David Un Hombre Segun El Corazon de Dios - Emiliano Jimenez Hernandez
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Descripción: la historia de David...
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David Un hombre según el corazón de Dios
Emiliano Jiménez Hernández cruzgloriosa.org
PRESENTACION!.......................................................................................................................................1 1. MARCO HISTORICO!............................................................................................................................6 2. NACIMIENTO DE DAVID EN BELEN!.................................................................................................10 3. DAVID, PASTOR !.................................................................................................................................20 4. DIOS RECHAZA A SAUL!....................................................................................................................24 5. UNCION DE DAVID!.............................................................................................................................30 6. DAVID CALMA CON SU CITARA A SAUL!.........................................................................................38 7. COMBATE CON GOLIAT!....................................................................................................................43 8. MEDITACIONES DE DAVID !...............................................................................................................55 9. RIVALIDAD DE SAUL CONTRA DAVID!.............................................................................................58 10. DAVID PERSEGUIDO !.......................................................................................................................66 11. ABIGAIL!.............................................................................................................................................73 12. MUERTE DE SAUL Y SUBIDA DE DAVID AL TRONO !...................................................................76 13. JOAB!.................................................................................................................................................82 14. LA DANZA ANTE EL ARCA!..............................................................................................................86 15. LUCHA CONTRA LA IDOLATRIA!.....................................................................................................91 16. LAS GUERRAS DE DAVID!...............................................................................................................95 17. DAVID COMO JUEZ!........................................................................................................................102 18. LA PROFECIA DE NATAN!..............................................................................................................104 19. PECADO DEL 'HOMBRE SEGUN EL CORAZON DE DIOS'!.........................................................109 20. CONVERSION DE DAVID !...............................................................................................................114 21. SUBLEVACION DE ABSALON!......................................................................................................121 22. HUMILDAD DE DAVID !....................................................................................................................127 23. AJITOFEL Y JUSAY!.........................................................................................................................131 24. SUBIDA DE SALOMON AL TRONO !..............................................................................................140 25. MUERTE DE DAVID !........................................................................................................................145 26. EL ARPA DE DAVID !........................................................................................................................149 27. DAVID EN EL PARAISO !.................................................................................................................156 28. LA ESPADA DE DAVID !...................................................................................................................158 29. JESUS, HIJO DE DAVID!.................................................................................................................163
DAVID: UN HOMBRE SEGÚN EL CORAZÓN DE DIOS Emiliano Jiménez Hernández Dios suscitó por rey a David, de quien dio este testimonio: He encontrado a David, un hombre según mi corazón, que realizará todo lo que yo quiera. He13,22 El Señor se ha buscado un hombre según su corazón. 1Sam 13,14 _________ Versión electrónica creada sin fines de lucro para ser puesta al servicio de la Nueva Evangelización queriendo hacer llegar este texto a quienes tengan dificultad para obtenerlo en su versión impresa
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PRESENTACION
Yo creía que conocía a Dios. Como también creía conocer a David. Pero el Dios que yo conocía no se parecía a David. El corazón de Dios y el corazón de David no parecían semejantes en nada. Por ello, al leer el testimonio de Dios sobre David, me quedé sorprendido. Una de dos: o yo no conocía a Dios o yo no conocía a David. El testimonio de Dios es veraz, aunque no encaje en mi razón. De aquí nació este libro. Me puse a escrutar las Escrituras para conocer a Dios y para conocer a David. He querido conocer a David para conocer el corazón de Dios. Lo primero que he descubierto es que las apariencias engañan. El testimonio de Dios sobre David no coincidía con el mío porque "la mirada de Dios no es como la mirada del hombre, pues el hombre mira las apariencias, pero Yahveh mira el corazón". Por lo que se refiere a Dios, el mismo David le proclama "juez justo" (Sal 7,12), pues Dios juzga siempre con justicia. Y, como juez justo, "a éste humilla y a éste ensalza" (Sal 75,8). Y cuando humilla a uno y ensalza a otro lo hace con justicia y rectitud, aunque al hombre le parezca lo contrario. Por ello, aunque nos parezca que humilla a quien correspondería ser ensalzado y que ensalza a quien correspondería ser humillado, el hombre piadoso no deja que su corazón se incline a dudar de la justicia del Señor. El sabe que siempre habrá un motivo que se le oculta o que escapa a su comprensión. Los sabios, bendita su memoria, nos han dejado muchos relatos en los que, al final, se descubre la razón de la actuación del Señor. Se cuenta que un santo varón, después de ayunar y rezar, pidió a Dios que le permitiera acompañar a uno de sus ángeles para ver las maravillas que les encomendaba realizar en el mundo. Dios, aunque le amaba y solía escuchar sus súplicas, esta vez se negaba a concedérselo: -No comprenderás lo que veas hacer. Entorpecerás la acción del ángel con tus continuas preguntas para que te explique las razones de cada uno de sus actos. -Te prometo, Señor, que no le cansaré ni molestaré con mis preguntas, sólo deseo ver lo que le mandas hacer, nada más. Dios le puso la condición de que el ángel se separaría de él cuando quisiera saber la razón de su obrar. Aceptada esta condición, Dios accedió a su petición. Así, el ángel del Señor se presentó, en la figura de un profeta, ante el siervo de Dios y le invitó a acompañarlo. Caminaron los dos juntos y, al cabo de un rato, 1
se encontraron ante la casa de un pobre hombre, que no tenía más que una vaca. Entraron en la casa y hallaron al hombre sentado a la mesa con su mujer. Este pobre hombre, apenas los vio, se levantó y los recibió con toda amabilidad, ofreciéndoles la mejor comida que encontró en la casa. Los dos peregrinos comieron y bebieron y el buen hombre les honró todo lo que pudo. Cuando amaneció, el ángel se levantó, mató la vaca y se marcharon los dos. El santo varón no entendía por qué el ángel había matado la vaca y se decía para sus adentros: -No es justo lo que acaba de hacer. No puede ser un ángel del Señor. ¿Qué ha hecho este pobre hombre para que le mate la vaca? No ha hecho más que agasajarnos y... -¿No te ha puesto el Señor la condición de que cuando veas algo que no entiendes permanezcas callado? ¿Es que quieres que me separe de ti? El buen hombre se calló. Siguieron andando todo el día y por la tarde se hospedaron en casa de un hombre rico, que no se ocupó absolutamente nada de ellos; ni agua o un mendrugo de pan les dio. Cuando se levantaron, a la mañana siguiente, el ángel se dirigió hacia una de las paredes de la casa del rico, que estaba para derrumbarse, y la apuntaló para que no se cayera. Y, sin comentar nada, se marcharon los dos. El asombro del santo varón iba en aumento, pero esta vez se abstuvo de preguntar nada, para que el ángel no se alejara de él, dejándole en la total confusión. Caminaron todo el día. Al anochecer entraron en una sinagoga en la que había sillas de oro y plata. En cada silla había un hombre sentado, con su libro de oraciones en las manos. Los recién llegados saludaron y dijeron: -¿Quien convidará esta noche a estos dos pobres? Uno de los que estaban sentados, sin levantar siquiera la cabeza del libro, contestó: -Con pan y sal tenéis suficiente. Y no se ocuparon más de ellos. Los dos se echaron en un rincón y se durmieron. Al despertar, el ángel saludó a todos, diciéndoles: 2
-¡Dios os haga jefes a todos! Siguieron caminando todo el día. El santo varón iba apesadumbrado y arrepentido de haber querido saber lo incomprensible. Así, al caer el sol, llegaron a una ciudad. Entraron en ella y se detuvieron ante la casa de unos hombres pobres e indigentes. Cuando éstos los vieron se apresuraron a acogerlos con alegría y muestras de amabilidad. Les honraron según sus posibilidades y les ofrecieron abundante comida. Comieron y bebieron y pernoctaron en paz. Cuando se levantaron por la mañana, el ángel les dijo: -¡Dios os dé un solo jefe! El santo varón no pudo contenerse más y exclamó: -¡Señor mío!, líbrame de esta incertidumbre y me separaré de ti. No puedo comprender nada de lo que te he visto hacer. El ángel le dijo: -Lo que le ocurrió al pobre hombre, que se le murió la vaca, tiene una explicación muy sencilla. Su mujer tenía que morir aquel mismo día en que llegamos nosotros a su casa. Yo pedí a Dios que muriera la vaca a cambio de la esposa. -¿Y por qué apuntalaste la pared de la casa del rico, que no nos hizo el mínimo caso? -Apuntalé el muro que estaba a punto de caer, porque si hubiera caído habrían quedado al descubierto los cimientos y el impío hubiera encontrado en ellos un tesoro, que no merecía. Por eso lo apuntalé, para que resista aún un tiempo y el tesoro lo descubra otro que se lo merezca. Lo que hice en los otros dos casos, podrías entenderlo por ti mismo. Desear a los malvados que todos ellos lleguen a ser jefes es anunciarles su ruina. ¿No has oído nunca el refrán: "con muchos capitanes se hunde la nave"? En cambio, al desear a los otros que tuvieran un solo jefe, les deseé su bien pues "por uno inteligente se puebla la ciudad" (Eclo 16,4), es decir, con un experto se salva la nave. Después añadió: -Ahora que nos separamos, te daré un consejo que te será útil: si ves a un impío que prospera y se enriquece, no te asombres de eso, pues será para su mal. Y lo mismo, si ves a un justo, que está necesitado o sometido a pruebas, ciertamente se le evita con esto una desgracia mayor. Por esto cuida que tu corazón no te engañe con sus juicios. 3
Los libros de Samuel, como los libros de los Reyes y de las Crónicas, llenos de narraciones, son la base de este libro. Sus palabras son lo bastante luminosas como para transmitirnos la historia de David. Pero nos acercaremos a esta historia también desde el Midrash y el Targum, como una ayuda para hacer resonar y revivir el color fascinante de la historia. De este modo intentaremos desvelar las palabras dormidas bajo el velo de polvo, que cubre todo libro antiguo. Se trata de dar a las palabras su brillo antiguo, para que suenen hoy con toda su fuerza actual. Mi deseo es llegar hasta el corazón de David, hasta ese corazón en donde se halla la semejanza con Dios. No se trata simplemente de seguir la historia para conocer cómo termina, sino de descubrir el sentido de los acontecimientos, para participar del mensaje escondido en ellos. Se trata de descubrir las raíces del árbol en que estamos injertados. Los salmos, que la antigua tradición judía atribuye a David, nos ayudarán a descubrir la unión íntima que se da entre la fe y la historia concreta del elegido de Dios. La historia, con su multiplicidad de hechos, es una cadena de acontecimientos unidos por la mano de Dios, que teje interiormente dicha historia. La alianza que Dios pacta y mantiene fielmente es el hilo conductor que unifica la historia de la salvación. La historia, misteriosamente trenzada por la acción de Dios, es el seno de la salvación. La salvación de Dios se perfila en el correr del tiempo y no en la huida del tiempo y altibajos de la vida. Hasta el pecado, confesado y perdonado, anuda más fuertemente la alianza. La insatisfacción, la miseria, la oscuridad de los hechos llenan aparentemente la vida, pero, por debajo de esos hechos, corre el río de agua salvadora, que se abre cauce y aparece después luminoso, como fuente de alegría y reconocimiento en el canto de los salmos. La fe transforma los hechos en acontecimientos, que restan como memoriales de salvación. Los salmos llenan la vida del israelita. Por generaciones han llevado los salmos en sus manos como libro de compañía, guía del camino, voz de la plegaria, consuelo en el infortunio, fuerza en la adversidad, luz en las tinieblas de la existencia. En todo momento y en toda ocasión brota de sus labios una frase de un salmo. Una lágrima o una sonrisa, un triunfo o un fracaso son ocasiones para entonar un salmo. Diariamente, la oración de los salmos saca del corazón los sentimientos y deseos más íntimos. Toda emoción o experiencia halla en los salmos su acorde preciso. En ellos escuchamos la voz de David y la vida de fe de sus descendientes. David compone los salmos en medio del aprieto. El libro de los salmos no es un libro de memorias escrito en la calma posterior a los acontecimientos. No es un libro de poemas. Los salmos son frecuentemente un grito de ayuda, lanzado en medio de la tribulación, con la urgencia de la situación y la tensión del momento: "Señor, escucha mi voz, atiende mi súplica". Para descubrir el alma de David es preciso prestar oído al son del arpa. Al son del arpa nos revela el misterio de su corazón. Cuanto más vigorosamente se puntean las cuerdas del 4
arpa más fuertes son sus sonidos, más resuenan sus tonos. Del mismo modo, cuanto más fuerte Dios toca el corazón de David con la aflicción más fuerte y más bello es su canto. En la angustia, David recurre a su arpa: "¡Despierta alma mía! ¡Despertad cítara y arpa! El alma es despertada y estimulada al mismo tiempo que el arpa y la cítara. Los datos y fechas de la historia se registran en los anales del reino de David. Los acontecimientos se graban en el corazón y brotan a través de los labios en la plegaria íntima, que se hace canto e invitación al canto, haciendo partícipes a los demás de la propia alegría. Los hebreos no han llamado libros históricos a los libros de Samuel, de los Reyes, como el libro de Rut y de los Jueces, sino que los han considerado como "profetas anteriores". La historia es profecía, en ellos está el dedo de Dios actuando. Y ya sabemos que Dios escribe derecho hasta con líneas torcidas. Con ojos de fe podemos intuir la profecía luminosa debajo de la opacidad de la historia. La fe saca a la luz lo que se encuentra escondido debajo de la envoltura contingente de los hechos. Cada hecho nos revela una teofanía, una epifanía de Dios encarnado en la historia. David se nos hace figura anticipada del Mesías, Hijo de David. En David se anticipa en figura la encarnación del Mesías. La cruz atraviesa toda la revelación y en David se dibujan sus rasgos con luminosidad casi transparente. Se desvelará abiertamente en el cumplimiento de la figura en Cristo, hijo de David. El trazo vertical de la cruz es el designio de Dios sobre los hombres, que penetra como rayo de fuego las entrañas de David. Y el trazo horizontal son los hechos, el cuerpo que presta David al desarrollo del designio divino. En el largo y difuso acontecer de la existencia de David, con todo lo transitorio, contingente, desciende Dios y anuda en cruz al hombre con El. Es la alianza entre lo humano y lo divino, entre Dios y el hombre, lo que hace de la historia salvación, historia de salvación. Con el barro de David, profundamente pasional y carnal, circundado de mujeres, hijos y personajes que reflejan sus pecados, Dios plasma el gran Rey, Profeta y Sacerdote, el Salmista cantor inigualable de su bondad: "Un hombre según su corazón".
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1. MARCO HISTORICO
No es el marco lo importante, sino el cuadro. Pero el marco da realce al cuadro. Esto pretenden estas notas: enmarcar la vida de David en el marco histórico, para realzar la historia del rey según el corazón de Dios. La historia de David la encontramos en los libros de Samuel, que nos narran el advenimiento de la monarquía y de los dos primeros reyes: Saúl y David. Samuel es el último Juez, por ello es como el anillo de la cadena que une la etapa de los jueces y la de la monarquía. Los jueces eran figuras dispersas, locales, sin dinastía que les prolongara. Con Samuel se acaba la era de los jueces. Y él mismo, más que juez-jefe, es un profeta. No empuña nunca la espada ni el bastón de mando. En realidad es el confidente del Señor; recibe sus oráculos y los transmite a Israel. Con la entrada en la Tierra prometida Israel comenzó un proceso lento, que le lleva a establecerse en Canaan, configurándose como "pueblo de Dios" en medio de otros pueblos. La experiencia del largo camino por el desierto, bajo la guía directa de Dios, le ha enseñado a reconocer la absoluta soberanía de Dios sobre ellos. Dios es su Dios y Señor. Durante todo el período de los jueces no entra en discusión esta presencia y señoría divina. Pero, a medida que se van estableciendo, pasando de nómadas a sedentarios, poseyendo campos y ciudades, su vida y fe va cambiando. Las tiendas se sustituyen por casas, el maná por los frutos de la tierra, la confianza en Dios, que cada día manda su alimento, en confianza en el trabajo de los propios campos. Israel, establecido en medio de otros pueblos, contempla a esos pueblos y le nace el deseo de organizarse como ellos. Quiere cambiar sus estatutos políticos, sin darse apenas cuenta que con ello algo está cambiando en su alma. Pidiendo un rey, "como tienen los otros pueblos", Israel está cambiando sus relaciones con Dios. Samuel, el viejo juez, llamado por Dios en tiempos de Elí (1Sam 3), debe retirarse para dejar lugar al rey, que el pueblo reclama en un deseo incomprensible de autonomía respecto al mismo Señor. "Samuel había adquirido autoridad porque el Señor estaba con él y no dejó caer en vacío ni una sola de sus palabras. Por eso, todo Israel, desde Dan a Bersabea, sabía que Samuel había sido constituido profeta por el Señor" (1Sam 3,19-20). Pero ahora el pueblo le pide que se retire y les dé un rey. Samuel, persuadido por el Señor, cederá ante las pretensiones del pueblo. Pero, antes de desaparecer, se mostrará como verdadero profeta del Señor, manifestando al pueblo el verdadero significado de lo que está aconteciendo. Con ojos iluminados penetrará en el presente más allá de las apariencias, descifrando el designio divino de salvación incluso en medio del pecado del pueblo: 1Sam 12,6-11. 6
Samuel lee al pueblo toda su historia, jalonada de abandonos de Dios y de gritos de angustia, a los que Dios responde fielmente con el perdón y la salvación. Pero el pueblo se olvida de la salvación gratuita de Dios y cae continuamente en la opresión; grita de nuevo, confesando su pecado, y el Señor, incansable en el perdón, les salva de nuevo. El pecado de Israel hace vana la salvación de Dios siempre que quiere ser como los demás pueblos. Entonces experimenta su pequeñez y queda a merced de los otros pueblos más fuertes que él. Esta historia, que Samuel recuerda e interpreta al pueblo, se repite constantemente... hasta el momento presente: Pero, en cuanto habéis visto que Najás, rey de los ammonitas, venía contra vosotros, me habéis dicho: ¡No! Que reine un rey sobre nosotros, siendo así que vuestro rey es Yahveh, Dios vuestro. Aquí tenéis ahora el rey que os habéis elegido. Yahveh ha establecido un rey sobre vosotros. Si teméis a Yahveh y le servís, si escucháis su voz y no os rebeláis contra las órdenes de Yahveh; si vosotros y el rey que reine sobre vosotros seguís a Yahveh, vuestro Dios, está bien. Pero si no escucháis la voz de Yahveh, si os rebeláis contra las órdenes de Yahveh, entonces la mano de Yahveh pesará sobre vosotros y sobre vuestro rey. Estamos en el año mil. Los filisteos, que llegaron a Palestina poco después que los israelitas, han convivido codo con codo junto a Israel unos doscientos años, en intermitentes pero crecientes fricciones durante la época de los Jueces. Pero hacia el año mil, los filisteos, no muy numerosos pero formidables guerreros, pretendieron la hegemonía sobre Palestina, hostilizando constantemente a los israelitas. De aquí que fueran una amenaza permanente para Israel. Su monopolio del hierro les daba una preeminencia militar sobre los israelitas, mal equipados. Para proteger su monopolio del hierro, los filisteos prohibieron a Israel, sometido a ellos, la industria de los metales, dependiendo, para todos los servicios, de los artesanos filisteos (1Sam 13,19-22). Además los tiranos filisteos actuaban concertadamente entre ellos. Los israelitas, divididos en tribus, difícilmente podían hacerles frente. Las doce tribus de Israel estaban completamente divididas entre sí, con fuertes tensiones entre ellas. En las últimas páginas del libro de los Jueces se narra que la tribu de Benjamín ha cometido un delito tan grave que las otras tribus deciden eliminarla. Sólo un resto se salvará refugiándose en los bosques. Estas tensiones internas debilitaban su fuerza frente a los enemigos externos. Los israelitas sufrieron un primer duro golpe en el año 1050 cerca de Afeq (1Sam 4). Los israelitas, para frenar el avance filisteo, llevaron a la batalla desde Silo el Arca de la alianza con la esperanza de que la presencia de Yahveh les diera la victoria. Pero el ejército fue desbaratado; Jofní y Pinjás, los sacerdotes que llevaban el arca, fueron matados, y el Arca misma fue capturada por los filisteos. Aunque los filisteos devolvieron pronto el Arca a los israelitas, 7
a causa del terror que les inspiró una plaga (1Sam 5-7), sin embargo siguieron dominando sobre Israel. En estas circunstancias Israel eligió a Saúl como primer rey de Israel, una vez vencida la resistencia a la monarquía que opuso el vidente Samuel, que finalmente fue quien le ungió, primero en privado en Ramá y, luego, públicamente en Mispá (1Sam 9,1-10.16;10,17-27). La expansión de los filisteos ponía en peligro la existencia misma de Israel e impuso la monarquía. Saúl es, en un principio, como un continuador de los Jueces, pero su reconocimiento por todas las tribus le convierte en una autoridad universal y permanente, naciendo así la realeza. La monarquía es fruto del miedo. A pesar de la larga experiencia de intervenciones salvadoras de Dios, Israel ante la amenaza olvida su historia y se deja condicionar por el peligro presente. Cancelada la memoria, sólo queda el peligro presente y la búsqueda angustiosa de una solución inmediata. Esta transición a la monarquía fue fatigosa y dramática. El primer rey, Saúl, caerá muy pronto. Samuel, fiel al Señor, rompió con Saúl y se convirtió en su enemigo. La elección de Saúl había sido hecha por designación profética y por aclamación popular (1Sam 10,1ss; 11,14ss). Las primeras empresas de Saúl contra los filisteos fueron tales que justificaron la confianza depositada en él. Israel respiró de nuevo y cobró nuevas esperanzas. Los filisteos son arrojados hasta su territorio, quedando liberada la tierra de Israel. En los confines israelitas tendrán lugar los posteriores encuentros, en el valle del Terebinto y en Gelboé. Pero el respiro fue sólo temporal. Saúl acabó con un triste fracaso, que dejó a Israel peor que antes. El combate de Gelboé acabó en desastre. Saúl, con su inestabilidad emocional, cayó en depresiones al borde de la locura. Oscilando como un péndulo entre momentos de lucidez y disposiciones de ánimo oscuras, queriendo agradar a Dios y a los hombres, sólo lograba indisponerse con todos. Sus compromisos le enemistaron con Dios, y Samuel rompió con él. Saúl llega a usurpar la función de sacerdote (1Sam 13,4-15) y viola el anatema (1Sam 15). El "espíritu malo" de Yahveh le invadió hundiéndolo en la depresión, de la que sólo se libraba con los acordes de la música del joven David, el último de los ocho hijos de Jesé. La popularidad de David acrecentó la ruina de Saúl, a quien le comían las entrañas los celos. Pero David, a quien Saúl necesitaba y odiaba, se ganó la amistad de Jonatán, hijo de Saúl y la mano de Mikal, hija del mismo Saúl. La fama de David fue así eclipsando al primer rey de Israel. Obsesionado por perseguir a David, Saúl se olvidó de los filisteos, que volvieron a someter a Israel. En la batalla de Gelboé las tropas israelitas fueron aniquiladas, los tres hijos de Saúl murieron y el mismo Saúl, gravemente herido, se suicidó. Saúl lo ha perdido todo y no logra siquiera encontrar uno que lo mate; se expone en primera fila, pero los enemigos no le matan; no le quiere matar su escudero, 8
pues no desea incurrir en tal sacrilegio. No le queda a Saúl más que abandonarse él mismo a la espada clavada en tierra. Dios ha rechazado a Saúl. En este marco se encuadra la historia del rey David.
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2. NACIMIENTO DE DAVID EN BELEN
David, el elegido de Dios, desciende de una familia de elegidos de Israel. Entre los elegidos de Israel se encuentran Abraham y Jacob, Leví y Judá, Moisés y Salomón. Pero, entre todos, sobresalen Moisés y David: Moisés, el gran profeta, es el elegido entre los profetas; y David, el gran rey, es el elegido entre los reyes. En la genealogía de David, los sabios, bendita su memoria, han llegado hasta Miriam, la hermana de Moisés. También entre sus antepasados se cuenta Naason, "el príncipe de la tribu de Judá", el primero en atravesar el mar Rojo después de la salida de Egipto... Pero ya cercanos a su nacimiento, están, como elegidos de Dios, su abuelo y su padre. La vida de su abuelo Obed no tuvo otro objetivo que el servicio a Yahveh, como indica su mismo nombre: "el siervo". Y Jesé, el padre, fue uno de los más grandes sabios de su tiempo y uno de los cuatro que murieron sin contaminarse con el pecado. Si el Santo, bendito sea, no hubiese decretado, a raíz del pecado de Adán, la muerte para todos los hombres, ciertamente Jesé hubiera vivido para siempre. Por ello, Jesé no murió de muerte natural, sino que, al cumplir cuatrocientos años, murió de muerte violenta a mano del rey de Moab, a cuyo cuidado dejó David su familia cuando huía de Saúl. A pesar de su piedad Jesé no se libró de ser tentado en su vida. Una de sus esclavas se encaprichó con él y trató de acostarse con él. Pero Dios le salvó de ello, inspirando a su esposa, Nazbat, que se disfrazara de esclava. Y así, gracias a esta treta, Jesé se encontró con su propia esposa en lugar de tener relaciones ilícitas con la esclava. El niño que nació a Nazbat fue entregado como hijo a la esclava, ya liberada, para que el padre no descubriera el engaño de que había sido objeto. Este niño, de cabellos rojos, despreciado por sus hermanos, era David. En realidad, el nacimiento de David participa del misterio de todo elegido de Dios. Su vida se la debió a Adán. Cuando el Santo, bendito sea, hizo pasar ante Adán a todas las futuras generaciones, viendo que a David sólo se le concedían tres horas de vida, Adán rogó al Señor que concediera a David setenta de los mil años que le habían sido destinados a él. El Señor accedió y el hecho fue escrito con letras de oro y rubricado por Dios y por el ángel Metatrón. Setenta años de Adán fueron cedidos a David y, de acuerdo con los deseos de Adán, belleza, dominio y un don poético acompañaron a estos años.
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Metatrón se encargaría de hacer cumplir este decreto en el futuro, cuando llegara el tiempo del nacimiento de David en Belén de Judá. Al ver los cabellos rojos, sus hermanos sospecharon que era fruto de un adulterio de su madre y estuvieron a punto de matar a madre e hijo ya a las tres horas del parto. David más tarde comparará su suerte con la de Abel a quien mató su hermano: "Esto no me sucedió a mí porque Dios me ha guardado y ha mandado a sus ángeles que me protegieran; pero también yo fui víctima de la envidia de mis hermanos y mi padre y mi madre no me tuvieron en cuenta". Protegido por los ángeles del Señor, David salva su vida, pero sólo a condición de ser considerado como siervo y así, durante veintiocho años, se dedicó a pastorear el rebaño de su padre Jesé en los campos de Belén. Belén, la aldea de casas blancas como palomas, anida en la falda de las montañas de Judá. En ella nace David. En la aldea de Belén, al aire y libremente, goza David de una paz larga y tendida, fruto de la bendición del Señor, que le infunde una alegría que supera a la alegría que produce la abundancia del trigo y el vino. Con razón puede cantar, al caer la tarde: "En paz me acuesto y en seguida me duermo, porque Tú, Señor, me haces vivir tranquilo". Es el recuerdo de sus años de pastor lo que David evocará cuando, más tarde, se sienta inmerso en las intrigas de la corte del rey Saúl, acusado y acosado por sus enemigos que, amantes de la falsedad y el engaño, ultrajan su honor, hasta hacer dudar a sus fieles compañeros, que le susurran: "¿Quién podrá darnos la dicha si la luz del rostro del Señor ha huido de nosotros?". Pero esto será más tarde. Ahora es el momento de acumular la experiencia de la paz de Dios, que con sus favores le ensancha el corazón, le da holgura cada vez mayor, según le va colmando de alegría. Es la anchura de la tierra, dilatada en el Valle del Terebinto, con su asombro de oro en sus latitudes. Tras sus rebaños de ovejas, David recorre los valles y las colinas, sube a la cumbre de las montañas, desde donde sus ojos hacen la ronda en torno hacia Hebrón, Engadí, Nob... Y en la noche, el sueño le dilata el horizonte hacia atrás y hacia adelante. Revive la historia de su bisabuela Rut, que le ha contado su abuelo Obed, a la sombra de los arbustos a mediodía: En el tiempo de los jueces, cuando aún no había rey en Israel y cada uno hacía lo que mejor le parecía, hubo una carestía en el país, carestía de pan y pobreza de alma y corazón. Entonces Elimélek (mi Dios es rey), descendiente del patriarca José, vivía en Belén en los montes de Judea, en el corazón de la Tierra Santa. (Y los sabios, bendita su memoria, aprovechan la ocasión para intercalar su enseñanza: Has de saber que fueron diez las recias carestías que se decretaron 11
desde los cielos para que aconteciesen en el mundo, desde el día en que fue creado el mundo hasta el tiempo en que venga el rey Mesías. Carestía primera: en los días de Adán. Carestía segunda: en los días de Lamek. Carestía tercera: en los días de Abraham. Carestía cuarta: en los días de Isaac. Carestía quinta: en los días de Jacob. Carestía sexta: en los días de Booz, que era de Belén. Carestía séptima: en los días de David, rey de Israel. Carestía octava: en los días del profeta Elías. Carestía novena: en los días de Eliseo, en Samaría. Carestía décima: ha de ser no hambre de pan, y no será sed de agua, sino de oír la palabra de Yahveh). En los tiempos del hambre de Belén nuestro antepasado Elimélek, con su mujer Noemí (mi gracia y alegría) y sus dos hijos, Majlón y Kilyón abandonaron la alta tierra de la promesa de Dios para descender a las bajas llanuras de Moab, más allá del Jordán, instalándose junto a los paganos cananeos, descendientes de Moab. Triste historia, pues si abandonan la tierra prometida a nuestros padres es, sobre todo, porque han perdido la esperanza en Israel y en el Dios de Israel. No han dejado la tierra de Israel transitoriamente, mientras pasa la carestía, sino que "llegados a los campos de Moab, se establecieron allí". El glorioso Elimélek ha decidido dejar tras de sí, en el pasado, la patria de Israel. ¡Qué bien expresan los nombres de los hijos la situación a que ha llegado esta familia: Majlón, el enfermizo, y Kilyón, el anonadado! Esta era la situación de Israel al final de la época de los jueces. El pueblo elegido se estaba arruinando, enfermo y anonadado. De aquí la necesidad de instaurar un rey, que salvara a Israel. Moab, junto con Ammón, al este del Jordán, son dos pueblos que viven sin espíritu, en la más cruda exterioridad materialista. Allí espera Elimélek encontrar la solución para su familia. Pero, al poco tiempo, Elimélek murió y Noemí quedó viuda. Sus dos hijos, violando la ley de Moisés, se casaron con Orpá y Rut, dos muchachas moabitas no convertidas, de las que no tuvieron hijos. El dedo de Dios, que conduce la historia, les cerró el seno, haciéndoles estériles. Y, a los diez años, murieron también los dos esposos, los hijos de Noemí. La descendencia de Elimélek y Noemí se ha terminado en Moab; parece cancelada para siempre su existencia. Noemí, entonces, sin esposo y sin hijos, decidió regresar a Belén, pues Yahveh había visitado nuestra tierra, dándola de nuevo pan. Lo que ella esperaba encontrar en el exilio, lo descubre en medio de sus hermanos, los israelitas. Pero Noemí retorna a Israel sin marido, sin hijos ni descendencia alguna: una viuda envejecida y pobre, sin ninguna posibilidad de futuro. Partió de Israel con hambre de pan y regresa "con las manos vacías". Se presentará diciendo a sus conciudadanos: "No me llaméis ya Noemí, sino Mara, amargada, porque el Omnipotente me ha amargado tanto".
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Noemí, pues, se puso en camino hacia Judá. Sus dos nueras la acompañaban. Pero Noemí, besándolas, les dijo: -Volveos cada una a casa de vuestra madre. Aún sois jóvenes y Yahveh tendrá piedad de vosotras como vosotras la habéis tenido conmigo, alimentándome, y con mis hijos, pues os habéis negado a tomar marido después de su muerte. Yahveh os hará encontrar un esposo con quien vivir una vida apacible. Al oírla, las dos nueras rompieron a llorar y le dijeron: -No volveremos a nuestro pueblo ni a nuestro dios. Iremos contigo a tu pueblo y aceptaremos a tu Dios. Noemí, conmovida, se tragó las lágrimas y respondió: -Volveos, hijas mías. ¿Qué sacaríais con venir conmigo? ¿Acaso tengo yo hijos en mi seno que puedan ser esposos vuestros? Yo soy ya una vieja para casarme otra vez. Y, aun cuando me quedara alguna esperanza y decidiera hoy mismo casarme de nuevo y me nacieran hijos, ¿esperaríais, sin casaros, hasta que ellos fueran mayores? No, hijas mías, aunque se me rompe el corazón, es mejor que os volváis a casa de vuestra madre, ya que la mano de Yahveh ha caído sobre vosotras, privándoos del esposo en vuestra juventud. Os lo suplico, hijas mías, no amarguéis más mi alma, haciendo que viva angustiada por mí y por vosotras. Las dos nueras se echaron a su cuello entre sollozos. Finalmente, Orpá besó a su suegra y se volvió atrás, "a su pueblo y a su dios", permaneciendo para siempre en la idolatría del dios Moloch. Pero Rut no quiso separarse de ella. Noemí le dijo: -Mira, Orpá, tu cuñada, ha regresado a su pueblo y a sus dioses. Vete también tú en pos de ella a tu pueblo y a tus dioses. Pero Rut le respondió: -No insistas en que te abandone y me separe de ti, porque donde tú vayas, yo iré, donde tú habites, habitaré yo. Tu pueblo será mi pueblo y tu Dios será mi Dios. Donde tú mueras allí seré enterrada también yo. Noemí le dijo: -Nosotros hemos recibido la orden de observar los sábados y los días festivos, sin caminar más de dos mil codos. 13
Rut replicó: -Donde tu vayas iré yo. Noemí añadió: -Hemos recibido la orden de no habitar en compañía de las naciones. Rut replicó: -Donde tú habites, habitaré yo. Siguió aún Noemí: -Hemos recibido la orden de no dar culto a dioses extraños. Respondió Rut: -Te lo he dicho y repito, no insistas, tu Dios será mi Dios. ¡Que esto me haga Yahveh y esto otro añada sobre mí, si me separa de ti otra cosa que no sea la muerte! Al ver lo decidida que estaba, Noemí no insistió más. Así es como Noemí y Rut marcharon juntas y llegaron juntas a Belén, al comienzo de la siega de la cebada. Al verlas llegar, las mujeres de Belén, conmovidas, se comunicaban la noticia unas a otras, diciendo: -¿No es ésta Noemí? Pero ella repetía una y otra vez: -No me llaméis ya Noemí -"mi dulzura"-, sino Mara, porque Sadday me ha llenado de amargura. Marché satisfecha con mi marido y mis hijos, pero Yahveh me ha hecho volver vacía sin ellos. ¿Por qué, pues, me llamáis Noemí? Ante Yahveh ha sido testificada mi culpa contra mí y El me ha llenado de amargura. Y contaba a todas la historia de su peregrinación en los campos de Moab, donde dejó enterrados a su esposo y a sus dos hijos. Así es como Rut, la moabita, mi madre y bisabuela tuya, llegó a Belén acompañando a su suegra Noemí. Con esto el abuelo Obed, siervo de Dios, daba por terminada la historia. Pero David quería conocer la continuación y suplicaba a su abuelo que siguiera contándole de su familia. Obed entonces se remontaba en la genealogía hasta 14
Miriam, la hermana de Moisés, como su ascendiente; otras veces llegaba hasta los patriarcas Jacob, Isaac y Abraham o hasta Adán, formado por las mismas manos de Dios. A David, en estas narraciones, siempre le llamaba la atención el papel de las tres mujeres, que se incluían en el árbol genealógico de su familia: Tamar, que se disfrazó de prostituta para tener descendencia de Judá, Rajab, la madre de Booz, y Rut la moabita... David amaba a su abuelo, que le había enseñado el arte de apacentar los rebaños, a distinguir las hierbas tiernas para los corderos y las duras para las cabras. También le había enseñado a tocar la flauta, la cítara y el arpa y a mirar las estrellas, el río y los árboles, y a cantar al Señor, Creador del cielo y de la tierra. Nadie como David conocía la piedad de su abuelo y, por ello, le molestaba que algunos pastores le llamaran el nieto de Obed, aludiendo a la madre de su abuelo que vivió sus primeros días entre los siervos de Booz, el padre. No se avergonzaba David de esa parte de su historia, más bien le conmovía la ternura y sencillez de Rut. Aunque su abuelo se resistiera a contarla, él la conocía y se enternecía con ella: Booz era pariente de Noemí. Pero Noemí había vuelto a Belén en la más completa miseria y Booz, absorbido por su riqueza, o no se enteró de la vuelta de su pariente o no quiso darse por enterado. Pero el amor de Rut a su suegra Noemí la llevó a las tierras y a los brazos de Booz. Era la época de la siega de la cebada. Rut dijo a Noemí: -Déjame ir al campo a espigar detrás de aquel a cuyos ojos halle gracia. Con pena y un tanto humillada, Noemí le respondió apenas: -Vete, hija mía. Rut salió al campo y se puso a espigar detrás de los primeros segadores que encontró. Quiso la suerte -¡Bendito sea el Señor de la suerte!- que Rut fuera a dar en una parcela de Booz, de la familia de Elimélek, el esposo de Noemí. A media mañana llegó Booz, despierto y campechano, saludando a los segadores: -¡Yahveh con vosotros! -¡Yahveh te bendiga!, respondieron ellos a coro. Booz, entonces, descubre a Rut y pregunta: -¿De qué nación es esa muchacha?
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Le respondió el criado que Booz había constituido como jefe de los segadores: -Es la joven moabita que ha venido con Noemí de los campos de Moab. Ella, con los ojos bajos, pero con el coraje del amor, se acercó y le dijo: -Permitidme espigar detrás de los segadores. Aquí estoy en pie detrás de ellos desde la madrugada. Algo tocó el corazón de Booz al escuchar la súplica de la mujer. Con solicitud inusitada le dijo: -Alza tu frente, hija mía, y escúchame. Que tú recibas una recompensa plena de parte de Yahveh, Dios de Israel, bajo cuyas alas has venido a refugiarte; que El te recompense lo que has hecho, dejando tu madre, tu pueblo y tu dios para seguir a Noemí. No vayas a espigar a otros campos, quédate aquí junto a mis siervos. Cuando terminen esta parcela vete con ellos a la siguiente. Espiga tras ellos, que no te molestarán. Y si tienes sed bebe del agua de sus vasijas. Conmovida, Rut cayó a sus pies y exclamó: -¿Cómo es que he hallado gracia a tus ojos para que te fijes en mí no siendo más que una extranjera, perteneciente a las hijas de Moab, que no hemos obtenido la gracia de participar en la asamblea de Yahveh? Y Booz le respondió: -Hija mía, nuestros sabios, bendita su memoria, me han ilustrado que el decreto de Yahveh sobre tu pueblo sólo se refiere a los varones. También se me ha comunicado proféticamente que de ti han de salir reyes y profetas, pues has dejado a tu dios y a tu pueblo, la casa de tu padre y la tierra de tu nacimiento y has venido a un pueblo que antes no conocías. ¡Que Yahveh te colme de sus bendiciones pues has venido a cobijarte bajo las alas de la Shekinah de su gloria! ¡Que tu porción esté con Sara, Rebeca, Raquel y Lía! Le replicó ella: -Encuentre yo gracia ante ti, señor mío, porque tú me has confortado considerándome digna de ser aceptada en la asamblea de Yahveh. Y a la hora de la comida le dijo Booz: -Ven aquí y moja tu rebanada en el caldo de los segadores. 16
Ella se sentó al lado de los segadores y Booz le ofreció trigo tostado y comió y se sació, y guardó lo que le sobró. Luego estuvo espigando en el campo hasta la tarde. Vareó las espigas que había recogido. Se cargó la cebada y volvió a casa, mostrando satisfecha a su suegra el fruto de su trabajo. Luego le dio también el alimento que le había sobrado después de que ella se había saciado. Le preguntó su suegra: -¿Dónde has espigado hoy, que te fue tan bien? ¡Que sea bendito quien se ha interesado por ti! Le respondió: -La suerte me llevó a los campos de un varón llamado Booz. Y Noemí dijo a su nuera: -¡Que le bendiga Yahveh, pues su bondad no ha abandonado a los vivos ni a los muertos! Ese hombre es pariente nuestro; es uno de nuestros go'el. Y Rut le dijo: -El me ha dicho: Continúa con mis muchachos hasta el tiempo en que se concluya toda mi cosecha. Y Noemí, conmovida, dijo a su nuera: -Bueno es, hija mía, que vayas con ellos y que no te encuentren en otros campos. Sin marido, sin fortuna, extranjera, Rut no es más que una huérfana espigadora. Pero, aunque sea hija de idólatras, se ha refugiado en Belén bajo las alas del Santo de Israel. Aconsejada por su suegra, en la noche cálida y casta de junio, Rut descenderá a la era donde duerme Booz, después de haber aventado la parva de cebada, haber comido y bebido con la alegría de la cosecha. Con el pasmo en el corazón descubrirá los pies de Booz y se acostará junto a él. Y aquí entra en acción el Santo, bendito sea, que desde la creación se encarga de combinar los matrimonios, haciendo que se encuentren el hombre y la mujer creados el uno para el otro según sus designios. En los montes de Judea, coronados de estrellas, Booz se despertó sobresaltado de su profundo sueño y se encontró, como en los orígenes Adán, con una mujer acostada a sus pies. En la semioscuridad de la noche de verano, con voz ronca pregunta: -¿Quién eres?
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Rut le responde con las palabras de bienvenida que él mismo Booz le ha dirigido la víspera: -Soy Rut, tu sierva, extiende las alas de tu manto sobre tu sierva y tómame como esposa, porque tú eres mi go'el. -Sí, yo te rescataré, como es verdad que el Eterno vive. Es la respuesta solemne de Booz, que siente la presencia del Dios vivo, bendiciendo el amor que El mismo ha suscitado entre él, avanzado en edad, y la joven Rut, que "no ha ido a buscar esposo entre los jóvenes". Gracias al Santo, bendito sea, los dos pueden empezar a vivir y a esperar que, en un día futuro, de su descendencia nazca el Esperado de Israel. Así Rut es rescatada por Booz, su go'el que, según la ley del levirato, la esposa y la hace madre en Israel. De este modo, a través de Rut, entra en la historia de la salvación el pueblo de Moab, condenado a las tinieblas desde sus orígenes incestuosos. Lot, el ascendiente de Rut, se une finalmente a Abraham, ascendiente de Booz. Lot, el ambicioso sobrino de Abraham, se separó del tío descendiendo a las llanuras fértiles de Sodoma para establecerse en ellas. Rut, en cambio, siguiendo la fe de Abraham, decide emigrar "lejos de la casa de su padre, de su ciudad", para seguir a Noemí a Belén, al encuentro de su redentor (su go'el). De esta unión inesperada de un descendiente de Abraham y de una moabita, más tarde, nacerá el Mesías de Israel. El Santo, bendito sea, bendijo a Rut y a Booz con un hijo, a quien llamaron Obed, y que Noemí, la abuela, adoptó como hijo. Así la felicitaron en Belén: -¡Un hijo le ha nacido a Noemí! Pero a Booz, todo el pueblo de Belén, junto con los ancianos reunidos a la puerta de la ciudad, le felicitan con el curioso augurio: -Que tu casa sea como la casa de Peres, el hijo que Tamar dio a Judá, gracias al semen (a la posteridad) que Yahveh te dará a través de esta mujer. Son los designios misteriosos del Santo, que salva y lleva adelante la historia por vías insondables, por encima de los pecados del hombre. Si Rut es Moabita, hija del incesto de la hija mayor de Lot, también Booz es descendiente de Peres, el hijo de la unión medio incestuosa de Tamar con su suegro, el inocente Judá, hijo del patriarca Jacob. Así es la genealogía del rey David, que va desde Peres a Booz, que engendró a Obed, padre de Jesé, del que nació David. 18
La voz de la sangre o el Dios de la historia arranca la confesión del corazón de Booz. Abuelo y nieto, en la paz de Belén, entonan a coro el cántico: Oh Dios, tú mereces un himno en Sión, porque tú escuchas las súplicas. Los habitantes del extremo del orbe se sobrecogen ante tus signos, y a las puertas de la aurora y del ocaso las llenas de júbilo. Tú cuidas de la tierra, la riegas y la enriqueces sin medida; la acequia de Dios va llena de agua; preparas sus trigales. Así la preparas: riegas los surcos, igualas los terrones, tu llovizna los deja mullidos, bendices sus brotes; coronas el año con tus bienes, tus carriles rezuman abundancia; rezuman los pastos del páramo y las colinas se orlan de alegría; las praderas se cubren de rebaños y los valles se visten de mieses que aclaman y cantan.
