March 6, 2017 | Author: Emepe Reynoso | Category: N/A
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Cultura social del producto Nuevas fronteras para el diseño industrial
Chiapponi, Medardo Cultura social del producto. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Infinito, 2015. - (Biblioteca de diseño y sociedad; 11) E-Book. ISBN 978-987-9393-97-0 1. cultura. CDD
Primera edición: Buenos Aires, 1999. Edición digital: Buenos Aires, 2015. Traducción del texto original italiano: Clara Giménez. Diseño y disposición tipográfica: Carlos A. Méndez Mosquera. Diseño de la tapa: Lorenzo Shakespear. Foto de la tapa: www.imagebank.com.ar
© Medardo Chiapponi. © de todas las ediciones en español Ediciones Infinito e-mail:
[email protected] http: //www.edicionesinfinito.com ISBN 978-987-9393-97-0 Hecho el depósito que marca la ley 11.723 La reproducción total o parcial de este libro, en cualquier forma que sea, por cualquier medio, sea éste electrónico, químico, mecánico, óptico, de grabación o fotocopia no autorizada por los editores, viola derechos reservados. Cualquier utilización debe ser previamente solicitada.
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Medardo Chiapponi
Cultura social del producto Nuevas fronteras para el diseño industrial
Ediciones Infinito Buenos Aires
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Biblioteca de Diseño y Sociedad
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Índice
Introducción 9 1. Algunas cuestiones preliminares 15 2. Proyectación y planificación de los productos 45 3. Diseño industrial y actores de la innovación tecnológica 81 4. Didáctica, investigación y diseño industrial 111 5. Producto y ambiente 145 6. Producto y comunicación 177 Bibliografía 213 Indice de nombres 237
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Introducción
Tal vez pueda sorprender que un ensayo sobre diseño industrial añada a las habituales claves de lectura disciplinaria una atención explícita sobre temáticas de tipo cultural y social. Esta elección nace de la constatación de que, en nuestra sociedad, coexisten diversos tipos de diseño industrial bastante más allá de las líneas de demarcación trazadas por la publicidad especializada. Es sabido que estos diversos tipos de diseño industrial se presentan por lo menos parcialmente en términos de competencia. Por lo tanto, es oportuno precisar, para cada uno de ellos, las propias preferencias en materia de contenidos, de referencias culturales y de metodologías operativas. En este sentido, querría declarar aquí, con precisión, algunos principios inspiradores del diseño industrial a los que me siento más cercano, reservándome retomar, discutir y analizar críticamente en los capítulos las interpretaciones de estos mismos principios cuando no estoy de acuerdo. Recurriendo a una terminología más en boga hace algún tiempo, podría decir entonces que he tratado de escribir un libro militante y al mismo tiempo pluralista sobre el diseño industrial. Para mí el punto de partida es la enunciación de que la función principal del diseño industrial continúa siendo la proyectación y la planificación de objetos materiales producidos industrialmente. En este terreno todavía se están disputando partidas cuya apuesta es altísima y cuyos resultados son inciertos. El diseño industrial no puede pasar la mano desnaturalizándose y prácticamente anulando su propia especificidad en nombre de la pertenencia a un mundo –el del design– más amplio pero de contornos cambiantes y contenidos todavía más bien vagos. Esta sencilla reivindicación de la especificidad del aporte del diseño industrial significa de por sí tomar
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netamente distancia de opiniones muy à la page, y no sólo a nivel publicitario. No obstante, la legítima y necesaria extensión de los campos de acción del diseño industrial no debe ir en menoscabo de su capacidad de intervención en temas que mantienen su propia centralidad. Los problemas de demarcación de límites son estratégicos, pero ésta es la razón principal por la que no deben ser tratados como tierra de nadie. Al contrario, para encararlos del modo debido, se debe tener a disposición el caudal de capacidades de todas y cada una de las áreas disciplinarias lindantes integrado por ulteriores competencias de conexión, de coordinación y de amalgama. En los dos últimos capítulos de este volumen he tratado, precisamente, de destacar la importancia de las zonas de intersección del diseño industrial con las temáticas ambientales y con las de comunicación y detenerme en las interesantes oportunidades de interacción que ofrecen tales zonas. Al sostener que el diseñador industrial es esencialmente un especialista en la proyectación y planificación de los productos industriales, no se le reducen por otra parte los campos de investigación y de actividad sino que, al contrario, se abren espacios en los cuales su aporte goza de merecidos reconocimientos y tiene significativas ocasiones de incidir en la realidad. Esto es tanto más verdadero en la situación actual, en la que profundas transformaciones tecnológicas, sociales, económicas, culturales y ambientales hacen necesaria una reflexión total acerca de la cultura material contemporánea y hacen posible, tal vez por primera vez después de la fase inicial del proceso de industrialización, el nacimiento de nuevas tipologías de los objetos. En estas condiciones considero culpablemente autolimitante y punitivo relegar el aporte del diseño industrial a los límites estrechos de un número extremadamente reducido de tipologías de los objetos, que además permanecen invariablemente (objetos decorativos a gran consumo). La enorme cantidad de ensayos proyectuales ya efectuados sobre esas tipologías convierte la introducción de novedades efectivas en improbable y, sin embargo, dependiente de condiciones particulares y aleatorias. Al contrario, existen sectores productivos y ámbitos problemáticos todavía escasamente explorados, pero que merecen gran atención y ofrecen la oportunidad para un importante desarrollo del diseño industrial. Piénsese solamente en el campo
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de los bienes instrumentales (máquinas herramienta, maquinarias agrícolas, aparatos científicos, máquinas de talleres, etcétera) o en el sector del llamado diseño industrial social (sanidad, escuela, movilidad colectiva, etcétera). En resumen, el crecimiento del diseño industrial no pasa por la rarefacción de sus contenidos principales y el renunciamiento a sus instrumentos operativos, sino que es directamente proporcional a la capacidad de adaptar esos mismos instrumentos para aceptar el desafío de medirse con funciones desusadas y, por lo tanto, apasionantes. Diversificar las tipologías de productos pertinentes al diseño industrial tiene también el mérito de sacar a la luz una red de interlocutores mucho más articulada de cuanto se supone habitualmente y, justamente por esto, mucho más cercana a la realidad. El diseño industrial no está necesariamente comprimido entre las voraces y cínicas demandas de las oficinas de marketing de las empresas, por una parte, y los comportamientos caprichosos de un fantasmal “consumidor tipo” por la otra. Al mismo tiempo, existen diversos tipos de empresas diversamente organizadas, con diferentes estrategias y objetivos de corto, medio y largo plazo. Además existen, junto a los usuarios individuales de los productos, los usuarios colectivos, que tienen exigencias y se mueven con lógicas muy diferentes. En fin, la encrucijada de productores y usuarios está más bien congestionada. Allí se encuentran el sector de distribución (especialmente las empresas y las organizaciones de la gran distribución) y otros numerosos actores más o menos profesionalizados, entre los cuales, obviamente, están los diseñadores industriales. Por otra parte, con semejantes constataciones se pone de relieve la natural propensión del diseño industrial hacia lo interdisciplinario, entendido ya sea como disposición para trabajar de modo “sinóptico”, para tomar en consideración en cada proyecto una pluralidad de factores (formales, de prestación, tecnológicos, económicos, etcétera), ya sea como inclinación a colaborar con otras numerosas profesiones. Con este libro he contraído una nueva e importante deuda con Tomás Maldonado. Su incomparable aporte se ha expresado de diversos modos. Ante todo, he podido hacer una constante referencia a las ideas, a menudo fuertemente anticipatorias, sembradas en sus escritos, y me he inspirado en su procedimiento expositivo como modelo de rigor y de genuino
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interés por un cotejo desprejuiciado con las opiniones de los otros. Han sido también inapreciables las reflexiones que generosamente ha compartido conmigo en largas good conversations, siempre llenas de encanto y de estímulos intelectuales. En fin, le estoy agradecido por la red capilar de amigos y alumnos que ha sabido crear prácticamente en todos los continentes y de los que me he valido ampliamente para obtener informaciones, verificar hipótesis e intercambiar ideas. Sobre algunos de los temas aquí tratados he trabajado provechosamente con Raimonda Riccini, que también ha leído una primera versión de este libro. Le estoy agradecido por la inteligencia de su aporte y por la amistad que ha hecho muy agradable nuestra colaboración. Querría reconocer el papel crucial desempeñado por numerosísimos amigos y colegas, con quienes he tenido ocasión en estos años de encontrarme y compartir experiencias muy fecundas para mí. Cito algunos nombres aun siendo muy consciente del riesgo de involuntarios olvidos y disculpándome de antemano por eventuales omisiones: Giovanni Anceschi, Gui Bonsiepe, Michael Burke, Federico Butera, Giorgio De Ferrari, Paolo Ferrari, Jorge Frascara, Marco Fruscione, Michael Klar, Reinaldo Leiro, Marinella Levi, Antonio Macchi Cassia, Ezio Manzini, Attilio Marcolli, Victor Margolin, Bernd Meurer, Shutaro Mukai, Antonio Pedotti, Thomas Rurik, Alberto Seassaro, Harald Stetzer, Francesco Trabucco. Obviamente, mi agradecimiento no implica un compromiso indiscriminado ni tampoco una atribución de corresponsabilidad con respecto a las tesis que sostengo en este libro. Sé bien que algunas de las personas citadas tienen acerca de ellas posiciones distantes de las mías (si no opuestas). Por otra parte, sigo firmemente convencido del papel esencial de la confrontación de ideas diferentes y, por lo tanto, mi gratitud hacia cada una de ellas es sincera y sentida. Dirijo un especial agradecimiento a Carlos Méndez Mosquera por su iniciativa de publicar una edición en español de este libro, permitiéndome así reforzar mis ya óptimas relaciones intelectuales y personales con la Universidad y la ciudad de Buenos Aires. Laura Badalucco, Fiammetta Costa, Cristina Paroli y Costanza Pratesi me han apoyado eficazmente desde el comienzo en la aventura didáctica del nuevo curso de doctorado en
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Diseño Industrial en el Politécnico de Milán. Junto a ellas he madurado, experimentado y puesto en discusión muchas ideas de este libro. Aprovecho con placer esta ocasión para agradecerles su cooperación importante y desinteresada. Antonella Penati y Anna Poli han leído una primera versión de algunas partes de este texto y me han proporcionado comentarios y sugerencias valiosos. Quiero dirigir un agradecimiento no protocolar a todos los alumnos que se han sucedido en el doctorado de investigación en Diseño Industrial del Politécnico de Milán, particularmente a los del laboratorio del corso di laurea sobre sanidad, y también a mis alumnos de la Hochshule für Gestaltung Schwäbisch Gmünd. Querría finalmente recordar a Ettore Gregori, con quien habría conversado con mucho gusto incluso de estos temas. Medardo Chiapponi, Milán, marzo de 1999.
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El diseño industrial ya es una realidad socialmente reconocida, sea como actividad, sea como objeto de investigación, sea como disciplina universitaria, sea, en fin, como currículum de estudios completo y articulado en diversos niveles. Constatar este hecho no significa, sin embargo, afirmar que se trata de una realidad unívoca y firmemente determinada en todos sus aspectos. Al contrario, hoy tienen lugar fenómenos que abordan, de modo directo o tangencial, el campo del diseño industrial y que requieren una profunda reflexión sobre algunas materias de discusión. Algunas son originales; otras, en cambio, pertenecen desde siempre a la tradicional controversia sobre el diseño industrial, aun si se plantean en términos diferentes con respecto al pasado. Comencemos por adelantar algunas hipótesis y a examinar algunos problemas a partir del correspondiente a la delimitación del peculiar campo de incumbencia del diseño industrial. Éste es, con seguridad, un tema concluyente para la formación de un estatuto disciplinario y es, además, un tema de gran actualidad, aun no siendo más que una manera parcialmente inédita de formular el conocido problema de la definición del diseño industrial y de su relación con otros ámbitos disciplinarios. En este sentido, un firme punto de partida lo constituye la definición de la disciplina formulada en 1961 por Tomás Maldonado y aceptada en ese mismo año por el ICSID (International Council of Societies of Industrial Design), la principal organización profesional existente a nivel internacional en el campo del diseño industrial. Según esta definición, el diseño industrial tiene la función de proyectar la forma de los productos industriales y esto “significa coordinar, integrar y articular todos aque-
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llos factores que, de un modo u otro, participan en el proceso constitutivo de la forma del producto. Y, más precisamente, se alude tanto a los factores relativos al uso, a la fruición y al consumo individual o social del producto (factores funcionales, simbólicos o culturales) cuanto a aquellos relativos a su producción (factores técnico-económicos, técnico-constructivos, técnicosistémicos, técnico-productivos, técnico-distributivos)”.1 Es sin duda válido preguntarse en qué medida esta definición ha superado indemne la prueba del tiempo y cuánto, en cambio, será necesario recurrir a puestas a punto, integraciones o directamente revisiones tan profundas que prefiguren su sustancial puesta a un lado. En mi opinión, tiene algunas características que le confieren una elevada probabilidad de conservar todavía por mucho tiempo la validez de sus propias líneas fundamentales. En especial tiene el mérito de ser flexible y, por lo tanto, adaptable en el tiempo y en los contextos aplicativos, sin ser agnóstica ni elusiva pero adoptando, por el contrario, una posición inequívoca sobre algunas cuestiones fundamentales. Establece, en efecto, que la función principal del diseño industrial consiste en dar una forma a los productos industriales, pero precisa al mismo tiempo que el proceso de determinación de esa forma actúa integrando múltiples factores mutuamente interactuantes. Como podremos verificar, ninguna de estas dos afirmaciones es neutral. De la flexibilidad de una definición semejante deriva el carácter previsor que tenía en el momento de su formulación y la consiguiente capacidad de adaptación a situaciones sucesivas. Tal flexibilidad está testimoniada por el hecho de que basta atribuir un peso relativo diferenciado a cada uno de los factores que intervienen en el proceso constitutivo de la forma para describir correctamente la proyectación de productos muy diferentes entre sí por complejidad, por significado y por modo de uso. Basta además, en perfecta consonancia con la filosofía inspiradora de la definición, añadir o quitar una o más categorías de factores para adecuarse a contextos nuevos y anteriormente imprevisibles. De este modo se amplían el campo y la modalidad de intervención de un diseño industrial que sabe ofrecer contribuciones importantes en situaciones muy dife1. T. Maldonado, 1991, p. 12. Para un análisis comparado de diversas definiciones del diseño industrial, véase G. Bonsiepe, 1993, [1999] pp. 20-25. La anotación entre corchetes está referida a la edición castellana. (N. del E.)
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rentes. Por ejemplo, se pueden relacionar sin contradicciones lógicas la acentuación puesta sobre la investigación formal-estética efectuada en el caso de productos con un bajo nivel de complejidad pero con un alto valor simbólico y la atención dirigida preferentemente sobre los aspectos ergonómicos o tecnológicos o de prestación de productos de alta complejidad. Por otra parte, poner el acento sobre el proceso constitutivo de la forma y sobre la pluralidad de factores que intervienen en ese proceso resguarda de fórmulas tan antiguas como simplistas que encierran el aporte del diseño industrial en el ámbito restringido de la estetización. Al contrario, la forma de la que se habla no es el fruto autorreferencial de un acto demiúrgico inexplicable sino el resultado de una paciente integración de elementos particularmente más o menos conocidos y controlables. Esto justifica hablar de diversos aportes del diseño industrial en contextos y con determinación de necesidades de productos y servicios. En la proyectación de productos simples, como muchos de los que pueblan la vida cotidiana, el diseñador industrial puede ser la figura central, el catalizador que efectúa en primera persona la síntesis proyectual. En cambio, en el caso de la proyectación de productos más complejos o instalaciones que requieran la participación de numerosas figuras profesionales, el diseñador industrial puede desempeñar un papel peculiar y significativo, justamente por lo bien determinado y delimitado. En la práctica, “dar forma” a los productos significa, según esta acepción, contribuir a concretizar y materializar en detalle la solución de diversos problemas que se plantean en el ámbito de la cultura material. Admitiendo que se haya alcanzado un grado suficiente de convicción en estos papeles del diseño industrial, falta discutir cuál es su campo de aplicación privilegiado. Dicho de otro modo, falta definir cuáles son los productos a los que el diseño industrial está llamado a dar forma. Por otra parte, hacer esta pregunta ha significado desde los orígenes del diseño industrial, y todavía significa, introducir la cuestión de las relaciones con las disiplinas proyectuales y con los campos de actividad linderos. En el mismo momento en que, por ejemplo, se afirmaba que el campo de aplicación del diseño industrial eran los objetos producidos industrialmente –y por lo tanto se ponía el acento sobre los modos de producción– se insinuaba el tema de sus relaciones con la artesanía por un lado y con la ingeniería
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por el otro. En ambos casos se trataba, y se trata todavía, de relaciones en parte cooperativas y en parte competitivas. Por lo que concierne a las relaciones con la artesanía, la competitividad es una consecuencia directa de la competición entre diversos sistemas productivos: industrial en un caso y preindustrial en el otro. Las diferencias más importantes y más obvias están, en efecto, ligadas a la división del trabajo introducida por el sistema de producción industrial. Contrariamente al artesano, el diseñador industrial no lleva a término él solo todo el proceso productivo, ni siquiera en los productos con mayor “coeficiente de artesanía”, en el sentido de que son producidos en series pequeñas y tienen un bajo nivel de complejidad estructural. Aun en estos casos se limita a la concepción y proyectación (que también puede ser muy detallada) de los productos, pero no interviene directamente en la producción. Por otra parte, esto le permite ampliar horizontalmente sus propias competencias, pues no está vinculado a una categoría especial de productos o a una tecnología especial como ocurre con el artesano. En cambio, en su actividad proyectual, el diseñador industrial necesita aptitudes “artesanales”, desde aquellas más instrumentales que le sirven para realizar modelos y prototipos hasta aquellas relativas a las técnicas productivas. Al contrario, el ingeniero comparte las modalidades de producción industrial y por eso mismo se encuentra a menudo colaborando “naturalmente” con el diseñador industrial. De modo que el problema ha sido siempre el de determinar los límites entre las diversas incumbencias y peculiaridades dentro de un proceso productivo en común. Con tal propósito, se debe destacar que en ocasión de los frecuentes debates sobre temas similares, el término ingeniero es utilizado de modo un poco apresurado y arbitrariamente homologante. En realidad, a este término corresponde un conjunto de figuras profesionales con competencias y especializaciones diferenciadas que entran en contacto con el diseñador industrial, preferentemente en la fase de ingenierización de los productos pero que, en ciertos casos, ejecutan autónomamente todas las fases de proyectación de los productos. Las tipologías de relación son, por lo tanto, muy abigarradas y el factor de separación entre las competencias del diseñador industrial y las del ingeniero no es la presencia o no de proyectualidad. Es más bien el tipo de proyectualidad, o sea, los objetivos, los interlocutores privilegiados y las modalidades operativas. En especial, lo que es irrenuncia-
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ble para un diseñador industrial –pero no para un ingeniero– es la referencia constante a uno o más usuarios del producto proyectado por él. En fin, un ingeniero puede proyectar un sistema de funcionamiento totalmente automatizado; un diseñador industrial no. Como es sabido, esto lleva al diseñador industrial a concentrar sus propios esfuerzos proyectuales sobre los aspectos ergonómicos, de prestación y estético-simbólicos más que sobre aquellos tecnológicos en sentido estricto. Por otra parte, las relaciones del diseño industrial con la artesanía y con la ingeniería, como aquellas con las llamadas artes aplicadas y con la arquitectura ya han sido ampliamente exploradas. Prácticamente, todas las argumentaciones han sido expuestas y analizadas. De modo que, cuando estos temas son retomados y presentados como novedades absolutas, muy a menudo se experimenta la desagradable sensación de quien debe enfrentarse no sólo con el déjà vu sino también con banalizaciones de debates ya realizados a principios de siglo con una densidad mucho mayor. Pero actualmente, el problema de las relaciones del diseño industrial con otros sectores adquiere nuevos aspectos. La idea de que junto a los productos físicos existen otros inmateriales y dotados preferentemente de contenidos comunicativos establece un nuevo y mayor terreno de debate que incluye, además, las relaciones entre diseño industrial y comunicación visual y multimediática, con un área proyectual que se encuentra ella misma en una fase de profundo cambio, por no decir de verdadera y propia redifinición. Ante el riesgo de ampliar indiscriminadamente el espectro de los razonamientos pertinentes al diseño industrial, vaciándolo así, de hecho, de contenidos autónomos y reconocibles, vuelve a ser de gran actualidad el tema de la determinación de los límites. Gui Bonsiepe señala muy claramente las paradojas, la inconsistencia teórica y las exageraciones oportunistas de una dilatación excesiva e incontrolada del área de acción del diseño industrial. “Mientras antes –afirma– una peluquería era sólo una peluquería, ahora se ha convertido en un ‘salón para designer de los cabellos’ y los servicios de manicura se han transformado en ‘empresas de designer de las uñas’.” 2 Estas ocurrencias, que recuerdan por lo menos en el tono la polémica de 2. G. Bonsiepe, 1993, p. 14.
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Adolf Loos con los arquitectos que pretendían sustituir a carpinteros y zapateros sin tener las aptitudes,3 reflejan sin duda una situación de verdadera desorientación, además de una deplorable aceptación acrítica de criterios anything goes. Sin embargo, como afirma el mismo Bonsiepe, éste es un tema demasiado importante para poder tratarlo rápidamente. En efecto, hay que adaptar la exigencia de mantener firme el perfil de competencias del diseño industrial con la oportunidad de extender y adecuar su campo de acción al cambio de las condiciones de referencia. La misma definición a la que nos estamos refiriendo tiene en cuenta una tendencia al aumento de las posibilidades de intervención del diseño industrial, puesto que interioriza, mediante la consideración de los diversos factores que llevan a la determinación de la forma de los productos, las variaciones que tienen lugar en sectores limítrofes. Por ciertas versiones se puede incluso afirmar que en la actualidad las variaciones más notables para el diseño industrial son probablemente aquellas derivadas de cambios ocurridos en los contextos en los que él se encuentra actuando, especialmente en el contexto tecnológico, el sociocultural, el económico y el ambiental. Piénsese, por ejemplo, en acontecimientos tecnológicos de principal importancia para el diseño industrial como los progresos en el sector de los materiales y en el de las tecnologías láser y ultrasonido o como la difusión de la microelectrónica y, más en general, de las tecnologías de la información y de la telecomunicación. Las tecnologías de la información, como es sabido, han abierto nuevas rutas, sea para las máquinas herramienta, sea para los procesos de producción, sea para los productos mismos. Las consecuencias más evidentes y difundidas en el campo de los productos son la extrema reducción dimensional (hasta la miniaturización) y la disminución del peso de los productos, además de la baja de sus necesidades energéticas. Un efecto ulterior es que, con la microelectrónica, disminuye también la monofuncionalidad de los componentes (muy presente en los productos mecánicos y electromecánicos). Para decirlo en términos extremadamente simplificados, en los productos microelectrónicos hay componentes, los microchips precisamente, que realizan tareas muy diferenciadas. 3. A. Loos, 1972.
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La combinación de estas diversas innovaciones tecnológicas permite, entre otras cosas, el agregado en un único producto de prestaciones antes separadas. Brinda así la estimulante oportunidad de modificar profundamente tipologías de productos de nuestra cultura material ya establecidas desde mucho tiempo, dando vida a tipologías de productos completamente nuevas. Los ejemplos más conocidos corresponden a las transformaciones de productos de gran consumo (productos para uso doméstico, etcétera), pero tal vez aun más interesantes y significativos son los cambios en productos con un valor instrumental más elevado. Por ejemplo, en el campo de los equipos para sanidad, estas innovaciones tecnológicas han dado lugar, además, a productos totalmente nuevos en el terreno del diagnóstico, pero también a la posibilidad de unificar en el mismo producto prestaciones diagnósticas y operativas. En los últimos años hemos vivido transformaciones profundas en el contexto sociocultural y probablemente viviremos otras, sea en el nivel microsociológico, sea en el meso- y macrosociológico. Los modos de vida individuales y colectivos se modifican y los medios de comunicación masiva desempeñan un papel principal en el desarrollo de estos modos de vida y de los valores subyacentes. Pero eso no es todo. Se están verificando también fenómenos que no es exagerado definir como de época, como el derrumbe de sistemas sociopolíticos, migraciones en masa o la globalización de los mercados y de las instalaciones productivas. Esto significa, además, la progresiva desaparición de sólidas sedes de mercado para ciertos productos y la tendencia a dejar de considerar el equipamiento material de la población mundial, comprendiendo las fajas más pobres y dependientes, una cuestión local. De allí derivan sin duda consecuencias puntuales y generales para la planificación y la proyectación de los productos, o sea, para el diseño industrial. En realidad, se abre camino la necesidad de desarrollar otros productos y sistemas de productos que satisfagan nuevas (y viejas) exigencias. Desde el punto de vista del diseño industrial se verifican también notables innovaciones en el mundo de la industria. Un ejemplo apropiado es el creciente perfeccionamiento de las máquinas herramienta hasta la completa robotización de la fábrica. Otro ejemplo es la responsabilidad ampliada del productor por sus propios productos, incluso al término de su ciclo de
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vida. La consecuencia más obvia es que, junto a las estructuras organizativas y a las plantas de montaje, hay que prever y proyectar también las de desmontaje. Aun más conspicuos desde nuestro punto de vista son los efectos del requisito de la desmontabilidad de los productos sobre su proyectación. En este contexto, se deben mencionar también los cambios de la organización del trabajo, que ya no se basa sólo sobre procesos lineales y sobre una estructura jerárquica piramidal sino también sobre una colaboración horizontal y un sistema de feedback informativo y con poder de decisión en las diversas fases de la producción. En consecuencia, se modifican también las funciones y los comportamientos de los actores de la producción industrial, comprendidos los diseñadores industriales. Además, también repercuten sobre las características de los productos las variaciones de los sistemas de control de calidad y el hecho de que la tendencia hacia la calidad prosigue también fuera de la fábrica y se extiende a todas las fases del ciclo de vida de los productos.4 Otro contexto determinante para el diseño industrial es el ambiental. El peso de los problemas ambientales es generalmente reconocido en la actualidad. No obstante, de esta conciencia derivan a menudo sólo propuestas superficiales en tanto que abstractas y, por lo tanto, absolutamente insuficientes frente a la seriedad de tales problemas. El diseño industrial tiene, al contrario, la posibilidad de ofrecer aportes significativos para la caracterización de soluciones concretas.5 Algunos ámbitos problemáticos sirven como ejemplo. El rápido crecimiento de los desechos y los enormes problemas conectados con su manejo y transformación requieren nuevas soluciones en la planificación y proyectación de los objetos de nuestra sociedad. Sustancialmente, las soluciones en cuestión contemplan, por un lado, la reducción de la fuente de desechos; por otro, la recolección diferenciada con perspectivas de reutilización y de reciclado. En este sentido, el diseño industrial puede asumir precisas funciones y responsabilidades. En primer lugar puede perseguir, en la planificación y proyectación de los productos, una mayor duración y ocuparse de la proyectación (y reproyecta4. Véase T. Maldonado, 1991, pp. 93-101. 5. La temática de la relación productos-ambiente será encarada con mayor detalle en el capítulo 5 de este volumen.
