De Rodillas - Malenka Ramos

November 17, 2022 | Author: Anonymous | Category: N/A
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Dominic Romano es un abogado prestigioso, poderoso y seguro de sí  mismo. Aunque posee todo lo que quiere, jamás ha podido olvidar a Samara, la joven que se reía de él en el colegio. Ella es la razón de su vivir, la ama con la misma intensidad que la odia, por lo que no duda en hacerle pagar todo el daño que le causó tiempo atrás. Junto a él, Samara conocerá una vida fuera de la realidad, en la cual el amor, el dolor, el sexo y la pasión se convierten en un torbellino que la transportará a un mundo donde lo correcto y lo amoral se confunden. Pero Dominic no está solo; la finca Quimera se convierte en un segundo hogar para él y para una «familia» muy poco convencional. Allí no existen las normas morales, ni los límites, ni el miedo al qué dirán. Nada está prohibido en el palacio del delirio y nada sucede sin una razón… Dura, polémica y cruel, De rodillas es una novela pasional y cargada de sentimientos, que roza lo prohibido. Después de leerla te plantearás qué es realmente lo correcto. Bienvenidos a Quimera…

 

Malenka Ramos De rodil rodillas las  Venganza  V enganza - 1

 

1. Odio  No te acue rdas de mí, ¿v ¿verdad? erdad? No… Tú e ras una hermosa  princc e sa een  prin n un ins insti titut tuto o c on ape apenas nas diec isi isiee te años y yo… Yo era uno más de todos aquellos babosos que ansiaba tener de ti una mera sonrisa al final del día. Tú eras preciosa, una diosa que siem diosa siempre pre me miró con de desprec sprecio. io. Yo era un enclenque más bajo que tú, con unas notas poco destacables  y una familia familia pobre. Tú eras tan perfe perfecta cta y a la ve z tan cruel… Pero ahora todo ha cambiado. Han pasado quince años desde desde la úl últi tima ma vvez ez que te vvii y las cosas ya no so son n como antes. Sí, tú sigues tan preciosa como entonces, hoy lo he comprobado al cruzarnos en la calle, aunque tú no supieras quién era. Por supuesto que no. Me has sonreído como una  furcia ansiosa ansiosa porque ya no soy el mismo. Ahora tengo la clase que me faltaba cuando era un crío. Visto trajes caros  porque mi odio por la gente ge nte c omo tú m mee hizo hizo superarme. supe rarme. Las horas de gimnasio me han convertido en lo que tú camelabas  siendo apenas una niña y ya no soy aquel enc lenque. lenque . La  suerte me hizo medir me dir casi un me metro tro nove noventa nta y seis y… y … cclar laro, o, ahora sí me sonríes.  Hoy has pasado a mi lado y he v uelto a oler tu melena me lena oscura, aquella que esnifaba sentado en mi pupitre detrás de ti. Ese olor que tantos buenos ratos a tu costa me hicieron  pasar solo solo een n mi habitación. Te seguí y ahora sé dónde v ive ives. s.  Ahora sé que sigues sigues sola sola.. D Desde esde aquí, en medio me dio de la noche ,  puedo v er tu v entana iluminada iluminada y tu fi figura gura c aminar de un lado a otro. Apagas la luz. Ya es muy tarde… Duerme,  princc e sa, duerme  prin duerme… … Mientras pu puee das.

***  —De spierta..  —Despierta Una voz retumbó en la cabeza de Samara. Intentó incorporarse, pero algo sujj etaba con fuerz su fuerzaa sus m uñ uñec ecas as al cabece cabecero ro de llaa ccam am a.  —P  —Pe e ro… ¿q ¿qué ué de dem onios onios…? …? Intentó zafarse sinmconseguirlo. Las bridas presionaban y rasgaban su piel si ejercía demasiada presión sobre ellas. Movió las piernas, pero tampoco sirvió de nada. La poca lu luzz que entraba por la ventana del cuart cuar to apenas le perm per m itía itía ver eell umbrall ddee la puerta y su coraz umbra corazón ón em empez pezóó a lati latirr a gran veloci velocidad. dad.

 

 —¿Hola? —grit  —¿Hola? —gritó—. ó—. P Por or ffaa vor… ¿¿Ha Hayy alguien aahí? hí?  Nadie  Na die rree spondi spondió. ó. El sudor empezó a deslizarse por su frente al escuchar unos pasos acercándose por el pasillo. Se abrió la puerta y la luz del salón iluminó una figura masculina.  —¿Quién  —¿ Quién e res? re s? —La fr fricc icción ión eenn las m uñec uñecaa s eera ra ins insoporta oportable—. ble—. ¿Qué hac haces es en mi casa? El individuo entró Con en laparsimonia, habitación, se sentó enuna un lamparita diván frente la camadaba y la observó impertérrito. encendió quea apenas luz. Su cara estaba oculta por un pasamontañas. Pudo sentir la fuerza de su m irada, ver la son sonris risaa que re reveló veló una dent dentadura adura per perfec fecta. ta.  —¡Llévate  —¡Llé vate todo lloo que quie quiera ras, s, per peroo no m mee haga hagass daño! —supl —suplicó. icó.  —No he venido a eso. —S —Suu voz sonaba tra tranquil nquila, a, quiz quizáá s dem a siado—. Ha  pasado  pasa do m mucho ucho tiem po, S Saa m ar araa . Comenzó a llorar y de nuevo intentó liberarse sin éxito. El dolor atravesaba sus muñecas como afilados cuchillos. El extraño se limitó a mirarla sin moverse; las manos apoyadas en los reposabrazos de la butaca, la amplitud de su torso cubriendo el respaldo de terc cubriendo tercio iopelo pelo y una tu turbadora rbadora ca callm a eenn ttodo odo él él..  —No llore llores, s, prince princesa sa —dij —dijo—, o—, de na nada da te valdrá valdrá..  —¿Qué  —¿ Qué quier quieres es de m í? ¿Quién eere res? s? —inqu —inquirió irió dese desesper sperada ada..  —Alguiee n invi  —Algui invisibl siblee par paraa ti dura durante nte años —re —respondi spondióó él—. Me hicist hicistee daño, Sam ara ara,, mucho. E Ell mis mism m o qu quee aaho hora ra voy voy a hac hacerte erte y o a ti ti.. Se le levantó, vantó, ssee inclinó inclinó sob sobre re ella y suje sujetó tó ssuu m mentón. entón.  —¡Por  —¡P or favor, fa vor, no m e m a tes! —Las pa palabr labras as de dell de desconoc sconocido ido y su amenazadora cercanía le aterrorizaron—. No sé quién eres, ni sé qué pude hacerte, hace rte, pero si ttee ec eché hé del trabaj o lo ssient iento. o. Pe Perdona rdona si si… …  —Cáá ll  —C llate ate,, por ffaa vor vor.. Se sintió mareada por el miedo o quizás la causa era lo que él le había hecho respira respi rarr m ient ientra rass do dorm rm ía. Not Notaba aba un llig iger eroo sabo saborr dul dulce ce en la gar gargant gantaa y por un unos os instantes la habitación empezó a dar vueltas. Un golpe inesperado en la cara le hi hizzo reac re accionar cionar..  —Vue  —V uelve lve cconm onmigo igo —l —lee susurró—. T Tee nec necee sit sitoo cue cuerda rda..  —¡Déé j am e !  —¡D La mano del hombre se introdujo bajo las sábanas y las apartó con un movimiento decidido. Espantada, observó impotente cómo se colocaba sobre ella, cómo arrancaba su camisón y examinaba su cuerpo. Sintió sus manos apretando apr etando sus ppec echos hos,, la pre presi sión ón de sus ddedos edos sob sobre re la carne ca rne,, hasta que un grito de dolor salió de su garganta Eso le hizo sonreír. Sonreía porque lloraba. Porque sufría. Se incli inclinó nó ssobre obre eell llaa aasp spirando irando pprofundam rofundamente ente el su suave ave ar aroma oma que em anaba anabann sus cabellos.

 

 —Sa m a ra…  —Sa ra … —susu —susurr rró—. ó—. Cuánto m e hicist hicistee sufr sufrir ir c uando ape apena nass er eraa un ni niño… ño… y ahora vol volvem vemos os a eencont ncontra rarnos rnos.. Ll Llena ena de eest stupo upor, r, pestañeó a pun puntto de pe perder rder la cordura.  —Lo sé —dijo —dij o él é l al aadver dverti tirr su sor sorpre presa—. sa—. A Aunque unque vie viera rass m mii rostro, tam poco entenderías nada. Era poca cosa para que te fijaras en mí. Pasó la lengua por su cara mientras se debatía bajo su cuerpo con las pocas fuerzas que aún tenía.  —Voy  —V oyena hac hace e rte Voy m ía… —anunc —anunció ió éél,de l, disfruta disfrutando ndomaneras de dell m miedo iedo palabra brass causaron ella—. a hacerte mía todas las queque se sus me pala ocurran , cuando termin term ine, e, ccuando uando nnoo quede m ás que pueda usar usar,, dependerá sólo sólo de de ti lo que pase. Con destreza, colocó un cojín bajo su culo y rasgó la ropa interior hasta dejarla dej arla compl c ompletam etament entee des desnu nuda. da.  —Dimee … —susurr  —Dim —susurróó aall oído, m ientra ientrass liber liberaba aba su m iem bro y lo aapoy poy a ba e n la entrada e ntrada de su sexo—. ¿¿C Cuántos hombre hombress ha habido habido?? ¡C ¡Cont ontesta! esta!  —¡Noo lo sé! —gritó a ter  —¡N terror roriz izaa da a l notar cóm o se cla clavaba vaba e n e lla lla con  brusquedad.  brusque dad.  —¿P er  —¿P erdist distee la c uenta uenta,, zzorr orraa ? Se movió dentro de ella, sonrió con frialdad y mordió su boca hasta hacerla gritar de dolor. Sus ojos, aquellos profundos y oscuros ojos se clavaron una vez más en su rostro regalándole una sonrisa ansiosa y mezquina.  —Voy  —V oy a solt soltar arte te —dijo, j ade adeaa nte—, pe pero ro Dios te libre libre de int intee ntar huir de m í. Si haces un solo movimiento, te haré mucho daño. Sacó de su bolsillo una navaja y cortó con brusquedad las bridas. Samara sintió una terrible quemazón. Los movimientos bruscos habían despellejado la fina piel de sus muñecas. Apenas tuvo tiempo de intentar nada, apenas le daba tregua re gua para ser ccons onscient cientee de lo que pretendí pretendíaa hace hacerr.  —Fee latriz  —F latriz… … Segur Seguroo que e re ress una m ae aestra stra e n eeste ste aarte rte —dijo é l eenca ncajj a ndo eell sexo en su boca. Obedeció aterrada por su voz, por la seguridad de sus palabras y la dureza de sus movimientos. Se arrastró torpemente apresada por su mano, clavando las uñas en la la ccol olcha. cha.  —¿No  —¿ No te ccaa be? —di —dijj o rie riendo, ndo, y ti tira rando ndo de eell llaa . El timbre de la puerta rompió bruscamente el silencio. Durante breves instantes Samara pensó en saltar de la cama, llegar a la puerta y salir corriendo al pasillo para gritar pidiendo ayuda, pero aquel individuo la cogería, era demasiado dem asiado grande par paraa su frágil cuerpo dolorid dolorido. o.  —Com  —C omoo te m mueva uevass un pelo te m maa to —advirti —advirtió—. ó—. ¿¿A A quién esper e speraa s?  —No… No sé, sé , no re recc uer uerdo. do. No eesper speroo a na nadie die —ba —balbuce lbuceó. ó. La arrastró hacía él y, tumbándola boca abajo, le tapó la boca. Se oyó un ti tim m braz bra zo m más ás y, de después, spués, ssil ilenc encio. io.

 

 —¿Tu novio, qquiz  —¿Tu uizás? ás? — —cc a nturre nturreóó en su oído. Pero Samara no podía hablar; incluso le resultaba difícil respirar. Sintió de nuevo el m miem iembro bro del ext extra rañó ñó ppenetrar enetrarlla de desd sdee aatrás. trás.  —Ahora voy a hac hacee rte m ucho da daño… ño…  —¡No!  —¡N o! —gr —grit itó, ó, li liber beráá ndose de la m ano eenguanta nguantada. da.  —No patalee pa talees. s.  —¡Por  —¡P or ffaa vor…! —supl —suplicó—. icó—. So Soyy virge virgenn de aahí. hí. Jam Jamás… ás… Una carca came retu retum meer bór.dde e repent repente e ens que la habi habit tación ación. . follado eese  —No mrcaj e loj ada pue puedo do cr cree No m mee diga digas na nadie die te ha se cculi ulito. to.  —No… Ten Ten c om ompasión pasión de m í. T Tee pido per perdón dón por todo lo que te hic hice, e, per peroo no me hagas esto, por favor.  —Llora todo lloo que quie quiera ras. s. —S —Sus us palabr palabras as eestaban staban llena llenass de m ela elancolía. ncolía. Se mostró indiferente a sus súplicas y de un golpe la penetró. Colocado sobre ella, bombeaba con rabia y excitación. Samara gritaba y lloraba, pero aquel demonio aumentaba la fuerza de sus embestidas con cada nueva súplica. El dolor  que sentía era horrible. Su cabeza funcionaba a mil por hora, no entendía por qué le hacía eso, qué había sido tan horrible para atormentarla de aquella manera,  par a hum il  para illar larla la de for form m a ta tann cr cruel uel y depr depraa vada vada..  —Síí —dijo él—, ti  —S tiee nes e l c ulo ce cerr rraa do, per peroo e so va ca cam m biar biar.. Mira Mira c óm ómoo entra, cómo resbala. Te gustará, acabará por gustarte, como me acabó gustando a m í ttuu in indi dife fere rencia. ncia. Oh S Sam am ar ara… a… Me si sigues gues vo volv lviend iendoo lo loco co y m írate aahora, hora, así, sintiéndome dentro de ti, totalmente expuesta a alguien que te odia tanto como te desea. Sintió cómo se retorcía de placer, los movimientos, terribles y dolorosos, aceleraron su ritmo y la atravesaron partiéndola en dos. Después, silencio… Notó el latir de sus venas, el olor de su piel. Un fino y casi imperceptible aroma le llenaba las fosas nasales; jazmín, flores del campo, agua y esencias… jazmín… ¡Espera!  No quería moverse pero temía que cuando volviera en sí esa bestia la matase. Espera… Él respira respiraba ba ccon on fuerz fuerza. a. Mil imágenes de su juventud pasaron por su cabeza. Era inútil, jamás le recordaría. Notó cómo el hombre se incorporaba, cómo se apartaba de ella y se alej aba delicadam ente, ssin in apena apenass uunn lleve eve m urm urmul ullo lo.. Exhausta y dolorida, se derrumbó sobre la colcha. Oyó el tintineo del cinturón, la cremallera subir, sus pasos aproximándose de nuevo a la cama, el tact ac to de la tela que cubría su car caraa eenn la m mej ej il illa. la. M Miiedo…  —Duerm  —Due rm e, pr prince incesa sa —dij —dijo—, o—, si puede puedes. s. Tras est e stas as palabra palabras, s, nnada. ada. La oscuridad oscuridad se aapod poder eróó de eell lla. a. ***  —Despierta  —De spierta..

 

La voz de su cabeza la devolvió al día. Se incorporó con rapidez. No había sido un sueño. Se levantó de la cama y se miró en el espejo, su pelo revuelto, su rostro hinchado de llorar. Todavía le temblaban las piernas y sentía dolorosas  punzaa das e n eell eestóma  punz stómago. go. T Taa l ve vezz él volvi volviee ra a buscarla busca rla,, pe pensó. nsó. Per P ero, o, ¿qui ¿quién én er era? a? ¿Por qué no la había matado? ¿Qué pudo hacerle en el pasado para que la odiara tanto?  —Dijoo m  —Dij mii nombr nombree —r —rec ecordó—. ordó—. Él dijo m i nombr nombre. e. llorar de rabialey ardían cayó dey rodillas antemarcas la imagen dantesca que veía de síRompió misma.a Las muñecas unas finas rosáceas se dibujaban en torno a ellas. Levantó la vista y se limpió las lágrimas para volver a llorar de nuevo. Aquella noche apenas fue capaz de dormir. Los recuerdos de lo acontecido la torturaron; buscaba una explicación a lo que había pasado. Durante las pocas horas que consiguió conciliar el sueño, la imagen del hombre y sus palabras resonaron en su cabeza hora tras hora, minuto tras minuto. Su boca, aquella sonrisa cruel y triunfadora propia de un tirano, sus ojos, sus profundos ojos negros encastrados en las cuencas sin un ápice de sentimiento y moralidad. ¿Qué le había hecho? he cho? ¿Quién er era? a? Pasaron Pa saron llos os ddíías y ca cada da noche, al regre regresar sar a su casa, tení teníaa la sensación ddee que alguien la seguía. Temía volver a verlo, siempre buscaba una excusa para que alguien estuviera con ella y, cuando no era posible, intentaba no llevar el coche a la oficin oficinaa ccon on el af afán án de pedir un taxi y re regresar gresar aacom compañada pañada aall pportal ortal.. Qué estúpida. Él había entrado mientras dormía y nadie se lo había impedido. Mandó cambiar las cerraduras del piso e instalar un cierre de metal en la puerta de la habitación que cada noche, antes de acostarse, cerraba por dentro. Sin embargo el miedo no cesaba, la inseguridad y la sensación de que volvería a verlo le impedían dormir por las noches y los días se hacían eternos. El trabajo  pesaba  pesa ba y c ada vez llee ccostaba ostaba disim disimular ular m ás su torm tormee nto. Pensó en denunciarlo, pero sólo al principio. Posiblemente no darían con él, no podía permitir que sus padres pasaran por todo aquello, que sus amigos se enteraran, que en su trabajo alguien lo supiera. Era tal la sensación de humillació humil laciónn qu quee la m er eraa idea de cont contár ársel seloo a aalg lgui uien en le aterr aterraba. aba. Y pasaron los m eses…

 

2. Humil Hum illación lación  Hola, mi prin princc esa, cuánto tiem tiempo po sin saber de ti ti.. Pero Pe ro no creas cre as qu quee me he olvidado de la mujer mujer que me ig ignor noró ó dura durant ntee años. Samara… Hace tan sólo dos meses que entré en tu casa y te hice mía. Aún rrec ec uerdo tu ar aroma. oma. Aún si siento ento que se me pone dura cuando recuerdo tus lágrimas.  Me he pasado los últ últimos imos dos meses me ses desde e ntonces ntonce s enganchado a tu recuerdo. Reconozco que soy un enfermo. Tus heridas se están cerrando, pero yo estoy aquí para que no curen. Tengo tantos planes para ti y para mí… Hoy has comido en un buen restaurante con tus amigos. A nadie has dicho lo que te atormenta. Tienes un pasado demasiado libertino para contárselo a nadie. La zorrita de la clase ahora es una chica bien y no puede permitirse reconocer lo que ocurrió porque sería tener que dar demasiadas explicaciones que no estás dispuesta a dar.  Hacee dos me  Hac meses ses que hice contigo lo que quise quise y hoy… me apeteces.

*** Tenía una vida plena. Había conseguido un buen puesto de responsable de  publicida  publi cidadd en una de las m ej ore oress em presas pre sas de la c iudad. Su despa despacho cho e staba situado en la última planta de la Avenida Cinco, casi anexa a la calle principal, cent ce ntro ro de la m oda y las ggrandes randes y sunt suntuos uosas as comde pras impul impulsi sivas vasella de misma la clasehabía aalt lta. a. Desde su mesa de despacho, chapada en madera cerezo que elegido, podía ver el barullo de la gente agolpada en las aceras, el ruido de los coches, el murmullo frenético del día a día. Samara Novoa se consideraba una mujer de la ciudad, pocas veces había necesitado aislarse del mundo y del ruido , cuando así lo precisaba, alquilaba una casita en la costa a unos doscientos kilómetros de allí y era asidua a los largos paseos por la playa, a las noches calurosas acompañada únicamente de una radio, y se negaba rotundamente a  poner el tele televis visor or.. Su vida era plena, sí. Su familia era reducida; su madre, su padre, alguna tía segunda, primo lejano pocoera más. unaffaabuena relación cons aellos,  per  pero o no laalgún bom bombar bardea deaban ban c on yinnum innumer a blesTenía ccom omidas idas m iliar iliares es y, gra gracia cias ello, tenía mucho tiempo libre que, con el paso de los años, lo fue ocupando con el trabajo. ¿Parejas? Muy pocas, hacía tiempo que estaba sola. No por su físico, ella  poseía la belleza que c ualquier m uje uj e r podría dese deseaa r. Era m uy de delgada lgada per peroo c on

 

formas; tenía una inmensa y tupida cabellera rizosa color azabache, unos ojos rasgados, piernas inmensamente largas y un aire griego que embelesaba a cualquier hombre. Sin embargo, por alguna razón no poseía la paciencia de so soport portar ar a lo loss ho hom m bres que había ccono onocido cido,, no po porr eell car carác ácter, ter, ell ellaa er eraa tranqu tranquil ila, a, sino porque por alguna razón ninguno llenaba su vacío. Nunca supo que buscaba en un hombre, jamás se lo había planteado. Cumplió los treinta y dos años sola,  peroo er  per eraa aalgo lgo que no le quit quitaba aba e l su suee ño. Durante las largas horas delibros; soledada en su pequeño apartamento La Villa, había devorado innumerables veces leía historia antigua, de adoraba las novelas basadas en personajes que habían existido, Alejandro Magno, Cleopatra, Roma, Grecia… No era algo habitual en una chica de su edad. Más de una vez, esperando en el aeropuerto por algún viaje de negocios, había notado la mirada furtiva de algún hombre de su edad intentando comprender por qué una mujer  quee ffácil qu ácilm m ent entee pas pasaba aba por « ton ontta» ali alim m ent entaba aba su m ment entee con ese ti tipo po ddee literatura. Ella se reía sola, le resultaba cómico que al verla por fuera creyeran que era una de esas jóvenes floreros que decoraban a los hombres por la calle, entablaba una pequeña conversación y no tardaba en darse cuenta de que no merecía la pena seguir charlando. Otras veces leía literatura fantástica. Desde niña le atrajo Stephen King y, aunque ya no era tan habitual en su particular biblioteca, leerlo la transportaba a su j uvent uventud ud y le rec recordaba ordaba fe feroz rozm m ente su época adol adolesce escent nte. e. Su época adolescente. Un torbellino de sensaciones y experiencias maravillosas. Sí… Era posiblemente su mejor y a la vez peor época. Se convirtió en una chica popular, formó parte del grupo de animadoras del instituto y pronto se transformó en una pequeña tirana del débil. ¿Qué importaba eso? Era tan sólo una niña. Todos los niños eran crueles, a veces demasiado. Más de una vez se vio tentada a asistir a una de esas cenas de antiguos alumnos y ver que había sido de todos sus compañeros. Los años no pasaban para todos igual. Una tarde, paseando  por la call ca llee , se había e ncontra ncontrado do a una a m iga del cole colegio, gio, y a ni siqu siquier ieraa recordaba rec ordaba su no nom m bre. Ha Habí bíaa eengo ngordado rdado m más ás de ve vein intte kilos ilos e ib ibaa aacom compañada pañada de un hom hom bre de m ediana eedad dad y dos niños niños pequeños de unos ci cinco nco años. Después de aquel encuentro, Samara había tenido dos sentimientos contradictorios; por un lado se enorgullecía de cómo se mantenía física, mental y laboralmente; se alegraba de no depender de un hombre que con el paso de los años se quedaría sin pelo y miraría rabiosamente el dinero de la cesta de la compra. Por otro lado sentía una profunda tristeza preguntándose por qué ella no habría encont enc ontrado rado aalg lgui uien en ccon on el cual com comparti partirr su vi vida, da, form ar una fa fam m ilia, ilia, ser  feliz. Con el paso de los días se olvidó totalmente de aquella mujer y nuevos  proy ectos ec tos e n la eem m pre presa sa la engullí engullíaa n hasta aalt ltas as hor horas as de la m aña añana. na. ***

 

Aquella tarde no quería regresar a casa. Habían pasado dos meses desde que un horrible hombre se había colado en su casa y había abusado de ella. Aún sentía su aliento, a veces despertaba en mitad de la noche y creía verlo sentado en la  butacaa de ter  butac terciope ciopelo, lo, sus oj os vac vacíos, íos, su sonrisa sar sardónica dónica.. Sentía dentro de ella que volvería a verlo. Miró el reloj. Eran las nueve de la noche. Tras la mampara de cristal de doble hoja decorada con cortinas venecianas, podía ver el resto de los puestos de trabajo vacíos, iluminados por tenues ráfagas de luces provenientes de las ventanas anexas. El resto estaba oscuro a excepción de la luz de seguridad colocada sobre el ascensor de acceso a planta. El tiempo pasaba rápido cuando se enfrasca enfr ascaba ba eenn llos os ppapeles. apeles. El edi edificio ficio y a est estar aría ía vacío a eexcepc xcepció iónn de V Viice cent nte, e, el guardia de seguridad. Apartó la nariz del cristal y colocó correctamente las cortinillas metálicas, se recostó en la silla de trabajo con un mullido tapizado en  piel flor f lor y cerr ce rróó los oj ojos. os. E Estaba staba re reaa lm lmee nte agota agotada, da, pero per o no notó eese se c a nsancio nsanc io hasta que se quedó medio dormida frente al escritorio y un sonido metálico la sobresaltó. Era el ascensor; posiblemente, Vicente subía para su primera ronda; eran tan sólo cinco plantas no muy amplias. Le saludaría como cada noche con un gesto entrañable, sus mejillas rosadas por el exceso de alcohol, y seguiría su camino. Volvió a mirar el reloj; las diez menos cuarto. La puerta del ascensor se abrió y pud pudoo ver eenn llaa oscurid oscuridad ad una sombra que se aproxi aproxim m aba a eell lla. a. Pegó la nariz nuevamente al cristal apartando las cortinas y frunció el ceño. Era difícil ver algo con tanta oscuridad pero si lo suficiente como para saber que la persona que se aproximaba a su despacho no era Vicente. No podía verlo con claridad; era er a aalt lto, o, corpul corpulento ento,, llevaba llevaba puest puestoo un ttra rajj e o aall me menos nos eso pare parecía cía y al ir aproximándose el corazón le dio un vuelco. Por inercia se levantó y se acercó a la zona más alejada de la puerta. Se dio cuenta de que el teléfono estaba en el otro extremo y aba cuando intentó alcanzarlo elj óextraño traspasado el umbral umbra l y arranc ar rancaba de ccuaj uajo o llos os cables cables. .S See de dej ca caer er en ya su sil shabía illa, la, alz alzó ó llos os ppies ies ppor  or  encima de la mesa y, apoyando los codos en los reposabrazos, entrecruzó los dedos de las manos.  —¿T  —¿ Te acuer ac uerdas das de m í, S Sam am a ra ra?? Segur eguroo que sí…  —¡Cómoo te atr  —¡Cóm atree ves a ve venir nir a m i tra trabaj baj o! —T —Taa ntea nteaba ba la par paree d ccon on los de dedos, dos, como un animal apresado—. El guardia de seguridad estará a punto de llegar; comoo ttee aattre com revas vas a tocarm e un so solo lo pelo pelo,, te te j uro que… que…  —No sea seass eestúp stúpida. ida. —Lade —Ladeóó la c abe abezza hac hacia ia la der deree c ha, e l pa pasam sam ontaña ontañass le daba un aire aterrador—. Ese hombre está demasiado borracho como para darse cuenta siqé juier siqui eraae que est e stoy oy¿Qué aquí aquí..quiere  —¡Dé  —¡D am en paz! quieress a hora hora?? ¿V ¿Viol iolaa rm e otra vez? —Com —Comenzó enzó a llorar—. ¡Vete! —Su espalda chocó contra la pared y resbaló lentamente hasta quedar sentada con las rodillas flexionadas—. ¡Quítate ese pasamontañas! Dime quién qui én eere res… s…

 

Estiró la mano; sobre la mesa de trabajo había detectado un paquete de tabac abaco; o; ddio io uunn leve gol golpecit pecitoo so sobre bre la enc encime imera ra y sacó uno.  —Fum  —F umaa r m a ta, princ princesa esa.. No debe debería ríass fum a r, tam poco debe debería ríass dar darm me órdenes, no me gus gustta. Aspiró Asp iró uuna na profunda ca calada lada y m iró a su al alre rededor dedor..  —No sé qué te hice hice… … No rree cue cuerdo rdo qué pude ha hacc er erte te ni ccuándo… uándo… N Noo eess jjusto usto que me m e ccast astig igues ues de esta form a por algo que ni ssiq iqui uiera era re recuer cuerdo… do… ¿¿Qué Qué qui quiere eress ahora ? ¿P or qué has venido aquí? ahora?  —Me rom pist pistee e l cor coraa zón cua cuando ndo a pena penass tenía quince a ños y ni siq siquier uieraa te acuerdas… —Su voz sonaba melancólica—. Creí que te había perdonado, ¿sabes? Creí que con el paso de los años olvidaría aquella época tan sórdida de mi vida. Creó que te debo todo lo que soy. Es irónico… —Se quedó pensativo— cómo cam ca m bi bian an las cosas. Un ddía ía despu después és de aaños ños y años ttee ccruz ruzas as en la ccall allee cconmigo onmigo y todo pasa a cámara lenta. No sé si me entiendes… como una película. Estuviste a tan sólo dos centímetros de mí. En ese momento el ruido de la calle desapareció, tus movimientos eran lentos, hasta tu pelo se movía tímido al compás de tus  pisaa das. Si  pis Sigues gues usa usando ndo el m mismo ismo pe perf rfum umee . P Pude ude ole olerlo rlo al pa pasar sar j unto a m mí.í. Samara movió los ojos de un lado a otro intentando comprender de qué hablaba. Se rem re m ontó ontó aall in inst stit itut uto, o, su entorno, sus am amigo igos. s. Había dicho dicho quince años, no recordaba rec ordaba ccasi asi nada de sus sus qu quin ince ce años años..  —Llevabas  —Lleva bas una fa falda lda a j ust ustaa da a tu c int intura ura,, una c a m isa blanc blancaa a pre pretada tada y ligeramente escotada —prosiguió—. Una mujer de tu altura es llamativa pero, supongo que lo sabes, me pareciste una gacela rodeada de leones a punto de ser  devorada por el más fuerte. —Suspiró y se estremeció en la silla—. Me sonreíste de una manera lasciva, debí gustarte bastante, esa forma de mirar a un hombre es un arma de doble filo, Samara… Es una invitación a perder los estribos, se dicen demasiadas cosas mirando a las personas. Pasaste a mi lado y entonces te olí. ¡No sabes la sensación que me invadió! Tan apetitosa como horrible… Tu vida pasa como diapositivas por tu cabeza, los recuerdos se agolpan, incluso muchos que ni siquiera crees que sigan dentro de tu cabeza. ¿Sabes? Me puse a temblar.  —No sé quién eere res. s. No sé quién eere res… s… —re —repetía petía par paraa sí—. sí—. D Déj éj a m e irm irme, e, te  pido per perdón. dón. No sé qué m á s hac hacee r, no sé qué m á s de decir cir.. No re recc uer uerdo do nada de dell instituto, era una niña…  —Y y o, pr prince incesa. sa. Yo ta tam m bién er eraa un niño. Una m á s de tus alm a lmas as tortura torturadas. das. Quizzá por eeso Qui so nnoo m mee rrec ecuerdas. uerdas. Observó una neverita con el frontal tapizado en un papel imitando a la m adera y apagó el ci cigarro. garro.  —Saa m a ra…  —S ra … no voy a dej a rte ir ir.. S Séé bue buena na cchica hica.. De Debaj baj o de eesa sa libre librería ría tiene tieness una nevera, acércate y ponme una copa. No suelo beber pero esta noche será larga.

 

 —¿Qué vas a hac  —¿Qué hacee rm e?  —Eso de depende pende de ti ti,, per peroo no inventes ni m e m ientas. He obser observado vado minuciosamente tus hábitos. Sé a qué hora entras a trabajar, dónde y con quién sueles comer, incluso sé qué te gusta desayunar por las mañanas. Te pasas muchas horas en este despacho. Supongo que tu vida está tan vacía que la llenas de alg a lgún ún m modo odo con tu profesión. — —S Se levantó de la sil silla la y se quit quitóó la cchaqueta; haqueta; se volvió a sentar de la misma forma—. Vamos. Haz lo que te pido. Se limpió las llágr ágrima imass y obedec obedeció ió.. S Sac acóó un vaso de cr cris istal tal ttallado allado con m mot otiv ivos os florares de la estantería y puso dos cubitos de hielo en él. Rebuscó en la neverita, tenía pequeñas botellas de distintos licores agolpadas en el centro. Optó por  ginebra y llenó ligeramente el vaso. Cuando el hombre estiró el brazo para cogerlo, distinguió en su muñeca izquierda un lustroso reloj de la marca Rolex. Aquel detalle llamó su atención. No todo el mundo podía permitirse un reloj de ese tipo. tipo. Él ssee di dioo cuenta, esti estiró ró las m mangas angas de la ca cam m isa y se re recli clinó nó de nuevo en la silla.  —No… No quiero quier o que te sientes eenn la sill silla. a. P onte eenn eell ce centro ntro de la aalfom lfombra bra.. De rodil rodillas. las. Se llenó ddee aaso som m bró y el ca calo lorr ccom omenz enzóó a subi subirla rla por las me mejj illas. illas.  —No, no me m e pue puedes des ha hace cerr eeso… so…  —Pue  —P uedo do ha hace certe rte m ucha uchass ccosas. osas. —Olió eell li licc or de dell vaso y dio un sorbo—. N Noo m e lo ppongas ongas di difícil, fícil, ppont ontee eenn el ce cent ntro, ro, donde pueda ver verte. te. Y de rodil rodillas. las. Pensó en gritar, en salir corriendo hacia la puerta y, con un poco de suerte y empujándole, huir escaleras abajo, gritar pidiendo ayuda. Era una estupidez, aquel hombre era fuerte; bajo la fina tela de su camisa se dibujaban unos inmensos brazos. Se quedó paralizada por segundos y, al ver que sus ojos volvían a in inyy ectarse ec tarse eenn odi odio, o, ob obedec edeció ió y se aarrodi rrodill llóó en eell suelo suelo..  —No m e acaba ac aba de conve convence ncerr la im imaa gen. —La —Ladeó deó nueva nuevam m e nte la c abe abezza hacia el hombro derecho y sonrió—. Mejor levántate, quítate la ropa y ponte de rodillas.  —¡Por  —¡P or ffaa vor! —gimote —gimoteó—. ó—. T Tee n com pasión… Pue Puede, de, pue puede de ve venir nir alguien. Giró una pequeña barra suspendida frente a la mampara y las cortinas venecianas ocultaron los cristales. Apoyó el vaso en la mesa y se incorporó, cerró con llave la puerta y se la metió en el bolsillo del pantalón.  —Pue  —P uede… de… P Per eroo no le aabrire brirem m os. De m om omee nto, clar claro. o. *** Una terrible punzada perforó su estómago. Si se negaba, no sabía qué haría con ella. Igual Igua l tenía tenía una pist pistol olaa en eell bol bolsi sill lloo o un cuc cuchi hill lloo af afil ilado ado pa para ra am ena enazzar arla. la. Él no había sacado nada, pero su calma le anunciaba que algo bueno no podía salir  de todo aquello, si se negaba a hacer lo que pedía. Se levantó temblando, soltó el

 

 broc he de su falda  broche fa lda y e sta ca call llóó sobre la a lfom lfombra bra;; con la c abe abezza ba bajj a sol soltó tó los  botones de su ca c a m isa isa de aalgodón lgodón y quedó eenn ropa int inter erior ior fr free nte a él.  —Vaa m os… No tene  —V tenem m os to toda da la noche noche.. Suspiró angustiada y se quitó el resto de la ropa. Sentía el frío del aire acondicionado, que contrastaba con el calor de sus mejillas y le endurecían los  pezones. Se Se aagac gachó hó y volvi volvióó a ccoloca olocarse rse de rrodil odillas. las. S See ha había bía olvid olvidaa do quit quitar arse se los zapatos de tacón, pero eso no pareció molestarle.  —¿Lo notas? —le eespetó.  —¿Lo spetó.  —¿El  —¿ El qué?  —La hum humil illac lación. ión. Comenzó a llorar desconsoladamente por la rabia, por la vergüenza que sentía en aquel momento, desnuda, delante de un hombre que no conocía, un hombre atormentado por su pasado que la miraba sin un ápice de compasión. ¿Y ahora qué? Volvería a abusar de ella, posiblemente tenía algo horrible preparado con la única intención de hacerle daño.  —¡Oh,  —¡O h, Dios m mío! ío!  —No te escuc e scucha. ha. Ese no ti tiee ne tiem po par paraa los m morta ortales. les.  —P e rdóna  —Pe rdónam m e , por fa favor… vor… P e rdóna rdónam m e por todo lo que pude hac hacer erte… te… No me hagas daño… Se levantó de la silla y se puso frente a ella. Era un hombre inmenso, quizá desde esa perspectiva parecía todavía más aterrador. Sus manos… se fijó en sus manos; en algún momento se había quitado los guantes y no se había dado cuenta. Tenía unas manos grandes, bien cuidadas, las uñas perfiladas correctamente y sobre la parte superior ni un solo pelo. Volvió a ver el brillo del reloj; plata, oro blanco, finas piedras engastadas alrededor de la esfera. Se inclinó  a  apoy poyando ando llos os ddedos edos en el m entó entónn levant levantóó su car cara. a.  —Es me m e j or se senti ntirr dolor que no sentir nada y estar esta r va vacía cía,, S Sam am a ra ra.. El jazmín, las flores del campo y al aroma a primavera volvieron a hacerse  presente  pre sentes. s. Sint intió ió c óm ómoo desliz deslizaba aba los dedos e ntre sus pier piernas, nas, com o rozaba levemente su sexo mientras no apartaba los ojos de ella. Una leve presión en el cent ce ntro ro y un escalofrió rec recorrió orrió su su espald espalda, a, desde eell cuell cuelloo a la raba rabadi dill lla. a.  —Míra  —Mí ram m e —dijo introduc introduciendo iendo su dedo de dentro ntro de eell lla. a. Calor. El terror dio paso a la frustración, a los nervios. Notaba su mano, sus dedos rozando cada centímetro de ella muy despacio, demasiado despacio como  paraa no gustar  par gustarle le e int intentó entó dis disim imular ular su eexc xcit itaa ción. N Noo podía dej ar que é l se dier dieraa cuenta de que estaba sintiendo placer, pero era difícil, la humedad de su sexo em papaba sus ddedos. edos. El hombre salió de ella y se rozó la nariz con los dedos, luego se los metió en la boca y, lamiéndolos cuidadosamente, cerró los ojos y suspiró.  —Por  —P or fin te prue pruebo… bo… —Ri —Rióó y se a poy ó e n la rodill rodilla—. a—. Le Levanta vanta la ca cabeza, beza, Samara. La vergüenza pasa, el dolor termina pero la humillación prevalece. — 

 

Cogió su cara con ambas manos y sonrió—: Soy la sombra de lo que un día fui. Te amé tanto como te odié. Después de acabar los años de colegio, me propuse cambiar mi futuro y triunfar en la vida, pero ¿sabes? —Apretó con rabia su m entón—. Te de debo bo llos os peore peoress años de m mii vi vida, da, pe pero ro tam bién lo que soy. Intentó soltarse, pero asió su pelo con fuerza y llevó su cara a dos centímetros de él.  —No sabe sabess e l plac placer er que m e provoc provocóó tu m iedo, tu ter terror ror,, tu rostro desencajado por el pánico el día que entré en tu casa y te hice mía. Me hicieron sentir tan lleno de vida…  —¡Estás enfe e nferm rm o! —gr —grit itó. ó.  —Por  —P or ti Sam Samaa ra ra,, por ti ti… … Tengo gra grandes ndes plane planess par paraa ti, ti, m i dulc dulcee princ princee sa… Estoo es sólo el aper Est aperit itiv ivoo de lo que ve vendrá. ndrá. Su lengua por primera vez se abrió paso entre sus labios invadiéndole la boca; luego la besó en la frente con dulzura y se incorporó, se dirigió a la mesa, cogió su chaqueta y se la puso cuidadosamente, sacó la llave del bolsillo y abrió la  puerta.  puer ta. Esta Estaba ba a punto de sa sali lir, r, pe pero ro volvi volvióó a gira girarse rse ha hacia cia e lla lla . Sam Samaa ra seguía de rodillas, rodil las, con una eexpresión xpresión de de aba abati tim m ient iento, o, ttotalme otalmente nte id idaa en sus pensam pensamient ientos. os.  —De scansa,  —Desca nsa, pr prince incesa. sa. Lo vio alejarse entre las filas de escritorios; pasaba delicadamente los dedos  por la m ela elam m ina de las m esa esas; s; no le im importaba portaba nada nada,, segur seguraa m e nte y a e n e l ascensor, se habría quitado el pasamontañas que le cubría la cara. Se incorporó abochornada y dolida, buscó su falda, su camisa, su ropa interior y se vistió. Cuando bajó a la calle Vicente dormía la borrachera en su garita, bajo la tenue luz de una lamparita de mesa. Su coche era el único que quedaba en el aparca apar cam m ient iento. o. S See subi subióó a él y com comenz enzóó a llo lora rarr. *** Llegó a casa de madrugada; había pasado más tiempo del que creía con aquel hombre en el despacho. Eran más de las dos de la mañana. Ni siquiera cenó, un nudo en el estómago le impedía comer nada. Se duchó y se acostó. Soñó. En su sueño estaba en el instituto, caminaba con su carpeta forrada de fotos de la Super   Pop, llena de cantantes de la época. Aquella revista era un elemento indispensable para cualquier estudiante. Su falda diminuta de animadora, su camiseta ceñida de color marfil y letras rojas bordadas por su madre. Iba acompañada de dos amigas de la infancia, igual de dignas que ella. Era la abeja reina o; deeestaba su mundo. Hileras de taquillas todos metálicas distribuían a ambos lados dell  pasill  pasillo; staba a testado de estudiantes, las mseira iraban ban con e nvidi nvidia. a. Un cha chava val delgado y desgarbado le llamó la atención, iba cargado de libros y le resultaba difícil abrir la puerta de una de las tutorías. Recordaba a aquel chico; era uno de los « apar aparttados» de la clase, ssiem iempre pre rodea rodeado do ddee li libros bros,, ssiem iempre pre sentado en la

 

fila de atrás sin apenas abrir la boca. Al pasar a su lado el muchacho sonrió tímidamente, ella se aproximó y, dando un golpe en sus cuadernos y libros, se los desparramó por el suelo. Nadie le ayudó a recogerlos del suelo; las risas se hicieron presentes en el ambiente. El muchacho se agachó y torpemente comenzó a recogerlo todo. Llevaba un pantalón vaquero desgastado y una camiseta de publicidad barata. La miró desde el suelo y aun así volvió a sonreír  con dulzura. Samara se sintió ofendida. ¿Cómo osaba algo tan insignificante y  burdo m ira irarla rla a ella? Pa Pasó só a su lado, su voz re retum tumbó bó en eell pasil pasillo. lo.  —¡Sam a ra! ra ! Se giró; el m muchac uchacho ho pper erm m anec anecía ía ar arrodi rodill llado. ado.  —¡Dee spi  —¡D spiee rta rta!! Se despertó sudando y con la respiración acelerada. Miró el reloj de la mesita. Eran las cinco de la mañana. Se limpió la frente con la sábana y se dejó caer sobre la almohada. Fijó la vista en el techo y saltó como un resorte de la cama, abrió el armario y se arrodilló en el suelo. Tenía que estar allí. Tenía claro que lo había guardado el día que se mudó a esa casa. Sacó varias cajas de zapatos, una bolsa con unos patines viejos que ya no usaba y por fin lo vio. Un libro de tapas duras y sobrecubierta en brillo, lleno de polvo. Lo limpió cuidadosamente y se lo puso sobre las rodillas. *** Anuar io 1994-199 Anuario 1994-19955 Instituto Riera II  —Tiene que esta estarr a quí… —susu —susurr rróó ne nerviosa rviosa pasa pasando ndo las pagina paginass ini inicc iales acelera ac eleradam damente—. ente—. V Vam am os, os, ti tiene ene que estar aaquí quí… … Llegó a la parte donde las fotos de los alumnos por cursos aparecían impresa impr esas; s; bus buscó có su promoción, prom oción, ssuu clase y sus anti antiguos guos com pañe pañeros. ros. Analiz Analizóó una a una las fotos que salían. Nada. Se quedó pensativa, volvió a centrar su mente en el muchacho del sueño. ¿De qué lo conocía? Varias páginas atrás y entonces algo le vino a la mente: el grupo de lectura. Aquellas malditas clases a medio día que les obligaban a hacer cuando el profesor perdía la paciencia con ellos. Cinco  páginass m  página más ás aatrá tráss y una tr treintena eintena de aalum lumnos nos apa apare recc ier ieron on fr free nte a sus ojos. Repasó una a una cada fotografía y por fin lo vio. La foto era en blanco y negro pero recordaba perfectamente el color de su pelo. Negro, revuelto y desaliñado, desali ñado, mirada tri trist ste, e, poco aagrac graciado iado y enclenque.  —Tieness que ser tú —susurró—. Dom ini  —Tiene inicc Roma Romano… no… —F —Frunc runció ió e l c eño, intentando hacer memoria—. Tienes que ser tú… Maldita sea… Mirando la foto, un sinfín de recuerdos volvieron a su cabeza. Sí, Dominic, el  pequeño  peque ño y desga desgarba rbado do Dom ini inicc , er eraa e l c entro entr o de sus burla burlas. s. Rec Recorda ordaba ba

 

 per fecta  perfe ctam m e nte a e se chic chico. o. Era uno de los m uchos e stu studiantes diantes que la ponían de los nervios; por mucho que te rieras de él, por mucho que lo humillaras en  público,  públi co, siem pre tenía una sonrisa pa para ra ella.  —Saa nto cielo…  —S ¿Cómo iba a acordarse? Era uno de los muchos chicos de los cuales se reía. Romano siempre estaba solo, no tenía amigos. Era un joven metido en sí mismo, si siem em pre ccarga argado do de li libros bros,, de m irada aaus usente ente y despi despist stada. ada. Recordó que una vez vez,, a la hora de com comer er,, algu alguien ien llee habí habíaa tirado llaa bandej bandejaa al su suelo. elo. El Ella la habí habíaa pasado a su lado y, en vez de ayudarlo había pisado su comida. ¡Maldita sea! ¡Eran cosas de niños! Los niños son perversos con ellos mismos; había pisado su comida, luego sus amigas, luego el resto de alumnos, y nadie le había ayudado a levantarse y recoger re coger eell ddesagui esaguisado. sado. Pasó las páginas y buscó las fotografías del equipo de fútbol. Allí estaba él otra vez, sentado en las gradas de cemento, en un rincón apartado del resto casi detrás de la imagen de varias animadoras, entre las que estaba ella. Levantaban los pompones con sonrisas inmensas y, a un lado de su hombro, al fondo, casi im percepti perc eptibl blee la ima imagen gen de Roma Romano no ob observándol servándoloo to todo do fija fijam m ente.  —Tieness que se  —Tiene serr tú, m maldita aldita sea sea… … Se levantó, se dirigió al salón y sacando el portátil de su bolso lo encendió apresuradamente, lo puso en sus rodillas sentándose en el sofá y buscó nerviosa la web del Instituto. Sabía que cada cierto tiempo hacían reuniones de antiguos alumnos, esas fiestas tristes a las que estuvo más de una vez tentada a asistir. Pinchó sobre el enlace de antiguos alumnos y buscó la fiesta. Ahí estaba: faltaban tan sólo dos semanas. Estaba casi segura de que ese hombre, si realmente era quien creía, asistiría a la reunión. Si verdaderamente era la sombra de lo que había sido, para su ego, ir a ese tipo de evento era demasiado apetitoso y excitante como para no dejarse ver. Una opción la permitía apuntarse a la celebración; pinchó sobre ella y rebuscó entre los nombres de los inscritos el de Romano. Nada. No le importaba. Se apuntó en la lista y tras cerciorarse varias veces de que todo estaba bien hecho, apagó el ordenador e intentó relajarse. Ya no podría dormir; eran casi las seis de la mañana y en una hora debería levantarse para ir al trabajo. Se preparó un café cargado y se recostó en el sofá, un pensamiento le pasó por la cabeza; Está bien; iría y, cuando llegara a esa fiesta   lo viera delante, ¿qué haría? Le preguntaría educadamente: hola, perdona, ¿fuiste tú quien me violó? Quizá no era buena idea, quizá se estaba volviendo loca. o importaba, tenía que asistir a la fiesta. Tenía que quitarse aquella congoja que la carc ca rcomía omía por dentro, ttenía enía que ver a Roma Romano no y sali salirr de dud dudas as porqu porquee si al final no era ese e se el m muchacho uchacho qque ue cr creía, eía, ttendrí endríaa qu quee eem m pez pezar ar de cero. ce ro. Tuvo una extraña sensación. Cerró los ojos durante unos segundos y un tenue aroma a jazmín le invadió las fosas nasales. Recordó la forma que tuvo de tocarla, la dureza de sus palabras y su impetuoso afán de atormentarla. Creyó

 

sentir un leve cosquilleo en la entrepierna; se incorporó rápidamente y se tomó el café. *** Aquella m Aquella mañana añana en la ofici oficina na no pu pudo do cont contener enerse se y tra rass cer cerciorarse ciorarse de que nadi nadiee la m ol olestaría, estaría, rebuscó en un m mot otor or de búsq búsqueda ueda eell nnombre ombre de Dom Domin inic ic R Roma omano. no. Varias noticias aparecieron como enlaces en la pantalla de su ordenador. « Roma omano no con consi sigue gue llaa li libertad bertad si sinn car cargos gos para el em empresar presariio ac acus usado ado de so soborno borno y m alversación de fondo fondos» s» … « El abogado Domini Dominicc Ro Rom m ano vet vetaa la entrada ent rada de la prensa en eell caso AC ACor» or» … Un ppoco oco má máss abaj abajo, o, an anexa, exa, apare aparecía cía una imagen. Pinchó sobre ella y pudo ver una muchedumbre agolpada ante los uzgados, frente a un hombre de mediana edad con rasgos occidentales y cejas  pobladas;  poblada s; a su lado, ta tapado pado con una bufa bufanda nda gris pe perla rla hasta la nar nariz iz,, se veía a un hombre alto de unos treinta y tantos dirigir una mirada desafiante a un reportero. Apenas podía verlo, casi era imposible, la imagen era muy pequeña y si la aumentaba quedaba totalmente distorsionada y se veía peor. Busco más im ágenes, ágene s, pero ese tal R Roma omano no pare parecía cía cuidarse de la prensa. « El equi equipo po ddee Romano no hará declaraciones a la prensa sobre los supuestos desvíos de dinero de la la eempresa mpresa qu quee defi defiend ende» e» . Un po poco co má máss ab abaj aj o: « Romano vvuel uelve ve a ganar» . Se quedó pensativa. ¿Sería posible que un hombre tan ocupado hiciera aquello? o era lógico, igual estaba equivocada o quizá podía ser el pequeño y enclenque Rom Ro m ano del inst instit ituto. uto. *** Llegó la noche de la celebración esperada. Un vestido gris cobalto por encima de la rodilla, unos zapatos de tacón a juego y una rebeca de punto fino fue lo que escogió para esa noche. Al principio le resultó algo ostentoso, pero sus continuos escarceos en la web del instituto y las fotos de las fiestas anteriores dejaban claro que todos se vestían casi de etiqueta para asistir. Cogió un pequeño bolso que se cruzó en el pecho y llamó a un taxi. La celebración sería en el Hotel Real, un  bonitoo edif  bonit edificio icio a las af afue uera rass de la c iudad, de dos plantas, rode rodeaa do de á rboles frutales y un extenso bosque. Ya en la puerta identificó a varias de sus antiguas compañeras del equipo de animadoras, que no dudaron en saltar a sus brazos  paraa sa  par saludar ludarla. la.  —¡Sam a ra! ra ! Estás rraa diante ¡¡P P ar araa ti no pasa el tiem tiempo! po!  Desgraciadamente  De sgraciadamente para ti ti sí , pensó para ell ella. a.  —Muy a m able able,, Ro Roxa xana, na, tú eestás stás estupenda estupenda.. ¿¿T Te ccasa asaste? ste?  —Tee ngo una pr  —T pree ciosa niña de ccinco inco aaños. ños. V Vivo ivo en eell ce centro. ntro. ¿¿Y Y tú? Yo estoy sola, sólo me faltan los gatos y un turbante , pensó.

 

 —Bueno,  —Bue no, a quí a ndo —conte —contestó stó—. —. De Dem m a siado ocupa ocupada da con el tra trabaj baj o com o  paraa pe  par pensar nsar en hom bre bres… s… Pasaron al amplio salón dispuesto para el evento. Un horrible cartel indicaba el nombre del instituto y la promoción; pendía de hilos transparentes sobre un falso techo. Las mesas se extendían por todo el perímetro, repletas de canapés, copas de cava, botellas de vino y demás refrescos, y los camareros iban y venían de un lado a otro con las bandejas. Identificó a varios de los chicos de la clase, unos con más barriga, otros sin pelo, alguno aún con un buen físico. A simple vista, había de todo. Una hilera de sofás de alcántara color azul se difuminaba por dos de los extremos del salón. La gente cogía un platito de  porcee lana blanc  porc blancaa , una ccopa opa de vino o ca cava, va, y se se sentaba ntaba a nim nimada adam m e nte a c har harlar  lar  de sus vidas en los rincones dispuestos para ello. Lo cierto es que no era tan triste como se lo había imaginado. Los años habían pasado, las diferencias de clases cam ca m bi biaban aban y los complej complejos os ddaban aban paso a la durez durezaa de los años y la sens sensatez atez..  —¡Sam a ra! ra ! —Uno de sus com compañe pañeros, ros, ba bastante stante pe perj rj udica udicado, do, se aacc er ercc ó a eell llaa tambaleándose—. ¡Sigues tan maciza!  —Hola, Joseph. Te Te ve veoo fa fantásti ntásticc o —m —musit usitóó sin gana ganas. s. *** o dejaba de mirar hacia la puerta, pero no veía a nadie con las características del tal Romano. No tenía claro qué le intrigaba más, si descubrir al demonio que le había hecho aquello y que la viera, o ver el cambio del niño enclenque y desgarbado de hacía más de quince años. Se sentó en uno de los sofás del fondo; desde donde estaba podía ver todo el salón pero, por el contrario, parte de la sala no la veía a ella por una columna de aire griego que tenía delante. Tomó una copa de cava que una de las mujeres le ofreció, y mientras ellas charlaban de algo de lo que ni se enteró, pudo ver cómo un grupo de varias personas entraba en el recinto. Al fondo, en último lugar, un hombre alto, vestido con un pantalón de traje fino y una camisa blanca, pelo negro engominado y algo revuelto y so sonris nrisaa dulce. S Salud aludóó a dos person personas as en la puerta y una m mara arabun buntta de ex aalu lum m nas saltó a saludarlo, como locas.  —Lo que hac ha c e ga gana narr diner dinero, o, ¿¿ee h? Una de sus compañeras mordisqueaba un pequeño bollo mientras no perdía de vista vista la eescena. scena.  —Es Roma Romano. no. ¿Te a cue cuerda rdas? s? Cam Cambió bió m uc ucho, ho, ¿e h? De niño desva desvali lido do y m alt altra ratado tado a hombre tri triunfador unfador.. Inc Incre reíb íble le —pare —pareció ció m medit editar ar..  No contestó; c ontestó; perm a neció nec ió conc concentr entrada ada e n ccaa da deta detall llee de a quel individuo individuo que, con paciencia, saludaba a todos y cada uno de los que se metían en su camino. Un hombre le ofreció una copa y se paró a charlar con él. Tenía un cuerpo trabajado por el gimnasio, un tono tostado en su piel y un porte que realmente

 

llamaba la atención. No estaba segura y le pareció todo una locura. Se sintió ridícula al creer que aquel hombre, el niño Romano, podría ser el mismo que le habíaa he habí hecho cho tant tantoo daño. Di Dioo un ttra rago go a su copa y re recordó cordó las ggam am berra berradas das qu quee le había hecho. Varios tragos después los nervios habían desaparecido y se sentía más relajada y cómoda, pero seguía observando a Dominic por entre las mesas. Hablaba con aire elegante, las manos en los bolsillos y una sonrisa inmensa. Se notaba not aba que disfrutaba de sus triu triunfos, nfos, de lo in insi signi gnifica ficantes ntes que le pa pare rece cerían rían todos  cada uno de los que allí estaban presentes. Era un hombre realmente bello; se había convertido en una de esas figuras griegas de cuerpos perfectos y rasgos marcados que le recordaban a los italianos tostados por el sol de la Riviera. Pensó que era estúpida y se levantó con la intención de irse, cruzó el salón con la mirada altiva y lo miró. Dominic estaba ausente, se apoyaba ligeramente en el canto de la mesa y al oír el taconeo de sus zapatos miró hacia ella. Sus ojos, aquellos intensos ojos que hasta aquel momento reflejaban la bondad más exquisita, se tornaron duros y agresivos y algo la hizo frenar de golpe. Lo vio levantar la copa, dar un largo trago al cava y, al hacerlo, su camisa se apartó ligeramente de su muñeca y un precioso reloj Rolex de oro blanco y plata dilató sus pupilas.  —¡Dios  —¡D ios m ío, es él! —susu —susurr rró—. ó—. ¡Es eese se m a ldi ldito to hi hijj o de puta puta!! Estuvo a punto de darse la vuelta, ir hacia él y romperle la cara de una  bofetada  bofe tada,, per peroo el m iedo la par paraa li lizzó de tal m ane anera ra que un gr grupo upo de per personas sonas que salían del salón la empujaron hacia la puerta y quedó en el umbral, plantada comoo un com unaa eest statua. atua.  —Tee va  —T vass m muy uy pronto, ¿¿no, no, prince princesa? sa? Esa voz, voz, esa horribl horriblee y despiadada voz re retu tum m bó en sus ooíd ídos. os.  —¡Maldi  —¡Ma ldito to hi hijj o de puta, sa sabía bía que e ra rass tú! Dominic miró a su alrededor y la agarró por el brazo llevándosela a rastras hacia una de las salas anexas, que parecía vacía. No había mucha gente pero los  pocos que los vvier ieron on pasa pasarr eestaba stabann dem asia asiado do per perjj udica udicados dos par paraa eentende ntenderr na nada. da.  —¡Suéltamee !  —¡Suéltam La empujó contra la pared y la sujetó por la nuca. Tanteó su entrepierna y apartó su ropa interior.  —¡Estás enfe e nferm rm o! ¡¡S Suéltam e ! ¡¡T Te digo qu quee m e sueltes! —gr —grit itaba aba..  —De ti ti,, S Sam am a ra ra.. De ti ti… … El calor de su miembro se hizo paso a través de sus paredes y una sensación deliciosa se apoderó de ella. Se revolvió, sería absurdo que no lo hubiera hecho; oía el bullicio al otro lado de la puerta y, aunque sus movimientos eran lentos y acompasados, la idea de que alguien abriera la puerta la ponía de los nervios.  —Dimee que pa  —Dim pare re —susurr —susurró—. ó—. Dim Dimee aahora hora que pa pare re y lo har haré. é. Su aliento retumbaba en sus oídos; el calor de su pelvis se aferraba a ella y la empujaba en cada golpe. Sentía vergüenza, sentía ira hacia sí misma porque no

 

hacía nada para impedir qu quee hiciera lo qu quee eest staba aba ha haciendo. ciendo.  —¿P  —¿ P or qué m e hac hacee s esto? —sol —solloz lozó. ó.  —La c hica popular follada por el ra rarito rito de la c lase a cua cuatro tro m etr etros os de sus compañeros. —Su voz sonaba excitada, respiraba con fuerza y le rozaba la mejilla con la nariz—. ¿Quién te lo iba a decir a ti, hace quince años?  —No puedo pue do hac hacee r eesto sto,, no está bie bien… n…  —Eress in  —Ere incc a paz de de decir cirm m e que par paree . T Tee gusta de dem m asia asiado do y te aaver vergüenzas güenzas de ti m is ism m a. ¿V ¿Ver erdad, dad, prince princesa? sa?  No podía m ás. La for form m a que tenía de tra tratar tarla, la, la for form m a de susurra susurrarle rle al oído la excitó de tal manera que sintió una angustia horrible. Estaba empapada, era imposible disimular aquello y él seguía acelerando sus movimientos, arrastrándola a un nefasto orgasmo que solo complicaría lo que estaba ocurriendo en aquella sala. Lo inevitable llegaba por ambas partes; la presión de sus manos en ella, sus embestidas y sus susurros acabaron con su cordura y un gemido de placer salió de su boca. La puso de rodillas y descargó su rabia en ella, y tras esto se incorporó sin decir una sola palabra y quedó frente a él. Dominic apoyó una rodilla en el suelo, levantó una de sus piernas y fue sacando sus bragas con delicadeza.  —¿Qué  —¿ Qué hac haces? es? — —pre preguntó. guntó.  —Llevarm  —Lleva rm e lo que es m ío —di —dijj o guar guardando dando su ropa int intee rior eenn el bolso. Sacó una servilleta de otro de sus bolsos y se la pasó por la cara limpiando las lágrimas mezcladas con su propio semen; ordenó su pelo y alisó su falda y su camisa con dulzura.  —Vee te —le or  —V ordenó—. denó—. Segur Seguroo que te eestará staránn busca buscando. ndo. Extrañada sin saber ya qué sería lo siguiente, se fue con la cabeza gacha, uniéndose a la fiesta como si no hubiera pasado nada. El resto de la noche se pasó gran parte de las horas totalmente ausente, observando a Dominic en la distancia,  preguntándose  pre guntándose cóm o había ll llee gado a aque aquell llaa sit situac uación. ión. Sentía e ufor uforia, ia, nece ne cesid sidaa d de él y vergüenza de sí misma por ello. Dominic no se acercó a ella durante el resto de la velada. A eso de la una de la mañana estaba muy cansada y quería irse, pero no era capaz de hacerlo sin decírselo a él. Por alguna extraña razón  buscaba  busca ba sus m mira iradas, das, eesper speraba aba sus palabr palabras as o aall m menos enos un ge gesto sto que le dij dijer eraa qué hacer. Se sentó en uno de los sofás, al lado de uno de sus antiguos compañeros, y  perm  per m ane anecc ió abduc abducida ida por sus propios re rem m ordim ordimientos. ientos.  —¡Sam a ra! ra ! —gimote —gimoteóó e l borr borraa cho—. ¡Si ¡Sigues gues tan m a ciz cizaa c om omoo c uando éramos críos! —repitió trabándose. Volv olvió ió a da darr un lin lingot gotazo azo a la botell botellaa y dorm dormit itóó m mient ientra rass ot otro ro grupo de am igas igas se unía a ella.  —Estamos  —Estam os agotada agotadass —di —dijj o una.  —Yoo cr  —Y cree o que m e voy a ir —conte —contestó. stó.  —¿Esper  —¿ Esperaa s a alguien? —inqu —inquirió irió otra busca buscando ndo e n su bols bolsoo algo que no

 

acababa ac ababa de eencont ncontrar rar—. —. Ll Llam am ar arem em os a un ttaxi; axi; si qui quier eres es te vienes con no noso sotras tras  te  te dej dejam am os en casa. Cuando estaba a punto de aceptar su invitación, Dominic apareció por la derecha dere cha y est estiró iró llaa m ano hac hacíía ell ella, a, inv invit itándol ándolaa a levantar levantarse. se.  —¿Y  —¿ Y tú qui quién én eere res? s? —Una j oven de m ira irada da desaf de safiante iante se ade adelantó lantó un poco.  —Eress la dec  —Ere decim imoquint oquintaa per persona sona que m e pre pregunta gunta e so, Ter eresa esa —conte —contestó stó é l suspi sus pira rando— ndo—.. Dom Domin inic, ic, Dom Domin inic ic Roma Romano. no.  —¡Coño! Sí que ha hass ca cam m biado. S Sii te te veo por la ccaa lle lle ni te rrec econoz onozcc o.  —Estoy segur seguroo de ello. —Tiró del bra brazzo de Sam ar araa y sonrió—. Un plac placee r  veros. La llevó a su casa aquella noche y durante semanas Samara no supo más de él. Muchas Muchas vec veces es aabría bría la puerta de su casa espera esperando ndo encont encontrá rárselo rselo en su pasi pasill llo, o, acechando en la oscuridad como lo había hecho aquella noche por primera vez,  peroo no ocur  per ocurrió. rió. N Noo podía quit quitaa rse de la ca cabeza beza a quel hom hombre bre.. P or las noc noches hes se excitaba recordando sus susurros mientras la penetraba. Incluso la excitaba recordar el terror que la hizo pasar. Una tarde llegó un paquete a la oficina con su nombre. Dentro, había una caj ca j a pre precint cintada ada con un ssobre obre lacr lacrado, ado, pegado en llaa parte pa rte sup super erio ior: r: « Han pasado varias sem semanas anas desde la última última vez que te vi vi.. R Rec econo onozzco que se me han hecho eternas, pero era necesario para que entiendas todo lo que está  pasando.  pasa ndo. Estoy c onvenc onvencido ido de que tu a ngust ngustia ia e s m a y or que m i dolor por no tenerte cerca de mí. Samara, he disfrutado con cada una de las lágrimas que me has regalado. Reconozco que tu sufrimiento ha sido una dosis para mi alter ego. Hace mucho tiempo rompiste mi corazón y juré vengarme de ti. Pero mi venganzaa no ti venganz tiene ene principi principio, o, no ttiene iene ffin, in, nnoo es un ccapítu apítulo lo en tu vi vida da pe perf rfec ecta. ta. No es eso lo que tengo preparado para ti, mi dulce niña. Estoy convencido de que estos últimos días has deseado tenerme cerca, has fantaseado, ruborizándote quizás, con todo lo que he hecho contigo. Permíteme quedarme con eso, con esa dependencia que tu mente empieza a sentir, con esa necesidad que te llena las venas sabiendo que está mal y aun así… lo necesitas tanto… ¿Acaso no es así? Someterte a mis deseos ha sido y será el único motor que mueva mi vida, pero no me malinterpretes porque a fin de cuentas mi poder sobre ti es directamente  proporcc ional a tu ne  propor necc esidad. Mi tierna Sa m ar araa , te odio ta tanto nto ccom omoo te am o, pero per o cuando te amo olvido que te odio. La primera vez que te vi podía mi odio; la segunda simplemente te amé. Estoy convencido que me darás todo aquello que te pida y el día que no lo hagas te lo arrebataré. Sólo deseo que me ames tanto como te am o yyoo a ttii y que m mee odi odies es de iigu gual al modo modo»» . Ab Abrió rió la ccaj aj a y sacó uunn finoo coll fin collar ar de plat plataa con el nombre de Dom in inic ic deli delica cadam damente ente tall tallado ado por dentro. « Qui Quier eroo qque ue cuando ttee pong pongas as lloo qque ue hay en llaa ccaj aj a com prendas lloo qque ue significa y lo que conlleva. Aunque te obligo a ello estoy seguro de que lo harás con toda la ilusión del mundo. Cada minuto de tu vida, cada instante de ella, es

 

mío. Ahora eres parte de mí. Tu voluntad es mía, el centro de mi mundo eres tú,  peroo te e xij  per xijoo lo m ismo a ti y no dude dudess que m i ccrue rueldad ldad puede pue de ser inte inte rm inable si no recibo rec ibo de ti lo que espe espero ro cua cuando ndo ttee lo pi pida» da» . Not Notóó una punz punzada ada en eell estómago cuando se colocó el fino metal en su cuello, apretándolo contra la piel  c  cer errando rando el broche. La ansi ansiedad, edad, eell m miiedo y los los nervio nervioss invadi invadier eron on ssuu cuer cuerpo. po. « Pe Pero ro no oolv lvid ides, es, m mii pprincesa, rincesa, que ttee am a m o, aun cuando no vea veass en m mii nnii uunn atisb ati sboo de com pasi pasión. ón. Siem iempre pre tuy tuyo, o, Domini Dominic» c» .

 

3. Castigo  Mi precios prec iosa a Samara, he pasado muc muchos hos mome ntos delante de tu cama observándote dormir. He hecho mío cada ce ntí ntíme metr tro o de tu pi piel. el. De Desde sde la últ última ima ve vezz que te vi he pas pasado ado largas horas sentado en la butaca de tu habitación, asaltando tu intimidad sin apenas moverme, con la única necesidad de observarte. Podría haberte usado, forzado otra vez, como la  primera noche que te hice mía, pero todo ti tiene ene un proceso proce so que algún día entenderás. Mi bella princesa que duerme angustiada por sus propios pensamientos y que a veces dice mi nombre entre susurros… Tu penitencia es mi regalo más  preciado.  prec iado. Tu Tu voluntad y toda ttú, ú, mía.

*** La lluvia caía con fuerza aquella noche. Desde su ventana, con una taza de café cali ca liente ente y una chaqueta por enc enciim a de los hhombros, ombros, ob observaba servaba eell frenéti frenético co rit ritm mo de la gent ge nte. e. Est Estaba aba agot agotada, ada, pe pero ro por fin era vier viernes nes y pod podría ría desca descans nsar ar..  —¿Qué  —¿ Qué m e está pasa pasando? ndo? —susurró—. ¿P or qué no puedo sac sacar arm m e a ese hom ho m bre de m i cabez cabeza? a? Dio un un so sorbo rbo al ca café fé y se enc encogi ogióó de hombros.  —Porque  —P orque e re ress estúpida —le dij dijoo su ca cabeza—. beza—. Te ha viol violaa do, te hum humil illó ló haciéndote pagar los pecados que cometiste con él cuando tan sólo eras una niña  aun así… Aun Aun así ttuu cuer cuerpo po ssee eest stre rem m ec ecee re recordándol cordándolo. o. Pasó la por elsi cuello. El brillo del collar reflejaba en el cristal de la ventana. Semano preguntó merecería la pena, si todoseese sufrimiento y ese dolor  m ezclado ezclado con ese de deseo seo acabar ac abarían ían dest destruy ruy éndol éndola. a. Cerró los ojos oj os y vol volvi vióó a ve verle, rle, tan inhumano, tan cruel. Recordó su mirada llena de odio y de pasión, la melancolía en sus palabras y su dolor, su forma de hacerla suya obligándola a sentirse tan pequeña ante él como lo había hecho ella siendo niña.  —Vee nganza —susurró, y re  —V recc ost ostáá ndose eenn la ccam am a se que quedó dó dorm ida. Despertó de madrugada con la respiración acelerada y sudando como nunca. Las pesadill pesadillas as em pez pezaban aban a hace hacerr m ell ellaa en su ros rostro tro y sus sus no noches ches eeran ran larga largas. s. S See incorporó y colocándose la chaqueta de nuevo sobre los hombros se dirigió al salón. Buscó el interruptor de la luz, pero algo provocó un espasmo en su estómago. La oscuridad del cuarto la impedía ver con claridad, pero él estaba allí, sentado en la butaca más alejada de ella. Apenas se movió cuando Samara entró en e n el salón. Ni si siqui quier eraa se m ovi ovió. ó.

  Cua Cuando ndo er eraa peque pequeño ño y todos os burlaba burlabais is de m í

dijo e ntonce ntoncess , m e

 

 prom etí a m í m mismo ismo que algún día lucha lucharía ría por lle lle gar a ser com o vosotros. —La melancolía volvió a dibujarse en sus palabras—. Me fui de esta ciudad, estudié dos carreras y monté mi propia empresa, pero todo lo que conseguí, que fue mucho, no me llenó. Estuve con mil mujeres distintas que me dejaron igual de vacío y ento entonces nces apa apare recis ciste te ttú… ú… Se levantó de la butaca y se dirigió a ella.  —Supe  —S upe eenn eese se m om omee nto que todo lo qque ue había hec hecho ho gira giraba ba eenn torno a ti. ti. S Sólo ólo a ti. —Cogió con fuerza su cara y pegó la frente a la suya—. Y me dije a mí m is ism m o: ssii ella ella m e convirti convirtióó en lo que soy, ell ellaa lo sufrirá sufrirá..  —Me hace ha cess daño. —Inte —Intentó ntó ssolt oltar arse se pe pero ro rree sul sultaba taba im imposi posible. ble. Aflojó la presión en su cara y deslizó las palmas de las manos por su piel; fue desnudándola con delicadeza mientras acariciaba sus hombros y dejaba caer la chaqueta y la fin finaa tela de su ca cam m isón. són.  —Con  —C on tu mir miraa da de diva y tu ssonrisa onrisa triunfa triunfadora dora… … De un tirón rompió sus bragas mientras pasaba la nariz por su cuello y aspiraba con fuerza su aroma. Samara empezó a sentir que se abandonaba, su corazón latía con fuerza.  —Y ese per perfum fum e e m bria briagador gador que j a m á s dej a ste de usar m e lle lle nó las entrañas después después de qui quince nce años y m e vol volví ví lloco… oco… A medida que hablaba le iba empujando hacia la habitación hasta que la tuvo delante de la cama. Estaba excitada, sentía su sexo latir a cada palabra de Dominic, notaba la presión de su entrepierna, rozaba su culo mientras sus manos apretaban apre taban sus ppec echos hos con fuerz fuerza. a.  —Y no tengas tenga s com pa pasi sión… ón… Tras decir eso, un ruido metálico sonó en la habitación y se dio cuenta de que estaba in inm m ovi ovili lizzada ada..  —¿Qué  —¿ Qué,, qué va vass a ha hace cer? r? El ruido del tintineo del cinturón sonó tras ella.  —Pee rdóna  —P rdónam m e … —di —dijj o en su oído.  —¡No,  —¡N o, no, no!  Notó el prim primee r golpe sec secoo e n la nalga der deree cha cha,, y a pena penass había a similado lo que estaba pasando cuando recibió otro y otro más. Pasaron minutos que  parec  par ecier ieron on hora horass y Dom ini inicc no ccesa esaba ba de golpea golpearla rla con eell cinturón.  —¡Tee lo ssupli  —¡T uplicó! có! ¡P ¡Par araa y a, por fa favor! vor! —gritó lllora lorando, ndo, per peroo de na nada da le sirvió. Cuando creía perder la conciencia y con toda la cara empapada en sudor  dejó de golpearla, le dio la vuelta soltando sus muñecas y se puso sobre ella.  —¡Hij  —¡H ijoo de puta! ¡Ma ¡Maldi ldito to hij hijoo de puta e nfe nferm rm o! —gritó eenra nrabiada biada,, dolorida, destrozada. Metió la lengua en su boca mientras pataleaba; la arrastró hacia el centro de la cama y volvió a enganchar sus muñecas, pero esta vez al cabecero de la cama, boca arriba.

 

Se quitó la camisa y liberó su verga, que saltó como un resorte, colocándose entre sus piernas, que aún luchaban por liberarse. Placer… El llanto dio paso a un placer que fue aumentando al ritmo de sus embestidas. El culo le ardía, las muñecas la quemaban, pero poco a poco sintió cómo su sexo respondía a aquel invitado que se adentraba con fuerza hasta sus entrañas.  —Dimee que no te gust  —Dim gustaa que te lo ha haga ga así, dim dimee que no eess por eso por lo que estás est ás em papada…  —No pare pa res, s, no par paree s…  —Dimee que no goz  —Dim gozaa s com o una pe perr rraa … La liberó liberó ccon on un unaa m ano y de un m movi ovim m ient ientoo llevantó evantó ssuu cuer cuerpo po hhac acia ia él.  —Baa il  —B ilaa pr prince incesa sa —dij —dijo, o, y lam ió su suss pezones. Con delicadeza tocó las marcas de sus golpes acariciando con suavidad las nalgas, abriéndolas con ambas manos. Oírla gemir sobre él, notar sus caderas  balance  bala ncear arse se a l rit r itm m o de sus eem m bestidas y sus pe pecc hos da danz nzaa ndo lo volvi volvier eron on loc loco. o. Un golpe de placer invadió su espalda, subió por su columna y perforó su cerebro al mismo tiempo que él tiraba de su cuello, pegando su pecho al suyo.  —Vaa m os, pr  —V prince incesa sa —le dij dijo—. o—. Eso es… a sí… No dej e s de m over overte… te… Ba ila ila  paraa m í…  par De un movimiento la bajó de sus rodillas, la tomó del pelo invitándola a devorarle, hasta que notó en su garganta el calor de su semen golpeándole la cam ca m pani panill llaa y su ma mano, no, ssiem iempre… pre… some somettiénd iéndol olaa a sus ant antojos. ojos. Se tumbó en la cama y Dominic se desplomó sobre ella. Pudo oír el latido de su corazón contra su pecho, su respiración entrecortada en su oreja. Ella apenas se movía; se mantenía inmóvil mientras él recuperaba la calma y volvía a la reali rea lidad. dad. Luego ssee quedó ddorm ormid idaa y soñó. soñó. *** Soñó con aquel niño que se sentaba en las gradas del polideportivo, siempre solo; so soñó ñó con aquel iins nsig igni nificante ficante m uchacho que aahora hora re recordaba cordaba que si siem em pre eest staba aba donde ella iba, con su aire risueño. Nunca le dio importancia al hecho de verle siempre allí. En su sueño volvía a tener quince años y estaba llena de osadía. Era feliz en su mundo absurdo y no le importaba nada más que ser popular y gustar  al resto. Estaba en el centro del polideportivo; se percató de su presencia y, al contrario que en su juventud, subió uno a uno los peldaños de las gradas y se sentó aliem lado muchacho.  —Siem  —S predele stás sól sóloo —le dij dijo. o. El joven la miró con dulzura.  —No, tú sie sie m pre e stás aquí —conte —contestó stó.. El muchacho alargó su mano y tocó su pelo con ternura. Una expresión de

 

suma tristeza se dibujó en su cara.  —Mi bella Sam ar araa … Despertó con el ruido ruido de la puerta al ce cerra rrarse. rse. Mi Miró ró a su al alrede rededor dor y supo supo qque ue Dominic había dormido a su lado. Saltó de la cama, se asomó a la ventana y vio cómo cruzaba la calle en dirección a un coche negro, aparcado al otro lado. Por  un momento pareció subirse al vehículo pero se giró, la miró y embozó una suave sonrisa. No esperó a que se fuera, se dirigió a la entrada y rebuscó por el aparador. Se había llevado la copia de sus llaves del piso, siempre las tenía en el mismo cajón, estaba segura de ello. Cerró bruscamente y se fue a la cocina, se  prepar  pre paróó un café ca fé y se duchó. La Lass m ar arcc a s roj as por los golpes se ha hacía cíann m ás claras a medida que pasaban las horas. Se vistió y decidió dar un paseo por la ciudad y comprar alguna que otra cosa que necesitaba. Aquella mañana de sábado hacía muy buen día. Tras adquirir varias cosas que necesitaba para su casa y un par de chaquetas de vestir que se le antojaron,  paseóó por un par  pase parque que próxim próximoo a la zona com er ercia cial.l. Respiró prof profundam undam ente y se  perdió  per dió en sus pensa pensam m ientos; no podía dej a r de sentirse c ulpable por todo lo que estaba pasando, y al sentarse en uno de los bancos de madera notó un calambre en las nalgas por el roce del asiento. Qué extraña sensación recorría su cuerpo. Qué sentimientos más contradictorios… Cuánta pasión demostraba con ella, pero a la vez cuánta crueldad podía darle. Le gustaba lo que sentía, lo que le hacía sentiir. P sent Par araa ell ellaa los ho hom m bres eera rann m mer eros os juguetes con lo loss que di diverti vertirse, rse, y ahora la marioneta era ella, y aquella sensación de no saber qué vendría después le gustaba, gus taba, pero a la vez la la aato torm rm entaba. No ttener ener el cont control rol ggener eneraba aba eenn S Sam am ar araa un sentimiento de dependencia por Dominic que jamás había sentido con nadie, y eso la desorientaba. Se encontró paseando otra vez por los escaparates de las tiendas, preguntándose qué tipo de cosas le gustarían a él. Sabía tan poco de su vida… Cuando se disponía a regresar a casa, el teléfono móvil vibró en su bolso. Era un número que no conocía. A través del aparato, la voz de Dominic retumbó en su orej orejaa y se aleg alegró ró de escuch escucharlo arlo ttan an cer cerca. ca.  —Princ  —P rincee sa, ¿has com ido? —le dij dijoo con su voz pausa pausada. da. Sam ara ar a m iró la ho hora; ra; las dos y m edia del me medi diodí odía. a.  —No… Aún no he vuelt vue ltoo a ccasa asa,, esta estaba ba da dando ndo una vue vuelt ltaa …  —¿Estás  —¿ Estás en eell ce centro? ntro?  —Sí,í, m  —S mee disponía a irm irmee —c —contestó. ontestó.  —Pee rfe  —P rf e cto, entonc entoncee s haz a lgo por m í. ¿Con Conoce ocess la c a lle lle El peso? Esta  perpendic  per pendicular ular a la zzona ona ccom omee rc rcial. ial.  —Sí,í,ien.  —S clar claro, o,a yestoy menda uy cen e rc rca a . núm er  —B  —Bien. H Ha una ti tienda el eroo 14, ccre reoo rrec ecorda ordarr. Y Yaa que te eencue ncuentra ntrass cerca, cer ca, ve a ella. ella.  —¿Ne  —¿ Nece cesit sitaa s algo?  —No, prince pr incesa, sa, ta tann sólo ve. Di que vas de m i par parte te sin m máá s, no te lleva llevará rá m ás

 

de m edia hora; lluego uego ttee rrec ecogeré ogeré all allíí — —di dijj o, y colg colgó. ó. Se quedó extrañada y se dirigió a la tienda. Cuando llegó quedó sorprendida. La tienda tienda eera ra una pequeña bout boutiique a la cual nun nunca ca había había pre prest stado ado atención atención,, m más ás que nada por los precios desorbitados del escaparate. Tenía de todo. Dentro, una mujer de unos cuarenta años muy bien llevados de larga melena rubia atendía a una mujer. Mientras esperaba, observó los preciosos vestidos que colgaban de las  percha  per chas, s, com plem entos y za patos, ropa int inter erior ior de eenc ncaj aj e pre preciosa ciosa..  —¡Q ué ba  —¡Qué barba rbarida ridad! d! —susurr —susurróó al ve verr eell prec pre c io de un vestido. La mujer no tardó en despachar a su clienta y se aproximó a ella.  —Bue  —B uenas nas tar tardes. des. Díga Dígam m e . ¿¿Le Le gust gustaa aalgo? lgo?  —La ver verdad dad eess que no te tengo ngo cclar laroo que hago aaquí quí —di —dijj o—. V Vengo engo de par parte te de un… amigo. Dominic. Cuando dijo esto, la expresión del rostro de la mujer cambió, y esbozó una enormee sonri enorm sonrisa. sa.  —¡Eres  —¡Er es Sa m a ra ra!! Bi Bienve envenida. nida. Dom ini inicc m e ha lla lla m ado a pena penass hac hacee m edia hora diciéndome diciéndome que pasarías. Asinti Asin tióó con la ccabe abezza, aaún ún desubi desubica cada. da.  —Vee n, a com pá  —V páñam ñam e, por fa favor, vor, tengo órde órdenes nes de no dej ar arte te salir de aquí hasta vestirte enterita. —Examinó su cuerpo con un aire digno y frunció el ceño  —. Ere Eress m uy delga delgadit dita, a, ve veoo que Dom Domini inicc ti tiene ene buen gust gusto; o; eere ress una cuc cucaa da de niña —dijo con un tono pijo, mientras cogió su mano y se la llevó a la parte de atrás.  —¿V  —¿ Vestirm estirmee de a rr rriba iba aabaj baj o? —pre —preguntó. guntó.  —Sí,í, querida  —S querida.. Enter Enterit itaa .  —Pee ro… qué ver  —P vergüenza. güenza. La mujer empezó a sacar un montón de ropa, que fue colocando ordenadamente en un perchero móvil de ruedas que estaba en un lado de la sala; vestiidos vest dos,, zzapatos apatos,, m medias, edias, ropa in interio terior… r… S Sam am ar araa em pez pezóó a re rellaj ar arse se m ient ientras ras la mujer le ayudaba a quitarse la ropa que llevaba puesta, medía su pecho y sus caderas con una cinta métrica que llevaba en uno de sus bolsos y luego apuntaba en una diminuta libreta y seguía su recorrido.  —Empezaba  —Em pezaba a pe pensar nsar,, quer querida, ida, que Dom ini inicc eera ra de la otra aacc er eraa .  —¿Y  —¿ Y eeso? so?  —Un hom hombre bre com o é l, sin m uj ujer er conoc conocida ida a su la lado, do, eess sospec sospechoso. hoso. —Sac —Sacóó un vestid vestidoo pre precioso cioso y se lo pus puso—. o—. Pe Pero ro veo que no es así.  —¿P  —¿ P er eroo de qué c onoce a Dom Domini inicc ? Mientras fruncía saber un poco pocolem más ás de él.el vestido y arreglaba los bajos Samara aprovechó para  —Querida  —Que rida,, de qué lo voy a c onoce onocerr. De Despl splum umóó a m i ex m a rido. Es m i abogado. Samara disimuló su sorpresa.

