Dark Heir (Dark Rise #2) - C. S. Pacat

March 31, 2024 | Author: Anonymous | Category: N/A
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El libro que ahora tienen en sus manos, es el resultado del trabajo final de varias personas que, sin ningún motivo de lucro, han dedicado su tiempo a traducir y corregir los capítulos del libro. El motivo por el cual hacemos esto es porque queremos que todos tengan la oportunidad de leer esta maravillosa historia lo más pronto posible, sin que el idioma sea una barrera. Como ya se ha mencionado, hemos realizado la traducción sin ningún motivo de lucro, es por eso que se podrá descargar de forma gratuita y sin problemas. También les invitamos a que en cuanto este libro salga a la venta en sus países, lo compren. Recuerden que esto ayuda a la escritora a seguir publicando más libros para nuestro deleite. ¡No subas la historia a Wattpad, ni pantallazos del libro a las redes sociales! Los autores y editoriales también están allí. No sólo nos veremos afectados nosotros, sino también tú. ¡Disfruten la lectura!

RESHI

CROWLEY

DENIMD

KASIS

EDITH LM

JUNE

JENNI V

SARA

GUI DO

KROMI

ARTEMY

SELY

CRISVEL R

NOELIAPF

ALTER

CLOURITGH

CAMM

ERLY S

CAMM

MAJO

ZE’EV

Una nueva amenaza del pasado está surgiendo y sólo quedan un puñado de héroes para luchar. Perseguidos por fuerzas oscuras, Will y sus aliados deben abandonar la seguridad del Santuario y viajar al corazón del mundo antiguo, haciendo nuevas y peligrosas alianzas, y revelando los impactantes secretos del pasado. Pero Will guarda su propio oscuro secreto: su verdadera identidad. Atraído por el bello y letal James St. Clair, Will se ve arrastrado cada vez más profundamente en la red del pasado, y se encuentra tentado por la oscuridad interior. Mientras el mundo antiguo amenaza con regresar, ¿podrán Will y sus amigos luchar contra su destino? ¿O las verdades que descubran destrozarán su mundo?

Para Johnny Boy Entraste en mi camino Y cambiaste mi vida Te echaré de menos

Personajes. Beatrix: Noviciada Carver: Noviciado. Cipriano: Noviciado estrella. Hermano menor de Marcus. Devon: Amigo de Tom, comerciante aprendiz de marfil. Elizabeth Kent: Hermana menor de Katherine. Emery: Noviciado. Grace: Jenízara de la Guardiana Adalid Guardiana Adalid: La más antigua y poderosa guardiana. James: Lugarteniente del rey oscuro. Justicia: El mejor guardián de su generación. Katherine Kent: Prometida de Simon. La dama: Enfrentó al rey oscuro. Leda: Capitana de los guardianes. Marcus: Guardián y paladín de Justicia. Secuestrado por James. Rey oscuro: Destinado a resurgir al mundo en caos y destrucción oscura. Sarah: Jenízara de la Guardiana Adalid. Simon Creen / Lord Crenshaw: Comerciante adinerado y de buena reputación. Tom Ballard: León de Simon. Hermano mayor de Violet. Valditar: Caballo de Will. Violet Ballard: Compañera y amiga inseparable de Will tras haberle salvado la vida. Hermana menor de Tom. Will Kempen: Destinado a cambiar el mundo y detener al rey oscuro.

Artefactos, localidades y otros términos. Escudo de Rasalón: El escudo del primer león. Espada del defensor: Destinada a matar al rey oscuro.

Espada maldita: Arma corrompida por el rey oscuro. Guardián: Defensor de la Luz. Jenízaro: Servidores y protectores letrados del Santuario. La Llama Extinta: La última luz que perduró tras la guerra oscura. Medallón de la dama: Perteneciente a la primera dama. Noviciado: Estudiantes que ascenderán a futuros guardianes. Paladín: Compañero de escudo de un guardián. Priorato del pantano: Donde se encuentra la entrada al Santuario. Remanente: Cancerberos del rey oscuro. Renacido: Presagio que indicará el regreso del rey oscuro. Reyes de sombras: Están bajo el comando del rey oscuro. Santuario: Hogar de los guardianes y jenízaros.

Traducido por CROWLEY. Corregido por Crisvel R. Visander se despertó ahogado. Tenía el pecho oprimido. No tenía aire. Tosió y trató de respirar. ¿Dónde estaba? Sus ojos se abrieron. Ciego, no veía nada. No había diferencia entre tener los ojos abiertos o cerrados. El pánico levantó sus brazos y trató de empujar hacia arriba, sólo para golpear la madera, un palmo por encima de su cara. No podía sentarse. No podía respirar, con la nariz congestionada por el frío y el pesado olor a tierra. Instintivamente buscó a tientas su espada, Ektaleon, pero no pudo encontrarla. Ektaleon. ¿Dónde está Ektaleon? Sus entumecidos y acalambrados dedos encontraron madera por los cuatro costados. Su respiración superficial se hizo más superficial. Estaba atrapado en una pequeña caja de madera. Un ataúd. Un ataúd. Paralizante miedo ante esa idea lo invadió. —¡Libérenme! —Las palabras fueron absorbidas por la caja como si se las hubiera tragado. El pensamiento enfermizo y terrible llegó: esto no era sólo un ataúd. Era una tumba. Estaba enterrado, sus sonidos ahogados por la tierra encima y alrededor de él. —¡Libérenme! Se llenó de pánico. ¿Era esto? ¿Su despertar? ¿En una cavidad sin luz ni sonido, mientras nadie sabía que vivía? Intentó recordar los momentos antes de esto, fragmentos inconexos: montando su corcel Indeviel; los fríos ojos azules de la Reina clavados en él mientras pronunciaba su juramento; el agudo dolor cuando ella le atravesó el pecho con la espada. Volverás, Visander. ¿Esto se lo habría hecho ella? No podía ser, ¿verdad? ¿No podía haber regresado dentro una tumba, despertando enterrado en las profundidades de la tierra?

Piensa. Si estaba enterrado, habría madera sobre él, y luego tierra. Tenía que romper la madera, y luego cavar. Y tenía que hacerlo ahora, mientras aún tuviera aire y fuerzas. No sabía cuánto aire le quedaba. Pateó el techo de su prisión, con un dolor punzante en el pie. La segunda patada fue en parte de pánico. Un agudo crujido significaba que había astillado la madera. Podía oír su propia respiración entrecortada, arrastrando lo que quedaba de aire. ¡Crack! Otra vez. ¡Crack! La tierra se derramó como agua rompiendo una gotera. Por un momento sintió una ráfaga de éxito. Luego la gotera se convirtió en un derrumbe, en un hundimiento, la tierra fría se precipitó para llenar el ataúd. Un pánico desesperado estalló en él, sus manos volaron para cubrir su cabeza al pensar que sería asfixiado. Tosió, las partículas de polvo eran tan espesas que le ahogaron. Cuando el polvo se asentó, el derrumbe había reducido su espacio en el ataúd a la mitad. Se tumbó en el pequeño compartimento sin luz que le habían dejado. Su corazón latía dolorosamente. Recordó el momento en que se había arrodillado y había jurado. Seré tu Restituidora. La Reina le había tocado la cabeza mientras se arrodillaba. Volverás, Visander. Pero primero debes morir. ¿Había salido mal? ¿Había sido enterrado por error, creyendo los que le rodeaban que estaba realmente muerto? ¿O había sido descubierto por el Rey Oscuro? ¿Enterrado como castigo, sabiendo que volvería, sólo para despertar atrapado? Imaginó el placer del Rey Oscuro ante su pánico sofocante. Deleitaría a aquella mente retorcida pensar en Visander enterrado vivo, su terror no visto, sus gritos no escuchados. La chispa de odio en Visander se encendió, la quemadura brillante en la oscuridad. Lo impulsaba, más fuerte que la necesidad de vivir, su necesidad de matar al Rey Oscuro. Tenía que salir. Se llevó la mano a la parte delantera de sus ropas y rasgó lo que parecía seda. Se ató la seda alrededor de la cara, para protegerse la boca y las fosas nasales de la tierra que se precipitaría para cubrirle. Luego tomó aire, todo el que pudo, y esta vez golpeó con todas las fuerzas que le quedaban la madera astillada que tenía encima. La tierra se desplomó sobre él, llenando el último espacio. Se obligó a empujar hacia arriba, intentando arañar la tierra. No lo consiguió. No consiguió salir a la

superficie, y ahora había tierra a su alrededor, y nada de aire, sólo la presión sofocante del suelo, y un pútrido olor a petróleo que amenazaba con metérsele por la garganta. Hacia arriba. Tenía que subir, pero sintió una desorientación total: rodeado de tierra negra como el carbón, perdió toda noción de abajo o arriba; cavaba, pero ¿en qué dirección? El horror se apoderó de él. ¿Moriría, como un gusano ciego que recorre el camino equivocado en la oscuridad? Le dolían los pulmones y tenía la cabeza mareada, como si hubiera inhalado gases. Cavar. Cavar o morir, pensar en su propósito, lo único que le impulsaba, más allá del pánico, más allá del oscurecimiento de sus pensamientos como el cierre de un túnel. Y entonces su agarre, la mano extendida se abrió paso en el espacio. Sus pulmones gritaron mientras empujaba desesperadamente hacia ella, abriendo brecha en el suelo fangoso en un grotesco renacimiento, empujando hacia fuera su cara, su torso, arrastrándose desde la tierra. Inhaló aire, ¡aire! Grandes y jadeantes bocanadas que le hacían toser y vomitar una sustancia negra, la suciedad que se le había colado por la boca y la garganta. Las arcadas tardaron mucho tiempo en detenerse, con temblores convulsivos en su cuerpo. Vagamente, fue consciente de que era de noche, de que había césped bajo sus dedos, las ramas vacías de los árboles sobre su cabeza. Estaba tumbado en el suelo que acababa de atraparle, tranquilo porque lo tenía debajo, una alegría que nunca antes había apreciado. Levantó el antebrazo para limpiarse la boca, vio los jirones de seda que le vestían y sintió una extraña oleada de malestar. Cuando se miró las manos, no sólo estaban desgarradas y ensangrentadas, sino que... no eran... sus manos... Todo giraba a su alrededor vertiginosamente. Iba vestido con extrañas prendas, gruesas faldas que se arrastraban pesadamente por su cuerpo. Podía verse a sí mismo a la luz de la luna: esas manos desgarradas y embarradas no eran las suyas, esos pechos, esos mechones de largo pelo rubio. Este no era su cuerpo; era una joven cuyos miembros no podía controlar fácilmente, un intento de levantarse le hacía tropezar con el suelo. Al principio levantó el brazo para protegerse de la luz, ya que sus ojos no estaban acostumbrados a nada más brillante que la tenue luz de la luna.

Luego miró hacia la luz. Delante de él había un hombre mayor de pelo gris que sostenía una lámpara en alto. Miraba como si hubiera visto un fantasma. Como si hubiera visto morir a alguien y se hubiera reencontrado con él después de salir de la tierra. —¿Katherine? —dijo el hombre.

Traducido por CROWLEY. Corregido por Crisvel R. Will arribó a la orilla del río Lea y sintió que se le revolvía el estómago de miedo. Todo lo que podía ver en el pantano era desolación. El verde húmedo y perfumado del musgo y las hierbas ondulantes habían desaparecido, sustituidos por un cráter de tierra en ruinas con el arco roto en el centro, como una puerta a los muertos. ¿Había llegado demasiado tarde? ¿Habían muerto todos sus amigos? James frenó a su lado en el caballo de guardián blanco como la nieve que Katherine había abandonado. Will no pudo evitar mirar de reojo para ver la reacción de James. Con su cabeza rubia oculta por la capucha de una capa blanca, James podría haber parecido un guardián de antaño, cabalgando por tierras antiguas. Salvo que era joven y vestía a la moda londinense bajo la capa. Su rostro no delataba nada, incluso cuando sus ojos se fijaron en la destrucción que había sido el Santuario. Will no podía permitirse pensar en lo que estaba haciendo aquí con James a su lado. No debería haber vuelto. No debería haber traído a James con él. Lo sabía. Lo había hecho de todos modos. La equivocación de aquella decisión aumentaba a cada paso. Se obligó a mirar hacia adelante, y mantuvo la mente en sus amigos. Valditar, el caballo negro de Will, sacudía la cabeza arriba y abajo, con los orificios nasales muy abiertos, sintiendo la magia retorcida. A su lado, James trataba de obligar a su blanca montura de guardián a seguir adelante, mientras que su caballo londinense se encabritaba y se lanzaba sobre su correa detrás de él, tratando de escapar. Los caballos, asustados y renuentes, eran los únicos seres vivos que caminaban por el suelo calcinado iluminado por las hoscas brasas, envueltos en un profundo silencio porque no había pájaros ni insectos vivos. Pero lo peor de todo fue el arco.

El Santuario de los guardianes debía estar oculto al mundo gracias a la magia. Un transeúnte sólo vería un viejo y solitario arco de piedra desmoronándose sobre la tierra húmeda. Podían pasar junto a él, incluso atravesarlo, y nunca salir del pantano. Sólo aquellos con sangre de guardián atravesarían el arco y se encontrarían en los antiguos y elevados corredores del Santuario. Pero ahora el arco de piedra era un tajo en el mundo. A ambos lados estaba el pantano vacío, pero a través de él... A través de él, Will podía ver el Santuario, claro como la luz del día. Parecía mal; una laceración; un desgarro. Como meter los dedos irreflexivamente en una herida: se imaginó a un vagabundo del pantano metiendo la cabeza, trayendo hombres de Londres para hurgar en el interior. —Las protecciones han caído —dijo James. Bajo la capucha de su capa blanca, el rostro de James aún no mostraba nada, pero la tensión de su cuerpo se transmitía a su caballo. Will apretó las riendas. Las protecciones no sólo habían caído, sino que habían sido destrozadas por la misma fuerza pulverizadora que había abierto el pantano. Sólo había una cosa que podría haber hecho esto. ¿El rey de sombras liberado en Bowhill había derribado las protecciones? ¿Había tomado el Santuario? ¿Había matado a todos sus conocidos? El pensamiento más oscuro, el miedo más profundo agitándose y retorciéndose: ¿Estaba ahora sentado en su trono con oscura malevolencia, esperando para darle la bienvenida? —¿Vamos? —dijo James. Era espeluznantemente erróneo poder entrar sin más. El Santuario no debería estar tan abierto, expuesto al mundo exterior. Will quería que un guardián saliera de la penumbra diciendo: —¡Alto! ¡Atrás! Pero no vino ninguno. —El único lugar que el Rey Oscuro no pudo conquistar —dijo James— y ahora podría entrar directamente.

Will no pudo evitar volver a mirar de reojo a James. Pero James tenía sus ojos azules puestos en el atrio, totalmente ajeno. Los propios pensamientos de Will, una maraña de miedos y sospechas que mantenía ocultos, eran más conscientes. Cabalgando sin renuencia, ¿estaba cumpliendo su propio sueño? ¿Su oscuro deseo de tomar el último refugio de la Luz? Era una forma inquietante de conquista, no con los ejércitos de la Oscuridad a sus espaldas, la ciudadela humeante de escombros y sus ciudadanos sometidos. En lugar de eso, James y él entraron solos a través de las puertas abiertas, las batallas del pasado, silencio vacío mientras los cascos de sus caballos sonaban estrepitosamente. Vio los restos del vasto patio abandonado, la inmensa ciudadela amurallada que los guardianes habían llamado su Santuario, ya no patrullada por guardias de blanco resplandeciente en las murallas, o sonando suavemente con dulces cánticos y campanas, sino ahuecada, oscura y vacía. El Santuario es tuyo ahora, arruinado y destruido. Lanzó el pensamiento casi con rabia al Rey Oscuro, su yo del pasado. ¿Es eso lo que querías? A su lado, el rostro de James era inexpresivo. James había crecido aquí y había pasado años intentando derribar sus murallas. ¿Estaba conmovido? ¿Indiferente? ¿Contento? ¿Temeroso? —No puedes querer llevarme allí. —James lo había dicho mientras estaba tumbado en la estrecha cama de la posada. Parecía un bien costoso y también hablaba como tal. Pero había jugado a ser una posesión para Simón, mientras trabajaba contra él todo el tiempo. Y a pesar de toda la holgazanería despreocupada, la invitación sólo llegaba hasta cierto punto: mira, pero no toques. Cuando Will dijo: —Dijiste que me seguirías, ¿no es verdad? —James había sonreído con odiosa diversión—. A tus amiguitos no les va a gustar. Sus amigos podrían estar todos muertos. Él y James podrían ser los únicos que quedaran, y ése era el pensamiento más sombrío de todos. Sus amigos que lo conocían como Will, que lo conservaban como Will, porque no sabían lo que él había aprendido en Bowhill mientras el suelo se pudría a su alrededor; que era el Rey Oscuro.

Un repentino tintineo de campana rompió el silencio. James se movió hacia la pared. —Todavía hay alguien aquí —dijo Will, bajando del caballo cuando el sonido de la campana se desvaneció. Pero parecía el aviso de un fantasma a una ciudad muerta, tan silencioso y deshabitado estaba el Santuario. El silencio le caló hasta los huesos, un pavor frío y esquelético. —¡Will! Se giró cuando se abrieron las enormes puertas dobles y la vio bajar corriendo las escaleras. Alivio lo recorrió. Tenía el mismo aspecto que él recordaba, con su pelo corto y rizado y sus pecas dispersas, vestida con su ropa de chico londinense. —¡Violet! —dijo mientras ella llegaba al último escalón, de dos en dos. Se abrazaron, el agarre de él sobre ella fuerte. Viva, estás viva. No era como Bowhill; su fracaso en la Cumbre Oscura no la había matado cómo había matado a Katherine. Era más que eso. En sus cálidos brazos se sentía atado a este mundo, a Will, después de días cabalgando entre los fantasmas del pasado con James. Era una ilusión que deseaba tanto creer que aguantó más de lo debido. Se obligó a soltarse, porque ella no le estaría abrazando si supiera quién era. Detrás de ella, vio a Cipriano, que bajaba los escalones con cara de alivio y satisfacción. Vestido con su túnica del noviciado, Cipriano era un ejemplar de su Orden, su largo cabello castaño suelto por la espalda al estilo tradicional de los guardianes, su rostro apuesto a la manera intocable de una estatua. Se parecía tanto a un guerrero de la Luz que, por un momento, Will pensó: seguramente Cipriano vería a través de él, lo miraría y sabría, declararía a los demás, que Will es el Rey Oscuro. Pero los ojos verdes de Cipriano eran cálidos. —¡Will! —Violet le dio un puñetazo en el hombro a su manera, llamando la atención de Will. Era lo bastante fuerte como para que le doliera mucho, y su alegría por ello se sintió como una dolorosa nostalgia—. ¿Por qué has huido? Idiota. —Te lo explicaré todo… —empezó Will.

—Y tú —le dijo Violet a James, con amistosa y exasperada familiaridad—. Tu hermana ha estado tan preocupada, estará tan contenta de tenerte de vuelta, todos lo estamos... —Creo —dijo James, echándose hacia atrás la capucha de la capa; que me has confundido con otra persona. Y el caballo blanco, el cuerpo grácil y el pelo rubio se convirtieron en el mortífero y exquisito muchacho con el que habían luchado por última vez, con el labio ligeramente curvado en un rostro patricio mientras bajaba de la silla de montar para enfrentarse a ellos. La espada de Cipriano salió cantando de su vaina. Sus ojos eran mortales. —Tú. Will había estado preparado para que James se enfrentara a una recepción hostil. Por supuesto, sabía que a los demás no les gustaría. James había causado la muerte de todos los guardianes del Santuario. Will había planeado la resistencia, preparado para decir medias verdades sobre sí mismo y hablar con calma en nombre de James, que estaba aquí para ayudarles a detener a Sinclair. Pero en el ajetreo de los últimos días, Will no había pensado en lo que supondría para Cipriano ver a James. Ahora Cipriano se enfrentaba al asesino de su hermano, con el rostro exánime, las manos firmes sólo porque los guardianes se entrenaban durante horas todos los días para que nunca tiemble la mano que sostiene la espada. —Cipriano —dijo Will. Los ojos de Cipriano se quedaron fijos en James. —¿Cómo te atreves a volver aquí? —¿No hay una cálida bienvenida? —dijo James. —¿Quieres una bienvenida? La espada de Cipriano ya se estaba moviendo, un arco mortal destinado a cortar a James por la mitad. —No —dijo Will cuando el poder de James se disparó, golpeando a Cipriano hacia atrás.

Cipriano chocó con la pared, con la cara contorsionada y la espada cayendo al suelo. El aire estaba cargado de estática y Cipriano luchaba con dificultad contra la fuerza invisible del poder de James, que lo mantenía sujeto. —Vamos, vamos —dijo James, con los ojos brillantes—. Eso no es muy hospitalario, hermanito. —Quítame tu asquerosa magia de encima, monstruo —dijo Cipriano. —Basta. —Interponerse entre ellos fue como entrar en un torbellino, el poder azotando el aire a su alrededor. —He dicho que pares. —Will se obligó a avanzar, apoyando una mano en el pecho de James y la otra en su nuca. Era más alto que James, apenas unos centímetros. Lo suficiente para que James lo mirara. —Detén tu magia —dijo Will. —Llama a tu guardián mascota —dijo James, manteniendo los ojos fijos en los de Will. Will no dudó, agarró con fuerza a James y clavó su mirada en las pupilas mágicas de James. —Violet, mantenlo alejado. Detrás de él, Will oyó a Cipriano maldecir, y supo que Violet estaba haciendo precisamente eso. Un segundo después, la estática en el aire desapareció. Will no soltó a James, aunque oyó la voz de Violet detrás de él. Sonaba sombría. —Will, ¿qué está haciendo aquí? Se obligó a recordar a James en la posada jurando seguirle. —Está aquí para ayudarnos. —Esa cosa no nos va a ayudar —dijo Cipriano. ¿Ayudarnos a hacer qué? —dijo Violet. Will por fin soltó su agarre en James y se giró para ver que Violet seguía sujetando a Cipriano contra el muro de piedra junto a la base de la escalinata. —Seguir vivos —dijo James— para cuando Sinclair llegue aquí. —¿Sinclair? —Las palabras de Violet eran sospechosas, confusas—. ¿No Simon? Había tantas cosas que necesitaba contarle. Aún podía oler el hedor acre a quemado de la tierra, podía ver la hoja negra deslizándose de su vaina cada vez que cerraba los ojos.

—Simón está muerto —Will no dijo más que eso—. Su padre es el que estamos combatiendo. Sinclair, quien lo había planeado todo. Sinclair, que había acogido a James de niño y lo había criado para matar guardianes. Sinclair, quien había dado la orden de matar a la madre de Will. —¿Muerto? —dijo Violet. Como si los guardianes no hubieran entrenado a Will para eso. Como si su encuentro con Simón hubiera podido terminar de otra manera. Como si estuviera aquí vivo de haber sido así—. Entonces... —Yo lo maté. Las palabras eran planas. No describían lo que había sucedido en aquella ladera. Los pájaros cayendo del cielo, la sangre brotando del pecho de Simón. El momento en que Will había mirado hacia arriba y se encontró con los ojos de Simón y supo... —Maté a los tres remanentes, luego lo maté a él. Sabía que sonaba diferente. No podía ser el mismo, no después de clavar la espada en el pecho de Simón, en la tierra arrasada donde su madre se había desangrado años atrás. Los reyes de sombras habían colgado del cielo como testigos. —Pero... ¿cómo? —dijo Violet. ¿Qué podía decirle? ¿Qué Simón había sacado a Ektaleon, y Will había sobrevivido a la destrucción porque era su amo? ¿O que Simón se había sorprendido al final, con los ojos muy abiertos mientras moría, sin comprender siquiera mientras su vida se desangraba quién era el que le había matado? —Tú eres él. Las últimas palabras de Katherine. Eres el Rey Oscuro. —Es descendiente de la Dama. —La voz de James cortó el silencio—. Para eso lo han entrenado, ¿no? Matar gente. James tampoco lo sabía. James creía que era un héroe, cuando la verdadera Descendiente de la Dama era Katherine, que yacía muerta con el rostro marmóreo como la piedra blanca. —Te lo contaré todo —dijo Will—. Una vez que estemos dentro.

Excepto que no lo haría. Había aprendido de Katherine que no podía. Ella había muerto en Bowhill porque había descubierto lo que él era, y sacó una espada para matarlo. Debajo de eso, un recuerdo más primitivo: las manos de su madre alrededor de su garganta; su necesidad de aire, su visión oscureciéndose. ¡Madre, soy yo! ¡Madre, por favor! Madre… —No va a poner un pie en el Santuario —dijo Cipriano. —Lo necesitamos. —Will mantuvo la voz firme. —Él nos mató. —Cipriano miraba a James—. Él nos mató a todos, él es la razón por la que el Santuario está abierto... —Necesitamos que detenga a Sinclair. Era lo que siempre había planeado decir. Porque sabía que funcionaría con Cipriano, que siempre cumplía con su deber. Pero era diferente con los ojos de Cipriano en un tumulto y Violet mirándolo fijamente, tratando de entender. —Es el asesino de Sinclair —dijo Cipriano—. Un traidor, sin emociones ni remordimientos, mató a mi padre, a su propio padre, lo despedazó y utilizó a mi hermano para hacerlo... —Mira a tu alrededor —dijo Will—. ¿Crees que Sinclair no vendrá por el Santuario ahora que está abierto de par en par? ¿La Llama Extinta? ¿La Estrella Eterna? Cualquiera puede entrar aquí. —Les estaba haciendo daño trayendo a James aquí. Lo sabía. Su propia presencia era peor. Escupió en la superficie del Santuario—. ¿Quieres detener a Sinclair? James es la forma de hacerlo. Los ojos verdes de Cipriano brillaban con furiosa impotencia. Impecable el noviciado de plata, parecía la encarnación de un guardián. Pero el tiempo de los guardianes había terminado. Sin James, no podrían enfrentarse a Sinclair. Eso era lo que Will debía tener en mente. —¿De verdad crees en él? —le dijo Violet. —Sí. Tras un largo momento, Violet tomó aire y se volvió hacia Cipriano.

—James era el aliado más cercano de Sinclair. Si se ha vuelto contra su amo, deberíamos utilizarlo. Will tiene razón. Sinclair viene por el Santuario, es cuestión de tiempo que llegue aquí. Necesitamos cada ventaja que podamos conseguir. —¿Así que eso es todo? —dijo Cipriano—. ¿Simplemente confías en él? —No —dijo Violet—. No confío en él en absoluto. Y si intenta hacernos daño, lo mataré. —Encantador —dijo James. —Sólo te lo está advirtiendo —dijo una voz desde lo alto de la escalera—. Que es más de lo que nunca nos diste. Grace estaba de pie en la puerta, vestida con su túnica azul de jenízaro. Era una de los dos jenízaros que habían sobrevivido al primer ataque al Santuario. La otra, Sarah, debía de ser la que había tocado la campana, pensó Will. A diferencia de los demás, Grace no le dio la bienvenida, ni siquiera lo saludó por su nombre. —Si han terminado de discutir —dijo Grace— hay algo que tienen que ver.

—¿Miedo de afrontar lo que has hecho? —dijo Cipriano. Se detuvieron ante la boca abierta de la entrada principal, donde se alzaba la primera de las torres en ruinas. Alguna vez un laberinto interminable de arcos gigantes, cámaras abovedadas y edificios de piedra, la ciudadela era ahora un laberinto oscuro y macabro. Will y los demás habían evitado entrar en cualquiera de sus edificios desde la masacre, quedando en el garitón junto a la muralla exterior para evitar los pasadizos interiores que revolvían las entrañas. Habiéndolo visto después de la masacre, nadie quería volver a recorrer esos caminos. James observó la entrada. Parecía más parte de este antiguo lugar que nadie, su belleza como una de sus maravillas perdidas. Pero sus labios se curvaron desagradablemente. —Les dije cuando me echaron del Santuario que volvería para pisar sus tumbas. —Entonces se cumplirá tu deseo —dijo Grace, y desapareció en la penumbra más allá de las puertas.

No dio más de un paso dentro y Will sintió arcadas, levantando el brazo para taparse la boca y la nariz. Habían limpiado los cadáveres, pero aún olía a sangre decadente y putrefacción; las vísceras que no habían tenido tiempo ni estómago de eliminar. Grace le esperaba, con un sombrío pragmatismo en los ojos. Fue peor para ella, pensó. Éste había sido su hogar, toda su vida. Todo lo que había sido para él era... Una persona que nunca podría ser; un hogar que nunca podría tener. Incluso James se detuvo cuando llegaron al gran salón. Los cadáveres habían desaparecido, pero quedaba la devastación: los estandartes rasgados, los muebles destrozados, la barricada montada a toda prisa la cual no había protegido a los guardianes. La expresión de Cipriano se torció, mirándolo. —¿Admirando tu obra? —dijo Cipriano. —Te refieres a la obra de Marcus. James levantó los ojos hacia Cipriano con calma, y Will tuvo que interponerse de nuevo entre ellos, sintiendo al mantenerlos separados que estaba protegiendo a James, incluso cuando James era una especie de escudo para él. Como lugarteniente del Rey Oscuro, James era el que soportaba su odio hacia el Rey Oscuro. —Por aquí. Grace había cogido una antorcha de uno de los apliques de la pared. La sostuvo en alto mientras hablaba, adentrándose en el gran salón a través del bosque de pilares blancos. En el otro extremo se alzaban los tronos de los cuatro reyes. Cada uno tallado con el símbolo de su reino, los tronos vacíos miraban con majestuosidad perdida, hechos para figuras más grandes que cualquier rey o reina humanos. El sol, la rosa, la serpiente y la torre. Caminaban hacia ellos, una procesión incómoda. —El Rey Oscuro quería esos cuatro tronos más que nada —dijo James. —No —dijo Will, y cuando los demás se volvieron hacia él sorprendidos, se oyó a sí mismo decir—. En su mundo no habría cuatro tronos. Sólo habría uno.

Un trono pálido que se alzaba para borrar el mundo. Lo vio con los ojos de su mente, parte de la visión que le habían mostrado los reyes de sombra, y el remolino de sus propios sueños medio recordados. Se detuvieron al borde de un gran abismo, un agujero sin profundidad en el suelo. Sólo cuando Grace sostuvo la antorcha sobre él, Will vio que no se trataba de un abismo, sino de los restos de un rey de sombra, con su horripilante forma grabada a fuego en el mármol, como un pozo en el que todos podrían caer. La mano del rey de sombra se extendía como si quisiera alcanzar su trono. Will miró a Violet. Agarraba el escudo con tanta fuerza que tenía los nudillos blancos. Luego le miró, con los ojos llenos de sombras. Por un momento compartieron un entendimiento sin palabras. Así como él había luchado contra los reyes de sombras en la cumbre, ella había luchado contra uno de ellos en el corazón del Santuario. Sintió la misma conexión con ella que había sentido cuando le salvó la vida, sacándolo de un barco que se hundía. Quería decirle de nuevo lo contento que estaba de verla, que era su estrella en la noche. Que nunca había tenido amigos de pequeño y que se alegraba de que ella fuera la primera. Que no había querido convertir esa amistad en una traición. Que lamentaba que el chico del que había sido amiga no fuera real. —Cuando llegó, el cielo se volvió negro —dijo Grace—. Estaba tan oscuro que no podías verte la mano delante de la cara. Encendimos lámparas para poder ensillar los caballos, pero incluso las lámparas apenas podían atravesar la oscuridad. Podíamos oírlo, gritos y llantos, que venían del gran salón. Violet vino aquí para combatirlo y ganar tiempo. Claro que Violet lo había hecho. Violet habría luchado, incluso sabiendo que la lucha era inútil. Will recordó el aterrador poder de los reyes de sombras, e intentó imaginar que se enfrentaba a uno solo con una espada. —Estábamos montando cuando se oyó un grito tan fuerte que rompió todas las ventanas del Santuario. La oscuridad se disipó, como un repentino amanecer. Detuvimos nuestro vuelo y vinimos aquí, al gran salón. Vimos lo que ves, el rey de sombra caído, su cuerpo quemado en el suelo.

—¿Detuviste a un rey de sombra? —A pesar de todo su poder, esto había conmocionado a James—. ¿Cómo? —De la misma manera que te detendré si te pasas de la raya. Violet le devolvió la mirada, sin pestañear. James abrió la boca, pero Grace habló primero. —Este no es nuestro destino, sólo un punto de referencia —dijo—. Ven. Will se dio cuenta rápidamente de adónde les llevaba Grace. Parecía una parodia enfermiza de su primera mañana aquí, cuando Grace le había traído por estos mismos caminos para ver a la Guardiana Mayor. La arquitectura de la Sala envejecía, la piedra se hacía más gruesa. No quería volver allí ahora, al corazón muerto de una sala muerta. Las ramas negras y muertas del Árbol de Piedra siempre le habían molestado, un recordatorio de su fracaso, extendiéndose como... Como las venas negras que se extendían por el cuerpo de Katherine, su rostro blanco como la tiza, el negro como la piedra de sus ojos... Y entonces doblaron la esquina y vio el Árbol de la Luz. Renacido, rehecho; como si el propio aire brillara de vida. Ramas brillantes, con filamentos a la deriva como la luz de las estrellas, y una maravillosa abundancia de luz. El Árbol era el símbolo de la Dama, la vida en la oscuridad, una declaración de su poder. No pudo evitarlo; se sintió atraído. Era como ver los primeros brotes verdes en un páramo desolado, y más que eso, una promesa de esperanza y renovación. —Iluminaste el Árbol —dijo James con voz asombrada. —No —dijo Will—. No fui yo. Pensó en todas las veces que había intentado iluminarlo. La luz no estaba en la piedra, estaba en ella, había dicho el Anciano Guardián. Nunca había estado en él. Era tan hermoso. Alargó la mano, incapaz de contenerse, y la puso sobre el tronco. Como la oscuridad oculta el sol, casi esperaba que se atenuara, o que le hiciera daño, que le quemara la carne de los huesos. En lugar de eso, sintió su calor. Era como un sueño, como un consuelo olvidado. Cerró los ojos y dejó que fluyera en su interior.

La suave alegría de la paz, el afecto y la aceptación, y la anheló como un niño perdido anhela su hogar. Una voz de niña dijo: —¿Qué le has hecho a mi hermana?

Traducido por CROWLEY. Corregido por Crisvel R.

Will se aleja del árbol, culpable. Elizabeth tenía las piernas plantadas y las manos en puños. Lo miraba furiosamente. Nunca se había parecido a su hermana. Katherine había sido hermosa, con los tirabuzones dorados y los grandes ojos azules de una muñeca de porcelana. Elizabeth tenía el pelo liso. Tenía las cejas oscuras, fruncidas en un terrible ceño. Bajo su mirada furiosa había un tenso temor, como si estuviera a medio camino de adivinar lo que había ocurrido. Tenía que decirle que su hermana había muerto. No podía dejar de recordar el rostro de Katherine, blanco como la tiza, surcado de venas negras, el tacto de su cuerpo frío como la piedra bajo sus manos y el abrumador olor turboso de la tierra excavada, como la sangre de la tierra. Will, tengo miedo. Intentó pensar qué querría oír si sus posiciones fueran al revés. No lo sabía. No tenía mucha experiencia en consolar. Sabía que Elizabeth valoraba la verdad. Así que se la dio. —Está muerta —dijo Will—. Murió luchando contra el Rey Oscuro. El Árbol seguía brillando mientras él hablaba. Parecía como si debiera parpadear. Katherine se habría deleitado en este lugar. Le encantaban las cosas bellas. Pero nunca había tenido la oportunidad de verlo. La Sala a la que él la había traído era oscura y muerta. —Estás mintiendo. —Pero no mentía. Había dicho la verdad, aunque no su participación en ella. Era consciente de que los demás le observaban, escuchando la historia por primera vez. Cuidado, cuidado.

—Adivinó adónde iba —dijo Will— y me siguió fuera de la mansión. Me encontró en Bowhill. Ella lo había encontrado en la tierra llena de cráteres, con la sangre de Simón en sus manos. No había estado pensando con claridad. Tal vez si lo hubiera hecho… —Era valiente. Intentaba hacer lo correcto. Desenvainó la Espada para luchar contra el Rey Oscuro. Fue la Espada lo que la mató —él dijo—. Nada puede sobrevivir una vez que la Espada es desenvainada. Había tantas cosas que no podía contarle. No podía decirle que su hermana había puesto la hoja sobre él. Tú eres él. El Rey Oscuro. No podía decirle que su hermana había muerto con dolor y miedo. Intenté detenerla y no pude. No me creyó cuando le rogué que no tomara la espada. —Deposité su cuerpo en la granja de mi madre y mandé llamar a tu tío. Vino con tu tía a enterrarla. Había esperado con James en la posada de Castleton hasta que llegó la familia de Katherine, su tío y dos hombres que Will no reconoció bajando de un carruaje alquilado. Los había observado desde la distancia, asegurándose de que no pudieran verle. Habían entrado en la casa de su madre y habían sacado a Katherine bajo el cielo gris, en una procesión fúnebre. Había sido como el final de otra vida. Desde la primera vez que la vio, de pie en Bond Street buscando un carruaje, ella había formado parte del sueño de lo que podría haber sido, de calidez, esperanza y familia. Y en aquella cima en ruinas había pensado; Ese es un sueño que nunca volveré a tener. —¿Por qué viviste? —dijo Elizabeth. Tenía los ojos enrojecidos y los puños apretados. Se le erizó el vello de los brazos. —¿Qué? — ¿Por qué viviste? Si nada puede sobrevivir cuando se desenvaina la Espada. —Su implacable lógica infantil se clavó en él. Su rostro estaba marcado por líneas obstinadas. Recordó que ella también lo había descubierto esa noche. Sabía que te escaparías. Eres un escurridizo. Habló con cuidado.

—Puedo tocarlo —dijo Will—. Ya lo había tocado una vez. En un barco. —No supo decir por qué. Los otros estaban en la habitación escuchando. Ella dijo: —Estás mintiendo. Hiciste algo. —Elizabeth —dijo Violet con suavidad, dando un paso adelante—. Will te contó lo que pasó. Lo habría evitado si hubiera podido. Cualquiera de nosotros lo habría hecho. —Fuiste por ella a Londres. —Las manos de Elizabeth se apretaron con más fuerza—. La localizaste. —No es culpa suya —dijo Violet. —Es culpa suya —le dijo Elizabeth, con todo el cuerpo tembloroso—. Si no fuera por él, ella no habría venido aquí. Él no se preocupaba por ella, ¡él andaba a escondidas, tratando de llegar a Simón! Él la hizo venir aquí. La obligó a seguirle. —Se le torció la cara y le espetó las palabras—. ¡Ella no estaría muerta si nunca te hubiera conocido! Con las manos en las faldas, salió corriendo de la habitación. —Elizabeth... —dijo Will, e hizo ademán de ir tras ella, pero Grace lo retuvo, mientras Sarah seguía rápidamente a Elizabeth. —Déjala ir —dijo Grace—. No hay nada que puedas decirle. Ha perdido a su hermana. Katherine también había sido su hermana, o lo más parecido a una hermana que tenía. Pero eran palabras que no podía decir. Cerró los ojos brevemente. Se había sentido tan solo en los días posteriores a la muerte de su madre, sin saber qué hacer. Recordaba la primera noche, acurrucado en el hueco de un tocón, apretándose la mano sangrante —No debería estar sola. —Sarah estará con ella —dijo Grace. No dijo que no debería estar con quien cree que mató a su hermana. Él lo sabía. Sabía que no debía ser él quien la persiguiera. Podía sentir que estaba equivocado. Pero las hermanas Kent eran las hijas de su madre... sus verdaderas hijas. Sintió la dolorosa brecha donde debería estar la familia mientras miraba la luz del Árbol.

—Elizabeth encendió el Árbol, ¿no? Violet asintió. —Ocurrió cuando huimos de aquí, casi por accidente. Tropezó, puso la mano encima y empezó a brillar. —¿La chica hizo esto? —dijo James. Una mirada pasó entre Cipriano y Violet: molestia de que James estuviera aquí, enterándose de sus secretos. Will lo ignoró. Le dijo la verdad a James, deliberadamente. —Ella es Descendiente de la Dama —dijo Will—. Como Katherine. Grace dijo: —Como tú. Ella seguía sin entenderlo. Ninguno de ellos lo hacía. Tal vez era demasiado terrible para ellos imaginar que Will podría ser la serpiente en el nido. Podía sentir las manos de su madre alrededor de su garganta. No hagas daño a mis hijas. —Si Elizabeth es Descendiente de la Dama, podría ser de tu familia, una prima, una hermana —dijo Grace—. ¿Tu madre habló alguna vez de otro hijo? Se acercaba demasiado a la verdad. —Ella nunca me dijo nada. No hasta el final. Will se obligó a apartarse del Árbol, cerrando el puño en torno a la cicatriz de la palma y dándole la espalda a su luz. —Hemos visto lo que querías que viera. Dio un paso hacia la puerta, pero se detuvo con una mano en el hombro. —No —dijo Grace, deteniéndole de nuevo—. El Árbol de la Luz no es el motivo por el que te he traído aquí. Hay algo más. ¿Algo más? Junto a Grace, Violet y Cipriano parecían tan sorprendidos como se sentía Will. Pero Grace no les iluminó; simplemente esperó, mirándole expectante. Finalmente, tras un largo silencio: —Will —dijo ella—. Lo que tengo que mostrarte es uno de los asuntos más privados del Santuario.

Grace no se esforzó. No miró a James, pero él era innegablemente la razón por la que se estaba conteniendo. El amante del Rey Oscuro, descansando junto a la puerta. —¿Quieres decir "fuera"? —preguntó James cortésmente, con los labios entreabiertos. —No. Estamos juntos en esto —dijo Will, y los ojos de James brillaron de sorpresa—. Todos nosotros. Cipriano y Violet intercambiaron miradas. Will miró fijamente a sus amigos. —Muy bien —fue todo lo que dijo Grace. Se acercó a la pared del fondo, levantó las manos y las colocó sobre la piedra. Encajaban en suaves huellas, como si muchas manos antes que ella hubiera tocado precisamente esos puntos, desgastando la piedra. —Esto es lo que te he traído a ver —dijo Grace—. No el Árbol. Sino lo que hay debajo. —¿Debajo? —dijo Will. Grace se apretó contra la pared y, con el sonido metálico de una vieja maquinaria, las piedras bajo sus pies se abrieron hasta que se encontró en lo alto de unos estrechos escalones de piedra que descendían sin fin. —Nunca he oído hablar de una habitación debajo de esta. —Cipriano había dado un paso atrás. Sólo lo sabían la Guardiana Mayor y sus jenízaros —dijo Grace, e hizo un gesto a Will para que descendiera—. Uno de los últimos secretos de la Luz. Un recordatorio de que lo que vemos es sólo una pequeña parte de lo que hay. Will bajó primero los escalones, con el corazón latiéndole de forma extraña. A mitad de camino, se detuvo asombrado por lo que vio. Una luz translúcida impregnaba las paredes, el techo abovedado, incluso el aire, mientras las raíces del Árbol, suavemente brillantes, se enroscaban hacia abajo, con mil hebras resplandecientes que envolvían la habitación en luz. Una paz suave y cálida inundaba el aire, como si la maravillosa luz pudiera nutrir y restaurar, curando todo lo que tocaba. —Creía que lo sabía todo sobre el Santuario —dijo Cipriano con una reverencia de sorpresa a sus espaldas.

—¿Lo pensaste? —dijo Grace—. Pero la Luz todavía tiene sus maravillas, incluso después de todo este tiempo. Había un sencillo zócalo en el centro de la sala, tallado con palabras en lengua antigua. Sobre él, las raíces de los árboles colgaban suspendidas, como estalactitas resplandecientes. Will se acercó y pasó la punta de los dedos por encima de las palabras. —El pasado grita —leyó en voz baja— pero el presente no puede oír —y sintió un escalofrío. Sobre el zócalo había un pequeño ataúd de piedra. Toda su atención se fijó en él. El ataúd de piedra era tan discreto, y el Árbol de arriba tan monumental. Él dijo: —¿Qué hay dentro? —La Piedra Mayor —dijo Grace. Apenas era consciente de que los demás bajaban los escalones detrás de él. Podía sentir la santidad de este lugar, un lugar de gran poder, y sin embargo no podía apartar los ojos del ataúd. Dio un paso hacia él —¿Qué hace? —No lo sé. Nunca la había visto —Grace lo dijo simplemente. Sorprendido, sus ojos volaron a la cara de ella —¿Nunca la has visto? —Es la mayor reliquia del Santuario, transmitida de guardián a guardián —dijo Grace. —Nadie más que un anciano guardián ha abierto el cofre. El aire de alrededor tenía su propio gusto, su propio sabor, perceptible incluso con el zumbido envolvente de la luz procedente de las raíces del Árbol. Violet y Cipriano no parecían darse cuenta. Incluso Grace parecía no darse cuenta. ¿No lo sientes? estuvo a punto de decir. Sólo James reaccionaba ante el ataúd de piedra de la misma manera que él, con los ojos fijos en él y la respiración entrecortada. —Es magia —dijo James, y Will se preguntó si así era como se sentía siempre la magia, una sensación de escalofrío bajo la piel, nerviosa y estimulante. Grace señaló el ataúd. —Ella pidió que te lo dieran a ti. —¿A mí? —dijo Will.

—Cuando el Árbol de la Luz comenzó a brillar. Por supuesto. La Guardiana Mayor había creído que era descendiente de la Dama. Ella había dejado la Piedra Mayor para el que había encendido el Árbol, y él la tomaría con falsos pretextos, como había tomado todo lo demás. Pudo ver a los demás esperándole. Violet estaba más cerca de las escaleras con Cipriano a su lado, y James un paso más adentro. Todos le miraban con diferentes niveles de confianza y expectación. Extendió la mano y abrió la tapa del ataúd. Dentro estaba la Piedra Antigua, un trozo de cuarzo blanco opaco del tamaño de un penique. No tenía nada de especial. Pero entonces la piedra empezó a brillar. Partículas de luz parecían flotar hacia arriba desde la superficie de la piedra, y Will sintió un doloroso asombro cuando se fusionaron, formando una figura que conocía. Túnicas blancas y largos cabellos blancos, translúcidos pero visibles, bañados en luz. A su lado, Grace jadeó, y Cipriano dejó escapar un sonido, ambos frente a la cabeza de su Orden, a quien habían creído muerta, su cuerpo quemado en la pira, las chispas elevándose en la noche. La Guardiana Mayor. Ella sonrió con la sonrisa amable que él conocía tan bien, y el sentimiento en él creció hasta ser doloroso. —Will —dijo—. Si Grace te ha traído a la Piedra Mayor, significa que el Árbol de la Luz ha empezado a brillar. Ella no lo sabía. Luchó contra el deseo de decírselo, de implorar su perdón, de arrodillarse ante ella e inclinar la cabeza, para que ella apoyara la mano en su pelo y le dijera... ¿Qué? ¿Que ella aceptó lo que él era? ¿Que lo perdonó? Estúpido, estúpido. Él sabía lo peligroso que era querer la aceptación de una madre. La chica encendió el Árbol. Sabía que debía decirlo. Su corazón latía con fuerza. —Guardiana Mayor —dijo, forzando el doloroso anhelo que sentía—. ¿De verdad eres tú? Sacudió suavemente la cabeza.

—Es sólo lo que queda de mí en la Piedra Mayor —dijo—. Al igual que tú hablas ahora conmigo, yo también he hablado con antiguos guardianes... sus voces han guiado mi mano. —¿Has hablado con los guardianes del viejo mundo? —dijo Will. —En tiempos de gran necesidad —dijo la Guardiana Mayor— la Piedra mayor es una fuente de gran sabiduría... pero, como muchos objetos mágicos, disminuye con el uso y la edad. Antes era un monumento tan alto como esta habitación. Ahora, ese pequeño trozo que tienes ante ti es la única parte que queda. Will miró hacia abajo y vio con horror que cada partícula de luz que flotaba hacia arriba para formar su imagen se llevaba consigo un trozo de la piedra. La Piedra Mayor desaparecía por segundos. Pronto desaparecería por completo. —Sí —reconoció con una sonrisa triste—. No tenemos mucho tiempo. Reprimió todas las palabras que quería decir, la necesidad de su guía, el miedo a no saber en qué se convertiría sin ella, el dolor que le subía por la garganta. —Hice lo que me pediste. —Guardaba en su interior lo que se sentía el atravesar el pecho de alguien con una espada—. Sinclair no puede levantar al Rey Oscuro. Yo... me aseguré de eso. Pero la Guardiana Mayor negó con la cabeza, con expresión grave. —Sinclair es una amenaza mayor de lo que crees. —No lo entiendo —dijo Will. La Guardiana Mayor era tan brillante, la luz fluía a través y alrededor de ella. Pero sus ojos sobre él eran graves. —Debes ir a la Valnerina —dijo la Guardiana Mayor—. El Valle Negro en las montañas de Umbría. En un pueblo llamado Scheggino, encontrarás a un hombre llamado Ettore Fascialeyu7. Sólo con Ettore podrás detener lo que está por venir. —¿Qué podría ser una amenaza mayor que Sinclair devolviendo al Rey Oscuro? —dijo Will. La Guardiana Mayor negó con la cabeza, con los ojos preocupados. Por primera vez desde que Will la conocía, la frustración se adueñó de su voz, como si luchara contra la coacción.

—He jurado nunca hablar de lo que hay en el Valle Negro. Pero puedo decirte esto. Debes encontrar a Ettore. Si no lo haces, todo lo que has enfrentado parecerá sólo una escaramuza en la gran batalla que se avecina. Valnerina. El Valle Negro. El nombre le hizo temblar. Se imaginó al Rey Oscuro desatando el terror y la destrucción. Él mismo de pie sobre un montón de muertos, ¿o era Sinclair, subido en un trono, contemplando las ruinas de una tierra en antaño verde? —Ya las fuerzas de Sinclair se mueven hacia ti —dijo la Guardiana Mayor—. Y con las protecciones caídas, no hay manera de mantenerlo alejado. No debes estar aquí cuando llegue. —¿Quieres decir, salir del Santuario? —No se puede permitir que Sinclair capture a ninguno de ustedes. Porque cada uno de ustedes tiene un papel que desempeñar, y lo que está en juego es demasiado grande para que cualquiera de ustedes falle. Ella pareció sonreírle. —El Árbol de la Luz brilla para ti, Will. No tengas miedo. Eso era demasiado, incluso para él. —Yo no soy el que... Las manos de Grace se cerraron sobre las suyas, cerrando el ataúd. —¡No! —dijo Will cuando la Guardiana Mayor desapareció, su corazón palpitante era la única señal de que ella había estado allí. Sintió como si se la hubieran arrebatado. Se volvió hacia Grace y vio que su rostro estaba bañado en lágrimas, aunque ella le devolvía la mirada con aquel pragmatismo inquebrantable. —No desperdicies los últimos restos de la Piedra —dijo Grace—. Ella te ha dicho lo que debes hacer. La expresión de Cipriano reflejaba la de Grace, con los ojos muy abiertos y temblando como si hubiera recibido una visita religiosa. Violet parecía abatida, con la mano en la empuñadura de la espada. Incluso James parecía aturdido, con su expresión normalmente despreocupada, marcada por la conmoción. —Espérennos ven el garitón —dijo Grace a los demás.

Se volvió hacia Will mientras los demás subían las escaleras. Él seguía mirando el ataúd de piedra cerrado que contenía el último fragmento de la Piedra Mayor. La Guardiana parecía tan real, pero había sido una ilusión. Siempre lo había sido, tenía que recordárselo una y otra vez. En realidad, nunca había sido su mentora; lo había entrenado por error, una guardiana más engañada por el Rey Oscuro. Grace lo miró con calma. —¿Vacilas en tu deber? —Sabes que no fui yo quien encendió el Árbol. —Tú eres el que detuvo a Simón. —¿Quién mató a Simón? —dijo Will. Las palabras sonaron planas, incluso para sus propios oídos. —Ella te confió esa tarea a ti —dijo Grace—. No a la chica. —La chica enciende el Árbol mientras yo mato gente —Le salió así. Estaba demasiado conmocionado por lo que había pasado. No estaba siendo cuidadoso. —La oscuridad debe ser combatida —dijo Grace—. Eso requiere matar tanto como la luz. —¿Ah, sí? Todas esas horas de práctica, la Guardiana Mayor guiándole pacientemente, intentando ayudarle a devolver la vida al Árbol. Su fe en él nunca había flaqueado, incluso cuando la duda había roído sus entrañas. —Cada uno tiene su papel —dijo Grace. ¿Y cuál es el mío? No lo dijo. Sabía lo que vería cuando subiera las escaleras de la Cámara de los Árboles, las palabras familiares talladas sobre la puerta, ahora llenas de un nuevo significado. El viene.

Traducido por Edith LM Corregido por Crisvel R.

—La escuchaste. Esperamos a Will en la puerta de entrada —dijo Violet. Se volvió hacia James, todavía desconcertado por la visión de la Guardiana Mayor—. Es por aquí… —Conozco el camino —dijo James, y simplemente pasó junto a ella. Fue irritante. No mostró humildad ni remordimiento. Debería comportarse como un penitente, pensó Violet. Debería estar encadenado, con esos que arrastraban y hacían ruido. O mejor aún, las esposas de obsidiana que bloquearían su poder. Eso no le había gustado en absoluto la última vez. En cambio, parecía como si fuera él quien apenas la tolerara a ella. ¿Qué estaba pensando Will al traerlo de regreso aquí? Si Sinclair realmente estaba de camino al Santuario, entonces Will había traído un caballo de Troya con suficiente magia para matarlos a todos. Violet apretó los dientes. —No puedes simplemente deambular. —Agarró la parte superior del brazo de James—. Por aquí. Podría romperle el hueso. Podría deshacerse de ella con magia. Él miró su agarre como si le hubiera manchado la chaqueta. —¿Estás ofreciendo tu brazo como un caballero? Cipriano los seguía. Su mirada nunca abandonó a James. Antes, James había llamado hermano pequeño a Cipriano, pero no estaban relacionados por sangre. El padre de James, Jannick, había adoptado a Cipriano después de que éste expulsó a James del Santuario. James también había matado a Jannick. Violet había llevado el cuerpo de Jannick al patio en una carretilla y lo había puesto en una pira. Aumentó la presión de su agarre de pinza sobre el brazo de James. —¿Cuándo llegará Sinclair?

—¿Cómo voy a saberlo? No lo he visto desde que robé el Collar. —Por supuesto que no —dijo Cipriano—. Estabas esperando a ver quién ganaba antes de elegir bando. —¿Ganar? —James se rio, suave como el aliento—. No has ganado. Violet frunció el ceño. —¿Qué se supone que significa eso? —Significa que no conoces a Sinclair. Ya escuchaste a la dama fantasma. Simón nunca fue la cabeza de la serpiente. Ese era su padre. Sinclair viene a ocupar tu Santuario. Los desagradables ojos azules de James brillaron. De repente se sintió helada por todo lo que él podría saber. Había sido parte del círculo interno. Incluso hubo rumores de que había sido el amante de Simón, aunque James siempre lo había negado. Haber sido tan cercano a Simón y luego haberlo traicionado… —Tu padre sustituto —dijo Cipriano con amargura. —Así es —dijo James tranquilamente. —Entonces no deberías tener ningún problema en ayudarnos —dijo Cipriano— . Eso es lo que haces, ¿no? ¿Matar padres? —Y hermanos. —James esbozó una sonrisa intencionadamente fría. Esta vez tuvo que tomar a Cipriano por la parte delantera de su túnica y sujetarlo con fuerza contra la pared del pasillo mientras el calor en sus ojos verdes se calmaba hasta hervir a fuego lento. La voz de James estaba llena de diversión. —¿Solo lo lanzas por ahí? No es de extrañar que te siga como un cachorro. Me pregunto si se dará cincuenta latigazos por tener pensamientos impuros. Sobre un León, nada menos. Ella se sonrojó y deliberadamente no miró a Cipriano cuando lo soltó. —Cálmate —le dijo a Cipriano—. Lo llevaré de regreso a la puerta. Bien podría haber dicho: Guardián, mantén tu entrenamiento. Dio un asentimiento forzado y se giró, alejándose tan rápidamente que su largo cabello ondeó detrás de él. —Mi héroe —dijo James secamente, mientras ella lo tomaba nuevamente del brazo y lo empujaba por el pasillo.

—Por aquí —dijo, conduciendo a James a una de las habitaciones más pequeñas de la puerta y dejando que la puerta se cerrara detrás de ellos. —¿Una prisión? —dijo él. —Sólo una habitación —le dijo. La pared era curva, haciéndose eco de la forma de la torre exterior. Una única alfombra desgastada que alguna vez pudo haber sido roja era la única cubierta sobre el suelo de piedra. El único otro mueble era un taburete de tres patas, junto a una ventana que parecía una fina rendija en la pared exterior. Había dejado a Cipriano afuera. Estaba sola con James. La habitación estaba vacía. —¿Y qué? ¿Me trajiste aquí para hacerme más preguntas? ¿Para averiguar todo lo que sé sobre Sinclair? —No. Ella se balanceó y el impacto fue un crujido satisfactorio. James cayó contra la pared opuesta. Tenía sangre en la boca cuando levantó la cabeza. El azote mágico de represalia nunca llegó, aunque pudo ver el impulso brillar en sus ojos. —Eso fue por un amigo mío —dijo Violet—. Su nombre era Justicia. Desconcertantemente, mientras observaba, el corte comenzó a sanar, y el moretón que había comenzado a extenderse desapareció. Pronto sería como si ella nunca lo hubiera golpeado: violencia sin evidencia. Le hizo querer golpearlo de nuevo, le hizo querer que él mostrara alguna consecuencia por lo que había hecho. En lugar de eso, cerró la mano en un puño. James presionó su lengua en el corte que desaparecía en su labio. —Pensé que el pequeño favorito de papá sería el primero en maltratarme. —Aún podría hacerlo. —Miró de nuevo el rostro increíblemente hermoso de James. La mancha de sangre en sus labios era todo lo que quedaba de su golpe. Declaraba con arrogancia carmín que era intocable. —¿Por qué seguiste a Will hasta aquí realmente? —dijo Violet. —¿El ganador se lleva el botín? —James era deliberadamente provocativo. Violet se sonrojó. —Will no es…

—¿No lo es? —dijo James. —Will cree que estás aquí para ayudarnos. Le gusta creer lo mejor de la gente. —Respiró hondo—. Tal vez tenga razón sobre de ti. Tal vez no. Pero si traicionas su confianza, responderás ante mí. —¿Crees que podrías vencerme si realmente quisiera pelear? —Su voz se mantuvo agradable. —Puede que seas más poderoso que yo —se obligó a decir Violet—, pero ya he luchado contigo antes. Sé cómo funciona tu poder. Todo lo que se necesita es un desliz en tu concentración. Él simplemente la miró con esa arrogancia irritante. Quería romperla. —Simón solo te mantuvo cerca porque le gustaba tener poder sobre la gente del viejo mundo —dijo—. Will no es así. Si quieres un lugar aquí, tendrás que ganártelo. Un músculo se tensó en la mandíbula de James. Pero solo encogió un hombro como si estuviera hastiado de estar de acuerdo. —A Simón le gustaba jugar a ser el Rey Oscuro. —Encontró que sus mejillas se calentaban cuando comprendió el significado de esas palabras—. ¿Esperabas que lo negara? Pero su padre es diferente. No tienes que jugar con el poder cuando lo tienes. El imperio de Sinclair se extiende por todo el mundo. Tiene cientos de seguidores portando su marca. Si atacan el Santuario, me necesitarán para luchar. Una red que se extendía como grietas en el hielo, de modo que no era seguro permanecer en ningún lugar. Pensó en las operaciones de Sinclair, de las cuales el negocio de su familia había sido sólo una pequeña parte: los barcos, los hombres, el dinero y los amigos poderosos. Respiró hondo. —Sinclair es un recluso —dijo Violet—. Nunca se ha visto. —Pero matar a su hijo habrá llamado su atención —dijo James—. ¿No lo crees?

Cipriano estaba en la puerta cuando ella regresó. Dejando a James en la habitación circular de abajo, subió las escaleras hasta donde esperaba Cipriano, con un fuego ardiendo bajo debajo de la gran chimenea de piedra. Su hermoso rostro todavía estaba concentrado. Se sentó con las piernas dobladas debajo de él, una de las posiciones de

tensión que los Guardianes usaban en sus meditaciones. Hacía esto con regularidad, tal como realizaba las formas de espada de los Guardianes cada mañana y tarde, los rituales fantasmales de un Santuario que ya no existía. No es necesario, quiso decirle. Incluso si los Guardianes aún estuvieran vivos, éstas eran meditaciones y ejercicios diseñados para controlar su sombra. Pero Cipriano no tenía ninguna sombra en su interior, y nunca la tendría. Esos días se acabaron. Sin embargo, había una parte de ella a la que le gustaba—que siempre había deseado poder hacerlo también. Debió haber visto algo de sus pensamientos en su expresión, pues se detuvo y sonrió con pesar. —¿Es extraño que todavía practico las formas, y hago mis rondas matutinas en un Santuario vacío? Sé que es hora de seguir adelante, ¿pero hacia qué? Esto es todo lo que sé. —La voz de Cipriano era melancólica. —No es extraño —dijo Violet—. Todavía hago los ejercicios que me enseñó Justicia. —¿Sabías que estaba celoso cuando Justicia empezó a entrenarte? —admitió Cipriano, y ella lo miró sorprendida. Sarah, e incluso Grace, hablaban más sobre los días previos a la masacre que Cipriano, quien se guardaba sus sentimientos para sí—. La gente había empezado a decir que, si Marcus no regresaba, Justicia me tomaría como su paladín. Sabía que nunca podría reemplazar a mi hermano. Pero ser un paladín… ese era un vínculo que siempre quise. Hasta que descubrí lo que era. Un pacto suicida, cada uno juraba matar al otro antes de que la sombra dentro de ellos se hiciera cargo. La voz de Cipriano era solo un poco quebradiza. Miró su rostro demasiado atractivo, como el tallado de un modelo, hecho para inspirar a otros a realizar grandes hazañas. —Yo también solía estar celosa de ti —le dijo—. Solía entrar a escondidas para verte practicar. No eras como los otros. Eras perfecto. Quería ser como tú. Se sonrojó cuando Cipriano la miró con ojos sorprendidos. —Si buscas un compañero de entrenamiento —dijo Cipriano en el silencio—, sería un honor para mí entrenar contigo.

La idea era extrañamente emocionante, como ser aceptada en un club que nunca pensó que la aceptaría. Cipriano siempre había sido el mejor de los noviciados, marcando la pauta de excelencia. La sensación que solía tener al verlo practicar se redobló. —Sí —dijo, demasiado rápido—. Quiero decir, me gustaría. —Ella respiró hondo—. Juntos podemos mantener vivas las formas. Él le dedicó una extraña sonrisa. —¿Qué pasa? —El tiempo de los Guardianes está terminando y la única persona a la que tengo que decirle eso es a un León. —Lo olvidé, los odias. —Ella frunció el ceño. —No, solo quise decir… Diez noches antes, había salido del gran salón, con el Rey de las Sombras muerto quemado en las losas, para ver a Cipriano acercándose con los demás detrás de él. Se había arrodillado, su puño sobre el corazón. Con sus ojos verdes fijos en el suelo y su largo cabello cayendo sobre su rostro, había dicho: Has salvado el Santuario. Ella lo había puesto de pie y lo había abrazado, sintiendo tanto cariño por sus tontas maneras formales y su torpe y rígida reciprocidad, como si él no supiera qué hacer. Incluso le había gustado la forma en que él se había sonrojado sin motivo alguno, incluso cuando ella también se había sonrojado un poco. —Sólo quería decir gracias —dijo Cipriano en voz baja. ¿Cómo había sido la relación de Cipriano y James antes de que James traicionara al Santuario? Sabía cómo había sido después. Cuando James se había escapado con Simón, Cipriano se había quedado para ser el Guardián perfecto en su lugar, siguiendo todas las reglas, convirtiéndose en la encarnación de los rígidos ideales de los Guardianes de su padre. El buen hijo, el mejor del Santuario, el orgullo de su padre. Si James hubiera matado a su hermano Tom, ella no habría podido soportarlo. Era un testimonio del entrenamiento de Cipriano el hecho de que estuviera soportando la presencia de James, sentado en su lugar con la mandíbula apretada y esa turbulencia de incomodidad en sus ojos verdes.

—Tienes razón en preocuparte por James —dijo—. Soy lo suficientemente fuerte como para romper cadenas de hierro, e incluso yo no podría detenerlo si realmente quisiera lastimarme. O lastimar a Cipriano. O a Will. O a los demás. Casi se daba cuenta mientras hablaba: por supuesto que la magia de James era mortal. Pero Will siempre había estado tan seguro de que podía vencer a James que ella simplemente había creído que ella también podía hacerlo. Ahora veía que James tenía una vulnerabilidad peculiar hacia Will, una conexión con él, que habían explotado cada vez que habían peleado con él. Sin eso… —¿Qué está haciendo realmente aquí? —preguntó Cipriano. Era la pregunta que ella no había podido responder. —Will tiene una manera de atraer a la gente hacia él. —James. Katherine. Incluso, en cierto modo, ella misma. Todos ellos habían sido arrastrados a este mundo por Will, saliendo de sus vidas para seguir a un chico que apenas conocían—. Él cree que las personas no se definen por sus vidas pasadas o su sangre. Quizás James… —James mató a los Guardianes —dijo Cipriano—. No su yo pasado. Él. ¿Por qué Will traería a alguien así al Santuario? La verdad era que la presencia del chico rubio en la habitación de abajo la perturbaba. Cipriano tenía razón: James era un asesino, y si había sido coaccionado en su vida pasada, había matado por elección propia en esta. —Will debe tener sus razones —dijo Violet, frunciendo el ceño. Encontró a Will en el gran salón. Sus pasos se hicieron más lentos mientras cruzaba las puertas. No le gustaba volver aquí. Instintivamente, evitó los huecos de oscuridad más densos bajo las cornisas o las estatuas dispersas. Ahora evitaba las sombras, una parte de ella esperando que el rostro del Rey de las Sombras surgiera de ellas. Finalmente entendió por qué los Guardianes siempre habían mantenido encendida una luz, una única chispa para protegerse de los peligros de la noche. Era porque ambos conocían las sombras, y la lenta y progresiva aparición de la oscuridad. Will se paró frente al estrado, mirando los tronos. De pie solo en este lugar antiguo, era una figura oscura y de otro mundo. Su cabello negro caía sobre su piel

pálida como la noche, los planos afilados de su rostro y el destello de sus intensos ojos oscuros. Siempre había sido impactante, pero era como si los acontecimientos de Bowhill hubieran eliminado todo lo que había en él de suave o infantil, dejando sólo un núcleo duro. —Lo siento —dijo—. Debí haber estado aquí. —Tú también los enfrentaste —dijo ella. No tuvo que responder. Estaba allí en el nuevo silencio que rodeaba sus palabras, la nueva mirada en sus ojos. Había luchado contra los Reyes de las Sombras en Bowhill como ella había luchado contra ellos aquí en el Santuario. —Los demás no entienden —dijo ella—. Realmente nunca… nunca se han enfrentado a la oscuridad. —No —dijo él. Te quería aquí. Ella no lo dijo. No le habría deseado eso a nadie. —Necesitamos hablar sobre Sinclair. Sobre Italia. Sobre la Guardiana Mayor… —Lo sé. Reuniremos a los demás por la mañana. —Will asintió una vez. —Si Sinclair no ataca esta noche —dijo ella. Podía imaginarlo con demasiada facilidad, las antorchas en la noche convergiendo en el Santuario. El Santuario siempre se había sentido muy seguro. Ahora se sentía terriblemente vulnerable. No sabía por qué Sinclair no estaba allí ya. Y luego pensó, Está enterrando a su hijo. Recordó el día que se conocieron, Will magullado y encadenado en la bodega de un barco, con agua arremolinándose en su interior. Había cambiado desde entonces. Podía verlo. Hizo eco en el cambio que sintió en sí misma. —¿Recuerdas cuando llegamos aquí por primera vez? —Parecía que había pasado mucho tiempo; ambos eran tan diferentes. —Tenías miedo de que los Guardianes no te aceptaran —dijo Will—, por lo que eres. Ella asintió y luego sacó el escudo. —Vi esto el primer día… y lo recogí durante la pelea.

El escudo era en realidad un fragmento: un trozo de metal del largo de su brazo, con un borde dentado donde se había roto. Conservaba parte de su forma, convexa y con un agarre que podía usar para sostener el escudo en su brazo. Aquí en el gran salón, no pudo evitar recordar el momento en que sus manos se cerraron sobre él. Mientras buscaba entre la basura cualquier arma, había estado tan segura de que iba a morir. Pero cuando levantó el escudo, el salón había resonado con el sonido del metal, cuando el escudo desvió la espada del Rey de las Sombras. —El Escudo de Rasalón —dijo Will. —Me protegió del Rey de las Sombras —dijo—. Así es como lo derroté. Will la miró sorprendido al reconocerla mientras citaba las palabras de la Guardiana Mayor. —«Llegará el momento en que deberás tomar el Escudo de Rasalón». En la curva exterior, el rostro de un león la miraba desde el escudo como si la conociera. Un reconocimiento antiguo y poderoso, se había sentido como si tuviera un amigo de gran fuerza y calidez. Un león, luchando a su lado. —Hay tantas cosas que no sé sobre él —habló apresuradamente—. Sobre cualquier cosa. ¿Por qué Rasalón luchó por la Oscuridad? ¿Quién era él? Los Guardianes habían hablado de Rasalón como si fuera su enemigo más odiado, un lugarteniente de sangre fría del Rey Oscuro. Lo que sintió desde el escudo no fue oscuridad; era una calidez constante, una presencia sabia y noble que le ofrecía su fuerza. El escudo parecía irradiar bondad y poder a partes iguales. —Quieres saber quién eres —dijo Will. —¿Es eso tan extraño? —No necesitas un escudo que te lo diga —dijo Will. Él siempre había tenido esa clase de fe en ella. Pero con el escudo en su mano, esa sensación de la inmensidad del viejo mundo la invadió nuevamente. Sintió como si hubiera tocado el borde de algo inmenso que apenas había comenzado a comprender. —¿No crees que, si supiéramos lo que pasó en el pasado, tendríamos una mejor oportunidad de luchar contra ello? —dijo Violet—. Piénsalo, ¿cuánto sabemos realmente sobre el Rey Oscuro?

Los ojos oscuros de Will le devolvieron la mirada. —Sabemos que destruyó el viejo mundo. —Pero, ¿cómo? ¿Qué pasó? ¿No quieres saberlo? Lo único que tenían eran fragmentos, viejas leyendas, relatos imperfectos. No les decía lo que realmente había sucedido. No solo era Rasalón quien era un misterio. Will era Sangre de la Dama, pero ¿quién era la Dama en realidad? Ni siquiera sabían su nombre. Ni siquiera James sabía el nombre que había usado en el pasado. Se conocía a sí mismo sólo por cómo lo habían llamado las fuerzas de la Luz: Anárion, el Traidor. Will no respondió. Sus ojos estaban puestos en los tronos. ¿Estaba pensando en los Reyes de las Sombras que ambos habían enfrentado? —¿Crees que eso es lo que encontraremos en Italia? —dijo Will—. ¿La verdad sobre el Rey Oscuro? Había algo en su voz. —Will… —dijo ella—. ¿Qué pasó realmente en Bowhill? Él se volvió hacia ella, y por un momento hubo tal anhelo en sus ojos que ella estuvo segura de que hablaría. Pero al momento siguiente la mirada se cerró. —No importa. —Fue todo lo que dijo—. Protegiste a una hermana. No pude proteger a la otra. —Will… Sacudió la cabeza. —Un día, cuando hayamos terminado con Sinclair, cuando estemos a salvo y cómodos juntos, te lo diré. —De acuerdo —dijo ella. Pensó que ya habían terminado, pero después de un paso hacia las puertas, él se volvió hacia ella. —Violet, ¿puedo preguntarte algo? —Por supuesto. Su tono era casual. Su postura era relajada, sus extremidades dispuestas en una postura cómoda. —El Rey Oscuro. —Su voz era casual—. ¿Qué harías si él regresara?

—Lo mataría. —Lo dijo con fiereza al instante—. Antes de que pudiera dañar nuestro mundo. Todos lo haríamos. Will no habló de inmediato. Se encontró buscando su rostro, pero en el pasillo sombrío realmente no podía encontrar nada. —¿Qué pasa? —dijo ella. —Nada. Eso es bueno —dijo Will—. Te veré en el torreón.

Traducido por Edith LM Corregido por Crisvel R En el momento en que estuvo solo, Will recogió la mochila que había estado escondiendo de Violet, pegó yesca en una antorcha de la pared y continuó por el gran salón hacia los pasillos, hasta llegar a la antigua y prohibida sección de la ciudadela. La arquitectura aquí era diferente, más antigua y monumental, como la de las habitaciones que rodeaban la Cámara del Árbol. Sus extrañas y más simples formas surgieron a ambos lados. Pasó por delante de la enorme columna de piedra destrozada que yacía en el centro de una habitación sin techo como un punto de referencia que señalaba su dirección. Volviendo sobre sus pasos de memoria, encontró la puerta que ahora estaba abierta, y descendió a la sala de reliquias que una vez albergó la Piedra de las Sombras. La última vez que estuvo aquí había estado con Violet. Ella había abierto las pesadas puertas, habían descendido a la cámara inferior, y él había atravesado las habitaciones hasta la Piedra de las Sombras. Pensándolo bien, se había sentido atraído por eso. ¿De qué otra manera podría explicar haber encontrado su camino a través de los pasillos hasta la puerta, y a través de ella, hasta la prisión de los reyes debajo? Violet no había querido entrar a la cámara final. Había sentido repulsión, mientras que él había estado fascinado, acercándose a su superficie negra. ¿Le había estado llamando la Piedra? ¿O él a ella? No lo sabía. Sólo sabía que la Piedra de las Sombras le había dado la bienvenida, uno de una serie de artefactos Oscuros que respondían a él, pregonando su identidad a cualquiera que escuchara. Sujetó con más fuerza su mochila. La última vez que había venido aquí había sido antes. Antes de saber con certeza qué era. El Rey Oscuro. Sarcean, el conquistador. El Destructor, renacido en este tiempo.

Ahora miraba con otros ojos los artefactos a su alrededor, que parecían estar organizados al azar. No eran sólo fragmentos de viejas vidas, eran fragmentos de su vida: pedazos de un mundo en el que había vivido, y luego destruido. Los estantes con forma de hueso, llenos de libros de lomo blanco—¿contenían historias de su ascenso? Las vasijas de ágata, oro y cristal—¿las había usado, las había sostenido en sus manos? La garra retorcida que brillaba como el cristal, las escamas dispersas, los dientes de aspecto extraño—¿eran criaturas que él había comandado? Se había mantenido alerta, asegurándose de que no lo siguieran. Estaba lejos de la puerta donde dormían los demás. Pero aun así se detuvo y esperó. Porque nadie podía ser testigo. Nadie podía saberlo. Dejó que el silencio de esta cámara subterránea se hundiera en sus huesos, hasta que no se viera ni escuchara ni una sola alma aquí con él y estuviera seguro de que estaba completamente solo. Entonces sacó de su mochila las tres piezas de la armadura Oscura que había tomado de los Restos de Simón—la hombrera, el medio yelmo y el guantelete—y las arrojó al suelo. Incluso tocarlos era evidencia de quién era él. Si alguno de los otros lo veía hacerlo… sabía lo que pasaría. Había visto a Katherine desenvainar la espada. Había sentido las manos de su madre alrededor de su cuello. Había oído a Violet decirlo, sin dudarlo. Lo matarían. O morirían en el intento. No había ninguna aceptación esperándolo al otro lado de esa revelación. Los otros nunca podían saberlo. Él era el Rey Oscuro. Pero podía rechazar su destino. Miró las piezas negras de metal, como una mancha en el suelo. Como una marca marcando su identidad. Y le juró a su yo pasado, Sarcean, voy a derrotarte. Cualesquiera que sean tus planes en el Valnerina, voy a detenerlos. Como detuve a Simón. Como voy a detener a Sinclair. No te daré lugar en este mundo, ni en mí. Nadie sabrá jamás que regresaste. Tu intento de gobernar termina aquí. Salió a la habitación y comenzó a recoger sistemáticamente cada uno de los artefactos Oscuros recogidos allí y amontonarlos en el suelo junto con la armadura. Se obligó a no detenerse ni estudiar ninguno de ellos, sin importar qué tan intrigantes

fueran: una esfera de obsidiana con el centro hueco, un cuchillo negro tallado con flores oscuras, el cinturón que los Guardianes habían usado para probar a los noviciados antes de que bebieran del Cáliz. Se quedó mirando la pila cuando terminó. Eso era todo, cada artefacto Oscuro, cada tentación de aprender más, cada pieza de evidencia que lo incriminaba, cada partícula oscura de sí mismo. Lo destruiría hasta los cimientos. Arrojó su antorcha sobre la pila. El fuego prendió con una velocidad anormal, las llamas rancias de color negro y verde cuando tocaron los objetos. Ardía de forma antinatural, más caliente que el fuego rojo, como si respondiera a su presencia. Observó cómo el cinturón se curvaba y el metal empezaba a ponerse rojo. Hacía un calor terrible. No se movió. Permaneció allí hasta que el metal se derritió y se convirtió en lodo. Hasta que no quedara nada de esa vida más que cenizas y piedra ennegrecida. Sólo cuando estuvo hecho se levantó y subió las escaleras.

Una luz brilló, como una única fogata en la noche. Nadie debería estar aquí. Will avanzó, atraído como por un fantasma hacia una puerta entreabierta, donde se detuvo. Salía luz del estudio de Jannick. En los pasillos de los muertos, era como el brillo de un fantasma. Este lugar estaba desierto, excepto por esa luz espeluznante y parpadeante. Will respiró hondo, puso la mano en la puerta, y la abrió. Lo que vio no fue el fantasma de un Guardián perdido, excepto que tal vez fuera otro habitante arrancado de su tiempo. James estaba tumbado en la silla de su padre. Su chaqueta estaba tirada sobre el escritorio, la camisa suelta sobre el cuerpo. Se sentó con las botas en el borde del cajón inferior abierto del escritorio y los tobillos cruzados. De sus dedos colgaba una petaca de plata que parecía haber robado del escritorio de su padre, con el cajón todavía abierto. Llevándose la petaca a los labios, miró a Will. —¿Estás aquí para arrastrarme de vuelta a la puerta? —dijo James. —Pensé que los Guardianes no bebían —dijo Will. No podía imaginarse a un Guardián usando alcohol, excepto quizás para esterilizar una herida. Los Guardianes bebían las aguas claras y revitalizantes del

Santuario, o un delicado té verde con hierbas refrescantes, evitando cualquier cosa que pudiera liberar su sombra. James levantó la petaca de plata de su padre en un pequeño saludo. —Los Guardianes no lo hacen. Niegan la carne y preservan la santidad del cuerpo. Para jenízaros como mi padre, es una especie de zona gris. Le tendió la petaca a Will. Debería decir que no. Miró a James, con la camisa holgada, las pestañas relucientes a media asta y la luz de las velas tornando dorados todos sus bordes. Debería mantener a James a distancia, como lo había hecho durante el viaje hasta aquí. Adoptar el profesionalismo de un líder, desplegando los poderes de James donde fueran necesarios. Estar ahí para él como un amigo, un compañero confiable. Debería decir que no. En los muelles, los hombres se habían sentado a beber ginebra después del trabajo. Había aprendido a beber para parecer uno de ellos. Había estado nervioso: su madre nunca le había dejado beber ni un sorbo de vino campestre. ¿Había tenido miedo de que él perdiera el control? Y luego—¿qué? Su primera tos con ginebra le había quemado la garganta. Los hombres se habían reído, dándole palmadas en la espalda. Le había aterrorizado haber llamado la atención sobre sí mismo, que su reacción lo hubiera delatado, y tal vez así fuera. Ese niño de mamá no aguanta el licor. No por primera vez se preguntó cuál de los hombres había vendido la vida del barquero por una bolsa de monedas. Esto se sentía igual, bebiendo con alguien a quien no se le podía permitir saber quién era, su corazón latía: Cuidado, cuidado. Con el pañuelo suelto y los tobillos cruzados, James lo miró como si lo supiera, un disoluto que se permitía los últimos lujos de un mundo perdido. Will tomó la petaca y la levantó. Debería haber sabido que el licor de los Guardianes no se parecía en nada a los licores fuertes que engullían los hombres en los muelles. El frasco contenía ambrosía, su aroma transportándolo a un huerto cubierto de dulces flores. Un solo sorbo y quedó cautivado por el asombro, la dolorosa belleza de un reino perdido. Nunca había probado

nada parecido. Probablemente nunca lo volvería a hacer; los métodos artesanales de los Guardianes habían muerto con ellos. Will le devolvió la petaca. James tomó otro trago. —Él odiaría esto —dijo James—. Nunca me permitieron entrar aquí. —Estaba hablando de su padre—. Si te convocaban al estudio, significaba que estabas en problemas. Todos los noviciados estaban aterrorizados de él. —Su sonrisa tenía un filo. Will también le había tenido miedo, aunque el suyo era el miedo a ser descubierto. Jannick había sospechado de Will desde el principio, porque sabía que el enemigo podía presentarse en cualquier forma. Seis años antes, había llegado en la forma de su propio hijo. Ahora Jannick estaba muerto, y si alguien conociera la verdadera identidad de los chicos que bebían en su estudio, retrocedería horrorizado. No debería estar aquí. —Déjame adivinar, siempre estabas en problemas —dijo Will. —No, yo era un santurrón —dijo James, que parecía una tentación dorada para pecar—. ¿Eso te sorprende? Mi librea impecable y mi armadura reluciente. Todo listo para ser el Guardián más joven de una generación. Un nuevo entendimiento cayó en su lugar: el hermano adoptivo de James, Cipriano, esforzándose por ser el mejor, esforzándose hasta el agotamiento en ejercicio tras ejercicio. El prodigio del Santuario, persiguiendo a un fantasma. —Hasta que descubrieron quién eras —dijo Will. Una inclinación de la petaca en señal de reconocimiento. James tomó otro trago y luego pasó la petaca. Will la levantó, esa salvaje y dulce ambrosía de los Guardianes. Todavía tenía ese sabor puro en la boca mientras hablaba casualmente. —¿Intentaron matarte de inmediato? —Son Guardianes —dijo James—. Se suicidan, ¿crees que serían indulgentes con alguien más? No. No lo serían. Lo sabía. Mátalo antes de que se convierta en una amenaza, ese era el credo de los Guardianes. Tenían la intención de matar a Violet. Le habrían bajado la espada al cuello. Pero James había tenido once años, y había manifestado poderes por primera vez. Un niño, que no entendía por qué su familia intentaba matarlo. Will podía imaginarse la escena demasiado bien.

—Solo supiste lo que eras cuando intentaron matarte —se escuchó a sí mismo decir. Madre, soy yo. Madre, detente, no puedo respirar. Madre… —Sabes, siempre me pregunté cómo sería ver este lugar de rodillas —dijo James en lugar de responderle. —¿Y cómo es? Había pasado suficiente tiempo desde el ataque que una fina capa de polvo lo cubría todo. Los últimos momentos del Gran Jenízaro, conservados como estratos de piedra. Pronto incluso eso desaparecería, junto con todo recuerdo de los Guardianes. —Todo lo que soñé —dijo James, mostrando los dientes. Levantó la petaca—. Vamos a brindar. Por acabar con los Guardianes de una vez por... La mano de Will estaba en la muñeca de James antes de que supiera lo que estaba haciendo, impidiendo que la petaca llegara a sus labios. —No voy a brindar por eso —dijo Will—, y tú tampoco. El tiempo parecía ralentizarse, espeso y fundido como metal al calor. —Sabes, no hay mucha gente a la que dejo que me ponga las manos encima. — James ni siquiera miró el lugar donde Will sostenía su muñeca, sino que sostuvo su mirada, con sus ojos azules brillando. —Lo sé —dijo Will. —¿Así que así es como va a ser? ¿Tomas mi mano y finges que tienes poder sobre mí? Will no retrocedió, su pulgar golpeó con fuerza la fina piel del interior de la muñeca de James. —Los Guardianes significaron algo para mí —dijo Will—. Y también significaron algo para ti. Como en un pequeño clímax de disgusto por las palabras, James liberó su brazo, se puso de pie y caminó hacia el otro lado de la habitación, donde apoyó las palmas de las manos contra la repisa de la chimenea. Will podía ver la línea de tensión a través de sus hombros bajo la fina tela de su chaqueta. Will sabía que no debía hablar, aunque había muchas cosas que quería decir. Que había estado huyendo durante meses antes de que los Guardianes lo encontraran. Que

le habían dado una cama y un lugar seguro para dormir. Que la Guardiana Mayor había creído en él, y que no culpaba a James por su lealtad a Simón porque sabía cuánto le debías a la persona que te acogió. Se preguntó qué tan borracho estaba James, cuánto había bebido antes de que Will entrara. James estaba rodeado por sus propios fantasmas: la vida que podría haber llevado si se hubiera quedado la túnica blanca. Si James hubiera pasado las pruebas de los Guardianes, Cipriano sería su hermano de armas, tal vez incluso su paladín. Will había llevado a James al Santuario, y James había venido mostrando una confianza valiente desmentida por una noche bebiendo en el estudio del padre que había matado. Will quería decir que sabía cuánto significaba eso. Quería decir que sabía lo que se sentía el ser responsable de la muerte de los Guardianes. —No pensé que Marcus mataría a los caballos. James habló de espaldas a Will. La luz de la habitación procedía de seis velas: tres sobre el escritorio y tres sobre la repisa de la chimenea. James debió haberlas encendido cuando entró. Había suficiente luz para ver las palabras en las páginas del libro abierto. Omnes una manet nox. Cuando James se volvió, sus ojos estaban oscuros. —Solíamos ir juntos a los establos. Marcus amaba a los caballos. Bueno, en esa forma reprimida que los Guardianes aman cualquier cosa. Le llevaba una manzana a su caballo y pasaba más tiempo cepillándole el pelaje. Eso era absolutamente extravagante para un Guardián. Padre aprobaba a Marcus, así que podía deambular tras él. Por lo demás, todo fueron cánticos y práctica. «Tu entrenamiento lo es todo, Jamie.» Eso era lo que Padre solía decir. —Una sonrisa sin humor. —Y luego te conseguiste un nuevo padre —dijo Will. —Y ahora él también está tratando de matarme. James todavía tenía la petaca entre sus largos dedos y ahora la levantó con un saludo irónico. —No le des tu lealtad a un asesino. —No —dijo Will.

Traducido por Edith LM Corregido por Crisvel R —El Valnerina —dijo Will, extendiendo el mapa amarillento a la mañana siguiente—. Sigue el río Nera desde estas montañas —señaló— hasta el Tíber. Necesitamos llegar allí antes que Sinclair. Violet se inclinó junto con Grace y Cipriano para mirar el mapa. Se habían reunido en la puerta. James, con su chaqueta y sus pantalones exquisitamente confeccionados, estaba apoyado contra la mampostería junto a la repisa de la chimenea. Los párpados velados y la pose lánguida eran muy parecidos a los de la noche anterior, pero su actitud era la de un cortesano decidiendo si los entretenimientos de la habitación valían su tiempo. Los demás estaban nerviosos, conscientes de que el Santuario estaba abierto de par en par, y la vigilancia de Sarah en las murallas era su única advertencia si se aproximaba el ataque de Sinclair. Porque el Valnerina no era el único objetivo de Sinclair. Sinclair venía a este Santuario incluso cuando extendía su red hacia Italia. El alcance de Sinclair era tan grande que parecía imposible superarlo o luchar. —¿Cómo? —dijo Violet. Will no respondió. El mapa provocó algo de incomodidad en él. Incluso los nombres parecían susurrarle. El Valle Negro. El Salto Ciego. El Río Negro. Sabía muy poco sobre Umbría más allá de los libros antiguos que había leído en sus viajes con su madre. Se cernía sobre su mente como un lugar con su propia historia de la antigüedad romana, con los huesos de un gran pasado siempre presentes. —Empacamos y nos marchamos. —Los hombros de Cipriano estaban erguidos, listo para cumplir con su deber e irse, aunque el Santuario fuera su vida, el único hogar que había conocido—. Sinclair ya viene. Necesitamos movernos rápido, y adelantarnos a él. —Quizás haya otra manera —dijo Grace.

Todos se volvieron hacia ella. Compartía la postura inmaculada de Cipriano, pero a diferencia de él, a menudo guardaba sus propios consejos. Ahora hablaba. —No tenemos que viajar en barco —dijo Grace—. Ni siquiera necesitamos dejar el Santuario. Will dio un paso adelante, sin entender. —¿Qué quieres decir? —Podemos usar una de las otras puertas. Will miró instintivamente hacia la puerta. Afuera, la inmensa puerta del Santuario de los Guardianes se arqueaba sobre ellos. Recordó haberlo atravesado por primera vez, observando una fila de Guardianes desaparecer mientras atravesaban un arco roto en los páramos. —¿Las otras puertas? —dijo Will. —Hay cuatro puertas. —Grace señaló la puerta donde ahora acampaban—. Norte. —Y luego señaló en cada dirección—. Sur. Este. Y oeste. —¿Y? —preguntó Violet. —Los Guardianes solo usan una de ellas —dijo Grace. La puerta que había encima de ellos estaba tallada con la imagen de una sola torre. La idea de que hubiera otras puertas era nueva. Las palabras de Grace parecieron desbloquear un inquietante conjunto de posibilidades. Cipriano negaba con la cabeza. —Solo hay una puerta. Se abre hacia Abbey Marsh. Las otras puertas no conducen a ninguna parte, a una especie de limbo, parte de la magia que envuelve al Santuario. —Porque no están abiertas —dijo Grace. Aquellas palabras inquietantes se arremolinaron en él. Una puerta, le había dicho una vez a la Guardiana Mayor. Una puerta que no puedo abrir. —No entiendo. —¿Creías que el Santuario estaba en Inglaterra? —dijo Grace—. No es así. El Salón de los Reyes era un lugar de reunión. Cada uno de los Reyes vino aquí desde sus

propias tierras, para reunirse y conversar. Hay cuatro puertas. Cuatro puertas para cada uno de los cuatro Reyes. Cada una abre en un lugar diferente. —Quieres decir… que la puerta norte se abre en Inglaterra… pero las otras… — La idea era tan imposible que era difícil de asimilar. —Abren en otro lugar —dijo Grace. Una puerta que conducía a otro país. No podía ser verdad, ¿o sí? ¿Una forma de viajar sin pasar por las montañas y el mar? La mente de Will se llenó de preguntas. ¿Era así como habían viajado los ancestros? ¿Pasar de una parte del mundo a otra? ¿Podrían viajar de la misma manera? Si era así, ¿podrían llegar a Ettore en Umbría antes de que Sinclair siquiera supiera que se habían ido? —¿Cómo sabes esto? —dijo Cipriano. Grace no respondió. Cipriano parecía perturbado. Probablemente le resultara inquietante darse cuenta de que ella sabía cosas sobre el Santuario que él no. Sólo Grace había conocido la cámara bajo el Árbol de la Luz. Sólo Grace había conocido la Piedra Mayor. Will se preguntó qué otros secretos guardaba Grace, detalles que sólo conocían la Guardiana Mayor y su jenízaro. —A lo largo de los años, se han desenterrado muchos artefactos en Italia —dijo Grace—. Es muy probable que una de las puertas se abra allí o cerca de ahí… —Sólo tenemos que encontrar la puerta correcta. Will lo dijo como si eso decidiera las cosas. Quizás este atajo poco convencional les diera la ventaja que necesitaban contra Sinclair. Sin embargo, había algo inquietante en abrir una puerta. Recuperar un poder como ese era como despertar a una gran bestia que dormía bajo tierra. Tres grandes bestias, pensó. No había forma de saber qué habría detrás de las tres puertas cuando se abrieran. Estarían dando vida a una parte del viejo mundo. —Si las puertas están cerradas, ¿cómo se abren? —dijo Cipriano. —Con magia —dijo Grace. —Los Guardianes no pueden usar magia —dijo Cipriano. Era inevitable, la voz arrastrada detrás de ellos, la pose despreocupada, los tobillos cruzados, los hombros apoyados contra la pared. —Pero yo puedo —dijo James.

—No —dijo Cipriano. La boca de James se torció. —No querría contaminar su prístino Santuario con magia. —Es magia Oscura. —No es magia Oscura —dijo Will—. Es solo magia. —Ha matado Guardianes con ella. Los ojos verdes de Cipriano ardieron con un claro deseo de expulsar a James. O tal vez, como Elizabeth, de simplemente irse. —Y ahora la estamos usando para detener a Sinclair —se obligó a decir Will.

Se reunieron en el patio con las mochilas y sus caballos. Con la amenaza de un ataque de Sinclair al acecho, habían decidido dividirse en dos grupos. Por sugerencia de Will, Grace y Sarah se quedarían para buscar objetos con los que intercambiar por un pasaje en barco a Italia, en caso de que las puertas no funcionaran y fuera necesario viajar con regularidad. Violet y Cipriano acompañarían a Will con James hasta la puerta. Elizabeth estuvo notablemente ausente. Will apretó la cintura de Valditar e intentó no pensar en cómo ella lo evitaba. Ella era la única persona aquí que había conocido a Katherine. Quería… no estaba seguro de lo que quería. Sus sentimientos por Katherine estaban a flor de piel ahora que ella se había ido. La había visto como un medio para atacar a Simón, pero todo había cambiado cuando ella lo besó y se había dado cuenta, retirándose en shock, de quién era ella. Sabía que no merecía estar de luto, y que Elizabeth no era su familia. Se mordió la parte de sí mismo que quería encontrarla, comprobar cómo estaba. Grace y Sarah habían venido a despedirlos. James se acercó, y Violet le entregó las riendas de su pura sangre londinense negro. Cipriano estaba montando el caballo blanco de Guardián de James, y Will observó a James asimilar este hecho con una pequeña curva en los labios. Pero no dijo nada, sólo tomó las riendas que Violet le tendió. —Tu escudo está roto —dijo James.

—Estás vestido con la ropa de ayer —dijo Violet. Los caballos iban cargados con mochilas, sustento para un día de viaje, con suficiente de sobra en caso de que la expedición se prolongara. Will había traído su propio paquete envuelto. —Hay algo que necesito darte —le dijo a Violet. Fue hacia la montura de Valditar. Desenvolviendo el bulto envuelto en tela, sacó una espada envainada. Por un momento se limitó a sostenerla, sintiendo su peso. —Ektaleon —dijo Violet. La espada que había sido forjada para matarlo. En el mundo antiguo, alguien había querido hacer eso con tantas ganas que habían creado una espada mágica para ese único propósito… en esas guerras lejanas, había sido lo único capaz de dañar al Rey Oscuro. Y ahora aquí estaba, esperando. Quiescente en su funda, sólo se podía ver su empuñadura tallada. Grabadas en su hoja debajo estaban las palabras de la profecía. Will podía leer el idioma antiguo, su verdadera redacción. Aquel que empuñe la espada se convertirá en el Campeón. Violet parecía nerviosa. La última vez que había visto a Ektaleon desenvainada, había arrojado una llama negra que había matado a hombres y destruido el barco de Simón, el Sealgair, su hoja corrompida por la sangre del Rey Oscuro. —Se la quité a Simón —dijo Will. Y con un único movimiento suave, Will la sacó de la funda. —¡Will, no! —gritó Violet, arrojándose hacia atrás. Pasó un momento antes de que se diera cuenta de que no había pasado nada. Ninguna explosión, ninguna lluvia de muerte o un fulgurante fuego negro. Se estiró lentamente, volviendo a mirar la espada. La espada que Will había desenvainado era de plata pura. Guiñaba a la luz del día. No había señales de la corruptora llama negra. —Purificaste la espada —dijo Violet, asombrada. —No —dijo Will—. Katherine lo hizo. Violet se había adelantado, atraída por la espada —¿Qué pasa con la profecía? Pensé que quienquiera que purificara a Ektaleon estaba destinado a ser una especie de campeón.

—Ella era una campeona —dijo Will, pasando los dedos por la escritura en la vaina de la espada—. Ella era la Sangre de la Dama. Pero llegó demasiado tarde al Santuario. Demasiado tarde para ella, y demasiado tarde para los Guardianes. No sabía cuándo siguió las instrucciones del antiguo sirviente de su madre, Matthew, de que estaba robando el destino de otro niño. Incluso sin la guía de los Guardianes, Katherine había encontrado el camino hacia el Santuario. Había encontrado el camino hacia la espada. Y la había desenvainado contra el Rey Oscuro. Violet miró a lo largo de la longitud plateada de Ektaleon. Luego miró a Will. —Al menos deberías aprender a usarla. —Sus labios se arquearon. Sin duda estaba recordando los pocos intentos desastrosos que había hecho para practicar el manejo de la espada con ella. Los errores en el juego de pies. El golpe de la hoja contra el poste de la cama. Él también lo recordaba, la recordaba en la cama riendo, recordaba el cálido y agradable sentimiento de compañía que había sido completamente nuevo para él. Luego recordó haber clavado su espada en la carne de Simón. Había jurado derrotar al Rey Oscuro. Había jurado detener los planes de su yo pasado. Y eso significaba que si algo… salía mal, tenía que asegurarse de que hubiera alguien que lo mataría si era necesario. Miró la espada forjada para matar al Rey Oscuro. Luego volvió a mirar a su mejor amiga. Violet era una fuerza para el bien. Violet no vacilaría. —Creo que… debería ser para ti —dijo él. —¿Yo? —Violet le dirigió una mirada extraña, como si no entendiera del todo. —Eres en quien confío para hacer lo correcto. Se la tendió. Violet la miró fijamente en un momento de decisión. En el barco, Ektaleon había quemado los cuerpos de cualquiera que hubiera intentado tocarla. Ahora estaba purificada, pero el recuerdo de su poder destructivo persistía. Incluso intentar alcanzarlo era un acto de valentía. Recordó haber cerrado los

ojos con fuerza para evitar el miedo mientras extendía la mano, anticipando su propia muerte en el barco. Violet cuadró los hombros y la tomó, rodeando la empuñadura con la mano. Estaba de pie con espada y escudo, y se veía bien, el León de Rasalón en su brazo izquierdo, en su mano derecha la espada del Campeón. Se desabrochó su propia espada, reemplazándola con Ektaleon. Salieron cabalgando. Era inquietante pensar que estaban siguiendo el camino de los antiguos reyes, o que podrían estar a punto de abrir una puerta al Valnerina, donde Ettore tenía la clave para detener a Sinclair. Todo lo que has enfrentado no parecerá más que una escaramuza. No podía adivinar qué había más allá de la puerta. Se adentraron en la ciudadela, donde los edificios dieron paso a ruinas no transitadas, el lugar tan grande que los Guardianes habían habitado y mantenido sólo una pequeña fracción del mismo. Llegaron a secciones del Santuario que Will nunca había visitado, pasaron por pilares agrietados, y atravesaron habitaciones donde rayos de luz brillaban desde restos del techo faltante. Tres veces tuvieron que desmontar y guiar a los caballos sobre gigantescas piedras rotas. Nadie había venido a esta parte de la ciudadela en años. Estaba en ruinas y desierta, como si la hubieran dejado hundirse. Le hizo preguntarse por qué las puertas habían sido abandonadas, y qué había más allá de ellas. Will imaginó a mujeres y hombres del viejo mundo atravesando las puertas, huyendo hacia el Santuario mientras los ejércitos de la Oscuridad se acercaban, las puertas cerrándose con un estruendo por última vez. ¿Cuál había sido la última puerta en cerrarse? ¿El último reino en caer? ¿Serpiente? ¿Rosa? ¿Sol? Will enterró el pensamiento: su yo pasado no había huido con los refugiados. Él había sido quien los perseguía. Habían estado caminando entre ruinas durante quizás una hora, cuando llegaron a la puerta. —Estamos aquí —dijo Will, mirando hacia arriba. El patio era un extraño y distorsionado espejo del patio norte. Su tamaño era el mismo, pero la mayoría de las losas eran escombros, el suelo cubierto de maleza y

hierba que se había derramado por las grietas, matas de diente de león y restos de trébol blanco. La propia puerta este se elevaba hasta un apogeo como campanarios. Ubicado en el muro exterior, tenía una forma diferente al arco redondeado de la puerta norte. Pero al igual que el patio, tenía el mismo tamaño, como si cada uno de los cuatro reyes hubiera entrado al Santuario con arreglos de escrupulosa igualdad. —Si Grace está en lo correcto, uno de los cuatro reyes vivía más allá de esas puertas —dijo James, con los ojos fijos en la puerta. —¿Crees que fue el rey al que maté? —dijo Violet, colocándose la espada en el hombro—. ¿O alguno de los otros? Las puertas estaban bloqueadas con una gruesa viga transversal de metal, oxidada al hierro de la puerta. Donde la puerta norte estaba tallada con el símbolo de una torre, estas puertas portaban una rosa estilizada. Hacía juego con la rosa estampada en el trono del gran salón. Torre, rosa, serpiente, sol. Tallados en la piedra a ambos lados de las puertas, parecía confirmar todo lo que Grace había dicho. Ahora que lo miraban, la enormidad de lo que estaban haciendo se apoderó de él. Abriendo un agujero en el mundo, con magia que no se había utilizado en miles de años. Will respiró hondo. —Antes de que podamos probar cualquier magia, necesitamos abrir las puertas físicas —dijo Will. —Yo lo haré —dijo Violet. Desmontaron y ataron los caballos al otro lado del patio. Violet se acercó al arco con cautela. Parecía pequeña frente a las imponentes puertas, una mota frente a una montaña. Después de evaluarlas, puso su hombro debajo del travesaño de metal. La barra oxidada gritó con la chirriante disonancia del metal desgarrado mientras su joven cuerpo se preparaba y flexionaba. Con un gran estruendo metálico apareció una costura, las puertas abriéndose en un limbo inquietante y vacío, del cual salía un olor a turba, como si el pantano estuviera más allá, aunque no se pudiera ver.