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ción) de todos los objetos y los instrumentos necesarios para la recolección diferenciada. Además puede influir sobre algunos parámetros de planificación (como el desmontaje y la reutilización de algunos componentes o la elección de los materiales) para contribuir a la prolongación de la vida de determinados productos o, al menos, de algunas de sus partes. Se pueden alcanzar significativos resultados incluso en el sector del ahorro de energía, agua y materias primas a través de una apropiada proyectación o reproyectación de familias específicas de productos. Razonamientos análogos se pueden hacer en todo lo que concierne a la reducción de la contaminación del ruido y de la emisión de sustancias nocivas. En fin, problemas ambientales globales como el agujero del ozono o el efecto invernadero requieren una reflexión proyectual de sectores enteros de nuestra cultura material, como los de la producción de calor o de frío o del trasporte de personas y mercaderías. Aunque breves y parciales, estas consideraciones ya dan una idea del enorme y en gran parte inexplorado potencial innovador de un diseño industrial que se mantenga dentro de sus límites más clásicos. O sea que se “limite”, por así decirlo, a dar forma a objetos materiales producidos industrialmente. De todos modos, hay una propensión, por parte de algunos teóricos del diseño industrial, a interpretar la proyectación de productos materiales como una fase primordial y sustancialmente en vías de superación. La nueva frontera del diseño industrial residiría, según esta hipótesis, en la proyectación de productos que han perdido progresivamente su consistencia material. Semejante convicción se basa sobre presupuestos y tiene implicaciones que imponen alguna reflexión adicional. Una transformación del sistema de los productos de este tipo ya había sido preconizada, con el lenguaje visionario que le es propio, por Richard Buckminster Fuller en 1927. Pero él, al introducir el concepto de ephemerization entendido como “hacer siempre más siempre con menos [...] con menos material, esfuerzo y tiempo” se refería a mutaciones concretas en sectores industriales específicos, en especial el militar, que conocía de cerca. Sobre todo, en aquel momento no podía prever las modalidades concretas de actuación del proceso que habría debido llevar a “producir más con menos”.6 Curioso y francamen6. R. Buckminster Fuller, 1969, pp. 330-332.
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te menos comprensible es que alguno continúe planteando la cuestión en los mismos términos de generalidad absoluta. La inconsistencia teórica y práctica de semejantes generalizaciones es enunciada de modo lapidario por Abraham Moles cuando afirma: “Está surgiendo una cultura inmaterial. Existe sólo porque una pesada base material la soporta y la hace posible”.7 Deber principal y para nada de retaguardia del diseño industrial es ocuparse de esta “pesada base material” con permanente atención hacia los grados de flexibilidad y de cambios que se introduzcan en ella. Es verdad que, actualmente, están asumiendo una importancia cada vez mayor diversas áreas temáticas fronterizas que se intersectan con aquellas propias de otras disciplinas (proyectuales y no), como la comunicación visual y multimediática, la arquitectura de interiores, la ingeniería, la proyectación ambiental y la organización empresarial. Sin embargo, reconocer la realidad de estos cambios no equivale a afirmar, como hace alguno, que ahora todo es diseño industrial, pues esto produciría, de hecho, una evaporación irreversible de los contenidos peculiares de la disciplina. A este malentendido contribuye también la interpretación forzada y deformante de posiciones teóricas respetables de por sí. Me refiero, por ejemplo, a la mala interpretación de los esfuerzos de aquellos que se preocupan por valorizar los aspectos comunes a los diversos modos de intervención proyectual. Aquellos que, sin dejar a un lado pero también dando por descontadas las diferencias entre las distintas ramas del design (industrial design, visual design, architectural design, etcétera), concentran su atención sobre el modo proyectual común de encarar problemas distintos. Uno de los estudiosos que más coherentemente siguen esta línea de investigación es Richard Buchanan.8 Partiendo de una justa crítica de los excesos de expecialización y segmentación en el campo de las disciplinas proyectuales, sostiene con vigor y con argumentos aceptables la tesis de una marcada unidad de la visión proyectual consiguiente a la necesidad de encarar proyectualmente temas de alto grado de complejidad. Esta propuesta se inserta, no obstante, en una tradición acreditada. Ya hacia fines del siglo XVII, Daniel Defoe, en su Es7. A. Moles, 1995, p. 268. 8. Véase al respecto R. Buchanan, 1995, pp. 3-20.
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say upon Projects, habla de proyecto refiriéndose indistintamente a estructuras de formación (para el estudio de la lengua inglesa, para las mujeres, para militares), a institutos de crédito o a infraestructuras viales.9 Cerca de tres siglos y medio más tarde, una posición análoga es expresada por Buckminster Fuller, quien sostiene que un proyectista (design scientist) “no debería ocuparse exclusivamente de proyectar el asiento de un tractor sino el concepto íntegro de producción y distribución del alimento”.10 Existen por cierto modalidades comunes de encarar los problemas proyectuales en diversos campos y en diversas escalas, así como hay importantes problemas que requieren la intervención conjunta de diversos tipos de proyectualidad. En cambio, puede dar lugar a interpretaciones equívocas la propuesta de Buchanan de una proyectación (design) sin adjetivos calificativos que se configura como una “new liberal art of technological culture” y que tiene la función de ocuparse de problemas complejos, aun “perniciosos” (wicked). Buchanan retoma esta clase de problemas, por otra parte declarándolo explícitamente, de las teorizaciones de Horst Rittel, que habla precisamente de problemas “perniciosos” (bösartige).11 Pero Rittel atribuye esta connotación a problemas sociales de gran complejidad, que él también distingue netamente de otros tipos de problemas, como los científicos o de ingeniería. Lo que resulta menos convincente es la tesis de Buchanan según la cual “la proyectación –entendida precisamente como una ‘new liberal art of technological culture’– no tiene un campo de proyectación especial sino el que concibe el proyectista”.12 En realidad, Buchanan reconoce una articulación de la actividad proyectual en cuatro áreas (comunicaciones visuales y simbólicas; objetos materiales; actividades y servicios organizados; sistemas complejos o ambientes para vivir, trabajar, jugar y aprender) y constata que en cada una de estas áreas trabaja una gran cantidad de profesionales de diverso tipo en todo el mundo.13 Sin ninguna duda, también está articulada la casuística de los problemas proyectuales. En cada área y, por lo tanto, 9. D. Defoe, 1697. 10. R. Buckminster Fuller, 1969, p. 293. 11. Véase H. W. J. Rittel, 1992. 12. R. Buchanan, 1995, p. 15. 13. R. Buchanan, 1995, p. 7.
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también en el diseño industrial, por suerte, no hay que luchar sólo con problemas “perniciosos”. En nuestro caso, es fácil verificar la persistente validez de la clasificación introducida por Herbert Simon y Allen Newell, según la cual se pueden distinguir problemas definidos (well structured) e indefinidos (ill structured). Simon y Newell, refiriéndose a los problemas que se encuentran en el campo del management, los consideran como definidos cuando “pueden ser resueltos utilizando técnicas computacionales conocidas y practicables”.14 Simon observa en un texto sucesivo que los problemas de la vida real son siempre un conjunto de componentes “definidos” e “indefinidos”15 y por lo tanto, deben ser encarados con una variedad de técnicas dotadas de un nivel de investigación más o menos elevado. Exactamente lo mismo se puede decir acerca de los problemas de competencia del diseño industrial. Algunos equívocos relativos a la delimitación del campo de acción específico del diseño industrial son atribuibles a la concreta fenomenología de la actividad proyectual y a razones que exceden los límites de la microsociología de las profesiones. O sea, a la circunstancia de que, a menudo, el mismo profesional ejercita contemporáneamente su actividad en diversos campos. Pero las perplejidades no toman tanto en cuenta el hecho de que un mismo profesional esté empleado en varios frentes y en varias escalas proyectuales (diseño industrial, arquitectura gráfica, etcétera). Esto no sólo es posible sino a menudo también útil y provechoso. Pero no anula las peculiaridades de ningún campo o escala, simplemente se verifica la situación, por otra parte muy común, de que una misma persona desempeñe varios papeles y trabajos. Una posición útil para aclarar este tipo de crecientes intersecciones entre realidades que, a pesar de todo, permanecen distintas es la asumida por Mario Bunge con referencia a las relaciones entre ciencia de base, ciencia aplicada y técnica. También estas relaciones son puestas a menudo en discusión con argumentos del todo afines a aquellos utilizados para las articulaciones de las disciplinas proyectuales. Con su consabida transparencia, Bunge sostiene que “distinguir tipos de actividad no implica separarlas” y también que los sectores de investigación 14. H. Simon y A. Newell,1985, p. 5. 15. H. Simon, 1977.
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considerados “son diferentes pero interactúan vigorosamente. (Si no fueran diferentes no podrían interactuar). Por ello es tan equivocado negar las diferencias como exagerarlas” y por fin utiliza un ejemplo muy eficaz: “distinguir al marido de la esposa no equivale a divorciarlos”.16 Afirmaciones como éstas, que tal vez parezcan hasta provocadoras en la medida en que son expresiones de buen sentido, en mi opinión se pueden suscribir sin reservas incluso para lo que concierne a las relaciones entre diseño industrial y otras prácticas proyectuales. Para ilustrar de modo adecuado el problema de la delimitación del campo de las competencias del diseño industrial, me parece útil transferir, aunque con cierta despreocupación, el modelo epistemológico de los programas de investigación científica elaborado por Imre Lakatos. El filósofo de la ciencia, de origen húngaro, ha propuesto un modelo sobre la base del cual cada programa de investigación científica está compuesto de dos partes fundamentales: un núcleo central (hard core) y un cinturón de protección (protective belt).17 El núcleo central es el conjunto de los contenidos estables, caracterizantes e irrenunciables de un programa de investigación, o sea, aquel que no puede ser “falsificado” sin poner en peligro el programa de investigación entero. El cinturón protector, en cambio, es la parte más flexible y modificable en la que cada elemento está expuesto a verificaciones experimentales, a “falsificaciones”. Si se acepta esta analogía y se considera el diseño industrial con el mismo criterio que a un programa de investigación, su núcleo central está seguramente constituido por la proyectación de objetos materiales producidos industrialmente. El cinturón de protección, en cambio, es el conjunto de todos aquellos temas de frontera, cada uno de los cuales pone al diseño industrial en conexión con otras prácticas proyectuales o lo hace avanzar experimentalmente en territorios todavía inexplorados. Pero aun en estas incursiones debe acreditarse para encarar los nuevos problemas, demostrando que tiene las aptitudes. Es decir, demostrando que es lícito considerar ese tema como perteneciente al cinturón de protección del diseño industrial. Para salir de la metáfora, se pueden considerar algunas zonas concretas de límites como la proyectación de las interfa16. M. Bunge, 1997, pp. 37 y sig. 17. Véase I. Lakatos, 1970, e I. Lakatos, 1978.
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ses gráficas de los productos, la proyectación de servicios, la proyectación del sistema entero de productos que caracterizan un microambiente en especial o el “diseño estratégico”. Es evidente que en cada uno de estos temas proyectuales intervienen con conocimiento de causa y con tareas parcialmente sobreponibles numerosas figuras profesionales diferentes, de los comunicadores visuales a los arquitectos de interiores, los especialistas en organización, en comunicación empresarial y en marketing. Por lo tanto, el diseño industrial tiene posibilidades de intervenir eficazmente y de ver reconocida su legitimitad para expandirse en la medida en que logre instituir un lazo sólido entre estas partes del cinturón de protección y el propio núcleo central. Dicho de otra manera, en la medida en que consiga utilizar en nuevos sectores su propia calificación para proyectar y planificar productos industriales. En este punto querría retomar la afinidad sólo mencionada anteriormente entre diseño industrial y problem solving.18 No hay duda de que tal afinidad corresponde a la intersección entre la actividad del diseñador industrial y la de otros proyectistas. En resumen, resolver problemas es tan similar a la actividad proyectual (cualquier actividad proyectual), que a menudo casi se roza con la identificación. Viéndolo bien, compartir la afinidad con el problem solving contribuye a crear una plataforma metodológica común que posibilita la “conversación” entre diversos modos proyectuales que, no obstante, mantienen áreas de soberanía autónoma en lo que concierne tanto a los contenidos como a los específicos instrumentos operativos. La utilidad instrumental de un acercamiento semejante reside en el hecho de que, de este modo, se pueden hacer converger los resultados ya obtenidos y las reflexiones en curso en materia de problem solving sobre la actividad proyectual. Un primer punto notable de convergencia con la proyectación y el entrelazamiento entre formulación de los problemas (problem setting) y su solución (problem solving) es que no se trata de actividades independientes sino de diversas fases de un mismo proceso, interconectadas e interactuantes. En el caso de problemas particularmente complejos (por ejemplo, los proble18. La afinidad entre proyectación y problem solving está asumida como un dato de hecho por estudiosos provenientes de ambos sectores. A propósito véanse, entre los otros, H. A. Simon, 1981 y H. W. J. Rittel, 1992. Sobre este tema remito también a M. Chiapponi, 1989, en especial el capítulo 4.
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mas perniciosos de Rittel o los problemas indefinidos de Simon y Newell), una formulación satisfactoria parece ser lo máximo a lo que se pueda aspirar. En la vertiente opuesta se ubican las situaciones en las que los términos de un problema están unívocamente definidos y las respectivas soluciones son inmediatamente identificables. Como es fácil intuir, la mayor parte de los problemas tienen características intermedias, en el sentido de que diversas formulaciones y diversas soluciones se suceden iterativamente en un proceso de sucesivas aproximaciones. Por otra parte, los problemas son raramente aislables el uno del otro; mucho más a menudo se verifica la situación señalada por Stephen Toulmin con la sugestiva imagen del árbol genealógico, o sea, la situación por la que cada problema es generado por otro y, a su vez, genera otros.19 El conjunto de las operaciones de formulación y solución de los problemas es aquel en que, en los términos de las disciplinas proyectuales, se puede hacer corresponder el entrelazamiento entre análisis y proyecto. Si, instrumentalmente, nos contentamos con una acepción extremadamente sintética, se puede afirmar que cada proceso proyectual consiste en una relación bidireccional entre la realidad a proyectar y un modelo suyo. En la primera fase (la de análisis, identificación y delimitación del problema proyectual) se pasa, a través de un proceso de abstracción y de formalización, de la realidad a un modelo que expresa la realidad misma de un modo coherente con los objetivos, los métodos y las técnicas proyectuales. La segunda fase (la de planificación y actuaciones de los intervinientes) conduce, a través de simulaciones efectuadas sobre el modelo y acciones contempladas sobre determinados factores, a una modificación controlada de la realidad y a una solución del problema. De la analogía con cuanto se ha dicho anteriormente sobre la solución de los problemas resulta evidente que el análisis está íntima y doblemente ligado a la proyectación. Ésta proporciona los elementos cognoscitivos para efectuar las elecciones proyectuales y, por el contrario, las cuestiones planteadas por las exigencias proyectuales específicas determinan el tipo de análisis a efectuar. A esto se debe añadir que también la sucesión análisisproyecto (como la de la formulación-solución de los problemas) 19. S. Toulmin, 1972.
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es iterativa, es una especie de proceso en espiral sobre la base del cual se formulan diversas síntesis, aumentando progresivamente el nivel de detalle y de determinación hasta alcanzar aquel considerado óptimo o por lo menos aceptable. Volviendo por un momento al diseño industrial entendido como actividad que da forma a los objetos integrando una pluralidad de factores, se puede notar que esa integración tiene lugar precisamente a través de la sucesión de análisis y proyectaciones. Es justamente esta sucesión repetida lo que permite dar el justo relieve a cada uno de los factores haciéndolo intervenir en el modo y el momento más oportunos. Otro paralelo que puede abrir interesantes espirales de investigación y que reúne todos los tipos de proyectación es aquel que se puede establecer con las diversas modalidades de razonamiento con el fin de producir y adquirir conocimiento científico. Desde el punto de vista de la proyectación, la más notable de estas modalidades es sin ninguna duda la abducción, es decir ese procedimiento lógico y discursivo que produce conocimiento mediante la formulación de hipótesis sugeridas por los hechos y su subsiguiente verificación. Este procedimiento, introducido por Charles Sanders Peirce como necesaria vía de salida de la antítesis entre las más tradicionales deducción e inducción, presenta más de un motivo de interés para quien se ocupe de procesos proyectuales.20 Transfiriendo las teorías de Peirce al sector de la proyectación, si bien con el empobrecimiento que siempre acompaña estos pasajes, se pueden iluminar riesgosas zonas de sombra y sacar provecho en términos teóricos y operativos. Ir más allá de la inducción quiere decir, en nuestro caso, no buscar una solución proyectual únicamente mediante la observación de hechos empíricos, sino añadir también la hipótesis a la observación. Esto tiene como consecuencia directa la transferibilidad de las experiencias de un problema proyectual a otro, y la posibilidad de disponer de instrumentos metodológicos compartidos justamente porque, conforme al pensamiento de Peirce, puede ser llamada hipótesis “toda proposición añadida a los hechos observados, tendiente a hacerlos aplicables 20. La teoría de la abducción está amplia y profundamente expuesta en C. S. Peirce, 1931-35 y retomada en diversas compilaciones de sus escritos, entre ellas J. Buchler, 1955. En italiano hay una antología de los Collected Papers dirigida justamente a analizar el pensamiento del filósofo estadounidense sobre este tema específico (C. S. Peirce, 1984).
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de cualquier manera a circunstancias diversas de aquellas en las que han sido observados”.2l Superar la deducción, en cambio, permite evitar riesgosos e improbables automatismos sobre la base de los cuales se podría obtener una solución, deducida precisamente, de la aplicación mecánica y lineal de principios generales. Para comprender el alcance práctico de los riesgos de semejante planteo piénsese, a título de ejemplo, en los daños que puede acarrear un uso acrítico e impropio de instrumentos informáticos entendidos como procedimiento deductivo automatizado, en lugar de utilizarlos correctamente como soporte precioso para la búsqueda de soluciones proyectuales. De hecho, estas particulares formas de deducción excluyen el proyecto que tiene como presupuesto irrenunciable justamente la formulación de hipótesis interpretativas y propositivas acompañadas por una serie articulada de verificaciones en diferentes niveles de profundización. También es útil para nuestros propósitos tomar en cuenta los diferentes tipos de abducción, en especial la llamada abducción a la Sherlock Holmes y la abducción peirceana.22 Como ya es sabido, la principal diferencia entre estas dos formas de inferencia hipotético-deductiva-experimental está representada por la presencia o no de la voluntad y de la propensión a innovar. Para ser más precisos, mientras el detective Sherlock Holmes trata de descubrir una verdad preexistente “remontándose a los orígenes” de los hechos y formula hipótesis sólo sobre la base de conocimientos disciplinarios codificados y sedimentados, Peirce prefiere el carácter más innovador, audaz y dirigido al futuro de la abducción.23 Para proyectar son igualmente útiles ambos tipos de abducción. En efecto, según las circunstancias y las fases proyectuales, es necesario recurrir a núcleos de conocimientos adquiridos y codificados o actuar al descubierto con procesos heurísticos que se basen sobre todo en hipótesis formuladas intuitivamente. Hay otro procedimiento lógico y operativo que emparenta el diseño industrial con las otras actividades proyectuales. 21. J. Buchler, 1955, p. 150. 22. Véase a este respecto el interesante análisis realizado por M. Bonfantini “Peirce é l’abduzione”, en C. S. Peirce, 1984. 23. M. Bonfantini, en C. S. Peirce, 1984, pp. 15-25.
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Consiste en encontrar la dosificación justa entre los factores que contribuyen a determinar la solución proyectual buscada, atribuyendo a cada uno de ellos un peso, un grado de prioridad, una “relevancia”, sea en términos relativos o absolutos. Aunque salvaguardando las debidas diferencias entre los diversos “objetos” de la proyectación, es legítimo asumir que cada intervención proyectual se efectúa sobre una realidad holística, pero se concretiza actuando de manera reduccionista sobre un conjunto de factores necesariamente limitado. Cada uno de los factores elegidos es tratado separadamente y puesto en relación con todos los otros con el fin de obtener el resultado deseado. La sucesión de análisis e intervenciones proyectuales que identifican este recorrido es, analizándolo en profundidad, muy parecida al entrelazamiento de diagnóstico y terapia que se encuentra en el campo de la medicina. También el proceso diagnóstico-terapéutico, para ser eficaz, debe tomar en consideración el abanico más amplio posible de síntomas y luego elegir los más relevantes para el caso en cuestión. La aplicación de un procedimiento reduccionista a un objeto holístico está por otra parte bien presente aun en los proyectos de resultados aparentemente más distantes y desde luego programáticamente contrarios a un planteo semejante. Piénsese, por ejemplo, en la proyectación de productos con un alto contenido simbólico, que intencionalmente persiguen un elevado compromiso emotivo del “usuario”. La intención proyectual es evidentemente la de hacer percibir tal producto de modo unitario, holístico. No obstante, los instrumentos disponibles para alcanzar el resultado deseado y tenazmente perseguido están todos encerrados en un discreto dosaje de sendos elementos (parámetros geométricos, colores, materiales, tratamiento de las superficies, etcétera). Aun se puede afirmar sin temor de ser desmentidos que una de las principales competencias de un proyectista está justamente en lograr descomponer y recomponer lo que otros sólo alcanzan a percibir globalmente. La conciencia de esta peculiaridad ha llevado a algunos proyectistas y teóricos a aproximar la actividad proyectual al arte culinario. No en el sentido de que un diseñador industrial deba alegre e indebidamente ocuparse en modo profesional del diseño de la comida, sino más bien por la afinidad metodológica entre su trabajo y el del cocinero, que elige los ingredientes, los elabora y amalgama en un plato que será “holísticamente”
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apreciado o no por los comensales, pero cuyo gusto en total cambia al variar el dosaje y la relación jerárquica entre los ingredientes.24 Establecer prioridades y jerarquías entre los diversos elementos de un mismo problema es un paso irrenunciable de la proyectación. Esto es bien conocido por cada proyectista, aun si a veces realiza esta operación de modo no del todo consciente. En la misma línea hay también teóricos que, habiendo o no ejercido directamente profesiones proyectuales, han escrito páginas fundamentales sobre esta temática. H. A. Simon, por ejemplo, afirma explícitamente que “Una teoría de proyectación deberá incluir los criterios (todavía en su mayoría desconocidos) para decidir estos problemas de prioridad y de sucesión en el proceso de proyectación”.25 La observación de Simon me parece del todo aceptable a condición de que no se busquen criterios generales y universalmente válidos, de otro modo se está, con toda probabilidad, destinado a ir al encuentro de punzantes desilusiones. En cambio se pueden establecer criterios de esta clase sólo con referencia a proyectos específicos y su determinación está fuertemente influida por consideraciones externas al mundo de la proyectación en sentido estricto. En el panorama fenomenológico, Alfred Schütz ha dedicado mucha atención y muchos esfuerzos a la profundización de esta temática. El problema de la “relevancia” (Relevanz) aparece en muchos escritos suyos, pero es el objeto principal de un libro entero monográficamente dedicado a su desarrollo.26 Schütz expresa abiertamente su propio reconocimiento hacia algunos autores que con sus estudios han contribuido a la formación de su teoría de la relevancia.27 Revelar el árbol genealógico de esta teoría sirve, también esta vez como muchas otras, para anticipar sus contenidos esenciales. Así son llevados a primer plano algunos núcleos temáticos de particular interés para la asignación de prioridades y la constitución de jerarquías, sea en la fase de análisis o en la de proyecto. 24. Tesis como éstas son sostenidas, por ejemplo, por Franco Clivio. Véase T. F. Bruns, F. Schulte y K. Unterberger, 1997. 25. H. A. Simon, 1981. 26. A. Schütz, 1971. Véase también A. Schütz y T. Luckmann, 1979. 27. Schütz cita en especial las investigaciones de Edmund Husserl, de William James, de Henri Bergson, de los psicólogos de la Gestalt, de Aron Gurwitsch y de Ludwig Landgrebe.