 

 —Claro,  —Clar o, qué pr pree gunta m máá s estúpi estúpida da..  —Sí,í, hij  —S hija, a, e s el m ej or. or. No lo puedo nega negar, r, no hay otro c om omoo é l. No tie tie ne compasi com pasión ón — —afirm afirm ó ttaj aj antem antemente—. ente—. Y cuando es ttuu abogado y no el ddee la par parte te contraria, es bueno. Mi ex marido se quedó sin nada. Por ponerme los cuernos. ¡Que se jod j oda! a! Soltó una suave carcajada, puso los brazos en jarra y revisó su elección detenidamente.  —Estás prec pre c ios iosaa . Se miró en el espejo; era un vestido ceñido en el pecho y con un poco de vuelo. Unos zapatos de tacón a juego y unas finas medias completaban el conjunto.  —Vaa y a… Q  —V Qué ué bonito.  —Sí,í, y a hora fa  —S falt ltaa lo m más ás im importa portante… nte… El tin tinti tineo neo de la puer puerta ta sonó y unos ppasos asos son sonar aron on aproxim aproximándose. ándose.  —De lo m á s im importante portante y a m e ocupo y o, Maira Maira.. Tiene Tieness una clienta esperándote en la tienda. Dominic entró en la trastienda, besó a la mujer en la frente y sonrío a Samara.  —¡Cómoo m e alegro  —¡Cóm ale gro de tene tenerte rte por a quí! —dij —dijo—. o—. Mira qué guapa e stá. Bueno, voy a atende atenderr. Os dej o sol solos. os. Dominic se quitó el abrigo y analizó a Samara; estaba subida en una especie de altillo y parecía una de esas bailarinas con tutú que giraban en las cajas de m úsi úsica ca.. Meti Metióó las m manos anos en los bbols olsil illos los y se ba balance lanceó. ó.  —Estás prec pre c ios iosaa , per peroo te fa falt ltaa aalgo. lgo. Sacó de uno de los percheros un conjunto de lencería color negro y se lo ofreció. Ella, que no había abierto la boca, lo cogió y lo miró sorprendida.  —¿Ahora  —¿ Ahora te da ver vergüenza güenza que te ve veaa de desnuda? snuda?  —No, en e n absoluto. Ahora m e lo pongo. Así lo hizo, y después se puso el vestido de nuevo, metió toda su ropa en una  bolsaa que Dom  bols Domini inicc le aacc e rc rcóó y salier salieron on de la tra trasti stienda enda..  —¿T  —¿ Todo esto es pa para ra m í?  —Yoo no m  —Y mee lo voy a pone poner… r… Ma Maira ira,, y a sa sabes bes dónde m a ndarm ndar m e la fa factur cturaa —  di dijj o dándole dándole otro beso eenn la fr frente—. ente—. Y búsca búscate te otro iinca ncaut uto. o. Y Yaa eest stas as tar tardando. dando.  —No lo dudes, querido quer ido —contestó riendo. *** Tras aquella compra inesperada y un viaje de media hora en coche, llegaron a un restaura restaurant ntee aalej lejado ado de la ciudad. ciudad.  —Suelo  —S uelo ve venir nir aaquí quí cua cuando ndo tengo tiem tiempo. po. —Dom —Domini inicc obser observaba vaba el pa paisaj isajee con la mirada perdida.

 

 —Oy e… T Todo odo esto que m e has re r e gala galado… do… S Since incera ram m ente y o…  —No te e quivoq quivoques, ues, Sa m ar araa —la int intee rr rrum umpió—. pió—. Ni e s un re regalo galo par paraa ti ni una form a de… di digam gamos os ddis isculp culpar arm m e por lo qque ue hago ccont ontig igo. o. Decoro lo que eess m ío a m i gu gust sto. o. Mí Míra ralo lo ddesde esde ese punt puntoo de vist vista. a. El camarero les dejó unas cartas y no tardaron en pedir la comida.  —¿Y  —¿ Y si m mee nega negara ra a hac hacee r todo esto? Si algo no lloo quiero…  —Tee lo dij  —T dijee e n su m om omee nto. T Todo odo lo que tú no m e de dess te lo aarr rreba ebatar taréé . Y Yaa lo hi hice ce en su m mome oment ntoo y lo ssiigo haciendo haciendo.. Levantó una ceja, ladeó la cabeza con un gesto de burla y embozó una mueca algo desconcertante.  —No pre pretendo tendo c onsum onsumirte, irte, Sa m a ra ra,, no pre pretendo tendo hac hacee rte sufrir sufr ir m ás de lo necesario, aunque sufrir es importante en la vida, te hace más fuerte, te forja un cará ca rácter. cter. Qui Quién én no ha sufrido en su vi vida da aapena penass llaa ha vivi vivido. do.  —Eress fr  —Ere frío ío y e stás dem a siado segur seguroo de lo que ha hacc es.  —Supe  —S upe desde e l pr prim imer er día que e ntré e n tu vida lo que podía e sti stira rarr la gom gomaa que tú me dabas. Pregúntate a tu misma por qué no denunciaste lo que te hice y  por qué goz gozaste aste com o una per perra ra c uando te esta estaba ba follando. En e l fondo te da vergüenza pensarlo, te da miedo saber que lo necesitas… saber que no somos tan distintos. ¿Verdad, Samara?  —Anoche  —Anoc he m e hicist hicistee m ucho da dañó ñó y despué después… s…  —Es mi m i form a de aam m ar arte. te.  —¿Có  —¿ Cóm m o sabe sabess que puedo con todo eesto sto?? ¿¿Có Cóm m o e stás tan segur seguroo que no m e desmoronaré? La m iró con pasión y sus ojos oj os bri brill llar aron on con in intensi tensidad. dad.  —Porque  —P orque y o estar estaréé contigo. *** Pasó el tiempo y, cuando terminaron de comer, Dominic tiró sobre la mesa un uego de de ll llaves, aves, y por un m om omento ento Sam ara pensó que era erann llas as su suyy as, pero estaba equivocada.  —Tee rm ina tu post  —T postre re,, prince princesa, sa, ccoge oge eesas sas llave llavess y sube a la planta de a rr rriba. iba. El camarero te dirá cuál es el camino. El llavero tiene un número de habitación. Quiero que vayas, que te des una ducha y me esperes desnuda sobre el suelo, de espaldas espald as a la puerta, a ccuatro uatro pat patas as y con las pi pier ernas nas abiertas. El corazón de Samara empezó a latir con fuerza al escuchar aquella petición  lo —No que esme más: ás: llaas fform orma a edere decirlo decirlo. . bar mm e pida pidas eso, m me result sultaa eem m barazoso; azoso; m e da daría ría m ucha ver vergüenza. güenza.  —No me m e ha haga gass re repetírtelo petírtelo otra ve vezz. Samara se levantó, cruzó el comedor y sin necesidad de ayuda llegó a la habitación indicada en el llavero. Se quitó la ropa, volvió a mirar sus nalgas

 

marcadas y se duchó, de pie en la habitación, con la toalla enroscada en su cuerpo y si sinn ssaber aber m uy bien bien qué hacer; se re repet petíía a sí m isma cóm cómoo era capaz de de hacer todo aquello. Llenó los pulmones de aire y cogió fuerzas arrodillándose como le había pedido, soltando la toalla, mirando hacia la cama y apoyando las  palmaa s de las m a nos eenn eell suelo. Espe  palm Esperó ró m inut inutos os que par paree cie cieron ron hora horass ha hasta sta que oyóó su oy suss paso pasoss aproxi aproxim m ándos ándosee a la puer puerta ta y olió olió ssuu perfum e. Se mantenía inmóvil, notaba su mirada repasar cada parte de su cuerpo recreándose quizás en lo que había hecho. Luego caminó situándose delante de ella, inclinó su cuerpo y extendió la mano para que se la cogiera. La abrazó con fuerza y ella lo miró con curiosidad, aún sorprendida por lo que estaba haciendo.  —Hasta  —Ha sta la m a y or de las venga venganz nzaa s debe tene tenerr un e quil quilibrio. ibrio. —La besó mientras se quitaba la camisa—. A veces el más mínimo detalle sacia la necesi nece sidad dad qu quee tengo ddee hac hacer erte te m mía. ía.

 

4. Luis  Empie za a c onoce r mi lado humano, mi prec  Empieza preciosa iosa niña.  Necee sito  Nec sito v er e n tu mirada ese bri brill llo o e special spec ial que me enamoró, esa luz. Tu mente necesita esos pequeños mome ntos de tranqui tranquili lidad. dad. Te nec e sit sito o cuerda c uerda para poder  pode r  modelarte. Hoy te he dado una pausa. He dejado una puerta abierta para que no te sientas acorralada. La vida, Samara, es una balanza y todo tiene que compensarse para poder   seguir pidiendo pidiendo algo a cambio. Hoy te amé dándote de nue vo lo que te arrebaté el primer día; disfruté de ti sin tus lágrimas. Descansa, princesa, descansa… que mañana volveré a coger lo que es mío. Necesito que me ames con todas tus fuerzas porque sólo así tu sufrimiento saciará mi hambre.

*** Tenía veinte años cuando lo conoció. Por aquel entonces, Luis era un joven totalmente desbocado, perdido en los oscuros antros de la ciudad, rodeado de mujeres, de noches que apenas conseguía recordar a la mañana siguiente, de alcohol. Con el paso de los días comenzó a coincidir con Dominic, a menudo en un local de jazz que solía frecuentar. No es que fuera asiduo a esa música, pero aquel ambiente le procuraba unos momentos de paz en una triste vida que empezaba a escapársele de las manos. Le enseñó todo lo que sabía; eran como dos almas gemelas, dos unidos por elcuenta mismodeútero, dossebuenos amigos. Muchas Mu chas vec veces, es, m mient ientra rasshermanos lloo ob observaba, servaba, se daba que no di difer ferenciaban enciaban mucho. Dominic estaba totalmente solo, no era un hombre que se fiara de cualquiera; le resultaba difícil hablar ciertos temas con las personas y Luis se convirti convi rtióó en su confi confident dentee y en su am amig igo. o. Poco a poco ent entró ró a form ar parte de la empresa. Todo lo que requería una atención especial solo pasaba por las manos de Luis; si algún documento, reunión privada con determinadas personas o papel debía ser protegido de las miradas furtivas, era él quien se ocupaba de todo. Le debía todo lo que había conseguido y no porque se lo hubiera puesto fácil. A veces Dominic se comportaba como un hermano mayor estricto y eso a Luis le sacaba de quicio, pero le debía todo lo que había aprendido; casi podía decir que le debía la vida. Era cierto que eran inseparables pero totalmente distintos. Mientras que Domini Dom inicc era er a un hombre fr frío ío y dist distante, ante, ééll iirr rradiaba adiaba dul dulzzura por tod todos os llos os po poros ros de

su piel. Tenía el pelo castaño, los ojos ligeramente rasgados, sus facciones  

dulcificaban su cara y cuando se reía cualquier persona que lo mirara, hombre o mujer, se derretía ante él. Resultaba imposible discutir con Luis; su voz era suave, expresiva, de mirada tímida pero ligeramente golfa. Tenía un buen físico, no tan desarrollado como Dominic, pero esculpido de una forma casi perfecta, y sus músculos se marcaban lo justo y necesario. Durante una conversación en la sala de café del edificio había llegado a escuchar que la gente consideraba a Luis, la  parte  par te hum humana ana que a com pa pañaba ñaba a Dom ini inicc a todos los lados. Él se había re reído ído y se había imaginado a Batman y Robín, pero nada más lejos de la realidad. A veces, vece s, ppor or no decir ca casi si si siem em pre, ééll era qui quien en ccalm almaba aba los los iim m pul pulso soss de su am amig igo, o, el único que llegado el momento podía hablar con él cuando la situación lo requería, normalmente por trabajo, determinados tratos que no acababan de convencer a D Domini ominic, c, que aam m bicion bicionaba aba dest destrui ruirr a todo todo lloo que se enfr enfrentaba entaba a él. Pasado el tiempo, acabó pasando más tiempo en casa de Dominic que en la suya propia. Acabó por alquilarla y mudarse con él y durante sus innumerables charlas, cha rlas, desc descubrieron ubrieron que no er eran an ta tann di dist stint intos. os. La primer prim eraa noche que la vi vioo entrar eenn ca casa, sa, su cora corazzón di dioo un vvuelco. uelco. S Sam am ar araa era aún más bella de lo que él sabía, de lo que su amigo le había contado noche tras noche, sentados delante de la chimenea, recordando las traumáticas vidas que am bos habí habían an pasado. La prime primera ra noche que la vio, vio, de pie, fre frent ntee a la am plia plia estancia del salón, sujetando su pequeño bolso con manos temblorosas y una sonri so nrisa sa arr arrebatad ebatadora, ora, cre creyy ó cae caerr eenn un ssueño ueño ddel el qu quee j am ás desp despertaría. ertaría. S Sam am ara era todo lloo que un hombre pod podía ía desear desear;; era herm osa, osa, tenía un fís físico ico iim m pon ponente, ente, quizá demasiado frágil para su amigo, demasiado delicada para lo que vendría. Sus ojos vidriosos por la vergüenza le trasmitían un instinto casi paternal. En aquel momento sintió la necesidad de protegerla, de rodearla con sus brazos y decirle que no tenía de qué preocuparse, que todo saldría bien y que, si en algún momento sufría, él estaría allí para ayudarla, para enseñarla que nada era demasiado terrible, que todo iría bien.  —Algún día e ntende ntenderá ráss que todo lo que vivas aaquí quí te har haráá la m uje uj e r m ás fe feli lizz del mundo —había pensado—. Aunque te duela, no lo comprendas o no entiendas el porqué de las cosas. Ella se había acercado lentamente y, al oír su nombre, le había sonreído y  besado  besa do en la m e j il illa. la. Un solo be beso, so, no dos c om omoo e s habitual, un beso be so ca cariñoso, riñoso, afectuoso, lleno de ternura, de osadía ante un hombre que no conocía y ya la amaba.  —Mi a m igo de dell alm a, m i her herm m a no. —Dom —Domini inicc c onocía per perfe fecc tam ente e l impaEsa impacto ctoúltima que ha habí bíaa tenid tenido o endilatado éél— l—.. T Todo odo lloo m mío ío es suyo, o, Lui Luis. s. rozar la ceguera. Su frase había las pupilas desuy Luis hasta corazón se mantenía en un puño frente a ella, frente a su cálida figura, su larga melena ondulante y repleta de formas serpenteantes que la caían por debajo de

los hombros hhast astaa la cint cintura ura y decían: « Síguenos íguenos»» .  

 —Enc antado  —Encanta do de conoc conocer erte te por fin —había dicho c on un tenue y c asi imperc impe rceptib eptible le hil hiloo de voz voz—. —. Ere Eress prec precios iosa… a… *** Todos cometemos errores en la vida; su error era no haberla conocido antes, estaba seguro que si hubiera sido así, si esa cándida alma que irradiaba luz por  todos los poros de su piel se hubiera cruzado antes en su camino, no hubiera odiado tanto al mundo como lo odiaba ahora, todo hubiera sido muy distinto. Dominic había roto todas las reglas de lo moral, conocía cada momento que había pasado con ella, cada palabra que había salido de sus labios temblorosos, cada detalle de los días tormentosos que él le había dado. Ella seguía allí, enganchada a su debilidad, sometida a cualquier cosa que saliera de su boca. ¿Por qué? Pasó horas observándola sin que ella se diera cuenta, embelesado por sus movimientos, las leves carcajadas inocentes que salían de su garganta, la forma de ruborizarse cuando las palabras directas de Dominic la ponían nerviosa. Sus mejillas coloreadas le daban un toque inocente que contrastaba con la altivez que a veces tenía. Quizá era una forma de defenderse del mundo, de ellos o incluso de sí misma. misma . P Per eroo ell ellaa seguí seguíaa all allíí y todaví todavíaa tení teníaa que sufri sufrirr un poco m ás…  —Abusaste de ella par paraa ca casti stiga garla rla por lo que te hiz hizo, o, volviste volviste a por ella y la humillaste ligeramente para que supiera que es lo que tú pasaste a su lado siendo ni niño ño y ahora pos posib ibllem ente com comience ience eesa sa lu lucha cha exist existencial para entender por qué aun después de todo lo que ha sufrido, está a tu lado y quizá pida más. No lo comprendo… Tuvieron largas conversaciones tras la primera visita de Samara a la casa, largas horas rodeados de la música de Jocelyn Pook y una botella de ginebra como compañera.  —Som  —S omos os aanim nimale aless prim primaa rios; enc encee rr rraa m os dentro de ntro de nosot nosotros ros una am ora orali lidad dad que tapamos con nuestro traje de sociedad; nos avergonzamos de nuestras fantasías, luchamos contra ellas intentando formar parte de un mundo aburrido y encaminándonos hacia la muerte envueltos en una mormera continua. —  Dominic dio un trago y balanceó el vaso haciendo tintinear el hielo—. Tengo mucho que enseñarle. Luis tenía claro que Dominic jamás retrocedería ante sus planes. Todos y cada uno de sus movimientos estaban perfectamente diseñados para un fin. Durante siguientes días, luchó contradelahumedecerse excitación quelosle labios, provocaba cualquier  mínimo los detalle de Samara, la forma su forma de cruzar cruz ar las ppiernas iernas cuando est estaba aba sent sentada ada ffre rent ntee a él y sabí sabíaa que le obs obser ervaba vaba ccon on mirada furtiva la entrepierna. Dominic llenó un armario en una de las

habitaciones de invitados de ropa para ella, zapatos, vestidos de colores, abrigos,  

chaquetas… Todo lo que en algún momento pudiera necesitar. A veces se sintió tentado a oler sus prendas, ese perfume que siempre la acompañaba lo volvía loco, ámbar, pachuli, rosas y lilas, un toque a maderas exótico y sensual que se quedó impre impregnado gnado en llaa ccasa, asa, eenn cada obje objeto to que ttocaba ocaba a su paso paso.. Llevaba demasiado tiempo sin una mujer. No era algo que le preocupara y necesitara; tenía un miedo atroz a las relaciones, al sexo, al amor, al contacto íntimo y al cariño. Desde que conoció a Dominic, se apartó de todas y cada una de las mujeres que habían pasado por su vida; ellas le habían hecho daño por el m ero er o hecho de exis existi tir, r, por el me mero ro hecho de eest star ar ahí y sonreírle. sonreírle. Cuando su vida se centró y empezó a ganar suficiente dinero para no poder  gastarlo en toda su vida, solía irse los fines de semana a un pequeño pueblo de Lisboa, uno de esos sitios típicos de la zona, con sus casitas revestidas en azulejos, ese olor a comida típica en las calles entrelazadas y estrechas, paisajes irregulares. Alquilaba una habitación en un pequeño motel con un balcón que daba al al T Taj aj o y pasaba largar horas apar apartado tado ddee todo lley ey endo llib ibros ros de ave avent nturas, uras, esos que en su juventud no había podido comprar. Había uno en particular que le llamaba la atención:  L  La a isl isla a del tesoro. Lo había leído más de diez veces, pero nunca se cansaba, siempre lo llevaba consigo, siempre tenía ganas de volver a leerlo. Dominic nunca le preguntó a dónde iba; era como si esos días que desaparecía fueran un ritual para su equilibrio y su seguridad; volvía relajado, con un brillo distinto en los ojos y un tenue tono dorado en las mejillas del sol. A fin de cuentas de eso se trataba, necesitaba tranquilidad. *** Samara llevaba unos días acudiendo a la casa cada tarde. Dominic quería hacerle partícipe de su vida cotidiana, sus gustos por sumergirse en la cocina con un rodillo en el hombro y un delantal. Ella lo miraba embobada, como si no entendiera cómo un hombre de sus características y su crueldad pudiera ejercer  algo tan simple y tan humano como cocinar. Alguna vez él mismo la había recog rec ogiido en el ttrabaj rabaj o para ll llevarla evarla a casa y era en ese m ome oment ntoo cuand cuandoo su lado oscuro emergía y más de una vez deseó parar el coche, arrancarle su pequeña  blusaa de botones dora  blus dorados dos y hac hacer erla la suy suyaa e n e l a siento de a trá trás, s, c om omoo un adolescente desquiciado por las hormonas de la edad.  —La proba probará ráss —l —lee ha había bía dicho Dom ini inic. c.  —No entende rá..  —No lo m eentenderá me im porta. Era viernes, Luis dormitaba en el sofá del salón peleándose con el mando de la televisión que nunca llevaba a manejar perfectamente. Tenía demasiados

canales. La Fox tenía series entretenidas pero demasiado largas, le gustaba más  

 La is isla la del tesoro. el canal clásico, quizá tenía suerte un día y ponían la película de La El portón metálico de la entrada le avisó que Dominic y la preciosa Samara llegaban a ccasa. asa. Las tardes del vviernes iernes era erann aburrid aburridas, as, ese fin de sem semana ana tenía un color distinto; ella se quedaría en la casa, dormiría a dos metros de su cama y verían alguna película interesante, quizá se sentara a su lado, hasta igual se quedaba dormida en su regazo. Se levantó al verlos entrar. Samara le saludó con su eterna sonrisa y su beso en la mejilla lo acabó de espabilar.  —Estás prec pre c ios iosaa . Me aalegr legroo de que esté estéss aquí.  —¡Gra  —¡G racia cias, s, Luis Luis!! Dominic apenas había parado a saludar. Pasó como un rayo en dirección al despacho que estaba anexo y, tras varios minutos, volvió remangando su camisa  soltándos  sol tándosee eell bo botó tónn sup super erior, ior, m mientras ientras se quit quitaba aba la ccorbata. orbata.  —Sii quier  —S quieres es te pongo un c a lder lderoo deba debajj o de la barbill ba rbillaa —dijo c on sorna sorna—. —. Estás Est ás dej ando las baba babass por todo todo el salón salón..  —No sea se a s idi idiota ota —dij —dijo; o; S Saa m ar araa e staba rubor ruboriz izaa da—. ¿Tom omáá is algo? Yo sí. Lo necesito. Fue a la cocina a por unos refrescos y al regresar Dominic estaba de pie en m it itad ad del salón, salón, jus j ustto detrás de Samar Sam ara. a.  —Princ  —P rincee sa, hoy vas a apr apree nder a com plac placee rm e. —S —Solt oltóó los botones de la camisa sin dejar de mirar a su amigo y sonrió—. Serás una buena chica y dejarás que Luis te vea desnuda. ¿Me entiendes? Samara puso gesto de sorpresa y las mejillas empezaron a encendérsele hasta adquirir un tono rojo exagerado.  —Pee ro D  —P Dom omini inicc …  —Aquí no e xis xiste te la ver vergüenza. güenza. Tiene Tieness que a pre prender nder a querer quer er tu c uer uerpo, po, a m ostrar ostrarlo lo si sinn pudor pudor..

Bajó sumujer; falda ytenía la desprendió de su ropa interior. Luis no quitar la vista de aquella unos pechos preciosos, redondos, suspodía pezones rosados le apuntaban amenazadoramente; sus piernas eran como finas líneas perfectas que llevaban a ese lugar donde todo hombre quiere perderse y no volver a existir. Estaba avergonzada, ni siquiera podía mantener la mirada dos segundos en él y  parec  par ecía ía tem blar baj o los dedos de su am igo.  —Esto me da m uc ucha ha ve vergüe rgüenz nzaa —susu —susurr rró—. ó—. Dom Domini inic, c, por fa favor… vor…  —No te quede quedess a hí par paraa do —le dij dijoo hac haciendo iendo ca caso so om omiso iso de Sam a ra ra—. —. Vam os os… …V Ven, en, aacé cérc rcate. ate. Dejó los refrescos sobre la mesa del salón y se aproximó a Samara; ese olor  lilatir las ybajo ámla bartela pe penetraron netraron en sus fos fosas as nasales y ac acti tivaron varon su ssexo, exo, qu queee ccome omenz nzóó aa lilas del pantalón. Dominic se apartó ligeramente de ella hizo una gesto que Luis entendió a la primera; por fin podía tocarla, olerla, quizá hasta  besarla  besa rla y hac hacee rla suy suya. a.

 —Saa m a ra,  —S ra , leva levanta nta la ccaa beza. No se te ha pe perdido rdido nada e n el suelo.  

Lo estaba pasando mal. Una mujer que con quince años es libertina quizá sigue siendo virgen y va de reina del porno. Samara no era lo que él creía; hasta Dominic se sorprendió por su vergüenza, pero eso quizá no hizo más que incrementar su maldad, sus ansias de hacerla temblar y complacerle. Levantó su cabeza desde atrás y le susurró al oído algo que Luis no pudo escuchar. Samara tragó saliva y cerró los ojos delicadamente; era como si acatara lo que le había di dicho, cho, como com o si se aba abando ndonara nara a lo qu quee él quería que hi hiciera ciera..  —Sa m a ra,  —Sa ra , obede obedecc e. Se adelantó tímidamente, sus zapatos de tacón la hacían más alta de lo que realmente era. Tenía su frente a dos centímetros de su boca y otra vez sintió esa sensación paternal, esa necesidad de protegerla y ayudarla en aquel camino tan escabroso que comenzaba a dar. Le cogió la cara con ambas manos y la besó. Tenía los labios carnosos, húmedos por los nervios, y temblaba. Abrió la boca y le perm it itió ió entrar en eellla; ssuu leng lengua ua eera ra exqui exquisi sita, ta, jjugaba ugaba to torpem rpem ente con la suy suya. a. Era como profanar un templo, como si la hubieran ofrecido en sacrificio y ella, resignada, aceptara su destino temblorosa.  —Tranquil  —Tra nquilaa … —le susurró—. No voy a ha hacc er erte te da daño… ño… Domin Dom inic ic se apa apartó rtó y se dej ó ca caer er en el e l ssofá, ofá, pasó llos os bbra razzos ppor or el re resp spaldo aldo y cruzó las piernas. Luis tenía la sensación de que si soltaba ahora los botones del  pantalón  panta lón la m a tar taría ía del sust susto; o; esta estaba ba tan e xcitado que le c ost ostaa ba c ontrolar ontrolarse, se, tocarla delicadamente sin saltar sobre ella y hacerle el amor salvajemente sobre el suelo del salón, sobre la mesa, donde fuera. Pasó los dedos por sus pechos y acarició sus pezones, bajó la vista y una fina hilera de hormigas perfectamente depilada y recortada lo guiaban indiscutiblemente hacia aquella flor tan apetitosa. Samara estaba a punto de llorar, podía verlo en sus ojos, podía notar el calor de su cuerpo por los nervios y la vergüenza. Giró la cabeza buscando la mirada de Dominic, pero la volvió hacia él y le sonrió. No lo soportaba más, no podía controlarse.  —No ti tiee m bles, Sam … —S —Saa m e ra bonit bonito, o, e ra af afee c tuos tuosoo y suy suyo—. o—. N Noo voy a hacerte daño. Date la vuelta y mírale a él, hazme caso —susurró—, y ponte de rodillas. La sintió respirar profundamente, se giró y obedeció. Dominic miraba la escena esce na aans nsiios oso, o, a ve vece cess se m moví ovíaa com comoo si tu tuvi vier eraa pris prisaa por algo algo..  —See par  —S paraa la pie pierna rnas… s… —La be besó só eenn la nuca y se coloc colocóó de detrá tráss de e lla lla . P Pee nsó que era una suerte que no lo viera porque tenía un empalme de campeonato—. Inclínate, Sam. Resbaló. Resbaló través ella con la deliciosa de abrirse paso a través del paraíso. Suapiel erade suave, su espalda rectasensación y perfectamente formada. Sintió una suave descarga de placer abriéndose paso entre ambos. Metió las manos por sus muslos y separó sus delicados labios con las manos. Iba a morir de

 placee r, hac  plac hacía ía m ucho ti tiee m po que no a m a ba a una m uje uj e r de esa m a ner neraa . La  

 pene tró despa  penetró despacc io ha hasta sta que su pe pelvi lviss rroz ozóó las nalga nalgass te tem m blorosas de Sa m ar araa , tiró tiró de ella ella y su pecho chocó con llaa eesp spalda alda de la jjoven oven y la besó en la m mej ej ill illa.  —Escúcham  —Escúc ham e … —m —murm urm uró—. No de dejj e s de m ira irarr ha hacia cia él… No le quites los ojos de la cara… Pierde la vergüenza, eres preciosa… Disfruta… Abandónate, no te te haré daño… Eso pareció relajarla algo; apretó sus pechos y comenzó a moverse lentamente dentro de ella. Dominic se pasó la mano por la entrepierna y sonrió, se inclinó inclinó hac hacia ia de delant lantee y levantó su barbil barbilla la ccon on lo loss dedos.  —No es e s ttaa n difícil, ¿¿ver verdad? dad?  —No…  —Bue  —B uena na cchica hica.. *** Eso fue lo último que llegó a oír o al menos fue lo último que entendió. Estaba demasiado excitado y ansioso para prestar atención al resto del mundo. Su olor lo alejaba de la realidad, su sexo empapado le apretaban la piel deslizando la fina capa superior de su miembro de adelante a atrás. El cosquilleo le anunció que duraría poco, que aquella mujer le estaba dando la vida que había perdido. Se apartó de ella en el justo momento, en el mismo instante que Dominic la agarraba por el pelo y la obligaba a abrir la boca para que él descargara y eso acabó de matarlo. Un terrible calambre de placer se apoderó de él y le hizo  perder  per der la conc concienc iencia ia de lo que pasa pasaba ba dura durante nte segundos int intee nsos. Ell Ellaa e sper speraba aba ahí, hambrienta, asustada, sujeta por las manos de su amigo, que la impedían moverse mientras la llenaba de sus fluidos como un desquiciado, y entonces todo  pasó. Cay ó ha hacc ia aatrá tráss y todo pasó de golpe, de la m isma for form m a que vino, con la misma intensidad.  —No dej e s que ca caiga iga ni una sol solaa gota… si no, lam e rá ráss eell suelo… tr traga aga… … —  di dijj o Domin Dom inic. ic. Sam ara ar a ccer erró ró lo loss ojos desfi desfigurados gurados por el rí rím m el.  —Eso es… Esa es es m mii chica chica… … Se apartó de ambos mientras Dominic se cercioraba de su orden; estaba de cuclill cucli llas as a su llado ado y m antení anteníaa aattentam entamente ente la m mirada irada eenn ell ellaa sin ssol olttar la qui quijj ada. La levantó en los brazos, la llevó a la planta de arriba y la metió en la bañera. Cuando Luis recuperó el sentido de la realidad, subió con ellos para cerciorarse de que estaba bien. Dominic estaba de rodillas al lado de la bañera y pasaba delicadamente una eesponja por assusyhombros. Permanecía con sus la  bar  barbil billa la a poy a da n las rodill rodillas la m ira irada da per perdida dida flexionada m á s a llá llá de  pensam  pensa m ientos, m más ás aall lláá de sus re rem m ordim ordimientos ientos y su ver vergüenza. güenza.  —Voy  —V oy a pr prepa epara rarle rle algo que ccom omee r. Qué Quédate date con eell llaa …

La sacó sac ó de llaa ba bañera ñera y rodeó su cuer cuerpo po con uuna na to toall alla. a. La aacom compañó pañó hhasta asta llaa  

habitaciónn y se sent habitació sentóó a su llado ado en la ca cam m a.  —Ha sido horr horribl ible… e… —dij —dijo—. o—. He pasa pasado do m muchísim uchísimaa ver vergüenza… güenza…  —Cre  —C reím ímos os que no era e ra algo tan violento para par a ti —dij —dij o sec secáá ndole eell pelo.  —Luis… ¿qué quie quiere re de m í? Le dieron unas inmensas ganas de estrecharla entre sus brazos. Tenía los ojos vi vidrios driosos os y su voz son sonaba aba tem tembl blorosa orosa y débil débil..  —Todo,  —T odo, S Sam am … T Todo… odo…  —Creoo que m e e sto  —Cre stoyy e nam ora orando ndo de é l y no lo entiendo. No e nti ntiendo endo por  qué me hace esto, por qué tiene esa forma de querer a las mujeres… Si me quier qui ere… e… No lo sé.  —Existen  —Exist en m uc uchas has fform orm a s de aam m or. or. Algún dí díaa lo eentende ntenderá rás. s.  —Tú sabe sabess lo que m e hiz hizo, o, e sto stoyy segur seguraa de ello. No entiendo cóm o puedo soportar sop ortar esto.  —Vaa m os, levá  —V levántate, ntate, te aayy udar udaréé a vestirte. —Sac —Sacóó de dell ar arm m a rio va varia riass pre prendas ndas  se las llevó—. Al principio es duro, Sam. Son formas distintas de expresar los sentimientos, algún día lo entenderás, pero no puedes sentirte mal, no estás haciendo nada malo. m alo. C Confí onfíaa en m í.  —Me tra trata ta com o una princ princesa esa par paraa luego ar arre rebatá batárm rm elo todo… —Que —Quedó dó  pensati  pensa tiva va dura durante nte unos segundos y su rostro se e nsom nsombre brecc ió—. Aun así, no puedo apartarme de él.  —De e so se tra trata, ta, Sam Sam..  —¿P  —¿ P or qué e re ress tan am a ble conm igo, Luis? —Le re result sultaba aba asom broso cóm o aquel hombre se desviví desvivíaa por atenderla.  —Llevo años oy endo ha hablar blar de ti ti.. Dom ini inicc e s m i am igo. —Apa —Apartó rtó un mechón de pelo de la cara y volvió a sonreírle con ternura—. Eres parte de esta casa, parte de nosotros. Simplemente intento que todo sea más sencillo para ti.  —Y para pa ra é l —musitó. Luis hiz hizoo un gesto de ironía y le ccolo olocó có la blus blusaa que ha había bía eescogi scogido. do.  —Por  —P or supue supuesto, sto, Sa m , por supuesto.

 

5. Te analizo Quizá me equivoqué contigo. Igual debí dejarte ir cuando aún estaba a tiempo. Hacerte pagar por el dolor y el   sufrimiento  sufr imiento que me dist distee y luego olvidart olvidarte, e, darte darte la oportunidad de volver a vivir tu vida, que conocieras a un hombre que te amara, que formaras una familia, que fueras  feliz.. Te he pedido  feliz pe dido tantas vvee c es que me pe perdones… rdones… Pe Pero ro no busco que lo hagas. Tan sólo te lo susurro para sentir que aún  soy humano. Forzarte Forzarte a hace r lo que no quieres, obli obligart gartee a acatar mis deseos, me produce tanto placer que a veces  pierdo la poca cordura que me queda y me olvido de que eres frágil… Pero me importa tan poco… Hace unos días te di un respiro y hoy te he visto sonreír. Has llegado a la oficina con un semblante distinto. Te has tomado unas copas con tus amigos de siempre sin dejar de mirar tu móvil…  Irradiabas felicidad. felicidad. Pe Pero ro no te eequivoque quivoques, s, mi precios prec iosa a niña de ojos rasgados. No creas que la vida es como los cuentos de hadas. El sufrimiento, el dolor, el placer… Tengo tanto que dartee … y tant dart tanto o que quit quitarte. arte.

*** El día día re resu sulltó bbastant astantee ca cargante rgante para Sam ara ara;; llevar llevar un eequi quipo po de varias per perso sonas nas  paraa proy ectar  par ec tar posi posibles bles c am pañas paña s publi publicitar citarias ias de cliente clientess im importa portantes ntes a vec veces es resultaba muy estresante. Poner de acuerdo a todo el mundo, plasmar las ideas en un cartón pluma y trasmitirlas al cliente final era una tarea que en épocas de campañas acababan dejándola agotada. Aquel día salió de la oficina agotada, y aun así estaba animada y no dudó en pasar por el bar de la esquina, donde solía siempre tomarse unas cervezas con su equipo. Miró varias veces su teléfono móvil; Dominic no solía molestarla en momentos de trabajo, respetaba ese espacio de su vida y en ningún momento la apartaba de sus laborales diarias. Sin embargo deseaba sus llamadas, no le importaba a qué hora fueran, ni siquiera con quién estuviera en aquel momento, constantemente controlaba el móvil con la seguridad de que tarde o temprano la llamaría. Así fue, no llevaba ni veinte minutos en el bar y Dominic llamó para que acudiera a su casa lo antes posible. Se despidió de su gente y, sin dar muchas más explicaciones, se dirigió a su casa de inmediato.  —Paa sa y c ier  —P ierra ra la puerta pue rta..

La habitación estaba iluminada por una simple lámpara de sobremesa, y al  

fondo, sentado en su trono: él. La miró de arriba abajo, estaba preciosa, una camisa blanca de cuellos levantados, una falda sencilla color camel y sus ya habituales zapatos de tacón a juego con alguna de las prensas que llevaba.  —¿Estás  —¿ Estás bien? Me llam llamaa ste ccon on tanta ur urgenc gencia ia que salí del bar bar… … Sam ara ar a hub hubiera iera salt saltado ado eenn sus braz brazos os,, com o cua cuallqui quier er person personaa hub hubiera iera hecho ante la persona que empieza a querer, besarle, preguntarle qué tal el día. Algo hacía que se m antu antuvi viese ese si siem em pre a una di dist stancia ancia prudent prudentee de Dom inic, nic, qui quizzá er eraa su forma de mirarla con aquellos ojos negros, acompañados siempre de una sonrisa irónica. Le inquietaba la forma que tenía de inclinar la cabeza, como si  buscara  busca ra la m mee nti ntira ra en sus pala palabra bras. s.  —Tee ngo un tono bastante direc  —T dire c to, quiz quizáá lo ha hass cconfundido onfundido con c on la urge urgencia ncia.. —  Se incorporó y se aproximó a una mesa, donde tenía dos copas de coñac—. No estés est és tens tensa, a, princesa. T Toma oma;; bbebe ebe un po poco co y re reláj lájate. ate. Acept Ace ptóó nervio nerviosa sa la copa y se sent sentóó en eell ssofá ofá a su lado. lado.  —Bee be —susurr  —B —susurróó dando un tra trago. go.  —No suelo beber be ber y no he ccee nado na nada. da.  —No pre pretendo tendo que te e m borr borraa che ches, s, sólo que te desinhibas, e s una for form m a de conocerte un poco más. Estás en mi despacho de casa, nadie te ve, estamos tú y o sol solos os.. Es un mom ento pper erfe fecto cto para que m e habl hables es de ti. ti. Dio varios tra tragos gos y se rrec ecost ostóó en eell ssofá ofá,, aún ccon on llaa tensión en todo ssuu cue cuerpo; rpo; carraspeó ligeramente y le profirió una sonrisa tímida. Optó por terminarse la copa de un trago y Domini Dominicc no dud dudóó en vol volver ver a llenar llenarlla sobre la m mar archa. cha.  —¿Qué  —¿ Qué quier quieres es sa saber ber de m í? —le pre preguntó. guntó.  —Algo que no sepa sepa,, que te pasa por la ca cabeza beza e n estos m om omee ntos ntos,, c óm ómoo te sientes, sientes, qué m iedos ttienes… ienes… V Vam am os, pri prince ncesa… sa… Bebió de nuevo y se quedó pensativa. Dominic tenía el cuerpo ligeramente inclinado hacia ella y mantenía un brazo por encima del respaldo del sofá. La observaba con los ojos muy abiertos, tenía la sensación que incluso analizaba sus expresiones expresio nes ffac acial iales. es.  —No e sto stoyy ac acost ostum umbra brada da a c ier iertas tas cosa cosas. s. Situac ituaciones… iones… Me dan ver vergüenza; güenza; cuando me miras, analizas todo de mí, me siento insegura. También me siento avergonzada por lo que está pasando.  —¿T  —¿ Te refie re fiere ress a ccóm ómoo te ccom omporta portas? s? —pre —preguntó. guntó.  —¿Qué  —¿ Qué diría la gente que m e conoc conocee si m mee ve a ctua ctuarr a sí? Expli Explicc ar cóm o nos conocim conoci m os os,, lo qque ue hicis hiciste te y dón dónde de sig sigo. o. M Mee to tom m ar arían ían po porr una enfe enferm rm a m ental ental..  —Lo que hago ha go nadie lo ve, Sam Samar ara. a.  —Lo y o…  —Eresveo  —Ere s li libre bre de ir irte te ccuando uando quier quieras. as. ¿Qui ¿Quier eres? es? La m iró ddirectam irectam ente a los ojos oj os y levant levantóó llas as ce cejj as. S Sam am ar araa se fr frot otóó llaa ffrente rente nerviosa y dio otro trago a su coñac. No le gustaba su sabor, pero empezaba a

hacer efecto.  

 —Ese es e s el proble problem m a que m á s m mee ator atorm m enta enta.. Que no quiero irm e.  —Entonces,  —Entonce s, ¿¿qué qué te tem m es?  —Tee ngo m iedo de no sabe  —T saberr c óm ómoo ter term m ina e sto sto.. Lo que quiere quieress de m í o el daño que puedas hacerme. Incluso temo pensar a qué estoy dispuesta yo, hasta dónde puedo llegar. Domin Dom inic ic se rió y ec echó hó llaa ccabeza abeza hacia atrás.  —¿No  —¿ No ser seráá que ti tiene eness m iedo a sac sacaa r de dentr dentroo de ti cosa cosass que no eesper speraa bas? Es decir, ¿te molesta reconocer que eres capaz de ciertas cosas que la sociedad  podría llam a r… poc pocoo ética éticas? s?  —Pue  —P uede de se serr.  —Una m uj ujee r c om omoo tú, indepe independiente, ndiente, segur seguraa de sí m isma ante los ojos oj os de dell resto del mundo, con carácter, triunfadora, que ante un hombre se desprende de todo. —Se inclinó hacia delante y sonrió maliciosamente—. Y lo que es más: disfruta con ello. Tienes miedo a no saber cómo termina porque tú no lo controlas, como tampoco controlas lo que quiero de ti o el daño o repercusión que  puede hac hacer erte. te. Tu vida y a no eess tan orde ordena nada, da, tu rutina y a no eexist xiste. e. Samara bajó la mirada y llenó los pulmones de aire con la intención de relajarse relaj arse un ppoco oco más.  —Tieness rraa zón. P osi  —Tiene osiblem blem ente sea e so. D Dom omini inicc , y o tengo m i ccaa rá rácte cter, r, no es es su suave, ave, algú algúnn dí díaa sald saldrá rá,, ahora est estoy oy… … descol descolocada ocada… …  —¿Tiene  —¿ Tieness m miedo iedo a fa fall llar ar?? Dim Dimee y sé since sincera ra.. Dudó unos momentos.  —Sí.í.  —S  —Entonces,  —Entonce s, quer querida ida m mía, ía, eem m pezam os a eentende ntendernos. rnos.

 

6. Tu col c ollar  lar   Mi prec precios iosa a niña… No pretendo prete ndo anular tu personali personalidad. dad. Si hay algo que me gustó de ti fue tu osadía, tu seguridad, tu  prepotenc ia. Esa sonri sonrisa sa de diva que paseaste siempre ante los hombres. Esa estela que dejabas a tu paso fue lo que me enamoró de ti. No existe nada más excitante para un hombre como yo que el someter a una mujer así. Notar la rabia y la impotencia en tus ojos cuando te obligo a hacer lo que no quieres. Lo sencillo y lo fácil no es manjar de reyes y tú, Samara, eres lo que alimenta mi alter ego.

*** Aquel fin de semana se quedó a dormir en casa de Dominic. Recogió una  peque  pequeña ña de m ale aleta, no m ucho, Dom Domini inicccon se todo ha había bíalo ocupa ocupado do de lle lleynar unoDespués de los armarios la ta, habitación de invitados que necesitaba más. del trabajo había pasado la tarde del viernes investigando toda la ropa que le había comprado. En el baño anexo a su habitación encontró una gran cantidad de abones de de ccol olores, ores, esencias, ssales ales de baño y perfum es.  —No sabía c uál e ra tu pre prefe ferido rido y opté por var varios ios.. —La voz de Luis la sorprendió—.. Espero que aalg sorprendió— lguno uno de eell llos os ttee gust guste. e.  —¿Ha  —¿ Hass sido ttú? ú? ¡Es incr incree íbl íble! e! —Le besó en la m ej illa illa y c onti ontinuó nuó su eesca scarc rcee o entre los jabon ja bones. es.  —Ha sido él, y o solo fui a c om ompra prarr lo que m e pidi pidió. ó. —La be besó só eenn eell hom hombro bro  —. Aun a sí, te c om ompré pré a lgún ca capric pricho ho que vi, com o las sale sales, s, esa ce cesta sta de cremas, alguna cosa más que verás en el armario. Lo pasé bien, necesitaba salir  del despacho.  —¿No  —¿ No ti tiee nes novia, Luis? —pre —preguntó—. guntó—. Ere Eress tan ador adorable able que m e re resul sulta ta difícil creer que alguien como tú esté solo.  —Llevo m ucho ti tiem em po sol solo, o, Sa m . No nec necee sit sitoo a nadie e n m i vida, a dem ás ahora estás tú, ¿¿no? no? Con eso m mee vale. —Se rió con pica picardía rdía aall ver el gesto de sust sustoo que puso y la besó en los labios—. Me refiero a que ahora mi prioridad es cuidar  de ti, tont tonta, a, aaunqu unque… e… a vec veces… es… te dis disfr frut ute. e.  —Luis, per peroo ¿eso e s suficie suficiente nte par paraa un hom hombre bre c om omoo tú que lo puede tene tener  r  todo?  —Lo e s, cr crée éem m e —dij —dijoo dirigi dirigiéé ndose a la puerta—. puer ta—. Es un plac placee r tene tenerte rte e n casa el fin de semana, Sam. Date un baño relajante y descansa, Dominic no tardará en volver del trabajo.

 

*** Así lo hizo, y tras despedirse de él, optó por llenar la bañera y pasar la siguiente hora sumergida en aquel baño de sales y esencias de distintos olores y tactos;  bolitas  boli tas de a c eite, sale saless viol violeta etass y a m ar aril illas, las, un j a bón par paraa el pelo de rosas. rosa s. Era maravilloso, se sentía como en el cielo. Aquel baño era enorme en comparación al pequeño aseo de su apartamento; la bañera estaba engastada en un mármol color salmón y entraba totalmente estirada sin parecer una pelota. Se quedó medio dormida y cuando despertó se vistió con un pequeño pantalón de algodón  una camiseta haciendo juego, una de las pocas cosas que había traído de casa. Dominic estaba en el salón comedor junto a Luis, y al verla bajar las escaleras se quedó observándola mientras hablaba por el teléfono móvil.  —Vee o que y a eestas  —V stas ins instalada talada —dij —dijoo colga colgando—. ndo—. ¿¿Dónde Dónde e stá tu collar? Se quedó unos ssegundos egundos pensati pensativa va y se dio cue cuent ntaa de su de despi spist ste. e.  —¡Dios  —¡D ios!! —dijo—. —dij o—. Me lo ol olvidé vidé eenn ca casa. sa. Dominic puso las manos en la cintura y se quedó unos momentos en silencio. Luis parecía un espantapájaros en mitad del salón. Samara lo vio frotarse la cabez ca bezaa y pasarse la m mano ano po porr la nuca, nervio nervioso so..  —¿Es  —¿ Es tan im importante portante?? P uedo… pue puedo do ir a busc buscaa rlo si qquier uieree s. Dominic miró a Luis y luego volvió a fijar su vista en ella.  —Me pre pr e gunta si es impor importante. tante. —Baj ó la ccabe abezza y sonrió—. V Vaa y a… T Tee pe pedí dí que no te desprendieras de él ni un momento, Samara. Te expliqué qué signi significa ficaba, ba, y te di una orde orden. n. ¿T ¿Tan difícil es par paraa ti entender lo qu quee te eescribí? scribí? Se puso nner ervi vios osaa y em pez pezóó a ofuscarse. ofuscar se.  —Pee rdona  —P rdona,, se m e olvi olvidó. dó. No volverá a pasa pasar, r, salí tan ta n rá rápido pido de ca casa sa que no me di cuenta de que me lo había quitado para cambiarme de ropa. Iré a  buscarlo,  busca rlo, no es tan gr graa ve, D Dom omini inicc .  No apar a partaba taba la vist vistaa de ella, la obser observaba vaba c on el cceño eño ffrunc runcido. ido.  —Voy  —V oy a ccasa asa en un m om omento. ento. Se dispuso a dar la vuelta pero Dominic la paró en seco. La cogió por los hombros y baj ó llaa ccabeza abeza in intent tentando ando respi respira rarr ccon on la la m ay or suavi suavidad dad pos posib ible. le.  —¿T  —¿ Te quiere quieress ca calm lmaa r un poquito poquito…? …?  —Es que sé que eess impor importante, tante, ha sid sidoo un eerr rror or.. —Estaba dem a siado ner nervios viosaa comoo para cont com controlar rolar las ansí ansías. as.  —Voy  —V oy a ha hacc er erte te rrazonar azonar,, eess fá fácc il il.. T Tee di una unass iinstrucc nstrucciones, iones, ¿¿cc ier ierto? to? —dijo.  —Sí.í.  —S  —Tee e xpli  —T xpliqué qué e l signi signific ficaa do de lo que te daba daba,, no es el m er eroo obj objee to, eeso so m e da igual; es lo que implica, qué significa que lo lleves, qué transmite, su valor. ¿No es así a sí??  —Lo sé, Dom ini inic, c, lo siento.

Se movía nerviosa.  

 —Estate quieta, Sam a ra —dijo —dij o sua suavem vem e nte—. Esc Escucha ucha m is pala palabra bras, s, porque no voy a repetirlo más de una vez. Ese collar no es una joya, no es un elemento decorattiv decora ivoo que pasees por aahí hí,, en ééll est estáá escrito el nnombre ombre de la per perso sona na a la que te entregas, cuándo lo aceptas, cuándo te lo pones; significa que perteneces a él, que te entregas, que cedes ce des y ac acatas atas lo qque ue venga de él. No es algo qque ue te qui quites tes y te pongas, es parte de ti.  —No volverá volver á a pa pasar sar,, te lo jjuro. uro.  —Clar  —C laroo que no… La cogió de la mano y subió escaleras arriba en dirección al baño. Miró a Luis y este lo siguió. Abrió el agua fría, puso el tapón de la bañera y se arremangó delicadamente y sin prisas.  —¿Qué  —¿ Qué vas a hac hacee r?  —Ponte  —P onte de rodill rodillaa s —l —lee eespetó—. spetó—. Ahora Ahora.. Samara obedeció, dirigió una mirada a Luis, que estaba en el umbral de la  puerta,  puer ta, c on c a ra de trist tristee za y se quedó algo sorpre sorprendida. ndida. Dom ini inicc e sper speraa ba que el agua subiera lo suficiente. La miró y le cogió la cara, pero Samara se apartó enfadada.  —Ese cará ca rácte cter… r… —La aga agarr rróó por la nuc nucaa y a ce cerc rcóó la boca a su ore orejj a—. Me la pone dura —su —susurró. surró.  —No ere e ress jjust usto. o.  —El mundo m undo no es jjusto usto,, aam m or m ío. Tras decir esto le sumergió la cabeza en el agua helada de la bañera. Samara int ntentaba entaba zzaf afar arse se de él, pero la m antení anteníaa fuer fuertem temente ente suje sujeta. ta. Tras unos ssegund egundos os,, la sac sacó. ó.  —No me m e olvidar olvidaréé nunca de lo que m e dice dicen. n. R Ree pit pitee . La rabia se apoderó de ella y negó con la cabeza. Otra vez la sumergió en el agua y la mantuvo un tiempo así hasta que volvió a repetírselo.  —No m e olvi olvidar daréé nunca de lo que m e dice dicenn porque si no ser seréé c astigada astigada.. Vamos…  —No, no m e olvi olvida daré ré nunca de lo que m e dice dicenn porque si no ser seréé c astigada  —repit  —re pitió. ió. La sumergió de nuevo sin soltarla y al poco tiró de ella mientras tosía.  —No quit quitaa ré la c ar araa c uando m e toquen, m is fa falt ltas as de re respeto speto no m e  benefic  bene fician. ian.  —¡Dom  —¡D omini inicc ! —supli —suplicc ó.  —Ree pit  —R pitee .  —¡No  —¡N o quit quitaa ré la c ar araa c uando m e toquen, m is fa falt ltaa s de re respeto speto no m e  bene  benefic fician! ian! Otra vez sintió como el agua le invadía la cara y la presión de su mano la hundía hund ía ha hacia cia aba abajj o. A los los pocos segundos ttiró iró de ella.

 —Domini  —Dom inicc … —Luis le puso la m mano ano eenn el hom hombro—. bro—. Suave Suave,, am igo…  

La soltó y Samara cayó de culo en mitad del baño; el agua escurría por toda su ropa, el suelo y parte de la tarima de la habitación anexa. Estaba enrabiada, escupíaa eell agua y m iraba aall ssuelo escupí uelo ttot otalm almente ente desori desorientada. entada.  —¡Tee pedí que m e pe  —¡T perdona rdonara ras! s! —dij —dijoo a punto de eecha charse rse a llora llorarr.  —Y lo he hecho, he cho, pr prince incesa. sa. —Se leva levantó ntó y salió del ase aseo. o. *** Luis la Luis la aayy udó a incorporarse y tras sec secar arse se el pelo la ac acompa ompañó ñó a la habi habitación tación..  —No vuelvas vue lvas a olvidar olvidarte te de e sos detalles, S Saa m . Son Son impor importantes. tantes.  —¡Oh,  —¡O h, Dios, Lui Luis! s! —gim —gimoteó—. oteó—. Ha Hayy m ucha uchass cosa cosass que aaún ún no entiendo. ¡N ¡Noo es justo!  —He de ir irm m e, ccáá m biate. Estas eem m papa papada. da. Salió de la habitación y al poco Dominic regresó. La miró desde la puerta y al entrar se sentó en la cama junto a ella. La cogió por la cara y la besó en los labios.  —Eress cr  —Ere cruel. uel.  —Y tú va vass m a l eenn m odale odaless —dij —dijoo m ira irando ndo su ccuello—, uello—, y e n m e m oria ni te cuento. Apretó los dientes con rabia y resopló. Dominic la empujó sobre la cama y se puso sobre sobre ella.  —¿S  —¿ Sa bes lo m e j or de todo? —susu —susurr rró—, ó—, que e se orgullo eess eell que m e voy a follar hasta que no te queden ganas de sacarlo… ¿Y sabes qué? Samara intentó decir algo, pero Dominic la sujetaba con fuerza y su peso la im pedía pedía m ov overse. erse. Lam Lamiió ssuu m mej ej illa y ron ronron roneó eó su suavem avement entee en su oorej rej a.  —Que acaba ac abará ráss pid pidiéndom iéndomee m á s… —m —murm urm uró—. Mucho m ás… Deslizó la mano por debajo de su pequeño pantalón e introdujo delicadamente los dedos dentro de ella. Samara profirió un suave gemido y se mantuvo expectante. Sacó los dedos mojados y se los pasó por los labios.  —¿V  —¿ Ves? —dij —dijo—. o—. Esto eess lo que m e indi indica ca hasta ha sta dónde puedo lle lle gar y no tus amagos de guerrillera. Pasó la nariz por su cuello, sus pechos y su estómago, volvió a besarla su suavem avem ente y la roz rozóó con llaa nariz ca cariño riñosam samente. ente.  —Ahora,, vas a ser buena c hica  —Ahora hica,, te vas a a c aba abarr de ar arre reglar glar y luego baj ar arás ás al salón. Te haré una cena estupenda para que mi preciosa princesa duerma comoo un com unaa niñ niña… a… —La besó en la fre frent ntee y se in incorporó. corporó. *** Dominic entró en la cocina, Luis le esperaba leyendo una revista mientras

in intentaba tentaba abrir a brir un bot botee de cr cris istal. tal.  

 —En una sem se m ana se j unta eell grupo, Dom Domini inicc .  —Estará pre prepar paraa da —dij —dijoo busca buscando ndo algo en los ca cajj ones.  —Una sem a na, aam m igo.  —Lo sé.

 

7. La proposición Y por primera vez, me sorprendiste… Y supe desde ese mismo momento que eras un reto para mí. Supe que también  podías e nseñarme muc muchas has cosas. Mi he hermosa rmosa Samara, mi  preciada  prec iada niña niña de ccabellos abellos negros, ttú ú y sólo tú me hace hac e s sentir  vivo.

*** Despertó con los primeros rayos de sol de la mañana. La luz entraba por la ventana ligeramente a través de los pequeños espacios de la persiana. Dominic no estaba a su lado. Miró el despertador de la mesita, los números rojos marcaban las nueve de la mañana, se estiró y se levantó torpemente. Tras darse una ducha bajó al salón; él leía el periódico frente a la mesa mientras sujetaba una —B tazauenos taza denos ccaf afé éa s, huma humant nte. e.sa.Le Levant vantóódorm la vi vist staa ybi sonrió rió..  —Bue dí día prince princesa. ¿Has ido bieelan?son  —Sí,í, gra  —S gracia cias. s. Era sorprendente cómo pasaba de ser un hombre aterrador a alguien tot otalm almente ente norm normal al y sencil sencillo lo.. S See si sirvi rvióó una taz tazaa de ccafé afé y se sentó fre frent ntee a éél.l. E Enn la mesa había dispuesto un plato de tostadas, mantequilla, zumo de naranja natura natu rall y varias pi piez ezas as de fruta.  —Ayy e r hic  —A hicist istee una c e na eexquis xquisit itaa . ¿¿Quién Quién te eenseño nseño a guisar? —preguntó.  —Cua  —C uando ndo er eraa pe pequeño queño rrec ecuer uerda da que no tenía m uchos aam m igos igos,, los ni niños ños com o o pasan muchas muc has ho hora rass con ssus us m adre adres. s. Tomó una de las tostadas y tras untarla con mantequilla intentó divisar la mermelada.  —Me per perm m it itíí la li liber bertad tad de pedir a Luis que fue fuera ra a por tu collar a ca casa sa —  dijo—. Espero que no te moleste.  —En absoluto.  —¿Bu  —¿ Busca scass esto? —T —Tenía enía el bote de la m er erm m e lada e n la m a no y la m ira iraba ba fijamente. Asinti Asin tióó con la ccabe abezza y sonri sonrió. ó.  —Vee n por eell  —V lla. a. Apartó el periódico y dio un golpecito en la mesa para que se sentara frente él, metió los dedos en el bote de mermelada y se los pasó por los labios.  —¿Está  —¿ Está bue buena? na? —l —lee pr preguntó. eguntó.  —Síí —contestó re  —S relam lam iéndose.  —¿Quier  —¿ Quieree s m máá s?

Samara sonrió y Dominic volvió a meter los dedos en el bote y luego en su  

 boca . Co  boca. Conn la otra m a no, solt soltóó los botones de su c am isa, y sus pe pecc hos a som somaa ron discretamente por los pliegues de la abertura, se chupó los dedos y levantándole la falda fa lda la de desprendió sprendió de su ropa int inter erior ior..  —Así —susurr —susurró—. ó—. Pr Prec eciosa. iosa. Se reclinó en la silla, la tenía en frente con las piernas abiertas, la camisa entreabierta y la falda levantada.  —¿T  —¿ Te gust gustaa m ira irarm rm e ? —inqu —inquirió. irió.  —Me gusta m ira irarr lo que es es m mío. ío. Luis entró en casa y se quedó planchado en mitad del salón; empezaba a acostumbrarse a parecer un monigote en mitad de ciertas situaciones poco habituales.  —Me e nca ncanta nta e l rolli rollito to « nueve sem ana anass y m e día» que os ha habéis béis m ontado.  —See a cerc  —S ce rcóó a Sam a ra y le c olocó e l collar alr alree dedor de dell cue cuell llo—. o—. P er eroo e s un  poquitoo tem pra  poquit prano, no, ¿¿no? no?  —Nuncaa es te  —Nunc tem m pra prano no par paraa ccom omee r m e rm e lada lada.. *** Mientras Mi entras Dom Domin inic ic hacía una serie de papeleo en eell desp despac acho, ho, S Sam am ar araa pasó par parte te de la mañana acurrucada en el sofá con Luis. Era cierto que en poco tiempo se había convertido en un gran amigo, alguien que le daba un cariño inmenso y una atención que agradecía. Tener cerca a Luis le proporcionaba una paz interior que muchas veces necesitaba, y sin embargo sabía que Dominic le permitía ese contacto. Era como si él supiera que su papel era indispensable para aquel equilibrio del que tanto solía hablar, una ficha en su tablero de ajedrez que le anunciaba que todo estaba sutilmente organizado. Cuando Luis se quedó  profundam  prof undam e nte dorm ido, y viendo que Dom ini inicc no ter term m inaba con su tra trabaj baj o, decidió acercarse a su despacho. Estaba sentado frente al escritorio, totalmente absorto en sus pensamientos. Entró con timidez, con la sensación de que invadía su intimidad y le sonrió al ver que levantaba la vista de su mundo interior y la miraba fijam ente. ente.  —¿T  —¿ Te m olesto? —inq —inquirió—. uirió—. Sólo quer quería ía ver qué tal esta estabas, bas, c óm ómoo tar tardaba dabass tanto…  —Vee n, quier  —V quieroo habla hablarr cconti ontigo go prince princesa. sa. —H —Hiz izoo un gesto pa para ra que se sentar sentaraa e n sus rodillas—. rodillas—. V Vee n cconm onmigo. igo. Se acurrucó en su regazo y apoyó la mejilla en su pecho. Sus brazos la rodearon hizoima girar la sillaa zpara  pier  piernas nas pore enc encim a de suavemente uno de los re reposabr posabra os. que se levantara poniéndole las  —Voy  —V oy a propone proponerte rte algo. Te lo propongo, no te lo im impongo. pongo. Es una dec decisi isión ón que tienes que tomar sola. —Apoyó la barbilla sobre su frente y se inclinó hacia

atrás en el enorme sillón de piel—. Samara, cuando salí del instituto mi vida  

siguió siendo un infierno. Buscaba el vacío que tenía en mujeres que no me aportaban nada, mi adicción por un sexo enfermizo del cual tú conoces una  pequeña  peque ña par parte te m e ar arra rastró stró de una for form m a de desqui squicia ciante. nte. Era un de depre predador dador que  buscaba  busca ba m i pr propio opio plac placee r a c osta de c ualquier c osa. No m e im importaba portaba nadie nadie,, no m e im port portaba aba hace hacerles rles daño ni el dol dolor or que les po podí díaa ocasionar, ocasionar, si siem em pre que m e saciara de alguna manera. Terminé la carrera y una noche en una cena con un cliente muy importante que acababa de conseguir perdí el control. Me habían  presenta  pre sentado do a una m uj ujee r pre precc ios iosaa y e l aanfitrión, nfitrión, m i ccli liente ente,, m e ofr ofree ció una zona  privada par paraa tom tomaa rm e una copa c on la m ucha uchacc ha sin que m e m olestara olestar a n. Ella era provocativa, tenía un toque prepotente, no te negaré que era muy parecida a ti. Deseaba que me acostara con ella y no dude en hacerlo pero a mi modo y  perdí  per dí el ccontrol. ontrol. Mi cliente e ntro a ti tiee m po, la sac sacóó de a llí llí y m e ofr ofrec eció ió una c opa,  pensé que iba a m ontar en cóle cólera ra y que a ca cababa baba de ca carga rgarm rm e m i prim primee r  contrato importante pero para mi sorpresa me ofreció pasar un tiempo con él. Él era com comoo yyo, o, pper eroo con má máss años y sabi sabidurí duría. a. Me fui con él un ttiem iempo po a un unaa ccasa asa que tenía a las afueras, apartada de todo y de todos. Me ofrecía la posibilidad de ser como era pero donde debía serlo para que no me afectara ni en mi vida cotidiana ni en mis negocios. Un retiro, muchas horas de conversación y una forma de concebir ciertos vicios como sanos pero dentro de un ambiente que no te ocasionara un problema social. Antón, que es así como se llama, concebía el  poder sobre una m uj ujee r com o un a rte rte;; e ra y e s un filósofo de la vida y de las experiencias. Para él la juventud era demasiado básica y visceral, me decía que  buscábam  buscá bam os en exc exceso eso e l plac placer er sin par parar arnos nos a pensa pensarr e n las conse consecc uenc uencias, ias, y eso acababa aca baba destruy destruyéndon éndonos os y dest destruy ruy endo nu nuestra estra vi vida. da. Samara se incorporó y frunció el ceño.  —¿De  —¿ Dest struy ruy é ndonos? —pre —preguntó— guntó—.. ¿¿A A quién te rree fie fiere res? s?  —Una peque pequeña ña fa fam m ilia, ia,esa un grupo a m igos concomo la lass m misma ismas ne nece cesidades sidades que Antón logró unir enil finca.de Personas yo scon demasiadas responsabilidades que necesitan liberar su mente en algún lugar donde nadie les vea. Es muy sencillo, la finca es un lugar precioso, mis amistades son personas m uy uni unidas das a m í y a Luis Luis.. Dentro ddee una sem ana nos jjunt untam am os, os, es habi habitu tual al pasar  ciertas fechas fe chas aall llí,í, est estaa vez es eell cum cumpl plea eaños ños de Antó Antón, n, él es com o un padre par paraa mí, princesa. El mío falleció cuando apenas tenía ocho años y cuando le conocí encont enc ontré ré en ééll todo todo lloo que no tuve siendo un crío.  —¿P  —¿ P or qué m e cue cuentas ntas todo esto?  —Saa m a ra,  —S ra , habr habráá m uj ujer eres es ccom omoo tú allí allí,, per peroo ver veráá s cosa cosass poco ha habit bituale ualess en tu día día, al menos estar avisada y preparada. No he llevado jamás a unaa am un muje ujerr ya debes la fi finca. nca.  —Por  —P or supue supuesto sto qque ue ir iréé —dij —dijoo si sinn ti titubea tubearr.  —No sea seass tan a ce celer leraa da, piensa que los hom hombre bress que van son m uy

 parti  par ticc ular ularee s, ti tiee nen sus for form m a s de ver la vida, las re relac laciones iones de pare par e j a, e l trato. tra to.  

Tendrás que tener m ucha pac pacienci ienciaa y m ano iizzqui quier erda. da.  —Bue  —B ueno, no, tú puede puedess eenseña nseñarm rm e , ¿no? —Pe —Pensó nsó eenn lo que ha había bía dicho re respec specto to a que era er a la prime primera ra m ujer uj er que ll llevaba evaba all allí,í, y se si sint ntió ió em ocio ocionada. nada.  —Sí,í, prince  —S princesa, sa, pue puedo do ense enseña ñarte rte..  —¡Pues  —¡P ues cclar laroo que iré iré!! —r —ree pit pitió—. ió—. S Sin in duda.  —Deber  —De berás ás pe pedir dir una se sem m ana de va vacc ac aciones. iones.  —No tengo problem a s, hac hacee años que no c ojo oj o vac vacac aciones. iones. —Estaba  pletórica;; « Soy la pr  pletórica prim imee ra m uj ujer er que llevará lleva rá»» , se rree petía una y otra vez.  —Está bien, veo ve o que no m e dit ditaa s llaa s cosa cosas. s. Ere Eress tan ac acee ler leraa da… La abrazó y continuó balanceándose con ella. Su pelo olía a esencia de rosas. Durante minutos se quedó pensativo y por momentos se dibujó en él una sonrisa mezquina.

 

8. La La finca qui quim m er eraa Cuando te escogí, supe desde el primer día que me darías todo lo que esperaba de ti.

*** Quimera… Así se llamaba la enorme casa de piedra ubicada en las montañas y rodeada de esp e spesos esos árbol árboles, es, qu quee apena apenass dej dejaban aban pasar los los ray os ddee sol sol. Qui Quim m er era, a, eell lugar  lugar  de retiro de aquel pragmático hombre, emergía entre las sombras. Samara había aceptado acompañarlo y durante la semana anterior apenas había probado  bocado  boca do por los ner nervios vios.. Un hombre de unos sesenta y tantos años, de perilla cana y nariz afilada y respingona, les esperaba en lo alto de las escaleras que daban acceso a la puerta  principa  principal. l. nida a Quim  —Bienve  —B ienvenida Quimer eraa , S Saa m a ra ra.. —B —Bee só su ma mano no y le sonrió con dulz dulzura ura—. —. Es un un pl plac acer er conocer conocerte te por fin fin,, m mii nnom ombre bre eess Ant Antón. ón.  —Un placer plac er,, señor —le dij dijoo entra entrando ndo en la ccasa asa.. Antón abrazó a Dominic y luego a Luis.  —¿T  —¿ Todo bien, m mis is chicos? ¿Los negoc negocios ios??  —Todo  —T odo va com o siem siempre pre,, m e a legr legroo de ver verte, te, Antón. —Dom —Domini inicc pasó la m ano por ssus us hhom ombros bros y la aapretó pretó con cariño. Se quedó en m mit itad ad de un iinme nmens nsoo hal halll frente a unas esca escaller eras as de m ár árm m ol que daban a la siguiente planta. Un hombre del servicio descendió por ellas y tras saludarles sal udarles educada educadam m ente les cogió ssus us ma malet letas. as.  —El servic se rvicio io os ll lleva evará rá e l eequipaj quipaj e a vuestra vuestrass habitac habitaciones. iones. —P —Pasó asó la m ano  por la e spalda de Luis— Luis—.. Vam os, hij hijos, os, tom tomem em os a lgo en e l salón, tengo encendi ence ndida da la chime chimenea nea y un est estupend upendoo coñac eesp sper erando. ando.  —¿Los  —¿ Los dem á s? —pre —preguntó guntó Lui Luis. s.  —No ll llegó egó nadie todavía. Esos m ucha uchacc hos lle lle gar garáá n c om omoo siem siempre pre a últim últimaa hora.  —La c alm a se a ca cabar baráá e n e l m om omee nto eenn que Carlo e ntre por la puer puerta. ta. —  Dominic se sentó junto a Samara en uno de los sofás—. Tengo ganas de verlos.  —Bue  —B ueno, no, m muc uchac hachit hitaa . —Antón aazzuz uzaa ba e l fue fuego go eenn una butac butacaa m uy ce cerc rcaa na a la chi c him m enea enea—. —. T Tenía enía ganas de ccono onoce certe; rte; Domini Dominicc m e ha habl hablado ado m mucho ucho de ti ti.. Una decena de cuadros de caza se distribuía por las paredes, y Samara obser obs ervaba vaba fasci fa scinada nada la dec decorac oració ión, n, las alfombra alfombrass persas, lo loss am plio plioss vent ventanales, anales,

los jardines que se veía a través de ellos.  —¿T  —¿ Te gust gustaa m i ca casa? sa?  

 —Mucho, señor, señor , es m uy e lega legante nte —a —afirm firm ó—. ¿¿Es Es una ccaa sa rree staura staurada? da?  —Dell siglo pa  —De pasado. sado. Esta c asa ti tiene ene m ucha hist historia oria per peroo sól sóloo se lle lle na de vida cuando mis muchachos muchac hos se di dignan gnan a veni venirr a ve verm rm e.  —No hagas ha gas c a so a m i pa padre dre,, siem pre quis quisoo un va varón rón y a fa falt ltaa de uno bue buenos nos son una docena. Una joven vestida con una falda de cíngara apareció en el umbral de la  puerta  puer ta y a l ac acer ercc ar arse se hiz hizoo ti tinti ntinea nearr una puls pulsee rita ccon on ccaa sca scabele beless que lleva llevaba ba e n el tobillo. La joven saltó sobre Dominic y le besó en la mejilla.  —Y esta e sta eess m mii pre preciosa ciosa hij a, Catinca Catinca..  —Un plac placee r. Sa m ar araa . —La besó e n la m ej illa illa y se sentó de nuevo sobre las rodillas de Dominic—. ¿Por qué no me vienes a ver más a menudo? ¿Tengo que volver a tener doce años para que me leas un cuento por la noche? —Se rió con  picardía  pica rdía y leva levantándose ntándose se fue c on su padre padre..  —Tee ngo poco tiem  —T tiempo po par paraa cue cuentos ntos de ha hadas, das, Cati…  —Tú siempre siem pre tan oc ocupado, upado, D Dom omini inicc . Llevaba unos bonitos brazaletes de plata en los brazos y una espesa melena cast ca staña aña le ca caía ía por debaj o de lo loss ho hom m bros bros;; al abraz abrazar arse se a su ppadre adre la pul pulserit seritaa de dell tobillo tobil lo volvió a tint tintinea inearr.  —Luis… —S —See inclinó hac hacia ia a trá tráss y le pasó la m a no por e l pelo—. Ha Hacc ía m ucho que no vení venías, as, tú tam tam bién bién m e ti tienes enes aabando bandonada. nada.  —El tra traba bajj o nos ttiene iene a bsorbidos, C Cati ati —m —musit usitó. ó. Miró Mi ró a Sam Samara ara,, qu quee per perm m anec anecía ía en si silencio lencio j unt untoo a Dom Domin iniic.  —Y la princ princesa esa… … —dij —dijoo a ce cerc rcándose ándose a e lla lla —. Vam os, ven c onm onmigo, igo, Samara, te enseñaré tu habitación y la casa. Subieron por las escaleras de mármol del hall y llegaron a una especie de corredor que rodeaba la planta superior; desde la barandilla se podía ver toda la  planta a, las ha habit bitac aciones ionesdeeestaban staban dis distribui tribuidas das a loque lar largo go de dell pasill pasillo y c a da una tenía subaj baño propio dentro ella. Samara observó la joven iba odescalza.  —Aquí no te fa falt ltar aráá de na nada da —dijo m ientra ientrass abr abría ía los ventana ve ntanales—. les—. Tiene Tieness un armario inmenso, el baño es bastante amplio y, como puedes ver, esta habitación da a la parte de atrás. La piscina aún está sin limpiar pero cuando llega el buen tiempo es maravilloso disponer de ella.  —Graa cia  —Gr cias, s, Catin Catincc a, e s todo m uy bonit bonito. o. —Se —Se sentó en la ca cam m a y pasó las  palmaa s por eell m  palm mull ullido ido edre edredón—. dón—. ¿¿V Vives aquí ccon on tu ppaa dre dre??  —Sí,í, no quiero de  —S dejj ar arlo lo solo, se c onser onserva va m uy bien per peroo y a tie tie ne su eedad. dad. —  Se aproximó a ella y se sentó a su lado—. Eres muy bonita. —La miró de arriba abaj —Lo o y profi profirió rióesun una a sde sonris sonrisa ac edul dulce —. La cchi hica ca de Dom inic… inic… Es iincre ncreíb íble. le. conoc conoces de desde ha hac mce—. ucho, ¿no?  —Todos  —T odos som somos os com o una gra grann fa fam m il ilia. ia. —Le apa apartó rtó e l pelo de la c ar araa y acarició su mejilla.

 —Eso me m e dij o Dom Domini inicc —c —contestó, ontestó, algo iinc ncóm ómoda. oda.  

 —Algunos son m ás desquicia desquiciantes ntes que otros, tie tie nen sus de defe fecc tos tos,, sus caracteres especiales, discutimos, nos peleamos pero en el fondo, actuamos comoo herm anos, ¿¿no? com no? La form a eenn llaa que Cat Catin inca ca la m miira raba ba em pez pezaba aba a inti ntim idarla. idarla.  —Estoy…  —Estoy … —S —Sentía entía e n sus ojos oj os dese deseo—. o—. Estoy a lgo ner nerviosa, viosa, sé que par paraa Dominiic es m Domin muy uy im po portan rtantte que y o m mee ccomport omportee aaqu quíí…  —Todo  —T odo saldrá bien, Sam a ra ra.. No te ne negar garéé que e re ress la eexpec xpectac tación ión de la ca casa, sa, Dominic nunca trajo a una mujer a Quimera, pero seguro que te acabas adaptando, ada ptando, es un poco difícil per peroo seguro que lo hará harás. s. La sorprendió de repente dándole un beso en los labios. Samara sintió un inmenso calor subiendo por sus mejillas y se apartó disimuladamente intentando que no notara su sorpresa.  —No cam ca m biar biarás ás nunca nunca.. —La voz de Dom ini inicc j unto a la puer puerta ta sorpr sorpree ndió a las dos mujeres—. Disculpa a Catinca, tiene cierta inclinación por su mismo sexo,, S sexo Sam am ara, ar a, un det detall allee que ccre reíí nnoo fuera nece necesario sario come coment ntar ar..  —Yaa sabe  —Y sabess que siem siempre pre tengo c ier ierto to gust gustoo con todo lo que tenga que ver  contigo, Dominic. Se levantó de la cama y pasó al lado de él; era como una bailarina oriental a  punto de e m pezar su e spec spectác táculo. ulo. P asó la m ano por su hom hombro bro y sonrió c on  picardía  pica rdía..  —Os dej o sol solos, os, seguro que tené tenéis is m ucho de qué ha hablar blar..  Negó  Ne gó c on la c abe abezza y se sentó j unto a Sam ar ara, a, que todavía conse conserva rvaba ba el rubor de los m inu inutos tos anter anteriores. iores.  —Por  —P or tu cara ca ra… … ¿es la prim primee ra vez que te besa una m ujer uj er?? —pr —preguntó eguntó con ironía.  —Domini  —Dom inicc , todo e sto es un poco extr extraño año par paraa m í, ni siq siquier uieraa sé qué e sto stoyy esperando esper ando ni a yqué tipo o deenper person sonas. as. Só Sólo lo qu quee son iim mYportantes par paraamuy ti. ti. —Se —S e sentía sentía algo frustrada no tip dudó levantarse nerviosa—. que no son comunes. o… No sséé qué hac hacer er… …  —Tranquil  —Tra nquilaa . —El ruido de va varios rios c oche ochess re retum tumbó bó en e l exte exterior—. rior—. Ve n conmigo, desde la habitación del otro extremo te enseñaré algo. Atravesaron el corredor hacía el otro ala y entraron en una de las habitaciones. Dominic abrió los dobles ventanales e hizo que se acercara. Varios coches habían aparcado aparc ado delante delante de la eent ntra rada. da.  —Lass m  —La muj ujee re ress de Q Quim uimee ra son esclava esc lavass de aque aquell llos os a los que ac acom ompaña pañan; n; su voluntad no existe ni dentro ni fuera de esta casa. Aquí se acentúa, no se tienen que medir. —Señaló coches, un Aque jovenl que de pelo engominado y sonrisa  burlona se aapeó peó j untouno a unademlos uj ujer er rubia—. Aquel ve vess aahí hí con ca c a ra de niño y sonrisa desequilibrada es Carlo Armani, la mujer que va con él su sumisa Meredit.