—Es como dijiste —le dijo Violet a Cipriano, que la estaba mirando fijamente— . Las puertas se abren a la nada. Los cuatro contemplaron la vista mientras Violet retrocedía, jadeando. —Mi turno —dijo James. Dio un paso adelante, pero no había ninguna escritura antigua que pudiera leer, ni una señal clara que le indicara qué hacer. Will avanzó con él, atraído por el grabado de la rosa, situado en el extremo izquierdo. Era suave, como si muchas manos la hubieran tocado, lo que le recordó a la piedra de la pared que Grace había usado para abrir la cámara inferior del Árbol. —Este emblema… —Puso su mano sobre él. —Yo también lo siento —dijo James. Había copiado a Will, de pie ante el emblema de la derecha. El pasado se sentía muy cerca. Un ritual recién salido de la memoria. —Dos símbolos… —dijo James con voz extraña y lenta—. Se necesitan dos personas para abrir una puerta… Talentos menores, casi dijo Will, y se mordió las palabras, que parecían venir de un lugar profundo. Casi podía verlo, dos figuras con túnicas, de pie a cada lado de la puerta, levantando los brazos para tocar los emblemas tallados. —Eres lo suficientemente fuerte para hacerlo solo —dijo Will. Lo sabía, en lo más profundo de sus huesos. Y junto a eso, una nueva cualidad en su pulso. Un zumbido propietario. Pruébalo. Pruébate a ti mismo. Muéstrame. —La pregunta es, ¿qué hago? —dijo James, acercándose. —Enfréntate al emblema —dijo Will. James se movió para quedar justo en frente de la rosa tallada. —¿Puedes intentar introducirle magia? —dijo Violet. —¿Introducirle magia? —La voz divertida de James era seca. Violet se sonrojó. —No sé cómo funciona. —Claramente. —Pon tu mano encima —dijo Will.

James extendió la mano y la colocó justo sobre la rosa. Nada pasó, pero la sensación de ritual se intensificó. —Llénalo —dijo Will—. Llénalo con tu poder. Los labios de James se abrieron y Will sintió el fuerte sabor que sentía cada vez que James comenzaba a reunir su poder. El emblema bajo la mano de James empezó a brillar. Will sintió una palpitación, como si el aire mismo estuviera pulsando. Entonces el arco comenzó a brillar, extendiéndose hacia arriba y hacia fuera de la mano de James. —Dile que se abra. —Yo… Abre —dijo James. —Di la verdadera palabra —dijo Will. —Aragas —dijo James. El aire debajo de la puerta se agitó. Atisbos dispersos de algo más comenzaron a aparecer y desaparecer, como fragmentos de un sueño. La luz estaba cambiando, la vista volviéndose más oscura. Will contuvo la respiración ante la enorme e imposible visión que se elevaba treinta pies desde el pavimento hasta la cima del arco. —Está funcionando —dijo Cipriano, y las palabras sonaron conmocionadas. —Ve por los caballos —dijo Will—. Cruzaremos tan pronto como esté abierta. —¿Por qué está tan oscuro? —dijo la voz de Violet, también temblorosa—. ¿Es de noche al otro lado? Parecía de noche. La vista coalescente era completamente negra en algunos lugares, azul oscuro en otros, con rayos de luz filtrándose desde manchas nebulosas de luz arriba. Will apenas podía distinguir las ruinas que se arremolinaban vagamente a la vista, columnas vacilantes y enormes escalones rotos. Las plantas con zarcillos se balanceaban hacia adelante y hacia atrás en la penumbra. Y entonces Will vio una forma ondulando a través del cielo, su movimiento lánguido, anormalmente lento para volar. Como un pájaro, pero… … no era un pájaro… El horror de la realización, demasiado tarde. La puerta no se abría por la noche. Se estaba abriendo bajo el agua. —¡Ciérrala! ¡Cierra…!

Sus palabras fueron borradas por el rugido cuando, con la violencia de un géiser, un mar oscuro explotó en el Santuario. Will inhaló y se atragantó, sus pulmones llenándose. Fue arrojado hacia atrás, el agua ahogándolo, la sal mojada en la nariz y boca. Buscó desesperadamente un punto de apoyo y no encontró nada, solo el violento remolino del mar. Preso del pánico, pensó que todo el océano se vaciaría allí, llenando la ciudadela, hasta que también quedara sumergida, como las ruinas que había vislumbrado más allá de la puerta. Y entonces, tan repentinamente como había estallado, terminó. La espuma del agua cayó al suelo, dejándolos a todos jadeando como peces arrojados sobre las tablas de un barco. La puerta estaba cerrada, su fuente mágica cortada. James. Tosiendo agua salada, Will se puso de rodillas, con la ropa empapada, goteando y pesada. A su izquierda vio a Violet expulsando agua con violencia. Uno de los caballos Guardianes se había liberado de su cuerda y había llegado a tierra firme. El otro parecía empapado y agraviado. Cipriano había estado parado a un lado de la puerta, con el resultado de que gran parte del océano no lo había visto. Estaba chapoteando sobre el agua restante y ofreciéndole una mano a Violet. Pero no podía ver… —¡James! —Will estaba corriendo cuando James se desplomó, con el rostro completamente blanco—. ¡James! —Will cayó de rodillas en el agua, tirando de James hacia arriba y contra él. Frío como el océano, James apenas respiraba y sus ojos estaban desenfocados. Fue más que un simple shock: parecía completamente agotado, como si la puerta le hubiera quitado todas sus fuerzas, siendo Will lo único que lo sostenía—. James, ¿puedes oírme? James. —No intentemos eso de nuevo precipitadamente. —El acento habitual de James era borroso. La oleada de alivio era palpable, apretando a James en sus brazos. Will dejó escapar un suspiro tembloroso. —¿Qué pasó? —Cipriano estaba mirando la puerta. El limbo vacío volvió a ser visible a través del arco, haciendo que el mundo submarino que habían vislumbrado pareciera surreal, como si nunca hubiera existido.

—Ese era el océano —dijo Violet, con voz suave y atónita. —¿Un reino submarino? —dijo Cipriano. —No —se oyó decir Will—. Era una ciudadela, como esta. —Una dolorosa sensación de pérdida lo atravesó—. Ha pasado tanto tiempo que estaba cubierto por el mar. De repente, la idea de las otras puertas le resultó espantosa. ¿Quién sabía lo que podría haber más allá de sus puertas? Will se obligó a dejar de lado la imagen de esa ruina acuosa. —Lo que sea que vimos, esta no era la puerta correcta. —Entonces lo intentamos de nuevo —dijo Cipriano—. Quedan dos puertas. —Oh, desde luego —dijo James—. Solo señálamelas. —Mechones rubios chorreaban agua. Apenas podía levantar la cabeza, pero sus labios se curvaron con eficacia. —Está muy débil —dijo Will—. Necesita tiempo para recuperarse. Volvió a mirar hacia la puerta. Podía sentir la piel húmeda de James contra él, debajo de las capas de su ropa empapada. James estaba frío, demasiado frío incluso para temblar, pues había vertido todo de sí en la puerta. —Y necesitamos tiempo para reagruparnos. Lo que sea que haya al otro lado de la puerta —dijo Will—, tenemos que estar preparados.

Traducido por Sara. Corregido por Crisvel R —Es un regalo que la hayan traído de vuelta. —No es natural. Es obra del Diablo. —Es la misericordia del Señor. Usted la vio, Sra. Kent. La forma en que su cuerpo estaba petrificado como una piedra. Era una enfermedad, algún tipo de mal que confundimos con la muerte. Y la gracia de Dios la ha restaurado… Los ojos de Visander se abrieron. Voces. Había voces que venían de más allá de la habitación de donde le habían traído, débil y apenas capaz de mantenerse en pie. Sus captores se apiñaban frente a la puerta y susurraban sobre él en tonos de aprensión y miedo. Recordaba su llegada aquí a retazos. El hombre de pelo gris que le había encontrado había gritado pidiendo ayuda, llamándose tío de este cuerpo. Le habían dado algún tipo de bebida, haciéndose la tragar. Lo había tosido, y había salido granulado con barro y suciedad de su gaznate y estómago. En una habitación alicatada, dos mujeres le habían lavado, restregándole, con la mente revuelta ante el cuerpo que no era suyo, mientras la suciedad se desprendía de su piel y su pelo. La habitación era extraña, llena de muebles y objetos extraños que no reconocía. Incluso la bata blanca con la que le habían vestido era de un estilo que nunca había visto antes. Al despertar, vio que estaba en una cama rellena de plumas de pájaros muertos, todavía con la bata blanca puesta. Sobre él, la tela colgaba en un dosel drapeado de color verde claro. Sentía la cabeza mareada, los pensamientos espesos y los miembros equivocados. Pero sus ojos se posaron en las vestiduras embarradas que le habían quitado. No era un sueño. Había regresado, a un lugar que no conocía, a un cuerpo que no era el suyo.

—¿Dónde está la reina? —había preguntado mientras le maniataban por primera vez—. Deben llevarme ante ella. —Su voz había salido áspera por el desuso. No había sido su voz, aniñada y delgada, le mareaba. —¿Qué lenguaje es ése? ¿Qué está diciendo? —No lo sé, parece enferma, como si estuviera… Él había sido capaz de entenderles. Pero ellos no habían sido capaces de entenderle a él. ¿Cómo? ¿Cómo conocía su idioma si nunca antes lo había oído? Su idioma, pensó, con un estremecimiento y un sentimiento de repugnancia hacia la carne que llevaba puesta y que no podía manejar. Tuvo el impulso repentino de arrancarla y encontrarse debajo. ¿Por qué había vuelto en el cuerpo de esta mujer -Katherine-? ¿Dónde estaba su propio cuerpo? ¿Dónde estaban su espada, Ektaleon, y su corcel, Indeviel? Era un campeón sin espada y un jinete sin montura. Pensó: Indeviel, juré que volvería y lo haré. Te encontraré y cumpliré el juramento que hicimos en la Larga Cabalgata. Y contigo a mi lado y con Ektaleon en mi mano, abatiré al Rey Oscuro. —Señor Prescott —oyó ahora, las palabras que venían de fuera de su habitación—. Nos alegra tanto que haya venido. No sabíamos qué más hacer. —Sinclair se alegró de enviarme, Sra. Kent. Él considera a su hija como de la familia, si su boda con su hijo hubiera tenido lugar, así habría sido. —Ella no es ella misma. Ella habla en lenguas, *(Hace referencia a la glosolalia, que, de acuerdo con los lingüistas, es la vocalización fluida de sílabas sin significado compresible alguno) es como si no nos conociera… —¿Puedo verla? ¿Dónde está? —Por aquí. Visander se impulsó sobre la cama justo cuando la puerta se abrió. El hombre que entró era un humano mayor, vestido con una chaqueta negra que le daba la forma de un triángulo alargado, hombros anchos que se estrechaban hasta una cintura delgada y piernas largas. Tenía el pelo gris, corto y con largas patillas. Tenía un aire de autoridad. Se quitó los guantes oscuros de los dedos al entrar. —¿Quién es usted? —dijo Visander, y entonces sintió una oleada de mareo, inseguro de si las palabras le habían salido en el idioma de Katherine o en el suyo propio.

Pero el humano pareció entenderle, su expresión cambió en el momento en que Visander habló. Se detuvo un instante y luego avanzó más despacio. No se detuvo hasta llegar al borde de la cama, donde se sentó, inquietantemente cerca, el colchón hundiéndose ante su peso. —¿No me conoces? —dijo el humano. ¿Debería? Visander quería escupirle. Se sentía vulnerable en esta cama, apenas vestido mientras el humano vestía telas pesadas. Quiso echar mano de su espada y tuvo que recordarse a sí mismo que Ektaleon había desaparecido. Le hacía sentirse desnudo, más que la fina túnica blanca: sin armas. —Soy el señor Prescott, abogado del conde de Sinclair —dijo el humano, cuando Visander no respondió—. Su hijo mayor, Simón, estaba prometido a la hija de esta familia. Se llamaba Katherine. —El humano, Prescott, mantuvo la mirada fija en Visander y su pregunta suave—. ¿Quién es usted? Soy Katherine, Visander sabía que era lo que debía decir, para preservar su secreto. No sabía quién de los presentes era enemigo y quién amigo. Sin embargo, algo en la forma en que este humano le miraba le hizo decir la verdad. —Soy Visander, el Campeón de la Reina, regresado a este mundo para matar al Rey Oscuro. Prescott sonrió. La expresión llenó sus ojos de gratificación. Miró a Visander como un hombre miraría una recompensa que ha caído en su regazo cuando no esperaba nada. Pero antes de que Visander pudiera hablar, Prescott se levantó de la cama y se dirigió de nuevo a la puerta. Allí habló con la mujer del vestíbulo. —Tengo excelentes noticias, señora Kent. El hijo menor de Sinclair, Phillip, honrará el compromiso de Simón con su sobrina. —¡Señor Prescott! —dijo la mujer. —Que se casen enseguida. Ella se recuperará mejor en Ruthern. La trasladaremos allí para su convalecencia. Sinclair tiene un médico excepcional, y el aire del campo restaura mucho. —Pero la extrañeza de sus palabras —dijo la mujer—, la forma de su regreso; ¿no le preocupa que ella...?

—En absoluto —dijo Prescott, volviendo la vista a la cama y encontrándose con los ojos de Visander—. Regresar de entre los muertos, ¿no es una bendición?

El dormitorio estaba atestado de humanos. El hombre y la mujer mayores que se hacían llamar tía y tío de Katherine estaban presentes. Los ojos de la tía estaban abiertos de preocupación, el rostro del tío severo. Y había un sacerdote, un hombre sórdido y desagradable que se comportaba obsequiosamente con el señor Prescott. Un hombre más joven con un mechón de pelo oscuro llegó el último, con aspecto cansado y nervioso. Prescott le saludó con el nombre de Phillip. Había un gran número de humanos, más de los que Visander se había encontrado nunca. El tío de Katherine sostuvo el peso de Visander mientras éste se levantaba de la cama, aún con la bata blanca puesta. La cabeza de Visander nadaba, su mente apenas estaba presente. Había una atmósfera silenciosa y apresurada, como si se tratara de tratos subterráneos. Phillip se acercó a él nervioso. Un hombre de estatura media con el pelo oscuro cayéndole sobre los ojos y una expresión de mejillas blancas y pellizcadas en un rostro de huesos finos, no dejaba de mirar hacia Prescott como buscando su aprobación. —¿Pero está seguro? —Es una novia digna de usted —dijo el señor Prescott—. Una novia digna de Él. Creo que Él aprobaría de corazón todo lo que estamos a punto de hacer. ¿Novia? Las paredes de la habitación parecieron cerrarse, la reunión repentinamente siniestra. Intentó liberarse, pero su cuerpo aún era débil y no le obedecía. Sus miembros no estaban bajo su control, su sujeción a este cuerpo vacilaba a intervalos nebulosos. No podía moverse, sostenido por el tío de Katherine. Esta habitación no era su prisión; lo era esta carne. Su control sobre el lenguaje humano parpadeaba y su cabeza estaba nublada. El sacerdote habló deprisa, como nervioso y apresurado, mirando a menudo al señor Prescott. Cuando terminó, Phillip se aclaró la garganta, levantó un anillo y habló.

—Con este anillo te desposo, con mi cuerpo te venero y con todos mis bienes mundanos te doto. Dio un paso adelante, deslizando el anillo en el dedo de Visander, y luego puso la mano en la mejilla de Visander y se inclinó como si estuviera a punto de... Visander le cogió por el cuello. —No me toques, humano. Phillip se atragantó, y la sala se volvió caótica; las personas que se agolpaban en ella intentaban apartar la mano de Visander de Phillip, gritando palabras que Visander no se molestaba en escuchar. Finalmente lo consiguieron, y Phillip se tambaleó hacia atrás, agarrándose la garganta. —No presumas que porque este cuerpo sea débil no te mataré si vuelves a tocarme —dijo Visander. —No entiendo lo que dice —dijo Phillip. —Estoy seguro de que le caerá bien —dijo el señor Prescott. —A los que Dios ha unido, que no los separe el hombre —dijo rápidamente el sacerdote.

Volvió en sí por la noche, en un carruaje en movimiento con rectángulos negros por ventanas. Daba sacudidas y golpes, y un tirón en el brazo le hizo darse cuenta de que estaba atado por la muñeca a una barandilla interior. Sus ropas habían cambiado, faldas pesadas y una atadura alrededor de la cintura que le constreñía la respiración. Se sacudió la atadura y miró a los dos humanos que iban con él en el vagón. Phillip estaba sentado frente a él con expresión enfurruñada, los brazos cruzados y la cabeza girada malhumoradamente hacia un lado. Tenía el aspecto de alguien muy agobiado, aunque no era él quien estaba atado, ni llevaba una atadura en la cintura, por lo que Visander podía ver. Un recuerdo del sacerdote uniéndolo a este humano en una ceremonia de unión hizo que algo oscuro y risible se agolpara en él. —No tenga miedo —dijo el señor Prescott con cuidado—. Le llevamos con un amigo.

—No tengo miedo. —La cabeza de Visander por primera vez se sintió despejada—. Si usted y este insignificante desean vivir, me liberarán de estas ataduras y me llevarán con mi Reina. —Debe saber que eso no es posible —dijo suavemente el señor Prescott. Usted fue -dormant- durante mucho tiempo. Muchas cosas han cambiado. Algo intranquilo se agitó entonces en su interior, un pensamiento al que no quería enfrentarse. El terrible recinto satinado del carruaje se confundía con el satén acolchado del ataúd, como si la suciedad fuera a empezar a entrar pronto. —Déjame salir —dijo Visander. El señor Prescott sacudió la cabeza. —Ya le he dicho que eso no es posible. —¡Déjenme salir! —Visander tiró de la barandilla con la muñeca atada. — Gusano humano, ¿te atreves a hacerme tu prisionero? —Usted no es un prisionero —dijo Prescott—. Pero hay ciertas… —No te entiendo cuando hablas ese idioma. —La voz hosca de Phillip cortó su intercambio. Prescott respondió suavemente. —Entonces deberías haberlo aprendido, como te pidió tu padre. Un suspiro burlón. —¿Aprender una lengua muerta? ¿Qué sentido tiene? —Para empezar, podrías hablar con tu señora esposa. —Ella no es una señora. Es una especie de soldado lunático de un mundo muerto. —Phillip se volvió para mirar a Visander con expresión irritada—. Además, ella vino aquí, ¿no? ¿No debería aprender inglés? ¿Una lengua muerta? ¿Un mundo muerto? Las paredes satinadas del carruaje se cerraban y era difícil respirar, la cabeza de Visander nadaba. —Ahora eres el heredero. Dentro de unas semanas zarparás hacia Italia. Tu deber allí es… —El deber de Simón —dijo Phillip con voz aburrida, recitándolo como una letanía— el deber de Simón, el barco de Simón, la novia de Simón. —déjame salir…

—Está hablando otra vez —dijo Phillip. Otra oleada de vértigo. Su comprensión de sus palabras humanas era inquietante por sí misma, como un último regalo escupido de la mente de esta niña muerta. —Si me retienen aquí —se obligó a decir Visander—, mi gente no descansará hasta dales caza y mataros a los dos. Siguió una larga pausa, y Prescott le miraba con extrañeza. Luego: —Muy bien —dijo Prescott—. ¡Detengan el carruaje! Dio un golpe seco en el techo del carruaje. Afuera, un débil —¡Whoa allí!— del conductor mientras Prescott sacaba un juego de llaves y avanzaba hacia Visander. —¿Qué está haciendo? —Phillip se incorporó en una postura alarmada. —Dejándola salir. —¡Estás loco! —No —dijo Prescott—. Ella necesita entender. Y cortó las ataduras que sujetaban a Visander, con una pequeña cuchilla que sacó de su abrigo. Visander ya estaba medio tambaleándose, medio cayéndose del carruaje, con las piernas enredadas en sus pesadas faldas. Al principio, sólo tragó aire, liberado del confinado espacio interior. Libre. Libre. Desplomada, sus dedos se enroscaron en la tierra, agradecida por su presencia estabilizadora. Finalmente se impulsó hacia arriba, sentándose sobre los talones y sintiendo el aire fresco en la cara. Luego miró el mundo que le rodeaba. Su carruaje formaba parte de un tren de cuatro carruajes que circulaban de noche en un pequeño convoy. Los hombres a bordo de cada uno de los carruajes le apuntaban con largos tubos de metal, mientras Prescott se apeaba levantando una mano, como para ahuyentarlos. Se habían detenido en un camino embarrado y empedrado, repleto de estructuras desconocidas, oscuras y sofocantes, que apestaban a contaminación y basura. Espesamente apiñadas, eran casas, cientos de casas, una masa sofocante que se extendía sin fin desde su posición ventajosa en la colina inclinada, escupiendo humo de árboles quemados al aire, ruidosa de miseria mugrienta. Contemplaba un mundo lleno de humanos, viviendo sus cortas vidas sin miedo a la sombra, ni huyendo hacia un mago,

ni mirando hacia arriba con nervioso temor por la muerte que llegaba cuando el cielo se volvía negro. La comprensión surgió en él como la bilis. No había visto ni un solo mago desde que despertó aquí, no había sentido ni una sola chispa de magia, y eso era su propia oscuridad sofocante, un pensamiento terrible que le subía por la garganta. —¿Cuánto tiempo? —preguntó. No había visto nada que conociera, ni los soldados en la larga marcha hacia la batalla, ni las criaturas aladas en el aire, ni las agujas de las torres aún no tomadas, ni las glorias que aún permanecían, desafiantes e inquebrantables, la fuerza de sus últimos defensores resplandeciendo en la noche. —¿Cuánto tiempo? Galopando con su Indeviel, el viento azotándole la cara, exultante en su vínculo con su corcel. Tendrás que dejarlo todo aquí atrás, había dicho la Reina. Había hecho ese sacrificio, sin tiempo para despedirse. Ni siquiera había tenido la oportunidad de echar los brazos alrededor del cuello blanco de Indeviel y abrazarlo por última vez. La mano de su Reina en su rostro que le había hecho estremecer. Se había hundido de rodillas. Volverás, Visander. Pero primero tienes que morir. Un dolor agudo en su abdomen, y había mirado hacia abajo para ver la espada de ella en sus entrañas, cerrando los ojos y abriéndolos en… …Un ataúd. Había caído de rodillas en la suciedad del camino, con las faldas flameando a su alrededor. —¿Cuánto hace de la guerra? Fue consciente de que Prescott se acercaba por detrás mientras su carne temblaba incontrolablemente, con las manos extendidas en la tierra. —Te lo dije —el señor Prescott, mirándole—. Te llevamos con un amigo.

Traducido por Sara. Corregido por Crisvel R —Bebe. En el momento en que tuvieron a James a salvo de nuevo en la portería, Will alzó un frasco que contenía las aguas de Oridhes, recordando lo mucho que le había ayudado después de haber sido golpeado en la bodega de Simón. Había sido su primera experiencia con los guardianes, Justicia a su lado en la oscura y mugrienta habitación de la posada, y el sabor de la magia en sus labios. —Si no te importa, ya he bebido bastante —dijo James. Había tenido que medio llevar a James dentro. Tumbado junto al fuego en el jergón de Will, James lo miró a través de unas pestañas doradas y húmedas que apenas parecía poder levantar. No se calentaba bajo las mantas, como si hasta el último resto de energía que su cuerpo utilizaba para producir calor hubiera desaparecido. —Es medicamento. —¿Compasión por el asesino de guardianes? —dijo James—. ¿O sólo te estás asegurando de que pueda abrir la próxima puerta? Will no había sabido que la magia podía drenar a alguien hasta ese punto. No había sabido en absoluto cómo funcionaba la magia. Una parte de su mente recogió cuidadosamente la información: la magia procedía del interior de James, y podía agotarla. Podía agotar todo lo que tenía. Podría haber muerto alimentando esa puerta. Will no podía dejar pasar ese hecho. Le había pedido a James que lo hiciera, y James había dado un paso al frente y lo había hecho, abriendo una puerta que en el viejo mundo habrían necesitado dos para alimentar, a pesar de que él no estaba entrenado y aún no había alcanzado toda su fuerza. —Me estoy asegurando de que no caigas inconsciente.

—Un guerrero que cuida su arma. —Las palabras de James eran quebradizas, la armadura insinuaba una grieta—. La pule y la engrasa antes de guardarla. Eso se sentía demasiado cerca de la parte secreta de él que se había sentido complacida de ver a James hacer lo que le había ordenado. Que se sentía complacida de que James estuviera aquí, en un lugar en el que no quería estar, sólo por el bien de Will. Eso hizo que Will quisiera mantenerlo a salvo, darle calor y aprobación, decirle que lo había hecho bien. —Te agotaste a ti mismo. —Por mí—. Por nosotros. Estoy agradecido. James le miraba, con el pelo aún húmedo, la cara pálida contra los cojines. Sus ojos buscando. —Sabías qué hacer —dijo James—. En la puerta. —Y sé qué hacer después —dijo Will—. Bebe. Levantó la petaca con urgencia. La verdad era que Will no tenía ni idea de si iba a funcionar. Pero cuando Will inclinó el frasco hacia los labios de James, las aguas surtieron efecto, devolviéndole un toque de color a la piel. —Ahora descansa —dijo Will. Apartó el pelo húmedo de James de la frente para que estuviera más cómodo. Luego, mientras James cerraba los ojos y se entregaba al sueño, Will se levantó de donde estaba arrodillado. Vio que los demás lo miraban fijamente. Fue Violet quien le agarró por la parte superior del brazo y tiró de él hacia un lado. —Will, ¿qué haces con él? Habló en voz baja, volviendo la vista hacia James, que estaba despatarrado junto al fuego. —Él puede ayudarnos —dijo Will—. Nos ha ayudado. Él abrió esa puerta. —Sé por qué está aquí. Me refería a por qué le mulles la almohada. —Yo —dijo Will—, no estoy mullendo su… —Él es el Traidor. No necesitas darle una bebida caliente y una manta. Fue el turno de Will de sonrojarse. James yacía como un Ganimedes dormido, su belleza enervada contradecía la crueldad y la destrucción que había hecho llover sobre

los guardianes. Will no había mullido la almohada de James, pero le había traído una bebida y una manta. Y colgó su chaqueta para que se secara en la chimenea. Y su camisa. Violet dijo, como si no pudiera evitarlo: —Tú también eras así con Katherine. —¿Así cómo? Violet no contestó, sólo lo miró fijamente. —¿Dijo al menos cuándo podría abrir la siguiente puerta? —Un día o dos —dijo Will—. Podemos aprovechar el tiempo para planificar mejor nuestro acercamiento. Lo había llevado al otro extremo de la sala, fuera del alcance del oído de los demás. Grace y Cipriano mantenían su propia conversación murmurada más cerca de la puerta. —No me gusta. —Violet fruncía el ceño—. Con las protecciones bajadas, estamos totalmente al descubierto. A él tampoco le gustaba. —Lo hacemos lo mejor que podemos. —Vigilaré a James. —Había algo desafiante en sus ojos, como si lo desafiara a discutir. Pero él sólo asintió. La verdad era que confiaba en que ella mantendría a James a salvo. Y había algo más que necesitaba hacer.

Salió a las almenas y contempló el espacio ilimitado, el amplio cielo nocturno y el ondulante pantano extendido ante él. Aquí arriba, las protecciones caídas hacían que el Santuario se sintiera escandalosamente expuesto. No pudo evitar preguntarse: si las otras puertas podían abrirse, ¿podría cerrarse ésta? Tal vez pudiera, ya que las otras tres puertas habían estado cerradas alguna vez. Se imaginó saliendo por la puerta de Londres, y luego cerrándola desde fuera, clausurando el Santuario para siempre.

Sarah estaba de guardia, preparada para hacer sonar la campana de aviso, un repiqueteo que resquebrajara el hielo negro del cielo si había problemas. Estaba de pie, como un custodio vestido de azul, en el borde de la pared. Cuando Will se acercó, vio que había una pequeña figura grumosa junto a ella. —¿Puede dejarnos un momento a solas? —le preguntó a Sarah, y por su expresión pensó que iba a negarse, pero al cabo de un momento se apartó a regañadientes, alejándose por las almenas más cerca de la campana. La pequeña figura no se movió, sólo permaneció allí, encorvándose aún más. Una gárgola. Un trozo de piedra. —No quiero hablar contigo —dijo Elizabeth. —Lo sé —dijo Will. —No me importa lo que digan. No eres mi hermano. —Lo sé —dijo Will. Se sentó junto a ella. Sus piernas colgaban por el borde. —Cuando me entere de lo que le hiciste a mi hermana, te mataré. —Lo sé —dijo Will. Parecía que había estado llorando. Tenía los ojos rojos e hinchados bajo las cejas oscuras. Se quedó mirando el pantano en silencio. Después de un largo momento, como si la curiosidad hubiera crecido y crecido hasta anular su determinación de ignorarlo, ella dijo: —¿Por qué está mojada tu ropa? Dejó escapar un suspiro extraño y miró sus mangas empapadas. Supuso que tenía un aspecto extraño. El cielo estaba despejado, sin señales de lluvia, y él parecía recién salido de un estanque. —Abrimos la puerta del este. Conducía a un reino tan antiguo que se había hundido en el mar. —Aquella inquietante vista oscura nadaba a la vista—. Cuando la puerta se abrió toda el agua irrumpió en el Santuario. —¿Los peces también? —Tenía los ojos muy abiertos. —No vi ningún pez. —Me gusta el pescado —dijo Elizabeth.

Bajó la mirada hacia su mano. ¿Era éste el tipo de pequeñas conversaciones que tenían las familias? Nunca había hecho este tipo de cosas con su madre. Sintió el aire frío de la noche en sus pulmones. —Nunca tuve hermanos —dijo Will—. Sólo mi madre. Me crio lo mejor que pudo, pero no había muchos... Supongo que fue difícil para ella. No tengo ningún recuerdo. Excepto por… —Él levantó su mano llena de cicatrices hacia el medallón que llevaba al cuello. Se sentía como si estuviera al borde de un precipicio. Como si fuera la última parte de sí mismo que podía ser el héroe que los guardianes habían querido. Un talismán de la Luz, destinado a luchar contra el Rey Oscuro. Se lo quitó y se lo tendió. —No es mucho —dijo Will—. Pero tal vez te ayude algún día. —Es viejo y está roto —dijo Elizabeth. Aferraba el medallón con fuerza en su pequeña mano. Sus palabras parecían colgar como el hilo blanco de su aliento. —Ella habría querido que lo tuvieras —dijo Will. Sentía el cuello desnudo: era la primera vez que estaba sin el medallón desde que Matthew había muerto. Se hizo el silencio. Con una voz que sonaba como si hubiera salido de ella contra su voluntad, Elizabeth dijo: —¿Cómo era ella? Will respondió: —Era como tu hermana. —Quieres decir que era hermosa —dijo Elizabeth. Bajo la corteza helada de las estrellas, dijo—: La señora Elliott dijo que Katherine era una joya de primera agua, es decir, del más alto grado. Había sido la cualidad que definía a Katherine: la belleza. Su familia había puesto todas sus esperanzas en ella. Simón, un conocedor de la belleza, la había comprado con joyas y un título. Nadie salvo Will la había visto en el Pico Oscuro con Ektaleon en la mano. Will suponía que su madre también había sido hermosa, pero no era ésa su principal impresión de ella.

Recordaba... Recordaba sobre todo cuánto había deseado hacerla feliz. —¿Crees que nos abandonó porque éramos demasiado problemáticas? —dijo Elizabeth. —No son demasiado problemáticas —dijo Will—. Son inteligentes y valientes. Las abandonó para protegerlas. —No te abandonó —dijo Elizabeth. —No —dijo Will—. Ella me mantuvo hasta el final. —¿Por qué? —dijo Elizabeth. Dos infancias diferentes: Will había crecido con ella y Elizabeth había crecido sin ella. Ahora los dos estaban aquí solos. —Yo… ¡CLANG, CLANG, CLANG! La cabeza de Will se sacudió hacia el sonido cuando Elizabeth se levantó de un salto. La campana de aviso. Incorporándose, vio a Sarah gritando mientras tiraba de la cuerda de la campana. No podía oírla tan cerca de la campana. Siguió el brazo que ella había extendido para señalar hacia la oscuridad. Docenas de antorchas, acompañando a cientos de jinetes, todos convergiendo, como una ola de agua negra que se levantaba para tragarse el Santuario. Los hombres de Sinclair estaban aquí.

Traducido por ARtemys Corregido por Clouritgh —¿Cuántos? Violet vio a Will y Sarah bajar las escaleras, el sonido de la campana aún resonando. Sarah balbuceaba: Cientos, hay ciento. Los hombres de Sinclair, llegaron antes y en mayor número del que habían esperado. La única antorcha encendida parpadeaba en el frío aire nocturno debajo de las almenas. —¿Podemos luchar para salir? Violet tenía la mano en su espada, lista para hacer lo que fuese necesario para proteger a sus amigos. Porque lo que Sarah estaba describiendo no era un grupo de exploración. Era un ejército. Del tipo que era enviado para tomar un castillo. Los hombres de Sinclair estaban aquí para tomar el Hall. —Dios, ustedes los leones son todos iguales. El familiar acento desde la puerta del garitón. Pálido y sujetándose con una mano apoyada en el marco de la muerta, James parecía una heroína tísica salida de un cuadro, de esas que mueren maravillosamente. —No puedes enfrentarlos. Esto no es una batalla antigua. Tendrán pistolas. — dijo James—. Y te dispararán con ellas. Él estaba, frustrantemente, en lo correcto. Pero ella una vez le preguntó a Justicia, por qué los Guardianes luchaban con espadas en lugar de pistolas, y él dijo: «Un usuario de magia como el Traidor puede detener una bala. ¿Realmente quieres enfrentarlo desarmada después de que has disparado tu único tiro?» —Tú puedes detener balas, —le dijo Violet a James—. ¿No? —¿Puedo? Tal vez cuando no me estoy tambaleando. —Qué lástima que tu magia se agotó justo cuando más la necesitábamos — murmuró Cipriano.

—Qué lástima que tengas dos salvadores y ambos sean inútiles. —James esbozó una leve sonrisa mientras señalaba a Will y Elizabeth. Sarah habló con lealtad. —Elizabeth ha conjurado la luz. Fue Elizabeth quien respondió con sombrío pragmatismo infantil. —Solo es luz, no hace nada. —¿Cuánto tiempo tenemos? —dijo Violet. Los aullidos flotaron por el patio. Un distante heraldo de una cacería nocturna fantasmal. Para su sorpresa, James palideció —¿Perros? —Cientos de ellos —dijo Will—. Los vimos desde las almenas, corriendo delante de los caballos. James se apartó de la puerta, luego se balanceo. Will estuvo de inmediato a su lado, evitando su colapso. James dijo: —Tenemos que irnos. Ahora. —¿Qué sucede? —Violet dio un paso adelante. James la ignoró, y habló sólo con Will. —Tienes que sacar a Violet de aquí. A menos que quieras que tu propio León te mate. —¿De qué estás hablando? —dijo Violet, y James parecía querer estar tan lejos de ella como fuera posible. —Es la señora Duval —James abandonó su actitud despreocupada, y sus palabras fueron serias—. Si te ve, te convertirá. Tenemos que correr. —¿Convertir… me? —James ni siquiera la estaba mirando, sus ojos estaban fijos en Will. —La señora Duval tiene su propio poder. La he visto hacer que Tom se arrodille. Solo hace falta una mirada. No puedes dejar que ponga sus ojos en tu León. Violet se sintió fija en el lugar. ¿La señora Duval tiene poder sobre los Leones? Ella quería decir que no era cierto, pero ¿y sí lo fuera?

—No hay a donde huir —se oyó decir—. Solo hay una forma de entrar y salir del Hall. Incluso mientras hablaba, sabía lo que vendría después, como si un oscuro torrente del destino los condujera a todos hacia un solo lugar. —Podemos salir a través de un arco —dijo Will. Ese antinatural muro de agua se elevaba frente a ella y luego explotaba hacia el patio era todo lo que podía pensar. —El arco este está bajo el agua —dijo Cipriano, casi leyendo sus pensamientos. —Quedan dos arcos —dijo Will Sur, y oeste. El Sur significaba atravesar directamente el Hall, un largo camino atestado de edificios, difícil de navegar, con una base incierta. La del Oeste significaba seguir el muro como habían hecho esa mañana, pero en dirección opuesta. —El arco oeste es el más cercano —dijo Violet. —Tienes que llevarme allí ahora, Todos moriremos a menos que yo consiga abrir ese arco. —James la ignoró, le hablo a Will en esa forma privada que ellos tenían. —Estás muy débil. —dijo Will. —No tenemos elección. Los ladridos y quejidos de los perros ahora eran distintos, y estaban acompañados por los ocasionales gritos de hombres. James lanzó otra mirada tensa hacía ella. No estaba acostumbrada a que él estuviera asustado de ella. Miro alrededor hacia sus amigos con una fría sensación de hundimiento. Con James debilitado, no había nadie lo suficientemente fuerte para detenerla si él estaba en lo correcto y ella podía ser convertida. Si James tenía razón, ella podría matarlos a todos. Su fuerza era su mejor virtud. Ahora la hacía sentirse como una amenaza. Debería haber sido una batalla, pensó. Eso era lo que parecía correcto. Los hombres de Sinclair atacando y los guerreros del Hall frenándolos. Violet imaginó a los Guardianes de blanco y plateado defendiendo los muros, una fuerza brillante y lista para enfrentarse a los ejércitos que se reunían en la negra noche. Así era como se suponía que sucediera, no ellos seis solos, con una niña, incapaces de proteger el Hall. Will tomo la decisión por todos ellos.

—Grace y yo iremos por los caballos. Violet, lleva a todos hacia el arco. —Grace asintió brevemente. Will dijo—. Nos reuniremos con ustedes allí. —Pero el Hall… —dijo Sarah. —El Hall cayó cuando las barreras se vinieron abajo. —Cipriano fue quien lo dijo—. La Guardiana mayor nos ha encomendado nuestra misión —respiró hondo y echó un último vistazo al patio. —¡Elizabeth! —gritó Will, y Violet vio que la chica corría de regreso al garitón. Violet maldijo y la siguió en una carrera, solo para descubrir que Elizabeth había agarrado un fajo de papeles, y los estaba metiendo en el frente de su delantal. —Es mi tarea —dijo Elizabeth, desafiante—. Katherine me dijo cuando escapamos que tomará lo más importante. Yo tomé esto —estaba pálida, como desafiando a Violet a discrepar—. La traje de casa de la tía —Violet abrió la boca, y luego lo pensó mejor. —¡Oh, vamos! —dijo Violet, agarrando el brazo de la chica y arrastrándola de vuelta con los otros. Ella emergió justo cuando James levantó la cabeza, como en respuesta a alguna señal silenciosa. —Están aquí —dijo James. Habían dejado caer el rastrillo y atrancado las puertas. Violet sabía muy poco sobre la guerra en castillos, y había imaginado un ataque frontal, con los hombres de Sinclair golpeando las puertas hasta romperlas. En su lugar, escucho el silbido de cuerdas siendo arrojadas. En un instante, se dio cuenta de lo obvio: ellos no planeaban derribar las puertas. Iban a pasar por encima de los muros. Y luego abrirían el arco desde el interior, y dejarían entrar a los perros y a esa mujer… —¡Cúbranse! —dijo Will. El primer disparo resonó desde las almenas, haciendo estallar la mampostería cerca de sus pies. Ella tomó a James de manos de Will, casi esperando tener que llevarlo en brazos. Luego corrió con los otros por la puerta del Hall. En efecto, James mantuvo el ritmo, con un solo brazo alrededor de su hombro, aunque no parecía que pudiera continuar con su paso tambaleante por mucho tiempo.

La limitación real eran las piernas infantiles de Elizabeth. Violet hizo entrar a la niña, luego cerró la puerta de golpe y la atrancó, tratando de no pensar en la advertencia de James de que ella era la verdadera amenaza. Ya podía escuchar gritos en el patio. Ella miró la cara pálida de James y el pequeño cuerpo de Elizabeth. Luego se dirigió a Cipriano. —Necesitamos retrasarlos, o estos dos no van a lograrlo. —Este corredor es un cuello de botella —dijo Cipriano. Él había entendido perfectamente, y se paró a su lado. Los dos pelearían aquí, ganando todo el tiempo que pudieran. —El resto de ustedes sigan corriendo —dio la orden mientras tiraba del escudo de Rassalon en su espalda—. Retendremos a los hombres de Sinclair aquí, y luego los alcanzaremos. Cipriano ya estaba desenvainando su espada. Los hombres cruzaron la puerta, en una oscura explosión de intenciones mortales, con pistolas apuntando directamente a ellos. Había visto a Cipriano practicar en el campo de entrenamiento, observando desde un lado enferma de celos su forma perfecta. Ella sabía que él era valiente. Después de todo, aquí estaba enfrentando el ataque del enemigo, y haciéndolo a su lado, sin importarle que ella pudiese ser convertida en un arma por la mujer que estaban por llegar. Pero nunca lo había visto pelear de cerca. Los disparos no lo alcanzaron: Él se había movido basado en la dirección de las bocas de las armas; parecía tener velocidad sobrehumana, como si estuviera esquivando las balas. Él ya estaba derribando al primero de los hombres cuando ella arrojó su escudo y escuchó tres balas salir disparadas, el impacto sacudió su brazo. Con las balas agotadas, ella sabía que no podía darles tiempo de recargar. Ella cargo contra ellos mientras Cipriano se giraba y derribaba a un hombre. Ella luchó a su lado. Su espada bloqueó los cortes que ella no pudo; su escudo se balanceó para detener las amenazas a su costado y espalda. El estilo de lucha de los guardianes fue hecho para pelear en parejas… el de ella se basaba en el poder, y el de él en la precisión.

Diferentes, pero encajaban, una combinación estimulante. El fluía como el agua, en espacios y lagunas. Ella bloqueó un golpe, y luego tomo al hombre por el cuello y lo arrojo hacia sus compañeros, quienes cayeron, se rompieron y huyeron. En la pausa, sus miradas se encontraron, un momento de reconocimiento. La primera ola, fue derrotada. Y entonces, la segunda ola llegó. Afuera, en el patio, el rastrillo debió haber sido abierto con cabrestante, porque esta vez hubo una avalancha de perros terroríficos, seguidos de caballos que los hombres de Sinclair simplemente montaron hacia el Hall. Podían pelear contra los hombres, pero no contra cientos de kilos de carne de caballo. No había a donde correr. En un instintivo último movimiento, Violet se puso enfrente de Cipriano, su cuerpo preparado para lo que no podía detener, esperando que de algún modo su fuerza sería suficiente para resistir una carga de caballería. De repente, como un derrumbe, el techo descendió. Enormes trozos de mampostería extinguieron la vista frente a ella. Se quedó mirando, atónita, la piedra caída. Al darse vuelta, vio a James en el pasillo detrás de ella, con una mano extendida, y la otra agarrada a la pared, con el rostro más blanco que una túnica de un guardián. —De nada —dijo James. Él salvo mi vida, pensó en shock. Cipriano miró a James como si le hubieran crecido dos cabezas. Por un momento ambos se limitaron a mirarlo. Entonces Violet cerró la boca. —Deja de presumir y vete. —Empujo a James por el corredor, con Cipriano siguiéndolos. Podía oír los ladridos de los perros y las débiles órdenes del otro lado del derrumbe. ¡Vayan por ellos! Ábranse paso, o encuentren otra forma. ¡Ahora! Ella siguió corriendo. Una cacería nocturna a través de ruinas antiguas. Cubrieron terreno tan rápido como pudieron, pero los perros nunca estuvieron más que unos momentos detrás. Imagino a los hombres de Sinclair esparciéndose a través del Hall como veneno en las venas. Era el fin para el Hall, ella pensó. Recordó el último vistazo que Cipriano le había dado al patio, y deseó también haberse despedido del lugar.

Incluso Cipriano estaba jadeando y exhausto cuando llegaron al punto de reunión, Will esperando en el arco montado en Valdithar. Grace montaba uno de los dos caballos sobrevivientes de los guardianes, con el segundo a la cabeza junto al pura sangre negro de James y los caballos de Katherine y Elizabeth, Ladybird y Nell. Suficientes caballos para todos, si ella y Cipriano cabalgaban juntos. Era inquietante de noche, un arco imponente coronado con un símbolo del sol. El sol adquirió una cualidad extraña en la oscuridad. Sol nocturno, pensó de repente y se estremeció. Recordó ese horrible muro de agua. Ellos no tenían idea de que les esperaba al otro lado de ese arco. Los sonidos de los perros, ladrando por sangre, se hacían cada vez más cercanos. Ella avanzo rápido, forzándose a calmar sus nervios. Antes de cualquier brote de magia, tuvo que hacer el pesado trabajo físico de abrir las puertas oxidadas. James se acercaba a su lado. Con su camisa y chaqueta aún abiertas, parecía que apenas podía estar de pie. ¿Era lo suficientemente fuerte como para abrir el arco? Ella no podía preocuparse por eso. Recordando el chirrido de protesta del metal cuando había forzado la apertura del arco del océano, le dijo a James: —Prepárate para trabajar rápido. En el segundo que fuerce las puertas, oirán donde estamos. James dio un paso adelante, y asintió una vez. Ella espero hasta que estuvo en posición, con la mano sobre el símbolo del sol tallado a la altura de los ojos junto al arco. Entonces empujó las puertas. El grito procedente del arco fue aterradoramente fuerte en la fría noche. Hizo una pausa, jadeando, y en el silencio, un grito escalofriante llegó hasta ellos, los perros alertaron de su ubicación. Su mente parpadeo con un pensamiento inquietante: «Algunas puertas no están hechas para ser abiertas». Lo ignoró, con los músculos tensos por el esfuerzo, y empujo con más fuerza. Lo primero, una ráfaga de aire, una brecha cada vez mayor. Sobre ella, el sol tallado colgaba sobre el vacío. Las enormes puertas permanecieron abiertas. Ella miro hacia la oscura nada. —Ya vienen —advirtió Cipriano. —Sujeta los caballos. —dijo James—. Se asustan con la magia.

Instintivamente, ella y Cipriano se dispusieron a protegerlo. Le recordó con inquietud a los tres Vestigios que rodeaban a James en los muelles de Londres mientras él reunía su poder. Sabía que la necesidad de James de concentración lo dejaba vulnerable. Se sintió extrañamente conectada a una práctica ancestral de guerreros que luchaban para mantener a los magos con vida, porque solo la magia podría defenderlos de las sombras. Eso hacía a James un objetivo de alto perfil. Ella podía imaginar una batalla lejana y el grito de guerra: ¡Protege al mago! —Permanezcan cerca al arco —advirtió Will—. No sabemos cuánto tiempo James podrá mantenerlo abierto. O sí podrá abrirlo. No estaba pasando nada. No había destellos de luz o algún cambio en la vista bajo el arco. Él está demasiado débil. James parecía exhausto, con los ojos cerrados y la mandíbula apretada por el esfuerzo. Sí James no pudiese abrir el arco, quedarían atrapados aquí. —Aquí están. —Los primeros hombres de Sinclair aparecieron en el patio, uno de ellos gritando—. ¡Es el juguete de Simón! ¡No lo dejes usar magia! —Otro levantó su pistola, apuntando directamente a James. Antes de darse cuenta estaba corriendo, corriendo con fuerza. —Violet. —Gritó Cipriano cuando ella lanzaba su brazo hacia el camino de la bala, sintiendo como golpeaba su escudo con una silenciosa disculpa a Rassalon. ¡Protege al mago! Acababa de evadir la cortante hoja de un cuchillo cuando vio a otro levantando una pistola. Y entonces estaba en medio de todo eso, peleando. Las fauces de un perro se abrían hacia su garganta; Lo atacó con su escudo antes de acercarse y derribar al hombre de la pistola, cortando el brazo del segundo. Apenas vio a Cipriano empujando con fuerza a su caballo hacia un grupo enredado de hombres de Sinclair mientras ella giraba la cabeza hacia el arco. James visiblemente estaba temblado, su cabello húmedo con sudor. Will estaba entre James y los atacantes como si pudiera actuar como un escudo humano. Pero no había forma de que ella y Cipriano pudieran contener a los hombres de Sinclair; aquí no había ningún cuello de botella natural, y hombres y perros ya estaban invadiendo el patio, una fuerza abrumadora y arrolladora… Ella gritó:

—¡James, abre el maldito arco! Elizabeth le gritaba: —¡Hazlo! ¡Hazlo ahora, estúpido! James redoblo su esfuerzo, recitando algo en voz baja sin ningún efecto. Will montó su enorme caballo negro, como un oscuro ángel vengador, y gritó: —¡James, aragas! James dejó escapar un grito desgarrador, como si algo dentro de él se estuviera rompiendo, y una visible oleada de poder surgió desde su interior hacia el sol tallado. Llamaradas disparándose hacia el cielo, y luego un agujero en la realidad. Se elevó sobre ellos, y los hombres de Sinclair dejaron caer sus armas para mirar estupefactos o retroceden ante ello como suplicantes que ocultan sus ojos a Dios. El arco se abrió de golpe, y Violet vio lo imposible. Una vista oscura; no era Inglaterra, una tierra extranjera se abría antes sus ojos. Una ola de desorientación, porque la luna estaba sobre ella, pero podía ver una segunda luna a través del arco, cuando dos partes distantes del mundo se juntaron por magia antinatural. —¡No puedo mantenerlo! —La voz de James estaba ronca por el esfuerzo. —¡Vamos! —gritó Violet—. ¡Vamos! Grace golpeó con fuerza las ancas del caballo de Cipriano para que saliera disparado. Elizabeth estaba forzado a Nell, el poni, a seguirlos. Will montado en su enorme caballo negro, agarró a James por el cuello de su chaqueta y lo arrastró a través del umbral del arco. Violet cuidaba la retaguardia a pie, agarrando las riendas de Sarah y arrastrando a la asustada Ladybird hacia el arco. Ella estaba por cruzar… Todo se detuvo. No se podía mover. No podía hablar. No podía respirar. Una mujer estaba caminando por el patio. Tenía grandes ojos somnolientos y una nariz severa, con cabello negro brillante recogido hacia atrás de su cara. Usaba pantalones como Violet, con una chaqueta de cuello alto y botas que rosaban por encima de la rodilla. Tenía la confidente gracia de un depredador que caminando entre presas fáciles.

Y Violet supo, cuando las riendas de Ladybird cayeron de sus manos, que ella estaba congelada por causa de esta mujer, y que su cuerpo ya no estaba bajo su propio control. La señora Duval. James había dicho que ella sería convertida. James había dicho que ella podría matarlos a todos. Violet no había estado lo suficientemente asustada por eso, pero el frío temor la inundaba ahora, ante la pérdida del control sobre sus extremidades. No se podía mover. No podía pelear. Podía ver el arco, y más allá a sus amigos. Estaba lo suficientemente cerca como para oler la esencia de los cedros y el verde fresco de un bosque por la noche. —¡Violet! Will, cabalgaba de vuelta hacia ella, pero estaba demasiado lejos. James, medio desplomado bajo el agarre de Will, estaba demasiado débil. Y Grace estaba sujetando a Cipriano y su caballo. Pero Elizabeth había clavado los talones en Nell y se conducía directo hacia ella. Mientras Violet observaba, Elizabeth hizo correr a su poni de vuelta por el umbral del arco, el cual se estaba derrumbando. Violet gritó en silencio, ¡No, Elizabeth! ¡Da la vuelta! El arco se ensanchó, y luego se cerró. Incapaz de moverse, Violet vio los rostros de los demás: El terror de Will, la conmoción de Grace, la desesperación de Cipriano, un segundo antes de que se desvanecieran, dejándola a ella, Elizabeth y Sarah atrás en el patio.

Traducido por ARtemys Corregido por Clouritgh El estómago de Will se retorció con una desorientación vertiginosa mientras el suelo bajo los cascos de su caballo cambiaba de adoquines a tierra blanda cubierta de hierba. Al girar su caballo desesperadamente, vio una silueta del patio más allá del arco, Violet congelada en su lugar, Sarah tratando de controlar a Ladybird, y Elizabeth cabalgando furiosamente devuelta hacia el Hall. Y luego el patio se había ido, se desvaneció; bajo el arco un amplio cielo nocturno plagado de estrellas. Estaba frío y silencioso. Las oscuras siluetas de hayas, encinas y robles centenario se extendía por cientos de kilómetros. Miró fijamente. El aire olía diferente. La luna estaba en un lugar diferente; la visión le causo una segunda ola de vértigo, como si el mundo entero se hubiera transformado a su alrededor. Sus pensamientos aún latían con el caos de la batalla en el patio, pero allí no había batalla, solo la pendiente silenciosa de una montaña salpicada de bosque. A través de los huecos entre los árboles, podía ver destellos, iluminados por la luna, de un valle oscuro y espeso destellos de árboles y colinas distantes. —¡Violet! —gritó Cipriano, arrojándose de su caballo y corriendo hacia el arco. Will antes de darse cuenta se estaba moviendo, desmontándose de su propio caballo, agarrando desesperadamente a Cipriano antes de que se lanzará hacia el arco de piedra. —¡Quítame las manos de encima! —Cipriano estaba luchando—. ¡No podemos abandonarla! ¡No podemos dejarla allí! —¡Mira donde estás! —dijo Will. Porque este solitario arco de piedra se alzaba en el borde del acantilado de una montaña, y atravesarlo significaba caer en picada.

Cipriano jadeó y pareció verlo por primera vez. Piedras de sus pies cayeron hacia la oscuridad mientras Will se tambaleaba, y luego arrojó a Cipriano hacia atrás trastabillando, desplomándose desequilibrado sobre sus manos y rodillas, los dos jadeando. Will se aferró a la piedra del arco, y a su invitación a la muerte: un salto hacia la oscuridad para flotar y luego caer en picado. Las náuseas aumentaron, como si el suelo se inclinara. La sensación de desplazamiento era inmensa, y el paisaje a su alrededor adquirió un tono de irrealidad. Había sido escupido de un patio que ya había desaparecido. Solo Cipriano, James y Grace estaban aquí con él. Los demás todavía estaban atrapados en el Hall… Violet. Él había cometido un terrible error. No se suponía que nadie se quedase atrás. La caótica persecución en el Hall y el tirón hemorrágico del arco en James los había destrozado. Su mundo le había sido arrebatado, y había ocurrido con una aterradora facilidad. Se sintió como cuando Katherine tomó la espada en Bowhill, como si se tropezara en un mundo que aún no conocía o entendía, luchando contra una versión pasada de sí mismo que lo conocía demasiado bien. Elizabeth… él había prometido protegerla, y en cambio… Estaban solos en la ladera de una montaña, a cientos de kilómetros de su hogar. Necesitaba volver con ellas. Levantó la mirada, tratando de asegurarse de la presencia de los otros. Cipriano estaba sobre manos y rodillas, levantándose y dirigiéndose hacia James, quien estaba desplomado sobre la tierra cubierta de piedras. —Cipriano —dijo Will mientras este alcanzó a James y lo levantó, empujándolo contra la piedra del arco con la aterradora caída detrás de él. —¡Ábrelo! ¡Ábrelo de nuevo! —dijo Cipriano. —No puede —dijo Will. —Dije que lo abrieras —dijo Cipriano. —¡No puede, míralo! —dijo Will. James estaba colgando en el agarre de Cipriano, sus ojos apenas abiertos, con el rostro manchado con sangre proveniente de su nariz. Estaba demasiado exhausto incluso para replicar. —¡Necesitamos volver por ella! —dijo Cipriano, apretándolo con fuerza.

—¡Detente! —dijo Will. Apartó a Cipriano de James, quien inmediatamente cayó al suelo sobre sus manos y rodillas, un colapso tambaleante, demasiado cerca del rocoso borde—. Ya basta, ¡no nos llevará de regreso! Cipriano emitió un sonido gutural de frustración —Está atrapada allá —dijo—. Y Sarah. ¡Y Elizabeth! —¡Y James es el único que puede abrir el arco! —dijo Will, de pie entre Cipriano y James—. ¿Vas a matarlo? ¿Lo vas a arrojar por el precipicio? Pudo ver como la verdad golpeaba a Cipriano. Pareció asimilar su entorno, el absoluto aislamiento de la ladera de la montaña. James, se tumbó cerca del borde del acantilado. Y Grace, todavía a caballo, a varios metros a la izquierda. El aire fresco de la noche hacía que el chasquido de una ramita bajo los cascos de su caballo fuera demasiado fuerte. —Entonces, esperemos —dijo Cipriano—. Esperemos justo aquí, y tan pronto como James pueda abrir el arco, regresamos. —Ni siquiera sabemos dónde es “aquí” —dijo Will—. Podríamos estar… Fueron privados de su guerrera más fuerte. No sabían ha donde habían llegado. ¿El arco se ensanchó cuando cruzaron? ¿Tendrían leyendas aquí de que algo podría cruzar? De repente el paisaje pareció siniestro, totalmente desconocido. —Mira el arco —dijo Grace. Estaba contemplando la colosal estructura del arco, muy diferente de la que está en las Ciénagas de la Abadía. Un emblema de sol estaba tallado en la cima, un círculo con rayos ondulados. El arco en sí estaba intacto donde se había roto el arco de la ciénaga. Era monumental, del ancho suficiente para que dos caballos pudiesen cabalgar uno al lado del otro. Ese pensamiento era perturbador: una procesión en el aire, el otro lado del arco era un precipicio. —El Salto de Fe —dijo Grace, con una voz reverente—. Así es como llamaban al Arco del Sol en las antiguas escrituras. Nunca entendí por qué, hasta ahora. El Salto Ciego eran las palabras escritas en el mapa. Will se estremeció ante el nuevo nombre. En efecto, fe: si el arco se cerrara al cruzar, te hundirías.

—Este es el Reino del Sol —dijo Grace—. Realmente estamos aquí. Realmente estamos… —¿Qué es ese sonido? —dijo Cipriano. Un estruendo, apagado y sordo, pero familiar de las almenas cuando vio por primera vez a los hombres de Sinclair cabalgando a través de la ciénaga. —¡Caballos! —dijo Will. Todos los viejos instintos volvieron a la vida. Aléjate de los caminos. Permanece fuera de la vista. Ninguna vía es segura—. ¡Muévanse! ¡Tenemos que ocultarnos…! —Levántame —dijo James, su voz apenas un susurro. No había tiempo para sutilezas. Se colgó el brazo de James sobre su hombro y lo levantó. ¿Era su imaginación, o James estaba más liviano que ayer? James apenas se sentía ahí, como sí el arco lo hubiese vaciado. Will pensó con un escalofrío en la Piedra Mayor, desapareciendo en el aire con cada uso. Will paso la línea de árboles mientras Cipriano y Grace tomaban los caballos y corrían bajo el dosel sombreado y fuera de la vista del camino. Ya podía ver puntos de luz parpadeando a través del espeso follaje y moviéndose a lo largo de las curvas del camino, antorchas sostenidas en alto por jinetes… —¡Vuelve! —dijo Will, guiando a Valdithar delante de Grace y Cipriano para ocultar cualquier destello pálido de sus caballos blancos. Un escuadrón montado trotaba con precisión militar por el camino de abajo, justo donde habían estado. Antorchas de brea iluminaron a los dos jinetes delanteros, quienes sostenían estandartes en alto. Los que estaban atrás eran más difíciles de distinguir. Por lo menos dos docenas de hombres, vistiendo librea negra, con correas de cuero en el pecho y largos mosquetes en la espalda. Pero fueron los estandartes ondulantes en los que Will tenía fija la mirada. Llevaban un símbolo que él había llegado a odiar. —Los tres sabuesos negros —dijo Will, su estómago retorciéndose—. Los hombres de Sinclair. —¿Cómo es posible que ya estén aquí? —preguntó Cipriano. Will montó y levantó a James con él.

—No nos siguieron por el arco. —Mientras pasaban ruidosamente, vio que los soldados iban acompañando dos vagones cubiertos—. Ya estaban aquí. —¿Sinclair iba un paso por delante? ¿Ya había encontrado lo que buscaba en el Valle Negro?—. Tenemos que irnos, ahora. Cuando se abrieron huecos entre los árboles, Will escucho sonidos débiles. En el silencio de la noche, ruidos distantes, metálicos y arrítmicos, pero constantes. Sonaba como el clamor de los muelles, donde la laboriosidad de mil hombres se combinaba en una cacofonía de martillazos y golpes. —¿Qué es eso? —preguntó Cipriano. —Viene de ese acantilado —dijo Will. Allí también había una luz tenue, limando el borde como un atardecer antinatural. Los sonidos se hacían más fuertes mientras se acercaban. Will se quedó helado ante la vista que se extendía debajo de él. Faltaba la mitad de la montaña. En su lugar había un enorme terraplén, iluminado con la llama roja de antorchas que brillaban como brasas en una chimenea. Se extendía en la noche, oculto; un abismo, y desde él se revelaban a medias las puertas y torres de una ciudadela negra, que emergía de la montaña como una oscura ave del Estínfalo saliendo del huevo. Y los sonidos… los sonidos que habían oído… No eran los sonidos del trabajo portuario. Eran los sonidos de la excavación. Picos y palas, incesantes, cientos de hombres trabajando en la noche. Era una única y enorme excavación, la montaña retumbando con el estruendo del metal golpeando la roca. —Sinclair está excavado media montaña —dijo Will. Sabía que Sinclair tenía excavaciones: el caballero arqueólogo que recogía fragmentos de todo el mundo y exhibía sus trofeos en Inglaterra. Will sabía que la arqueología era la base de la inquietante colección mágica de Sinclair. Nunca habría imaginado una excavación a esta escala, un agujero negro en la tierra, consumiendo la montaña. —¿Por qué? ¿Qué es lo que busca Sinclair? —dijo Cipriano.

Era como si la respuesta estuviera en la punta de su lengua. No podía apartar la vista del agujero. Si se quedaba aquí, ¿Qué es lo que vería ser desenterrado? Una silueta que reconoció, chapiteles y cúpulas levantadas de la suciedad como un terrible recuerdo que emergió cuando todos lo creían olvidado. —Eso es suficiente —dijo una voz de hombre, y Will se giró para ver a cinco de los hombres de Sinclair con pistolas, apuntando directamente hacia ellos. #

Traducido por DeniMD Corregido por Clouritgh —¡Déjame ir! —Elizabeth trató de respirar, pero tenía la pesada palma de la mano de un hombre sobre su boca, sofocada por el olor a tierra y carne. Presa del pánico, trató de patear y liberarse, pero su captor la sujetó con una facilidad aterradora. Al otro lado del patio, Sarah estaba siendo arrastrada de su caballo por los pelos. —¡No están aquí! —Elizabeth oyó decir a los hombres que la rodeaban—. ¡Desaparecieron! —Hubo gritos y movimientos caóticos junto a la puerta. Vio a Violet arrodillada junto a la mujer llamada Duval, y todo eso estaba mal. Violet no se arrodillaba. Violet pelearía. —¡No! —dijo Elizabeth, o trató de decir, el sonido se apagó. Mientras cargaba de regreso a través de la puerta, todo lo que Elizabeth había estado pensando era que Sarah estaba siendo estúpida y no sabía cómo montar a Ladybird. No podías tensarte ni tirar de las riendas cuando Ladybird se asustaba, tenías que relajarte y mantener la mayor calma posible. Iba a decírselo a Sarah. Pero entonces los hombres se acercaron, apartándola de Nell, y la puerta se cerró de golpe, y tuvo la horrible sensación de que estaban aislados. Levántate, Violet. Levántate. Pero Violet no se levantó. Había algo en la señora Duval que la detenía. —No se han desvanecido en el aire —dijo la señora Duval—. Se fueron a alguna parte. —Algunos de los hombres habían llegado a la puerta y habían pasado inofensivamente a través de ella, más allá de la muralla exterior y hacia el pantano vacío, donde miraron a su alrededor con confusión. Sin apartar los ojos de Violet, le dijo—: Hermano, averigua a dónde fueron. ¿Hermano? Un hombre se paró frente a Sarah. Tenía el mismo pelo oscuro, pero en su caso los rasgos fuertes estaban hundidos por tres marcas de garras, cicatrices que corrían

en diagonal a través de su rostro. Llevaba un bastón y se apoyaba en él cuando caminaba, lo que hacía con una cojera pronunciada. —Tus amigos. ¿Dónde están? Cuando Sarah no respondió, él la golpeó en la cara con el bastón. —Dije, ¿dónde están? Sarah no habló, solo se acurrucó sobre sí misma. Las manos de Elizabeth se convirtieron en pequeños puños. Levántate, Violet. Levántate, levántate… —¿Los estás protegiendo? Te dejaron aquí. —Volvió a golpearla. Sarah hizo un sonido de dolor, pero no habló. —Dímelo, o te prometo... —El bastón se levantó. —¡Déjala en paz! —Elizabeth hundió los dientes en la mano que le cubría la boca y pisoteó el pie de su captor. —¡Ay! —dijo el hombre. Su agarre se aflojó, lo suficiente como para que una niña pequeña resbalara. —¡Detente! —Elizabeth se abalanzó sobre el hermano de la señora Duval, golpeándolo con los puños—. ¡Deja de pegarle! Él no reaccionó más allá de una sola palabrota, así que ella le arrebató el cuchillo que vio debajo de su abrigo negro y se lo clavó en el muslo, y él volvió a maldecir y se agarró la pierna. —Pequeña… Elizabeth siguió blandiendo el cuchillo mientras el hermano de la señora Duval le hacía una liga con los dedos, y la sangre brotaba de entre ellos. —Que alguien se ocupe de ella —ordenó, y Elizabeth no tenía un plan después de eso, pero tal vez Violet se levantaría, tal vez los demás volverían, tal vez Sarah... Un disparo de pistola, como el sonido de una rama rompiéndose. Todo se detuvo. En el silencio que se abrió, Elizabeth se encontró jadeando, con un cuchillo resbaladizo en la mano. Los hombres se habían alejado de ella, pero tardó un buen rato en darse cuenta de por qué. Un hombre de pelo alborotado al borde de la escaramuza sostenía una pistola apuntando directamente a ella. Estaba humeando. La había disparado. Ocúpense de ella, había dicho el hermano de la señora Duval.

Pero no fue golpeada. Sarah, se dio cuenta Elizabeth cuando sus manos comenzaron a temblar. Sarah se había liberado para lanzarse frente al disparo. Estaba desplomada en el suelo frente a Elizabeth, con las manos en el abdomen. —¡Alto al fuego! —dijo la señora Duval, y sólo entonces Elizabeth vio que había muchos hombres con pistolas preparadas. Elizabeth se encontró de pie junto a Sarah en un pequeño círculo despejado, El cuchillo se aferraba a sus dos manos con tanta fuerza que temblaba. Podía ver la sangre de Sarah esparcida por el suelo. El hombre había estado apuntando bajo, a Elizabeth. La bala había alcanzado a Sarah en el estómago. —Deja el cuchillo o mato al León —dijo la señora Duval. Elizabeth alzó la vista y vio a la señora Duval sosteniendo una pistola por derecho propio en la sien de Violet. Por favor, levántate, Violet. Sarah parecía herida. Malherida. Y también había pistolas apuntando a Elizabeth, hombres dispuestos a dispararle desde todos los puntos del patio. —Está bien, por favor —dijo Sarah, aunque no se veía bien, estaba sangrando, había mucha sangre—. Por favor, Elizabeth, deja el cuchillo. Elizabeth dejó caer el cuchillo de sus dedos. —Lo siento. Lo siento, no quise decir... Inmediatamente, la agarraron de nuevo y la separaron de Sarah, quien también fue agarrada por uno de los hombres y arrastrada para que se pusiera de pie, sin importarle su túnica manchada de rojo. —Echa a las niñas a la carreta. —dijo la señora Duval—. El León viene conmigo. Elizabeth golpeó la pared de la carreta con un estallido de dolor en el hombro. La carreta estaba repleta de todos los pedazos de la mansión que los hombres habían podido agarrar con poca antelación, y Elizabeth se levantó de donde se encontró tendida sobre bolsas llenas de bultos, con las manos atadas delante de ella. Y Sarah... Sarah ya estaba dentro, acostada en el rincón más alejado. —Está herida —dijo Elizabeth, pero el hombre la ignoró y se limitó a cerrar la puerta de golpe—. Necesita un médico. ¡Necesita un médico! El silencio le respondió. Un segundo después, la carreta se puso en movimiento.

—Lo siento. —La voz de Sarah apenas estaba allí, como si estuviera usando toda su fuerza solo para susurrar—. Si no hubiera perdido el control de mi caballo... Sarah no se levantaba de donde yacía. Estaba pálida y respiraba superficialmente y había mucha sangre en su túnica azul. Simón mata mujeres, había dicho Katherine, pero esas palabras no habían sido reales para Elizabeth. A la mañana siguiente del ataque del Rey de las Sombras, Sarah había tomado la mano de Elizabeth y le había mostrado patios y jardines con flores extrañas y hermosas, un estanque con carpas y un mosaico de azulejos de una dama. Le había hablado a Elizabeth de una época en la que el Salón había sido un lugar de conocimiento y aprendizaje, de cantos a la deriva y de la vida sencilla y ordenada de los Mayordomos. Los hombres habían arrojado a Sarah como un saco a un almacén. Elizabeth no sabía qué hacer. Había mucha sangre. Elizabeth tomó la mano de Sarah y la sostuvo. —Vamos a Ruthern. Tendrán un médico. Y tendrán... —Pensó en lo que le gustaría a Katherine—. Merengues de crema. Y jaleas. Y helados de albaricoque. —Eso suena bien —dijo Sarah en voz baja—. No los tenemos en el Salón. Sarah era como Katherine. Le gustaban las cosas bonitas, y hacer las cosas bonitas. Sarah había cuidado las flores del Salón. Le habían gustado los simples placeres de plantarlas, regarlas y dibujarlas. Aquí crecen flores que no existen en ningún otro lugar del mundo, le había dicho a Elizabeth. Entonces la mirada de sus ojos se volvió triste. Lo hacían. A Katherine nunca le había ido bien cuando sucedían cosas malas, como cuando la cabra del señor Billy se había metido en la lavandería, y Katherine había llorado por su vestido y no había visto la parte divertida. A Katherine no le gustaba la sangre. A Katherine no le gustaban las armas. Habría estado muy asustada, en una carreta en la oscuridad. —No frunzas el ceño —dijo Sarah en voz baja. —No frunzo el ceño. —Sé que no soy muy valiente. Pero no les diré lo que eres. Yo moriré primero. —Estaba tan adolorida que las palabras eran un susurro. —Cállate. Siempre piensas que vas a morir. No vas a morir. Cállate. —Sostenía la

mano de Sarah con fuerza. —Está bien —dijo Sarah, con una pequeña sonrisa. Me estaba disparando, no dijo, en la oscuridad. Me estaba disparando. No tenías que hacerlo. —Me encargaré de que las cosas sean agradables. —dijo Elizabeth apresuradamente—. No voy a fruncir el ceño. No voy a estropear las cosas. Te encontraré un vestido de la primera agua. Y te dejaré montar a Nell, que va mejor que Ladybird. —¿Sabías —dijo Sarah en voz baja— que yo era jenízara porque no pasé el examen, pero siempre quise ser una Guardiana? —Sarah —dijo Elizabeth. —Mira hacia arriba —susurró Sarah—. ¿Lo ves? Incluso en la noche más oscura... —Sus dedos en los de Elizabeth se aflojaron y la luz de sus ojos se apagó. No había estrellas arriba, solo la carreta cubierta de madera. Elizabeth le sostuvo la mano hasta que se enfrió. Lloró durante mucho tiempo. Entonces los sentimientos dentro de ella se convirtieron en una especie de tempestad. —¡Oye, ayúdanos! ¡Ayúdanos! —Pateó la puerta, pero no hizo nada. Siguieron cabalgando con Sarah en la esquina. Cabalgaron durante el tiempo suficiente para que Sarah dejara de ser una persona y comenzara a ser un cuerpo, algo que tendría que llevarse a cabo cuando el carro se detuviera. Se apretó contra la madera de la carreta. Pensó en el Árbol iluminándose y trató de desear que algo sucediera. ¡Enciéndete! Lo intentó con todas sus fuerzas. Pero nada cambió en el espacio oscuro y cerrado de la carreta. Sarah había muerto protegiendo la Sangre de la Señora, cuando eso no importaba. La luz no importaba. La Señora era inútil. Finalmente, el carruaje se detuvo. Habían viajado durante horas. Podrían estar en Londres, o más lejos. Se secó los ojos con la manga. ¿Qué haría Violet? Buscó la imagen de Violet en su mente. Su cabello corto y oscuro y su perfil fuerte. La forma en que había sacado una espada de la correa trasera con un movimiento suave. Violet era fuerte. Violet hizo cosas.

Violet saldría. Elizabeth respiró hondo. Los hombres que estaban afuera gritaban, y probablemente descargaban el otro vagón. Todavía estaba oscuro. Y estaba lloviendo. Ella pensó que eso era bueno. Para cuando terminaran de descargar, los hombres estarían mojados y cansados, y ella estaría fresca y descansada. Primero tuvo que liberar sus manos. Violet se limitaba a romper sus ataduras, pero Elizabeth no podía hacerlo, así que se dio la vuelta y trató de meter los dedos en uno de los sacos. Al andar a tientas, sintió algo redondo y plano y hecho de porcelana, que rompió, acuñando el borde y usándolo para cortar a través de la cuerda que le ataba las muñecas. Ahora tenía que pasar por delante de los hombres que estaban fuera. ¿Cómo los superaría Violet? Recordó a Violet blandiendo su escudo en el patio. Elizabeth buscó a tientas en el saco hasta que encontró algo pesado. Era un morillo. Se agachó en la oscuridad con él, mientras los hombres se movían afuera. Después de un rato, la actividad y las voces se desvanecieron, junto con el tintineo de los arneses y los sonidos de los caballos. Entonces la puerta se abrió. Elizabeth blandió el morillo. Usó los dos brazos y arrojó todo su cuerpo contra él, casi esperando que golpeara las rodillas o el estómago, pero la altura del carro hizo que golpeara al hombre en la cabeza. Hizo un ruido, se tambaleó y se desplomó, una lenta y casi cómica noqueada. No se levantó. Echó a correr, agachándose para evitar que le agarraran las manos que nunca llegaron, sin ser vista, mientras corría a través de las puertas dobles del establo y entraba en un patio. Sin perder el paso, vio la salida. El patio era amplio y oscuro, y ella corría entre ruedas, trenes de aterrizaje y piernas caminando cerca de la puerta de la posada. Había un conjunto de puertas que conducían a la salida, custodiadas por un vigilante vestido con un frac largo y raído, con el pelo enmarañado colgando en madejas sobre la cara. Si seguía corriendo rápido, podría pasarlo, porque no era muy bueno en su trabajo. Estaba hablando con una

sirvienta de cocina y no miraba hacia la puerta. Mientras corría, una puerta se abrió hacia la parte trasera de la posada. Los hombres salían corriendo con lámparas y haciendo gestos para moverse rápidamente, saludando a un carruaje recién llegado, brillante y negro con tres sabuesos negros pintados en las puertas. Elizabeth dejó de correr. Los zapatos de una señorita bajaban del carruaje. Conocía esos zapatos. Venían de Martin, de seda blanca con una rosa bordada de rosa. Le había señalado todos los detalles: la calidad de la seda, y cómo la rosa tenía incluso diminutas hojas verdes bordadas, y cómo esto era extremadamente á la mode, lo que significaba estar a la moda. Los ojos de Elizabeth se abrieron cada vez más. Era como una escena de memoria. Era el señor Prescott que ofrecía su mano para ayudar a la joven a desembarcar, tal como había hecho en las posadas en su viaje de Hertfordshire a Londres. Esas eran las perlas y los guantes que Simon había enviado en su compromiso, lo que provocó un alboroto en toda la casa. Ese era el peinado que Annabel había tardado cinco semanas en aprender, chamuscándose los dedos con planchas calientes mientras rizaba el pelo mojado alrededor de tiras de papel. Y la joven, con un vestido de prímula y un sombrero nuevo del que se derramaban rizos dorados, enmarcando un rostro ovalado y unos grandes ojos azules que Elizabeth reconocería en cualquier parte. Elizabeth dijo: —¿Katherine?

Traducido por DeniMD Corregido por Clouritgh —Bienvenida a la Cabeza de Toro, Lady Crenshaw. Visander miró a su alrededor hacia la sucia posada, abarrotada y sofocante, apestando a la bárbara práctica humana de chamuscar la carne de los animales y consumirla. Los pisos estaban entablados y llenos de grasa. La bilis subió a la garganta de Visander. El conducto de una chimenea sobresalía de la pared desnuda, negro hasta arriba por el hollín de los árboles quemados. Los hombres se agrupaban alrededor del fuego, echando la cabeza hacia atrás y riendo estridentemente. En las mesas más cercanas a la puerta, vio barbas brillantes con salpicaduras de cerveza, a la que la habitación también olía fuertemente. —¿Esperas que crea que un amigo mío espera en medio de este hedor y suciedad? —levantó el brazo para cubrirse la boca y la nariz. —Ten paciencia —dijo Prescott a su lado. La inconsciencia de estos humanos era surrealista. Al igual que los corderos nacidos en el trébol, no temían una amenaza. No había ningún vigía, ningún refugio cercano. No tenían más preocupaciones que saciarse, reír y gritar trivialidades. Le puso los nervios de punta. Se dio cuenta de que estaba preparado para la guerra, para el sonido del cuerno negro y la muerte alada desde arriba, el ataque de las sombras que siempre llegaba. Recordaba los campos de Garayan, los cadáveres pudriéndose en sus armaduras, el cielo negro de aves carroñeras hasta donde alcanzaba la vista. Y Sarcean, siempre Sarcean, cuyos oscuros susurros perseguían sus sueños. Una ola de inquietud se apoderó de él. Este mundo estaba lleno de humanos que parecían no saber nada de la guerra, que nunca habían huido con el flujo constante hacia el mago más cercano porque la magia era lo único que podía contener las sombras, incluso cuando los propios magos caían, uno por uno.

Tenía que creer que el plan de su Reina había funcionado, que había despertado en un momento y lugar para detener a Sarcean, que no había ocurrido un terrible fallo que lo había dejado varado en un mundo humano en una frágil forma humana. Sin embargo, con cada sucia visión humana, su pánico claustrofóbico y asfixiante crecía, y la tierra sofocante llenaba el pequeño y estrecho espacio de su ataúd. —Creo que un amigo nuestro está esperando —dijo Prescott. —Esa es mi señal para beber —murmuró Phillip, dirigiéndose hacia la cerveza, mientras el posadero les indicaba la tercera puerta al final del pasillo. La habitación era pequeña y oscura, como si los humanos fueran una raza que se aferrara a cuevas oscuras. Estaba destinado para dormir: había una cama, un pequeño escritorio, una chimenea. El fuego estaba consumiendo lo último de su único tronco, sus brasas proporcionando la única luz de la habitación, junto con una pequeña lámpara. En el interior vio a un niño humano con un gorro bajado en la frente, sentado en una silla acolchada frente a la chimenea, leyendo un libro con una tapa azul que cerró, girando y levantándose cuando escuchó que se abría la puerta. Era joven, de unos quince años, delgado y de rasgos afilados. Su cabello era blanco a pesar de su juventud. Su piel era muy pálida. No era un amigo. Visander no conocía a nadie. Visander abrió la boca para decir eso. Sus miradas se encontraron. Observó al chico pálido fruncir el ceño como a un extraño, y luego se detuvo, sus ojos se abrieron de par en par en estado de shock mientras parecía mirar más allá del cuerpo de Visander para ver su esencia. Y era algo en sus ojos, esos ojos incoloros con su toque azul, lo que Visander reconoció a su vez, aunque solo los había visto con la pupila horizontal. Era él. Visander lo reconocería en cualquier parte. En cualquier lugar. En cualquier forma. Visander estaba caminando por la habitación antes de que la puerta se cerrara, sus brazos alrededor del niño en un fuerte abrazo. —Indeviel. Él estaba aquí. Cálido, de carne y hueso, real y aquí. El alivio fue extraordinario; Se estrelló sobre él como una ola. Pronunciaba palabras de felicidad, de gratitud; se

derramaron de sus labios sin pensarlo. —Estás vivo. Estás vivo. —Podía sentir su mundo restaurado en el calor del cuerpo de Indeviel contra el suyo—. Te he encontrado, y estamos completos de nuevo. El muchacho emitió un sonido ahogado y, con un violento espasmo de movimiento, lo arrojó. Sorprendido, Visander se limitó a mirarlo, mientras el chico le devolvía la mirada con los ojos oscuros como pupila. —Indeviel... El pecho del niño subía y bajaba rápidamente, su cuerpo se tensaba para volar. Estaba mirando a Visander con una expresión que Visander nunca había visto en él antes. —No me llames así —dijo el muchacho—. No es mi nombre. —¿No es tu nombre? —Me llamo Devon. Y tú, no eres... El chico, Devon, se apartaba de Visander como si fuera a salir corriendo. —Indeviel, soy yo, Visander —dijo—. Tu jinete. Los ojos pálidos de Devon se apartaron de su rostro, su piel blanca palideció hasta adquirir un tono impactante, pálida como un fantasma. —Sé que debo parecerte extraño, como tú me lo pareces a mí, pero... Era cierto que la forma de Devon era extraña, de pie sobre dos piernas y hablando palabras humanas, pero había algo de esencia en él que era la misma, como envolver los brazos alrededor de un cuello blanco curvo. —Moriste —dijo Devon. Era la primera vez que Devon lo reconocía, y debería haber sentido un estallido de alivio. —Y regresé, como prometí —dijo Visandro—. Este lugar, fue terrible despertar aquí y pensar que estaba solo. Así que debe haber sido para ti estar aquí sin mí durante docenas de años... En lugar de hablar, el chico se echó a reír, un sonido horrible. Dijo, con voz de absoluta incredulidad: —¿Docenas de años?

—Devon. —Visander dijo el nombre desconocido, y se sintió tan mal, como la distancia física entre ellos. Lenta y cuidadosamente, dijo—: ¿Qué sucede? ¿Qué está mal? —¿Qué está mal? —El sonido de esa terrible risa resonó en los oídos de Visander—. ¿Años? ¿Crees que eso es todo lo que fue? ¿Crees que te fuiste como un hombre que sale por un momento y es recibido como un amigo perdido hace mucho tiempo a su regreso? —¿Cuánto tiempo? —Recordó con una sensación de vacío el mundo humano que había visto extenderse interminablemente a su alrededor cuando bajó del carruaje. —¿Cuánto tiempo hace que me fui? —Moriste. —dijo Devon—. Y luego todos murieron. Y se hizo un gran silencio; el silencio de la podredumbre, el vacío y la decadencia. Y en el largo paso del tiempo sin fin, las arenas cubrieron las grandes ciudades, los mares se tragaron los edificios y los humanos ahogaron cada parte de este mundo. De repente, la habitación se quedó pequeña, las paredes parecían presionarle, el persistente sabor a tierra de la tumba le llenaba la boca. Sabía… sabía que había muerto y despertado. Sin embargo, la forma en que Devon lo miraba... El hacinamiento del paso del tiempo presionaba a Visander. Un mundo lleno de humanos, ajenos a los peligros de la guerra. Un mundo sin imágenes ni sonidos que conociera, y sin una sola chispa de magia. —Entonces, ¿quién queda? —Yo quedo —dijo Devon—. Soy todo lo que queda. Visander recordó: arrodillado junto a un arroyo salpicado de sol, recogiendo el agua refrescante, sintiendo algo detrás de él. Al levantar la vista, había visto a la tímida criatura que observaba, con el cuello arqueado y la crin de seda, un potro joven. Sus miradas se habían encontrado; sobresaltado, un destello plateado, y desapareció. Semanas de vislumbres, visitas secretas, incapaz de pensar en otra cosa hasta el primer toque trascendental. Recordaba el cuello blanco y liso bajo sus manos, su asombro casi mareado al permitirle tocar algo tan puro, la forma en que esas pestañas blancas habían bajado de placer, ese hocico de seda que le hacía cosquillas en la mejilla y luego le acariciaba el cuello...

—No puede ser. Un niño pálido en una habitación pequeña y sucia, vestido con toscas ropas humanas, con piel de animal en los pies. Devon se había echado hacia atrás, apretándose contra la pared opuesta como por instinto. Visander extendió la mano para tocarlo. —Mi corcel, yo... —No lo hagas —dijo Devon—. No soy el potro joven que era, jugando al amor en un claro. No inclinaré la cabeza por tu tirante, ni tomaré tu comida entre mis dientes. El rostro pálido de Devon estaba frío como la nieve, sus ojos como pálidos trozos de hielo. Visander se sintió mareado. —Pero trabajas con estos humanos. ¿Por qué? —Porque van a traer de vuelta el viejo mundo. —¿Traerlo de vuelta? ¿Cómo? —Criando al único que puede. —No —dijo Visander. Era como si el oscuro pozo de la mazmorra se abriera a sus pies, un gran abismo sin fondo. Recordaba las sombras que se cernían sobre el campo de Garayan, las luces que se apagaban una a una. Pero siempre había tenido a Indeviel a su lado. Ahora, había una nueva y terrible mirada en los ojos de Devon que nunca antes había estado allí. —¿Quién más tiene el poder de rehacer el mundo a su imagen? ¿Para restaurarlo a la forma en que debería haber sido? —No —dijo Visander—. No lo creo. Devon dijo: —Se levantará y expulsará a todos los humanos de esta tierra. Mientras hablaba, se quitó la gorra de la cabeza, y Visandro vio el muñón deforme en medio de su frente. Se sintió enfermo, una violenta náusea, por una profanación que ni siquiera Sarcean había soñado infligir. Imaginó a Indeviel abatido, solo y asustado, mientras le sujetaban la cabeza y le cortaban el cuerno. —Has visto caer el Palacio del Sol —dijo Devon—. Vi cómo el mundo se oscurecía, hasta que solo ardía la Llama Final. ¿Crees que la guerra fue la parte difícil?

La guerra no fue nada; fue la larga oscuridad que vino después, los aullidos de los perros y la caza, nuestro mundo se convirtió en polvo, hasta que no quedó nada más que humanos, y juré que si tuviera mi tiempo otra vez lucharía en el lado opuesto. Un unicornio, luchando por Sarcean. Un horror visceral se le subió a la garganta: ¿la habitación se estaba haciendo más pequeña? Más pequeña y oscura, como el interior de una caja de madera. Como si fuera la primera vez que veía al muchacho frente a él, con dos piernas en lugar de cuatro, ropas humanas abotonadas hasta la barbilla donde antes había estado la curva blanca del cuello, cabello incoloro en lugar de esa larga melena en forma de cascada, y un muñón arruinado en medio de su frente, donde debería estar la larga y nacarada lanza de su cuerno. La visión era tan errónea que Visander sintió que la habitación comenzaba a desvanecerse. —¿Ha pasado tanto tiempo que lo has olvidado? ¿Lo qué era? ¿Lo qué hizo? — Miró a Devon como a un pálido desconocido. En lugar de responder, Devon dijo: —No puedes pelear con él. Llegas demasiado tarde. —Indeviel, ¿qué has hecho? Avanzó a grandes zancadas y agarró a Devon por sus dos delgados hombros. Se encontró a sí mismo mirando hacia abajo a un rostro beatíficamente pasivo, con los ojos pálidos mirándolo con absoluta seguridad. A Visander sólo se le ocurría una cosa que pudiera haber causado aquello: el rostro frío y hermoso de Sarcean, sus ojos llenos de una terrible diversión. Hizo una súplica desesperada. —No tienes que luchar por la Oscuridad. Puedes venir conmigo. Eres un unicornio. Vio que sus palabras no tenían ningún impacto. ¿Cómo podía estar Indeviel tan lejos de su alcance, un chico intocable de pelo blanco, que parecía estar a mil años de distancia? —No hay adónde ir —dijo Devon—. Son solo humanos, hasta donde alcanza la vista.

La garganta de Visander se elevó, y de repente la habitación se convirtió en un pequeño ataúd de madera, y él se estaba ahogando, con el sabor de tierra en la boca. —¿No te acuerdas de los votos que nos hicimos? ¿La promesa que hicimos antes del Largo Viaje? Devon le devolvió la mirada, con los ojos muy abiertos, como si la respuesta le sorprendiera, cuando ya muy pocas cosas le sorprendían. —No —dijo Devon—. No lo hago.

Traducido por June Corregido por Clouritgh —¡Mátenlos! ¡Ese es un Guardián! —¿Un Guardián? Simón pagará, generosamente. —¿Cuál es su orden, Capitán Howell? —Tráiganlos aquí. —El capitán de los soldados de Sinclair hablaba un italiano de un escolar. Era joven para ser capitán, un hombre inglés de unos veintiocho años, con una postura rígidamente erguida, pelo rubio pajizo y ojos pálidos. Vestía el uniforme de oficial, con su doble hilera de botones de latón. Pero el abrigo era negro en lugar de rojo, como si Sinclair tuviera su propio ejército. Un hombre de clase alta, pensó Will. Los hombres que estaban con él eran en su mayoría lugareños, por su aspecto y su forma de hablar. El poco italiano que hablaba Will lo había aprendido de fragmentos de la juerga de los marineros napolitanos que se divertían a orillas del Támesis, o de los pocos piamonteses que habían llegado a Londres recordando sus glorias perdidas en las batallas contra Napoleón. Pero entendió la boca del mosquete en su cara y las palabras: —Muévete y disparamos. —Will contó al menos cincuenta hombres, todos armados. Demasiados para pensar en resistirse, incluso cuando uno de los hombres lo agarró con fuerza. La última vez que había sido capturado por los hombres de Simón, Violet lo había rescatado. Era difícil no pensar en eso. Podía imaginársela diciendo: —Me tomé tantas molestias para que cruzaras la puerta para que luego te capturaran al otro lado. —Tenía que encontrar una forma de volver con ella. Incluso mientras intentaba pensar, sintió la dolorosa realidad de que esta captura les alejaba aún más de la puerta.

Cipriano fue arrastrado hacia adelante. —Sabemos qué hacer con los Guardianes. —En un inglés muy acentuado. El lugareño que habló agarró bruscamente la barbilla de Cipriano. —Suéltalo. A punto de desplomarse, James se sostenía sólo con una mano del tronco de un abedul. Su petición provocó una carcajada burlona del hombre que sujetaba a Cipriano. No lo soltó, sino que dio a la cara de Cipriano una exasperante serie de pequeños golpecitos con la mano abierta, que no llegaron a ser bofetadas. Con una mirada divertida, el capitán Howell miró a James desde su caballo. —¿Y tú quién eres? —Soy James St. Clair. —James podía hacer gala de una arrogancia asombrosa para alguien que estaba a punto de caerse—. Y si no los dejas ir, responderás ante Lord Crenshaw Un sonido desdeñoso del capitán Howell. —¿Lord Crenshaw? Pero uno o dos de los otros hombres intercambiaron miradas. —Il premio di Simón (El premio de Simón) —oyó Will, junto con algunos destellos de miedo. No sabían que Simón había muerto. No habían tenido tiempo de enterarse. Will y los demás habían llegado en un instante, pero algunos mensajes enviados desde Londres seguían viajando lentamente a través de los Alpes. Otra oleada de desorientación. Atravesar la puerta era casi como retroceder en el tiempo, a un lugar donde Simón seguía vivo y en el poder. El capitán Howell no se dejó intimidar ni impresionar. —Muestra tu marca. —Si sabe quién soy, sabrá que no tengo ninguna —dijo James. —Qué conveniente —dijo el capitán Howell. Mientras estaba señalando al hombre que había sujetado a Cipriano—. Llévatelo, Rosati. Rosati, un hombre mayor con el pelo oscuro y piel de oliva de la región estaba dudando. —Si realmente es el Premio de Simón… —Rosati habló en un inglés acentuado.

—No lo es —dijo el capitán Howell. Rosati cogió a James del brazo con gran inquietud. Cuando James no estalló en llamas de inmediato, no se convirtió en sapo ni sucumbió a ningún mal mágico, Rosati se sintió más confiado y se volvió más brusco. —¡Muévete! —Hai ragione. È solo un ragazzo (Tienes razón. Él es solo un niño) —oyó Will detrás de él. Los otros lugareños parecían ganar más confianza también. —Te arrepentirás de esto —dijo James. —¿Me arrepentiré? —Howell parecía divertido—. Cabalga hasta la excavación y avisa al capataz Sloane que tenemos prisioneros. —Habló con Rosati, que empujó a un debilitado James a la carreta. La excavación. Le provocó un escalofrío a Will mientras le ataban las manos a la espalda con brusquedad. La sintió, esa forma oscura que habían visto surgir de la montaña. Había algo en esas colinas. —Quiero que una docena de hombres registren la zona. Si ven a alguien, si ven a un solo bandido husmeando en busca de tesoros, quiero saberlo. —Los ojos de Howell escudriñaron la oscuridad mientras Will era arrojado tras James y Grace al primero de las cuatro carretas de suministros. Will se encontró tumbado entre bloques de mármol negro. —¡Guardianes! ¿De dónde han salido? No hemos oído nada de los exploradores. —El nítido acento de clase alta del capitán Howell se escuchó fuera. La voz inquieta de Rosati respondió: —¿Usted no... usted no cree que encontraron una manera de abrir la puerta? Sloane dice… —La puerta es un mito —dijo el capitán Howell—. Los Guardianes son de carne y hueso. No pueden aparecer de la nada. ¿Pueden Hubo un horrible sonido de impacto de carne. Luego otro. Cipriano fue arrojado a la carreta unos minutos después, aterrizando torpemente, con las manos atadas a la espalda. Incluso en la penumbra del interior de la carreta, había visibles magulladuras en su cara, que estaba húmeda de sangre y saliva. La tela de su túnica estaba manchada

de sangre, que había teñido la estrella de rojo. Cuando se levantó, sus ojos verdes estaban fijos en James, llenos de ira, con algo de dolor por detrás. —¿Así trataste a Marcus? —dijo Cipriano. James tenía los ojos nublados, pero separó los labios y Will le dio una patada con la pierna. —Lo que sea que estés a punto de decir, no lo hagas. —Y luego—: Toma. Límpialo en mi chaqueta. —Cipriano parecía humillado, pero se limpió la saliva de la cara, un proceso torpe ya que no podía usar las manos. —Tenemos que volver a la puerta y encontrar a Violet. —Cipriano lo dijo con la mandíbula magullada y el labio partido. —El capataz. La cabeza de James descansaba contra el mármol negro detrás de él; sus palabras eran poco más que aliento. —Es un hombre llamado John Sloane. Verificará quién soy. Me conoce. Lo dijo con los ojos cerrados. —Nos sacaré de esto. El labio partido de Cipriano se curvó cuando el carro se sacudió y comenzó a moverse. —Sí, venderte a Simón ha demostrado ser muy útil. Los ojos de James se abrieron, dos rendijas sombreadas. —Te crees tan… —Ya basta, los dos —dijo Will—. Discutir no nos sacará de aquí. La carreta avanzaba cuesta abajo por aquel viejo camino de montaña, un viaje lleno de baches, gritos y el sonido de los cascos de los caballos se escuchaban en el exterior. —Tú sabes algo al respecto. —Volvió los ojos hacia Grace, que había hablado de ello en el Salto de Fe—. Sobre dónde estamos. —El Reino del Sol —dijo Grace—. Fue el primero de los cuatro grandes reinos en caer. —Hablaba mientras el carro avanzaba—. Hay registros en latín en el Salón, transcripciones de historias contadas de la región tomadas en la época romana, cuando

el Rey Oscuro llevaba miles de años muerto. Finem Solis. Fin del Sol. Cuando el Palacio del Sol cayó, una gran oscuridad cubrió la tierra. Llamaron a ese día. Undahar. —El Eclipse. Las palabras calaron hondo en Will, y con ellas fue terriblemente consciente de la excavación de Sinclair, de todos aquellos hombres hurgando profundamente en la tierra, buscando en la montaña algo que no debía encontrarse. —La sede de su poder —dijo Grace—. El Rey Oscuro gobernaba desde allí, enviando sus ejércitos de sombra para atacar a los otros reinos. Cuando el Rey Sol desapareció, recibió un nuevo nombre: Undahar. —El Palacio Oscuro —dijo Will. O pensó que lo había dicho. Sintió un extraño temblor, como si el suelo creciera y vibrara. —¿El Palacio Oscuro? —ese fue James. Cipriano dijo: —¿Qué es eso? Risas sin aliento, bordeadas de amarga ironía y agotamiento. —Oh, Dios —dijo James—. He muerto aquí. Eso fue lo que dijo Gauthier. ¿No te acuerdas? —Will —él escuchó. —Rathorn mató al Traidor en las escaleras del Palacio Oscuro. Si eso es realmente lo que Sinclair está desenterrando, nosotros... —¡Will! La mano de Grace estaba en el hombro de Will, sacudiéndolo. No, esa no era la fuente del temblor. El suelo no estaba firme. Will dijo: —Hay... algo... Una sacudida a la izquierda de la carreta tiró a todos de lado. Luego otra. Y gritos: eran los caballos, los hombres les gritaban y se gritaban entre ellos. —¡Quedaos donde estáis! —Otra sacudida de la carreta. —¿Qué está pasando? —oyó decir a Grace. —No lo sé —dijo Cipriano.

¿Era granizo lo que golpeaba la carreta? No, eran rocas, como si alguien hubiera arrojado un puñado de piedrecillas desde arriba, desprendidas de la montaña porque esta temblaba. Will podía sentirlo, una percusión sobrenatural, profunda, muy profunda en la oscuridad. Algo debajo de ellos se estaba abriendo... —¿Will? —oyó a lo lejos—. ¿Qué pasa? —Para —dijo, o intentó decir. La tierra se onduló como una sábana, lanzando el carro hacia arriba, sólo para estrellarse de nuevo. Y luego explosiones a ambos lados de ellos, como el estallido de cañones. Piedra impactando contra piedra, a su alrededor. Los hombres gritaban: — ¡Derrumbe! Un derrumbe; el aire tembló y las rocas cayeron como cuerpos celestes, pulverizándose mientras en el interior del vagón Will y los demás eran lanzados de un lado a otro sobre los bloques de mármol negro. —Alto. —Nadie le oyó por encima de los gritos y choques del exterior—. ¡Alto! —Toda la montaña temblaba. Una sacudida le hizo salir despedido hacia delante. Un momento después, un trozo de granito atravesó la esquina del vagón y vio el exterior. Vio caballos encabritados, antorchas caídas y ardiendo, rostros de hombres distorsionados por los gritos mientras las rocas caían como cometas, como estrellas fugaces. —¡ALTO! —el silencio siguió a la estruendosa orden. Estaba acurrucado, agarrando las cuerdas que le ataban las manos, jadeando. El suelo estaba quieto. El suelo estaba quieto, pero el poder que había causado esto... esperaba, más siniestro en su silencio. —Estás aquí —parecía decir—. Y yo te estoy esperando. —Will levantó la vista justo a tiempo para ver a Howell arrojando una lona sobre la parte superior del carruaje astillado, tapándole la vista. Will se volvió inmediatamente hacia los demás. El miedo le oprimía. ¿Le habían oído? ¿Habían oído...? Al incorporarse, los demás parecían ocupados con su propia confusión, el derrumbe fue demasiado ruidoso para que se oyera su grito. —¿Qué fue eso? —dijo Grace.

—¿Qué fue...? Podía oír fragmentos de italiano desde fuera de la carreta, llamadas a tomar posiciones y volver a poner las cosas en marcha. Era terrible no poder ver el exterior. —Puedo oírlos ahí fuera. No saben que está pasando —dijo Grace. —Fue un terremoto —dijo Will. La seguridad en su voz fue un error. Debería sonar tan inseguro como los demás. No pensaba con claridad, la cabeza le daba vueltas. Cerró las manos en puños, recordando su época en los muelles ocultando la cicatriz de su mano. —No lo hagas. No dejes que vean nada. —Pero no parecieron darse cuenta de su desliz y siguieron hablando entre ellos. —Pueden ser comunes en esta región —dijo Cipriano—. Deberíamos estar atentos a las réplicas. —No habrá ninguna. —Esta vez no lo dijo en voz alta. El conocimiento innato le parecía peligroso y equivocado. —¡Hya! —fue la llamada desde el exterior, y el carruaje se puso en marcha. El descenso de la montaña fue lento. Se detuvieron y avanzaron varias veces, el camino lleno de rocas y ramas que debían retirar. La tormenta subterránea había terminado, pero la sensación de que se acercaba algo terrible se hacía más fuerte. —Te estoy esperando —parecía susurrar. Y los ruidos de excavación que al principio habían sido un eco lejano se hicieron cada vez más fuertes, mientras las herramientas de metal golpeaban la roca una y otra vez. Cuando el carruaje se detuvo, ruido los rodeaba por todas partes. Las puertas se abrieron de golpe. Will medio esperaba ver un palacio imponente, oscuro y hermoso, cantando su sirena de bienvenida. Pero se sorprendió al encontrarse en un túnel claustrofóbico. Los ruidos de excavación se sumaban a ello, como si estuvieran enterrados en piedra bajo tierra, intentando abrirse camino con picos que hacían poco impacto. Las lámparas que colgaban del techo eran modernas, y había manchas de tierra y piedra esparcidas por el suelo, donde el terremoto las había sacudido desde el techo del túnel.

—Los hombres están asustados. Nadie quiere dejarlos entrar —le decía Rosati al capitán Howell, hablando en voz baja bajo una de las lámparas—. Culpan a los recién llegados de lo ocurrido. Dicen que el terremoto es obra de los Guardianes... —Llama a Sloane. Dile que tengo prisioneros —el capitán Howell se quitó los guantes de montar. Un hombre de unos cuarenta años llegó justo cuando sacaban a Will de la carreta. John Sloane, pensó Will. El capataz. Con un chaleco rígido, una chaqueta azul oscuro de cola larga y el pelo peinado hacia adelante, Sloane parecía el residente de un despacho de un oficinista inglés, no de un campamento de tiendas iluminado por antorchas. —No tengo tiempo para ocuparme de bandidos capturados, capitán —decía Sloane con un gesto de la mano, como si su mente estuviera en otra parte—. Hay desmoronamientos y derrumbes por toda la excavación. —Estos no son bandidos —dijo Howell—. Son Guardianes. Con un chico que dice ser James St Clair. —¡St. Clair! ¿Has tenido una de tus crisis? ¿Crees que un carruaje podría contener a esa criatura? —Sloane hizo una expresión de desagrado—. Lo conocí en Londres. Puede que tenga la cara de una amante, pero tiene el corazón de un monstruo; te arrancaría la carne de los huesos si solo lo miraras. —Sloane —dijo James. Al salir de la carreta, James parecía el mismo de siempre, excepto por su color, más pálido que de lo usual, y sus manos, atadas por las muñecas delante de él. John Sloane palideció, como una estatua congelada con la boca abierta. Parecía un hombre enfrentado una pesadilla. James dijo: —Recuerdo haberte visto en Londres. —Desátale las manos. Desátale las manos. ¡Rápido! —dijo Sloane. —Pero Signore Sloane... —¡He dicho que le desaten las manos! —gritó Sloane. El soldado más cercano a la puerta estaba tanteando con un cuchillo, usándolo para cortar la cuerda que ataba las muñecas de James.