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Por lo que concierne a la fase de análisis, son particularmente estimulantes las observaciones acerca de los motivos por los cuales, en los procesos perceptivos, la atención es atraída por ciertos detalles antes que por otros y acerca de los procedimientos utilizados para elegir entre posibles interpretaciones de cuanto es percibido. Con este último propósito, Schütz analiza detalladamente la teoría de la verosimilitud del filósofo escéptico griego Carnéades y su famoso tercer ejemplo en el que se discute acerca de la posibilidad de percibir en la penumbra un objeto filiforme enrollado como una soga o como una serpiente. Para decidir cuál de las dos hipótesis, ambas verosímiles, es verdadera, la persona que ha entrado en la habitación semioscura adquiere progresivamente nuevos conocimientos y se comporta “como un médico que debe hacer un diagnóstico [...] no se deja llevar por un solo síntoma, sino que debe tomar en consideración el conjunto de los síntomas: el síndrome”.28 En este contexto es esencial la afirmación de que “cada percepción incluye el problema de la elección”,29 o sea que cada percepción es necesariamente selectiva. Son diversos los modos y los medios (experiencias precedentes, relación entre los acontecimientos de rutina y los insólitos, etcétera) para efectuar estas elecciones, para atribuir grados de relevancia y para atraer la atención sobre un detalle antes que sobre otro. Para nosotros, hay dos aspectos fundamentales: el hecho de que la determinación de las prioridades es un proceso social y el reconocimiento explícito, por parte de Schütz, de que esta misma determinación es de extrema importancia para la teoría de la planificación y de la proyectación, en las que tales prioridades son utilizadas operativamente para la transformación de la realidad.30 Dicho de otro modo, el principio del first things first se convierte en el factor guía para la formación de la agenda proyectual, para decidir cuáles elementos deben pasar del “horizonte” a ser parte constitutiva del “tema”, para usar una vez más la terminología de Schütz. En este punto querría adelantar en forma exploratoria, algunas observaciones sobre la legitimidad y la utilidad de inter28. A. Schütz y T. Luckmann, 1979, p. 228. 29. A. Schütz, 1971, pp. 44. 30. A. Schütz, 1971, p. 60.
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pretar la actividad proyectual, y especialmente el diseño industrial, como un proceso colectivo de decisión. Que el proyecto sea un proceso de decisión es, por ciertas vertientes, autoevidente. Es obvio que se compone de una sucesión de decisiones sobre parámetros formales, tecnológicos, funcionales, de prestación, estructurales y económicos. Ya hemos observado que aun las decisiones acerca de los factores que deben ser considerados prioritarios, sea en la fase analítica o en la enunciativa, pertenecen de pleno derecho a las competencias proyectuales importantes. Ahora es importante insistir en que tales decisiones no son adoptadas individual y separadamente sino colectivamente, en relación con diversos actores sociales. Ningún proyectista, ni siquiera el diseñador industrial, es alguien que vive y trabaja en una aséptica torre de marfil. Justamente porque debe dar forma a los productos integrando elementos de diversa naturaleza, desarrolla su actividad en el interior de un sistema de actores cuya efectiva configuración cambia vuelta a vuelta. A este sistema pertenecen, entre otras cosas, grupos industriales internacionales con sus complejas organizaciones, pequeñas y medianas industrias con su estructura flexible, instituciones gubernamentales, instituciones de estandarización, consultores sobre temas especializados, universidades e institutos de investigación, asociaciones de consumidores, grupos ambientalistas y simples ciudadanos. El diseñador industrial debe, por lo tanto, prefigurarse, caso por caso, el sistema de interlocutores más apropiado y comprender cuál debe ser su propio aporte original. Considerar el diseño industrial como actividad colectiva lleva, además, a ocuparse de su papel social y a discernir entre los diversos tipos de problemas de los que se ocupa. Tomás Maldonado, en la introducción de la versión italiana del ensayo Essay upon Projects de Daniel Defoe,31 ha subrayado muy oportunamente la presencia de dos ópticas proyectuales diametralmente opuestas en la obra del escritor británico. Por un lado hay una proyectualidad tendiente a resolver problemas sociales, colectivos; por el otro, una que tiene como único objetivo la solución de problemas individuales, aunque importantes. A estos diversos objetivos corresponden también diferentes temas proyectuales. El Defoe del Essay upon Projects, como ya hemos recordado, ensancha sus propios horizontes hasta encarar proyectualmen31. T. Maldonado, “Defoe e la progettualità”, en D. Defoe, (1697) 1983.
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te tareas como la realización de infraestructuras y servicios públicos (estructuras educativas y didácticas, institutos de crédito, redes camineras, etcétera). En el Robinson Crusoe, en cambio, se proyectan objetos únicos con el fin de la supervivencia individual o para la satisfacción de necesidades elementales. Estos sucintos llamados a la lectura hecha por Maldonado de la obra de Daniel Defoe, lejos de ser una simple digresión literaria, definen dos formas arquetípicas de proyectación y abren una perspectiva de reflexión particularmente estimulante aun desde nuestro punto de vista. Empleando este parámetro interpretativo se configuran inmediatamente dos tipos diametralmente opuestos de diseño industrial: el primero, que tiende a hacerse cargo de problemas colectivos y hace de esta elección un elemento de identificación; el segundo que, en cambio, tiene un carácter más “individualista” y se impacienta ante cualquier constricción de naturaleza social. Esta dicotomía ha asumido diversas formas, ha mancomunado el diseño industrial con otras prácticas proyectuales y ha sido una constante en el debate teórico. Ese debate ha sido, por otra parte, caracterizado demasiado a menudo por oscilaciones entre ingenuas espectativas ante un improbable poder demiúrgico del diseño industrial y una igualmente ingenua desconfianza hacia una capacidad cualquiera de incidencia social. En una visión genuinamente pluralista del diseño industrial, ambas orientaciones (interés por la solución de problemas colectivos o individuales) son legítimas y tienen igual dignidad. Y no sólo eso. Un diseñador industrial puede, individualmente, con todo derecho, trabajar alternativamente en un sector o en otro sin ser etiquetado unívoca y definitivamente. Menos aceptable es la idea de un pluralismo reducido a eclecticismo formal que ignora o subvalúa diferencias esenciales para la ejecución del proyecto que contemplan, por ejemplo, la elección de los temas, los objetivos, el sistema de los interlocutores, los vínculos técnicos y económicos. También sería erróneo considerar que el diseño industrial dedicado a la solución de problemas individuales no tiene una dimensión colectiva. Tal dimensión es fuerte y deriva de la pluralidad de factores que deben ser integrados también en un diseño industrial con esos objetivos y con la consiguiente pluralidad de actores sociales que están involucrados. Esto contrasta, me parece, con una interpretación más bien cínica y ciertamente limitativa según la cual el diseño in-
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dustrial sería una actividad estrechamente “disciplinaria” y aquellos que hablan de su papel social serían soñadores ingenuos, almas buenas. Desde este punto de vista, el único propósito y el único parámetro de valuación del diseño industrial sería el éxito, y posiblemente el éxito comercial,32 sin ninguna ilusión idealista. Sociedad, ambiente, visiones serían sólo buenos temas de conversación para el tiempo libre. Una interpretación semejante es, sin embargo, intrínsecamente contradictoria. Como hemos observado anteriormente, si se busca eliminar el influjo de los contextos (sociocultural, ambiental, etcétera) sobre el diseño industrial, se obtiene una proyectación que sólo es capaz de resolver problemas de rutina y de detalle. En resumen, lo contrario de un diseñador industrial potencialmente exitoso. Desde la óptica de una proyectación entendida como proceso de decisión colectivo, también la dimensión ética del diseño industrial puede ser vista bajo una nueva luz. Ni siquiera es necesario subrayar, por obvio, que un argumento semejante, para ser de algún interés en este contexto, debe ser sustraído del universo de discurso de los comportamientos y de los valores estrictamente individuales y que menos aún debe confundirse con el moralismo. Si se logra “enfriar” el tema, privándolo de las connotaciones intimistas que a veces lo trivializan, se pueden extraer indicaciones útiles (interpretaciones y hasta normativas) acerca de la interacción entre los diversos actores del proceso proyectual y realizador de los productos, diseñador industrial incluido. Sea como fuere, no existe una ética única universalmente reconocida sino numerosas teorías éticas que se diferencian o directamente se contraponen sobre diversos puntos de no poca importancia. Se diferencian, entre otras cosas, en la determinación del propio campo de validez (¿los principios éticos deben tener una validez universal y eterna o estar conectados a situaciones históricas y culturales contingentes?); en el propio valor normativo (¿los principios éticos poseen una validez normativa directa o simplemente contribuyen a determinar valores, 32. “El diseño es la clave del éxito” se ha declarado triunfalmente en periódicos satinados que dedican números monográficos nada menos que al “culto de la forma” en el fin del siglo. Así reza, por ejemplo, el título del fascículo 5/97 del periódico ZEIT Punkte. También es interesante en este contexto el debate entre “diseño de autor” y “diseño anónimo”. Véase C. Lichtenstein y otros, 1987.
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puntos de vista, necesidades, intenciones, que junto con otros factores influyen sobre los comportamientos intersubjetivos?); sobre los respectivos fundamentos (¿los principios éticos están metafísicamente preestablecidos y son inmutables o son el resultado de un proceso social? Si se trata de un proceso social, ¿qué clase de proceso es?). No puedo y no quiero ocuparme aquí de las contraposiciones de principio ni aventurarme en una infinita, talmúdica interpretación de la interpretación de las diversas teorías. Me interesa más bien adelantar instrumentalmente algunas breves reflexiones a propósito de la influencia de algunas teorías éticas sobre la proyectación y, en especial, sobre el diseño industrial. Querría empezar con algunas referencias a la ética de la responsabilidad. Hans Jonas observa, en su ya clásico El principio de responsabilidad: “El que actúa debe responder por sus propias acciones: es considerado responsable por las consecuencias de tales acciones y, en algunos casos, hasta legalmente responsable”.33 Esta afirmación constituye el núcleo que sustenta la ética de la responsabilidad. Si bien formulada de modo más simplificado y más intuitivo, introduce algunas novedades interesantes en el discurso ético. La primera diferencia sustanciosa con respecto a las teorías precedentes es que el sentido ético no es más rígidamente antropocéntrico. Dicho de otro modo, una acción humana, para ser éticamente relevante, no debe referirse por fuerza a las relaciones entre dos o más seres humanos con iguales derechos, obligaciones y autonomía. La actividad del hombre entendido como homo faber es de por sí éticamente relevante y hacia el homo faber corresponden obligaciones morales proporcionales al poder que ejerce al actuar. Jonas cita como ejemplo la responsabilidad de los políticos y de los progenitores respectivamente ante los ciudadanos y los hijos, así como la responsabilidad de la “técnica” hacia la “naturaleza”. Consideraciones semejantes se encuentran, más o menos intencionalmente, en la base de la extensión del campo de aplicación de la ética. Temas muy relevantes en el debate actual, como las relaciones técnica-ética, ciencia-ética, economía-ética y también proyectación-ética, serían inimaginables sin ética de la responsabilidad. Por otra parte, ya en 1892, la temática de la responsabilidad había perdido su carácter intuitivo para entrar en el ra33. H. Jonas, 1992.
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zonamiento sociológico elevado, cuando Georg Simmel la eligió como tema de su ensayo Über soziale Differenzierung.34 En ese texto, Simmel se ocupa detalladamente de las relaciones recíprocas entre responsabilidad de individuos, de grupos o de la colectividad en su conjunto. Se pregunta, por ejemplo, cuándo y cómo cada persona que pertenece a determinado grupo es responsable de las acciones del grupo en su totalidad y viceversa. La ética del discurso, desarrollada especialmente en el ámbito de la filosofía y de la sociología alemana por Karl-Otto Apel y Jürgen Habermas, es otro filón esencial para nosotros.35 Para simplificar al extremo un aparato conceptual y argumentativo muy refinado y de gran densidad, se puede sostener que la característica distintiva de la ética del discurso corresponde a sus hipótesis sobre la formación de los principios guía de la acción colectiva. Esos principios no son fijados a priori sino que son el fruto de una confrontación abierta y libre entre diversos sujetos emancipados y responsables. La principal enseñanza que se puede extraer en el momento de la aplicación al diseño industrial es que, sobre todo al determinar los objetivos y al atribuir las prioridades y las relevancias de un proyecto, no hay nada automáticamente definido. Todo se decide mediante las influencias recíprocas y la “conversación” entre actores que, en esa circunstancia, interpretan papeles bien precisos en cuanto expresan exigencias, intereses y preferencias. Una tercera teoría ética útil para traer a la luz las modalidades de interacciones entre los actores sociales que intervienen en los procesos proyectuales es el utilitarismo. Como es sabido, en la base del utilitarismo se encuentra la aserción de que un individuo “racional” actúa y se relaciona con otros individuos tratando de maximizar sus propios beneficios. Esta presuposición, de apariencia elemental e inocua, tiene en realidad un contenido destructor confrontado con las teorías éticas de derivación metafísica en tanto introduce sin estorbos al individuo, con sus valores y sus intereses, en el horizonte de la ética anterior dominado por entidades sobrenaturales que establecían desde afuera las reglas de comportamiento. A partir de este principio, con el añadido de un oportuno conjunto de 34. G. Simmel, (1892) 1989. 35. Véanse entre los numerosos textos dedicados a este tema: K. O. Apel, 1973; K. O. Apel y M. Kettner, 1992; J. Habermas, 1983 y 1991.
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postulados y a través de un sofisticado proceso de formalización matemática, se han construido los más potentes instrumentos para explicar y guiar las decisiones individuales y colectivas: la teoría de las decisiones racionales y la teoría de los juegos.36 Tales instrumentos, sucesivamente integrados y afinados para prever las condiciones más diversas (elevado número de “jugadores”, juegos cooperativos y no cooperativos, distintos tipos y distintos niveles de inseguridad y de riesgo, etcétera) han encontrado aplicación práctica en numerosos procesos de decisión, entre ellos los de la economía y las relaciones internacionales. Una indicación valiosa, entre las tantas que se pueden extraer para el empleo de este tipo de instrumentos en el campo de la proyectación entendida como proceso de decisión colectivo, es que cada actor debe, necesariamente, tener su propia individualidad y expresar sus propios intereses. Ni siquiera en un clima cooperativo son admitidos los juegos de las partes y las autoidentificaciones con otros actores a los que cada tanto les toca asistir. Un diseñador industrial no debe, por ejemplo, asumir el papel que corresponde a la oficina de marketing de las industrias. Esto no entra siquiera en las expectativas de las industrias mismas. Si bien su objetivo es la realización de productos vendibles –y también justamente por esto– necesitan tener como interlocutores a diseñadores industriales que sepan expresar una visión autónoma propia de los problemas, en lugar de intentar desempeñar como aficionados tareas que la organización empresarial sabe encarar con mayor profesionalidad y conocimiento de causa. Aun en las brevísimas menciones que hemos hecho de algunas teorías éticas (tan sumarias como para poder aparecer en ciertos trazos caricaturescos) es fácil comprender lo ajeno de estos razonamientos respecto de un vacuo moralismo de fachada y la riqueza de puntos de arranque para un accionar colectivo como la proyectación. Se ha aludido anteriormente al hecho de que una nota distintiva de la actividad proyectual del diseño industrial está constituida por el interés predominante para los usuarios de los productos, que se traduce en una atención especial hacia 36. Para un análisis de la relación entre la teoría de las decisiones, la teoría de los juegos y la ética utilitarista (sea en la versión del utilitarismo clásico o en la del neoutilitarismo) véase en especial J. C. Harsanyi, 1988. Como textos fundacionales de la moderna teoría de los juegos se pueden citar: J. von Neumann y O. Morgenstern, 1944, y R. D. Luce y H. Raiffa, 1989.
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un conjunto de factores, como las características antropométricas, las de comportamiento, las socioculturales, las antropológicas, etcétera. En otros términos, una atención especial para el “valor de uso” de los productos. De ese modo, una acentuación semejante de los aspectos relativos al valor de uso caracteriza al diseño industrial y marca sus diferencias respecto de, por ejemplo, la actividad proyectual del tipo de ingeniería, que en cambio privilegia el “valor tecnológico” o el “valor económico”. A la luz de cuanto se ha dicho anteriormente, esto significa que el diseñador industrial asume, de hecho, la responsabilidad de representar, en un proceso de decisión colectivo como el proyectual, los intereses de un futuro usuario, de actuar proyectualmente en nombre y por cuenta de los usuarios, de aceptar una delegación implícita para encarar y resolver problemas de la cultura material. Surgen al respecto algunas cuestiones no desdeñables. Ante todo, el riesgo de una posible indeterminación del concepto de usuario, a menudo transformado tranquilamente de persona física en entidad estadística. Riesgo acentuado, por otra parte, por la llamada globalización de los mercados y por la producción, que hace aun más abstracta la figura del usuario en tanto quita importancia a sólidas referencias culturales y sociales. Pero ahora el fuego de la controversia se ha desplazado: hay quien alcanza a poner en discusión la idea misma de la delegación. Es decir que se tiende a enfatizar el papel de “propiamente proyectista” de cada uno, limitando en consecuencia la necesidad de renunciar a ciertas prerrogativas en favor de un especialista como el diseñador industrial. La exigencia de ciudadanos particulares de apropiarse de un papel activo transformándose, de simples usuarios de productos que les son impuestos, en proyectistas del propio product milieu es apoyada, entre otros, por Victor Margolin.37 Éste no ignora la peculiaridad y la competencia de los proyectistas profesionales, pero afirma que los objetos proyectados por profesionales son sólo un subconjunto de todos los objetos proyectados. Son varias las razones y las circunstancias por las cuales un ciudadano es llevado a ocuparse en primera persona de estos problemas, aunque sin transformarse en un ingenuo bricoleur : mayores posibi37. V. Margolin, 1995a. El autor, que se asocia a la sociología fenomenológica de la que toma en especial el concepto de “mundo de la vida” (Lebenswelt) designa con el término product milieu “el agregado de objetos, actividades, servicios y ambientes que pueblan el mundo de la vida”. Véase también A. Morello, 1995.
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lidades que en el pasado de influir sobre las políticas de los productos, actitud de los productores de mayor atención hacia los usuarios, difusión más amplia de conocimientos especiales, acceso relativamente más fácil a tecnologías sofisticadas. Las dos últimas circunstancias parecen hacer menos neta la distinción entre “conocimiento funcional” y “conocimiento estructural”, que tradicionalmente ha sido determinante en la obstrucción del pasaje de la condición de usuario a la de proyectista.38 En efecto, desde este punto de vista, siempre ha existido y todavía subsiste una notable diferencia entre usuarios como entre familias de productos, que depende sobre todo del distinto nivel de especialización, tanto de los usuarios como de los productos. Los científicos, por ejemplo, nunca han sido usuarios pasivos de sus propios instrumentos de trabajo sino que, al contrario, siempre han participado muy activamente en su proyectación y realización. Más aun, muchos de sus logros han estado ligados a la aparición, con su aporte determinante, de nuevos instrumentos más acordes con sus programas de investigación y que hacían concretamente practicables nuevos procedimientos operativos.39 Lo mismo sigue ocurriendo todavía hoy en sectores como el sanitario, en el que los médicos y los demás operadores especializados a veces anticipan de modo experimental la producción en mayor escala de instrumentos y equipos para poder utilizar nuevos conocimientos y nuevas tecnologías. El hecho de que los usuarios estén capacitados para discutir cada vez más eficientemente con los proyectistas profesionales, no libera sin embargo a los segundos de colocar a los usuarios en el centro de sus propias preferencias. Al contrario, puede ser justamente la profesionalidad del diseñador industrial la que incremente la autonomía de los usuarios, por ejemplo, realizando sistemas de productos para sectores altamente especializados pero haciendo también que su utilización pueda ser extendida a usuarios no profesionales.40 Si se analizan más en detalle los componentes esenciales de la profesionalidad del diseñador industrial (aquellas que 38. Por conocimiento funcional de un producto se entiende la capacidad de responder a la pregunta “¿qué hace?”, mientras el conocimiento estructural es el que permite saber “cómo está hecho”. Véanse A. Moles, 1989, y V. Margolin, 1995b. 39. Véase, entre los numerosos textos disponibles sobre este tema, S. A. Bedini, 1994. 40. Véase T. Orel, 1995.
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lo distinguen de un proyectista no profesional), junto a sus conocimientos “estructurales” se encuentra a menudo citada su “creatividad”. Es inútil precisar que con este término no se entiende una prodigiosa capacidad propia de un médium, aunque algunos diseñadores industriales alimenten este mito, atribuyéndose una figura de “artista romántico” actualmente en desuso. Sobre esa figura construyen una imagen de sí mismos que se justifica sólo en cuanto puede contribuir a posicionarlos en un provechoso mercado del trabajo. Viéndolo bien, la creatividad puede ser entendida más correctamente como una capacidad superior y no habitual de encontrar soluciones innovadoras y no banales a los problemas proyectuales a partir de un bagaje de conocimientos fatigosamente adquiridos. La necesidad de combinar, en el trabajo creativo, capacidades innatas, condiciones particulares (la inspiración) y procedimientos operativos fruto de un meticuloso trabajo preparatorio es expresada también por artistas y científicos renombrados a quienes se les pide que describan su actividad.41 Por cierto estaría fuera de lugar, además de ser un veleidoso propósito, encarar aquí la temática en su totalidad. Hay también, en efecto, contribuciones fascinantes como las provenientes de las ciencias cognoscitivas y concernientes a los mecanismos mentales de los procesos creativos que, por la fuerza de las cosas, no podemos tomar en consideración. Además, es de enorme interés mencionar algunas de las investigaciones desarrolladas sobre los recorridos y las modalidades de manifestación del obrar creativo más importantes para el diseño industrial. Uno de los estudiosos que han encarado recientemente el tema de manera más sistemática, con mayor conocimiento de causa y con referencias más directas a la proyectación es Subrata Dasgupta.42 Tratando de precisar los contenidos de la que él llama “teoría de la creatividad tecnológica”, Dasgupta determina algunos puntos para nosotros esclarecedores y estimulantes. Demuestra, además, con abundancia de ejemplos y de razonamientos de 41. Véase R. B. Heywood, 1947, en especial “A. Schoenberg, The musician”, pp. 68-69 y “J. von Neumann, The mathematician”, pp. 180-196. La idea de que, “independientemente de cuánto quieren dar a entender los escritores”, tampoco detrás de una obra poética hay “espléndido frenesí” o “intuición extática”, sino más bien un trabajo paciente, pleno de “selecciones cuidadosas”, de “cautos rechazos” y de “dolorosas tachaduras”, está claramente expresada y puntillosamente razonada en la célebre Filosofía de la composición, de E. A. Poe (1846). 42. S. Dasgupta, 1996.
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apoyo, que la proyectación de nuevos productos entendida como actividad creativa no es algo instantáneo sino un proceso que requiere una sucesión de acciones deliberativas y, por lo tanto, se desarrolla en el tiempo. Por otra parte, en el curso de ese proceso, el agente creador (el diseñador industrial así como cualquier otro proyectista) se basa esencialmente sobre un conjunto de objetivos, conocimientos y acciones. Haciendo luego una atenta comparación crítica de los distintos modelos de ideación creativa, Dasgupta confiere justamente una posición destacada a la teoría de la creatividad de Arthur Koestler. En su famoso The Act of Creation (1970), el escritor de origen húngaro expone su teoría de la “bisociación” (bisociation) en la que destaca la importancia de obrar sobre más de un plano en el acto creativo. Más explícitamente afirma que uno de los factores que dan lugar con más frecuencia a un acto creativo es la asociación de ideas provenientes de distintos “planos”, de distintos contextos y de diversas “matrices de pensamiento” (matrices of thought) o matrices de comportamiento (matrices of behaviour).43 Este principio, si se aplica con propósitos históricos, permite encontrar un hilo conductor entre innovaciones introducidas a gran distancia de tiempo y de espacio y en contextos completamente diferentes.44 Una interesante consecuencia de un modelo similar para el diseño industrial es que actuar integrando elementos de diverso tipo y de diversa procedencia no es sólo el resultado de una definición más o menos actual. Semejante procedimiento se convierte de hecho en imprescindible en la medida en que se comporta como un poderoso generador de soluciones creativas.
43. A. Koestler, 1970, p. 38. 44. Un texto de divulgación, pero muy bien documentado sobre estas temáticas, es J. Burke, 1996.
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Cada producto, además de ser un “individuo técnico” –para decirlo con el lenguaje metafórico de Gilbert Simondon– tiene también una dimensión “familiar” y “social” que no puede ser ignorada por el diseño industrial.1 Fuera de metáfora: el diseño industrial tiene también la función de ocuparse proyectualmente de sistemas de productos, de proporcionar su aporte a la planificación de los productos. Si, tal como creemos, esto es verdad, hay que preguntarse qué significa “dar forma” a un sistema de productos en vez de a uno en especial y cuáles son las intersecciones entre estas dos actividades (exactamente la planificación y la proyectación de los productos), suponiendo que ambas entran en las competencias del diseño industrial. En otras palabras, ¿qué tipos de intervenciones proyectuales corresponden a un sistema entero de productos y en qué cambia la proyectación de un producto como consecuencia del hecho de que pertenece a un determinado sistema? Comencemos por la respuesta que surge más espontáneamente y que puede, en cierto sentido, resultar obvia aun si, como veremos, no carece de consecuencias. Planificar productos, en el sentido de dar forma a un sistema, a una “familia” o a una “población”2 entera de productos significa proyectar unitariamente y de modo integrado cada uno de los productos y las relaciones (físicas, funcionales, de prestación, constructivas, formales, etcétera) existentes entre todos los productos pertenecientes al sistema. A las finalidades, a los objetivos puntuales y a 1. Al proceso de individualización técnica está dedicada una sección importante en el ya clásico G. Simondon, 1958. 2. La extensión del término “población” de la demografía al campo de los productos y de los desechos ha sido introducida en A. Moles, 1962; T. Maldonado y G. Bonsiepe, 1964, y propuesta de nuevo explícitamente en T. Maldonado, 1970 [1972].