El hombre se abrochaba la chaqueta del traje negro y se colocaba unas gafas  

de sol m ientras ti tiraba raba de la m ano de la j oven nó nórdi rdica ca que le seguí seguía. a.  —Mantente a lej a da de sus provoc provocaa cione ciones; s; su dulz dulzura ura es dire direcc tam ente  proporcc ional a su eego;  propor go; te provoc provocaa rá c onst onstante antem m e nte, es un niño gr grande ande a dicto al sexo y al exhibicionismo. Varios metros más atrás, de otro coche salía un hombre de perilla y pelo negro, al cual se un uniier eron on ddos os m ujere uj eress more morenas. nas.  —Aquell con pint  —Aque pintaa de m osqueter osquetero, o, de air airee siba sibarita, rita, e s Ro Rober berto to Ac Acost ostaa . —  Dominic se rió—. Le llamamos el Conde para provocarlo, es refinado, prudente  callado, sus sumisas, Yelina y Xiamara, llevan diez años a su lado. Nunca le verás hacer alarde de su poder, pero su gusto por el sadismo es algo que en cuanto tiene oportunidad, no deja pasar. No te dejes llevar por su excesiva educació educac iónn y caball ca baller eros osid idad, ad, si siem em pre eest stáá tram ando alg algo. o. Samara observó al grupo, que se aproximaba a la puerta donde Antón y Luis esperaban.  —Paa rece  —P re cenn m uy c ontentos de ver verse. se. —Estaba m uy ne nerviosa rviosa y no per perdía día detalle detal le de nin ningun gunoo de eelllos— los—.. S Sient ientoo com comoo si fuera a hace hacerr un eexam xamen en y supi supier eraa las pregunt pre guntas. as. La cogió po porr los hhom ombros bros y la besó en los llabios abios..  —Caa da uno de los que ves a hí aabaj  —C baj o ti tiene ene una for form m a dife difere rente nte de lle lle var sus relacio relac iones; nes; recuer recuerda da que ningu ninguno no dará nada gra grattis; is; es un jjuego, uego, respetam respetamos os lloo de cada uno infinitamente pero te provocarán, eres la novedad, vienes conmigo,  buscará  busca ránn que ccom ometa etass un er error ror,, no lo ddudes. udes.  —¿P  —¿ P ar araa qué? ¿¿Qué Qué pre pretende tendenn con eell llo? o?  —Jugaraa n, quer  —Jugar querrá ránn proba probarte rte,, ve verr qué tiene tieness de espe especc ial, c am biar biarte, te, castigarte, usarte.  —Domini  —Dom inicc , m mee eestas stas asustando —dij —dijo. o.  —Ella  —Ell s sonsen eescla sclavas, vas, quiero e so ás, pa para rappero ti. ti. N No o nece ne sito o hum ilde larte te dela delante de nadie nadi e apara sent tirm rme e myejoornoqu que e los dem demás, ero esa escesit m mi i fo form rmaa illar pens pensar, ar, nte no la de ellos. No entenderán que tú no tengas el mismo trato que ellas, no al  principio, se supone que no e re ress li libre bre com o Cati Catinca nca,, por eso te buscara busca ran, n, para par a que cometas un error. —La miró fijamente y tensó la mandíbula—. Si les faltas al respeto, si te sacan de tus casillas, yo no podré protegerte, hay normas; si me falta una de sus mujeres, yo castigo; lo mismo pasará contigo. ¿Comprendes?  —¡Dios  —¡D ios!! —gimote —gimoteó; ó; le sudaba sudabann las m a nos de los ne nervios rvios y e m pezaba a escuchar la algarabía en la plant plantaa de abaj o— o—.. No sséé si ppodré… odré…  —Séé tú m isma per  —S peroo no entr entres es al j uego, tie tie nes plena liber libertad tad par paraa de decir cir y hacer lo que quieras; algo no gustara ten claro que lo notaras. Estiró el brazo y lasi cogió de me la mano.  —¿List  —¿ Listaa ? —pre —preguntó. guntó.  —No… No lo estoy.

 —Tranquil  —Tra nquilaa …  

*** A medida que avanzaba por el corredor del primer piso, las voces de la gente se hacían más tangibles. Creyó oír a Luis entre la algarabía; notó un olor a jazmín que le resultó agradable y llegó a frenar en seco antes de bajar el primer  escalón. El porqué significaba tanto para ella estar a la altura de lo que se le venía encima era algo claro quela tenía asumido que era más que endía él. Mil  pensa  pensam m ientos le pa pasar saron on ypor c abe abezza, m il idea ideas s a no m e dida que desc descendía la eterna escalera e scalera que daba a la plant plantaa baj a, y ento entonces nces un cli clicc sonó en su cabez cabezaa y lo tuvo todo claro. Cerró los ojos, aspiró una bocanada de aire y esbozó su mejor  sonrisa.

 

9. La fam fa m ilia lia  L  Llev levart artee conm conmigo igo a Quime Quimera ra eera ra una prueba indudab indudable le de lo que eras capaz de hacer por mí sin pedirte nada. Después de  pasar muc mucho ho tiem tiempo po dec idi idiee ndo por los dos y arrancándote lo que quería de ti, te brindo la posibilidad de ser tú quien decida qué debes darme. No creas que suelto la cuerda que te ata a mis deseos. Convénceme de que todo merece la  pena…

*** Tuvo llaa sensación ddee que tod Tuvo todoo pasaba a cá cám m ara lent lenta. a. Apretó con fuerz fuerzaa la m ano de Dominic a medida que avanzaban en dirección al salón. Pudo ver las dos chicas de Roberto en el suelo de rodillas junto a él, apoyadas en sus talones. Luis le guiñó ojo hacer al entrar la intención de hacerla bien; sin embargo lo único queunlogró fue con sonreírle tímidamente por lossentir nervios.  —¡Mi primogenitor prim ogenitor se digna a aapar paree ce cer! r! —exc —exclam lam ó Antón con tono iirónic rónico. o. Situada detrás de él, en una posición casi oculta, logró visualizar a Carlo apoyado en el zócalo de la chimenea; sintió mil ojos clavados en ella cuando Dominic se apartó para saludarlos a todos efusivamente. Por suerte, le seguía sujetando la mano y eso le otorgaba una seguridad que en ese momento necesitaba.  —Bienve  —B ienvenida, nida, quer querida… ida… —El hom hombre bre de pe perill rillaa y m odale odaless ar arist istóc ócra ratas tas la  besó en la m ano y sonrió—. U Unn placer plac er conoc conocee rte rte;; m i nom bre e s Rober Roberto to y m is dos prec preciios osas as vam pira piras: s: Yeli elina na y Xiam Xiamara ara..  —Mucho gusto —dij —dijo. o. Se quedó de pie si sinn saber qué ha hace cerr ccuando uando Dom Dom ini inic se di dirigi rigióó a la ccam am ar arer eraa  paraa poner  par ponerse se una c opa. Carlo, eell hom hombre bre rubio de pelo eengom ngominado, inado, se apr aproxim oximóó a el e lla y em pez pezóó a gi girar rar a su al alrededor rededor muy des despacio pacio..  —Saa m a ra…  —S ra … —susu —susurr rró—. ó—. Te ngo una c uriosidad innata por sabe saberr qué tipo tipo de mujer soporta a nuestro caballo desbocado… —Se colocó delante y le sonrió—. ¿Una mujer sin límites? No… ¿Quizá una esclava algo masoca? —Volvió a  ponerse  poner se detr detráá s de e ll llaa , y m ientra ientrass tanto c am inaba hac haciendo iendo c írc írculos ulos,, hac haciendo iendo tintinear los hielos de su vaso—. No… Samara miró a Dominic, este se sentó en uno de los sofás y observó la escena. Quería buscar alguna expresión en él que le trasmitiera algo, pero los nervios le impedían mantenerse centrada y controlar los movimientos del otro

hombre. Carlo pasó el dedo por su escote y descendió despacio hasta casi rozar  sus pechos.  

 —¿Una sum  —¿Una sumisi isita ta de despis spistada tada?? No…  —Quita tu m a no de m i e scote —sol —soltó tó de re repente pente—. —. P or fa favor… vor… —Mi —Miró ró a Dominic; la ironía en la cara del hombre, los nervios y la forma de mirarla de to todos dos los los qu quee allí estaban aaca cabar baron on con su ttem em ple. Carlo soltó una carcajada, tomó su mano y la besó con suavidad en la parte superior.  —Bra  —B ravo… vo… Una pante pantera ra… … No espe espera raba ba m enos de ti. ti. —Dio un sil silbido bido y la muchacha de rasgos nórdicos se acercó a él—. Yo soy Carlo y esta mi preciosa Meredit.. Un pl Meredit plac acer er Sam ar ara, a, bienv bienvenid enidaa a nuestra fa fam m ilia. ilia. Se alejó con la joven y Samara se quedó de pie en mitad del salón. Antón se reía delicadamente mientras Dominic seguía observándola ferozmente. Suplicó  paraa sí que le dij  par dijee ra que se sentar sentaraa a su la lado do y que no de debía bía de pre preocupa ocuparse rse por  nada, pero no fue así. Buscó con la mirada a Luis; este seguía atentamente los gestos de Dominic esperando quizá del mismo modo que se pronunciara.  —¿P  —¿ P or qué no te pre presenta sentass par paraa todos todos?? —Rober —Roberto to dio un tra trago go a su c opa—. Miss hem Mi hembras bras tení tenían an m uchas ganas de conocer conocertte. « Presént Preséntate» ate» , ddiij o ssuu ment mente. e. « Es un unaa trampa, mira cómo se rí ríe, e, cómo in intenta tenta poner ponerte te nerviosa delante de to todos dos»» . S Suu ca cabez bezaa ffuncion uncionaba aba a m il por hora. « Él no no di dice ce nada, ¿¿qué qué hago? hago?»» Luis dirigió una mirada de frialdad a Roberto y este levantó su copa a modo de contestación.  —Vaa m os, S  —V Sam am ar ara, a, dinos algo que nos aayy ude a c onoce onocerte rte un poqui poquito to m mee j or —  insistió. Todo empezaba a pasar a cámara lenta. Las muchachas de rodillas entre sus  piernas  pier nas la m ira iraban ban a tentam ente ente;; la j oven nórdica nórdica,, Mer Meredit, edit, pe perm rm ane anecc ía e n silencio mientras Catinca jugueteaba con Luis en el otro extremo del salón. Dudó unos segundos antesfrente de decidir los brazos botones totalmente desnuda a ellos,soltarse estiró los en de cruzsuy vestido; aspirandoquedó una enorme bocanada de aire se mantuvo unos minutos, que parecieron horas, en aquella posición. Dominic inclinó la cabeza, abrió los ojos y levantó las cejas. Pensó que se había equivocado, que posiblemente estaba haciendo el ridículo más grande, pero Antón se inclinó hacia delante y soltó una carcajada que rompi rom pióó eell si silencio. lencio.  —Tieness que re  —Tiene recc onoce onocerr —le dij dijoo a Rob Robee rto— que esa sí e s una buena  presenta  pre sentación. ción. Sam ar ara, a, puede puedess vestirte, hij hijaa , ha sido un re regalo galo m a ra ravil villos losoo la imagen que nos acabas de regalar, bienvenida nuevamente a Quimera. su y, vioiócómo Dominic golpeaba el asiento  par aRecogió  para que fue fuera ra vestido a sentar sentarse se tras a su ponérselo, la lado; do; aagra gradec deció hor horror rore e s no tene tener r que poner ponerse se e n el suelo como las demás; estaba muerta de la vergüenza y todavía le temblaban las piernas por lo que había hecho.

 —Bee be, prince  —B princesa. sa. —Le ofr ofree c ió una ccopa opa y Sam a ra se la bebió de un tra trago—. go—.  

Despacio…  —Qué ve vergüe rgüenz nzaa , Dios m ío… —gr —gruñó uñó entr entree dientes—. No sé si he he hecho cho lo correcto o acabo de quedar como una desequilibrada. Me va a dar un infarto, Dominic, Domini c, dime al m menos enos qque… ue…  —Yaa habla  —Y hablare rem m os, ttra ranquil nquilaa . R Ree láj ate un poco. Carlo ar lo llaa obs obser ervaba vaba aattentam entamente; ente; nnot otaba aba cóm cómoo sus ojos oj os ssee clavaban eenn ell ellaa sin sin compasión. Le dirigió una mirada desafiante y sonrió discretamente cuando sus miradas se cruzaron. Al cabo de un rato comenzó a tranquilizarse, se aferraba al  brazzo de D  bra Dom omini inicc y de ve vezz e n cua cuando ndo busca buscaba ba la m ira irada da ccar ariños iñosaa de L Luis uis..  —Lo has hec hecho ho m uy bien, Sa m . —No tar tardó dó e n sentar sentarse se a su lado y besa besarla rla en la frente—. Tranquila, de veras, has estado radiante.  —See ñor  —S ñor.. —Una de las chic chicaa s de Rob Robee rto se a proxim proximóó a Dom Domini inicc y c on voz temblorosa intentó sonreír—. Vamos a dar un paseo por los jardines. ¿Permite quee nos acom pañe S qu Sam am ara ara?? La muchacha era incapaz de mantener la mirada; era como si la pusiera nerviosa nervio sa hablar con Dom inic. nic.  —Tee ti  —T tiee m bla la voz cua cuando ndo habla hablass cconm onmigo, igo, Xia Xiam m ar ara. a. ¿Tanto m iedo te doy ?  —Rió  —R ió y no e sper speróó a que conte contestara stara.. Se giró hac hacia ia Sam a ra y la pre preguntó— guntó—.. ¿Quiere Quieress ir?  —Sí…  —S í… Le llamó la atención el respeto que profesaban a Dominic; quizá más que eso, era un miedo que no acababa de comprender. Mientras paseaban y charlaban entre ellas fue conociéndolas un poco más. Todas eran mujeres con estudios, ninguna tenía necesidad de un hombre que las mantuviera; eran mujeres independi ndependientes, entes, feli felice cess y, aun así así,, no ac acababa ababa de eent ntender ender aquell aquellaa form formaa de viv vivir, ir, la relación que tenían con cada uno de ellos y su dependencia. Meredit fue la que más le sorprendió; estaba totalmente casada perorota. su vida era un desastre relación de pareja estaba El poco tiempo que sin su duda maridoy su le dedicaba era mínimo, por lo que no tenía problemas en ver a Carlo cuando le apetecía. Por el contrario, las otras dos chicas vivían con Roberto desde hacía di diez ez años y com compartí partían an a aquel hombre si sinn ni ningú ngúnn probl problem em a.  —Sii te som  —S somos os since sincera ras, s, teníam os una cur curiosi iosidad dad inm inmee nsa por c om omoo er eraa s —  di dijj o Yeli Yelina—. na—. La prim primer eraa chica de Dom Domin inic… ic… ¡Guau! Fuma umaba ba un ci cigarro garro m ientras ssee aafe ferra rraba ba a su chaqueta de pun puntto.  —¿Có  —¿ Cóm m o eess contigo? —pre —preguntó guntó ssolt oltaa ndo una boc bocana anada da de hum humo—. o—. Es dec decir, ir, ¿nun nunca ca se re rellaj a? Es ssiem iempre pre tan… frío frío.. Catinca soltó una carcajada y saltó de baldosa en baldosa haciendo tintinear  su suss ca cascabeles. scabeles.  —El hombre hom bre del sa sacc o —dij —dijoo rriendo—. iendo—. La Lass cchica hicass le tiene tienenn pa pavor, vor, Sam ar ara, a, lo que conocen de él es su mala leche. Por eso sus hombres, cuando tienen que

cast ca stiigarlas seriam seriamente, ente, no dud dudan an en dej ar arllas en m anos ddee tu am amorcit orcito. o.  

 —Todo esto e s nuevo par  —Todo paraa m í… —Dudó en conf confesa esarle rless c óm ómoo lo había conocido pero se echó atrás en el último momento—. Es, no sé, impulsivo, caprichoso y muy cruel cuando quiere; el problema es que su otro lado, su parte humana, es devastadora.  —¿P  —¿ P ar arte te hum humana ana?? —Y —Yelina elina solt soltóó una c ar arcc aj ada incontrolable incontrolable—. —. Ese hom hombre bre no titiene parte hum humana, ana, aall me menos nos no qu quee sepam sepamos os,, personal personalm m ente tengo ppánico ánico a Dominic. Pensó que no iban desencaminadas; si Dominic con ella había llegado a ser  tan sumamente cruel, con una mujer que le importara lo más mínimo no quería ni pensar en ccóm ómoo ssee ccom omport portar aríía… S Sonri onrióó ttímidam ímidamente ente y avanz avanzóó po porr eell cam ino ino de losetas en dirección a la piscina. Allí se sentaron frente a una mesa de teca cobijj ada por un ppequeño cobi equeño porche latera lateral.l.  —Mi Señor m e ha c ontado que os conoc conocist istee is eenn e l ins insti titut tutoo siendo niños niños.. —  Meredi Mere ditt tra trasm smit itía ía fr fragili agilidad. dad.  —Así e s, lo c ier ierto to e s que nos… —dudó— nos volvi volvim m os a encontrar enc ontrar de casu ca suali alidad dad y … bueno bueno… …  —No sea seass delica delicada da.. —C —Caa ti tinc nca, a, que int intenta entaba ba c oger algo con el lim lim pia piscc inas, se giró con desc  pis descar aróó hac hacia ia e ll llaa s—. Todas c onoce onocem m os los m étodos de Dominic; dudo mucho que te invitara a una cena romántica con velas y luego te dijera… —Hizo una reverencia con humor y eso provocó la risa de todas—: « Señori eñoritta, m mee eencant ncantaría aría atarla al cabecer cabeceroo ddee la ca cam m a y darl darlee duro hhast astaa que no pueda pueda m ás» . —F —Frunció runció el ce ceño— ño—.. ¿¿O Om mee eequi quivoco? voco?  —Oh, vam os, Cati Catinca nca,, no sea seass m a la. Ell Ellaa no debe habla hablarr de lo que no le  perm  per m it itaa n. P Puede uede m ete eterse rse e n un problem a .  —Sí,í, Ye li  —S lina na,, pe pero ro todas sabe sabem m os que Sa m a ra er eraa la c uenta pendie pendiente nte de Dominic. Vuestros hombres no os cuentan mucho, son sus asuntos, yo tampoco m e entero de tod todo o lloooído—. que qui quisi siera era pero vam os… os… —Se ccol olocó deaS Sam am ar araa te y acercó la boca a su Estoy convencida de —S queeno teocó diodetrás opción elegir, hizo lo que quiso, como quiso y luego… —se rió—. Seguro que te hizo ver que to todo do estaba bi bien, en, ccon on su prepotencia, su pasión… su m maldad… aldad…  —Déjj ala y a . —Mer  —Dé —Meredit edit le lanz lanzóó el paque paquete te de taba tabaco—. co—. Está c lar laroo que cuando pruebas este tipo de hombres, ya no vale nada más, lo demás se vuelve sim sim ple, dem asiado aburr aburrid ido. o. S Supon upongo go que le pasó lo mism mismoo que a todas. todas.  —¿T  —¿ Te ngo raz ra zón, Sa m a ra ra?? —C —Caa ti tinca nca volvi volvióó a su lado—. ¿Es tan per perver verso so como dicen? Se sintió algo violenta por el descaro de la joven. El resto la miraba atent atentam am ente, una unape cont contestació estación.  —Es peor eesp aspera únerando dendo lo que pensáis nsáis —di —dijn. j o al ffin. in. Sentí entíaa a Cati atinca nca algo rec recelos elosa, a, eell resto llaa m iraban descolo descoloca cadas das y pensat pensatiivas. Trass uno Tra unoss segund segundos, os, ssee apa apartó rtó de eell llaa y se sentó en una de las si sill llas. as.

 —Era de suponer —continuó—, per peroo supongo que tiene tiene que dar a lgo a  

cambio demasiado fuerte para mantenerte a su lado. Si no, no tendría sentido. —  Cogió su mano con cariño y sonrió—. Disculpa mis bromas, a veces son demasiado descaradas, si te has sentido incomoda, lo lamento.  —No te pre preocupe ocupes, s, estoy ner nervios viosaa . No sé qué puedo dec decir, ir, ni siqu siquier ieraa sé cómo comportarme, os veo a vosotras de rodillas a los pies de esos hombres esperando espera ndo una orden y m e sient sientoo fuera de lug lugar ar.. Tomó aire y cogió un cigarro que Yelina le ofrecía.  —Tranquil  —Tra nquilaa , es lógi lógicc o, per peroo puede puedess sentirte tra tranquil nquilaa con nosot nosotra ras, s, c ada una ti tiene ene su papel, no exis existen ten ce celo los, s, ni cr crít íticas icas eent ntre re nosot nosotra ras; s; aquí nadie pe pelea lea por ser  la reina del baile porque todas somos la reina del hombre al que pertenecemos. ¿Comprendes?  —Tee m o fall  —T fa llaa r, no sabe saberr c óm ómoo com portar portarm m e , quit quitar arm m e la ropa ante antess ha sido horrible, no sé por qué se me ocurrió, supongo que creí que era la forma más sutil de presentarme, sin nada… He pasado mucha vergüenza, Carlo es intimidante. Meredit Mere dit asint asintió ió con la ccabe abezza.  —Mi Señor es un hom hombre bre que no dem uestra sus sentim sentimientos, ientos, burlón y  picotero,  picoter o, pe pero ro es un hom hombre bre m ar araa vil villoso loso.. Lo cconoce onocerá ráss con el tiem po, aahora hora solo  busca provoc provocar arte, te, j uega contigo.  —Doy gra gracc ias a Dios de tene tenerr a Luis. M Mee aayy uda m ucho.  —¡Oh,  —¡O h, el dulce y soli solitar tario io Luis! —Y —Yelina elina se inclinó en la sil silla—. la—. El gra grann misterio de Quimera pasa olímpicamente de todas nosotras; es como si se apartara de los dulces por miedo a empacharse, nunca nos toca, nunca juega, es comoo un ángel cus com custo todi dio, o, llaa m ano dere derecha cha de Dom Domin inic… ic…  —No me m e pide que aactúe ctúe com o hac hacéis éis vosot vosotra ras. s.  —Eso ti tiene ene un problem a , Sam a ra ra.. —El rostro de Cati Catinca nca se ensom bre brecc ió repentinamente—. tú mismaenal ticien por cien el límitesoltarte de tu situación tu condición provocaSer confianza misma y tesinpermite y a la yvez relacionarte más con ellos; tienes más posibilidades de fallar, Dominic, te está soltando la correa, la sigue sujetando pero con varios metros de distancia. Cuidado con el tirón, niña. Un silb silbido ido que prove provení níaa de la casa c asa hiz hizoo levantarse a Mere Meredi dit.t.  —Cre  —C reoo que la c ena e sta li lista sta —m —musi usitó tó m ira irando ndo ha hacia cia la puer puerta—. ta—. Va m os, chicas, se acabó la reunión por hoy. Mientras subían en dirección a la casa, Meredit la cogió por el brazo y se aferró afe rró a ella. ella.  —Sa a ra, ra , tom toma m i teléf teléfono. —Le e ntre ntregó gó unenpape papeli to ym eésta loaguar guardó n eeelsl  bols —S  bolso—. o—.a mCualqui Cualquie e r ac osa que ono. ne nece cesit sitee s no dudes llam llamlito ar arm , par para m í dó y a een er ere comoo un com unaa her herm m ana. Ne Nece cesi sitto ttanto anto com comoo ttúú a una aam m iga iga eenn est estee m und undoo de lo locos. cos.

 

10. La galería Te dije una vez que te arrebataría todo lo que de ti quisiera tener.

*** Después de la cena, bajaron al sótano. Para sorpresa de Samara, el amplio  pasilloo da  pasill daba ba a un inm inmenso enso salón re repleto pleto de c ojines oj ines e norm e s, sofá sofáss de terc ter c iopelo de mil colores y alfombras persas. Las paredes eran de piedra, varias lámparas de aceit ac eitee il iluminaban uminaban la est estancia ancia y al fond fondoo habí habíaa una pequeña ba barra rra semici sem icircular  rcular  tapizada en rojo y un mueble de estanterías diáfano lleno de licores de todo el mundo. Le recordaba a los salones de té de Marruecos; era muy acogedor, y aquellaa habi aquell habittaci ac ión ttam am bién bién eest staba aba provi provist staa de una pequeña cchi him m enea em pot potra rada da en la pared. Carlo pasó por delante de ella y pegando un salto se tiró en el primer  sofá; sumisa no tardo y colocarse entre sus piernas ende el suelo;suenjoven cambio Roberto optóen pordescalzarse tumbarse donde los cojines acompañado Yelina y Xiamara, una pequeña mesa de centro le servía para colocar su copa.  —Los c oj ojines ines son par paraa los que ti tiee nen fle flexibi xibili lidad dad —dij —dijoo Luis m ientra ientrass se acomod acom odaba aba j un untto a Dom Domiinic nic y Sam ara en ot otro ro so sofá. fá.  —Por  —P or eeso so C Caa rlo está en eell sofá —se m ofó Rober Roberto. to. Antón había entrado el último y, encendiendo un enorme puro, se sentó en una butaca próxima a la chimenea; un pequeño interruptor en la pared encendió una suave melodía que invadió cada rincón de aquel lugar. Cogió uno de los  periódi  per iódicos cos sobre la cchim himee nea y se puso a lee leerr.  —Después  —De spués de c ena enarr siem siempre pre hem os baj ado aquí. —Luis besó su hom hombro bro y se apoyó en ella—. Aquí hemos tenido conversaciones para escribir varios tomos. os encanta este salón.  —Es m uy bonit bonito. o. —Mi —Miró ró a su alr alree dedor dedor,, todos cha charla rlaban ban anim animaa dam ente m ient ientra rass Domini Dominicc se m antení anteníaa dist distante, ante, to total talm m ente aajj eno a su ent entorno. orno.  —Escucha  —Escuc ha —dij —dijoo en tono baj o—. Antes has eestado stado m maa ra ravil villosa. losa. Le sonrió con la necesidad de trasmitirle lo mucho que la ayudaba aquel comentario, y miró de nuevo a Dominic pero este mantenía la mirada fija en Roberto y las dos mujeres. Se sintió algo avergonzada al comprobar que Carlo empezaba a dejarse tocar por Meredit que, colocada entre sus piernas, palpaba sutilmente su entrepierna mientras este hablaba con Roberto sin prestar atención a sus movimientos. Se aferró al brazo de Dominic, le dirigió una mirada algo in inqui quisi sito toria ria y se m ovi ovióó incóm incómodo. odo.

 —¿Te ocur  —¿T ocurre re a lgo? —le pre preguntó. guntó.  —No, pre preciosa, ciosa, nada que ve verr c onti ontigo. go. Ahora quéda quédate te con Luis. Te ngo algo  

que hacer. Se levantó del sofá y se dirigió hacia la barra; Roberto no tardó en incorporarse y fue tras él. Durante unos minutos se mantuvieron apartados hablando hasta que la voz suave de Roberto emergió tajante, rompiendo los m urm ul ullos los de todos todos..  —Yee li  —Y lina, na, a tu pos posición. ición. Fue eescuchar scuchar su vvoz oz y la m muchacha uchacha se incorpo incorporó ró desori desorientada, entada, se desprendi desprendióó de su ropa y se puso de rodillas frente a todos con la cabeza baja y la mirada hacia el suelo. Roberto se acercó a ella y se inclinó para susurrarle algo, que Samara no pudo escuchar. Solo pudo ver los ojos suplicantes de la joven, que apenas podían contener las lágrimas intentando sin respuesta rogarle con la m irada que no llaa dej ara all allí.í. Ent Entonces onces Domini Dominicc se aaproxi proxim m ó; llevaba llevaba una vara en la mano y levantó con ella su barbilla.  —Cre  —C reoo que e l otro día tuvi tuviste ste una c onver onversac sación ión telef telefónica ónica c on una a m iga y mi nombre el de mi negocio y esta casa salió a relucir. ¿Es así? El labio labio iinfer nferio iorr de su bboca oca com comenz enzóó a tem blar blar;; la la m ujer uj er a duras dura s penas po podí díaa contener las ganas de llorar y los nervios.  —Contéstam  —C ontéstam e , Y Yee li lina na..  —See ñor, ffue  —S ue un ccom omee ntar ntario io si sinn m maa ldad; es m uy buena a m iga, sólo llee dec decía ía lo mucho que usted había… La golpeó con rapidez en una de las piernas y volvió a levantar su barbilla con la vara vara..  —Contesta:  —C ontesta: ¿¿sí sí o no? —re —repit pitió. ió.  —Sí,í, señor  —S señor..  —Conoce  —C onocess la lass nor norm m a s, m ucha uchacha cha.. —A —Antón ntón se pronunc pronunció ió sin leva levantar ntar la vist vistaa del periódico—. Por mucha confianza que tengas, sabes que lo que pasa en Quim Quim era er a debe quedarse se yaquí aquí; ; comprom comprometernos eternos es algo im perdonabl perdonable… e… Yelina miróquedar a Antón luego volvió la cara hacia Dominic.  —See ñor, usted y a no venía por aaquí.  —S quí. F Fue ue sólo un com comenta entario rio sin m maa licia licia a una am ig igaa de la infancia… No vol volverá verá a ocurrir ocurrir..  —No m e m ire iress a m í. Mira a tu señor señor.. —S —See ñaló a Ro Rober berto to y sonrió—… y cuenta. Se colocó detrás de ella y la empujó hacia delante haciéndola caer a cuatro  patas.  pata s. La m uj ujer er no de dejj aba de ll llora orar; r; leva levantó ntó la ca cabeza beza y e m pezó a contar conta r a medida que Dominic la azotaba con la vara sin compasión.  —Uno… ¡Dos!, ¡D os!, tre tres, s, cua cuatro… tro… El ruidoun quetremendo provocaba en elenaire y los gemidos de miraba dolor delaYelina en Samara dolor el estómago. Carlo escenaproducían con una sonrisa mezquina, mientras la otra joven sumisa de Roberto seguía horrorizada la

si sittuación de su com compañera pañera..  —Vee int  —V intee , veinti veintiuno. uno. —S —Soll olloz ozaa ba sin par paraa r—. ¡¡Tre Treint intaa y cinc cinco…! o…!  

Roberto se había ido a la barra y se servía una copa hasta arriba. Samara se daba cuenta que no estaba a gusto con el castigo; Dominic la golpeaba con una fuerza devastadora devastadora que prov provocaba ocaba en sus nalg nalgas as unas ma marc rcas as rosáce rosáceas as in inm m ensas. Recordó ec ordó ssus us pal palabra abrass m mient ientra rass se af afer erra raba ba a Lui Luis; s; re recordó cordó que le había dicho qu quee si faltaba al respeto a cualquier hombre se ocuparía personalmente de ella, y sintió pavor.  —¡Cincuenta!  —¡Cincue nta! —Ape —Apenas nas le sa salí líaa la voz voz.. Domin Dom inic ic se apa apartó rtó ddee ell ellaa y la jjoven oven call callóó hacia de delant lantee agot agotada, ada, sudando por  los nervios y llorando desconsoladamente. Tiró de su brazo y la puso de rodillas agachándose a su lado, apartando su pelo de la cara y observándola llorar como si di disfrut sfrutara ara de eese se m mom omento ento..  —No volverá a pasa pasar, r, ¿ver verdad? dad? —le susurró—. No volver volverás ás a defra def raudar udar a tu señor. No es lo que quieres, ¿cierto?  —No… No volverá volver á a pa pasar sar —sol —solloz lozaba aba hipando.  —Muy bien… La próxim próximaa vez que tu boc bocaa te tra traicione, icione, esto te par paree ce cerá rá una fiesta de cum c umpleaños. pleaños. ¿¿Me Me has eent ntendido endido??  —Sí,í, señor —c  —S —contestó. ontestó.  —Pee rfe  —P rf e cto. Roberto que seguía la escena hizo un gesto a su otra chica, esta corrió a ayudar a Yelina y se la llevó del salón. Dominic volvió al sofá, miró a Samara, tenía lo loss ojos muy abierto abiertoss y se af afer erra raba ba con fuer fuerzza aall bbra razzo de Lui Luis. s.  —Yaa e stá e l depr  —Y deprava avado do apr aprovec ovecha hando ndo e l m om omee nto. —Ro —Rober berto to re resopl soplóó y se dejóó caer dej ca er entre los coj cojin ines—. es—. Es incre ncreíb íblle. Carlo estaba con los pantalones desabrochados y dejaba que Meredit tocara su entrepierna por debajo de la tela del pantalón. Samara sintió un rubor  incontrolable, el calor comenzó a subirle por las mejillas a medida que Carlo se dej —¿ dejaba aba Thacer hac er po por r su ssumis umisa.  —¿T e gust gusta a lo que ves?a.—le susurró al oído—. ¿¿S Sientes ver vergüenza güenza por lo que ves o es e s que sient sientes es ve vergüenz rgüenzaa por lo que si sientes entes ccuando uando lo ves? Gra Grann pre pregunt gunta… a…  —No lo sé, es algo viol violento. ento. —Dudó unos ins instantes tantes ante antess de c onti ontinuar nuar—. —. unca he vist vistoo nada así.  —Vee te a costum  —V costumbrá brándote, ndote, nue nuestro stro Car Carlo lo es im impuls pulsivo ivo y cua cuando ndo se e ncie nciende nde le da igual quien esté. Fíjate sin más en Antón; esta tan acostumbrado a sus arrebatos arr ebatos qque ue ni ssiq iqui uier eraa de dejj a de leer el periód periódico. ico. Carlo liberó su miembro y se lo encajó en la boca a la joven; aquella escena excitó de tal manera a Samara que tuvo la sensación de que todos se daban cuenta deintentando su vergüenza; removió de en todos, el sillón y seCarlo aferrólevantó con fuerza al brazo Dominic quizáseocultarse pero la vista como de un depredador y se quedó observándola mientras Meredit lo devoraba colocada

entre sus pi pier ernas. nas. Xiam Xiamar araa aapare pareció ció ddee nuevo ppor or llaa puerta después ddee dej ar a su compañera y se agazapó junto a Roberto. Apenas prestaban atención a Carlo;  

incluso el resto, Catinca, Dominic y Luis, no estaban pendientes; era como si estuvieran acostumbrados a ver aquellas escenitas de pasión del joven, pero ella no podía dejar de mirarlos. Sintió la humedad de su sexo por debajo del vestido y re rezzó por no em papa paparr eell tapiz tapizado ado de dell so sofá fá con sus fluidos. fluidos. Di Dioo un sorbo a su ccopa opa y disimuló, pero el joven Carlo no dejaba de observarla, y a medida que su excitación crecía y su pelvis se levantaba al compás de la lengua de Meredit, m ás se exc excit itaba aba Sam ara ara.. Por suerte, por alguna alguna razó razónn llaa hiz hizoo parar y el ttorm ormento ento de Samara cesó de inmediato; le latía el sexo bajo la ropa, deseaba ardientemente que Dominic se la llevara de allí y la hiciera suya; disimuló nuevamente como pudo y dio otro trago a su copa. Se dio cuenta de que Luis no dejaba dej aba de obs observa ervarla; rla; lloo m miró iró ddee sosl soslay ay o y re reso sopl pló. ó.  —¿Qué  —¿ Qué??  —Tee ha  —T hass puesto com o una pe perr rra, a, cconfié onfiésalo salo —af —afirm irmóó rie riendo. ndo.  —Shh…  —S hh… —contestó—. T Tee pue pueden den oír oír.. Soltó una carcajada y la besó en la frente como si fuera una niña. Dominic seguía en su mundo y de vez en cuando hablaba con Roberto, mientras este se dejaba dej aba acarici ac ariciar ar eell pel peloo ppor or Xi Xiam am ara ara..  —Y se ha cor cortado tado porque e sta Antón… Cati Catinca nca suele j ugar c on las c hica hicass cuando él no está. No es que le importe, pero ella prefiere mantener ese respeto entre ambos. —Dominic soltó una carcajada y miró a Xiamara—. ¿Cómo está, Yelina?  —Bien,  —B ien, señor señor,, gra gracc ias —conte —contestó stó e ll llaa —. Algo disg disgustada, ustada, per peroo pronto le  pasará  pasa rá,, señor señor.. Aquella noche Samara se quedó dormida mientras los hombres se ponían al dí día; a; sint sintió ió cómo la subí subían an en e n braz brazos os ppor or las esca escaleras leras eenn di dire recc cció iónn a la cam ca m a; oy ó a Luis decirle algo pero no entendió nada. Estaba agotada y había bebido lo justo  par  para a queda quedar r tot totalm ente a tont tontalos a da nervios e n a quelysalón. De Desper spertó tó eenaferró n m ita ita dcon de la noche noche,a, aturdida por elalm cansancio, el alcohol. Se fuerza Dominic, y al girarse vio a Luis a su otro lado.  —Duerm  —Due rm e, Sam … —sus —susurr urró. ó. El Ella la se meti m etióó po porr aam m bos y se quedó ttot otalm almente ente dorm dormid ida. a.

 

11. Marca Marcada da  He rmosa pri  Hermosa princ ncesa esa que duerm duermes es ajena a todo. Marcada Marc ada tu  piel y tu alma… siempre siempre… …

*** Cuando Samara despertó por la mañana, cegada por los primeros rayos de sol que entraban por la ventana, él ya estaba de pie con la mirada pérdida más allá de los cam pos qque ue rrodea odeaban ban la ffin inca ca.. T Tan an sólo lllevaba levaba puesto un pantaló pantalónn vaquer vaqueroo  sujetaba una taza de café caliente con una mano, apoyándose con la otra en el marco de la ventana. Luis se había ido.  —Bue  —B uenos nos dí díaa s —l —lee dij dijoo incorpor incorporándose ándose..  —Hola, princ princesa esa —conte —contestó stó sin a par partar tar la m ira irada da del horiz horizonte—. onte—. Tóm Tómaa te eso antes antes de que se eenfríe. nfríe. Cogi ogióó llaa taza aza y se colocó un cojín en la espalda para est estar ar cómoda. cóm oda. Obs Obser ervó vó a Dominic medio desnudo, aquel cuerpo tan bien formado que incluso a ella había cohibido pensando a veces que no era lo suficientemente bonita para él. Aquel hombre, aquel demonio, podía provocar en ella miedo para luego hacerla sentir  la mujer más hermosa del mundo. Con una sola mirada podía exigirle el mundo  ella dárselo para luego regalarle con una pasión indescriptible cualquier cosa que necesi nec esitara. tara. Nunca sabí sabíaa qué vendría despu después és ccon on él. Empezaba a analiz analizar ar sus sus gestos y sus formas esperando una simple palabra o mirada para hacer lo que deseara, y eso le gustaba, le gustaba y alimentaba de una forma enfermiza, pero a la vez le aterraba. Dominic parecía saber lo que pasaba por su cabeza constantemente.  —¿Me  —¿ Me aanaliz nalizaa s a m í o a ti m isma isma?? —le dij dijo. o.  —Sólo  —S ólo ttee m ira iraba… ba… Se dio la vuelta y se aproximó a una mesa donde había una bandeja con más café, zumos y tostadas; de un tragó se bebió uno de los vasos de zumo y pareció volver en sí.  —Vaa m os, prince  —V princesa, sa, no tar tardes. des. Entró en el baño y, mientras desayunaba, oyó el agua de la ducha. No tardó en terminar y fue detrás de él. Lo veía a través de la mampara de cristal, con los  brazzos apoy a dos e n la pare  bra par e d y la c a beza hac hacia ia aba abajj o dej a ndo que e l agua le cayera encima. Se quitó la ropa, entró en la ducha y cogiendo la esponja comenzó a enjabonar su cuerpo. Cuando ella lo besó, la apartó de él. Por un in inst stante ante pensó pe nsó qu quee algo le ha habí bíaa m olestado, olestado, pero per o tras unos segund segundos os iint nter erm m inabl inables es

él la besó. La aalz lzóó en eell aire pegándol pegándolaa contra contra la pare paredd de la ducha y ell ellaa lo rodeó con sus pierna piernas. s. Not Notóó su ssexo exo rozando el ssuy uy o, com comía ía su boca, m ordía sus llabios abios y  

 pasa ba la lengua por ellos una y otra vez. Era un hombre  pasaba hom bre dis disti tinto nto a l que había visto el día anterior; su frialdad daba pasó a una pasión que no podía medir y ni tan siquiera explicar.  —Hazzlo, por fa  —Ha favor vor —le suplicó aall oí oído—. do—. No lo ssoporto oporto m más. ás.  —¿Có  —¿ Cóm m o ti tiene eness que pe pedirlo? dirlo?  —Tee lo supli  —T suplicc o. Comenzó a penetrarla muy despacio, sin dejar de mirar sus ojos; sus pechos estaban duros bajo las finas gotas de agua que recorrían su cuerpo. No pudo contener cont ener un ggem em ido ddee place placerr aall senti sentirle rle dentro, y se af afer erró ró con fuer fuerzza a él.  —¿Qué  —¿ Qué se dice dice?? —volv —volvió ió a pr pregunta eguntarle rle..  —Oh… Grac Gr acias… ias… —Ape —Apenas nas podía disimula disimularr su eexcitac xcitación—. ión—. Gr Graa cia cias… s…  —Bue  —B uena na cchica hica —susurró. Se movió acompasadamente, sin prisa, observando sus gestos y el rubor de sus mejillas mojadas. Ella temblaba entre sus brazos y se movía ansiosa clavándose a él desesperadamente.  —Dimee … —m  —Dim —murm urm uró eenn su ore orejj a —. ¿¿Ha Haría ríass cua cualqui lquiee r ccosa osa por m í? « Muévet uévete. e. No ddej ej es de hacerlo hacerlo.. Qu Quiiero sent sentiirte muy dent dentro ro de mí» .  —Contesta,  —C ontesta, pr prince incesa… sa…  —¡Noo par  —¡N pares! es! Sí. ¡Lo ha haría ría,, lo haría! haría ! —j a deó.  —¿De  —¿ De quién eere res? s? —pre —preguntó guntó fre frenando nando de golpe.  —Tuy a, no pa pare ress ahor ahora, a, te lo ssupli uplicc o. Tuy a . La descolgó de sus brazos y la puso de rodillas en el centro de la ducha. Sujetándola con fuerza por el pelo, abrió boca con los dedos y descargó sobre ellaa si ell sinn apena apenass darle ti tiem em po a rrea eacc ccio ionar nar..  —No derr de rram am e s ni una gota gota.. Y ell e llaa obedeció. *** Tras la ducha, Dominic le ordenó que se arreglara y vistiera. Eligió para ella un  bonitoo vestido de ra  bonit raso so color ve verde rde y unos zapa apatos tos a j uego que enc encontró ontró en la maleta. No era habitual que él escogiera su vestimenta, pero aquella mañana estaba más exigente de lo normal. Mientras observaba como él se vestía, se  preguntó  pre guntó por qué Dom Domini inicc no eera ra tan e xigente c om omoo eell re resto sto de los hom hombre bres; s; sus mujeres se postraban de rodillas siempre que ellos se sentaban en los sofás, incluso se dirigían a ellos en tercera persona y eso era algo que a ella no le exigía. R exigía. Rec ecordó ordó ssus us ppalabra alabras: s: « Yo no qu quiero iero eso para ti» ti» . S See pregunt preguntóó cóm cómoo serían Carlo y Roberto, cómo habían llegado a tener aquella relación tan  parti  par ticc ular y de qué m a ner neraa se c om omporta portaría ríann c on ellas llega llegado do un m om omento ento

 puntual.  —Vaa m os, pre  —V precc ios iosaa . —Mi —Miró ró eell re reloj loj—. —. Es la hora hora..  

Cuando bajaron, se reunieron con todos los demás, que ya estaban desayunando amenamente entre bromas de Carlo y miradas inquisitorias de Roberto. Catinca tenía ciertas peleas infantiles con Carlo; era como si entre ellos existiera una especie de tensión sexual, aunque Dominic ya le había dicho que Catinca prefería a las mujeres y quizá aquello era lo que provocaba el morbo de Carlo, que no dejaba de increparla cuando cometía cualquier descuido al servir  los zumos o los cafés.  —Lass he vist  —La vistoo m máá s espa espabil biladitas aditas —dij —dijoo con sorna sorna..  —Pue  —P uess ponte tú e l dela delantal, ntal, a ver qué tal lo hac hacee s, listo listo —le re respondi spondióó e lla lla lanzándole un beso con humor. Carlo ar lo so solt ltóó un unaa ccar arca cajj ada y balanceó el vaso de zzumo umo m ient ientras ras la m miraba iraba con ironía.  —Algún día te com er eráá s esa esass pala palabra bras, s, git gitana ana pre precc ios iosaa . Disfr Disfruta uta de tu poder  mientras puedas —sonrió, y se bebió el zumo de golpe. Dominic saludó a todos, pero no tardó en retirarse al salón para leer el  periódi  per iódico, co, aacom com odándose ce cerc rcaa de Antón. La j oven Me Mere redit dit se aacc er ercc ó a ella y la  besó en e n la m mee j il illa. la.  —Anda,, ve a poner  —Anda ponerle le otro ccaa fé a tu señor señor.. —Le dio un eem m puj pujoncito oncito y esbozó una sonrisa—. sonrisa—. Y un zzum umo… o… le gust gustaa el de m elocotón. V Vee con éél.l. Sam ara ar a agra agradeció deció el detall detallee de la j oven y con una son sonris risaa hiz hizo lo qque ue le ha habí bíaa dicho. Carlo apareció por la derecha y, apoyándose en el respaldo de la butaca más cercana a ellos, cruzó los brazos y resopló. Era un hombre con unos inmensos ojos azules, que le conferían una expresión angelical; sin embargo, cuando sonreía, la malicia se dibujaba en sus facciones y era condenadamente am enazant enazante. e. Aquell Aquellaa m añana no lllevaba levaba el pelo eng engominado ominado y se veía m más ás rubi rubioo  baj o los rraa y os de sol que e ntra ntraban ban por la venta ventana. na. Se inclinó ha hacia cia de delante lante y la observó conitoofrialdad.  —Admit  —Adm que la cur curios iosidad idad m mee está m a tando —dij —dijoo al fin. Dominic levantó la vista del periódico y lo miró.  —No me m e diga digas… s…  —Tee ofr  —T ofree cería ce ría a m i eescla sclava va e l tiem po que fue fuera ra nec necesa esario rio por ver a la tuy tuyaa unos minut m inutos os cconti ontigo, go, eenn todo tu esplendor. Meredit, que acababa de entrar en el salón, tensó la mandíbula y lo miró con estupor.  —Pee ro reconozco  —P re conozco que m e rom per perías ías eell juguete j uguete… … —Miró de re reoj ojoo a Meredit Mer edit  luego a él—. ¿Me permites? —preguntó. Dominic asintió con la cabeza y dejó el periódico sobre su regazo. Samara observó que Antón ni siquiera había levantado la cabeza de las páginas del suyo; escuchaba la conversación de los dos hombres con una leve sonrisilla, casi

imperceptible.  —Adelante.  —Ade lante.  

Carlo ar lo rodeó la but butac acaa y est estiró iró el bbra razzo ofrec ofreciiendo su m ano a Sam Samar ara; a; la cogi cogióó desconfiada y sint sintió ió uunn fuer fuerte te ti tirón, rón, que la im impul pulsó só cont contra ra él.  —Apoy a las m maa nos en eesa sa m e sa, Sam a ra ra,, y sepa separa ra las piernas. pier nas. —Le —Levantó vantó su falda y escudriñó sus muslos—. Abre más las piernas… Samara no entendía nada; miró a Meredit, pero ésta apenas se movía y miraba al suelo inmóvil.  —¡Por  —¡P or Dios…! —e —excla xclam m ó de rree pente pente—. —. No eestá stá m maa rc rcaa da. Dominic meneó la cabeza, miró a la joven nórdica e hizo una mueca cómica.  —Cre  —C reoo que tu señor e stá stá a punto de ne negocia gociarr cconm onmigo. igo.  —See ñor… —dij  —S —dijoo ella, suplica suplicante. nte.  —Caa ll  —C lla, a, Mer Meree dit —bufó Carlo m ientra ientrass pasa pasaba ba los dedos por la piel de Samara—. No está marcada… —repetía una y otra vez. Se oyó la suave carcajada de Antón mientras pasaba la página de su  periódi  per iódico co y daba un sorbo a su taza de ca café fé hume hum e ante ante..  —Me enca e ncanta nta tene tenerr a la fam f am il ilia ia eenn ca casa sa —dij —dijo. o.  —Vue  —V uelve lve a tu si siti tio. o. —C —Car arlo lo se aapa partó rtó de ella y se se sentó ntó en la buta butacc a; m ira iraba ba a Dominic con curiosidad mientras este sonreía—. Te daré lo que quieras si…  —Caa lm  —C lmaa , a m igo… N Noo ti tiene eness que pedirm e nada nada,, e l pla placc er e s tuyo, tuy o, y a había  pensado  pensa do en ti. Samara seguía igual de perdida; vio a Carlo embozar una sonrisa desequilibrada y saltar del sofá como alma que lleva el diablo. El rostro de Meredit se ensombreció; la miró con tristeza y Samara frunció el ceño como im pl plorándol orándolee que le ac aclarar lararaa qué pasaba, pero Dom inic inic se levant levantóó com comoo un misi misill  se col c olocó ocó fre frent ntee a Car arlo lo..  —Es má m á s, vam os a ha hacc er erlo lo ahora —apostil —apostilló. ló.  —¡Oh,  —¡O h, sí sí!! —Car —Carlo lo estaba e ufór ufórico. ico.  —V  —Va Sam am ar ara. a.y la llevó hacia el sótano. Samara no entendía qué iba a Tiróa m deos, suS mano  pasar,  pasa r, sól sóloo podía oír a Rob Robee rto m a ldec ldecir ir a Carlo m ientra ientrass los pasos del rree sto de la gente seguían con c on pris prisaa los los lent lentos os ttac aconeos oneos de D Dom omin inic. ic.  —¿Qué  —¿ Qué vas a hac hacee r? —p —pre reguntó— guntó—.. ¿¿Qué Qué e s lo que de decía cías? s?  —¿Rec  —¿ Recuer uerdas das que m e dij dijist istee que har harías ías cualquier c ualquier c osa por m í, prince princesa? sa?  —Sí,í, per  —S pero… o…  —Es el m om omento ento de de dem m ostrár ostrárm m e lo. —La coloc colocóó e n e l ce centro ntro de la habitación y miró hacia la chimenea—. Escúchame, tu collar es un detalle sin im portancia portancia ccompa ompara rado do con est esto. o. — —C Cogi ogióó ssuu ca cara ra con am bas m manos anos y la besó en los labios—. labios—. ¿¿Con Confía fíass en e n m í?  —Clar  —C laro, o, per pero… o… Tiró de ella, la apoyó sobre la encimera de la mesa y levantó los pliegues de

la falda. ¿Qué iba a hacer? Todos miraban la escena, por inercia intentó taparse  peroo el frenó  per fr enó su m ovim ovimiento, iento, volvi volvióó a leva levantar ntarle le la ropa y negó c on la c a beza  

m uy des despacio pacio..  —Eso nunca, nunca , no debe debess ttaa par parte te nunc nunca, a, no sienta sientass ver vergüenza, güenza, eere ress her herm m osa. Oyó a Carlo caminar por la habitación tarareando una cancioncita desquiciante, mientras parecía que cogía algo metálico de un extremo de la habitación.  —Escúcham  —Escúc ham e , no dej e s de m ira irarm rm e , no dej e s de m ira irarm rm e e n ningún m om omento ento — —di dijj o Domini Dominic. c.  —Oh, nena nena,, vini viniste ste a m i m undo volando —ca —canturre nturreaba aba el dem onio rrubio— ubio—,,  peroo te ccorté  per orté las aalas… las… m mii pre prenda… nda… La habitac habitació iónn y la gent gentee desapar desaparec ecieron ieron ant antee eell llaa eenn el mis mism mo m mome oment ntoo en el que vislumbró a Carlo sujetando una barra metálica dentro de la chimenea. ¿Acaso estaba loco? Se revolvió; Dominic peinó su pelo y cuando intentó ladear  la cara para controlar los movimientos de Carlo se puso más nerviosa. Giraba la fina barra, que empezaba a adquirir un rojo intenso el extremo al compás de la melodía.  —Domini  —Dom inicc , por ffavor avor… … Eso no…  —¿P  —¿ P or qué? —pre —preguntó— guntó—.. ¿P or e l dolor? O quiz quizá… á… ¿es que no quiere quieress formar form ar parte de tod todoo est esto? o?  —No. Quier Quieroo per pertene tenecc er a e sto —m —musi usitó tó ner nerviosa—. viosa—. Es e l dolor, tengo  pánico.  pánic o. Le sonrió como nunca lo había hecho, se inclinó sobre ella y sujetó su espalda haciaa la m adera. haci  —Oh, nena nena,, vini viniste ste a m i m undo… ¿Lis ¿Lista, ta, linda linda zorr orra? a? —Car —Carlo lo la lade deóó la ca cara ra,,  parec  par ecía ía porta portarr una lanz lanzaa y su ge gesto sto m máá s que tra tranquil nquiliz izaa rla la ponía m ás ner nervios viosaa  —. Ser Seráá rráá pido. Antes de que Samara pudiera decir nada, sintió el hierro abrasador en su nalga derecha; el olor asequemado fosas Gritó nasales y alloca mismo un dolor indescriptible apoderó le de inundó todo sulas cuerpo. como y setiempo aferró con fuerza a los brazos de Dominic. Carlo disfrutaba como un loco, podía sentir  cómo retorcía el humeante hierro contra su fina piel, mientras su miembro rozaba, hinchado, su nalga al frotarse contra ella. Sus ojos se llenaron de lágrimas; pudo ver a Luis apoyado en la pared del fondo con un gesto de suma tristeza. Creyó oír la voz de Antón, pero apenas unos segundos, pues todo se desvaneció ante ella y se hizo la nada. *** Cuando despertó, estaba en la cama de su habitación. Se incorporó asustada y sintió la punzada, una fina gasa cuadrada cubría su herida. Acercó los dedos a la

tela par paraa ver la he herida, rida, pero la voz de Domin Dom iniic em er ergi gióó de las so som m bras.  —No lo toques toques —dij —dijo—. o—. Est Estáá m uy re recc iente.  

 —¿Qué paso? —  —¿Qué —Estaba Estaba a lgo aturdida.  —Tee desm a y aste  —T aste.. —S —See leva levantó ntó de la butac butacaa y se sentó a l bor borde de de la ca cam ma  —. Suele Suele pasa pasar, r, m ás por los ne nervios rvios y e l su susto sto qque ue eell m mismo ismo dolor dolor.. Tenía el rostro relajado y la miraba con cariño. Extendió los brazos hacia ella  le soltó el collar del cuello.  —Yaa no te ha  —Y hacc e ffaa lt ltaa esto. Sintió la necesidad de que la abrazara, en todo el tiempo que llevaba en Quimera no había sentido ni un segundo de cariño por parte de él. Todo pasaba demasiado dem asiado rápid rápido, o, era erann dem asi asiadas adas sit situacion uaciones es nuevas, dem asiadas person personas as que apenas conocía y aquella necesidad creciente de complacerlo y estar a la altura comenzaron a superarla. Rompió a llorar desconsoladamente; hipaba como una niña y se aferraba a las sábanas. Dominic la estrechó entre sus brazos y la  balance  bala nceóó suave suavem m e nte.  —No ll llore ores… s… —dijo—. Todo e stá bien. Te has porta portado do m uy bien, no tiene tieness que llo llora rar, r, m mii pprec recio iosa sa ni niña, ña, lo has hecho m muy uy bien, bien, S Sam am ara ara..  —Estoy agota agotada da —gim —gimoteó. oteó.  —Siéntete  —S iéntete orgullos orgullosaa , a hora y a for form m as par parte te de todo esto. e sto. —Besó su fr free nte y ronroneó—. ronron eó—. Eres m mía… ía… Sintió la presión de su sexo entre las piernas y deseó con locura que la hiciera su suyy a. Dom Domin inic ic se apa apartó rtó lliigera geram m ente, ttiró iró ddee la ga gasa sa con suavi suavidad dad y la hi hizzo m miira rar  r  su nalga. nalga. Una D sonros sonrosada ada enm enmar arca cada da eenn un fin finoo círculo bri brilllaba aaun un ttierna ierna aant ntee ella.  —¿V  —¿ Ves? — —dij dijo—. o—. Mar Marca cada da tu piel y tu alm almaa … S Siem iem pre pre… …

 

12. ¿Y ¿Y si ttee dij dijer eraa que no?  Empie za a eentende  Empieza ntenderr qué sig signif nifica ica m mii ve nganza. Ni Ni siquiera siquiera te he dado tiempo a meditarlo, estás demasiado ocupada descubriendo todo lo que pasa a tu alrededor; te doy un poco de libertad y tú pecas de osadía.

*** « Ell Ella es hherm ermos osaa y lo sab sabe» e» . Cinco días en la finca con sus noches y sus días y cada vez se sentía más cómoda. Su mirada seguía siendo desafiante; muchas veces creyó que borraría de sus ojos ese gesto, pero luego volvía a resurgir innato y le demostraba que aún existía esa rebeldía, y esa prepotencia sutil que mucho tiempo atrás le habían enganchado. « Alg Algún ún dí díaa vol volverá veránn a sal salir, ir, volverá volveráss a sser er tú» . Sam ara ar a sonri sonrióó y él in incli clinó nó llaa ccabeza abeza a la dere derecha cha con curios curiosid idad. ad.  —Vaa y a. —S  —V —See quedó pensa pensati tivo vo unos m om omentos—. entos—. Hoy e stás re rebelde belde,, quiz quizáá em pi piez ezas as a per perder der la vergüenz vergüenzaa y el m miedo iedo.. Qui Quién én sabe… El día que habían marcado su nalga la amaba durante toda la noche, llenándola de ternura; los días siguientes le daba una tregua. Samara había pasado m ucho ttiem iempo po ob observándol servándolos os a tod todos os,, com prendi prendiendo endo llaa huma humani nidad dad que a vece vecess dejaban entrever.  —¿Qué  —¿ Qué pre pretende tendess conse conseguir? guir? —le pre preguntó. guntó. Domin Dom inic ic m miró iró ppor or la ventana y sonrió sonrió..  —Podría  —P odría dar darte te tanta tantass re respuestas spuestas que no sabr sabría ía por dónde e m pezar. pezar.  —¿Y  —¿ Y si un dí díaa te dij dijer eraa que no? Una suave carc ca rcaj aj ada ccortó ortó el si silencio lencio;; me meneó neó llaa ccabeza abeza a dere derecha cha e izqui quierda erda  se encogió de hombros.  —Taa m bién tengo m ucha  —T uchass re respuestas spuestas a e sa pre pregunta. gunta. —S —See a ce cerc rcóó a ella y levantó ssuu ca cabez bezaa apoy ando su ma mano no en la bar barbi bill lla. a.  —No me m e dic dicee s m muc ucho, ho, con eesa sa rree spuesta.  —Pue  —P uess entonce entoncess ttee ndrá ndráss que de decc ir « no» a lguna ve vezz par paraa saberlo. sabe rlo. Bajó la mirada; le resultaba muy difícil mantenerla frente a él. Poseía una  prepotenc  pre potencia ia que la ha hacc ía dé débil bil y él lo sabía.  —Que m e digas « no» no m mee se sentar ntaráá m al, princ princee sa. T Todo odo lo c ontra ontrario. rio. « Cuidado uidado»» . S Suu me ment ntee eem m pez pezóó a funci funcion onar ar a ci c ien po porr hora y escuchó su  propia concie c onciencia ncia:: « Mi Mira ra sus ojos, bril br illan lan de dem m a siado, algo quier quieree de ti» ti» .

 —Eso e s lo que m e gust gustaa de ti —dij —dijoo e n su oído—. Mi Miee ntra ntrass las dem ás se  ponen de rodill rodillas as por porque que disfr disfrutan, utan, tú lloo hac hacee s porque no te queda m ás rree m edio…  

mi amor…  —No siem siempre pre te re resul sultar taráá tan senc sencil illo lo —dij —dijoo digna. Esboz Esbozóó una sonrisa y lo  besó.  —Eso espero… espe ro… Un golpe en la puerta interrumpió su conversación. Luis entró acompañado de su eterna sonrisa y la besó en la mejilla. Salió con Dominic al balcón y mientras hablaban ella se zambulló en sus pensamiento. Quería a Luis con toda su alma, cada vez que lo veía sentía una calma infinita y la seguridad de que su  presenc  pre sencia ia c alm ar aría ía los posi posibles bles c astigos que vendr vendrían ían de Dom ini inicc . Sint intió ió un estre est rem m ecimient ec imientoo cuando Dom Domin inic ic le dirigi dirigióó una m mirada irada m ez ezqui quina na y Lui Luiss baj bajóó la cabeza con gesto de desasosiego. Volvieron a los pocos minutos y sin mediar   palabra  pala bra Dom ini inicc sa sacc ó un pañue pañuelo lo negro de dell bol bolsil sillo lo y le ccubrió ubrió los ojos oj os con éél.l.  —¿Qué  —¿ Qué hac haces? es? — —pre preguntó. guntó.  —Acom  —Ac ompáña páñam m e, voy a ccontestar ontestar tu pregunta pregunta.. ¿Por qué no podían comportarse como seres normales, al menos un día entero? Tiró de su mano y la sacó al pasillo; caminó con torpeza y perdió el hilo de la rea r eali lidad dad hast hastaa que sus pies pies tocaron la fr fríía piedra piedra y supo supo qu quee descendí descendían an a la galería. Luis la adelantó, olió su perfume, sintió su mano en la cabeza y cuando elevaron sus sus bbra razzos y la anclaron a « algo algo»» en el ttec echo, ho, em pez pezóó a ponerse ponerse nerviosa.  —Tranquil  —Tra nquilaa , Sam a ra ra.. —S —Sint intió ió su voz detrá detráss de e lla lla y lade ladeóó la c a ra ra—. —. Estoy aquí.  —Domini  —Dom inicc , esto no ti tiene ene gra gracia cia.. ¿¿Qué Qué va vais is a hac hacee r?  —No pre pretendía tendía e xpli xplicc a rte tan siq siquier uieraa una de las posi posibles bles conse consecc uenc uencias ias a tu  pregunta,  pre gunta, per peroo c re reoo que e nseña nseñarte rte qué har haría ía si m e dij dijee ra rass que « no» e s j usto  paraa que apr  par apree ndas aalgo lgo má más. s. unos se aproximaban seave movían descontroladamente habiOyó habitació tación, n, unpasos tenu tenuee que pe perfum rfum e dulce y unaysu suave bri brisa sa al pasar a su lado lado.. por la  —Domini  —Dom inicc , por ffavor avor… … —supl —suplicó, icó, aatem tem oriz orizada ada..  —Tranquil  —Tra nquilaa , ponte re recc ta. Obe Obedec dece, e, Sam ar ara. a. Alguien la despreció de su falda; notó el suave tacto de los dedos acariciando su nalga y a continuación una serie de golpes la balancearon hacia adelante. Se aferró afe rró a la ccorre orrea, a, que llaa aanclaba nclaba al ttec echo, ho, y apre apretó tó la m mandí andíbul bulaa ccon on fuerz fuerza. a. No, no iba a darle ese placer; recordó a Yelina, su sufrimiento y su castigo, y se enderezzó con firm endere firmez eza. a. ¿¿Ese Ese er eraa su ca cast stig igoo por decir « no» ? Otro go golp lpee la hiz hizo gritar, gruñó entre dientes y arrugó la nariz con rabia. Ella no era como Yelina, no supli suplica caría, ría, no ll llora oraría. ría. Se endere e nderezzó di digna, gna, y agua aguant ntóó var vario ioss gol golpes pes m más. ás.  —Baa sta —oy ó dec  —B decir ir a Dom ini inic. c. Tras unos segundos interminables, la desprendió de la venda y pudo ver a

Carlo fre frent ntee a ell ellaa ccon on uunn cig cigar arro ro en la boca y su ssonri onrisa sa deprava depravada. da.  —Tee nías que se  —T serr tú —dijo ccon on odio.  

Carlo negó con la cabeza, soltó una carcajada desagradable y se quitó el cigarro cigar ro de lo loss labi labios os con un gesto chul chulesc esco. o.  —Esta vez ve z te ha hass equivoca equivocado, do, peque pequeña ña zorra —le eespetó. spetó. Se giró bruscamente lo que la permitían las correas y pudo ver a Dominic unto a Luis. Este sujetaba aún la vara en la mano, que dejó caer con rabia, y  pasando  pasa ndo por dela delante nte de e ll llaa se a lej ó. Sam a ra no ente entendía ndía nada nada;; sint sintió ió un desasosiego inmenso, el único hombre que la cuidaba, que la protegía de aquel mundo de locos acababa de castigarla con toda la crueldad del mundo. Sus ojos se llenaron de lágrimas y, mientras Carlo salía de la habitación, Dominic se aproxim aproxi m ó a eell llaa con frialdad.  —El dolor dolor ffísi ísicc o de un castigo. c astigo. —Le aaca caric rició ió llaa ca cara ra c on los dedos y le aapar partó tó el pelo—. Desaparece con el tiempo, no deja marcas, se va. El dolor de una traici ra ición ón prevalece prevalece… …  —¿P  —¿ P or qué qué,, Luis? —sol —solloz lozó. ó.  —Porque  —P orque e se dolor no se cur curaa … Te dij dijee una ve vezz que te ar arre rebata bataría ría todo lo que no me m e dier dieras, as, tod todoo lo qque ue sign significa ifica aalg lgoo par paraa ti es m mío ío… … Se colocó detrás de ella, separó sus piernas con un golpe de zapato y se soltó el cinturón. Samara aguantaba las ganas de llorar por orgullo, respiró  profundam  prof undam e nte y notó el roc rocee de su m miem iem bro ccontra ontra ella.  —Todavía  —T odavía m e exc excit itoo re recor cordando dando el prim primee r día que te hice m ía, tu m iedo, tu odio, sabiendo que no podías hacer nada ante lo que te venía. Como ahora… Sintió la presión de su sexo abriéndose paso a través de sus piernas, rozando las paredes de sus entrañas y provocándole un placer que intentó disimular y que no entendí entendía. a. Le rodeó el cuello con la m mano ano y pasó llaa leng lengua ua por su m mej ej illa. illa.  —Y volvem os al pr principio. incipio. Espero que m e digas que par paree … Am bos sabe sabem m os que no lo harás…  —Ere  —Eres ca cabrón brón —gr —gruñó. uñó.. Una  —Soy  —S oysmunucha uchas s cosa cosas, s, nena nena. Unass buena buenas, s, ot otra rass m mala alas… s… Samara jadeó suavemente, pero la rabia la hizo moverse con la intención de zafarse af arse de él.  —Dimee que no sientes un plac  —Dim placer er inm inmenso enso y te odias por ello e n e ste momento… Un gemido de placer se le escapó de la garganta al sentir una embestida que hizo que su pecho chocara con su espalda. Dominic la sujetó con fuerza; era im posib posible le di disi sim m ul ular ar su excitac excitació ión; n; est estaba aba m ojada, oj ada, aver avergon gonzzada por ello ello y apena apenass  podía dej de j ar de j ade adeaa r al c om ompás pás de sus m movim ovimientos. ientos. S See estre estrem m ec eció ió de plac placer er y sintió un orgasmo devastador cuando lamió su oreja apasionadamente. Oyó su risa y sintió un vacío inmenso. Luis la había dejado sola, el único apoyó racional que la hacía mantenerse en el mundo real la había abandonado ante la crueldad

de su amigo; sin embargo, recordó la tristeza en sus ojos y la forma de m archar ar charse se de aaquel quella la habi habitació taciónn y supo supo qu quee él lo habí habíaa pasado ma mal.l.  

 —No le des m á s vueltas, Sam a ra ra.. —Co —Com m o si se a dela delantar ntaraa a sus  pensam  pensa m ientos, otra vez la sac sacaa ba de sus m e dit ditac aciones iones re repentinam pentinam ente ente.. Se a par partó tó de ella y se arregló—. Vamos, vístete. —Soltó sus manos del gancho, la venda, y lu luego ego las desató de sató cuidados cuidadosam am ente—. Es una lec lección, ción, só sólo lo eso.  —¿Y  —¿ Y si ttee dij dijee ra a todo qque ue sí? —le pre preguntó guntó ddee re repente pente..  —Yaa lo hac  —Y haces. es.

 

13.. S 13 Sam am ara com comete ete un error   No te te ave rgüenc rgüencee s de tus errores, ccon on ellos aprende aprendess muchas cosas. Valoras el amor que te doy y te das cuenta de que todo depende de mí.

*** Aquella misma tarde, después de todo lo que había pasado con Luis, Dominic le  pidióó que fue  pidi fuera ra a ver verlo lo y que le dedic dedicar araa un poc pocoo de tie tie m po a solas. Sam a ra no dudó en hacerlo; amaba a Dominic profundamente; era el hombre que la tenía totalmente hechizada, pero por Luis sentía un cariño y un apego inmenso. Cuando entró en la la habit habitac ació ión, n, L Lui uiss ddorm ormía ía en llaa ccam am a. S See aace cercó rcó m uy despacio a ééll y lo observó en silencio. Su pelo castaño despeinado se mezclaba con la almohada; tenía una piel dorada algo más clara que Dominic, y con el sol se le habían acentuado unas ligeras pecas en las mejillas que le hacían el rostro más angelical. La sábana apenas le tapaba el trasero y sintió rubor al pensar en lo hermoso que resultaba así dormido; su dulzura era incomparable a nada y se  preguntó  pre guntó una vez m ás qué e ra lo que le im impe pedía día tene tenerr una m uje uj e r a su lado. Al sentarse a su lado, Lui Luiss se desper despertó. tó.  —¿Qué  —¿ Qué hac hacee s aquí, Sa m ? —pre —preguntó guntó m e dio dorm ido—. No de deber berías ías esta estar  r  aquí…  —No has ha s ba bajj ado a com er c on nosotros, Luis. —Aca —Acaric rició ió su m mej ej illa illa y le besó en la frente—. Estábamos preocupados por ti. Se di dioo la vuelt vueltaa dándo dándole le la eesp spalda alda y Sam ar araa se m eti etióó dent dentro ro de las ssábanas ábanas y se aferró afe rró a su espald espaldaa besándol besándolaa dul dulce cem m ente.  —Oh, Sa Sa m —m —musit usitó—. ó—. Lo si siee nto ttaa nto…  —Vaa m os, Luis, tenías que hac  —V hacee rlo. No pasa nada nada,, la c ulpa fue m ía. Yo si siem em pre ccon on mis pregun preguntas tas me mettódi ódica cas… s… Se dio la vuelta y la miró durante unos segundos; la giró bruscamente y levantó su falda para ver las marcas de sus nalgas; acarició con sus dedos la piel  sollo  sol lozzó. Le volvi volvióó a da darr la vue vuelt ltaa y la aabra brazzó con fue fuerz rza. a.  —Pee rdóna  —P rdónam m e , Sam —dijo—. P e rdóna rdónam m e , por fa favor… vor… y o solo quier quieroo ccuidar  uidar  de ti… no quiero hacerte daño.  —Lo sé, Luis. No ti tiene eness ni iide deaa de lo di difíc fícil il que sería ser ía todo si ttúú no eestuv stuvier ieras as a m i llado. ado. No im importa; porta; él te pidi pidióó que lo hiciera hicieras. s.  —No soportar soportaría ía hac hacer erte te da daño ño otra vez —volv —volvió ió a dec decir ir m ientra ientrass m etía la cabeza entre su cuello y sus brazos—. No tienes ni idea de lo mal que me siento.

La besó y su lengua se coló delicadamente en su boca haciendo bucles uguetones y buscando la suya. Luis era como un niño entre sus brazos, se  

enroscaba ent e ntre re sus ppiernas iernas y la besaba con ttanta anta nece necesi sidad dad qu quee aapenas penas llaa dej aba respirar. Por un momento creyó que se vendría abajo, incluso pudo ver su m irada vid vidrios riosaa m ient ientras ras la llenaba de besos y se aafe ferra rraba ba a ell ella. a. Sent Sentía ía el lati latido do de su corazón debajo de aquella piel de niño que apenas tenía bello. Notó cómo sus dedos descendían por la cara interna de sus muslos y jugaba con la parte superior de su sexo; rozó justo el clítoris y Samara se apartó bruscamente avergonzada.  —Déjj am e toca  —Dé tocarte rte —susurró—. Dé Déjj a m e quer querer erte te a m i m a ner neraa … Si no su supi piera era que él m mee lo perm permiite, no se m mee ocurr ocurrirí iríaa tan si siqui quiera era m irarte. Era cierto, la nobleza y lealtad de Luis estaba clara y aquella mañana lo habíaa dem habí demos ostrado. trado. S Separ eparóó levem levemente ente las pi pier ernas nas y dej dejóó que sus ddedos edos vo volv lvieran ieran a rozar su clítoris delicadamente provocándole un placer sublime. Lamió sus labios con dulzura; era como si bebiera de un cuenco lleno de agua con la lengua, suavemente, pausadamente sin prisas y sin brusquedad. Mientras la acariciaba,  pensó otra vez que quiz quizáá él eera ra e l equil equilibrio ibrio del que ha hablaba blaba Dom ini inicc , la for form m a de compensarle, com pensarle, de per perm m it itirl irlee de descansar scansar de algú algúnn m modo odo ddel el re resp speto eto y tens tensió iónn de sus momentos. Soltó un leve gemido le introdujo uno de sus dedos, movió suavemente la yema de una formacuando tan delicada que creyó estallar de placer al in inst stante. ante. No podí podíaa disi disim m ular ular su excitació excitac ión, n, em papa papaba ba sus m manos anos con sus flui fluidos dos y lo m miraba iraba m ientras le su supl plicaba icaba de algu alguna na m aner aneraa que la hi hiciera ciera suy suy a. Le quitó quitó la  pequeña  peque ña falda fa lda de a lgodón y la ca cadena dena de su ccint intura ura brill brillóó ba bajj o la luz que e ntra ntraba ba  por la venta ventana. na. Se puso sobre ella c on la m isma suavidad, y la pene penetró tró delicadamente mientras no dejaba de besarla. Su respiración la excitaba, sus ansias controladas la volvían loca mientras él se movía con una calma que la resultaba más dolorosa que el propio castigo que había recibido. Pasó las manos  por sus nalga nalgass y lo eem m puj pujóó ccon on m á s ffuer uerzza c ontra e lla lla enr enrosca oscando ndo las pier piernas nas e n su cintura cint ura.s. tan fr  —Eres  —Ere fráá gil gil… … —sus —susurr urróó jjaa dea deando—. ndo—. T Tan an bonita… Sintió cómo un escalofrió de placer le invadía todo el cuerpo y aferrándose con fuerza a su espalda jadeó como una loca mientras un intenso orgasmo se apoderó de ella; casi al mismo tiempo él se apartó y llevándole la mano a su miembro le hacía moverlo con suavidad mientras la empapaba de sus fluidos y m ordí ordíaa su bo boca ca con fuerza. Cuando despertó, Luis no estaba. Se levantó, se asomó a la ventana y pudo verlo en el jardín de atrás, sentado alrededor de una mesa con Roberto y Antón. La casa estaba vacía; no encontró a nadie cuando bajó. El día era muy soleado, aunque todavía irradiaba ese frío norteño que congelaba los huesos. Una mujer  del servicio no tardó en llevarle una chaquetita de punto y una taza de café. Sam ara ar a le di dioo llas as grac graciias cortésm cortésmente ente y sonrió sonrió a todo todos. s.

 —¿Dónde e stá la ge  —¿Dónde gente? nte? —pre —preguntó. guntó.  —Lass chic  —La chicaa s se ha hann ido al pueblo de c ompra om prass y Carlo y Dom ini inicc no sé dónde  

se han ha n m etido —cont —contestó estó Lui Luis. s.  —Paa sado m aña  —P añana na e s eell últ últim imoo día e n Quim Quimee ra ra,, pr pree c iosa iosa . ¿Has disfr disfrutado? utado? —   preguntó  pre guntó Ant Antón. ón.  —Sí,í, señor, eess ust  —S ustee d m muy uy a m a ble; m mee he sentido m muy uy a gust gustoo aquí.  —Me ale alegro, gro, j ovenc ovencit itaa , e l plac placer er ha sido m ío. Esper Esperoo ver verte te m uy pronto. —  Dio un ttra rago go a su ttaz azaa de ca café fé y chupet chupeteó eó eell ppuro. uro. Roberto la examinaba sin decir una sola palabra; no tardó en sonreír al ver a Carlo por el camino de losetas intentando librarse sin éxito de lo que parecía una avispa. Llegó donde estaban todos, algo ofuscado, y pasó la mano por la cabeza de Sam Samara. ara.  —Hombre  —Hom bre,, la li lista sta de la finc finca… a… qué ra raro ro que no esté estéss c on todas quem ando las tarjetas de crédito en la Avenida del glamour… —se mofó.  —Caa rlo, no sea  —C seass picoter picotero. o. —Antón sol soltó tó el hum humoo del puro y rió—. Sé compasivo con la señorita. Se inclin inclinóó hac hacia ia eell llaa y pasó la nar nariz iz por su pelo, com o un llobo obo ham hambriento. briento.  —Pee ro qué gana  —P ganass tengo de rom pe perte rte e se culito. Rez Rezaa porque no te dej en a solasSamara solas conm conmig igo… loo… miró con odio y al verle sonreír no pudo contenerse, le dio una fuerte bofetada en la cara que le abrió una pequeña herida en el labio por la fricción de un anillo. Este pasó la parte superior de la mano por la boca y escupió la sangre riéndose.  —¡Joder!  —¡Jode r! —gritó—. ¡P ¡Pee ro qué host hostia ia m e ha dado! Se levantó nerviosa; Luis intentó ponerse de pie pero por alguna razón Antón lo frenó de golpe y volvió a sentarse; Roberto miraba la herida con la boca entreabierta, casi disfrutando más que Samara cuando le había abofeteado. Estaba temblando; se giró con la intención de irse, pero chocó de frente con Dominic, que abiertos estaba yenlasmitad delloscamino extremadamente manos en bolsillos.de losetas con los ojos  —Entra e n la c asa —le or ordenó. denó. Obse Observa rvaba ba a Carlo, que seguía sangr sangrando ando por  el labio como com o un descosi descosido—. do—. Aho Ahora ra..  —Domini  —Dom inicc … —le im imploró, ploró, m mue uerta rta de m iedo. Le propinó una bofetada que a punto estuvo de hacerla caer en el suelo. Luis,  por un impuls im pulso, o, se leva levantó ntó pero eesta sta ve vezz fue Ro Rober berto to el que ffre renó nó a su aam m igo.  —Tee he dado una orde  —T orden. n. Entra en ccaa sa y e spér spéraa m e ar arriba riba.. Su voz sonaba suave y exenta de toda expresión. Todavía temblando y con un nudo en el estómago subió a la habitación y se acercó a la ventana. Dominic se había sentado junto a Carlo; este le pasaba la mano por el hombro y parecía que le quitaba hierro al asunto. Su maldita mala suerte había hecho que le abofeteara con la mano del anillo, y la pequeña herida era excesivamente escandalosa.

