Cursillo Dante Panzeri

March 23, 2019 | Author: Omar Gomez Sanchez | Category: Journalism, Sports, Certainty, Publishing, Homo Sapiens
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CICLO DE ORIENTACION PERIODISTICA Dante Panzeri ≠

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Dante Panzeri (1922-1978) nació en San Francisco, Córdoba, y murió en la ciudad de Buenos Aires a los 56 años de edad. Vinculado a la Editorial Atlántida en los años ´40, llegó a la dirección de “El Gráfico”. Renunció al cargo el 12 de setiembre de 1962, disconforme por la decisión empresaria de incluir sin su consentimiento un recuadro laudatorio sobre el entonces ministro de Economía, Alvaro Alsogaray en el comentario de un River-Boca. Colaboró regularmente con distintos medios gráficos, radiales y televisivos: las revistas “Así”, “Ahora”, “Chaupinela” y “Satiricón”; los diarios “Crónica”, “La Prensa” y “El Día”; las radios Porteña y Colonia; los canales 7 y 11. Publicó dos libros: “Fútbol, dinámica de lo impensado” (1967) y “Burguesía y gangsterismo en el deporte” (1974). Una frase de Panzeri que lo define en pocas palabras : “Yo no

pretendo arreglar el fútbol, ni el país, ni el mundo. Solo pretendo que los que mandan y están para eso intenten arreglarlos. Y si no quieren arreglarlos, o no saben, o no pueden, me conformo con que sepan que yo no estoy desarreglado ni doy mi conformismo ni resignación a ese desarreglo”.

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ERAMOS TAN PANZERISTAS !! A comienzos de los ´60 esperábamos cada semana “El Gráfico” como quien aguarda la verdad revelada. Estábamos cautivados por la honestidad y la capacidad de confrontación que desplegaba Dante Panzeri , su director y nuestro guía en la nebulosa que siempre ha sido el ejercicio del periodismo. ¿ Quién fue Panzeri ? Fue un moralista que se coló en el burdel del del fútbol y denunció sus malas prácticas – lúdicas y éticas-- en forma implacable. Periodista riguroso tanto en lo conceptual como en lo técnico, las páginas que siguen lo demuestran. Para los gelatinosos partidarios del “todo es negociable” Panzeri era un “amargado recalcitrante”. La vigencia de Dante es tal que hoy, en pleno 2004 y esgrimiendo sus ideas básicas, podemos pedirle a sus detractores que contemplen el desolado panorama y nos digan adonde condujo despreciar despreciar los principios y valores mas trascendentes trascendentes como individuos y como sociedad. En los años ´60 muchos periodistas escribían muy bien sobre lo que conocían con solidez; los linotipistas eran verdaderos verdaderos sabios; la radio estaba estaba poblada por voces incapaces de agraviar el buen gusto; se diferenciaba con mucha nitidez la información de la opinión (sin tratar de hacer pasar a ésta ésta por aquella); la profesión se aprendía artesanalmente en las redacciones, las calles o el bar de la esquina y la televisión no había llegado aún a tener el enorme poder instalador de hábitos buenos, malos y peores. Se era “panzerista” si se reunían dos características básicas: decir la propia verdad sin hacer concesiones y hacerse cargo por lo dicho. Contemplado desde la óptica de la navegación por instrumentos, los adeptos adeptos a Panzeri parecíamos buscar el “rumbo de colisión” de manera constante y temeraria. Es que el deporte --en especial el fútbol-- ha ha sido siempre escenario propicio para la expresión y expansión impunes de la violencia y la doble moral. En 1965 los periodistas que integrábamos la audición “Olympia Deportiva”, que se emitía por LU2 Radio Bahía Blanca , nos dedicamos a desgrabar, transcribir, estudiar y reflexionar el cursillo que Panzeri había dictado un año antes en Buenos Aires. Disfrutamos de la tarea y el aprendizaje como un verdadero aporte para nuestro crecimiento personal y profesional, Oscar E. Castro, Omar A. Gómez Sánchez , Alberto Mc Dougall , Tulio Sabio, Rafael E. Santiago, Néstor Wasserman y Julián Zapata . Hoy queremos rescatar y compartir el legado de un hombre que fue capaz de vivir como pensaba y sentía. Los más jóvenes merecen la oportunidad de descubrir a Panzeri, casi 30 años después de su transparente y apasionado paso por el periodismo argentino.

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“En tanto uno aprende, ignora por donde o de quien aprende”. aprende ”.

Antonio Porchia El saber de cada uno de nosotros es fruto de una suma de conocimientos que extraemos a través de muchos orígenes, de muchos personajes y de muchas circunstancias. Nadie puede convertir en periodista a nadie. Si Uds. llegan a ser periodistas de la estatura que se quieran imaginar, esencialmente lo serán por Uds. mismos, no por haber aprendido de alguien. Hay conocimientos que en determinado momento, no solamente del periodismo deportivo, sino de cualquier orden de la vida, dejan de tener utilidad porque el mundo social que nos rodea, en todo orden, puede tener cambios de costumbres (no de fundamentos de vida ni de razones para existir) que pueden hacerle perder vigencia a algunos de los métodos que nosotros supuestamente creemos tener aprendidos. Entonces, de allí viene ese permanente girar de la rueda en el que, como lo dice Porchia “en tanto uno aprende, ignora por  donde aprende”. (Yo le agregué “de quien aprende”).

NO SE PUEDE ENSEÑAR PERIODISMO Se puede difundir lo que uno sabe. Un padre le puede enseñar a vivir a su hijo, lo puede orientar, pero no creo que le pueda imponer –punto por punto—el ideal de los distintos actos que esa criatura suya tendrá que realizar, sobre todo al enfrentar por sí sola la vida. Lo que no quiere decir al faltar el padre sino, sencillamente, al abandonar la casa y salir a la calle para resolver él, por sí mismo, todo lo que la vida le reserva. Desde el automóvil que se le cruza en la primera esquina de la que él baja el cordón de la vereda hasta la gente, el ser humano con el que tiene que convivir para subsistir, para crecer, para educarse, para formarse. Pero, en ese acto que sigue al momento de cerrar la puerta y bajar el primer cordón de la vereda, es absolutamente imposible que ese hijo transite con un manual por delante de sus ojos dónde, punto por punto, las recomendaciones de su padre contemplen todo cuanto le puede

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suceder. Hay cosas aprendidas o hay cosas c osas que creemos tener conocidas que tienen vigencia para determinado momento de la vida y no la tienen para otro. ¿ A la generación de este momento de la vida del país es posible hacerle llegar el mensaje de cada uno de nosotros, en cualquier función que sea, con la misma oratoria que en relación al tiempo de que disponía para vivir el hombre y que usábamos hace 30 o 40 años? No. Entonces yo pregunto esto: ¿ Un maestro de la técnica parlamentaria como Lisandro de la Torre, un pedagogo en todo sentido, un hombre ilustrado aún en los temas en que era ignorante, dejando de lado su doctorado en los mil aspectos del ejercicio del poder público, podría llegar hoy a las masas como llegó en aquel entonces? Yo confieso que no dispondría del tiempo que llegué a tener para leerlo, para seguirlo y acaso para incluirlo entre lo desconocido que me puede haber enseñado alguna cosa. Hay recursos en juego que en aquel momento sirvieron y que en este momento no me sirven. La vigencia de lo que creemos haber aprendido puede tener, incluso, suplantaciones o claudicaciones en relación con el tiempo o los problemas que vivamos. En periodismo hay cosas que creemos haber aprendido que pueden no servirnos por el cambio de situaciones sociales que hacen a la posibilidad o imposibilidad de que nuestro público receptor pueda o no recibirnos. Yo, en muchos casos, he notado eso en mí. Frente a cada paso suelo pensar las posibilidades de la audiencia, sea oral o escrita, para recibir lo que yo quiero hacerles llegar. Incluso también pienso en la técnica a seguir para hacer conocer mi mensaje. Yo, en muchos casos, he sido agresivo con premeditación y alevosía. Yo he hecho el cálculo de que no importaba el odio de diez personas más hacia mí si yo, mediante ese odio, lograría poner en el tapete un tema que de otra manera no hubiera llegado nunca a interesar. Entonces pensé que esa técnica, que desde luego no es la ideal, es la que lograba mi ideal o el ideal de esa causa para mí, en ese momento y en las condiciones sociales en que vivimos. Aquí se da éste caso: para que yo, o cada uno de nosotros, logremos llegar con un mensaje mensaje al público ocurre que estamos necesitando necesitando también de una semejante ocupación por parte de nuestros colegas,

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de quienes también hacen periodismo, no importa si en forma coincidente o no coincidente, pero sí necesitamos que ellos lo muevan. Yo me di cuenta de esa necesidad y sentí el peligro de la inutilidad de lo que yo pudiera decir si otros también no lo decían cuando Candioti hizo lo que hizo: en la travesía Rosario-Buenos Aires llegó pero no llegó, porque lo levantaron frente a River y la meta, en realidad, era Puerto Nuevo. Entonces, como había entrado en las aguas jurisdiccionales de la Capital se la dio por realizada. Yo fui testigo directo del episodio. Nos embarcamos a la altura del Paraná de las Palmas y esto me lo enseñó alguien que por entonces era muy amigo mío. Del que, también puedo decir, aprendí sin que él, en ningún momento, se haya propuesto enseñarme e incluso saber qué es lo que aprendí de él. Pero integró el contingente de cosas que a mí me quedaron de distintas personas por las que uno va pasando. Porque todos somos, en cierta medida, la imitación de otro. La originalidad, finalmente, la hace la suma de distintos puntos que hemos recogido de distintos personajes que nos ofrecieron lo que a nosotros nos pareció útil recoger y que, en muchos casos, recogemos sin la idea de que lo estamos recogiendo, sin darnos cuenta. En esa oportunidad llegamos a Puerto Nuevo, donde todo el periodismo había ido optando por la “cómoda” para hacer la nota. Lo desembarcan a Candioti dormido (los periodistas que estaban en River en el momento de sacar a Candioti del agua éramos Alberto Salotto y yo, además de un fotógrafo). Llegamos a Puerto Nuevo y veo que Salotto le habla a un cronista de “La Prensa” , de los tantos que habían ido allí a tomar declaraciones. Se lo lleva aparte y prácticamente le cuenta de la A a la Z todo el proceso de lo que nosotros habíamos visto. Yo me molestaba. La nota, lógicamente, la deseaba con exclusividad por una razón de orgullo periodístico y entonces le digo aparte a Salotto: “Pero oíme una cosa.. ¡ vos estás pateando en contra ! .. Porque sea amigo tuyo ..” . “No –me dice—no es amigo. No te estas dando cuenta de una cosa.  Nosotros (“El Gráfico”) vamos a salir el viernes. Todo estos “melones” van a dar la versión estúpida que ya te imaginás cual es. Si nosotros somos los únicos que damos nuestra versión, que es la correcta, habrá un estado de duda alrededor de nuestra versión . “La  Prensa” es un diario importante y éste, en “La Prensa”, va a

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 publicar todo lo que yo le dije, que coincide con lo que nosotros vamos a publicar. Claro que yo no le dije todo lo que nosotros sabemos, no todo lo que ocurrió, pero él va a poner los mojones necesarios como para darle asidero a lo que, cinco o seis días después, se va a leer de este episodio a través nuestro” . Eso me quedó y doy fe que es cierto. Yo necesito, frente a la necesidad de llegar, de que otros órganos periodísticos también se ocupen de aquello de lo que yo quiero ocuparme. Entonces, cuando no lo tengo ¿ cuál es mi camino ? Yo tengo que ir a una cosa más rápida, más concreta, más antipática, como en algún caso lo he comprendido.

EL INDIVIDUO SIEMPRE ES UNO SOLO A mí me pasó algo que también viene a reforzar este primer punto del programa. Yo tendría entre 13 y 15 años. Nosotros habíamos  jugado un partido de 4ta. División. El partido terminó con un escándalo. Uno de nuestros compañeros, entre los muchos que se pelearon, le pegó al referí y fue expulsado. Nuestro club tenía como presidente o como secretario, no recuerdo bien, a un señor de una figura un tanto desgarbada, desagradable físicamente. Este fue el que a mí me dio la sensación de ser el hombre que más influyó en mí como deportista. Era un holandés, Juan Balkenende, hoy fallecido. El era delegado a la Liga por nuestro club, Sportivo Belgrano de San Francisco, Córdoba. La Liga se reunía los lunes por la noche. Lo echan a éste compañero nuestro de la cancha. Llega la hora del crepúsculo (el partido terminó tarde) y en un rincón, en la penumbra, éste hombre nos reúne para decirnos que había terminado de oír el rumor de que éste compañero nuestro –que había sido expulsado de la cancha por haberle pegado al árbitro en una reacción muy violenta—se estaba preparando para pegarle al referí fuera de la cancha, es decir, lo esperaba en la calle. Uno de nosotros le planteó esto: “¿Y Ud. quien es para impedirlo? Vestido de civil, ya terminado el partido y en la calle, ya nada tiene que ver el club si le pega al referí ..” Ese holandés, verdadero maestro de  juventudes, nos dijo éstas palabras: “Yo mañana pienso pedir en la  Liga un año de suspensión para este jugador (era uno de los mejores del equipo). Y como le llegue a pegar en la calle yo les anticipo a Uds. que yo pido la expulsión a perpetuidad, porque la conducta de los individuos no tiene escenarios ni ropa que les autorice a cambiarla. El individuo es siempre uno solo”. Un día yo me di

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cuenta que esa era una norma no solamente en mi vida deportiva, me di cuenta que la había seguido en todos los planos de mi existencia. Yo tengo veinte personas que han influido en mi vida y, es curioso, frente a las veinte no me parezco a ninguno y ninguno se parece a mi. Ocurre que ninguno me enseñó nada, es decir ciento por ciento. Ninguno me enseñó a ser padre, periodista o ciudadano. Acá hay un poco de analogía con el fútbol. ¿Cómo ser jugador de fútbol? Esencialmente, la natalidad. Sí, luego vienen las veinte personas que en su vida han contribuido a despertar valores adormecidos o desconocidos, pero que hemos traído. Nadie puede enseñar nada en este aspecto y en el fútbol tampoco. Se puede contribuir a ese despertar, se puede acaso fortalecer una opinión o una conducta ya en marcha, que mediante el retrato de alguna cosa coincidente se siente fortalecida y se hace más dueña de sí misma.