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los vínculos que regulan la proyectación de cada producto se añaden, por lo tanto, los que derivan de la pertenencia a un sistema que, en su totalidad, tiene objetivos, ejerce funciones y mantiene relaciones con su propio interior y su propio exterior. Una respuesta de este tipo sirve ante todo para enfocar algún rasgo distintivo del aporte específico del diseño industrial a una actividad como la de la planificación de los productos. En definitiva, un diseñador industrial es autorizado a participar plenamente en los procesos de planificación de los productos en la medida en que tales procesos contemplen el empleo de las competencias –las que le son propias– necesarias para proyectar cada uno de los productos y para controlar por lo menos algunas de las relaciones recíprocas entre los productos mismos. Naturalmente, la planificación de los productos no es sólo una actividad formal y de procedimiento, extremadamente indiferente del sistema que haya que planificar. También se puede admitir la hipótesis de una especie de “taxonomía de las planificaciones” a partir del hecho de que hay diversos tipos de sistemas de productos, caracterizados por finalidades específicas y por una o más características peculiares. Se pueden identificar, por ejemplo: sistemas de productos sometidos al mismo régimen normativo, realizados por la misma empresa, comercializados por la misma cadena de gran distribución, utilizados para la erogación de determinado servicio o utilizados por un sujeto colectivo especial, etcétera. A cada uno de estos tipos de sistemas corresponden, como es obvio, diversas finalidades, pero también diferentes “lugares” de la planificación y varias constelaciones de actores con una configuración variable de exigencias, objetivos, técnicas y modalidades operativas. Todo esto implica, en definitiva, la existencia de verdaderos y propios tipos distintos de planificación de los productos en los que varían, por lo menos en parte, papeles y competencias del diseño industrial. En algunos casos, la planificación tenderá a hacer crecer lo más posible la articulación del sistema de productos, en otros, en cambio, proyectar el sistema de productos significará también racionalizarlo y reducir el número de los componentes, tal vez aumentando la calidad y la cantidad de las relaciones recíprocas. Unas veces, la planificación apuntará a una reconversión global y repentina del sistema de productos, otras, a una transición parcial y distribuida en un arco de tiem-
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po mayor; a veces, los requisitos fundamentales para tener en cuenta en la planificación de los productos serán los de producción, otras las del uso, y así sucesivamente A continuación examinaremos detalladamente algunas tipologías específicas de planificación de productos. Pero, para hacer aparecer algunas ulteriores propiedades comunes a cada una de tales tipologías, nos detendremos ahora sobre particulares sistemas de productos en los que, si así puede decirse, los caracteres sistémicos son llevados al extremo. Nos estamos refiriendo, en este caso al sistema de productos pertenecientes al mismo “gran sistema técnico” (Large Technical System). El concepto de gran sistema técnico, en la acepción que nosotros le damos, fue introducido originalmente en el campo de la historia de la tecnología; luego influyó intensamente sobre algunas corrientes de la filosofía y de la sociología de la técnica contemporáneas. El núcleo central de las teorías que se nutren de este filón es la tesis de que las innovaciones, y más en general los hechos tecnológicos, no son explicables en términos tecnocráticos sino sistémicos. “Invenciones como la lamparilla, la radio, el avión y el automóvil con motor de gasolina se han verificado en el contexto de un sistema tecnológico. Esos sistemas –sostiene Thomas P. Hughes– están constituidos por mucho más que el así llamado hardware: equipos, máquinas y redes de transporte, comunicación e informaciones mutuamente conectadas. También están constituidos por seres humanos y organizaciones.”3 Los casos más estudiados son sistemas de transporte, sistemas energéticos, sistemas de telecomunicación, sistemas de distribución del agua y otros sistemas con “dimensiones” y características similares. Desde el punto de vista de la proyectación y planificación de los productos, las características más interesantes de estos sistemas resultan ser la coordinación y la estructuración conceptual y operativa de múltiples factores (tecnológicos, científicos, organizativos, sociales, entre otros) y de escalas múltiples (de cada uno de los productos a los edificios, a las redes territoriales). También aparece evidente la necesidad y, al mismo tiempo, la delicadeza de emplear un cambio de perspectiva, de una extensión del campo histórico-analítico-interpretativo al proyectual del concepto de gran sistema técnico. 3. T. P. Hughes, 1991, pp. 12 y sig.
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La delicadeza de esta operación es una consecuencia directa del riesgo de que, en un gran sistema técnico en el que los componentes tecnológicos y sociológicos pertenecen al mismo conjunto de interacciones, se puedan crear desequilibrios y no sea tanto la tecnología la socialmente “construida” sino, al contrario, las relaciones sociales determinadas tecnológicamente. Cuando el “sistema” amplía los propios confines hasta incluir también su propio “ambiente”,4 la partida entre los componentes se juega en todos los terrenos y caen también las barreras protectoras que, de alguna manera, podían salvaguardar los componentes más débiles. Ante esta eventualidad, un verdadero y propio grito de alarma ha sido lanzado por Jacques Ellul, un notable exponente de las corrientes de pensamiento más críticas frente a la invasión de tendencia hegemónica de una tecnología que “integra todo [...] y, en el momento en que entra en cada sector de la vida, incluidos los seres humanos, cesa de ser exterior al hombre y se convierte en su efectiva sustancia”.5 Se trata de preocupaciones legítimas y no dictadas por la preconcebida tecnofobia, tanto que se vislumbran con claridad incluso en los escritos de pensadores como Lewis Mumford, que sin embargo solían mirar con benévola atención los posibles aportes de la tecnología y que, durante cierto tiempo, hasta han caído bajo el encanto de la mecanización.6 Sin bajar la guardia frente a estos riesgos y sin subvaluar su alcance, tratemos de proceder a la exploración del concepto de gran sistema técnico y de sus concretas expresiones con el propósito de extraer indicaciones útiles desde el punto de vista proyectual. Con tal fin es indispensable atenerse a una interpretación pragmática, casi instrumental del concepto de sistema, resistiendo al canto de sirenas de un mero constructivismo social y no uniformándose con las más audaces metáforas 4. Empleamos aquí el término “ambiente” en el sentido que tiene en la teoría clásica de los sistemas, o sea como conjunto de los elementos y de las condiciones del contorno que interactúan con el “sistema” pero permaneciendo netamente separados de este último. Le damos entonces una acepción diferente de la que tiene en muchos trozos de este libro y en especial en el capítulo “Productos y ambiente”. Para un examen detallado de la relación entre sistema y ambiente, permítaseme remitir al capítulo “Ambiente, sistema, complessità”, en M. Chiapponi, 1989, pp. 28-43. 5. J. Ellul, 1964, p. 6. 6. Sobre diversas facetas del juicio de Mumford a propósito del papel social de la técnica, véanse L. Mumford, 1967, 1970, 1986; T. P. Hughes y A. C. Hughes, 1990.
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sistémicas. Si nos ubicamos en una óptica pragmática, esos modelos pueden convertirse en cautivantes, como la “red de actores” (actor network) propuesta por Michel Callon7 o el “sistema de actores” (actor system) como sugiere Tomás Maldonado remitiéndose a Günter Ropohl,8 que tratan de explicar la dinámica de los grandes sistemas técnicos en términos deliberadamente cercanos a la operatividad. La red de actores está, tal vez, más allá de las intenciones de su proponente mismo, un modo de “simplificar” los grandes sistemas técnicos dando a cada uno de ellos una estructura peculiar basada en el conjunto de actores que intervienen activamente en su configuración dinámica. Esto puede servir para disipar algunas sospechas frente a una acción proyectual sobre grandes sistemas técnicos. En efecto, rechaza la idea notoriamente veleidosa y para nada pronosticable de un centro único de planificación y proyectación que pueda controlar un conjunto de factores complejo como el que constituye un gran sistema técnico. Intenta nada menos que explicar la elevada tasa de proyectualidad incluida en tal sistema refiriéndolo propiamente a la proyectualidad de los actores. No hay un único “constructor del sistema” (system builder), para emplear otra expresión de Hughes, sino una red o un sistema de constructores. Pero volvamos a los sistemas de productos. La pertenencia de los productos a un gran sistema técnico comporta consecuencias simplemente obvias para su proyectación, sobre las cuales no vale la pena detenerse mucho. Evidentemente, un producto, en cuanto componente de un sistema, cambia sus propias configuraciones si acaso otros componentes son removidos o modifican a su vez sus propias características. Más convincente es observar el juego de estas interdependencias en conexión con la dinámica de los grandes sistemas técnicos. O sea, tratar de comprender si el sistema de los productos permanece o no imperturbable ante la rivalidad de los grandes sistemas técnicos (la así llamada battle of the systems) y ante los fenómenos de colaboración, de progresiva sustitución y de re7. M. Callon, 1987. 8. T. Maldonado, 1998, p. 225. En este ensayo, Maldonado subraya precisamente que el concepto de gran sistema técnico no es una novedad en absoluto y, en el curso de un examen de las posiciones de Bruno Latour y de Michel Callon, niega con igual precisión que la idea de red pueda ser disociada de la de sistema.
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troceso, o bien cómo se pueden integrar en el interior del mismo sistema productos maduros y otros innovadores. También es interesante comprender el papel desempeñado por los productos en esta dinámica y conocer las presiones a las que están expuestos durante su proyectación con el fin de adecuarlos a las diversas fases evolutivas del gran sistema técnico (fase inicial, de desarrollo acelerado, de estabilización, de declinación).9 Un efecto nada trivial sobre la proyectación de un producto en razón de su pertenencia a un gran sistema técnico es que los factores que intervienen en la determinación de la forma del producto10 ya no son simples datos de hecho heterodeterminantes. La ósmosis entre los diversos componentes del gran sistema técnico hace que también sobre ellos pueda intervenir el diseñador industrial, aunque en la medida permitida por la interacción con otros actores. Para dar un ejemplo, el proyectista de locomotoras inserto en la estructura técnico-organizativa de un gran sistema técnico tiene voz en la sesión sobre la determinación de las trochas, en la elección de los recorridos y del tipo de transportes preferible, en las decisiones referentes a los sistemas de señalización y control, etcétera. Tal vez el aspecto más importante en la proyectación de un sistema de productos, en el que los procedimientos combinatorios son determinantes, es la realización de una efectiva compatibilidad-congruencia entre los productos, la atención hacia la sintaxis combinatoria y la proyectación de los enlaces. El instrumento empleado más comúnmente para obtener este tipo de compatibilidad-congruencia es la estandarización. Sabemos bien que al introducir este tema se toca un punto neurálgico en cuanto el debate sobre la estandarización ya es endémico en el diseño industrial y pertenece a la historia de sus orígenes. Basta con recordar a propósito momentos tópicos como el debate entre Muthesius y van de Velde en el Congreso del Werkbund de 1914 en Colonia, en el que se daba resonancia desde una tribuna pública a la contraposición, en parte todavía latente y reservada a los especialistas, entre producción industrial (cuyos elementos caracterizantes eran la estandarización, la tipificación y la organización fordista del trabajo) y 9. Sobre la articulación en fases de la evolución de los grandes sistemas técnicos véase I. Gökalp, 1993. l0. Véase el capítulo 1 en este volumen.
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la artesanía (entendida como el último baluarte del “desorden” y del arte aplicada).11 En tiempos más recientes se ha retomado la discusión casi exactamente en los mismos términos y con las mismas argumentaciones por los críticos del “movimiento moderno” en arquitectura y diseño industrial. En nombre de la libertad de expresión de los proyectistas y de la libertad de elección de los adquirentes, se ha catalogado de demoníaco todo lo que podía oler a estandarización y a “producción en masa”.12 Justamente porque nos movemos en un contexto ya muy frecuentado y en el que el riesgo de incurrir en repetitivas tomas de posición (pro o contra) está decididamente siempre al acecho, conviene encarar el problema con menos pasión y evitar las generalizaciones. En efecto, no existe “la” estandarización sino diversos tipos de estandarización que se consideran por separado. Si, por ejemplo, se examina la estandarización de las medidas, se puede discutir sobre la oportunidad o no de determinar las relaciones dimensionales de un producto o de la fachada de un edificio utilizando la sección áurea o cualquier “modulor”.13 También se pueden tomar las distancias de los orígenes y de los significados esotéricos de tales estandarizaciones, pero no es lícito dudar en buena fe de la utilidad y de la sensatez de un sistema métrico o de unidades de medida compartidas. Está dicho que el desplazamiento de la atención de un producto en particular a un sistema de productos es de gran ayuda para quien quiera descomponer y contextualizar el concepto de estandarización. En efecto, una estandarización excesiva puede efectivamente resultar muy restrictiva para la proyectación de un solo producto. Se convierte, en cambio, en un poderoso instrumento de “libertad” y flexibilidad a nivel de sistema de productos en cuanto multiplica las ocasiones de combinación, favorece el alcance de un elevado grado de compatibilidad-congruencia entre productos y 11. Véase T. Maldonado, 1974 [1977] (pp. 135-144), 1979, 1991 y [1993]. 12. La expresión “producción en masa”, al parecer introducida por William J. Cameron, ghostwriter de Henry Ford, para exaltar la capacidad productiva de la industria automovilística estadounidense de los primeros decenios del siglo ahora es preferentemente utilizada para designar un fenómeno que conduce inevitablemente a la despersonalización y a la masificación. Véase D. A. Hounshell, 1984. 13. En efecto, aun dentro del “movimiento moderno” se han verificado encendidos debates sobre estos temas. Véase, por ejemplo, la polémica del exponente de la vanguardia de Praga Karel Teige en confrontación con Le Corbusier en Anti-Corbusier, K. Teige, 1982, pp. 203-248.
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componentes pertenecientes al sistema y aumenta la confiabilidad de los productos obtenidos por montaje de componentes realizados a distancia de espacio y de tiempo. Viéndolo bien, en la producción industrial no se estandarizan sólo los productos. También el número y el tipo de elementos que se estandarizan es elevadísimo y desde luego mayor cuando el objetivo final es la producción de objetos hechos casi sobre medida o, como se dice, customizzati. Marco d’Eramo ha mostrado en su cautivador libro sobre la historia de Chicago cómo la estandarización de muchos productos –pero también de procedimientos de control, de tecnologías de conservación y transporte, etcétera– no es tanto una querelle d’artistes sino más bien una exigencia inderogable dictada por los mecanismos del mercado bursátil.14 Si se adquieren productos (industriales, pero también agrícolas y ganaderos) sin poder controlarlos directamente porque en el momento de la compra están en otro lado o todavía no existen (contratos sobre futures) hay que fiarse de un conjunto de características estandarizadas que permiten cotejos y valoraciones. Los grandes sistemas técnicos son, en el curso de su proceso evolutivo, verdaderas y propias palestras de la estandarización en las que este instrumento se aplica a los temas más dispares y, por lo tanto, su observación nos ofrece oportunidades irrepetibles para el razonamiento que estamos desarrollando. Muy a menudo los grandes sistemas técnicos nacen de procesos agregativos. Se pasa, por ejemplo, de una pluralidad de sistemas de producción locales de la energía eléctrica a sistemas regionales y nacionales y operaciones análogas tienen conocimiento del empleo de los sistemas de transporte ferroviario o de las redes telefónicas en muchos países. Aun en los casos en los que la finalidad no sea exactamente ésta o cuando, al contrario, se pase de una gestión monopólica a una pluralidad de operadores, existe de todos modos y tal vez con mayor razón la exigencia de asegurar la compatibilidad entre sistemas interactuantes. Por lo tanto, en la práctica, todos los procesos evolutivos de los grandes sistemas técnicos han sido acompañados y posibilitados por imponentes procesos de estandarización que han tenido en cuenta componentes y productos, tecnologías, procedimientos de contabilidad y tarifas, pero también termi14. M. d’Eramo, 1995.
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nologías de sector. Una de las estandarizaciones más curiosas e inesperadas pero de efectos más conspicuos es la del tiempo, originada por la necesidad de hacer menos precarias y aleatorias las coincidencias ferroviarias. Ésta es la razón que ha llevado a la codificación de horas nacionales unificadas en los diversos países y, en los Estados Unidos, ha llevado, de una miríada de horas locales (sólo en Illinois 27 horas locales distintas y 38 en Wisconsin) a cuatro husos horarios actuales concertados por las compañías ferroviarias en 1883 y sancionados legalmente en 1918.15 En resumen, los grandes sistemas técnicos, haciendo manifiesta la amplitud y la penetración de los fenómenos de estandarización, brindan la ocasión de encarar una temática tan relevante para la planificación de sistemas de productos en términos menos ideológicos y sin dejarse influir en un sentido o en otro por contraseñas ya superadas. Teniendo en cuenta la complejidad de los grandes sistemas técnicos y la pesada intervención de administraciones o entes dotados de poder normativo en su planificación, gestión y control, no es de ninguna manera ocioso preguntarse si será posible introducir mecanismos que simplifiquen la planificación de los productos pertenecientes al gran sistema técnico mediante el dictado de disposiciones normativas. En esta dirección va, por ejemplo, el carácter vincular asumido por los estándares gracias a la intervención de los entes de normativa y estandarización nacionales e internacionales. Esto ha ocurrido muchas veces en la práctica y parece ser interesante y prometedor aun en líneas de principio. Pero si se sigue esta línea de razonamiento, es ineludible considerar más a fondo la relación entre normativa y proyectación, dado que la planificación de un sistema de productos es, sin duda, una operación proyectual. Aun subsistiendo innegables puntos de contacto entre proyectación y normativa, existen serias razones que impiden una total identificación entre estos dos universos discursivos. La divergencia se debe, por lo menos en parte, a las diferentes características intrínsecas de la proyectación y de la normativa. Esta última se refiere a un conjunto predeterminado de posibles resultados y en ese ámbito dicta prescripciones dotadas de 15. El tema de la estandarización está constantemente presente en la literatura sobre los grandes sistemas técnicos. Véanse, entre otros, T. P. Hughes, 1983; H. G. J. Aitken, 1985; W. E. Bijker y otros, 1987; R. Mayntz y T. P. Hughes, 1988; I. Gökalp, 1993.
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validez general. La proyectación en cambio prevé intervenciones puntuales y detalladas en temas no establecidos a priori. De modo que un problema es encarado “proyectualmente” mediante intervenciones “ad hoc”, mientras la “vía normativa” opera a través de la sumatoria de disposiciones generales, mediante el previo ordenamiento de un cuadro de instrumentos (cada uno de los cuales se ocupa de un aspecto en particular) que deberían proporcionar soluciones por simple yuxtaposición. Además, cada normativa tiene validez dentro de los límites administrativos que delimitan la jurisdicción de la autoridad que la emite. La proyectación, al contrario, puede franquear esos límites y casi siempre tiende a hacerlo. No obstante todo esto, la normativa tiene algunos innegables puntos de fuerza. Ante todo dispone, si bien en un ámbito de validez limitado, un valor de conjunto. Gracias a esta peculiaridad, la normativa, además de poseer un poder disuasivo no desdeñable, es capaz de iniciar importantes procesos de innovación en cuanto a veces obliga a cambiar los escenarios de referencia. Otro punto de fuerza de la normativa es el hecho de que puede valerse de las ventajas ofrecidas por las costumbres consolidadas, de la rutina de los instrumentos operativos y de la inercia de las estructuras institucional-administrativas. Naturalmente, subsiste el riesgo de que, justamente a causa de la inercia, sean enfatizados excesiva e impropiamente aquellos aspectos de los problemas a causa de los cuales existen administraciones competentes en perjuicio de otras objetivamente más importantes. O sea que se corre el riesgo de que la inercia trastorne subrepticiamente el orden de prioridad entre los diversos aspectos de un problema. No obstante estos límites, hay que excluir que el sistema administrativo y los aparatos normativos puedan ser tranquilamente subvaluados o directamente ignorados. Al contrario, las normativas pueden determinar las reglas del juego y constituir el cuadro de referencia dentro del cual la proyectación tiene el deber de especificar y desarrollar soluciones concretamente practicables para la planificación de los sistemas de productos. La actividad de planificación de los productos, por un lado, tiene en sí –como hemos visto– una fuerte tendencia a considerar la dimensión sistémica de los productos mismos; por el otro, introduce con energía el tema de qué es “sensato” planificar, proyectar, producir y utilizar entre todo lo que en principio
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es posible. Un modo apropiado de encarar este interrogante consiste en constituir un conjunto de relaciones admisibles entre los sistemas de los productos a planificar y un sistema correspondiente de necesidades. Apenas nos aprestamos a emplear este procedimiento lógico, estableciendo criterios de selección para pasar de lo posible a lo probable y por fin a lo real, se hace evidente el hecho de que la formación de deseos individuales y colectivos, su transformación en necesidad y en “demanda” económicamente relevante, su satisfacción gracias a un adecuado sistema de productos se mueven a lo largo de un recorrido para nada lineal y ni siquiera monodireccional. Cada etapa intermedia de este recorrido es, en cierta medida, variable, no es definible en función de un único parámetro o de un único tema, exige que se proceda haciendo precisiones y marcando diferencias. Cada pasaje de una etapa a otra está constituido por una maraña de senderos, algunos de los cuales pueden retrotraer de modo circular al punto de partida. Lo único cierto es que, como para cualquier otro fenómeno social, son del todo inseguros esos modelos interpretativos simplificados por los cuales existirían necesidades –o deseos o preferencias–16 individuales entendidas como variables independientes que esperan sólo ser intuidas o percibidas para ser después satisfechas mediante productos destinados, justamente por esta capacidad suya de captar las necesidades, en brillantes sucesos de mercado. Para demostrar cómo es de frágil y falaz una suposición semejante, basta con mencionar un par de datos evidentemente contrarios. Ante todo, no existen sólo las necesidades de sujetos individuales sino también las de los sujetos colectivos que, aunque están guiados por dinámicas muy diferentes, tienen un peso relevante en la determinación de necesidades de productos y servicios. La introducción del teléfono, para dar sólo un 16. Aun las elecciones terminológicas tienen en este contexto un significado no desdeñable. El término “deseo” se ha convertido, sobre todo en la cultura francesa del comienzo de los años ‘70, en una bandera por medio de la cual se quería enfatizar la dimensión individual y la sustancial independencia de las necesidades de los vínculos de “factibilidad”. El concepto de “preferencia”, hoy muy en boga, expresa en cierta medida una línea de continuidad con el de “deseo” en cuanto rechaza programáticamente toda hipótesis de regulación externa, social, de la “libertad individual de elección”. En realidad se trata de una libertad limitada a partir del hecho de que las preferencias son expresadas con referencia a cierto número de alternativas pre- y heterodefinidas. Viéndolo bien, por lo tanto, expresar necesidades implica un papel mucho más activo de los sujetos individuales y colectivos.
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ejemplo, no ha satisfecho simplemente una necesidad preexistente de comunicación, ha puesto en descubierto necesidades de comunicación latentes y ha creado otras nuevas ni siquiera imaginables anteriormente. Lo mismo puede decirse de la necesidad de moverse individual y velozmente, que ha sido aumentada por el producto fabricado para satisfacerla –el automóvil–, hasta que la frustración se volviera inevitable. En efecto, como está ahora a la vista de todos, el uso indiscriminado de este producto para satisfacer esa necesidad ha provocado fenómenos de congestión de tal magnitud que pone decididamente en duda la eficacia con respecto al propósito original. La manifiesta imposibilidad de efectuar simplificaciones arbitrarias impone alguna reflexión adicional que en nuestro caso estará, por motivos evidentes, limitada a los aspectos más directamente relacionados con los productos, con su capacidad de satisfacer y crear necesidades, con las consecuencias sobre las maneras de proyectarlos y planificarlos. A los procesos de formación de las necesidades y a los respectivos criterios de clasificación se ha dirigido una atención realmente milenaria si se consideran los aportes brindados desde la antigüedad por pensadores como Aristóteles, Epicuro o Epicteto. De modo que sobre estos temas hay una literatura inmensa en su conjunto y proveniente de numerosos campos del saber: filosofía, sociología, psicología, psicología social, antropología, ciencias de la conducta, economía, etcétera. En estas condiciones no sólo estaría evidentemente fuera de lugar pensar en añadir algunos elementos nuevos a la controversia, sino que también estaría fuera de escala imaginar que se puede recomponer aquí el cuadro de semejante debate. Sin embargo, a pesar de su complejidad y vastedad, no es admisible pasar en silencio temas como los procesos de formación de las necesidades y su clasificación en tanto que están, de modo más o menos explícito y consciente, en la base de cada forma de planificación de los productos. En la actualidad se puede afirmar, sin temor de desmentida, que la producción social de las necesidades ya no está más en discusión. Eso es evidente para las exigencias “superiores”, las que en su conjunto contribuyen a enriquecer la vida individual y colectiva, vale decir, exigencias “necesarias” y “libres” en la acepción marxista, necesidades de autorrealización, de conocimiento y estéticas según A. H. Maslow y las muchísimas otras
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categorías de necesidades del mismo tipo diversamente etiquetadas. No obstante, ha sido ampliamente demostrado que también las necesidades relativas a la mera supervivencia, denominadas de vez en cuando necesidades “fisiológicas”, “naturales” o “primarias”17 están íntimamente conectadas con las condiciones socioeconómicas de referencia, aunque fuera sólo porque su creciente refinamiento y su diversificación reflejan los procesos de humanización, de civilización y de emancipación individual y colectiva, además de ser parte constituyente de ellas.18 Tratemos entonces de concentrar la atención sobre las necesidades “superiores” producidas socialmente en tanto –al ser más evidente su dimensión económica y, por lo tanto, más cercano su lazo con el sistema de producción industrial– son más directamente interesantes para las actividades de proyectación y planificación de los productos. No obstante, esta elección es instrumentalmente funcional para el tema tratado y no indica de ninguna manera que las necesidades dirigidas a la mera supervivencia hayan perdido en absoluto su dramático impulso en anchas franjas de la población mundial. El primer punto sobre el cual hay que detenerse es sin duda el de los mecanismos sociales concretos de producción de necesidades. Una visión excesivamente simplificada quiere que las necesidades sean linealmente devueltas al tipo de organización social general o directamente a la forma de organización estatal. En esta línea se inscriben las teorizaciones, ahora notoriamente contraintuitivas, según las cuales el surgir de una organización estatal de tipo socialista habría debido traer como dote también una variación del sistema de necesidades y, en consecuencia, un sistema de productos más acordes con el nuevo estilo de vida. Al releer hoy (con las innegables ventajas brindadas por la distancia y el conocimiento de los desarrollos sucesivos) aquellas previsiones y aquellas declaraciones programáticas, se 17. Un buen análisis sistemático de las diversas clasificaciones de las necesidades y de las relaciones entre satisfacción de las necesidades y orden económico-social a nivel mundial se encuentra en L. Doyal e I. Gough, 1991. 18. Al respecto se recuerdan, eligiendo en el medio de una ronda de aportes muy densa y calificada, C. Lévi-Strauss, 1964 y los numerosos escritos de K. Marx analizados sistemáticamente en Á. Heller, 1980. En el surco del pensamiento marxista, un importante aporte al reconocimiento de la existencia de un “determinismo social” en el proceso de formación de las necesidades de cualquier tipo está dado por Henri Lefebvre. Véase en especial H. Lefebvre, 1947.