Entró en el baño y se mojó la cara con un poco de agua, cuando sintió la puerta de abaj a bajoo ce cerra rrarse rse y el rui ruido do ddee sus ppis isadas adas ccont ontra ra la tarima del pasi pasilllo, lo, em pez pezóó a  

tem bl blar ar com comoo nu nunca. nca. Se sent sentóó en la ccam am a y baj o llaa m ira rada; da; ssól óloo pu pudo do di divi visar sar sus zapatos nnegros, egros, corre correctam ctam ente anudados e im impeca pecabl bles. es.  —Pee rdóna  —P rdónam m e. P Pee rdí los ne nervios. rvios. ¡Me pr provoca ovoca una y otra vez! Cerró er ró la puerta y se colo colocó có a pocos ce cent ntíme ímettros de ell ella. a.  —¿Có  —¿ Cóm m o has podido per perder der a sí las for form m a s? ¿Ac Acaa so ttodo odo lo qque ue te dij dijee no va vali lióó  paraa na  par nada da?? ¿Te das ccuenta uenta de lo que ac acaba abass de cconseguir? onseguir? Sollozó como una niña y comenzó a llorar desconsoladamente.  —¿No  —¿ No te da dass cue cuenta nta de que eera ra j ust ustoo lo que ééll quería quería??  —¡Noo pude soporta  —¡N soportarlo rlo m más! ás! —gimote —gimoteó—. ó—. ¡Es pe perve rverso rso cconm onmigo! igo! La cogi c ogióó por llaa m uñeca y la levant levantóó con brus brusquedad. quedad.  —Y por eso tú de debías bías de esta estarr por e ncim ncimaa de sus provoc provocac aciones, iones, por e ncim a de todo lo que te dijera. La sacó de la habitación y la arrastró escaleras abajo; por el camino se cruzaron con las mujeres, que llegaban formando una algarabía, de modo que al  pasarr por dela  pasa delante nte de e ll llaa s ar arra rastrando strando a Sa m a ra sus rostros c am biar biaron on totalmente. Siguió hasta el final del pasillo; la metió en una especie de celda, con un camastro de hierro y un mohoso. Una lámpara se.  bala  balance nceaba aba sobre e ll llos os il ilum uminó inó colchón llaa eestanc stancia. ia. La lanz lanzó ó sobre la ccam amgrotesca a y a pagóque la luz luz.  —Cua  —C uando ndo y o no e sto stoy, y, tú re repre presenta sentass lo que soy y o con tus a ctos. Me has  puesto en evidenc e videncia. ia.  —Pee rdóna  —P rdónam m e , por ffavor avor,, no m mee de dejj e s aquí sol solaa —llora —lloraba—. ba—. ¡¡T Te lo supli suplicc o! Cerró la puerta con fuerza y se hizo la oscuridad. Samara se acurrucó en el camastro y siguió llorando durante largo tiempo hasta que el ruido de la puerta la volvi vol vióó a aasus sustar tar.. V Vio io llaa sil silueta ueta de Dom Domin inic ic baj o el um umbra brall y de un salto se aafe ferr rróó a su pi pier erna na y apoy ó llaa m ej ill llaa eenn ssuu rodi rodill lla. a.  —Pee rdóna  —P rdónam m e —volv —volvió ió a supli suplicc a r—. T Tee suplico que m e per perdones, dones, Dom ini inic. c. Se mantenía inmóvil delante de la de puerta, al retumbó pomo. Estaba realmente enfadado. La puerta principal accesoaferrado al sótano y una m elodí elodíaa la golp golpeó eó eenn los tí tím m panos.  —Oh, nena nena… … vinist vinistee a m i m mundo undo volando… —C —Car arlo lo ccaa m inaba por e l pa pasil sillo lo canturreando y acariciando con una mano las paredes de piedra—. Pero te corté las alas…  —No me m e ha haga gass esto, por fa favor… vor… por ffaa vor, no m e de dejj e s con éél… l… Tiró de su brazo y la hizo ponerse de rodillas, se sentó en el camastro y le colocó colo có la ccabeza abeza entre sus ppiier ernas, nas, ssuj ujetándol etándolaa con am bas m manos. anos.  —Tee puedo ase  —T asegura gurar… r… —dijo a l ffin in m ientra ientrass Carlo ce cerr rraa ba la puer puerta— ta— que esto me duele más a mí que a ti. Oh, nena… viniste… Lo sintió en su espalda, levantó la falda con sutileza y sin apenas mediar una sola palabra la penetró por detrás con tanta brusquedad que Samara dio un grito

que debió de oírse en toda la casa. El culo le ardía horriblemente, en su vida había sentido aquel dolor, aquella humillación tan cruel y perversa. Carlo chocó  

contra su contra suss nal nalgas gas y em pez pezóó a bombear bom bearla la si sinn pri prisas sas m miientras Dom Domin inic ic la suje sujetaba taba con fuerz fuer za y apena apenass se in inm m utaba utaba por su suss lllo loros ros y súpl súpliica cas. s. Ll Llegó egó un m mome oment ntoo en que le tapó la boca para ahogar sus lamentos, mientras tanto Carlo se movía dentro dent ro de eell llaa ccomo omo un anima animall en celo.  —¿Due  —¿ Duele? le? —pre —preguntó guntó ddáá ndole una pa palm lmada ada e n el cculo—. ulo—. Pue Puess ttee j odes… Dominic liberó su boca y levantando su mentón la dijo:  —Soy  —S oy una m al eeduca ducada da y m er erezco ezco que m e ccaa stiguen… stiguen… V Vam am os, nena nena,, dil dilo. o. Samara lloriqueó; el culo le dolía como en su vida y deseaba horriblemente que algo desagradable y grotesco se llevara a aquel demonio rubio. Repitió la frase con un tono desesperante mientras Carlo por su parte seguía bombeándola como un loco hasta que sintió un chorro de calor invadirle las entrañas y de un golpe gol pe sa sali lióó de ella.  —¿Qué  —¿ Qué se dice dice?? —S —See inc incli linó nó hac hacia ia eell llaa abr abrochá ochándose ndose los pantalones.  —Graa cia  —Gr cias, s, señor —c —contestó ontestó con odio.  —¡Eh! Muy bien… —exc —exclam lam ó con sor sorna. na.  —Sii te  —S te com portas ccom omoo una ba barr rriobaj iobaj e ra ra,, no m mer eree ce cess ot otro ro tra trato. to. Dominic tiró de ella y la sacó hacia la puerta había situada en el otro extremo del pasillo. La colocó en el centro de unaque habitación que parecía una celda y, cogiendo una manguera de un extremo, abrió el agua y la enfocó con el chorro helado he lado..  —Vaa m os, láva  —V lávate, te, no tengo todo e l día. —La —Lanz nzóó una pastil pastilla la de j a bón—. Rapidito, cariño. Se apoyó contra la pared y esperó a que se enjabonara. Cuando Samara terminó, volvió a enfocar el chorro contra ella, a continuación la cogió por el  brazzo y la sac  bra sacóó a trom trompicone piconess de la habitac habitación. ión. La hiz hizoo subi subirr al pis pisoo super superior ior y volvi vol vióó a arr arrastrarla astrarla eescalera scalerass arr arrib ibaa hast hastaa la habit habitac aciión.  —Vístete  —Víst ete par para la ce cena, na, tiene enes veinte m inut inutos. os. Ni uno m ás ni uno m e nos. —  Cerró la puerta dea golpe y loti oyós alejarse. Jamás la había castigado de aquel modo pero también era cierto que había cometido un error enorme al ceder a las provocaciones de las que tanto le había avisado. Se secó el pelo rápidamente y miró el reloj; se apuró a buscar algo de ropa en el armario, se puso un vestido ajustado e intentó subir sin éxito la cremallera de su espalda; oyó la puerta y se asustó al ver a Carlo a través del reflejo del espejo de la pared. Apretó las mandíbulas con fuerza y bajando la mirada continuó con la cremallera. Para su sorpresa, Carlo se colocó detrás y la ayudó.  —No debes de bes tom tomaa rte e sto c om omoo algo pe persona rsonall —l —lee dij dijoo de rrepe epente. nte. Podía ver por el espejo la herida en su labio y sus inmensos ojos azules clavados en ella.

 —Lo que pasa pa sa eenn Quim Quimee ra se queda que da eenn Quim Quimer era, a, no lo olvi olvide dess nunca nunca.. Respiró una bocanada de aire y sus ojos se llenaron de lágrimas por la  

impotencia y la rabia que sentía, pero estaba tan agotada y humillada que no le dijo nada. Carlo la cogió los hombros y volvió a clavar sus ojos en ella.  —No tengo te ngo na nada da e n ccontra ontra de ti ti,, Sam a ra ra;; par paraa m í, tam bién ha sid sidoo un plac placer  er  conocerte conoce rte —c —cont ontin inuó. uó. B Besó esó su cue cuell lloo y son sonrió. rió. Salió de la habitación dejando a Samara totalmente descolocada; se sentó en la cama e inclinándose hacia delante se llevó las manos a la cara. Fue extraño,  peroo com e nz  per nzóó a rree ír sin ssee nti ntido. do.

 

14. Remordimientos  No c reas, mi hermosa Samara, que me has defra de fraudado. udado. Tu impulsividad era algo que escogí, que venía contigo desde el   princc ipio.  prin ipio. Tus defe defecc tos son part partee de lo que me obsesionó de ti ti,, y tus fall fallos os los que me dan la vida.

*** Durante el rest re stoo del dí díaa y la noche, Dom Domin inic ic la ign ignoró oró to total talm m ente. S Sam am ar araa est estaba aba atormentada; se sentía mal pero no por el castigo o la rabia que sentía hacia Carlo. Lo qque ue la ccons onsumía umía eera ra que había había ffall allado. ado. Había defr defraudado audado a Dom inic, inic, y eso era algo que provocaba en ella un intenso dolor en el corazón. ¿Qué extraño, verdad? Meredit había pasado gran parte de la tarde consolándola; repetía contin cont inuam uamente ente que eera ra norma normall fall fallar ar al prin principi cipio, o, qu quee no debí debíaa preocuparse, que era humano y que los fallos eran parte del proceso. Las chicas le habían traído del pueblo pueblo uuna na boni bonita ta so sorti rtijj a ccomo omo rregalo egalo y ese de dettall allee la ha habí bíaa aani nim m ado m mucho. ucho. Senti entirse rse aace cept ptada ada por ell ellas as eera ra un detall detallee que nec necesi esitaba taba ccomo omo el aire en aaquel quelllos momentos tan difíciles. Después de la comida, Dominic se había marchado con Luis y volverían entrada la noche; todos los demás se retiraron a sus dormitorios a descansar y ella se quedó sola en el jardín. La amable señora del servicio, de una edad muy similar a Antón, le entregó una taza de café y unas galletas diminutas que no dudó en comerse con gusto. Se preguntó cómo una mujer tan mayor y sencilla era capaz de soportar lo que veía en aquella casa con tanta tranquilidad. Vio a Antón descender por el camino de losetas; se sentó a su lado en otra de las sillas de mimbre y sonrió con ternura mientras sujetaba su eterno  puro con c on la boc boca. a.  —No debes de bes da darle rle vueltas a las ccosas, osas, niña —dij —dijo. o. Su fina y cuidada perilla daba paso a una piel oscura que le recordaba a los  beduinos de las pe pelí lícc ulas de televisión. Antón eera ra un hom bre atr atraa c tivo tivo sin aapena penass una arruga en su viejo rostro. Sus ojos trasmitían frialdad, pero ésta contrastaba con sus sonrisas dulces y refinadas.  —Miss c hicos son im  —Mi impuls pulsivos ivos,, vis viscc er erale aless por natur naturale alezza , y destruc destructi tivos vos c on lo que más aman. —Se sirvió un café de una especie de tetera grande que la mujer  depositó en la mesa y la miró—. Pero eso no significa que no amen, solo que tienen ot otras ras form as de de dem m ostrarlo. ostrarlo. Samara no dijo nada; escuchaba a Antón mientras analizaba los gestos

si sibarit baritas as que us usaba aba para servirs servirsee eell café en la pequeña taz tazaa de porcelana.  —Caa rlo eess un jjoven  —C oven rree torc torcido ido que aadora dora la vida y la eexprim xprimee aall m máá xim ximo; o; aquí no controla sus impulsos y sus necesidades, pero de eso se trata, ¿verdad? —Hizo  

una pausa y se apoyó en el brazo—. Te sorprendería hasta donde llega su hum hu m ani anidad dad fuera del ent entorno orno « sexu sexual» al» qu quee lo ro rodea. dea.  —Es tan crue c ruel… l…  —El único que c onser onserva va la e sencia senc ia de su pe persona rsonali lidad, dad, donde quiera que va va,, es Dominic; con el resto conseguí que supiera diferenciar ese lado salvaje de su día a día.  Notaba la ffra ranqueza nqueza eenn sus palabr palabraa s.  —No me m e eesper speraa ba que Dom ini inicc usa usara ra a Luis ppaa ra ca casti stiga garm rm e —m —musi usitó. tó.  —Querida  —Que rida,, ccuando uando ce cedes des algo tuy o siem pre re recibe cibess aalgo lgo a c am bio; ttenía eníann un tema pendiente entre ellos y verte la cara cuando viste a Luis detrás de ti fue el m ay or re regalo galo que pud pudoo rec recib ibiir Carlo Carlo..  —Está clar c laroo que no le ccaa igo bi bien. en.  —No a cabas ca bas de e ntende ntenderr que lo que pasa en esta finc fincaa no sale de ella, niña. o confundas c onfundas los iim m pul pulsos sos con los ssentimientos entimientos qu quee puedan tener hac hacia ia ti.  —Lo que pasa pa sa eenn Quim Quimee ra se queda que da eenn Quim Quimer era, a, ¿no? —dij —dijoo con tristez tristezaa . Antón dio una calada a su puro y se reclinó en la silla.  —Exacto.  —Exa cto. De Debe be serdañados. así. Si Querida, e l e quil quilibrio ibrio se rom pe, tu vida per personal sonal tus negocios pueden salir la sociedad no está preparada paray ver  esto.  —No debí de bí pega pegarr a Carlo —se la lam m entó—. Dom Domini inicc eestá stá m muy uy enf enfaa dado.  —Niña, viene vieness c on Dom ini inicc , dába dábam m os por hec hecho ho que er eraa s dist distint inta. a. Mi  primogénito  prim ogénito e s com pli plica cado do e incontrolable, pero per o re recue cuerda rda que no se tra trata ta de tu fallo lo que le dolió, sino del precio que paga si pecas de osadía con otros m iem iembros bros.. Tuvo qque ue cceder ederte, te, com compensar pensar a Car arlo lo.. A m i chi chico, co, no llee gus gusta. ta.  —¿P  —¿ P or qué m e cue cuenta nta todo esto? ¿P or qué m e consue consuela? la? Se aapo poyy ó en el cant cantoo de llaa m esa y la m iró du dullcem ent ente. e.  —P  —Porque orque lleeojo vo ydiez eescuc hando nombre bre.. Le guiñó guiñ ó elll se años levant levantó óscuchando para irs irse. e.tu nom  —Antón. —Cogió —Cogió ssuu m maa no apur apurada adam m e nte y suspi suspiró—. ró—. Gr Grac acias. ias.

 

15. La últ última ce cena na Un día sólo para volver a tu vida… ¿O no?

*** Carlo tenía a Meredit entre las piernas; estaba sentado en una de las sillas frente a la amplia mesa de madera maciza del comedor, ella de espaldas a él, de pie, apoyando las manos sobre la encimera. Su melena rubia le tapaba la cara; tenía la cabeza inclinada hacia delante. Soltó los botones de su vestido y este cayó suavemente sobre la alfombra persa. Su risa predecía algo, mientras los demás se iban sentando en sus respectivos sitios. Pasó la palma de la mano por la espalda de la joven y se recreó con las curvas de su cuerpo. Meredit cogió de la m esa una bot botell ellaa de ccava, ava, son sonrió rió a S Sam am ar ara, a, que est estaba aba ffre rent ntee a ella, ella, y levant levantando ando la botella sobre sus hombros empezó a derramar el líquido en su espalda muy despacio. Un fino reguero dorado descendió por ella bajando por su rabadilla hasta rozar la lengua de Carlo, que lamió el manjar con sutileza.  —¡Bravo!  —¡Bra vo! —S —Sonar onaron on unas palm palmaa das e n e l salón—. Ya podem os m ontar el circoo —di circ —dijj o Lui Luiss con ironía. Carlo se levantó de su silla y con humor hizo una reverencia.  —Graa cia  —Gr cias, s, gra gracia cias. s. Volvió a sentarse y empujó a Meredit hacia delante dejando totalmente expuesto su sexo, que brillaba por la humedad del cava que había llegado hasta él. Para sorpresa de Samara el hombre de ojos azules pasó delicadamente la lengua por él y se relam ió ió..  —Dejj a el post  —De postre re pa para ra luego. —Antón pasó a su lado y le dio una suave colleja. La mujer volvió a vestirse y sonrió con dulzura a su señor. Samara pensó que no debía ser tan perverso cuando la mirada de su sumisa era tan dulce. Mañana  por la m a ñana volver volverían ían a c asa asa;; se notaba un a m biente m á s tr tranquili anquilizza dor entr entree todos. Dominic se mantenía serio; llevaba dos días sin tocarla, castigando su osadía con su indiferencia. Ella se sentía angustiada, ansiaba que le dedicara un poco de su tiempo y su cariño, pero él apenas la miraba y durante el resto de la noche había pasado largas horas sentado en el porche con el resto de los hombres, mientras fumaban y bebían. El único que había permanecido en el salón tras la sobremesa había sido Roberto. El Conde, como le llamaban, analizó sus formas;

era un hombre delicado con sus sumisas; ellas le colmaban de atención continuamente, se postraban de rodillas a su lado cada vez que se sentaba y, mientras una de ellas le acariciaba, la otra se afanaba en que nada le faltara en  

ningún momento. Una copa de su licor preferido, su taza de café… lo suficientemente caliente para su paladar. Siempre vestía una fina camisa de cordones anudados en el cuello, abierta en todo momento, como un pirata. Eso le hacía mucho más interesante, le confería un halo de misterio que llamaba la atención a Samara. Recordó las palabras de Dominic cuando le recordaba que sus actos eran el reflejo de él, y pudo ver que los modales exquisitos de las mujeres de Roberto mucho distaban de los suyos. Pero Dominic era distinto, él no quer quería ía eeso so de ella, no al m menos enos en públi público. co. ¿¿Y Y eenn privado? Quiz Quizáá de debía bía ce ceder der a lo que re realm almente ente quería y deseaba que er eraa com compl plac acer erlo lo,, qui quizzá se sent sentirí iríaa rriidícula dícula los primeros minutos, pero luego esa sensación desaparecería. A fin de cuentas ellas estaban all a llí,í, de rodillas, rodillas, so sonrientes, nrientes, si sinn un ápice de rrubor ubor en sus m mej ej illas. illas. Se aarm rm ó de valor y se levant levantóó de la m mesa; esa; sal salió ió al exterio exteriorr y con los los nervi nervios os a flor de piel se situó frente a Dominic, Carlo y el resto de los hombres.  —Disculpen —m usit usitó— ó— por interr interrum umpir pir la cconver onversac sación ión pero…  No le salí sa líaa n las pala palabra bras. s. S Sint intió ió ssuu gar garganta ganta sec secaa rse y tra tragó gó saliva torpe torpem m e nte. Dominic, que sujetaba un cigarro entre los labios y jugaba con una baraja de cartas, ca rtas, frunció  —¿S  —¿ Sfrun í? ció el ceño.  —Quería  —Que ría,, quer quería ía dis discc ulpar ulparm m e c on… —Esti —Estiró ró el bra brazzo hac hacia ia Carlo— c on é l  por m i conduc conducta ta de a y e r…  Nadie  Na die dij dijoo una sol solaa pala palabra bra,, pudo ver a Luis j unto a Antón, sin expr expresión esión alguna. Carlo permanecía en silencio, sin burlarse de ella.  —Bue  —B ueno, no, pues es tu oportunidad, a dela delante. nte. —Dom —Domini inicc dej ó las ca carta rtass en la messa y esp me esperó. eró. Recordó ec ordó a Mere Meredi dit,t, a las ddos os muj mujere eress de Roberto Roberto y sus sus form formas; as; ssee encont encontró ró a sí misma poniéndose de rodillas frente a Carlo y bajando la mirada hacia el suelo.  —Discúlpem e, señor señor.. —Un hil hiloo de voz salió de su gar garganta ganta.. Te nía la c ar araa hirviendo por la vergüenza—. Mi comportamiento de ayer es imperdonable; pido sus disculpas, no se volverá a repetir. Pasaron Pa saron llos os ssegund egundos os y el ca calo lorr de sus sus m mej ej illas illas cobró m más ás vid vidaa si ca cabe. be. C Car arlo lo la observaba con una ceja levantada; cruzó su mirada unos segundos para luego vollver a baj vo bajarla. arla.  —Está bien, puede pue dess iirte rte,, acepto ac epto tus di disculpa sculpas, s, S Saa m a ra —dijo —dij o al ffin. in. Se incorporó torpemente y al ver que Dominic no decía una sola palabra se retiró de nuevo al salón. Meredit no tardó en sentarse a su lado, con un pequeño  platito de ta  platito tarta rta de cchocola hocolate te eenn la m mano ano y dos cuc cuchar haril illas. las.  —Vaa m os, S  —V Sam am —dij —dijo—. o—. Es nuestra últ últim imaa noche en Quim Quimee ra ra,, no de debes bes eestar  star  tan triste.

 —No m e ha toca tocado… do… Está tan enf enfaa dado. —Co —Cogió gió la c ucha ucharilla rilla y se lle lle vó un  pedazzo de ta  peda tarta rta a la boca boca—. —. ¿¿Carlo Carlo te ha dicho aalgo lgo de m mí? í?  

 —Sí. Que eere  —Sí. ress un am or de m uj ujee r y una sum isa incor incorre regibl gible. e.  —¿De  —¿ De ver veras? as?  —¡Ohh niña!  —¡O niña!,, er eres es una m uj ujee r c on m ucha suer suerte. te. Dom ini inicc te de dem m uestra mucho más que por ejemplo a mí Carlo. Si supiera realmente que me ama la m it itad ad de lo que te lo ddem em uest uestra ra tu Señor, sería la m ujer uj er m ás fe feli lizz del mundo.  —Quizáá tenga  —Quiz tengass ra razzón y sol soloo estoy desor desorientada ientada por tantos ca cam m bios e n m i vida.  —¡Claro que tengo ra razzón! —Engull —Engullóó un troz trozóó de tar tarta ta y m e neó la c a beza hacia la puerta—. Sam Sam ar ara, a, Dom Domin inic ic ha entrado, vvee ccon on él él,, vam vamos os..  No se había dado cue cuenta; nta; pasó por dela delante nte de e lla lla s y desa desapar paree ció tra trass la  puerta  puer ta que daba a l ha hall ll;; eell llaa lo siguió y subió a la habitac habitación ión tra trass él. Mientras Mientra s se encerraba en el baño y se daba una ducha, esperó sentada en la cama con la intención de hablar, aunque fuera a la fuerza con él. Dominic no tardó en salir  con una toalla enroscada a su cintura y, tras rebuscar entre las cosas de su m aleta aleta,, le lanz lanzóó un tteléf eléfono ono móvil al re regaz gazo. o.  —Soy  —S oy un hom hombre bre ocupa ocupado, do, re respeto speto tu vi vida da per personal sonal y tu ttra rabaj baj o, per peroo ccuando uando ese móvil en suene no quiero esperar. Tienes total en él atención los teléfonos de todos losde que has conocido Quimera. Todos te prestaran si precisas algo ellos, no lo lo dudes. Ahora son ttuu fa fam m il ilia. ia. Miró Mi ró el tteléfono eléfono y luego a él. Era ccomo omo una figura inm inm ensa fr frente ente a eell lla. a.  —Acee ptar  —Ac ptaráá s m is nor norm m a s; a par parti tirr del vier viernes nes tu vida e s m ía. Si quie quiere ress salir  con tus amigas hazlo un martes, si quieres tomarte una cerveza con tus compañeros hazlo un lunes, el viernes yo mismo te pasaré a buscar a la oficina; si fuer fueraa otro dí día, a, pre previ viam am ente te avis avisar aré. é. ¿¿Me Me com prendes? Asinti Asin tióó ccon on la ccabe abezza.  —Llevará  —Lleva ráss el vier viernes nes lo que nec necee sit sites, es, tu fin de sem a na será ser á siem siempre pre fue fuera ra deo tu casa, no pasaras días o en casahasta o cuando vengamos aquíque en suene Quimera. admito cogerlos el móvil; eresmilibre el mismo momento ese aparato; si no me contestas, tendrás sus consecuencias. Si no pudieras hacerlo  porque e stés ocupa ocupada da o re reunida, unida, c osa que sólo aace ceptar ptaréé por tu tr traa baj o, c olgar olgarás ás m i llam ada y m e avi avisaras saras con un m ens ensaj aj e.  —Lo haré har é —dij —dijo—. o—. T Tee lo prom e to.  —Bien,  —B ien, aahora hora dúcha dúchate te y ven a la ccaa m a —or —ordenó. denó. *** o tardó ni diez minutos en estar en la cama. Dominic se peleaba con el mando de la televisión por cable, que pendía en el techo bajo un anclaje telescópico. Cuando Samara se acostó a su lado, apenas le tocó por temor a su rechazo pero

fue él quien le paso el brazo por los hombros y la arrastró hacia él. Qué irónico,  pensó e ll llaa , ve verr la televisión eenn la ca cam m a e ra lo único norm a l que había pasa pasado do eenn  

esa semana. Apoyó la cabeza en su pecho; el latido de su corazón era lo único que a veces le recordaba que era humano. Sintió sus labios en la frente y cerró los oojj os os.. Deseó dol doloros orosam am ente que llaa aam m ar araa aaquel quella la no noche. che. Apagó la luz y la abrazó con fuerza. Por momentos sintió vergüenza al comprobar que su ropa interior estaba totalmente empapada. Dominic deslizó la mano por su cintura y al rozar sus braguitas las arrancó de golpe.  —Yaa te dij  —Y dijee que eesto sto no lo qu quier ieroo cuando cua ndo estés cconm onmigo igo —s —susurr usurró. ó.  —Lo siento. Fue horrible, su control era algo que la atormentaba. Tenía su sexo muy cerca de ella, rozándola suavemente el monte de venus, pero no tenía ninguna intención de hacerla suya. Dudó unos segundos; estampada en su pecho olía el sutil  perfum  per fum e que siem pre ll llee vaba adhe adherido rido a la piel, y c re reyy ó m morir orir de nec necesida esidad. d. P Por  or  desesperación alargó la mano y cogió su cara. Estaba convencida de que la apartaría en el mismo momento que posara sus labios en él, pero no fue así. Lo  besó apa apasion sionaa dam ente y enr enroscó oscó sus pier piernas. nas. No le im importa portaba ba int intee ntar ntarlo, lo, no  podía soportar soporta r e se dese deseoo ha hacia cia é l. Dom ini inicc le per perm m itió itió aaquel quel ge gesto sto y re respondi spondióó a su beso con paradelicadeza; su sorpresa. La giró colocándola espaldas y mordió su hombro su sexo la rozó lentamentedepor detrás, asuélmano se apoyó en su frent fre ntee y not notóó su llengua engua eenn llaa orej a. Si no fuera porqu porquee pod podía ía verlo ent entre re las so som m bras no hub hubiera iera ccre reíd ídoo qque ue er eraa eell mis mism m o ho hom m bre.  —¿V  —¿ Vas a ser obedie obediente, nte, princ princesa esa?? —pre —preguntó. guntó.  —Oh, sí, lo lo ser seré… é…  —Bien…  —B ien… Tras deci dec ir eeso so,, la penetró con deli delica cadez dezaa m ient ientra rass sseguí eguíaa af afer errando rando su frente. o podía moverse; su otro brazo le rodeaba los pechos y la atraía a él con firmeza. ge sto gesto de a ntes… ha sid sidoono ccorr orre cto…de —O —Otra e m be besti stida da cometas, la desc descontroló—. ontroló—. Es  —Tu así como debes comportarte; seetrata lostraerrores que sino de cómoo lo cóm loss corrij corrijas as pos posterio teriorm rm ente.  —Oh, Dios mío… m ío… —ja —jade deóó exc excit itaa da—. N Noo lo ssoporto. oporto.  —Pue  —P uess cór córre rete te pa para ra m í. Al oír aquello, no aguantó más y tembló en sus brazos con tal intensidad que creyó morir de placer. Sintió el calor de sus fluidos invadir su cavidad con tanta fuerza que creyó que no pararía nunca. Sus suaves jadeos la mataban de deseo cuando su oreja vibraba ante ellos. Era horrible, jamás había sentido tal intensidad en un orgasmo; no era su forma de hacerla suya, nada era distinto a sus otras relaciones; eran las formas de sus palabras, sus susurros, su manera de asirla con fuerza, todo la excitaba hasta tal punto que le resultaba imposible no ceder a él é l.

Se que quedó dó ttot otalm almente ente dorm ida entre sus bra brazzos.

 

16. La vuelt vueltaa a ca casa sa Vuelves a tu vida y tu cabeza está llena de dudas y necesidades, todo lo que te rodea no significa nada, ya no te llena como antes.

*** En Quimera conoció una parte de ella que desconocía. Supo que era capaz de m uchas cosas; descubri descubrióó un unaa fform ormaa de vida vida dis disti tint ntaa a todas todas y de lo qque ue eera ra ca capaz paz  por aquel a quel hom hombre bre.. Tra Trass aque aquell llaa se sem m ana ana,, volvi volvióó a su vida, su ccasa asa,, su ttra raba bajj o en la oficina, sus compañeros y amigos. Todo lo que la rodeaba era igual; era ella la que no era la misma. Dominic la dejó frente a su casa; le había dicho que descansara pero era jueves, aún no sabía nada de él y eso la angustiaba. Aquella tarde se armó de valor y por primera vez se encontró frente a las oficinas del enorme edificio que dirigía. No sabía si su presencia le molestaría o quizá ni siquiera estuviera allí, pero deseaba tanto verlo que se arriesgaría a ello. Atravesó el inme inmens nsoo hall hast hastaa una aam m plia plia rec recepción epción ssem em ici icirc rcul ular ar;; uuna na m ujer  uj er  un poco déspota déspota la par paróó en sec secoo cua cuando ndo ssee dirigí dirigíaa aall asce ascensor nsor..  —Pee rdone  —P rdone,, señor señorit ita, a, tiene que pa pasar sar por aaquí. quí. Samara retrocedió y se acercó a la mujer, que pasaba de los cuarenta y le sonreía frívolamente tras el mostrador.  —Vee ngo a ve  —V verr aall señor Dom D omini inicc Rom Romaa no —di —dijj o.  —¿Tiene  —¿ Tiene cita?  —No… pero… per o…  —Tiene que te tener ner cita pa para ra ver al se señor ñor Rom Romaa no.  —Vee rá,  —V rá , es pe persona rsonal.l. ¿¿Le Le im importa portaría ría ll llam am a rle y dec decirle irle que e stá aaquí, quí, S Sam am ar ara? a? La mujer le dirigió una mirada inquisitoria y levantó el teléfono.  —See ñor, disculpe. U  —S Una na m uje uj e r eestá stá aquí a quí y quiere ver verlo. lo. Su Su nom nombre bre es Sam a ra ra.. Repentinamente cambió la expresión de la cara y le profirió una sonrisa hipócrita.  —De acuer ac uerdo, do, señor señor,, a hora m ismo. —C —Colgó olgó e l teléf teléfono ono y salió de la recepción—. Disculpe, pase por favor. Y discúlpeme de nuevo. Quinta planta. La última. Cuando llegó a la planta superior, una inmensa oficina repleta de mesas la llenó de pavor. Ahí estaba ella, con sus finos tacones y su vestido gris perla temblando como una niña con la mera idea de tener que atravesar aquellas

mesas hasta el pasillo del fondo, donde se veían los despachos. Sintió mil ojos  posarse  posar se en e ll llaa , cuc cuchiche hicheos os y m ira iradas das de c uriosid uriosidaa d a m e dida que pasa pasaba ba por  delante de ellos. Ella siempre había sido una mujer segura de sí misma, pero  

aquello la llenaba de estupor; era el centro de atención de toda la planta y no sabía por qué. Cuando por fin consiguió llegar a los despachos rodeados de mamparas de cristal, respiró hondo y dejó de temblar. Quedó plantada en un  pasilloo per  pasill perpendic pendicular ular fr free nte a una sala de re reuniones uniones y lo vio; pre presid sidía ía una m e sa ovalada y varios hombres y mujeres hablaban entre ellos mientras un joven exponía expon ía algo en uuna na inme inmens nsaa pa pant ntall allaa de proy proyec ección ción mura mural.l. Domini Dominicc j ugaba con un lápiz con gesto de aburrimiento y se balanceaba en su silla. Se giró de nuevo, varias personas habían hecho corrillo y la miraban. Pegó un bote al notar la m ano de Dom Domin inic ic en su hhombro, ombro, y al gi gira rarse rse lo vvio io fre frent ntee a ella. ella.  —¿Y  —¿ Y eesta sta visi visita? ta?  —Iguall m  —Igua mee voy … la ge gente, nte, la ge gente nte m mee m ira ira.. Estás ocupa ocupado do y …  —Cáá lm  —C lmaa te y pasa al de despac spacho. ho. Abrió la puerta anexa y le hizo pasar a un despacho amplio con una mesa, varias sillas confidentes y un par de sofás. Se sentó en su sillón y se reclinó hacia atrás. Samara permaneció de pie en mitad del despacho.  —No me m e llam a bas y quer quería ía ve verte rte,, pero per o igual ttee ha m olestado que venga venga… …  —Tranquil nquila no m e par parec m al hayen a s el venido, he prohibido.  —S —Tra  —Se e leva levantó ntó y,a ,rode rodea a ndo laece meesa esa, , seque sentó c a nto nunca e hiz hizoo te unlogesto par paraa que fuera—. Es más, me gusta que vengas a verme. —Arrancó sus braguitas y se las metió en el bolso de la chaqueta—. Saca la lengua. Puso gesto de extrañeza y obedeció. Dominic abrió una pequeña caja de m adera y sacó un unaa eesp specie ecie de bala col color or pú púrpura rpura qu quee m eti etióó en ssuu bboca oca y m ojó. La bala tenía un fino cordón transparente en uno de sus bordes; la introdujo entre su suss pi pierna ernass y se la m eti etióó cuid cuidados adosam am ente dentro.  —Pue  —P uedes des ve venir nir ccuando uando quier quieras as —se rió—. C Cuidado uidado que no te c aiga aiga… … Se movió incomoda y nerviosa; aquello pesaba un poco y tenía la sensación de que si no—dijo presionaba las paredes de de sul sexo le caeríare suelo.  —Ana a pre pretando tando un botón del te teléf léfono—, ono—, r eal ser serva va una m esa par paraa dos donde don de si siem em pre.  —Ahora m ismo, se señor ñor —c —contestó ontestó llaa voz fe fem m e nina.  —¡Dios  —¡D ios m ío! Esto… es extra extraño… ño…  —Cuidado  —C uidado que no te c aiga aiga;; te te aacostum costumbra brará rás… s…  —¿T  —¿ Te ngo que lleva llevarlo? rlo?  —Tieness —sonrió—. De  —Tiene Dentro ntro de un rrato ato no lo nota notará rás, s, tra tranquil nquila. a. —Levantó —Leva ntó la mano, tenía una especie de mando en ella y al pulsar un botón el objeto que llevaba dentro comenzó a vibrar.  —¡Oh,  —¡O h, Dios! —S —See eestrem strem e ció y c ruzó llas as pier piernas nas eenn un gesto ridículo.  —Siéntate,, anda  —Siéntate anda,, aaca cabo bo unos pape papeles les y nos vam os.  —La gente m e m ira ira;; he pasado pa sado m ucha ver vergüenza güenza ¿¿P P or qué m e m ira iran? n?

 —Eso es el el m morbo, orbo, niña, y que la lass m muj ujer eres es por natur naturale alezza sois cotil cotillas. las.

 

*** Unos minutos después se levantó y la acompañó a la puerta, tras coger su americana y ponérsela. Samara salió torpemente, caminando como un pato, por  temor a que aquel instrumento infernal cayera. Otra vez las miradas se clavaron en ella y la pusieron de los nervios. Dominic caminaba a su lado en dirección al ascens asce nsor, or, mientras un unaa m ujer uj er pe pequeña queña corría ccon on uuna na agenda detrás de eell llos os..  —¡Señor!! ¿Se va  —¡Señor va?? —dij —dijo, o, apur apurada ada—. —. Te ngo var varias ias vis visit itas as pendie pendientes ntes de confirmar…  —Ahora no, V Viol iolee ta. Llegaron Ll egaron a la pl plant antaa de abaj o y la m uje ujerr de rec recepció epciónn so sonri nrióó afa afano nosame sament nte. e.  —Ana,, cua  —Ana cuando ndo ll llee gue, dile a Luis dó dónde nde eestam stamos. os.  —Por  —P or supue supuesto, sto, señor señor.. El restaura restaurant ntee eera ra m uy elegante y discre discreto to.. Domini Dominicc no probó el vvin inoo en toda toda la noche, pero ella acabó algo achispada y sonreía feliz y algo desinhibida.  —¿T  —¿ Te ha m olestó que fue fuera ra loa busca busc a rte rte?? Como dij dijist istee que vendr vendrías ías tú…  —Me e nca ncantado ntado que ha hagas. gas.  —¿Y  —¿ Y qué har harem em os luego? luego? Dominic dio un trago a su copa y, limpiándose la boca con la servilleta, la miró fijamente.  —Voy  —V oy a ffoll ollaa rte rte.. Samara miró la mesa de al lado. Un matrimonio había escuchado a Dominic  los miraba mira ba patid patidifuso ifuso..  —Por  —P or eso vini viniste ste a ver verm m e, ¿no? —S —Suu tono eera ra irónico; un ccaa m ar aree ro tra trajj o una carta de postres y se la entregó—. Mi zorrita está ansiosa, no puede esperar… El servía camarero se acercó Dominic señaló poco, el oven a Samara una yespecie de le crema de algo limóneny la unacarta. tarta Al para él. Se gi giró ró con c on llaa intenci intención ón de ll llam am ar al cam ca m ar arer ero, o, pu pues es no le había puest puestoo la cuc cucharil harilla, la,  peroo Dom  per Domini inicc la fr frenó enó ccon on sorna sorna..  —No la nec ne c e sit sitaa s. Usa la lengua lengua..  —¿Qué  —¿ Qué?? —S —Sint intió ió de nue nuevo vo el ccaa lor por sus m mej ej illas. illas. La dirigió una mirada desafiante. Samara tomó aire nerviosa y miró al matrimonio. Lanzaban de vez en cuando alguna mirada furtiva y llena de curiosidad y, cuando sacó la lengua y empezó a lamer el postre, creyó morir de vergüenza. Los camareros miraban la escena detrás de un biombo con gestos de humor y poco a poco Samara se fue terminando el postre no sin mancharse la  punta de la na nariz riz con la c re rem m a.  —¿T  —¿ Te rm inaste?

 —Sí.  —Sí. Se limpió la nariz y esperó a que pagara la cuenta; ttras ras eest stoo se levant levantar aron on y al  

 pasa r por dela  pasar delante nte de la m esa del m a trim trimonio onio Dom ini inicc les dirigi dirigióó una sonrisa. Samara estaba muerta de vergüenza; en su vida había pasado tanto bochorno. Subieron al coche y Dominic la llevó a un local en el cual parecía haber parado muchas veces. Un hombre alto de color que parecía el propietario le indicó que la parte superior estaba tranquila y que podrían estar allí; sólo había un par de hombress habl hombre hablando ando de negocios que no m mol olest estar arían ían y que er eran an de confianz confianza. a. Una fila de butacas de terciopelo se extendía por todo el perímetro. Se sentaron sent aron eenn un ri rincón ncón casi enfre enfrent ntee de dos hombre hombress de traj e que pare parecían cían di discut scutir  ir  alegrem ente m miientras ttoma omaban ban un unas as copas. Domini Dominicc pid pidió ió dos copas al ca cam m ar arer eroo  le pasó pa só el bra brazzo por los hhom ombros. bros.  —Diles que te lo quiten quiten —susurró.  —¿Que  —¿ Que m e quiten eell qué? —S —Sint intió ió una punz punzada ada e n el eestó stóm m a go.  —Lo que llevas lleva s entre las pier piernas, nas, que querida rida.. V Vee y pídeselo.  —Por  —P or dios, Dom Domini inicc —gruñó—. ¿¿Estás Estás de br brom oma? a?  —No me m e ha haga gass re repetírtelo… petírtelo… S Saa m ar araa … El calor en las mejillas era insoportable; sabía que estaba roja y que difícilmente disimularlo. Casi temblando se hablar incorporó y se acercó aquellos dos podría hombres que al verla venir dejaron de y pusieron cara dea curiosidad.  —Pee rdone  —P rdonen… n…  —¿Ne  —¿ Nece cesit sitaa algo? —dij —dijoo uno de eell llos. os.  —Tee ngo, tengo que pedir  —T pedirles les un fa favor, vor, nec necee sit sitoo que… —C —Cre reyy ó que iba a desmayy arse desma ar se de la vergüenz vergüenza— a— que m mee qui quiten ten un unaa ccos osaa que ll llevo. evo. Los hombre hombress mirar miraron on hhac acia ia Domini Dominicc y vol volvi vier eron on a m mirarla irarla a eell lla. a.  —No entende e ntendem m os qué quier quieres es de decc ir ir.. Tomó aire; pensó que si era directa aquella situación no se alargaría tanto. Deseó en milésimas de segundos que una bomba cayera sobre aquellos individuos.  —Llevo a lgo e ntre la pier piernas, nas, les im importar portaría ía sac sacár árm m e lo… —Respiró  profundam  prof undam e nte—. P Por or dios… —gi —gim m oteó eentre ntre dientes. Uno de los hombres se atragantó con el licor que bebía y, tras mirar a Dominic, luego a ella y otra vez a Dominic, abrió los ojos como platos.  —¡Joder!  —¡Jode r! —dij —dijoo al fin uno de e ll llos, os, que tenía una nar nariz iz re respi spingona ngona y e l pe pelo lo alborotado—. Claro… Samara se dio la vuelta y levantó el vestido. Dominic la miraba con curiosidad mientras mordisqueaba una aceituna. Sintió las manos de aquellos hombres deslizarse por sus muslos y cerró los ojos avergonzada.  —Abree un poco las pier  —Abr pierna nas, s, pr prec ecios iosaa —dijo uno de e llos—. llos—. Ma Madre dre m ía, qué

imagen… Con los dedos, sujetó el cordón que salía de su sexo y tiró despacio haciendo que la bala resbalara por sus paredes. El hombre se quedó con el juguete en la  

mano y cara de estúpido. Ella se dio la vuelta, se lo cogió rápidamente y dándoles dándol es las gra gracias cias volvi volvióó con Dom inic. inic.  —Ha sido horr horribl iblee —dij —dijoo dando un tra trago go inme inmenso nso a su copa copa—. —. ¡Hor ¡Horrible! rible!  —Caa lm  —C lmaa , quer querida, ida, no es pa para ra tanto… Uno de los hombres levantó la copa con respeto y profirió una sonrisa a Dominic. Cuando Samara fue al aseo y regresó, Dominic estaba hablando con los ddos os en llaa bar barra ra de aba abajj o.  —Cua  —C uando ndo os vi vi,, m mee sonar sonaron on vuestra vuestrass ca cara rass y luego ca c a í en la c uenta —les dij dijoo él sacando sac ando la ccar artera tera—. —. Es Estáis táis iinvi nvitados. tados.  —No caigo c aigo —dij —dijoo el de la na nariz riz re respi spingona. ngona.  —Nena,  —Ne na, ¿no re recue cuerda rdass a Car Carlos los y Antonio Antonio?? Estudi Estudiaa ron cconti ontigo… go… Ambo Am boss hhombres ombres se m miiraron y luego m iraron a S Sam am ara ara..  —¿S  —¿ Sa m a ra? ra ? En aquel momento se le cayó todo al suelo; deseó que todo desapareciera y una creciente necesidad de abofetear a Dominic emergió en ella.  —¡Vay  —¡V ay a … C Cuánto uánto ti tiee m po, S Sam am ar ara, a, la anim ador adoraa del inst instit ituto! uto! El otro oTú troestudiaste ho hom m bre, un m más ás grueso que su am amig igo, o, m miiró a Dom Domin inic. ic.  —¿  —¿Tú ccon onpoco nosot nosotros? ros?  —Sí…  —S í… pero no eera ra del de l grupit grupitoo de los popul populaa re res… s…  No salí sa líaa n de su aasom sombro bro y Sa m a ra estaba esta ba ccom omoo la gr grana ana..  —Soy  —S oy Dom ini inicc … R Rom omano… ano… Se dirigieron a la puerta; Samara podía ver el gesto de asombro de ambos hombres mientras los observaban a través de los cristales del local. Subieron al coche y se alej alejaron aron de all allíí.  —Lo tenías prepa pr epara rado… do… Ere Eress per perver verso… so… —m —murm urm uró eentre ntre dientes. Domin Dom inic ic se rió y le besó llaa m ano con du dulz lzura ura sin dej dejar ar de m ira rarr aall frente.  —¿Y  —¿ Y lo que te gusta?

 

17.. Prime 17 Primerr fin ddee sem ana  No todo todo es e s tan senc sencil illo, lo, querida mía. Aprende a amar y odiar  e n la misma intensidad.

*** El primer día que él apareció en su trabajo se atacó como una niña de quince años.. Ell años Ellaa habí habíaa hecho lo m miismo. No podí podíaa negar que le daba un derec derecho ho del cual no podía zafarse tan fácilmente. Le había dicho que no interferiría en su vida cotidi coti diana, ana, que rrespetaría espetaría ca cada da una de las personas qu quee formaban form aban par partte de su vi vida; da; sin embargo, sabía que aquel hombre era capaz de provocar en ella reacciones que por sí sol solas as podí podían an m eter eterla la eenn un apuro ccon on ttan an sólo su presenc presencia. ia. Sentada en el bar, era interrogada una y otra vez por sus compañeras de trabajo y amigas: que dónde se metía, que quién era su novio, le decían continuamente continuam ente que eest staba aba dist distint inta… a…  —¡Dios  —¡D ios m ío! —oy ó a una de sus a m igas—. No m e digas que e s a quel que viene por ahí.  Ni siquiera se dio la vuelta par paraa com proba probarlo; rlo; sus pa pasos sos sonar sonaron on eenn la tar tarim imaa del local y supo que era él. Dominic se acercó a la barra y tras decirle algo al cam ca m arer ar eroo se sent sentóó en la si sill llaa va vacía cía ccon on uuna na son sonris risaa iróni irónica ca al lado ddee Sam Samar ara. a.  —Qué bien aacom com pa pañada ñada está estáss —di —dijj o besa besando ndo su me mejj illa. illa. Samara creyó que todo el bar escucharía los latidos de su corazón; estaba a  punto de salírsele del pec pecho. ho. Estaba allí, c on su gente gente,, su vida diar diaria, ia, y a pena penass  podía pronunciar pronunc iar una pa palabr labraa .  —Son  —S on Mar Marta ta y Lidi Lidiaa … Este eess Dom Domini inicc … El calor, aquel calo ca lorr tan ffam am ili liar ar,, em pez pezóó a em er erger ger por to todos dos sus sus po poros. ros.  —Encanta  —Enc antado. do. ¿Así que soi soiss aam m igui iguitas? tas? —S —See m e tió tió eenn la boca un ccaa ca cahuete huete y se recli re clinó nó con hhumor umor hacia aatrás. trás.  —¿S  —¿ Sa m i no ttee ha habla hablado do de nosotra nosotras? s? Inc Incre reíbl íble… e… —dij —dijoo una.  —Saa m i —s  —S —see m ofó—. ¿¿Cómo Cómo no m e dij ist istee que te tenías nías am igas tan m maa j as? « Hi Hipó pócrit crita. a. Qué bi bien en haces tu papel papel»» .  —Bue  —B ueno, no, no im importa porta;; últ últim imaa m e nte Sam i ha tenido de dem m a siadas cosa cosass m etidas en… la cabez ca bezaa —prosi —prosigui guió. ó. Pasaron los minutos lentos. Dominic, con su papel de hombre maravilloso, envolvía a sus amigas en una espiral hipnotizadora. Ella se mantenía en un segundo plano intentando disimular los nervios aferrada a una infusión. Asentía

con la cabeza con una sonrisa fingida, mientras sus amigas sutilmente lo int nterr errogaban ogaban y él lo ssabía… abía… S Sabía abía lo qque ue hac hacía ía desde el m om omento ento qque ue eent ntró ró eenn el restaurante vestido con su impecable imagen de hombre de negocios, con su  

estilo agresivo y a la vez exquisito. Iba poco a poco sacando de ambas la información que quería de ella. Anécdotas de sus años jóvenes, novios de universidad, reuniones habituales con el grupo de amigos. Cosas sin la más mínima importancia para el resto del mundo, pero un arma perfecta para él.  —Bue  —B ueno, no, señoritas, eess un pl plaa ce cerr eestar star en e n vuestra com pañía pañía,, per peroo tene tenem m os que irnos —dijo —dijo levantándose.  —Lo m ismo. Esper Esperaa m os ccoincidir oincidir contigo m á s a m e nudo. —Esto último fue di dirigi rigido do a Sam Samar ara, a, que les llanz anzóó una m irada de odio— odio—.. S Sam am i, ppása ásalo lo bbien. ien. Salieron del bar en dirección al coche, le abrió la puerta del copiloto y la invitó a pasar. Era tan calculador que aun sabía que sus amigas les miraban a través ra vés de la ccris ristal taler era. a.  —Vaa m os, S  —V Sam am i —solt —soltóó burlonam ente ente.. « Capu apulllo» . Ya en casa, Luis estaba enfrascado en el despacho de la planta de abajo con el teléfono en el hombro peleándose con alguien, mientras movía unos papeles de un sitio a otro buscando algo. Al verla entrar, le lanzó un beso y siguió hablando.  —Quédate  —Qué date en dela delante de la m esa y quít quítaa te la ropa ropa,, bella… —m —murm urm uró con sorna—. Ponle unnte aprieto… Luis levantó la vista de la mesa y frunció el ceño al ver a Samara desnudándose.  —Sí,í, per  —S peroo vuelvo a de decir cirte te que no m mee cconvenc onvencee tu ofe oferta rta —dec —decía ía sin dej ar de m irarla—. Y Ya, a, per peroo no m e vale. Dominic le dio una palmadita en el culo y se sentó detrás de ella, en una de las butacas más próximas. Samara trepó por encima de la mesa y se acercó a gatas hasta Luis, que intentaba no perder el hilo de la conversación a duras penas.  —Yaa … ¿¿Qué  —Y Qué?? —dijo—. Repítem e lo, no ttee eentendí. ntendí. Se sentó sobre la encimera y separó las piernas; quedó totalmente expuesta ante él y pasando los dedos por su sexo se los acercó a la boca. Luis sacó la lengua y di dioo un sus suspiro. piro.  —Me par parec ecee bien, per peroo las c ifra ifrass no m e … —No podía dej a r de obser observar  var  aquella mujer contoneándose sobre la encimera como una serpiente—. No me convencen. No me m e pa pasa sa nada, tú di dim m e las cifra cifrass qu quee tengo pri prisa. sa. Se quitó los zapatos y sentándose en el borde de la encimera empezó a frotar  su entrepierna con un pie. Luis dio un bote que a punto estuvo de tirarle el teléfono al suelo. Oyó una ligera risa detrás de ella.  —Trem  —Tre m enda —dij —dijoo Luis Luis—. —. La ccifra ifra no. ¡H ¡Hom ombre bre!! —dij —dijoo a su interloc interlocutor utor..  —Va m os, prince  —Va princesa, sa, te quiero m á s m mala ala… … —oy —oyóó a D Dom omini inic—, c—, m ás… Se ccol olocó ocó de rodil rodillas las con la ccar araa ffre rent ntee a Luis; sus pec pechos hos col colgaba gabann sut sutil ilm m ente

sobre la encimera y, estirando un brazo, liberó su sexo. Este abrió los ojos y volvió a perder el teléfono nuevamente. Saltó sobre él y se clavó ligeramente la  punta de su m iem bro pa para ra luego apar a partar tarse. se.  

 —No me m e ha haga gass esto… —s —susurró—. usurró—. Tú no, da dam m e la lass cifr cifraa s finale finales. s.  —Subli  —S ublim m e … —oy —oyóó a D Dom omini inicc —. R Ree alm e nte subli sublim m e. Estaba a horcajadas sobre Luis y se movía lasciva y lentamente.  —Dam  —Da m e … dam e la ccifra ifra… … Luis cogió un bolígrafo de la mesa y apartándole el pelo de la espalda escribió en ella. Señaló el número a Dominic y este asintió con la cabeza para darle su aprobación.  —Yaa … —j  —Y —jaa deó—. H Habla ablam m os, venga venga,, adiós. Col olgó gó como un ray o y la enca encajj ó cont contra ra sus sus pi pierna ernass hhasta asta no notarla tarla ensartada eenn él.  —Hola, Sam … —ma —m a sculló—. M Mee ale alegro gro de ver verte, te, m i am or… La empujó suavemente sobre la mesa colocando la mano entre sus pechos; su cabeza quedó descolgada apuntando al suelo. Veía a Dominic con una sonrisa desquiciante al revés. Luis se movía despacio mientras acariciaba sus pechos delicadamente. Dominic se levantó y se dirigió a ella bajando su bragueta y encajándole su miembro en la boca. Presionada, inmovilizada, sentir a ambos era sensación exquisita, su apenas podía lastenía ganas de estallar.sujeta Con cadauna embestida de Dominic, garganta se controlar dilataba; le fuertemente la cara ca ra con las ma manos nos y le obl oblig igaba aba a tra ragársela gársela eent nter eraa sin ddar arlle la pos posib ibiilidad lidad de liberarse de él. Sintió el calor de los fluidos de Luis sobre su vientre, la presión de Dominic contra su boca y su estallido de placer, que la invadió y le llenó la garganta con brutalidad.  —Trágate  —Trá gatelo… lo… — —susurró—. susurró—. T Todo… odo… Obedeció a duras penas; aquel líquido le resultaba poco agradable, sobre todo teniendo teni endo eenn cue cuent ntaa que tenía la boca ll llena ena de éél.l. C Cuando uando lo consi consigui guióó la incorporó  la mandó ir a ducharse para cenar; era su primer fin de semana tras la vuelta de Quim Quim era; er a; Domini Dominicc eest staba aba tranqui tranquilo lo y, al re regresar gresar de su ducha, ya y a pre prepara parada da y lista para la cena, no pudo remediar quedar plantada en los últimos escalones que daban al salón. Desde su posición veía perfectamente la cocina; Dominic estaba enfrascado entre botes de especies mientras Luis, sentado en la encimera, no  paraba  par aba de habla hablarr. Le hiz hizoo gra gracia cia a quella im a gen; eera ra la prim pr imee ra vez que veía ve ía una situación tan simple y cotidiana entre ellos. Dominic frunció el ceño leyendo un  pequeño  peque ño bote m ientra ientrass una e norm e oll ollaa e m pezaba a he hervir, rvir, no par parec ecía ía que  prestara  pre stara m ucha ate atención nción a lo que Luis le dec decía, ía, per peroo e ste seguía habla hablando ndo y hablando sin parar mientras gesticulaba con las manos. Se quedó inmóvil; pensó que quizá algún día ella disfrutaría de momentos así con él. Aquella semana había sido extraña, estaba convencida que Dominic la observaba con la intención de ver qué parte de ella había cambiado tras su paso por Quimera. Por primera

vez vio a Dominic sonreír, pero no era una de aquellas sonrisas enfermizas que usaba con ella, ni siquiera aquellas burlonas que tenía con los suyos, era una sonrisa humana, sincera, sin ningún trasfondo. Una sonrisa de un amigo, de un  

hermano herm ano a otro otro.. *** Aquella noche, tras la cena, Samara despertó asustada por una pesadilla. Cuando se incorporó, vio que Dominic estaba sentado en la butaca y la observaba entre las som sombras. bras.  —Estabass hablando eenn sueños —le dij  —Estaba dijo. o.  —Pee rdona  —P rdona,, no re recue cuerdo rdo qué soñaba soñaba.. ¿¿T Te despe desperté rté??  —No im importa porta.. —S —See leva levantó ntó y fue ha hacia cia la c am a—. Cuando e ra pe pequeño, queño, tenía terrores nocturnos. —Abrió el cajón de la mesita, apenas podía verlo en la oscuridad—. Me resultaba imposible dormir con las luces apagadas. Luego crecí  loss tter  lo errore roress fueron desapare desapareciendo ciendo.. Le apoyó apoy ó llaa palma de llaa m ano en el ppecho echo y la eem m pu pujj ó ddee nuevo ppara ara qu quee se tumbara.  —Me pasa pasaba ba las noc noches hes e n ve vela la y en el cole colegio gio m mee dorm ía; lo único que m e despTomó desper ertaba tabasus erabrazos verte ayti ti… … sujetó al cabecero de la cama; no podía ver que era, los  peroo aapre  per pretaba taba horr horrore oress sus m uñec uñecas. as. Lue Luego go le dio la vuelta de tal fform orm a que sus  brazzos se ccruzaron  bra ruzaron eentre ntre sí y quedó totalm totalmee nte eenrosc nroscaa da a la cue c uerda rda que la a taba  boca aba abajj o.  —¿Qué  —¿ Qué hac haces? es? Se colocó sobre ella y le rasgó el camisón de un tirón; la tela se desgarró por  la m it itad ad y quedó ttot otalm almente ente desnu desnuda. da.  —Entraba  —Entra bass por la puer puerta ta del cole colegio gio c on a quella fr fresc escura ura y osadía… y m e  preguntaba  pre guntaba… … ¿Qué ll llee var varáá puesto deba debajj o de la ropa hoy ? —S —Sint intió ió sus dedos acariciando la entrada de su culo—. ¿Qué la excitará? —Se inclinó hacia su cara  —. ¿T ¿Te due duelen len las m uñec uñecaa s?  —Un poco… poc o…  —Una pena pena.. —Le —Levantó vantó su pelvis y le separó sepa ró un poco las pier piernas. nas. Sint intió ió su m iem iembro bro apoy apoyar arse se en la ent entra rada da de su ano y se lllenó lenó de pavor pavor..  —¡No!…  —¡N o!… no, por ffavor avor,, aahora hora no…  —Luego  —Lue go m e di cue cuenta nta de que a la c hica popular la gustaba gustaba que la tratar tra taraa n como una zorra, zorra, y m e di dijj e, vay a, eso ppuedo uedo hacerlo yyo… o… Comenzó a penetrarla por detrás lentamente. Samara tensó su cuerpo e intentó escapar del dolor, pero apenas podía moverse por el peso de Dominic sobre ella.  —Cóm  —C ómoo cam ca m bian las cosa cosas… s… Qué c er erra rada da e stás… —j —jaa deó—. Ta rde o

tem prano ttee aacost costumbra umbrará ráss a ello y lo pedi pedirá ráss com comoo lloca… oca… o no. Movió su pelvis en círculos y Samara tuvo la sensación de que iba a reventar; notaba la fricción de su miembro en las paredes internas de su ano y el dolor se  

acentu ac entuaba aba ccuando uando se m moví ovía. a. Hasta que cesó… y se apar apartó tó..  —Duerm  —Due rm e… A Así, sí, a tada tada.. Dispuesta pa para ra m í cua cuando ndo m mee aapete petezzca cas… s… La besó en la mej m ej illa illa y se tu tum m bó a su llado. ado. *** La dejó durante toda la noche y parte del día atada a la cama. Cuando Luis la desató apenas le prestó atención. Se vistió, bajó al piso de abajo y entró repent repe ntin inam am ente eenn el despacho don donde de Dom in inic ic leía la prensa tra ranqu nquil ilam am ente.  —¿Qué  —¿ Qué quier quieres es de m í? —dij —dijo—. o—. ¿¿Qué Qué??  No leva levantó ntó la vis vista ta del per periódi iódico; co; er eran an ca casi si las dos de dell m e diodí diodíaa y la ra rabia bia la super sup eraba aba.. S See di dioo la vuelt vueltaa ccon on llaa intención de irse, per peroo su vvoz oz la frenó fr enó de gol golpe. pe.  —Date  —Da te la vue vuelt ltaa y m íra íram m e —dijo. —dij o. Ella se quedó quieta de espaldas a él.  —He dicho que m e m ires. ire s. Se giró y levantó llaa ccabe abezza ccon on di digni gnidad. dad.  —Tienes  —Tiene sero lao li liber bertad suf suficiente iciente par paraa dec decir lo que piensa piensas. s. Lleva Llevass hora horass aatada tada a la cam ca m a; qui quier oí oír r lotadque ll lleva evass dentro, qu quééirsientes. Samara apretó las mandíbulas conteniéndose. Al verla así, se levantó y se di dirigi rigióó hac hacia ia eell lla. a.  —Vaa m os, Sam a ra  —V ra,, no tem a s m i re reaa c ción. ¿Te da m iedo de decir cir c óm ómoo te sientes?  —¡A vec ve c e s te odio! —gritó. Ape Apenas nas había dorm ido y e staba a gotada gotada—. —. ¡T ¡Tee odio por lo que me haces! Llevó dos días aquí y apenas me has abrazado tan siquiera un segundo. ¿Qué se supone que me enseña esto, Dominic? ¿Qué quieres que haga? ¡Atada ccomo omo un perr perroo du dura rant ntee horas! Se rió y los nervios se apoderaron de ella; intentó darle una bofetada pero Dominic la cogió por la muñeca y la llevó hacia él sujetando sus manos a la espalda.  —Ahora sabe sabess lo que se siente… —susurr —susurró—. ó—. Lo que e s quer queree r a a lguien lguien ccon on toda tu alma y odi odiar arla la con la m is ism m a in intens tensid idad. ad. La empujó contra la pared y empezó a besarla; ella intentó zafarse de él, se sentía dolida, pero su lengua se coló en su boca y empezó a moverse loca  buscando  busca ndo la suy suyaa . Sol Soltó tó sus m manos, anos, la le leva vantó ntó en el aaire ire y la se sentó ntó sobre la m e sa;  besó sus pier piernas, nas, sus m uslo uslos, s, su lengua pasó delica delicadam dam e nte por su se sexo xo y cr cree y ó morir de placer. Abrió con la mano sus labios y lamió suavemente su clítoris  provocándole  provoc ándole un pla placc er inhuma inhumano. no. L Laa sint sintió ió eestrem strem e c er erse se y apa apartá rtándose ndose de ella comenzó a hacerle el amor. Apenas la dejaba respirar; era como si quisiera

devorarla eent devorarla ntera era,, con cada em best bestida, cada j adeo y cada m ov oviim ient entoo so sobre bre eellla la m ataban de place placerr. C Cay ay ó so sobre bre su cuerpo, llee ccogi ogióó con am ambas bas m manos anos llaa ccar araa y apoyó la frente en la suya. Descargaba y la llenaba mientras ella no dejaba de  

gemir.  —Ahora…  —Ahora … sé bue buena na cchica hica… … sube aarr rriba iba y pre prepár páraa te. V Voy oy a lleva llevarte rte a un siti sitioo que tiene mucho significado para ti… *** Una hora más tarde Samara estaba con la boca abierta delante del pequeño restaurante italiano donde su padre la llevaba de pequeña. Fue sorprendente comprobar com probar que to todaví davíaa segu seguía ía funcion funcionando; ando; se giró para m irarlo y lo vvio io mirar mirarla la atentam atent am ente con un unaa sonri sonrisa sa en la car cara. a.  —Aquí… a quí c om omía ía con m is padr padree s de peque pequeña; ña; m e e nca ncanta nta la com ida it italiana… aliana… Me hac hacee m uchís uchísima ima il ilusi usión… ón… ¿¿C Cóm ómoo lo sabías?  —Hayy poca  —Ha pocass cosa cosass que no sé de ti ti.. —Tiró de su br brazo azo y la llevó ade adentro. ntro. El dueño era el mismo que años atrás, solo que con menos pelo y más  barriga  bar riga..  —No sé c óm ómoo aagra grade decé cérte rtelo, lo, me m e ha hec hecho ho m mucha ucha ilusió ilusión. n. Ha Hacía cía años que no venía a quí. aquí . —Le  —Yo  —Y o sí. —Levantó vantó la vista vista de su plato y le sonrió—. Ve a l baño, quít quítaa te la ropa interior. Yo pediré el postre, cariño. « Mald aldiitos ppos osttres» . Al volver, se sentó cohibida. Miró nerviosa a su alrededor y sonrió a Dominic.  —Cre  —C reoo re recc orda ordarr que te gustaba gustabann las fr free sas, ¿¿no? no? Un camarero depositó una enorme taza repleta de fresas y aparte un cuenco de nata montada. Estaba a punto de verterlo en las fresas cuando Dominic la  paró.  par ó.  —Espera.  —Esper a. Se levantó y se sentó en la silla de al lado. Samara empezó a sentir terror  cuando Dominic metió los dedos en la nata y disimuladamente se los pasó por el sexo hundiéndolos con la nata en él. Repitió la acción varias veces hasta que la nata en su totalidad estaba empapándola; se levantó y volvió a sentarse frente a ella.  —Domini  —Dom inicc , hay m ucha gente gente… … —S —Solt oltóó una rrisa isa ner nerviosa viosa y re resopló sopló..  —Ese e s tu problem a. —C —Cogió ogió una fr free sa y se la dio—. Me gust gustaa c on nata. nata . Venga.  No sabía dónde m ete eterse rse;; tuvo la sensa sensacc ión que dos j óvene óveness la m ira iraban ban con curiosidad, pero al seguir a lo suyo se dio cuenta de que eran cosas suyas, así que disimuladamente metió la fresa entre sus piernas y tras untarla en la nata se la ofreció. Dominic la cogió y se la comió. Sintió la excitación de su sexo al volver 

a frotar otra fresa en él y ofrecérsela. Dominic se la metió a ella en la boca. Se rió al verla m astica asticarr ccon on aquel nervios nerviosis ism m o y la di dificul ficulttad que tenía par paraa tragar la fresa. Le hizo seguir el mismo proceso hasta que no quedó una sola fresa en la  

copa de cristal; tras esto pidió la cuenta y salieron del local. Antes de subir al coche, le pasó la mano por el culo y delicadamente llevó los dedos a la parte super sup erio iorr de su sexo.  —Es de m a la e duca ducación ción dej ar e l postre a la m ita ita d —le susurró c hupando los dedos.

 

18. Casualidade Casualidadess  Ni siquiera tú sabes cóm cómo o parar; te puedo asegurar que no e xisten las casual c asualidades, idades, sólo la causali causalidad. dad.

*** El lunes regresó al trabajo radiante, pero en la oficina se respiraba un ambiente tenso. Los directivos de la empresa de Samara estaban reunidos desde primera hora de la mañana. Cuando entró en su despacho, una de las chicas de su equipo la si sigui guióó com comoo un ray o.  —¿Qué  —¿ Qué pasa hoy ? —pre —preguntó. guntó.  —Hayy proble  —Ha problem m a s. Los j ef efee s e stán re reunidos unidos c on una de las e m pre presas sas m á s im portantes; portantes; el dueño ttam am bién bién eess ac accion cionis ista ta de nuest nuestra ra em presa; nos encar encargaron garon la campaña publicitaria y no les ha gustado, Sami. ¡Es horrible! Estuvimos casi un año preparándola bajo la supervisión de Richard. ¿Recuerdas?  —Vaa y a, pe  —V pero ro ¿no podé podéis is ca cam m biar biarlo? lo? —S —Suu ccom ompañe pañera ra e staba a lter lteraa da—. ¿No hay manera de solucionarlo?  —La im imaa gen ccorpor orporaa ti tiva va eestaba staba bie bien, n, per peroo no gust gustaa y la ccam am paña publi publicc ita ita ria  paraa televisión no ha gust  par gustaa do nada nada,, Dios m ío… Si per perde dem m os e ste c lie lie nte nos vamos a la mierda, Sami… Se va a la calle más de la mitad de la plantilla fijo; son muchísi m uchísim m os m mil illon lones. es.  —Pee ro, Susana, y o vi ese pr  —P proy oy ec ecto; to; no estaba m a l.  —Me han pedido que ll lleve eve la ca carpe rpeta ta a la sa sala la de re reuniones, uniones, pero pe ro e sto stoyy m uy nerviosa. Por favor, te lo suplico, ve por mí. No estuviste metida en la campaña, no te preguntaron nada. A mí me tiemblan las piernas.  —Vaa le, tra  —V tranquil nquila. a. ¿C ¿Con on quién está están? n?  —El m ismo dueño vino hec hecho ho una fur furia. ia. Siem pre m a ndó a a lgún dire direcc tivo, tivo,  peroo hoy a par  per paree ció a prim primer eraa hor horaa y se eenc ncer erró ró ccon on los j ef efes es eenn la sala de j untas.  —Tranquil  —Tra nquilaa , iré y o. Tra Tranquil nquila… a…  —Graa cia  —Gr cias, s, gra gracia cias, s, m mil il gra gracia cias, s, S Sam am i. Atravesó los pasillos en dirección a la sala de juntas. A través de los cristales vio a todos sus jefes sentados en la mesa y un hombre de espaldas a todos zarandeando las manos. Llamó a la puerta y entró con la carpeta. Uno de sus efes sudaba exageradamente mientras se limpiaba la frente con un fino pañuelo  blanco.  blanc o.  —¿Me  —¿ Me quier quieren en dec decir ir cóm o de dem m onios pre pretende tendenn que pre presente sente m i eem m pre presa sa e n

los Emiratos con esta melodía hortera? —Levantó los brazos y gruñó entre dientes—. Y luego viene lo mejor, el logotipo… ¡Una mierda! Se aacer cercó có a su je jefe fe y le tend tendiió llaa ccarpeta. arpeta.  

 —Se lo m odifica  —Se odificare rem m os; le pido un poco de pac pacienc iencia; ia; m iré iré,, aquí tengo e l  proy ecto ec to y el pr presupue esupuesto sto… …  —No… ¡No ¡N o hay ti tiem em po…! Samara se disponía a salir cuando el hombre se dio la vuelta.  —Esto es e s un desa desastre; stre; tengo que venir per personalm sonalmee nte porque no son ca capac pacee s de… ¡Joder! —Un grito casi femenino salió de su garganta repentinamente. Se quedó parada en mitad de la sala de juntas; el individuo que pegaba voces de espaldas era Carlo. Al verla se le dilataron las pupilas y se quedó con los ojos tremendamente abiertos.  —¿Qué  —¿ Qué hac haces es tú aquí? —dijo pe petrifica trificado. do. Toda la sala m iró para ell ella. a.  —Yo…  —Y o… traba trabajj o aquí…  —¿S  —¿ Se conoc conocee n? —El jjee fe de Sam a ra e ra e l que m más ás ccar araa de sust sustoo tenía. Estaba claro que Carlo no tenía ni idea de que ella trabajaba en esa empresa. Se llevó las manos a la cintura apartando la chaqueta del traje y pestañeó nervioso.  —Denm  —De nme… e… unsmdeom ome e nto a similar laesit situac ión… — —dij dijo. o.  —No te m ueva uevas aahí hí —l —lepara e suplicó su jjef efe . uación… Samara movió la cabeza nerviosa y se mantuvo expectante. Carlo sacó el teléfono móvil y aún con gesto de asombro miró a los directivos.  —Necc esito hac  —Ne hacee r una ll llaa m a da a m i aboga abogado. do. —Al dec decir ir esto últ últim imoo m iró a Samara. Sali alióó de la sal salaa y al po poco co re regresó gresó y, ce cerra rrando ndo la puerta, apoy apoyóó llas as m manos anos en llaa mesa.  —Tienenn un m  —Tiene mes. es. N Nii un dí díaa m á s.  —No le defr de frauda audare rem m os, señor A Arm rm ani. Le com pensa pensare rem m os. Carlo miró a Samara y sonrió.  —De e so no m mee ccabe abe la m e nor duda duda..

 

19. Detalles Te ngo que c onfesarte onfesarte que incluso yo a tu lado apr apree ndo cosas nuevas. Empiezo a observar el mundo que tanto daño me hizo, hiz o, y de esa forma forma desc descubro ubro d dee lo qu quee puedo ser capaz c apaz..

*** Dominic miraba a través de la ventana. Aquella mañana había llegado muy temprano a la oficina; había terminado unos asuntos importantes y, tras pedir que no le molestaran, el resto de la mañana se encerró en su despacho. Apoyó la  palmaa de la m a no eenn eell m  palm maa rc rcoo de la venta ventana; na; eesti stiró ró la e spalda y se puso un ccaf aféé de un pequeño termo que su secretaria le traía todos los días. La actividad en la calle era frenética. La gente corría como loca por llegar a sus trabajos y los coches descontrolados atravesaban la avenida. Se quitó la chaqueta del traje, aflojó la corbata y pasó la palma de la mano por su nuca. Samara le había llamado para contarle lo que ya sabía de Carlo. Le habían dado el resto del día libre y ahora esperaba que en cualquier momento apareciiera po aparec porr la ca callle.  —Ahí estás —susurró ace a cerc rcándose ándose m á s a la ve ventana ntana.. Paseaba por la acera con un vestido verde corto y una gabardina marrón entreabierta; llevaba las manos en los bolsillos y su larga melena negra se movía al com pás de sus ppis isadas. adas. Mi Miró ró eell reloj; to todaví davíaa era pron pronto to y paró eenn una pequeña terra er razza de la aace cera ra de enfre e nfrent nte, e, ccubi ubier ertta por un ttol oldo do roj rojiz izoo que se m oví ovíaa ansi ansios osoo  por la brisa. br isa.  —No mire m iress tanto el re reloj loj,, prince princesa. sa. T Tee pondrá pondráss ner nervios viosaa . Observó cómo miraba el teléfono, cómo lo dejaba en la mesa y volvía a mirar la hora. Se rió al notar sus nervios, su forma de azuzarse el pelo y el tembl tem bleque eque habit habitual ual de su rodi rodill lla. a.  —Siem  —S iem pre tan im impulsi pulsiva va —m usit usitó. ó. Cogi ogióó por ter terce cera ra vez el teléf teléfono ono y Dom Domin inic ic sin sinti tióó vib vibra rarr eell suy suy o en eell bol bolsi sill llo. o.  —Dimee , pre  —Dim preciosa. ciosa. —Su voz e ra suave y tra tranquil nquilaa .  —Hola, llegaré llega ré e n diez m inut inutos. os.  —¿Dónde  —¿ Dónde e stás? —pre —preguntó guntó con hipo hipocc re resía. sía.  —En una caf c afete etería ría tom tomando ando aalgo. lgo. C Cer erca ca de tu tra trabaj baj o.  —See guro que está  —S estáss pre precc ios iosaa , com o si siee m pre pre.. Una risa tí tím m ida sonó al ot otro ro lado de dell teléf teléfono. ono.

 —Tóm ate tu ttiem  —Tómate iem po, aquí eestaré staré.. Colgó y siguió observándola a través de la ventana; hacía mucho tiempo que no se sentía tan relajado como aquella mañana; normalmente tenía tantas cosas  

que hacer en la empresa que su cabeza funcionaba a mil revoluciones por  m in inut uto, o, ppero ero eese se dí díaa na nada da le ll llenaba enaba la m mente ente m más ás que ell ella. a. El teléfono de sobremesa sonó y al presionar el botón del manos libres la voz aguda de su sec secre retaría taría retumbó en eell ddespacho. espacho.  —See ñor, la se  —S señorita ñorita Sam Samaa ra está aquí. a quí.  —Bien,  —B ien, que suba. Tras unos La minutos, la puerta y Samara asomó sonrisa devastadora. observó avanzarsonó hacia él, hasta que lalacabeza tuvo acon tanuna sólo unos centímetros de su cara. Bajó la mirada y se recogió el pelo por detrás de las orej as. En aquel mom ento le hu hubi bier eraa besado, pero apenas se atrevió a m irarle.  —Tee noto ne  —T nerviosa rviosa —le dij dijo. o.  —No… Estoy bien. Se acercó un poco más a ella hasta rozarla con la nariz y respiró  profundam  prof undam e nte aaquel quel pe perf rfum umee que tanto le gust gustaa ba.  —¿Qué  —¿ Qué te im impide pide ha hacc er erlo? lo? —dijo—. H Hazl azlo. o. Era tan minucioso en los detalles, tan lento y retorcido en sus movimientos, que aquello excitaba a Samara. y leen besó delicadamente en los sobremanera labios. Se apartó de él Levantó justo en lael cabeza momento que empezaba recorrer con las manos su cintura; la desprendió de la gabardina y luego deslizó de nuevo las manos por debajo de su vestido. Dos finas tiras anudadas a ambos lados de la cadera soportaban el pequeño peso de unas finas  braguit  bra guitas as de a lgodón lgodón.. Sin dej a r de m ira irarla rla sol soltó tó prim er eroo eell lado der deree cho y luego el izquierdo, y tras esto, sutilmente las cogió por el centro y las sacó de entre sus  piernas.  pier nas. Se las m etió en eell bol bolso so de la ga gabar bardina dina y volvi volvióó a poné ponérse rsela. la.  —No olvides olvides que las ll llee vas eenn el bolso —susurró.  —No lo olvidaré olvidaré… … Le arregló los tirantes del vestido; sus mejillas estaban sonrojadas, mezcla de su habitual habitual pu pudor dor y su excitación. Es Estaba taba cconvencido onvencido de que si pasaba el dedo por  su sexo sexo descubri descubriría ría eesa sa pasi pasión ón qu quee si siem em pre aaflo flora raba ba eenn ell ella, a, y eso llee eencantaba. ncantaba.  —Levanta  —Le vanta la ccabe abezza , S Saa m a ra ra.. Ella no soportaba su autocontrol; sabía que la deseaba con toda el alma, pero aun así era capaz de llevarla al límite y parecer el hombre más imperturbable del mundo. *** El edificio de Dominic estaba anexo a otro y ambos compartían un restaurante común que se encontraba en una especie de pasadizo que comunicaba a ambos

 bloques de ofic oficinas. inas. No sol solía ía ir a m e nudo per peroo c uando lo hac hacía ía siem siempre pre se sentaba en una de las mesas más apartadas del local. Allí nadie le molestaba; sus empleados tendían a ser excesivamente amables con él y eso era algo que no le  

gustaba. Por eso, cuando entraron, medio restaurante se quedó observándolos.  —Siem  —S iem pre m e sie siento nto muy obser observada vada cua cuando ndo vengo —m —musit usitó. ó.  —Yaa te dij  —Y dijee que no debía pre preocupa ocuparte rte;; e stás dem a siado pendie pendiente nte de los demás. —Se sentó y avisó al camarero—. La gente es quisquillosa; eres la  primer  prim eraa m uj ujee r que ve venn conm igo y les gust gustaa habla hablarr.  —¿P  —¿ P or eeso so llaa m ujer uj er de la ti tiee nda pe pensaba nsaba que eera ras…? s…? Domini Domin ic porta. sub subiió llaa ccej ej a y la m iró de reoj reojo. o.  —No im importa.  —Ree láj a te un poco, Sam ar  —R ara, a, na nadie die sabe que no lleva llevass rropa opa int inter erior ior.. Si sigues  poniéndote roj r ojaa , será ser á cua cuando ndo not noten en aalgo lgo ra raro. ro. Suspiró algo más relajada y le contó la casualidad con Carlo y todo lo que había pasado en la oficina.  —Séé que te llam  —S llamó… ó…  —Cier  —C ierto. to. —Un llee ve pitid pitidoo sonó en su teléf teléfono. ono.  —¿P  —¿ P uedo sa sabe berr qué te dij dijo? o?  —No —dijo, —dij o, impá impávido. vido.  —T  —Te e nía que intenta rlo.en —S —Sonrió y dio unDominic ssorbo orbo a su zzum umo. o.a subir con ella al Después de int unentarlo. rato laonrió cafetería, volvió despacho. Esta vez, cerró la puerta con llave y giró la manilla del cordón que manipulaba las cortinas venecianas de la mampara. Ella permanecía de pie en mitad del despacho observando lo que hacía hasta que de pronto el sillón de Dominic se giró y Carlo apareció frente a ella. El respaldo era tan alto y ancho que no se había percatado de su presencia y dio un bote del susto.  —Tieness que dec  —Tiene decirm irmee donde com pra prass e l m obil obiliar iario; io; m e e staba queda quedando ndo dormido. Hola, Samarita.  —Hola, Carlo… Car lo… Se levantó y se acercó a ella; intentó pasar la mano por su mejilla, pero ella se apartó apa rtó..  —Tranquil  —Tra nquilaa … —di —dijj o Dom Domini inic—. c—. Está va vacc unado de la rrabia abia..  —¿Mer  —¿ Meree dit dit?? —le pre preguntó, guntó, con la intención de disi disim m ular su iincom ncom odidad.  —Con  —C on su m mar arido, ido, en su m mundo undo impe imperf rfee cto y a burr burrido. ido.  —No sabía… sabía …  —Lógico, per peroo no te pre preocupe ocupes, s, pronto la ve vera ras. s. Sé que soi soiss m uy am igui iguitas. tas. Mi su sum m is isaa es eencantadora. ncantadora. Lógi Lógico, co, la educo e duco y o. « Ya qu quiisi siera erass tú» . Se giró hhac acia ia Domini Dominic, c, que perm anec anecíía aapoy poyado ado en la vent ventana. ana.  —¿S  —¿ Sigue eenn pie lo del sába sábado? do?  —Allí nos vere ve rem m os. —Se ac acer ercó có a la m e sa y le entr entregó egó una c ar arpe peta—. ta—. Esto

es tuy tuy o; acuérdate ac uérdate de ffirma irmarr eenn las las dos copi copias. as. Carlo cogió la documentación y, tras pasar la mano por la nuca de Dominic, en un gest gestoo fraternal ssee aacer cercó có a Sam ara y la besó en llaa m ej illa.  

 —Ha sta eentonce  —Hasta ntoncess pues… Salió con rapidez y Dominic volvió a su lado; pasó los dedos por la fina tela que cubría sus pezones y los pellizcó suavemente hasta provocar en ella un leve gemido de dolor.  —See bue  —S buena na cchica hica;; quí quítate tate eell vesti vestido do y apoy a las m manos anos eenn la m mee sa. Aquella orden desorientó a Samara; obedeció rápidamente y se colocó de espaldas a éla suplicando silencio nadie llamara a la puerta.  —See par  —S para la lass pi pier ernas; nas;en quiero ve verte rteque bien.  Notó su m ano a c ar ariciar iciar sus na nalgas lgas y rozar leve levem m ente su se sexo. xo. Si Sinti ntióó pudor al notar su propia humedad y la facilidad que tenía de excitarla con pequeños detalles.  —Cre  —C reíí que e ra rass m e nos tí tím m ida; m e sorpr sorprende ende tu ver vergüenza güenza y tu pudor pudor.. —Le dio una suave palmada en el culo y con un toque de pie le hizo separar más aun las pier piernas. nas.  —Inclí  —Inc línate nate y sepa separa ra c on las m a nos ese c oñit oñitoo —dij —dijo—. o—. Va s a per perder der la vergüenza conmigo. Le latía el corazón cien por hora. Hizo lo estaba que le tan pidió y se quedó rezando porque aquelloaterminara. El despacho iluminado que quieta pensó en sus mil defectos y en si él se daba cuenta de lo mal que lo estaba pasando. Sint intió ió ssuu m mirada irada inqui inquisi sitori toriaa por todo todo el cue cuerpo, rpo, cóm o obs obser ervaba vaba m inuciosam inuciosamente ente su entrepierna y cómo volvía a incorporarse de nuevo tras ello. Sus pechos rozaban la encimera; sus caderas clavadas en la mesa y sus manos abriéndose la hacían realmente apetecible. Se sacudió nerviosa cuando sintió la punta de su m iem iembro bro apoy apoyar arse se en la ent entra rada da de su ano para vol volver ver a atorm atormentarlo entarlo otra otra vez. vez.  —Quieta…  —Quieta … Sabía que le dol dolíía, que j am ás se aacost costum umbraría; braría; él no lloo perm itiría, tiría, no ddej ej ar aría ía que se acostumbrara, dejaría pasar el tiempo para volver a hacerla suya así. De esa forma, el dolor sería el mismo y su placer igual. Samara se aferró a la encimera al notar la primera embestida que la abrió en dos. Apoyó la mejilla en la mesa y pudo ver el brillo de sus ojos que anunciaban el llanto, que denotaban que el e l do dolor lor er eraa insop insoportable. ortable.  —No debes de bes gr grit itar ar… … —Le susurr susurróó al oído—. No quer querrá ráss que te eescuc scuchen, hen, ¿no? Meneó la cabeza negativamente y se mordió el labio inferior. Estaba ansiosa de que la poseyera, pero no de esa forma, no con aquel dolor tan desagradable, al cual no llegaba a acostumbrarse. Su sexo latía ansioso, pero sus embestidas cada vez más bruscas hicieron desaparecer el deseo que sentía en aquel momento, y cuando al fin paró y se apartó de ella, sintió un vacío casi doloroso.  —Saa m a ra.  —S ra . —S —Suu nom nombre bre sonaba siem siempre pre dist distint intoo cua cuando ndo se ac acer erca caba ba a su

oído y lo decía—. Mírame, Samara. Se incorporó torpemente; sus piernas temblaban y le ardía el culo horriblemente. Le entregó su vestido y la ayudó a anudarlo en la espalda. Era  

consciente de su capacidad por desubicarla; la abrazó y besó en la frente y, al rodearla con los brazos, sintió que la emoción la embriagaba. Eran tan pocas vecess llaa que le sent vece sentíía tan ce cerca rca… … y ell ellaa nec necesi esitaba taba esa par parte te de él y lo sabí sabía. a.  —Levanta  —Le vanta la ccabe abezza cua cuando ndo salgas por esa puer puerta. ta.  —Quieroo queda  —Quier quedarm rm e cconti ontigo… go… Se rió y, acercándose a la mesa, pulsó el botón del teléfono.  —Dígam , señor señor. .ra m í o puede eesper  —¿Tiene  —¿ Tiene ealgo pa para speraa r a m aña añana na?? —dijo se secc am e nte.  —No, señor señor,, las ll llam am ada adass im importa portantes ntes y a las ate atendió ndió e l señor Luis; el re resto sto  puede e sper speraa r.  —Graa cia  —Gr cias. s. —Tra —Trass esto, colgó. Se quedó pensativo mientras se ponía la chaqueta del traje… cogiendo la gabardina de Samara, se la puso sobre los hombros.  —Levanta  —Le vanta la ccabe abezza , S Saa m a ra —volvió —volvió a rrepe epeti tirle rle.. Respiró profundamente y salió con él al pasillo; Dominic se adelantó para hablar habl ar ccon on uunn ho hom m bre que est estaba aba eenn llaa m esa m ás cer cercana. cana. El Ellla eesp speró eró ce cerca rca del aascensor su lado. lado. y dos mujeres se acercaron justo al mismo tiempo que Dominic volvía  —See ñoritas… —dijo eeduca  —S ducadam dam ente ente..  —Bue  —B uenas nas tar tardes, des, se señor ñor —c —contestar ontestaron. on. En el ascensor el silencio cortaba el ambiente; sabía que sus empleados le tenían por un hombre excéntrico y demasiado receloso de su vida. Jamás había hablado con ninguno, si no era absolutamente imprescindible. Sabía que le tenían un respeto enorme, pero este era directamente proporcional a su curiosidad por  él. Fueron Fueron para parando ndo en varias pl plantas antas y a m edid edidaa que eent ntra raban ban y veían a Dom Domiinic nic los empleados se apelotonaban en la parte delantera del ascensor intentando no molestarlos en aquel espacio tan reducido. Nunca se había fijado en aquellos detalles; iba siempre demasiado inmerso en sus pensamientos para darse cuenta de todo lo que pasaba en torno a él. Le hizo gracia ver a seis personas dándole la espalda, como si fueran a saltar de un tobogán y esperaran el pistoletazo de salid sal ida. a. Llegaron a la plant plantaa baj a y el asce ascens nsor or quedó vvac acío ío;; uuna na m más ás y llegaron al garaje. Al salir, Samara tiró de su mano, angustiada por sus propios  pensam  pensa m ientos, y le hiz hizoo fr frena enarr.  —Domini  —Dom inicc … ¿¿Qué Qué pasa el sá sábado? bado? Paró Pa ró delant delantee del coche y le abrió llaa puer puerta ta del copi copilloto oto con educac educació ión. n.  —Sube  —S ube y no des vue vuelt ltas as a las ccosas. osas.  —Domini  —Dom inicc … —re —repit pitió, ió, ssupli uplica cante. nte.  —Saa m a ra —la inter  —S interrum rum pió—, una ve vezz m e pre preguntaste guntaste qué har haría ía si m mee dec decías ías

que no, ¿recuerdas? Asinti Asin tióó ccon on la ccabe abezza.  —Hoy te pr pree gunto y o a ti. ¿¿Me Me diría diríass que no?  