NO SE PUEDE ENSEÑAR A PENSAR. En esto de enseñar, no enseñar, aprender, no aprender, está aquello de los consejos. ¿Qué es un consejo ? Yo examino mi caso personal y con absoluta certeza digo: yo nunca le he hecho caso a nadie y he recibido consejos por toneladas. El consejo generalmente es un compendio, un conjunto de experiencias recogidas a través de errores cometidos y de conocimientos cosechados a través de las facultades personales primitivas de cada uno. Los consejos, sobre todo en el hombre que ya tiene un designio trazado por su temperamento, por sus impulsos, por su intelecto, son aplicados ? Sirven ?. La fuerza motora de la vida de los hombres mediante el auxilio de sus padres, para mí está fundamentalmente en la sensación de protección moral y espiritual que tiene el hijo. Yo no niego el consejo paterno, sencillamente lo desplazo respecto de la importancia que se le acuerda. A la manera del director técnico, el padre de la familia

es eje, más que en el consejo, más que en el libro de recomendaciones que le puede dar a su hijo, en su ejemplo. Es

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decir, la conversión de él en mito, en mística de una vida nueva y de su consiguiente deseo de hacer algo como alguien. Ese chico que, al salir a la vida, se va a encontrar con todas las dificultades conocidas, va a luchar extraordinariamente mejor recordando que en su casa hay un padre que lo está apuntalando con su espera; es decir, al regreso, con su adhesión, incluso ante lo más malo que pueda hacer o le pueda pasar. Y en suma, como consecuencia de todo eso, con su protección. Ese es el valor paternal. Es el mismo valor del D.T. en un equipo de fútbol. Esa es la gran

función del D.T. : hacer el núcleo. En el caso de la periodística, nos encontramos con una profesión que puede tener parangones pero que escapa a la generalidad de las actividades humanas. Se puede montar una escuela técnica para producir torneos; se puede (y se debe) montar una universidad para producir médicos, pero entiendo que al periodista no se lo puede egresar o hacer egresar en condición de periodista a la sociedad. El periodista tendrá segura su condición de periodista, documentada o factible de documentarse, cuando demuestra ser dentro de la sociedad que habita uno de los que piensan y tiene deseos de hacer que sus pensamientos se conozcan. La Universidad puede abrirse con todas las posibilidades de cubrir todas las facetas del conocimiento periodístico, que pueden abarcar desde cómo se hace tipográficamente una página hasta cómo podría escribirse un partido de béisbol. Puede incluir las asignaturas encargadas de darle a ese periodista nociones, conocimientos de economía, etc. Pero yo pregunto: ese alumno, egresado con su diploma, que ha reunido frente a un profesorado todas las exigencias potencialmente necesarias para ser y para hacer periodismo, ¿ qué periodista puede ser si empieza por ser un timorato ? Si no siente la necesidad de expandir lo que él piensa, ¿qué puede decir como periodista?

Periodista es todo aquel que piensa, tiene ideas y las difunde. Si solamente piensa pero no lo difunde, no hay periodista. Si sabe como es el fútbol o el rugby y que es lo ideal, lo bueno y lo malo del fútbol y del rugby, y no lo dice, no es periodista aunque haya satisfecho todas las asignaturas capaces de demostrar que sabe de esa materia o que puede ser periodista. Ese es un recurso tan importante como el de haber nacido con la vocación y con la

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contribución intelectual de su propia naturaleza como para llegar a ese terreno. Periodismo es educarnos primero. Es decir, hacernos de los elementos de opinión con los que podamos hablar con propiedad en la materia que vayamos a elegir para practicar el periodismo. La Universidad del periodismo no es nada más que la Universidad común. Periodista es el que primero se educa, pero con conocimientos que no son específicos. Conocimientos y ejercitar después un derecho al que la mayoría renuncia. Tener deseos,

necesidad y coraje para decir lo que se quiere decir. Periodista es todo aquel que lee, escribe, piensa y lo hace saber.. La normalidad, en cambio, esta integrada por el contingente que compra diarios pero no los escribe; que oye radio pero no hace oír a otros su voz por la radio. El periodista es el mismo hombre común con el agregado de que llena un cuarto requisito: difunde, no guarda. Periodista es

el hombre auténtico que orienta a los timoratos.

Periodista es el hombre auténtico que orienta a los timoratos Porque ocurre esto: que aquel hombre que sí lee, sí escribe, sí piensa, pero no hace saber lo que piensa, puede ser un cobarde en potencia. Periodista es el que se anima. O sea: periodistas son todos y periodistas-periodistas son aquellos que tienen el coraje de romper el silencio de todos los periodistas que no tienen medio de expresión. Eso trae grandes riesgos. Ese gran contingente humano que es timorato, que es falsificado o que vive en la falsificación, que es un hipócrita o que es un imbécil, no les va a perdonar a Ustedes, o los va a resistir mucho, si Ustedes quieren crear un círculo de vida distinto, como es el de la autenticidad. He allí la parte ingrata del periodismo. Pero supongo que la ingratitud está recompensada por la tranquilidad de conciencia de aquel que, por vocación, se hace periodista sin perjuicio después de lucrar o comercializar con esa vocación y que estará diciendo: “Mi deber está cumplido, allá la ignorancia. Para eso estoy yo en este terreno. Precisamente, porque aquellos que no me perdonan esta autenticidad son las víctimas de una falsificación con la que yo quiero terminar” . Y se aguantan el resto. La profesión tiene espinas, como cualquier otra, y está bien que las tenga.

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DE PALABRAS Y SILENCIOS LA PALABRA NO PUEDE O NO DEBE SER USADA PERIODÍSTICAMENTE PARA NO DECIR LO QUE PENSAMOS. PARA ESO SE INVENTÓ ANTES EL SILENCIO. Es frecuente, dentro de las recomendaciones que se hacen en las redacciones, especialmente por parte de jefes que, a su vez, seguirán directivas de otros jefes que lo son de ellos, que un redactor o un cronista volante reciba una como ésta: “Mire, dígalo. Pero dígalo entre líneas”. Pero ocurre que estamos manejando el instrumento que la cultura, que la evolución humana han logrado tan felizmente como para que, precisamente, la Humanidad sepa lo que la Humanidad piensa y, sobre todo, cuando se ha creado esa institución (el periodismo) para librar la batalla del disconformismo o de las demandas que puedan ir apareciendo en la mente pensante de los hombres, en función de cambiar o de mejorar lo que tenemos. Jugar con palabras no es jugar con ideas.

EL PERIODISTA DEBE FORMAR EL GUSTO DEL PÚBLICO, NO SEGUIR EL GUSTO DEL PÚBLICO. El periodista está para formar gustos, no para difundir gustos. Esto no significa de que no se encargará, también, de difundir lo que le gusta a la gente. Pero esencialmente la función es formar el gusto del público. Es absurdo que se pueda practicar periodismo cuando hemos convenido que estamos ejercitando una natural actitud de protesta humana desde el momento mismo en el que hombre nace. El periodismo tiene por objeto hacer que el público lo siga al

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periodismo. Balzac dijo: “El periódico es una tienda en que se venden al público las palabras del mismo color que las quiere”. Nunca he visto a ningún público leer lo que él quiere. Siempre hemos leído lo que el periodista quiere que leamos.

LA IMITACION en el orden periodístico y en otros no puede ser seriamente considerada mientras quien realice esa imitación no vuelque en ello algo más que el simple deseo de usar algo de alguien que ya conoce o que ya se conoce. La imitación tiene un problema y no es el vulgarmente usado de tantos eslóganes y del slogan que dice que “todas las segundas partes fueron malas”. Por el contrario, creo que en muchos casos segundas partes corrigen a las primeras. Especialmente el andar de la Humanidad, en cierto modo, lo demuestra. En todo orden de cosas las segundas partes han mejorado o están mejorando siempre a las primeras. No le teman a la imitación. Témanle sí al desprecio para con Ustedes mismos, dentro de lo que en periodismo puede significar el actuar sin la personalidad de Ustedes. La imitación no existe de la misma manera que no existe la propiedad sobre los que pueden ser los recursos más habituales para hacer periodismo.

HACER PERIODISMO Y SER PERIODISTA. Para esto viene muy al caso esta carta de un lector de “Primera  Plana” : “Sr. Director: el día 13 de noviembre de 1962 un logotipo rojo que velaba parcialmente el rostro de John Kennedy se encaramó en los puestos de diarios y revistas. ´Primera Plana´ salía a ganar la opinión pública. Paralelamente, ese martes de noviembre la aparición de PRIMERA PLANA iniciaba un desafío a todo el  periodismo argentino. Las armas con las cuales Ustedes se lanzaron a la lucha eran las estrictamente necesarias: juventud, inteligencia,  profundidad, coraje. Dar el resultado es superfluo. Los 115 números son elocuencia sobrada. Desde todos los ámbitos del quehacer  argentino la labor de PRIMERA PLANA fue comentada. En especial, un sector que a muchos asombrará: los estudiantes de  periodismo. ¿Existen? Si. Y el recorrer las columnas de su revista

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renovaba la segura existencia de un periodismo distinto. Creo que son muchos los que suscribirían esta carta.  Hoy, en condición de egresado, con un pomposo título de  Licenciado en Periodismo advierto la trágica exactitud de la  primera carta a los lectores: “Argentina es un país sin estadísticas”.  ¿Existe, acaso, alguna que demuestre qué porcentaje de egresados de las escuelas de periodismo ejercen la profesión para la cual se han capacitado?. Durante varios años de intenso estudio y de constante  práctica periodística se nos pone en condiciones de ejercerla.  Práctica asaz periodística, por cuanto no hay autoridad ni  funcionario que admita la presencia de estudiantes en las fuentes de información. Burlar barreras, agazaparse, colarse por entre las  prohibiciones, es tarea diaria para lograr el material de nuestras  prácticas. No somos omniscientes, pero tampoco improvisados. Sin embargo, alcanzado el título, un peregrinaje frustrante agobia a quienes en esa situación se encuentran.  Para ahondar esta herida bastaría con verificar informes  procedentes del extranjero: para ejercer la profesión se debe poseer  título habilitante.  Esta no es una prédica de degüello a quienes en estos momentos están en el quehacer periodístico. Los hay de inobjetable valía. Se trata, simplemente, de la necesidad de dar cabida a una  porción de juventud que busca, como medio de expresión, la comunicación colectiva en todas sus ramas: escrita, oral y televisiva”. Samuel Gelblung, Capital. Hay razones para justificar el vacío del que éste se queja y esas razones son las insuficiencias que presentan muchos de los aspirantes a periodistas. Esto no quiere hablar en favor de ningún mejoramiento dentro del sistema selectivo de las Redacciones para escoger a quienes serán sus redactores o sus oponentes. Pero dentro de la precariedad con que todavía se sigue haciendo periodismo en la Argentina creo que, aún cuando sea a pasos lentos, se está exigiendo más. Aún cuando existe en la mayoría de las publicaciones casi una especie de prohibición por tocar lo que sea tabú. Insensiblemente se va produciendo un movimiento que hace que el futuro periodista más deseado no solamente sea aquel que trae el diploma y los conocimientos que lo avalan para tratar economía, deportes, política

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o sociales, sino también aquel hombre con la vocación y con ese torrente de necesidad de decir que presentábamos como fundamental en el periodista que quiera respaldar en conocimientos una educación y un deseo. Acá creo que esta representado.

Ser periodista y hacer periodismo son dos cosas muy distintas. Hay una situación que habitualmente se nos presenta a todos y es ésta: cuando en cualquier terreno exponemos a las demás personas una determinada idea acerca de cómo suponemos debiera hacerse tal cosa, no suelen faltar individuos que dicen: “Ah, que gracioso.. Ud. quiere que se haga lo que Ud. piensa!” . Yo creo que sería estúpido que alguien propague lo que no quiere.

