiembla pidiendo más, más placer del que sólo yo puedo darle. Es tan impresionante. Vulnerable y necesitada. El cabello castaño oscuro me hace cosquillas en la mano mientras reclamo su carne hinchada. ¿Cómo he podido pasar mil vidas sin este placer? ¿Cómo he podido mantener mis manos lejos de ella durante tanto tiempo? —Mi querida Lilith, ya te lo dije. Lo quiero todo. Muerdo la suave piel de su cuello y me alejo de ella para esconderme una vez más, dejándola encorvada y jadeando. Soy un amante egoísta. Le he dado todo lo que necesita sin pedírmelo, pero no le daré lo que quiere a menos que las palabras salgan de sus labios rosados. Se levanta bruscamente y se gira como si yo no estuviera delante de ella. Las tablas del suelo crujen cuando sale corriendo al salón y luego a la cocina, como si yo pudiera estar escondido en la despensa. Dejarla en un estado así me duele tanto como a ella. Cuando su coño palpitó en mis dedos mientras se corría, supe que no había nada en este mundo que pudiera compararse. Lilith me pertenece, total y completamente. Y cuando llegue el día en que la reclame, cada aliento que respire me pertenecerá. Aplasta la carta en la mano mientras abre uno de los cajones para sacar la botella de plástico naranja. Mi cuerpo se tensa al verla ponerse una de las pastillas entre los dientes y luego enjuagarla con agua.

—Pronto —le prometo aunque no pueda oírme. Porque pronto, Lilith será toda mía.

El ajetreo matutino en el trabajo pasa borroso. He estado intentando escapar de mi propia mente escondiéndome en ella, pero mi cerebro no me ha dejado hacerlo tan a menudo como me hubiera gustado. Al final llega mi descanso y encuentro mi casillero vacía, excepto por los pedazos rotos de mi corazón. Han pasado cinco noches desde mi sueño sobre el Hombre sin Rostro. Cinco días desde la última carta que recibí de él. Cinco días desde que mi cuerpo ha estado colgado de una cuerda, suplicando una liberación que no vendrá de mis propios dedos. ¿Cómo se atreve a hacerme eso? No puede dejarme así. Lleva tanto tiempo jugando conmigo, pero ¿llevarme al borde del orgasmo y luego abandonarme sin más? Dios, qué dice eso de mí cuando no he estado tan enfadada por el acoso o las cartas, y sin embargo no dejarme venir es lo que me ha tenido dando vueltas en la cama durante cinco noches seguidas. Sigo preguntándome si lo imaginé todo. Quiero decir, estaba allí un segundo y al siguiente ya no estaba. En la cámara escondida fue borrado todo el evento. Solía pensar que era un fantasma. Durante dos meses me dediqué a buscar en Internet información sobre cómo deshacerse de los fantasmas. Puede entrar y salir de cualquier sitio sin que se note, desaparecer en el aire, y da la casualidad de que sólo yo puedo verlo. Incluso llevaba siempre un imperdible porque, al parecer, pincharía a cualquier espíritu que intentara tocarme. O su espíritu es masoquista o el imperdible fue otro intento inútil. No soy del tipo supersticioso, pero lo admito, en un momento dado mi apartamento apestaba a ajo antes de darme cuenta de que estaba destinado a los vampiros. Evan se quejó del olor durante semanas. Después de investigar un poco, gasté mis escasos fondos

en salvia. Al día siguiente, el imbécil sin rostro me dejó tres manojos de la hierba con una nota que decía: —Inténtalo de nuevo. He tachado (aunque no del todo) a los amigos imaginarios. Porque los amigos imaginarios no me dejan mil dólares en el bolso ni me llenan la despensa de comida. Lo había comprobado, no fue Evan quien lo hizo. Esto me lleva a dos suposiciones: es un humano con mucho talento, o... No, eso es aún menos realista. En algún lugar en el fondo, sé que no fue un sueño. Al menos, no del todo. No pude sentarme ni andar bien en todo el día, y me pasé todo el tiempo sintiéndome a la vez completamente jodido y no lo bastante jodido. Dijo que me había probado. ¿Cómo es posible que no sea un sueño? ¿De qué otra forma podría haberme probado como dice? Normalmente, si Evan se gira mientras duerme, me despierto. El Hombre sin Rostro llevaba un año dejándome marcas temporales, nunca algo tan permanente como la huella de una mano, moratones o incluso un collar, y nunca me despertaba de sus caricias. Pero si no fue un sueño y estaba conmigo, ¿por qué no se ha puesto en contacto conmigo desde aquella noche? No he oído ni recibido absolutamente nada de él. Ni siquiera le he visto en ningún reflejo. Nunca antes me había dejado sola tanto tiempo, y no puedo evitar el dolor que ha ido creciendo en mi corazón. He estado comprobando mi casillero en cuanto llego al trabajo. Incluso he estado sacando mi cama cada mañana para ver si había caído una carta detrás de ella. El Hombre sin Rostro ya no me quiere, tal vez nunca me quiso. Sólo estaba aburrido y yo era una presa fácil. Sin sus cartas y pequeños recordatorios de que existe, siento la soledad, madura y cruda. Ahora hay un agujero del tamaño de un hombre sin rostro en mi corazón. Me ha dejado y me duele. Ni siquiera se despidió. Lo único que dejó son manchas violetas y verdes que con el tiempo volverán a fundirse en piel de porcelana. Por si fuera poco, se fue sin decir nada; lo último que hizo fue dejarme dinero en efectivo en el bolso como si yo fuera una especie de puta. He comprado la comida de hoy con el dinero del Hombre sin Rostro. Todo lo que he comido pagado con su dinero me ha dejado un sabor agrio en la boca y un dolor hueco en

el pecho. Aun así, me siento en la mesa plegable de la sala de descanso, en sillas de plástico de segunda mano con la insignia de uno de los colegios locales, y picoteo la comida con la esperanza de que me llene del todo. Me acomodo un mechón de cabello suelto detrás de la oreja y me cepillo el pendiente que me he puesto esta mañana para que haga juego con el collar. Incluso me maquillo más de lo habitual para poder llamar su atención o encontrar una carta o incluso un mensaje de texto que diga que no se ha olvidado de mí. Brit entra en la trastienda con una mirada casi inocente. Mis cejas se fruncen cuando se dirige directamente a mí en vez de a la oficina. —Hola, Lili —empieza. Le sonrío sin comprender, esperando que lea la habitación y vea que quiero que me dejen en paz. Pero tiene cara de directora, y eso nunca es buena señal. La última vez que me miró así, me redujo el horario durante dos semanas mientras se reestructuraban. —No quise decírtelo antes porque estábamos desbordados. —Contengo la respiración y espero el inevitable pero—. Nunca hemos tenido este problema, así que se te habrá pasado por alto. Pero no está permitido llevar anillos mientras se manipula comida. La miro confuso. Las palabras (no llevo) están en la punta de mi lengua. Casi las dejo escapar de mis labios y le miento directamente a la cara. Porque cuando miro hacia abajo todas las pruebas están ahí para demostrar que Brit tiene razón. La felicidad y el miedo se apoderan de mí al ver la gruesa banda de oro que envuelve el dedo anular de mi mano derecha. Puedo ver las palabras grabadas en el anillo y tengo que resistir el impulso de acercarlo para inspeccionarlo en presencia de Brit. Trago saliva. Juro que no estaba ahí esta mañana. ¿Cómo no me he dado cuenta? Me mira con curiosidad e intento forzar una sonrisa. —Lo siento. Ha sido un accidente. Brit le devuelve la sonrisa, sólo que la suya le llega a los ojos. —Está bien. Sólo déjalo en tu cubículo antes de tu turno. —Ella camina hacia atrás en dirección a la puerta de la cafetería principal—. Dale a Sam un descanso una vez que

hayas terminado. Le hago un gesto con la cabeza, deseando que salga más rápido de la habitación. En cuanto la pierdo de vista, me arranco el anillo del dedo. Debe de habérmelo puesto mientras dormía, es la única explicación plausible. El anillo es pesado y sólido. Parece más caro que cualquier otra cosa que tenga. La banda dorada brilla a la luz cuando me lo acerco a los ojos para leer las palabras grabadas con su letra: INCLUSO EN LA MUERTE Mis latidos tartamudean al oír las palabras. He dejado de intentar descifrar el significado de las palabras del Hombre sin Rostro, tachándolas de simple poesía. Pero esas tres palabras tienen demasiado significado esta vez, después del sueño que he tenido y las horas de investigación en el ordenador, buscando el significado de su nombre. El interior de la banda capta mi atención y me hiela la sangre: LETUM & LILITH A pesar del miedo, algo más me sacude hasta la médula. No me ha dejado. Todavía me quiere. Sigo siendo su musa. No era un sueño. Sé quién es.

Llevo cinco minutos aquí sentada, mirando el anillo. Si Evan o alguno de sus compañeros de piso me han visto sentada en el coche delante de su casa, nadie se ha molestado en venir a verme. Al terminar mi turno, volví a ponerme el anillo sin pensarlo. Como si siempre hubiera

estado ahí y me sintiera desnuda sin él. El peso me reconforta en el dedo, un pequeño recordatorio de que siempre está conmigo, aunque su marca ya me rodea el cuello. Antes odiaba mezclar metales: plata y oro. Ahora siento que así es como debe llevarse, equilibrándose en armonía pero perfectamente opuestos: amor y odio; vida y muerte; cielo e infierno. Aparto la mirada del anillo y vuelvo al mensaje que me ha enviado en cuanto me lo he vuelto a poner. Una sola palabra. Remitente desconocido: Pronto. Cada vez que lo veo, me recorre un escalofrío por la espalda, y en mi cabeza suenan pequeñas campanas. No de alarma, sino de anticipación. Sé que debería quitarme el anillo antes de ir a ver a Evan. Debo quitármelo. Pero siento que podría perder al Hombre sin Rostro para siempre si me lo quito. Sólo se puso en contacto conmigo después de regalarme el anillo, ¿y si me lo quito y se vuelve a ir? El anillo ha sido el único contacto que he tenido con él en días. ¿Importa algo de eso si sólo estoy aquí para romper con Evan? Ha pasado mucho tiempo. Oír la misma risita femenina al otro lado del teléfono cada vez que hablaba con él esta semana fue lo que me hizo quebrarme. Él no es feliz conmigo, yo no soy feliz con él. Ambos tenemos a otra persona que nos hace sentir vivos mientras que nosotros sólo volvemos el uno al otro para envenenar el pozo que compartimos. Aun así, le debo a él no llevar el anillo de otra persona. El hecho de que esté en mi dedo de la promesa es irrelevante ahora mismo. Con otra respiración entrecortada, decido dejármelo puesto, pero en otro dedo. Sólo por el hecho de que me reconforta. Un recordatorio de que hay alguien ahí fuera que me cuida a su retorcida manera. Admito que llevar esto puede convertirme en una mala persona, y ninguna mierda que me eche Evan lo mejora. En todo caso, esto es un silencioso “Que te jodan, Evan”. Para echar más leña al fuego, a Letum probablemente le gustará saber que llevo su anillo mientras rompo con Evan. Es preocupante porque ese mismo pensamiento me hace meter la mano sin anillo en el bolsillo de la sudadera con capucha, mientras la otra brilla bajo el cielo gris mientras me dirijo al interior.

La casa está tranquila, igual que cuando llegué hace una semana. Probablemente debería haberle mandado un mensaje para asegurarme de que estaba en casa. Su camioneta está en la entrada, pero eso no dice mucho, nunca ha sido de los que se ofrecen voluntarios para conducir. Evan es el tipo de hombre que prefiere tener el control de la música. No trabaja por las noches como sus otros dos compañeros de piso, y a saber qué horario tiene esa chica de cabello obsidiana que parece estar allí cada vez que he hablado con Evan. Bueno, al menos creo que es ella. A no ser que tenga otra amiga que yo desconozca. Nate me mira desde su sitio en el sofá cuando entro en el salón. Me lanza la misma mirada lastimera de la última vez. Eso hace que me encoja en mí misma y retuerza mi nuevo anillo en busca de consuelo. Me aclaro la garganta, no estoy segura de sí debo despedirme de él o disculparme de antemano si salgo gritando. —¿Está Evan en casa? —¿Puede Nate ver el miedo en mi cara? ¿Se ha dado cuenta de que llevo un anillo nuevo? Es poco probable, pero el anillo de oro está en el primer plano de mi mente, justo al lado de las cinco palabras que estoy a punto de decirle a Evan. Nate se mira las manos un momento, un temblor apenas visible recorre su mandíbula. —Le oí ocupado en su habitación durante la comida. Pero ha estado durmiendo la siesta toda la tarde. Ocupado. Sí. ¿Ocupado jugando? ¿Ocupado hablando con alguien que no soy yo? ¿Ocupado usando un sueldo entero para drogas? ¿O ocupado encontrándose a sí mismo en otra mujer? No puedo enfadarme cuando estaba soñando con otro hombre, pero resulta que después de todo podría no ser un sueño. Asiento con la cabeza y arrastro los pies por la moqueta gastada hasta que llego a la primera habitación a mi izquierda con las manchas alrededor del picaporte de haber abierto la puerta justo después de trabajar en la construcción. Siento un gran temor en el pecho. Tengo la sensación de que algo malo va a ocurrir. Te estás excitando, me digo. El anillo me angustia tanto como me reconforta. Echo la cabeza hacia atrás y miro al techo, tratando de reunir toda mi confianza y mi

energía mientras me preparo mentalmente para cualquier veneno que pueda salir de sus labios. Imagino a mi Hombre sin Rostro detrás de mí susurrándome palabras de aliento, dándome la fuerza que necesito para seguir adelante. Tomo aire y llamo a la puerta. Cuando no responde, llamo: —Evan. Mordiendo el anzuelo, agarro el picaporte y empujo la puerta lentamente, centímetro a centímetro. No se mueve al oír el ruido, sigue enterrado bajo el edredón. Así que entro y cierro la puerta con fuerza con la esperanza de despertarle. Estoy demasiado ansioso para ir más lejos, así que me aprieto contra la puerta. La idea de que podría abrirla fácilmente para huir tranquiliza un poco mi desesperada situación. Su habitación es la misma de siempre. Más o menos. Colgado del respaldo de su silla hay un cárdigan azul pálido, el que llevaba la chica del cabello de obsidiana. Un sofá verde de dos plazas se interpone entre la puerta y su ordenador, lleno de viejos paquetes de comida para llevar. Me fijo en el tubo de brillo de labios escondido entre la basura y en el coletero azul pálido a juego que cuelga del tirador del armario. Me pregunto qué encontraría si abriera y mirara dentro. ¿Quizá más cosas de la chica de obsidiana? La poca luz que entra hace que la situación sea aún más espantosa. Como si Dios supiera lo que está a punto de ocurrir y llenara el cielo de nubes grises sólo por efecto cinematográfico. —Evan —susurro. Despierta para que podamos acabar con esto, maldita sea. Ni siquiera se remueve. —Evan —digo más alto esta vez. Nada. Me obligo a avanzar hacia él, con la clara necesidad de sacudirle para que despierte. ¿Por qué no puede ser fácil? Voy a despertarle y se enfadará por ello, lo que empeorará las cosas. Sólo tengo que seguir diciéndome a mí misma que necesito decir esas cinco palabras, y todo esto puede terminar. Cuando me acerco a la cama, me llueve hielo sobre la piel al ver un pergamino

marrón enrollado sentado inocentemente encima de un Evan dormido. ¿El Hombre sin Rostro también ha estado enviando cartas a Evan? No, lo dudo. Evan pensó que estaba loco cuando le dije que me dejaba notas. ¿Por qué me dejaría Letum una carta en casa de Evan? Me estremezco involuntariamente al llamarlo de otra forma que no sea el Hombre sin Rostro. Hago lo posible por que mis manos dejen de temblar mientras cojo la carta e intento controlar la respiración. No me extrañaría que Evan se despertara solo con el sonido de mis estruendosos latidos. Apenas puedo desenrollar la carta con lo violentamente que me tiemblan los dedos. De repente, siento el peso del anillo como si fuera una roca. ¿Por qué creí que un anillo me reconfortaría cuando el hombre que me lo dio hace que mi ansiedad se dispare? Cierro los ojos un momento y los vuelvo a abrir para leer su nota. Luego vuelvo a leerla. Y otra vez. Todo mientras todo a mi alrededor se derrumba. Sigo esperando que las palabras digan algo diferente. Sigo esperando que sólo sea mi mente jugándome una mala pasada. Cada vez que lo releo, la bilis me sube más y más por la garganta. Lentamente muevo el edredón, esperando que lo que dice la carta no sea real. Levanto la vista de la carta y me tambaleo. —No —jadeo, llevándome las manos a los labios para no vomitar—. No, no, no, no. Los ojos vacíos de Evan miran fijamente al techo, sus labios azules están ligeramente entreabiertos, como si aún estuviera dando su último suspiro. Leo la carta una vez más. El destino aún no ha llamado a su alma. Decidí que la perdió en el momento en que puso sus ojos en ti. Mi corazón se astilla, se rompe y se retuerce. Cada átomo, cada célula, cada trozo de tejido en mí se siente como si ardiera. Mi cuerpo se paraliza. Y grito.