—Sr. St Clair. Lo siento mucho. No teníamos ningún mensaje. No sabíamos que iba a venir. —Sloane estaba medio inclinado, medio retorciéndose las manos. —Ya lo veo —dijo James, y colocó despreocupadamente su mano libre en un lado de la carreta. —¿Y...? ¿Y dónde está Lord Crenshaw? —Los ojos de Sloane se desviaron hacia la carreta, como si Simón pudiera aparecer en cualquier momento. Parecía atormentado. —Simón estará aquí en dos semanas. Para ver los avances personalmente. —Creíamos que íbamos bien de tiempo —dijo Sloane, balbuceando—. Enviamos un mensaje la semana pasada; estamos cerca, hemos descubierto varias cosas importantes... —Entonces no tienes nada que temer —dijo James. Su única mano sobre la carreta era lo único que le sostenía. A Will se le revolvió el estómago, pero Sloane estaba demasiado aterrorizado para darse cuenta. Sólo el capitán Howell parecía escéptico, sus ojos se entrecerraban mientras seguían a James. —¿Por qué no nos hemos enterado de que viene? ¿Por qué no lleva equipaje? ¿Por qué su acompañante va vestido como un Steward? Los ojos azules de James se alzaron hacia el capitán. —¡Capitán Howell, por favor! Mis disculpas, Sr. St. Clair, mi capitán no sabe lo que dice... —No pasa nada, Sloane —dijo James—. Su capitán sólo quiere una demostración. La expresión del capitán Howell cambió. Su rostro enrojeció y luego se ensombreció. Abrió la boca, un rictus: no salió nada. Se llevó las manos al cuello. Se ahogó, tosió, se rascó el cuello, como si tratara de apartar unos dedos que no estaban allí. Will sintió que se ruborizaba, la lenta y caliente propagación que sentía cada vez que James usaba su poder, mezclándose confusamente con las punzadas en su cabeza. El capitán Howell estaba de puntillas, como si lo hubieran levantado. Su rostro era ahora

de un violento color morado, y sus ahogos eran desesperados, guturales. Will extendió un brazo para detener a Cipriano, sujetándole con una mano en el hombro. —Lo está matando —, dijo Cipriano. —No —se oyó decir Will—. Toma tiempo el estrangular a alguien. Sloane también había dado un frustrado paso adelante. Pero no intervino, siguiendo las indicaciones de James, con los ojos yendo de James a Howell y viceversa. —Estamos cansados del camino, y hemos sido incomodados por sus hombres. —James le habló a Sloane despreocupadamente, su expresión serena mientras detrás de él Howell se ahogaba de muerte—. Espero que pueda llevarnos a una habitación. —Por... Por supuesto —dijo Sloane, riendo nerviosamente—. Dormimos en tiendas, pero hemos restaurado varias de las habitaciones de la ciudadela... Si le parece bien, claro. —Me parece bien —dijo James. Este siguió a Sloane, Will y los demás subieron tras él. Sólo cuando todos se adelantaron, Howell fue liberado, cayendo de rodillas detrás de ellos, jadeando desesperadamente. A la luz de las antorchas, la excavación era un lío de tiendas, movimientos de tierra y pasarelas de tablas sobre trincheras. Estructuras de piedra a medio excavar surgían de la oscuridad, llenas de andamios. En las trincheras, los picos subían y bajaban a un ritmo continuo. Sloane los acompañó a través de varias pasarelas hasta una tienda de campaña, una de las muchas instaladas en el tramo más al este de la excavación, parte de una barraca donde los trabajadores dormían sobre suelo duro. Sloane les hizo un gesto con la mano. —Estas son las tiendas de los trabajadores, para la clase servil. Sus hombres pueden dormir aquí. Will sintió la mano de James posarse en su nuca, los dedos enroscándose en su pelo, un gesto posesivo inconfundible en su significado. —Este se queda conmigo.

Will se sonrojó, con la sangre caliente en las mejillas. Nunca había compartido habitación con James. Había dos habitaciones en la posada de Castleton. Quedarse con James era una idea terrible. Sloane miró nerviosamente de uno a otro. —Sí, claro, Anharion —dijo. Llevó a Will y a James a una de las estructuras de piedra, donde se detuvo ante un conjunto de puertas, empujándolas para abrirlas mientras los sirvientes entraban para encender lámparas y poner antorchas en los dos candelabros verticales dentro de las puertas. —Estas serán vuestras… habitaciones compartidas. Era perturbador ver que sus habitaciones habían formado parte de un edificio de la antigua ciudadela. Tres escalones más abajo, un conjunto de arcos sostenidos por seis pilares curvados en formas inusuales, adornados con grabados que no podía descifrar. Mientras los sirvientes colocaban ropa, mantas, agua y tazas, Will vio que la habitación se mantenía caliente con un fuego de leña de abedul cortados de las colinas circundantes.

Al

menos

la

cama,

situada

en

la

pared

del

fondo,

era

tranquilizadoramente moderna, una cama inglesa de cuatro postes con cortinas y una cabecera. —Es mi presunción, pero... —Sloane sonrió— tal vez Él durmió aquí. Will sintió que James se ponía rígido, pero todo lo que hizo fue decir: —Déjanos. —Por supuesto. —Sloane hizo una reverencia y se fue. En cuanto se cerró la puerta, James se desplomó. Will, preparado para ello, soportó su peso y lo colocó sobre la cama. El estado de James era peor, mucho peor de lo que había sido en el Hall. Will apartó las mantas y tumbó a James en el colchón, sacando rápidamente el frasco que contenía las aguas de Oridhes. Los labios de James se entreabrieron y tragó saliva cuando Will inclinó el frasco, al cabo de unos segundos, los ojos de James se abrieron ligeramente, con un destello azul bajo las pestañas doradas. Respiraba con más facilidad y miraba a Will con atención confusa. —Te dije que los llevaría dentro —dijo James.

—Y lo hiciste —dijo Will. Sentado en la cama a su lado, Will miró a James, con la camisa y la corbata desordenadas, su pelo perfecto despeinado en mechones que parecían invitar al roce de un dedo. El alivio que sintió al ver que James se recuperaba casi se le escapa en palabras. —Lo hiciste —quería decirle—. Por mí. Te lo agradezco —había una parte en lo más profundo de él que se alegraba de un modo que no debería por lo lejos que James se había presionado—, Por mí —también susurraba—. Te agotaste. Me diste todo lo que tenías. —Tu León está vivo —dijo James—. Sinclair no habría enviado a la Sra. Duval si sólo quisiera matarla. James intentaba tranquilizarlo, medio muerto y aun intentando probarse a sí mismo. ¿el Rey Oscuro lo había visto así alguna vez? ¿Sabía siquiera James que lo estaba haciendo? Pero Violet se había ido y ningún consuelo podía superar esa dolorosa distancia. No podía olvidar que la puerta lo había expulsado aquí con James, aislándolo tanto de Violet como de Elizabeth, como si lo separara de aquellos que tenían más probabilidades de mantenerlo en la luz. —Solo descansa —dijo Will—. Hablaremos mañana. James se levantó, tomó un cojín y una manta y los arrojó sobre el largo sillón cercano, con la intención de dormir en él. Cuando se volteó, James lo observaba desde la única cama de la habitación. —¿Tímido? —dijo James. Will apoyó una mano en el respaldo del largo sillón. —Dormiré aquí. —No te matará por acostarte a mi lado —dijo James. —¿Quién no lo hará? —Ya sabes quién —dijo James—. Mi celoso amo. No hablaba de Sinclair. Hablaba de otra figura cuya sombra se extendía desde un pasado lejano. —Creo que podría matar a alguien por eso. —las palabras salieron solas.

—Entonces quédate donde estás. Azul mordaz bajo sus pestañas. Will se detuvo, inhaló y exhaló. Luego se despojó deliberadamente de la chaqueta y el chaleco, de modo que sólo le quedaban la camisa y los pantalones. Se acercó al lado opuesto de la cama. Una extensión mayor que la de su habitación en la pensión de Londres: no había peligro de que se tocaran. —Nunca durmió aquí —dijo Will. Y de nuevo se oyó a sí mismo: demasiado seguro. No estaba siendo cuidadoso. —Lo sé —dijo James. Era difícil respirar con esas palabras. Si James hubiera sido Cipriano o Violet, le habría ayudado a quitarse la chaqueta y las botas. Él no lo hizo, preguntándose si eso le delataría. O tal vez nadie era casual con James, que probablemente no se desmayaba en brazos de los hombres a menudo. O los invitaba a su cama. —Este no era el Palacio Oscuro. Están cavando en el lugar equivocado —dijo James. Will se quitó las botas. No dijo que él también lo sabía, que podía sentirlo. Las palabras de James se habían soltado como en un sueño febril o al borde del sueño. Will respiró profundamente. Luego, como James lo había convertido en un reto, Will se tumbó junto a James en la cama. Will sintió que James se movía, oyó su brusca inspiración. Will dijo: —No me hagas volver al sillón largo, estoy cómodo. La voz de James estaba entrecortada por el asombro: —Incluso cuando lo veo, no me lo creo. —¿Qué? —Will giró la cabeza para encontrarse con los ojos azules de James clavados en él. —Eres el único que no le tiene miedo. En voz baja. Como si James no lo entendiera. Como si no entendiera a Will. Fue lo último que murmuró James mientras sus pestañas bajaban y su respiración se estabilizaba. Su sueño era de agotamiento absoluto.

Will rodó sobre su espalda, con el antebrazo cruzado sobre la sien, mirando hacia el viejo techo de piedra. Y como no había nadie despierto para escuchar, Will se permitió decirlo. —Te equivocas. La suave admisión no fue escuchada en la oscuridad. Le palpitaba la cabeza; la montaña yacía con su laberinto de habitaciones desconocidas y corredores silenciosos y sin caminar. —Estoy aterrorizado.

Traducido por: june Corregido por Clouritgh Violet se despertó por el crujido de la madera y el golpe de las olas, y con las inconfundibles crestas del tablero bajo sus extremidades y su cabeza. Cuando intentó moverse, se dio cuenta de que tenía las manos esposadas con el mismo metal que los Guardianes habían utilizado para inmovilizarla. La invadió una oleada de pánico. Sentía el olor del mar. Debía de ser el mar, porque carecía del humo nauseabundo del Támesis y había un olor salado, fresco y puro. Y ella nunca había sentido un barco moverse así en el río. Había aguas profundas por todos lados, que levantaban el barco y luego lo volvían a hundir. Cada segundo que pasaba se alejaba más y más de Will. Tenía que salir de ahí. Forzándose a superar el mareo que siempre le producían los grilletes de los Steward, se levantó y se encontró en una gran jaula de metal con barrotes. Golpeó los barrotes con las esposas. El ruido le sacudió los huesos, pero los barrotes no se movieron y las esposas no se abrieron. Provocando un sonido furioso, golpeó los barrotes con el hombro tan fuerte como pudo. No consiguió nada. Magullada y respirando con dificultad, miró hacia la bodega. Era más pequeña que la del Sealgair, pero podía ver las cajas y las estanterías atadas que constituían la carga principal del barco, y a ella como una mera carga de última hora. Más cerca de ella, vio contenedores llenos de armaduras, varias de ellas con una estrella. Se dio cuenta de que estaba viendo cajas llenas de objetos del Hall de los Guardianes, y que formaba parte de un cargamento robado que navegaba hacia un destino desconocido. La escotilla se abrió. Andando a zancadas confiada en sus botas largas, la Sra. Duval entró en la bodega. Llevaba una capa diferente, como si hubiera pasado al menos un día desde la captura de Violet. A su lado estaba el hombre del patio, el que tenía tres marcas de

garras en su cara. Aún llevaba un bastón, y su cojera era aún más pronunciada que antes de que Elizabeth lo apuñalara. Los ojos de Violet se fijaron en el objeto metálico que la Sra. Duval sostenía en sus manos. Al instante, se levantó de un salto y se acercó a los barrotes. —¡Devuélvemelo! —Ya, ya —dijo la Sra. Duval. Sus miradas se cruzaron y las extremidades de Violet se paralizaron. Al igual que en el Hall, la estaban sujetando. Tenía las manos en los barrotes de la jaula, pero no podía moverlas. —Te preocupas mucho por esto. —La Sra. Duval levantó el Escudo de Rassalon, girándolo especulativamente—. Está roto. —No mereces tocarlo —espetó Violet. —Confieso que no me importa un escudo viejo —dijo la Sra. Duval—. Pero un león es caza mayor. —Mantuvo la mirada fija en Violet, con el poder hipnotizador de la serpiente, mientras Violet era incapaz de apartar la vista—. La más grande caza que he abatido. Violeta sintió un violento odio por todo lo que estaba pasando. Odiaba la jaula. Odiaba estar congelada, sin poder moverse. No quería su escudo en manos de aquella señora. —¿Adónde me llevan? —dijo Violet. Quería salir de la estrecha bodega de este barco. No podía estar aquí, tan lejos del patio del Hall de los Guardianes. Haber sido separada de los demás, saber que la llevaban cada vez más lejos con cada respiración... —Apártate de los barrotes —dijo la Sra. Duval. —¿Adónde me llevan? —dijo Violet. —He dicho que retrocedas —dijo la Sra. Duval, y para su horror, Violet se encontró dando un paso atrás. Horrorizada, miró a sus captores a través de los barrotes. Oh Dios, James tenía razón: La Sra. Duval podía obligarla a hacer cosas. No sólo congelarse, sino moverse, cumplir sus órdenes. Tuvo que obligarse a pensar, a razonar, aunque el corazón se le aceleraba.

—No puedes controlarme todo el tiempo —dijo lentamente Violet—, o no tendrías que usar estos grilletes. —Qué lista eres —dijo la Sra. Duval—. Pero yo esperaba que la chica de Gauhar fuera lista. El nombre pareció caer en ella como una piedra en aguas profundas. —¿Quién? —¿No sabes el nombre de tu madre? —preguntó la Sra. Duval. Violet no podía moverse, pero sintió que algo en su interior se abría y la hacía sentir muy joven y pequeña. Gauhar. Nunca había oído ese nombre. Nunca había oído un nombre así. ¿Era el nombre de su madre? ¿Su apellido? ¿Era así como se hacían las cosas en la India? No lo sabía, nunca se lo habían dicho. Esa mujer, Louisa Ballard sólo la había llamado a ella. No hables de esa mujer. Un recuerdo se abrió camino desde lo más profundo de su ser. Una voz de mujer, un río ancho, escalones que bajaban al agua donde la gente se bañaba, amabilidad y risas. Gauhar. Lo reprimió, como si amenazara su seguridad. —¿No sabes lo que eres? —dijo la Sra. Duval—. ¿O sólo sabes lo que te han dicho los Guardianes? —No hables de los Guardianes —dijo Violet. —Entonces dímelo con tus propias palabras. Permaneció obstinadamente callada. Casi esperaba que el poder de la Sra. Duval le sacara las palabras de la garganta. Como no fue así, dijo desafiante: —¡No puedes obligarme a hablar! Tu poder no es suficiente. —Puedo obligarte a hacerlo —dijo la Sra. Duval—. Leclerc, abre la cañonera . Violet encontró su cuerpo hecho una marioneta, una sensación horrenda, caminando hacia delante contra su voluntad para colocarse en los barrotes frente a la Sra. Duval. Con un gesto corto y brusco, la Sra. Duval arrancó la estrella de la parte delantera de la túnica de Violet. Luego esbozó una sonrisa desagradable y abrió la parte delantera de la jaula. —Trae —dijo, y arrojó la tela por la cañonera.

Violet intentó evitar moverse. Lo intentó con todas sus fuerzas y toda su voluntad. Estaba en la cañonera abierta y trepó por ella como en una escotilla, mirando el agua agitada del océano por debajo de donde la madera del barco la cortaba. Violet se dejó caer —casi—. Suspendidos, sus miembros no se movían mientras se tambaleaba sobre la caída. Quería gritar, sabiendo que no se había salvado. Fue la Sra. Duval quien la detuvo, congelada, a punto de saltar. —¿Te hago saltar por la borda? —dijo la señora Duval—. Los leones no son buenos nadadores. Manteniéndose rígida, sin poder hacer ningún gesto de desafío, el corazón de Violet latía con fuerza. El barco se mecía con el vaivén del océano, cuyas húmedas profundidades habían entrado hacía tan poco en el Hall a través de la puerta. Recordó su fantasmal torre submarina. Era cierto que Violet no sabía nadar, pues nunca había aprendido. Se había criado en los muelles de Londres, pero nadie nadaba en la espesa melaza del río. Se imaginó que se arrojaba al agua, sin esforzarse siquiera, saltando a ciegas. El agua se cerraría sobre su cabeza, dejando sólo un remolino espumoso, e incluso eso sería tragado por la siguiente ola. —No lo harás. Me necesitas viva —se obligó a decir—. Cuando acabes conmigo, me entregarás a mi padre. La Sra. Duval sólo sonrió, un brillo de dientes. —Pequeño León. Realmente no tienes ni idea de en lo que estás metida. —Entonces dímelo —dijo Violet —Crees que tu destino es luchar a su lado. Pero no lo es —los ojos de la Sra. Duval se quedaron clavados en ella, la mirada sin parpadear de un reptil—. Es para ser comida. La sangre de Violet se drenó mientras no podía moverse. Pensó en su padre diciendo que planeaba que Tom la matara. Su padre había construido una jaula en su casa para retenerla, y ella apenas había escapado a tiempo. —¿Qué se supone que significa eso? —Pronto lo sabrás —dijo la Sra. Duval.

La metieron de nuevo en la jaula y volvieron a cerrar la puerta. Miró fijamente impotente bajo los fríos ojos de la Sra. Duval, hasta que ésta se volvió hacia la puerta. Una liberación; la compulsión desapareció. Al instante, Violet se lanzó contra los barrotes inamovibles. Pero se encontró temblando, sus piernas apenas podían sostenerla. Violet se dio cuenta con un sobresalto de que estaba agotada: sus músculos habían estado agarrotados en un espasmo todo el tiempo que la Sra. Duval había estado controlándola. —No conseguirás nada si haces enfadar a mi hermana —dijo una voz de hombre. Ella se revolvió. Conmocionada, vio que el hombre de la cara llena de cicatrices seguía en la bodega, entre las sombras, observándola. Había olvidado que estaba allí. —Soy Jean Leclerc —se presentó—. Estarás a mi cargo hasta que, bueno. Hasta que terminemos nuestro trabajo. —¿Qué te ha pasado en la cara? —dijo Violet—. ¿Te has acercado demasiado a una jaula? Leclerc se sonrojó y las cicatrices enrojecieron. —Deberías considerarte afortunado de que no te lleven con tus amigos —dijo. —¿Qué quieres decir? —dijo ella con una fría punzada de aprensión—. ¿Qué sabes de ellos? —Deberías considerarte afortunada —dijo Leclerc—, que estás... —Leclerc se interrumpió, parpadeó y su rostro casi se tensó—. ¿Violet? —ella le miró fijamente. Leclerc se acercó un paso. —¡Violet! Ella retrocedió instintivamente, hundiéndose más en la jaula. Leclerc parpadeó de nuevo y sacudió la cabeza. —Debería considerarse afortunada —dijo con un poco de confusión. Volvió a sacudir la cabeza. Luego se dio la vuelta y salió cojeando de la bodega.

Traducido por Gui Do Corregido por Clouritgh Sarcean se encontraba lujosamente extendido, en una cálida banca de mármol bajo el rayo de un resplandor naranja. El fresco aroma endulzaba el aire veteado de sol, en el cuál flotaban a la deriva pétalos blancos. Él sintió una dichosa alegría, sus extremidades adormiladas en el sol, cambiando perezosamente de su espalda a su lado, hasta que él escucho pasos. En el sendero una figura dorada se aproximaba. Vestido en armadura dorada, quitándose su casco dorado, dejando que su cabello rubio cayera en su espalda. Una asombrosa vista bajo la luz del sol. Y familiar, una presencia amada que traía una cálida bienvenida consigo. El campeón del Rey, el General del Sol. Un día, sería llamado Anharion. Pero eso sería en un futuro lejano. Por ahora, él era… Era hermoso, tanto que mirarlo dolía. Pero el verdadero dolor residía en la calidez de su mirada. —No esperaba encontrarte aquí —dijo Anharion. —De todos modos, viniste —dijo Sarcean. —Tenía la esperanza de verte —dijo Anharion, y se sentó a su lado, mirándolo. Su garganta estaba desnuda, piel descubierta, vulnerable como un tallo de flor sin cortar. Él aún no era Anharion. No estaba usando el Collar. El afecto en sus ojos era real. —El Rey pregunta si te unirás a mí en una pelea de exhibición en los juegos para celebrar su compromiso real. —Debo negarme. —Sarcean lo miró. —Te lo dejaré fácil. —A caso, ¿no eres el campeón del Rey? Un destello en esos ojos azules.

—No dije que no ganaría. Sarcean se estiró, ágil como un pez, la seda de su propio cabello largo negro extendida a su alrededor, oscuro como la noche. Estaba consciente de la mirada de Anharion. Sabía que Anharion a veces lo miraba de esa forma, aunque hubiera hecho sus votos, y estuviera prohibido. —¿Y, si yo fuera Rey? —dijo Sarcean. —Sí tu fueras Rey… Sarcean extendió su mano para tomar un mechó de largo cabello rubio, que era como la luz del sol entre sus dedos. Las palabras eran suaves, demasiado suaves como para ser en broma. —Si yo fuera Rey, ¿serías tú mi reina? —Sueñas —sonrió Anharion, como si hubiera adivinado los pensamientos extravagantes de su amigo, aunque sus mejillas se ruborizaron. —Un sueño bastante agradable. Anharion lo miró y dijo: —Despierta. Will despertó sobresaltado, mirando hacia arriba con confusión. —Will, despierta. —Yo… —dijo él, desorientado, sin estar seguro de donde estaba o quién era. Anharion mirándolo se convirtió en una persona mucho más compleja, cuyos ojos eran un desafío o una provocación, y quién siempre mantenía sus labios al filo de una mueca. —¿James? —dijo Will, trayendo su mente hacia el presente. James se relajó y se alejó. Will vio todas las diferencias rápidamente. Más joven. La armadura dorada era ahora un abrigo brocado hecho a la medida. La forma en la que James se movía demostraba un conocimiento sobre su cuerpo más refinado, como si estuviera acostumbrado a ser observado. Un pensamiento absurdo se le ocurrió a Will que, si James hubiera crecido como Guardián, él habría mantenido su cabello largo. Dios, ellos habían sido amigos; habían servido juntos en la misma corte, bajo las órdenes del mismo rey. La idea era tan nueva que no podía de dejar de pensar en ello una y otra vez. Había habido una época antes del Collar, una época en la que ellos se

habían encontrado bajo la luz solar, y en las palabras cálidas de Anharion había estado la insinuación del coqueteo, y una tolerancia que Anharion no le daba a nadie más, aunque Sarcean sabía bien que Anharion nunca… —¿Sueños extraños? Will cerró sus ojos para alejar el pasado. Él tuvo que hacer su mejor esfuerzo para mantener su cuerpo relajado y no apretar sus manos en puños. —Algo así. —Es este lugar —dijo James frunciendo el ceño. Will se levantó de la cama y se dirigió al lavabo y la jarra, donde le habían dejado ropa limpia. Salpicó agua en su rostro, la sorpresa del frío pretendía ahuyentar al joven de sus sueños. No, lo que había visto no había sido solo un sueño. Había sido un recuerdo, sus sentimientos y reacciones tan intensos que se despertó con el nombre de Anharion en los labios. Cuidado. Oh, cuidado. Will preguntó casualmente: —¿Dije algo? —Corre, corre —dijo James, encogiéndose de hombros—. Estabas dando vueltas y revueltas. La idea de que pudiera hablar mientras dormía no era algo contra lo que hubiera pensado protegerse. Pero debería haberlo hecho. No era la primera vez que soñaba con Sarcean, noches llenas de destellos de esa presencia, ese poder ardiendo en sus venas, sombras extendiéndose debajo de él hasta el horizonte. Pero era la primera vez que soñaba con el tiempo anterior, cuando Sarcean había sido un joven, cuando sentía que era carne y hueso, lleno de esperanzas y sentimientos. James dijo: —Puedes decírmelo. No debería. No debería contarle a nadie. Sabía lo que sucedía cuando lo hacía. Katherine, su madre... James no iba a sonreírle mientras Will bromeaba con él sobre ser su reina. Y sin embargo... la tentación... de pedir aceptación y encontrarla solo una vez...

—Sueño con él —dijo Will, dejando que una única verdad se filtrara. Con el corazón latiendo, levantó los ojos hacia James. No vio un rechazo inmediato. A medida que los segundos se alargaban, pensó... tal vez... tal vez. Jala como una corriente de resaca: quería. Quería contárselo, encontrar en él un puerto, donde pudieran ser dos almas perdidas juntas. James había renacido. James sabía cómo se sentía ser juzgado por las acciones de un yo pasado. Imaginaba decir, «Yo era Sarcean. Estoy tratando de compensarlo, de hacer el bien y ayudar a mis amigos». Por un momento, la necesidad fue tan grande que le dolió el pecho. Tener a alguien que lo entendiera, tener a alguien que creyera en él... Imaginó a James poniendo una mano en su hombro, diciendo: «No me importa lo que seas». La voz de James estaba ansiosa. —¿Ves cómo ella lo mata? —No —dijo Will, cerrándose y apartándose. Se obligó a recoger una toalla y limpiar casualmente su rostro mojado. Mantener sus movimientos simples. Mantener cualquier tensión fuera de sus extremidades. Solo otra conversación. Todos querían matar al Rey Oscuro. —¿Y tú? —¿Yo? —dijo James. —¿Sueñas con él también? James se sonrojó. —Sabes lo que era. Puedes imaginar lo que sueño. El calor quemó la piel de Will, la imagen de Anharion aún medio en su mente, la dulce mirada en sus ojos azules mientras miraba a Sarcean, quien había alzado la mano para correr los dedos por su largo cabello dorado... —No, no quería... —El rubor de James se intensificó—. No recuerdo mis sueños. Pero a veces, cuando despierto, no puedo moverme. Atrapado en el sueño, pero despierto, y es como si... hubiera un gran poder inclinándose sobre mí. Y está susurrando... Te encontré. —... Yo siempre...

Te encontré. Intenta correr. La puerta de la habitación se abrió. Will se giró para ver a un joven caballero mediterráneo, seguido por una joven africana vestida con un vestido verde. —Bien —dijo el joven impacientemente—. ¿Puedes abrir la puerta? ¿Quiénes son ustedes? Will abrió la boca para decir, cuando la imagen frente a él se resolvió y comprendió de repente lo que estaba viendo. Eran Cipriano y Grace, vestidos con ropa moderna. Will los miró fijamente. Cipriano llevaba un abrigo marrón oscuro y pantalones de color arena muy ordenados, su camisa de alguna manera más blanca y más cuidadosamente planchada que la de otros caballeros, como si mostrara su personalidad excesivamente correcta. Grace era llamativa con un vestido verde que resplandecía contra su piel oscura y realzaba su largo y elegante cuello. —Y bien, ¿puedes? James todavía estaba tan pálido que parecía un hombre muerto, pero respondió con determinación: —Por supuesto que puedo... —No —dijo Will—. No está listo. Los demás se volvieron para mirarlo. Sintió su sorpresa, y la sorpresa de James. Will los desafió con la mirada. —No sabemos eso —dijo Cipriano—. No hasta que lo intentemos. —Él está demasiado débil —dijo Will—. Míralo. ¿O puedes decirme que no caerías si te diera el más mínimo empujón? —Yo... —comenzó James. —No arriesgaré su vida —dijo Will. —Estás arriesgando la vida de Violet —dijo Cipriano—. Vale cien veces más que él. —No tenemos cien de él —dijo Will—. Solo tenemos uno —Apartó la ausencia de Violet. Resolvería cada problema a medida que surgiera. —Entonces…

—Si James muere intentando abrir esa puerta —dijo Will—, son dos semanas cruzando montañas, luego un barco de regreso a Londres antes de llegar a Violet. De esta manera, nosotros… —Alguien viene —dijo Grace, antes de que alguno de ellos pudiera argumentar más. Un joven local en pantalones cortos marrones desgastados y polainas apareció en la puerta. —El Sr. Sloane y los demás caballeros están desayunando en la tienda del supervisor —dijo el joven—, si desean unirse a ellos. —Dile que estaré allí en breve —dijo James. —Muy bien, Anharion. Y se fue con un gesto casual de James. Will soltó un aliento que no se dio cuenta de que estaba conteniendo. Cipriano tenía una expresión extraña en su rostro. —Seguimos el juego. Por ahora —dijo Will—, cuando regresemos, hablamos de nuevo sobre la puerta. En lugar de responder, Cipriano siguió mirando a James. —¿Realmente te llaman así? James se dirigió hacia la pila de ropa que habían dejado para Will, quizás parte de la carga de Sinclair enviada por adelantado. —¿Qué? —Anharion. —¿Por qué no? ¿No los estoy traicionando? —dijo James, con una fina sonrisa. Y le lanzó la ropa a Will. A la luz del día, la excavación era inmensa, con un campamento del tamaño de un ejército con tiendas de lona entre edificios antiguos que asomaban a medias desde la montaña. Cruzaron puentes de tablones sobre enormes zanjas donde los trabajadores cavaban sin cesar, otros llevaban piedras y tierra en cestas para depositarlas en carros tirados por burros sufridos. Incluso para un hombre como Sinclair, seguramente representaba una enorme inversión. Will miró a su alrededor, catalogando cada vista. Debió haber estado activo

durante años, fuera de los registros y oculto a los Mayordomos. La pregunta era: ¿para qué estaba excavando Sinclair? —Me parezco a Violet —dijo Cipriano, intentando esconder sus piernas con un ineficaz tirón en su chaleco, una doncella casta forzada a llevar prendas reveladoras. —El vestido es peor —dijo Grace—. No puedes moverte en absoluto. —Ustedes dos necesitan mezclarse —dijo Will—. No jueguen con su ropa. Manténganse en segundo plano. Y manténganse alejados de cualquiera con un título o una voz de lujo. —No hables con tus superiores —comentó James, poco útil. —¿Quiénes son nuestros superiores? —dijo Cipriano, peligrosamente. —Todos —dijo James—, pero especialmente yo. —Se supone que somos sus sirvientes —apresuró a decir Will—. Estas personas tienen una estricta jerarquía, y estamos en la parte inferior. —No estoy jugando a ser su sirviente —Cipriano tiró nuevamente de su chaleco. —Buenas piernas —comentó James, empeorando todo. —Mézclense —volvió a decir Will, colocándose delante de ellos. Los ojos verdes de Cipriano destellaron. —Quieres decir actuar como un forastero. —Así es —dijo Will. —¿Y cómo deberíamos hacer eso? —dijo Cipriano. —Empiecen por no llamarlos forasteros —dijo James mientras pasaba junto a ellos, entrando en la tienda del supervisor. Dentro, era una imagen de lo extraño que es ser inglés, una larga mesa preparada para el desayuno, las bandejas de plata llenas de tocino y halibut como si fuera una mesa de comedor londinense. Los platos estaban colocados con vasos y cubiertos de plata, y había teteras inglesas y azucareros en los que el azúcar se derretía lentamente en la humedad. Los siete hombres en la mesa principal se pusieron de pie, empujando apresuradamente sus sillas hacia atrás. Estaban de pie en rígida atención, sus ojos fijos en James como los ojos de un conejo cuando un lobo entra en su madriguera. Le tienen miedo. Will reconoció al Capitán Howell, con su cabello rubio cepillado. Vestía el

atuendo negro de capitán de ayer, pero con una nueva corbata. Los demás estaban vestidos de civil, ingleses de entre treinta y cincuenta años. —¡Un avance! —dijo Sloane, avanzando para recibirlos—. ¿Pueden creerlo? Se descubrió esta mañana, gracias al terremoto. Después de meses, años de búsqueda. Finalmente encontramos la entrada al Palacio Oscuro. Haremos la primera entrada después del desayuno. Por supuesto, debes liderar la expedición. —¿La expedición? —dijo James, mientras Sloane gesticulaba frenéticamente para darle el mejor asiento. —Llegas en el momento perfecto. —El hombre a la izquierda de James tenía aproximadamente la misma edad que Sloane, con patillas castañas ordenadas y cabello bien cepillado. —Hemos estado tratando de localizar el Palacio Oscuro desde que comenzamos a excavar. Anoche hubo un terremoto que parece haber abierto un camino hacia la entrada. Un hombre supersticioso diría que te estaba esperando. La tensión creciente del terremoto, el retumbar haciéndose más fuerte a medida que se acercaba... James le dio una larga mirada deliberada. —¿Y tú eres? —Este es el Sr. Charles Kettering, nuestro historiador —dijo Sloane. —Señor St. Clair —dijo Kettering, con un breve saludo de cabeza. Hablaba como un caballero, y su chaqueta marrón era de buena calidad, pero vestía de una manera ligeramente despareja, como alguien que no piensa mucho en la ropa. —¿Un historiador? —dijo James—. ¿Estudias el mundo antiguo? —Sí. Me perdonarás, es todo un honor conocerte —dijo Kettering—. He estudiado el mundo antiguo en gran profundidad, pero conocer a alguien que realmente fue parte de él... es bastante extraordinario. Miraba a James como un comerciante de antigüedades inspeccionando un espécimen de gran interés. No es una curiosidad, quería decir Will. Se apretó los dedos alrededor de la madera del borde de la mesa para no reaccionar. Mézclense, le había dicho a Cipriano. No se había dado cuenta de lo difícil que sería. —¿Y cumplo con tus expectativas? —dijo James.

—Realmente es bastante extraordinario —repitió Kettering—. Te pareces exactamente a las descripciones. Me pregunto, si no es demasiado atrevido, si podrías mostrarme una demostración de tu magia. —Simplemente pídele a Howell que afloje su corbata —dijo James. Hubo un rasguño mientras Howell empujaba hacia atrás su silla y se ponía de pie, fulminando con la mirada desde el extremo opuesto de la mesa. —He dicho algo malo —dijo James con calma, mientras Howell daba un paso adelante, solo para que Sloane lo contuviera, apresurándose a decir—. Ah, parece que el desayuno ha llegado. Los sirvientes levantaban las tapas de las bandejas de plata para revelar los alimentos del desayuno. Después de un largo y deliberado momento, Grace tomó un trozo de papa decididamente en su plato. Cipriano sirvió un solo vaso de agua. Parcialmente para cubrirlos, y parcialmente porque estaba hambriento, Will llenó su propio plato con salchichas y conservas. —Un buen desayuno inglés —estaba diciendo Sloane—. Los lugareños aquí parecen simplemente mojar galletas en cosas. Café. Vino —despectivo. —Nunca explicaron por qué llegaron sin pertenencias —dijo Howell en voz alta. Su voz, cortando a través de la mesa, estaba ronca. —Temo que encontramos problemas en el camino —mintió James suavemente. —Bandidos —acordó Sloane, como si este fuera un problema conocido desde hacía mucho tiempo—. Están por todas estas colinas. Hay incursiones, ataques a nuestros carros de suministros. —agitó su tenedor, adornando un tema recurrente—. Han adivinado que estamos cerca. Son como hienas robando presas de leones. Nos arrebatarían nuestro hallazgo bajo nuestras narices. —¿Hallazgo? —preguntó James. —Está a millas de donde hemos estado hundiendo pozos —dijo Sloane—. A una hora de viaje desde este campamento. Sin ese terremoto, tal vez nunca lo hubiéramos encontrado. Cuando rompamos el sello de la puerta esta mañana, seremos los primeros en entrar al Palacio Oscuro en siglos. Ese honor debe ser tuyo. —Tal vez incluso encuentres algunas de tus propias reliquias —le estaba diciendo Kettering a James.

—¿Mis reliquias? —Hay tanto tuyo por encontrar: los muebles de tu habitación, tus adornos, tu armadura… —¿Soy tu área de estudio? —dijo James, en un tono conversacional. —Solo por asociación —dijo Kettering. Sloane habló, ondeando tocino en un tenedor: —Kettering aquí es el principal experto de Sinclair sobre el Rey Oscuro. Will tuvo que usar cada partícula de fuerza de voluntad que tenía para no reaccionar. Pero nadie lo estaba mirando. Todos estaban mirando a James, quien se sentaba con su propia reacción tan completamente extinguida que nada más allá de un interés leve se mostraba en su rostro. —¿En serio? —dijo James. —Sí, de hecho. Me enorgullezco de saber más sobre él que nadie. —Cualquiera que esté vivo —dijo Kettering, con un gesto hacia James, como diciendo a un colega distinguido, por supuesto, te excluyo a ti.—. Me encantaría hablar contigo sobre él. Añadiría mucho a mis notas. James sonrió tensamente. —Debes saber por Sinclair que no recuerdo esa vida. —Entonces quizás tengas preguntas sobre tu amo. El silencio que siguió a la palabra amo parecía arder, un calor abrasador que marchitaba lo que tocaba. —Mi amo —dijo James, saboreando las palabras. —Puedes deducir mucho de lo que dejó atrás. Tú, por ejemplo. —Yo —dijo James. —Su posesión más preciada. Es fascinante ver sus gustos en carne y hueso. ¿Puedo? —Se puso sus anteojos y señaló hacia la cara de James. James no es una posesión, quería decir Will. Tuvo que obligarse a quedarse quieto, permitir la idea de que alguien iba a poner manos en James. Le martilleaba la cabeza. Como si todo esto fuera normal, James encogió elegantemente un hombro y dijo: —Muy bien.

Kettering inclinó la mandíbula de James para mirarlo, como uno podría admirar un jarrón valioso. —Extraordinario —dijo—. Pensar que Él besó estos labios… Fue demasiado. Will barrió su taza de la mesa, el sonido al romperse hizo que todos se sobresaltaran; Kettering soltó a James y se volvió hacia el sonido. En el silencio que se abrió, sus amigos lo miraron fijamente. —Una interrupción feliz —dijo Kettering, rompiendo la tensión y levantando las manos en señal de rendición. Como si el accidente con la taza fuera una advertencia encantadora y coincidente del universo. dijo, como si compartiera una broma graciosa con James—. Por supuesto, a tu amo no le gustaría que otros tocaran sus cosas. Cipriano se acercó a Will más tarde, mientras se preparaban para salir a cabalgar. —Esto es un error —dijo Cipriano, mirando a James, que se estaba poniendo guantes de montar con Sloane adulándolo, y dos sirvientes llevando su caballo afuera, su silla recién pulida y su pelaje negro cepillado hasta brillar—. Estamos en su mundo. Nos tiene completamente bajo su poder. Ahora es débil. Pero cuando recupere su fuerza total, ni siquiera podemos irnos a menos que abra la puerta. —Él es leal a nosotros —dijo Will. —¿Lo es? —La voz de Cipriano era dura—. No olvides que renació para servir al Rey Oscuro. —Nunca olvido eso —dijo Will.

Traducido por Sely Corregido por Clouritgh La expedición era un convoy de locales con equipo de excavación en mulas de carga, acompañados de dos docenas de soldados como protección contra los bandidos. Sin soldados, ellos serían un blanco fácil a un ataque fue los que dijo Sloane. Los chicos caminaban a un costado, agitando unas varas y diciendo: —¡Su! ¡Forza! —a las dos grandes mulas que cargaban los paquetes más pesados. Will cabalgo cerca del frente, sacudiendo las espuelas, empujando hacia arriba desde la quebrada, desde donde el río podía ser vislumbrado debajo. Había largos tramos sin camino, solo densos cúmulos de encinos y el ocasional fresno florido. En una de las laderas arriba en lo alto estaba El salto de fe, pero ellos parecían estar yendo por una parte diferente de la montaña. Cuanto más se acercaban a la entrada del palacio, el paisaje comenzaba a cambiar más. Pasaron árboles derribados y desgarrados. Montaron por tierras resquebrajadas y divididas. Parecía confirmar lo que Will había adivinado: que la entrada era la fuente del terremoto, y que ellos se estaban acercando. Will podía sentir la presión creciendo en la cabeza. Un misterioso camino de piedra ancestral descansaba adelante. Más que los edificios sin corazón de la ciudadela exterior, parecían conjurar un mundo fantasmal. —Llamativo, ¿verdad? —dijo Kettering, cabalgando a su lado—. Hasta ayer llevaba a la parte lisa de la montaña. Ahora… espera y verás lo que yace más allá. Mientras lo llevaba más cerca, un razonamiento surgió entre los locales. —La morte bianca (La muerte blanca) —escuchó, y— Non voglio andarci (No quiero ir allí) — Ninguno quería cabalgar. Pero no hubo los bandidos que se temía. Will vio uno o dos locales haciendo gestos de protección, puños apretados, con el dedo índice y el dedo meñique apuntado hacia abajo, como si los protegiera de algo innatural. Y luego como una grieta en el mundo, él lo vio.

Enfrente de ellos, la montaña estaba escindida. El terremoto la partió como a un huevo. Will vio a varios locales cruzar ellos mismos a la vista. Otros hicieron el mismo gesto, dos dedos para guardarse del mal. A medida que se acercaban, el lado escarpado de la grieta se alzaba sobre ellos, ofreciendo una mirada oscura del interior. Es aquí, pensó Will, sin saber siquiera que era “aquí”. Hubo un sonido explosivo detrás de él, hombres locales hablando furiosamente en un dialecto. Era una revuelta menor: ellos no querían ir más allá —¿Qué está pasando? —dijo Will. —Ellos son supersticiosos. —Kettering encogió los hombros. —¿Supersticiosos? —Leyendas locales, no hay necesidad de preocuparse —dijo Kettering. Los soldados gritaron, amenazando a los trabajadores con azotarlos, y aun así la mayoría se rehusó, manteniéndose fuera de la pendiente de la montaña. Para cuando empezaron a moverse de nuevo, su fiesta era aún más pequeña. Will sintió el descenso de la temperatura a medida que entraba en la sombra de la montaña, los dos lados de la fisura alzándose para bloquear el sol. Había un silencio antinatural, sin el canto de los pájaros. Incluso los pocos locales que aun cabalgaban con ellos habían caído en silencio, a favor de este lento y tenso viaje en la tierra. Ellos cabalgaban como una fiesta de exploración a través del territorio enemigo. La grieta sobresaliente era claustrofóbica. Había solo un trozo de cielo visible por encima de ellos. E incluso eso se emborronaba a medida que la piedra se estrechaba sobre su cabeza. Hasta que fueron tragados en su totalidad, y ellos enfrentaron una inmensa caverna con pasos divididos por el terremoto, la hendidura forzaba a detenerse en el doceavo escalón, parecía señalar el camino. Esto era para lo que la montaña los había traído. Lo había traído a él. Lo podía sentir como lo había sentido cuando el terremoto había abierto el camino al palacio. Aquí. Aquí. La mirada rosa de Will, siguiendo a donde conducían los pasos. —Undahar —dijo Kettering. Las puertas se alzaban como gigantes por encima de él, su superficie como un estanque negro. No tenían tallas u ornamentos, dominaban solo por la totalidad de su

tamaño. Ante ellas las tropas de Sloane no eran más que una mancha la superficie más negra que la noche proclamaba un ancestral poder absoluto. ¿Qué es Italia? ¿Quién es Inglaterra? Kettering ya estaba llamando a los locales, quienes ya habían empezado a amarrar las cuerdas, listos para jalar las puertas, para abrirlas. —Esas puertas están selladas —dijo Grace—, seremos las primeras personas en entrar desde los días del viejo mundo. No sintiéndose listo, Will vio a los otros. James mantuvo sus ojos en los doce pasos que llevaban a las puertas. —Es entendible sentirse nerviosos —dijo Kettering, parándose a un lado de James—. ¿Cuántos de nosotros pueden caminar en el lugar de nuestra muerte? —Difícilmente estoy nervioso. —La voz real de James hizo que la piel de Will picara—. Esto es Undahar, supuse que me tropezaría con mi cuerpo en algún lugar. —Oh, es probable que tus huesos hayan sobrevivido —dijo Kettering—. Los cuerpos decaen con el tiempo. Pero quizá haya reliquias para encontrar a tu izquierda. El pensamiento de que quizá pudieran tropezar con el cadáver de James no se le había ocurrido a Will. Y aunque claramente James sí lo había pensado, no lo había demostrado, más allá de una simple pregunta. —¿Qué clase de reliquias? —El Collar que sabemos que fue tomado —dijo Kettering alegremente—. Pero la armadura hecha por tu amo, quizá permanezca. Si la usabas al momento de tu muerte, en efecto la encontraremos aquí. Marcará el lugar donde caíste. —Como una barrera de peaje —dijo James. Will pensó en Anharion, sonriendo en la luz del sol. En su sueño. La armadura de Anharion había sido dorada. Pero un florecimiento oscuro de un horrible pensamiento le dijo que después Sarcean lo había vestido en rojo. Rojo como los cortes que nunca estropearan tu piel. Will obligo a sus ojos a apartarse de James. En frente de él, las puertas cerradas donde los secretos se mantienen. Sloane gritó: —¡Jalen!

Los caballos y los hombres se agitaban mientras imaginaba a los antiguos egipcios levantando bloques para construir sus grandes pirámides. Siglos de antigüedad, las puertas deberían haber protestado, pero se abrieron en un lento y silencioso movimiento, como si hubieran sido aceitadas. Boquiabiertos, se condujeron hacia la completa oscuridad del palacio enterrado bajo la montaña. James se detuvo de nuevo y se quedó mirando en la entrada. —Sabes, no tienes que hacer esto —dijo Will en voz baja. —¿Por qué no lo haría? Porque moriste aquí, se calló Will. —Porque no sabemos qué vamos a encontrar. —No le temo a la oscuridad —dijo James, dando un primer paso. Sloane levanto un brazo para detenerlo —No, no —dijo Sloane—. Mandaremos a los locales primero. Es una precaución de seguridad. Antes de que Will pudiera objetar, dos de los chicos locales entraron, sosteniendo unas lámparas en unos bastones. Tenían apenas su misma edad, jóvenes pastores recurriendo a un trabajo diferente. Desaparecieron en las puertas negras, el silencio tan profundo que Will brinco con el repentino golpe de un tiro de pistola. Kettering lo tranquilizo. —Es solo para asustar a los murciélagos. Pero no necesitamos el miedo a las pestes. Esta cámara está completamente sellada, ¿ves? Y en efecto, no hubo una erupción de enjambres desde las puertas, y un momento después escucharon las voces de los chicos locales llamando — ¡Vieni! ¡Vieni! (¡Vienen! ¡Vienen!) —Sloane doblo los brazos luciendo complacido, claramente pretendiendo mantenerse afuera. Kettering sostuvo su lámpara en el poste. —¿Deberíamos? Estaba oscuro, las lámparas en los bastones su única luz. Los dos chicos locales y Kettering fueron primero, con James y Will a continuación, y Cipriano y Grace al final. Pero sin dispersarse. Moviéndose juntos, un pequeño bote de luz viajando en un vasto mar de oscuridad.

Pasando a través de las puertas, Will podía ver muy poco. Altas columnas emergiendo como siluetas en la oscuridad a medida que ellos se acercaban. Pero se sintió familiar, aterradoramente familiar, como si pudiéramos estirar la mano y tocar el pasado. Un paso adentro, y el instintivamente puso su brazo sobre su nariz y boca. —El aire… ¿Es seguro para respirar? —el olor era inquietantemente viciado. Kettering dijo: —Simplemente esta viejo. Cuando un cuarto antiguo es sellado, pasan miles de años con muy poco aire mezclándose con el mundo exterior —dijo sin pensarlo mucho—. No tienes nada que temer. Si el aire se pone muy mal, las lámparas se apagarán. Dios, ¿estaban respirando el mismo aire? ¿Anharion exhaló aquí por última vez, sólo para sellar su aliento? ¿Era eso lo que ahora llenaba sus pulmones? El miro de soslayo a James, alumbrado por el pequeño círculo de luz de su lámpara, pero James solo lucia la determinación y los labios apretados, como si se hubiera endurecido para enfrentar lo que quizá fueran a encontrar. Ellos avanzaron. El piso debajo de sus pies no era plano, estaba lleno de cosas crujientes y pilas de polvo a través de las que arrastraban los pies, como si pisaran en la muerte. La lámpara alumbro sobre extrañas vistas, destrozadas y medio torturadas estatuas, dispersas piezas de armaduras. —El estado de preservación es increíblemente alto —dijo Kettering—. Hay más artefactos en este único cuarto que los que hemos encontrado en ninguna otra excavación, ni siquiera en Mdina. Uno de los chicos locales se estiro para tratar de tocar una pechera, y Will le dio un manotazo. —No, no toques la armadura —le dijo en un mal italiano—. No toques nada. —Su mano apretada en la muñeca del chico recordando los Restos en Londres, mirando la muerte en la cara de los hombres, y el modo en que la armadura los cambio. Ampliando los ojos el chico asintió lentamente.

—Miren —dijo Kettering, alzando el bastón de su lámpara—. Una representación del cielo nocturno de hace diez mil años. Por encima de sus cabezas un cielo tallado, lleno de estrellas, un cometa cayendo, una luna radiante. —Y aquí… —Kettering se estaba moviendo todo el camino hacia el final de la cámara de entrada—… las puertas interiores. Will miro. Y vio… … un espectáculo dorado, las puertas abiertas en un atestado pasaje. La gente estaba aquí para ver la procesión, en éxtasis mientras la cabalgata los pasaba, los seis en fila. Primero montó el Rey Sol, un Helios en un carruaje, con una máscara dorada cubriéndole la cara, en la mano el cetro real con los rayos de sol chispeando. Detrás de él, su general dorado Anharion: desde debajo de su casco, su largo cabello se derramaba más brillante que las puntas de las lanzas de oro de los soldados de manto blanco que lo seguían. Su progreso era un río de luz de sol, todos aquellos que cabalgaban con el Rey vestidos de brillante blanco y dorado. Todos menos uno. Con su largo cabello negro y sus vestiduras también negras. Sarcean era como un cuervo alrededor de aves del paraíso. Él pudo sentir el estremecimiento de incomodidad por su presencia, los susurros de los que estaban alrededor de él, su propia diferencia, pensó que ninguno de ellos estaba consciente de las andanzas que el hico en secreto para el Rey. A él no le importaba lo que ellos pensaran de él. Cabalgo su corcel negro Valdithar, cuyos cascos sacaron chispas azules de la piedra. Mirando alrededor de la pompa, sintió la conciencia divertida de los ojos del nuevo Guardián del Sol del Rey en él. El joven hombre compartía con Anharion los colores, el cabello unos tonos más claros, del color de la arena dorada. Si Sarcean se sentía magnánimo, él podía complacer al joven guardia con su atención más tarde en la noche. Una frivolidad, para pasar el tiempo. El segundo juego de puertas interiores de metal se abrió, y la procesión empezó a desaparecer adentro. No paso mucho tiempo antes de que La Dama que fue reina pasara. Sus propios planes entonces podrían ponerse en movimiento. El verdadero

secreto que descansaba en lo profundo del corazón del palacio, que él podía tomar y usar también… —¿Están todos bien? —dijo James —Yo… —Will miró instintivamente a Sarcean, para seguirlo al secreto, para averiguar qué era lo que él había buscado, todo su cuerpo resonando con las palabras, Es aquí. No había una fantasmal procesión. La cámara era una oscura y muerta ruina. El piso estaba agrietado. Los pilares fueron derribados y esparcidos como árboles caídos en un bosque sin sol. Todo lo que él había visto en su visión era polvo. El Rey Sol se había ido, el ruborizado Guardia del Sol había caído fuera de la memoria, y Anharion estaba muerto y enterrado. El joven rubio y ojiazul a un lado de él… Vio a James, cuyos ojos eran oscuros con preocupación. Es este lugar, le había dicho James más temprano. —Estoy bien —dijo Will, empujándose el mismo lejos de la pared, parpadeando el pasado fuera de sus ojos. Delante de él, vio que Kettering estaba iluminando con su lámpara las mismísimas puertas interiores que Sarcean había atravesado. Unas fauces abiertas, les hacían señas y los repelían al mismo tiempo. Will quería gritar hacia Kettering para que se alejara de ellas. Inconscientemente, Kettering estaba levantando su lámpara y buscando en la estructura gigante. —Admirable. Deformado en una desmoronada forma, y medio desgarradas de las paredes, las puertas interiores estaban perturbadoramente abiertas, aunque fueran de dieciocho pulgadas de grueso, hechas de hierro, talladas y chapadas con oro —¿Qué pasó? —Will vino a pararse a un lado de él. Kettering apunto su lámpara al deformado metal. —Deformación en el metal. Marcas de quemaduras en la mismísima piedra. Parece como si esas puertas fueron abiertas con magia. Y el daño aquí fue todo en el interior. Como sea que haya sido, yo diría que ellos estaban tratando de salir, no de entrar.

Una reliquia de un desesperado intento de escapar, las puertas golpeadas hasta abrirlas por un ser de inmenso poder. Es aquí Kettering dijo: —Y por supuesto viste las puertas exteriores. Estaban intactas. Prístinas. Lo que haya sido no logro salir. —¿Quieres decir que aún está aquí, en algún lugar? —dijo Will. —Difícilmente. Mira el desgaste —dijo Kettering—. Fue hace miles de años. Eso era aún más perturbador. —Estás diciendo que murieron adentro, tratando de salir. —Eso es correcto. No encontraremos restos después de tanto tiempo, como dije. Pero quizá encontremos una hebilla de cinturón, una incrustación, una joya. Algo para identificar a nuestro amigo escapista. No era un amigo, pensó Will, mientras Kettering se arrastró hacia adelante, levantando su lámpara hacia la puerta y luego hacia la pared, donde una gran cicatriz estaba tallada a través del mármol, parte del mismo ataque que había torcido las puertas. Pero era aquí donde el tenía que ir. Podía sentirlo. Lo que sea que Sarcean había planeado, descansaba adentro. Y los hombres de Sinclair estaban al borde de encontrarlo. Debido a mí, le susurró una voz. Porque vine aquí. —¡Signore! (¡Señor!) —interrumpió una voz—. ¡Signore Kettering! (¡Señor Kettering!) Hubo una explosión de italianos como uno de los hombres vinieron corriendo hacia la cámara. Will volvió parpadeando a sí mismo para encontrar que varios de los locales habían entrado con Sloane y estaban hablando de un ataque. Se sintió inestable, aun medio enredado en la memoria, forzándose a sí mismo a regresar al presente con dificultad. En el rápido intercambio en el dialecto regional, Will solo pudo entender las palabras italianas la mano del diavolo ¿La mano del diablo? No podía encontrarle mucho sentido. Desde afuera, distantes, los gritos eran audibles.

—Il Diavolo (El Diablo) es como ellos llaman al líder de los bandidos en esas colinas —dijo Kettering—. Él y su lugarteniente, la Mano, atacan viajeros, atacan aldeas. Un grupo de forasteros, ladrones y asesinos; ¡No podemos dejarlos cerca del palacio! —Bandidos —dijo Sloane—. Hienas. Peor que hienas. Te lo dije. —Signore (Señor), debes ayudarnos. —Los hombres locales se dirigieron a James. Uno de los trabajadores, con gruesos brazos y mangas enrolladas habló—: Ellos están atacando la entrada. —Saquean sin cuidado de lo que destruyen o liberan —dijo Kettering—. No podemos dejarlos adentro. —Signore, piacere (Señor, por favor) —dijeron los locales—. Ellos mataran a todos. —Entonces, señálamelos —dijo James.

Traducido por KROMI Corregido por Alter Salir del palacio fue como llegar a la superficie de un lago después de ser retenido en el agua, jadeando aire y parpadeando al mundo. El mundo real; no las sombras arremolinadas y los fantasmas del subterráneo. Todo parecía demasiado brillante, surreal, como si no pudiera creer que las rocas o los árboles estuvieran allí. Will trató de no verse como se sentía: estupefacto. —¡Brazos arriba! ¡Estén preparados! —los gritos se sentían distantes, como si lo hubieran desgarrado de un sueño muy temprano, atrapado entre la vigilia desorientadora y el fuerte deseo de volver a dormir. Emergió a una matanza. Una docena de disparos; una docena de jinetes al mando de Sloane cayeron. Los caballos gritaron y se alteraron, agrupándose como ganado en un corral. En vez de proveer refuerzos, se encontraron expuestos y sobrepasados en número mientras los bandidos corrieron por la grieta hacia ellos. —¡La mano del diablo! —volvió a escuchar los gritos de los locales—. ¡La mano del Diavolo! No parecía posible; sus soldados diezmados, los pocos que quedaban ya habían vaciado sus pistolas. —¡Prepárense! —ordenó el Capitán Howell a los últimos hombres que le quedaban, preparando para volver a la carga. Los hombres trataban de recargar sus pistolas, desesperadamente, en los últimos jirones de la línea. James avanzó tranquilamente. —Tienes una oportunidad de marcharte —dijo él, con una audacia sin aliento, a los bandidos que lo rodeaban. —Estás en nuestra montaña. —La líder de los bandidos era una mujer africana en pantalones de montar de hombre, camisa blanca y un abrigo café roto. Su voz era un tono bajo, con acento italiano—. Lo que sea que hayas encontrado, nos pertenece.

Ella levantó una pistola en su mano izquierda y apuntó infaliblemente a James La Mano, pensó Will. La Mano. Era un apodo mordaz: su mano izquierda, la cual sostenía la pistola, era su única mano. Su brazo derecho terminaba en un muñón cuatro pulgadas debajo del codo, y estaba amarrado con cuero. Los hombres con ella —la mayoría eran hombres— vestían las ropas andrajosas de la región, chaquetas cortas y pantalones de pana, y camisas de lino abiertas en el cuello. Muchos de ellos tenían pañuelos amarrados en los hoyos de los botones o metidos en sus bolsillos. Alrededor de sus cinturas portaban cinturones de municiones o vainas de piel para cuchillos, mosquetes o pistolas. Pero ellos no eran italianos: Kettering tenía razón. Will vio un hombre con el cabello negro liso del lejano oriente, otro con el cabello rojo y piel pálida con pecas como del lejano norte, ninguno de ellos comunes en la región. Un séquito heterogéneo, no tenían nada en común salvo por sus sanguinarias sonrisas por capturar un premio jugoso. —Mantente a un lado —dijo la Mano—. O le dispararemos a todos. Su fácil equitación dependía del asiento y sus piernas, su mirada firme bajo su oscuro cabello corto decía que, si ella disparaba, mandaría la bala directo entre los ojos de James. —Muy bien —dijo James casualmente—. Dispárales a todos. Hubo tiempo suficiente para escuchar al Capitán Howell soltar un comentario antes de que la Mano, alguien a quien no se le hacen amenazas vanas, simplemente se encogiera de hombros y le disparara a James. —St. Clair, estúpido hijo de la… La brisa en un jardín de antaño, cabello dorado derramándose entre sus dedos mientras alzaba la mirada y sonreía. —¡No! —Will corría desesperadamente. Su único pensamiento era llegar a James, empujarlo fuera del camino, o ponerse enfrente del disparo. Pero estaba demasiado lejos, y había soldados en su camino, a quienes tuvo que empujar para pasar, no lo suficientemente rápido. La explosión fue fuerte, un fuego artificial, seguido del olor humo de acre. Un disparo, perfectamente apuntado. Él puede sanarse, Will se dijo a sí mismo

histéricamente. Oh Dios, ¿James podrá recuperarse de un disparo en la cabeza? Era imposible, pero Will tenía esperanza. Él puede sanarse. Él va a sobrevivir. Él puede sanarse. Pero a medida que el humo se esparcía, no parecía que sería lo que iba a suceder. James estaba de pie, su divertida mirada desafiante seguía dirigida a la Mano. No había ningún agujero entre sus ojos. No había manchas rojas en sus manos. No había ninguna señal de que había recibido un disparo. La expresión de la Mano parpadeó, un ligero ceño en su cara como si ella no estuviera acostumbrada a fallar. —Fuego —dijo la mujer, un poco impaciente, y en esta ocasión toda la banda detrás de ella disparó, una serie de explosiones. El Capitán Howell se arrojó al suelo. Todos los soldados que quedaban se enroscaron como armadillos. Excepto James, que se mantuvo parado con la espalda derecha, mirando a la Mano con ninguna señal de urgencia. Y luego, en el largo espacio después, los hombres del Capitán Howell empezaron a desenrollarse. Dándose cuenta que no les habían dado, cada hombre viendo hacia arriba, confundidos, viendo que ninguno de sus compañeros había sido herido. El aire estaba lleno de moscas, pero no se movían. Will vio con escalofríos que no eran moscas, sino bolas redondas oscuras de estaño y plomo, congeladas en medio del aire, una de ellas a menos de un pie de la cara de Will. —Creo que me siento mejor —dijo James. Will sintió una oleada de satisfacción y orgullo. Intenta llevarme a los escalones de mi palacio con James a mi lado. —Puede que seas la mano del Diablo —comentó James—. Pero yo soy la mano de un Maestro mucho más poderoso que cualquiera de los que sirves, y esta montaña es Su tierra. Luego gesticuló con la mano. Las esferas que estaban en medio del aire volaron en reversa a las gargantas de los hombres que las habían disparado. Los bandidos más cercanos cayeron, sus cuerpos acribillados con plomo, sus vidas cortadas por el gesto de James.

—¡Brujería! ¡Maldad! —los gritos comenzaron, en medio de caballos que caían al suelo. —Yo correría si fuera tú —le dijo James a la Mano—. Sólo es una sugerencia. —¡Retirada! —Will vio a la Mano haciendo girar su caballo, ambas riendas en un puño, gritándole a sus hombres—. ¡Retirada! —Los hombres giraron y empezaron la estampida, la Mano cerrando la formación. —Brujo de Sinclair —le dijo ella a James—. Llegará tu hora de arder. La mano apretó sus talones en su caballo. Los bandidos huyeron entre los árboles, empujando a los caballos en tierras inciertas. Era más cercano a una estampida aterrorizada que a una retirada, llenos por una necesidad primaria de alejarse de una fuerza contra la cual no podían luchar. Parecía que los hombres del Capitán Howell también querían huir. En medio de cadáveres esparcidos y media docena de caballos sin jinetes, los dejaron viendo a James en distintos estados de miedo, estupefacción e incredulidad, demasiado asustados como para romper y correr. Tu arma, James se había llamado así mismo en el portón. Ahora Will miraba la derrota a su alrededor que James, con una sola mano, había provocado. La presencia de James en el Salón de los Guardianes podría haber sido un insulto, pero acaba de demostrar, inequívocamente, el rango completo del poder que Will ha traído a su lado. —Bien hecho, bien hecho. —Sloane balbuceó desde una línea lateral—. No creo que nos vuelvan a molestar pronto —se veía aterrorizado. James se subió a su pura sangre negro, un frío ícono listo para liderar una fuerza. —Mataste a todos esos hombres —dijo Cyprian, en una voz vacía y conmocionada. —De nada —contestó James.

—Quiero esa entrada vigilada día y noche —ordenó Sloane—. Nadie entra o sale sin mi autorización. Will se encontró a sí mismo temblando extrañamente, como si entrar al palacio fuera sumergirse en agua helada.

Quería hablar desesperadamente con James, pero este había montado y cabalgado más allá de él sin un solo asentimiento. Al llegar al campamento fue llamado por Sloane a una carpa comedor. Así que Will se llevó a Grace y Cyprian a su cuarto. Había tranquilidad en la sólida cama inglesa de cuatro postes con sus tapices de harrateen, y el largo asiento que podría decorar cualquier salón. Este era su mundo, no un palacio subterráneo de sueños perturbadores. No esas parpadeantes imágenes del pasado que parecían atormentarlo. Pero los temblores regresaron cuando Will recordó la montaña. —Hay algo en ese palacio —se obligó a decir—. El peligro bajo la montaña, la calamidad que el Guardian Anciano no pudo nombrar. Está dentro de ese palacio, y Sinclair está cerca de descubrirlo. No tenemos mucho tiempo. —¿Qué es lo que estás diciendo? —dijo Cyprian. —Necesitamos encontrar a Ettore —contestó Will—. “Sólo con Ettore se puede detener lo que está por venir”. Eso es lo que el Guardian Anciano nos dijo, por lo que necesitamos encontrar a Ettore, y pronto. —Quieres decir abandonar a Violet—. La quijada de Cyprian estaba apretada. —Quiero decir que hagas lo que el jefe de tu Orden te mando a hacer aquí —dijo Will—. Nada es más importante que detener a Sinclair. Violet estaría de acuerdo conmigo. Cyprian se dio la vuelta, y Will pudo ver las fuerzas gemelas de deber y lealtad luchando en él. Su cabello, suelto a pesar de sus ropas modernas, cayó a su espalda, su espina dorsal recta como una espada. —¿Y si fuera James el que estuviera capturado? —preguntó Cyprian —¿Qué se supone que eso significa? —replicó Will. Cyprian no respondió. Fue Grace quien habló. —El Guardian Anciano nos advirtió que enfrentaríamos nuestra amenaza mortal aquí. Yo le creo. Siento una gran oscuridad bajo la montaña. Will tiene razón. Necesitamos encontrar al hombre Ettore. Y… —¿Y? —interrumpió Will.

—Los hombres que cabalgaron con nosotros hoy estaban asustados —dijo Grace—. No sólo por la magia de James, estaban asustados por la montaña. Hay algo ahí, algo que ellos temen. Señales para protegerse del mal, un miedo mayor que el de los exploradores reacios a entrar a una ruina desconocida. Ella lo había visto también. Will recordaba las puertas, deformadas y dobladas. Algo adentro tratando de salir. —Así que seguimos el juego —concordó Will—. James es nuestro amo y señor. Tan pronto como haya luz, ustedes dos viajarán para encontrar a Ettore. Yo me quedaré aquí con James, y descubriremos que hay en ese palacio que ellos están tratando de desenterrar —dio la orden sabiendo que Cyprian la seguiría. Cyprian era un buen soldado. Él haría lo que se le dijera que hiciera. Cyprian frunció el ceño y luego habló, como si la idea realmente lo angustiara —No soy bueno para el engaño. —Lo sé —dijo Will—. Es tu mejor cualidad. Encuentra la aldea y consigue a Ettore, déjame a mí el engaño.

Traducido por CROWLEY Corregido por Alter —Adelante —fue la respuesta distraída a su llamada. Will empujó la puerta para abrirla. El despacho de Kettering era el desordenado refugio de un historiador, cubierto de libros y artefactos. Tres de sus paredes eran de piedra excavada; la cuarta era de lona, al igual que el techo. El propio Kettering estaba sentado en un escritorio improvisado, con una lupa de joyero en el ojo, a través de la cual estudiaba un fragmento de una estatua de mármol blanco, una oreja con un rizo de pelo tallado a su lado, la pieza chamuscada como si hubiera estado en un incendio. —Puedo volver —dijo Will—. Si estás ocupado con... —Para nada, sólo un asunto personal. —Kettering dejó el mármol blanco sobre la mesa, donde quedó como un pisapapeles—. Tú eres el chico que está aquí con James St. Clair, ¿no? —Así es —dijo Will. Kettering se estaba quitando la lupa del ojo. La pulió brevemente con un paño antes de dejarla junto al mármol. —Bueno, entonces, ¿en qué puedo ayudarle? —Quiero preguntar por el Rey Oscuro —dijo Will. —Ah —dijo Kettering, la única sílaba pronunciada con una nueva voz—. ¿Te ha enviado St. Clair? —Tú eres el experto —dijo Will—. Tú sabes más de él que nadie. —¿Qué es lo que quieres saber? Todos los rincones de la oficina estaban a rebosar. El suelo estaba repleto de cajas. Las paredes de piedra estaban atestadas de estanterías rebosantes de papeles de todo tipo. Trozos de mármol blanco se amontonaban en las superficies que quedaban, un brazo aquí, una cabeza allá. Kettering era el estudioso de Sinclair sobre el mundo antiguo, y parecía haber metido la mitad de él en esta habitación.

Will pensó en todo lo que quería preguntar, en las preguntas que le corroían. ¿Quién era realmente Sarcean? ¿Qué había provocado su caída en la oscuridad? ¿Por qué se había vuelto contra sus amigos? Will se encontró con los ojos de Kettering. —¿Cuáles eran sus poderes? ¿Cómo los utilizaba? Kettering se echó hacia atrás, como si Will le hubiera sorprendido. Miró a Will en esa postura durante un momento. Luego, con un extraño gesto de los labios, se levantó de su asiento. —Vamos —dijo, y condujo a Will hasta las estanterías del lateral de su habitación. Rollos de papel, docenas de ellos, estaban apilados en cilindros. El papel era fino, casi transparente. Kettering buscó con un dedo. —Ah —cogió un cilindro y lo desenrolló sobre la mesa, abriendo mucho los brazos para extenderlo. Era una imagen a carboncillo, borrosa y fantasmal. En el centro, de bordes oscuros y aterradoramente familiar, estaba la S. Will casi se sobresaltó, su poder irradiaba hacia él incluso en efigie. Kettering confundió su expresión. —No temas. Es sólo un roce. Estás viendo el interior de una pieza de timón. Will podía ver su forma lenticular en el filamento gris y granulado. Se parecía a un casco que había visto alguna vez. —Lo encontramos hace ocho años. Nuestro primer hallazgo real, un solo Guardia Oscuro enterrado bajo tierra estéril en Calabria. Cabalgaba solo, llevando una caja. Creo que fue asesinado antes de llegar a su destino, y se llevaron el contenido de la caja. Todo lo que quedó fue la caja y unas pocas piezas de su armadura —comentó Kettering—. En realidad, sólo eran... —Vestigios —dijo Will. —Así es. Tres centinelas oscuros vigilaban Bowhill, con el aliento blanco de sus caballos en el aire frío de la Cumbre Oscura. Will había matado primero al portador del yelmo, abatiéndolo mientras se estremecía al reconocerlo.

—El control era uno de los dos tipos de magia en los que destacaba Sarcean. Hay historias de vastos ejércitos de sombras ligados a él —habló Kettering—. De hordas leales a él invadiendo todas las fortalezas de la Luz. Will miró las curvas de la S. Había arrojado el yelmo al fuego en el Salón de los Guardianes, fundiéndolo hasta convertirlo en un lodo. Este roce era un fantasma inquietante: la única parte que quedaba de aquel yelmo. Pero quizá el verdadero hallazgo de aquella excavación no había sido la armadura, sino la S tallada en el yelmo. Will podía imaginar la emoción de Simon al encontrarlo. A Simon le había encantado jugar a ser el Rey Oscuro. —Simon utilizó el diseño para hacer su marca —dijo Will. Kettering asintió —Una copia burda. Pero efectiva. —No tienes uno —casualmente, Will levantó la vista del roce con Kettering. —Tú tampoco —contestó Kettering. Estaba echado hacia atrás, observando a Will. ¿Imaginaba Will el brillo casi conspirativo de los ojos de Kettering, como si se entendieran? Espero que Sinclair me dé una, podría haber dicho Will, pero no lo hizo. —Dijiste que el control era uno de los dos tipos de magia en los que se especializaba Sarcean —dijo Will—. ¿Cuál era el otro? —Muerte —contestó el hombre. Will se quedó frío. Vio la cara de Katherine, blanca como la tiza y surcada con venas negras. Vio a los Guardianes, destrozados en su propia sala. Vio la visión que los Reyes de las Sombras le habían mostrado, el cielo negro y el suelo lleno de cadáveres, kilómetros y kilómetros de muertos. —¿Muerte? —preguntó. Pero él lo sabía, ¿no? Sabía que el Rey Oscuro había matado a cualquiera que se interpusiera en su camino. —¿Matar a la gente y traerla de vuelta? —dijo Kettering—. Nadie más en el viejo mundo podía hacer eso. Incluso hacer una sombra... ¿no es triunfar sobre la muerte? ¿Otorgar una especie de inmortalidad?

Will recordaba a los Reyes de las Sombras, su voraz necesidad de desgarrar y matar, su único motor, la necesidad de conquistar. —Sólo dio una vida en la sombra —dijo Will. —Pero sus favoritos eran los Renacidos —dijo Kettering, después de asentir un poco con la cabeza; Tú sí que conoces tu historia—. No lo creí hasta que lo vi, pero no hay duda de que James es Anharion. —Hablaba como un joyero autentificando una piedra preciosa, como si en cualquier momento pudiera volver a coger la lupa y mirar a James con ella—. Sólo tienes que mirarlo, para ser testigo de lo que es capaz de hacer. Renacido. Devuelto a la vida por el Rey Oscuro. Sarcean había sido más poderoso en la muerte que Will en vida, con habilidades más allá de la comprensión de Will. Controlando ejércitos, controlando la vida, controlando... —Pero si St. Clair te envió, seguro que realmente viniste a aprender sobre el Collar. Todo se detuvo. Will sintió que toda su atención se concentraba como lo había hecho la primera vez que buscan en la oscuridad. Will recordó cómo se había sentido cuando lo había cogido, todo su cuerpo casi balanceándose hacia James mientras el Collar intentaba llegar a su cuello. —Debería tener cuidado. Una vez que se pone, no se quita. Quien se pone esa cosa alrededor del cuello lo controla para siempre. Will tenía que esperar que estuviera a salvo. Nadie sabía qué había hecho James con él después de que Will se lo devolviera. James nunca lo había dicho, y Will ciertamente no le había preguntado. —¿Por qué el Rey Oscuro lo hizo para él? —preguntó Will por qué, porque se negó a preguntar cómo. Kettering levantó las cejas —Podría adivinarlo... Por el poder. Por el placer del control. Pero creo que la respuesta es probablemente mucho más sencilla. —¿Y qué es eso? —Lo quería —dijo Kettering—. Así que se aseguró de tenerlo. Will se calentó, luego se enfrió, los planes vislumbrados de su antiguo yo siempre oscuros, relucientes e implacables

—Si el Rey Oscuro era tan poderoso, ¿cómo fue derrotado? —Nadie lo sabe —dijo Kettering—. Pero por supuesto... —¿Por supuesto…? —No estaba realmente derrotado —dijo Kettering—. ¿Lo estaba? Will sintió que algo se le revolvía en el estómago: lo había matado la Dama. Era lo único de lo que estaba seguro: que al menos una vez, el Rey Oscuro había sido derrotado. Miró a Kettering sólo para encontrarse con los ojos especulativos del hombre. —Pero ¿qué es la muerte —dijo Kettering—, para quien puede volver?

—¿Qué has averiguado? James habló al entrar en la habitación, ya quitándose la corbata, deslizándola desde alrededor de su cuello y dejándola caer sobre el largo asiento, donde se deslizó, del brazo al suelo. Dejó al descubierto el largo y pálido tallo de su cuello. Incluso en una excavación polvorienta en medio de ninguna parte, James tenía el aspecto de una orquídea de invernadero, cultivada para ser arrancada en el momento adecuado. Will intentó no pensar en su adorno carmesí desaparecido, la gargantilla arrancada de una garganta muerta. ¿Qué es la muerte, había dicho Kettering, para alguien que puede volver? —Cyprian y Grace parten hacia el pueblo de Ettore —dijo Will con determinación—. Scheggino —los lugareños dicen que no está lejos, a medio día a caballo. Saldrán con las primeras luces del día. —Mientras tú y yo nos quedamos jugando a señoritos y criados. —James le tiró la chaqueta a Will mientras lo decía. —Necesitamos averiguar qué hay en ese palacio. Al no tener experiencia como aparcacoches, Will no tenía ni idea de qué hacer con la chaqueta una vez que la cogió, y se limitó a dejarla sobre el respaldo del asiento largo.

Cuando levantó la vista, los burlones ojos azules de James estaban clavados en él. —Esto debería ser divertido. Tengo que decirle al niño héroe lo que tiene que hacer. ¿No sentiste lo mismo que yo en el palacio? Will mordió las palabras. Estar aquí con James, tan cerca del pasado, se sentía peligroso. Temía lo que significaría quedarse aquí demasiado tiempo. Pero alejarse significaría abandonar el Palacio Oscuro para Sinclair. Se dijo a sí mismo que había pasado días en el camino a solas con James viajando de vuelta a la Mansión. Ahora podría pasar unos días a solas con él. —No me he enterado de mucho —dijo Will, manteniendo un tono despreocupado—. Los obreros proceden de las dispersas ciudades de las colinas. Les han dicho que están excavando edificios clásicos para un lord inglés interesado en la historia. —Ninguno de ellos sabe lo que Sinclair realmente está cavando. Pero saben algo. —Grace había tenido razón en eso—. Temen a la montaña. Y no decían el porqué. Los rostros se habían cerrado, los ojos oscuros se volvían hostiles al mencionar la montaña, seguidos de un silencio obstinado. —¿Y Kettering? Te vi salir de su tienda. Will no cambió la postura relajada de sus miembros —Cree que estás aquí buscando el Collar. James se quedó quieto. Desde la noche en la casa de Gauthier, no habían vuelto a hablar del collar. —Has sido muy trabajador, ¿verdad? —dijo James. Will no contestó. Después de transportar cajas con los estibadores en los muelles durante meses, para Will había sido casi demasiado fácil volver a ese papel: el chico sencillo que sólo ayudaba, y si te encontrabas hablando con él sobre la vida en la excavación, era sólo porque estaba allí, y no porque hiciera preguntas obvias. Pero ahora había más en juego. El chico que había entrado en el almacén de Simon en los muelles parecía otra persona. Ingenuo, ignorante, todavía tratando de

luchar contra Simon a través de medios ordinarios. El sabotaje parecía un ataque tan infantil, como si pudiera desenredar el imperio de Sinclair cuerda a cuerda. —Ese palacio era la fortaleza del Rey Oscuro —dijo Will—. ¿Qué podría contener, que Sinclair lo desea tanto? ¿Tanto como para gastar toda su fortuna buscándolo? ¿Cavando durante años aquí sin ninguna señal de éxito? James no contestó, pero al cabo de un momento habló con voz preocupada. —No me dicen nada —admitió, como si esto, más que cualquier otra cosa, le molestara—. Se supone que soy el delegado de Simon, pero todo son evasivas, o silencios repentinos cuando entro en una tienda. ¿Qué es lo que me ocultan? —James fruncía el ceño—. Le pregunté a Sloane cuándo pensaba enviar un equipo al interior del palacio. Dijo que necesitaba el consejo de Sinclair. Le dije que eso llevaría semanas, y que yo autorizaría cualquier expedición. Me dijo que no. Dijo que sólo recibía órdenes del Conde. Will se enderezó, mirándole fijamente. —¿Quién lo envía? —Luego, ante la mirada inquisitiva de James—. ¿La petición de consejo de Sloane? —¿Por qué es importante? —Deberíamos interceptar la carta. Will ya estaba recogiendo la corbata de James y lanzándosela. Vio cómo James se enrollaba rápidamente el pañuelo alrededor del cuello y empezaba a anudárselo, cruzando los dos extremos de la tela. La verdad era que tenía más de una razón para querer volver a salir. No era sólo la carta. No sabía cómo sería acostarse de nuevo junto a James y cerrar los ojos para otra noche llena de sueños. —Vamos —empujó a James hacia la puerta—. Tenemos que aprender todo lo que podamos. Fuera, los ruidos de la excavación eran más fuertes, el lugar estaba salpicado de puntos de luz y llamas, antorchas de fuego que iluminaban las zanjas de excavación y borraban el cielo nocturno. Pero...

—No, Signore —dijo el intendente—. Es cierto que el Signore Sloane me entrega su correo. Pero no creo que haya nada programado para esta noche, ni para mañana, ni para ningún día de esta semana. —Qué raro —dijo James despacio, cuando estuvieron de nuevo fuera de la tienda del intendente—. Sloane dijo que iba a ponerse en contacto con Sinclair esta noche. —¿Está mintiendo? ¿Te está dando largas? —¿Por qué iba a hacerlo? —dijo James. Y entonces—. ¿Adónde vas? —A comprobar su tienda. Robar la carta fue tácito. James le dirigió una nueva mirada interesada —Eres una especie de escurridizo, ¿verdad? —la voz de James sonó complacida, como si hubiera descubierto un secreto—. ¿Mi hermano pequeño sabe eso de ti? La respuesta era no, y James lo sabía. Cyprian, con su manera directa de hacer las cosas, odiaría andar merodeando por la noche. A Elizabeth tampoco le había gustado. Escabullirse había sido su palabra para él. No lo había dicho con el deleite desplegado de James. Era peligroso mostrar esta parte de sí mismo delante de los demás. Aunque a James pareciera gustarle. No le gustaría, si lo viera todo. —Sloane sigue en su tienda —dijo Will cuando se acercaron. Había lámparas encendidas dentro, a pesar de la hora. ¿John Sloane seguía trabajando? Difícilmente podrían hurgar en las cosas del hombre mientras estaba sentado en su escritorio. Tal vez estaba escribiendo su carta en ese mismo momento. Tendrían que esperarle, pero una espera indefinida fuera, donde pudieran ser vistos merodeando, no era prudente. —Tal vez puedas usar tu poder para sacarnos la carta de Sloane —propuso Will. —No puedo, tengo que estar observándolo. —James se detuvo, dándose cuenta de que acababa de revelar algo—. Realmente eres escurridizo. Otra vez esa palabra. —Me he pasado la vida huyendo —dijo Will—. Estoy acostumbrado a hacer las cosas sin llamar la atención. —La gente sólo te cuenta cosas —dijo James. —No intento engañarte —dijo Will—. Estamos en el mismo bando.

—Sólo porque me he unido a tu... —Will se llevó un dedo a los labios. James se quedó callado, y entonces oyó lo que Will había oído: voces. De mutuo acuerdo, James y él compartieron una mirada y se colocaron junto a la fina lona. —...me complace informar que hemos entrado en el palacio principal. —El capataz John Sloane hablaba como si informara a un superior—. Un terremoto fortuito. Ocurrió la noche en que llegó St. Clair. —¿St. Clair? —respondió una voz culta en los tonos redondeados y de clase alta de la corte del rey George. James se quedó completamente inmóvil, con el color de la cara desvaneciéndose—. ¿Quiere decir que James St. Clair está allí en Umbría con usted? —Llegó el jueves por la noche —decía Sloane—. Viajaba con un chico inglés y dos Guardianes, ¿no es así como lo planeó, milord? Mi señor, pensó Will. Sintió que se le revolvía el estómago. No puede ser. Pero una sola mirada al rostro blanco de James le dijo que lo era. —¿Cómo? —La mano de James se cerró sobre su brazo, agarrándolo con fuerza—. ¿Cómo puede estar aquí? No podía. Estaba en Londres. Era el general que nunca salía de detrás de las líneas enemigas, protegido e intocable. Era el recluso, el conde que prescindía de sus lacayos para hacer su trabajo, raramente visto a pesar del poder que su imperio le permitía ejercer en las capitales del mundo. El latido del corazón de Will se aceleró. —¿Estás seguro de que es él? —Will —dijo James—. Es Sinclair. —¿Estás seguro? —Es Sinclair, conozco su voz. El Conde de Sinclair, justo dentro de esa tienda. ¿Estaba recién llegado de Londres, quitándose los guantes? ¿Listo para tomar posesión de lo que hubiera dentro del palacio? En todos sus meses de trabajo en los muelles, Will nunca había visto a Sinclair. Pero había imaginado enfrentarse a él. Se había imaginado entrando en su oficina en algún almacén portuario. Tú mataste a mi madre. En sus primeros días, había sido una acusación infantil que Will se había limitado a lanzarle. Will nunca había pensado en lo

que diría a continuación. Pero entonces, lento, constante, implacable, había empezado a trabajar en serio contra Sinclair. Ahora tenía algo que decirle. ¿Mataste a mi madre? Maté a tu hijo. Estoy aquí, en tu excavación, y voy a acabar con tu imperio. Sinclair volvió a hablar. —James nos ha traicionado, Ahora trabaja contra nosotros. Capturamos a sus otros cómplices en el Salón, la joven escapó, el jenízaro está muerto, el León sigue siendo nuestro prisionero, y está en un barco a Calais. Violet está viva, pensó Will. Está viva. Está en un barco. El alivio que sintió al oír eso se vio atenuado por la idea de Sarah, que le revolvía el estómago. Le hizo arder las venas de rabia que Sinclair hablara tan a la ligera de la muerte de uno de los últimos siervos. —Mi señor... ¿James St. Clair es un traidor? ¿Está trabajando contra nosotros? — dijo Sloane. —El pequeño Jamie está haciendo una apuesta por la libertad, pero no es un estado para el que esté hecho —dijo Sinclair—. Es un perro al que se le ha escapado la correa, pero pronto volverá a casa. —James se puso rígido, y Will le puso una mano en el brazo instintivamente—. Es el chico que está con él el que es peligroso, Will Kempen. No puede enterarse de lo que buscamos, no le digas nada. Y, sobre todo, mantenlo alejado del palacio. ¿Sabía Sinclair que Will había matado a Simon? Al menos cazar a Will lo mantendría alejado de la verdadera descendiente de la Dama: Elizabeth. Sinclair dio la orden, James se lo había dicho en las celdas del Salón. Sinclair mató a tu madre. Will se dio cuenta de repente de que necesitaba verle. Necesitaba ver la cara del hombre que había ordenado la muerte de su madre. Pero cuando se acercó a un hueco en la lona, todo lo que pudo ver fue la parte posterior de la cabeza de Sinclair, y era extrañamente incorrecta, con una espesa cabellera rubia y anchos hombros vestidos con un uniforme de oficial, con un nuevo y familiar pañuelo al cuello —Milord, ¿debo simplemente hacer que los maten? —dijo Sloane. —No, sigue fingiendo. Mi barco llega en dos semanas, me encargaré de ellos personalmente.

Mientras Sinclair hablaba, se volvió hacia la luz. Will sintió la misma desorientación que había experimentado cuando el portal se abrió sobre el agua. El hombre que hablaba no era Sinclair, sino el capitán de Sloane, Howell. Las manos de Sloane se aferraron obsequiosas —Sí, milord —dijo con una pequeña reverencia. Se lo dijo a Howell. La equivocación crecía. La visión frente a Will luchaba contra los hechos y el sentido común. Howell no podía ser Sinclair. Howell era un joven capitán militar de quizás veintiocho años. No podía ser el conde de Sinclair, de cincuenta y nueve años, ni siquiera disfrazado. —Y manténganlos fuera del palacio —dijo Howell en la voz de Sinclair. —Sí, milord —contestó Sloane. —Volveremos a hablar —terminó Howell. Y Will supo, con súbita y terrible perspicacia, lo que estaba ocurriendo. Apartó a James de su vista mientras el capitán Howell se balanceaba y dijo vagamente con su propia voz —¿Señor Sloane? Creo que he tenido una de mis crisis. Will seguía empujando a James hacia atrás y lejos, lejos de la tienda, mientras Sloane intentaba convencer al capitán Howell de que se sentara. —No lo entiendo —dijo James—. Era Sinclair. La forma en que hablaba, las cosas que decía... ¿Cómo pueden Sinclair y el capitán Howell ser la misma persona? James lo miraba fijamente, con una mirada atónita y desconcertada. Realmente no lo sabía. —¿Nunca le habías visto hacer eso? —dijo Will. —¿Hacer qué? —James le miró—. ¿Qué pasa? Will se obligó a hablar con firmeza. Intentaba no pensar en la excavación a su alrededor, en todos los hombres en todos los túneles excavando el pasado en la oscuridad infinita. Intentó no pensar en los ojos de aquellos hombres, que se volvían para mirarle. —En el Salón, Leda nos dijo que el Rey Oscuro podía mirar por los ojos de los hombres marcados con la S. Mirar por sus ojos, hablar con su voz, incluso controlarlos.

—Quieres decir... —Ese era Sinclair, controlando el cuerpo de Howell. James se quedó boquiabierto y se dio la vuelta, agarrándose la muñeca. Simon había intentado marcar a James, una y otra vez. Las habilidades curativas de James habían borrado la marca cada vez. Will intervino y agarró con fuerza a James por el hombro, obligándole a mirarle a los ojos mientras aquella posesividad se agitaba en su interior. —No hizo falta —dijo Will. —Él quería —dijo James. No había respuesta a eso excepto la que él no podía decir. No te tiene a ti. La ira surgió en Sinclair y sus burdos intentos de control, por lo que fuera que estaba tratando de arrancar de la tierra aquí. Sus planes, siempre un paso por delante de los de Will. Te tengo a ti. Tampoco dijo eso. —Sabe que estamos aquí —dijo Will. Y entonces—. La mitad de los hombres aquí tienen una marca. —Quieres decir que Sinclair podría estar en cualquier parte —dijo James. —O en cualquier persona —correspondió Will.

Traducido por CROWLEY Corregido por Alter Will despertó a Cyprian con una mano en el hombro. Cyprian, un luchador entrenado, pero con experiencia sólo en tiempos de paz, parpadeó somnoliento. No se despertó como lo hizo Will, silenciosa e inmediatamente. Will sintió un destello de protección. A pesar de las extraordinarias habilidades de Cyprian, había algo casi frágil en él, aquí en las montañas. Era un hombre joven que se levantaba entre la maraña de sábanas de la cama del barracón, con el pelo largo revuelto y la camisa de dormir desarreglada. —¿Qué pasa? ¿Ha ocurrido algo? —Levántate —dijo Will—. No tenemos mucho tiempo. Miró apresuradamente alrededor de los barracones para ver si ya les estaban vigilando o siguiendo. James esperaba un poco alejado, todavía inmaculadamente vestido después de su día de actuar como el pequeño lordling de esta excavación. Sloane le había dado su ropa y, aunque no era de la misma calidad que la que había llevado en Londres, rezumaba el estilo de Sinclair. Ahora Sloane sabía que era una actuación. Eran moscas en la telaraña de Sinclair; probablemente lo habían sido todo el tiempo. Se sintió como un tonto. Se había creído que engañaba a Sinclair, había creído que iba un paso por delante. Pero ni siquiera conocía el alcance de los poderes de Sinclair. Todavía no sabía los planes de Sinclair en esta excavación, sólo que eran años en la fabricación. —Ustedes dos tienen que cabalgar fuera de aquí y encontrar la aldea de Ettore — dijo Will—. Ahora, esta noche. Cyprian y Grace habían tomado asiento en la cama del barracón frente a él, con aspecto serio y preparado incluso en camisas de cama —¿Qué sucede? ¿Qué ha pasado? —Sinclair —dijo Will con firmeza.

—¡Sinclair! —exclamó Cyprian. Will relató en breves palabras la perturbadora escena que él y James habían presenciado. Les habló de la muerte de Sarah, de la huida de Elizabeth y del traslado de Violet a Calais. Y les habló del capitán Howell, hablando con la voz de Sinclair. —Leda siempre nos dijo que Sinclair podía controlar a la gente —dijo Will—. Ahora le hemos visto hacerlo. Grace se dio la vuelta, ocultando una emoción abierta. Cyprian le puso una mano en el hombro y los dos se unieron instintivamente. La muerte de Sarah significaba que, como Cyprian era el último Guardian, Grace era ahora la última jenízara. Eso la convertía en la única poseedora de conocimientos que quedaba. El Guardian Anciano siempre había insistido: "El verdadero poder de los guardianes no es nuestra fuerza, es que recordamos “. Como último jenízaro, esa carga recaía ahora en Grace, con Cyprian como su guardián protector. —Sloane sabe quiénes somos, ustedes dos tienen que ir. Tienen que encontrar a Ettore antes de que toda la excavación se cierre. Cyprian se volvió hacia ellos —Tienen que venir con nosotros, ahora no es seguro para ustedes. —No —dijo Will, que llevaba pensándolo desde que había oído a Sinclair en la tienda—. Nos quedamos y le seguimos el juego, actuar como si no supiéramos que nos han descubierto. Sloane no va a meternos en una celda; mantendrá sus propias pretensiones. Un doble farol... Estaremos vigilados, pero aun así podríamos encontrar alguna ventaja. Si huimos, perderemos el acceso a la excavación. —Eso es una pantomima que podría llevarte a la muerte —comentó Grace. —Sinclair llega en dos semanas —dijo Will—. Tenemos que averiguar qué hay bajo esa montaña. Cyprian miró a James, que estaba recostado contra el mástil de la tienda, y luego sacudió la cabeza —Voy por los caballos.

—Sé lo que se siente, ¿sabes? —dijo James, apareciendo en el establo improvisado.

Cyprian le ignoró. Ensillando su caballo en plena noche, Cyprian sintió la misma mezcla de rabia y náuseas que siempre sentía cerca de James. ¿Por qué estás aquí? quiso gritar. La presencia de James estaba mal. Bajo la pregunta se escondían las palabras: ¿Has venido a terminar el trabajo? James había matado a todos los guardianes menos a Cyprian. Parte del asqueroso cóctel de sentimientos que provocaba James era una sensación siempre presente de peligro real. —El "mundo exterior" —James apoyó el hombro en uno de los soportes de madera y lo dijo como si fuera la respuesta a una pregunta que Cyprian no había formulado. Cyprian le ignoró. Por supuesto que James no se ofreció a ayudar, aunque la misión de encontrar a Ettore era urgente, y debía partir con Grace antes de que Sloane diera la orden de cerrar el campamento. —El agua es viscosa, la comida sabe a serrín, la mano de obra es de mala calidad. Crees que es sólo aquí, y luego descubres que es en todas partes. Ignoró la sacudida de reconocimiento y se obligó a no mirar a James, negándose a tener nada en común con él. Algo le pasa al agua, le había dicho a Will, que había bebido un poco y luego había respondido, divertido y confuso: "A eso sabe el agua". Cyprian se había sonrojado, avergonzado por su propia ingenuidad, contento de que Violet no estuviera allí para reírse de él, aunque podía imaginarlo, tal vez incluso desearlo, sintiendo profundamente la forma de su ausencia. —Y tratas de aprender las nuevas reglas —dijo James, su voz extrañamente apagada, no su habitual tono burlón—. Pero no hay reglas, y no hay nadie que te diga cuál es tu propósito, o que te reconozca por seguir tu camino. Cyprian le ignoró. Comprobó dos veces su arma y su guarnición. Y luego, para asegurarse, una tercera vez. Nunca se prepara uno demasiado bien. Mientras lo hacía, era consciente de que nadie más comprobaría su trabajo, de que ni Leda ni su padre pasarían por allí para echar un vistazo a sus arreos. Pero mientras conducía a su caballo inmaculadamente acicalado por el patio de montura, con la silla y la brida en su sitio, se sintió bien sabiendo que había alcanzado un nivel exigente, aunque lo hiciera para fantasmas. James le siguió mientras conducía su caballo, con la voz aguda, como si mereciera una reacción y le amargara que Cyprian no se la hubiera proporcionado.

—Espada limpia, pelo cepillado, estrella brillante —comentó James—. Realmente eres el guardián perfecto. Cyprian le ignoró. —Apuesto a que nunca te escapaste de tu habitación, ni faltaste un día a clase, ni ignoraste el timbre. Demasiado ocupado haciendo lo imposible para mantener a papá feliz. Cyprian le ignoró. —Y ahora te embarcas en tu primera misión, como un verdadero guardián, cabalgando en sus blancos, luchando contra la Oscuridad. Cyprian le ignoró. —Has perdido un punto en tu montura. Cyprian odiaba haberse vuelto para mirar, sólo para descubrir que la silla de montar estaba perfectamente pulida. Cuando se volvió, los ojos de James parecían haber ganado algo. —Eso es lo que diría tu papá, ¿no? —Nunca lo sabremos con certeza —contestó Cyprian—. Tú lo mataste. Se subió a la silla de montar. —¿Seguro que no quieres que te acompañe, hermanito? Tendrás problemas con esos bandidos de la colina sin mí, ya que te he salvado la vida dos veces. Cyprian no lo miró, sólo puso los talones en su caballo. No me llames así. Mejor no decir nada. Atente a tu entrenamiento. Eso es lo que su Padre habría dicho. Cabalgó para reunirse con Grace.

Traducido por Cindylu~ Corregido por Alter —Sloane me invitó a su tienda —dijo James. Su voz era tensa mientras caminaba por el dormitorio, sus gestos cortos y bruscos mostrando su incomodidad, incluso con la puerta cerrada. —Una cena tardía. Sólo el círculo interno. Espera que me una a ellos. El mensajero los había atrapado justo cuando llegaban a sus habitaciones, los ojos de James recorrieron rápidamente el papel. Al regresar a sus habitaciones, había sido demasiado fácil imaginar que todos los hombres que los observaban eran Sinclair. Todos los ingleses aquí tenían una marca. —Tienes que ir —dijo Will—. Tenemos que mantener la fachad. —La fachada —respondió James. En su mano sostenía la tarjeta de invitación dejada por el mensajero como si propusiera una visita por la tarde. —Seguiremos el juego hasta que los demás regresen de la aldea —comentó Will—. Sinclair le dijo a Sloane que nos mantuviera ocupados. Tenemos que hacer lo mismo. Para Will fue bastante fácil decirlo, cuando era James quien podría tener que actuar frente a Sloane, sabiendo que los ojos de su padre sustituto podrían estar sobre él. —¿Y si pone a prueba mi lealtad? —Las palabras fueron frágiles, como el exterior desafiante de James. La forma en que estaba parado, la tensa y expectante tensión en su cuerpo, Will se dio cuenta de repente. —No te gusta —Will lo dijo como la revelación que era. Irónico, pero tenía mucho sentido—. No te gusta engañar a la gente. Por supuesto que no. Por supuesto, todo este tiempo, no lo hizo. James había estado tenso desde que llegaron, y el tono de esos comentarios cortantes se hizo más

agudo. Y se lo tragó, dejó que Kettering lo tocara, e incluso mató a personas, tal como lo había hecho una vez por Sinclair. —Dios, esto es lo que fue para ti, ¿no? ¿Todos estos años trabajando para Sinclair mientras buscabas en secreto el Collar? Eso no era lo que James esperaba que dijera, sus ojos se abrieron por el asombro por un momento, antes de que su boca se torciera con desdén. —Eso no es… —No deberías haber tenido que matar a esos bandidos —dijo Will. Por supuesto, James sabía cómo jugar al diletante sádico frente a Sloane. Había desempeñado ese papel durante años, todo mientras buscaba el Collar. —No me importan unos cuantos bandidos —contestó James. Era fácil olvidar que James se había criado en el Salón. Él podría haber sido un seguidor de las reglas y un verdadero creyente como Cyprian. Criado para ser bueno. —No deberías haber tenido que matar a los guardianes —murmuró Will. Fue como si hubiera tocado un núcleo de la verdad, los ojos de James se abrieron aún más. Entonces James pareció darse cuenta de que su reacción lo había traicionado. Se tranquilizó para cubrirlo. —Realmente no me importa… —No deberías haber tenido que matar a nadie —Will se obligó a decir—. No vas a matar por mí. Especialmente no a Sinclair, sé que fue como un padre para ti. —Pero los padres —comentó James, tenso—. Son mi especialidad. —¿Fue esa la prueba de lealtad de Sinclair? —preguntó Will—. ¿Se mío, mata a tu familia? James guardó silencio. Porque, por supuesto, no habría podido ser una sola prueba, James demostrando su lealtad a Sinclair no una sino una y otra vez, desenvolviéndose con crueldad tal como se había desempeñado en sus deberes devocionales como guardián. A ambos les hubiera gustado. Sinclair disfrutaba ejerciendo poder sobre los demás. James quería demostrar su valía. Pensó en James vertiendo todo lo que tenía en el arco. —Todos los ojos estarán puestos en ti durante la cena —dijo Will—. Arma en un show, me dará tiempo para mirar alrededor. —De hecho, esta podría ser la primera vez

que Will estaría solo desde que escucharon a Sinclair en la tienda de Sloane. Era la oportunidad que quería y no iba a desperdiciarla. —¿Buscar qué? —James no entendía y Will no esperaba que lo hiciera. —Voy a descubrir qué hay dentro de ese palacio —dijo Will—. Y voy a detener a Sinclair. —¿Cómo vas a hacer eso cuando el palacio está vigilado día y noche y tienes todos los ojos puestos sobre ti? —James arqueó las cejas. —Ingenio —contestó Will. —Sinclair me crio —dijo James—. Él conoce todos mis trucos, me enseñó la mitad de ellos. Él sabe lo que puedo hacer. —Pero él no conoce mis trucos—replicó Will.

Will esperó hasta que James se fuera, luego cogió una botella de vino tapada que había quedado en sus habitaciones y se dirigió directamente hacia el hombre mal disfrazado que Sloane había puesto de guardia afuera. —¿Puede indicarme la tienda del Capitán Howell? James St. Clair me dijo que lo invitara a la cena de Sloane —preguntó Will Inocentemente. El hombre en cuestión resopló. —El Capitán no va a cenar con St. Clair. Will lo había adivinado. Pero abrió mucho los ojos. —Espero que estés equivocado. Me dijeron que no saliera de la tienda de Howell hasta que lo convenciera. —Entonces espero que tengas toda la noche —dijo el hombre. Y así fue como Will consiguió que su vigilante lo llevara a la tienda de Howell y lo dejara allí, con todo el tiempo del mundo para hacer lo que quisiera dentro. Al entrar, levantó la botella de vino, y dijo una nueva mentira. —Capitán Howell. El señor Sloane le envió esto. Dice que espera que te estés recuperado. —El chico de St. Clair —dijo Howell, como si el nombre supiera mal.