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3. DAVID, PASTOR
Belleza y talento, los dones de Adán a David, no libraron a David de dificultades. Eliab, el hermano mayor de David, encendido en cólera, le apostrofó: -¿A quién has dejado el rebaño en el desierto? ¿Qué has venido a hacer aquí? Ya conozco tu atrevimiento inconsciente y la maldad de tu corazón. Has venido a curiosear, a ver la batalla. Es el hermano mayor, el primogénito, alto y fuerte, que no tiene ojos para el hermano pequeño. Le ciega el orgullo y la cólera. Por ello ofende injustamente a David, que con calma le responde: -Dime, ¿qué he hecho? ¿Es que no se puede hablar? Y mientras responde a su hermano, que no le escucha, David entra en su interior, donde Dios dirige su mirada, y ora: "Examíname, Señor, ponme a prueba, sondea mis entrañas y mi corazón, porque tengo ante los ojos tu bondad". Y Dios realmente fija sus ojos en el corazón de David lo mismo que examina el corazón de sus hermanos. Sus hermanos mayores, orgullo de su padre, son presentados a Samuel y, más tarde, enviados al ejército de Saúl. Son grandes y fuertes, hombres de guerra. David es el pequeño, que nadie invita al sacrificio de Samuel ni se cuenta con él para luchar contra los filisteos. En cambio, David, el pequeño, va y viene, va a la corte del rey y vuelve a cuidar el rebaño de ovejas. Pero no va con armas, sino con su arpa; no se le invita a la guerra contra los extranjeros, sino a sanar con la música el corazón del rey de sus enemigos internos. Ante la mirada de Dios, David se sentía libre. Y esa libertad se expresaba en sus ojos limpios y ardientes como el arco iris, formado de sol y lluvia. Por ello el corazón le latía al ritmo de la sangre y sus labios susurraban salmos, casi sin darse cuenta, algo así como brotan y maduran las frutas en los árboles. Las notas y las sílabas iban cayendo como gotas de rocío que el viento arranca de las palmeras de Engadí. David era un joven apuesto, inteligente y valiente. Por ello, su padre, Isaí, le encomendó el cuidado de su rebaño de ovejas, aunque era el más joven de sus hijos. Esto es lo que dicen los sabios, bendita su memoria. Pero no todos piensan como ellos. David no estuvo libre de sospechas infamantes. Su cabello rojizo le hizo sufrir el desprecio de sus mismos hermanos. Las sospechas de que fuera hijo de una esclava, afirman las malas lenguas, fue la causa de que fuera 20
alejado de la compañía de sus hermanos y mandado al desierto, donde pasó sus días pastoreando el rebaño de su padre. Pero el Santo escribe derecho con líneas torcidas. A Dios le gusta el juego del columpio. Lo pobre y despreciado, lo que no pesa es lo que sube y es ensalzado, mientras que la arrogancia hace al hombre pesado y en el columpio del Señor baja hasta quedar en tierra. Fue la vida de pastor lo que llevó a David a su exaltación. David se dedicaba al pastoreo con gran amor. Se levantaba al alba y, recitadas sus plegarias, con el zurrón al hombro y el cayado en la mano, se dirigía al aprisco, sacaba el rebaño y le llevaba a los pastos del campo. Belén está situada en una zona radiante de montes en la región de Judea. A Belén se la llama casa del pan, posada de reposo, campo de pastores. Al salir el sol, el rocío brilla en la amplia campaña que circunda la ciudad. La llanura de trigo verde comenzaba a dorarse, cuando una bandada de palomas torcaces, alborotadas, revoloteó entre los olivos. En las grutas calientes y umbrías penetra el sonido de las esquilas de las ovejas, que se desperezan al alba. Los hilos de las arañas se trenzan entre las briznas de paja y heno... Todo el paisaje de Belén entraba por los ojos de David hasta hacer vibrar su alma. La alegría pujaba entonces incontenible hasta convertirse en canto. Transportado, en armonía dedos y labios, brotaban música y palabras desde el hondón de su ser. El corazón del joven pastor rebosaba de contento ante la vista del luminoso paisaje. Delante del rebaño, al comienzo, y detrás de él, más tarde, David iba canturreando las melodías, que luego serían los "salmos de David". El salmo brota en el corazón de Belén silenciosamente como los sueños de la hierba en la noche. No le gustaba a David detenerse en los prados cercanos a los campos cultivados de trigo; temía que las ovejas se le escaparan y pisotearan las espigas. Por ello, prefería caminar hasta los pastos, aunque fueran lejanos, pero no cultivados de cereales. A lo largo del camino se distraía arrancando melodías a la cítara, sosteniendo con la música el cansancio de las ovejas más débiles. Su oído excelente le permitía distinguir y reproducir los más variados sonidos de la naturaleza: el piar de las aves, el roce de las mieses, el susurro del viento en los árboles, el murmullo de las aguas. Pasaba largas horas escuchando la palabra del árbol y el eco de las piedras rodando por el arroyo; tras noches enteras escuchando la ininterrumpida plática del cielo con la tierra, de los abismos con las estrellas, nadie mejor que el pastor conoce el idioma de los bosques, de los vientos y las nubes: "El cielo proclama la gloria de Dios, el firmamento pregona la obra de sus manos; el día pasa el mensaje al día; la noche se lo susurra a la noche". 21
Así seguía al rebaño, sin perderlo de vista por un instante. Se cuidaba de que los corderillos no se quedasen rezagados y, si alguno se cansaba y no conseguía mantener el paso, David lo cargaba en torno a su cuello. Llegado al lugar de los pastos, se preocupaba de que todos encontraran su alimento; él mismo cortaba el pasto y se lo daba en la boca a las ovejas recién paridas o a los corderillos. Al mediodía, escuchando a los pájaros, el pastor se duerme contemplando sus alas. En otras ocasiones, el olor a lluvia del campo le penetra en el corazón, ablandándolo y dilatándolo para acoger la vida y sembrarse de esperanzas. Las nubes gotean el gozo y el amor de lo alto. Dios dibuja y desdibuja su nombre para su pastor en el firmamento. Así, día a día, de sábado a sábado, se va llenando el corazón de David del canto al Señor, del mismo modo que, al caer la tarde entre los montes, las sombras se van acomodando por todos los rincones. El elegido del Señor se prepara a su misión de rey de Israel, ejercitándose como pastor del rebaño de su padre, tomando cada día conciencia de su pequeñez; aprendiendo a cuidar de los hombres que le serán encomendados, cuidando ahora de las ovejas y corderos; abandonándose con confianza a Dios, se va vistiendo cada día las armas de la fe y la obediencia. Se cuenta que en cierta ocasión no logró encontrar más que un campo de malezas y arbustos. ¿Qué hizo? Por temor a que las ovejas más jóvenes y fuertes se comieran los tallos más tiernos y que las demás no encontraran luego nada qué comer, David hizo entrar primero sólo a los corderos para que se nutrieran de lo más tierno del pasto; luego hizo entrar a las ovejas más viejas y achacosas y, finalmente, cuando éstas se hubieron saciado, dejó pastar a las jóvenes, que podían triscar y comer hasta de las hierbas más duras o difíciles de alcanzar. De este modo consiguió saciar a todo el rebaño... Yahveh, que escruta al justo, examinaba a David en el pastoreo. Así el Señor apreció el comportamiento de David con el ganado y, viendo su corazón de pastor, se dijo el Santo, bendito sea su nombre: -Quien sabe apacentar a cada oveja según sus fuerzas, será el que apaciente a mi pueblo. Así Yahveh "eligió a David su servidor, le sacó de los apriscos del rebaño, le tomó de detrás de las ovejas, para pastorear a su pueblo Jacob, y a Israel, su heredad. El los pastoreaba con corazón perfecto, y con mano diestra los guiaba". Los sabios, bendita su memoria, nos narran la sorprendente actuación de Dios muchas veces con palabras transmitidas de los labios al oído, en cadena ininterrumpida. Así despiertan la espera vigilante de la intervención de Dios en el momento menos esperado:
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-Uno sale de casa a buscar unas asnas perdidas y vuelve transformado en rey, en "otro hombre". Como le sucede a un joven pastor con la única pasión de cantar a las estrellas y lanzar piedras con la honda… David ve pasar los días, sin darse cuenta de que cada día le acerca al cumplimiento de la profecía. Sin pensar en Jacob, su antepasado, "ata a la vid su asno". Ve cómo la luna crece y mengua mes tras mes y canta: "Toda carne es como hierba del campo; su magnificencia, como flor que brota y enseguida se seca y desaparece". Pero esto no le impide amar a las flores y a las estrellas, al agua que corre y canta, las ondulaciones del desierto sobre las que cabalga su alma. La poesía polícroma de la jornada se le hace música y silencio. Sí, al final de su vida podrá confesar: "He amado la belleza, transformándola en salmos; he amado apasionadamente, con vehemencia la vida y las cosas, sin importarme su fragilidad, más aún, su fragilidad aumentaba mi amor por ellas". Con un trozo de pan, un puñado de aceitunas y medio queso se sentía feliz cada mañana. Con los ojos cerrados podía recorrer el camino, orientado por los olores diversos, que conocía de memoria: desde los aromas de los jazmines hasta el hedor de los troncos podridos. Y luego, con los brazos cruzados bajo la nuca, ¡cuantas horas mirando al cielo! A veces sin una nube que amortiguara el fuego del mediodía, cuando hasta los pájaros y los insectos callan, esperaba que se alargaran las sombras del peñasco y de los arbustos para sacar a su rebaño de la modorra. Otras veces se deleitaba con el fuerte sabor de los dátiles. Y ¿cómo olvidar los días de esquileo, en que se come bien y se bebe aún más? Todo es una invitación al canto: ¡Sabed que Yahveh mima a su amigo, Yahveh escucha cuando yo le invoco! Muchos dicen: ¿Quien nos hará ver la dicha? ¡Alza sobre nosotros la luz de tu rostro! Yahveh, tú has dado a mi corazón más alegría que cuando abundan el trigo y el vino nuevo. En paz yo me acuesto y me duermo, pues tú solo, Yahveh, me haces vivir tranquilo. Contra el cielo del atardecer se alzaba la roca de Sión, como "alas de paloma, revestidas de plata, cuyas plumas con reflejos de oro" envuelven el sueño del pequeño pastor. La sinfonía de los insectos no turbaba el silencio de la noche. Así, los días, semanas y lunas se iban desgranando lentamente como una espiga de cebada.
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4. DIOS RECHAZA A SAUL
Saúl y David son dos figuras unidas y contrapuestas. Saúl es el primer rey de Israel. Con él se instaura la monarquía, deseada por el pueblo, para ser "como los demás pueblos", cosa que contradice la elección de Dios, que separó a Israel de en medio de los pueblos, uniéndose a él de un modo particular: "Tú serás mi pueblo y yo seré tu Dios". Pero el pueblo quiere ser como los demás pueblos. Se han cansado de ser distintos. ¡Es pesado ser diferente! Ser el pueblo elegido, separado, consagrado a Dios, con una misión para los otros pueblos... es maravilloso, pero la diferencia pesa, cansa. Ser como los demás no es muy sublime, pero es cómodo. Es la tentación. En Ramá Samuel y los representantes del pueblo se enfrentan en una dramática discusión: -Mira, tú eres ya viejo. Nómbranos un rey que nos gobierne, como se hace en todas las naciones. Samuel se disgustó con ellos y les replicó: -¿Ya habéis olvidado la palabra de Gedeón, cuando el pueblo quiso aclamarlo como rey, diciéndole: Tú serás nuestro jefe, y después tu hijo y tu nieto, pues nos has salvado de los madianitas? -¿Y qué es lo que Gedeón respondió? -Ni yo ni mi hijo seremos vuestro jefe. Vuestro jefe es el Señor. Como los ancianos insistían en su petición, Samuel les recordó la fábula de los árboles, que quisieron elegirse un rey: -Escuchadme. Una vez los árboles se pusieron en camino para elegirse un rey. Dijeron al olivo: Sé tú nuestro rey. Pero el olivo les dijo: ¿Y voy a renunciar a mi aceite, con el que son honrados los dioses y los hombres, para ir a mecerme sobre los árboles? Entonces dijeron a la higuera: Ven tú a ser nuestro rey. Pero la higuera les respondió: ¿Y voy a dejar la dulzura de mi fruto sabroso para ir a mecerme sobre los árboles? Dijeron entonces a la vid: Ven a ser nuestro rey. Pero la vid replicó: ¿Y voy a dejar mi mosto, que alegra a dioses y hombres, para ir a mecerme sobre los árboles? Entonces dijeron todos a la zarza: Ven a ser nuestro rey. Y les dijo la zarza: Si de veras queréis ungirme rey vuestro, venid a cobijaros bajo mi sombra, y si no, salga fuego de la zarza y devore a los cedros del Líbano.
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Por si no habían entendido el apólogo, Samuel añadió la moraleja: -Estos son los derechos del rey que os regirá: a vuestros hijos los llevará para enrolarlos en sus destacamentos de carros y caballería, y para que corran delante de su carroza; los empleará como aradores de sus campos y segadores de su cosecha. A vuestras hijas se las llevará como perfumistas, cocineras y panaderas. Vuestros campos, viñas y los mejores olivares os los quitará para dárselos a sus servidores. De vuestro grano y de vuestras viñas os exigirá el diezmo. A vuestros criados y criadas, vuestros mejores bueyes y burros, se los llevará para él. De vuestros rebaños os exigirá el diezmo. ¡Y vosotros mismos seréis sus esclavos! El rey es la peligrosa zarza que devora a cuantos se acogen a su sombra. Samuel, el profeta de Dios, se opone visceralmente a la monarquía, calificándola de idolatría. Pero Dios, en su fidelidad a la elección de Israel, mantiene su alianza y transforma el pecado del pueblo en bendición. El rey, reclamado por el pueblo con pretensiones idolátricas, es transformado en don de Dios al pueblo: "Dios ha constituido un rey sobre vosotros". Dios saca el bien incluso del mal, cambiando lo que era expresión de abandono en signo de su presencia amorosa en medio del pueblo. Por ello dirá a Samuel: -Mañana te enviaré un hombre de la región de Benjamín, para que lo unjas como jefe de mi pueblo, Israel, y libre a mi pueblo de la dominación filistea; porque he visto la aflicción de mi pueblo; sus gritos han llegado hasta mí. Samuel, el profeta de Dios, se tragará sus ideas y ungirá como rey, primero, a Saúl y, después, a David. Los profetas, que sucedan a Samuel, vivirán siempre esta misma tensión interior: ¿No es Dios nuestro rey? ¿Para qué queremos otro rey en su lugar? Los salmos superan la tensión exaltando al rey futuro, el Mesías, el Rey salvador. David, el rey pastor encarna ya, en figura, al Rey Mesías: potente en su pequeñez, inocente perseguido, exaltado a través de la persecución y el sufrimiento, siempre fiel a Dios que le ha elegido.
De todos modos, aceptada la petición del pueblo, Samuel unge rey a Saúl, que entra en escena con toda solemnidad, como sobre un palco. Saúl es descendiente de la tribu de Benjamín, la más pequeña de las tribus de Israel y que, poco antes, ha sido casi eliminada, por el grave delito de Guibeá. Saúl aparece en una ambientación de simpleza aldeana. Está en el campo, buscando unas borricas perdidas, se encuentra con unas aguadoras, el profeta le ofrece el pernil en la comida y una estera para dormir en la azotea. Pero el retrato de Saúl es majestuoso; su presencia llena el escenario, incluso cuando, derrotado, cae por tierra: 25
Había un hombre de Loma de Benjamín, llamado Quis, hijo de Abiel, de Seror, de Becorá, de Afiaf, benjaminita, de buena posición. Tenía un hijo que se llamaba Saúl, un joven alto y apuesto; nadie entre los israelitas le superaba en gallardía: sobresalía por encima de todos, de los hombros arriba. Cuando Samuel, que subía a la colina de Suf, se encontró con Saúl, reconoció en él al designado: -Éste es, sin duda, el hombre que regirá a Israel. Samuel invitó a Saúl a comer en su casa, donde le preparó alojamiento. Al despuntar el sol, Samuel acompañó a Saúl a las afueras del pueblo. Tomó el cuerno de aceite y lo derramó sobre la cabeza de Saúl. Y le besó, diciendo: -El Señor te unge como jefe de su heredad, de su pueblo Israel; tú gobernarás al pueblo del Señor, tú lo salvarás de sus enemigos. Tras esta unción en las afueras del pueblo, al amparo del alba, sin testigo alguno, Samuel convocó al pueblo en Mispá, sacó a Saúl de su escondite, lo puso en medio del pueblo y dijo a los israelitas: -¿Veis al que ha elegido Yahveh? No hay otro como él en todo el pueblo. Y el pueblo lo aclamó: -¡Viva el rey! Y Samuel, cumplida su tarea, despidió al pueblo. El espíritu de Dios invadió a Saúl, que reunió un potente ejército y salvó a sus hermanos de Yabés de Galaad de la amenaza de los amonitas. El pueblo, tras esta primera victoria, coronó solemnemente como rey a Saúl en Guilgal. Saúl, reconocido como rey por todo el pueblo, comienza sus campañas victoriosas contra los filisteos. Pero Saúl, a quien tuvieron que buscar y sacar de su escondite para proclamarlo rey, ahora que ha saboreado el gusto del trono real no quiere perderlo; se aferra al poder a toda costa, arrogándose funciones que no le competen. La historia de Saúl es terriblemente dramática. Constituido rey contra su deseo, se siente seducido por la "enfermedad del poder". Ante la amenaza de los filisteos, concentrados para combatir a Israel con un ejército tan numeroso como la arena de la orilla del mar, los hombres de Israel se vieron en peligro y comenzaron a esconderse en las cavernas, en las endiduras de las peñas y hasta en las cisternas. En medio de esta desbandada, Saúl se siente cada vez más solo, esperando en Dios que no le responde y aguardando al profeta que no llega. En su miedo a ser completamente abandonado por el 26
pueblo llega a ejercer hasta la función sacerdotal, ofreciendo holocaustos y sacrificios, lo que provoca el primer reproche airado de Samuel: -¿Qué has hecho? Saúl mismo se condena a sí mismo, tratando de dar las razones de su actuación. Ha buscado la salvación en Dios, pero actuando por su cuenta, sin obedecer a Dios y a su profeta. Se arroga, para defender su poder, el ministerio sacerdotal: -Como vi que el ejército me abandonaba y se desbandaba y que tú no venías en el plazo fijado y que los filisteos estaban ya concentrados, me dije: "Ahora los filisteos van a bajar contra mí a Guilgal y no he apaciguado a Yahveh. Entonces me he visto obligado a ofrecer el holocausto. Samuel le replica: -Te has portado como un necio. Si te hubieras mantenido fiel a Yahveh, El habría afianzado tu reino para siempre sobre Israel. Pero ahora tu reino no se mantendrá. Yahveh se ha buscado un hombre según su corazón, que te reemplazará. Y Samuel se alejó hacia Guilgal siguiendo su camino. Pero Samuel volverá de nuevo a enfrentarse con Saúl y anunciarle el rechazo definitivo de parte de Dios. Se repite, de nuevo, la historia. Saúl, el rey sin discernimiento, pretende dar culto a Dios desobedeciéndolo. Enfautuado por el poder, que no quiere perder, se glorifica a sí mismo y condesciende con el pueblo, para buscar su aplauso, aunque sea oponiéndose a la palabra de Dios. Samuel, pasado algún tiempo, se presentó y dijo a Saúl: -El Señor me envió para ungirte rey de su pueblo, Israel. Por tanto, escucha las palabras del Señor, que te dice: "Voy a tomar cuentas a Amalec de lo que hizo contra Israel, cortándole el camino cuando subía de Egipto. Ahora ve y atácalo. Entrega al exterminio todo lo que posee, toros y ovejas, camellos y asnos, y a él no le perdones la vida". Amalec es la expresión del mal y Dios quiere erradicarlo de la tierra. La palabra de Dios a Saúl es clara y perentoria. Pero Saúl es un necio, como le llama Samuel. Ni escucha ni entiende. Dios entrega en sus manos a Amalec. Pero Saúl pone su razón por encima de la palabra de Dios y trata de complacer al pueblo y a Dios, buscando un compromiso entre Dios, que le ha elegido, y el pueblo, que le ha aclamado. Perdona la vida a Agag, rey de Amalec, a las mejores ovejas y vacas, al ganado bien cebado, a los corderos y a todo lo que 27
valía la pena, sin querer exterminarlo; en cambio, exterminó lo que no valía nada. Entonces le fue dirigida a Samuel esta palabra de Dios: -Me arrepiento de haber constituido rey a Saúl, porque se ha apartado de mí y no ha seguido mi palabra. Samuel se conmovió y estuvo clamando a Yahveh toda la noche. Por la mañana temprano se levantó Samuel y fue a buscar a Saúl. Cuando Saúl le vio ante sí, le dijo: -El Señor te bendiga. Ya he cumplido la orden del Señor. El orgullo le ha hecho inconsciente e insensato, creyendo que puede eludir el juicio del Señor. Pero Samuel, con ira mezclada de ironía, le preguntó: -¿Y qué son esos balidos que oigo y esos mugidos que siento? Saúl contestó: -Los han traído de Amalec. El pueblo ha dejado con vida a las mejores ovejas y vacas, para ofrecérselas en sacrificio a Yahveh, tu Dios... Pero Samuel le replicó: -¿Cómo a Yahveh, mi Dios? ¿Es que no es el tuyo y el del pueblo? -Sí, lo es... Y en cuanto al resto lo hemos exterminado. -Basta ya y deja que te anuncie lo que Yahveh me ha revelado esta noche. Pero Saúl, aunque ya no tan seguro, insistía: -¡Pero si yo he obedecido a Yahveh! He hecho la expedición que me ordenó, he traído a Agag, rey de Amalec, y he exterminado a los amalecitas. Del botín, el pueblo ha tomado el ganado mayor y menor, lo mejor del anatema, para sacrificarlo a Yahveh, tu Dios, en Guilgal. Saúl, hipócrita, se atribuye a sí los actos de obediencia y descarga sobre el pueblo la culpa de las transgresiones. Pero Samuel no se deja engañar y le replica: -¿Acaso se complace Yahveh en los holocaustos y sacrificios como en la obediencia a la palabra de Yahveh? Mejor es obedecer que sacrificar, mejor la docilidad que la grasa de los carneros. Pecado de adivinos es la rebeldía, crimen 28
de idolatría es la obstinación. Por haber rechazado la palabra de Yahveh, El te rechaza hoy como rey. La excusa del sacrificio no tiene valor alguno. El culto sin fe en la palabra de Dios, manifestada en la vida, es algo que da náusea a Dios. El rito sin que vaya acompañado del corazón no sube al cielo. Dios busca y desea un corazón fiel y no el humo del sacrificio. Es lo que Dios encontrará en David: Los sacrificios no te satisfacen; si te ofreciera un holocausto, no lo querrías. Mi sacrificio es un espíritu quebrantado; un corazón quebrantado y humillado Tu no lo desprecias. Samuel, pronunciado el oráculo del Señor, se dio media vuelta para marcharse, pero Saúl se agarró al orlo del manto, que se rasgó. El manto rasgado es el signo de la ruptura definitiva e irreparable, como explica Samuel, mientras se aleja: -El Señor te ha arrancado el reino de Israel y se lo ha dado a otro mejor que tú.
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5. UNCION DE DAVID
Observó el Señor todas las montañas y no encontró ninguna tan digna de que sobre ella se diera la Torá y se posara la Shekinah como sobre el monte Sinaí. ¿Por qué? Porque se humilló a sí mismo. Cuando el Sinaí vio al monte Hermón y al monte Siryon que contendían entre sí, diciendo uno: "se posará sobre mí", y el otro: "no, se posará sobre mí"; viendo cómo rivalizaban el uno con el otro y cómo se ensalzaban a sí mismos, el monte Sinaí se humilló y no abrió la boca. Por ello, el Señor, que no se fija en las apariencias, reparó en su humildad e hizo posar la Shekinah sobre él, porque Dios es Alto y Excelso, "pero se fija en el humilde y al soberbio le mira desde lejos". Samuel, el profeta de Dios, está al centro de la historia de David. Desde su nacimiento, Samuel es una irradiación de la presencia de Dios en medio de Israel. Elcana y su esposa Ana vivían en Rama, un pequeño pueblo de la llanura de Sarón, frente a las montañas de Efraím. Se habían casado realmente enamorados. Pero pasaban los años y el seno de Ana seguía cerrado. Mientras tanto, Pennina, la otra mujer de Elcana, orgullosa de su seno, continuamente engendraba hijos, suscitando los celos de Ana. Y, aunque Elcana repitiera que su amor valía por diez hijos, no lograba ocultar la arruga de amargura que cruzaba de vez en cuando su frente. Y, cuando Ana contemplaba esa arruga, cada vez más honda, en la frente de su esposo, sentía una inquieta ansiedad en su corazón. Con su pena acuestas, cada año acompañaba Ana a su esposo al Santuario de Silo, donde se hallaba el Arca del Señor, para la fiesta de las Tiendas. Se trata de la fiesta otoñal de la vendimia, una de las fiestas más populares de Israel. Las gentes se trasladaban a las viñas y durante varias semanas habitaban en tiendas. Más tarde, sin perder este colorido, la fiesta pasó a evocar las tiendas del peregrinar por el desierto, bajo la protección de Dios. En el Santuario las gentes ofrecían sus sacrificios al Señor y después se sentaban en los alrededores del templo. En medio del bullicio de la fiesta, Ana se sentó a comer su pan bañado en lágrimas, disimuladas por los cantos. Después de comer, mientras Elcana se quedó adormilado, Ana se levantó sigilosa y se fue al templo, en aquella hora, solitario. Sólo el sacerdote Elí cabeceaba ante la puerta, sentado en su silla baja. Sin dejarse ver ni hacerse sentir, Ana penetró en el interior fresco y oscuro del Santuario. Ana suplicando En un murmullo, apenas perceptible, comenzó a susurrar su pena ante el Señor: 30
-Señor, Dios mío, si te dignas mirar la aflicción de tu sierva y acordarte de mí, dándome un hijo, yo te lo entregaré por todos los días de su vida y la navaja no tocará su cabeza. Postrada ante el Señor, Ana siguió moviendo sus labios, orando en su corazón, sin percibir el paso del tiempo ni los pasos de Elí que, intrigado, se acercó a ella. La sacó de su ensueño la voz irritada del sacerdote: -¿Hasta cuándo va a durarte la borrachera, mujer? ¡Echa ya el vino que llevas dentro! Ana se sobresaltó y con un hilo de voz respondió: -No, señor, tu sierva no está borracha. Soy una mujer acongojada, que desahoga su corazón ante el Señor. No he bebido vino ni nada embriagante. No juzgue mi señor a esta pobre sierva, que sólo por su aflicción habla al Señor. Compadecido, el anciano sacerdote colocó la palma de su mano arrugada sobre la cabeza de Ana y la bendijo: -Vete en paz y que el Dios de Israel te conceda lo que has pedido. Fruto de la oración de Ana y de la bendición del sacerdote, nació Samuel, como un verdadero don de Dios. Ana lo consagró al Señor, entonando ante El su canto de alabanza. ¡Cuantas veces se inspiraría David en este canto al elevar a Dios sus salmos! Porque, sin conocerse entre ellos, Samuel y David se encontraron en Belén. Dios, que eligió al uno como profeta y al otro como rey de su pueblo, hizo que sus vidas se entrecruzaran. Samuel era ya avanzado en años y David era aún un muchacho con quien nadie contaba. Samuel entraba y salía en la corte del rey Saúl; David, en cambio, no hacía otra cosa que pastorear los rebaños de su padre Jesé. No, ninguno de ellos pensaba en el otro. Sólo Dios, el Señor de la historia, pensaba en el uno y en el otro, encaminando los pasos del uno hacia el otro. Desde los tres años, apenas destetado, Samuel sirvió al Señor en el santuario de Silo. Allí, envuelto en su vestidura de lino, creció y recibió la llamada de Dios, que lo constituyó en su boca, su profeta, mensajero de sus designios para Elí y sus perversos hijos, para Saúl...y para David. La verdad es que, aunque Dios había rechazado a Saúl, Samuel no conseguía aceptarlo. ¿No había sido el mismo Dios quien le había enviado a ungirlo como primer rey de Israel? Después de toda su repugnancia, Samuel se 31
había doblegado a la voluntad del pueblo y a la voluntad de Dios y había ungido a Saúl como rey. Y ahora, ¿podía ungir a otro, mientras Saúl estaba en vida? El Señor, que hizo una concesión al pueblo, ante la desobediencia de Saúl, no retira su don al pueblo, pero sí a Saúl: -Tú me pediste: Dame un rey. Airado te di un rey, y encolerizado te lo quito. ¡Pobre profeta que tiene que ser siempre profeta! ¡Siempre hablando y actuando en nombre de otro! El Otro, el Señor, se le apareció y le dijo: -¿Hasta cuándo vas a estar llorando por Saúl, después que yo le he rechazado para que no reine sobre Israel? Llena tu cuerno de aceite y vete. Te envío a Jesé, de Belén, porque he visto entre sus hijos un rey para mí. Samuel, el profeta fiel, pero respondón, replicó: -¿Cómo voy a ir? ¡Se enterará Saúl y me matará! Pero ya, mientras está farfullando, Samuel busca la ampolla del óleo santo que Moisés había preparado en el desierto para la consagración del Sumo Sacerdote y destinado a la unción de los reyes de Israel hasta el final de los tiempos. De ese óleo milagroso, que jamás se agota, Samuel llenó su cuerno y se dispuso a cumplir el deseo del Señor. Pero, temiendo que Saúl se enterase del propósito de su viaje, Samuel tomó consigo una becerra y esparció la noticia de que iba a Belén a ofrecer un sacrificio en honor del Señor. En honor al Señor, sólo por obediencia al Señor, emprende Samuel el viaje hasta Belén. El Señor es el único protagonista y Samuel no es más que el profeta intermediario: -Yo te haré saber lo que has de hacer y ungirás para mí a aquel que yo te indicaré. Llegado a Belén, los ancianos de la ciudad, llenos de estupor, salieron al encuentro de Samuel. No se explicaban el porqué de la insólita visita del profeta. Samuel les tranquilizó: -He venido en son de paz. Vengo a ofrecer un sacrificio al Señor. Purificaos y venid conmigo al sacrificio. Jesé y los ancianos se congregaron a la sombra del emparrado, en el patio de la casa. Bajo la parra, cargada de racimos verdes, inmolaron la becerra. De un modo particular purificó a Jesé y a sus hijos y les invitó al sacrificio. Jesé tenía siete hijos: Eliab, Abinadab, Šammá, Netanel, Radai, Ozem y David. Pero sólo seis de ellos se presentaron ante Samuel para el rito, ya que el más 32
pequeño no estaba con ellos en casa, sino que se hallaba en el campo pastoreando el ganado. Samuel aún no ha recibido la indicación del Señor sobre quién será el ungido. Por ello, Samuel comienza llamando al hermano mayor, a Eliab. Se trataba de un joven alto, de impresionante presencia. Samuel, al verle, creyó que estaba ante el elegido de Dios. Se dijo a sí mismo: -Sin duda está ante Yahveh su ungido. Dios quiso que Samuel fuera engañado por las magníficas apariencias de Eliab, pues deseaba humillar a su profeta que había tenido la pretensión de llamarse a sí mismo El Vidente. El Santo, bendito sea, le convenció de que él no veía más que lo que se le concedía ver. Por otra parte el error de Samuel tenía su justificación. La elección del Señor, inicialmente, había sido de Eliab y, por ello, le había dado esa estatura y aspecto real. Pero Dios, que escruta el corazón, descartó a Eliab por la violencia que descubrió en su interior y por la dureza con que siempre trató a David, su hermano menor. Mas Dios, fiel a sí mismo, aunque negó la realeza a Eliab, le compensó, años más tarde, haciendo que a una hija suya la tomara por esposa el rey Jeroboam. Tomó, pues, Samuel en su mano derecha el cuerno del óleo y se dispuso a derramarlo sobre la cabeza de Eliab. Pero, al inclinar el cuerno, con gran sorpresa Samuel se dio cuenta de que el cuerno estaba vacío; ni una gota cayó sobre Eliab. El Señor, de nuevo, contradecía a su profeta: -No mires su apariencia ni su gran estatura, pues yo le he descartado. La mirada de Dios no es como la mirada del hombre. El hombre mira las apariencias, pero Yahveh mira el corazón. La similitud de Eliab con Saúl debían haber ayudado al profeta a descubrir que Dios, como ha rechazado a Saúl, ha descartado también a Eliab. Su estatura imponente no les hace más aptos para regir al pueblo. Los criterios de Dios no coinciden con los criterios humanos. Dios, probando a su profeta, le está invitando a mirar no según el esquema o concepto humano sobre el rey. Dios ha elegido a otro, diverso. El profeta lo reconocerá renunciando a sus ideas para poder escuchar la indicación del Señor: "Ungirás a quien yo te indicaré". Con un gesto, Samuel hizo retirarse de su presencia a Eliab. Jesé, apesadumbrado, llamó a su segundo hijo, Abinadab, que se colocó ante el profeta, inclinando la cabeza. Apenas se había retirado Eliab el cuerno se había llenado del óleo santo. Pero, ya un poco desconcertado, Samuel no miró siquiera a Abinadab, sino que apenas le tuvo ante sí se dispuso a derramar sobre él el 33
óleo santo. Una vez más el Señor hizo desaparecer el óleo del cuerno, para que su profeta entendiera que no era Abinadab el elegido. Retirado Abinadab, el profeta metió casi en el cuerno sus ojos miopes y pudo comprobar que estaba lleno de óleo. Siguió así con los seis hijos de Jesé, uno detrás de otro. Los ancianos de la ciudad y el pueblo, que asistía al rito, todos habían visto a los hijos de Jesé acercarse, uno tras otro, al profeta, inclinar la cabeza hacia el cuerno del óleo y, luego, retirarse sin haber sido ungidos. Todos habían contemplado la turbación de Samuel cada vez que inclinaba el cuerno y no goteaba en absoluto nada. Una especie de terror sagrado se había ido difundiendo entre los presentes. Jesé asistía a la escena con una mezcla de estupor y de dolor por la humillación de sus hijos. El mismo profeta participaba de su estupor y no sabía qué pensar ni qué hacer. El Señor era misterioso en su elección. Pero Samuel, en su infancia, durmiendo junto al Arca en el templo, había aprendido a distinguir la voz del Señor. El sabía que el Señor le había hablado claro: era un hijo de Jesé el elegido. Y también sabía que el Señor no se contradice. ¿Cómo es que ha descartado a todos los hijos que Jesé le ha presentado? De repente se le iluminó el rostro y, dirigiéndose a Jesé, le preguntó: -¿No tienes otros hijos? Con voz apagada y sin dar importancia a lo que decía, pues no podía imaginar que, después de haber descartado a los hijos mayores, el profeta fuera a ungir al pequeño, Jesé respondió: -Sí, falta el más pequeño que está pastoreando el rebaño. -¡Manda que lo traigan!, -exclamó Samuel-. ¡No haremos el rito hasta que él no haya venido! El muchacho no sólo es el menor de los hermanos, sino también el más pequeño, tan pequeño, tan insignificante que se han olvidado de él. Nadie ha contado con él. Pero Dios sí le ha visto. En su pequeñez ha descubierto el vaso de elección para manifestar su potencia en medio del pueblo. Es un pastor, que es lo que Dios desea para su pueblo como rey: alguien que cuide de quienes El le encomiende. Mejor la pequeñez que la grandeza; mejor un pastor con un bastón que un guerrero con armas. Con la debilidad de sus elegidos Dios confunde a los fuertes. En la fragilidad de su cabellera rubia está su belleza a los ojos de Dios, aunque a los ojos ciegos de los hombres provoque el desprecio. Jesé, más por respeto al profeta que por otra cosa, mandó que fueran a buscar a David. Corrieron al campo y, sin explicación alguna, llevaron a David ante el profeta. El corazón le dio un vuelco en el pecho a Samuel apenas vio a 34
David ante sí. A Samuel, al ver a David agitado y lleno de polvo de los pies a la cabeza, no le pareció que tuviera el aspecto de un rey y se preguntó si una persona de cabellos tan rojos no sería un sanguinario como Esaú. Se quedó fijo, mirándole, mientras David clavaba sus ojos en los ojos del profeta, a quien le palpitaba el corazón como si quisiera salírsele. Pero la voz del Señor cortó sus reflexiones y dudas: -Aunque será un rey guerrero, no combatirá más que cuando yo se lo ordene. ¿Cuándo aprenderás a no fijarte en las apariencias y mirar al corazón que se asoma en la mirada? ¡Levántate! Mi ungido está ante ti, ¿y tú estás sentado? Samuel, un poco confundido, se levantó y fijó su vista en los ojos de David y ya no le quedó la mínima duda. Sus ojos eran bellos y luminosos, rebosantes de bondad. En ellos resplandecía la piedad de su corazón. Su frente era límpida, signo de su inteligencia. Hasta los cabellos rojos le parecieron diversos, como si fueran un mechón de oro. De verdad su aspecto, superada la inicial apariencia, era admirable. Era la contrafigura de Saúl, corpulento y tosco, pura apariencia. De la frente de David emanaba el halo del artista, delicado, débil, el último en quien pensar para rey. Samuel se extasiaba ahora contemplándolo. El Señor tuvo que sacarlo de su arrobo con su voz irresistible: -¡Es el elegido! ¡Anda, úngelo! Samuel tomó el cuerno y lo derramó sobre la cabeza rubia de David. El aceite se extendió sobre la cabellera brillando a la luz del sol como una corona de oro. Con la unción, el espíritu de Yahveh se posó sobre David. El espíritu que había irrumpido ocasionalmente sobre los jueces, se posa para permanecer sobre David. Es el espíritu que se ha apartado de Saúl, dejándole a merced del mal espíritu, que le perturba la mente. Ante su hijo, esplendente por la unción, la madre reveló a Jesé su secreto, declarando, para asombro de sus hermanos, que ella era realmente la madre. Dios hacía justicia, ensalzando al último, al despreciado de todos, olvidado hasta de su padre. Entonces David exclamó: ¡Dad gracias a Yahveh, porque es bueno, porque es eterno su amor! En mi angustia grité al Señor y me escuchó, poniéndome a salvo. Samuel respondió: Mejor es refugiarse en el Señor, que confiar en los hombres. 35
Jesé cantó: La piedra que desecharon los constructores es ahora la piedra angular. David exultó: Abridme las puertas del triunfo y entraré para dar gracias al Señor. Los hermanos, a coro, cantaron: Es el Señor quien lo ha hecho, ha sido un milagro patente. Samuel proclamó: Este es el día en que actuó el Señor, sea nuestra alegría y nuestro gozo. Los hermanos, danzando en corro, prosiguieron: Señor, danos la salvación, Señor, danos prosperidad. Jesé, conmovido, entre lágrimas exclamaba: Bendito el que viene en nombre del Señor. Y Samuel, con voz de profeta: Os bendecimos desde la casa del Señor. Y todos a coro proclamaron: El Señor es Dios: El nos ilumina. ¡Dad gracias a Yahveh, porque es bueno, porque es eterno su amor! Celebrado el sacrificio, Samuel se volvió a Ramá y David regresó con su rebaño, dando vueltas en su corazón lo que el profeta había hecho con él, esperando que el Señor le revelase el sentido y el momento de cumplir la misión para la que le había ungido. Pero ya desde aquel día se dio un profundo cambio en la vida de David. La gente decía: -El Espíritu del Santo está en el muchacho. Y, al son del arpa, David cantaba: Te cantaré, Señor, con todo mi corazón, yo narraré todas tus maravillas. Pero cuando Samuel se marchó, también David sintió deseos de huir. En pie, el viejo profeta era imponente, infundía respeto con su mirada que 36
escrutaba hasta los huesos. Pero ¿y ahora qué? David sólo deseaba huir, pero ¿a dónde, cómo y de quién? David volvió al campo con su rebaño y en la noche el arpa susurró: Yahveh, tú me escrutas y conoces, sabes cuando me siento y cuando me levanto, te son familiares todas mis sendas. ¿A dónde iré yo lejos de tu espíritu, a dónde de tu rostro huiré? Si subo hasta el cielo, allí estás tú, si desciendo hasta el abismo, allí te encuentras. Si tomo las alas de la aurora, si voy hasta los confines del mar, también allí te encuentras tú...
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6. DAVID CALMA CON SU CITARA A SAUL
Cuando el profeta Samuel partió, la vida de Belén volvió a su normalidad, como si nada hubiera ocurrido. La unción de David se guardó en secreto, aunque su efecto se mostraba en el don de profecía y de canto que actuaba en David. Naturalmente estos dones despertaron la envidia en algunos con quienes David se encontraba. Nadie sintió mayores celos que Doeg, el sabio más grande de su tiempo. De todos modos la vida de David era tranquila en el campo, transcurriendo en la rutina del pastoreo del rebaño. El Espíritu del Señor, en cambio, se había apartado de Saúl. Un mal espíritu le perturbaba el ánimo. El malhumor oprimía su corazón, como si no pudiera respirar. El rey gemía desesperado y no soportaba la presencia de nadie junto a él. Era el mes de las lluvias y el goteo monótono del agua llenaba aún más el aire de melancolía. Los árboles perdían sus hojas como si participaran de la desolación del rey. Venciendo la resistencia del rey, sus servidores lograron que aceptara un cantor: -La música aleja los malos humores y calma el espíritu; queremos traerte un hombre que sepa tocar el arpa. -Cuando te asalte el mal espíritu, él tocará para ti y te hará bien. No muy convencido, Saúl preguntó: -¿Y quién es ese cantor, que pueda aliviarme? Uno de los siervos le respondió: -Tu siervo conoce a un hijo de Jesé, betlemita, que toca muy bien. Es un pastor. -¿Es que queréis traerme un rudo maloliente?, gritó el rey. -Oh, no, señor, es de palabra amable y de agradable presencia. Sin duda el Señor está con él... La última frase se le clavó al rey en el corazón. "Está con él y a mí me ha abandonado", pensó para sus adentros. El sabía que ahí estaba la causa de su mal, pero no lo quería confesar, por ello dijo: -Está bien, traédmelo.
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Abner eligió un mensajero y lo mandó a Belén, en busca del hijo de Jesé, "el que está con el rebaño". Al llegar el mensajero del rey se rompió, de nuevo, la monotonía de Belén. En las tiendas de Jesé había una gran agitación. La conmoción invadió a los betlemitas, que difundían la noticia de oído a oído: -Un mensajero del rey Saúl ha llegado a pedir a Jesé que mande a su hijo al palacio real. En privado, bajo el gran algarrobo, que se levanta detrás de la casa, rogándole que guardara el secreto, el mensajero explicó a Jesé: -El rey está enfermo. No se trata de una enfermedad del cuerpo, sino de una turbación interior. La tristeza y la angustia le han paralizado y no quiere salir de su tienda. Se dice que tu hijo es un prodigio tocando el arpa. El hijo del rey, Jonatán, te suplica que lo mandes a palacio. Así, cuando al rey le dé una crisis de tristeza, tu hijo tocará el arpa ante él y quizás la música logre sanarlo. Era otoño. Hacía poco que habían celebrado la fiesta de Fin de año, que culmina con el Yom Kipur. David estaba pastoreando en las cercanías. Su hermano llegó corriendo: -Regresa a casa, que te necesitan. -¿A mí? Es lo único que se le ocurre preguntar. Pero, sin esperar la respuesta, David recoge su arpa y su honda y desciende a todo correr a su casa. A llegar a casa, David encuentra a toda la familia agitada. Su padre ha preparado pan, un odre de vino, un cabrito y fruta seca, que cargan sobre un asno. -Pondrás a los pies del rey este presente, le dice su padre con voz apagada. -Lávate y ponte tus mejores vestidos, le dice su madre sin levantar la cara para que no se vieran las lágrimas de sus ojos. Cuando estuvo listo, David volvió donde estaban los demás. Dos soldados, con cara de aburrimiento, esperaban a David para conducirlo a la casa real de Saúl. Así David tuvo que dejar una vez más su rebaño y partió con los mensajeros del rey. Pero, de pronto, uno de los soldados preguntó a David: -¿No habrás olvidado tu arpa? Sí, la había olvidado. Nadie le había hablado de música ni de la enfermedad del rey. En realidad no sabía lo que querían de él. Uno de sus hermanos, corriendo, le alcanzó el arpa, que David abrazó contra su pecho y 39
continuó la marcha tras los soldados. David, con tristeza, comprendió que no le llevaban a la corte para ser soldado, como deseaba, sino como cantor. Apenas llegaron al palacio, David fue presentado al rey Saúl, el héroe que había salvado Jabes de Galaad y había guiado a su pueblo en sus combates contra los filisteos, pero que ahora yacía en su tienda oscura, con la cabeza caída sobre el pecho. Saúl no soportaba la luz ni el ruido; estaba sumido en una mortal desgana. No podía aceptar que Dios le hubiera rechazado; no quería admitir que su trono estaba ya herido de muerte y próximo su fin. No sentía el deseo de pedir perdón a Dios, pues no era capaz de ver su pecado, aunque su conciencia no dejaba de atormentarle. En la penumbra oscura de la estancia, David siente sus pasos retumbando en el silencio, llenándole el alma de zozobra. Afloran a su mente todos los turbios presentimientos, que veía dibujados en el agua del pozo, al sacarla para abrevar a las ovejas, algo así como alas de águila que se cierran sobre la presa. El rey Saúl estaba reclinado en el lecho y, sin embargo, llenaba la estancia con su imponente persona. La tristeza y una especie de dejadez le daban el aspecto de un ídolo, que tiene boca que no habla, ojos que no ven y oídos que no oyen. El rey no se movió en absoluto cuando David entró a su presencia. Sin saber explicar porqué David sintió una inmensa piedad por él. Sentía deseos de acercarse a él y besarle las manos. Pero no se atrevió; se sentó en el suelo a cierta distancia. Y al sentarse descubrió, detrás del rey, apoyada en la pared, la gigantesca espada dorada. La piedad que sentía por el rey se tiñó de miedo y terror, hasta paralizarlo, impidiéndole huir, como deseó en aquel momento. Así encontró David, por primera vez, al rey Saúl. Saúl y David, el uno frente al otro. Sus vidas y sus personas, contrapuestas, seguirán unidas por mucho tiempo. El uno ya rechazado por Dios y el otro ya ungido para sustituirlo. Enfermo y solo Saúl, perdido en medio de su delirio; David, aún un muchacho, pero elegido por Dios y colmado del espíritu que ha abandonado a Saúl. Pero David no se ha presentado en la corte del rey Saúl para suplantarle, sino para ayudarle con su música. A la cabecera de Saúl está su hijo, el príncipe Jonatán, que suplica a David: -¡Toca el arpa! Quizá tu música le devuelva la paz. David rozó suavemente las cuerdas del arpa y una dulce melodía llenó la tienda. Las palabras temblaban en sus labios, pero seguían fluyendo como agua que mana y se abre paso entre las rocas. La música, que David arrancaba al arpa, se difundía por la habitación como alas protectoras. Como cuando el viento cruza las ramas de los árboles y agita suavemente sus hojas, que vuelan y descienden en lentos giros, así iban volando las notas y las palabras hasta serenar la mente turbada de Saúl. Sorprendido, Saúl alzó la cabeza y sus ojos desprendieron un pequeño brillo de sosiego. Con voz apenas audible dijo: 40
-Me conforta tu música. Pediré a tu padre que te deje aún conmigo. Finalmente Saúl lograba conciliar el sueño. David seguía aún por un poco tocando y luego callaba y de puntillas salía de la habitación, anunciando: -El rey duerme. Una corriente de simpatía unió a los dos. De este modo David se quedó a vivir con Saúl, que le amó de corazón. Cada vez que le oprimía la crisis de tristeza, David tomaba el arpa y tocaba para el rey y le pasaba la crisis. La música acallaba el rumor de los sentidos y alcanzaba la fibras del espíritu con su poder salvador. De este modo, al son del arpa, el espíritu maligno pierde el punto de apoyo y se ve obligado a salir, dejando calmado al enfermo. Pero esto no agradó a Doeg, que empezó a intrigar en la corte contra David. Doeg, con astucia, empezó a alabar excesivamente a David, con el propósito de suscitar los celos del rey y hacer a David odioso a sus ojos. Y el veneno de los celos se inoculó en el corazón de Saúl, aunque no renunció a la presencia de David, pues necesitaba de su música para calmar su espíritu agitado. David con su arpa es medicina para Saúl, pero su persona terminará siendo la verdadera enfermedad de Saúl. Cada vez que David se presentaba ante el rey se mezclaban en su corazón la piedad y el miedo. La espada, colgada a la espalda del rey, brillaba amenazadora. Sólo los acordes del arpa lograban serenar a David, tanto o más que a Saúl. Sólo tras un lento y repetido punteo de las cuerdas le brotaban las palabras: La voz de Señor sobre las aguas, el Dios de la gloria hace oír su trueno, el Señor sobre las aguas torrenciales. La voz de Señor descuaja los cedros, el Señor descuaja los cedros del Líbano. La voz del Señor lanza llamas de fuego, la voz del Señor sacude el desierto de Cadés. La voz del Señor retuerce los robles, la voz del Señor descorteza las selvas... Saúl, oyendo el canto, se estremece, se agita en su lecho, se incorpora y clava sus ojos apagados en los ojos de David, dejando traslucir su locura, cargada de odio y envidia. David, desde su rincón, mira a Saúl y a la espada, y tiembla de pies a cabeza. Cierra los ojos y canta de nuevo: Señor, mi corazón no es ambicioso, 41
ni mis ojos altaneros, no pretendo grandezas que superan mi capacidad; sino que acallo mis deseos, como un niño amamantado, en brazos de su madre. Y así transcurrieron los meses de las lluvias tardías. Y pasó el invierno. Cuando Saúl se sentía bien despedía a David, que volvía a pastorear su rebaño y a componer nuevas melodías. Pensaba en el rey y para él se inspiraba en las colinas y en el cielo estrellado de Belén. Cuando el mal espíritu asaltaba a Saúl, David era llamado y acudía de nuevo a su lado. El rey se calmaba y despedía a su cantor, a quien no llegó a conocer. Era simplemente el cantor del rey, que debía mantenerse en un ángulo de la estancia siempre oscura... Años más tarde, cuando el abatimiento alcance al mismo David, recordando las horas oscuras de Saúl, tocará para sí: Señor, no me reprendas con ira, no me corrijas con cólera; piedad, Señor, que desfallezco; cura, Señor, mis huesos dislocados. Tengo el alma en delirio, y tú, Señor, ¿hasta cuando? Vuélvete, Señor, salva mi vida. Estoy extenuado de gemir, baño de lágrimas mi lecho cada noche. Mis ojos se consuman por el tedio, envejezco entre tantas contradicciones.