No. No, no, no, no. Todo esto es culpa mía. Todo lo que ha pasado. Está muerto. Evan está muerto. No oigo a Nate correr en el pasillo antes de que la puerta se abra de golpe y se estrelle contra la pared. —¿Qué? ¿Qué ha pasado? ¿Estás bien? —Sus ojos frenéticos se abren de par en par, buscando un intruso en la habitación, pero no lo encuentra. Me meto el papel en el bolsillo antes de que lo vea. —Evan —sollozo. No consigo que las palabras salgan de mi boca. Si no lo digo, no será verdad. En cualquier momento, Evan va a saltar y decir que solo era una broma. Pero no lo hará—. Es... —me atraganto con las palabras. Nate entiende lo que intento decir y se lanza directamente hacia el cuerpo de Evan. Inmediatamente pone el dedo en la garganta de Evan para comprobar si tiene pulso. No necesita comprobarlo. Debería decírselo. Evan está muerto. Sé que está muerto. Letum lo mató. No puedo hacer nada más que mirar. Estoy atrapada. No puedo moverme. Ni siquiera derramar una lágrima. Todo lo que puedo hacer es mirar con la respiración atrapada en la garganta, ardiendo, dolorida. Quiero volver a gritar, me sentí tan bien gritando. —¡Joder! —grita Nate. Se quita las mantas de un tirón y empuja su oreja contra el pecho inmóvil de Evan—. No puedo... —Sacude el cuerpo de Evan antes de acercar la

cabeza a los labios de Evan—. No oigo nada. No respira, joder. No respira, y es culpa mía. Debería haber averiguado cómo deshacerme de Letum. Debería haber rechazado sus insinuaciones. No debería haberme comprometido con él en ese estúpido sueño. Debería haber dejado a Evan antes, para que siguiera vivo. Debería haberlo hecho. Debí haberlo hecho. Debí haberlo hecho. —Joder. —Nate se levanta de la cama y camina, pasándose las manos por los mechones de bronce y por la cara—. Joder. Joder. ¿Cómo... cómo hizo esto...? —Nate ni siquiera puede terminar la frase. Está actuando y sintiendo lo suficiente por los dos. Espero que me piquen los ojos o que empiece a jadear. Pero todo lo que puedo hacer es mirar fijamente. Poco a poco, los zarcillos negros de mi mente me alcanzan, tirando de mí hacia el lugar donde no hay herida, no hay dolor, sólo hay oscuridad. Aquí dentro, no oigo a Nate gritarme ni maldecirme, ni gritar que tenemos que llamar a una ambulancia. Ni siquiera le veo iniciar la reanimación cardiopulmonar. Evan era un gilipollas, pero no merecía morir. Antes del accidente, era perfecto, el hombre de mis sueños. Evan era el tipo de hombre sobre el que lees en los libros, cuando llegas a casa y encuentras la camisa que has estado mirando en una bolsa sobre la cama. Solía decir todas las cosas correctas, me colmaba de afecto, intentaba pasar cada momento que estaba despierta tocándome. No sexualmente, sólo para recordarnos mutuamente que estamos ahí el uno para el otro. Había planeado nuestra boda: Una tarta de tres pisos de crema de mantequilla con orquídeas violetas. Llevaría un sencillo vestido de encaje con tirantes y una cola corta. Pondríamos Abba mientras yo caminaba hacia el altar, porque Dancing Queen estaba sonando en el bar la primera vez que nos vimos. Nunca tendré la boda que quería. No porque Evan esté muerto ahora, sino porque yo lo estoy. La única diferencia entre nosotros dos es que yo aún respiro. Lo único que tengo que esperar en mi día son las cartas de mi acosador y las flores que me deja. El accidente lo arruinó todo. Perdí a la única familia que me quedaba, el trabajo de mis sueños y a mi novio, todo en una noche. Le dije a Evan que el Hombre sin Rostro era real y no me creyó. Me llamó loca y eso le costó la vida. Yo le costé la vida. ¿Alguien más me culpará por su muerte? ¿Declarará

Letum a los cielos que la muerte de Evan se hizo en mi nombre? Lo peor es que, a pesar de las acusaciones que pasan por mi cabeza, no me siento realmente culpable. Sólo sé que debería serlo. Yo no le pedí a Letum que matara a Evan. No puedo ser culpable de que apretara el gatillo cuando ni siquiera sabía que había un arma. Las señales estaban ahí, la obsesión, los mensajes crípticos. Nunca mostró violencia, su tacto era tierno y suave. Excepto en ese sueño, pero esa era una situación diferente. De lo que más culpable me siento es de la sensación de alivio que me produce la muerte de Evan. Me duele que esté muerto, pero la muerte me resulta familiar. La muerte en sí misma es segura. Es estable y consistente. Puedes confiar en que sucederá. Pedí ayuda a gritos. Una y otra vez pedí ayuda. Le rogué a Evan que me apoyara, y él no me dio nada. Pero resulta que la única persona que me ayudó fue la persona de la que pensé que necesitaba salvarme. Excepto que ahora me doy cuenta de que necesitaba salvarme de mí misma. Tres golpes ominosos me sacan de los recovecos de mi mente y es como salir a tomar aire después de haber estado demasiado tiempo en el agua. Ya lo había oído antes. Los golpes. Las dos últimas veces que estuve con Evan, los oímos los dos. Cuando la niebla de mi mente se despeja, Letum está de pie frente a mí con su abrigo negro como el carbón y la capucha recogida. Nate no está a la vista. Su voz suena desde algún lugar del fondo, tartamudeando en un teléfono. Letum se acerca a mí y me pasa los dedos por la curva de la cara. El calor se extiende por todos los lugares que toca. El tacto es posesivo, pero tierno. Como si quisiera llevarme al infierno con él, pero quisiera cogerme de la mano mientras lo hace. —Mi hermosa tormenta —susurra, acariciando continuamente mi suave piel. La forma en que lo dice no es lastimera ni posesiva, más bien es un espejo de lo que siento: Alivio. Acerca sus labios a mi frente para plantarme un beso reivindicativo. —Ahora eres toda mía. Mi respiración se acelera, los acontecimientos me atrapan. Mis manos se posan en mi cuello y mi pecho, frotando y masajeando, tratando de deshacerme de las ganas de gritar, tratando de encontrar la respiración tranquila que se pierde dentro de mí. El frío me

quema la piel cuando el anillo me toca, pero, por alguna razón enfermiza, no quiero quitármelo. El peso de la carta que llevo en el bolsillo me arrastra hasta el suelo y enrosco los dedos detrás de la nuca. Meciéndome adelante y atrás, atrás y adelante, mirando fijamente la mota invisible de polvo en su abrigo perfectamente planchado. Letum vuelve a arrodillarse frente a mí, como hizo la noche en que yo debía morir. Me quitó a Dahlia, ahora se ha llevado a Evan. ¿Por qué no me llevó a mí? ¿Por qué sigue negándose a dejarme morir? —¿Qué le has hecho? —Jadeo. Sé lo que le hizo. Es una pregunta estúpida. Letum me pasa una mano por la pierna y con la otra me levanta la barbilla. —Querida, todo el mundo acaba muriendo. La única pregunta es cuándo. Yo decidí que sería hoy. —¡Lo mataste por mi culpa! —Me ahogo antes de taparme la boca con la mano para que Nate no me oiga. Letum inclina ligeramente la cabeza hacia un lado. —No, mi amor. Yo no lo maté. Rescaté su cuerpo de su alma. —Es lo mismo, joder —digo. Su tacto es tan tierno comparado con mi tono mientras me acomoda el cabello detrás de la oreja. —El más allá no se lo habría llevado si no fuera su hora. —El cuerpo de Letum se tensa y me preparo—. Una muerte tan indolora fue una bondad, mi tormenta. Gracias a ti, no le hice sufrir. ¿En serio? —¿Es para hacerme sentir mejor? Suspira, aunque no con impaciencia. La frente de Letum toca la mía. Sé que debería retroceder, pero no lo hago, no puedo. —Cobrarás vida, mi monstruo nocturno. Quiero verte brillar. —Mentira.

—¿Qué es una mentira? —dice una voz detrás de mí. Levanto la cabeza y veo que Nate parece haber envejecido diez años en diez minutos. O tal vez sólo han pasado diez segundos. Él tampoco ha derramado una lágrima. Aunque, como yo, su mano tiembla a su lado, agitando su teléfono. Se olvida de que he dicho algo y se desploma en el suelo a mi lado, apoyando la espalda en el sofá verde que Evan y yo compramos juntos para nuestro antiguo piso. —La ambulancia está de camino —dice derrotado. Ninguno de los dos dice una palabra al otro. Ni cuando llega la ambulancia. Ni cuando se llevan el cuerpo de Evan. Los paramédicos nos interrogan y ambos decimos lo mismo: lo encontramos así. Sólo que omití la parte en la que lo encontré con una carta del Hombre sin Rostro que me ha estado acosando durante el último año y medio. Todo pasa en un borrón monótono. No puedo sentir nada. Ya he pasado meses llorándolo. Mi mente ya me ha arrastrado a sus garras, dejando un pie fuera sólo para que oiga lo suficiente como para asentir cada pocos segundos. Ni siquiera me inmuté cuando se lo dije a sus padres. ¿Cómo no iba a inmutarme? Debería estar llorando con ellos. Debería estar gritando como ellos. Debería subirme a mi coche y seguirles hasta el hospital porque, al fin y al cabo, creen que soy su novia. En realidad, la chica de la rebeca azul está más cerca de él que yo. Tal vez sea cruel o mezquino, pero no seré yo quien se lo diga. Está claro que ve a Evan lo bastante a menudo como para enterarse sola. Todavía tiene que venir a recoger su rebeca. Todo se estrella cuando llego a mi coche. Como un cable de alta tensión, todo en mí se enciende. La estática de mis pulmones arde mientras grito. Golpeo el volante con los puños y las palmas de las manos, una y otra vez, hasta que la garganta se me queda en carne viva, las manos empiezan a amoratarse y los brazos me arden de dolor. Estoy amargada. Estoy enfadada. Estoy disgustada. ¿Qué me pasa que la muerte no me quiere? ¿Por qué no a mí? Pulso la luz del techo e ignoro los mierdosos asientos desgastados de mi viejo y cutre coche, y rebusco en mi bolso hasta encontrar la familiar botella naranja. No tiene sentido

tomarlo cuando Letum es claramente real. Pero me da cierta tranquilidad, una falsa apariencia de calma. La tapa se abre y cae por el lateral del asiento. Maldigo en voz baja, pero dejo caer una pastilla sobre la palma de la mano. Nunca la miro antes de tomarla. Por alguna razón, esta vez lo hago. Suelto el frasco y éste cae al suelo del coche, esparciendo pastillas blancas por todas partes. Acerco la única pastilla. Tiene un símbolo. No es su símbolo, es el mío. Una luna creciente con una cruz colgando en la parte inferior: El símbolo de Lilith, la diablesa. La píldora cae con el resto. ¿Cuánto tiempo llevan así? Sólo busqué el símbolo de Lilith el otro día. ¿He estado tomando la medicación de la Dra. Mallory? No, debo haberlo hecho. Tengo todos los síntomas sobre los que me advirtió. ¿Los cambió? Una a una, recojo las pastillas comprobando si todas tienen el mismo símbolo. No. No estoy loca. Letum es real. Me están tratando por... ya ni siquiera lo sé. —Letum —grito, mirando por la ventana esperando que esté de pie bajo una de las farolas. No puedo verle, pero sé que él puede verme a mí. Me está mirando. Siempre lo hace—. ¿Qué me estás haciendo? ¿Qué coño quieres de mí? No sé qué esperaba, pero nada de lo que me rodea cambia. Vuelvo a gritar antes de apoyar la frente en el volante para intentar recuperar la compostura. Pasan segundos, o tal vez minutos. No puedo estar segura de cuánto tiempo pasa mientras miro fijamente la constelación de pastillas en el suelo de mi coche. Pero estoy seguro de una cosa. Todavía quiero a Letum a mi lado.

