Dürckheim - Hara

February 7, 2017 | Author: chamiko99 | Category: N/A
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Hara, centro vital del hombre

“El hombre sólo puede cumplir su destino si escucha la voz de su maestro interior.” “Alumno y maestro son uno: son las dos caras de la vida.” (Dürckheim) La labor de la Asociación Cultural de Budo Tradicional Japonés tiene como uno de sus referentes de trabajo, el legado científico de Karlfried Graf Dürckheim, a partir de su obra "Hara, Centro Vital del Hombre". Karlfried Graf Dürckheim nace el 24 de octubre de 1896 en Munich, Alemania. Entre 191823 estudia filosofía y psicología en Munich y Kiel, doctorándose en Filosofía. Del año 1925 al 1932 asiste al Instituto de Psicología de la Universidad de Leipzig, en donde se doctora en Psicología. En 1937 se traslada a Japón, en donde permanece hasta 1947. A partir de 1948 trabaja como psicoterapeuta , con un círculo de colaboradores, en Todtmoos-Rütte, Alemania, donde funda el Centro Rütte y la Escuela de Terapia Iniciática. Los últimos años de su vida fue Catedrático de Psicología y Filosofía en la Universidad de Kiel. Fallece el año de 1990. ¿Cuál es la relación entre la práctica del Aikido - o del Kendo, Iaido, Jodo, Hojo- y la obra de K. G. Dürckheim...? Para que el lector de esta página web pueda formarse una primera idea acerca de la pertinencia del legado de K. G Dürckheim, a continuación transcribimos el Prefacio que para su obra "Hara, Centro Vital del Hombre", escribió uno de sus estudiantes, Jacque Castermane. "Me es muy grato invitarles a leer las páginas que siguen. Son obra de un Maestro. No me atrevo a escribir de un Maestro Espiritual, por temor a que se pueda comprender mal. Un Maestro, hoy, se interesa por el hombre total, es decir, por el hombre, por la mujer, en su realidad corporal, en su realidad psíquica, en su realidad espiritual. Si bien la palabra "HARA" es de lengua diferente, lo que este vocablo esconde y revela no es privativo del mundo japonés. HARA es el nexo entre lo físico y lo meta-físico, entre lo

psíquico y lo meta-psíquico, y HARA es el lugar donde la Vida universal deviene vida existencial en cada hombre. ¿Qué quiere decir esto para ustedes y para mí en nuestra vida diaria? Yo lo comprendí cuando me encontré con Karlfried Graf Dürckheim. Fue en 1966 en Bruselas, en la celebración de un coloquio que tenía como tema "Lo esencial en lo cotidiano". Yo no conocía a ninguno de los cuatro conferenciantes. Todos hablaban con seriedad del tema para el que habían sido invitados. Pero muy pronto, uno de ellos atrajo mas especialmente mi atención. ¿En que se diferenciaba este hombre de los demás? De repente lo comprendo, o más bien, veo la diferencia: este hombre ES aquello que dice. Sí, por su forma de "estar" emana la confianza que evoca. Si pronuncia la palabra serenidad, allí donde él "está" se ve a alguien sereno. ¡Este hombre está en el HARA! Ese encuentro fue decisivo en mi vida. Dejé todo lo que hasta entonces daba un sentido (?) a mi existencia, para seguir la enseñanza de Karlfried Graf Dürckheim. ¡Enseñanza! la expresión no es la adecuada. Se trata mas bien de un acompañamiento en el camino de transformación de uno mismo. Trabajar el HARA está en el centro de este proceso de maduración. Unos días antes de escribir estas líneas, he tenido la oportunidad de estar una vez mas con Karlfried Graf Dürckheim. Con sus casi noventa años, sigue siendo testigo de lo que ustedes van a leer en este libro. En el corazón de este testimonio, está su interés por la vida de cada día, por cada instante de lo que le queda de existencia y, a la vez, con esa mirada lúcida sobre la muerte que se aproxima. Un acercamiento sin miedo, sin emociones extravagantes, como él mismo dice. Sin duda el más alto punto de madurez al que el hombre puede acceder: dar testimonio en la vida cotidiana de la presencia inocente del SER". Visto lo anterior, a continuación presentaremos un aparte tomado del texto de K. G. Dürckheim, que, esperamos, motive al lector de nuestra página web a leer el texto entero; enseguida, abordaremos, brevemente, la relación existente entre HARA y la práctica de AIKIDO. No se diga mas, entonces, y entremos en materia. 1. "EL HARA, FUERZA EXISTENCIAL" Aparte tomado de "Hara, Centro Vital del Hombre" autor K. G. Dürckheim. Desde el principio hasta el final de la vida, al hombre le preocupa su permanencia en este mundo. Quiere mantenerse y preservarse, lo que se traduce por un constante afán de seguridad y de estabilidad. Ha de poder, tanto afirmarse e imponerse, como defenderse. Si ha perdido el contacto con el SER supranatural encarnado en un Ser esencial, o si no lo ha reencontrado aún, necesita contar únicamente con el mundo en el que vive, y con las facultades de las que el Yo dispone, para tener la vida en sus manos. Pero el hombre que dispone de Hara, no se fía únicamente del mundo, ni lo apoya todo en las fuerzas del Yo. Vive una doble experiencia: ha comprendido, primero que las fuerzas centradas en el Yo y dirigidas por éste, al igual que la conciencia que él tiene de sí mismo, toman su verdadero origen en otra parte, y no en el Yo y, luego, que el hombre que se repliega en el terreno del Yo es, en el fondo, débil e inestable. Está bloqueado el surgimiento de una fuerza mas profunda. Quien dispone de Hara se sirve, sin duda alguna, de todas las fuerzas naturales del Yo, pero ha aprendido a no apoyarse únicamente en ellas, y a preservar su nexo con la otra "dimensión", aquella de donde le vienen las fuerzas que no dependen de las circunstancias, aquéllas que dan libre curso a las fuerzas naturales, incluso sobrepasándolas. El hombre que dispone de Hara, "está ahí" bien derecho. No es fácil hacer que se tambalee ni que cambie de opinión (...) Aquel que domina la practica del Hara es también menos fatigable. Puesto que siempre logra recuperar el nexo con su centro, le es posible en todo momento abrirse a la segura fuente de las fuerzas que le renuevan (...) El maestro de tiro con arco Kenran Umeji tenía por costumbre invitar a sus alumnos a tocar los músculos de sus brazos cuando tensaba el arco, cosa que no lograba nadie sino él. Sus alumnos podían entonces comprobar que sus músculos estaban perfectamente distendidos. Si cualquiera de ellos expresaba su sorpresa a este respecto, el maestro se echaba a reír diciendo: "El principiante es el único que trata de tensar el arco con su fuerza muscular; yo lo hago simplemente con Ki ". Ki, o sea, con la fuerza universal, de la que participamos en nuestro Ser esencial. Con el Hara hay que aprender a sentirla, y a dejarla venir, al contrario de como se hace con la fuerza movida por la voluntad, la fuerza del "hacer".