De cerca, Will pudo ver que los moretones alrededor del cuello de Howell estaban desapareciendo. La nueva corbata que llevaba para ocultarla se había deslizado ligeramente por debajo de la nuez de Adán. Su ropa no tenía la misma calidad que la de Sloane y mostraba signos de desgaste aquí en las montañas. Pero tomó la botella. Sacó el corcho de un solo tirón e ignoró las sutilezas de los vasos, llevándose la botella a los labios para tomar un trago, más parecido a los hábitos de los hombres en los muelles que a los de un capitán de regimiento. Will estaba buscando los signos persistentes de posesión, pero no vio ninguno, excepto un ligero borde nervioso que, si pensaba en ello, había estado ahí todo el tiempo. Howell lo miró a su vez, después de tragar el vino, sosteniendo la botella por el cuello. —Tú eres con quien comparte su habitación. —Sus ojos reflejaban una lenta y abierta especulación. Will sintió que el aire cambiaba, cuando el chico de St. Clair de repente adquirió un significado nuevo y espectacular. Deliberadamente, aflojó sus extremidades. No era un enfoque que Will hubiera intentado nunca antes con un hombre. Pero no se puede compartir una casa de hospedaje para chicos y seguir siendo inocente del mundo. —Nunca me ha ofrecido uno de esos. —Will miró hacia la muñeca de Howell, luego de nuevo hacia él a través de sus pestañas. —¿Hasta dónde llegarías para conseguir uno? —dijo Howell. —Depende —murmuró Will, y luego—: ¿Dolió? —Mucho —contestó Howell. —¿Puedo verlo? —preguntó Will. El capitán Howell parecía divertido, como si conociera el juego al que estaban jugando. Él se adelantó. Se detuvo frente a Will, comenzó a arremangarse. El suspenso de un telón que se levanta: la marca revelada era una elevada, terrible marca. —¿Puedo tocarlo? —dijo Will. Una lenta y creciente sonrisa apareció en el rostro de Howell. La primera vez que Will había visto la S, se había sentido como un hoyo abierto, que lo incitaba a caer. La verdad es que siempre lo había llamado. El pulgar de Will empujó sobre el borde de la

cicatriz. Howell había dejado que Simon lo quemara en él, con una tosca marca creada a partir de un símbolo que ninguno de ellos entendía. —Vamos, chico, ¿qué estás haciendo? —Una pregunta baja y complacida, la otra mano del Capitán Howell extendida sobre la cintura de Will. —Estoy aprendiendo lo que puedo hacer —contestó Will. Su voz sonaba diferente. Se había levantado de la mesa, con la mirada firme. Su agarre cambió de exploratorio a dominante. No era el símbolo de Sinclair. Era el símbolo del Rey Oscuro, esperando a su reclamante. La expresión del capitán Howell cambió. —No, no luches contra eso —dijo Will—. Sólo déjamelo a mí. La respiración del Capitán Howell había cambiado, coincidiendo sutilmente con la suya, sus ojos pálidos se oscurecieron con pupilas y adquirieron la mirada vidriosa de una presa. —Eso es todo. —Will mantuvo su mano izquierda en la muñeca de Howell y levantó la derecha para acariciarle la nuca, con el pulgar apoyado en el esófago, donde James lo había lastimado. Sus ojos se encontraron. Howell tragó por debajo de sus dedos; Will podía sentir el áspero roce de la barba que crecía en el cuello de Howell. Pero más que eso, podía sentir la S. Siempre había podido sentirla. Una oscuridad que lo llamaba, lo atraía. Se había resistido desde el primer momento en que la vio. Ahora dejó de resistirse y dejó que su llamado lo atrajera. —Pensé que sería difícil —dijo Will—. Pero no lo es, ¿verdad? Todos esos meses mirando las velas, mientras la luz se negaba a responderle. Todo lo que tenía que hacer era adentrarse en la oscuridad. —Ya eres mío —anunció Will. —Maestro —contestó el Capitán Howell. Sí, pensó Will, y con una sacudida, estaba dentro del cuerpo del Capitán Howell, mirando fijamente a su propia cara. Jadeó y sintió que el aire se arremolinaba en una garganta desconocida. Podía sentir una mano en su muñeca. Su propia mano. Estaba mirando a su propio rostro. La vista desorientadora le mostró a un niño de piel pálida como el mármol blanco, cuyos ojos se habían vuelto completamente negros, como si sus pupilas hubieran engullido

tanto el iris como el blanco. Esos ojos negros ardieron hacia él, ardiendo tal como los había visto en sueños. Ese soy yo. Así es como me veo. Él era ese chico que estaba ahí fuera. Pero él también era Howell. Podía sentir los brazos de Howell, de diferente longitud que los suyos. Extendió la mano y la de Howell se levantó, con dedos gruesos y el brazo cubierto de pelo rubio y rizado. Howell tenía mucha carne en los huesos, del tipo que un mozo despilfarrador no podía aspirar a acumular. Él también es más alto que yo. Se sentía pesado, incómodo, como si llevara un traje demasiado grande. Pero podría aprender a utilizar esas extremidades, pensó. Podía adaptarse a su diferente balance y peso. Ahora podría hacer caminar al Capitán Howell a la cena de Sloane... o a su tienda, o a una reunión más tarde, donde Sloane podría revelar secretos. Suponiendo que Sloane no reconociera las señales de posesión. Si lo hiciera, Will podría hacerse pasar por Sinclair. O podría poseer el cuerpo del propio Sloane. Era fácil imaginarse habitando otros cuerpos, y en el momento en que lo pensaba, los sentía, como puntos brillantes conectados por sus marcas. Docenas de marcas en esta excavación, marcando a cada inglés, como si Sinclair hubiera necesitado lealtad absoluta en esta misión. Will sintió… El hombre que estaba afuera, observando la tienda. Sloane y un puñado de oficiales marcados en la cena. El intendente, al que le costaba conciliar el sueño en medio de los incesantes sonidos de la excavación. Entonces nada, pero si se estiraba más… Un hombre sujetando las riendas del carruaje, con el cuero grueso en sus manos enguantadas. Una mujer mayor tocando la campana de la cena, el sonido resonando en sus oídos. Un niño corriendo entre la multitud con un mensaje en las manos. Había docenas de ellos, cientos, abarcando la mitad del mundo… Howell. ¿Dónde estaba Howell? El pánico aumentó cuando Will se dio cuenta de que había dejado atrás a Howell. Extendió la mano, pero no pudo encontrarlo. ¿Qué pasaría si no pudiera regresar al cuerpo de Howell? ¿Qué pasaría si no pudiera volver a lo suyo?

Buscó frenéticamente algo, cualquier cosa a la que pudiera aferrarse. Pero no había nada, sólo esta ausencia giratoria, alejándose de sí mismo. Buscó desesperadamente algo familiar. Por algo que lo arraigue, que lo ate a sí mismo... …y se encontró mirando con ojos desconcertados a un semblante pecoso y rostro cálido y hermoso que conocía tan bien. —¿Violeta? —pronunció. Ella le devolvía la mirada y él podía oír el sonido del agua y el olor a niebla salada, como si estuviera en un barco. Era ella, realmente allí, en carne y hueso, cálida y real, lo suficientemente cerca como para extender la mano y tocarla. —Violeta… —¡Will! —gritó James, y con un tirón, volvió a su propio cuerpo en Umbría, jadeando como un pez sacado de un arroyo. James estaba de pie como una deidad maléfica en la puerta, su poder brillando a su alrededor. El Capitán Howell fue estrellado contra la pared del fondo y quedó inmovilizado allí, arrancado de Will con una fuerza invisible. Will giró rápidamente la cabeza y cerró los ojos con fuerza para ocultar sus superficies anormalmente negras como la tinta. Oh Dios, ¿lo había visto James? Will respiraba entrecortadamente, con los ojos cerrados con fuerza para ocultarlos, todavía tambaleándose por haber estado fuera de su cuerpo. Se clavó las uñas en las palmas de las manos, tratando de recuperarse. No se lo dejes saber. no dejes que ellos vean. Sintió las manos de James sobre sus hombros —las manos reales de James— y se vio obligado a mirar hacia arriba y abrir los ojos. Una llamarada de pánico al ser descubierto. Pero James lo miraba con urgente preocupación, lo que significaba que sus propios ojos debían haberse aclarado de la tinta negra. El alivio lo estremeció, incluso mientras se obligaba a tragar cualquier cosa que pudiera delatarlo. —¡Will! —llamó James con urgencia. Encontré a Violeta. No podía decírselo a James. No podía decírselo a nadie. Nadie debería saber lo que podía hacer. Se mordió la lengua para contener las palabras. Violet estaba viva. Violet estaba en un barco, probablemente navegando hacia Calais, como

había dicho Sinclair. Debió haber entrado en el cuerpo de uno de sus captores. Dios, él había estado allí en el barco con ella. —Will, ¿te lastimó? ¿Él…? —Will nunca había visto a James así. Él no entendía por qué James estaba tan preocupado por él, y luego se dio cuenta de que James había visto a Will y al Capitán Howell abrazados, y confundió quién era el depredador y quién la presa. El deseo de reírse de la ironía se le subió a la garganta. Qué divertido estar recibiendo el consuelo que siempre había anhelado. Porque, por supuesto, se basa en una mentira. James no lo estaría ayudando si supiera lo que Will acababa de hacer. Un recuerdo del pasado surgió de golpe: soy vulnerable mientras estoy examinando la situación, escudriñando. A nadie se le había permitido acercarse a Sarcean cuando su mente abandonaba su cuerpo, excepto Anharion, quien siempre hacía guardia y cuya lealtad era absoluta, porque estaba atado por el Collar. Pero James no llevaba el Collar. Estaba protegiendo a Will porque quería hacerlo. Sarcean nunca tuvo esto, pensó Will con una especie de débil anhelo, deshecho por lo que James le estaba dando. —James, estoy bien, estoy… —¿Cómo te atreves a ponerle las manos encima? James se estaba volviendo hacia el Capitán Howell, quien inmediatamente comenzó a jadear y a gorgotear contra el poste de la tienda. Fue el turno de Will de agarrar el hombro de James y tirarlo hacia atrás. —James. Lo estás aplastando. ¡James! Déjalo ir. El Capitán Howell cayó al suelo tosiendo. Con la mano en la garganta, los miró fijamente. —¿Qué pasó? ¿Tuve uno de mis cambios? —¡Tus cambios! —dijo James—. ¿Sinclair estuvo aquí? —Su poder golpeó a Howell contra el poste de la tienda nuevamente. Todo el aparejo de lona corría peligro de caerse. —¡James, él no sabe lo que pasó! James hizo un sonido de frustración, pero soltó su poder sobre Howell por segunda vez. Miró hacia abajo mientras Howell retrocedía.

—Fuera —ordenó James—. Ahora. Howell se empujó hacia arriba y hacia afuera, con la mano todavía apretada en su garganta. Will casi se llevó la mano a la garganta con simpatía, aunque no sintió nada de la falta de aire o los moretones de Howell. No tenía ningún vínculo continuo con Howell, incluso si una impresión del cuerpo del hombre persistía en su mente. —Tienes que tener más cuidado —dijo James en el momento en que Howell se fue—. No puedes estar solo con hombres que usan la marca. —Estoy bien. Will estaba inestable, todavía reajustándose a su propio cuerpo, pero incapaz de demostrarlo. Ocultó la extraña dislocación que sentía, al igual que ocultó la vulnerabilidad de haber estado a punto de ser descubierto. —Sinclair podría estar en cualquier parte, tú mismo lo dijiste. Eres a quien busca, no estás a salvo. Como si Will fuera el inocente; el desventurado niño; alguien que James siguió pero que consideró intrínsecamente ingenuo. Como si Will no supiera de lo que era capaz Sinclair, cuando Sinclair había matado a la madre de Will. —James, estoy bien. Había visto a Violet, sabía lo que tenía que hacer.

Traducido por Cindylu~ Corregido por Alter —¡Levanta a la cuenta de tres! —oyó Violet—. Uno, dos… —Con los ojos vendados y congelada en su lugar por el poder de la señora Duval, sintió que toda la jaula se elevaba y luego se inclinaba como si la estuvieran llevando escaleras arriba. Ella resbaló y golpeó las barras traseras. Aire fresco y los gritos de un puerto importante, todo en francés. ¿Dónde estaba ella? ¿Calais? Era el único puerto francés que conocía, un lugar al que viajaban con frecuencia los barcos de Sinclair, una primera parada para sus negocios en el resto de Europa. La vista de Calais era famosa. No podía verlo a través de la venda de los ojos. ¿Qué estaba haciendo ella aquí? La jaula se volvió a inclinar repentinamente, esta vez en la dirección opuesta — una rampa— hasta que finalmente la colocaron en lo que se dio cuenta de que era una especie de carro solo cuando se sacudió y comenzó a rodar. Se mantuvo alerta, lista para arrancarse la venda de los ojos en el instante en que pudiera moverse. Pero el poder de la señora Duval no se vio interrumpido. Violet imaginó a la señora Duval sentada detrás de ella como un sapo achaparrado, sin quitarle los ojos de encima durante todo el viaje. Una sacudida… el carro se detuvo. Por el balanceo, la jaula estaba siendo transportada. Luego cayó al suelo. Violet sintió una mano en su cabello. Luego, como un mago que revela un truco escénico, le quitaron la venda de los ojos. Esperaba ver a su padre y a su hermano esperándola, independientemente de lo que hubiera dicho la señora Duval. En lugar de eso, estaba en el decadente salón de baile de un antiguo castillo francés. Estaba en ruinas, con el suelo podrido, manchas de moho en el techo y una enredadera que se colaba por una de las sucias ventanas francesas. Vacío y enorme, con

sus bailarines y miembros de la alta sociedad ausentes desde hacía mucho tiempo, le recordó un poco al campo de entrenamiento en el Salón de los Guardianes. La señora Duval y su hermano Leclerc estaban al otro extremo del salón de baile. La puerta de la jaula estaba abierta y ella ya no estaba bajo ataduras. Violet salió lenta y cautelosamente al centro del espacio. Lo primero que vio fueron los animales. Eran taxidermias ya montadas, animales en poses extrañas. Cabezas de ciervo en las paredes, grandes felinos disecados para que pareciera que estaban saltando. Mirando a uno de los íbices congelados, los vio parpadear y se dio cuenta con un escalofrío de que muchos de los animales estaban vivos: un loro cardenal junto a un gato negro, un conejo junto a una pitón, las razas inquietantemente una al lado de la otra cuando no deberían. Era una alteración del orden natural, una especie de caos que la ponía nerviosa. ¿Qué pasaría si la señora Duval no estuviera presente? ¿Atacarían los depredadores? ¿Se comerían a la presa? Leclerc parado entre los animales era parte de la imagen incómoda, con las cicatrices de las garras claramente recorriendo su rostro. Medio se imaginó a un depredador más grande entrando al salón de baile, y luego pensó… esa soy yo. Fijó sus ojos en Duval. —¿Por qué estoy aquí? —dijo Violet. Entre ella y la señora Duval, había una espada sobre las tablas del suelo podridas, y un cuchillo al lado. Armas dispuestas, lo cual no tenía sentido. —Voy a enseñarte cómo matar un león —dijo la señora Duval. Violet miró la espada y el cuchillo, luego volvió a mirar a la señora Duval. —Sé cómo matar —dijo Violet. —Sabes pelear. Pero usted nunca se ha enfrentado a los de su propia especie. — La señora Duval notó la dirección de su mirada—. Adelante, levanta la espada. Violet lo hizo con cautela, sorprendida de poder avanzar sin ninguna repercusión. Sus dedos se cerraron sobre la empuñadura de la espada y el mango del cuchillo, uno en cada mano. Antes de que pudiera pensar o dudar de sí misma, saltó dos pasos hacia la señora Duval, blandiendo la espada con fuerza hacia su cuerpo. —Detente —dijo la señora Duval con calma.

Violet se encontró congelada en el aire, su cuerpo golpeando el suelo primero con el hombro con una descarga de dolor que se le atascó en los dientes y tornó negra su visión. Ella yacía donde había caído con su cuerpo paralizado de forma antinatural y en su campo de visión aparecieron los zapatos de la señora Duval. —Quiero que quede claro que no dejaré que me hagas daño. —Botas altas negras con botones y tacones pequeños. —No pestañees —desafió Violet, pero las palabras eran una amenaza vacía. Ya sabía que el poder de la señora Duval no se detenía si parpadea. Pero ¿qué pasaría si la señora Duval cerrara los párpados durante más de un fugaz segundo? Sobre aquellas antiguas tablas del suelo no había nada que arrojar. Tal vez podría arrojar su espada y hacer que la señora Duval volviera la cabeza el tiempo suficiente… —Ahora —continuó la señora Duval—. Veamos qué puedes hacer. La atadura fue levantada nuevamente. Sintiendo que las cosas no serían sencillas, Violet reprimió su deseo de arrojarse ella o su espada contra Duval. —¿Bien? Ataca —dijo la señora Duval. Una secuencia que Justice le había enseñado… Violet se sorprendió al encontrarla contrarrestada. —Ya veo que has aprendido las técnicas de los guardianes —comentó Duval—. Eso no será suficiente para matar a un León. —Los guardianes son los mejores guerreros que existen —le respondió Violet. —¿Eso es lo que te enseñaron? Los leones son más fuertes que los guardianes y más rápidos. más resistente. Pueden recibir un golpe y seguir adelante. Un golpe ensordecedor en un lado de su cabeza acompañó la palabra golpe. Violet se lo quitó de encima, parpadeando. Como si el golpe hubiera desalojado el recuerdo, recordó que había visto a Tom recibir una paliza de Justice y sobrevivir. Luego recordó cuántos Guardianes había matado Tom. —¿Por qué te detienes? Reaccionas como un guardián, herido y golpeado. Tu eres un león, un golpe como ese ni siquiera debería hacerte estremecer. Eso hizo que Violet parpadeara de nuevo, por una razón diferente. ¿Estaba la señora Duval diciendo que su sangre de León le otorgaba resistencia a los ataques? Era

cierto que no le salían moretones fácilmente. Sabía que podía saltar desde una altura inusual y aterrizar con seguridad. Recoger objetos pesados no la pulverizó. —No sabes casi nada sobre ti misma —dijo la señora Duval—. Los guardianes no te han enseñado a aprovechar lo que eres. —Me enseñaron cómo pelear. —No te enseñaron el estilo del León; ellos te enseñaron su camino. La señora Duval la golpeó de nuevo y Violet se encontró tambaleándose hacia adelante debido a un golpe que pareció surgir de la nada. Luego se preguntó si realmente había necesitado tambalearse. ¿Qué habría pasado si ella se hubiera mantenido firme? —No conoces tu fuerza —dijo la señora Duval—. El mejor guardián enfrentándose contra el mejor León moriría. Cada vez, incluso con todas sus pociones, todos sus tratos con la Oscuridad. Has aprendido de aquellos que son inferiores a ti. —Los guardianes no son inferiores —dijo Violet. Pero Tom había derribado a Justice en el Sealgair . Podía ver a Justice tirada boca abajo en el agua fría, con su cabello negro extendido a su alrededor. —¿Qué crees que es un León? ¿O tampoco te lo dijeron? Violet le devolvió la mirada con furia. Odiaba no saberlo. Eso despertó el mismo sentimiento de mudez que sentía cuando Tom le contaba historias de Calcuta. Reprimió esos sentimientos como siempre hacía y centró su odio en la señora Duval. —Había muchos con poderes en el viejo mundo. La sangre del Fénix, la Sangre de la Mantícora. A diferencia de la Sangre de Leones, se han extinguido. Pero los Leones aguantaron. Tú tienes tu papel que desempeñar... Llegará el día en que un León tomará el Escudo de Rasalón. —Pensé que mi destino era ser comida —respondió Violet, pero estaba nerviosa. Se parecía demasiado a las palabras que le dijo el guardián antiguo. —Para comer o para ser comido —dijo la señora Duval en lugar de responder— . Los Leones son fuertes, pero se les puede matar. Necesitarás más que fuerza para matar a los de tu propia especie; te han enseñado cómo ganar, no a matar. Yo te enseñaré, aprenderás a atacar rápido, sin piedad, donde tu oponente es más vulnerable. Te enseñaré las debilidades del cuerpo, los ojos, la garganta, el hígado.

—¿Por qué querría alguna vez matar a un León? —Porque tu pelea con tu hermano será a muerte —dijo la señora Duval, y a Violet se le secó la boca. Bajó su espada y casi se sorprendió cuando la señora Duval no aprovechó de inmediato. Un momento después, Violet dejó caer su espada al suelo. —No voy a matar a Tom —dijo Violet. —¿Y cuándo intente matarte? —preguntó la señora Duval. —Él nunca haría eso. —¿Tu familia no te dijo nada? Tom Ballard eventualmente vendrá a matarte, seas entrenada para luchar contra él o no. Violet no tomó su espada. —¿Por qué iba a creerte? —Conocí a tu madre —dijo la señora Duval. Violet la miró fijamente—. Yo sabía lo que ella sabía. Las leyes que gobiernan a todos los de tu especie. La muerte de un León otorga los poderes de un León. Era como si estuviera escuchando las palabras desde muy lejos. Sonaron en ella como una campana, llamando a algo muy profundo dentro de ella. La muerte de un León… Un recuerdo; manos en su pelo y una voz de mujer cantando. Una falda que no era la crinolina estructurada de las faldas inglesas, sino que estaba hecha de un tejido diferente. Verde y amarillo y suelto en sus pliegues. No recordaba la letra de la canción. O el estampado del dobladillo de la falda. O… —Dijiste su nombre —sus propias palabras estaban muy lejos. Tuvo que expulsarlas, y aun así no parecían parte de ella. Era casi aterrador hablar de ello. Gauhar. El nombre de su madre. El tema prohibido. ¡Cómo pudiste traer al hijo de esa mujer a mi casa! —Antes. Dijiste su nombre. Usted dijo… La señora Duval no respondió. —El pretendiente Azar mató a Rasalón para tomar su poder. Pero algo salió mal. Azar tomó el escudo, pero los poderes no fueron transferidos. Rasalón fue el último León verdadero.

—El último León verdadero. —Las palabras encendieron una chispa, una conexión con algo más allá de ella misma. Al calor de esas manos, un recuerdo envolvente de calidez. —Esa era la esperanza que tu madre tenía para ti —dijo la señora Duval—. Para tomar el manto de Rasalón. Para devolverle a su familia la gloria que les corresponde. Ser un verdadero León. Pero John Ballard tenía otros planes. —No entiendo —dijo Violet. Pero era ese sentimiento el que ella no entendía, esta conexión fantasmal con algo olvidado hace mucho tiempo. —Tu padre te creó. —A Violet se le revolvió el estómago ante la palabra creó—. Y luego mató a tu madre. —Miró a la señora Duval con horror—. Quería su poder para él y para su hijo, pero al igual que con Azar, algo salió mal. No llegó a ser un verdadero León, entonces te trajo con él de regreso a Inglaterra. Quiere saber qué salió mal y, cuando tenga la respuesta, te entregará a su hijo. Violeta se sintió enferma. —¿Por qué me cuentas todo esto? ¿Quién eres? —Soy el último de los Basiliscos —respondió la señora Duval—. Y sé que sólo un verdadero León puede hacer frente a lo que hay debajo de Undahar.

La arrojaron a un sótano. De vuelta en su jaula… había suficiente flexibilidad en la cadena para permitirle moverse unos metros en cualquier dirección, pero no podía alcanzar más allá de los barrotes de la jaula, y mucho menos las escaleras hacia la puerta del sótano, o cualquiera de los barriles de vino en desuso que estaban dispersos en la habitación subterránea. Las esposas de los guardianes en sus muñecas minaron la fuerza que podría haber usado para romper las cadenas o sacarlas de la pared. En el camino, vio destellos del castillo en decadencia, ventanas tapiadas, sábanas blancas sobre los muebles, habitaciones con yeso desmoronándose detrás del papel tapiz despegado para revelar tablas antiguas. Sobre una enorme repisa de piedra vio las palabras talladas La fin de la misère. Ella no entendió el significado, pero las palabras la hicieron temblar.

Al mismo tiempo, se sentía en carne viva por los sentimientos despertados por la señora Duval. Su vida en la India era un puñado de recuerdos confusos, bloqueados para ella por los desvíos de su propia mente. En la mayoría de ellos aparecían los Ballard, como si ella hubiera nacido en el momento en que su padre la había arrancado como un recuerdo para llevársela. No recordaba a su madre. No recordaba haber sentido ningún dolor por la partida. Demasiado joven para entenderlo, eso era lo que siempre había dicho su padre. Recordó el barco, donde había corrido felizmente salvaje. Ella recordaba haber llegado a Londres. Recordaba el rostro de Louisa, la esposa de su padre, como la impersonal fachada de piedra de la casa de Londres. Recordó la primera vez que entendió que ella no sería uno de ellos: la discusión sobre dónde debería sentarse para cenar. Pero antes de eso, había tenido una madre que la quería, que había hecho planes para ella, quien había tenido esperanzas y sueños para ella. Una madre que había venido de un lugar del que no sabía nada, porque había evitado incluso mencionar la India, frunciendo el ceño cuando Tom o su padre hablaban de ello, como si eso la hiciera enojar, cuando tal vez el sentimiento no había sido enojo después de todo. Leclerc la observó desde las escaleras. Esperó a que Leclerc se acercara lo suficiente, pero él fue meticulosamente cuidadoso, como si estuviera acostumbrado a tratar con criaturas en jaulas grandes. Ella miró las cicatrices en su rostro: tal vez la fuente de su precaución ahora es un reflejo de su descuido en el pasado. Debería seguir el juego y poner a Leclerc de su lado. Eso es lo que haría Will, pensó. Se encontró con Will capturado y encadenado exactamente así, y lo primero que él hizo fue tratar de convencerla de que lo desatase. Él la había convencido para que lo desencadenara, si pensaba en ello. ¿Cómo lo había hecho? Ojos oscuros que te miraban fijamente y una sensación de que él daría su vida esperando y que nadie podría jamás acudir en su ayuda. Observó a Leclerc llamar a las escaleras y luego tomar una bandeja del ayudante de cocina que apareció. En lugar de acercarse a sus cadenas, Leclerc colocó la bandeja en el suelo y luego la empujó hacia ella con su bastón.

—¿Te das cuenta? No somos tus enemigos. La bandeja de madera en sí misma podría ser un arma, pensó, mientras la acercaba hacia ella. Arrancó un trozo de pan duro y se lo comió con avidez, y luego pensó que Will probablemente no lo habría comido, sospechando que estaba envenenado o algo así. Bueno, ojalá no lo esté. Ella dio otro mordisco. No sabía a veneno, sabía a pan duro, que la verdad es que no era mucho mejor. —Si tu hermana sabe controlar a los animales —dijo Violet, masticando—. ¿Por qué no te ayudó con la cara? Leclerc se sonrojó. —El poder está en nuestra familia. Cuando somos niños, probamos quién lo tiene y quién no. Dejó de masticar. —¿Qué? ¿Simplemente te arrojan con un animal salvaje? —Como ves —dijo Leclerc. Las cicatrices recorrían su rostro como caminos entrecruzados y serpenteantes excavados profundamente en un paisaje, blancos y elevados, con arrugas rosadas alrededor de los bordes. Su ojo izquierdo había desaparecido. Su inclinación sobre el bastón había sido pronunciada incluso antes de que Elizabeth lo apuñalara. —¿Qué clase de animal? —preguntó Violet. —Un león —dijo él, y ella sintió que se le erizaba la piel. —¿Quieres decir como yo? —Me refiero a un león de verdad. ¿Alguna vez has visto uno? Son más imponentes de lo que puedas imaginar. Dorados como la hierba en la que yacen, de extremidades pesadas, como si pocas cosas les preocupara en el mundo, Pero cuando se mantienen firmes, lo dominan todo. Puedes ver qué tan grandes son sus patas en el espacio entre mis cicatrices. Por supuesto, entonces yo era sólo un niño. —Leclerc esbozó una leve sonrisa—. Fue la prueba de mi padre. Para ver si tenía su poder para controlar a los animales. No lo tenía. —Entonces tú eres el enano —dijo ella. Leclerc se limitó a mirarla desde su rostro arruinado.

—No tengo los poderes de mi padre. —Pero tu hermana sí, ¿estás celoso? Ella no podía perturbar su calma. —Te equivocas al desconfiar de mi hermana. Ella es quien detuvo a la bestia, cuando mi familia habría dejado que me destrozara. Ella me sacó. Ella rompió el control que mi padre tenía sobre nosotros dos. Así que no creas que puedes abrir una brecha entre nosotros. Mi hermana ayuda a los débiles. Si la dejas, ella también te ayudará a liberarte de tu padre. Ella se sonrojó en la oscuridad. Su historia era inquietantemente similar a la de ella: el padre sirviendo a su hijo en el altar del poder. No quería tener nada en común con Leclerc. En sus fantasías más profundas, Tom descubría la verdad sobre su padre y la ayudaba del mismo modo que la señora Duval había ayudado a Leclerc. Pero Tom nunca habría hecho eso. —Pensé que tu hermana trabajaba para Sinclair. —Lo hace... cuando quiere —dijo Leclerc—. Ten la seguridad de que ella y tu padre no son amigos. —¿Entonces ella me está entrenando en secreto? ¿Sinclair no lo sabe? Leclerc la miró con una mirada impersonal y evaluadora. —¿Qué es una sombra? —preguntó él en cambio—. ¿Alguna vez te preguntaste eso? ¿Cuál fue exactamente el trato que hicieron los guardianes con la Oscuridad? —Sé que maté a uno —respondió Violet—. Eso es todo lo que importa. —No sola —contradijo él—. Sólo con el poder de Rasalón. Eso la detuvo en seco. La única persona a la que le había contado sobre el poder del Escudo de Rasalón contra las sombras fue a Will. Y ni siquiera le había contado a Will todo lo que había sucedido en esa oscura y solitaria pelea. Miró a Leclerc y descubrió que él la miraba a su vez. —¿Cómo sabes eso? —Sólo un verdadero León puede hacer frente a lo que hay debajo de Undahar. Esas fueron las palabras de su hermana. Con frialdad, levantó su bastón y apuntó a su bandeja con él.

—Así que come —ordenó el hombre—. Necesitarás de toda tu fuerza para completar el entrenamiento de mi hermana.

Traducido por CROWLEY Corregido por Alter —¡Te tengo, desgraciada! —La mano de un hombre se cerró sobre su brazo, sacudiéndola hacia atrás, sin que su cuerpo se resistiera, mirando atónito a la chica. —¡Suéltame! ¡Suéltame! —Elizabeth luchó como un gato en una bolsa—. ¡Katherine! —gritó—. ¡Katherine! Katherine no la oyó, atravesando la puerta de la posada con Prescott y un hombre elegante con sombrero alto. Will dijo que estaba muerta. ¿Se había equivocado? Mintió. Es un mentiroso. Su furia contra él se encendió al rojo vivo y golpeó a los dos hombres que la sujetaban, por poder. Mentiroso. Katherine estaba viva. Ella estaba aquí, lo suficientemente cerca para cogerla si tan sólo pudiera liberarse... —¡Ay! Me ha dado una patada en el... —seguido de un paso renqueante y una gran cantidad de palabrotas—. ¡Vuélvela a meter en el carro, y asegúrate de que la maldita puerta esté cerrada esta vez! El primero de los dos hombres habló mientras abría de par en par la puerta del vagón. Toda su atención volvió a centrarse en él. Unas fauces negras y abiertas: el horror la hizo luchar con más fuerza ante la idea de tener que volver allí. Ahí no, no con… El hombre de la puerta se llevó el antebrazo a la nariz y se quejó. —Cristo, creo que la otra está muerta. El otro hombre que sujetaba a Elizabeth volvió a maldecir. —Maldita sea. —Era el más bajo de los dos, un hombre fornido de pelo castaño bajo una gorra raída. —Sácala entonces, asegúrate de que no está fingiendo. —No la toques. No la toques —pidió Elizabeth, con un rugido de náuseas, mientras el hombre más alto arrastraba a Sarah hasta el borde de la carreta y luego se

echaba el cuerpo como un peso muerto al hombro. La dejó en un rincón, cerca de unas gavillas de heno atadas. No estaba fingiendo. Katherine está viva, se dijo Elizabeth, con la imagen de los ojos abiertos de Sarah clavada en su mente. Katherine está viva. Katherine está viva. Ahora sí que estaba luchando. Intentaba atrancar las piernas contra la puerta del vagón para que el hombre que la levantaba no pudiera meterla dentro. —¿Necesitas que te eche una mano, George? —dijo secamente el hombre más alto, mientras el bajito y fornido al que había llamado Georgie volvía a maldecir, y el tacón del zapato de Elizabeth golpeaba su espinilla con gran fuerza. Ella sintió un fuerte tirón en el cuello y oyó cómo se rasgaba la tela, luchando contra él sin darle importancia— ¡Suéltame! —no estaba acostumbrada a las joyas, y no pensó más allá del fuerte tirón en la garganta. —¿Qué es eso? ¿Un collar de guardián? El hombre alto estaba bajando la mano. El medallón se le había caído del cuello. Había abierto la boca para decir: ¡Es mío, devuélvemelo!, cuando Georgie habló de forma brusca. —¡No lo toques, idiota! No sabes qué magia de guardián tiene —El hombre alto le arrebató la mano y se persignó por las dudas—. ¡Magia de guardián! —La llevaré adentro —habló Georgie—. Ve a decirle al Sr. Prescott que la chica mayor está muerta. Dile que yo me encargaré de esta —le dio una sacudida a Elizabeth. Ella le mordió el brazo y Georgie volvió a maldecir, llevándola bruscamente a la entrada de la carreta. Un segundo intento; cuando ella no quiso ser empujada dentro, él mismo trepó y la arrastró. Se encontró de nuevo en el espacio cerrado del vagón, oscuro y silencioso; los caballos relinchando y el olor a heno parecían lejanos, como si estuvieran en un espacio privado y cerrado. Una mano carnosa sobre su boca y una rodilla en su estómago la mantuvieron agachada, como esperando a que el hombre más alto se fuera. Levantó el medallón para que colgara delante de su cara y le exigió. —¿De dónde has sacado esto?

—¡Eso no es asunto tuyo! —le espetó Elizabeth en cuanto le soltó la boca de la mano. —¿Lo encontraste? ¿Lo robaste? —no habló, obstinada—. Pequeña desgraciada, este es el collar de Eleanor, ¿de dónde lo has sacado? —¿Eleanor? El nombre la hizo detenerse, sintiéndose sin aliento —¿A quién le importa de dónde lo saqué? —Eleanor está muerta, pequeña mierda, ¿le robaste a los muertos? —La sacudió con fuerza. Sin inmutarse por la sacudida, se horrorizó ante la acusación. —¡Yo no lo he robado, alguien me lo dio! —¿Quién? —Un mentiroso —respondió Elizabeth—. ¿Por qué importa eso? El hombre la miró fijamente. Era un hombre robusto, con la cara algo colorada, vestido con chaleco y mangas de camisa y pantalones de pana. Parecía un jornalero o un mozo de cuadra. La sujetaba con una mano y con la otra se metía el medallón en la camisa. Al verlo desaparecer, sintió como si se hubiera apagado una luz. —¡Devuélvemelo! ¡Devuélvemelo! Demasiado baja para alcanzar el lugar donde había escondido el medallón, le golpeó con los puños. Él volvió a maldecir, esta vez con una palabra escueta que ella no había oído nunca. Habría protestado, recordando la reacción de su tía cuando Katherine había dicho una vez deuced, si no fuera por lo que él estaba jurando. El medallón estaba en su mano, como si hubiera saltado allí. Ella la miraba fijamente. El hombre la miraba fijamente. Recordó a Sarah susurrando: "No les diré quién eres". Sarah había muerto protegiendo a la Dama. —Eres la hija de Eleanor Kempen —dijo—. ¿No es así? Se le erizó el vello de los brazos. Una parte de ella pensó: ¿Es ése su nombre? Ella siempre lo había negado. No es mi madre. Pero su corazón latía de forma extraña y el medallón estaba caliente en su mano. ¿Y qué si lo soy? No lo dijo. —¿Cómo te llamas? —él dijo. —Elizabeth.

—Un nombre de reina —dijo el hombre—. Como tu madre. No sabía por qué tenía los ojos húmedos. Nunca había pensado en sí misma como alguien que tuviera una madre. Como parte de una línea, como si este pequeño trozo de metal la conectara a un pasado que se extendía. —Escucha —dijo el hombre—. Hay un pueblo a quince millas al este de aquí llamado Stanton, puedo conseguirte un caballo y despejarte el camino, para que salgas esta noche y cabalgues hasta allí. Pregunta por Ellie Lange, ella sabrá qué hacer. No tenía sentido —¿Por qué me dejarías ir? —Porque le hice una promesa a la mujer dueña de ese collar, que, si su hijo alguna vez estaba en peligro, yo la ayudaría. Agarró el medallón con fuerza en la mano. Pensó en Will diciendo: "Ella habría querido que lo tuvieras". Era un mentiroso y no se podía confiar en él. Pero había una pequeña parte infantil en ella que pensaba que tal vez su madre la estaba ayudando. —Hay algunos de nosotros que conocemos las viejas costumbres —dijo el hombre—. Que sirven a la Dama. ¿De verdad su madre había dedicado tiempo a reunir aliados para ayudarla? Elizabeth respiró con determinación. —No iré sin mi hermana. —¿Hermana? —Katherine. Está adentro, con el Sr. Prescott. El hombre parecía sorprendido —¿Lady Crenshaw es tu hermana? —¿Lady Crenshaw? —preguntó Elizabeth. En Londres, el título había sido todo de lo que Katherine había hablado. Viviremos en Ruthern, y yo seré Lady Crenshaw, y organizaré fiestas, y elegiré los menús, y podremos comer lo que queramos. Elizabeth había dicho, lealmente, me gustan las cenas de Cook. Y Katherine la abrazó y le dijo: Aún podemos seguir comiendo las cenas de Cook. Podemos comer helados de albaricoque después.

Pero una noche Katherine había llegado a su habitación, con el rostro demudado por el miedo. Elizabeth, tenemos que irnos. Esa fue la noche en que Elizabeth había aprendido que las pesadillas eran reales. —Ella no es Lady Crenshaw, es Katherine Kent. Nunca se casaría con Simon, él es... Un asesino. Había matado a la mujer cuyo medallón sujetaba en la mano. Había matado a muchas mujeres. Y estaba muerto. Will había dicho eso. Pero entonces, Will era un mentiroso. Will había dicho que Katherine estaba muerta. —No está casada con Simon —dijo el hombre—. Se casó con Phillip, el hermano. —¿Phillip? ¡Pero si nunca ha conocido a Phillip! El hombre se encogió de hombros. Elizabeth frunció el ceño. No tenía sentido. Entornó el rostro y se quedó pensativa. ¿Cómo podía averiguar si la historia de aquel hombre era cierta? —¿Fue la boda en St. George Hanover Square? El hombre negó con la cabeza —Fue privado y hecho por la noche, sin que nadie que yo haya oído asistiera. —¡Eso lo demuestra! —exclamó Elizabeth—. Algo va mal, nunca se casaría en privado. Tienes que ayudarla. El hombre levantaba las manos para ahuyentar la idea. Tenía arrugas alrededor de los ojos, que eran azules —Oh, no, ella me delatará, es la mujer de Phillip. Está con él. Elizabeth le respondió. —Es la hija de Eleanor, igual que yo. El hombre dijo la misma palabra que había dicho dos veces antes. —La tía dice que es una mala palabra —dijo Elizabeth—. Dice que hablar bien significa que te hablen bien. Dice que los modales hacen al hombre. Dice que... El hombre repitió la palabra un par de veces más. —Espera aquí —dijo a regañadientes—. Tu hermana está en la posada con Phillip, me inventaré una excusa para ir a llamarle a la puerta. —¿Georgie qué? —dijo Elizabeth de repente. —¿Qué?

—Ese hombre te llamó Georgie, ¿Georgie qué? —Redlan George —dijo—. Así que es Sr. Georgie para ti. No esperó allí. Le siguió hasta las puertas del establo, donde Redlan se detuvo mirando hacia la posada, al otro lado del patio. —Qué extraño —dijo Redlan. —¿Qué? —dijo Elizabeth. —Esos hombres, antes no estaban allí —frunció el ceño. Se asomó por detrás de él. Había cinco hombres apostados ostentosamente fuera de una de las habitaciones del primer piso. No habían estado allí antes, parecían guardias. —Ese es Hugh Stanley —decía Redlan—. Y John Goddard, Amos Franken. —Los nombres no significaban nada para ella, pero parecían significar algo para él—. Espera aquí, y mantente fuera de vista. Ella no quería esperar, pero pensó que él tenía razón en lo de no dejarse ver, así que se escondió detrás de dos hileras de barriles mientras él atravesaba el patio. Desde entre las duelas, tenía una visión clara de los cinco hombres. Goddard y Stanley jugaban al azar en una mesa improvisada con dados de hueso en un cubilete de madera. De los demás, dos observaban, sentados en tocones de madera, y de vez en cuando soltaban carcajadas estridentes. El último era el hombre al que Redlan había llamado Amos Franken. Sentado en un cajón junto a la puerta, cortaba una manzana roja con un cuchillo y se llevaba los trozos a la boca. Goddard levantó la vista de la mesa de azar y saludó a Redlan con estas palabras —Si has matado a la otra chica, Prescott no se va a alegrar. Redlan soltó un bufido —Abre, tengo órdenes de llevar a la dama esposa de vuelta a Phillip. —No me he enterado. —Te estás enterando ahora. —Redlan le tendió la mano imperiosamente. Goddard le tendió las llaves encogiéndose de hombros. —Mejor tú que yo. —¿Por qué?

—Una chiflada —dijo Goddard—. Habla en lenguas. —Sus ojos ya estaban de vuelta en el juego. Hugh Stanley habló —¡Suerte! —se frotó las manos y arrojó los dados de juego sobre la mesa. Luego dijo la palabra del señor George. Los demás rieron tan fuerte que Amos Franken dejó de comer su manzana y fue atraído hacia él, sólo para reírse él mismo cuando vio lo que había sobre la mesa. Redlan desapareció por la puerta. Ensimismados, los hombres no prestaron atención a su partida, y durante largos minutos no ocurrió nada, salvo que Franken se terminó su manzana, dejó el cuchillo y se sentó, recién atrapado en la partida de dados. Y entonces Redlan sacó a su prisionera, y Elizabeth tragó saliva. Era ella. Era Katherine. Se sintió aliviada. No había sido un sueño, ni una alucinación ni otra chica. Era Katherine, con sus rizos dorados enmarcándole la cara. Había perdido su gorro y su vestido de color prímula tenía un rasgón. Eso no debía gustarle. Odiaba cuando las cosas estropeaban su ropa. Elizabeth dio un paso hacia ella, con los ojos escociendo y el corazón rebosante de una alegría que amenazaba con desbordarse. Katherine cogió el cuchillo de la manzana de la mesa y lo clavó en la garganta a Redlan George. Pero es nuestro amigo, pensó Elizabeth con la mente en blanco mientras Redlan caía al suelo, con el cuello bombeando sangre. Estás matando a nuestro amigo. Se quedó de pie, clavada en el sitio. La sangre salpicó el vestido de Katherine, que levantó de nuevo el cuchillo y abrió de un tajo la yugular de Amos Franken, cuyo corazón de manzana rodó por el suelo. Stanley y Goddard se levantaron de un salto de la mesa de juego, haciendo pedazos los dados y el cubilete. Stanley empezó a sacar y cargar una pistola, rasgando desesperadamente el papel del cartucho con los dientes. Goddard se escabulló y empezó a correr hacia la puerta principal de la posada. Él está consiguiendo ayuda, pensó Elizabeth sin comprender cuando el último hombre cargó atajando a Katherine, que chocó con la pared exterior con cara de

asombro, como si no hubiera esperado que el peso del hombre la hiciera retroceder. Un momento después, el hombre se desplomó en el suelo, con el estómago abierto, destripado por su cuchillo. Katherine le pasó por encima. No parecía molesta. Tenía los modales prácticos de un carnicero en sus asuntos. Ella utilizó el cuchillo para rebanar la cuerda en sus muñecas, después de haber matado a cinco hombres a dos manos, como un campanero. La cuerda cayó al suelo. Miró a los ojos enrojecidos de Hugh Stanley. —¡Atrás o disparo! Stanley había cargado la pistola y apuntaba a Katherine, con la boca del cañón temblando ligeramente. Katherine avanzó hacia él con el cuchillo, ignorando la pistola como si ni siquiera la hubiera visto. Le disparó. Elizabeth la vio tambalearse, con una mancha roja brotándole en el estómago. Puso cara de asombro y se tocó la herida como si no se lo creyera, con los ojos y la boca abiertos en una O de sorpresa. —He dicho que te quedes atrás —dijo Stanley, cuando ella volvió a levantar la vista. Un segundo después cayó hacia atrás, con el cuchillo de Katherine clavado en el ojo, donde ella lo había lanzado con precisión infalible. Luego se agachó y arrancó el cuchillo de la cuenca ocular de Stanley. Elizabeth corría hacia delante, agarrando la muñeca de Katherine y tirando de ella. —¡Katherine! Por aquí, llevaremos caballos, vamos. Katherine no se movió ni la saludó; se limitó a mirarla por el brazo sin reconocimiento en los ojos. —Había otro —murmuró Katherine después de un momento, mirando hacia la posada—. Un hombre que huyó. —Ha ido a buscar ayuda. Tenemos que irnos —pidió Elizabeth. —Puede que sea más fácil simplemente matarlo —respondió Katherine. Prescott salía de la posada y John Goddard le seguía de cerca. Prescott echó un vistazo a Katherine e inmediatamente envió a Goddard de vuelta al interior, como si fuera a buscar refuerzos.

—Necesitamos caballos —dijo Elizabeth, tirando con más fuerza del brazo de Katherine—. El establo está por aquí. Vamos. Vamos. Un paso a regañadientes, mientras Katherine finalmente se dejaba arrastrar hacia los establos —Tenemos que ir al oeste —decía Elizabeth—. Hay ayuda en el pueblo de Stanton, una mujer llamada Ellie Lange. En el interior oscuro y perfumado de paja de los establos, Elizabeth buscó desesperadamente monturas a su alrededor, y sólo vio caballos de pezuñas plumosas, demasiado lentos para cualquier cosa que no fuera andar a paso pesado. De pronto, corriendo de establo en establo, vio un rostro familiar, con sus manchas marrones y blancas como salpicaduras de pintura. —Nell —dijo, y se abrazó al cálido cuello de su poni. Un morreo de vuelta abrió una cámara del corazón de Elizabeth. Con un arrebato de lealtad, decidió que Nell era la montura más rápida de toda Inglaterra. Puso la brida a su poni y se volvió para ayudar a Katherine. Katherine estaba abriendo de un tirón la puerta de un establo que albergaba el tipo de caballo que debería haberla aterrorizado, un monstruo alazán de dieciocho manos con un grueso cuello y poderosos cuartos traseros. En Londres, había sido Elizabeth quien le habría explicado cómo ensillar a Ladybird, mientras que Katherine apenas había sido capaz de levantar la silla. Ahora Katherine ni siquiera se molestaba en llevar arreos, simplemente se balanceaba sobre el lomo desnudo del caballo para sentarse escandalosamente a horcajadas. Con un tirón de las crines del caballo, dijo algo que sonó como ¡Vala! y salieron por la puerta del establo. Elizabeth se encaramó a Nell. —¡Arre, Nell! —Y se encontró, tras la estela de Katherine, en un patio lleno de hombres gritando, hombres cogiendo armas, hombres agarrando lámparas y atándose mosquetes al cinto —Ahí están. Agárrenlas. Unas manos agarraron sus tobillos

—¡Vamos, Nell, vamos! —Nell se estiró con valentía, sus cortas patas trabajando furiosamente. Sin más caballos en los establos, podrían escapar de verdad. Al salir a todo galope por las puertas de la posada, Elizabeth sintió una oleada de esperanza. Entonces, a lo lejos, oyó el sonido de unos perros. Recordó el sonido del salón, perros negros pululando por los pasillos más rápido de lo que podían correr. —¡Necesitamos ir al oeste! ¡Pueden ayudarnos en Stanton! Katherine no contestó, sólo siguió cabalgando con fuerza. La verdad era que Elizabeth no sabía qué dirección tomaba el oeste, y Katherine tampoco tendría forma de saberlo. En la oscuridad, el vestido rosa de Katherine era la única mancha pálida, y Elizabeth lo siguió tenazmente, como un fantasmal susurro que la sacaba del camino y la adentraba en un denso bosque. Se suponía que no había que ir rápido por el bosque. La noche que huyeron de Londres, cruzaron el pantano de Abbey a paso de tortuga, abriéndose paso con cuidado sobre la tierra pantanosa. Pero Katherine no aminoró la marcha de su caballo, a pesar de los peligros de las madrigueras de conejos, los troncos, las ramas bajas o las caídas repentinas que podían romperle una pata a un caballo. Elizabeth hizo caso omiso de las ramas que le azotaban la cara y rezó por la seguridad de Nell mientras su poni seguía juguetonamente al caballo de Katherine. El sonido de los perros se hizo distante. Los árboles se hicieron más espesos y el suelo se inclinó hacia abajo. Finalmente, Katherine se detuvo y bajó del caballo. Se había detenido al pie de un declive salpicado de musgosas piedras mojadas, donde un destello de luz de luna mostraba un arroyo oscuro y rápido. Su caballo empezó a beber agua. Elizabeth desmontó y se mantuvo a distancia. Katherine apoyó el hombro en el tronco de un abedul. Se sujetaba el vientre, con el vestido de color rosa pálido salpicado de cintas oscuras. Al cabo de un momento, cogió el cuchillo y como si estuviera pelando una manzana, cortó una tira sinuosa de tela de su vestido y la apretó contra la herida del estómago. Elizabeth la miró, a su vestido manchado de sangre, al cuchillo que blandía con soltura y a la fría atención que prestaba a su herida. Había cabalgado kilómetros con esa herida. Había matado a cinco hombres con aquel cuchillo.

Elizabeth sintió que todo el mal que se arremolinaba se fusionaba en algo que no había querido ver, aquí sola en el bosque. —Tú no eres Katherine —dijo Elizabeth. Katherine terminó de atar la última venda y sólo entonces levantó la vista, como si Elizabeth no tuviera importancia. —Tú no eres Katherine —dijo Elizabeth—. Katherine no sabe hacer una venda, ni montar a caballo a pelo, ni pelear, no mata a la gente y nunca usaría prímula, ¡es demasiado amarilla para su cabello! La expresión de Katherine se encogió —Katherine —dijo. El nombre le resultó desagradable en la boca, como si lo estuviera probando y no le gustara el sabor—. ¿Quién era ella para ti? Era. A Elizabeth se le erizaron los vellos de los brazos —Es mi hermana. —¿Hermana? —Has hecho algo con ella, ¿Qué hiciste con ella? —exigió Elizabeth. —Tu hermana está muerta —respondió Katherine secamente. Elizabeth dio un paso atrás —¿Muerta? Era lo que Will le había dicho. Pero Will era un mentiroso. Katherine estaba viva. ¿No es cierto? Elizabeth miró fijamente a la chica que tenía delante. No era una gemela. No era un parecido asombroso. Era Katherine. Cada partícula de ella era tal y como Elizabeth la recordaba. Excepto que no lo era. —Es su cuerpo —dijo Elizabeth con creciente horror. Estás en su cuerpo. Al instante Elizabeth lo vio con claridad: una persona diferente tras los ojos de Katherine. Podía ser su rostro, pero no era ella quien lo animaba. —Devuélvelo. La persona de Katherine se limitó a mirarla fríamente. Elizabeth voló hacia ella, agarró la parte delantera de su vestido y la sacudió. —¡Devuélvelo! —Y luego, tratando de alcanzarla—. ¡Katherine! ¡Katherine! ¡Soy yo, Elizabeth!

Katherine cogió a Elizabeth y se quitó su agarre. —Ninguna Katherine existe para escucharte, está muerta. —Estás mintiendo —dijo Elizabeth—. ¡Tráela de vuelta! —No somos dos espíritus habitando el mismo recipiente —dijo Katherine—. Ella se ha ido como la última luz al final del día, no hay nada que traer de vuelta. Elizabeth no lo creía, no quería creerlo. Y, sin embargo, lo que había en el cuerpo de Katherine era tan fríamente distinto y no tenía nada de Katherine. Elizabeth se quedó mirando la expresión desconocida, la postura y la mano desconocidas que aún sostenía un cuchillo. —¿Quién eres tú? —Soy Visander, el Campeón de la Reina —dijo el cuerpo que solía ser Katherine—. Y he vuelto a este mundo para matar al Rey Oscuro. Y de repente pudo ver lo que era; un soldado. Pudo verlo en la eficacia con la que mataba, en sus tácticas a sangre fría y en la forma en que ignoraba el agujero de su estómago. Se pasó el antebrazo por la cara, que estaba húmeda. —Bueno, no te necesitamos —dijo Elizabeth—. Ya hemos detenido al Rey Oscuro, así que puedes volver al lugar de donde viniste, y devolver a mi hermana... Visander se fijó de pronto en ella —¿Lo conoces? —Se interrumpió y giró la cabeza. Un sonido espectral resonó en el bosque. No, pensó Elizabeth, helándole la sangre. No, no, no. Un recuerdo revuelto; corriendo por pasillos embadurnados de sangre y caer contra un árbol lleno de luz, mientras aquel chillido resonaba en las salas de piedra vacía. Había oído ese sonido antes, cuando el cielo del salón se tiñó de rojo y luego de negro. —Vara kishtar. —Visander soltó un suspiro—. Indeviel, ¿perderías el Vara kishtar conmigo? Una sombra, pensó Elizabeth. Una sombra, una sombra, una sombra. —¿Qué es un vara kishtar? —Perros que no son perros, pero cazan. —Miró la mano pegajosa que le sujetaba el estómago—. Siguen el olor de mi sangre. —Empezó a arrancarse más tiras de la falda.

Tenía la misma sensación económica de preparación para la batalla que cuando sacó su caballo del establo. —Sombras —dijo Elizabeth, sintiéndose mal. —No son verdaderas sombras —dijo Visander—. Son sabuesos de sombras atados a un amo. —Cogió las tiras ensangrentadas de la falda y las ató a la rama que había sobre él—. Esto los distraerá durante un tiempo. Volvió a subirse al caballo y se agarró el estómago con la mano. Ya no se movía con tanta facilidad como antes. Miró a Elizabeth —No me sigas, no eres más que una molestia. Tardó un momento en darse cuenta de que Visander la abandonaba. No. Ella se lanzó delante de su caballo, pero él la esquivó rápidamente, guiando al alazán sin riendas. Y luego se fue cabalgando. Elizabeth lo siguió con la boca abierta. Para cuando se incorporó y puso los talones en los costados de Nell, Visander ya estaba lejos. Elizabeth cabalgó con denuedo para alcanzarlo. Pero lo que había impulsado a Nell la última vez había desaparecido. Ahora Nell no flotaba sobre el suelo; corría con solidez de poni, chocando con la maleza. Vio primero las cuatro formas oscuras, convergiendo hacia Visander desde cada lado. Y con la terrible gracia de su raza, los vara kishtar atacaron. El primero se elevó en un salto silencioso de pantera que hizo caer al caballo de rodillas, relinchando. Tres de los sabuesos de las sombras cayeron sobre el caballo, desgarrándole la garganta y el vientre. El cuarto saltó hacia Visander. Elizabeth se bajó del caballo, gritándole a Nell que la llevara. —¡Corre, Nell! ¡Corre! —Luego cogió una piedra y corrió hacia los sabuesos. Visander rodó, esquivó el primer salto y se acercó con el cuchillo. Pero estaba pálido y se agarraba el estómago, y un cuchillo para pelar manzanas no podía matar a un vara kishtar. El sabueso de las sombras se hundió sobre sus cuartos traseros y empezó a saltar de nuevo, con otro a pocos segundos detrás. —¡No! —dijo Elizabeth—. ¡Para! ¡Es mi hermana! Se lanzó sobre el cuerpo de Visander, girándose instintivamente para ver lo que venía.

Un sabueso en pleno salto, con las fauces abiertas tan cerca que podía sentir su aliento caliente, y ella levantó los brazos para cubrirse la cara y cerró los ojos mientras gritaba, con el miedo y la protección y la furia y las ganas de vivir estallando en una sola erupción ardiente. Luz. Efulgente, una esfera desbordante, tiñendo el aire de blanco. Al abrir los ojos, vio al sabueso de las sombras disolverse en el aire, y al segundo sabueso disolverse, y a los demás que se daban un festín con el caballo disolverse mientras lo que había en su interior se lanzaba hacia el exterior, iluminando el bosque brillante como un relámpago en la noche. Donde haya miedo, haz surgir un faro. Porque la oscuridad no puede soportar la luz. Y entonces se acabó y no le quedó nada dentro. Vio la cara de sorpresa de Visander, que la miraba un segundo antes de que el vértigo se apoderara de ella y la luz se extinguiera.

Traducido por Kasis Corregido por Alter Una cabalgata nocturna en dos caballos de los Guardianes: casi podía fingir que era una misión. Su primera misión. Era muy consciente de eso. Grace no era su compañera de escudo y no tenían un Salón al que regresar; aun así, podía imaginar que era algo que Justice y su hermano podrían haber hecho, enviados a encontrar a un hombre entre muchos, aquí en las colinas italianas. Marcus nunca le había dicho lo grande que se sentía el mundo exterior y lo pequeño que se sentía un Guardián en él. Las palabras de James resonaban en su cabeza. Sin reglas y sin nadie que te diga cuál es tu propósito. Quería preguntarle a Grace si se sentía tan abrumada como él, pero Grace parecía haber conservado una facilidad para el mundo, habiendo nacido fuera del Salón. Navegaba por las costumbres, la ropa y la cocina sin ninguna de su desorientación. No quería descubrir que James era el único que compartía su sensación de ajuste y pérdida continuos. Así que se mantuvo en silencio y simplemente dejó que su caballo caminara junto al de ella, a través de la Valnerina en la luz temprana. Scheggino era un conjunto de casas de piedra medievales dispuestas en el lado de una montaña. En el punto más alto había una antigua torre de piedra: los restos de una fortificación ahora en mal estado. Un arroyo fluía debajo de una de las filas de casas, un brazo del Nera que habían seguido para llegar aquí, serpenteando por las colinas como siguiendo el flujo de la oscuridad. Varios aldeanos los observaron llegar, mirando desde las puertas y las ventanas. Sus ropas de Guardián volvieron a destacar, al igual que sus caballos. Pero los ojos negros y sospechosos en rostros curtidos decían que esta era una aldea donde cada forastero era mirado con atención hostil y una expresión que decía Pasa de largo.

Cyprian bajó del caballo y lo dejó bajo un abedul cerca del pequeño puente de piedra. Una hostería con algunas mesas afuera bajo un toldo se encontraba en lo que pasaba por la calle principal. Parecía tener clientes, así que él y Grace ataron sus caballos y empujaron la puerta de madera. Entrar fue como entrar en el crepúsculo. Los clientes en las mesas largas estaban bebiendo vino tinto de copas bajas y jarras de cuello largo a la luz tenue. Un puñado de jóvenes se sentaban con las camisas abiertas y fajas atadas alrededor de sus cinturas. En la parte de atrás, un hombre con la cara marcada estaba comiendo carne de algún tipo de alfarería marrón y gruesa. Todos dejaron de hablar cuando Cyprian y Grace entraron. —Buona será. —Reuniendo su mejor italiano—. Estamos buscando a un hombre llamado Ettore Fasciale. El dueño habló después de un silencio, un hombre con cabello negro grueso, una nariz fuerte y una barba negra. —Un nombre común. —Podría haber venido aquí recientemente, tal vez lo recuerde. Una mirada inflexible. —La gente va y viene. —Creo que Ettore también estaría ansioso por encontrarnos a nosotros. Esa mirada nuevamente. —La gente viene y se va. Esto no llevaba a ninguna parte. Cyprian caminó hacia la puerta. —¿Cuánto vale para ti? Una voz en inglés con acento lo hizo regresar. Era el hombre de la cara marcada en la mesa de atrás. Removiendo vino tinto en un vaso sucio, el hombre había adoptado una postura casual con una bota desgastada en un taburete cercano. Estaba mirando descaradamente a Cyprian. Sus mejillas y barbilla estaban cubiertas de una barba de media semana. Llevaba cuero, manchado y sucio como su camisa. Su cicatriz viajaba desde la esquina de su ojo

hasta su grueso cabello rizado negro que llevaba cortado de manera descuidada. Había dejado caer la carne en el recipiente de alfarería para hablar. Cyprian no lo reconoció, ni a ninguno de los doce hombres sentados a su alrededor. Pero sí reconoció a la mujer, su piel oscura, sus ojos fríos y el brazo que había lanzado casualmente sobre el respaldo de su silla, que terminaba en un muñón envuelto en cuero. Un cambio repentino en la perspectiva: los hombres sentados en las largas mesas no eran trabajadores; eran bandidos. Esta hostería estaba llena de bandidos, tres o cuatro mesas llenas de ellos. Y si esta mujer era la Mano, entonces el hombre a su lado era el Diablo. —Debe valer algo para que entres aquí después de matar a la mitad de mis hombres en las montañas —enfatizó el Diablo. Detrás de Cyprian, una mujer colocó el pesado cerrojo de madera, asegurando la puerta. Un puñado de bandidos entró para ponerse entre él y la puerta. Cyprian instintivamente puso la mano en su espada. —Ahora, ahora. —El que llamaban il Diavolo era un hombre de unos treinta y cinco años, pesado de músculos bajo su ropa arrugada, con un tipo de destello poco recomendable en su ojo—. Todos somos hombres de negocios. Podemos hacer un trueque. Un trato con el Diablo. —¿Has visto al hombre que estoy buscando? —Cyprian no levantó la mano de su empuñadura. —Podría ser —murmuró el Diablo—. Pero cuando nos rechazaste en el paso de montaña, nos costaste una buena suma, ¿no es así, Mano? —Así es —concordó la Mano. Dinero. Sabía que los forasteros hacían cosas por ganancia personal cruda. Este era el mundo venal fuera del Salón, donde las lealtades se compraban y vendían. No era la manera de los Guardianes, pero encontrar a Ettore era demasiado importante como para mantenerse en principios. —¿Qué quieres? —preguntó Cyprian.

—¡Una libra de carne! —gritó uno de los hombres. —¡Un barril de vino! —gritó otro desde la mesa de atrás. —¡Un beso! —llamó otro. —Los has escuchado —enfatizó il Diavolo. Cyprian se sonrojó. —Él no va a... —empezó Grace, frunciendo el ceño. Cyprian la contuvo. Podía ver por la sonrisa lenta y complacida en el rostro de il Diavolo que las palabras estaban destinadas solo a provocar. No había oferta aquí, ni la habría. Era sólo un juego mezquino, del gato con ratón. —Él no sabe nada —pronunció Cyprian—. Vámonos. Se dio la vuelta. Había cuatro bandidos entre él y la puerta, pero juzgando por el estado de sus armas, no pensaba que estuvieran muy bien entrenados. No pensaba que tendría problemas para abrirse camino. Su mano volvió a bajar a la empuñadura de su espada. —Sabes, me recuerdas a Ettore —comentó el Diablo. Cyprian lo ignoró, catalogando a los bandidos frente a él. Tenían cuchillos y sables que aún no habían desenvainado. Grace tenía la mano en la empuñadura de su sable, pero no pensaba que lo necesitaría. —Llevaba el mismo vestidito blanco —dijo el Diablo—. Tenía la misma arrogancia, entrando aquí haciendo demandas... Se paseaba dando órdenes, justo como tú. Cyprian se giró de nuevo, con los ojos abiertos de par en par. —¿Ettore es un Guardián? Un Guardián, ¿un Guardián aquí? Escuchó su propia voz, demasiado ansiosa. Un Guardián, vivo en las remotas colinas de Italia. Su corazón latía con fuerza. Un Guardián... un Guardián había sobrevivido al ataque en el Salón. Si Ettore había estado fuera de las murallas durante el ataque, tal vez ni siquiera supiera que el Salón había caído. El corazón de Cyprian se inclinaba hacia la idea: un Guardián, vivo, llevando consigo la Luz del Salón. Tenía que encontrarlo. Tenía que... —Oh, ¿eso ha captado tu interés? —preguntó il Diavolo.

—¿Dónde está? Dímelo —ordenó Cyprian. Y luego, con más fuerza—. Dime dónde encontrar a Ettore. —¿Reconsiderando ese beso? No lo pensó dos veces. Sacó su espada, pero mantuvo la hoja debajo de la guarda, mostrando el pomo. —Esta es una estrella de Guardián. Es oro puro, vale más que todo en esta taberna. —Cyprian —reprochó Grace. Era la última estrella de Guardián en la última espada de Guardián. Ya estaba usando su daga para despegar la estrella de oro del pomo. La sostuvo. —Es tuya si me dices lo que sabes. El Diablo soltó un largo silbido. —Eso es una fortuna, debes querer mucho a ese tal Ettore. Cyprian mantuvo la mirada del Diablo. Nunca le importaron más las apariencias que su deber. —Es el único que puede ayudarnos en nuestra misión. Mantenía la mano extendida. En algún lugar, había un Guardián. Era más que la misión. Era la Orden, la prueba de que la luz no podía extinguirse. Otro Guardián, el verdadero norte en una brújula. —Muy bien. —El Diablo hizo un gesto hacia la Mano, y ella vino y tomó la estrella, probándola entre sus dientes con un mordisco. —Es oro. —Asintió afirmativamente. —Entonces, tenemos un trato —sin apartar la mirada de Cyprian, il Diavolo dijo—. Vitali, tráeme el paño que uso para engrasar mi silla. Un hombre en la mesa detrás de él abrió una cartera, sacó un trozo de tela sucia y se lo llevó a il Diavolo, que se lo lanzó a Cyprian. Cyprian lo atrapó, sin entender. Sintió los ojos expectantes del Diablo sobre él mientras miraba la tela agrupada en su mano. Se sentía suave, más suave que la ropa áspera y rugosa con la que los hombres de Sinclair lo habían vestido en su primer día en la excavación. Una textura familiar. La abrió con dedos cuidadosos, una aterradora palpitación en su pecho.

Bajo la suciedad, era blanca, con una estrella plateada. —¿Quieres saber qué le pasó a Ettore? —preguntó el Diablo—. Lo maté. Cyprian se encontró con la mirada pesada y complacida del Diablo. Pensó, Usado para engrasar su silla. —Presuntuoso, engreído —decía el Diablo—. Agitando su peso alrededor, pero no sabía cómo funcionaba el mundo. El mundo real, con armas reales. Con un movimiento suave, la Mano sacó una pistola y la apuntó a centímetros de la sien de Cyprian. —Te dije que era como tú. Furia; el fragmento arruinado de los blancos del Guardián era como una herida abierta, la esperanza de otro Guardián ofrecida y luego arrebatada. El latido de la sangre en sus oídos era un terrible tambor que ahogaba su conciencia de cualquier cosa excepto la tela en su mano y la sonrisa burlona del Diablo. Bajo eso, una conciencia del peligro en que se encontraba: una pistola en su sien. Bajo eso, una molestia absurda de que James tenía razón, y estaba teniendo problemas con los bandidos. Guardián, aférrate a tu entrenamiento. Cyprian se movió, los dedos aferrados a la muñeca de la Mano, luego el hombro. Un giro, y la tenía en un apretado agarre, con la espalda contra su pecho, su brazo apretado alrededor de su garganta. Estos bandidos podrían ser luchadores, pero no eran rival para el novicio mejor entrenado en el Salón. Cyprian tenía la pistola presionada bajo su barbilla. —Sé cómo usar armas reales —advirtió Cyprian. De hecho, Cyprian nunca había usado una pistola. Un arma de cobardes no requería la habilidad o el entrenamiento de una hoja. Simplemente apretabas el gatillo. Podría hacer eso, pensó. La Mano respiraba superficialmente alto desde su pecho. Cada bandido puso una mano en su arma, pero el Diablo les hizo un gesto para que se contuvieran. El Diablo mantenía su voz casual, como quien comenta sobre el clima. —En el momento en que dispares, serán diez contra uno. —Nueve contra uno —corrigió Cyprian.

Un momento tenso y lleno de peligro. Luego, el Diablo levantó las manos en un gesto de rendición amigable, como si todo esto hubiera sido amigable. —Es sólo un trato, cariño. No hay necesidad de hacerlo personal. —Abre las puertas —gritó Cyprian. El Diablo inclinó la cabeza. Detrás de él, uno de los bandidos levantó la barra de madera de las puertas y las empujó abiertas. Cyprian retrocedió con su pistola aun apuntando a la Mano. Pero Grace avanzó y tomó el trozo de tela blanca de Guardián que había caído al suelo. —Una estrella por una estrella —señaló. Il Diavolo no parecía preocupado por esto en absoluto. Simplemente estiró el brazo sobre el respaldo de su silla y mostró los dientes en una sonrisa. —Es la segunda vez que me desafías —advirtió el Diablo—. No habrá una tercera.

Fue Grace quien detuvo su caballo y se bajó cerca del borde del Nera. Todavía estaban demasiado cerca del pueblo. Cyprian no se habría detenido en absoluto, pero los caballos necesitaban agua, y cuando se detuvo y escuchó, no parecía haber una cabalgata de bandidos galopando tras ellos. Cyprian bajó de su propio caballo. —¿Cómo puede estar muerto Ettore, cuando el Guardián anciano nos envió aquí para encontrarlo? —Grace sacó la tela sucia y la miraba. Ella sonaba temerosa en su fe, por primera vez desde que él la conocía. Al ver su expresión, se dio cuenta de que llevar a cabo los deseos del Anciano Guardián había mantenido viva la esperanza del Salón para ella. Ahora, ese camino había terminado abruptamente: Ettore estaba muerto. No tenían guía, el trozo de tela que sostenía era una señal de que estaban verdaderamente solos. —Ella dijo que sólo Ettore podía detener lo que estaba por venir —recordó Grace. Lo miró como alguien completamente perdida. Sintió su aislamiento, aquí en las colinas, alejados de todo lo que conocían. No había un Guardián vivo en las colinas de

Italia. No había un Guardián vivo en ninguna parte del mundo. El dolor llegó a él de repente, como si la pérdida de Ettore fuera el último punto de luz que se apagaba. —Ahora depende de nosotros —inhaló una respiración para calmarse. —Quieres decir que debemos abrir nuestro propio camino —comenzó Grace. En lugar de guardar la tela blanca, se la tendió. La estrella estaba desgastada y grasienta con suciedad de la silla. La tomó como un objeto sagrado. Ella le dio una extraña sonrisa. —Si Ettore está muerto... ¿esto te convierte en el Guardián Anciano? Él abrió los ojos ante el humor oscuro y sorprendente de eso. —Supongo que sí, si no hay Guardias mayores —incluso bromear al respecto le parecía sacrílego. —Soy jenízara del Guardián Anciano —comentó Grace. Él negó mientras la absurdidad de todo se hundía en él. —Si soy el Guardián Anciano, eso te convierte en la Gran Jenízara. Ahora era su turno de lucir sorprendida. Y luego ambos se rieron, una risa extraña que estaba compuesta por algo parecido a sollozos. —¡Signore! ¡Signore Stella! —llamó una voz. Cyprian se volvió. Una mujer los llamaba desde el borde del bosque. ¿Los había seguido desde el pueblo? Había estado seguro de que estaban solos. Escudriñó el campo en busca de signos de una emboscada, pero no vio nada. —Mariotto en el pueblo dice que han venido del yacimiento, ¿es verdad? Con una blusa de campesina y faldas completas, era una mujer de unos veinte años, su cabello castaño recogido bajo un pañuelo. Cyprian intercambió una mirada con Grace, quien asintió con cautela. —Así es. —Mi hermano, Dominico, trabaja en el yacimiento como aprendiz de albañil, ¿lo has visto? Tiene veintiún años, su cabello es oscuro, no se afeita tan seguido como debería, lleva un pañuelo alrededor del cuello. Signore, estamos muy asustados. No hemos sabido nada en tres semanas.

Su descripción coincidía con la mitad de los jóvenes trabajadores en el sitio. Pero su miedo era real, y hacía el gesto que había visto hacer a los hombres en el sitio, como si quisiera alejar el mal. —¿Asustados? ¿Por qué? —cuestionó Cyprian. Y se quedó frío ante lo que ella le contó.

Traducido por June Corregido por Alter Un jardín; pero esta vez, Sarcean estaba esperando. Su largo cabello estaba suelto sobre su espalda. Las simples sedas negras que usaba eran una declaración, que proclamaba el enorme poder de su magia. Incluso Anharion llevaba armadura. Recorrió con la punta de los dedos los pétalos de flores blancas que colgaban pesadamente del naranjo, caminando por el sendero donde ramos de flores parpadeaban bajo los arcos, un estanque cercano con sus destellos de peces de colores. Conscientemente, Sarcean afectaba el comportamiento de un desprevenido en un momento de intimidad. Un joven que casualmente paseaba por los jardines de palacio. Y entonces entró ella. Era más joven de lo que él esperaba de su futura reina. Su color era similar al de Anharion, su pelo de la misma longitud, flojamente trenzado. Era del reino de las flores, y era hermosa, probablemente porque el Rey Sol no querría a su reina de otra manera. Pensó, una flor ornamental elegida por la dulzura de su aroma. —Mi señora —dijo, fingiendo sobresalto—. Perdóneme, pensé que los jardines estarían vacíos —era mentira, pues la había estado esperando, eligiendo cuidadosamente un momento en que el Rey Sol estuviera ausente. —No, soy yo quien te ha molestado —replicó rápidamente—. Me dijeron que no anduviera sola por el palacio. —¿Oh? ¿Por qué no? —Temen que me encuentre con uno de los comandantes del ejército, al que llaman el General Oscuro. Sarcean actuó, reprimió su reacción y la analizó de nuevo, una secuencia que era demasiado sofisticada para mostrar en su rostro. La prometida del Rey Sol no era la

formidable hechicera que había imaginado. Era una joven dama, que se adentraba desprevenida en una red oscuramente enmarañada. —¿Sarcean? —preguntó, saboreando su propio nombre en los labios—. ¿Qué dijeron de él? Lo sabía casi todo, por supuesto. Lo llamaban la espada del rey en las sombras, aunque nadie sabía las hazañas que se le encomendaban, ni adivinaba que, aunque muchas de las victorias del rey se celebraban al sol, se ganaban en la oscuridad. —Que es peligroso —dijo—. Un seductor, un asesino. Le llaman la Sombra del Rey; dicen que sus dones son antinaturales. Dicen que es un Amuleto de la Oscuridad, que debería evitarlo. —Dejó escapar un suspiro—. Había más, pero no estoy segura de creerlo. —¿Por qué no? Todo es verdad —le divirtió. Ya sabía que sus dones hacían que la gente le tuviera miedo. —Las historias simples rara vez son ciertas —dijo ella—. Y, si voy a ser reina, ¿no debería conocer a mis súbditos tal como son y no como se rumorea que son? Sarcean sintió un pequeño parpadeo de sorpresa. —Pareces tener buen corazón —dijo Sarcean—. Espero que el General Oscuro no te coma viva. Ella se volvió hacia él con la luz del sol en su cabello; y la luz no procedía del sol, sino de ella, que parecía iluminar todo lo que tocaba. Incluso a él, infundiendo calor a su piel. Ella finalmente habló de nuevo. —Pero yo soy una Lightbringer. Y Sarcean, que la miraba atónito, nunca había sentido nada parecido a este dulce regocijo. —¿Y cómo te llamas? —dijo ella. —Will —dijo una voz. Una mano en su hombro, sacudiéndole. Will abrió los ojos. Esperaba ver la luz a su alrededor. En cambio, estaba oscuro. —Will —repitió James, y Will se despertó del todo—. ¿Qué pasa? ¿Han vuelto los demás? —Aún no —dijo James.

Will se levantó, desorientado. No estaba en un jardín. Estaba en el sillón largo de su habitación, se había dormido evitando la cama. Volvió a sentir miedo de haber dicho algo mientras dormía. —Tenías razón. Este lugar es... —Yo también lo siento —interrumpió James. James estaba vestido para cenar, pero era tarde. Había estado con Sloane. Actuando. Tenía esa laca sobre él, dura y brillante. Pero la forma en que miraba a Will era real. El corazón de Will latía con fuerza. Había visto el primer encuentro de Sarcean con la Señora. Estaba seguro de ello. Se amaban, pensó Will. Esa era la historia. Él la amaba. Ella lo amaba. Luego ella lo mató. Él lo había sentido, el regocijo de su presencia, su anhelo por la luz. Se dijo a sí mismo que eran los sentimientos de Sarcean, no los suyos. Y se dijo a sí mismo que lo que había visto había sido... el pasado. Antes de las muertes, antes de la guerra. Ella no tenía el mismo aspecto que cuando la vio en el espejo, mirándole fijamente con los ojos fríos de un asesino. Con los ojos fríos de su madre. —¿Puedo hacerte una pregunta? —dijo James. Las confidencias eran peligrosas. Will lo sabía. Si James le hubiera pillado en cualquier otro momento... pero la crudeza con la que se había despertado le unía a James con extraña intimidad. En la penumbra, asintió una vez. —¿Por qué no usas tu poder? ¿Cómo podía respirar cuando el espacio se había quedado sin aire? Se obligó a hablar con la mayor naturalidad posible. —No puedo —dijo Will—. Nunca he podido. —¿Por qué no? —preguntó James. Horas estando con el Guardian anciano, intentando hacer parpadear una vela. Una puerta dentro de él que no se abría. No eres normal. No eres mi hijo. No debería haberte criado. Debería haberte matado. —No lo sé —dijo Will—. Tal vez no tengo ninguno.

Había usado la marca para poseer a Howell. Había comandado a los Reyes de las Sombras. Había tocado la Espada Maldita. Pero sabía que estas eran las herramientas de Sarcean. Usarlas no requería ningún talento más allá de su identidad. Sinclair podía usar la marca para poseer a la gente. Incluso Simon había sido capaz de comandar a los Reyes de las Sombras, de levantar la Espada Maldita. El propio poder de Will, encerrado dentro de él, al que nunca había sido capaz de acceder. Podía adivinar por qué. Una postura fácil, incluso cuando su corazón latía con fuerza. Era bueno mintiendo. Tenía que serlo. Él era la mentira, incluso cuando decía la verdad. —Lo haces —dijo James—. Puedo sentirlo. James estaba más cerca del sillón de lo que esperaba, su voz más baja en respuesta a la proximidad. —¿Lo sientes? Todas las alarmas de Will sonaron. Demasiado cerca. Nadie puede ver. Nadie puede saberlo. El toque invisible de James fue suave contra su mejilla. El mismo tacto lo había arrastrado hasta sus rodillas y le había desabrochado la camisa. Ahora se deslizaba sobre su piel y se posaba tiernamente en su cuello. Había visto a James estrangular a Howell y conocía cada detalle violento de lo que había sentido Howell, el colapso de la tráquea, la visión borrosa. Era la suavidad de esta caricia lo que le causaba una espiral de pánico. —Puedes sentir el mío, ¿verdad? —la voz de James en su oído, suave como el tacto. —Sabes que puedo —lo sentía cuando James entraba en una habitación, lo sentía incluso cuando James estaba agotado, una llama desbordante, y Will quería acurrucarse a su alrededor y alimentar esa llama hasta convertirla en fuego abrasador. —¿Qué se siente? —preguntó James. —Como el sol, o algo más brillante. La verdad, incluso mientras respiraba entrecortadamente. James siempre había tenido su completa e indefensa atención.

—Es lo mismo para mí. Eres poderoso... más poderoso que cualquier cosa que haya sentido. No puedo apartar la mirada —decía James en murmullos—. Podría cerrar los ojos y saber que eres tú. Me conoces, no podía decir. Fuiste mío en un pasado que no podemos recordar. Sentirlo era peligroso. —Si tengo poder, no puedo usarlo —dijo Will. —Tal vez lo hayas usado sin saberlo —pensó James—. Dicen que, en el barco, llamaste a la Espada Maldita. No con magia. No podía decirle a James que la Espada Maldita había saltado a su mano porque la sangre llamaba a la sangre. —Quieres usarla, ¿no? Meses huyendo de los hombres de Simon, huyendo de un pasado que no recordaba, luego encontrando a los Guardianes sólo para enterarse de que no tenía poderes, que no podía evitar que la oscura maquinaria de ese pasado se abatiera sobre él. Sus primeras jugadas contra Simon parecían otra vida. Había sido ingenuo entonces, creyendo que podría superar al Rey Oscuro, antes de saber que el Rey Oscuro era más poderoso y más sutil, sus planes sembrados pacientemente, y haciendo metástasis en la oscuridad, de formas que no podían combatirse. La palabra salió, una verdad involuntaria. —Sí —afirmó Will. Debería haber mentido. Pero la necesidad era demasiado fuerte: si hubiera podido usar su poder, podría haber salvado a los Guardianes. Podría haber salvado a Katherine. Podría haber salvado a su madre. Los ojos de James eran oscuros y serios cuando el contacto invisible se desvaneció en favor de la oferta de carne y sangre: James se había levantado del asiento y le tendió la mano. —Entonces déjame ayudarte.

Traducido por Jenni V Corregido por Noeliapf Los dedos reales de James rozaron su piel, y Will retrocedió bruscamente, empujando hacia arriba y fuera del largo asiento. Los labios perfectos se curvaron desagradablemente. —¿No quieres tener magia negra sobre ti? —No es eso —dice Will. —¿Qué, entonces? No podía responder, atrapado en una trampa. Su corazón latía con fuerza viendo acercarse al cazador. El potencial oscuro y brillante de magia era seductor. La idea de que pudiera tenerla, de que pudiera usarla. Y el tacto, una forma a la que no estaba acostumbrado a ser tocado, y que le gustaba demasiado. Los ojos de James se dieron cuenta. —Le tienes miedo. Quería reírse. Pero no pudo. Algo dentro de él estaba tratando de despertar. —No deberías —dijo James. Madre, soy yo. Madre, soy yo. Madre ... —¿No tenías miedo de los tuyos? —preguntó Will. Otra de esas sonrisas desagradables. —Tenía once años. No sabía lo que estaba pasando. —Quieres decir que tu poder… —Solo salió. James no dijo más que eso, pero Will pudo ver el odio en los ojos del alto jenízaro cuando miraba a su hijo, porque lo había visto en los ojos de su madre. Mi madre también pensaba que yo era demasiado peligroso para vivir. Pero no podía decirle eso a James. —Emoción fuerte —citó Will, en voz baja.

El asentimiento de James fue tan leve que fue casi imperceptible. —Cuando estoy enfadado. —O cuando tengo miedo. O cuando… —se interrumpió—. Tuve que aprender a

controlarlo. Para poder dominarlo, en lugar de dejar que me dominara. Tú también tienes que aprender a usar el tuyo. Will recordó sus primeras lecciones con el anciano siervo. Todos sus métodos habían sido de control, tal vez porque la única magia que había visto había sido la de James, explosiva e ingobernable. Nadie vivo sabe hacer magia, había dicho. Es un arte perdido que tal vez podamos encontrar juntos. Pero eso no había sido cierto. James podía hacer magia y las hermanas también, Katherine y Elizabeth. Y si ellos pudieron, ¿no debería Will también poder hacerlo? Con la sensación de un hombre que da el primer paso en un camino del que no hay vuelta atrás, Will cerró los ojos y admitió: —El mío es todo lo contrario. No es salvaje. Está atrapado. No saldrá. —¿Cómo lo sabes? —El anciano siervo intentó entrenarme. —¿El anciano siervo? Will asintió y vio la expresión de James contraerse brevemente. —Por supuesto. Eso es propio de los siervos. Utilizan la magia cuando les conviene. La erradican cuando no es así. Mata a un chico, entrena al otro. Un paso en falso fatal que había llevado a la ruina del Salón. —Entonces, ¿cómo entrena un siervo a alguien para que use magia? —James se volvió hacia él con una mueca burlona en la boca. —Trabajamos a partir de cuentas antiguas. Usamos cánticos de los siervos para enfocar la mente. —Control y concentración—. Pasé horas tratando de encender la llama de una vela. —Su propia boca se torció—. Ni siquiera pude hacerlo parpadear. Qué vergonzoso decir eso delante de James. Bajo el calor de su rostro corría la veta de verdadera vergüenza que había sentido durante cada una de esas sesiones,

incapaz de hacer lo que el anciano siervo le pidió que hiciera para salvar el Salón. Ella le había dedicado tiempo, pensando que era su salvador. Sus últimos días los pasó viéndolo fracasar. —Siervos. Leen sobre el poder en libros polvorientos. Pero realmente no saben cómo es. No como yo —dice James. Estaba rodeando a Will mientras hablaba. —James... —Aquí —dijo James de nuevo, esta vez detrás de él, su voz al oído de Will—. Déjame mostrarte —Su mano cayó a la cadera de Will, como para mantenerlo en su lugar. —¿Puedes sentirlo? —dijo James, y Will estaba abriendo los labios para decir que no cuando el poder formó un arco y chispeó. La boca de Will se inundó de saliva cuando el sabor de la magia de James golpeó. Estaba mal. Estaba tan mal, una estimulante oleada de poder y potencial. Siempre lo había sabido, lo había sentido. Cuando James usó su magia en los muelles, Will no pudo quitarle los ojos de encima. —Sí —dijo, o creyó decir. Si si si. James deslizó sus dedos en los de Will y levantó ambas manos, apuntándolas hacia el afloramiento de granito. —¿Qué sientes? —dijo James. A ti. Anharion en un anfiteatro, realizando una demostración para el Rey Sol. Sarcean observa desde detrás del trono. Anharion ofreció a Sarcean. ¿Tenemos un trato? Sarcean se limitó a sonreír y objetar. No, amigo mío. Este es tu momento bajo el sol. El poder de Anharion había sido una gloriosa y estimulante muestra de asombro que siempre lo había llamado. James presionado contra él era una versión juvenil, acercándolo a donde nunca había estado. Tú tú tú. Frente a ellos, se alzaba del suelo una losa de granito, gigantesca, del tamaño de un carro. Incluso para arrastrarlo se habrían necesitado una yunta de bueyes, cuerdas, látigos y un conductor. Desafiando la realidad, se elevó lentamente en el aire, girando suavemente. Contra él, James estaba temblando.

—Estás cerca de tu límite. —La revelación fue una sorpresa—. Tienes que concentrarte para levantar algo tan pesado. —Will lo sabía antes, incluso lo había usado contra James, rompiendo su concentración para alterar su poder en los muelles, y nuevamente en la casa de Gauthier en Buckhurst Hill. Pero sentirlo—: Los gestos te ayudan, pero no confías en ellos. —Él también podía sentir eso, desde la mano extendida de James—. Y … —Puedes sentir la roca. —Las palabras son un soplo de revelación. Así como Will había sentido el toque invisible de James, James era consciente, de manera fantasmal, de la roca, su superficie rugosa, su peso, como si su magia fuera otra piel, sensible a aquello contra lo que se frotaba. Significaba que, cuando James lo había tocado. —Mi poder es una especie de toque —dijo James—, Elizabeth… ella conjuró la luz. No puedo hacer eso. —Las palabras de James se apoderaron de él—. Tal vez tú tampoco puedas. No pudo. Él lo sabía. El cuerpo de James estaba cálido detrás de él. La voz de James se escuchó en voz baja en su oído. —Tal vez puedas hacer algo más. Algo se agitó en lo más profundo de sus entrañas, una sensación de escalofrío. —Puedo sentirlo dentro de ti —dijo James—. Está allí. Bajo la piel. Déjame intentar convencerlo. —¿Convencerlo? —dijo Will. Detrás de él, James parecía tan atrapado como Will se sentía, su poder atraído hacia Will tan intensamente como Will se sentía atraído hacia él. —Responde a mi —dijo James. —No creo… —Shh —dijo James, la mano que no estaba enredada con la de Will se deslizó sobre su pecho—. Déjame. Will se estremeció, algo dentro de él levantó la cabeza, una sensación peligrosa recién despertada. —James… Labios suaves rozaron su oreja. —Eso es todo.

La magia de James fluía por todo su cuerpo en oscilaciones cálidas, lentas y ondulantes, las pulsaciones más suaves. Estaba causando una onda correspondiente en él, en algún lugar profundo y cerrado de su interior. Una puerta. Una puerta en su interior que no se abría. —Puedo sentir dónde está bloqueado —dijo James—. Está muy profundo en el interior. Su propia voz tenía un toque de revelación. Su poder de búsqueda se deslizó sobre la superficie, un toque lento y frotante, y Will reprimió un sonido. —¿Puedes sentir cuando yo...? —Sí —dijo Will. —¿Cómo se abre una puerta cerrada? —dijo James. No puedes, no debes. Sabía lo que debería haber dicho. Para esto. No podemos. Su mente brilló con el recuerdo de James abriendo la puerta, volcando todo de sí mismo en ella hasta agotarse, y la puerta misma abriéndose. El salto de fe. —Empujé la magia en ella —dijo Will. La cálida y dulce sensación de James lo atravesó y gritó. Sus venas se iluminaron con poder; perdió el control de su entorno. Apenas se dio cuenta de que habían tropezado juntos, Will golpeando la mesa cercana, James jadeando detrás de él, la frente presionada contra la espalda de Will, la mano todavía aferrada a la de Will. —Puedo sentirlo —dijo James—. Puedo sentir… No es suficiente. —Empuja más fuerte —dijo Will. Fue empujado dolorosamente contra el borde de la mesa, y sintió el apretón del puño de James en su cabello, James inconscientemente empujándolo mientras su poder empujaba hacia adentro. Inundó cada grieta, corrió a lo largo de cada rendija, buscando una brecha, una debilidad, una entrada. —Allí… —Podía sentirlo, un punto casi imperceptible, más pequeño que una fisura fina, donde el poder de James estaba buscando, hundiendo, perforando—. Allí…

Como si su núcleo estuviera respondiendo, como si cada parte cerrada de él dejara entrar a James, sin importar el peligro. Excepto que no lo haría; alguna última defensa mantenida firmemente cerrada, incluso si lo que había más allá se movía. —Aragas —ordenó James. Ábrete. Y la magia de James se conectó con algo dentro de él, como un hilo de fuego que toca un interminable charco subterráneo de gas y lo enciende. Todo explotó. El dolor lo atravesó y gritó. Una fuerza primordial desatada para destruir salió disparada de él con violencia arrasadora. Era poder puro y puro y golpeó con una ola devastadora, aniquilando todo a su paso. Y luego se detuvo, tan repentinamente como había comenzado. La explosión había hecho retroceder a James. Y sin James como conducto, la puerta dentro de él se cerró nuevamente. Will volvió en sí entre los escombros, jadeando y magullado. Tenía la visión borrosa, él se incorporó hasta quedar sentado. James. Miró desesperadamente a su alrededor buscando a James. Lo que vio fue destrucción. El granito era polvo, el suelo negro y lleno de cráteres, con rocas desprendidas como vidrio derretido. Si la explosión hubiera ido dirigida hacia el cuartel, todos estarían muertos. Sarcean. ¿Tenemos un trato? Anharion se había ofrecido, y Sarcean había sonreído y lo había despedido. Se volvió. James estaba tendido a cierta distancia, con la camisa medio arrancada del cuerpo, moretones y cortes en la cara curándose ante los ojos de Will —Lo sentí —dijo James—. Dentro de ti. Lo sentí… —¿Qué sentiste? —dice Will. Podía escuchar la sorpresa en la voz de James. Podía ver la nueva forma en que James lo miraba. Como si nunca hubiera visto algo así. —Dios, ya veo por qué Sinclair te quería. Por qué todos te querían. Eres… Estaba mirando a Will, con los ojos llenos de asombro. —Con tanto poder —dijo James—, realmente podrías matar al Rey Oscuro.

Will sofocó el horrible sonido que podría haber sido una risa, excepto por la forma en que amenazaba con salir de él, con dureza. —Sí, para eso estoy —dijo—. Para matar gente. —Se pasó el brazo por la cara y se limpió la sangre. —No quise decir… La roca llena de cráteres olía acre, como los restos de un incendio. —¿Eso te emociona? ¿Quieres que arrase con la gente de Sinclair? ¿Te entregarán un palacio lleno de muertos? Podemos contemplar juntos la desolación y la ruina. Mordió con fuerza, se obligó a detener las palabras, a cortar lo que lleno de espesor su boca. James lo estaba mirando, con los ojos oscuros como si Will no estuviera actuando como él mismo. —No eres sólo un arma —dijo James. —¿Es eso lo que Sinclair solía decirte? James se sonrojó y no respondió, y tal vez eso no era justo, pero podría haber sido peor, podría haber sido mucho peor, con las ganas que Will tenía de romper cosas. —No podemos volver a hacer esto —dijo Will, alejándose de los escombros—. Jamás Estaba claro que algo inusual estaba sucediendo tan pronto como salió. Los hombres que normalmente merodeaban fuera de sus habitaciones haciendo un mal trabajo para pasar desapercibidos se habían ido. No había señales de los observadores de Sloane. Sus habitaciones estaban completamente desprotegidas. Lo que es aún más extraño es que no se oyó ningún sonido de excavación. El trabajo se había detenido. Los lugareños se estaban congregando en grupos al otro lado de la excavación. Acurrucados, se comunicaron en susurros urgentes, mirando a su alrededor para asegurarse de que no los escucharan. De vez en cuando, un excavador se apresuraba por el lugar en respuesta a una llamada urgente. Los hombres parecían nerviosos, incluso asustados.

Explicaba por qué nadie había entrado corriendo después de la explosión mágica. Sólo un hombre pareció darse cuenta, aminorando el paso y parpadeando ante la piedra agrietada al pasar. —Disputa de amantes —dijo James, saliendo de la habitación detrás de Will. El hombre se sonrojó y se apresuró a seguir adelante. —¿Qué está pasando? —preguntó Will a otro de los hombres que pasaban, sólo para reconocer a Rosati, el local empleado frecuentemente por el Capitán Howell como traductor. Pero Rosati no dijo nada, solo le dio una mirada cautelosa y el mismo gesto de protección que Will había visto usar a los trabajadores en la montaña. Con un acuerdo tácito, Will y James comenzaron a avanzar hacia la fuente del disturbio. No habían avanzado mucho cuando escucharon voces familiares provenientes de una de las tiendas. —Esto está mal —decía Kettering—. No puedes enviar a nadie más. No después de lo que acaba de pasar. —¡Hemos logrado un gran avance! —dijo Sloane—. Lo que pasó, es una señal. ¡Estamos justo al borde del descubrimiento! Will respiró hondo. Sus ojos volaron hacia los de James e intercambiaron una mirada. —¡Eran veintiséis hombres! —dijo Kettering—. Los lugareños están tirando sus picos y se niegan a cavar. Dicen que el lugar está maldito. Sloane no mostró ninguna simpatía en su voz. —Si no funcionan, entonces búsquenme hombres que lo hagan. La voz de Kettering se volvió aún más triste. —¿Y qué vas a hacer con...? —Los quemamos —dijo Sloane—. Como todos los demás. —No puedes —dijo Kettering—. No puedes seguir… —Son órdenes de Sinclair —dijo Sloane, abriendo la puerta de la tienda y señalando a un soldado cercano que venía mosquete en mano. Mientras Sloane se alejaba para hacer los preparativos, Kettering se pasó una mano por el pelo.

—Esto está mal. Esto es... —Kettering se dirigió resueltamente hacia el lugar donde se estaban reuniendo los lugareños. —Sigámoslo —dijo Will, arrastrando a James con él mientras seguía a Kettering entre las tiendas. Frente a ellos había un resplandor rojo, y era difícil de ver por la noche, pero parecía que de él se elevaba una espesa columna de humo negro. Will podía olerlo, acre y familiar. Kettering se había detenido. Estaba mirando una enorme hoguera, que ya ardía. Un grupo de soldados de Sloane llevaba una carretilla hacia allí. El contenido de la carretilla fue arrojado al fuego. Pero detrás había otra carretilla. Y otra. Y otra. Kettering estaba mirando el fuego con lágrimas corriendo por su rostro. —Lo que sea que haya en esas carretillas, tenemos que echarle un vistazo antes de que lo quemen —Antes de que lo que Sloane escondía se convirtiera en humo. Will no fue ingenuo. Podía oler el fuego. Pero si los hombres de Sloane realmente habían logrado algún descubrimiento en el palacio, él tenía que saber qué se había encontrado. Qué fácil habría sido si hubiera podido detectar a uno de los hombres de Sloane (o al propio Sloane) y simplemente caminar hasta una carretilla en el cuerpo de su anfitrión. Pero no podía, no mientras James estuviera con él. Tampoco podía deshacerse fácilmente de James durante el tiempo requerido. Y, además, la habilidad era terriblemente nueva, y era consciente de lo vulnerable que le dejaba después. Will miró a su alrededor en busca de una distracción. —Si de alguna manera podemos distraerlos, tal vez… Una viga de soporte cerca de una de las trincheras de excavación explotó hacia afuera, y el andamio que la rodeaba se derrumbó en un alboroto de suministros que se estrellaban y hombres gritando. —¿Quieres decir algo como esto? —dijo James, bajando la mano, su sonrisa impresionante en el caos que había creado, los gritos que se elevaban: '¡Aiuto! ¡Aiuto!’ ¡Y en inglés, ‘Oi! ¡Ven y ayúdanos!’, todos corriendo hacia el derrumbe.

—No necesitas escabullirte desatando cuerdas —murmuró James al pasar junto a Will, con esa sonrisa todavía en su rostro—. Ahora me tienes. Su corazón aleteó ante las palabras me tienes. Will lo ignoró. Tenían que ser rápidos. Se deslizó hasta la carretilla abandonada mientras los hombres rodeaban la trinchera derrumbada. Sintió más que vio llegar a James y luego quedarse quieto a su lado. Sus propios ojos estaban puestos en la forma en la carretilla. —Veintiséis hombres —citó James. Will había movido cadáveres en una carretilla en el Hall. Este era más pequeño que la mayoría de ellos. Un niño de quizás de diez u once años, la misma edad que los exploradores que los habían acompañado al interior del palacio. La chaqueta del niño le cubría la cabeza como un sudario. Rosati había hecho el gesto de advertencia. Will había visto el miedo en los ojos de los lugareños. Pensó: Primero envían a los niños. Will respiró hondo y le quitó la chaqueta al chico. No se dio cuenta de que había retrocedido hasta que sintió las manos de James sobre sus hombros, escuchó la voz de James. —Will. Will. ¿Estás bien? Venas negras recorriendo sus brazos, sus ojos muy abiertos y asustados. Él le rogó que no tomara la espada. Will, estoy asustado. —Will, ¿qué pasa? ¿Qué es? Volvió a mirar el cuerpo en la carretilla. Era como mirar un recuerdo. El rostro del chico muerto era anormalmente blanco como la tiza, sus venas negras como la tinta, como grietas. Sus ojos abiertos eran dos canicas negras. Y Will supo sin tocarlo que su piel sería fría y dura como una piedra. Mil millas los separaban, pero eran lo mismo: encerrados en un rictus muerto, como si lo que había debajo de la montaña estuviera conectado a ella, muriendo en sus brazos en la ladera. —He visto esto antes —dijo Will—. Con Katherine.

Traducido por Edith LM Corregido por Noeliapf —Ellos lo llaman la muerte blanca —dijo Cipriano. Al oír el nombre, Will sintió un escalofrío en la piel. Los cuatro estaban sentados en las habitaciones de James, intercambiando información en voz baja. Grace y Cipriano habían aprovechado el caos para regresar, escabulléndose de nuevo a la excavación, con capas de trabajadores sobre sus ropas de Guardián. Will les había contado sobre el cadáver en la carretilla, esperando que sintieran miedo e inquietud, sin esperar que tuvieran las respuestas. Pero cuando describió la palidez blanca del cadáver, Grace y Cipriano compartieron una mirada de reconocimiento. —Los lugareños tienen leyendas al respecto —dijo Cipriano—. Dicen que cuando se abra la montaña, la muerte blanca se extenderá y un gran mal se alzará. Will no pudo evitar pensar en las puertas retorcidas del palacio. Algo dentro, tratando de salir. —¿Qué es? ¿Una pestilencia? ¿Una plaga? —dijo. —No lo saben. Les sucede a aquellos que deambulan muy lejos en la montaña — dijo Cipriano, explicando lo que le había dicho una chica del pueblo, temiendo por la vida de su hermano—. En las historias, queman los cuerpos, tal como dices que hizo Sloane. La montaña pareció crecer en la mente de Will, una presencia oscura llena de secretos. Si los lugareños habían consagrado la muerte blanca en sus leyendas, no era nada nuevo. Había sido parte de este lugar durante años, tal vez siglos. —Sloane dijo que había logrado un avance —dijo James—. Veintiséis cuerpos… debe estar cerca de la fuente de la muerte blanca. Lo que sea que haya dentro de ese palacio, Sinclair casi lo encuentra. —Tenemos que detenerlo —dijo Cipriano—. No podemos permitir que libere una plaga. Sabemos que está en el palacio. Todos los casos suceden aquí.

—No todos los casos —dijo Will. Cipriano lo miró con pura confusión. —¿A qué te refieres? Will tuvo que sacar las palabras, ya que no quería volver a hablar de esos acontecimientos nunca más. —Katherine murió de la muerte blanca. Les contó lo que le había dicho a James, describiendo la forma en que había muerto Katherine. El cadáver en la carretilla, con sus venas negras y su piel demasiado pálida, se había fusionado en su mente con el cuerpo de ella. Su aspecto pétreo, congelado en una pose horripilante, arrastrando su largo cabello rubio—era el mismo, parecido en cada detalle. —La corrupción en la espada… —Cada palabra era peligrosa, y podía exponerlo. Las obligó a salir de todos modos—. Cuando desenvainó a Ekthalion, la corrupción se filtró en su piel, y la convirtió en piedra blanca. —No quiso decir más; no podía—. Esperaba que quizá ella pudiera ser la Campeona. Pero no lo era. O tal vez lo era y simplemente estaba muerta. Los Guerreros de la Luz no tuvieron mucha suerte luchando contra el Rey Oscuro. Recordó haberla llevado a la cabaña, pesada como la piedra a la que parecía, y que le dolían los brazos mientras la levantaba, no queriendo arrastrarla por el suelo como si fuera un saco. —¿Crees que eso es lo que hay en el palacio? ¿Algún tipo de arma? —dijo Cipriano. James estaba negando con la cabeza lentamente. —Eso no es lo que pasó cuando Ekthalion se soltó en el barco de Simon —dijo— . Los hombres en la bodega estaban podridos y quemados. La corrupción de la llama negra disolvió sus órganos. No los convirtió en piedra blanca. Tampoco fue lo que les había sucedido a los pájaros y animales que habían muerto en la Cumbre Oscura. O la hierba y los árboles que simplemente se marchitaron y murieron, pudriéndose como los hombres en el barco. Will no pudo evitar sentir que le faltaba una pieza, una parte vital que aún no entendía.

—No tenemos tiempo que perder —dijo—. Necesitamos encontrar a Ettore. La Guardiana Mayor dijo que sólo con él podríamos detener lo que estaba por venir. Grace y Cipriano no respondieron. Después de un largo rato sin palabras, Cipriano enderezó los hombros, y luego sacó un trozo de tela de su túnica. Blanco, sucio y desgarrado; pasó un momento antes de que Will entendiera lo que estaba mirando. —¿Ettore es un Guardián? —dijo Will. —Era un Guardián —dijo Cipriano—. Está muerto. Como si la puerta se cerrara de golpe, dejándolos varados. En el trozo que Cipriano tenía en la mano brillaba una estrella. Ningún Guardián dejaría atrás su estrella. Vio la verdad de eso en las expresiones de Cipriano y Grace. El hombre que la Guardiana Mayor les había enviado a buscar estaba muerto. Will pensó en el niño que yacía muerto en esa carretilla, que había sido arrojado a la pira para quemarlo. Pensó en Katherine, muriendo en Bowhill. Todos parecieron darse cuenta al mismo tiempo. Sólo quedaba un camino para descubrir qué contenía la montaña. Pero eso significaba evadir a sus captores aquí y correr hacia el peligro. —Tenemos que volver al palacio —dijo Will. —Toda la excavación en cuarentena —dijo Grace, sacudiendo la cabeza—. Cipriano y yo apenas logramos regresar aquí. —Las rondas se han duplicado desde aquellas muertes en el palacio —coincidió Cipriano—. Vimos docenas de guardias en nuestro camino de regreso del pueblo. —Una docena de guardias no será ningún problema —dijo James, flexionando los dedos. —No —dijo Will—. No vas a matar a los guardias. —No tengo que matarlos para… —O mutilarlos. —¿Entonces exactamente cómo planeas entrar? —dijo James. —Puedo llevarlos —dijo una voz. Los cuatro se volvieron hacia la puerta.

