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DANIELA NADEO, FISCAL de Samantha BAires ISBN EN TRÁMITE DANIELA NADEO, FISCAL - 1a ed. Ciudad Autónoma de Buenos Aires : el autor, 2015. E-Book. Expte. No. 5000773 Dirección Nacional de Derechos de Autor [Argentina] Depósito Legal Ley 11.723 : en trámite
ADVERTENCIA [DISCLAIMER] Los hechos y las personas/personajes referidos en esta historia son totalmente ficticios; lo mismo los nombres de los personajes que han sido elegidos al azar por la escritora. Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia.
CAPITULO I. DANIELA NADEO Audiencia de mediación en una hora. No iba a haber acuerdo, quizás alguna modificación u objeción a esto o aquéllo, cuando una de las partes litigantes era el Gobierno de la Ciudad, por ley estaba prohibido acordar nada, todo iba a juicio y no sólo a juicio, el Gobierno siempre apelaba la sentencia doblemente y si podía, seguía hasta la Corte Suprema. La estrategia de la Procuraduría porteña bajo todos los gobiernos había sido y seguía siendo alargar los tiempos y así cualquier juicio contra el estado porteño duraba mínimo diez años perdidos entre papeles que van, papeles que vienen, chicanas de abogados y expedientes que no se encuentran o se pierden en el marasmo burocrático de la administración, plazos vencidos, expedientes extraviados y apelaciones a todo bicho que camina. Odiaba el sistema judicial arcaico, obsoleto e injusto de su país. Un sistema que servía para encarcelar pobres, delincuentes de cuarta,
desclasados o marginales y para que los ricos y los poderosos más los políticos corruptos lo utilizaran a gusto y piacere para sus trapizondas y enjuagues, nunca caía uno preso. Una judicatura – mezcla de jueces designados a dedo por los genocidas del pasado y otros del período democrático – que era una institución que se alejaba cada vez más de su supuesta función de "impartir justicia" para convertirse en un ariete político más de los grupos de poder en disputa, además de que muchos de sus miembros gozaban de un nivel de vida altísimo que nada tenía que ver con los salarios obtenidos legalmente por sus funciones. Los juzgados ordinarios de la ciudad apenas tenían unos diez o doce años de existencia y gozaban de más vicios y parsimonia que los federales o provinciales, lo que era mucho decir. “Nacieron malparidos” había sentenciado correctamente un colega. Le gustaba poco y nada su trabajo de secretaria
en un Juzgado en lo Contencioso Administrativo. Pero era una buena forma de adquirir experiencia en el sistema y ganar un salario decente mientras continuaba sus estudios, juntaba doctorados y ponencias en congresos y se preparaba para su verdadera pasión: llegar a ser fiscal instructora de procesos en cuestiones de violencia de género. Le hervía la sangre ante cada caso de mujer maltratada, golpeada o asesinada. Podría haberse dedicado también al problema de la trata de mujeres o a los casos de violaciones. Pero por lo que había sufrido en carne propia en su adolescencia en la ciudad de Paraná, provincia de Entre Ríos y por aquel libro que se había cruzado en medio de sus estudios de abogacía en la UBA , ése de la española Abráldez que le había ayudado a entender la raíz del tema, le saltaron todos los fusibles y la decidió a especializarse para dar la pelea desde su profesión. Sonido del whatsapp mientras corregía en la PC un último párrafo de un auto en un expediente. No 1
era el de su celular “legal”, sino del otro, ése que había comprado en la localidad carnavalera de Gualeguaychú en un viaje de fin de semana, escapada romántica con la mujer que ahora le enviaba el mensaje. “Estas libre? Tengo media hora andá al cuarto piso no hay nadie dieron asueto” Sonreía al imaginarse a la “señora jueza” tratando de averiguar en qué lugar del nuevo edificio de Tacuarí donde funcionaban varios juzgados porteños podría encontrarse sin problemas con su amante mujer, la secretaria de un juzgado vecino, ella. Tenía morbo la situación, sin duda. Enseguida le contestó, tenía las hormonas algo “alteradas” después de más de quince días sin encontrarse, su amante se había tomado unas mini vacaciones para irse a la estancia de su marido en la localidad de Dolores. “Subo en 5”. En general Daniela no salía mucho de la
oficina, se la pasaba haciendo ésto o lo otro, era una de ésas que “siempre está laburando”, como se decía por ahí. Si avisaba que salía unos minutos, a nadie le interesaba o preocupaba mucho, siempre volvía, siempre a tiempo, siempre estaba cuando se la necesitaba. Tomaba sus “precauciones”. Haberse licenciado en criminalística había llegado a condicionar sus respuestas y preparaciones para todo lo que hacía. Iba al primer piso, después pasaba por la planta baja, fingía que buscaba esto o lo otro, subía al quinto piso a preguntar alguna estupidez en un juzgado vecino, de ahí de nuevo a su piso, de ahí por las escaleras al segundo, de ahí por las escaleras al cuarto. El toilette, seguro la estaba esperando ahí. – ¿Qué te pasó? ¿Por qué te demoraste? – la “jueza” Fabiana Casiragui, apoyada contra la pared de uno de los cubículos del toilette. – Nena, hay que cerciorarse de que nadie se dé cuenta. – se mordía el labio mirándola y sentía
todo su cuerpo encenderse, ese conjunto azul de chaqueta y pollera largo chanel le quedaba pintado y especialmente esa camisa de seda beis abierta sugerentemente hasta el primer botón que correspondía al busto, no había duda que la “jueza” tenía clase y elegancia intrínsecas, propias de esas damas que provienen de la alta sociedad y no han trabajado jamás de los jamases, ni siquiera ahora que supuestamente lo hacía de “su señoría”. – Daniela, eso de ser CSI te quemó la cabeza. – estiraba la mano para que Daniela fuera hacia ella. Aceptó la mano, el convite y hacia su cuerpo fue. Juntas entraron en un box del toilette comiéndose la boca, mientras las manos de Daniela se colaban rápidamente dentro de la chaqueta y la camisa de “su señoría”. – ¡Qué ganas te tenía Dani! – murmuraba la jueza en su oreja y a Daniela se le activaban todas las terminales nerviosas enviando órdenes a sus manos, labios y lengua para goce excelso de “su señoría” – ¡Ahhh! – que no tenía empacho a la 2
hora de expresar el placer que le provocaba su joven amante. Media hora después regresaba a su oficina, yendo rápidamente a buscar su bolso y metiéndose en el toilette para retocarse cabello y el suave maquillaje que usaba. Fue luego a la cocina a servirse un capuccino, urgente necesidad de cafeína. – Ya llegaron Dani. – se asomaba Liliana, una de las empleadas. – ¿Todos? – No, la actora con su abogada. – Como siempre. – dijo en voz alta – La abogada de la procuraduría de la ciudad llega cuando se le canta. – pensaba; a pesar del “buen momento” unos minutos atrás, enseguida volvía a ser la secretaria de juzgado que no veía bien el sistema judicial porteño – Avisáme cuando llegue la abogada la ciudad, ¿okei? – la administrativa asentía sonriente mientras Daniela le echaba nutrasweet a su cappuccino, seguía en la cocina
cuando Manolo le avisaba que el juez Draghi quería verla urgente. –¿Qué mierda quiere éste ahora? – se preguntaba malhumorada mientras caminaba hacia su oficina, sus llamados siempre traían aparejado más laburo para ella y menos para él – ¿Querías verme? – se asomaba al despacho del Juez. – Sí, pasá, sentáte. – le indicaba el juez, señalando una silla y ajustándose los anteojos. – Tengo una audiencia en cinco. – no se movía de la puerta – ¿No esperás a que termine? Va a demorar poco, es entre una abogada del gobierno y la actora, mera formalidad. – Que esperen, esto es urgente, recién me llamaron y quiero saber tu opinión. – insistía. – Okei. – entraba a desgano, presumía alguna “boludez” de las que solía consultarle y que como siempre le “rompían los ovarios” – Vos dirás. – sentándose e intentando apurar el trámite con el juez.
– ¿Te vas a presentar al concurso por las fiscalías de instrucción? La cara de Daniela era de indisimulado asombro. ¿Desde cuándo este tipo se metía en su vida? ¿Quién le había dado calce? Ella no, la relación era de camaradas que trabajaban juntos en la justicia ordinaria porteña, pero nada más. No era ni su amigo, ni su consejero ni su confidente. Parece que el tal Luis se dio cuenta de que a su secretaria no le gustaba nada que se inmiscuyera en sus asuntos personales, bueno, digamos que la cara de la Nadeo era muy pero muy expresiva. – Daniela, te lo estoy preguntando porque acabo de recibir un llamado desde la procuraduría nacional, ¿entendés? – No. – sincera la Nadeo. – La procuradora nacional es amiga de mi mujer. – le aclaraba. – ¿Y? – seguía en sus trece, no era mujer muy diplomática en sus reacciones, algo que sabía y por eso nunca se había planteado hacer carrera
como jueza. – Está interesada en que te postules. – ¡¡¿Queeeé?!! – asombro real, en su cara y en su cuerpo movedizo en la silla. – Viene siguiendo tu carrera y te quiere tener en su equipo. – la observaba divertido, su secretaria era un personaje totalmente predecible en algunas cosas y gracias a dios para él, muy trabajadora y totalmente confiable. – ¿Viene... siguiendo....? – no podía creer lo que escuchaba. – No sé de qué te asombrás. No hay muchas abogadas y criminólogas jóvenes que tengan un currículum como el tuyo, además de que sos autora de un libro que se usa en la UBA como libro de texto y que sos titular de una cátedra en la facultad. – Profesora sin cátedra, apenas una adjunta, que el titular es Sorondo. Y bibliografía de referencia, nada de texto, no exageres. – aclaraba. – Lo que sea Daniela, dejá de quitarte méritos.
Se necesita gente como vos en la justicia, se han creado las fiscalías de los barrios para mejorar el trabajo de instrucción y la relación de la justicia con los vecinos. – Todo eso lo sé pero no entiendo qué tiene que ver con que yo me postule o no. Hay mucha gente capaz en este país y lista a presentarse, Luis. – no terminaba de entender este raro interés de la procuradora en su persona. – Sí, mucha gente capaz, pero con lo que vos podés aportar, no sé cuántos profesionales hay. ¿Vas a presentarte? Daniela lo miraba seria, había rondado por su cabeza hacerlo, le gustaba el desafío de dirigir una fiscalía de instrucción en alguno de los barrios más carenciados y desprotegidos, pero había decidido no hacerlo para continuar especializándose en su tema en particular y esperar a que se abrieran los concursos para esa nueva temática, violencia de género y especialmente, femicidios, su actual preocupación
central, la que la había llevado a cursar la Licenciatura de Estudios de Género de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA y a ser disertante y ponente en congresos y encuentros. – No. – se decidía a dar su respuesta. – ¿Por qué? – suspiraba su contrariedad, coincidía con la procuradora que era una de las mejores postulaciones que podría haber aunque perdiera una secretaria que valía su peso en oro, pero se lo había pedido la procuradora nacional – alias “la amiga de su mujer” – y le había agregado que era "un favor especial, convencéla”. – Porque me quiero especializar en cuestiones de violencia de género y especialmente en femicidios. – muy seria. – Claro, me imaginaba. – se quedaba unos segundos en silencio, como pensando qué decirle, aunque el argumento lo tenía claro, se lo había dado “la amiga de su mujer”, que intuía lo que pasaba por la cabeza de la Nadeo – Daniela, las fiscalías que hay y que se ocupan de eso tienen
titulares, no se abrirán nuevas por un tiempo largo. – Lo sé. Cuando se abran me postularé. – Si se abren. – le advertía el juez, otro argumento que le había sido facilitado por la procuradora. – No te entiendo Luis. – Vos sabés que todo es política, ¿no? – un par de segundos para corroborar que Daniela sabía eso de sobra – ¡Quién sabe qué política tendrá el gobierno próximo y si abrirá nuevas fiscalías para tomar los casos de femicidios o de violencia de género!, no sé, depende de quién gane. – hacía un segundo de silencio – Si ganaaaa ya sabés quién, más bien que nooo... – la miraba sin continuar. Daniela carraspeaba su aceptación del argumento del juez, sabía que ese candidato de la derecha le daba prioridad cero a los problemas de género y ni qué hablar de los femicidios, había entre sus huestes misógenos de cuidado. – Siempre vas a tener tiempo para presentarte a
una de esas fiscalías de género o femicidios o como las quieran llamar cuando las creen. O estar en la lista para subrogar, cuando haya que suplir algún titular. Nadie te va a quitar tus logros y laureles. Pero el grueso de las fiscalías creadas con el cambio del código penal se convocan ahora y no sé si más adelante crearán nuevas y si lo hacen, cuándo lo harán. En las fiscalías de instrucción de los barrios se necesita algo más que gente con currículum – hacía un silencio algo teatral – se necesita gente que se la juegue. – notaba la atención especial de Daniela a sus palabras – Ahora es el momento. Hay gente que sé no es de tu idea política. Pero que quiere dejar fiscales comprometidos con esa mentalidad, con esa perspectiva. Daniela bajaba la cabeza sonriente. – No te creés que la procuradora sea una de ésas. – astuto el juez. – No te voy a contestar. – sonriente levantaba la vista, ella también sabía hacer política – Cada
cual opina lo que opina y sobre gustos, colores. El juez Luis Draghi la miraba sonriente. – Mirá Daniela, vos sos de izquierda, ¿ por qué te creés que la procuradora se interesaría por vos? No tenés nada que ver con su ideología o el partido al que adhiere. – decidido a quemar las naves para convencerla. Eso la descolocó, no porque no supiera que en Argentina los antecedentes de todo el mundo estaban en poder del estado, sabía que aún en democracia la habían espiado a ella y a miles de activistas, militantes, abogados y sindicalistas. Venía de la militancia en la universidad y aún a pesar que ya no lo hacía activamente, mantenía su apoyo moral y financiero al partido de izquierda en el que había militado y del cual se reclamaba adherente, además de colaborar con reclamos y conflictos obreros y peticiones. – Ni idea Luis. – reaccionaba rápidamente. – ¿Vos te creés que alguien puede pensar que si salís fiscal te van a manejar o te van a decir qué
hacer? ¿Los de la derecha o la izquierda o la centroizquierda o el que se te ocurra? No, Daniela, para nada alguien te puede decir qué hacer, sos demasiado independiente e imponderable para cualquiera de cualquier signo político. Eso arriba... lo saben de sobra. – sonreía sarcástico – Daniela, en la función pública se necesitan boludos que hagan lo que se les dice pero también se necesita gente capaz de hacer lo que hay que hacer y … ¡qué querés que te diga!... a vos nadie te programa ni te va a programar el GPS . Por eso quiere que te presentés y es una gran oportunidad para vos... – unos segundos de silencio para rematar con un concepto grandilocuente – y para la gente que podés llegar a ayudar. Daniela suspiraba, sí, el juez había tocado sus fibras más íntimas y casi la había convencido con este último razonamiento, pero fiel a su costumbre de letrada que piensa y repiensa las respuestas, no se definía. – Me lo voy a pensar. 3
– ¡Bien! – se entusiasmaba el juez, sabía que en boca de la Nadeo eso era un probable sí, aunque pronto la perdería como secretaria y sudaría por quién reemplazaría a tan buena secretaria y abogada, pero bueno, al fin de cuentas, él era uno de esos “boludos” que muchas veces hacía lo que le decían, aunque también tuviera sus “virtudes” que más tarde o más temprano se mostrarían en otra función mucho más interesante que ser un juez de los tantos en la justicia porteña. Estuvo intranquila todo el resto del día. La entrevista con el juez había puesto en cuestión todos sus planes inmediatos. Había leído que era la intención del gobierno y la procuraduría dejar todos los concursos finiquitados para fin de año y las fiscalías ocupadas. La fecha para presentarse vencía en una semana, lo tendría que decidir rápido y preparar todas las constancias y certificaciones. Se hizo la audiencia en la que aprovechó para amonestar varias veces a la abogada del Gobierno
de la Ciudad, aunque de poco servía, todo seguía el habitual ritmo lentísimo y miraba a la empleada que estaba litigando contra su patronal – el Gobierno de la Ciudad – pensando en cuánto tiempo pasaría antes que esa pobre mujer – que había sufrido un accidente de trabajo serio que no fuera reconocido – tuviera alguna respuesta de la justicia. Pidió comida a uno de los deliveries que normalmente atendían a los empleados del juzgado, no se había traído la tradicional vianda para el almuerzo, el día anterior había tenido clases en la facultad y no le había dado tiempo. En la cocina compartió la comida con Liliana y Manolo, el resto de los empleados habían almorzado antes. Fue ahí cuando se enteró. – Dicen que la semana que viene asume el nuevo juez. - Liliana comentaba mientras comía su sándwich de milanesa. – ¿En qué juzgado? – preguntaba su compi. – El de la Casiragui.
El trozo de tortilla de papas que estaba tragando se quedó a medio camino en su tráquea, ni subía ni bajaba, se le había cerrado la garganta al escuchar el nombre. – Mmmm... pasás el ...uaaa... – le decía a duras penas a Manolo. – Muy seca esa tortilla Daniela, son un pelmazo de papas y nada de huevo. – comentaba el muchacho mientras le pasaba la botella de agua para que se sirviera y pudiera al fin tragar – Vos siempre te traés comida, pero cuando vayas a pedir algo, preguntános así te decimos qué se puede comer y qué no. – Daniela asentía al comentario del muchacho mientras bebía su agua. Liliana seguía comentando sobre el inminente traslado que en ese momento sería el “chisme del día”en todo el edificio de Tacuarí. – Buen acomodo tiene ésa. ¿Cuánto estuvo de jueza en la Ciudad desde que la nombraron? – ¿Tres años? – contestaba Manolo. – Sí, algo así. Y ya se va a la Cámara. Flor de
acomodo. Seguía deglutiendo a duras penas, en silencio, escuchando los comentarios de los dos empleados, algo usual en ella, participaba poco en el chusmerío general, así que a ninguno le llamaba la atención el no comentario. Entre sorbo y sorbo de agua pudo terminar su comida. Sentía una fuerte opresión en el pecho. No era que estuviera enamorada o algo por el estilo de Fabiana, pero mínimamente pensaba que tras casi un año y pico de relación algo tan importante como su ascenso a camarista y su traslado se lo iba a comentar. – ¡Qué día de mierda! – se decía mientras se preparaba un capuccino, los otros dos ya habían vuelto a sus escritorios. El malhumor iba in crescendo, cosa rara en ella. Sabía manejar en general sus estados de ánimo cuando estaba trabajando. Volvió al expediente que tenía abierto en la PC. Miraba la pantalla y se le borraban las letras y las palabras. Tenía unas
putas de ganas de ponerse a trabajar. – Decidir qué hago con la presentación al concurso. – pensaba – ¿Qué le digo a Fabi? Ché, así que sos camarista, felicitaciones, y ¿cómo lo conseguiste? – fruncía el ceño, no le gustaba nada su posición – ¡¡¿Cuándo pensabas contarme conchuda de mierda?!! – no, eso no era muy civilizado ni tampoco reflejaba la relación real que tenían, no eran “pareja”, no eran ni siquiera “novias”, no tenían derechos u obligaciones, salían porque se sentían bien y cogían bien, nada más. – Bueno, pero mínimamente, si hace más de un año que tenés una amante que encima labura donde vos laburás, le contás algo, le decís, ché, me voy, me ascendieron – ya no era la cuestión de presentarse o no a la fiscalía lo que la molestaba sobremanera, era la relación que venía sosteniendo con esa mujer desde hacía casi año y medio – ¿Relación? No existe nada más que quiere que se la coma y ni siquiera alcanza para que me cuente la novedad, sabiendo que me voy a
enterar al rato porque va a ser vox populi en todo el edificio. Empezaba a entender que de pronto, sin esperárselo, toda su vida amorosa entraba en una crisis existencial. No es que la Casiragui fuera “para tanto”, una linda mina en sus cuarenta y cinco con aires de condesa y nada más. Pero en su sempiterna soledad, eso era mucho y sí, se esperaba algo más de camaradería, compañerismo, amistad. Ella, Daniela Nadeo, una mina súper inteligente y súper preparada según los estándares de su profesión, lesbiana declarada y sin complejos ni culpas ni bemoles, abogada y licenciada en criminología con especializaciones varias en criminología forense y ahora haciendo la Licenciatura en Estudios de Género, era, según su mejor amigo Donato ... – Sos un minón Dani. Más linda, imposible. – casi babeando lo mucho que adoraba a su amiga del alma.
Treinta y cuatro años en un metro ochenta, 69 kilos o sea, delgada y con un buen físico modelado en caminatas y bicicleteadas - venía al laburo en bicicleta, siempre se caminaba un promedio de veinte cuadras a pata - tenía sus “formas”, no tanto en “tetas” sino en un culo de esos que te hacen dar vuelta y mirar como tarada a la mina que acaba de pasar, cabello corto castaño claro con alguna que otra cana aquí o allí pero que le quedaba muy bien en su rostro delgado y algo ovalado, nariz aguileña pronunciada, ojos saltones marrones con unas pestañas densas y largas, cejas pobladas y labios carnosos y una sonrisa, ¡de la puta madre!, una de esas sonrisas cálidas, hermosas, de bienvenida siempre que te dicen, “¡hola!, welcome!Bienvenue!, Willkommen!”. Daniela para nada era “invisible”, donde iba la notaban, aunque siempre tratara de pasar desapercibida. Con sus jeans siempre gastados, sus zapatillas siempre gastadas, sus remeras que no decían nada y eran dos o tres talles más grande,
sus buzos y chombas y chaquetas y todo en ella era dos o tres talles más grande. Aún así, tenía un letrero de neón que llamaba a “mirarla” y era esa sonrisa de su boca, sus ojos, su cuerpo todo. Lo dicho, “¡hola!, welcome!Bienvenue!, Willkommen!”. Pero tampoco pasaba desapercibida porque cada vez que había quilombo, ahí estaba ella para sacar pecho y defender a quien fuera y al final de cuentas, eso de “que no me noten” nunca se daba. Un último detalle. Chicata, no veía un carajo, así que usaba unos anteojos con armazón de pasta, “esos negros baratos”, como decía Donato, pero que a ella le gustaban y que al decir de su amante "jueza", le quedaban muy sexys. Y bueno, todo ese conjunto daba como resultado una mujer que a la jueza Fabiana Casiragui la había vuelto media bolú y ni qué decir cuando la tal Daniela puso manos, boca y dedos a investigar toda la anatomía de esta mujer. ¡¡Uhhhhhhh!!
Pero no era lo que se dice “experta” en el rubro “levantes y amores”, más bien digamos, un poco “lenteja”; a sus 34 años había tenido muy pocas relaciones “importantes”. Una en la facultad, a mitad de carrera, con una compañera de estudios que medio año después decidió que no iba a enfrentar a su familia y que era mejor volver a la buena senda de la norma hétero. “Novia en serio” número uno, ¡fuera! La otra terminada ya su carrera de abogada, con una rubia preciosa con la que estuvo saliendo casi un año pero su novia quería formalizar y llevársela a Mendoza donde su padre bodeguero les iba a poner un bufete y una casa y Daniela no estaba para eso, quería seguir estudiando en Buenos Aires y ya había comenzado a cursar Criminología. “Novia en serio” número dos, ¡fuera! Con esta Fabiana se había enganchado en una fiesta de fin de año y aunque sabía que nunca iba a dejar a su marido ni la vida cómoda que llevaba,
tenía por lo menos la esperanza de llegar a algo más que fifar a escondidas o escapadas románticas aquí o allá. A esto se resumía su vida sentimental, más algún polvo con una u otra chica por aquí y por allá o después de alguna fiesta. Tampoco que le preocupara mucho que hubiera sido y fuera así. La realidad era que a Daniela Nadeo no le interesaba mucho la vida social o salir con gente o tener una pareja. Sola estaba bien. Le gustaba leer, estudiar, investigar. Una típica traga un tanto ermitaña, quizás por lo que había pasado con su familia cuando se descubrió que era tortillera. O quizás por su carácter tímido que le hacía más fácil encerrarse a estudiar y leer mientras vivía con su abuela Dora en Paraná o ya en la gran ciudad se sentía más segura así, entre “sus cosas”. Y cada tanto le subía el “hormonómetro” y tenía ganas de levantarse a una chica o que la levantaran a ella, o sea, lo que se dice “hacer el amor”, “coger”, “fifar”, “tener un
polvo” o como quiera que se llame a tener sexo circunstancial o esporádico. Pero a esta altura de su vida, esa tarde en especial, se daba cuenta que estaba necesitando algo más que un polvo cada tanto, no tenía una pareja con quién hablar las decisiones que tenía que tomar y se sentía terriblemente sola. Craso error, uno de esos momentos depresivos que te tiran para abajo y no te das cuenta que no sólo son parejas lo que importan, sino también amigos/as. Porque sonaba su celular, el “oficial”, mientras divagaba todo esto y aparecía en pantalla de su whatsapp alguien con quien siempre contaba y con quien siempre consultaba todo. Su mejor amigo. – ¡Donato! Ay, te necesitaba justo ahora.
CAPITULO II. DONATO RABAGO Hijo mayor de una familia jujeña de comerciantes acomodados con seis hijos, era el primero de la familia en emigrar de la provincia de Jujuy a la gran urbe del país para continuar sus estudios. Su padre había imaginado ya su futuro. Abogado, estudio en el centro de la ciudad, sus hermanos menores seguirían sus huellas como procuradores o médicos u odontólogos y las hijas bien casadas con buenas perspectivas masculinas entre familias “como ellos”. Le había tocado en suerte dejar atrás la siestera vida jujeña para meterse en la vorágine de la gran ciudad. Vivía en un departamentito de un ambiente que le pagaba su familia en la zona de Caballito, recibía puntualmente dinero para sus viáticos y las encomiendas con comida, pero avanzaba poco y nada en sus estudios, le interesaban otras cosas y no la abogacía. – Decíles que no querés ser abogado, que te gusta el periodismo. – le aconsejaba su amiga y
compinche, mientras se tomaba el último sorbo de su capuccino, repasando apuntes en la cafetería de la facultad. – ¿Estás en curda? Me cortan los víveres. – mordía el sándwich tostado que se había pedido. – Y bueno, como cualquier hijo de vecino, te buscás un laburo y hacés las dos cosas, laburar y estudiar. No sos el primero, te cuento. – llamaba al mozo y le indicaba “otro” levantando la taza de su capuccino – Casa y morfi tenés. Donato la miraba sin entender mucho. – Boludito, te mudás a mi casa, hay espacio de sobra. Y donde come una, comen dos, vos y yo. Te buscás un laburito de medio tiempo así tenés para los viajes y alguna pilcha y te deja tiempo para estudiar. ¿Qué tenían en común estos dos? Ella, Daniela Nadeo, una lesbiana desclasada y desheredada de una familia terrateniente en su Entre Ríos natal. Él, Donato Rabago, un tipo pintón, tez mate
subida de tono, un metro noventa, ojos negros y cejas pobladas, tímido y buenazo no encajaba en las aspiraciones patriarcales de su familia acomodada de la capital de Jujuy. Además de tener la misma edad, Daniela y Donato eran dos provincianos solos en la gran ciudad capitalina. Un par de años atrás se habían encontrado de casualidad cursando el ciclo Básico de la UBA y querían seguir en la Facultad de Derecho; se “reconocieron” al instante y enseguida hicieron buenas migas y se convirtieron en pendejos amigos y compinches. Tal como había anticipado, un mes después que Donato anunciara a la familia que dejaba abogacía y recibiera la subsecuente respuesta desde Jujuy "no alimentamos vagos" – léase se acabó lo que se daba – se había instalado en el viejo PH de Daniela en el barrio de Boedo, una enorme casona algo desvencijada que le había dejado en herencia su abuela Dora. Necesitaba reparaciones, muchas, pero la chica apenas 4
sobrevivía dando clases particulares y con el escaso dinero que le enviaba su familia bacana desde Entre Ríos. – Son unos garcas Donato, tienen miles de hectáreas con vaquitas, soja, yerba mate, naranjas, me podrían pasar algo más de guita, pero no, a la lesbiana que es la vergüenza de los Nadeo no la van a consentir, pufff. Donato sonreía ante las quejas de su amiga, por lo menos le pasaban algo de dinero y podía dedicarse a estudiar con las pocas horas de clases particulares que daba, él había conseguido un trabajo de seis horas en un McDonald's donde limpiaba mesas y sillas y le alcanzaba para sus gastos menores, pero llegaba bastante cansado a sus relucientes clases en la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA, donde estudiaba la Licenciatura en Ciencias de la Comunicación Social o sea, periodista. – A ver. – esa tarde miraba Daniela sus cuentas en la libreta de gastos, sentada en la mesa de la
cocina mientras se tomaba el café con leche de todas las tardes – No podés seguir así. Estás hecho mierda con ese laburo. Si en lugar de tomar el colectivo voy en bici a las clases y si en lugar de comprarme el morfi en la facu me llevo los sándwiches de acá, podría ahorrar … – ¡Pará loca! – la interrumpía dejando de lavar los platos que se habían acumulado por varios días y secándose las manos – Casa gratis, morfi gratis ¡¡¿me vas a bancar los gastos también?!! – No te hagás el ofendido, boludo, es una cuestión de solidaridad común, vos también harías lo mismo por mí. A vos tus viejos te hicieron la cruz, a mí mi familia me ignora y si puede me declara muerta, si vos y yo no nos ayudamos, ¿quién lo va a hacer, eh? Donato la miraba asintiendo, tenía razón la chica. – Pensar que mi abuela me dejó un fangote de guita que los conchudos de mi familia nunca me dieron. Con eso, ¡vos y yo terminábamos de
estudiar! – suspiraba Daniela. – ¡¡¿Tu abuela Dora te dejó guita y nunca te la dieron?!! Daniela levantaba la vista de sus cuentas y asentía. – ¡¡¿Sabés lo que les duele a mis viejos y mis hermanos que la nena sea una tortillera?!! Creo que se bañan en agua bendita cada vez que van a misa, a ver si se les limpia la culpa eterna. Donato reía con ganas. – Dani, ¡hacéles juicio por esa guita! – la aconsejaba sensatamente. – No tengo plata para contratar un abogado. Donato negaba con la cabeza. – Tenés docenas de profesores abogados que te firmarían si iniciás un juicio que esté bien hecho, preparálo y vemos quién te lo firma, yo lo sigo en el juzgado y hacemos todas las respuestas que haya que hacer, ¡dale! – se entusiasmaba. – Jmmm, no es mala idea, ¡qué digo mala! ¡¡Sos un genio Donato!! – se ponía de pie e iba a abrazar
a su amigo. Esta Daniela, ¡¡Donato amaba a esta mina!! Aunque jamás de los jamases sería su pareja o novia o lo que sea – y conste que lo habían intentado apenas se conocieron en la facu, sólo para que ella se reafirmara en que le gustaban más las chicas que los chicos y él supiera que nunca iba a ser su novia pero que la quería tener a su lado siempre, como fuera. Con dos años y medio de cursada en abogacía Daniela preparó todos los escritos, la Saldívar – su profesora adorada – aceptó “poner el gancho” leyendo lo que había preparado y ni fue necesario ir a juicio, ante la presentación su familia “retrocedió en chancletas” y Daniela se probó por primera vez “negociando un juicio” y lo hizo tan bien que a partir de ahí recibía una suma considerable de dinero mensualmente, lo que les permitía a los dos no trabajar, dedicarse a estudiar y además, ¡¡refaccionar la casa!! La carrera de Daniela avanzaba rápido, la de él
no tanto. No era tan traga e inteligente como su amiga y además había aparecido en escena una chica, Mara Collach, estudiante de Relaciones Públicas y el amor y el noviazgo comenzaron a consumir parte de su tiempo. Esa noche se la presentaría, casi tan formal como presentarla en su familia, al fin de cuentas Dani significaba mucho para Donato y quería que esas dos mujeres importantes en su vida se llevaran bien. Daniela sonreía viendo a su amigo cocinar un pollo al horno para la cena de esa noche. – ¿No querés que te ayude? – le decía apoyada en la mesada, de brazos cruzados – Puedo pelar las papas. – Voy a preparar puré de sobre Knorr. – seguía adobando el pollo para después meterlo en el horno. – ¿De postre? – Compré helado. ¡Uy, me olvidé el pan! – julepeado, se giraba a mirarla.
– Dejá, voy hasta la panadería de la avenida. ¿Algo más? ¿Vino, cerveza? – Mara sólo toma Coca Cola. – Ah. Pero bueno, los demás podemos tomar un vinito, ¿no? – Yo la voy a acompañar, comprá un vino para vos en todo caso. – Okei. Voy a comprar unas cositas para una picada que se me ocurrió con las sobras que tenemos en la heladera. – le guiñaba el ojo y se iba. – ¿Te parece? – dudaba. Daniela no se lo dijo nunca. Su primera impresión de esa Mara no fue buena. Le parecía demasiado “paso el dedo por los muebles a ver si limpian”, demasiado controladora para su amigo. Pero Donato estaba reboludo por la mina y al fin de cuentas, era su relación, su novia, su futuro, no tenía por qué meterse y menos que menos dar opinión, aunque él se la pidiera. Trató de que le cayera bien la chica pero tragó saliva más de una
vez ante los comentarios despectivos sobre la vieja casona que estaban refaccionando. – Acá no viviría nunca. – apenas cruzar la entrada, mirando las habitaciones dispuestas en fila a lo largo de la galería, viejos PH en donde la casa de abajo – como era el caso – eran una sucesión de altas y cómodas habitaciones con paredes de 45cm de ancho, alineadas alrededor de un patio en una especie de galería, comunicándose cada habitación entre sí por una puerta y compartiendo todas la cocina comedor apenas se ingresaba por la puerta de calle. – Es muy cómoda. – terciaba Donato tomando el tapado que la chica le entregaba y el bolso, para que lo guardara en su habitación. – Y muy vieja. ¿Tienen humedad? – con cara de asco. – Tuvimos humedad de cimientos, ahora no, pusimos un sistema electrónico alemán que repele la humedad vía onda corta, parece cosa de mandinga pero está dando resultado. – Daniela
con ganas de darle un sopapo y decirle, “¡quién mierda te creés que sos boludita!” – En el verano vamos a picar el revoque, reparar a nuevo y dejar todo bien arreglado y pintado, además de hacer toilettes para cada habitación. – No me gustan las plantas. – mirando las macetas, macetitas y macetones que eran el orgullo y hobby de Daniela, alineadas en el largo patio longitudinal paralelo a la galería, donde cultivaba desde flores y plantas a tomates, lechuga y perejil. – A mí sí. – decía Daniela y se iba hacia la cocina, temía descontrolarse con esa mina fifí que le había tocado en suerte de novia a su querido Donato – ¿Qué tal si comemos la picadita que Donato preparó? – ¿Vos la preparaste? – fascinada la tal Mara con que su Donato fuera un “chef”. – Sí. – derretido Donato por su mirada, mentía asquerosamente, había sido la Nadeo a quien se le había ocurrido una de esas tentadoras picadas
donde no faltaba lo tradicional – queso, salame, jamón, aceitunas – más pickles, verduritas adobadas, tortillitas con restos de comida, quesos de todo tipo y color y trocitos de pan frito; la picada fue un éxito, la cena de pollo al horno con puré otro exitazo y el postre encantador. Pero a Daniela esa tipa no le gustaba nada de nada y fiel a su forma de ser, no se lo dijo a su amigo, era “su” novia, “su” decisión. – Linda chica tu novia Donato, ¡felicitaciones! – no mentía, la piba era bonita. ¿Cuánto pasó antes que Donato y Mara se fueran a vivir juntos y se embarcaran en un préstamo para comprar un departamentito de mierda – opinaba Daniela después de verlo porque salía de garante del crédito con su casona de Boedo? Lo suficiente como para recibirse ambos y empezar Donato a trabajar a destajo en el diario La Nación, primero como pinche becado, luego aquí o allá, hasta recalar en policiales del diario que le gustaba mucho y demostraba más de una
vez que era muy bueno en lo suyo, especialmente en el periodismo de investigación. Para resumir, un par de años de noviazgo tú en tu casa, yo en el mía, al tercero nos mudamos juntos en una casa que compramos. Daniela firmó el aval para el préstamo sin problema. Ponía las manos en el fuego por Donato. Y de últimas, si perdía esa casa, viviría en otra, alquilaría, lo que fuera. Su padre había muerto en un accidente estúpido de coche en la ruta 12 poco tiempo atrás, era heredera – muy a pesar de sus hermanos y de su madre – de una parte de la cuantiosa fortuna familiar en campos, vacas, sembradíos y vaya a saber uno qué más, aunque a ella le interesaba todo poco y nada, había conseguido postularse como secretaria en los novísimos juzgados porteños – contra los cuales, intelectualmente, despotricaba a mares – y había ganado su cargo. ¡Cómo para no hacerlo con los títulos que adjuntaba a su currículum! Tenía trabajo y sueldo suficiente como para sobrevivir
mientras seguía haciendo la suya y de paso ayudaba a su amigo más querido. Lo de su herencia quedaría ahí, postergado, para cuando por alguna razón lo necesitara y si no lo necesitaba, ¡mejor!, sus hermanos y su madre eran una “peste hedionda” que prefería no tener que “oler”. – Dani, ¿ no querés que hablemos? – Donato, esa noche cuando le avisaron a Daniela del accidente de su padre, estaba en la cocina leyendo un libraco. La chica levantaba la vista del libro y le sonreía con esa , “su” sonrisa que a Donato lo dejaba boludísimo y a todos los que tenían la oportunidad de “gozarla”, lo mismo. – ¿Estás preocupado por mí? – cerraba el libro y se ponía de pie para ir hasta la cafetera expreso – ¿Querés un capuccino? – No, no. Sí Dani, estoy preocupado. Te avisaron que tu viejo murió y … no sé, estás … como si nada. – se sentaba en una de las sillas al
costado de la mesa donde momentos antes Daniela estudiaba. – No sé cómo será en Jujuy Donato. – llenaba de café el filtro de la cafetera expreso, esperaba que se encendiera la luz verde, ahora ponía leche en la espumadora – Donde yo vivía, todo era muy … opresivo, Donato, opresivo, no se podía respirar. – Conozco eso, Dani. – suspiraba recordando su propia adolescencia. – Me encontraron besando con una chica en la escuela de las monjas. ¡Hijas de puta! ¡Le chusmearon enseguida a mi familia! Donato meneaba la cabeza, se imaginaba lo que se le vino encima a su amiga. – ¿Sabés cuál fue la reacción de mi muy cristiana, católica ferviente familia, bañada en agua bendita y confesada de rodillas sobre maíz, expiando sus culpas muchas? – la observaba colocar el café, luego la leche espumada, luego una cucharadita apenas de azúcar y tomar un
sorbo, mientras veía caer unas lágrimas por su mejilla izquierda, la que alcanzaba a notar desde donde estaba. – Arreglaron mi casamiento con el hijo de un compadre de mi viejo, que me desvirgó con el aval de mi padre, de mi madre y de mis hermanos. Y lo iba a seguir haciendo hasta que llegara el día del casorio con él. – las lágrimas se multiplicaban. – ¡¡Mierda!! ¡¡Te violó!! – bajaba la vista Donato, conmovido. – Quince años tenía Donato. Mi madre lo permitió, mi padre lo planificó, mis hermanos estaban en la habitación de al lado. Nunca, jamás, los voy a llorar. Se murió el patriarca, punto. Sólo lloro la juventud que se cargaron, dejándome indefensa y culposa ante el mundo. Por suerte, por suerte, tenía a mi abuela Dora que apenas se enteró los maldijo y me llevó a vivir a su casa. Gracias a mi abuela Dora soy esta Daniela. ¡Si existe el infierno, que se queme ahí por la eternidad!
Donato se levantó y fue hasta donde estaba su amiga para abrazarla y sostenerla mientras lloraba amargas lágrimas de rencor y dolor. Donato se mudó con Mara al departamentito en Caballito, ella se quedó con toda la casa para usar sólo dos habitaciones, la de dormir y la que era su estudio para su trabajo. Y así las cosas el tiempo fue pasando, Daniela tenía todo su tiempo ocupado en clases en la facultad, terminar su Licenciatura en Criminología, escribir esto o lo otro más su trabajo en el juzgado porteño como secretaria y no tuvo otras noticias del préstamo – lo estaban pagando – hasta que un día se le apareció Donato de improviso en su laburo. – ¿Qué te pasa? – viendo la cara de velorio del muchacho desde su escritorio. – Me rajaron de La Nación, Dani. – Me enteré del conflicto gremial. ¿Qué pasó? – Nos quisieron anular el convenio y meternos como monotributistas, nos rebelamos y nos
rajaron, Dani. – apesadumbrado, se sentaba en la silla al lado de su escritorio. – Era de esperar, esos son unos conchudos de mierda. – típica calificación de Daniela a las patronales, en este caso a los del diario La Nación, además que era uno de sus insultos favoritos para toda ocasión – Esperá que llamo a alguien que sé se está ocupando del caso en el sindicato. Al final, todo se solucionó. Por supuesto, siempre los laburantes pierden algo. Aunque en este caso fue parte del salario. Donato retomó su trabajo en relación de dependencia – o sea, ¡de monotributista un carajo! – pagaron los días caídos, pero el salario mensual bajaba, una quita que parecía no ser demasiado, lo suficiente como para encender los alertas en Donato. – No me alcanza para la cuota del préstamo – lloraba casi. – ¿Y tu mujer? ¿No la pusiste también en el crédito? ¿Pagás vos solo? – juntando bilis de bronca ante lo que suponía estaba pasando.
– Dani, no estamos casados, estamos... yo que sé, juntados. – ¡¿Quién te asesora a vos?! ¡¿El enemigo?! – hirviendo interiormente – La casa es de los dos, ¡¡boludo!! ¡Qué mierda tiene que ver el estatus civil de ustedes dos!! Como antes, como no podía ser de otra manera, se hizo cargo del dinero que faltaba. Sabía que Donato pagaría si fuera necesario con “flesh and blood” como en El Mercader de Venecia, pero le intrigaba esa mujer, que no aparecía, que no se manifestaba, que lo mandaba a Donato al frente y que dirigía todo desde las sombras. Pasó un año, pasaron dos, ellos se encontraban regularmente todas las semanas para tomar una birra, un café, charlar de laburo o de sus profesiones, en el último tiempo notaba a su amigo algo apesadumbrado, varias veces se quedaba a dormir en la que fuera su vieja habitación porque su mujer se iba de viaje a algún país de Latinoamérica y no quería quedarse solo,
Daniela percibía que la relación se estaba deteriorando entre esos dos pero cada vez que le preguntaba le decía que no, que estaba todo bien, evidentemente no quería tocar el tema. Hasta que se enteró, el mismo día que “conoció” el traslado de la mina que era su amante, confirmó al fin por qué no le gustaba para nada esa mujer con la cual Donato se había mudado un tiempo antes a ese departamentito del cual ella era garante y pagadora solidaria, mujer de la cual su mejor amigo se había enamorado como un pelotudo. – Hola, Dani. Necesito hablar con vos. – decía el mensaje del whatsapp. – ¡Donato! Ay, te necesitaba justo ahora. –sonreía Daniela leyéndolo y se lo contestaba – Dale, venite a la salida a Tacuarí, nos vamos a algún barcito, hoy no tengo facu. – le escribía.
CAPITULO III. UN FETO, UNA FISCALIA Y EL DESPUES Se encontraron en el bar de siempre, a unas cuadras del edificio de Tacuarí, a eso de las cinco y media de la tarde. Daniela lo miraba inquieta. Demacrado, ojeroso, lloroso, ¿qué le pasaba? – Donato, me estás preocupando, ¿estás bien? ¿Mara está bien? – estiraba la mano por encima de la mesa y agarraba la de su amigo, que estaba fría y sudorosa. – Está embarazada. Se quiere hacer un aborto porque entre sus planes no está tener un hijo. Y dice que es su derecho. – escupió la perorata a punto de quebrarse en llanto. Daniela no le comentó nada sobre su postulación a la fiscalía ni las novedades del caso de su amante, lo que a su amigo le sucedía era mucho más importante. – Bueno, si ella no quiere... – suspiraba su respuesta, sabía que no le iba a gustar a Donato, mientras se tomaba un sorbo del capuccino.
– Dani, ¡yo quiero tener ese pibe! – vociferaba Donato, irritado. – Donato, primero, no es un pibe, es un feto, sabés mi opinión sobre el tema. – lo miraba con pena y volvía a tomar su mano y a apretarla – Si Mara no lo quiere tener, está en su derecho. – ¡¡La ley no dice eso!! – gritaba, ofuscado. – Primero, no grites, por favor. – volvía a apretar su mano – Muchas veces hablamos esto, no es cuestión de leyes, la ley está desfasada de la realidad social. Y aún más con respecto al derecho de las mujeres a disponer de su cuerpo. – trataba de hacerlo reflexionar – Además Donato, un hijo no es un polvo en el que falló la prevención o un forro, es algo más importante, es un proyecto común de vida en una pareja o en una persona. – ¡Yo quiero ese hijo! – no la dejaba terminar, sus ojos rojos de dolor. – ¿Aunque lo críes vos solo? ¿Sin Mara? Donato, esto es algo que divide aguas en una pareja. Me parecía que entre ustedes las cosas no
iban bien – Donato asentía bajando la cabeza – y ahora esto, no sé por qué no se siguieron cuidando como hasta ahora si las cosas no estaban bien. – Yo qué sé... pasó Dani, algo falló, estaba tomando las pastillas, no sé. La cuestión es que está embarazada y ella quiere abortar y yo no. ¿No tengo ningún derecho sobre ese feto según vos? – la miraba con rabia. – Si ese feto se desarrollara y naciera, sería un bebé y tendrías el derecho y la obligación de ser su padre, de criarlo y ocuparte de él. Hoy por hoy es tan solo un feto en el cuerpo de Mara y ya sabés mi opinión, ella es dueña de su cuerpo y de decidir si quiere tener un hijo o no. – la rabia de Donato brotaba en sus ojos y sus labios tensos – Lamento que tengas que enfrentarte con esto. – apretaba su mano, intentando de alguna manera calmar su ira y angustia aunque viendo lo que le pasaba a su amigo encaró otra vertiente de preguntas – ¿Estás seguro que vos querés tener un hijo, criarlo vos solo? Porque olvidate de un proyecto común con
Mara. – tanteaba la respuesta de Donato, le dolía la pena de su rostro. – ¡¡Sí!! ¡¡Yo solo!! ¡¡Quiero a ese pibe o a esa piba!! – casi llorando – Hace rato las cosas con Mara no van más, Dani. Estábamos pensando en separarnos y viene y me dice que está embarazada de alguna vez que tuvimos sexo, que no fueron muchas últimamente. – meneaba la cabeza, se la tomaba entre las dos manos lloriqueando su pena – Yo le había dicho varias veces de tener un pibe, Dani. – levantaba la vista y la miraba lloroso – Ella no quería, yo sí. Porque la única familia que tengo sos vos y ahora tener un hijo sería formar una familia Dani, criarlo, que se parezca algo a mí, ir juntos al parque, aunque lo tenga que hacer solo... – se le iluminaban de emoción los ojos – es mi proyecto de vida, Dani, no sé si me entendés. Asentía. Comenzaba a entender lo que pasaba por la cabeza de Donato, pero lo de Mara y este embarazo de pronto le resultaba un tanto sospechoso. Estaba claro que enfrentaba una
situación inversa a lo que cualquiera podía esperarse, casi lo que tenían que enfrentar las parejas gay buscando un hijo nada más que en este caso era un hombre solo. ¿Cómo solucionarlo sin renegar de sus principios, de los derechos de ella y de los deseos de él? De una sola manera, negociando y creía saber qué estaría dispuesta a negociar esa Mara. – Okei, tranquilo Donato, supongo que se podrá hablar con Mara. Yo creo que puedo hablar con ella y llegar a un acuerdo para que acepte tener el pibe o la piba y que te lo entregue para que vos sigas de ahí en más. – le apretaba la mano de nuevo. Donato levantaba la cabeza y la miraba con los ojos enrojecidos. – ¿Te parece....? ¿Cómo? – Vamos a intentarlo, ¿sí? – puchereaba un poco mientras asentía – Supongo que habrás sacado algo de ropa de tu departamento, ¿te venís a casa?