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7. COMBATE CON GOLIAT
David ha dejado el palacio real y regresado a su tierra con su padre. Un día, como de costumbre, David sacó el rebaño a pastar sobre los montes. Al llegar a la cima del lugar elegido, buscó un matorral para sentarse a su sombra y protegerse de los rayos sofocantes del sol. Era tal el calor que David no sentía ganas ni de tocar la cítara ni de canturrear sus canciones. Se quedó, a la sombra, dando vueltas, apesadumbrado, a sus preocupaciones por la suerte de Israel en guerra, una vez más, con los filisteos. David, el pequeño, ha sido de nuevo excluido en esta ocasión. Sólo sus hermanos mayores se hallan presentes en el campo de batalla. Con él no se cuenta en los momentos importantes. Nadie piensa en David en los momentos cruciales. Es la historia del elegido de Dios, olvidado de los hombres por su insignificancia, pero amado y escogido por Dios para desbaratar los planes de los potentes. Lejos del campo de batalla, David pasa su tiempo con las pacíficas ovejas. Lejos del atronador ruido de la guerra, con su fragor de armas y gritos amenazantes, David se halla en la paz del campo, con su padre anciano en la pequeña y tranquila ciudad de Belén. Mientras en el valle del Terebinto se decide la suerte de Israel, David no escucha más que los balidos del rebaño. El rey Saúl, para responder al ataque de los filisteos, había llamado a las armas a sus mejores hombres. Pero el enemigo era mucho más fuerte y disponía de municiones de las que carecía el ejército de Israel. Los filisteos se habían fabricado espadas y puñales, escudos y carros armados, mientras que los israelitas apenas si tenían armas de hierro. Sus únicas armas eran arcos, flechas y bastones. En estas condiciones la posibilidad de victoria era prácticamente nula para Israel. Y, a pesar de los graves riesgos de esta guerra, David se consumía por los deseos de participar en ella. En sus horas interminables y soñolientas tras las ovejas, no cesaba de preguntarse: -¿Por qué sólo han sido llamados a las armas los hombres de más de veinte años? ¿Es que un joven como yo no puede batirse con el enemigo? Si se me permitiera enrolarme en el ejército del rey estoy seguro que lograría levantar el honor de Israel. Con estos pensamientos en el cuerpo, al regresar a casa, día tras día, pedía a su padre que le permitiese ir al campamento a ver a sus tres hermanos mayores. Pero el padre siempre le repetía lo mismo: -Aún eres demasiado joven, hijo mío, y el rey tiene necesidad de hombres maduros. Ya verás que hay suficientes soldados para, con la ayuda del Señor, 43
vencer a esos filisteos. Anda, sigue apacentando el pequeño rebaño y piensa que también se necesita valor para ser pastor. Pero David no entendía de qué valor hablaba el padre. Llevar el ganado a pastar, ver cómo las ovejas se mueven en busca del pasto por sí mismas y estar sentado sin hacer nada... ¿Dónde está el valor del pastor? Refunfuñando en su interior, le pasó por la mente escaparse y marchar al campamento a escondidas de su padre. Pero rechazó enseguida la idea; no estaba bien que un pastor abandonase su rebaño... En medio de estas cavilaciones, adormilado por el calor del día, se sumió en un dulce sopor hasta que se durmió con el cayado al lado y la cabeza apoyada sobre el zurrón. Pero, al rato, de improviso le despertó un horrible rugido proveniente del fondo del campo. Las ovejas, sobresaltadas, balaban y huían en remolinos por todas partes. Al ver a su rebaño desbandado por el campo, David miró alrededor para darse cuenta de lo que sucedía. No lejos de él, David vio a un cachorro de león abalanzándose contra un cordero. Ya le había dado un zarpazo y el pobre cordero se debatía entre las fauces del león, al mismo tiempo que lanzaba sus balidos angustiados. David, sin pensar en un momento en huir, salió corriendo hacia el león. Con el cayado en la mano se abalanzó sobre él y comenzó a descargar golpes sobre su cabeza. El león, sorprendido, lanzó un furioso rugido y soltó al cordero. Por un instante el león retrocedió, pero al instante la fiera feroz saltó sobre el pastor. David, que no pensaba en sí, no se acobardó, sino que con una mano cogió al león por la quijada y con la otra lo golpeaba con todas sus fuerzas en la cabeza. Los rugidos del león, mientras se retorcía tratando de apresar entre sus zarpas a David, llenaban el aire del campo. Finalmente el león perdió sus fuerzas y se derrumbó por tierra, sin lograr ya levantarse por más que se agitaba y rugía... Terminada la lucha, David, al son del arpa, logró reunir de nuevo en torno a sí a las ovejas dispersas. Al regresar en la tarde a casa, en la misma puerta, lo esperaba su padre Jesé. David hubiera preferido pasar inadvertido, pero no pudo ocultarse a su padre que, al verle aparecer con sus ropas desgarradas y los brazos llenos de arañazos, se quedó atónito, sin saber qué decir. Corrió a su encuentro y lo abrazó un largo rato. Repuesto del susto, el padre preguntó qué le había sucedido. David contó todo atropelladamente. El padre, cuya expresión había ido cambiando a medida que escuchaba al hijo, le abrazó de nuevo, ahora con admiración y amor. Complacido, el padre abrió sus labios: -¿No te había dicho que también se requiere valor para ser pastor? ¿Eh? Y tú querías abandonar el rebaño para ir al combate. Ya has visto que para mostrar tu valor no tienes necesidad de ir a la guerra. Me siento orgulloso de ti. Esta es una de las muchas ocasiones en que David, en la soledad del desierto, demostró su valor. La aventura más prodigiosa fue la del mamut. La verdad es que David la guardó como un secreto, pues nunca supo si fue algo 44
más que un sueño. David encontró el mamut dormido y, tomándolo por una montaña, empezó a subir a ella. Pero, de repente, el mamut se despertó y se puso en pie. David se encontró en el aire encima de la enorme bestia. Asustado, David hizo al Señor el voto de construirle un templo alto como el mamut, si salía salvo de aquella situación. Dios entonces acudió en su auxilio. Mandó un león, que era el único animal que infundía temor al mamut. El mamut se arrodilló ante el rey de la selva y así David pudo descender fácilmente de él. En aquel momento apareció un ciervo y el león salió corriendo tras él. De este modo David se libró del mamut y del león. Con la piel del león vencido David se hizo un vestido de piel, que siempre llevó consigo como memorial de la bondad del Señor para con él. Satisfecho con su hijo, mientras acariciaba sus rojos cabellos, el padre añadió: -Y ahora tengo una buena noticia para ti. Mañana te dejaré ir al campamento a visitar a tus hermanos. Te mandaré a llevarles trigo tostado y unos panes. También te prepararé unos quesos como regalo para el capitán del ejército. Quiero que vayas a ver cómo les va a tus hermanos y vuelvas a contármelo. David no creía lo que oían sus oídos. Le llegaba la ocasión deseada. Podría ir al campo de batalla y, aunque sólo fuera una breve visita a sus hermanos, podría ver a los soldados de Israel, a los altos oficiales y quizá, ¿quién sabe?, hasta al mismo rey en persona... Padre e hijo se entretuvieron aún un buen rato haciendo los preparativos del viaje. Después se fueron a dormir, aunque David no logró conciliar el sueño en toda la noche. Esa noche soñó con los ojos abiertos, viendo héroes y oyendo cantos de batalla, acompañados por la melodía de su arpa. Al despuntar el alba, David se levantó, corrió un momento al redil como para despedirse de las ovejas. Allí encontró ya a un joven a quien su padre había buscado para sustituirlo en su ausencia. David le recomendó que cuidase de los corderos y de las ovejas más delicadas y se marchó, llevándose en sus oídos los balidos del rebaño que se lamentaba de su abandono. Pero no era el momento de caer en sentimentalismos. David se echó al hombro el gran saco con todo lo que la víspera había preparado con su padre y, con paso ligero, lleno de alegría, emprendió la marcha hacia el lugar donde acampaba el ejército de Israel. Ansioso por llegar, no sentía el peso del saco ni el calor del sol, que aumentaba a medida que pasaban las horas. Inconscientemente se pasaba el saco de un hombro a otro y seguía caminando sin detenerse ni a comer siquiera. Hacia mediodía comenzó a distinguir las primeras señales de la cercanía del campamento: los campos de mieses estaban devastados. Pronto David se topó con los centinelas que le detenían y lo sometían a todo un interrogatorio antes de dejarle seguir adelante. Sorprendido al principio, David comprendió la importancia de la seguridad del ejército y respondió con toda seriedad a cuantas 45
preguntas le hacían. Y ya no eran sólo los centinelas y los controles, ante su vista aparecía el campamento de Israel. Primero sus ojos no divisaron más que una masa informe de gente que se movía desordenadamente, casi como un rebaño enorme de ganado. Pero, al acercarse, pudo distinguir los diversos escuadrones, cada uno en torno a la propia bandera. Ya llegaba a sus oídos un rumor sordo y creciente como de mar agitado. Ante semejante espectáculo, David aceleró el paso, sin darse cuenta de que iba sudando por todos los poros de su cuerpo. Al llegar a la entrada del campamento, se le acercaron dos guardias que le exigieron la explicación de los motivos de su presencia en el campamento. Escuchadas sus palabras, lo acompañaron a la tienda de sus hermanos. Apenas vio a sus hermanos a la entrada de la tienda, a David le brincó el corazón y a gritos les llamó: -¡Eliab, Abinadab, Šammá! ¿Cómo estáis? Sin responder, los tres hermanos introdujeron a David en la tienda y, ya dentro, le preguntaron por el padre y por toda la familia. Probaron un poco de todo lo que David les había llevado. David comió con ellos, pero, a pesar del gran apetito que tenía, no dejó de fijar su vista en el rostro de sus hermanos. Estaba sorprendido. El había imaginado a sus hermanos felices y serenos, orgullosos de estar en la guerra contra los enemigos de Israel y, sin embargo, sólo advertía en ellos agitación y preocupación. Las preguntas que llevaba preparadas se le helaron en su interior. No se atrevió a preguntar el porqué de ese aire angustiado de sus rostros. David pensó que lo mejor era dejar a los hermanos y salir a llevar al capitán del ejército el don que había llevado para él. Pero apenas lo mencionó, Eliab le dijo oscamente: -Tú te quedas aquí en la tienda a descansar; iremos nosotros a ofrecer el homenaje al capitán. No podía creerlo ni resignarse. A pesar del tono de las palabras del hermano mayor, David se atrevió a suplicar: -No, por favor, dejadme dar una vuelta por el campamento. Yo no he venido aquí a descansar, ya tendré tiempo de descansar cuando vuelva a casa. Pero Eliab le cerró la boca, exclamando mientras le apuntaba con el dedo: -Ya conozco tu atrevimiento y la maldad de tu corazón. Ya sé a qué has venido; tú lo que deseas es ver la guerra y, por ello, has abandonado el rebaño en el campo. Una vez más aparece el contraste entre el hermano mayor y el menor. Eliab, el grande, imponente hombre rudo de guerra, se halla frente al pequeño y 46
frágil hermano, venido del campo del pastoreo sólo para traer provistas y llevar noticias al padre de sus hijos, pero que con sus movimientos y preguntas denuncia el miedo e impotencia de quienes confían en sus fuerzas y se olvidan del Señor. David mete el dedo en la llaga y se alza como la conciencia de Israel, manifestando lo que cada fiel israelita debería hacer. David quiso replicar, pero comprendió que era inútil y se mordió la lengua para no responder. Quiso esquivar la vigilancia de sus hermanos y salir a dar una vuelta por el campamento, pero tampoco esto le fue posible. Entonces, con la pena y la desilusión en el alma, decidió regresar a casa con el padre, que sin duda le estaría esperando. David no quedó muy contento de su primera visita al campamento. Pero Jesé siguió mandándolo a visitar a sus hermanos para tener noticias de ellos. Y un día, durante una de estas visitas, David logró burlar la vigilancia de sus hermanos y llegó hasta el centro del campamento. Las tropas se hallaban dispuestas en círculo, prontas para la batalla. Israel y los filisteos se encontraban frente a frente sobre dos colinas separadas por el valle del Terebinto. Instintivamente David dirigió su mirada en primer lugar hacia el campamento hebreo: contempló una gran cantidad de tiendas, pero notó que entre las tiendas había un ir y venir desordenado de soldados nerviosos y con el rostro deprimido. Su corazón comenzó a batir aceleradamente... Volviéndose a mirar hacia la otra ladera, halló ante sí otro espectáculo completamente diferente: las tiendas de los filisteos brillaban con toda clase de adornos, que en la distancia producían un efecto de magnificencia. Los soldados estaban armados hasta los dientes, dándoles un aspecto de seguridad y serenidad. Las armas de hierro forjado de los filisteos brillaban a la luz del sol. Y los soldados que no estaban de servicio cantaban y paseaban sin preocupación alguna, pero incluso los que estaban haciendo maniobras mostraban su buen humor, orgullosos de sus yelmos y lanzas forjadas que relucían al sol. Todo presagiaba su victoria. David se preguntaba: -¿Qué puede haber pasado a nuestros soldados? Como si fuera la primera vez que se enfrentan a estos incircuncisos... ¿Por qué se sienten tan acobardados?... Dando vueltas a sus pensamientos, David giraba la cabeza de uno a otro lado, cuando de pronto descubrió algo nuevo en el campamento de los filisteos. De entre sus tropas salió un guerrero de estatura gigantesca, con un yelmo de bronce en la cabeza y una coraza de escamas en el pecho. En una mano llevaba la lanza y en la otra una flecha; le precedía su escudero. Todo es enorme y excesivo en él: la estatura, las armas y la armadura, la voz amenazante y la certeza de la victoria. La arrogancia de sus palabras hace de su desafío un insulto ignominioso para Israel. 47
Con solo aparecer el gigante un silencio de tumba cayó sobre el campamento de Israel. Espada, lanza y jabalina resaltaban la insolencia de Goliat. Envalentonado, salía una y otra vez a retar a Israel, desmoralizando cada día más al ejército de Saúl. La situación se hacía exasperante. Alguno, cerca de David, murmuró aterrado: -¡Goliat, Goliat, hijo de Orpá!, de nuevo vuelve a insultar a las filas de Israel. David y Goliat estaban unidos por lazos de sangre. Goliat era descendiente de la moabita Orpá, la cuñada de Rut, antepasada de David. Pero David y Goliat eran tan diferentes como sus abuelas. En contraste con Rut, la piadosa y prosélita judía, Orpá se había mantenido en la idolatría, llevando una vida infame. De Goliat (padre) se decía que "era el hijo de cien padres y una madre". Pero, aunque se le escarneciera justamente de este modo, Dios no deja sin recompensa, incluso a los malvados, por sus buenas acciones. En premio a los cuarenta pasos con que Orpá acompañó a su suegra Noemí, Goliat recibió fuerza y destreza durante cuarenta días, amedrentando al ejército de Israel. Y como recompensa por las cuatro lágrimas que Orpá había derramado al despedir a su suegra, se le concedió la gracia de dar a luz cuatro hijos gigantes. El más fuerte de los cuatro era Goliat. Pero no tuvo tiempo David de recordar todas estas cosas, pues se oyó la voz atronadora de Goliat: -Elegid uno de vosotros que venga a enfrentarse conmigo. Si me vence, todos nosotros seremos esclavos vuestros; pero, si le derroto yo, vosotros seréis esclavos nuestros... Mandad a uno de vuestros hombres y combatiremos el uno contra el otro. Goliat esperó unos instantes y, viendo que nadie salía de las filas de Israel, volvió a lanzar palabras injuriosas, despreciando a Israel y blasfemando contra su Dios... Los soldados israelitas escuchaban con la cabeza baja, avergonzados y furiosos. Había muchos que deseaban salir a combatir con el filisteo, sin importarles arriesgar su vida. Pero a todos les preocupaba arriesgar la suerte de Israel, si al enfrentarse con el gigante eran derrotados. El temor a llevar a Israel a la esclavitud les ataba los pies y no les permitía desahogar su rabia y humillación. Ante la figura y las palabras de Goliat, "Saúl y todo Israel" es presa del pánico. Después de un tiempo de espera, Goliat repitió su invectiva, hasta que, después de una gigantesca risotada, se volvió a incorporar a las filas de su ejército. 48
El eco de aquella risa sarcástica le llegó a David como una puñalada en el corazón. Había comprendido el abatimiento del campamento de Israel. Goliat es la encarnación de la arrogancia, de la fuerza, de la violencia frente a la debilidad, que Dios elige para confundir a los engreídos. Pequeñez y grandeza se hallan frente a frente. Pero la pequeñez tiene a sus espaldas la mano de Dios, sosteniéndola. Alguien le explicó a David: -Ya son cuarenta días que sufrimos la misma afrenta de ese filisteo incircunciso. -Mañana y tarde, cuando nos preparamos para recitar el Shemá, él sale a injuriar a nuestro Dios. -El rey está abochornado y no sale de su tienda, añadió otro. La agitación de David era como el bramido del mar encrespado por las olas. Su corazón no soportaba el ultraje que se hacía a Israel y al Santo, bendito sea su nombre: -Iré yo a dar a ese incircunciso su merecido. Estoy seguro que el Señor me ayudará. Mientras se decía esto a sí mismo, el furor le creció dentro y no pudo contenerse. David decidió aniquilar a Goliat. El salvaría a Saúl, el benjaminita, del gigante, lo mismo que Judá, su antepasado, había rogado por la salvación de Benjamín, el antepasado de Saúl, a quien, en definitiva, odiaba Goliat. Su enemistad contra Saúl se debía a que en una refriega entre filisteos e israelitas Goliat había logrado capturar las Tablas de la Ley y Saúl se las había arrebatado de las manos. Dirigiéndose, pues, a los que se hallaban alrededor, David exclamó: -¿Quién es ese filisteo incircunciso para ofender a las huestes del Dios vivo? Los soldados le contaron lo que llevaban sufriendo y añadieron: -Todos los días sube varias veces a provocar a Israel. A quien lo mate el rey lo colmará de riquezas y le dará su hija como esposa. -Y librará de tributo a la casa de su padre, añadía otro. David replicó: -El Señor me ayudará a liquidarlo.
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Enseguida alguien corrió a referir a Saúl las palabras de David y el rey le mandó a llamar. Cuando David llegó a su presencia, confirmó al rey sus palabras: -Tu siervo irá a combatir con ese filisteo. Saúl midió con la mirada a David y le dijo con conmiseración: -¿Cómo puedes ir a pelear contra ese filisteo si tú eres un niño y él es un hombre de guerra desde su juventud? También Saúl se fija en la pequeñez de David, que considera desproporcionada para enfrentarse con la imponencia y experiencia de Goliat. Pero David no se acobardó ante las palabras del rey, sino que con voz firme se puso a contar al rey, a los generales y consejeros sus aventuras: -Cuando tu siervo estaba guardando el rebaño de su padre y venía el león o el oso y se llevaba una oveja del rebaño, yo salía tras él, le golpeaba y se la arrancaba de sus fauces, y si se revolvía contra mí, lo sujetaba por la quijada y lo golpeaba hasta matarlo. Tu siervo ha dado muerte al león y al oso, y ese filisteo incircunciso será como uno de ellos, pues ha insultado a las huestes del Dios vivo. David estaba radiante viendo cómo todos lo escuchaban. Terminó su narración y, tras un breve silencio, añadió: -El Señor, que me ha librado de las garras del león y del oso, me librará de la mano de ese filisteo. Para convencer al rey, David apela a su condición de pastor. El buen pastor, encargado de cuidar el rebaño, sabe defenderlo, combatiendo contra las fieras que lo atacan. Aunque Goliat se muestre como una bestia monstruosa, un pastor puede enfrentarlo y arrojar su carne a las fieras. Impresionado por el tono decidido con que hablaba David, el rey aceptó que saliera a combatir en nombre de Israel contra el filisteo. Saúl mandó que vistieran a David con sus propios vestidos y le puso un casco de bronce en la cabeza y le cubrió el pecho con una coraza. Ciñó luego a David su propia espada y le dijo: -Ve y que Yahveh sea contigo. A pesar de que la armadura había sido hecha a la medida de la alta estatura de Saúl, le caía perfectamente a David. Al ver el prodigio, Saúl se convenció de que David era el elegido para dar batalla al filisteo, pero al mismo tiempo el hecho despertó los celos de su corazón contra David. Por esto David salió de la presencia del rey, pero al momento dio media vuelta y volvió sobre 50
sus pasos. No quería presentarse al combate con la armadura del rey, sino ir al encuentro del gigante como un simple pastor: -No puedo caminar con esto, me pesa inútilmente. A mí me bastan mis armas habituales. Para Saúl era necesaria aquella armadura; para David, en cambio, es superflua e inconveniente, un obstáculo. Uno confía en la fuerza; el otro pone su confianza en Dios. David se despojó, pues, de cuanto le había dado el rey y salió en busca de Goliat con su cayado y su honda. David rechaza los símbolos del poder y la fuerza para enfrentarse al adversario con las armas de su pequeñez y la confianza en Dios, que confunde a los potentes mediante los débiles. Saúl y David muestran sus diferencias. El rey y el pastor. El "más alto" y el "pequeño". La espada y la honda. El rechazado por Dios y su elegido. Saúl, el fuerte, tiene miedo y no combate en defensa de su pueblo, pues no cuenta con Dios; David, en cambio, en su pequeñez, hace lo que debería hacer Saúl: como pastor ofrece su vida para salvar la grey del Señor. En su insignificancia se está mostrando rey de Israel. Libre de la armadura de Saúl, con paso decidido David bajó la pendiente de la colina. El corazón le latía mientras las trompetas anunciaban a los filisteos que, finalmente, un israelita aceptaba el reto de Goliat. Mientras David se alejaba, el rey y los generales le seguían con la vista, bendiciéndolo y suplicando para él la ayuda del Santo, bendito sea su nombre. En su interior, mientras se va acercando a Goliat, que ha blasfemado el Santo Nombre, David recita el Shemá: "Escucha, Israel, Yahveh es nuestro Dios, Yahveh es uno". Pero, en su apuro, desde lo más hondo de sus entrañas aflora la plegaria que, de pequeño, su madre le hacía recitar al ir a dormir: "En nombre del Eterno, Dios de Israel, que Miguel esté a mi derecha, Gabriel a mi izquierda, Ariel delante de mí, Rafael detrás de mí y por encima de mí la Shekinah". Esta oración era el escudo que envolvía a David, protegiéndole mucho mejor que la coraza de escamas a Goliat. David era consciente de que todos estaban pendientes de él, pues de él dependía la suerte de Israel. Con la esperanza de terminar con la angustia del ejército, sacó su cítara y entonó un canto de alabanza al Señor: Yahveh es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré? Yahveh es la defensa de mi vida, ¿quién me hará temblar? Cuando se acercan contra mí los malvados para devorar mi carne, son ellos los que tropiezan y sucumben. Aunque acampe contra mí un ejército,mi corazón no teme... Yahveh me protegerá y así levantaré la cabeza sobre el enemigo que me hostiga. 51
Cantaré y salmodiaré a Yahveh. Oyéndolo cantar, todo el ejército se sintió confiado, pues David les transmitió la confianza en Yahveh que él llevaba en su corazón, bajo las apariencias de su juventud insignificante ante la fuerza de Goliat. Al llegar al valle, que separaba los dos campamentos, David se inclinó a recoger unos cantos del torrente para su honda. Pero, por más que buscaba no conseguía encontrar ninguno hasta que, de repente, vio junto a sí cinco piedras puntiagudas y afiladas, como si le estuvieran esperando. Había pensado coger una sola, pero al levantarla del suelo le saltaron a la mano otras cuatro: una se la mandaba el Santo, bendito sea su nombre, otra era don de Aarón, el primer Sumo Sacerdote y las otras tres se las enviaban los tres Patriarcas. Cada una de las piedras parecía suplicar a David: "Sírvete de mí para dar su merecido a ese malvado". Guardó las cinco en el zurrón y se dirigió hacia el filisteo. Mientras David avanzaba hacia el campamento filisteo, Goliat salió como de costumbre a insultar al ejército de Israel. Al ir a abrir su boca insolente, Goliat notó que alguien se iba acercando hacia él. Precedido de su escudero, Goliat avanzó hacia David. Cuando pudo distinguirlo bien a través de su yelmo, Goliat vio que era un muchacho rubio el que se le acercaba y lo despreció: -¿Acaso me tomas por un perro que vienes contra mí con un cayado? Si te acercas un paso más daré tu carne a las aves del cielo y a las fieras del campo. Goliat ante el pequeño David se siente ofendido, no es un digno rival de su potencia. ¿Por quién lo toman? ¿Por un perro? David le había comparado con un león o un oso, algo más aceptable, pero Goliat no lo ha oído. Lo que oye es la réplica de David a sus palabras: -Tú vienes contra mí con espada, lanza y jabalina, pero yo voy contra ti en nombre de Yahveh Sebaot, Dios de los ejércitos de Israel, a quien tú has desafiado. Hoy mismo te entrega Yahveh en mis manos y sabrá toda la tierra que hay Dios para Israel. Y toda esta asamblea sabrá que no por la espada y por la lanza salva Yahveh, porque de Yahveh es el combate y os entrega en nuestras manos. Es la confesión de fe de David en Dios, el Señor de los últimos, que no necesita de ejércitos para derrotar a los enemigos. El es el Señor de la historia. Es lo que da confianza a David para enfrentarse a Goliat. Va con la certeza de que Dios le librará de la mano del filisteo como ya lo ha librado otras veces de las garras del león. El, el pastor, ahora se presenta como una oveja indefensa e inerme ante las fauces monstruosas del león que desea devorarlo, pero que no lo logrará porque el verdadero pastor, el Señor de los ejércitos, arrancará la presa de su boca. 52
Goliat, al oír las palabras de David, se enfureció y ya le iba a lanzar la lanza, pero la mirada de David le frenó incomprensiblemente. Le dejó como enraizado en el suelo sin poder moverse. Tan confundido quedó Goliat, al sentir su impotencia, que no sabía ni lo que decía; por ello, se atrevió a proferir la loca amenaza de que daría la carne de David a los ganados del campo, como si los ganados comieran carne. Al oírle, David supo que ya había vencido, y replicó al filisteo que arrojaría su cadáver a los pájaros carroñeros. A la mención de los carroñeros, Goliat levantó los ojos al cielo, para ver si había alguno. Al levantar la frente empujo la visera del yelmo, descubriendo su frente. David se adelantó, corriendo a su encuentro. Y mientras corría, David metió la mano en el zurrón, sacó de él una piedra, la colocó en la honda, que hizo girar sobre su cabeza y la soltó, hiriendo al filisteo en la frente; la piedra se le clavó en la frente y cayó de bruces en tierra. La boca, que había blasfemado contra Dios, mordió el polvo. David corrió hasta el filisteo y con desprecio puso su pie contra la boca que se había atrevido a blasfemar contra el Dios del ejército de Israel. Goliat estaba encasquetado en su armadura de pies a cabeza. David no sabía cómo arrancarle la armadura para cortar la cabeza del gigante. Entonces Urías, el hitita, se le ofreció para ayudarle, a condición de que se le diera como mujer una israelita. David aceptó la condición y Urías le mostró cómo estaban unidas las piezas de la armadura a partir de los talones de los pies. Así pudo despojar de la armadura a Goliat. Luego David tomó la espada misma de Goliat, la sacó de su vaina y con ella le cortó la cabeza. Una pequeña piedra ha bastado para derribar la montaña vacía de Goliat, montaña de arrogancia sin consistencia ante el Señor. Y, al final, de bruces y sin cabeza, Goliat queda en tierra como Dagón, el ídolo filisteo derribado en su mismo templo "por la presencia del arca del Señor". Ante el Señor cae la hueca potencia de la idolatría, derribada con la piedra de la fe, por pequeña que sea... Con las dos manos David levantó la cabeza para que la vieran bien todos los soldados, los del ejército de Israel y los filisteos. David, exultante, eleva su canto: Te doy gracias, Yahveh, de todo corazón, cantaré todas tus maravillas; quiero alegrarme y exultar en ti, salmodiar a tu nombre, Altísimo. Has reprimido y perdido al impío, has borrado su nombre para siempre, no quedará memoria del enemigo. Ha caído en la fosa que hizo, su pie enredado en la red por él tendida, atrapado por la obra de sus manos. 53
Los hijos de Israel prorrumpieron en gritos de júbilo por la grande e inesperada victoria, mientras que los filisteos, desmoralizados por la muerte de su héroe, se dieron a la fuga desordenadamente. Pero los hombres de Israel se levantaron y, lanzando el grito de guerra, persiguieron a los filisteos hasta sembrar el campo con sus cadáveres. David, el pastor de Belén, se ha mostrado como el verdadero rey de Israel. El, y no Saúl, ha quitado la vergüenza del pueblo, quitando la cabeza a Goliat, que con su boca había blasfemado contra Israel y su Dios. Y lo ha logrado quitándose la armadura de Saúl para enfrentarse al enemigo del pueblo con las armas de la fe en su Dios. Así lo ha reconocido Jonatán, que le esperaba en la tienda de Saúl. Jonatán lo acogió con entusiasmo: -Te he oído mientras hablabas con mi padre y he visto la batalla. En verdad no hay un héroe que pueda igualarte. Hay algo en común entre David y Jonatán, a pesar de la diferencia de sus historias personales: el uno hijo del rey y el otro un pastor. Ambos luchan contra los filisteos "incircuncisos" animados por el celo de su fe y sostenidos por la confianza en Dios, sabedores de que "para el Señor no es difícil salvar con muchos o con pocos". No es extraño que, nada más encontrarse, se reconozcan el uno en el otro y se acepten mutuamente, uniendo "sus almas". Desde aquel instante el alma de Jonatán se apegó al alma de David, a quien amó como a sí mismo. Jonatán, penetrando en el alma de David, descubrió el resplandor del ungido del Señor. Jonatán se despojó de su manto real y se lo dio a David junto con la espada, el arco y el cinturón. Jonatán ha dado a David los emblemas de su dignidad real, reconociendo en él al futuro rey, que sucederá a su padre en el trono. Y David, que antes había rechazado la armadura de Saúl, ahora acepta el gesto profético de Jonatán. David y Jonatán se juraron amistad eterna. Y desde entonces ambos se amaron como hermanos. Todos aquel día cantaron a David, menos él que cantó al Señor: Bendito sea Yahveh, mi Roca, que adiestra mis manos para el combate, mis dedos para la batalla; él, mi amor y mi baluarte, mi ciudadela y mi libertador, mi escudo en el que me cobijo... Oh Dios, quiero cantarte un canto nuevo, salmodiar para ti con el arpa de diez cuerdas, tú que das a los reyes la victoria, salvando a David, tu servidor... ¡Feliz el pueblo cuyo Dios es Yahveh! 54
8. MEDITACIONES DE DAVID
Así como Dios estuvo con David en su lucha con Goliat, también estuvo con él en otras muchas ocasiones, ayudándolo en sus dificultades. Con frecuencia, cuando perdía toda esperanza, el brazo de Dios intervenía y le salvaba de forma inesperada. Y no sólo le ayudaba, Dios le iba comunicando sabiduría para descubrir cómo El guía el mundo con justicia. Tras la victoria sobre Goliat, David siguió pastoreando el rebaño de su padre. Cuando salía tras las ovejas, le gustaba detenerse en lo alto de los cerros o a la sombra de un arbusto y, silbando sus salmos, se abandonaba a largas meditaciones sobre la creación, que le llevaban a alabar al Creador. Pasaba largas horas escuchando la palabra del árbol y el eco del roce de las piedras rodando por el arroyo. Y, noche tras noche, pasaba horas escuchando la ininterrumpida plática del cielo con la tierra, de los abismos con las estrellas. Nadie mejor que el pastor conoce el idioma de los bosques, de los vientos y las nubes. Al son del arpa, David descifraba su mensaje: El cielo proclama la gloria de Dios, el firmamento pregona la obra de sus manos; el día le pasa su mensaje al día, la noche se lo susurra a la noche. Pero, a veces, sus meditaciones se llenaban de interrogantes al tratar de explicarse los fenómenos de la naturaleza. Deseaba descubrir la razón de cada cosa y de cada ser viviente y no siempre la encontraba, turbándose por las dudas que se suscitaban en su interior acerca de la bondad de algunos seres creados por Dios. Entonces se le agotaba la inspiración y no brotaban en él las melodías de sus cantos. En una ocasión, después de haber compuesto y cantado varias veces uno de sus cantos, David se sintió tan complacido de su melodía que en su interior se inoculó una orgullosa pregunta: ¿Existirá acaso en el mundo otro ser que sepa cantar al Creador como yo? En aquel instante una rana se puso a croar a poca distancia y David, al oírla, siguió el hilo de su vanidoso pensamiento: ¿Qué placer puede hallar Dios en esos sonidos de rana que no dicen nada? Esta pregunta desagradó grandemente a la rana, que, con voz humana, se dirigió al pastor: -No te enorgullezcas, David, que mis cantos y melodías agradan al Creador tanto como los tuyos. Yo sé muy bien que no soy más que un pobre animal que 55
no tiene otra morada que los fosos y ciénagas y que sólo se me busca para hacerme del mal, pero yo bendigo incesantemente al Creador y, aunque sea sin palabras, le canto día y noche. Y sin embargo no me vanaglorío como haces tú... David se sintió cortado con las palabras de la rana, pero no se dio por vencido y preguntó: -¿Y cómo sabes tú que tu canto agrada a Dios tanto como el mío? Replicó la rana: -El Señor me ha dado pruebas evidentes de que yo le agrado. ¿O acaso no se sirvió de mí en sus plagas contra los egipcios? Dicho esto, la rana extendió sus patas, arqueó el cuerpo y saltó al agua, dejando a David con sus cavilaciones. Algo aprendió David de la rana. Desde aquel día David no se vanaglorió más de sus cantos y, por ello, ganaron en inspiración y belleza. En otra ocasión, mientras las ovejas pastaban, David se sentó a la sombra de una parra. Su mirada vagaba de un lado a otro sin fijarse en nada. De pronto le llamó la atención una araña que tejía en un ángulo su telaraña; la araña corría adelante y atrás cruzando los sutilísimos hilos. David estuvo un largo rato siguiendo a la araña con la mirada, hasta que le surgió una de esas preguntas que le nublaban el corazón, la mirada y toda su persona: ¿para qué se afana tanto este sucio animalejo, como si una araña pudiera ser de alguna utilidad a alguien? Pensó y pensó, pero no logró entender para qué podía haber creado Dios un ser semejante. ¿No será que al Creador le han salido algunas criaturas inútiles...? Mientras rumiaba estos pensamientos, una avispa comenzó a dar vueltas en torno suyo. Pero en lugar de picar a David, la avispa divisó la araña, se abalanzó sobre ella y la mató. Este hecho confirmó a David en sus dudas: Mira este animal de avispa, no es capaz de producir miel y se divierte destruyendo a otros seres vivos. ¿Para qué habrá sido creada? ¿Qué finalidad puede tener una avispa? Tales reflexiones le dejaron perplejo y turbado. En todo el día David no fue capaz de celebrar con sus cantos al Señor, Creador del mundo. Dios, siempre atento al corazón de David, descubrió su estado de ánimo y guardó en su memoria los sucesos de ese día, decidiendo aclarárselos a David, 56
mostrándole en su propia vida cómo esos seres, que le habían perturbado, tenían su razón de ser... Pero, aún eran más las cosas que turbaban la paz de David. Ese mismo día, después de recoger el rebaño, mientras regresaba a casa, David se encontró con un loco que gesticulaba y gritaba, babeando y desgarrando sus vestidos. David le miraba ese día como si nunca antes le hubiera visto. Así se dio cuenta cómo los muchachos del pueblo rodeaban al loco y se burlaban de él. La vista del loco, y el espectáculo de los muchachos riendo y abusando de él, hizo que David reviviera en una forma mucho más aguda las dudas del día sobre la bondad de la creación: ¿Qué ha buscado el Creador al mandar al mundo personas como ésta? ¿Por qué y para qué existen los locos? David no encontraba una respuesta a sus interrogantes. Y el Santo, bendito sea, incluyó esta última pregunta en la lista que ya tenía preparada para responder con la experiencia misma de David... a su debido tiempo.
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9. RIVALIDAD DE SAUL CONTRA DAVID
Después de dar muerte a Goliat, la fama de David se divulgó por todo el reino. David es cantado por las mujeres y amado por todo el pueblo. Cuando los soldados regresan victoriosos, la población les sale al encuentro con cantos de fiesta. Es un día de exultación tras la angustia de la guerra, tras el miedo de días y días bajo la amenaza y provocación de Goliat. Liberados, por la victoria, del miedo angustiante, el pueblo se desahoga con una explosión de cantos y danzas. Las mujeres salen al encuentro de Saúl, pero aclaman a David, que es quien ha derrotado al filisteo: Saúl ha vencido a mil, pero David a diez mil. Esta aclamación provocó los celos del rey Saúl, envidioso del triunfo de David. Saúl no pudo soportarlo: -Han dado a David diez mil y a mí sólo mil. Sólo falta que le den el reino. En el corazón enfermo del rey el canto suena como una estocada. David, a quien en realidad Dios ha dado ya el reino, se transforma en el fantasma principal de su mente atormentada. El joven pastor, que con su arpa le liberaba de los fantasmas de su locura y que con su honda le ha librado del peligro filisteo, se ha transformado ahora en una amenaza más profunda que todos los males precedentes. David es la encarnación, presente y real, del rechazo de Dios. Los celos le trastornan la razón y la rivalidad se hace irracional en su lucidez. La envidia le fue corroyendo las entrañas al rey hasta transformarse en odio y deseo de venganza. Y, de nuevo, Saúl cayó en su crisis depresiva, encerrándose en su tienda a rumiar su fracaso. En su desamparo deliraba: Si ya le cantan como diez veces más valiente, pronto querrán que David sea rey en mi lugar. Apenas acabada la batalla contra Goliat, Saúl llama a Abner y le pregunta: -Abner, este muchacho, ¿de quién es hijo? La inquietud obsesiva de Saúl no le deja gozar de la victoria sobre los filisteos. Su mente gira en torno a su preocupación. Este muchacho, que el rey finge desconocer para mantener el secreto de su enfermedad; este muchacho, que con su música apacigua sus crisis; este muchacho transformado ahora en valiente guerrero, capaz de usar sus armas e incluso blandir la pesada espada de Goliat, con la que ha cortado la cabeza del gigante, ¿no es acaso betlemita? 58
¿No es acaso hijo de Jesé, en cuya casa se encerró Samuel después de anunciarle a él que Yahveh le había abandonado... -Abner, este muchacho, ¿de quién es hijo? La herida sangrante se transforma en sospecha y oprime el pecho de Saúl. ¿No es acaso de la tribu de Judá, a quien nuestro padre Jacob bendijo, diciéndole: "Los hijos de tu padre se postrarán ante ti"? -Abner, este muchacho, ¿de quién es hijo? Abner, primero, esquiva la pregunta. Pero no es posible esquivar la pregunta de un enfermo obsesivo. Saúl vuelve siempre sobre lo mismo. Abner jura que no le conoce. Pero, apenas David se acerca radiante con la cabeza de Goliat, Saúl le suelta la misma pregunta: -Muchacho, ¿de quién eres hijo? Y David, ingenuo y orgulloso, responde: -Soy hijo de tu siervo Jesé, el betlemita. ¡Cómo amó Jonatán a David en ese momento! No, no había revelado la enfermedad del rey, su padre, contestando: ¿No me conoce, el rey? Soy el pastor que, con su música, aplacaba las horribles crisis... El rey Saúl, para alejar a David, le promovió como capitán de diez mil hombres y, con este ejército, venció muchas batallas contra los filisteos. David tenía éxito en todo lo que emprendía, "pues Dios estaba con él, mientras que se había retirado de Saúl". Todo Israel lo amaba y alababa. Y, mientras tanto, envió a Abner, su general, a indagar si David, que él sabía que era de la tribu de Judá, pertenecía al clan de Pérez o al de Zéraj. En el primer caso, se confirmarían sus sospechas de que David estaba destinado a ser rey. En las intrigas se metió de nuevo Doeg, el viejo enemigo de David. Pero Doeg fue confundido por el Señor. Doeg se presentó ante Saúl y le informó: -David es descendiente de la moabita Rut. Ni siquiera pertenece a la comunidad de Israel. El rey puede estar tranquilo. Pero Abner no era del mismo parecer. Se entabló una fuerte discusión entre Abner y Doeg respecto a la ley del Deuteronomio. Abner decía que la ley excluía a los hombres moabitas de la comunidad de Israel, pero no a las mujeres. Doeg, experto dialéctico, refutó todos los argumentos de Abner en favor de la admisión de las mujeres moabitas. Como no se pusieran de acuerdo, se apeló a la autoridad del profeta Samuel, que sentenció: 59
-Los hombres moabitas y los hombres amonitas han sido excluidos para siempre de la comunidad de Israel, pero no las mujeres moabitas o amonitas. Saúl, al oír la sentencia del profeta, se sintió abatido de nuevo. Jonatán, oyendo delirar a su padre, suplicó a David que volviera a tocar su arpa para calmar a su padre, el rey. Pero sucedió que, mientras David tocaba con su mano el arpa, Saúl, que tenía en su mano la lanza, la arrojó contra él. David logró esquivarla. La lanza le pasó raspándole la frente y fue a incrustarse en la pared. David está inerme ante el rey armado. La fuerza y la debilidad están frente a frente: el amor, hecho canto, enfrentado a la violencia del odio y la envidia. Pero David indefenso logra esquivar el arma del rey. Saúl experimenta que su fuerza es impotente contra David y empieza a temerle. Demudado, con la mirada perdida, la ira del rey queda dibujada, petrificada en su rostro. David, entonces, comprende que Saúl realmente desea matarlo y huye del palacio. En la pared quedó aún vibrando la lanza cuando David huyó como una sombra. Desde su escondite, David mandó a llamar a Jonatán y le dijo: -¿En qué he ofendido a tu padre para que quiera matarme? Jonatán, que amaba a David y también a su padre, estaba afligidísimo. Prometió a David averiguar las verdaderas intenciones de su padre, para ver si podía volver al palacio o debía huir. Al día siguiente, durante la fiesta de la luna nueva, Saúl descubrió que el puesto de David en la mesa del banquete estaba vacío. Con los ojos desorbitados de ira, preguntó: -¿Cómo es que el hijo de Jesé no viene a sentarse a la mesa? Jonatán, con voz temblorosa, respondió: -Le he dado permiso para ir a una fiesta de familia en Belén. Saúl gritó a su hijo: -¡Hijo de una perdida! ¿Crees que no sé que tú estás de su parte? ¡Vergüenza para ti y para tu madre! Pues has de saber que mientras viva el hijo de Jesé no estarás seguro tú ni tu reino. Anda, manda a buscarlo y traémelo, pues debe morir. Jonatán, lleno de ira, se levantó de la mesa sin probar bocado. Al día siguiente, apenas amaneció, se fue al campo en busca de David y le dijo: 60
-Huye y vete en paz. Ahora que nos hemos jurado amistad, que el Señor esté conmigo y contigo. David, pues, huyó; y Jonatán se volvió a casa. El primer día reina un denso silencio, el segundo día estalla la cólera y el tercero se consuma la fuga. En medio del odio, los celos, envidia e intrigas de Saúl contra David, la amistad de Jonatán y el amor de Mikal, hijos de Saúl, son como una sonrisa consoladora para David. Jonatán y David se unen entre sí con un pacto de sangre. Su unión queda sellada con el intercambio de traje y armas. La alianza sellada ante el Señor vincula a ambos: si uno quebranta la lealtad, el otro podrá matarlo sin recurrir a una instancia superior. Así Saúl comenzó a perseguir a David, que se vio obligado a huir y a esconderse en los montes. En una ocasión se escondió en una gruta. Sabiendo que los guardias del rey andaban buscándolo por aquellos parajes, David no se atrevía a salir de su escondrijo, temiendo que lo descubrieran. El miedo le atenazaba y no osaba ni moverse. Sólo su corazón gritaba al Señor: A ti Yahveh en mi clamor imploro, ante ti derramo mi lamento, pues tú conoces mi sendero. En el camino por donde voy me han escondido un lazo. No hay nadie que me conozca, nadie cuida de mi vida. Hacia ti clamo, Yahveh, mi refugio, mi porción en la tierra de los vivos. ¡Líbrame de mis perseguidores, pues son más fuertes que yo! ¡Saca mi alma de la prisión y daré gracias a tu nombre! Como siempre, el Señor se compadeció de él y le auxilió. Pero el Señor no sólo buscaba liberar a David de la ira del rey, sino liberarlo de sí mismo, de sus dudas, que le llevan al miedo. El Señor, pues, mandó unas arañas a la gruta y éstas en un momento tejieron sus telarañas, cerrando el ingreso de la gruta. Cuando Saúl, con sus soldados, pasó ante la gruta, David sintió su taconeo y se estremeció de terror. Pero, al instante, se tranquilizó, oyendo la voz de Saúl: -No puede estar aquí, pues, si se hubiera escondido en esta gruta, hubiera roto la telaraña al entrar... 61
Al oír el comentario del rey, a David se le hizo presente el día en que había despreciado a las arañas. Hallada la respuesta a su pregunta, salió gozoso de la gruta y exclamó: -Bendito sea el Señor que hace prodigios y no ha creado nada inútil. Bendita sea su sabiduría que sobrepasa infinitamente mi inteligencia. Con la confianza en el Señor, recobrada gracias a las arañas, David, a los pocos días, se atrevió a acercarse a la tienda de Saúl. El rey estaba durmiendo la siesta y Abner, jefe del ejército, en vez de custodiar el sueño del rey, se había dormido también. David, viendo a Abner dormido, decidió llegar hasta el interior de la tienda y dejar junto al rey un signo de que, habiendo podido matarlo, no había querido poner la mano sobre él.