El hombre que está en el Hara sabe también esperar. Cualquiera que sea la situación en la que se encuentre, da muestras de paciencia y siempre tiene tiempo. Puede observar con calma, sin sentirse obligado a intervenir si algo le desagrada. Cuanto más haya avanzado en la practica del Hara, habiendo aprendido a conocer esta fuerza que le confiere calma y paciencia, toma antes conciencia de aquellos momentos en que deja el centro "justo", cayendo bajo el influjo del Yo egocéntrico. Y, con naturalidad, y sin quererlo, recupera el centro. El hombre que dispone de Hara, está en calma. También el Hara ejerce una virtud curativa con respecto al nerviosismo, bajo cualquier forma que se presente. Desaparece la agitación, y los ligeros movimientos involuntarios. Se podría decir que en el cuerpo se produce un reconciliación, una paz interior que no es sinónimo de falta de vida, sino expresión de una fuerza concentrada en el centro vital, fuente de seguridad, y una armonía a la vez viva, "vibrante" y apacible, de ese todo que es el hombre. Quienes no disponen del Hara, pierden fácilmente la forma. Enseguida montan en cólera, son de salud frágil, y ante la adversidad, pierden pronto su porte. Por el contrario, en aquel que está en el Hara, los motivos de irritación no le prenden, o bien dan paso a una enérgica reacción que es testimonio de la fuerza que le confiere el Hara. 2. AIKIDO y HARA Texto libre basado principalmente en el libro "Aikido un arte marcial, acceso a otro modo se ser" autor André Protin. En la concepción oriental del hombre y en las artes marciales, el hara representa el centro de la unidad del ser humano o el punto de su coordinación. Es la fuente de la que puede fluir e irradiar espontáneamente toda la energía vital, el ki que posee cada ser viviente cuando ha aprendido a recogerse, a movilizar todo su potencial, a dominarlo y a volverlo disponible. Es el punto de articulación del cuerpo y el espíritu, del ser individual y el ser social, del ser y el universo. Es difícil para nosotros los occidentales, que oponemos lo físico a lo espiritual, que sólo concebimos al hombre de acuerdo con la dicotomía Cuerpo/Espíritu, imaginar solamente una zona no definida, sino simplemente localizada por debajo del centro umbilical del cuerpo, centro que nada tiene de órgano preciso y que sería el lugar por excelencia del equilibrio de la personalidad y la espiritualidad. En todo momento el aikido se refiere al hara y recomienda su dominio como condición necesaria de todo progreso, sea éste de orden técnico, conductual o mental, tanto en el dojo como fuera de él. En las artes marciales , la terminología concerniente al hara varía según los maestros. Lo que O Sensei Ueshiba designaba como "seika tándem" o "centrum", el maestro K. Tohei llama "seika no ittem" o "punto único". El hara, llamado a menudo el "océano del ki", es el centro de toda vida, el centro por el que todo ser tiene la posibilidad de consolidar su personalidad, su yo. Esta consolidación se lleva a cabo en un primer momento a partir de los factores constitutivos de lo físico, que son ya de por sí mismos una expresión de la personalidad. El objeto de todos los ejercicios preparatorios, de apariencia gimnástica o mas específicos del aikido - conocidos como aikitaiso- constituye la "recuperación" del cuerpo para volverlo capaz de sentir, reaccionar y vivir la realidad. Todos estos ejercicios, algunos de los cuales se aproximan bastante a los masajes -shiatsuo a la manipulación corporal, apuntan a devolver al cuerpo toda su vitalidad, ajustando el funcionamiento de los órganos internos. Desde un punto de vista funcional, el hara, por su situación en la parte inferior del abdomen, corresponde a lo que consideremos nuestro centro de gravedad. Es pues, el lugar privilegiado del equilibrio vertical a partir del cual es posible todo movimiento correcto. Y, en nuestro caso, los movimientos del aikido. Ser amo del propio hara es, en el nivel del cuerpo, sentirse bien equilibrado, es posición estable y distendida en reposo, con la posibilidad de ponerse en movimiento sin que eso haga perder el aplomo, se trate de un desplazamiento rectilíneo uniforme o toda otra clase de movimiento circular en un plano horizontal o vertical. Los ukemis o rompecaídas que practica el uke, cuando se encuentra momentáneamente con pérdida del equilibrio (porque el nage se hurta al ataque o lo arrastra en un desequilibrio que acentúa), son un modo de recuperación del equilibrio perdido que le permite a la vez, mediante un "rodado-girado

mejorado" sobre el tatami, evitar todo daño y encontrarse otra vez en posición de ataque. El buen éxito de las caídas en aikido se vincula en gran parte con la confianza que se tiene depositada en el propio cuerpo, la propia coordinación corporal y su dominio del espacio. En aikido, donde el ataque y el contraataque se excluyen y, por consiguiente, donde el combate y el enfrentamiento no existen -cuando menos en el sentido en que generalmente lo entendemos- el cuerpo pierde su cualidad de instrumento, de arma, para no ser ya sino el instrumento del espíritu; su papel durante una agresión consiste, pues, en evitarla y dejar que se pierda por sí misma, o aun evitarla, envolverla y conducirla luego hasta su anulación total. En una proyección de aikido, el cuerpo del nage se encuentra concentrado hasta tal punto, que puede ejecutar, a partir de una actitud estática, todo el movimiento en una perfecta continuidad en que la decisión, la elección del movimiento y su realización muscular se superponen con tanta nitidez, que da la impresión que el cuerpo sabe lo que debe hacer; el conjunto del movimiento se desenvuelve en un equilibrio tan indiferente, que la energía puede surgir en todo instante, en el sitio querido del cuerpo y en la dirección deseada y ello, a pesar de la rapidez de ejecución y la presencia de uno o varios adversarios. El papel primordial atribuido al Hara o Tándem es reunir todas las disposiciones del cuerpo, vincular entre ellas todas sus partes, dándole así mas potencia y eficacia en la realización de sus acciones. No son ya sólo las manos las que asen, los hombros los que trabajan, las piernas las que se desplazan, sino es el cuerpo en su conjunto el que sigue el desplazamiento del Hara en sus evoluciones. Fuente:Kishintai Dojo, Bogotá, Colombia

La Maestria

La labor, la obra, es mucho más que una acción perfectamente realizada. Lo que subsiste tras la acción manifestándose en una forma, es lo que «perdura», porque: es perfecta. Lo propio de una obra maestra es que no hay que añadirle ni suprimirle nada; cada detalle es necesario, porque ocupa su sitio en el conjunto. Al igual que la acción, la obra perfecta implica un dominio de la técnica, lo que, a su vez, supone larga práctica. Esta práctica es lo único que le hace al maestro madurar, permitiéndole así llegar a la obra consumada. Pero en esto también, así como en la acción el sentido de la práctica, del ejercicio, no está en el ejercicio en sí, sino en aquello a lo que, en última instancia, el ejercicio permite llegar. Sensêi Se habla de «maestro», cuando lo que se ha hecho o producido no es fruto de la casualidad, sino de la maestría. Esto supone algo totalmente distinto al simple dominio de la técnica. Es un cierto estado interior del hombre lo que prueba un verdadero saber. Pues aunque conozca una técnica, el hombre que la utiliza seguirá siendo un maestro muy limitado si su trabajo depende de su humor o de su sensibilidad. Aquel que pierde la calma o se siente turbado por alguien que le observe mientras trabaja, no es un verdadero maestro. Sólo lo es desde el punto de vista de la técnica. Pero no lo es en lo que

respecta a su persona. Domina técnica que ha aprendido, pero no es dueño de si mismo. Y cuando su saber-hacer es superior a su saber-ser,... el saber-hacer puede fallarle en un momento decisivo. Ahora bien, para llegar a ser dueño de sí mismo, sólo hay una práctica, que no proporciona un saber técnico, sino que engendra cierto estado interior que es la mejor garantía de un saber-hacer. Se trata de una práctica entendida como ejercicio interior. Lo que cuenta no es el hecho visible, sino lo que el hombre gana interiormente. El ejercicio, comprendido así, no tiene como objeto la acción en cuanto tal, ni tampoco su resultado visible, sino la transformación del hombre. Es verdad que una acción o una obra perfectamente cumplidas, exigen como punto de partida cierto estado interior, pero, a su vez, prepararse para esa acción o esa obra es un camino que lleva a «ser dueño de sí interiormente es decir, a encarnar el SER en la existencia. El sentido de la acción o de la obra pasa así, del plano exterior al interior. No se busca un éxito concreto, sino formar un estado de ser cuya estabilidad permita también, por supuesto, obtener un resultado perfecto, pero cuyo fin sea la manifestación del SER. Considerado desde esta perspectiva, 'todo arte puede constituir un medio para progresar en la «vía interior». Se comprende así que para el Japonés, el tiro con arco, la danza, el arte floral, el canto, la ceremonia de té o la lucha, no son sino una sola y única cosa». Si se sitúa uno desde la perspectiva de un trabajo terminado o, de su rendimiento, esta cita no tiene ningún sentido. Pero si se la concibe desde nuestro propósito, o sea, desde el punto de vista de la búsqueda del verdadero Símismo, resulta obvia. Está claro que para el Japonés, todo arte y todo deporte, va más allá de la simple noción de rendimiento, de resultado concreto, externo, y que al ejercitarse,. está trabajando para lograr un «estado de ser», para devenir un hombre «completo». De hecho, cuando se alcanza este fin, haciéndose realidad la integración del SER, toda realización se hace por sí misma, sin tener la impresión de que lo que quiera que sea haya sido hecho. Se podría establecer una comparación con el modo en que la manzana, ya madura, cae del manzano, de forma natural. Tomado de: Karl Graf Dürckheim. Hara Centro Vital del Hombre.