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encuentra en ellas un entrelazamiento de intuiciones importantes, de ingenuidad y de errores de valoración destinados a producir agudas desilusiones.19 Era importante, por ejemplo, la intuición de que cualquier proyecto de cambio institucional de la sociedad no podía prescindir de la consideración de los aspectos atinentes a la cotidianidad y los modos de vida y, por lo tanto, debía ocuparse necesariamente de las necesidades.20 Una ingenuidad y un error de valoración que los hechos se han encargado de desmentir era en cambio la idea de que el sistema de las necesidades podía ser a su vez planificado y dirigido centralmente. Con un poco de sorpresa, pero no demasiada, se puede encontrar también en el sistema capitalista una mezcla análoga de premoniciones, de análisis implacablemente correctos y de instrumentos operativos destinados a la impotencia frente a los fenómenos generales que se proponen gobernar. La diferencia está una vez más en que el capitalismo, contrariamente a las visiones históricamente antagonistas con respecto a él, es más impermeable a este tipo de incongruencias, justamente porque es más capaz de fagocitar las contradicciones logrando transformarlas, incluso, en puntos de fuerza. Similares reflexiones, mientras permanecen en este nivel de generalidades, sobrevuelan a elevada altitud el diseño industrial sin dejarle ninguna posibilidad de intervención. Pero su pertinencia resulta evidente si las llevamos de vuelta a la relación entre sistema de las necesidades y sistema de los productos. Aquí, en efecto, nos encontramos frente a la convivencia, aparentemente imposible pero en la práctica muy eficiente, de dos fenómenos como el paroxístico crecimiento mutuamente autoalimentado de necesidades y de productos (el mal afamado y, en palabras, tan vituperado “consumismo”) y la austeridad weberianamente “protestante” de la producción industrial fordista y posfordista. En cierto sentido, también la necesidad de producir (y de vender) es cada vez más la otra cara de la moneda con respecto a la igualmente perseguida racionalización en sentido reductor de los procesos y de los sistemas productivos. Ésta es tal 19. Un texto ejemplar en este sentido es M. Döbler, 1969. 20. Este tema ha sido ampliamente encarado en el ensayo ”Socialismo (reale) dopo il ‘socialismo reale’?” en T. Maldonado, 1990.
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vez una de las razones por las cuales las críticas, aun feroces, a la irracionalidad de los consumos nunca han atacado la sustancia del sistema productivo sino que, en cambio, se han arriesgado a ser paradójicamente funcionales para él. Ésta es, por ejemplo, la lectura que Thomas P. Hughes hace del papel desempeñado en el proceso de industralización estadounidense por un autor desacralizador como Thorstein Veblen y de su célebre libro publicado por primera vez en 1899: The Theory of the Leisure Class. Hughes destaca como, en el proceso de industrialización estadounidense, el “veblenismo” llevaba directamente a las últimas consecuencias el rigor del taylorismo y del fordismo. “El íntegro sistema social del país debía someterse al control sistemático de expertos tecnólogos industriales que podían ser denominados ingenieros de la producción.”21 El mismo C. Wright Mills (1953) en su prefacio al libro de Veblen bosqueja algo análogo. En efecto, por un lado destaca, expresando con todo una opinión ampliamente compartida, que este texto es una de las críticas más ásperas y detalladas de la sociedad de consumo. Pero por otra parte anota que Veblen, en el momento mismo en que articula su crítica, lo hace de modo “profundamente conservador” en cuanto “acepta sin titubeos uno de los principios completa e indiscutiblemente estadounidenses: la eficiencia, la utilidad, la pragmática simplicidad”.22 Efectivamente, debe reconocerse por lo menos un mérito nada desdeñable a Veblen y su libro. Ha sacado a la luz, con abundancia de detalles y de ejemplos, la fuerza de la necesidad de demostrar la propia pertenencia a grupos sociales “desahogados” y el papel decisivo de los productos en esta forma de representación. De esta manera ha evocado la existencia de una entera gama de potentes factores de producción social de las necesidades: los que derivan del compacto tejido de principios y valores que animan la vida de relación y se traducen en comportamientos. De modo que la temática de las necesidades está ligada a la dinámica social más amplia y su producción correctamente asignada a la interacción entre los temas, institucionales y no institucionales, que contribuyen 21. T. P. Hughes, 1991, p. 252. 22. C. Wright Mills, 1953.
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también a la determinación de otros valores como los políticos, éticos o estéticos. Evidentemente, no es éste el nivel en el cual el diseño industrial puede pensar en intervenir con eficacia y propiedad de instrumentos. La influencia recíproca entre sistema sociocultural y sistema de los productos ha sido examinada difusamente en términos analíticos en diversos ámbitos disciplinarios, de la sociología de la vida cotidiana a la historia, la antropología, las corrientes más sagaces de la economía. En cambio, es menos coherente la aproximación proyectual a estos mismos temas. Por otra parte, la pura constatación de la complejidad de los factores sociales de producción de las necesidades corre el riesgo de conducir a un frustrante cul de sac. Es la sensación que a veces se experimenta leyendo las denuncias acongojadas de sociólogos y periodistas que describen situaciones efectivamente paradójicas. Lo que se estigmatiza es el crecimiento exponencial de la cantidad total de los productos (especialmente en ciertos sectores como la electrónica de consumo) a pesar de (o tal vez justamente gracias a) su futilidad.23 A menudo se trata de críticas de costumbres que recuerdan, con su tono burlón pero lamentablemente también con su ineficacia, la sátira de Petronio elegantiae arbiter ante la vulgaridad del entourage neroniano y de la sociabilidad envejecida de su tiempo. A pesar de que se compartan in toto tales críticas, los comentarios sarcásticos y hasta el disgusto, es indispensable tratar de ir más allá, superando contradicciones de no poca importancia que se anidan en el mundo de los principios. En efecto, en teoría es injustificado proponer una vigorosa limitación de las necesidades y del parque de los objetos, acaso acompañada por un mortificante “ludismo” de retorno. Por otra parte es difícil imaginar quién podría ser legitimado presentando con autoridad y fundadas esperanzas de éxito una propuesta semejante. Por el contrario, es innegable que, si se debiese proceder en términos puramente aditivos y “liberísticos”, sin interponer ningún filtro y sin adoptar algún criterio de selección, se correría simplemente el riesgo de acreditar y avalar fenómenos de irracionalidad individual y colectiva. 23. Dos ejemplos entre tantos posibles son J. Ellul, 1988, y Der Spiegel, “Alptraum im Alltag”, 24 de noviembre, 1997. La psicóloga social Herrad Schenk, citada en Der Spiegel, anota que mientras los indios navajos poseían 236 objetos, en los países industrializados cada núcleo familiar posee 10.000 en término medio.
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Éste es el riesgo inherente a ciertas teorizaciones de una “sociedad pluriopcional” (Multioptionsgesellschaft).24 Uno de los pilares explícitamente declarados de similares teorizaciones (que proclaman su fe inquebrantable en un “absoluto” relativismo social, cultural, político, de los modos de vida, etcétera) es justamente la variedad que tiende a ser infinita de opciones en el campo de los productos. A estos “fuegos artificiales de productos” no corresponde en absoluto un afinamiento y una diferenciación de las necesidades, al contrario, éstas tienen “las mismas funciones de base o pretenden satisfacer las mismas necesidades”.25 Aquí uno se encuentra una mezcla de futurísticas odas a la alta velocidad y de insospechables certezas; insospechables porque es difícil conciliar las actuales enunciaciones de rito sobre el fin de las ideologías, de las seguridades y de las posibilidades de adoptar algún criterio de juicio. En ellas se lee, por ejemplo, que en el “supermercado global de las posibilidades” inevitablemente “la multiplicación de las opciones se realiza en ciclos cada vez más veloces. Los nuevos modelos se amontonan cada vez más aceleradamente sobre los modelos descartados. Los modelos descartados no son más los del año anterior sino los del día anterior”.26 Sin embargo, en estas afirmaciones no se descubre ni siquiera una brizna de ironía o de duda. Son suministradas como la descripción de un fenómeno tan imposible de detener como alineado con los principios de una sociedad pluriopcional entendida como radical desarrollo de la “sociedad abierta” de Karl Popper. Asuntos de esta clase evidentemente excluyen cualquier posibilidad de planificación de los productos que prevea también su reducción general o un corte (o disminución o concentración sobre algunos sectores en lugar de sobre otros) de su crecimiento. La superación de un conflicto aparentemente irremediable, como aquel entre una absoluta libertad de elección y las sensatas preocupaciones por los efectos concretos que pueda producir, es imaginable sólo si se dejan en segundo plano las cuestiones de principio y se examina más en profundidad la conexión entre necesidades, productos y su planificación. Si se razona en términos más disciplinarios, se pueden hacer dos 24. Véase al respecto, entre otros, P. Gross, 1994. 25. P. Gross, 1994, p. 41. 26. Ibídem, p. 45.
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preguntas. ¿De qué manera y en qué medida ha contribuido el diseño industrial a la proliferación incontrolada de aparatos y productos “insensatos”? ¿Qué instrumentos tiene a su disposición para contribuir a una planificación de los productos más “racional” y controlada? Estas dos preguntas y sus respectivas respuestas están, evidentemente, interconectadas. Considerando el problema retrospectivamente, se puede decir que, si ha habido responsabilidad del diseño industrial en estas cuestiones, ha sido por omisión. O sea que dependen del hecho de que se ha concentrado sobre la producción de sendos productos más o menos lúdicos, más o menos proporcionados a las necesidades, descuidando totalmente, por elección o por necesidad, los efectos a nivel de sistema de la aparición en escena de esos nuevos productos. En otras palabras, ha renunciado totalmente a intervenir en el proceso –extremadamente difícil, hay que reconocerlo– de la planificación del sistema general de los productos. Por otra parte, una planificación de los productos efectuada a este nivel, a pesar de las dificultades operativas y aun debiendo ser flexible y “suave”, es inevitable para ciertos mecanismos. En efecto, como observa Günter Ropohl, “si bien las necesidades sean esencialmente ilimitadas [...] frente a la limitación de los recursos hay que preguntarse si verdaderamente todas las necesidades deben ser satisfechas o si, en cambio, se deben establecer jerarquías”.27 El llamamiento de Ropohl para la limitación de las ganancias contribuye por cierto a inyectar una buena dosis de pragmatismo en un debate que, de otro modo, corre el riesgo de enroscarse sobre sí mismo.28 Puede darse otro paso adelante si se reconoce que la conexión entre necesidades y productos no es directa sino que pasa a través de una tercera categoría: la de necesidad requerida. La relación entre “necesidad” (Bedürfnis) y “necesidad requerida” (Bedarf) ha sido cuidadosamente examinada en la cultura de lengua alemana.29 27. G. Ropohl, 1996a, p. 89. Véanse también G. Ropohl, 1979 y 1996b. 28. A este respecto también es esencial la temática de la relación entre “cantidad” y “calidad”, para la cual se remite al tratamiento profundizado hecho en el capítulo “Ambiente e qualità della vita” en T. Maldonado, 1987, pp. 85-95. 29. Una excelente síntesis crítica e interpretativa de la relación entre Bedürfnis y Bedarf se encuentra en G. Scherhorn, 1959. En castellano no existe una traducción literal del término alemán Bedarf y de su equivalente en italiano fabbisogno. En la presente versión, se lo traduce como “necesidad requerida”, terminología que a través del texto, clarifica su contenido. (N. del E.)
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Entre estos dos conceptos existen diferencias sustanciales, sobre todo en la óptica que más nos importa en esta sede. El de necesidad, en especial, es un concepto preeconómico, decididamente característico en sentido subjetivo y no necesariamente unido a un único producto. El concepto de necesidad requerida, por el contrario, está directamente referido a un producto o a un sistema de productos, es expresable en términos cuantitativos y tiene una relevancia económica en cuanto se transforma fácilmente en una demanda a la cual asociar una oferta y un adecuado poder adquisitivo. La necesidad requerida puede ser entendida como un trait d’union, un instrumento para orientar una necesidad hacia un producto o sistema de productos concreto y, por lo tanto, presupone, a diferencia de la necesidad, la existencia de un sistema de productos determinado. Se podría decir que existe un “objeto de la necesidad requerida” pero no un “objeto de la necesidad”. La misma investigación motivacional, introducida masivamente en el campo de la publicidad y del marketing a fines de los años ’40 para encontrar las razones profundas que llevan a un comprador a preferir un producto antes que otro, confirma esta hipótesis. Aun si aparentemente evita el contacto con las necesidades requeridas tratanto de crear un corto circuito entre productos y necesidades, son en efecto justamente las necesidades requeridas de objetos específicos producidos y comercializados por una igualmente específica empresa a las que se refiere y se trata de aumentar. Para obtener este resultado se actúa sobre algunas características, preferentemente de tipo formal, de los productos, pero sin poner jamás en discusión el sistema de las tipologías de los objetos. Sobre la base de una investigación motivacional de éxito, la Chrysler podía decidir, a mediados de los años ’50, producir para el mercado estadounidense autos más largos, más bajos y coloridos, recobrando las posiciones de mercado perdidas. Todo esto ocurría porque había sido previsto (y al menos en parte inducido con éxito) el aumento de la necesidad requerida de aquel tipo de auto, no porque se hubiese encontrado un sistema de productos que satisficiese mejor e independientemente de la necesidad requerida de auto una necesidad general de movilidad.30 30. Un buen análisis del uso de la investigación motivacional en la publicidad y en el marketing, basado sobre una amplia casuística, se encuentra en V. Packard, 1958.
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En otras palabras, es admisible satisfacer una necesidad requerida mediante un producto concreto; no puede afirmarse lo mismo de una necesidad. Al contrario, para satisfacer una necesidad, en general es impropio establecer una conexión biunívoca con un producto, admitiendo siempre que sea posible la completa y definitiva satisfacción de una necesidad que se caracteriza por la propia “plasticidad” y adaptabilidad a los comportamientos y a la función social. Gerhard Scherhorn, remitiéndose a las teorías de Lawrence Abbot, explica con un ejemplo esclarecedor estos aspectos de la relación necesidades-productos. “Un hombre usa una afeitadora o una afeitadora eléctrica –apunta Scherhorn– porque desea tener con regularidad la sensación de estar bien afeitado y de buen humor. La actividad necesaria para obtener este resultado es afeitarse. Pero afeitarse [...] puede producir dolor o lastimaduras y entonces la necesidad de afeitarse entra en conflicto con la de evitar malestar [...]. El grado de satisfacción que nos ofrece una afeitadora depende de la medida en que satisface la total combinación de necesidades.”31 Viéndolo bien, se configura entonces una situación en la cual a cada necesidad pueden ser asociados –y en efecto lo son– numerosos productos y, por lo contrario, cada producto es puesto necesariamente en correlación con una constelación de necesidades. En un escrito aparecido el mismo año, el filósofo de la técnica Friedrich Dessauer refutaba con razonamientos muy semejantes la esclerotización de las relaciones entre necesidades y productos: “El fin de la construcción no es la casa sino el habitar [...]. El fin de la producción de locomotoras no es la locomotora sino el transporte”.32 Éstas pueden parecer afirmaciones obvias pero, una vez aceptadas en la plenitud de sus implicaciones, son un punto de partida formidable para salir de modo conveniente de una arriesgada situación de estancamiento. Es precisamente reconociendo la fluidez y, en ciertos casos, la imprevisibilidad de la relación entre productos y necesidades, no sólo el papel fundamental de mediación desempeñado por las necesidades requeridas, que se abren espacios significativos para la planificación de los productos y para el diseño industrial. Se delinean, en efecto, oportunidades concretas de hacer un mapa 3l. G. Scherhorn, 1959, p. 98. 32. F. Dessauer, 1959, p. 142.
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con las diversas constelaciones de necesidades sin intenciones restrictivas y sin introducir privaciones, pero considerando de todos modos positivamente una articulación del sistema de las necesidades en la medida que enriquezca la personalidad y eleve el nivel de vida individual y colectivo. Al mismo tiempo, se pueden dirigir las necesidades hacia sistemas de “objetos de la necesidad requerida” alternativos y más satisfactorios sin incrementar ulteriormente la plétora de productos inútiles que ofenden ante todo el buen sentido. La contribución del diseño industrial a una planificación de los productos que tenga estas características puede ser fundamental gracias a sus competencias disciplinarias en el campo de la proyectación de cada producto y de sistemas de productos.33 Esa contribución del diseño industrial no se hace efectiva mediante un acto demiúrgico sino que es el fruto de una pluralidad de acciones de planificación y de proyectación desarrolladas en contextos diversos. Pero un diseñador industrial individual no puede ilusionarse (y tampoco lo puede un grupo aislado) con planificar el sistema entero de productos de nuestra cultura material. Pero si renuncia a estos sueños (o pesadillas) de omnipotencia, tiene ante sí muchos y diversos “lugares” en los que ejercitar su propia actividad de planificación y es justamente la interacción de estos “lugares” lo que lleva a cambios fomentadores del sistema general de productos. Con esto se quiere sostener que, al menos en una primera aproximación, es legítimo y útil pensar en intervenir en el sistema general de los productos participando activamente en las tareas de planificación que se desarrollan en distintos “lugares” y con diferentes objetivos. El lugar de planificación de productos más conocido y más estudiado es, sin ninguna duda, el mundo de las empresas de producción. La finalidad general de la planificación, en el cuadro de una economía de mercado, es inequívoca en cada empresa y se identifica en gran parte con la razón de ser de la empresa misma. Tal finalidad consiste esencialmente en planificar la articulación de los modelos, la cantidad de productos, sus características, los tiempos de experimentación, producción y co33. Para un análisis de la dialéctica entre articulación de las necesidades y articulación de los productos, véase el capítulo “Innovación y cultura material moderna” en T. Maldonado, 1987, [1990] pp. 125-146.
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mercialización de manera de optimizar el uso de los recursos (humanos, tecnológicos y económicos) y lograr en la mayor medida posible las preferencias de los potenciales compradores, sean éstos usuarios finales o empresas que someten los productos a una ulterior transformación. De los resultados de esta planificación de los productos dependen el nivel de éxito y, a veces, hasta las mismas posibilidades de supervivencia de la empresa. A su vez, esos resultados surgen de una serie de elementos, como la propensión al riesgo y la capacidad de calcularlo y manejarlo, la habilidad de la administración, una adecuada distribución de los conocimientos y las informaciones en el interior de la estructura organizativa, la capacidad de adquirir y utilizar informaciones para elegir el tipo de innovaciones introducidas en los productos subjetivamente más convenientes.34 En resumen, planificar los productos es, en su acepción más general, una de las actividades estratégicas de cada empresa de producción. La planificación estratégica de los productos en cuanto tal es una función reservada a las cumbres de la empresa, que la llevan a cabo conjuntamente (y en modo congruente) con la planificación de los procesos productivos, de las tecnologías, de los procesos de adquisición y distribución de los recursos, de las políticas de mercado y de las alianzas. Semejante tarea no puede ser prerrogativa de ninguna de las profesiones estructuradas –por lo tanto, ni siquiera del diseño industrial– simplemente porque en éste prevalecen funciones fuertemente heurísticas que no pertenecen enteramente a ningún corpus disciplinario y deben producir una síntesis congruente cada vez partiendo de contenidos específicos y de contextos enormemente variables en los diversos casos concretos. De modo que no existen ni un currículum de estudios ni una praxis profesional formalizada que puedan suministrar un bagaje de competencias adecuado para afrontar situaciones como éstas, en las que, además, llegan a la cima 34. Se ha aclarado cómo el término “empresa” debe ponerse en estrecha relación con los conceptos de riesgo, aventura, azar, decisiones en condiciones inciertas. Un interesante análisis del concepto “empresa” destaca estas propiedades y es desarrollado por F. Ranchetti, 1993. Partiendo de consideraciones tomadas de la etimología y la lingüística aplicada, Ranchetti subraya cómo, aun en la teoría económica, el término empresa se distingue de otras expresiones usadas como sinónimos por el fuerte lazo con la idea de riesgo, incertidumbre y carencia de informaciones.
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las responsabilidades individuales y las potenciales consecuencias de las decisiones adoptadas.35 De manera que puede ocurrir que un diseñador industrial se encuentre teniendo responsabilidades de esta importancia, pero no como consecuencia de su propia especificidad profesional. Para individualizar las funciones aceptables del diseño industrial en cuanto profesión, las modalidades a través de las cuales esas funciones pueden tramitarse, así como sus relaciones con los actores de la planificación de los productos en las empresas, se debe llegar hasta lo más hondo de los procesos concretos que preparan, acompañan y de hecho condicionan las decisiones estratégicas de las cumbres. Con tal fin es necesario distinguir entre diversos tipos de empresa, diversos sectores productivos y diversas estructuras organizativas. Esta necesidad de diferenciar tiene, por otra parte, una validez más general y envuelve en su totalidad la relación entre diseño industrial e industria. Esa relación es intrínsecamente disimétrica. Para decirlo más explícitamente, el diseño industrial no es imaginable sin industria; ciertos tipos de industria, en cambio, pueden funcionar aun sin recurrir de modo sistemático y deliberado al diseño industrial. Esto obliga al diseño industrial a justificar su presencia reforzando y explicitando la peculiaridad de su propio aporte. Al mismo tiempo, lo vuelve homogéneo con otras profesiones (diversas ramas de la ingeniería, management y organización empresarial, economía empresarial, etcétera), cuyo papel en el mundo de las industrias está hace tiempo fuera de discusión pero no por esto están integradas en todos los tipos de industrias. Uno de los factores discriminadores desde este punto de vista es, por cierto, el grado de complejidad estructural y organizativa de la empresa. Existen algunas tipologías de empresas –aquellas con un grado más bajo de complejidad– que pueden obtener incluso óptimos resultados aun sin efectuar una premeditada e intencional planificación de los productos. Piénsese, por ejemplo, en todas esas empresas (fruto, a veces, 35. J. F. Kennedy hacía notar a un R. McNamara preocupado por su propio grado de cualificación en el momento en que era invitado a asumir el papel de ministro de Defensa que no existe –ni puede existir– un curso universitario que prepare para convertirse en presidente de los Estados Unidos ( R. McNamara, 1995, pp. 14-15). Esa observación tiene una importancia que sobrepasa la anécdota puesto que contribuye a aclarar que no hay una correspondencia fija entre profesiones y funciones sociales.
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de la escisión de una empresa más grande y madura, de la evolución de una actividad artesanal o de una actividad de investigación muy avanzada y especializada) nacidas de la intuición de las potencialidades de un único producto al cual se confían todas las esperanzas de éxito y desde luego de mantenimiento con vida de la empresa. En estos casos, la planificación de los productos se desarrolla casi en un nivel inconsciente y las funciones estratégicas son drásticamente circunscritas hasta llegar a ser incumbencia, a veces, de una sola persona. El diseñador industrial puede, entonces, en la mejor de las hipótesis, contribuir al refinamiento proyectual del único producto de la empresa así como las tareas de las otras profesiones no van más allá de consultas puntuales, que sirven para sustentar decisiones extremadamente centralizadas. Se puede por lo tanto hablar de planificación de los productos sólo ante la presencia de un mínimo de articulación organizativa de la empresa y de un real interés por la diferenciación y la transformación del parque de productos ofrecidos por la empresa. A través de esta observación se introduce un concepto básico que merece tener un adecuado relieve y ser afianzado: las modalidades de planificación de los productos y la misma existencia de una planificación de los productos en sentido propio deben ponerse en relación con las dimensiones, la madurez y la estructura organizativa de la empresa. Para examinar este tipo de relaciones, a pesar del paso del tiempo, siguen siendo de interés los estudios sobre la evolución organizativa y administrativa de las empresas efectuados y promovidos por Alfred D. Chandler Jr.36 En su sistematicidad, estos estudios constituyen todavía una óptima base de partida y un punto de referencia incontrovertible. A través de ellos se transparenta un escenario muy rico de tipologías organizativas que reflejan a veces la evolución diacrónica de una empresa pero proporcionan también una imagen sincrónica del estado de diferentes empresas. Las investigaciones de Chandler nos restituyen un cuadro de las organizaciones, sea durante los procesos de especialización productiva, sea en las fases de unión en grandes grupos de actividades muy diversificadas. Junto a las estructuras organizativas de empresas simples compuestas por una sola unidad productiva, encontramos las empresas de más unidades 36. Véanse. A. D. Chandler Jr., 1962 y A. D. Chandler Jr. y otros, 1986.