David, cautelosamente, entró en la tienda, tomó la cantimplora de agua, que se hallaba junto a la cabecera de Saúl. Cuando salía con ella, justo en el momento en que iba a saltar sobre Abner, éste se dio media vuelta y aprisionó a David entre sus piernas, impidiéndole salir. Asustado por el imprevisto contratiempo, David se detuvo e invocó el auxilio del Señor. Y el Señor, siempre atento a las súplicas de su elegido, al instante escuchó su oración y le concedió, como siempre, más de lo que pedía. El Señor mandó una avispa que hundió su aguijón en el pie de Abner, obligándolo, por el dolor, a hacer un brusco movimiento. David así pudo aprovechar ese momento y escapar del peligro. Apenas estuvo a salvo, David recordó cómo había despreciado como inútiles y dañinas a la avispas. Reconoció su error y atrevimiento, que le habían llevado a juzgar al Creador. Recobró así la paz y pudo cantar las alabanzas del Señor, que ha creado todo con sabiduría y amor. Aún le quedaba al Señor una pregunta de David sin responder: su encuentro con el loco. Y Dios fraguó para David una nueva situación que le sirviera de lección y le curara de su orgullo. En una de sus huidas de Saúl, David buscó refugio entre los mismos filisteos, aunque sabía que éstos le odiaban. Intentó, pues, refugiarse en el palacio de Akíš, rey de Gat. Pero, para su desgracia, los centinelas del palacio eran los hermanos de Goliat. Al verle acercarse, éstos le reconocieron y decidieron vengar la muerte de su hermano: -Es el asesino de nuestro hermano, ha llegado la hora de darle su merecido. El rey Akíš oyó la voz de sus centinelas y corrió a impedir que los hermanos de Goliat hicieran justicia por su mano: -No permitiré una acción semejante. Goliat fue vencido en combate, ¿y vosotros queréis matar a David a traición? 62
Exasperados por esta salida del rey, los centinelas le replicaron: -Si eso es lo que quieres, ¿ábrele las puertas de tu palacio? Goliat proclamó que, si era vencido, los filisteos seríamos esclavos de Israel. ¡Hazte, pues, esclavo de David! Ante estas palabras el rey cedió y dejó a los hermanos de Goliat que realizasen sus planes de venganza. David, que había oído toda la discusión, se sintió perdido e invocó el auxilio del Señor. La situación de peligro arranca siempre en David el lamento y la petición de ayuda. En la prueba no confía en sus fuerzas; siempre siente la necesidad de ser salvado y la experiencia repetida de la salvación crea en él la certeza de que el Señor no le fallará nunca. De aquí que la súplica sea simultáneamente lamento, invocación, alabanza y abandono confiado en el Señor: Ten piedad de mí, oh Dios, porque me persiguen, todo el día, hostigándome, me oprimen. Me pisan los talones mis enemigos, innumerables son los que me hostigan. Pero yo confío en ti, ¿qué puede hacerme un ser de carne? Se conjuran, me insidian, observan mis pasos, ansiando atrapar mi alma... Tú llevas la cuenta de mis pasos errantes, ¡recoge mis lágrimas en tu odre! Yo sé que estás de mi parte, ¿qué puede hacerme un hombre? El auxilio del Señor no tardó en llegarle. A David, poco a poco, se le fueron confundiendo las ideas y, en pocos instantes, cayó en la locura: tamborileaba sobre el batiente de la puerta, reía y la baba le caía sobre su barba. David, que está huyendo de un rey enloquecido, se finge loco para escapar de otro rey... Akíš no soportaba a los locos, pues su esposa y una de sus hijas llevaban años en la más deprimente de las locuras. Por eso, al ver el estado de David, casi él mismo se vuelve loco: -Mirad, este hombre está loco. ¿Qué hace aquí? ¿Es que me faltan locos para que venga a mi casa uno más? Los centinelas, viendo el horror del rey, harto de los gritos de su esposa y de la hija, se asustaron de David y de la reacción del rey. Ninguno se atrevió a acercarse a David, sino que le gritaron que se alejase de allí. La fingida locura del israelita y la verdadera necedad del filisteo se alían para abrir una salida al ungido del Señor. Así David pudo salir del aprieto y volver sobre sus pasos. Y, 63
una vez a salvo, recordó al loco de Belén y, arrepentido de sus juicios sobre el Creador, cantó, con el alma purificada, el canto agradecido al Señor, que mediante la locura le había salvado de la muerte: Bendeciré a Yahveh en todo tiempo, sin cesar en mi boca su alabanza; en Yahveh mi alma se gloría, ¡óiganlo los humildes y se alegren! He buscado a Yahveh y me ha respondido: me ha librado de todos mis temores. Cuando el pobre grita, Yahveh oye y le salva de todas sus angustias. Yahveh está cerca de los que tienen roto el corazón, él salva a los espíritus hundidos. Muchas son las pruebas del justo, pero de todas le libra Yahveh. Otros muchos milagros hizo Dios en favor de David en su huida de Saúl. En una ocasión, cuando Saúl y sus hombres estaban rodeando a David, un ángel se apareció y anunció a Saúl que los filisteos estaban a las puertas de su ciudad. Así Saúl tuvo que interrumpir la persecución de David, para ir a rechazar el ataque de los filisteos. David comprendió que hasta los enemigos entran en el plan de Dios para salvar la vida de sus elegidos. Del arpa de David brotó el canto agradecido: Yahveh es mi pastor, nada me falta, aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque tú vas conmigo, tu vara y tu cayado me sosiegan. En su huida, David gustó el sabor amargo de la soledad; abatido recorrió caminos y desiertos; conoció la suerte del elegido de Dios, a quien El ama y acrisola hasta hacerlo uno con El. Como elegido de Dios, David se adhiere a El de corazón y espera la hora de Dios, sin querer anticiparla él. Abandonado a los planes de Dios, lo acepta todo de El y espera que el Señor transforme en bendiciones todas las desgracias que le toca sufrir. Pero una cosa, por encima de todas, le dolió a David en su huida: el verse obligado a abandonar la Tierra Santa. Abandonar la Tierra, para habitar en otro país, era para David "como adorar a los ídolos". Esto le llevó a pronunciar su única maldición contra Saúl y sus hombres: "Malditos sean, porque me han hecho escapar de la presencia del Señor, sacándome de su heredad, diciéndome: Vete a servir a otros dioses". Pero, apenas pronunció esta maldición, el temor de Dios le invadió el corazón. Le duele el odio de Saúl, pero no puede dejar de 64
amarlo como ungido del Señor. Entró dentro de sí y, con todo su ser, pidió dos cosas al Señor: No me entregues, Señor, en manos de mis enemigos, y que Saúl no caiga en mis manos, para que no me asalte la tentación de matar a tu ungido.
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10. DAVID PERSEGUIDO
Con razón dice un sabio, bendita sea su memoria: Para todo el que, antes de subir yo al poder, me decía "sube", no tenía más que un deseo: ¡perseguirlo hasta la muerte! Pero, una vez que he alcanzado el poder, no tengo más que un deseo para todo el que me dice que lo deje: ¡derramar sobre él una olla de agua hirviendo! Pues es difícil ascender al poder, pero más difícil es descender de él. Por eso encontramos respecto a Saúl que cuando se le dijo: "Sube a la realeza", se escondió, según se dice: "Y dijo Yahveh: ahí está oculto entre los bagajes". Pero cuando le dijeron: "desciende de ella", persiguió a David para matarlo. Pero la paradoja de Saúl está en que, oponiéndose a los designios de Dios, es él mismo quien los realiza. Quiere matar a David y, para ello, le encomienda empresas cada vez más difíciles y con ello no logra sino ensalzar a David ante el pueblo. Quiere aniquilar a David y termina por introducirlo en la familia real. Le ofrece su hija Mikal a cambio de cien prepucios filisteos -siempre con la esperanza de que muera en la empresa- y David se presenta ante él con doscientos. Y el amor de Mikal por David, que parecía la trampa para que cayera David, se transforma en una nueva amenaza para Saúl. La división ha entrado en casa y la hija enamorada se pone de parte de David, ayudándolo a huir de Saúl. Saúl cae en las mismas redes que tiende a David. Furioso e impotente, no es capaz de ocultar ni a su hijo Jonatán, el fiel amigo de David, sus intenciones asesinas. El rey ha enloquecido en su enemistad contra David. La situación se hace insostenible. Escapado de la espada, que Saúl lanza contra él, se refugia en su casa para pasar la noche. Saúl manda a sus hombres a vigilar la casa para sorprenderlo al amanecer y darle muerte. Pero Mikal, su esposa, la hija del rey, lo ayuda a escapar, burlando a los enviados de su padre. Mientras salta por la ventana, David elevaba su súplica al Señor: Líbrame de mi enemigo, Dios mío, protégeme de mis agresores, sálvame de los hombres sanguinarios. Mira que me están acechando y me acosan los poderosos: sin que yo haya pecado ni faltado, Señor, sin culpa mía, avanzan para acometerme. Despierta y no te apiades de estos traidores, que regresan a la tarde, aúllan como perros, rondando por la ciudad. Mas tú, Yahveh, te ríes de ellos, 66
te mofas de todos, ¡oh fuerza mía! Hacia ti miro, pues tú eres mi ciudadela, el Dios de mi amor, que vienes a mi encuentro... Yo por la mañana aclamaré tu misericordia; porque has sido mi refugio en el día del peligro. Sin tiempo para tomar nada, comida, ropa o una espada, David tuvo que huir a toda prisa de Saúl. En su huida, David llegó a Nob, donde estaba el sacerdote Ajimélec, que, temblando, le salió al encuentro y le preguntó: -¿Por qué vienes solo y no hay nadie contigo? David, sin revelar el motivo de su huida, pidió al sacerdote comida. Y, al ver que era visto por Doeg, uno de los servidores de Saúl, David dijo a Ajimélec: -¿No tienes aquí a mano una lanza o una espada? Le contestó el sacerdote: -Ahí está la espada de Goliat, el filisteo que mataste en el valle del Terebinto, envuelta en un paño detrás del efod. Si la quieres, tómala. Dijo David: -Ninguna mejor que esa. Dámela. David tomó la espada y partió inmediatamente de allí. Sobre los montes, donde se guarecen los osos y los leones, David encontró para esconderse una gruta profunda llamada La cueva de Adulam. Al poco tiempo, todo un ejército de valientes y de maleantes se congregó en torno suyo. A él llegaron sus hermanos y sobrinos desde Belén, audaces y veloces como ciervos. Se congregaron también arqueros, tiradores de saetas y cuantos se sentían agobiados por deudas o perseguidos por los acreedores o por la justicia. Seiscientos hombres formaron el ejército de los fieles a David. David se refugió, en primer lugar, en Mispá de Moab. Recordando su ascendencia moabita por parte de Rut, pidió al rey de Moab asilo para sus padres, durante el tiempo de su huida, "mientras yo sepa qué va a hacer Dios conmigo". Colocados al seguro sus padres, David regresó al refugio. Pero el profeta Gat, que le acompaña en su fuga, le dijo: -No te quedes en el refugio. Vete y penetra en las tierras de Judá.
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Partió, pues, David y entró en el bosque de Jéret. Pero David sabía que Doeg avisaría a Saúl de sus pasos. Por ello no podía residir en un lugar fijo, mucho menos dentro de una ciudad. David comenzó su peregrinación por los montes y desierto de Judá con sus abundantes cavernas como refugio. La existencia de David entra en precariedad, marcada por encuentros y enfrentamientos, huidas y agresiones, traiciones y amistades, delaciones y ayudas. El desierto inhóspito se hace refugio acogedor. Los pastores del desierto se sentían protegidos teniendo a David en sus cercanías, porque los hombres de David les defendían de los brigantes que merodeaban por el desierto para robarles los mejores corderos. Como paga agradecida por esta protección los ricos propietarios de ganados mandaban a David, para él y los suyos, pan y carne, trigo, higos y uvas. David está refugiado en Engadí, el bello oasis sobre la colina occidental del mar de la Arabá. En medio de un panorama completamente abrasado brota una fresca cascada de agua, que da nombre al lugar: Engadí, la Fuente del Cabrito. A los márgenes de sus aguas desciende hasta el valle como una serpiente verde la vegetación. El sol ilumina las esbeltas palmeras, dando dulzor a sus dátiles. Muy cerca de la fuente está la cueva donde se ha refugiado David. Los senderos que llevan a Engadí son difíciles y abruptos. En realidad son trochas escarpadas sobre la costa, pues los montes bajan a pico hasta el vértice del mar. Pero, al llegar a ella, Engadí compensa el esfuerzo con sus espléndidas palmeras cargadas de dátiles, con sus viñas y exuberantes campos verdes. Es el oasis de aromas embriagadores. Las rocas rosadas, que la circundan, junto con el mar, compiten con las flores y los pájaros de inesperadas especies. Arboles de pistacho se mezclan con los rosales. Por los tajos abiertos en los troncos destilan su resina el nardo, el cinamono, el áloe y una múltiple variedad de incienso... Allí David se consoló de la pérdida de Mikal con la delicia exquisita de Ajinoam, en la tregua que le concedió Saúl, al verse obligado a combatir a los filisteos. Con David en sus alrededores, los pastores se sentían seguros. Pero David no estaba nunca seguro, porque Saúl y sus huestes lo perseguían sin tregua de un lugar a otro. Así, un día Saúl llegó hasta la cueva de Engadí, donde David se escondía. Los soldados del rey tomaron un pedrusco y lo colocaron ante la puerta de la gruta, comieron y se echaron a dormir, sin sospechar siquiera que allí mismo, en la cavidad del monte, se hallaba David con sus hombres. Los hombres de David le decían: -Mira, éste es el día que Yahveh te anunció: Yo pongo a tu enemigo en tus manos, haz de él lo que te plazca. Se levantó David y sigilosamente cortó el borde del manto de Saúl. Pero, al hacerlo, su corazón le latía fuertemente por haber cortado la punta del manto del ungido del Señor. Ha sido un simple gesto simbólico, no ha rozado siquiera a 68
Saúl y, sin embargo, su corazón, delicado como el de Dios mismo, le golpea en el pecho. Con voz enérgica dijo a sus hombres, para que no se lanzasen contra Saúl: -Yahveh me libre de alzar mi mano contra el ungido del Señor. A la mañana siguiente, cuando Saúl y sus huestes se alejaron de la cueva, David salió y, mostrándole el borde del manto que le había cortado, llamó a gritos a Saúl: -¡Oh rey, mi señor! Volvió la vista Saúl y David, inclinándose rostro en tierra, le dijo: -¿Por qué escuchas a quienes me difaman ante ti? Hoy mismo han visto tus ojos que Yahveh te ha puesto en mis manos en la cueva, pero no he puesto mis manos sobre ti, porque eres el ungido de Yahveh. Mira, padre mío, mira el borde de tu manto y reconoce que no hay maldad en mí. ¿Contra quién sale el rey de Israel, a quién estás persiguiendo? ¿A un perro muerto, a una pulga? Que Yahveh juzgue y sentencie entre los dos, que El vea y defienda mi causa. Apenas se dio cuenta de que David le había perdonado la vida, el rey se sintió avergonzado, rompió a llorar y, alzando la voz, dijo: -¿Es ésta tu voz, hijo mío, David? Más justo eres tú que yo. Tú me haces el bien y yo te devuelvo males. Hoy has mostrado tu bondad, pues Yahveh me ha puesto en tus manos y no me has matado. ¿Qué hombre encuentra a su enemigo y le permite seguir su camino en paz? Que Yahveh te recompense por el bien que hoy me has hecho. Saúl se volvió a casa, suspendiendo la persecución de David, que subió con sus hombres al refugio. Pero el odio de Saúl hacia David era ya una enfermedad. La tregua de su locura no le duró mucho. Al poco tiempo emprendió de nuevo la persecución de David, llevando consigo a unos tres mil soldados escogidos entre los más expertos guerreros. Con este ejército acampó en la colina de Jakilá, en el desierto de Zif. David supo que Saúl había vuelto al desierto en su persecución. Los habitantes de Jakilá, a quienes David ha liberado de los filisteos, por el miedo de ser aniquilados por Saúl, como los sacerdotes de Nob, le han traicionado. Han avisado a Saúl de la presencia de David en el desierto de Zif. Desde lo hondo de su corazón, David elevó a Dios su súplica: ¿Por qué te glorías del mal, héroe de infamia? Todo el día lo pasas maquinando crímenes; 69
tu lengua es una espada afilada, artífice de engaños. Prefieres el mal al bien, la mentira a la justicia; amas toda palabra de perdición, lengua mentirosa. Por ello Dios te aplastará, te destruirá para siempre, te arrancará de tu tienda, extirpándote de la tierra de los vivos... Mas yo, como un olivo verde, en la Casa de Dios, en el amor de Dios confío por siempre jamás. Te alabaré eternamente, por cuanto has hecho, esperaré en tu nombre, bueno con los que te aman. Con la confianza puesta en el Señor, David, acompañado de uno de sus sobrinos, Abisay, hijo de Servia, penetró en el campamento de Saúl. Todo el ejército dormía: el Rey, los soldados y el capitán Abner. La lanza de Saúl estaba junto a él clavada en tierra. Abisay susurró al oído a David: -Dios ha escuchado tu súplica y pone en tus manos a tu enemigo. Por favor, permíteme que le atraviese y le clave en la tierra con su misma lanza. De un solo golpe lo mataré. No tendré que repetir. Pero David le replicó: -Nunca me permita el Señor devolverle el mal que me hace. No alzaré mi mano contra el ungido del Señor. Y añadió David: -Yahveh será quien le hiera, cuando le llegue su día. La lanza, la misma que David había esquivado por dos veces, ahora -y ese es el deseo de Abisay- podría poner fin a la vida de su dueño de un solo golpe. La lanza del rey, símbolo de su poder y de su autoridad, ha pasado a manos de David, que podría usarla contra su dueño, como hizo con Goliat, caído bajo el peso de su armadura y decapitado con su propia espada. Pero David, el hombre según el corazón de Dios, rechaza la violencia y, una vez más, no se toma la justicia con sus manos. Con la lanza del rey y su cantimplora, se alejó del campamento. Y, al amanecer, desde la colina opuesta, David gritó a través del valle: -Abner, ¿qué jefe eres? ¿Cómo es que no has guardado vigilante la vida del rey? Mereces la muerte por no haber cuidado a tu señor. Y mientras gritaba, David alzaba la lanza y la cantimplora que Saúl tenía a su cabecera:
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-Mira, aquí tengo la lanza y la cantimplora del rey. Manda a uno de los soldados que venga por ella. Saúl reconoció la voz de David y le respondió: -¿Eres tú, David, hijo mío? -Sí, soy yo, oh rey. ¿Por qué me persigues? ¿Qué mal te he hecho? ¿Por qué andas a la caza de mi vida como se va por los montes a la caza de las aves rapaces? -He pecado y obrado tontamente, David, hijo mío. ¡Vuelve! No te haré ningún mal, pues ya por dos veces me has perdonado la vida. Pero David se dijo: Hoy el rey me ama, pero mañana le volverá el mal depresivo y me odiará de nuevo. Si permanezco, un día u otro me capturará. Mejor es que me aleje del rey y huya al país de los filisteos. Es lo que propone a su brigada de valientes y fieles soldados, que aceptan, aunque algunos murmuren contra él, por su actitud con el rey Saúl. Al llegar la noche, David se retira y, en su soledad, abre su corazón al Señor: Escúchame, Dios, defensor mío, tú que, cuando me cierran los caminos, me abres una salida. Cuando te llamo, ten piedad de mí, escucha mi oración. Y en su oración al Señor se interponen sus enemigos, arrogantes, confiados, prisioneros de sus intrigas y engaños, planeando su fracaso : Y vosotros, ¿hasta cuándo ultrajaréis mi honor, amando la falsedad, enredándoos en el engaño? Pero no son sólo sus enemigos, también le abruman el corazón muchos de sus compañeros que, vacilando en su confianza, no saben esperar en la adversidad, no saben aguardar cuando Dios esconde su rostro y, por ello, le repiten todo el día: ¿Quién podrá devolvernos la dicha si la luz de tu rostro ha huido de nosotros? No, David no pierde su confianza, no tiembla ante sus perseguidores, no se deja envenenar por la duda de sus compañeros: 71
Yahveh, Dios mío, tú has dado a mi corazón más alegría que cuando abundan trigo y vino. En paz me acuesto y en seguida me duermo, porque tú, sólo tú, eres mi seguridad. David, con su paz, brotada de la experiencia de Dios, es un testimonio para sus compañeros de la presencia y del favor de Dios en medio del aprieto. Para David, acostarse es dormir y no dar vueltas en la cama y en la mente al fracaso y al miedo, alimentando la angustia, como lo describen los sabios: Y cuando se echa a descansar en la cama, el sueño nocturno lo turba: descansa un momento, apenas un instante, y lo agitan las pesadillas; aterrado por las visiones de su fantasía, como quien escapa huyendo del que lo persigue; y cuando se ve libre, se despierta descubriendo que su terror no tenía objeto. En su huida, con el desierto como marco, le brotan a David los versos de lamentación, de súplica y de abandono confiado en el Señor. El desierto hace aflorar la situación interior de David, perseguido, solo, sin apoyos, obligado al silencio, amenazado de muerte. Arido y con la boca reseca anhela el agua de la presencia y ayuda del Dios salvador. Sólo el agua de su gracia puede abrir los labios al canto y a la alabanza: Oh Dios, tú eres mi Dios, desde el amanecer te busco, mi alma tiene sed de ti, te anhela mi carne como tierra reseca, agostada, sin agua... Pues tu gracia vale más que la vida, mis labios cantarán tu alabanza. Te bendeciré mientras viva, en honor de tu nombre levantaré mis manos, mis labios te alabarán jubilosos. Cuando en el lecho me acuerdo de ti y en mis vigilias medito en ti, que has sido mi único auxilio, exulto de alegría a la sombra de tus alas, mi alma se adhiere a ti y tu diestra me sostiene.
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11. ABIGAIL
David se enamora fácilmente. Muchas mujeres sabrán ablandarle el corazón. Una de ellas es Abigaíl, en quien se unían la belleza, la sabiduría y dones proféticos. Era tal su encanto que excitaba la pasión de los hombres con su sola mirada. Es una mujer ya casada. Su marido, no por casualidad, se llama Nabal, que quiere decir "necio", "uno a quien no se le puede decir nada". Nabal se opone a David. Tendrá un triste final. Nabal tenía su hacienda en Carmelo. Era un hombre muy rico; poseía tres mil ovejas y mil cabras. David se encuentra en el desierto. Allí le llegó la noticia de que Nabal estaba esquilando su rebaño. El esquileo es siempre fiesta y alegría; durante él un propietario rico se muestra normalmente generoso, invitando a amigos y vecinos a participar de la abundancia de sus bienes. David, que ha alejado a los merodeadores, protegiendo los ganados de Nabal, envía a diez muchachos, esperando que Nabal les acoja con hospitalidad y les dé algo para sus hombres. Estos se presentaron a Nabal y, en nombre de David, le saludaron: -Paz para ti, para tu casa y para todo lo tuyo. He sabido que estás de esquileo. Pregunta a tus pastores y te dirán cómo nosotros nunca les hemos molestado ni les ha faltado nada desde que hemos estado con ellos en Carmelo. Que estos muchachos encuentren gracia a tus ojos, ya que hemos venido en un día de fiesta. Dales lo que tengas a mano para tus siervos y tu hijo David. El saludo, con el triple deseo de paz, expresaba las buenas intenciones de David y era un augurio de prosperidad. Pero, al oírlo, Nabal hizo gala de su nombre y, con toda su insensatez, les respondió: -¿Quién es David? Abundan hoy los siervos que andan huidos de sus señores. ¿Acaso voy a tomar mi pan, mi vino y mis reses, que he sacrificado para mis esquiladores, para dárselas a unos hombres que no sé de dónde son? Con esta respuesta, los muchachos se dieron media vuelta y volvieron por su camino a comunicársela a David. Y uno de los servidores de Nabal corrió, igualmente, a avisar a Abigaíl: -Mira, David ha enviado mensajeros desde el desierto para saludar a nuestro amo, y él los ha despreciado. Sin embargo, esos hombres han sido muy buenos con nosotros, y nada nos ha faltado mientras anduvimos con ellos, cuando estábamos en el campo. Fueron nuestra defensa noche y día. Mira qué debes hacer, pues está decretada la ruina de nuestro amo y de toda su casa. Y él es tan necio, que no se le puede decir nada. 73
Abigaíl, con la sensatez que le faltaba a su marido, a toda prisa tomó doscientos panes y dos odres de vino, cinco carneros, cinco arrobas de trigo tostado, cien racimos de uvas pasas y doscientos pasteles de higos secos, cargó todo sobre unos asnos y se lo mandó a David. Detrás del suntuoso presente iba ella montada en otro asno. En la espesura del monte se topó con David y sus hombres, que bajaban en dirección contraria. David se iba desahogando con sus soldados: -En vano hemos guardado en el desierto lo de este hombre, que ahora nos devuelve mal por bien. Para el alba no quedará con vida ni un solo varón de los de Nabal. Pero ante él estaba ya Abigaíl que, apenas vio a David, bajó del asno, se postró en tierra ante él y le dijo: -Deja que tu sierva hable a tus oídos y escúchame. El Señor ciertamente hará una casa permanente a mi señor, pues mi señor combate las batallas del Señor. Ningún mal vendrá sobre ti en toda tu vida. Aunque ahora te encuentres perseguido, la vida de mi señor está a salvo en la bolsa de la vida junto al Señor, tu Dios. Cuando el Señor haga a mi señor cuanto le ha prometido y te haya establecido como rey de Israel que no haya turbación ni remordimiento en el corazón de mi señor por haber derramado sangre inocente y haberse tomado la justicia por su mano. Cuando el Señor haya cumplido sus promesas, acuérdate de tu sierva. Abigaíl no estaba libre de la debilidad femenina de la coquetería. Las palabras "recuerda a tu sierva" nunca debería haberlas pronunciado, atrayendo la atención hacia ella, ya que era una mujer casada. Y lo cierto es que a David, escuchando a Abigaíl, algo le ha tocado el corazón, borrando su deseo de venganza. Como si Dios mismo le hubiera hablado por boca de Abigaíl, a él le brotó la exultación: -¡Bendito sea el Señor, Dios de Israel, que te ha enviado hoy a mi encuentro. Bendita sea tu prudencia y bendita tú misma, que me has impedido derramar sangre y tomar la justicia por mi mano! David aceptó de mano de Abigaíl cuanto ella le traía y le dijo: -Sube en paz a tu casa. Mira, he escuchado tu voz y he accedido a tu petición.
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En las palabras de Abigaíl, David ha recordado toda su vida como una historia conducida por la mano de Dios. Y, si Dios la ha guiado hasta ahora, El la llevará a su plenitud. David puede dejar en manos de Dios su justicia. Abigaíl se volvió a casa. Allí estaba Nabal celebrando un banquete de rey. Tenía el corazón alegre y estaba completamente ebrio. Ella no le dijo nada hasta la mañana siguiente. Pero, al alba, cuando se le había pasado la borrachera, Abigaíl le contó todo lo sucedido. Entonces el corazón se le murió en el pecho y Nabal se quedó como una piedra. La obsesión de las riquezas seca el alma, embrutece al hombre. La noticia de la muerte de Nabal le llegó a David, que exclamó: -Bendito sea el Señor que ha defendido mi causa contra la injuria de Nabal y me ha preservado de hacer el mal. El Señor ha hecho caer la maldad de Nabal sobre su cabeza. Abigaíl ha quedado libre. David, que no ha podido olvidarla desde que la vio, manda unos mensajeros a proponerla que sea su mujer. Abigaíl ni lo piensa; también ella ha quedado cautivada con el héroe David. Se montó en su asno y, seguida de cinco siervas, se fue detrás de los enviados de David y fue su esposa. Cuando David se encuentre en su trono, Abigaíl susurrará a oídos del rey el salmo que ha aprendido de él: Yahveh, en tu fuerza se regocija el rey; ¡oh, cómo le colma de júbilo tu salvación! Tú le has otorgado el deseo de su corazón, no le has negado lo que pedían sus labios. Te adelantaste a bendecirlo con el éxito, has puesto en su cabeza una corona de oro. Tu gloria le confiere esplendor y majestad. Le concedes bendiciones incesantes y lo colmas de alegría en tu presencia. Que tu mano alcance a todos sus enemigos y aniquile a todos sus adversarios. Aunque tramen tu ruina y urdan intrigas, nada podrán, pues tu arco les pondrá en fuga. ¡Levántate, Yahveh, con tu fuerza y al son del arpa salmodiaremos para ti!
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12. MUERTE DE SAUL Y SUBIDA DE DAVID AL TRONO
Para salvar su vida y la de los suyos, David se estableció con su tropa en el país de los filisteos. Es una situación paradójica y en extremo peligrosa para David. Es difícil conservar limpia la fe en Yahveh, que le ha ungido, en tierra extranjera; y es difícil librarse de tener que pelear contra los israelitas, viviendo en medio de sus eternos rivales. Con frecuencia David conducía sus hombres en ayuda de los filisteos contra las incursiones de los amalecitas. Pero, como era de temer, un día los filisteos decidieron organizar un gran ejército para atacar una vez más a los israelitas. Este fue el peor momento de la vida de David. ¿Qué podía hacer? ¿Cómo luchar contra su pueblo? ¿Cómo oponerse a los filisteos si vive asilado en su territorio? David se debate en su angustia y de su alma surge el quejido: ¿Hasta cuándo, Yahveh, te olvidarás de mí? ¿Hasta cuándo me ocultarás tu rostro? ¿Hasta cuándo he de estar preocupado con el corazón apenado todo el día? ¿Hasta cuándo va a triunfar mi enemigo? Yo en tu amor confío, exulte mi corazón con tu auxilio y te cantaré por el bien que me has hecho. La respuesta del Señor no tardó en llegar. Afortunadamente, los jefes filisteos no quisieron que David fuese con ellos, pues decían: -No, que no nos acompañe David. ¿No es acaso él quien venció y mató a nuestro campeón Goliat? ¿Cómo sabemos que, en medio de la batalla, no se volverá contra nosotros? ¿No es aquel David a quien, en medio de danzas, celebraban las mujeres, cantando: Saúl ha matado sus mil/pero David sus diez mil? Así David permaneció fuera del combate, aunque esperando angustiado las noticias de la batalla. Pero dejemos, por un momento a David, para dirigir la atención sobre Saúl. La historia de Saúl está llegando a su trágico final. Y, al empezar el último acto de su vida, como presentimiento de su hundimiento, tenemos la escena misteriosa y sombría de la evocación de Samuel, que lleva años muerto. En Israel están prohibidos los magos, adivinos y nigromantes. Al israelita le basta la palabra de Dios para guiarse en su historia. Y cuando no se oye la palabra de Dios, ¿qué hacer? Los profetas, burlándose de los que consultan a los 76
muertos los problemas de los vivos, dirán: "Esperar". Pero Saúl está desesperado por el silencio de Dios, que le ha rechazado. Y los filisteos, armados hasta los dientes, están a las puertas, acampados en Gelboé. El pueblo está divido entre él y David. Los sacerdotes y su mismo hijo sienten simpatía por su rival. A Saúl, la vista del ejército filisteo le hiela el corazón. Ante tal aprieto, Saúl siente la necesidad de un oráculo de Dios. Pero Samuel, su amigo de un tiempo y enemigo al final, está muerto. No cuenta con otro profeta. ¿Qué hacer? Sí, hay un camino, un único camino abierto, aunque él sabe que está prohibido. Pero Saúl, en su desesperación, se aventura a recurrir a ese camino. Desesperado, Saúl, que ha desterrado del país a nigromantes y adivinos, dijo a sus servidores: -Buscadme una nigromante para que vaya a consultarla. Le dijeron sus íntimos: -Aquí mismo, en Endor, hay una nigromante. Disfrazado, Saúl se presentó ante ella y le suplicó: -Evócame a Samuel. Samuel, llamado, aparece envuelto en su manto y pronuncia su último oráculo, un oráculo de muerte. Samuel que, al consagrarlo, había pronunciado el primer oráculo de bendición, Samuel que, luego más tarde, había pronunciado la primera condena, evocado mágicamente de la tumba, pronuncia el oráculo de condena definitivo contra Saúl. La voz del muerto sigue siendo la voz del profeta, que transmite la palabra de Dios: -¿Por qué me perturbas evocándome? Respondió Saúl: -Estoy en grande angustia. Los filisteos mueven guerra contra mí, Dios se ha apartado de mí y ya no me responde ni por los profetas ni en sueños. Te he evocado para que me indiques qué debo hacer. Samuel le dijo: -¿Para qué me consultas si el Señor se ha apartado de ti y se ha unido a otro? El Señor ha cumplido lo que te dijo por mi boca: ha arrancado el reino de tu mano y se lo ha dado a David, porque no escuchaste la palabra de Dios contra Amalec. Mañana tú y tus hijos estaréis conmigo. 77
Saúl, sobrecogido, cayó en tierra cuan largo era. Quedó aterrado con las palabras de Samuel. Marcado con el oráculo de Samuel sobre la frente, Saúl se dirige a la última batalla de su vida. Los filisteos han avanzado desde la llanura occidental del litoral mediterráneo hasta el norte de Israel, invadiendo la llanura de Yisrael en Galilea, considerada el granero de Palestina. Saúl, rechazado por Dios, rebelde, atormentado, maldecido y solitario, avanza sabiendo que va camino de la tumba. Es el final del camino comenzado en la guerra contra los amalecitas, que Saúl no quiso dar al anatema. Y ahora, de nuevo, los amalecitas, el eterno enemigo de Israel, vuelve a hacerse presente. Durante la ausencia de David, en camino con los filisteos, han hecho una incursión contra Siquelag, incendiándola y llevándose cautivas las mujeres, hijos e hijas, entre ellas Ajinoam y Abigaíl, esposas de David. Cuando David y sus hombres regresaron, la amargura les invadió el corazón ante la desolación de la ciudad desierta y consumida por las llamas. Sin pensar siquiera en reposar, David cobró fuerza y ánimo en el Señor y salió en persecución de los amalecitas. Les hallaron desparramados por el campo, comiendo, bebiendo y bailando, felices por el gran botín conquistado. David les batió desde el alba al anochecer, rescatando a todos los prisioneros. Lo que no había hecho Saúl, provocando el rechazo de Dios, lo hace David. Está, pues, llegando el momento de que David sea entronizado como rey de Israel, mientras Saúl se acerca al final en su lucha contra los filisteos. La maldición pesa sobre Saúl. Víctima de sí mismo, encerrado en la desesperada soledad de su locura, Saúl busca una palabra, mendiga un gesto, que le saque del aislamiento total. Ante el peligro, aterrorizado, con el corazón en la garganta, se dirige inútilmente a Dios, que le ha rechazado, a la nigromante de Endor, aunque él mismo había prohibido la nigromancia, a Samuel, que está muerto, y, humillado, implora a su escudero que le dé muerte con su espada. Derrotado no logra siquiera morir en la batalla. Ve que los filisteos han vencido, que todo está perdido y desea morir. No quiere caer prisionero de sus adversarios. Se expone para caer en el combate, pero sólo logra salir herido. Busca entonces a su escudero y le dice: -Saca tu espada y traspásame, no sea que esos incircuncisos se mofen de mí. Pero el escudero, atemorizado, se niega. A Saúl no le queda otra salida que clavar la espada en tierra y "abandonarse sobre ella". Una vez más, por última vez, Saúl no entrega su vida al Señor, sino que la toma entre sus propias manos, dándose muerte a sí mismo. Con él mueren sus tres hijos y su escudero; 78
toda su casa murió con él. Los filisteos, al día siguiente, le cortarán la cabeza y la pasearán, junto con sus armas, por todas sus ciudades. David en su atalaya esperaba noticias de la batalla. Y un día, finalmente, llegó hasta él a todo correr un individuo. Llevaba los vestidos rotos; llegó hasta David y cayó postrado ante él. David le preguntó: -¿De dónde vienes? Le respondió: -He huido del campamento de Israel. -¿Cómo ha ido la batalla? -Los israelitas han huido del campo de batalla y han caído todos. Saúl y Jonatán han sido matados sobre el monte Gelboé. David no escuchó más. Se echó a llorar con fuertes lamentos por la muerte de Saúl y de Jonatán: ¡Ay, tu gloria, Israel, yace muerta en las alturas! ¿Por qué han caído los valientes? No lo pregonéis en las calles de Ascalón, que no se alegren las muchachas filisteas, no lo celebren las hijas de los incircuncisos. ¡Montes de Gelboé, altas mesetas, ni rocío, ni lluvia caiga sobre vosotros! Allí quedó manchado el escudo de Saúl. ¡Arco de Jonatán, que no volvía atrás! ¡Espada de Saúl, que no tornaba en vano! Saúl y Jonatán, amables y amados, ni vida ni muerte los pudo separar. Muchachas de Israel, llorad por Saúl, que os vestía de púrpura y de joyas. ¡Cómo cayeron los valientes en el combate! ¡Jonatán, cómo sufro por ti, hermano mío, Jonatán! Tu amistad era para mí mejor que amor de mujer. David se ha olvidado del odio; el amor ha cancelado los rastros de la enemistad. Por cuatro veces resuenan los nombres de Saúl y de Jonatán, el amigo, cuya amistad ha sido para David más preciosa que los amores de las mujeres. 79
Había llegado la hora de regresar a su tierra. David reunió a su gente, soldados y familia, y con ellos emprendió la subida hacia la ciudad de Hebrón en Judá, una de las ciudades queridas, que guardaba la memoria de Abraham. David había sido ya consagrado rey por Samuel, pero había sido en privado. Ahora su investidura se realizará solemnemente. Los hombres de Judá ungieron a David como rey de su tribu. Pero las otras tribus estaban divididas. Unos querían que David fuera el rey y otros preferían que subiera al trono uno de los hijos de Saúl. Hubo confusión y discordia, pero al final todas las tribus de Israel reconocieron a David como rey. Le decían y se decían unos a otros: -Mira, ya mientras Saúl era nuestro rey, tú nos has guiado contra nuestros enemigos y salíamos victoriosos. Hemos sabido además que Samuel, el profeta y vidente, te ha ungido como rey hace ya tanto tiempo, cuando aún eras un pastor en Belén. ¡Dios te ha ungido como rey! -Hueso tuyo y carne tuya somos nosotros. Ya antes, cuando Saúl era nuestro rey, eras tú el que dirigías las entradas y salidas de Israel. -Hoy se cumple la palabra del Señor, que te dijo: "Tú apacentarás a mi pueblo Israel, tú serás el jefe de Israel". David se dejó aclamar en silencio. Hizo un pacto con ellos ante el Señor; y los ancianos volvieron a derramar el óleo de la unción sobre la cabeza de David, lo mismo que había hecho Samuel. David, el pastor, ¡era el rey de Israel! Treinta años tenía David cuando empezó a reinar y reinó cuarenta años, siete años y seis meses en Hebrón sobre Judá y treinta y tres años en Jerusalén sobre todo Israel y Judá. Pero David no olvidaba a Jonatán, su grande y fiel amigo. Preguntó: -¿No queda nadie de la familia de Jonatán con quien yo pueda mostrarme bueno y generoso? Un viejo siervo de Saúl respondió: -Queda aún un hijo, cojo de los dos pies. Y narró a David la historia del hijo de Jonatán: Éste cumplía cinco años el día en que murió su padre y se entretenía con su nodriza cuando llegó uno con la noticia de que Saúl y Jonatán habían muerto en la guerra. La nodriza lo cogió en brazos y salió corriendo asustada. Y, mientras corría, el niño se le escapó de 80
entre las manos y se rompió las dos piernas. Ahora vivía en el campo con uno de los siervos de su abuelo Saúl. David mandó a buscarlo. Se lo llevaron al palacio, donde el pequeño llegó tembloroso, temiendo que el rey lo tratara mal. Pero David se dirigió a él con dulzura: -No temas, seré bueno contigo por amor a Jonatán, tu padre. Serás como uno de mis hijos y comerás a mi mesa. Luego David se dirigió al siervo de Saúl y le dijo: -Yo doy al muchacho toda la tierra que pertenecía a su abuelo Saúl y tus hijos se la cultivarán. Así, el hijo de Jonatán fue a vivir en el palacio de David y fue considerado como uno de sus hijos.