HARA, CENTRO VITAL DEL SER En cada ser existe una actitud original para “Ser”. Desgraciadamente la forma de vida actual está ahogando esa cualidad. El materialismo galopante, un ego demasiado exagerado o el afán desmesurado por triunfar son las principales causas para que este don que todos tenemos apenas se pueda manifestar. El Hara, un centro de energía muy importante en el ser humano, se sitúa entre el ombligo y la pelvis. Localizarlo a nivel físico y trabajarlo con diferentes técnicas es una forma de aprovechar, en nuestro beneficio, este gran caudal energético. Pero, ¿cómo llevar esto a cabo? Muy fácil: realizando el ejercicio que a continuación se explica. Personalmente he practicado esta serie de técnicas, extraídas de la bibliografía que más abajo se cita, y obtenido excelentes resultados. Sentados, con la espalda recta, los hombros distendidos pero no caídos, y la cabeza en el punto justo para que la barbilla nunca esté ni levantada ni demasiado caída, se toma aire por la nariz y se lleva a esa parte del abdomen ubicada entre el ombligo y la pelvis. Así vamos notando cómo se hace una bola que presiona hacia abajo, que se ensanchan el abdomen y el pecho, suavemente, sin subir nunca los hombros que están siempre relajados. Este ejercicio se debería realizar entre diez minutos y media hora todos los días. Como es lógico, al principio cuesta un poco, pero a medida que se practica, comprobaréis que os encontraréis mucho mejor en general. Notaréis en el quehacer diario una mayor relajación, y más concentración en los trabajos cotidianos. El cuerpo adquiere distinta forma, percibida también por los demás. Hay que tener paciencia al realizar estos ejercicios y

esperar para apreciar sus resultados. Debe ser un compromiso para toda la vida, pues todo lo que vale verdaderamente la pena cuesta tiempo, esfuerzo y disciplina. Espero que estas técnicas os sean útiles y que las vibraciones de armonía se extiendan como círculos de agua a toda la humanidad. Para saber más: Karlfried Graf Durckheim, Hara. Centro vital del hombre, Eds. Mensajero Karlfried Graf Durckheim, El Zen y nosotros, Eds. Mensajero Karlfried Graf Durckheim, El Maestro interior, Eds. Mensajero Inmaculada Gómez

Karlfried Graf Dürckheim

La influecia de Japón en la vida de Dürckheim Providencialmente, o acaso por alejarlo de los puestos visibles u oficiales, es enviado en 1938 en misión cultural a Japón, para estudiar la relación e influencia de la espiritualidad japonesa en la educación. Así, para cuando estalla la Segunda Guerra Mundial, Dürckheim ya se encuentra en Japón, donde permanece casi 10 años impregnándose del zen y practicando la meditación y aquel sagrado silencio al que ya era proclive desde los bosques de cacería de su infancia, en compañía de su padre. Su estancia en Japón se ve interrumpida por la muerte de éste, y tiene que volver brevemente a Alemania con este motivo, heredando de paso el título nobiliario de Conde que aquel ostentara. En Japón conoce también a D. T. Suzuki y continúa con sus prácticas, a las que se suma el dibujo y el tiro con arco. Tiene oportunidad de conocer las múltiples expresiones del zen en las artes marciales, la danza, los arreglos florales, etc. Observa la simplicidad aparente y búsqueda de la perfección en estas manifestaciones, a través de las cuales el practicante se va alineando dentro de sí hasta ser uno con aquello que realiza, y uno consigo mismo. El propio cuerpo es a la vez el instrumento y el resultado de la sincronización total del ser y del hacer; quien refina es refinado. Es el período en el que K. G. Dürckheim va integrando dentro de sí la semejanza esencial de los mensajes de Meister Eckhart con los del Buda. Comprende que la budeidad es inherente a todo ser humano, que se puede tomar consciencia de esta semejanza esencial a través de una experiencia trascendente que nos muestre la unidad esencial de todos los seres, pero para que esta comprensión permanezca viva y presente en el vivir cotidiano debe mediar una transformación de la personalidad, a través de una práctica y un trabajo dirigidos. No basta haber tenido una experiencia numinosa (o “momentos privilegiados”, u “horas estrellas de la vida”, como las llamaba), debe darse testimonio permanente de esa nueva comprensión en cada acto, día tras día. Observa Dürckheim que el Ser esencial, la naturaleza de Buda, el satori y la naturaleza de Cristo son equivalentes, y quiere transmitir esta comprensión integradora y ecuménica a aquellos que anhelan una experiencia del verdadero Ser. Se da cuenta del abismo existente entre Oriente y Occidente en la concepción y tratamiento del cuerpo físico. En el hemisferio occidental normalmente al cuerpo se lo considera apenas como un recipiente, las más de las veces como un obstáculo al crecimiento interior, incluso como “el pecador”, y casi nunca como uno de nuestros más valiosos instrumentos para “ser”. En la perspectiva oriental, no es posible alinearse con la naturaleza esencial sin alinearse primero con el cuerpo, experimentándolo plenamente, tomando consciencia de sus zonas más recónditas, de sus reacciones y actitudes, de sus crispaciones, hasta que responda también a la dirección de la naturaleza pura y esencial del hombre. Y para los japoneses, este alineamiento pasa necesariamente por el centramiento en el Hara, centro energético de anclaje fundamental para cualquier práctica. El Hara es considerado como un núcleo de energía infinita no contaminada de ego, una suerte de centro-raíz que nos conecta con la totalidad de nosotros mismos, de modo tal que cualquier práctica o actividad que desarrollemos arraigados en él será realizada según el curso que debe suceder, sin intromisión de nuestros deseos o expectativas. Desde ese anclaje de libertad respecto del ego nos podemos entregar plenamente a la actividad en el momento presente. Lograr vivir permanentemente los actos cotidianos centrados en el Hara nos permite estar en el mundo sin pertenecer a él, actuar en el mundo sin identificarnos con el

objetivo de nuestra actuación; realizar sin esperar el fruto de la acción. Paradójicamente, se dice que K. G. Dürckheim es el autor del primer –acaso único- libro acerca del Hara, centro energético acerca del cual los japoneses tenían un conocimiento previo milenario.