No recuerdo haber conducido hasta casa, pero lo hice. Lo último que recuerdo es haberme enroscado el anillo de oro en el dedo. Ahora apago el motor y mi coche está

aparcado en la calle, delante de mí apartamento. Sé que conduje, pero no creo que fuera consciente mientras lo hacía. Mis pasos resuenan en la desvencijada escalera de madera mientras subo los dos pisos hasta mi apartamento. Jugueteo con la carta en el bolsillo. La única prueba de que Letum reclama la muerte de Evan cuando mi teléfono vuelve a sonar. Quienquiera que fuera, ha intentado llamar. La madre de Evan, Carol, probablemente. Tal vez un médico. Posiblemente los compañeros de piso de Evan, aunque Nate puede ser el mensajero. Los amigos de Evan no contactarán conmigo, ya no me molestan. Allí no habrá nada importante, sólo mensajes de lástima o gente con la que llorar. No quiero enfrentarme a eso. No puedo enfrentarme a sus padres sabiendo por qué les arrebataron a su hijo. No puedo enfrentarme a ellos sabiendo que me mirarán y verán que he eludido la muerte una vez más. Mi mano rodea el frío picaporte metálico de la puerta de mi apartamento e inclino la llave lo justo para oír el satisfactorio clic de la puerta al abrirse. Las bisagras gimen cuando abro la puerta, pero me detengo antes de volver a cerrarla. Por favor, no. Hoy no. No estoy de humor. Como una mujer enloquecida, y podría haber enloquecido de verdad por todo lo que ha pasado, compruebo el número de mi puerta: 2B. El sonido de la puerta de mi vecino al abrirse me obliga a entrar en mi propio apartamento, y no puedo evitar pensar que es mi castigo por ignorar las llamadas y no seguir a la ambulancia hasta el hospital. Las velas decoran todos los rincones del apartamento, arrastrándome de nuevo a mi sueño. Esta vez son de todas las formas y tamaños, algunas sobre un candelabro, otras firmemente plantadas en el suelo. Cada centímetro del banco de la cocina está cubierto de bandejas de frutas y galletas, granadas y manzanas, un pavo asado, patatas y verduras, bruschetta y vinagreta, botellas de vino tinto y blanco, todo sobre un mantel rojo intenso. Otro juego de vajilla fina está preparado para mí. La mesa está sacada de una película, como un comedor digno de servir a una reina. En lugar del televisor cuelga un cuadro que no estaba allí cuando me fui a trabajar

esta mañana. Velas y un surtido de flores lo rodean como un santuario improvisado. Miro fijamente el cuadro, completamente paralizada. Es lo más extraordinario que he visto nunca. Y también lo más aterrador. Un hombre con capa está de pie junto a una mujer sentada, de largo cabello castaño y vestido de oro. Cada centímetro de ella es mi viva imagen. Hasta las pecas de mariposa y la suave cicatriz de mi labio. Donde debería estar la cabeza del hombre hay pura oscuridad. El hombre sin rostro. Mi hombre sin rostro. Letum. Es el tipo de cuadro que debería estar en un museo, del que hablarían artistas de todo el mundo durante siglos. Me giro y observo el resto de mi apartamento, siguiendo los pétalos de rosa que conducen al dormitorio. Estoy tan atontada por todo lo que ha pasado hoy que no sé cómo reaccionar, aparte de quedarme mirándola. Anonadada. Mi pie cuelga sobre el umbral de mi habitación. Esparcido por mi escritorio está todo lo que me ha regalado: las cartas, un bolso, el floreciente lirio, vestidos de seda y blusas de encaje, una flor de cristal, una calavera de ónice, plumas negras, la bolsa de pétalos de rosa que no he tirado. Sobre la cama están algunos de los objetos que creía haber perdido. Los que juraba haber dejado en un sitio, y al siguiente, desaparecidos. La pulsera a juego que Dahlia y yo siempre llevábamos. El marco de fotos en el que aparecía el día de mi graduación, sosteniendo mi estúpido título de Empresariales con una sonrisa de oreja a oreja. Un montón de cintas para el cabello. Mi lencería favorita de encaje rojo con lazos negros. En medio de todas mis cosas, un único pergamino marrón que dice: Voy por ti.

Cuando me meto entre las sábanas, ni el alcohol ni los medicamentos me duermen. Así que doy vueltas en la cama, con la mente hecha un lío de preguntas. He devuelto a su sitio todas las cosas que creía perdidas. Pero las cosas de Letum siguen intactas en mi escritorio. Estoy casi orgullosa de ellas. No, orgullosa no es la palabra adecuada. Consuelo tampoco es lo suficientemente fuerte. ¿Querida? ¿Deseada? Ver cada cosa así dice algo más fuerte y significativo que cualquiera de sus cartas. Es como si me dijera que está aquí para mí, como siempre lo ha estado. La pregunta sigue siendo: ¿por qué yo? ¿Qué he hecho para llamar su atención? ¿Qué hay en mí que le ha obsesionado? No hago más que deprimirme en mi apartamento, ir a trabajar, descargar algunos de mis problemas en la Dra. Mallory y repetir el aburrido ciclo. Necesito hablar con Letum. Merezco respuestas. Si al menos dejara de esconderse, no es que no me haya dado cuenta de que desapareció a propósito. Obviamente me quiere y pensó que Evan estaba en el camino. Al final, me duermo. Al igual que la última vez, me despierto en otro lugar que no es mi habitación. Esta vez no ignoro la molesta sensación en la nuca que me dice que esto no es sólo un sueño, sino algo totalmente distinto. Algo más, algo real. Las mantas de terciopelo se enredan en mis piernas cuando me siento. Como en el último sueño, el vacío sobre mí se arremolina con sombras, cada parpadeo es otra alma que es absorbida por el vacío.

Las velas están alineadas alrededor de la habitación, creando un triángulo con la cama en el centro. Acabo de darme cuenta de que el triángulo es casi tan grande como mi dormitorio. Letum me vistió con algo tan revelador como la última vez. O quizá me vestí yo misma con él. Me bajo de la cama y me envuelvo en la manta de terciopelo rojo para intentar ocultar todo lo que pueda de mí. La alfombra negra es de felpa bajo mis pies, y no puedo evitar mover los dedos de los pies antes de inspeccionar la habitación. Es como si guardara partes de mí que creía perdidas. Las cuatro paredes que me rodean están pintadas de negro, ocultas tras grandes estanterías llenas hasta los topes de un surtido de objetos: libros, calaveras, adornos de todo el mundo, jarrones y más cosas que creía haber perdido. Hay una foto mía radiante delante de la Fontana di Trevi cuando Dahlia y yo recorrimos Europa como mochileras durante dos meses. Un avión y una grulla de papel mal hechos con mis mensajes. La pinza de perlas para el cabello que me regalaron cuando era pequeña. Una taza que hice con Dahlia en una noche de Vino y Cerámica. Mis gafas de sol. Un elefantito que vivía sobre mi cama y con el que dormía todas las noches. Una chimenea arde tranquilamente entre dos librerías, justo delante de una tumbona flanqueada por un sofá orejero de una plaza. Hay algo en esta habitación que me resulta familiar, pero no sé por qué. Mi cuerpo está tan acostumbrado a la presencia física de Letum que sé exactamente cuándo se materializa detrás de mí. —Te ves bien en mi espacio. —El retumbar de su voz me produce escalofríos de seda. Me doy la vuelta y caigo en su trampa. Lleva la misma capa sin mangas que muestra la apetitosa curva de sus músculos. La última vez no tuve ocasión de pasarle los dedos por las crestas. ¿Se estremecería bajo mi contacto? ¿Se apartarían de mí las marcas de su piel? ¿Sería capaz de sentirlas? —Sé quién eres —me fuerzo a decir. Tener prácticamente todo su cuerpo a la vista me distrae demasiado, sobre todo cuando la afilada “V” de su vientre apunta directamente a la zona que llevo más tiempo del que me gustaría admitir deseando sentir entre mis

piernas. —Te dije mi nombre. —Su tono es casi burlón. Frunzo el ceño. Sabe lo que quiero decir. —Sé lo que eres. Aunque no puedo verle la cara, algo me dice que está sonriendo. —¿Has resuelto mi acertijo? Él avanza, y yo quiero que mis pies retrocedan, cuando lo único que quieren es encontrarse con él a mitad de camino. Así que la única opción que tengo es quedarme en mi sitio y estar a su merced como siempre; un lugar que he llegado a amar. A decir verdad, siempre me ha gustado demasiado estar a su merced. No se detiene hasta que está a menos de medio metro de mí. Su presencia me quita el oxígeno de los pulmones y lo sustituye por el olor del bosque justo antes de que un cazador se abalance sobre su presa. La suave extensión de su pecho está directamente en mi campo de visión, lo que hace que la necesidad de estirar la mano y tocarlo sea aún mayor. De cerca, las sombras que se arremolinan bajo su piel me recuerdan a las llamas que parpadean justo antes de que las volutas de humo se pierdan en la noche. Como una llama, es cálido estar cerca, pero sabes que te abrasará al tacto. —Sí —murmuro y me miro los pies. ¿Y si me equivoco y hago el ridículo? Dediqué tiempo a investigar qué significaba su nombre, y la respuesta que encontré era lo único que tenía sentido desde el accidente. —Mírame, Lilith —susurra mientras levanta mi barbilla hacia él. Mis músculos abandonan la batalla por el control y la manta de terciopelo cae y se enreda alrededor de nuestros pies. —No puedo verte. —Sueno tan mansa. ¿Cómo puede estar interesado en alguien como yo? —Puedo verte. No hay nada que haya dicho que sea más cierto. Me ve más de lo que yo me veo. El miedo bulle en mi interior, como si tal vez, si sigue mirándome, se diera cuenta de que ya

no me quiere y de que no tengo nada que ofrecerle. Se inclina y roza sus labios con los míos. Respiro para intentar captar su aroma, deseando poder quedarme así para siempre. Su afecto por mí rezuma de su piel y llueve sobre mí, y todo me parece bien. Enlaza sus dedos en mi cabello y nuestros labios chocan para separarse un instante después. —Dime, mi monstruo nocturno, ¿quién soy? Me chupo el labio inferior antes de decir: —Tú eres quien se niega a tomar mi alma. Tú eres la Muerte. Un rugido de aprobación sale de su pecho cuando vuelve a acercar sus labios a los míos. —Buena chica. Casi se me doblan las rodillas por las dos palabras. Apoyo todo mi peso en él sólo para sentirlo bajo mis manos. No estoy segura de quién hace un movimiento primero, pero nuestros labios chocan entre sí y mis manos desarrollan una mente propia, explorando su cuerpo, sintiendo los duros músculos de su espalda que se ocultan bajo la suave piel, deseando que se quite la maldita capucha. El calor fundido se acumula entre mis piernas y trato de acercarlo aún más, sin querer ni un centímetro de espacio entre nosotros. Letum zumba en señal de aprobación y devuelve el favor apartando de una patada la manta de terciopelo de nuestros pies, avanzando lentamente y empujándome hacia atrás hasta que golpeo el borde de la cama. Sus movimientos se vuelven más urgentes y me besa el cuello como si hubiera esperado toda una vida para hacerlo. A pesar del hambre de sus movimientos y de la dura longitud que me aprieta el muslo, todo su cuerpo está rígido, como si tuviera una bestia atrapada en la piel que quisiera devorarme. Unas manos cálidas me suben por el muslo y me rodean la cintura mientras me devora el cuello. —No te merecía. —Su voz está cargada de lujuria y arde de rabia. La dualidad me

provoca algo pervertido por dentro, y casi le pido que lo repita hasta que me doy cuenta de lo que ha salido exactamente de su boca. Las palabras apagan el fuego y me dan sobriedad. Se levanta de encima de mí por la leve presión que ejerzo sobre su pecho. Ojalá pudiera verle la cara para saber cómo se siente. —¿Por qué lo mataste? —Exijo—. No puede ser sólo porque estaba saliendo con él, estoy segura de que lo habrías matado hace mucho tiempo si fuera eso. En lugar de responder, se arrodilla entre mis piernas. Mi respiración se entrecorta y mis piernas se abren por instinto. Me planta un beso en la cara interna del muslo y casi olvido la pregunta que le hice. —Yo no lo maté —corrige Letum y deposita otro beso en el muslo opuesto—. Yo no mato. Yo tomo. —Sus grandes manos empiezan a masajearme el muslo, acercando mi cuerpo al borde de la cama—. Sin embargo, tienes razón, mi oscuro amor. No estaba en mi camino. Podría haberte tomado cuando hubiera querido. La sangre me bulle en los oídos por el palpitar de mi corazón ante sus palabras y por sus dedos, que me suben lentamente el vestido por las caderas para revelar la humedad que ha provocado. La Muerte tararea sombríamente y desvía su atención de su próxima comida para volver a mí. —Te puso la mano encima cuando no debía. Te habló de un modo que me hace lamentar haberle arrebatado el alma tan pacíficamente. —La lujuria ha desaparecido de su tono. Nunca le había oído hablar tan en serio—. Si pudiera volver a hacerlo, le haría gritar antes de quitarle el alma. El sonido no sería nada comparado con los ruidos que harás cuando esté dentro de ti. Me retuerzo bajo sus manos para intentar ocultar cómo reacciona mi cuerpo traidor ante palabras tan violentas. Letum me coge por el cuello para ponerme a su altura. Mi mirada se clava en sus manos, absorbiendo la forma en que los músculos de su antebrazo se crispan con cada movimiento. El humo de su piel no retrocede como yo pensaba, sino que continúa bailando por su cuerpo. La última vez estaba demasiado distraída para prestar atención a cómo reacciona el humo ante mí.

Sus dedos me aprietan la garganta, como si supiera que he estado pensando en cómo me quedarían y quisiera hacer realidad mi deseo. —Sigues llevando mi collar. —Su voz está impregnada de carnalidad y posesión, y no puedo evitar inclinarme hacia delante para aumentar la presión. Letum se levanta lo suficiente para tirar de mi labio inferior entre sus dientes, y un gemido de necesidad sale de mí—. Voy a marcar tu cuerpo y tu alma. Dudo. —¿Vas a tomar mi alma? —¿Escucha lo esperanzada que estoy? ¿Aceptará finalmente mi ofrenda? —Ya la tengo. —No hay incertidumbre en su voz, y ni siquiera estoy segura de cómo podría ser el caso. Si hay alguna forma más allá de mi comprensión mortal en la que él, de hecho, tenga mi alma, que sea posible para él haberla tomado y dejarme con vida; no me sorprendería si realmente la tiene. A pesar del miedo que despierta en mí, no tengo reparos en dejar que tome mi alma sólo para él. Todo me parece correcto, como si cada segundo de mi vida me hubiera conducido a este momento, a él, a nosotros. —Pero quiero morir. —Por primera vez desde el accidente, no estoy segura de que sea realmente lo que quiero. Porque lo que realmente quiero es estar en cualquier parte con el hombre que me ha mantenido viva durante el último año y medio. Me acaricia la mejilla. —Ni siquiera la muerte te alejará de mí, mi monstruo nocturno. —No hay nada que pueda ofrecerte. —No sé por qué intento convencerle de que deje de gustarme cuando sé que me mataría de verdad si dejara de hacerlo. Se levanta del lado de la cama, ocupa el espacio a mi lado y me sube a su regazo como si no pesara nada. —Eres suficiente, Lilith. Dejo caer mi atención sobre mi mano, rascándome la piel del lateral de la uña. —No sabes nada de mí. Su mano cubre la mía, impidiéndome seguir saboteándome.