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13. JOAB
La vida de David, rey de Israel, está ofuscada por la sombra de una figura misteriosa y turbia. Desde lo escondido su influencia pesa sobre David. Se trata de su sobrino, el general Joab, hijo de su hermana Sarvia. Hábil guerrero, pero implacable y ambicioso. David busca recomponer la unidad de todo Israel. Ofrece la reconciliación a los seguidores de Saúl. Matará al amalecita que, mintiendo, se arroga haber dado muerte a Saúl y Jonatán, pensando que David se lo recompensará. Desgarrando sus vestidos, David proclama su sentencia de muerte: -Tu sangre sobre tu cabeza, pues tu misma boca te acusó cuando dijiste: "Yo maté al ungido de Yahveh". Lo mismo hará con los dos jefes de banda, Baaná y Rekab, que mataron mientras dormía a Isbaal, el hijo cojo de Saúl, y tuvieron el atrevimiento de cortarle la cabeza y llevársela a David: -Aquí tienes la cabeza de Isbaal, hijo de Saúl, tu enemigo, el que buscó tu muerte. Hoy ha concedido Dios a mi señor, el rey, venganza sobre Saúl y sobre su descendencia. Pero David, encendido en ira, les replicó: -¡Vive Yahveh, que ha librado mi alma de toda angustia! Si al que me anunció la muerte de Saúl, creyendo que me daba una buena noticia, lo prendí y ordené matarlo, dándole ese pago por su noticia, ¿cuánto más ahora que hombres malvados han dado muerte a un hombre justo en su casa, sobre su lecho? ¿No deberé pediros cuenta de su sangre y exterminaros de la tierra? Para David, Saúl no es su rival, sino el ungido del Señor, y Jonatán, no es el heredero del trono, sino el amigo del alma. No se alegra David por la muerte de Saúl, lo llora y hace duelo. Las lágrimas, que fluían copiosamente, iban desatando los nudos de sus ansiedades. Y apenas se entera que los hombres de Yabés de Galaad han dado sepultura a Saúl, David les envía mensajeros para decirles: -Benditos seáis del Señor por haber hecho esta misericordia con Saúl, vuestro señor, dándole sepultura. Que el Señor sea con vosotros misericordioso y fiel. También yo os trataré bien por haber hecho esto. Y ahora, tened fortaleza y sed valerosos, pues murió Saúl, vuestro señor, pero la casa de Judá me ha ungido a mí por rey suyo. 82
Sin embargo, no son estos los sentimientos del general de su ejército. Joab mancha de sangre los primeros tiempos del reinado de David. Y la sombra de Joab acompañará y amargará a David hasta la hora de su muerte. En la gran derrota del ejército de Saúl en los montes de Gelboé logró salvarse el general Abner, un valiente guerrero, que goza de una fama merecida. David lo busca y le ofrece su confianza, con el deseo de atraer a la unidad a cuantos podían soñar con reconstruir un ejército de fieles a Saúl en torno a su capitán. Abner está al corriente de la palabra del Señor a David: "Le pasaré el reino de Saúl y afianzaré el trono de David sobre Israel y Judá, desde Dan hasta Berseba". Muerto Saúl, tras un corto período en que apoya a Isbaal, el único hijo vivo de Saúl, Abner decide unirse a David. Para ello, despachó unos emisarios a Hebrón, para hacer a David esta propuesta: -Haz un pacto conmigo y te ayudaré a poner a todo Israel de tu parte. David, complacido, le respondió: -Está bien. Yo haré un pacto contigo, pero te pido una cosa: cuando vengas a verme sólo te recibiré si me traes a Mikal, hija de Saúl, mi mujer. Abner recuperó a Mikal, habló en favor de David a los ancianos de Israel de los lugares por donde pasaba y, finalmente, se dirigió a Hebrón a hablar personalmente con David, que lo acogió y lo convidó a un banquete, hablaron, le despidió y Abner marchó en paz. Pero Joab, con sus soldados, regresó de una correría poco después y alguien le dio enseguida la noticia: -Ha venido Abner a visitar al rey y el rey lo ha despedido y se ha marchado en paz. Joab, que teme que un general como Abner pueda hacerle sombra en la estima del rey, se sintió ofendido. Se presentó a David y le dijo: -¿Qué has hecho? ¿Por qué lo has dejado irse en paz? ¿No sabes que Abner ha venido a engañarte, espiando tus movimientos, y a enterarse de lo que piensas? Joab salió de palacio y, sin decir nada a David, mandó emisarios a llamar a Abner. Cuando Abner volvió a Hebrón, Joab lo llevó aparte, como para hablar a solas con él, y allí lo mató. David se enteró y dijo: 83
-Ante el Señor y para siempre, yo y mi reino somos inocentes de la sangre de Abner. ¡Respondan de ella Joab y su casa! ¡No falten nunca en su familia enfermos, muertos a espada y muertos de hambre! El rey David caminaba apesadumbrado detrás del féretro de Abner. Y cuando lo enterraron, el rey gritó y lloró junto a su tumba. David entonó este lamento por Abner: ¿Tenía que morir Abner como muere un insensato? Sus manos no conocieron las cadenas ni sus pies los grilletes. Caíste como se cae a manos de traidores. Es lo único que David puede hacer frente a su terrible sobrino: maldecirle. No puede hacer otra cosa. El rey dijo a sus servidores: -¿No sabéis que hoy ha caído un gran caudillo de Israel? Yo he sido blando, aunque ungido como rey, mientras que los hijos de mi hermana Sarvia han sido más duros que yo. Que el Señor les de su merecido. Pero los sabios, bendita su memoria, han cantado también las glorias de Joab, el gran guerrero de Israel, brazo derecho de David en todas sus batallas. Sin Joab, dicen, David no hubiera tenido tiempo para dedicarse al estudio de la Torá y a componer salmos. Joab era frío y duro soldado, pero siempre sirvió al pueblo de Israel. Se cuenta de él que, cuando escuchó las palabras del rey de David: "Como un padre siente ternura por sus hijos, así el Señor siente ternura por aquellos que le temen", se extrañó de que David comparara el amor de Dios con el de un padre y no con el de una madre, que normalmente es considerado más fuerte y sacrificado. Entonces quiso verificar si las palabras de David correspondían a la realidad. En uno de sus viajes entró en casa de un pobre que tenía doce hijos. El padre apenas podía sustentarlos con el trabajo de sus manos. Joab le propuso que le vendiera uno de sus doce hijos, diciéndole: -Así tendrás una boca menos que alimentar y, además, con el alto precio que te ofrezco por él, tendrás para sustentar mejor a los otros. El padre rechazó bruscamente su proposición. Entonces, al ver que el hombre había salido para su trabajo, se presentó a la madre, ofreciéndole lo mismo. Ella al principio se resistió a la tentación, pero terminó cediendo. Cuando el padre volvió a su casa al atardecer, cortó el pan, como solía hacer, en 84
catorce trozos, para él, para su mujer, y para sus doce hijos. Pero, al distribuir las porciones, notó que le sobraba un trozo de pan, es decir, que le faltaba uno de los hijos. Preguntó por él y la madre le confesó lo sucedido en su ausencia. El padre ni comió ni bebió. A la mañana siguiente, temprano, salió de casa dispuesto a conseguir que Joab le devolviera el hijo, restituyéndele su dinero, o a degollarlo, si se rehusaba a devolverle su hijo. Joab le devolvió el hijo y, con admiración por David, exclamó: -Sí, David tenía razón al comparar el amor de Dios con el amor de un padre por su hijo. Este pobrecillo, que tiene doce bocas que alimentar, está dispuesto a luchar conmigo hasta la muerte por uno de sus hijos, cosa que no ha hecho la madre. Este es el modo rudo de razonar de Joab, que entiende más de la guerra que de los sentimientos humanos. Es de la familia de David, pero sus almas son muy distintas. Hasta el lecho de muerte se llevará David esta amargura. Morirá confiando que Salomón, su sucesor, vengue todos los delitos del sanguinario hijo de su hermana Sarvia. Así lo consigna en su testamento: -Yo me voy por el camino de todos. Ten valor y sé hombre. Guarda las enseñanzas del Señor, caminando por sus sendas... Ya sabes, hijo mío, lo que me hizo Joab, hijo de Sarvia, lo que hizo a los jefes de los ejércitos de Israel: a Abner, hijo de Ner, y a Amasá, hijo de Yéter, a quienes mató en plena paz vengando sangre vertida en la guerra. Esa sangre inocente manchó el cinturón de mi cintura y la sandalia de mis pies. Obra según tu prudencia, pero no dejes que sus canas bajen en paz a la tumba. Y Salomón no olvidó las palabras de su padre. Al poco de subir al trono, llamó a Benayas y le dijo: -Ve y mata a Joab. Mátalo y entiérralo. Así quitarás de encima de mí y de la casa de mi padre la sangre inocente que vertió Joab. ¡Que el Señor haga recaer su sangre sobre su cabeza por haber matado a dos hombres más justos y mejores que él, matándolos a espada sin que lo supiera mi padre! ¡Que la sangre de estos hombres caiga sobre la cabeza de Joab y de su descendencia por siempre! ¡Y que la paz del Señor esté siempre con David, con sus descendientes, su casa y su trono!
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14. LA DANZA ANTE EL ARCA
Elí era muy anciano y apenas se levantaba de su silla, colocada a la entrada del Santuario de Silo. Sus dos hijos, Jofní y Pinjás, ejercían el sacerdocio. Burlándose de Dios y de su padre anciano, los dos hijos abusaban de los fieles que llegaban al Santuario con sus ofrendas. Dios, defensor de los débiles oprimidos, decidió la muerte de los perversos sacerdotes. Fue entonces cuando los filisteos se reunieron para combatir a Israel y los israelitas salieron a su encuentro para el combate, acampando cerca de Mispá, mientras que los filisteos habían acampado en Afeca, al norte de su territorio. Allí se libró una gran batalla e Israel fue batido por los filisteos, muriendo a campo abierto cerca de cuatro mil israelitas. Ante tal derrota, los ancianos de Israel se reunieron en consejo y discutieron con los jefes militares la causa de la derrota. No, no era la fuerza de los filisteos la causa de tantas muertes. Todos concluyeron con una pregunta, que expresaba el motivo de su fracaso: ¿Por qué nos ha derrotado hoy el Señor ante los filisteos? Yahveh les había derrotado. Habían ido a la guerra sin contar con El, apoyados en su propia fuerza. Esto era verdad. Pero no entendieron al Señor. Siguieron sin convertirse al Señor, aunque los ancianos de Israel decidieron llevar el Arca del Señor al campo de batalla. El Arca es capturada por los filisteos y llevada hasta Asdot, al templo de Dagón, colocándola junto a Dagón. Pero "la mano del Señor" triunfa de las manos cortadas de Dagón, derribándolo por tierra. Comienza entonces la larga peregrinación del Arca cautiva. El Señor hiere a los filisteos con plagas, pero ellos se endurecen y, en vez de devolverla, la van paseando por su territorio. Como la plaga también recorre el territorio, los filisteos atemorizados deciden soltar el Arca: -No debe quedarse entre nosotros el Arca del Dios de Israel, porque su mano es dura con nosotros y con nuestro dios Dagón. Todo el pueblo era presa de un pánico mortal. Los siete meses que estuvo el Arca en poder de los filisteos fue un sucederse de desgracias. Convocaron a los príncipes y les dijeron: -Devolved a su sitio el Arca del Dios de Israel; si no, nos va a matar a nosotros con nuestras familias. Los príncipes llamaron a los sacerdotes y adivinos y les consultaron: 86
-¿Qué hacemos con el Arca del Señor? Indicadnos cómo podemos mandarla a su sitio? Respondieron: -Elegid dos vacas, que estén criando, y uncidlas al carro que lleve el Arca, dejando encerrados en el establo sus terneros. Las vacas querrán volver al establo donde están sus crías. Si el Dios de Israel desea recuperar el Arca, le toca a El arrastrar a las vacas hacia sí. Si no lo hace es que no tiene fuerza y no tenemos por qué temerlo. Siguiendo el consejo de los sacerdotes, cogieron dos vacas, que estaban criando, y las uncieron a un carro, dejando los terneros encerrados en los establos. En el carro colocaron el Arca y los presentes ofrecidos al Dios de Israel. Ante tal desafío, el pueblo se quedó sorprendido, viendo cómo las vacas tiraron derechas, sin desviarse a derecha ni izquierda, hasta llegar a Bet Semes, en el confín de Israel. Los mugidos de las vacas aturdían los oídos de los filisteos, que iban detrás del carro. De Bet Semes el Arca fue llevada a Quiryat Yearim. Es la primera etapa de la peregrinación del Arca por tierra de Israel, peregrinación que durará muchos años y culminará con su entrada en Jerusalén. David, aclamado y ungido rey por todas las tribus de Israel, decide el lugar de la nueva capital. Para no suscitar celos entre las tribus elige como capital una ciudad independiente y céntrica. Hebrón no puede ser: está en territorio de su tribu, de Judá. En la cima de una colina, entre el norte y el sur, estaba la ciudad de Jerusalén. Todo el territorio en torno a ella pertenecía a los israelitas, pero Jerusalén seguía aún en poder de los enemigos. Ninguno había podido conquistarla. David sabía que mientras la ciudad situada en el centro del país no perteneciera a Israel, el pueblo no gozaría de una paz segura. Por ello convocó a su ejército para marchar a conquistarla. Jerusalén es una ciudad fuertemente fortificada. Está ocupada por los jebuseos. Es casi inexpugnable, situada como está sobre una enorme roca, que forma la colina de Sión. Por el oriente, la circunda el torrente Cedrón y, por el occidente, la rodea el valle de la Gehenna. Los valles del Cedrón y de la Gehenna confluyen envolviendo la colina y se dirigen hacia el sur. La ciudad era, por tanto, una roca fuerte en medio de dos valles profundísimos. Los jebuseos se sentían seguros. Cuando les llegan rumores de su asedio se echan a reír, pues estaban seguros de que hasta los ciegos y cojos podían defenderla. 87
No es lo que piensa David, que con sus hombres se puso en marcha hacia Jerusalén. Los jebuseos, asomados sobre los muros, se burlan de David: -No entrarás aquí. Te rechazarán los ciegos y cojos. Pero David tenía su plan bien pensado. Había descubierto un túnel subterráneo que conducía el agua a la ciudad. Dos valientes soldados penetraron a través del túnel en la ciudad y, en medio de la noche, abrieron sus puertas, permitiendo penetrar por ellas al rey con sus tropas. Así David conquistó el alcázar de Sión. Se instaló allí y desde entonces se llama Ciudad de David. Enseguida, David fortificó la ciudad con una muralla en torno y se construyó un espléndido palacio real. Así comprendió David que el Señor lo establecía como rey de Israel y que engrandecía su reino por amor a su pueblo, Israel. Había llegado la hora de trasladar el Arca del Señor a Jerusalén. La ciudad de David será la Ciudad Santa de Yahveh. David juró e hizo voto ante el Señor: No entraré bajo el techo de mi casa, no subiré al lecho de mi descanso, no daré sueño a mis ojos ni reposo a mis párpados, hasta que encuentre un lugar para el Señor, una morada para el Fuerte de Jacob. David reunió a todo lo mejor de Israel, treinta mil hombres, se levantó y partió a Baalá de Judá, para subir desde allí el Arca de Dios que lleva el nombre del Señor de los ejércitos que se sienta sobre los serafines. Cargaron el Arca de Dios en una carreta nueva y la llevaron procesionalmente de casa de Abinadab hacia Jerusalén. Uzzá y Ajyó, hijos de Abinadab, conducían la carreta con el Arca de Dios. David y toda la casa de Dios bailaban delante del Señor con todas sus fuerzas, cantando con cítaras, arpas, adufes, sistros y címbalos. Mientras el Arca pasaba lentamente de pueblo en pueblo, deteniéndose en cada aldea, todos cantaban: Oímos que estaba en Efrata, la encontramos en el Soto de Jaar: entremos en su morada, postrémonos ante el estrado de sus pies. Y los cantores, al partir de cada lugar, entonaban: Levántate, Señor, ven a tu mansión, ven con el Arca de tu poder: que tus sacerdotes se vistan de gala, 88
que tus fieles te aclamen. Y el pueblo exclamaba: Por amor a tu siervo David, no niegues audiencia a tu Ungido. Y los sacerdotes respondían a coro: El Señor ha jurado a David una promesa que no retractará: A uno de tu linaje pondré sobre mi trono por siempre. Y David, alborozado, hacía de solista: Porque el Señor ha elegido a Sión, ha deseado vivir en ella. El me dijo: Esta será mi mansión por siempre, en Sión viviré, porque la deseo. Y los sacerdotes bendecían al pueblo: El Señor bendiga vuestras provisiones, a los pobres los sacie de pan. Y el pueblo aclamaba con vítores: Vestirá a sus sacerdotes de gala. Y todos en coro cantaban su esperanza: Haré germinar el vigor de David, enciendo una lámpara para mi Ungido, sobre El brillará la diadema del Señor, que vestirá a sus enemigos de ignominia. El Señor ha elegido a Sión, ha deseado vivir en ella. Así, de etapa en etapa, entre cantos y danzas, iba avanzando el Arca hasta la Ciudad Santa. Al divisar la colina de Sión, los portadores del Arca se detenían cada seis pasos y se sacrificaba un novillo y un ternero. David iba danzando ante el Señor con todo entusiasmo, vestido con un efod de lino, y todos acompañaban al Arca con vítores al sonido de trompetas. 89
Instalaron el Arca del Señor en el centro de la tienda que David había preparado para ella. Y David ofreció holocaustos y sacrificios de comunión al Señor. Luego repartió a todos, hombres y mujeres, una torta de pan, un pastel de dátiles y un pan de uvas pasas a cada uno. Cuando todos se marcharon, cada cual a su casa, también David se fue a casa. Pero, cuando el Arca del Señor entraba en la Santa Ciudad, Mikal estaba asomada a la ventana y, al ver al rey dando saltos y cabriolas delante del Señor, lo despreció en su corazón. Cuando David llegó a casa, gozoso de la fiesta, Mikal le salió al encuentro y le dijo: -¡Cómo se ha cubierto hoy de gloria el rey de Israel, descubriéndose a la vista de las criadas de sus servidores, como lo haría un cualquiera! David le respondió: -Ante el Señor, que me prefirió a tu padre y a toda tu familia, yo bailaré y todavía me rebajaré más. Si a ti te parece despreciable, seré honrado ante las criadas de que hablas. Mikal, la hija de Saúl, es conocida con el apelativo de Eglah, "ternera". Era de una belleza encantadora y, al mismo tiempo, modelo de esposa amante. Cuando su padre quería matar a David, ella le salvó de las manos de su padre. Era tan buena como hermosa. Mostró su bondad, por ejemplo, con los niños huérfanos de su hermana Merad, que la Escritura dice que Mikal "dio a Adriel", que no era su esposo, sino su cuñado. Pero es que ella los trató y cuidó como si fueran hijos propios. Pero, a pesar de tanta belleza y bondad, Dios la castigó por haberse burlado de David y haberle reprochado que danzara ante el Arca en honor del Señor. Durante mucho tiempo no volvió a tener hijos y, por fin, cuando fue bendecida con un niño, perdió su propia vida al darle a luz.
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15. LUCHA CONTRA LA IDOLATRIA
Tres años después de la muerte de Saúl hubo una gran carestía en todo el país. Los campos, amarillos y resecos por la sequía, herían la vista. Fue una sequía tan desoladora que se cuenta entre las diez más severas que ha habido desde Adán hasta el Mesías. David, en su corazón, buscaba la razón de esa triste situación. Primero David investigó las condiciones morales de su reino, porque la lujuria acarrea el castigo de cerrar las compuertas de la lluvia. No era esa la causa. Pensó entonces que tal vez el pueblo se había olvidado de la limosna, que es otra de las causas que provocan el hambre, pero tampoco era esa la razón de la sequía. En vista de sus fallos, consultó al Señor, que le dijo: -¿No fue Saúl un rey ungido con el óleo santo? ¿Acaso no abolió la idolatría? ¿Y no sabes que es compañero de Samuel en el paraíso? Y mientras tú habitas en tierra de Israel, ¡él está aún sepultado fuera de Israel, entre los idólatras! Inmediatamente David, acompañado de los sabios y nobles del reino, se fue a Yabés de Galaad, desenterró los restos de Saúl y Jonatán y solemnemente fueron llevados en procesión a la tierra de Israel, donde fueron enterrados en la heredad de Benjamín. Este acto de afecto, que Israel rindió a su rey fallecido, suscitó la compasión de Dios, que mandó a las nubes descargar sus aguas sobre el campo reseco. Aún no fue suficiente para acabar con el hambre. Se había hecho justicia con Saúl, pero aún quedaba por reparar la culpa de Saúl contra los Guibeitas. David se quejó ante Dios: -¿Es que vas a castigar a tu pueblo por causa de los prosélitos? Dios le replicó: -Si tú no atraes a los que están lejos, se te marcharán los que están cerca. David tuvo que dar satisfacción a los Guibeitas por los crímenes de Saúl contra ellos. Entonces los paganos reconocieron: -No hay dios como el Dios de Israel, no hay nación como la nación de Israel. La culpa infligida contra los despreciados prosélitos ha sido expiada por hijos de reyes. 91
A través de estos hechos, David descubrió que la sequía había sido una señal del cielo. El Señor quería barrer la idolatría, quizás aún no extinguida del todo. Le vino a la memoria la palabra del Señor: "Si dais culto a otros dioses y os inclináis ante ellos se encenderá mi ira contra vosotros, cerraré el cielo y cesará la lluvia de modo que la tierra no os dará sus frutos". El rey David ordenó que se indagase por todo el país a ver si quedaban idólatras entre sus súbditos. Sus mensajeros recorrieron todo el reino, ciudades y aldeas, investigando a toda la población. Pero no encontraron ni una persona que rindiera culto a los ídolos. Cuando regresaron y refirieron a David que en todo su reino no quedaba ni huella de idolatría, David exultó de alegría, pero, al mismo tiempo, quedó confundido: ¿cuál era, entonces, la causa de la sequía? Así pronto se descubrió la causa. Un día un tal Jonatán, hijo de Geresción, se puso en camino en busca de trabajo. Con sorpresa descubrió que en la región de Dan la gente se postraba ante una imagen. Con tal de trabajar, pidió que le nombraran sacerdote de aquel culto. Los fieles aceptaron sin más su ofrecimiento. Pero, al poco tiempo, los habitantes de Dan se dieron cuenta de la extraña conducta de aquel sacerdote, contraria e incompatible con su función. Por ejemplo, cuando llegó una pareja a adorar al ídolo, llevando valiosos obsequios para el sacerdote, éste les preguntó por su edad. El marido respondió: -Mi esposa tiene cincuenta años y yo sesenta. Entonces él, sin consideración alguna, les reprochó: -¡Viejos ignorantes! ¿No os da vergüenza inclinaros ante un ídolo de menos de dos años? Tan confundidos quedaron los dos ante esta observación que se marcharon mortificados y decididos a no volver a dar culto a los ídolos. En otra ocasión se presentó ante el sacerdote un hombre, ciego de un ojo, y le explicó: -Vengo a adorar al ídolo. Aquí traigo mi ofrenda de flor de harina. Implóralo por mí para que me devuelva del todo la vista. Entonces el sacerdote, en tono irónico, le replicó: -¿Dónde tienes la cabeza? ¿Pides que te devuelva la vista de un ojo a quien es ciego de los dos ojos? 92
El pobre hombre se sintió avergonzado y se alejó del santuario, convencido de que era inútil esperar auxilio de un ídolo hecho por manos de hombre. Pocos días después, se presentó una mujer con su hijo en brazos, paralítico de nacimiento. Se inclinó ante la imagen y le suplicó que diera fuerzas a las piernas de su hijo para que pudiera caminar como todos los otros niños. Jonatán, al oír las palabras de la madre, compadecido de ella, pero con su aire burlón se le acercó y le dijo: -No es así como debes orar. Pide a este ídolo que se mueva de su sitio y muestre así a tu hijo cómo se mueven las piernas. ¡Díle que le dé ejemplo a tu hijo! También esta mujer se marchó desilusionada. Por todos estos casos, que enseguida corrían de boca en boca, se difundió la voz de que el sacerdote despreciaba al ídolo y se burlaba de cuantos iban a darle culto o a implorar su ayuda. Esto no se puede tolerar, se dijeron los habitantes del lugar. Se presentaron ante él y, sin consideración a su sacerdocio, le preguntaron: -¿Cómo es posible que tú alejes a la gente del ídolo del que eres sacerdote? Jonatán les respondió: -Me he puesto al servicio del ídolo sólo para ganarme el pan. Si me hubierais prometido una paga por arrancarle los ojos, lo hubiera hecho lo mismo... Cuando el rey David se enteró de lo que estaba sucediendo en la tribu de Dan, llamó a aquel extraño sacerdote y, con tono de reproche, le preguntó: -¿Cómo es posible que un levita como tú se ponga a servir a un ídolo? Jonatán, sin inmutarse, replicó al rey: -He aceptado el encargo sólo porque necesitaba ganarme el pan, pero en realidad mi sacerdocio consiste en hacer volver a los hijos de Israel al recto camino. David se sintió conmovido por su declaración y, para que pudiera dedicarse enteramente al culto del Señor, le nombró superintendente de los depósitos del reino. Este cambio radical de vida del sacerdote, significó también la desaparición de la idolatría en todo el reino de David. Las nubes se abrieron y la lluvia cayó sobre los campos áridos, bañándolos de bendiciones. David, agradecido, cambió a Jonatán su nombre, llamándolo "Scevuel": retornado al Dios eterno. David le invitó a cantar con él, al son del arpa: 93
Yo digo a Yahveh: "Tú eres mi Señor, mi bien, nada hay fuera de ti. A los ídolos que se veneran en la tierra, y a todos los que a ellos se dedican les lloverán desgracias y saldrán huyendo. Yo jamás derramaré sus libaciones de sangre, jamás tomaré sus nombres en mis labios. Yahveh es la parte de mi heredad y mi copa, me ha tocado una parcela de delicias. Bendeciré por siempre al Señor, que hasta de noche me instruye y aconseja. Tendré siempre presente al Señor y con El a mi derecha no vacilaré. Con El se me alegra el corazón y hasta mi carne descansa serena. El me enseña el sendero de la vida, me colma de gozo en su presencia, de alegría perpetua a su derecha.
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16. LAS GUERRAS DE DAVID
David, llamado por Dios y consagrado por la unción, es constantemente el "bendito" de Dios, al que Dios asiste con su presencia. Y, porque Dios está con él, prospera en todas sus empresas, en la lucha con Goliat, en sus guerras al servicio de Saúl y en las que él mismo emprenderá como rey y liberador de Israel: "Por donde quiera que iba le daba Yahveh la victoria". Cuando los filisteos oyeron que David había sido ungido rey de Israel, subieron todos en busca de David, desplegándose por el profundo Valle de Refaím. David, al enterarse, bajó al refugio de Adul-lam. Allí imploró a Dios, al son del arpa: ¿Por qué se amotinan las naciones y los pueblos maquinan planes vanos? Se alían los reyes de la tierra, los príncipes conspiran contra Yahveh y contra su ungido: ¡Rompamos sus coyundas, sacudamos su yugo! El que habita en el cielo sonríe, el Señor se burla de ellos... Ya tengo yo consagrado a mi rey en Sión, mi monte santo... Le daré en herencia las naciones, en posesión los confines de la tierra. El primer pensamiento de David, después de ascender al trono, había sido el de rescatar de la mano de los paganos Jerusalén, la santa ciudad desde los tiempos de Adán, de Noé y Abraham. Ahora se lo confirmaba el Señor. Pero, aparte de la posición casi inexpugnable de Jerusalén, su conquista no era nada fácil por otros motivos. Los jebuseos, que habitaban Jerusalén, eran descendientes de Het, que había cedido la cueva de Makpelá a Abraham con la condición de que sus descendientes nunca fueran desposeídos de la ciudad de Jerusalén. Como memorial de este acuerdo entre Abraham y los hijos de Het se habían erigido monumentos de metal. Cuando David se acercó a Jerusalén para rescatarla, todavía se podía leer claramente en dichos monumentos la promesa de Abraham grabada en ellos. ¿Se atrevería David a destruir esos monumentos en los que estaba escrita una promesa del patriarca Abraham?
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Joab ideó un plan para entrar en la ciudad sin destruir los monumentos. Colocó altos cipreses junto a la muralla, les dobló hasta el punto que sus soldados pudieron agarrarse a ellos. Cuando dejaron libres a los cipreses, éstos se enderezaron y Joab y sus soldados fueron catapultados por encima de los monumentos, cayendo sobre las murallas. Sorprendidos los jebuseos ante la inesperada estratagema se rindieron y entregaron la ciudad. David, sin embargo, para evitar reclamos futuros, no quiso tomar posesión de Jerusalén por la fuerza ni fraudulentamente. Por ello, ofreció a los jebuseos seiscientos shekels de plata, cincuenta shekels por cada tribu de Israel. Los jebuseos aceptaron el dinero y entregaron a David un recibo de venta de la ciudad. Una vez que tomó posesión de Jerusalén, David se dirigió hacia el valle de los Gigantes, para entablar la guerra contra sus eternos rivales, los filisteos. Cuando los filisteos se enteraron, recordando cómo David había derrotado a su héroe Goliat, se alarmaron. Entonces le mandaron una delegación de ancianos que recordaran a David que el patriarca Isaac había consignado a sus antepasados las bridas de su asno como signo de alianza perpetua entre Israel y su pueblo. David comprendió que, en boca de los filisteos, esto no era mas que un vil pretexto, ya que ellos habían violado miles de veces el pacto haciendo la guerra a Israel. Sin embargo no quería que se dijera que él se comportaba como los paganos. Por ello aceptó que, en virtud de dicha alianza, no le era lícito atacar a los filisteos mientras éstos tuvieran en sus manos las bridas que les consignó Isaac. Mediante un estratagema David se hizo llevar la señal del pacto y, en cuanto tuvo en su poder las bridas, arguyó a los filisteos: -Se necesita ser descarados para apelar ahora al juramento de Isaac después de haberlo violado vosotros tantas veces. Ahora que el signo de la alianza está en mis manos tengo todo el derecho de considerar prescrito el viejo pacto. Pero, entre los ángeles, no todos estaban de acuerdo. Con frecuencia preguntaban a Dios por qué había rechazado a Saúl y sobre su predilección por David. ¿No hacía preferencias el Santo, concediendo a David todo lo que deseaba? David, que acusaba a los filisteos de burlarse de los pactos, ¿era él respetuoso de la alianza con el Santo? Dios, entonces, intervino y le dijo a David: -No ataques a los filisteos hasta que no oigas el son de ataque en las cimas de las moreras. 96
Los filisteos, viendo indecisos a los israelitas, avanzaron a toda prisa contra ellos. Ya estaban casi encima y David no daba la orden de atacar. Joab y sus hombres, impacientes, ya se iban a arrojar contra los filisteos, pero David les retuvo, gritando: -Dios me ha prohibido atacar a los filisteos antes de que las cimas de los árboles se empiecen a mover. Si transgredimos la orden de Dios, ciertamente moriremos. Si esperamos, es probable que muramos a manos de los filisteos, pero, al menos, habremos muerto como hombres piadosos que observan el mandato de Dios. ¡Confiemos en El! Apenas acabó David su arenga a la tropa, las cimas de los árboles comenzaron a agitarse. Al frente de sus hombres, David avanzó contra el ejército de los filisteos y los infligió una gran derrota. Y Dios, que contemplaba a su elegido, dijo a los ángeles: -Ved la diferencia entre Saúl y David. Al poco tiempo de esta victoria, David envió sus tropas, bajo el mando de Joab, a combatir a Aram Naharaim. Estos, alarmados, igualmente recurrieron al mismo estratagema de los filisteos. Mandaron mensajeros al general que le dijeron: -¿Acaso no eres tú de la estirpe de aquel Jacob que hizo con nuestro progenitor Labán una alianza y que, en testimonio eterno, levantó una estela entre Palestina y Aram como signo de que ni ellos ni sus descendientes se harían la guerra? Esta observación, que era justa en sustancia, dejó perplejo a Joab que, después de reflexionar, decidió dejar en paz a esos pueblos y dirigirse a combatir a Edom. Pero también Edom se dirigió a él, refrescándole la memoria: -¿Cómo puedes olvidar la advertencia bíblica: "Guardaos de atacar al monte Seír, donde habitan los edomitas, hijos de Esaú"? Joab se retiró también de allí. Pero no queriendo presentarse ante David con las manos vacías, decidió atacar a los ammonitas y a los moabitas. Estos dos pueblos, habiendo oído que Joab era fiel observante de las órdenes bíblicas y que gracias a ello se habían salvado sus vecinos los edomitas, enviaron también ellos una delegación de personalidades con el encargo de recordarle el texto bíblico: "No hagas daño a Moab y teme al Señor, tu Dios..." 97
Joab se dio cuenta de que a ese paso no lograría ejecutar la orden recibida de David. Por ello pensó en mandarle una misiva explicándole lo ocurrido con los diversos pueblos a quienes había pensado combatir. El rey David comprendió claramente que a aquellos pueblos no les interesaba absolutamente la observancia de la Biblia, por más que ahora recurrieran a ella, pues en el pasado ellos habían violado repetidamente los pactos que ahora invocaban. David pensó en hacerles pagar su merecido. Se despojó de su manto real y de la corona y, vistiendo un simple traje de ciudadano, se presentó ante el Sanedrín, diciendo a los jueces de Israel: -He venido como un ciudadano cualquiera a escuchar vuestra sentencia. Después de haber mandado a mi general Joab al frente del ejército para que atacase a nuestros enemigos, ellos, uno tras otro, han tenido la desvergüenza de exigirnos el respeto de los diversos pactos que hicieron con sus antepasados nuestros padres. ¿No han sido ellos acaso los primeros en violar dichos pactos? ¿Acaso no lo violó Edom cuando Moisés le pidió permiso para que los hijos de Israel atravesaran su territorio? ¿No les intimó diciendo: "No pasaréis por mi país y, si lo hacéis, os declararé la guerra?". Y los ammonitas, al aliarse con Amalek en guerra contra nosotros, ¿no violaron la alianza, que ahora quieren hacer valer? Y en tiempos de los Jueces, ¿no nos han atacado y derrotado los reyes de Aram y de Moab? Oído el alegato de David, el Tribunal sentenció: -Tienes todo el derecho de combatir contra esos pueblos y, sin duda, Dios estará contigo. Sin esperar más, el rey comunicó a Joab la decisión del Sanedrín y éste, sin pérdida de tiempo, emprendió la guerra contra Edom, derrotándolo. Inmediatamente después se dirigió contra Aram y, apenas vencido, prosiguió hasta los confines de Moab. Y, después de conquistado todo su territorio, volvió hacia Edom y redujo a todos los sobrevivientes a esclavitud... David entonó con sus soldados: Dichoso el hombre que no sigue el consejo de los impíos, ni camina por la senda de los pecadores, ni se sienta en el banco de los burlones; sino que su gozo es la Torá del Señor, meditándola día y noche. 98
Será como un árbol plantado al borde de la acequia: da fruto a su tiempo y no se marchitan sus hojas. Cuanto emprende le sale bien. No así los impíos, no así; serán como paja que se lleva el viento. El Señor protege el camino de los justos, pero el camino de los impíos acaba mal. Las guerras y victorias de David son ciertamente incontables. Hasta él mismo se vanagloriaba de ello: no había en el mundo un guerrero que le igualase. Este incontrolado sentimiento de orgullo desagradaba al Señor. Por ello el Santo, bendito sea, decidió castigar a David para sanarlo. Se le presentó y con severidad le dijo: ¿Hasta cuándo seguirás pavoneándote de tus proezas? Si has destruido la población de Nob, sede de los sacerdotes, si han sido muertos Saúl y sus hijos, si has derrotado a todos tus enemigos, ha sido sólo porque yo así lo había decidido. Pero como no acabas de convencerte de ello, he decretado tu castigo: elige entre caer tú en manos del enemigo o que yo prive de la realeza a tu descendencia. David entre las dos cosas prefirió su prisión. Y ésta no tardó en llegarle. Un día salió de caza con Abisaí. Al poco tiempo se tropezaron con un ciervo. Los dos se alegraron y corrieron en su persecución. Pero el ciervo, con su velocidad, parecía burlarse de ellos. Se dejaba casi alcanzar y se alejaba de ellos según su capricho. David, sin descubrir en el ciervo la trampa que Dios le estaba tendiendo, no se dio por vencido. Se empeñó en seguirlo, ¿cuándo se le había escapado a él un animal? Abišaí corría junto a David tras el ciervo hasta que se detuvo para atarse el lazo de una de sus sandalias. Fue sólo un momento, pero bastó para que David desapareciera de su vista. Corrió y buscó su rastro pero no logró encontrarlo. Entretanto David, que no había interrumpido la persecución del ciervo, sin darse cuenta de la ausencia de su compañero, de repente se sorprendió al descubrir que el ciervo le había conducido al territorio de los filisteos. Allí estaba la torre desde la que le llegaba la voz del centinela: -¡He, tú!, ¿acaso no eres David, el sanguinario, que mataste a Goliat? Ahora acabaré contigo y vengaré a todas tus víctimas... Se trataba de Iskí, hermano de Goliat, robusto y de estatura gigantesca como él. Sin pérdida de tiempo, se abalanzó sobre David y lo arrojó por tierra. 99
Le ató de pies y manos y de un salto se lanzó sobre David con la intención de aplastarlo bajo su peso. Pero, al levantarse, vio con sorpresa que el suelo sobre el que estaba David se había hundido y allí estaba en el fondo David sano y salvo. Iskí se enfureció y, agarrando a su adversario, lo lanzó por los aires, izando bajo él su lanza para que, al caer, quedara ensartado en ella. Ante lo inevitable del peligro, David invocó el auxilio del Señor, que acudió en su ayuda sosteniéndolo en los aires. Iskí, fuera de sí por la rabia, se precipitó sobre él, dando golpes de lanza a diestra y siniestra, sin acertar a tocarlo. Mientras tanto, Abišaí, sin esperanza ya de encontrar a David y exhausto, se detuvo junto a una fuente para apagar la sed y reposar un poco. Pero, al llenar de agua el cuenco de la mano, con estupor descubrió que el agua se le transformó en sangre. Era una señal celeste, que le presagiaba que David estaba en un grave peligro. Olvidando la sed y el cansancio, Abišaí emprendió desesperadamente la búsqueda de David. A todo correr Abišaí daba vueltas por un lado y por otro, sin saber hacia dónde dirigirse. Pero, al rato, se topó con una paloma que se agitaba prisionera entre las púas de un espino y se arrancaba las plumas. Esta nueva señal le anunciaba la gravedad del peligro que estaba corriendo David, aumentando su preocupación. Elevó la vista al cielo y su mirada descubrió la torre donde se encontraba prisionero David. Penetró a todo correr y se chocó con Orpá, madre de Iskí, sentada con el huso en sus manos. La preguntó si había visto a David, pero no halló respuesta alguna. Abišaí intuyó que el silencio era señal de que sí estaba allí David. Orpá, para llamar la atención de su hijo, dejó caer la rueca, por lo que Abišaí, sin más contemplaciones, de un golpe seco la rompió el cráneo. Salió rápidamente al patio de detrás de la torre y allí vio a David suspendido en el aire, mientras Iskí intentaba golpearlo con la lanza. Apenas David vio a su compañero, le explicó la causa de lo que estaba viendo, cómo Dios lo había entregado en manos del enemigo como castigo por su orgullo. El amigo, entonces, le exhortó a pedir perdón a Dios, asegurándole que, apenas Dios viera su corazón compungido y arrepentido, se haría presente para salvarlo. David, que estaba realmente arrepentido, se volvió hacia el Señor, invocando su perdón y su ayuda. Antes de que terminara su oración, Dios le hizo descender a tierra. Iskí, al verle en tierra a su alcance, se lanzó con la lanza contra él, pero David, pudo esquivarlo retrocediendo. Iskí, al ver retroceder a David, creyó que retrocedía para coger impulso y atacarlo, recordó el combate en que murió su hermano y se sintió paralizado por el terror. 100
David aprovechó ese momento propicio y, haciendo un gesto a Abišaí, ambos se dieron a la fuga. Viéndoles huir, Iskí recobró el ánimo y salió tras ellos. Pero David ya tenía en mente su plan para abatir al filisteo incircunciso, como había hecho con su hermano Goliat. Dejaron que Iskí les siguiera hasta que, ya en el campo, los dos se detuvieron de repente. Abišaí, para provocarlo, le gritaba: -¿No crees que dos cachorros pueden devorar a un león? Vuélvete y ve a cavar la tumba de tu madre... Iskí comprendió que Abišaí había matado a su madre y, atenazado por la sorpresa y el dolor, se desvaneció cayendo a tierra. De este modo, David pudo deshacerse de Iskí, el gigante, como había hecho con su hermano Goliat. En todo Israel se supo que la mano de Dios había querido borrar la memoria de Orpá, la moabita. Y cuando Yahveh libró a su siervo David de todos sus enemigos y de las manos de Saúl, David entonó el himno de acción de gracias, alabando a Yahveh por todas las victorias que le había concedido: Yo te amo, Yahveh, mi fortaleza, Yahveh, mi roca y me baluarte, mi libertador, mi Dios; la peña en que me amparo, mi escudo y fuerza de mi salvación, mi ciudadela y mi refugio... Para el combate me ciñes de fuerza, me das pies de ciervo, me colocas en la altura, adiestras mis manos para la guerra y mis brazos para tensar la ballesta: doblegas bajo mí a mis agresores... ¡Viva Yahveh!, bendita sea mi roca, el Dios de mi salvación sea ensalzado. Te alabaré entre los pueblos, en honor de tu nombre, Yahveh, salmodiaré. Tú haces grandes las victorias del rey, así muestras tu amor a tu ungido.
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17. DAVID COMO JUEZ
David se distinguía por su amor a la justicia. Un día llevaron a su tribunal el caso de un pobre que no tenía con qué pagar la deuda contraída con un rico vecino suyo. El deudor contó que en el pasado los dos vecinos habían vivido en amistad, de acuerdo en todo. Dijo que, lo mismo que su vecino, también había sido propietario de un buen terreno. A ninguno de los dos le faltaba nada, más aún, con frecuencia su vecino le había solicitado diversos favores, que él siempre había otorgado, sin hacérselo pesar. Esto fue así hasta que, por desgracia, él había perdido toda su fortuna, quedando en la miseria hasta el punto de no tener con qué mantener a su familia. Y, como por entonces su vecino se hacía cada día más rico, se dirigió a él para pedirle un préstamo. Aunque no de buena gana, el vecino le había concedido la ayuda solicitada. Pero, desde aquel momento, olvidando los favores recibidos, le presionaba sin descanso para que le restituyera el dinero prestado, aunque bien sabía que estaba en la más absoluta miseria. Terminada la exposición de los hechos, concluyó el pobre deudor: -Estando las cosas así, y habiéndome dado cuenta de que me hallaba ante un malvado, me pareció que estaba en mi derecho pretender la restitución de cuanto anteriormente le había ido dando y de este modo mostrarle que no le debía nada. David escuchó el relato atentamente. Luego llamó a los testigos y comprobó que las cosas estaban tal como había dicho el deudor. Sin embargo David lo condenó a pagar su deuda: -No hay razón alguna que justifique la no restitución de una suma tomada como préstamo. El pobre hombre reconoció que el rey había estado inspirado en su sentencia, dictada según un elemental y fundamental principio de justicia, que siempre debía ser afirmado y respetado. No importaba su estado de miseria. La sentencia era justa y la aceptó con ánimo sereno. Sin embargo, aún aceptando la sentencia, preguntó a David: -Explíqueme el rey, ¿de dónde saco el dinero para pagar la deuda? Me doy cuenta que, si no la pago, cometo una injusticia con mi acreedor, pero también es verdad que no puedo pagarle, pues en casa no tenemos ni para matar el hambre...