Amigo del Alma

A fines de Octubre de 1896, en Munich, Alemania, nacía el descendiente de un antiguo y noble linaje Bávaro, en el seno de una familia cristiana, llamado Karl Friedrich Alfred Heinrich Ferdinand Maria Graf Eckbrecht von Dürckheim-Montmartin, filósofo, psicólogo, buscador, terapeuta, educador y guía. A la muerte de su padre heredaría su título de Conde de Graf. Primeros Años La infancia, plena en sus recuerdos de estímulos sensoriales, y sin mayores contratiempos, se desarrolla en Steingarden, terminando luego en Weimar donde realiza su bachillerato de Humanidades. La tranquilidad de este período se ve abruptamente interrumpida en 1914 por el comienzo de la Primera Guerra Mundial. Con apenas 18 años para entonces, se alista de inmediato en el Ejército y es trasladado al frente, donde permanece en campaña por diversos lugares de combate durante casi cuatro años. Las numerosas experiencias extremas que le toca vivir y presenciar durante ese período le marcan profundamente, obligándole tomar contacto precoz con sus propias percepciones y emociones frente al espectáculo de la muerte, de su tragedia y fascinación, y la fragilidad de la vida. Conoció así tempranamente sus abismos, como también el verdadero valor del tiempo, de la libertad interior, del espacio, de la vida. Concluida la guerra y en medio de la confusión política, es acusado de traición y puesto en prisión por los nuevos dirigentes políticos. Estando privado de libertad física, tiene una primera experiencia de lo que luego denominara como consciencia absoluta, un estado de total claridad y certeza internas que llevan a decisiones y actos prístinos que difícilmente se podrían concebir o realizar bajo la influencia de la consciencia normal. Lo explica como la respuesta a un llamado muy profundo, supra-personal e imperioso, que debe ser obedecido aún a costas de la incomprensión o rechazo familiar o social. Al menos en dos oportunidades se le presentó esta certeza de lo que debía hacer, lo que no estuvo exento de consecuencias para su vida personal. Ya comenzaba a tomar forma en él la idea de trabajar con el ser interior del hombre ayudándolo a ponerse en contacto con esta consciencia absoluta o verdadero Ser. Para Dürckheim, esta era, lejos, una necesidad más prioritaria que tratar con patología psicológica mediante terapias convencionales. Iba vislumbrando la forma en la que podría ayudar a sus semejantes a alcanzar su propia eternidad y trascendencia como seres. Ingresa a la Universidad de Munich donde estudia Economía, Filosofía y Psicología. Luego, en la Universidad de Kiel realiza un doctorado en Filosofía. Paralelamente, con un grupo de tres amigos más, de intereses afines, forman un grupo de búsqueda, práctica e investigación interior a través del silencio y la meditación que llamaron Quatuor. El cuarteto compartía consejos, pláticas y prácticas con aquellos que acudían a consultarles. Es la época en la que conoce y estudia al Maestro Eckhart, Lao Tsé, Rilke, San Juan y el budismo, aunque reconoce a Eckhart como mi maestro, el maestro. Poco después de concluir su doctorado se casa, y es nombrado profesor del Instituto de Psicología de Leipzig. Le sigue una serie de años de actividades y logros académicos en las áreas de Filosofía y Psicología, tanto en Leipzig (1923) como en Breslau (1931) y el mismo Kiel. Pocos años antes del inicio de la Segunda Guerra Mundial ingresa al círculo de la Política Extranjera de Berlín, participando en distintas gestiones de orden diplomática que lo llevan a numerosos viajes al extranjero. Las aguas del nazismo están para entonces bastante crecidas (1935), y el propio Rudolf Hess le encomienda algunas misiones. Es por esta época que Dürckheim descubre que una de sus abuelas era judía, noticia que le significará la pérdida de las misiones oficiales. Japón Providencialmente, o acaso por alejarlo de los puestos visibles u oficiales, es enviado en 1938 en misión cultural a Japón, para estudiar la relación e influencia de la espiritualidad japonesa en la

educación. Así, para cuando estalla la Segunda Guerra Mundial, Dürckheim ya se encuentra en Japón, donde permanece casi 10 años impregnándose del zen y practicando la meditación y aquel sagrado silencio al que ya era proclive desde los bosques de cacería de su infancia, en compañía de su padre. Su estancia en Japón se ve interrumpida por la muerte de éste, y tiene que volver brevemente a Alemania con este motivo, heredando de paso el título nobiliario de Conde que aquel ostentara. En Japón conoce también a D. T. Suzuki y continúa con sus prácticas, a las que se suma el dibujo y el tiro con arco. Tiene oportunidad de conocer las múltiples expresiones del zen en las artes marciales, la danza, los arreglos florales, etc. Observa la simplicidad aparente y búsqueda de la perfección en estas manifestaciones, a través de las cuales el practicante se va alineando dentro de sí hasta ser uno con aquello que realiza, y uno consigo mismo. El propio cuerpo es a la vez el instrumento y el resultado de la sincronización total del ser y del hacer; quien refina es refinado. Es el período en el que K. G. Dürckheim va integrando dentro de sí la semejanza esencial de los mensajes de Meister Eckhart con los del Buda. Comprende que la budeidad es inherente a todo ser humano, que se puede tomar consciencia de esta semejanza esencial a través de una experiencia trascendente que nos muestre la unidad esencial de todos los seres, pero para que esta comprensión permanezca viva y presente en el vivir cotidiano debe mediar una transformación de la personalidad, a través de una práctica y un trabajo dirigidos. No basta haber tenido una experiencia numinosa (o momentos privilegiados, u horas estrellas de la vida, como las llamaba), debe darse testimonio permanente de esa nueva comprensión en cada acto, día tras día. Observa Dürckheim que el Ser esencial, la naturaleza de Buda, el satori y la naturaleza de Cristo son equivalentes, y quiere transmitir esta comprensión integradora y ecuménica a aquellos que anhelan una experiencia del verdadero Ser. Se da cuenta del abismo existente entre Oriente y Occidente en la concepción y tratamiento del cuerpo físico. En el hemisferio occidental normalmente al cuerpo se lo considera apenas como un recipiente, las más de las veces como un obstáculo al crecimiento interior, incluso como el pecador, y casi nunca como uno de nuestros más valiosos instrumentos para ser. En la perspectiva oriental, no es posible alinearse con la naturaleza esencial sin alinearse primero con el cuerpo, experimentándolo plenamente, tomando consciencia de sus zonas más recónditas, de sus reacciones y actitudes, de sus crispaciones, hasta que responda también a la dirección de la naturaleza pura y esencial del hombre. Y para los japoneses, este alineamiento pasa necesariamente por el centramiento en el Hara, centro energético de anclaje fundamental para cualquier práctica. El Hara es considerado como un núcleo de energía infinita no contaminada de ego, una suerte de centro-raíz que nos conecta con la totalidad de nosotros mismos, de modo tal que cualquier práctica o actividad que desarrollemos arraigados en él será realizada según el curso que debe suceder, sin intromisión de nuestros deseos o expectativas. Desde ese anclaje de libertad respecto del ego nos podemos entregar plenamente a la actividad en el momento presente. Lograr vivir permanentemente los actos cotidianos centrados en el Hara nos permite estar en el mundo sin pertenecer a él, actuar en el mundo sin identificarnos con el objetivo de nuestra actuación; realizar sin esperar el fruto de la acción. Paradójicamente, se dice que K. G. Dürckheim es el autor del primer acaso único- libro acerca del Hara, centro energético acerca del cual los japoneses tenían un conocimiento previo milenario. La Selva Negra Terminada la Segunda Guerra Mundial vive la azarosa experiencia de ser arrestado en Japón por los norteamericanos, que le acusaron de ser espía nazi en Japón, y que lo condujo a permanecer casi dos años en prisión. Dürckheim aprovechó los eternos días en la celda para practicar zazen por horas, convirtiéndolas en preciosas. Una vez liberado, volvió a Alemania, donde conoció a la analista junguiana Maria Hippius, con quien trabajará en estrecha colaboración de ahí en adelante, y con quien funda, en 1950, un centro de formación y encuentro existencial y psicológico para el desarrollo integral del hombre, en el villorrio de Todtmoos-Rutte, en la Selva Negra, que llamaron Escuela de Terapia Iniciática. Los estudios, la reflexión, la experiencia y práctica de varios lustros, se plasmaron en una enseñanza, en un método, en una escuela. En su escuela para el desarrollo integral del hombre, el cuerpo físico, como herramienta e instrumento de transformación tenía un sitial de honor, y aplicó allí numerosas técnicas y ejercicios de los que aprendiera en su permanencia en Japón. Trataba al