Donato asentía. – Dale, vamos, compramos algo de comer en el chino de la avenida y nos tomamos unos cuantos whiskies, que todo esto es muy groso. – Dani, ¡qué haría yo sin.... ? – mientras Daniela lo abrazaba de costado caminando hacia afuera del bar. – No seas taradito, Donato. Vos y yo somos así, medio boludos, ¿no? Al día siguiente, viernes, la llamó a su oficina y le explicó brevemente que necesitaba hablar con ella sobre la situación con Donato. La tal Mara le empezaba a dar vueltas a la cuestión cuando con un.... – Mirá Mara, no me chamuyes más, te conviene a vos lo que te voy a ofrecer, este fin de semana nos vemos y definimos, te interesa o no te interesa, podés hacerte el aborto si no te interesa, aunque... no te olvidés quién soy, mi cargo en la justicia. – una velada amenaza a veces surtía efecto, especialmente con esa Mara que siempre le había
parecido una manipuladora de cuidado. Se la encontró el sábado a la mañana a eso de las once, en un bar de Primera Junta, cerca del departamento que ahora no compartían. – No quiero tener hijos, se lo dije claro. Tengo una carrera en Amstrong. Me nombraron CEO para Latinoamérica, ahora no es el momento de tener hijos. ¡Mozo! – levantaba la mano llamando al camarero – Creo que vos lo entendés, escribiste mucho sobre esto. – la verdugueaba. – Sí, Mara. Escribí mucho sobre esto. Donato quiere el pibe o la piba, quiere que no abortés y tengas al bebé. ¿Qué pedís para ser la donante de óvulo y madre subrogante? – directa al meollo de la cuestión, sus ojos fijos en los ojos de la otra, la otra casi se cae de culo. – ¡¿Qué?! – Donadora de óvulo, madre subrogante. Habrás leído de Ricky Martin, de Elton John... ¿quién más? El gayego, jmmm, ah, Miguel Bosé. – Mara la miraba asombrada – ¿No leíste? Bueno,
si querés te ilustro aunque es más fácil que te explique el caso desde nosotras las lesbianas. Para nosotras – casi mofándose de la tal Mara aunque muy seria y circunspecta – todo es cuestión de buscar un donante de semen, pero en el caso de los hombres es donante de óvulo y útero subrogante, o sea, una mujer que acepte gestar el feto hasta su alumbramiento, nueve meses, por supuesto, a cambio de algo. Alquiler de vientres se llama. Mara la miraba sin poder creer que le hablara así, a calzón quitado y sin pelos en la lengua. – Entonces, como donante de óvulo y útero subrogante, ¿cuál es tu precio? Mara la miraba en silencio, asombradísima, sin decir nada. – El departamento tiene una hipoteca, si me hago cargo de la hipoteca, la cancelo y ponemos el departamento a tu nombre, ¿aceptás ser el viente subrogante y donante de óvulo del hijo o hija de Donato? Desde ya, habrá que firmar varios
documentos que certifiquen esto, no es cuestión que digas sí y nosotros nos comamos que es así, yo a vos Mara, no te creo ni el buen día. – la miraba con cara de asco – Y personalmente, para mi satisfacción personal, voy a hacerle un análisis de ADN al pibe o piba y si no es de Donato, como que me llamo Daniela Nadeo, ¡¡pobre de vos!! Mara seguía sin salir de su asombro. – ¡Vaya! – atinaba a balbucear cuando el mozo preguntaba qué querían. – Yo un capuccino, la señora no sé... – señalando con la cabeza a la ex-compañera, exnovia o lo que fuera de su mejor amigo. Así fue convenido, Mara sería donante de óvulo-vientre de alquiler y recibiría en pago “por sus servicios” un departamento a su nombre. Por el lado de la madre o donante de óvulo o vientre subrogante o como se la quiera llamar, Mara cedería todos sus derechos parentales a Donato. ¿Legal, ilegal? No había legislación prohibiéndolo, Daniela sabría cómo moverse
dentro de los límites del Código Civil o algo se le ocurriría llegado el momento. El acuerdo fue en parte doloroso para Donato porque significaba la ruptura con la persona a quien seguía amando, pero a la vez lo alegraba saber que iba a tener un hijo o hija gracias a la negociación de su amiga. – No sé cómo voy a pagar ese departamento, Dani. Algo de guita puedo conseguir con un préstamo personal, pero faltan muchas cuotas, es un fangote de guita. – Vos por eso no te preocupés, no vas a endeudarte para pagar esto. Yo tengo dinero Donato. – le devolvía el mate que su amigo le había dado. – ¿Tanto como para pagar 50 mil dólares? – asombrado, mientras cebaba un mate para él. – Voy a hablar con mis hermanos y mi madre para que me adelanten parte de mi herencia. – Dani, ¡¿hablar con esos hijos de puta?! – apenado.
– No te angustiés y cebáme otro mate. En algún momento lo iba a tener que hacer, tengo muchas ideas para hacer con la guita que me corresponde. Ahora voy a arreglar solamente que me adelanten lo necesario para pagar el crédito hipotecario, lo demás... ya veré cuándo lo hablo. – recibía el mate. – Dani, no sé... – negaba con la cabeza gacha su amigo. – Ché, boludo, esto no me cuesta nada, es guita que viene de arriba, le vamos a dar un buen uso a esa dinero que vaya uno a saber qué trapizondas hizo mi familia para juntar esa millonada. – le sonreía y tomaba su mano con cariño – Dale, empecemos a pensar donde vamos a poner al bebé y qué reformas tenemos que hacer. Mientras juntaba todos los certificados y acreditaciones para presentar en el concurso a la fiscalía, Daniela decidió no contestar ningún whatsapp que viniera de “su señoría”. Y fueron llegando varios, durante días y días, todo el mes
siguiente. Ninguna respuesta, ni siquiera los abría. Ese sábado caminaba por Puerto Madero, se había tomado la mañana para eso, caminar hasta el río, le gustaba la vista del Puente de la Mujer y todo lo que lo rodeaba en esa zona cheta y finoli de Buenos Aires. Mientras tanto, meditaba qué hacer con el quilombo de cuestiones personales a resolver, que no eran solamente esa amante “insensible” que estaría ahora en la estancia de su marido. Era un día plomizo, bastante fresco y garuaba. ¡Tenía tanto para pensar y decidir! El ringtone del celular “pirata” le avisaba un whatsapp de la única persona que tenía ese número. – ¡La puta madre que te parió! – sacaba el celular del bolsillo de su pantalón, lo miraba un segundo y con toda la bronca del mundo, lo lanzaba al río –Hora de cambiar el chip y empezar de nuevo. Esa era una de las “virtudes” de Daniela Nadeo. No le daba demasiadas vueltas a las cosas, a los
problemas, intentaba resolverlos y mirar p'lante siempre y si lo que había soñado-pensadoplaneado no salía tal cual, a barajar y dar de nuevo. Y había que lidiar con el pasado y las metidas de pata, pero no lo sentía como una carga, apenas una parte más de experiencias. Trataba de sacar conclusiones, de sus aciertos, de sus errores, de sus dolores y de sus gozos y alegrías. ¿Lo lograba siempre? ¡¡Para nada!! Pero esa actitud le servía para no caer en bajones boludos o para superar tropezones serios y dolorosos. Al fin de cuentas, como le había enseñado su abuela Dora, “tenemos una sola vida, nena, si no superamos los problemas y tratamos de ser felices con lo que hay, no tenemos otra oportunidad. Eso que te dicen tus padres y los curas del cielo y la eternidad, ¡todas boludeces Dani! Tratá de ser feliz acá y disfrutá de lo que te gusta.” Al final de ese año en el que su amigo Donato quedó “embarazado” vía su ex mujer y actual donante de óvulo-vientre subrogante – y ella era la
que lo acompañaba y sostenía con cariño y con soporte financiero – Daniela Nadeo concursó, ganó y finalmente fue nombrada fiscal titular a cargo de una fiscalía de investigación en una zona bastante carenciada y dejada de lado por distintos gobiernos – Flores Sur o Bajo Flores y parte de Villa Soldati. Como había supuesto la Procuradora Nacional, la Nadeo se postularía para esa zona y el concurso fue un “paseo”, no había postulante a ese cargo que se acercara ni por asomo al currículum de esta abogada-criminóloga y ni qué decir del examen, en algún punto la futura fiscal pensaba que era una “cargada”, que no podía ser que el supuesto “jurado de concurso” preguntara esas boludeces. La Nadeo se convirtió en fiscal con el 100% de puntaje por antecedentes, exámenes y luego, con la aprobación del poder ejecutivoa su designación entre la terna de postulantes elevadapor las autoridades del concurso, su cargo quedó en firme. No había quién negara o apelara su derecho a
convertirse en la fiscal titular y menos que menos considerando la fiscalía a la que se había postulado, no era precisamente “el” lugar anhelado por la mayoría de postulantes inscriptos. Fue el propio juez Luis Draghi quien le avisó que tenía que presentarse ese mismo día para la jura y toma de posesión. – Voy ahora para allá. – hablaba con su amigo mientras el taxi se acercaba al lugar donde se haría la ceremonia de toma de posesión. – ¡Uhh, qué bien! Esta noche nos vamos a celebrar a algún lado. – le contestaba Donato mientras escribía en su portátil una nota policial de esa tarde para la versión online de La Nación. – ¿No tenés que ir a ver cómo está la conchuda de mierda? – siempre tan fina hablando del vientre de alquiler alias Mara. – ¡Dani! – sonreía Donato, su amiga siempre tan expresiva. – Te dejo, ya llegamos. Apenas termine toda esta boludez, te llamo y vemos dónde nos
encontramos para chuparnos todo. – ¡Dale! No conocía personalmente a la Procuradora, aunque había visto algunas fotos. Interesante mujer, con mucha personalidad. No pensaba que la fuera a reconocer entre tanta gente que haría el juramento. – Doctora Nadeo, ¡al fin la conozco en persona! – se asombró de lo que le decía al hacer el saludo de estilo cuando entraban y estrechaban manos con la Procuradora, lo que se suele llamar el “besamanos”. – Buenas tardes, señora... – la otra no la dejaba terminar. – Quiero hablar con usted, en la semana le mando avisar. Daniela no se esperaba esa respuesta, medio anonadada desarmó el apretón de manos y continuó hacia adelante, dejando al próximo para el saludo formal y supuestamente cordial entre la Procuradora y los nuevos fiscales a tomar
posesión. No sabía qué hacer, adónde ir, con quién hablar, entre tanta gente, conocidos algunos y los más ni sabía quiénes eran, pero todos parecían estar ubicados en el lugar y el momento y disfrutar de su designación, ella ahí estaba mirando como una pelotuda desubicada y dando vueltas sin ton ni son cuando escuchó una voz conocida. – Felicitaciones Dani, te lo merecías. ¿Esperaba encontrársela ahí después de esos meses de “ausencia” y silencio a sus mensajes? No. No contestaba, se daba vuelta para mirarla a los ojos como intentando escrutar qué mierda significaban esas palabras en boca de “su señoría”. – No has respondido a mis mensajes. – se acercaba sinuosa como la serpiente que era – ¿Por qué? Daniela la miraba sin saber muy bien qué decir o hacer, aunque en esos “segundos” se le vinieron
a la memoria las palabras de Donato en una charla que habían tenido unos días antes. – Dani, vos sos medio boluda. – estaban tomando un café con leche en la cocina de la casona, Daniela había llegado de su trabajo en el juzgado porteño y se había enterado unos instantes antes del resultado del concurso. – Eso seguro, pero... ¿qué tiene que ver con mi cargo? – lo ayudaba para que continuara con su razonamiento, sabía que Donato quería decirle algo y estaba “trabado”. – Mirá. – dejaba la taza de la que había bebido un largo sorbo – En el diario todos lo dicen. La Nadeo es una crack. – ¡¡Ahhh!! Soy una crack, entonces soy ¿medio boluda? – sonreía y tomaba ahora un sorbo de su taza. – No, Dani, dejáme terminar. – suspiraba a ver cómo se explicaba lo mejor posible – Entre los periodistas laburantes caés bien. Daniela estaba interesada en lo que le decía.
– Pero los de arriba te tienen entre ceja y ceja. Como vos sos medio boluda, que le creés a la gente y lo que te dicen, además que siempre decís todo lo que pensás. – acentuaba esta última palabra – si fuera por los periodistas, no hay problema, no te van a tergiversar lo que digas o a sacarlo de contexto... pero … ahora hay que responder a los de arriba Dani... – la miraba con ojos apenados. – ¿Ahora? Donato, ¡siempre fue así! El otro negaba con la cabeza. – Sí y no Dani, antes tenías un poco más de libertad, ahora... de arriba digitan todo, te cambian los títulos, te quitan esto o lo otro y siempre, ¡siempre! dicen lo que ellos quieren que se diga. Te dicen a éste lo entrevistás buscando esto o lo otro. A éste lo hacemos mierda. – Daniela lo miraba muy seria, parecía que Donato estaba blanqueando una situación que lo venía atormentado hace tiempo – A veces miro lo que escribí y lo que se publicó y me digo, ¡la mierda!
Parece lo contrario de lo que yo quería decir. Y yo no estoy en la sección política, Dani, estoy en policiales, pero es lo mismo. – No sabía que fuera tan así. – No es sólo aquí, digo, no es sólo por la situación política especial de este país y de los del gobierno y los opositores. He hablado con periodistas de otros países y … pasa lo mismo. En los grandes medios no hay periodismo independiente, todos están casados con alguien del poder, puede ser que haya algún atisbo de libertad en algunos países de Europa, no sé, no conozco tanto.... bueno, acá, en los medios periodísticos importantes es así. – suspiraba – Por eso quería hablar con vos ahora que vas a estar expuesta a los medios, a la opinión pública, antes eras la secretaria en un juzgado porteño de cuarta, eras una académica, una conferencista, pero ahora podés llegar a tener casos importantes y te van a bombardear. Ahora vas a estar en el candelero más de una vez.
La miraba fijo, no sabía si Daniela había entendido a qué se refería. – Okei, te entiendo Donato, decíme entonces qué opinás que debo hacer ahora. – Conociéndote y tu sinceridad y cómo te portás con la gente con la que trabajás. – se tomaba unos segundos y respiraba hondo – No hablar nunca. Cada vez que te pregunten, te pidan entrevistas, nada, ni una palabra. Daniela lo seguía escuchando atentamente sin decir palabra. – No confiar en nadie de tu fiscalía para los casos importantes. Daniela negaba con la cabeza. – Sí Dani. Los medios, diarios, tevé, todos compran gente en los juzgados. Aunque te parezca increíble, por dos mangos se vende cualquiera, desde un secretario a un pinche. ¿De dónde creés que salen esas fotos que ves en los noticieros o los datos de los expedientes que aún están bajo secreto de sumario? Dani, por favor, bajá a tierra.
Todo se compra, todo se vende. – No puedo empezar mi trabajo desconfiando de todo el mundo Donato. – Bueno, no es que desconfiés de una. – acentuaba la palabra – Digo que no dejés los expedientes importantes a mano, guardá las cosas que no querés que trasciendan en tu caja fuerte o en un lugar a donde vos sola accedas, eso digo. Cuando se pueda saber, lo ponés para que cualquiera lo divulgue. Daniela seguía negando con la cabeza. – Dani, de ahora en más, empezá a callarte la boca. Sé dueña de tus silencios y no permitas que nadie se apropie de tus palabras. Muy sensato lo de Donato, además de su promesa de que desde ese momento en más él sería el encargado de vigilar todo lo que se rumoreara o dijera o pensara acerca de Daniela Nadeo en las esferas oficiales, no oficiales y periodísticas. Pero sobre todo, fue una lección que tomó en
cuenta en el mismo momento en que la designaron fiscal y que pondría en escena al escuchar a “su señoría“, su ex-amante. – Muchas gracias, su señoría. – asentía con un leve movimiento de su cabeza. – ¡Dani! ¡Qué formal! ¿Desde cuándo no me tuteás? – se acercaba dispuesta a tocar su brazo. Daniela acertaba a moverse a un costado. – Disculpe su señoría, creo que la procuradora me había pedido hablar. Le agradezco su felicitación. Hasta luego. Y se iba, no sabía hacia adónde, pero hacia cualquier lugar lejos de esa mujer que se había quedado mirándola absorta. Su nuevo rol, evadir encuentros, callarse, no decir, ser dueña de sus palabras y sus silencios. ¿Había entendido bien a Donato?
CAPITULO IV. FISCALIA, POLI Y PARTO Se hizo cargo efectivo de la fiscalía un mes antes del nacimiento de la hija de Donato. En treinta días comenzaría el verano porteño y la última quincena de noviembre anticipaba una tórrida estación veraniega de ola de calor en ola de calor. Días insoportables. Todo el mundo deseando escapar de la húmeda y caliente Buenos Aires hacia alguna playa de la costa atlántica, a algún balneario del río Paraná o a algún arroyo o laguna de Córdoba, pero para Daniela no quedaba margen para huir del baño sauna de Buenos Aires, ni siquiera tendría vacaciones ese año. El encuentro que le había comentado la procuradora nacional el día del juramento de los nuevos fiscales se realizó unos días antes de su toma de posesión, fue citada por la secretaria de la mujer a concurrir al Ministerio Público Fiscal en la Av. de Mayo al 700. “¿Qué querrá decirme esta tipa?” se preguntaba inquieta mientras
esperaba en una antesala al despacho de la Procuradora, aunque luego se diera cuenta que había mucho de formalismo en la reunión y bastante de querer impresionarla y ganarla como “no enemiga” por lo menos. Tal como estaba la situación en el sistema judicial argentino, todos trataban de juntar “fichas” para su lado y en caso de no lograrlo, que por lo menos las “fichas” no ganadas fueran neutrales. Varias veces le pidió su opinión personal frente a tal o cual situación o tal o cual caso a lo que la Nadeo, haciendo gala de habilidad tipo Messi, se encargó de dejar en el aire con un “no me consta”, “no he leído el caso no puedo opinar” o simplemente, “en esas cosas no me meto”. La Procuradora dijo también alguna de las cosas que había escuchado en boca de su ex jefe, el juez Luis Draghi, con lo que se le cruzó por la cabeza que el tipo era uno de los “boludos” que hacían lo que se les decía. Dos capuccinos duró la reunión “no-me-dejó-
nada” y volvió a sus cosas y preparativos para iniciar su trabajo en la fiscalía. El edificio donde iba a trabajar estaba ubicado a un par de cuadras de la estación de trenes de Villa Soldati; por ahora funcionaba sólo un sector de oficinas que ella y sus empleados iban a usar más el estacionamiento subterráneo, donde la fiscal “aparcaba” su bicicleta, para asombro del guardia del edificio; las partidas presupuestarias no alcanzaban para designar a un fiscal adjunto y más personal administrativo, por lo tanto el resto de la edificación estaba todavía vacía o “en obras de remodelación”. Por suerte, el aire acondicionado funcionaba a full y daba gusto quedarse a trabajar en ese ambiente fresco. Hacía ya dos días que se había acomodado a solas en las oficinas y ordenado el mobiliario y la distribución de puestos de trabajo. Mirando el mapa colgado en una de las paredes con la jurisdicción geográfica que quedaba bajo su jefatura notaba que era más amplia de lo que
suponía y también que estaba metida en el corazón de lo que daba en llamarse rimbombantemente “Plan Unidad Cinturón Sur”, eufemismo para designar a una de las zonas más carenciadas de la ciudad y de problemática actuación de los efectivos de la Policía Federal, por lo que había quedado ahora a cargo de tres fuerzas de seguridad, dos de carácter federal – Policía Federal, Gendarmería Nacional – y una de carácter municipal – Policía Metropolitana. Con los efectivos de esas fuerzas tendría que coordinar su accionar, lo que desde ya implicaba un quebradero de cabeza de protocolos, estilos y personalismos varios. –Voy a necesitar un enlace con todos éstos. – pensaba mientras miraba el mapa en un costado de su escritorio – Si no, va a ser un quilombo increíble, el primero que se presente va a hacer lo que se le canta. Por ahora la Nadeo tendría que contentarse con una secretaria y cuatro administrativos, que por
suerte para ella y las actividades de la fiscalía venían con experiencia previa de otras unidades. Por lo menos, “en la parte administrativa, alguien va a saber qué hacer” pensaba sentada en su recién estrenado escritorio en la oficina más grande del piso. Nadie le había hablado de un enlace con las fuerzas de seguridad ni tampoco figuraba en los expedientes de los empleados a su cargo. – ¿Doctora Nadeo? – una voz melodiosa y agradable preguntaba y la Nadeo levantaba la vista de los papeles que repasaba. Frente a ella una mujer en sus cincuentas, estatura uno sesenta y algún kilo más de lo que indicaba el índice de masa corporal, aunque no le quedaba mal; rostro redondo y relleno, cabello rojo caoba hasta debajo de las orejas con un flequillo algo ralo, ojos marrones saltones y vivaces, una sonrisa sinuosa y pequeña que traslucía un carácter afable y alegre, vestimenta acorde con una mujer en sus cincuentas que
trabajaba de secretaria en un juzgado o sea traje de chaqueta y falda, zapatos de taco y medias claras – Soy la doctora Lidia Decibe, he sido designada secretaria en su unidad fiscal. Sonrió con gusto y esa sonrisa “a lo Nadeo” encandiló a su futura secretaria que le devolvió una mirada luminosa como respuesta. – Doctora Decibe, ¡bienvenida a su nuevo trabajo! Espero que podamos hacer juntas una gran labor para esta comunidad tan desprotegida. – se levantaba, se quitaba los anteojos, daba la vuelta al escritorio y estiraba su mano para saludar a su interlocutora, que le respondía de igual manera – Traje una cafetera expresso para nuestra cocina, ¿le gusta el capuccino? ¡A mí me encanta! ¿La puedo invitar a un capuccino cremoso al estilo italiano y charlamos de nuestro trabajo aquí? – señalaba el camino hacia la cocina. La Decibe, por supuesto, le contestó que sí. En sus adentros se alegró de que esa joven mujer, tan atractiva y tan informal en su forma de ser y vestir,
con esa sonrisa tan cálida, fuera su jefa. Tenía presente no sólo el currículum que había averiguado apenas enterada de su designación, sino los dimes y diretes de su condición sexual, chismes conocidos de amores que hubo tenido y los quilombos en los que se hubo metido, es decir, lo básico para empezar cualquier laburo en la sección “judicial” de las instituciones argentinas. Su cabeza solo repetía una oración, que más que oración, era una sentencia, “tenían razón, no sólo no es una concheta, sino que es agradable a más no poder y linda mujer, muy linda mujer, a esta más de una le va a tirar los galgos”. Mientras degustaban uno de los capuccinos “made-by-Daniela” fueron llegando los demás empleados designados, a saber cuatro:Romina Martínez y Verónica Acosta, dos chicas en sus veintitantos pero con experiencia judicial en los juzgados federales de Retiro; Pedro Suárez y José Barreiro, dos muchachos no tan jovenzuelos con experiencia en juzgados federales varios.
Terminaron todos degustando los capuccinos de Daniela y de paso charlando cómo iban a laburar de ahora en más. Buen ambiente, buen clima de camaradería, nadie tuteaba a nadie y todos sabían cuál era su rol y su jerarquía, pero la Nadeo se había ocupado especialmente de equipar la cocina con máquina de café expresso para varias tazas simultáneas, una espumadora Nespresso, una caja con sobres de leche en polvo, una caja grande de madera con divisiones y con saquitos de té de todo tipo y sabor, azúcar-miel-nutrasweet para endulzar, una pequeña heladera para guardar leche fresca, viandas y cosas que necesitaran frío y un microondas con grill para calentar las viandas. Se lo había sugerido su amigo Donato, “te gastás unos mangos en eso y los recibís con buena onda, con calidez, a tu estilo Daniela, vas a ver que los predisponés para laburar con ganas y en un lugar con un ambiente tranqui y de confianza”. – Sí, Donato, tenías razón. – pensaba mientras miraba a su equipo de trabajo, contenta con la
gente que le parecía macanuda y bien predispuesta para un trabajo arduo y no siempre gratificante. Así comenzó el trajinar en esa fiscalía. Que recibió varios expedientes que correspondían a la zona de influencia y que se habían comenzado a tramitar en otras unidades fiscales de investigación penal. En un santiamén se encontraron con voluminosos archivos que tendrían que gestionar de ahora en más. – Ni nos sentamos y ya tenemos todo esto. – suspiraba audible la Nadeo y su ahora secretaria la miraba condescendiente. – Siempre es así Daniela, todos se sacan de encima lo que pueden. – Claro, usted tiene más experiencia que yo en estas cosas, ¿pasaba lo mismo en las otras fiscalías donde estuvo? – la miraba compungida. – Fiscalías, juzgados, en todos los lugares en que trabajé. No se haga problema, lo iremos resolviendo. – Eso espero, Lidia, eso espero.
Los días siguientes le servirían a la Decibe para darse cuenta que su jefa era una de esas profesionales que venía con las mejores intenciones y ganas, como algún fiscal o juez con el que le había tocado en suerte trabajar. – Vamos a ver cuánto le dura. – recordando al fiscal López que finalmente había renunciado y vuelto a litigar como abogado en el ámbito privado, cansado de luchar contra los molinos de viento o aquél juez Ortigueira que había terminado adaptándose al sistema y dejando correr el tiempo y los plazos hasta que las causas murieran por inanición, como todos. Llegó el fin de la tercera semana de trabajo conjunto y la Decibe sonreía satisfecha. – Listos para elevar a juicio dos casos que estaban más muertos que vivos, tiene polenta esta chica. – sonreía mientras le hacía el moño a la cinta con la que ataba los voluminosos expedientes que irían al juzgado correspondiente. Mientras tanto, uno de los empleados, José
Barreiro leía lo que la Nadeo había escrito y le había dejado en su escritorio unos minutos atrás. – Ché Pedro, esta mina no sabe dónde se está metiendo. Quiere hacer un allanamiento en las oficinas de Pacheco. – ¿Pacheco de Metal Corrientes? – le preguntaba Pedro Suárez, dejando de cotejar datos de un expediente. – Sí. – asentía Barreiro – No debe saber quién es. ¿Te parece que le avise? – ¿Por qué no lo hablás con Lidia? – sugería el tal Suárez. Lidia lo miraba mientras Barreiro hablaba. – Yo creo que habría que comentarle Lidia. – Coincido con vos aunque te anticipo, no creo que le importe. – se levantaba de su escritorio e iba al lado del empleado. – Este es un peso pesado, está bancado por el gobierno. – Por el gobierno, por la oposición, la CIA y la Mossad, por todos, hasta por los iraníes y los
islámicos corta cogotes del EI . Vení, vamos juntos a hablar con ella. – Eh... ¿por qué no se lo comentás vos sola? Yo creo... – trataba de excusarse. – No seas cagón Barreiro, que esta no te hace la cruz, al contrario, decíle las cosas de frente y te respeta más. – ¿Vos creés? – dudaba caminando detrás de ella. – Sin duda. – golpeaba la puerta de la oficina de la fiscal y recibía la voz de “adelante” – Daniela, disculpe, le quería comentar algo sobre el escrito que le pidió a Barreiro. Pasá José. – le indicaba al muchacho. – Los escucho, adelante, tomen asiento por favor. – les indicaba a la par que se quitaba los anteojos y los ponía a un costado del expediente que leía. Lidia hablaba, Barreiro asentía, la Nadeo escuchaba y los observaba, su rostro no decía nada. Cuando su secretaria hubo finalizado. 5
– Entonces, apenas ese escrito llegue al Juez Pascuale voy a recibir algún que otro llamado telefónico comentándome la inutilidad de hacer ese allanamiento, ¿entendí bien? – Exacto. – Lidia le contestaba mientras Barreiro la observaba sin decir esta boca es mía. – Entiendo. – sonreía – Bueno, entonces que me llamen los que quieran, yo creo necesario abrir todos los archivos y discos duros de esta empresa y si el juez me lo autoriza, lo hago. Si el juez no lo autoriza, no lo puedo hacer. Barreiro, ¿usted qué opina sobre el fundamento de mi pedido? ¿Está bien? ¿Tiene fuerza de convicción? – Ehhh. – lo agarró de sorpresa, sin una idea en la cabeza. – ¿Lo leyó? – sabía de sobra la respuesta. – Por arriba, me pareció importante avisarle esto antes. – Okei. Léalo y dígame su impresión, si mis argumentos le parecen valederos o no, en media hora lo espero. Gracias. – se ponía de pie y daba
por terminada la reunión. – ¿Le traigo un capuccino Daniela? – ofrecía una sonriente Lidia, que había anticipado esa respuesta para sus adentros. – Jmmm, mejor vamos juntas a la cocina y lo tomamos las dos allá, ¿le parece? Y charlamos de bueyes perdidos, que necesito destensarme un poco, este expediente es muy pero muy pesado. – señalando el mamotreco que estaba mirando. Forma casi tonta pero simple de decirle a su secretaria que quería más información, Lidia lo sabía, desde su llegada se había instituido la pausa del capuccino en la cocina para charlar lo importante y que Lidia la pusiera al tanto de la “realidad” de tal o cual situación o problema. – Por más que lo guglee no va a encontrar mucho, se habla poco de este tipo. – le respondía Lidia a la pregunta de dónde encontrar más información de ese Pacheco y su relación con el poder gubernamental y no gubernamental. – Tengo un amigo periodista que quizás me
pueda orientar. – meditaba Daniela mientras revolvía su capuccino – Lidia, ¿a usted le parece una locura lo que quiero hacer? – una pregunta sincera y honesta. – Desde el punto de vista del expediente... – la miraba sonriente y condescendiente – no me lo parece. Desde el punto de vista de lo que pasa en este país y en los juzgados – suspiraba casi lamentando lo que iba a decirle – sí. No conozco juez que la vaya a apoyar en esto, Daniela. Es un tipo con mucho poder corporativo. Lamento tener que decirlo. – Jmmm. Bueno, postergaré unos días la petición al juez, a ver cómo encaro la situación. – bajaba sus expectativas a la realidad – Trato de lidiar con la realidad a ver cómo le encuentro la vuelta a todo, no vivo en un limbo. Lidia la observaba beber el último sorbo de su capuccino, se tomaba unos segundos para contestarle. – Voy a tratar de juntarle toda la información
sobre este Pacheco, a ver si la ayuda a encontrar un huequito para mandarlo … ya sabe adónde – sonreía y le encantaba ver que su jefa desplegaba esa cálida sonrisa que era su “marca registrada”. Esa tarde, volviendo a casa, tuvo un susto cuando con su bici se aprestaba a doblar por la calle Ventana para tomar la avenida Sáenz, siguiendo la senda para bicicletas. Un taxista dobló a la izquierda sin avisar y sin respetar su prioridad de paso; por esquivarlo frenó de pronto y se tumbó de lado, dando con sus huesos en el pavimento; el taxista ni se detuvo a ver qué le había pasado, siguió raudo su ruta por la avenida. Alcanzó a levantarse y mirar la patente del auto, tratando de memorizarla, mientras una mujer con una pequeña niña de la mano se acercaba. – ¡Esta la vas a pagar hijo de puta! – vociferaba mientras se levantaba. – ¿Está bien? ¿Se lastimó? – le preguntaba la mujer, una bonita morena en sus treintas que vestía pantalón azul y una camisa y chaqueta del
mismo tono. – Sí, gracias señorita, estoy bien. ¡Pero ese hijo de puta las va a pagar! – vociferaba su bronca y sacaba su celular para anotar el número de la patente, luego intentaba levantar la bicicleta. – ¿No quiere que llamemos al SAME ? Tiene sangre en la pierna. – le hacía notar la mujer. – ¡Uy! – ni se había dado cuenta que se había lastimado una rodilla, tanto que se le había roto la tela del jean y sangraba un poco la herida – No, no, es poco, lo que pasa es que se rompió la tela. – se sacaba la mochila y de ahí una botella de agua que siempre llevaba, lanzaba un chorro de agua sobre la rodilla y buscaba un par de kleenex para limpiar la zona – Es un raspón nada más. – ¿Está segura? Mire que estos golpes son traicioneros. Espere que llamo a la patrulla para que vengan. – sacaba un celular y marcaba una tecla, sin soltar a la pequeña. – ¿La patrulla? ¿Usted es policía? – le preguntaba mientras seguía limpiando su pierna, 6
no terminaba de cortar el sangrado con lo que estaba haciendo, la herida era más profunda de lo que había pensado. – Sí, espere que llamo y que vengan los del SAME, a ver qué dicen. – No creo que... – ¿Julián? Estoy en Ventana y Sáenz... sí, donde está el Metrobus. Un taxista golpeó a una ciclista, se rajó y la mujer se lastimó en la caída, ¿podés venir hasta acá? ... Ahora te mando el número de la chapa del taxista para que pidas la captura. – le hacía una seña a Daniela. – Eh... ah, sí... AXZ 84567. – miraba su celular. La policía repetía el número mientras Daniela la observaba con más atención y también a la niña que le sonreía tímida, tendría unos tres años, no más y era bastante parecida a su madre. – Hola bonita, ¿cómo te llamás? – intentaba establecer contacto con la niña, que jijeaba y no le contestaba, ocultándose tímida detrás de la pierna
de su madre. – Ya está, llamaban también al SAME. – guardaba su celular y observaba la pierna de Daniela. – No creo que sea necesario, se lo agradezco pero ya dejó de sangrar. – tapando la herida con los kleenex en su mano. – Necesitamos el informe del SAME para la denuncia, así ese taxista no vuelve a tirar a ningún ciclista señorita. Si no es nada, son unos minutos. Daniela la miraba sonriente. – Tiene razón, hay que seguir el protocolo. Muchas gracias, mi nombre es Daniela Nadeo. – estiraba su mano para saludarla a lo que la otra respondía de igual manera. – Julieta Laino y esta pequeña que se esconde es mi hija Leti. – Hola Leti, me parece que tengo algo en mi mochila para una nena tan linda. – se apresuraba a sacar una oblea rellena que siempre llevaba por si tenía necesidad de subir su nivel de azúcar por la
bicicleteada; se la ofrecía a la nena y ésta la agarraba gustosa. – ¿Qué se dice Leti? Gracias. – le decía su madre sonriente. Tímida la mocosa repetía en su media lengua el “azas” y hacía sonreír a Daniela, cosa que no pasaba desapercibida para la policía que notaba la calidez que desprendía esa mujer. En ese momento se escuchaba el ulular de la sirena del móvil policial y detrás, la ambulancia. – ¡Qué rapidez! – se asombraba Daniela. – Cuando llama un móvil policial, responden al segundo. La dejo en manos de mis compañeros y del médico del SAME, me va a tener que disculpar, estoy apurada. Espero que no sea nada lo de su golpe y haga todo lo que le dicen con la denuncia, no va a perder mucho tiempo y así le ponemos límites a los que no respetan las leyes de tránsito y provocan estos accidentes. – Sí, sí. Conozco lo que hay que hacer. Eh ... ¿en qué comisaría la puedo encontrar? Digo...
– No se preocupe, no es necesario, buenas tardes. – y sin esperar respuesta la morocha con la niña caminaba rápidamente para cruzar la calle aprovechando la luz roja que detenía a los autos. – Señorita, ¿ qué le ha pasado? – le preguntaba el policía que había descendido de la patrulla a la vez que se acercaba un médico que había bajado de la ambulancia. El móvil policial la llevó hasta su casa, con la bicicleta atada en el portaequipajes. Donato, que volvía de hacer unas compras en el Carrefour se asustó al verla bajar del patrullero, más notando su pantalón cortado en una pierna y el vendaje de su rodilla. – ¡¡Daniiii!! ¡¡¿Qué te pasóooo?!! – corría hacia ella. – Nada, nada. Un taxista me hizo caer, no es nada. Gracias, oficial. – saludaba al policía que le bajaba la bicicleta y se la entregaba – Yo la entro. – A sus órdenes, señora fiscal. Cualquier cosa que necesita nos llama al número que le dejé. Y si
no logra ubicar a la inspectora Laino, nos llama, la buscamos por usted. – Okei. De nuevo, muchas gracias. El patrullero se iba, Daniela trataba de levantar la bicicleta pero su renguera la traicionaba y Donato se daba cuenta que estaba más golpeada de lo que decía. – Dejá que yo la entro. – Dame las bolsas del súper. Se le dobló la rueda delantera, hay que levantarla. – ¿Me vas a contar qué pasó? ¿Quién es esa inspectora Laino que dijo el cana? – Adentro te cuento, me parece que me voy a tomar el analgésico que me dio el médico de la ambulancia, me está doliendo en serio la rodilla. – reconocía mientras encaraba la caminata hacia la puerta de la casa, rengueando ostensiblemente. Donato la obligó a cambiarse y ya en la cocina, con la pierna apoyada sobre una banqueta, con la bolsa de hielo sobre la rodilla tal cual le habían aconsejado los del SAME, Daniela le contaba lo
sucedido. – Ese taxista se muere cuando sepa que se llevó puesta a una fiscal. – sonreía Donato mientras le servía un vaso de leche para que tomara el analgésico – Ahora hago mate y te comés unas galletas de avena y manzana que te compré especialmente, son Quaker, te van a gustar. No te saqués el hielo, tenés rehinchada la rodilla. – Sí, ya veo, espero que mañana esté mejor, quería ir a la fiscalía a ordenar unas cosas. – ¿Un sábado? ¿Estás en pedo? No se labura los sábados. – Tenemos mucho para ponernos al día Donato, nos mandaron muchos expedientes y van a empezar a caer los casos nuevos y … – Casos nuevos como el tuyo, es tu jurisdicción ¿no? – Jmm, creo que sí. – Lo dicho , el taxista se va a querer pegar un tiro en las bolas. ¿Lo agarraron? – preparaba el mate mientras esperaba que se calentara el agua.
– No sé. Igual, voy a ir... – No, no vas a ir. Porque mañana tenés que venir conmigo a la Maternidad Suiza. – ¿Eh? – Mara pidió adelantar el parto programado y se lo hacen mañana. – ¡¡¿Queeeeeeeé?! Donato asentía con la cabeza. – No llego con la guita que hay que depositar, esperaba que fuera más adelante Dani. ¿Tendrás diez mil pesos para prestarme? – la miraba con la angustia financiera en los ojos. Daniela tenía sentimientos cruzados: asombro, por la facilidad con que esa tal Mara conseguía lo que quería, en este caso adelantar la fecha del parto. Pena, por la angustia genuina de su amigo con toda la situación y sus descalabros financieros, a pesar que había estado ahorrando todo lo que ganaba y había estado trabajando como un bruto para pagar esa cheta Maternidad Suiza que su ex quería como lugar de parto de la
hija que le iba a entregar; bronca, porque Donato parecía no aprender a decir no y esa Mara lo manipulaba a gusto y piacere. – Pedí un préstamo al BBVA, pero no me contestaron todavía. Tengo ahorradas cincuenta lucas, pero no alcanzan para el gasto total. – ¿Pediste un préstamo? ¿No te dije que yo tenía la guita de la herencia para pagar todo? – embroncada. – Pagaste el departamento, ¿ahora esto? No Dani, me corresponde a mí, laburo y ahorro, lo que pasa es que... – Sos un boludo pero en fin, no descubro la pólvora. Ya lo sabemos. – sonreía quitándole importancia al asunto, no era el momento para fustigar a Donato – Menos mal que no te dieron el préstamo, porque la guita yo la tengo, no necesitás endeudarte con esos chupasangre. Después vemos cómo me la devolvés. Entonces, ¿mañana? ¿Y por qué lo adelantó tanto? ¿No era para fines de diciembre?
– Porque tiene un congreso de no sé qué en enero y quería estar en forma. El médico le dijo que sí, le hizo una ecografía y la nena está muy bien, además está dentro de los márgenes de tiempo que consideraban para la cesárea, así que ahí vamos. Por un lado mejor, así tengo rápido a Lucía, que me muero de ganas de verla y tenerla. – sonreía muy boludo y tierno. – Yo también tengo ganas de ver a mi sobrina, Donato. Entonces, ¡¡mañana tenemos parto!! – levantaba los dos brazos en señal triunfal, muy emocionada por el nacimiento de la nena.
CAPITULO V. LUCIA RABAGO Temprano a la mañana siguiente pasaron a buscar a Mara con el servicio de remises que siempre usaban. Daniela no se sentía muy bien, tenía fuertes dolores en la rodilla, rengueaba bastante. – ¿No querés quedarte? Yo puedo ocuparme de pagar y del parto. – le sugería Donato. – No, voy con vos, así pago lo que haya que pagar y en todo caso, si me duele mucho, me voy a la guardia de la obra social. – Te pueden atender ahí, en la parte que es la clínica Suiza. – Sí y dejo un riñón en parte de pago por una consulta, no seas boludo Donato, en esa clínica te dan con un hacha, tengo mi obra social y es muy buena, no queda lejos de ahí. – sonreía metiéndose en el asiento delantero del remise – ¿Cómo anda don Ernesto? Hace rato que no nos veíamos. – hablaba con el conductor, que la saludaba asintiendo con la cabeza – Vamos hasta Caballito
a buscar a la parturienta y después a la maternidad Suiza, ahí le cuento lo que hacemos después. Mara fue un rosario de quejas y desplantes todo el viaje hasta la maternidad. Daniela suspiraba su hastío hasta que al final, casi llegando, no pudo con su genio. – Mirá, si no te gusta cómo organizamos las cosas y lo que hacemos o dejamos de hacer, ahí tenés la maternidad, entrá y arreglátelas sola. – girándose a mirarla y luego señalando la gran entrada de la Maternidad Suizo Argentina – Decínos si seguimos o no, ya me tenés recontra repodrida con tus quejas. – cara de enfado explosivo. – Bueno, Dani, no te … – Donato, tratando de conciliar la bronca en ciernes. – ¡¡¿Qué?!! ¡¡¿ Pretendés dejarme sola?!! – la tal Mara, mirándolo a Donato con cara de carnero degoyado. Donato anonadado, el chofer riendo internamente del culebrón que presenciaba y la tal
Mara, con un dejo de desesperación en sus ojos, conocía a esa Daniela y era muy capaz de hacer lo que decía y llevárselo a su ex. – ¡¡Entremos de una vez, que me espera el obstetra!! – la parturienta lanzó el grito con lloriqueos. Donato y Mara fueron a preguntar por el obstetra y los pasos a seguir con su internación, Daniela fue a la administración a depositar el anticipo por el parto y los honorarios del obstetra. Mirando la factura que le enseñaba la administrativa suspiraba su bronca. – ¡La concha de su madre! ¡Este parto cuesta la mitad de su departamento! ¡Qué concheta es esta mina! – mirando las cifras mientras sacaba la chequera de su mochila. Pasó a verlo a Donato antes de irse a la guardia médica de la obra social de los judiciales. – ¿Te duele mucho? – Donato le preguntaba, preocupado al verla renguear ostensiblemente. – Sí, mejor me lo hago ver, después vengo. Te
dejo el recibo de lo que pagué, por cualquier cosa. ¿Vos vas a estar en esta habitación? – le entregaba el comprobante. – No, en el cuarto piso, acá se queda ella hasta que la lleven a cirugía, a la beba me la llevan a mi habitación. – ¿A tu habitación? ¿No se queda con ella? – No quiere verla, tiene miedo de que no pueda desprenderse de ella. – Sí, claro. – irónica, se imaginaba la excusa que habría puesto para que no dejaran a la beba en su habitación – Bueno, cuando vuelvo te busco en el cuarto piso, ¿te dijeron el número de habitación? – No, preguntá abajo cuando vuelvas. ¿Estás segura de poder ir sola a emergencias de la obra social? ¿No es mejor que te atiendas en la guardia de acá? – Con lo que cobran acá, estoy segura de todo Donato. A ver si vuelvo antes que nazca Lucía. – ¡Dale!
El remise la llevó a la guardia de l Hospital Alemán, que quedaba cerca de la Maternidad y atendía por la obra social del personal judicial de la nación. Después de una radiografía de su pierna descartaron problemas de huesos, así que le hicieron una ecografía de la rodilla y le diagnosticaron inflamación de meniscos, por lo que terminó con su rodilla inmovilizada y teniendo que desplazarse con una muleta para no forzar la pierna, además de antiinflamatorios varios y una nueva consulta médica con el traumatólogo la semana siguiente. Volvió a la Maternidad, ayudada por el remisero para bajar. – ¿La espero? – No don Ernesto, me quedo acá. Tendría que volver a buscarnos mañana o pasado, no sé cuándo, le aviso. Le pago aho... – Daniela, ya nos conocemos. – detenía el esfuerzo de Daniela por buscar su billetera – Me llama a ver cuándo vuelvo a buscarlos y me paga todo junto. Cuídese, que eso que le dijeron que
tiene no es moco e pavo. Tiene que hacer reposo. – Sí, sí. Gracias, don Ernesto. Lo encontró sentado en el pasillo del cuarto piso, al lado de su habitación. – ¿No fuiste a presenciar el parto? – No quiso, me dijo... ¡¡Dani!! ¡¡Qué te pasóooo!! – dándose cuenta de la muleta y la rodilla inmovilizada. – Una boludez, te ponen el corsé en la rodilla por cualquier cosa, problema de meniscos. – le quitaba importancia a su pierna – ¿Por qué no te dejó estar en la cesárea? – se sentaba y apoyaba la muleta a un costado, estirando la pierna hacia adelante imposibilitada de doblarla – Esto de sentarse así me va a hacer doler el culo. – hacía sonreír a su amigo. Donato le contaba y la cara de Daniela era un muestrario de sentimientos. – Dani, vos no entendés a la embarazadas. – Mirá Donato, puede ser. Pero a Mara la conozco bastante bien y disculpáme, para Mara
todo tiene un precio. El otro la miraba muy serio. – Si me hubiera enterado que no te iba a dejar entrar, estoy segura que si le ofrecía mil dólares, te dejaba ver nacer a tu hija, es así. Donato negaba con la cabeza. – Vos no la entendés, las mujeres embarazadas tienen... – Donato... – tomaba su mano y la apretaba con fuerza – no me vas a convencer de que tu ex es una embarazada común y corriente, así que dejémoslo ahí. Ya está y no vale la pena discutir por esto. Vos a ella la ves todavía con los ojos del amor que le seguís teniendo y yo la miro con los ojos de mi bolsillo. Esperemos a Lucía, que ella sí vale la pena y por ella nos vamos a volver dos pelotudos totales. ¿Sí? Se abrazaron con todo el cariño y amor que sentían el uno por el otro, sabiendo que estaban en un momento muy especial. Para Donato, el nacimiento de esa hija que esperaba con ansiedad.
Para Daniela, esa sobrina hija de su mejor amigo Donato, también la esperaba con expectativas y sentimientos muchos, aunque los niños no fueran su especial debilidad. Una hora y media y algún café de máquina después, aparecía una enfermera con una cuna de nursery con un bebé en su interior. – Papi, aquí está su niña. – sonriente y Donato a punto de derretirse de felicidad, no atinaba a ponerse de pie. – Dale, paráte boludo, a ver si se la llevan de vuelta. – la Nadeo, moqueando su felicidad. En la habitación, a media luz, temperatura perfecta, ahí estaban los dos parados frente a la cunita con ese bebé pequeñito de tres kilos seiscientos gramos, con un gorrito y una bata que lo cubría todo, que era una niña, Lucía, parecida a nadie, con los ojitos cerrados y cada tanto moviéndose inesperadamente y sin sentido, sacando su lengua pero dormida y los otros dos mirándola sin saber qué hacer y qué decir.
– Dijo que tenía que hacer su primera cacona. – Sí. – Dani, ¿la levanto? – Dijo que si no se queja, no. – ¿Cómo sé si se cagó o no? – Yo qué sé, se olerá. – Uy, en la internet se veía todo más fácil. – Dijo que en un rato venía a traer esa mamadera con no se qué para darle. – No se mueve. – Pero respirar respira, mirá. – acercaba su mano al pecho de la beba. – Sí. ¿La escucharemos cuando se queje? – Jmmmm. Un berreo incontrolado de la beba les hizo darse cuenta que la iban a escuchar. – Sí Donato, la vamos a escuchar. – sonreía puchereando Daniela. – ¿Qué hacemos? – ¡Levantála boludo! ¡Se debe haber cagado o
tiene gases, ya te dijo la enfermera! – ¿Yo la levanto? ¿Por qué no la levantás vos? – ¡Vos sos el padre! ¡Yo no tengo nada que ver en esto! ¡Te hago compañía! ¡Dale! Primeras charlas nerviosas de dos que no tenían ni idea sobre qué hacer con un bebé o mejor dicho, Donato se había leído todo en la internet, pero una cosa es leer y otra cosa vivirlo en carne propia, en vivo y en directo. A partir de ahí, de levantarla, de cambiarla, de sostenerla y darse cuenta que eso que había leído y estudiado hasta el cansancio era lo que estaba haciendo, todo fue más fácil y comenzaron esos dos a disfrutar a esa beba, Lucía, hija de un vientre-subrogante y óvulo donado, al fin de cuentas hija de Donato y sobrina de la Nadeo. Sí, tenía futuro esa piba, en manos de esos dos, que la iban a querer ¡como la puta madre que la parió! – pensamiento de la Nadeo. Ese sábado a la noche, mientras Donato cambiaba a la beba después de su primer biberón,
Daniela aprovechaba a bajar al tercer piso a la habitación de la doliente parturienta. Estaban con ella su hermana y un hombre que no conocía. – Hola. Disculpá mi intromisión. – aparatosa entrada con su muleta, miraba a todos y no esperaba respuesta – Quería avisarte que mañana por la mañana viene el escribano para certificar todos los papeles de traspaso de la propiedad y de la cesión de tus derechos parentales a favor de Donato, tal cual habíamos convenido. Te recuerdo que … – mirando hacia el hombre y luego a ella – ya mandé a hacer el análisis de ADN de Lucía, por si se te olvidó nuestro trato. – suficiente amenaza, se retiró pensando que ojalá el análisis diera lo que esperaba y que si no era así, no le iba a decir nada a Donato, ya estaba totalmente enamorado de esa beba Lucía, su hija y no pensaba cagarle la vida, en todo caso, ya pensaría cómo hacerle pagar a esa reverenda hija de puta que estaba recuperándose en el tercer piso. Descansaron con un ojo abierto y otro cerrado,
pendientes de esa beba que había que alimentar cada dos horas de acuerdo con lo que le había dicho el neonatólogo a Donato; darle de comer y cambiarla a renglón seguido, se cagaba a la par que comía. Y apenas se la escuchaba protestar y estaban los dos tan pendientes de si respiraba y se movía que no durmieron casi nada. Al día siguiente Daniela bajó a media mañana a la habitación de Mara con el escribano, se firmaron todos los documentos que finiquitaban lo convenido y la fiscal subió a la habitación de su amigo con los papeles que certificaban la cesión de los derechos parentales. – Dani, ¡uh! – miraba los folios que su amiga le mostraba – ¿Cómo te voy a pagar todo esto? – Ya te lo dije, la guita viene de arriba, le estamos dando el mejor uso posible. – sonreía y acariciaba la espalda de su amigo – Ahora, apenas volvamos a casa, te vas al Registro Civil a anotar a Lucía, ¿sí? ¿Cuándo nos dicen si nos podemos ir con Lucía?