 —No, no te diría que no —dijo.  —Que no te pre preocupe ocupe entonc entoncee s lo que pa pase se eell ssáá bado.

 

20. Treint Tre intaa m inut inutos os  No c reas que disf disfruto ruto castigando tus impertinencias impertinenc ias.. No e s algo que que m mee llene de gozo. T Tee dije una vvez ez que sería implacable cuando cometas un error.

*** Durante el resto de la semana, Samara estuvo inmersa en dos posiciones totalmente contrarias. Por un lado estaba feliz porque, por unos días, Dominic había sido sido un po poco co m ás ccar ariñ iñoso oso con ell ella, a, aatent tentoo e incluso afe afectuoso ctuoso.. C Conocer onocer esa  parte  par te de é l le otorgaba una segur seguridad idad que cr creía eía habe haberr per perdido dido tot totaa lm lmee nte, per peroo  por otro lado las duda dudass la aatorm tormee ntaba ntaban; n; una pa parte rte de ella la m ante antenía nía eenn aaler lerta ta y le decía que algo hhabía abía detrás de aquell aquellaa condu conducta cta aafable fable por par parte te de éél.l. Aq Aquell uellaa sensación la acompañó durante varios días; ella era una mujer suficientemente inteligente para darse cuenta que aquella pausa que le daba tendría un fin. A esta sensación de desasosiego se unió el hecho de tener a Carlo todos los días  paseaa ndo por la ofic  pase oficina, ina, pe pero ro por suer suerte te pa para ra e lla lla siem siempre pre e staba a c om ompaña pañado do de dos asesores personales pe rsonales que no le de dejj aba abann sól sóloo ni un minut minuto, o, por lo que ni ssiqu iquiera iera él tuvo tuvo ttiem iempo po para ac acerc ercar arse se a ell ellaa con sus cont contiinuas prov provocac ocacio iones. nes. Era viernes  estaba a punto de salir de la oficina. Su bolsa de viaje estaba preparada en el sofá de su despacho; quedaban tan sólo unos minutos para ver por la ventana el coche negro ne gro de Domini Dominic. c.  —¿S  —¿ Siem pre viene vieness con eesas sas ffaa ldi lditas tas tan ccorta ortass a tra trabaj baj ar ar?? Se dio la vuelta y vio a Carlo en el umbral de la puerta. La observaba con sus inmensos ojos azules y aquellos mechones desordenados de pelo rubio cayendo  por su frente fr ente,, enloque enloquecidos. cidos.  —¿S  —¿ Siem pre e re ress ttaa n ca capull pullo? o? —conte —contestó stó.. Se rriió con ssarc arcasmo asmo y cer cerró ró la pu puerta. erta.  —Vee nga, Sam a rita, no sea  —V seass tan borde conm igo. Se aproximó a ella curioseando entre los papeles que veía a su paso, como si estuviera buscando algo. Cogió un porta-fotos de sobremesa y lo miró; Samara iba colocando todo lo que cogía a medida que revolvía sus lapiceros, y sus  pequeños  peque ños tac tacos os de pape papeles les de c olore oloress donde anota anotaba ba teléf teléfonos onos y alguna orde ordenn  pendie  pendiente. nte.  —¿Qué  —¿ Qué quier quieres, es, Car Carlo? lo? Se dio la vuelta y casi estuvo a punto de chocar con ella; la repasó de arriba

Se dio la vuelta y casi estuvo a punto de chocar con ella; la repasó de arriba abajoo vvarias abaj arias vvece ecess y profi profirió rió un unaa m ueca ccómica. ómica.  —Qué quiero… —Dio un suspi suspiro ro y gruñó.  —Séé lo que pre  —S pretende tendess cconm onmigo igo y no lo va vass a conse conseguir guir —dijo, desa desafia fiante—. nte—.  

Tenlo claro.  —No ladr ladree s a ntes de ti tiee m po, chic chicaa li list staa . Y no m e subesti subestim m es; que no sea seass mía no significa que llegado el momento no pueda hacer contigo lo que me  plazca  plaz ca..  —Déjj am e eenn paz, C  —Dé Caa rlo. —S —See apa apartó rtó de él—. O si no… Sol oltó tó una ca carc rcaj aj ada y la cogi cogióó por llos os hhombros. ombros.  —¿O O en si no qué? ¿M ¿Me e vas cosas, a pega pegarquerida… r otra de tus bofe bofetada tadas? s? Oh, sí… Tu c a rá rácc ter  me —¿ pone bandeja muchas Sam ara ar a se aapartó partó ddee ééll cuando in intent tentaba aba ccoger oger su ca cara ra..  —¿No  —¿ No ve vess que por las buena buenass to todos dos saldre saldrem m os gana ganando…? ndo…?  —Me advirtier advirtieron on de que m e m antuvier antuvieraa a lej a da de ti ante antess de c onoce onocerte rte;; eress un ere un enferm enfermo. o. Abrió sus enormes ojos y volvió a sonreír dejando al aire una fila de dientes  blancos.  blanc os.  —¿Y  —¿ Y qué m e dice dicess de ti ti,, Sam Samar ara? a? —S —See dej ó ccae aerr e n el e l sofá y apa apartó rtó la bols bolsaa de viaje—. ¡Dime! ¿Qué me dices de ti? —Abrió los brazos como suplicando al cielo y frunció ceño—. ¡La zorrita de Dominic! Cuando me dijeron existías, no podíael creérmelo; tenía que conocerte, tenía que saber qué tipoque de mujer era la que perseguía a mi hermanito mayor desde su infancia. Ahora la había… ¿Conseguido? —Se mofó—. No… Obligado es la palabra, sometido a sus  bipolar  bipol aridade idades, s, sus a m ora orali lidade dades… s… —F —Fij ijóó sus ojos oj os en ella—. No podía ser una simple sumisa, demasiado fácil, una mujer que se somete y disfruta con ello no es plato para Dominic.  —No sé dónde quier quieree s lllega legarr.  —Por  —P or eso le vene venero ro Sam a ra ra,, vene venero ro c ada una de las c osas que hac hacee , e s tan deliciosamente retorcido y destructivo que eligió al amor de su vida para tal fin. o podía ser otra sino tú… Se levantó y encendió un cigarrillo que sacó de su chaqueta.  —Hasta  —Ha sta m a ñana ñana,, rricur icuraa —dij —dijoo aabrie briendo ndo la puer puerta—. ta—. P or c ier ierto, to, eesm smér éraa te un  poquitoo m á s con m i ccaa m paña  poquit paña,, tu ge gente nte depe depende nde de ti… ti… —Salió —Salió c anturr anturree a ndo la m aldit alditaa ccanc ancion ioncita—. cita—. Oh, nena, vini vinist stee a m i m mundo undo… … vol volando… ando… Cerró la puerta de un portazo y, tras recoger sus cosas, bajó a la calle, donde Dominic la esperaba en el coche. Aquel viernes no había mucho tráfico; no le dijo durante el viaje nada de su conversación con Carlo; al llegar a casa Luis estaba tumbado en el sofá y corrió a su lado intentando buscar el consuelo de sus abrazos. Estaba agotada, aquella tarde.  —¿Qué  —¿ Qué pasa pasa,, Sa m ? —A —Aquella quella dulz dulzura ura en sus pa palabr labras as e ra rann suficientes suficie ntes par paraa calma ca lmarr su al alm m a—. V Ven, en, ttúmba úmbatte a m i lado lado,, mi am or…

 —Ca rlo m  —Ca mee aatorm tormee nta —susurró ccon on puche pucheros. ros.  —No le haga hagass ca caso, so, m mii niñ niñaa . —Ri —Rióó y la eestrec strechó hó eentre ntre sus bra brazzos—. T Taa m bién es mala suerte que de todas las empresas que hay dé con la tuya.  

Dominic se había metido en el despacho y hablaba por teléfono acaloradamente, así que se quedó el resto de la tarde con Luis en el sofá, el cual no dejó de besarla y abrazarla en todo momento.  —¿Qué  —¿ Qué pasa m a ñana ñana,, Luis?  —Es el cum c umplea pleaños ños de Car Carlo… lo… Pa Pasar saree m os el fin de se sem m a na en e n su ca casa. sa.  —¡Noo puede ser ver  —¡N verdad! dad! ¡N ¡No! o! —gimió. —gim ió.  —Tienes s quertetene tener r pac pacienc iencia; nouerda esta estará ráqueMer Meredit, edit, que em —Tiene peño en saca sacarte de tus casi casill llas. as.ia;R Rec ecuerda es lo qque ueasí qui quier ere… e…pondrá todo su *** Al día siguiente Dominic la despertó temprano y dos horas después ya estaban delante de la inmensa casa de Carlo, un amplio cubo de mármol que trasmitía la m is ism m a ffriald rialdad ad que éél.l. C Cuando uando ent entra raron ron en la finca, dos enorme enormess dogos dogos alem anes les recibieron y acompañaron a la puerta de entrada. Carlo esperaba vestido con un pantalón de traje y una camisa ligeramente abierta color marfil, que dejaba entrever la falta de bello natural en su cuerpo. Samara se sintió aliviada al ver a Yelina, Xiamara y la elegante estampa de Roberto frente a la mesa de comedor. Las muchac m uchachas, has, qque ue hasta ese m om omento ento est estaban aban de rodi rodill llas as a ca cada da lado de la si sill llaa de su señor, se incorporaron y la llenaron de besos y abrazos. Tras esto, volvieron a su posición.  —Bee ll  —B llaa Sa m ara ar a , siem pre e s un plac placee r volver a ver verte te —le dij dijoo Roberto ccon on su aire aris ar istó tócra crata, ta, m miientras ac acar arici iciaba aba el ca cabell belloo de Y Yeli elina. na.  —Hola, Sam a rita. —C —Caa rlo pasó por dela delante nte de ella y le entr entree gó un pe pequeño queño vaso con un licor que olía a almendras.  —No bebo… be bo…  —Oh, no sea seass m ale aleduca ducada; da; hoy e s m i ccum umplea pleaños. ños. V Vaa m os, pr prec ecios iosaa , no m e hagas ese feo. —Hasta su tono era desquiciante; sonrió falsamente y asintió con la ccabeza. abeza. Miró a Dominic; le hizo un gesto para que aceptara el licor y ella de mala gana se lo bebió. Al instante le dio otro vasito y repitió la operación hasta que Dominicc le m Domini mandó andó para pararr.  —¿Nunc  —¿ Nuncaa te e m borr borraa cha chas? s?  —Caa rlo… —Dom  —C —Domini inicc lo m miró iró de soslay o.  —Vaa le, pa  —V papi… pi… Durante la comida y el resto de la tarde, Samara hizo lo posible para no quedarse un minuto a solas con Carlo. Estaba convencida que intentaría sacarla de sus casillas en el mismo momento que se quedaran a solas, pero en un

momento de la tarde tuvo que ir a la cocina a coger un vaso de agua para Dominic, Domini c, y cuando ce cerró rró la never neveraa ccon on llaa int intención ención ddee rregre egresar, sar, ahí est estaba aba él.  —¿Nunc  —¿ Nuncaa te c ansa ansas? s? —le eespetó. spetó.  

 —Lo estás e stás ha hacc iendo m uy bien; se nota que e stas ccaa naliz nalizaa ndo toda tu fur furia. ia. —  Al decir esto, elevó los brazos con sorna y cerró los ojos.  —Yoo soy m á s li  —Y lista sta que tú. Dom ini inicc nunca m e dej a rá c onti ontigo; go; soy lo suficientemente astuta para que eso no pase —dijo con dignidad. Carlo ar lo llaa m iraba con una sonrisa de m edio llado ado y las m manos anos en los bbol olsi sill llos. os. S Suu  pelo rubio no esta estaba ba e ngom ngominado inado c om omoo de costum costumbre bre,, y si no fue fuera ra por la maldad se dibuja susasojos, parecería querubín indefenso y lleno de dulzzura dul ura.. que S See apoy ó eenn lasenpunt puntas de sus zzapa apatos tos yunsus suspiró. piró.  —No m e c a be la m enor duda de que e re ress m uy list listaa ; eess m á s, solo de pensa pensar  r  en tu sublime inteligencia se me pone dura.  —Caa pull  —C pulloo egoc egocéé ntrico… —dij —dijoo entre dientes. Lo vio sonreír nuevamente y alzar la vista por encima de ella. Samara escuchó unos pasos tras ella y al girarse el corazón le dio un vuelco.  —La par parte te que m ás m e ha gust gustaa do ha sid sidoo la de que er eres es suficie suficientem ntem ente astuta para conseguir que yo no haga algo. —Dominic se frotaba la frente y m iraba aall ssuelo uelo al algo go ddesconce esconcertado— rtado—.. Madre m ía…  —No… Sóloapenas Sólo llee conte contestaba, staba, D Dom omini inic… c… N No o quer quería ía de dec c ir él quemovía tú… la cabeza de Su voz era perceptible; intentó explicarse pero izqui quier erda da a dere derecha cha si sinn apenas eescucharla. scucharla.  —Caa rlo, déj a nos un m  —C mom omee nto, po porr ffaa vor vor.. Cuando Carlo salió, la cogió por los hombros. Samara intentaba decirle que todo lo que había dicho era por fastidiarle, que no se refería a él en ningún momento y era cierto, pero Dominic la miraba ferozmente sin apenas prestar  atención a lo que hablaba.  —No te voy a per perm m it itir ir que por def defende enderte rte e n un j uego de patio de c olegio con Carlo pongas en entredicho mi autoridad, Samara. No tienes ni idea de lo que acaba ac abass de conseguir conseguir.. V Vee al salón. Salió con el rostro congestionado. Luis se dio cuenta de su angustia y fue a su lado.  —Lo consiguió, ¿no? —dijo—. Mira que te a vis viséé , S Saa m .  —Luis… m e provoc provocóó y le dij dijee c uatr uatroo tont tonter erías, ías, per peroo tengo tan m ala suer suerte te que Dominic estaba detrás; soy una estúpida. La conversación terminó en el mismo momento en que Dominic apareció  por la puer puerta ta y la ll llam am ó. Tiró de su m a no y la lle lle vó hac hacia ia una espe especc ie de  bibliot  bibl iotee c a, donde Carlo e sper speraa ba. Una hil hilee ra de esta estanter nterías ías diáf diáfaa nas plaga plagada dass de libros se extendía por ambos lados de la habitación, y al fondo había un pequeño sofá y una mesita baja. Varios discos de vinilo de ópera se dispersaban por la mesa. Dominic la empujó al centro de la habitación, de tal manera que Samara

quedó entre aam m bos hombre hombres. s.  —Tieness treinta m inut  —Tiene inutos os —l —lee dij o. Samara lo miró horrorizada. No era el temor a Carlo; era la rabia por ser   

cedida de aquel modo a su m cedida may ay or enem igo en aqu aquel el m mome oment nto. o.  —Domini  —Dom inicc , por ffavor avor… …  —Obedec  —Obe decer eráá s todo lloo que sa salga lga de su boca sin un ma mall gesto, com o si de m míí se tratase. Siempre te he tratado por encima del resto de las mujeres de Quimera; en el momento que cierre la puerta, eres lo mismo y de él. Tras decir eso, cerró la puerta y quedó sola frente a Carlo, que se acercó lentamente a ella. aaía unos centímetros, se rió y al instante resoplóó un me resopl mechón chónCuando de pelo estuvo qque ue le ccaía por pocos la ffrente. rente.  —¿V  —¿ Ves ccóm ómoo soy m ás list listoo que tú…? Iba a insultarlo, pero sintió una fuerte bofetada que le llevó la cara hacia la derecha. dere cha. T Tensó ensó llaa m andí andíbul bulaa y se ll llevó evó la m mano ano a la m ej illa. illa.  —Sii has hec  —S hecho ho esto sól sóloo par paraa ac acost ostaa rte c onm onmigo… igo…  —No, quer querida ida m ía… te puedo a segur segurar ar que lo que m e nos tengo gana ganass aahora hora es de eso. No es mi prioridad. Date la vuelta —ordenó. Samara se giró enrabiada; recordó las palabras de Dominic y tragándose su orgullo se giró ofuscada. Carlo cogió algo de un paragüero y cuando intentó gi gira rarse rse epar para a ve ver qué unas eera ra si sint ntió ió uns go golp lpe e sec secó eell tra trasero. sero.  —Te  —T voy ar dar simple simples re reglas glas deó cenonducta onducta, , las que a ún m i her herm m a nit nitoo mayor no te ha enseñado. En el momento que no seas lo suficientemente rápida o pongas alguna pega… —Otro golpe seco la hizo gritar— te daré con la fusta como hago con mis yeguas cuando no corren. —Soltó una carcajada y se apartó un poco—. Quítate Quítate la rropa. opa.  —Por  —P or Dios… —susurr —susurró. ó. Otro golpe m á s fue fuerte rte la bala balance nceóó hac hacia ia dela delante—. nte—. ¡Voy ¡V oy… … voy voy…! …! Se quedó desnuda de espaldas a él. No recordaba sentirse tan humillada en su vida. Carlo se apartó más hacia atrás, podía oír sus pisadas en la tarima alejándose.  —Lass m  —La manos anos eenn la nuc nucaa y sepa separa ra las piernas. pier nas. Por momentos pensó si Meredit sufría aquel tormento y si disfrutaría con ello. Ella no estaba acostumbrada… le ordenó ponerse de rodillas y su sorpresa fue lo que le pidió.  —Ahora,, ven a gata  —Ahora gatass hac hacia ia m í. Quier Quieroo ver c óm ómoo te m ueve uevess a c uatr uatroo pata patass  por el suelo, y m á s te vale no leva levantar ntar la vist vista, a, a m e nos que y o… te orde ordene ne lo contrario. Se acercó con la cara hirviendo y la mirada en el suelo hacia él. Aquel recorrido le pareció eterno y, cuando tuvo los zapatos de Carlo a tan sólo dos cent ce ntíme ímetros tros de su ca cara ra,, paró en seco.  —Date  —Da te la vue vuelt ltaa y sepa separa ra las piernas pier nas —dij —dijo. o.

Ella masculló algo en bajo y la fusta descargó su ira en uno de sus pechos.  —No m e haga hagass leva levantar ntarm m e… Te ase aseguro guro que no te gust gustaa rá sabe saberr de lo que soy capaz.  

Se gi giró ró rá rápi pidam damente ente y separa separando ndo llas as piernas si sint ntió ió cómo Carlo jjugaba ugaba ccon on su ano; notó cómo se inclinaba hacia ella y se quedaba inmóvil detrás.  —Di « ah» —le eespetó. spetó. Sintió cómo algo entraba en su culo de una forma tan repentina que no pudo contener un grito de dolor, e intentó gatear hacia delante, pero Carlo la sujetó por  el pelo y acabó ac abó de clavar lo que fuera aquell aquelloo en su ano.  —Tranquil  —Tra nquila a …eeso…? T Todas odas—j os aaac c abá abáis is ac acostu ostum m bra brando ndo a m is jugue juguetes… tes…  —¿  —¿Qué Qué… … es so…? —ja deó.  —El hombre hom bre del sac saco. o. La levantó por el pelo y la lanzó sobre el sofá, dejándola a cuatro patas; giró el instrum instrumento ento que ll lleva evaba ba eenn el culo y le vol volvi vióó a pr provocar ovocar un gem gemid idoo de dolor dolor..  —Ahora,, si vas a tene  —Ahora tenerr que dil dilaa tar ese c oñit oñito… o… porque ahor ahora… a… si te voy a follar… Al oír aquellas palabras, le entró el pánico. Estaba tan comprimida con aquel monstruo dentro de ella que al notar cómo resbalaba su miembro por su vagina creyó que iba a partirse en dos. La tenía sujeta por las caderas y el respaldo del sofá —¡N impedía moviera  —¡No, o, no,que no,seno! —gritó.o intentara huir. Le tapó la boca y empujó clavándose en ella violentamente. Sus ojos se llenaron de lágrimas y empezó a sollozar bajo su mano. Se aferró con fuerza al sofá y suplicó en silencio que aquello terminara rápido, pero Carlo se encontraba sumido en un clímax que le impedía ni siquiera pensar en un fin. Cuando estaba a  punto de desca de scarga rgarr en ella, ti tiró ró del instrum instrumee nto del diablo y la pe penetr netróó por detr detrás, ás, algo que apenas Samara notó dada la dilatación que tenía en ese momento… y con varias y prol prolong ongadas adas ccabalgadas abalgadas term termin inóó en eellla to total talm m ente eext xtenuado. enuado. Le ardía todo. Tenía los inmensos brazos de aquel demonio a cada lado de su cara, y apenas podía moverse por su peso. Las rodillas le temblaban y el trasero le quem aba. Carlo se in incorporó corporó y cogi cogióó alg algoo de llaa m esa baj a.  —No te m ueva uevas, s, voy a rree c orda ordarte rte por unos días tu ma mall com comporta portam m iento. Se giró; lo vio sujetar un rotulador con la mano y sintió la punta en su piel, al final de la espalda.  —Vee a m os… « Soy una zorr  —V orrit itaa m a leduc leducada ada»» —dij —dijo—. o—. Eso e s… Es un  perm  per m ane anente… nte… te ccost ostaa rá quita quita rlo unos dí díaa s, pre preciosa. ciosa. Se derrum bó en el sofá hasta que ti tirando rando de eell llaa la levant levantóó ca casi si en eell aire y la ató con unas esposas a la pata de la mesa. Estaba desnuda, con el rímel corrido  por e l ll llaa nto y e n una sit situac uación ión lam e ntable. Se apa apartó rtó ar arre reglándose glándose y m iró e l reloj.  —¿Me  —¿ Me va vass a de dejj a r aaquí? quí? —le dij dijoo dese desesper speraa dam e nte.

 —Es que se m e ha hann pasa pasado do los tre treint intaa m inut inutos, os, ricur ricuraa … ***  

Cuando Dominic abrió la puerta de la biblioteca, Samara estaba totalmente dormida, en el suelo, en una postura casi estrafalaria. Soltó sus muñecas de la m esa y le m eneó llaa ccara ara para que vo vollviera viera en sí sí..  —Vaa m os, nena  —V nena… … despier despierta… ta… La levantó en brazos y se la llevó aún desnuda al sofá. Se sentó con ella y la apretó con fuerza a su pecho. En aquel estado de agotamiento, Samara sintió como si la balanceara hacia delante y atrás. Fue despertando poco a poco y al ver a Dominic rodeándola con sus brazos una calma inmensa la invadió por  completo. Se aferró con fuerza a su pecho y comenzó a llorar  desconsoladamente.  —¿P  —¿ P or qué m e dej a ste c on é l? —re —repetía petía una y otra vez—. Es per perver verso so conmigo…  —Niña, los casti ca stigos gos son ca casti stigos; gos; no existe na nada da m á s despué despuéss de eell llos. os.  —Me hizo hizo daño —m usit usitó. ó.  —Vaa m os, no e s pa  —V para ra tanto, sólo que no está estáss aacc ost ostum umbra brada da a ese tra trato. to. —La  besó e n la frente fr ente y las m e j il illas—. las—. Ya pasó. Te ha hass portado m uy bien, lo que te duele es la humillación, apenas te ha tocado…  —¡Haa sido horr  —¡H horribl ible! e! —se lam e ntó—. ¡H ¡Horr orribl ible! e!  —Lo he vist vistoo todo, pr prince incesa; sa; j am ás te dej a ría a solas con nadie nadie.. —V —Volvi olvióó a llenarla de besos y la balanceó entre sus brazos.  —Tú ere er e s di dife fere rente. nte.  —No, son dist distint intas as for form m a s de ll llee gar a l m ismo sit sitio. io. Dife Difere rentes ntes m é todos todos,, créeme…  —¡Lo odio! —grit —gr itó. ó. Domin Dom inic ic so solt ltóó un unaa suave ca carc rcaj aj ada y vol volvi vióó a pegar su ca cara ra a él.  —No sea seass ter tercc a; Carlo te apr apree cia m á s de lo que tú m isma te podrá podráss dar  cuenta. Se levantó con ella en brazos y la sacó de la biblioteca. Estaba tan agotada que apenas le importó que pasara por delante del resto de invitados con ella totalmente desnuda en el cuello. Incluso pudo ver a Luis y su gesto de tristeza cuando subió con ella las escaleras hacia la planta de arriba. La metió en la  bañera  bañe ra y tra trass a pli plicc ar arle le j a bón por todo el c uer uerpo po delica delicadam dam ente ente,, la a cla claró. ró. No  pudo contene c ontenerr una ca carc rcaj aj a da a l ve verr la fr fraa se que Carlo había e scr scrit itoo con e sm smer eroo al princip principio io de sus nalg nalgas, as, y tras ay udarla a sali salirr de la bañe bañera ra la m eti etióó en la ca cam ma cuidadosamente.  —V  —Ve e ngoDominic ahor ahoraa , quéda quédate aaquí. quí. que la habitación era inmensa. Las paredes Cuando salió,te observó

eran blancas y sobre el techo pendía una inmensa pantalla de televisión amenazando con caerse en cualquier momento. Un aparador de líneas rectas frente a ella estaba inundado de perfumes y botes de distintos tipos de cremas. El cabecero estaba tapizado en piel y el lateral derecho era un inmenso cristal que  

comunicaba con una terraza llena de sofás de mimbre y bonitos cojines de colores. Se acurrucó en la cama y al oír la puerta se giró esperando ver a Dominic, pero la imagen de Carlo le hizo dar un brinco.  —¿Estás  —¿ Estás bien? —dijo aacc er ercc á ndose a la ccam am a . Le dio la espalda e hizo como si no lo hubiera escuchado. Sintió el peso de su cuerpo cuer po ssobre obre la ca cam m a y su braz brazoo llaa giró ddeli elica cadam damente. ente.  —Saa moa ra,  —S ra no m e odies. Apr Aprende enderá ráss a dife difere renc nciar iar los sentim sentimientos ientos de la disciplina el ,castigo. Por un momento pensó en abofetearlo, pero su mirada por primera vez era sincera. Sus ojos eran tan azules que parecían confundirse con el blanco de sus ojos y difuminarse. No tenía su habitual expresión de malicia que lo caracterizaba, simplemente era amable con ella. Se quedó sin saber qué decir. Carlo se inclinó sobre ella y la besó en los labios apasionadamente. Se quedó  pegado  pega do dura durante nte va varios rios segundos, abr abrió ió la boca y m e tió tió la lengua en su boca boca,, luego le mordió suavemente el labio inferior y volvió a plantarle un beso en los labios. Samara estaba tan descolocada que ni siquiera reaccionó. ¿Acaso era cierto quea no odio? aquella forma de vida hacía pasar de ser  verdugos losexistía hombres más¿Que maravillosos? Le miró con les curiosidad mientras le cogíaa la m ano y se llaa besaba. cogí  —Mi casa ca sa eess tu c asa asa,, pre preciosa. ciosa. P ide todo lloo que de desee seess y m á s… Se baj ó ddee la ccam am a y se di dirig rigió ió a la puerta.  —Caa rlo… —S  —C —Saa m a ra se había incor incorpora porado do y lo m ira iraba ba fija fij a m e nte desde la cama—. Feliz cumpleaños… Una suave risa se dibujó dibujó en sus labi labios os mient mientra rass abría llaa puerta y se alej aba.

 

21. Carlo Cuando una mujer pasa lo que tú has pasado es imposible no  pelearse  pele arse ccon on su pr propia opia concie conciencia. ncia.

*** Carlo era una mezcla de excentricidad, elegancia y osadía, unos años más joven que Dominic y carente de la discreción que te dotan los años de experiencia. Demasiado caliente en sus decisiones, demasiado osado en sus formas. Pero incluso en Carlo había un remolino de sapiencia que lo envolvía, una destreza e inteligencia poco habitual. Sus rasgos dulces y su sonrisa melosa disimulaban su mente retorcida y amoral. ¿Cuántas mujeres jóvenes habrían caído en sus garras? ¿Cuántas habrían sufrido sus desequilibrantes deseos durante años? Pero cuando Carlo sonreía podía verse esa malicia innata en él, una mueca casi  burlona que le ha hacía cía e ntre ntrece cerr rraa r los oj ojos os y sonre sonreír ír de una for form m a c asi desequilibrada. Amaba a Meredit, nunca lo demostraría abiertamente pero la am aba. Ell Ellaa poseí poseíaa la bond bondad ad de la que ééll care carecía, cía, su ent entre rega, ga, su m ira rada da humil humilde, de, la so sonris nrisaa que si siem em pre la ac acompa ompañaba, ñaba, tí tím m ida ida e insegura. insegura. La noche en que la conoció quizá fue la única en su vida que realmente mereció la pena. Sentada en mitad de la noche en un banco del parque, sollozaba  por las c onti ontinuas nuas pele peleaa s en ca casa. sa. P ase aseaa ba sol solo, o, porque sol soloo podía pensa pensarr e n qué hacer con su vida. Sus padres habían fallecido, poseía un imperio a punto de caer   por la m a la ge gesti stión ón de los años pasa pasados dos y a hora él, e l desdicha desdichado do huér huérfa fano, no, e l caprichoso hijo del Rey Herodes demostraba al mundo que era mejor que todos  sacaba adelante lo que parecía destruido. Porque nadie había tenido fe en él,  peroo lo había logra  per logrado, do, com o siem siempre pre,, tot totalm alm ente solo. Y a llí llí esta estaba ba la j oven de cabello rubio y piel pálida, bajo la luz amarillenta de una farola sentada en un  bancoo de un par  banc parque que e n m it itad ad de la noche noche.. En el m ismo m om omento ento que le sonrió invitándola a tomar algo, se dio cuenta de su fragilidad y de todo lo que podía hacer con ella. Otra vez su mente enferma superaba la cordura que le acompa ac ompañaba, ñaba, pero no quería m menti entirle, rle, no a ell ella. a. « Pue Puedo do dártelo todo odo»» , llee había dicho. dicho. « Puedo hhace acerte rte feli felizz a m i manera manera»» . C Con onoci ocióó a Meredi Mereditt y po poco co a poco fue am ándol ándola. a. De Dejj ó su suss noches de horrib horribles les pasi pasiones ones y, aun aunque que j am ás se lo di dijj o, ell ellaa se convirtió Le en habló el centro de su vida. ¡Tenía tantodespués. que enseñarle! arrebatarle! de Quimera mucho tiempo De cómo¡Tanto Antónque le

ayudó a superar la pérdida de su familia y se convirtió en el padre que nunca tuvo. No es que su padre no le amara, simplemente jamás le comprendería. Sin embargo, Antón le enseñó a aceptar aquella peculiar forma de llevar sus caprichos; cuando conoció a todos había descubierto que quizá había salvación  

 par a é l. Dom  para Domini inic, c, Luis, Rob Robee rto. Hom bre bress que c om omoo é l había habíann salido a dela delante nte solos. Le contó su vida, sus gustos, sus obsesiones. Por primera vez en toda su existencia confesó sus debilidades y después se sintió a gusto porque a diferencia de la gran mayoría de mujeres que habían pasado por su vida, Meredit no había dicho nada, su expresión no era de miedo, tan sólo de curiosidad. Le había sonreído, tan sólo eso, quizá anhelando algo más en su triste vida, algo que la hiciera sentir nervios,amque excitara provocara nuevas, lo  prohibido, lo exquisit exquisitam entela per perver verso so yquele tantas vec veces essensaciones se había im ima a ginado. Aquella noche fue la primera vez que Meredit engañó a su marido. La misma noche que vendió su alma al diablo.

 

22. Dolor   L  La a pre preocupac ocupación ión por ccomplace omplacerme rme no eess una opc ión, es una obligación.

*** Duele. Am Duele. Amar ar si siem em pre duele, duele, pero am ar como com o lloo hacía S Sam am ara do dollía aaún ún más. Le in invadía vadía las entraña e ntrañass pun punzzándola eenn lo má máss profundo de su ser ser.. Él se cconvi onvirtió rtió en el centro de su vida, de cada una de las cosas que hacía a lo largo del día; llenaba su mente, le agotaba física y emocionalmente, y no era nada sin él. Le había hecho hec ho mucho daño desd desdee eell pprime rimerr día que se cr cruz uzóó con él. Desd Desdee el el  primer  prim er m om omento ento le hiz hizoo paga pagarr c ada una de los ter terribles ribles m om omee ntos que siendo niño había pasado por ella. Y ahora él volvía convertido en un hombre que lo tenía todo para enseñarle con cada una de sus acciones lo que era sufrir por  alguien hasta llorar, lo que era amar a alguien hasta que doliera… ¿En qué la había convertid c onvertido? o? Aquel día día ne nefa fast stoo en eell qu quee se ccruz ruzóó con éél… l… Aq Aquella uella noche en la que como un fantasma salido de una historia de terror había aparecido en su casa y había cogido de ella lo que había querido… Le había arrebatado todo, le había quitado con una elegancia tremenda poco a poco su voluntad, hasta llegar a un punto de ser ella la que ansiaba complacer cada uno de los caprichos que  pudiera tene tenerr. « La odi odiaba aba tant tantoo com comoo llaa am aba» . Aqu Aquell ellas as pal palabras abras qu quee le habí habíaa dicho dicho rebotaron durante meses en su cabeza como afilados cuchillos. Ella lo deseó desde aquella primera noche. Samara se enganchó a Dominic desde el primer  momento, desde el primer día que entró en su vida vengándose de una infancia atormentada por el amor que sentía por ella. Tenía remordimientos. ¿Cómo explicar aquella forma tan extraña de entregarse a un hombre? ¿Cómo cuentas a tus allegados, a tu familia, algo así? Simplemente no dices nada; él posee la su suti tilez lezaa sufici suficiente ente com comoo para pasar desape desapercibi rcibido, do, j am ás la dej aría eenn evid evidencia, encia, estaba segura de ello, no al menos delante de la gente de su entorno, de sus am ig igos os,, de su fam ili lia. a. Si Sinn em bargo la atorm atormentaba entaba lo qque ue hac hacía, ía, lloo ttac achado hado com comoo no correcto por el resto de la sociedad, al menos por los que elegían una vida monótona con una relación lineal que no va más allá de lo que estamos acostumbrados.

 

23. El sec secre reto to ddee Luis  Porque todo lo que que tiene s ahor ahora a depe nde tan sólo de mí. m í.

*** Luis no era capaz de pegar ojo; dio varias vueltas en la cama hasta que decidió  baj ar y fum ar arse se un c igar igarrill rillo. o. ¿P or qué er eraa todo ta tann difícil? ¿¿P P or qué había sido tan estúpido? Desde el día que Dominic le había encontrado en aquel antro, le había contado toda su verdad. Su adicción al sexo, sus noches de borracheras, sus extrañas parafilias incontrolables. Se dio cuenta desde el primer momento que aquel hombre que le escuchaba se identificaba con él y le había ofrecido su ayuda. Le había preguntado por qué y había sido claro desde el primer  momentoo. « Porq moment Porque ue yo era como ttúú» . Después de unos meses agónicos de desintoxicación de todo lo que le rodeaba, Dominic, que había estado constantemente con él, le había confesado que sabía que su padre desde el día que nació le había repudiado, que su madre, una bailarina de la noche acabada por las horas pagadas en burdeles de carretera, se había enamorado del hombre equivocado. Le había dicho que tenía ot otra ra fa fam m ilia ilia y que la hija de éél,l, S Sam am ara ara,, le había teni tenido do ecli eclips psado ado desde niñ niños os.. Le contó lo que sentía por ella, lo que le había hecho desde niños, y sus palabras de odio, de desesperación y de pasión le habían incluso asustado. Por aquel entonces Luis tenía la misma sed de venganza contra el entorno de su padre; no le importaba nada, como nada le había importado a él su hijo. Al conocer a Samara, al descubrir no solo su belleza sino su corazón, se había enamorado  perdidam  per didamee nte de ella, y a quella nec necee sidad de protege protegerla rla le había invadido las entrañas. Pero Pe ro Lui Luiss fue in inca capaz paz de ccont ontrol rolar ar su lado lado m ás oscuro, aquel qu quee com comoo a Dominic le arrastró durante años al peor de los infiernos. Había sucumbido a ella, desde el primer día aquel deseo le arrastró como un torbellino. ¿Cómo le diría la verdad? Le haría tanto daño… Al principio no le importaba nada; era una forma de vengarse del hombre que había abandonado a su madre, había repudiado a su hijo y le había visto vivir  en la miseria mientras su adorada y hermosa hija estudiaba en los mejores colegios. La venganza que Dominic había tramado le hacía enloquecer de alegría, hast hasta queaba la conoció conoció, ,c,hasta hast a que latensi am ódad noenfe ssol oloo rm com como hermél.ano, si sino no com como o laa am Domini Dominic, ccasi asi con la llaa probó m is ism m ay int in ensidad enferm iza izao que ¿¿Y Y

ahora qué? ¿Cómo mirarle a la cara y decirle quién era? Jamás le perdonaría… Jamás… Se echó a llorar como un niño, sintiendo la fragilidad que en más de treinta años no había sentido. Si pudiera dar marcha atrás… Dominic era como su  

hermano, le debía tanto… Pero a veces sentía un odio inmenso al ver lo que había hecho, al ver que no tenía control sobre todo lo que tenía preparado para ella. Le quería, con toda su alma; habría hecho cualquier cosa que le pidiera, de la misma forma que él había hecho por él, pero no podía más. Aquello le estaba su supera perando ndo.. Aquel ma mald ldit itoo deseo por S Sam am ar araa le consu consum m ía… Se puso una copa de coñac. Se limpió las lágrimas y acercó el vaso a sus labios. Dio un sofá y cerró lostrago ojos. corto y encendió otro cigarro. Se inclinó hacia atrás en el ***  —De spierta,, Luis. —La voz de Dom ini  —Despierta inicc le de devolvi volvióó aall m mundo undo re reaa l—. V Vam am os, am ig igo, o, ven conm conmig igo. o. Luis se levantó de la butaca y se tambaleó. Todavía no sabía muy bien dónde estaba. est aba. Se est estiró iró y m iró a D Domini ominic, c, fr frente ente a éél.l.  —Síguem  —S íguemee . Subió las escaleras medio dormido detrás suyo. La puerta de la habitación estaba entreabierta. Samara estaba de rodillas encima de la cama, los brazos en alto, alt o, atada por las m muñecas uñecas a unas fi finas nas ca cadenas denas que pendí pendían an de la m mos osqui quitera tera de la cama. Totalmente abierta y desnuda. Tenía una venda en los ojos y movía la cabez ca bezaa ne nervios rviosaa por el ruido de sus pasos, relam iéndos iéndosee los llabios abios con llaa lengua.  —Domini  —Dom inicc . —Abrió los ojos ccom omoo platos y dio un paso aatrá trás—. s—. No… Dominic estaba justo detrás de él. Puso la mano en su hombro y acercó la  boca a su or oree j a .  —No sea seass e stú stúpido… pido… Cu Cuaa ndo ll llegue egue el m om omento ento de dec decirle irle la ve verda rdad, d, te darás cuenta de en lo que se ha convertido… En lo que la hemos convertido… Mírala… Ya no se cansa… Ya no sufre como antes… Quiere saciarse. Dominic se colocó detrás de ella. Le abrió el culo, poniéndolo un poco en  pompa  pom pa,, y esc escupió upió en éél.l. Luis Luis,, por dela delante nte de e lla lla , le aapar partó tó el pe pelo lo de la boca y le colocó los bucles hacía un lado. Sus dientes blancos resplandecieron en la oscuridad de la habitación y una leve embestida desde atrás le hizo dar un gemid gem idoo e irse ha hacia cia de delant lante, e, quedando pegada a Lui Luis, s, qque ue le m etí etíaa la leng lengua ua eenn la  boca con pa pasión sión.. Ahogó su grito. La notaba jadear mientras su lengua jugaba con la de él. De rodillas frente a ella la miraba mientras Dominic la embestía desde atrás, sus  pezones e staban com o piedr piedraa s, sus dedos re recc orr orrier ieron on sus pe pecc hos y desc descee ndieron  por e l eestó stóm m a go ha hast staa hundirse dentr dentroo de su se sexo. xo. D Dio io la c a beza hac hacia ia atr atráá s, ccasi asi apoyándose en el hombro de Dominic, luego volvió hacia adelante y sacó la

apoyándose en el hombro de Dominic, luego volvió hacia adelante y sacó la lengua buscando a Luis; este se levantó y se puso de pie en la cama, le cogió la cabeza, metió sus dedos en la boca abriéndosela y encajó su miembro hasta notar sus labios contra su pelvis. Ahora si… Era delicioso. Otra vez esa boca  

 pre siona  presio nando ndo la punta de su se sexo, xo, aarr rrastra astrando ndo su piel ha hacc ia a trás trá s y hac hacía ía a delante dela nte con una energía que le consumían las pocas fuerzas que le quedaban. Luis se agarró al metal de la mosquitera y empujo su pelvis otra vez. Apenas podía con los dos; se sentía llena por todos los lados y no podía verlos, con lo cual las em best bestid idas as por aam m bas partes la sorprendí sorprendían an una y otra otra vez vez.. El culo culo le ar ardí día, a, per peroo la excit excitaba, aba, y a no ssentí entíaa aquel dol dolor or que ti tiem em po atrás la ll llenaba enabann de pavor, aahora hora deseaba que se clavara más en ella,Quería que lanotar reventara por dentro y otra por  vez hasta dejarla totalmente extasiada. su semen calienteuna chorrear sus muslos, y sus jadeos llenarle los sentidos mientras aquellos enormes brazos la rodeaban y aprisionaban y mientras su amado Luis le penetraba la boca una y otra vez. El mundo se volvía loco. ¿Cuándo debería parar?… Nunca… Las muñecas le ardían, su espalda se arqueaba, Dominic se movía como un loco  penetrá  pene trándola ndola por de detrá tráss sin sin com pasión. No podía m mover over las m manos. anos. Oy ó un clic y sintió sus brazos caer a plomo; estaba totalmente perdida. Su boca se vació, Luis había sacado su miembro de ella y ahora Dominic desde atrás la hacía tumbarse en la cam c am a de lado. No Notó tó ssuu m mano ano pasar por su musl musloo y le levant levantóó un unaa pier pierna. na. S Suu sexo volvió a clavarse en ella y entonces notó el calor de Luis por delante, su lengua dentro de su boca, hundirse a la vez. Aquella presión, aquella deliciosa  presió  pre sión, n, invadieron invadier on sus cinco se senti ntidos. dos. Los dos, llos os dos dentro de e lla lla , moviéndose m oviéndose casi al mismo ritmo, casi al mismo compás una y otra vez. La lengua de Luis en su garga gargant nta, a, y la de Dom Domiinic nic lam iénd iéndol olee la orej a, la eest staban aban m atando atando,, aquell aquelloo no era bueno, no podía ser bueno, pero le hacía sentir tanto placer… La palma de la mano de Dominic se apoyó en su frente; la venda de los ojos aún se mantenía intacta, pero podía notar cada uno de los movimientos que hacían.  —¿Cree  —¿ Creess que puede puede… … guar guardar darte te algún tipo tipo de re rencor ncor…? …? —j ade adeó—. ó—. Mí Míra rala la cómo goza… Cómo se retuerce entre los dos… Oírle susurrar aquello le provocó un calambre de placer que la invadió por  compl com pleto. eto. Jadeaba y m oví ovíaa la ca cadera dera de tal m aner aneraa que Lui Luiss ttar ardó dó poco poco en not notar  ar  cómoo la ll cóm llenaba enaba por dent dentro. ro. La ccogi ogióó con fuerza por el m mentó entónn y apre apretó tó su bboca oca a la de ella, mientras descargaba hasta la última gota. Dominic se rió y de un movimiento la puso boca abajo, cayó con todo su peso sobre ella desde atrás, moviéndose como un loco, clavándose más en ella. Le apartó el pelo de la cara, le gi giró ró la ccabeza abeza hac hacía ía Lui Luiss y la besó en la m ej ill illa, ccuando uando le le dio dio una eem m best bestid idaa tan brutal que la hizo gritar. La sintió temblar bajo su pelvis, mover el culo con desesperación, y la llenó entera hasta que el semen salió como un chorro de su  propio c ulo, esc escurr urriéndose iéndose por sus m uslo usloss y j untándose con e l de Luis, que la

había empapado también. Cayó a plomo sobre ella. Samara estaba totalmente agotada y respiraba a gran velocidad. Notaba el latido del corazón en su sexo, en su culo, en sus muñecas doloridas. Todavía notaba la sensibilidad por un orgasmo tremendo e  

intentaba recuperar el aliento. Luis, que se mantenía a su lado mirando al techo, se giró hacía ella y le quitó la venda de los ojos. Dominic salió de ella muy despac desp aciio y eso le provo provocó có un gest gestoo de incomodid incomodidad, ad, pero de dedi dicó có la m ej or de sus sus sonrisas al ver a Luis tendido a su lado; le apartó el pelo de la cara y la besó en la si sien; en; lluego uego ssee de desp spllom omóó en el ot otro ro lado ddee la ccam am a y Sam ar araa se puso boca aarriba. rriba. Vio el brillo rojo de los números del despertador del aparador de enfrente. Eran tres de Se la dio mañana y mañana tenía que ytrabajar. sería un lunes casi durolas y sonrió. la vuelta mirando a Luis cogió elPensó brazo que de Dominic  paraa que la rode  par rodeaa ra desde a trá trás; s; se m ante antenía nía inm inmóvil óvil m mira irando ndo al tec techo, ho, estiró la mano y le giró la cara para que la mirara. Notó su mano acariciarle la mejilla, sus dedos dedos pasa pasarr por sus labi labios, os, po porr sus barbil barbilla, la, por su ffre rent nte. e. Jugó con su pelo mientras la observaba poco a poco dormirse, hasta que un  profundo  prof undo sueño la invadió por ccom ompleto. pleto.  —No sé cóm c ómoo lo hac haces, es, m ac acho… ho…  —Controlar  —C ontrolar los iinsti nstintos ntos es aalgo lgo que tú no apre aprendis ndiste te nunc nuncaa . Domin Dom inic ic est estaba aba boca arr arrib ibaa y sonreía sonreía m mez ezqui quinam namente ente m mirando irando al ttec echo. ho.  —De sde eell prim  —Desde primer er m om omee nto has per perm m it itido ido que m mee la tire una y otra vez…  —No tenías la obli obliga gación, ción, te la puse dela delante nte y de dejj é que dec decidi idier eraa s tú m ismo. Pero fuiste incapaz de controlarte… Se inclinó y la agarró por la nuca atrayéndolo y apoyando su frente en la suya.  —Siem  —S iem pre lo has tenido todo m e dit ditaa do, desde el día que m e sac sacaa ste de la call ca lle, e, siendo siendo un puto cr crío ío iinconsciente… nconsciente… Dominic se rió.  —¿No  —¿ No te da ra rabia bia pe pensar nsar que eell llaa lo tuvo ttodo odo y en ccaa m bio ttú… ú… nada nada??  —No la culpar c ulparéé nunc nuncaa de que su pa padre dre no sepa ni que eexist xisto… o…  —El herm her m a nit nitoo bastar bastardo… do… Inc Incaa paz de ccontrolar ontrolarse… se… IIba ba a protege protegerla rla y ac acabó abó sucumbiendo a sus encantos… —Lo volvió a agarrar por la nuca y lo besó en la mejilla—. Luis… mi querido Luis… No vuelvas a darme lecciones de moralidad… No tú…

 

24. Mer Meredit edit  L  Lo o nuestro no ssolo olo ssee usa, se ccuida uida y se protege e n los buenos momento mome ntos; s; tambi también én en los los peores.

*** Carlo estaba totalmente dormido cuando el timbre de la puerta sonó. Se sobresaltó y bajó. Meredit estaba de pie, con los ojos inundados en lágrimas. Miró Mi ró el re relloj oj;; eran las do doss ddee la m añana añana..  —¿P  —¿ P er eroo qué ccoño…? oño…?  —Déjj em e que  —Dé quedar darm m e aaquí… quí… Es Esta ta noc noche… he… P Por or ffaa vor… Hacía Hac ía tan só sóllo tres horas desd desdee que se había ido ddee ca casa sa y por llaa expresió expresiónn de sus oj ojos os llaa dis discusión cusión esta esta vez hhabía abía sido enorm e, sobre todo todo vi viendo endo que eesa sa noche la pas pasaría aría fuera fuera..  —Joder,, Mer  —Joder Meredit. edit. ¿¿Qué Qué pasó?  —Discutí con mi m i mar m arido, ido, no puedo m á s… La dejó pasar y le puso una tila. Se sentó frente a ella, el pulso le temblaba y la taza de porcelana vibraba tanto que hasta Carlo se sorprendió.  —No puedo queda quedarm rm e hoy en m i c asa asa… … P e ro le prom e to que m a ñana m e iré, buscaré busca ré un si siti tioo donde…  —Saa bes que puede  —S puedess queda quedarte rte a quí el ttiem iem po que ne nece cesit sites. es. Se levantó y se sentó a su lado. Su cuerpo temblaba como el de una niña. Puso su brazo por encima del hombro y la abrazó. Todavía llevaba el vestido verde con los tirantes medio atados. Le quitó la taza de las manos y metió la mano por debajo de su vestido.  —Dem  —De m e un rrespiro, espiro, por fa favor… vor… —supli —suplicc ó. De un tirón le arrancó la ropa interior. Durante breves instantes, la miró. Pasó las yemas de sus dedos arrastrando las lágrimas que caían por sus mejillas. No  podía rem re m edia ediarlo; rlo; ver verla la ll llora orarr desc desconsol onsolaa dam ente le provoc provocaba aba una e xcitac xcitación ión que no podía controlar.  —Tranquil  —Tra nquilaa —le susurró ccon on ternur ternura—. a—. N Noo voy a hac hacee rte nada nada.. *** Aquella noche apenas durmió nada. Su cabeza no paraba de dar vueltas. Su vida

era un completo caos. Tumbada en la cama, al lado del hombre que la había transformado día tras día, se preguntaba qué hacer con su futuro, con su matrimonio, con sus sueños. Por la mañana despertó bien entrada la mañana y Carlo ya se había ido a trabajar. Fue Dominic quien interrumpió su calvario  

m ental aporrea aporreando ndo la puerta hast hastaa que le abrió.  —He habla hablado do c on Carlo y m e gust gustaa ría tene tenerr unos m inut inutos os de c onver onversac sación ión contigo. Aquel hombre le daba un miedo atroz. Carlo era frío, burlón y con detalles crueles, pero sus ojos reflejaban la humanidad de la que Dominic carecía, al menos con ella, desde que lo había conocido. Sin embargo, por primera vez estaba delante desi ella,ión y ymientras se persona sentabal. en el sofá parecía incluso  pre  preocupa ocupado do por su situac tuación su ttorm orm e nto personal. ***  —¿Cóm  —¿Có m o ll lleva evass ttuu peque pequeño ño per perca cance nce,, Mer Meredit? edit?  —See ñor… m al…  —S  —Entiendo…  —Enti endo… No tra trabaj baj a s, ¿¿no? no?  —No, señor, señor , per peroo busca buscaré ré a lgo… Meredit se sentía muy incómoda; era cierto que jamás había cruzado más de dos palabras con Dominic. Cuando lograba mirarle, se ponía tan nerviosa que tenía que m mirar irar aall ssuelo uelo para m antener eell ppul ulso so fi firm rm e.  —¿Y  —¿ Y Car Carlo lo qué dice dice??  —See ñor, aun no hable c on él per  —S peroo m i idea es busca buscarm rm e un pis pisoo y tra trabaj baj o, tengo algo ahorrado…  —Com  —C ompre prendo. ndo. ¿¿Y Y qué sabe sabess hac hacer er?? ¿Tiene Tieness estudi estudios? os?  —No, señor, señor , m mee ca casé sé m uy j oven. La joven Meredit lo miró y profirió una tímida sonrisa.  —Saa ldré de e sta, señor  —S señor.. Es m i vida, puedo hac hacer erlo lo sol solaa . No nec necesito esito un hombre que me mantenga si por ello soy infeliz. No hay dinero que pague eso, señor. Su voz sonó por primera vez firme. Dominic se sorprendió de aquel talante.  —Postu  —P ostura ra int intee li ligente gente,, per peroo er eree s una eescla sclava va de Quim Quimee ra ra,, que no se te olvid olvidee .  —No enti e ntiendo, endo, se señor… ñor…  —No m e m alinterpr alinterprete etes, s, Mer Meree dit dit,, no te lo digo despe despectivam ctivam ente ente,, todo lo contrario. Habla con Carlo, estoy seguro que ya tiene una solución para ti. Mientras sigas siendo una esclava de Quimera, también eres nuestra responsabi respon sabili lidad, dad, te aayy udarem os. os.  —See ñor, no quier  —S quieroo aaprove provecha charm rm e de… —P —Paa só su pelo rubio por de detrá tráss de la lass orejas y carraspeó carraspeó..  —Meredit.  —Mer edit. Ha Habla bla ccon on C Caa rlo…

  Lo haré har é , señor señor..  —Adem  —Ade m ás… —Los ojos oj os de Dom Domini inicc brill brillaa ron ba bajj o la luz de la lám par para—. a—. Esttoy seg Es seguro uro qque ue encont encontrare rarem m os un unaa forma de que com compens penses es esa aayy ud uda. a.

 

25. Alexander Alexander Mat Mateo eo Siempre hay una explicación para todo, incluso para las  personas que poco poc o a poco van v an entrando en nue nuestr stras as vidas.

*** Así lo llamó su padre, Alexander Mateo, el primer nombre como él, el segundo  por su a buelo; su fa fam m il ilia ia le ll llaa m aba Alexa Alexander. nder. Sin e m bar bargo go a é l siem siempre pre le había gustado más Mateo. El día que terminó la carrera de derecho con las mejores notas de su  prom oción y rec re c ibi ibióó la ca carta rta del bufe bufete te de Ro Rom m a no se le a brió el c ielo. Era un sueño hecho realidad, sabía que la Universidad estaba conectada a varios de los mejores despachos de la ciudad y que si conseguía acabar su tesis y sacar una  buena nota, posi posiblem blem ente le daría da ríann la oportunidad de unirse a a lguno de ellos, salir de aquel maldito pueblo y vivir su vida como realmente deseaba. Habían sido seis años muy duros y ahora tenía su recompensa, bien era cierto que no le importaba lo que su padre dijera, que fuera Romano, la mano derecha de Antón. Iba a ser un golpe para él, pero ni siquiera sabía por qué su padre era uno de aquellos vecinos que veían con malos ojos aquella familia tan particular. Siempre le repetía que se mantuviera alejados de ellos, que era gente excéntrica y con hábitos poco éticos que estaban mal vistos por el pueblo, pero la verdad es que  paraa ser since  par sincero ro Mate Mateoo sabía que e l pue pueblo blo se divi dividía día en los que pensa pensaban ban c om omoo su padre y los que los peloteaban cada vez que bajaban a cenar a alguno de los restaurantes más elegantes. Pura envidia, a fin de cuentas era solo eso y si hubiera tenido su misma suerte posiblemente él hubiera hecho lo mismo que ellos ell os,, vi vivi vir, r, goz gozar ar y sobre sobre to todo do iirra rradi diar ar esa felici felicidad dad que siem siem pre les acom pañaba a donde iban y la osadía que enfurecía a los mediocres. Y él había luchado mucho por diferenciarse; ahora tenía en la mano la carta que le abría la puerta a un trabajo de ensueño, dedicarse a su carrera, ganar dinero y aprender de uno de los más pragmáticos y falto de sentimiento del gremio: Dominic Romano. La tarde tar de que se entrevi entrevist stóó con él fue la prime primera ra vez que le sorprendi sorprendió. ó. Pe Pens nsóó encontrarse con un ser poco cercano, presuntuoso y arrogante; sin embargo Dominicc era to Domini todo do lloo cont contrar rariio a lo qque ue rrea ealme lment ntee daba a entender entender..  —Tee ganará  —T ser seréé menuysusince sincero. Aquí puede puedes gana ganar r lo m ámejor s dinero abogado vida.ro. Solo te pido ques me des de ti.del que ningún

 —No le quepa que pa la m enor duda de que aasí sí lloo har haré. é. Se sentía pequeño a su lado, no por la edad, aunque era cierto que podría sacarle casi diez años, más bien por su seguridad y su mirada inquisitoria. Mateo era un joven dulce, de expresión risueña y unos hoyuelos graciosos que se  

form aban ccuando formaban uando sonreía, sonreía, pero su mirada se to tornaba rnaba ffría ría cua cuando ndo se perdía en sus  pensam  pensa m ientos y eso le ha hacc ía pa pare rece cerr un j oven tím tímido ido y quiz quizáá aalgo lgo atorm atormee ntado.  —Tutéam  —Tutéa m e, por fa favor vor —le dij dijoo le levantá vantándose—, ndose—, y a tie tie nde bien lo que te voy a ofrecer. No solo he visto tu historial académico, veo que tenemos muchas más cosas en común… com ún…  —Sí.í. Le he… —cor  —S —corrigió—. rigió—. Te he vist vistoo por el pueblo, vivo a un pa parr de kil ilóm ómetr etros os decon Antón.  —Vives  —V ives tus pa padre dres, s, cla claro, ro, e re ress m uy j oven. —S —See a ce cerc rcóó a él y le tendió una fina carpeta de color marrón—. Aquí tienes tu contrato, pasarás muchas horas con Luis, Luis, es mi m ano dere derecha; cha; él te enseñar enseñaráá todo lo que nec necesi esitas tas ssaber aber de la empresa, te dejará un par de casos sin mucha complicación para que los leas  mee de  m dess ttuu op opin inió ión. n. ¿¿Tú Tú padre sabe que trabaj ar arás ás para m í?  —No —dijo—, —dij o—, ni tengo int intee nción de da darle rle detall deta llee s. Dominic se rió.  —Entiendo  —Enti endo —m —musit usitó—. ó—. Es uno de los inqui inquisid sidore oress de Quim Quimer eraa . No te  preocupe  pre ocupes. s. D Dee ntro de la c ar arpeta peta ti tiee nes un c heque heque,, eso c ubrirá e l aalqui lquiler ler de una vi vivi vienda enda en la cciu iudad. dad. Mateo quedó descolocado, aquello era más de lo que esperaba. ¡Qué demoni dem onios os,, nu nunca nca eesp spera eraba ba nada!  —Taa m bién cubr  —T cubrirá irá tu nue nuevo vo vestuar vestuario, io, eere ress un c hico guapo, a lto lto y simpá simpáti ticc o  —dijo con sorna sorna—. —. No lo dudo, per peroo los vaque vaqueros ros queda quedann prohibidos e n e sta oficina, compra trajes, y no escatimes, compra los mejores. Si no sabes dónde conseguirlos, Luis te indicará. También cubrirá tus necesidades hasta que cobres la prim primer eraa nóm nómin ina. a. No es una burrada, per peroo est estás ás em pez pezando. ando. Mateo abrió la subcarpeta y quedó boquiabierto.  —¿Esto  —¿ Esto es lo qque ue voy a ccobra obrar? r? Es uuna na ba barba rbarida ridad… d…  —Com  —C omoo se nota que no ti tiee nes expe experie riencia ncia en tra trabaj baj ar. E Exiges xiges poco. No, e so no es lo lo qu quee va vass a ccobrar, obrar, eso es lo que cobrar cobrarás ás lo loss pri prim m er eros os me meses; ses; sé el m mej ej or    cobrarás el triple. —Pasó la mano por su hombro y le dio un golpecito—. Bienvenido a esta empresa, Mateo.  —Graa cia  —Gr ciass —di —dijj o abr abriendo iendo la pue puerta rta,, todavía estup e stupee fa facto. cto.  —Una c osa m ás. Este fin de sem ana ce celebr lebram am os una peque pequeña ña c ena ena.. Dado Da do que estarás desquiciado con tu nuevo piso, estás invitado a desfogarte un poco… Piénsalo, no creo que conozcas mucha gente aquí, ¿no? El muchacho meneó la cabeza negativamente.  —Me gust gustaa c onoce onocerr a m is eestrellas strellas universitar universitarias, ias, no sol soloo por su tra trabaj baj o sino  por sus hábit há bitos os y la fform orm a que ti tiee nen de re relac lacionarse ionarse,, aasí sí que ha hazz un eesfue sfuerzo. rzo. Lo

 pasa ráss bien…  pasará  —Está bien —dijo —dij o al fin—. Ir Iréé eenca ncantado. ntado. ***  

Tras aquella conversación pasó el resto del día con Luis. Le enseñó todas las oficinas, su nuevo despacho, los casos más sencillos de los cuales se ocuparía, claro está, después de trasladarse; incluso le entregó la dirección de un ático a dos manzanas del edificio que estaba en alquiler para no tener que distanciarse mucho, al menos hasta conocer bien la ciudad. Todavía no salía de su asombro. ¿No era como un sueño? Pero ¡qué demonios! Se lo merecía, llevaba años rompiéndose los cuernos por sacar las mejores notas y ahora tenía delante una oportun opo rtunid idad ad úni única ca.. Pe Pens nsóó en su herm hermana, ana, su pequeña Sara, aahora hora que ééll est estaba aba en la ciudad podría pagarle la mejor Universidad cuando acabara el instituto, incluso se podría quedar con él. Ganaría suficiente dinero para eso y mucho más. Su cabez ca bezaa funcio funcionaba naba a m il re revol volucio uciones, nes, y cuando su subi bióó a su coche y se dis dispon ponía ía a arrancar para volver al pueblo, se derrumbó de los nervios y comenzó a llorar  com o un ni niño. ño.

 

26. Confesiones  En todas las époc as de la his histori toria a hay una Cleopatra Cleopatra que cambia la historia.

*** Eran las siete de la mañana cuando Samara despertó sobresaltada. Recordó que estaba en casa de Dominic mientras miraba a su alrededor y vio a Luis a su lado totalmente dormido. Dominic estaba de pie delante del espejo poniéndose la corbata.  —Arriba  —Ar riba —dij —dijoo a Luis dándole un golpec golpecit ito. o.  —Cinco  —C inco m minut inutos os m máá s… Dominic suspiró y siguió arreglándose. Una hora más tarde estaban delante del edificio de oficinas donde trabajaba Samara. Luis estaba extraño, lo había vi vist stoo y a rar raroo desde eell do dom m in ingo, go, ppero ero supus supusoo que estaba pre preocupado ocupado por por eell tra trabaj bajoo e intentó no darle más importancia. La acompañaron a la cafetería donde solía desayunar cada mañana. Cuando entraron muchos de sus compañeros, incluidas sus dos amigas de departamento, estaban en la barra. Al verla le saludaron efusivamente.  —See ñoritas…  —S Dominic besó las manos de ambas chicas, que se rieron tímidamente y pasó detrás de Luis, a la única mesa libre del bar. Samara sentía ojos por todos los lados, sobre todo cuando Luis sin darse cuenta le pasó el brazo por encima de los hombros y la besó en el cuello. El gesto de prácticamente todo el local fue de sorpresa. La imagen era extraña, Samara tomando un café con el brazo de Luis  por los hom hombros, bros, que esta estaba ba re reclinado clinado viendo la portada de una re revis vista, ta, y Dominic hablando por el móvil mientras ella tenía la mano en su pierna. Se dio cuenta cue nta de la sit situac uació iónn poco usual al ver eell gest gestoo de sust sustoo de sus do doss com compañe pañera rass y tres chicos más del departamento de marketing. Se levantó al aseo en un intento de cam c am bi biar ar de pos posici ición, ón, pper eroo y a eera ra un poco poco tarde, ser sería ía la com comid idil illa la del edi edificio ficio entero.  —¡Mierda!  —¡Mier da! Baj Bajar aron on las ac accione cioness —di —dijj o Luis— Luis—.. P Por or cier c ierto, to, ¿¿no no venía Ca Carlo? rlo? « El qu quee fa falltaba» , ppens ensóó S Sam am ara. Y el que de faltaba apareció por la derrapando. a las ados compañeras Samara y se sentó conpuerta ellos casi pidiendo un zumoRepasó y un donut la

camarera.  —Bue  —B uenos nos días por la m a ñana ñana,, trío. Te ngo a Mer Meree dit e n ca casa. sa. Tuvo m ovida con el mar m ariido anoche —m —mus usit itó— ó—.. Deber Deberías ías lllam lamar arla, la, S Sam am ar arit ita. a.  —Vaa y a… Sí, lo har  —V haré. é.  

 —Yo m  —Yo mee voy de via viajj e toda la se sem m a na no sé cóm o hac hacer. er.  —Pue  —P uede de que quedar darse se en en m mii ca casa sa si os pare parecc e… —a —añadió ñadió S Saa m a ra ra..  —Pue  —P uess sería de aagra gradec decee r, no quier quieroo que eesté sté sola. La cogió por el mentón y se acercó a ella.  —¿Qué  —¿ Qué har haría ía y o sin m i S Sam am a rita? — —dij dijoo con sorna dándole un beso.  —Caa rlo, nos están m irando  —C ira ndo todos. todos. —Dom —Domini inicc se giró y disi disim m uló. Carlo comió. el donut en dos bocados mientras leía el periódico, se bebió el zumo y seselevantó levantó.  —Voy  —V oy a ver a tus j e fe fes, s, Sa m ar arit itaa , por la c a m paña de publi publicida cidadd que os contraté y me voy. Os llamo. —Dio una palmada en el hombro a Dominic y  pasó la m a no por la c a beza de Luis eenn un gesto ca cariñoso—. riñoso—. Cuid Cuidaa de m i zorrita.  —See inclinó hac  —S hacia ia eell llaa —. Y m mira ira a ver si ssee le pega a lgo de tu iindec ndecenc encia… ia… Todo era am biguo biguo,, el m ej or ccllient ientee de su com compañí pañíaa habí habíaa re resu sulltado sser er Car arlo lo,, el día que se enteró había sido igual de sorprendente para ella como para él y ahora estaba en aquella cafetería con todos sus compañeros cuchicheando sentada entre dos hombres, y el cliente más importante había salido por la puerta después de darle un beso. No sabía bien si eso le repercutiría, aunque su jefe, todavía temblando hace unas semanas por el miedo a perder a Carlo, le había agradecido agra decido qque ue se ccono onociera cierann y que grac graciias a ell ellaa sig sigui uier eraa ccont ontando ando con ell ellos os en sus futuros proyectos, y lo cierto es que era así. Desde el primer día no solo Dominic había cambiado su vida, todos y cada uno de ellos poco a poco se habían metido en su día a día ocupando todo lo que la rodeaba con un exquisito cuidado.  —Luis, andando, a ndando, que tene tenem m os m ucho lí lío. o. —Se —Se leva levantó ntó y besó a Sam a ra ra—. —. Te llam lamar aréé para ver qué pl planes anes ti tienes enes ccon on M Mer eredit edit.. Luis la abrazo como un crío, metiendo la cabeza por sus hombros en un in intento tento inút inútil il de eesconderse sconderse del m mundo undo.. Dom Domin inic ic ti tiró ró de su brazo hhac aciéndol iéndolee pasar   por delante de lante de él.  —Tira…  —Tira … Sonrió a las dos amigas de Samara y desaparecieron tras la puerta. No tardaron ni dos minutos en sentarse en la mesa y rodear a Samara, que aún daba vueltas vuel tas al caf caféé ccon on llaa cucha cucharil rilla. la.  —¿Qué  —¿ Qué coño eess esto, S Sam am a ra ra??  —El qué…  —¡Dios  —¡D ios,, e stás tan delga delgada…! da…! ¿Có Cóm m o que e l qué? P asa asass de ser la solt solter eraa de oro a apare a parece cerr ccon on ttre ress ho hom m bres, y no ttengo engo claro la re relació laciónn entre tod todos os… … no sséé si te envidio o me das miedo…

 —Mi novio es Dom Domini inic… c… Y Yaa lo conoc conoces… es…  —Yaa … ¿Y el otro? ¿Y e l otro m ás? ¿No e s e l j ovenc  —Y ovencit itoo el cliente que c asi  perdem  per dem os el m mee s pasa pasado do que eess ttaa n im importante portante?? ¿De qué le conoc conocías? ías?  —Dejj adlo… Es una histo  —De historia ria m uy lar larga. ga. Coincidencias… Coincidenc ias…  

 —¡D ios,, Sam a ra  —¡Dios ra!! No sé quiéne quiéness son pe pero ro m e das una envidia… Y pare pa recc ías tonta… Sam ara ar a so sonrió nrió forz forzadam adam ente, se levantó levantó,, cogi cogióó su chaqueta y salió salió rumbo a la oficina. Cuando subió a su despacho, sintió cómo sus compañeros cuchicheaban. Tenía claro que su vida había sido muy hermética durante los años que llevaba allí.. La voz se ha allí había bía cor corrido, rido, ttodos odos sabían que eell cli cliente ente que podí podíaa ca carga rgarse rse toda toda la empresa trabajar ellos de era camigo den  publi  publicida cidad, d,si ydejaba que c de uando e stabacon a punto anc ancee lardee l Samara contra contrato tolasejefa había habían encontrado y todo cambiaba en beneficio de ellos. Cuando entró en el despacho tení eníaa una eeno norm rmee ccest estaa de bo bom m bo bones nes enci encim m a de la m mesa, esa, m miiró llaa tarj eta, era de sus jefes. Se sentó en la silla y observó la oficia a través de las finas lamas venecianas de la m mam am para de ccris risttal. C Car arlo lo salí salíaa del desp despac acho ho ddel el gere gerent ntee ccon on ssuu sutil sonrisa, seguido del hombre que con un gesto de peloteo le abría la puerta. Lo vio ir hacia ella. Sus pasos fueron lo único que oyó cuando abrió la puerta. Veía a la ge gent ntee de dejj ar lo que hacía par paraa observarles.  —Saa m a rita —ca  —S —canturre nturreóó Carlo siendo consc consciente iente de la e xpec xpectac tación ión de alrededor. Se quedó delante de ella, a pocos centímetros delante de la puerta del despac desp acho. ho. S Sac acóó una li libreta breta y apunt apuntóó un nú núm m er ero. o.  —Llam a a Me Mere redit dit.. —Le dio la hoj a de pape papell y sonrió—. Pronto… Pr onto… Se acercó a su oreja. Samara se puso nerviosa porque sabía que Carlo lo hacía adrede a drede pa para ra abochornarla delant delantee de to todos dos..  —Cóm  —C ómoo te m ira iran, n, ¿eh? No enti e ntiee nden qué une a su j ef efee c illa illa c on eell ccli liee nte tan importante… Si ellos supieran, Samarita… que te he metido la polla una y otra vez… Um…  —Caa rlo, par  —C paraa …  —Y lo gr grac acioso ioso de todo eess que y a er eree s ccom omoo nosot nosotros… ros… No puedes puede s vivir sin ello, tienes hambre siempre, ¿no es así? —Se rió—. Tu cabeza no para de funcionar, tu coño va al mismo ritmo y cuando no lo tienes, te marchitas… La gente es e s di dist stint inta, a, sim simple, ple, su vvid idaa sexual aburr aburrid ida… a… —S —Suu boca roz rozaba aba su orej a.  —Yaa está bien, Carlo…  —Y  —Nuestras  —Nue stras zorr orrit itas as son dist distint intas as a ti ti,, e ll llas as a guanta guantan, n, les gust gustaa que las follen duro, pero lo hacen por nosotros, pero tú… —La besó en la frente con un gesto  paterna  pate rnal—. l—. Tú er eree s com o nosot nosotros… ros… —susurró. Se apartó varios pasos y sonrió con malicia.  —En todas las é poca pocass siem siempre pre hay una zorr orrit itaa con c lase que destac destaca. a. —  Guiñó Gui ñó el ojo—. Ll Llam am a a Mel Mel… …

Se fue dejándola de pie delante del departamento con el papel en la mano y cara de póker. La gente, al verla mirar, siguió con lo que estaba haciendo. Bajó la mirada algo cohibida y cerró la puerta del despacho. Empezaba la semana… Y vaya forma de empezar.  

*** El resto de la semana Meredit la pasó en casa con Samara; lo cierto es que, aparte de hacerse grandes amigas y confidentes, ambas necesitaban estar juntas  hablar. Era difícil poder compartir ciertas inquietudes si no era con la persona que vivía vivía algo si sim m il ilar ar a ella, sus miedos, sus em ociones, ttodo odo lloo que la pa pasaba saba por  la mente. De igual modo Meredit le abrió su alma y descubrió que ella era una m uj ujer er incre ncreíb íbllem ente in intel telig igente ente y, lo má máss iim m port portante, ante, con una bond bondad ad inme inmens nsa. a. El vi viernes er nes Domini Dominicc las re recogi cogióó a aam m bas; esa noche ce cenarían narían en su ca casa sa dado que Carlo regre regresaba saba de vi viaj aj e bastant bastantee tarde. Durante toda la noche Luis no dijo una sola palabra. Se pasó mirando por la ventana horas y apenas cenó con el resto del grupo. Dominic no dejó de observarlo y Samara se daba cuenta de que algo atormentaba a su amigo. Después de de ccenar enar,, C Car arllo y Meredit se fuer fueron. on. Dom Domin inic ic se fue a dar un baño y fue el moment mom entoo en el qu quee S Sam am ara aprov aprovechó echó para ac acerc ercarse arse a él.  —Luis… Sam ara ar a se sent sentóó en la but butac acaa de enfr enfrente, ente, est estiró iró llaa m ano para toca tocarr su rodi rodill lla, a, él seguía totalmente ido con la mirada perdida a través de los cristales de las ventanas.  —Luis, ¿qué te pasa pasa?? La miro, se incorporó hacia adelante y apoyó los brazos sobre sus rodillas con la cabez ca bezaa incli nclinada nada ha hacia cia aabaj baj o. Pa Pasó só ssus us ddedos edos po porr las piernas de Sam Samar ara; a; su pi piel el era su suave, ave, tan suave ccomo omo la de una ni niña. ña. Est Estaba aba ca casi si seguro qque ue eesa sa iba iba a ser la última vez que la tocara, que sintiera aquella fina piel bajo sus dedos. Estaba convencido de que le odiaría, pero no podía seguir con aquello mucho más tiempo. Nonas podía más.  —Apenas  —Ape ha hass seguir com idoengañándola nada nada.. Jugaba con c on sus ddedos edos subi subiendo endo por sus muslo muslos, s, aún ido. Ll Llegó egó a su entrepier entrepierna na  ella instintivamente se apartó con cuidado al notar el dedo cerca de su sexo. Luis sonrió. Ella no le permitiría más a menos que Dominic dijera lo contrario. Le gustó la reacción que tuvo, ese respeto hacia su amigo.  —¡Luis, me m e está estáss asustando!  —Tranquil  —Tra nquilaa … T Tee ngo que ccontarte ontarte una ccosa. osa. Luis empezó a hablar. A medida que hablaba, los ojos de Samara se llenaban de lágrimas. Le contó cada detalle de su vida, cada momento en el que ella estaba presente, le podía fue todo las manos lay ver cómo tana  per  perdidam didame e nte de cómo ella quese no seguirdeocultándole verdad. dad.seLaenamoró m iró, ahor ahora

era ella la que tenía la mirada totalmente perdida y la cara empapada en lágrimas.  —Saa m … No que  —S quería ría hac hacer erte te da daño, ño, no quer quería ía que todo esto ppaa sar saraa … Samara se incorporó. Luis intentó cogerla por el brazo, pero ella se apartó con  

rabia de él é l.  —Mi her herm m ana anast stro… ro… —Ape —Apenas nas un ffino ino hi hilo lo de voz salió de sus llaa bios. bios.  —Saa m …  —S  —¡Noo m  —¡N mee toque toques! s! Dominic apareció por la puerta del salón. Samara se acercó a él y le dio una  bofetada  bofe tada que le ra rasgó sgó e l labio. Se rió li lim m piándose el hil hilil illo lo que le c aía por la comisura.  —¡Puto  —¡P uto ca cabrón! brón! Todo fue idea tuy tuyaa … Abrió la la puerta de la ca call lle. e.  —¿Dónde  —¿ Dónde c oño vas? —le pre preguntó. guntó.  —Lejj os de vosotros.  —Le Desapareció tras la puerta. Dominic volvió a limpiarse la sangre que le caía  por el e l labio. labio.  —Bra  —B ravo, vo, m mac acho, ho, se nota que has sido m muy uy delica delicado. do. Luiss pasó las ma Lui manos nos por llaa ccabeza abeza y se ac acer ercó có a él. Lo miró con angust angustia.  —No nos va a perdonar per donar e sto sto.. Domin Dom inic ic m miró iró a través de la vent ventana. ana.  —Tra nquilo,  —Tranquil o, am igo… Por el reflejo veía detrás a Luis, daba largos tragos a su copa de coñac. Se volvi vol vióó a qui quitar tar la sangre del labio y son sonrió. rió.

 

27. Dos sem sem ana anass si sinn ti Quién me iba a decir que te encontraría donde menos me esperaba.

*** Pa saron do Pasaron doss ssem em anas desde la noche eenn llaa que Luis le ccont ontóó llaa ve verdad rdad a Sam ar ara. a. Carlo le había dicho a Dominic que había pedido la baja en la oficina; la había llam lamado ado varias vec veces es pero tenía el teléf teléfono ono apaga apagado do ssiiem pre. T Tam am poco est estaba aba en su casa. ca sa. Luis hhabía abía pa pasado sado por aall llí,í, llos os vecinos llee habían dicho que no sabían na nada da de ella. Nadie sabía dónde podía estar y aunque Dominic no demostraba excesiva preocupación, Luis cada día estaba más angustiado por la falta de información.  —He de rec re c onoce onocerr —dij —dijoo Ca rlo— que c uando m e ente enteré ré de que e ra rass su herm anastro casi me corro del gus gustto.  —No seas sea s gil gilipol ipollas las —dij —dijoo Luis— Luis—,, no ti tiee ne gr graa c ia.  —Por  —P or dios dios… … ¡Sois mis ídol ídolos, os, salís en la lass fotos que def definen inen « re retorc torcido» ido» e n eell diccionario! —Una carcajada retumbo en el salón. Domin Dom inic ic ent entró ró en ca casa. sa.  —Yaa sé dónde e stá. —S  —Y —See quit quitóó e l a brigo y lo tiró tiró en el sofá sofá—. —. Así que tranquilízate, Luis.  —¿Dónde  —¿ Dónde??  —En Quime Quim e ra —rió.  —¿Eh?  —¿ Eh?ha—conte —contestó, sorpr sorpree ndido.  —Me ll llaa m astó, do Antón. Llegó hac hacee unos días, basta bastante nte toca tocada, da, de noche y empapada; estaba lloviendo bastante y cuando le abrió Catinca se llevó un susto de muerte.  —¿P  —¿ P or qué no ll llaa m ó ante antes? s?  —Joder —bra —bram m ó Carlo—. Lógico, c onocie onociendo ndo los ar arra ranques nques de Dom ini inicc  pretende  pre tendería ría que se c alm a ra rann las cosa cosas. s. Domin Dom inic ic m miró iró a Carlo am amenazado enazadoram ram ente y luego luego se diri dirigi gióó a Luis Luis..  —Voy  —V oy a sa sali lirr pa para ra a ll llíí ahor ahoraa m ismo; tú ve ccon on C Caa rlo el vier viernes, nes, eess m mee j or. or.  —¿P  —¿ P or qué esta aall llí? í? —No eentendía ntendía na nada. da. Dominic se levantó cogiendo nuevamente el abrigo y poniéndoselo pasó la mano por el hombro de Luis.