TOCA REFERIRNOS AHORA A NUESTRA POSICION Y MISION, A LOS DEBERES Y OBLIGACIONES DEL PERIODISTA DEPORTIVO en el terreno de ésta lucha, en el juego de estos intereses supremos y bastardos que se mueven detrás del deporte. El hombre escribe y escribiendo se entiende sin hablar con sus semejantes. Puede hablar con sus desconocidos. La prosa tanto le sirve al hombre para: 1°) escribir para que se entienda lo que no se entiende 2°) para tergiversar lo ya entendido 3°) para escribir sin que nada se entienda y 4°) para que alguien leyendo entienda lo que no está escrito Tanta es la elocuencia de unas cuantas palabras puestas unas detrás de las otras que basta realizar con ellas unos pocos malabares para hacer decir a otros lo que ellos no dijeron, no hicieron, no pensaron ni fueron. Del mismo modo, con la voluntad así dispuesta puede leerse lo que no está escrito y adjudicar lo que no se ha dicho. Hay quienes saben llegar más lejos: a través del tinte más grueso o suave de un punto y coma que responde a una misma matriz, desglosan intenciones y emociones inexistentes en el autor de lo que están leyendo. La imaginación lo puede todo, el “me parece” lo justifica todo y,

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cuando no basta, la “voluntad” hace el resto. Todo, en este mundo, es cuestión del color del cristal con que se lo mire, se dice. Esto está tan bien dicho que es rigurosamente cierto. Pero siendo imposible hacer de la verdad un acaparamiento como de mercancía, o del pensamiento un bloqueo como el de un territorio, al hombre no le quedó otro recurso que aceptar aquello de que todas las ideas son ideas. Lo de “buenas” es un aditamento de la cortesía que nadie admite con lealtad, ya que todos creemos que la buena idea es la propia. Por extensión, el hombre proclamó que la libertad del pensamiento es patrimonio de la sociedad entera. Cosa que no debe creerse que el hombre acordó gustoso a sus semejantes, pues ya se ve de continuo cómo procura silenciarlos mientras la fuerza de la razón y la razón de la fuerza le acuerdan poderes y derechos para hacerlo. La presunta libertad de ideas o pensamientos es así cosa tolerada; cosa que el hombre no pierde las esperanzas de coartar algún día, porque al hombre aún no le ha sido posible crear una policía íntima de cada conciencia o un inspector mágico de cada cerebro. Pero así que lo consiga, ya se verá como se desdice aquello de que todas las ideas son buenas y se aceptará aquello otro, a lo sumo, de que todas las ideas no son nada más que ideas. El hombre le reconoce a su semejante buenas ideas en sólo tres únicos posibles casos: 1. ) porque no tiene otra idea propia. Esto es muy frecuente en el público, especialmente el lector de deportes; 2. ) por hipocresía 3. ) porque coincide con la de él Nunca será porque crea que otra idea es mejor que la suya y así vemos que la libertad de prensa es una utopía sólo sostenida por el concurso de la resignación común de que el libre pensamiento escrito es conciliable con toda hoja que aspire a difundirse en una escala superior a los alcances de un tiraje mimeográfico. Desde el mismo momento que las publicaciones periodísticas salen del primitivo recinto de la gacetilla universitaria exenta de preocupaciones administrativas, allí pierde su libertad el estudiante

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hecho periodista, porque inevitablemente tendrá que atender las necesidades económicas que habrán de crear, a su vez, el sometimiento ante alguna de las fuentes que la puedan satisfacer. El ejercicio del periodismo deportivo no escapa a éste laberinto que caracteriza a la profesión. Debe conducirse por él, como cualquiera de las demás secciones que agrupa una publicación periodística y cuando pretende salvarlo con lo quijotesco que inspira el propio deporte de que se hace difusión, no tardan en llegar a corto o largo plazo las recomendaciones interesadas que tratarán de colocar al periodista deportivo en la “dura lex” de los demás. Es preciso dotarse de una fuerte dosis temperamental para caminar encima de esos obstáculos si se desea cumplir cabalmente con las funciones que marca el ideal vocacional de sus derechos y deberes. Esto es así si quiere ser fiel al pequeño apostolado educacional que debe agitarse en todo periodista que sienta socialmente su profesión. Si no se quiere ser simplemente un cronista mecanizado, informante de sucesos, pero caminando por mucho tiempo a través de aquellos obstáculos que Jacinto Benavente difundiera como “intereses creados”, eso supone descontadamente el roce y la lastimadura sentimental que culmina en la opción de uno de dos caminos : el desierto, por el vacío de la resistencia nunca frontal (que en tal caso sería de provechoso valor constructivo) o el inicial de la trayectoria misma del oficio: informar “objetivamente”, automatizar el intelecto. Pensemos que el periodismo lo debe reunir todo: la información objetiva y la orientación subjetiva. El periodista y el periodismo con ideas capaces de orientar a la comunidad son los únicos elementos de la prensa que no pueden sustituir ni la máquina de escribir ni las rotativas. Pero éstas, por sí solas, podrían ejecutar una publicación de las llamadas “objetivas” , sin opinión, si el periodista fuera imparcial. No puede haber periodista honrado, leal a su profesión y a su vocación, que pueda ser imparcial en el generalizado entendimiento de la definición.

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No puede haber periodista honrado, leal a su profesión y a su vocación, que pueda ser imparcial

Podría mudar su apoyo o su combate a determinadas corrientes de opinión, pero será mal periodista.. Será un elemento mecánico más de la conformación de la prensa si por imparcialidad entiende prescindencia. El periodista no puede ser prescindente, porque el público que lo lee está contratándolo, lo compra para que lo oriente, para que le enseñe cuanto no sabe, para que lo ilustre. Esa es la importante función social del periodista, sociólogo en potencia dentro de la sociedad humana. Que esa función la ejerza con honradez es cosa distinta de que la ejerza con imparcialidad. Partido habrá que tomar, irremisiblemente, si es fiel a su deber, en favor de quien hoy practique el bien o en contra de quien mañana propague el mal, lo que no quiere decir que podrá estar mañana en contra de lo que ayer estuvo a favor. Hemos trazado este más que ligero resumen de las espinas que suelen pisarse en la trayectoria periodística porque no queríamos entrar en el tema final de estas reflexiones en torno al deporte y la función del deporte dando lugar a que por no mencionadas se nos pudieran señalar. La función del periodista deportivo es, después de la actividad del cronista de sociales, la más liberada o la menos obstaculizada dentro del juego de intereses que dejamos bosquejados con premeditada brevedad. Al periodista deportivo también le llegan, sin duda, amables y no amables sugerencias de no hablar de cualquier equipo o tal institución. Al periodismo deportivo puede sofrenarle el señalamiento de la inhumanidad del boxeo su vinculación amistosa con quienes lo explotan como empresa. De mala gana lo aceptaremos como razón de la tibieza generalizada con que hemos encarado nuestra función. Vivimos en un clima donde ha tomado mucho arraigo la idea de que señalar errores es “hablar mal”, la creencia de que no estar a favor es estar en contra. Dos enormes barbaridades fructificadas en la concepción tan generalizada de que las disidencias de opinión en lo conceptual implican disidencia en lo

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sentimental de las relaciones humanas. Pero estas no alcanzan a ser razones que justifiquen esta corriente hoy dominante del periodismo deportivo de opinar sistemáticamente como opina el público. ¿ Qué puede explicar que el periodismo deportivo, y en éste caso concreto nos referimos al del país, haya hecho espontáneo renunciamiento del pedestal de orientación desde el que tan magníficamente ayudó a encaminarse al deporte argentino en los años en que corría la niñez de los que hoy hemos heredado sus nobles armas ? La explicación creemos hallarla en la propia inmadurez de la nacionalidad, en la influencia de los años de amedrentamiento y oprobio que contuvieron y retardaron aún más la evolución de la madurez patriótica, que también cuenta en la ejercitación del poder periodístico. Esas pueden ser algunas razones de este estado de cosas, confirmando por concurrencia de muchos factores –unos los señalados, otros muy conexos—la natural mayoría de indecisos y remisos, timoratos y extraviados, allí donde esta ausente el perfil, en nosotros todavía borroso, del sentir y personalidad nacional que alcanzan los pueblos dotados de una convicción de fondo que a los argentinos aún no nos llegó, puesto que seguimos sin saber que queremos y, por la misma circunstancia, ignoramos hacia donde vamos, hacia donde queremos llegar. El deporte y el periodismo deportivo están sufriendo como cualquier actividad de la vida nacional, que no puede eludir la senda de la marcha de la propia sociedad, las consecuencias de ese andar derrumbado, de ese constante paralizarnos en la duda de nuestro propio itinerario, y lo vemos manifestado de continuo. Antes el público opinaba como el periodismo o discutía con el periodismo. Hoy el periodismo opina como el público, ha dejado de discutir con el público. Ha caducado esa hermosa polémica y, lo que es peor, la polémica –cuando existe—adquiere perfiles de discordia. Se confunde la discusión con el enojo, la crítica con la censura. Entonces el periodismo prefiere opinar como el público, halagarlo, adularlo, y he allí una de las razones por las que el comentario y el análisis de nuestras páginas periodísticas ha ido cediendo prácticamente sus antiguos espacios a la información. Es decir, “lo objetivo”, que recomiendan muchos jefes de página. Esta es más fácil, más cómoda, menos susceptible de rozar en el desacuerdo del consumidor. El periodista se ha sumado así a la corte sin reino que vive eludiendo responsabilidades. Ha sepultado la hermosa

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ingratitud de su función y enarbolado la plañidera bandera del conservadurismo. Es que el periodista de ésta época ha seguido al pie de la letra, pero no de su espíritu, aquella recomendación de un periodista francés a los jóvenes que se iniciaban en la profesión. Decía: “No se os olvide que el público siente horror hacia toda verdad nueva” . O sea que este episodio nos ha enseñado a eludir, por anticipado, sus padecimientos. Además, contaba que quiso fundar un periódico provinciano, sin miedo y sin favor (de esto hace cuatro o cinco siglos) pero como tuvo que padecer inmediatamente el yugo del anunciante, luego el del público y, por último, capitular ante la compañía de gas, optó por asegurarse una vida confortable. Pero esa línea de conducta dentro de la órbita deportiva del periodismo no responde a los mismos propósitos que sí definen a las demás secciones de la prensa. No puede argumentarse, en el caso del periodismo deportivo “tibio”, sistemáticamente “tibio”, especulación comercial hacia mayores ventas. Por ejemplo, que ocasionalmente la administración de los periódicos ordenen notas gratas para la hinchada de Boca, especulando con la legión mayoritaria de sus simpatizantes, no es explicación de que regularmente el periodismo deportivo eluda el señalamiento de situaciones que la propia calle desea ver fustigadas en su prensa, en la prensa que piensa como el público. Por lo demás, si de perseguir ventas se trata, el recurso de buscarlas mediante el permanente concordato con la mayoría que se quiere adular ofrece el contraste de los más exitosos resultados alcanzados en tal propósito por el llamado periodismo del escándalo, ese que persiguiendo mayores ventas ha proliferado en todo el mundo, aún en los países del periodismo llamado serio, procurando deliberadamente estar en contra de todos y de acuerdo con nadie. Hallamos, por otra parte, que dentro de las organizaciones periodísticas en general la tarea del especialista en deportes sigue siendo subestimada al punto de entregársela regularmente a muchos hombres que no hacen de ella un cabal medio de vida sino un complemento (en muchos casos más vocacional que material) de otras actividades que constituyen su medio de subsistencia. Me remito muy especialmente al llamado cronista volante, lo que por un lado constituye una degradación de su propia función por el otro le ofrece al periodista la ventaja de una relativa mayor independencia para escaparle a los conocidos males o intereses de la prensa comercializada. Nos aventuramos a asegurar que el secretario general del más importante y controlado

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de los periódicos jamás llamará al cronista volante de la Sección Deportes para discutirle la inexactitud de una información crítica respecto de la técnica que considera errónea, en el modo de partir del sprinter J. durante el torneo atlético H. Pues a tal punto ha llegado nuestro guarecimiento en la comodidad de no abrir juicios, de no meternos, de dejar las cosas como están, de no autocensurarnos, que ni a tales inocentes críticas nos atrevemos a llegar.