– En un rato viene el neonatólogo y nos dice si le da el alta y nos podemos ir. Creo que me va a dar todas las instrucciones para después llevarla al pediatra. – ¿Ya sabés a qué médico la vas a llevar? – Sí, en el diario me dijeron de uno que queda cerca de casa y es bastante bueno, atiende por mi obra social. Le dieron el alta por la tarde y se retiraron previo pago del saldo de la factura que cubría la cesárea e internación de Mara y de Donato en su habitación. Don Ernesto los miraba por su espejo retrovisor y sonreía. Esos dos le parecían una pareja hermosa, aunque sabía que no lo eran y su clienta estrella, la fiscal Daniela Nadeo, era lesbiana y famosa según lo que había leído en los diarios. Pero con esa beba y las morisquetas que le hacían y el cariño que le prodigaban le parecían eso, una pareja con su hija. Otra noche a ojos medio abiertos, durmieron
juntos en la habitación de Donato pendientes de la beba. Daniela decidió tomarse tres días de la semana de reposo que le habían indicado en la guardia médica para ayudar a Donato con la beba. – Te vas hoy mismo al registro civil de Uruguay. – Dani, pido el turno en el CGP y la anoto... – No, vas hoy mismo al de Uruguay y la inscribís. – ¿Por qué tanto apuro? – estaban desayunando en la cocina. – Porque tu ex todavía está internada, no quiero que intente ninguna voltereta legal Donato, no le creo nada. – Dani, estás con la idea fija con Mara, no va a hacer nada, va a cumplir. – Mirá. – lo interrumpía – puede ser que yo esté medio histérica, no te lo niego. Pero no te cuesta nada ir hoy, ¿no? Y yo me quedo tranquila. ¡Dale! Yo tengo que hacer reposo, me encargo de Lucía, puedo hacerlo y vamos terminando todo el 7
papelerío legal, me quedo tranquila, dale. – le rogaba. – ¡Como para decirte que no! Voy hoy, termino el desayuno y salgo para allá. Para cuando Donato volvió de la sede central del Registro Civil, con todos los papeles que certificaban el inicio del trámite del DNI de la nena y su partida de nacimiento, Daniela ya le había dado de comer dos veces a la beba y la había cambiado otras tantas veces. – Estás hecha toda una madre. – emocionado al ver a su hija en brazos de Daniela, que la mecía con suavidad. – Es una piba hermosa, Donato. Tu Lucía ya me tiene boluda de amor. – decía encantada con su sobrina.
CAPITULO VI. JULIETA LAINO Cuatro días después del nacimiento de Lucía, la fiscal regresaba a su trabajo. Todavía usaba su muleta, tendría que hacerlo hasta el control con el traumatólogo del Hospital Alemán. Después de responder a las preguntas sobre su salud y sobre su recién nacida sobrina, además de mostrar las decenas de fotos de la beba guardadas en su celular, su secretaria Lidia le comunicaba las novedades, entre ellas, la citación a presentarse a a certificar su dolencia con el médico legista. – ¿Quién envió la citación? – Hablé con el fiscal a cargo del caso, ya que usted se excusó Daniela, es nuestra jurisdicción. – No puedo ser fiscal y parte, Lidia. – Claro. El taxista está detenido, lo encontraron recién ayer y está que trina. Pero el fiscal de turno... – ¿Quién es? – El doctor Robledo.
– Ah. – Bueno, cuando llamó y me preguntó, le dí el parte médico y le dije que su bicicleta está inservible. – No es para tanto Lidia, se dobló un poco la rueda delantera y .... – Eso lo paga el seguro Daniela, no se preocupe, que le den una nueva. Pero este tipo tiene que aprender de una vez por todas que tiene que respetar a los ciclistas y … Daniela sonreía y bajaba la vista mientras escuchaba su inflamada arenga sobre los conductores porteños. Pensaba en el taxista y en el julepe que tendría al saber que había lastimado a una fiscal federal. “Debe estar maldiciendo su puta suerte de que la pelotuda ciclista fuera una funcionaria judicial”, se imaginaba al tipo diciendo todo tipo de improperios porque si hubiera tirado a una ciudadana cualquiera, nada hubiera pasado; había golpeado a una fiscal y el escarmiento tronaría en sus orejas, en sus huesos y
sobre todo en su billetera. “La puta justicia no existe, todo es una cuestión de posiciones en la escala social, nombres y apellidos y también billetes y billetes y más billetes” pensaba para sí. Escuchaba a su secretaria hablar de una “lección ejemplar”; una lección a un tipo solamente, ¿servía eso para cambiar la actitud cultural predominante entre los automovilistas porteños? No lo creía, se necesitaba una acción mayor y a gran escala. Daniela se fue en el coche oficial a su examen con el médico legista, que constató sus lesiones y certificó los diagnósticos de los estudios que llevó. A la vuelta llamó al tal doctor Robledo, fiscal a cargo de su caso, para averiguar por esa “prisión” de la que había hablado Lidia, al fin de cuentas el taxista era un laburante y no era cuestión de quitarle días de trabajo por lo que había pasado. – Ya estoy mucho mejor, Robledo, gracias.... La semana que viene tengo cita con el traumatólogo ... Hospital Alemán, por la obra social de
judiciales ... No pago nada, doctor ... Entiendo pero no corresponde, tengo todo cubierto por mi obra social sindical – el fiscal le comentaba que debería reclamar un costo por atención médica, que el seguro lo cubría – ... Me dijo la doctora Decibe, ¿por qué lo mantiene en la comisaría?, es un delito totalmente excarcelable y ... Entiendo, pero no se olvide que no ha habido que lamentar daños graves y el hombre es un trabajador que tiene que mantener una familia, además de pagar los gastos de su taxi... Sí, Robledo, entiendo pero creo que va a reflexionar bastante con los puntos que le van a sacar en el seguro y el trámite judicial que va a tener que enfrentar, más gastos de abogado y costas, con eso tiene bastante escarmiento, creo que hay que dejarlo salir ya mismo. – enfatizaba estas últimas palabras. Su secretaria le trajo un taburete para apoyar la pierna con la rodilla inmovilizada; se le hacía igualmente incómodo trabajar con esa pierna levantada y tiesa. Aprovechó la tarde para hacer
varios llamados a la sección Judiciales de la Policía Federal para averiguar sobre la inspectora que la había atendido en el accidente. – Lidia, quiero citar a esta inspectora. – le daba los datos y la secretaria la miraba sin entender el por qué – Fue la que me atendió en el accidente – el “¡ah!” de su secretaria no completaba los interrogantes que reflejaban los ojos de la Decibe – Es de la zona, la conoce bien y por lo que vi con su intervención, ejecutiva y eficiente, creo que sería el personal policial que ando buscando para que se encargue de la relación con las fuerzas de seguridad que actúen en la zona. – ¿Por qué? – preguntaba sin cortarse un pelo. – La verdad, bien por qué no sé. Es una intuición, por la forma que actuó, por su actitud. Quiero hablar con ella, a ver si la solicito como oficial de enlace. ¿Le parece mal Lidia? – No, no me parece mal. Ahora mando la citación.– se iba ipso facto y Daniela sonreía, esa Lidia era todo un personaje que cumplía sus
funciones mejor imposible. La tal oficial Julieta Laino se presentó el martes siguiente, la Nadeo ya no tenía la rodilla inmovilizada y seguía usando la muleta por orden del traumatólogo para no cargar todo el peso del cuerpo sobre la pierna. La oficial Julieta Laino observaba todo a su alrededor con una pregunta en los ojos. “¿Por qué y para qué me citan acá?” – Oficial Laino, por aquí. – le indicaba Lidia señalando la oficina de la fiscal – La va a recibir la fiscal. – Gracias, señora. – cortés y disciplinada la oficial de la Federal. Cuando entraba, Daniela estaba de pie, apoyada en la muleta, archivando cosas en un costado de su escritorio. – Buenas tardes, señora fiscal. – saludaba la Laino mirando a la figura de espaldas a ella. – Oficial Laino, ¡qué gusto verla de nuevo! – se giraba Daniela con “esa”, su sonrisa tan especial y
sorprendía a la oficial de policía que la reconocía. – ¡Ah, usted es la fiscal! – Pues sí, ¿cómo está oficial Laino? – Bien, gracias. Pero parece que al final lo de la caída fue más de lo que se pensaba. – señalando la muleta. – Inflamación de la rodilla, nada importante, por favor oficial, siéntese así charlamos un rato. ¿Gusta un capuccino? Acá preparamos los mejores de las fiscalías porteñas. – con esa, “la sonrisa de la Nadeo”, que le servía para entrar cómodamente en el alma y en la mente de su interlocutor, especialmente si era su “interlocutora”. Le pedía a Lidia que trajera tres capuccinos, su secretaria se sentía más que orgullosa de que la invitara a la charla, la hacía sentir importante para su jefa y que sus opiniones eran necesarias para la decisión que tendría que tomar. Ahí estaban las tres sonrisas van, sonrisas vienen, degustando el brebaje y comentando lo
delicioso que estaba cuando Daniela se lanzó sin anestesia ni paracaídas. – Inspectora Laino, he averiguado sus antecedentes. – la otra se tensó un poco y se sentó más derecha – Y corroboran en un todo mi impresión personal sobre usted a partir de su actuación en mi incidente con el taxista. Lidia trataba de contener los ojos de asombro que le saltaban al escucharla a hablar a calzón quitado. – Usted trabaja en la comisaría … – buscaba entre sus notas el número de la comisaría en cuestión. – Adscripta a la 36, por el momento, mi puesto en realidad está en la 32, pero como mi hija es pequeña me concedieron esa posibilidad cerca de casa hasta que la nena vaya a la escuela primaria común. – ¿Ahora adónde la manda? – Por ahora la cuida mi madre, el año que viene ya empieza el jardín.
– Lidia, ¡la hija de la inspectora es preciosa! Es una morocha con ojos saltones y sonrientes, bonita como su madre y muy tímida. – Lidia a punto de colapsar de un infarto con el piropo entusiasmado de su jefa a la oficial de policía. La Laino bajaba la vista y sonreía visiblemente halagada. – Bueno, entonces a lo que le quiero proponer. Dados sus antecedentes y mi impresión personal, de la que suelo confiarme porque no me falla casi nunca, jmmm... – levantaba la vista de sus papeles, se quitaba los anteojos y miraba a los ojos a Julieta Laino, quien le sostenía la mirada sin titubear – quiero saber si le interesa convertirse en la oficial de enlace de esta fiscalía con las fuerzas de seguridad actuantes en la zona. La cara de “esta no me la esperaba” era para sacarle una foto, según le comentara Lidia luego. – ¿Y... y... yo... qué? – balbuceaba la tal Laino. – Le explico sus tareas o mejor dicho, lo que yo espero de usted, aunque no sé si son
protocolarmente sus tareas. En principio para usted va a significar un aumento de salario, según estuvo averiguando Lidia. – señalando con la cabeza a su secretaria – Y va a tener todas las prerrogativas de horarios que corresponden a una madre para que atienda a su niña, eso ¡¡desde ya!! Daniela le explicó lo que esperaba de ella con lujo de detalles. Desde la comunicación constante con las distintas fuerzas de seguridad, con el equipo de Criminología de cada fuerza y el equipo Forense de la Federal, además de alertar a cada fuerza de lo que la fiscal consideraba un protocolo esencial, fundamentalmente cuidar las escenas del crimen, que no circulara nadie antes que la fiscal y su oficial a cargo – ella – lo autorizaran, una base de datos de todos los miembros de las fuerzas de seguridad intervinientes en los casos que les correspondían por la zona, con sus respectivas huellas dactilares y ADN para celeridad en la identificación de sospechosos, levantamiento de pruebas y una larga lista de etcéteras menores.
Por unos segundos se hacía silencio. – Por lo que nos enseñan en la academia y mi propia experiencia en algunos procedimientos, existe un protocolo general de actuación en cada caso y me parece... – hacía un pequeño silencio como si dudara de decir lo que decía a continuación – que no está totalmente de acuerdo a lo que usted me dice, señora fiscal. – Así es, ¡usted tiene razón! Por eso necesito una oficial de enlace que haga cumplir lo que yo espero que se haga. – sonreía satisfecha con la respuesta de la policía – Una oficial que los haga bailar a todos cuando metan mano o pie o lo que sea antes que usted y yo veamos la escena del delito. ¿Qué me dice? ¿Le interesa? – ¿No es ilegal lo que usted pide? – seguía preguntando, obviando la respuesta a la fiscal. – No, para nada. Simplemente quiero tener una visión descontaminada de primera mano. Soy criminalista además de fiscal y para mí es esencial esa primera impresión no contaminada del lugar
del hecho, necesito una oficial a mi lado que trabaje codo a codo conmigo en esa primera investigación, con todos los cuidados del caso. Simplemente, la activación total del protocolo de uso común tarda apenas unos minutos más, esperando que yo termine. Julieta sonreía. – No confía en los oficiales de … – No, no. – levantaba la mano instándola a detener su razonamiento – No es una cuestión de confianza o desconfianza. Ya se va a enterar cuando desconfío de un procedimiento o análisis o resultado forense porque lo digo con claridad. Aquí se trata de otra cuestión. Como fiscal, mi obligación es investigar todo y caratular si un suceso fue un crimen o un accidente, juntar todas las pericias habidas y por haber y solicitar otras nuevas y de tener imputados o sospechosos, llevar a cabo los interrogatorios, todo destinado a elevar el caso al juez que corresponda. Pero da la casualidad que esta fiscal es también criminóloga,
entonces... – silencio dramático de un par de segundos que hacía que sus dos interlocutoras le prestaran aún mayor atención – eso ayuda mejor a cumplir mi función como fiscal, trato de emplear mis métodos y mis saberes para llegar a hacerme una composición exacta del caso. No hago nada ilegal, al contrario, lo mío es lo más científico y legal de todo lo que hacen actualmente las fuerzas de seguridad, ya lo va a notar usted misma que ha participado de procedimientos. – Entonces no está de acuerdo con el protocolo oficial. A Lidia le estaba gustando mucho esa policía, le daba sus opiniones sin titubear a pesar que el cambio de funciones era claramente ventajoso, no sólo por cuestiones económicas sino pensando en su futuro más allá de las investigaciones en una comisaría de barrio. Le estaban ofreciendo un puesto que más de uno querría y sin embargo, no ahorraba comentarios ni objeciones. – Sí... – Daniela la miraba seria y a renglón
seguido largaba su media sonrisa, tan cautivadora como su plena sonrisa – y no, oficial. Pulula demasiada gente alrededor de una escena, ¿se acuerda usted del caso del fiscal suicidado? La Laino sonreía de lado, un caso político sobre el cual siempre quedaría la sombra de la duda, más allá del dictamen judicial. – Veo que lo recuerda. Bien. ¿Se acuerda la cantidad de efectivos que realizaban tareas en ese departamento? ¿Y la forma en que se lo mostró en las imágenes televisivas? – Señora, eso fue manipulado y … – salía en defensa de sus colegas participantes en los operativos. – Totalmente de acuerdo con usted. – se apresuraba a aclarar – Sin embargo, mostraba una superpoblación de agentes y superposición de funciones que contamina innecesariamente lo que estamos investigando. Mi modelo es más... jmmm... hubo hace un tiempo una serie irlandesa que mostraba algo de eso, quizás haya escuchado
de ella. “La caza” se llamaba. – la policía negaba con la cabeza – Ahí se veía actuar a los equipos policiales y criminalísticos de manera casi aséptica. Si alguna vez logra verla, le va a gustar, es muy interesante, aunque no sé si la darán aquí por cable, yo la vi por internet. Lidia anotaba mentalmente el nombre de la serie para buscarla y verla ella también, si a la Nadeo le había gustado, sería bueno verla para conocer más a fondo la forma en que su jefa aspiraba a actuar. – Voy a buscarla señora fiscal, por lo que usted me dice me interesaría verla. Esa era la actitud que la Nadeo esperaba de su equipo. Gente interesada en conocer más y mejor, en aprender. No se había equivocado en su intuición con la inspectora Laino. – Bueno, entonces... ¿qué me dice a la propuesta que le estoy haciendo?
CAPITULO VII. LOS PRIMEROS MESES DE LA FISCAL Los primeros meses en la fiscalía fueron un pequeño tormento personal. Acostumbrada a tener su vida organizada casi al milímetro, todo absolutamente controlado, inclusive lo que se presentara como novedad, con tiempo de sobra para todas las pequeñas rutinas diarias – ducha tempranera, desayuno abundante mirando la tapa de los diarios por internet, bicicleteada a su juzgado, primer capuccino en el juzgado, ¡todo antes de las 7.00 am! – se encontraba ahora con una pequeña beba que berreaba de noche y había que colaborar con Donato en su alimentación y el cambiado de pañales y desde ya ¡darle cariño por toneladas! Porque esa beba, Lucía, le había provocado una hermosa crisis personal. ¡Amaba a esa niña en pañales de una manera que nunca lo había pensado con respecto a un bebé o un hijo! Esa niña había dado vuelta sus hábitos y costumbres y
no le importaba, ¡la quería más que mucho! Adoraba a esa hija de su amigo del alma Donato. Y la sentía como propia, algo más que una sobrina. Ergo, cada mañana le costaba más la rutina de levantarse muy temprano y hacer todo lo planificado. Además, un verano caluroso a más no poder que transformaba sus bicicleteadas al nuevo lugar de trabajo en una sudorosa cuestión con lo cual tuvo que agregar una nueva rutina – llegar, ir a los vestuarios, ducharse, cambiarse – lo que al principio provocaba comentarios entre sus empleados y las sonrisas socarronas de Lidia viendo su cabello húmedo, hasta que todos se enteraron por el chisme del guardia del estacionamiento que la Nadeo llegaba muy temprano en su bici en estado de “deportista empapada en sudor” y corría a los vestuarios. Aunque lo que más la ponía “loca de atar” – definición de Donato viéndola llegar y ponerse a
estudiar como si tuviera un examen al día siguiente – era que literalmente no daba pie con bola. Nueva función, nuevas tareas, nuevas responsabilidades y por más que se supiera todo al dedillo – en la teoría – la práctica era una cuestión distinta, más en una zona que no entraba casi en ninguna definición de manual. Había de todo tipo de ilícitos – crímenes, asaltos, estafas, pequeños hurtos, golpizas entre vecinos, ocupación de casas, maltrato y golpiza a mujeres y niños, etc. – además de problemas sociales y personales complejísimos en una comunidad donde había población nativa e inmigrantes bolivianos, peruanos y paraguayos a granel, con una cultura similar y también distinta. Un primer problema eran las tres fuerzas de seguridad que se movían en la zona – policías Federal y Municipal y la Gendarmería Nacional – y cómo establecer un código común de actuación. Los personalismos y cuestiones de prestigio entre
las distintas fuerzas y su personal de comandancia existían y más de una vez le causaban dolores de cabeza. ¡Ni qué hablar de los protocolos de actuación! Se suponía que coincidían en casi todo pero en la práctica todo dependía de quién estaba al mando. Por la legislación vigente, correspondía a la Federal las acciones de investigación que le requirieran las autoridades judiciales – en este caso, ella como fiscal de instrucción criminal – pero en el medio estaba la actuación de los gendarmes o de la municipal, que tenían a su vez sus propias brigadas de investigación y metían baza. La incorporación de la oficial Laino se postergaba; Daniela tenía sus expectativas centradas en que su trabajo permitiría un nexo más eficiente y que finalmente acordarían un protocolo común, el que ella había diseñado. Seguía el trámite de su nombramiento al milímetro, la tenía a Lidia haciendo llamadas constantes a los contactos en la sede de la Federal,
hablando con tal o cual Comisario Mayor o quien fuera. – ¿Y? – levantaba la vista del expediente cuando entraba la secretaria. – Nada. No sabe. Además insistió con la designación de Gutiérrez. – ¡¡La p.....!! – sofrenaba su insulto a flor de piel y Lidia sonreía. – Opino lo mismo Daniela. – ¡Todos quieren acomodar a alguno de su palo! ¡¿Qué les pasa?! – se levantaba de su escritorio, se sacaba los anteojos y comenzaba a caminar de un lado al otro de la oficina, nerviosa. – Tener a alguien de confianza – Lidia remarcaba la palabra – en una fiscalía de investigación criminal puede rendir sus frutos en el futuro. ¿No le parece? – ladeaba la cabeza a un costado y ahora sí Daniela parecía entender lo que sucedía con tantas recomendaciones para el puesto de enlace. – ¡No me había dado cuenta! ¡Qué boluda que
soy! – se golpeaba la frente con la palma de su mano. – No es tonta Daniela, sólo tiene que acostumbrarse al juego político que todos van a intentar hacer. No son sólo presiones desde arriba, también está lo de meterle gente para estar al tanto de todos sus movimientos y si fuera necesario... – se llamaba a silencio y Daniela no necesitaba que le completara la oración. Sudaba la gota gorda ante cada caso. Y notaba también que la distancia social y psicológica entre los habitantes de la zona y la fiscalía de investigaciones seguía siendo enorme; no lograba hacer pie en las organizaciones barriales y sociales como para establecer vínculos más estrechos entre los líderes naturales y el ministerio público fiscal. Lo había charlado con Donato varias veces. – ¿Fuiste a hablar con los curas de las parroquias de la zona? Generalmente tienen un panorama claro de lo que pasa y son los que te
podrían ayudar a conectarte con la gente. – Fui a la parroquia Cristo Obrero y a la que está en la villa 11-14, la Santa María Madre del Pueblo, pero no he avanzado mucho hasta ahora. – Dale tiempo a los curas que todo lleva trabajo, Dani. Hace apenas dos meses que te instalaste. – Sí, yo entiendo, pero tengo que hacer pie en algún lado. – ¿Hablaste con los del Centro de Acceso a la Justicia? Funciona en el predio de la Santa María. – No me dijeron nada de que existiera esa oficina. – Bueno, oficina, lo que se dice oficina, debe ser una piecita de dos por dos, no tienen mucho lugar ahí, por lo que recuerdo de algún reportaje que hicimos. Esperá, le voy a mandar un sms a mi compi que ahora cubre esa zona para que me diga bien cómo ubicarlos. Mientras intentaba relacionarse, los casos comenzaban a llenar expedientes sin “abrochar” y
su personal autoexigencia de ir cerrándolos lo antes posible para elevarlos al juez correspondiente le estaba jugando una mala pasada a sus nervios. Ahí estaban los expedientes, ninguno era un caso mayor o de esos que ocupan titulares de los diarios, pero se sentía en la obligación de resolverlos para darles respuesta a los familiares o a las personas que buscaban justicia. Hasta que al fin tanto escarbar, preguntar y moverse dio resultados. – Daniela, hay un cura que quiere hablar con usted. – ¿Eh? ¿Un cura? – El cura que se ve que ayuda al cura mayor de Santa María Madre del Pueblo. – ¡¡Ah!! Tienen cura y cura mayor. – decía con ironía. – No, no, no – Lidia se apresuraba sonriente a modificar lo dicho – Es una jerarquía que yo establecí. Mayor el que usted fue a ver, por los
años que tiene, este es un muchacho joven. Pertenece al movimiento de los curas de las villas, no sé cómo se llama. – Equipo de sacerdotes para las villas – le respondía la Nadeo. – ¡¡Eso!! Este es un cura joven, que pide hablar con usted. – Bueno, no lo hagamos esperar, a ver qué quiere, ¿no? – sonreía ante las definiciones que hacía su secretaria. Lo observaba entrar y llevarse por delante una silla que estaba bien visible, enseguida tropezarse con otra y reírse de su torpeza. – Disculpe doctora, me olvidé los anteojos y no veo un joraca. Hola, soy Pedro Palacios, seminarista no ordenado aún sacerdote y su conexión con el mundo villa. – dijo todo corrido y Daniela no sabía si largarse a reír o estrechar la mano que el muchacho estiraba para saludarla. – Hola … jmmm... supongo que no debo decir padre Pedro. – iba al encuentro de la mano del
joven – A su costado hay una silla, ¿podrá sentarse? – De cerca veo bien, es la media distancia la que me mata sin los anteojos. Llámeme Pedro y si no le molesta, ¿nos podemos tutear? No me sale el usted con una persona tan joven doctora. Yo tengo veinticinco y usted no muchos más que yo, aunque la edad de las mujeres no se pregunta. Este Pedro Palacios era todo un personaje. De rasgos indígenas en su tez morena y pelo renegrido cortado al ras en los costados y pirincho cortito con gomina para que se vieran húmedos y parados en la parte de arriba – aunque largo atrás y atado en coleta – se notaba que sus ancestros habían llegado del altiplano boliviano a estas tierras argentinas y que él era la primera generación nacida en el país. Tan alto como Daniela, delgado y con una sonrisa a puro diente, causaba una muy buena impresión con su vestimenta de traje azul, camisa blanca y cuello de sacerdote, aunque faltaba su ordenación para que
lo fuera. – Pues... claro, sí. – sonriente y también descolocada con este personaje eclesiástico del mundo “villa”, se iba a sentar detrás del escritorio. – ¡Uy, no te sentés Nadeo! Ahora que me presenté me vas a invitar a uno de esos capuccinos que hacés, ¿no? Se quedó mirándolo con una sonrisa boluda, ese joven con todo el desparpajo del mundo le parecía sencillamente adorable, estaba segura que juntos iban a trabajar en la misma sintonía. Media hora después estaban en la cocina tomando su tercer capuccino al hilo, Daniela carcajeando a más no poder de las anécdotas que le contaba el joven seminarista, que había nacido en la villa 11.14 y conocía a casi todos los vecinos de esa barriada marginal y peligrosa que tenía más de veinticinco mil almas. – Así fue como el padre Benicio, que no duró mucho en la parroquia digamos de paso, bueno, así fue que me inscribió para el seminario y aquí
estoy. – ¿Cuándo te ordenan sacerdote? – ¡Yo qué sé! – arrugaba los hombros y se levantaba para ir a hacerse otro capuccino – El año que viene, supongo, si no me mando otra macana más. ¿Puedo comerme esa medialuna? – ponía la taza y encendía la máquina, mientras señalaba con la cabeza una bolsa de panadería semiabierta – Hoy no desayuné. – Todas las que quedan, Pedro. Y te venís a desayunar por la mañana aquí de ahora en más. Siempre traen facturas los chicos o Lidia o yo. – ¡Graciaaas! ....Jmmm ... – comenzaba a comer una con sumo placer. – Pedro, ¿cómo me podés ayudar para entrar al mundo villa como lo llamaste? – centraba la charla en lo que quería discutir. – Voy a ser tu … enlace, digamos. – ponía la espuma de leche sobre el café en su taza y se giraba a mirarla – Vos me preguntás, te cuento, te digo y te llevo a ver gente. Lo que necesités, te
vamos a ayudar Daniela. Pasaste el examen. – se acercaba con la taza, la segunda medialuna y se sentaba en su lugar en la mesa. – ¿Pasé... el examen? – Sí. No digo con muy bien diez felicitado porque seguís siendo lesbiana, pero con buenas calificaciones. – la miraba a los ojos mientras bebía su taza, esperando su reacción. – Ah, entiendo. Es una contra ser lesbiana. – jocosa. – Eh... para mí, no. Pero quedan bolsones de dinosaurios por ahí. – Daniela meneaba la cabeza – Como en todos lados, te dicen ay qué bien , qué sociedad liberal y cosmopolita y tenés cavernícolas a diestra y siniestra entre los mismos que te sonríen con los dientes apretados. Vos rompés muchos moldes Nadeo. – Además de ser lesbiana, ¿qué más se me cuestiona? – Zurdita, independiente, atea, no hacés las cosas para quedar bien ni para ascender pisando
gente. – Todo eso es malo entonces. – Digamos que más de uno hubiera preferido alguien más tradicional, más... previsible. – Ajá. – suspiro largo y sonoro – Por eso me ha costado tanto encontrar nexos con la comunidad. – ¡Eh! Ya sabés cómo es todo. – se encogía de hombros y seguía tomando su capuccino. – Bueno, ya está. Las cosas son como son. Entonces, ¿cómo seguimos de ahora en más? – Ahorita, te doy un curso básico en villa 11.14. Población, etnias, idiomas... – ¡¡¿Idiomas?!! – ¡¡Claro!! O vos te creés que todos hablan porteño, ¡¡pssss!! El joven seminarista estuvo una hora larga explicándole las divisiones internas en la villa; dónde estaban nucleados los grupos de inmigrantes paraguayos, quiénes eran sus líderes naturales y cuáles los intereses económicos que movían; el mismo dato de los grupos bolivianos y
luego de los grupos de peruanos. Desde ya de los argentinos que en general eran provincianos venidos a la gran ciudad. Se retiró con el compromiso de volver todos los días para seguir con las explicaciones y pasarle un parte de las novedades importantes que pudieran suponer algún quilombo en el futuro – además de su desayuno con medialunas, desde ya. Le dejó el número de su celular para comunicarse en caso que necesitara de su mediación en algún caso que se presentara. Había pasado la hora de salida cuando comenzó a cerrar su oficina. Lidia se despedía desde la puerta. – ¿Necesita algo Daniela? – No Lidia, gracias. Ya está todo por hoy. Sonaba el teléfono fijo del despacho. – Raro, ya no es hora. Espere que lo atiendo. – Deje Lidia, el horario suyo terminó hace rato. Atiendo yo. Si pasó algo, me toca a mí ir. – Bueno, pero... – no se retiraba, esperaba a ver
quién era. – Fiscalía. – atendía la Nadeo – ¿Quién le habla?... Soy yo oficial Laino.... No, no recibimos nada. – comenzaba a esbozar una gran sonrisa – ¡¡Bien, bien!! ¿Cuándo la esperamos entonces? … ¡Mañana mismo! ¡Por fin Laino, por fin! – levantaba el dedo índice y su secretaria decía viva en silencio levantando ambos brazos en señal de celebración.
CAPITULO VIII. ROCIO El otoño iba preparando su retirada con días más que frescos. A nuestra fiscal le encantaba porque ya no llegaba a la oficina convertida en una masa sudorosa. Le gustaba también por el color ocre instalado en las veredas porteñas con las hojas moribundas de los árboles y los jacarandás con hojas violetas que eran su pequeña resaca romántica personal, ese rincón escondido que nadie conocía ni siquiera Donato y que rara vez se había permitido explorar a fondo, con esa coraza que había construido para defenderse del entorno hostil alrededor cuando era adolescente y que nadie había logrado penetrar, ni siquiera esas novias que duraron algo en su vida. Lucía Robago con sus seis meses y días ya era una beba que reconocía a la gente a su alrededor y en especial a Daniela con una fiesta de sonidos guturales y sonrisas que la desarmaban por completo. ¡Esa sí que estaba rompiendo todas las defensas que había erguido!
Cuando volvía de la fiscalía con más de un expediente por estudiar, ahora que ya no daba clases en la facultad – había pedido licencia por un tiempo – y que había decidido dar libre lo que le quedaba por rendir de su licenciatura en Estudios de Género, se la llevaba a su estudio en la parte superior de su habitación y la tenía con ella, dándole su papilla o la mamadera , cambiándola, haciéndole jueguitos en su sillita mecedora, hasta se había comprado una cuna de viaje para meterla dentro y que jugara con sus chiches y hacerla dormir su siesta vespertina antes del baño y de la última comida, actividad que compartían con Donato entre risas y mojadillas. – Mirá. – le mostraba el recibo de la guardería, estaban en la cocina tomando los últimos mates mientras la nena terminaba de dormir su siesta vespertina – Volvieron a aumentar. – suspiraba el muchacho – Estoy ganando una mierda Dani, más la mitad se me va en la guardería. – Aprovecharon que pediste tiempo parcial y
trabajar desde casa para pagarte una miseria. – miraba el recibo – Si volvés a trabajar tiempo completo, ¿volvés a la categoría que tenías? – Eso me dijeron en el sindicato. – metía el recibo en el archivador – Pero la guardería también se iría al carajo porque sería tiempo completo, mucho más caro, en las guarderías o los centros de día del gobierno no hay lugar. – Son muy pocos. Además, la nena tantas horas ahí, no sé. – meneaba la cabeza, había visitado el lugar donde ahora pasaba media jornada y no le gustaba mucho, demasiado cerrado, sin patio ni lugar donde tomar un poco de sol. – Hay miles de pibes que se pasan el día en guarderías Dani y no pasa nada. – razonaba sensatamente el muchacho. – Che, ¿y si traemos a alguien que la cuide acá? Porque pensaba comprar unos juegos infantiles para el patio, un tobogán, una hamaca y poner... Donato sonreía. – ¿Pensás transformar el patio en un parque?
– Y... algo parecido, con un arenero para que pueda... – se daba cuenta de la cara de Donato que la gozaba – ¿Qué tiene de malo, eh? – Nada de malo, al contrario Dani. Es que nunca te imaginé tan mamera. – Yo tampoco sabía que me iba a volver tan boluda con tu hija. – sonreía con ternura y la miraba a un costado, durmiendo plácidamente en su cuna de viaje. – Voy a preparar la cena así terminás eso que estás haciendo. ¿Conocés a alguien de confianza como para cuidar a la nena? Tendría que vivir cerca, ¿no? – iba hacia la heladera para sacar unos canelones que había comprado en la fábrica de pastas a la vuelta del trabajo, tomates y cebolla para una salsa boloñesa; con eso cenarían y sería la vianda que cada Daniela se llevaría al día siguiente para el almuerzo. – Conozco a una chica de la villa, tiene un nenito unos meses mayor que Lucía, me da mucha confianza y además podrían jugar juntitos los dos.
– ¿De la 11-14? Es lejos Dani para venirse todos los días hasta acá y más si tiene un nene chiquitito. Había sido uno de los primeros casos que le había derivado el “padre” Pedro. Un hombre de unos 50 años había pedido su desalojo de la casa que hasta no hace mucho compartían en una manzana del lado paraguayo. Alegaba que la mujer había ocupado ilegalmente la vivienda mientras él estaba de viaje y presentaba papeles que certificaban su propiedad y testigos del hecho. Toda una patraña para deshacerse de su ex pareja que lo había denunciado al cura en la parroquia por golpearla a ella y zamarrearlo al bebé meses atrás. – Se la trajo de Paraguay cuando tenía quince, en uno de los viajes, se estila eso. – Daniela escuchaba muy seria lo que le comentaba el seminarista – Las familias campesinas las entregan, creen que van a estar mejor, las mujeres, ya sabés... – apesadumbrado – La piba tiene unos
diecinueve años ahora, con un bebé de meses, un poco más grande que tu sobrina Dani. – el “padre” sabía vida y obra de la Nadeo y a ella no le extrañaba para nada, los servicios de información eclesiásticos-villeros-estatales o lo que fuera, funcionaban a la perfección – Es inteligente, terminó la primaria nada más y ni vieras lo rápida que es para las cuentas y cómo le gusta leer, muy laburadora, limpia casas con suplencias en un grupo de las cooperativas – la fiscal sabía de las “cooperativas” de limpieza que promovían los funcionarios del gobierno porteño entre las mujeres de las villas, que luego se usaban en distintas dependencias escolares y oficiales mediante contrato y ella se preguntaba quién “gerenciaba” todo eso y cuánto dinero de lo que se cobraba iba realmente a las manos de las trabajadoras y cuánto quedaba en las manos “gerenciadoras” de los funcionarios políticos porteños – Cuando tiene trabajo, una vecina le cuida el nene. Fue a ver a los abogados y a los de
la Defensoría pero le dicen que no pueden hacer nada porque el tipo presentó papeles y testigos y ella no tiene nada, ¡ni partida de nacimiento del pendejo tiene! La hizo venir y fue escucharla hablar y razonar, mirarla, observarla atender a su bebé de unos once meses y darse cuenta que era verdad lo que el “padre” Pedro decía. – Señora, no sé qué hacer, estoy en la iglesia por ahora, me dieron donde dormir, ayudo con la limpieza y la comida, pero no puedo quedarme mucho tiempo ahí. Tengo que trabajar para mantener al nene y no tengo dónde vivir. – dura de llorar la chica, apenas se le aguaban los ojos marrones en un rostro delicado, con pequeñas pecas rosadas y un cabello rubión, una figura grácil y bonita en un metro sesenta. – Dígame Rocío. Su ex pareja, ¿a qué se dedica? – el “padre” Pedro le había comentado algo de que estaba en alguna mano de drogas o contrabando en sus viajes constantes a Paraguay.
– Viaja señora, con muestras de productos para vender. – algo acojonada. – Va a Paraguay y lleva muestras para vender productos. Ajá. ¿Y qué trae para acá? La chica no le respondía, la miraba muy seria. – Si usted me da alguna pista... algo para que yo pueda averiguar más sobre las cosas ésas que trae su ex pareja... quizás pueda lograr que le devuelva la casa y que no la moleste más. ¿Me entiende? – Señora, yo no puedo decir nada, soy ilegal aquí y el nene también. – Usted no es ilegal por ser extranjera ni nada que se le parezca. – decía con énfasis, le daba mucha rabia que se llamara ilegales a los inmigrantes sin documentos nacionales que trabajaban en el país haciendo los laburos más duros y peor pagos, como esta chica – Ya mismo vamos a pedir turno para que le den el DNI de extranjera y también vamos a sacar el DNI del nene. Así se va a quedar más tranquila. Ahora le
voy a decir a uno de los muchachos que se encargue de todo. No va a tener que declarar tampoco Rocío. Ni su ex pareja se va a enterar de dónde vino el dato. Todo queda entre usted y yo. Dígame lo que sabe a ver si lo agarramos con las manos en la masa. – la chica la miraba dudosa, pero la Nadeo tenía la virtud de caerle muy bien a la gente más humilde porque la notaban honesta y comprometida con lo que hacía y porque “su” sonrisa destilaba una confianza irresistible. Con los datos de la chica y el aviso de que había policías metidos en la trama delictiva, Daniela usó a la recién ingresada Julieta Laino para armar un equipo que siguió las pistas y preparó una redada para agarrar a la mayor parte de la banda que contrabandeaba de todo, desde plasmas y celulares hasta whisky y cigarrillos, inclusive traía heroína y cocaína de otros grupos que los usaban como “fleteros”. Un buen arresto y el tipo quedó con prisión preventiva por riesgo de fuga y probablemente le darían unos cuantos años
a la sombra. Por la extrema discreción que usó la Laino nunca saltó quién había dado el dato de los depósitos clandestinos en Barracas y La Boca, así como la frecuencia de viajes y el itinerario. Sin embargo, no pudieron reinstalar a la chica en la casa, no estaba vacía, el tipo había metido a su actual pareja con sus hijos. Por gestión de la parroquia y de ella misma habían conseguido ubicarla por un tiempo en un hotel de acogida del gobierno porteño para madres con niños en situación de calle. Ahí estaba al momento de la charla con Donato. Le comentó la idea a Julieta Laino, quien de a poco, en el trato diario y haciendo actividades conjuntas durante varios meses, se había convertido en su mano derecha, alguien en quien confiaba mucho como a su secretaria Lidia. – Los datos que me enviaron de ella desde Asunción son buenos Daniela. Cuando puede le manda dinero a sus padres y sus hermanos, viven
en una zona muy pobre, son campesinos con poca tierra y mucha miseria. – ¡¿Les manda?! ¡¿Cómo hace?! – se asombraba. – Como la mayoría de los que trabaja acá. Se privan de cosas, viven al día. La comunidad paraguaya es muy trabajadora y muy mal considerada, despreciada acá por muchos. – algo que Daniela sabía de sobra – Se creen que porque hablan guaraní son menos que los porteños. – decía con resentimiento. – Bueno, voy a hablar con el “padre” Pedro a ver qué opina. – Hablando de Pedro... – sonreía con malicia – ¿No vino hoy por su ración de capuccinos y medialunas? – No. – la otra respondía con otra sonrisa – Me avisó que tenía que ayudar en la parroquia. ¿Le cae mal Julieta? – ¿Pedro? ¡¡Para nada!! Es el sinvergüenza más caradura que he conocido pero útil y servicial y
más bueno que el pan, creo que va a ser un gran cura, bueno, eso si en el seminario no le dan una patada en el culo y lo echan. – reía y su forma peculiar de reír contagiaba a Daniela. El “padre” Pedro no podía estar más de acuerdo con la idea de la fiscal. Mientras se servía su generosa porción de medialunas y capuccino, elogiaba la propuesta de Daniela. – No te vas a arrepentir. Supongo que la vas a poner en blanco, ¿no? Daniela le iba a contestar airadamente que “por supuesto”, pero se lo tomó como otra de las humoradas de su “asesor” meneando la cabeza. – ¿Sabés cuántos funcionarios y abogaditos tienen pibas de la villa trabajando en sus casas en negro? – se daba cuenta que la fiscal lo tomaba como broma y le retrucaba la pregunta. – ¡¡¿Quiénes?!! – asombrada. – ¿Si te digo los vas a mandar en cana? ¡Dale! ¡Denunciálos! – se metía un cacho de medialuna en la boca, mirándola divertido.
Ese fin de semana Daniela la mandó a buscar con don Ernesto al hotel donde vivía. Se la presentó a Donato y le presentó a Lucía. Rocío estaba encantada con la posibilidad de trabajar en la casa de la fiscal y más cuidando a esa pequeña, de unos meses menos que su hijo. Le gustaba esa enorme casona con ese patio y esos juegos y el arenero para los pibes, esas muchas plantas tan bonitas y el lugar donde viviría, aunque todavía era un chiquero de cosas. La habitación que estaba en el fondo de la casa y que se usaba de “guardatutti” sería reformada para que la chica se instalara con su hijo ahí. La dividirían en altos con un entrepiso de madera para poner ahí las camas y un placard y debajo le harían una sala con una cocina integrada, abrirían una puerta que daba a un pequeño baño con ducha que estaba al lado de la habitación, era casi un mini departamento para que tuviera completa intimidad con su hijo. – Según me dijo el albañil Rocío, la habitación
estará lista en un mes. Mientras tanto, don Enrique la va a pasar a buscar al hotel todos los días, de lunes a viernes y luego la va a llevar a la tardecita, cuando yo vuelvo de la fiscalía. Su horario de trabajo sería de nueve de la mañana a las seis de la tarde, tendría que ocuparse de la nena y de algunas actividades de limpieza en la casa. Apenas esté la habitación, se muda y vivirá aquí, pero sus horarios de trabajo serán los que les dije, no otros, el resto del tiempo es suyo, para que haga lo que quiera. La podrán visitar las personas que usted quiera, los fines de semana son suyos, podrá hacer lo que usted desee, como cualquiera de nosotros. Ah, el salario por el cuidado de Lucía y las tareas de las casa. A ver, va a estar en blanco, con obra social y aporte jubilatorio y como son más de ocho horas, habíamos pensado en un salario líquido de nueve mil... La chica estallaba en llanto, apretando a su hijo contra su pecho. Donato se asustaba. – Rocío, ¿qué le pasa? – decía Donato mirando
a Daniela. Daniela creía entender la emoción que embargaba a esa chica jovencita que hasta ahora no había tenido beneficio alguno trabajando o siendo la pareja del paraguayo detenido. Tranquilizaba a Donato con un gesto y se apresuraba a pasar su mano por el brazo de la chica, tratando de no ser invasiva. – Rocío, déme a Juanjo que lo sostengo. Donato, prepárale un capuccino, sé que le gustan mucho. – Rocío dejaba que Daniela tomara a su hijo en brazos y se intentaba limpiar la nariz con el dorso de la mano, pero Donato se avivaba y le daba una servilleta de papel para que se sonara. – Señora Daniela, ¿cómo le voy a devolver todo lo que usted...? – Nada, Rocío. Usted no tiene que devolverme nada, la estamos contratando para un trabajo y tenemos lugar para que usted viva con el nene, para nosotros es lo mejor y a usted le viene bien. Nada más. Vamos, tómese el capuccino y después
le sigo contando otras cositas, ¿okei? – trataba de sonar lo más casual posible. Para ellos fue un cambio muy favorable. Donato recién pidió el cambio a tiempo completo después de un mes de Rocío ahí, quería ver cómo iban las cosas. Para fines del invierno, Rocío estaba plenamente integrada, cenaban todos juntos en la cocina grande de la casa. La chica tenía su independencia, pero se sentía parte de esa familia “acoplada” rara que constituían Donato, su hija y Daniela. Ahora también se agregaban Rocío y Juanjo.
CAPITULO IX. EL INCENDIO Acercándose el fin del invierno se agarró una bronquitis que Daniela no se esperaba. Fuerte como un roble, era la primera vez – que ella recordara – que una fiebre de casi cuarenta la tiraba en la cama sin poder moverse, nada más dormir y transpirar a lo bruta. Se quejaba porque no podía levantarse y debía ir a trabajar, se quejaba porque estaba tan débil que tenían que llevarla hasta el baño – sola no podía –, en una palabra, una hinchapelotas que se quejaba por todo. Al tercer día, después de antibióticos para caballos, estaba más lúcida y por ende más hinchapelotas, al decir de Donato. – No podés levantarte, dejáte de joder, la pobre Rocío no sabe qué hacer o decir. – la contenía en sus ganas de saltar de la cama. – Ya estoy bien, puedo ir a trabajar. – se resistía. – ¡Dejáte de boludeces! ¡Tan importante te creés
que el mundo no funciona si vos no estás! Eso pareció encender su chip de raciocinio. Se sosegaba. – Daniela, no podés ser tan inconsciente. Dijo el médico, reposo hasta dos días después que se haya ido la fiebre. Recién hoy estás sin fiebre, dejáte de joder un poco, no podemos estarte cuidando como a un chico. – ¡Uff! – única respuesta reposando sobre las almohadas y cerrando los ojos. – Rocío no sabe cómo contenerte, no es justo para ella, la ponés en un aprieto y la chica te adora, ¡lo sabés boluda! – No quiero que se ponga mal, ¡uff! – A ver. Hablá por teléfono con la gente de la fiscalía, te pueden contar cómo van las cosas. Pero te tenés que quedar en casa hasta que el médico te dé el alta, dijo que lo llamáramos con dos días sin fiebre para revisarte y mandarte unas placas y análisis. ¡Te agarró fuerte esta vez, entendé! – Está bien, está bien.
– Te dejo la tele puesta, trabajá en tu notebook o con la tablet, pero no la jodas a Rocío con quererte levantar. – Okei, okei, me porto bien. – Eso me gusta más. – le dejaba un beso en una mejilla. Una hora hablando con su secretaria Lidia, que más de una vez se sonreía de las preguntas que le hacía su jefa. Había estado ausente apenas tres días y medio y estaba ansiosa por volver. Le tocó el turno a la Laino en el mismo momento que en uno de los canales de noticias avisaban de un incendio en un depósito en Villa Soldati y pasaban las primeras imágenes. – Julieta, estoy viendo por C5N un incendio en un depósito en nuestra zona, es grande. – Espere que lo pongo, doctora. – Está en … – ¡¡Lo veo!! Es cerca de aquí , es el depósito de expedientes y legajos de empresas de Maiden Files.
– ¿Lo conoce? – Sí, hubo algún problema ahí. – ¿Qué problema? – observando las imágenes en la pantalla de su plasma. – Los bomberos no le daban el permiso de funcionamiento. – ¿Y? ¿Cómo terminó? – impaciente. – Creo que se solucionó, por lo menos, no me enteré de nada más. – ¿Y cómo te enteraste de … ? ¡¡La mieeeeeeeeeeerda!! – ¡¡Se cayó la pared!! – ¡¡Hay gente atrapada!! ¡¡Yo vi gente ahí antes!! – vociferaba como si los bomberos y el personal de rescate trabajando en la zona la pudieran escuchar. – ¡¡Voy para allá!! ¡¡La llamo desde ahí Nadeo!! – la policía, expeditiva como ella sola. Fueron treinta minutos tensos mirando las noticias que transmitían los distintos canales de
cable. Cambiaba de uno a otro sin solución de continuidad. En un momento entró Rocío a ver si necesitaba algo y se la encontró ensimismada en su actividad de cambio de canales, no sabía si era bueno o malo, pero por lo menos no amenazaba con levantarse. Al fin un llamado desde el lugar del hecho. – Hay cinco muertos, se cayó la pared sobre cuatro bomberos y un civil de la guardia de salvamento d el gobierno de la ciudad que estaba ayudando. No se lo esperaban Daniela, la pared no tendría que haber caído. La temperatura no era tan alta como para que cediera o … bueno, eso creían por los cálculos desde cuándo se había iniciado el incendio. Están trabajando varios cuarteles de bomberos, de la Federal y voluntarios, están todos hechos mierda, no se sabe cuándo van a terminar de controlar el fuego. – ¡¡Voy para allá!! – No es necesario, ya están trabajando los equipos de la federal y ...