—Oh, mi amor —murmura contra mi frente antes de plantarme un tierno beso—. Conozco tus esperanzas y tus sueños mejor que a mí mismo. He memorizado cómo se mueve el lado izquierdo de tus labios justo antes de sonreír. Cómo te pellizcas las cejas y te muerdes el interior de la mejilla mientras piensas. Oh, mi flor triste, el sonido de tu risa está impreso en mi memoria. —Empieza a pasarme las manos por el cabello—. Sé que tu último pensamiento antes de dormir es lo que podrías encontrar a tu lado cuando despiertes. Finges que lo odias, pero en secreto te gusta trabajar en la cafetería porque te encanta estar rodeada de vida. Las heridas que llevas son más profundas que las cicatrices de aquella noche. La culpa que albergas por ser la única sobreviviente. Siento que me mira, pero no me atrevo a levantar la vista. Lleva un año y medio observándome, claro que lo sabe. —No sé nada de ti. —Aparentemente sabe mucho de mí, pero yo no sé prácticamente nada de él. Me acerca y me mete la cabeza entre el cuello y la mandíbula. —Lo sabes todo sobre mí, mi amor. Sólo que lo guardas bajo llave. —No lo sé —protesto—. No sé cuál es tu estación favorita, qué tipo de música te gusta, qué hora del día prefieres, qué aspecto tienes en realidad, tu afición, lo que más te gusta comer. —¿La Muerte necesita comer? ¿Dormir? ¿Cómo tiene todo este tiempo para seguirme si necesita recolectar almas... o lo que sea que haga? Los brazos de Letum desaparecen de mi lado, y el escalofrío de la ausencia de su tacto me golpea hasta la médula. Me deposita de nuevo en el borde de la cama. Estoy a punto de ponerme en pie para mirarle, para que sepa que, aunque me tiene enganchada, no voy a quedarme ahí, pero me rodea la cintura con los brazos antes de que pueda y me sube a la cama con él. Él moldea nuestros cuerpos juntos como si lo hubiéramos hecho mil veces. Sabe lo bien que encajamos. Su dura longitud me aprieta el culo, y necesito más fuerza de la que puedo admitir para no mover las caderas. —Otoño. Clásica. Justo antes de que salga el sol. Tú y tú. —Mi núcleo se tensa cuando empieza a rozarme el estómago con la punta de los dedos. Un rubor calienta mis mejillas. Debería haber adivinado que su estación favorita sería

el otoño, después de todo es la época en la que la vida se escapa de la naturaleza. —No has dicho cómo eres. Su pecho vibra contra mi espalda con su cálida risita y me besa el lateral del cuello. Podría ser mi mente que oye lo que quiere, pero casi parece orgulloso de mí por darme cuenta. —Responderé a cualquier pregunta que me hagas. Pero eso tendrás que descubrirlo por ti misma. Lo tomo como una invitación, desenredo nuestras piernas y separo nuestros cuerpos. ¿Tendrá los pómulos altos, bajos o justo en medio? ¿Su mandíbula es tan afilada como su cuerpo o tendrá un aspecto casi infantil? Lentamente, me acerco a su capucha, como si cualquier movimiento brusco pudiera ahuyentarlo. Se lleva la mano a los labios antes de que toque el suave material, me roza los nudillos con los labios y me hace un tsk. —Lo verás en cuanto abras los ojos. Las semillas de la frustración plantan sus raíces y florecen. —Están abiertos —digo. No me defendí cuando Evan me maltrató, pero estoy a punto de morder la mano que me ha mantenido a flote. —Todavía no, mi amor, pero lo estarás pronto. Casi me aparto de su agarre. ¿Qué demonios se supone que significa eso? Sigue diciendo “pronto”. No creo que me haya mentido nunca, aunque la falta de respuestas empieza a parecerme mucho peor. Probablemente sea otra cosa que quiere que haga por mí misma, igual que me ha estado engatusando para que exprese mis necesidades y deseos. ¿Es porque esto es básicamente un sueño? ¿O es que se esconde de mí? ¿O es tan inseguro como yo? Intento escapar de su agarre, pero no se mueve. En cambio, mi mano libre sube por su vientre hasta el lugar donde debería estar su corazón. Pero nada late bajo mi mano. —Letum. —Su nombre se siente tan bien envuelto en mi lengua. ¿Él piensa lo mismo?—. No me importa tu aspecto. Si tienes cicatrices o no tienes rostro. Tararea, haciendo ondas en mis brazos y en mi corazón que late con fuerza.

—¿Y qué es lo que te importa, mi oscuro amor? Tu. Lo tengo en la punta de la lengua, pero me niego a soltar la sílaba. No cuando aún me oculta tantas cosas. Así que cambio de tema. —¿Qué pasa con las almas cuando mueren? Creo sentir que sonríe. —Las acompaño a las puertas del más allá, y lo que ocurra después es elección del alma. —Me pellizca el dedo—. Si creen en el cielo y el infierno, ese es el camino que seguirá el alma. Si creen en la nada, entonces les espera el sueño eterno. Si creen en la reencarnación, las volverás a encontrar en esta tierra, en esta vida o en la siguiente. ¿En qué creo? Si creo que caminaré por el más allá junto a la Muerte, ¿es eso lo que ocurrirá? ¿En qué creían mis padres? No eran abiertamente religiosos, aunque no descartaban la idea de un dios con mayúsculas o de otro tipo. Dahlia dijo una vez que se reencarnaría en el perro bolso de una persona rica, pero no sé cuánto hay de verdad en eso. Como si leyera mis pensamientos, dice: —No sé dónde están las almas de tu familia, mi amor. —Oh —murmuro y vuelvo a prestar atención a mis manos. Frunzo el ceño—. ¿Por qué me dejas esos símbolos? Me suelta la mano y me rodea con los brazos para acercarme a él, donde nos acurrucamos como verdaderos amantes. Por puro instinto, hundo la cabeza contra su pecho y deslizo las manos bajo su capa para recorrer su espalda como si fuera memoria muscular. Su olor me inunda y con él la sensación de paz. Nunca en mi vida me había sentido tan tranquila y contenta. Podría quedarme así toda la eternidad y no desearía ver la luz del día. ¿Cómo es posible que alguien a quien conozco tan poco me haga querer darle todo menos la luna y las estrellas? —Así, cuando te despiertes, te acordarás de mí —responde. Respiro bruscamente y me debato entre volver a cambiar de tema para no tener que

admitir la verdad. Tras un momento de vacilación, digo: —Nunca me he olvidado de ti. —Y nunca lo harás. —¿Cómo puedes estar tan seguro? Sus dedos recorren mi espalda con notas de amor. —He esperado toda una vida por ti, mi Lilith. No voy a dejarte marchar. Mis manos se mueven solas y descienden por su espalda hasta la parte superior de sus pantalones. Meto un dedo en la banda y sigo el camino hasta su parte delantera. Su miembro se endurece y me presiona el estómago mientras respira entrecortadamente. Mi excitación se acumula en mi estómago al saber que tengo un efecto tan profundo en él, igual que él en mí. Pellizco los cordones de sus calzones, a un segundo de tirar de ellos cuando vuelve a detener mis movimientos. —Esta noche no, mi amor. Tendremos toda la eternidad para explorar nuestros cuerpos. Esta noche, necesitas que te abracen. —Por favor —le ruego. Se tensa, pero no me suelta. El silencio me vuelve loca de necesidad. Necesito que la dureza de su miembro me oprima las manos o me golpee la garganta hasta que vea las estrellas. Necesito que me llene tan completamente que no quede espacio en mi mente para nada que no sea él. Necesito sentirme viva. Ni siquiera tiene que soltarme. No hace falta que haya un soplo de espacio entre nosotros para que se entierre en mí. ¿Qué diría Dahlia si supiera que le estoy suplicando a la mismísima Muerte que me folle horas después de haberse llevado el alma de Evan? Independientemente de lo que pueda pensar, no puedo hacer que me importe. No importa nada más que Letum y yo. —Por favor —gimoteo. Un gruñido de advertencia retumba en su garganta. —Joder, Lilith. No lo entiendes, ¿verdad? El fuego líquido empapa mi piel y me retuerzo debajo de él, mi excitación caliente

en el aire y el espacio entre nosotros es pesado con nuestras necesidades doloridas. —¿Qué? —jadeo. Si él supiera el estado de lo que ocurre entre mis piernas, estoy segura de que no habría más conversaciones entre nosotros. Esta es una de las pocas oportunidades que tengo de conocerlo, y lo único que quiero es sentirlo dentro de mí. ¿Qué dice eso de mí? Pega sus labios a los míos y me devora en un beso estremecedor. Sin embargo, sus manos permanecen alrededor de mi cintura. —Tú me mandas. No sólo mi corazón, todo mi ser. Arrastro mis dientes por su labio antes de que tenga la oportunidad de romper el beso. —Por favor, Letum. Sólo quiero sentir. Antes de que pueda parpadear, su peso está encima de mí y sus dedos desaparecen hasta mi núcleo dolorido. —Joder —gruñe, empujando sus dedos a través de mi calor—. Estás tan húmeda para mí, mi amor. Observo con la respiración contenida cómo se aparta de mi centro y lleva la mano al espacio que nos separa. La luz brilla en sus dedos húmedos y él gruñe de aprobación cuando vuelve a saborearme. —Sí —dice en voz baja y acalorada—. Eres lo que más me gusta comer. Oh, Dios. —No pares —le ruego. Me devora en otro beso, con mi sabor aún dulce en su lengua. Unos dedos fuertes me acarician delicadamente el clítoris como si ya supiera cómo hacerme cantar. Se traga mi grito y se apoya en un codo antes de agarrarme posesivamente por la garganta. —Mi amor —dice sin aliento—. Eres jodidamente magnífica cuando usas tus palabras. ¿Sabes lo que pasa cuando eres buena? Intento evitar cerrar los ojos y me pierdo en la sensación mientras él rodea mi clítoris con experta precisión y casi olvido lo vacía que me siento sin él dentro de mí. —¿Qué...?

Jadeo cuando sus dedos se enroscan dentro de mí, golpeando el punto justo al instante. —Te recompensaré. Sus gruesos dedos entran y salen de mí, sin estirarme tanto como la semana pasada, pero no por ello menos eufóricos. Arqueo la espalda ante sus caricias mientras su mano me aprieta la garganta, robándome lentamente aún más el aliento y acallando mis gemidos. ¿Estaría mal preguntarle si su sombra puede unirse? Poco a poco, el oxígeno se convierte en un bien más que en una necesidad, quemando mis pulmones con un calor placentero. —¿Quieres correrte? Asiento con la cabeza todo lo que me permite su agarre y separo aún más los muslos para recibir aún más. Mis párpados se cierran por sí solos y mi cuerpo se vuelve tan ligero como el aire. —Ya sabes lo que tienes que usar. Mis palabras. —Quiero correrme. —Las palabras son apenas un susurro, pero el jadeo de una mujer a punto de morir de dicha. Sus bombeos se vuelven más brutales, golpeando el punto que hace estallar las estrellas. —Entonces cobra vida para mí. Su pulgar remueve el punto que se muere por la fricción. Cada parte de mi ser se rompe y se derrumba cuando el orgasmo me desgarra. El aire entra en mí como un reguero de pólvora mientras jadeo hambrienta, intentando aguantar el clímax cuando él no ceja en su asalto. Grito y maldigo, suplicándole que se detenga mientras la electricidad me recorre como un cable. Justo cuando creo que puedo volver a respirar, se deja caer boca abajo entre mis muslos y lame el desastre que he hecho. Me aprieta el clítoris entre los dientes y vuelve a hundir los dedos dentro de mí. —Mierda, mierda, mierda, mierda. —Canto mientras mi cuerpo y mi mente no

comprenden nada. Oh Dios, me va a matar si no para. Me estremezco e intento meter la mano bajo la capucha de Letum para agarrarme a su cabello, pero él me detiene con un apretón mortal, sujetándome mientras me lame hasta dejarme limpia. Los sonidos de su aprobación y su lujuria vibran en mi núcleo sensible y me obligan a lanzar otro grito desgarrador. Retira los dedos y acomoda su peso encima de mí, rozando los restos de mi deseo a lo largo de mis labios. —Prueba lo que yo pruebo —ordena. Estoy demasiado delirante para hacer otra cosa que obedecer, sacando la lengua y lamiéndome hasta quedar limpia de sus dedos. Entonces me fijo en un aro de oro que lleva en el dedo, del mismo grosor y con la misma inscripción que la que me ha regalado, incluso la lleva en el mismo dedo. —Eres mía, Lilith. Me perteneces.

Han pasado tres días desde que Letum se llevó a Evan. Durante ese tiempo, sus padres se las arreglaron para organizar un funeral, y yo apenas he salido de mi cama. Hasta ahora. Donde la muerte flota en el aire de la iglesia, pero no mi Muerte. La culpa me ató a las sábanas. No por lo que debo sentirme culpable. La sangre de Evan está en mis manos. Yo viva, y él no. ¿Qué habría pasado si aquella noche no me hubiera sentado en el asiento central del coche? ¿Y si me hubiera sentado detrás del asiento del conductor, como suelo hacer? No me gustaba sentarme en el asiento del medio porque odiaba lo duro que era siempre el acolchado. Siempre pensaba que veía demasiado cuando me sentaba en el medio. Por alguna razón, esa noche, de entre todas las noches, tuve el impulso de sentarme en el medio. La voz en el fondo de mi cabeza dice que fue el destino. Para poder conocer a Letum. Pero no estoy segura de si esa voz sólo lo dice porque no he tomado ni una pastilla desde que Evan murió. Mi madre solía decir que era el destino que yo consiguiera un trabajo antes incluso de graduarme. Decía que fue el destino cuando le diagnosticaron un cáncer de intestino en fase cuatro un mes después de que mi padre muriera de él. Decía que el destino fue bueno con ella y le dio gemelas para que Dahlia y yo nunca estuviéramos solas. A la mierda el destino. Quiero escupir y rabiar por lo injusto que es todo. Me pregunto si la chica de cabello obsidiana piensa que es el destino que encontró a

un hombre sólo para perderlo. La oí decirle a Carol, la madre de Evan, que estaba muy unida a su hijo. Olivia, se llamaba a sí misma. Sollozaban abrazadas como viejas amigas. La mujer de cabello obsidiana “Olivia” no llevaba esta vez una rebeca azul, sino un vestido negro ajustado. A Evan le habría encantado ese vestido. La observo desde mi sitio junto a la puerta del baño. La gente entra en fila y ofrece sus condolencias, todo mientras ella permanece de pie junto a la familia como si fuera la que ostentara el título de “la novia”. Por lo que sé, quizá lo era para todos menos para mí y los padres de Evan. ¿Estar donde debería estar la ayuda a hacer el duelo? Ella no ha tenido los meses que yo he tenido para llorarlo, así que estoy segura de que lo único que puedo llamarme es afortunada. Y maldita. Algunos me asienten, otros me dirigen la misma mirada lastimera que no he dejado de ver desde el accidente. Cuando Nate me mira, la culpa no se oculta bajo la lástima; esta vez es sólo lástima. Sabía lo que hacía Evan y no me lo dijo. Oyó a Evan llamarme loca. Mira dónde estamos ahora. El resto de los compañeros de piso de Evan se alinean detrás de Nate. Todos lo sabían y no dijeron nada. Cada uno de ellos endereza o tensa la espalda al ver a Olivia con la familia y a mí sola en un rincón. Me sonríen dócilmente antes de apresurarse a ocupar su lugar dentro de la iglesia en la que Evan no tenía fe. Nadie ha mencionado el elefante en la habitación: que murió de una sobredosis. Una de cada tres personas decía que estaba lleno de vida y que era un joven ejemplar. Ejemplar implica que no tocaría las drogas. Ejemplar implica que no maltrataría a su novia. Era ejemplar en sus primeros días. El accidente le hizo malvado... no, malvado no, roto. Evan era mi ancla, salvo que la cuerda era demasiado corta y me mantenía ahogada bajo la superficie. Ahora la cuerda se ha cortado y, con el tiempo, mi cuerpo se descompondrá y flotará hasta la superficie. Si eso es científicamente posible, no estoy segura. La ciencia dejó de tener sentido cuando la Muerte entró en mi vida. Antes, Carol se me había acercado y me había dicho: —Debe de ser muy duro. Perder a toda tu familia, y luego al hombre con el que ibas