A tal punto ha llegado nuestro guarecimiento en la comodidad de no abrir juicios, de no meternos, de dejar las cosas como están, de no autocensurarnos, que ni a críticas inocentes nos atrevemos a llegar

Este es un problema, mejor diríamos un drama (porque lo será en el andar de los años) creado por la mojigatería, los pusilánimes y la demagogia, primeros actores de la escena periodística nacional, que en la órbita de lo deportivo nos han conducido al estado de sofisma que flota a simple lectura en la mayoría de las publicaciones que dan cuenta de la marcha del deporte en el país. Y esa es nuestra responsabilidad, responsabilidad y culpabilidad de nosotros, los periodistas deportivos, que en cuanto en la esfera del deporte continúan enraizados, acaso con la misma profundidad que en días de sistemático dirigismo, los males de proyecciones sociales que hoy solo se advierten como deportivos pero que inevitablemente se padecerán mañana en la comunidad, en cada lugar que ocupe el deportista que hoy considera un derecho el ejercicio de lo prohibido o una inocente broma el desacato de lo instituido por letra y por

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ética. ¿ Podemos, los periodistas deportivos, argumentar la existencia de órdenes en contrario para justificar que hoy, contradiciéndome en muchos casos con lo que privadamente decíamos anteayer, veamos un inocente en el deportista que vendió su dignidad, defraudó a la propia sociedad detrás de privilegios y beneficios que el deporte prohibe en letra y espíritu ?. ¿ Podemos, los periodistas deportivos, argumentar que no está prohibido levantar la voz de alerta respecto del flagelo social que constituye o que puede constituir el boxeo en la propia salud pública de los pueblos ? ¿Qué nos impide decirlo como periodistas, aún cuando con mayor moderación, respecto de la coincidencia que todos manifestamos en privado acerca de ese problema ? Creo que cobardía, no formación y carencia de convicciones. ¿ Podemos, los periodistas deportivos, que no podemos señalar a determinado deportista un desatino de conducta o un error simplemente técnico de sus actos, porque desde arriba nos lo prohiben ? Nada de eso. Nadie nos ha prohibido cumplir leal y honradamente esa obligación que nos marca esta profesión, algo aún más caro a la propia condición humana: nuestra dignidad, y esa es la gran duda del periodista para con el deporte. Esa es también la gran culpa del periodismo del deporte ante los deportistas: el no ser un rector porque prefiere ser su cómplice, como si la amistad y las buenas relaciones fueran incompatibles con el propósito de mejorar al hombre, mejorar al deportista, para mejorar a la sociedad, que es como si dijéramos mejorarnos a nosotros mismos. Haremos sí la defensa de la mediocre erudición especializada que, sin duda, predomina en nosotros y que tanto nos reprochan los lectores de opinión que como nosotros piensan que la responsabilidad orientadora del periodismo deportivo es capitalísima para el deporte y la haremos respondiendo que esa mediocridad, ese frecuente aterrizaje sobre la profesión de paracaidistas de la audacia tiene su razón de ser en causales que no son ajenas: 1°) la ya aludida subestimación de la importancia de la Sección Deportes que se manifiesta en la pobre retribución que reciben los más e impide, consecuentemente, exigirles competencia en relación a su responsabilidad y 2°) que el público los quiere así, los tolera así y por lo menos no ha demostrado hasta ahora querernos mejores. No es lo que precede una pretensión de descargo; es una apreciación más dentro del análisis generalizado que nos estamos proponiendo dentro de los cinco tópicos que hacen al tema deportivo de este

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trabajo. Recuperado el derecho de escribir casi libremente, ya habíamos negado la posibilidad del periodismo enteramente libre. Se han advertido algunas situaciones aún más extrañas todavía a las que planteaban los interrogantes precedentes. Así, por ejemplo, máxime cuando son hechos muy recientes, no podemos dejar de hacernos eco de como el periodismo deportivo argentino encaró siempre, haciendo referencia a la generalidad, el problema que surge de la desenfrenada perversión del deportista argentino en los pasados diez años. ¿ Qué extraña unanimidad es ésta, que propende a la presentación del mercader deportivo como un elemento necesario de la sociedad y no por eso impuso al sentimiento del amateurismo ?¿ Qué puede explicarnos que lo pervertido, lo subvertido, lo trastrocado, se nos muestra como inevitable (dicen inevitable) mal del deporte, argumentándose que la lucha es estéril ? ¿ Qué origen tiene este sistemático desplazamiento del decoro por el espectáculo, de la subalternización de la dignidad por el acontecimiento de la competición ? ¿ Qué raíz tiene ésta, que parece organizada tendencia a hacer aparecer de pronto como hombres malos a todos aquellos que son función directiva cuando quieren cumplir lo que su función les dicta y como hombres buenos a quienes sugieren ignorarla y como víctimas de los hombres malos a quienes, purgando faltas, deben cumplir castigos solo morales, nunca físico ni materiales ? El barón Pierre de Coubertin, llamado “Padre del Olimpismo Moderno”, pronunció señeras palabras que siempre se interpretaron como indicativas de prescindencia del triunfo en los fines del deporte. Dijo aquello de “Lo importante es competir”, etc. Pero hoy, en esta alteración de conceptos y subversión de ideas, nos encontramos con que los periodistas deportivos llegamos a retorcerlas para exponerlas como razón de poder seguir compitiendo, con piadoso olvido de los delitos que agrietaron los cimientos de nuestro deporte, con perdón para todos quienes delinquieron en el deporte. Realmente, no hallamos para aquellas demandas otra respuesta que la de una todavía no lograda comprensión de nuestros deberes, de una todavía no alcanzada advertencia de nuestra misión, misión pequeña dentro de la inmensidad de un pueblo, pero siempre importante dentro de su pequeñez. Tal estado de inmadurez explica la presencia de ese sofisma chabacano y sensiblero, sentimentaloide y también absolutamente desinteresado en los más de los casos, puesto que negamos responda a intereses superiores de los que tanto juegan en

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una comunidad y esto es lo que hace aún más triste aquella culpabilidad de nuestra profesión, en el desorden que hallamos dentro del deporte. Se entristece aún más porque más que a una premeditación que podríamos llamar material o ideológicamente interesada, responde a una ignorancia del cometido de la profesión, a la comodidad y a la calculada simpatía de opinar como opina el público. Ciertamente es más cómodo, como camino de labor, que procurar que el público llegue a opinar como opina el que, dentro de la sociedad, tiene la misión de pensar, mientras que el público no tiene tiempo de hacerlo. Tiene la oportunidad de ver lo que el público no ve, de saber lo que el público no sabe, y en ese sentido es que se debe el periodista al público, no para halagarlo por rutina ni para adularlo por sistema. Ese es el periodista, e igualmente periodista e igualmente responsable de su misión es el periodista deportivo. A él también le cabe la obligación de pensar para enseñar, para educar; no pensar para como agradar. El agrado o desagrado que susciten sus tareas nunca será rebuscado, forzado, ni especulado por el periodista responsable. Su misión en la sociedad es sociológica y pedagógica, no escenográfica, no artística. El artista tiene que agradar, el periodista no tiene que agradar. Si agrada al mismo tiempo que cumple su misión, mejor. Pero después. La coincidencia con las mayorías debe ser accidental, jamás rebuscada. El oficio es acaso oscuro, la obra rápida, el fin efímero, el instrumento imperfecto, pero la misión es grande. El halago no es el fin, la misión no es simpática. La política argentina está en crisis de estadistas, el deporte está en crisis de pedagogos. La política argentina está en crisis de estadistas, el deporte está en crisis de pedagogos.

La política argentina está en crisis de estadistas, el deporte está en crisis de pedagogos En el fondo de cada hombre de la calle que lee un medio periodístico existe, en potencia, un descontento con lo que esa página puede ganar en dinero merced a la molestia que aquel se toma de leerla y ese hombre se rebela urgiendo un reclamo:

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periodismo por periodismo mismo, lo que es tan absurdo como reclamar hoy deporte por el deporte mismo. Ergo, amateurismo de Pierre de Coubertin. El caso del político sin dieta. La libertad de prensa empieza en el pensamiento del hombre y termina en la factura de la tinta y el papel. El deporte amateur empieza en el instinto de jugar del bebé y termina en el momento en que el hombre de pantalones largos tiene que pagar los pantaloncitos cortos para practicarlo higiénicamente. Pero poniendo los pies sobre la tierra, sobre aquella tierra de la factura de la tinta y el papel o la de los pantaloncitos, nada impide que el periodismo, aunque inevitablemente comercial, y el deporte, aunque imposible como puramente amateur, se puedan ejercitar honradamente.

EN EL CASO DE LA FUNCION PERIODISTICA, EL EJERCICIO HONRADO DE ESE NEGOCIO QUE PUEDE SER HONRADO ES MUY SIMPLE. Tiene dos puntos: 1) declarar abiertamente que se está haciendo negocio y no beneficencia, como quisiera aquel hombre común (nos llama “mercaderes del pensamiento”) y 2) hacer el negocio comprometiéndose dentro de la lucha de la sociedad en la misma medida que está comprometido el obrero, que al mismo tiempo que en la fábrica está en el centro sindical que le trasmite las directivas, o el empresario que al mismo tiempo que vende muebles está subvencionando la campaña política del partido con cuyo gobierno podría ser dueño de una flota pesquera. El periodismo neutro es un slogan para incautos. ¿ O quien es el periodismo para llamarse ajeno a las honradas y leales luchas de la sociedad para mejorar su existencia o resolver sus disidencias ? ¿ Es un contrabandista ? Lo es sí, cuando toma o pretende tomar el papel “objetivo”, o sea participar de la vida sin aportar a esa vida. Pensemos que también hay dos puntos que pueden definir la forma de practicar periodismo: 1) aquella que apunta a vender, no interesa cómo, ni a quien, ni con qué. Vender, para lo cual no tomará partido. ¡ Mentiras ! Tiene un partido que no declara. Incrementará su atención para con lo que concite la atención de los más. No pondrá el mismo empeño en hacer que los más se ocupen de algo cuya atención concite ese periodismo. Ese periodismo tiene muy visibles dos rasgos: hipocresía y contrabando. Hipócrita puesto que oculta lo que piensa. El otro, el de contrabandista social, porque pretende vivir de los beneficios del medio pero sin aportar la contribución

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que todos los habitantes del medio hacen para que el medio tenga luz, calle, limpieza, sanidad, etc. y 2) aquella que apunta a vender verdad, mercadería para la que hay seguramente un número menor de compradores que en el mercado del no-partido o el no meterse. Esto es, sin perjuicio de pensar como los más, si la coincidencia lo quiere intentar primero, hacer pensar a los demás. Ese es el cometido inicial del periodismo en la creación del hombre, que no obstante los inconvenientes de la cuenta de la tinta y el papel, puede perfectamente subsistir en el mundo moderno mediante la previa confesión de que también él es comercial y quiere vender algo. Quiere, en tal caso, vender verdad, que es mercadería necesitada por muchos compradores y que se puede vender más a medida que más vigor logre aquella postura. Es decir, cuanto más se convenza que está en la sociedad como el obrero, para producir, o el capitalista, para fomentar el trabajo. Unos eligen el primer camino, otros elegimos el segundo. Creo que son muchos más los que eligen el primero por la misma razón que una gran mayoría de los seres humanos que habitan en esta tierra, pero no la pisan, no podrían decir qué saben ni qué quieren ni por dónde van en la vida. Por eso creo que se vende más el periodismo de la mentira. En la práctica periodística ejercida por hombres de esa misma, única posible extracción, se da el mismo caso. No puede otro mientras la mayoría de los hombres no sepan por donde van, adonde quieren llegar. Por eso creo que en la producción periodística son más los que tratan de vender que los que tratan de vender verdad. Son más los que piensan como el pueblo que los que intentan hacer que el pueblo piense como el periodismo; puede que también lo sea por la cuenta de la tinta y el papel.

EN ESTOS MOMENTOS, DOS BANDOS ESTAMOS EN ABIERTA PUGNA EN EL PERIODISMO, que en la intimidad probablemente no serían bandos, sería “el bando”. Porque yo creo que no hay tantas diferencias ni tantas disidencias como se dice. Los dos quieren esencialmente lo mismo. Los dos quieren ver resuelto lo que es un solo problema a la vista de los dos, no dos problemas que uno ve y el otro no. Los dos están igualmente informados. Se enfrentan en estos momentos el periodismo llamado “simpático”, “humano” y el conocido por “duro”. A éste último, en el que no

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tenemos inconveniente que nos ubiquen (puesto que nos ubicamos solos hace ya muchos años) se le imputa ser destructivo o, al menos, no ser constructivo. A todo esto nadie localiza que construye. La concepción opuesta del duro, es decir el humano. ¿ Qué es constructivo ? Creemos saberlo: ser pedagógicos en algunas de las formas de la vida. Pero como frecuentemente advertimos que se llama destructivo al periodismo que queriendo llenar esa misión dice, por ejemplo, que hoy se juega muy mal al fútbol, que supone construir la necesidad de que se juegue bien, nos queda siempre la misma duda: ¿ qué es constructivo ? Queda el interrogante. Para mí no existe, pero el medio no lo aclara. Claro que hay dureza en el periodismo “duro” ! Porque apunta al combate contra todo lo pernicioso del deporte, pero que jamás presenta al deporte como cosa perniciosa. En cambio, esto último sí lo hace el periodismo “humano” que se abstiene, no toma partido frente a los grandes y muchos problemas que hacen al déficit de todo orden que se vive, porque aunque su intención sea vender amabilidad sucede que está mostrando al deporte como la cosa perniciosa que es, a través de su misma indulgencia para con lo prostituido que da en llamar “cosas del pueblo” o “males necesarios”. Es claro que los necesitados de que el fútbol, por caso, no pierda ni un solo espectador, o sea, ni uno solo de los pesos por la vía del descontento con su espectáculo, habrán de lamentarse del periodismo “duro” diciendo que es destructivo porque les quita espectadores o clientes a su negocio, con lo que se está confesando que lo destructivo no finca en alejar público sino en no engañar al público consumidor del papel impreso, que quiere vender honradamente verdad y no solamente vender lícitamente papel y tinta. Alberto J. Armando, por ejemplo, se quejará siempre de ese periodismo. En cambio, el espectador (nada más que espectador del fútbol) lo agradecerá. También la policía es destructiva para la delincuencia y nada resulta más simpático a los delincuentes que una gran masa de la comunidad que los conoce y los señala diciendo “Ese vive del contrabando” y jamás los denunciaría. En este problema que hoy nos preocupa creo que tenemos algo más, muy propio del momento que vive el país. En este problema tenemos vivificada una de las tantas maneras que tiene el hombre de “culebrear”, como dice nuestro hombre de campo para definir al hombre calculador del sector más caliente donde dé el sol. Ya hemos