 —Luis, fía fíate te un poc pocoo m más ás de m í.  —Lo lógico es que fue fuera ra con sus pa padre dres, s, una am iga, un ffaa m iliar iliar,, no sé, sé , per peroo ¿Quimera?  —Es lo m e j or que puede habe haberr pa pasado sado aam m igo… Analíz Analízaa lo…  

Carlo encendió un cigarrillo y se sirvió una copa.  —Que la princ princesita esita esté en Quim Quimee ra sig significa nifica que es nuestra y que tú tiene tieness una leve posi posibil bilid idad ad de que salgas bien para parado do a fin f in ddee cue cuentas. ntas.  —Me voy —re —repit pitió—. ió—. Os veré a ll llíí al final de la se sem m a na. Tras un par de horas, Dominic Dominic ll llegó egó a la eenorme norme m ansi ansión. ón. Qui Quim m er eraa eest staba aba eenn mitad de la nada y un frío de mil demonios le invadió al salir del coche. Antón abrió lones la puerta dea s la entrada, su habitual estampa sus  panta  pantalones de pinz pinza ne negros gros y unavestido c a m isacon a j uego. Una c ade adenit nitaa de oscura, oro brill brillaba aba en su cuello, regalo de su difunta mujer, y de la que nunca se desprendía. Se rascó su cui c uidada dada pe peril rilla la canos ca nosaa y sonrió sonrió..  —Mi c hico, apr apree súra súrate, te, e stá a punto de c ae aerr una torm tormee nta. —Le dio un abrazzo y am bos pasaron dent abra dentro. ro.  —¿Có  —¿ Cóm m o está?  —Llegó c om omoo un vam piro, de m adr adrugada ugada y em papa papada. da. Supongo que debió  perder  per derse se y, al pre preguntar, guntar, la ll lluvia uvia la pil pilló. ló. Cati Catinca nca ha esta estado do con e lla lla todo el tiem iempo, po, llaa ve veoo m mej ej or or.. Le sirvió una copa. Catinca, la joven hija de Antón, apareció por la puerta y saltó a los brazos de Dominic.  —Tu prince princesa sa ha ca cam m biado, m i que querido rido Dom ini inicc . —A —Apoy poy ó la c a beza e n sus hombros hombr os y sonri sonrió—. ó—. Ha pe perdido rdido ssuu bond bondad. ad. El sonar del cascabel de la fina pulsera que siempre llevaba en el tobillo tintineó al levantarse de sus brazos, su larga falda de zíngara flotó al ponerse de  pie.  —Está desca de scansando. nsando. P Pre repa para raré ré algo de c ena enarr. Tiene Tieness que eestar star ha ham m brie briento… nto… Lo miró con descaro descar o y Dom Domiinic nic sonri sonrióó con m mali alicia. cia.  —See ha pasa  —S pasado do la m a y or par parte te del tiem tiem po llora llorando, ndo, Dom ini inicc . —Antón encendió su eterno puro—. Hasta que un día dejó de llorar. Lo mejor es que subas a verla, hijo, no ha comido casi nada desde que llegó. Está en tu habitación. Así lo hizo. Subió la amplia escalinata que daba a la planta de arriba y atravesó el e l corre corredor dor que rrodeaba odeaba el pi piso so ssuperio uperiorr hast hastaa las habi habitacio taciones. nes. S Sam am ar araa dormía de espaldas a la puerta. Se sentó en el borde de la cama y le apartó el  pelo que le cubr cubría ía la ca cara ra.. Dor Dorm m ía profundam prof undam ente ente,, se leva levantó ntó y se sentó en la  butacaa m ás ccer  butac erca cana na a la ve ventana ntana..  —Despierta  —De spierta,, S Saa m a ra ra.. La joven se desperezó y al abrir los ojos se sobresaltó. Se incorporó en la cama con el pelo por los ojos, y el fino camisón de raso resbalando por sus hombros casi dejando entrever uno de sus pechos. Reculó hacía el cabecero

como intentando huir de aquel hombre que la miraba desde la oscuridad de la estancia.  —Tú… No quiero quier o ver verte… te… Dominic tenía los codos apoyados en los reposabrazos y los dedos de las  

manos entrelazados.  —Saa m a ra…  —S ra … Sam ara ar a fflexi lexionó onó llas as rodi rodill llas as y el ca cam m isón són llee resbaló. Parec Par ecía ía una niña niña pegada al cabecero, aterrorizada.  —Nos tenías preocupa pre ocupados, dos, prince princesa… sa…  —¡Noo m  —¡N mee im porta porta!! —El odio ssalpica alpicaba ba ccaa da una de la lass pala palabra brass que de decía cía..  —Tee estuvim  —T estuvimos os busca buscando… ndo… Quién nos iba a de decir cir que esta estaría ríass eenn Q Quim uimer eraa … Vaya…  —¡Vete  —¡V ete!! Domin Dom inic ic so sonrió nrió,, in incli clinó nó llaa ccabeza abeza hacía la de dere recha cha y frunció el ceño.  —¡Vete  —¡V ete!! ¡¡No No quier quieroo ver verte! te! ¡No ¡N o quiero oírte! oírte ! Lo te tenías nías todo prepa prepara rado… do…  —Saa m a ra…  —S ra …  —Eress retorc  —Ere re torcido, ido, tú a y udaste a Luis porque sabías quién er eraa , y sabias sabia s que tarde o ttem em prano ttee servi serviría ría para hacer hacerm m e daño daño… …  —Saa m a ra…  —S ra …  —Eress per  —Ere perve verso… rso… Er Eres… es… Se levantó, se acercó a la cama y tiró del su tobillo arrastrándola hasta el  borde de la cam ca m a . Ella int intentó entó aga agarr rrar arse se a l c abe abecc er ero, o, pero per o no le dio tiem po. Se dio la vuelta, pero Dominic la volvió a poner boca arriba.  —Saa m a ra…  —S ra … C Cállate állate… … La cogi c ogióó po porr eell me ment ntón ón y la apre apretó tó con fuerza.  —¡Déé j am e ! —gr  —¡D —grit itó, ó, y em pezó a pa patalea talearr pa para ra za fa farse rse de éél.l. La sujetó suj etó hast hastaa bloqu bloquea earr sus ggol olpes; pes; intent intentaba aba re rept ptar ar para alej ar arse se de éél,l, pper eroo ahora la tenía cogida por los brazos y la mantenía inmóvil.  —¡Suéltamee !  —¡Suéltam  —No hubiera hubier a sid sidoo dife difere rente nte si ttee lo hubiér hubiéraa m os di dicho cho aantes. ntes.  —¡Eso no es e s cier cierto! to! ¡Es m i her herm m a nastro! —R —Rom ompió pió a llo llora rarr.  —Lo sabes… sabe s… Eso es lo qque ue te a torm tormee nta, que lo ssaa bes… Pasó la boca por su mejilla. Olió su piel.  —¡Suéltamee !  —¡Suéltam  —Dejj a de ll  —De llora orarr ccom omoo una ccría ría c apr aprichosa. ichosa.  —Eress un ccabr  —Ere abrón. ón. —S —See rió de desequili sequilibra bradam dam ente ente—. —. Er Eres es un eenfe nferm rm o. P Piensas iensas que soy soy com comoo ttúú pero no es… Le dio una bofetada que retumbó en toda la habitación. El pelo le cubrió la cara, la cogió por el mentón y la miró con rabia. Samara volvió a reírse. Le separóó llas separ as pierna piernas, s, ell ellaa se re revol volvi vió, ó, m metió etió llos os dedos en su sexo y se los ppasó asó por la cara.

 —No er eree s ccom omoo y o… No… Te m oj ojaa s cuando c uando te c ruzo la ca cara ra per peroo no… No eres com com o yo… Le abrió a brió la boca, aapretándo pretándole le la m mandí andíbul bulaa con su ma mano, no, y le m meti etióó llaa lengua.  —No ere e ress com o y o, per peroo viene vieness a Q Quim uimee ra ra..  

Le arra a rrancó ncó de un movimient movimientoo el cam is isón ón y tiró ddee sus ppiernas iernas hacia éél.l.  —¡No!  —¡N o!  —Shh…  —S hh… Tiene Tieness dos oopcione pciones… s… Pone Ponerlo rlo fá fácil cil o di difíc fícil il… …  —¡Cabrón!  —¡Cabr ón! —Le int intentó entó da darr una bofe bofetada tada per peroo Dom Domini inicc le c ogió llaa m a no.  —Vaa le… V  —V Vaa m os por lo di difíc fícil il.. La cogió por el brazo y la sacó de la habitación como si fuera un saco. Ella gritaba que picones la soltara, le estaba corredor la  baj ó a trom trompicone s porque las esc esca a ler leraa s. haciendo Cati Catinca nca,, adaño. l verlo, ve rlo,Atravesó se a par partó tóelaasust sustada ada dey su camino. Abrió la puerta del sótano y la llevó hacia abajo mientras iba golpeándose con las escaleras intentando aferrarse a las paredes sin éxito. Llegó al final del pasillo y la lanzó al interior de otra habitación, cerrando la puerta tras de sí. Encendió una lamparita suspendida del techo que apenas iluminaba la estancia, gateó hasta la pared más alejada y se quedó sentada con las rodillas  pegadas  pega das a su pec pecho ho ca casi si bala balance nceándose ándose.. Dominic se quitó la chaqueta del traje, la colocó sobre una silla, se remangó la camisa y se sentó en el borde de la mesa.  —Voy a volve  —Voy volverr a preguntárte pre guntártelo lo ot otra ra vez. ¿¿Me Me lo pones ffáá cil o di difíc fícil il?? Sam ara ar a rió com comoo un unaa his histérica. térica.  —Vee te a la m ier  —V ierda, da, Dom D omini inicc . Sol oltó tó uuna na suave ccarc arcaj aj ada. Se incorpo incorporó ró y la cogió ppor or eell pel pelo. o.  —Tee ha  —T hass vuelto m muy uy c ontestona, ¿¿no? no? Volvió a reírse. Miró a su alrededor, una silla, una mesa, un camastro de metal que le recordaba horriblemente a la última vez que había estado en aquel só sótano tano.. Una eesp spec ecie ie de ganc gancho ho qque ue pendí pendíaa de dell tec techo ho y un pequ pequeño eño ar arm m ar ario io,, poco m ás. F Frunció runció el ce ceño ño y bufó. La lanz lanzóó ssobre obre la cam a de m etal y abrió el ar arm m ario, sacó una esp e spec ecie ie de ccorrea orreass y vol volvi viendo endo do donde nde estaba ella la ar arra rast stró ró al ce cent ntro ro de la habitación y le ató las manos al gancho.  —¡No!  —¡N o!  —Sí.í.  —S  —¡Espera  —¡Espe ra!! ¿Qué, qué vas a hac hacee r? Ahora est e staba aba ca casi si de punt puntil illas, las, Do Dom m in inic ic se puso ddetrás etrás de ell ellaa y le ar arra rancó ncó el cam ca m is isón ón po porr la pa parte rte sup superior, erior, dej dejando ando ssuu espald espaldaa aall aire. S Sam am ar araa volv volvió ió a re reíírse, la rabia y el orgullo se hacían presentes en sus ojos. Tiró de su cabeza hacia atrás, atrá s, ac acar arició ició ssuu culo, ssepa eparó ró sus muslos y m etió llos os dedos ppor or eell llos. os.  —¡Noo m  —¡N mee toque toques! s! ¡¡No No m mee toques! Le oyó alejarse y volver. Sintió una punzada en el estómago de miedo y un golpe seco la devolvió a la realidad cuando su espalda empezó a arder.

 —Si tanto m e odiar  —Si odiaras as no e staría staríass a hora e n Quim Quimer era. a. —Otro golpe la lanz lanzóó hacia adelant a delantee y las cadena cadenass ttin inti tinear nearon. on.  —¡Por  —¡P or dios, par paraa !  —Ni te m oj ojaa rías ría s com c omoo una zorr orra… a… —V —Volvi olvióó a m e ter los dedos e n su sexo y  

se los pasó por la cara, intentó apartarse pero la cogió del mentón y se los metió en la boca boca..  —Eress un m  —Ere maldito aldito ca cabrón brón eenfe nferm rm o. Samara se volvió a reír al notar otro golpe en su espalda, otro, otro más y otro. Las muñecas le dolían, le ardía todo el cuerpo, su mejilla, su espalda. Sus ojos no lloraban, solo tenía ganas de reír, pero el dolor era fuerte y sus pies apenas m an par er ergui guida, da, enca encadenada aall tec ttorm echo. ho.e ntos  —¿T  —¿ Tlae mantení c ree reantenían e s que para a Luis no eesdenada s igual de torme ntosoo todo eesto sto?? —La volvi volvióó a golpea gol pear—. r—. ¡Con ¡Contest testa! a!  —¡Sí!! —gr  —¡Sí —grit itó—. ó—. ¡P ¡Per eroo él lo sabía!  —¿Y  —¿ Y qué qué?? —dij —dijo—. o—. A é l le le im porta portabas bas una m ier ierda da ccuando uando te conoc conoció. ió.  —See aacostó  —S costó conm igo… ¡Dios mío!  —Tú lo hubieras hubiera s ec echo ho igualm igualmee nte. Eso es lo que te c a rc rcom omee por dentr dentro, o, lo sabes, y es lo que ttee ccons onsume ume..  —¡No!  —¡N o! Otra descarga descar ga en la espald espaldaa la balanceó hac haciia aadelant delante. e.  —¿Te cr  —¿T cree es que no te cconoz onozcc o, S Sam am ar ara? a? La golpeó una y otra vez hasta que su espalda quedó totalmente roja por los golpes. La soltó y se desplomó en el suelo. Apenas podía moverse del dolor. Dominic se sentó en la silla y lanzó las correas con odio a una esquina de la habitación. Ella se mantenía inmóvil.  —Vee n aquí, S  —V Saa m a ra ra… … Se incorporó y apartó el pelo. Ni una sola lágrima se veía en sus mejillas, solo el calor del dolor reflejado en sus pómulos.  —Vee n… aquí… —le re  —V repit pitió ió a punto de pe perde rderr la pac pacienc iencia. ia. Ella no se movió. Levantó la cabeza con dignidad y se quedó inmóvil retándolo. Dominic sonrió y se incorporó. La cogió por los pelos y la arrastró a la mesa. La tenía de pie, con las piernas separadas y sus pechos contra el mármol de la encimera. Arrancó su camisón ya ajado y sucio, apoyó su miembro en la entrada de su culo y se la clavó hasta el fondo sin ninguna delicadeza. Cuando intentó gritar le tapó la boca con la mano.  —Hoy y a te he esc escucha uchado do dem a siado —dij —dijoo m oviéndose dentro de ella—. Demasiado… Comenzó a moverse mientras la mantenía apresada bajo su mano sin  perm  per m it itirle irle ape apena nass m urm ura urarr por la ra rabia. bia. Su pelvis c hoca hocaba ba c ontra sus na nalgas, lgas,  poco a poco fue re resbala sbalando ndo c on m ás fa facc ilidad, ilidad, notaba c óm ómoo sus fluj flujos os

empezaban a emanar, cómo su cuerpo empezaba a ceder ante sus movimientos. Los golpes golpes de su espalda brill brillaba abann baj o la luz luz,, sali salióó de eell llaa y se quedó inm inmóvi óvil.l. La dio la vuelta y la besó en los labios, y ella le respondió con pasión. La levantó en el aire y la llevó al camastro, la tiró sobre la cama, se quitó la camisa, soltó  

sus pantalones y se colocó sobre ella. Apoyó la punta de su miembro en la entrada de su sexo, pero quedó inmóvil.  —Fóll  —F óllaa m e …  —¿Es  —¿ Es lo qque ue quie quiere res? s? —le susurró pe penetr netráá ndola lentam ente ente..  —Saa bes que sí…  —S  —No lo sé, dímelo dím elo tú. Volvió a clavarse un poco Notaba respiración entrecortada, su cadera levantándose hambrienta de él.más. Samara se su agarró a los barrotes de la cama y le rodeó con sus piernas, sonreía como una loca, se retorcía arqueando su espalda aún notando el dolor dolor contra las sába sábanas. nas.  —Tee supl  —T suplico ico que lo haga hagas, s, Dom Domini inicc . —S —Saa có la le lengua ngua y se la pasó por la ccar araa  —. Va Va m os… T Tee lo supli suplicc o… Se rió y se enterró haciéndola gemir de placer. Se movió, lamió sus labios, metió la lengua hasta la garganta mientras su cadera se arqueaba. Pasó su mano  por debaj de baj o de su cculo ulo y m etió el dedo índice dentr dentroo de éél.l.  —Sí…  —S í… M Máá s ade adentro… ntro… Quier Quieroo sentirte m á s ade adentro… ntro…  —Inc reíbl  —Incre íble. e.  —Más… —ja —j a dea deaba ba.. Cogió con ambas manos sus nalgas y las empujó hacia sí. Le apretó con fuerza, su flu flujj o resbalaba por sus m usl uslos, os, est estaba aba em papada, ham bri brienta enta de éél.l.  —Tee nía tanta ha  —T ham m bre de ti…  —Estás loca. loca .  —Necc esitaba tanto de ti  —Ne ti… … Ne Nece cesit sitaba aba sentirte… dentr dentro… o… follándom e una y otra vez… tus manos… tu lengua… tu castigo… La hizo suya de una forma brutal; ella no dejaba de pedirle más, de suplicar  una y ot otra ra vez que no para parara ra.. Silencio… Se apartó suavemente y rozó con la punta de la nariz su mejilla. Sus labios se apoyaron sobre su frente y sintió el calor que irradiaban.  —Luis ve ve ndrá m a ñana ñana,, S Saa m ar araa … De Debes bes ha hablar blar con éél.l. Le hizo una leve reverencia que le sorprendió. Apoyó las palmas de sus m anos en el ce cent ntro ro de su pecho y asint asintió ió con la ca cabez beza. a.  —Lo que tú digas. Dominic se levantó y se puso la camisa. Se colocó detrás de ella, cogió el camisón del suelo y se lo dio. Besó su hombro, pasó las yemas de sus dedos por  los golpes de la espalda y analizó la expresión de sus ojos. Ya no eran aquellos ojos inocentes de la mujer que había encontrado meses atrás. Él sabía que tras esos gest gestos os y esa ino inoce cencia ncia fing fingid idaa dorm dormía ía llaa aabej bej a rreina eina de ant a ntaño. año.

« ¿En qqué ué te he converti convertido? do?»» , pens pensóó mientras llaa m iraba. « ¿En qqué ué te convertiré…?» La pasó los dedos por los labios y los besó. Abrió la puerta de la habitación y la hizo hizo pasar delante de él.  

 —Va m os, ttiene  —Va ieness que ccom omer er,, has pe perdido rdido m mucho ucho pe peso so estos dí díaa s. Samara pasó a su lado y le sonrió con malicia. La siguió mientras se contoneaba, cont oneaba, ccam am in inando ando com comoo una di diva va por la am plia plia galería del sót sótano. ano.

 

28. Pe Perdón rdón  No exist ex istee un hombre dominant dominantee sin una mujer que le pe rmit rmita a  serlo.

*** Era viernes por por llaa no noche. che. S Sam am ara term inaba de prepara prepararse rse para baj bajar ar al pu puebl eblo. o. Antón les había pedido cenar todos juntos; eran fiestas y las calles estaban atestadas de gente. Sabía por Catinca que el viejo Antón tenía fama de rico excéntrico en el pueblo y que incluso muchos hablaban de las cosas extrañas que  pasaba  pasa bann eenn la finc fincaa , aaunque unque nadie sabía re realm alm e nte na nada da porque nadie había vis visto to nada. Pero lo cierto es que él se sentía orgulloso de sus chicos, disfrutaba  presum  pre sumiendo iendo de su com pañía y c uando lo vis visit itaba abann apr aprovec ovechaba haba la sit situac uación ión para elloo y no ddudaba ell udaba en baj ar al pueblo pueblo y ce cenar nar eenn llos os m ej ores si siti tios os.. Tenía claro que serían el centro de atención. Catinca la había avisado que no se sorprendiera y menos se incomodara por las posibles miradas furtivas, y eso sin sin pensar en los pposi osibl bles es aataques taques de espont espontane aneid idad ad de Car arlo lo.. Aquella Aquel la noche eest staba aba algo apagada. Su com comport portam am ient ientoo con Dom Domin inic ic no er eraa habitual, su forma de retarle la noche pasada no era propio de ella y aunque estaba segura de que él disfrutaba de aquello, ella no se sentía bien cuando todo  pasaba  pasa ba y ana anali lizza ba la sit situac uación, ión, per peroo re reconoc conocía ía que la había exc excit itaa do, la había desbocado de una manera que hasta se había asustado al verse. Algo le estaba  pasando,  pasa ndo, algo em pezaba a c re rece cerr en su int intee rior, e m pe pezzaba a m odifica odificarr sus reacciones, y lprovocarle le resultaba porque salvaj sal vajee y crue cruel qque ue prec precedía edía a la pasió pasiónnapetecible m más ás irresi irresist stib ible. le. sacaba en él esa parte  —Luis… —susu —susurr rró. ó. Siempre que ella había llorado por culpa de Dominic, Luis había estado ahí  paraa consolar  par consolarla, la, y aque aquell llaa noche ante antess de irse de ca casa, sa, cuando cua ndo le c ontaba la verdad y lloraba, había sido incapaz de darle un poco de consuelo, del que él la había llenado siempre. Él a fin de cuentas le daba el equilibrio que necesitaba, le daba esa dosis de cariño sin esperar nada a cambio. Sí, era su hermanastro; la había engañado y, la verdad, la había llenado de rabia, pero ¿y todo lo que le dio? ¿Y todo lo que le seguía dando? ¿Y si le hubiera conocido en otras circunstancias   se hubiera enamorado de él? Miles de suposiciones pasaban por su cabeza,

m il iles es de pensam pensamiiento entoss y pregunt preguntas. as. Se subió la cremallera del vestido de raso color lila y se calzó unos zapatos de aguja. Dos brazaletes de plata decoraban sus brazos.  —Estás prec pre c ios iosaa . Se dio la vuelta y vio a Dominic apoyado en la puerta. Bajó la mirada y le  

di dioo las gracias, nerviosa. nerviosa. S Suu larga m elena est estaba aba total totalm m ente li lisa sa y ca casi si pasaba de su culo. culo. C Cati atinca nca se había eesme smera rado do ali alisándo sándola la durant durantee ca casi si una hora. S See ac acer ercó có a ella por detrás, veía sus ojos clavados en el espejo mirándola a través de él. Al notar sus manos en los hombros le invadieron unas enormes ganas de llorar; hacía tiem tiem po qu quee no nnot otaba aba su cali calidez dez y ese día m ás que nun nunca ca la nece necesi sittaba.  —Princ  —P rincee sa. —Rodeó ccon on los bra brazzos su cint cintura ura—. —. Mí Míra ram m e, Sam ar araa . Le dioator la vu vuelt a y cleada cogi cogió ó llapor a ccar ara a ccon onlasam ambas bas sma manos nos. . y no puedo c am biar  —Me atorm melta ento día todas cosa cosas que hago biar.. o cometas com etas m mii m ism ism o error. error. —S —Suu vo vozz er eraa desgarr desgarradora—. adora—. Mí Míram ram e, S Sam am ar ara. a. Sam ara ar a ffijó ijó sus ojos oj os en él y apre apretó tó las m mandí andíbul bulas as con fuerza.  —Sii m e has per  —S perdonado donado a m í tantas vec vecee s… P e rdóna rdónale le a él, m i re reina. ina. Demuestra la humanidad que tienes y de la que yo carezco con esa compasión; si no lloo hace hacess sser erás ás com o y o. —L —Laa abra abrazzó con fuerza—. No come cometas tas ese er error ror.. Samara creyó desmayarse al escuchar aquellas palabras tan atormentadas, tan llenas de sentimiento y tan humanas. La presión de sus brazos la dejaban sin respira respi ración ción.. C Come omenz nzóó a ll llorar orar com comoo un unaa niñ niñaa y se af afer erró ró a ééll ddol oloros orosam am ente.  —No, mi m i prince princesa… sa… hoy no debe debess ll llora orarr.  —No puedo pue do re rem m e diar diarlo; lo; cua cuando ndo m mee ha hablas blas aasí, sí, no puedo rem r em e diar diarlo… lo…  —Escúcham  —Escúc ham e …  —Sii qui  —S quiee res re s que le pe perdone rdone lo haré haré..  —No… No se tra trata ta de lo que y o quier quiera, a, e sta vez no, se tra trata ta de lo que tú quieras hacer. De tu mano está, solo de tu mano. La besó en los labios y levantándola en el aire la sentó en la cama, se sentó a su lado lado y le cogi cogióó llaa m ano.  —Yoo le pe  —Y pedí dí que no te dij dijee ra nada. nada . F Fui ui yyoo quien tuvo llaa cculpa ulpa de todo.  —Nadie  —Na die le obligó a ha hacc er erlo. lo.  —Saa m a ra…  —S ra … Está y a en la finc fincaa . Ha subi subido do a su habit ha bitaa ción par paraa prepar pre parar arse, se, no te voy a decir lo que debes hacer, espera a verle si es mejor para ti, pero cuando lo hagas, déjate llevar por lo que sientas. No pierdas nunca lo que llevas dentro, ni lo que tus sentimientos te dicen que hagas, no debes controlar eso. No  perm  per m it itaa s que eell odi odioo tape lo bueno de ti.  —Tú lo haces. hac es. Dominic se rió.  —Pee ro tú no er  —P eree s com o y o y no quiere quieress ser serlo. lo. Hubiera saltado sobre él, lo hubiera besado y abrazado pero no lo hizo, se quedó mirando el suelo, luego a él. Dominic le sonrió. Ya no se acordaba casi de cómo sonreía. ¿Por qué era así? ¿Por qué podía tener un atisbo de hombre

maravilloso y luego perderlo todo? ¿Por qué le enseñaba una parte de él que apenas podía podía tener? Sabía la re resp spuest uesta. a. Ne Nece cesi sitaba taba que ffuera uera así así..  —Nuncaa te ccela  —Nunc elaste ste de él. ¿¿P P or qué qué??  

Apoyó la mano en su cara y le acarició la mejilla. Observó que tenía un gesto relajado, sonriente, como si buscara un ejemplo que exponerle y no lo encontra encont rara ra.. Le resul resultó tó arre arrebatadora batadora aaquel quellla ca cara ra de niño niño bueno bueno,, su corazó corazónn lat latíía a cien por hora.  —Dicenn que cua  —Dice cuando ndo tiene tieness aalgo, lgo, debe debess de dejj a rlo libre libre;; si se m antiene a tu lado, es tuyo, si se va, es que jamás lo fue. Siempre te dije, princesa, que me pasé m ucho ttiem iempo po cono conociéndot ciéndote, e, por soyme erm m iti itir cciertas iertas cosas.  —¿No  —¿ No tiene tienes sm miedo iedo a que m e eeso va vay a unpuedo día día?? pper  No sabía por qué le pre preguntaba guntaba todo a quello, quiz quizáá ver verlo lo tan ce cerc rcano ano la animaba a ello.  —Todos  —T odos llos os dí díaa s, S Saa m ar araa , todos los días. Frunció el ceño, sorprendida y desconfiada.  —No exis e xiste te un hom bre dom dominante, inante, sino una m uje uj e r que le per perm m ite ite ser serlo. lo. S Sii tú te quedas conmigo, ssabes abes a lo qque ue te eexpo xpones, nes, pero y o no pu puedo edo hace hacerr na nada da si uunn día decides irte, no lo haría. Yo no puedo cambiar, no sé hacer las cosas de otra m aner anera, a, no sé aam m ar de otra form f orma, a, princesa, si ttúú estás aquí es por aalg lgo, o, so solo lo ttúú lo sabes. sab es. No hay m ás. Se levantó de la ca cam m a y ti tiró ró de su braz brazo. o. La atraj o hacía él y la besó besó..  —Com  —C ompensa pensarr eell dol dolor… or… —P —Pasó asó los dedos por las m ar arcc a s de su eespalda—. spalda—. N Noo  puedess ti  puede tira rarr si siee m pre de la gom gomaa porque se rom pe… Sonríe, nena nena,, te quier quieroo entera. Samara esbozó una sonrisa tímida, respiró profundamente y se colocó los tirantes de su vestido. Dominic le dio la mano y la hizo pasar delante abriéndole la puerta.  —Manipulación  —Manipulac ión y per persuasión suasión —susurr —susurróó m ientra ientrass m ira iraba ba cóm o desc descee ndía—. Por eso te quiero tanto… Porque eres tan inocente… Todavía… Volvió a reír. Metió las manos en los bolsillos y descendió las escaleras tras ella. ***  —Va m os a ce  —Va cenar nar e n eell pueblo. —Car —Carlo lo tenía una m ira irada da burlona tira tirado do eenn eell sofá—. Los pueblerinos nos mirarán mal y esconderán a sus hijas; los chicos rudoss y duros se ce rudo celaran laran porque a eell llas as les ppierde ierde nuest nuestra ra ca cartera rtera y nuest nuestra ra polla, polla,  suss ma  su mam m ás nos m irara irarann rec recelos elosas, as, pero con cierta ccuri urios osid idad. ad. Cati atinca nca so solltó una ca carc rcaj aj ada.  —Los dueños due ños de dell re restaura staurante nte nos ha hará ránn la pelota; la c ulpa eess de tu padr padre, e, que

 par ecee el sum  parec sumoo sac sacee rdote de una sec secta ta de dem ente entes. s. Cl Claa ro, luego la culpa ser seráá m ía com comoo si siem em pre. —R —Rió ió con pere perezza. Antón le dio dos palmaditas en la rodilla.  —Caa rlo, nunca c am biar  —C biaráá s. ¡No lo haga hagas, s, hij hijoo m mío! ío! —m —miró iró eell re reloj loj—. —. ¿¿Dónde Dónde  

está Luis? Luis? Cóm ómoo tarda ese chico…  —No hay ha y prisa, eess pronto —contestó Dom Domini inic. c.  —Lass niñas del pueblo pier  —La pierde denn eell cculo ulo por tu polla porque no sa saben ben dónde se m eten si llaa siguen.  —No sea seass estúpida, Cati Catinca nca.. Yo soy un hom hombre bre que m e expr expreso, eso, lo explico todo pero no me creen. Sus mamás me la ponen más dura, esas a cuatro patas son más flexibles conmelasenti lecciones nuevas. Aprenden más rápido. —Suspiró con humor—. Es que no entienden, enden, llas as m muj ujer eres. es.  —See rá e so… —aposti  —S —apostill llóó Domini Dom inic. c.  —Que a lgui lguiee n suba a por e se chiquil chiquillo, lo, que no lle lle gam os al re restaura staurante. nte. —  Antón se levantó algo nervioso. Empezaba a impacientarse.  —Iréé y o. —S  —Ir —Sam am a ra se leva levantó ntó del sofá y m iró a Dom Domini inicc e sper speraa ndo su consentimiento—. Si te parece. Asintió con la cabeza y la observó alejarse. Subió las escaleras que daban al  pisoo de ar  pis arriba riba y ca cam m inó a tra travé véss de dell ccorr orree dor ha hasta sta la últ últim imaa puer puerta, ta, golpeó con los nudillos suavemente y abrió. Luis estaba de espaldas, mirando a través de la ventana; no ssee ha ventana; habí bíaa pe perc rcatado atado de qu quee eera ra ella. ella.  —Sois  —S ois unos prisas. Ya Ya voy … C Coño. oño. Se quedó inmóvil delante de la puerta. Al ver que no contestaban, Luis se dio la vuelta y su expresión pasó de la melancolía al susto.  —Tee eestán  —T stán espe espera rando ndo todo todoss aba abajj o —tarta —tartam m udeó aalgo lgo nerviosa.  —Saa m …  —S  —Vaa m os a llega  —V llegarr ta tarde rde,, debe debería rías… s… —tra —tragó gó saliva—, debe debería ríass baj ar.  —Saa m … —S  —S —See aace cerc rcóó a eell llaa ccon on m miedo—. iedo—. S Sam am , y o… Samara lo abrazó con fuerza, él se quedó bloqueado durante segundos sin saber qué hacer y cuando reaccionó se aferró a ella con desesperación y cerró los ojos a punto de echarse a llorar.  —Pee nsé que te había per  —P perdido dido —dij —dijoo soll solloz ozaa ndo—. P e rdóna rdónam m e , Sa m … Perdónam Pe rdóname, e, te qui quiero ero tanto tanto… …  —Vaa m os… —Le sonrió pa  —V pasando sando la m ano por su ca cara ra y lim lim piándose, a la ve vezz, su suss prop propias ias llágrim ágrimas as par paraa que no se le ccorriera orriera el rím rímel—. el—. Y Yaa habl hablar arem em os de to todo do estoo un dí est día, a, aahora hora debe debem m os bbaj aj ar ar.. Carlo ar lo apar aparec eció ió con gest gestoo de eenfado nfado en la puerta.  —Joder,, vay a m ar  —Joder aricona iconada da,, esto pa pare recc e la ca casa sa de la pra prader deraa y m i intenc intención ión es que no baje de la casa de los horrores. Venga, joder, que al abuelo le va a dar  un infa infarto rto de tanto esper esperar ar.. Media hora después, estaban en el pueblo. Hacía bastante frío pero la gente

tom omaba aba su suss copas en las tter erra razzas. Muchas Muchas eest staban aban aacr criistaladas staladas y con ca calefac lefacción ción.. Cuando aparcaron los coches, Samara notó miles de ojos sobre ellos.  —Uh… que ll llee gan los m a los —dij —dijoo Carlo rie riendo ndo m ientra ientrass Cati Catinca nca le em puja pujaba ba j ugand ugando— o—.. B Baj aj an lo loss ddevoradore evoradoress ddee doncell doncellas… as… ¡Uh!  

 —Qué cruz cr uz,, con eeste ste tí tío. o. Dominic pasó el brazo por los hombros de Samara y entraron en el restaurante. Meredit pasó a su lado y le sonrió. En la entrada un camarero les estaba esperando, les acompañó a la mesa y les atendió con esmero y rapidez.  —Este es e s eell pe pelot lota. a. —C —Car arlo lo dio un tr trago ago al vino que le a ca cababa babann de poner poner—. —. Y aquella del fondo que está sonriendo y cuchicheando con la amiga, la doncella  plebe  plebey y a. Pasaron una cena amena. Luis tenía otra expresión en la cara y Dominic hablaba con él en bajo de vez en cuando, mientras el resto cenaba tranquilamente. Samara se sentía bien, pero seguía notando que todo el mundo hablaba de ellos o los miraban y era una sensación que le impedía disfrutar al cien por cien de la velada, una sensación a la cual no estaba acostumbrada. Cuando terminaron se dirigieron a un local de dos plantas, era bastante sibarita,  peroo aall ser a m igos de A  per Antón ntón no le rree sul sultó tó anor anorm m a l. Les conduj er eron on a la pla planta nta de arriiba y el qu arr quee par parec ecía ía el ddueño ueño ttras ras ac acompa ompañarlos ñarlos les despi despidi dióó educadam ente.  —See ñor Antón, ccom  —S omoo siem pre e stá usted en su ccasa asa,, el e l cam c am ar arer eroo de la bar barra ra les atenderá en lo qque ue sea nece necesario sario.. Era como una zona reservada, había más gente pero no muchos, un par de  parej  par ej as, un grupo de cinc cincoo hom hombre bress de negoc negocios, ios, tre tress chic chicaa s a l fondo y poco más. Pero poco a poco fue llegando más gente del pueblo, que terminaba de cenar, y toma omaban ban al algo go..  —Aquí ya y a puede puedess sac sacar ar e l ra rabo bo —dijo Luis a Car Carlo. lo.  —Tú, encim enc ima, a, aaním nímalo alo —c —contestó ontestó Ant Antón ón con hum or. or.

 

29. Luis Luis y su pequeño vicio Un día nos decimos a nosotros mismos que la vida que llevamos no es sana; intentamos formar parte de la sociedad, ceder a nuestros remordimientos y vivir como todos, pero lo correcto correc to se se vue vuelve lve lineal, lineal, ttodo odo llo o que uno lleva de dentr ntro o acaba  saliendo tarde o tem  saliendo temprano. prano.

*** Luis cam inaba Luis inaba por llaa ca call llee a alt altas as horas de la m añana. Aquell Aquellaa noche era dist distin inta, ta, le apetecía pasear. Las angostas callejuelas aumentaban de color a medida que se adentraba en los suburbios. Las luces de neón parpadeaban irregularmente. Todos y cada uno de aquellos antros tenían un recuerdo especial para él. El tiempo había pasado, era cierto, pero allí pasó gran parte de sus noches muertas siendo apenas un crío de veinte años, y allí fue donde Dominic lo encontró. Excesos, demasiados. Le habían hecho inmune al dolor. Y de todo aquello, nada… No quedó nada. Al final de la calle una puerta de madera, una pequeña ventanita en el centro a modo de mirilla. Aquel era el único antro con clase de la ciudad. Escondido  paraa el resto  par re sto del m undo m enos par paraa dete determ rm inada inadass per personas. sonas. La m e lanc lancolí olíaa se apoderó de él durante varios segundos. Llamó a la puerta suavemente y unos ojos se clavaron c lavaron en ééll mientras la pequeña vent ventanit anitaa se despl desplaz azaba. aba.  —No puede pue de se ser… r… —Un hom bre de ccolor olor le sonrió y a brió la puerta pue rta..  —V  —Visi isita ta de entrado c orte ortesía, sía,en De Deni. ni. —Le dio lla a m ano sonrió.de barrio le dio un fuerte El hombre carnes y con pinta de ymatón abrazzo y lo arrastró abra ar rastró hhac aciia de dent ntro. ro.  —Tee ha  —T hass hec hecho ho m may ay or, Luis. ¡Cóm ¡Cómoo m mee ale alegro gro de ver verte! te! Pasaron a un local oscuro, pero muy elegante. Sillones de piel, mesas rinconeras, una barra con tonos lilas situadas al final del local y varias escaleras de carac ca racol ol a aam m bos lado ladoss de llaa sala, que advertían ddee m ás pl plantas. antas.  —¿Qué  —¿ Qué te tra traee por a quí? P e nsé que no vol volve vería ría a ve verte rte..  —Negocios.  —Ne gocios. El hombre le puso una copa y se sentó a su lado.  —¿De  —¿ De qué a ños eestás stás pensa pensando? ndo? T Todavía odavía re recc uer uerdo do c óm ómoo m e las dej a bas por 

aquel entonces… entonces… S See te iba iba m ucho llaa m ano…  —No vengo a ese ti tipo po de negoc negocio, io, D Dee ni, pe pero ro gra gracc ias por tu rraa pidez pidez.. Quier Quieroo alquilarte el local para una noche. Entero. El próximo fin de semana.  —Quieres  —Quier es e l sót sótaa no. No c am bias, a m igo. —Deni —De ni se rió—. Sin problem a . ¿Necesitas alguna incauta que quiera conocer el rollito duro?  

Luis suspiró y dio un trago largo, se levantó y se colocó la chaqueta del traje.  —Lo estoy dej a ndo. —Esboz —Esbozóó una m uec uecaa irónica irónica—. —. P e ro e nséña nséñam m e las chicas. Deni se levantó, le abrió la puerta que daba al sótano y descendieron por una escalera. Las paredes eran de piedra vista y estaba todo decorado al estilo medieval. Varias antorchas artificiales ancladas a la pared iluminaban el tétrico  pasillo. P uer  pasillo. uertas tas a a m bos lados del pasill pasilloo c on venta ventanil nillas las c entr entrale aless daba dabann paso a varias salas. El hombre abrió una de ellas, en su interior una barra pequeña, varios sofás y en el centro una joven de unos veinte años anclada al techo por los  brazzos m ientra  bra ientrass un hom hombre bre c on un pasa pasam m ontaña ontañass y unos bra brazzos desc descom omunale unaless ugaba con ella. Iba vestido totalmente de negro, con unos pantalones de cuero una camiseta de manga corta también negra y unas botas militares. El hombre era enorm enorme, e, las venas ssee m ar arca caban ban a lo llar argo go ddee su braz brazoo hast hastaa eell cuell cuello. o.  —Tiene veinticinco a ños rrec ecién ién c um umpli plidos dos y agua aguanta… nta… A la putita le gust gustaa la caña. El hombre hombre le di dioo un fuerte gol golpe pe con una fust fustaa eenn llaa eesp spalda alda y al ver a am bos dej ó lo dejó lo qu quee hac hacíía y se ace acercó rcó a ell ellos os..  —Luis —le —le dio llaa m ano—. No te re reconoc conocía, ía, aam m igo, cuá cuánto nto ttiem iem po.  —Mucho, Ray, muc m ucho… ho… Luis se acercó a la joven y apoyando el dedo en su cadera la balanceó. La oven le le sonri sonrió, ó, ttenía enía m muchas uchas m mar arca cass en llaa eesp spalda, alda, pero pare parecía cía no iim m port portar arle. le.  —¿S  —¿ Son todas así de j óvene óvenes? s? —pre —preguntó guntó a la m uc uchac hacha. ha.  —Todas.  —T odas.  —Intere  —Inte resante sante.. ¿¿Y Ya no gr graba abass las sesiones? Ray sonrió. Una fila de dientes blancos hizo contraste con su pasamontañas. Señaló con el dedo índice el techo y observó a Luis.  —Paa rece  —P re ce m e nti ntira ra par paraa ti que, sa sabiendo biendo lo que va vale le e n eell m mer erca cado do ne negro gro e ste material, aún lo dudes… Mucho degenerado.  —¿Có  —¿ Cóm m o te llam llamaa s? —Luis le ccogió ogió llaa ccaa ra y le aapar partó tó el flequillo. flequillo.  —Natac  —Na tacha, ha, se señor ñor..  —¿T  —¿ Te gust gustaa lo que te ha hace cen? n?  —Sí,í, señor…  —S Pasó la mano por la mejilla de la joven. Llevaba un fino tanga negro que apenas se veía. S See m antení anteníaa de punt puntil illas las a duras pena penas. s. Era una j oven m muy uy bon bonit itaa de largos cabellos negros lacios y ojos verdes intensos.  —Me rec r ecuer uerdas das a alguien m uy espe especia cial.l. Estiró Est iró llaa m ano. R Ray ay le dio dio llaa fust fustaa de cuer cueroo y la apoy ó so sobre bre la ba barbil rbillla de la

chica levantándol levantándolee la ca cara ra ha hacía cía él.  —Vee nga, Luis… P  —V Por or los vi viej ej os ttiem iem pos… El hombre del pasamontañas dio varios pasos atrás y cruzando los brazos se quedó apoy ado eenn la par pared. ed. Luis ppelli ellizzcó uno de los pez pezones ones de la j oven.  

 —¿Te pone ccaa chonda el dolor?  —¿T  —Sí,í, señor, m e eexcita.  —S xcita.  —¿Tiene  —¿ Tieness lí lím m it ites? es?  —No, señor. Los mismos m ismos que usted, en todo ca caso. so. La repasó y le tocó con las yemas de los dedos el sexo; la chica separó las  piernas,  pier nas, le m e ti tióó los dedos eenn la boc bocaa y volvi volvióó a pa pasar sarlos los ppor or éél.l.  —Tú no ti tiee nes veinticinco a ños —susurró m uy ce cerc rcaa de e lla lla —. Dim Dimee la verdad, Natacha… Natac ha… A m í nnoo pu puedes edes m enti entirm rm e.  —See ñor, diec  —S diecinueve inueve,, los… los cum plo en seis m e ses. Lo siento, señor señor,, no quería m entir entir.. Deni se sentó en uno de los sofás con su copa, parecía ansioso por el espectáculo. Mientras Luis se colocaba detrás de ella y pasaba las manos por su culo respingón.  —No puedo pue do queda quedarm rm e aaquí. quí. —M —Miró iró a D Deni eni y se ffrotó rotó la ffre rente. nte.  —¡Vam  —¡V am os, no m mee j odas, ccha haval! val! Solo uunn par de toque toques, s, hom hombre bre.. Cerró los ojos. Olió la piel de la joven, aspiró su aroma y suspiró. Levantó la mano y el primer golpe casi la manda al otro extremo de la habitación. La joven di dioo un grit grito descom descomunal unal ppara ara lu luego ego re reírs írse, e, la ccadena adena la balancea balanceaba ba m ientras ell ellaa intentaba mantenerse quieta en el mismo sitio. Al pasar los dedos por el sexo de la j ov oven, en, ssee m oja ojaron, ron, est estaba aba em e m papad papada. a.  —Una puti putita ta m a soqui soquist staa .  —Péé guem e , señor  —P señor… … He sido m ala ala… …  —¿Estás  —¿ Estás se segura gura de lo que dice dices? s? —La c ogió por eell pelo y dio la ccaa beza hac hacia ia atrás.  —Sí,í, señor…  —S Se aapar partó tó ddando ando dos pasos atrá atrás. s.  —Empiez  —Em piezaa el eespec spectác táculo, ulo, am amigo igo mío —dij —dijoo De Deni ni a Ray. Se quit quitóó llaa cchaqueta haqueta del ttra rajj e y dio dio llas as m mangas angas de la ccam am isa hac hacia ia atrás. Mi Miró ró la fusta. Dio dos toques al zapato con ella y la dobló un poco. Una sonrisa se di dibujó bujó en e n su cara cara,, m mient ientra rass ssus us oojj os bbril rillaban laban de una form a eesp spec eciial.

 

30. El cumpleaños Todos estamos unidos de algún modo a nuestro pasado.

***  —¿Qué tal tu no  —¿Qué nocc he, Luis? Estaba tirado en el sofá jugando con el mando de la televisión. Lo miró. No sabía realmente qué contestar.  —Estuvist  —Estuv istee con D Dee ni, m mee llam ó. —S —See se sentó ntó a su lado y lo obs obser ervó. vó.  —Y con su cor corte te de dese desequil quilibra ibrados. dos. Dom Domini inicc , no ha ca cam m biado nada nada… … El tiempo no pasa.  —Un poco de m a rc rcha ha no te va a hac hacee r m a l. No e re ress un y onk onkii de la her heroína. oína. Intent Int entaa relaj relajarte. arte.  —Son  —S on c ría rías… s… Ape Apenas nas les c re recc ier ieron on las tetas. Sabía que si iba m e lia lia ban. —  Lanzó el mando a un extremo del sofá y farfulló algo entre dientes. Sonó el teléfono y al ver que era Carlo dio al botón del manos libres.  —Hola —se oy ó.  —¿Có  —¿ Cóm m o va todo?  —¿P  —¿ P ar araa c uándo la boda? —Carlo soltó una ca carc rcaa j a da—. Me pido eell pa papel pel de cura,, y a sabes que y o con ttal cura al de re reparti partirr hos hosti tias… as… Dominic se rió.  —Mañana  —Maña na te ll llevo evo los pape papeles les a la e m pre presa. sa. No No m mee toque toquess lo loss coj ones.  —Ree plantéa  —R plantéate te lo de la boda y tene tenerr hij hijos. os. Un m ontón de m ini ini-D -Dom omini inics cs es unaLuis idea rompió colosal.aFormaríamos un ejército de tiranos, conquistaríamos el mundo. reír.  —Sí,í, porque com o haga  —S hagam m os un e j é rc rcit itoo de m ini ini-Car -Carlos, los, tendr tendríam íam os un m ont ontón ón de niño niñoss con tara taras. s. Igual ttee da dann sub subvenc vencio iones. nes.  —Qué c his hispa pa ti tiee nes, Luis —le oy ó de decc ir—. Q Qué ué c hisp hispaa tie tie nes. Sem e ntales… Serían el terror de las nenas…  —Bien.  —B ien. —Dom —Domini inicc par paróó la c onver onversac sación—. ión—. Maña Mañana na te dej o los pape papeles les a llí llí de lo lo qque ue rec recojo ojo a Sama Samara. ra.  —Pee rfe  —P rf e cto. ¿¿Y Y eell loca locall está rrese eserva rvado? do? —pre —preguntó. guntó.  —Todo  —T odo li listo. sto.  —Mañana  —Maña na te veo, eentonce ntonces. s. B Buena uenass noche noches. s.

*** Pa ra Mat Para Mateo eo la fiest fiestaa de cum cumpl plea eaños ños de Lui Luiss fue la noche eenn llaa que pudo cono conoce cer  r  en profundidad a todos y cada uno de ellos. El local era impresionante, repleto de  

sofás en todo su perímetro, mesas bajas decoradas con jarroncitos de colores, dos barras semicirculares a distintas alturas, un ambiente a media luz exquisito que invitaba a charlar con una música tenue. Al principio se sintió incómodo. Roberto, el más serio de todos, permanecía en uno de los rincones más oscuros con sus dos preciosas mujeres. Luis, en cambio, no se apartó de él en ningún m om omento ento,, presentándo presentándole le a todos todos:: la la herm osa osa Cati atinca, nca, que com comoo si siem em pre llegaba llegaba la última embutida en su vaporosa falda de gitana, repleta de pulseras y su ya habitual habit ual pul pulserita serita tobi tobill ller eraa que tin tinti tinea neaba ba a su paso; C Car arlo lo y la pre preciosa ciosa Mer Meredit edit;; la hermosa Samara, tan enigmática como Dominic y quizá la más lejana por ser su  parej  par ej a. Al princ principi ipioo le re result sultóó aalgo lgo viol violento ento ve verr la fform orm a de j ugar de Ro Rober berto to con Yelina y Xiamara, como si allí no existiera más que su intimidad, pero con el  paso de las hor horaa s ffue ue ac acostu ostum m brá brándose ndose a a quellas eesce scena nass suti sutiles, les, a sus jjuegos; uegos; a veces Yelina pasaba juguetona la mano por la entrepierna de aquel hombre. Ahora comprendía las habladurías del pueblo; recordó una conversación de vecinos en la cual uno de ellos comentaba la facilidad de Antón en prestar a su hija para sus orgías desequilibradas, las reuniones a altas horas de la mañana los fines de semana, el pavoneo de todos por el pueblo retando a los más costumbristas e intransigentes. Le resultó divertido; se sentía uno más, ellos lo habían querido así y deseaba fervientemente formar parte real de aquel grupo tan peculiar.  —¿Disfruta  —¿ Disfrutass de la noc noche? he? —R —Rober oberto to ssee sentó a su lado y le ofre of reció ció una copa copa..  —Mucho —musit —m usitó—. ó—. Agra Agradezco dezco vue vuestra stra cconfia onfianz nza. a. Roberto se frotaba su fina perilla mientras observaba bailar a Yelina y Xiamar Xiam araa eenn mit mitad ad de la pi pist sta. a.  —¿S  —¿ Son pre precc iosas, ver verdad? dad? —Dio un tra trago go a su ccopa opa y c onti ontinuó nuó observá observándolas. ndolas.  —Todas  —T odas y c a da una de eell llaa s —contestó Mateo.  —¿No  —¿ No tiene tieness par parej ej a? —l —lee pr pree guntó.  —No he tenido ti tiee m po pa para ra e so con los años que lle lle vo re recc lui luido do —dij —dijo—. o—. Aun así,, me así mere reció ció llaa pena dej dejar ar cciertas iertas ppar artes tes de m mii vvid ida. a. ¿¿No No cre crees? es? Le miró y sonrió sutilmente.  —Cier  —C ierto to —c —contestó—. ontestó—. ¿¿Qué Qué opinas de nuestra nuestras… s… —Hiz —Hizoo una pausa y m ovió la m ano con elegancia— re rellac aciiones?  —Qué hay que te tene nerr m uchos hue huevos vos par paraa pe perm rm itirse itirse lo que ha hacé céis is y m á s aún mantenerlo. —Se quedó pensativo pero en ningún momento Roberto le interrumpió—. Creo —continuó— que te mentiría si te dijera que nunca he fantaseado con este tipo de relaciones tan especiales. Sois todos totalmente disti dis tintos ntos.. Es incr incree íbl íblee .

Roberto soltó una suave risotada y apoyó los brazos en el respaldo del sofá cruzando las piernas con aire sibarita.  —Pee ro todas llega  —P llegann al m mismo ismo ffin, in, am amigo igo mío. T Todas… odas…

 

*** Carlo apareció en mitad de la pista con algo en la mano que lanzó a Luis, casi golpeándol gol peándolee eenn llaa ccara ara..  —¡Tu re r e galito, c ora orazzón! —le dij dijoo con hum or or.. Erann las lllaves Era laves de un coche coche.. Lui Luiss se rió y las obs obser ervó vó durante unos ssegundos egundos..  —Te lo íbam  —Te íbamos os a c om ompra prarr rosa rosa,, per peroo Dom ini inicc m ontó e n cóle cólera ra e n el concesionario.  —Le quiere quierenn m ucho, señor señor.. —La voz de Na Natac tacha ha rom pió la ca calm lmaa que mantenía—. Se nota. Se giró y la vio plantada detrás de él; pidió algo en la barra y la observó durante unos segundos. Ni siquiera recordaba fracciones de la noche anterior; solo sus palabras pidiéndole que la castigara bombardearon su cabeza repentinamente.  —¿P  —¿ P uedo tom tomaa rm e algo ccon on usted? —T —Tenía enía un leve a ce cento nto ruso, la lass « e rr rree s» se marcaban ferozmente cuando hablaba—. Le pedí permiso a Deni para no trabajar hoy, señor…  —Clar  —C laroo —c —contestó ontestó aalgo lgo aapaga pagado. do. Si Sinti ntióó una prof profunda unda m e lanc lancolí olíaa a l obser observar  var  su juventud j uventud.. Se sentó con ella en uno de los sofás más apartados de la primera planta. Aquella joven le encendía sus instintos más primarios y no le gustaba, le ponía nervioso nervio so.. Le rrec ecordaba ordaba dem asiado ssuu pasado. E Ellla no parec parecía ía re repara pararr eenn ello, ello, aun habiéndola usado del modo que la usó la noche anterior, era como si no hubiera ocurrido; estaba encantada con su compañía, tan sólo dieciocho años, podía casi ser su padre, y su mirada juguetona parecía pedirle más. Mientras le contaba que trabajaba de camarera y estudiaba su primer año de carre ca rrera, ra, Luis m iraba sus pier piernas, nas, cómo se ffrot rotaba aba las palma palmass de llas as m manos anos en ssus us rodillas, su forma de apartarse el pelo por detrás de la oreja y de pasarse la lengua por los labios y mordisquearse el inferior con malicia. Intentaba verla más real, intentaba no recordar la forma que tuvo de decirle que la castigara por  ser mala. Aquellas palabras habían encendido sus instintos más primarios.  —See ñor, ¿me esc  —S escucha ucha?? Volvió en sí y la miró.  —Sí…  —S í…  —Pee rm ít  —P ítaa m e pa pasar sar e sta sta noche c on ust ustee d… aquí… o donde quier quiera… a… —No cre c reoo que se seaa bue buena na ide idea. a.

  No cre c reoo que se seaa bue buena na ide idea. a. La joven se puso de rodillas y se colocó entre sus piernas.  —Mi m adr adree m e e nseñó a lee leerr en los oj ojos os de las per personas sonas Señor. —B —Baa j ó la  bragueta  bra gueta de su pa pantalón ntalón con suti sutilez lezaa —. Usted tie tie ne dem asia asiada da triste triste za e n ellos. Solo quiero darle un poco de placer, después me iré si quiere. Ayer me dejó  

em belesada… Quería verle ot otra ra ve vezz.  —Así que lees lee s lo loss oj ojos os de la ge gente… nte… ¿¿Ere Eress una br bruj ujaa ? Jugaba con su entrepierna con maestría, frotaba su miembro por encima de la fin finaa tela de su rop ropaa int inter erio iorr sin ddej ej ar de m irarle.  —No, sólo ve ve o el aalm lmaa de la ge gente nte —dij —dijoo con hum or or..  —¿Y  —¿ Y tu m madr adree ta tam m bién te eenseñó nseñó a com er polla polla s?  Natac  Na tacha ha sol soltó tó una suave c a rc rcaa j a da y se leva levantó ntó de nuevo sentá sentándose ndose a su lado en el sofá.  —See ñor, si m  —S mii m maa dre supi supiee ra m is vvicios icios m mee de desher shereda edaría ría —conte —contestó stó..  —Entiendo.  —Enti endo. ¿Qué m e dices dice s de sus oj ojos? os? —S —Seña eñaló ló a Dom ini inicc , que a ca cababa baba de subir del piso inferior del local y se aproximaba a ellos.  —Odio, señor —le conte contestó stó obser observándole vándole—. —. Es un hom hombre bre m uy her herm m oso  peroo sus ojos eestán  per stán ll llee nos de odio.  —¿Y  —¿ Y de su alm almaa qué m e dic dicee s?  —No tiene, señor… se ñor…

 

31. Tengo Tengo algo que ofr ofrec ecer erte te  Porque todo lo que que hago no sé hace rlo de otro modo.

*** Dominic se despertó en mitad de la noche sobresaltado. Estaba sudando y respiraba a gran velocidad. Se incorporó intentando ubicarse, y recordó que después de la fiesta Samara le había pedido que durmiera en su casa. Miró a su izquierda; ella dormía profundamente, su pelo serpenteaba por la almohada. Se levantó y se dirigió a la cocina, se mojó la nuca en el fregadero, cerró los ojos apoyando las manos en la encimera, bajó la cabeza y empezó a llorar. Ya no recordaba cuál había sido la última vez que había llorado; los músculos de su espalda se tensaron por la presión que ejercía con las manos, su cuello y su  pecho  pec ho br bril illaba labann por las gotas de agua que c a ían desde su nuc nuca. a. Se m ojó oj ó la ca cara ra,, se secó y miró a su alrededor. Todo estaba en penumbra, la poca luz que entraba  por la venta ventana na dibuj dibujaba aba for form m as en las par paree des de dell salón. Un ruido de sirena sirenass interrumpió el silencio de la noche, y después, nada. Sobre la mesa del salón divisó un paquete de tabaco; no solía fumar mucho pero aquella noche le apetecía; encendió un cigarro y se acercó a la ventana.  —¿Dom  —¿ Domini inicc ? La voz de Samara desde la habitación interrumpió sus pensamientos. La oyó levantarse, sus pisadas en el suelo del salón. Podía verla a través del reflejo de la ventana en mitad de la estancia. Se había puesto su camisa, las mangas le sobraban por todos ladoscalada y sus alfinas piernas parecían aún. No dio la vuelta, dio otra cigarro y tensó otra más vez delgadas los músculos de se la espalda.  —Domini  —Dom inicc , son llaa s cua cuatro tro de la m aña añana. na. —Se ffrotó rotó los ojos. oj os.  —¿S  —¿ Sa bes c uánta uántass vec vecee s he e sta sta do dela delante nte de esta venta ventana na e n noche nochess c om omoo esta? —Bajó la cabeza—. Perdí la cuenta.  —Pudis  —P udiste te ha hace cerlo rlo de otr otraa m ane anera ra.. Dominic ladeó la cabeza. ¿El tono de Samara había tenido un atisbo de sarcasmo o prepotencia? Apagó el cigarro y se dio la vuelta. Su figura con el  pecho  pec ho desc descubier ubierto to y unos finos panta pantalones lones lar largos gos negr negros os er eraa im imponente ponente..  —¿Invitar  —¿ Invitarte te a c ena enar? r? ¿Al cine cine?? —se rió—. No quer quería ía hac hacer erte te fe feli lizz…

Recuérdalo… ec uérdalo… Quería hac hacer ertte daño.  —Tu fin fue somete som eterm rm e , hace hac e rm e tuy a , había otra otrass form a s.  —No hubiera hubierann sido tan divertidas c om omoo la que esc escogí. ogí. —Dio dos pasos a l frente fr ente y una tenue luz il ilum uminó inó sus ojos— oj os—.. Quer Quería ía usarte, que sufrieras sufrier as un poqu poquit ito, o, que el ter terror ror te cons consum umiera. iera.  

Sonrió y sus ojos brillaron dibujándose una mueca de demente en su rostro.  —Tu cara ca ra,, a quel día que entr entréé e n tu ccaa sa, la for form m a de suplica suplicarm rm e que no te hiciera nada… ¿Quién me iba a decir que mi preciosa princesa iba a ser tan zorra? Se aace cerc rcóó do doss pas pasos os má máss y cogi cogiendo endo ssuu m mano ano llaa be besó só.. S Sam am ara se so sorpre rprendi ndió. ó.  —Que m e iba a dar tanto… —Apoy —Apoyóó la m mee j illa illa eenn su m mano—. ano—. T Tanto… anto… Samara no sabía qué decir. Aquella situación la descolocaba. Dominic se m antení anteníaa pe pens nsati ativo vo con ssuu m mano ano en la ca cara ra y la vi vist staa ffija ija en eell ssuelo uelo..  —Yoo no pue  —Y puedo do ccaa m biar biar,, Sam Samaa ra ra.. No estoy hac haciendo iendo un pa pape pell com o m muchos. uchos. Yo llevo todo lo que me rodea en mi vida así… No sé hacerlo de otro modo. Sam ara le ccog ogiió con ambas m manos anos la ccara ara..  —¿P  —¿ P or qué m e dice dicess esto?  —Es lo justo. j usto. No pongo a una m uj ujee r de rodill rodillaa s porque nec necee sit sitee un m minut inutoo de gloria en una triste vida que no manejo. Mi trabajo, mi vida, todo se rige por el mismo orden que me rijo contigo. Soy siempre del mismo modo. Soy egoísta, todo lo que m mee ge genere nere beneficio o pplace lacerr lo cojo. Otra vez llaa aangus ngusti tiaa llenó sus palabra palabras, s, llee cogió un unaa de las m manos anos y llevá llevándol ndolaa hacía él, é l, llaa abra abrazzó.  —Tú… No puedes puede s ca cam m biar biarm m e … Na Nadie die pue puede. de.  —No quiero quier o ca cam m biar biarte. te. No quier quieroo que se seaa s di disti stinto. nto. Mientras la abrazaba, le hablaba al oído.  —No soy com pasivo, no soy j ust usto… o… Le besó. Samara se apartó de él y cogiendo su cara le besó con intensidad. Buscó su lengua, la chupó, intentó separarse de ella, pero se aferró a él con fuerza.  —No sé hace ha cerlo rlo de otr otroo m modo… odo… —re —repetía petía una y otra ve vezz—. No sé ha hace cerlo rlo de otro modo.  —No quiero que lo haga hagass de otro m odo… No ser serías ías tú… Me gust gustaa … Me excita… Me vuelve loca, por mucho que llore, de rabia, por mucho que suplique dos minutos minutos de ccar ariñ iñoo que sa salg lgan an de ti ti… … ¿¿No No te da dass cue cuenta nta de por qué sigo sigo aquí? Dominic apartó la cara, estaba derrumbado, agotado, atormentado de algún modo por todo lo que llevaba dentro y que aún le reconcomía las entrañas. Pero ella no estaba dispuesta a parar, verle así la hacía a ella más fuerte, más segura de sí m is ism m a.  —Tu seguridad se guridad e s m i ffuer uerzza. —Lam ió sus labios—. N Noo quie quiero ro otra c osa. Me fascina no poder poder ccont ontig igo, o, nnada ada te ha hace ce dar un paso at atrá rás… s… Nada te ha hace ce ce ceder… der…

Todo lo que está a tu alrededor te respeta, te admira, te obedece…  —Que nadie te ha haga ga duda dudarr j a m á s de ti, S Sam am ar ara, a, ni siqui siquier eraa y o.  —Tú puedes puede s hac hacee r lo que quie quiera ras. s. S Siem iem pre ha sido así.  —No, y o tengo eell poder que tú m mee quie quiera rass dar dar.. Na Nada da m á s.  —Paa sas de ser un hom  —P hombre bre que pa pare rece ce hum humaa no un dí díaa a ser tan…  

 —Soy norm al, per  —Soy peroo tú has vivi vivido do conm igo de deter term m inados c apítulo apítulos. s. No vives conmigo, no te levantas cada día conmigo, princesa, conoces única y exclusivamente lo que yo quiero que conozcas. *** Se imaginó por momentos como sería la vida con él. Al menos lo intentó porque era im pos posiibl blee ve verlo rlo como a un ho hom m bre ccorrient orriente. e. Se rió.  —¿P  —¿ P iensas a ca caso so que Carlo se pa pasa sa las veinticua veinticuatro tro hora horass com o tú lo ves? Sería antinatural, esto no es una película, Samara. Roz ozóó con los labio labioss su oore rejj a y sus suspiró piró profundam profundamente. ente.  —¿Cree  —¿ Creess que los hom hombre bress com c omoo nosot nosotros ros no te tenem nem os sue sueños? ños? ¿¿No No buscam busca m os lo mismo que cualquier otra persona? ¿No sufrimos, no amamos? Se apartó de ella y volvió a ponerse a su lado.  —Hayy m ucha  —Ha uchass cosa cosass de m í que aaún ún no conoc conoces, es, Sam a ra ra..  —Porque  —P orque no qui quiee re res… s…  —Pee or que lo que has c onocido no e s —se rió—, a sí que no debe  —P  preocupa  pre ocuparte rte.. Hizoo una pausa, la cogió ppor Hiz or los hombros y la m miiró fij fijam am ente.  —Quieroo propone  —Quier proponerte rte a lgo —m —musit usitó—. ó—. De Debes bes de pensa pensarlo rlo bien, no va a ser  fácil, así que te pido que decidas lo que decidas no sea ahora.  —Me estás e stás poni poniee ndo ner nerviosa, viosa, Dom Domini inicc .  —Quieroo que de  —Quier dejj es e sto. —Miró a su alr alree dedor dedor—. —. Te ofrezco ofr ezco la posib posibil ilidad idad de que vivas conmigo. Se empezó a poner muy nerviosa al escucharlo. Oía su corazón golpear su  pecho  pec ho con ffuer uerzza .  —¿Quier  —¿ Quieree s que viva cconti ontigo? go?  —Es lo que te ofr ofree zco pe pero ro de debe bess m mee dit ditaa rlo; re repit pito: o: no sser eráá ffáá cil par paraa ti. Volvió tras él a la cama y se quedó el resto de la noche despierta. Tenía tan claro lo que le iba a contestar, estaba tan segura de querer irse a su lado… luego  pensó que su e m oción no debía ser dete detecta ctada da tan rá rápido pido por é l, aunque e sta sta ba convencida de que Dominic sabía desde antes de preguntarle lo que contestaría. *** Después de aquella noche todo volvió a una normalidad aceptable. Mateo se

incorporaba a la empresa de Dominic y alquilaba un piso en el centro  provisionalm  provisi onalmee nte, hasta enc encontra ontrarr a lgo que com pra prarr con m ás tra tranquil nquilidad. idad. Luis,  por su pa parte rte,, se seguía guía algo re reti tice cente nte a la hora de c onoce onocerr m ás a la j oven Na Natac tacha. ha. Si era cierto que la chica le envolvía, se sentía bien con ella y disfrutaba de sus largas conversaciones, pero le frenaba el recuerdo de su pasado, la posibilidad de  

caer en aquel juego tan enfermizo con ella e intentaba verla lo justo. Catinca hizo muy buenas migas con Mateo, y muchas veces le visitaba en su nuevo piso para hacerle algo de compañía. Cuando Antón iba a la ciudad por trabajo, ella le acompañaba y se quedaba algunos días con Mateo. Pasaron los días y se aproximaba el verano. Samara hacía muchos años que apenas se movía de la ciudad. Ese año estaba más perdida todavía que los anteriores; no veía a Dominic en una tumbona en la play a, tam tampoco poco lloo veía en un parque tem áti ático co sub subid idoo a una montaña rusa. La idea de imaginarlo en aquellas situaciones le provocaba horas de risas en la soledad de su despacho. Estaba encantada con Natacha, aunque no podía remediar sentir pequeños celos de ella. Su hermano le prestaba menos atención que habitualmente y le costaba adaptarse. Aun así, la idea de que la joven formara parte de su vida le gustaba. Estaba Est aba tot otalm almente ente em bri briagada agada por llaa ffeli elicidad. cidad. No hhabía abía pegado oj ojoo en var varias ias noches. Sí, sabía los pros y los contras de aceptar irse a vivir con Dominic; sabía que en el momento en el que entrara por esa puerta su vida, o lo poco que quedaba de ella fuera del alcance de Dominic, desaparecería pero no le importaba; realmente para ella tampoco iba a ser muy distinto de la vida que llevaba ahora. Aquella mañana de julio el ambiente olía distinto; asomó la cabeza  por la venta ventana na y re respiró spiró una prof profunda unda boca bocanada nada de a ire ire.. Una suave brisa sopl soplaa ba  los rayos de sol dibujaban formas de colores al contacto con las cristaleras de las tienda tiendass del ot otro ro lado de la ccalle. alle. « ¿Y aho ahora ra qu qué? é?»» , ssee di dijj o. Tendría que ponerse manos a la obra. Empaquetaría todo lo que tenía en casa con tranquili tranquilidad dad y poco a poco iiría ría llevá llevándol ndoloo ttodo. odo. « No, un m om omento, ento, esper espera. a. Estás demasiado nerviosa y acelerada, antes debes de hablar con Dominic, apenas hace unas horas que te ofreció irte con él y todavía no le has respondido a su peti petición ción»» . Cogió su maletín y tomó rumbo a la oficina. Cogería unos días para hacer el traslado; hacía tantos años que no cogía todas las vacaciones completas que aprovecharía aprovecha ría y pedi pediría ría lo atrasado. El resto del día día lo pasó flotando flotando en una nube. Tra Trass hablar con sus su super perio iore ress y acordar con ellos los días pendientes, se despidió de su equipo y regresó a su casa. Parte de la tarde la dedicó a rebuscar por los cajones todo lo que desde su  punto de vist vistaa no iba a nec necee sit sitar. ar. Al m enos ahor ahoraa podría ha hace cerr una lim lim piez piezaa exhaustiva de lo acumulado. En uno de los cajones, encontró una foto de sus

 padr e s de hac  padre hacía ía m ás de tre treint intaa a ños. P Posaba osabann dela delante nte de un cchiringui hiringuito to de play a con ella en cuello. No tendría ni tres años. Miró la imagen de su padre, realmente de joven era la viva imagen de Luis; sus facciones, su sonrisa, incluso la postura que tenía le recordaba a él. Tenía que llamarlos, hacía varios meses que no hablaba con ellos; su madre le había dejado varios mensajes en el contestador,  

 per o de  pero después spués de la noticia noticia de Luis se había m a ntenido dist distante ante por tem or a la  posible  posi ble rrea eacc cción ión que tendr tendría ía ccon on su padr padre. e. Dominic la llamó sobre las nueve de la noche. Todavía estaba de rodillas en mitad de su habitación rebuscando por los cajones y tirando en bolsas de basuras objetos obj etos y ropa que no ut util iliz izaba aba..  —¿Y  —¿ Y bien? — —pre preguntó— guntó—.. ¿¿Ha Hass dec decidi idido do lo qu quee vas a hac hacee r?  —Sí. —Intentaba no par  —Sí. parec ecer er a nsi nsiosa—. osa—. Cl Claa ro que sí.  —Bien.  —B ien. Tóm Tómate atelo lo ccon on c alm a, todo lo que quier quieras as tra traee r, sin pris pr isaa s, m é telo e n cajas. Te mandaré a una persona para que te las recoja y las lleve a tu nueva casa. —Un tono irónico se reflejó en sus últimas palabras.  —Algún día día te pr pregunta eguntaré ré si eres ere s fe feli lizz —le dij dijoo ante antess de ccolgar olgar.. *** Qué irónico. Aquellas palabras la acompañaron los días previos a su traslado. ¿Qué quería decir con aquello? Sabía que sus ojos aún no reflejaban la alegría que debiera, quizá porque se mantenía tan concentrada en complacerle que no llegaba a relajarse del todo cuando estaba con él. Dominic era demasiado inteligente, demasiado retorcido y demasiado astuto, y cuando decía algo, ese algo se se hacía tang tangiible ble poco ttiem iempo po desp después. ués. « Alg Algún ún dí díaa te pregunt preguntar aréé si er eres es feliiz» . fel ¿Cómo sería vivir con el hombre que controla cada minuto de tu vida? Al que te entregas totalmente, por el que respiras y haces cada una de las cosas. Duro, muy duro. Si cuando lo veía estaba totalmente pendiente de sus necesidades ahora que iba a compartirlo todo posiblemente llegaría a ser hasta agotador. ¿Y él? Esa flamante envoltura que lo envolvía del mundo real, que le hacía ser tan misterioso y controlador, tan exquisitamente correcto y perfecto en las formas. ¿Sería siempre así?

 

32. Cam Cam bios bios  Mi prec preciosa iosa Samara, sabí sabía a desde un princ principi ipio o que aceptarías; todavía no sabes que, con ello, tu libertad y toda tú sois mías.

***  —P recc ios  —Pre iosaa … Carlo miraba a Natacha. La joven estaba de pie en mitad del salón mientras Luis se peleaba con el mando de la televisión para variar.  —¿Así  —¿ Así que tú er eree s llaa pre precc ios iosaa putita masoca am iga iga de Luis? Luis? Meredit fue a la cocina a por algo de beber. Dominic no había llegado aún  peroo le ha  per había bía dicho a Luis que eesper speraa ra rann en ccaa sa y luego saldría saldríann todos a ce cenar. nar.  —S  —Sí, í, señor…  —Quítate la ropa. r opa. La joven obedeció a Carlo; se soltó los botones del vestido y este cayó sobre el suelo del salón.  —Qué ric ricaa está la zorr orrit itaa .  —Graa cia  —Gr cias, s, señor señor.. Es ust usted ed m uy am a ble.  —Date  —Da te la vuelta e inclínate ha hacía cía a dela delante; nte; quier quieroo ve verr ese c oñit oñitoo desde atrás…  Natac  Na tacha ha obede obedecc ió de nuevo. Carlo se inclinó hac hacia ia a dela delante nte y le pasó los dedos por el sexo; la la m iró, y luego ssee los los chupó.  —Sa a be…a vol niña… —S —Solt oltóó una ca carc rcaa j a da y ca canturre nturreó—. ó—. Oh nena nena… … viniste viniste a m i  —S m mundo undo… volando… ando…  —Vístete  —Víst ete,, Na Natac tacha. ha. —La voz de L Luis uis int intee rr rrum umpió pió el jjuego—. uego—. Ahor Ahoraa .  —¡Noo m  —¡N mee j odas! Dé Déjj a m e j ugar un poc pocoo m máá s… Y Yoo tam bién quier quieroo una puti putita ta masoquista. —Miró a Meredit—. No te ofendas, mi amor, lo digo desde el cariño.  —See rió y cogió la ccee rve  —S rvezza que tra traía ía su sum sumisa. isa.  —¿Y  —¿ Y si nos va vam m os a Disney La Land? nd? —Carlo aabrió brió los oj ojos os m mira irando ndo una re revis vista ta de viaj es—. ¿¿Qué? Qué? —M —Miró iró a Lui Luis, s, que se rreía eía com o un pos poseso—. eso—. Y Yo, o, en eell fondo, so soyy com comoo un ni niño. ño.  —Clar  —C laro… o… Y nos sac sacaa m os unas fotos con Mick Mickee y Mouse.

  En esos hoteles hay ha y m uc uchas has m a m is insati insatisfe sfecc has ccon on gana ganass de polla.  —Yaa m e par  —Y paree c ía a m í que a lgo bue bueno no no tra tram m aba abas. s. Díselo a Dom ini inicc , ve verá ráss lo que que te dice dice.. Ti Tiró ró la revi re vist staa sobre la m esa de ce cent ntro ro y resopl resopló… ó…  —¿Dónde  —¿ Dónde e stá?  —Com  —C omiendo iendo ccon on S Sam am ar ara. a. N Noo tar tardar daráá en llega llegarr.  

 —Va m os, Me  —Va Mell —dij —dijo—. o—. A Aún ún te tengo ngo ccosas osas que hac hacee r y y a e s ta tarde rde.. —Miró a Luis y le sonrió—. Luego os llamo, dile a Dominic que vaya preparando las malditas vacaciones antes de que reserve yo en un parque temático y pase el verano con Blancanieves y los siete enanitos. Tras esto salió y Luis se quedó solo con la joven Natacha.  —See ñor… Ac  —S Acépte éptem m e, sol soloo quiero com plac placee rle rle.. Se ré c orr orrec ecta ta e n las la s fform orm as, seré obedi obediente, ente, llee dar daréé todo lo que prec preciise, m más ás si puedo puedo.. Pe Perm rmít ítam am e ser suy suy a. Aquella joven emanaba erotismo por todos sus poros. Sus ojos verdes cristalinos se clavaban en Luis; su boca brillaba mientras pasaba la lengua por los labios. Era el fin para su equilibrio, no quería mirarla, no quería ver su endemoniada figura casi perfecta ante él.  —Natac  —Na tacha. ha. E Ere ress dem asia asiado do jjoven oven pa para ra e ntende ntenderr m ucha uchass cosa cosass que…  —See ñor, sé que aam  —S m a a su her herm m a na; no le pido sus susti titui tuirla rla,, conozco m mii si situac tuación ión  la acepto. Quiero acompañarle en lo que me permita. Cerró los ojos y, cuando volvió a abrirlos, le pareció que Natacha le sonreía.  —Le supl suplicó icó una oportunidad. No le def defra raudar udaréé . Q Quier uieroo pe perte rtenec necee rle rle,, quie quiero ro ser suy suy a. Acé Acépt ptem em e, seño señor… r… Por fa favo vor… r… Su acento ruso le perforó el tímpano, llevaba una diminuta falda de tablas, unas finas sandalias sandalias de tacón y sus pies pies eera rann per perfe fectos, ctos, ssus us pi pier ernas, nas, su ttodo… odo…  —Tee par  —T paree ces ce s tanto a e ll llaa —dij —dijo—. o—. Er Eres es tan re retorc torcidam idam e nte per perver versa. sa. —S —Suu cabeza funcionaba a doscientos por hora—. Mi hermana es todo para mí —  continuó—. Nunca estarás por delante de ella…  —¡Oh,  —¡O h, señor señor!! —S —Supli uplica cante, nte, se a dela delantó ntó un poco m ás—. Lo sé y no m e importa; ella es hermosa, bondadosa; ella posee todo lo que yo quisiera ser  alguna vez; entiendo, comprendo y acepto ese hecho. Señor…  —Está bien. La joven dio un grito de alegría, se agarró las manos entrelazando los dedos y gi giró ró sobre sí mis m ism m a. Salt Saltóó al sofá y lo bbesó esó con pa pasi sión. ón.  —Es usted usted ta tann com pa pasi sivo… vo… T Taa n bueno cconm onmigo… igo… T Taa n…  —Paa ra.  —P ra . Le cogi c ogióó llaa m ano y se la pu puso so en el ppec echo. ho.  —No le defr de frauda audaré ré,, señor señor.. Estará orgullos orgullosoo de m í. Pero eso no le preocupaba. Estar orgulloso de sí mismo era la duda que le corría por la cabeza. Con esa joven ansiosa y masoquista a su lado corría el  peligro del e xce xceso, so, a quel que a ños a trá tráss le había super superado ado y c asi destruido.

atacha sentó sobre mesa, sustan finas bragasque de seda blanca brillaban entre sussemuslos. Teníala una piel morena parecía que marfil el contraste le inv nviitaba a ar arrancárs rancársela, ela, le decí decían: an: « Mírala» . « Es tuya uya»» . « Haz Hazlla ll llorar» orar» . C Cerró erró nuevamente los ojos y respiró profundamente. Su mano trepó como una enredadera por una de sus piernas hasta rozar su ingle y con ello su fina braguita de porcelana. Metió el dedo rozando levemente su sexo. Estaba totalmente  

depilada, algo en que ni ssee ha depilada, habí bíaa ffija ijado, do, las las vec veces es que la había hecho suy suya. a.  —¿Qué  —¿ Qué voy a ha hacc er c onti ontigo? go?  —Lo que quiera quie ra,, señor. señor. Su cara reflejaba la dulzura de la que nunca se había desprendido. Le sonrió  se pasó el dedo por la nariz, oliendo su esencia. Natacha dejó caer sus sandalias  pasó el pie por la entrepierna de Luis. Palpaba su bulto, crecía al ritmo de sus finos y femeninos dedos. Lo observó, aquel gesto de dulzura permanecía en su cara.  —¿Me  —¿ Me pe perm rm it itee ? Asintió con la cabeza, frunciendo el ceño. La joven sacó su miembro y em pez pezóó a lam erl er lo m mient ientra rass ssuu pequeño cul culoo se m moví ovíaa aall compá compáss de su llengua. engua. Él estaba hipnotizado por aquel baile; su boca presionaba la punta de su capullo mientras se la tragaba, rozando con sus labios la base del miembro. Al separarse un fino hilo de saliva brilló; era sucio, era exquisitamente excitante. Otra vez volvía a tragarla con destreza y otra vez volvió a apartarse de él mientras sus  pequeños  peque ños pec pechos hos se bala balance nceaba abann baj o una c am iseta, que dej a ban a la vis vista ta sus  pezones ma m a rcados rc ados eenn la tela blanc blanca. a. Disfrutaba por primera vez de sus artes. Ni siquiera tenía diecinueve años, otro pecado más que anotar a su condena. Si existía un infierno estaba condenado el resto de sus días a vivir con aquello. Le miraba a los ojos con gesto depravado m ient ientra rass ssac acaba aba la lengu lenguaa y hacía ccírcul írculos os alrededor de eell lla. a.  —See ñor, se  —S seaa m a lo conm conmigo. igo. —Lam —Lamió ió su m iem bro ccon on m maa estría estría..  —¿Quién  —¿ Quién te ha e nseña nseñado do a se serr ta tann puta? —pre —preguntó guntó con hum humor or.. Sus ojos brillaron y su cinturón tintineó cuando se lo quitó y, levantándose, la arrastró sobre la mesa y se lo puso alrededor del cuello. Tiró con fuerza de él y la arqueó levantando su culo y quedando a la altura de su sexo. Natacha intentó meter los dedos entre su piel y el cuero, pero le era imposible; apretaba con demasi dema siada ada fuerz fuerza. a.  —See ñor…  —S  —¿Na  —¿ Natac tacha ha??  —Me… ahoga… a hoga… Su miembro entró de golpe dentro de su culo y le hizo dar un alarido. No  podía respi re spira rarr. Se af afee rr rróó a l ccanto anto de la m esa e inte inte ntó aalej lej ar arse se de a lguna for form ma  peroo Luis ttiró  per iró de dell cinturón y su ca cabeza beza volvió a ar arquea quearse rse ha hacia cia su pec pecho. ho.  —See ñor… le suplico… que… m e está aahogando…  —S hogando…

 Natac tacha ha podía ape apena nasstan le entr entraba aba el a ire ire, , le la quem a ba e l empezó c uello, eal roce Na con la no dura pielmleá s,rozaba intensamente que angustia invadirla. Tuvo una sensación extraña; estaba a punto de desmayarse cuando Luis aflojó el cinturón y cayó sobre la mesa bocabajo intentando recuperar el aire que le faltaba. Salió de dentro de ella y se derrumbó en la silla. Ahora tenía la cara casi a dos centímetros de su culito; ya no tenía la dulzura que minutos  

antes le llena llenaba ba eell rost rostro. ro.  —Tee n cuida  —T cuidado do con lo que pides, N Nata atacc ha —le dij dijoo al fin. Mientras la joven seguía recuperando el aire, se arregló la ropa y metió la camisa por dentro del pantalón. Miró hacía la ventana y se frotó la frente con gesto de preocupación; cerró los ojos e inclinó la cabeza hacia atrás. Sintió un  beso en la m ej il illa, la, y cua cuando ndo a brió los oj os eell rrost ostro ro de Natac Na tacha ha le devolvió a la realidad.  —See ñor… vue  —S vuelva lva cconm onmigo… igo…  —Yaa estoy contigo.  —Y Pero mentía. Mientras Natacha se arrodillaba entre sus piernas y él jugaba con su pelo, su cabeza estaba más allá de todo lo que ocurría a su alrededor. Tan sólo Samara. Con ella sus instintos no existían, con ella su sed de daño no llenaba sus entrañas y le trasformaba; solo quería amarla con toda su alma; ella era la única mujer que le hacía ser persona, la única que, estando entre sus brazos, le hacía ser humano huma no..