– Que precinten todo, que sigan el protocolo, en media hora estoy allá, que no toquen nada sin guantes aunque esté todo chamuscado, vaya sacando fotos, lo que siempre hacemos... – retahíla de órdenes usuales que la Laino se sabía de memoria, mientras se iba vistiendo a tientas y locas. – Pero Daniela le dijeron que tenía... – intentaba sosegar a su jefa que sabía debía guardar reposo varios días más después de la fuerte bronquitis. – ¡¡¡Ya estoy saliendo!!! – con el celular sostenido entre el cuello y la oreja, los pantalones puestos, las medias puestas, las zapatillas puestas. Treinta minutos después el remise de Don Ernesto la dejaba en el lugar. Se sentía muy floja y mareada, pero nada en el mundo le iba impedir estar ahí. – ¡Mierda Daniela! ¡No está en condiciones! – veía el auto conocido de don Ernesto e iba hasta ahí, abría la puerta de atrás y al salir se daba
cuenta que su jefa estaba hecha una piltrafa. – Nada. Vamos. Decíme que tenés. – entre el estado general medio afiebrado, su interés por el caso, la situación caótica en la escena, comenzaba a tutear a su oficial de justicia a la par que apoyaba su mano en su hombro, tan débil estaba. – Daniela, no creo que esté bien para... – insistía la Laino viendo la palidez mortuoria de su jefa. – Ahora hago esto, después me caigo medio muerta, no importa. – decía muy seria – Esto es terrible, esos bomberos y ese joven, ¡la pucha que me da mala espina este incendio! – caminaban hacia donde estaba el jefe del operativo de bomberos, con lentitud, Julieta notaba el enorme esfuerzo que Daniela estaba haciendo – Mientras esperaba a don Ernesto estuve gugleando, estos de Maiden tienen antecedentes de incendios intencionales en otros países, leí de Inglaterra, un quilombo, en este depósito de acá había archivos de varios bancos que están siendo investigados
por la AFIP . – ¡¡Noooooo!! – exclamaba la Laino, que ahora entendía por qué su jefa se había venido “con la cama a cuestas”. – No sé a vos Laino, pero a mí me hierve el alma de bronca por esos bomberos y ese pibe. Tenemos que hacer esto lo mejor posible, que nadie pueda cuestionar nada, ¿sabés qué tal es el jefe del operativo? – Es el Jefe de Bomberos de la Federal, doctora. – Julieta notaba el tuteo pero trataba de pasarlo por alto, aunque hubiera querido tutear ella también a su jefa escuchándola decir que le hervía todo de bronca. – Okei, pero te pregunto... – hacía énfasis en la palabra a la par que se detenía y la Laino se giraba a mirarla – otra cosa. Si lo que a vos y a mí se nos cruzó por la cabeza – un segundo de silencio – es así, ¿cómo crees que va a responder este tipo? En la investigación. Julieta la miraba un par de segundos, como 8
evaluando a conciencia su respuesta. – Por lo que conozco de los bomberos … y de su jefe... va a responder pidiendo justicia para sus hombres muertos. – ¡¡Bien!! Vamos a hablar con este hombre. – satisfecha por lo que esperaba encontrar en ese Jefe de Bomberos. Daniela se presentó brevemente y le pidió intercambiar un par de palabras en privado, asegurando que no quería interferir en las acciones urgentes que demandaba la situación. – Usted dirá señora fiscal. – la miraba con atención el jefe de bomberos, notaba su palidez y su estado de salud no muy bueno. – Ustedes tienen un protocolo que cumplen y levantarán las evidencias cuando puedan dominar el fuego, que por lo que veo no sé si será hoy o cuándo. – Así es señora. – Le pido que lo que no corresponde a ustedes, sino a la policía, permita a mi ayudante la
Inspectora Laino dirigir el operativo, quiero preservar todo lo que se pueda de evidencias, sacaremos fotos de lo que podamos sin interferir con su labor. El Jefe de Bomberos la miraba muy serio. – Espero que no le cause inconvenientes, quiero documentar todo de forma que nadie pueda objetar nada. – insistía Daniela – Este incendio debe ser muy bien investigado, por sus hombres, por ese joven. – resaltaba sus últimas palabras y sus ojos acuosos terminaban de convencer al oficial de que esa fiscal iba a cumplir lo que decía. – Señora fiscal, he escuchado sobre usted y su forma de trabajar. Obtendrá toda la colaboración de nuestra parte. – la saludaba tocándose la gorra y se retiraba a seguir dando órdenes de trabajo. Una hora y media después, en medio del enjambre de bomberos, guardias civiles, policías, gente ayudando, médicos y enfermeras del SAME, ahí estaban la fiscal y su oficial de enlace tratando de hacerse una composición de lugar en un
verdadero quilombo. Porque había que sumar a los periodistas y cámaras que no renunciaban a su rol de “informadores insustituibles de la población” y querían invadirlo todo. No era un buen lugar para una fiscal de investigación criminal recién levantada de una bronquitis aguda con fiebre altísima por más de tres días. Estaba ella sacando alguna foto de algo que le llamaba la atención cuando empezó a sentirse demasiado mareada y la negrura lo invadió todo y ahí cayó al suelo. Despertó en una ambulancia, con una médica muy bonita, pelo castaño recogido en coleta y ojos celestes que destellaban en un rostro ovalado delicado y rozagante, mirándola con una sonrisa burlona, ella tirada en la camilla y con una mascarilla de oxígeno y suero en su brazo derecho. – ¿Cómo se siente señora fiscal? – le preguntaba el bomboncito de médica que la atendía. – No sé. Qué... qué...
– Hipotensión, le ha vuelto la fiebre. No debía haber venido en su estado. – ¿Cómo sabe que... ? – La inspectora Laino me dijo que estuvo con bronquitis y fiebre alta durante tres días. Bueno, ahora me temo que tendrá para una semana más sin moverse de su casa, le dejo un informe para su médico y una orden para análisis y placas que creo que habría que hacerle. – le quitaba la máscara que le molestaba a Daniela y le impedía hablar. – ¡Uhhh! – intentaba levantarse de la camilla y no podía, caía hacia atrás como bolsa de papas. – Ni lo intente Daniela, la vamos a llevar en la ambulancia a su casa ahora que ha recobrado el conocimiento y sus parámetros son normales. Estábamos por internarla. – ¿Por esto? ¡¡Nooo!! – rumiaba incrédula. – Dura de convencer señora fiscal. – le sonreía la doctora – Pero ahora no manda usted, mando yo. ¡José! – llamando al camillero y conductor de la ambulancia del SAME – ¡Avisále a la
inspectora Laino que nos llevamos a la fiscal a su casa! – Ya que vamos a viajar hasta mi casa... – Daniela, recuperada de la conmoción inicial y notando que esa doctora le sonreía más de la cuenta y perdido por perdido... ¿por qué no? – usted sabe mi nombre y oficio, ¿qué tal si me dice su nombre doctora? – con fiebre, hipotensión y mareada como un trompo, igual le salía esa sonrisa que conquistaba casi sin proponérselo. – Doctora Diana Galíndez, señora fiscal. – preciosa la médica, sin duda, ¿cuántos años?, unos pocos menos que ella, calculaba en su estado de enfermedad que no era “tan” terminal como para llevarla a su casa en ambulancia. Donato sonreía escuchándola. – Acá estoy, sin poder moverme por unos días más según esta Diana bomboncito pa comérselo y te digo, ¿qué posibilidades hay que te toque en el SAME una médica que estoy 99% segura es lesbiana? ¿Eh? Vos sos bueno para sacar esos
cálculos. – Dani, ni idea, pero ¡llamála ! Si te gustó, ¡dale! Por algo te dejó el celular y pidió que le dijeras cómo seguías – La voy a llamar, ¡claro! No soy boluda Donato. Pero te sigo contando del incendio. Donato meneaba la cabeza. Su amiga siempre igual. Ese incendio pasaría a ser el eje de todas sus charlas de ahora en más. Aunque agradecía que la Nadeo fuera la fiscal a cargo. Lo que se comentaba en el diario le había puesto los pelos de punta, por esos bomberos muertos, por ese pibe de la guardia civil también muerto. – Seguro en la redacción intercambiaron chismes. – a la yugular de su amigo, notando su rostro tenso. – Dani, nada de lo que se dijo tiene fuentes seguras. Son rumores. – Lo de las fuentes seguras, dejámelo a mí. ¿Qué se chimentaba? – Que hay gente grosa atrás de todo esto.
– ¿Nombres? Donato la miraba preocupado. – Dejáte de hacer el boludo, estás hablando conmigo, lo que me digas es todo off the record, lo uso para mejorar la investigación, nada más. Ni me lo creo ni dejo de creerlo, avanzo un poco. – Tres bancos. – le daba los nombres. – ¿Los que está investigando la AFIP por la guita que fugaron? – Donato asentía – ¿Qué pasó con la autorización de bomberos? – tomaba en cuenta el dato que le había dado la Laino. – Se perdió el expediente. – ¡¡¿Eh?!! – no podía creer lo que escuchaba. – La repartición de la ciudad la envió a no sé dónde, ahí no está, la procuración no la encuentra, lo de siempre, ¡se perdió! O sea, un boludo en el escritorio firmó y ése o ésa va a cargar con el pato, la realidad... – Alguien dio la orden y obviaron que los bomberos no autorizaron – razonaba en voz alta su desazón.
– Así es, como en Cromañón Dani. Y les chupa un huevo a los de arriba, los papeles no están más, como los expedientes que se llevó el incendio. Al fin de cuentas, suponéte que tu investigación llega a algo, que lográs juntar pruebas y elevar a juicio, bueno, suponiendo que el juez te acepte las pruebas – escéptico – ¿qué les pasa a los funcionarios? – ¿Comparado con la muerte de esos bomberos y ese pibe? – Ajá. – Nada, Donato, no les pasa nada. Apenas algunos años de cárcel, si es que les toca. – negaba con la cabeza, la bronca le inundaba el cuerpo – Igualmente, me voy a romper el culo para llegar a la verdad. Aunque sea para que la sociedad sea consciente de la mierda que envuelve todo. – Como con Cromañon , ¿no? ¿Cuánto cambiaron las cosas? ¿Eh? Apenas dos o tres bengalas menos... 9
CAPITULO X. MUJER GOLPEADA Los dos días siguientes a su inspección in situ del incendio los pasó durmiendo, casi groggy. Apenas beber la solución de sales de hidratación oral que le indicara la médica del SAME y transpirar a lo burro, cambiarse la ropa húmeda y vuelta a dormir. Al tercer día “resucitó” totalmente renovada. El resto de esa semana y el fin de semana, todo desde el celular, la notebook, la tablet, el teléfono fijo, lo que fuera para preguntar, escuchar, decir, convencer, dirigir desde su casa, aunque como le comentara a Donato, “estas dos, Julieta y Lidia, ¡ay Donato! ¡lo hacen mejor que yo!” Cuando retornó a la fiscalía la semana siguiente fue recibida con alegría y a ella la puso de un humor genial el recibimiento. Aunque notaba que su policía “preferida” estaba algo “ausente”. – Lidia, ¿tiene un minuto libre? Quisiera preguntarle algo. – la consultaba por el intercomunicador telefónico y quedaban en
encontrarse capuccino por medio en la cocina, habitual lugar de tertulias especiales – Noto a Julieta rara, como ausente, ¿sabe por qué? – a boca de jarro, degustando su capuccino número uno del día de retorno. – Ahh, se dio cuenta. – sorbo del suyo – Lo que le voy a contar es... – Off the record. – sonreía a su estilo la Nadeo. – El segundo día después del incendio, se apareció con un vendaje en un ojo. – Daniela contenía el aire – Dos días después se lo sacó, según dijo, conjuntivitis bacteriana, había pedido que se lo vendaran para no contagiar y no faltar, aunque la conjuntivitis agarra a los dos ojos, ¿no? – Lidia asentía y negaba al mismo tiempo, Daniela sabía de sobra qué signficaba – Cuando se lo sacó, yo – acentuaba la palabra – noté el verdoso debajo del maquillaje. Anduvo muy ocupada con todo lo del incendio, no me daba para preguntarle algo, usted no estaba y esto era una locura, en fin... y ahora está así, algo ida. –
remarcaba esta última palabra. Daniela miraba el resto de su capuccino, lo bebía antes de hablar. – Lidia, ¿sabe si sigue saliendo con el mismo tipo que alguna vez comentó cuando empezó a trabajar aquí? – ¿El de Solís? – refiriéndose a la sede de la Policía Federal. – Sí, ése. – Daniela la miraba sonriente, esta Lidia sabía de todo el mundo – Tenía algún cargo importante ahí. – Sí, comisario mayor de no se qué. – parca Lidia, aunque con bronca inyectada en los ojos. – Ya. – notando esto – A ver... ¿usted cree....? – silencio y la miraba, como esperando alguna reacción de su secretaria – ¿usted cree que ese ojo puede tener algo que ver con … – un espacio de silencio a ver si seguía o no con la pregunta – … este tipo? – ¡Jaaaaa! – mano agitada al aire que resumía todo.
– Okei. – Bueno, si usted fuera yo... jmmmm... ¿qué haría? – ¡Le hablaría! ¡Desde yaaaa! – Daniela sentía que había hecho una pregunta estúpida – ¿Sabe? ¡A usted la tiene en la gloria! – Daniela fruncía la frente, incrédula – ¡Es su héroe! Bueno, heroína, ¿me entiende? Lo ha dicho mil veces. Que la Nadeo esto, que Daniela lo otro. ¡Y ahora que la tutea! ¡Jaaa! – otra vez el gesto ampuloso con su mano. Daniela caía en la cuenta que la última vez que había estado con ella, en el incendio, la había tuteado, luego por teléfono había vuelto a tratarla de usted. – Daniela, hable con ella, deje que se relaje y le cuente, usted es buena para eso, todo el mundo le confía hasta el asesinato que hizo el día anterior. – el asombro de Daniela la hacía sonreír a su secretaria – Una forma de decir, usted sonríe y la gente le confía, ¿me entiende? ¿La entendía? Asintió con la cabeza porque no
era el quid de la cuestión, ahora lo que le taladraba la sesera era la situación de Julieta Laino, su jefa policial, su mano derecha en todo lo que tenía que ver con investigaciones, cuestiones criminalísticas y relación con las distintas fuerzas de seguridad. Tendría que ver cómo encaraba la situación. No habían pasado dos horas de su retorno que ¡oh casualidad! se aparecía su “padre” seminarista preferido en busca de su habitual porción de medialunas y capuccinos. – ¡¡Dichosos los ojos que te ven, Daniela!! – exagerando, como siempre, el encuentro, con brazos al aire y cara de emoticono de yahoo. – ¡Pedro! ¡hoolaaa! – Me dijeron que te llevaron en ambulancia desde el incendio, moribunda ¡eso es servicio a la comunidad! – ¡Ay, qué exagerado! Vení, vamos a la cocina y me ponés al día. Porción extra de tarta de ricota. – ¡Trajiste una ricotera para celebrar la vuelta!
¡Eso es una jefazaaaaaa! Detalle de tal y cual, aquél y éste, una y la otra, tal puntero, el otro cana, la parroquia y en media hora Daniela tenía un panorama completo de “su zona” después de su “larga” ausencia por la bronquitis y la recaída después del incendio. Un dato en especial la puso en alerta roja. En la zona “de los paraguayos” había mucho movimiento de cargas. – ¿Avisaste a los gendarmes? – Lo saben, ellos tienen ojos como yo. – se servía nueva porción de tarta – Además, los tienen bien vigilados desde adentro. Daniela suspiraba moviendo la cabeza. – Eso lo sigue la fiscalía de narcotráfico Daniela, salvo que pase algo o vengan a denunciar, no te van a informar nada a vos. – Claro, si se agarran a tiros entre las bandas, ahí nos toca a nosotros levantar cadáveres. Mientras tanto, se va cocinando una masacre. – preocupada – Mañana llamo a la fiscalía, a ver
qué me pueden comentar. Pedro arrugaba los hombros en señal de “y bueh”, no le convencía mucho la medida. – ¿Tendrás tiempo para un cursito para las mamis? – le preguntaba con la boca “ricotera”. – ¿Eh? – Hay acuerdo en la parroquia en que vengas a hablarles sobre la violencia de género y esas cosas. – ¡¡Noooo!! – no se podía creer que le dieran aire a una atea lesbiana para que fuera exponer sobre el tema. – ¿Viste cómo cambian los tiempos? Les hice ver un videito tuyo que está en You Tube, una charla que diste en la facultad de psicología y se quedaron con la boca abierta por lo bien que explicás todo, sencillo y claro . – ¿Yo? ¿Cuándo? – En un encuentro o algo así, estuviste muy bien. Vas a tener que moderar algunas cositas, como eso del estado capitalista y la iglesia
cómplice, ejem, ya sabés que en la casa de Dios no podés putear a la iglesia y a los ricos. La hacía reír con ganas y sabía que esa charla con “las mamis” tenía el sello de una iniciativa de Pedro. Después de ponerse al día con varios autos que habían quedado pendientes cuando se enfermera, se puso a ver el expediente del incendio. No tenía ningún informe de Bomberos y la pizarra que solían usar para los casos álgidos estaba vacía. Ni Lidia ni Julieta habían colgado o escrito nada allí. Las llamó a las dos para hablar el tema. Para la hora del almuerzo tenían un diagrama de los hechos acaecidos y fotos pegadas, tanto del incendio como de los bomberos y el joven fallecidos. En un costado de la pizarra habían puesto los recortes bajados de internet sobre otros incendios en Londres y Seúl de depósitos de Maiden Files. En el costado opuesto, con signos de interrogación enormes dos titulares sin fotos: “permiso de bomberos” y “expediente de
habilitación en el GCBA ”. – ¡Qué rompecabezas! – exclamaba Lidia mirando el resultado en la pizarra. – ¿Por dónde comenzamos Daniela? – la Laino estaba confusa. – Voy a ir a ver al jefe de Bomberos. Si todavía no hay informe, quiero su primera impresión. Ya entraron al depósito y deben tener una idea si fue intencional. – Entre los uniformados ese es el comentario. – informaba Julieta. – Llamo para hacer una cita. – se apresuraba la secretaria. – Gracias Lidia, hacélo después de almorzar. – la tuteaba y la otra se sorprendía gratamente, yéndose hacia su oficina con una gran sonrisa en la cara – Julieta, ¿podemos hablar algo antes que te vayas a almorzar a tu casa? – ¿No vas a almorzar? – la tuteaba automáticamente, notaba que de ahora en más sería así, lo que le agradaba mucho. 10
– Después. ¿Vamos al barcito de la esquina? – sorprendía a Julieta con la propuesta, que aceptaba en silencio. El bar estaba lleno de laburantes en su hora de almuerzo, pero el dueño les indicó que fueran a la mesa del costado de atrás, la que siempre usaban los mozos para su comida. – ¿Lo de siempre oficial? – preguntaba el mozo. – Para mí sí, para usted... ¿vos – se corregía – Daniela? – Café doble con crema, gracias. – esperaba a que el hombre se fuera – Te preguntarás por qué acá, ¿no? – Sí. No solemos venir a charlar acá. – Es personal y no quiero que nadie nos interrumpa ni escuche, Julieta. Supe que tuviste algunos problemas. – iba directo al tema, con esa sonrisa cálida en la boca y en los ojos que a Julieta literalmente le desarmaba todas las defensas. – ¡Ah! Lidia, me imagino. – bajaba la vista. – Yo anduve haciendo preguntas porque te noto
preocupada. – se apresuraba a aclarar – ¿Es tu pareja, no? – Algo así. – doblaba en varias partes una servilleta de papel – No vivimos juntos. – Novios cama afuera. – Julieta negaba con un ademán – Ah, el tipo es casado, serías algo así como la amante. – Ajá. – seguía con el origami con la servilleta, el mozo traía los brebajes y los ponía en la mesa. – Gracias. – le decía al mozo y ponía nutrasweet en su café con crema – No voy a sermonearte, vos conocés el tema de la violencia hacia las mujeres tanto como yo. ¿Cortaste con el tipo? – la miraba, ahora muy seria. – Yo sí. – levantaba la vista de su origami y miraba a su jefa a los ojos, los propios enrojecidos – Pero sigue insistiendo. Daniela se mostraba preocupada, se tomaba un instante largo para pensar bajo la atenta mirada de la Laino. – ¿Me permitís meter cuchara? – podía
intervenir si quería hacerlo, pero no iba a pasar por encima de la opinión de su oficial. – ¿Hablar con él? ¿Denunciarlo? – temerosa. – Voy a intentar por las buenas, hablar con él, decirle que desaparezca de tu vida y de la vida de tu hija y si no lo hace, que se atenga a las consecuencias. – Julieta no terminaba de entender a qué consecuencias se refería, Daniela se daba cuenta que no la entendía – ¿Las consecuencias? Hablar con sus jefes y te digo que el horno no está para esos bollos en la Federal, Julieta. La policía bajaba la vista y rompía en llanto. – Julieta, esto no tiene que ver con vos, el tipo es un machista maltratador hijo de puta. – decía con rabia mientras estiraba la mano para tomar la de su oficial con el origami – ¿Te estás culpando? – No sé... no quiero joderlo, Daniela. No es un mal tipo y tiene familia, si esto se sabe lo van a bajar de su carrera. – Será muy buen tipo, familiero y demás, pero es un machista golpeador y que por si fuera poco,
está legalmente armado con una pistola nueve milímetros, lo que lo hace aún más peligroso. ¿Sabés si también le pega a su mujer? – la cara de espanto de Julieta era la mejor respuesta – Si te lo hace a vos, ¿qué creés que pasa con su mujer? Después de un frugal almuerzo con la vianda que se había traído, pidió a su remisero personal que la pasara a buscar y la llevara al edificio de Solís y Belgrano. El Jefe de Bomberos la esperaba en el edificio central de la Federal y de paso llevaba el nombre y ubicación del tipo con el que estaba saliendo Julieta, iba a buscarlo para hablar con él. El Jefe de Bomberos le confirmó que habían habido varios focos de incendio y se había utilizado un material acelerante para dar inicio al fuego. También habían fallado los sistemas de emergencia del depósito; no habían funcionado los aspersores que debían rociar y apagar las llamas y se había determinado que las bombas no tenían la presión suficiente y que los depósitos de agua
estaban a la mitad de su capacidad. – Nuestros peritos concluyeron que el fuego comenzó entre los depósitos 7 y 8, a unos 7 metros de la línea de edificación de la calle. También se encontraron rastros de sustancias combustibles y se estableció que el foco del fuego se produjo por dispositivos colocados al efecto, ya que también se encontraron restos de conductores y transformadores de energía, que no se correspondían con partes de equipos del lugar. Hicieron que se retardaran las alarmas, lo que explicaría la alta temperatura que tenía la pared que se derrumbó, no preveíamos algo así por el tiempo entre el aviso de incendio y nuestro despliegue en la zona. – le explicaba, la frente ceñida de Daniela le hacía notar que no entendía esto último – Le explico. – tomaba una hoja y comenzaba a dibujar en ella mientras explicaba. – ¿Cuándo tendré el informe oficial de ustedes? – le preguntaba cuando hubo terminado la explicación.
– Queremos repetir algunos peritajes, confirmarlos y apenas tengamos eso listo se lo enviamos. Se fue de la oficina del Jefe con una idea en la cabeza, “solicitar un peritaje externo”, por más científico y serio que fuera el informe del Departamento de Bomberos de la Policía Federal y el anexo del INTI , eran parte de la demanda penal, el mismo Jefe le había comentado la situación y le había sugerido la Universidad Tecnológica Nacional como un peritaje externo idóneo. Logró ubicar la oficina del Comisario Inspector Rubén Ceballos , ubicada en el segundo piso del enorme edificio sede de la Policía Federal. Se presentó al suboficial que oficiaba de secretario. – Señora fiscal, adelante. – le decía desde la puerta de su despacho apenas el suboficial le avisaba de su presencia. – Gracias. – pasaba y tomaba asiento enseguida frente al enorme escritorio del Comisario Inspector 11
Ceballos. – Usted dirá, no sé qué puedo hacer por usted. – se sentaba y preguntaba, sin duda sabía que era la jefa de su amante. – Vengo a pedirle que se olvide de la oficial inspectora Julieta Laino. – el tipo abría los ojos como dos faroles – Que ni la llame, ni la visite, ni nada. ¿Se entiende? – Señora fiscal, no sé qué le ha dicho Julieta pero lo sucedido fue un accidente que … – No vine a escuchar su sanata. – levantaba la mano en señal de “detente” y se ponía de pie – Vengo a pedirle de buen modo lo que le he dicho. En caso que no desaparezca de la vida de mi oficial y su hija como le he pedido... – hacía una pausa para mirarlo con el odio reflejado en cada molécula de su ser, algo que el tipo frente a ella alcanzaba a percibir – me veré obligada a recurrir a otras medidas, tanto con las autoridades de este edificio como a interponer una denuncia penal. – el tipo estaba pálido y no atinaba a responder –
Creo que me ha entendido. – se dirigía hacia la puerta pero antes de abrirla se daba vuelta y agregaba – Espero que su esposa no sufra uno de estos accidentes, porque me voy a enterar y me voy a ocupar del caso. – la palidez del tipo iba en aumento – Buenas tardes.
CAPITULO XI. DIANA GALINDEZ Su retorno al trabajo h abía sido una semana de gran trajín en la fiscalía y cuando llegaba a casa – siempre en el remise de Don Ernesto, su estado físico no daba aún para montar su bicicleta – estaba muy cansada y terminaba boludeando con su sobrina y con Juanjo. Esos dos pendejos la volvían loca de amor. Les dedicaba varias horas a su regreso para cantar canciones, mirar videos que bajaba de YouTube y se tiraba al suelo para hacer correr los autos de Juanjo o ayudar a Lucía con sus bloques plásticos. Cuando Donato volvía de su laburo en el diario ahí la encontraba y más de una vez la filmó con su celular, le causaba mucha gracia que su amiga del alma fuera tan mamera y también lo emocionaba ver cómo se ocupaba de su hija. Sábado por la mañana después de la semana de retorno a la fiscalía, Donato le había insistido con el tema. A eso de las once de la mañana se decidió a llamar a la médica que la había atendido,
pensaba que era buena hora, generalmente la gente, aunque se quede más tarde en la cama los sábados, a esa hora ya está levantada – razonaba consigo misma. – ¡Qué sorpresa Daniela! Creí que te habías olvidado de esta médica. ¿Cómo estás? – Bien, bien. No te llamé porque estuve hasta la coronilla de trabajo para ponerme al día. – se excusaba – Espero que ahora no sea mal momento. – ¡Para nada! Estamos yendo en la ambulancia a un choque en Lugano, puedo hablar hasta que lleguemos. – Ah, estás de guardia. – descorazonada, no se esperaba que estuviera trabajando. – Sí, hoy hasta mañana domingo a las ocho de la mañana. – Entonces... eh, no creo que podamos encontrarnos para … charlar. – qué difícil se le hacía hacer una cita por teléfono, no sabía muy bien cómo continuar.
– Hoy no, pero mañana, cuando salgo de mi guardia, si podés... – la otra se lo facilitaba. – ¿A las ocho de la mañana? – Jajaja. – linda risa, pensaba Daniela al escucharla – Muy temprano, ya sé. No, más tarde, antes de irme para mis pagos de Caseros. – ¿Vivís en Caseros? – sorprendida. – Así es. ¿A qué hora podés mañana? – Me despierto temprano, puedo a las ocho. – ¿un poco apresurada la respuesta?, ¿no era mejor hacerse un poco la interesante?, se daba cuenta de eso después de decirlo. – Verdad que ustedes los fiscales laburan temprano, pero pensé que los domingos aprovechaban a dormir. – Yo no. – Okei, salgo a las ocho de la sede del SAME que está en Alcorta frente a la cancha de Huracán, a ver... jmmm... ¿Parque Patricios te queda bien, a eso de las ocho treinta? – Bárbaro. Ocho treinta, Rioja y Caseros, el bar
del globito. – ¡Ah, conocés el barrio! ¿Había sonado como una mina muy desesperada por una cita amorosa? El comentario de Donato le hizo ver que era una locura hacer una primera cita romántica con alguien un domingo a las ocho y media de la mañana, después que la otra hubiera tenido una guardia médica de 24 horas. – Escucháme, vive en Caseros. – ¿por qué se justificaba si estaba de acuerdo con lo que su amigo le decía? – ¿Y qué tiene que ver? ¿No te parece raro una cita a esa hora en ese bar? Ay Dani, estás medio boluda después de tantos siglos sin citas ni coger. – Bueh, tampoco son siglos... – no sabía qué contestarle. “Tenía razón” pensaba mientras esperaba en el bar de Rioja y Caseros, capuccino ymedialuna por medio, fiel a su tradición llegaba diez minutos antes, no fuera a ser que se le hiciera tarde.
Miraba por el escaparate del bar el poco movimiento en el parque enfrente y en la avenida, domingo a esa hora, el invierno a punto de fenecer, apenas algún viejo sacando a su perro o algún otro comprando el diario. – ¡Qué puntual señora fiscal! – la tal Diana, llegaba enfundada en su pijama verde, con una campera súper abrigada y cara de bastante cansancio y se sentaba en la mesa frente a ella. – ¡Hooolaaa! – alegre de verdad de volver a verla, le gustaba esa médica y se lo dijo con “esa”, su sonrisa especial que se trasladaba a sus ojos y a su cuerpo y era de una ternura y calidez enorme. – ¡Por dios, qué sonrisa increíble que tenés! Estoy remolida después de 24 horas de guardia y que me sonrías así, me devuelve la energía al cuerpo. – sincera la chica y relataba exactamente “ese” efecto que producía la sonrisa de la Nadeo. – Pues si es así, ¡me alegro! Se te ve cansada, no sé si fue una buena idea vernos hoy aquí y a esta hora. – otra que mataba con su sinceridad,
que la observaba de arriba a abajo y dejaba traslucir que le gustaba esa chica. – Jmmm, creo que sí. – la otra, echándole una mirada cargada de deseo, ésta sí que no se cortaba un pelo – Se te ve muy … recuperada. – Sí, gracias a vos y al otro médico, que yo soy un poco bruta y me levanto apenas se me va la fiebre y ... – Se te ve muy bien pero no por nosotros los médicos, sino por vos... sos muy bonita, Nadeo. No sé si te lo han dicho antes. – ahí confirmó la Nadeo por dónde iban los tiros y bueno, en eso de andar sugiriendo cosas y tirando frases de ese tipo, no se iba a quedar atrás. – Puede que sí, aunque no creo que tan linda como vos, Galíndez. Si nos vamos a llamar por el apellido... – adelantaba el torso y con el dedo índice de su mano derecha apenas rozaba la mano de la médica sobre la mesa, como si fuera a seguir con la frase en tono sensual pero remataba con un – Viene el mozo, ¿qué te vas a pedir? – como
excusa para ese toque casual que había hecho y dejaba la situación en suspenso, aunque con la tensión sexual entre la médica y ella subiendo a la estratósfera. Pidió un café con leche, mientras Daniela no quitaba su mano y la otra aprovechaba a agarrarla sin sacar los ojos de su rostro. – Avisé en casa que llegaba después del mediodía, porque tengo que hacerle el aguante a una compañera que llega más tarde. – ¿Querés venir a casa? Estamos cerca, cinco u ocho minutos, tomamos un taxi... – se lanzaba Daniela. – Estoy con el coche. – decía Diana enseguida, aceptando de hecho la invitación. El mozo dejaba el café con leche y Daniela se apresuraba a entregarle cien pesos para pagar la consumición. – Guarde el vuelto. – le decía al camarero sin quitar los ojos de los de la médica. Veinte minutos después llegaban a la casa de
Daniela en el barrio de Boedo. Todavía no se habían despertado el resto de los moradores así que le pudo mostrar tranquila la cocina-comedor diario y el amplio patio con sus plantas y los juegos de los peques. – ¡Me encantan estas casas chorizo! Y tu habitación es preciosa, tipo loft. – entrando en la habitación-estudio de la fiscal. – Por allí es el toilette y por esa escalera subís a mi estudio.– Daniela cerraba la puerta detrás de ella. – Por ahora paso al toilette, luego... si hay tiempo, me mostrás tu estudio. – se giraba y se quitaba la campera, entregándosela junto con su bolso. No tardaron mucho en enroscarse en besos y caricias desprejuiciadas y enervadas de pasión buscando desahogo, arrancándose la ropa una a la otra y lanzándose a la cama a consumar sus caricias más eróticas y sus besos más impúdicos. No había habido mucha charla ni conocimiento
previo de situación personal o gustos, ni siquiera de coincidencias o diferencias de opinión. Se tenían ganas desde esa vez en la ambulancia y al fin daban rienda suelta a lo que les gustaba y querían hacer. En eso empalmaron en gustos y placeres y quedaron más que relajadas de buen sexo. ¿Más adelante? Quizás hubiera un después o quizás sólo fuera esta vez. – Hmmm, ¡qué ganas de quedarme dormida aquí mismo! – susurraba la médica envuelta por los brazos de la fiscal, que era mucho más alta y larga y tenía la costumbre de envolver a sus mujeres desnudas y atraerlas hacia su cuerpo también desnudo después de hacer el amor. – ¿Querés que te despierte en una hora? Para que no se te haga tarde. – le susurraba en la oreja y la otra parecía despabilarse de pronto. – Si me hablás así en la oreja, me da ganas de otra cosa. – levantándose de su cómoda posición y atrapando la boca de su partenaire para saborearla como si recién se encontraran.
Ni qué decir que Daniela aceptó gustosa continuar con el ejercicio amatorio que un rato antes habían consumado. Hacia las once y media, previa ducha conjunta y nueva danza de caricias y besos bajo el agua, salían las dos por la galería del patio hacia la puerta de calle enganchadas en un abrazo, bajo la atenta y sonriente mirada de Donato que leía el diario en la cocina y el asombro de Rocío que le daba la mamadera a Lucía mientras Juanjo tiraba de sus pantalones pidiendo más galletas. Quedaron en hablarse por teléfono durante la semana y ver de cuándo encontrarse. ¿Con quién vivía Diana, tenía novia, novio, esposo, esposa, hijos o no los tenía? No le interesaba por ahora. Como tampoco le interesaba a la otra la situación personal de la fiscal. Donato le iba a decir una burrada típica de las que se gastaban entre ellos cuando notó la cara de asombro de Rocío al entrar Daniela a la cocina, trató de obviar la situación con un “¿todo bien?”
señalando imperceptiblemente hacia Rocío. Daniela lo notó y yendo a levantar en brazos a Juanjo le respondió, “sí, todo bien, ¿tienen ganas de comer lasaña?, ¿voy a comprar a la casa de pastas?” Domingo familiero con los dos niños, aprovecharon el día soleado para llevarlos al parque después del almuerzo y a la noche, después de su baño, cena y acostarlos, Donato pasó por el estudio de su amiga a conversar. La encontró metida en sus carpetas con informes del incendio. – ¿Tenés un ratito para hablar? – le dejaba sobre el escritorio una medida de whisky con hielo que la fiscal nunca despreciaba. – Gracias. Sí, decíme. – sonriendo, tomando el vaso y mojando apenas los labios. – ¿Qué tal la médica? – bebía un sorbo de su vaso de vino blanco. – Deliciosa. – con sonrisa pícara – Muy suelta, no se corta un pelo.
– Ajá. – notaba el buen humor de su amiga – ¿Se van a ver de nuevo? – Probablemente, vamos a hablar. – Y... ¿tiene novia o novio? – La verdad... – casi largando una carcajada – ni idea Donato, ni idea. – el otro asombrado, su amiga no solía tener ese tipo de encuentros y menos que menos traerlos a casa. C om en zó la semana decidida a avanzar cualitativamente en la investigación del incendio de Maiden Files. Había preparado en casa una serie de medidas urgentes a tomar. Una era elevar la solicitud de pedido de peritaje técnico de la Universidad Tecnológica Nacional; como implicaba un desembolso presupuestario elevado, llevaría su tiempo de trámites burocráticos, primero el pedido al juez del caso, luego éste elevarlo a otro y así hasta llegar a la Corte para que diera el okei; igualmente, tendría que esperar a la llegada del informe de Bomberos que no tardaría mucho.
Otra de las medidas era la citación de los empleados del galpón para que declararan lo que había pasado y dieran detalles de lo que había sucedido durante su turno de trabajo. Luego el espinoso tema de la habilitación municipal y la desaparición del expediente de marras; tendría que solicitar un informe urgente a las reparticiones involucradas del Gobierno de la Ciudad y el nombre de los empleados y funcionarios que habían participado; iba a pedir para estudiar en detalle el expediente del incendio d e Cromañón, le vendría bien para ver cómo habían actuado los fiscales y jueces que habían procesado a algunos funcionarios de la ciudad por permitir la habilitación del local y que había terminado con sentencia de cárcel efectiva para algunos de ellos. Tenía a todos los empleados de la fiscalía trabajando en el caso, ya sea investigando los antecedentes o buscando casos similares; preparaba con su secretaria todos los informes
para elevar al juez y tenía a su policía inspectora volcada a buscar datos de incendiarios conocidos. Ese miércoles no se esperaba la novedad sobre el juez encargado del caso. – Daniela, Larraburu pidió licencia. – le avisaba Lidia desde el rellano de la puerta. – ¿Está enfermo? – se quitaba los anteojos y miraba a su secretaria, que no le respondía y enarcaba las cejas – ¿Qué querés decir? – Nombraron subrogante a Quijano Leiva. ¿Qué te parece? La seriedad de la Nadeo significaba que había entendido. – Creo que necesito un capuccino doble. – se ponía de pie – Aunque mejor sería un whisky doble. ¡La pucha! La confirmación de Donato esa noche la dejó muy preocupada. – Lo que escuché es que.... – suspiraba – hubo algún llamado desde la casa matriz de uno de los bancos involucrados en el lavado de dinero, tenían
documentación sensible ahí. Después vino el pedido de licencia y la casualidad es que Quijano Leiva era el que tenía que subrogar. – ¿Casualidad? – irónica. – Dani, por más que quiera no va a poder impedir que se investigue, los bomberos están en pie de guerra por sus muertos y la opinión pública está en vilo, ni qué hablar de la AFIP que está siguiendo lo del lavado de dinero de los bancos. – No, investigar se va a investigar pero puede hacer que esto se demore hasta las calendas griegas. – casi vociferaba su rabia – Me dijo Laino que la compañía aseguradora está ofreciendo indemnizaciones muy importantes para llegar a acuerdos extrajudiciales. Creen que algún familiar ya aceptó. – ¿No eran todos querellantes? – Hasta ahora sé de dos querellantes, la mujer de un bombero y la madre del joven rescatista de la guardia civil, pasaron los abogados por la fiscalía, nadie más.
– ¿No te citó el nuevo juez? – No. Pero mañana voy yo al juzgado a informarlo e informarme. – ¿Política de garrapata? – sonreía, conocía de sobra a su amiga. – No, peor aún, garrapata súper hinchapelotas, no me va a poder quitar de encima y no lo voy a dejar dormir ni los fines de semana hasta que salga todo a la luz. Después de cenar seguía con un malhumor insoportable, no podía dejar de pensar en lo que iba a hacer el día siguiente, cuando recibió justo lo que necesitaba. – Hola. – sonriente al ver el número en su celular – ¿Qué es de tu vida? – De guardia, cubriendo a una compañera que está enferma. – Ah. ¿Y a qué hora salís mañana? – Mi reemplazo llega antes, a las cuatro. Estoy entre irme a casa en ese horario o pasar por la tuya y esperar que amanezca para salir. ¿Qué te
parece? – Veníte que te preparo una minicena para reparar fuerzas. – Hmm, eso me gusta. A eso de cuatro y cuarto estoy por ahí, te pego un toque cuando estoy en la puerta, ¿okei? – ¡Dale!
CAPITULO XII. LA SALDIVAR Y EL PUNTO DE INFLEXION Hacia fin de año el desánimo empezaba a calar hondo en Daniela Nadeo. En la fiscalía se trabajaba a destajo, los casos menores se iban resolviendo y elevando a sus jueces respectivos, pero su caso principal, el incendio en el depósito de Maiden Files, que lo había tomado como algo personal, estaba estancado. Había llegado a la “casi certeza” de lo que había sucedido. La Inspectora Laino había elaborado una lista de incendiarios conocidos que había extendido a “profesionales” de países limítrofes por sugerencia de la Nadeo; para ello había consultado la base de datos de policías y bomberos de esos países a través de contactos locales. A partir de esos datos había chequeado ingresos y egresos de los extranjeros por migraciones y había constatado la llegada de dos “profesionales” uruguayos con antecedentes delictivos en ese país vecino el día anterior al
siniestro y la partida inmediatamente después del incendio. No tenían videos ni fotos o testigos que los involucraran, pero a partir de esa constatación la Laino entrevistó a los empleados de Maiden Files “off the record” y les mostró varias fotos, hasta que uno de los empleados le dijo que dos tipos – los uruguayos – eran muy parecidos a los empleados de una firma de reparaciones eléctricas que había estado haciendo servicio de mantenimiento el día anterior del incendio. La hipótesis sobre un siniestro intencionalmotivó la apertura de otra causa y la intervención de la Procuraduría de Criminalidad Económica y Lavado de Activos que investigaba a varias empresas por lavado de dinero. Sin embargo, la del incendio en sí mismo seguía caratulada “NN sobre incendio u otro estrago con muerte de personas”. Eso le impedía interrogar a estos u otros posibles sospechosos porque necesitaba que se declarara la causa como incendio intencional.
Semana tras semana iba al Juzgado a “hincharle las pelotas” – definición propia – al juez subrogante. Este le rechazaba uno tras otros los pedidos de allanamiento o incautación de documentación en Maiden Files con el argumento de que no estaba probado que el incendio hubiera sido intencional. Siempre pedía fundamentación extra de todo y más de una vez tuvieron un cruce de palabras fuerte, tanto que Quijano Leiva la amenazó con retirarla de la causa si no se “calmaba un poco”, cosa que hubiera querido hacer pero no podía por el inmenso apoyo que tenía Daniela por parte de los querellantes y del cuerpo de bomberos, hubiera sido un escándalo mayúsculo. La mismísima Procuradora Nacional la llamó para hablar el tema, hasta ella habían llegado las quejas. Recién a fin de año la Corte aprobó el presupuesto para contratar el peritaje de la Universidad Tecnológica Nacional, lo que significaba que había que esperar a que pasara la
feria judicial de enero para que se le enviara la orden y luego quedaban largos meses de espera hasta que se hicieran todos los análisis y exámenes que permitieran llegar a un veredicto para aportar a la causa. Donato estaba más que preocupado con la desazón de su amiga, no alcanzaban sus charlas y acompañamiento para mejorar su ánimo. Estaba abatida y renegaba de lo que hacía. Ante el panorama se decidió a pedir la ayuda de una persona que había sido muy importante para el desarrollo profesional de Daniela y que la había iniciado en el mundo académico de la Facultad de Derecho en carácter de su ayudanta de trabajos prácticos, la doctora María del Carmen Saldívar. Faltaba una semana para Navidad cuando se encontraron en el barcito de la facultad, la Saldívar – como la llamaba Dani – estaba terminando con los exámenes de fin de año. – Me comentó Rabago que andás de capa caída. – le tiró enseguida después de los saludos y de
sentarse con el café en una mesa alejada del bullicio estudiantil. – Ya me parecía raro que me llamaras Saldívar, te olvidaste de mí apenas pedí licencia en mi cargo. – No me olvidé, te hice la cruz porque sos una guacha, nada te impedía continuar con las clases de tu asignatura siendo fiscal. Y encima me entero que dejaste de cursar la Licenciatura de Género y me dije, está boluda. La Saldívar siempre conseguía que Dani se relajara y bajara las defensas; la había tomado bajo su ala cuando la tuvo de alumna en su cátedra de “Elementos de Derecho Penal y de Procesal Penal”; había visto el “diamante en bruto” que era esa estudiante desfachatada, lesbiana, militante de izquierda que avanzaba raudamente en la carrera con diecinueve años y sin ningún prurito en decir lo antisistema y antitodo que era y se decidió a desarrollar todas sus virtudes personales.
La Saldívar no era lesbiana, sino una “solterona” sesentona de ciento veinte kilos, muy despreocupada de su vestimenta o su aspecto, pero que irradiaba un magnetismo especial. Feminista roja hasta el tuétano, los estudiantes novatos la sentían como una torturadora que les exigía siempre más y más y los que habían pasado por su cátedra después de un año la veían como una mujer con los ovarios muy bien puestos que había decidido ser ella misma y a la que le agradecían todo lo que les había enseñado de derecho penal y más que nada, de la vida misma. Daniela Nadeo había sido y seguía siendo su pequeña pasión personal por lo cual más de uno – entre ellos Donato – se preguntaban si no era en realidad su amor platónico. Dani volvía a sonreír. – A ver, ¿por qué soy boluda? – Porque te creíste que podías cambiar este sistema de mierda siendo una ignota fiscal de un sector marginal, ¡y encima marginal de los
cabitos! – ¿Cabitos? – Ahora no somos más porteños, nos dicen cabitos... – Daniela no entendía nada – Verbitsky y los de Página 12 nos llaman cabitos, por CABA . – Jajajajajaaaaaaaaaaa. – un ataque de risa con todas las de la ley. – Dani, ni siquiera leés el Página los domingos, ¿en qué mierda estás? ¿Qué te pasó? – preocupada y más que nada, mostrando tristeza. – Tengo el caso de Maiden Files... – bajaba la vista apesadumbrada – no tengo tiempo para nada. – justificación que desde ya para la Saldívar no valía de nada. – Lo sé, somos muchos los que queremos que puedas demostrar que esos hijos de puta le prendieron fuego a todo por los desfalcos y la guita que lavaron. – Son todos palos en la rueda, no sé si voy a poder. 12
– ¿El sistema te patea en contra? ¿Hay jueces y funcionarios vendidos? – irónica – ¿Es eso? – No te burlés Saldívar, siempre supe que existía eso. – Lo sabés, pero te olvidaste y te creíste que vos solita ibas a hacer la diferencia. – Daniela levantaba la vista y estaba muy seria y atenta a lo que su “profe” decía – Me quedo con la Nadeo que decía que quería hacer la revolución para cambiar las cosas, no con esta boluda que ni lee los diarios y se cree la mujer maravilla. – sabía que eso iba a horadar el corazón de su ex alumna – La que militaba noche y día y se puteaba con quien fuera para demostrar que el sistema no iba, que había que cambiarlo, que no se lo podía reformar. ¿Dónde está esa chica que era mi apuesta? – Soy ésa, Saldívar. – compungida. – No Dani, tenés algo de esa chica. Porque seguís siendo una luchadora y una soñadora, te vas a meter en el barro y no tenés miedo a
enchastrarte con la mugre de la sociedad para ayudar a los que necesitan ayuda. Pero te creés que podés reformar el sistema haciendo eso. – negaba con la cabeza – No es así, Nadeo. Al sistema se le arrancan cosas luchando, ya sea como militante de alguna causa social o política, como hacías antes. O estudiando y siendo la mejor en lo tuyo, proponiendo medidas para mejorar la situación de las mujeres, de los oprimidos en esta sociedad de mierda. Para imponerlas con la lucha. Daniela estaba impactada por lo que su “profe” le decía, comenzaba a darse cuenta que la había pifiado dejando de lado lo que eran sus objetivos para trabajar nada más en la fiscalía y adónde, a pesar de haber dado lo mejor de sí, no lograba avanzar cualitativamente. – Yo apostaba que vos ibas a ser nuestra espada por los derechos de las mujeres, contra el puto machismo de esta sociedad patriarcal. Escribiste cosas muy buenas, Nadeo, diste charlas geniales,
las mujeres te escuchan con atención y les llegás muy adentro. Daniela la miraba sin decir nada. – Creí que teníamos una gran oportunidad con vos Nadeo. Su “profe” la dejó hecha mierda y abrió una autopista de preguntas en sus neuronas. ¿Cuánto de lo que le había dicho era verdad? ¿Qué había pasado con sus viejas aspiraciones e ideas? ¿Era así que se había pensado que ella sola podía cambiar las cosas? No fue el único “golpazo” hacia el fin de este año tan especial para la Nadeo. Faltaban unos días para el feriado puente del 30 de diciembre y Donato insistía en que se fueran a pasarlo a la casa en Las Toninas que había alquilado para las vacaciones de enero. – Empezás la feria el uno. – A ver, todavía no sé quién queda a cargo de la fiscalía. – ¿Y?
– ¡¡¡¿Cómo yyyy?!!! Si no nombran a un subrogante, no puedo irme. – movía las manos aparatosamente – Tengo ganas de irme a la playa , a pensar Donato, tengo mucho que decidir, qué voy a … – sonaba su celular, un sms, no seguía hablando, lo abría y su rostro se ponía tenso y serio. – ¿Qué pasa? – Ehh... después la seguimos, voy a atender esto. El sms era claro.“T llamo segui la cte me descubrio salimos 2 vcs no mas mostra sorpresa” Estaba en su habitación esperando el llamado. – Hola. – Daniela, soy Diana. – ¡¡Holaaa!! ¿Cómo estás? – ¿demostraría así sorpresa como le había pedido? – Te quería decir que no nos vamos a ver más. – ¿Por qué? – tragaba saliva, el sms la había alertado del fin de su relación pero ahora era “oficial”.