cuerpo como un reflejo del ser total, a diferencia de la medicina convencional, cuya perspectiva no suele sobrepasar lo orgánico. Como reflejo del ser, insistía Dürkheim en que los terapeutas debían tratar al cuerpo con amor, como una prolongación de ellos mismos, tratando de equilibrar sus energías para el adecuado flujo pránico.El terapeuta no es aquel que sana, esto es, aquel que interviene con sus propias capacidades; el terapeuta, en el sentido original del término, es un compañero en el camino. Dürkheim estaba en perfecto conocimiento de que la salud del cuerpo físico depende de la salud de la fuerza que lo anima, esto es, el cuerpo etérico. Además de masajes, utilizó también las vibraciones, el magnetismo, ejercicios respiratorios, la eutonía, la práctica de la marcha meditativa, el aikido, y todo aquello que ayudara a sus discípulos y pacientes a liberar las zonas contraídas y regularizar los ritmos fisiológicos normales para alcanzar el desarrollo armónico e integral de la persona. Lo que estoy haciendo no es la transmisión del Budismo Zen dice K. G. Dürkheim-; por el contrario, voy tras algo universalmente humano que proviene de nuestros orígenes y que resulta ser más enfatizado en las prácticas orientales que en las occidentales. A través de sus enseñanzas Dürckheim va haciendo una síntesis de todo aquello que tienen en común el taoísmo, el budismo zen, el misticismo cristiano y la psicología profunda de raíz junguiana, convirtiendo aquello en una práctica y una forma de vida, aplicada en forma individualizada y única al proceso de individuación de cada persona. Además de las terapias físicas, Dürckheim, junto a M. Hippius, desarrollan la enseñanza a través de charlas y pláticas, sesiones de psicoterapia para problemas específicos, y desde luego, las prácticas de la vigilancia crítica de uno mismo y de la meditación. Así como se ha buscado hacer al cuerpo físico transparente a los influjos del Ser, se busca hacer la mente transparente a la misma irradiación. Enseña y practica constantemente el zazen, desarrolla seminarios, talleres y trabajos de grupo, con el único objetivo de la realización del hombre, concebida como su transparencia total al Ser. Esta transparencia se debe preservar mediante la práctica y la auto-observación para que sea realidad cada día, en la consciencia permanente de la unidad de todos los seres, y en un estado habitual de franqueza, apertura, receptividad y presencia en el momento presente.

En 1981, Dürckheim abre un centro en Francia, dirigido hasta el presente por su discípulo y colaborador Jacques Castermane, quien había abandonado sus estudios de Medicina en Bruselas para seguir al sabio de la Selva Negra, permaneciendo en el Centro de Rütte por seis años. En forma concisa y contundente relata J. Castermane su encuentro con Dürckheim: En el año de 1967, en la casa de Erasmo, asistí a una conferencia de K. G. Dürkheim. Desde su primera frase me di cuenta de que aquel hombre era aquello que decía. Y así resume la relación con el maestro: Un guía muestra el camino, quien lo recorre llega a la cima por sus propios pies y no a los hombros de aquel. El 28 de Diciembre de 1988, a la edad de 92 años, muere K. G. Dürckheim, en su escuela de Todtmoos-Rütte que había fundado 38 años antes, luego de toda una vida dedicada a la práctica, a la enseñanza y a la terapia preparatorias para el encuentro del verdadero Ser, o, dicho en sus palabras, para dejarse encontrar por lo Totalmente Otro. La Rueda de la Metamorfosis El método de transformación de Dürckheim se basa en la práctica cotidiana concentrada, partiendo por el arraigo concreto en el cuerpo y el presente, por sobre cualquier teoría o concepción filosófica o religiosa abstractas. Describe la transformación como una secuencia circular de tres etapas: Etapa I: Todo aquello que sea contrario al ser esencial debe ser abandonado - Paso 1: la práctica de mirarse a sí mismo en forma crítica

- Paso 2: Dejarse ir en todos los sentidos de modo de poder convertirnos en alguien nuevo Etapa II: El que hemos sido hasta entonces se debe disolver en un nuevo ser trascendente que nos absorba y reconstruya - Paso 3: Unión con el Ser trascendental - Paso 4: Convertirse en alguien nuevo de acuerdo con la imagen trascendente experimentada. Etapa III: La nueva base formada debe ser reconocida, creciendo la responsabilidad personal - Paso 5: La práctica de esta nueva forma diariamente, mirándose críticamente a sí mismo, lo que conduce nuevamente al primer paso, en una espiral continua. Bibliografía - Meditar, por qué y cómo? - La Gata prodigiosa y otros Textos Zen - El Rendimiento Deportivo y la Madurez Humana - Sabiduría y Amor - Camino de Vida - Experimentar la Trascendencia - El Zen y Nosotros - Práctica del Camino Interior: lo cotidiano como ejercicio - Japón y la Cultura de la Quietud - El Centro del Ser - El Camino de la Trascendencia: el hombre en busca de su integridad - El Sonido del Silencio - El Despuntar del Ser: etapas de maduración - Un sabio en la Selva Negra - Experiencia y Transformación - Hara: Centro Vital del Hombre - El Maestro Interior: el maestro, el discípulo, el camino - El Hombre y su Doble Origen Loreto Morán

Hara: centro vital Un libro fundamental dentro de la obra sobre budismo zen para occidentales de Dürckheim, reeditado una y otra vez.

La falta de madurez es el mal de nuestra época y la incapacidad de madurar, la enfermedad de nuestro tiempo. El hombre se ha convertido en un extraño respecto a su propio ser. Pero le anima la

nostalgia de su ser esencial. Hay que abrirle la puerta de acceso a la unión con su primer origen y mostrarle el camino y la práctica del ser esencial. Por Hara, los japoneses entienden el hecho de poseer un “estado de ser” que implica a todo el hombre, permitiéndole abrirse a las fuerzas y a la unidad de la vida original, así como manifestarlas, tanto por medio de la disposición y realización de la vida, como por el sentido que se le otorgue. En cada ser existe una actitud original para “Ser”. Desgraciadamente la forma de vida actual está ahogando esa cualidad.

El materialismo galopante, un ego demasiado exagerado o el afán desmesurado por triunfar son las principales causas para que este don que todos tenemos apenas se pueda manifestar. El Hara, un centro de energía muy importante en el ser humano, se sitúa entre el ombligo y la pelvis. Localizarlo a nivel físico y trabajarlo con diferentes técnicas es una forma de aprovechar, en nuestro beneficio, este gran caudal energético.

Karlfried Dürckheim (Múnich, 1896 - 1988). Diplomático, psicoterapeuta y Zen Master. Fundador del "Centro de formación existencial y psicológica y encuentro", ubicado en el Bosque Negro. Sus libros se basan en sus conferencias, entre los que destacan: Hara: el centro vital del hombre , Zen y nosotros, La convocatoria para el Maestro, Absoluta Vida: El otro mundo en el Mundial y el camino hacia la madurez, El camino de la transformación: la vida cotidiana como ejercicio espiritual y El culto japonés de la tranquilidad.

viernes, 27 de marzo de 2009 LA RESPIRACIÓN.

Se necesita cierto tiempo para aprender que una respiración “falsa” supone una actitud defectuosa de uno mismo, o con otras palabras, que no es el cuerpo el que respira mal, sino que es la persona la que está ahí de manera “falsa”, es decir, que no está en su “forma justa”. Para conseguir ésta, no basta con comprender conceptualmente el significado fundamental de la respiración; es igualmente necesario comprenderlo desde el interior. La respiración no es sólo el hecho de aspirar y de echar el aire; es un movimiento fundamental de la vida. Por la forma de respirar de un hombre, se puede conocer su actitud general frente a la vida. Toda modificación durable de la respiración supone un cambio de actitud frente a sí mismo y a la vida, y a la inversa, el ejercicio personal de la respiración, transforma todo el ser. Al igual que toda postura corporal “falsa”, un ritmo de respiración “falso” o una arritmia, son expresión de un bloqueo o de una alteración en el devenir del Ser

divino interior indispensable para una vida sana a cualquier plano.