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con organización jerárquica; las empresas plurifuncionales con más unidades, con una estructura centralizada y departamentalizada funcionalmente o con una estructura descentralizada articulada en divisiones múltiples; las empresas multinacionales más maduras y articuladas desde el punto de vista productivo y organizativo. Visto a posteriori y con la posibilidad de efectuar comparaciones, este conjunto de estructuras organizativas da la neta sensación de que se puede pasar de una estructura más simple a una más compleja y viceversa mediante procesos de agregación y desagregación de funciones a medida que éstas tengan o no un relieve tal que las haga autónomas. En tiempos recientes, la casuística se ha enriquecido con un poderoso crecimiento en términos cuantitativos y cualitativos de los fenómenos de descentralización y compromiso en las decisiones de la empresa de sujetos externos como los proveedores de componentes, las cadenas de distribución y mantenimiento y, por lo menos, algunas categorías de clientes. Un aumento de la complejidad organizativa y de la descentralización no significa obviamente que las cumbres de la empresa abdiquen de su responsabilidad de realizar las elecciones estratégicas. No obstante, de la comprensión de estos cambios se puede extraer algún elemento más respecto de los procedimientos concretos de formación de las elecciones. Se comprende, por ejemplo, que tales procedimientos son más permeables e influenciables de cuanto se podía pensar por parte de aportes no estratégicos de por sí. Por otra parte, aun en los casos de estructuras de decisión más centralizadas, las decisiones estratégicas no son tomadas por las cumbres en perfecta soledad y autonomía. Al contrario, el trabajo instructor y los procesos de selección y síntesis que necesariamente tienen lugar en el pasaje de las informaciones de las terminales periféricas al centro de decisión contribuyen de modo determinante a establecer la agenda y la orientación de las decisiones. Además, justamente porque la empresa y sus cumbres obran en condiciones de incertidumbre y no pueden tener acceso a todas las informaciones en detalle, hay decisiones que se delegan a centros de decisión periféricos a los cuales, por el contrario, se les proporcionan todas las informaciones de distribución a las que no pueden acceder por sí solos. Es el llamado “modelo de la agencia” en el que el “principal” delega parcialmente al “agente” competencias y poderes
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de decisión. En definitiva, el modelo decisional que está en la base de las elecciones estratégicas de la empresa (incluidas las decisiones de planificación estratégica de los productos) prevé un intercambio bidireccional –de la cumbre a la base y viceversa– tanto de las informaciones como de las decisiones. En este modelo el diseño industrial, junto a otras diversas profesiones específicas, encuentra un espacio idóneo para contribuir con competencia reconocida a la planificación de los productos en el interior de una empresa de producción. Las formas de esa contribución y las circunstancias en que ésta tiene lugar son, evidentemente, diversas, pero todas ligadas a la efectiva capacidad del diseño industrial de intervenir proyectualmente en la determinación de la “forma” de los productos y del sistema de productos. En cualquier caso será preferible la intervención de diseñadores industriales que trabajen en el interior de la empresa. Esta circunstancia se realiza, además, cuando se quiere actuar preferentemente sobre el sistema de los productos sin modificar sustancialmente la tecnología y los procesos productivos existentes, cuyo conocimiento se hace por lo tanto irrenunciable. Piénsese en algunos ejemplos de reconversiones productivas del sector militar al civil dirigidos directamente por el personal, que logra así evitar la pérdida del puesto de trabajo.37 En estas situaciones peligrosas, la transformación del sistema de productos es total por la fuerza de las cosas, mientras, en cambio, todo el interés reside en valorizar al máximo las tecnologías y el patrimonio de conocimientos acumulado, aunque con objetivos totalmente diferentes de aquellos originales. A la inversa, podrá ser más conveniente recurrir con preferencia a diseñadores industriales externos si se quiere apuntar a la introducción de novedades más radicales, que involucren además de los productos a las tecnologías y los procesos productivos. Aquí, en efecto, el factor determinante para el éxito puede ser la transferencia de conocimientos de sectores productivos inclusive muy distantes y que los vínculos de la realidad pasada sean mucho más débiles. En la fase de formación de las decisiones estratégicas acerca de la planificación de los productos, la capacidad del diseñador industrial de “dar forma” a las ideas y de hacer compren37. Un caso de reconversión de este tipo que ha tenido cierta notoriedad es el de la empresa británica Lucas Aerospace, detalladamente descrito en H. Wainwright y D. Elliot, 1982, y B. Evans, 1986.
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sibles las soluciones alternativas en todas sus potencialidades e implicaciones puede resultar indispensable para una valoración correcta y una elección prudente. En las sucesivas fases de implementación y realización de las decisiones, el diseñador industrial puede, como es obvio, ocuparse directamente de la proyectación de productos y sistemas de productos. Pero también puede desempeñar un papel de product manager y de design manager focalizando su propio accionar sobre la coordinación de las actividades proyectuales desarrolladas por otros; proponiendo profesionales externos a quienes confiar tareas específicas, proporcionándoles precisos brief proyectuales que sepan expresar las exigencias de la empresa en términos congruentes con el lenguaje y las metodologías operativas de otros diseñadores industriales; valorizando las propuestas a la luz de un mayor conocimiento de causa de los objetivos y las capacidades productivas y comerciales de la empresa misma. Esta forma de gestión coordinada de intervenciones individualmente realizadas por diversos proyectistas ha contribuido a menudo a definir una “filosofía proyectual” que se ha convertido en uno de los más eficaces elementos de identificación de la empresa.38 También los modos concretos de planificar los productos en las empresas productivas, el conjunto de los factores a tener en cuenta y de las personas que participan se han modificado o al menos enriquecido con nuevas situaciones. La novedad que aparece de modo más evidente es el crecimiento exponencial del número de factores determinantes para la planificación de los productos. En los comienzos de la industrialización o en el momento de la introducción de un nuevo sistema tecnológico, los componentes menos flexibles y, por lo tanto, más vinculantes eran sin duda los tecnológicos. Los márgenes de variación de las elecciones eran limitados a aquellos productos que utilizaban ciertas materias primas, que podían ser fabricados con determinadas máquinas herramienta o movidos con cierta modalidad de transporte. En otros casos, en los que la planificación de los productos consistía –o consiste– en la creación de modelos diferenciados a partir de productos que en gran medida permanecen invariables, el marketing devenía el factor vinculante en la medi38. Hay numerosos ejemplos de este tipo, algunos de los cuales (por ejemplo: AEG, Braun, Olivetti) pertenecen ahora a la historia del diseño industrial.
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da en que era capaz de dar indicaciones atendibles sobre las orientaciones y sobre la disponibilidad de segmentos relevantes de potenciales compradores.39 Los factores tecnológicos, si bien su incidencia no ha sido completamente anulada como se tiende a hacer creer, ya no pueden ser considerados vínculos absolutos y, de hecho, han entrado en el coro junto a los otros parámetros para tomar en consideración en la planificación de los productos. El marketing, por su parte, tiene un carácter sobre todo analítico e interpretativo y por eso se mueve con mayor desenvoltura en las fases de planificación “consecutiva”, cuando debe sondear las probabilidades de éxito de variaciones graduales a introducir en productos existentes sometidos a rediseño. Pierde en cambio buena parte de su propia confiabilidad cuando la planificación se hace “anticipativa”,40 cuando se debe decidir, por ejemplo, sobre la introducción de productos totalmente nuevos en el catálogo de una empresa de producción. La reducida confiabilidad del marketing en estos casos depende, como se sabe, del hecho de que es muy difícil sondear la propensión a la compra de segmentos de mercado cuando el objeto sobre el cual tales segmentos son llamados a enunciar un juicio preventivo es todavía totalmente desconocido. Se corre el riesgo de recurrir a poderes adivinatorios a menudo precursores o de dolorosas desmentidas o divisorias confirmaciones atribuibles al caso. El aflojamiento de los vínculos vuelve el contexto en el que se mueve la empresa en la planificación de los productos más fluido y maleable pero también más inescrutable y “turbulento”, en el sentido de que las variables para considerar son muy numerosas, variadamente interconectadas y rápidamente mudables.41 Desde el momento que resulta difícil reconstruir las 39. Como ejemplo de un planteo que conecta estrechamente la planificación de los productos con el marketing véase Verein Deutscher Ingenieure, 1982. 40. Empleamos aquí los términos de planificación “consecutiva” y “anticipativa” tomándolos de J. Regulski, 1981. El experto en planificación polaco distingue entre una planificación consecutiva en la que el planificador programa el desarrollo del sistema de modo de seguir constantemente las necesidades de cambio (el perro que sigue a la liebre) y una planificación anticipativa parangonada, en cambio, con el cazador que dispara al pato en vuelo apuntando al punto en el que imagina que la trayectoria del proyectil intersectará la del vuelo del pato. 41. Para un análisis de los cambios de la actividad de design management debidos a la turbulencia del ambiente y, más en general, del papel del diseño industrial en la gestión empresarial, véase C. A. Schmitz, 1994.
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características del ambiente 42 turbulento en el que actúa la empresa y obtener indicaciones útiles, ésta tiende a comportarse como un sistema cerrado (cuando no autorreferencial y autopoiético) y a modificar en consecuencia sus propios instrumentos y sus propias metodologías de planificación y administración.43 En efecto, en las formas emergentes de planificación de los productos, en las lógicas y en las estructuras administrativas que soportan tal planificación se están prospectando algunas novedades muy interesantes desde nuestro punto de vista. Entre las mutaciones más notables se pueden mencionar los esfuerzos tendientes a integrar los proyectos de innovación tocantes a productos diversos; la tendencia a adoptar instrumentos y soluciones que contemplan el sistema de planificar en su totalidad, o sea, los productos pero también la promoción, la red distributiva y los servicios posventa, la distribución de los recursos y los procesos de proyectación, investigación, desarrollo y producción, una estructura organizativa en la que se potencian los mecanismos de integración entre las funciones tradicionales de la empresa y en la que son introducidas unidades organizativas híbridas o semipermanentes justamente con el propósito de desarrollar proyectos integrados.44 Es cierto que estas formas emergentes de planificación de los productos no reemplazan totalmente aquellas más tradicionales y consolidadas, aunque sea porque diversas tipologías de empresas no apuntan a estar constantemente en el frente más avanzado de las innovaciones sino que adoptan las llamadas secondary wave strategies. Por otra parte, son los mismos estudiosos quienes las han propuesto para señalar la existencia de aspectos problemáticos y todavía irresueltos, también a causa de las experimentaciones todavía más bien limitadas cuantitativamente. Pero esta acertada prudencia no daña las potencialidades, ya mucho más que virtuales, de la instalación teórico-metodológica prospectada. También para la determi42. Ver nota 4 de este capítulo. 43. Véase R. Königwieser y C. Lutz, 1992. 44. Para un examen de las potencialidades y de las consecuencias desde el punto de vista administrativo y organizativo de estas nuevas formas de planificación de los productos, véanse S. C. Wheelwright y W. E. Sasser, 1989; S. C. Wheelwright y K. B. Clark, 1992; M. H. Meyer y J. M. Utterback, 1993; A. De Maio y otros, 1994; M. Corso y R. Verganti, 1995; en los que se examinan también diversos casos de estudio.
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nación de las posibilidades y de los modos de intervención del diseño industrial es determinante el hecho de que, para planificar la “cartera productos” de una empresa, no se proceda más sólo en términos aditivos, proyectando el desarrollo hasta la introducción en el mercado de cada uno de los productos considerados como compartimientos estancos. En este sentido tiene consecuencias decisivas la planificación de productos, componentes y soluciones tecnológicas (las shelf innovations) destinadas a estacionar en “estantes” apropiados y disponibles para usos futuros y por el momento imprevisibles la planificación de sistemas enteros de productos (las plataformas de producto). Éstos comprenden operaciones estructurantes como la subdivisión en subsistemas apropiados y de aspectos dinámicos como las previsiones concernientes a la gama de variantes que podrán ser derivadas de los core products o las relaciones con el parque de productos tradicionales y con los proyectos presentes en los archivos de la empresa. No hay duda de que criterios proyectuales, como la flexibilidad, la modularidad, la complementariedad y la interdependencia de los proyectos, la aprovechabilidad de los componentes en diferentes sistemas de productos devienen netamente prioritarios para el diseñador industrial comprometido en semejantes procesos de planificación. Por otra parte, todas estas interdependencias están normalmente administradas a nivel de concept de los productos, o sea, a un nivel que pertenece al habitual campo de intervención del diseñador industrial. También las formas organizativas concretas llamadas a administrar estas modalidades avanzadas de planificación de los productos favorecen un compromiso pleno del diseñador industrial. Va sin más en esta dirección la oportunidad que se le ofrece de participar en el trabajo de los grupos pluridisciplinarios (teamwork) llamados a encarar al mismo tiempo problemas de planificación de los productos, de los procesos productivos y de los recursos (Concurrent Engineering) comprometidos desde la formulación de las primeras hipótesis (early involvement).45 Si los procesos de planificación en el interior de las empresas de producción son de fundamental importancia para la 45. Un cuadro de conjunto de estas técnicas de organización y administración se encuentra en A. De Maio y otros, 1994. Entre los aportes más específicos se señalan, para la temática de los grupos de trabajo, H. K. E. Wahren, 1994, y, para todo lo que concierne a la administración de los recursos, G. Azzone y U. Bertelè, 1998.
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determinación del sistema entero de productos que soporta nuestra vida individual y asociada, todavía no son únicos. Hay otros lugares en los cuales se desarrollan procesos de planificación más o menos formalizados pero igualmente importantes. Los mismos consumidores individuales de los productos, aun no estando empeñados en una verdadera y propia planificación, están acrecentando su capacidad de unirse y encontrar instrumentos para influir, a veces hasta incisivamente, en las actividades de planificación de las empresas productoras. Por cierto, se pueden interpretar de esta manera el progresivo mejoramiento de sus estructuras aunadoras y organizativas, su capacidad de imponer temas de debate a la atención de la opinión pública y de transformarlos en cuestiones de orden del día en las agendas políticas; su fuerza de movilización que en algunas circunstancias llega al boicoteo de ciertos productos; la constelación cada vez más extensa de productos sometidos a exámenes comparativos y de los respectivos parámetros de valuación.46 Pero el paso de los productos de las empresas manufactureras a los usuarios individuales no se verifica a través de una cinta trasmisora neutral e inerte. Ese pasaje es concretamente posible gracias a una autónoma y poderosa planificación de los productos efectuada en un lugar intermedio –el sector distributivo– que tiene consecuencias respetables, ya sea sobre la planificación interna de las empresas de producción o sobre los procesos de determinación de las necesidades inducidas y del comportamiento de los usuarios finales. No nos referimos, evidentemente, a las formas de protoplanificación que han hecho el éxito y la riqueza de los mercaderes genoveses, venecianos o florentinos del medievo y del renacimiento. En aquellos casos la planificación se limitaba sustancialmente a la elección de los productos a comercializar en función de su calidad, de su disponibilidad en las comarcas más alejadas y de las perspectivas de mercado, sin ejercer una influencia significativa y directa sobre la producción y sobre la articulación merceológica.47 Es con el nacimiento de la gran distribución al por menor que el conjunto de los productos co46. Véanse R. N. Mayer, 1991; S. G. Hadden, 1991; R. O. Herrmann, 1991; M. Friedman, 1991. 47. Las principales innovaciones correspondían en aquellos casos no tanto a la planificación de los productos cuanto a la estructura organizativa, la logística, los transportes, los seguros y las relaciones con el naciente “sistema bancario”. Véase J. N. Ball, 1977.
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mercializados empieza a no ser aceptado pasivamente sino planificado con cuidado, se efectúan controles rigurosos e impuestos estándares cualitativos a los productores. La planificación y el control de la merceología (merchandise planning and control ) son hoy una práctica corriente en cada estructura de la gran distribución y son encarados en términos profesionales por estructuras organizativas apropiadas en el interior de una administración de la actividad comercial (retailing management) que no tiene nada que envidiar a la gestión de otros sectores económicos.48 Ya hace tiempo que se tiene constantemente el surtido bajo observación mediante inventarios periódicos y catálogos informatizados; se utilizan técnicas logísticas de sistemas de aprovisionamiento handto-mouth-buying (versión precoz del tan decantado just in time) para evitar los costos insoportables de reservas demasiado grandes, se distingue entre los productos neutros y los estacionales, se aplican políticas mercantiles creativas (creative merchandising) que comportan relaciones de cooperación con los productores, controles de calidad sobre los productos y líneas de producción administradas cabalmente.49 Para entender mejor las características actuales de la planificación de los productos en el sector distributivo, conviene echar una mirada sobre los momentos iniciales de la gran distribución en los que tales características pueden ser extrapoladas del contexto más fácilmente y, por lo tanto, hacerlas emerger con mayor nitidez. También aquí, como en el sector productivo, la planificación de los productos es una pieza insustituible de la estrategia de empresa. En efecto, algunos comportamientos son compartidos por diversas tipologías organizativas de la gran distribución. Por ejemplo, el recambio frecuente del stock de la mercadería correspondía a la filosofía de los grandes almacenes Bon Marché de Aristide Boucicaut, de los grandes almacenes Marks and Spencer y de las primeras cadenas de shopping centers estadounidenses. También se compartía el objetivo de una fuerte reducción de los precios. Pero las consecuencias sobre los productos eran muy diferentes y claramente expresadas en los eslóganes promocionales de cada empresa. Así, Montgomery Ward & Company, una de las primeras y más importantes sociedades de venta por correspondencia estadounidenses, que 48. Véase W. R. Davidson y A. F. Doody, 1966. 49. Véase S. de Vio, 1960.
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se presentaba como The Cheapest Cash House in America, trataba de alcanzar este objetivo ampliando el surtido al máximo. You think of it, Ward’s has it rezaba otro eslogan. Marks and Spencer, en cambio, perseguía el mismo propósito ofreciendo en sus locales una cuidada selección de productos al precio unificado de un penique con el lema Don’t ask the price, it’s a penny.50 El desarrollo de la cadena Marks and Spencer ofrece los motivos de reflexión más importantes desde nuestro punto de vista porque es aquí donde están insertas por primera vez innovaciones fundamentales para una moderna planificación de los productos. Nos referimos en especial a dos órdenes de innovaciones. El primero tiene relación con los productores de bienes comercializados con los cuales se había llevado a cabo una partnership de ideas basada sobre una mixtura equilibrada de presiones y de demandas precisas (referentes tanto a los productos como a las modalidades de producción) de formación, participación de informaciones y asistencia técnica. El segundo orden de innovaciones contemplaba el sistema de controles de calidad y la organización interna basada sobre el Merchandise Development Department 51 y, a partir de 1936, también sobre el Design Department. Si en la planificación de los productos desarrollada en las empresas de producción la idoneidad proyectual es aquella de la cual el diseñador industrial se vale con preferencia, cuando actúa en el sector distributivo las aptitudes analíticas tienen un peso por lo menos equivalente. Además de dar indicaciones para la proyectación de nuevos productos y proyectar él mismo, debe en efecto comparar y elegir productos existentes expresando juicios detallados sobre su correspondencia a las normativas vigentes, sobre su capacidad de prestación, sobre su complejidad funcional, estructural y topológica,52 sobre la facilidad de montaje, de uso y de mantenimiento, sobre la duración del producto entero y de sus componentes, sobre la relación calidadprecio, etcétera. Su aporte consiste, por lo tanto, también en 50. Véanse H. Pasdermadjian, 1949; C. D’Ydewalle, 1965; G. Rees, 1969; R. Hendrickson, 1979. 51. Eric Kann, que huyó de la Alemania nazi llevando consigo la experiencia madurada en la cadena de negocios de Samuel Schocken, ha tenido un papel muy importante en la conducción de este departamento. 52. La utilización de los parámetros complejidad funcional y complejidad estructural para analizar los productos ha sido, como es sabido, introducida originalmente por A. Moles, 1962. T. Maldonado,1964, propone el agregado de la complejidad topológica expresada por el número y el tipo de conexiones entre los componentes.
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expresar en términos analíticos, sistemáticos y técnicamente razonados esos juicios sobre los productos que el “comprador de la calle” da en modo sintético y sin disponer de todas las informaciones y los conocimientos necesarios. El diseñador industrial cumple una función análoga también cuando participa en la planificación de los productos en otros lugares como las estructuras organizativas que proyectan y administran un servicio o en las de los grandes compradores (entes, agencias y administraciones públicas, grandes grupos industriales o financieros, etcétera) que se aprovisionan de los productos necesarios para el desenvolvimiento de sus propias funciones y de sus propios deberes institucionales.53 Aun en estos casos, en efecto, el problema es conceptualmente el mismo: dar forma a un sistema de productos (eligiendo alguno entre los existentes en el mercado, proyectando o realizando otros nuevos, eliminando los obsoletos o inútiles) que contribuya del modo más eficaz posible a alcanzar los objetivos generales. Detengámonos un instante sobre el tema de los servicios y su proyectación. A primera vista puede parecer extraño, y por cierto está contra la corriente, el acercamiento entre planificación de los productos y proyectación de los servicios. En efecto, la opinión más difundida en materia de proyectación de los servicios se coloca en la estela de una de las interpretaciones de la “sociedad postindustrial” de mayor éxito entre las tantas que han sido propuestas reiteradamente: la sostenida a partir de los finales de los años ’60 por el sociólogo estadounidense Daniel Bell de una progresiva tercerización y de un progresivo e inexorable pasaje de la producción de bienes a la provisión de servicios. En este escenario, enriquecido ahora por un importante conjunto de reflexiones sobre la compatibilidad ambiental, los servicios se caracterizarían por su inmaterialidad y, por lo tanto, no tendrían nada que ver con los productos respecto de los cuales también serían alternativos y sustitutivos.54 53. El tema de las políticas de compra de los entes públicos (public procurement o public purchasing) es tratado en el capítulo 3 de este volumen. 54. Jonathan I. Gersshuny (1977) sostenía, polemizando con Daniel Bell y sobre la provisión de datos estadísticos, que la tendencia es, en cambio, sustituir por lo menos algunos tipos de servicios con productos que desempeñan la misma función. Sobre la sociedad postindustrial y sobre la sociedad de los servicios han sido escritos innumerables aportes; véanse, sobre todo, T. Maldonado, 1987, y H. Häußermann y W. Siebel, 1995.
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Pero si se sale de las contraposiciones frontales apriorísticas y se consideran los servicios concretos, es fácil darse cuenta de que éstos basan su eficacia y su misma existencia sobre un sistema de productos idóneo además de sobre una adecuada estructura organizativa y administrativa, sobre la cualificación del personal y sobre otras diversas propiedades. La erogación de un servicio hospitalario es simplemente inimaginable sin un conjunto coordinado de aparatos electromedicinales; de equipamientos diagnósticos; de instrumentos para efectuar intervenciones quirúrgicas tradicionales o microinvasoras; de equipamientos, instrumentos y ayudas para el servicio de urgencia; de instrumentos científicos para los laboratorios de análisis; de armarios, estantes, carritos, computadoras, etcétera, para la administración de las medicinas; de moblaje para las zonas de hotelería y de millares de otros productos. Condición indispensable para la eficiencia del servicio es que estos diversos sistemas de productos sean planificados poniendo aparte los superfluos y sustituyendo los superados, manteniéndose a la par con las innovaciones tecnológicas y con la evolución de los conocimientos clínicos, asegurando su funcionalidad mediante planes de mantenimiento y reparación, estableciendo los requisitos de los productos a realizar en cuanto indispensables y todavía inexistentes. Es en este tipo de operaciones que un diseñador industrial se encuentra mayormente cómodo gracias a su propia preparación profesional. Del examen de los diversos tipos de planificación de los productos se pueden extraer conclusiones confortantes y comprometedoras al mismo tiempo. El sistema general de productos de que disponemos en la civilización industrial contemporánea y del que dispondremos en el futuro no es el fruto de las maniobras subterráneas de una mano fantasmal invisible e inaferrable. Es más bien el resultado de una interacción policéntrica que da lugar a sucesivos estados de equilibrio que se concretizan en diversos sistemas de productos. Esta constatación no concede disculpas al diseño industrial que, teniendo las posibilidades, tiene también la obligación de entregar su propio aporte en los diversos lugares en los que se practica la planificación de los productos.
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El diseño industrial, como ocurre con cualquier otra actividad proyectual, está intrínsecamente orientado a producir cambios e innovaciones. Su misma existencia se justifica sólo en un contexto innovador. No obstante, en la más bien inmensa literatura sobre la innovación tecnológica, se registran trazas muy tenues de un reconocimiento del aporte específico del diseño industrial. En los trabajos sobre los protagonistas de la innovación, por ejemplo, es posible hallar la presencia de los diseñadores industriales casi sólo si se explora con atención y con la firme voluntad de realizar distinciones originalmente no previstas en el interior de categorías compuestas como las de “técnicos” o de “ingenieros”. Son escasas, también, las referencias explícitas a los diseñadores industriales entendidos como figuras autónomas que generan innovaciones y amplían su potencial de aplicación. Por otra parte, aun cuando se les atribuye un mérito peculiar, éste aparece a menudo unido a aspectos completamente parciales de la innovación, o sea, aspectos como los estético-formales (en la acepción más limitada que esta expresión puede tener) teniendo como único objetivo la comercialización en amplia escala de cada producto; pero no se la une a los aspectos relativos directamente a su planificación y producción. El diseño industrial, por lo tanto, corre el riesgo de verse reconocido como una contribución importante en innovaciones marginales y, viceversa, como una contribución insignificante en innovaciones de relieve. Para justificar la aparente distracción de los historiadores y de los teóricos de la innovación sin caer no obstante en mezquinas reivindicciones corporativo-disciplinarias, se puede citar un dato objetivo como la relativa juventud del diseño in-
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dustrial con respecto a los otros cuerpos disciplinarios mucho más consolidados. Por otra parte, el mismo universo de discurso del diseño industrial es, por lo menos en parte, responsable de esta visión restrictiva, en la medida en que la acepta y, por lo tanto, de hecho se conforma con un papel de comparsa o, en la mejor de las hipótesis, de coprotagonista. Pero no se pueden omitir benévolamente ni siquiera las razones que dependen de las modalidades concretas de desenvolvimiento de la controversia sobre la innovación tecnológica dentro de las áreas de competencia de las que provienen tradicionalmente los aportes descriptivos e interpretativos más autorizados. Un análisis comparado de las diversas teorías de la innovación tecnológica es tema demasiado controvertido y rico de implicaciones para poder ser desarrollado con la amplitud que le correspondería, pero también demasiado importante para poder ser simplemente pasado por alto. Por lo tanto, nos limitaremos a seleccionar solamente algunos pasajes que serán tratados en resumen y desde un ángulo preciso y bien delimitado. La decisión de privilegiar uno de los “programas de investigación” que compiten para proporcionar una explicación atendible y exhaustiva de los procesos de innovación tecnológica en perjuicio de los otros no es en absoluto indiferente para el diseño industrial. Para decirlo de manera extremadamente simplificada, pero no por eso menos veraz, es sensato buscar una contribución original del diseño industrial si nos referimos a una interpretación “sistémica” de la innovación tecnológica.1 No lo es, en cambio, si nos instalamos en una óptica autorreferencial de determinismo tecnológico, según el cual las innovaciones encontrarían su propia razón de ser y el impulso necesario para desarrollarse y difundirse sin necesitar entrar en relación con universos de discurso diferentes del tecnológico. Semejante elección de campo en favor de una visión sistémica del cambio tecnológico es crucial desde nuestro punto de vista. Así, en efecto, el diseño industrial puede reconocer “compañeros de ruta” con los cuales confrontarse de modo recíprocamente fecundo, pero también puede extraer indicaciones valiosas para esbozar las modalidades específicas de su propia participación en esa confrontación. 1. Para una profundización de las características y de las implicaciones de una visión sistémica de la innovación tecnológica y, más en general, de los fenómenos tecnológicos, véanse T. Maldonado, 1979 y 1998.