– Porque amo a mi mujer y se enteró que salimos un par de veces y no quiero que mi matrimonio se acabe por este error. – Daniela comprendía que Diana tenía a su mujer escuchando todo, nunca había hablado de esa manera, con esos términos, sabía que quería mucho a su mujer y que no entraba en sus planes romper esa pareja tan importante – Daniela, esto se acabó. – Lo lamento pero … bueno, si es tu decisión. – ¿era eso lo que se supone debía decir? – Sí, es mi decisión. Adiós. Se quedó atónita con el celular en la mano, la comunicación se había cortado. Todo lo que Diana le había dicho por el sms antes y el llamado ahora significaban el fin de una relación que la había alegrado bastante los últimos cuatro meses. ¿Estaba enamorada? Sabía que no, pero no quitaba que era la mejor relación con una mujer que había tenido en los últimos años. ¿Se comunicaría Diana con ella para contarle mejor lo
que había pasado y para hablar ellas dos sobre lo que habían tenido? Esperaba que sí. No la iba a llamar ni buscarla para aclarar cosas, ni nada por el estilo. Lo de ellas había sido bastante claro. Sexo excelente, en horarios insólitos pero que se acomodaban a la agenda de las dos, charlas pequeñas que fueron descubriendo de a poco quién era quién y qué tenían detrás de ellas y más de alguna vez charlas un poquito más profundas sobre sus actividades, lo que pensaban y lo que opinaban. Pero sobre todo, para las dos, una complementación sexual increíble y un relax que las dos necesitaban. ¿Algo más? Quizás se había creado de a poco algo más en estos meses, pero Diana le había demostrado en el llamado que no pensaba en más o si lo pensaba no lo quería ahora y ella misma no estaba dispuesta en ir más allá de lo que tenían, por mucho que le alegrara la vida Diana Galíndez, no quería una relación en serio ni pareja ni nada parecido. La mañana siguiente le dijo a Donato que se
iban como él quería. – Alquilá un auto, vos tenés licencia de conductor, nos vamos el 30 y pasamos fin de año allá. Te doy mi tarjeta de débito, sacá guita de mi cuenta. – No es necesario, tengo plata para alquilar un auto. Rocío, ¿vos a qué hora salís a Paraguay? – le preguntaba a la chica. Rocío salía el 30 a visitar a sus padres en Paraguay y llevarles al nieto que no conocían además del dinero que venía ahorrando para ellos; iba a pasar sus vacaciones con la familia que hacía años no veía; era una “caravana-charter” que había organizado el “padre” Pedro con la ayuda de la parroquia, Cáritas y la misma Daniela. Venía fin de año y muchos paraguayos enviaban paquetes con víveres y regalos para sus familias en su país y algunos también viajaban a pasar las fiestas con ellos. El joven seminarista era bastante sensible a las penurias de los bolivianos, peruanos y paraguayos emigrados que vivían en la
villa 11.14 y lo había comentado con Daniela más de una vez, cómo los desplumaban con los envíos de mercaderías y dinero y con los viajes “charter” en micros de cuarta categoría. – Organizálos vos, sos bueno para eso. – sugería Daniela, capuccino y medialunas de por medio en una de sus charlas en la cocina en una tarde algo cálida de noviembre. – ¿Yo? – Claro. Necesitás un camión de transporte para los envíos que generalmente son alimentos, ropa, juguetes, esas cosas. ¿Voy mal? – No, no. Seguí. – interesado en lo que la fiscal le proponía. – Hablá con los de Cáritas, ellos tienen camiones. Necesitás una combi o dos para los que viajen. Hablá con la curia, las usan para llevar curas a sus seminarios y retiros espirituales y esas cosas. – irónica pero al seminarista se le abrían los ojos del “eureka” mental – Entre unos y otros conseguís buenos precios para alquilarlos, lo
demás son las declaraciones de aduana de las cosas que salen de acá, las cosas que entran en Paraguay. En eso te puedo ayudar, conozco profes de la facultad que tienen contactos y nos dicen lo que hay que presentar y todo lo demás. Yo me encargo de hacer las presentaciones desde acá con los chicos, no nos va a quitar mucho tiempo. – ¡Nadeo, sos una genia! ¿Me ayudás a juntar la guita también? – como siempre, le pedía más y más a su fiscal preferida. Salieron el 30 después que el “padre” Pedro cargó en la combi a Rocío y al Juanjo. Desde la combi, los dos lloriqueaban y saludaban tristones con la mano, Lucía lloriqueaba al verlos partir y ellos dos también estaban tristes, desde hacía casi un año Rocío y el Juanjo eran parte de esa familia “distinta” que vivía en esa casa de Boedo, hubieran querido que pasaran sus vacaciones con ellos en la playa. Veinte días a pleno sol, apenas un día de lluvia, estaban a una cuadra de la playa así que se
levantaban temprano y llevaban a la nena que disfrutaba de la arena y el agua como ellos mismos. Volvían antes que el sol de las diez y treinta empezara a hacer estragos, tenían una casa pequeña pero con un fondo sombreado por higueras y árboles frutales donde podían estar con la nena y cocinar un asado en la parrilla enorme que tenían instalada. No necesitaban más. Estar juntos con Lucía, jugar con ella, preparar algunos bifes a la parrilla con ensaladas, disfrutar la comida, dormir una siesta, vuelta a la playa a eso de las cuatro y quedarse hasta que el sol dijera basta, para terminar con alguna pizza a la parrilla y charlar y disfrutar de la nena y unas vacaciones familieras en que los dos se olvidaron del celular y la internet y gracias que compraban La Nación y el Página y lo leían en la sobremesa y daban juntos o solos largas caminatas en la playa, ideales para pensar y pensar y empezar a dejar atrás miles de boludeces que les habían estado jodiendo la vida. Lo que se dice, unas vacaciones
mejores imposible, por el clima, por lo que les permitió, porque volvieron el 21 felices a Buenos Aires, no porque fueran a presentarse a trabajar sino porque no querían viajar cuando los “malones” vacacioneros volvieran a la city. Daniela tenía todavía hasta fin de mes para reintegrarse. Le importaba un carajo lo que estaba haciendo el subrogante, eso la ponía bien, había superado el “soy imprescindible” y las vacaciones habían aclarado sus intrí ngulis mentales. Había algo que sin embargo le estaba carcomiendo la tranquilidad neuronal. No había tenido comunicación alguna de su ex amante Diana, ¿qué habría pasado? ¿qué sería de ella? Tenía ganas de saber más, pero se había propuesto no acercarse a ella. – Señora fiscal, ¿qué es de su vida? ¿Qué tal las vacaciones? Sonreía la Nadeo con el llamado. – ¿Desde cuándo no me tuteás más Julieta? ¿Qué hice mal?
– Nada. Vos nunca hacés nada mal, ya te lo dije. Pero hace cinco días que regresé del Chaco y ni una palabra tuya. – Estoy con la mente en blanco. – sonreía imaginando la cara de su inspectora con esa frase – Y el resto del cuerpo también. – ¡Uhhh! ¿No supiste nada más? – le había contado a la Laino lo sucedido, en esos meses de trabajo y después de haberle sacado “el grano en el culo” del “comisario mayor” maltratador, la inspectora se había abierto con muchas confidencias y habían terminado las dos culo y calzón. – No, bueno, ¡sé la ví! – No sé qué viste pero en fin... – reía como siempre con esa frases en francés de su jefa que terminaba con el mismo comentario de ella – Dani, mi vieja se quedó en el Chaco, no vuelve a Buenos Aires. – O sea, no tenés con quién dejar a la nena. – suspiraba Daniela, sabía muy bien que era un
problemón para Julieta. – ¿Te acordás lo que hablamos, lo que se te había ocurrido? – Lo descartaste, dijiste que era una locura. – Dani, estoy desesperada. Ni por puta consigo ahora vacante en un jardín de jornada completa del gobierno de la ciudad. Por una guardería privada para la nena, con comida, ¡me cobran cuatro mil quinientos mangos! Y no es el Sheraton, que digamos. – ¡La concha de la lora! ¡Ay, disculpáme, soy una boca sucia! – Yo opino lo mismo, estoy desesperada, es un tercio de lo que cobro en mano, no puedo pagar el alquiler, morfar, viajar... – Entonces no parece tan loco lo que te proponía. – ¿Podrás ir al jardín estatal ése que queda en la otra cuadra de tu casa a averiguar si hay vacante? ¿Hablar con Rocío para que cuide a la nena medio día?
– De eso no te preocupés. En ese jardín dí tres charlas y tengo trato especial. – ¿Especial? – socarrona. – ¡No pasó nada, che! Digo especial porque la vicedirectora estudia también abogacía y la tuve como alumna. - Sí, claro. – dudaba sonriente, pícara, se imaginaba que no había quién se pudiera negar a su jefa. – Bueno, ¿querés que averigüe o no? – cortaba por lo sano, aunque con una sonrisa divertida.
CAPITULO XIII. LA MASACRE DEL POOL En febrero organizó su vuelta a la actividad académica. La Saldívar feliz, su charla había dado resultado. También se anotó para dar exámenes libres en su Licenciatura en Estudios de Género. Si los aprobaba le quedarían dos materias que cursar y aprobar y así estar en condiciones de presentar su tesis final para el doctorado, tesis que tenía casi preparada. – ¿Vas a poder con todo? – Donato, mirando los horarios de cursada y de clases en la facultad. – No me voy a quedar a trabajar después de hora, como antes. – Dani, ¿vas a poder con todo? – insistía – No vas a tener un segundo libre. Lo miraba pensativa. – No sé, la verdad, no sé. Pero no puedo seguir como hasta ahora. Eso es lo único que sé. No sirve para un carajo lo que estoy haciendo Donato y me rompe los ovarios.
– No seas extremista, sí que sirve. Que no hayas podido terminar el caso del incendio no niega todo lo demás. En un montón de casos te la jugaste y lograste mucho. ¿Por qué no ves eso también? Se quedaba en silencio. Lo mismo le había dicho la Saldívar. – Daniela, para la gente que vive en la 11-14, vos hacés una diferencia. No es lo mismo un burócrata que le importa una mierda lo que sufren ellos que vos que lo sentís en carne propia. – Soy medio extremista, claro. – asentía a regañadientes. – ¿Medio? Mirado con un solo ojo. – No digo que no haga nada, pero sabés... lo del incendio me demuestra que en lo importante, todo sigue igual. Y eso me retuerce las tripas hasta que me duelen demasiado. Necesito hacer algo que haga una diferencia Donato, además de seguir con este trabajo. Febrero también fue la adaptación de Julieta y
su Leticia a la nueva realidad de que la abuela se había quedado en el Chaco y ahora se quedaría al cuidado de Rocío en la casa de la fiscal y Donato. Adaptación que duró exactamente dos días en que la nena se habituó a la casa, el arenero, los juegos y sus nuevos “compañeritos” de juegos, el Juanjo y Lucía. – Hablá con Rocío, no quiere aceptar mi dinero. – la Laino, encarando a la fiscal en su oficina. – ¿Qué querés que haga? – levantando la vista del grueso expediente del incendio que estaba leyendo. – Vos no aceptás dinero por la comida, la otra que no acepta dinero por cuidar a la nena, ¡¡¿qué es esto?!! – No sé qué tengo que ver con Rocío, pero bueno, hablo con ella. ¿Conforme? – sonriendo de lado, la Laino enfadada era aún más linda que nunca. – Sí. – se calmaba – ¿Qué estás buscando ahí? – Algo que me permita romperle las bolas a
Quijano Leiva. Me sigue bicicleteando los escritos, ya van dos que se vencieron y dice que se habían traspapelado durante la feria judicial. – ¿Por qué no esperás al informe de la UTN ? Hasta que no tengas eso, no te va a dejar avanzar con la imputación por incendio intencional. – sensata. – ¿Sabés para cuándo va a estar ese informe? – Julieta negaba – Con mucha suerte, a fin de año. – Daniela bufaba su bronca. Marzo fue mes de exámenes, a duras penas aprobó las dos materias. No era su estilo “aprobar con lo mínimo”, pero bendijo esos dos seis que le permitían cursar las dos últimas materias de su carrera. Consiguió meterlas martes y jueves a la noche, sería un año denso con esos horarios más su clase los miércoles. En las clases que atendía en la Facultad de Psicología se sentía un poco fuera de lugar entre tantas chicas mucho más jóvenes que ella – y algún valiente varón que se atrevía a la carrera. En su materia en la Facultad 13
de Derecho volvía a sentirse a sus anchas; el titular de la cátedra hizo un corto “espich” de bienvenida, exaltando las virtudes cívicas y profesionales de “la fiscal Nadeo”, ahí se dio cuenta que había pasado a ser una especie de “celebrity”, muchos colegas que respetaban su actuación como fiscal se acercaban a saludarla en el bar y notaba las miradas puestas en ella mientras pedía su tradicional capuccino en la cafetería de la facultad. – Nadeo, benvenuti. – la Saldívar se sentaba en su mesa con su café y un gran sánguche de jamón y queso – ¿No tenés hambre a esta hora? – Daniela le mostraba el tupper vacío – ¡Ah, pillina! Te traés comida de casa. Tenés quien te cocine parece. – Rocío, la chica que trabaja en casa cuidando a Lucía, siempre me prepara algo y todo muy dietético y sano. – sonreía. – Entonces no hay nadie que te caliente la cama. – metía un mordiscón enorme al sandwich.
– ¿A qué tanto interés en mi vida sentimental? – sonreía ante la afirmación de la Saldívar, siempre tan chusma. – Me han acribillado a preguntas muchas profes y alumnas. Te aviso, sos el trending topic entre las chicas en la facu. Daniela se reía a sus anchas, no podía creer la “modernización” de la Saldívar que usaba la jerga tuitera con soltura. – Habrás notado que entre los progres y zurdos varios sos más que bienvenida. – Daniela asentía – Y entre los carcamales y los dinosaurios, más odiada que nunca. – levantaba el dedo índice de su mano derecha, advirtiéndola. – No entiendo por qué tantos saludos y tanta bienvenida, Saldívar. Hay muchos fiscales y jueces importantes dando clases aquí y algunos son bastante buenos. – Puede ser que sean importantes y buenos en lo suyo, ¿pero cuántos hay jóvenes, solteras y pintonas como vos? ¿Que se ensucien bajando a
las cloacas del sistema y salgan más limpias que nunca y con la gente apoyándola? – Mirá que sos exagerada, ¿eh? – Entonces explicáme por qué sos trending topic y hay media cafetería mirándote con cara de boludos totales. Daniela se giraba a mirar a los costados y sí, mucha gente entre estudiantes, profesores y administrativos mirándola y sonriéndole. Meneó la cabeza, era la novedad de su regreso y sí, siempre la miraban porque era una lesbiana irredenta y que nunca se callaba y terminaba peleándose con medio mundo; esas cosas siempre son llamativas. – Saldívar, voy a necesitar la ayuda de tus pichones investigadores. – venía elucubrando una medida desesperada y necesitaba de su mentora y sus estudiantes. – Contáme. Hacia mitad de año, llegaba destrozada al día viernes, con apenas fuerzas para levantarse e ir a
trabajar. Su único solaz de alegría eran esos críos en su casa, su sobrina Lucía, Juanjo y la “agregada” Leticia. Cuando los viernes y el finde compartía con esos niños sus juegos y el gran patio con sus plantas y arenero, sentía que esos pibes sin maldad y sin segundas intenciones la reconciliaban con el mundo y la humanidad. Aprovechaba el fin de semana y el lunes para preparar todas sus clases y en la fiscalía seguía trabajando con el mismo ímpetu de siempre, pero todos a su alrededor notaban que estaba más ojerosa que nunca. – ¿Qué es eso? – levantaba la vista al notar la taza humeante delante de ella, no se había dado cuenta que el “padre” Pedro había entrado en la oficina. – Un té de hojas de la tierra de mis viejos. – ¿Coca? – Ehhhhh... – meneaba la cabeza sin negar. – Pedro, no estoy trabajando en la altura donde necesitaría un té de coca para seguir.
– No, pero estás trabajando a un ritmo que en cualquier momento te nos vas por el caño. Ya ni venís en bicicleta, mirá lo cansada que estás. Daniela sonreía, no le vendría mal ese té de coca. – A ver si da resultado. Espero que no me hagan un test de drogas de sorpresa. – No es una droga. – aclaraba Pedro mientras la veía saborear un sorbo. – Jmmm pero ¿cómo aparece en un análisis de orina, Pedro? ¿Sabés? El otro negaba abriendo los ojos panorámicamente. – Lo voy a averiguar, pero ahora no, está rico. El “padre” Pedro le llevaba un nuevo rosario de problemas a solucionar y necesitaba que lo acompañara a intentar la mediación entre varios vecinos de la villa, además de visitar a dos tipos que sabía daban palizas a sus parejas, antes de que terminaran lastimándolas seriamente o peor aún, matándolas. En eso debía reconocer la Nadeo
que se había avanzado bastante; la habían aceptado como “mediadora confiable” y lograba la prevención de muchas situaciones que hubieran podido terminar en hechos criminales. Seguían existiendo los robos pequeños, algún que otro drogado que se mandaba una macana grande, los hurtos y riñas entre borrachos y drogatas, pero tenía el apoyo de la comunidad para que esos casos fueran tratados con la vara de la regeneración y no del castigo, con lo cual había segundas oportunidades bajo control de los líderes vecinales y especialmente, las mujeres, madres y esposas que se sentían “empoderadas” por esa fiscal mujer tan reconocida por unos y otros grupos de inmigrantes. En cuanto a los golpeadores y maltratadores, lograba en muchos casos alejarlos y que fueran al consultorio que la Facultad de Psicología había abierto en la villa, un experimento plausible que apoyaba con entusiasmo; en otros casos, la amenaza directa de cárcel lograba que los tipos se calmaran y se
buscaran otro lugar donde vivir. – ¿Te acordás lo que te decía hace algún tiempo sobre que en la zona de los paraguayos había mucho movimiento de cargas? – le preguntaba Pedro. – Sí, me acuerdo, después del incendio de Maiden. – asentía – Llamé a la fiscalía de narcotráfico y me dijeron que no había nada nuevo. Ya sabés que no comparten mucho, yo los entiendo, es información sensible. No me van a decir si están detrás de alguna banda. – Mirá, qué hicieron y qué hacen, no sé y no me importa. Yo te aviso. Hay bronca gorda. Y no es sólo entre grupos de paraguayos y argentinos, me parece que hay unos peruanos terciando. – ¿Qué significa bronca gorda? ¿Los peruanos? ¿No se había liquidado esa red en el 2007? Pedro le dejó los datos y estaba alarmada por los hechos. Esa tarde llamó a la fiscalía que seguía el narcotráfico y pidió una cita urgente con uno de los fiscales. Se la dieron para la semana siguiente.
Esa noche de viernes de julio, dos semanas antes de la feria judicial de mitad de año, estaban todos en la cocina, Julieta incluida, que había venido a buscar a Leti y al final había aceptado el ofrecimiento de quedarse a cenar. Ella estaba jugando con Leti y Lucía armando uno de los “playmobile” que les había comprado a cada uno de los niños, Juanjo por las suyas a un costado con su auto de bomberos, cuando se giró a pedirle algo a Donato y los “vio”. Julieta y Donato estaban tomando una taza de té o café a un costado pero eran evidentes las miradas que lanzaban caricias al aire; esos dos eran la imagen perfecta de dos boludos uno por el otro. –¡¡Mirá vos!! Recién ahora me doy cuenta. – pensaba sonriendo; sus dos mejores amigos transando, bueno, no transando, ahí iniciando el camino de coquetear e insinuarse y ojalá se atrevieran, los quería mucho a los dos, sí, harían una buena pareja, tenían mucho en común y mucho para compartir.
Al final, Julieta se quedó a dormir en la casa de Boedo, era tarde para volverse a Lugano; Leti dormía con Lucía y Julieta se quedaba en la habitación de Daniela. A eso de las 2 a.m. el celular de la Laino sonaba y enseguida atendía, siempre dormía con un ojo cerrado y otro abierto, acostumbrada como oficial policial a que la levantaran a horas innombrables por un acto criminal importante. – Sí, habla Laino. Escucho. – miraba al costado a la fiscal durmiendo a pata ancha, ni se había enterado del llamado. – Sí. Okei. Vamos para allá. Precinte todo, que no ingrese Criminalística hasta que la fiscal dé la orden. Trataba de despertar a Julieta sin sobresaltarla, suavemente. La Nadeo abría los ojos. – Mataron a cinco, argentinos y paraguayos, en un pool, manzana 24. – ¡¡Mierda!! – se levantaba de un salto. – Precintaron todo, están los gendarmes y las ambulancias del SAME, van los demás.
– Llamo a Don Ernesto. – saliendo de la cama. – No es necesario, mandan un móvil los gendarmes, ya debe estar por llegar. – saltando de la cama para ir al toilette. En el viaje Laino recibía precisiones por teléfono. Cerca de las doce habían entrado al local dos tipos que se identificaron como policías y abrieron fuego indiscriminado matando a cinco hombres, dos argentinos y tres paraguayos; dos mujeres que estaban en el pool se salvaron porque se metieron debajo de unas mesas. El llamado al puesto de Gendarmería había entrado poco antes de la una y se habían enviado varias patrullas, además de ambulancias del SAME; tres hombres habían muerto en el acto, los otros dos en camino al Hospital Penna. Bajaron en Rivera Indarte, a metros de la Perito Moreno y fueron caminando hasta el lugar. Una de las ambulancias había entrado por una calle ancha que permitía su ingreso y se había estacionado a unos cien metros del pool, una
médica con el tradicional pijama verde estaba de espaldas revisando a una chica sentada en la camilla fuera de la ambulancia, su pelo castaño recogido en coleta. No alcanzaba a notar sus rasgos, pero de atrás le pareció que era Diana, más cuando vio al conductor de la ambulancia acercarle algo y era el tal José que siempre andaba de guardia con su ex amante. El corazón le dio un respingo que la hizo detenerse y eso llamó la atención de Julieta que se giró a mirarla. Notó los ojos de la fiscal puestos en la figura de la médica más allá. – ¿Esa es ….? – no recordaba el nombre del fato de su jefa. – Parece. – alcanzó a balbucear la Nadeo, que avanzó decidida hacia la ambulancia; estaba por llegar cuando la médica se puso de perfil y ahí se dio cuenta que no era Diana; se detuvo un instante pero luego se decidió a ir a hablar con el conductor. – Señor José. – el tipo miró hacia donde estaba
y parecía no reconocerla – Buenas noches, disculpe, quería hacerle una pregunta. – se paró a un costado, lejos de la ambulancia, la médica y la chica que estaba siendo atendida, el tal José se acercó. – Sí, usted dirá. – mirándola de arriba a abajo, dejando en claro que se preguntaba quién era esa mujer en ese lugar y a esas horas. – Soy la fiscal Daniela Nadeo. – el tipo asentía con un “ahhh” insonoro en los labios – Quería preguntarle por una médica que he visto trabajaba con usted y que ha quedado en pasar a firmar unos certificados por la fiscalía, pero no lo ha hecho. A ver si nos dice cómo ubicarla sin hacer el trámite en el SAME. – ¿Quién? – La doctora Diana Galíndez. – No está más en el SAME, renunció a principios del año, no tengo su número nuevo, va a tener que pedirlo en la administración. – Bueno, muchas gracias. – sentía algo
indefinido, entre pena y alivio; pena porque no se la volvería a encontrar como tantas veces esperaba hacerlo cada vez que hacía algún procedimiento y venía una ambulancia del SAME; alivio porque ahora podía desagotar por completo esa parte de su sentimiento copado por Diana Galíndez, con su renuncia sabía que se había recluido en la ciudad de Caseros y ya no quería “tentarse” con ella y poner en riesgo su matrimonio y su familia. – ¿Estás bien? – le preguntaba Julieta, había escuchado la conversación y notaba los ojos brillosos de la Nadeo. – Sí, sí. Veamos qué tenemos ahí adentro. Revisaron el lugar y sacaron fotos, especialmente de los tres cadáveres que no habían sido movidos de su sitio una vez constatado que estaban muertos. Dos andarían en sus cincuentas – adivinaba la Laino – y el otro era un pibe joven, en sus veintes. Había doce vainas y restos de plomo, “9 mm” le decía Julieta por lo bajo a la fiscal. Después de hacerse una película mental del
lugar y lo sucedido Daniela dio la orden a Criminalística y a la gente de la Morgue para que hicieran su labor de costumbre. – Tenía cita en la fiscalía de Narcotráfico para avisar que esto podía pasar. – se lamentaba – Siempre llegamos tarde. – Daniela, nosotros no seguimos narcotráfico, hay gente especializada para eso. – Pero quizás podríamos haber evitado esto. – como siempre, fustigándose con la culpa, algo que la Laino conocía de sobra en su jefa. Después de hablar brevemente con las dos chicas que se habían salvado – y que anticipaban que no habían visto nada, sólo habían atinado a meterse bajo la mesa cuando escucharon el primer tiro – la fiscal dejó algunas instrucciones extras a los investigadores de la seccional 34 que se habían incorporado al lugar del hecho. Hasta la feria judicial, fue el caso dominante para la Nadeo. Tomó declaración oficial a las chicas que se habían salvado, al hombre que
oficiaba de barman que se había escondido detrás de la barra, también a varios vecinos y al dueño del local. Las testigos no pudieron aportar mucho ni dar una descripción fisonómica de los sicarios, quedaba claro que no habían entrado a robar y que no había sido una gresca de borrachos. ¿Cuál era el vínculo entre los muertos? Pudieron deducir por las declaraciones del que atendía la barra que los muertos se juntaban desde hacía tiempo los viernes a jugar al pool y tomar cerveza, las chicas no eran clientes habituales, habían venido ese día con el chico más joven. ¿Trabajaban juntos, vivían cerca? Dos de los paraguayos abatidos tenían antecedentes por infracción a la ley de drogas en un Juzgado Federal, pero habían sido sobreseídos y el caso archivado en Comodoro Py. Los otros no tenían antecedentes y no figuraban en ninguna de las bases de datos que poseía la fiscalía especializada en narcotráfico o las bases artesanales que tenía la fiscalía de Pompeya, donde habían cotejado y cruzado datos de apodos
y actuaciones en las zonas calientes de la droga en Barracas, Zavaleta o el Bajo Flores. – Esto no tiene que ver con lo tradicional, con los clanes que comercializan marihuana o paco y que se disputan un cacho del mercado. – razonaba la Nadeo frente al tradicional pizarrón donde entrecruzaban personajes, fotos y datos para visualizar mejor la investigación. – ¿Cómo entran en la cuestión estos? – señalando Lidia a un grupo de apodos de peruanos agrupados a un costado. – ¿Te dijeron en la fiscalía de narcotráfico si se rearmó la estructura de los narcos peruanos de los 90s? ¿Otra vez ese cártel que se liquidó en el 2007? – preguntaba la Laino. – Me dijeron que no, que no hay nada de eso. Que son pichiruchis que andan en lo mismo que los otros grupos, nada importante. No existe en estos momentos en la 11-14 un cártel piramidal que importe droga y comercialice en gran escala. Unos minutos las tres en silencio, mirando el
pizarrón. – Bueno, por algún lado tenemos que desentrañar esta madeja. Laino,que investiguen a fon d o a los muertos. Que hablen con los familiares, los lugares de trabajo, los vecinos, con todo el mundo. A ver si por ahí salta algún dato. Y lo mismo con los peruanos estos. Quiero saber todo sobre estos tipos.
CAPITULO XIV. UN APRIETE MAFIOSO No hubo descanso durante la feria judicial de mitad de año, apenas el relax de no dar clase ni asistir a sus cursadas. Trabajó a destajo en la fiscalía con el caso de la masacre en la villa. A fines de agosto, vuelta a clases y la Saldívar le tenía preparada una sorpresa. La citó en la cafetería de la facultad. – A que me extrañaste durante las vacaciones de invierno. – se sentaba a la mesa donde la profesora corregía unos folios – ¿Los hiciste hacer prácticos durante las vacaciones? – Claro. ¿No te acordás de los tuyos? – Creí que habías desechado ese ritual esclavista. – tomaba uno de los trabajos ya corregidos y veía la crítica en la primera hoja – A éste lo traumatizás con este cartelón. – Ojalá. Que deje la carrera rápido, tiene alma de artista, no de ave negra. ¿Me vas a seguir gastando o querés que te dé la exclusiva que me
acaban de entregar? – ¿Sobre? – seguía hojeando el trabajo del muchacho. – El puto de Quijano. Uno de los grupos encontró algo de tu juez preferido. ¿Sabías que debería haberse excusado en el caso de Maiden Files? Porque el hermano de su mujer es accionista importante ahí. Tomá los datos. – le entregaba un CD. Daniela no cabía en su asombro y casi volcaba la taza de café sobre el trabajo práctico del chico. – Estás un poco boluda, ¿no? Se lo quiero entregar al pibe, no tirarlo al tacho de basura. – Lo siento, es que no me esperaba algo así. ¿De dónde sacaron estas pruebas? – levantando en la mano el CD. – Bueno, eso es un problema que vas a tener que solucionar. Este grupo de pibes son unos ases de la computación y esas cosas y se meten en todos lados. – ¡¡¿Hackers?!!
– ¿Te importa? – No, no, para nada. – pensando que cómo conseguir legalmente el listado de accionistas de Maiden Files y los nombres de los familiares del juez subrogante, habían sido obtenidas por medios ilegales, lo que imposibilitaba su uso por su lado o que los querellantes hicieran la presentación ante el Consejo de la Magistratura denunciando a Quijano Leiva. – Algo más, Nadeo. – seguía corrigiendo ahora equipada con un grueso sándwich de jamón y queso y un café con leche que le había hecho comprar a Daniela – Noviembre. Simposio internacional. Violencia de género y femicidios. Organizado por la Facultad de Derecho de la UBA. Soy parte organizadora. Sos una de las disertantes. – ¡¿Quéee?! – a la Saldívar le encantaba mover los cimientos del mundo de Daniela con novedades como ésa y sonreía ante la cara de espanto de la fiscal.
– Sí, confirmé tu presencia y la de tu nuevo libro. – ¡¡¡¿Mi queeéeeeeeee?!!! – Ese libro que habías prometido y que nunca hacés, con todas las charlas que diste. Puse a mis chicos a hacer las transcripciones y ya casi están para edición, apenas las terminen te las doy para que las veas y corrijas antes de que las haga publicar por EUDEBA. – ¡¡Saldívar!! ¡¡Estás en curda!! – no sabía cómo hacer para que la sacara de ese simposio y sobre todo de evitar que editara ese libro. – ¡Ahh! Viene alguien que a vos te impactó mucho. La gallega. – ¿Eh? – Ay qué boluda que estás últimamente. La jueza, Pilar Abráldez, ¿te acordás? ¡Como para olvidarla! Quince años atrás estaba cursando con la Saldívar que la había tomado como su experimento particular – pensaba ella por entonces, aunque más tarde descubriría el por qué
de tanto interés y tanto hacerla leer y trabajar por fuera de lo que exigía de los demás alumnos – y le pidió que le hiciera un resumen sobre el libro de esta española que hablaba sobre la violencia machista. “¿Qué tiene que ver con la materia?” recordaba haberle preguntado y la Saldívar le había dicho que nada, pero que tenía que ver mucho con ella y su vida. Y así fue, frases como “vivimos en un sistema opresivo en el que los privilegios los tienen los varones que se identifican con el sexo asignado al nacer, sostenida sobre la división varón-mujer” o “los varones tienen mayor legitimidad y hacen mayor uso de la violencia, más allá de la clase a la que pertenezcan”provocaron un cimbronazo en su mente, permitiéndole ver la relación con su familia ya no desde la contradicción “losodio/todo-es-mi-culpa”, sino desde la comprehensión de la realidad del sistema capitalista patriarcal. Releyó el libro varias veces y a partir de ahí empezó a estudiar el tema para
después especializarse con el correr del tiempo. – ¿Es jueza? No sabía. – ubicando el nombre y apellido de la mujer. – Sí, desde hace unos años, no publica mucho pero sigue disertando y aceptó la invitación que le envié. Yo la conocí en un viaje a España, antes que te diera el libro y luego estuve varias veces con ella en congresos y seminarios. Para el simposio de noviembre faltaba mucho así que lo dejó aparcado por ahí, ya habría tiempo de “preocuparse” por las ideas locas de la Saldívar. Mientras tanto, seguía con su trajín de cursada y dar clases, su día a día era la preocupación constante sobre el caso Maiden Files en el que no avanzaba nada. No encontraba la forma de encarar la denuncia de los vínculos familiares del juez con la empresa involucrada en el incendio. El caso de “la masacre del pool”, como denominaron los diarios a los cinco asesinatos en la manzana 24 de la 11.14, seguía avanzando. A
partir de la investigación de vida y obra de los muertos y sus familias comenzó a desentrañarse una maraña de vínculos y negocios comunes que fueron dando cuerpo a una banda dedicada a la comercialización de marihuana y otras sustancias que trascendía los límites consensuados de hecho y que buscaba ampliar su influencia geográfica. Lo mismo sucedía con el grupo de peruanos que tenían identificados por apodos hasta que la investigación policial les puso nombre y apellido y consiguió sus antecedentes, entre ellos dos que eran buscados por la Interpol por integrar bandas similares en Perú con la imputación de haber actuado como sicarios en dos asesinatos. Mismo negocio, mismo lugar geográfico, ambos grupos buscando extenderse más allá de los límites actuales. Temía que si se conocía la imputación del segundo grupo por el asesinato de los cinco hombres, el primer grupo respondiera con asesinatos en venganza y así mejorar su
“performance” en la extensión territorial. – Hagámoslo en secreto, los ponemos en custodia, cuando los tengamos a todos y las pruebas, largás la imputación. – sugería la Laino. – No puedo ordenar eso a la Federal sin una imputación, Julieta. Esperemos que no se filtre antes. Faltaban pocos días para el inicio de la primavera cuando ordenó la búsqueda y detención de los peruanos. En esa semana Lidia le comentó un hecho que encendió los alertas. – Alguien entró en mi computadora, estoy segura. – sentada frente a la pantalla y señalando el log de actividades de su administrador de tareas, que estaba programado para mostrarse apenas se abría la sesión; Daniela leía el texto, estaba parada detrás de ella y ajustaba sus anteojos para ver mejor – Ayer a esta hora yo no estaba acá Daniela. – ¿No será un error del sistema operativo? Es windows Lidia, tiene cosas raras. Además dice
que fueron cinco minutos. – Lidia negaba con la cabeza – Okei. Llamá al encargado de seguridad informática en la fiscalía general, que venga de inmediato a revisar todas las máquinas a ver si tenemos metido algún troyano o algo por el estilo. Esa noche lo conversó con Donato. – Hacé un backup ya mismo y sacá los archivos sensibles, todo lo que no querés que nadie sepa. – Si entraron, ya deben tener todo. – No creo, decís cinco minutos, lo más probable es que se hayan instalado para empezar a sacar. Borrá de todos los rígidos lo que no querés que nadie vea. – a Daniela se le cruzaba de inmediato el CD de la Saldívar que había bajado a su notebook y había compartido con Lidia – Y separá las máquinas, las que estén conectadas o que entren a leer correos y búsquedas por internet, que no tengan escritos ni nada que sea material clasificado. Al día siguiente mandó a comprar varios pendrives y puso a todo el mundo a sacar la
información sensible de sus archivos. Los pendrives etiquetados fueron colocados en la caja fuerte de la fiscalía. El informático que vino confirmó la intrusión pero dejó una nueva preocupación. A pesar de ubicar un troyano que recogía y retransmitía información del sistema de la fiscalía, les dijo que la intromisión había sido hecha por alguien en el lugar no de forma remota, que los logs mostraban intentos en la máquina de Daniela pero que sólo había podido decular la clave de la PC de la secretaria. Quienquiera que hubiera entrado no había sido captado en las cámaras de seguridad instaladas en las puertas de ingreso a la fiscalía ni en la de los pasillos; no aparecía nadie extraño en los registros. Analizaba con Lidia y Julieta los casos que tenían en carpeta. ¿Quiénes tendrían intención y medios para el intrusismo en la fiscalía? ¿Cómo habían entrado sin ser captados y sin violentar las cerraduras? – Sólo dos casos lo ameritan. – sentenciaba
Daniela después de una prolija revisión de todos los expedientes en curso – El incendio de Maiden Files o las bandas en pugna detrás de los asesinatos del pool. – Si es así Dani, esas bandas son algo más que grupos de mercadeo en la villa. ¿Te comentó algo más Pedro? – le preguntaba Julieta y Daniela negaba, hacía una semana que no tenía noticias del seminarista que había viajado a Bolivia a ver a su familia. Ese jueves tenía que cursar en la Facultad de Psicología en Puán. Como todos los jueves salía de la fiscalía a las cinco menos cuarto y caminaba hasta Lafuente y Rivera, donde tomaba el 76 hasta el Cementerio de Flores y de ahí el 7 frente al hospital Piñero. Ya tenía más o menos los horarios de combinación de los dos colectivos y era la forma más rápida de llegar. Estaba esperando el colectivo en la parada del 7 en la avenida Varela junto a dos chicas que reconocía de otros viajes a la facultad, eran
estudiantes. Acomodaba sus auriculares y buscaba en su celular canciones que escuchar, no le prestaba atención al tráfico ni al movimiento alrededor de ella. Fue una cuestión de unos pocos segundos, una acción tan rápida que no le dio tiempo a reaccionar a ella ni a las chicas o a otros transeúntes que estaban cerca. Una furgoneta blanca Traffic Renault se detenía frente a la parada del colectivo, se abría la puerta lateral y bajaban dos hombres encapuchados que agarraban de los brazos a Daniela y la metían con fuerza adentro, cerraban y la furgoneta doblaba por Avelino Díaz a toda velocidad. Los gritos de las dos chicas pidiendo ayuda llamaron la atención de los paseantes y se accionaron varios celulares para hacer la denuncia policial, pero Daniela, metida adentro y tirada contra el piso, no se enteró de nada. Uno de los tipos le había sacado la mochila y había puesto una rodilla sobre su espalda, ejerciendo una gran
presión que le impedía moverse, mientras el otro tipo hacía algo que no alcanzaba a ver. Sentía que la furgoneta iba por el empedrado a gran velocidad y luego por el asfalto. Como no se detenía para nada suponía que había agarrado alguna avenida o se había metido en la Dellepiane. ¿Cuántos minutos así? No podía calcularlo, como tampoco podía pensar con claridad, no sabía qué querían esos tipos. Se los preguntó a los gritos varias veces hasta que el que la tenía sujeta con la rodilla la daba vuelta y veía sus rostros encapuchados y el otro tipo tenía un arma en su mano y le apuntaba. ¿Iba a disparar? Mientras sentía el terror apoderarse de cada rincón de su cuerpo, seguía gritándole a los tipos. – ¡¡¿Qué quieren hijos de puta?!! ¡¡Cobardes de mierda!! – ¡¡Cállate!! – le gritaba el de la pistola y se la acercaba al rostro – ¡¡Escuchá bien!! ¡¡Te podemos hacer boleta cuando se nos cante !! ¡¡Calláte!! Se llamaba a silencio y miraba al tipo a los ojos
los suyos inyectados de rabia, mientras el otro sostenía sus brazos con fuerza. – ¡¡Dejáte de joder con el incendio!! ¡¡¿Entendiste?!! Daniela no le contestaba, se mordía los labios queriendo mandarlos a la mierda y a la vez sentía un miedo desconocido hasta entonces meterse en sus vísceras. – ¡¡Si seguís jodiendo, vamos a ir por tu familia!! ¡¡Sabemos dónde vivís!! – Daniela sentía que el corazón se le congelaba de julepe y la angustia subía a sus ojos mientras el tipo tocaba una y otra vez su rostro con la punta de la pistola. – ¡¡Te voy a dejar algo para que te acuerdes bien!! ¡¡Para que no te hagas la valiente!! ¡¡Y ni una palabra a nadie de lo que te dije!! Acto seguido bajaba la pistola y le disparaba a la pierna derecha de la fiscal, por debajo de su rodilla. – ¡¡¿Boludo, qué hiciste?!!– alcanzó a escuchar al otro tipo gritar, pero el dolor se
apoderaba de su cuerpo, cerraba los ojos que comenzaban a llorar la quemazón inmensa que subía por su pierna y se mordía los labios para no darles el gusto de gemir su miseria. – ¡¡Pará Juan que la bajamos a ésta!! ¡¡No se va a olvidar el mensaje!! – de nuevo el tipo de la pistola. La furgoneta se detuvo unos metros después, mientras el tipo que le había disparado llamaba con el celular de Daniela al SAME avisando de una mujer herida de bala en Varela y Fernández de la Cruz. Abrían la puerta y la hacían rodar hacia la calle, lo que hacía que se golpeara fuertemente la cabeza en el pavimento y quedara atontada, semi desvanecida. Acto seguido le tiraban encima su celular, sus auriculares y su mochila, cerrando la puerta y largándose a toda velocidad. No supo cuántos minutos estuvo así en esa zona descampada y sin gente a esa hora en que los pocos negocios de alrededor habían cerrado sus
puertas. Escuchó la sirena de la ambulancia y también la de un móvil policial. – Señorita, ¿me escucha? – asentía con la cabeza, los ojos cerrados, el fuerte dolor se combinaba con un ardor abrasador subiendo por su pierna y se hacía cada vez más intenso, notaba que había brazos agarrándola, escuchaba otras voces de hombres y mujeres, ahora la apoyaban en algo duro y se movían – Señorita, su nombre, dígame su nombre. – no podía abrir los ojos, sus párpados pesaban toneladas, difícil subirlos, quería decirle su nombre pero su garganta y sus labios no respondían, en ese momento sentía un pinchazo en el brazo, más voces que daban órdenes – ¿Usted es Daniela Nadeo, la fiscal? – la misma persona le preguntaba y lograba asentir con la cabeza – Rodolfo, avisá al Piñero que llevamos a la fiscal Daniela Nadeo con una herida de bala en la pierna derecha, ha sangrado mucho, tiene orificio de entrada y de salida, va semiconsciente pero las variables están estables,
que preparen transfusión inmediata, rayos para un traumatismo de cráneo con corte del cuero cabelludo. – su mente trataba de procesar la información, clarificarse, de a poco iba retornando la conciencia que se había obnubilado por el golpe. Cuando la ambulancia entró en la guardia del Piñero ya había un malón de médicos, enfermeras, policías y gendarmes esperando para llevarla inmediatamente adentro. También estaba un cámara y un periodista de Crónica TV, que habían recibido la primicia desde sus “fuentes” policiales. Fue lo que Rocío – asidua televidente de Crónica TV – vio a las seis y media de la tarde mientras preparaba la merienda de los tres pibes, Julieta estaba con los chicos en los juegos del patio, había llegado poco antes. – ¡¡Julieeeeeetaaa!! ¡¡La balearon a Danielaaaaaaaaaa!! – salió de la cocina al patio a los gritos y llorando, totalmente histérica después de ver la entrada de la camilla en la guardia del
Piñero y de escuchar el relato del periodista que casi la daba por muerta. Veinte minutos después llegaban Julieta y Donato al Piñero, el periodista había llegado a su casa en el mismo momento que la policía abría la puerta para subirse al remise de don Ernesto. Hicieron el viaje hasta el hospital en estado de shock, tomados de la mano mientras Julieta intentaba que sus contactos le dieran información fiable del estado de su jefa. Comenzaron a respirar algo más tranquilos apenas llegaron al hospital. El oficial a cargo les informó que Daniela había llegado consciente y había solicitado que metieran el celular en una bolsa y lo entregaran a Criminalística porque tendría las huellas del tipo que la había baleado y también que pusieran inmediata custodia en la puerta de su casa. Donato y Julieta se dieron cuenta de que estaba con sus facultades mentales intactas. Había que esperar los partes médicos sobre la operación en su pierna, sabían por la
información del jefe de la guardia que presentaba un buen cuadro clínico general y que el golpe en la cabeza era superficial, aunque habían tenido que suturarla con unos puntos por el corte. Poco tiempo después aparecían en la guardia Lidia y la profesora Saldívar, entre muchos otros personajes relacionados de una manera u otra con Daniela Nadeo. Fletaron a la mayoría diciéndoles que iban a avisarles por sms apenas la pudieran ver, dejaron entrar a Lidia y a la Saldívar y esperaron con ellas dos en la sala de espera. A fuera los distintos canales de noticias habían montado sus camionetas satelitales y los periodistas transmitían en directo, filtrando este o aquel rumor que les llegaba de las fuentes policiales, sin contrastar ni corroborar. La llegada de la Procuradora armó una batahola entre los periodistas que intentaban entrevistarla, pero la mujer entró sin declarar y enseguida les pidió a Lidia y a Julieta ir a un lugar aparte para que la informaran.
– Bueno, menos mal que parece que no es más que una herida en la pierna y no es grave. Esperemos a ver qué nos dicen los médicos y qué cuenta ella de lo que pasó. Quiero que me mantengan informada de todo. – la miraba a Lidia especialmente – Acá tiene mi celular particular doctora Decibe. – Sí, doctora. – la otra tomaba la tarjeta que la fiscal le entregaba. – He ordenado que este caso sea prioridad para todos, desde las fuerzas policiales y de gendarmería, hasta el cuerpo de fiscales. En principio quedará a cargo de la fiscalía de narcotráfico, espero que colaboren con ellos en todo, estará a llegar el fiscal Giménez. – Doctora, no sabemos si esto fue cosa de los que asesinaron a los cinco tipos en el pool. – se atrevía Lidia. – ¿Quién si no? Es un acto de amedrentamiento mafioso, hemos tenido fiscales que han sido amenazados, secuestrados como
Daniela, incluso tatuados en la cara por sus investigaciones. Aunque un tiro en una pierna, hasta ahora nunca. – Los de Maiden Files. – ahora era Julieta, que había sacado sus conclusiones personales. – Oficial, usted disculpe, pero lo de Maiden Files está en pañales, estamos esperando confirmar sin lugar a dudas que fue un incendio intencional. Además, en general por un incendio las empresas no hacen este tipo de cosas, al fin de cuentas, los seguros que tienen contratados pagan todo. Y en caso que haya sido intencional, habrá que probar que fueron ellos los que lo hicieron. Nada fácil, le aseguro. Julieta le iba a contestar con los datos de lavado de dinero y demás chanchullos que escondía el incendio, pero un suave toque en su brazo por parte de la diplomática y experimentada en cuestiones judiciales Lidia la hizo desistir. – Apenas se presente el fiscal Giménez, nos pondremos a sus órdenes señora.
– Ah, instruyan a los empleados de que ninguno debe hacer declaraciones de ningún tipo a los canales de TV. Están al acecho de cualquier tontería y no quiero que se haga de esto tan serio un show morboso de los medios. – las otras dos asentían de acuerdo.
CAPITULO XV. ¿APRIETE POR QUÉ? Cuando le comentaban las barbaridades que había dicho todavía bajo efecto de la anestesia, sonreía con vergüenza. “Morfátelo a besos, está boludo por vos” a Julieta, refiriéndose a Donato. “¿Qué esperás para decirle algo? Se va a cansar de tanto esperarte” a Donato refiriéndose a Julieta. Todo esto frente a ambos dos. – No, no, no puede ser. – intentaba justificarse mientras Julieta le mojaba los labios con una gasa embebida en agua y Donato la miraba con ojos llorosos, tomándole la mano. – Es, es señora fiscal. – le decía sonriente Julieta mientras le hacía señas a Donato que dejara de moquear. – No se da cuenta. Donato es así, un tierno. – Daniela estaba más despierta de lo que parecía y notaba los gestos – Julieta, ¿quiénes están afuera? – Lidia, la Saldívar y Giménez. – volvía a mojar sus labios. – ¿Giménez?