a formar una familia. Me mordí la lengua y le sonreí porque no había nada que pudiera decir. Tenía la verdad de cómo era su hijo en la punta de la lengua, pero decidí guardarme mi horror. Todo el mundo puede llorar y lamentarse junto a su último recuerdo de Evan. Yo también lo haré, pero mi pena no es dolor, sino libertad. Me apoyo en la pared y una descarga cerebral me deja momentáneamente inútil. Las náuseas empezaron esta mañana. No necesito que la Dra. Mallory me diga cuáles son los efectos secundarios de dejar la medicación, sobre todo cuando no la he dejado, sino que he dejado de tomarla por completo. De golpe, como lo llaman. Comienza la misa, y todos los que aún están en el vestíbulo ocupan su lugar a lo largo de uno de los muchos bancos. Al igual que la noche del accidente, tengo la sensación de quedarme atrás y esperar en el vestíbulo. La piel se me pone de gallina cuando empieza la música y el reconfortante olor del mar me llega al alma. No estoy segura de qué me duele más, sí que Evan esté muerto o que Letum no haya hecho contacto desde que me deshice en sus dedos. Otra vez. Cuando me doy la vuelta, se me hunde el estómago. Él no está allí. En su lugar, juro que veo a Dahlia en la esquina de mi visión. Cuando me giro, ella no está allí. Agarro el móvil con fuerza y abro el hilo de mensajes. Yo: ¿Dónde estás? Miro fijamente mi teléfono, esperando una respuesta que no llega. Tragándome el dolor, fuerzo a mis piernas a moverse y me llevan a un banco donde lloro por un hombre al que ya he terminado de llorar. Mientras contemplo el ataúd ante el atril, añoro al hombre que no quiso llevarse mi alma.

Mi apartamento es una prisión con las puertas sin cerrar. No quiero traspasar los barrotes y sucumbir al ciclo mundano de una vida sin sentido. Cada mañana me despierto con la esperanza de encontrar un pergamino marrón junto a mi cabeza, pero no lo hay. A pesar del dolor, me obligo a ir a trabajar. Dos semanas. Dos semanas. Ni una sola carta diciendo que se va de la ciudad por un tiempo o que hay una afluencia de almas para recoger. Ni una estúpida flor. Ni siquiera una estúpida flor. Letum dijo que nunca me dejaría ir. No dijo que era porque yo me aferraría a él. ¿Por qué lloro la pérdida de Letum, que es la Muerte, y no la de Evan, que está muerto? No he tomado ninguna medicación de la Dra. Mallory desde el día que Evan murió. Al principio, era sólo porque no estaba segura de sí Letum cambiaba las pastillas. Luego fue porque pensé que podría verlo en mis sueños. Después, no tuve opción porque todos los frascos desaparecieron. Es obra de la muerte, supongo. Así, puede tomar la medicación que mantiene mis emociones a raya, y al mismo tiempo tomar la única cosa que realmente me mantenía cuerda. Cuando más lo necesito. Me agarro al mostrador mientras otro zapping cerebral me sacude, haciéndome tensarme y relajarme al mismo tiempo. Por suerte, nadie se ha dado cuenta. No tuve más remedio que dar parte de enfermo la primera semana y media después del funeral. El síndrome de abstinencia me estaba golpeando como una tonelada de ladrillos, y me encontré tirado en el retrete sin salir nada, y tumbado en la cama parcialmente comatoso mientras otro zapping cerebral me paralizaba momentáneamente. Sin paga y sin las aportaciones económicas de Letum, no puedo permitirme volver a comprar los medicamentos. El dinero que le queda a Letum me ha servido de amortiguador, lo que significa que aún puedo pagar el alquiler, la electricidad y la comida, si es que salgo a comprarla. Así que al menos puedo estar agradecida por eso. Por el rabillo del ojo, veo que Brit me lanza otra mirada de lástima. Todos mis compañeros lo han hecho. Estoy harta de que todos me miren como si estuviera rota. Los he oído hablar de cómo he perdido a todo el mundo. No tengo familia de la que hablar y

ningún hombre que caliente mis sábanas. No como Evan calentaba mis sábanas antes de morir. El día avanza como cualquier otro: sufriendo durante mi turno mientras mi casillero permanece vacía y mi apartamento sin muertos. Letum me ha maldecido en más de un sentido porque ahora no puedo recurrir a los recovecos de mi mente para escapar. Ahora, las lágrimas no sólo se acumulan en mis ojos, sino que caen y no dejan de caer. Cada noche, mi almohada se humedece mientras sollozo en ella, pensando que eso podría quitarme el dolor. Cada noche, mis gritos se hacen más fuertes, como si Letum pudiera oírme y decidiera volver. No lo hace. Nunca lo hace. Empiezo a pensar que nunca lo hará. Cuando me duermo, no me visita en sueños a pesar de mis llamadas. En su lugar, me tortura el recuerdo del accidente. El recuerdo de perder a mi hermana. Antes creía que estaba rota, pero ahora siento que me estoy rompiendo de nuevo. Pedazo a pedazo, otro fragmento se desprende de mí. Me atormenta darme cuenta de que esto es lo que se siente al estar realmente sola.

Cree que la abandoné. Nunca podría dejarla. Cree que la he descartado de mi vida. Antes me iría caminando al más allá que hacer eso. Cada noche, desde hace tres semanas, me siento a los pies de su cama y veo cómo sus lágrimas se filtran en la almohada. La aprieta contra su pecho mientras su corazón se derrama por el suelo, inundando la noche con sus penas. Es la batalla más feroz, sentarse y observar. Tengo que evitar apartar la almohada y ser yo a quien ella se aferre para que sus lágrimas empapen mi alma. Mi corazón de no muerto se astilla cada vez que la veo. Los ojos de mi hermoso monstruo nocturno están llenos de dolor y anhelo, ya no son el vacío en el que desapareció. Es demasiado verla marchitarse como está, pero sé que es necesario. Necesita superarlo para que ambos sepamos que me acepta plena y completamente. Tiene que abrir los ojos y recordar. Es la única manera de que sigamos adelante. Quiero ser suficiente para ella en todos los sentidos. Lo seré. Nada le faltará y vivirá una eternidad a mi lado. Mi Lilith nunca volverá a estar sola porque estaremos el uno al lado del otro para siempre. Mi perfecta. Mi monstruo nocturno. Incapaz de quedarme de brazos cruzados viéndola en la miseria, sigo escribiéndole. Prometiéndole que nunca la abandonaría, recordándole su fuerza y su belleza. No se ha dado cuenta de que los armarios de la cocina no se han vaciado, a pesar de que no ha ido

a la tienda en tres semanas. Tampoco se ha dado cuenta de que no ha tenido que limpiar su apartamento ni una sola vez. Me dije a mí mismo que la dejaría en paz para que sanara, pero soy un hombre débil. Ella no comprende realmente la magnitud de su poder sobre mí. Ella debilita cada parte de mí y me hace querer ser algo más que la muerte. Lilith respira hondo, se desploma sobre el volante y deja escapar una lágrima. Ha derramado al menos una lágrima en el trabajo todos los días durante los últimos tres días. Puede que Lilith sea mi mayor debilidad, pero sus lágrimas serán lo que mate a la mismísima Muerte. Siempre tengo que contenerme para no secarla, para besarla sin sentido hasta que se olvide del futuro, del pasado y del presente. Hasta que sólo pueda pensar en mí. Quiero que mi tormenta sea algo más que nubes. Quiero que sea un relámpago que parta árboles. Ella será también el trueno que la sigue, sacudiendo casas y haciendo que los niños griten en sus camas. Lleva el nombre de la Madre de los Demonios; no hará más que prosperar. Lilith se seca la única lágrima de la mejilla y se sienta más recta. Levanta la barbilla como si fingiera no haber llorado. Mi lirio está empezando a florecer. Es la vista más maravillosa. El motor se pone en marcha y, desde el asiento del copiloto, veo cómo sale del aparcamiento del trabajo y se dirige en dirección contraria a casa. —¿A dónde vas, mi monstruo nocturno? —Le digo, aunque no me oiga. Los edificios se van apagando y se transforman en pinos y arbustos indómitos. Los minutos pasan volando mientras nos alejamos de la ciudad, hasta que ella aminora la marcha y gira hacia el cementerio. Oh. La pequeña flor ha venido a despedirse. Apaga el motor pero no sale del coche, se queda mirando al frente como si se estuviera cuestionando su decisión. Le acaricio la mejilla en un vano intento de convencerla de que haga lo que tiene que hacer. Esperaré toda la vida por ella. Eso no significa que esté en contra de reclamarla

cuanto antes. Mi tormenta de medianoche retuerce el anillo que le regalé y tira del collar como si quisiera asegurarse de que sigue ahí. No puedo discernir qué siente cuando lo mira; si lo ve como una fortaleza o como una debilidad. El coche gime cuando ella empuja la puerta y se dirige hacia las tumbas ocultas tras la hilera de árboles. Desde que despertó del coma, no ha vuelto a pisar el cementerio Millyard. Nunca se despidió de su hermana ni visitó la tumba de sus padres. Cuando Evan murió, se negó a seguir el coche fúnebre hasta su última morada. Lilith levanta la cabeza mientras camina sobre las hojas caídas y, sorbiéndose los mocos, se acerca a las tres lápidas. Ignora la hierba mojada y cae al suelo entre su madre y su hermana. Me arrodillo en el suelo delante de ella. Los pájaros gorjean en las lápidas circundantes, llenando el silencio. Sus labios se tuercen como si intentara encontrar las palabras adecuadas. —Hola —susurra. El silencio flota en el aire mientras mil palabras se encadenan detrás de sus ojos—. Ha pasado tiempo. —Suelta una carcajada mientras mira al suelo y sacude la cabeza—. No es que haya estado ocupada, es que... —levanta la vista y parpadea para contener las lágrimas—, es que he pasado por muchas cosas. La tierra a su alrededor vibra y un silencio estoico cubre el cementerio. Las puertas de la otra vida se han abierto para que los espíritus del más allá la escuchen. —Tu familia está aquí, mi amor. Di tanto o tan poco como quieras. Cruza las piernas, sin darse cuenta de que ha reunido público. —Siento no haber venido antes. —Abandonando la lucha, deja que las lágrimas corran libremente por su rostro mientras se rasca la piel alrededor de las uñas—. No hay excusa válida que pueda darte. Y lo siento mucho. Sé que no te decepcionaría. Es que... —se atraganta con un sollozo—. Duele tanto, joder. —Desde que desperté en el hospital, no me he permitido sentir el dolor de tu pérdida. He llorado. He llorado. Pero nunca lo sentí. Y ahora que lo siento, no puedo respirar. — Todo su cuerpo tiembla. Me destroza. Necesito abrazarla, necesito que sepa que estoy aquí y que no está haciendo esto sola. Pero esta es una de las razones por las que he tenido que apartarme. Ella tiene que hacer esto sola—. No puedo respirar sabiendo que te has ido.

Nunca vas a volver. Y lo odio. Se seca las lágrimas con el dorso de la mano y apoya la frente en la lápida de Dahlia. —Te echo tanto de menos, joder, y no he estado completa sin ti. Intenté volver contigo. De verdad que lo intenté. Lo intenté con todas mis fuerzas, Dahl. Aunque sabía que no era lo que querías. No estaba preparada para decir adiós. Seguías apareciendo en el borde de mi visión. Y sé que es porque necesitas despedirte tanto como yo. —Se le saltan las lágrimas, pero no se las enjuga—. No quería aceptar que te habías ido para siempre. Sabía que no estabas vivo, pero perseguía el sueño de que nos reuniríamos y que sólo así sería feliz para siempre. Pero la verdad es que no es el final que necesito. Mi flor no sólo está creciendo, está floreciendo. Un orgullo y una alegría inmensos cortan mi tristeza. Pronto estaremos juntos. —Tú, mamá y papá querrían que viviera. Pero no puedo hacerlo. No puedo vivir y seguir adelante y olvidarme de ti. Lo siento, pero no puedo. —Sacude la cabeza—. En vez de eso, por ti, sobreviviré. —Lilith se pasa los dedos por el cabello y exhala un suspiro agotado—. Sobreviviré a mi manera. Creceré, aún no sé cómo. Pero lo haré, te lo prometo. La miro con curiosidad mientras se quita el anillo dorado. Lo mira fijamente durante un largo rato, hasta que sus lágrimas se secan y el sol está a punto de ponerse. Una leve sonrisa dibuja sus labios. Quiero capturar el brillo de sus ojos y colocarlo donde debería estar el sol. —Dahl, conocí a alguien. —Se ríe como si su hermana estuviera a su lado, vivita y coleando—. Bueno, él me conoció en realidad. Tú también le has conocido. —Descruza las piernas y se apoya en la lápida. Sus ojos brillan más que nunca—. De moral cuestionable, pero creo que en realidad te gustaría. El camino a tu corazón siempre fue conseguirte cosas bonitas, y él lo hace de sobra. Su suave sonrisa se desvanece ligeramente, pero aun así, habla como si estuviera hablando con un amigo. —Ah, y Evan murió. Ese tipo del que te hablaba se lo llevó. Al principio me enfadé, pero ahora me doy cuenta de que la muerte es la progresión natural de la vida. —Lilith suspira—. Evan acabó siendo un capullo, que no es la cuestión. El accidente también le destrozó.

El sol se oculta bajo el horizonte y, aun así, sigue hablando con su hermana, contándole lo que les ha pasado a sus amigos, sobre el trabajo en la cafetería y su pequeño apartamento y lo que es vivir una vida sin su otra mitad. Cuando la luna es la única luz que guía su camino, besa la parte superior de las tres lápidas y regresa al coche. Me dije que la esperaría al menos un mes. Han pasado tres semanas y aún no está lista, su alma sigue bloqueada. Necesita espacio para crecer y curarse. Pero le hice una promesa a mi amor oscuro: será recompensada cuando se porte bien. Y no soy nada más que un hombre de palabra.