La respiración “justa” no es fruto de la voluntad, sino que va y viene por sí misma sin que el Yo, consciente o inconscientemente, haga nada. Si la respiración está bloqueada arriba, en la parte alta del diafragma o en los hombros, indica que el hombre es prisionero del Yo, que permanece a la defensiva y que, por consiguiente, no está todavía realmente abierto, ni a los otros, ni al mundo. Al no tener el Yo confianza, le hace creer que es él quien debe hacerlo todo y cuidar de todo, por lo tanto también de la respiración. No la deja que venga y se vaya naturalmente, sino que fuerza y deforma la espiración completa, profunda, con una resistencia. Este inconsciente bloqueo respiratorio es también un bloqueo en el Camino interior, que exige soltar presa, abandonar el Yo. Lo primero, pues, que hay que aprender es a: dejar que el fenómeno de la respiración se haga por sí mismo. Esto es más difícil de lo que parece. Es difícil hacer que desaparezca la tensión involuntaria provocada por un Yo siempre inquieto, que se manifiesta por el control y bloqueo inconsciente de la respiración.

El hombre ha de recorrer un largo camino hasta aprender a respirar bien, conscientemente, dejando que la respiración se haga de modo natural. Un maestro zen, al que se le preguntó sobre su manera de ejercitarse en la respiración, contestó: “ Desde hace treinta años me esfuerzo por observar conscientemente la respiración, sin alterarla”.... Extracto del libro de Karlfried G. Dürckheim: “ HARA, CENTRO VITAL DEL HOMBRE”. Ediciones Mensajero.

Estar en Hara...estar en paz

Hara, la búsqueda del centroHara es una palabra japonesa que designa “un estado del ser”, centrado y sereno. Designa al vientre y a lo que allí reside: la conciencia del ser profundo. Describe también la zona del abdomen comprendida entre la boca del estómago, las últimas costillas, el hueso púbico y la cresta ilíaca. Conocer este punto en el propio cuerpo, permite mantener una actitud relajada, optimista, conciente y creativa. Allí, en el centro, reside también la memoria del cordón umbilical: el recuerdo del momento en que no hacía falta

procurarse

alimento

ni

abrigo

porque

todo

estaba

previsto

por

la

matriz.

Allí donde la madre alimentó al feto hay una memoria celular de un estado pleno y nutritivo. Volver a ese sitio con la imaginación, la conciencia, el tacto y el ejercicio, devuelve seguridad y confianza, permite actuar de una

manera

“centrada”.

Los chinos llaman a este punto energético“tan-tien”, “mar de chi” o “centro de conciencia” y lo ubican a unos cuatro dedos por debajo del ombligo, “hacia adentro”. Los hindúes lo llaman “segundo chakra” y lo describen como

un

vórtice

de

energía

que

permite

el

acceso

al

goce

y

la

alegría.

En tanto que los orientales conocen la importancia de este centro desde hace miles de años, los occidentales, por el contrario, nos hemos abocado al cultivo de la mente. Perdimos así la conciencia del centro y nos instalamos en “el piso superior”: en el cerebro y en la razón. Nos volvimos racionales y nos olvidamos

del

enorme

caudal

de

sabiduría

inmanente

que

reside

en

las

entrañas.

Según el filósofo alemán Karlfried Graf Durckheim, estudioso de la idiosincrasia oriental, una persona que hunde el vientre y saca el pecho, como modo de enfrentar las vicisitudes de la vida cotidiana, denota una postura física antinatural y una actitud interior que no está en armonía con su sentir más profundo. Lo que hay que hacer es “bajar el peso”, acercar el perineo a la tierra, ser conciente del vientre, de lo que se siente. Desplazar el centro de gravedad hacia la cabeza y no hacia el vientre, hace que el hombre y la mujer pierdan contacto con su ser profundo y se guíen, en cambio, por la auto-importancia del propio ego, por la imagen, por lo que está fuera de uno mismo. Los resultados pueden ir desde un excesivo trabajo mental, un permanente diálogo interior, una búsqueda insaciable de aprobación externa, hasta la sensación física de mareo

y

vértigos.

“Desplazar el centro de gravedad hacia la mente hace que el hombre oscile entre un estado de tensión muy fuerte y un estado de permanente disolución de su propio ser”, escribe Durckheim en su libro Hara, Centro Vital

del

Hombre.

Japoneses y chinos, ponen el acento en el vientre y desde allí sienten y actúan. Esta diferencia de posturas físicas y “modos de estar en el mundo”, resulta fácilmente observable hasta en la “forma” en que occidentales y orientales, suelen auto-eliminarse: los primeros se pegan un tiro en la sien, los segundos atentan Despertar

contra

el

vientre,

se

hacen

el

“hara-kiri”, el

es

decir,

“se

matan

el

centro”. ombligo

El verdadero centro no es el pecho, el corazón o la cabeza sino el vientre. Una manera de comprobar esto es re-aprender a respirar con el abdomen como hacen los bebés. Y para conseguirlo, nada mejor que observar a un niño pequeño, ver cómo hincha y hunde el vientre cuando juega y respira. Quien sabe llevar la respiración hacia abajo, hacia el Hara, encuentra naturalmente la paz. Así que, la próxima vez que se sienta inquieto o ansioso, antes de tomar una pastilla -o un té de tilo-, pruebe al menos llevar

la

conciencia

hacia

la

zona

del

ombligo

y

respirar

desde

allí.

Los taoístas –los que siguen el fluír de la “vía o el camino natural”: el tao- entrenan esta zona del bajo vientre para que cumpla con las funciones de “un segundo cerebro”. Lo llaman también “campo medicinal” o “campo del elixir”, como modo de describir las oleadas de energía que se despiertan al trabajarlo. El tai-chi y el chi-kung son sistemas de ejercicios y de meditación en movimiento que sirven para desarrollar el hara. Se trata del arte de cultivar y condensar el chi, la energía original, en el tan- tien inferior, aumentando

la

presión

en

esa

zona.

La postura básica de estos ejercicios consiste en mantener los pies y el perineo conectados hacia la tierra, las rodillas flexionadas, la columna vertebral alineada y recta, los hombros bajos y relajados y la cúspide la cabeza colgando como de un hilo, desde el cielo. Luego, la respiración y la atención se concentran en la zona del ombligo y del bajo vientre y desde allí se inician movimientos lentos, armónicos y circulares. Otro modo de despertar el hara es la práctica de masajes. El zen-shiatsu, masaje japonés creado por Shizuto Masunaga, profesor de psicología en la Universidad de Tokio, fallecido en 1981, es uno de ellos. Este tratamiento terapéutico utiliza como base la descripción de los canales de energía del organismo humano,

realizado

por

la

Medicina

Tradicional

China.

Con el paciente recostado en el suelo o sobre un futon (colchón artesanal de cascarilla de arroz) se hace un recorrido por los diferentes canales de energía, a partir de un diagnóstico de presión del abdomen, del Hara, que

permite

distinguir

el

buen

o

mal

funcionamiento

de

los

órganos.

En este tipo de masaje el objetivo es conocer al paciente física, emocional, psicológica y espiritualmente, lo que requiere una suerte de conocimientos que superan un enfoque meramente anatómico y fisiológico del cuerpo

humano.

Tanto para el receptor del masaje como para el terapeuta, o para el practicante de tai-chi o cualquier otro arte de meditación, estar en el Hara es estar en paz, sereno, gracias al descubrimiento del nexo entre lo físico

y

lo

psíquico.

Llegar al Hara es llegar a las raíces del ser, es volver a la fuente, encontrarse a sí mismo. Claro que para acceder al centro es necesario pasar por la experiencia de un entrenamiento cotidiano. Puede ser la práctica sostenida de tai-chi, chi-kung, aikido, yoga o cualquier otro arte que busque la resolución centrada de los propios conflictos y de los que se generan cuando cada persona se enfrenta a sí misma

y

a

otro

ego.