Kettering estaba en la puerta, subiéndose las gafas con nerviosismo. Will sintió la magia de James brillar al mismo tiempo que la espada de Cipriano salía de su vaina. Se puso delante de ambos. Kettering no estaba armado. Su rostro estaba pálido, sus ojos iban de Cipriano a James. Parecía asustado. Pero estaba aquí de todos modos. —¿Por qué harías eso? —dijo Will. Kettering volvió sus ojos hacia Will. —Esos hombres que murieron hoy a causa de la muerte blanca… docenas de cuerpos arrojados al fuego… está mal. Me inscribí para estudiar la magia antigua del pasado, para ayudar a restaurar sus maravillas, no para ver cómo mataban a la gente. Kettering parecía haber reunido todo su valor para decir esto. Will recordó los ojos de Kettering llenos de lágrimas ante la pira. Kettering había discutido con Sloane para proteger a los trabajadores cuando él no sabía que nadie estaba escuchando. Había respondido a las preguntas de Will sin reportárselo a Sloane cuando Will llegó por primera vez a la excavación. —¿Qué es la muerte blanca? —preguntó Will lentamente. —No lo sé. —¿Qué está buscando Sinclair? —Tampoco lo sé. James hizo un sonido desdeñoso. —Will, él no nos va a decir nada. —Su magia volvió a chispear, amenazadoramente. —Sé dónde ocurrieron las muertes —dijo Kettering apresuradamente—. Todos los hombres cayeron en el mismo lugar. —Dentro del palacio —dijo Will, y Kettering asintió lentamente—. Hiciste algún tipo de avance. —Otro asentimiento. —Abrimos una cámara interior. En el momento en que abrimos las puertas, los hombres simplemente murieron, como si una ola blanca los cubriera. —Antes no te importaba la seguridad de esos chicos locales —dijo Will. Kettering se había mantenido al margen mientras Sloane enviaba muchachos al palacio—. ¿Qué es diferente ahora?

—¡Ese era un riesgo normal, el mismo que en cualquier excavación! —dijo Kettering—. Es diferente saber que la gente morirá, sus vidas desperdiciadas, arrojadas al fuego. La muerte blanca… ¡cualquiera podría ser el próximo! ¿Y si se suelta? ¿Una plaga mágica que se extiende sobre la población? Pensé que Sinclair y yo teníamos los mismos objetivos, un respeto por el pasado, por el mundo antiguo. Pero está interfiriendo con fuerzas que no comprende. Temo lo que pueda desencadenar al husmear por ese palacio. Will buscó el rostro de Kettering. Kettering había seguido a Sinclair hasta aquí, y tenía un gran interés por el mundo antiguo, habiendo dedicado su vida a su estudio. Pero su sentimiento por los trabajadores muertos parecía genuino. —¿Desencadenar? —¿Qué hay debajo de Undahar? —preguntó Kettering—. esa es la cuestión, ¿no? Sinclair lleva años aportando hombres a la excavación. Nunca encontró el palacio. Se abrió cuando llegaste. Como si te estuviera esperando. —Kettering le dijo las palabras a James, pero fue Will quien las sintió resonar—. Los terremotos, las muertes aceleradas… sea lo que sea que haya debajo de la montaña, creo que pronto llegará su momento. Eso fue perturbador para todos. Estos objetos tienen su propia agenda, había dicho Kettering. Estarían cabalgando hacia el corazón del peligro. Will sintió esa vieja sensación de que se abría un hoyo en su interior. Will tomó su decisión. —Si sabes dónde murieron los hombres de Sinclair, entonces es allí donde tenemos que ir. Comenzaron a separarse y a prepararse, los demás saliendo a recoger provisiones y a buscar ropa de trabajadores para disfrazarse para el viaje. Pero Will tenía algo que hacer primero. —Cipriano. Will tocó a Cipriano en el brazo, volteándolo. Cipriano lo miró con curiosidad. —Violet va a escapar —dijo Will.

Los ojos verdes de Cipriano se abrieron, inseguros y desesperadamente hambrientos de consuelo. Will volvió a sentir esa extraña actitud protectora hacia él. —Ella va a escapar, Cipriano —dijo Will. —¿Cómo lo sabes? —Cipriano estaba buscando la respuesta a una pregunta que le rondaba por dentro. Will no podía decirle la verdad. Pero lo había pensado detenidamente. Violet había regresado a buscarlo en el barco. Él haría lo mismo por ella, sin importar lo que le costara. —No tiene sentido escaparse en un barco —dijo Will. Él también había pensado detenidamente esa parte. Había tenido que esperar a que ella llegara a tierra—. No hay ningún lugar a dónde ir. ¿Pero en tierra firme? Violet será libre incluso antes de que partamos hacia el palacio. Cipriano abrió sus ojos verdes completamente hacia los de Will. —¿Estás seguro de eso? —Muy seguro —dijo Will.

Traducido por Kasis Corregido por Noeliapf No habría oportunidad de volver al yacimiento una vez que se fueran, lo que significaba que Will no tenía mucho tiempo. Les dijo a los demás que estaba creando una distracción, tomó un montón de ropa como pretexto y dejó que los guardias de Sloane lo siguieran, sabiendo que veían a un inofensivo chico mensajero con un paquete para el capitán Howell. En cuanto estuvo dentro de la tienda de Howell, se acercó directamente a él sin molestarse en saludar, puso una mano en la muñeca de Howell y lo empujo dentro. Vio cómo se ampliaban los ojos de Howell y lo escuchó dar un grito de sorpresa, pero no se detuvo hasta encontrarse dentro del cuerpo de Howell. Trabaja rápido. Will tenía menos de una hora antes de unirse a los demás. Empujó más, usando la marca S de Howell como conducto, proyectándose en la red que recordaba, siguiendo los senderos ahora familiares, buscando el cuerpo que había habitado en el barco de Violet, hasta que, con un suspiro, abrió los ojos. Su pierna le dolía; una sensación más gruesa de su cuerpo en el espacio; objetos en la habitación en ángulos extraños. Era más bajo. No podía ver la habitación adecuadamente. Entrecerró los ojos, dio un paso y cayó, agarrándose al escritorio. A medio agarrar su borde, su pierna mala gritó su protesta. Dio un grito y simplemente se aferró al escritorio por un momento mientras su visión se aclaraba. Lentamente, se levantó, sin hacer suposiciones esta vez sobre cómo mantenerse erguido en sus piernas más cortas. Esto no era un barco. Era una oficina, en el estilo grandioso pero venido a menos, deteriorada, en un edificio antiguo. Una pesada silla de roble acompañaba al escritorio, una chaqueta de hombre colgaba sobre ella. En las horas transcurridas desde la última

vez que Will había mirado a través de sus ojos, el hombre que estaba habitando había atracado y desembarcado. —¡Leclerc! Apportez-moi ces papiers! ¿Llevar los papeles? ¿Cuáles papeles? Miró hacia abajo en el escritorio. Tendría que encontrar lo que se pedía si no quería arruinar su cubierta ¿Soy Leclerc? Todo estaba borroso. Al principio pensó que sus ojos no funcionaban. Pero cuando palpó alrededor del escritorio, su mano encontró unas gafas. Se las puso, enganchándolas sobre sus orejas. Parpadeando como un búho ante la repentina claridad, miró hacia abajo de nuevo al escritorio. Estaba cubierto de papeles. Podía escucahr pasos en el pasillo, acercándose. Soltó el escritorio y se balanceó, agarrándose inmediatamente de nuevo. Intentó apoyar su peso contra él de manera disimulada, adoptando la especie de postura despreocupada que James podría adoptar. No había manera de encontrar el papel correcto. Necesitando una excusa, rápidamente se quitó las gafas y las deslizó en su bolsillo, luego extendió la mano para recoger un montón de papel al azar. Falló, una sensación desconcertante: sus brazos eran demasiado cortos. Tuvo que forzarse a alcanzar de manera innaturalmente más lejana, agarrando el papel justo cuando la puerta se abrió. La mujer a la que James había llamado señora Duval entró en la habitación. —Bien. ¿Tienes el inventario?' Era aún más imponente de cerca, con rasgos fuertes y angulares y ojos oscuros penetrantes. Seguramente podría mirarlo con esos ojos y, con una sola mirada, ver que no era Leclerc. Con el corazón latiendo con miedo al descubrimiento, Will extendió el papel en su mano y fingió entrecerrar los ojos aún más de lo necesario. —¿Es esto? He perdido mis gafas. Lo arrancó de él, lo miró brevemente y lo arrojó sobre el escritorio, rebuscando entre los papeles dispersos y tomando el que estaba en la parte superior. —No. Está justo delante de tus narices. —Su visión estaba demasiado borrosa para ver qué tipo de mirada le estaba dando, pero su tono era brusco, como si estuviera

apurada—. Y tus gafas están aquí. En tu bolsillo. —Sintió que le daba palmaditas en el bolsillo en lugar de verlo—. Espero que no tengas este tipo de distracciones con la chica. —No... —No sabía cómo llamarla. ¿Señora Duval? ¿Algún otro nombre? —¿De acuerdo, hermano? —...hermana. Ella tomó los papeles y salió de la habitación. Se quedó mirándola, con el corazón latiendo fuerte. Inventario, parte de su mente estaba diciendo. ¿Qué están almacenando aquí? Debería mirar los papeles. Pero Violet era más importante. Y no había tiempo. De vuelta en Umbría, tenía menos de una hora, y además estaba sólo en una habitación con Howell, cuyos ojos negros como el azabache gritaban su identidad a cualquiera que pudiera tropezar con él. ¿Qué sucedería si su propio cuerpo deshabitado fuera tocado, movido o llevado? Peor aún, ¿si los demás vieran sus ojos? Sarcean había usado a Anharion para protegerlo, considerando que la adivinación era demasiado peligrosa. Sentía ese peligro agudamente ahora. Se colocó las gafas nuevamente y luego miró alrededor y vio una gruesa cadena de llaves colgando junto a la puerta. Su primera suerte: reconoció de inmediato la llave de las esposas del Intendente. Había usado esa llave para desbloquear esas esposas él mismo. Era la confirmación que necesitaba: Violet estaba aquí y esta era la forma de liberarla. El único problema era que no sabía dónde tenían a Violet. Bueno, lo descubriría. La puerta estaba a seis pasos del escritorio. Inhaló profundamente, soltó el escritorio y se obligó a dar un paso. Sus ojos estaban fijos en las llaves. Tratar de alcanzarlas requería mucha más destreza y concentración que caminar con su propio cuerpo. Seis pasos, y estaba aferrado a la pared nuevamente. Demasiado lento. No podía ayudar a Violet de esta manera, llegando a su celda en tres días con la velocidad de una tortuga. Tenía que acelerar. Vio el bastón negro brillante en el soporte junto a la puerta. Al extender la mano hacia él, sintió que su estómago daba vueltas. La S en su muñeca, visible mientras su manga se retiraba a lo largo de su brazo, estaba activa. Estaba caliente y roja, activada, casi palpitante. Rápidamente bajó la manga sobre ella y tomó el bastón.

Luego tomó las llaves y las colgó ostentosamente de su cinturón, donde colgaban, muy notorias. Caminar seguía siendo un asunto complicado, incluso con el bastón, y se encontró con la palma de la mano en la pared del pasillo con bastante frecuencia. Buscar a Violet atraería la atención, pero su dificultad para controlar el cuerpo de Leclerc lo empeoraba cien veces más. Así que, en lugar de cojear sospechosamente de un lado a otro por la casa, siguió su nariz hasta la cocina. Era una cocina grande con una enorme chimenea y carne girando en un asador sobre el fuego. En el centro había una larga mesa de madera esparcida con harina y tazones. Había una cocinera con un delantal manchado y dos ayudantes de cocina, una de los cuales levantó la vista sorprendida al verlo mientras amasaba la masa con brazos harinosos. —¿En qué puedo ayudarle, Monsieur Leclerc? —preguntó ella en francés. Cierto. Estaba en Francia. Su propio francés, aprendido de un Jean Lastier ebrio en los muelles, no era excelente. Parpadeó ante la pregunta, dándose cuenta de que, si Leclerc se llamaba Leclerc, probablemente él también era francés. ¿Apporter? ¿Apportez? Dijo, rezando para que sus conjugaciones de verbos fueran correctas: —Lleven el almuerzo a la prisionera. Eso le valió una mirada, dándole la vuelta a la masa. —Acaba de comer, no hace ni un cuarto de hora —respondió la ayudante de cocina. Se enderezó todo lo posible y trató de hacerse ver lo más francés posible. —Los leones comen mucho, madame —informo. La masa dejó de dar vueltas. Hubo algunos murmullos rápidos que no entendió, junto con las palabras. —¡Dos almuerzos! —Pero la ayudante de cocina se limpió las manos harinosas en su delantal y se giró hacia él—. Muy bien. Mirando alrededor de la cocina, Will dijo: —Panecillos, queso duro, carnes. Pon un poco de agua en un frasco. Y dale eso... —Oh Dios, ¿cómo se llamaba?—. Trozo de tela. Manta. Servilleta.

Las cejas de la ayudante de cocina se elevaron hasta su cabello, pero comenzó a recoger el festín. Mientras tenía la espalda girada, vio un cuchillo en la encimera, una hoja delgada con una punta afilada. Lo tomó rápidamente y lo deslizó en su cinturón, donde sobresalía muy obviamente junto a las llaves, asegurándose de que tanto el mango como una sección de la hoja sobresalieran visiblemente. —Después de ti —indicó a la ayudante de cocina cuando estuvo lista con la bandeja, escuchando el murmullo detrás de él—: Le dije que estaba llevándose comida. —Y bebida también —llegó el segundo murmullo. Ella lo condujo por el pasillo, dando dos vueltas antes de llegar a una puerta con escaleras que conducían hacia abajo, como si fuera a un sótano de suministros. Bajar las escaleras fue una pesadilla menor, y se apoyó fuertemente en la pared, mostrando su cojera para ocultar su falta de equilibrio cuando sus piernas no terminaban donde esperaba. —Puedes dejar la bandeja afuera de la puerta —señaló. No lo hizo. Simplemente se quedó allí y lo miró. —¿No crees que has acosado lo suficiente a esa chica? Tuvo que reprimir su reacción ante eso, la explosión de protección y enojo. No podía preguntarle a esta ayudante de cocina: —¿Qué quieres decir? ¿Qué le ha hecho él? Tenía que mantener la calma. ¿Qué diría Leclerc? —¿Estás aquí para trabajar o hablar? —cuestionó Will. Esa había sido una expresión favorita de Jean Lastier cuando los estibadores a su alrededor se quejaban. No creía que la otra expresión favorita de Lastier, la vie est trop courte pour boire du mauvais vin, fuera útil. Dejó la bandeja con un estruendoso enojo. Se encontró sólo al pie de las escaleras, mirando una puerta cerrada con su corazón acelerándose. Sacó las llaves que había enganchado en su cinturón. La cerradura de la puerta parecía nueva, así que probó la llave más nueva. Entró suavemente. Violet. Violet estaba al otro lado de esa puerta. Se aseguró de devolver rápidamente las llaves para que colgaran nuevamente de manera llamativa en su cinturón, y luego la puerta se abrió.

La habitación en sí era una bodega con techos abovedados. Era más antigua que la casa de arriba, con mampostería medieval y un suelo empedrado desigual. Había algunas barricas apiladas en la esquina que alguna vez debieron contener vino. Una lámpara ardía en el candelero junto a la puerta para que la bodega no quedara sumida en la oscuridad cuando se cerraba la puerta. Y Violet, con las esposas del Guardián y en una cadena larga sujeta a la pared lejana, trepando para enfrentarlo al entrar. Se veía delgada, con suciedad manchada en su mejilla, aun vistiendo la ropa que llevaba durante el ataque al Salón. Pero sus ojos eran desafiantes, su mirada hacia él tan acogedora y familiar que una oleada de alegría lo invadió. Quería cruzar la bodega y abrazarla fuertemente. Quería desbloquear sus cadenas y liberarla. Se encontró recordando el momento en que estaba encadenado al barco que se hundía de Simon, cuando ella había aparecido en la bodega. Por un momento, se imaginó arrodillado a su lado y desbloqueando sus esposas. Rompiste mis cadenas una vez. ¿Recuerdas? Pero no podía hacerlo. Apoyó su bastón contra la puerta y recogió la bandeja, no fue tarea fácil. —¿Engordándome para el sacrificio? —preguntó. —Eso es para los corderos —respondió en inglés, y luego se preguntó con la sacudida de quien ha perdido un paso si se suponía que debía tener acento francés. —No voy a matar a Tom —declaró ella—, no importa cuántas más de estas sesiones de entrenamiento me hagas hacer. Y no importa lo que digas para amenazar a mis amigos. Sus palabras fueron un shock. Lo ocultó, suavizando su rostro. Mirándolo con furia, parecía no notar ninguna diferencia en su actitud. —Tus amigos están en Umbría —informó él, dejando la bandeja en el suelo—, en el yacimiento de Sinclair cerca del pueblo de Scheggino. Están demasiado lejos para que puedas advertirles, incluso si lo intentaras. La vio asimilar la información, con los ojos entrecerrados Pero todo lo que ella dijo fue: —Sinclair es el que necesita la advertencia. Will lo detendrá.

Su fe en él lo reconfortó, incluso cuando redobló su sensación de responsabilidad. Lo detendré, le prometió en silencio. —Y ¿qué vas a hacer desde dentro de esa jaula? —se obligó a decir. Vio que sus ojos bajaban a las llaves. Sonando notablemente en su cadera, las llaves de sus esposas colgaban donde las había enganchado. Se acercó a ella mientras hablaba, pretendiendo no darse cuenta de dónde estaba mirando. Solo Leclerc paseando hacia adelante, colocándose dentro del alcance de su cadena. Lo había calculado cuidadosamente. Aun así, lo sorprendió lo rápido que se movió, derribándolo hacia atrás, luego plantando una rodilla en su pecho para mantenerlo abajo mientras arrebataba las llaves y desataba las esposas, lanzándolas a un lado. Esa rapidez y la economía de su golpe se sintieron nuevas. —Voy a salir —dijo ella, con la mano en su garganta. Había tenido la mano de una mujer alrededor de su garganta antes. Debería haber estado aterrado. En cambio, sintió una sensación de amor impotente al saber que Violet no le haría daño. —No llegarás a ninguna parte sin un arma o suministros. —Mantuvo su expresión muy neutra. Inmediatamente, ella arrebató su cuchillo del cinturón. Usándolo para cortar una tira de su camisa y atarle las manos detrás de la espalda, se levantó rápidamente y agrupó rápidamente las carnes, queso y pan que él le había traído, y lo envolvió en la tela con la botella de agua, colgándola a través de su pecho como una mochila. Luego se quedó de pie sobre él. —¿Dónde está el escudo? —cuestionó. —¿Qué escudo? —Mi escudo —reclamó Violet. ¿El Escudo de Rassalon? Se mordió la lengua antes de decirlo. —No lo sé —respondió Will. Violet soltó un suspiro de incredulidad. —Mentiroso. Vienes conmigo. —¿Qué? —habló Will, y salió como un chillido.

—Me oíste. —El cuchillo apuntaba directamente a su hígado. Supuso que era otra nueva técnica que ella había aprendido—. Me llevarás al escudo. —No sé dónde está —gimoteó Will. Eso le valió otro pinchazo con lo que realmente era un cuchillo muy afilado. —Estás mintiendo. —Violet, sinceramente, no lo hago —sollozó Will, sintiéndose tan plenamente él mismo en ese momento que le sorprendió que Violet no lo reconociera—. Realmente creo que sería más fácil para ti escapar por ti misma, ¿no crees? —No estoy escapando —declaró Violeta—. Estás llevándome al escudo. —¿Qué? —dijo Will—. Pero... —¡Muévete! —gritó Violet, empujándolo hacia adelante. *** Con la punta del cuchillo de Violeta aún bastante cerca de su hígado, torció su bastón en la mano y trató de subir las escaleras lo mejor que pudo. Las lesiones de Leclerc ocultaban su propia inestabilidad en el cuerpo, afortunadamente. Más suerte aún, Violeta parecía conocer el camino. Avanzó con confianza, lo que le permitió tambalearse a lo largo, ocultando su falta de familiaridad con la casa y recibiendo solo unos pocos pinchazos de cuchillo por su paso cojeante. Pero cuando entraron en un pasillo con una enorme repisa y un escudo, vio el lema y el apellido tallado debajo del escudo, y su comprensión completa de hacia dónde iban cambió. La fin de la misère. El final de la miseria. El nombre bajo el escudo era Gauthier. El verdugo. Este es el hogar de Gauthier, pensó Will, con la mente acelerada. Donde vivía antes de que Sinclair lo encontrara. Y luego, aún más desconcertante, Este es el panteón familiar de Gauthier. Estaba mirando una enorme puerta de bóveda cerrada con llave. Un descendiente del verdugo de Rathorn, el Rey Oscuro, Gauthier había sido dueño del Collar antes de que James lo reclamara. ¿Qué más podría haber dentro de esa bóveda?

Violet había sacado sus llaves de nuevo y estaba probando una en la cerradura. Sin suerte en el primer intento, pero la segunda llave encajó. Con un clic y un crujido, una parte entera de la pared se abrió, revelando escaleras que bajaban a la oscuridad. La lúgubre bóveda estaba repleta de artefactos. Como una habitación llena con el contenido de una casa entera, no había pared que no estuviera cubierta por una pieza de antigua mampostería o friso, ninguna superficie que no estuviera poblada de estatuas, urnas y tallas. Entrar significaba deslizar tu cuerpo más allá de mesas, estatuas y columnas desplazadas de sus ubicaciones originales. Luego trepar sobre gemas y joyas, montones de ellas como el tesoro de un dragón. Luego miró más de cerca y lo vio... Emblemas del sol, Eclipses. Esferas negras sin rayos. Esta era una colección, una obsesión, generaciones de Gauthiers tratando de encontrar cualquier artefacto relacionado con el Palacio Oscuro, como si estuvieran tratando de encontrar su camino de regreso allí. Como si estuvieran buscando algo que yacía dentro, Will sintió la perturbadora sensación de fuerzas convergiendo hacia el palacio, todas ellas compitiendo por su premio. Él se detuvo en el centro de la habitación, donde una gigantesca hacha negra estaba montada como pieza central. A su lado colgaba una capucha negra que debía ser una reproducción, ¿verdad? El hacha, Will lo sabía en sus huesos, era real. Era tan real como la muerte; el hacha del verdugo tenía una finalidad que inspiraba un frío temor, el tipo de oscuridad que apagaba la luz. A lo largo de su cabeza, en el lenguaje del viejo mundo, estaban las palabras de las cuales la familia había tomado su lema: den fahor. El fin de la misère. Era el nombre del hacha que se había alzado y caído sobre el cuello de James. Al avanzar, vio que debajo del hacha de Rathorn había dibujos, diagramas cuidadosos, anotaciones numéricas, y luego, para su sorpresa, vio escritura en el antiguo idioma que decía:

Undahar Movió el montón superior de papeles para revelar un dibujo del Palacio Oscuro. Coronaba un mundo de oscuridad absoluta; un mundo tan frío y sin rayos que los bosques ardían en la desesperada esperanza de luz. Y desde lo alto de las agujas de ese palacio joyado oscuro, él observaba, recordaba observar, las cúpulas centelleantes de magia a lo lejos, las últimas defensas que pronto parpadearían y se apagarían, asediadas por sombras voraces que no se cansaban ni dormían. En la temblorosa escritura de una mano anciana y débil, estaban las palabras en francés, Nadie puede entrar en Undahar y vivir, a menos que... La segunda página faltaba. O tal vez estaba entre las muchas páginas dispersas por el escritorio. Extendió la mano para recogerlas, para guardarlas en su chaqueta y leerlas después, solo para darse cuenta, bastante tontamente, de que no podía. Este no era su cuerpo y no tenía sentido ocultar los papeles en la chaqueta de un hombre en Calais Necesitaba tiempo, entonces, para leerlos aquí. Un sonido lo hizo girar. Violet estaba detrás de él, con un escudo de metal familiar en su brazo; los ojos de león de Rassalon miraban desde su superficie con expresión melancólica. Debió haberlo encontrado entre los objetos recopilados. Tenía una oportunidad para tener tiempo a solas y revisar los papeles. Tenía escasos minutos antes de que sus amigos en Italia vinieran a buscarlo. Necesitaba usar ese tiempo para aprender todo lo que pudiera. —Tu escudo —exclamó Will con alivio—. Puedes tomarlo e irte. —Lo haré, gracias —agradeció Violet. Y balanceó el escudo hacia su cabeza. *** Desorientado, abrió los ojos; era Will, con la cabeza adolorida. Al levantarse, vio que Howell también estaba tirado en el suelo. No había forma de volver a habitar al inconsciente Leclerc. No quedaba tiempo para encontrar otro anfitrión sin verdadero temor a descubrimiento. Tenía que regresar con los demás. Tendría que inventar una historia para explicar su cabeza herida. Pero cuando levantó la mano hacia su sien, se dio cuenta de

que no había lesión. El dolor era un fantasma, los hematomas quedaron en Calais, en el cuerpo de otra persona.

Traducido por Kasis Corregido por Noeliapf —Está despierta —señaló la voz de una mujer y Elizabeth se levantó confusamente parpadeando. Era por la mañana. Estaba en una cama irregular, bajo una manta desgastada. Frente a ella estaba la ventana de la habitación y una puerta de madera áspera. En un pequeño jarrón sobre una mesita vio una ramita de orquídea morada que parecía recién recogida, torcida con un pétalo doblado. La mujer que había hablado tendría unos treinta años, con cabello castaño, un vestido oscuro sencillo y sangre en las manos y los brazos. ¿Sangre? Elizabeth se despertó de golpe y saltó de la cama, lanzándose tan lejos de la mujer como pudo, pegándose a la pared opuesta y con el corazón latiendo con fuerza. Recordaba las mandíbulas abiertas del sabueso de las sombras, su aliento caliente, el vistazo a su lengua roja. Y algo después de eso, una especie de destello... —No tengas miedo —le indicó la mujer—. Tu hermana perdió mucha sangre. Pero va a estar bien. Ahora podía ver toda la habitación: también había un hombre mayor, de unos cincuenta años, vestido con ropa de campo con mangas blancas arremangadas y una gorra. Y había una segunda cama, donde Katherine yacía inmóvil. No era Katherine. Era ese hombre extraño del mundo antiguo. Su vestimenta estaba roja por la sangre en la parte delantera. Había un lavabo lleno de su sangre en la mesita junto a él, y tiras de tela ensangrentada. Y un trozo redondo de plomo, una bala que habían sacado de su estómago. No es mi hermana. Pero eso era más difícil decirlo ahora. Sin la conciencia animadora de Visander, Katherine sólo parecía ella misma. Como si fuera a abrir los ojos y ser ella misma.

—Me llamo Polly —decía la mujer—. Y este es mi hermano, Lawrence. Quizás ella sería ella misma, pensó Elizabeth. Quizás los últimos días habían sido una pesadilla. Quizás en un segundo, Katherine despertaría. —Ar ventas, ar ventas fermaran —murmuró Katherine en la lengua muerta. Elizabeth se estremeció. —Ella ha estado hablando así —afirmó Polly—. En lenguas. —No nos quedaremos mucho tiempo —informó Elizabeth—. Sólo nos recuperaremos y nos iremos. ¿Dónde estamos? —Este pueblo es Stanton. —¡Stanton! —exclamó Elizabeth. —Tu hermana te trajo aquí antes de desmayarse. Stanton era el pueblo que Redlan George le había dicho que encontrara. Katherine (Visander) debe haberlo rastreado, incluso débil por la pérdida de sangre. Parecía que se había desmayado. Era una vista tan familiar que Elizabeth medio esperaba que abriera un ojo y le diera un guiño secreto. Katherine había aprendido a desmayarse dos años antes, lo cual había hecho para evitar compromisos. Katherine se desmayaría, la tía entraría apresuradamente con sales aromáticas, y Katherine se despertaría y sonreiría débilmente, insistiendo en que estaba bien. —No deberías mentirle a tía —había dicho Elizabeth la primera vez, y Katherine saltó de la cama y la abrazó de esa manera espontánea que tenía. Lo sé. Vamos, bajemos. Elizabeth a veces resistía esos abrazos, sin darse cuenta de que algún día terminarían. Elizabeth podía sentir las miradas expectantes de Polly y Lawrence en ella. Ya eran demasiado conspicuas, una chica herida arrastrando a otra a un pueblo. Pero Redlan la había ayudado. Redlan le había dicho que era seguro. Justo antes de que Visander lo matara. Elizabeth respiró profundamente. —Escuché que hay una mujer aquí llamada Ellie Lange —comentó Elizabeth cuidadosamente—. ¿La conocen? Polly intercambió una mirada rápida con Lawrence. —Estuviste en un sueño como la muerte —exclamó Polly—. Quizás deberías descansar. —La conoces, ¿verdad? —cuestionó Elizabeth.

—Ella es mi tía —afirmo Polly, después de una pausa renuente. —Entonces puedes llevarnos a ella. —Ella no... ve personas. —¿Por qué no? Silencio. Había algo que sabían. Algo que no estaban diciendo. Elizabeth sintió su importancia en la calidad tensa del aire. Parecía llenarse con mil palabras no dichas mientras los dos compartían otra mirada. Elizabeth dio un paso adelante urgentemente. —Un hombre llamado Redlan George nos envió. —Él dijo que nos ayudarían—. Dijo que Ellie Lange conocía a mi madre. En el espeso silencio, la cara del hombre se llenó de incredulidad. Pero Polly parecía como si hubiera estado medio esperando la pregunta. —No puede ser —señaló el hombre. Polly lo contuvo. —¿Cuál era el nombre de tu madre, niña? —cuestionó Polly. —Eleanor —declaró Elizabeth. —¡Te dije que no deberíamos haberlas acogido! —Tu hermana es la viva imagen —enfatizó Polly, como si tuviera un conocimiento pesado—. Cuando apareció en nuestra puerta con su vestido lleno de sangre, era como si la historia se repitiera. Elizabeth miró fijamente. ¿Esta mujer le estaba diciendo que su madre había estado aquí? ¿Qué había estado de pie con un vestido ensangrentado en la misma puerta? —Sí, la conocimos —reveló Lawrence, enojado—. Se quedó aquí por un tiempo. Ella es la razón por la que la señora Lange no puede... Polly lo calló. —¿Por qué no bajas y consigues un poco de leña, Lawrie? Se nos está acabando. —Y cuando Lawrence pareció objetar por un momento, ella dijo—: Estoy bien. Sólo pondré a la niña de nuevo en la cama. A Lawrence no le gustó, lanzándole una mirada que parecía decir: —Esta habitación está llena de problemas. —Pero las dejó solas, y al hacerlo, Elizabeth se aventuró más hacia adelante desde la pared, hacia la silla junto a la cama de su hermana, con los ojos en Polly.

—¡Tú sabes algo! —afirmó Elizabeth. Polly no respondió, sólo la miró, preocupada. —Sé por qué caíste en ese sueño. No era lo que Elizabeth esperaba que dijera. —Yo... sólo estaba... —Es el antiguo poder, ¿verdad? Usaste demasiado de él. Elizabeth la miró fijamente. Mandíbulas oscuras abriéndose para devorarla, sus ojos apretándose, y un destello... Sus manos se cerraron en dos puños en la tela de sus faldas. —¿Qué quieres decir? —Yo era sólo una niña la primera vez que tu madre vino a Stanton. —¿La primera vez? —Ella vino aquí tres veces —admitió Polly—, para dar a luz. —¿Qué? —pronunció Elizabeth, y de repente se sentó. Parpadeando hacia el interior de la habitación, se dio cuenta de que había nacido aquí, en este pueblo. Tal vez en esta misma habitación, o cerca de ella. Stanton era su lugar de nacimiento, y tal vez por esta razón Redlan la había enviado aquí. No, no Redlan, la Dama. Él era el enviado de la Dama. Ella me envió aquí. Sintió la mano del destino guiándola, trayéndola aquí por alguna razón. Polly se movió hacia el lavabo y comenzó a lavarse la sangre de las manos. —Mi tía es una partera. Tu madre vino a ella para dar a luz a tu hermano. Y luego dos veces más, por ti y tu hermana. Él no es mi hermano, quería decir. Miró a Katherine, tendida en la cama. Ella no es mi hermana. —Después del nacimiento de tu hermano, mi tía, enfermó. Demasiado enferma para trabajar. Lawrie, él culpó a tu madre. Dijo que nos trajo mala suerte. Yo fui quien ayudó a parirte a ti y a tu hermana. Elizabeth miró las manos de Polly, callosas y rojas por el trabajo, mientras las secaba en una de las toallas junto al lavabo. ¿Estas son las manos que me trajeron al mundo? Sintió de nuevo como si su madre estuviera cerca, su piel erizándose al estar tan cerca de su propio comienzo.

Una vez que sus manos estuvieron secas, Polly apartó las sábanas de la cama de Katherine. La vista sacó a Elizabeth de todos los pensamientos sobre su madre. Había esperado ver un desorden de sangre y vendajes. Katherine había sido disparada a corta distancia y luego había cabalgado con la herida durante más de una hora. Increíblemente, estaba medio curada. La piel sin vendar se veía cruda y roja, pero no había herida. Los ojos de Elizabeth volaron al rostro de Polly. —¿Lo ves? —cuestionó Polly—. Sé cómo se siente estar agotada. Y lo que significa guardar un secreto, madre e hija. También tenemos algo del antiguo poder en mi familia. Un poder curativo, pensó Elizabeth. Una línea de parteras, manteniendo en secreto lo que podían hacer, aquí en medio de la nada. —Eres una descendiente —susurró Elizabeth. —¿Una qué? —preguntó Polly. Elizabeth abrió la boca para decírselo, luego la cerró de nuevo. Polly la estaba ayudando, era una buena mujer que usaba su poder para curar a las personas que venían a su pueblo. No sabía sobre el mundo antiguo ni sobre el Rey Oscuro. Ella no debería ser arrastrada a eso. Katherine había sido arrastrada a eso. Sólo habían ocurrido cosas malas después de eso. —El peligro del que estás huyendo —interrumpió Polly—. Es el mismo peligro del que tu madre estaba huyendo, ¿verdad? Elizabeth asintió. Eleanor podría haberse escondido aquí, pero no le había dicho a Polly de qué se estaba escondiendo. —Hay un hombre persiguiéndonos —comentó Elizabeth cuidadosamente—. Mató a una de mis amigas. Sarah. Redlan George nos dijo que viniéramos aquí. Dijo que encontráramos a Ellie Lange, que ella sabría qué hacer. Polly la miró de nuevo. La sangre en la ropa de Polly no parecía tan aterradora ahora que Elizabeth sabía que era una sanadora. —Puedo llevarte con ella, pero no es lo que una vez fue —advirtió Polly. —Solo quiero hablar con ella.

—Muy bien —aceptó Polly, como si estuviera decidiendo algo—. Mañana iremos juntas. Para entonces, tu hermana estará despierta. Se giró y arregló las mantas alrededor de Katherine. Luego salió de la habitación cerrando, pero no asegurando la puerta detrás de ella. Elizabeth se quedó sola con Katherine. Arrastró la pesada silla de madera más cerca de la cama y subió de nuevo. Miró hacia abajo el rostro blanco de Katherine, su cabello cayendo de sus rizos, manchas inusuales de barro y suciedad en su piel. Cuando Katherine había fingido desmayarse, Elizabeth siempre había estado de guardia, diciendo: «Está bien, se han ido» cuando el camino estaba despejado. —Está bien, se han ido —susurró ahora, pero nada sucedió. Porque no era Katherine. Pero se parecía a ella, se parecía tanto a ella, y tal vez mientras Visander estuviera dormido, podría fingir que su hermana todavía estaba aquí. —Llevas aretes —analizó, pensando en lo que haría feliz a su hermana—. Tía debe haberte dejado tenerlos. Tu vestido tiene esas mangas que te gustan. Lo siento por el color. No hubo cambio en el rostro en la almohada, ni siquiera un parpadeo. —Te casaste con Phillip. Fue justo como querías. Iba a quedarme contigo, e iba a haber un gran establo para Ladybird y Nell. Iba a asegurarme de que las cosas fueran agradables, no iba a quejarme de que tocaras a Schubert todo el tiempo, incluso esa parte ruidosa. Tenía las manos apretadas en sus faldas, sentada en la silla de madera que le quedaba muy grande. Por favor, despierta, ella no dijo. Estoy realmente asustada. —Eres Lady Crenshaw. Puedes tener fiestas. Phillip no es un hombre mayor. Sin respuesta. La realidad en la pequeña habitación parecía presionarla. Katherine parecía un cuerpo tendido antes del entierro. Como si su tía y su tío aparecieran para rendir sus respetos, antes de que vinieran hombres a buscarla y llevarla en un cortejo fúnebre. Katherine estaba muerta.

Estaba mirando el cuerpo muerto de su hermana, que por la mañana se levantaría y caminaría, habitada por el asesino de su hermana. Se frotó el antebrazo sobre los ojos y miró la orquídea morada en el jarrón de la mesita. Antes de venir a Londres, a Katherine le gustaba recoger flores. Elizabeth tomó un ramo de la orquídea y lo puso en el pecho de Katherine. —Siento que no combine con tu vestido. Y fue entonces cuando los ojos de Katherine se abrieron. *** Él vio a la chica. Estaba flotando sobre él, toda cejas y frunciendo el ceño. La habitación olía a humanidad. Humo de madera, sudor, y debajo de eso el fuerte olor a sangre. Una casa humana. Un pueblo humano. Sólo hay humanos hasta donde alcanza su vista. Y, sin embargo, estaba esta chica. Y él lo había visto. Había visto con sus propios ojos a esta chica convocar luz. Se incorporó, apartando un tallo de flor de su pecho. —¿Dónde estamos? ¿Cuánto tiempo he estado dormido? Intenté llevarte a tu aldea, pero sentí que me debilitaba. El arma de ese hombre era más poderosa de lo que pensaba. —Hablas inglés —habló la chica, frunciendo el ceño y frotándose el brazo sobre los ojos. Visander puso su mano en el lugar de su costado donde acababa de tener una herida fresca, sólo para encontrarla sensible pero cubierta como si fuera de días atrás, y sana, libre de infección. —¿Eres tú quien me curó? —No. Eso fue uno de los humanos en esta casa. —No eres uno de ellos. —Sí lo soy. Y tú también. Así que cállate acerca de los humanos, porque te están ayudando, aunque hayas matado a mi hermana. —Eres su heredera. Tienes su poder —destacó Visander—. Portadora de luz. Sintió que los ojos se le llenaban de lágrimas. Era asombro y alivio y rectitud. —No puede haber oscuridad donde hay luz. —Las antiguas palabras surgieron en sus labios—. Donde hay oscuridad, siempre habrá una Portadora de Luz.

Pensó en Indeviel, en esa miserable habitación, su luz apagada. Y aquí, en la sordidez humana de esta casa, estaba la Portadora de Luz. —¿Sabe Indeviel que vives, Portadora de Luz? —Le dolía el corazón, peor que la herida en su costado, que se estaba curando tan rápido que casi podía sentir cómo se unía. —No conozco esas palabras —pronunció Elizabeth—. No hablo ese idioma. —¿No sabes lo que eres? Se incorporó en la cama, cuidando su estómago aún sensible. Este cuerpo humano era frágil y casi se desangra por completo. Le punzaba el hombro, y bajó la tela de su vestimenta para ver una marca de mordedura de can en proceso de curación. Un segundo más, y el perro sombrío lo habría destrozado. Esta chica lo había salvado. La miró. Tenía el cabello castaño apagado y cejas demasiado oscuras. Estaba de pie frente a él con piernas cortas de niña en un delantal manchado. Parecía humana. Una niña. Y ella no sabía. No sabía lo que era. —Sé acerca de la Dama —aclaró ella. La reina. Ella está hablando de la reina. La niña desabrochó tres botones en el cuello de su vestido y sacó un trozo de metal atado con cuero. Le tendió el metal. Atrapado en sus pensamientos, le llevó un momento reconocer lo que la niña estaba sosteniendo. Cuando lo hizo, casi retrocedió. La medalla de espino. Había pasado tanto tiempo que su brillante superficie estaba empañada para siempre. Parecía antigua, un relicario olvidado. Era como un símbolo de todo lo perdido. No esperaba regresar y encontrar que el mundo entero se había ido, y lo único que quedaba era esta niña. La miró fijamente. La sensación que lo invadió fue casi como duelo, una sensación de estar completamente solo. La Oscuridad ya estaba aquí en este mundo, y la Portadora de Luz era una niña. No entrenada y demasiado joven. Sin embargo, aquí estaba el medallón, un signo, como la luz que había estallado de ella cuando la oscuridad había cerrado su garganta. Si ella era todo lo que había, entonces la protegería. Custodiaría esta única chispa. Completamente sólo aquí en la oscuridad.

Se estaba levantando de la cama, esta vez ignorando sus heridas, y arrodillándose. —Mi reina —declaró—. Soy tu campeón. En lugar de tocar su cabeza y decirle que se levantara, su ceño se profundizó. —Si soy tu reina, o lo que sea, debes hacer lo que digo, así que sal de ese cuerpo. —Tu hermana se ha ido —confesó Visander—. No puedo salir de este cuerpo más de lo que tú puedes salir del tuyo. Quizás podía sentir la verdad de eso, porque sus ojos se llenaron de lágrimas. Pero eran lágrimas de enojo. —Entonces deja que muera. Sal. ¡Sal! —Tenemos que encontrar a Ekthalion —explicó él—, y detener a Indeviel de devolver al Rey Oscuro. —No, no tenemos que hacerlo —espetó Elizabeth—. No tengo que hacer nada contigo. Voy a encontrarme con la señora Lange como Redlan dijo que hiciera antes de que lo mataras. —Los sabuesos tienen mi olor. No podemos quedarnos aquí mucho tiempo. —Entonces vete —ordenó Elizabeth. —Estoy jurado a protegerte —informó Visander. —Puedes hacerlo yéndote. —El rostro de la chica estaba sombrío como el cielo en una tormenta. —Eres mi reina —afirmó Visander—. Y soy tu campeón. Elizabeth se quedó dónde estaba, y Visander trató de no sentir que estaba plantando una bandera en el suelo de un campo de batalla cuando solo estaba enfrentándose a una niña. —Entonces vamos a encontrarnos con la señora Lange —ordenó Elizabeth—, y ella va a ayudarme a encontrar a mi amiga Violet, y vas a callarte y no matar a nadie, y no decir nada más en ese idioma extraño.

Traducido por Kasis Corregido por Noeliapf Fue idea de Kettering entrar al palacio de noche. Los lugareños no entran de noche. Tienen demasiado miedo, había dicho él. Will estuvo de acuerdo. De día o de noche, sería igual de oscuro bajo la montaña. Salir de la excavación recordaba un poco a su escape de antaño del Salón con Violet y Cyprian. Ese día, Cyprian simplemente levantó la barbilla y le dijo a los Guardianes de vigilaban: —Mi padre ha enviado por los prisioneros. —Ahora era Kettering quien decía— : Por órdenes de Sloane —y los llevó más allá de los guardias. Los hombres de guardia en la entrada del palacio parecían nerviosos e infelices por estar de guardia nocturna. No cuestionaron la llegada de Kettering ni su derecho a entrar al palacio en absoluto, excepto para decir: —La morte bianca... non portarla qui. —No traigas la muerte blanca aquí. Enormes y negras, las puertas exteriores del palacio estaban abiertas. No había señales de actividad más allá del vestíbulo. Desde las muertes, nadie había estado dentro. Will sintió una repentina reticencia a pasar de la tenue luz de la luna a la oscuridad desconocida. —No podemos llevar los caballos adentro —indicó Kettering, bajándose cerca de las puertas. —¿Por qué no? —cuestionó Will, frunciendo el ceño. —Ningún animal ha estado dispuesto a entrar, ni siquiera las mulas —respondió Kettering—. Vamos solo con las mochilas y avanzamos a pie. Él tenía razón; los caballos se comportaron mal incluso antes de llegar a las puertas, moviendo las cabezas y haciendo sonar los frenos, el aliento helado a la luz de la luna.

Nada entraría de noche, excepto ellos. Oscuridad por delante y por detrás; se sentía como ser tragado. Sosteniendo lámparas en postes, pasaron por la entrada exterior, y no pasó mucho tiempo antes de que vieran las retorcidas puertas internas deformadas y golpeadas. Encogidos, pasaron a través de ellas. Kettering tomó la delantera. Las cámaras exteriores habían sido despejadas de derrumbes y escombros, y a lo largo de las paredes se habían instalado antorchas, aunque no encendieron ninguna de ellas. Se movieron a través de la oscuridad con sus dos lámparas oscilando en sus postes, manteniendo oculto su progreso y dirección. En un momento, Cyprian se dirigió hacia una entrada amplia, solo para encontrar que Kettering lo detenía. —No, ese es el camino hacia los cuarteles —mencionó Kettering—. Sigue las estacas con cuerdas. —Como un hilo a través de un laberinto, la línea con cuerdas dejada por los trabajadores de Sinclair los llevó más profundamente dentro del palacio. Caminaron quizás durante un cuarto de hora, hasta que llegaron a un montón de herramientas de trabajo abandonadas y una carretilla volcada. Allí Kettering se detuvo, levantando su lámpara para mostrar los objetos dispersos. —Aquí es donde los hombres murieron por la muerte blanca —afirmó Kettering. La cámara adelante no se había despejado. No había más estacas con cuerdas. Esto era tan lejos como habían llegado los hombres de Sinclair. Will miró hacia arriba. Si este era el lugar donde los hombres de Sinclair habían muerto, el lugar que buscaban debía estar justo frente a ellos. —¡Will! ¡Por aquí! —Cyprian estaba inclinado sobre una figura que yacía en las profundidades de la oscuridad. Trayendo su lámpara, Will vio un cuerpo blanco con ojos que miraban hacia el techo cavernoso. Kettering avanzó rápidamente y se arrodilló junto al cuerpo. —Otro de los trabajadores... debe haber sido dejado atrás —puntuó Kettering, angustiado. —¿Qué debemos hacer? —cuestionó Cyprian—. ¿Quemarlo? ¿Enterrarlo? —¡No! —espetó Kettering—. Cubran el cuerpo. Debería ser llevado a su familia.

Will dio un paso; un crujido bajo su pie. Miró hacia abajo. Había pisado un hueso de muñeca; bajo él había una caja torácica, una columna vertebral y un cráneo. —No es la primera persona que ha muerto aquí —se escuchó decir a Will. Kettering se estaba levantando, sosteniendo su lámpara en el poste. Lo que parecía a primera vista escombros dispersos o un suelo irregular eran montones de huesos. El horror apremiante casi hizo que Will se atragantara. Había miles de ellos. —Dijiste que cualquier hueso se habría descompuesto —reclamó Will a Kettering. —Deberían haberlo hecho —confirmó Kettering—. Estos huesos no son de la antigüedad; son más recientes... unos pocos cientos de años, quizás más. —Otro grupo que intentó entrar en la sala del trono —interrumpió Cyprian. Kettering movía la cabeza como si no entendiera. —Pero las puertas exteriores estaban selladas... —¿Crees que esta gente murió de la muerte blanca? —preguntó Will. —Rezo para que no lo hayan hecho. —Kettering parecía verdaderamente conmocionado. —¿Qué pasó aquí? —dijo James. Grace sostenía la otra lámpara y la estaba usando para seguir la cadena de destrucción. —Muchos de los huesos están agrupados aquí, cerca de las puertas —corroboró, la observación más perturbadora de todas. —¿Quieres decir que estaban tratando de salir? —inquirió Cyprian—. ¿Crees que quedaron atrapados aquí con algo? Will tomó una de las antorchas apagadas dejadas por los trabajadores de Sinclair. Los acercó a la pequeña llama de la lámpara de Kettering, y cuando se encendió, la levantó y la llevó a la boca de la cámara. Cientos de personas, cientos de años atrás. Era como si cualquiera que hubiera aventurado más allá de esta puerta hubiera sido derribado. Recordó la advertencia que leyó en Calais, en la letra de Gauthier. Ninguno puede entrar a Undahar y vivir. —Ninguno de ustedes debería seguir adelante —ordenó Will—. Es demasiado peligroso. —Comenzó a avanzar.

La mano de James en su hombro lo detuvo. —Estás bromeando. No vas a entrar solo —advirtió James—. Voy contigo. Para sorpresa de Will, Kettering también se adelantó. —Le pedí a mis hombres que entraran en este lugar. Debería estar preparado para entrar yo mismo. Cyprian y Grace asintieron. —Vamos también —animó Cyprian. —Vi a Katherine morir de la muerte blanca —declaró Will, mirándolos a cada uno—. No hubo advertencia, y no se podía detener. Eso es lo que están arriesgando. Pero vio en sus ojos que cada uno lo sabía y había tomado la decisión de todos modos. —Está bien —aceptó Will, viendo la determinación en sus rostros—. Pero yo voy primero. Ninguno toque nada y quédense detrás de mí. Eso les ganó asentimientos reacios. La mano de James en su hombro lo soltó. Will caminó hacia adelante con su antorcha en alto, los demás en parejas detrás de él. Alerta ante cualquier sentido de peligro o magia, el miedo era constante de que sus amigos cayeran al suelo detrás de él, su piel volviéndose blanca. ¿O era su propia presencia aquí la que los protegía, el rey regresando con su comitiva? No pienses en eso. Pasó por el vestíbulo, cuyas puertas gemelas yacían como dos gigantes de metal retorcido en el suelo. Y entró en la sala del trono del palacio. Por un momento, fue como si la antorcha iluminara todo y revelara una cámara de oro resplandeciente, el Rey Sol resplandeció en su trono brillante, la sala llena de suplicantes y celebración jubilosa, un disco dorado en los adoquines, un emblema solar debajo para igualar el esplendor del orbe ardiente arriba. Luego, Will parpadeó y vio que la habitación estaba oscura y vacía, con suelos de mármol negro y un largo y oscuro acceso a escaleras negras. Lo único que quedaba de su visión era el disco de oro incrustado en el suelo, pero ya no resplandecía como el sol. Parecía abandonado y frío. Sobre él se alzaba un trono pálido; hermoso y terrible, pareciendo hueso en la oscuridad. Su poder se podía sentir: el zumbido de la fuerza, una demanda de sumisión.

Se elevaba en horror dominante sobre la habitación, prometiendo a un conquistador el regalo de la violencia y la destrucción. —Un trono —chilló James—. Justo como dijiste. Will se vio a sí mismo subiendo los escalones para sentarse en ese trono pálido, los fantasmas del pasado elevándose a su alrededor desde estas ruinas aplastadas, una palabra suya devolviendo la gloria de aquellos días lejanos. Estaba en sus huesos, en sus dientes, en su cabeza. Habría dicho que el trono tenía hambre de ello, pero el hambre no estaba en el trono; estaba en él. James pasó por su lado, subió los escalones de dos en dos, y puso su mano en el reposabrazos tallado, volviéndose para mirarlo. —Probémoslo. ¿Cómo se siente ser un rey? —¡No! —Will agarró el brazo de James cuando comenzó a sentarse, tirándolo hacia atrás. Se miraron, la acción inmediata e instintiva de Will no fácil de explicar. —¿Lo quieres para ti mismo? El tono de James hacía una broma al respecto, pero tan cerca del trono estaba respirando superficialmente. Y Will... Will se había acercado demasiado, y ahora el trono estaba a solo un paso, su altura pálida se cernía sobre él, y conocía la sensación de sentarse, las sedas negras de sus túnicas extendiéndose a su alrededor, y saber que tenía poder sobre todo ante él... —No —aseguró Will—. Nadie se sienta en él. Esperaba que James resistiera. Pero después de un momento tenso, James encogió los hombros, relajándose y retrocediendo como si no tuviera importancia. —Está bien. Un poco más de luz. Kettering estaba subiendo los escalones con su propia antorcha, usando el estrado como una especie de mirador para inspeccionar la sala del trono. Grace y Cyprian se acercaban, pero su presencia solo parecía resaltar el vacío de la cámara. Nada más era visible. —¿Es esto lo que Sinclair buscaba? ¿Un trono? —Cyprian sonaba despectivo, un poco confundido. —Es simbólico —reprendió James. —Los lugareños creían que se liberaría un gran mal —enfatizó Will, negando.

Grace habló: —Y el Anciano Guardián dijo que lo que Sinclair buscaba era una amenaza mayor que el regreso del Rey Oscuro. Kettering se giró hacia James. —¿Puedes pensar en lo que el Rey Oscuro podría haber ocultado aquí? ¿O tal vez conoces la ubicación de un escondite, una puerta secreta? —¿Por qué debería saberlo? —cuestionó James. —Has estado aquí antes —respondió Kettering, levantando su antorcha para mostrar lo que yacía en el estrado. Una gruesa cadena de oro, enrollada al pie del trono. Una fijación permanente, estaba atornillada en un extremo al mármol negro. Evocaba la imagen de una bestia magnífica encadenada a los pies de un rey, Sarcean inclinándose distraídamente para rascar a su exótica mascota. Pero no era un dragón ni un leopardo lo que había sido encadenado aquí. El otro extremo de la cadena tenía un broche engastado con rubíes rojos. Humillación en las mejillas de James, del mismo color. Levantó la vista, como desafiando a todos a comentar. Nadie lo hizo, pero el silencio ardía. —A él le gustaba presumir de sus posesiones —declaró Kettering, y fue el turno de Will sentir cómo ardían sus mejillas. —Todos lo sabíamos —aceptó Will. —Es una declaración. ¿Lo ves? He domado al campeón de la Luz. No puedo pensar en una muestra mayor de su poder. Anharion en exhibición para cada visitante, cada cortesano, cada vasallo. Arrodillado a sus pies, vestido no con armadura, sino con pintura y sedas para mostrar que por la noche él... —Ignoren eso —pidió Will—. Estamos aquí por algo más. Kettering levantó su antorcha, mirando nuevamente hacia la oscuridad de la sala del trono. —Aparte del trono y la cadena, esta habitación está vacía. —Dispérsense y busquen —ordenó Will—. Pero tengan cuidado. Si sienten o ven algo fuera de lo común, no se acerquen sin mí.

—Ni siquiera sabemos qué estamos buscando —reclamó Cyprian. —Sabremos que estamos cerca cuando alguien muera a causa de la muerte blanca. —James ni siquiera lo dijo con su habitual humor irónico, en cambio, con tono sombrío y práctico. Kettering tenía razón: caminar a lo largo de la sala revelaba una cámara vasta pero vacía, con pilares negros que se elevaban en una avenida hacia el estrado. El suelo mismo era de mármol negro cubierto de escombros. La única otra característica dominante era el inmenso círculo de oro incrustado en el suelo. Una vez la representación de un sol dorado, parte de la gloria resplandeciente en blanco y dorado del Rey Sol, ahora proporcionaba un contraste inquietante con el mármol negro que lo rodeaba. ¿Por qué Sarcean lo había conservado? Will se preguntó. La respuesta volvió a él: Para pisotearlo. —Hemos pasado por alto algo. Está aquí —señaló Will cuando volvieron al estrado. —Te creemos, Will. Es sólo que... —se detuvo Grace. —Está aquí. —De alguna manera. En algún lugar. —¿Los hombres de Sinclair ya han estado aquí? ¿Limpiaron la habitación? — preguntó James. —No, te lo dije, abandonamos el trabajo cuando los hombres murieron — comenzó Kettering—. Además, lo viste por ti mismo: esta cámara estaba intacta. —Separémonos —pronunció Will—, y limpiemos los escombros. Vamos a encontrar lo que sea que esté aquí. *** Las horas que pasaron limpiando escombros del suelo sólo revelaron más losas de mármol negro que no se movían ni daban vueltas. —Si este lugar fue alguna vez el Palacio del Sol, ¿cómo cayó ante el Rey Oscuro? —preguntó Will a Kettering mientras buscaban.

—Sarcean luchó contra el Reino del Sol durante años antes de conquistarlo — dijo Kettering—, atacando desde el norte, pero incapaz de derrotar la magia combinada de la Dama y el Campeón de la Luz. Nadie sabe cómo cayó. Entonces Sarcean había abandonado el Palacio del Sol, pensó Will. ¿Y luego qué? ¿Había crecido su propio imperio en el norte? ¿Había fijado su mirada en el reino del Sol? ¿Años de guerra abierta, enfrentándose a Anharion en el campo de batalla? ¿Hasta que lo capturó y le puso el Collar alrededor del cuello? Mientras Kettering y los demás dirigían sus miradas hacia el extremo lejano de la cámara, Will se encontró en los rincones oscuros detrás del trono. En todo momento, podía sentir su presencia, cerniéndose sobre él. Instintivamente, todos lo estaban evitando. Los pasos lo sorprendieron. El cabello de James brillaba a la luz de la antorcha, una corona dorada propia, ligeramente alborotada por los dedos que se había metido en él. Will se preguntó cómo James lo cepillaría en su estilo elegante lejos de las comodidades de la excavación. Sintió, luego extinguió, el deseo de pasar sus propios dedos por él. —Si yo estuviera usando el Collar —pronunció James en voz baja—, no necesitaría una cadena. —No —coincidió Will. —La cadena estaba ahí porque le gustaba verme con ella puesta. Will, que se había dado cuenta de esto, permaneció en silencio. —Hay algo que tengo que mostrarte. —James miró hacia la cámara, como asegurándose de que nadie estuviera mirando. Cuando vio que los demás se habían alejado y que él y Will estaban ocultos detrás del trono, James sacó una forma envuelta en un paño de su mochila. El estómago de Will cayó, reconociendo la forma. Antes de que Will pudiera detenerlo, James retiró el paño. Dorado y rojo reluciente, quería estrangularlo, envolverlo; lo quería dorado, adornarlo. Un círculo de opulencia sádica que rogaba por la garganta de James. El Collar. Will se apartó de él, mirando a James con el corazón latiendo con fuerza. —¿Lo trajiste aquí?

—¿Qué pensaste que había hecho con él? —No sé, yo... —Will se detuvo, sintiendo su pleno impacto, repugnantemente seductor—. ¡¿Por qué lo tendrías contigo?! —¡Porque sí! —La respuesta de James estalló con emoción incluso mientras mantenía su voz susurrada. Se interrumpió, mirando de nuevo hacia los demás, sólo continuó cuando vio que estaban demasiado lejos para escuchar—. Porque él quiere estar alrededor de mi cuello —aseguró James, aún más en voz baja, con un sentimiento aún mayor. —Razón de más para mantenerlo a distancia. —Su propia respuesta susurrada mientras volvía a cubrirlo con el paño. —No puedo —confesó James—. No puedo ocultarlo. No puedo encerrarlo. —No importa dónde James lo escondiera, sería encontrado. Y la persona que lo encontrara sentiría la necesidad de poner el collar en él. Will recordó las palabras de Kettering: «Estos objetos tienen su propia agenda. Como cosas ciegas buscando en la oscuridad»—. Saber que estaba ahí afuera no me dejaba pensar, no podía dormir —reveló James—. Estaría buscándome cada día. Ningún océano es lo suficientemente profundo. Ningún fuego puede derretirlo. James lo había estado cargando todo este tiempo. Will lo miró fijamente. —Cuando estabas débil por la puerta, esos soldados que nos capturaron, cualquiera de ellos podría haberlo tomado y ponértelo. Se dio cuenta con horror que al decirlo James ya lo sabía, y aun así se había agotado por ellos. James se había agotado sabiendo todo lo que arriesgaba, mucho más de lo que cualquiera de ellos se había dado cuenta. —Tú no lo harías —retó James, y la piel de Will pareció apretarse—. Tuviste la oportunidad de ponérmelo en Londres. Y no lo hiciste. James encadenado a esa cocina, girando bajo las manos de Will para exponer su cuello. Su carne había temblado bajo su camisa, y Will también había sentido el estremecimiento, manteniendo sus manos en el cuerpo de James más tiempo del necesario. —Quería hacerlo.

La confesión simplemente salió. No tenía que recordar lo difícil que había sido resistirse al Collar. Podía sentirlo ahora, casi podía verse a sí mismo alcanzando, deslizando el cálido oro alrededor del cuello de James. Su cadena sin usar yacía junto al trono, una canción de sirena: el Collar abierto, la cadena lista, el trono vacío, cada uno de ellos llamando. —Deberías guardarlo. Realmente, no es seguro... —La tela se deslizó como un negligé cayendo al suelo. El oro desnudo y los rubíes los golpearon a ambos con su poder. Will lo sintió en los dientes. Los ojos de James fueron engullidos por la pupila. —Alguien lo hará eventualmente. —No sabes eso —señaló Will. —Lo sé. Lo siento. Mi pasado. Mi futuro... Tomó la mano de Will y la puso en el Collar. —Alguien lo hará. —Abrasar, tocar el metal con su mano desnuda, sentir su calor y su necesidad. —Si alguien lo va a hacer —continúo James—, quiero que seas tú. Will lo tenía empujado contra el respaldo del trono antes de darse cuenta. Oro caliente en sus manos, mientras James hacía un sonido y se volvía dócil como si ese mismo oro caliente corriera como dulce necesidad por sus venas. —Hazlo —pidió James. Su camisa estaba abierta, su cabello dorado desordenado alrededor de su rostro, sus ojos vidriosos y entregados. James parecía que ya se había rendido, queriendo entregarse, deseando que el broche se cerrara—. Ponlo en mí. Will apretó los dientes y convocó cada partícula de fuerza de voluntad. Agarró la tela y la envolvió alrededor del Collar. Al instante de estar cubierto, su poder disminuyó. Bajo sus manos, la mirada aturdida desapareció de los ojos de James. Respirando superficialmente, Will se dio cuenta de que aún tenía a James apresado al trono. Una mirada mostró a los demás todavía al otro lado de la habitación. Pero cualquiera podría haberlos visto. Will miró hacia el trono pálido, su sombra extendiéndose sobre ambos. Se dio cuenta de cuán poco control había tenido James sobre sus acciones, cuán fuera de control se sentía él mismo. Se apartó, con las mejillas ardiendo.

—Cualquier otro lo habría hecho. —James mojó sus labios, mirando a Will desde donde permanecía tumbado contra el trono. Su pose seguía siendo en rendición, sin resistencia. —Estás probándome —señaló Will—. No deberías. —¿Por qué no? Eres el héroe perfecto, ¿cierto? —No soy tu salvación —espetó Will. —¿Vas a dejar que alguien más me lo ponga? Dejar que alguien más... —No —habló Will, la vehemencia de sus palabras sorprendiendo tanto a James como a él mismo. Y luego—: Debe haber una forma de destruirlo. Cuando esto termine. Encontraremos un camino. —Dejó que las palabras calaran, los ojos azules de James abiertos de par en par—. Si aún quieres que te ordene después de eso, puedo hacerlo. James soltó un aliento asombrado que era parte risa, como si no pudiera creer que Will hubiera dicho eso. —Dios, no eres como los demás —ironizó James. —Tampoco lo eres tú —reviró Will. Dijo bajo y suave—: Guarda el Collar. Sígueme porque quieres. —Lo estoy haciendo. Lo quiero. Mierda. Escondió el Collar fuera de la vista. Will sintió un alivio instantáneo y reprimió la decepción simultánea. Intentó olvidar que el Collar estaba allí. No pudo. —Mierda —espetó James de nuevo, arrojando su brazo sobre su rostro, como si sólo ahora se diera cuenta del borde al que los había llevado a ambos. —Va a empeorar —advirtió Will—, cuanto más tiempo estemos aquí abajo. — Probablemente empeoraría cuanto más tiempo James llevara el Collar. Se preguntaba cuántas decisiones e interacciones de James habían sido impulsadas por él, o a qué había llevado a James a hacer ya. James poniendo las manos en su cintura y susurrándole al oído que hiciera magia, James desafiándolo a dormir a su lado en sus habitaciones; por todo lo que sabía, todo eso podría haber sido obra insidiosa del Collar. O si no era el artefacto, era el susurro seductor del pasado: una y otra vez, James se había lanzado de nuevo al papel de leal general en lugar de buscar la libertad. ¿Qué era la decisión de James de seguir a Will sino ecos de su vida anterior?

Si el Collar estaba erosionando la resolución de James, Will tendría que ser fuerte por ambos, y lo sería. Por todo el tiempo que fuera necesario. James dijo: —Me hace sentir mejor saber que tú también lo sientes. —Realmente no debería —expuso Will. James se movió para mirarlo. —Sigo pensando... cuando era niño, y Simon me hablaba de mi poder, de lo fuerte que iba a ser, pensé que podría mostrárselo a mi padre. Pensé que podría tomar mi poder y hacer algo importante con él. Algo tan grande e importante que demostraría que tenía razón al tenerlo. Hasta que entendí para qué era. —¿Para qué era? —Para él —murmuró James. Él. Sarcean. Tirando de los hilos detrás de todo—. Pero quizás no tiene que ser así. Quizás podría ser para... James se interrumpió. —Eres bueno haciendo que la gente hable, ¿verdad? —¿Lo soy?’ —Sí. Con sólo mirar esos grandes ojos oscuros. Di algo sobre ti por una vez. Esto era más fácil, simplemente mirar a James, como si fueran dos amigos compartiendo secretos. —¿Como qué? —cuestionó Will. —No sé. ¿Cómo fue crecer siendo el salvador de la humanidad? —No hay mucho que contar. —Will encogió los hombros con indiferencia, un hombro—. Mi madre era estricta; no hacíamos mucho. —Hay que proteger al elegido —indicó James—. Apuesto a que eras un niño muy consentido. Todos pendientes de ti. —Algo así —declaró Will, con una sonrisa relajada. —Puedo verlo. Arropándote por la noche. Mimándote cuando estabas enfermo. No me extraña que hayas salido como saliste. Otra sonrisa. Mentir era fácil. —¿Y cómo salí?

Había esperado que James respondiera con otro comentario ingenioso. Pero James lo miró y dijo: —Alguien en quien creo que podría salvar este lugar. —Y luego, tan silenciosamente que Will casi no lo oyó—: Alguien en quien creo que podría salvarme a mí.

Traducido por Kasis Corregido por Noeliapf La cabaña de Ellie Lange estaba en las afueras de Stanton, un puesto de avanzada antes de que el pueblo diera paso a las colinas oscuras. El paisaje alrededor de la cabaña era extraño, con grandes surcos y lugares donde las cosas estaban desnudas y muertas. Incluso el jardín era extraño, pensó Elizabeth, con partes de él cubiertas de maleza y otras desprendiendo roca negra y tierra. Mientras caminaba por el sendero con Polly y Visander, Elizabeth estaba nerviosa, un sentimiento al que no estaba acostumbrada, al menos no este nerviosismo y sensación de náuseas. Nunca había conocido a nadie que hubiera conocido a su madre. No contaba a Will, que mintió sobre todo. Desearía que Katherine estuviera aquí para que pudiera tomar su mano. En cambio, apretó sus manos en dos puños. Polly golpeó la puerta azul con su aldaba de bronce, y apareció una ama de llaves de rostro severo vestida de negro, con el cabello gris recogido en un moño severo. —Señora Thomas —saludó Polly a la ama de llaves y levantó la cesta que había traído, con su cubierta de tela casera—. Estamos aquí para ver a la tía. Hemos traído una cesta. La señora Thomas no miró la cesta con su ofrenda de productos horneados. —La señora Lange no se encuentra bien hoy. —Puede que tenga uno de sus buenos momentos. —Polly no se dejó disuadir—. Podemos esperar y ver. La señora Thomas no parecía estar de acuerdo, pero se apartó de la entrada. —Es su tiempo el que están desperdiciando. —Gracias, señora Thomas —agradeció Polly, y Elizabeth la siguió hacia la sala de estar.

La habitación tenía una chimenea con una parrilla, papel tapiz verde, una cornisa, cenefas y zócalos. Un conjunto de sillas con reposapiés y un sofá llenaban el espacio, cortinas de terciopelo pesado cerradas sobre sus grandes ventanas. Visander entró primero y revisó la puerta y las ventanas, asegurando la habitación con ese tipo de economía de movimiento que Elizabeth asociaba con Cyprian. Luego se quedó en alerta junto al sofá, observando ambas salidas. Elizabeth se sentó con cautela en el sofá junto a él. Polly le sonrió. —No parece tan diferente a cuando tu madre se quedó aquí. Los ojos de Elizabeth volaron hacia su rostro. —¿Ella se quedó aquí? —En esa habitación al otro lado del pasillo —señaló Polly—. La última vez fue hace unos diez años. Dio a luz aquí, en esta casa. Elizabeth no necesitaba ser un genio matemático para hacer esos cálculos. —Y luego me dio en adopción. Como a mi hermana. Para su sorpresa, Polly asintió. —Fue mi hermano quien ayudó a encontrarles un hogar a ambas. Trabajaba en el hogar de un caballero. El señor Kent. Él y su esposa querían hijos. Alguien a quien criar. Eran demasiado mayores para pretender que eras suya, así que acordaron decir que eras su sobrina. Elizabeth miró alrededor de la habitación. Sentía que debería recordar este lugar, pero no lo hacía. Pensó en su tía y tío, y en su acogedora casa en Hertfordshire. Nunca habían asumido el título de padres, quedándose en el nivel más remoto de guardianes. Su verdadera familia había sido su hermana. Katherine a veces jugaba a ser mamá con muñecas cuando eran pequeñas. ¿Habría recordado Katherine a su madre? ¿Cuántos años tenía cuando fueron separadas? ¿Lo suficiente como para tener algunos recuerdos vagos? ¿Recordaría esta casa? Elizabeth miró al soldado del viejo mundo, de pie en alerta en el cuerpo robado de su hermana, y sintió un ardor intenso de ira, porque Katherine debería estar aquí con ella. —Voy a ver a la señora Lange —anunció Polly—. Ustedes dos esperen aquí.

Elizabeth se levantó de inmediato del desgastado sofá. No quería estar sola aquí con Visander. Sintiéndose casi repelida por su presencia, se encontró en el pasillo, fuera de la habitación donde su madre se había quedado. La puerta estaba abierta. Al haber crecido sin una madre, nunca había deseado realmente una. Su infancia en Hertfordshire la había pasado trepando por establos y corriendo por los bosquecillos, encontrándose con ranas, grillos, conejos y nutrias, lo que la mantenía completamente ocupada. Sus tíos nunca le contaron historias sobre su madre. Sólo dijeron que era una dama que murió dando a luz. El ligero misterio fue motivo de conversación; cuanto más hermosa se volvía Katherine, más persistentemente los comentarios las seguían. Defensivamente, Elizabeth siempre había insistido en que su madre era una dama, pensando, a partir de susurros y chismes, que tal vez no lo era. Ahora se imaginaba a su verdadera madre. Huyendo de Simon, había venido aquí para dar a luz y luego entregó al bebé a otra persona. Para protegerla, había dicho Will. De repente, a Elizabeth se le ocurrió que ella era ese bebé. Ya había estado aquí, como un bebé de cara roja. La habían sostenido en brazos de su madre y luego la habían entregado a otros brazos. Este era su lugar de nacimiento, esta casa medio escondida en las colinas. Caminó más adentro, buscando fantasmas. La habitación no era una sala de partos ni siquiera un dormitorio. Era una sala de estar, bastante austera, con una sola mesa y cuatro sillas. Tenía una ventana con una vista inquietante de una de esas franjas desnudas de tierra afuera. No había señales de que hubiera habido una cama. Elizabeth buscó cualquier indicio de su madre. No encontró ninguno. —Si me preguntas, eres afortunada de que te haya abandonado. Elizabeth se sobresaltó y se volvió para ver a la señora Thomas en la puerta, su rostro duro y surcado, inexpresivo. —¿Qué quiere decir? Al principio parecía que la señora Thomas no respondería. Y luego: —Tenía una relación anormal con ese chico.

—¿Chico? —Will. Will había estado aquí. Elizabeth sintió que los vellos de sus brazos se erizaban. —Lo mantenía encerrado. Habría tenido seis o siete años —comenzó la señora Thomas—. Un niño bien educado. Ella lo trataba como a un criminal. Lo ataba al poste de la cama. Y la forma en que lo miraba, como... —¿Cómo? —Se liberó cuando ella dormía. Salió a ver al bebé. Es natural que a un niño le interese una hermana. Se volvió loca cuando se despertó y lo vio con el bebé. Ella... bueno, es mejor no hablar mucho al respecto. No era la historia que esperaba escuchar sobre una madre que nunca había conocido. Le dio esa sensación nerviosa de nuevo. Elizabeth puso su mano alrededor del medallón. ¿Cómo había descrito Will a su madre? Recordó a Will diciendo: Ella me crio lo mejor que pudo. —Le llevé un poco de pastel de riñón, y fue como si hubiera ganado un amigo para toda la vida. Me seguía por todas partes, charlando, ayudándome con las tareas. Nunca se quejó una vez de sus contusiones, pobre chico. Y te diré esto... »En esa época, un hombre adinerado estaba alojado aquí con su esposa. Era un terror para el personal, ponía sus manos sobre las criadas. Puso sus manos sobre mí. Bueno, una lámpara se volcó en sus habitaciones, prendió fuego a sus ropas y pertenencias. Se fue al día siguiente. El chico nunca dijo nada, pero supe que fue él. Lo hizo por mí. Un chico astuto. Y leal. —La ama de llaves dijo—: Ella lo miraba como si quisiera matarlo, si tan sólo hubiera tenido el valor. Un sonido desde la puerta hizo que Elizabeth se volviera. Polly estaba de pie con una mano en el umbral, expectante. —La señora Lange ha vuelto en sí —señaló Polly—. Si van a hablar con ella, es mejor que vengan ahora. *** La habitación estaba oscura, con la quietud sofocante de una habitación de enfermo. Una cortina de terciopelo pesado estaba cerrada en la única ventana de la habitación, envolviéndola y amortiguándola.

—No le gusta la luz —comenzó Polly, las palabras eran un murmullo. Mantenía la pequeña lámpara que sostenía medio cubierta con la mano y la apoyaba en la cómoda junto a la puerta, lo más lejos posible de la cama. La habitación estaba llena de sombras. —Señora Lange —llamó Polly—. Son las chicas de Eleanor, venimos a verte como hablamos. —¿Quiénes? —cuestionó la señora Lange. —Se le olvida —advirtió Polly—. Caras. Personas. No lo tomes personal. A veces piensa que es lunes cuando es viernes. A veces piensa que han pasado diecisiete años. —Hizo señas a Elizabeth y Visander para que se unieran a ella junto a la cama. —Las chicas de Eleanor. Se lo dije —repitió a la anciana. La señora Lange era una mujer de quizás sesenta y cinco años, con ojos llorosos, un rostro lleno de arrugas y cabello gris que caía de un gorro blanco. Yacía en el centro de la cama, con la cabeza en su única almohada. Levantó la mirada hacia Elizabeth y Visander. —Eleanor —pronunció la señora Lange a Visander. Elizabeth sintió una sensación fantasmagórica, como si su madre estuviera en la habitación, cuando era sólo Visander con la luz de la vela en su rostro. En el rostro de Katherine. —Es una niña —señaló la señora Lange. —¿Qué? —cuestionó Visander, frunciendo el ceño. —Tu hijo —puntuó la señora Lange a Visander—. Va a ser un niño. —Lo siento —concordó Polly a Visander—. Se confunde. Vive principalmente en el pasado. Y eres el vivo retrato de Eleanor. —Es fuerte y saludable —aseveró la señora Lange—. Y estás tan avanzada. Ocho meses. Will, pensó Elizabeth de nuevo. Está hablando de Will. Miró a la anciana que revivía el pasado. —Será difícil matarlo —interrumpió la señora Lange—. Pero has venido justo a tiempo. A Elizabeth le recorrió un escalofrío de agua fría. —¿Matarlo? —preguntó ella.

La señora Lange empezó a retorcerse en la cama, moviendo la cabeza de un lado a otro y sus extremidades moviéndose de manera extraña. —Ar ventas. Ar ventas, fermaran —pronunció la señora Lange. A su lado, Visander dio un paso hacia atrás, con los ojos bien abiertos. —¿Cómo conoces ese idioma? —Fermaran, katara thalion —continuó la señora Lange. —¿Qué está diciendo? —preguntó Elizabeth. —Eleanor —gritó la señora Lange—. Él está luchando contra mí. Está luchando. —¿Quién está luchando? —pidió Elizabeth. —¡El niño! ¡Oh Dios, Eleanor! ¿Qué me has traído? —Y luego—: Es demasiado fuerte. Es demasiado fuerte, no puedo... Volvió a hablar en el lenguaje del viejo mundo. —Dijiste que era una partera —señaló Visander. —Lo es. Lo era —aceptó Polly—. Te dije, tiene estos episodios. No sé por qué. — Después del nacimiento de tu hermano, mi tía, recordó Elizabeth que decía, se enfermó. —No deberíamos haber venido aquí —confesó Visander—. Esta mujer no puede ayudarte. —No entiendo —continuó Elizabeth—. ¿Qué pasa? —Intentó matar al niño. Pero su magia era demasiado poderosa. Nada podía evitar que naciera, y el intento rompió su mente. —Visander indicó—. Sus efectos están grabados en la tierra. Puedes verlo afuera. Los grandes surcos en el paisaje, roca desprendida como si el suelo se hubiera derretido, y nada creciendo allí incluso después de diecisiete años. —No puede ayudarte. Su mente está fracturada. Su curación natural detuvo parte de ello, pero está atrapada entre el pasado y el presente, y no puede decir la verdad. —Polly —chilló la señora Lange, mirando hacia arriba, sus ojos claros. Por un momento fue como si una fiebre se hubiera roto. Se veía como ella misma. —Así es, señora Lange. Soy yo. Estoy aquí con las hijas de Eleanor. —Las hijas de Eleanor —exclamó ella. —Muéstrale el medallón —le pidió Polly.

Después del cambio de ritmo, Elizabeth estaba con nerviosismo por mostrarle algo que pudiera provocarla de nuevo. Se acercó vacilante. Sacando el medallón de la parte delantera de su vestido, lo sostuvo, pensando mientras se balanceaba en su cordón que la habitación estaba casi demasiado oscura para ver. —Redlan George dijo que viniera a ti —balbuceó Elizabeth—. Después de que vio esto. —¡El medallón de espino! —conjuro la señora Lange—. ¡El símbolo de la Dama! —Dijo que podrías ayudarme —continuó Elizabeth—. Que sabrías qué hacer. Los ojos de la señora Lange se abrieron completamente en los suyos. Un segundo después, la mano envejecida y con garras de la señora Lange se extendió desde las sábanas y agarró la suya urgentemente. —Debes ir con los Guardianes —estableció la señora Lange—. Eres la única que puede detenerlo... Debes ir con los Guardianes antes de que él te encuentre. O la oscuridad vendrá por todos nosotros. Elizabeth pensó en todos los Guardianes muertos que nunca había conocido. No podía ir a los Guardianes cuando ya no existían. Suponía que Grace y Cyprian aún estaban vivos, pero no eran exactamente Guardianes, y hablaban todo el tiempo sobre cómo no sabían qué hacer. Las palabras de la señora Lange llegaban demasiado tarde. Todo este viaje era un callejón sin salida. La señora Lange no sabía las respuestas. Ni siquiera sabía lo que estaba sucediendo afuera de su habitación. Elizabeth la miró, acariciando la mano que apretaba su brazo con fuerza. —No te preocupes. No tienes que preocuparte. Ya detuvimos al Rey Oscuro. La señora Lange soltó una carcajada loca demasiado fuerte en la pequeña habitación. —¿Detenerlo? —ironizó la señora Lange—. ¿No estabas escuchando? ¡Él ya está aquí! La ventana se rompió, y Elizabeth se giró hacia una vista repentina de un hocico negro que se abría sobre dientes afilados en mandíbulas gruñendo, y sintió el aliento caliente de un canino casi sobre ella. Polly gritó, mientras Elizabeth veía un remolino de oscuridad. Un sabueso sombrío. Había estallado a través de la ventana, con cristales esparciéndose por todas

partes. En el siguiente momento, Visander tiró de las pesadas cortinas y las arrojó sobre la criatura. Al levantarse del suelo, Elizabeth lo vio rodar con la manta retorcida, hasta que agarró un fragmento de vidrio y lo clavó hacia abajo. Hubo un terrible lamento, luego quietud. Polly y la señora Thomas miraban en estado de shock a Visander. Se puso de pie y se sacudió el vestido frente a la ventana abierta aullante, con la forma tosca frente a él. Para confirmar la muerte, apartó la cortina que lo envolvía. El sabueso sombrío yacía muerto, una criatura horrenda, parte pesadilla, parte perro. Desde fuera de la ventana venía el aullido de otras bestias, como si estuvieran conectadas con su compañero perdido. —Vendrán a esta casa, a menos que las llevemos lejos —señaló Visander. Polly se sacudió. —Hay un sótano por donde tu madre salió la última vez —confesó—. El túnel te llevará hasta la cresta de la colina. —Llévanos allí —pidió Visander.

Traducido por Kasis Corregido por Noeliapf Sarcean entró en el jardín como una sombra que caía sobre el día. No le resultó difícil encontrar su camino de regreso al palacio, incluso después de meses de ausencia. Conocía cada secreto de sus senderos. Ella lo estaba esperando, hermosa como la luz moteada. Había imaginado que reunirse con ella en secreto se sentiría sórdido. Pero se sorprendió una vez más por la aguda intensidad genuina de sus sentimientos. La proximidad a ella era dolorosa, tanto ahora como en su única noche catastrófica juntos. Ella dijo:

—No pensé que vendrías. —Me llamaste —respondió él, y tomó su mano y sólo sintió que temblaba una vez. Fue ella quien lo condujo, bajo árboles florecientes a lo largo de senderos sombreados, hasta el lugar donde se habían conocido por primera vez. No lo esperaba, y se sorprendió por lo que le hizo. En el aire fragante, era difícil respirar. Él la dejó hablar. Ella puso su mano en su pecho y le dijo que lo extrañaba. Le dijo que no tenía consuelo mientras él estaba ausente. ¿Era esto lo que se sentía al amar? La misma sensación desgarradora y mareada que tenía cuando miraba a Anharion, como si estuviera al borde de un abismo sin fondo. Acarició su mejilla con el pulgar, miró su rostro y dijo: —¿Cuándo vendrán los hombres del rey a arrestarme? —¿Qué? En sus ojos, el shock del reconocimiento, de ser vista. Retrocedió, escapando de su agarre, dejando el espacio entre ellos vacío —Si sabías que era una trampa, ¿por qué viniste? —Sonaba como si le doliera, y tal vez así era. Él dijo: —Me llamaste. Sus ojos se abrieron ampliamente. El sonido de los pasos blindados rompió el silencio antes de que pudiera hablar. Pensó que estaba preparado para eso. Pero al girarse para enfrentar a sus captores, sintió que su estómago caía y su pecho se vaciaba. Al frente de la Guardia del Sol, un brillante cometa dorado de justicia, estaba Anharion. Sarcean lo sintió: estar preparado para el golpe y, en cambio, recibió un cuchillo en el corazón, penetrante e inesperado. —Estás bajo arresto por alta traición —comenzó Anharion—. Por conspirar contra el rey, a quien has intentado embrujar en contra de su voluntad. Sarcean dijo: —Ustedes dos.

Los dos de pie uno al lado del otro tenían una similitud desgarradora, el abismo se profundizaba. Anharion era hermoso, el tipo de belleza inalcanzable que era doloroso de mirar. Sin embargo, Sarcean nunca había podido apartar la mirada. No podía apartarla ahora, lastimándose a sí mismo. —Embrujar al rey —repitió Sarcean—. ¿Es eso lo que te dijo? Casi sintió un destello de orgullo inesperado, finalmente lo suficientemente amenazador como para que el rey se moviera abiertamente en su contra. Bajo eso, el remolino de su enojo. Bajo eso, el primer giro de la maquinaria de su planificación fría y cuidadosa. —Por tus crímenes, pasarás el resto de tus días en la mazmorra —lo condenó Anharion. Miró ese rostro dorado y amado. —¿Y si lucho? —Sabes que mi poder es mayor. —¿Y si corro? —Te encontraré —declaró Anharion—. Siempre te encontraré. Intenta correr. Sarcean miró a la Guardia del Sol blindada de oro alineada detrás de su general. Tenían miedo, podía olerlo en ellos. Dejó que el silencio se extendiera, sintiendo cómo su terror alcanzaba su punto máximo, sus latidos retumbando detrás de sus caras cuidadosamente en blanco. Las esposas de obsidiana que sostenía Anharion eran gruesas y pesadas, cada pulgada tallada con símbolos, creadas para suprimir la magia, dejándolo indefenso. Sarcean extendió las muñecas, un gesto de sumisión que sorprendió a todos, incluso a Anharion, quien avanzó y cerró las esposas alrededor de las muñecas de Sarcean. Incluso Sarcean se sorprendió cuando apagaron su magia, una sensación sofocada y mareante. Fue llevado a la sala del trono. Una catedral de luz; radiante; impresionante. Fue construida para deslumbrar y elevarse, para exaltar y glorificar. Vio el Trono del Sol en la cúspide de su esplendor, un salón dorado con relucientes columnas y techos altos y centelleantes.

La ira de Sarcean ardía como ácido en sus venas, aunque no lo mostraba en sus gráciles miembros ni en su rostro. Espléndido e impersonal en su armadura ceremonial, el Rey del Sol lo miraba desde el trono. Anharion y la reina tomaron sus lugares en la tarima, alineados contra él como estatuas de oro inalcanzables. Todos los cortesanos del palacio estaban reunidos para observar. Podía sentir su placer al verlo humillado, junto con un destello de miedo de que aún pudiera encontrar alguna manera de escapar de las esposas. Ellos tenían razón al tener miedo. Él no sería misericordioso. —¿Ninguna última palabra, Sarcean? —Los ojos del Rey del Sol parecían divertidos. Pensó que sería fácil. No lo sería. —Las escucharás cuando se ponga el sol —advirtió Sarcean. Eso pareció divertir aún más al Rey del Sol. —¿Crees que tus aliados te salvarán? —cuestionó el Rey del Sol—. Su levantamiento ha sido erradicado. Todos serán arrojados contigo a la mazmorra. Tú y los tuyos terminarán sus vidas en la oscuridad y nunca volverán a ver el sol. No pudo evitar la risa que brotó de él. Un castigo terrible, de hecho, para aquellos de su tipo. —¿Crees que temo la oscuridad? —cuestionó Sarcean. En su trono, el Rey del Sol estaba en una postura ceremonial. Sus joyas centelleaban; las sedas que acompañaban su armadura caían brillando al suelo. Comandaba el salón, su legión solar, sus cortesanos y criaturas, un resplandor de autoridad. —Puede que no le temas ahora. Pero lo harás. —El Rey del Sol hizo otro gesto— . Aragas. Como un ojo que se dilata lentamente, se abrió la mazmorra. Will dio un respingo y volvió en sí. El pozo seguía abriéndose; se estaba abriendo dentro de él, toda su atención centrada en ello. Su corazón latía fuerte, el sueño era una parte arremolinada de él. Excepto que no era un sueño, era un recuerdo. Aquí, pensó. Aquí, aquí, aquí. Se puso de pie entre los escombros que estaba despejando y subió directamente los escalones de la tarima hasta el trono.

Detrás de él, escuchó a Cyprian, girándose sorprendido mientras lo rebasaba. —¿Will? —Will lo ignoró. El trono era una presencia pálida e imponente. Se paró frente a él, mirando su superficie de mármol como un antiguo hueso fino. Los demás se acercaban; podía escuchar los murmullos detrás de él: ¿Will? y ¿Qué pasa? y ¿Qué está sucediendo? Se sentó en el trono. Inmediatamente, fue asaltado por una visión de ser arrojado hacia abajo, cayendo profundo en la tierra, la luz desapareciendo sobre él. ¿Anharion había observado como arrojaban a Sarcean al pozo? ¿Había algún arrepentimiento parpadeado en esos hermosos ojos azules? Will no lo recordaba. Pero sí recordaba la larga caída, y la luz parpadeando sobre él, encerrándolo en la oscuridad debajo del trono para siempre. Ahora se sentó donde el Rey del Sol había dado la orden, mirando hacia ese gigantesco emblema solar en dorado estridente en el suelo de mármol negro. Will ordenó: —Aragas. El sonido chirriante de la piedra arrastrándose contra la piedra desgarró el aire, y el enorme sol en el centro de la habitación comenzó a moverse. Abriendo una creciente negra que se ensanchaba, su inmenso disco se deslizó hacia atrás hasta que donde había estado un sol, sólo quedaba un agujero negro. Undahar. El Eclipse. Oh Dios, eso era real. El pozo dentro de él era real. Había sido encarcelado allí abajo. Conmicionado, Will se levantó y bajó los escalones hacia él. La visión en su mente colgaba como las telarañas de un sueño. No quería bajar allí. Algo terrible y olvidado yacía en el fondo. Era una experiencia que no podía revivir. No, nunca más. Podía sentir a los demás reuniéndose a su alrededor en el borde. Estaban sorprendidos y desconcertados por sus acciones. También podía sentir eso. ¿Qué yacía allí abajo? ¿Qué era lo que ejercía esta terrible atracción sobre él? —¿Cómo supiste hacer eso? —preguntó Grace. No respondió mientras los demás miraban hacia abajo.

—Ugh, el aire está viciado —exclamó James, presionando su antebrazo contra su nariz. —¿Qué… qué es esto? —cuestionó Cyprian, mirando hacia abajo en la oscuridad. Kettering fue el último en acercarse, respondiendo con temor teñido de asombro. —Parece una mazmorra. Un pozo de prisión, donde a aquellos arrojados se les concede una muerte de pesadilla. La expresión de James se retorció. —Por supuesto que el Rey Oscuro tenía una fosa de prisión bajo su trono. Will lo miró. No, él no dijo. Es la Luz la que castiga con la oscuridad. —¿A dónde lleva? —dijo Cyprian. Will señaló: —Hacia abajo. Tomó una antorcha de Cyprian y la dejó caer. Una larga caída, la luz haciéndose más pequeña. Quedó en el suelo. A su alrededor había oscuridad. —Dame otra —pidió. Una vez que hubo cinco antorchas ardiendo en un círculo abajo, ataron una cuerda a la columna más cercana y la dejaron caer también en el pozo. Will dio un paso adelante y comenzó a descender. Era un largo camino, colgando en la oscuridad. Él recordó... Suciedad y hedor; la debilidad mareante de la sed y el hambre. El dolor punzante del casco. Retumbos amortiguados y voces resonando desde la sala del trono arriba. No sabía cuánto tiempo yacía antes de que su cabeza fuera levantada y el casco se quitara. No podía soportar la luz, tan débil como estaba. La figura que lo sostenía se desdibujó. Él vino. Cabello dorado y armadura dorada, Sarcean lo vio borrosamente, como una figura en un sueño. Siempre había sido como la luz del sol atravesando la oscuridad. Los sentimientos de Sarcean se agitaron en él, la esperanza que nunca había admitido, ni siquiera a sí mismo. «Bebe» ordenó, y Sarcean probó las aguas de Oridhes, vertidas desde una botella en sus labios.

Y entonces la figura se resolvió; y sí tenía cabello dorado, y sí llevaba el emblema del sol en el pecho. Pero no era sólo Anharion quien llevaba el sol. Estaba mirando al joven Guardia del Sol con quien había coqueteado. Sandy, le había puesto ese apodo al joven guardia esa noche, por su cabello del color oro pálido de la arena. —Sarcean. —Sandy estaba arrodillado a su lado, con el rostro lleno de preocupación desesperada—. Vine tan pronto como pude. Sarcean escuchó su risa sin aliento; no pensó que le quedara aliento. Sus ojos estaban húmedos, lágrimas que fluían por la luz punzante después de tanto tiempo en la oscuridad. —¿Qué es? —Los ojos de Sandy estaban llenos de preocupación. Sarcean sonrió débilmente. —Pensé que eras otra persona. —Fue un susurro, el susurro de papel seco. —No pude venir hasta que el rey y la corte se fueron a Garayan. —Esos ojos, llenos de preocupación por él—. Temía que la oscuridad te volviera loco. —Quizás, si hubiera nacido del sol —declaró Sarcean—. Pero mi poder proviene de la oscuridad. —Aquí, apóyate en mi hombro. —Llévame con mis hombres —solicitó Sarcean. Débil y delgado como estaba, cada paso le dolía, como si los huesos de sus pies rasparan sobre piedra fría. Pero estaba decidido. La luz desde arriba iluminaba un círculo en el suelo, pero se movieron hacia la oscuridad, donde formas perturbadoras e inmóviles se amontonaban en sombras. —Este lugar es antiguo —declaró Sarcean—. Estaba aquí antes de que se construyera el palacio, una formación natural en la roca. Traidores, asesinos, monstruos han sido arrojados aquí durante siglos. Mueren de hambre, o locura, o violencia hacia sí mismos u otros. Pero sacan los cuerpos. Deben hacerlo, o el pozo se habría llenado hasta el borde. Y la sala del trono apestaría por el hedor. Más de lo que ya lo hace. Pero la sangre permanece, y la memoria de la sangre, y en la sangre hay mucho poder. Los ojos de Sandy estaban abiertos de par en par. —¿Cómo sabes todo eso?

—Estudié este lugar. ¿No estudiarías la prisión donde tus enemigos te confinarían? —Casi hablas como si hubieras planeado ser capturado —denunció Sandy nervioso. Otra sonrisa sutil. —¿Lo hice? Sus aliados estaban muertos, todos menos uno, un herrero llamado Idane. Ojos vacíos lo miraban. Con la garganta seca, Idane intentó decir el nombre de Sarcean. —Está bien. —Sandy, el joven Guardia del Sol, trataba de tranquilizar a Idane— . Tu amo está aquí, él te sacará. —Dame tu cuchillo —solicitó Sarcean a Sandy a su lado. Sandy se lo entregó apresuradamente. Sosteniendo el cuchillo, Sarcean se arrodilló junto a Idane, sosteniendo su cabeza como lo haría con la de un amante. —Ayúdame —suplicó Idane, mirándolo. —Una recompensa por tu lealtad —distinguió Sarcean. Y con un corte limpio, le cortó la garganta a Idane. Sandy retrocedió horrorizado. —¡Lo mataste! —Estaba mirando a Sarcean con shock repulsivo—. ¿Por qué? Por qué lo harías... Sarcean lo miró y dijo: —Para renacer, debes morir. El pie de Will tocó el fondo. Eso lo sacó de la visión; parpadeó, soltando la cuerda y tropezando. Sentía como si él mismo hubiera cortado la garganta de ese hombre. Los primeros experimentos de Sarcean con la muerte. Sarcean había dejado los cuerpos de sus leales en el pozo. Más tarde, mientras el Rey del Sol rugía por la desaparición de Sarcean, serían sacados y enterrados. Pero Sarcean sabía lo que los demás no sabían: sus seguidores resucitarían. Enterrados dentro de las defensas mágicas del palacio, esperando sin ver ni oír hasta el momento en que Sarcean más los necesitara. Entonces, como semillas ciegas, brotarían.

Un macabro Caballo de Troya, para ayudarlo a tomar el palacio. Como Simon, parecía que Sarcean necesitaba sangre para devolver a la vida a las personas. Había elegido el pozo porque estaba empapado en ella. Y eso significaba... Las antorchas que habían dejado caer ardían a su alrededor en un círculo, iluminando unos pocos metros de espacio vacío debajo del pozo. Había montones de polvo bajo las antorchas. Will miró más allá de la luz. Una figura le devolvió la mirada. Dio un respingo hacia atrás. Un momento después, se dio cuenta de que estaba mirando un cuerpo, una cáscara con armadura como si hubiera sido momificado. Giró, sólo para ver otro rostro mirándolo desde la oscuridad. No eran estatuas, eran cuerpos, grotescamente congelados en su lugar. Levantando su antorcha,

vio

filas y filas

de

ellos,

extendiéndose

interminablemente en la oscuridad. Los demás descendían detrás de él. —No me gusta —exclamó Cyprian. —Es tan oscuro —continuó Grace—. La oscuridad es su propio peligro. No te aventures más allá de la luz. Y lo entendió, un mayor horror apoderándose de él, al darse cuenta de lo que estaba viendo. —No toquen nada —advirtió Will—. No toquen nada. —¿Por qué? ¿Qué es esto? —espetó Cyprian. —Es un ejército —señaló Will—. Un ejército de muertos. Se alejaba hacia la escalera de cuerda que colgaba. —Necesitamos salir. —Los demás no entendían—. Necesitamos cerrar este lugar para que nadie lo encuentre de nuevo. —Dios mío —chilló Kettering, levantando su antorcha hacia el más cercano de los cuerpos. Un yelmo negro centelleó frente a él, sus cuencas vacías—. Esto es real, está aquí, justo como en las leyendas... Los muertos llenaban cada rincón de la caverna. No sólo hombres muertos, sino criaturas muertas. Estaban rodeados por ellos. El espacio bajo el pozo era el único espacio vacío, un pequeño círculo lleno de polvo, como una isla de luz donde podían estar de pie.

—El ejército del Rey Oscuro —anunció Will—. Listo para regresar. La muerte de Idane en su visión había sido sólo el comienzo. Décadas después, Sarcean había ordenado a todo su ejército que muriera cuando él lo hiciera, para que pudieran regresar con él, y aquí estaban de pie. —Will tiene razón. No podemos quedarnos aquí. —James movía su propia antorcha, no hacia las figuras, sino hacia los suelos. La obsidiana negra brillaba debajo de las pilas de polvo, llena de escritura idéntica a las paredes en la prisión bajo la Sala de los Guardianes—. Este lugar está diseñado para bloquear la magia. —James sonaba más inquieto de lo que Will lo había escuchado nunca, como si lo hubieran arrojado al infierno y le hubieran dicho que no tendría fuerza mientras estuviera allí—. Necesitamos irnos. —Este se mató a sí mismo. —La antorcha de Kettering mostraba el puñal alojado en la garganta de la cáscara, su guantelete aún envuelto alrededor de él. Pasó su antorcha por los demás, todos con dagas sobresaliendo de sus cuellos—. Todos... se mataron a sí mismos... Las historias dicen que Sarcean les ordenó que murieran, y lo hicieron con sus propias manos... Cyprian se volvió hacia James. —Tus contemporáneos. ¿Reconoces a alguno de ellos? —¡No! —recalcó James, retrocediendo, completamente asqueado. Will miró las interminables filas de rostros. No podía imaginar matar a tantas personas. Una fuerza como esta podría extenderse por Europa y nada podría detenerla. Los cuerpos grotescos se mantenían erguidos como si estuvieran listos para marchar hacia la batalla, a pesar de sus formas podridas. De repente, sintió que cualquier cosa podría despertarlos. Un sonido, un movimiento... —Sinclair nunca puede encontrar esta cámara —sugirió Will—. No se le puede permitir encontrar este ejército, ni tener la oportunidad de levantarlo. —Demasiado tarde para eso —se burló Howell desde arriba, una figura iluminada por antorchas en la parte superior de la escalera de cuerda.

Corregido por Noeliapf Elizabeth salió del largo túnel hacia un corral de cabras, cuyos habitantes balaban nerviosamente. Podía ver la cabaña de Lange a lo lejos y oír los aullidos de los perros. Los perros de las sombras aún no habían vuelto a captar su olor. Visander emergió tras ella y estaba rompiendo su vendaje en tiras de tela ensangrentada y preparándose para atarlas a los árboles como había hecho antes. Elizabeth miró alrededor del corral de cabras. Recordó haber perseguido al señor Billy con Katherine durante horas después de que él salió y no atraparlo. —Si los atas a las cabras, nos dará más tiempo. Visander la miró sorprendido. Pero él asintió, ató tiras alrededor del cuello de las cabras y luego abrió la puerta de madera, liberándolas para correr en todas direcciones. Es extraño lo rápido que incluso un corazón roto se adaptaba: apenas parpadeó al ver a Katherine vadeando el barro, abriendo troncos con fuerza, persiguiendo cabras y luego agarrando una horca como arma rudimentaria. —No podemos escapar a pie. Necesitamos caballos. —Visander habló sosteniendo la horca—. Están de vuelta en la casa de Polly. La casa de Polly no estaba cerca de la de la señora Lange y les obligó a rodear el pueblo hasta llegar a los caballos y alejarse. Salieron a medio galope por las verdes laderas, Elizabeth instó a Nell a avanzar y Visander montó un caballo bayo recién robado y llevaba la horca como si fuera la lanza de un caballero. Al principio oyeron los aullidos de los perros resonando por las colinas, pero luego incluso ellos se apagaron. Sólo se detuvieron cuando estaban a horas de distancia, en un valle diferente, y desmontaron en un arroyo para abrevar a los caballos. Al llevar a Nell a la orilla del agua, Elizabeth descubrió que le castañeteaban los dientes y que en su mente todavía resonaban las palabras de la señora Lange. Que el

Rey Oscuro ya estaba aquí. Elizabeth sabía lo que eso significaba. Que el Rey Oscuro había nacido en su cabaña. Que el Rey Oscuro era el hijo de Eleanor. Will. Le hizo sentir escalofríos. Pensó en todas las veces que él le había sonreído casualmente. Todas las veces que les había dado consejos a los demás y ellos lo habían seguido. Le había estado mintiendo a todo el mundo. Es un mentiroso. Había intentado decírselo a todo el mundo. Le había mentido a su hermana. Les había mentido a sus amigos. Mentir no estaba bien. Ella les había dicho. —Esa partera creía que el Rey Oscuro nació en su casa —dijo Visander, haciéndose eco de sus pensamientos—. Nacido de uno de los descendientes de la Reina. Una violación obscena, incluso para Sarcean. Ella dijo con voz ronca: —Su nombre es Will Kempen. —¿Lo conoces? ¿Te has reunido con el Rey Oscuro? —Visander clavó un extremo de la horca en el suelo mientras se arrodillaba, agarrando su hombro con urgencia—. Portadora de luz, ¿ha intentado hacerte daño? La estricta honestidad la obligó a decir: —No. Pensó en él en lo alto de las almenas, sentado a su lado con el pantano abierto extendiéndose ante ellos. Podría haberla matado entonces. Una sola mano en medio de su espalda. Un solo empujón. O la noche que ella lo enfrentó en los establos. Habían estado juntos y solos. Podría haberle hecho cualquier cosa. Se sentó a su lado, le dio el medallón que la había ayudado y le habló en voz baja sobre su madre. Mintiendo. Ella estalló: —Es un acosador. Siempre está merodeando. Hizo que mi hermana se enamorara de él. Y luego ella m-murió. —¿Él sedujo este cuerpo? Ella frunció el ceño. —No exactamente.