Después de más de un año de terapia, fue la primera vez que me sentí mejor después de hablar. De ninguna manera habría podido hacerlo antes porque no estaba preparada para aceptar el pasado. La verdad es que sobreviví. Lo quisiera o no. Incluso si la única razón por la que he sobrevivido tanto tiempo fue porque Letum no quiso llevarme, el hecho es que estoy viva. Vivir es otra cuestión completamente distinta. Siento que no peso al subir las escaleras de mi apartamento. Lo peor del síndrome de abstinencia ya ha pasado y, como mucho, una vez al día. No sabía qué era peor, si sentirlo todo o no sentir nada. Ahora me doy cuenta de que también podría preguntarme si prefiero verlo todo o nada, que me digan la verdad o que me mientan. La preferencia siempre será la aversión al daño. Vivir en una ilusión sólo pondrá una tirita en mis heridas, no las curará. Mi apartamento está a oscuras cuando entro y mi estómago gruñe. Suspiro con el peso de mil respiraciones mientras sigo los pasos de una comida que probablemente me tragaré sin probar. El taburete de madera tapizado gime cuando pongo mi peso sobre él, y casi me caigo al moverme. Enrosco los espaguetis en el tenedor y los levanto para enfriarlos. Mis cejas se fruncen cuando un sonido apenas audible recorre el apartamento. Entrecierro los ojos antes de cerrarlos para determinar de qué sonido se trata. Casi suena como... ¿un gemido?

El taburete chirría contra el suelo de madera, y la parte acolchada gira mientras me empujo hacia atrás del asiento e intento localizar el sonido. Viene de algún lugar de mi apartamento. Mis uñas marcan lunas crecientes en la palma de la mano mientras sigo el sonido hasta mi dormitorio con pasos vacilantes. Cuanto más me acerco, más segura estoy de que es el sonido de una mujer gimiendo. Me da un vuelco el corazón al pensar que Letum podría haberme dejado algo. Aunque sea un regalo desastroso. Intento sacudirme el sentimiento cuando se supone que debería estar enfadada con él por abandonarme. Odio admitirlo, pero dejarme sola para obligarme a enfrentarme a mis propias emociones fue lo mejor que pudo hacer por mí. No habría podido ver a Dahlia y a mis padres si él no lo hubiera hecho. Una luz gris artificial ilumina mi habitación desde el escritorio, justo de donde procede el sonido de los gemidos. ¿Me han hackeado y me ha salido un pop-up porno? No, no puede ser. Hace tiempo que no uso el portátil. Me acerco para intentar ver por encima de la silla. Al principio, el vídeo es granulado, como si hubiera sido grabado con una cámara antigua. Luego distingo las formas en el vídeo: mesillas de noche blancas a juego a las que les falta un asa, lámparas de segunda mano que no hacen juego a ambos lados de la cama, un cabecero de listones de madera y sábanas blancas y crujientes con un edredón verde amontonado a los pies. He visto este dormitorio cientos de veces. Es mi dormitorio. Los gemidos vienen de mí. De la cámara escondida. En el vídeo, tengo los brazos flojos sobre la cama y gimo mientras muevo las caderas. —¡Letum! —grito en el vídeo mientras todo mi cuerpo se estremece. Pero no hay nadie más en la pantalla. Es la hora estampada la misma noche que soñé con Letum en un bosque. El vídeo parpadea y me encuentro de rodillas, con la boca abierta, haciendo ruidos de arcadas mientras mi cuerpo se sacude hacia delante como si dedos invisibles me estuvieran empujando. Porque lo hacían. El alma de Letum. Todo este tiempo fue él. Cortó la grabación directamente de la cámara escondida y la guardó. Oh Dios. Debe haber cientos de horas de grabación que ha guardado de mí. O

quizás de él, de nosotros. El calor corre por mis venas al recordar aquella noche. ¿Revisó los vídeos para excitarse? Dios, ¿y si hay sueños que no recuerdo? Me da un vuelco el corazón cuando veo un pergamino marrón enrollado junto al portátil. Tres semanas sin comunicación ni cartas. Y ha elegido precisamente hoy para ponerse en contacto conmigo? No pierdo tiempo en coger la carta de la mesa y desenrollarla como si mi vida dependiera de ello. Cómo anhelo el sabor de la noche. Cómo anhelo oír el sonido de la tormenta. Voy por ti, mi amor. Una vez que te aprese, serás mía hasta que la eternidad llegue a su fin. La excitación que se acumula entre mis piernas no hace más que crecer. Intento hacer como si la nota no me afectara, pero vuelvo corriendo a la cocina para zamparme la cena, olvidándome por completo de que hace semanas que no se pone en contacto conmigo. ¿Lo veré en mis sueños esta noche? ¿Saldrá la sombra? Me consume la idea de lo que puede pasar cuando duerma y el mareo de las palabras “Voy por ti”. Lo ha dicho antes, y cada vez parece una promesa. Esta vez es como una cuenta atrás. La hora de irse a la cama no se hace esperar y la excitación corre por mis venas, haciendo que me apresure a dormir lo más rápido posible. Hacía tanto tiempo que no sentía vértigo que he olvidado lo que se siente. La ducha funciona en frío durante los primeros treinta segundos y luego se calienta lentamente. No es una ducha especialmente pequeña, pero cabrían fácilmente dos personas. No es que haya averiguado si cabe. El agua caliente cae en cascada por mi cuerpo, aliviando mis músculos cansados. Me duele el pulso entre las piernas al recordar el vídeo y la noche en que se grabó. ¿Piensa en ello tanto como yo? ¿Qué más podría hacerme esa sombra? Sé que debería enfadarme porque es una invasión de mi intimidad, pero lo único que consigue es ponerme nerviosa. Mi mano patina sobre mi piel acalorada y encuentra el lugar que suplica alivio. Me muerdo el labio mientras rodeo la carne sensible. Me estoy impacientando demasiado como para esperar a dormir, y no soporto la idea de que esta noche no ocurra nada en mi

sueño. Se me corta la respiración cuando deslizo un dedo dentro de mí, imaginando que es uno de los suyos. O el de su sombra, no soy exigente. La conciencia me recorre la nuca una fracción de segundo antes de que me aprisionen contra la pared. El frío de la baldosa me muerde los pezones doloridos y me hace saltar chispas hasta el fondo. Resoplo el aire humeante y me impregno del aroma del rocío matutino. Los dedos de Letum se enredan en mi cabello, manteniendo mi mirada fija en la baldosa blanca. No duda en rodearme y hundir sus dedos en mí. El placer se apodera de mí y grito, echando la cabeza hacia atrás, sobre su hombro. —Cómo te he echado de menos, mi amor —me muerde la concha de la oreja. Se hunde más, haciendo que todo mi cuerpo se estremezca—. No hay nada como el hogar. ¿Cómo puede pensar que alguien lleno de cicatrices es “estar en casa”? ¿Cómo no me ve y retrocede? En lugar de eso, la polla hinchada de la Muerte me aprieta el culo sin que haya ni un susurro de material entre nosotros. Tal vez a sus ojos yo no tenga cicatrices, o tal vez las tenga y él piense que también son hermosas. Intento mover las caderas hacia arriba sin perder el placer adormecedor que me están proporcionando sus dedos, y saco el brazo de debajo de mí para subirlo y sentir si también lleva capucha. Me suelta el cabello para darme una brutal bofetada en el culo. Las ronchas que se forman hacen que se me acelere la sangre cada vez que su muslo me roza. —No has salido de mi mente ni un solo segundo. —Empuja sus caderas contra las mías, haciéndome sentir cada centímetro de su dura longitud contra mi piel ardiente—. Estoy completamente a tu merced, Lilith. El sudor se mezcla con el agua caliente de la ducha, y parpadeo para alejar el vapor mientras alargo la mano para cerrar el grifo. Otro gemidito resuena en el cuarto de baño cuando me frota el clítoris con el pulgar y me arranca otro grito. —Joder, ¿tu coño ha echado de menos la sensación de mis dedos?

—Sí, sí. Joder, sí —jadeo. La presión aumenta en mi interior mientras mi clímax se acerca a toda velocidad. —¿Quieres que pare? Sacudo la cabeza con tanta fuerza que casi la golpeo contra la suya. Me tiemblan las piernas y él me sujeta con el puño en el cabello mientras sus dedos me arrancan un orgasmo. —Necesito oírte decir las palabras, mi amor. —Sus dedos trabajan más rápido, dando en el clavo cada vez. Mi cuerpo se tensa al borde del orgasmo. —Por favor. Por el amor de Dios, por favor, no pares —suplico. Se detiene. Sus dedos desaparecen de mi interior y casi grito de frustración. —No te vas a correr en mis dedos —dice con un tono pícaro en la voz. Mis protestas mueren en mis labios cuando su polla acaricia mi entrada desde atrás, con su cuerpo apretado contra mi espalda. Me agarra de las caderas para mantenerme firme y me penetra de un solo empujón. El sonido de su gruñido se interpone en mi grito mientras el dolor me recorre por dentro debido a su enorme grosor. Hace una pausa, como si disfrutara de la sensación de penetrarme, deslizándose centímetro a centímetro. Cuando creo que ya no puede dar más, me llena aún más. Mi cuerpo se estira para intentar acomodarse a su tamaño. Lo único que me preparó para su tamaño fueron los dedos de su sombra, y no se compara con tenerlo por fin dentro de mí. Cumplió su promesa: me reclamó cuando menos lo esperaba. —Te vas a correr en mi polla esta noche, mi amor, y vas a gritar mi nombre cuando lo hagas. Mi agarre a la pared sigue resbalando, y no tengo más remedio que dejar caer la mejilla sobre la baldosa y dejar que las estrellas bailen tras mi visión mientras una supernova se inicia en mi núcleo. Me suelta el cabello y se apoya en la pared de azulejos junto a mi cabeza. Me veo obligada a mirar sus antebrazos tensos. De algún modo, me mojo aún más al ver las venas palpitantes de sus manos. Me penetra hasta el punto de que no puedo sostener mi propio peso. Con cada

embestida penetra un poco más. La baldosa bajo su mano se resquebraja con la fuerza de su brutal follada. A pesar de la ferocidad de sus embestidas, sigue conteniéndose. No recuerdo mi propio nombre. No sé dónde estoy. Pero nunca olvidaré su nombre. Nunca podré olvidar lo que me ha hecho. Mi orgasmo me atraviesa como un rayo, incendiando cada uno de mis bordes y haciéndome perder la sensibilidad en los dedos de los pies. No ceja en sus embestidas, exprimiéndome todo lo que tengo para dar y considerándolo insuficiente. —Aún no he terminado contigo —me gruñe al oído. Me agarra por la cintura y presiona con la punta del dedo el apretado anillo de mis músculos—. ¿Quieres que pare, cariño? —jadea sin pausa—. Si quieres que te llene el culo, tienes que decirlo. Me encuentro con él en su siguiente embestida, absorbiendo cada centímetro como si lo necesitara tanto como él a mí. Sus movimientos se ralentizan, deslizándose dentro de mí con embestidas más brutales que provocan un dolor placentero en mi interior. Más calor se acumula entre mis piernas, animándole a provocarme con su ritmo dolorosamente lento. Luego reanuda su tortuoso ritmo de aporrear la pared. Gruñe mientras yo echo la cabeza hacia atrás, pegada a los omóplatos, y arqueo la espalda para que me penetre aún más. Soy una experta en juguetes anales y en que me follen el culo, pero él no necesita saberlo. Aun así, los cuidados de Letum me calientan el corazón casi tanto como la sangre. —Métemela —siseo. —Joder. —Me mete los dedos en la boca, tirando de mi cabeza hacia él por la mejilla—. Moja mis dedos todo lo que puedas, amor. Porque te voy a follar el culo con ellos, y luego con mi polla. Gimo solo con sus palabras. Me mete los dedos hasta que me ahogo. Pongo los ojos en blanco mientras me folla la boca con la misma saña que me folla el coño. La excitación desenfrenada me hace chuparle los dedos como si fueran su polla, y la idea de volver a saborearlo en mi lengua hace que se acerque otro orgasmo. —Eres un espectáculo para la vista —jadea. Sin previo aviso, abre de un tirón la cortina de la ducha, rompiendo la barra metálica de la pared en el proceso. Me saca, dejándome hueca y vacía. Sus dedos siguen calentando

mi boca, tirando de mi mejilla mientras me guía hacia delante con un puño en el cabello. Me empuja la cabeza hacia el lavabo y Letum apaga las luces antes de que tenga la oportunidad de mirarme en el espejo para ver si hay algo que oculte su rostro. —Voy a arruinarte, Lilith —dice mientras introduce un dedo en el tenso anillo de músculo y gime—. Tan jodidamente apretado. Se me escapa un gemido entrecortado cuando empieza a penetrarme, preparándome para recibir otro dedo. Grito como una loca cuando entra el tercero. Mi interior se tensa por la necesidad de volver a llenarme. Empujo las caderas hacia atrás, intentando indicarle que se hunda en mí, pero no me hace caso. Mis manos bajan hasta la entrada y él se opone con otra palmada en el culo. Se me pone la carne de gallina mientras el cuarto de baño se oscurece aún más. —Sé lo mucho que te gustaba tener un par de manos extra adorándote. ¿Cómo te sentirías con una polla extra con la que follarte? Jesucristo. Por supuesto que el hombre que trata con almas tiene una polla en su alma real. Si sus dedos no me estuvieran estirando tanto, me estaría riendo ahora mismo. Un dedo frío presiona mi corazón durante un segundo, burlándose de mí. Letum me levanta, me empuja hacia la puerta y me hace perder la oportunidad de verle en el espejo. Intento inclinar la cabeza para verle la cara, pero me sujeta el cabello y me impide mirar al frente. Intento distinguir la forma del alma de Letum, que ocupa casi toda la cama. No es tan grande como en el bosque, como si hubiera conseguido reducir su tamaño. Mientras mi mirada recorre lo que supongo que es su cintura, la expectación burbujea por mis venas. Apenas puedo distinguir la forma de la dura polla del alma. Letum vuelve a apagar las luces y me empuja hacia delante hasta que estoy sobre la cama, a horcajadas sobre la sombra. Me inclina para que quede justo encima de la longitud del alma. La única luz que hay es la del pasillo, así que no puedo ver qué es lo que está a punto de entrar en mí. Más concretamente, lo grande que es. Gimo cuando la punta empuja en mi núcleo. —No va a caber.