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Sin inmutarse en absoluto, el rey tomó de su bolsa la suma de la deuda y se la dio al acreedor, cancelando la deuda. De este modo, David no sólo emitió una sentencia justa, sino que también dio prueba de su misericordia. David era más severo consigo mismo que con los demás. Se cuenta que en una ocasión, durante una de sus guerras con los filisteos, tuvo la inspiración de hacer una libación en honor del Señor, pero, al ir a hacerla, se dio cuenta de que no había agua en el campamento. Tres de sus más valientes soldados se ofrecieron para ir a buscarla: -No se entristezca el rey, detrás de las líneas enemigas hay una fuente; nos abriremos paso a través del campo enemigo y conseguiremos el agua que el rey desea. Salieron, pues, en busca del agua. Los filisteos, al verles, se dijeron: -¿Qué pretenden esos tres desventurados que se acercan a nuestras filas? Les liquidaremos y así sabrán todos los israelitas con quienes se enfrentan. Mientras los filisteos estaban confabulando, los tres entraron en el campamento. Uno, con su espada, se abría paso cortando la cabeza a cuantos se le ponían delante; el segundo, iba desembarazando el camino de cadáveres y el tercero cuidaba del cántaro para el agua. Aterrorizados, los filisteos se retiraron y les dejaron pasar. Los tres valientes llegaron a la fuente, llenaron el cántaro de agua y regresaron sin más problemas al campamento, donde les esperaba David. Se trataba de un día extremamente caluroso. El sol quemaba. Al entrar en el campamento encontraron al rey cansado y sediento por el calor sofocante y, sin dudarlo un momento, le ofrecieron del agua para que bebiera. Pero David lo rechazó del modo más absoluto: -Dios me guarde de hacer algo semejante. Habéis arriesgado la vida para conseguir el agua para hacer una libación en honor del Señor. No la probaré; sólo será para el Señor. Se acercó al altar, que otros soldados habían ya preparado, y celebró el rito con toda devoción, sin que una sola gota de agua tocase sus labios. El fuego de las hogueras le encendía los ojos, pero tomó el arpa y elevó su canto, mientras a su lado, el profeta Gad acompañaba en silencio su oración: A ti, Señor, me acojo, no quede defraudado, Tú, que eres justo, ponme a salvo, sé tú la roca de mi refugio, sácame de la red que me han tendido, porque Tú eres mi amparo. 103
18. LA PROFECIA DE NATAN
Natán es el profeta de corte, simpático profeta, pero hombre libre que sabrá, arriesgando su vida, apuntar el índice contra David. Es el destino de todo verdadero profeta. Frente a la tentación del poder, que amenaza a todos los reyes, el profeta es como la conciencia que remuerde, que no deja a los reyes dormir en paz sobre sus atropellos. David tiene su casa en Jerusalén, la capital del reino. Pero aún le falta el templo. David quiere construirlo y lo consulta con el profeta Natán: -Mira, yo estoy viviendo en una casa de cedro, mientras el arca de Dios vive en una tienda. A primera vista a Natán le parece justo que David construya un templo. Y así se lo dice a David: -Haz lo que dice tu corazón, porque Yahveh está contigo. Pero en la noche el Señor visita al profeta y le dice: -Vete rápido a detener a David. Yo lo conozco bien y sé que en él la acción pisa los talones al pensamiento. Natán quedó sorprendido y preguntó: -Pero, Señor, ¿no te agrada que David edifique una casa para ti? El Señor le respondió: -No, David no puede construir el templo. Si lo edifica él, el templo será eterno e indestructible. Y el profeta, sorprendido, replicó: -¿Y no sería eso excelente? -Mira, estamos perdiendo mucho tiempo y me temo que David ya esté disponiéndose a la ejecución de sus planes. Te diré por qué no quiero que David edifique el templo. Cuando, en el futuro, el pueblo peque, yo para corregirlo descargaré mi ira sobre ellos; pero, si David edifica el templo eterno, se refugiarían en él, y yo no podría castigar sus pecados. Eso está reservado para 104
su sucesor, el Mesías. Pero, para que David no se aflija, el templo que me construya su hijo, se llamará templo de David. No entendía muy bien lo que el Señor le decía, por eso no se decidía a salir de la presencia del Señor, que tuvo que insistirle: -Anda, ve a decir a mi siervo David: Así dice el Señor: ¿Eres tú quien me vas a construir una casa para que habite en ella? Desde el día en que saqué a Israel de Egipto hasta hoy no he habitado en una casa, sino que he ido de acá para allá en una tienda. Nunca he mandado a nadie que me construyera una casa de cedro. Y en cuanto a ti, David, siervo mío: Yo te saqué de los apriscos, de andar tras las ovejas, para ponerte al frente de mi pueblo Israel. He estado contigo en todas tus empresas, te he liberado de tus enemigos. Te ensalzaré aún más y, cuando hayas llegado al final de tus días y descanses con tus padres, estableceré una descendencia tuya, nacida de tus entrañas, y consolidaré tu reino. El, tu descendiente, edificará un templo en mi honor y yo consolidaré su trono real para siempre. Yo seré para él padre y él será para mí hijo. Tu casa y tu reino durarán por siempre en mi presencia. Al escuchar esta profecía de labios de Natán, David se postró ante el Señor y dijo: -¿Quién soy yo, mi Señor, para que me hayas hecho llegar hasta aquí? Y, como si fuera poco, haces a la casa de tu siervo esta profecía para el futuro. ¡Realmente has sido magnánimo con tu siervo! ¡Verdaderamente no hay Dios fuera de ti! Ahora, pues, Señor Dios, mantén por siempre la promesa que has hecho a tu siervo y a su familia. Cumple tu palabra y que tu nombre sea siempre memorable. Ya que tú me has prometido "edificarme un casa", dígnate bendecir la casa de tu siervo, para que camine siempre en tu presencia. Ya que tú, mi Señor, lo has dicho, sea siempre bendita la casa de tu siervo, pues lo que tú bendices queda bendito para siempre. La promesa de Dios y la súplica de David suscitó en Israel una esperanza firme. Incluso cuando desapareció la monarquía esta esperanza pervivió. Podían estar sin rey. Pero, algún día, surgiría un descendiente de David para recoger su herencia y salvar al pueblo. Esta esperanza contra toda esperanza, fruto de la promesa gratuita de Dios, basada en el amor de Dios a David, se mantuvo viva a lo largo de los siglos. La promesa de Dios es incondicional. El Señor no se retractará por nada. El rey esperado, el hijo de David, no será un simple descendiente de David. Será el salvador definitivo, el Ungido de Dios, el Mesías. El espíritu de David se sintió transido de esta esperanza y, bajo la inspiración del Señor, oteando el futuro al son de la cítara, cantó: 105
Dios mío, confía tu juicio al rey, tu justicia al hijo de reyes, para que rija a tu pueblo con justicia, a tus humildes con rectitud. Que los montes traigan paz, y los collados justicia; que él defienda a los humildes, socorra a los hijos del pobre y quebrante al explotador. Que en sus días florezca la justicia y la paz hasta que falte la luna. Que los reyes de Tarsis y de las islas le paguen tributo. Que los reyes de Saba y de Arabia le ofrezcan sus dones; que se postren ante él todos los reyes, y que todos los pueblos le sirvan. El librará al pobre que clama y al afligido que no tiene protector. El rescatará sus vidas de la violencia, su sangre será preciosa a sus ojos. Que su nombre sea eterno, que él sea la bendición de todos los pueblos, y lo proclamen bendito todas las razas de la tierra. No, no será David quien edifique el templo de Jerusalén. Pero David adquiere el terreno, reúne los materiales para la construcción, organiza los levitas, sacerdotes, cantores y guardianes. Y cuando, con su ejemplo, mueve a todas las familias a ofrecer sus contribuciones para la edificación del templo, David bendijo al Señor en presencia de toda la comunidad, diciendo: -Bendito seas, Señor, Dios de nuestro padre Israel, desde siempre y para siempre. A ti, Señor, la grandeza, el poder, el honor, la majestad y la gloria, porque tuyo es cuanto hay en cielo y tierra. Tuyo el reino y el que está por encima de todos. Riqueza y gloria vienen de ti. En tus manos están la fuerza y el poder. Nosotros, Dios nuestro, te damos gracias y alabamos tu nombre glorioso. Ni yo ni mi pueblo somos nada para ofrecerte todo esto, porque todo es tuyo, y te ofrecemos lo que tu mano nos ha dado. Nuestra vida terrena no es más que una sombra sin esperanza. Todo lo que hemos preparado para construir un templo a tu santo nombre viene de tus manos y a ti pertenece. Sé, Dios mío, que sondeas el corazón y amas la sinceridad. Con sincero corazón te ofrezco todo esto, y veo con alegría a tu pueblo aquí reunido ofreciéndote sus dones. Señor, Dios de nuestros padres Abraham, Isaac e Israel, conserva siempre en tu pueblo esta forma de pensar y de sentir, mantén sus corazones 106
fieles a ti. Concede a mi hijo Salomón un corazón íntegro para poner en práctica todos tus preceptos y para edificarte este templo que he proyectado. Una vez que haya preparado todo para la construcción del templo, David ya podrá morir en paz. Pero esta paz está aún lejos de David. Antes tendrá que purificarse con el sufrimiento para poder "dormir en paz con sus padres". Satán se alzó contra Israel e incitó a David a hacer el censo de Israel, desde Berseba hasta Dan. David desea saber cuanta gente tiene. Pero a Dios no le agradó esta arrogancia de David y le diezmó la gente mandando la peste a Israel. David comprendió su locura e imploró a Dios piedad para Israel. El ángel del Señor se encontraba junto a la era de Ornán, el jebuseo. David alzó los ojos y vio al ángel del Señor erguido entre el cielo y la tierra, con la espada desnuda en su mano, apuntando a Jerusalén. Cubierto de saco, rostro en tierra, David oró a Dios: -Soy yo quien ha pecado. Soy yo el culpable. ¿Qué han hecho estas ovejas? Dios mío, descarga tu mano sobre mí y sobre mi familia, pero no hieras a tu pueblo. David se levantó, se acercó a Ornán y le dijo: -Dame la era para construir un altar al Señor, para que cese la peste en el pueblo. Te pagaré su precio exacto. Ornán le respondió: -Tómela su majestad y haga lo que le parezca. Pero el rey le dijo: -No, no. La compraré por su justo precio. No voy a coger lo tuyo para ofrecer al Señor víctimas que no me cuestan. David levantó un altar y ofreció holocaustos y sacrificios de comunión, invocó al Señor, que escuchó su súplica. El Señor mandó al ángel que envainase la espada. Al ver David que el Señor le escuchaba en la era de Ornán, dijo: -Aquí se alzará el templo del Señor y el altar de los holocaustos de Israel. Desde entonces, David se dedicó a buscar canteros y a reunir materiales de hierro y madera para la construcción del templo, pues pensaba: "Salomón, mi hijo, es todavía joven y débil. Y el templo que hay que construir al Señor debe 107
ser grandioso, para que su gloria se extienda por todas las naciones. Voy a comenzar los preparativos". Llamó a su hijo Salomón y le dijo: -Hijo mío, yo tenía pensado edificar un templo en honor del Señor, mi Dios. Pero él me dijo: "Has derramado mucha sangre y has combatido en muchas batallas. No edificarás tú un templo en mi honor. Pero tendrás un hijo que será un hombre pacífico y le haré vivir en paz con todos los enemigos de alrededor. El edificará un templo en mi honor". Hijo mío, que el Señor esté contigo y te ayude a construir un templo al Señor, tu Dios, según sus designios sobre ti. ¡Animo, no te asustes ni acobardes! Yo he ido reuniendo para su construcción treinta y cuatro mil toneladas de oro, trescientas cuarenta mil toneladas de plata, bronce y hierro en cantidad incalculable; además madera y piedra. Tú añadirás aún más. Dispones también de gran cantidad de artesanos: canteros, albañiles, carpinteros y obreros de todas las especialidades. Hay oro, plata, bronce y hierro de sobra. Manos a la obra y que el Señor te acompañe. David, a solas, imagina el templo ya levantado y compone un salmo para el momento en que en él sea entronizada el Arca del Señor: De Yahveh es la tierra y cuanto hay en ella, el orbe y todos sus habitantes. ¿Quién subirá al monte de Yahveh? ¿Quién puede estar en el recinto sacro? El de manos limpias y puro corazón. El recibirá la bendición de Yahveh. ¡Portones, alzad los dinteles, alzaos, puertas eternas, va a entrar el rey de la gloria.
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19. PECADO DEL 'HOMBRE SEGUN EL CORAZON DE DIOS'
No, David no construirá el templo de Jerusalén, el gran deseo de su vida. David, el hombre según el corazón de Dios, ha derramado mucha sangre, ha combatido muchas batallas. Y la sangre derramada, incluso en batalla, contamina. La sangre de la batalla cae en presencia de Dios, que desea la paz. Pero además, ¿es cierto que David sólo ha derramado sangre en la batalla? No, no es cierto. David comienza un descenso hasta los infiernos a partir de aquel día en que, a la hora de la siesta, medio adormilado, han caído sus ojos sobre aquella bella e inolvidable mujer, que estaba bañándose desnuda. Desde aquel momento David pasa de delito en delito, de vergüenza en vergüenza, tratando de revestirse de mentiras e hipocresías, que le van encadenando y arrastrando hacia lo que nunca imaginó. La realización de la promesa de Dios es, como siempre, gratuita. "El Señor te hará a ti una casa". A través de David, mediante su carne y su pasión, a través del polvo de su pecado, Dios realizará su promesa, elevando una casa de salvación para todos los pecadores. David mismo, encarnación de la promesa, será el primero de los pecadores, alcanzado por la fidelidad misericordiosa de Dios. Ha muerto el rey de los ammonitas y le ha sucedido en el trono su hijo Janún. David, al llegarle la noticia, dijo: -Tendré con Janún la misma benevolencia que su padre tuvo conmigo. Entonces mandó a sus servidores para que le consolaran por la muerte de su padre. Pero cuando llegaron al país de los ammonitas, los jefes dijeron a Janún, su señor: -¿Acaso crees que David les manda a consolarte para honrar a tu padre ante tus ojos? ¿No será que les envía a explorar la ciudad para después destruirla? Janún prendió a los servidores de David, les rasuró media barba, les cortó la ropa por la mitad, a la altura de las nalgas, y los despidió. Ellos se volvieron avergonzados. Al enterarse David, envió un mensajero a decirles: -Quedaos en Jericó hasta que os crezca la barba y luego volveréis. 109
La ofensa era clamorosa, una verdadera provocación. Al año siguiente, al llegar la primavera, época en que los reyes van a la guerra, David envió a Joab con sus veteranos y todo Israel a devastar la región de los ammonitas y a sitiar a Rabá. David, mientras tanto, se quedó en Jerusalén. El rey se ha vuelto indolente y perezoso. Mientras el Arca, Israel y Judá viven en tiendas, acampando al raso, David pasa el tiempo durmiendo largas siestas, de las que se levanta a eso del atardecer. Y un día, ¡al atardecer!, David se levantó de su lecho y se puso a pasear por la azotea de palacio. Desde la azotea los ojos de David cayeron sobre una mujer que se estaba bañando. Era una mujer muy hermosa. David se quedó prendado de ella y mandó a preguntar por ella. Le informaron: -Es Betsabé, hija de Alián, esposa de Urías, el hitita. David no puede llamarse a engaño. Sabe desde el primer momento que la mujer está casada con uno de sus más fieles oficiales, que se encuentra en campaña. Sin embargo, David no duda un minuto. Mandó a unos para que se la trajesen; llegó la mujer y David se acostó con ella, que acababa de purificarse de sus reglas. Después Betsabé se volvió a su casa. Quedó encinta y mandó este aviso a David: -Estoy encinta. El rey ideal de Israel, aclamado por todo el pueblo, el hombre según el corazón de Dios, se siente estremecer ante el mensaje. Pero, en ese momento, no levanta los ojos al Señor, que le ha sacado del aprisco del rebaño. David se siente aturdido. En las dos palabras del mensaje de Betsabé hay un grito terrible. Su esposo está lejos. No se puede camuflar el adulterio. Y el adulterio es castigado con la lapidación. David, por salvar su honor, por "razones de estado", intenta por todos los modos encubrir su delito. A toda prisa mandó un emisario a Joab: -Mándame a Urías, el hitita. Joab se lo mandó. Cuando llegó Urías a la presencia del rey, David fingió interesarse por Joab, por la suerte del ejército y por la guerra. Luego, para poder atribuirle el hijo que Betsabé, su esposa, ya lleva en su seno, le instó: -Anda a casa a lavarte los pies. El soldado que vuelve de la guerra no dudará en abrazar y amar a su mujer. Así piensa David, que redondea la escena enviando un regalo a casa de Urías. Pero el soldado no es como el rey. No piensa ni actúa del mismo modo. 110
Urías, ¿sospecha acaso lo ocurrido con su esposa? De todos modos no acepta la propuesta de David. No irá a su casa. Dormirá a la puerta de palacio, con los guardias de su señor. David se muestra amable. Ofrece a Urías obsequios de la mesa real. El rey insiste: -Has llegado de viaje, ¿por qué no vas a casa? Urías, sin pretenderlo, -¿o sospechando?- en su respuesta marca el contraste entre David, que se ha quedado en Jerusalén con las mujeres y algunos cortesanos, y el Arca del Señor y el ejército en medio del fragor de la batalla. Las palabras de Urías, amplias y apasionadas, al describir al ejército, denuncian el ocio y sensualidad de David: -El Arca, Israel y Judá viven en tiendas; Joab, mi señor, y los siervos de mi señor acampan al raso, ¿y voy yo a ir a mi casa a comer, beber y acostarme con mi mujer? ¡Por tu vida y la vida de tu alma, no haré tal! Urías retorna al campo de batalla llevando en su mano, sin saberlo, su condena a muerte. Un pecado arrastra a otro pecado. David, por medio de Urías, manda a Joab una carta. En ella estaba escrito: -Pon a Urías en primera línea, donde sea más recia la batalla y, cuando ataquen los enemigos, retiraos dejándolo solo, para que lo hieran y muera. Joab no tiene inconveniente en prestar este servicio a David; ya se lo cobrará con creces y David, chantajeado, tendrá que callar. A los pocos días, Joab mandó a David el parte de guerra, ordenando al mensajero: -Cuando acabes de dar las noticias de la batalla, si el rey monta en cólera por las bajas, tú añadirás: "Ha muerto también tu siervo Urías, el hitita". Para proteger su honor, a David no le importa la muerte de sus hombres. El rey indolente y adúltero se ha vuelto también asesino. Al oír la noticia se siente finalmente satisfecho y sereno. Así dijo al mensajero: -Dile a Joab que no se preocupe por lo que ha pasado. Así es la guerra: un día cae uno y otro día cae otro. Anímalo. Muerto Urías, David puede tomar como esposa a Betsabé y así queda resuelto el problema del hijo. La mujer de Urías, al oír que ha muerto su esposo, hizo duelo por él. Y cuando pasó el tiempo del luto, David mandó a por ella y la recibió en su casa, haciéndola su mujer. Ella le dio a luz un hijo. Perece una novela rosa con un final feliz. Ha habido un adulterio y un asesinato y David se siente en paz. Con cinismo consuma su maldad y se dedica 111
a consolar a Joab. La vida de unos cuantos soldados es un precio aceptable por la muerte de Urías. El prestigio del rey ha quedado a salvo. Pero Dios se alza en defensa del débil agraviado. Ante su mirada no valen oficios ni dignidades. Y aquella acción no le agradó a Dios. Sin duda alguna, el chisme se difundió por toda la ciudad, pero todos guardaron silencio. Pero hay una voz que se levanta en medio del silencio cómplice de los súbditos. Es el profeta, que alza la voz de Dios, a quien ha llegado el grito de la sangre derramada. El Señor envió al profeta Natán, quien se presentó ante el rey y le contó una parábola, como quien le presenta un caso ocurrido, para que el rey dicte sentencia: -Había dos hombres en una ciudad, el uno era rico y el otro pobre. El rico tenía muchos rebaños de ovejas y bueyes. El pobre, en cambio, no tenía más que una corderilla, sólo una, pequeña, que había comprado. El la alimentaba y ella iba creciendo con él y sus hijos. Comía de su pan y bebía en su copa. Y dormía en su seno como una hija. Pero llegó una visita a casa del rico y, no queriendo tomar una oveja o un buey de su rebaño para invitar a su huésped, tomó la corderilla del pobre y dio de comer al viajero llegado a su casa. Con esta breve parábola, el profeta envuelve a David hasta el punto de hacerle visceralmente partícipe, para que sea él mismo quien pronuncie la sentencia. David escucha la parábola como un caso que él debe sentenciar con su autoridad suprema. Y, mientras escucha, David, que había logrado acallar su conciencia con fútiles razones, ahora, con la palabra del profeta, se le despierta. Rojo de cólera exclama: -¡Vive Yahveh! que merece la muerte el hombre que tal hizo. David sentencia sin preguntar nombres. Entonces Natán, apuntándole con el dedo, da un nombre al rico de la parábola: -¡Ese hombre eres tú! La palabra del profeta interpela y acorrala a David, es luz viva más tajante que una espada de doble filo; penetra hasta las junturas del alma y el espíritu; desvela sentimientos y pensamientos. Nada escapa a su luz; todo queda ante ella desnudo. Es a ella a quien David tiene que dar cuenta. Pues David no ha ofendido sólo a Urías, sino que ha ofendido a Dios, que toma como ofensa suya la inferida a Urías. Así dice el Señor, Dios de Israel: -Yo te ungí rey de Israel, te libré de Saúl, te di la hija de tu señor, puse en tus brazos sus mujeres, te di la casa de Israel y de Judá, y por si fuera poco te añadiré otros favores. ¿Por qué te has burlado del Señor haciendo lo que El reprueba? Has asesinado a Urías, el hitita, para casarte con su mujer. Pues 112
bien, no se apartará jamás la espada de tu casa, por haberte burlado de mí casándote con la mujer de Urías, el hitita, y matándolo a él con la espada ammonita. Yo haré que de tu propia casa nazca tu desgracia; te arrebataré tus mujeres y ante tus ojos se las daré a otro, que se acostará con ellas a la luz del sol. Tú lo hiciste a escondidas, yo lo haré ante todo Israel, a la luz del día. Ante Dios y su profeta David confesó: -¡He pecado contra el Señor! La palabra de Dios ha penetrado en el corazón de David. Ha calado hasta lo más hondo de su ser y ha hallado la tierra buena, el corazón según Dios, y dado fruto: el reconocimiento y confesión del propio pecado, dando espacio a la misericordia de Dios. La miseria y la misericordia se encuentran juntas. El pecado confesado arranca el perdón de Dios. Natán le respondió: -El Señor ha perdonado ya tu pecado. No morirás. Cumplida su misión, Natán volvió a su casa. Y David, a solas con Dios, arrancó a su arpa los acordes más sinceros de su alma: Misericordia, Dios mío, por tu bondad, por tu inmensa compasión borra mi culpa. Lava del todo mi delito, limpia mi pecado, pues yo reconozco mi culpa, tengo siempre presente mi pecado. Contra ti, contra ti solo pequé, cometí la maldad que aborreces. En el juicio resultarás inocente. Mira, en la culpa nací, pecador me concibió mi madre. Purifícame con el hisopo y quedaré limpio. Devuélveme el gozo y la alegría, que se alegren mis huesos quebrantados. Oh Dios, crea en mí un corazón puro, no me arrojes lejos de tu rostro, no me quites tu santo espíritu; devuélveme la alegría de tu salvación. Enseñaré a los malvados tus caminos, los pecadores volverán a ti. Líbrame de la sangre, Dios, Dios de mi salvación y mi lengua proclamará tu justicia.
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20. CONVERSION DE DAVID
Cuando el Señor dividió las aguas, colocó una mitad arriba y la otra mitad abajo. Las aguas que puso en lo alto se regocijaron y dijeron: somos felices por estar cerca de nuestro Creador, muy cerca, bajo el Trono de la Gloria. Volaban con alegría en alas de las nubes y entonaban constantemente alabanzas al Señor. Las que puso abajo, en cambio, comenzaron a llorar, diciendo: -¡Ay de nosotras, que no hemos merecido estar cerca de nuestro Creador! Con atrevimiento quisieron subir hacia arriba, pero el Santo las reprendió y las puso bajo las plantas de sus pies. Entonces "las aguas que lloran" dijeron al Señor: -Señor, por ti y por amor de tu gloria hemos obrado así. El Señor se compadeció de ellas y les dijo: -Puesto que lo habéis hecho por amor de mi gloria, en adelante no consentiré a las aguas superiores entonar el cántico ante mí hasta que os hayan pedido permiso e invitado a cantar con ellas. Así queda escrito: "Levantan los ríos, Señor, levantan los ríos su voz, levantan los ríos su fragor; pero más que la voz de aguas caudalosas, más potente que el oleaje del mar, más potente en el cielo es el Señor". En todas las cosas se encierra un misterio. El hombre piadoso es el que sabe descubrirlo. También hay un misterio en el pecado de David. Dios, potente en el amor, quería mostrar en David el camino de la conversión, para ejercer el perdón con los pecadores. A todos los pecadores, que se presentan ante él confundidos, Dios les dice: -Id donde David y aprended de él el camino de la conversión. Por lo demás, el episodio de Betsabé fue un castigo a la excesiva confianza de David en sí mismo. Cuando los soldados salieron a combate y él se quedó en Jerusalén, se sentía solo y aburrido, y comenzó a desvariar en su mente. Una tarde se quejó ante Dios: -Oh Señor, ¿por qué la gente dice "el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob" y no dice el Dios de David? Tú has levantado el trono de tu gloria 114
sobre los tres Patriarcas, pero un trono con tres patas es inestable, incorpórame a ellos y así tú trono estará firme para siempre, "pues mi pie está firme en suelo llano". El Señor le respondió: -Abraham, Isaac y Jacob fueron probados y se mantuvieron fieles. Tú, en cambio, aún no has sido probado. David repuso: -Entonces, Señor, pruébame con la tentación y yo te mostraré mi constancia: Escrútame, Yahveh, ponme a prueba, pasa al crisol mis riñones y mi corazón: verás que camino en tu verdad y que tengo ante mis ojos tu amor. Y Dios, que le conocía, le dijo: -Te probaré, como deseas, pero ya te lo anuncio: caerás en la tentación. Entonces Satanás se le apareció a David en forma de pájaro. David, con su honda, le disparó un guijarro. Pero, por primera vez, falló la puntería de David y, en vez de golpear al pájaro, el guijarro fue a dar contra una pantalla, que se rasgó. Tras la pantalla estaba Betsabé, que salía del baño y, a su vista tan de improviso, se encendió la pasión del rey y cayó en la tentación. El profeta Natán le despertó la conciencia dormida y lloró su pecado comiendo su pan con cenizas. Acusado por sus enemigos y acosado por sus dudas interiores, David apela a la justicia de Dios, que él sabe que le ha perdonado: Escucha, Yahveh, mi apelación, atiende a mi clamor, presta oído a mi plegaria, que en mis labios no hay engaño: emane de ti la sentencia, pues tus ojos ven con rectitud. De noche me visitas y sondeas mi corazón, me pruebas al crisol sin hallar maldad en mí. Yo te invoco porque tú me respondes, Dios mío; muestra las maravillas de tu misericordia, tú que me salvas de los que me atacan, pues yo me refugio a tu derecha. Guárdame como a las niñas de tus ojos, escóndeme a la sombra de tus alas, protégeme de los malvados que me acosan, 115
del enemigo mortal que me cerca. Avanzan contra mí, ya me cercan, me clavan sus ojos para derribarme, como un león ávido de presa, como cachorro agazapado en su guarida. ¡Levántate, Yahveh, hazle frente, derríbale, libra mi alma de sus enemigos! Y a mis enemigos, mortales de este mundo, cuyo lote es esta vida, llénales el vientre, que se sacien ellos y también sus hijos. Pero yo, con mi apelación vengo a tu presencia, y al despertar me saciaré de tu semblante. El profeta Natán ha escuchado, pues, la confesión de David y le ha anunciado el perdón del Señor. Pero el pecado siempre tiene sus consecuencias amargas: -Has asesinado. La espada no se apartará jamás de tu casa. En tu propia casa encontrarás tu desgracia. Y lo que tú has hecho a escondidas, te harán a ti a la luz del día. El profeta se fue a su casa. Pero los sabios, consejeros de David, no tuvieron la discreción del profeta. Todos tenían una palabra para el rey: -No irritará el hombre a su Creador ni le enojará con malas acciones ni pondrá su mirada en mujer ajena. Si alguien quiere permanecer puro, será asistido desde los cielos y el Señor lo acompañará en su santidad y no dejará que la inclinación al mal lo domine. -Has pecado, pero, si el Señor te ha perdonado, no lo proclames para que no se calumnie a tus hijos. David, sin arrogancia, pero con firmeza les replicó: -Si os escucho a vosotros, el Santo, bendito sea, no perdonará nunca mis pecados, pues está escrito: "Quien encubre sus pecados no prosperará". David no ocultará su pecado. Lo tiene siempre presente. Y no es sólo el adulterio o el asesinato. A la luz de este doble pecado David ha entrado dentro de sí y ha visto su vida de pecado, "desde que en pecado lo concibió su madre". Desde lo hondo de su ser grita a Dios: -Señor, ¿quién conoce sus propios extravíos? Líbrame de las faltas ocultas. 116
Desde su pecado, David comprende que los juicios del Señor son justos. Su arrogancia cede ante el Señor, que le hace experimentar la muerte que ha sembrado su pecado. El niño, nacido de su adulterio, cayó gravemente enfermo. David, entonces, suplicó a Dios por el niño, prolongando su ayuno y acostándose en el suelo. Los ancianos de su casa le suplican que se levante del suelo y coma, pero él se niega. En su lecho se debate y suplica al Señor: Señor, he pecado y es justo tu castigo. Pero no me corrijas con ira, no me castigues con furor. Ten piedad de mí que estoy postrado y sin fuerzas. Sé que necesito los dolores, que me mandas, para desatar mi alma de los lazos del pecado. Pero mis huesos están desmoronados, abatida mi alma, y tú, Yahveh, ¿hasta cuando? Estoy extenuado de gemir, cada noche lavo con mis lágrimas el lecho que manché pecando con Betsabé. Mira mis ojos, los "bellos ojos" que tú me diste, ahora hundidos y apagados, y escucha mis sollozos. Siete días David ha orado y ayunado, hasta que al séptimo día el niño murió. Nadie se atrevía a darle la noticia, pues se decían: -Si cuando el niño estaba vivo, no nos escuchaba, ¿cómo le diremos ahora que ha muerto? ¡Hará un desatino! Pero David, dándose cuenta de los cuchicheos de sus servidores, comprendió que el niño había muerto. Se alzó y dijo a sus servidores: -¿Es que ha muerto el niño? Con una inclinación de cabeza se lo confesaron. Entonces David se lavó, se ungió y se cambió de vestidos. Se fue al templo y adoró al Señor; luego volvió al palacio y pidió que le sirvieran la comida. Los servidores, sin entender la conducta del rey, le sirvieron y él comió y bebió. Los servidores le dijeron: -¿Qué es lo que haces? Cuando el niño aún vivía, ayunabas y llorabas, y ahora que ha muerto, te levantas y comes. Les respondió: -Mientras el niño vivía, ayuné y lloré, pues me decía: ¿Quién sabe si Yahveh tendrá compasión de mí y el niño vivirá? Pero ahora que ha muerto, ¿por qué he de ayunar? ¿podré hacer que vuelva? Yo iré donde él, pero él no volverá a mí. Luego se fue a consolar a Betsabé, se acostó con ella, que le dio un hijo. David le puso por nombre Salomón, amado de Yahveh. Este hijo era la garantía del perdón de Dios. Cuando en su interior le asalten los remordimientos y las dudas sobre el amor de Dios, Salomón será un memorial visible de su amor. 117
Y no le faltarán esos momentos de congoja, en que, asaltado por las dudas, tiene que gritar: Como busca la cierva corrientes de agua, así mi alma te busca a ti, Dios mío. Tiene sed de Dios, del Dios vivo, ¿cuando entraré a ver el rostro de Dios? Las lágrimas son mi pan noche y día, mientras todo el día me repiten: ¿Dónde está tu Dios? ¿Por qué te acongojas, alma mía, por qué te me turbas? Espera en Dios, que volverás a alabarlo: Salud de mi rostro, Dios mío. Diré a Dios: Roca mía, ¿por qué me olvidas? ¿por qué voy andando sombrío, hostigado por mi enemigo? Se me rompen los huesos por las burlas de quienes todo el día me preguntan: ¿Dónde está tu Dios? Este interrogante lo provocan sus hijos. Son muchos los hijos de David, hermanos de padre, pero no de madre, pues son también muchas sus mujeres. Absalón y la bella Tamar son hermanos de padre y madre. Ammón se enamoró locamente de Tamar, hermosa como una palmera, según el significado del nombre que lleva. Es tal la pasión que siente por ella que se enfermó hasta notársele en la cara. Su primo Jonadab, amigo y confidente, lo notó y le dijo: -¿Qué le pasa al príncipe que cada día está más afligido? ¿No me lo vas a contar? Ammón le respondió: -Estoy enamorado de Tamar, hermana de mi hermano Absalón. Entonces Jonadab le propuso: -Acuéstate, fingiendo que estás enfermo, y pide a tu padre que mande a Tamar a darte de comer. Así, mientras te prepara de comer, podrás verla. Ammón siguió el mal consejo del amigo y se acarreó la muerte. Se fingió enfermo y se acostó. El rey fue a verlo y Ammón le dijo: -Por favor, que venga mi hermana Tamar y me prepare aquí delante dos pasteles y yo los comeré de su mano. 118
El rey se lo comunicó a Tamar, que inocentemente preparó la fritura y se la llevó a su hermano a la alcoba. Pero, al acercarse, Ammón la sujetó y le dijo: -Ven, hermana mía, acuéstate conmigo. Ella replicó: -No, hermano mío. No me fuerces, que eso no se hace en Israel. No cometas esa infamia. ¿Dónde iré yo con mi deshonra? Y tú quedarás como un infame en Israel. Por favor, díselo al rey, que no se opondrá a que yo sea tuya. Pero Ammón no quiso hacerle caso. La forzó violentamente y se acostó con ella. Después sintió un terrible aborrecimiento hacia ella, mayor incluso que el amor que había sentido por ella. La ciega pasión, que Ammón había confundido con el amor, le había llevado al delito y a la locura. Le arrojó sus vestidos y le dijo: -¡Levántate, vete! Pero ella le suplicó: -No, hermano. Despacharme ahora sería una maldad más grave que la que acabas de hacer conmigo. Pero él llamó a un sirviente y le ordenó: -¡Echame a ésa a la calle! ¡Y cierra la puerta! Tamar se echó polvo en la cabeza, se rasgó la túnica y se fue gritando, con las manos en la cabeza. Su hermano Absalón le preguntó: -¿Ha estado contigo tu hermano Ammón? Bien, hermana, tú calla; es tu hermano, no te atormentes por eso. Tamar, desolada, se quedó en casa de su hermano Absalón. El rey David oyó lo que había pasado y se indignó. Pero comprendió que su primogénito heredaba sus defectos. El era el culpable. Tras su adulterio, seguía el incesto de su hijo. La maldición de su origen pesaba sobre su familia. ¿No era descendiente de Judá y de su nuera, también llamada Tamar? En la casa de David no faltará la vergüenza ni la sangre. La violencia engendra violencia. Absalón, de momento, no dirigió una palabra, ni buena ni mala, a Ammón, pero le guardó rencor y esperó el momento oportuno para vengar la injuria hecha a su hermana Tamar. Y la ocasión se presentó dos años 119
después, durante el esquileo de las ovejas de Absalón. Absalón invitó a todos los hijos del rey. Preparó un banquete regio, pero ordenó a sus criados: -Mirad, cuando Ammón esté ya bebido y yo os dé la orden de herirlo, lo matáis. No temáis, os lo mando yo. Los criados cumplieron la orden de Absalón y mataron a Ammón. Los otros hijos del rey emprendieron la huida cada uno en su mulo. Mientras aún estaban de camino, llegó la noticia al rey: -¡Absalón ha matado a todos los hijos del rey y no queda ninguno! El rey se levantó, se rasgó las vestiduras y se echó por tierra. Así estuvo hasta que llegaron los hijos del rey gritando y llorando: -Absalón ha dado muerte a Ammón, como había decidido el día en que fue violada su hermana. El rey y toda su corte lloraron inconsolablemente. Por tres años hizo luto el rey por su hijo Ammón. Y después de calmar su dolor por la muerte de Ammón, el rey cesó en su cólera contra Absalón. Este había huido a refugiarse en el territorio de Talmay. David mandó a Joab a buscar a Absalón para que no viviera en tierra extrajera, como a él le había tocado vivir. Pero no lo recibe en su casa.
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21. SUBLEVACION DE ABSALON
De todos los sufrimientos que pasó David, como consecuencia de su pecado, ninguno le afligió tanto como la rebelión de su propio hijo Absalón. No había en todo Israel hombre tan apuesto y tan admirado como Absalón. De los pies a la cabeza no tenía un defecto. Cuando se cortaba el pelo acostumbraba hacerlo de año en año-, el cabello cortado pesaba más de doscientos siclos en la balanza del rey. David ha perdonado a Absalón, pero no le devuelve su favor. Reside en Jerusalén, pero sin ser recibido por el rey. De este modo Absalón, el primogénito, queda al margen de la vida de la corte y no puede pensar en suceder a David. Para las ambiciones de Absalón la lejanía forzada de palacio es intolerable. Aceptando el riesgo, enfrenta a su padre a una decisión extrema: o la muerte o el favor pleno. Llamó a Joab y le dijo: -Quiero ver el rostro del rey y, si soy culpable, que me mate. Joab se lo refirió al rey. El rey llamó a Absalón, que se presentó ante él y se postró rostro en tierra en presencia del rey, quien, sin exigir disculpas, abrazó al hijo. Pero Absalón, que se considera con derecho a la sucesión, no quiere esperar. Teme que el rey se elija otro sucesor entre sus muchos hijos. ¿Acaso no muestra preferencias por Salomón y, sobre todo, por su madre, Betsabé? Absalón se hizo con una carroza, caballos y cincuenta hombres de escolta. Cada mañana, temprano, se ponía a las puertas de la ciudad, para intrigar contra su padre. A los que iban con algún pleito al tribunal del rey les decía: -Mira, tu caso es justo; pero nadie te va a atender en la audiencia del rey. ¡Ah, si yo fuera juez del país! Podrían acudir a mí los que tuvieran pleitos y yo les haría justicia. Así se iba ganando el afecto del pueblo. Al cabo de cuatro años, Absalón decidió bajar a Hebrón, que David había postergado al poner su residencia en Jerusalén. Ahora es cuando empieza abiertamente la rebelión de Absalón. Envió mensajeros a todas las tribus de Israel, diciendo: -Cuando oigáis el sonido de la trompeta, gritad: ¡Absalón se ha proclamado rey en Hebrón!
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Desde Jerusalén marcharon, inocentemente y sin sospechar nada, doscientos hombres invitados al sacrificio que iba a ofrecer. Allí convocó también a Ajitófel, el sabio consejero de David. Así la conspiración de Absalón contra su padre fue tomando fuerza y los partidarios de Absalón iban aumentando. Alguien llevó la noticia a David: -El corazón de los hombres de Israel va tras de Absalón. David, para salvarse de su hijo Absalón, que quería matarlo para usurpar el trono real, subió al monte de los Olivos y allí lloró amargamente la triste suerte que Dios le había reservado. Allí, en las alturas, David repasaba su vida y la de su hijo Absalón. En largas meditaciones fue desgranando los hechos a la luz del Señor: -A todo el que honra a su padre y a su madre, el Señor se lo tendrá en cuenta como si lo honrara a El, pero al que desprecia a su padre y a su madre, el Señor se lo contará como si lo despreciara a El. Pues también el Señor participa en la formación del hijo. Del padre se forman el cerebro y los huesos, los tendones y las uñas y lo blanco de los ojos. De la madre se forman la carne, la piel, lo negro de los ojos y la sangre. Y el Señor pone en él el aliento, el alma, el conocimiento, la ciencia y la inteligencia. Si se hubiera tratado de otro adversario, incluso más fuerte y astuto que Absalón, David no hubiera huido de él, sino que lo habría enfrentado, liquidándolo como se merecía. Pero, tratándose de su hijo, la piedad paterna no le permitía atacar al hijo. En su corazón se decía: -¿Qué clase de victoria sería encontrarse entre los caídos al hijo de mis entrañas y del favor del Señor? Era tal la depresión de David, que se culpaba a sí mismo de lo que estaba sucediendo, que buscó la forma de disculpar a su hijo Absalón, al menos ante el pueblo. Un día, después de dar vueltas en su mente a sus pensamientos, llamó a sus fieles seguidores y les dijo: -Buscadme un ídolo y tradmelo. Ellos, sin sospechar en absoluto el propósito de David, se fueron inmediatamente a cumplir el deseo del rey. Según descendían del monte, se encontraron con Husaí, consejero del rey. Éste les preguntó: -¿Dónde vais? Le respondieron: 122
-El rey nos ha mandado a buscarle un ídolo. Husaí quedó tan sorprendido que, sin decir nada, se apresuró a subir en busca del rey. Apenas alcanzó la cumbre, se acercó a David y, sin reverencia alguna, exclamó: -¿Acaso es verdad lo que me han dicho tus hombres? ¿Es cierto que quieres un ídolo? David, sin levantar los ojos a su consejero, le respondió: -Sí, es cierto. Y no sólo eso, sino que en cuanto me lo traigan me inclinaré ante él públicamente. Esta respuesta del rey turbó completamente a Husaí. Se rasgó los vestidos y se cubrió de ceniza la cabeza. Su tristeza era mayor que la que podía haberle producido un luto familiar. En estas trazas, se dirigió al rey: -¿Cómo ha podido pasarte por la mente algo semejante? ¿Cómo puedes postrarte ante una imagen tú que has sido elegido por el Señor como rey de su pueblo? Los hijos de Israel tienen puestos sus ojos sobre ti y toman siempre tu comportamiento como ejemplo para ellos... ¿Te das cuenta lo que significa tu conducta? Con calma inusitada, le respondió el rey: -Sé perfectamente que todo el pueblo me aprecia y me admira, que me considera piadoso y temeroso de Dios. Sé muy bien que el pueblo reconoce que actúo siempre en honor del Señor, tanto cuando trato de infundir en el pueblo la piedad como cuando lucho contra los enemigos de su pueblo... David hizo una pausa y levantó los ojos a su consejero, que le miraba asombrado. David prosiguió algo más agitado: -Si después de dedicar toda mi vida y energías al Señor y a engrandecer y embellecer a Jerusalén, como su ciudad, ¿qué pensarán de El mis súbditos cuando oigan decir que, en recompensa de todos estos méritos, mi hijo se ha levantado contra mí y me quiere matar? ¿No se sentirán confundidos y les entrarán dudas sobre la justicia divina? El rostro de Husaí pasaba de un color a otro, de una sorpresa a otra. El rey no se fijaba en él, sino que seguía desahogando ante él su corazón: -Esta es la preocupación que ahora me embarga. Si he llegado a la decisión de postrarme ante un ídolo es para que el pueblo, al saberlo, encuentre una 123
explicación a la desgracia que me ha caído encima y piense mal de mí, que soy un pecador, y no de Dios, que es justo. Este razonamiento increíble del rey, fruto de su incomparable piedad, dejó emocionado a Husaí. Sin decir nada al rey, Husaí mandó un mensajero a buscar a los enviados del rey para que les explicaran la situación. Ellos comprendieron la intención del consejero del rey y regresaron inmediatamente. David, al verles ante sí con las manos vacías, intuyó que su consejero se había metido por medio. Después de una corta meditación, David, satisfecho en el fondo de lo ocurrido, levantó la vista hacia Husaí y con la mayor ingenuidad le dijo: -¡Ah, no te he dicho que pensaba, después de postrarme ante el ídolo, hacerle pedazos yo mismo...! Absalón, con el ejército formado por gente descontenta del pueblo, se encaminó hacia Jerusalén. El hijo se ha alzado contra el padre. David entonces decidió abandonar Jerusalén con su pueblo: -¡Huyamos! No sea que Absalón nos alcance y precipite la ruina sobre nosotros, pasando a cuchillo la población. El rey dejó diez concubinas para cuidar el palacio y salió acompañado de toda su gente, que lloraba y gritaba. El rey estaba junto al torrente Cedrón, mientras todos iban pasando ante él por el camino del páramo. Sadoc, con los levitas, llevaba el Arca de la alianza del Señor, mientras la gente atravesaba el Cedrón. Luego el rey dijo a Sadoc: -Vuélvete con el Arca de Dios a la ciudad. Si alcanzo el favor del Señor, volveré a contemplar el Arca y su morada. Pero si El no lo desea, haga de mí lo que le parezca bien. David, que ha pasado tantos años huyendo de Saúl, vuelve otra vez a huir como un prófugo, ahora de su propio hijo. Pero ante el drama familiar, David se siente humilde y pone toda su confianza en Dios: Yahveh, ¡cuán numerosos son mis adversarios, cuántos los que se levantan contra mí! ¡Cuántos los que dicen de mí: "Ya no hay salvación para él en Dios". Pero tú, Yahveh, eres mi escudo y mi gloria, tú mantienes alta mi cabeza. No temo al pueblo innumerable que acampa en torno contra mí. ¡Levántate, Yahveh! 124
¡Dios mío, sálvame! De ti, Yahveh, viene la salvación y la bendición sobre tu pueblo. Sadoc y Abiatar volvieron con el Arca de Dios a la ciudad y se quedaron allí. David subió la cuesta de la colina de los Olivos. La subía llorando, con la cabeza cubierta y los pies descalzos, lo mismo que todos sus acompañantes. Todos llegaron rendidos al Jordán y allí descansaron. Mientras tanto, Absalón y sus seguidores entraban en Jerusalén. Ajitófel iba con él. Absalón le preguntó: -¿Qué me aconsejas que haga? Ajitófel, que le ha vuelto la espalda a David, confiando en arrebatarle el poder, busca, al mismo tiempo, hacer odioso a Absalón ante el pueblo para usurpar él el trono. Por ello respondió: -Acuéstate con las concubinas que ha dejado tu padre al cuidado del palacio. Todo Israel sabrá que has roto con tu padre y todos tus seguidores cobrarán confianza. Entonces instalaron una tienda en la terraza y Absalón se acostó públicamente con las concubinas de su padre, a la vista de todo Israel. Se cumple la profecía de Natán, hecha a David después de su adulterio en secreto. Con este gesto, Absalón se proclama sucesor en el trono. Tomando posesión del harén de su padre se proclama el nuevo rey. Es su investidura real. Esto es lo que piensa Absalón, pero no es ese el designio de Dios. Los sabios, bendita su memoria, han enseñado: Cuando el Señor ve a un hijo que honra a su padre y a su madre, le alarga los días y los años. En cambio, el que deshonra a su padre merece ser colgado de un madero y lapidado con piedras, como le ocurrió a Absalón, hijo de Maaka, que, por deshonrar a su padre David, se quedó colgado de una encina, fue arrojado a una gran fosa y echaron sobre él un montón de piedras. También está escrito: "No matarás". No te unirás a asesinos. Aléjate de su compañía para que no aprendan tus hijos el oficio de matar. Una vida que no puede ser devuelta, ¿por qué va a ser destruida antes de haber sido decretado por el Señor? Una lámpara que no puedes volver a encender, ¿por qué la vas a apagar? El que hace perecer a un solo hombre es como si hiciese perecer al mundo entero. Es tan elevado el precio de una vida que no hay indemnización posible para quien peque contra ella. El asesino, que destruye una vida, podrá esconderse de la vista de los mortales, pero no se podrá ocultar de la vista del Señor, pues sus ojos observan todas las acciones de los hombres; no hay tinieblas ni obscuridad en las que se 125
pueda ocultar el malvado. ¿Cómo va a poder ocultarse del Santo, bendito sea, que vierte y forma al niño en el vientre de su madre?, según lo dicho: "¿No me vertiste como leche y cual queso me cuajaste?". El hombre es una criatura divina, obra de Dios. En el mundo futuro el asesinado se levantará ante el Señor y pedirá gracia ante El, diciendo: -Señor del universo, tú me has creado. Tú me hiciste crecer. Tú me resguardaste en el vientre y me sacaste de él a la luz del mundo. Tú me alimentaste con tu gran misericordia, pero vino éste y mató a una de las criaturas que Tú creaste. Señor de todos los mundos, hazme justicia de este impío que no se apiadó de mí. Entonces el Santo, bendito sea, se encolerizará con el asesino y lo arrojará al infierno y lo hará arder durante el mundo futuro. El muerto verá así cumplida su justicia y se alegrará, como está escrito: "Se alegrará el justo al ver la venganza, sus pies bañará en la sangre del impío. Y se dirá: Sí, hay un fruto para el justo; sí, hay un Dios que juzga en la tierra". En su huida, entre sollozos, David eleva la súplica del salmo que le acompaña desde su pecado con Betsabé: Señor, escucha mi apelación, atiende a mis clamores, Tú, que salvas de los adversarios a quien se refugia en ti. Guárdame como a las niñas de tus ojos, a la sombra de tus alas me escondo de los malvados que me asaltan y me cercan. David no puede quitarse de la mente a su hijo Absalón. Le imagina rodeado de consejeros, que le encaminan a la perdición con sus adulaciones: ¿Quién nos hará ver la dicha, si la luz del rostro del Santo se ha apartado del rey, adúltero y asesino? ¿Hasta cuándo ultrajarán mi honor, esos amantes de la falsedad, que se complacen en el engaño? Sabedlo: el Señor, que ha hecho tantos milagros en mi favor, él me escuchará cuando lo invoque. Temblad y no pequéis, reflexionad en el silencio de vuestro lecho... El Señor ha puesto en mi corazón más alegría que si abundara en trigo y vino. Han cerrado sus entrañas y hablan con arrogancia, como un león ávido de presa me persiguen sus pasos. Llena con tus bienes su vientre, que se sacien sus hijos. Pero yo con mi apelación vengo a tu presencia y al despertar me saciaré de tu semblante.