En una época en que el racionalismo parece haber agotado su caudal de sabiduría y en que las religiones

han dejado de proporcionar claves para la auto-transformación, la nostalgia del ser esencial lleva a algunos al cultivo del ombligo. Pero no como modo de acentuar el individualismo sino como un camino de reencuentro con la fuerza del “shen-chi”: la energía del poder espiritual.

Resulta oportuno comparar estas nociones con las de otra gran tradición. Se trata de la concepción budista del hara. Hara significa literalmente vientre, la zona que se halla debajo del ombligo, la cual es para el budismo el centro del cuerpo humano, el centro de gravedad psicofísico del hombre, en el cual debe éste apoyarse si desea vivir una vida no mutilada. Esa zona es desde el punto de vista biológico tanto el reino de la fertilidad, gobernado por Ceres, pues en él se cumplen las funciones de gestación y asimilación, como también el plutónico imperio inferior, porque allí se desarrollan la descomposición y la muerte. "El hecho de anclarse en el centro de su cuerpo procura al hombre el goce de una fuerza que le da la posibilidad de enseñorearse de su existencia" (Graf Karlfried von Durckheim). Hara. Dicha fuerza es la vida cósmica que atraviesa el vientre y a la que el hombre puede propiciarse si aprende a no ser víctima de su cerebro, su corazón o su voluntad, si aprende a descender a sus raíces. El esfuerzo propiciatorio indica reconocimiento por parte del hombre del cordón umbilical que lo une al gran ritmo de la naturaleza. "Lo que importa es la fuerza primordial y universal de la vida que atraviesa a grandes oleadas el bajo vientre del hombre, similar a un torrente de agua que viniendo de la eternidad pasase rumbo a la eternidad"(op. cit). (Por Héctor Murena)

Transmutación vs Transubstanciación «Este es el malentendido de siempre: pensamos que "Iluminación" significa que brota en nosotros una luz en virtud de la cual llegamos a contemplar algo totalmente inédito; nosotros, los mismos que éramos lo que éramos. Ciertamente es un fenómeno frecuente en la vida. Así, cuando repentinamente vemos claro un problema, o asunto, o persona, y todo queda claro siendo antes incomprensible y oscuro; o inesperadamente nos damos cuenta de algo que antes se nos ocultaba: es una experiencia grandiosa cuando de golpe tenemos una intuición que relaciona y armoniza un sinnúmero de cosas ininteligibles que quedan, por lo mismo, ordenadas y encuentran cada una su puesto. Y también hay intuiciones capaces de organizar y jerarquizar todas las cosas. De golpe, el hombre adquiere una nueva visión del mundo que, a un tiempo, tranquiliza y da nuevas alas a su espíritu. Pero todo esto nada tiene que ver con la iluminación y el despertar del que habla el Zen. Aquí se trata, no ya de que el hombre contempla algo nuevo con ojos viejos, sino de que un nuevo ojo transfigura lo antiguo. Esta nueva vista es algo distinta de la antigua que pudiera dar una nueva luz. La iluminación no dice que el hielo se funde en torno a uno mismo, sino que uno mismo cambia por así decirlo de estado físico. Iluminación significa que cambia uno mismo, y, por lo mismo, su visión. Y, por eso, un nuevo hombre contempla de una nueva manera; y, en consecuencia, contempla algo muy distinto.» Karlfried Dürckheim

"La sombra es la luz en la forma del árbol que se interpone" (K. Graf Dürckheim) Leer más: http://cosasnimias.blogspot.com/2006_08_01_archive.html#ixzz22VXpvbKo

Karlfried Graf DürckheimMadurez interior {

Con una calma total y con todo el ceremonial requerido, como si tuviera tiempo infinito interiormente, un maestro tiene siempre tiempo infinito, el abad se puso a preparar la tinta. Con un movimiento regular de la mano, estuvo frotando hasta que el agua quedó negra. Sorprendido al ver que fuera el propio Maestro el que hacía este trabajo, pregunté cuál era la razón. Su respuesta fue muy significativa: “Gracias al tranquilo movimiento de balanceo de la mano que prepara la tinta cuidadosamente, una gran calma se va apoderando de todo el ser, y únicamente de un corazón en calma perfecta es de donde puede nacer algo perfecto. Quiero referir aquí una historia vivida para explicar mejor este concepto de madurez interior y del cumplimiento que, necesariamente, tiene como efecto. Fue en una visita a un claustro japonés, en Kyoto, en 1945. Un amigo japonés consiguió para mi una audiencia con el maestro Hayashi, abad del célebre monasterio Zen de Myoshinji. Los japoneses tienen la delicada costumbre de hacerse regalos. El visitante, cuando es recibido por primera vez, lleva un regalo a su anfitrión y a su vez éste se ocupa de que el invitado no se vaya con las manos vacías. El regalo más valorado es siempre aquel que es obra de la propia persona que lo ofrece. Fue así como, al final de una larga y fructífera conversación, al llegar el momento de terminar, el Maestro me dijo: “Quiero hacerle un pequeño regalo. Voy a pintar algo para usted”. Dos monjes jóvenes trajeron el material que se precisaba. Sobre una estera cubierta con tela roja, colocaron una hoja fina de papel de arroz de 60 x 20 cm., sostenida arriba y abajo por una barra de plomo. Trajeron luego los pinceles y la tinta. Era, en realidad, una barra de tinta de China que se transformaba en tinta líquida a base de frotarla mucho contra las paredes de una piedra negra hueca que contenía un poco de agua. Con una calma total y con todo el ceremonial requerido, como si tuviera tiempo infinito interiormente, un maestro tiene siempre tiempo infinito, el abad se puso a preparar la tinta. Con un movimiento regular de la mano, estuvo frotando hasta que el agua quedó negra. Sorprendido al ver que fuera el propio Maestro el que hacía este trabajo, pregunté cuál era la razón. Su respuesta fue muy significativa: “Gracias al tranquilo movimiento de balanceo de la mano que prepara la tinta cuidadosamente, una gran calma se va apoderando de todo el ser, y únicamente de un corazón en calma perfecta es de donde puede nacer algo perfecto. Todo estaba ya preparado. El Maestro Hayashi se sentó sobre los talones, el cuerpo bien derecho, la frente serena, los hombros relajados, en la posición que caracteriza a quien practica desde hace mucho tiempo “la sentada”: el tronco distendido, pero a la vez con la tensión justa, vital. Con un movimiento inimitable, pues hasta ese punto era sosegado y fluido, el Maestro cogió el pincel. Por un momento, miró el papel, su mirada estaba como perdida en lo infinito. Luego dio la impresión de abrirse cada vez más hacia el interior, esperando que la imagen que contemplaba saliera libremente como de si misma. En ningún momento tuve la impresión de que le inquietara el temor de no lograr su propósito, o el deseo ambicioso de conseguirlo por encima de todo. El resultado fue el testimonio de una maestría que expresaba mucho más que el dominio de una técnica. De los seguros trazos del pincel fue naciendo, poco a poco, la imagen de una Kwannon, diosa de la caridad divina. Trazó primero la cara, con una serie de trazos finos; después, apoyando más, pintó el vestido y los pétalos de la flor de loto sobre la que la diosa se mantiene sentada. Luego llegó en