—Lo hará —asegura Letum mientras alcanza y frota mi clítoris—. Sé que lo hará. Su alma se encarga de amasarme los pechos como si fueran lo más bonito que ha visto en su vida. Es estimulante, nunca saber el próximo movimiento del alma y si me traerá placer o dolor. Su alma pone una mano firme en mi cadera, bajándome aún más. Caigo hacia delante sobre el pecho de la sombra, desconcertada por el hecho de que no puedo ver el alma en absoluto y solo las mantas bajo él. Las caricias de Letum en mi clítoris se vuelven más precisas, más cortas. Más agudos. Mi inminente orgasmo me atraviesa y me estremezco a su alrededor. Tal y como había planeado, los músculos de mi cuerpo se relajan y me dejan caer aún más. Centímetro a centímetro, feliz y doloroso, gimo mientras me estiro más de lo que creía humanamente posible. El mundo a mi alrededor desaparece y lo único en lo que puedo concentrarme es en el hecho de que por fin me está tomando. Lentamente, vuelvo a subir por su cuerpo para volver a bajar todo lo que puedo. Con cada bajada, tomo más de él. Justo cuando creo que he hecho todo el estiramiento posible, la punta de la polla de Letum empuja contra mi otra abertura. —Reclamo cada centímetro de tu cuerpo mortal. Después, reclamaré tu alma — gruñe Letum antes de tomar mi culo tal y como prometió que haría. La sangre me corre por la cabeza. Su intrusión me escuece, pero nunca me había sentido tan llena. Se me cierran los ojos y la sensación de estiramiento y plenitud se intensifica. Al instante, comienzan sus lentos movimientos que me harán deshacerme por completo. Ni siquiera me atrevo a gemir, demasiado perdida en sus sensaciones como para saber qué es arriba y qué es abajo. Está claro que mi silencio no ha sido una respuesta suficientemente buena, porque un grueso dedo roza mi carne sensible, disparando mi deseo. Grito el nombre de Letum mientras una avalancha de placer me recorre el cuerpo, y sigo gritando mientras me follan sin piedad, olvidándome por completo de que tengo vecinos. —Eres tan hermosa —ronronea Letum mientras se abalanzan sobre mí, aumentando

su velocidad—. Tu cuerpo es mío. —Con una embestida feroz, Letum ruge, derramando su semilla dentro de mí. Intento concentrarme en su alma y en si también se derramó dentro de mí. Mientras Letum se ablanda dentro de mí, su alma permanece completamente dura. El agotamiento pesa sobre mis miembros mientras intento mantenerme erguida y evitar que mi cuerpo sufra espasmos a medida que mi orgasmo se desvanece. Letum y el alma salen de mí lentamente, y gimo ante el profundo vacío. Todas las luces de mi apartamento se apagan, cubriendo la habitación de una oscuridad total en la que solo puedo distinguir la silueta de Letum. Las manos monstruosas de su alma rodean mis caderas y me colocan en la cama junto a él, y las mantas se humedecen inmediatamente con mi sudor y mi cabello mojado. La cama se inclina un segundo, y sólo puedo suponer que el alma de Letum vuelve a su cuerpo. Aparece de la nada un paño húmedo y me limpia con él, con especial cuidado entre las piernas y el trasero, y luego me seca con otra toalla. Sin pensar realmente nada, dejo que me mueva como una marioneta. Me sube la ropa interior por las piernas porque parece saber que odio estar sin ella. Luego hace que me siente para que pueda meterme los brazos por los agujeros de un mullido albornoz que estoy segura que no tengo. En su mano parece aparecer un peine y me quita el cabello mojado de la cara como hago yo después de cada ducha. Todo lo que ha hecho, desde la ducha hasta arroparme en la cama con él apretado contra mi espalda, me ha hecho olvidar el dolor de las últimas tres semanas. La soledad. El abandono. Ahora me golpea como un rayo y no puedo pensar en otra cosa. —Me dejaste —susurro cuando el silencio se hace tan pesado como el peso en mi pecho. —Me destruyó hacerlo, mi amor —dice contra mi cabello. Me duele el corazón por él, igual que por mí. Sé que era un mal necesario—. Aún necesitas más tiempo. Me arden los ojos y una sola lágrima cae sobre la almohada. Ser tan emocional es mucho más agotador que ser un zombi medicado. —¿Me dejas otra vez? —Mis palabras salen tartamudeadas y débiles. No quiero que sepa lo mucho que le he echado de menos, lo mucho que le echo de menos aunque esté

ahí mismo, pero el hecho de que me corresponda y sufra como yo me hace sentir ligeramente mejor. —Esta noche no. —Me abraza más fuerte, y yo le rodeo el brazo con las manos asegurándome de que es real—. Esta noche estamos solos tú y yo. Estoy muy orgulloso de ti, mi amor. Has llegado tan lejos. Por una vez, no puedo evitar pensar que yo también estoy orgulloso de mí mismo.

Tenía la esperanza de que Letum me mintiera y no me dejara como dijo que haría. Era una ilusión, pero, que yo sepa, nunca me ha dicho una sola mentira. Hace tres meses que no lo veo. Sin embargo, todos los días me despierto y encuentro una flor sobre la almohada a mi lado. Cada vez es un tipo diferente de la misma flor: Lirio asiático, lirio oriental, lirio cala, lirio de día, lirio madonna, lirio tigre. Debo decir que ahora me he convertido en una experta en todo lo relacionado con los lirios, e intento mantener cada flor viva el mayor tiempo posible. Preferiría encontrarlo a mi lado o al menos una nota. Echo de menos ver su letra cursiva y la combinación de miedo y emoción que me invade cada vez que veo una de sus cartas. Me deja recorrer este camino sola, pero me recuerda constantemente que está un paso detrás de mí para evitar que caiga por el borde del precipicio. Sólo que ahora, su forma de apoyo no es sólo emocional. Puede que sea la muerte, pero está haciendo mucho para mantenerme viva. Hace un mes, una de las tablas del suelo se levantó y no dejaba de tropezarme con ella. Luego, un día fue como si nunca hubiera pasado. Hace dos semanas, tuve algún tipo de infección, así que Letum me dejó antibióticos. Hace tres días, conduje al trabajo con una rueda pinchada porque no podía permitirme perder mi turno. Después del trabajo, encontré la rueda como nueva. El taburete de cocina al que le faltaba el tornillo ahora se puede sentar sin riesgo de lesiones. Por no hablar de que los daños causados en mi cuarto de baño fueron reparados cuando me desperté en una cama vacía al día siguiente. He vuelto a ver a Dahlia y a mis padres casi todos los días. Es bastante deprimente

que mi mejor amiga sea un cadáver que no puede responderme. Aun así, me gusta imaginar que está ahí sentada a mi lado, juzgándome, pero queriéndome igualmente. Incluso visité la tumba de Evan. Aunque no tenía muchas palabras para él, excepto las tres que importaban: Te perdono. Solía pensar que lo sentía, que debería haberle pedido perdón por la situación en la que habíamos acabado. Si algo me enseñó Letum es que en casi todas las relaciones hay dos personas. Aunque sean polos opuestos, funcionará si realmente quieren que funcione. Tal vez Evan quería que funcionara. Quizá yo también. Estábamos tan absortos intentando recoger nuestros propios pedazos rotos que no nos dimos cuenta de que algunos de nuestros fragmentos estaban en manos de la otra persona. Pero cada vez que nos rompemos, perdemos fragmentos. Olvidamos que trabajaríamos más rápido si juntáramos las piezas en equipo. En cambio, Letum ha sido quien me ha dado un codazo cada vez que una pieza se ha extraviado. Él es quien me mantiene a flote en un barco que se hunde. Esta vez, haré lo correcto y me esforzaré. Saco el teléfono del bolso, mi nuevo bolso de Letum, cierro la casillero y empiezo a escribir. Yo: Hoy he tenido una idea (sorprendente, lo sé). Si tuviera que adivinar, pedirías un café solo corto. Y cada pocas semanas añadirás azúcar para mantener las cosas interesantes. Yo: Además, no sé si lo has visto esta mañana. Pasé por delante de un border collie que era exactamente igual que el cachorro que tuve cuando era adolescente. Tenía los ojos de dos colores diferentes, uno negro y otro azul. Rafe nunca escuchaba ninguna orden a menos que tuvieras una golosina. Nuestro hilo de mensajes está lleno de burbujas verdes y ni una sola respuesta gris. Parece que hoy en día todas mis comunicaciones son unilaterales y están relacionadas con los muertos.

Brit retira la silla y se deja caer en ella, con la derrota escrita por todas partes. La cafetería ha estado escasa de personal durante las dos últimas semanas, con prácticamente todo el mundo enfermo. Así que los dos hemos estado trabajando horas extra, lo cual es bueno, porque así no tengo que depender de que Letum me deje dinero en el bolso, aunque eso no ha impedido que me mime. —Cristo —gime—. Voy a necesitar ver a un maldito quiropráctico por todo el peso que estoy tirando aquí. Resoplo y esbozo una media sonrisa. —Mejor pregúntale al gran jefe. Parece que se le da bien pisotearte. Jadea. —¡Lili! ¿Acabas de usar el humor? Casi se me escapa una sonrisa fácil. —Es el pago por tener barra libre anoche. El empujón bastante agresivo de Letum para ponerme en pie fue como si me echaran agua en la cara para despertarme por la mañana: sienta como una mierda, pero ya estás definitivamente despierto. He dejado de llorar por la chica que una vez fui y por todo lo que hubo en mi vida antes del accidente. No diré que me he curado, pero estoy en el camino de la recuperación, y creo que eso es lo que realmente importa. Diablos, anoche incluso salí de casa para socializar por primera vez en casi dos años. Es un hito, aunque todo lo que hice fue sentarme y escuchar a los demás hablar. Incluso después de todo, sigo sin poder quitarme la sensación de que me falta algo. A alguien. Le envié a Letum un mensaje de texto con todo lujo de detalles sobre la noche anterior después de haber bebido demasiados vasos de vino. No entendí mucho, pero él debió de entender lo que le decía, porque cuando llegué a casa había un bocadillo en la encimera, pasta de dientes en el cepillo, un vaso de agua junto a la cama y un lirio más en la almohada. Intento recordarme a mí misma que las acciones hablan más que las palabras, pero es difícil pensar eso cuando no he oído ni una sola palabra suya.

Aunque por fin la vida está tomando forma, no siento que ésta sea la vida adecuada para mí. No me refiero sólo a la vida en un café o en esta ciudad. Hay algo más profundo e intrínseco que no tengo las palabras necesarias para explicar. —Sinceramente, no sé ni cómo estás de pie hoy —refunfuña Brit. La verdad es que cada día tengo un poco más de energía. No estoy segura de sí puedo debérselo a la falta de medicación o al hecho de que ya no lloro hasta quedarme dormida. —Me mantuve alejado del tequila —señalo. La puerta de la cafetería se abre de golpe y mi compañero de trabajo asoma la cabeza con una mirada frenética pero poco impresionada. —Brit, hay una señora que quiere hablar contigo sobre el sabor de su bollo. Gime entre las manos y me mira con los ojos inyectados en sangre. —Si oyes gritos, no llames a la policía. Asiento con la cabeza y sonrío. —Tomo nota.

Al día siguiente, cuando me dirijo a mi apartamento, cojo el móvil y veo que los dos últimos mensajes que le envié durante la pausa para comer siguen sin respuesta. Yo: Hay un concierto de piano a la luz de las velas en la ciudad que creo que te puede gustar. Yo: He visto un vestido en Internet y el concierto sería la ocasión perfecta para ponérmelo. Pero no sé si comprarlo en verde bosque o en verde salvia. Tal vez sea un poco patético que le envíe mensajes a alguien que no me responde, sobre todo cuando los mensajes son tan mundanos. Pero me hace sentir que estoy conectada con él, aunque estoy segura de que sigue observando todos mis movimientos. Yo: Voy A hacer espaguetis aglio e olio para cenar, por si te apetece acompañarme. No puedo prometer que sepan tan bien como los que tú haces, pero no hay nada malo en esforzarse por que sean comestibles. Suelto una media carcajada mientras envío el último mensaje. Nunca ha aceptado mi oferta, pero no he renunciado a intentarlo. Con sinceridad, probablemente ya sabe que voy a preparar el plato, porque ayer compré todos los ingredientes.

No he dejado de intentar sacarlo de las sombras. Me he paseado por mi apartamento prácticamente desnuda, he utilizado su dinero para comprar lencería, he montado un buen espectáculo con los dedos y he gemido su nombre para darle más efecto, con la esperanza de que tal vez vuelva a cogerme por sorpresa. Se podría decir que he llegado a extremos en mi desesperación. Aun así, no me ha dejado ni una carta. Estoy decepcionada, por decir lo menos. Y triste. Le echo de menos. Yo: Y podemos ver Ghost Rider después de cenar, entonces podrás decirme si es realidad o ficción. Mi corazón da un vuelco cuando mi teléfono vibra en mi mano. Letum: Ficción. La sonrisa que se extiende por mi cara va de oreja a oreja. Después de tres meses, responde con una sola palabra. Por fin. Un vértigo infantil me invade al ver su nombre en la pantalla. No tengo control sobre las mariposas que revolotean vivas en mi estómago. Yo: Es un hecho hasta que vengas a convencerme de que es ficción. Letum: Pronto, mi Lilith. Lo más extraño del último mes es que cada día que pasa me siento más cerca de Letum. No físicamente, por supuesto. Y no porque me haya dado cuenta del método de su locura. Sino porque, en el fondo de mi mente, hay fragmentos de información bajo la superficie del agua ondulante y, de vez en cuando, puedo ver lo que dicen. Por alguna razón, puedo decir con total seguridad que Letum tiene el cabello negro

como el cuervo y los ojos blancos. Del mismo modo que puedo afirmar con seguridad que tiene un hoyuelo en la barbilla, gruesas pestañas rizadas y una corta cicatriz horizontal en la mejilla. No estoy seguro de cómo puedo saberlo, pero apostaría todo lo que sé a estos simples hechos. Hago suficiente cena para dos. Para sorpresa de nadie, no aparece. ¿Come la muerte (algo que no sea yo)? Probablemente no. No debería haber respondido a mi mensaje, porque todo lo que hizo fue hacerme anhelarlo aún más. Su tacto, su voz, su sabor. El suelo de madera es una molestia bienvenida mientras me siento frente a los cajones de mi dormitorio. La última vez que abrí el cajón con todas sus notas y regalos extra fue hace tres meses. Un lirio rosa me mira desde mi escritorio, posado en un vaso. Stargazer, la llaman los botánicos. De todos los tipos de lirios que me ha traído, el Stargazer es mi favorito. Sus manchas rosa intenso iluminan mi habitación, que de otro modo sería aburrida. El color vibrante es todo lo contrario de Letum y de mí. Simboliza la prosperidad y la abundancia. Todos los lirios han encontrado un hogar en algún lugar de mi apartamento. Si no están aferrados a la vida absorbiendo un poco de agua, entonces están colgados de una cuerda al revés. Que esté muerto no significa que no pueda ser hermoso. Demasiado débil para contenerme, cojo el móvil y envío otro mensaje. Yo: Te echo de menos, Letum. “Pronto” no es lo suficientemente pronto. Miro fijamente la burbuja verde, esperando ver aparecer más grises, pero no aparece nada. Suspiro e intento contener mi decepción. Dos mensajes no significan que vaya a venir. Tampoco dos lirios. Enrosco los dedos en el tirador metálico del cajón e intento abrirlo. Como no cede, hago más fuerza de la necesaria y el cajón cae sobre mis rodillas, desparramando

pergamino marrón por el suelo. Parpadeo. Parpadeo de nuevo. Todo está lleno hasta los topes de pergamino marrón enrollado. Ya no se guarda ordenadamente en una caja. Los rollos de papel caen en la caja de plumas y se abren paso por todos los rincones del cajón. Agarro la primera carta que cae en mis manos y la leo con la respiración contenida. Me haces sentir vivo. Es nueva. Es una carta nueva. Nunca me había dicho eso antes. Cojo otro. Hazte con el vestido en verde bosque. Complementa tu tono de piel. Aunque no hay nada que puedas ponerte que no me quite el aliento. Las comisuras de mis labios se inclinan hacia arriba y un profundo rubor tiñe mis mejillas. Todo este tiempo creí que intentaba mantener las distancias e ignorarme. Ya que me has contado tu día, yo te contaré el mío. Hoy he visto sonreír a un alma de otro mundo mientras contemplaba una flor. Aunque mi corazón está ávido porque sólo quiero que sonría para mí. Se me llenan los ojos de estúpidas lágrimas. Me las limpio antes de que caigan sobre el papel y cojo otra carta. El cielo no se compara con tu belleza. Luego otra carta. Cada día te veo crecer, y no podría estar más orgullosa. Y otra. Ya casi has llegado, mi amor. Un poco más, y tendremos una eternidad juntos. Luego otra. Tiene razón. Si bebiera café, tomaría un corto negro. Una a una, desenrollo las cartas e intento secarme las lágrimas antes de que caigan.