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dicho que el periodismo está hecho por hombres. Fíjense Uds. : llega el peronismo al país y Uds. recordarán cuán pocos eran los periodistas peronistas. La mayoría eran “objetivos”, “humanos”, como se ha dado en llamar al periodismo que no desea participar de las luchas sino montarse luego de esas luchas en el carro del vencedor. Se afianza el peronismo y el periodismo, en general, es peronista. Ya tiene carro sobre el que puede marchar tranquilo. Cae el peronismo y el periodismo vuelve a tomar la postura “humana”, prescindente, no revanchista, con la que calcula poder circular como corresponsal de guerra o enfermera de la Cruz Roja entre dos carros sobre los que libran su batalla los nuevos gladiadores en combate. Este se decide, aparentemente, y el periodismo deja de ser humano y acepta la crítica aguda. Se hace iracundo. Creo que de este último fenómeno no cabe dudas en el sector deportivo, pero transcurren nuevos acontecimientos hasta llegar al actual momento nacional, en que nadie puede predecir si nos gobernará Aramburu, Perón, Fidel Castro, Bengoa, Frondizi o Frigerio. Y otra vez estamos en el coro de la postulación de la humanidad como ideal del periodismo deportivo. Es decir, entre colegas hay coincidencia de que Juan es mediocre y Pedro es un mal jugador. Separados cada uno de sus tribunas, unos dicen: “Aunque no sirvan, hay que encontrar los ídolos que nos faltan”. Otros piensan: “Los ídolos no pueden ser de barro, luchemos por los ídolos auténticos”. Todo lo cual es privativo, desde luego, del derecho que todos tenemos de tomar la posición que nos plazca o de las fuerzas y convicciones que unos tienen y otros no tienen. Aceptando todo eso, es humanidad. El hombre es así. Pero creo, como Hamlet, que la cuestión es “ser o no ser”. Ser y no ser es no ser nada. Mejor dicho, es ser contrabandista de la vida.

PERIODISMO NO ES AMISTAD NI CORDIALIDAD. Si coincidentemente con el cumplimiento a conciencia que Uds. tienen de su deber se produce la amistad y vive la cordialidad en el mundo que les toque tratar, en buena hora. Pero no como fundamento de lo que Uds. van a ser sino como complemento. Si pueden lograr que la amistad y la cordialidad surjan como cumplimiento de la misión, como su consecuencia.

PERIODISMO ES COMERCIO. Puede y debe ser lícito. Lo comercial no es menester que sea insano.

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EL PERIODISTA ES Y DEBE SER UN DESCONTENTO PERMANENTE. La felicidad es un estado de ánimo, es un estado de conciencia. Esto viene en relación con casos que yo conozco de periodistas viejos y jóvenes, experimentados e inexpertos, que han llegado a decirme, como explicación de una actitud que ellos mismos consideran pasiva, desnaturalizante, de lo que es el periodismo: “Yo no quiero aparecer como un amargado. Yo hago tres artículos diciendo esta verdad y aquella otra verdad y a mí me dicen que soy un descontento, en otros casos que soy un inadaptado social”. Considero que el periodista es, en potencia, un descontento. Interiormente puede ser un hombre feliz; es más, yo creo que es lo normal en el periodista vocacional. El periodista tiene que vivir al margen de lo que pueda decirse. El “qué dirán” respecto de la individualidad y del supuesto estado de ánimo de cada uno de Uds., estando Uds. realmente convencidos de que están trabajando por amor a las distintas causas que pueden movilizar la actitud periodística, no les tiene que interesar para nada. Lo grave es llegar al estado de ánimo de aquel periodista talentoso, extraordinariamente capaz, con odio realmente, con un estado de resentimiento hacia la sociedad como consecuencia de su frustración en todo sentido, desde la familia hasta otros aspectos.

EL PUBLICO HA DEJADO DE CREER EN NOSOTROS Y EN LOS POLITICOS y eso debe ser una realidad no solamente conocida para tenerla por allí a la vista, sino que considero que debe ser un alerta permanente del hombre que se lance hoy a ser periodista. Desde luego, yo no podría invitar a ninguno de Uds. a que se lance a ninguna campaña por una reivindicación de ese respeto asegurándoles que, antes de morir cada uno de Uds. o el que de Uds. sea el encargado de esa gestión, va a recibir el monumento a la reivindicación o va a ver lograda esa reivindicación. Es posible que no les alcance para ello ni los nietos de cada uno de Uds. Pero creo que es urgente, precisamente como ingrediente de la satisfacción de haber hecho noblemente periodismo, que hoy, en un momento ciertamente antipático como el que se siente respecto de ese descreimiento del público hacia nosotros, nos aboquemos (así sea para que reciban sus resultados cinco generaciones por venir) a la tarea de que la gente vuelva a creer en nosotros. Debemos recuperar esa confianza.

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Es sugestivo: los hombres públicos tienen cada vez menos periodistas y estadistas porque, coincidentemente, se produce este otro hecho sintomático y por demás significativo y corroborante de esta realidad que creo no es la mía sino que de todos: el individuo que llega a hacer periodismo y a ser periodista no se puede salvar de que haya en él incitaciones vanidosas o ambiciones que hacen a la lucha de todos los hombres por ser más importantes que los otros. No se puede salvar. El mismo deseo de querer difundir una idea y el no oculto deseo y hasta la necesidad de que exista, de que esa idea prospere y se imponga, está denunciando un propósito de romper el nivel común, de ser el hombre del traje rojo si el hombre común es el del traje gris. Es una condición humana. Además, nunca vi que el mundo pudiera ser movido en las cosas importantes por hombres que se queden arrinconados en una choza o aislados de la sociedad, para vivir exclusivamente de él y la naturaleza. Especialmente en los últimos años se ha interpretado la función periodística con una menor dosis del romanticismo que llegó a tener aquel otro periodismo precedente, que no es muy antiguo y terminó casi en 1950. No solamente ha disminuido en una cantidad casi exterminante la cantidad de bohemios y románticos (lo que no quiere decir periodistas de ropa sucia y debiendo permanentemente dinero, sino la otra bohemia, la bohemia para con la vida). Se está incrementando peligrosamente la interpretación, dentro de las nuevas generaciones de periodistas, de que el periodismo es una actividad destinada a conseguir la llamada “popularidad”. Es cierto, el periodismo puede traer la popularidad. La popularidad – pudiendo ser el deseo de todo ser humano en cualquier actividad— creo que no es el objetivo ni se la debe buscar haciendo periodismo. El mayor obstáculo para lograrla puede ser el empeño en buscarla. No solamente se puede caer, como se está cayendo, en el absurdo de querer transformar a la actividad en artística (trabajar para gustar) y, en la misma medida, confundir popularidad de periodista con

Buscar descaradamene la popularidad hace muy fácil conseguir el ridículo

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popularidad de artista. El buscar descaradamente la popularidad hace muy fácil conseguir el ridículo. Ridículo que generalmente no perciben los propios interesados y que cuando advierten que existe les va a doler mucho y, en cierto modo, prácticamente los agotará anímicamente para seguir en esa lucha. Esa popularidad, que en buena hora logren porque significará que han logrado imponer sus ideas e incluso hacerse pagar mejor como periodistas, va a llegar sola y va a tener doble valor. Creo que una de las fuentes más positivas para alcanzar la popularidad se consigue brindándose, aportando trabajo, producción. Si hay calidad habrá popularidad.

EL PERIODISTA NUEVO, EL PERIODISTA JOVEN O EL QUE VA A SER PERIODISTA SUPONE QUE HAY UNA MANERA DE ESCRIBIR. Yo les tengo que poner como experiencia que, a mi  juicio, no hay una única forma periodística, sino que todas las formas de escribir son periodísticas mientras tengan la propiedad de decir como para que muchos entiendan. Para escribir periodísticamente solo hay que saber escribir y tanto se sabe escribir si se lo hace correctamente, dentro de los parámetros de la corrección idiomática, sin errores de ortografía, como cuando el vocabulario se maneja con corrección. Esto es lo importante, dentro de la corrección de escribir, cuando al margen de los preceptos académicos se saben usar aquellas expresiones que pudiendo ser académicamente no autorizadas pueden lograr la mayor claridad del mensaje. Sobre todo, calculando a priori cual será el público que puede consumir ese mensaje. En cuanto a maneras modernas de escribir, no puedo ignorar que hay sí una exigencia del mundo actual respecto de las maneras de escribir, pero que no hace ni a lo corto ni a lo largo de las oraciones o las frases, ni tampoco al consumo de tales o cuales adjetivos, de tal o cual vocabulario. Hace sí a la necesidad de medir, al escribir, las disponibilidades de tiempo que el lector tiene para dar por sabido lo que ya sabe o para conocer lo que ignora.

LO MODERNO NO ES LO ABSURDO. Modernismo no es rebuscamiento de cualquier cosa llamativa, por desconocida.

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Modernismo puede ser el buscar lo llamativo por certero, por razonado. Pero no suplantarlo con la ambigüedad, con la vaciedad, en aras de la ignorancia colectiva. Entre las recomendaciones un tanto legendarias que en Editorial Atlántida dejó escritas Constancio C. Vigil - o que en La Nación dejó escritas el viejo Mitre y que en La Prensa dejó escritas Gaínza Paz, en fin, todos los patriarcas del periodismo – hay una que se usa mucho y que los jefes recomiendan a los novatos, y que dice: “Imparcialidad!” . Así, como enunciación teórica o teorizante de la profesión, la actitud es linda. Pero se produce acá una confusión entre imparcialidad y desapasionamiento. Yo no entiendo como es posible, si tengo que defender, proteger, protestar, atacar alguna cosa de las que encuentro bien o mal hechas dentro del mundo del que voy a ser vocero de aquel millón de personas por cada periodista, no entiendo como puedo ser imparcial. A la fuerza tengo que tomar partido. Tengo una parcialidad tomada, estoy en favor de algo o en contra de algo. Entonces, la imparcialidad es impracticable.

La imparcialidad es impracticable Al periodista deportivo que practique esta línea de la parcialidad sin temores le viene otro peligro. Muy seguramente lo van a etiquetar enseguida, como que está haciendo política. El periodista deportivo, como todo ciudadano, es un instrumento cívico o político del país. Ahora, donde un periodista, por ejemplo, piense que al señalar que a la salida de una concentración radical ocurrió tal cosa en favor o en bien o en mal y la relaciona con el partido de fútbol, seguramente le va a caer encima el adjetivo de “político dentro del fútbol”, que está haciendo política donde no corresponde hacerla. Quiero recomendar que, además de olvidarse del prejuicio popular sobre hacer política, recuerden que si no hacen esa política van a dejar de llenar todos los objetivos anteriores que trazamos como ideales del periodista de sociales , de deporte, de economía, de lo que sea, orientando en todo cuanto sea posible a la masa hacia la

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gran concentración de la obligación colectiva, para lo cual es fundamental – sobre todo es muy útil – consignar aquellos episodios en los que el lector de la crónica de fútbol no tiene participación, ya sea porque considera que lo político es sucio y él no puede estar ahí, o porque considera que la política es una cuestión de políticos, de abogados o de hombres de leyes, o porque no conoce su función en la sociedad. Entonces: gran momento este para asociar, así como al pasar, el partido del domingo al acto radical.

EL PERIODISTA DEBE SER DIRIGENTE DEL DEPORTE, CONOCER LEYES Y REGLAMENTOS. El periodista no solo tiene necesidad de enrolarse: tiene obligación, sobre todo si no ha nacido con una vocación reglamentaria y estatutaria del deporte, de vivir allí cerca del dirigente. Su conciencia, su sentido del lugar, sus convicciones para mantenerse independiente en sus juicios, en su personalidad, serán los factores encargados de que ese periodista no se permeabilice del sentir que puede ser interesado, que puede ser nefasto, de muchos dirigentes que, viéndolo a su alcance, lo pueden usar o pueden tratar de usarlo, permeabilizarlo en ese caso, hacerlo apasionado y contando con que Uds. no lo sean (permeables), yo les recomiendo que se acerquen. Una gran parte de la fundamentación deportiva argentina, especialmente en lo jurídico, es lo estatutario. Es lo principista en general y se debe a periodistas que fueron dirigentes.

ES NECESARIO QUE EL PERIODISTA SEA, SI NO UN IDONEO, SI POR LO MENOS NO UN LEGO EN MATEMATICAS, de la misma manera que no sea un lego en economía, que no sea un lego en derecho. Tiene que hacer en algún momento de la vida incursiones por todo ese mundillo que hace, si no a su misión, por lo menos a las necesidades que en cierto momento va a tener en su misión. Cuando se dan cifras siempre es necesario recordar que la cifra no puede errar, aún cuando tipográficamente el error en números sea el más probable en materia periodística y el que más fácilmente se produce. Cuando el periodismo, en razón de su temor, de su ignorancia específica en temas como los que se están tratando, no ejerce su función, es decir, deja que otros la llenen por él, se dan varios casos.