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Las relaciones más inmediatas y solidarias se instauran, sin ninguna duda, con las corrientes de pensamiento que, aun teniendo distintas procedencias disciplinarias y siendo movidas por diversos intereses científicos, tienen en común la afirmación de la influencia determinante de factores extratecnológicos en el nacimiento y el desarrollo de las innovaciones tecnológicas.2 En este cauce se encuentran estudiosos como K. Marx (que en el libro primero de El capital propone una historia crítica de la tecnología y se ocupa extensamente y con competencia de las máquinas herramienta de su tiempo)3 junto a las corrientes más avanzadas del análisis económico de los procesos de innovación tecnológica,4 a quienes han considerado necesario efectuar un examen de amplio espectro para explicar los procesos innovadores que han conducido a la afirmación de nuevas tipologías de producto5 y a ese filón de la historia y de la filosofía de la técnica que ha elegido como propio campo de investigación y como cuadro de referencia conceptual los grandes sistemas técnicos.6 En un contexto así configurado, el diseño industrial tiene todas las razones para aspirar a una participación más rica y pregnante en la innovación tecnológica. De todos modos, la voluntad de salir de la resignada aceptación de un papel subalterno admite también la responsabilidad de reflexionar sin prejuicios sobre algunas cuestiones y de extraer las oportunas consecuencias conceptuales, metodológicas y operativas. Me refiero a cuestiones como las siguientes: ¿Qué tipos y niveles de innovación son relevantes para el diseño industrial y, por el contrario, sobre cuáles aspectos de los procesos innovadores está el diseño industrial en grado de ejercer una influencia directa o mediata? ¿De cuáles instrumentos peculiares y de cuáles modalidades de acción dispone el diseñador industrial para incidir en los procesos innovadores? ¿Cuáles son sus principales interlocutores y qué relaciones es capaz de establecer con los otros actores del proceso innovador? 2. Una excelente visión de conjunto de las teorías de la innovación tecnológica se encuentra en A. Penati, 1996. 3. Véase K. Marx, (1867) 1964. 4. Véanse, entre otros, los importantes aportes de N. Rosenberg, 1976, 1982 y 1994. 5. Me refiero, por ejemplo, a estudios como los de H. Petroski, 1992, 1993, y de Q. Delaunay, 1994. 6. Sobre los grandes sistemas técnicos véase el capítulo 2 de este volumen.
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Algunas respuestas se traslucen de consideraciones generales sobre el estatuto disciplinario, sobre el campo de intervención y sobre las modalidades operativas características del diseño industrial.7 Otras, en cambio, deben buscarse estableciendo una relación más directa e intencional entre el universo del discurso del diseño industrial y el de la innovación tecnológica. Ante todo para establecer sin ambigüedad qué innovaciones pertenecen a la intersección entre estos dos conjuntos. En la actualidad son muchísimos los sistemas de clasificación de las innovaciones y aun más numerosos son los criterios concretos de distinción y discriminación que cada uno de ellos asume como fundamento. Algunos de esos criterios se basan sobre el objeto de la innovación y distinguen, por ejemplo, entre innovación de proceso y de producto. Otros hacen referencia a la organización en fases del proceso innovador y de la actividad de investigación que lo sustenta (relación entre invención, innovación y difusión; entre investigación de base, investigación aplicada y desarrollo) o a la distribución y gradación en el tiempo del proceso innovador (procesos “evolutivos” que se manifiestan con avances continuos e imperceptibles en un breve período o fuertes discontinuidades que dan lugar a verdaderos y propios “saltos” tecnológicos). Otros aun expresan un juicio sobre el grado de incidencia en el contexto económico y sobre el valor social de cada innovación así como sobre su penetración y profundidad (innovaciones incrementadoras, innovaciones radicales, cambios de sistemas tecnológicos, cambios de paradigmas técnico-económicos). Aun si se admite, como es debido, el carácter convencional y esquemático de estas clasificaciones, no se puede negar que ponen en primer plano cuestiones muy concretas y ofrecen por lo menos algún elemento útil para comenzar a identificar las innovaciones relevantes para el diseño industrial. Por cierto, el campo de intervención que le compete más directamente es el de la reforma de producto. Una constatación como ésta, aun colocándose en los límites de la tautología, no carece de sentido en tanto refuerza un punto firme irrenunciable (el hecho de que la proyectación de los productos es el núcleo central del diseño industrial) y abre, por lo tanto, amplísimas perspectivas de trabajo. Pero no es suficiente para quien se determine a echar un 7. Véase el capítulo 1 de este volumen.
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haz de luz sobre los modos concretos en los que el diseño industrial interviene en los procesos innovadores de los productos. Con objetivos como éstos se tiene la obligación de encarar la cuestión en un nivel de mayor detalle por el sencillo motivo de que la renovación de un producto tiene un carácter acumulativo y puede incluir, además, diferentes grados de innovaciones formales, estructurales, de prestación, técnico-productivas, administrativas, organizativas. Es decir que puede haber diversos tipos de innovaciones en el producto según las “configuraciones” del producto mismo, que son cambiadas más o menos radicalmente. Esto es particularmente importante para el diseño industrial que, como hemos visto, posee en su propio patrimonio genético la función de perseguir con tenacidad, vez a vez, una síntesis proyectual convincente entre estas configuraciones.8 En otras palabras, tiene el deber de seleccionar, cotejar, ordenar jerárquicamente y llevar a la unidad factores mutuamente incomparables en cuanto responden a exigencias diferentes y a veces contradictorias. Este concepto articulado de innovaciones de producto hace más difícil expresar juicios sintéticos pero, sin embargo, no del todo opinables sobre cuestiones fundamentales, como el grado de efectiva innovación alcanzada. Como es sabido, también para otras comunidades científicas se ha planteado y se plantea el problema de preparar instrumentos y modos de valoración confiables y compartidos para juzgar el grado de “originalidad” de una determinada innovación. Algunas indicaciones útiles para el diseño industrial se pueden extraer justamente del debate que ya se ha desarrollado dentro de esas comunidades. De ese debate hemos sabido, por ejemplo, que la originalidad de una innovación, entendida como su capacidad de acrecentar el cuerpo de conocimientos en que se sitúa, tiene una dimensión social y otra histórica.9 Tiene una dimensión social en el sentido de que es reconocida y, en cierto modo, certificada por la comunidad científica de referencia en las sedes y mediante los procedimientos que le son propios. Tiene una dimensión histórica en cuanto 8. Véanse a este respecto las consideraciones sobre la noción de diseño industrial y sobre las funciones principales del diseñador industrial en T. Maldonado, 1991, [1993] pp. 10 y sig. 9. La relación entre innovación y originalidad está ampliamente analizada en S. Dasgupta, 1996.
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discierne entre lo que es “psicológicamente” nuevo (o sea nuevo para el grado de conocimientos de quien introduce la innovación) y lo que, de manera inversa, es “históricamente” nuevo y original (o sea que representa una novedad para los conocimientos colectivos contemporáneos del sector). Desde este punto de vista se recoge con gran claridad también la importancia del aporte que puede ofrecer el estudio de la historia del diseño industrial, no sólo por su valor cultural autónomo sino también como instrumento proyectual confiable para verificar en el curso del trabajo la efectiva originalidad de una innovación. Obviamente, para llevar a cabo una tarea de esta naturaleza, la historia del diseño industrial debe ir más allá de la pura y simple reseña de protagonistas unidos a tendencias estilísticas y a objetos ejemplares para orientarse hacia una investigación multiparamétrica (que incluya, entre otras cosas, elementos de una renovada historia de la técnica) de hechos, circunstancias, casos de estudio y corrientes de pensamiento.10 Semejante acoplamiento de la historia a la proyectación puede parecer menos arbitrario si se piensa que, a menudo, la renovación de un producto nace de la insatisfacción por las características de los productos existentes y de la atenta consideración, en fase proyectual, de los errores cometidos anteriormente.11 Hay también otra lección que nos llega del mundo de la ciencia y que es transferible al de la tecnología y de los productos en particular. El juicio sobre la originalidad de una innovación, ya sea científica o tecnológica, se puede expresar sólo a posteriori, sobre la base de las consecuencias que puede originar. Dicho de otro modo, la introducción de algo psicológicamente o también históricamente nuevo se convierte en una innovación original si y sólo si se da lugar a un nuevo campo de investigación o a un nuevo sector productivo y merceológico. La relativa rareza de innovaciones originales debe inducir a una mayor parsimonia en el uso de términos deducidos de la vulgata kuhniana como “revolución tecnológica” o “nuevo paradigma”.12 Debe además impulsar un análisis más fi10. Véanse B. Meurer y H. Vinçon, 1983; M. Chiapponi y R. Riccini, 1986; R. Riccini, 1996. 11. Véanse H. Petroski, 1985 y 1994. K. R. Popper, 1994, pp. 256-257, afirma que “La corrección de los errores es el método más importante de la tecnología y del aprendizaje”. 12. Las continuas violaciones y deformaciones a las que está sometida la teoría de T. S. Kuhn, 1962, son un ejemplo claro de los riesgos que se corren al transferir ideas de un sector a otro en nivel casi exclusivamente metafórico y sin el necesario rigor.
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no de la innovación de producto (y del papel del diseño industrial), desde el momento que no menos importantes, y por cierto mucho más frecuentes, son las variaciones que tienen lugar en las fases de “tecnología ordinaria”. Al contrario, viéndolo bien, las mismas innovaciones “originales” o “revolucionarias” no nacen nunca de la nada sino que encuentran su indispensable alimento en el humus de las innovaciones más cotidianas y menos llamativas. Otro tema de reflexión se refiere a las relaciones entre las innovaciones de cada producto, en las que el aporte del diseño industrial puede ser más directo, y las de alcance más general. Estas últimas son de diverso tipo, van de la innovación en un componente tecnológico que se propaga hasta modificar radicalmente sectores productivos enteros y los respectivos productos (por ejemplo la “lanzadera volante”, que en el siglo XVIII modificó el parque de productos y los procesos productivos de la industria algodonera inglesa, o el transistor), a la afirmación, al menos provisoria, de uno de los grandes sistemas tecnológicos competidores (por ejemplo, iluminación eléctrica, que predomina sobre la de gas) a la introducción de una nueva tecnología invasora como el vapor o la microelectrónica, que pueden generar familias enteras de nuevas tipologías de objetos. La sucesión temporal y lógica más común es aquella que ve primero el desarrollo y la afirmación de innovaciones, puntuales o difundidas pero de todos modos generalizables, y sólo a continuación su asunción y aplicación a cada producto. Pero no siempre lo apenas descrito es un recorrido lineal y unidireccional. Al contrario, son muy frecuentes los retrocesos y los cambios de rumbo debidos precisamente a los resultados de las verificaciones esmeradas, entre ellas las del diseño industrial. A menudo, procesos de difusión de las innovaciones que podríamos definir como bottom-up interfieren con los top-down. Invenciones e innovaciones son a veces obstinadamente perseguidas por razones que, ante los hechos, se revelan secundarias con respecto a otras que surgen en el momento en que se llega al último eslabón de la cadena: la innovación en cada producto. También se encuentran casos de gran relevancia en los que es regla el camino inverso (de la innovación de producto a la general). Basta con recordar las innovaciones que son introducidas prioritariamente en ciertos sectores (medicina, industria aeroespacial y militar, competiciones deportivas, etcétera),
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imposibles de obtener con las tecnologías corrientes. Ante el empuje de tales exigencias han nacido algunas de las innovaciones tecnológicas más revolucionarias (por ejemplo, la extraordinaria transformación de las tecnologías de la información y de los materiales) que, a continuación, se han propagado a muchas otras familias de productos de uso corriente. Es justamente a este continuo ir y venir entre innovaciones de cada producto e innovación tecnológica que el diseño industrial puede contribuir al proceso innovador general mucho más activamente de cuanto pueda parecer ante un análisis superficial. Una de las tipologías innovadoras en las que el diseño industrial está en grado de expresar con mayor fuerza su propio potencial es la de las diversas formas de innovación por transferencia y por fecundación transversal: innovación mediante imitación, transferencia de innovaciones de un sector productivo al otro, transferencia de las grandes empresas a las medianas y pequeñas de lo inducido y viceversa, transferencia de instrumentos altamente especializados para uso profesional a los correspondientes enseres para uso “cotidiano”. Una lista como ésta evoca, por sí sola, una casuística de innovaciones riquísima desde un punto de vista tanto cuantitativo como cualitativo. También son múltiples los modos en los que toma cuerpo este tipo de innovaciones. Algunas innovaciones, por ejemplo, se propagan al mismo tiempo en diversos sectores. A menudo, una gran innovación en un sector puede estar determinada por la transferencia de ideas y soluciones provenientes de otro campo en el que las mismas ideas y soluciones ya no son innovadoras sino también plenamente adoptadas desde largo tiempo. En todos estos casos el diseño industrial, por su natural propensión a trabajar por asociaciones, en modo transversal, puede contribuir en gran medida en los procesos de innovación creando cruzamientos con métodos que, metafóricamente, podríamos comparar con la polinización. Un tema sobre el cual vale la pena detenerse más bien ampliamente es el del contexto en el que actúa un diseño industrial propuesto como protagonista de la innovación. Ya hemos dicho repetidamente en otro lugar que la actividad del diseñador industrial –y en especial todo lo que concierne a su participación en los procesos innovadores– no se desenvuelve en modo solipsista sino mediante una estrecha relación con una pluralidad de actores. Por lo tanto, un análisis cuidadoso de las
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modalidades de intervención del diseñador industrial en tales procesos no puede prescindir de un examen atento de la composición del sistema de los actores. En cuanto a esto, es necesario hacer algunas precisiones y rectificar algunas de las interpretaciones más conformistas. Interpretaciones que configuran un escenario innovador en el que las empresas tendrían una función absolutamente preponderante en todas las fases de los procesos innovadores. La lógica consecuencia de semejante escenario sería, para el diseñador industrial, un diálogo mucho más reducido y limitante de lo que la realidad permite, sugiere y a veces impone. Al número de estas visiones reductoras pertenecen también teorías que, por otros lados, poseen un alto valor explicativo y que se ocupan de aspectos en absoluto secundarios. Piénsese, por ejemplo, en la teoría de las “trayectorias” y de los “corredores tecnológicos” elaborada para explicar los fenómenos de éxito y de fracaso de las innovaciones.13 Es cierto que los exponentes de esta teoría reconocen la importancia de actores diversos en las empresas, pero los consideran como agentes externos al lugar –el mercado– en el cual las innovaciones se cotejan competitivamente y en el que son irrevocablemente determinados los respectivos éxitos y fracasos. Al adoptar sustancialmente una interpretación evolucionista de la innovación, asignan las probabilidades de supervivencia y de éxito –bien entendido, un éxito comercial– de una determinada innovación tecnológica a sus capacidades de moverse en el interior de “corredores” (el sistema de los vínculos y de las condiciones de alrededor) cuya amplitud y practicabilidad son establecidas por las preferencias de los compradores y por la interacción con los competidores. En efecto, también la competición entre las empresas es más sutil que la sugerida por el modelo de una pura competición de mercado. La convicción de que el abigarrado mundo de las empresas es el crisol en el cual las innovaciones son propuestas, forjadas y aplicadas en larga escala está tan enraizada que, a veces, 13. Véanse al respecto R. R. Nelson y S. G. Winter, 1982; G. Dosi, 1982 y 1983; L. Georghiou y otros, 1986; G. Dosi y otros, 1988. Para un análisis de los méritos de esta teoría y de los límites derivados de identificar exclusivamente con la competencia entre empresas los factores determinantes de trayectorias y corredores tecnológicos, véase T. Maldonado, 1987, pp. 124 y sig. Véase también, sobre este mismo punto y para un aporte más general sobre la innovación tecnológica, T. Maldonado, 1998.
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hace olvidar que tal mundo interactúa con otros actores a los cuales se deben aportes fundamentales para el desarrollo de los procesos innovadores. Lo que a menudo es subestimado o ignorado es el aporte de los actores públicos de la innovación, entendiendo con esta expresión todos aquellos que no interpretan cada innovación como instrumentos de competición en el mercado sino que, no obstante eso, están en diferentes modos fuertemente interesados en la evolución del cuadro innovador. El panorama de estos actores es muy rico y variado. Pertenecen a él actores organizados con un papel institucional, como los diferentes niveles administrativos y de gobierno (locales, regionales, nacionales y supranacionales) con sus aparatos de gestión y burocráticos; actores organizados con un papel casi institucional o no institucional, como universidades e institutos de investigación, asociaciones de la industria y del comercio, sindicatos y organizaciones políticas; actores casi organizados, como los grupos de intereses locales. La percepción selectiva de quien atribuye a las empresas un papel casi exclusivo en el campo de la innovación, por un lado, deja transparentar la elección reductora, aunque legítima, de ocuparse sólo de las innovaciones que prometen retornos económicos en tiempos relativamente breves. Por el otro, manifiesta una fuerte polarización sobre algunas fases de los procesos innovadores (la del pasaje de la invención a la innovación y la de la utilización comercial) en menoscabo de otras (la inicial de encaminamiento y determinación de las líneas de desarrollo de la investigación y la final de valuación de los frutos concretos de la innovación, de control y reorientación de las políticas). La superación de esta visión excesivamente simplificada, además de conducir a un modelo interpretativo más correcto, permite dar el justo relieve a actores que no actúan necesariamente sobre la base de una lógica empresarial y que, por muchas razones, son justamente los principales protagonistas de esas fases inicial y final. Por otro lado, precisamente esta pluralidad de protagonistas es una directa consecuencia y, al mismo tiempo, una demostración del hecho de que las innovaciones se sitúan en el área de intersección de múltiples universos de discurso (tecnológico, económico, social, político, ambiental, etcétera) y, por lo tanto, comprenden a todos los actores que se mueven en esos universos de discurso con sus respectivos instrumentos ope-
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rativos. Cada uno de ellos expresa diversas expectativas, tiene papeles, intereses y objetivos diversos frente a la innovación, y por lo tanto pone en acción comportamientos diferentes: desde el apoyo convencido a la tentativa de encaminar a su gusto el recorrido innovador, al de entorpecerlo y retrasarlo o, directamente, de bloquearlo.14 Y, en efecto, es con este articulado sistema de actores cómo el diseño industrial debe confrontarse e interactuar si quiere ejercer una verdadera influencia sobre los procesos innovadores. Extender el campo de investigación a los actores públicos permite pues considerar aspectos y factores fundamentales del proceso innovador que serían fatalmente descuidados si el fenómeno fuese observado desde una óptica estrictamente empresarial. Esos aspectos y factores, como veremos a continuación, son esenciales también para las empresas. Los actores públicos, y entre éstos en especial las administraciones públicas, tienen a su disposición una gran variedad de instrumentos para ejercer sus funciones en los procesos innovadores. Todavía no han sido exploradas todas las potencialidades de algunos de esos instrumentos que, como veremos en seguida, dejan entrever perspectivas de gran interés. Otros, en cambio, ya están sólidamente arraigados en la tradición operativa de los actores públicos. A esta segunda categoría pertenece ese conjunto de instrumentos que, en general, está bajo el nombre de políticas de innovación. Al respecto, se nota en seguida que los diversos instrumentos casi nunca son utilizados por separado sino entendidos más bien como componentes de una mixtura dotada de un mayor o menor grado de coherencia y coordinación. Un primer instrumento que las administraciones públicas tienen a su disposición para encaminar los procesos innovadores (y, por lo tanto, un primer modo de interactuar con el diseño industrial) está sin duda constituido por la actividad re14. Justamente partiendo de la presencia de la pluralidad de actores de los procesos innovadores, algunos estudiosos han desarrollado una aproximación a la innovación fuertemente centrada sobre la comunicación entre los actores. En esta óptica, todos los problemas de transferencia tecnológica son interpretados esencialmente como problemas de comunicación (superación de las barreras debidas a la utilización de diferentes lenguajes especializados, distinta interpretación del valor, del significado y de la esencia misma de la innovación, etcétera). Aunque con algunos forzamientos no aceptables, esta aproximación inicia líneas de investigación interesantes. Para una amplia y razonada exposición de esta tesis sobre la base de casos de estudio, véase S. Doheny-Farina, 1992.
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guladora y por la producción normativa. En este campo entra, por ejemplo, la producción de normas, estándares, leyes de apoyo a la innovación en especiales sectores productivos y tecnológicos. Otros instrumentos importantes son los que inciden sobre el grado de preparación y sobre las modalidades de empleo y valorización de los recursos humanos (formación primaria, secundaria y superior; formación profesional; actualización y formación postuniversitaria; creación de oportunos sistemas de difusión de las informaciones; definición de mecanismos de selección y de carrera del personal técnico-científico). Aquí querría focalizar la atención sobre otro instrumento igualmente importante: la intervención en la promoción de innovaciones a través de la gestión de apoyos financieros directos (financiamiento de la actividad de investigación y desarrollo de las empresas y de los centros de investigación públicos y privados) e indirectos (facilidades fiscales, política de créditos, creación de infraestructuras físicas y organizativas, etcétera). De este modo, se pueden exponer algunas cuestiones cruciales de los procesos innovadores. Entre otras, preguntas como las que se mencionan sintéticamente a continuación. ¿Qué relaciones existen entre recursos e innovaciones? ¿Subsisten verdaderas y propias relaciones de causa/efecto o los vínculos son más difusos e indirectos? ¿Estas relaciones son las mismas para todos los tipos de innovaciones y para todas las fases del proceso innovador? ¿Cómo cambia la relación financiamiento/erogaciones/innovaciones producida cuando se pasa de la investigación de base a la investigación finalizada en el logro de un objetivo preciso y cercano en el tiempo? ¿Qué tipos de investigaciones son autorizadas a acceder a los financiamientos públicos? ¿Cuáles son y cuáles deberían ser los criterios para la cuantificación y la asignación de esos financiamientos? ¿Los financiamientos públicos deben favorecer o no una aceleración indiscriminada e incontrolada de las innovaciones? ¿Cuáles son y cuáles deberían ser las relaciones entre financiamientos públicos y privados de la actividad de investigación orientada hacia la innovación? ¿Cómo cambia el papel de los actores del proceso innovador en función de su capacidad de invertir recursos en la investigación? ¿De qué modo toman los actores públicos decisiones sobre sectores de preferencia al otorgar financiamientos? ¿Cuál es el papel de sujetos (como el ejército o las agencias aeroespaciales) con gran capacidad de compra en la investigación
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y sin la obligación de devoluciones inmediatas? ¿Cuál es, en cambio, el papel de actores (como las universidades) institucionalmente dedicados a la investigación pero dependientes en esto de financiamientos externos? ¿Qué influencia tiene la financiación sobre la difusión de informaciones referentes a las innovaciones? Todas preguntas, como se puede notar inmediatamente, que tienen una influencia directa sobre la planificación y la proyectación de los productos, vale decir, sobre la actividad principal del diseño industrial. Cada una de las preguntas precedentes podría identificar un programa entero de investigación y, por lo tanto, dado el espacio disponible, es obligatorio ocuparse aquí sólo de algunas de ellas y hacerlo sucintamente. De todos modos, su simple enunciación basta para tener un cuadro de conjunto de las cuestiones sobre el tapete, sobre su complejidad y, por ende, de las dificultades que se deben superar para encararlas. Partamos de algunas reflexiones elementales sobre la eficacia de los financiamientos en cuanto factores de innovación. Esta eficacia se da por descontada en los modelos de proceso innovador más difundidos en la opinión corriente. Todos prevén, aunque con algunas variantes, que la innovación se genera en el interior de una caja negra que tiene como output las patentes producidas y registradas y, como input, justamente los recursos financieros, además del personal y los equipos. Ahora están consolidados los límites y los defectos de semejantes modelos y no sólo a continuación de aquellos que se podrían definir, utilizando la terminología de Nathan Rosenberg, como las “exploraciones” efectuadas en el interior de la caja negra. Esas exploraciones han evidenciado una situación muy articulada precisamente por lo tocante a la efectiva necesidad de financiamientos para emprender y desarrollar proyectos innovadores. Por ejemplo, no obstante que investigación y desarrollo sean habitualmente tratados juntos, tanto que casi constituyen un todo, los recursos empleados en las fases de desarrollo son muy superiores a los necesarios para las de investigación (como promedio en una relación de diez a uno). Además, existen sectores de la investigación avanzada que son, efectivamente, capital-intensive ; otros sectores, en cambio, lo son mucho menos, aunque sólo fuese porque no requieren el uso de equipos y aparatos muy costosos. Estas observaciones son de particular interés para el diseño industrial en razón de la varie-
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dad de vínculos que instaura con múltiples sectores productivos y con diversos pasajes de investigación y desarrollo que conducen a una renovación de producto. Viéndolo bien, hasta las hipótesis sobre los output y los input del proceso innovador son parciales. Lo son para lo que concierne a los output en cuanto no todas las innovaciones pasan a través del filtro de las patentes; por lo que se refiere a los input, porque aun innovaciones muy importantes salen a la luz en contextos diversos de los centros de investigación y desarrollo fuertemente estructurados y dotados de recursos consistentes. Al respecto es esclarecedora la famosa y en absoluto resignada declaración programática de lord Rutherford, protagonista de primer plano de la física atómica y premio Nobel de física en 1908: “We’ve got no money, so we’ve got to think”. A pesar de todo, es innegable el papel principal de los recursos y, en particular, de aquellos que los actores públicos ponen a disposición de las actividades de investigación y desarrollo para la producción y la difusión de innovaciones. Por otra parte, este tema se hace comprensiblemente muy delicado cuando es considerado como parte de la controversia sobre qué actividades de investigación y desarrollo tienen derecho a ser financiadas con recursos públicos en razón de los beneficios sociales que producen. Entran en este cuadro las discusiones sobre la oportunidad y la legitimidad de sostener con financiamientos públicos innovaciones que luego son disfrutadas comercialmente por personas privadas. Incluso, entran allí las viejas contraposiciones sobre los ingentes beneficios asignados a los presupuestos militares.15 Las argumentaciones esgrimidas para justificar la entidad de estos últimos financiamientos se refieren, como es obvio, a la necesidad de cumplir con la mayor eficiencia posible las funciones primarias de la defensa nacional. Pero también se asigna un gran peso a otras razones que aquí nos conciernen más de cerca. Se sostiene que es justo financiar generosamente la investigación militar, prescindiendo de los criterios comunes de 15. Un testigo bien informado y no sospechado de cuanto sean ingentes los medios a disposición del ejército es Robert McNamara, subsecretario de Defensa en la época de la presidencia Kennedy, quien, en su autobiografía hace notar con un tono más bien complacido: “este millón y medio de personas trabajaban para Defensa, lo que hacía al Pentágono más grande que los veinticinco, treinta grupos industriales más importantes de América juntos. El presupuesto anual de 280 millardos de dólares (valor en dólares de 1994) era mayor que todo el presupuesto anual de cada uno de nuestros principales aliados en la OTAN.” R. McNamara, 1995, p. 22.