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22. HUMILDAD DE DAVID
No obstante la fama que David había logrado entre la gente, con los años y la pedagogía del Señor, que había ido modelando su corazón, David no sentía ya el orgullo que había sentido en su juventud. Todo lo contrario, sus expresiones de humildad llamaban la atención frecuentemente. David es el humilde servidor, confundido por los privilegios que Dios le otorga y, por ello, es una esperanza para los pobres que, abandonándose como él a Dios, experimentan que la esperanza se transforma en certidumbre. Todos los pobres pueden hacer suyos los salmos de súplica y de alabanza de David. Desde su unción, David vivió envuelto en el misterio de Dios, que le consagraba para una misión que le sobrepasaba. Era tal el contraste entre su pequeñez y la grandeza de su vocación que no le quedó más remedio que hacer del Señor su refugio. Es la palabra que brota de sus labios apenas sus dedos rozan el arpa: Protégeme, Dios mío, en ti está mi refugio. Yo digo a Yahveh: "Tú eres mi bien, nada hay fuera de ti, mi Dios". Otros corren tras los ídolos... mas yo no derramaré sus libaciones con mis manos, jamás tomaré sus nombres en mis labios. Yahveh es mi heredad y mi copa, mi suerte está en sus manos... Bendeciré siempre a Yahveh, que me aconseja, hasta de noche me instruye internamente. Tengo siempre a Yahveh ante mis ojos, con él a mi derecha nunca vacilaré. Cuando David se presentaba ante los jueces del Sanedrín se despojaba de la corona y de las vestiduras reales. Vistiendo con simplicidad se presentaba ante ellos como uno más del pueblo. Pero, sobre todo, mostraba su humildad con su maestro Irá. Mientras vivió el gran maestro, David frecuentó sus lecciones bíblicas, sentándose por tierra como todos los demás alumnos. Y, cuando murió Irá y David le sucedió como maestro de la Biblia, por más que le insistieron los alumnos, no lograron nunca que se sentara sobre los cómodos cojines sobre los que se sentaba antes el venerable rabino. A los alumnos les decía: -¿Tengo yo acaso los méritos de mi maestro para ocupar su puesto? Luego tomaba su arpa y cantaba para sus discípulos: 127
A ti, Yahveh, levanto mi alma, oh Dios mío, en ti confío, ¡no sea yo confundido! Muéstrame tus caminos, Yahveh, enséñame tus sendas, guíame en tu verdad, enséñame, tú, Dios de mi salvación. Acuérdate, Yahveh, de tu ternura y de tu amor y no recuerdes los pecados de mi juventud, tú, que muestras a los pecadores el camino. Por tu gran bondad perdona mi culpa, que es grande. Una vez que pacificó el reino, David decidió acuñar la moneda propia. Los ministros le preguntaron qué imágenes deseaba imprimir en ella. David les respondió: -Por una parte una torre y por el reverso un bastón y un zurrón, como símbolos del pastoreo. Cuando aquellas monedas entraron en circulación, todos elogiaron la simplicidad del rey que, incluso después de haber logrado la más alta grandeza, quería que todos recordaran que Dios le había llamado a reinar sacándolo del redil de las ovejas. También, tras su pecado de adulterio y asesinato, David se humilló ante Dios, reconociendo su pecado y aceptando sus consecuencias. El rey, con su corte, huyendo de su hijo Absalón, camina hacia Jericó, para ponerse a salvo al otro lado del Jordán. Y mientras David subía por la ladera del monte de los Olivos, le salió al encuentro Semeí, uno de la familia de Saúl, que empezó a insultarlo, mientras le tiraba piedras: -Vete, vete, sanguinario y malvado. Que Yahveh te devuelva toda la sangre de la familia de Saúl, cuyo reino has usurpado. Así el Señor ha entregado el reino a tu hijo Absalón. Has caído en tu propia maldad, porque eres un asesino. Abisay, hijo de Sarvia, sobrino del rey, le dijo: -¿Por qué ha de maldecir ese perro muerto a mi señor el rey? ¡Déjame ir allá y le corto de un tajo la cabeza! Pero el rey respondió: -¿Qué tengo yo contigo, hijo de Sarvia? Déjale que me maldiga. Si el Señor le ha mandado que maldiga a David, ¿quién puede pedirle cuentas? Y, luego, David añadió para Abisay y para todos sus servidores:
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-Mirad, mi hijo, salido de mis entrañas, busca mi muerte. ¿Qué hay de extraño en que ese benjaminita me maldiga? Dejadlo que me maldiga, porque se lo ha mandado Yahveh. Quizás el Señor se fije en mi humillación y me pague con bendiciones estas maldiciones de hoy. David y los suyos siguieron su camino, mientras Semeí les seguía por la loma paralela del monte, maldiciendo, tirando piedras y levantando polvo. David, que veía a Yahveh detrás de los insultos de Semeí, elevaba a El su corazón: ¿Hasta cuándo, Señor, seguirás olvidándome? ¿Hasta cuándo me esconderás tu rostro? ¿Hasta cuándo he de estar preocupado, con el corazón apenado todo el día? ¿Hasta cuándo va a triunfar mi enemigo? Atiende y respóndeme, Dios mío, da luz a mis ojos para que no me duerma en la muerte, para que no diga mi enemigo: "Lo he vencido", ni se alegre mi adversario de mi fracaso. Porque yo confío en tu misericordia: alegra mi corazón con tu auxilio y te cantaré por el bien que me has hecho. Todavía, al final de sus años, David volvió a ser humillado. Según recogen las Crónicas, Satán lo tentó, instigándole a hacer el censo de Israel y de Judá. Pero, después de haber hecho el censo del pueblo, a David le remordió la conciencia y dijo al Señor: -He cometido un grave pecado. Ahora, Señor, perdona la culpa de tu siervo, pues he sido muy necio. A la mañana, temprano, Dios mandó a su profeta Gat, con esta palabra: -Así dice el Señor: Tres cosas te propongo, elige una y la llevaré a cabo: tres años de hambre en tu territorio, tres meses huyendo perseguido por tu enemigo o tres días de peste en el país. ¿Qué le respondo al Señor, que me ha enviado? David contestó: -Estoy en grande angustia. Es como si a un enfermo se le preguntara si prefiere ser enterrado junto a su padre o junto a su madre. El rey reflexionó: -Si escojo el hambre, la gente dirá: "¿qué le importa a él, que tiene riquezas"; si escojo las calamidades de la guerra, dirán: "poco le importa, teniendo a sus guerreros que le protegen"; escogeré la peste, que golpea a todos por igual. 129
En voz alta respondió: -Es mejor caer en manos de Dios, que es compasivo, que caer en manos de los hombres. David eligió la peste. Y el Señor mandó la peste, desde la mañana hasta el tiempo señalado, desde Dan hasta Berseba. Pero, cuando David vio al ángel que estaba hiriendo la población, dijo al Señor: -¡Soy yo el que ha pecado! ¡Soy yo el culpable! ¿Qué han hecho estas ovejas? Caiga, te suplico, tu mano sobre mí y sobre mi familia, pero no hieras a tu pueblo. El Señor se arrepintió del castigo y dijo al ángel, que estaba asolando la población: -¡Basta! ¡Detén tu mano! David levantó un altar al Señor, ofreció holocaustos y sacrificios de comunión, el Señor se aplacó con el país y cesó la peste en Israel. En la dedicación del altar, donde se construiría el Templo, David entonó el salmo: Yo te ensalzo, Yahveh, porque me has levantado y no has dejado que mis enemigos se rían de mí. Yahveh, Dios mío, a ti clamé y me sanaste. Tú has sacado, Dios mío, mi vida del abismo, me has recobrado cuando bajaba a la fosa. Salmodiad a Yahveh los que le amáis, pues su cólera dura un instante, mientras que su bondad es de por vida. Al atardecer nos visita el llanto, pero ya en la mañana nos llega el júbilo. Me escondiste, Yahveh, tu rostro y quedé desconcertado; te invoqué, Dios mío, y cambiaste mi luto en danzas, vistiéndome de fiesta. Mi corazón te salmodiará eternamente, Yahveh, Dios mío, te daré gracias por siempre. De todos modos el espectáculo del ángel de la peste estremeció a David, sobre todo cuando, a la orden del Señor, el ángel limpió su espada sangrante en sus vestidos reales. Se le metió un temblor en el cuerpo, que le heló los huesos para toda su vida. Por más ropa que le pusieran en el lecho, David no entraba en calor. Sólo Abisag, la sunamita, durmiendo en su seno, logró aliviar un poco al rey.
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23. AJITOFEL Y JUSAY
El Señor creó siete cielos. El que está por debajo de todos se llama cortina, pues es como la cortina que se pone ante las puertas de las casas: los que están dentro ven a los de fuera, pero los que están fuera no ven a los de dentro. En la cortina del cielo inferior hay ventanas y los ángeles del servicio ven a los hombres que caminan por la tierra, tanto a los que van por buen camino como a los que siguen el mal camino. Al que va por buen camino le protegen y defienden; al que va por el mal camino, en cambio, le dejan en paz, permitiéndole prosperar en su maldad hasta el día del Juicio Final, en que le hacen ver el abismo en que ha caído. Entre los cortesanos y consejeros de David, Ajitófel ocupa un lugar eminente. El rey estaba unido a él por lazos familiares, pues era abuelo de Betsabé. La sabiduría de Ajitófel era como la de un ángel; era más que humana. Sus consejos siempre coincidían con los oráculos de los Urim y los Tummin. David no respetaba a nadie como a Ajitófel, que era su maestro en el conocimiento de la Torá. Nunca dudaba David en someterse a sus indicaciones. De su consejero aprendió David dos cosas fundamentales: a buscar compañeros con los que estudiar la Torá y a ser diligente en ir a la casa de Dios para la oración y el servicio litúrgico. Pero, aunque era tan excelente maestro, a Ajitófel le faltaba la piedad sincera. No vivía lo que enseñaba. En vez de dejar que la Escritura penetrara en lo íntimo de su ser, dejándose penetrar del amor a Yahveh, Ajitófel se deleitaba en la interpretación sutil de la Torá, alimentando su vanidad con su brillantez. Se complacía más en sí mismo que en la Torá. Por ello la distorsionaba, buscando en ella su honor y no la gloria de Yahveh. Por ello no gozó de la bendición del Santo, bendito sea, que lee en el corazón de los hombres y no se deja engañar por las palabras de su boca. Dios abandonó a Ajitófel a las luces de su mente y se extravió a pesar de toda su ciencia. Ajitófel pensó que David había caído en desgracia ante el Señor por el pecado que había cometido con su nieta Betsabé. Esto le llevó a tomar parte en la rebelión de Absalón contra David. A pesar de todas las lecciones que había impartido a David sobre la Torá, él no había aprendido que ningún pecado puede borrar el amor de Dios, si uno ama su Torá. Este amor salvó a David de la desgracia, mientras que Ajitófel perdió este mundo e incluso su participación en el mundo venidero. Ajitófel fue engañado por ciertos signos astrológicos, que él interpretó como profecía de su propio reinado, cuando en realidad dichos signos señalaban el 131
destino real de su nieta Betsabé. Llevado de su errónea creencia, obnubilada su mente por la ambición, con astucia incitó a Absalón a cometer el crimen nunca oído: rebelarse contra su padre. Ajitófel sabía que la rebelión de Absalón no le serviría de nada, pues cuando hubiese arruinado a su padre, los ancianos de Israel le condenarían por haber violado la piedad familiar. Así el camino quedaría libre para él, Ajitófel, el gran sabio de Israel. En realidad, la relación de Ajitófel con David se había enfriado mucho antes de la rebelión de Absalón. Los sentimientos de Ajitófel hacia David se habían ensombrecido desde el día en que David subió al trono. David, en aquella ocasión, había investido a no menos de novecientos funcionarios reales, quedando su consejero en el palacio real, pero en la sombra, en medio de tantos otros que rodeaban al rey. La hostilidad de Ajitófel hacia David tuvo una primera manifestación en el traslado del Arca a Jerusalén. Cuando los sacerdotes intentaron agarrarla fueron levantados en alto y arrojados violentamente al suelo. En su desconcierto el rey se volvió a pedir consejo a Ajitófel, quien con mofa replicó: -Pregunta a los sabios que has instalado en tu palacio. Sólo cuando David profirió una maldición contra quien supiera el remedio y no acudiera en auxilio de los necesitados Ajitófel dio su consejo: -A cada paso de los sacerdotes que llevan el Arca se debe ofrecer un sacrificio. El consejo fue seguido y no volvió a ocurrir ningún desastre más. Pero nada de lo que pueda hacer el hombre es suficiente para expiar lo que sale de su boca. La lengua es la primera de todos los miembros en herir. Así dijo David a Doeg, el edomita, el maestro de Ajitófel en el engaño y la intriga: "¿Por qué te glorías del mal, héroe de la infamia? Todo el día proyectas ruinas, es tu lengua cual espada afilada, oh artífice de engaño". También, refiriéndose a Doeg y Ajitófel, dijo: "Mi vida está en medio de leones que devoran a los hombres, cuyos dientes son lanzas y flechas, y su lengua, una espada afilada". Lo compara con una espada afilada, pues "maza, espada y aguda saeta, es el hombre que profiere contra su prójimo testimonio falso". Ajitófel y Doeg, envidiosos los dos, ambicionaban la gloria de David y ambos tramaron la caída de David, intentando borrar su nombre con la calumnia. La calumnia mata a tres, como la espada de doble filo: al que la dice, al que la escucha y a aquel de quien se dice. Y así como, cuando algo sale de entre las manos del hombre no puede hacerlo volver a él, del mismo modo el que profiere testimonio falso contra su prójimo, aunque se arrepienta cien veces, no puede reparar su mal. 132
Ajitófel es la imagen del traidor. Cuando vio que la gente se pasaba a Absalón, pensó que la estrella de David estaba en declive y lo abandonó, pasándose al bando de Absalón. ¿Para qué seguir con el viejo rey, que además de viejo y caduco está dominado por Joab? La compañía de Ajitófel llevó a Absalón de victoria en victoria, de triunfo en triunfo. Pero la senda del malvado acaba siempre mal. Dios desbarata sus planes. Cuando David, descalzo y llorando, subía por la ladera del monte de los olivos, le dijeron: -Ajitófel se ha unido a Absalón. David, que conocía su sabiduría, tembló y, elevando los ojos al cielo, gritó a Yahveh: -¡Señor, que fracase el plan de Ajitófel! Luego, en su interior, prosiguió al son del zumbido de un enjambre de abejas, que les salían por todas partes: Escucha mis palabras, Yahveh, repara en mi lamento, atiende a la voz de mi clamor, oh mi Rey y mi Dios. Pues no eres tú un Dios que se complace en la impiedad, el malvado no es huésped tuyo, no, los arrogantes no resisten ante tus ojos. Detestas a los agentes del mal, pierdes a los mentirosos. Tú abominas al hombre sanguinario y fraudulento. A mí, guíame tú, Yahveh, según tu justicia, allana tu camino ante mí, mira cuántos son los que me acechan. No hay en su boca lealtad, en su interior, tan sólo subversión; sepulcro abierto es su garganta, melosa es su lengua. ¡Haz que fracasen sus intrigas! El mal comienza cuando el hombre se sale de la esfera de influencia de Dios; cuando el hombre saca a Dios de su vida, entonces atrae hacia ella el mal, acarreando su ruina. Mientras David huía, le salió al encuentro Jusay, el arquero, amigo de David. Iba con la túnica desgarrada y la cabeza cubierta de polvo. David le dijo: -Si vienes conmigo, me vas a ser una carga. Pero puedes hacer fracasar el plan de Ajitófel si vuelves a la ciudad y le dices a Absalón: "Soy tu siervo, oh rey mi señor; antes serví a tu padre, ahora soy siervo tuyo". Y, para convencerlo, añadió: 133
-Anda, que allí están también los sacerdotes Sadoc y Abiatar. Todo lo que oigas en la casa del rey, se lo comunicas a los sacerdotes y ellos, por medio de sus hijos Ajimás y Jonatán, me transmitirán las noticias. Jusay, amigo de David, entró en Jerusalén al mismo tiempo en que llegaba Absalón, se postró ante él y exclamó: -¡Viva el rey, viva el rey! Absalón le dijo: -¿Es este tu afecto por tu amigo? ¿Por qué no te has ido con él? Jusay, según las instrucciones de David, respondió a Absalón: -No. Yo quiero estar y permanecer con aquel a quien ha elegido Yahveh. Por lo demás, ¿a quién voy a servir?, ¿no es a su hijo? Como he servido a tu padre, te serviré a ti. Absalón dijo a Ajitófel y a Jusay: -Tomad consejo sobre lo que se debe hacer. Ajitófel, que sabe que David y sus gentes están agotados, piensa que lo mejor es atacar, sin darles tregua para recuperarse. Por eso aconseja a Absalón: -Es preciso seleccionar doce mil hombres y salir en persecución de David esta misma noche. Fatigado y asustado como está, le daremos alcance y le abandonarán todos los que le acompañan. Entonces, cuando quede solo, será fácil darle muerte. Tú quieres que muera un solo hombre y que el pueblo se quede en paz. Yo te traeré el pueblo como una esposa vuelve a su esposo. La propuesta era acertada y le pareció bien a Absalón. Pero Dios, que vigila y defiende a su elegido David, inspiró a Jusay para trastornar los planes de Ajitófel. Absalón le dijo: -Ajitófel propone esto. ¿Lo hacemos? ¿O qué propones tú? Jusay respondió: -Por esta vez el consejo de Ajitófel no es acertado. Tú conoces a tu padre y a sus hombres. Son valientes y están furiosos como una osa a la que han robado sus crías en el campo. Si les atacas ahora y las primeras bajas son de los tuyos, se correrá la noticia por todo Israel de que Absalón ha sido derrotado y te abandonarán todos. Te aconsejo lo siguiente: concentra aquí a todo Israel, desde 134
Dan hasta Berseba; reúne un ejército numeroso como las arenas de la playa y tú mismo en persona sal al frente de ellos. Con este ejército caerás sobre David como rocío sobre la tierra y no quedará vivo ni uno de sus seguidores. Absalón y los israelitas exclamaron: -¡El consejo de Jusay es mejor que el de Ajitófel! El Señor había determinado hacer fracasar el plan de Ajitófel, que era bueno, porque había decretado la ruina de Absalón. Ajitófel no soportó la humillación. Viendo que no había sido aceptado su consejo, aparejó su asno y se fue a su casa, puso orden en ella y se ahorcó. Lo enterraron en la sepultura de su padre. Este es el primero y único caso de suicidio en todo el Antiguo Testamento. Es la suerte del traidor. Al malvado se le pagan sus buenas acciones en este mundo; de este modo entra en el mundo futuro sin obras meritorias y será condenado por todos sus pecados. El justo, por el contrario, purgará en este mundo sus faltas y entrará en el mundo futuro limpio de toda culpa. Pero Ajitófel perdió esta vida y también la otra. David, calumniado, siente en su interior como un fuego, que le quema las entrañas, pero no se abate; desde su dolor eleva al Señor su alma: Yahveh, Dios mío, a ti me acojo, líbrame de mis perseguidores, sálvame, que no me atrapen como leones y me desgarren sin remedio... Tú, que sondeas el corazón y las entrañas, tú, el Dios justo, eres el escudo que me cubre frente al enemigo, que afila su espada y tensa su arco contra mí... Contra mí apunta sus armas de muerte, prepara sus flechas incendiarias. El enemigo concibe el crimen, está preñado de maldad; por ello da a luz el fracaso: en la fosa que cavó, él es quien cae, la flecha que lanza hacia arriba recae sobre su cabeza, su violencia sobre su cerviz. Te daré gracias, Yahveh, por tu justicia, tañeré en honor de tu nombre, oh Altísimo.
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Jonatán y Ajimás informaron a David de los planes de Absalón. David dividió el ejército en tres cuerpos; uno al mando de Joab; el segundo al mando de Abisay, hermano de Joab; y el tercero al mando de Itay, el de Gat. Y dijo al ejército: -Yo también iré con vosotros. Le respondieron: -No vengas. Que si nosotros tenemos que huir, eso no tiene importancia; y si morimos la mitad, tampoco nos importa. Pero tú vales por mil de nosotros. Es mejor que nos ayudes desde la ciudad. David aceptó y se quedó a las puertas, mientras todo el ejército salía al combate, por compañías y batallones. Pero el rey gritó, de modo que todos pudieron oírle, a Joab, Abisay e Itay: -Por amor a mí, tratad bien al joven Absalón. A las puertas de la ciudad se quedó David con toda su inquietud. Los que quedaron con él, le animaban: Yahveh te responda en el día de la angustia, que te sostenga el nombre del Dios de Jacob, que se acuerde de todas tus ofrendas que cumpla el deseo de tu corazón que dé éxito a todos tus planes, y nosotros podamos aclamar tu victoria. David les escucha y de su corazón brota la plegaria: Yo sé que Yahveh da la victoria a su ungido, desde su santo cielo le responderá con los prodigios de su diestra poderosa. Unos confían en sus carros y caballerías, nosotros invocamos el nombre de Yahveh, nuestro Dios. Ellos caerán derribados, mientras nosotros nos mantendremos en pie. La batalla campal entre las tropas de Absalón y las de David tuvo lugar en las espesuras de Efraín. Absalón no podrá hacerle frente. Fueron muchas las bajas de los seguidores de Absalón. El mismo, que iba montado en un mulo, al meterse el mulo bajo el ramaje de una encina, quedó enganchado por la cabellera en la encina. Quedó colgando entre el cielo y la tierra, mientras el mulo siguió corriendo. 136
Uno de los hombres lo vio y fue a decírselo a Joab: -¡He visto a Absalón colgado de una encina! Joab, con frialdad, le replicó: -Pues si lo has visto, ¿por qué no le has derribado allí mismo por tierra y yo te habría dado diez siclos de plata y un cinturón? Pero el hombre le respondió: -Aunque sintiera yo en la palma de la mano el peso de mil siclos de plata, no alzaría mi mano contra el hijo del rey, pues ante nuestros oídos os ordenó el rey a ti, a Abisay y a Itay que cuidarais la vida del joven Absalón. Si yo hubiera cometido tal crimen, hubiera expuesto mi vida, pues al rey nada se le oculta. Entonces Joab le rechazó, diciendo: -No me voy a quedar contemplando tu cara. Y tomando tres dardos, los clavó en el corazón de Absalón, que estaba todavía vivo en el ramaje de la encina. Luego se acercaron diez escuderos de Joab y lo remataron. Agarraron a Absalón y lo echaron en un gran hoyo del bosque, echando sobre él un montón de piedras. Todo Israel huyó, cada uno a su tienda. Ajimás, hijo del sacerdote Sadoc, dijo: -Voy corriendo a llevarle al rey la buena noticia de que el Señor lo ha librado de sus enemigos. Pero Joab le dijo: -No serás tú quien lleve la buena noticia, porque ha muerto el hijo del rey. Otro día le llevarás buenas noticias. Y Joab ordenó a un etíope: -Vete a comunicar al rey lo que has visto. Pero Ajimás salió corriendo detrás de él y lo adelantó. David, con el corazón en vilo, estaba entre las dos puertas. Cuando Ajimás llegó ante él, dijo:
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-Paz. Bendito sea Yahveh, tu Dios, que te ha entregado los que habían alzado la mano contra mi señor el rey. Como quien no ha escuchado, el rey preguntó: -¿Está bien el joven Absalón? Ajimás respondió: -Yo vi un gran tumulto cuando tu siervo Joab me envió, pero no sé lo que era. Mientras estaba hablando llegó el etíope y dijo: -Recibe, oh rey, la buena noticia, pues hoy te ha librado Yahveh de la mano de todos los que se alzaban contra ti. Preguntó el rey: -¿Está bien el joven Absalón? Respondió: -Acaben como ese joven todos los enemigos de mi señor el rey y todos los que se levantan contra ti para hacerte mal. Al oírlo, el rey se estremeció, subió a la estancia que había encima de la puerta y rompió a llorar, exclamando: -¡Hijo mío, Absalón, hijo mío Absalón! ¡Ojalá hubiera muerto yo en vez de ti, Absalón, hijo mío, hijo mío! La victoria se trocó en duelo aquel día, pues el rey, cubriéndose el rostro, no dejaba de exclamar: -¡Hijo mío, Absalón! ¡Absalón, hijo mío, hijo mío! Absalón deseaba matar a su padre, pero el padre no quería la muerte de su hijo. Pero Joab, el duro y frío general, no soportó más el llanto del rey. Fue a palacio y le dijo: -Tus soldados, arriesgando su vida, han salvado la tuya y la de tus hijos, hijas y mujeres y tú les avergüenzas, llorando a los que te odian y odiando a los que te aman. Me doy cuenta de que, aunque hubiéramos muerto todos nosotros, con tal de que Absalón hubiera quedado vivo, estarías contento... Levántate, 138
habla al corazón de tus soldados, porque te juro por Yahveh que, si no sales, esta noche no quedará contigo ni un solo hombre. El rey se levantó y se sentó a la puerta, mientras todo el ejército desfiló ante él. El rey es, más que el soberano, el símbolo. Ha perdido a su hijo, en batalla contra él. ¿Qué vale el poder? ¿Dónde está el triunfo? El sufrimiento se sobrepone sobre todo lo demás. Mientras el ejército desfila ante él, por su mente desfilan los torrentes de delitos de su vida, las miserias, pecados, las intrigas, la sangre y la sombra oscura del general de su ejército, Joab, que tiene ahora en sus manos las bridas del poder. Para sus adentros, David ora: A ti, Yahveh, me acojo, no quede yo confundido. Dios mío, líbrame de la mano del impío, de las garras del perverso y del violento. Tú eres mi esperanza desde mi juventud, en la hora de mi vejez no me rechaces, no me abandones cuando decae mi vigor. ¡Oh Dios, no te quedes lejos, ven en mi auxilio! Ahora que me llega la vejez y las canas, oh Dios, no me abandones, sé mi sostén y yo te daré gracias con las cuerdas del arpa, para ti salmodiaré al son de la cítara. Mientras tanto Joab y su ejército cantaban el canto que David les había enseñado para celebrar otras victorias: Yahveh, en tu fuerza se regocija el rey, ¡y cuánto goza con tu victoria! Le has concedido el deseo de su corazón, no le has negado lo que pedían sus labios. Te adelantaste a colmarlo de bendiciones y has puesto en su cabeza una corona de oro fino. Te pidió vida y le has concedido años sin término. Tus victorias han engrandecido su fama, lo has circundado de gloria y esplendor, lo colmas de alegría en tu presencia. ¡Levántate, Yahveh, con tu poder, y te cantaremos al son de instrumentos!
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24. SUBIDA DE SALOMON AL TRONO
Como ya está contado, una tarde se hallaba David en la terraza del palacio contemplando junto al profeta Natán la ciudad que se extendía a sus pies. El rey dijo a Natán: -Mira, yo habito en una casa de cedro mientras que el Arca de Dios habita en medio de una tienda. Quisiera construir para Dios una bella casa de piedra y de cedro. Pero aquella misma noche, Dios habló al profeta Natán: -Vuelve a casa de mi siervo David y dile: -No serás tú quien me edifique una casa, porque has sido un hombre de guerra. Un hijo tuyo, hombre de paz, será quien edifique mi Templo. ¿Cuál de sus hijos será su sucesor en el trono y que lleve a término la construcción del Templo? Absalón está muerto. Por orden de edad la sucesión corresponde a Adonías. Pero David hace tiempo que ha elegido a Salomón, el hijo de Betsabé. Hasta se lo ha prometido con juramento a la madre ante el profeta Natán. El rey David es ya viejo, de edad avanzada, y no consigue entrar en calor. Los suyos le tienen que buscar a la sunamita Abisag para que duerma en su seno y dé calor al rey. Adonías, en cambio, no duerme, pues ambiciona el trono. Se preparó una carroza, caballos y una escolta de cincuenta hombres. Buscó además aliarse con Joab, el aguerrido general del ejército de David, y con el sacerdote Abiatar. Ambos apoyaron a Adonías. Pero no logró poner de su parte al sacerdote Sadoc, al profeta Natán y a los veteranos de David. Con todos los demás se dirigió a la Piedra de Zojélet, junto a la fuente de Roguel, a ofrecer un sacrificio. Al banquete invitó a todos sus hermanos, exceptuando a Salomón. Tampoco duermen Natán y Betsabé. Entre los dos traman un plan para frustrar las ambiciones de Adonías. Precedida de un adormecedor aroma a mirra, Betsabé, aconsejada por el profeta Natán, penetra en la estancia real. Como una tigresa, que defiende la primogenitura de su hijo, Betsabé envuelve a David con un torrente de palabras: -Señor mío, tu juraste a tu servidora por el Señor, tu Dios: "Tu hijo Salomón me sucederá en el reino y se sentará en mi trono". Pero ahora resulta que Adonías se ha proclamado rey sin que tú, mi señor el rey, lo sepa. Ha 140
sacrificado toros, terneros cebados y ovejas en cantidad y ha invitado a todos los hijos del rey, al sacerdote Abiatar y al general Joab, pero no ha invitado a tu siervo Salomón. Ahora, mi señor el rey, todo Israel está pendiente de ti, esperando que les anuncies quién va a suceder en el trono al rey, mi señor; porque el rey va a reunirse con sus padres y mi hijo y yo vamos a aparecer como usurpadores. Mientras aún estaba hablando, según lo convenido, llegó el profeta Natán a reforzar las intrigas de Betsabé. Avisaron al rey: -Aquí está el profeta Natán. Natán se presentó al rey, se postró ante él rostro en tierra y dijo: -Rey, mi señor, ¿es que tú has dicho: "Adonías me sucederá en el reino y se sentará en mi trono"? Y remachó todo lo dicho por Betsabé, según tenían ensayado, añadiendo: -Ahí están banqueteando todos y aclamando: "¡Viva el rey Adonías!". Si esto se ha hecho por orden de mi señor el rey, ¿por qué no habías comunicado a tus siervos quién iba a sucederte en el trono? David, a quien todos desean que marche a reunirse con sus padres, mientras le narran los mil particulares de la historia de Adonías, se vuelve hacia su interior y eleva su oración: Señor, has reducido mis días a un palmo y mi vida no es nada ante ti; el hombre no dura más que un soplo, sus días pasan como pura sombra. Por un soplo se afana, atesora sin saber a quién legar sus bienes. Ahora, Señor, ¿qué esperanza me queda? Tú eres mi confianza, escucha mi oración, y no seas sordo a mi llanto, porque yo soy huésped tuyo, forastero como todos mis padres. Aplaca tu ira, dame respiro, antes de que pase y no exista. Cuando Natán y Betsabé acabaron de hablar, se hizo silencio en la estancia y David volvió en sí. Les miró por un momento, mientras pensaba para sí: "Demasiado bello y ambicioso Adonías, como Salomón demasiado sabio y sentimental". Pero Betsabé y Natán le enfrentan con toda la expectación del 141
pueblo. Le fuerzan a que concluya con la ambigüedad. Piensan que ya es hora de hacer público lo que ha jurado en secreto. Sí, él no será perjuro ante el Señor. De nuevo repetirá su juramento: -Vive Yahveh, que libró mi alma de toda angustia, que como te juré por Yahveh, Dios de Israel, diciendo: "Salomón tu hijo reinará después de mí, y él se sentará sobre mi trono en mi lugar", ¡así lo haré hoy mismo! Conseguido lo que deseaba, Betsabé obsequiosa se inclinó rostro en tierra ante el rey, y dijo: -¡Viva siempre el rey David, mi señor! David quiere concluir y convoca inmediatamente al sacerdote Sadoc, al profeta Natán y a Benayas, hijo de Yehoyadá, y les ordena: -Tomad con vosotros a los veteranos de vuestro señor, montad a mi hijo Salomón sobre mi propia mula y bajadle a Guijón. Allí el sacerdote Sadoc y el profeta Natán le ungirán como rey de Israel. Luego tocaréis el cuerno y que todos griten: ¡Viva el rey Salomón! Benayas respondió en nombre de todos: -Amén. Así habla Yahveh, Dios de mi señor el rey. Como ha estado Yahveh con mi señor el rey, así esté con Salomón y haga su trono más grande que el trono de mi señor el rey David. David, que ya no se deja impresionar por las grandes frases, añadió: -Luego subiréis detrás de Salomón, y cuando llegue se sentará en mi trono y me sucederá en el reino, porque lo nombro jefe de Israel y Judá. Al son de flautas, armando tal algazara que la tierra se estremecía por el estruendo, acompañaron a Salomón y lo sentaron en el trono de David. Terminado el alboroto, David llamó a Salomón y le hizo estas recomendaciones: -Yo me voy por el camino de todos. Guarda las normas de Yahveh, tu Dios, caminando por sus sendas, guardando sus preceptos, como están escritos en la Ley de Moisés, para que tengas éxito en todas tus empresas, adondequiera que vayas. Así el Señor cumplirá la promesa que me hizo: "Si tus hijos siguen mi camino, marchando en mi presencia con fidelidad, amándome con todo su corazón y con toda su alma, no te faltará un descendiente en el trono de Israel". 142
Salomón se sentó en el trono de su padre y el reino se afianzó sólidamente en su mano. Salomón ofreció holocaustos al Señor en Gabaón y el Señor le dijo: - Pídeme lo que quieras que te dé. Salomón dijo: -Tú has tenido gran amor a tu siervo David, mi padre, porque él ha caminado con fidelidad, con justicia y rectitud de corazón contigo. Tú le has conservado este gran amor y le has concedido que hoy se siente en su trono un hijo suyo. Ahora Yahveh, mi Dios, tú has constituido rey a tu siervo en lugar de David, mi padre, pero yo soy un muchacho pequeño, que no sabe salir ni entrar. Tu siervo está en medio del pueblo que has elegido, pueblo tan numeroso que no se puede contar. Concede, pues, a tu siervo un corazón que entienda para juzgar a tu pueblo, para discernir entre el bien y el mal, pues ¿quién será capaz de juzgar a este pueblo tuyo? Agradó a Dios la oración de Salomón y le dijo: -Porque has pedido discernimiento, y no larga vida o riquezas o la muerte de tus enemigos, te concedo un corazón sabio e inteligente como no lo hubo antes ni lo habrá jamás. Y también te concedo lo que no has pedido: riquezas y gloria. Si andas por mis caminos, como anduvo David tu padre, yo prolongaré los días de tu vida. Salomón amaba a Dios, siguiendo el camino de su padre David. Se sentía hijo de la promesa de Dios a su padre, que él mismo oyó repetida: -Por este templo que estás construyendo, yo te cumpliré la promesa que hice a tu padre David: habitaré entre los israelitas y no abandonaré a mi pueblo Israel. Cuando el templo estuvo terminado, Salomón hizo llevar a él las ofrendas que había preparado su padre: plata, oro y vasos, y los depositó en el tesoro del templo, bendiciendo al Señor: -¡Bendito sea el Señor, Dios de Israel! Que a mi padre, David, con la boca se lo prometió y con la mano se lo cumplió. Y, aunque en su vejez, el corazón de Salomón, arrastrado por sus mujeres, se desvió del Señor, sin mantenerse fiel al Señor, como el corazón de David, el Señor mantuvo su palabra, "en consideración a mi siervo David y a Jerusalén, mi ciudad elegida". El Señor dejará una tribu a la descendencia de Salomón "para que mi siervo David tenga siempre una lámpara ante mí en Jerusalén". 143
La memoria de David queda en la historia de Israel como signo de esperanza eterna, pues a él está ligada la promesa del Señor. Cuando todo parezca venirse abajo por culpa de los reyes malvados, Dios perdona "en consideración a mi siervo David". Por amor a David mantiene su descendencia en Judá, aunque Roboán haya hecho méritos para perderlo todo. Por amor a David, Dios pasa por alto los pecados de Abías y Jorán. Por amor a David libra al pueblo de la invasión del rey Senaquerib. La promesa de Dios es irrevocable. La lámpara de David sigue encendida ante el Señor en Jerusalén... hasta que llegue "el que ha de venir".
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25. MUERTE DE DAVID
El rey David era ya viejo y sentía en sus huesos que se acercaba el día de su muerte. Entonó un salmo de acción de gracias al Señor por todas las empresas que le había concedido llevar a buen término y por todo el bien que le había concedido realizar en favor del pueblo. Invocó también perdón por los muchos pecados que había cometido en su corta vida y concluyó su oración suplicando al Señor que le manifestase el momento en que tenía decidido que acabase su vida. Terminado el canto, David se quedó en ansiosa espera de la respuesta divina. De improviso, se levantó un impetuoso huracán, que hacía temblar las paredes de la estancia del rey, pero David sintió dentro de sí que la respuesta del Señor no estaba en el huracán. Poco después se oyó un impresionante rumor, como si las olas del mar se abatieran contra el palacio real. Pero tampoco en la tormenta estaba la respuesta del Señor. Se abatió luego desde lo alto un gigantesco incendio, pero tampoco en el fuego llegaba la respuesta divina. El fuego se extinguió sin dejar huella. Se hizo, -tras el huracán, la tormenta y el fuego-, un profundo silencio, como si se hubiera detenido la creación entera, algo así como el silencio de ciertas noches estrelladas o de ciertos mediodías de verano. En medio de este silencio se comenzó a oír una melodía única, como jamás el fino oído de David había sentido. Esto sí tocó las fibras del alma de David: ahí estaba el signo que precedía o acompañaba al Espíritu del Señor. David se inclinó hasta el suelo y repitió su súplica: -Hazme saber, oh Señor, cuándo será el último día de mi vida. El rey percibió la voz del Eterno que le susurraba: -En el consejo celeste se ha establecido no predecir a ningún mortal el final de sus días. Pero David, en su piedad confiada, insistió: -De todos es conocida esta deliberación celestial y además a mí me parece justa e indispensable para nosotros los hombres. Si nosotros conociéramos de antemano la hora de nuestra muerte, la vida dejaría de ser vida. Esto es así. 145
Pero, deja que tu siervo se explique. Tus profetas nos han revelado que Tú habías destinado mil años de vida a Adán, pero que luego sólo le dejaste vivir novecientos treinta, reservando para mí esos setenta años restantes, pues de otro modo yo no hubiera llegado a ver la luz de este mundo. Ahora, Señor, yo voy a cumplir ya los setenta años y, por tanto, ya sé que la vida que me has destinado está por concluir... Lo que yo te pido es únicamente que me reveles el día de la semana en que moriré. El Señor juzgó que la petición de su siervo David no contravenía el decreto de su corte celestial y, en medio de aquel silencio solemne, se oyó el murmullo de su voz: -Morirás en Sábado. A David, que pasaba los Sábados salmodiando al Señor, le horrorizó morir en Sábado y pidió al Santo, bendito sea su nombre, que cambiara de día: -Te suplico, Dios grande y poderoso, no me arrebates el alma en Sábado; aplaza un día mi muerte. Pero el Señor objetó: -Ya ha sido establecido que el domingo sea coronado como rey tu hijo Salomón y su reinado no puede ser acortado ni siquiera de un día, ni aún para prolongar el tuyo. Entonces David replicó: -Muy bien, anticipa entonces mi muerte un día y permite que yo espire en la vigilia del Sábado. Le replicó el Señor: -Jamás, de ningún modo me privaré de un día de tu reinado. Un solo día de tus estudios de mi palabra y de tu salmodia para mí vale más que los miles de holocaustos que inmolará Salomón sobre el altar en mi honor. Al apagarse el eco de estas palabras, acabó el silencio absoluto que había reinado desde el momento en que se había hecho presente el Espíritu del Señor. Los acostumbrados rumores de la corte volvieron a atravesar los ventanales de la estancia del rey. David comprendió que la Šhekinah divina se había marchado a su Sede celestial y que quedaba decidido irrevocablemente que su muerte ocurriría en Sábado.
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Desde aquel día, con más intensidad que en el pasado, David se dedicó durante todos los Sábados al estudio de la Torá y a salmodiar las alabanzas del Señor. Cuando llegó el día decretado de su muerte, el ángel del Señor se presentó ante el rey para recoger su alma. El ángel encontró al rey celebrando las alabanzas del Señor con su salmo: Los cielos son la sede de Dios, pero la tierra El se la ha dado al hombre. Quien duerme el sueño de la muerte no podrá cantar al Eterno. Pero aquí nosotros lo celebramos hasta el fin de nuestros días. Aleluya. El ángel se quedó absorto escuchando el canto que brotaba de los labios de David y no se atrevió a interrumpirlo. Esperó a que terminara su melodía para arrebatarle el alma. Pero el rey continuaba salmodiando, versículo tras versículo, sin interrumpirse, cada momento más enfervorizado. ¿Cuándo se le agotará la inspiración? El ángel comenzó a impacientarse viendo cómo transcurría el tiempo y el día se acercaba a su fin. La orden del Señor había sido bien precisa: en el transcurso de la jornada debía llevar a su presencia el alma del rey. El ángel rozó a David con su ala (como hacía siempre para apoderarse del alma del hombre), pero con sorpresa comprobó que David seguía vivo y sin dejar de cantar. Parecía que la melodía del salmo le protegiera como una muralla inexpugnable. Desconcertado, el ángel atravesó las salas del palacio, corriendo de un sitio para otro, derribando muebles y haciendo ruidos por todas partes. Descendió al jardín y, justo bajo la ventana de la estancia real, se puso a correr de un lado a otro destrozando plantas y todo lo que encontraba para distraer la atención del rey. David seguía ensimismado en su salmodia. Pero, finalmente, logró que sus rumores llegaran al oído del rey, que no comprendía el motivo de los ruidos semejantes a una tormenta, aunque se tratara de un día cálido y tranquilo de verano. Sin interrumpir su canto, David se levantó y se dirigió hacia el jardín a ver qué es lo que estaba sucediendo. Y mientras bajaba las escaleras David tropezó y, por un instante, interrumpió su melodía. Al ángel le bastó aquel segundo para tocar a David con su ala y arrebatarle el alma, llevándosela en un abrir y cerrar de ojos al cielo, dejando su cuerpo inerte por tierra. 147
El cadáver del rey no podía moverse, por ser Sábado. Esto era algo doloroso para todos los que estaban en palacio con él, pues al estar tendido por tierra estaba expuesto a los rayos del sol. Por ello, Salomón convocó a las águilas para que custodiaran el cuerpo del rey, protegiéndolo con la sombra de sus alas desplegadas. Desde los días de la creación el mundo venidero está aguardando a los justos, con el lugar de cada uno ya preparado, según dijo Yahveh a Moisés: "Ve ahí un lugar junto a mí; tú te colocarás encima de la roca". Bajo el trono de la gloria atesora el Santo, bendito sea, las almas de los justos. Allí recibió a David, según se dice: "El alma de mi señor será encerrada en la bolsa de la vida, al lado de Yahveh tu Dios". Pero el espíritu de los salmos de David no fue arrebatado por el ángel de la muerte. Sigue vivo entre nosotros hasta el fin de los tiempos. Es el espíritu mismo de David que no ha muerto, de este rey de Israel que continúa vivo en medio del pueblo de Dios.