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SE DEBE TERMINAR CON EL REPORTAJE DONDE EL PERIODISTA ES SOLAMENTE UN AUDITOR y de ninguna manera es partícipe de lo que se discute y de lo que se hace llegar al público. El periodista debe propender a que se rompa esa cadena de absurdos donde el reporteado prácticamente adquiere el derecho de mentir sin ninguna clase de interrupciones y, es más, el de que los comentaristas de las propias mentiras que dicen sean los encargados de darle difusión sin, por lo menos, hacer la salvedad (al pie, o durante o en el transcurso del reportaje) que demuestre que el periodista no participa de esa demostración de ignorancia. El periodista debe acusar en algún momento que él no es partícipe de esto. El periodista, además de los terrenos donde digo que tiene que ser medianamente idóneo, también tiene que ser idóneo en lo que vendría a ser la negación de la idoneidad. La negación de la idoneidad, en fútbol, es el problema de las direcciones técnicas, los planes, las tácticas, los esquemas, los números y todo eso.

HAY COSAS GRAVES POR PARTE DEL PERIODISMO, COMO ESTA DE HABER FABRICADO SU ESPECIE DE “CUARTO PODER”. Pero ocurre que el Poder Ejecutivo, en la organización republicana de los países, está sometido a juicio: llegado el caso, tiene jueces que lo pueden condenar. El Poder Legislativo está sometido a tutelas o a una situación de subalternidad por parte de otros poderes. Aún el Poder Judicial tiene jueces que lo pueden condenar allí donde el Poder Judicial falte a sus deberes. Creo que es la Corte Suprema en este caso. Al periodismo nadie lo juzga. Se lo juzga en los estrados judiciales cuando el periodismo cae en una infracción o en un delito contemplado por la ley. Pero en lo que hace a todo este tipo de infracción benigna (llamémosle así) que no tiene posible calificativo de delito en ningún casillero de lo que puede marcar la justicia, ocurre que el periodismo nunca ha aceptado (se ha colocado algo así como una coraza de impermeabilidad) ni la comisión de su delito ni la calidad de tramposo por la que pueda ser enjuiciado.

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ESCRIBIR BIEN NO BASTA. ES NECESARIO CONOCER Y, ADEMAS, ESCRIBIR BIEN. Todo periodista se va a encontrar muchas veces, no obstante el mucho empeño que pueda tener por estar más o menos bien informado, acaso siquiera en lo fundamental, con que somos ignorantes en “equis” materia.

Recomiendo como medida de mejor conciencia, de plena conciencia del oficio, no hablar nunca más de lo que se sabe. Ahí si recomiendo dejar al lector que juzgue. El lector tiene que juzgar, pero después que haya juzgado el periodista, sobre todo porque normalmente el lector no está en condiciones de juzgar. El del periodismo es, de una manera indirecta, declarada o no declarada, un arte gubernativo de masas.

LOS IDOLOS Y EL PERIODISMO . Frecuentemente, después que el ídolo ha caído en una falta, el periodismo arrecia o en una actitud de defensa del infractor o de violenta condenación del hecho, diciendo que se ha “vedettizado”, que está en iracundo, etc. El periodismo ha seguido a los ídolos del fútbol. El periodismo se nutre y se vale de esos ídolos, como que con ellos vende. El periodismo llega a abogar por la fabricación, si es que el ídolo no surge por sí. Desde luego que los ídolos no pueden hacerse como un plato de repostería. Los ídolos fabricados no duran, resultan de barro y caen al menor embate. Los ídolos estables son aquellos que valen por su valor intrínseco. Fangio, Di Stéfano, Pelé o Gatica ganaron la idolatría deportiva por una artesanía genial que no se puede hacer con publicidad. La publicidad se hace con ellos. Creo que en esto estamos todos de acuerdo, hasta quienes abogan por la “fabricación” de ídolos. Unos y otros, con nuestras respectivas manufacturas del ídolo, también estamos coincidiendo en que no todos los hombres son iguales. Es una frase antipática, puede ser antipática, pero admitiré lo contrario cuando se me demuestre que no es así. La única igualdad posible, pero tampoco real, de un hombre respecto de otro hombre es la de los derechos y las obligaciones jurídicas que tampoco existe, si bien se la proclama. Pelé no es igual que Lima, por ejemplo, uno de sus compañeros del Santos. Fangio no es igual que Marimón. Sin desigualdades humanas que produzcan la posibilidad de lograr lo mejor, el mundo de los humanos sería una monótona anomia que el hombre, a su

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vez, ni siquiera tolera en las bestias sometidas a su látigo. Como que el hombre no permite que se crucen un perro de raza y otro bastardo, o que pasteen en el mismo alfalfar el toro ganador de un premio en Palermo y su hermano, desconocido por las vacas de la misma estancia. Siempre hay un hombre mejor y también un animal mejor. La igualdad empieza y termina en lo jurídico, suponiendo que fuera puesta en vigor la igualdad. Pero he aquí que: 1) el periodismo que pide ídolos pide seguidamente su destrucción, apenas el ídolo se hace eco del mayor valer que le han asignado respecto del motor humano del deporte; 2) el periodismo y el mundillo que exaltan ídolos proclaman seguidamente la guerra al vedettismo o claman por la abolición de los astros y los “irreemplazables”. Crea la alergia al intocable o al imprescindible, al mismo tiempo que fabrica o recoge intocables, imprescindibles, irremplazables, astros y vedettes. Hay hombres irreemplazables, imprescindibles. Claro que los hay. ¿ Quien reemplaza o prescinde de Pelé ? ¿ Quién habría reemplazado a José Manuel Moreno ? Todo ser humano es irreemplazable en la medida que no tenga sustituto y los Pelé, los Fangio, los Di Stéfano, normalmente no tienen sustitutos contemporáneos. Pueden tener émulos que los superen. Normalmente, esos émulos llegan después de haber pasado aquellos. Pero en su momento, Fangio, Pelé y/o Di Stéfano, efectivamente fueron irreemplazables, imprescindibles. Y en la misma medida que ellos, en su nivel de superdotados. Sí, de superdotados, ¿ por qué no va a haber superdotados ? ¿ Porque lesiona el mito de la igualdad ? Son asimismo irreemplazables o imprescindibles muchos valores humanos inferiores a aquellos, pero superiores a su medio, el medio en que actúan. Todo aquel que rompa el nivel común es imprescindible, es irreemplazable. Puede haber mediocres futbolistas tan irreemplazables como Pelé. Sí señor: Artime y Valentim son irreemplazables en River y Boca, mientras el nivel de sus compañeros sea el disminuido conocido, que hará irreemplazables a Artime o Valentim. Albrecht es irreemplazable en San Lorenzo mientras no aparezca otro como Albrecht o mejor. Desde el cementerio de los irremplazables, también es

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irreemplazable Carlos Gardel. Hay un error general, una confusión común, frecuente: confundir irreemplazable con mala persona. Mezclar imprescindible con intocable, irreemplazable con envanecimiento y/o egolatría. Licuar superdotado con vedettismo, asociar ultracapacidad con culto del individualismo, son todas cosas distintas. El yerro tiene una fuente concreta: los hechos de vedettismo coincidentes con la convicción de mala persona de muchos irreemplazables y el frecuente olvido de que la vedette en el fútbol es nada más que un hombre medio (y a veces menos). Por caso, Sanfilippo. Sanfilippo es mala persona, es egoísta, avaro del culto al individualismo, pero no puede negarse la condición de irreemplazable de Sanfilippo mientras el equipo de Sanfilippo no dé con un Pelé que, entonces sí, haga de Sanfilippo un fácilmente reemplazable. Otra cosa inútilmente complicada, siendo muy simple, estando muy clara, es la conducta en el vedettismo. ¿ Quién le hizo creer a Sanfilippo su derecho a ser vedette, además de irreemplazable ? Los mismos que condenaron a Sanfilippo por vedette, no otros. Esto es, un compadre (y además presidente del Club que lo castigó) y el periodismo que protegió sus desplantes y condenó su último desplante y también los del padrino. Un equívoco más. Ni los irreemplazables de función ni los difuntos irreemplazables son sinónimo de vacío eterno. Desde Lincoln hasta Kennedy, todos los hombres irreemplazables que murieron encontraron reemplazo. Lo seguirán encontrando. Desde Bernabé Ferreyra hasta Sanfilippo, también. El equívoco consiste en considerar reemplazados a los irreemplazables mediante el relleno de su lugar. Pero es indudable que Pelé es irreemplazable mientras no haya otro igual a Pelé, o mejor. Cuando Pelé no juega, el Santos sigue jugando y otro ocupa el lugar de Pelé. Eso no quiere decir que haya sido reemplazado. Irreemplazable es el genio, no el cupo, hasta que aparezca el mayor dotado que Pelé que permita decirle a Pelé: “No te necesitamos más”. Y he allí el problema. Surgirá algún día el mayor genio que Pelé, pero Santos lo tiene que reemplazar ahora y en este momento a Pelé. Ahora y en este momento, Pelé en el Santos o Juan Lanas en Calamuchita son irreemplazables. Sentar a otro en el sillón de Kennedy no significa reemplazar a Kennedy. El reemplazo se producirá cuando, además de un cuerpo para ese sillón, se dé con

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una mentalidad equivalente o mejor, máxime donde la actividad en cuestión -- por encima de toda cuestión cuantitativa -- sea un problema cualitativo de fecundidad en el arte de lo imprevisto que por encima de todas las cosas es el fútbol, como arte que en cierto modo es del engaño, la sorpresa, la simulación y el instinto, todo a un mismo tiempo, bajo un basamento eterno en el fútbol de cualquier época: el individualismo genial para crear el colectivismo genial. Este último jamás se logra sin aquel. Aquel puede, en cambio, emular al colectivismo mediocre.

Por encima de todo el fútbol es el arte del imprevisto. Y también, en cierto modo, arte del engaño, la sorpresa, la simulación y el instinto, todo a un mismo tiempo

HAY QUE HACER PENSAR. Canal 9 fue tomado hace un tiempo por Alejandro Romay. Alejandro Romay es un empresario que ha tratado de explotar la rama periodística como pudo haber explotado la rama musical o cualquier otra. Es un representante de la cursilería, de lo chabacano, de lo que no se debe hacer en materia de difusión de ideas y de orientación de multitudes o de público. Hay un aviso del Canal 9 publicado hace poco, en la “era Romay”, que dice: “Desde hoy los componentes de la familia del nuevo 9

les servirán de guía, porque la programación integral del nuevo 9 está muy bien pensada para que Ud. no tenga que pensar”. Además, se lee en la revista “Panorama” de abril de 1964, cuando se produce el conflicto entre Romay y el programa “Apelación Pública” : “Alejandro Romay interrumpía de vez en cuando la transmisión del inusitado tape para señalar la ligereza, la irresponsabilidad y la torpeza de los animadores y de algunos testigos. Doce horas después reiteró a “Panorama” su posición en el asunto. Habla Romay

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: “Defiendo el derecho del empresario a dirigir su empresa; yo ya había advertido a los productores de ´Apelación Pública´ que no debían tocar temas tan delicados si no sabían ponerse a la altura de las circunstancias”. Lógicamente que esto de ´ponerse a la altura de las circunstancias en temas delicados´ es algo muy ambiguo, no alcanza. Es algo así como “Juguemos fútbol serio, rápido y simple ”. Después dice: “El 19 de marzo, mientras marchaba hacia el City Hotel con su plana mayor para responder a las preguntas de la prensa, Romay agregó:

´El periodista que interroga no debe dejar traslucir sus opiniones”. Tenemos que hacer pensar, siempre, en todo momento. Incluso cuando informamos, por ejemplo, que al jugador Fulano de Tal le han sacado el yeso, si hay ocasión de dar una opinión sobre la noticia de que le han sacado el yeso.

LOS PERIODISTAS TENEMOS QUE HACER PENSAR SIEMPRE, EN TODO MOMENTO. HASTA CUANDO INFORMAMOS

YO ENTIENDO QUE EL PERIODISTA ES UN COMPROMETIDO. No puede ser de otra manera. Abogo porque el periodista participe un poco gubernativamente de la actividad que desempeña, que participe de los quehaceres institucionales. De hecho ya está comprometido. No es un indiferente, no es un ajeno al problema y no puede tampoco sentirse tal, aunque no esté ubicado en lo íntimo de ninguna institución, de ninguna persona. Está comprometido ya implícitamente por su deber ante ese núcleo social. Hay dos tipos de compromisos mental-ideológicos. Uno que hace a su independencia y otro que hace a su participación. Descarto que no va a haber periodista que se vea comprometido en decisiones, en episodios que puedan ocurrir en el deporte por el hecho de ser amigo de nadie. Vamos a descartar al amigo. Pero, al margen de la prescindencia de la amistad o de prescindir de hacer amistad dentro del periodismo, al margen de eso, suponiendo que no lo hiciera, hay otro problema.

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Si el periodista admite recibir premios por determinados trabajos, en concursos muy frecuentes o que por lo menos abundan, destinados a las mejores producciones de los periodistas por parte de instituciones partícipes del quehacer de ese periodista, allí hay otro tipo de compromiso ajeno al compromiso de participación social y cívica del periodista en su misión. Hay un tipo de compromiso o de inhibición para la independencia de opinión del periodista. Hay un problema de compromiso con la conciencia del periodista. Su independencia de juicio en su conciencia, aún cuando sus condiciones sean muy agudas y su honradez sea intachable, no se tiene que sentir resquebrajada de alguna manera.