momento que me incita a contar esta anécdota, aquel momento en que el Maestro se puso a dibujar el nimbo que rodea la cabeza de la Kwannon, o sea, dibujar un círculo perfecto. Todos los que estaban presentes retuvieron el aliento. Siempre es una experiencia conmovedora esa manifestación de suprema libertad despojada de todo temor, al llevar a cabo una acción de cuya perfección no se puede dudar. Hay que decir que en aquél papel de arroz, extremadamente fino, una mínima pausa con el pincel, o una ligera vacilación lo estropea todo. Sin detenerse, el Maestro mojó su pincel en el agua, lo frotó ligeramente, escurrió el líquido que sobraba, y después, como si se tratara de la cosa más fácil del mundo, dibujó con un solo movimiento el círculo perfecto, símbolo de la pureza divina que irradia de la diosa. Ese fue un momento inolvidable. En toda la habitación reinaba una calma bienhechora, era simplemente la calma del Maestro que emanaba del círculo perfecto que acababa de dibujar. Cuando el Maestro Hayashi me entregó la hoja, le di las gracias y le pregunté: “¿qué hay que hacer para devenir Maestro?”. El me respondió sonriendo: “Basta con dejar que salga el maestro que hay en nosotros. Sí, es así de sencillo, hay que dejar que salga”. Para llegar a esto tan sencillo, hay que recorrer un largo camino. Ese es el camino que nos muestran los Maestros orientales: el camino del ejercicio tal como ellos lo entienden […] el hombre aprende a ser dueño de sí mismo. Ni que decir tiene que llegar a un saber-hacer, necesita al principio una atención mantenida, una voluntad firme e infatigable, así como una gran regularidad en la práctica de ejercicios repetidos constantemente hasta, por fin, lograr la técnica. Y el ejercicio, en su verdadero sentido del término, no empieza hasta que se domina la técnica. Sólo entonces, “el alumno” puede soltar el influjo de su Yo, que es un obstáculo en su Camino. Este Yo se caracteriza, tanto por la ambición y el deseo de brillar, como por el temor a fracasar. La piedra angular de todo ejercicio sigue siendo conseguir y consolidar el centro. Hara. Centro Vital del hombre, Ed. mensajero 1987. Pág. 39.

Estar en Hara...estar en paz

Hara, la búsqueda del centroHara es una palabra japonesa que designa “un estado del ser”, centrado y sereno. Designa al vientre y a lo que allí reside: la conciencia del ser profundo. Describe también la zona del abdomen comprendida entre la boca del estómago, las últimas costillas, el hueso púbico y la cresta ilíaca. Conocer este punto en el propio cuerpo, permite mantener una actitud relajada, optimista, conciente y creativa.Allí, en el centro, reside también la memoria del cordón umbilical: el recuerdo del momento en que no hacía falta procurarse alimento ni abrigo porque todo estaba previsto por la matriz. Allí donde la madre alimentó al feto hay una memoria celular de un estado pleno y nutritivo. Volver a ese sitio con la imaginación, la conciencia, el tacto y el ejercicio, devuelve seguridad y confianza, permite actuar de una manera “centrada”. Los chinos llaman a este punto energético“tan-tien”, “mar de chi” o “centro de conciencia” y lo ubican a unos cuatro dedos por debajo del ombligo, “hacia adentro”. Los hindúes lo llaman “segundo chakra” y lo describen como un vórtice de energía que permite el acceso al goce y la alegría.En tanto que los orientales conocen la importancia de este centro desde hace miles de años, los occidentales, por el contrario, nos hemos abocado al cultivo de la mente. Perdimos así la conciencia del centro y nos instalamos en “el piso superior”: en el cerebro y en la razón. Nos volvimos racionales y nos olvidamos del enorme caudal de sabiduría inmanente que reside en las entrañas.Según el filósofo alemán Karlfried Graf Durckheim, estudioso de la idiosincrasia oriental, una persona que hunde el vientre y saca el pecho, como modo de enfrentar las vicisitudes de la vida cotidiana, denota una postura física antinatural y una

actitud interior que no está en armonía con su sentir más profundo. Lo que hay que hacer es “bajar el peso”, acercar el perineo a la tierra, ser conciente del vientre, de lo que se siente. Desplazar el centro de gravedad hacia la cabeza y no hacia el vientre, hace que el hombre y la mujer pierdan contacto con su ser profundo y se guíen, en cambio, por la autoimportancia del propio ego, por la imagen, por lo que está fuera de uno mismo. Los resultados pueden ir desde un excesivo trabajo mental, un permanente diálogo interior, una búsqueda insaciable de aprobación externa, hasta la sensación física de mareo y vértigos. “Desplazar el centro de gravedad hacia la mente hace que el hombre oscile entre un estado de tensión muy fuerte y un estado de permanente disolución de su propio ser”, escribe Durckheim en su libro Hara, Centro Vital del Hombre.Japoneses y chinos, ponen el acento en el vientre y desde allí sienten y actúan. Esta diferencia de posturas físicas y “modos de estar en el mundo”, resulta fácilmente observable hasta en la “forma” en que occidentales y orientales, suelen auto-eliminarse: los primeros se pegan un tiro en la sien, los segundos atentan contra el vientre, se hacen el “hara-kiri”, es decir, “se matan el centro”.Despertar el ombligoEl verdadero centro no es el pecho, el corazón o la cabeza sino el vientre. Una manera de comprobar esto es re-aprender a respirar con el abdomen como hacen los bebés. Y para conseguirlo, nada mejor que observar a un niño pequeño, ver cómo hincha y hunde el vientre cuando juega y respira. Quien sabe llevar la respiración hacia abajo, hacia el Hara, encuentra naturalmente la paz. Así que, la próxima vez que se sienta inquieto o ansioso, antes de tomar una pastilla -o un té de tilo-, pruebe al menos llevar la conciencia hacia la zona del ombligo y respirar desde allí.Los taoístas –los que siguen el fluír de la “vía o el camino natural”: el tao- entrenan esta zona del bajo vientre para que cumpla con las funciones de “un segundo cerebro”. Lo llaman también “campo medicinal” o “campo del elixir”, como modo de describir las oleadas de energía que se despiertan al trabajarlo.El tai-chi y el chi-kung son sistemas de ejercicios y de meditación en movimiento que sirven para desarrollar el hara. Se trata del arte de cultivar y condensar el chi, la energía original, en el tan- tien inferior, aumentando la presión en esa zona.La postura básica de estos ejercicios consiste en mantener los pies y el perineo conectados hacia la tierra, las rodillas flexionadas, la columna vertebral alineada y recta, los hombros bajos y relajados y la cúspide la cabeza colgando como de un hilo, desde el cielo. Luego, la respiración y la atención se concentran en la zona del ombligo y del bajo vientre y desde allí se inician movimientos lentos, armónicos y circulares.Otro modo de despertar el hara es la práctica de masajes. El zen-shiatsu, masaje japonés creado por Shizuto Masunaga, profesor de psicología en la Universidad de Tokio, fallecido en 1981, es uno de ellos. Este tratamiento terapéutico utiliza como base la descripción de los canales de energía del organismo humano, realizado por la Medicina Tradicional China.Con el paciente recostado en el suelo o sobre un futon (colchón artesanal de cascarilla de arroz) se hace un recorrido por los diferentes canales de energía, a partir de un diagnóstico de presión del abdomen, del Hara, que permite distinguir el buen o mal funcionamiento de los órganos.En este tipo de masaje el objetivo es conocer al paciente física, emocional, psicológica y espiritualmente, lo que requiere una suerte de conocimientos que superan un enfoque meramente anatómico y fisiológico del cuerpo humano.Tanto para el receptor del masaje como para el terapeuta, o para el practicante de tai-chi o cualquier otro arte de meditación, estar en el Hara es estar en paz, sereno, gracias al descubrimiento del nexo entre lo físico y lo psíquico. Llegar al Hara es llegar a las raíces del ser, es volver a la fuente, encontrarse a sí mismo. Claro que para acceder al centro es necesario pasar por la experiencia de un entrenamiento cotidiano. Puede ser la práctica sostenida de tai-chi, chi-kung, aikido, yoga o cualquier otro arte que busque la resolución centrada de los propios conflictos y de los que se generan cuando cada persona se enfrenta a sí misma y a otro ego. En una época en que el racionalismo parece haber agotado su caudal de sabiduría y en que las religiones han dejado de proporcionar claves para la auto-transformación, la nostalgia del ser esencial lleva a algunos al cultivo del ombligo. Pero no como modo de acentuar el individualismo sino como un camino de reencuentro con la fuerza del “shen-chi”: la energía del poder espiritual.

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