 

33. Una nueva vida vida  Permít  Pe rmítee me que te diga qu quee te quiero…

*** La señora que se ocupaba de la casa en ausencia de Dominic y a la cual nunca había visto prácticamente, la recibió con una sonrisa inmensa. Todas y cada una de las cajas con sus cosas estaban debidamente ordenadas y desprecintadas en una de las habitaciones de invit invitados. ados.  —See ñorita, c oloque sus c osas sin prisas, e l re  —S resto sto déj e las a quí y a sí no la m ol olest estar aran an y pod podrá rá ir coloca colocando ndo uunn poco ca cada da día. Y Yoo le pon pondré dré lo que qui quier eraa en los arm ario ar ios. s. Sam ara m iró alreded alrededor or y abri abrióó el arma armario rio..  —¿  —¿Qué hac hace, e, se señorita? ñorita? La Qué mujer tendría cincuenta años; era algo regordeta, nariz chata y pelo castaño.  —Pue  —P uess em pezar pezar… …  —No, señorita, se ñorita, aaquí quí guar guarda da las ccaa j as, sus ccosas osas va vann eenn la ha habit bitaa ción pr principal, incipal, la su suyy a y la del sseñor eñor.. Le dio dio llaa risa. Qu Quéé eext xtra raño ño sonaba sonaba aquell aquello. o. « La suy suyaa y la del señor» . La mujer la acompañó a la habitación de Dominic. En uno de los extremos una  puerta  puer ta c orr orree der deraa daba a un e norm e vestidor de var varios ios m e tros c uadr uadrados, ados, donde él tenía totalmente organizada su ropa. Filas inmensas de camisas, pantalones, ropaodesucall caant alle eiguo moássalón. in inform form al se extendí extendían an por to toda da las pare paredes; des; er eraa ccasi asi ttan an gra grande nde com ntigu  —¿V  —¿ Ve, se señorita? ñorita? Dentro del vestidor había otra puerta que daba a otro hueco casi idéntico, totalmente vacío.  —Este es e s su vesti vestidor dor.. Aquello era impresionante; dos vestidores casi ocultos con filas de estanterías diáfanas, cajones inferiores, perchas, zapateros. Todo para ella. Una inmensa habitación exclusiva para guardar sus cosas y su ropa.  —Es enorm enor m e …

 —Todas  —T odas las habitac habitaciones iones tiene tienenn su vestidor aanexo; nexo; el señor m a ndó cconst onstruirlo ruirlo cuando compró la casa. Durant Dura ntee to todo do el día, orde ordenó nó con tranqui tra nquili lidad dad todo lloo que le dio ti tiem em po. Al final de la tarde la mujer del servicio se despidió de ella y, tras irse Samara, decidió dejar dej arllo hast hastaa m añana totalm otalmente ente agot agotada. ada. S See había duchado y estaba rebuscando en su nuevo vestidor algo que ponerse cuando la puerta de la habitación se abrió  

  Dominic entró sin percatarse que ella estaba al otro lado de la puerta corredera corre dera.. S Sali alióó del cuar cuarto to y le dio dio un su sust stoo de m uerte.  —Joder…  —Joder … Sa m a ra ra… … Ne Nena, na, por Dios… Vas a m ata atarm rm e de un infarto. infa rto. ¿Qué coño haces ahí metida? —Se sentó en la cama—. No me lo digas, da igual… Cayó boca arriba sobre la colcha; Samara saltó sobre él y empezó a besarle la cara. Era extraño para él llegar a casa y que estuviera allí; ella daba una calidez a todo que le hacía sentir bien. Cerró los ojos, estaba totalmente agotado; disimulaba bien esas punzadas que sentía cuando la miraba, pero estaban a su lado y ahora form aba parte de su vvid idaa eenn su ttot otali alidad. dad.  —Tee hago la c ena —le dij  —T dijoo con ef efusiv usividad—. idad—. ¡Y un ba baño! ño! Te prepar pre paroo un  baño tam ta m bién.  —La cena ce na y a la de dejj a hec hecha ha Mar María… ía… Y si qu quier ieroo un baño no te pre preocupe ocupess que te lo haré saber. Relájate un poco. Lo veía tan tranquilo y tan maravilloso que por momentos se olvidaba de que él estaba pasando una época de letargo. Samara sabía que tarde o temprano se recuperar rec uperaríía, que así lloo haría el ho hom m bre con c on el qque ue eest staba aba eem m pez pezando ando uuna na vi vida da eenn común y que parecía tan extraordinariamente perfecto era él. Lo sabía y no le importaba, era como si una música celestial la envolviera por completo desde el momento que había puesto un pie en aquella casa para quedarse. Pero no era tonta, y cuando la euforia desaparecía y pequeños destellos de racionalidad volvían a su cerebro, se daba cuenta de que Dominic tan sólo dormía su  borraa che  borr chera ra de dolor dolor.. Ahora estaba tumbada sobre su cama, a su lado, y la curiosidad de saber  cómo era en el día a día la llenaba por dentro de nerviosismo. Lo miraba expectante mientras él se tomaba unos minutos de calma tras un día que parecía haberr sido dduro. habe uro.  —Me observas obser vas de dem m asia asiado… do… Levantóó uuna Levant na cej a y la m iró ddee re reojo. ojo.  —Saa m a ra…  —S ra … No e re ress una invi invitada tada.. Estás e n tu c a sa. Inte Intenta nta re relaj laj a rte rte,, ser tú m is ism m a. Tienes pplena lena llib ibertad ertad para hace hacerr y deshacer lo que qu quieras… ieras…  —Es e l prim primer er día que m e siento algo c orta ortada… da… Me re resul sultar taráá un poco difícil…  —Voy  —V oy a dar darm m e una ducha ducha.. Baj Bajaa al salón, re reláj láj a te, m ira la tele, haz lo que haces siem siem pre. Samara obedeció y quitándose la camisa entró en el vestidor. La puerta

lateral otroinundaba vestidor la estaba abierta, la cabeza. olor  per  perfum fumque e quedaba eell llaa alusaba esta estancia ncia. . Mi Miró róy aasomó su alre alrededor dedor, , qué El disti distinto nto del er eraa todo ahora. Sobre una de las baldas de la estantería, había un álbum; lo cogió y lo abrió, pasó las hojas y sus recuerdos la llenaron de amargura. Innumerables fotografías de niña en distintos lugares acompañada de sus padres y al final una especial, curso del noventa y tres, vestida de animadora delante de un púlpito de  

alumnos distribuidos por gradas regulares; sus pompones en la mano y su sonrisa de abeja reina. Pasó la yema del dedo por la imagen y tensó la mandíbula, sus recuerdos rec uerdos eran su ttorm ormento ento.. C Cer erró ró con rabia eell ál álbum bum y lo dej dejóó do donde nde est estaba. aba. *** Durante el resto de la semana, Samara fue descubriendo algún que otro hábito que tenía Dominic. Se levantaba muy temprano, se encerraba tras desayunar en una habitación donde tenía una estación de máquinas, poleas, pesas y bancos de ejercicios, y mientras hacía ejercicio escuchaba las noticias en un televisor  anclado a la pared. Salía con una toalla sobre los hombros y el periódico en la m ano, se duchaba y se iba a la ofici oficina. na. S Según egún el dí díaa y sus sus com compromiso promisos, s, llllegaba antes o despu después, és, pero si siem em pre eent ntre re una franj fra njaa horar horaria ia id idénti éntica ca.. Ocho de la ttar arde de si no cenaba fuera y doce de la noche si ttenía enía algun algunaa cit cita, a, ni un minu minuto to má máss ni un m in inut utoo m menos. enos. Por el cont contra rario rio Lu Luis is entraba y salí salíaa sin sin ho hora ra fija fija,, a ve vece cess llllegaba tarde y se metía con ellos en la cama, como un niño pequeño en la cama de sus  padree s, se aagar  padr garra raba ba a Sam a ra y se que quedaba daba dorm ido. Y m mientra ientrass Dom Domini inicc se seguía guía inmerso en su calma, rodeado de tranquilidad y con una serenidad que le hacían  parec  par ecee r un hom hombre bre tot totalm alm ente dis disti tinto. nto. La tranquilidad de Dominic era directamente proporcional a la seguridad que iba adquiriendo Samara. Ella no podía negar lo evidente; ardía en deseos de  provocar  provoc arlo, lo, no de una for form m a dire directa cta;; tenía m iedo a hac hacee rlo aasí, sí, m más ás bien de una forma sutil, juguetona. Añoraba ciertos momentos que Dominic era capaz de darle, cuando la tocaba con aquella mirada fría y vacía pero con su gesto depravado de « pu puedo edo hacerte m ucho daño daño»» , y sen senttía la nece necesi sidad dad ddee rrendi endirse rse a él, de entregarle cada minuto de su vida, cuando inclinaba su cabeza con gesto de curiosidad, dejándola que hablara de algo que apenas le importaba para luego recrearse con ella. Por eso cuando Dominic llegó aquella tarde y tras ducharse se sentó en su butaca del despacho leyendo la prensa que le había quedado  pendiente,  pendie nte, eell llaa gate gateóó por e ntre sus pier piernas nas y en un ge gesto sto de vale valentí ntíaa le aarr rraa ncó el  periódi  per iódico co de las m manos. anos. Levantóó un Levant unaa ccej ej a y la m iró. Palp Palpaba aba suaveme suavement ntee su paquete paquete por enci encim m a del  pantalón  panta lón mie mientra ntrass se aarque rqueaa ba le levanta vantando ndo el cculi ulito to y le sonre sonreía. ía.  —¿Qué  —¿ Qué has he hecc ho, S Saa m a ra ra??  —Provoc  —P rovocar arte… te…

Frunció consugesto irónico y siguió los movimientos de sus manos, que ugaban c onelllaaceño con tela de pantalón.  —Qué valiente valiente… … ¿¿Y Ya te ha hass ttee rm inado de ins instalar talar??  —Sí…  —S í… T Todo odo está ccoloca olocado. do. B Bueno, ueno, ccaa si ttodo. odo. Dominic asintió con la cabeza y apretó los labios para no reírse.  —Entoncess no nec  —Entonce necesitas esitas m máá s ttiem iem po, ¿¿no? no?  

 —¿Tiem po par  —¿Tiem paraa qué qué?? La cogió cogió del pel peloo y la aacer cercó có a su cara cara,, y con llaa otra m mano ano agarró su m uñ uñeca eca  bloqueando  bloquea ndo sus c ar aricias. icias.  —Paa ra e m pe  —P pezzar a dar darte te c uenta de donde te has m etido m i aam m or. or. Y ahor ahoraa , si no te importa, utiliza esas preciosas rodillas con las que tan bien te arrastras, me recoges el periódico y me lo vuelves a traer. —Besó su mejilla y volvió a poner  los labios en su oreja—. ¡Ah! Y más te vale abrirlo por la misma página que estaba ley endo, porque si no… — —Hiz Hizoo una pa pausa usa y sus suspi piró—: ró—: ttú, ú, hoy, vvas as a tener  un pequeño problema conmigo. —Sonrió y le besó la frente apartándola. Samara le devolvió la sonrisa, todavía tenía un gesto de dignidad en la cara. Recogió el periódico. No tenía ni idea de la página en que lo había apartado de él,  peroo se im  per imaa ginaba que e staría ley e ndo la bolsa, pues e ra lo que habitualm habitualmente ente leía. P Probó robó ssuerte, uerte, abrió llaa pá pági gina na ccuare uarent ntaa y ocho y se lo ppus usoo entre las m manos. anos.  —Chica  —C hica li lista… sta…  —Graa cia  —Gr ciass —di —dijj o con or orgull gullo. o.  —Y ahora a hora,, si no te im importa porta… …  —Iguall si m e im  —Igua importa. porta. —T —Tee ntaba dem a siado a la suer suerte te per peroo esta estaba ba tan ansiosa de él que no se daba cuenta. Levant Leva ntóó lo loss oj ojos os del periódi periódico co y los los clavó en eell lla. a. Le re regaló galó una sonrisa, sonrisa, dobló dobló con calma las hojas y lo colocó sobre la mesa rinconera de cristal. Estaba de pie delante de él, entrelazó los dedos de las manos y apoyó la barbilla en ellos mientras sus codos seguían apoyados en los reposabrazos de la butaca. Parecía como si meditara sobre qué hacer con ella, pero cuando su gesto cambió se dio cuenta de que lo que estaba haciendo era canalizar las posibles opciones con las que dirigirse dirigirse a ella.  —Roz  —R ozaa s llaa sober soberbia… bia… Ne Nena… na…  —Lo apre apr e ndí de ti ti.. Aquella frase le hizo reír; apoyó las palmas de las manos en las piernas y se levantó.  —Está bien… ¿Quier ¿Quieres es j ugar ugar?? P ues va vam m os a j ugar ugar… … La agarr a garróó po porr la ca cara ra y la besó con ddul ulzzura.  —Vee a m os quién sac  —V sacaa . —Miró ha hacia cia e l tec techo ho ccon on ironía, c om omoo si m mee dit ditaa ra ra—. —. Dime un número del uno al diez.  —Cua  —C uatro. tro.  —Vaa y a por dios  —V dios… … No aace certa rtaste. ste. Sa Sa co y o…

decir esto, la cogió por mientras el pelo y tropezaba la arrastró fuera de la habitación; las Tras escaleras de dos en dos con ellos y lo seguíasubió con dificultad, pero su sonrisa de dignidad no desaparecía. Había conseguido lo que quería o al menos eso creía. No podía ver lo que hacía, pues su mano agarrando la raíz de su melena le impedía levantar la cara, pero sintió que revolvía en algún cajón y tras conseguir lo que buscaba, otra vez la bajó a trompicones escaleras  

abajo.  —¿Qué  —¿ Qué hac haces? es?  No rec re c ibi ibióó rree spuesta. La ll llee vó de nuevo al salón y la esta estam m pó ccontra ontra e l sofá sofá.. Samara cayó de culo con tanta fuerza que el módulo se desplazó hacia atrás. Dominic enganchó a una argolla que pendía del techo una cuerda y, con una destreza que jamás había visto, le enrolló las muñecas y la colgó dejándola a unos doce centímetros del techo.  —Que no se m e olvide… —dij —dijoo con una dulz dulzura ura c asi eentra ntrañable ñable— — una ccosa. osa. Pasó las manos por sus piernas, hasta tocar sus bragas, se las quitó y después de olerlas se las metió en la boca y se quedó observando la imagen como un artista artis ta tras ac acabar abar su cuadro.  —Pre  —P recc ios iosaa . Se sent sentóó en la but butac acaa y cogi cogióó la prensa; llaa abrió y tras di dirig rigirl irlee una m mirada irada de complicidad, guiñó un ojo y continuó leyendo el periódico.

 

34. Tú me haces sentir vivo Todo de lo que pasa a nuestro alrededor queda debidamente unido a nosotros, aunque sea tan sólo por su pasado.

*** Había llegado de madrugada tras una larga reunión y, cuando entró en la habitació habi tación, n, S Sam am ar araa dormía profun profundam damente. ente. S Sabía abía por María que se había pasado todo el día ordenando todos y cada uno de los objetos que había traído de su casa. Se sentó al borde de la cama, su pelo se enredaba con la almohada formando  bucless irre  bucle irregular gulares, es, lo apa apartó rtó de su fr free nte y la besó. Todo olí olíaa a ella. De Desde sde el momento que entró en la casa, todo tenía otro color. Varias figuras que no identificaba decoraban las estanterías del salón y un olor a perfume se extendía  por —P todos los re rec ovec ovecos osuando iim m pre pregnándolo gnándolo todo de llaa .  —Pre recclos ios iosa a chasta ccuando due duerm rm e, ¿ver ¿verda dad? d? eell Luis la hizo girarse. Apoyado en el canto de la puerta observaba a Dominic mientras la acariciaba, y este le profirió una sonrisa y volvió a mirar a Samara, la tapó y apagó la pequeña lamparita que había sobre la mesita, y salió de la habitación.  —Sii no te conoc  —S conocier ieraa lo que te c onoz onozco, co, pensa pensaría ría que estoy dela delante nte de otra  persona.  per sona. Se sentaron en el salón. Dominic se quitó la corbata y soltándose los botones de la camisa se dejó caer totalmente agotado.  —La dolor nec nece sito ce cerc rca a …inicc . T  —El dol ore sit seova, D Dom omini Taa rde o tem tempra prano, no, el dolor… se va va… … Dominic era egoísta, ambicioso con todo lo que rodeaba, y Luis tenía claro que esa necesidad de tener a Samara cerca no era solo por su bajón anímico por  todo lo acontecido en su pasado. Sí, era cierto que el dolor que sentía le hacía débil frente a la soledad, que posiblemente había escogido ese momento por ello,  peroo tam bién er  per eraa c ier ierto to que c ada paso que daba e n la vida su aam m igo no e ra por  una única razón. ¿Y si había cambiado? A veces lo imaginaba y le producía congoja; sus instintos eran difíciles de modificar, pero no era imposible; a fin de cuenta él lo había hecho tiempo atrás.

 —Me voy a volver loc locoo con eell llaa eenn ca casa, sa, D Dom omini inicc .  —Tú y a pe perdiste rdiste la ccordur orduraa ha hacc e m ucho tiem po.  —Saa bes a qué m e re  —S refie fiero. ro. Si m e re result sultaa difícil ver verla la dos días a la sem a na ahora que la tengo aquí…  —Disfrútala  —Disfrúta la ccuando uando te pla plazzca ca,, eso y a lo ssaa bes…  —No frivol fr ivolice icess así —i —im m ploró.  

 —Te ngo que ac  —Te acaba abarr unas cosa cosass e n el despa despacc ho. Inte Intenta nta lle lle var las cosa cosass c on calma ca lma,, Lui Luis. s. Tras m archar ar charse, se, Lui Luiss vo vollvió vió a subi subirr a la habit habitac aciión, ssee ac acerc ercóó al cue cuerpo rpo de su hermana, que dormía plácidamente sin percatarse de su presencia, mientras Dominic se perdía entre papeles en la planta de abajo. Acarició su mejilla, le apartó el cabello con sumo cuidado y besó con dulzura su frente. Samara despertó y le sonrió. ¿Cómo explicarle por lo que estaba pasando? Si tuviera una li liger geraa id idea ea del in infier fierno no que había vivi vivido do varios años atrás, posi posibl blem em ente ha hast staa eell llaa misma le suplicaría que se apartara de Natacha. Aquella mujer era demasiado oven para entender hasta dónde podía llegar, hasta dónde podía hacerle disfrutar  de su dolor. Muchas veces pensaba en su falta de sensatez y en aquella entrega tan extremadamente apetitosa que le ofrecía. Su cabeza le decía que parara, que cesara en aquel juego tan peligroso para él, pero sus instintos, tenerla de pie su supl pliicándo cá ndole le que le hiciera daño, ssuperaba uperaba la poca cordura que aún le quedaba.  —Luis —dij —dijoo con ternur te rnuraa —. Me ha hass asustado.  —Mi dulce y pre preciosa ciosa Sam a ra ra,, no m mee per perdonar donaría ía eenn la vida ha hacc er erte te da daño. ño. Se incorporó y él se aferró a su cintura, pasó sus largos dedos por el pelo de su herm herm ano y lo apretó con fuerz fuerzaa cont c ontra ra su vient vientre re..  —Esa chica c hica es bue buena na pa para ra ti ti,, per peroo te da m iedo, ¿¿ve verda rdad? d? —le dijo. dij o.  —Saa ca lo pe  —S peor or de m í, ca cariño riño m ío —solloz —sollozó—. ó—. Si tuvi tuvier eras as una liger ligeraa idea de m i tris triste te vi vida… da… No m mee difere diferencio ncio en nada de los ddem em ás…  —No puede puedess ser lo que no er eres, es, Luis. Cu Cuaa ndo te apa aparta rtabas bas de todas las m uj ujer eres es sabí sabíaa que algo ttee im impedí pedíaa tener una re relació lación, n, pero si el re rest stoo es ca capaz paz de vivir así tú tienes el mismo derecho.  —Con  —C on lo que tú m mee da dabas bas eera ra suficiente, suficie nte, no ne nece cesit sitaba aba m ás. Lo miró m iró con un ca cariño, riño, casi dol doloroso. oroso. Lui Luiss estaba aatorm tormentado entado por sus propi propios os remordimientos; se frotó los ojos y volvió a enredar sus dedos en su pelo castaño.  —Disfruta de Na Natac tacha, ha, no vivas aafe ferr rraa do aall pasa pasado. do. —Miró ha hacia cia la pue puerta rta y lo balanceó suavem suavemente ente en su re regaz gazo—. o—. No hagas com comoo él.  —¿P  —¿ P or qué sigu siguee s a quí, Sa m ? —le pre preguntó guntó sin m ira irarla rla—. —. ¿No a ñora ñorass una vi vida da normal, norm al, con uunn ho hom m bre norm normal? al?  —See ría una vida vac  —S vacía. ía. Dom ini inicc tenía ra razzón e n a lgo, todo lo que venga a  parti  par tirr de a hora no ser seráá suficie suficiente. nte. Estoy tan ac acost ostum umbra brada da y a a e sta for form m a de vi vivi virr la vi vida da que no ssería ería fe feli lizz de otra m aner anera. a. —C —Cogi ogióó su car caraa con am bas m manos anos   le sonrió—. Por eso —prosiguió—, tú debes ser tú mismo, de otra forma no

serás feliz nunca.las ce Luis Lui s arqueó cejj as ccon on gest gestoo de ccuri urios osid idad ad y se ccol olocó ocó sob sobre re ella. ella.  —Som  —S omos os unas fic ficha hass de a j edr edree z eenn su tabler tablero, o, Sa m … Él m ue ueve ve los hilos de nuestros destinos destinos.. La besó be só con ppasió asiónn m miientras su sujj etaba su ca cabez bezaa ccon on llaa m ano.  —¿V  —¿ Vas a quer queree rm e siem siempre pre,, Sa m ? —inqu —inquirió irió c on trist tristeza—. eza—. ¿Vas a e star   

siempre conmigo, pase lo que pase? —Parecía un niño a punto de llorar entre sus  brazzos.  bra  —Clar  —C laroo que sí…  —Nuncaa te irá  —Nunc irás, s, ¿¿ve verda rdad? d? —volvi —volvióó a pr pree guntar guntar..  —Clar  —C laro, o, Luis… Tras decir esto, se acurrucó a su lado. Tuvo la leve sensación de que su herm ano tem tembl blaba aba com comoo un unaa hoja hoja;; lloo apre apretó tó entre sus bbra razzos y vol volvi vióó a quedar quedarse se dormida nuevamente.

 

35. Sar Saraa  L  La a dominación e s un arte igual de peligroso peligroso c uando se acelera como cuan c uando do se desconoce.

*** Sara ar a ll llegó egó a Qui Quim m er eraa com comoo un vi viento ento fresco. Era una chiq chiqui uillla que no pasaba de los diecisiete años, con una mirada dulce, mejillas invadidas de pequeñas pecas y unos inmensos ojos verdes. Su hermano había conseguido un buen trabajo, con lo loss hombres hombre s que vi visi sitaban taban aall vi viej ej o Antó Antón; n; ssii ssuu padre se eent nter eraba aba de que tení tenían an un leve contacto con aquella gente, se enfurecería. Siempre se lo había dicho; no te acerques a ellos, son gente extraña con hábitos poco aceptables. Para ella era maravilloso que su hermano le confesara aquello frente a un inmenso helado de vainilla. Le heladería gustaba ladevainilla desde muyis pequeña; comerse todos vi vier ernes. nes. La la señorit señorita a Franc ranci era la m mej ejsolía or del puebl puebloo uno y disp disponí oníaa los de m il iles es de sabores que podía podía com combi binar nar a su anto antojj o, pper eroo siem siempre pre aaca cababa baba toma tomando ndo el de vainill vainilla. a. Ese eera ra el que realm re almente ente le gus gustaba. taba. Con su hermano se sentía adulta; él siempre la había tratado como tal y no  porque su ccoef oeficiente iciente int intele electua ctuall eestuv stuvier ieraa por enc encim imaa de la m e dia, y porque su cuerpecito de niña guardaba una pequeña adulta con las cosas claras en la vida, no. Su hermano la amaba con toda su alma; deseaba sacarla de aquel triste  pueblo y le ofr ofree cía la oportunidad, tra trass ter term m inar el ins insti titut tuto, o, de estudiar en la capital. La tarde que atravesó los muros de la finca que tantas veces había visto de lejos su NoAntón. era el lujo que la los dejóhombres obnubilada, ni siquiera el corazón talante palpitó pausadocon y fuerza. dulce de Eranlo ellos, y las  preciosa  pre ciosass m muj ujee res re s que dura durante nte la ce cena na pudo cconoce onocerr. Algún día ser sería ía ccom omoo eell llas, as, sus preciosos vestidos de seda marcando unos pechos que ella no tenía, esa seguridad y esa belleza adulta y exuberante que tenía Catinca, la hija de Antón. La habí ha bíaa vi vist stoo m muchas uchas vec veces es pasea pasearr por eell pu pueblo eblo,, so solí líaa com comprar prar toda toda la rropa opa de la boutique más cara que había en la calle cuatro, muy cercana a la heladería de Francis. Era descarada, eso le gustaba; en cambio a su lado la rubia del cuello de cisne, cis ne, Mere Meredi dit,t, ppar arec ecía ía una m muj ujer er m ucho m más ás pausada que eell lla; a; algú algúnn dí díaa tendría un collar de perlas como el que llevaba ella; algún día sería tan hermosa como

Samara, como las dos muchachas que se afanaban por complacer a aquel hombre, el de la fina perilla y de ademanes aristócratas que no dejaba de dirigirle miradas desafiantes, con unos ojos profundos y brillantes que la in inti tim m idaban. R Roberto, oberto, así se ll llam am aba. aba . Era una niña pero sabía perfectamente que sus ojos trasmitían deseo, el mismo que notaba en el joven dulce y educado de pelo castaño que permanecía  

en silencio. Quizá por eso su padre no soportaba a aquella gente. Quizá sabía que intentarían conquistarla sin importarles la edad. Ellos no ocultaban lo que la mayoría de la gente ocultaría. Las mujeres jugueteaban con Roberto y le llenaban de atenciones sin importarlas quién estaba cerca. Tampoco la dulce Meredit rechazaba las caricias de Carlo. Durante la sobremesa los había visto en la cocina. Se había levantado a coger un vaso de agua y se había estrellado con aquella imagen que le encendió las mejillas brutalmente. A ella nunca la habían  besado  besa do de a quel m odo tan obsce obsceno, no, c om omoo m ucho unos peque pequeños ños besitos de adolescentes y sin lengua; en cambio aquel hombre lamía con destreza los labios de Meredit mientras tiraba de su fino collar de perlas atrayéndola hacia sí. Sintió un escalofrío y se retiró discretamente. El agua podía esperar. Se sentaría junto a su herm ano y espera esperaría ría a que eell llos os sal salieran ieran de la coc cociina o llee pedirí pediríaa a Mateo Mateo m más ás tarde que se la llevara. No importaba, estaba asombrada por la casa, la gente, el hombre serio y silencioso que se mantenía ajeno a su presencia, Dominic Romano, quizá el más intimidante de todos y el más atractivo bajo su punto de vista. ¿Cómo actuar? Era solo una niña que se aferraba con fuerza el brazo de su hermano, intentando disimular su emoción, las imágenes sensuales y juguetonas de las dos preciosas jóvenes que tonteaban en un sofá de terciopelo borgoña sobre el hombre de perilla. Y Carlo, su hermano, le había dicho que se m antu antuvi vier eraa aalej lejada ada de él, ssuu descaro, su m irada lasci lasciva va baj o esa tu tupi pida da ca cabell beller eraa de príncipe de cuento al cual seguían unos ojos azules arrebatadores y un físico atlético. ¡Qué extraño era todo! Aun así se sentía atraída por aquella gente, por  sus ademanes, su belleza, esa familia peculiar que muchas veces había visto  paseaa r por las ccaa ll  pase llee s de dell pueblo, rree tando ccon on sus ge gestos stos a una gente conse conserva rvadora dora e irascible, recelosa de todo y a la vez envidiosa.  —Esperoo que eestés  —Esper stés cóm oda —le ha había bía dicho Luis. Sí, igual de hermoso, con unas facciones menos agresivas que Dominic pero con un rostro angelical que la atraía como si tocara una flauta y ella se dejara llevar por la m elod elodía. ía.  —Estoy bien —m —musit usitóó c on pudor—. No soi soiss c om omoo el re resto sto de la gente per peroo mi hermano ya me había avisado de ello. —Le sonrió con su habitual candidez.  —Me alegr a legroo de que te sientas a gust gusto. o. Ere Eress m muy uy j oven.  —Algún día día ser seréé ccom omoo ellas.  —No tengas tenga s prisa, todo lllega lega..  —Sois  —S ois tan pec pe c uli uliar ares… es…

Se sentó antes, su lado en de slos sofás  —Dife  —Difere rentes, S Saa ra ra… … uno ¿¿Tiene Tienes novi novio? o? y le entregó un refresco con educación.  —No… Nunca Nunc a lo he tenido, al m mee nos nada ser serio. io. Luis se rió con efusividad, aquello solo tenía un significado para él. Ella era  pura e inoce inocente. nte. N Naa die ha había bía toc tocado ado a e sa peque pequeña ña flor a punto de flore florece cerr y e so empezó a hacerle sentir un impulso incontrolable hacia la joven Sara.  

 —Ha blas ccom  —Hablas omoo una m uje uj e r aadult dultaa .  —Soy  —S oy m uy int intee li lige gente, nte, m i c oef oeficiente iciente int intee lec lectual tual está por enc encim imaa de la m edia y m is notas notas son de sob sobre resal salient ientes. es. Est Estudi udiaré aré m edici edicina, na, seré una m agni agnifica fica cirujana. Lo miró con curiosidad y le resultó el hombre más hermoso de la faz de la tierra. Eso o que quizá los pocos novios que había tenido habían sido siempre los simples chicos del pueblo que nada tenían que ofrecerle y le provocaban una mormera feroz. Su hermano mantenía una charla con Antón pero no dejaba de observar lo que hacía. No le gustaba, estaba segura de que no disfrutaba con la idea de que ell ellaa ccay ay er eraa eenn m manos anos ddee ccualq ualqui uiera era de lo loss qque ue al a llí est estaban. aban. ¿¿Por Por qué? Por lo lógico. Solo había que verlos. Carlo y su dulce Meredit; Roberto, al que llamaban el conde, con sus dos preciosas vampiras. La osadía de Catinca, la sexualidad que desprendía y que anunciaba al resto del mundo, que eran poco  paraa eell  par llaa .  —¿Y  —¿ Y tú? —le dij dijo. o.  —Sii te  —S te conta contara ra m i vi vida da te a sust sustaa ría rías… s… Sara ar a ffrunció runció el ce ceño ño y lo m iró curi curios osa. a.  —No me m e tr traa tes ccom omoo a una niña.  —No lo ha hago, go, sol soloo te soy since sincero. ro. Inte Intento nto m a ntene ntenerr una c onver onversac sación ión aadult dultaa con la hermana pequeña del que considero uno de los nuestros sin que resulte violento.  —Pue  —P uess e ntonce ntoncess no c alles nada nada.. Veo las cosa cosass que pasa pasan. n. —S —Saa ra se tornó di dire recta cta y casi ca si pod podría ría dec decirs irsee que exce excesi sivam vamente ente adult adulta—. a—. Ant Antes es vi a Carlo jugar  con Meredit en la cocina; iba a por un vaso de agua y los vi con mis propios ojos. Esttaba sent Es sentada ada en la encimer encimeraa de m árm ol y …  —No hac hacee fa falt ltaa que m e cue cuentes ntes los deta detall lles. es. —S —See rió nueva nuevam m e nte y se re reclinó clinó en el sofá sofá—. —. Los conoz conozco. co.  —Lo que te quier quieroo dec decir ir e s que m i her herm m ano er eraa basta bastante nte re reaa c io a tra traee rm e esta tarde a Quimera, pero ¿sabes?, soy insistente, mi hermano me adora, pero sentíía que tení sent teníaa un ttem em or inmens inme nsoo a que os cono conociera ciera..  —Es norm a l. Yo tam poco tra traee ría a una her herm m a na de diec diecisi isiee te años a e sta casa pero supongo que tarde o temprano si su intención es que vivas con él, nos conocerías. —Observó a Mateo, que lo miraba con recelo mientras escuchaba a Antón—. Antó n—. F Fíja íjate, te, sufre por ti ti… …  —Soy  —S oy m a y or or.. De Dentro ntro de poco cum plo la m ay oría de eda edadd y podré de decidir  cidir 

 por —Nunc mí m misma isma. . ás lo suficie  —Nunca a ser serás suficiente nte m a y or par paraa él… —S —Seña eñaló ló a Sa m a ra ra,, que se mantenía apoyada en el hombro de Dominic medio dormida—. Ella es mi hermana, herm ana, llaa aam m o má máss qque ue a m i pprop ropiia vi vida. da.  —¡Vay  —¡V ay a , es pr prec ecios iosaa ! N Noo sabía que… que …  —No importa… im porta… eell llaa es eell ej e de m i m mundo, undo, tod todoo gira eenn torno a eell llaa .  

 —Lo dices dice s com o si sufr sufrier ieras as —le espetó e spetó la niña.  —Cua  —C uando ndo la c onocí ni siqu siquier ieraa sabía que er eraa m i her herm m a na. He dorm ido c on ella, he disfrutado de ella como puede disfrutar él… —Se recordó a sí mismo no  beberr m ás por e sa noc  bebe noche. he. La pequeña pe queña S Sar araa aabri brióó llos os oojj os como plat platos os y se ll llevó evó la m mano ano a la boca.  —¿Me  —¿ Me eestás stás diciendo que que…? …?  —Sí…  —S í… Aquí no eexis xisten ten las norm as de dell m undo eexter xterior ior.. Nos dan lo m ism ism o los conceptos establecidos por una sociedad que nos aliena. Te diría que eres demasiado joven para escuchar lo que acabo de decirte, pero ahora estas en Quimera, supongo que formarás parte de nosotros y me atrevo a decir que si te mintiera no tardarías en darte cuenta de las cosas. —Dio un trago a su copa y sonrió—. Puedo seguir siendo sincero contigo, solo tienes que decir basta y  parar  par aréé de inm inmee diato, peque pequeña ña Sar Saraa …  —¡No!  —¡N o! —dij —dijoo euf eufóric órica—. a—. Sig Sigue… ue…  —Por  —P or eso la ge gente nte del pueblo nos m ira m a l. S Saa ben poco per peroo lo int intuy uy e n. La Lass mujeres que ves son sumisas de los hombres. Cumplen sus deseos a excepción de Catinca; es libre, hace lo que le place… como tú ahora, Sara… Verás ciertos comport com portam am ient ientos os y re reac accion ciones es poco habi habitu tuales. ales.  —Una vez en interne internett con unas aam m igas vi…  —Olvídaa te de e sas tont  —Olvíd tontee ría rías. s. Son patr patraa ñas e sce scenifica nificadas das de una e senc sencia ia que  pocos pueden pue den ccom ompre prender. nder.  —¿P  —¿ P or qué m e cue cuentas ntas todo esto?  —Supongo  —S upongo que soy e l m máá s indi indica cado do pa para ra e llo. llo. —La m iró ffij ijaa m ente a los ojos casi devorando su enjuto cuerpecillo de niña—. El menos peligroso… por así decirlo…  —¿Tiene  —¿ Tieness novi novia? a? —vol —volvió vió a de decc irle.  —¿Eso  —¿ Eso ser sería ía un problem a par paraa ti ti?? —le pre preguntó guntó c on picardía pica rdía—. —. Te ngo una mujer en mi vida, digamos que comienzo algo de lo cual no sé si sabré salir o siqui siquier eraa lo deseo…  —Vaa y a…  —V  —Paa rece  —P re cess af afec ectada tada —se rrió—. ió—. ¿¿Me Me eequivoco? quivoco? Sara se sintió intimidada por Luis y sus mejillas adquirieron nuevamente el colorr ros colo r osác áceo eo que anunci anunciaba aba la vergüenz vergüenza. a.  —En a bsol bsoluto uto —dij —dijoo con digni dignidad—, dad—, per peroo no está a quí. Eso es que no e s serio.

 —No tengo na da nada se serio rio eenn m mii vi vida, da, Sar Sara… a… solo m mii her herm m a na… ¿Desilus ¿Desilusionada ionada??  —Sorpr  —S orpre e ndida —susurró.  —Me enca e ncantas, ntas, niña…  Nadie  Na die le había ha hablado blado de a quella for form m a e n su vida. Er Eraa c ierto ier to que a quel hombre la llenaba de curiosidad; su hermano seguía con la vista clavada en ella; lo miró durante leves se segund gundos os y le dirigi dirigióó una son sonrisa risa tra tranqui nquili lizzadora adora..  

 —Luis… —le dij dijo—. o—. Algún dí díaa se seré ré tan herm he rm osa ccom omoo vuestra vuestrass m muj ujee re res. s.  —Yaa lo er  —Y eres. es.  —¡Noo m e digas eeso!  —¡N so! —S —See rió torpe torpem m e nte y se llevó llevó la m a no a la boca e n un gesto infanti infa ntil.l.  —Sii no supi  —S supiee ra c on toda segur seguridad idad que tu he herm rm ano m e rom per pería ía la c ar araa e n m il ilési ésim m as de segun segundos dos,, te besar besaría, ía, pequeña Sara Sara… …  —¡Luis! —gimoteó —gim oteó ne nerviosa. rviosa.  —Tiem po al tiem tiempo… po… —sus —susurr urróó él.

 

36. Yelina comete un error  Todos los errores se pagan con la misma intensidad, no importa quién los cometa.

*** Aquel fin de semana sería el primero para Mateo bajo el techo de Quimera. No fue un día alentador; su hermana le llevó parte de su atención durante toda la noche. Verla sentada junto a Luis, hablando con él con su frescura y lozanía, con su falta de temor por aquellos hombres y su facilidad de palabra le comprimieron el corazón hasta que logró acostarse ya de madrugada. Se había asegurado de que ell ellaa dormía dos puertas m más ás aalllá, de que na nadi diee importunaría importunaría su intimidad. No podía quitarse de la cabeza la posibilidad de que ella se enamorara de cualquiera de ellos y le Ya hicieran daño, no siendo hermana, lo único más que amaba desde hacía mucho. era bastante tenso sabersuque dos kilómetros abajo la casa familiar se mantenía ajena a todo, que su padre creía a su hija en la capital junto a su hermano. Si supiera donde la había llevado lo mataría de un disgusto; sin embargo debía hacerlo, ellos eran ahora parte de su vida. Se mojó la cara en el lavabo y se acostó bajo las acolchadas mantas que habían dispuesto  paraa él. El ser  par servicio vicio de Antón e ra m e ti ticuloso; culoso; dura durante nte toda la noche se había habíann ocupado dos mujeres de edad avanzada de que nada les faltara solo retirándose del salón cuando empezaron a detectar los juegos de Roberto con Yelina y Xiamara y a un Carlo picajoso con Catinca. ¿Qué habrían llegado a ver durante sus años en Quimera? Quién sabe… Parpadeó bajo la oscuridad delicada y la  poca luz que e ntra ntraba ba por la habitac habitación. ión. Estaba a punto de dorm irse, su m ente empezaba a fundirse cuando el sonido de la puerta lo sobresaltó. Una figura fem enin eninaa se desl desliz izóó entre las sombra sombrass de la tenue luz que em er ergí gíaa de la ve vent ntana, ana,  se situ situóó frente a la ccam am a.  —¡Yelina,  —¡Y elina, qué sust sustoo m e ha hass dado! —C —Caa si se había puesto a gritar gritar—. —. ¿Qué hacess aquí hace aquí??  —Disculpe… Mi señor quiere que no pase la noche sol solo… o… Dice que le acompañe… Se incorporó como un misil y miró a la joven. Le resultaba difícil llegar a

comprend compre nder er ccómo ómo un unaa m uje ujerr er eraa capaz c apaz de ce ceder der así a llos os des deseos eos ddee un ho hom m bre. Entregándose a otro sin el más mínimo reparo solo con la mera intención de complacerle.  —No es e s nec necee sar sario io que… Trepó por la cama como un gato salvaje y se colocó sobre sus rodillas antes de darle tiempo a decir nada. Un fino camisón casi transparente remarcaba sus  

herm os osos os ppez ezones ones y las form as re redon dondeadas deadas de sus sus pechos pechos..  —Lo sé… ¿No le le gusto?  —No digas tonter tonterías. ías. —I —Im m posi posible ble no gustar gustarle le aque aquell llaa m ujer. uj er. P Posib osiblem lem e nte la habían esculpido para tentar al más inocente de los hombres—. Pero no tienes que…  —Quieroo hac  —Quier hacee rlo, señor señor… … De Dejj e que lo com plaz plazca ca… … Meneó su melena mientras se contoneaba sobre él y le sonrió suavemente desprendiéndose de su camisón. Sus pechos emergieron de la nada y le pedían que los devorara mientras le besaba con dulzura en los labios. ¡Ah, esa era la trampa! El demonio tentaba de esa forma a los hombres, les daba riquezas, mujeres hermosas con las que disfrutar y gozar, a cambio de ¿qué? ¿Quizá su inocente herm ana? Qui Quién én sabe; er eraa tarde par paraa pensar ccon on clarid claridad, ad, sus pechos llee apuntaban sonrosados y calientes y se acercaban juguetones a sus labios. Herm Her m os osa… a… Y Yeli elina na ffrot rotaba aba su ssexo exo contra eell ssuy uyoo y le invi nvitaba taba a colarse eent ntre re sus sus  piernas.  pier nas. La Lam m ió con de deli lica cadeza deza uno de sus pec pechos hos y m ordisqueó eell peque pequeño ño pezón con suavidad. Tarde… Había probado el fruto prohibido, la pequeña y enjuta vampira de Roberto, y era tarde para huir. Clavó los dedos en la fina piel de sus caderas y la penetró con delicadeza mientras ella se contoneaba como una serpiente sobre él. Su boca, unos labios gruesos y perfectamente perfilados dejar dej aron on ppaso aso a su llengua engua vi viperina, perina, y se coló rabi rabios osaa en e n llaa suy suya. a.  —No te voy a tratar tra tar c om omoo él —le susurr susurró—. ó—. No soy c apa apazz de ha hace cerlo… rlo…  —Haga  —Ha ga lo que dese deseee cconm onmigo, igo, ssee ñor… ¿Cómo ceder ante aquello? El recuerdo de su inocente hermana desapareció en el mismo momento que ella contrajo su pelvis y le empujó hacia atrás, clavándose más en él. ¿Era ese el final? ¿Hacer que las mujeres de Quimera le arrebataran los principios con los que había nacido? Era la mujer de otro, la sumisa, fiel y educada de Roberto; sin embargo ella estaba sobre él, moviéndose como una culebra en mitad de la noche. Porque él se lo había pedido. Recordó las pocas m muj ujer eres es que habían pasado ppor or su vvid ida, a, eell vac vacío ío que dej dejaban aban a su ppaso, aso, su frialdad, frialdad, su me medi diocridad. ocridad. El Ella la er eraa la esenc esencia ia de la sens sensuali ualidad. dad. Iba a estal estallar lar eenn una orgía de placer, si no dejaba de moverse de aquella manera, con su melena al viento como un potro salvaje acabaría dejándose llevar por lo inevitable. La cogió por el cuello y volvió a incorporarse estrellando su pecho contra el de ella.  —No te m ueva uevass así… despa despacc io… Le sonrió con malicia y se contoneó acompasadamente sin dejar de mirarlo.

Perdido, era laLa palabra, perdido y ydesquiciado con abajo; aquel demonio sobre susesa caderas. bajó deestaba un movimiento la colocó boca ahora él tenía plena libertad para saciarse de ella. Se coló sutilmente entre sus piernas y la  besó en e n la m mee j il illa la sua suavem vem ente ente..  —Disfrutass con un de  —Disfruta desconoc sconocido ido po porque rque é l te te lo pide…  —Sí…  —S í… no es desc desconocido, onocido, señor señor,, es pa parte rte de Q Quim uimer eraa … —j —jaa deó aansi nsiosa. osa.  

 —Ac a bo de llega  —Aca llegarr y te m ete etess en m i ca cam m a…  —See ñor…  —S  —No pidas nada… na da… goza… no soy é l… La sintió retorcerse bajo su peso mientras sus gritos empezaban a ser una tortu ortura ra para él.  —Y te abandona a bandonas… s…  —Era el últi últim m o en llega llegar… r… eess par parte te de de… … Frenó de golpe y se apartó de ella. Si hubiera esperado dos milésimas de segundos le hubiera inundado las entrañas. Se balanceó entre un delicioso tembleque y le abrió la boca apuntando con su sexo. Ella lamía desaforadamente, chupaba exquisitamente cada centímetro de él. Ahí estaba, hasta la última gota que apenas llegó a ver. La vampira lamía sin un leve atisbo de asco a sco o ti tim m id idez. ez.  —Qué…  —Qué … ¿¿Qué Qué has que querido rido dec decir ir ccon on el últ últim imoo en llega llegar? r? Cayó torpemente a su lado y la miró de reojo algo aturdido. La vio cambiar  la expresió expresiónn y algo ssalt altóó en su ce cere rebro bro que le aanun nunciaba ciaba que no debí debíaa haber dicho dicho nada.  —Olvídee lo, ssee ñor…  —Olvíd  —No… ¿Qué ¿Qué sig significa nifica e so?  —See ñor, le suplico que olvide que  —S que… … —Em —Empezaba pezaba a pone ponerse rse ner nervios viosaa . Se incorpo incorporó ró brus brusca cam m ente y la afe aferró rró por llaa m uñeca con cont contund undencia. encia.  —No vas va s a sa sali lirr de aquí ha hasta sta que m e diga digass lloo que sa sabes. bes.  —¡Mi señor se e nfa nfadar daráá ! Ha sid sidoo un er error ror,, por fa favor… vor… le supl suplico ico que lo olvide…  —Está bien… Te doy m i pala palabra bra que no diré nada nada… … per peroo ha habla… bla… ¡O iré direc directtam ent entee a Rob oberto erto a pregu pregunt ntarle arle y cré créem em e que será peor! Yelina estaba aterrorizada; se sentó tapándose con la sábana y la manta y com enzó a ll llora orarr.  —Lo único que sé es que… y a , y a le c onocían. onocía n. Antón les pidi pidióó que le  buscara  busca ran, n, que eera ra un joven j oven pr prom omete etedor dor y que de deber bería ía eestar star con nosotros, que er eraa el último en llegar, que faltaba usted. —Hizo una pausa y comenzó a llorar con m ás fuer fuerzza—. Me van a m atar… ¡Oh, Dio Dioss mío!  —No ll llore oress —dij —dijoo sec secándose ándose la fr frente ente—. —. P or fa favor, vor, no llore lloress m ás… Está  bien. No pasa pa sa na nada. da. ¿S ¿Sabe abess algo m máá s?  —Le j uro que no…

Laros tumbó en labacama y se recostó la  puche  pucheros y susurra susurraba cconti ontinuam nuam ente quealasumlado; ata ataría rían. n. mujer no dejaba de hacer   —Por  —P or dios, par paraa y a …  —No diga nada, na da, se señor, ñor, por fa favor vor..  —Antón me m e busc buscaa ba… ¿Por qué, Y Yelina? elina?  —¡Noo lo ssé!  —¡N é! ¡N ¡Noo lo sséé ! —gr —grit itóó angustiada y atur aturdida. dida.  

La tomó por los brazos y le tapó la boca.  —No grit gr itee s aasí… sí… Y Yaa e stá bien… —P —Paa só eell bra brazzo por sus hom hombros bros y la aafe ferr rróó a él é l con fuerz fuerzas—. as—. V Vale… ale… Me rom rompe pe eell coraz corazón ón qu quee una m muj ujer er llore llore aasí sí… …  —Soy  —S oy una estúp e stúpida ida —m —musit usitóó hipando.  —Duerm  —Due rm e… No puede puedess volver c on Rob Robee rto; se dar daría ía cue cuenta nta de tu imprudencia.  —Lo sé.  —Duerm  —Due rm e… —le susurró be besando sando su m mee j illa. illa.

 

37. Cer Cerrando rando fre frent ntes es  El pasado nos pertenec perte nec e , se c lava en las entrañas y jamás nos abandona.

*** Siem iempre pre to tom m aba su caf caféé m atut atutiino en eell mismo local desde hac hacía ía trein treinta ta años: una cafetería estilo irlandés donde preparaban las mejores cervezas, el mejor café irlandés y tenían la mejor prensa deportiva de la ciudad. Siempre se sentaba en el mismo sitio, junto a la ventana, en un precioso banco corrido de madera de cast ca staño año desde don donde de podí podíaa obs obser ervar var toda la ca cafe fetería, tería, llaa puerta, llaa inme inmens nsaa ba barra rra de madera, la bonita camarera treinta años más joven que él, la pequeña gramola de discos diminutos que siempre sonaba a partir de las ocho de la tarde. Lo cierto partido es que no disfrutaba de aquellos deliciosos mientrasno, el tronar  de algún de solo fútbol despertaba los improperios decafés los clientes; era la  paz, ese e se a ire c álido que se re respi spira ra a lej a do de dell hor horror ror a fr frit itura urass de la m a y oría de los sitios de moda, el alboroto desagradable del resto, la algarabía de los habituales establecimientos domingueros de la periferia. Abrió el periódico y saboreó el primer sorbo de su café; oyó el delicado tintineo del cordón trenzado con la campanilla de la puerta y levantó la vista. Allí estaba él, un domingo soleado, a una hora demasiado prematura para todo, incluso para su corazón cansado y atormentado. Un hombre de unos treinta años, vestido con un fino  pantalón  panta lón de tra trajj e gris m a re rengo ngo y una c am isa a zul, eell color del m ar ar,, el color de sus ojos, iguales a los suyos quizá. Se mantuvo expectante durante breves segundos, los suficientes para ver cómo se aproximaba a su mesa con paso firme, indiscutiblemente era él. Más de veinte años habían pasado pero lo identificaría en segundos entre una muchedumbre; lógico, si tomaran una foto de él años atrás, casi no habría diferencia entre los dos, pero él había guardado rabiosam rabios am ente eesas sas fot fotos os;; alg algoo le dec decíía que algún ddía ía ll llegar egaríía aquel m mome oment ntoo pero no así, desprevenido. No de esa forma asaltando su espacio, la calle donde vivía, su soledad rabiosa que necesitaba a esas horas.  —Hola, padre pa dre —le eespetó. spetó.  No fue c apa apazz de dec decirle irle una pala palabra bra,, m iró a su aalre lrededor dedor y volvi volvióó a fijar fij ar su

vista en aquel joven.  —Tranquil  —Tra nquilo, o, te im importunar portunaréé lo indi indispensa spensable. ble. —Se sentó ffre rente nte a é l y le m iró con los oj ojos os lleve evem m ente ccer erra rados— dos—.. C Cinco inco m minu inuto tos, s, ssolo olo eso. ¿Era aaquel quel el pequeño niño niño qque ue perm anec anecía ía ho hora rass en llas as esca escaleras leras de m mader aderaa del sucio porche de la calle del Boulevard? Sin duda, su misma boca, sus manos grandes y sus mismas uñas. Todo eso lo comprobó en milésimas de segundos,  

mientras su hijo, aquel extraño, repiqueteaba con los dedos la encimera de m ader aderaa sin proferir una so sola la pal palabra abra..  —Com  —C ometí etí un er error ror y …  —No vengo ve ngo a eeso. so. Ni ssiqui iquier eraa m e im importa porta qué pa pasó. só.  —¿Qué  —¿ Qué quier quieres, es, eentonce ntonces? s?  —Me ll llaa m o Luis. —T —Tee nía un gesto de trist tristeza—. eza—. Ni siqu siquier ieraa sabes sabe s m i nombre. nombr e. —S —See rió si sinn gana ganas—. s—. Lui Luis. s. Metióó la m ano eenn el bols Meti bolsil illo lo ddel el pa pant ntalón alón y sac sacóó una ccin inta ta de video, video, la de depos posit itóó so sobre bre la m mesa esa y la despl desplaz azóó con lo loss dedos lent lentam am ente.  —Mi muj m ujee r no sabe nada ni m i hij hijaa … No he sido sido ca capaz paz eenn todos eesto stoss años de…  —No importa, im porta, pa padre dre… …  —Tú nunca nunc a has hec hecho ho na nada; da; te a gra gradezco dezco que te hay a s m mante antenido nido al m a rge rgenn de mi vida. —Su voz sonaba melodramática, como si le suplicara compasión o quizzá no pudi qui pudier eraa disi disim m ular ular su miedo—. m iedo—. T Tee lo agra agradez dezco. co. Luis sonrió, al menos era su intención aunque solo le salió una mueca algo dantesca dant esca que em peoró lo loss nervio nervioss del ho hom m bre.  —No me m e lo aagra gradezca dezcass hasta que vea veass esa c int intaa .  —¿P  —¿ P or qué dice dicess eso?  —Llevo veinte a ños eesper speraa ndo eeste ste día —dij —dijoo ccon on tristez tristezaa —. Mira la c int inta, a, y cuenta a tu mujer la verdad… porque si no… Ella misma recibirá la misma copiaa de copi dedi dica cada. da. Se ffrotó rotó la fre frent ntee ne nervio rvioso so y m iró a su hi hijj o.  —¿Qué  —¿ Qué es eeso? so?  —Tu penitenc penitencia, ia, padr padre… e… —Dicho e sto sto,, se leva levantó ntó del banc bancoo y se c olocó la cam ca m is isaa ccon on ddeli elica cadez deza. a.  —¡Por  —¡P or eell am or de Dios, qué…!  —No m ontes un e spec spectác táculo. ulo. —Una inm inmee nsa trist tristee za se hac hacía ía ec ecoo en sus  palabra  pala bras—. s—. No ahor ahora, a, pa padre dre… … No va vale le de nada nada..  —¡Luis! —le grit gr itóó m mientra ientrass se aalej lej aba—. aba —. ¡Luis! —Na —Nada. da. *** Volvió a casa con la pequeña cinta en el bolso de su chaqueta de algodón. No conocíaa eell form conocí formato ato de aquel apar aparato; ato; no era un hhom ombre bre aam m igo igo de la tecnol tecnologí ogíaa y

 por la tarde ta rde que se aaccno e rc rcóera ó a los gra grandes ndesuna aalm lmacinta a ce cenes nesaún pa para ramás comgrande pra prarr lo con que aall llíí llam llam a ban adaptador, más que un pequeño comparti com partim m ient ientoo do donde nde se debí debíaa m eter la pequeña cinta. cinta. Esperó a que su muj er se durmiera, miró la pequeña chimenea que él mismo había construido y las fotos que se apoyaban sobre la piedra blanquecina. Samara… su pequeña princesa llevaba días sin hablar con ella. Ahí estaba ella, con un vestido de algodón  

vera niego, verani ego, un unos os calce calceti tines nes bl blancos ancos y un iinm nmenso enso hel helado ado de chocol chocolate ate eenn la m mano. ano. unca fue capaz de impedir que le cayeran los chorretones de cacao en los vestidos, hasta en aquella foto aparecía embadurnada de helado intentando sujetar aquel cucurucho desesperadamente. Se sirvió una copa de vino, uno de sus sabrosos riojas, y metió la cinta adaptadora en el vídeo. Se apoyó en el sillón reclinable y cogió el mando. El estómago le dolía horriblemente; siempre había sufrido de esos intensos dolores cuando se ponía nervioso. Sesenta y cinco años so sonn m muchos uchos año años, s, al me menos nos para un ho hom m bre que ll lleva eva toda toda la vid vidaa tra rabaj bajando ando de sol a sol.  —¡Virge  —¡V irgenn Mar María! ía! —susu —susurr rró. ó. Las imágenes se agolparon en su retina con brutalidad. Un inmenso salón, su hija entre los brazos de su hijo. ¿Qué era aquello? La besaba, la hacía suya, la tocaba y la amaba como si fuera el hombre de su vida mientras el otro, el más grande, sonreía sutilmente observándolo todo. ¡Santo cielo! Se llevó la mano al  pecho,  pec ho, las taquica taquicardia rdiass e ra rann m ás int intensa ensass de lo norm al. ¡N ¡No! o! No puede puedess hac hacer  er  eso… ¡Es tu hermana y lo sabes! ¡Es mi hija, mi hija! ¡Mi pequeña! ¡Lo único que pude pude prot proteger eger de m mii terribl terriblee pasado y m i peca pecado! do! La copa de vino cayó sobre la alfombra y se apresuró nervioso a apagar la televisión. No, no podía ser cierto. ¿Hermanita? ¿Acaso entre todo el horror del cual había sido testigo él lo había dicho? Ella no podía saberlo, no sería lo mismo, ella no sería capaz de hacer aquello tan horrible si supiera la verdad. Quizá fue muy tarde. Sí, posiblemente se enteró cuando ya… La cabeza le daba vueltas y el corazón parecía salírsele del pecho. Se balanceó con torpeza y comenzó a llorar como un niño. Volcó todas las fotos de la encimera de la chimenea. Si su mujer veía aquello se moriría del disgusto.

 

38. La historia de Antón  En el juego de la vida v ida toda fic fic ha tie tie ne su función func ión y su razón de ser.

*** Antón se sentó en el amplió sofá del sótano. Apartó los cojines burdeos de antelin antel inaa y se re recli clinó nó en el re resp spaldo aldo.. Ll Llevaba evaba gran par parte te del dí díaa peleándos peleándosee con la mujer del servicio intentando cambiar un poco aquella habitación tan importante  paraa sus cchicos.  par hicos. Él baj a ba poco por allí; le tra traía ía re recc uer uerdos dos dem a siado dolorosos de su pasado.  —Antón. —La voz rota de Rober Roberto to re retum tumbó bó en la e sta sta ncia ncia..  —Siéntate  —S iéntate,, Rob Robee rto. Los dem á s no tar tardar daráá n e n llega llegarr —le sonrió melancólicamente, a laestés pequeña barra de. bar del lateral—. Sirve un unas as copas, hi hijjyo,dirigió y ca cam muna bia bia lamirada ccar ara. a. No ppreoc reocupado upado.  —Antón. No sé qué dec decirte. irte.  —No digas nada nada.. Vam os, ponm ponmee una copa copa,, j oven. Tengo sed. Ha Hayy un ron añejo maravilloso en la puerta izquierda. Lo compré en uno de mis viajes a Bra rasi sill el aaño ño pasado. El resto no tardó en llegar a excepción de Mateo.  —Mateo ll llee gar garáá m ás tar tarde de —m —masc ascull ullóó A Antón—. ntón—. S Senta entaros, ros, hij hijos. os. Dom ini inicc y a m e ha inform informado ado de lloo qu quee ha pa pasado. sado.  —¿Có  —¿ Cóm m o ha hass pe perm rm it itido ido que esa zorr orraa vuelva a a brir la boca bocazza? —Carlo m iró a Rober Roberto to con prepot prepotencia encia y se fr frot otóó la fre frent nte—. e—. No er eres es ca capaz paz de ccont ontrolarla. rolarla. —  Levantó el dedo índice y le apunto con él—. Tú…  —¡Carlo!  —¡Car lo! —Dom —Domini inicc se incor incorporó poró y lo m maa ndó ca call llaa r.  —No pasa pa sa na nada, da, hij hijos. os. Mateo no eess un ccrío río ha dem ostrado e n eest stee tie tie m po ser  m ás li list stoo que vosot vosotros. ros. —R —Rió ió y los m iró—. T Tam am poco es tan gra grave. ve. No pa para ra m í. —  Miró a Roberto—. Sí para tu esclava. Ha cometido por segunda vez un error  grave. gra ve. IInt nter erfe ferir rir.. Est Estee vier viernes nes os qui quier eroo a todos aquí.  —Me ocupa ocuparé ré de e ll llaa tan pronto ll llee gue a la ciudad ciuda d —dijo tot totalm alm ente derrumbado.  —No.

Ante la negativa rotunda de Antón, Roberto puso un gesto de preocupación. unca había interve interveni nido do en sus ssalidas alidas de tono.  —See oc  —S ocupar uparáá Dom ini inicc y m e ocupa ocuparé ré y o per personalm sonalmente ente.. —Lo m iró con tristeza—. Por supuesto, hijo, si tú no tienes ningún inconveniente pero entiende que su error es grave y tu amor por ella puede interferir en la eficacia del cast ca stig igo. o. Tú m mis ism m o lo sabes.  

Roberto dio un gran suspiro de desesperación y se frotó la perilla con elegancia.  —Está bien bie n —susurr —susurró—. ó—. Será com o quier quieras… as… Me apa aparta rtaré ré.. —Su voz sonaba turbadora—. ¿¿Qué Qué pasar pasaráá ahora?  —Nada.  —Na da. Le c ontaré a Mateo la rrazón azón por la c ual aacc abó aquí. Se ha a ce celer leraa do todo un poco, pero creo que es lo más justo para él; espero que no le afecte en exceso, no me perdo perdonarí naríaa perder a eese se m muchacho uchacho.. Se levantó del sofá y se dirigió a un pequeño aparador caoba de cinco cajones. Abrió el cajón superior y sacó una pequeña cajita de madera barnizada con pequeñas incrustaciones de piedras. Dentro había unas fotografías en blanco  negro, sac sacóó un unaa de ell ellas as y la m miiró con m melancolí elancolía. a.  —Ha pasa pasado do tanto ti tiee m po que ape apena nass m e queda quedann re recc uer uerdos dos de m i inf infanc ancia, ia, al menos de la buena —musitó—. Tampoco os he contado nunca todos los detalles. Sólo Dominic, cuando creí que lo perdía, supo mi pasado y creedme que no es por ocultaros nada, solo intentaba no recordar determinados momentos demasiado dem asiado do dolloros orosos os para m í. Dejó una de las fotos encima de la mesa auxiliar que les precedía; en ella se  podían ver cinc cincoo niños vestidos c on peque pequeños ños panta pantalones lones c ortos, unas ca cam m isas algo ajadas y tirantes; dos de ellos llevaban gorra. Estaban de pie frente a una verja de hierro macizo y al fondo un inmenso caserón de piedra emergía tras ellos.  —Esta foto e s de m il novec novecientos ientos cinc cincuenta uenta y c uatr uatro. o. ¿No la había habíais is vis visto, to, verdad? Domin Dom inic ic negó con la ccabeza abeza y cogi cogióó la foto foto..  —Sí,í, hi  —S hijj o. La ccasa asa que ve vess detrá detráss es Quim Quimee ra ra.. Carlo ar lo abri abrióó lo loss ojos com o pl platos atos y pegó llaa ca cabez bezaa en eell ho hom m bro de Dom inic. inic.  —Joder,, Antón… Esos  —Joder Esos… … —af —afinó inó llaa vista y fr frunció unció eell ce ceño. ño.  —Esos que ves e n la foto som somos: os: y o, tu padre padr e , e l padr padree de Dom Domini inicc , el de Roberto y el de Mateo. Teníamos unos ocho años si no recuerdo mal y la finca Quim Qui m era era un oorfanato rfanato.. Hizo una pausa que pareció eterna y pudo ver a Mateo en el umbral de la  puerta;  puer ta; sonrió, lleva evantó ntó llaa m ano y le invit invitóó a se sentar ntarse se a su llaa do.  —Pee rm it  —P itidm idmee que sea bre breve ve en e sto sto.. —De —Dejj ó siti sitioo a Mateo e n eell sofá y pasó la mano por su hombro en señal de cariño—. No quiero alargar la historia mucho. Tampoco soy nadie para contar ciertas cosas pero por lo que veo es

necesario Sonrió hacerlo. a Mateo y se levantó del sofá. Quería verlos a todos. Se sentó en una de las butac butacas as de enfr enfrente ente y com comenz enzóó su hhis isto toria. ria.  —Ninguno teníam te níam os pa padre dres, s, de después spués de la guer guerra ra los or orfa fanatos natos prolife prolifera raban. ban. El control control de las parti partidas das de nac nacimient imientoo no era com comoo ahora y cuando por algu alguna na razón nos separamos de nuestras familias era muy difícil volver a dar con ellos.  

Al menos en un corto espacio de tiempo. Quimera era uno de esos horribles sitios dondee tod dond todos os coincidi coincidim m os. All Allíí nos conocim conocimos os ttodos odos,, bueno, m enos lo que rrespec especta ta a Luis. —Miró al joven—. Tú vienes de rebote, hijo —sonrió—, pero vuestros  padree s cr  padr crec ecier ieron on y vivi vivier eron on aquí jjunto unto a otros. Hizoo una pausa y dio un ttra Hiz rago go a su ron bra brasi sileño. leño.  —Sufr  —S ufrim imos os tanto entr entree esta estass par paree des que m e j uré a m í m ismo que c uando fuera un hombre conseguiría destruir todos los recuerdos que me atormentaban de esta casa. La compré y la tiré abajo y sobre ella construí lo que es mi casa: Quimera Quime ra.. No eess por su si signi gnifica ficado do m mit itoló ológico, gico, si sino no por el senc sencil illo: lo: « Menti Mentira ra que se toma toma com comoo real» Qui Quim m era era… … A fin de cuentas ssiem iempre pre fue eeso so.. F Fui uim m os creciendo y, como cada uno de vosotros, éramos diferentes al resto. Mi mujer  tam bi bién én fue una de las iinqu nquiilinas linas de Quime Quimera ra;; aquí la conocí y aquí me enam oré de ell e lla. a. Mateo tenía las pupilas dilatadas y con gesto desorientado le quitó el vaso a Carlo y se bebió de un trago el ron.  —Pee ro no sol  —P soloo la am aba a e ll llaa . Am a ba a todos y c ada uno de m is compañeros. No de la misma forma a excepción de tu padre Mateo. Me encontré entre dos personas que significaban mucho para mí. No podía pensar  con claridad, Alexander, tu padre, era un joven culto e inteligente, siempre enfrascado enfra scado en los llib ibros ros de la bib bibllio ioteca, teca, si siem em pre corr correc ecto to en llas as form as, si siem em pre con aquella sonrisa destructiva que ahora, cuando me cruzo con él, me niega. Qué irónico… por aquel entonces estaba demasiado mal visto querer a un hombre… demasiado mal visto todo. Mi mujer ocupaba gran parte de mis horas  peroo siem  per siempre pre e ncontra ncontraba ba un m om omee nto en la noche par paraa pasa pasarr con tu padr padree . Él me hablaba de filosofía, de historia, me contaba cosas que solo los libros y las horas podían podían enseñarle y y o to tottalm almente ente obnu obnubi bilado lado ppor or ééll escuchaba atentam atentamente ente cada noche. Formamos unos vínculos entre todos indestructibles; estábamos demasiados solos y éramos demasiados jóvenes. Tu padre Carlo y el tuyo, Dominic, eran el vivo reflejo vuestro. Eso les traía muchos problemas con los guardas del orfanato; siempre se metían en líos, el tuyo Roberto poseía el mismo aire extravagante y esa inteligencia que tú tienes. Cuando al final me rendí a Alexander y se descubrió nos reunieron a todos en los bajos del orfanato y nos dejaron en manos de un médico alemán que intentó buscar una explicación a nuestra locura a base de experimentos horribles y horas tormentosas en esta m is ism m a habi habitació tación. n.

Volvió aon dartodos otro por sorbo surorvaso tomó una einmensa aire.  —P  —Pa a gar garon m iaer error y eyl de tu padr padre , Mate Mateo. o.bocanada La m entedere retorc torcida ida de aquel demente dem ente y la in incult cultura ura de los ttiiem pos que corr corrían ían hi hicieron cieron m ell ellaa en nuest nuestra ra adolescencia. A veces probaban con descargas, otras nos encerraban horas en una habit habitació ac iónn os oscura cura con una m mús úsica ica horribl horriblee que no paraba de son sonar ar y todo todo con la intención… —soltó una risa melancólica— de curarnos. Todos quedamos  

tocados. Física y psicológicamente. Mi promesa fue no dejaros nunca solos. Y mi  prom esa fue que j a m ás per perm m it itiría iría que vuestra vuestrass de decc linac linaciones iones y vuestra vuestrass fform orm a s de vivir vivir se j uz uzgara garann o se prohi prohibi bier eran an j am ás. T Todo odo corre por llaa sangre, jjugái ugáiss a lo mismo que vuestros padres jugaron en un tiempo erróneo, un tiempo que no estaba a la altura de ellos ni de mí. Respiró profundamente y les dirigió una mirada de dignidad.  —Qué m e j or siti sitioo pa para ra ello que el m ismo que nos ar arre rebató bató a nosot nosotros ros todo —  levantó los los braz brazos os y son sonrió—. rió—. Qui Quim m er era. a. Bajó los brazos y volvió a tornarse serio. Se frotó la perilla cana con la mano  se sirvió otra copa de ron.  —Here  —He redaste dasteis is todos los ra rasgos sgos que a nosot nosotros ros nos m e tie tie ron e n proble problem m as tiem iempo po at atrás. rás. Hoy por hhoy oy son son muc muchas has llas as vece vecess qque ue m mee ccruz ruzoo con Al Alexander exander eenn el pueblo; fue el único que se quedó aquí. Otros compañeros se fueron del país. unca me ha mirado a la cara, jamás me perdonó ni se perdonó lo que nos hicieron. Después de irnos del orfanato perdí la pista de Alexander hasta que compré la casa y volví aquí. Con el resto… —Miró a Dominic a Carlo y a Roberto— siempre tuve una buena relación.  —¿Mi  —¿ Mi padr padree te tenía nía eescla sclavas? vas? — —Carlo Carlo no salía de dell asom asombro. bro.  —Tu padr padree tenía e scla sclavas vas y se ca casó só con la que m á s a m aba aba.. Tu m adr adree . Lo mismo que los demás… Después de una época de locura y de excesos dejamos de vernos. —Miró a Dominic y le sonrió—. Pero del resto supe de ellos cuando fallecieron, alguno se fue del país, vive como yo… Eran como vosotros, en el orfanato orfana to nadi nadiee se eent nter eraba, aba, per peroo m mii error y el de tu padre, Mateo, nnos os cos costó tó m uy caro.  —Madree m ía… —Rob  —Madr —Robee rto se rrasc ascaa ba la ca cabeza beza sin sali salirr de su asom asombro. bro.  —Por  —P e so,m jer oven Mate Mateo, o,veer era a s e lporqu últ últim imo. Tuconocieras, padr padre e j ampero ás per perm itiría itiríaesque vi vini nier eras asora Qui Quim era. a. Nunca tuve tu prisa porque eo.nos con ocieras, tu m ppadre adre un hombre sano, a diferencia del resto, y por algún milagro no tuvo enfermedades heredadas de las condiciones insanas de los sótanos. No podía dejar que pasaras tu juventud sin al menos saber que no eras parte del ganado que pasta en la misma dirección.  —Miss padr  —Mi padres es ffallec allecier ieron on en un acc a ccidente idente —m usit usitóó C Car arlo. lo.  —Tu padr padree sufr sufría ía del c ora orazzón y de una a ngina de pecho pec ho desde que salió de dell orfanato, y eso le hizo delicado. Su corazón se paró aquella tarde… Hijo… Mateo Mat eo se levant levantóó tam tambaleándos baleándosee y se diri dirigi gióó a la puerta.

 —¿Dónde  —¿ Dónde —Dom inic c hiz hizo o un am ago pa para ra seguirlo pero per o C Caa rlo le pa paró. ró.  —Ne  —Nec c esitovas? sali salirr— deDom aquíini —c —contestó. ontestó.

 

39. El castigo c astigo de Yelina  No c reas, Samara, que un c ast astigo igo solo trae trae conse consecc uenc ias negativas.

*** Abrió la puerta y extendió la mano hacia ella. La invitaba hipócritamente a que lo acompañara. Yelina se levantó y le tendió la mano. Había pasado toda la noche en el sótano de Quimera. Su paso relajado, sus pisadas amplias y acompasadas distaban mucho de su nerviosismo. El pasillo parecía interminable; al fondo, la puerta del saloncito donde tantas noches habían pasado dejaba entrever una leve il iluminación uminación qque ue venía de dent dentro. ro. La puer puerta ta estaba li ligera geram m ente entreabierta, los cojines lustrosos y amplios, las almohadas y los sofás de terciopelo indio brillaronajeno por encima de su cabeza y pudo ver copa a Roberto sentado en el centro totalmente a su presencia. Bebía de una de cristal un líquido dorado, su porte elegante y su gesto sibarita siempre en él. Su eterna camisa estilo pirata entreabierta enseñaba parte de su hermosa figura, ni muy ancha ni muy delgada, perfecta sin más. Por lo menos para ella. Intentó ir hacia él pero Dominic le impidió moverse y, tirando de su muñeca, la colocó en el cent ce ntro ro de la sala y la em pujó hast hastaa pon ponerla erla de rodi rodill llas as en eell ssuelo uelo..  —See ñor… pe  —S perdóne rdónem m e … —sol —solloz lozó. ó. Roberto levantó la vista y centró la mirada en sus ojos. Le sonrió con amargura y depositó la copa sobre una mesita auxiliar cercana.  —No hay peor c astigo pa para ra una sum sumisa isa que la de dece cepción pción que pueda tene tenerr el hombre para el que sirve. —Apoyó los brazos en ambas piernas y se inclinó hacia adelante—. Y tú… me has decepcionado hasta un punto que no tienes ni idea…  —See ñor… Y  —S Yo… o… Un golpe secó en la espalda la hizo callar. Roberto continuó hablando.  —No m e m ire iress a sí… Me rom pes e l cor coraa zón… —R —Rober oberto to c onocía bien los registro regis tross ssono onoros ros qque ue usar con llaa j oven par paraa hac hacer erla la ssufrir ufrir m más—. ás—. No ttee m ere erece cess que dude por tu castigo… Y aun así… Todavía no sabré mañana qué hacer  contigo…

Se levantó del sofá y acercó los dedos a su mejilla. Yelina hacía pucheros comoo un com unaa niñ niñaa pequeña, si sinn dej dejar ar de m irarlo.  —Séé a gra  —S gradec decida… ida… De Dem m uéstra uéstram m e al m e nos que tie tie nes la digni dignidad dad par paraa aguantar aguant ar la re reperc percus usió iónn de tu tuss err errores. ores. Le sonrió levemente y cogiendo la copa salió de la habitación y cerró la  puerta  puer ta tra trass de sí. Dom Domini inicc se aagac gachó hó leve levem m ente y ac acer ercó có los labios a su ore orejj a .  

 —Te va a dej a r… —le susurr  —Te susurróó rie riendo—. ndo—. Est Estoy oy por apost a postaa r…  —¡No!  —¡N o! —gritó dese desesper speraa da—. No… No… Yo a guanta guantaré ré lo que sea sea… … Reconozco que me equivoqué. —Se aferró a su pierna—. Dominic, por favor…  —Vaa m os, Ye li  —V lina… na… —la c ogió por e l bra brazzo y la leva levantó—. ntó—. A dorm ir… si  puedes.  puede s. Tiró de su brazo y la devolvió a la pequeña habitación siniestra del camastro, ancló sus muñecas al cabecero de metal y la dejó atada para que no pudiera levant evantarse arse de la ca cam m a.  —Medítalo esta noche, noc he, ne nena… na… P Pee ro m e da la se sensac nsación… ión…  —¡Noo diga e so, por fa  —¡N favor! vor! No m e haga eso… No podré dorm ir e n toda la noche.  —Tu señor m edita ser seriam iam e nte e sa posi posibil bilidad… idad… —Una risa fa falsa lsa le per perfor foróó los oídos—. Buenas noches, putita… Mañana más y mejor. Cerró la puerta y cuando lo hizo la oscuridad volvió a apoderarse de Yelina. o pudo dormir en toda la noche y eso era exactamente lo que él quería que  pasara  pasa ra.. Dominic regresó al saloncito, donde todavía Roberto permanecía totalmente absorto en sus pensamient pensam ientos. os.  —Tu zorr orrit itaa e stá pasa pasando ndo una noche m ala ala.. Medita tu sig siguiente uiente paso. Tiene Tieness que tomar una decisión.  —No puedo pue do ahor ahora. a.  —No tienes tiem po, Rober Roberto. to.  —¿P  —¿ P uede ocur ocurrir rir que Xiam a ra no siga siga si eell llaa eess expulsada expulsada??  —No lo sé. Antón entró por la puerta del salón vestido con un pantalón de traje negro y un jersey cuello devo.cisne a juego; yerosuuntezhhombre oscuramleuydaban uno semblant sembl antee de m uy atracti atractivo . Era un hhombre ombresumperilla ay or, ppero ombre herm hermos oso que todaví todavíaa m antení anteníaa la be bell llez ezaa de su juventu juventudd grac graciias a la fa falt ltaa de ar arrugas rugas y a su físico fís ico muy bi bien en ccons onserva ervado. do.  —Domini  —Dom inicc … Ac Acom ompáña páñam m e… Se levant levantóó y pasó llaa m ano por la ccabeza abeza de Rob Rober ertto en señal car c ariñ iños osa. a. Luego se alejó tras ellos. Dominic abrió la puerta de la habitación de Yelina y se sobresaltó. No esperaba la visita de nadie aquella noche; entró primero y apoyando la espalda en la puerta dejó paso a Antón, frunció el ceño extrañada y se sentó sobre el

camastro.  —Bue  —B ueno, no, j ovenc ovencit ita… a… —le dij dijoo a cuc cucli lill llándose ándose fr free nte a e lla—. lla—. No e s ha habit bitua uall que inter interce ceda da eenn vuest vuestra rass hi hist storias orias par paraa no dorm ir per peroo esta ve vezz… es dis disti tinto nto.. Antón tenía un tono suave y dulce, le sonrió y pasó la mano por su mejilla. Yelina se aferró a su mano y le profirió una sonrisa de ternura, la besó en la frente y le ofreció su mano para que lo acompañara. Estaba desorientada, no  

sabía qué iba a ocurrir. Se levantó y mirando a Dominic salió tras Antón de la habitación. Por un momento pensó que subirían arriba, pero sacando una llave del bolsillo el hombre abrió una puerta anexa que apenas reconocía. Era una  puerta  puer ta de m eta etall en uno de los llate atera rales les de dell pasill pasilloo que no cconocía onocía;; se aabrió brió ccon on un rechinar de clavijas que le heló la sangre y descendió tras él por unas escaleras de piedra que daban daba n a otra ga galería lería poco iilu lum m inada.  —Antigua  —Antig uam m e nte esta estass ga galer lerías ías e ra rann uti utili lizzada adass par paraa esconder esc onderse se de los enemigos en las guerras; las paredes aún conservan firmas ilegibles de quienes  pasaron  pasa ron por aquí. Fíj íjaa te que son de ba barr rro, o, c om omoo las ca casas sas que se hac hacían ían antiguam anti guamente. ente. M Mee re recuer cuerdan dan a las catacum bas roma romanas nas qu quee vis visit itéé hac hacee aaños ños.. Llegaron a una sala inmensa; apenas se veía, y al entrar Antón encendió la luz a través de un interruptor arcaico enorme con forma de pera pendulante. Un focoo anc foc anclado lado del ttec echo ho iilu lum m inó inó lo que pa pare recía cía el sótano sótano de un ca cast stil illo lo ddee te terr rror or..  —Aquí dorm ían y viví vivíaa n aalej lej á ndose del ruido de las bom bas, de los asa asalt ltos os a las casas… Cuando compré el orfanato lo descubrí y lo mantuve como estaba… Intacto…  —Me da m iedo —susurró Y Yelina. elina.  —Son  —S on sol soloo túneles y gale galería ríass que dan da n al bosque. Esta sa sala la eess llaa única que ha hay. y. Oía el agua de algún río subterráneo a través de las paredes. Dominic la asustó al entrar tras de ella y apoyarse en una especie de mesa de madera que había al fondo, miró las paredes; sobre una de ellas había una cruz anclada, una especie de cadenas colgaban del techo, una máquina de madera y metal en otro extremoo y una serie de artil extrem artilugi ugios os qque ue le aaterroriz terrorizaron. aron.  —¿Da  —¿ Da m iedo, eeh? h? —dij —dijoo Dom Domini inicc .  —Sí.í. Pe  —S Pero… ro… se señor… ñor…  —V  —Ve e ras, ra s, hi hij j a … Ahora vieneobservó lo di difíc fícil il… … en uno de los extremos más alejados Mientras Antón le hablaba, que había como una especia de jaula metálica; la máquina rara era una especie de cruz horizontal sobre una estructura de madera maciza y una cabecero inmenso del cual pendían poleas y cadenas, un potro de piel y madera, una silla con anclajes en patas y reposabrazos y un camastro de metal con un colchón. Aquello era una mazmorra completa y sórdida.  —¿Me  —¿ Me eestás stás esc escucha uchando? ndo? Yelina volvió en sí y dudó.  —Vee o que no…  —V

Toda laera habitación máquinas y aparatos rudimentarios inmensos; como la estaba cámararepleta de los de horrores con piezas que parecían hechase  por un e banista del horr horror or.. Todas c oloca olocadas das cuida cuidadosam dosam e nte, e n un orde ordenn que le recordaba a un parque temático del infierno. Empezó a temblar. Oyó los pasos acompasados de alguien que se aproximaba hacia la galería y pudo ver a Carlo con un cigarro en la boca y las manos en los bolsillos atravesando la sala con su  

gesto de de hum or ha habi bitu tual. al.  —Antón… —le —le susurr susurró. ó. Dominic la asió por la muñeca y la arrastró a un extremo, cogió una manguera enroscada en la pared y tras abrir el grifo mono-mando de la pared la enchufó con el agua helada que salí salíaa de ell ella. a.  —Vaa m os a pr  —V pree par paraa rte para par a la ve velada lada… … Abr Abree la boca… boca … El chorro la enfocó de lleno en la boca, escupió el agua y se atragantó varias veces; tras eso, la llevó sobre la cruz vertical de la pared, los grilletes le apretaban los ttobi obilllo loss y las m muñecas, uñecas, aapenas penas pod podíía separa separarse rse ni un m mil ilíme ímetro tro de la m ader adera. a.  —¡Esto e s e l Disney land del ter terror ror,, pa pasen sen y c om ompre prenn su puls pulsee rita par paraa montar en todo!  —Caa rlo.  —C Pudo ver a Roberto frente a la puerta de entrada. Tenía la mirada algo apagada y no ssol oltaba taba su vaso ddee ccoñac. oñac. Ant Antón ón ssee aace cerc rcóó a ella y le apartó el ppelo elo de la cara mientras acariciaba su espalda.  —Bien…  —B ien… T Tene enem m os dos opc opciones, iones, Y Yelina… elina… Tú de decc ides lo que quier quieree s ha hacc er er… … Una que todo acabe aquí, te des cuenta de que has cometido un error tremendo, te rindas a lo evidente y cojas tus cosas y te vayas. Te quedarás con todo lo que tienes, nadie te quitará tu casa, tu dinero y tus bienes. Será tuyo… Te lo has ganado, pero no volverás a vernos. Si decides esta opción, te soltaré ahora mismo  podrás irte. Yelina miró a Roberto, que permanecía inmóvil.  —La segunda segunda… … —Antón a poy ó una m a no e n la par pared ed y la m iró—. Ser  castigada por tu error, cada una de estas máquinas cumple una función, pasarás  por c ada una de e ll llas, as, dorm irá iráss y com er eráá s aaquí quí var varios ios dí días as y tra trass eesto sto… … No e stá claro tome una Leque voltu volvi vióóseñor a ac acariciar ariciar la mdecisión ej il illa. la. que te guste.  —¿Dife  —¿ Difere rencia ncia e ntre am bas opcione opciones? s? Que e n la prim primee ra dec decides ides tú y abandonas, en la segunda ejecutamos nosotros y aun así decide Roberto. Ninguna  puede ser buena buena,, es eell riesgo que ccorr orres. es. Yelina apretó la mandíbula con fuerza en señal de crispación. Estaba nerviosa  movía los ojos de derecha a izquierda intentando pensar con claridad.  —Piénsa  —P iénsalo… lo… V Volver olveree m os m más ás tar tarde… de… Cre Creoo que de debes bes ha hablar blar ccon on R Rober oberto. to. Sali alier eron on ddee la habi habitació taciónn y ce cerra rraron ron llaa puerta.  —No tienes tiene s por qué hac hacee rlo, Y Yee li lina na —le susurr susurróó ccon on ccar ariño—. iño—. Ni si siquiera quiera y o

sé qué qu é pasar pasará á mNo añana añana. . oNoirm llooessé. é. —ll  —Se  —S e ñor… quier quiero irme … —lloró oró de desconsolada sconsoladam m e nte. Roberto se apoyó en la pared y encendió un cigarrillo, dio una profunda calada ca lada y su susp spiró. iró.  —Yee li  —Y lina… na… No te puedo gar garantiz antizar ar que si pasa pasass por esto quier quieraa que sig sigaa s a m i lado… Posiblemente no sirva de nada.  