LA HONRADEZ HAY QUE TENERLA, DEMOSTRARLA Y – ADEMAS – HAY QUE PRACTICARLA. Los carcamanes periodísticos, aquellos que al llegar el hombre nuevo a una redacción le dan el gran sermón de lo que se debe hacer y lo que no se debe hacer, se vienen nutriendo con algo que es lapidario: “Ud., como periodista: cómo, cuando, donde y por qué”. La obligación es ésta: ¿ Cómo ocurrió el suceso ?, ¿ Cuándo ocurrió ? ¿ Dónde ? y ¿ Por qué ? Yo creo que el periodismo de conciencia no puede excluir un quinto punto que nunca me he explicado porque no se lo ha incluido y es: ¿ Para qué ? Si incluimos este quinto punto, implícitamente aparece el periodista obligado a opinar. ¿ Qué son humanidad e inhumanidad ? Yo creo que el problema está en saber establecer la líneas donde lo humano separa a lo humanamente insano . La insania (de conducta) del individuo naturalmente que tiene una motivación en la propia imperfección humana que descontadamente arrastra todo hombre. Pero yo creo que el periodista está en condiciones de establecer con bastante facilidad en que momento la inconducta o la insania de conducta se exterioriza por ignorancia, por incompetencia, por incapacidad mental, por debilidad de temperamento; en suma, por inocencia. Y desde que momento esas mismas inconductas tienen por motivaciones las condiciones ya decididamente enfermizas y, sobre todo, intencionadas y premeditadas, dañinas del hombre malo que se equivoca sanamente, pero que en éste caso no se equivoca por ignorancia sino que se equivoca por maldad. No se puede ser temeroso por ser destructivo con lo que destruye . Ahí no hay ningún problema de destrucción. El problema por destruir puede

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existir cuando Uds. pueden sí destruir la ilusión de un chico, de un deportista que recién empieza, que está inocentemente equivocado, con una crítica que puede acaso olvidar estas circunstancias o ignorar otras. En este caso sí Uds. pueden hacer daño. Ahí si que Uds. tienen que recordar aquellos factores humanos. Pero no van a dejar de ser humanos cuando, en el caso opuesto, van a tratar de destruir lo que decididamente ya no tiene posibilidad de curarse sino que nos está destruyendo a nosotros mismos, está destruyendo a un medio.

¿ EN QUE PERSONA SE DEBE ESCRIBIR ? Creo que hay que escribir de las dos maneras. Se debe escribir en primera persona del singular y se debe escribir con el más cuidado sentido impersonal en los tiempos que Uds. quieran del verbo. Depende del tema, de la publicación y del interés que Uds. tengan en que una cosa “entre con sangre” o que entre sin sangre. Les cito mi caso en la revista “Así” y en el diario “Crónica” . Se trata de publicaciones con las que tenemos una exquisita definición de posiciones: ellos no comparten mi periodismo y yo no comparto el de ellos. Esto ya empieza a crearme a mí un estado de obligación y hasta, si se quiere, de gratitud. De gratitud en lo que significa reconocer una posición noble y franca de alguien que trata conmigo. Entonces, por ejemplo, se presenta un tema. Hay un enfoque empresario, periodístico, humano, etc. que tiene una posición tomada muy distinta a la mía, pero que espera que yo, en sus páginas, escriba en cierto modo en contra de esa posición. Entonces a mi me parece necesario, para dejarlos a salvo y quedar yo también a salvo, poner bien en claro que ellos están en la vereda de enfrente a la mía y viceversa. Hacer que el lector de ellos, donde además estoy yo, no llegue a confundir en ningún momento ni a ellos ni a mí. Yo entiendo, entonces, que debo escribir en primera persona del singular. En otros casos, especialmente en publicaciones de una absoluta o casi absoluta uniformidad de posiciones mentales, me parece un poco pedante y chocante, sobre todo, el abuso de la primera persona del singular. No es que interprete que la modestia y la humildad se logren simultáneamente o prefabricándola. Me parece, sencillamente, una cuestión de buen gusto idiomático y una manera

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de fortalecer, precisamente, el vínculo o la unidad colectiva que se alcanzan a formar con muchos vínculos individuales. Dentro de esa misma corriente, que podría ser “El Gráfico” que hacíamos en esa construcción individual-colectiva, de pronto llegué a decirle a muchos redactores: “Escríbalo en primera persona del singular” . No para lograr el distingo o la no confusión que presenté en el caso anterior. Continué diciéndole: “Me parece que Ud. tiene que fortalecer, ante cierto público, su existencia individual. Aquí es necesario que cierta  gente recuerde que Ud. existe y que cierta gente diga ´..lo dijo Fulano´. Cosa que va a decir más fácilmente si va diciendo “yo” siempre en primera  persona que si lo desliza en una especie de producción común” . Puede haber otro caso: se produce una situación, viene un tema de escándalo y hay una especie de consustanciación total en la revista. El tema, sin embargo, tiene que ser tratado por uno solo, al que además hay que decirle que lo firme porque ha sido el paladín de la campaña o cosa parecida, y no por decir que los méritos tienen que ser para él, sino para incluso mantener la forma del proceso desarrollado: “Si, Ud. lo firma pero escríbalo en forma absolutamente impersonal para que esto sude solidaridad, coincidencia de todos” . Ni la una siempre ni la otra siempre. Como en el fútbol, nunca siempre la misma.

EL PUBLICO EN GENERAL (Y CON RAZONES) ESTA CONVENCIDO QUE EL PERIODISTA NO SABE y está convencido porque con frecuencia el periodista demuestra que no sabe. Los ridículos que hace el periodista de toda rama en su incursión audaz, inconsciente, en temas que no domina, es un hecho bien conocido. Pero viene luego un proceso, acaso psicosocial, fortalecido por esa evidencia de que no sabe. Y es el envalentonamiento del dirigente que se ve afectado por alguna crítica que rompe los círculos usuales de la crítica y que penetra en algunas profundidades o cuestiones donde habitualmente el periodista no sabe y entonces ese dirigente se puede pavonear diciendo por cualquier parte que “ha sido calumniado”, que “se habla sin propiedad”, etc. Y casi siempre acierta. El dirigente “se tira un lance” con grandes posibilidades de acierto porque casi nunca está el periodista idóneo que le pueda decir: “No, yo se. O Ud. no sabe que yo sabía”.

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El periodismo debe ser absolutamente democrático, liberal, dando sitio a todas las opiniones. Entonces es “muy periodístico”, es muy democrático, dicen, que dentro de una misma página haya dos opiniones opuestas que muestren distintas líneas de conducta o de apreciación, y está la otra que dice que toda publicación debe tener una sola línea. Mi posición en la materia sería ésta: una sola línea no. Una línea para cada uno, sí. Pero creo que no hay posibilidad de lograr absolutamente una única línea dentro de una publicación donde muchos opinen. Tampoco se la debe buscar, aún cuando existiera la posibilidad. Varias líneas en una sola línea no es democracia : es demencia, incoherencia o confusión. Ahora, ¿ como entiendo yo que deben coexistir varias individualidades de líneas distintas ? Creo que debe coexistir lo distinto en cuanto a la manera de ver o en cuanto a los gustos para apreciar las particularidades que puedan hacer al contenido de las cosas que se  juzgan.

LA NUESTRA NO ES UNA CIENCIA, pero sí es una misión espontánea, vocacional, y tiene muchos puntos de contacto con el fútbol. A ningún periodista se le puede predecir qué asuntos, aparte de los previsibles, podrán ocupar su atención dentro, por ejemplo, de tres años, suponiendo que ya ha cubierto la etapa de formación y dentro de tres años aparece lo que no estuvo previsto ni en el orden  jurídico ni en el orden médico, matemático, económico; ni en el orden moral, deportivo, reglamentario: el imprevisto. Caso concreto: el gol average. El periodista tendrá que hacer jurisprudencia en este asunto. Tendrá que ser, por lo menos, uno de los concurrentes a formar la jurisprudencia que de pronto, súbitamente, se encuentra que está faltando en la asociación deportiva o futbolística y que hay que crear. Yo ahí estoy de actuando con la espontaneidad vocacional de mi ubicación en el problema. No tengo otro elemento de juicio.

LA LIBERTAD DE EXPRESION NO ES LIBERTAD DE ACCESO, ni puede violar ninguna norma jurídica sobre la propiedad privada. Especialmente dentro del que yo suelo llamar, un poco en la intimidad, “periodismo carcamán”, se ha difundido mucho la pretensión de los representantes de ese periodismo, generalmente personas de más edad que Uds., pero dentro del cual abundan los periodistas de edad más tierna, en cuanto a que el periodista es casi, casi alguien poseído de todos los derechos y poderes que pueden

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disponer, por ejemplo, la policía o el poder judicial o el poder público en general , para introducirse más allá de donde la calle tiene limitado hacerlo. Uds. leerán con frecuencia cosas como ésta: “Se reunió, o se realizó tal reunión en alguna parte, y sorpresivamente le  fue negado el acceso a la prensa”. Se hace alguna incursión velada o abierta, de las dos maneras, en cuanto a que eso constituye una violación a los derechos de libertad de opinión y, concretamente, al ejercicio de la libertad de prensa. El periodista no es propietario de empresas. El periodista responde a empresas que, en tal caso, están ejerciendo en representación de todos esa libertad de expresión que usan sus representantes. Los conflictos que sobre la privación de ese derecho se pueden plantear corresponden, eminentemente, al terreno judicial y con antelación a ese terreno son los representantes directos y los afectados directos de las publicaciones que se vean privadas del ejercicio de ese derecho, las que deben plantear la cuestión, pero nunca individualmente un periodista o un fotógrafo o alguien que previamente no consulte la seguridad de que él, en persona, no ha violado lo que le está prohibido violar a cualquier persona civil, detrás de la cual recién puede aparecer la persona periodística. Hace poco, en el partido Inter-Independiente el club Independiente, con un derecho jurídico innegable, dispuso que para ese partido las credenciales de acceso de los fotógrafos y de los periodistas serían especiales para ese caso y otorgadas también para ese caso mediante un sistema también particular. Los fotógrafos plantearon una cuestión de la que se hicieron eco todos los diarios, por lo que desconocían todas las credenciales que no fueron las que otorga el gobierno, la policía, mediante una chapa de identificación, porque eso era un avasallamiento a sus conquistas laborales y todo eso. Plantearon la cuestión. Creo que incluso lograron obligar a Independiente a dejar sin efecto la medida y a reconocer las chapas. El origen de todo esto no solamente puede responder a una actitud de la que tiene derecho, en este caso, el dueño de un lugar privado, si bien abierto al público como es un estadio, sino a la condición no desconocida de que muchos representantes del periodismo entregan sus credenciales para que amigos y no-periodistas hagan uso indebido de ellas. O sea, que es una prevención en contra de una de las tantas imperfecciones humanas a las que el periodismo y sus

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representantes no escapan. Se confunde, muy frecuentemente, el

derecho de libertad de expresión con el derecho de entrar donde solamente puede entrar quien lo permita, cuando lo permita el dueño del lugar donde está la información . No hay ninguna ley que obligue a nadie a dar información a la prensa. La información a la prensa se da porque se desea la difusión, porque se considera que no hace daño darla o porque interesa darla; pero no hay ninguna obligación para nadie de dar información absolutamente a nadie.

NO HAY NINGUNA LEY QUE OBLIGUE A NADIE DARLE INFORMACIÓN A LA PRENSA

EL PERIODISMO SE RECTIFICA. Debe rectificarse. El muerto de “La Prensa” no debe figurar en nacimientos, sino en fallecidos. El periodismo honesto, además de rectificarse por conciencia del error, debe tener más de una manera de pensar cuando conscientemente repara que la precedente estaba equivocada. Lo deshonesto es cambiar modos de pensar para especular con la conciencia. Con mucha frecuencia los periodistas son consultados por gente de la calle (y aún de su propia profesión) acerca de si es posible que un periodista tenga dos opiniones. Puede haber más de una manera de pensar y yo diría más: tiene que haber más de una o de dos maneras de pensar, todas las veces en que por evidencia de lo que no había visto, por maduración de lo que tenía verde, por cambio de situaciones inexistentes hasta entonces o existentes ahora, surjan motivaciones para efectivamente ver que ahora es diferente lo que anteriormente habíamos visto distinto. Yo prolongo o extiendo la honradez de rectificarse del periodismo en los casos en que se ha equivocado, en los casos en que mató o dio por muerto a quien está vivo, la prolongo a los casos en que puede ver que el jugador de fútbol Sanfilippo juega al fútbol de una manera que el periodista no había visto hasta entonces, o de una manera que Sanfilippo no usaba hasta entonces y que ha aprendido desde allí. No se juega ningún honor personal, ni cosa que se le

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parezca. Lo insano, lo vergonzoso del periodista es cambiar de opinión o usar más de una opinión para especular con la comodidad de la coincidencia con los demás.