Siento que no puedo respirar, no porque duela, sino porque esto es lo que me he estado perdiendo. Él es lo que me he estado perdiendo. Durante todo este tiempo pensé que el accidente era lo peor que me podía haber pasado y que nada bueno podría salir de él. Pero en el fondo, sabía (en realidad siempre lo supe) que pertenecía a la muerte. El mundo de los vivos no está hecho para mí. A pesar de la vida que llevaba antes del accidente, no me sentía realmente viva. Siempre había algo que no encajaba. Un mechón negro me llama la atención desde el interior del cajón, oculto bajo los montones de pergamino. Rebusco entre las cartas hasta que mis dedos envuelven algo suave y esponjoso. Se me escapa un sollozo cuando lo saco y miro fijamente los ojos de distintos colores del peluche. Pelaje negro y calcetines blancos, y un charco asimétrico de blanco que va desde su cuello, hasta su estómago. Rafe. Letum ha hecho un perro de juguete exactamente igual a mi antiguo perro. Esta vez, cuando caen las lágrimas, no las detengo. Empujo la cara contra el animal y lloro. ¿Qué he hecho yo para merecer la atención de Letum? ¿Cómo es posible que la persona más atenta, considerada y cariñosa que he conocido sea la propia muerte? Algo suave me golpea la cabeza. Respiro y aparto la mirada de Rafe a tiempo para ver cómo una carta cae por mi hombro. El corazón me martillea en el pecho con una embriagadora mezcla de emoción y nervios mientras desenvuelvo la carta. Si pronto no puede llegar, entonces ven a buscarme, mi monstruo nocturno. Te daré una pista: para terminar, debes ir al principio. Frunzo el ceño. ¿Qué querrá decir? ¿Por fin me va a dejar verle? ¿Qué quiere decir con el principio? Nací en el hospital de dos pueblos más allá, pero un hospital no es el lugar más romántico para encontrarse. Aunque supongo que será más fácil para él si está coleccionando almas. Además, ¿qué estoy terminando? No puede referirse a terminar nuestra relación.

Mientras miro la carta, me doy cuenta. Sé dónde encontrarle. Saco mi teléfono y le envío las palabras que me ha dicho. Yo: Voy por ti. Mis pies vuelan escaleras abajo mientras corro hacia mi coche. Apenas respiro. Apenas pienso racionalmente. Estoy cegada por sus pensamientos. Por fin me deja verle. Por fin. Las luces de la ciudad desaparecen cuando entro en la carretera que se adentra en el bosque. La luna no se ve por ninguna parte, oculta bajo campos de nubes viciosas. Durante todo este tiempo ha conseguido que me enfrentara a mi pasado y superara las cosas que me frenaban. Se deshizo de Evan, no por ponerme la mano encima, sino porque me estaba frenando. La muerte me dejó cartas no sólo para mantenerme en pie, sino para que mis piernas me hicieran avanzar. Bajo mis costillas, mi corazón vibra y canta con expectación, miedo y emoción. He evitado esta carretera desde el accidente, negándome a conducir hasta la casa de los padres de Evan sólo porque toda esta calle está atormentada por los recuerdos de aquella noche. Sin embargo, aquí estoy, acercándome a toda velocidad. Tal vez no estoy listo para enfrentar este lugar. Creo que nunca lo estaré. Pero estoy más que listo para conducir más allá de ella. Reduzco la velocidad y unos bichos ansiosos me trepan por el cuello al acercarme al lugar que quemó viva a mi hermana. Inmediatamente me aferro al collar para recordarme que Letum estará allí. El árbol parece tan inocente, de pie junto a una curva cerrada de la carretera. Nadie sabría que es un asesino. Aunque supongo que la culpa es del transeúnte, no del árbol, que sólo intenta vivir. Me hago a un lado de la carretera y dejo los faros apuntando directamente al árbol y al hombre encapuchado que hay delante. Durante un segundo, todo se detiene. El mundo que me rodea no existe, excepto él. Luego todo pasa volando mientras corro hacia él, pisoteando la hierba y las hojas caídas.

No mueve ni un músculo mientras permanezco de pie ante él, conteniendo la respiración para que no me oiga jadear. Todo mi ser se congela cuando miro el espacio bajo su capucha. Una barbilla con hoyuelos. Labios suaves y flexibles. Una mandíbula letalmente afilada. Pómulos altos. Todo está ensombrecido bajo la capucha, pero iluminado por los faros. Contengo la respiración mientras busco su capucha. Por primera vez, no me detiene cuando arrastro los dedos por el suave borde de algodón de su capucha. Le quito la tela de la cara y casi me tambaleo ante su belleza. Es exactamente como yo pensaba que era, con el cabello color negro como una ala de cuervo y espesas pestañas negras que se abren en abanico sobre sus ojos blancos sin pupilas que lo ven todo. Mi corazón parece ralentizarse, y todo vuelve a mí de golpe, sobrecargando tanto mis sentidos que casi me doblo. Le conozco. Le conozco como a la palma de mi mano. Casi todas las noches me ayudaba a escapar, me arrastraba al espacio entre sueños para hablar. Su habitación, el bosque, la playa; he estado en todos ellos cientos de veces. Le he mirado a los ojos mil veces, y cada vez me derrito. Las lágrimas corren por mi mejilla mientras me lo trago. Es lo más hermoso que he visto nunca. Pienso en ello cada vez que me deja verle la cara. Ahora lo recuerdo. Recuerdo cada vez que nos hemos sentado en la playa a contemplar la tormenta, mientras él me contaba historias del mundo que ha pasado. Cada vez que me tuvo encaramada a su cama mientras me leía sonetos y cuentos. Cada vez que me miraba como si nada más importara que las palabras que salían de mi boca. Yo era otra persona en esos sueños, y sin embargo era la misma. Esa Lili guardaba todos los recuerdos de las noches anteriores, todas las dulces palabras susurradas por la Muerte. Ella sabía que al despertar, me olvidaría por completo de los sueños. Ojalá nunca me hubiera olvidado de él, pero nunca lo volveré a hacer. Me olvidé por completo de Muerte debido a la medicación de la doctora Mallory y a la herida de mi corazón que se negaba a cicatrizar. Ahora que recuerdo a la Muerte, me pasaría una eternidad memorizando cada palabra y aún me quedaría con ganas de más. —Ahora ves, mi monstruo nocturno. Asiento con la cabeza. Su amor. Soy suya; siempre lo fui, sólo que no lo sabía. Puede

que no se llevara mi alma la noche del accidente, pero la reclamó. Mi cuerpo y mi alma dejaron de ser míos en cuanto le vi. Es el único que me ha entendido de verdad; la soledad, la llamada a la oscuridad, ver morir a todos los que me importaban. Sin pensarlo, me pongo de puntillas y le rodeo el cuello con los brazos para impregnarme del olor que lleva grabado en el alma. Sus labios se estrechan contra los míos y nuestro beso se llena de tantas primeras veces, y ninguna última. El beso es una promesa para siempre. Para siempre recordando cada palabra olvidada. Para siempre saboreando cada caricia. Para siempre con la muerte. —Gracias —susurro contra sus labios—. Gracias por esperarme. Gracias por ayudarme a ver quién soy. Me besa con el peso de mil relámpagos. —Siempre, mi amor. —Estoy lista. Frunce el ceño. —Te deseo, Muerte. Quiero todo de ti. Ahora lo veo. Veo la verdad —digo. Me limpia las lágrimas de la mejilla, me mira intensamente con la frente apoyada en la mía— . Estás hecho para mí, igual que yo estoy hecho para ti. Tú me completas, Letum. —Le beso para intentar transmitirle todo lo que estoy diciendo y que sepa sin un ápice de duda que estoy diciendo la verdad—. Te doy mi alma. Por el resto de la eternidad, es tuya. Incluso en la muerte, soy tuya. No dice nada por un momento y el corazón se me cae a los pies. Pero el sentimiento es fugaz porque él me anhela tanto como yo a él. La primera gota de lluvia golpea mis mejillas, luego más gotas salpican nuestra piel, empapando nuestras ropas. —Tú, mi amor, eres como una tormenta, ahogando la tierra con dolor, destrozando barcos con tus olas rotas. Sin embargo, miras al ojo de la tormenta y sólo ves belleza. — Tira de mi cabeza hacia un lado y se inclina para acercar sus labios a mi oreja—. Déjame ahogarme en tu océano y sentir tu rabia. Déjame sentir tus olas chocar contra mi piel, arrastrándome a tus profundidades para que nunca vuelvas a estar sola. —Su pulgar roza mi labio antes de reclamarme completamente con un beso—. Eres el amanecer después

de la tormenta. El nuevo comienzo y el amanecer. Tú, mi flor, eres la belleza personificada. —Te amo, Letum. —Lo he dicho antes, en un sueño. Cómo duele decir esas dos palabras y no recordarlas al despertar. Pero sé que son más verdaderas que mi propio nombre. Sonríe, e intento capturar la imagen en mi mente para guardarla y mirarla cuando quiera. —Oh, mi Lilith. Te amo más de lo que la luna anhela al sol. Nos quedamos así, abrazados, memorizando el momento. —Estoy lista —digo una vez más. —¿Estás segura? No hay vuelta atrás. Asiento con la cabeza y me zafo de su contacto para bajar al suelo. Nunca he estado más segura de nada en mi vida. Se arrodilla a mi lado y le hago un gesto tranquilizador con la cabeza. El cielo destella una luz brillante y un rayo atormenta el suelo cercano. Un trueno retumba en la carretera ventosa y en los árboles circundantes. Cuando los labios de la Muerte tocan los míos, todo el dolor que he sentido desaparece. No hay ira, ni pena, ni dolor. Sólo la comprensión de que todo es como debe ser. Todo se lo lleva el mar, y lo único que queda es... satisfacción. En ese momento, todo lo que ha pasado en mi vida pasa ante mis ojos. Dahlia y yo soplando las velas de nuestra tarta de cumpleaños en forma de flor. Tropezarme al subir al escenario para recibir mi título. Ir de compras con mamá para elegir la ropa para la entrevista de mis sueños. Papá entregándome las llaves de mi primer coche. Evan y yo acampados en su coche junto al río, comiendo cantidades desagradables de queso y galletas saladas. Todos esos bellos momentos en el tiempo que nunca se sintieron completos. No como ahora. Letum me ayuda a ponerme en pie y entrelaza nuestros dedos. Miro hacia abajo, y mi propio cuerpo sin vida es pisoteado por la lluvia, pero no siento nada. Los relámpagos vuelven a caer, iluminando mi expresión pacífica.

Me coge la mandíbula y me pone frente a él. —Por la eternidad juntos. —Y en la muerte después —le susurro. El paisaje que nos rodea parpadea con las luces de otro coche. Los neumáticos chirrían a lo largo de la calle, y ambos nos volvemos para ver cómo el coche gira al tomar la curva cerrada, volcándose sobre su techo antes de chocar contra el mismo árbol que mató a mi hermana y a su novio con un violento choque. Algo del coche tira del espacio vacío de mi pecho. Miro a Letum interrogante. Me aprieta la mano y la suelta, haciéndome un sutil gesto con la cabeza. Junto al coche, una gran nube de luz luminiscente baila y gira en el aire. Detrás de ella se oyen voces suaves que llaman y hacen señas. No para mí, sino para el alma del coche. No estoy segura de cómo lo sé, pero es un portal. El mismo portal al que la Muerte no quiso llevarme. Inspiro profundamente y sigo el tirón. Todo esto me hace sentir como si por fin respirara aire fresco. Me siento bien. Los cristales rotos bajo mis pies no hacen ruido mientras me dirijo al coche. Mis rodillas no chasquean cuando me agacho para ver el interior del coche. A través de la ventanilla destrozada, veo a un chico pelirrojo colgado boca abajo en su asiento con la columna vertebral sobresaliendo por el lateral del cuello, bajo la piel. Vuelvo a mirar a la Muerte, el hombre sin rostro, cuyo rostro es ahora todo lo que veo. Letum me hace un gesto tranquilizador con la cabeza. Mi atención vuelve al chico pelirrojo: el alma que no me corresponde conservar. Los truenos retumban en las colinas mientras la lluvia cae con más fuerza, empapando la tierra y mi cuerpo sin vida. Las puertas hacen vibrar el mundo a su alrededor, y la atracción se hace más fuerte. Esto es lo que siempre debí hacer. Esto es para lo que fui creado. Letum es para quien fui creado. La muerte viene en la oscuridad y la luz, pero para él, voy a venir en una tormenta.

Algunas personas me han preguntado qué inspiró este libro. La respuesta se reduce a varias cosas: 1. dormía.

Quería que un hombrecillo raro me dejara notas preocupantes mientras

2.

Los papás sombra están buenos.

3.

Lilith está buena.

4.

TDAH no tratado.

5. Estaba conduciendo y sonaba Freefall de Rainbow Kitten Surprises, y las siguientes palabras me hablaron a un nivel casi espiritual: Llamé al Diablo y el Diablo dijo: ¡Hey! ¿Por qué llamas tan tarde? Son como las 2 A.M. y todos los bares cierran a las 10 en el infierno, esa es una regla que hice. De todos modos, dices que estas muy ocupado salvando a todos los demás para salvarte a ti mismo Y no quieres ayuda, oh bueno. Esa es la historia que hay que contar Pero aparte de eso, quiero dar las gracias a mi increíble equipo de lectores beta: V, Sam, Kiza, Pia, Nadine, Jacki, Kayla, Mika, Mette, Ruby, Nildene y Nika (y por el impresionante dibujo de la calavera). Si pudiera, pondría un emoji muy específico junto a cada uno de vuestros nombres, pero desgraciadamente sería una pesadilla desde el punto de vista de la composición tipográfica. Pero, sinceramente, este libro no estaría donde está

sin vosotras, pequeñas. Un agradecimiento especial a V, Sam y Kiza por su apoyo incondicional desde una perspectiva emocional, espiritual y física. Os quiero, chicos.

Desde muy pequeña, la escritora romántica Avina St. Graves se pasaba el día imaginando mundos de fantasía y hombres ficticios de ensueño, que surgían de sus tendencias introvertidas. En todas sus ensoñaciones, parecía haber un tema recurrente de personajes femeninos moralmente grises, intereses amorosos que deberían estar en la cárcel y traumas y derramamientos de sangre innecesarios. Para desgracia de todos, ahora pasa sus días en un trabajo de oficina rezando a todos los dioses conocidos para poder escribir a tiempo completo y dar al mundo más banderas rojas sobre las que echar espumarajos. Síguela en Instagram, Facebook y Tiktok.

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