Era difícil decir exactamente qué había hecho, excepto aparecer, después de lo cual Katherine había pasado horas mirando soñadoramente por la ventana, esperando todos los días su regreso. Ella había salido del salón tras él, con toda su atención fijada en él, mientras que la suya estaba fijada en Simon. Katherine lo había mirado como si él fuera su mundo, y él la había mirado como si su mundo estuviera lleno de secretos y preocupaciones. Pero para su sorpresa, Visander asintió. —Sí, esa es su manera. Su poder aumenta en la oscuridad. Cada acción parece inocente en la superficie y tiene zarcillos oscuros creciendo debajo. Visander respiró hondo y pareció mirar el campo. —Cuéntame todo lo que sabes de él. Elizabeth abrió la boca para responder y luego se detuvo. ¿Qué sabía ella realmente sobre Will? Cabello oscuro, piel pálida y ojos intensos, pero sin historia de la que hablar. Ella frunció el ceño y pensó. —Hace las cosas en secreto. Actúa de manera diferente con diferentes personas —pensó más profundamente—. Es bueno pensando. Todos hace lo que dice, aunque él no esté a cargo. —El rostro de Visander se volvió sombrío mientras hablaba—. Hace que todos piensen que es su amigo. —¿Y sus poderes? —No tiene ninguno. —Entonces quizá lleguemos a tiempo —Visander se puso de pie en un movimiento decisivo—. Es como ella planeó. Llegué mientras sus poderes aún estaban bloqueados. Debemos detenerlo antes de que los gane. Una vez que lo haga, será demasiado tarde. Ella levantó la vista hacia él, hacia el aspecto diferente que le daba a los rasgos de Katherine. Él le había dicho que él era el campeón de la Dama. Pero mientras él se levantaba, comprendió quizá por primera vez que era verdad. Visander era el campeón de la Luz y estaba aquí por orden de la Dama para detener al Rey Oscuro. Elizabeth pensó en Violet, Cyprian y Grace. Estaban ayudando a Will sin saber qué era. Los estaba engañando. Engañándolos a todos.

Pensaron que estaban luchando por la Luz, cuando luchaban por la Oscuridad. Estaban de pie junto al Rey Oscuro, pensando que era su amigo. Un terrible hoyo se abrió en su estómago. —¡Los demás no lo saben! —¿Qué quieres decir? —Mis amigos. Tenemos que advertirles. —¿Dónde están? —Fueron a alguna parte. —Recordó la puerta y el corte en el mundo—. Fueron a algún lugar con él. El Palacio del Sol. —Intentó recordar lo que los demás habían dicho al respecto—. Es un lugar en Italia. —No sé dónde encontrar esta "Italia", pero sé la ubicación del Palacio del Sol, si me muestras un mapa. Estaban en medio de la nada, la cima de una colina rocosa a un lado y una ladera boscosa al otro. Nunca se sabía cuándo la geografía sería útil. Elizabeth metió la mano en su delantal y sacó su tarea. Estaba sucio y manchado, pero lo desdobló y sacó un lápiz. En él estaba el mapa del mundo a medio terminar que había estado copiando con su tutor. Se metió la lengua entre los dientes y dibujó de memoria la última mitad con el lápiz. Ella pensó que lo tenía bastante bien. Quizás tenía a Suiza y Lombardía en el lugar equivocado, pero eso no importaba, ¿verdad? Debajo de Suiza, dibujó minuciosamente el contorno de la bota y luego sombreó un poco en el medio. —¿Qué es esto? —Esos son los Estados Pontificios. —Sabía que Umbría estaba en algún lugar de los Estados Pontificios—. Ahí es donde están mis amigos. —Trazó un círculo alrededor de Umbría. Probablemente. —Así no es como se ve el mundo. No hay océano aquí ni aquí —señaló Visander. —Sí hay. No debes ser muy bueno en geografía. Era algo que Visander y Katherine tenían en común. En lugar de discutir, Visander simplemente pareció preocupado, con otra mirada alrededor de la ladera, como si todo eso le fuera ajeno.

—¿Y dónde estamos ahora?' Ella lo miró fijamente. —Inglaterra. —¿Dónde está eso? Ella lo miró fijamente. —¿No lo sabes? —No sé los nombres de los puestos de avanzada humanos menores. Elizabeth frunció el ceño y señaló. —Bueno, está aquí. —Incluso en su pequeño mapa, todavía parecía bastante lejos de Italia. El Canal de la Mancha estaba en el camino, al igual que Francia. Intentó que eso no la desanimara—. Necesitaremos un barco. Y algo de dinero para pagar nuestro pasaje. Simplemente no sé dónde conseguir esas cosas. O cómo. Hubo un largo silencio. Visander no parecía nada feliz cuando dijo: —Yo lo hago. —¿Qué quieres decir?' —Quiero decir —dijo Visander—, sé cómo viajamos hacia tus amigos.

—No puedo usar esto —dijo Visander. Se quedó mirando su reflejo, una ola de desorientación creciendo, lista para estrellarse y ahogarlo. La chica del espejo estaba vestida con un vestido blanco y lila, con lazos y cintas tejidas a través de una tela de gasa. Sus zapatos de raso tenían las mismas cintas lilas que su cabello. —¿Si la señora pudiera explicar que esta mal? Se quedó mirando a la dependienta, pensando que los problemas eran evidentes. La ropa era ajustada y apretada. Al mismo tiempo, se hinchaba y ralentizaba el movimiento. Los zapatos tenían suelas sin agarre. Como última indignidad, llevaba un pequeño sombrero en la cabeza. —¿Cómo peleo en él?

Levantó los brazos parcialmente para demostrarlo. Alguien más alto romperia el vestido. Después de algunos movimientos cortantes abortados, la dependienta desapareció y regresó para entregarle un palito lila con volantes. Él frunció el ceño y luego se volvió hacia Elizabeth, solo para encontrarla hablando con la dependienta. —Lo compraremos —dijo Elizabeth—. Y un vestido para cenar. Y un... un... —¿Quizás un esmoquin, tres vestidos de día, ropa de dormir y algo de ropa interior? —preguntó la dependienta, que había visto el estado de su ropa cuando entraron. —Sí, es cierto —dijo Elizabeth, con alivio. La dependienta se fue para organizar la compra. —¿Qué arma es ésta? —Visander le tendió el palo con volantes a Elizabeth. —Se llama sombrilla. Llévala contigo. —¿Funciona como la "pistola"? —Le dio la vuelta, luego miró a Elizabeth para confirmarlo, solo para encontrarla mirándolo con una extraña mirada en su cara—. ¿Qué ocurre? Elizabeth dijo: —A mi hermana le gustaba la ropa. —¿Por qué? —No sé. Ella simplemente lo hacia. Le gustaba vestirse con ellos. Visander se miró en el espejo. Era imposible, con innumerables generaciones entre ellos, pero se parecía a su Reina. Los mismos ojos y el rostro tan parecido que podría haber sido su gemelo. Era una sensación inquietante, parecerse a ella, ser ella... Excepto que su Reina llevaba armadura y llevaba un arma, no un palo lila. Y ella no había tenido esta inocencia juvenil. Sus ojos habían sido duros. Como si todo en ella hubiera sido arrasado y lo único que quedara fuera el odio hacia el Rey Oscuro y la determinación de salvar lo que quedaba de su pueblo. —Gracias, señoras, vuelvan a visitarnos pronto —dijo la dependienta. Salieron de la tienda de vestidos Little Dover a la calle, Visander con uno de los vestidos de día y Elizabeth con un delantal azul nuevo. La ciudad era un pequeño enclave humano enclavado en un puerto rodeado de acantilados blancos.

Visander había querido ir al barco de inmediato, pero Elizabeth lo había convencido de que debían mezclarse. Eso significaba esta ropa, comprada con dinero intercambiado por las perlas de Katherine. Y un carruaje de alquiler que los estaba esperando. Visander se volvió hacia él. —No puedes caminar así —dijo Elizabeth. —¿Cómo qué? —Tienes que caminar más así. —Ella demostró un paso más deslizante, con las dos manos entrelazadas frente a ella. —No caminas así —dijo Visander. —No soy una dama —dijo Elizabeth. Y no puedes hablar como hablabas en la tienda. Tienes que decir cosas como—: “Espero que tu familia goce de buena salud” y “Eres muy amable”. —¿Quién es más amable? —dijo Visander. —Todos —dijo Elizabeth—. Si conoces a alguien, le dices buenos días o buenas noches y esperas que su familia esté bien de salud, y si tienes que decir algo más, dices que estamos teniendo un clima extraordinario. Y deberías asentir con la cabeza así. Elizabeth hizo una torpe inclinación de cabeza y una reverencia. Fue un saludo ridículo. Elizabeth lo miró expectante. Él la copió sin mucho entusiasmo, solo para encontrarse completando el movimiento con gracia y con el tipo de facilidad y memoria muscular que no había encontrado mientras peleaba. Se levantó desconcertado, con las manos llenas de volantes del vestido. —Así —dijo Elizabeth—, y no mates a nadie. Tomaron el carruaje hasta los muelles. La ciudad era un puerto excavado en la tiza, con velas blancas agrupadas en sus aguas y esos acantilados blancos alzándose a ambos lados. El barco oscuro golpeaba contra ese fondo, volando sus tres perros negros. —Él enarbola el vara kishtar como su bandera. Los perros de las sombras eran inquietantes. Sintió aversión hacia el barco. ¿Pero qué importaba un emblema cuando el mismísimo Rey Oscuro ya estaba en este mundo? Sarcean. Aquí. Y era lo suficientemente joven para ser derrotado. Ese pensamiento hizo que el corazón de Visander se acelerara. Este mundo tenía una oportunidad si Sarcean no estaba en todo su poder, si aún no era él mismo.

Había otra parte de él que pensaba: Esta vez te conozco, Sarcean. Esta vez tú eres el joven y yo soy el hombre. Esta vez te pueden detener y yo voy a detenerte. Mientras avanzaba, un humano que nunca había visto antes caminaba por la tabla del barco hacia él. —Lady Crenshaw —dijo el hombre con una reverencia. Y luego, cuando Visander le devolvió la mirada sin comprender—: Soy el Capitán Maxwell. Nos presentaron en Londres. —Buenos días, capitán —dijo Visander, tranquilamente—. Espero que su familia goce de buena salud. —Gozan de excelente salud, gracias —dijo Maxwell, complacido—. Qué agradable sorpresa verte a ti y a tu hermana. —Es usted muy amable —dijo Visander. —No debería ser una sorpresa, porque vendremos en el barco —dijo Elizabeth. Maxwell parpadeó. —¿Escuché correctamente que tú...? En ese momento, se detuvo un segundo carruaje, uno que Visander conocía bien, con su pátina negra brillante y sus cuatro caballos negros pulidos hasta brillar. Phillip salió y Visander lo observó de nuevo, su apariencia juvenil y su mata de cabello negro. Iba vestido con pantalones largos de color pálido y un abrigo negro, con botas brillantes y un sombrero alto que le sentaba perfectamente en la cabeza. Los ojos de Phillip se encontraron con los suyos. —¡Tú! —Phillip lo miró dos veces y luego se puso blanco. Buscando una salida, no encontró ninguna en el muelle. Parecía que quería volver a subir al carruaje pero no podía, ya que el capitán ya lo había visto. —Lord Crensha —dijo el capitán Maxwell—. No me dijiste que tu señora esposa y su hermana se unirían a nosotros en este viaje. Antes de que Phillip pudiera abrir la boca, Elizabeth corrió para tomarle la mano y dijo en voz alta: —¡Tío Phillip, estás aquí! —¡Tío Phillip! —dijo Phillip, completamente indignado. Elizabeth no le soltó la mano.

—Dijiste que nos mostrarías los camarotes y que yo sería la primera en elegir. —Ahora mira aquí... Visander dio un paso adelante y tomó el brazo de Phillip que Elizabeth no sostenía. El cuchillo para manzanas, todavía en su poder, clavó su punta en la caja torácica de Phillip. Sintió que Phillip se quedó muy quieto. —Estamos teniendo un clima extraordinario —dijo Visander. Hubo un momento en el que sintió que Phillip dudaba y presionó el cuchillo con más fuerza. —Bueno, no podríamos soportar separarnos —dijo Phillip, sonriendo débilmente a Maxwell. —Amor joven —dijo Maxwell, sacudiendo la cabeza con tristeza. Dentro de la cabina, Phillip inmediatamente giró sobre sus talones. —¿Qué diablos estás haciendo aquí? Se suponía que debías haber escapado, ¡y adiós! —Su barco nos llevará a Italia —dijo Visander—. La chica y yo tenemos negocios allí. Si te mantienes fuera de nuestro camino, no sufrirás ningún daño. —Oh, ahora hablas inglés, ¿verdad? —dijo Phillip—. ¡Bueno, es posible que lo hayas dicho antes! —Créame —dijo Visander—, si pudiera haberme mantenido alejado de usted, lo habría hecho. Simplemente necesitamos su barco. —¿Se supone que debo seguir el juego? ¿Qué me impide atarte y enviarte de regreso con mi padre? En dos zancadas, Visander cruzó la cabina y rodeó la garganta de Phillip con la mano. —Criatura asquerosa. Tienes suerte de que no te mate donde estás —dijo Visander—. Sirves al Rey Oscuro. Me satisfaría matar a su señor. Desde que mató a tantos de mi especie. —Veo que sólo hablas inglés para amenazar. Qué típico de tu parte. —La altivez de Phillip no pareció afectada en absoluto por la mano de Visander alrededor de su garganta—. ¿Todos los del viejo mundo son sinvergüenzas, o solo tú?

—¡Un sinvergüenza! —dijo Visander—. ¡Me ataste a ti en una ceremonia humana en contra de mi voluntad! —¿Crees que quería casarme con un soldado de un mundo muerto? ¡No lo hacia! —No puedes atarnos, el capitán Maxwell nos espera para cenar —dijo Elizabeth. Visander se volvió para mirarla. Después de un intervalo en el que Elizabeth le devolvió la mirada con el ceño fruncido, soltó a Phillip de mala gana. Observó cómo Phillip enderezaba las puntas de su camisa y luego pasaba un dedo por el interior del cuello. —Bueno, estamos atrapados aquí —dijo Phillip—. Y no puedes elegir primero la habitación, porque esto es todo lo que hay, mocosa. —No le hables de esa manera, o mi mano en tu cuello parecerá una amabilidad. —Visander estaba dando un paso adelante, sólo para encontrar a Elizabeth y su ceño fruncido en su camino. —Dijiste que no matarías a nadie. —No dije tal cosa y ciertamente lo mataré si pone en peligro nuestra misión. —Es mejor eso que arruinar otra de mis corbatas —dijo Phillip, levantando una mano para despedirlo—. Te llevaré a Italia. No parece que tenga muchas opciones. Pero no te servirá de nada. —¿Qué se supone que significa eso? —Visander lo miró con sospecha. —Mi padre ha abierto el palacio —dijo Phillip—. Cuando lleguemos, ya no habrá Italia.

Corregido por Noeliapf Howell aterrizó en el polvo, saliendo de las cuerdas con Rosati y sus otros hombres aterrizando a su alrededor. Un profundo impulso para proteger a los suyos: mientras los hombres de Howell apuntaban con pistolas y sostenían antorchas, Will se adelantó a los demás. —Traidor, sabía que nos llevarías directamente a eso. —Howell se sacudió el polvo de la frente con un brazo mientras se dirigía a James—. El premio de Simon. Te tenía fijado desde el principio. —Ordenó a los dos lugareños que estaban con él—: Átenlos. —Capitán, se equivoca. —Inesperadamente, fue Kettering quien dio un paso adelante. Están aquí conmigo... por orden de Sloane. —Kettering meneaba la cabeza. Fue la historia la que los había ayudado a superar a los hombres que estaban afuera. Howell simplemente no lo creía. Su disgusto por James era demasiado grande. —Kettering. Pensé que eras demasiado inteligente para relacionarte con una zorra. ¿Qué te ofreció? ¿Una parte del tesoro? —Pero aquí abajo no hay nada de gran valor —dijo Kettering—. Sólo polvo y cadáveres momificados. El tipo de cosas que hemos visto muchas veces antes. —Él está mintiendo. La cámara está llena de riquezas. Los yelmos son de oro puro —dijo Will—. Se puede ver bajo el polvo. Casi funcionó. Howell alcanzó el yelmo más cercano, pero se detuvo con los dedos a unos centímetros de distancia. —No. No creo que vaya a tocarlo. —Se volvió hacia Will—. Listo, ¿no? —Will se limitó a mirarlo fijamente. Un soldado llamó desde arriba. —¡Capitán! ¿Qué ves ahí abajo? Howell dijo:

—Es tal como lo describió Sinclair. —Miró las figuras más allá del anillo de luz que sus hombres de arriba no podían ver—. Un ejército antiguo. Envía hombres de regreso al campamento. Dile a Sloane que lo han encontrado. —Y luego—: Esto continúa por millas. Oyeron débiles gritos y sonidos de acción desde arriba, órdenes dadas y hombres enviados de regreso para informar a Sloane de lo que habían encontrado. La tensión de Will aumentó. No se podía permitir que los hombres de Sinclair regresaran aquí, no se podía permitir que despertaran a estas figuras, liberando a los ejércitos de los muertos para que pululen por el campo... —Vamos a explorar esta cámara —dijo Howell—. Y ustedes van a entrar allí primero. —Hizo un gesto a Will y a los demás con su pistola—. Llámalo prueba. —No. —James dio un paso adelante, flexionando los dedos como solía hacer antes de usar su poder—. Si alguno de ustedes da un paso, lo aplastaré. Los lugareños se miraron unos a otros con nerviosismo. Pero Howell se limitó a sonreír. —Creo que si pudieras hacer eso, ya lo habrías hecho —dijo Howell—. Pero probémoslo. —¡No! —gritó Will, impulsándose hacia adelante mientras Howell levantaba su pistola y disparaba a James justo en el pecho. El disparo fue espantosamente fuerte y resonó en la inmensa cámara. James cayó con un grito, aterrizando en el suelo junto a una de las antorchas que aún ardía en el suelo. —¡James! —dijo Will, arrodillándose a su lado, presionando la herida sangrienta en el pecho de James. Había tanta sangre, había... —Me curaré —dijo James con los dientes apretados. Pero no parecía que fuera a sanar; Parecía pálido y en agonía. Will miró a Howell, con la sangre cálida y pegajosa de James bajo sus manos. Si supieras lo que soy, pensó Will, sintiendo un eco de la ira de Sarcean, nunca te atreverías a desafiarme, bajo mi mismo trono. Howell tenía una marca. Will podría controlarlo. Podría hacerle pagar por lo que había hecho. Sintió el deseo surgir en él, y giró su cabeza hacia un lado

desesperadamente, cerrando los ojos con fuerza en caso de que se volvieran negros, incluso mientras sus manos agarraban con fuerza el frente de la camisa empapada de James. —¿Ves? St. Clair no es un peligro —decía Howell a los lugareños. Ahora les estaba apuntando con su pistola—. Los llevaré a la caverna. Recoge algunas de estas figuras y llévalas al campamento. Los ojos de Will se abrieron de golpe y su cabeza giró hacia atrás cuando uno de los lugareños dio un paso adelante. —¡No, no toques ninguno de ellos! Cualquiera que fuera la venganza que deseara contra Howell, no podía permitir que los trabajadores inocentes de la excavación murieran aquí, frente a él. Lo gritó de nuevo en italiano: —¡No toques! ¡No toques a los muertos! El lugareño vaciló, pero dio un paso adelante para pararse frente a la figura más cercana. Era el que Will había iluminado por primera vez, llevando el yelmo y la armadura de un Guardia Oscuro. El lugareño miró al yelmo por un momento. —¿Bien? Date prisa —dijo Howell. Y, nervioso, el hombre rozó con las yemas de los dedos el hombro blindado de la estatua. —¡No! —gritó Will, levantando sus manos de la herida en curación de James, demasiado tarde. No pasó nada por un momento, pero así había sido con ella también, su brazo levantando la espada triunfalmente, y ese momento de estúpida esperanza de que todo estaría bien. Will tiró al hombre hacia atrás, y por un segundo se miraron el uno al otro, y luego el hombre miró sus propias manos, donde zarcillos negros recorrían su piel a través de su cuerpo hasta su cara. —¡No, no, non posso morire così! —Mientras la estatua blindada frente a él se disolvía, convirtiéndose en polvo, el hombre cayó de rodillas, desplomándose, con el rostro completamente blanco. Will había pensado en Bowhill que era Ekthalion, que una gota de su sangre la había matado. Pero no fue Ekthalion. Era algo más. Y fuera lo que fuese, estaba allí,

apiñándose a su alrededor. Los montones de polvo bajo sus pies eran restos de otras criaturas Oscuras del viejo mundo, disueltas como la estatua frente a ellos. —¡La muerte blanca! —Podía escuchar las exclamaciones de los lugareños a su alrededor mientras se alejaban nerviosamente de las figuras—. ¡La morte bianca! ¡La muerte blanca! Habían regresado al estrecho círculo bajo la abertura del pozo, colocándose espalda con espalda como para protegerse de la oscuridad de la cámara que los rodeaba. Howell parecía igual de asustado. —¿Por qué está aquí la muerte blanca? —le preguntó a Kettering con voz tensa, retrocediendo—. ¿Está maldita la cámara? ¿Estas figuras murieron a causa de una plaga? —No lo sé —dijo Kettering, con el rostro sonrojado. —Quémenlo —escuchó Will decir a los lugareños—. Quémenlo. Rápido. — Parecían asustados por el cuerpo blanco. Parecían asustados por las figuras. Parecían asustados por la oscuridad. Will miró sus pies y vio que había varios montones de polvo como el recién formado por la figura que se desmoronaba. ¿Había habido otras figuras aquí, de alguna manera la muerte blanca se había extendido de ellas a los hombres que habían muerto en la excavación? —Este lugar, es el origen. La fuente —dijo Will rápidamente, en italiano—. La muerte blanca vive aquí. Si profundizas más, morirás. Todos ustedes. —¡La fuente! Esta cámara debe extenderse a lo largo de toda la montaña. —La voz de Howell era más fuerte, con un toque de pánico—. ¿Es así como se ha estado filtrando? ¿Infectándonos? —Cualquiera que envíe allí morirá —continuó diciendo Will en italiano, no hablando con Howell sino con los lugareños—. Todos ustedes necesitan salir. Pero Howell simplemente se volvió hacia él. —Tú —señaló a Will—. Entra allí. Descubre qué más hay. Hasta dónde llegan las estatuas. —No —dijo James, apoyado en un codo, todavía agarrándose el pecho—. Will, no puedes.

—O le disparamos de nuevo. —Howell apuntó con su pistola a James. Will se paró frente a James de inmediato. —Lo haré. —Miró hacia la pistola de Howell. Y luego a James—: Está bien. —La muerte blanca te matará —dijo James. —No lo hará —dijo Will. Luego, mirando hacia arriba —Iré. Simplemente no le hagas daño. Y luego nuevamente a James: —Estaré bien. No lo mataría. No lo había hecho antes. Tampoco ningún objeto oscuro. Y además, ésta era su habitación. Estos eran sus planes. Dio un paso adelante. No sabía qué haría que estas figuras volvieran a la vida. Era posible que simplemente caminar cerca los despertara. —Date prisa —dijo Howell, y Will dio un segundo paso. —No hay nada aquí —dijo Will—. ¿No puedes ver? Busques lo que busques, esta cámara está llena de muertos. —Pon tu mano sobre esa estatua —dijo Howell. Oh Dios, ¿lo despertaría? Ése era su mayor temor cuando las figuras aparecían ante él. La necesidad de control de Howell hará que nos maten a todos. Will había llegado a la figura más cercana a él, todavía a la vista de Howell y los demás. También llevaba la armadura de la Guardia Oscura, pero tenía alas y enormes alas emplumadas, de cinco metros de envergadura. Will extendió la mano y la puso sobre el pecho de la estatua. Inquietantemente, sintió algo parpadear bajo la superficie, como si en algún lugar de ello hubiera vida. Instintivamente, extendió los dedos sobre el pecho de la estatua y cerró los ojos. Sintió un destello de alas desplegándose, sintió la tensión en sus omóplatos como si él mismo volara, tirando con fuerza para elevarse en el aire. Olió el olor espeso y acre de los incendios en el campo de batalla. Las figuras en el suelo parecían pequeñas, pero su vista era diferente; podía ver cada uno de ellos claramente. Cuando encontraba al que buscaba, se desplomaba y atacaba.

Apartó la mano y abrió los ojos, sólo para ver a los demás mirándolo. Su corazón latía con fuerza, atrapado en lo que había sentido en la estatua. Sentí su vida, lo sentí volar. Todavía medio atrapado en el sentido aviar, al principio no entendía la forma en que los demás lo miraban fijamente. ¿Había revelado alguna parte de lo que había visto? Pero con el paso de los segundos se dio cuenta de que estaban esperando que él mostrara signos de la muerte blanca. Cuando no lo hizo, sus miradas se volvieron exultantes y asombradas. Grace y Cyprian tenían una reverencia casi santa en sus ojos. Los ojos de James estaban muy abiertos con algo brillante y victorioso. Se dio cuenta de que veían a la Señora en él. Un héroe con luz suficiente para vencer la oscuridad. También hubo una reacción entre los lugareños, un asombro propio. —La muerte blanca —escuchó decir a uno de los lugareños detrás de él—. Es inmune a la muerte blanca. —No te afectó —dijo Howell, con un borde de pánico todavía presente pero ahora entrelazado con incredulidad. —Tal vez esta figura esté a salvo —dijo Will—. ¿Por qué no lo tocas? —¿Por qué tu pequeño amante no lo toca? —dijo Howell, señalando a James. Will se colocó instintivamente entre James y las figuras, moviéndose sin pensar. Howell sonrió. —Así que eres sólo tú quien puede tocarlos. ¿Por qué? Nadie respondió. Howell apuntó con su pistola a Will. —¿Por qué? James sacudió levemente la cabeza, como diciendo: No dejes que sepan que eres Sangre de la Dama. Sintió el terrible chirrido de una risa en su garganta y tuvo que reprimirlo. Sabía mejor que nadie que no podía responder. Nadie podía saber quién era. No cuando estaba aquí, rodeado por el ejército que había matado para regresar con él, que parecía justo a punto de despertar. —Ve más adentro —dijo Howell. Entró, un paso tras otro, las figuras apareciendo a su alrededor.

—¿Qué ves? —dijo Howell. —Este tiene los ojos vendados —dijo Will. Su propia antorcha reveló nuevas figuras a medida que se adentraba en la oscuridad: el que estaba a su izquierda tenía metal en los ojos. Puso su mano sobre su hombro y tuvo una visión de carne derritiéndose; Podría derretir cosas con sus ojos. —Detén esto —dijo James—. Will, sal de ahí. —Sigue caminando —dijo Howell. Will miró la siguiente figura. —Este tiene escamas. No son parte de su armadura, son parte de su piel. —A cada paso tenía cuidado, temeroso de despertar el bosque de estatuas que lo rodeaban. —Will, no sigas adelante —dijo Grace. —Sigue caminando —dijo Howell. Otro paso. —Éste lleva un mayal. Tiene marcas en el mango. Creo que cada uno es una muerte. —Will —dijo Grace—. No sabes lo que pasará. —Ve más allá —dijo Howell—. Ve más allá de la luz. Will miró hacia la vasta caverna negra que sabía que no estaba vacía. Podía sentir la oscuridad delante de él, la fuente de la presión en su cabeza. Había algo en la oscuridad que lo llamaba. El corazón de la corrupción. Una terrible impresión de fantasmas o presencias apiñadas tratando de alcanzarlo, como si el mundo estuviera abarrotado del pasado tratando de atravesarlo. —¿Qué estás buscando? —dijo Will—. Estas criaturas murieron hace mucho tiempo. No hay nada aquí. Lo que sea que busque Sinclair, está en otra parte. Miró fijamente a la oscuridad sin entrar en ella. —Cállate —dijo Howell, un lacayo haciendo todo lo posible, pero con un toque de desesperación en su voz—. Sigue caminando. James dijo: —Howell, tonto, si se despierta el ejército en esta caverna, todos vamos a morir... —Rosati —dijo Howell—. Disparale.

Los dos lugareños a ambos lados de Howell compartieron una mirada mientras Rosati sacaba su pistola. Entonces, con calma, Rosati disparó. Pero no a James. Le disparó a Howell. Howell cayó al suelo con un sonido de sorpresa, el eco del disparo fue aterrador en esta bóveda, como si fuera a despertar a los muertos. Eso sacó a Will de su ensoñación. Se giró y descubrió que respiraba rápidamente, como después de un gran esfuerzo. Se alejó vertiginosamente de las figuras hacia los demás. Parecía como si se hubiera evitado un gran peligro; La presión invisible y giratoria de lo que sea que aguardaba allí en la oscuridad era aterradora. Para cuando retrocedió unos pocos pasos hacia ellos, Howell estaba muerto, mirando con ojos en blanco la boca de la mazmorra. El hombre llamado Rosati le hacía señas para que se acercara. —Nos ayudaste —dijo Will en italiano—. ¿Por qué? —Tú —dijo Rosati—. Eres inmune a la muerte blanca. —No entiendo. —Cuando llegue el gran mal, lo combatirá alguien que no puede morir a la muerte blanca —dijo Rosati—. Un campeón. O eso dicen nuestras leyendas. Will volvió a sentir esa horrible risa seca en su garganta y la contuvo. Al borde de la luz de las antorchas, Cyprian estaba ayudando a conducir a un Kettering nervioso hacia las cuerdas que colgaban. En el suelo, a unos pasos de distancia, James se había curado lo suficiente como para levantarse. No soy un campeón. La campeona murió en Bowhill cuando tomó la espada. —Estás aquí para detener el mal bajo la montaña —dijo Rosati—. Tienes que ir. Antes de que lleguen refuerzos. Hubo un rápido estallido de italiano, y luego Rosati dijo—: Si me sigues, te sacaré. —Te culparán —dijo Will—. No podemos dejarte. Rosati señaló a James. —Diremos que el brujo lo mató. Que escapaste. Pero debes irte ahora. Con una última mirada a la oscura extensión de la caverna, Will asintió y se fueron.

Corregido por Camm Violet tomó el hacha gigante y luego miró la sala de artefactos que se extendía inquietantemente a su alrededor. Mientras miraba los armarios llenos de cuernos y las mesas repletas de joyas, le sorprendió la sensación de que una colección como ésta no se había reunido simplemente para poseer los artículos, sino para ejercer control sobre el mundo mismo. Se preguntó si su confinamiento aquí era parte de su encanto, reunido para ser contemplado en secreto. Recordó la sala en India en la casa de su padre, a la que él había dejado entrar a invitados selectos, explicando esto o aquello sobre los artefactos que había reunido, todo lo cual yacía pasivo bajo sus palabras. Se preguntó si eso también había sido parte del encanto. Los objetos no podían responder. El control de su padre en la India en esa habitación había sido total. Atando el hacha a su espalda, sintió su propia tentación de quedarse allí, y reunir todo lo que pudiera, llevarse todo lo que pudiera llevar consigo, en caso... ¿en caso de qué? Nunca sabría para quién habían sido hechos esos objetos, pero no estaban hechos para ella. Se estaba dando la vuelta cuando sus ojos se posaron en la mesa llena de pergaminos que habían absorbido a Leclerc. Todas las palabras estaban en francés, algunas escritas con tinta nueva, otras con una letra tan descolorida que el pergamino casi parecía en blanco. Generaciones de Gauthiers habían tomado notas sobre su colección. Quizás porque no entendía el francés, fue un boceto lo que le llamó la atención. El sol estaba teñido de negro, como si hubiera un agujero en el cielo. Sus ojos se movieron impotentes para ver una erupción de tinta negra de una montaña, como un volcán vomitando sombras, y luego una terrible horda.

Y entonces vio una sola figura, dibujada en un estilo antiguo, ligeramente desproporcionada, lo que sólo la hacía más aterradora. Ella estaba mirando al Rey Oscuro. La idea que alguien tuvo del Rey Oscuro, dibujado siglos después de su muerte, con cuernos oscuros —¿o fue un halo oscuro?— sosteniendo en alto un palo o un bastón que era demasiado pequeño para verlo. Líneas negras se dibujaron desde el objeto como rayos de sol impíos, conectándolo con la horda como si los controlara. En inglés, con letra moderna: Sinclair cree haber localizado el Palacio Oscuro. Envía envíos hacia el sur por mar hasta Calais, luego por las montañas a través del paso de Mont Cenis hasta llegar a Italia, donde sus hombres excavan sin cesar. Busca liberar al ejército del Rey Oscuro. Cree que tiene los medios para controlarlo. Hicimos bien en seguir esas pistas en Southhampton. Se debe enviar una fuerza inmediatamente desde el Salón. Debemos enviar Stewards a Italia para detener a Sinclair. Se detuvo y sus ojos se fijaron en las palabras. Estaban escritas en lo que parecía un diario. Extendió la mano, casi como si la obligaran, y pasó las páginas hasta el principio. Justice, si estoy demasiado perdido cuando llegues, debes llevar las palabras que escribo aquí al Guardián. No tenemos mucho tiempo. Ellos saben. Saben de la Copa. Están esperando que me dé la vuelta. Pero Sinclair tiene planes más grandes de los que cualquiera de nosotros conocía, y lo que he aprendido tiene consecuencias vitales para los Guardianes. No. Oh, no. No puede ser ¿verdad? Su mano temblorosa pasó la página antes de que pudiera detenerse.

Llevo aquí quizás una semana. Mis captores son James, que ha adoptado el nombre de James St Clair, una mujer llamada Duval y su hermano Leclerc. Leclerc me visita cada hora de la comida, tomando notas continuas, como si yo fuera un espécimen a observar. Él nota mis movimientos. Cuanto bebo. Cuanto como. Anota mis palabras, aunque hablo poco. Escribe todo lo que observa en su diario de cuero, que yo anhelo arrancar de su mano. Al principio pensé que Leclerc y Duval estudiaban para ser Guardianes, pero he llegado a comprender que estudian las sombras. Es como si los planes de Sinclair con las sombras se extendieran más allá de mi giro. Hay una gran oscuridad en sus acciones, un patrón terrible que puedo vislumbrar pero que aún no veo. Las visitas de James son raras y siempre de noche. Se ha convertido en un vicioso sirviente de la Oscuridad. Ha abrazado todas las peores partes de su naturaleza. Le gusta verme encadenado, pero teme que pueda escapar de él. Habla de su nuevo puesto y se jacta de su destino. Se burla de mí con lo que seré. Mi padre tenía razón sobre él. No quiere nada más que sentarse junto al Rey Oscuro en su trono. Él no es redimible. Nos matará a todos si no lo matamos a él. Lo peor de todo es que sus burlas son profundas. Porque tiene razón. Me estoy convirtiendo. Necesito morir antes de que mi sombra me reclame, pero mis cadenas son demasiado cortas y tampoco me han dejado ningún arma bondadosa para usar. Le robé este diario a Leclerc sin pensar en escribir en él. Pensé que la pluma perforaría una arteria. Sostuve la punta sobre la vena de mi brazo. No pude hacerlo. La sombra es demasiado fuerte. Quiere vivir. Eso es lo que no nos dicen. Debemos matarnos unos a otros porque llega un momento en que no podemos matarnos a nosotros mismos. Ahora sé que mi única oportunidad es aguantar. Justice, si puedo intentarl… Debo dejar de escribir. Puedo sentir los primeros temblores. Es peor por las mañanas. Meditaré para mantenerme firme.

Su corazón estaba acelerado. Las palabras estaban escritas entre dibujos garabateados, ese bastón en alto y una montaña, dibujada una y otra vez. Era demasiado, páginas y páginas, y sabía que tenía que tomar el diario y salir corriendo, pero no podía apartar los ojos.

Seguí mirándote mientras atábamos nuestros caballos. Me parecías recién viva, o tal vez fue la simple alegría de estar a solas contigo fuera del Salón. Lo último que recuerdo antes de mi captura es a ti sonriendo, con tu mano en mi mejilla, ofreciéndome una noche juntos sin obligaciones. Creo que me estaba convirtiendo entonces. No habría aceptado si hubiera sido yo mismo. Ella no podía soportarlo. Era demasiado personal. Ella se saltó a otra parte. Empiezo a temer que todo lo que hemos hecho no ha sido por la Luz sino al servicio de la sombra. ¿Por qué nos aislamos detrás de nuestros muros? ¿Por qué mantuvimos oculto el conocimiento del viejo mundo? ¿Por qué no forjamos alianzas ni alistamos a otros del viejo mundo en esta lucha? ¿Nuestras decisiones fueron nuestras o vinieron de esa semilla oscura que llevamos dentro, las sombras plantadas por el Rey Oscuro? Pienso en el día que bebí, años de entrenamiento que me llevaron a la Copa. Todo lo que quería como noviciado era ser digno de ser tu compañero de escudo. Pienso en ese momento ahora. No la prueba ni la celebración, sino el momento en que sacaron la Copa. Pienso en Cyprian. No quiero que beba. No quiero que sienta esto dentro de él. Perderse a sí mismo. Estar atrapado en la sombra. Como lo siento. Como soy yo. Estoy perdido en la oscuridad. Pero tiene una salida. Ya es demasiado tarde para mí. Aún no es demasiado tarde para él.

Es más difícil sostener el bolígrafo. Mis manos no están firmes. Tengo que concentrarme para ser yo mismo. Tengo miedo de dormir. Si cierro los ojos, me convertiré completamente en una sombra. Aguantare. No flaquearé. En la oscuridad seré la luz. Caminaré por el camino y desafiaré a la sombra. Soy yo mismo y aguantaré. Volviendo a avanzar, vio que la letra había cambiado. Deteriorándose a lo largo del diario, ahora era un garabato salvaje, apenas legible. Incluso las palabras se sentían inestables. Ahora hablan libremente frente a mí. Creen que estoy demasiado perdido. Creen que ya no tengo la voluntad de trabajar contra mi maestro de las sombras. Hablan del personal. Creen que pueden controlar lo que hay debajo de la montaña. Creen que nadie puede detenerlos. Dicen que encontrarán el barco. El barco dará a luz al rey. Nos consideran anticuados en nuestras costumbres. Mal adaptado al mundo moderno. Dicen que la Llama Final está menguando y que el tiempo de los Guardianes ha llegado a su fin. No saben que mi mente está clara. Los Guardianes no pueden hacer esto solos. Debemos reunir a los viejos aliados. Debemos llamar al Rey. Debemos encontrar a la Dama de la Luz. Debemos encontrar al Campeón que pueda empuñar a Ekthalion. Y reforjar el Escudo de Rassalon.

La Oscuridad se hizo fuerte cuando se rompieron las viejas alianzas. Porque seguramente caeremos si somos separados. ¿No es esa la manera de actuar de la Oscuridad, dejarnos enfrentarnos unos a otros, y no la mayor amenaza? Dejemos de lado viejos rencores y diferencias. Que las sombras nos encuentren unidos. Enfrentémonos a la Oscuridad como uno solo. La sombra teme estos pensamientos. Lucha contra mi pluma. Quiere que nos hagamos añicos, como se hizo añicos el escudo. A veces se convierte en mí y quiero que nos separemos. Quiero que nos separemos. Está muy oscuro aquí. No puedo ver las estrellas. Justice, ¿fuiste un sueño? Creo que si no fueras real habría tenido que soñarte. Me aferraría a un sueño así, en el que escucharía tus pasos, miraría hacia arriba y vería tu sonrisa. No soy una sombra. Soy Marcus. Soy Marcus. Esta jaula se abrirá. Veré tu cara. Y sacarás tu espada. Sé que serás lo ultimo que veré. Lo sé. Justice Está tan oscuro. Él viene. Él viene. Él viene. Él viene. Él viene. Él viene. Él viene. Él viene. Él viene. Él viene. Él viene.

Él viene. Él viene. Él viene. Él viene. Él viene. Hubo un sonido detrás de ella. Cogió los papeles y los metió en su chaqueta, girándose para ver qué había causado el sonido. Era la señora Duval. —Ya ves a qué nos enfrentamos —dijo la señora Duval—, y por qué necesitas aprender a luchar. El corazón de Violet latía con fuerza. —¿Por qué es eso? —Porque algo más que el Rey Oscuro va a regresar. De repente, las estatuas y las figuras con los rostros fijos se volvieron siniestras. Violet dijo con voz tensa: —¿Qué quieres decir? La señora Duval era una silueta oscura en las escaleras, la luz de arriba la delineaba, haciendo difícil ver su rostro o expresión. —Cuando Sinclair libere al ejército debajo de la montaña, arrasarán nuestro mundo. Italia caerá primero, pero después se extenderán por el mapa hasta que todos los humanos estén bajo su control. —Italia —dijo Violet—, es donde están mis amigos. ¡Tengo que advertirles! —Ya te lo dije antes —dijo la señora Duval—. No vas a ninguna parte. Y cuando intentó moverse, el poder de la señora Duval la detuvo. Intentó lanzar todo su cuerpo contra el poder que la mantenía en su lugar como grilletes. Intentó escupirle a la señora Duval con frustración. Ella no podía hacer nada de eso. Tuvo que quedarse quieta mientras la señora Duval bajaba las escaleras.

—Italia caerá —dijo la señora Duval—. Es demasiado tarde para tus amigos. Pero aún no es demasiado tarde para este mundo. Necesitas quedarte aquí y completar tu entrenamiento. Debes estar preparada para luchar contra tu hermano y vencerlo. Cuando el pasado regrese al presente, el mundo necesitará un verdadero León. Sólo un verdadero León puede derrotar lo que hay debajo de Undahar. Hubo un movimiento en la periferia de su visión. Violet no podía mover sus extremidades, pero podía mover la dirección de sus ojos. Mirando deliberadamente un punto por encima del hombro de la señora Duval, dijo: —Detrás de ti. —No voy a caer en eso —dijo la señora Duval con desdén, como irritada por el truco juvenil. Leclerc eligió ese momento para levantarse, gimiendo. La señora Duval se volvió. Fue suficiente. Violet saltó hacia adelante al instante. Tuvo un segundo, tal vez menos, antes de que los ojos de la señora Duval volvieran a mirarla. Pero fue tiempo suficiente para saltar y derribar a la señora Duval. Ve a matar, le habían dicho en docenas de lecciones. El punto débil. Puso los pulgares sobre los ojos de la señora Duval y presionó. Oyó gritar a la señora Duval en francés. Podía sentir los orbes redondos bajo la delicada cubierta del párpado. —Golpea donde más están vulnerable y hazlo sin piedad —dijo, preparándose para apretar los pulgares. Tendría que cegar a la señora Duval para salir de aquí. —¡Espera! —dijo Leclerc. A cuatro patas en el suelo, Leclerc suplicaba desesperadamente—. Espera, no lo hagas, te lo ruego, te diré cualquier cosa. Sólo perdona a mi hermana. —No se lo digas —decía la señora Duval—. Ella se irá, correrá directamente a Italia, y no está lista, que me quite los ojos, debe quedarse, todavía no es un verdadero León, cuando el ejército despierte, la matarán allí... —No. Una vez me salvaste de un león —dijo Leclerc—. Ahora haré lo mismo. —¿Qué está pasando realmente en esa excavación? —preguntó Violet—. ¿Cuál es el plan de Sinclair? ¿Qué vino a buscar Marcus aquí?

Leclerc comenzó a hablar y Violet se quedó fría ante sus palabras. Tenía que volver con sus amigos.

Corregido por Erly S El verdadero malestar húmedo del viaje no se hizo evidente hasta que el barco zarpó del puerto. Aquel barco no cortaba las olas, ni se deslizaba sobre la belleza y la espuma, exaltándose en su efervescencia y espuma. Estaba sumergido por el mar, como si fuera a ahogarse en cualquier momento. Y el mar estaba agitado y nada mágico, una superficie húmeda que los sacudía mientras el barco subía y bajaba. Las leves náuseas se quedaron con Visander, para quien se convirtió en parte del telón de fondo de esta misión, viajando hacia el Rey Oscuro. Aquí. Él está aquí. Su estómago se sentía como el océano, subiendo y bajando. ¿Sarcean lo conocería? ¿Lo sabría ya, que Visander lo mató? Ese pensamiento le provocó una excitación enfermiza que se mezcló con las náuseas. Mirar a los ojos de Sarcean mientras clavaba la espada... para eso, soportaría a estos humanos en su nave humana. Él soportaría cualquier cosa. Levantándose las faldas de su vestido, salió a cubierta. Phillip estaba horrorizado. —¡No puedes usar eso para cenar! Visander se miró a sí mismo. —¿Por qué no? —No es un vestido de noche. —Mi vestido —dijo Visander con los dientes apretados—, no es... Pero Phillip lo tomó del brazo y lo arrastró de regreso a la habitación con más fuerza enfática de la que había mostrado desde que Visander lo conoció. —¡Puede que seas un hombre muerto de un mundo desaparecido, pero eres mi esposa y no puedes aparecer en la cena sin vestirte!

Phillip abrió el cofre que contenía la ropa de Visander y sacó el vestido de seda blanco con cintura alta y silueta estrecha, con capullos de rosa bordados en el dobladillo. Phillip se pellizcó el puente de la nariz. —Tiene al menos tres temporadas —dijo Phillip con voz dolorida—. ¿En qué clase de remanso de provincia lo compraste? —La tienda de vestidos de Little Dover —Visander espetó cada palabra, furioso porque sabía la respuesta. —Todavía tiene cintura imperio —señaló Phillip, con una especie de agonía en su rostro—. Sabes, aquí tenemos moda, no nos limitamos a usar túnicas durante diez mil años. —No me importan tus modas humanas, gusano —espetó Visander. —Sabes que no puedo entenderte cuando hablas ese idioma —Phillip extendió el vestido sobre la cama, frunciendo el ceño—. Bueno, al menos el capitán no se dará cuenta, lleva quince años con el mismo chaleco. Cuando Phillip se fue, Visander se puso el vestido, con una serie de movimientos breves y molestos. El corsé se le pegaba a la piel y las mangas cortas y el escote rectangular bajo del vestido le helaban con el aire frío del mar. Se miró a sí mismo, sintiendo irritación. Salió de su habitación, ignorando a los marineros que se detuvieron en sus deberes, mirándolo fijamente. El delgado vestido no combinaba bien con el viento y el rocío en la cubierta, pero al menos no estaban en mares agitados. Al entrar en el comedor del capitán, encontró a Elizabeth y Phillip ya sentados. El capitán Maxwell también estaba presente, junto con dos de los oficiales del barco. La cabina en sí era una habitación estrecha y abovedada de madera lacada en oscuro, con ventanas altas y una mesa larga profusamente puesta. Era la primera vez que Visander socializaba con humanos, y se acercó con cierta inquietud, notando que había ocho sillas, pero solo seis miembros del grupo, lo que implicaba que aún faltaban dos invitados. La sala estaría abarrotada. No le gustaba pasar tiempo en pequeñas habitaciones de madera con las puertas cerradas. Ya quería volver a salir.

—Lady Crenshaw, usted es verdaderamente una belleza sin igual —dijo el capitán Maxwell—. Iluminas mi humilde cabina. —Es usted muy amable —correspondió Visander. Elizabeth asintió alentándolo por el uso de esta frase, y el Capitán Maxwell pareció encantado nuevamente. Tomar el asiento frente a Phillip, lo colocaba al lado de la silla del Capitán, y vio al Capitán Maxwell sonriéndole. —Nos sorprendió verla llegar sola a los muelles, Lady Crenshaw —dijo Maxwell—. ¿Qué pasó con su escolta de Londres? —Los maté —dijo Visander. Hubo un breve y espectacular silencio, en el que uno de los oficiales rio inseguro. —¿Es esa una especie de expresión nueva? —preguntó Maxwell. —No, yo maté… —¡Ah, aquí vienen nuestros otros pasajeros! —dijo Phillip rápidamente. Visander levantó la vista y todo se detuvo. Devon estaba en la puerta con la mano en el brazo de un León. Visander se levantó con fuerza y su silla chirrió contra la madera del suelo del barco. Al ir por su espada, se dio cuenta horrorizado de que no tenía ninguna. Incluso la sombrilla estaba en su cabina, pensó absurdamente. —Quítale las manos de encima, León. El León lo miró con curiosidad, sin entender. —Su esposa es muy hábil —le comentó Maxwell a Phillip—. ¿Qué idioma es ese? —Latín —dijo Phillip—. O francés. —Nunca puedo notar la diferencia —dijo Maxwell. —¡Sí, eso es justo lo que dije! —Phillip pareció reivindicado. El León era un chico de unos diecinueve años, con cabello castaño rojizo y un hermoso rostro salpicado de pecas. Llevaba la misma ropa que Phillip: la chaqueta con cintura ceñida y cuello alto. A su lado Devon era un hombre delgado y pálido, rostro blanco y cabello blanco, oculto por la gorra en su cabeza. Visander sintió que lo incorrecto de eso se apoderaba de él, León y Unicornio. —¿Cómo pudiste? —le dijo Visander a Devon—. ¿Cómo pudiste traicionar así a los de tu especie?

—Me gusta —dijo Devon, acercándose al León, la familiaridad implicaba que eran... —No lo harías —dijo Visander—. No con un león. Phillip dijo con determinación: —Señor Ballard, ¿puedo presentarle a mi esposa, Lady Crenshaw? Katherine, éste es el señor Tom Ballard. —Lady Crenshaw —dijo Tom. No podría luchar contra un León, no en este cuerpo y sin un arma. No podía decir: Quita tus manos de Indeviel. No podía decir: Te derribaré como los de tu especie derribaron a los míos. Lo matarían y matarían a su reina. Todos lo miraban fijamente. No se estaba comportando como debería. Era consciente de ello, incluso cuando la ira ardía en sus venas. Estaba en un cuerpo humano. Esta era una reunión social. Se suponía que debía sentarse y conocer a este León. Sintió el largo y lento horror de los segundos que pasaban, con todos los ojos puestos en él. —Espero que su familia goce de buena salud —forzó. —Mi madre y mi padre gozan de excelente salud, gracias. —Los ojos de Tom se nublaron un poco—. Espero, claro... espero que pronto tengamos noticias de mi hermana. Una madre, un padre y una hermana. Cuatro leones. Visander se obligó a sentarse, incapaz de apartar sus ojos de Devon, que estaba sentado junto al León como si se sentaran juntos a menudo. Hombres de librea trajeron la cena. Para su horror, levantaron bandejas de plata para revelar carne cocida y la cortaron justo en frente de Indeviel. Se sentía enfermo. Grotescas rebanadas de carne: seguro que Indeviel se opondría, observó cómo Indeviel las servía en su plato. Cuando Indeviel levantó un tenedor y se llevó la carne a la boca, fue demasiado. Visander se levantó y salió, mareado por las náuseas. Salió tambaleante, todo demasiado tenso, constreñido, con la respiración difícil. Tenía que salir, pero no había ningún lugar a dónde ir; el barco era su propio tipo de

confinamiento. Golpeó la barandilla y sintió su constante balanceo. De repente vomitó el pan y las frutas que habían comido durante el almuerzo. Indeviel y un León... Recordó la primera vez que se encontró con Indeviel, un destello de mercurio, apenas vislumbrado a través de los árboles. Recordó montarlo, la pura euforia de correr por los campos más rápido que cualquier otra criatura viva. Y luego, cuando comenzó la guerra, el orgulloso unicornio de batalla, con el cuello arqueado y la melena y la cola ondeando, empuñando una estridente lanza en la frente. Recordó años más tarde, los cuerpos pálidos de los unicornios asesinados, desgarrados por garras de león, pudriéndose lentamente en el campo. Entonces Indeviel había jurado venganza contra los Leones. ¿Había olvidado eso también, junto con todo lo que era? ¿Este mundo lo había arruinado para siempre? Visander se secó la boca con el dorso de la mano y se dio cuenta de que Phillip lo había seguido y estaba parado junto a la barandilla. —La primera vez que uno navega en el mar siempre es difícil —dijo Phillip—. Cuando mi padre empezó a arrastrarme con él, me enfermaba todo el tiempo. —Puso una sonrisa extraña—. O tal vez solo fui yo. Simon nunca se mareó. —No estoy mareado —dijo Visander. —No, por supuesto que no —dijo Phillip. —Tu mundo me enferma. La forma en que está tan lleno de fealdad. De podredumbre. Comes carne de oveja. Es repulsivo. —Está muy bien preocuparse por una oveja cuando mataste a seis de mis hombres —dijo Phillip. —Esta no es mi primera vez en el mar. —Visander respiraba un poco superficialmente, debido al esfuerzo de las arcadas—. No soy una joven en su primer viaje, tenga el aspecto que tenga. —¿Atlántico? ¿Pacífico? —El Veredun —dijo Visander. Miró la extensión nocturna de aguas negras. Aquello no se parecía a Veredun ni a ningún otro mar que hubiera conocido. Por encima de ellos, las estrellas eran un rocío blanco como espuma, pero más allá de las oscilantes lámparas del barco había muy poca luz.

—¿Cómo era? —preguntó Phillip. —¿Cómo era qué? —El viejo mundo. Quería decir que era maravilloso, un mundo de torres brillantes, grandes bosques y criaturas maravillosas. Pero lo único que podía recordar era el hedor de la muerte, las sombras oscuras en el cielo, la Llama Final chisporroteando, la única luz que quedaba. —Se ha ido —dijo Visander. —Bueno, obviamente. Visander no intentó dar explicaciones, no dijo que había desaparecido mucho antes de que él lo abandonara, destruido por un hombre que destruiría el mundo en lugar de permitir que alguien más lo gobernara. Pero algo debió reflejarse en su rostro, porque cuando levantó la vista, Phillip lo estaba mirando. —Tú lo conocías. Conocías al Rey Oscuro. —Sí. Lo conocía —Breve. Cortante. —¿Cómo era? Esa presencia magnética que atraía todas las miradas en la habitación. La mente que planificaba cada resultado. El carisma que atraía a su lado aliados de lealtad inquebrantable. Y la fuerza sádica del dominio absoluto. Visander apretó los dientes. —El Rey Oscuro envió a su general a destruir el reino de Garayan. Ordenó que lo arrasaran, no quedó ningún habitante vivo, no quedó rastro de él. Cuando su general regresó con una sola piedra, que era todo lo que quedaba de aquellas tierras que alguna vez fueron grandes, ¿qué crees que hizo el Rey Oscuro? —¿Mostró el trofeo? —preguntó Phillip, inquieto. —Desolló vivo a su general por no pulverizar la última piedra —dijo Visander— . Ustedes los humanos anhelan poder, pero no comprenden el costo. No conoces al hombre al que intentas traer de vuelta. Phillip negó con la cabeza. —No estoy tratando de recuperar nada. Ese es el sueño de mi padre. No es mío.

—Entonces, ¿por qué haces esto? ¿Por qué ayudar al regreso del Rey Oscuro? —Soy su descendiente —dijo Phillip. Dicho con la voz afable y tranquila de Phillip, no lo entendió de inmediato. Cuando las palabras comenzaron a penetrar, él retrocedió y se alejó, mirando a Phillip a través de las tablas de la cubierta. Asqueado y horrorizado, Visander miró a Phillip de nuevo. Cabello oscuro, piel pálida. Guapo, para un humano. Aparte de su color, no había ningún parecido obvio. No estaba mirando a Sarcean. Phillip parecía humano; Phillip era humano. Al menos hasta donde Visander podía ver. Pero la Iluminada también parecía humana, y la luz que había convocado... ¿O había algún parecido en ese color, en esos ojos oscuros? Diluido, pensó, como si estuviera mirando los rasgos de Sarcean diluidos a lo largo de los siglos. Su garganta se revolvió al darse cuenta de que se había unido contra su voluntad al descendiente de Sarcean. Peor que hubiera ocurrido en este cuerpo descendiente de su Reina, que tanto se le parecía. Era una parodia repugnante: los descendientes de la Reina se casaron con miembros de la línea de Sarcean. ¿Había planeado esto Sarcean? ¿Estaba representando una de las retorcidas diversiones de Sarcean? Sarcean se reiría, esa risa hermosa y terrible que hacía hervir la sangre de Visander. Devon lo sabía. Devon se había sentado frente a él en esa mesa, sabiendo. De repente comprendió que los planes de Devon tenían un alcance terriblemente mayor. Visander miró fijamente el rostro humano de Phillip, sintiéndose asqueado y atrapado. —Por eso mi padre quiere traerlo de vuelta —decía Phillip—. Somos los herederos del Rey Oscuro, y cuando el Rey Oscuro regrese, gobernaremos junto a él. Visander dejó escapar una risa sin humor, un sonido agudo y juvenil, y una vez que empezó descubrió que no podía parar. Su risa se derramó como sangre de un corte que dolía, un flujo interminable que no podía sanar. —¿Porque te ríes? —¿Gobernar junto a él? —dijo Visander—. Al Rey Oscuro no le gustan los competidores. Te prometo que, cuando regrese, matará a toda tu familia.

Corregido por Erly S —No podemos dejar que Sinclair ponga sus manos en ese ejército —dijo Will. Se habían detenido en un claro a algunos kilómetros del palacio, sacado clandestinamente de la montaña por Rosati y un puñado de hombres locales. Los lugareños se habían quedado atrás para seguir fingiendo ante los soldados ingleses de Sloane, mientras Rosati había montado y dirigido cuesta abajo. Montaba en doble fila con Kettering, quien todavía parecía medio aturdido por el ejército. Era mediodía y el sol brillaba desorientadoramente tras la oscuridad de la mazmorra. Will miró hacia el suelo bajo los cascos de Valdithar. ¿Qué tamaño tenía esa cámara? ¿El ejército se extendía tan lejos debajo de ellos? —Podríamos derrumbar la entrada —dijo Grace. —No funcionaría —dijo Kettering—. La montaña se abrió por sí sola. Funciona para Él. Para su Rey. —Podríamos comprarnos uno o dos días —dijo James. Will sacudió la cabeza. —No podemos arriesgarnos a atrapar a ningún trabajador que aún esté dentro. —¿De qué otra manera vamos a detenerlo? —preguntó Grace. Cyprian, montado en el otro caballo blanco de Guardián, se había vuelto hacia la forma de la montaña. —Guardianes. Ese ejército... es contra lo que se suponía que debían luchar los Guardianes, ¿no? Antes de que nos aniquilaran. Will no le respondió. Pero los Guardianes no podrían haber derrotado a ese ejército. Los Guardianes habían sido aniquilados por una sola sombra. Esta era una fuerza interminable de soldados monstruosos, vastos y aterradores. Will había sentido los destellos de sus espíritus… de sus mentes. Había grandes generales allí. Tenían hambre de poder. Sin embargo, le asaltó un pensamiento terrible: ese era su ejército,

dormido bajo la montaña. Sus fuerzas, que había ejercido para apoderarse de todas partes del mundo. ¿Recibirían órdenes mías? —La Guardiana Mayor nos dijo que encontráramos a Ettore —mencionó Will, alejando esos pensamientos—. Ella dijo que sólo con él podríamos detener lo que estaba por venir. —Él debe haber sabido —dijo James—, cómo detener a ese ejército. —O cómo controlarlo —acotó Will. —Pero está muerto —finalizó James sucintamente. Will se volvió hacia Cypiran. —Esos bandidos fueron los últimos en ver a Ettore con vida —dijo Will—. Te reuniste con su líder. Al darse cuenta de lo que Will estaba a punto de sugerir, Cyprian ya estaba negando con la cabeza. —No. Nos odia. —Hablas de il Diavolo —dijo Rosati. Will se volvió hacia él. —Cyprian dice que se aloja en la hostería del pueblo. ¿Nos ayudaría? —Dicen que el Diablo hará cualquier cosa por el precio justo —reflexionó Rosati. —Es un asesino. Mató a Ettore. No tiene reparos en matarnos —comentó Cyprian. —Esto es demasiado importante —dijo Will. Si ese ejército fuera liberado, lo invadiría todo. Recordó la visión que le habían dado los Reyes de las Sombras, él mismo de pie sobre montones de muertos, asesinado por una fuerza que nada en este mundo podía resistir. —El dueño de la hostería es mi hermano. Puede avisar a il Diavolo si deseas una reunión —sugirió Rosati. Will asintió. —Un trato con el diablo —dijo Cyprian. No parecía feliz. —Necesitamos descubrir qué sabía Ettore —recordó Will—. Ahora más que nunca.

Al pueblo de Scheggino se llegaba por un camino cubierto de árboles, luego por un puente sobre agua clara y los guijarros multicolores de un arroyo de truchas. El pueblo mismo se alzaba sobre ellos, surgiendo de la colina coronada por su única y austera torre. Hasta el momento no habían sido seguidos. Pero era sólo cuestión de tiempo antes de que se descubriera la muerte de Howell, y Sloane enviara soldados a buscarlos por las colinas. Todos lo sabían y la sensación de prisa los impulsó a cabalgar con todas sus fuerzas. Cuando apareció el primero de los tejados de terracota, Rosati espoleó a su caballo. —Disculpa. Para concertar su encuentro, debo hablar urgentemente con mi hermano... Al llegar a una casa de piedra en las afueras del pueblo, Rosati desmontó y saludó a una mujer de cabello blanco vestida toda de negro. Estaba sentada en un taburete fuera de la casa, pelando verduras mientras veía pasar el mundo, como parecía ser la costumbre aquí. Rosati se dirigió a ella como nonna y habló rápidamente en el idioma de la región. Ella lo ignoró, con los ojos fijos en James, todavía montado en su caballo. —Tú... tú eres uno de ellos —afirmó ella. Will se quedó helado. —¿Uno de ‘ellos’? —preguntó James cortésmente. —La sangre vieja —escupió—. Regresa, como una mala hierba en el jardín que hay que arrancar y matar antes de que pueda florecer. ¿Traes esto aquí? ¿Traes esto a mi casa? —Nonna, son amigos y están aquí para ayudar —dijo Rosati—. Hay un gran peligro debajo de la montaña… —Ayuda, no pueden ayudar, sólo pueden destruir, se imponen en nuestro mundo, se parecen a nosotros, pero no lo son, son una plaga que debemos erradicar... Will tomó la iniciativa: —Tenemos que esperar en otro lugar. Ataron sus caballos fuera de la vista. Will miró a su alrededor y pudo ver que muchas de las casas tenían segundos pisos con pasillos cubiertos que cruzaban las calles, de una manera que no le resultaba familiar en Londres. Necesitaban permanecer

ocultos. Lo último que necesitaban era que se difundiera la noticia de su presencia, llamando la atención de Sinclair. —¿Cómo supo ella quién era yo? —cuestionó James. Kettering dijo: —Debería haberte advertido. La gente de aquí mata a cualquiera que tenga poder. —¿Qué? —dijo Will. El pintoresco pueblo de repente adquirió un tono siniestro, como si algo malo pudiera esconderse detrás de aquellos muros de piedra o en el silencio de aquellos árboles. —Scheggino está construido al pie del Palacio Oscuro. ¿Crees que aquí no nacen descendientes? Nadie quiere recuperar esos poderes. Los lugareños tienen un dicho: ‘Non lasciarlo tornare’ —No dejes que vuelva —citó Will. Se imaginó a las fuerzas oscuras huyendo del palacio hacia las colinas circundantes después de la guerra. Lo habrían hecho por docenas, por cientos… podría haber miles de descendientes aquí. Este lugar, era como el nacimiento de un río del que corrían todos los afluentes. —Viven a la sombra de la montaña —dijo Grace—. No podemos saber lo que han experimentado aquí, a lo largo de los siglos. Sus creencias pueden tener méritos que no entendemos. —Prácticas locales bárbaras —aseguró Kettering—. Creencias primitivas y supersticiosas... —No encontrarás un oído comprensivo entre estos dos —le dijo James a Kettering—. Los Guardianes hacen sus propias matanzas. La Sangre de los Guardias, la Sangre de los Leones... por primera vez, a Will se le ocurrió preguntarse qué otras líneas de sangre mágicas podrían haber sobrevivido aquí en secreto, ocultando sus poderes a los demás. Para haber identificado a James de un vistazo, la anciana debe tener algunas habilidades latentes propias. —Están todos en peligro si los lugareños descubren lo que son —afirmó Will—. No sólo James. Debemos tener cuidado.

—¿Qué quieres decir con que todos estamos en peligro? —inquirió Cyprian. —Ustedes tres descienden del viejo mundo —dijo Will—. No creo que estas personas discriminen entre la sangre de los Guardianes y la sangre de todos los demás. La conmoción en los rostros de Grace y Cyprian decía claramente que no se habían considerado iguales a James. Will seguía imaginando a esa anciana de cabello blanco que se parecía demasiado al Guardián vestida de negro, apuntándolo con el dedo y diciendo: Él está aquí. Esperaron en un apretado grupo durante lo que parecieron diez lentos minutos, aunque no había relojes aquí en la montaña. —Lo siento —se disculpó Rosati en voz baja cuando regresó—. Ella cree en las viejas costumbres más que la mayoría. La muerte blanca se llevó a su hijo. —¿Tu padre murió a causa de la muerte blanca? —preguntó Will. Rosati negó con la cabeza. —No, mi padre no. Mi tío. El hermano de mi padre. Sucedió cuando él era joven. Once, ayudando a pastorear en las colinas. Salió con el rebaño y no volvió. Fueron necesarios casi tres días para encontrarlo. Su cuerpo era como piedra cuando lo trajeron de vuelta, y la fase blanca. Mi padre era mayor. Quemó el cuerpo. —Lo lamento. Eso debe haber sido horrible. —Will lo había visto él mismo ahora, más de una vez. Lo extraño de esto, la vida transformada en piedra blanca. —Sus palabras... Así son las cosas aquí. Non lasciarlo tornare. No permitimos que quienes tienen poder se conviertan en adultos. Los matan antes de que puedan convertirse en una amenaza. A su lado, el rostro de James estaba cuidadosamente en blanco. Rosati no pareció darse cuenta y le dio una palmada en el hombro a Will. —Mi hermano ha organizado tu encuentro con el bandido —dijo—. Debes ir rápido, antes de que se corra la voz de tu presencia en el pueblo.

Corregido por Erly S —El diablo —dijo la Mano—, sólo tratará con una persona. —Cyprian lo supo antes de que ella le señalara con el muñón—. A él. Habían entrado rápidamente en la hostería por la parte de atrás, sólo para encontrarla esperándolos, sentada con la rodilla en alto y la punta de su cuchillo sobresaliendo de una mesa. Tenía el mismo aspecto que Cyprian recordaba: vestida con el chaleco roto y el pañuelo que preferían estos bandidos, con claro control sobre los hombres sentados a su alrededor. Vio al menos un mosquete apoyado en los muslos de uno de los bandidos, que lo miraba con ojos hostiles. —No irá solo a ninguna parte —comenzó Will, pero Cyprian ya estaba hablando. —Lo haré. —Cyprian levantó la barbilla—. ¿Dónde está? Detrás de él, James resopló. Cyprian mantuvo su atención en la Mano. —No —dijo Will, acercándose a él—. Nos vamos todos. Eso es razonable. Will no retrocedía. Su insistencia tenía la cualidad inflexible que había mantenido cuando trajo a James al Santuario. La Mano lo miró por un momento sin mucho interés. Luego volvió a mirar a Cyprian. —Ve solo o se cancelará el trato. —Llévame con él. —Cyprian dio un paso adelante antes de que Will pudiera volver a hablar. La Mano se puso de pie, sacó su cuchillo de la mesa y dijo simplemente: —Por aquí. La hostería tenía una serie de escaleras estrechas que conducían a un entresuelo mal iluminado y a algunas habitaciones donde los clientes podían dormir mientras bebían vino. La Mano lo condujo hacia arriba, subiendo las escaleras con paso decidido. Llevaba el cuchillo enfundado en el cinturón, en la cadera derecha. Cyprian sólo miró brevemente.

—Pregúntame —dijo. Cipriano se sonrojó al haber sido sorprendido mirando. —¿O eres demasiado cobarde? Muy bien. —¿Qué le pasó a tu mano? —El diablo —dijo—. La cortó. —¿Y lo sigues? —Cyprian retrocedió, escandalizado. —Por eso lo sigo —afirmó. Asqueado, se limitó a mirarla, con el estómago revuelto. Ella le devolvió la mirada con una mirada seca y divertida, como si fuera un niño sin comprensión del mundo. —Allí dentro. —La Mano llamó a la puerta con su muñón envuelto en cuero y luego simplemente se fue. Cyprian se obligó a mirar hacia lo que le esperaba. Pasaron los segundos. No hubo respuesta a su llamada, por lo que Cyprian abrió la puerta. Era una puerta baja de madera que tuvo que doblar para entrar. Cipriano se enderezó hacia el interior y vio que había una sola lámpara sobre un taburete toscamente tallado que proporcionaba la única luz en el oscuro interior de una habitación con las cortinas corridas sobre la pequeña ventana. El Diablo yacía con sus miembros pesados en la cama de la habitación, su torso musculoso era una extensión de piel oliva salpicada de pelo negro. Estaba observando con satisfacción la entrada de Cyprian. Cuando los ojos de Cyprian se acostumbraron, vio que había una figura en la cama con el Diablo. Una mujer de ojos endrinos y saciada. Y entonces vio lo que ella llevaba puesto. Los últimos jirones de la túnica de Guardián de Ettore. Fue deliberado. Lo estaban provocando y una parte de su mente lo sabía. Pero la falta de respeto fue demasiado grande. —Cómo te atreves… —Vamos, vamos, Brillitos —comentó el diablo—. Pensé que estabas aquí para hacer un trato.

Un trato, cuando los Guardianes estaban muertos y este bandido estaba vistiendo a su compañera de cama con su ropa, como si llevara la piel de un animal que has matado, como si bailara con ella. La ira creció en él, espesa. Guardián, mantén tu entrenamiento. Cyprian se obligó a apartar los ojos de la túnica. —Estamos aquí para llegar a un acuerdo. Queremos saber todo lo que puedas contarnos sobre Ettore —expresó Cyprian—. ¿Quién era él, dónde lo encontraste, cuál era su misión? —Está muerto —dijo el Diablo—. ¿Qué importa? Él forzó entre dientes: —Estamos buscando algo. —¿Algo valioso? —preguntó el Diablo. La cualidad venal del hombre era repelente. Pero estos restos de túnica no eran todo lo que quedaba de los Guardianes. Lo que quedaba era la misión, la tarea que la Guardiana Mayor le había confiado y la forma en que se mantuvo fiel a su memoria. Hizo la petición de la única manera que sabía. Honestamente. —Hay un ejército debajo de esa montaña —dijo Cyprian—. Un ejército de muertos que durante miles de años ha dormido. Si despierta, invadirá este pueblo, esta provincia, este país. Ettore sabía cómo detenerlo. —¿Lo sabía? ¿Cómo? —Era parte de una orden que había jurado proteger este mundo. Al decirlo en esta habitación manchada y sucia, sintió que los Guardianes ya pasaban de la vida a la historia, una que él no estaba preparado para contar. —No era un gran protector si algunos de mis hombres pudieron eliminarlo. El Diablo lo dijo con una mezcla de orgullo y diversión. Cyprian sintió que la furia y el asco lo invadían. —Ettore dio su vida al servicio, era noble y abnegado. Eso es algo que un mercenario como tú no entendería. —Tienes razón, estoy demasiado ocupado haciendo otras cosas. —El Diablo atrajo a su compañera de cama hacia sí—. Puedes quedarte y mirar si quieres.

No lo hizo. La risa del Diablo lo siguió escaleras abajo mientras se daba vuelta y salía de la habitación. Sus amigos estaban esperando, junto con la Mano y algunas mesas llenas de bandidos, quienes no los estaban atrapando adentro, pero ciertamente estaban en un incómodo enfrentamiento con James, con las manos en los mosquetes, murmurando en italiano. —¿Qué pasó? ¿Hablaste con él? —Will se levantó inmediatamente cuando Cyprian regresó. —Él no nos ayudará —dijo Cyprian—. Es inútil hablar con él. —Se lo había dicho a Will en la montaña. Ahora estaban en un pueblo en medio de la nada, después de haber perdido un día en este viaje infructuoso—. Ya te lo dije... —empezó Cyprian, pero se detuvo. El Diablo había salido del piso de arriba, metiéndose ostentosamente la camisa. Cyprian se sonrojó. En lugar de saludarlos, el Diablo tomó una petaca de licor de uno de sus hombres, la bebió, luego se dirigió al asiento frente al fuego de la hostería y se arrojó sobre ella, como un rey sucio tendido en un trono sucio. Will dio un paso adelante, juvenil a la luz del fuego de la chimenea. Su constitución era juvenil y no portaba armas. Cyprian era consciente de que allí había hombres rudos con sus mosquetes y cuchillos largos, que lo superaban por completo. —Si encontramos lo que buscamos, puedes llevarte todo lo que hay en el palacio —ofreció Will. Y de repente tuvo toda la atención de il Diavolo. —Will, ¿qué estás haciendo? —advirtió Cyprian. —Sabes lo que hay dentro —dijo Will—. O crees que lo sabes. Has estado intentando entrar desde que llegamos aquí. Armaduras de oro con joyas incrustadas, cadenas de oro tan gruesas como tu brazo, copas, platos y espejos de oro. Lo tendrás todo para ti. El Diablo no dijo nada. Después de un largo momento, tomó otro trago de licor, se secó la boca con la manga y luego hizo un gesto a Cyprian con la barbilla. —Haz que ese pregunte amablemente.

Cyprian no tuvo que darse vuelta para saber que los ojos de Will estaban puestos en él. —Por favor —dijo Cyprian rotundamente. El Diablo dejó escapar un resoplido por la nariz. Miró a Cyprian a la luz del fuego, con una larga mirada rebosante de sádica satisfacción. —De rodillas. La humillación calentó sus mejillas, más caliente que la llama del fuego del hogar. Podía sentir los ojos de los bandidos sobre él, hambrientos de diversión y burla. La cuestión era ver a un Guardián mancillado. Él lo sabía. Pero lo que lo convertía en Guardián era su deber, y sabía que cualquier Gauardián daría su vida para detener al ejército que yacía bajo la montaña. Deliberadamente, se arrodilló, ignorando el calor de la vergüenza en su estómago. Ignoró todo y mantuvo los ojos fijos en las tablas del suelo, marcadas y pegajosas por años de vino derramado. —Por favor —dijo—, ayúdanos. Eres el único que puede. El silencio de sorpresa dejó claro que el Diablo no esperaba que se arrodillara. Cyprian se preparó para una ronda de risas y burlas, esperando que su petición fuera degradantemente rechazada. Pero cuando pasaron los segundos, levantó la vista, solo para encontrar al Diablo con una mirada extraña e impotente en sus ojos. —Había un lugar... en el pico blanco... tu amigo Ettore estaba buscando algo. Te llevaré allí por la mañana —dijo el Diablo, con la expresión entornada cuando accedió a su pedido—. Esta noche me emborracho. Todos se emborracharon. Cyprian salió de la hostería mientras las tazas de hojalata chocaban entre sí, derramando vino tinto por los bordes. Detrás de él, uno de los bandidos tocaba la flauta y otros bailaban. Otros se dispersaron por la pequeña plaza del pueblo, risas y gritos resonaron por todo el valle al pensar en el botín de palacio que les esperaba. No estaba de humor para unirse a ellos ni para pensar en lo diferente que se habrían preparado los Guardianes para una misión matutina. En cambio, encontró un lugar para él solo fuera del pueblo, cerca del río, donde podría vigilar en caso de que vinieran los hombres de Sloane.

Al oír pasos detrás de él en el aire frío del exterior, esperó a Grace, buscando su propia calma en medio del caos libertino de la hostería. Pero cuando la figura se paró a su lado, era James. Cyprian se preparó de nuevo para el ridículo que esperaba en la hostería. Miró hacia arriba, sólo para encontrar a James mirándolo con una expresión complicada en su rostro. —Hice que Marcus se arrodillara —contó James—. En el barco. —Bien por ti —dijo Cyprian. Por una vez, James no respondió de inmediato. Cyprian lo miró y deseó que se fuera. Deseó no haber existido nunca. Deseó poder cambiar a James por el mundo del Santuario, que James había destruido para siempre. —Lo mantuve encadenado —dijo James—. Navegamos por el Canal de la Mancha. Luchó todo el tiempo. Cuando atracamos en Calais, él... —¿Por qué me estás diciendo esto? Sus palabras detuvieron a James en seco. Una expresión de sorpresa apareció en su rostro, como si él mismo no supiera por qué había hablado. —No lo sé —confesó James, después de un largo momento—. No me gustó verte arrodillarte ante ese bandido. —Como si estuviera empujando las palabras—. No me gusta que me recuerden que los Guardianes pueden ser... —¿Qué? James no quiso responder. Cyprian pudo verlo en sus ojos. —Desinteresados. Eso fue demasiado. —Ojalá mi padre te hubiera matado. Marcus todavía estaría vivo. —Y si nunca lo hubiera intentado, yo sería Guardián —afirma James. —¿Qué? —dijo Cyprian. —¿Crees que no tuve los mismos sueños que tú, hermanito? ¿Tomar a los blancos y defender este mundo de la Oscuridad? —No es lo mismo —dijo Cyprian. —¿Por qué no? —inquiere James—. ¿Porque soy un Renacido y tú eres un Guardián?

Ira, alimentada por el dolor. Los Guardianes se habían ido y James todavía estaba aquí. La injusticia de esto lo atrapó. Aspiró una bocanada de aire frío de la montaña. —Porque tú los mataste —dijo Cyprian—. Los mataste a todos. Probablemente soñaste con eso, con el día en que nos matarías, probablemente… —Los Guardianes —afirmó James—, pasaron toda mi vida tratando de matarme. —Marcus no lo hizo —corrigió Cyprian—. Marcus pasó todo su tiempo tratando de convencer a mi padre. Incluso cuando empezaste a matar para Sinclair, él pensó que había una manera de traerte de vuelta al redil. James simplemente lo miró fijamente. —Y yo... —Durante años pensé que había algún error. Después pasé años a tu sombra. No le diría eso a James. —¿Tú qué? —preguntó James. Él no respondió. No quería sangrar así delante de James. No quería darle la satisfacción. —Soy tu asunto pendiente —insistió Cyprian—. Se suponía que debía haber muerto ese día con los demás, y no lo hice. —La promesa fue tranquila y firme—: Voy a hacer que te arrepientas de eso. —Realmente eres como mi padre —escupió James—. No puedes creer que esté de tu lado. —Hasta que Sinclair te atrape. O hasta que regrese el Rey Oscuro. Entonces volverás corriendo. —Cyprian lo miró fijamente—. Tú eres el Traidor. Sólo estoy esperando a que te vuelvas. —¿Como un compañero de escudo? —quiso saber James. El descaro de eso lo dejó sin aliento. —¿No hay nada de lo que no te burles o destruyas? —Ve a hacer tus ejercicios —dijo James—. Ve, toma tu espada y practica las formas vacías, los cánticos y las ceremonias, perfeccionándolas sin cesar para nadie.

Corregido por Erly S —Monta —le dijo el Diablo a Cyprian—, con el ojo derecho cerrado. Habían partido al amanecer, montados con una pequeña cabalgata de bandidos con resaca. Cyprian había consultado brevemente con Will y luego montó en su caballo, evitando a James. Le habría gustado obviar a James por el resto de su vida. Lo mismo ocurría con el Diablo. Pero cuando comenzaron a ascender la montaña, él se encontró cabalgando entre ellos. No pasó mucho tiempo antes de que las palabras del Diablo tuvieran sentido: su camino a través de las montañas tenía una pronunciada caída hacia la derecha, y mientras cabalgaban, se estrechaba hasta que no era más que el susurro de una delgada plataforma. Las piedras pateadas por los caballos cayeron ruidosamente. Incluso las matas de hierba y los arbustos apenas parecían aferrarse a las laderas. Al mirar hacia la grieta a su derecha, Cyprian vio con un poco de sorpresa los restos de otros viajeros en su base. —Déjame adivinar, no siguieron tu consejo —se quejó James. —Se podría decir eso —gritó alegremente el Diablo por encima del hombro—. Les tendimos una emboscada. Cyprian sintió una oleada de disgusto. —Así que simplemente matas gente por dinero. —Así es —dijo el Diablo—. ¿Qué te pasa, Brillitos? ¿No te gusta el dinero? —“Brillitos” —repitió James, considerando la palabra secamente. Cyprian no dijo nada. Por supuesto, James se había hecho amigo del Diablo, dos asesinos de Guardianes se llevaban espléndidamente. Mantuvo sus propios ojos fijos delante de él. Allí, había dicho el Diablo, señalando la cima de una montaña cercana esa

mañana. Por eso su amigo Ettore se lamentaba. No es que te sirva de nada. El lugar está vacío. Cabalgaban hacia el lugar donde había muerto Ettore. Cyprian se había preparado para mirar por encima del borde de un precipicio y ver una armadura oxidada, una colección de huesos. Sería un dolor manejable, después de presenciar las muertes en el Santuario. Pero el Diablo se equivocó al decir que el lugar estaría vacío. Un Guardián no habría venido hasta aquí sin una misión. Iban en fila india, con bandidos a proa y a popa. Los caballos de los Guardianes saltaban ligeramente hacia arriba con la gracia de un íbice sobre una roca imposible. Todos los bandidos tenían ponis montañeses cargados con mochilas que parecían tener una resistencia infinita. Al caballo más pesado de Will, Valdithar, no le gustaba caminar penosamente por los estrechos senderos rocosos y luchaba. —¿Dijiste que se suponía que Ettore sería quien ayudaría a detener una guerra o algo así? —le gritó el Diablo. Cyprian mantuvo la respiración tranquila. —Lo era. —Si es tan importante —comentó el Diablo con un bufido—, ¿por qué tu gente envió a un niño a buscarlo? «No soy un niño» Se abstuvo de decir Cyprian «Estaba a cinco semanas de mi prueba». Tampoco dijo: «A estas alturas, sería Guardián». —Porque están muertos —dijo Cyprian—. Están todos muertos. El Diablo estaba casualmente sentado en su caballo. —¿Oh? ¿Cómo murieron? —Yo los maté —concluyó James—. Así que no te pongas elegante.

Más cresta que pico, la montaña tenía vistas deslumbrantes de las elevaciones y valles circundantes. En su cima se abría un claro, con hierba larga y seca y un haya que crecía en un ángulo extraño, como si se aferrara a la ladera con sus raíces. —Aquí —dijo el Diablo con poco entusiasmo mientras llegaban a la cima—. Esto es lo que encontró tu amigo. La cima de una montaña vacía.

Él estaba en lo correcto; no había nada más que altura y cielo. Cerca de la pendiente descendente, Cyprian vio algunas piedras esparcidas. Pero cuando desmontó y se paró entre ellos, no eran más que partes de la montaña. Tratando de aprovecharlo al máximo, Grace dijo: —Podrían haber sido un túmulo de piedras o... Debería haber sido él o Grace quienes pensaran en ello, pero Will fue quien dijo: —¿Podría haber algo aquí escondido por las protecciones de los Guardianes? —¿Qué quieres decir con ‘protecciones de los Guardianes’? —preguntó el Diablo. Estaba mirando las piedras esparcidas con el ceño fruncido. —Los Guardianes usan barreras para ocultar sus fortalezas —contestó Will—. Lo que parece un viejo arco o un trozo de piedra roto podría ocultar la entrada a toda una ciudadela... Cyprian gritó: —¡Límpialo! ¡Limpia todo aquí! La Mano hizo un gesto y sus hombres se apresuraron a hacer el trabajo, arrancando hierba y raspando tierra espesa. Debajo de una capa de tierra y musgo había dos losas de piedra, lisas, espaciadas como pilares a cada lado de una puerta. Cyprian respiró hondo y los atravesó. No pasó nada. Esperó en vano un efecto, esperó que un espacio oculto apareciera tal como siempre lo había hecho el Santuario de los Guardianes. Se volvió hacia los demás, impotente. —Grace, ¿por qué no lo intentas? —sugirió Will. Grace se levantó y se acercó hasta situarse a su lado. Nada se les apareció en la ladera. Cyprian estaba abriendo la boca para decir que Will se había equivocado cuando vio el grabado en la losa.

—Sólo puede entrar un Guardián —leyó Will, pasando los dedos por encima. Grace se adelantó para examinar el guion más de cerca.

—Esa Palabra es más antigua que la palabra Guardián. Es más bien un Guardia. —Entonces, ¿por qué no se abre? —cuestionó Cyprian. Grace le devolvió una mirada extraña y triste, como si supiera la respuesta... y como si él también la supiera, si tan solo la supiera. La negación surgió bruscamente en él. —No —dijo Cyprian. —Soy una jenízara —expuso Grace—, y tú eres novicio. —No —repitió Cyprian. —El Santuario estaba abierto para cualquiera de sangre Guardián. Esto necesita un Guardián. Aquel que ha completado las pruebas y hecho los votos. —No —volvió a decir Cyprian. —Ettore —dijo Will. Cyprian se quedó mirando la roca desnuda, todavía oscura por la tierra húmeda. Pensó en ese trozo de tela blanca que les había quitado a los bandidos, los restos de un hombre que podría haberlos ayudado. Los Guardianes se habían ido, y sin ellos no había nadie para abrir esta puerta, que ahora permanecería cerrada para siempre. Una ola de sentimiento surgió en él, desde un océano de desesperación. El fin de su Orden, no sólo de sus familiares y amigos, sino de los lugares y tradiciones sagrados. Sabía que él y Grace no podían seguir solos los caminos de los Guardianes. Ahora veía las obras de los Guardianes que ya habían perdido para ellos, nada más que una ladera de montaña vacía. Escuchó el ruido de pasos detrás de él. El Diablo se paró a su lado, con una expresión extraña e irónica en su rostro. Furioso por la intrusión, Cyprian intentó detenerlo, incapaz de soportar este sacrilegio final. No permitiría que el Diablo pisoteara este sitio, ni que dijera cualquier palabra sarcástica y desdeñosa que saliera de sus labios. Pero el Diablo no le hizo caso. —Necesitas un Guardián, ¿no? —Dio un paso entre las piedras y los antiguos pilares comenzaron a brillar con luz. Un pabellón apareció a la vista entre los pilares, sostenido por cuatro columnas altas, con escalones que conducían a un altar tallado en la roca. Era como ver abrirse la

entrada al Santuario en el pantano, la misma magia. Estaba aquí, y no lo estaba, una estructura en lo alto de la montaña, oculta por las protecciones de Guardián. Cyprian contempló maravillado lo que alguna vez debió haber parecido un mirador elevado, un faro hacia los valles de abajo, una estrella blanca en la cima de la montaña. Sólo había un hombre que podría haber abierto esas barreras: el hombre que habían buscado y que creían asesinado. Cyprian se volvió hacia el diablo. —Tú eres Ettore —dijo Cyprian, totalmente conmocionado e incrédulo. El Diablo estaba frente a él, la luz reflejándose en sus mejillas sin afeitar, su ropa sucia y grasienta, su espada mal cuidada. ¿Cómo? ¿Cómo podría este hombre ser el último Guardián? Tenía que ser un error, ¿no? Tenía que ser algún tipo de broma cruel. —Te he abierto tu habitación —dijo el Diablo con una mirada superficial alrededor del pabellón—. Toma lo que necesites y luego mis hombres limpian el lugar. —Espera. —Cyprian dio un paso adelante apresuradamente y lo tomó del brazo—. Tú... eres un Guardián... tú... Los fríos ojos de un bandido lo miraron fijamente. Las palabras se secaron en la boca de Cyprian. El Diablo había dicho que había matado a Ettore. ¿Era esto lo que había querido decir? ¿Que había abandonado sus votos? ¿Abandonado a su compañero de escudo? ¿Abandonado el Santuario? ¿Convertirse en un bandido mercenario y venal al que no le quedaba nada de Guardián? —¡Cyprian! —llamó Grace. Eso lo sacó de sus pensamientos, aunque todavía se sentía vacío por la sorpresa cuando se giró hacia ella, y le tomó un momento ver lo que ella estaba viendo. Grace estaba mirando una figura muerta hacía mucho tiempo. Una calavera, un esqueleto y ropas podridas, parecía extrañamente intacto, como si nada hubiera roto la quietud de los años. Estaba posado frente al altar del pabellón, arrodillado. Sus túnicas se parecían a las túnicas de Guardián, pero llegaban hasta el suelo como las de un jenízaro, y no estaban cortadas como la túnica de un Guardián a la mitad del muslo. Estaban podridos

y manchados, pero todavía era posible ver en algunas zonas el color, no blanco ni azul, sino el rojo oscuro del vino podrido derramado. —Parece que te perdiste tu cita con él —dijo el Diablo con un bufido—. Por unos cientos de años. —Más que eso —confirmó Grace—. Estos restos tienen miles de años... conservados... tal vez porque este lugar fue cerrado. —Entonces, ¿cómo puede decirnos cómo detener al ejército? —se quejó Cyprian. Will había pasado junto a todos ellos. Una vez más parecía haber dado el salto deductivo que Cyprian debería haber dado. —El altar. Es cuarzo blanco. Al igual que… —La Piedra Mayor —concluyó Grace. El altar tenía la misma consistencia blanca y lechosa que la Piedra Mayor. Su corazón comenzó a latir más rápido ante la idea de que la piedra podría hablarles desde el pasado, podría contener un mensaje de los Guardianes. —No puede ser una coincidencia. —Will se volvió hacia el Diablo—. Tócalo. Las cejas del Diablo se alzaron con escepticismo. —¿La qué Mayor? —Toca el altar —dijo Will. —Tú tócalo —musitó el Diablo obstinadamente. Will puso su mano sobre el altar, como diciendo: Es seguro. Y luego alzó las cejas hacia el Diablo. El pequeño aire de desafío funcionó. Con su ceja arqueada volviendo, el Diablo, Ettore, puso su mano sobre el altar. Cyprian jadeó de asombro cuando la escena frente a él de repente brilló y cambió. El pabellón fue restaurado a su antiguo esplendor de altas columnas de mármol brillando con oro y plata y un alto techo abovedado elevado hacia las estrellas. Siempre había pensado que el Santuario era hermoso, pero al mirar este pabellón, se dio cuenta de que el Santuario era una ruina y que nunca había visto la arquitectura Guardián en su apogeo.

La figura vestida de rojo también fue restaurada, su túnica de rico terciopelo y su cabello oscuro suelto hasta su cintura. Se estaba levantando de donde estaba arrodillado y, cuando se adelantó para saludarlos, Cyprian se sorprendió al descubrir que era un joven no mucho mayor que él. —Soy Nathaniel, Mayordomo Guardián de Undahar, y les hablo ahora en nuestro momento más oscuro. La figura, Nathaniel, tenía una estrella dorada en el pecho, pero su túnica no era blanca ni azul, sino de un rojo carmesí intenso. Caía al suelo como una túnica larga con un estilo que Cyprian no reconoció. —Nuestra orden ha sido invadida. De mil doscientos mujeres y hombres, yo soy todo lo que queda. Que mis palabras sean a la vez una llamada y una advertencia, porque no se debe permitir que lo que nos ha sucedido vuelva a suceder. Parecía mirar directamente a Cyprian mientras hablaba, aunque seguramente eso era imposible. Nathaniel no estaba realmente aquí, Cyprian tuvo que recordarse a sí mismo, del mismo modo que la Guardiana Mayor no había estado realmente en el Santuario cuando ella regresó en su forma fantasmal. Él era sólo una visión contenida en la piedra. —Esto comenzó hace sólo seis días. La sala del trono siempre ha estado sellada y prohibida, pero uno de nosotros abrió las puertas. Inmediatamente después, fue víctima de una extraña aflicción. Su piel se volvió blanca y su sangre se endureció hasta convertirse en piedra negra. Nunca habíamos visto una enfermedad así. Por la noche, la aflicción había afectado a otros seis. —La muerte blanca —murmuró Cyprian, volviéndose hacia los demás que estaban detrás de él, con el pulso acelerado—. Ha golpeado aquí antes. —Era una señal de que realmente habían venido al lugar correcto. Incluso si el propio Ettore, el Diablo, estuviera de pie con los brazos cruzados y el ceño fruncido. —La Gran Guardiana temía una plaga —dijo Nathaniel, con el rostro contraído por la ansiedad que recordaba—, o peor aún, alguna magia antinatural del viejo mundo. Retrocedimos para vigilar a nuestros hermanos caídos y discutir formas de limpiar y restaurar la sala del trono, donde había ocurrido la primera de las muertes.

Cyprian recordó las conversaciones en voz baja de los Guardianes mientras se reunían en grupos y susurraban inquietos sobre Marcus. Preocupados, pero inconscientes de la enorme calamidad que les aguardaba. Al mismo tiempo, su mente se llenaba de preguntas. ¿Quiénes eran estos Guardianes que una vez custodiaron el Palacio Oscuro? ¿Por qué nunca había oído hablar de ellos ni de la muerte blanca? —No había nada parecido a esta plaga en ninguno de nuestros textos —continuó Nathaniel—. Regresando a las cámaras exteriores, pusimos a nuestros guardias a montar guardia. »No vieron nada. Pero por la mañana nos despertamos y encontramos cuerpos blancos entre los dormidos que no se levantaban. El miedo comenzó a extenderse. Algunos dijeron que deberíamos abandonar el palacio, aunque eso significaría abandonar nuestro deber sagrado como Guardianes de Undahar. Otros decían que debíamos quedarnos y que podríamos ser un peligro si nos llevábamos la plaga con nosotros. »No deberíamos habernos reunido. En medio de una plaga, éramos vulnerables. Mientras discutíamos, vi un espectáculo terrible. Mis hermanos y hermanas de la orden colapsaron, cada uno de ellos se puso blanco antes de caer como si un océano blanco rodara sobre el salón. Huimos de esa ola blanca entre gritos de pánico, bloqueando las puertas detrás de nosotros. Sin embargo, detrás de la puerta oímos un sonido espantoso, chillidos y llantos que me helaron la sangre. »—No podemos aguantar —dijo la Gran Guardiana—. Lo que hay en Undahar está despertando. Se desatará en esta tierra un terror peor que cualquier plaga. Nuestra única esperanza es sellarlo y enterrar este lugar tan profundamente que nunca será encontrado. »—¡Cómo se puede hacer eso! —uno de los nuestros gritó. »—Se puede hacer —dijo—. Pero nos quitará la vida. »—Muy bien. —Di un paso adelante, sabiendo que quería enterrarnos dentro del palacio. Estaba listo para hacerlo. »Pero la Gran Guardiana me detuvo.

»—Un Guardián debe sobrevivir. Debes avisar al Santuario de los Guardianes. Y si no logramos contener la oscuridad de Undahar, debes llamar al Rey. »—Ouxanas —le dije, llamando a la Gran Guardiana por su nombre—. No hagas que te deje. »—Así es como debe ser, Nathaniel. Ya sabes lo que hay debajo del palacio. »Mientras la Gran Guardiana hablaba, las puertas se abrieron de golpe. »A través de las puertas vi los cuerpos blancos caídos de mis hermanos, y sobre ellos algo más que parecía girar y gritar ante el estallido de luz que provenía de la piedra protectora del bastón de la Gran Guardiana, mientras el mismo palacio comenzaba a temblar. »Corrí. Desde el pabellón oriental, observé cómo Undahar se hundía bajo la tierra y en su lugar se levantaba la tierra y la piedra desplazadas, creando una montaña y un valle donde antes había habido una llanura abundante. El sacrificio de los Guardianes detuvo la erupción desde las profundidades del palacio y enterró a Undahar donde no sería encontrado. »Quizás la historia debería haber terminado ahí. Ojalá lo hubiera hecho. »Permanecí en aquel lugar solitario dos días y dos noches, enviando noticias por pájaro mensajero al Santuario de los Guardianes, y esperando su respuesta, recuperando mis fuerzas, con la nueva montaña cerniéndose sobre mí. »Al tercer día, cuando me desperté y esperaba que la paloma bravía regresara con noticias del Santuario, vi a la Gran Guardiana emergiendo viva del valle. »—¡Ouxanas! —llamé. Pero ella no pareció reconocer su nombre—. Ouxanas, ¡estás viva! ¡Pensé que habías caído en la muerte blanca! »Estaba desconcertada, confundida, pero no mostraba ningún signo de la plaga blanca que había caído sobre los demás. Sin embargo, cuando se acercó vi que tenía los brazos y los dedos raspados, arañados y manchados de tierra, como si se hubiera desenterrado de la montaña con sus propias manos. »Apresuradamente saqué una petaca de mi mochila, pensando en ofrecerle las aguas curativas de Oridhes. Pero cuando me volví, ella estaba parada con una rama de árbol rota levantada detrás de mí. Antes de que pudiera detenerla, me golpeó en la cabeza. Tropecé hacia atrás, casi cayendo. Se abalanzó con ambas manos hacia mi

garganta. Grité su nombre, pero ella no me escuchó. Me gritaba que liberara al ejército debajo de la montaña. Dijo que me obligaría a hacerlo. »Luchamos en el acantilado. Estaba débil y herido por el golpe en la cabeza. Ella estaba cambiada, diferente de la Ouxanas que yo conocía. En el borde vacilamos, pero fue ella quien cayó. »Me quedé solo en la montaña nueva. Algún mal dentro de Undahar había infectado a Ouxanas. Lo sabía, pero sentí como si hubiera matado a mi amable mentora. Lloré, sabiendo que había matado a la última de mis hermanas con mis propias manos. »Fue en ese momento que una paloma bravía se posó cerca de mis pies. La miré fijamente y sólo después de unos largos momentos comprendí que contenía la respuesta que había estado esperando del Santuario de los Guardianes. »El mensaje que recibí me sorprendió. Dijeron que el palacio debía permanecer enterrado. Que el ejército y la plaga que trajo consigo deben permanecer perdidos. La Puerta del Sol estaría cerrada para siempre. Incluso hay que olvidar el conocimiento de este lugar. Sólo el Guardián Mayor recordaría Undahar, e incluso el Guardián Mayor juraría no hablar nunca con nadie más que con su sucesor sobre lo que había debajo de la montaña. »En cuanto a mí, podría estar infectado con la muerte blanca. Debo encerrarme en la torre de vigilancia y dejar que las barreras se cierren y me oculten para siempre. »Y así lo hice. Y así me encontrarán… o así espero que me encuentren… Espero cumplir mi voto y no irme, aunque la tentación cuando me quede sin comida o bebida será muy fuerte. Pero usaré mi voluntad para permanecer en el lugar. »Para el Guardián que escuche este mensaje, preste atención a mi advertencia. No busques lo que hay debajo de la montaña. No entres en Undahar ni rompas las puertas selladas. Pensamos que podíamos detener lo que se avecinaba. Estuvimos equivocados. Cuando vino el mal, no lo derrotamos. Sólo lo enterramos. Y nos dijimos a nosotros mismos que lo olvidáramos. »Pero lo que está enterrado nunca desaparece. Está debajo, esperando regresar. La figura comenzaba a desvanecerse mientras pronunciaba las últimas palabras, hasta que desapareció por completo, y Cyprian se quedó mirando los restos

esqueléticos y las túnicas rojas desintegradas de una secta olvidada de los Guardianes. Se había arrodillado hasta el final, entre hambre y sed, entregándose a su deber. —Muy bien, comencemos a limpiar este lugar —dijo el Diablo, acercándose al esqueleto vestido con la túnica como si tuviera la intención de despojarlo en pedazos. Cyprian lo bloqueó. —No puedes. No puedes simplemente robar su tumba. —Eso es exactamente lo que estoy aquí para hacer. —Era una persona —señaló Cyprian. —Ese fue el trato, Brillitos. Tú obtienes la información, nosotros obtenemos el botín. Yo diría que obtuviste lo mejor. No hay mucho aquí excepto la escoria... incluso su túnica probablemente esté podrida. Pero su cinturón y sus adornos podrían valer algo. Cyprian sintió que la frustración aumentaba. —¡Para! ¿No puedes respetar a los muertos? —¿Qué hay que respetar? —El rostro del Diablo se ensombreció—. Estos tontos jugaron con fuerzas que no entendían y les salió mal. Típico de los Guardianes. La injusticia de aquello surgió en él, frágil y dolorosa. Cyprian miró la figura arrodillada y recordó haberse arrodillado él mismo, mañana tras mañana. Recordaba las horas pasadas meditando, perfeccionando las formas, convencido de que lo que hacía importaba. —¡Él te salvó! ¡Si no fuera por su sacrificio, el mundo sería invadido! —dijo Cyprian—. No lo dejaremos aquí para que lo recojan. Quemaremos su cuerpo. Lo enviaremos a las llamas. —No hay tiempo —comentó Will. Cyprian se volvió hacia él, sólo para encontrar a Will con una mirada implacable en su rostro—. ¿No escuchaste su advertencia? La sala del trono está abierta, Sinclair está en camino y no tenemos forma de detener a ese ejército. Cyprian sintió la urgencia de hacerlo. Pero no podía darle la espalda a la figura arrodillada ante el altar. No sabiendo que era el último y que había mantenido su vigilia solitaria aquí con sólo sus rituales de Guardián para acompañarlo. —Hacemos tiempo —indicó Cyprian.

No fue como el gran incendio en el Santuario de los Guardianes. Él y Grace recogieron palos y pasto seco de más abajo en la ladera y le quitaron un yesquero a uno de los bandidos. Cuando la leña estuvo lista, Cyprian colocó los huesos de Nathaniel en el centro, se arrodilló y golpeó el acero contra la piedra. Pensó: debería ser una pira gigante ardiendo en la cima como un faro. Pero en la montaña sólo había frío y el fuego era pequeño. —Nathaniel —Le pareció importante decir su nombre. Pensó: la verdadera muerte es desaparecer de la memoria. No viene cuando mueres. Viene cuando se pronuncia tu nombre por última vez. —He escuchado tu mensaje y asumiré tu misión. Impediré que el ejército salga de Undahar. Llegaría el día en que el nombre de Nathaniel sería olvidado, como debe olvidarse el nombre de todos, pero Cyprian quiso decir: Todavía no. —Que este lugar sea el descanso de Nathaniel. Porque tu trabajo por fin ha terminado. Levantó la vista y vio al Diablo, Ettore, mirándolo fijamente, algo muy abierto en sus ojos oscuros, como si vislumbrara por un momento algo que había creído perdido. Cyprian se levantó de donde estaba arrodillado. —Toma lo que quieras —dijo, pasando junto a Ettore de regreso a la roca.

Traducido por DeniMD Corregido por Erly S —Me enseñarás a usar esto —le dijo Visander a Phillip, quien se arrojó de lado sobre la cubierta, aplastándose contra la barandilla de madera del barco. —¡No me apuntes con esa cosa, diablo! ¡Bájala! ¡Bájala! —¿Temes al arma? —preguntó Visander. Lo giró en su mano. El arma estaba hecha de madera, con un tubo de metal en un extremo y detalles de metal grabados en lo que parecía el mango. Phillip le devolvió la mirada. —¿Estás loco? Podrías matar a alguien. De todos modos, ¿de dónde diablos sacaste esta cosa? En el instante en que Visander cambió su agarre del arma, Phillip se movió para tomarla y apuntarla hacia el suelo. —Se la quité a uno de tus hombres, que me hirió con ella —confesó Visander—. Y ahora quiero que me enseñes para que pueda herir a otros si es necesario. —Oh, gracias a Dios, no está cargada —se alegró Phillip—. Bueno, mira, no es difícil, apuntas y disparas. Honestamente, apuntar ni siquiera es tan útil, las cosas malditas tiran hacia la derecha o hacia la izquierda la mitad del tiempo. No te entiendo cuando hablas ese idioma. Las palabras que todos le dijeron a Visander subieron a sus labios. —Muéstrame. —Disparar no es exactamente mi fuerte —comentó Phillip—. Supongo que no quieres aprender un vals o una cuadrilla. ¿Desarmarlos en lugar de dispararles? La danza es terriblemente útil. —No a donde vamos —dijo Visander. —No lo sé, Italia es un destino más bien romántico —respondió Phillip.