– El fiscal de narcotráfico, va a llevar el caso. – seguía hidratándole la boca. – Ahh. – se quedaba pensativa – ¿Estuvo la procuradora, no? – Sí. – contestaba Donato, asombrado de la claridad mental de la fiscal a media hora de despertarse de la cirugía en la que le habían suturado la lesión en la pierna y le habían puesto una férula plástica porque la bala había astillado la tibia de la pierna derecha. – A Giménez le dicen que estoy confusa, divago, que le van a avisar cuándo esté en condiciones de hablar con él. Cuando se vaya Giménez hacen pasar a la Saldívar, la voy a nombrar mi abogada. – ¡¿Para qué?! – Donato. – Quiero que siga todo en la fiscalía y en el juzgado, soy querellante. – Julieta seguía con el ritual de mojarle los labios, sonreía por la ejecutividad de su jefa, algo archiconocido por ella aunque no esperable después de la cirugía – Que
entre también Lidia. ¿Okei? Los dos se quedan, quiero que escuchen y digan qué opinan. ¿Cuándo me puedo tomar un capuccino? – suspiraba – Necesito cafeína, pasé un miedo terrible. Julieta y Donato se miraban atónitos por la hiperactividad de la Nadeo. Besos, caricias, la Saldívar no podía esconder la emoción que la embargaba. Lo mismo Lidia, que se sonaba delicadamente la nariz humedecida. – Saldívar, ¿aceptás ser mi abogada? Necesito alguien inteligente y vivo como vos para enterarse de lo que cocinen en la fiscalía y el juzgado. – la otra asentía, hablaban el mismo idioma de intrigas palaciegas – Bueno, les cuento lo que pasó, a ver qué opinan. Trató de ser lo menos escabrosa y sensacionalista posible, tal su costumbre, pero no podía evitar los ojos desorbitados de los que la escuchaban, lo que había sucedido era muy fuerte y los oyentes estaban conmovidos. – Hasta ahí, lo que pasó en la Traffic. El tipo
que me hablaba era argentino, pero no porteño ni cordobés, que son los acentos que identifico enseguida. Lo demás es conocido, la ambulancia, me trajeron, etcétera, etcétera. – ¡Yo sabía que podía ser por Maiden Files! – Julieta, repuesta del shock del relato – La procuradora lo desestimó enseguida. – ¿Vas a declarar esto a Giménez? – la Saldívar, aguda. – Creo que no recuerdo todo lo que pasó, Saldívar. – la otra asentía sonriente – Estoy medio confusa. Por lo menos ahora. – hacía un silencio corto – No sé qué está pasando, por qué semejante apriete por un incendio. Si fue intencional, nos va a costar probar que lo orquestó la empresa, ya deben haber hecho desaparecer todo. Y lo del lavado y todo lo demás, lo están llevando en otro juzgado y otra fiscalía aparte, no nosotros, no somos especialistas en eso ni tenemos medios para hacerlo. – Quiere decir que hay más en ese incendio que
lo que estuvimos viendo. – Lidia, siguiendo la ilación de su jefa. – Me parece que se enteraron de alguna manera lo que habías conseguido sobre Quijano. – Julieta también sacaba conclusiones – Hay algo ahí que va más allá de lo que venimos siguiendo hasta ahora. – Daniela escuchaba con atención esta última reflexión de la Laino, estaba dando en el clavo de algo que no habían tenido en cuenta, que lo del incendio intencional no les dejaba ver algo más importante que había habido en ese depósito de Maiden Files. – ¿Alguno de tus chicos habrá hablado de más? – Donato a Saldívar, inquieto por la filtración de noticias. – Puede ser que alguno se fuera de boca con alguien, pero ¿quién que esté ligado al caso y sepa que los pibes trabajaban para el caso? – la Saldívar. – Puede ser que alguno de la fiscalía... – Lidia, pensativa, preocupada por lo que implicaba – por
eso no salta nadie extraño en las cámaras. Daniela fruncía el ceño. Lo que decía Lidia le hacía recordar una advertencia de Donato tiempo antes, que al final no había puesto en práctica: “Digo que no dejés los expedientes importantes a mano, guardá las cosas que no querés que trasciendan en tu caja fuerte o en un lugar a donde vos sola accedas, eso digo. Cuando se pueda saber, lo ponés para que cualquiera lo divulgue.” – Dani, ¿hiciste revisar por micrófonos? – Donato, yendo más allá de la intrusión informática y las tres negaban al unísono – Hacélo, debés tener alguien escuchando en tu oficina. En ese momento entraba el cirujano con sus ayudantes y cortaba la “reunión de trabajo”, sugiriendo a los presentes que se retiraran y “dejaran descansar” a la paciente. Salieron y dejaron al galeno trabajar. Revisó su pierna y le explicó a Daniela lo que habían hecho en la cirugía y lo que cabía esperar desde ese momento. – Tuvimos que limpiar la necrosis y quitar masa
muscular, señora fiscal. Eso puede significar problemas para caminar en el futuro, se verá después que haga recuperación. – ¿Qué tipo de problemas para caminar? – Daniela preguntaba con temor. – Debilidad para sostenerse, quizás tenga que movilizarse con un bastón, la pantorrilla puede fallar en sostener la pierna en algún momento y hacerla caer. – Ahh, eso solo. – Veo que se lo toma de buen modo, muchas personas son quisquillosas con respecto a usar bastón y más si son gente joven como usted. – sonreía el cirujano. – Doctor, después de lo que sucedió en esa Traffic, caminar con bastón es el menor de mis problemas. ¿Cuándo me puedo ir a casa? – Se está recuperando muy bien de la cirugía, la herida parece comenzar a cicatrizar bien. La controlaremos mañana y si todo sigue así, creo que le podremos dar el alta el sábado al mediodía.
Volvieron a entrar para despedirse unos – Lidia, Donato – y las otras dos para quedarse esa noche acompañándola. Daniela le pidió a Lidia que al día siguiente le trajera el pendrive con sus archivos. Julieta pediría la revisión de todas las oficinas al departamento técnico de la Federal para comprobar si había micrófonos instalados. Noche tortuosa para Daniela. Entre los dolores que se iban haciendo más agudos a medida que iba desapareciendo la anestesia y que los analgésicos no terminaban de calmar, la incomodidad de tener que ser ayudada con sus necesidades fisiológicas básicas y el síndrome de abstinencia de cafeína negada hasta que no pasara un día entero de la cirugía, le costaba dormirse. Cuando al fin lograba pegar ojo, estaba inquieta y se incorporaba espantada de miedo; los ojos amenazantes del tipo y la punta del revolver en su cara le provocaban una angustia insoportable y la Saldívar y la Laino tuvieron que calmarla con abrazos y caricias más de una vez. Finalmente, a
eso de las cinco de la mañana concilió un sueño más profundo, vencida por el cansancio y también gracias a un relajante muscular que le incorporaron al suero que tenía conectado al brazo izquierdo. Pasó el viernes bastante dolorida pero la herida iba cicatrizando bien y se encontraba en buena condición física, por lo que el sábado a media mañana le dieron el alta para que siguiera recuperándose en casa, tendría que presentarse el miércoles siguiente para control médico. Salió en ambulancia acompañada esta vez por Donato y Pedro – el seminarista, que enterado de lo que había pasado había vuelto en avión desde La Paz el viernes mismo – única forma de esquivar al enjambre de periodistas y móviles de televisión apostados en la puerta del Piñero. En su casa, la policía había establecido una zona de exclusión de dos calles a la redonda y sólo dejaban pasar a los vecinos que certificaban su domicilio. – ¿Cuánto tiempo va a durar esa zona de
exclusión? – preocupada. – Unos días, no sabemos todavía Daniela. – le contestaba Julieta, ayudándola a meterse en la cama y acomodando sus almohadas – El juez Larrañaga dio la orden a pedido del fiscal Giménez y hasta que no tengan clara la situación... – dejaba la frase inconclusa. – El lunes hablo con Giménez. – suspiraba y se apoyaba en el respaldo de almohadas. – ¿Cansada? – Y dolorida. Supongo que por moverme. Quería empezar con los archivos que me había dado Saldívar, pero hoy no me da el cuerpo. – decía con los ojos cerrados. – Date unos días para recuperarte Daniela. – acariciaba su mejilla con cariño, la notaba demasiado pálida y ojerosa y esperaba que aceptara tomarse un relajante a la noche para dormir bien – Llegó una carta expreso para vos. Daniela abría los ojos y miraba el sobre que Julieta tenía en su mano.
– Me la dio Rocío, llegó hoy temprano. Es una tarjeta y el remitente dice DG, sin dirección. – se imaginaba de quién era – Te dejo para que la leas a solas. La tarjeta era una de esas que se envían a alguien que está enfermo, “Que te mejores pronto” y un bonito oso de peluche era la portada. Adentro, sus palabras. “Estuve en vilo hasta la noche en que confirmaron que estabas bien, recuperándote. Si mi angustia fue grande, no puedo imaginar lo que has pasado Dani. ¡Ay nena, qué difícil es olvidarte y no desear estar contigo de nuevo! Quiero a María y a sus hijos, mi familia, pero entre vos y yo nació algo más que no quiero reconocer para poder seguir adelante con esta vida que elegí. ¡Cuidáte! Con todo mi amor, Diana” La respuesta que necesitaba, no para satisfacer su orgullo personal herido por el abandono, sino porque ella también había sentido lo mismo que Diana y ahora podía dejarlo en un recuerdo hermoso que no tenía presente ni futuro.
Aceptó tomar un relajante para descansar, el secuestro y las amenazas seguían provocándole pesadillas que la despertaban varias veces y le provocaban desazón. Pasó el resto del sábado y casi todo el domingo durmiendo, recuperándose y recibiendo los mimos y caricias de los peques de la casa, que extrañaban su hora de juegos con la fiscal e iban una y otra vez a “visitarla”. El lunes recibió al fiscal Giménez a media mañana. Había convenido con su grupo de “consulta” que no contaría la parte “¡¡Dejáte de joder con el incendio!!”, dejando en el aire de dónde venía la amenaza, alegando confusión. El caso de los asesinatos, con los peruanos imputados detenidos, había pasado a manos de la fiscalía de narcotráfico a partir del atentado. Suponían que lo mismo pasaría con el caso del incendio si relataba el tenor de la amenaza. – Giménez, no quiero que tome esto como una deposición. Estoy algo confusa y … – le aclaraba al fiscal, al que recibía metida en su cama, no se
sentía con fuerzas para permanecer sentada en la sala. – Desde luego, Nadeo. – observaba su pierna derecha con la férula, levantada por fuera de la manta para facilitar la circulación sanguínea de la pierna – Quiero saber lo que pasó para ver qué medidas tomar, además de lo que tiene que ver con su seguridad y la de su familia. Apenas se sienta fatigada o tenga ganas de descansar, cortamos esta charla. Le fue relatando los hechos sin exageraciones ni dramatismo hasta el momento en que la abandonaron en el descampado. Mencionó las capuchas y que el que le hablaba era argentino, aunque no podía identificar el acento, sólo que no era ni porteño ni cordobés. Le confió esa última frase que alcanzó a escuchar después del tiro, con la sorpresa del otro tipo por el disparo en su pierna. Le habló también de las huellas digitales que podrían estar en el celular que pidió metieran en una funda, el tipo que tenía el revólver le
parecía que no usaba guantes. – ¿Quiénes opina fueron los autores de esta salvajada? – De los casos que se llevan en mi fiscalía, sólo hay dos posibilidades Giménez. Los asesinatos del pool, que involucran el comercio de marihuana y paco. O el incendio en el que murieron los bomberos y el socorrista, que fue intencional. No tenemos otros casos que involucren grandes conflictos o investigaciones peligrosas. – ¿Le parece que el incendio es una investigación peligrosa? Por lo que me ha comentado la procuradora, lo que falta es el informe de la UTN y eso no depende de usted o la fiscalía. Me decía que recién a partir de eso se podría extender o no la investigación y ordenar nuevos peritajes o allanamientos. – Bueno, si no quiere llamarlo peligroso, digamos entonces casos importantes. Como ha sido un caso en el que he volcado mucho esfuerzo y quiero llegar a la verdad y a los autores
ideológicos del hecho, puede haber alguien que no quiere que se descubra lo que pasó. – Usted conoce el caso mejor que yo, no lo voy a discutir, hablo a partir de los comentarios que me hicieron. En base a lo que me dice del atentado, voy a centrar la investigación en estas dos bandas que han estado involucradas en la matanza del pool. En cuanto al incendio, necesitaría una lista de los actores que usted crea podrían sentirse amenazados por la investigación, a ver cómo encaramos ahí nuestra tarea. “No lo podía haber dicho mejor”, pensaba Daniela. Todo el último párrafo le sonaba a una sanata infernal que quería decir simplemente, “ni bola a estos”. Después de unos cafés y algún que otro comentario, convinieron que iría a declarar a la fiscalía una vez que tuviera el alta médica y que mientras durara su convalecencia se mantendría la vigilancia y la zona de exclusión alrededor de su casa.
Ese mismo lunes el técnico de la Federal revisó la fiscalía y encontró un micrófono en el auricular del teléfono de línea de la Nadeo y debajo de su escritorio. Julieta la llamó desde la calle para darle las novedades. – Mi opinión es no sacarlos Dani, cuando vuelvas podríamos montar una trampa y atrapar a los escuchas. – ¿Qué radio de sintonía tienen? – Doscientos metros, alguna furgoneta estacionada en las calles laterales o algún edificio cercano, en ese caso menos metros por el cemento, a veces interfiere. – ¿Podrían rastrearlos? – Sí y ubicarlos sin que lo sepan. ¿Qué decís? ¿Los dejamos? Los micrófonos quedaron a la espera de pergeñar algo cuando Daniela se reintegrara a la fiscalía. Faltaba el buchón que había bajado los archivos de la computadora de Lidia, algo que a esta última atormentaba porque suponía – y bien –
que era alguno de los cuatro empleados de la fiscalía. Quien probablemente fuera también responsable de la colocación de los micrófonos. – Está enloquecida. – le comentaba Julieta esa tarde – Quería hacer un careo. – sonreía. – Como si le fueran a decir fui yo. – meneaba la cabeza la fiscal – Habría que ver cuál de ellos está gastando plata de más. – Julieta la miraba sin entender – Mirá, con los sueldos que tienen, no hay margen para gastos muy grandes en viajes o autos o no sé, un barco. Si hay gastos suntuarios, ahí tenés quien se vendió al mejor postor. – ¿Y cómo lo sabemos? No creo que le hayan pagado con un cheque o una transferencia bancaria. – No, seguro fue dinero al contado. Jmmm, no sé, ver si cambiaron el auto o se fueron de vacaciones a algún lado muy caro, algo así. Decíle a Lidia que esté atenta a esos comentarios que se hacen sobre mi auto nuevo o nos fuimos a Cancún, vos sabés que a la gente le gusta alardear
de esas cosas. Donato había ido a buscar un par de muletas a la obra social de la fiscal y se las había traído a la tarde. La estaba ayudando a pararse y usarlas, así empezaba a desplazarse por la casa y podía ir sola al baño cuando deseara. – Con el tobillo había sido más fácil de usar. – recordando el accidente en el que había conocido a su actual oficial inspectora. – Nada que ver, Dani, te habían inmovilizado la rodilla por unos días, ahora tenés una flor de operación, te sacaron un cacho de músculo y tenés la herida fresca, te tiene que doler. – le calzaba la muleta debajo del brazo izquierdo – A ver si podés dar algún paso. Le costaba pero finalmente podía mover el pie izquierdo sin apoyar el derecho, valiéndose de la muleta. – ¡¡Bien!! Vamos, despacio. – la alentaba, atajándola de atrás como si se fuera a caer – Dani... eh... te quería preguntar a ver qué te
parece. – Daniela rumiaba un “dale” mientras hacía ingentes esfuerzos por avanzar hacia la puerta de su habitación – Iba a decirle a Julieta que esta noche se quedaran acá, porque ... – ¡¡Al fiiiiiin!! – sostenida en las dos muletas, un grito de alegría enorme, soltando la mano derecha y elevando el brazo al cielo. – ¿Vos creés que ella querrá dormir en mi habitación? – ¡¡Ay Dios!! ¡¡No sos más boludo porque no tenés tiempo Donato!!
CAPITULO XVI. DROGAS, CUÁNDO NO Daniela Nadeo debía reincorporarse a su labor de fiscal a fines de Octubre. Trabajó en el caso del incendio de Maiden Files desde su casa, coordinada con Lidia y Julieta en la fiscalía y con la inestimable ayuda de María del Carmen Saldívar y “sus chicos hackeadores”. Mientras tanto, el fiscal de la zona de Lugano actuó como subrogante para los casos que correspondieran a esa fiscalía, que no fueron demasiados en número ni en importancia. El caso de los asesinatos del pool se siguió tramitando en la fiscalía de narcotráfico; en realidad, estaba casi todo listo cuando tomaron el caso, con la imputación del grupo de peruanos y las órdenes de detención; sus casas fueron allanadas y se encontró un verdadero arsenal con armas de distinto calibre así como un cargamento de cocaína ya fraccionado para su distribución. Entre las armas encontradas estaban las que habían sido disparadas en el pool causando la
muerte de los cinco hombres, por lo cual fueron imputados – además de la tenencia de droga para comercializar y tenencia de armas de guerra – por los asesinatos; asistidos por defensores de turno se negaron a prestar declaración. El juez dictaminó la prisión preventiva por la posibilidad de fuga, dado los antecedentes y la orden de captura emanada de Interpol para dos de ellos. El fiscal Giménez intentó ver si encontraba datos que vincularan a estos imputados con el secuestro, intimidación y lesiones a la fiscal Nadeo; interrogó a familiares y allegados pero no pudieron hallar ninguna conexión y las huellas dactilares encontradas en el celular de la Nadeo tampoco les correspondían. Las huellas dactilares eran de un tal Luis Abelardo Rojas, un santafesino que había estado en prisión por delitos variopintos, desde robos y hurtos hasta secuestros virtuales con llamadas telefónicas. El fiscal pidió más datos a la policía santafesina y a los juzgados intervinientes en sus anteriores condenas menores; mientras tanto se
emitió orden de captura del susodicho por su participación en el secuestro de la fiscal. Daniela envió a través de su secretaria un listado de los implicados en el incendio de Maiden Files, que eran esencialmente los directivos de la empresa y el nombre de las empresas que estaban siendo imputadas por lavado de dinero, ya que ninguno de los empleados estaba sospechado de nada, con lo cual al fiscal Giménez se le hacía muy dificultoso encarar el tema por ese lado. Esperaría la deposición de la víctima del secuestro a ver si aportaba datos o elementos nuevos que permitieran ubicar a los autores ideológicos en espera de novedades de la captura del tal Rojas. A la semana del alta en el hospital se eliminó la “zona restringida” en los alrededores de la casa de Daniela y se pusieron dos móviles de la Federal a vigilar a la fiscal y a los integrantes de la familia, mientras un móvil de la Gendarmería se instalaba en forma permanente custodiando la fiscalía. Daniela utilizó ese mes de reposo obligatorio
ordenado por su médico para estudiar a fondo los archivos que los “chicos de la Saldívar” habían bajado de la empresa Maiden Files. La primera semana le costaba bastante concentrarse, dormía más de lo que hubiera querido, pero aceptó lo que el cirujano le explicaba. – Su cuerpo necesita recuperarse de un fuerte trauma. A usted quizás le parezca todo superado, pero su pierna necesita reconstituir su músculo y soldar su hueso. Además su cerebro aún debe estar intentando procesar todo lo sucedido. Sería bueno hacer una consulta a un psicólogo para charlar el tema. ¿Está teniendo pesadillas? A pesar de su autosuficiencia y aires de “todo lo puedo” no era una negada para la ayuda psicológica. Había consultado a un psicólogo después de fallecer su abuela Dora, sentía que se había quedado demasiado sola en el mundo y una compañera de militancia juvenil en la universidad la había derivado a un profesional que colaboraba
con la corriente en la que militaba. Le habían venido muy bien las charlas que tuvo con él durante un año, luego fue él mismo quien le aconsejó que lo dejara, que ya no lo necesitaba. En esa primera semana llamó a una profesora de la Facultad de Psicología – otrora compañera de militancia juvenil universitaria – para pedirle consejo sobre un profesional acorde para su problemática. El lunes de la semana siguiente comenzaron sus sesiones con el Licenciado Cornejo Achával que tenía su consultorio en Almagro, muy cerca de su casa en Boedo. Para cuando regresó a sus labores de fiscal ya lograba dormir sin ninguna pastilla relajante y las pesadillas se iban espaciando. A partir de la segunda semana se movilizaba mejor con las muletas y la pierna dolía menos, un kinesiólogo venía dos veces por semana a ayudarla con la ejercitación y recuperación, aunque seguiría usando la férula un tiempo más. Se hizo bajar su escritorio del entrepiso en su
habitación e hizo comprar una pizarra blanca similar a la que tenía en su oficina. Ahí fue armando esquemas y borrándolos, no lograba encontrar qué era lo que había disparado ese apriete contra ella, aunque sabía que estaba allí, en esos archivos que leía y releía una y otra vez. Ese sábado Julieta se quedaba nuevamente en la casa de Daniela y Donato. Ahora era casi oficial que estaban “noviando” aunque durante la semana estuvieran en “casas separadas”, como le había dicho la policía. – No quiero ir demasiado rápido, Donato me gusta mucho, la paso muy bien con él y aquí, pero recién estamos saliendo y conociéndonos, no quiero que la nena ya lo vea como mi pareja cuando no sé hasta dónde vamos a llegar. Ese atardecer, mientras en la cocina Donato, Rocío y los peques “cocinaban” unas pizzas, ellas dos se dedicaron a mirar y re-mirar lo que tenían. – Julieta, estoy estancada en el listado de las empresas que depositaron ahí sus comprobantes o
que están siendo investigadas por lavado de dinero o evasión, no puedo salir de ese círculo. – señalaba dos listados pegados en la pizarra – ¿Me ayudás a cotejar empresa por empresa a ver si salta algo que no veo? – Bueno. ¿Cruzaste los datos de lo que nos enviaron de la empresa con lo que sacaron los chicos de su servidor? – Daniela negaba con la cabeza – Entonces te voy cantando las empresas que tenían material ahí adentro según lo que sacaron los chicos. – comenzaba a leer – Antonioni y Garrido S.A. – Okei. – la tildaba en el listado en la pizarra y así seguían hasta el final de las que Maiden Files había enviado como “damnificadas por el incendio” pero Julieta sumaba otras dos. – Zanoglio y Pascuale SL y ZP Consignatarios SL. No sé si será una misma empresa, por las siglas. – miraba con atención la lista. – ¡No están! – excitada – ¡No entregaron esos dos nombres en el listado que presentaron al
Juzgado! – ¿A qué se dedicarán? No me suenan conocidas. – decía la Laino. – Esperá. A ver... ahí, sobre mi escritorio, está la copia del blueprint que enviaron, con el lugar que ocupaba cada empresa adentro del depósito. ¿Lo podés desplegar y pegar sobre la pizarra? – Sí, claro. – no entendía qué quería hacer la fiscal – ¿Blueprint es este papel encerado que parece un plano de arquitecto? – Ése, dale. Julieta lo abría con cuidado y con la ayuda de la Nadeo, sosteniendo a duras penas las puntas de un lado, sus brazos apoyados sobre el mango de las muletas, lo pegaba con dos pedazos de cinta de pintor sobre la pizarra. – ¿Esto lo entregó la empresa? – Ajá. – asentía la Nadeo. – Entonces esas empresas que te nombré no van a estar. – No sé, quién te dice se les pasó y mandaron el
original sin modificar, vos sabés que todo es medio burocrático, los empleados hacen lo que les dicen los jefes y no se fijan en todos los detalles. Andáme cantando las empresas que nos enviaron que las marco. Fue tildando una por una las empresas que Maiden Files había declarado. – Esos dos lugares, ahí, esos no los declaró y tienen unas siglas. – la policía señalaba los lugares. – ZP y ZyP. – sonreía satisfecha la Nadeo leyendo las siglas escritas sobre dos parcelas en la zona lateral al oeste del depósito – Ahí guardaban algo, ahora hay que ver qué guardaban que era tan importante como para amenazarme y pegarme un tiro en la pierna. – ¿Cómo lo averiguamos? – Julieta, preguntona. – Ni idea Laino, ni idea. – encongiéndose de hombros y mirando el “blueprint” como hipnotizada.
No tenían página en internet ni figuraban en ninguna base de datos de empresas comerciales; no conseguía dirección o teléfono donde ubicarlos. La solución vino de la mano de “los chicos de la Saldívar”. – Me dice Hugo que busqués fuera del país. – conversación telefónica el martes a la noche. – Saldívar, se supone que era un depósito de documentación de empresas nacionales. – objetaba. – ¿Sabés qué me contestó el pendejo? – imitaba la voz del estudiante – Profe, si prendieron un fosforito y quemaron todo, ¿por qué iban a cumplir eso de que guardan cosas de las empresas de acá? Que pruebe con los países limítrofes, a lo mejor le salta algo. Dicho y hecho. Primero Uruguay, nada. Después Chile, nada. Bolivia, nada. Llegó a Paraguay y ¡oh maravilla! Las dos empresas estaban en Asunción, capital de Paraguay y se dedicaban a “consignaciones, logística y servicios
de custodia de información”. Era especialmente interesante este último rubro, decía el sitio de internet que “ofrece soluciones de administración de información que ayudan a que las empresas disminuyan costos y eliminen la ineficiencia al administrar su información física y digital.” – O sea, lo mismo que hace esta Maiden aquí en el país. ¿Para qué sacar comprobantes y expedientes de un país? Si no querés que te los encuentren, los incinerás. A menos que no fueran comprobantes y documentación lo que guardaban ahí. – elucubraba mentalmente. Le pidió una cita al Jefe de Bomberos, sus hombres habían trabajado en el galpón después del incendio, quería saber si había algo especial en ese lugar. – Señora fiscal, me enteré del atentado. Por favor, siéntese por acá. – le acercaba una silla, impresionado el hombre por las muletas, la pierna con el corsé azul y las dificultades de Daniela para movilizarse – ¿Encontraron a los que hicieron
esto? – Gracias. – sentándose – No, no hay pistas por ahora. Vengo a hacerle una consulta sobre el depósito y las cosas que había en Maiden Files. – se quitaba la mochila y sacaba el plano de los lugares enviado por la empresa. – ¿Está trabajando en el incendio? – asombrado. – No, no. Estoy de baja, esta consulta es... digamos … off the record. – lo miraba seria. – Ah. Sigue pensando en el incendio más allá de su trabajo. – satisfecho – Veamos en qué la puedo ayudar. Le comentaba la disidencia que había encontrado entre lo declarado por la empresa y lo que decía el plano. También lo que había averiguado de las siglas mencionadas. El oficial bombero llamaba a su secretario y al rato éste se aparecía con un carrito porta expedientes. – Acá tenemos copia de todo el material . – le aclaraba a la fiscal – A ver si ubicamos las
primeras fotos que se sacaron cuando pudimos acceder. Ordoñez, traiga una pizarra que vamos a armar estas fotos para tener una panorámica del depósito. Daniela estaba impactada; había estado afuera la noche misma del incendio; había visto luego algunas de las fotos, constaban en el expediente pero armadas en panorámica, pegadas una al lado de la otra, sentía que estaba entrando en el recinto y hasta percibía el olor a fuego y agrio de las pilas de papeles chamuscados. – Este sería el lugar que usted dice señora fiscal. – el secretario señalaba a un costado, donde lejos de haber el vacío de pilas chamuscadas había una enorme caja de metal. – ¿Qué es eso? No tengo noción de tamaño por lo que veo alrededor. – preguntaba la fiscal. – Un container chamuscado. – preocupado el jefe de bomberos, había visto la foto originalmente y no le había dado importancia al container en su momento.
– ¿Vacío? ¿O quedó algo adentro que se haya salvado del fuego? – No. – reforzaba la negativa con un movimiento de su cabeza – Debe estar vacío, eso que se ve al costado, es una de las puertas de acceso, fue abierto. – señalaba la foto – Ordoñez, busque entre las fotos las del container. Las fotos de adentro certificaban que estaba vacío, no había papeles quemados o pilas chamuscadas. – Lo que hubiera habido ahí, lo sacaron antes del incendio. – el jefe de bomberos. – ¿La puerta estaba abierta o la abrieron los bomberos para sacar las fotos? – Daniela. – Lo tendría que preguntar. Ordoñez, anótese para averiguar. – ¿Qué posibilidad hay de que encontremos rastros de lo que pudiera haber adentro? – miraba fijo al jefe de bomberos. – ¿Rastros de los papeles o las cajas ? ¿Para qué le … ? – notaba los ojos de la fiscal en los
suyos y la imperceptible forma de decirle que estaba buscando otra cosa – Si la puerta estaba cerrada, quizás podamos hallar rastros, doctora, aunque no es seguro, la temperatura del incendio exterior era altísima. Ordoñez, quiero un estudio de los restos adentro del container. Completo, químico, físico, patológico y de lo que se le ocurra también. Una semana antes de su fecha de regreso a la fiscalía le quitaban la férula y las sesiones kinesiológicas se intensificaban a tres por semana. Esa tarde recibía la semanal visita del “padre” Pedro con sus “noticias de la 11.14”. – Ya no me atienden bien en la fiscalía, Dani. Decíle a tu gente, ¡ni una puta medialuna me dieron en todo este tiempo! – agarrando un nuevo trozo de bizcochuelo que había preparado Rocío especialmente para él – Nada que ver con vos y con Rocío. – ¡¡¡Noooo!!! – sonreía fingiendo estupor – Cuando regrese, voy a hacer tronar el escarmiento.
– ¿Cuándo volvés? – La semana que viene, creo. Tengo turno con el cirujano mañana, ahí espero que me firme el alta. ¿Algo más que tenga que saber para estar preparada a retomar mis labores? – Sí. Sé que te afanaron algo de una computadora. Daniela enarcaba las cejas, no le había comentado nada de eso y él estaba en La Paz por entonces. – No te asombres. Por un lado o por otro uno se entera. Ya sabés que soy medio mosquito. – Tené cuidado que no te echen Raid. – suspiraba, sabía que no iba decirle cómo se había enterado. – ¿Sabés quién sacó eso con un pendrive? – se metía el último trozo de bizcochuelo, mientras Daniela negaba con un movimiento de su cabeza, atenta a sus palabras – ¿Sabías que uno de tus empleados se compró una Toyota SW4? – No conozco ese auto, ni idea Pedro.
– Es una pickup para cinco personas, ¡impresionante! Es el auto más caro de la Argentina. Creo que sale un palo. – ¡¿Eh?! – Bueno, creo que por 750 mil la conseguís, la versión más barata. Y no la compró usada, eh. Nueva, nueva. La mujer conducía, lo dejó a unas cuadras de la fiscalía. Se ve que no quería que se notara el auto, ¿no? – ¿Quién es? – conteniendo la bronca que la inundaba. Lidia quería encararlo inmediatamente, pero Julieta logró sosegarla y decidieron esperar a que regresara la fiscal. – Casi lloraba Dani. Estaba muy mal, es uno de los que más confiaba, ni se le hubiera cruzado que fuera Barreiro. José la había ayudado varias veces con la computadora y le había enseñado cómo armar claves nuevas cuando te lo pide cada tres meses el sistema. – Así fue como entró, parece. Bueno, veremos
cómo lo encaramos, primero tenemos que preparar algo para los que escuchan mis cosas. – Ya tengo a los técnicos que van a hacer el seguimiento de la señal. – Pero antes tengo un problema Julieta. – la otra la miraba atenta – Hoy me llamó el Jefe de Bomberos. – ¿Encontraron algo? – Esto. – le daba el informe con las cromatografías y el resumen final – Me lo mandaron por mail. – ¡Restos de efedrina y cocaína! ¡Mieeerdaaa! ¡Con razón te hicieron lo que te hicieron! – Entre las cajas con documentación venía eso, aparentemente. Esto cambia todo. Voy a tener que blanquear lo que pasó y lo que hice. No creo que a la procuradora le guste, probablemente me mande a la mierda. – Julieta la miraba compungida.
CAPITULO XVII. VUELTA AL PAGO Y UNA GRATA SORPRESA Día de su alta. No fue a la fiscalía por la mañana. Le había pedido una cita a la Procuradora para antes. – Me alegra verla recuperada Daniela. ¿Cómo se maneja con el bastón? – después de un cálido beso en la mejilla y de acercarle una silla para que se acomodara cerca de su enorme escritorio. – Un poco torpe, pero bien. – se sentaba y se quitaba la mochila, empezando a abrirla para sacar la carpeta que le iba a entregar a su jefa. – ¿Un café? – Eh, sí, sí. – una buena dosis de cafeína siempre venía bien La Procuradora le indicaba el pedido a su secretaria y tomaba asiento en su sillón. – Bueno, usted dirá de qué quería hablarme antes de su reintegro a la fiscalía. – De mi atentado y de Maiden Files. – la otra la miraba extrañada – Al final se me fue clarificando
la situación en esa furgoneta y algo que creía podía ser un proceso de transferencia de un caso que me ha venido atormentando este último año, resultó que no lo era. Me han ayudado mucho las sesiones de terapia para recordar palabra por palabra lo que me dijo el tipo que me pegó el tiro. Me dijo... – un poco de dramatismo siempre venía bien, de ahí el silencio infinitesimal – me dijo que me olvidara del incendio. – se había preparado un relato lo más verosímil posible. – ¿Qué? – enarcaba las cejas, incrédula. – Aunque le parezca increíble, estoy segura que me dijo eso. Por eso estuve revisando mucho el caso durante mi convalecencia. – ¿Revisando el caso? – ya no era incredulidad, sino algo parecido a enfado que comenzaba a hacerse visible en su rostro. – Le pedí a mi secretaria que me enviara copia de algunas cosas. – Daniela lo notaba y se apuraba con las explicaciones para terminar lo antes posible con lo que sabía iba a ser un
quilombo padre. – Y no le comentó nada al fiscal que estaba a cargo del caso en su ausencia. – No. – sabía que la bomba estaba por explotar, la procuradora era muy celosa de que se hicieran las cosas como ella ordenaba y que no se saltearan ninguno de los pasos del protocolo, su labor estaba siendo monitoreada y cuestionada por varios sectores judiciales y políticos y no quería que la encontraran en falta alguna. – Ni tampoco llamó al fiscal Giménez que está llevando el caso de su secuestro. – No. – notaba que se le inflamaba la vena del cuello a la señora Procuradora, era el “anticipo de la explosión del volcán”, pensaba para sí. – ¿Cuánto hace de este descubrimiento suyo? – remarcaba la palabra justo en el momento en que entraba su secretaria con un par de cafés – Doctora Alvarez, no me pase ninguna llamada, no importa quién sea. – la secretaria asentía y miraba a la Nadeo con conmiseración.
– Dos semanas. – mentía. – Entonces si me lo viene a contar ahora – ese ahora sonaba estruendoso – supongo que ha averiguado algo importante. – Sí. – comenzaba a relatarle el descubrimiento de las otras empresas que guardaban cosas y que no habían sido declaradas por Maiden Files y los restos hallados en el container. – Veo que también ha involucrado a los bomberos en su investigación paralela. – miraba los resultados del análisis con cuidado, sin manifestar asombro – Supongo que tampoco se habrá comunicado con el Juez Quijano que lleva el caso. – levantaba la vista y le clavaba las pupilas. – No. – Hay cierta animadversión suya con el Juez Quijano, ¿estoy equivocada? – No está equivocada. – se asombraba su interlocutora de la sinceridad de la Nadeo – Ha tomado partido por la empresa en un caso que
involucra la muerte de cinco personas, servidores públicos. – Nadeo, ¿se da cuenta que está haciendo una acusación gravísima que no puedo pasar por alto y que me obliga a sacarla del caso? – Sáqueme pero sepa que me estará sacando por decir la verdad. – desafiante, sin quitar sus ojos de la mirada de su jefa. – ¡Usted no tiene límites! – gesticulaba, totalmente cabreada – Viene a confesar que ha retenido información sobre su atentado, que ha hecho una investigación paralela sobre un caso estando de baja e involucrando al cuerpo de bomberos y ahora acusa a un juez federal de parcialidad manifiesta ¡y me dice que la quiero sacar porque dice la verdad! En un gesto muy suyo de tomarse un par de segundos para responder, Daniela agarraba la taza de café y tomaba un sorbo. Sabía que ese gesto en una discusión fuerte a cualquier interlocutor lo descolocaba aún más.
– ¡Nadeo, quiero su renuncia ahora! – la Procuradora, fuera de sí. – La tenía preparada, me imaginaba que iba a decir eso. – dejaba la taza sobre el escritorio y metía la mano en su mochila, sacando un sobre – Aquí la tiene. – dejaba el sobre sobre el escritorio – Señora Procuradora, acabo de entregarle una investigación que demuestra un tráfico de droga no detectado, que es imposible saber de antemano a cuánta gente y empresas involucra ni cuánto dinero, que cambia muchas cosas en una investigación por un simple incendio, como usted y el juez Quijano insisten en llamar al acto criminal en el que murieron cinco servidores públicos. Y a usted lo único que se le ocurre pensar es que la Nadeo no siguió las reglas del juego. Hacía un nuevo silencio teatral y con gran esfuerzo se ponía de pie. – ¿Sabe por qué no las seguí? Por esta actitud suya, por el Juez Quijano, que tendría que haberse
excusado de la investigación porque el hermano de su esposa es accionista importante de la empresa Maiden Files. – los ojos saliendo de sus órbitas de la Procuradora le causaron una gran satisfacción interior – ¿Por qué no lo denuncié? Porque fue un anónimo que me avisaron en una nota. ¿Cómo voy a acusar a un juez federal sin pruebas, señora procuradora? Avise usted al fiscal subrogante que no trabajo más en la fiscalía. La Procuradora no podía creer lo que escuchaba de boca de esa joven frente a ella, a quien tanto había alabado por su independencia de criterio, calidad profesional y desparpajo; que sabía le importaba un bledo caer bien o caer mal, simplemente hacía lo que le venía en gana e investigaba hasta llegar al hueso; ahí estaba, muy oronda, corroborando que era lo que se suponía que era. Fue un momento de quiebre para Procuradora Nacional, en ese instante se dio cuenta que se había ido de mambo. Daniela se retiraba de la oficina, la Procuradora no atinaba a
hacer nada, se había quedado frizada en su asiento. La fiscal esperaba frente a los ascensores, apoyada en su bastón. La secretaria de la Procuradora se apuraba para llegar hasta ella antes que tomara el ascensor cuya puerta se estaba abriendo. – Doctora Nadeo, la Procuradora le pide que regrese a continuar la conversación que tenían. Daniela sonreía internamente, satisfecha a más no poder, sabía que se iba a cagar en las patas por las implicancias de su renuncia y más que nada por la denuncia pública que iba a hacer. ¿Regodearse, dejarla sufriendo un tiempo más, hacerse la interesante? – ¡¡Esa es mi pichona!! – la Saldívar, escuchando su relato mientras iba hacia la fiscalía en el remise de don Ernesto – Al final, ¿en qué quedó? – En que ella se encargaba de hablar con Quijano para que se excuse y en ordenarle a
Gutiérrez que hablara conmigo para hacer el trabajo conjunto de ahora en más. Acordamos no levantar la perdiz antes de tener bien ubicados a los responsables del contrabando de efedrina y cocaína. – ¿Qué se siente campeona mundial? – exultante con su Nadeo favorita. – Que tengo una luz de esperanza para hacer que estos hijos de puta la paguen Saldívar. Por esos hombres que dejaron familia e hijos por cumplir con su trabajo. – emocionada. – Bien, muy bien. – no esperaba otra respuesta de su pichona – Ahora vas a tener todas las pilas puestas para el simposio. – ¿El...? ¡¡Uhhh!! – Ya sé, ni te acordabas. No importa, ahora le metés pata con todo. Tenés veinte días para preparar tu intervención. ¿Corregiste tus charlas? – Ehhhhh. – ¿Por qué no me extraña? Bueno, no las corrijas, nos quedamos con mi versión y si no te
gusta, a llorar a la iglesia Nadeo. Lo mando imprimir. – ¡¡¡Qué!!! – no recibió respuesta del otro lado, la Saldívar había cortado la comunicación. – ¿La dejo en el estacionamiento Daniela? – don Enrique, habían llegado a la fiscalía. Veinte días de loco frenesí hasta el simposio en el Aula Magna de la Facultad de Derecho. En la semana se reunió con el fiscal Giménez en las oficinas de éste para fijar un plan de acción conjunto. La fiscalía de narcotráfico sería la encargada de librar los exhortos urgentes a la Aduana para conseguir los despachos de importación de los containers de las firmas Zanoglio y Pascuale SL y ZP Consignatarios SL ya partir de eso rastrear todos los envíos. Se esperaría a tener esos exhortos y ubicar a las firmas importadoras para lanzar un ataque en forma conjunta: la Procuraduría intimaría al juez Quijano para que se excusara del caso; pondrían en ejecución la “trampa” para atrapar a los
“escuchadores” in fraganti, que ya habían sido ubicados en el primer piso de un departamento en la manzana de la fiscalía; interpelarían a José Barreiro por el robo del expediente para tratar de saber a quién había entregado los archivos; darían entrada oficial al informe de la jefatura de bomberos con el análisis de residuos en el container y solicitarían entonces al nuevo juez subrogante el allanamiento de las oficinas de Maiden Files y el secuestro de toda la documentación y soportes digitales. La consigna era seguir con los temas que venían llevando, mantener una aparente “normalidad”, como si la fiscal hubiera hecho caso del apriete y mantuviera el caso del incendio dentro de los carriles que había fijado el juez Quijano y la demora en el informe de la UTN sobre las causales del mismo. En medio de todo esto, Daniela seguía con sus sesiones de kinesiología tres veces por semana, más la sesión semanal con su psicólogo. No
retomó sus clases, ni las que daba en Derecho ni las de la Facultad de Psicología; el cuerpo aún no le daba para volver a la actividad habitual y debía preparar su disertación en el seminario. – ¿Cómo va eso? – Donato, llevándole una copa de whisky a su habitación, donde estaba preparando su exposición. – Mal. Falta una semana y no doy pie con bola. Gracias. – por la tradicional copa de todas las noches después de la cena, una vez que Lucía estaba estaba acostada. – Hace mucho que no seguís el tema, ¿no? – Daniela asentía bebiendo un sorbo de su copa – ¿Te puedo ayudar con algo? – Lamentablemente, no. Voy a hacer un refrito de mis charlas creo. – le señalaba el libro recién recibido que había editado y publicado la Saldívar. – ¡Ah, no lo había visto! – tomaba un ejemplar – Tenés varios, supongo que me puedo llevar uno. Buena encuadernación, me gusta la tapa. – Llevate otro para la chica esa del diario que
sigue el tema de violencia de género y femicidios. – Firmáselo, te tiene en un pedestal. – ojeaba el libro – ¿Todas estas charlas diste? – Ajá. – agarraba un libro – ¿Se lo firmo y chau? – Ponéle una dedicatoria, Dani. No estás acostumbrada a la fama. – sonreía. – Ufff. ¿Cómo se llamaba? – Liliana. Ponéle para Liliana Alvarez, un saludo y tu firma. Preparáte a firmar muchos en el simposio. – No creo Donato, no es para tanto. – comenzaba a escribir en la primera hoja interna del libro – Me preguntó Julieta si me podía quedar con las nenas el sábado, así que van al teatro. – Sí, me regalaron entradas para Fuerza Bruta en Recoleta. Después iremos a cenar. – Andáte a La Bisteca, a vos te gusta mucho la parrillada. – le entregaba el libro y luego buscaba su mochila y sacaba dos tickets – Con esto te cubre el gasto.
– ¿Y esto? – miraba los tickets. – No te imaginás quién me los trajo. ¡El padre Pedro! – se reía ante la cara de asombro de su amigo – No pregunté cómo los consiguió y no son truchos ni afanados, podés usarlos tranquilo. Dos días antes del simposio seguía “tirándose los pelos” casi literalmente mientras intentaba armar una exposición. Llamado de la “responsable” de sus penurias. – ¿Qué tal vas? – Si te tengo frente a mí, te achuro. ¡Te lo juro! – Ah, entonces todo bien. – riéndose – ¿Podrás pasar a buscar a Pilar por el hotel? No conoce Buenos Aires y no quiero que se me pierda. Yo tengo que reunirme con el comité organizador para ver los turnos de los que hablan, voy a tratar de meterte el primer día así quedás liberada. – ¿A qué hora? – A las seis, te da media hora para llegar tranquila, te tomás un taxi hasta la facultad. – ¡Uff! ¿En qué hotel está?
– En el Howard Johnson, Florida 944. No sé la habitación, llega el martes y me avisa. – Bueno, ¡pero liberáme después! – Te libero, te libero. – Esperá. No la conozco. – Pero ella a vos sí te conoce y está muy interesada en hablar con vos, así que andá reservándote un día del fin de semana para almorzar con ella. – ¿De qué me conoce? – ¡Ay, qué boluda estamos Nadeo! ¿De qué creés que te puede conocer? Miércoles, el seminario era ese día y continuaba jueves y viernes, con un ágape de cierre por la noche. Hubiera preferido no trabajar ese día, dedicarse a ultimar su presentación y a repasar el power point que había preparado pero imposible no ir. El fiscal Giménez le había avisado el lunes a la noche que habían localizado a las empresas importadoras de los containers y que el juez había
librado la orden de allanamiento para las oficinas, que se haría efectiva el martes al mediodía. Significaba que había que poner en ejecución el plan de conjunto. Hacer el operativo “caza de escuchas”, mientras la Procuradora le pedía al Juez Quijano su excusación por la relación con uno de los accionistas de Maiden Files y enseguida poner a José Barreiro entre la espada y la pared. El martes fue casi un operativo de película, todo salió a pedir de boca, cronometrado al segundo. Luego de la caza de los “escuchadores”, Daniela citó a José Barreiro a su oficina. Fue entrar y encontrarse a las tres “damas” esperándolo para que el tipo se diera cuenta que algo andaba muy mal. – José, por favor, tome asiento. – Eh... ¿pasa algo? – se sentaba y miraba a Lidia que tenía el rostro ardiendo de rabia. – En estos momentos están allanando el departamento de aquí cerca donde están los que
graban todo lo que se habla aquí adentro. – el tipo trataba de no demostrar el julepe, pero se le notaba a la legua – Se ha descubierto todo, José. Los micrófonos, las escuchas y también sabemos que usted descargó el archivo que fue sustraído, ¿a quién se lo dio? – Doctora Nadeo, ¡cómo puede pensar algo así de mí! – falso enfado por difamarlo de tal manera. – ¡¡Calláte desgraciado!! ¡¡Con la confianza que te tenía!! – estallaba Lidia y se ponía de pie, parecía que quería ir a abofetearlo pero Julieta la contenía, riéndose para sus adentros. El tal Barreiro blanco nieve, más asustado imposible ante la reacción de la secretaria. – José, hace unos minutos recibimos el permiso del juez Larrañaga – blandía un papel que aparentemente había sido faxeado – para hacer un allanamiento de su casa y secuestrar su flamante Toyota... – bajaba la vista al papel y leía – Toyota SW4. Ya se ha emitido orden para tener los resúmenes de su cuenta bancaria y tarjeta de
crédito, así como los de su mujer. Intervendrá la AFIP para poner una lupa sobre todos sus ingresos y compras recientes. Por favor, ahórrele el disgusto a su familia de que la policía entre a su casa y revuelva sus muebles y pertenencias. Entregue los papeles usted y díganos lo que le solicitamos. Julieta la miraba a Daniela y no se podía creer lo excelente actriz que era. No tenían nada de eso, aunque probablemente lo consiguieran después de todos los procedimientos que se estaban llevando a cabo. Pero José Barreiro no lo sabía. Y Barreiro cantó todo, mejor que José Carreras en un concierto. Daniela le aconsejó el nombre de un abogado para cuando fuera citado como imputado en la causa, se consideraría especialmente que había ayudado a ubicar a los responsables del atentado en su contra. El tipo se deshacía en pedidos de disculpas jurando y perjurando que si hubiera sabido lo que pensaban hacerle a ella nunca hubiera entregado ese
archivo. El miércoles tuvo que pasar por la oficina a preparar exhortos, pedidos y presentaciones. El nuevo juez subrogante quería hablar con ella para ponerse al tanto del estado del expediente. Pasó por su despacho y le comentó las novedades en forma breve. Prefería “probar” al nuevo juez a través de sus pedidos y escritos, ya había tenido una experiencia muy fuerte con Quijano y no quería dar nada por sentado, por más que el caso hubiera dado un giro espectacular e inesperado. Pasó por su casa a ducharse, cambiarse de ropa y agarrar la mochila con la presentación que había dejado preparada la noche anterior. Se fue hasta el Howard Johnson con el número de la habitación de la “gayega” Pilar. En el lobby vio a una mujer sentada en los sillones a un costado. La mujer la miró y sonrió. – Linda mujer. – pensó para sí notando especialmente esos ojos verdes en un bello rostro, con una nariz prominente que le quedaba muy
bien con su boca grande y ese cabello castaño que llegaba apenas a sus hombros, sin flequillo, lacio y peinado para atrás, mechón detrás de las orejas, dejando la frente despejada. Vestida con falda y una chaqueta al tono beis, cruzada de piernas que se veían bien formadas, no alcanzaba a notar el resto de su cuerpo, aunque parecía ser alta y no muy delgada, “pesa lo justo para verse muy bien” diría si tuviera la oportunidad de encontrársela en un bar de chicas; la hubiera notado ahí y hubiera tratado de iniciar conversación, aunque no era el caso ahora, tenía el tiempo casi justo para llegar a la Facultad de Derecho – Bueh, a ver si baja esta Pilar – se giraba hacia el mostrador donde una recepcionista y un joven la observaban con interés – Buenas tardes, busco a la señora Pilar Abráldez de la habitación 201. – ¿De parte de quién? – el joven, con cara de asco concentrado, se ve que no le gustaba mucho la “pinta” de la Nadeo, una mujer joven en sus
treintas que rengueaba y usaba bastón, con su tradicional jean, sus zapatillas deportivas y su chaqueta azul arriba de una remera blanca, que no pegaba para nada con sus zapatillas, su mochila eterna y su pose de “voy cómoda, no me jodan” que no iba a cambiar porque tuviera que dar una charla en un simposio en la Facultad de Derecho de la UBA. “Linda mujer, ¡qué lástima que vista como una artista del undergrounda porteño!” pensaba el jovencito mientras se aprestaba a llamar a la habitación que le había dicho la susodicha. – No es necesario que me llamen, la estaba esperando doctora Nadeo. La voz se escuchaba bonita, grave, aterciopelada y muy española, con ese acento dulzón que siempre le había encantado de las mujeres ibéricas. ¡Qué lindo que sonaban! Se giraba y ¡oh sorpresa!, esos ojos verdes magnéticos se instalaban en sus pupilas, en su cerebro, en su cuerpo todo arrancándole ésa, “su”
sonrisa que abría las puertas interiores de sus interlocutores. Era esa mujer que había notado antes sentada y que hubiera deseado conocer más y mejor, era Pilar Abráldez. – Señora jueza, qué honor y qué gusto conocerla. – no sabía si darle la mano, darle un beso en la mejilla o qué. – Para mí también un gran gusto, Daniela. – y la “gayega” se tiraba a darle dos besos, al estilo de allá y Daniela sentía una alegría inmensa desatando un paso doble, un chotis, una muñeira o vaya uno a saber qué bailongo español adentro de su cuerpo.