 —¡N o quiero irm e !  —¡No La cogi c ogióó por el pelo y le dio dio llaa ca cabez bezaa hacia ha cia aatrás. trás.  —¡Noo sea  —¡N seass e stú stúpida! pida! Ha Hayy vida fue fuera ra de Quimer Quim era… a… No nec necee sit sitas as pasa pasarr por  esto. Yelina movió las muñecas rabiosa.  —Yee li  —Y lina… na… Y Yaa no sé si ttee quie quiero… ro… La joven dudó y empezó a llorar con más fuerza.  —No me m e ir iréé … —sol —solloz lozó. ó.  —¿Estás  —¿ Estás segur seguraa ?  —¡No!  —¡N o! P Pee ro m e da igua igual.l. Dígaselo y a . No m mee ir iréé … Tiró la colilla al suelo y la pisó, se incorporó y se dirigió a la puerta. Antón entró seguido de Dominic. Todo pasaba a cámara lenta, aquellos pequeños detalles en los que nunca se había fijado cobraron importancia para Yelina. Antón se había arremangado y sus brazos parecían los de un joven de treinta años. Estaba muy bien formado, nunca le había visto con ropa tan ceñida; era como una copia exacta de Dominic treinta años mayor; su piel era fina, apenas tenía bell belloo en los braz brazos os y cuando se desprendi desprendióó del jjersey ersey de cciisne sne y quedó con una camiseta de manga corta contempló que aun con su edad tenía un físico que muchos jóvenes hubieran deseado. Les oyó hablar tras ella, apenas palabras  perce  per cepti ptibles bles par paraa sus oídos oídos,, tenía la sensa sensación ción de que e l tie tie m po no pasa pasaba ba y cuando giró la vista con el rostro ladeado para poder verlos, divisó a Dominic sentado en la silla de madera frente a la mesa siguiendo con la mirada a Antón; este había abierto una especie de armario armero de puertas batientes y sacaba una vara de bambú, la doblaba levemente con las manos y golpeaba su pierna con ella mientras miraba la punta del extremo superior. La estiró para ver su longitud y si li estaba recta, unoy detalle sibarita que le recordó a Roberto.  —¿Estás  —¿ Estás lista, sta, niña? —le ó dec decir ir..  —Sí.í. —S  —S —Suu tono ddee cidido hi hizzo re reír ír leve levem m e nte a Dom Domini inicc . Estee se levant Est levantó, ó, apoy apoyóó una especie de hoja con algo escrit escritoo en la par pared ed fr frente ente a su cara ca ra y le hi hizzo un gest gestoo para que lloo lley ey er era. a.  —En alto, son cinc cincuenta uenta norm a s… Creo que esta copia la tenías tú tam bién  peroo com o veo que se te olvi  per olvida da a prove provecc ham os e l m om omento ento y vam os recordándo rec ordándolo lo,, nena. El primer golpe le atravesó la piel haciéndola gritar; era la primera vez que Antónn la ccasti Antó astigaba gaba y la fue fuerza rza ccon on llaa que lo hi hizzo la horr horroriz orizó. ó.

 —Le  —Lee e … a leer en alto todo lo que ponía el papel, por cada uno de los puntos Comenzó que leía recibía un varazo tan intenso como doloroso, a veces lloraba y otras, se enrabiaba y gruñía. De vez en cuando miraba a Roberto, apoyado contra la  pared  par ed a l fondo y a m bas m anos e n los bolsi bolsill llos, os, ce cerr rraa ba los oj os por ca cada da golpe que sonaba en su cabeza. A fin de cuentas su señor no castigaba de aquella  

m aner anera, a, usaba su ca cabez bezaa par paraa hac hacer erlas las sufrir, sufrir, a vec veces es m más ás dañi dañina na que el do dolo lorr de los latigazos, porque el dolor físico se va. Carlo, que no decía ni una sola palabra, observaba perplejo a Antón; él, a diferencia de Dominic, jamás le había visto castigar a una mujer. El hombre mantenía el rostro dulcificado, sus golpes eran exactos y rápidos y de vez en cuando hacía una cabrio ca briola la con llaa var varaa ccon on uuna na dest destre rezza ccasi asi ddee m alabarist alabarista. a.  —No dej de j e s de lee leer, r, Y Yelina… elina… Míra Míram m e… —D —Dom omini inicc le sonrió—. Conti Continúa… núa… Estaba exhausta, apenas notaba el dolor, la rabia le invadía, la consumía por  dentro dent ro y al so solt ltar arla la de la ccruz ruz se derr derrumbó umbó sob sobre re Domi Dom inic, nic, que la suje sujettaba con un  brazzo. Y  bra Yelina elina se rió, pa pare recía cía m á s que una risa irónica de locura locura.. La levantó leva ntó eenn eell aire y la ll llevó evó a llaa ca cam m a.  —Que duer duerm m a tapa tapada. da. N Noo es ne necc esa esario rio que pase pa se ffrío río aahora hora.. Antón hiz hizoo una se señal ñal a los dos hhom ombre bress y sali salier eron on de la ha habit bitac ació ión. n. R Roberto oberto la tapó con una manta que sacó del armario de puertas batientes y se sentó a su lado.  —¿Estás  —¿ Estás bien?  —Sí.í. —T  —S —Tee nía la m ira irada da fij f ijaa eenn un punt puntoo y ape apenas nas lo esc escucha uchaba. ba.  —Yee li  —Y lina, na, m íra íram m e. La joven obedeció.  —Tú no estás e stás aacostum costumbra brada da a esto… T Todavía odavía e stás a tiem po de m a rc rchar harte te de aquí. Apartó su su pelo ddee la ca cara ra y se in incli clinó nó besand besandoo su me mejj illa. lla.  —No voy a irm irme, e, señor señor.. Si de decide cide m a ñana o pasa pasado do que m e vay a al m e nos habré agotado m is po posi sibil bilid idade ades. s.  —Es tu de decisión. cisión. M Mee dít dítaa lo esta noc noche. he. Pasó la espalda de las Yelina y s sintió una leve de hume humedad. dad.los Al dedos pponerla onerlapor de lado, ppudo udo ver m mar arca cas de la espalda, espald a, desensación una pequeña herida salía un poco de sangre. Roberto hinchó las fosas nasales como un animal   nuevamente deslizó las yemas de los dedos por la herida. Su corazón se aceleró, ac eleró, si sint ntió ió ssuu entrepi entrepier erna na hin hinchar charse se sorprendent sorprendentem em ente y la besó.  —¿T  —¿ Te duele duele?? —La susurr susurróó m mientra ientrass m mira iraba ba sus dedos m a nchados. ncha dos.  —No siento nada… nada …  —Una pena pena.. —Le dio la vue vuelt ltaa y obser observó vó su eespalda—. spalda—. Ere Eress ccom omoo un lienzo.  —Suspi  —S uspiró ró y le eelevó levó los brazos po porr eencim ncimaa de la ca cabeza beza ha hacie ciendo ndo que se a gar garra rara ra al cabece cabe cero ro de m metal— etal—.. V Voy oy a ffol ollarte. larte.

 —S  —Se pero…  —Seee ñor,  —S par paraape la lasro… s pi pier ernas… nas… Ábr Ábree te pa para ra m í, Y Yee lina. lina. La joven obedeció algo desorientada, se aferró con fuerza a los barrotes y arqueó la espalda mientras abría las piernas y dejaba claramente expuesto su sexo totalmente depilado. Su espalda brillaba bajo la poca luz, sus marcas se veían cada vez con más intensidad.  

Roberto sentía la presión de su sexo bajo la tela del pantalón, se colocó entre sus pierna piernass y de un m ovi ovim m iento ssee solt soltóó lo loss pantalo pantalones nes y liber liberóó su miem bro. F Frotó rotó la punta contra su culo y acercando la nariz a su espalda olió las heridas de la oven.  —See ñor, pe  —S perdóne rdónem m e. Se clavó en ella lentamente, sentía los latidos por encima de la pelvis. Ese calor, esa presión tan exquisita apretaron ambos lados de su miembro mientras resbalaba poco a poco a través de ell ella. a.  —Cáá ll  —C llate ate… … —le orde ordenó nó dej ándose c ae aerr sobre su e spalda—. No quier quieroo oírte… Su pecho rozaba la espalda y le pringaba de sangre mientras la bombeaba con más m ás in inttensi ensidad dad al sent sentir ir com comoo se em papaba de ell ella. a. S Suu m miem iembro bro hú húm m edo por  su flujo entraba y salía sin apenas darse cuenta. Yelina jadeaba cada vez más rápido, siempre había sido demasiado caliente para no gozar del sexo, demasiado ansios ansi osaa para acordarse ac ordarse de sus sus prob probllem as ccuando uando llaa est estaba aba fol folland lando. o.  —Has…  —Ha s… —T —Tee nía la ca cara ra de la j oven de lado y le lam ía la ore orejj a entr entree susurros—. Has sido tan estúpida que de lo único que tengo ganas es de usarte… i ssiiquier quieraa m e com compadez padezco co de ti ti..  —See ñor…  —S La cogió del pelo y tiró con fuerza de su cabeza.  —Cáá ll  —C llate ate.. P Pee ro aun así… T Tee m oj ojaa s ccom omoo una guar guarra ra c uando tie tie nes una poll pollaa en el coño. Eres incapaz de sufrir cuando te están follando… Da igual el dolor… da igual la angustia…  —Úsem  —Úse m e si quier quieree … per peroo per perdónem dónem e … Le dio una em best bestid idaa y rió rió..  —¿De  —¿ Desde sdeEra ccuándo uándo m e da das s per perm  —No… una fform orm a de de… … m iso? Paró de golpe y sacando un pañuelo del bolsillo se lo metió en la boca. La sacó de dent dentro ro y la penetró por detrás con vio violenci lencia. a.  —No gim gimaa s ta tanto… nto… No vas a cor corre rerte rte,, has sido una zorr orraa boca bocazza s y no te lo m erec er eces… es… Lo enti entiendes, endes, ¿¿verdad? verdad?  —Um … —asint —asintió. ió.  —Bien,  —B ien, porque si no lo entendier entendieras as m e da daría ría igual, Y Yee lina. lina.  —Um … Le pasó la lengua por la mejilla y empezó a bombearla con más intensidad.

Su  —S pelvis conuna su buena culo, suzorr pecho manchado por las heridas de su  —Siem iemchocaba pre fuiste orra a … per pero o te pier pierde de ta tanto… nto… llaa boca boca… …espalda. Roberto ssee lo to tom m aba con ca calma lma,, cont control rolaba aba los los ttiem iempos pos,, ac acelera eleraba, ba, para paraba ba y se recr re crea eaba ba ccon on m movi ovim m iento entoss os oscil cilantes antes y profun profundos dos..  —Una pena pena… … Sali alióó de eell llaa y em pez pezóó a corre c orrerse rse sobre su espal espalda da ccomo omo un lo loco. co. Aquell Aquelloo era  

un cuadro picasiano, entre el semen a chorretones que caía sobre ella y las heridas realmente parecía obra de un enfermo; observó la imagen y se rió. Un ruido de palmadas retumbó al otro lado de la habitación, Dominic emergió de un rincón oscuro de la sala y se aceraba a ellos; tras él, con una expresión desencaj des encaj ada eest staba aba S Sam am ara ara,, permanecía perm anecía con llos os ojos muy abi abierto ertoss y los m iraba.  —¿V  —¿ Ves, pr prince incesa? sa? En llas as eentra ntrañas ñas de Quim Quimer eraa nadie e s m mej ej or que los dem ás.  —Me has ha s dado un sust sustoo de m uer uerte, te, j oder. Roberto se bajó del camastro torpemente. Samara miraba perpleja su pecho   su camisa blanca embadurnada de sangre; era mínimo pero demasiado exagerado para pasar desapercibido.  —Esto… Esto no e s lloo que pa pare recc e… Dominic soltó una carcajada.  —Los hom hombre bress m ás c ult ultos os y e duca ducados dos de la hist historia oria sol solían ían ser los m ás enfer enf erm m os po porr na naturalez turaleza… a… ¿¿V Ver erdad, dad, Ro Rober berto? to?  —Y los m á s int inteligente eligentess los m á s dese desequil quilibra ibrados, dos, Dom ini inic… c… —le e spetó colocá colo cándo ndose se la ropa—. Me voy a dorm ir… Mañana ser seráá un día día lar argo… go…  —No lo dude dudes, s, aam m igo… No lo dude dudes. s. —Miró a Sam a ra que no quitaba ojo oj o a Yelina—. Y tú, mi amor, vete pensando en pasar la noche de bodas en la suite del am or or.. —Abrió llos os brazo brazoss y se rrió ió.. *** Cuando Yelina despertó tras pasar una noche horrible, vio a Dominic sentado frente a ella. Se incorporó rápidamente y se frotó los ojos. Sobre el suelo había una bandeja de plástico con dos platitos repletos de fruta y una taza de café humeante. empujó conNec el pie dejar derte. mirarla y le sonrió.  —Com  —C omeeLa—m usi usitó—. tó—. Nece e sit sitaasin s alim alimenta entarte . Yelina se levantó de la cama y se agachó para recoger la bandeja, pero Dominic apoyó la punta de la bota en el borde de la bandeja y bloqueó a la mujer.  —En el suelo. De rodill rodillaa s. Obedeció y comenzó a comer una manzana ácida que sabía a gloria. Él no dejaba de mirarla, la tenía casi entre sus piernas y se mantenía inmóvil mientras la mujer se limpiaba la boca con la mano y seguía comiendo.  —¿Qué  —¿ Qué va a pasa pasarr hoy, se señor? ñor?

Se arióy yhi levantando el como m ader adera hierr erroo con pol polea easbrazo s su susp spendi endidas dasunaldictador fondo fondo.. señaló la enorme máquina de  —¿De  —¿ De ver verdad dad quie quiere ress sabe saberlo? rlo?  —Sí…  —S í…  —Qué c hica m ás valiente valiente.. —S —Suu tono hipócrita volvi volvióó a re resurgir—. surgir—. Te tumbaré en aquella plataforma de madera… ¿Ves? Dos anclajes metálicos para  

las muñecas, tus piernas irán flexionadas, no podrás estirarlas, las tendrás atadas hacía tu pecho, es un poquito agobiante pasadas unas horas… pero tú eres una chica dura y fuerte, ¿¿verdad, verdad, Y Yeli elina? na? Estiró la mano y se la tendió; ella dudó unos segundos pero se levantó y tiró  pegando  pega ndo su ccuer uerpo po aall de él, la a gar garró ró con fue fuerza rza uno de sus pezones y lo pell pe lliz izcc ó  bruscam  brusc am e nte.  —Tee ndrá  —T ndráss ese coñito tan de desconoc sconocido ido par paraa m í expue expuesto sto hora tr traa s hora hora… …T Toda oda enterita… sin poder moverte… dispuesta a recibir… cualquier cosa que se me ocurra…  —See ñor, por fa  —S favor… vor… Le supl suplico ico que que… …  —No estás e stás en situ situaa c ión de supl suplica icarr Y Yee li lina. na. —O —Oli lióó su pelo m mientra ientrass la suj sujee taba am bos pechos con fuer fuerzza—. Lo que es e s un unaa put putada ada es que igu igual al no vale para nada. Sol oltó tó una in inm m ensa ca carca rcajj ada y la gi giró ró pon poniénd iéndol olaa ffrente rente a él.  —¿Qué  —¿ Qué dil dilee m a , eh? S See r ccaa sti stigada gada,, usada par paraa na nada da..  —No es e s jjust ustoo conm igo.  —Rota  —R ota por de dentro ntro y por ffuer uera. a. Olióó ssuu cara Oli car a y ac acerc ercóó llos os labio abioss a su orej a.  —Vaa s a dar  —V darm m e tus lágr lágrim imaa s, tu dolor, tu ra rabia. bia. La ira que te c onsum onsumee por  dentro cuando te hablo… Tu voluntad… Voy a pasármelo tan bien contigo que si existe una mínima posibilidad de que tu señor te perdone… —El odio invadió sus  palabra  pala brass y se cla clavar varon on com c omoo ccolas olas de esc escorpiones orpiones en e n los tí tím m pa panos nos de Yelina— te  pensará  pensa ráss ca cada da pa palabr labraa que sa salga lga de e sa boc bocaa za que tie tie nes ccon on tal de no pasa pasarr otr otraa vez por mis manos. Vas a estar tan jodida… que tardarás en dormir días cuando vuelvas vuel vas al m und undoo re real. al. Yelina se revolvió entre sus manos con rabia y Dominic la cogió por el pelo.  —Así m e gust me gusta… a… queccon no tal m meede… lo pong pongaa s fá fácc il… il… Da Dam m e un m oti otivo. vo. S Sólo ólo un uno… o…  —Lo aguantar agua ntaré é todo on Una carcaj car caj ada re rettumbó nnuevame uevament ntee eenn llaa galerí galería. a.  —Qué zorr orraa m ás va vali liee nte. La em pu pujj ó y se apartó de ell ella. a.  —Acaa ba de de  —Ac desay say unar. Tiene Tieness toallas y j a bón eenn la m e sa. Lá Lávate vate bien. E Estás stás hecha una una m ierda. Tras est e stoo sal salió ió de la galería y ce cerró rró la puerta detrás su suyy o.

 

40. El cast ca stig igoo term ina ina Tú me completas…

*** Pasó horas atada en aquella máquina infernal. Las piernas le dolían, no sentía las muñecas y unas inmensas ganas de orinar la mataban por dentro. Por primera vez sintió alivió al ver a Dominic otra vez en la galería, le suplicó que la soltara, necesitaba salir de ahí, se estaba volviendo loca. El frío, la necesidad de orinar, el hambre y la inmovilización a la que la estaba sometiendo le hacían perder la cabeza. Dominic no dijo nada, dejó una bandeja con comida en un rincón, soltó sus correas y las cuerdas que apresaban sus piernas y la bajó de la máquina.  —Mea —le eespetó. spetó.  —¿  —¿Aquí? Aquí? —dij —dijo, o, algo tensa tensa..  —En el suelo, agác a gácha hate te ccom omoo hac hacías ías cua cuando ndo er eran an niña y hazl hazlo. o. Era horri horribl ble, e, j am ás había pasado po porr aaquel quelllo. No po podí díaa ccre reer er lo que la estaba  pasando.  pasa ndo. La ver vergüenza güenza que sint sintió ió en a quel m om omee nto le provoc provocóó ira ira.. Se hubier hubieraa levantado en aquel momento y abalanzado contra su verdugo pero sabía que no traer ra ería ía nada bueno bueno..  —Pee ro, se  —P señor… ñor…  —¡Haa zlo!  —¡H Dominic se sentó en la silla, puso los pies sobre la mesa y la observó. La oven suspiró rabiosa a punto de llorar y se agachó a hacer pis. Sus ojos clavados en ella la angustiaron, el calor en sus mejillas por la vergüenza era insoportable. Orinó como pudo y al terminar se incorporó y se dirigió a la pared donde estaba la m anguera anguera,, cogi cogióó el jjabón abón y se lavó lavó,, luego luego ssee sec secóó con llaa toall toallaa y esperó de pie aún entumecida. Dominic señaló la polea del techo y le sonrió.  —Sigui  —S iguiente ente j uguete uguete… … Te c olgaré de e sas polea poleas, s, ata ataré ré una de tus piernas pier nas e n alto y te quedarás de puntillas con la otra. Es quizá la parte más jodida, querida… Sobre todo por lo incomodo de la posición. —Se levantó y empujó con el pie la  bandejj a de la ccom  bande omida—. ida—. Come. Come .

Yelina comió todo lo que le había traído, con rapidez. Estaba hambrienta, sedienta. Dominic le había llevado un inmenso vaso con zumo de melocotón que  bebió ansio a nsiosa. sa. Cuando ter term m inó, se li lim m pió y se m a ntuvo qui quita ta de rodill rodillaa s m mientra ientrass la miraba con una leve sonrisa. Llevaba un pantalón vaquero oscuro y una camisa blanca que marcaba su inmensa espalda. Entrelazó los dedos de las m anos y se in incli clinó nó hhac acia ia atrás.  

 —¿Listaa ?  —¿List Yelina se derrumbó. Corrió hacia él y de rodillas se aferró a sus piernas y metió la cabeza entre ellas. Su perfume le invadió los sentidos cuando aspiró la tela de sus ppantalones. antalones.  —Por  —P or favor, fa vor, señor señor.. P or fa favor… vor… No puedo m á s… ¿Qué m á s te tengo ngo que hac hacer  er   paraa que m e per  par perdonen? donen? Sintió la mano de Dominic sobre su cabeza, sus dedos colarse por sus mechones de pelo y la palma de la mano rodearle la nuca y acariciar su fina  piel. P or un m om omento ento sint sintió ió su c om ompasión, pasión, sint sintió ió que la ac acaa ric riciaba iaba int intee ntando calma ca lmarr su lllant lantoo y su desesp desesper erac ació ión. n. Pero le af afer erró ró llaa nuca y la llevantó evantó al m mis ism mo tiempo que él se incorporaba, clavando sus ojos en ella y obligándola a dar varios  pasos atrá a trás. s.  —No depende de pende de ti yyaa . C Colóca olócate te ba bajj o la polea polea.. Le ató los brazos en alto. Primero le puso unas correas de piel unida entre sí en las muñeca m uñecas, s, lluego uego elevó ssus us bbra razzos y de la aargol rgollla de las m muñeca uñecass ancló ot otra ra unida a la del techo. Cuando comprobó que estaba bien sujeta le flexionó una  pierna  pier na y c on una m a estría poco habitual a e nseña nseñar, r, le a nudó e l c uer uerpo po con una cuerda hasta dejarla decorada entera con ella. Luego le flexionó la rodilla hacía atrás. Ató su tobillo con una cuerda y la ancló por detrás de la espalda a la argolla del techo. Se alejó de ella. Tenía la espalda tensa y sus pechos perfectamente  perfilados.  per filados. Obse Observó rvó la im imaa gen y su m ira irada da de dese desesper speraa c ión le provoc provocóó una erección bajo el pantalón. Se colocó detrás de ella y pasó la palma de la mano  por su se sexo. xo. Su m iem bro le rozó suti sutilm lmente ente e l cculo ulo por deba debajj o del panta pantalón lón y se hi hinchó nchó aún más m ás baj o llaa tela del vaquero.  —Podría  —P odría hac hacer er c onm onmigo igo lo que quis quisier ieraa y a un a sí no lo ha haré ré —dij —dijo—. o—. ¿P or  qué?Su nariz se coló por detrás de sus mechones y rozó su oreja. Sus dedos se entraron dentro de ella y al salir un fino hilo de flujo acompañó su movimiento. Esa humedad que no podía controlar, esa sensación de estar sufriendo y aun así excitar excit arse se com comoo un unaa per perra ra descontrolada, descontrolada, llee per perforó foró el cer cerebro ebro vi viol olentam entamente. ente.  —Porque  —P orque si lo hi hicie ciera ra… …T Tee ha haría ría dem asia asiado do daño… Clavó los dedos más adentro y le susurró:  —No conf confundas… undas… fide fideli lidad dad c on sensa sensatez… tez… Ser ería ía ridículo… No tendr tendría ía sentido en Quimera… Pero sois tan limitadas que pensáis en cuentos de hadas,  príncipess azul  príncipe azulee s… ¡Oh, Y Yelina! elina! Si no ttuvier uvieraa un áápice pice de sensa sensatez… tez… T Tee re reventa ventaría ría

 por de dentro ntro y ypor fue fuera ra… … Te una m ezorra, ter tería ía laconpoll polla a yte cua cuando ndotanto c re reydolor… y e ra rass que acabaría bien gozaras como ella daría quetodo me supli sup lica carías rías ccom ompasión pasión con ttus us úl últi tim m as ffuer uerzzas… El miedo se adueñó a dueñó ddee ell ella. a.  —Y aun así… No tendr tendría ía c om ompasión… pasión… —Tiró de su pelo y la be besó—. só—. P uta estúpi est úpida, da, que se cr cree ee especial.  

Le m eneó la ccabeza abeza y se apa apartó rtó llimpiand impiandoo antes ssus us ddedos edos en ell ella. a.  —Disfruta de tu m mom omee nto. Hoy ter term m ina todo. V Ver eree m os qué pa pasa sa esta noche noche,, Yelina. Salió de la galería y subió las dos plantas que daban al piso superior. Entró en la habitación y se metió en la ducha a una velocidad vertiginosa. Sentía la necesidad de hacerle daño, sentía las ganas incontrolables de bajar de nuevo al sótano y usarla de una forma cruel e inhumana. Abrió el grifo del agua fría y se metió bajo él. Apenas podía pensar con claridad; otra vez aquella maldita sensación de oscuridad se apoderaba de su cabeza y saltaba como un resorte impidiéndole centrar la realidad. Oyó la puerta de la habitación, pero le dio igual. El frío del agua le devolvió poco a poco a la realidad y al salir de la ducha vio a Samara frente a la puerta, se ató la toalla a la cintura y se secó el pelo con calma, respiraba aceleradamente y estaba nervioso. Apoyó las manos en la encimera de mármol y se miró al espejo, las gotas de agua del pelo caían por su caraa y su pecho car pecho..  —¿T  —¿ Te enc encuentr uentras as bien? Si pudiera decirle que no lo estaba, que por momentos allí abajo había retrocedido quince años y el odio volvía a invadirle, se lo hubiera dicho. Samara lo miraba extrañada, notaba la tensión de sus mejillas, su cuello estaba hinchado  por alguna a lguna rraa zón y los músc músculos ulos ddee sus bra brazzos em e rgía rgíann ccom omoo be besti stiaa s baj o la pie piell tos ostada. tada. Par P arec ecía ía un anima animall rabios rabioso. o.  —¿Dom  —¿ Domini inicc ? Se giró hacia ell ellaa y la cogi cogióó po porr la ccar ara. a.  —Dám  —Dá m e lo ttú… ú…  No entendía e ntendía na nada. da. Sint Sintió ió sus bra brazzos quit quitaa rle la rropa opa y un em puj pujón ón la tiró sobre la cam a. m e lo ttúú o m  —Dám  —Dá mee volve volveré ré loco… La desnudó y se colocó sobre ella, entre sus piernas. Tenía el sexo totalmente hinchado por la excitación, la punta de su miembro brillaba, ancho, rosáceo y mojado por las gotas del agua de su vientre. Se clavó en ella sin dudarlo y se mantuvo quieto mientras la miraba. Le pasó la lengua y mordió su labio inferior. Se restregaba sobre ella, su estómago chocaba y frotaba el de Samara. Se movía dentro tranquilamente mientras le metía la lengua bruscamente para luego morderle la boca, el cuello, los pechos.  —Dejj a que lo haga  —De haga,, Antón… u ot otro. ro. Dom ini inic… c…

scuchaba haba. u pelvis la golpeó cona fue fuerza, pre presión sión sus  par No  parede edesslaene scuc e l tronc tronco, o,. cSóm ómo o a rr rraa straba la piel su rza, paso,sentía quer quería íalac orr orrer erse, se, de quer quería ía saciarse de todo aquello antes de perder el control y destrozar a la joven que tenía apresada en el sótano. Era tal su excitación que por momentos perdió la visión de toda la habitación. Se hizo la oscuridad, podía oír a Samara jadear bajo su cuerpo, retorcerse al compás de sus embestidas y pedirle más, oía su  

respiración entrecortada, sentía la humedad entre sus piernas, cómo sonaba el chasquido chasqui do ddee su pelv pelvis is cont contra ra ella ella y cóm cómoo resbalaba húme húmeda da y j ugu ugueton etona. a.  —Dejj a a los ootros  —De tros que…  —Cáá ll  —C llate ate… … No quiero e scuc scuchar harte… te… —m —murm urm uró con la boca pega pegada da a la suya—. No quiero oírte… Tiró de su cuerpo cue rpo y la sentó en sus rodil rodillas. las. S Sus us pechos quedar quedaron on a la aalt ltura ura de su boca, mordió sus pezones con tanta fuerza que su grito le estremeció.  —Baa il  —B ilaa pa para ra m í… Haz que m mee ccorr orra… a…  No dej de j a ba de lam er su boca. boca . S Saa m ar araa tenía eell pelo aalborotado, lborotado, pa parte rte tapa tapaba ba su cara y su pecho, se contoneaba de una forma desequilibrante, intentaba entretenerse con sus movimientos, alejarse de la oscuridad, saciar las ganas de hacerles daño.  —Domini  —Dom inicc … P Per eroo ¿¿qué qué te ocur ocurre re??  —Obedec  —Obe dece… e… Samara sentía su dolor; era como un niño desesperado por huir de algo. Metía su cabeza entre sus mechones, lamía cada centímetro de su cuerpo, sus pechos, su cuello, su lengua. Las palmas de las manos acariciaron su espalda. De vez en cuando sentía cómo la empujaba hacía él, cómo hacía que se clavara contra sí con más brusquedad; luego la soltaba y la dejaba libre, dejaba que su cuerpo se m ovi ovier eraa aall compá compáss de una m melod elodía ía in inexis existtente. Era excitante para ella oír sus jadeos, sus murmullos ininteligibles en su oreja cuando estaba así de desbocado. Su respiración entrecortada, su lengua buscar la suya sin apenas darle tregua y aquella forma tan deliciosa de ahogar el placer  que le llenaban por dentro cuando sentía su líquido llenarla por dentro. Se quedó aferrado a ella por momentos; sentía los latidos de su miembro retumbar en sus entrañas. la expresión de un niño de asustado; delicioso salir de despacio, Tenía suavemente, ese leve chorro semen era cálido y mojado queella, se derrama a su paso. La luz… Otra vez la calma que se apoderó de su cuerpo le  perm  per m it itió ió pensar con se sensate nsatezz… Duerme…  —Vístete  —Víst ete —dij —dijo—. o—. Quier Quieroo que ba bajj es cconm onmigo. igo.  —No… No cre c reoo que soporte ver verlo. lo.  —Com  —C omplác plácee m e. D Dee bes ha hace cerlo. rlo.  —¿Qué  —¿ Qué le va a pa pasar sar??  —Ni yo yo m mismo ismo lo sé.

Estaba incorporó y a punto estuvo suelo, apoyó m anos en elmareado, aparador,seent entró ró en el baño y se m mojó ojó la de ca cara racaer y elalcuel cuell lo. S Sam am ara las se vestíía nuevam ente y entró ttras vest ras éél.l.  —Domini  —Dom inicc , ¿¿por por qué quier quieres es que baj e a ver verlo? lo?  —Todo  —T odo lo qque ue pa pasa sa aaquí quí ttee eenseña nseña a lgo ssiem iem pre pre,, S Saa m a ra ra.. Aquellas palabras la descolocaron, no dijo nada, esperó a que se vistiera y  

cuando estaba listo le siguió de nuevo a la planta de abajo y traspasó las puertas del sót sótano. ano. R Roberto oberto est estaba aba fre frent ntee a Yeli elina, na, la ima imagen gen de la j oven era lam lamentabl entable, e, le resu re sult ltaba aba y a impos imposib ible le m mantener antener el equil equilib ibrio, rio, ssus us oojj os est estaban aban encha encharca rcados dos en lágrimas, parecía como si no hubiera dejado de llorar durante días. Tenía la espalda repleta de marcas, el pelo revuelto y algo sucio por los días, y su piel estaba amoratada por el frio. Miró a Roberto, estaba totalmente desmoronado. Su rostro reflejaba abatimiento, compasión y tristeza por aquella mujer. Se apartó hacia atrás cuando vio entrar a Antón en la habitación.  —Hijo,  —Hij o, sal de aaquí. quí. Luego tendr tendrás ás tiem po par paraa habla hablarr ccon on ella. Obedeció y desapareció escaleras arriba. Samara no sabía dónde colocarse. Vio a Antón sostener la vara y golpear el culo de Yelina varias veces, como comprobando que aquello no cediera a los golpes. La giró sobre sí misma y la  besó e n la fre fr e nte. Otra vez la golpeó var varias ias vec veces es y la soltó soltó liber liberándola ándola de las ataduras infames que la tenían sujeta desde horas antes. Cuando la joven consiguió mantener el equilibrio, él mismo la llevó a la jaula de barrotes corroídoss y oxi corroído oxidados dados qque ue había aall fond fondoo de la sala. La int introdujo eenn ell ellaa y ce cerró rró la  puertec  puer tecil illa la dej ándola hec hecha ha un ovil ovillo lo dentr dentro. o. Dom ini inicc per perm m ane anecc ía ser seree no, las manos en los bolsillos y una expresión lineal. Cuando Antón se apartó, se dirigió a la manguera, estiró el tubo de plástico verde y con la máxima presión apuntó directamente a la jaula y comenzó a disparar aquel chorro helado de agua en ella. Yelin Yelinaa ape apenas nas se m oví ovíaa ha hast staa que eell chorro se dirigi dirigióó a la ca cara ra.. En un iint ntento ento de pedir que que pa parar raraa la boca se ll llenó enó de agua y cr crey ey ó oí oírla rla to toser ser..  —¡Dom  —¡D omini inicc ! P Por or D Dios ios,, par paraa … Antón la agarró por el brazo y la hizo volver atrás pero no podía soportar ver  aquella daba ylaque sensación de que lalaestaba ahogando, de no quetardaría el agua en le impedíaimagen; pedir ayuda si no apagaba manguera la mujer tragar toda el agua que recibía a presión. La jaula era tan mínima que no podía moverse ni un centímetro; Dominic apenas prestaba atención a Samara que lloraba loraba angus angusti tiada ada ante la ima imagen gen dantes dantesca ca.. C Cuando uando ppar arec ecía ía que no ce cesaría saría eenn el tormento, giró la manguera y cortó el agua. Yelina tosía descontrolada, angustiada.  —Yee li  —Y lina… na… —oy ó dec decir ir a Antón—. Míram e , Yelina, y esc escúcha úcham me atentamente. Si decides irte ahora y abandonar te soltaremos y acabará todo ahora. Te queda otra oportunidad, hija, no sigas con esto… Roberto ya ha tomado

unaEscup decisión no esybuena ti… Escupió ió ely agua m ovi ovióópara llaa ccabeza. abeza.  —¡N o!… —T  —¡No!… —Tosió osió—. —. No, no… Otro chorro a presión la enfocó directamente en la cara y durante unos segundo segu ndoss S Sam am ara ar a tra trattó de sol soltarse tarse de A Ant ntón ón y corre correrr hac hacía ía ell ella. a. No podí podíaa ccre reer er lo que estaban haciendo.  

 —¡D omini  —¡Dom inicc , par paraa por fa favor! vor! —supl —suplicó, icó, de desespe sespera rada—. da—. ¡¡P P ar ara! a! Se libró de Antón y se tiró al brazo de Dominic, se arrodilló y lo aferró con fuerza por la pierna.  —Por  —P or favor fa vor —supl —suplicó—. icó—. D Dom omini inicc . La e stás aahogando… hogando… por fa favor… vor… P Paa ra ra,, te suplico… Por el amor de Dios.  Ni siq siquier uieraa la m iró, e staba e n su m undo, ce cerr rróó la m a nguer ngueraa y abr abrió ió la  puertec  puer tecil illa la de m e tal saca sac a ndo a Ye li lina. na. Boca a baj o en el suelo, com e nz nzóó a toser  comoo un com unaa loca re recupera cuperando ndo el aire que la falt faltaba. aba. Antón Antón apartó a S Sam am ar ara, a, que no so solt ltaba aba la pi pier erna na de Dom Domin inic ic ca casi si a ra rast stras. ras.  —Hija.  —Hij a. ¡¡Apá Apárta rtate! te! No seas se as loca loca.. Ll Lloraba oraba m ás que Y Yeli elina. na. Llo Llora raba ba de ra rabi biaa y de tris tristez teza. a. Lloraba de m iedo ppor  or  ver a Dom Domiini nicc tan horrib horrible le y perver perverso so..  —Yee li  —Y lina. na. —Antón se inclinó y le a partó par tó eell pe pelo lo de la ca cara ra—. —. Hij Hijaa m ía… Si no abandonas ahora… Pasarás bajo el chorro toda la noche… Niña… No seas in inconsciente… consciente… ¿Por qué sigues sigues ccon on esto? La mujer se incorporó, miró con odio a Dominic y se limpió la cara y la  boca..  boca  —No m e im importa porta… … Si m i señor quier quieree dej ar arm m e … Espera Esper a ré a que é l m e lo diga. Y si tengo que esperar así… Lo haré. Entonces ocurrió algo que desconcertó a Samara, cuando estaba convencida de que volvería volvería a la jjaula aula y que Domini Dominicc otra vez llaa aato torm rm entaría con el chorro a  presió  pre siónn hela helado, do, algo pa pasó só e n la galería gale ría.. Antón se incor incorporó poró y le sonrió, m iró a Samara y meneó la cabeza en tono negativo. Samara temblaba de miedo, vio a Dominic dejar la manguera en su sitio, rodeó a la joven con ambas manos y la cogió en el cuello. Salió de la galería con ella, Samara corrió detrás angustiada y desconcertada sinlas saber qué iba a pasar. subióagotada, en los brazos al piso superior y la llevó a una de habitaciones. YelinaLa estaba congelada, y totalmente destrozada destroz ada por las horas de tormentos torm entos..  —Llena la ba bañer ñeraa con aagua gua ccaliente aliente,, S Saa m ar araa —dij —dijo—. o—. R Rápido. ápido. Samara obedeció. Llenó la bañera y éste la introdujo en ella con cuidado. Cogió la ducha y comenzó a mojarle la cabeza y la cara con agua caliente. Luego tomó una esponja y bajo la mirada curiosa y agotada de la mujer  comenzó a limpiarla con cuidado. Se arrodilló frente a la bañera y tras terminar  de lavarla la sacó con sumo cuidado rodeándola con una toalla que pidió a Samara y volvió a llevarla en cuello a la cama.

 —Sois  —S ois ttee rca rc a s ccom omoo m ulas —dij —dijoo tapá tapándola—. ndola—. V Vee a por un ccaa ldo ca cali liee nte a la cocina. Necesit Nec esitaa ccome omerr. Samara, estupefacta, no reaccionó.  —Vaa m os, prince  —V princesa… sa… obede obedecc e… —Le a par partaba taba e l pelo y lo sec secaa ba con la toall oalla. a. Mi Miró ró a Sam ara y abrió llos os oojj os—: os—: Sam ar ara, a, re reac accion ciona. a. ¡¡V Ve! Corrió escalera escalerass abaj o y cuando su subi bióó de nuevo con eell caldo, Dom Dom inic inic estaba  

sentado y abrazaba a la joven para que entrara en calor.  —¿Y  —¿ Y aahora hora qué? —l —llora loraba ba Y Yelina. elina.  —Ahora c om omee rá ráss y dorm irá irás. s. Ne Nece cesit sitaa s c oger fue fuerzas. rzas. Has Ha s pasa pasado do dos día díass malos.  —Quieroo ver a m i señor… —lloró.  —Quier Samara se sentó frente a ellos y comenzó a darle la sopa con cuidado. Dominic la mantenía apretada contra él. Era increíble lo que estaba viendo. Inclusoo para Yeli Inclus elina na eera ra sorpre sorprendent ndente, e, per peroo estaba tan rota que aapenas penas se m oví ovía. a.  —Lo verá ver á s. C Com omee pr prim imee ro.  —¿Me  —¿ Me va vann a poner en e l c horr horroo otra vez? —ll —lloró oró hipando m ientra ientrass c om omía ía com o podí podía—. a—. No pue puedo do sop soportarlo… ortarlo…  —Yee li  —Y lina… na… Com Come… e… N Nadie adie te va a pone ponerr eenn ningún sit sitio. io.  —Domini  —Dom inicc … Antón di dijj o que… Miró a Samara. Estaba nerviosa y cuando extendía la cuchara con el caldo tem bl blaba aba tanto qque ue der derra ram m aba la m mit itad ad otra vez en llaa taza. taza.  —Ellaa y a ha paga  —Ell pagado do por lo que hiz hizoo Sa m a ra ra… … Estaba disp dispuesta uesta a pasa pasarr la noche igual, aun sabiendo que Roberto no querría estar con ella. —Apoyó la boca en su frent fre ntee y la balanceó—. Yeli Yelina… na… dej dejaa de ll llorar orar y com come… e… Y Yaa pa pasó só ttodo odo… …  —Me tendré que ir… Se ñor… —Lo m iró—. Usted no e s tan m alo com o creía… —Lloró desconsoladamente y tragó el caldo como pudo—. Me tendré que ir… —repetía —repetía una y otra otra vez. vez. Samara miró a Dominic con tristeza, se compadecía de Yelina. Había sido valiente, vali ente, habí habíaa so soport portado ado m más ás que ccualq ualqui uiera era de eell llas as y saber que tendrí tendríaa que irse le rrompí ompíaa eell al alm m a.  —Yee li  —Y lina, na, e l ccastigo astigo te term rm inó… N Noo tengo ninguna nec necesidad esidad de atorm ator m enta entarte rte.. Diferencia los momentos. Come. Todo. Hazme caso… No vas a irte a ningún lado. Lo miró y a punt puntoo est estuvo uvo de vol volca carr eell cuenco de porcelana porce lana encima encim a de todos todos..  —¿Qué  —¿ Qué??  —Nadie  —Na die va a dej ar arte, te, Yelina… Solo poníam poníamos os a prue prueba ba hasta dónde llega llegaría ríass  por queda que darte rte… … Y ccré réee m e, niña niña… …R Rober oberto to lloo ha pa pasado sado pe peor or que tú… Comenzó a llorar con tanta fuerza que ni Dominic fue capaz de consolarla. La  balance  bala nceaba aba com o si int intenta entara ra c alm a r e l ll llaa nto de un niño. Se guía c on la boca apoyada en la frente de la mujer procurando que la manta no la destapara. El color de su piel volvía a tornarse rosáceo y sus mejillas adquirían el color que las

caracterizaban. Samara sintió un profundo alivio. Tanto que al final optó por dejar el cuenco en la m esit esitaa o lo ti tira raría ría de los los nervios.  —Obedec  —Obe dece, e, Yelina. Due Duerm rm e, no pe perm rm it itas as que Ro Rober berto to te vea a sí. R Ree c upér upéraa te  cuando despiertes… Te estará esperando.  —Oh, señor señor… … Gr Graa cia cias… s… —R —Respiró espiró prof profundam undam ente ente,, sonrió a Sam a ra y se  

tumbó en la cama acurrucándose plácidamente—. Gracias… —susurró y se quedó totalmente dormida. Samara salió tras Dominic. Todavía le temblaban las piernas del miedo y tenía una sens sensac ació iónn de agot agotam am ient ientoo m mental ental iinme nmens nsa. a.  —No sé qué dec decir ir.. Ha sid sidoo horr horribl ible… e… P or m om omee ntos odié lo que hac hacías ías con tod odaa m i al alm m a. Le pasó pa só el bbra razzo po porr eencima ncima de los hombros y ca cam m inó inó a su lado. lado.  —Sí…  —S í… Ya vi cóm o solt soltaa ste a Antón y te m etist etistee e n m e dio par paraa a y udar a Yelina.  —No pude re r e m edia ediarlo. rlo.  —Un gesto que te honra honra.. —Le be besó só la fr free nte y sonrió m e zquinam quinamente ente mientras bajaban la escalera—. Te dije que jamás me interrumpieras,  princesa…  prince sa… y a unque ha sido un deta detall llee por tu par parte te par paraa c on tu am iga… Discuti Dis cutirem rem os má máss ttarde arde… … ese detall detalle… e… y sus sus cons consec ecuencias. uencias.

 

41. Conflic Conflic tos in inter ternos nos Una vida como la nuestra nos genera continuos conflictos; cuando llegas todo te supera, la oscuridad que llevas dentro  parecee cubrir tu morali  parec moralidad; dad; c ree reess cae r por un precipi prec ipicio cio  pero al final final te te ace ptas a ti mismo y lo que v iene. iene .

*** Mateo pasó días alejado de la finca. Sabía que su hermana, su tierna e inocente Sara, veía a Luis a menudo. Tampoco quiso pasar por casa de sus padres; la historia que Antón le había contado le dejaba mentalmente exhausto y no se sentía con fuerzas de sentarse delante de su padre y disimular toda aquella información. Muchas veces se arrepintió de haber llevado a Sara a la casa; m uchas vece vecess ssee vio ttentado entado a coger el coche y re regresar gresar al pu pueblo eblo a por ell ella. a. S Sin in embargo, ahora ellos eran su familia, poco le diferenciaba de cualquier de los que estaban allí y para ser honesto consigo mismo tampoco tenía claro si el llevar  a su herm ana a la ca casa sa habría si sido do al algo go qque ue desea deseaba ba eenn el fond fondo. o. Sara le llamaba entusiasmada con todo aquello; le contaba por teléfono dónde la llevaba Luis, las cosas que le compraba y lo mucho que deseaba ser como las mujeres de Quimera, pero era su hermana, su pequeña y alocada Sara, la misma que había dejado en manos de un hombre que empezaba a cambiar sus  prioridades.  priorida des. Sara no era sumisa de ningún hombre de Quimera y eso le confería una fre scura y os frescura osadía adía que nadi nadiee tenía. Aqu Aquell elloo atrapaba a los hombre hombres, s, a m medid edidaa que  pasaba  pasa bann los días y la m ucha uchacc ha adquiría m á s c onfia onfianz nzaa se hac hacía ía m ás cla claro ro su afánn po afá porr tod todoo lloo que ocurría a su al alrede rededor dor.. No es que vi vier eraa m ucho, pper eroo S Sar araa eera ra una muchacha achispada y espabilada y era claro lo que rodeaba a los miembros de Quimera. Recordó sus años en la universidad, la incapacidad de mantener una relación normal con una mujer. Nunca supo lo que era hasta que llegó a Quimera, hasta que probó la suave piel de Yelina y la osadía de Catinca, que ahogaba su soledad a su lado. Quizá debía agradecer el resto de su vida poder  ser por por ffiin com comoo realm realment entee eera, ra, al m enos en parte.

Quimera… aquella finca era ahora un hogar para él. Pensó en Antón y se encogióó de hombros. R encogi Rec ecordó ordó ssus us palabras y la form formaa m elancóli elancólica ca de ccont ontar arlle lo que sintió tiempo atrás por su padre, y deseó llorar desconsoladamente. ¿Quién era él para juzgarlos? ¿Acaso no había deseado toda su vida que nadie lo hiciera con él?  —Alexander.  —Alexa nder. — —S Su her herm m a na, aall ot otro ro la lado do del teléf teléfono, ono, sonaba fr fría ía y dis distante. tante.  —Saa ra,  —S ra , sabe sabess que no m mee gusta que m e llam e s por m mii segundo nom nombre bre..  

 —Mateo, m e da igual ¿Dónde e stás m e tido? tido? T Todos odos e stá stá n pre preocupa ocupados dos por ti. ti. Hoy he ido con L Lui uiss a Quime Quimera ra,, est estee ffin in de sem ana se quedará quedaránn to todos dos all allí.í. Dominic no le había llamado por su falta al trabajo. Estaba claro que respetaba su necesidad de espacio y sabía que era necesario para él.  —Saa ra.  —S ra . ¿¿V Va todo bien, ccaa riño m mío? ío? ¿Te sientes ccóm ómoda oda ccon on ellos? La voz de su hherm erm ana ca cam m bió bió ttot otalm almente. ente.  —¡Oh,  —¡O h, Mateo! ¡N ¡Noo tiene tieness ni iidea dea de la lass cosa cosass que he vist visto! o!  —Me hago ha go una idea —dij —dijoo algo incóm odo—. ¿¿Tus Tus cla clases? ses?  —Mateo Alexa A lexander nder —gruñó eell llaa —. Estam Estamos os a punto de ffinaliz inalizaa r eell curso, soy la m ej or de m i pro prom m oció oción. n. ¿¿Dudas Dudas ddee m is not notas? as?  —No, tesoro m ío —contestó—. S Solo olo quería sabe saber, r, lleva llevam m os dí días as sin hablar.  —Mateo —le int inter errum rum pió—. Gra Gracia ciass por tra traee rm e a la ca c a sa. Se le encogió el corazón y por unos segundos la imaginó envuelta en los  brazzos de Luis.  bra  —No puedes pue des ccontarlo ontarlo eenn ca casa. sa. ¿Lo ssaa bes, ve verda rdad? d?  —Lo sé. No soy una niña niña.. Claro que lo era. Era su niña.  —¿Qué  —¿ Qué tal con Luis?  —Es ma m a ravil ra villos loso. o. ¿¿S Sa bes? V Vaa de despac spacio io conm conmigo igo ¡Le gust gustoo Alexa Alexander nder!!  —Por  —P or favor, fa vor, Sar araa —le rogó—. Sé prude prudente nte en tus dec decis isiones. iones. No te lanc lances, es, eress muy j ov ere oven en y tienes ttiiem po para m uchas co cosas sas..  —Quieroo ser c om  —Quier omoo las dem á s, Mateo. Eso le provocó un espasmo en el estómago y se movió nervioso.  —No, Sara Sar a , tú eere ress eespec special. ial. Luis no ne necc esita que sea seass ccom omoo las de dem m á s. S Séé tú misma. La oyó bufar almotro lado del na teléfono  —V  —Vue uelve, lve, her herm anito; m aña añana tene tenem myosluego una suspirar. ce cena na en la c asa y Antón e stá m uy apenado con tu desaparición desaparición..  —Me cuesta c uesta asim asimil ilaa r la lass cosas, cosa s, S Saa ra ra… …  —Luis m e c ontó lo que pasó. Yo tam bién quedé per perplej plej a per peroo Mate Mateoo no es asunto nuestro; la vida de papá no nos pertenece, no existíamos y míranos… ¡Maldita ¡Maldi ta sea sea!! ¡V ¡ Vuelve!  —Eress m  —Ere muy uy m adur adura, a, Sar Saraa , a ve vece cess par paree ce que la her herm m a na m ay or eere ress tú tú..  —Lo sé —se rió—. Vuelve de inm inmee diato, Alexa Alexander nder Mate Mateoo —le orde ordenó nó con humor—. O si no me entregaré como esclava sin límites a tus amigos. —Soltó

una carcajada.  —Saa ra,  —S ra , no digas eso ni en br brom omaa .  Notó un escalof esc alofrío río por eell cue cuerpo. rpo. La m er eraa ide ideaa de imagina im aginarlo rlo le aater terra raba. ba.  —Pue  —P uess vuelve. T Todos odos ttee eecha chann de m e nos.  —Lo pensaré pensa ré..  —Tee quie  —T quiero. ro.  

Sin inti tióó un nudo en el eest stóm ómago ago y tragó saliva.  —Y y o a ti, m mii am or. or.

 

42. Toda tú Un hombre dominante castiga con intensidad pero también ama con intensidad.

*** Yelina sintió un intenso dolor en la espalda al girarse. Despertó asustada y se incorporó con rapidez respirando a gran velocidad. Se tocó la frente y miró nerviosa a su alrededor, una sensación de calma la invadió cuando se dio cuenta de que estaba en su habitación y todo había pasado. Miró a un lado de la cama, sobre la mesita el reloj despertador de números rojos brillaba marcando las nueve de la noche. Había dormido pocas horas, las suficientes para al menos sentirse algo mejor. Intentó incorporarse y otra punzada le atravesó la espalda. Farfulló en bajo frunciendo el ceño y se puso de pie. Tenía el pelo revuelto y mojado por el sudor   su cuerpo presentaba un estado lamentable. Su espalda estaba atravesada por  una hilera de innumerables filas rojas mortecinas, en los brazos algún moratón, y su piel presentaba un color pálido y enfermizo. Se apresuró a darse un baño y arreglarse. Tenía unas inmensas ganas de ver a Roberto pero no podía  presenta  pre sentarse rse así. Se e m badur badurnó nó con un tenue m a quil quillaj laj e que disi disim m ulaba el color  m arfil ar fil de sus m ej il illlas y se perfiló los ojos oj os con un unaa ffiina ra rayy a negra negra.. S See m iró en el espejo. Su imagen no había mejorado mucho pero al menos disimulaba la trasparencia de sus mejillas tras varios días sin darle el sol y el aire puro.  —¿Qué  —¿ Qué te han he hecho? cho? —Oy ó su voz en la puer puerta ta del a seo—. Mi Mira ra tú espalda… Tus pier piernas… nas… Roberto apoyaba una mano en el marco de la puerta y se llevaba la otra al  pecho.  pec ho. Su voz er eraa de trist tristeza, eza, sus oj ojos os se m ante antenían nían ffij ijos os eenn su ccuer uerpo po sin aapena penass  prestar  pre star a tenc tención ión a su ca cara ra.. Repa Repasaba saba c ada ce centí ntím m etr etroo de su piel c on una expresión de asombro, de compasión. Juraría que no había sido tanto cuando estuvo con ella en la galería.  —Mi estúpida e inconscie inconsciente nte eescla sclava… va… Tuvoo llaa sensación ddee que eenn cualqu Tuv cualquier ier m mom omento ento com comenz enzar aríía a llorar llorar com comoo un

niño. Se quedó inmóvil frente a él. Quería saltar sobre sus brazos, quería besarle  darle las gracias por perdonar su inmenso error; eso era al menos lo que creía que haría, pero por el contrario se mantuvo quieta, aterrada con la idea del rechaz rec hazoo esperando qu quee ééll llee dije dijera ra qué debía debía ha hace cerr. Roberto dio un paso adelante y cogió su brazo. Lo analizó minuciosamente y la hizo girar sobre sí misma. Sintió las yemas de sus dedos pasar suavemente por  encimaa de las hher encim erid idas as de su espald espaldaa y sus sus llabio abioss besar ccada ada una de eell llas. as.  

Lo observaba a través del espejo del lavabo. Sus inmensos ojos, que a veces daban la sensación de ir perfilados en un negro azabache, contemplaban cada  poro de su piel a lm lmee ndra ndrada. da. Sus m anos inm inmee nsas y per perfe fecc tas pasa pasaron ron por sus hom ho m bros y baj bajaron aron ssuaveme uavement ntee por su cadera cadera..  —Pee rdóne  —P rdónem m e —supl —suplicó icó tem blorosa. Lo vio levantar la vista de ella y mirarla a través del espejo. Por mucho que se empeñara en disimularlo siempre tenía aquella expresión de ternura en su rostro. La misma que en determinados momentos la aterrorizaba cuando algo le molestaba. Él era impredecible, sus gestos no iban con su ánimo. Jamás sabía qué vendría después.  —Jam ás te he hec hecho ho da daño. ño. Mi j oven sum sumisa. isa. N Nunca unca he nec necesitado esitado som somee ter terte te de una forma diferente a la que he usado. Mis palabras, mis formas siempre fueron suficientes. —Hablaba como un poeta cuando entonaba un cántico—. Por  Dios… Mira tus heridas, mira tus marcas, mira tu fina piel, tu hermosa piel… Mi obediente y testaruda sumisa. —Le dio la vuelta y la abrazó con fuerza—. Mira lo que has soportado —susurró—. Nadie merece un sufrimiento tan grande como el que tú m e ha hass dado dado… … Yelina apenas podía respirar, estaba horriblemente nerviosa. Las piernas le temblaban. Sentía sus brazos, sus labios apretando su oreja mientras le susurraba su calor.  —Mi am a m or… Mi eescla sclava va pre preciosa… ciosa… P e rdona por e ngaña ngañarte rte,, por dec decirte irte que a no te quería, tenía que hacerlo, tenía que intentar ahorrarte tanto dolor. Com omenz enzóó a llorar desconsol desconsolada adam m ente eentre ntre sus braz brazos os al oí oírr aaquell quello. o.  —Tee nía que int  —T intenta entarr que no com etier etieras as la locur locuraa de queda quedarte rte… … Te nía que dejarte dej arte ir… ir… todo el rímel yorma pintura que seccon había puesto empezó a m ezclarse ezTodo clarseeleennmaquillaje, llaa ccam am isa de Ro Roberto, berto, ddee fform a grotesca, on ssus us lágri lágrim m as.  —¡Oh,  —¡O h, m íre írem m e! Estoy horr horribl iblee . Me había pre prepar paraa do par paraa usted… ¡Y míreme! —sollozó intentando arreglarse—. Y su manga… Lloró buscando una toalla para limpiar la camisa, pero Roberto tiró de su  brazzo y la be  bra besó só con dulz dulzura ura..  —No sea seass estúpida… ¿Cree Creess que m e im importa porta?? —La a bra brazzó de nuevo y la apretó contra él—. Yelina… Mi fiel Yelina… Tú me das la vida… Eres hermosa de cualquier forma porque eres hermosa por dentro y por fuera… No llores… nadiee se m ere nadi erece ce tu tuss llágrim ágrimas as ahora… Has pagado dem demasi asiado ado ca caro ro ttus us pecados peca dos… …

Te aam m o… Te aam m o con ttoda oda m mii al alm m a… Os am amoo a am bas… Lloró con tanta fuerza como en su vida, lloró de rabia, de alegría. Lloró por el dolor, lo que no había llorado las noches anteriores; se derrumbó en sus brazos y  pensó per perder der la c onscienc onsciencia ia de tal pla placc er que le daba dabann sus pa palabr labraa s. Él j am ás le había hablado así, jamás le había dicho que la amaba. El aire invadió sus  pulmoness con ta  pulmone tanta nta ffuer uerzza que a pena penass podí podíaa re respirar. spirar. S See a fe ferr rraba aba a él ccon on fue fuerza, rza,  

clavando sus sus uuñas ñas en su esp espalda, alda, com comoo ssii en alg algún ún mom momento ento fuera a desapa desapare rece cer  r   no fuera fuera a verlo má más. s.  —No volveré a e quivoca quivocarm rm e a sí. —Saltó a sus bra brazzos y enr enroscó oscó las pier piernas nas en su cintura cintura—. —. ¡S ¡See lo jjuro! uro! La llevó a la habitación y la depositó sobre la cama con cuidado. Pensó por  momentos en enroscarse en ella y hacerla suya, pero Yelina estaba demasiado débil y dolorida. Temía hacerle más daño; era como una muñeca de porcelana rota, como aquellas pequeñas y delicadas muñecas con vestidos ribeteados de m irada tris ristte y vacía.  —No llore lloress m más, ás, m i pre preciosa ciosa sum isa. No m mee rrom ompas pas eell cora corazzón.  —Le fall fa lléé … Le de decc epc epcioné… ioné…  —Y ahor ahoraa m e siento orgullos orgullosoo de ti ti.. No hay nadie en esta c asa que no se sienta orgulloso de ti… De tu valor, de tu entrega, de la forma en la que te entregaste a lo que viniera, y todo por no irte de mi lado ¿Qué más puedo pedir? ada… Un tremendo sopor se apoderó de ella. La calma que sentía le provocó un agotamiento agotam iento mult multipl iplicado icado por m il il.. S See ac acom omodó odó entre sus bra brazzos y sol sollo lozzó.  —Desca  —De scansa… nsa…  —No se vay va y a.  —No me m e voy a ir a ningún lado. Due Duerm rm e . Cu Cuaa ndo despier despiertes tes y o estar estaréé aquí… Se hizo la oscuridad y cayó en un profundo sueño.

 

43. Reencuentro Un día me di cuenta de que contigo aprendía mucho más de lo que que pensé pe nsé nunca.

*** Baj ó llas as esca escaleras leras sent sentado ado en la bar barandi andill llaa y a punt puntoo est estuvo uvo de ccae aerr de bruces eenn m it itad ad de la ent e ntra rada. da. Meredit se ec echó hó llas as m manos anos a la ca cabez beza. a.  —Lo peor de todo eess que si se ccaa e que quedar daráá peor de lo que está está.. Roberto pasó junto a Carlo, que intentaba mantener el equilibrio con elegancia, y le dio una palmada en la espalda. El resto desayunaba anim ani m adam ent entee en la ccoci ocina, na, alrededo alrededorr de la m esa de cont contrac rachapado hapado..  —Me desestabili de sestabilizza ron las pe pelot lotaa s —m —musi usitó tó con orgullo. Se cruzó con Catinca y la agarró por la cintura cogiendo su mano y haciéndola gi haciéndola gira rarr ccomo omo si bail bailar aran. an.  —Déjj ate hac  —Dé hacer er,, princ princesa esa git gitaa na… —P —Pasó asó la nar nariz iz por su ccar araa y le dirigió una mirada lasciva—. Prometo ser compasivo cuando te la meta por el culo y me supliques que no pare. Um… se me está poniendo dura.  —Estás enfe enf e rm o…  —Por  —P or ti… zzorr orrit itaa sin dueño… Le m iró con m ali alicia cia y le so sonrió nrió..  —No lo verán ver án tus oj ojos, os, C Car arlo. lo.  —Oh, querida que rida… … Estoy c onvenc onvencido ido de que ha hast staa te m etist etistee e l dedito pensa pensando ndo en ell e lloo alguna ve vezz. Llevas una zorra dentro y aún no lo sabes… Cati Cati… … La sujetaba con fuerza y la balanceaba al compás de un tarareo que de vez en cuando c uando prod producía. ucía.  —Adem  —Ade m ás. Ha Hayy m ucha uchass c osas de m í que a ún no c onoce onoces… s… Te puedo dar  tanto placer… Quieta…  —Suéltam  —S uéltam e , C Caa rlo.  —Sí,í, m  —S mii am a . —S —Solt oltóó una c ar arca cajj ada que rree tum tumbó bó en la eentra ntrada da y, hac haciéndole iéndole unaa rrevere un everenci ncia, a, la dej dejóó pas pasar ar a la ccoci ocina. na.  —Gilipoll  —Gili pollas as —le soltó.

 —Puti  —P utill llaa —susurr —susurróó con sor sorna. na. *** A mitad de la mañana, mientras el servicio preparaba la enorme mesa del salón  paraa c om  par omer er y todos eestaba stabann despe desperdiga rdigados dos por la c a sa, Sa m a ra oy ó una m úsi úsicc a que la atrajo hacia el salón. Su hermano tomaba una cerveza apoyado en el  

canto de la puerta que daba al porche y observaba con humor a Carlo y Catinca  bailar ba bajj o la m úsica de dell tango de Ro Roxenne xenne.. Er Eraa incr increíble eíble ver verlos los,, lasc lascivos ivos,,  perfe  per fectos ctos e n las for form m a s. En ningún m om omee nto se hubiera im imagina aginado do que Carlo, con sus bruscos modales, pudiera moverse con esa elegancia tan exquisita. Sara aplaudía sentada en uno de los sofás con humor y Roberto y sus dos mujeres hablaban habl aban aani nim m adam ente eenn ot otro ro de lo loss so sofá fáss anexos.  —Vaa y a… —dij  —V —dijoo a su he herm rm a no—. Lo hac hacen en de m a ra ravil villa. la.  —Sí.í. —Lui  —S —Luiss di dioo un trago a su ce cerve rvezza y la be besó só en la ffre rente. nte.  —No m e im imagino agino a Carlo dando cla clases ses de tango e rótico. —Lo vio leva levantar ntarle le la falda y pasar la lengua por su cuello al ritmo de la música para luego hacerla gi gira rarr y so solt ltarla. arla.  —¿Ac  —¿ Acade adem m ia? —Luis ssee rrió—. ió—. Le enseñó e nseñó Dom ini inicc .  —¿P  —¿ P er erdona? dona? —Quedó pe perple rplejj a y volvi volvióó a dirigir la m ira irada da ha hacia cia e llos. llos. Sara saltó a los brazos de Luis, que a punto estuvo de derramar la cerveza por  el suelo, y se la llevó en dirección a la cocina. Era increíble ¿Había escuchado  bien? Dom ini inicc bailando tango ¡Y a sí! Se quedó obser observando vando la danza hasta que terminaron y Antón, con su semblante serio, les anunció la comida. Dominic había ido a la ciudad por trabajo y ahora se unía al resto. Todo estaba listo, la mesa desprendía un aroma exquisito, ensaladas, carnes de varios tipos, entrantes  pequeños caprichos para el paladar.  —¿T  —¿ Te enc encuentr uentras as bien, A Antón? ntón? —le pre preguntó guntó Dom Domini inicc pasa pasando ndo la m maa no por su  brazzo.  bra  —Sí,í, hi  —S hijj o. Tra Tranquil nquilo. o. Estaban a punto de empezar a comer cuando la puerta sonó. Unos pasos acompasados retumbaron en la sala anexa y Mateo apareció bajo el umbral de la aam m pl plia ia puerta de dob doble le ho hoj a. —pre  —¿Ha  —¿ Hay y sit sitio io para uno m mááj s? —preguntó guntó ttím ímidam idam e nte. Antón alz alzóó la vis vista ta y su rost rostro ro se iluminó repe repent ntinam inamente. ente. Se levantó y lo miró con la expresión de un hombre que acabara de quitarse un inmenso peso de encimaa y est encim estuvi uvier eraa a pun puntto de desp desplo lom m arse.  —Clar  —C laroo que sí, hij hijoo —dij —dijoo e m oc ocionado. ionado. Esti Estiró ró e l bra brazzo y m iró a Sa ra ra—. —. Claro que sí…

 

44. La dec decis isión ión Sólo hay una cosa en este mundo que sólo tú puedes decidir   sola.. Estás a punto d  sola dee conoc conocee r cuál es.

*** Después de la comida y el regreso de Mateo, Quimera se cernió en una tranquilidad casi soporífera. Samara había subido a su habitación y Dominic leía el periódico en la butaca más próxima a la ventana, mientras ella lo observaba con curios c uriosid idad. ad.  —Tú… Tú bailas e l tango, ¿ver verdad? dad? —S —Saa m a ra le sonrió cua cuando ndo leva levantó ntó la vi vist staa del de l papel—. S Séé que eenseñaste nseñaste a Car arlo. lo. Frunció el ce ceño ño y la m miiró.  —Sí,í, S  —S Sam am a ra. ra . —Puso ge gesto sto ddee extr extrañe añezza y continuó llee y endo.  —¿Quién te eenseñó?  —¿Quién nseñó?  —Mi m a dre dre.. Bajó la mirada de nuevo para volver a subirla y observarla. Samara se frotó las m manos anos nner ervi vios osa; a; pare parecía cía que in intent tentar araa de algu alguna na m aner aneraa rrompe omperr eell hi hielo de llaa situación tan delicada que había pasado. Suspiró, dobló la prensa y la analizó con curiosidad. Miraba hacia el suelo tímida, como si buscara una conversación que no llegaba llegaba..  —Mi m adr adree daba c lase lasess en una asoc asociac iación ión ce cerc rcaa de c asa asa.. Cua Cua ndo podía la acompañaba. No tenía mejores cosas que hacer.  —Y… ¿Qué ¿Qué m ás te gust gustaa ha hacc er er?? Era gracioso. Nadie le había hecho esa pregunta en toda su vida. Una  pregunta  pre gunta tan senc sencil illa la y tan habitual e n la vida… y que j a m á s le habían había n hec hecho. ho. Sintió una soledad inmensa y una sensación de vacío que hacía mucho tiempo que no sentía. Un nudo en la garganta le impedía decir nada. Tosió suavemente y se revolvi r evolvióó en eell asient asiento. o.  —No… No sé, sé , S Sam am a ra ra.. ¿¿P P or qué m e pr pree guntas eso?  —Me int intee resa… re sa… no sé, tanto de ti ti.. No c onoz onozco co tus af aficiones, iciones, bueno… que  bailas y que coc cocinas. inas. —S —Sonrió—. onrió—. Y que te fr frotas otas la bar barbil billa la c uando lee leess

concentrado o cuando escuchas en la televisión algo que te interesa… —Se quedó  pensati  pensa tiva—. va—. Tie Tienes nes m anía aníass y eso… Se sorprendió al escucharla.  —Bue  —B ueno… no… Cuando… cua cuando ndo no te int intee re resa sa a lgo que e stás e scuc scuchando hando te tocas el pelo muy a menudo y cuando te enfadas lo primero que haces antes de decirlo o demostrarlo es tensar las… las mandíbulas, y los agujerillos de la nariz se te hinchan como si fueras a salir disparado como un toro.  

Dominic puso gesto de asombro. Samara balanceaba las piernas, que colgaban colg aban de la ca cam m a ccomo omo una ni niña ña m mient ientra rass llas as m manos anos repos reposaban aban debaj o de ssus us muslos.  —Ah, ti tiee nes una espe especie cie de m anía que es m uy sin siniestra iestra,, lade ladeaa s la c a beza hacía la derecha. Da miedo. Fue lo primero que hiciste cuando, ya sabes… cuando viniste por primera vez a mi trabajo… —Miró al vacío sin dejar de hablar— y… y cuando Carlo te dice cosas ridículas pestañeas muchas veces como si no salieras de tu asombro. —Rió, pero al poco se tornó seria—. Son las cosas que que ve veo. o. — —Le Le m iró— iró—.. Pe Pero ro la verda verdadd es que no sé qué te gus gusta. ta. Se mantenía en silencio con el codo apoyado en el reposabrazos y la mano su sujj etándo etándose se la boca.  —Montaa r eenn bici… Ir aall cine… ¿No? Co  —Mont Colec leccc ionar sell se llos… os… Le di dioo la risa. S See fr frot otóó los los oj ojos os con lo loss dedos de la m mano ano y vol volvió vió a rreír eír..  —Madree m ía, Sam ar  —Madr ara… a… Llevo toda la vida tra trabaj baj ando, no… no tengo aficiones. aficion es. No he dedicado m mucho ucho ttiiem po a di diverti vertirm rm e.  —B  —Bue lo e nti ntie e ndo. Olví Olvída lo…yNo quería incomodar odarte. te. Hizooueno, Hiz unno,gesto con am bas mdalo… anos gol golpeó peó susincom rodil rodillas. las.  —Vee n —le dij  —V dijo. o. Samara se sentó en ellas y él le llevó la cabeza a su hombro. Ahora sí que  parec  par ecía ía una niña e n el c uello de su padr padre. e. Igua Iguall que Yelina, c uando llora lloraba ba desesperadamente sobre él. Su barbilla rozaba su frente y podía oír el latido de su corazón debajo de aquel pecho que tanto le gustaba, su piel suave y ese leve olor  a perfum e que si siem em pre tenía. tenía.  —Tú er eres es m i aafic fición… ión… y y a bastante tra trabaj baj o m e das. Cuando salgo de una, viene otra nueva… No tengo tiempo para coleccionables o deportes al aire libre, Samara… me divierto. están Luis, Carlo, Mateo… Creo que con todos ellos tengoAsí bastante trabajoLuego y entretenimiento. Besó su frente y pasó la mano por su escote hasta rozar levemente su pecho izquierdo con las yemas de los dedos. Samara apenas salía de nuevo de su asombro. Era como si hubiera cogido carrerilla y su sinceridad o sus sentimientos no dejaran de fluir. Bajó el tirante de su camiseta y la fina tela resbaló por su  pecho  pec ho queda quedando ndo al de descubier scubierto. to. Pa Pasaba saba e l dedo por ééll m mientra ientrass le habla hablaba. ba.  —Necc esito de  —Ne desca scansar nsar… … hasta de m í m ismo. Y con todo lo que ha pasa pasado do estos últ últimos imos m ese eses, s, tú tú tam tambi bién. én.

Baj ó la m mano ano y ac acar ariició su suss m mus uslo los. s. M Meti etióó la palma por entre las dos ppiier ernas nas   subió suavemente por ellas hasta desaparecer por debajo de la falda, casi a  punto de roz r ozaa r su se sexo. xo. S Suu pe pecc ho se e levó ccom omoo si sus suspira pirara ra;; S Saa m ar araa em pezaba a sentir un leve cosquilleo de excitación al notar su mano subir y bajar tan despacio  por su pier pierna. na. Un le leve ve roc rocee de su y em a en su pe pelvi lviss la hiz hizoo m over overse; se; j ugaba con el centro de su sexo, pasaba despacio el dedo por encima de su ropa interior. Le cogió la cara y besó sus labios muy despacio. Besó la punta de su nariz. Samara  

estaba desorientada, se mantenía en guardia. Dominic era fuego, pasaba de lo delicado a lo duro en tan sólo milésimas de segundos. En aquel momento le hubiera pedido que fuera delicado, que necesitaba sentirle sin más, pero no se atrevió, tan sólo se mantenía alerta disfrutando de los momentos de delicadeza que le estaba brindado. Besó su boca y le dio un leve toque con la nariz en la suya.  —Soy  —S oy a sí, Sa m a ra —volvió —volvió a de decir cirle—. le—. No puedo pue do ca cam m biar biar… …  —Lo sé. —Obser —Observó vó sus fa facc cione cioness y m ene eneóó la ca cabeza—. beza—. Todos soi soiss así. Es algo que me costó comprender y a veces me paraliza, pero ahora entiendo muchas cosas…  —Vaa a ser duro, nena  —V nena… … —La m e lanc lancolí olíaa se a poderó poder ó de sus pala palabra brass y la abrazó con más fuerza. Apoyó la barbilla en su cabeza y suspiró—. Pero no  puedo m e nti ntirte rte y prom ete eterte rte una vida norm al.  —Yoo no quiero una vida norm a l —dij  —Y —dijo—. o—. Y Yaa no. Reconoz Rec onozco co que todavía m e cuestan muchas cosas, me paralizo y me avergüenzo de ciertas situaciones, pero tenías razón nada ig igual… ual… en algo. —Hizo una pausa y se aferró a su camisa—. Ya no sería  —De lo úni únicc o que eestoy stoy segur seguroo es de que m e he pasa pasado do la vida eesper speráá ndote y que podría pasarme el resto enseñándote. Todo lo demás son meras suposiciones,  prom esa esass que no sabr sabría ía ofr ofree c er erte te porque ni y o m ismo sé qué va a pasar, pasa r, cóm o  puedo com c ompensa pensarr ta tanto nto dolor… dolor… Hasta la dulzura con la que la miraba era intimidatoria.  —El día que te vini viniste ste a vivi vivirr c onm onmigo igo te dij dijee que no cconocía onocíass m ucha uchass ccosas osas de mí. Llevo educando a tu hermano y a Carlo diez años de mi vida. —Se rió y se levantó dejándola en el suelo—. Pero hay algo que no puedo enseñarte, ni siquiera puedo decidir por ti, Samara. Lo miró extrañada mientras cogía algo del bolso del pantalón, lo escondió en su puño puño… … y lo apre apretaba taba con fuer fuerzza m ira rando ndo al vac vacío ío..  —Domini  —Dom inicc , m mee eestas stas asustando —dij —dijoo incor incorporá porándose—. ndose—. ¿¿Qué Qué pasa pasa?? Se aaproxi proxim m ó a la ca cam m a y se sent sentóó en el bborde orde de la colcha.  —Solo  —S olo nec necee sit sitaba aba sabe saberr que re reaa lm lmee nte ne nece cesit sitas as eesto sto tanto com o y o.  —Yaa lo ssaa bes que sí —  —Y —dij dijo—. o—. S Sigo igo aquí.  —No… Yo te forcé for cé ti tiem em po a trá tráss a ll llee var una vida que te fue envolviendo. Complace omplacencia ncia o ddeseo, eseo, am bas cos cosas as a vec veces es se confund confunden. en.

Le cogi c ogióó llaa m ano y le aabrió brió la palma palma.. B Besó esó ssuu pi piel el y ce cerró rró los ojos oj os..  —¡Dom  —¡D omini inicc ! —No e ntendía qué pasa pasaba. ba. Re a lm lmee nte nunca ente entendía ndía nada cuando su humor giraba ciento ochenta grados de súbito. Domin Dom inic ic se rió y desli deslizzó un pre precioso cioso anil anillo lo de oro blanco eenn su dedo.  —Esto es lo único que no podré j a m á s obl obligar igarte te a hace hac e r por m í. Sam ara m iró llaa j oy oyaa y pal paliideció repent repentiinam nament ente. e.  —See ñorita Novoa  —S Novoa… … ¿¿Quier Quieree ccasa asarse rse conm igo?  

MALENKA RAMOS. Nací en Asturias en 1978 y mi pasión por la literatura viene heredada de mi padre, quien siempre ha estado rodeado de su biblioteca  parti  par ticc ular ular.. U Uno no de los prim primer eros os libros que leí ccon on aapena penass die diezz años fue La Ilíada Ilíada,,  a par parti tirr de ahí los clásicos se cconvi onvirtieron rtieron en m i pasi pasión. ón. Escritora eenn foros ddee rrelato Escritora elatoss y cuentos cuentos,, cre creéé la tril trilogí ogíaa « Venganz enganza» a» por un unaa mera apuesta; escribir sobre un género tan difícil como apasionante: el romántico-erótico. porque al final aacabó en un trabajo de seis años,Ya digo base difícil de relatos que llegaron tener convirtiéndose un millón de lectores en la red. Por esa razón se crearon los libros de esta historia tan diferente y  polémica  polém ica.. Sin embargo, mi trabajo no se limita solo al género erótico, sino que durante mucho tiempo y en la sombra también he escrito thrillers  y diversas novelas cuyos personajes siguen guardando esa esencia que intento mezclar y combinar  en mis libros: la ferocidad del ser humano, su lado más oscuro, junto con esa  pasión que nos hace hac e m á s re reaa les y que eess ca capaz paz de eenam nam ora orarr a un lec lector tor eexigente. xigente.

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