Visander volvió a decir: —Muéstrame. —Primero debes prometer que no me vas a pegar un tiro con él. —No prometo nada. Si intentas ayudar al Rey Oscuro, haré todo lo que esté en mi mano para detenerte —ofreció Visander. —Touché —dijo Phillip, y luego—: Eso es francés. Volvió a mirar las facciones de Phillip. Creía ver, si lo buscaba, el mismo color, el pelo oscuro y la piel pálida. Heredero de Sarcean. Phillip no tenía esa vitalidad fascinante, esa belleza de la que era imposible apartar la mirada, o ese poder devorador que Visander antes de la caída del Palacio del Sol. Pero era guapo, y llamaba la atención, con un carisma sin esfuerzo que parecía derrochar en intereses frívolos como carruajes y ropa. Era ridículo pensar que la apariencia de Sarcean podría haber pasado desapercibida a través de eones de tiempo. Pero la de su Reina sí: él estaba allí de pie con su cara. Y no podía subestimar la virilidad de Sarcean, imponiéndose a todos sus descendientes. Phillip extendió el arma. —Esta es una Queen Anne1, bastante vieja pero efectiva. Está pensada para disparar a corta distancia. —Phillip estaba a su lado—. Así, ¿lo ves? —Al momento siguiente estaba detrás de Visander, presionando el arma en su mano enguantada—. La sostienes así. Quieres que el cañón apunte a tu objetivo. —¿Así? Los brazos de Phillip lo rodeaban, una mano en su cintura y la otra guiando su mano. La diferencia de altura entre sus cuerpos era desconcertante. Visander no había sido mucho más pequeño que otro hombre desde que era un niño. Se sintió rodeado, envuelto. Lo desequilibraba, le dificultaba pensar. —Así es. Primero amartilla la pistola, así. —Phillip giró un pequeño mecanismo de metal encima de la pistola y luego llamó la atención de Visander hacia un bucle de Queen Anne: pistola de pedernal de retrocarga conocida como pistola de apagado. El diseño era particularmente adecuado para producir una pistola pequeña que pudiera transportarse y ocultarse fácilmente. 1

metal que colgaba debajo—. Este es el detonante. Deslizas tu dedo allí. Y luego lo retiras para disparar. No, más fuerte, el gatillo es más fuerte. Toma, necesitarás... uh... —¿Qué? —dijo Visander. Phillip se había detenido. Su cuerpo contra el de Visander estaba caliente. Su voz era un soplo por encima del oído de Visander. —Nada. Es solo. Esto es un poco... Eres la prometida de Simon. —No soy la prometida de Simon. Soy tu esposa —afirmó Visander, y algo muy extraño sucedió en su interior cuando dijo eso. —Yo… —dijo Phillip, sin mover la mano sobre la pequeña cintura de Visander— … supongo que eso es cierto. Visander apretó el gatillo. No pasó nada, solo un pequeño clic. Se sentía como si estuviera esperando algo, al límite. —No funcionó —dijo, con la respiración entrecortada. —Yo… —dudó Phillip. Y luego—: Tienes que cargarla. —¿Cargarla? —Pólvora y balas. Tal vez para nuestra próxima lección. —Phillip había dado un paso atrás con determinación. Ahora había un hueco entre sus cuerpos. —Muy bien —dijo Visander. Ve a buscar la pólvora y la bala, debería haber dicho, y ahora practicaremos. Pero era extrañamente difícil de pensar. —Te dejaré en cubierta —dijo Phillip, haciendo una reverencia. Cuando Visander respiró hondo y se volvió, vio a Devon de pie y mirándolo fijamente, como una pálida figura de decoración en la proa del barco 2. Largos tramos de cubierta los separaban, activos con marineros tirando de cuerdas. Visander sintió la dolorosa distancia que los separaba; un recuerdo, galopando por la nieve a sus espaldas, con los dedos enroscados en su melena plateada voladora.

Ship’s figurehead: Son las esculturas de madera tallada que decoran las proas de los veleros. En la peligrosa vida de un barco que va a los océanos, estas figuras encarnaban el espíritu de la embarcación, ofreciendo a la tripulación protección de los mares duros y salvaguardando sus viajes de regreso a casa. (Royal Museum Greenwich). 2

Devon venía hacia él, y se metió la pistola en la cintura de las faldas, dándose cuenta sombríamente de lo que Devon había visto: el Campeón de la Reina de pie en los brazos del descendiente de Sarcean. —Haces tus propias alianzas —saludó Devon. —Te acuestas con los leones —correspondió Visander. —Los leones son leales. Yo era leal, quería decir Visander. Te fui leal. —Sabías que Phillip era descendiente de Sarcean. Visander se sintió enfermo cuando Devon no lo negó, solo miró a Visander con una mirada uniforme en su rostro demasiado pálido. Empeoraba, no mejoraba, con cada reunión: ver al niño humano frente a él vestido con ropas humanas, teñido con telas y añil, pieles de animales muertos en sus pies. —No sabía que lo iban a casar contigo —dijo Devon después de un momento. —Bueno, lo hicieron —dijo Visander—. Mientras apenas estaba consciente, todavía ajustándome a este cuerpo. ¿Eso también formaba parte de tu plan? Devon lo miraba como lo había hecho en la posada, como si mirara a Visander desde una gran distancia, y no pudiera comprender completamente que estaba allí. —No pensé que volverías —confesó Devon—. Había dejado de creer que se podía. Había dejado de pensar en ti en absoluto. Eso le dolió, un dolor agudo en el pecho. —Ya veo. —Hubo un tiempo en que pensaba en ti todos los días —dijo Devon con aquella voz distante—, pero eso fue hace miles de años. Visander se volvió hacia la barandilla de la nave, sintiendo el aire frío húmedo con el océano contra su cara. En todo momento podía oler la salmuera del mar, incluso ahora, cuando le costaba respirar. —El León. —Sonaba hoscamente celoso, y no pudo evitarlo—. ¿Dejas que te monte? —Eres mi único jinete, Visander. —Devon tenía algo duro y horrible en su voz— . No puedo transformarme.

Visander se volvió hacia él. No estaba seguro de lo que esperaba ver. El rostro pálido de Devon se borró de toda expresión. Una simpatía horrorizada brotó dentro de él, al saber que Devon estaba atrapado en ese cuerpo para siempre. Esta distancia nunca se puede cruzar, pensó. —Sé por qué estás aquí —siguió Devon—. Sarcean, tu obsesión. Él es por quien regresaste. Él —dijo Devon—, no yo. —Tú eres el que elige a Sarcean. Sin él nada de esto hubiera sucedido. Sin él, tú y yo seríamos... —¿Jinete y corcel? La forma burlona en que lo dijo transformaba algo puro en algo doloroso, que hacía que la ira se torciera dentro de él. —¿Le agrada ver a un unicornio servirle? ¿Eres tú su nuevo premio, ocupando el lugar de Anharion? Visander lanzó las palabras ante la indiferencia de Devon, con la esperanza de que hubiera algún impacto, una grieta, un destello en los ojos de Devon. —Sabes que no puedo mentir, así que escucha esto —indicó Devon—. No se puede detener lo que viene. Vuestra Señora no tiene poder aquí. Está muerta. El Rey Oscuro se ha levantado. Moriste por nada. Regresó a su camarote y encontró a Elizabeth. Estaba haciendo su tarea. A los diez años de edad, parecía necesitar concentrarse ferozmente mientras escribía, con sus cejas oscuras juntas. Era inconcebible para él que esta niña pudiera matar al Rey Oscuro. Pensó: —Soy un campeón sin dama, y un jinete sin corcel. Estoy perdido en este lugar. Y, sin embargo, estaba esta niña. No dejaría que todo fuera en vano, su propia muerte y la muerte de su mundo. Rodeado por la oscura inmensidad del océano, navegaba hacia Sarcean, para matarlo en su fatídico encuentro. Pero Devon se equivocó. No estaba solo. Él dijo: —Yo no soy Aladharet. No levantó la vista.

—No entiendo ese lenguaje. Esas palabras eran casi un ritual entre ellos cuando hablaba sin pensar. Costó mucho utilizar el lenguaje de este órgano. —No puedo hacer magia —dijo—. Nunca he entrenado con… —No había otra palabra para ello—… adharet. —¿Y? —Finalmente había dejado de hacer su tarea. La escritura humana parecía arañas muertas en el papel, pensó. —A tu edad, la Reina había estado entrenando durante cinco años, y ya podía tejer la luz e invocar. No conozco esas habilidades. Solo sé lo que he visto, viendo a los adharet lanzar hechizos mientras luchaba para protegerlos. —¿Estás diciendo... que eres un luchador que no puede usar magia? Bajó la mirada hacia el rostro de su niña. No tenía a nadie que le mostrara el camino. La inmensidad de la tarea se extendía ante él. —Lo que digo es que no eres un estudiante, y yo no soy un maestro —dijo Visander—. Pero te entrenaré si puedo.

Traducido por DeniMD Corregido por Erly S Elizabeth puso una vela sobre la mesa y se sentó frente a ella, lista. Visander frunció el ceño. —¿Qué es eso? —Por la magia —dijo Elizabeth. —Un bloque de grasa animal. —Will dijo que empezó intentando encender una vela. Estaban solos en el camarote, Phillip y el capitán Maxell hablaban de cosas del barco. La vela apagada con su mecha negra parecía como si estuviera esperando algo que no había llegado, de la misma manera que ella se sentía. A su alrededor, el camarote nocturno estaba iluminado con lámparas colgantes que se balanceaban con el movimiento de la nave. —Eso es una tontería. El fuego no es tu poder. —Visander recogió la vela y la apartó—. No enciendes velas. Tú eres el sol. —Luz —murmuró Elizabeth con tristeza. —Así es —dijo Visander—. Tú eres la Portadora de la Luz. —La luz no hace nada —dijo Elizabeth. —La luz vence a las sombras —dijo Visander—. La luz es el único poder que puede hacer frente al Cazador de Tinieblas. —¿Cómo? Visander se puso en pie, descolgó una lámpara de su cadena y la recogió, llevándola por toda la habitación mientras observaba cómo las sombras se alejaban de ella. Las sombras se acortaron cuando la lámpara se acercó, como si retrocedieran.

—¿Ves cómo huyen de ella? Cuando las sombras atacaban en grandes cantidades, nuestros magos las mantenían a raya con barreras, pero solo durante un tiempo. A medida que cada mago caía exhausto, sus barreras se derrumbaban y las sombras los reclamaban. Sólo la luz de la Reina podía infundir terror en una sombra, hacerla retroceder, incluso vencerla para siempre. Mientras su luz brillara, la guerra podría ganarse. Luego sacó la lámpara. Afuera, en la oscuridad, la pequeña luz bastaba para ver las tablas bajo sus pies. No penetró en la negra noche que envolvía el barco. Elizabeth escuchó las llamadas de los hombres del barco resonando desde la oscuridad. —Indeviel y yo cabalgamos una vez por las sombrías llanuras de Garayan — dijo—. Lo llamaron el Largo Viaje. Seis días y seis noches galopamos en la oscuridad total, la única luz que teníamos era la que proyectaba la esfera que nos rodeaba, protegiéndonos de las sombras que nos habrían tragado enteros. Visander la miró. —La oscuridad nos rodea ahora —señaló—. Y tú eres la que trae la luz. Miró hacia el mar oscuro. Tú eres el sol, había dicho, pero parecía más bien que ella era la lámpara. Eso no sonaba muy grandioso, pero tal vez había momentos en los que necesitabas una lámpara. Recordó cuando Violet había luchado contra el Rey de las Sombras, y lo impotente que se había sentido al huir a los establos. Le gustaba la idea de que podría haber luchado al lado de Violet, protegiendo a Nell. Una burbuja alrededor de un poni no tendría por qué ser muy grande. Ella preguntó: —¿Qué hago? La llevó al mástil principal del barco. —Invocaste la luz cuando estábamos en el bosque. ¿Era la primera vez? Ella negó con la cabeza. —Encendí un árbol antes de eso. Por lo que ella sabía, todavía estaba encendido, brillando hasta las entrañas del Santuario. No había estado tratando de encenderlo, sus recuerdos de ese momento eran un confuso revoltijo, un fuerte empujón en la espalda, tropezando y agitando con las manos, y luego un estallido de luz.

Visander puso la mano en el mástil. —Esto era un árbol. Enciéndelo. —No lo encendió, solo miró hacia el mástil. —Pon tus manos sobre él si es necesario. —No podemos navegar con un árbol —apuntó Elizabeth, recordando la Piedra del Árbol estallando en flor, imaginando el mástil enviando brillantes raíces hacia el tablón. —Entonces coge esta astilla. Visander arrancó una pequeña espiga de madera del mástil con su cuchillo de manzana. Elizabeth lo tomó, lo sostuvo en su puño y pensó: «Enciéndete». No pasó nada. —He oído a magos usar palabras u órdenes para concentrar la mente —indicó Visander—. Piensa en la luz y di tus órdenes al bosque. —Enciende —dijo Elizabeth. No pasó nada. —Brilla —pidió Elizabeth. No pasó nada —Resplandece —ordenó Elizabeth. No pasó nada. —Cuando invocaste la luz en el bosque, fue en un momento de gran importancia —comentó Visander—. Nos estabas protegiendo de la vara kishtar. Tal vez si piensas en eso ahora... piensa en algo muy importante, en este mundo, en su gente, en salvar todo lo que conoces del Rey Oscuro. —Salvar a todos —habló Elizabeth, mirando fijamente la astilla. No pasó nada. —Tal vez esperemos hasta que amanezca —dijo Visander, frunciendo el ceño ante la oscuridad nocturna que los rodeaba—. Puede que no sea tan difícil entonces. “¡Giddyup!” era lo que usaba el cochero para que los caballos se movieran, así que lo intentó. Y, “¡Vamos contigo!” Y, “¡Hya!” Ninguno de ellos funcionó. Trató de pensar en lo que Visander había dicho. Lo más importante, lo que más deseaba hacer: “Detener a Will”. La astilla no salió a la luz. —¿Qué haces, hablando con ese pedazo de madera? —preguntó Phillip distraídamente.

Tenía varias chaquetas extendidas sobre la cama, y la mayor parte de su atención se centró en ellas. Elizabeth pensó en tratar de explicar, pero en realidad no había ninguna parte que debiera contarle a Phillip, quien técnicamente era su adversario. —Estoy tratando de pensar en algo importante —dijo ella, lo que no era exactamente una mentira. —Las chaquetas son importantes. —Phillip levantó una frente a él—. Creo que el azul me queda bien, pero ¿es tan bonito como el burdeos? ¿Qué te parece? —Se volvió hacia ella. Era tan parecido a algo que Katherine habría dicho que Elizabeth se detuvo, sintiendo una terrible punzada. —¿Qué? —Phillip enarcó las cejas. —Creo que te habría gustado mi hermana. —Era fácil imaginarlos a los dos probándose ropa y asistiendo juntos a bailes—. Mi verdadera hermana. Si no estuvieras siguiendo los estúpidos planes de tu estúpido padre. —Créeme, de lo único que habla mi esposa es de los peligros del viejo mundo. Ella detalló: —He visto cosas del viejo mundo. Son mucho peores que Visander. —¿En serio? ¿Qué has visto? —Phillip se dejó caer en la cama y apoyó la cabeza entre las manos, mirándola. —Un Rey de las Sombras —dijo Elizabeth. Y luego, con escrupulosa honestidad—: Bueno, no lo vi. Lo escuché. El sonido era horrible y Sarah empezó a llorar. El cielo se volvió negro. Todo se volvió negro. Y frío, como si fuera de noche durante el día. No podías ver nada, ni siquiera la mano frente a tu cara, y se sentía como si nunca fuera a ser cálido, como si toda la luz del mundo se hubiera ido para siempre. —No sé si eso es peor que Visander. No la has visto en un mal día —se burló Phillip. Elizabeth abrió la boca y luego la cerró. Phillip estaba bromeando, pero ella no era buena bromeando, así que simplemente dijo: —La he visto en un mal día, creo que esos son los únicos que tiene.

Phillip se echó a reír como si hubiera hecho una broma, cuando acababa de ser honesta, lo que también le recordaba a Katherine. Siempre le había gustado eso, la cálida risa de Katherine, sus abrazos espontáneos, como si estuviera encantada con todo lo que Elizabeth tenía que decir, cuando otras personas parecían enfadarse con ella. —Bueno, entonces vamos a intentar darle un día mejor. —Phillip lo dijo con una sonrisa fácil que era genuina, y que también le recordaba a Katherine, esa generosidad ilimitada y bondadosa. —Me gustas más que Simon —decidió de pronto. Dejó escapar un extraño suspiro. —No mucha gente dice eso. —Bueno, lo hago —le dijo ella. Ella no podía interpretar la expresión de su rostro, pero él se incorporó y se pasó una mano por el pelo, antes de dedicarle una extraña sonrisa. —Gracias, pequeña —reconoció Phillip—. Buena suerte hablando con ese trozo de madera. Ella asintió y se acercó a su catre, sentándose en él. En la oscuridad, podía oír la llamada ocasional del timonel del barco. —La chaqueta de Phillip —le habló a la astilla, experimentalmente. Nada.

Volvió a salir después de cenar. Había encontrado dos lugares en los que le gustaba sentarse: el aparejo apartado de la botavara porque era emocionante, y la proa redonda y alta porque podía ver el paisaje. El arco no servía de mucho por la noche, pero era un lugar donde podía estar sola. Se sentó y se concentró en la astilla. Esta vez, trató de recordar la sensación que había tenido cuando los sabuesos de las sombras atacaron. El momento en que la luz había salido de ella era borroso. Recordaba haberse arrojado delante de Visander, recordaba haberse dado la vuelta y haber visto al sabueso... —Mi hermana también solía sentarse junto a la proa —dijo una voz.

Ella se volvió. De pie frente a ella estaba el joven de pecas y pelo rojo llamado Mr. Ballard. Se había sentado frente a ella durante la cena y había hablado de otras expediciones a las que se había unido. Su papel en el barco no era fácil de entender. No era un pasajero, pero tampoco trabajaba. Parecía contarle cosas al capitán Maxwell. Su amigo, el chico de pelo blanco llamado Devon, tampoco parecía hacer nada, excepto seguir al señor Ballard y tener conversaciones intensas ocasionales con Visander. —Trabajas para Sinclair, ¿verdad? —señaló. —Así es. Se sentó a su lado. Deseaba que no lo hiciera. Pensaba que cualquiera que trabajara para Sinclair era terrible. Quería decir: ¿Sabías que mata mujeres? ¿Sabías que está tratando de devolver al Rey Oscuro? El problema era que probablemente lo sabía. Metió las piernas debajo de él y las cruzó, contemplando la vista con ella. —Debe de ser agradable viajar con tu hermana. —Más o menos —dijo Elizabeth. Se recostó en las manos. No pareció darse cuenta de que no podían ver la vista. —Mi hermana siempre quiso navegar conmigo. Nunca se le permitió. —¿Por qué no? —Nuestro padre es estricto. —¿Así que tu hermana está atrapada en casa? —No, es... —interrumpió él—. No hace falta que escuches mis problemas. —Él le dedicó una sonrisa. Parecía tener un carácter agradable, pero Will lo había parecido—. Solo quería asegurarme de que tú y lady Crenshaw tengan todo lo que necesiten. Puedes hacerme cualquier pregunta. Debes tener algunas. Tenía, muchas. La mayoría de la gente no la animaba a hacer preguntas. Ella lo miró con escepticismo. —¿Qué haces? Parece que no tienes trabajo, pero siempre estás hablando con el capitán. Se echó a reír. —Estoy liderando la expedición. Cuando lleguemos a Umbría, yo me encargaré de la excavación. —Creía que Phillip estaba al mando —comentó Elizabeth.

—Lo está, por supuesto —expresó Tom—. Pero yo me encargaré de la gestión del día a día. Eso no parecía que Phillip estuviera a cargo. Su escepticismo creció. —Mi hermana dice que tu amigo Devon es un unicornio —continuó Elizabeth. Ella siempre fue cuidadosa al referirse a Visander como su hermana—. Pero no veo cómo puede ser eso, ya que no lo parece en absoluto. Después de un parpadeo de sorpresa hacia ella, Tom dijo, cuidadosamente: —Es un chico que solía ser un unicornio. —No sabía que un unicornio era algo que podías dejar de ser. —Los unicornios estaban siendo cazados. Los humanos los mataron a todos, y luego trataron de matar a Devon. Le cortaron el cuerno y la cola. Si quería sobrevivir, tenía que convertirse en un niño. —Eso suena horrible. Alguien debería haber intentado detenerlos. —Alguien lo hará —afirmó Tom. Elizabeth frunció el ceño, pensándolo bien. —¿Y luego volverá a cambiar? —No —explicó Tom—. Nunca volverá atrás. —¿Un unicornio se parece más a una cabra o más a un caballo? —No lo sé —dijo Tom, reprimiendo una risa—, y no voy a preguntárselo. Se sentaron en la oscuridad y ella hizo preguntas hasta que se le acabaron. Luego dijo: —Fue agradable hablar. Echaba de menos hablar con mi hermana. Ella solo asintió. Podía echar de menos a su hermana, pero él nunca sabía lo que era echar de menos a alguien que estaba allí. A quien viste y pensabas que estaba contigo, hasta que se volteó hacia ti con la expresión de otra persona en su rostro, y te diste cuenta de que incluso si estaba sonriendo, nunca volverías a ver su sonrisa. Se levantó para dejarla en su lugar de observación en la oscuridad. Pensó en otra pregunta cuando él estaba a unos pasos de distancia y lo llamó. —¿Qué crees que es lo más importante? Tom dijo: —Familia.

Bajó la vista hacia la astilla. La noche en que Katherine murió, Elizabeth había estado en el Salón de los Guardianes. Pero habría hecho cualquier cosa por estar en la Colina del Arco. Haber podido ayudar a Katherine. No podía imaginar a Katherine sola en la oscuridad de la noche. A Katherine nunca le había gustado la oscuridad. Habría tenido miedo. Cuando Katherine tenía miedo, Elizabeth solía sentarse con ella y tomarla de la mano. Había ido en ambos sentidos. Katherine se había sentado a su lado y esbozaba una sonrisa cuando Elizabeth estaba triste o con el ceño fruncido. Sentía que Katherine era su luz, y ahora se había apagado. —Katherine —dijo. Hubiera sido bueno si la astilla hubiera comenzado a brillar. Si se hubiera disuelto en muchas partículas pequeñas que se hubieran elevado como estrellas y se hubieran alejado en la noche. Pero no fue así. Elizabeth se secó los ojos y alzó la vista para ver que Devon había salido a cubierta, una mancha pálida contra la oscuridad. Siempre seguía a Tom, pensó. Él la miraba con una sonrisa cínica. Por un momento se miraron el uno al otro. Lo siento por tu cuerno, no lo dijo, porque ya sabía que las palabras no ayudaban y que cuando las cosas se estropeaban nunca se reparaban. Simplemente continuabas. Hacías lo que mejor que sabias.

Traducido por DeniMD Corregido por Erly S —Tenemos que detener a Sinclair antes de que llegue —dijo Will. Era lo único que sabía con certeza. Miró a los demás. Podía ver que Cyprian y Grace seguían emocionalmente atrapados en la montaña, y tal vez Ettore también, aunque el bandido era más difícil de leer. Estaban sentados en mesas en la osteria3. Will y los demás se habían reunido con Kettering. Ettore estaba ofreciendo sus opiniones con las piernas largas apoyadas contra la pared de yeso agrietada en una pose que a Will le recordó a James. El propio James estaba sentado en un barril cerca de la puerta, con una rodilla ladeada. Un grupo de bandidos se sentó a su alrededor, incluida la Mano. —Sabe cómo levantar ese ejército —mencionó Will—. Y cómo controlarlo, incluso si nosotros no lo hacemos. Conocía a Sinclair lo bastante bien como para saberlo. Sinclair iba por delante de todos ellos. Sinclair estaba navegando en ese momento hacia la excavación, donde despertaría al ejército de Sarcean de entre los muertos. Sabe cómo levantarlo, y lo llevamos directamente a la cámara. No dijo esa parte en voz alta. Él era el que había abierto la cámara bajo el trono. No Sinclair. No los demás. Él. Se sentía como si estuviera jugando un juego contra sí mismo, el Rey Oscuro en el pasado haciendo movimientos que Will apenas podía ver, y mucho menos contrarrestar. Había plantado ese ejército y estaba esperando a que despertaran. Y

Osteria: Lugar de Italia donde se sirve vino y comidas sencillas. En la actualidad mantienen menús breves con especialidades locales y mesas compartidas. 3

tenía algún plan para ellos, al igual que Sinclair tenía algún plan para ellos. Will aún no podía ver de qué se trataba. Cyprian frunció el ceño, con los ojos preocupados. —Se suponía que los Mayordomos debían detener a ese ejército. —Pero no lo hicieron —confirmó Will—. En vez de eso, murieron de la peste blanca. A Sinclair no le importaría que estuviera desatando la muerte blanca. Probablemente, al igual que Will, era inmune. Sinclair podía simplemente caminar a través de un palacio lleno de cadáveres blancos hacia el trono. James habló desde el barril, con un tono de voz tenso. —El barco de Sinclair llega en tres días. Eso no nos da mucho tiempo. —Le cortamos el paso antes de que llegue a la montaña —propuso Will—. Pero creo que… —¿Tú crees? —Creo que tenemos que estar preparados para que tengamos que luchar contra ese ejército. Los ojos de James se abrieron de par en par por la sorpresa. —¿Quieres decir...? —Quiero decir, si el ejército oscuro es liberado, los lugareños aquí merecen la oportunidad de luchar. Tenemos que decírselo. Prepáralos para lo que viene. Vio cómo se asimilaba. Sus amigos y Kettering habían visto la vasta caverna bajo la sala del trono que podía albergar a cientos de miles de soldados. Y Ettore y los bandidos habían oído a Nathaniel hablar de lo que había debajo de la montaña matando a miles de Guardianes. —Realmente quieres que preparemos a esta gente para luchar contra el ejército del Rey Oscuro. —Cyprian lo dijo como si no pudiera creerlo. O apenas empezaba a creerlo. —¿Cómo te sentirás si los liberan y no hemos advertido a los aldeanos ni les hemos dado la oportunidad de luchar? Cyprian asentía lentamente, el Teniente Guardián, encontrando un papel para sus dones fuera del Santuario.

—Podemos armarlos —sugirió Cyprian—. Darles un entrenamiento básico. Cómo luchar. Cuando retroceder. Hay leyendas en todos los pueblos sobre el mal que surge de debajo de la montaña. Al menos tendrán una razón para creernos, y a luchar. —Dividimos nuestras fuerzas —dijo Will—. Un grupo ataca el convoy de Sinclair, mientras que el otro se queda atrás para preparar las ciudades y pueblos para lo que pueda venir. Vio asentimientos de sus amigos, pero la mayor sorpresa vino de los bandidos. La Mano, sentada con las piernas abiertas, dejó su taza de hojalata y se puso de pie, la acción como una promesa. —Lucharé contigo contra Sinclair —dijo la Mano—. Es lo que he querido hacer todo este tiempo. —Mano —llamó Ettore. Sus miradas se encontraron, y algo pasó entre ellos, un entendimiento que Will no reconoció. Pero todo lo que Ettore dijo fue: —Si ella quiere, yo lo haré. “Anch'io” recibió la llamada de acuerdo de los otros bandidos. “Combatterò anch'io.” —Igual que yo —continuó James—. Si a tus hombres no les importa pelear con un brujo. —Prefiero luchar contigo que contra ti —dijo Ettore, siempre pragmático. Un murmullo de asentimiento de sus hombres. Incluso con sus antiguos mosquetes, sus ropas rotas y sus rostros sucios, los bandidos de Ettore eran una milicia pequeña pero importante, lista para luchar. Ettore había renunciado a los Guardianes solo para reunir a una nueva fraternidad de luchadores a su alrededor, reflexionó Will, recreando su pasado incluso cuando le daba la espalda. Menos mal: es posible que pronto necesiten a todos los luchadores que puedan conseguir, incluso esta recreación desdeñosa y desdeñosa de los Guardianes. —¿Qué podemos esperar? —preguntó la Mano a James, con franqueza. James se enderezó en el cañón, sorprendido. James era perfectamente capaz de dar órdenes a los demás, pero no parecía esperar que la gente lo buscara en busca de

ningún tipo de liderazgo serio. Anharion había comandado ejércitos, pero James había sido entrenado por Sinclair como un arma singular que respondía a un solo hombre. —Atracará en Civitavecchia. —James lo estaba pensando mientras hablaba—. Un barco de hombres, eso es de doscientos a trescientos soldados. Y es probable que traiga a su círculo íntimo para protegerlo. Su hijo Phillip puede manejar objetos oscuros. El unicornio es un enigma. Es casi seguro que traerá a su león, que será muy difícil de combatir. —Tom Ballard —dijo Will—. Lo he visto pelear antes, en el Sealgair. Mató a una docena de Guardianes sin sudar. —Puedes luchar contra un león con magia —empujó Cyprian. —Sí, pero... —interrumpió James. —¿Pero? —dijo Cyprian. —Pero Sinclair sabe que estoy aquí —dijo James. No era la primera vez que lo decía. No le gustaba pronunciar las palabras en voz alta; sus labios se separaron de sus dientes. No le gustaba admitir que podría verse superado en una pelea. Debajo de eso había una desgana más profunda. James temía una confrontación con Sinclair, quien había sido un padre para él después de haber escapado de los Guardianes. —No se puede llevar trescientos hombres a los Estados Pontificios —expuso Kettering—. No sin objeciones locales. ¿Cómo los trae aquí? —Protección para su convoy, “trabajadores” para la excavación, nadie hará preguntas —dijo Ettore—. Mucho dinero cambia de manos en esta región. —Ha estado planeando esto durante mucho tiempo —apoyó Will—. Años. Décadas, tal vez. Tenemos que estar preparados para lo que viene. —¿Qué es lo que viene? —preguntó Grace. Cuando los demás la miraron, ella dijo—: El ejército, ¿qué forma tomará? Cyprian interrogó: —¿Qué quieres decir? —No renacerán, como James. No serán bebés. ¿Se reanimarán esas figuras congeladas bajo la sala del trono? ¿Cómo se hace?

—Nathaniel nunca describió los ejércitos —dijo Cyprian—. Solo la muerte blanca que vino antes que ellos. Will había visto en su propia visión un ejército que se extendía hasta el horizonte y una nube negra que oscurecía el cielo. Había demasiadas preguntas sin respuesta. Pero la misión no cambió. No se podía permitir que lo que había debajo de esa montaña despertara. —No importa la forma que tomen. Sabemos lo que harán —aseguró Will—. Es lo que hacen todos los ejércitos. —¿Qué es eso? —Cyprian frunció el ceño. Podía sentirlo, esperando bajo la montaña. Parecía resonar en lo más profundo de sus huesos. —Conquistar —concluyó Will.

Traducido por DeniMD Corregido por Erly S Los que estaban dispuestos a luchar empuñaron horcas y hoces junto con alfanjes y pistolas viejas. No tenían ningún concepto de estrategia. Hasta donde se recuerda, nunca habían repelido un ataque a su ciudad. Así que Cyprian les enseñó a cavar zanjas, a utilizar el arroyo como línea de defensa, a levantar barricadas en las calles y a retirarse a través de la ciudad por la mota. Incluso si ya no se usaba como fuerte en estos tiempos modernos, los huesos de la antigua ciudad con su propósito todavía estaban allí. Situado en lo alto de una colina con una torre en su cima, era fácil imaginar las llamas de señal subiendo como lo habrían hecho hace siglos. El faro desafiante en la noche. Subiendo él mismo a la torre de la ciudad con Rosati y la Mano, Cyprian miró las casas de piedra y las onduladas laderas de las colinas cercanas, y pensó en los ejércitos de la Oscuridad pululando por la tierra y llegando a las afueras. Se dio cuenta con un escalofrío de que gran parte del entrenamiento que había recibido de los Guardianes había sido para defender un pequeño puesto de avanzada de una fuerza increíblemente grande. Esto era lo que los Guardianes de antaño habían conocido, el ataque de la Oscuridad, mientras retrocedían e intentaban resistir. —¿Y si atacan con magia? —preguntó Rosati. —Entonces estás j… —empezó a decir la Mano, y Cyprian dijo, conmocionado— : ¡Mano! Rápidamente le dijo a Rosati: —Si atacan con magia, encontramos una manera de combatirlo. Y si no podemos, retrocedemos como lo planeamos.

Era Will quien había planeado todas las contingencias, insistiendo en una vía de escape si era invadido, así como en la necesidad de advertir a las ciudades vecinas. A Cyprian no le gustaba planear para el fracaso, pero reconocía que sus instintos de Guardián de atrincherarse y luchar hasta la muerte no ayudarían si esta ciudad caía en la Oscuridad. Imaginó al ejército de Sarcean plantando su primera bandera aquí, luego marchando sobre los desprevenidos municipios vecinos, y luego a las ciudades más grandes, Terni, luego Roma. —Es curioso pensar cuántos descendientes con magia pueden haber nacido aquí —dijo la Mano—. Podrían haber ayudado a luchar si no los hubieran matado. —Se parecía demasiado a las palabras de James, que le había dicho hace unas noches en el río. —¿Crees que lo habrían hecho? —cuestionó Cyprian, desconcertado —¿Por qué no? También habría sido su ciudad —comentó la Mano. Ese pensamiento se quedó con él. Al regresar a la plaza principal, Cyprianvio a Ettore sentado fuera de la osteria en una caja volcada, comiendo cortes de carne y pan y bebiendo de una copa de vino tinto. Su barba estaba sucia, su chaqueta mugrienta y su chaleco colgaba abiertos. No estaba trabajando ni preparándose, su vaso de vino tinto parecía ser el cuarto o el quinto, y tenía ese aspecto ligeramente vidrioso de alguien que ha bebido demasiado bajo el sol de media tarde. ¿Cómo podía este hombre ser un Guardián? Cyprian pensó en el entrenamiento, la fuerza de voluntad y la disciplina que se necesitaba para ganarse a los blancos. No vio nada de eso en el hombre desaliñado sentado en el taburete de madera, masticando salami. Cyprian sintió su frustración entre dientes. —¿Por qué estás aquí, si solo vas a beber? Ettore entrecerró los ojos, masticando. —Hay un palacio que saquear, ¿recuerdas? —Dinero —dijo Cyprian con disgusto. —Hemos arriesgado nuestras vidas por menos —dijo Ettore.

—Por supuesto. —Además, es algo personal para Mano. —Pero no para ti. Todas las demás personas de la ciudad estaban trabajando en fortificaciones, transformando este lugar de estrechas calles empedradas, tejados torcidos y escalones de piedra irregulares en una última resistencia, porque se preocupaban por él. —No nos ayudas. Eres un lastre. Creo que deberías irte. Ettore soltó un resoplido divertido y siguió comiendo. No parecía perturbado, solo hablaba alrededor del pan. —Necesitas pistolas y mosquetes. Esa es tu mejor oportunidad. Si ese ejército se levanta, no habrá visto armas modernas. Incluso entonces, es mejor usar tácticas de bandidos en las colinas. Salidas más pequeñas, trampas, incursiones... No vas a ganar en la guerra de asedio contra un ejército que tomó todas las ciudadelas del viejo mundo. ¿Y con aldeanos sin formación? —Otro pedazo de pan se le metió en la boca—. Si realmente quieres una guerra terrestre, deberías ir al norte y encontrar a algunos de los piamonteses que lucharon contra Napoleón. Cyprian dio un paso adelante. Las palabras de Ettore tenían sentido, incluso sonaban un poco como las palabras de Will de esta mañana, pero su actitud despreocupada enfureció a Cyprian. —¿Lo saben los demás? ¿Lo qué eres? ¿Lo qué vas a hacer? —¿Disculpa? —Bebiste de la Copa. —La ira ardía en él, ardiente y brillante—. Puede que actúes como un rey bandido, pero no lo eres. Eres una sombra. Matarás a todos los que te rodean. Es solo cuestión de tiempo. Sintió un destello de satisfacción cuando Ettore dejó la copa de vino después de detenerse a mitad del trago. Pero todo lo que hizo Ettore fue echarse hacia atrás y mirar a Cyprian, una mirada larga y evaluadora con otro resoplido al final. —¿Como Marcus, quieres decir? —cuestionó Ettore, extendiendo los brazos sobre el respaldo de su asiento—. Tu hermano me contó lo que pasó. ¿Mi hermano? Pero, ¿cómo podía Marcus decirle algo a Ettore? Miró a Ettore sin comprender, con el pie equivocado. Luego tuvo una comprensión repentina.

—No es mi hermano —explicó—. Él mató a mi hermano. Para su sorpresa, Ettore se echó a reír, una carcajada fuerte y cordial. —Alto y poderoso, ¿verdad? Eres como todos los niños antes de beber de la Copa. Un tonto. Te meten en una habitación y te dicen que bebas, y crees que sabes lo malo que será, pero no es así. No tienes idea de lo que es esa oscuridad. No tienes idea de lo que estás a punto de llevar dentro de ti. Lo que serás por el resto de tu corta vida. Debes agradecer a tu hermano por salvarte de ese destino. ¿Mató a los Guardianes? Buen viaje. Si fueras inteligente, escupirías sobre sus tumbas. La ira se apoderó de él. Porque Ettore se equivocó. Se equivocó con los Guardianes. —Una estrella es luz en la oscuridad. Ettore no dijo nada, solo se encogió de hombros, como si discutir con fanáticos no valiera la pena. Mientras Cyprian observaba, recogió el salami y arrancó otro trozo con los dientes, masticando. Esto enfureció a Cipriano de una manera que no entendía. Quería sacarle algo a Ettore. Una admisión. Una reacción. Cualquier cosa. —¿Te estás convirtiendo? —Le lanzó la acusación. Por primera vez, vio algo duro y genuino en los ojos oscuros de Ettore. Un momento después, Ettore se limpió la boca, luego se puso de pie y, sin decir palabra, recogió el rastrillo de madera junto a su pequeño montón de piedras contra la pared de piedra. Lo balanceó. Un arco hermoso y familiar. El primer triten; el dolor en el pecho de Cyprian se hinchó. Nunca había pensado que volvería a ver las formas de Guardián. Conocía los movimientos como si estuvieran grabados en sus huesos: el recuerdo de haberlos realizado como parte de un grupo de noviciados en el Santuario; el dolor de cómo se sentía al hacerlos cada mañana solo. El rastrillo de Ettore cortó el aire y luego se detuvo, perfectamente quieto en la posición final. Ni un solo temblor. —Parece que estoy tranquilo. El dolor se convirtió de nuevo en cólera, ante la degradación de los últimos vestigios de todo lo que consideraba sagrado, el triten hecho con un viejo rastrillo por un hombre que escupió en el rostro de la Orden.

—¡Eres un quebrantador de juramentos! ¡Desertaste cuando juraste defender el Santuario! Corriste —acusó Cyprian—, cuando los Guardianes más te necesitaban. —Parece que, si me hubiera quedado, estaría muerto. —Ettore se sentó de nuevo en el cajón de madera. Cyprian lo miró fijamente. Estaba llenando su copa de vino—. Así que eso funcionó bien para mí. —Cambiaste tu deber jurado por la bebida y las prostitutas —dijo Cyprian. —No los juzgues hasta que los hayas probado. —Ettore inclinó el vaso hacia él en un pequeño saludo. —Tú... —interrumpió Cyprian. A su alrededor, las casas de piedra labrada que daban a la plaza del pueblo proyectaban las sombras de la tarde que se alargarían a medida que se acercaba la noche y se acercaba un día más la llegada de Sinclair. Esta vida desordenada en el pueblo podría no ser nada para las fuerzas del viejo mundo, esta humanidad sucia que se forjó a partir de la tierra rocosa. Pero significó algo para estos aldeanos; era por lo que estaban luchando. —¿Por qué no dices lo que realmente quieres decirme? —preguntó Ettore, y Cyprian sintió que las palabras estallaban. —¡Cómo puedes ser tú! ¿Cómo es posible que mi hermano y mi padre estén muertos y tú sigas vivo? ¿Cómo puedes ser el último Guardián? Ettore se quedó allí sentado bajo el sol de la tarde, con los brazos extendidos en un gesto descuidado, como si el ejército bajo la montaña no le afectara en absoluto. —Porque la vida no es justa, chico —explicó Ettore—. Por eso tomas lo que puedes.

—¿Por qué lo sigues? No pudo contener la pregunta por más tiempo, plantando su pala en la tierra. La Mano se detuvo junto a él, los dos cavando una zanja con seis hombres de la aldea. Estaban haciendo el trabajo que Ettore estaba eludiendo. Ettore, por lo que Cyprian sabía, seguía bebiendo en la osteria.

—Te cortó la mano, ¿verdad? A él no le importas. No le importa nadie. ¿Por qué seguir a un hombre así? No era una exigencia infantil. Era una necesidad de entender; una necesidad de que haya alguna razón para todo esto. Y tal vez la Mano se dio cuenta de eso. Ella lo miró en silencio, como si estuviera pesando algo. —Trabajé para Sinclair. Dijo las palabras en inglés, un idioma que rara vez usaba. Su acento no era italiano, carecía del énfasis cadencioso y las vocales ricas. Sonaba como una londinense. —¿Qué? —Trabajé para Sinclair. Shock; mirándola, con la ropa al estilo de un bandido, la cara manchada de suciedad donde se había frotado la frente con el dorso de la mano parecía estar a mil millas de distancia del imperio de Sinclair en Inglaterra. —¿Y qué? ¿Los bandidos eran una mejora? Ella se limitó a mirarlo, una mirada fija con sus ojos oscuros. —Mis padres eran dueños de una maltería en los muelles de Londres, pero murieron de cólera cuando tenía once años. No tenía dinero para mantenerme. Probé suerte en los muelles... Tuve suerte, la verdad. El hombre que se acercó a mí no estaba buscando lo que vendían las chicas del muelle. Era capataz, dirigía los estibadores de Sinclair y buscaba un corredor. Nada de esto tenía sentido. Su historia no conectaba con esta remota ciudad de Umbría. En algún lugar profundo de Cyprian, una voz susurró: James tenía once años cuando Sinclair lo encontró. La misma edad que la Mano, pensó. —Al principio, el trabajo fue bueno. Subí de rango, de corredor a asistente. Conocía el trabajo de mis padres y se me daba bien: almacenaje, inventarios, distribución. Sabía leer y escribir, y Sinclair me dio todas las oportunidades. Tenía dieciséis años cuando me pidieron que fuera el supervisor de su almacén de Londres. Pero había una trampa. Tuve que tomar la marca. —¿Lo sabías? —preguntó Cyprian—. ¿Sabías que era la marca del Rey Oscuro? La Mano negó con la cabeza.

—La verdad es que estaba orgullosa. Emocionada, también. Todo el mundo decía que la marca abría puertas, ofrecía oportunidades de avance... hombre o mujer, africano, irlandés, egipcio, francés, si eras leal, a Sinclair no le importaba. Bebí mucho y celebré e ignoré el dolor en mi brazo. Pensé que tenía suerte. Entonces. —¿Qué cambió? —preguntó Cyprian. —Empezó de a poco. La primera vez, me desperté tarde, pero no estaba descansada. Cuando llegué al almacén, me enteré de que había dormido durante cuatro días enteros. Eso es lo que me dijeron todos, dándome palmadas en la espalda y bromeando conmigo por haberme ido. Que había dormido. »Lo dejé para beber. Me dediqué a mi trabajo, y es posible que lo haya olvidado. Pero volvió a suceder una semana después. Y luego otra vez seis días después de eso. Empecé a despertarme en lugares extraños, sin saber cómo había llegado allí. Me faltaban horas de mis días y de mis noches. Una vez me desperté con sangre en mi vestido que no era mío. Más tarde me enteré de que una mujer había sido asesinada cerca. Mientras me lavaba la sangre, empecé a pensar que tal vez no solo estaba durmiendo. »Hablé con mi casera. Me dijo que me había visto. Ella dijo: “No eras tú misma”. El señor Anders, el publicano, también me había visto. Y también lo había hecho el barrido de calles. Y cada vez que me despertaba, la S en mi muñeca ardía. —Sinclair —dijo Cyprian. La idea le hizo temblar. —Me ataba a mi cama por la noche. Les dije a los demás que me vigilaran. En vano. No siempre sucedía de noche, pero sí en momentos y lugares que no podía anticipar. No sabía lo que estaba pasando. Y entonces vi al capitán Maxwell, del Sealgair, hablando con uno de los estibadores en el almacén una noche mientras trabajaba hasta tarde. Excepto que no era el capitán Maxwell. Su postura. Sus modales. Su voz... Hablaba con la voz de Sinclair. Y yo lo sabía. Sabía que, así como Sinclair lo estaba usando de títere, él también me había usado de títere a mí. Había usado mi cuerpo como si lo tuviera atado a una cuerda, para cumplir sus órdenes. »Maxwell se volvió y nuestras miradas se encontraron. Vi a Sinclair en él. Y me vio. Él me vio, y supo que yo lo vi a él. Él sabía que yo lo sabía todo.

»Corrí. Corrí tan rápido y tan lejos como pude. Reservé un pasaje en un barco a Calais. Viajé hacia el sur a través de Francia. Entonces encontré un carruaje que me llevara a través de las montañas hasta Italia. Esperaba que, si corría lo suficiente, podría escapar de él. »Es una sensación terrible, saber que alguien más ha tenido el control de tu cuerpo. Sabiendo que podrían apoderarse de ti en cualquier momento. Pensé que tal vez... si no supiera dónde estaba... si las montañas estuvieran entre nosotros... si nadie supiera mi nombre y siguiera corriendo... »Pero entonces llegó. Dentro mí. »Me desmayé, como siempre lo hacía, pero esta vez luché contra ello, y porque luché contra ello, lo sentí. Era como si estuviera cayendo en un pozo oscuro. No podía ver. No podía hablar. Grité y nadie me escuchó. Estaba atrapada en la oscuridad, asfixiada, paralizada y muda. Era como estar ahogada, durante horas, en agua fría y espesa sin forma de llegar a la superficie de mí mismo. »Y entonces me desperté. »Estaba atada a un árbol frente a una fogata. Y Ettore estaba allí, comiendo estofado. »Él dijo—: Oh, has vuelto. »—¿Quién eres? —le pregunté—: ¡Suéltame! »No me dejó ir. Siguió comiendo. Lo llamé por todos los nombres bajo el sol. »—Te quedarás sin nombres antes de que yo me quede sin estofado —dijo. Me quedé sin nombres, pero no hasta que fue por su segunda ración. »—¿A qué te refieres con “Has vuelto”? —le pregunté finalmente. »Él dijo—: Fuiste otra persona por un tiempo. »Se me atascó el corazón en la garganta. »—¡Me secuestraste! ¡Me has atado! »Traté de no mostrar lo mucho que me perturbaban sus palabras. »—Porque va a volver —dijo. »Me quedé fría. Se arrodilló frente a mí y me subió la manga de la chaqueta para mostrar la S. Estaba ardiendo, rojo y levantada como siempre después de uno de mis turnos. Ettore habló:

»—Pierdes tiempo. Te despiertas en lugares extraños. La gente dice que has hecho cosas. Cosas que no recuerdas. ¿No es así? »Quería acurrucarme sobre mí misma, lejos de él. »—¿Cómo lo sabes? »—Porque conozco a Sinclair. »Ahora tenía mucho miedo y luchaba con mis ataduras. »—¿Quién eres? —dije—. ¿Qué quieres de mí? »Lo único que hizo fue encogerse de hombros. »—Por aquí me llaman el Diablo. »—Un diablo que conoce al conde de Sinclair. »—Tú de verdad que has hecho algo para cabrearlo —concordó, sentándose de nuevo frente y empezando a comer el nuevo plato de estofado. »—¿Por qué dices eso? »No respondió, y una terrible premonición se apoderó de mí. »—¿Qué hice? —dije—. Mientras yo estaba... Mientras yo estaba... »—Intentaste suicidarte —dijo. »Me incliné y estaba enferma. Todavía atada al árbol, se me revolvía el estómago. Me repelía mi propio vómito en el suelo a mi lado, pero las oleadas de náuseas no se detenían. »Pensé: No hay salida. Podía correr, pero no había a dónde correr. Dondequiera que iba, Sinclair se apoderaba de mi cuerpo. Y acabaría con mi desobediencia haciéndome morir por mi propia mano. Él me empujará de vuelta a ese pozo oscuro, y nunca volveré a salir a la superficie. »Ettore se limitó a observarme desde el otro lado del fuego. »—Nada de guiso hasta que dejes de vomitar —dijo. »Me reí débilmente. Con las manos atadas, no podía limpiarme la boca. »—Es la marca, ¿no? Así es como lo hace —le dije—. Así es como me controla. »Ettore asintió. »—Y no hay forma de detenerlo. —Lo dije en voz alta. »—Hay una manera —me confió Ettore. La Mano se detuvo, mirándolo de nuevo.

Cyprian se dio cuenta de que se suponía que debía extraer algo de su historia. Pero no lo hizo. —No lo entiendo. —Ettore dijo que había una manera de detenerlo, y la había —dijo la Mano. Levantó el muñón. Era como si la montaña se reorganizara a su alrededor. Miró el muñón y se sintió enfermizamente ingenuo. Miró a Ettore, que bebía el sol. —¿Por qué me dices esto? ¿Para demostrar que es un buen hombre? —No es un buen hombre —expresó—. Pero él me ayudó. —Ella se encogió de hombros y se apartó—. Y te estamos ayudando, aunque los Guardianes nunca hicieron nada por ninguno de nosotros.

Corregido por Camm La ladera estaba cubierta de bosques densos, con tierra rica y fértil, un lugar donde los cerdos buscaban trufas en las raíces de los árboles altos. El dosel que lo cubría tapaba la mayor parte de la luz del sol y los árboles a su alrededor lo protegían de la vista. El profundo silencio del bosque sólo era roto por el canto de los pájaros y el sonido de sus pasos haciendo crujir ramitas y hojas bajo sus pies. Will se detuvo lo suficientemente lejos de la aldea como para no poder oír nada del ruido de los preparativos; lo suficientemente lejos como para no pensar que los demás lo encontrarían, incluso si iban a buscar. Will se arrodilló y apartó las hojas de la tierra húmeda. Luego, con el extremo romo de una rama caída, dibujó una S en el suelo negro. Instinto; o memoria. Él simplemente sabía qué hacer. Otras cosas fueron difíciles, pero esto fue fácil. Recordó las palabras del mayordomo. Cierra tus ojos. Concéntrate. Busca un lugar en lo más profundo de tu ser. No era necesario. No necesitaba concentración ni cánticos, ni siquiera tocar la piel cicatrizada de la muñeca de Howell. Sólo necesitaba el símbolo y acercarse. Recordó lo fácil que había sido, lo recordó cómo había sido en el pasado antiguo, lanzarse a través de un mundo diferente. Esta vez buscaba a los hombres de Sinclair. Un grupo de puntos brillantes cerca. Allá. Encontró el más cercano a él, abrió los ojos y vio el interior de la oficina de Sloane. Estoy en John Sloane. No era allí donde necesitaba estar. Respiró otra vez y extendió la mano más lejos. Un segundo grupo más allá de la excavación, cinco o seis puntos, moviéndose lentamente en la oscuridad. Rápidamente, estaba dentro del que tenía el tirón más fuerte.

Esperando encontrar a los hombres de Sinclair en el mar, abrió los ojos y respiró hondo, anticipando el olor a sal y los sonidos de la madera mojada. Pero en lugar de eso olió el aire fresco de la montaña con un toque de hayas y cipreses, idéntico al bosque en el que se encontraba. Y la vista que vio cuando miró hacia adelante le dio frío. Conocía ese camino, cerca de la montaña, a un día de camino. Cerca. Terriblemente cerca. Debieron haber tocado tierra en Civitavecchia hace días. No pueden ser ellos, no tan cerca. Ya habían pasado Terni. Un día de viaje. ¿Había cometido un error? ¿Estaba dentro del cuerpo de uno de los hombres de John Sloane de la excavación, que se había internado en las colinas? Will se volvió... Detrás de él había un carruaje negro brillante, una pancarta con tres perros negros, uno de un tren de carruajes y carros cubiertos detenidos en un campamento levantado en un claro al borde de la carretera. Se le cayó el estómago. El campamento de Sinclair. Los hombres de Sinclair, a un día del palacio. ¿Podría detenerlos? Will se miró a sí mismo. Vio dedos suaves y envejecidos y el puño oscuro de una chaqueta cara. No las manos de un sirviente o de un trabajador. Se trataba de un señor mayor que vestía una chaqueta sofocante incluso en el caluroso clima italiano. ¿Quién era él? Will dio un paso y se tambaleó, pero menos que Leclerc. Este hombre estaba más cerca de su altura. Su cuerpo se mantenía diferente, erguido con los hombros hacia atrás, los brazos sueltos a los costados y los pulgares mirando hacia adelante. Sin cojera. Will mantuvo una mano en el carruaje durante los primeros pasos para asegurarse de no caerse. La forma más fácil de frenar a Sinclair sería sabotear uno o más de los vagones. Debería comenzar inmediatamente con sus perturbaciones. Pero no podía dejar de pensar que el propio Sinclair estaba allí. Tenía que verlo. Tenía que saber… qué aspecto tenía, cómo se movía y hablaba. Sus fantasías de enfrentarse a Sinclair surgieron en él. Maté a tu hijo. Destruí tu negocio. Me he apoderado de tus hombres con marcas. Al menos tenía que verlo. Él tenía que...

Will fue el primero en explorar el campamento, moviéndose lentamente. James tenía razón: había al menos doscientos cincuenta hombres acampados allí, incluidos los que se encontraban a gusto alrededor de fogatas dispersas. Eran claramente soldados, armados y todavía con pistolas incluso en reposo. Pero la verdadera amenaza sería cualquier hombre o mujer con el poder del viejo mundo que Sinclair hubiera traído consigo. Will dejó que sus ojos recorrieran el campamento, haciendo un inventario meticuloso. —¿Prescott? —dijo una voz—. ¿Qué diablos haces merodeando aquí abajo? Will se volvió. Simon, pensó con sorpresa, casi dando un paso atrás. El joven que se acercaba se parecía tanto a Simón que era como mirar fijamente el rostro de un muerto. —Mis disculpas —dijo Will, y luego—: Estaba buscando al conde de Sinclair. —¿Estás buscando a papá? —Le dirigieron una mirada extrañada—. ¿Te encuentras bien con este calor, Prescott? Pareces un poco inestable. El hijo de Sinclair, pensó Will, sintiéndolo como si fuera otro shock en su cerebro. Más joven que Simon, pero vestido de manera más ostentosa, con aire dandyish, aunque tenía la misma piel pálida y el mismo cabello oscuro y rizado. No Simón. El hijo menor. Phillip. Dios, se parecía mucho a Simon, una versión juvenil, más delgada y con una frente más alta. Tenía que suponer que ambos hijos se parecían a su padre, con el sello imperfecto de Sinclair en sus rasgos. Su mente corrió en múltiples direcciones. Por la reacción de Phillip, Sinclair no estaba aquí. ¿Pero por qué? ¿Por qué Sinclair habría enviado a su hijo y se habría quedado él mismo en Londres? ¿Sabía algo que Will no sabía? Will sintió el agudo destello de un nuevo peligro, la sensación de que los planes de Sinclair eran siempre mayores de lo que había pensado. Al mismo tiempo, no pudo evitar mirar a Phillip, como si pudiera ver a Sinclair en él, extraer alguna información crítica de los planos de su rostro o del corte de su cabello. Will se llevó la mano a la sien y ofreció una sonrisa irónica. —Sí, creo que es el calor.

—Te dije que este maldito país hacía demasiado calor —dijo Phillip—. No sé por qué la gente viene aquí; es mejor saltar a un horno. —Encontraré un lugar fresco para recuperarme. —Will hizo lo que esperaba fuera el movimiento de abanico que un anciano hacía con su mano. —Buena suerte —dijo Phillip, sin mucho optimismo. Will hizo el carruaje más grandioso. Era el único vehículo ante el que se detendría todo el convoy: por lo tanto, se convirtió en el objetivo de su sabotaje. Tuvo que frenar su avance hacia la montaña. Probablemente no podría causar una avería de más de unas pocas horas, no si los reparadores fueran diligentes. Pero una vez que terminó con el carruaje, se dirigió a los vagones de suministros y comenzó las nuevas interrupciones que sabía que serían efectivas. Estaba rodeando el segundo de los carros de suministros cuando una voz, aguda y aguda, lo atravesó. —No veo por qué tengo que quedarme en el carruaje —estaba diciendo Elizabeth—. Si vas a entrar al palacio, ¿no debería ir yo también? —No estás a salvo en el Palacio Oscuro —respondió una segunda voz, una que hizo que Will se detuviera, se volviera y se quedara mirando, pues lo que estaba viendo no podía ser real. Elizabeth estaba sentada en el terraplén de césped, con un vestido de muselina blanca extendido a su alrededor. Ella sostenía un palo de madera y lo miraba con el ceño fruncido ferozmente. La chica sentada frente a ella era... —¿Katherine? —susurró Will, sorprendido. No podría ser ella. No podía. Ella estaba muerta. Se había sentado junto a su cuerpo durante horas, blanco, frío y pétreo. Su forma sin vida nunca había respirado. Sin embargo, ese cabello dorado y ese perfil extraordinario eran inconfundibles. Se limitó a mirarlas fijamente, observando la escena pastoral y surrealista de dos hermanas bajo el sol. Era como si se hubiera concedido algún deseo tácito y el tiempo hubiera retrocedido hasta el momento en que las chicas estaban a salvo y nada de su oscuridad las había tocado. Viva. Después del primer momento de conmoción y confusión, una extraña y dolorosa esperanza surgió en él. Tal vez... tal vez todo estaba bien, había estado bien

todo el tiempo. Él no la había matado. Se había equivocado en Bowhill y Katherine había sobrevivido a la espada. Se quedó inmóvil, mirando fijamente. Se sentía como un voyeur mirándolas ahora, un huérfano parado fuera de una ventana mirando a una familia. No era su hermano y, fuera cual fuese el milagro que hubiera ocurrido en Bowhill, no lo querrían. Pero el anhelo estaba allí, de forma aguda. Se le ocurrió que si los saludaba como Prescott no lo reconocerían y tal vez podría sentarse e incluso hablar con ellos. A Katherine le había gustado, antes de saber lo que era. Al otro lado de la pendiente cubierta de hierba, Katherine miró hacia arriba y lo vio. Pareció suceder todo al mismo tiempo: sus ojos se encontraron y los de ella se abrieron como platos; ella se estaba levantando y acercándose a él con un paso grande e inusual; ella estaba cerrando la brecha entre ellos y sacando una espada de una correa en su espalda. Un miedo frío y primario. Will dio un paso atrás tan pronto como vio la espada. Pero él no era un espadachín. Ni siquiera podía controlar particularmente bien el cuerpo de Prescott. Tropezó, como le pasaba en las pesadillas cuando otra mano sostenía un cuchillo. Madre, no. Madre, soy yo. Madre. Con otra zancada, ella estaba sobre él. —Tú —dijo Katherine. Y ella pasó la espada por su cuerpo. El dolor explotó enfermizamente en su estómago, una ráfaga de humedad y sangre que lo llevó al suelo, dejándolo sin aire. Sus manos intentaron agarrarse a su herida y se cortaron con la espada que tenía en las entrañas. Apenas fue consciente de los gritos de Elizabeth. —¿Qué estás haciendo? ¡Ese es Prescott! ¡Ese es Prescott! Katherine estaba inclinada sobre él, con la rodilla dura en su abdomen, el rostro salpicado con su sangre y retorcido por el odio. —Esto es lo que te voy a hacer —dijo Katherine en el idioma antiguo—. Una y otra vez, hasta que todos los subordinados que habitas estén muertos. —Su voz era dura con una nueva cadencia; sus ojos ardieron fríamente hacia él—. Voy a ser yo quien te mate. Quiero que sepas eso. —Sus manos apretaron la empuñadura—. Quiero que

sepas que soy yo, Visander, el Campeón de la Reina. Y así se siente tu muerte en mi mano. Y ella retorció la espada en sus entrañas. Se atragantó con sangre. Era un niño en el cuerpo de un anciano. Con horror y agonía cortante al mismo tiempo, miró hacia arriba. Vio a un hombre que le devolvía la mirada desde los ojos de Katherine, lleno de odio. Un hombre en el cuerpo de Katherine. Esta no era Katherine. Alguien más la estaba habitando. Un guerrero, enviado desde el viejo mundo para matarlo. Will se despertó en la ladera, jadeando. Rodó y se agarró el estómago, un enorme agujero en sus entrañas que no estaba allí. Su cuerpo estaba intacto; la horrible y húmeda herida había desaparecido. Sin embargo, todo su cuerpo se enroscó a su alrededor, sintiendo que todavía estaba sucediendo. Estaba muerto, estaba muerto, estaba... Solo en la ladera, miró hacia arriba y vio el símbolo que había tallado en la tierra, la S, ahora quemada en su lugar como si hubiera marcado la tierra.

—Sé lo que es la muerte blanca —dijo Will. Will todavía se sentía como si lo hubieran apuñalado, inestable en su propio cuerpo. Le tomó todo lo que tenía para no presionar sus manos contra su abdomen, donde lo habían atravesado. Tuvo que obligarse a concentrarse en dónde estaba y en lo que había aprendido, el único conocimiento que había aprovechado mientras yacía jadeando y desorientado en el suelo del bosque. Los demás estaban reunidos alrededor de una de las largas mesas de madera de la osteria. James estaba sentado con la espalda contra la pared, mientras Grace y Cyprian permanecían como dos centinelas. Él los había convocado primero, no dispuesto a enfrentarse a Kettering o Ettore, al menos no todavía. —Will, ¿estás bien?

Fueron horas más tarde. Horas desperdiciadas, empujándose inestablemente hacia el bosque, apoyando su peso en el tronco de un árbol. Moviéndose de un árbol a otro, regresó al pueblo. Grace lo miraba con más preocupación que la noche en que atacaron el Salón. Sólo podía imaginar cómo se vería. Muerte, la palabra entró en su mente, junto con la repetida sensación de ser apuñalado. Lo sacó de sus pensamientos. Esto era demasiado importante. —Necesitamos evacuar. Necesitamos sacar a todos del pueblo. No podemos quedarnos y luchar contra ellos. No podemos permitir que nadie se acerque a la excavación. Tenemos que alejarlos lo más posible. —¿De qué estás hablando? —Los ojos de Cyprian estaban muy abiertos. No podía dejar de ver a Katherine. El rostro de Katherine con alguien más mirando por sus ojos. Había deseado tanto que ella estuviera viva. Él deseaba tanto que ella todavía estuviera en ese cuerpo en alguna parte. Pero no pudo evitar pensar en la inscripción de Ekthalion. Quien empuña la espada se convierte en Campeón. —El ejército de los muertos… no es sólo un ejército de luchadores —dijo Will— . Este es un ejército que posee a la gente. Katherine… su rostro había sido el mismo, pero sus movimientos, incluso su postura, habían sido diferentes. Y su expresión... había estado llena de odio, un odio fresco, un luchador que había cerrado los ojos en el viejo mundo y los había abierto en este. Soy Visander, el Campeón de la Reina. Y así se siente tu muerte en mis manos. —Preguntaste qué forma tomaría el ejército. Esto es todo: las personas del viejo mundo no son simplemente Renacidas. Hay otra manera de volver. Puedes regresar al cuerpo de otra persona. Vio las miradas de asombro de los demás mientras absorbían lo que estaba diciendo. —No un Renacido —dijo—. Un Retornado. —Estás hablando de posesión verdadera —dijo James. Will asintió. —La muerte blanca. Es la primera señal... Alguien que murió en el pasado regresa al cuerpo de alguien en el presente.

Se quedó con Katherine durante horas y no vio señales de vida. No se había sentado erguida como si despertara de un sueño. Ella acababa de estar muerta; jaspeada como piedra blanca. Recordó la historia de Nathaniel sobre Ouxanas el Gran Mayordomo, que había estado desaparecido durante tres días y se creía muerto. Hasta que ella regresó, cambiada. —El Retornado debe estar dormido por un corto tiempo —dijo Will—. Quizás se estén adaptando al cuerpo. Y luego se despiertan. La muerte blanca parecía ser una especie de hibernación mágica, la piel se convertía en piedra como una forma de protección, como una cáscara de huevo o una crisálida, hasta que el Retornado estuviera listo para emerger. —Aquí no —dijo Grace—. Los lugareños creman los cuerpos. Al igual que los Guardianes. Dio súbitamente peso a las viejas costumbres, una práctica cultural nacida de un conocimiento terrible: los muertos podían regresar. Pero no sin un barco. Quema el cuerpo y mata al Retornado. ¿Cuántos Retornados habían muerto de esa manera? ¿Cuántos habían abierto los ojos en el nuevo mundo sólo para encontrarse ardiendo vivos? Pero Katherine no había sido incinerada. La habían enterrado en un ataúd. Se la imaginó abriendo los ojos bajo tierra. Atrapada en un espacio pequeño y oscuro. Tuvo que recordarse a sí mismo con fuerza que no era Katherine. Dios, la había dejado atrás y esa cosa se había despertado en su cuerpo. —Si ese ejército es liberado, habrá una ola de muerte, cientos de miles de personas, caerán ante la muerte blanca y cuando se levanten, serán Retornados. Serán su ejército. El pasado estará aquí para apoderarse del presente. Eso explicaba por qué el propio Sinclair no estaba aquí. Por qué había enviado a su hijo en su lugar, con tanto poder para tomar, pero también tanto riesgo. Se sentía como si el viejo mundo estuviera regresando, tal como había regresado el Retornado en Katherine: por él. El rostro de Cyprian estaba pálido. —¿Está seguro? Fue James quien respondió.

—Tiene sentido, ¿no? Es arriesgado renacer. Naciste. Eres un niño. No recuerdas quién eras. Y eres vulnerable. Estás solo. Mira lo que pasó con los niños de este pueblo —dijo James. No dijo: Mira lo que me pasó—. De esta manera regresan a un cuerpo adulto, sabiendo quiénes son. Lo tácito era el pensamiento de qué más volverían sabiendo. ¿Les había dado instrucciones el Rey Oscuro? ¿Estarían llevando a cabo sus planes? Will se estremeció al pensar en enfrentarse tan directamente a las órdenes de su predecesor, cuando luchar contra él a una distancia de siglos ya había costado tanto. —Entonces ¿qué hacemos? —Cyprian habló por los demás—. No podemos luchar contra un ejército que puede apoderarse de nosotros. Una voz familiar desde la puerta dijo: —¿Quieres apostar?

Corregido por Camm En tres rápidas zancadas, will la rodeó con sus brazos en un fuerte abrazo, y Violet cerró los ojos y lo sintió cálido y real contra ella, tan vivo como había temido que no lo estuviera. —Nos encontraste —dijo Will, y ella solo lo abrazó con más fuerza. Fue tan bueno verlo. Fue tan bueno verlos a todos. Violet finalmente retrocedió, se secó los ojos y le dio un puñetazo a Will en el hombro. Su sonrisa estalló; lo había extrañado mucho. Había crecido en las semanas que habían estado separados, y su mechón de cabello oscuro era un poco más largo, lo suficiente como para ser demasiado largo para su corte. Pero hubo otro cambio que no pudo nombrar, una diferencia en la forma en que él se comportaba. Le recordó el aspecto que había tenido al tomar el mando después de la masacre en el Salón: como si tuviera los instintos de un líder y no los estuviera ocultando. Cuando miró a su alrededor, vio a Grace y Cyprian y, para su sorpresa, Cyprian también parecía diferente. Seguía siendo tan atractivo como el mármol tallado, pero la rigidez de la estatua había desaparecido, como si fuera un poco más del mundo. Luego hizo algo que ella nunca había esperado. Él entró, siguiendo el ejemplo de Will, y la abrazó con tanta fuerza que ella se sintió extrañamente sin aliento. —Cyprian —dijo sorprendida, y se encontró devolviéndole el abrazo, y eso la sorprendió también, como si ambos hubieran cambiado sin que ella se diera cuenta. Nunca había pensado que él la abrazaría voluntariamente. —No dudé de tu fuerza —dijo Cyprian, con su habitual sinceridad—, pero estuviste en mis pensamientos a menudo, y me alegro de que estés aquí.

Tenía las mejillas un poco sonrojadas. Violet intentó no pensar que Will y los demás los estaban mirando. —Yo también —dijo Grace, con un cálido gesto de saludo. —Puedo llevarte o dejarte —arrastró una voz, y se echó hacia atrás para ver a James St Clair. Las diferencias en James la inquietaban aún más, todavía un joven aristócrata con ropa elegante, pero si mirabas más de cerca, estaba un poco arrugado, como si hubiera estado con la misma chaqueta durante más de un almuerzo. ¿Y estaba equivocada o él parecía un poco menos cauteloso? No, no menos vigilado, sino más… cómodo. Su despreocupado apoyo contra la pared era exactamente como ella lo recordaba, pero ya no parecía un extraño. El tiempo que había pasado con los demás lo había convertido en uno de ellos, y eso la perturbaba. Por un momento, lo único que pudo pensar fueron las palabras de Marcus: Él no es redimible. Nos matará a todos si no lo matamos a él. —¿Qué pasó? —decía Will—. ¿Es cierto que estuviste prisionera en Calais? Violet se sacudió sus pensamientos y dejó su mochila en una silla cercana. —Hay algo que todos necesitan ver. Con James presente, guardó el diario de Marcus y sacó de su mochila el fajo de papeles sueltos, ilustraciones y anotaciones en francés y latín. Los demás retrocedieron sorprendidos por lo que vieron. Tenía una presencia aterradora, incluso en efigie, como si pudiera salir del cuadro y entrar al mundo. Superó la oscuridad que surgía de la montaña, dominándola inequívocamente, con un bastón en alto en sus manos. Unos cuernos de sombra negros se curvaban desde su yelmo, y en ellos... los ojos de Violet se fijaron en el espacio oscuro donde estarían sus ojos en el yelmo negro. El artista sólo había dibujado un vacío negro. Si se quitara el timón, ¿cuál sería la visión devastadora de su rostro? —Es él —dijo James, enfermizo. —No es original —dijo Grace—. Ha sido copiado. Probablemente cientos de veces, desde que se dibujó por primera vez. No sabemos qué errores se pueden haber introducido en la imagen.

—Es él —dijo James nuevamente. Eso era aún más aterrador, que el Rey Oscuro conservara su poder sobre James, incluso en una copia descolorida. Pensó en Sinclair, la versión muchas veces diluida. Las palabras de Marcus regresaron a su mente. James no quiere nada más que sentarse junto al Rey Oscuro en su trono. ¿Fue la ascendencia de Sinclair lo que llamó a James? Ella se preguntó. ¿Fue atraído por la Oscuridad? ¿Era por eso que había buscado a Sinclair después de abandonar el Salón? —Descubrí lo que busca Sinclair. —Violet extendió más los papeles y les contó lo que había aprendido de ellos y de Leclerc—. Me retuvieron en el antiguo castillo familiar de Gauthier, en las afueras de Calais. La familia de Gauthier... no sólo estaban obsesionados con el Collar. Había algo más que estaban buscando... el bastón del Rey Oscuro; lo llamaron potestas tenebris. Grace dijo: —El poder de la oscuridad. —Y luego, pasando el dedo por la ilustración—: O aquí, es potestas imperium, el poder de mandar. Miró a Violet. —¿El personal? —En el dibujo, líneas oscuras conectaban el bastón con la horda de abajo. Violet asintió. —El personal —dijo—. Comanda los ejércitos, y es dentro del palacio. Debajo del trono. En un lugar llamado... —La mazmorra —dijo Will. Ella lo miró sorprendida. El nombre la había perturbado, pero fue aún más inquietante ver a los demás hacer eco de la expresión de sombrío reconocimiento de Will. —Tú has estado allí —se dio cuenta. —Solía ser una prisión —dijo Will—. Ahora alberga al ejército del Rey Oscuro, listo para despertar. Las pocas imágenes del ejército que había visto en la colección de Gauthier eran aterradoras. Ella respiró hondo.

—Bueno, la familia Gauthier creía que este bastón estaba retenido en el mismo lugar. —¿Y Sinclair lo sabe? —dijo James. Violet asintió. —Por supuesto que lo sabe —dijo Will—. Utilizará el bastón para formar el ejército. Y ordenarles, como si fuera el Rey Oscuro. —No podemos dejar que haga eso —dijo Violet—. Poseerán los cuerpos de todos en este país. —Llegamos a eso antes que él —dijo Will—. Y lo usamos para detener a los ejércitos de una vez por todas. —¿Quieres decir volver allí? —dijo James. Y luego—: Nadie puede usar magia en el pozo. Estaríamos en pie de igualdad con Sinclair. —Razón de más para abordarlo antes que él. Will habló con seguridad, como si el asunto estuviera resuelto. Él no sabía lo que ella sabía. El terrible enigma con el que había luchado la familia Gauthier. La razón por la que nunca habían excavado en busca del bastón. La razón por la que Sinclair había capturado a Marcus y esperado a que se volviera. Violet negó con la cabeza. —Sólo una criatura de la Oscuridad puede acercarse a él. Cualquier otro será asesinado. Es por eso que las fuerzas de la Luz no lo destruyeron cuando mataron al Rey Oscuro. No pudieron acercarse. Sabía que Will recordaba el poder corrosivo de una sola gota de sangre del Rey Oscuro, que había destrozado el Sealgair y podrido a sus marineros desde adentro hacia afuera. ¿Cuánto peor sería la fuente de su poder? —Los Guardianes se vieron obligados a custodiarlo —dijo Cyprian lentamente— . No pudieron acercarse lo suficiente como para destruirlo, así que todo lo que pudieron hacer fue observarlo durante generaciones. Era demasiado peligroso dejarlo solo. —Como la Copa —dijo Grace. —Como el Collar —dijo James, frunciendo el ceño.

—Y cuando el ejército despertó, todo lo que pudieron hacer fue hundir el palacio debajo de la montaña y esperar que nunca lo encontraran. Es lo que nos dijo Nathaniel. —Cyprian estaba frunciendo el ceño. —No se puede enterrar el pasado —dijo Will. Él estaba en lo correcto. El pasado siempre se filtraba en el presente. Sintió que su propio pasado la presionaba: un país en el que nunca se permitía pensar, una serie de recuerdos tempranos que no quería enfrentar. Violet dijo: —Entonces… necesitamos una criatura Oscura propia. —James —dijo Cyprian. —Oh, muchas gracias —dijo James. —No. —Will dio un paso adelante protectoramente—. Podría morir, no me arriesgaré. Él era de la Luz antes de servir al Rey Oscuro. —Violet recordó a Will revoloteando solícitamente sobre James en el Salón. Abrió la boca para comentarlo cuando Will dijo—: Además, necesitamos que James abra la puerta. —¿Qué? —La cabeza de James se giró. —¿La puerta? —dijo Violet. —Necesitamos sacar a los lugareños de aquí. Eso no ha cambiado. No podemos permitir que ese ejército arrase estas ciudades y se apodere de su gente. Tenemos que evacuar el pueblo. No sólo el pueblo. La excavación también. El campo circundante. Los soldados de ese ejército poseerán a las primeras personas que encuentren. ¿Evacuar la región? No parecía posible. Sería una gran movilización si pudieran siquiera convencer a la gente de que los peligros sobre los que advirtieron eran reales. Y debajo de eso acechaba otro pensamiento más oscuro. Eso nos incluye a nosotros. El ejército también podría poseernos. —Ettore —dijo Grace. —¿Qué? —Violet se volvió hacia ella. —Es una criatura de la Oscuridad —dijo Grace—. O alberga uno. Tiene una sombra. Puede llegar al bastón del Rey Oscuro sin que le cueste la vida.

Lo dijo con la calma de un pronunciamiento jenízaro. No habló con Violet sino con Will, como si hubieran compartido muchas de esas conversaciones en las semanas desde que estuvieron aquí. —“Solo con Ettore podrás detener lo que está por venir” —citó Will. —Yo teorizaría que su sombra también lo hace inmune a la muerte blanca —dijo Grace. —¿Por qué es eso? —dijo Violet. Fue Will quien respondió. —Porque una sombra ya lo posee. Violet se estremeció ante las palabras de Will. —Como mínimo, un Retornado tendría que luchar contra su sombra para apoderarse de él. —La imagen de un Retornado luchando contra una sombra por la posesión de un Mayordomo era desconcertante. Dos parásitos peleando por un huésped. —No le vamos a dar a Ettore el poder de comandar los ejércitos Oscuros —dijo Cyprian, y por un momento Violet creyó ver un destello de disgusto por la idea en el rostro de Will también—. Es un mercenario y un borracho. No se puede confiar en él. —¿No nos envió el Mayor Mayordomo aquí para encontrarlo? ¿No deberíamos confiar en ella para que nos guíe en nuestra misión? —dijo Grace. Cuando Violet volvió a mirar a Will, su expresión ya no era legible. Había adoptado esa actitud tranquila y agradable que a veces tenía cuando acompañaba a los demás. Como diciendo ‘Tienes razón’, dijo: —Hablamos con Ettore.

—De ninguna manera —dijo Ettore. Puso los pies sobre la mesa. Ettore, de cabello oscuro y con un brillo cínico y divertido en los ojos, estaba sentado afuera en un barril, bebiendo alcohol. Tenía tanta barba que parecía casi una barba y parecía que su cabello no se había cortado en un año. Estaba vestido como uno de los muchos bandidos que Violet había evitado a lo largo de los caminos de montaña,

con ropa de cuero manchada y una camisa sucia, medio abierta en los pesados músculos de su torso, ahora relajado en el suelo. Y cuando le dijeron lo que sabían, él simplemente resopló. Grace frunció el ceño, como si esto no fuera parte de su plan. —¿Qué quieres decir con “De ninguna manera”? —Quiero decir de ninguna manera voy a entrar en ese lugar para conseguirte algún objeto Oscuro que pueda matarme. No sucederá. Al enterarse de que Ettore era el último Guardián superviviente, Violet lo había imaginado como una versión italiana de Justice, pero Ettore no era nada de eso. Mientras ella observaba, él volvió a levantar la petaca, se bebió la bebida en la boca y luego la tragó deliberadamente. El olor a licor era lo suficientemente fuerte como para llegar hasta ella a seis pasos de distancia. Decía claramente: hemos terminado. —El Mayor Mayordomo nos envió a usted —dijo Cyprian—. Ella nos dijo que tendrías un papel que desempeñar. —El Mayor Mayordomo nunca hizo nada por mí, chico. —Ettore se encogió de hombros. —Tienes una sombra dentro de ti —dijo Cyprian—. Una fuerza oscura que acortará tu vida. Hiciste ese sacrificio cuando te quitaste la ropa blanca. ¿No quieres que signifique algo? Ettore lo miró con la boca torcida. —¿Significa algo? ¿Crees que significa algo? Bebí de la Copa, ¿sabes lo que eso significa? Significa que me jodieron igual que el resto de ellos. Significa que algún día seré una sombra, un asesino hueco, un sirviente estúpido de la Oscuridad por la eternidad. Hasta entonces, vivo mi vida. Lo poco que me queda. —Entonces hazlo por tus hombres —dijo Cyprian. —Mis hombres y yo vamos con un niño lindo a salir por la puerta. —Ettore señaló a James con su pulgar. —El Salto de Fe —dijo Cyprian. Violet no estaba familiarizada con ese nombre. Su atención permaneció en Ettore. Estaba mirando a Cyprian, con una expresión extraña y medio burlona en su rostro. Los dos no podrían haber sido más diferentes. Se preguntó si Ettore veía en

Cyprian una versión pasada de sí mismo. En algún momento tuvo que haber creído, o nunca habría bebido de la Copa. —Mejor tener fe en una puerta que tener fe en los Guardianes —dijo Ettore mientras Cyprian fruncía el ceño. —No podemos obligarte a ayudarnos —dijo Will. —Así es, no puedes —dijo Ettore, levantando su petaca en un pequeño brindis. Lo dejaron bebiendo en la plaza, regresando a la sombra del toldo para intentar encontrar un camino a seguir sin él. —No es propio del Mayordomo equivocarse —dijo Grace, como si no pudiera entenderlo—. Quizás Ettore tenga otro papel que desempeñar, uno que aún no conocemos. —O tal vez es sólo un piojo —dijo Violet. —Lo has captado de un vistazo —dijo Cyprian. Miró a Will. Tenía la misma tranquilidad que había tenido cuando sugirió hablar con Ettore: no parecía en absoluto preocupado o consternado por la negativa de Ettore a ayudarlos. Lo esperaba, o algo parecido. Miró a Will. Tenía la misma tranquilidad que había tenido cuando sugirió hablar con Ettore: no parecía en absoluto preocupado o consternado por la negativa de Ettore a ayudarlos. Lo esperaba, o algo parecido. —Nada ha cambiado —dijo Will—. Nuestra primera tarea es evacuar la montaña e impedir que Sinclair llegue al palacio. James, abrirás la puerta para aquellos que se van, mientras interceptamos a Sinclair y lo detenemos antes de que llegue. La osteria de piedra con forma de caverna no se diferenciaba del sótano donde la habían retenido bajo la mansión de Gauthier. Tenía el mismo techo abovedado e incluso sus propios barriles dispersos. Las mesas enrejadas donde los lugareños se sentaban y comían estaban vacías, lo que parecía un presagio extrañamente siniestro. Pronto el pueblo estaría vacío. La región estaría vacía. De una manera u otra. —Lo siento —dijo Will—. Debería haber estado allí.

—Lo descubrí —le dijo, negando con la cabeza—. Estoy aquí. —Viniste por mí; Debería haber venido por ti. —«Él siempre había sido así», pensó. Como si fuera a mover cielo y tierra para ayudarla. Ella dijo: —No es necesario; escapar fue fácil. —Y le lanzó una sonrisa. Will le respondió con una sonrisa, pero brevemente hubo algo más en sus ojos. Sinceramente, quería decirle lo asustada que había estado de no poder regresar a tiempo. Quería contarle la advertencia de la señora Duval de que debía quedarse y completar su formación. Quería contarle sobre el diario de Marcus. Quería contarle lo que había aprendido sobre su madre. Extrañaba sus noches en el Salón de los Guardianes, tumbados en las camas del otro, intercambiando historias sobre su día. Él también mató a mi familia. No era el momento adecuado, aquí, en vísperas de la batalla. Ni siquiera estaba seguro de hasta qué punto era cierto. Había partes de lo que la señora Duval le había contado (las partes sobre Tom, sobre su destino) que todavía no quería creer. En cuanto al resto, en cuanto a... —su madre— Su vida antes de llegar a Inglaterra siempre había sido un espacio que había mantenido cuidadosamente en blanco. Cada vez que alguien de su familia hablaba de la India, ella fruncía el ceño y se miraba los pies o salía de la habitación. Ahora ese espacio en blanco estaba cobrando vida con destellos cambiantes de recuerdos no recordados y sentimientos espesos que no sabía cómo nombrar. En cambio, sacó a Ekthalion.

Los ojos de Will se fijaron en él. Forjada para matar al Rey Oscuro, la espada tenía una presencia inquietante. Había sido limpiado de la sangre del Rey Oscuro, pero aún irradiaba un propósito mortal. Violet sintió el peso en sus manos. —Hay más en la historia de Rassalon de lo que me han contado —dijo—. La señora Duval dijo que era un verdadero León. El último León verdadero. Dijo que un verdadero León podría luchar contra lo que hay debajo de la montaña. Violet miró a Will. —Sabemos que el escudo de Rassalon puede luchar contra las sombras. Creo que hay una manera de que podamos luchar juntos contra lo que hay debajo de la montaña, León y Dama. Yo con el escudo y tu con esto. —Le tendió la espada. Los ojos de Will estaban muy oscuros y muy abiertos, y sólo por un momento parecieron suplicar piedad, una expresión angustiada que nunca antes había visto en él. Pero la expresión se cerró. Lo vio inhalar y exhalar, un suspiro tembloroso, como si estuviera decidiendo algo. Luego se acercó y pasó su mano por el largo plateado de Ekthalion. Él la miró. —Deberías quedarte con la espada —dijo. —No soy la campeona —dijo. —¿Estás segura de eso? —le preguntó con una sonrisa irónica. —Hay alguien a quien esto está destinado —dijo—. Y esa persona no soy yo. Él simplemente mantuvo su mirada fija en ella. —A ti te lo confió —dijo Will—. Sé que harás lo correcto. Levantó a Ekthalion y lo inclinó hacia la luz. Brillaba a lo largo de toda su longitud plateada. —Solo espero no tener que usarlo nunca.

—Yo también —dijo Will.

Traducido por Kasis Corregido por Camm Will realizó sus últimas rondas mientras el sol comenzaba a ponerse. Los preparativos ahora no eran para luchar, sino para la evacuación. Las mercancías se agrupaban y empacaban en burros, y se unían trineos improvisados con cuerdas para los ancianos que, de lo contrario, se moverían demasiado lento. Will trató de no pensar en los que se resistían, tercamente decididos a quedarse en sus casas, imprudentes o incapaces de creer lo que se avecinaba. Sólo quedaba una forma de avanzar ahora. Los evacuados se dirigirían hacia la puerta, mientras una fuerza más pequeña lanzaba un ataque contra el convoy de Sinclair para detenerlo antes de que pudiera llegar al palacio. —Conoces las viejas costumbres —le dijo a Rosati, quien dirigía un pequeño grupo, instruyéndolos sobre a quién seguir montaña arriba—. Quema cualquier cuerpo que encuentres que haya muerto por la muerte blanca. Pero si ves a hombres cerca de ti empezando a caer por ella... —¿Si los vemos caer? —Corre —ordenó Will. Rosati asintió. Will se dirigió a un grupo de barriles fuera de la osteria, donde un grupo de bandidos estaba sentado, tomando el último trago. —Tendremos botín que durará hasta que seamos demasiado viejos para gastarlo —escuchó decir a uno. —Compraré una casa con una bodega llena de vino —pronunció otro. —Compraré un traje nuevo para mi padre —mencionó un tercero. Una sensación dolorosa se instaló en él.

—Cuando la puerta se abra, cualquier guarnición que aún esté protegiendo el Salón será tomada por sorpresa. —Los bandidos se detuvieron y lo miraron—. Elimínenlos rápidamente y tendrán ese botín que desean. Una Sala llena de él. —Que no sobrevivas a tu dinero. —El primer bandido le levantó una copa. Encontró a Cyprian enviando al último de los doce mensajeros para advertir a los pueblos y aldeas vecinas. Necesitaban que la mayor parte de la región estuviera despejada tanto como fuera posible. Fue Will quien se encargó de encontrar emisarios, hombres y mujeres que tenían familiares o amigos en pueblos cercanos y que tenían al menos la posibilidad de ser creídas cuando daban sus advertencias. Había tanto que quería decirle a Cyprian, quien había seguido sus órdenes desde que regresó al Salón. Había observado a Cyprian transformarse de un novicio protegido y erizado a un leal teniente que hacía lo mejor para adaptarse al mundo exterior. Cyprian se aferraba a su deber, a la promesa de una misión más grande, y Will lo admiraba por eso. Pero cuando Cyprian se giró y lo vio, Will sólo habló de cosas prácticas. —Acercarse a las carrozas de Sinclair será demasiado peligroso. No sabemos quién o qué lo protege. Nuestro ataque tendrá que ser a distancia. —Tenemos pistolas, mosquetes y arcos —indicó Cyprian—. Y soy un buen tirador. —Deja que adivine —ironizó Will—. El mejor arquero entre los novicios. —Sí. No era un alarde. Simplemente una declaración de hechos, sin ninguna conciencia de lo arrogante que podría parecer. Era muy típico de Cyprian, quien aún realizaba los ejercicios del Guardian cada mañana, una figura elegante y solitaria. Con esa sensación dolorosa de nuevo en su interior, Will dijo: —No cambies. Grace supervisaba el transporte de suministros: trineos, burros, paquetes y montones de posesiones mundanas. Mañana, mientras los bandidos acompañaban a James y a los aldeanos hacia la puerta, ella montaría con Cyprian y los demás para unirse a la lucha contra Sinclair.

—Si algo me pasa, necesitas tomar el mando —le informó Will—. Necesitas liderarlos, y si no pueden ganar la lucha contra Sinclair, necesitas sacarlos. —¿Yo? —cuestionó Grace. —Así es. Ella lo miró largamente, como si tratara de entenderlo. Él simplemente la miró fijamente. Pero todo lo que dijo fue: —Está bien. Y luego, cuando eso estuvo hecho, caminó por el estrecho callejón empedrado con sus edificios de piedra gris agrupados a ambos lados hasta que se desvaneció en un sendero de tierra, subiendo la empinada colina hasta la torre desmoronada que se asomaba sobre el pueblo. James lo observaba, el cabello rubio brillando en la última luz del atardecer. El único papel de James era conservar energía para que mañana pudiera abrir la puerta. Se apoyó contra una saliente de piedra, el pueblo extendiéndose frente a él. Los lazos enredados que los unían se tensaban como alambre brillante. Había algo imposible acerca de su belleza. Encajaba perfectamente con la puesta de sol, como si fuera parte de la luz que se deslizaba fuera del mundo. Will pensó, La tierra sería fría y oscura si tú no estuvieras. Viéndolo ahora, Will se sintió perdido para siempre en el conocimiento de que James era todo lo que había deseado en su vida pasada y nunca podría poseer en esta. James se inclinó hacia atrás y lo observó con el mismo calor con el que Anharion había mirado por primera vez a Sarcean. —Llévame —susurró James—. Llévame contigo a luchar contra Sinclair. Will se dio cuenta de que, desde este punto de vista, James lo había estado observando mientras hablaba con cada uno de los grupos en el pueblo de abajo. Pero ni siquiera James comprendía. Will mantuvo su voz casual. —Te necesitamos en la puerta. —No puedo protegerte en la puerta.

Calor. Como ahogarse bajo la cálida luz del sol. Se sintió egoísta por desearlo tanto, por tomarlo bajo falsas pretensiones, incluso mientras decía con un pequeño manantial de esa luz dorada: —Te preocupas por mí. James frunció el ceño y no lo negó. —Yo... —No necesitas estarlo —señaló Will—. Voy a detener todo esto. —Siempre estás tan seguro. —Así es. Mirando hacia afuera, vio que, además del pueblo, se podía ver una vista de la montaña, y en alguna parte de esa montaña estaba la puerta. Mañana, James subiría la montaña, mientras Will descendería solo. —Si ese ejército se despierta —comenzó James—, me reconocerán. —Cuando Will no respondió, James se volvió para enfrentarlo—. Si recuerdan el viejo mundo, me reconocerán. —Como Devon te conocía. —Ese estúpido castrado. Sí. El ejército también lo reconocería, así como Devon lo había reconocido. Devon lo había reconocido en el momento en que había entrado en la tienda de marfil de Robert Drake. Y si su ejército lo conocía, sus amigos aprenderían quién era él demasiado rápido. James aprendería quién era él. —Te conozco —confesó Will, mientras los ojos de James se agrandaban—. Esas personas a las que llevarás a las puertas, sé que no las decepcionarás. Sé que harás todo lo posible por protegerlas. Eso es lo que eres, ¿sabes? Un protector. Los ojos de James se abrieron aún más, como si nunca hubiera recibido ese tipo de elogios antes y no supiera qué hacer con ello. —Veo eso en ti —continúo Will—, incluso si tu padre no lo hizo. He visto lo que has dado para luchar en este lado. James se apartó como si sus sentimientos hubieran alcanzado su punto máximo, y esto era lo que Will quería proteger a su vez, esta parte de James que rara vez se veía.

—No lo hice... con Simon. Eso no fue una mentira —declaró James con la espalda hacia Will. Will se ruborizó al entender el significado de James. —Lo sé. —Él lo quería, como un signo de estatus. Pero tenía demasiado miedo de tocarme. Todos lo tenían. Pertenezco a una persona. Y tienen pavor de mi dueño. —El significado completo de lo que James estaba diciendo se extendió por él. —Quieres decir que nunca... James no respondió, pero se volvió hacia Will y la verdad estaba en su rostro. Will no pudo evitar el tono posesivo en su voz. —Te mantuviste fiel a él. A mí. La idea de que James se mantuviera puro para él era ilícita. Criado en una cultura de abstinencia por los Guardianes, y luego manteniéndose casto mientras pensaba en su dueño. Era desagradablemente placentero, incluso al mismo tiempo que sentía celos: un celo violento hacia su yo anterior. Quería ser el que James había hecho sus votos. Quería ser el que hiciera que James rompiera sus votos, incluso sabiendo que esos votos eran para él mismo. —Si él regresara —advirtió James—, y sintiera algo por alguien, sería una sentencia de muerte. Una sentencia de muerte para ellos, pensó Will. El Rey Oscuro mataría a cualquiera que tocara su propiedad. Me decía a mí mismo que los estaba protegiendo... pero estaría mintiendo si dijera que no lo hago, que no estaba un poco enamorado de él. Con la idea de él. El conquistador oscuro, que podría haber tenido a cualquiera, y me eligió a mí. Yo era joven. —¿Y tú? ¿Sentiste algo por alguien? —¿Cómo podría, cuando él estaba allí? Nadie era como él —reveló James—. Pensé que realmente iba a regresar. La idea de que era para él era emocionante. Era una salida de los Guardianes. Una manera de sentir que era especial. Elegido por el hombre más poderoso de la Tierra. Pero cuanto más aprendía, más aterrador era. Él lo consumía todo. Pensé... —¿Qué? ¿Qué pensabas?

—Que él era mi fin. Y yo me apresuraba hacia eso. No podía ver más allá de él. Hasta que te conocí. —James... —exclamó Will. Los ojos azules de James estaban en los suyos, la franqueza en ellos era atípica, y claramente difícil para él, respirando superficialmente mientras ofrecía lo que nunca había ofrecido a nadie. —Toma lo que era suyo. Demuestra que no tienes miedo. Y yo tampoco. Tenemos la noche —susurró James—. Una noche, antes del fin del mundo. Como un hombre al borde de un acantilado anhelando arrojarse, James quería un acto irrevocable. Quería separarse del Rey Oscuro para siempre. Y Will también lo deseaba, anhelaba intervenir y aceptar lo que James le ofrecía, anhelaba tocar donde otros no lo habían hecho, llevarlo a una verdadera rendición, saber cómo se sentía al entregarse a otro. Se apartó a regañadientes. —No podemos —lo previno Will. Estaba respirando de manera desigual. —¿Por qué no? —preguntó James—. Porque yo soy... —No. Esa no es la razón. Yo... Después —habló Will—. Cuando todo esto termine. Ven a mí después. Vio que James se daba cuenta de que no era un rechazo: era una oferta, una esperanza desesperada para el futuro, un futuro en el que podrían ser simplemente ellos mismos, si eso era siquiera posible. Los labios de James se curvaron, sus pestañas bajaron. —¿Es una orden? La pregunta cruzó a Will con intensidad, y sus propias palabras salieron en una voz que apenas reconoció. —¿Te gustaría eso? ¿Una orden? —Yo... —James no respondió, simplemente dijo—: Quiero ser tuyo, no de él. Estaban acercándose de nuevo, ese borde de acantilado acercándose. —También quiero eso. —Bésame —le pidió James.

Dio un paso adelante, y ahora le tocaba a Will usar sus manos, sostener el rostro de James y deslizar los dedos en su cabello. Era más tentador que el Collar, los labios de Anharion contra los suyos, pero nunca como esto, dulcemente dispuestos. Y ese pensamiento lo detuvo, incluso cuando el beso parecía palpitar entre ellos. En su lugar, unió sus frentes, sosteniendo a James fuerte en sus brazos. —Will... —murmuró James, indefenso. —Después —dijo Will—. Lo prometo. *** Will esperó hasta que todos los demás estuvieron dormidos y luego fue solo hacia el borde del pueblo. Salir de la osteria significaba pasar junto a James, dormido en una de las literas junto a las brasas del fuego en la chimenea. Cyprian no estaba lejos, también dormido, los improbables hermanos, por una vez, en paz. Apartar a James lo había destrozado. Todavía podía sentir su casi beso, la posibilidad tambaleante de ello, su propio deseo de cerrar los ojos y dejarse caer. Egoístamente, quería tenerlo, saber cómo era tener a James para él. Pero nunca podría tener a James mientras Sarcean yaciera entre ellos. Will ni siquiera sabía realmente si James lo quería, o si simplemente estaba atraído por el eco de Sarcean. Podía ver las huellas que Sarcean había dejado por todo James. Hubiera sido tan fácil poner sus propios dedos en todos esos lugares. James se sentía como el mensaje más personal de Sarcean, enviado a través del tiempo, una provocación consciente, como diciendo: ¿Ves? Somos iguales. Se volvió y miró una última vez al pueblo. Su general renacido, su León y su ejército estaban listos para luchar. Había una parte de él que quería responderle a Sarcean: Son míos, y no necesité forzarlos. No, sólo los engañaste, parecía responderle la voz burlona. Él la ignoró. Quizás eran iguales. Pero esta vez, iba a ser diferente. Iba a hacerlo diferente. Iba a demostrarle a esa voz burlona que no era un Rey Oscuro. Iba a relegar a Sarcean al pasado, poner fin a sus planes, poner fin a su influencia en el mundo. Y luego estaría libre para construir un nuevo futuro.

Caminó más allá de las afueras del pueblo, hacia las colinas inclinadas llenas de árboles. Nadie lo detuvo. Nadie sospechaba de él, pero entonces, de todos modos, nunca lo habían hecho. Se detuvo cuando llegó a un pequeño mirador desde el cual podía ver el camino. Y esperó a lo que sabía que iba a venir.

Traducido por Kasis Corregido por Camm Cuando la figura en las sombras se deslizó fuera del pueblo, Will estaba listo. Bueno escondiéndose y manteniéndose fuera de la vista, Will se deslizó silenciosamente desde la cobertura nocturna de los árboles hacia el camino frente a él. —Will —llamó Kettering—. Yo sólo estaba... Will miró el cabello bien peinado de Kettering y sus patillas ordenadas, sus gafas y su ropa profesoral desparejada. —Eres uno de ellos —acusó Will—. Un Retornado. Kettering empujó sus gafas hacia arriba en el puente de su nariz, un hábito agitado. —¿Qué? Mi querido muchacho, todos estamos nerviosos, todos estamos, pero esto es... —Los cuarteles —interrumpió Will. —¿Qué? —preguntó Kettering. —En el palacio, conocías el camino a los cuarteles. Pero nunca habías estado allí. No en esta vida. Nadie lo había hecho. Nadie conocía el diseño del palacio. Pero dirigiste a tus hombres directamente al salón del trono. Y fuiste el único que no murió de la muerte blanca cuando llegaste allí. Kettering lo miraba fijamente. —En la excavación, estabas tratando de evitar que quemaran los cuerpos — continúo Will—. No entendí por qué, hasta que supe qué era la muerte blanca. Para ti, no era sólo quemar cuerpos. Era... —Matar a mis compatriotas —señaló Kettering.

Su rostro había cambiado mientras Will hablaba. El corazón de Will latía con fuerza. Una cosa era adivinar, pero otra era confirmarlo. Will habló con firmeza. —Eres uno de ellos —acusó Will—. Y vas al palacio para despertarlos. Para sorpresa suya, Kettering soltó una risa aguda. —¡Ellos! No me importan ellos —confesó Kettering—. Sólo me importa ella. ¿Ella? Ante sus ojos, Kettering se estaba despojando de la identidad del inofensivo historiador. No lo estaba negando, como Will esperaba. Tal vez había una parte de él, sólo con su secreto, que quería ser visto. Will sabía cómo se sentía eso. —Desperté en una pira —comenzó Kettering—. En el cuerpo de un niño de siete años. Queman a los Retornados aquí, pero tú lo sabes. Queman a cualquiera que muera de la muerte blanca. Querían quemarme. Pero esperaron demasiado. Desperté, y una mujer empezó a gritarles que se detuvieran. Era la madre de este cuerpo. En la confusión, me liberé y corrí. No sabía entonces que tenía suerte... el único de mi especie que había sobrevivido. ¿Cuántos docenas de nosotros hemos abierto los ojos en llamas? ¿Cuántas centenas? ¿Despertando en el dolor aullante de un infierno? El calor de eso, pensó Will, el golpe de eso como un horno. La atadura de la cuerda, sudando por el calor, luego quemándose. Había visto cuerpos chamuscados y crujientes en el Salón de los Guardianes, cuando quemaban a los muertos. —¿Cuál era el nombre del niño? —preguntó Will. —¿El niño? —El niño cuyo cuerpo tomaste. —¿Cómo debería saberlo? —reviró Kettering. —Tal vez su madre le estaba gritando —respondió Will. —Eso fue hace treinta años —se burló Kettering, desdeñosamente—. Dejé este lugar, este rincón olvidado. Fui a Inglaterra a estudiar historia, sólo para descubrir que mi gente había sido olvidada. ¡Olvidada! Todo el mundo era un rincón olvidado. Estas personas creen que saben lo que es la muerte. No tienen ni idea. Sólo imaginan su propia muerte... no imaginan a todos los que conocen muertos, a todos en su ciudad muertos, a todos en su era muertos, millones de vidas tragadas por un agujero negro del olvido. Hasta que fue como si nada de eso hubiera sucedido en absoluto.

—¿Quién es 'ella'? —pidió Will. La expresión de Kettering parpadeó. —Ella fue mi... ella era importante para mí. Juramos que regresaríamos juntos. Y todavía está ahí abajo, en la oscuridad. Él aún está atrapado en el pasado. Como lo estaría cada Retornado, pensó Will. Cada rencor, cada pasión, abrirían los ojos en sus nuevos cuerpos sintiéndolo todo. Y al ser totalmente del viejo mundo, no les importaría nada este. Así como a Kettering no le importaba nada el niño cuyo cuerpo había robado, cuya vida había sobrescrito con la suya. Había un pensamiento más oscuro, más incómodo. Kettering claramente no había reconocido a Sarcean ni a Anharion. Quizás había sido simplemente un soldado, de rango demasiado bajo como para haber puesto los ojos en el rey y su consorte. Pero los generales en ese ejército oscuro, al igual que Devon, los reconocerían a ambos de inmediato. En el momento en que fueran liberados... —Voy a despertarla, y no voy a dejar que me detengas —amenazó Kettering. Will inhaló profundamente. —No estoy aquí para detenerte. Estoy aquí para ir contigo —admitió Will—. El personal del Rey Oscuro... sabes dónde está, cómo es. Quiero que vayamos allí juntos. Había sorprendido a Kettering. Lo vio en sus ojos. Así como se vio a sí mismo en la estimación de Kettering: un niño, apenas un joven, una vida única que acababa de comenzar en este nuevo mundo, como un retoño sin conocimiento de la extensión del gran bosque. —Lo quieres para ti —atacó Kettering, imaginándolo lentamente—. El poder de controlar su ejército. —Y luego se rio—. No puedes alcanzarlo. Sólo una criatura de la Oscuridad puede acercarse siquiera. Un chico como tú no tendrá ni una oportunidad. —Ya veremos —reviró Will. —¿Realmente quieres acompañarme al palacio? La expresión de Kettering se volvió astuta, evaluadora. Will podía ver el cálculo de Kettering: necesitaría al menos un cuerpo para que esta dama suya lo habitara. Podría usar a Will, estaba pensando. Quizás notando especialmente la juventud de Will, lo que le daría a su dama una vida tan larga como fuera posible.