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26. EL ARPA DE DAVID
David recibe diversos nombres en la Escritura. Unos lo califican como guerrero, otros como estudioso de la Torá y otros como salmista. Su amor a la Escritura era mayor que su apego al reino. Y con su celo por la Escritura iba unida su devoción y piedad, que se traducía en cantos. Al comienzo hasta le desagradaba tener que cuidar de su cuerpo, perdiendo tiempo para el estudio y para la salmodia. Luego entendió que también con el cuidado del cuerpo daba gloria a Dios, pues en el cuerpo llevaba grabado el signo de la alianza. Los sabios, bendita su memoria, recordarán a David como salmista de Israel, según sus últimas palabras: Oráculo de David, hijo de Jesé, oráculo del hombre enaltecido, el ungido del Dios de Jacob, el suave salmista de Israel. El espíritu de Yahveh habla por mí, su palabra está en mi lengua. Los sabios nos han dado también el significado de las cuerdas de las arpas de David. El arpa de seis cuerdas simboliza la perfección del cubo con sus seis lados y sus tres dimensiones. Con ella David acompañaba los salmos dedicados a cantar la perfección de la creación, que el Santo, bendito sea, llevó a cabo en seis días. El arpa de siete cuerdas era para el Sabath, el santo día séptimo, que corona toda la creación, llevándola a dar gloria al Creador. El arpa de ocho cuerdas, en cambio, la reservaba para anunciar la llegada del Mesías, que redimiría totalmente a Israel de todas las aflicciones y pecados de este mundo. Y para el mundo futuro estaba el arpa de diez cuerdas. David anhelaba llegar a él para poder tocarla en la asamblea celeste. Para ser cantor eterno de la gloria del Señor estaba destinado David desde el principio de la creación. Dios mostró a Adán todas las generaciones futuras. Adán vio entonces que a David sólo le habían sido asignadas tres horas de vida en este mundo. Dijo entonces Adán: -Soberano del universo yo ofrezco a David setenta de mis años para que él los viva cantando ante ti. Dios accedió a la petición de Adán, que respondía a su plan sobre la creación del hombre. De todas las maravillas que Dios había creado, la más grande es el hombre. El hombre fue creado como un microcosmos, un mundo en miniatura, compuesto de todos los elementos que se hallaban en la creación 149
entera. En el corazón del hombre resuena el eco potente del león junto con el suave balido del cordero. Una fuerte y dura veta de hierro recorre el ser del hombre entretejida con una hebra de ligero y flexible junco... Todos los elementos de los animales, vegetales y minerales se hallan en el hombre, dotado además de entendimiento y de santo espíritu, sustancia celeste. ¿Para qué había dotado al hombre el Creador de todos estos elementos? Toda la creación es un coro sonoro de cantos festivos. Todas las criaturas, desde el espléndido sol hasta la frágil hormiga, desde el dulce trino de las aves hasta el croar de las ranas, todas cantan uno u otro versículo de los salmos de alabanza al Creador: -David dará voz a toda mi creación, uniendo sus voces al son del arpa. Y es que, según nos cuentan los sabios, Dios había colocado a Adán como director del coro del universo. Para ello le había dotado de soberanía y dotes musicales. Dios puso todos los seres bajo el dominio de Adán para que lograra la armonía de todos ellos en la sublime sinfonía de la alabanza del Creador. Primero Dios creó a las criaturas y, finalmente, en la víspera del Sábado creó a Adán. Pero Adán, en vez de ensayar el canto de la creación para recibir al Sábado, pecó y arrastró con él fuera del paraíso a todos los seres; en lugar de la armonía, todo fue un caos. Afirmar que Adán, antes del pecado, moraba en el paraíso es poco. En realidad el paraíso estaba dentro de él. Había sido bendecido con la alegría interior, con la paz, la armonía, sin ninguna inclinación al mal. La incitación al mal le llegó desde fuera, a través de la serpiente, la más astuta de los seres del campo. Adán escuchaba la voz de Dios con el oído, el único sentido que no engaña. Pero la serpiente tergiversó la palabra con la visión de los ojos; hizo "ver que el fruto del árbol era bueno para comer y apetecible a los ojos". Después de la caída Adán cambió profundamente, al introducir dentro de sí al enemigo, como parte integrante de su ser. Perdió la armonía interior. Su vida se transformó en una lucha continua entre el bien y el mal, entre la verdad y la mentira. La duda y la sospecha ante todo amargó sus días. Ante esta situación, Adán, expulsado del paraíso, dedicó el resto de sus días al arrepentimiento. En sus meditaciones, recorría las páginas de la historia, buscando una persona que pudiera devolver la creación a su perfección original. Así es como vio a su descendiente David, el cantor de Israel. Viendo que sólo le correspondían tres horas de vida, le cedió setenta años de su vida, para que David organizara el coro de la creación. En el Sinaí, Dios concedió a Israel la oportunidad de recobrar la visión que Adán había perdido: "Todo el pueblo vio los sonidos". El pueblo ve lo que oye y oye lo que ve. La Palabra de Dios en el Sinaí era para los oídos de Israel más palpable, más real que los signos que percibían sus ojos. Israel vio la verdad y eternidad de la Palabra de Dios. Dos veces al día, el israelita fiel espera 150
mantener este mensaje. Se cubre los ojos y declara solemnemente: "Escucha, Israel, Yahveh es nuestro Dios, Yahveh es uno", que es como decir: Cubre tus ojos; no prestes atención a las apariencias, a lo que aparece ante tus ojos. Vive conforme a lo que tus oídos oyen del Dios viviente. Por un momento, en el Sinaí, Israel recobró el estado original de Adán antes del pecado. Pero, desgraciadamente, esta situación duró poco. Cuarenta días después de la Teofanía, los israelitas se dejaron engañar por los ojos, que imaginaron ver lo que en realidad no veían. En medio de las tinieblas y confusión creadas por Satán, el enemigo del hombre, los israelitas fueron engañados, lo mismo que Adán. Satán les dice: Seguramente Moisés ha muerto. El resultado de la decepción del pueblo fue el Becerro de oro y el abandono de Dios. Muchos años después apareció Samuel. Era entonces rara la palabra de Dios. Más aún, cuando alguien iba a consultar a Dios, decía: "vayamos al Vidente". En vez de profeta -el que habla- se llamaba vidente. Samuel mismo acepta para sí este título: "yo soy el vidente". Los sabios nos dicen que Dios reprochó esto a Samuel: ¿Qué es lo que veía para llamarse vidente? ¿No era acaso Yahveh quien le veía a él? El veía lo que Dios le decía. En la unción de David, Dios le hizo conocer que las apariencias -lo que aparece ante los ojosengañan. La fuente de su visión no eran los ojos, sino sus oídos. Así hasta David, cuya vida era don de Dios, ante la petición de Adán. Nadie apreciaba a David, el pastor, que "era rubio, de bellos ojos". Cuando Samuel -¡el Vidente!- vio a David ante sí se alarmó: "Este tipo rojo es una copia del malvado asesino Esaú". Pero el Santo, bendito sea, cortó sus pensamientos: "¡No! Este es diferente, porque tiene bellos ojos. Los ojos de Esaú arrastraban sus pies a satisfacer sus bajos deseos; los bellos ojos de David le llevarán a cantar las alabanzas del Creador con el coro de toda la creación. Toda su pasión la empleará en dar gloria al Señor: ¡Ungelo!" Pero los sabios no olvidan que también los ojos de David fueron puestos a prueba. En la somnolencia de la tarde, sus ojos se hallaron ante un signo que les arrastra desde la pureza del cielo hasta los deseos de la tierra: desde la terraza del palacio vio a una mujer excepcionalmente hermosa. En ese momento en que los ojos de David caen sobre Betsabé se distraen y dejan de mirar a Dios: "apartó los ojos de Dios", "hizo lo que está mal a los ojos de Dios". La rojez de David destruyó la belleza de sus ojos. La pasión oscureció su mirada. David que había dicho tantas veces: "tu amor está ante mis ojos" , "sin cesar tengo a Yahveh ante mí", después del pecado se lamenta: "mi pecado está sin cesar ante mí". Para corregir su error David se refugió en el segundo don heredado de Adán: "el don del canto": "Sean gratas las palabras de mi boca y el susurro de 151
mi corazón, sin tregua ante ti, Yahveh, roca mía, mi Redentor". Con el canto recobra la armonía interior. Cantor de la creación con todos los seres, recogiendo el son de todas las criaturas. La rana canta; el sol canta, las aves cantan... Cuando David les junta en la aclamación agradecida de la obra de Dios, el ramaje del pecado es podado, se seca y se desintegra. David es el primero en convertirse, abriendo el camino de la conversión a los penitentes futuros. Antes de David se arrepintieron muchos pecadores. Muchos confesaron sus pecados. Sin embargo, en el momento en que fueron acusados de pecado, su primera reacción fue la de buscar una justificación. David es distinto; nunca dudó en reconocer su pecado y aceptar sus consecuencias. No así Saúl, por lo que fue rechazado; lo mismo Adán, por lo que fue expulsado del paraíso. David confiesa: "he pecado". David será, por ello, recordado siempre como el verdadero creyente, dedicado al estudio de la Torá y al canto de las alabanzas del Señor. "Hasta la medianoche se dedicaba a escrutar las palabras de la Torá; y después al canto y la alabanza". Más aún, se dice que colgaba el arpa sobre su lecho y, cuando se acercaba la medianoche, el viento del norte soplaba sobre ella, y ella, por si sola, sonaba hasta despertar a David, que se alzaba para entregarse a la oración hasta que aparecían las primeras luces del alba. El arpa era inseparable de David. Nunca pudo desprenderse de ella. Le acompañó en su vida de pastor, en sus muchas huidas, en las batallas y también en su vida real en el palacio de Jerusalén. Se sabe que las cuerdas del arpa estaban hechas de las tripas del carnero sacrificado por Abraham en el monte Moria. David nunca hubiera compuesto los salmos sin la ayuda de la música de su amada arpa. El Espíritu descendía sobre él sólo cuando entraba en éxtasis al son de la música. Entonces le llegaba la inspiración del Señor, que le llevaba a cantar la salvación de Israel y la esperanza mesiánica. Jamás existió en el mundo persona alguna que tocase el arpa como David. Ya de muchacho, cuando se requirió su servicio para calmar el espíritu maligno que llevaba al borde de la locura al rey Saúl, David mostró una habilidad excepcional. Como es de todos sabido, Saúl se sentía perseguido por fantasmas que le hacían delirar. Allí donde el rey ponía su mirada estática se encontraba con las más extrañas visiones que le perseguían y de las que no lograba liberarse. Y si hasta de su misma sombra sentía terror, se puede comprender que viese en los demás traidores que buscaban matarlo. Sólo las melodías suaves del arpa de David eran capaces de calmar el espíritu del rey, liberándolo de las terribles visiones que engendraba su enferma fantasía. Al son de la cítara los fantasmas del rey se cambiaban en visiones serenas de la creación. La imaginación del rey se iba poblando de imágenes tranquilas de campos amarillos, ricos de mieses ondulantes; otras 152
veces, se trataba de montes encendidos con el sol del ocaso... Con estas imágenes el rey se calmaba y volvía a su vida normal. Pero también, más tarde, cuando, pasados los años, David subió al trono y sus victorias le cubrieron de gloria, el arpa era el instrumento amado con el que David se recreaba, retirándose a la escondida estancia de su magnífico palacio, que se había mandado construir para él solo. Era una estancia revestida de cedro del Líbano, donde David, a solas, acompañaba con su arpa los cantos de acción de gracias al Creador. Incontables eran los motivos que hallaba David para agradecer al Señor y cantarle sin descanso. Al son del arpa David desahogaba igualmente su corazón de las tristezas y angustias que tampoco faltaron en la vida del rey. Al arpa le arrancaba los lamentos de su corazón contrito y arrepentido de sus pecados, que también fueron muchos. ¡Cómo lloró el que el Santo, bendito sea, no le considerase digno de construir el Templo de Jerusalén por haber derramado tanta sangre con su espada! Cantos de alegría o gritos de guerra, cantos de victoria, de alborozo por los ricos botines, lamentos por las desgracias familiares, por sus pecados, o por el sufrimiento del pueblo, súplicas para mover al Señor, o simples alabanzas al Señor por su misma bondad... todo cabía en el arpa de David, todo era acompañado por sus notas. Del arpa emanaban los delicados acordes que imitaban el susurro del roce de las mieses mecidas por el viento o el ligero murmullo de las ramas ondeantes de los árboles o el gorjeo de las aves o el correr de las aguas en los regatos del prado... Reproduciendo los sonidos de la creación con el arpa, David ponía alma y corazón en los seres inanimados para con ellos alabar al Creador. Con su arpa alegró el rosado color de los montes de Moab y el valle alegre del Jordán. Desde su terraza cuántas veces David unió a su canto el himno de las colinas de Belén, su pueblo natal, con la tumba de Raquel, madre de todo Israel, en el camino, que le llevaba a David a los montes de Judea con sus viñedos y campos de trigo... ¿Cómo no celebrar el milagro diario de la creación despertada de la noche...? En la noche, mientras dormía, David colgaba el arpa junto a su lecho y, de este modo, cuando la brisa se colaba por la ventana abierta, recorriendo las cuerdas con su toque suave, una melodía misteriosa acompañaba el sueño del rey. David se despertaba con esos acentos divinos en los oídos del corazón, subía a la terraza y, desde ella, contemplaba la Ciudad Santa, Jerusalén, que él mismo había construido como canto en piedra levantado al Señor. David la recorría con mirada agradecida y gozosa. Los montes la ceñían como corona espléndida. El rey no dudaba que el espíritu del Señor la protegía. Y, al solo pensarlo, el cantor que llevaba dentro entonaba las laudes, mientras las manos buscaban solas las cuerdas del arpa para acompañar los salmos que hoy nosotros seguimos entonando cada mañana. 153
¿Quién puede extrañarse que al son del arpa el aire se llenase de aromas y las flores del campo abrieran sus corolas como oídos para escuchar el canto de David? Los pájaros se removían en sus nidos y se unían a la sinfonía de voces que cada alba se elevaba al Señor del cielo y de la tierra. Los montes despertaban a los cipreses, sacudiéndolos de su sueño pesado, y las estrellas mismas corrían a presentarse ante el Señor para alumbrar el himno de alabanza de los ángeles del cielo. Esta sinfonía de salmos duró lo que la vida de David y, a través de los salmos, sigue viva resonando en todos los ángulos de la tierra. David rogó a Dios que concediera al canto de los salmos el mismo mérito que al estudio de la Escritura, para que sus labios se movieran suavemente en la tumba mientras los piadosos, en medio de sus ocupaciones, susurran los salmos. Los sabios, bendita sea su memoria, nos cuentan que en la gruta en que fue sepultado el cuerpo de David, se depositaron también su espada y su arpa, símbolos de la vida del rey. Y se dice, de oído a oído, que en la larga noche en espera de la resurrección, el arpa sigue sonando por sí misma los acordes de los salmos, mientras un viento invisible y misterioso va pasando sin cesar las páginas del Cantar de los Cantares. Salmos y Cantar de los Cantares son el corazón de Dios en el hombre, música celeste que alegra al coro de la corte celestial, por ello no se extinguen jamás. Así el Rey Salmista se perpetúa en su ciudad, y en las cercanías de la Torre de su nombre se oye, cuentan los sabios, bendito sea su oído, la melodía del arpa colgada junto a su lecho. ¡Dichosos los oídos que logran oír su eco, preludio del canto eterno del coro celeste. Dichoso Jesús Ben Sirá, que percibió el sonido del arpa de David y así cantó: Como la grasa del sacrificio de comunión, así es David entre los hijos de Israel. Jugaba con leones como con cabritos y con osos como con corderillos. ¿No mató de joven al gigante, quitando la afrenta del pueblo, cuando su mano blandió la honda y abatió la arrogancia de Goliat? Invocó al Dios Altísimo, que dio fuerza a su diestra para aniquilar al potente guerrero y realzar el honor de su pueblo. Por eso le cantaban las muchachas, dándole gloria por diez mil, alabándole con las bendiciones del Señor, ofreciéndole la diadema de gloria. Pues él aplastó a los enemigos vecinos, 154
derrotó a los filisteos, sus adversarios, quebrantando para siempre su poder. En todas sus empresas elevó acción de gracias, alabando la gloria del Dios Altísimo. Con todo su corazón amó a su Creador, entonando salmos en cada momento. Instituyó salmistas ante el altar y con su música dio dulzura a los cantos. Dio a las fiestas esplendor y solemnidad; cuando alababa el Santo Nombre del Señor, el Santuario resonaba desde la aurora. El Señor perdonó sus pecados y le dio gloria, otorgándole el poder real para honor de Israel. Al "cantor de los cánticos de Israel", los levitas atribuyen numerosos salmos, así como la organización del culto y de sus cantos. Y el profeta Amós le atribuirá la invención de los instrumentos musicales. Las tres letras hebreas del nombre de Adán representan las iniciales de tres hombres: Adán, David y Mesías. Lo que Adán comenzó, David lo continuó y el Mesías lo lleva a plenitud. En sus días, Israel alcanzará la claridad de visión perdida por Adán y que David no restableció al fallar en la prueba. La visión del Mesías no será enturbiada por ninguna distracción colocada ante sus ojos. Los que sigan al Mesías verán con sus oídos, se dejarán guiar por la palabra que sale de la boca de Dios: "Se revelará la gloria de Yahveh y toda criatura a una la verá, pues la boca de Yahveh ha hablado". El canto de los salmos de David es un ensayo para la perfecta sinfonía de mañana, cuando llegue el Mesías.
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27. DAVID EN EL PARAISO
La muerte de David no significó el fin de su gloria. En el reino celeste, David está, como había estado en la tierra, entre los primeros. La corona de su cabeza deslumbra a todas las demás y cada vez que se mueve, para presentarse ante Dios, soles, estrellas, ángeles y demás seres celestes le hacen séquito. En el salón celestial se erige en estas ocasiones un trono de fuego para él enfrente del trono de Dios. Sentado en este trono y rodeado por los reyes de su dinastía, él entona sus salmos al Altísimo. Al final siempre proclama el verso: El Señor reina por siempre y para siempre. Y los ángeles le replican: Santo, Santo, Santo es el Señor de los ejércitos. Entonces los santos todos del cielo se unen a la alabanza: El Señor reinará sobre todos y en aquel día el Señor será uno y su Nombre uno. Pero la mayor distinción concedida a David en el paraíso es la de pronunciar la bendición en el banquete celestial. Sentados en tronos están los patriarcas, los reyes y profetas de Israel. Y David enfrente del trono de Dios. Al final del banquete, Dios pasa la copa de vino a Abraham y le invita: -Pronuncia la bendición sobre el vino tú, que eres el padre de los piadosos del mundo. Pero Abraham declina la invitación, diciendo: -No soy digno de pronunciar la bendición, porque también soy el padre de los ismaelitas, que provocan la cólera divina. Dios entonces se vuelve hacia Isaac y le dice: -Di tu la bendición, ya que fuiste atado y ofrecido como un sacrificio. Pero replica: -No soy digno, porque los hijos de mi hijo Esaú destruyeron el templo. 156
Entonces Dios se lo pide a Jacob: -Pronuncia la bendición tú cuyos hijos son intachables. Jacob también declina la invitación, alegando que se casó con dos hermanas simultáneamente, cosa que más tarde será estrictamente prohibida por la Torá. Entonces Dios se vuelve hacia Moisés y le dice: -Di la bendición tú, que recibiste la Torá y cumpliste sus preceptos. Pero Moisés recordará al Señor: -Recuerda que no fui digno de entrar en la tierra prometida, no me corresponde a mí la bendición. Entonces Dios se dirige a Josué, que mereció introducir al pueblo en la Tierra Santa. Pero él también rehusará pronunciar la bendición porque no mereció tener hijos. Y finalmente, Dios se vuelve hacia David y le dice: -Alza la copa y pronuncia la bendición, tú el más dulce cantor y rey de Israel. Y David responde: -¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho? Alzaré la copa de la salvación, invocando su nombre. Yo te daré gracias con las cuerdas del arpa, Dios mío, para ti salmodiaré al son de la cítara, oh Santo de Israel. Y, alzando la copa, entona la bendición: ¡Bendito sea Yahveh, Dios de Israel, el único que hace maravillas! Bendito sea su nombre glorioso, que toda la tierra se llene de su gloria. Y todos los ángeles y santos a coro responden: -Amén, Amén.
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28. LA ESPADA DE DAVID
¿Se puede decir que David haya muerto? En la ignorada gruta en que fue sepultado, el rey de Israel duerme su sueño, tumbado en un lecho de oro, engastado en perlas preciosas. Sobre el lecho se yergue un baldaquín azul bordeado de una franja plateada. ¡Que duerma, pues, el rey! Junto a él todo está a punto para su despertar. La estancia está alumbrada por una lámpara de luz perenne. Sobre la cabecera del lecho está colgada la espada de sus victorias, la espada con que cortó la cabeza al gigante Goliat; y al lado de la espada está el famoso escudo de seis puntas. El arpa cuelga sobre una de las paredes y allí, a medianoche, sus cuerdas suenan al soplo del viento, emitiendo un leve sonido de llanto. Sobre una mesa de oro está apoyado el libro de los salmos y una jofaina para las abluciones purificadoras de después del largo sueño. El rey duerme y espera. A quien vaya a despertarlo, el rey le entregará su espada, con la que los hijos dispersos de Israel serán redimidos. ¿Qué importa si el rey lleva milenios durmiendo? En épocas pasadas son muchos los jóvenes que, para acelerar la redención, ya han intentado alcanzar la gruta y tomar la espada de David. Cada generación ha tenido sus héroes que, dejando familia y patria, se han puesto en marcha en búsqueda de la histórica gruta. En su mayor parte, exhaustos por la gran fatiga y desanimados por el fracaso de sus exploraciones, han retornado sobre sus pasos. Pero algunos, pocos ciertamente, no se han dado por vencidos y, animados por su fe invencible, han seguido adelante. Pero las dificultades encontradas han sido tantas que también estos han terminado por sucumbir ante las fieras o víctimas de quién sabe qué otro desastre. Pero todas estas duras pruebas y fracasos no han conseguido anular la esperanza; en las sucesivas generaciones otros jóvenes, sin amilanarse por los graves peligros que corrían, se han arriesgado en la misma empresa con igual entusiasmo que sus antepasados. Así sucedió que dos valientes jóvenes lograron descubrir la famosa gruta y, llenos de emoción, penetraron en su interior. Pero, al entrar, ante tanto esplendor -oro, plata, piedras preciosas y telas magníficas- y al oír la misteriosa melodía del arpa quedaron deslumbrados y no se dieron cuenta que el rey, despertado, les ofrecía la espada. David quedó decepcionado y, emitiendo un suspiro de dolor, retiró la mano con la espada.
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Cuando los dos jóvenes volvieron en sí, se hallaban en una zona desértica desconocida, de la que no sabían cómo salir. Apenas se dieron cuenta que habían desperdicia-do una ocasión excepcional y decisiva para la redención del pueblo, la angustia les aprisionó el corazón hasta dejarles sin fuerza para atravesar el desierto. Allí sucumbieron. Pero tampoco la noticia de este trágico suceso bastó para desanimar a otros jóvenes de futuras generaciones, que mantuvieron la esperanza de llegar a la gruta y recibir la espada de la redención. Dos discípulos de un famoso rabino se pusieron de acuerdo para ir en busca de la tumba del rey David, para recibir de él la espada. Decidieron no llevar consigo más que su fe y esperanza en la salvación del pueblo. Con estas armas alimentaron el amor entre ellos dos y el amor a los hijos de Israel dispersos por la faz de la tierra. Este espíritu, que iluminaba sus rostros, les guiaba en su camino y en su búsqueda. Los dos intrépidos jóvenes estaban dispuestos a enfrentar los riesgos que fueran con tal de apresurar la redención de sus hermanos, que en la diáspora llevaban una vida insoportable. La noticia se difundió rápidamente, impresionando a la comunidad de Israel. La personas de más autoridad y prestigio se apresuraron a visitar a los dos jóvenes para inducirlos a renunciar a su empresa, que consideraban temeraria, pues, como sus predecesores, sucumbirían. Otros, en cambio, decepcionados y sin espíritu, reaccionaron simplemente con burlas, tratando de desequilibrados a los dos jóvenes. Pero ellos supieron resistir a las presiones de unos y otros. Se pusieron en camino, sostenidos por el amor a los prudentes y a los decepcionados, que con sus actitudes les mostraban la necesidad de redención. Meses, años enteros vagaron día y noche en busca de la gruta, sosteniéndose el uno al otro con solicitud. En una ocasión, mientras caminaban, se toparon con una roca alta y escabrosa que les cerraba el paso. No encontrando otra vía para seguir adelante, se decidieron a excavarla hasta atravesarla. En otra ocasión fue lo contrario, se encontraron con un precipicio, cuya sima era imposible alcanzar, ¿qué hacer? Rellenaron con piedras el abismo, hasta hacer un camino transitable. A estas dificultades hay que añadir los peligros de las fieras salvajes en nada condescendientes con la sublime misión de los dos jóvenes. Lo único que querían era devorarlos y engullir sus carnes. Pero nada lograba desanimarles. Aunque es natural que, con tantas peripecias, pasaran sus malos momentos, 159
acosados por el hambre y la sed, por el cansancio y por no ver el éxito de su propósito. Sólo el anhelo de la misión les sostenía. Con el canto de los salmos se reavivaba en ellos la esperanza. Los salmos les alentaban y les iluminaban los signos precursores que de vez en cuando les salían al paso. Así, por ejemplo, les sucedió en aquella ocasión en que, en el desierto, sentados a la sombra de una palmera solitaria, descubrieron sobre una de sus ramas una paloma que, con aire fatigado, emitía extraños lamentos. Este lamento de la paloma les trajo a la memoria que los antiguos Maestros habían parangonado a Israel con la paloma. Entonces se dirigieron a ella, preguntándole: Querida, pura paloma, desvélanos el lugar de la gruta de David. La paloma sacudió sus alas y, con voz humana, les respondió: Ha venido un águila y ha hecho un desastre; mis pequeños han caído presos del águila que, después de destruir mi nido, me ha dejado sola... Id y preguntad al río, él responderá a vuestra pregunta. Sin añadir otra palabra, la paloma levantó vuelo y desapareció. Los dos jóvenes intuyeron que la paloma no era sino el espíritu de Sión, doliente porque Roma -simbolizada en el águila- había incendiado el Templo y, huérfana de tantos hijos, había sido mandada al exilio. Quizás, con su aparición, la paloma quería anunciarles que el día de la redención estaba cerca. Reanimada su esperanza con esta señal, los dos jóvenes reemprendieron el camino, yendo hacia el río como les había sido dicho. Se llegaron al río y, al ir a refrescarse en él y beber de sus aguas, se dieron cuenta, con enorme sorpresa, que el río no llevaba agua, sino sangre. Desde la corriente se elevaba el llanto de los niños de Israel, víctimas de la masacre: Un águila ha venido y ha hecho un desastre, en estas límpidas aguas ha lavado sus armas. Avanzad hacia la cumbre del monte, allí encontraréis una vía recta. Los dos jóvenes se sintieron reconfortados. Ya conocían el camino que debían seguir. A pasos rápidos se apresuraron hacia la cima del monte. Acezando alcanzaron la cima y se encontraron con un anciano de gran barba 160
blanca y ojos luminosos. En él vieron un Mensajero de la redención que ellos anhelaban. Lo saludaron con profundo respeto y él les devolvió el saludo, dándoles la bienvenida. Con un beso en la frente les acogió como una madre acoge al hijo que retorna después de una larga ausencia. Allí, entre la hierba, descubrieron una losa de piedra. El anciano, con un gesto, les dijo que la removieran. Como no se decidían, el anciano repitió el gesto una segunda vez y una tercera y, de pronto, la piedra se removió, dejando ver la apertura de una gruta. De su interior salió un delicioso aroma. El viejo les instó: -Entrad, aquí es donde el rey duerme su sueño. Su espada redentora os espera; tomadla y os ayudará en vuestra excelente misión. Iréis de victoria en victoria y los enemigos caerán uno detrás de otro. Pero no os deis tregua hasta que la tierra de Israel haya sido enteramente reconquistada, según la promesa de Dios a vuestros Padres... Si os detenéis antes de haber concluido vuestra misión, la espada se os escapará de las manos y volverá a esconderse en la gruta. Al terminar de hablar, se elevó al cielo en un carro de fuego. Y los dos jóvenes, con el corazón que les martilleaba el pecho, penetraron en la gruta lentamente. La gruta era un puro fulgor de oro y piedras preciosas de los más variados colores, mientras una suave melodía de arpa llenaba de gozo el aire interior. Perfumes desconocidos embriagaban los sentidos... Los dos jóvenes se sintieron sobrecogidos, pero no se detuvieron ni un instante a gozar del encantador espectáculo, ni para deleitarse en la música deliciosa del arpa. Sus ojos buscaban la espada y hacia ella se dirigieron sus pasos decididos. Era la espada de la redención de Israel. Ya tendrían tiempo después de deleitarse con músicas y perfumes embriagadores una vez reconstruido el altar del Santuario. Acercándose al lecho de oro, el rey les tendió sus manos. Ellos se apresuraron a hacerle la ablución purificadora y, en aquel mismo instante, tembló la tierra bajo sus pies y una luz fulgurante les deslumbró. Cayeron medio desvanecidos de rodillas y, cuando se levantaron, descubrieron que estaban ante los muros de Jerusalén. Uno de ellos empuñaba la espada de David. Jóvenes israelitas aparecían por todas partes y se unían a los dos jóvenes en la lucha contra el enemigo que, incapaz de resistir, retrocedía en desbandada.
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Los dos jóvenes se quedaron extasiados ante la vista de semejante victoria, olvidando por un momento la advertencia del anciano. Esta pausa en el combate hizo vana su larga y penosa empresa. Cuando quisieron reemprender la lucha, se hallaron solos, perdidos y sin la espada del rey David.
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29. JESUS, HIJO DE DAVID
David, hijo de Jesé, descendiente de Rut la moabita, nacido en Belén, de la tribu de Judá, aparece en la Escritura como una figura mesiánica. Es el padre de una dinastía real, de la que brotará el Mesías, como cumplimiento de todas las promesas de Dios y de las esperanzas de los hombres. De las entrañas de David saldrá el "Ungido" que instaurará el reino definitivo de Dios. El "Hijo de David" será el salvador del mundo. Todo el Nuevo Testamento no es otra cosa que el testimonio de ello. El éxito de David no llevó a Israel a creer que en él se habían realizado las promesas de Dios. La profecía de Natán dio un nuevo impulso a la esperanza mesiánica. La "casa", que Dios edificará, orienta la mirada de Israel hacia el futuro. En cada aniversario del traslado del Arca, símbolo de la presencia divina, Israel en sus cantos fija su mirada en el futuro descendiente de David: Haré germinar un vástago del tronco de David, enciendo una lámpara para mi ungido, pues sobre él brillará mi diadema. En tiempos del rey Acaz está amenazada la continuidad de la dinastía davídica. El rey de Siria, Rasón, y el de Israel, Pécaj, se han aliado contra el rey de Judá. Quieren destituir a Acaz y poner en el trono a "el hijo de Tabeel", que no es descendiente de David. La promesa de la descendencia eterna, hecha a David, corre un grave peligro. En ese momento, Dios envía al profeta Isaías al incrédulo Acaz a anunciarle: El mismo Señor, por su cuenta, os dará una señal: He aquí que la virgen está encinta y dará a luz un hijo y le pondrá por nombre Emmanuel. Cuajada y miel comerá hasta que el niño aprenda a rechazar lo malo y a escoger lo bueno. Porque antes que sepa el niño rehusar lo malo y elegir lo bueno quedará abandonada la tierra de los reyes que te hacen temer". Sabedlo, pueblos: seréis destrozados; en guardia: seréis destrozados; trazad un plan: fracasará; pronunciad amenazas: no se cumplirán. Porque tenemos a Dios-con-nosotros. Es lo que confirmará, unos treinta años después, el profeta Miqueas: Pues tu, Belén Efratá, aunque eres la menor entre las familias de Judá, de ti ha de salir aquel que ha de dominar en Israel, y cuyos orígenes son de antiguo, desde los días de antaño. Por eso El los abandonará hasta el tiempo en 163
que dé a luz la que ha de dar a luz... El se alzará y pastoreará con el poder de Yahveh su Dios. El Emmanuel cambiará la situación. En el pueblo, que vivió por muchos años caminando en tinieblas y habitando tierra de sombra, en oscuridad y sin esperanza, se producirá el cambio prodigioso e inesperado: la irrupción de la luz inundará todo de alegría. Será una alegría semejante a la que se experimenta cuando llega la siega o se reparte el botín. Con el nacimiento del Emmanuel terminará la opresión, pero no a base de la guerra, sino con la implantación de la paz sin límites: El pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande; habitaban tierra de sombras, y una luz brilló sobre ellos. Acreciste la alegría, aumentaste el gozo: se gozan en tu presencia, como gozan al segar, como se alegran al repartirse el botín. Porque un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado: lleva al hombro el principado, y su nombre es: Consejero admirable, Dios fuerte, Padre eterno, Príncipe de la paz. Grande es su señorío y la paz no tendrá fin sobre el trono de David y sobre su reino. Este rey anunciado se presentará en la humildad para implantar la paz. Aunque no posee ejército y cabalga sobre un asno, su dominio será muy superior al de David, de mar a mar, desde el Gran Río hasta el confín de la tierra: Alégrate, hija de Sión; grita de alegría, hija de Jerusalén; mira a tu rey que viene a ti, justo y victorioso, humilde y cabalgando un asno, una cría de borrica. Destruirá los carros de Efraín y los caballos de Jerusalén; destruirá los arcos de guerra y proclamará la paz a las naciones; dominará de mar a mar, del Gran Río al confín de la tierra. Pero los caminos de Dios, Señor de la historia, no son los caminos del hombre. Dios se ha situado frente al bosque de Judá, ha desgajado el ramaje, derribando los troncos corpulentos con su hacha. Los árboles han ido cayendo uno a uno, sin vida. Pero, de esta vegetación aparentemente muerta, reverdecerá la vida. Del tronco de Jesé brotará un vástago impregnado por el Espíritu de Dios: Saldrá un renuevo del tronco de Jesé, de su raíz brotará un vástago. Sobre él se posará el espíritu del Señor: espíritu de sabiduría e inteligencia, espíritu de consejo y fortaleza, espíritu de ciencia y de temor del Señor. No juzgará por apariencias, 164
ni sentenciará de oídas. Juzgará a los pobres con justicia, con rectitud a los desamparados. Herirá al violento con la vara de su boca y al malvado con el soplo de sus labios. La justicia será el ceñidor de sus lomos y la verdad el cinturón de sus flancos. Habitará el lobo con el cordero, la pantera se tumbará con el cabrito, el novillo y el león pacerán juntos: un niño pequeño los pastoreará. La vaca pastará con el oso, sus crías se tumbarán juntas; el león comerá paja con el buey. El niño de pecho urgará en la hura del áspid, meterá la mano en el agujero de la serpiente. Nadie hará daño en todo mi Monte santo, porque la tierra estará llena del conocimiento del Señor, como las aguas colman el mar. Se trata de una vuelta a la paz de los orígenes, superando incluso la situación del Paraíso, pues no habrá que anhelar comer del árbol de la ciencia del bien y del mal. Una ciencia más profunda llenará la tierra, el conocimiento de Dios, que colma la tierra como las aguas colman el mar. Y mientras un juez humano decide por lo que ve y oye, el Mesías se halla por encima de eso; penetra directamente los corazones de los hombres y su sentencia es infalible. No precisa cetro, ni guardias para que se cumplan sus sentencias; basta una palabra de su boca para acabar con el malvado. El profeta Jeremías, dirigiéndose a los reyes que no piensan más que en "comer, beber y pasarlo bien", sin tener "ojos y corazón más que para el lucro, para derramar sangre inocente, para el abuso y la opresión" (22,15.17), les dirige la tremenda amenaza: "juro que este palacio se convertirá en ruinas" (22,5). Pero, al mismo tiempo que denuncia a los reyes que "dispersaron a mis ovejas, las expulsaron y no hicieron caso de ellas" (23,1-2), anuncia que Dios mismo intervendrá para congregar de nuevo a su rebaño: Mirad que llegan días -oráculo del Señoren que suscitaré a David un Germen justo. Inaugurará un reinado prudente y administrará la justicia y el derecho en la tierra. En sus días estará a salvo Judá, Israel vivirá en paz, y este es el nombre con que le llamarán: "Yahveh, justicia nuestra". 165
Aquel día romperé el yugo de tu cuello y haré saltar las correas; ya no servirán a extranjeros, servirán al Señor, su Dios, y a David, el rey que les suscitaré. Mirad que llegan días -oráculo del Señoren que cumpliré la promesa que hice a la casa de Israel y a la casa de Judá. En aquellos días y en aquella hora suscitaré a David un vástago legítimo que hará justicia y derecho en la tierra. En aquellos días se salvará Judá y en Jerusalén vivirán tranquilos, y la llamarán así: "Señor nuestra justicia". Porque así dice el Señor: No faltará a David un sucesor que se siente en el trono de la casa de Israel. A pesar de los errores y pecados de los descendientes de David, la promesa de Dios a David es tan firme y estable que puede compararse con las leyes que rigen el día y la noche: Pues así dice el Señor: Si puede romperse mi alianza con el día y la noche, de modo que no haya día ni noche a su tiempo, también se romperá la alianza con David, mi siervo, de modo que le falte un sucesor en el trono, y la alianza con los sacerdotes y levitas, mis ministros. Como las estrellas del cielo, incontables, como las arenas de la playa, innumerables, multiplicaré la descendencia de mi siervo David y de los levitas que me sirven. También el profeta Ezequiel, frente a los pastores "que se apacientan a sí mismos y no apacientan el rebaño del Señor" (34,8), nos anuncia la intervención de Dios: Yo suscitaré un pastor único que los pastoree, mi siervo David; él las apacentará, él será su pastor. Yo, el Señor, seré su Dios, y mi siervo David será príncipe en medio de ellos. En la acción simbólica de los dos leños, Ezequiel anuncia la unión de Israel y Judá. Ya no serán dos pueblos, cada uno con su rey: "un solo rey reinará sobre ellos". "Mi siervo David será su rey, el único pastor de todos ellos". Dios los purificará de todas sus infidelidades "y serán mi pueblo y yo seré su Dios". Con 166
ellos "concluirá una alianza de paz, que será eterna". No se trata de un rey potente, sino un pastor, que congrega a Israel en la unidad. Al Pueblo de Dios infiel, Oseas anuncia que vivirá sin rey ni príncipe, sin sacrificios ni estela, sin efod ni terafim durante muchos días. Sólo "después volverán a buscar a Yahveh su Dios, y a David, su rey; con temor acudirán a Yahveh y a sus bienes en los días venideros" (Os 3,4-5). Con el exilio, la dinastía davídica ha sufrido una dura prueba. No es ya la antigua casa, sino una simple choza y además caída, en ruinas, pero la esperanza lleva al profeta a levantar los ojos al futuro, para el que anuncia: Aquel día levantaré la choza caída de David, tapiaré sus brechas, levantaré sus ruinas, hasta reconstruirla como era antaño; para que conquisten Edom y todos los pueblos que llevaron mi nombre -oráculo del Señor, que lo cumplirá... Para ello: Derramaré sobre la casa de David y sobre los habitantes de Jerusalén un espíritu de gracia y de compunción. Al mirarme traspasado por ellos mismos, harán duelo como por un hijo único, llorarán como se llora a un primogénito... Aquel día se alumbrará un manantial para la casa de David y para los habitantes de Jerusalén, para lavar el pecado y la impureza. La monarquía de Israel ha terminado. Pero la esperanza no ha muerto, porque Dios es fiel a la promesa hecha a David, que se cumplirá en el rey Mesías. La alianza establecida con David sólo era una anticipación de la alianza definitiva con el futuro rey Mesías. Cristo, el hijo de David, es el Ungido de Dios, pues "Dios ungió a Jesús con el Espíritu Santo y con poder". Israel verá siempre en David el tipo del Mesías, que ha de nacer de su raza. El recuerdo de David alimentará su esperanza, pues Dios es fiel a la promesa hecha a David. Por ello canta: Cantaré eternamente las misericordias del Señor, anunciaré tu fidelidad por todas las edades. Pues dijiste: "Cimentado está por siempre mi amor, asentada más que el cielo mi fidelidad. Sellé una alianza con mi elegido, jurando a David, mi siervo: "Te fundaré una descendencia perpetua, edificaré tu trono para todas las edades"... Encontré a David, mi siervo, y lo he ungido con óleo sagrado, 167
para que mi mano esté siempre con él y mi brazo lo haga valeroso; no lo engañará el enemigo, ni los malvados lo humillarán; ante él desharé a sus adversarios y heriré a los que lo odian... El me invocará: "Tú eres mi padre, mi Dios, mi Roca salvadora"; y yo lo nombraré mi primogénito, excelso entre los reyes de la tierra. Le mantendré eternamente mi favor, y mi alianza con él será estable; le daré una posteridad perpetua y un trono duradero como el cielo. Si sus hijos abandonan mi ley y no siguen mis mandamientos, castigaré su rebelión con vara y sus culpas con látigos; pero no retiraré mi amor ni desmentiré ni fidelidad. No violaré mi alianza ni cambiaré mis promesas. Una vez juré por mi santidad no faltar a mi palabra con David. Su linaje durará por siempre y su trono será como el sol ante mí; como la luna que permanece siempre, testigo fiel en el cielo. Israel es un pueblo de pastores, de nómadas, de hombres de la estepa, pero es el pueblo elegido de Dios y, por tanto, extraordinariamente sensible al misterio. La concepción espacial o sacra es común a todas las religiones de los pueblos. Todas las religiones circunscriben un perímetro, un espacio como casa de Dios. Es el lugar sagrado de su presencia. Es el que quería hacer David. Pero Natán, profeta de Dios, le revelará que el verdadero templo, casa de Dios, no es un espacio circunscrito por unos muros, sino la "casa" que Dios edifica en la secuencia de anillos genealógicos en la continuidad de la historia. Dios se hace presente no en el espacio, sino en el tiempo, en la historia de los hombres. En la carne de los hombres se erige el templo auténtico de su presencia.
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Mientras el espacio es externo a nosotros, el tiempo, la historia es algo interior a nosotros, es nuestra piel, nuestra carne, nuestra sangre, nuestra existencia. Ahí es donde entra Dios y donde actúa. En el Mesías, el hijo de David, se realiza en plenitud la profecía de Natán: "El Verbo se hizo carne y puso su tienda en medio de nosotros". María, la madre de Jesús, es la nueva tienda de la Alianza, es el Arca donde toma carne la Palabra de Dios. Es el Arca de la presencia de Dios entre los hombres. Cristo, el hijo de David, ha sido constituido como fundamento y piedra angular y viva de la verdadera casa de Dios, levantada con piedras vivas que son los creyentes en él. David pastor, arrancado por Dios de detrás del rebaño, es figura del Mesías, el Buen Pastor, a quien Dios confía su rebaño. Será el pastor "traspasado", que da la vida por sus ovejas y, por ello, su muerte es salvadora. Es el pastor, siervo de Yahveh, que se entrega a la muerte para reunir a las ovejas dispersas. David, el inocente perseguido, que no responde con la violencia a la violencia de Saúl, es la figura del Mesías, el Ungido del Señor que, inocente, es condenado a muerte. Y las victorias de David no hacen más que anunciar la victoria que el Mesías, lleno del Espíritu que reposa sobre el hijo de Jesé, reportará a la humanidad sobre el gran enemigo, el Maligno, señor de la muerte. Con la victoria de su resurrección, Jesús cumplirá las promesas hechas a David: También nosotros os anunciamos la Buena Nueva de que la promesa hecha a los padres Dios la ha cumplido en nosotros, los hijos, al resucitar a Jesús, como está escrito en los salmos: Hijo mío eres tú; yo te he engendrado hoy. Y que le resucitó de entre los muertos para nunca más volver a la corrupción, lo tiene declarado: Os daré las cosas santas de David, las verdaderas. Por eso dice también en otro lugar: No permitirás que tu santo experimente la corrupción. Ahora bien, David, después de haber servido en sus días a los designios de Dios, murió, se reunió con sus padres y experimentó la corrupción. En cambio aquel a quien Dios resucitó, no experimentó la corrupción. *** Evocar a David es afirmar el amor entrañable y celoso de Dios a su pueblo y su fidelidad a su alianza, "alianza eterna, hecha de las gracias prometidas a David". De esa fidelidad no se puede dudar ni en lo más duro de la prueba. Cuando se cumplan los tiempos de la profecía, Cristo será llamado "Hijo de David", pues Jesús es el cumplimiento de las promesas hechas a David. Dios 169
descartó el proyecto de David, cuando quiso edificar una casa para el Señor, pero bendijo la intención de su ungido. Si no quiso habitar en una casa de piedra, sí quiere, en cambio, construir a David una casa y afirmar a su descendencia en el trono. Construir una casa a Dios estará reservado al hijo de David, que tiene a Dios por Padre. El será grande y será llamado Hijo del Altísimo, y el Señor Dios le dará el trono de David su padre; reinará sobre la casa de Jacob por los siglos y su trono no tendrá fin. El es aquel a quien David ha llamado "su Señor". El mismo proclamará: "Yo soy el Retoño y el descendiente de David, el Lucero radiante del alba". La pequeñez de los elegidos es una constante de la historia de la salvación. Abel es preferido al primogénito Caín y Jacob, a Esaú. Gedeón, el más pequeño de la más pequeña casa de Manasés, es el elegido por Dios para salvar a Israel, como el pequeño Jeremías lo es para llevar a Israel su palabra. Débora, Judit, Ester, como otras mujeres, en su fragilidad han sido el instrumento de la salvación. Igualmente David, el más pequeño de los hermanos es el elegido por Dios como rey, que confunde con los débiles a los fuertes (1Cor 1,27-29). Esta actuación de Dios culmina en el Mesías, prefigurado en David, que nace como él en la pequeña ciudad de Belén y en la debilidad de la carne, en su kénosis hasta la muerte en cruz realiza la salvación de la muerte y el pecado. A Juan, que llora ante la impotencia de abrir el libro de la historia, sellado con siete sellos, se le anuncia: "No llores más. Mira que ha vencido el león de la tribu de Judá, el vástago de David, y él puede abrir el libro y los siete sellos" (Ap 5,5). Gabriel anuncia a María que Jesús será rey y heredará el trono de David. Zacarías espera que la fuerza salvadora suscitada en la casa de David acabe con los enemigos y permita servir al Señor en santidad y justicia. Los ángeles lo aclaman como salvador, aunque haya nacido en pobreza, débil como un niño: "Hoy os ha nacido en la ciudad de David el Salvador, el Mesías y Cristo" (Lc 2,11). Simeón lo ve como salvador y luz de las naciones... Pedro lo confiesa como el Mesías, Hijo de Dios. También lo hace Natanael: "Maestro tú eres el hijo de Dios, el rey de Israel". Cada día podemos cantar con Zacarías: Bendito sea el Señor, Dios de Israel, porque ha visitado y redimido a su pueblo, suscitando una fuerza de salvación en la Casa de David, su siervo, según lo había predicho desde antiguo por boca de sus santos profetas.
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