De Una Carta Del P. Llorente S.J

April 1, 2024 | Author: Anonymous | Category: N/A
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De una carta del P. Llorente, S.J. ¿Quiere usted que le diga en confianza qué fue lo que me ayudó a los comienzos de mi vida misionera para entregarme de lleno al Señor? Si le dijera que yo hoy no le niego nada al Señor, mentiría a sabiendas. La vida de perfección es un continuo forcejeo cuesta arriba cayendo y levantándose, pero procurando siempre subir. Hay días de Tabor y hay días “perros” en los que no sabe uno si está poseído del demonio o si es que lo va a estar, por más que allá en la médula de los huesos del espíritu confía uno que no lo está ni lo va a estar. Por Dios, no me tenga a mí por un alma “entregada de lleno”. Algunas veces creí vislumbrar que si vivo unos cuantos años, probablemente lo estaré; porque este es mi anhelo; pero hoy por hoy ando arrastras enlodado hasta el cogote. Me pregunta qué me ayudó y qué me estorbó. Para los anhelos que tengo me ayudó sencillamente el quererlo. El quererlo en serio. ​Y me estorbó la disipación reforzada por el intenso orgullo. ​Mire usted. Hágase cuenta que es usted un niño de dos años en los brazos de Dios; si lo prefiere, en los de Cristo más concretamente. Como usted no se puede valer, necesita estar con Él día y noche, desde hoy hasta las perpetuas eternidades. Donde está Jesús, allí está María. Usted vive con Jesús y María; va de los brazos del uno a los del otro; Usted es el niño, es de la familia, es parte de la casa; es el idilio de Jesús y María. A usted le importa un bledo que haga frío o calor; que haya guerras o que haya paces; que le duelan los riñones o que no sea más que un grano en la punta de la nariz. Usted se despreocupa de si tiene amigos o no los tiene, si le atienden o si le da la impresión de que quisieran verlo bajo tierra. A usted no le importa que esté solo o acompañado, tentado o mimado, en Japón o en Despeñaperros. Usted vive única y exclusivamente para tener contento a Jesús y María. ​Con ellos tiene usted todas las caricias y mucho más que los niños con sus madres; a ellos se lo cuenta todo; se lo dice todo, se lo da todo, se lo ofrece todo. Los comentarios que tenga que hacer sobre los vaivenes de la vida, hágalos con ellos, ya ante el Sagrario, ya donde quiera que esté, pues se les puede hablar sin mover los labios. Es decir, que usted mata el orgullo haciéndose infante, pues comparado con Dios es usted un pelele que no sé cómo le tolera el Altísimo. Pero resulta que tal vez es usted Doctor en Teología o en Filosofía. Muy bien. Todo lo que sepa, todo lo que puede hacer, póngalo a disposición de Cristo. Mátese por darle gloria escribiendo lo mejor que pueda, predicando lo mejor que sepa, enseñando lo más sabiamente posible, arguyendo lo más agudamente posible, catequizando con el mayor celo posible, conversando con toda la discreción y sensatez que pueda; pero interiormente sea el niño indefenso en los brazos de Jesús y María. Ofrézcase a Jesucristo totalmente y dígale que tiene permiso para desmenuzarle entre sus divinos brazos si quiere. Hágase cuenta que usted ya murió. Ya no hay mundo para usted. Es decir, nada del mundo le puede ya atraer ni entretener aunque sí repeler. Deje que Jesús haga de usted lo que quiere y no me venga con lamentos de que las responsabilidades del nuevo estado de misionero de dan ciertos escalofríos. Si fuera usted sólo el que lo tuviera que hacer, sí me lo explico; pero procure usted tener contento a Jesús lo mejor posible y ya verá cómo Él le lleva del brazo y todo le sale a pedir de boca, aunque le lleve del brazo al Calvario para desnudarlo, crucificarlo y sepultarlo. Mientras más viejo me hago, más sencillo se me hace el negocio de la vida espiritual. Se viene a reducir a un punto: ​Consolar a Jesús agradándole en todos mis pensamientos, palabras y obras. ​Claro que cada alma tiene sus peculiaridades y el Espíritu Santo nos lleva a cada uno por diversos vericuetos; pero todos ellos van bordeando la gran carretera que lleva derecha al Corazón de Cristo y es la que le dije: el

punto aquel. ​¿Que no se convierte nadie? Haga lo que esté de su parte y déjeselo a Dios. Y esta respuesta satisface a todas las preguntas que nos atormentan. ¿Qué señales le dirán si anda por las ramas en este negocio? Si se entristece cuando fracasa; si se vanagloria cuando triunfa, si busca consuelo en los hombres, es decir, sólo en ellos; si le encogen los temores sobre el porvenir (puede morirse esta noche); si las murrias le traen a mal traer (nuestra patria es el cielo); si se sorprende planeando para el porvenir sin consultar al Señor, como si a fuerza de prudencia humana, de ciencia, de gabinete y de astucia zorruna fuéramos a levantar una torre que llegase al cielo sin ayuda para nada de Dios. Ya ve qué sencillo es todo. Usted vive en Jesús. Encaríñese mucho con Él. Vaya a extremos en esto, que no lo son. Haga otro tanto con la Santísima Virgen, que Ella le meterá en el Corazón de su Hijo. Hágase tan pequeño que quepa por la herida del Corazón de Cristo. El día que usted nos venga invocando derechos o con ínfulas de hombre superior, ese día se estrella usted. No fume jamás, ni tome rapé, ni se apoltrone en butacas, ni prefiera unos alimentos a otros, ni una cama a otra, ni se queje de nada ni contra nadie, ni chille si le dicen que tiene un cáncer que será cuestión de unos meses para el ataúd. Ya le dije que usted ha muerto. No resucite… Una vez que se haya muerto usted y se ha puesto incondicionalmente en las manos de Dios, ya es usted libre. Hasta entonces vivía usted hecho un lío de cosas, turbado, mareado. Cuando lo haya dejado todo en las manos de Dios, queda libre, es libre. ¡Viva la libertad! A reírse tocan. A divertirse llaman. La vida entonces es incienso que se quema y agrada a Dios. La muerte viene a ser más bien dormición en Dios. No hay juicio. Esa misma alma ya está juzgada de muy atrás y puesta a la derecha. No menciono la materia de los votos porque no merece explicación. Un niño de dos años ni siquiera piensa en desobedecer ni en acaparar y mucho menos en impurezas; y si hay niños precoces que a los dos años se encabritan y se quieren salir con la suya, sea usted de esos niños de que hablan las vidas de los santos, que ya a los tantos meses rezaban con las manitas juntas, que parecían serafines humanos. Estar en el Japón o en un calabozo ruso es lo mismo para el alma entregada a Dios. Pida mucha humildad al Señor que le haga sentir esto. Ya lo sabe, con el entendimiento; pero hay que gustarlo internamente. Que se lo dé a sentir. Si lo siente una vez y se enciende en ello y si encima derrama lágrimas que laven las del orgullo metido en los huesos, entonces nunca se le olvidará del todo, aunque a temporadas se le ponga muy borrosa. Mientras escribo azota las ventanas de mi vivienda un temporal de nieve que nos viene alegrando la vida todo este mes. Vivo pared por medio del Sagrario. La nieve o el sol son lo mismo para mí; es decir, me esfuerzo que sean lo mismo. Anímese mucho, pues, y déjese de irse por las ramas. Vaya al tronco. Entrega total y absoluta a Jesucristo. Quiéralo, pídalo, practíquelo. Akulurak, marzo 1951

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