—Para cuando lleguemos al hoyo, el pueblo estará evacuado —confesó Will, quien lo había planeado cuidadosamente—. Puedes liberar a tu dama, y yo tomaré el personal del Rey Oscuro. Con la montaña vacía de personas, podría usar el personal para detener al ejército antes de que encontrara su camino hacia huéspedes vivos. —Está bien —aceptó Kettering, con la nueva ligereza de quien cree que ha encontrado un tonto. —¿Marchándose sigilosamente? —preguntó Violet. Su estómago se hundió cuando ella se interpuso en medio del camino. Esa palabra de nuevo, pensó una parte de él distante, mientras el pánico lo golpeaba y tuvo que obligar a calmarse. Era demasiado parecido a la noche en que partió hacia Bowhill, solo para encontrar a Elizabeth bloqueando la puerta del establo. Violet no estaba sola; Cyprian y Grace estaban con ella. Violet dijo: —Vas tras el personal del Rey Oscuro por tu cuenta, ¿verdad? Su cuerpo se tensó. Su corazón latía fuerte. —¿Y si lo hago? —La última vez peleaste solo —respondió ella—. Esta vez lucharemos juntos. — Levantó el escudo en su brazo—. Vamos contigo. —No puedes —espetó él, un desliz que sonó como pánico, incluso a sus propios oídos. Tenía que deshacerse de ellos. No podía detener al ejército mientras sus amigos lo estuvieran mirando. Se imaginó cómo sería: el remolino de negro frente a sus ojos al tomar el personal, sus amigos dándose cuenta de lo que era y retrocediendo de él como lo había hecho Katherine. Él estaba tan cerca. Tan cerca del borde, sus planes a punto de desequilibrarse. —Violet, no puedes. No eres inmune a la posesión. Si los ejércitos salen, irán directo a ti. —Puedo manejar algunas sombras —reveló Violet—. Además, tú quizás tampoco seas inmune a la posesión. Necesitas un León que te proteja. La firmeza y bondad inquebrantables de ella lo empeoraron todo.

—Sólo un León puede enfrentarse a lo que yace bajo Undahar. Y yo soy tu León. —Estaba dispuesta a enfrentarse a las sombras para ayudarlo. Incluso mientras inhalaba para hablar, ella dijo—: No hay nada que puedas decir que me impida ir contigo. Ella sonrió, con Cyprian y Grace flanqueándola a ambos lados. Los tres se colocaron frente a él en una solidaridad impresionante. No había tiempo para hacer otro plan, no con los hombres de Sinclair acercándose a la montaña. Sintió la dificultad imposible de ello: no había forma de disuadir a Violet, no había tiempo para volver atrás... una desventaja, hacer esto con sus amigos presentes, pero no tenía elección. —Síganme —ordenó Will. *** Fue desconcertante llegar al palacio y encontrarlo sin guardias. Los soldados de Sloane estaban ausentes. La entrada estaba completamente desierta. Violet, que nunca había visto el palacio antes, estaba asombrada por la pura magnitud de él al entrar en la grieta, luego pasar por las enormes puertas. En unos pocos pasos, descubrieron por qué no había soldados: docenas de cuerpos blancos yacían sobre el mármol justo más allá de la entrada. Los guardias de Sloane habían caído todos ante la muerte blanca y ahora yacían en esa perturbadora parálisis. Confirmaba la teoría de Will de que el proceso se estaba acelerando, los Retornados continuaban escapándose de su cámara. —Más muertes —chilló Grace. —¿Creen que despertarán? —cuestionó Violet con inquietud. Era la primera vez que veía la muerte blanca. Era la primera vez que la veía sabiendo lo que era. El conocimiento le daba nuevos ojos, la carne marmórea un capullo inquietante del cual surgiría una nueva criatura. —Despertarán —confesó Grace—. Pero el proceso lleva varios días. —Esperemos que no hayan estado muertos mucho tiempo —habló Violet.

Se imaginó a los Retornantes empezando a levantarse por todo el palacio. Quemarlos, nadie lo dijo, pero todos lo estaban pensando. Will miró de reojo a Kettering, que no mostraba nada en su rostro. Las puertas dobles se abrieron hacia el salón del trono, su pálido trono brillando en la oscuridad. Su majestuosidad llamaba, y su promesa siniestra. Se había sentado aquí y había traído reinos del mundo uno por uno bajo su control. Pero el trono no era su destino. La mazmorra aún estaba abierta, un agujero negro. Las cuerdas y las escaleras de cuerda que habían arrojado por su borde aún estaban en su lugar. ¿Nadie había estado aquí en su ausencia? Will miró hacia abajo en el agujero sin luz y se preguntó si el cadáver de Howell todavía estaría allí. Tomó a Kettering por la muñeca, sosteniéndolo en el borde del pozo. Ahí era donde tenía que ir, profundo en la tierra bajo el trono. Luego, más allá de esas filas de figuras listas para despertar, hasta llegar al personal. Y tenía que hacerlo rápidamente. —Ustedes tres guarden la entrada —les dictaminó Will a sus amigos—. Voy con Kettering a recuperar el personal del Rey Oscuro. —¿Van a bajar sólo ustedes dos? —discutió Violet, mirando la boca abierta del pozo. Se veía escéptica, pero no intentó detenerlo. Asintió, preparándose. —Tengo que hacerlo —aceptó Will—. Tengo que ser yo quien lo haga. —Puedes intentarlo —interrumpió una voz que hizo que los vellos de su cuerpo se erizaran—. Pero yo voy a detenerte. Su estómago cayó. Fríamente, se volvió para enfrentarla. Porque conocía esa voz, aunque no fuera ella. No era la chica que había estado en el Pico Oscuro y había levantado a Ekthalion para matarlo. Era un soldado que lo había atravesado con una espada. Un soldado cuya presencia significaba el fin de todo. Tú, había dicho mientras clavaba su espada en el estómago de Will solo un día antes. Pero el rostro era tan idéntico al suyo, parado allí como lo había hecho en el Pico Oscuro, como un fantasma

de un pasado del cual no podía escapar. Aquí para detenerlo; aquí para detener a Sarcean. —¿Katherine? —llamó Violet. —Esa no es Katherine —puntualizó Will. Dio un paso hacia el pozo. Los demás reaccionaron con el mismo shock que Violet. Pero la comprensión comenzó a asomar lentamente en cada uno de sus rostros. —Es uno de ellos —gritó Cyprian temblorosamente. Sacó su espada—. Un Retornado. —Soy Visander, el Campeón de la Reina —se presentó el soldado en el cuerpo de Katherine—. Y estoy aquí para matar al Rey Oscuro. Will dio otro paso hacia el pozo. Tenía que detener al ejército. Tenía que alcanzar el personal. Sin embargo, no estaba aquí. Estaba de vuelta en Bowhill: con Katherine empuñando una espada; con las manos de su madre alrededor de su cuello. Violet frunció el ceño. —El Rey Oscuro, ¿de qué estás hablando? —¿Ha mentido? Eso es lo que hace. —Visander sacó una espada, igual que Katherine lo había hecho—. Está aquí para tomar el mando de su ejército. —Los ojos de Visander eran fríos, decididos, una expresión que nunca había visto en el rostro de Katherine—. Y estoy aquí para matarlo. —Violet, encárgate de esto —se escuchó decir a Will mientras abría la mano, liberando a Kettering de su agarre. —No sé quién eres, pero si estás aquí para detener al Rey Oscuro, estamos del mismo lado. —Violet dio un paso adelante, apoyando su escudo en su brazo derecho. —¡León! —Visander reaccionó ante el Escudo de Rassalon con furia—. Mato a los de tu especie donde los encuentro. Violet desenvainó su espada. Si ver el escudo había enfurecido a Visander, la vista de su espada pareció golpearlo como un golpe, tambaleándolo antes de que se centrara en ella con completa atención. —Tú, te atreves, a blandir Ekthalion. Criatura vil de la Oscuridad, ¡lo arrancaré de tus manos y lo atravesaré en tu corazón!

Chocaron, mientras Kettering se lanzaba hacia el pozo. Violet tenía la fuerza de un león y había sido entrenada por Justice. Tenía habilidad nacida del trabajo duro y la dedicación, junto con el tipo de fuerza dominante que había frenado una y otra vez las olas de hombres de Sinclair. Era una combinación imposible de dones que le había permitido matar a un Rey de las Sombras. Visander habitaba un cuerpo que no era el suyo, no entrenado y débil, y que antes de Bowhill ni siquiera había sostenido una espada. Parecía como si debiera estar bailando un cuadrille con una mano delicada sobre la de su pareja de baile. No peleando a muerte con una espada de dos manos. No importaba. En cuestión de segundos, Violet sangraba del brazo, donde le había lanzado un cuchillo, y luego de la pierna, luciendo sorprendida de que cualquier golpe le hubiera alcanzado. Cyprian se lanzó hacia él con un grito, solo para ser desarmado y enviado de bruces. Visander mantuvo su atención en Violet. —¿Crees que no he peleado contra Leones antes? —dijo Visander, con un golpe tan fuerte que tiró a Violet de espaldas e hizo que el Escudo de Rassalon resonara al caer de su mano al suelo—. Ni siquiera eres una verdadera León. —Levantó su espada. Fue demasiado rápido para que Violet esquivara la espada de Visander que se dirigía hacia el cuello desprotegido de Violet... Un pequeño torbellino voló fuera de las sombras y se lanzó delante de la espada. —¡Detente! ¡No la lastimes, no lastimes a Violet! ¡Detente! Elizabeth se paró justo en el camino de Visander, con el cabello revuelto y su vestido sucio y rasgado, jadeando con esfuerzo y urgencia. Su hoja se detuvo. Estaba mirando a la joven parada frente a él. Elizabeth estaba de pie con los pies bien plantados, mirándolo de vuelta. Pero fue Will quien permaneció en shock. Por supuesto que ella estaba aquí. Por supuesto que Visander le había dicho que no viniera, y ella lo había ignorado, y lo había seguido obstinadamente sobre la montaña en su poni. Hubo un estruendo desde la dirección del pozo. —¡Elizabeth! —llamó Violet. Cerró la mano en su escudo y se levantó de nuevo, mientras Visander decía—: Mi Reina. Apártate de mi camino. —No. Violet es mi amiga.

—Tu amiga es una León. Sirve a la Oscuridad. —Si soy tu reina, tienes que hacer lo que digo —reprochó Elizabeth—, y yo digo que la dejes en paz. Con un gruñido breve y contenido, Visander bajó su espada, siendo la niña de diez años quien prevaleció sobre el Campeón. Violet, rápida para aprovechar cualquier ventaja, sin importar cuán extrañamente se haya creado, sostenía instantáneamente el filo afilado de Ekthalion en la garganta de Visander. —Se acabó, Retornado —gritó Violet. Sólo para descubrir que Elizabeth tiraba de su brazo con todo su peso. —¡No, déjala ir! —Intentó matar a Will —confesó Violet. Elizabeth dijo: —Will es el Rey Oscuro. Todo se detuvo; una sensación retorcida y terrible cuando sus amigos se volvieron para mirarlo, para verlo. Necesitaba hablar, abrir la boca y negarlo, y no podía. Era como la sensación de caer. O tal vez había estado cayendo desde Bowhill y era el momento en que todo chocó. —¿Will? —pidió Violet. El pozo explotó cuando una violenta presión desde las profundidades fue liberada, enviándolos a todos volando. Enormes trozos de mármol caían como meteoritos, golpeando a su alrededor mientras el suelo mismo se dividía. Mitad grieta, mitad erupción, colapsó la cámara en una explosión de polvo y escombros. Will no pudo ver nada al principio, tosiendo el polvo, con el brazo sobre la boca. Con ojos bien abiertos, miró alrededor en la neblina, necesitando ver desde qué dirección vendría el ataque. De Visander. De Elizabeth. De Cyprian. De Violet... por favor, no de Violet. Cuando el brutal temblor del terremoto se detuvo, el polvo comenzó a disiparse. El salón del trono estaba en ruinas, pedazos de techo colapsados entre columnas destrozadas. El pozo se había ensanchado, parte de una nueva grieta que corría todo el camino a través del suelo. Rebanadas de tierra se habían elevado e inclinado. Como

icebergs triturándose entre sí, el sonido de su ocasional movimiento era un quejido ominoso. Vio a los demás. Visander se había arrojado sobre Elizabeth, protegiéndola. Violet estaba apartando una columna de piedra caída con una fuerza que no parecía real. Detrás de ella, Cyprian y Grace estaban saliendo de donde habían quedado atrapados. Grace dijo: —¿Dónde está Kettering? —En el pozo —indicó Cyprian, mirando más allá de Will, quien se volvió para enfrentar la mazmorra. Como una pesadilla, el primer Retornado comenzó a surgir de la grieta. No tenía una forma estable, pero parecía parpadear, un rostro apareciendo y desapareciendo en su oscuridad amorfa. El ejército que parecía una interminable cámara de estatuas horrorosas se estaba levantando, no como figuras sino como espíritus, no, como sombras, listas para poseer el primer cuerpo que tocaran. Violet se adelantó inmediatamente frente a los demás, balanceando su escudo. —¡Pónganse detrás de mí! —gritó Violet. Otro Retornado estaba surgiendo de la grieta. Este volvió sus ojos ciegos hacia los demás y chilló, un sonido que helaba la sangre. Sombras, pensó Will, que podían poseer a las personas. Nadie vivo podría luchar contra ellas. Excepto Violet. Ella había matado sombras antes. Mató a esta, decapitándola con su escudo, luego golpeó al segundo, retrocediéndolo. Will no se puso detrás de ella. —Will —lo reprendió urgentemente. Caminó hacia adelante hacia el pozo, donde otro Retornado se estaba levantando, una sombra monstruosa. Vio el miedo en los ojos de Violet hacia donde se dirigía, ahora que no quedaba otra opción en absoluto. Will dijo: —Lo siento. Es la única manera de detener esto. —Tomó la cuerda.

Y se dejó caer en el pozo, donde las sombras giraban. '¡Will!' escuchó su grito detrás de él, y luego estaba demasiado adentro para oír nada.

Traducido por Kasis Corregido por Camm Era su peor pesadilla hecha realidad. No sólo una sombra, sino cientos, una masa arrojada de formas retorcidas, surgiendo del pozo en el suelo. Violet se adelantó a los demás y, sin pensarlo, desenfundó su escudo. —¡Pónganse detrás de mí! —gritó a Cyprian y Grace, sabiendo que si una sombra siquiera los tocaba... Si una sombra siquiera los tocaba... Will. Su mente estaba dando vueltas. Will, Will, Will. Había saltado al pozo, corriendo hacia el peligro como siempre hacía, para salvar a la gente. Will era un héroe. Era Sangre de la Dama. No era... Balanceó el escudo y golpeó la primera sombra, que explotó chillando. La siguiente tenía una forma clara, torso y brazos largos, y la impresión intermitente de una cabeza que decapitó con un golpe fuerte. Detrás de eso, un grupo de sombras gritaba y se lanzaba hacia ella. Mató a una. Dos. Tres. —¡Retirémonos! —ordenó Cyprian. —Will está ahí dentro —gritó—. ¡Tenemos que llegar hasta él! Cyprian señaló: —¡No puedes enfrentarte a todo un ejército! Violet dijo: —¡Lo haré si es necesario! El escudo pesaba en su brazo. Lo balanceaba una y otra vez, su cuerpo adolorido. Peleaba mientras retrocedían fuera de la sala del trono, hacia un pasillo: un cuello de botella donde las sombras no podían dar vueltas a su alrededor y tomar a sus amigos.

Si tan solo una de ellas la superaba, se llevaría a Grace o Cyprian o Elizabeth. Sus amigos caerían ante la muerte blanca y se levantarían con alguien más en su cuerpo. Siguió matando. ¿Podrías matar a los muertos? ¿Cuántos golpes le quedaban antes de que ya no pudiera levantar el escudo? Recordó sus lecciones con Justice. Él la había llevado al agotamiento total y luego dijo: ‘De nuevo’, como si él hubiera sabido que tendría que pelear así, matar así, una y otra vez. Entrenamos para el oponente al que nos enfrentaremos, había dicho Justice, cuando llegue el día en que nos llamen a luchar. Así fue como Justice había peleado al final, conteniendo la sombra tanto como pudo, luchando para darle tiempo al Anciano Guardián. Eso era lo que ella debía hacer. Detenerlas hasta... detenerlas hasta... ¿qué? ¿Hasta que Will las detuviera? ¿Hasta que cien mil sombras salieran en masa del pozo, infectando a todos en la montaña? Ella luchó con más fuerza, jadeando, y cuando pensó que ya no podía luchar más, recurrió a alguna reserva final y golpeó Ekthalion y su escudo juntos mientras soltaba un rugido, desafiando a las sombras como una gladiadora desafiante en la arena. Por un momento, las sombras arremolinadas vacilaron, como si ninguna sombra quisiera desafiarla. En esa pausa, jadeaba, con el sudor goteando, y le había dicho a Will que podía hacerlo, que podía contener la horda, pero al mirar la oleada de oscuridad que tenía frente a ella, se dio cuenta de que era imposible. Había demasiadas sombras, y no podía pelear para siempre; iban a abrumarla. Sintió una presencia a su lado y esperaba que fuera Cyprian, que viniera a estar con ella al final. Pero no lo era. Era una chica con rizos dorados y el rostro de una muñeca de porcelana. —León —llamó Visander—. Dame a Ekthalion. Miró a Katherine, cambiada y extraña. Había una ferocidad en su expresión que Violet nunca había visto antes. Y una evaluación de las probabilidades de un soldado que recordaba del rostro de Justice. No Katherine, se recordó a sí misma. Visander. La Campeona de la Reina. Él dijo:

—Sé que estamos en lados opuestos, pero protegeré a la chica. —Miró a Elizabeth, cuya cara lucía pálida pero testaruda a la luz titilante de la antorcha. —No puedes pelear contra una sombra. Nadie puede. —Violet negó. No era cuestión de habilidad. No podías pelear contra lo que no podías tocar. Recordó cómo se sintió al enfrentarse al Rey de las Sombras: su espada había atravesado su forma sombría como si estuviera hecha de aire. Nada más que el Escudo de Rassalon podía detener una sombra. Visander solo parecía más decidido, sin miedo de las sombras ante ellos, incluso desafiante mientras las enfrentaba —Esa espada fue forjada por Than Rema para cortar la oscuridad. Pon Ekthalion en mis manos y te mostraré el poder del campeón. Un momento de vacilación; el destino girando. Apretó su agarre en la espada y luego la lanzó a Visander. Él la atrapó, balanceando Ekthalion en un arco mientras el torbellino oscuro de formas sombrías gritaba y bullía, casi hirviendo ante esa hoja de plata brillante que parecía estar hecha de luz. En el siguiente momento, las sombras se abalanzaron hacia ellos. Se dio cuenta de que Visander era el mejor luchador que había visto. Mejor que Cyprian. Mejor que Justice. Mejor que cualquier Guardián. Estaba obstaculizado por un cuerpo más débil que el suyo, pero su conocimiento y habilidad eran tales que anulaban esta limitación. Las palabras de Marcus regresaron a ella. No podemos hacer esto solos. Debemos reunir a los antiguos aliados. Debemos encontrar al Campeón que pueda empuñar Ekthalion Y forjar de nuevo el Escudo de Rassalon Ekthalion cortó la primera sombra por la mitad, y mientras Violet balanceaba su escudo, Visander ya se movía para matar a la segunda, sin mostrar ningún miedo ni vacilación que ella hubiera esperado. Esta era el poder del campeón. Visander había luchado contra sombras antes. Quizás incluso había enfrentado a cientos de sombras, su espada cortando la oscuridad de la misma manera que su escudo. Un León y un Campeón luchando lado a lado.

Sintió la importancia de ello, creando una muralla de fuerza, incluso sabiendo que no era un verdadero León y que no podría resistir para siempre. Ella cedió primero, porque había estado luchando durante más tiempo. Visander no fue lo suficientemente rápido para llenar el vacío. Una sombra pasó; ella sacudió la cabeza, frenética por evitar que llegara a Cyprian o Grace. Gritando para advertirles, por un sólo momento rompió su concentración. El negro apresurado llenó su visión; había un Retornado forzando su frío y aterrador camino hacia su boca, hacia su nariz, otro intentando llegar a sus ojos, la oscuridad llenándola. Forcejeó y trató de golpear lo que ya estaba dentro, sintiendo sombras fluir sobre ella, como la ruptura de una presa, para estallar sobre los demás. El cuerpo de una niña se lanzó sobre el suyo, y las últimas palabras que Violet podría escuchar fueron las de Elizabeth, gritando desesperadamente... —¡La chaqueta de Phillip! La luz explotó hacia afuera; una bola estremecedora de mil soles. La sombra fue expulsada de los ojos de Violet, la luz repentina fue tan brillante que no podía ver. Cegada, levantó su escudo frente a sus ojos para cubrirlos, pero la luz que quemaba las retinas atravesó incluso sus párpados calientes y adoloridos. Su único vistazo a los demás (gritando y cubriéndose los ojos), se grabó en su mente antes de que todo se volviera blanco. Podía sentir a Elizabeth, aún acurrucada para cubrirla, respirando superficialmente. La luminosidad se desvaneció, y después de largos minutos de silencio, se atrevió a bajar su escudo. Lentamente, abrió los ojos. Esperaba, no estaba segura de lo que esperaba. Estar muerta. Estar ciega. A través de ojos ardientes y llenos de lágrimas, vio una visión borrosa de los demás dispersos en el suelo a su alrededor, como si una explosión los hubiera arrojado allí. Y a su alrededor a todos estaba una luz suave y protectora. Violet comenzó a incorporarse, parpadeando con los ojos adoloridos y mirando a su alrededor con tembloroso asombro.

Una burbuja de luz los rodeaba. Estaba manteniendo alejadas a las sombras, aunque se abalanzaban y gritaban impotentes en su límite, chillando de frustración cuando no podían alcanzarlos, impotentes. Pues la oscuridad no puede soportar la luz. En el centro de la esfera brillante estaba Elizabeth, de pie con sus cortas piernas plantadas y las cejas fruncidas con firmeza. Debemos reunir a los antiguos aliados. Las palabras de Marcus resonaron en su mente. Debemos llamar al Rey. Debemos encontrar a la Dama de la Luz. Debemos encontrar al Campeón que pueda empuñar Ekthalion Y forjar de nuevo el Escudo de Rassalon. Todavía tenía sus ojos llorosos, mientras levantaba el dorso de su mano para limpiarlos. —¿Esto aguantará? —preguntó Violet. —Sí —respondió Elizabeth, pero la palabra parecía nacer de terquedad más que de conocimiento. Violet recordó lo rápido que mantener la puerta abierta había drenado el poder de James. Si Elizabeth estaba creando la luz, no duraría mucho. Violet miró hacia el pozo, aún envuelto en oscuridad. Will estaba allí abajo. Will había caminado hacia esas sombras como si no fueran nada. Simplemente nos dejó aquí. Simplemente nos dejó. La duda puso sus dedos fríos sobre ella, un toque escalofriante. La luz que los protegía había sido conjurada por la Sangre de la Dama: por Elizabeth. Estaban juntos, aliados en la luz. Will había caminado solo hacia la oscuridad. —El Rey Oscuro busca tomar el control de su ejército —habló Visander, levantando Ekthalion sobre su hombro—. Debemos detenerlo. —Will no es el Rey Oscuro —lo regañó Violet. Los demás la miraban. Estaban juntos, Cyprian y Grace junto a Visander y Elizabeth, el silencio era denso.

—Él no pudo encender el Árbol —señaló Cyprian lentamente, como si no quisiera creerlo. Aún más despacio: —Pero pudo tocar la Espada Corrupta —puntuó Grace—. Era inmune a su corrupción. Era inmune a la muerte blanca. La luz a su alrededor era tan cálida y hermosa como el Árbol de la Luz. Él no la había conjurado, pensó ella. Will nunca había podido conjurar luz. Pero lo había visto caminar entre las sombras. En el Salón, lo había visto tocar la Piedra de las Sombras. —Es mi amigo —dijo Violet. —Él miente. Él es el Rey de las Mentiras —reprochó Visander—. Dirá y hará cualquier cosa para lograr sus objetivos. —No lo conoces —atacó Violet—. No lo conoces como yo. —¡No lo conozco! —Los ojos de Visander ardían—. Lo conozco mucho mejor que cualquiera de ustedes. He visto que el amanecer no trae un nuevo día, he cabalgado por un valle de muerte, navegado un océano negro donde nada se mueve, he caído de nuevo a un puesto avanzado que alguna vez fue grandioso, donde la última luz titilante iluminaba sólo desesperación. Eres tú quien no sabe nada. Nada más que sus mentiras. No tienes idea de lo que puede hacer. —¿Estás seguro? —cuestionó Cyprian. —Mira a tu alrededor. Ha regresado a su palacio —enjuició Visander—. Él ha desatado sus ejércitos. Y está a punto de tomar su trono. Violet miró hacia el pozo, rebosante de oscuridad, un eructo interminable como humo negro saliendo de una columna de chimenea. —No podemos entrar —afirmó—. Sólo una criatura de la Oscuridad puede acercarse al bastón del Rey Oscuro. No hay manera de seguirlo. Se escuchó así misma decirlo. Sabía que sólo confirmaba todo lo que afirmaba Visander. ¿Cómo más podría Will haber caminado entre las sombras? ¿Cómo más podría resistir el poder de la Oscuridad? Pero la idea de que Will fuera el Rey Oscuro era demasiado grande para aceptarla; era una herida en su mente, un agujero donde los pensamientos simplemente se desplomaban.

Miró hacia atrás a los demás. La luz iluminaba intensamente cada uno de sus rostros... ¿se estaba atenuando? ¿Iba a apagarse? ¿Qué se podía hacer si la luz estaba fallando? Si no podían entrar en el pozo, y Will estaba... Will estaba... Vio a Cyprian y Grace girarse el uno hacia el otro como a veces hacían, en silenciosa comunión. Y luego Cyprian levantó la barbilla de esa manera característica que tenía. —Hay una manera. Se veía decidido, con la columna recta y los hombros cuadrados, un novicio reportándose al servicio. Ella lo miró, sin entender lo que podría significar. Detrás de él, el rostro de Grace estaba impregnado de conocimiento tranquilo. —Bebo de la Copa —explicó Cyprian. Ella estaba negando antes de darse cuenta. —No. No puedes. —Tengo que hacerlo. —Se veía resuelto—. Alguien tiene que bajar allí. Alguien tiene que detener esto. —Sus ojos se giraron hacia el pozo, hacia la oscuridad revuelta que brotaba de él interminablemente—. Todas estas sombras, eran personas. Toda esta oscuridad, es por culpa del Rey Oscuro. —Podía escuchar sus palabras no dichas. No podemos permitir que Will comande el ejército del Rey Oscuro. Estaba sucediendo demasiado rápido. No estaba lista para esto. —Eres la última estrella; no puedes hacer esto. Ignoró a los demás. Sólo lo miró. No dejes que Cyprian beba, parecía rogarle Marcus desde el pasado. No lo condenes a mi destino, a perderse para siempre en la sombra. Marcus no querría que hicieras esto. No dijo esas palabras. Solo lo miró con un terrible dolor en el pecho. —Tengo que —aceptó Cyprian—. Esta puede ser la razón misma por la que los Guardianes guardaron la Copa. —Pero acabo de recuperarte —murmuró ella en voz baja, y él le ofreció una triste media sonrisa. —Lo sé. Desearía...

De su mochila, Grace sacó la Copa. Violet la había visto en el Salón, brillando como una joya oscura, del color del ónix pulido. Estaba tallada con cuatro coronas. Cuatro coronas para los cuatro reyes. Callax Reigor, leyó la inscripción. La Copa de los Reyes. Cuando había llegado por primera vez al Salón, Violet había observado con Will como el joven y esperanzado Carver se había ganado sus blancos y se había convertido en un Guardián. Todos en el Salón se habían reunido para verlo probarse así mismo contra la Oscuridad, y todos habían aplaudido su éxito cuando demostró ser digno. Pero nadie lo había visto beber de la Copa. Esa parte del rito estaba envuelta en misterio. Simplemente emergió en sus nuevos blancos una vez que estuvo hecho, ante una multitud jubilosa. Era extrañamente conmovedor que Cyprian tampoco lo supiera. —¿Cómo... cómo se hace? —Se giró hacia Grace. —Hay una ceremonia —explicó ella—, pero eso es sólo para mostrar. Simplemente bebes. Su apuesto rostro lucía diferente, sus ojos verdes serios, su expresión inquebrantable. No podía ver en él al chico lleno de rectitud que la había provocado en el Salón. Ese chico había tenido demasiado de su mundo roto para retener alguna de sus ilusiones juveniles. Y, sin embargo, aún creía lo suficiente como para hacer esto. Tomó la Copa en su mano. Grace vertió agua de su cantimplora. Era sólo agua. Parecía lo suficientemente inocente. —Solía soñar con la prueba —habló Cyprian—. Todo lo que siempre quise fue convertirme en un Guardián. No hubo ceremonia. Simplemente bebió, en un movimiento suave. Observando con tensa aprehensión, Violet no sabía qué esperar. ¿Sería el cambio rápido o lento? ¿Se mostraría? ¿O no habría ningún signo en absoluto? Durante los primeros momentos, no pasó nada, y Violet pensó, ¿Está hecho? La cara de Cyprian se retorció. Detrás de sus dientes apretados, emitió un sonido y se arrodilló, agarrándose el estómago. Y luego vio la sombra, abriéndose camino hacia la superficie, distorsionando su piel mientras emitía otro sonido, este rasgado por la agonía.

—¡Cyprian! —exclamó, mientras él se derrumbaba a cuatro patas. Grace la contuvo. —No. No puedes luchar contra su sombra por él. Él debe luchar contra ella por sí mismo, ahora y cada día que siga, hasta que ya no pueda luchar más. Apoyado en el suelo, Cyprian emitió un sonido de arcadas horrible. Ella pensó que vomitaría el agua de la Copa, que vomitaría la sombra. Pero no lo hizo. No estaba tratando de vomitarla. Estaba tratando de retenerla. De retenerla. Sólo con verlo, temblaba, su propio cuerpo contraído en una impotencia horrorosa mientras el dolor y los espasmos lo sacudían. ¿Todos los Guardianes habían hecho esto, lo hizo Justice? ¿Cuándo se lo llevaron después de su prueba, los vítores de la multitud ocultaron sus gritos? Parecía continuar interminablemente, Cyprian convulsionándose y apenas consciente de cualquier cosa excepto el dolor, la sombra vislumbrada una o dos veces de manera horrorosa, estirándose en los límites de su cuerpo. Eventualmente, los espasmos disminuyeron, hasta que sólo eran temblores impotentes que venían a intervalos más largos. Y luego incluso esos se detuvieron. Cyprian se levantó sobre sus manos y rodillas, crudo y jadeante, y miró hacia arriba, con sus ojos húmedos. Era él mismo. Lentamente, se puso de pie. Luego extendió la mano. Firme. La miró como si necesitara la prueba. Todos la miraron, una sombra más aterradora ahora que la habían visto luchar por el control. Odiaba que ella también la mirara. Todos estamos cambiando, le había dicho Justice. Pero aún no he mostrado síntomas. —Cuando entres en el pozo, él dirá cosas para que dudes de tu propósito —le advirtió Visander—. No puedes confiar en él. Todo lo que quiere es poder. Eso es lo que debes recordar. No es tu amigo. Es el Rey Oscuro. Acabará con tu mundo. —Entiendo —afirmó Cyprian. Violet respiró hondo cuando él se acercó a ella. Se veía diferente. El proceso lo había cambiado, lo impregnó con esa cualidad de otro mundo que los Guardianes

poseían, no podía dejar de pensar en Justice. No podía dejar de pensar en Marcus, quien alguna vez fue un joven lleno de esperanzas para su futuro y cuyo último deseo había sido que su hermano nunca bebiera de la Copa. —Cyprian... —pronunció. —Mátame —le pidió Cyprian—. Tan pronto como salga. No quiero ser como mi hermano. —Cyprian... —Prométemelo. —No prometeré eso. —Debes. No viviré bajo la amenaza de la sombra. Permíteme hacer esto y luego libérame de ella. Justice también le había pedido que velara por él. Murió poco después. Nunca tuvo la oportunidad de luchar a su lado. No podía evitar preguntarse cómo se sentiría pelear junto a él ahora que su fuerza igualaba la suya Él no quería ese futuro. Quería matar su sombra antes de que pudiera lastimar a otros. Y tenía razón: Justice, titubeando al matar a Marcus, había condenado a cada Guardián en el Salón. Pero el dolor era demasiado, parecía empujar los límites de su cuerpo, y podía sentirse a sí misma en el lugar de Justice, mirando a los ojos de Marcus, incapaz de levantar el cuchillo. Ella dijo: —¿Es esto lo que significa ser una compañera de escudo? —Eres más para mí que una compañera de escudo —confesó Cyprian. Cuando el dolor alcanzó su punto máximo, él levantó la mano hacia su mejilla y, mientras cerraba los ojos, la besó, un beso largo y doloroso que no sabía cuánto deseaba porque era el primero. No sabía que se sentiría así, tan correcto, con el calor de Cyprian contra ella. —¿Ves? Sí sé lo que es un beso —se burló Cyprian. Alejándose de ella, giró brevemente hacia los demás. Sus ojos pasaron por Grace, Elizabeth y Visander. —Si ella no te mata —le advirtió Visander—, lo haré yo, Guardián.

Cyprian asintió. Y se fue.

Traducido por Kasis Corregido por Camm James miró hacia arriba a la puerta. Un contorno austero contra un precipicio era una apertura hacia la nada. Atravesarla era algo que sólo harías si fueras un loco o despavorido. Cuando cruzaron por primera vez desde el Salón, el dolor de abrirlo, y luego sostenerlo abierto, había sido agonizante. La puerta se había sumergido en su núcleo, luego le había arrancado su poder a él, consumiéndolo mientras sangraba fuera de su cuerpo de una manera que no podía controlar. —Sólo puedo mantenerla abierta por un tiempo —le informó a Ettore, que se había bajado a su lado—. Después de eso estoy... Inútil. Vulnerable. No lo dijo. No quería pensarlo. Se estremeció cuando Ettore puso una mano en su hombro. El gesto era inquietante; tuvo que decirse a sí mismo que no estaba siendo atacado o aprehendido. Era la primera vez que un Guardián lo tocaba sin enojo desde que tenía once años. —Te protegeremos —aseguró Ettore. La gente lo sorprendía. Ettore, con sus ropas desalineadas y su barba áspera, no parecía ni un Guardián ni un protector. Sin embargo, aquí estaba. Aquí ambos estaban. James nunca pensó que lucharía por la Luz. Nunca pensó que la Luz lucharía por él. Pero Will le había pedido esto, con la creencia incondicional de que lo haría. Protector. Will había usado esa misma palabra. Eso es lo que eres, lo sabes. Desde que dejó atrás a los Guardianes, nadie había creído que pudiera ser un protector. Él no lo había creído de sí mismo. El camino que conducía a la puerta estaba atestado de mujeres y hombres de los pueblos circundantes con sus cargas, burros, pollos y niños. James los miró, sin nombre, sin rostro. Cualquiera de ellos lo habría matado si hubieran nacido en su aldea. El viejo

rencor resurgió, la antigua amargura parpadeó. Miró a Ettore, asintió una vez, y miró hacia la puerta. Inyéctale magia a eso. Inhaló profundamente. Recordó a Will gritándole la palabra en el Salón, y luego diciéndole de nuevo en el palacio, poderoso y autoritario mientras estaba sentado en ese pálido trono. —Aragas. Abierto. La puerta cobró vida. Dolió, pero no era el dolor desgarrador de la última vez, cuando la había abierto ya exhausto. Era un dolor familiar que aumentaría constantemente a medida que la puerta absorbiera más de su poder. Sostenla, pensó para sí mismo. Requirió toda su concentración: apenas era consciente de los gritos de sorpresa de los aldeanos cuando el Salón de los Guardianes se mostró a la vista. La puerta ya lo estaba drenando, y esta vez tendría que mantenerla abierta por más tiempo, mucho más que antes. El suficiente tiempo para que todos estos cientos de personas pasaran de un lado al otro. Sostenla. La antigua palabra, el antiguo entrenamiento. Al otro lado de la puerta, podía ver a los hombres de Sinclair gritando y exclamando mientras la antigua estructura que estaban custodiando se iluminaba. —¿Puedes sostenerla? —preguntó Ettore, con la mano nuevamente en su hombro. —Haz que crucen —espetó. Los bandidos de Ettore ya estaban galopando a través de la puerta hacia el Salón de los Guardianes. Las pistolas dispararon, espadas destellaron; en los días y semanas de custodiar un tedioso patio donde no sucedía nada, el puñado de hombres de Sinclair que quedaban vigilando el Salón se habían relajado. No esperaban que la puerta se abriera en absoluto, y mucho menos a una milicia de montaña, y fueron rápidamente despachados por los hombres de Ettore. Los aldeanos reunidos no fueron tan fáciles, detenidos por miedo a la puerta que proyectaba su luz sobre sus rostros aterrados. Ninguno de ellos había visto algo así en sus vidas.

—¡Andiamo! ¡Andiamo! —gritaba la Mano, tratando de animarlos a pasar. Muchos de ellos se persignaban, gritaban o intentaban retroceder. Lo llamaban el Salto de Fe. Tenían que tener fe en él. Que no los dejaría caer. Ese pensamiento hizo que James se sintiera enfermo, y aún más decidido a hacerlos pasar. Sus vidas estaban en sus manos; Will las había colocado allí. Will había dado ese salto de fe, en él. Podía escuchar sus gritos. —¡Es obra del diablo! ¡Es antinatural! —Tenían miedo de lo que él podía hacer. Estaba acostumbrado a eso. Estaba acostumbrado al miedo y al odio y a la violencia que surgían cuando la gente veía su magia. Antes de Will, había sido amargado, deleitándose con su poder y la reacción. —Les mostraré lo antinatural. Pero hubo una persona que lo miró y vio algo más, más que una posesión útil o agradable. Will. Él no le fallaría. Podía aguantar. Sostenerla. La corriente de evacuados descendía por toda la montaña. Una hora para que todos pasaran, quizás más. James plantó los talones en la tierra y se entregó a la puerta. Podía sentir que empezaban a cruzar. Primero unos pocos, vacilantes, luego algunos más, exclamando maravillados ante el Salón y llamando a sus vecinos para decirles que era seguro. Con los hombres de Ettore guiándolos, el goteo se convirtió en un arroyo y el arroyo se convirtió en un torrente. Dios, dolía. Había olvidado cuánto dolía, que la puerta le arrancara todo, que lo tomara todo y exigiera más. El dolor parecía correcto. Hacer el bien debería doler, ¿verdad? Después de todo, era penitencia y reparación, una que no merecía. Sostén. Un flujo de personas que vivirían, si solo podía enfrentar que tenía que doler, que incluso podría perder todo de sí mismo. Pensó en todas las veces que había usado la magia para servir a Sinclair. Matando a sus enemigos. Matando Guardianes. Vio el rostro de Marcus frente al suyo. ¿A cuántos de nosotros has matado? ¿Cuántos Guardianes morirán por tu culpa?

Cada Guardián que había conocido. Carver. Beatrix. Emery. Leda... Justice... el Anciano Guardián... Marcus... Su padre. Dolor; como nada que hubiera sentido antes. Peor que ser marcado. Peor que un hueso roto. Peor que ser golpeado, apuñalado, disparado en el pecho. Peor que verse obligado a sostener un carbón caliente. Peor que el Cuerno de la Verdad retorciéndose en su hombro. Realmente, ¿esto era suficiente? ¿Cuántas personas tenía que salvar para compensar a las que había matado? No funcionaba así. Cavó profundo, alcanzando lo más profundo de sí mismo para extraer lo último de su poder. Sostén. Las antiguas palabras estaban allí. Guardián, mantén tu entrenamiento. Pensó en innumerables mañanas despertando al sonido de la campana, realizando los ejercicios, los ojos críticos de su padre sobre él buscando cualquier error, y asegurándose de que no hubiera ninguno. Su padre... si hubiera viera esto, ¿habría estado orgulloso? Casi se rio. Salió como un jadeo ahogado. Levantó la cabeza y con un grito encontró una última reserva. Una última ola de poder que envió a la puerta. Había sido el mejor del Salón. Podía sostener. El la sostendría. Fue entonces cuando sintió que la tierra temblaba. Los que estaban alineados en el camino fueron arrojados de un lado a otro, bandidos y aldeanos por igual, enviados a rodar. Agarrándose a la piedra, James medio esperaba que la puerta se partiera y su magia se derramara en el aire. Pero la puerta permaneció abierta, alimentándose ávidamente del poder de él, incluso cuando las piedras en el borde del acantilado caían rodando hacia el abismo debajo. Todavía podía ver el Salón de los Guardianes bajo el arco, los bandidos y aldeanos que habían pasado mirando con confusión: en terreno firme en el patio del Salón, no entendían lo que estaba sucediendo en la montaña. Tan repentinamente como había comenzado, la sacudida se detuvo. A medida que los aldeanos en el camino comenzaron a ponerse de pie y enderezarse, Ettore y la Mano comenzaron nuevamente a tratar de guiarlos a través de la puerta. Pero, mientras

se sacudían el polvo, revisando sus pertenencias, ninguno de los lugareños ahora tenía prisa por atravesar. James apretó los dientes mientras la puerta le arrancaba más poder. —¡Vete! —gritó, o al menos eso creyó. Había habido un terremoto el día que llegaron, pensó. Era apropiado que hubiera un terremoto el día que se fueran. Y luego comenzaron los gritos. Débiles al principio, pero cada vez más fuertes, provenían de la base de la montaña y luego se acercaban. James no podía ver, pero los aldeanos en el camino pasaron de mirar a murmurar, luego a gritar, y luego comenzaron a abrirse paso desesperadamente a través de la puerta. Detrás de ellos, una aterradora columna de humo, emanando debajo de la montaña. Dios mío, ¿se estaba despertando el ejército? No podía ser, ¿verdad? No con Will allá abajo, y él aquí atado a la puerta. Los gritos eran más fuertes, más cercanos. Vio a personas en el sendero de la montaña cambiar visiblemente de color, blanqueándose a la luz de la luna, luego cayendo al suelo. No gritaban ni luchaban, simplemente se derrumbaban. Una terrible ola blanca que se extendía por la montaña. —¡La muerte blanca! —se escuchó, la gente gritando y empujando hacia la puerta. Los animales y pertenencias fueron abandonados. La prisa se convirtió en estampida, la blanca venida hacia la puerta exactamente como lo había descrito el antiguo Guardián Nathaniel. El ejército de los muertos, liberado de Undahar. Espíritus en busca de anfitriones, se arremolinaron sobre los cadáveres blancos caídos, una horda voraz que poseía cuerpos tan pronto como los tocaban. A su lado, Ettore desenvainó su espada, al igual que la Mano. James gritó: —Idiota, no puedes luchar contra ellos. Ettore ordenó: —Cierra la puerta. —Todavía hay gente...

—Si dejas que el ejército Oscuro pase por esa puerta, infectarán todo Londres. Son decenas de miles de personas. Aquí son montañas, el campo, hay una posibilidad de que no encuentren un cuerpo a tiempo, y si lo hacen, estarán dispersos... —Entonces pasa —señaló James—. Atraviesa la puerta, lleva a tantas personas como puedas... —James, ya viene, ¡cierra maldita sea la puerta! Cada momento salvaba una vida. Se aferró mientras los hombres y mujeres a su alrededor empezaban a caer. Se aferró todo lo que pudo. Vio que un rostro justo frente a él se volvía blanco como el mármol. Luego cerró la puerta de golpe. Los hombres y mujeres a su alrededor, sin tener a dónde ir, fueron empujados desde los acantilados. Vio a uno o dos lanzarse al vacío en un intento desesperado por alejarse de la muerte blanca. Luego vio una sombra levantarse frente a él. Intentó levantar un escudo. Eso es lo que los magos habían hecho en el viejo mundo, ¿verdad? Protegían a las personas a su cuidado. Mantenían a raya las sombras, las habían hecho retroceder. No pudo hacerlo, demasiado débil para resistir la presión aplastante de miles de espíritus, el puro peso de ellos. Atravesaron su intento de barrera. Medio derrumbado, con los miembros fríos, la garganta y la nariz llenas de sangre, James vio a la Mano volverse blanco y caer. A través de una neblina, vio a Ettore correr a su lado. —¡Mano! —gritó. Estaba inclinado sobre ella, llorando. James trató de arrojarse físicamente frente a ellos, trató de encontrar alguna chispa final de magia. Pero no le quedaba ni fuerza ni poder. Lo último que vio fue un torrente oscuro que oscurecía el cielo, borrando todo mientras perdía su agarre en la conciencia y caía. Abrió sus ojos algún tiempo después. Estaba solo entre un mar de cuerpos blancos. No podía ver un final para ellos, como si un escultor loco hubiera esparcido la ladera de la montaña con estatuas de mármol, luego las hubiera vestido con ropas de campesinos. No quedaba nadie más vivo: cada hombre, mujer y niño en la montaña había sucumbido a la muerte blanca. Oh, Dios. Este era el ejército en forma larval, esperando despertar. Will. Tenía que llegar hasta Will.

El revuelo de sombras se había ido, se había disipado buscando otros objetivos, como una plaga de langostas que ha limpiado un campo y se ha movido. Escaneando la quietud de la montaña, vio un destello de movimiento. Una figura erguida estaba arrodillada en el suelo a seis pasos de la puerta. Era Ettore, inclinado sobre la Mano. Su rostro estaba blanco. Sus extremidades estaban blancas. Su rostro tenía una mirada aterradora y congelada, como si lo hubieran moldeado en mármol blanco en un momento de terror final. Pero Ettore, Ettore estaba vivo, respirando, llorando, aferrándose a su mano de mármol blanco. ¿Cómo? James quería preguntar. ¿Cómo estamos ambos vivos? Pero por supuesto, se dio cuenta James con una extraña sensación, ninguna sombra había podido poseer a Ettore, porque Ettore ya tenía una sombra dentro de él. —Tenemos que alejarnos de aquí antes de que despierten —solicitó James. Sus labios se sentían borrosos. Su visión nadaba. —¿Puedes ayudarla? —preguntó Ettore, mirando hacia arriba, su rostro destrozado por el dolor. —No sé, no soy... Intentó ponerse de pie y acercarse a ellos, pero se derrumbó. ¿Cómo había logrado salir de esta montaña la última vez? Recordó mareado que Will lo había cargado. Will lo había subido a un caballo, luego lo había acostado y se había acostado junto a él. Recordó mirar a los ojos de Will, recordó cómo se sentía tener toda esa atención centrada en él, ojos oscuros mirándolo, una mano cálida apartando el cabello de su rostro. Dios, odiaba cuando era débil. Puso una mano en la piedra de la puerta a su lado para tratar de levantarse. Se puso de pie, la piedra detrás de él sosteniendo todo su peso, cuando otro destello de movimiento en la montaña captó su atención. Una segunda figura se abría paso entre los cuerpos hacia ellos, como un cuervo escarbando sobre carroña. No era un aldeano, ni un bandido, ni un guerrero antiguo. Era John Sloane.

¿Había sobrevivido también? ¿Cómo era posible? ¿Qué estaba haciendo aquí incluso? James lo miró fijamente, sin entender. Sloane tenía algo en la mano. James no se dio cuenta de que era una pistola hasta que Sloane la levantó hacia Ettore. Lo vio borrosamente, demasiado débil para detenerlo, y Ettore mismo, sosteniendo la Mano, estaba demasiado atrapado en su dolor para notar o preocuparse mientras Sloane disparaba directamente hacia él. —¡Ettore! —gritó James, demasiado tarde, mientras Ettore caía de lado. Sloane lanzó la pistola con indiferencia a un lado, luego se limpió las palmas de las manos. Pasó por encima de Ettore como si fuera una rama caída. Pero sí se detuvo para contemplar el cuerpo blanco como la piedra de la Mano. —No debería haberse cortado la mano. —Sloane habló con voz culta y familiar, y el estómago de James cayó—. Su marca la habría salvado. El Rey Oscuro protege a los suyos. —Levantó su propia muñeca marcada, como si quisiera demostrarlo. Luego miró a James—. Deberías saberlo mejor que nadie, Jamie. James temblaba: la voz, el apodo cariñoso, los ojos que se encontraban con los suyos con una autoridad paternal pesada. Su respiración era superficial en su pecho. —Sinclair —pronunció. Casi podía ver al hombre, el fantasma de él superponiéndose al cuerpo de John Sloane. En algún lugar de Londres, el Conde de Sinclair estaba sentado en uno de sus sillones orejeros o de pie con una mano en la repisa, enviando su mente para poseer este cuerpo. —Eras especial, Jamie —alabó Sinclair—. Un niño especial. Tu potencial era ilimitado. Con tus poderes, podrías haber gobernado al lado del Rey Oscuro. Eso es lo que siempre intenté enseñarte. Pero parece que no escuchaste. —Una larga mirada detallada, del tipo que solía dar cuando se sentaba en el sillón orejero y James, regresado de una misión, le daría sus informes. Ahora, en lugar de elogios y la oferta para que James se sentara a sus pies, dijo—: Niño malo. James tenía tanto frío que los dientes le castañeteaban incontrolablemente. Se dijo a sí mismo que era por la puerta, no por su reacción a ser reprendido por Sinclair. —¿Vienes a m-matarme? —cuestionó James.

Se obligó a mirar hacia arriba, a mirar fijamente a Sinclair a los ojos, y encontró una expresión que no esperaba: diversión y placer. —Mi querido Jamie, ¿por qué iba a matarte cuando sé que llevas eso contigo? — debatió Sinclair. —¿Eso? Tontamente, pensó en el artefacto que Will y los demás estaban buscando: el bastón del Rey Oscuro. Débil por la puerta, no entendía. —Pasaste tanto tiempo buscándolo. Tendrías miedo de dejarlo escapar de tus manos. Aterrado de dejar que alguien más lo tenga. Sabes exactamente dónde quiere estar —argumentó Sinclair—. Alrededor de tu cuello. El Collar, pensó James en un vertiginoso horror. Estaba demasiado débil para detenerlo. Estaba demasiado débil para luchar. Lo intentó, empujando ineficazmente a Sinclair con su mente. Pero incluso si hubiera podido luchar contra Sinclair, no podía luchar contra el Collar. Un perro regresando a su amo: el Collar se esforzaba ahora como lo hizo en el salón del trono, deslizándose de sus envolturas y cayendo de la chaqueta de James. Rodando, llegó a descansar a los pies de Sinclair. Sinclair lo recogió y se puso de pie sobre James con el Collar en la mano. —No —exclamó James. No, no, no, no, no, no. Pánico ciego. Se arrastraba desesperadamente. No podía correr. No tenía forma de esconderse. Pero podría llegar al borde y lanzarse. El Salto de Fe. La larga caída hacía la oscuridad. Quizás seis segundos de libertad antes de tocar fondo, que sería el final. Mejor eso que el Collar alrededor de su cuello. No lo logró. Sinclair lo tomó del cabello. James usó lo último de su magia para tratar de apartarlo, pero tenía tan poca fuerza que era como si Sinclair fuera golpeado por nada más que una brisa débil. —Fuiste como un hijo para mí, Jamie —comenzó Sinclair—. Podrías haberme seguido voluntariamente. Pero elegiste este camino... elegiste el Collar. ¿Cómo no pudiste? Servir es tu destino. Este Collar fue hecho para ti, y quien lo cierra alrededor de tu garganta se convierte en tu amo. Para siempre. —Dijo esa palabra con

satisfacción—. Creo que en el fondo lo deseas así. Pertenecerme. No tener que pensar nunca. Ser poseído por completo. —No. —Luchó como nunca había peleado, la compulsión del Collar crecía a medida que se acercaba a su garganta. Sus extremidades se sentían como plomo. No podía apartar las manos de Sinclair. Sintió que el Collar tocaba su cuello, sintió que su boca se llenaba de terror, físicamente demasiado débil para quitar el puño de Sinclair de su cabello, para apartar el Collar. Emitió un sonido desesperado de negación—. Por favor, haré lo que quieras, lo que quieras, no te cuestionaré, haré lo que digas, sólo por favor no... El Collar hizo clic cerrado. Intenta correr. Vio a un hombre con ojos penetrantes de llamas negras y largo cabello negro. Un hombre al que había combatido y odiado, incluso cuando se entregaba dolorosamente. Sarcean. Recordó la sensación de haber sido tomado, el calor derritiéndose y la caída del cabello a su alrededor como seda negra. Siempre te encontraré. Sin fin ni escapatoria. Odiaba lo bien que se sentía, un torrente de poder llenándolo. No era suyo; provenía del Collar. Lo conectaba a un poder tan inmenso que parecía interminable, un vasto depósito oscuro que le resultaba estremecedoramente familiar. Tú, pensó. Tú, tú, tú. —Has complicado mucho las cosas para mí, Jamie. Pero ahora vas a ser un buen chico y hacer lo que te digan. Ponte de rodillas. Escuchó el mandato, y casi se movió, porque ahora estaba dominado. Pero no sintió ninguna compulsión. Esa realización lo abrumó. No sentía ninguna compulsión. No sentía nada en absoluto. James empezó a reír, una risa descontrolada y sin aliento. No pudo detenerse; no lo hizo, hasta que sus ojos estuvieron húmedos. Entonces miró a Sinclair. Y dijo una sola palabra. —No. Se puso de pie. Lentamente, empujando sus extremidades desde el suelo, para que no hubiera duda de lo que estaba haciendo.

—Dije que te pongas de rodillas. Tenía la misma altura que el cuerpo prestado de Sinclair, y miró directamente a los ojos de Sinclair. Vio la duda parpadear allí. Sinclair bajó la mirada al Collar, luego la volvió a subir. Sabía lo que Sinclair estaba pensando. Debería estar funcionando. Y lo estaba haciendo. Estaba funcionando. Simplemente no de la manera en que Sinclair pensaba. —No entiendo. —Sinclair parecía un hombre a punto de sacudir su reloj para averiguar por qué no mantenía el tiempo—. El Collar controla al Traidor. James escuchó otra risa horrible y sin aliento escapársele. Se agachó y recogió la espada de Ettore. Podía sentir la verdad de la respuesta, en sus dientes, en su sangre, en sus huesos. —Lo hace —se burló James. Podía sentir el deseo que tenía de servir, de entregarse. Pero las historias eran mentiras. O eran los sucios sueños de aquellos que deseaban esclavizarlo. No importaba quién le pusiera el Collar alrededor de su cuello. El Collar sólo había tenido un amo. Un amo celoso, que nunca permitiría que su posesión perteneciera a otro. ¿Por qué había pensado que sería diferente? Siempre y para siempre, estaba atado a una persona —Pero el Rey Oscuro es su amo —afirmó James—. Y yo le sirvo a Él, no a ti. —Y con un sólo corte de su espada, separó la cabeza de John Sloane de su cuerpo.

Traducido por Kasis Corregido por Camm Will aterrizó en el corazón del torbellino. A ciegas en la oscuridad tumultuosa, su pie golpeó el cuerpo de Howell y casi se cayó. Movió su antorcha y no iluminó nada. Las sombras lo rodearon, borrando toda luz. El remolino giratorio del aire lo hizo sofocarse. Se obligó a mantener sus labios cerrados, instintivamente temeroso de dejar que esta miasma en movimiento entrara, incluso cuando lo ignoraba, pasando rápidamente junto a él como un arroyo junto a una roca. Tropezó hacia adelante, hacia un lodo espeso revuelto con las formas desconocidas de los muertos. Tuvo que adivinar una dirección, incapaz de ver. Y tuvo que moverse rápido, antes de que los muertos sobrepasaran a Violet y poseyeran a sus amigos. Pero apenas había dado tres pasos cuando la caverna de repente se despejó, la multitud de Retornados desapareció hacia arriba, como si se hubieran dado cuenta en masa de que no tenían que seguir los túneles y simplemente podían elevarse a través de la roca. Levantó su antorcha. La cámara que reveló estaba vacía. Las figuras congeladas como estatuas que se extendían en filas por toda la caverna habían desaparecido, transformándose en las sombras que lo habían rodeado. Todo lo que quedaba de su forma corpórea era polvo, un polvo gris bajo sus pies que hacía que el suelo se sintiera como caminar sobre una extensión de arena, como si la caverna fuera una playa de medianoche. Y entonces lo que yacía bajo sus pies cambió. En el polvo vio un casco romano con sus placas colgantes, su bronce gris por la edad, y cualquier decoración podrida. Otro paso y vio la cota de malla de un cruzado. Las pesadas grebas de un caballero. La cresta ensanchada de un conquistador... el emblema estelar del Guardián, como si

incluso ellos hubieran sido tentados, porque estos eran los restos de aquellos que habían venido aquí buscando poder. Pasó junto al primero de ellos, pero pronto tuvo que atravesarlos, el detritus amontonado como si algunos hubieran llegado más lejos que otros, quizás más resistentes a la fuerza mortal que emanaba de este lugar. Cuanto más se acercaba, más la armadura solo pertenecía al viejo mundo, antiguos que sabían lo que yacía dentro del palacio. Después de un tiempo, los cuerpos empezaron a adelgazarse de nuevo, como si pocos hubieran llegado tan lejos. Y luego llegó a un claro, más allá del cual nadie había llegado. Y en el centro vio a una sola figura yaciendo sin vida en el suelo. Kettering. A medida que Will se acercaba, vio la sangre acumulada debajo de Kettering, vio su rostro laxo e inmóvil, y cuando se arrodilló junto al cuerpo, vio que su piel estaba desgastada, su carne no lo suficientemente fuerte como para resistir el poder que había atravesado. Kettering había llegado al pozo, se había arrastrado aquí sobre los cuerpos, y con su último aliento había tomado el bastón y desatado al ejército. Y murió por ello, aferrando el bastón en su mano. Will lo miró, callado en la muerte. A este hombre se le había dado una segunda vida, y en lugar de vivirla, había pasado cada hora despierto estudiando, averiguando, buscando los medios para despertar a su amada. Había dado la espalda al mundo, existiendo en el reino sombrío de la memoria. Había encontrado el bastón, había despertado a los Retornados, pero había muerto antes de poder reunirse con su amante. Se veía tan solo, las sombras de sus compatriotas habían salido de la cámara, lo que él buscaba se había ido. Con sus ropas de profesor desiguales, parecía un académico que podría haber hablado en alguna institución real, pero nunca había tenido esa vida, y tampoco la tenía el chico cuyo cuerpo había robado. ¿Quién sabía si la mujer por la que había muerto estaba ahí afuera incluso ahora, poseyendo a un anfitrión, apoderándose de él? Kettering nunca lo sabría. Su búsqueda lo había matado.

Will se arrodilló para quitarle el bastón de la mano a Kettering. Los dedos de Kettering aún estaban tibios, sorprendiendo a Will; el frío de la muerte aún no se había apoderado de Kettering. Pero el verdadero impacto llegó cuando sacó el bastón. Will había imaginado que sería un cetro ornamentado, hecho para ceremonias, tal vez incrustado con una piedra mágica. No lo fue. No estaba elaborado de manera ornamentada. No era un cetro. Era una marca. La marca S, ennegrecida por el tiempo y por numerosas inmersiones en el fuego. Emitía un poder oscuro, un llamado más fuerte que el Collar. La primera marca, pensó Will. La primera vez que Sarcean había puesto su marca en las personas. Debe haberlo hecho, luego lo sostuvo en su mano y lo presionó en la carne de sus seguidores, atándolos a él para siempre. Sosteniendo el sencillo mango de hierro, Will extendió la mano y tocó la S. La visión lo golpeó como un puñetazo en los dientes. El salón del trono estaba amontonado de cadáveres, sus cuerpos desgarrados, sus armaduras arrugadas. La magia había abierto agujeros en el mármol blanco y quemado marcas negras como tentáculos de podredumbre. La matanza lo complacía, al igual que su caminar sin obstáculos hacia el trono con su propia Guardia Oscura detrás de él. Una presunción, tomar la iconografía del sol y retorcerla. La ironía llamativa de ello también lo complacía, una Guardia Oscura para reemplazar a la Guardia del Sol, un Rey Oscuro para reemplazar a... —El Rey del Sol se ha ido —anunció Sarcean a la Reina—. Huyó. Con sus intendentes y su guardia interna, y su Campeón, el General del Sol. La Reina se enfrentó a él, con sólo un Guardia del Sol vivo con ella. Y cuando Sarcean vio quién era el Guardia del Sol, soltó una risa que resonó en todo el salón del trono. El joven guardia ahora era mayor, pues había pasado mucho tiempo desde que Sarcean fue desterrado del palacio. En ese intervalo, había crecido como una lanza, guapo y afilado para luchar, su cabello un tono o dos más claro que el de su Reina, sus ojos pálidos.

—Ha pasado mucho tiempo —acentuó Sarcean—, desde que nos deleitamos al sol, Visander. Porque el último defensor de la Reina era el mismo Guardia del Sol que lo había liberado de la mazmorra. Sandy, lo había apodado Sarcean en ese entonces, divirtiéndose. Una banalidad, fácil de engañar. —¡Los mataste! —estaba diciendo Visander. Estaba temblando—. Creí en ti, y tú, tú... —¿Debería matarlo también? —preguntó la Guardia Oscura. Sarcean respondió: —No. Él me ayudó una vez. —Muy bien. —¿Ves? Cumplí mis promesas, Visander. El odio en los ojos de Visander ardía puro. Veo por qué ella te eligió, podría haber dicho Sarcean. Visander lo perseguiría como nadie más, porque una vez había creído en él. La elección de Visander como campeón de la Reina, brillante e impactante, fue su primera visión del oponente en el que se convertiría Pero Visander era una preocupación menor para Sarcean, cuyos ojos se habían vuelto hacia la Reina. Ella se erguía ante él en sus túnicas ceremoniales blancas y doradas, su larga cabellera rubia colgando en una trenza detrás de ella, con las puntas como la cola de un león. No esperaba que sus sentimientos de su única noche juntos lo sorprendieran de esta manera, recordando cuán dolorosa y hermosamente se habían encontrado. Lo que sea que pudiera haber entre ellos ahora estaba roto, por supuesto. Podría haberse roto desde el momento en que fue a su puerta. —Nunca serás el verdadero rey —aseveró ella—. Aquellos que te sirven sólo serán esclavos involuntarios. Nadie se uniría a ti por elección. No si supieran lo que eres. —¿Y qué es eso? —Un muerto —pronunció la Reina—. Voy a matarte. No me detendré hasta hacerlo. No habrá ningún lugar donde puedas descansar. Te perseguiré, te mataré

tantas veces como sea necesario. Seré yo. Mi espada en ti, Sarcean. La Luz siempre se opondrá a ti. —¿La Luz? —ironizó Sarcean—. Hoy he apagado el sol. —La Luz no es algo que puedas extinguir —reviró—. Incluso en la noche más oscura, hay una estrella. Will jadeó y volvió en sí. Cyprian estaba parado frente a él, sosteniendo una espada.

Traducido por Kasis Corregido por Camm Cyprian se veía como la venganza, todo en plata. Llegó a la cima de los cuerpos y se erguía sobre ellos, mirando fijamente a Will. ¿Cómo podía estar Cyprian aquí? ¿Cómo podía estar vivo cuando todos los demás que habían intentado tomar este poder habían muerto? Will podía sentir su propia exposición culpable, aferrándose a la marca, Kettering muerto, y él revelado por Visander como el Rey Oscuro. —Conozco la apariencia —señaló Will—. Pero... —Dame eso —espetó Cyprian. —No puedo. —Will dio instintivamente un paso atrás, aferrándose a la marca— . Cyprian. Puedo detener lo que está pasando. Puedo detener a Sinclair de una vez por todas. Cyprian seguía avanzando, con espada en mano. —Nos mentiste. Te dejamos entrar en nuestro Salón, pensando que estabas allí para salvarnos. Habíamos sobrevivido durante miles de años —reprochó Cyprian—. Hasta ti. Cyprian había sacado a Will de su caballo ese primer día que llegó al Salón, rasgando su camisa a medias de su cuerpo, buscando una marca. Cyprian no quería dejarlo entrar en las murallas. Había dicho que Will les estaba mintiendo. Tenía razón. Tuvo razón todo el tiempo. —Eso no es lo que soy. —Olas de negación y miedo hacían que su estómago se retorciera. Necesitaba alejarse, salir. Pero no había salida de este oscuro abismo—. Te ayudé contra Simon. ¡Te ayudé contra los Reyes de las Sombras!

—Y Katherine. Ella murió persiguiéndote. ¿La mataste también? —Los ojos verdes de Cyprian centelleaban. —La espada la mató. —No había a dónde retroceder—. ¡Ese guerrero ahí afuera, cuyas palabras crees, la mató! —Dios, trajiste a James al Salón —reclamó Cyprian—. ¿Él lo sabe? ¿Se estaban riendo de nosotros todo el tiempo? —No —exclamó Will, rechazándolo violentamente—. Él no lo sabe. Es inocente. Cyprian... —Visander dijo que dirías cualquier cosa para tomar el poder —puntuó Cyprian amargamente. Visander, que llevaba el cuerpo de Katherine como una piel. Visander, a quien Sarcean había seducido y engañado, y que había guardado rencor a través de los siglos, un odio mayor porque era humillantemente personal. La Dama sabía cuándo lo envió que Visander no se detendría hasta que el Rey Oscuro estuviera muerto en cualquier forma que Visander lo encontrara. Como sabía cuándo devolvió a Visander a un cuerpo tan parecido al suyo que Will sentiría como si lo estuviera matando, tal como ella había prometido. Sus ojos, mirándolo a través del tiempo. Madre, detente. Madre, soy yo, Madre... —Es un soldado de una guerra que nunca peleé. —Will temblaba. Era difícil respirar, como si hubiera manos alrededor de su garganta—. Recuerdas a una persona que nunca fui. —Pero lo fuiste. Lo fuiste. —Cyprian habló con una terrible certeza—. Todo ha salido como planeaste. —Los ojos de Cyprian eran como veneno verde, mirándolo de la misma manera que su madre lo había mirado: como si fuera algo tan terrible que no se le podía permitir vivir—. Pero no esta vez. Incluso con los dientes castañeteando, no pudo detener la extraña risa que surgió. —¿Crees que planeé esto? Cyprian ironizó: —¿No fue así?

Estaba apretando la parte superior de sus brazos para dejar de temblar. Su mente catalogó desesperadamente. Había perdido a Cyprian, por supuesto. Había perdido a Elizabeth. Había perdido a Grace. A James lo perdería en cuanto se enterara. ¿Había perdido a Violet? —Si no tomo el control, ese ejército matará a todos los que estén en la superficie. —Will se sorprendió de poder pronunciar las palabras. Sus dientes castañeteaban con más intensidad. —Lo haces sonar tan razonable —atacó Cyprian—. Sólo deja que el Rey Oscuro tenga su ejército... Así es como lo haces, ¿cierto? Quitas todas nuestras opciones, para que la única elección que quede sea la tuya. —Las manos de Cyprian se apretaron en su espada—. Pero no lo es. Tenemos a la Dama, la verdadera Sangre de la Dama, y ella está allá arriba ahora mismo. Tal vez tengamos que librar una guerra. Pero al menos tenemos una oportunidad, si no eres tú quien tiene el control. Él lo sabía. Sabía cómo sería. Por eso no se lo había dicho a ellos, por eso nunca se lo había dicho a nadie. Ser visto era invitar a la violencia de la destrucción. Pero ahora que estaba aquí, descubrió que no podía tragarlo, un núcleo profundamente enterrado en él se rebelaba. —Preferirías dejar ese ejército suelto en lugar de confiar en mí —acusó Will. —Los Guardianes existen para detenerte —afirmó Cyprian—. Eso es lo que voy a hacer. Cyprian dio otro paso adelante, y en ese momento el suelo se hundió, luego se levantó como si el propio palacio estuviera tratando de arrojarlo hacia atrás. La tierra se rasgó, una grieta negra bifurcándose en el suelo entre ellos. Cyprian extendió la mano para mantener el equilibrio, y Will tropezó, la marca cayendo de su mano mientras la brecha que se ensanchaba entre ellos se convertía en un abismo. Recuperando el equilibrio, Will vio que ahora estaba en un lado de una grieta abierta, con Cyprian parado en el otro lado. Irónicamente, era Cyprian quien había mantenido sus pies con un equilibrio extraordinario. Pero Cyprian ahora no tenía forma de llegar hasta él. Profundamente, la negra fisura parecía sumergirse en el corazón de la tierra. Tenía fácilmente casi cuatro metros de ancho, separándolos por una gran distancia.

Milagrosamente, no se había producido ningún derrumbe. La estructura de la caverna estaba intacta. Will buscó alrededor de... La marca estaba allí, a sólo unos pasos de distancia. Estaba en su lado de la grieta. —Este lugar… —Cyprian también vio la marca y miró a Will a través de la brecha—. Está tratando de protegerte. Pero no funcionará. —¿Por qué no? En un salto imposible, Cyprian saltó la grieta, aterrizando frente a Will y levantándose para mirarlo directamente. —Porque ahora soy fuerte. Con un terrible retorcimiento, Will entendió. Sólo había una forma en que Cyprian podía haber pasado a través de las sombras, sólo una forma en que podía acercarse a la marca. La única cosa que había jurado nunca hacer. —Bebiste del Cáliz —afirmó Will. Miró fijamente a Cyprian, viendo el oscuro dolor del reconocimiento en sus ojos, y recordando al chico que había jurado permanecer puro. Así de mal quiere detenerme. Anharion. Visander. La Dama... Sarcean los había retorcido a todos, reformándolos en formas distorsionadas. Y Will estaba haciendo lo mismo: primero con Katherine, y ahora con Cyprian... Ambos miraron la marca al mismo tiempo. Cyprian estaba más cerca y más fuerte. Iba a tomar la marca y destrozarla, y no habría forma de impedir que los Retornados se apoderaran de miles de cuerpos y luego marchar por toda la tierra. Will tenía que detenerlo. Sabía cómo. Era lo único que Cyprian nunca perdonaría. El círculo de personas con las que Will había compartido tiempo en su vida era pequeño. Su madre, que le había ocultado un secreto aterrador. Los hombres con los que había trabajado en los muelles, esas relaciones construidas siempre consciente de su condición de infiltrado. Había estado actuando con ellos, al igual que con Katherine, hasta que ella se había desbordado en la realidad cuando lo besó, y él se dio cuenta, alejándose, de quién era ella. Pero en el Salón de los Guardianes, se había permitido hacer amigos por primera vez. Con precaución, sabiendo que nunca podría decirles lo que era, sabiendo que

construía sobre cimientos podridos, pero esperando poder ser lo que pretendía. Por ellos. Sabía que Cyprian había llegado a confiar en él. Primero, como un teniente que comienza a confiar en un nuevo líder que se prueba lentamente en el campo. Luego, tal vez, como un amigo. Ese podría haber sido su futuro, aunque la idea de esa amistad para Will era vaga, al no haberla tenido antes. Pero ese futuro se hizo añicos. Y nunca se repararía. No ahora. Mientras Cyprian comenzaba a moverse hacia la marca, Will dijo: —No. Cyprian se congeló. La confusión impactada en su rostro cuando se dio cuenta de que no podía moverse se giró furioso por la traición al darse cuenta de que la sombra dentro de él estaba siguiendo la orden de Will. Obedecía a Will de la misma manera en que los Reyes de las Sombras lo habían obedecido en Bowhill: porque le habían jurado lealtad, en el mismo pacto impío que los tres Reyes habían hecho una vez. Poder, a un precio. Por un momento, se miraron el uno al otro, Cyprian jadeando con un esfuerzo impotente, luchando desesperadamente contra su sombra. Su cuerpo temblaba del esfuerzo, pero estaba inmovilizado por el implacable agarre de su sombra. —Lo siento —se disculpó Will—. No quería hacer esto. Yo solo... no puedo dejar que me detengas. Esta es la única manera de salvar a los demás. De salvar a todos. De detener los planes que se estaban desarrollando de su antiguo yo. De detener a Sinclair. Cyprian lo miró como si fuera a matarlo. —Eres él. Realmente eres él. Su propio cuerpo atrapado parecía provocarle nauseas a Cyprian. Era horrible, verlo lanzar todo lo que tenía contra la sombra y fallar, una estatua torturada incapaz de moverse. —Lo siento —se disculpó de nuevo Will—. Tengo que hacer esto. La cara de Cyprian cambió. En lugar de luchar de nuevo como un hombre lanzándose inútilmente contra cadenas, Cyprian dejó de pelear. Cerró los ojos, casi pareciendo centrarse. Luego inhaló, como si convocara algo profundo dentro de él.

—Resistiré. No vacilaré. En la oscuridad... —Cyprian... —pronunció Will. —...seré la luz —continuó Cyprian, y la piel de Will se erizó al reconocer las palabras que había cantado con el Anciano Guardián, las palabras que Carver había usado en su ceremonia—. Caminaré el sendero y desafiaré a la sombra. Soy yo mismo y resistiré. Sus palabras eran firmes, su respiración estaba tranquila. Con una mirada llena de victoria serena, los ojos de Cyprian se abrieron. Y comenzó a moverse. Había vencido a su sombra. Will intentó ejercer su propia voluntad de nuevo, sólo para sentir que la sombra dentro de Cyprian chillaba de frustración, desterrada a un pequeño espacio en lo profundo. En dos pasos, Cyprian estaba sobre Will, empujándolo hacia un lado y arrebatando la marca. Will golpeó el suelo justo cuando Cyprian sacó el hacha del Verdugo de una correa en su espalda. Cyprian levantó el hacha y la dejó caer con fuerza, haciendo añicos la marca en mil pedazos. —¡No! La explosión sacudió la cámara, arrojándolos hacia atrás y haciéndolos caer. Will se quedó sin aliento, su piel raspándose lejos de la base de las palmas mientras extendía las manos para amortiguar su caída. Apenas registró el dolor, levantándose instantáneamente, escarbando desesperadamente en busca de la marca. Oh, Dios, ¿quedaba algo? ¿Alguna parte que pudieran volver a ensamblar? —Se fue —dijo Cyprian, observando esto y soltando una risa sin aliento—. No puedes usarla. —Se estaba riendo. Se estaba riendo. La rabia ardiente y la incredulidad bullían en Will, incluso mientras miraba fijamente a Cyprian. —¿No entiendes lo que has hecho? —Te he detenido —aseguró Cyprian, con triunfo en su voz—. He detenido al Rey Oscuro de reunir su ejército.

La amenaza desatada era un horror más allá de toda descripción, un mundo remodelado en la oscuridad, y el miedo se intensificó en Will por lo que ahora podría sucederle a Violet y a los demás. Debajo de eso, su enojo se estaba endureciendo en algo parecido a una furia fría, pétrea e inflexible. —Entonces puedes tomar una sombra —ordenó Will—, puedes comprometerte con la oscuridad, pero ¿no puede confiarse en mi propio poder, incluso cuando quiero usarlo para hacer lo correcto? Cyprian no respondió, tomando a Will con un firme agarre en su brazo. Will intentó resistir, pero fue levantado, Cyprian lo arrastró hacia adelante. Tropezando sobre el cuerpo de Kettering, Will sólo se dio cuenta después de unos segundos de que Cyprian no lo estaba matando. Cyprian estaba atándolo de las manos y tirando de él de vuelta a través de los huesos y la armadura hacia los demás. Eso era peor. Eso era... —Los demás van a verte por lo que eres —amenazó Cyprian. Will podía ver el círculo de luz brillando a lo lejos, como un sol distante. Estaba luchando, y no tenía ningún efecto en el músculo duro y cuerdo de Cyprian. La recién abierta grieta tampoco era un obstáculo, y Cyprian la saltó de nuevo, con gracia. —Visander me matará —confesó Will, pero eso no era lo que estaba haciendo que su mente casi se apagara. Era el pensamiento de Violet mirándolo con traición en sus ojos. Su madre, Katherine, Elizabeth, Cyprian, Grace... No Violet, no Violet, no Violet. Cyprian lo ignoró, lo suficientemente fuerte como para subir la cuerda más tarde mientras estaba atado a un prisionero. Semirrígido de pánico, Will fue arrojado sobre el borde del pozo para caer en las losas del suelo del salón del trono de arriba. La avalancha de sombras se había ido, dejando la cámara sorprendentemente tranquila. Violet y los demás estaban agrupados juntos en una esfera de luz que se desvanecía lentamente. Fue a Violet a quien miró primero, a Violet cuyos ojos se encontraron con los suyos, ensanchándose al ver las ataduras que llevaba, y que obviamente era prisionero

de Cyprian. Ella estaba parada con los demás, y todo lo que Will pudo hacer fue mirarla y pensar: Ella lo sabe. Ella lo sabe, ella lo sabe, ella lo sabe... Se sentía enfermo, expuesto, visto. Los ojos de Violet en él eran como si le cortaran el aire, como si le aplastaran la garganta. Pánico primordial, no podía ser conocido así. No tú, quería decir. No tú. Estaba tan concentrado en Violet que le llevó un momento darse cuenta de lo que estaba sucediendo detrás de ella. Armados con pistolas y cuchillos, los hombres de Sinclair estaban apareciendo desde la oscuridad, su líder un chico pelirrojo que Will había visto por última vez en el Sealgair, luchando y matando Guardianes como si fuera algo natural. —Nosotros nos encargaremos de esto —señaló el hermano de Violet, Tom.

Traducido por Kasis Corregido por Camm —Guardianes —llamó Tom, de la misma manera en que Cyprian había escupido una vez, Leones—. Son como cucarachas: justo cuando creemos que los hemos aplastado, vuelven a salir de las grietas. Violet se giró y lo vio. Él estaba mirando directamente a Cyprian. —¿Tom? —preguntó Violet, sus ojos abiertos de par en par por el shock. Era su hermano, cruzando los escombros, los hombres de Sinclair sosteniendo antorchas detrás de él, creando una isla de luz. —¿Violet? —Deteniéndose en el momento en que la vio, tan sorprendido como ella—. ¿Qué haces aquí? Lo único que pudo hacer fue mirar. No podía ser real, ¿cierto? Él no podía estar aquí. Se veía igual que cuando lo había visto por última vez en su casa en Londres, el mismo cabello castaño cortado hasta el cuello, la misma dispersión de pecas en su nariz. Estaba tan fuera de lugar en este monstruoso palacio subterráneo; era como abrir la puerta del salón del trono y ver en su lugar la sala de estar de su hogar en Londres. A medida que su sorpresa retrocedía, era reemplazada por una tensión creciente y el aceleramiento de su pulso. Lo había extrañado tanto, y durante tanto tiempo. Ahora, en todo lo que podía pensar eran en las palabras de la señora Duval. Que ella y Tom estaban destinados a luchar. —Escapé de Sinclair —comenzó. La señora Duval me entrenó para matarte. No lo dijo. Tom no era su enemigo. Odiaba que la señora Duval le hubiera puesto estos pensamientos en la cabeza. Aunque en algún lugar una voz susurraba que el primero en insinuar este pensamiento no había sido la señora Duval. Era su padre.

Tom no puede alcanzar su verdadero poder sin matar a otro como él, había dicho su padre. —Yo fui prisionera. —¿Sabías eso?, quería preguntarle. ¿Sabes qué planea hacer papá conmigo? —Estas personas son peligrosas, Violet. Aléjate de ellas. —Tom la miraba a ella y a sus amigos como si fueran una amenaza. Pero una nueva e inquietante pregunta se precipitó en su cabeza. —¿Cómo estás vivo? —Estaba mirando a Tom y a los hombres armados con él. No tenía sentido—. ¿Cómo sobreviviste a la muerte blanca? El ejército debe haber pasado directamente a través de ti. Fue Visander quien respondió. —Lleva la marca del Rey Oscuro. Lo marca como sirviente del Rey Oscuro y lo protege de la posesión. El olor a carne quemada y Tom negándose a morder el cuero. Quería vomitar, ella sabía que Tom tenía la marca del Rey Oscuro. Su estómago se revolvía ante la idea de que lo había salvado. Que estaba a salvo de las sombras porque ya era criatura del Rey Oscuro. Miró a los hombres alrededor de Tom con sus antorchas y pistolas. Todos debían tener la marca. El ejército de los muertos había sido liberado, y ella estaba viendo su equivalente moderno: el ejército de los vivos, jurado al Rey Oscuro y liderado aquí por su hermano. Sabía que su familia trabajaba para Sinclair, pero nunca había pensado verdaderamente en Tom como un soldado del Rey Oscuro. El León del Rey Oscuro. Se colocó instintivamente delante de sus amigos. —No entiendes lo que está sucediendo —habló Tom—. Has estado fuera por demasiado tiempo. Pero puedo mantenerte a salvo hasta que haya tiempo para decírtelo. —Llegas tarde, León —interrumpió Cyprian a Tom—. Sinclair nunca controlará ese ejército. He destruido la marca. —Guardián —espetó Tom—. Fuera de mi camino.

Tom había matado Guardianes con una palanca en el Sealgair. Ella lo había visto hacerlo. Sólo Justice había sido lo bastante fuerte y hábil como para enfrentarse a Tom en un punto muerto. Y aquí estaba Cyprian, el novato más talentoso de una generación, el sucesor natural de Justice, desafiando a su hermano. Llegó la lenta y aterradora comprensión de que, si peleaban, tendría que detenerlos. Tom vendrá a matarte eventualmente, había dicho la señora Duval. O estás entrenada para luchar contra él o no. —Han liberado ese ejército —señaló Will a Tom—. Si quieres detenerlos, tendremos que trabajar juntos. —El Rey Oscuro ordena a su León —se burló Visander. Violet se volvió para mirar a Will. Con las manos atadas detrás de él y el rostro manchado de polvo, Will de alguna manera lograba llamar la atención. Siempre había sido capaz de hacer que la gente lo escuchara, y Tom no era diferente, volviéndose hacia Will. —Tú —llamó Tom. —Así es. El chico al que encadenaste en el barco —se burló Will. Se reconocieron mutuamente. Will había sido prisionero en el Sealgair. Pero Will nunca había hablado sobre su tiempo en cautiverio. Ahora ella se dio cuenta: por supuesto, Tom debía haber estado a cargo de eso. Tom había ordenado que encadenaran a Will en la bodega del barco. ¿Sabía Will algo sobre Tom que ella no sabía? En la bodega del barco, Will estaba ensangrentado y magullado, habiendo soportado al menos una paliza severa, probablemente por órdenes de Tom, quizás incluso a manos de Tom. ¿Qué más había pasado entre ellos? Will nunca le había hablado de nada de eso... ni siquiera le había dicho que conocía a su hermano. ¿Por qué? ¿Qué más nunca le había dicho Will? No era la primera vez que sentía que Will era un desconocido, o que notaba que, a pesar de su cercanía, Will compartía muy poco. ¿Qué tan bien lo conoces realmente? susurró una voz. —Mataste a Simon —acusó Tom. —Entre otras personas —aceptó Will.

Tom inmediatamente hizo un gesto protector para que ella se acercara a su lado, un movimiento que conocía tan bien que le dolía. —Violet, ese chico, estas personas son peligrosas. Ven conmigo y podemos hablar después. —¿Ir contigo? —dijo incrédula. —Estarás a salvo. Sólo ven a nuestro lado. —¡A salvo! ¿No sabes lo que tu padre quiere hacer con ella? —cuestionó Will. No, pensó ella, su estómago retorciéndose. No podía soportar escuchar la respuesta. Nunca se lo había preguntado a Tom directamente, porque mientras no preguntara, no tendría que saberlo. La cara de Tom no mostraba signos de que entendiera. —¿Hacer con ella? Él la quiere en casa. —Él la quiere muerta. —Las palabras de Will se sintieron como si estuvieran partiendo su cerebro, dejando la verdad al descubierto—. ¿No entiendes nada de lo que está pasando? Mientras hablamos, ese ejército está matando a todos en millas a la redonda. Caerán en la muerte blanca y, cuando despierten, se apoderarán de nuestro mundo. No tenemos tiempo. Necesitamos detenerlos. —¿De qué estás hablando? —preguntó Tom—. Mi padre ha estado buscando a Violet durante meses. Y si el ejército es un peligro, es porque tu Guardián los liberó. Se suponía que Sinclair debía haber eliminado a los Guardianes. Él no veía, ella se dio cuenta. Le habían enseñado todas las cosas equivocadas. Por Sinclair, por papá... Había querido ser como él durante tanto tiempo que resultaba desconcertante ver sus limitaciones. Había sido su mundo entero, pero por primera vez lo veía como un pequeño engranaje en la maquinaria más grande de los planes de Sinclair. Papá mató a mi madre, quería decir. Papá quiere que me mates. —Eres tú quien no entiende —interrumpió ella—. Sinclair no es lo que crees. Nada de esto es lo que crees. Tom... Estaba negando. —Violet, sal de en medio. Yo me encargaré del Guardián. —Todo estaba sucediendo demasiado rápido.

Cyprian, con una sombra recién en él. Cyprian, con el hacha del Verdugo en la mano. Se escuchó decir a sí misma: —No voy a dejar que lastimes a mis amigos. —No tenemos tiempo para pelear —espetó Will—. Sólo hay pocos días cuando en los que un Retornante está inactivo dentro del cuerpo que poseen... sólo tenemos hasta que se despierten para detenerlos. Necesitas retirarte. Más tarde, ella recordaría que Will fue el único que habló de detener al ejército, mientras el resto de ellos estaban atrapados en viejas rencillas. Pero en ese momento, apenas lo escuchó. Todo lo que podía ver era a Tom. —Tom, por favor, no tienes que... Tom no estaba escuchando. —Llévate al chico. Dispara al Guardián. Deja a las chicas vivas. Levantó su escudo para recibir las balas que pudiera, corriendo hacia Cyprian incluso antes de que Tom terminara de hablar. Pero estaba demasiado lejos. Se preparó, sabiendo que no llegaría a tiempo. El sonido de los disparos nunca llegó. A medida que pasaban los segundos, bajó su escudo, esperando en cada momento el estruendo de un disparo. Lo que vio en cambio fue tan horrorosamente antinatural que heló su corazón. El hombre más cercano a ella estaba congelado, sus ojos vidriosos y su brazo con la pistola extendida. Inmóvil como una estatua, no se movía. Ninguno de los hombres de Sinclair se movía, cada uno detenido en medio de una acción, uno de ellos incluso detenido a medio paso. Y Tom... Tom estaba congelado en el mismo rictus, su boca medio abierta, a punto de hablar. Su brazo, levantado en un gesto inconcluso, revelaba su marca, brillando en su muñeca. Ardía. Podía oler la carne quemada, el recuerdo de su marcado en el barco atravesándole las fosas nasales. —Dije que no tenemos tiempo —reprendió Will, y cada hombre en la cámara lo dijo con él en uniformidad amortiguada.

Violet se giró lentamente. Había creído que el horror estaba frente a ella, pero vio que estaba detrás de ella. Los ojos de Will eran negros, toda la superficie de cada ojo no mostraba ni iris ni blanco, como ventanas hacia un oscuro interminable. Su cabello y su ropa ondeaban hacia atrás, como si el viento lo azotara. Chisporroteaba con un poder oscuro, un joven dios coronado en oscura gloria. Magia. La magia de Will, y no era una vela cálidamente iluminada, no un árbol brotando en flores, ni una explosión luminosa que daba vida. Era un ejercicio frío y oscuro en fuerza bruta, mientras Will anulaba la humanidad de quienes lo rodeaban y tomaba sus cuerpos bajo un control absoluto. Había tantos hombres de Sinclair ahora congelados en la cámara. Y Tom, Tom no era un hombre común, Tom era un León, o había sido un León, su rostro en blanco, ahora eco de los hombres a su alrededor. Una vez individuos, ahora eran títeres de carne, subyugados en todos los sentidos al juramento retorcido que habían hecho a su amo. A Will. —Eres el Rey Oscuro —pronunció Violet, horrorizada. Will no lo negó. No podía, controlando a los hombres de Sinclair con la oscura marca. Se dio cuenta de que no lo había negado antes. Simplemente había desaparecido en el pozo, buscando los medios para controlar el ejército del Rey Oscuro. Su ejército. Era como si el abismo se abriera bajo sus pies. Como si ella fuera la que caía en él. —Juré que nunca te seguiría —le reclamó, sintiéndose enferma—. Juré ser diferente de Rassalon. Will habló: —Violet, soy Will. Excepto que todos lo dijeron, cada hombre en la cámara, repitiendo las palabras de Will en esa horrible monotonía, como si Will fuera todos ellos, un insecto malévolo con mil ojos. —Déjenlo ir —ordenó Violet—. ¡Dejen ir a mi hermano! —Ellos te ven por lo que eres —puntualizó Visander

Se estaba acercando a Will con Ekthalion en sus manos. Vio que Will se enfocaba en la espada, y como si ese cambio de atención rompiera su control, los hombres de Sinclair colapsaron instantáneamente en un desmayo profundo. —¡Tom! —gritó, corriendo hacia donde había caído, arrodillándose a su lado, revisando desesperadamente su pulso. Su piel estaba fría—. ¡Tom! —Sus dedos se presionaron en su cuello y sintieron el pulso más ligero, vivo. Estaba vivo. Lo abrazó, como si pudiera protegerlo de la posesión con su cuerpo. Miró ciegamente a Will, medio tambaleándose. ¿Haber controlado a tantos hombres lo había debilitado? Will se derrumbó sobre una rodilla cuando Visander se acercó para ponerse de pie sobre él. Sus ojos habían vuelto a su color normal cuando miró a Visander, y parecía el chico que ella conocía. Pero no lo era. No lo había conocido. No sabía quién era ni lo que podía hacer. —Qué apropiado que te derribe en el lugar donde una vez me quitaste todo — reprochó Visander. —¿Le diste a Ekthalion? —Will le habló a ella. Sonaba totalmente traicionado, y mientras la miraba, sus ojos comenzaron a volverse negros nuevamente. Los fijó nuevamente en Visander. En una espantosa respuesta, sintió que el cuerpo de Tom comenzaba a retorcerse bajo sus manos. Un momento después, varios de los hombres en el suelo se incorporaron tambaleándose. Visander los ignoró, incluso cuando se tambalearon hacia él. —Tienes la misma edad ahora que yo tenía cuando mataste a mi familia —estaba diciendo Visander—. Pero no soy tú. No voy a matar a tus amigos. No voy a matar a las personas que te importan. Solo voy a matarte a ti. Visander levantó Ekthalion, pero la montaña estaba respondiendo a Will, la tierra temblando mientras los ojos negros de Will destellaban de ira, una enorme roca estrellándose desde el techo para caer a centímetros de Visander. Violet pensó desesperadamente que iba a destruir este lugar, destruir a Visander, destruirlos a todos. —¿Comienzan sin mí? —preguntó una voz familiar y despectiva. James caminó hacia la luz de las antorchas.

Su arrogancia siempre había sido irritante. Había llegado como un diletante ocioso al acto final de una obra, sin preocuparse en absoluto por lo que había sucedido antes de su entrada. Con la arrogancia de su príncipe, recorrió la longitud de la sala del trono. Era como si creyera que los cortesanos se inclinaban y hacían reverencias mientras pasaba, y tal vez lo habían hecho, alguna vez, hace mucho tiempo. Caminó delicadamente sobre un cuerpo tendido e inconsciente, uno de los hombres de Sinclair. Sus ojos estaban fijos en Will. No fue hasta que James se colocó al lado de Visander que Violet se dio cuenta de cuán similares se veían, tanto en la coloración como en la irrealidad, hermosos y terribles, angelicales e inmundos. Instrumentos de venganza contra aquel que más los había herido, era como si Anharion y la Dama estuvieran juntos contra Will. Arrodillado entre los escombros, Will dijo con una voz extraña y terrible: —Ustedes dos. Pero ninguno de los dos atacó. Visander estaba congelado. Y no era Will quien lo mantenía en invisibles ataduras. Era James. James le dijo a Will: —Querido, no estoy aquí para matarte. James sólo tuvo que hacer un gesto una vez, y Visander salió volando hacia atrás, golpeando una columna y luego el suelo, su cuerpo quedó caído y sin fuerzas. Cyprian dio un paso adelante, y James simplemente lo miró, enviándolo a rodar por el suelo. Will miraba a James en estado de shock. James bajó la mirada hacia Will y extendió la mano. —¿Y bien? —Él es el Rey Oscuro —declaró Violet. —Y yo soy su teniente —aceptó James—, aquí para luchar a su lado.

Traducido por Kasis Corregido por Camm Will miró a James como si fuera un espejismo en el desierto. Los hombres que Will había poseído yacían aún inconscientes, esparcidos por el suelo como muertos. Violet estaba arrodillada junto a Tom con horror en su rostro. Cyprian y Visander estaban ambos tendidos en el polvo, y Elizabeth corría hacia el lado de Visander. James ignoró a todos, cortando las ataduras que sujetaban las manos de Will. —¿Puedes moverte? Necesitamos irnos. —Sus ojos azules estaban llenos de preocupación. Will no podía entenderlo. James había escuchado a Violet llamarlo el Rey Oscuro. Pero si lo sabía, cómo podía... —Dime que sabes —solicitó Will—, quién soy, qué soy... —Lo sé —aceptó James. —Dime que no te importa —exclamó Will. —No me importa —admitió James. Will se sintió caliente, un escalofrío llegó hasta lo más profundo de él. Se encontró con los ojos de James con la sacudida de una conexión bloqueándose en su lugar. —Dímelo de nuevo. —Necesitaba escucharlo. —No me importa. —Otro escalofrío, más profundo. —Anharion. —Visander lo escupió. Estaba intentando levantarse y estaba demasiado herido para hacerlo. Cyprian fue el primero en moverse, sacudiendo la cabeza para intentar aclararla, su mirada fija directamente en James. —Sabía que te convertirías. —Las palabras de Cyprian tenían un duro matiz de dolor.

Will lo miró. Sus amigos, enfrentados a él, mirándolo con diversos estados de shock, miedo y repulsión. Pero eso era esperado. Eso era... ya había visto esa mirada antes en los ojos de su madre. No esperaba a James de su lado. Una parte de Will todavía esperaba el cuchillo, las manos alrededor de su garganta. Cada momento que eso no sucedía se sintió como esperanza. Cada momento una chispa dentro de él crecía. Quizás, este no era Bowhill, donde tanto su madre como su hermana habían intentado matarlo. Quizás no era ni siquiera el viejo mundo, donde ambos amantes se habían vuelto en su contra. Quizás no estaba solo, luchando por demostrar que no era el monstruo que su madre veía, cuando él mismo no estaba seguro de creerlo. James creía, en él, en Will. —¿Qué quieres que haga? —preguntó James. Will dijo: —Sácanos de aquí. James lo atrajo hacia él. Will puso sus brazos alrededor de la cintura de James a su vez. Un segundo después sintió el poder de James entrar en él, al igual que en la excavación. Esta vez, cerró los ojos y dejó que sucediera. Un círculo que se completaba: el tentáculo buscador de la magia de James conectado con el vasto depósito del propio Will. Will emitió un sonido cuando la energía cruda estalló en él, y vislumbró el cielo nocturno sobre él salpicado de estrellas, apenas consciente de los gritos a su alrededor. James dijo: —Aférrate a mí. —Y Will estaba empezando a darse cuenta de que su poder había abierto un agujero en la montaña cuando estaban ascendiendo en ella, un rugido de aire mientras el regalo de James los elevaba y sacaba del palacio. Volar. Estaban volando, o algo así. Debajo de ellos, el palacio se alejaba, mientras el poder y el aire pasaban rápidamente. Aferrándose fuerte a James, todo lo que Will puedo hacer era aguantar mientras el viento lo azotaba. No sabía que James pudiera usar su poder combinado para volar. Nunca había visto a Anharion volar en ninguno de

sus sueños o visiones. Tal vez Sarcean nunca le había prestado el poder. ¿Cómo pudo haber renunciado alguna vez a algo tan emocionante? —Pensé que me odiarías. —Las palabras eran todo aliento. Will podía sentir el calor del cuerpo de James contra él. Sus dedos se aferraban a la cintura de James—. Dime que no me odias. —No te odio. Otro estremecimiento. Sus dedos se apretaron más fuerte. —Debería habértelo dicho. —Las palabras salían de él—. Debería haberlo hecho... tenía miedo; pensé que, si te decía eso, me matarías, o lo intentarías. Pensé que tú... dímelo otra vez. —No te odio. Las palabras tocaron algo profundo en su interior, un lugar que nunca había conocido la aceptación. Que había estado preparado, esperando el golpe no sólo desde Bowhill. Todos estos años. Incluso de niño... su madre lo había hecho... porque ella tenía miedo. No había querido asustarla. No había querido asustar a ninguno de ellos. James no tenía miedo. Contra todo pronóstico, James confiaba en él. La gratitud de Will era incandescente. Sintió que se derramaba de él. Se sentía rebosante de lealtad propia que siempre había querido dar a alguien. Quería darle a James poder, el mundo, todo. Sus pies tocaron la tierra. Habían aterrizado en un pequeño claro del bosque, donde los oscuros troncos de antiguos árboles de haya se extendían hacia arriba a su alrededor. El suelo estaba cubierto de hojas, y los pocos troncos caídos estaban suaves con musgo. Un silencio verde los envolvía en privacidad. —Dijimos después. Si vinieras a verme después. —Will podía sentir a James cálido y real contra él, mientras decía—: Viniste a mí. James dijo: —Me lo pediste. Porque tal vez era suficiente tener a una persona, una persona que creyera, una persona que tuviera fe en él.

Sarcean lo había perdido todo, pero Will no. Will había tallado este único punto de diferencia, esta única cosa propia. Significaba que podía ser diferente. Él y James, ambos podrían ser diferentes. Podrían dejar atrás el pasado y construir un nuevo futuro juntos. James le había dado esta oportunidad de ser él mismo. —Dime que sabes, que me conoces —pidió, mirando a los ojos azules llenos de lealtad, y quería escuchar a James decir esas palabras para siempre—. Dime que sabes quién soy y que eres mío. —Soy tuyo. Sé quién eres. Will... Will lo besó. Era bueno, era tan bueno sentir a James entregarse, tan ansioso como Will. James sintió que le daría todo, jadeando, ‘Soy tuyo’ mientras Will lo besaba una y otra vez. ‘Soy tuyo’ mientras las manos de Will se metían dentro de su chaqueta, sobre su cálida camisa. ‘Soy tuyo’ mientras Will tocaba su piel temblorosa y caliente, luego le quitaba la corbata del cuello. ‘Mi Rey’. Fue como si todo el mundo se moviera a su alrededor. Su mente se fracturó, Will retrocedió horrorizado por lo que vio. El Collar rodeaba el cuello de James en opulentos tonos de rojo y oro. Resplandecía, una llamativa línea, revelada por la camisa medio abierta de James. La corbata de James yacía en el suelo del bosque, dejándolo medio vestido, despeinado. Will lo miró horrorizado. El cabello de James estaba alborotado, sus mejillas sonrojadas, sus labios entreabiertos en una rendición que era casi insoportablemente erótica, excepto que los relucientes rubíes del collar parecían una garganta cortada. —Mi Rey —pronunció James. Una náusea violenta subió en Will. Extendió la mano y se aferró al tronco del árbol más cercano. Su estómago se contrajo y luego se retorció, espasmos mientras vomitaba sobre la tierra. El mareo amenazaba con abrumarlo. Cerró los ojos, sólo para ver una imagen de Anharion yaciendo muerto en el suelo mientras el verdugo le cortaba la garganta. Vomitó de nuevo, doblado por la mitad, luego presionó la parte posterior de su mano contra su boca abierta. La voz de James detrás de él.

—¿Qué pasa? ¿Qué está mal? —¿Qué está mal?' Todo estaba mal. Todo estaba roto. Will miró desesperadamente a James. Los relucientes rubíes del collar parecían burlarse de él. —Soy tuyo —exclamó James—. Sé quién eres. No te odio. —Una plegaria extasiada de una mano elegida por su belleza. James parecía dolorosamente genuino. Eran sus propias palabras que resonaban de nuevo en él. Sus órdenes, pensó enfermizamente. James lucía como siempre, pero no era James. No era más que un espejo de los deseos de Will, y era terrible verlos tan claramente reflejados. Nadie se uniría a ti por elección, no si supieran lo que eres. La Dama le había dicho eso en Undahar. —¿Me estás diciendo lo que quiero oír? —Sí —respondió James. Will trató de no estremecerse ante la respuesta. —¿Y qué es eso? —Tu sueño está al alcance de tu mano. Puedes tomar este mundo. Tu ejército está listo. Reinaré contigo, a tu lado. Y eso no estaba bien. Quería... Quería lo que había tenido, hace apenas unos momentos. Lo que James le había dado. Lo que nunca había tenido después de todo, solo aquí en la montaña. Se aferró al momento en que se había sentido diferente. —Ese es su sueño. No el mío. —Tú eres él. James lo dijo con confianza, como si lo supiera más allá de toda duda. Se enfrentó a Will como si viera en él a una figura de hace mucho tiempo. Una figura a la que servía. Una figura que conocía. —Te acuerdas —murmuró Will. James lo miró con el pasado en sus ojos. —Sarcean. Lo recuerdo todo.

Traducciones Independientes Queridos lectores, agradecemos el apoyo y la confianza que siempre nos han tenido en los proyectos que les compartimos. Esperamos que este primer libro sea de su agrado y lo disfruten tanto cómo nosotrxs lo hicimos al momento de traducirlo y corregirlo. Saben que todos los libros de C.S. Pacat son especiales para nuestro equipo, así que nos esforzamos el doble para que ustedes lo pueden disfrutar al máximo. Por último, pero no menos importante, queremos agradecer a todo nuestro equipo de Traductores, ya que, gracias a ellos, ustedes pueden leer esta increíble historia. Sin estas maravillosas personas TI no lograría absolutamente nada, son el alma de nuestro grupo. Sin más que decir, nos vemos en la continuación de esta maravillosa historia. ~TI

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