LOS DEPORTISTAS SE RIEN DEL PERIODISMO. Muchos deportistas fueron educados para reírse del periodista en su propia protección, en salvaguardia de ellos mismos, porque si no resulta que cuando vinieran las malas esa gente se iba a frustrar espiritualmente, moralmente, por una crítica. Entonces, conociendo quienes eran los que escribían y cómo veían el fútbol, ya hay un dicho muy frecuente entre los jugadores: “Cuando el periodismo habla mal de mí es porque estoy jugando bien” . Quieren decir que el periodismo no sabe nada de nada.

SIEMPRE PERIODISTAS. SI HAY TIEMPO, TIPOGRAFOS. “Tener taller” no es ser periodista. Si el periodista “tiene taller”, mejor, pero no es fundamental ni necesario. Puede ignorar sobre tipografía si conoce de leyes, pero no puede ser periodista si ignora leyes y conoce tipografía. Afortunadamente, en la actualidad el taller no es necesario para el hombre que va a ejercer el arte de orientar el pensamiento colectivo.

PERIODISTA: HOMBRE QUE VA A EJERCER EL ARTE DE ORIENTAR EL PENSAMIENTO COLECTIVO Hoy difícilmente una revista, un diario se hagan sin diagramador. No hay duda que la posesión de nociones tipográficas por parte de un periodista le van a servir en determinado momento. Dentro de lo que se llama “tener taller” incluyo la noción de que el periodista debe tener “vergüenza tallerística”, si se me permite la expresión. Cuando jugaron en Italia Independiente y el Inter, el Sr. Héctor García, Director de “Crónica” , se pudo dar el gran lujo de demostrar la más repugnante inmoralidad del periodismo al documentar con carta de Associated Press una acusación bien detallada del robo de

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fotografías cometido por otro diario, que fraguó las de un partido y las presentó como perteneciente a otro encuentro. Acá sí viene la necesidad de conocer qué es lo que se debe hacer en el taller.

SE DEBE IMPACTAR CON LOS TITULOS. Frecuentemente he visto sacrificar conceptos de una nota, de un texto, en aras del título y viceversa. Esta claro que el trabajo periodístico tiene algo así como la necesidad previa de dar un golpe en la puerta de la atención del señor que lo va a leer. La manera de “golpear la puerta” es un título que llame la atención del lector. El título tiene que lograr impactar, tiene que ser un golpe, pero yo digo que el impacto no justifica hacer algo que es mucho mas grave que hacer un título tonto, y que es hacer un título que toca entre lo idiota y lo hueco, como frecuentemente sucede. Considero que hay que ir al título de impacto, pero que tenga una de las dos virtudes que voy a señalar (y si fuera posible las dos): 1) decir con mucho impacto lo más importante que dice el texto y 2) no decir nada, pero decirlo con mucho impacto para que el lector, frente al interrogante, vaya a ver de que se trata. Son para mí las dos variantes del buen título. Si el talento del periodista llega a ser capaz de conjugar las dos cosas creo que es el título perfecto. El problema se plantea invariablemente cuando ustedes han pensado el título feliz, brillante, que reúne las dos condiciones y viene el bendito diagramador que les dice: “Me tiene que hacer un título de menos espacios porque así no encaja, no hay forma de hacerlo entrar”. He aquí el problema de ser muy joven o muy nuevo en una redacción; ser “canchero”, tener o no tener ascendiente sobre el jefe de la página, o sobre el diagramador. Porque entiendo que cuando se presentan problemas como estos, donde el periodista está fuertemente y honradamente convencido de la bondad de lo que ha hecho y no admite sacrificar el título, entonces yo entiendo que la diagramación tiene que adaptarse a la idea y no la idea a la diagramación. Vamos a suponer que no hay forma de hacerlo, que el  jefe y el diagramador son inflexibles y no toleran variantes. El periodista tiene que seguir manejando la misma idea, pero con distintas palabras. Las tiene que buscar hasta que las encuentre. No es necesario que el periodista sea tipógrafo, pero sí es necesario que se ayude a sí mismo cuando escribe una nota y considera que no

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todo el contenido de la nota tiene la misma uniformidad que le confiere el teclado de su máquina de escribir. En esos casos es necesario que esté ligeramente ilustrado de cuales son los elementos tipográficos o de linotipia con que se pueden lograr los distintos énfasis de letras que van a aparecer en su nota.

LOS CABLES DEBEN SER ENRIQUECIDOS O CORREGIDOS. El material cablegráfico de que se nutren los diarios, especialmente del interior, muy seguido traen barbaridades de todo tipo. La tradición periodística acostumbra respetarlos y el periodista no corrige, no los toca. Yo entiendo que el cable no impide que, al pie, como se estiló en el periodismo que opinaba, vaya la “N. de la R.” que señale, incluso, el error del texto precedente o que aclare aquellos aspectos que en un cable vienen para confundir o para decir una inexactitud. Esto exige que el periodismo esté documentado.

EL USO DE SEUDONIMOS ES UNA ABERRACION DE PRINCIPIOS en cuanto al objetivo de autenticidad, franqueza y genuinidad que debe seguir nuestra profesión. Creo que no es una actitud leal la de ocultarse en un seudónimo. Admito excepciones, es decir, que admito el uso del seudónimo cuando se presentan algunos casos como los siguientes: hay individuos que nacen con muchas posibilidades de ser fácilmente confundidos o con muchas dificultades para ser identificados, ya sea porque se llaman García, Rodríguez, Fernández y, especialmente, cuando además de tener un apellido muy común tienen un nombre también muy común. Entonces creo que se puede justificar la búsqueda de un seudónimo o el uso de algún apellido materno para, precisamente, hacer más fácil la identificación de ese sujeto que va a escribir y se va a hacer responsable de algo que consume el público. En tal caso no existe una intención de ocultamiento sino, por el contrario, la creación de una nueva personalidad destinada a hacer más fácil la identificación del individuo. Hay también otro caso y la justicia lo ha contemplado con frecuencia. Es el caso de los apellidos que pueden ser risibles o ridículos y que, lógicamente, no conviene asociar a una producción periodística, máxime cuando va a intentar ser seria. Y hay un tercer caso de excepción admisible, como puede ser el de la llegada al periodismo de un personaje que, no obstante tener su nombre y apellido y no tener ningún prejuicio para mostrarlo y mostrarse el,

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ya ha sido identificado en otras fuentes por alguna otra denominación.

ARCHIVO Y DOCUMENTACION O PRUEBAS. No se puede hacer periodismo solamente con la memoria. El arte está en saber archivar. No junten pavadas. Las pavadas pueden, incluso, formar parte de un sobre.

ME PRODUCE PENA EL PERIODISTA (QUE YO TAMBIEN FUI) HACIENDO UN REPORTAJE CON LAPIZ Y PAPEL EN MANO. Aparte de la pena que puede producir, yo creo que esa imagen nos está trasmitiendo, a su vez, otras dos imágenes negativas del periodista. En primer lugar, considero que el periodista que va a reportear a alguien que se supone es más sapiente que él y que lo interroga con el lápiz y el papel automáticamente, por la atención que debe prestar al registro que quiere hacer de todas las palabras que nunca podrá registrar a menos que sea taquígrafo, está puesto frente a la imposibilidad de seguir paso a paso, medularmente, la discusión que en mi opinión tiene que sostener con el reporteado, si es que hay motivo para discutir. La otra objeción hace a este hecho: tengo siempre la sensación de que el reporteado, que generalmente es alguien públicamente expectable, más importante que el periodista, en cuanto ve al periodista extraer de su bolsillo un papel y un lápiz, automáticamente tiene la sensación de haberle puesto el pie encima y ser, el que tiene enfrente, un pobrecito hombre al que le puede mentir y decir cualquier cosa porque está advirtiendo que mentalmente no funciona como para retener una conversación de tres horas y llevarla después fielmente al papel. Entonces, ahí es donde el reporteado entra a burlarse del periodista. El periodista que hace un reportaje, de hecho, tiene que ser un buen memorista, no puede ser mentalmente débil. Si su cerebro no está en condiciones de una retentiva prolongada que vaya a la farmacia, que tome un reconstituyente cerebral o algo así, o que no haga reportajes. El grabador es bueno, pero según la mentalidad del reporteado. Si es, por ejemplo, un jugador de fútbol, lo disminuye. El que va a reportear, si no tiene que usar papel ni lápiz, tiene entonces que ser un interlocutor en el mismo nivel del reporteado. De hecho, tiene que ser alguien que domina el tema muy a fondo y que lo vive muy fuerte.

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HE DICHO QUE EL PERIODISTA DEBE DECIR SIEMPRE LA VERDAD, QUE NO DEBE OCULTAR NADA. Quiero hacer una ligera digresión para decir que admito excepciones en las que el periodista debe callar. ¿Será traición? ¿Estará escondiendo? Admito que si, pero puede haber ocultamientos constructivos, no en el sentido de la construcción para el bien común; constructivos en favor de lo que, llegado a ser destruido, no haría bien a nadie.

LOS EPIGRAFES SUELEN SER MUY ESTUPIDOS. Son las leyendas que van al pie de las fotografías, los llamados “pies”, y últimamente han mejorado mucho. Pero suelen ser muy estúpidos por las vaciedades que dicen. Yo diría que muchas buenas fotografías son seguidas de una decepción por parte de quienes leen lo que dice debajo de ellas. El manejo de esos “pies” no deja de ser un pequeño pero importante secreto del atractivo que puede tener una nota en la misma medida que lo puede ser el uso de un buen titulado. Me inclino por el pie de fotografía que obligue a leer el texto, que sugiera incógnitas o que sugiera la necesidad de apelar al texto porque hay en el algo importante. Lo trillado, lo vulgar – “Aparece Zutano junto a Fulano”—me parece totalmente inútil. Hay que tratar de que los epígrafes obliguen a leer más.

EL PERIODISTA DEBE HACER SENTIR AL LECTOR LA EVIDENCIA DE QUE EL LECTOR ES UN IGNORANTE. Muchas veces he recibido reacciones especialmente de la ignorancia, sobre todo de la ignorancia que tiene la desgracia de no darse cuenta que es ignorante, virtud que en cambio traen la cultura y la ilustración. Yo les confieso que gozaba cuando alguien me decía: “Ud. escribe y no se entiende lo que escribe; uno lo está leyendo a Ud. y tiene la sensación de que es un pobre desgraciado”. Yo festejo íntimamente eso y me digo que he conseguido lo que quiero, porque entre las cosas que yo creo que tiene que conseguir el periodista está la de lograr que el público esté seguro de que ellos (el público) no saben y que el periodista que están leyendo o escuchando, sabe mucho mas que ellos. Entonces, por vía de esa sensación de inferioridad creo tener ganada la primer batalla en el diálogo que significa tener a mi interlocutor en su lugar para que él me ubique en el mío, sin que esto pretenda ser un pedestal para mí y un subterráneo para él. Pero sí, por lo menos, un estado de mutuo respeto para que él escuche y no para que, en aras

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de su fanatismo o de su ignorancia, me diga: “No, no puede ser cierto  porque no es cierto”.

ENTIENDO QUE TODO PERIODISTA DEBE SER UN PERMANENTE RESPALDO PEDAGOGICO ILUSTRATIVO DE OTRAS SECCIONES. Voy a esto: vamos a suponer que Uds. sean peronistas y van al fútbol, y encuentran que algo carece de sensibilidad. Uds. vienen del partido de River y tienen que aludir a la insensibilidad de Matosas y son peronistas, como acordamos. Entonces no está mal que digan: “Matosas es más insensible que un habitante del Barrio Norte”. O que siendo fervorosos antiperonistas vengan de la cancha de fútbol, donde hubo un escándalo, y digan: “Se parecía a un 17 de octubre”. A mi me parece bien, salvo que en la página donde escriben les hayan recordado que se mantiene una posición ideológica opuesta o que les está prohibido hacer ese tipo de incursiones. Estas pueden servir para que el aficionado al deporte alcance a ver y a interpretar lo que ocurre en el resto de su entorno mundano, pero que no lee las páginas de ese mismo diario porque directamente no le interesa, solo le interesa “el fóbal”. Esta es, entonces, la gran oportunidad de que el “fóbal” acaso sea vehículo para que llegue a leer aquello donde con mayor profundidad se ilustra sobre las inconveniencias del salvajismo peronista o de la insensible indiferencia conservadora. Entonces, el periodista deportivo, desde allí y con muy buen gusto, debe dejar caer las motivaciones capaces de despertar el interés, algo semejante a lo que se logra con un buen epígrafe al pie de una buena fotografía. Esa es la obra de complemento que yo llamo “respaldo de las otras secciones”. No podría recomendar que los periodistas de las otras secciones hagan lo mismo con el fútbol, simplemente porque no se si en esa sección estarán suficientemente ilustrados sobre los problemas del fútbol.

EL DIALOGO CON EL LECTOR. Así como sostengo la necesidad de rectificarse, de dialogar abiertamente, de no tenerle miedo a la confesión más abierta de que uno estaba equivocado y se rectifica, sostengo también que una necesidad, no ya del periodismo moderno sino del periodismo de siempre, es la de incluir la carta de los lectores. El diálogo con los lectores no solamente puede ser un rasgo de buena educación y de buen negocio –porque posibilita mayores ventas al explotar la vanidad del lector ansioso por verse

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