CAPITULO XVIII. ¿PILAR QUIERE LOLA? Iban por la Avenida Libertador en un taxi hacia la Facultad de Derecho. Esa parte de la ciudad tenía muchas cosas para comentar a una turista y la Nadeo le señalaba esto y lo otro. – ¡Me encanta Buenos Aires! ¡Qué bonita ciudad tenéis! – la jueza – Me encanta esa Avenida de Mayo, con tantas cosas nuestras, estuve hoy a la mañana. – Me alegro que te guste. – la Nadeo, a esa altura rebolú con esa mujer que la había fascinado desde el lobby del hotel y más luego de escuchar su voz grave y ese acento dulzón con el “No es necesario que me llamen, la estaba esperando doctora Nadeo” – ¿Vos vivís en Madrid? La tal Pilar la miraba sonriente, casi con sorna le contestaba. – No todos los españoles vivimos en Madrid. – ¡Ya lo sé! Disculpáme, no te lo tomés a mal. Mi abuela Dora vino de muy pequeña desde Vigo
con sus padres y siempre decía que ella era gallega, lo de española era para los demás. – ¡Venga! ¡Tu abuela era gallega como yo! ¿Cómo se apellidaba? – Patiño. Me contó muchas cosas de su Galicia y de Vigo, mucho era lo que le relataban sus padres, nunca volvió. Así que vos sos también gayega. ¡Qué bien! – Pilar iba a decir algo pero se detenía porque Daniela le hablaba ahora al taxista – Déjenos en la segunda escalinata, así tengo menos para subir. – habían llegado hasta un edificio que parecía una copia de algún templo grecorromano a los ojos de la jueza – La Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires – se apresuraba a decir viendo la cara de “¿qué es esto?” de la mujer – Se mudó a este edificio en 1949 o sea, obra del primer gobierno peronista – cara de “¿¿¿queée???” de su invitada – Después te cuento mejor del peronismo y Perón, una historia que te va a encantar. – sonreía al estilo “Nadeo” y su invitada caía como moscardón en pleno vuelo
en la red de ese encanto particular que tenía la fiscal, le había pasado en el lobby del hotel y se repetía ahora. La Nadeo le pagó al taxista, abrió la puerta y se sostuvo en ella, el bastón adosado, para permitir que bajara Pilar, a la vez que le brindaba su mano izquierda para que se apoyara. La Abráldez alucinaba con el cortés gesto que le hacía recordar a los galantes caballeros de los cuentos y que no se acordaba de hombre alguno que lo hubiera tenido con ella jamás. Notaba el esfuerzo de la Nadeo para subir las escaleras y trató de ayudarla tomándola del brazo izquierdo, a lo que le respondió con otra de “sus” sonrisas y a la “gayega” se le estremeció todo. – Vas a ver qué hall bacán tenemos. – le comentaba mientras subían los últimos escalones hasta la entrada principal. – ¿Bacán? – Concheto. – “no aclares que oscurece” pensaba para sus adentros la española y ahí se
daba cuenta Daniela que era otro argentinismo – De ricos, no sé cómo lo dicen ustedes. – Ah, pijo. – trasponían la puerta y ahí la jueza entendía a qué se refería la fiscal – ¡Precioso! Daniela había quedado colgada del “pijo” y veía la necesidad de aclararle algunas cosas a su partenaire. – Mirá gayega, esa palabra pijo suena muy parecida a nuestra pija, que es como se llama popularmente al órgano sexual masculino. – se detenía sonriente a explicarle – Yo que vos no la digo mucho. – le guiñaba un ojo y agregaba – Lo mismo con coger, que sé que es una palabra que ustedes usan mucho por agarrar. – en tono secreto – Acá coger es fifar. – cara de “¿eh?” de la otra – Hacer el amor. – “¡ahh!” de la española, que en eso de sonreír no se quedaba atrás, aunque eran esos ojos verdes, con ese rostro y esa sonrisa que a Daniela le estaban subiendo el hormonómetro a niveles altísimos. Mientras la otra miraba hacia arriba y a los
costados el bello hall de entrada, Daniela seguía con su explicación. – Por allá vas a las aulas y a la biblioteca. – señalando a su derecha – Y por allá vas al gimnasio y al salón de actos. Nosotros tenemos que ir al aula magna, así que vamos a ir por las aulas. – Espera, quisiera sacar fotos, esto es muy bonito. – detenía a la fiscal que ya enfilaba hacia las aulas. – Ah, claro. ¿Querés que te saque una a vos? – Vale. Y luego nos sacamos una juntas, ¿te apetece? Mientras Pilar fotografiaba el fastuoso hall central de la facultad tratando de esquivar los estudiantes que lo cruzaban, un grupo de jóvenes se acercaba a Daniela. – ¡Profesora! – Daniela les sonreía – ¿Cuándo vuelve? ¿Cómo está? – se arremolinaban alrededor de la Nadeo. – ¡Holaaa! – feliz de encontrarlos.
Pilar lo notaba y les sacaba un par de fotos, especialmente a esa fiscal que la había sorprendido tan gratamente. Se acercaba al grupo. – Chicos, los dejo, tengo que ir al simposio. – notando a Pilar cerca de ellos. – ¡Uhh! Yo me quise anotar cuando supe que estaba usted pero no hay cupo, es un quilombo de gente, fuimos a chusmear a ver si nos podíamos colar, pero está de bote a bote. – Ah, qué bien, la Saldívar debe estar feliz. – Mmmm, la Saldívar. – murmuraba uno de los chicos. – Ya veo que estás cursando con ella. No sabés la suerte que tenés. – el muchacho negaba con la cabeza – Ya te vas a dar cuenta más adelante. Chau, los dejo. – Eh, ¿Daniela, no les puedes pedir que nos saquen una foto? – la detenía Pilar. – Ah, sí. Ramírez, ¿nos sacás una foto? – Sí, Profe. ¿Es su novia? – la chica, tomando la cámara y mirando dónde debía pulsar el
disparador. A Daniela se le subían todos los colores habidos y por haber, la miraba a Pilar tratando de disculparse y la otra se reía con ganas. – Venga, no aclares, no hay problema que piensen lo que piensen. – tomaba su brazo y le indicaba que mirara a la cámara – Sonríe guapa, así nos queda un bonito recuerdo. Pilar sacaba fotos de aulas y rincones, le gustaba mucho el edificio y el clima estudiantil que se vivía. Daniela aprovechaba para observarla sin ser notada, le gustaba esa mujer, ¿cuántos años tendría?, se puteaba por no haber buscado su biografía sabiendo que se la iba a encontrar; que era varios años mayor que ella lo sabía, quince años atrás había leído su libro y no salía de la adolescencia como ella, ¿estaría casada? ¿o separada? Llegaban al Aula Magna desbordada de gente y con muchos afuera. A los codazos Daniela pedía permiso para entrar.
– No te separes Pilar, que acá hay que hacerse lugar así. – la otra sonreía, toda la situación le parecía terriblemente simpática, no le había tocado dar charlas o estar en simposios en un ambiente tan abigarrado y ruidoso. Daniela era unos diez centímetros más alta que ella y se ponía en puntas de pie para mirar por encima de la gente, mientras usaba su bastón y un atronador “permiso, tengo que ir adelante, soy minusválida” para hacerse lugar, mientras la llevaba agarrada de la mano izquierda. En el sector del estrado había varias personas, la mayoría de ellas mujeres y María del Carmen Saldívar estaba casi al borde mirando hacia uno y otro lado de la muchedumbre apretujada en los pasillos cuando la divisó a la Nadeo tratando de pasar. – ¡Por favor! ¡Dejen pasar a la fiscal Nadeo y a la Jueza Abráldez que están en el pasillo lateral derecho! – señalaba y varias caras se giraban a mirar hacia allí. Con el pedido hecho por la Saldívar las
personas delante de ellas les fueron haciendo lugar para que avanzaran, a la par que muchas manos intentaban saludar a Daniela y le decían palabras de aliento y reconocimiento. – ¡Pilar! ¡Al fin nos encontramos de nuevo! – la Saldívar apenas subieron al estrado, estrechándose en un abrazo con la española y los consabidos dos besos, mientras Daniela había sido demorada en la escalinata por varias mujeres que le solicitaban la firma del libro – ¿Dónde se quedó esta otra? Ah, está ahí. – feliz la Saldívar de notar lo que estaba haciendo su Daniela. – No se cree la fama que tiene. – Pilar, mirándola sonriente, algo que a la Saldívar no se le pasó inadvertido – Es una ídola para esas jóvenes, ¿no? – Sí. – satisfecha – Por su actuación como fiscal, no da entrevistas ni es estrella judicial en los medios pero hace mucho y trasciende, claro está que lo último que le pasó fue un impacto. Todo el mundo sabe que es lesbiana y feminista,
cuando la nombran es lo primero que dicen. Una mujer joven, inteligente, estudiosa, es un buen modelo para las chicas. – Saldívar, estarás contenta, ¡esto es un éxito! – la Nadeo lograba al fin subir hasta el estrado. – ¡Te advierto y no te enojes Nadeo! – levantando el dedo índice – No pude ponerte hoy, todo el mundo quiere que vos y la jueza cierren el simposio. Quieren aprovechar la fama de las dos para que los medios vengan todos los días y divulguen las intervenciones. – Okei. Va a estar bueno, ¿no? – alegre, mirando sonriente a Pilar, cosa que tampoco pasaba inadvertida a la Saldívar. Ubicadas en las butacas laterales, junto al resto de las conferencistas, algunas argentinas y otras del resto de América, la única europea era la española, después de los saludos y presentaciones comenzaba el simposio con la intervención de una mejicana que expondría sobre la situación de las mujeres en su país.
Atentas las dos a las ponencias, iban tomando nota de datos y frases e intercambiaban comentarios en voz baja. Ese día culminaba con otras dos conferencistas, de Guatemala y Colombia y el estruendoso aplauso de todo el público, que había seguido en absoluto silencio las exposiciones. Eran casi las diez de la noche y Saldívar se acercaba a comentarles que habían reservado un lugar para cenar todas en Puerto Madero. – Vale. ¿Vamos juntas? – preguntaba Pilar dirigiéndose a Daniela en el mismo momento que sonaba el celular de ésta. – ¡Claro! Eh... ¿Me esperás que atiendo esto? – la otra asentía con la cabeza y se giraba a seguir conversando con la Saldívar – Julieta, ¿qué pasa?... ¡Quemada! ¿Dónde? …. Sí, estoy en la facultad de derecho, le pido al coche de la policía que me sigue que me lleve y llego enseguida.... ¡Noooo! ¿De qué edad? Ah... Eh, terminaron las exposiciones pero tenía una cena …. ¡Ya te digo
en persona, chusma!... Sí, anoté mentalmente dónde es. Se excusaba con ambas mujeres explicándoles lo que sucedía. – Eh... ¿me das el número de tu celular Pilar? Yo voy y veo la situación y como no queda lejos de donde ustedes van a cenar, te pego un toque y si no se fueron cuando termine, me les uno. – buena excusa para tener el número de la “gayega”. – Venga. Te doy mi número de aquí... y el de España... y el whatsapp... ¿tienes whatsapp Daniela? – había sacado una birome de su cartera y una tarjeta, anotando todo esto. – Sí, apenas pueda te pego un toque así me incorporás. – Vale. – sonriéndole a la fiscal mientras le daba la tarjeta y la Saldívar notaba las miradas entre las dos y en su interior se sentía como si Argentina hubiera llegado a las finales de la copa mundial, pensando “a ver si ganamos el campeonato Daniela, esta sí que te daría vuelta
como una tortilla, valga la redundancia”. En quince minutos llegó a la zona debajo de la autopista Buenos Aires-La Plata donde desembocaba Avenida Huergo casi juntándose con la Avenida Alicia Moreau de Justo, fin de Puerto Madero y una zona de galpones y depósitos, así como de oficinas de empresas de software y servicios internéticos. Desde el patrullero que la conducía había aprovechado a hacerle un toque a Pilar y la otra le había respondido que ya la tenía incorporada al whatsapp. La Prefectura había cortado la acera y estaba todo precintado y no se permitía el paso de peatones o vehículos. Mostró su identificación al prefecto que estaba de guardia y fue hasta donde divisó a Julieta. A su lado el fiscal Giménez le estaba comentando algo. – ¡Daniela, acá! – la llamba Julieta al verla traspasar el cerco de seguridad. – Hola. Buenas noches, doctor Giménez. Saludos de rigor, la ponían al tanto de la
situación, la división criminalística de la Prefectura ya estaba trabajando en la furgoneta y en el cadáver adentro de ésta. No era su estilo, pero ahora Giménez estaba a cargo de la situación y no podía decir ni mú. – Apenas me avisaron del hecho, recordé que al tipo que le pegó un tiro el otro lo había recriminado. Ahí asocié que quizás tuviera algo que ver con su secuestro doctora. – No le puedo decir si es o no es la Traffic, Giménez. No vi las placas ni nada distintivo de la furgoneta. Después de unos minutos de intercambiar opiniones, Julieta se la llevaba a un costado. – Llegué antes y tomé fotos propias, el tipo está semicarbonizado pero a una mano se le ven las huellas digitales, le puse una bolsa para que no se contaminen. Te comento mi impresión. – ¡adoraba a la Laino!, era una extensión de ella misma, su mismo método, su misma forma de mirar los escenarios y los casos, con sus comentarios sentía
que había “llegado ahí primera” ella misma. Después de observar la Traffic y escuchar los comentarios de la gente de criminalística y de Giménez, ya no quedaba mucho por hacer. Había pasado más de una hora desde su llegada, miraba su reloj, dudaba si llamar o no a la gallega, tenía unas ganas terribles de hacerlo. – ¿Me vas a contar o me tengo que imaginar quién te tiene así de inquieta? – la Laino, sonriente. Le fue contando rápidamente lo sucedido, habrá tardado unos cinco minutos. – ¡Llamála ya! Si están en grupo deben estar chupándose hasta el agua de los floreros, ¡dale! Con dudas, marcó su número pero no contestaba. – Ufff. Se debe haber ido a dormir. – ¡Dame! No lo debe escuchar por el bochinche del lugar. Ningún turista se va a dormir a las once de la noche en Buenos Aires. – miraba la tarjeta y le sacaba el celular a Daniela – Whatsapp mejor.
– mandaba un mensaje. Un minuto después la respuesta que la ponía a la Nadeo de un humor como para tirar cohetes. “Todavía estamos aquí wapaa. Ven, te espero y te tomas algo.” – Dani, me parece que esta gayega o se chupó el Río de la Plata o quiere lola con vos. ¡Vamos a tomar un taxi o mejor que te lleven los del patrullero, llegás más rápido!
CAPITULO XIX. COINCIDENCIAS, CONFIDENCIAS Se unió al grupo y al jolgorio en Le Grill en Puerto Madero, con cena de parrilla y show. Lo que significaba que todas las comensales habían ingerido bastante alcohol antes de la comida y del número musical, con lo cual estaban más que alegres. – Me preguntó varias veces si creía que volverías. Yo que vos espero hasta mañana, le gustás tanto como ella a vos, hoy está para el cachetazo. – la Saldívar, atajándola apenas llegaba. Se juntó con el grupo, cantó, bailó a duras penas con su bastón, pero antes comió un bife con ensalada, estaba acostumbrada a beber vino o whisky o lo que fuera, pero siempre con el estómago lleno. La tal Pilar estaba súper alegre y desinhibida, efectos etílicos sin duda. Si lo intentaba, terminaba ella en su cama del hotel, estaba segura. Lo que le había dicho la Saldívar
era quizás arriesgado, a lo mejor al día siguiente con resaca pero lúcida, ni bola. Pero tenía su ventaja, sería algo menos culposo para la española y más reflejo de lo que Daniela le provocaba. Al fin de cuentas, era elegir entre un polvo por una curda de aquéllas o hacer el amor mientras estuviera en Buenos Aires. Optó por esto último, la gallega le gustaba en serio, muy en serio. Al día siguiente la pasó a buscar temprano, la encontró desayunando en el restaurante del hotel. – Hola. ¿Cómo te levantaste? – se sentaba en su mesa, sonriente. – Hola. – levantaba la vista, visiblemente perjudicada todavía – Tengo una resaca que no me aguanto. Necesito tres cafés más, voy por el segundo. – Bien. Yo voy a pedir mis capuccinos para acompañarte. – le guiñaba un ojo – Aprendiste algo de los restaurantes con show de Buenos Aires. Te llenan de alcohol para cobrarte de más y encima que no comas nada. Y te parece que el
show es mejor de lo que en realidad es. – ¡Ayyyy! Supongo que en todos lados es igual. – venía el camarero. – Un capuccino,por favor. – pedía Daniela y la miraba sonriente a la gallega. – Gracias por traerme y meterme en la cama. – No te puse el pijama porque no quería invadir tu privacidad. – sugerente, casi sensual. – La verdad... – la otra, mirándola a los ojos – no me hubiera importado. – levantando su taza de café y bebiendo un sorbo sin dejar de mirarla. Ahí re-descubrió Daniela que la Saldívar tenía razón, mucha razón. Un jueves de escuchar tres ponencias en la mañana de expositoras de distintos países, otra vez a tomar notas ambas dos y compartir ideas y comentarios. Luego almuerzo liviano en la cafetería de la facultad. – Nadeo, escuché en las noticias que habían encontrado muerto a uno de los que te secuestraron. – una profesora de la facultad,
acercándose a Daniela en el almuerzo – ¿Y los otros? Daniela le respondía dándole algunos detalles, la Abráldez escuchaba atenta. No fue la única que se acercó a la fiscal, otros profesores y algún estudiante se acercaron a preguntarle y darle su apoyo moral. – No comentaste nada sobre esa buena noticia para tu seguridad. – la jueza parecía reprenderla. – No me pareció importante. – se disculpaba – Es una cuestión personal que no hace al simposio. – A mí me parece importante, pero vale, ya está. ¿Más tranquila ahora? – Jmmm, hasta que no desentrañemos la madeja no puedo estar tranquila. Por la seguridad no estaba muy preocupada, tengo escolta a todos lados que voy y lo mismo mi familia. Pero hasta que no vea a los responsables en la cárcel, no voy a descansar. – Conozco esa sensación, me ha pasado. – ¿Y cómo te manejás con eso? Porque yo
siento que tengo hormiguitas caminándome por el cuerpo, a veces parece que me picaran y me clavaran agujitas. – Me costó un par de casos encontrar un método para limpiar mis neuronas y calmar mi ansiedad. Me voy del juzgado a caminar, generalmente me voy al Albaicín que tiene calles que suben y bajan y se pierden en curvas y calles cerradas, a veces llego hasta el Sacromonte y todo eso me ayuda a despejar la mente, concentrarme mejor en lo que estoy haciendo y más de una vez encontrar la vuelta al caso o un atajo para llegar a lo que quiero. – ¡Guau! – exclamaba embelesada por la descripción. – Disculpa, no sé si conoces de qué hablo. El Albaicín es la colina que se sitúa enfrente de La Alhambra, en Granada. – Granada está en mi cartera de sueños para cuando pueda visitar España. Hice una de esas visitas internéticas 360, donde ves las fotos
panorámicas y leí del Albaicín. – ¡Ah! ¡Qué bien! Entonces, cuando te decidas a venir a España, ya sabes, me avisas cuando llegues y te invito a mi casa en Granada. – Te tomo la palabra. ¿Qué tal en enero? Tengo la feria judicial y aún no organicé mis vacaciones. – Me encantaría. La charla se estaba tornando en un flirteo sin tapujos entre esas dos, que se miraban con ganas de más. El plato con los sándwiches y el postre frente a ellas sin tocar. Una de las organizadoras del simposio pasaba y les aconsejaba que apuraran la ingesta, en quince minutos seguiría la jornada en el Aula Magna. El simposio continuó con otras exponentes y con las mismas características de toma de notas y comentarios entre las dos. A eso de las ocho de la noche, mientras exponía la última del día, la Nadeo recibía un sms. – Salgo, tengo que llamar urgente. – le avisaba a la jueza; en el pasillo de afuera llamaba a
Julieta – Soy yo, ¿qué pasó? …¿otro cuerpo?, ¿los buzos lo sacaron?... no creo que sea necesario que yo vaya, no les vi la cara a ninguno … ¿por qué mañana? … mañana a la mañana es mi exposición … no estoy de acuerdo en hacer una conferencia de prensa en estas condiciones, no tenemos ninguna certeza de quiénes son estos tipos, no tenemos ningún imputado, no secuestramos ningún cargamento … si quiere hacer alharaca, que la haga él solo, yo no me prendo, no es mi estilo … no te rías … – sonreía – okei, comentáselo y cualquier cosa, que me mande un sms y lo llamo … estoy en medio del simposio, lo tengo en modo avión … okei, ya te contaré. Volvía a su lugar y la otra la miraba inquieta. – Todo bien, todo bien. – le gustaba la preocupación de la jueza española, le gustaba toda ella. Terminado el segundo día de exposiciones, la Saldívar pasó a avisarles de una nueva cena con show en otro lugar de Puerto Madero.
– Me voy a cuidar con el alcohol, otra vez no me cogen. – murmuraba Pilar. – ¿Agua mineral, su señoría? – socarrona la Nadeo. – No te mofes guapa, te estoy evitando tener que llevarme de nuevo al hotel. – colocaba sus apuntes en su bolso, mientras la Nadeo se calzaba su tradicional mochila. – ¿No te gustaría una cena más tranquila, sin bullicio, donde podamos hablar y conocernos mejor? – salto mortal desde el acantilado en zambullida al espejo de agua 200 metros abajo, sin saber siquiera la profundidad del mismo, con una mano en la tira de su mochila y la otra con el bastón, lista para salir. – Sí, me apetece una cena tranquila y conocer mejor a Daniela Nadeo. – le sonreía con sus ojos verdes clavados en los de la fiscal. – Adelante milady, la llevo en taxi con escolta policial. – señalando hacia adelante, el corazón brincando alegre en su pecho.
La parrilla quedaba en Cochabamba y Castro, en el barrio de Boedo. La conocían a la fiscal y le dieron la mejor ubicación en salón de abajo, no había demasiada gente y el ambiente era acogedor y poco ruidoso. – Me gusta el lugar. – la jueza, quitándose la chaqueta y colocándola en el respaldo de la silla al costado. – ¿Parrillada y ensalada o querés ver el menú? – copiando a Pilar y colgando su chaqueta y su mochila del respaldo de la silla a su lado. – Tú eliges, conoces más. – observaba el rostro de Daniela con atención. – Juan... – dirigiéndose al mozo – parrillada completa para uno, una mixta y otra de papas y huevo duro. – el tal Juan le preguntaba por la bebida – El Cabernet de siempre, un agua mineral sin gas y soda de sifón. Mientras esperamos, una picadita y no seas roñoso con los pancitos de salvado y los chipás. – el mozo sonreía y se iba con el pedido.
– Parece que eres habitué. – A veces venimos, mi casa no está lejos de aquí. – ¿Vienes con tu novia? – otra que no tenía prurito en lanzarse sin red, empezaba la ronda de preguntas y respuestas que ambas querían hacerse. – No tengo novia ni pareja. Vengo con Donato y su hija Lucía. La jueza parecía muy satisfecha con lo que Daniela le iba contando sobre la gente con la que compartía su vida. – Tu turno. ¿A quién me voy a encontrar cuando te visite en en Granada? – sonriendo a “su” estilo. – Antes una pregunta, señora fiscal. – adelantando el torso como para decir un secreto, en voz más baja – Esa sonrisa tan bonita y cálida, ¿te sale naturalmente o la ensayas horas y horas frente al espejo para desarmar a tu interlocutor? – Yo, eh... – no sabía qué contestarle, los
colores le habían teñido las mejillas. – Vale. No me vas a desvelar tu secreto. – la sacaba del apuro con el comentario, volvía a apoyar su espalda en el respaldo de su asiento – Cuando vengas a casa te vas a encontrar a mi hijo Nacho, diez años, mi tesoro más preciado. Y a nadie más, estoy separada de mi marido desde que nació mi hijo, él vive en Madrid, yo en Granada donde ejerzo como jueza en primera instancia. – Separada, ¿no divorciada? – Hicimos ese acuerdo por cuestiones económicas. Le convenía a él que figurara en su currículum que estaba casado con una jueza. Y a mí para asegurarme la regularidad en una cuota de alimentación alta para Nacho. Mi niño nació con algunos problemas y su rehabilitación ha llevado muchos gastos en viajes a clínicas en otros países hasta que logramos dar con el quid de la cuestión y ahora el tratamiento va por la seguridad social en España. – el rostro de Pilar se había puesto tenso y triste – Mi hermana y su familia viven en
Granada, así que me han venido ayudando mucho con Nacho cuando trabajo o ahora que he venido a Argentina. Se quedaba en silencio y se cruzaban sus miradas, quedándose enganchadas por unos segundos. – ¿Tenés una foto de Nacho para mostrarme? Cambiamos figuritas, yo te muestro a Donato y a Lucía. – sonreía para limpiar el aire tristón que se había instalado en la conversación. El camarero traía la bebida y la picadita que había pedido la Nadeo y las encontró mostrándose fotos y comentando esto y aquello de sus personitas queridas. – ¡Venga! ¡Tapas! – sorprendida por los platitos que colocaban en la mesa – ¿Se nota que estoy hambrienta? – Yo también, ese sándwich que comimos de almuerzo sabía a poco. Opípara cena rociada con un Cabernet exquisito, algunas risas aquí y allá y confesiones
muchas de sus vidas. Estaban permitiendo el ingreso de la otra a áreas privadas y personales que no muchas personas conocían y sin embargo se sentían con confianza para abrirse de par en par, no podían explicarse bien por qué esa intimidad especial que habían conseguido en apenas un día de compartir notas y comentarios en un simposio en la Facultad de Derecho. La primera en abrirse fue Daniela, contándole su experiencia cuando fuera descubierta besando una chica y la reacción de sus padres y hermanos, luego la oportuna intervención de su abuela Dora que la llevó a su casa. La jueza no podía evitar las lágrimas agolpándose en sus ojos por lo que había pasado esa mujer frente a ella. – No querían dejarme ir cuando vino a llevarme, pero los amenazó con denunciarlos ante el juez por prostitución infantil. Mi abuela era todo un personaje en Paraná, había sido concejal por el peronismo y era muy respetada entre la gente, se había movido mucho por los más
humildes, por eso los jueces y muchos políticos trataban de estar bien con ella, mi familia no quería arriesgarse a una denuncia pública. – sonreía la fiscal. – Ya veo de dónde te vienen esos genes combativos, niña. – a la Nadeo le caía simpático ese “niña” con el que se refería a ella Pilar – Celebro que tu abuela hiciera lo que hizo. – Yo también, yo también. – bajaba la vista emocionada – Mi abu es mi modelo, yo quisiera hacer cosas importantes como las que hizo ella. – Lo estás haciendo Nadeo. – la animaba Pilar. – No, aún no, falta mucho. Esto que hago no es lo que quiero. Le empezaba a contar sus aspiraciones y cómo la Saldívar era la que la había ayudado al principio de sus estudios y ahora mismo. – Cuando me dio tu libro, hace ya quince años, me abrió los ojos, Pilar. Vos me ayudaste mucho a comprender todo lo que me había pasado. – ¡Venga! Nunca se me hubiera cruzado por la
cabeza que hubiera significado tanto. Cuando María del Carmen estuvo en España y me vino a entrevistar me contó de su estudiante modelo, tú, sabía que te había dado mi libro. Siguieron charlando sobre el viaje de la Saldívar y cómo unos años después la vida de la jueza estaba en un cruce de caminos a partir de su separación y del nacimiento de su hijo. – Nacho fue un accidente en un matrimonio que estaba naufragando. Me fui dando cuenta que era una de esas mujeres de las que hablaba en mi libro, en las charlas. – ¿Te golpeaba? – asombrada, no se esperaba que a Pilar le hubiera pasado eso mismo que denunciaba. – No golpes físicos. – pinchaba una de las papas de la ensalada y se la llevaba a la boca, haciendo una pausa necesaria para elaborar mejor la respuesta – Al principio fueron esos comentarios sutiles que te hacen sentir menos, que tu opinión no vale y la de él sí. Luego empezaron
los problemas financieros, no sé qué esperaba de mi profesión. – ¿A qué se dedica? – Tiene una inmobiliaria, con la burbuja de la construcción hizo bastante dinero. No sé, hubo engaños a los clientes con las cláusulas, yo se lo reprochaba, decía que me aprovechaba de su trabajo para después criticarlo y yo era una mantenida, que la casa estaba a su cargo, que era fácil ser feminista y explotar a tu marido. Estaban mis charlas aquí o allá y mi turno de oficio que quitaban tiempo y eso se traducía en menos ingresos, pero para mí estaba bien, alcanzaba para vivir decorosamente, nunca he querido hacer dinero por el dinero en sí, mientras pueda tener las comodidades mínimas y no pasar zozobra. – masticaba la papa y la miraba a Daniela. – En eso coincidimos, te comento. – le sonreía alentando a que siguiera contando. – Tenía algún que otro comentario machista cuando veíamos algo en la tele, pero no le daba
mayor importancia al principio, luego empecé a rebatirlo y ahí las diferencias se fueron ahondando. Sin darte cuenta, en el día a día, los caminos se van separando hasta que de pronto se hace visible que no quieres lo mismo que la otra persona con la que compartes lecho y supuestamente proyecto de vida. – tomaba un sorbo de su copa, como si necesitara esos gramos de alcohol etílico para seguir su relato – La esposa de un amigo suyo lo denunció por maltrato físico, era mi turno de oficio, yo llevaba el caso. Vino a pedirme por su amigo, si podía hacer algo para que no prosperara la denuncia. ¡Imagina! – Daniela con los ojos afarolados – Tuvimos una discusión fuerte y se puso violento, no llegó a golpearme pero fue mi límite con él. Le pedí que se fuera de la casa, se negó, decía que él había puesto la mayor parte del dinero para ese piso así que no lo dejaría. – ¡La pucha! ¡Qué fea situación! – Hice la denuncia en la comisaría y me fui a un
hotel. A los quince días descubrí el embarazo. – tomaba otro sorbo de vino – Me fui a vivir con mi hermana a Granada, necesitaba alejarme de todo, mi cabeza daba vueltas y vueltas y no podía concentrarme en nada. A los seis meses y medio tuve pérdidas y a continuación un parto espontáneo, nacieron dos niños con vida, Nacho y Julio, pero Julio no sobrevivió. Nacho sí, con muchos problemas respiratorios y con malformación de su piernita izquierda. Ya está, lo fuimos superando y hoy está creciendo bien, en una escuela donde sus compañeritos lo ayudan mucho y en un barrio donde se ha convertido en el niño mimado de todos. Daniela se atrevía a algo que hacía rato quería hacer. Tomaba la mano de la jueza que se sorprendía primero y luego le sonreía. Primer contacto físico emocional entre esas dos. La charla siguió adelante, ahora era el turno de sus estudios, sus profesiones, lo que esperaban de lo que hacían y los planes que tenían. Tan a gusto
estaban que ni se dieron cuenta del paso del tiempo. El mozo las interrumpía, quería saber si iban a tomar un postre o no, ya era muy tarde y en poco cerrarían el establecimiento. – ¡Joder! ¡Las doce pasadas! – mirando su reloj – ¡Cómo se nos ha volado el tiempo! – la jueza. – ¿Quieres postre? – Niña, no entra más nada en mi estómago. – riendo. – Yo tampoco. – buscaba su billetera y sacaba su tarjeta de crédito – Agregá la propina de siempre José. – el mozo sonreía y se iba hacia la caja. – Oye, que no vas a pagar todo tú. – la otra sacaba su billetera también. – Te pagás una copa y un café, vamos a algún lugar así seguimos nuestra charla. – Jmmm. – la miraba a los ojos – ¿Y si lo tomamos en un lugar más … privado? – sugería. Daniela asentía humedeciendo levemente sus labios.
– ¿Mi casa o tu hotel? – Me gustaría mucho conocer tu estudio en altos y esas plantas de geranios que dices que tienes en el patio.
CAPITULO XX. PASION DESATADA Eran unas pocas cuadras hasta su casa así que le pidió a la custodia que las llevaran en el móvil policial. La casa estaba en silencio, seguramente todos los moradores dormían. – Esta es la cocina, voy a preparar el café y lo llevamos en un termo a mi habitación, ¿qué te parece? – Vale. – asentía y entraba detrás de Daniela – Amplia y cómoda tu cocina. ¿El baño dónde está? – En mi habitación, cada uno tiene su baño propio, ¿aguantás hasta que termine esto? – la otra asentía risueña – Ahí, en ese armario, buscá unas tazas para llevarnos. ¿Azúcar o edulcorante? – Edulcorante. – sacaba dos tazas. – ¿Whisky o algo dulce? – le mostraba las botellas en otro mueble. – A ver. – se acercaba a mirar lo que había – ¿Eso qué es? – Tía María, un licor argentino, con aguardiente y café, creo que te va a gustar.
– Vale, lo pruebo entonces. Se fueron a la habitación con el termo de café, las tazas y los vasos con whisky y el Tía María, con cubitos de hielo que había sugerido Daniela. Enseguida la jueza se metió en el toilette mientras Daniela ordenaba lo que habían traído sobre el escritorio que seguía estando en la planta baja por sus dificultades para subir las escaleras. – Mi turno ahora. – le sonreía a Pilar y se metía ella en el baño. Pilar aprovechaba para observar la amplia habitación de la Nadeo, pensando que era muy del estilo de la fiscal, con ese pizarrón donde tenía pegadas fotos y notas que se acercaba a mirar y terminaba leyendo lo que decían. – ¡Qué chusma, su señoría! – se acercaba Daniela por detrás y atrapaba el cuerpo de Pilar enlazando sus brazos por delante, metiendo su nariz en su cabello y aspirando el rico perfume que emanaba. Notaba el temblor del cuerpo de la mujer.
– Me gustás mucho Pilar. – metía su cara entre los mechones cabello de la mujer y llegaba hasta la piel de su cuello, posando sus labios suavemente sobre éste; volvía a notar el temblor y sabía bien qué significaba, mientras las manos de la jueza acariciaban las de Daniela. Sacaba uno de sus brazos del abrazo y retiraba el cabello para llegar a la oreja derecha de Pilar y la besaba con suavidad, atrapando el lóbulo inferior y haciéndole sentir la cadencia de su respiración. – Tú también me gustas mucho Daniela. – su voz apenas audible, enronquecida por el calor que atrapaba su cuerpo y apretaba su garganta, sus ojos entrecerrados, disfrutando esa caricia sensual en su cuello y oreja – Yo nunca antes... nunca me atrajo una mujer como ahora tú. Daniela giraba el cuerpo de la mujer para tenerla frente a frente, perdiéndose en los ojos verdes clavados en los propios. Su mano derecha tomaba la nuca de Pilar con suavidad mientras bajaba sus labios a los de esa fémina que deseaba
intensamente y los besaba con delicadeza, sintiendo los brazos de la jueza enrollarse en su cintura, mientras ella usaba los suyos para pegarse a su cuerpo. Las bocas de ambas comenzaban a explorarse sin cortapisa, sus lenguas acariciando los repliegues de sus humedales y los torsos rozándose mientras sus piernas se acariciaban en la búsqueda de más roce y más cuerpo ajeno. Las manos de Daniela bajaban más allá de la cintura de la jueza y acariciaban sus glúteos, levantando delicadamente la falda en un costado y tratando de llegar a la piel íntima de Pilar. Las copas y las tazas quedaron sin vaciar o sin llenar, el termo fue enfriando el contenido oloroso y marronáceo en su interior. Los cuerpos fundidos a cal y canto se fueron deslizando, bajo la batuta de Daniela, hacia la gran cama más allá y se dejaron caer lentamente sin despegar un milímetro sus bocas. Poco tiempo tardaron en comenzar a quitarse la ropa una a la otra, sus labios intentando no separarse, sus manos rebuscando
entre los pliegues de ropa esa piel deseada hasta que al fin quedaba al descubierto y Daniela se adelantaba a saborear con maestría el cuello y el torso de la jueza que exhalaba su placer en sonidos guturales y en torsiones que iban terminando en movimientos pélvicos que anticipaban su deseo más íntimo. Daniela volvía a subir a la boca de esa mujer que la llenaba de una tensión casi insoportable, necesitaba refregar urgentemente su pelvis contra ella mientras su mano buscaba su entrepierna y se topaba primero con el monte de Venus para luego tocar la suave humedad de su sexo, su dedo corazón metiéndose en los pliegues hasta llegar a su cueva íntima y adentrarse en ella, sintiendo que la jueza lo atrapaba y no quería dejarlo salir, pero ella lo liberaba para ir a acariciar su clítoris hasta llevarla al éxtasis. La miraba mientras hacía esto y Pilar abría sus ojos para inundarla de ese verde infinito que la fascinaba. – No pares, no pares. – le rogaba la mujer y
Daniela sabía que ambas querían y necesitaban lo mismo. Pilar acabó antes que ella y cuando notó el estallido de la fiscal, la abrazó y la atrajo hacia su cuerpo; Daniela sintió algo que nunca antes había experimentado. Se dejó arrullar por sus brazos y se quedó así, como a ella le gustaba hacer con las mujeres con las que compartía cama y sexo, pero esta vez era esa recién llegada al amor con mujeres la que envolvía su cuerpo desnudo y la atrapaba junto al suyo. Sí, nunca había sentido eso antes y se dejó llevar por ese abrazo, gozándolo y más que nada, gozando esa sensación de protección inaudita. ¿Cuánto tiempo estuvieron así? No lo sabía, su cuerpo se iba enfriando, no hacía tanto calor como para estar destapada. – Venga, tapémonos con las mantas. – se anticipaba a sus pensamientos Pilar. – No me soltés, me gusta que me tengas así. – No pensaba soltarte guapa.
Se movían y lograban meterse entre las mantas adosadas una a la otra. Pilar se ponía de espaldas y con su brazo derecho sostenía a Daniela que se encogía y se metía en su torso y sus piernas entre las piernas de la jueza, agarrándose a su cintura y acariciando con la otra mano el cuello de la jueza. – ¿Estás bien? – le preguntaba Pilar. – Muy bien ¿y vos? – Todavía gozando tus besos en mi piel, eres una delicia guapa. Daniela sonreía y levantaba su rostro para encontrarse con los ojos verdes mirándola con un destello que entendió – o quiso entender, vaya uno a saber – como pícaro. No necesitaba otra invitación para iniciar una nueva ronda de besos y caricias. Poco habían dormido y les costaba despegarse, dejar de besarse, querían seguir la danza de cuerpos que había llenado su noche. Pero tenían que estar en la Facultad de Derecho a las diez de la mañana; ambas eran las principales
expositoras. Con esfuerzo se ducharon y se cambiaron; las dos vestidas con la misma ropa del día anterior, salvo los calzones gracias al préstamo de Daniela. – No sé si te lo voy a devolver o me lo voy a guardar de recuerdo. – le decía pillina Pilar mientras iban a la cocina a tomar un desayuno rápido. – Te voy a presentar a mi familia, deben estar todos reunidos ahora mismo, Donato va tarde a trabajar. Presentaciones por medio, Pilar haciendo caricias y cariños a los niños, Rocío ya no se asombraba de que Daniela llevara a una mujer a dormir aunque la española le caía mucho más simpática que la anterior Diana. Donato encantado con ese nuevo amorío de Daniela aunque viendo la forma en que Daniela miraba a Pilar se comenzó a preguntar si no iba más en serio que otras veces. Llegaron unos minutos después de las diez, la Saldívar sufriendo por la tardanza y cuando las
veía entrar, con la misma ropa que el día anterior y la cara llena de sonrisas, exhalaba un suspiro y dibujaba una sonrisa de gran satisfacción. La exposición de Daniela fue muy buena, seguida con suma atención por un Aula Magna hinchada de gente y con las puertas abiertas para que siguiera la exposición la muchedumbre apostada afuera. La Abráldez se lució con su presentación más general de teoría primero y luego con la situación en España, los avances en la legislación y los retrocesos en los últimos tiempos ligados a los recortes de fondos. El final del simposio fue a puro aplauso y las organizadoras más que satisfechas. Un nuevo libro recogería las distintas ponencias. Daniela y Pilar, renglón aparte. Felicitadas por las demás expositoras y entrevistadas por los canales de noticias que se hicieron presentes en el cierre, la más solicitada fue la fiscal a la que trataban de sonsacar detalles de su secuestro y de los recientes hallazgos de cadáveres. Daniela tenía
una sola respuesta cuando los periodistas se desviaban del tema del simposio. “Sobre eso, sin comentarios señor periodista” y no había forma de que dijera nada más, daba por terminada la entrevista ipso facto. El ágape al mediodía, en la cafetería de la facultad reservada especialmente para la ocasión, fue un cálido cierre. Daniela y Pilar no se perdían pisada y cada tanto cruzaban miradas cargadas de deseo por continuar lo que habían empezado la noche anterior. Apenas pudieron se escaparon al hotel de la jueza a seguir con “lo mismo”. El fiscal Giménez le había enviado un sms pidiendo que se comunicara con él pero la Nadeo ni bola. Al anochecer decidieron salir a recorrer la zona de San Telmo y luego ir a cenar. Daniela se comunicó con Julieta para que no se preocupara por su desaparición. – Cuando Donato me comentó de tu jueza, me imaginé que estarías en otra Dani. ¿Todo bien?
– ¡Sí! – la felicidad que la inundaba era percibida por la policía. San Telmo viernes a la noche, lleno de turistas y nativos, un lugar repleto de música y color con restaurantes, bares y bodegones donde degustar los mejores platos porteños. Daniela la llevaba del hombro y Pilar agarrada de la cintura de la fiscal, caminaban sonrientes mientras la fiscal le iba explicando la historia y arte del antiguo barrio de la época de la colonia. No podía faltar una foto en uno de los rincones de las historietas, de cada una sentada al lado de Mafalda y que un turista les sacó a ambas abrazadas al querido personaje de Quino. Terminaron cenando pizza “argentina” en Sr. Telmo, con unas buenas birras de Patagonia, la cerveza preferida de Daniela. Esa noche siguieron con la ronda de confesiones mutuas, dudas y miedos, no alcanzaban a entender por qué les era tan fácil comunicarse, contarse, conocerse. Hasta terminar haciendo el amor en forma más lenta y melodiosa
que los arrebatos urgentes anteriores, gozando cada centímetro de piel y saboreando sus intimidades, la jueza rápidamente incorporando las artimañas amatorias aprendidas de su amante porteña y deslumbrando a Daniela con sus caricias sin restricciones. – Dani, no me reconozco. – la jueza la contenía en su pecho, acariciaba su cabello corto y suave, le gustaba tener a esa porteña casi dentro suyo. – Mmm. ¿por qué? – relajada hasta casi dormirse, se sentía tan bien. – Porque me gusta hacerte cosas, no sé, tengo ganas de tocarte, besarte... saborear tus partes.... Antes nunca... – se quedaba en silencio, como avergonzada. – Suele pasar Pilar, como somos dos chicas, a veces nos sentimos más libres. – metía su cabeza más adentro del torso de la gallega, si eso fuera posible. – ¿Quieres decir que entre las mujeres hay libertad y con los hombres no? – preguntaba.
– No, no voy a teorizar, sería sin conocimiento si lo hago. No es un tema que haya estudiado o leído. Mi experiencia con los hombres es breve Pilar, apenas un intento con Donato que me confirmó que me gustaban las chicas. Sólo que yo me siento libre, nada más. – ¿Alguna de tus novias te lo comentó? – Mis novias... – sonreía – Pilar, son tan pocas que no he llegado a juntar una docena de opiniones. No, para nada. Te digo una impresión, cómo me siento yo con las chicas, aunque con vos es distinto. – ¿Distinto? ¿Por qué? – Porque nunca me he abierto a contar mis cosas más íntimas y con vos... soy una wikipedia parlante. – ¡Por dios! – sonreía impresionada por la definición de la fiscal – Nunca se me hubiera ocurrido esa definición. – le dejaba un cálido beso en la cabellera a la chica. Daniela se estremecía con esa sonrisa y ese
beso y levantaba la vista, perdiéndose nuevamente en el verde profundo de esos ojos. – Pilar, me incendiás cada vez que hacés eso. – ahí estiraba su brazo y su mano para atrapar el cuello de la jueza y bajar su rostro para besar sus labios e iniciar otra ronda más de besos y caricias. El sábado por la mañana, a instancias de la fiscal, Pilar dejó el hotel y se mudó a la casa de Daniela hasta su partida. Le había gustado mucho el clima que se respiraba en ese lugar y quizás por esa “primera vez”, se sentía muy a gusto en la habitación de ésta. Pasaron el sábado en el Tigre, visitando los alrededores en lancha y el Puerto de Frutos. Pilar repetía una y otra vez que el Delta del Paraná le hacía recordar mucho a las Rías Baixas en Galicia y estaba emocionada. A la vuelta, empanadas tucumanas y visita a las librerías de la calle Corrientes. Pilar estaba fascinada por la intensa vida nocturna de la ciudad.
– ¿Acá no duermen nunca? – en la librería El Ateneo en la avenida Santa Fe, admirando el local que había sido un cine teatro y que había sido restaurado conservando frescos y palcos, a esa hora insólita lleno de gente. – Mucha vida nocturna, supongo que en todas las grandes urbes hay zonas de esparcimiento como aquí. – No conozco mucho otras urbes Daniela, pero me encanta tu ciudad. – estaban frente a unos libros sobre la temática feminista – Aunque me encanta más la porteña que tengo a mi lado, te confieso. – le decía con voz grave y sensual. Compraron uno que otro libro seleccionado, pero no siguieron mirando más, ni tampoco dieron vueltas o caminatas. Taxi a la casa de Boedo, desde ya seguidas por el móvil policial que no las dejaba ni a sol ni a sombra, ¡los policías hasta habían subido al paseo en lancha!, esa era la orden que tenían, no despegarse de la Nadeo. Otra noche de caricias al por mayor, besos y
arrumacos. Se “tenían ganas”, la pasión de una por la otra les brotaba sin esfuerzo y aprovechaban cada minuto, cada segundo, para gratificarse la piel y el alma. Les quedaba poco tiempo juntas y lo querían aprovechar al máximo. Domingo fue el turno del Bus Turístico, bajando en alguno de los lugares emblemáticos como Caminito en el barrio de La Boca, la cancha del club xeneize o la zona de Recoleta y en especial su Cementerio, además de la Plaza de Mayo, el teatro Colón y finalmente el recientemente inaugurado Centro Cultural Kirchner en el edificio del viejo Correo Central. Esta vez el almuerzo fue de platos típicos de la tierra de Pilar en el restaurante del Club Español cerca de la Plaza de Mayo y por la noche cenaron con el resto de la familia, el tiempo acompañaba para un asado casero de Donato en la parrilla del patio, con los niños correteando y la jueza integrándose a esa “familia acoplada” como la llamaba la fiscal. María del Carmen Saldívar hizo
su aparición con un enorme postre, Daniela había aprovechado uno de los momentos en que la jueza llamaba a su hijo en Granada para invitarla y que sorprendiera a la gallega. – ¿Qué te pareció Buenos Aires? – la Saldívar intuía la respuesta pero quería escucharlo de la jueza, notaba las miradas entre ella y Daniela y el estado exultante de su “pichona”. – ¡Estoy encantada! ¡Qué hermosa ciudad! – tomaba un salamín cortado de los platos con la picada tradicional antes del asado – ¡Vuestras tapas también me encantan! – ahora el turno de un trozo de queso gruyere picantón. – Tengo pensado llevar el simposio a otras universidades argentinas y quizás también a Uruguay y Chile. ¿Te interesaría volver a participar? – Si puedo organizar mis tiempos, ¡claro! Ha sido un intercambio muy productivo. Me gustaría también conocer las Cataratas, Dani me decía que son impresionantes. Tal vez pueda venir con más
tiempo. – Daniela se acercaba a llenarle la copa con vino a ambas y le dedicaba una sonrisa de “bolú enamorada” – pensaba la Saldívar – a Pilar; se iba luego a seguir ayudando a la Laino con las ensaladas. – Pilar... – la jueza le prestaba atención – voy a hacerte una pregunta personal y espero que no te ofenda, pero Dani es para mí ... – No te preocupes María del Carmen – meneaba la cabeza con una sonrisa – sé lo que te importa Daniela y te entiendo, es una mujer tan especial. – miraba hacia donde la fiscal seguía cortando verduras para la ensalada – Nunca me había interesado una mujer y de pronto, Daniela ... – se giraba a mirar a los ojos a la Saldívar y había inocultable tristeza perdida en el verde de sus pupilas – Vivimos a doce mil kilómetros de distancia, me gustaría continuar esto pero sé que es muy difícil y ... – bajaba la vista. La Saldívar, satisfecha por lo que escuchaba, le tomaba la mano.
– ¡Bien! Porque conociéndola como la conozco creo que le pasa algo parecido. Y para Daniela Nadeo los doce mil kilómetros esos son moco e pavo. – Pilar fruncía el ceño, no entendía lo que la otra le decía – Lo que te quiero decir es que si Dani siente lo mismo que vos, alguna forma encontrará para que puedan continuar esto que han comenzado. Pilar quería preguntarle más a la Saldívar pero en ese momento Donato anunciaba estereofónicamente. –¡¡Los choris están listos!! ¡¡Preparen el pan y las ensaladas que los llevo a la mesa!!
CAPITULO XXI. RELACION INTERNETICA El lunes después del mediodía partía el avión d e Aerolíneas Argentinas que llevaría a Pilar Abráldez de vuelta a Barajas y de ahí a Granada en tren. Pasaron la noche del domingo entre arrumacos y caricias, hablando sobre cómo seguir esto que habían comenzado. Terminaron de completar el equipaje de la ga llega el lunes temprano, acomodando las muchas cajas de alfajores que había comprado para su familia, más tarros de dulce de leche y algunas prendas de cuero que le habían gustado para su hijo. Les costaba cerrar la maleta que iba a despacho. – ¡¡Coñooo!! ¡¡Compré demasiado!! – Mirá, yo viajo pronto para allá, dejáme ropa que no usás por el cambio de estación, llegás con el invierno encima y todo esto es de primavera y verano, te lo llevo yo. – Entonces... ¿vas a venir, no? – como si en
algún momento le hubiera asaltado la duda. – Pilar... – acercaba su rostro al de la jueza y acariciaba su mejilla – para las fiestas de diciembre me voy para allá, no sé cómo consigo los días de licencia, pero paso las fiestas con vos y tu pibe y me quedo todo enero que son mis vacaciones. ¿Me aceptás? – Cariñooooo.... – le tomó la mano casi lloriqueando y ahí nomás se trenzaron en un beso sin fin, que cortaron porque había que llegar dos horas antes al aeropuerto de Ezeiza para el check in. Estuvieron juntas hasta que la jueza tuvo que embarcar. Quedó la promesa de hablarse por Skype y usar la videocámara, todo para intentar acortar la distancia enorme que las separaba. La despedida no fue fácil para ninguna de las dos, no terminaban de ponerle nombre a lo que les había pasado en esos días pero las dos sentían que había sido algo más que “buen sexo” y “buena onda” de dos personas que se atraían mutuamente.
De Ezeiza directo a la fiscalía. Julieta enseguida notó la desazón de la Nadeo y la misma Lidia percibió la tristeza que la envolvía. Trató de volver a meterse en los asuntos que venían llevando, pero su mente estaba en otro lado, volando por sobre el Atlántico, junto a esa mujer que había trastocado su vida en un santiamén. Esa noche lo charlaba con Donato cuando pasaba por su habitación con la tradicional copa de whisky para compartir. – ¿Ya llegó? ¿Sabés algo? – No, como tenemos cuatro horas de diferencia quedamos en que me avisaba cuando llegara a su casa en Granada. Creo que recién voy a tener noticias mañana temprano. Me va a mandar un whatsapp y después vemos a qué hora nos podemos hablar por el Skype, yo lo tengo en mi celular así que aunque esté en la fiscalía puedo hablar. Donato sonreía y bebía un sorbo de su copa de vino.
– ¿Qué? – le preguntaba al ver su sonrisa. – No recuerdo haberte visto así con ninguna de tus novias. – Yo tampoco recuerdo haberme puesto así con ninguna mujer antes. – reconocía – Hoy estaba mirando la pizarra con las últimas novedades en el caso de Maiden y me ponía a pensar en Pilar, no lo entiendo. Tengo ganas de ... – se quedaba en silencio. – De estar con ella, que te cuente su día, contarle tus cosas, darle un beso. – completaba la frase Donato. – Algo así. – lo miraba fijo – ¿Te pasó con Mara? Donato asentía con la cabeza y agregaba. – Me pasa ahora con Julieta pero tu oficial es dura, Nadeo. No quiere venirse a vivir acá hasta no estar mil por ciento segura, por la nena. Mientras tanto, yo qué sé, se ve que soy muy boludo con las cosas del amor. – Vos sos un dulce total, Donato, aunque
comparto la idea de Julieta, con la nena de por medio mejor no apresurarse. – ¡¡Qué raro vos dándole la razón a la mujer en contra del hombre!! ¡¿Cuándo me vas a dar la razón?! ¡¿Eh?! – se hacía el ofendido. – ¡Jamás de los jamases! – sonreía Daniela siguiendo la chanza. Noviembre recién había empezado y tenía que ponerse las pilas para tratar de avanzar lo más posible con el caso de Maiden Files antes de las fiestas de fin de año y de la feria judicial de enero. El fiscal Giménez y su equipo estaban a cargo de la indagatoria a los directivos de las empresas importadoras de los containers desde Paraguay. Se estaba trabajando en la documentación y soportes digitales secuestrados en los allanamientos y esperaban encontrar el rastro de la distribución de la efedrina y cocaína que había sido detectada en el container que estaba en el depósito incendiado. En principio habría habido cuatro containers más que habían sido importados según la
documentación de la Aduana. La pista de los “escuchadores” detenidos y el que había contratado a José Barreiro no había dado mucho de sí; los imputados se habían negado a declarar y estaban en la cárcel por orden del juez interviniente, mientras que José Barreiro había quedado en libertad aunque imputado por el delito de robo de información del juzgado. Con la confirmación de que el cuerpo carbonizado era el del tal Luis Abelardo Rojas, el fiscal ordenó investigar a su entorno y amistades a ver si encontraban el hilo conductor hacia quien lo había contratado; tomaba cuerpo la idea de que al tipo lo habían hecho boleta por haberse “extralimitado” con el tiro en la pierna de la fiscal, el objetivo inicial – especulaban y Daniela coincidía con los investigadores – había sido un apriete suave, amenaza velada a la familia, cosa que la Nadeo dejara de indagar en lo que tenía en los Cds. Con el cuerpo que habían encontrado en la orilla del Riachuelo no había conexión al parecer, lo
identificaron como Jonás Gagliardi, un correntino que tenía dos condenas por robo de automotores y que estaba ligado a la mafia de los repuestos de autos, tenía dos tiros en la nuca, lo que hacía sospechar un ajuste de cuentas entre bandas en disputa que se dedicaban a ese rubro. Daniela seguía a cargo del caso del incendio, mientras las otras causas abiertas se tramitaban en la fiscalía de narcotráfico. No había llegado aún el informe de la UTN, pero en virtud de los nuevos hechos el juez subrogante había autorizado el allanamiento de las oficinas y depósitos de Maiden Files y la confiscación de archivos y soportes digitales. Tenía a los efectivos técnicos de la Federal trabajando en los soportes digitales y a su personal en las cajas de documentación. No esperaba encontrar mucho en todo ese material; un largo año y medio desde el incendio había dado tiempo más que suficiente para borrar todo vestigio que pudiera incriminarlos. Estaba preparando los escritos para presentar a
la firma del Juez para solicitar la detención y la extradición de los dos “profesionales incendiarios” uruguayos que habían sido identificados por el empleado del depósito, Lidia cotejaba los datos para que el escrito saliera sin errores y Julieta estaba anotando algo en la pizarra al costado del escritorio de Daniela, cuando ésta recibió un whatsapp y se le iluminó la sonrisa. – Eh... voy a... enseguida vuelvo. – Lidia la miraba intrigada, la Laino se imaginaba quién era. En el toilette se metía en uno de los boxes y abría el Skype, para recibir ese saludo que día tras día esperaba con ansiedad. – ¡Danielaaaa! ¡Hooola guapa! ¿Cómo está mi niña? Y ahí la Nadeo a contestarle empalagosa, llevaban una semana así, tomándose media hora de la tarde para conversar y día por medio se encontraban a la noche en videoconferencia. Aunque en este día Pilar le tenía reservada una sorpresa a su “chica porteña”.
– Tengo aquí a un jovencito que quiere saludarte. Venga Nacho, habla con Daniela. No se esperaba al hijo de Pilar. – Hola Daniela, soy Ignacio pero todos me llaman Nacho. Le sorprendía la seriedad y compostura telefónica de ese pendejo de diez años, hijo de Pilar. – Hola Nacho, tu mamá me mostró muchas fotos tuyas y es como si te conociera personalmente. – ¿qué se le dice a un niño de diez años a quien no conocés más que por fotos y por las babas de su madre al hablar de él?, ¿eso estaba bien? – Pues yo también te conozco, porque mi mamá habla todo el tiempo de ti y me ha mostrado las fotos y los vídeos que trajo de Buenos Aires. Me ha dicho que vendrás pronto, tengo muchas ganas de darte un abrazo. Quería decírtelo personalmente. ¿La Nadeo? Flotando en el aire, más feliz
imposible. Cuando le contaba a Julieta la otra se descojonaba interiormente de la risa. Era tal la cara de ilusión y felicidad de su jefa que no se podía creer que fuera la misma fiscal que día tras día andaba elucubrando cómo meter en cana a los asesinos de los bomberos y el guardia urbano, o que se metía en las calles de la villa con el padre Pedro a enfrentar a éste o aquél maltratador o ladrón de poca cuantía y a apoyar a las mujeres en su lucha diaria contra los que pretendían convertir su espacio de vivienda en un aguantadero de malhechores y fascinerosos. A finales de noviembre, no lograba sacar nada nuevo del material de los allanamientos como para avanzar en la imputación a los directivos de la firma. “Un callejón sin salida”, pensaba para sí. Desde la UTN le avisaban que estaban por enviar el informe técnico y que coincidiría en un todo con el informe de bomberos. Sabía que llegado ese informe la indagatoria a los directivos de la
empresa dueña de los depósitos o a cualquiera de los directivos de las empresas que hubieran tenido material guardado ahí terminaría en un “nosotros no hicimos nada de eso ni sabemos nada”. ¿Cómo probar quiénes dieron órdenes? ¿Cómo probar que los incendiarios habían sido contratados por ellos? Por otro lado, desde Uruguay no había noticias de los “profesionales incendiarios” y no lograban dar con su paradero. – Punto muerto. – le comentaba a Pilar por videoconferencia esa noche. Comentar los casos que estaban tomando había comenzado casi sin notarlo. Una de las primeras conversaciones con video Daniela había notado que su “chica” no estaba como siempre y le había preguntado si había algún problema, la otra le había comentado que tenía que resolver algo en una instrucción y que no encontraba el hilo conductor de la solución. – ¿No fuiste al Sacromonte? La jueza sonreía.
– Te has acordado de mi rutina. – ¡Cómo para olvidarlo! ¡No sabés las veces que hice el 360 del Sacromonte pensando que voy a tu lado, tomada de tu mano! Del otro lado del Atlántico, en el Albaicín donde vivía la jueza, una mujer derretida hasta el tuétano. – ¡Ay, Dani! ¡Cuánto daría porque estuvieras aquí y poder charlarlo contigo! Estoy segura que me ayudarías a salir de este follón mental. – ¿Y si en lugar del Sacromonte hacés una caminata internética hasta Boedo en Buenos Aires y le contás a Daniela lo que te está preocupando? Era un caso menor, algo simple pero que a la jueza no le cerraba y Daniela hizo un comentario muy acertado mirándolo desde la objetividad de una letrada que estaba a doce mil kilómetros de distancia. Eso ayudó a que Pilar encontrara una vía de solución a su intríngulis mental. Desde entonces, una o la otra preguntaban, pedían, comentaban lo que les preocupaba o no
podían resolver, como si estuvieran juntas en la misma habitación. Volvamos al “punto muerto” de Daniela. – Estuve pensando estos días en lo que me has venido comentando Dani y el resumen que me enviaste para ver qué opinaba, creo que no has agotado todas las instancias investigativas. – ¿No? – No, porque no has tomado en cuenta que aunque se quemara todo el soporte en papel de ingresos, egresos, datos y demás y que todas las computadoras del depósito y los discos rígidos no pudieran leerse, seguramente existía un backup en otro lado. – La empresa negó que existiera un backup en otro lado y los empleados confirmaron que tenían todo ahí. – ¡Claro! ¡No esperarías que te dijeran aquí lo tiene señora fiscal! – ¡La puuuuchaaa! ¡No se me ocurrió que eso podría existir y que me lo negaran! Pero ¿cómo
averiguo dónde está eso? – A mí tampoco se me ocurriría Dani. Escucha. Hemos tenido un caso hace unos meses en que el imputado alegaba que nunca sacaba copias en papel y que había perdido toda la información que tenía en los discos duros de su empresa por un corte de electricidad. El chico de informática del juzgado me dijo, pregunte por el backup sincronizado, hoy todas las empresas tienen eso en algún servidor o en la nube, nadie se arriesga a que se le queme el ordenador y quedarse sin nada. Me tuve que hacer un curso con mi hijo y mi sobrina para entender de qué me hablaba. – reía a viva voz – Al final, le dije al técnico informático de la Guardia Civil que investigara eso y encontramos el sitio donde guardaba el backup. Después de esa “ayuda” trasatlántica, al día siguiente las sentó a Lidia y a la Laino para comentarles la situación. – Yo de eso no sé nada. – Lidia, sincera – Si vos creés que existe eso.... aunque no sé cómo
podríamos saber dónde está. – Jmmm. – Julieta – Ni idea cómo saber si lo tienen o no y dónde buscarlo, estoy como Lidia. – Creo que necesitamos ayuda de la división informática de la Federal. ¿Podés arreglar una cita Julieta? Yo hablo con el técnico y le digo lo que necesitamos. El técnico le dió un listado de lo que necesitaba averiguar a través de la empresa que proveía el servicio de conexión a internet en el depósito. Daniela elevó el pedido al juez y a los pocos días tenían la información de la empresa IMPSAT sobre las distintas IP asignadas a los nodos de conexión de Maiden Files y su ubicación geográfica. Con esos datos , los técnicos de la Federal rastrearon las comunicaciones y ubicaron uno de los servidores en una empresa que proveía esos servicios en la zona aledaña a Puerto Madero. Cuando llegó la orden de allanamiento del servidor de Maiden Files, algún CEO de la empresa comenzó a hacer las valijas y a reservar 14
asiento en vuelos al exterior. – ¿Entonces? – Pilar, del otro lado del Atlántico. – Allanamiento a uno de los servidores aquí en Buenos Aires y pedido a la justicia de Miami para secuestrar el material almacenado allí. Ahora el departamento de informática de la Federal tendrá que hacer el estudio de lo que hay, va a llevar un tiempo, pero ... tengo esperanzas de encontrar lo que busco en este nuevo material. ¡¡¡Gracias a tu idea, guapaaaa!!! A esta altura del expediente y de la situación personal, digamos que Daniela Nadeo estaba más que ansiosa porque llegaran las fiestas e irse a pasarlas con su “gayega”. Tenía un problema a solucionar. Cómo lograr licencia desde el 22 al 31 de diciembre, a partir del 1 de enero tendría sus vacaciones anuales. – Un médico que te firme que estás con problemas en tu pierna. – sugería Donato. – No quiero involucrar a nadie en una matufia,
voy a sacar un pasaje de avión y esas cosas tarde o temprano se saben. No, no. – ¿No podés pedir licencia sin goce de sueldo por esos días? – La procuradora me tiene entre ojo y ojo, no sé si me lo va a conceder. ¡Uffff! Pero no queda otra que pedirle, alguien tiene que quedarse a cargo de la fiscalía esos días y en las fiestas, entre tanto brindis y alcohol al por mayor, siempre pasa algo, acordáte del año pasado. Lidia le sugirió que lo solicitara a su inmediato superior, el Fiscal General, siguiendo el orden jerárquico que indicaba el régimen de licencia del personal del Ministerio Público Fiscal. – Yo elevo el pedido ya mismo al Fiscal General para que designe subrogante. Este año no te toca a vos subrogar a nadie en Enero, ¿no? – No sé, no me informaron. – Daniela empalidecía, no había considerado la rotación de vacaciones para subrogar en el mes de feria. – Ya lo averiguo. – discaba un número de
teléfono y preguntaba a la secretaria del Fiscal General los turnos de rotación de la próxima feria. La cara seria de la doctora Lidia Decibe mientras escuchaba la respuesta enrojecieron los ojos de Daniela y Julieta se apresuró a abrazarla para contener su angustia.
CAPITULO XXII. GRANADA, TIERRA SOÑADA POR Mí Llegó al aeropuerto Federico García Lorca de Granada el domingo 22 de diciembre por la tarde, después de más de día y medio de combinaciones de vuelos. Había sido lo único que le pudieron conseguir en la agencia de viajes para la ida a España, en las fiestas de fin de año se hace difícil conseguir pasaje con tan poca antelación. El agotamiento desapareció en forma instantánea cuando la vio junto a su Nacho. Pilar corrió hasta ella y la abrazó y le estampó un beso en los labios que la dejó alelada, no se esperaba un recibimiento tan íntimo frente a toda esa gente. – Cariño, ¡al fin te tengo en mis brazos! – Pilar le decía casi al borde de las lágrimas, para de nuevo besarla y ahí Daniela terminaba de reaccionar y respondía a su beso. Cuando deshacían ese primer abrazo después de un largo mes y medio de separación, Daniela acariciaba su mejilla, su mano, habiéndose
olvidado por completo de su bastón y su valija al costado. Nacho los cuidaba mientras su madre se besaba con esa porteña que había conocido en las videoconferencias de las que había participado. – Nacho, ésta es Daniela. – al fin su madre recordaba que lo tenía al lado. – Hola Dani, tenía razón mi madre, eres guapa que te cagas. – le decía pícaro el niño que era la imagen calcada de su madre. – Hola Nacho. – sonreía, se acercaba y le daba un beso al pendejo, que este devolvía en una mejilla y luego en la otra. – Acá nos saludamos con dos besos, Dani. ¿Vamos yendo? Yo me encargo de tu maleta. – le alcanzaba el bastón a Daniela, él se calzaba su bastón ortopédico en el brazo izquierdo y luego tomaba la manija de la maleta con rueditas e iba hacia la salida. – Ejecutivo el pibe. – lo miraba contenta, mientras Pilar le pasaba la mano por la cintura y la empujaba hacia ese mismo lugar – Es más alto
de lo que yo pensaba. – seguía diciendo, mientras tomaba a su chica del hombro, con el bastón en la otra mano. – Esas hormonas de crecimiento están funcionando muy bien, tenemos el problema de que su pierna izquierda no crece al mismo ritmo, por ahora lo solucionamos con el calzado, más adelante, cuando comience su desarrollo adolescente, habrá que pensar en algún tratamiento quirúrgico. – ¿Eso es doloroso? – preocupada por el pibe que rengueaba tirando de la maleta. – Como todo Dani, tendrá algunos dolores o molestias y tendrá que pasar por el hospital varias veces, pero va a quedar bastante bien. Todavía recuerdo las pocas esperanzas de vida que me daban a la semana de su nacimiento. Y sin embargo, mira tú qué bien está. – Porque su madre ha peleado por él. – la miraba arrobada mientras caminaban agarradas cruzando el hall central.
Pilar le devolvía la mirada y sonreía. – Te comento una novedad. Me he divorciado. – ¿Eh? ¿Y los gastos de Nacho? – se detenía para mirarla estupefacta. – Los intentaré sufragar yo sola, si mi ex decide eludir sus obligaciones. En estos momentos lo que más me importa es no tener ninguna atadura para estar contigo. – ¡Pilaaaar! Vuelta a trenzarse en un beso mayúsculo, ahora casi en la entrada al hall del aeropuerto, eran muchos los que miraban, muchos los que sonreían y unos pocos que ponían cara de asco. Nacho las observaba feliz porque su madre, desde su vuelta de Buenos Aires, estaba siempre sonriente y contenta, todo gracias a esa “guapa que te cagas” llamada Daniela. El viaje hasta la ciudad de Granada, con las cumbres nevadas al costado, la cautivó. No era mujer de pasar las vacaciones en la montaña, era del mar y su orilla, pero siempre había sentido una
atracción especial por los altos picos. Sus viajes a Bariloche, a Mendoza, a Neuquén y sus lagos partían de esa fascinación que le provocaban las montañas y sus cumbres nevadas, recordaba el libro que había escrito para su cátedra de la UBA en una cabaña en el lago Lácar , una locura de quince días de loba solitaria que le había resultado genial. – ¿Te gustan las montañas? – le preguntaba Nacho, sentado en el asiento trasero. – Mucho. – respondía sin quitar la mirada del paisaje. – A mí también. ¿Hay montañas en tu país? – Sí. – se giraba a mirarlo mientras le hablaba – Tenemos una cordillera, algo así como los Pirineos pero más larga y con picos más altos, se llama Cordillera de los Andes y tiene el segundo pico más alto después del Everest, el Aconcagua. Esa cadena montañosa se formó al final de la era secundaria y tiene la mayor cantidad de volcanes en actividad de todo el planeta – Pilar le había
comentado que a su hijo le encantaba estudiar las eras geológicas, los volcanes y desde ya los dinosaurios, se veía todos los programas del canal Discovery y había tenido que comprarle muchas réplicas de animales así como libros especializados. – ¿Siiiií? – encantado con lo que le contaba, mientras su madre se relamía por la actitud de su chica que había recordado los gustos de su hijo y los estaba satisfaciendo. El resto del viaje Daniela le siguió hablando de las montañas de su país, de los montes y cerros y de los dinosaurios más antiguos del mundo que se habían encontrado, que le gustaría que su madre lo llevara a Argentina así visitaban el museo arqueológico que había en la provincia de Neuquén. Pilar había tomado la A92, una ruta hermosa por los paisajes y en media hora estaban en el centro de la ciudad. De ahi subir al Albaicín donde estaba la casa de la jueza, más
precisamente en la zona del mirador de San Nicolas. Paró el coche en el mirador, antes de ir a su casa, ya anochecía. – Este es mi lugar, cariño. A ver qué te parece. – le susurró en la oreja, mientras desde atrás Nacho se sacaba el cinturón y le decía a Daniela. – Desde aquí ves la Alhambra mejor que en otro lugar, venga Dani, baja. – el chico orgulloso de mostrarle su lugar a la novia de su madre. Cuando Daniela se asomó al mirador y miró hacia la Alhambra y hacia abajo a la ciudad de Granada, con el sol escondiéndose en el horizonte, las sierras nevadas y ese embrujo que ejercía la ciudad andalusí sobre el visitante, fue un instante en que todo su cuerpo sintió algo impensado y a la vez tan fácil de palpar en ese ambiente, en ese lugar. – ¡Por dios, qué belleza! – sus ojos saltaban de sus órbitas, llenos de lágrimas de emoción. Esa noche volvieron a recrear los besos y caricias que habían descubierto en Buenos Aires,
primero con la urgente necesidad de recuperar el tiempo perdido y con las hormonas exacerbadas y luego con la tranquilidad de saber que se tendrían más de un mes y saborear el encuentro con lentitud y explorar nuevas partes de sus cuerpos que respondían con gozo a las manos y a los labios de una y la otra. La jueza había pedido licencia desde ese lunes hasta el seis de enero, en compensación por días de vacaciones que no se había tomado. Aprovecharon esos días para recorrer Granada, visitar La Alhambra, ir a Sevilla y a Córdoba con Nacho. Navidad y el Año Nuevo lo pasaron con la hermana de Pilar, su marido y su hija, una jovencita dos años mayor que el hijo de Pilar, que vivían en Granada centro, en un amplio piso en la Avenida de la Constitución. – ¿Y después del seis de enero te quedás sola en la casa? – le preguntaba Donato por videoconferencia. – Sí. Ellos se van al cole y al juzgado y yo me
voy a dar vueltas por Granada, Pilar me hizo un plan de visitas, ¡hay tanto para ver Donato! ¡No te podés creer lo hermosa que es esta ciudad! – Ya lo dijiste, ya lo dijiste. – sonreía viendo el entusiasmo turístico de Daniela. – Me voy a dedicar a hacer las compras, ir a buscar a Nacho al cole, ver las tareas que tiene el enano, preparar la comida. – Ahhh. – Y los fines de semana vamos a ir a visitar otros lugares, en principio vamos a ir a Madrid con el AVE, que es el tren de alta velocidad aquí, ¡ni vieras qué tren! – notaba la cara seria de su amigo y que no decía palabra – Donato, ¿pasa algo que no me hayas dicho? – No, no. Te escuchaba. – se percataba que a la Nadeo le estaba gustando demasiado esa vida familiera en Granada. Y así fue después del seis de enero, con el agregado de que Daniela no sólo se dedicó a visitar tranquila nuevamente La Alhambra, la
Catedral y los lugares emblemáticos de Granada, sino que se apareció en el Juzgado primero para conocer el lugar de trabajo de su chica y luego se tornó en costumbre, Pilar aprovechaba las cualidades profesionales de su novia y comenzó a darle tareas para que la ayudara. Casi sin darse cuenta, Daniela pasó a ser parte de la vida diaria de Pilar y su hijo y la porteña comenzó a sentirse muy bien haciendo eso, sus vacaciones se transformaron de hecho en un ensayo de vida en común que a ambas y al niño les encantaba. No era de extrañar entonces que llegado el momento del retorno a Buenos Aires sintiera ganas de no irse. No había tenido sentimientos así por mujer alguna antes, no había sentido esa necesidad de compartir la vida con una persona y comprometerse salvo con su abuela Dora. No tenía dudas que esto nuevo que le pasaba era eso que se llama “amor”, un sentimiento hasta ahora desconocido para ella.
Primera hora de una mañana invernal de fines enero en Granada. Densos nubarrones se apilaban más allá de la Sierra Nevada, “nunca mejor su nombre” pensó para sí, con ese blanco infinito cubriendo sus picos y laderas. Miraba por la ventana con una taza de humeante café en sus manos, protegida del frío con la bata que su novia le había comprado especialmente para su estadía. Adoraba esa bata azul, abrigada, que le llegaba hasta los pies. Le quedaban unos pocos días más de vacaciones, pronto estaría tomando el avión de retorno a Buenos Aires. La tristeza amontonaba lágrimas en sus ojos. Lo habían conversado ya con su chica. A ninguna de las dos les gustaba separarse. – Te quiero Daniela, de una forma que jamás pensé se podría querer. – estaban en la cama, después de hacer el amor, la fiscal metida adentro de su abrazo y pegada a su torso – Aunque me duela en el alma y quizás me esté privando de mi
gran oportunidad de ser plenamente feliz, no puedo dejar este lugar ni todo lo que construí para que Nacho pueda crecer fuerte y desarrollarse. – Lo sé Pilar, lo sé. – se acurrucaba con más fuerza dentro del cuerpo de Pilar. – Y sé que tú también tienes allí una profesión que adoras y una familia que te ama. Jamás te pediría que hicieras algo que yo misma no soy capaz de hacer. Quedó el plan – y la promesa – de seguir la relación a la distancia, como habían hecho hasta esas vacaciones de Daniela, vía web y llamados, viajando para las vacaciones de una y la otra. Y más adelante, “se vería”. Sabía que iba a extrañar todo esto que había vivido con Pilar y con Nacho. – Son vacaciones y yo no tengo presiones de ningún tipo, todo es novedad, este lugar además te enamora, es muy especial.– se decía mientras bebía un sorbo de café y perdía la mirada en la lontanánsica – Así todo es fácil. Además son
nuestros primeros tiempos, estamos las dos con unas ganas locas de amarnos, habría que ver después de un tiempo. – se consolaba pero no le alcanzaban los peros – Voy a extrañar esto como la puta madre que lo parió. Suspiraba, sentía una puntada de angustia en el pecho, trataba de inhalar y exhalar aire para que esa puntada despareciera. – Allá tengo un laburo que me gusta, la gente con la que laburo es genial. Y lo tengo a Donato y a Lucía ... y a Rocío y al Juanjo. Tengo un hogar al fin, porque mi casa es más que mi casa, es mi lugar. Está Julieta que ya es mi amiga y se va a venir a vivir a casa... – se le aliviaba la angustia – Acá ... no tendría laburo ni qué hacer. No es por problema de guita, tengo guita como para aguantar sin laburar un tiempo. Podría dedicarme a escribir, estudiar más, ayudarla a Pilar. – sonreía – ¡Qué bien laburamos juntas! Me gustan esas ideas que tiene de hacer folletos contestando una a una las preguntas que se
hacen las mujeres. Está eso del libro juntas, pero claro, eso lo podemos hacer por internet. No notó que Pilar se acercaba a ella hasta que la abrazaba por detrás y apoyaba su cuerpo contra su espalda, lo que la hizo cerrar los ojos del placer de que le hiciera eso, como tantas veces en ese mes y medio juntas. – Te has levantado muy temprano cariño. – No quise despertarte, ¿hice mucho ruido? – No. Ni te oí. Me despertó el vacío a mi lado. – había abrazado su cuerpo uniendo las manos por delante con los brazos alrededor de su cintura – ¿Preparo el desayuno o ya has desayunado? – No desayuné, me hice este café porque necesitaba una dosis de cafeína. – se giraba dentro del abrazo de su chica y le acariciaba la mejilla con su mano libre – Quiero desayunar con vos y con Nacho, como siempre. – Anoche te has movido mucho, ¿qué pasa? Siempre eres la primera en dormirte y nada te despierta hasta la mañana.
– En unos días me voy. – tocaba sus labios con la yema de sus dedos – No quiero irme. – No quiero que te vayas, Dani. Quiero que te quedes. Pero ya lo charlamos, ¿no? – Lo sé, Pilar, lo sé. – asentía – Sólo que te quiero tanto que se me estruja todo pensando en que nos vamos a separar. – Ay cariño, ¡yo también te quiero! – le decía casi sollozando. Pilar se “prendía” literalmente de los labios de la fiscal y comenzaban un morreo en toda la regla, que las llevó no a desayunar sino directo de nuevo a amarse en la cama, aunque el reloj siguiera su derrotero y llegara la hora de llevar a Nacho al cole. – ¡¡Mamiiiii!! ¡¡Daniiiiii!! ¡¿No desayunamos hoy?! – pegaba el grito ya instalado en la cocina de la casona. – ¡¡¡Uuuuuuy!!! – se levantaba como un cohete Daniela, deshaciendo el abrazo de su chica, mientras Pilar se reía a mandíbula batiente de los
apurones de su novia por ir a calmar al jovencito y prepararle su habitual desayuno.
CAPITULO XXIII. EPILOGO Fines de abril. Otoño no demasiado fresco en Buenos Aires. Conversación a la noche en Granada, al atardecer en Buenos Aires, vía skype con video. – Así que ya está, en esta semana elevamos todo al juez para que se inicie el proceso de juicio. – Daniela, escueta, como si ná habiendo terminado “el caso de su vida”. – Cariño, ¡es una gran noticia! – Sí y no, Pilar. Hemos probado que el incendio fue intencional y ordenado por alguien de Maiden Files, pero no hemos logrado individualizar fehacientemente quién dio la orden, quién es el autor ideológico de todo esto. Lo que tenemos es un directivo contable que firmó el pago a estos tipos que figuran como electricistas; al tipo le deben estar dando un fangote de guita para que acepte la culpabilidad sin chistar y no revela quién le dio la orden de pago. Tenemos la declaración del empleado que identificó a los dos
uruguayos como los que se hicieron pasar por electricistas poco antes del incendio. Estos incendiarios uruguayos, uno está fugado con pedido de captura internacional, el otro declara en Uruguay que vino a Buenos Aires a hacer unas compras, mostró unos tickets de compras y dice que jamás estuvo en Maiden Files. Pedimos la extradición para interrogarlo aquí y ponerlo en una fila de reconocimieno, pero su abogado apeló y por ahora no lo conceden por pruebas insuficientes. – Vale. – suspiraba, a ella también le jodería no poder interrogar al tipo. – El juez que se había pedido licencia, Larraburu, volvió. Le pedí ir a interrogarlo yo misma a Montevideo, ¿sabés qué me respondió? – imitaba los gestos y la voz del juez – No, es un gasto innecesario, ya tiene pruebas suficientes de quién pagó, eso alcanza para el juicio. ¡¿Sabés cuánto sale viajar a Montevideo?! ¡¡Mil pesos ida y vuelta!! ¡¡Todo porque seguramente lo volvieron
a llamar los mismos que le habían pedido que se tomara licencia antes para que termine el caso tal cual está y no salga más mierda a la luz!! Total ... unos años de cárcel para el directivo que firmó el pago y ya está. Los muertos, bien gracias. – casi al borde de las lágrimas. – A ver, trata de tranquilizarte por favor. – conocía los dimes y diretes del sistema judicial argentino por las largas conversaciones durante la estadía de Daniela en Granada y compartía muchas de sus críticas, pero no era cuestión de seguir con un problema insoluble de momento sino de buscarle la vuelta a la situación planteada – ¿Y si le dices que él vaya a interrogarle? – Se lo dije y me contestó, ya le dije que es un gasto innecesario. Mirá, este tipo no es Quijano, a pesar de mi bronca, sé diferenciar. Pero es un conchudo de mierda igualmente. – la bronca de Daniela viajaba por las ondas invisibles de la internet y Pilar podía sentirla a flor de piel, sonreía ante sus exabruptos.
– Vale. Insiste, a ver si le ablandas su carcaza. – Al pedo Pilar, si insisto, soy más boluda de lo que ahora soy. – ese “boluda” en labios de “su” novia era tan esperable y tan simpático – Mirá, ya está, hasta acá llegamos, pude probar que fue intencional y ordenado por los capitostes de la empresa, punto. Se los dije a los bomberos y a los familiares. Más no puedo, el sistema no me deja, a lo sumo, unos años de cárcel por homicidio culposo para el directivo que puso el gancho al memo habilitando el pago a estos tipos y para los funcionarios del gobierno que habilitaron el funcionamiento sin el consentimiento de los bomberos. Es un cachito de justicia para los tipos que dejaron la vida laburando como bomberos o como guardia civil de la ciudad, sus familiares recibirán una buena indemnización y el sistema judicial seguirá sirviendo a los ricos y sus lacayos en el gobierno de acá o de allá, de derecha o no de derecha, por lo que importa la cuestión ideológica, son todos unos conchudos de mierda.
– Cariñoooo... – le daba tanta pena escuchar eso de su chica, sabía que se había jugado el pellejo por ese caso, pero era así, tal cual ella lo ponía crudamente en palabras. – ¡Ah! ¡Me olvidaba! Me decía Giménez que el caso de contrabando de cocaína y efedrina avanza, pero a paso de procesión. Los que están detenidos no declaran y no han podido dar con los que dieron la orden del apriete a esta fiscal, que además amasijaron e incineraron al boludo que me pegó el tiro. Pero calculo que a fin de año ya estará todo esclarecido. – ¡Menos mal! ¡Una buena noticia entonces! – Seee. – no muy convencida la Nadeo sobre lo “buena noticia” que era – Dejo toda la mierda como decimos nosotros y el marrón como ustedes dicen por allá. Tengo algo más grato para hablar. – Venga, cariño, dime. – suspiraba relajándose, aunque sabía que tarde o temprano su chica volvería al tema. – ¿Ves este papel? – levantaba una hoja oficio
en su mano y lo ponía a la vista de la cámara de la notebook. – Sí, ¿qué es? – no entendía lo de ese “papel”. – Esto que dice aquí, depende de tu respuesta a una pregunta – la cara de la gallega allende los mares era de un desconcierto total – Fácil, ¿querés ser mi esposa? – ¿Ehhh? – eso sí que no se lo esperaba. – Digo si querés casarte conmigo y aceptás que me vaya a vivir con vos y con Nacho en Granada. – ¡hasta internéticamente esa sonrisa “Nadeo” provocaba temblores sísmicos en la interlocutora! – ¡Cariñooooo! – casi llorando. – Condición sin equa non. – levantaba el dedo índice de su mano derecha “amenazante” – El mes que viene vos y Nacho se vienen una semana acá, yo pago los pasajes, vos buscá la manera de tener licencia y que al nene le den permiso en el cole. Nos casamos en Buenos Aires y nos vamos a Neuquén a una cabaña en Villa La Angostura a pasar unos días y visitamos el museo de
dinosaurios para que mi niño los conozca. ¿Qué me decís Pilar? La otra, muda de emoción. Por la propuesta, por todo lo que implicaba, por ese “mi niño” que era la confirmación de que su novia porteña consideraba a su hijo como propio. – Pilar, ¿no me vas a decir nada? – cagada en las patas por lo que creía entender como un “no” desde el otro lado del Atlántico. ¿Cómo había llegado a esa decisión de presentar el pedido de licencia a su cargo e irse a vivir con Pilar y Nacho a España? Comenzó con las noches de poco dormir a su regreso, con las pesadillas que la comenzaron a asaltar luego y con la angustia que sentía por no poder abrazar a su chica y a su hijo, tan simple como eso. Se le empezaba a notar que estaba mal, Donato se lo comentó a Julieta, el “padre” Pedro hizo el comentario en una charla en la cocina, al final la oficial de policía se la llevó al barcito de al lado,
lugar de confesiones entre ellas y le preguntó qué pasaba. Después de escuchar sus relatos de insomnios, sueños y necesidades urgentes, la Laino empezó un interrogatorio en regla. – ¿No te vas a vivir con ellos porque acá tenés trabajo y allá no? – No, no. Si fuera por eso, me iría, tengo un dinero ahorrado y podría estar un tiempo dedicándome a estudiar y a terminar mi doctorado, además de ayudar a Pilar con su trabajo, mientras busco algo para hacer. Me decía la Saldívar que en la Corte Penal Internacional de La Haya podría conseguir algo, ella tiene algunos contactos para tantear. – ¿Tenés miedo que la relación con Pilar no funcione? – No sé, hasta ahora vamos muy bien, nos encanta estar juntas, compartir, trabajar, nos complementamos bien y tenemos proyectos comunes. Está bien que son los primeros tiempos
y vos sabés, siempre al principio todo es bárbaro. – Nadie tiene la seguridad de que la relación que empieza va a durar mucho o poco o si va a resultar o no. – Sí, lo sé. – levantaba la taza de café y tomaba un sorbo. – Por lo que me contaste, me parece que vos y Pilar son tal para cual y ahora estás sufriendo como una boluda por estar lejos de ella. Y supongo que la otra debe estar comiéndose los codos, pero claro, ella no puede largarse y dejar su trabajo y su casa, no puede cambiar tan fácil, tiene un pendejo que necesita muchas cosas. – Sí, Nacho necesita atención médica constante, por lo menos hasta su adolescencia. – Con el pibe contabas que te llevás muy bien. – la Laino iba “quemando naves” de dudas posibles preparándose a largarse a la yugular de su jefa-amiga. – Nacho es un divino, Julieta. Es un pibe de una madurez increíble y ... – se le caían las babas
contando las mil y una maravillas del hijo de su novia, Julieta la escuchaba sonriente, no sólo estaba enamorada de la tal Pilar, ¡también de su hijo! – ¡¿Me podés explicar entonces por qué no te vas a vivir con ellos?! ¡¡Estás sufriendo como una pelotuda al pedo total!! Daniela la miraba asombrada por la pasión que imprimía en gestos y palabras mientras le decía esto. – Mirá, la opinión que te voy a dar me va a joder mucho. Uno, porque sos mi amiga y soy persona de pocas amigas, que te vayas lejos va a ser una mierda. Y la otra, porque jefa como vos no voy a encontrar jamás de los jamases. Pero lo que más me importa es que estés bien. ¡¡ No jodás más!! ¡¡Andáte con Pilar!! Jugáte Dani, esa Pilar me parece que es la mujer para vos. Te vas sin trabajo pero no tenés problemas de guita, podés aguantar un tiempo estudiando y escribiendo mientras buscás algo.
– Los voy a extrañar mucho a ustedes, también son mi familia y son importantes para mí. – puchereaba la fiscal. – En este mes y medio, ¿te morías porque nos extrañabas? – No, si hablábamos día por medio y teníamos las cámaras por internet y ... – se limpiaba la humedad de sus fosas nasales. – ¡Ahí tenés la respuesta! Nos podemos seguir viendo, charlando, como hicimos durante enero. Y en vacaciones y en las fiestas de fin de año, tratamos de ir para allá. Cuando tu novia y el nene tienen vacaciones, te venís para acá. Daniela la miraba considerando seriamente lo que le decía su amiga. – Mirá Daniela, si las cosas no funcionan, siempre podés volver, vas a tener tu casa y nos vas a tener a nosotros, laburo acá siempre vas a conseguir. ¡¡Jugátela de una vez!! Y Daniela se la jugó. Se decidió a terminar el caso del incendio y luego irse, pero no dijo una
palabra a Pilar, la única que sabía era Julieta, ni siquiera Donato. Renglón aparte, los mocos de Donato cuando se lo comunicó fueron apoteóticos. Mitad de un mayo otoñal con un clima casi primaveral. Buenos Aires encandilaba al visitante foráneo con el ocre de sus árboles en la vereda de sus calles y algunas flores violeta en los jacarandás que tanto amaba Daniela. ¿Lugar? El Registro Civil central en la ciudad de Buenos Aires, en la calle Uruguay casi Lavalle, un viernes a eso de las once de la mañana. ¿Protagonistas? Daniela Nadeo y la jueza Pilar Abráldez, llegada el día anterior desde España. ¿Testigos? Donato por la argenta, Nacho Jiménez Abráldez por la “gayega” – aunque como era menor de edad, Julieta Laino figuraría como tal y firmaría el acta. ¿Acompañantes, espectadores, familiares, tutti cuanti? Muchos. Julieta feliz-triste con su niña; Rocío moqueando como loca con su Juanjo y con Lucía que no entendían mucho ambos dos qué
pasaba; la Saldívar triste-feliz; la secre Lidia más que triste; el “padre” Pedro aguantando estoico las ganas de llorar porque se quedaba sin su fiscal preferida; vecinas de la 11-14 que “querían demasiado” a la Nadeo; alguien más por ahí de la facu, de la fiscalía, en fin, gentes que apreciaban a esa loca de atar que había decidido casarse con una “gayega” e irse a vivir a España y dejar plantados a todos aquí, “con lo mucho que se la necesita” diría quién otro que el “padre” Pedro. Lo de siempre leído por el Juez a cargo de la ceremonia, los “sí acepto” de ambas contrayentes – vestimenta simple las novias: la Nadeo con su jean de siempre, su chaqueta de siempre y su remera de mangas largas de siempre, aunque esta vez se había puesto zapatos negros bajos en lugar de sus tradicionales zapatillas; la Abráldez con un traje de pollera y chaqueta, con una camisa blanca debajo, zapatos bajos – la firma de las actas correspondientes por las novias y por los testigos y luego el beso esperado entre las novias y el
aplauso y todo lo que estila en estos casos incluido el arroz lanzado a la salida por los muchos espectadores-participantes de la ceremonia. De ahí se fueron todos al McDonald's de Lavalle y Córdoba donde Donato había reservado un espacio para un pequeño lunch de hamburguesas, papas fritas y helados con cerveza y gaseosas, un brindis simpático y poco convencional para un “casamiento”. Fotos y más fotos con las dos protagonistas y Nacho, radiantes de felicidad, incluso los que lamentaban la partida de su fiscal favorita. No faltaron los pedidos a la jueza de “cuidámela” por parte de la Saldívar y de Donato. Partirían a la mañana siguiente hacia Neuquén. Daniela había alquilado una cuatro por cuatro Toyota que manejaría la jueza ya que la fiscal no sabía conducir. Tenía el GPS programado por Donato para que no hubiera ningún problema para encontrar el camino hacia Villa El Chocón con su bosque petrificado y el Museo Municipal con su
dinosaurio carnívoro más grande conocido. Terminarían en Villa La Angostura donde estaba la cabaña que había reservado la fiscal; pasarían allí el resto de la semana. Esa noche Donato cocinó un asado completo de su especialidad – con todas las achuras habidas y por haber, más chorizos, morcillas, pollo, vacío, matambre tiernizado, bondiola de cerdo – aderezado con todo tipo de ensaladas y papas fritas, regado con el mejor Malbec de las Bodegas del Sur, cerveza y gaseosas. De postre, bolas de helado de todo gusto y color. Y para el brindis final, un buen “champú” para desearle lo mejor a esas dos y a ese pibe que se había granjeado el cariño de todos los de esa casa, la Saldívar y el “padre” Pedro incluidos. – He comido y bebido demasiado. – Pilar, metiéndose en la cama que ahora sí estaba en el piso superior del “loft” de la Nadeo; a Nacho lo habían enviado a dormir con Rocío y el Juanjo. – Es lo que tienen los asados de Donato,
demasiada comida. – sonreía y se acercaba para meterse en su abrazo de siempre – ¡Nacho se comió todo! – ¡¡Sí!! Estaba encantado, le han gustado muchísimo las achuras, cosa rara, ¿no? – le pasaba el brazo por encima del hombro a la fiscal y la metía en su torso, como le gustaba a la porteña – Pensar que son las tripas de la vaca. – ponía cara de asco. – Pilar, ustedes se comen el rabo del toro y otras cosas aún más pudendas. – sonreía Daniela, abrazada a la cintura de su chica. – Me dijo Donato que nos iba a preparar para llevar la heladerita con sobras de la comida. ¿Heladerita es ...? – Un refrigerador portátil. – Pilar ahora entendía a qué se refería el periodista – Nos va a poner comida para tres o cuatro días, ya vas a ver. – ¿Te parece bien que llevemos esa comida o prefieres parar a comer en algún restaurante? – No, está bien. Además le pedí que completara
con leche chocolatada, pan de molde y fetas de queso y jamón, tomates y lechuga para preparar unos sandwiches para Nacho en la merienda. Pilar bajaba la vista y la observaba casi “pelotuda de amor” por la forma en que siempre pensaba en Nacho. – Dani, ¿qué hice yo para merecer una mujer como vos que nos quiere y cuida tanto a Nacho y a mí? – decía con emoción. Daniela sonreía y levantaba la vista, mirándola con “su” sonrisa instalada en los labios, ojos y el cuerpo todo, lo que hacía temblequear emocionada a la “gayega”. – Yo te voy a contar lo que hiciste, señoría. Pero vas a tener que ser paciente, porque me va a llevar un tiempo que te enteres. De ahí a subir a sus labios y empezar la “tortura” de llenar de besos y caricias cada rincón del cuerpo de esa mujer que había trastocado para siempre su Norte y su Sur. FIN
NOTAS
1. Universidad de Buenos Aires 2. CSI por las siglas en inglés de la serie americana
homónima, Investigador de Escena Criminal su traducción al castellano. 3. El sistema de posicionamiento global (GPS) es un sistema que permite determinar en todo el mundo la posición de un objeto (una persona, un vehículo) con una precisión de hasta centímetros (si se utiliza GPS diferencial), aunque lo habitual son unos pocos metros de precisión. El sistema fue desarrollado, instalado y empleado por el Departamento de Defensa de los Estados Unidos. Para determinar las posiciones en el globo, el sistema GPS está constituido por 24 satélites y utiliza la trilateración. 4. En Argentina PH significa propiedad horizontal, pero se denominan así a los departamentos todos en planta baja.generalmente junto a un pasillo general o patio; o que a lo sumo tienen un piso superior. 5. Estado Islámico
6. Sistema de Atención Médica de Emergencias 7. Anterior denominación de las actuales Sedes
8. 9.
0. 1. 2. 3. 4.
Comunales en que está dividida la Ciudad de Buenos Aires [15 Sedes en la actualidad] Administración Federal de Ingresos Públicos a tragedia de Cromañón fue un incendio producido la noche del 30 de diciembre de 2004 en República Cromañón, establecimiento ubicado en el barrio de Balvanera de la ciudad de Buenos Aires, durante un recital de la banda de rock Callejeros. Este incendio provocó una de las mayores tragedias no naturales en Argentina y dejó un saldo de 194 muertos y al menos 1432 heridos. Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires Instituto Nacional de Tecnología Industrial Ciudad Autónoma de Buenos Aires Universidad Tecnológica Nacional En inglés se utiliza la expresión chief executive officer (literalmente «oficial ejecutivo en jefe» u «oficial superior») o su acrónimo CEO para hacer referencia a la persona encargada de máxima autoridad de la llamada gestión y dirección
administrativa en una organización o institución.
Table of Contents
ADVERTENCIA [DISCLAIMER] CAPITULO I. DANIELA NADEO CAPITULO II. DONATO RABAGO CAPITULO III. UN FETO, UNA FISCALIA Y EL DESPUES CAPITULO IV. FISCALIA, POLI Y PARTO CAPITULO V. LUCIA RABAGO CAPITULO VI. JULIETA LAINO CAPITULO VII. LOS PRIMEROS MESES DE LA FISCAL CAPITULO VIII. ROCIO CAPITULO IX. EL INCENDIO CAPITULO X. MUJER GOLPEADA CAPITULO XI. DIANA GALINDEZ CAPITULO XII. LA SALDIVAR Y EL PUNTO DE INFLEXION CAPITULO XIII. LA MASACRE DEL POOL CAPITULO XIV. UN APRIETE MAFIOSO CAPITULO XV. ¿APRIETE POR QUÉ?
CAPITULO XVI. DROGAS, CUÁNDO NO CAPITULO XVII. VUELTA AL PAGO Y UNA GRATA SORPRESA CAPITULO XVIII. ¿PILAR QUIERE LOLA? CAPITULO XIX. COINCIDENCIAS CONFIDENCIAS CAPITULO XX. PASION DESATADA CAPITULO XXI. RELACION INTERNETICA CAPITULO XXII. GRANADA, TIERRA SOÑADA POR Mí CAPITULO XXIII. EPILOGO NOTAS
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