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valuación y control de los resultados, porque las recaídas civiles serían tan importantes como para justificar este tratamiento especial. En la práctica, al proceder así se equipara la investigación militar a la investigación de base descuidando –deliberadamente o no– las profundas diferencias de objetivos y de métodos que continúan subsistiendo entre las dos. Varios estudios recientes ponen en duda el fundamento de la “teoría de las recaídas” (spin-off theory). Es considerada con algún escepticismo también su versión más actualizada, la llamada “teoría del codesarrollo” (theory of co-development), según la cual las inversiones en el sector militar servirían al mismo tiempo a sus propios fines y a acelerar y agilizar el desarrollo de innovaciones civiles.16 En todo caso, aun teniendo la mente libre de preconceptos ideológicos, no parece fuera de lugar, en una situación como la actual caracterizada por una marcada escasez de recursos, reclamar un mayor rigor en las políticas de asignación de fondos y en el control de los resultados. En este contexto no deberían escandalizar ni siquiera la obstrucción parcial de algunos canales de financiamiento de la investigación militar o su desviación hacia objetivos más urgentes y cuyas ventajas colectivas sean más seguras. Aun para lo que se refiere al financiamiento público de la actividad de investigación y desarrollo de las empresas privadas, se hace referencia, a veces de modo impropio o forzado, a algo parecido a la teoría de las recaídas y a la del codesarrollo. Se sostiene, de modo no del todo desinteresado, que cualquier beneficio del que gozan las empresas está justificado ya que, necesariamente, se transforma en ventajas para toda la colectividad. No obstante las perplejidades que suscitan estas argumentaciones expeditivas, la consistencia de la apuesta en juego y el comprobado entrelazamiento de intereses individuales y colectivos hacen necesario un razonamiento mucho más profundizado que el apenas esbozado a propósito de la investigación militar. No hay duda de que existen diferencias (cuando no abierta contradicción) entre los intereses, los objetivos y las espectativas que empresas y actores públicos tienen frente a las innovaciones técnico-científicas. Y por cierto no son aspectos de poca monta aquellos sobre los que se manifiestan esas diferencias. Basta con mencionar alguno para convencerse. 16. Véanse A. Markusen y J. Yudken, 1992; E. Braun, 1995.
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La diferencia más evidente, aunque tal vez justamente por esto es soslayada a menudo, reside en el hecho de que la razón de ser de cualquier empresa es la obtención del máximo provecho posible como condición necesaria para la supervivencia misma de la empresa. La función institucional primordial de toda administración pública es, en cambio, para decirlo con cierto énfasis y no sin una pizca de ingenuidad, el cumplimiento de acciones orientadas hacia el logro del “bien común”. Aun sin subvaluar el papel social desempeñado por las empresas y la enorme mole de reflexiones y de estudios efectuados sobre el concepto mismo de “bien común”, creo que para nuestro objetivo continúa siendo confiable la versión de bien común que está en la base de las teorías utilitaristas y que lo identifica sustancialmente con el logro del máximo beneficio para el mayor número. Constatar la existencia de tales diferencias no comporta por cierto una actitud de sospecha o directamente un prejuicio inmotivado contra las empresas, pero en cambio contribuye a crear esa clara distinción de papeles que todos desean. Además, determina algún significativo elemento de claridad por lo que concierne al tema del que nos estamos ocupando, en cuanto hace manifiesto que las empresas, a diferencia de los actores públicos, consideran las innovaciones como componente irrenunciable del bagaje que poseen para afrontar la rivalidad con los competidores. Una consecuencia directa e inmediatamente perceptible de este hecho es la diferente posición acerca de la libre difusión de los resultados de la investigación y de las informaciones sobre las oportunidades producidas por los procesos innovadores. Libre circulación que es un deber ineludible para los actores públicos y, en cambio, para las empresas, es poco decir que se trata de una herejía. Precisamente sobre este punto, por ejemplo, la fuerte presencia de las empresas en algunos campos de la investigación ha modificado normas no escritas pero rígidamente observadas por la comunicad científica y académica. La expresión publish or perish, que ha guiado siempre la actividad de investigadores universitarios, en estos casos es suplantada por la necesidad de adecuarse a las férreas leyes del secreto industrial.17 El fuerte “sentido de propiedad” en confrontación con las innovaciones está sancionado oficialmente por el sistema de las patentes. Esto explica también el comportamien17. Véase L. Wofsy, 1986.
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to competitivo de las empresas que las lleva a valorar la introducción de innovaciones de producto, de proceso y de estructura organizativa esencialmente en términos de consecuencias sobre el propio posicionamiento respecto de los competidores. Ésta es la razón por la cual las decisiones sobre las inversiones en investigación y desarrollo son tomadas por las empresas, recurriendo más o menos explícitamente a instrumentos como la teoría de los juegos, que se basan precisamente sobre la contraposición de intereses. Esto se verifica tanto para cada empresa como para los agrupamientos privados business oriented con intereses similares y se manifiesta a través de comportamientos concretamente puestos en acción en muchas circunstancias. Para limitarnos a algunos ejemplos, las circunstancias que guían a una empresa en el análisis de costos y beneficios para elegir el momento en el cual poner efectivamente en producción y comercialización los resultados de la actividad de investigación son consideraciones estratégicas,18 como también la guían en la decisión sobre el grado del propio compromiso en una actividad de investigación y desarrollo en competición con otras empresas del sector. En una escala completamente diferente, son consideraciones estratégicas las que orientan la actividad de investigación y desarrollo de las empresas importadoras de materias primas y recursos energéticos para liberarse de un estado de dependencia considerado excesivamente vinculante en comparación con los exportadores. En fin, se pueden descubrir a veces consideraciones estratégicas aun en la base de comportamientos aparentemente cooperativos, como la concesión para la explotación de una patente acordada por la hacienda tenedora a uno de sus propios competidores. De este modo, en efecto, no se propone obtener un beneficio económico inmediato y tanto menos favorecer desinteresadamente al competidor a quien concede el uso de la patente; en realidad, con esta concesión a un competidor se pretende limitar la competitividad de otros que se consideran más temibles.19 18. Empleamos aquí la expresión “acción estratégica” en la acepción técnica que le fue atribuida por J. Habermas (1981) de “acción social orientada al éxito” contrapuesta a la “acción comunicativa” entendida como “accionar social orientado al entendimiento”. 19. Entre los numerosos textos que, desde distintas ópticas culturales y científicas, se ocupan de la aplicación de la teoría de los juegos o de técnicas de decisión orientadas al éxito, en el campo de la investigación y del desarrollo véanse P. Dasgupta, R. Gilbert y J. Stiglitz, 1983; S. A. Lippman y K. F. McCardle, 1987; K. E. Rockett, 1990; N. L. Rose y P. L. Joskow, 1990.
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Las administraciones públicas, al contrario, para cumplir con sus deberes institucionales, no pueden más que perseguir, a través de las medidas de apoyo a la innovación, el máximo posible de cooperación entre las empresas y entre éstas y los otros actores de la innovación. En algunos sectores productivos se están verificando, hay que reconocerlo, experiencias de cooperación en el campo de la investigación entre empresas objetivamente competidoras en cuanto operan con el mismo tipo de tecnologías para la producción de series de productos equivalentes. Sin embargo, esto no modifica en lo más mínimo las líneas esenciales del cuadro apenas delineado. Las razones por las cuales las empresas se dejan comprometer o, a veces, se hacen promotoras de ambiciosos programas comunes de investigación “precompetitiva” son contingentes y tácticas, mientras sus estrategias de fondo no pueden menos que permanecer invariablemente competitivas. Más bien es precisamente con esta lógica que se explican los comportamientos cooperativos. Para comprender mejor los matices y las implicaciones de lo afirmado más arriba, conviene hacer referencia explícitamente, aunque de modo fugaz, a algún caso de investigación precompetitiva actualmente en curso de desarrollo en la escena internacional. En las principales ramas de la tecnología de la información (industrias de los semiconductores, de la telecomunicación, de los componentes y equipos de base, de la electrónica de consumo) se asiste ya desde hace algún tiempo a programas de investigación y desarrollo conducidos conjuntamente por grupos competidores con el estímulo de conspicuas contribuciones públicas. Estas contribuciones están justificadas por la exigencia de mantener y también de aumentar, en sectores estratégicos, la competitividad general por parte de las principales áreas geopolíticas y productivas (Unión Europea, Estados Unidos de América y Japón). Pero las reflexiones que empujan a los principales grupos a participar son difícilmente encauzables hacia algo similar a una especie de espíritu olímpico. Ellos están dispuestos a aceptar de buen grado la que ha sido definida como “la competencia limitada” (bounded competence)20 de las empresas en cam20. Véase K. Morgan, 1991.
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pos cruciales como la investigación y desarrollo para los más clásicos de los motivos micro- y macroeconómicos. Los costos para el desarrollo y la adopción de innovaciones en este sector son tan elevados que resultan insostenibles para un solo grupo, aun de dimensiones respetables. El ritmo apremiante de la innovación hace que la vida media de cada nuevo producto sea demasiado breve para poder planificar amortizaciones razonables de los gastos de investigación y desarrollo. Los tiempos brevísimos que transcurren en el pasaje de la fase de investigación y desarrollo a la de producción21 no permiten efectuar todas las verificaciones necesarias. Los riesgos de errores potencialmente fatales son, por lo tanto, demasiado elevados y es preferible subdividirlos con los propios competidores antes que afrontarlos en espléndido aislamiento. El nivel muy alto de costos y riesgos tiene como consecuencia una drástica reducción del número de grupos capaces de mantener el paso de la innovación y de ahí la constitución, a pesar de la vigilancia de las varias autoridades antitrust, de oligopolios, cuando no de verdaderos y propios monopolios. De modo que la ocasión de formar parte de ellos es aprovechada, por los pocos que tienen la oportunidad, para participar en primera persona en la formación de los rumbos de la evolución tecnológica para tener a los competidores “bajo observación” y no ser tomados por sorpresa, para contribuir a orientar los estándares y la normativa del sector. Fenómenos muy similares se están comprobando en la industria aeronáutica y espacial, en la automovilística y en la farmacéutica.22 Otro punto fundamental acerca del cual empresas y actores públicos demuestran interés, por ciertos lados diametralmente opuestos, es el de la relación entre innovaciones y niveles ocupacionales. En efecto, las administraciones públicas asignan, como es lógico, una gran importancia al alcance y al man21. La fuerte reducción del intervalo de tiempo que transcurre entre descubrimiento-invención y utilización en larga escala hace ya mucho que está bajo la atención de los estudiosos del sector. Véase por ejemplo J. McHale, 1969. En algunos sectores, sin embargo, se está asistiendo a un verdadero y propio cambio del orden de magnitud de este fenómeno. 22. Citamos, tomándolos del óptimo E. Braun, 1995, algunos datos numéricos como base de cuanto hemos afirmado. Mientras en 1971 la proyectación del primer microprocesador inventado por Ted Hoff de la Intel requirió nueve meses-hombre, actualmente la proyectación de un nuevo chip necesita más de cien años-hombre. Se calcula que la construcción de las plantas de producción del chip más avanzado requiere una inversión comprendida entre
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tenimiento de valores cada vez más elevados de los índices que describen en términos cualitativos y cuantitativos la situación ocupacional. Muy a menudo, las políticas de innovación de las administraciones públicas tienen como objetivo primario la sustitución de tecnologías obsoletas por otras más avanzadas justamente por cuanto se considera que estas últimas aumentan la calificación del personal empleado y ofrecen nuevas oportunidades de trabajo. Para las empresas, en cambio, introducir una innovación se justifica principalmente si con ella se consigue una reducción de costos de los “factores productivos” y, en especial, del costo del “factor trabajo”. Inmediatamente, se han elaborado en la teoría económica clasificaciones que teorizan abiertamente sobre estos principios y, sin caer en sofisticaciones teóricas y falsos pudores, subdividen las innovaciones en neutral, labour-saving y capital-saving.23 Existen culturas empresariales muy conocidas y estudiadas –primera entre todas la japonesa– que, a primera vista, pueden parecer a contracorriente por cuanto atribuyen un gran valor a una relación estable y de “fidelidad recíproca” entre empresa y trabajadores. La permanencia del personal, entre otras cosas, asegura a las empresas una sedimentación de experiencia y de conocimientos preciosa aun para la introducción de innovaciones.24 Pero estas peculiaridades, aun siendo especialmente significativas bajo muchos aspectos, no parecen subvertir la tendencia de fondo a limitar el costo del trabajo creciente gracias al empuje de factores como la automatización, la internalización productiva y, en consecuencia, el reducido poder contractual de las representaciones sindicales. Es verdad que estos cálculos sobre niveles ocupacionales no son realizados a escala de una sola empresa, sino que deben tener en cuenta las compensaciones y las nuevas oportunidades 1,5 y 2 millardos de dólares. Los costos de desarrollo del avión Boeing 767 han sido de cerca de 3 millardos de dólares y su proyectación se ha prolongado por seis años. En la industria automovilística se calcula que Volkswagen ha invertido 1,6 millardos de dólares para el desarrollo del nuevo Golf y que Ford ha gastado 6 millardos de dólares en seis años para el desarrollo del Mondeo y de sus derivados. En la industria farmacéutica, el costo medio estimado para la introducción de un nuevo producto ha sido más que duplicado en diez años, pasando de 100 a 231 millones de dólares. 23. J. Robinson, 1938. 24. Véanse R. R. Nelson, 1982; R. Florida y M. Kenney, 1990.
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provenientes, a nivel de sistema, de la aparición de nuevas actividades. No obstante, parece lógico dudar de que la sumatoria de actividades especialmente labour-saving pueda tener como resultado un sistema labour-generating en general. Aun admitiendo que pueda ser así, es sin ninguna duda contraindicado sostener, como dejan entender ciertas proclamas triunfalistas, que éste sea el procedimiento más directo y eficaz para llegar al resultado deseado.25 De modo que, a corto plazo, los intereses acerca de la ocupación de las empresas y de los actores públicos no pueden coincidir. Esta última consideración lleva a primer plano un tema de interés más general para las políticas de innovación: el del entrelazamiento entre ópticas de breve, medio y largo plazo. Para los actores públicos, en tanto portavoces de intereses colectivos, la atención por todo lo que va más allá de lo inmediato es una especie de deber institucional ineludible y se manifiesta, por ejemplo, en todas las acciones tendientes a salvaguardar los intereses de las “futuras generaciones” y a administrar los recursos con prudencia. Los actores privados están, en cambio, sometidos, respecto de este tema, a apremios contrastantes. Por cierto no pueden permitirse ignorar los vínculos del “aquí y ahora”, pero al mismo tiempo están directamente interesados en un discurso de más amplio aliento. Aunque ya está definitivamente comprobada la ineficacia de las técnicas precautelares y programáticas de medio-largo plazo experimentadas hasta ahora, un cuadro de referencia no demasiado sujeto a oscilaciones nerviosas y extemporáneas sigue siendo una exigencia primordial para los actores privados. Un caso emblemático de estas tribulaciones es justamente el que concierne a los problemas de la ocupación. Más arriba hemos hecho referencia a las urgentes razones a favor del corto plazo. Por otra parte, los fenómenos de desocupación, subocupación y descalificación profesional están alcanzando dimensiones tales que configuran escenarios globalmente inquietantes.26 Desde el momento en que un debilitamiento social generalizado tendría resultados devastadores aun para los intereses de medio plazo de las empresas (basta con pensar en los efectos del derrumbe del poder ad25. Este tipo de discusión es de gran actualidad con referencia a los efectos sobre la calidad y cantidad de ocupación inducida y eliminada de la tecnología de la información y del teletrabajo. Pero ni siquiera en este caso los escenarios excesivamente optimistas aparecen muy convincentes. Véanse al respecto T. Maldonado, 1997 [1998]; P. Borgna, P. Ceri y A. Failla, 1996. 26. Véase J. M. Borthagaray, 1992.
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quisitivo) es por lo menos deseable que en este terreno se puedan encontrar formas efectivas de cooperación. Un último punto del que querría ocuparme a propósito de la posible divergencia entre los intereses de los actores públicos y los de aquellos privados es la relación entre políticas innovadoras y políticas localizadoras. En el mundo empresarial, parecen prevalecer fenómenos de globalización y de transferencia de actividad sobre la base de consideraciones de pura conveniencia económica (costos inferiores de la mano de obra y menos reglamentaciones de las relaciones de trabajo, menores controles sobre los procesos productivos, etcétera). Los actores públicos, por el contrario, están muy interesados en políticas localizativas que estimulen la difusión y la radicación de las actividades más innovadoras en el territorio que les corresponde. Sería un error creer que las empresas, y especialmente las más innovadoras, sean indiferentes a la localización de su actividad o estén guiadas exclusivamente por miopes cálculos contables. Esta hipótesis esquemática está refutada por la realidad. Todas las investigaciones empíricas efectuadas sobre los “distritos industriales” más innovadores ponen de relieve la importancia de los factores locales.27 Más aún, son precisamente los factores de este tipo los que determinan el éxito de los distritos y hacen de ellos, a posteriori, casos de estudio para quien quiera reproducir ese éxito in vitro y sobre el campo. En los Estados Unidos, por ejemplo, en un cuestionario que quería verificar los motivos por los que tantas empresas que se ocupaban con óptimos resultados en el campo del software habían decidido establecerse en el estado de Washington, se ha obtenido un número sorprendentemente alto de preferencias contestadas como: “fundador o presidente nativo del estado de Washington”, “ambiente físico atrayente” y “buen clima”.28 Hay, sin embargo, aspectos del comportamiento localizativo de las empresas que los actores públicos no pueden hacer propios integralmente y sin causar objeciones. De hecho, las empresas tienden a distinguir netamente aun desde el punto de vista localizativo, entre actividades “apreciadas”, dirigenciales 27. Véase a título ejemplificativo el análisis del distrito del nordeste italiano desarrollado en G. Gottardi, 1997, y, para una investigación de algunos de los más conocidos distritos internacionales como Silicon Valley y Route 128 en los Estados Unidos y el área extendida de Tokio en Japón, R. Florida y M. Kenney, 1990; A. Saxenian, 1994. Sobre estos temas véanse también G. Becattini, 1989; G. Benko y A. Lipietz, 1992; P. Perulli, 1998. 28. P. Haug, 1991.
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(entre las cuales las de investigación y desarrollo y, a menudo, también las de planificación y proyectación de los productos) y actividades repetitivas y no calificadas. Los tan decantados fenómenos de globalización e internacionalización productiva se refieren casi exclusivamente a la segunda categoría, mientras que para la primera continuán valiendo criterios de instalación mucho más sensibles a lógicas “nacionales”. Las excepciones a esta regla son sólo temporarias y coyunturales. Un ejemplo esclarecedor al respecto es el citado por Mario Bunge de la Philips, que instaló un laboratorio de investigación y desarrollo en Buenos Aires, en el transcurso de la Segunda Guerra Mundial, cuando la Alemania nazi ocupó militarmente Eindhoven y lo desmanteló al día siguiente de finalizar la guerra.29 Los actores públicos, en cambio, están institucionalmente interesados en el conjunto de los “ingredientes” que constituyen el “sistema local de la innovación”: sistema educativo, sistema de la investigación de base, sistema de protección de la propiedad intelectual, sistema industrial de investigación y desarrollo, capacidad de gestión industrial, mercado de capitales de inversión, mercado de productos tecnológicos y mercado del trabajo.30 Por este motivo es esencial para las administraciones públicas conectar las políticas innovadoras con las otras políticas sectoriales de su respectiva competencia en el cuadro de una clara política localizativa.31 Esta exigencia de conexión es particularmente evidente en las situaciones más extremas de los países periféricos, en los cuales la innovación y la investigación son vistas como posibles motores para la creación de desarrollo. Mario Bunge ha demostrado que, en esas situaciones, dirigir todo sobre una investigación aplicada que debía producir resultados inmediatos ha sido a menudo una ilusión y, peor aun, una de las razones principales de muchos fracasos. Un verdadero desarrollo puede provenir sólo de un real equilibrio entre investigación de base y determinados tipos de investigación aplicada.32 La mención del hecho de que sólo “determinados” tipos de investigación y desarrollo sean merecedores de atención en el ámbito de las políticas innovadoras nos lleva a uno de los 29. M. Bunge, 1997. 30. E. Braun, 1995. 31. Véase E. Giese y J. Nipper, 1984. 32. M. Bunge, 1997.
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hilos conductores que hemos seguido en el examen de la relación entre actores privados y públicos. Lo afirmamos sintéticamente en forma interrogativa: ¿qué criterios de juicio deben guiar la asignación de prioridades en las políticas de apoyo a la innovación? O, para ir directamente al corazón del problema, ¿qué actividades de investigación y desarrollo realizadas por privados merecen usufructuar financiamientos públicos? Una respuesta igualmente sintética y directa podría indicar como criterio determinante para la decisión inicial el beneficio que la innovación promete producir para la sociedad en general seguido por un atento control de los resultados en curso de realización. Éste es, indudablemente, un criterio muy simplificado pero permite trazar algunas claras líneas de demarcación y extraer indicaciones no banales. Por lo menos hace posible establecer con cierta tranquilidad los casos en los cuales el apoyo financiero público está seguramente justificado, aquellos en los que seguramente no lo está, y además proporciona argumentos bastante sólidos para discutir sobre infaltables casos controvertidos. Sobre la base de este criterio están seguramente justificados los apoyos a la innovación en sectores cuya utilidad social está fuera de discusión como, por ejemplo, el de las tecnologías para el control y la salvaguarda ambiental; el de la medicina; el de las “tecnologías limpias”; el del desarrollo de las fuentes de energía “limpias” y renovables. No son en cambio admisibles los financiamientos públicos que se configuran como una indebida y a menudo ineficaz interferencia en campos que deben permanecer por completo pertinentes a las fuerzas económicas y a la libre competencia entre ellas. Un típico caso controvertido es el de la tecnología de la información. No es fácil encontrar argumentos persuasivos para sostener la utilidad de ingentes financiamientos públicos que sirvan sólo para producir innecesarias aceleraciones de un proceso innovador autorreferencial. Por otra parte, la acción combinada de algunas innovaciones pertenecientes a la familia de la tecnología de la información puede producir efectos de cierto relieve sobre las modalidades de desenvolvimiento de las funciones institucionales de las administraciones públicas. La contribución de tales tecnologías, dicho de manera extremadamente sintética, es tanto más importante cuanto más capilarmente logran difundir las informaciones, las oportunidades
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concretas de participación y los instrumentos de control. Hay numerosas posibilidades de aplicación en diversos y significativos campos de acción que recaen bajo la responsabilidad de las administraciones públicas. Citemos sólo algunas. En el campo de la planificación de la movilidad, un aporte esencial de estas innovaciones tecnológicas consiste en potenciar la oferta de información y las posibilidades de orientación para los ciudadanos. Piénsese sólo en formas más sofisticadas de señalización caminera; puntos fijos de información interactiva sobre las condiciones del tráfico, sobre los horarios, los recorridos y las combinaciones de los diversos medios públicos de transporte; la posibilidad de usufructuar, gracias al empleo de satélites, de muchas de estas informaciones sobre cada vehículo. Tal vez aun más importante es el apoyo que tales tecnologías pueden ofrecer a los entes administrativos y de gestión que tienen el deber de organizar y hacer funcionar lo mejor posible las diversas formas de movilidad individual y colectiva. Aludo aquí en especial al perfeccionamiento de las técnicas para el control en tiempo real de la movilidad, de las técnicas para el intercambio de información entre entes y de las técnicas, en fin, para la formalización y modelación de los procesos de decisión. Consideraciones del todo análogas valen con referencia al campo de acción de los entes de gestión de las infraestructuras de redes operantes en una ciudad: desde aquellas para la distribución del agua, de la energía eléctrica y del gas, a las del acantarillado, a las telefónicas, hasta las redes informativas más sofisticadas. Las innovaciones tecnológicas, en cuanto facilitan la posibilidad de adquirir, elaborar, combinar y utilizar en tiempo real las informaciones, ejercen con seguridad una influencia positiva sobre el proyecto, la realización, el mantenimiento, la gestión y el control de cada red. No sólo eso. Ofrecen la oportunidad de superar un planteamiento para compartimientos estancos de cada ente de gestión, de crear y actualizar una base común de datos e instrumentos cartográficos digitalizados capaces de producir notables economías de gestión y evitar al menos las más notorias superposiciones e incongruencias. Se podría proseguir recordando el papel que estas innovaciones pueden desempeñar y, al menos en parte, ya desempeñan, para la solución de problemas colectivos, como los ambientales, en la medida en que favorecen el intercambio de informaciones entre científicos, técnicos, industrias y admi-
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nistraciones públicas o vuelven más incisiva la transmisión de informaciones que induzcan en los ciudadanos comportamientos ambientalmente sostenibles. Pero alargar la lista de los ejemplos no añadiría nada a un escenario ya delineado con suficiente claridad. Las administraciones públicas tienen sólidas razones para favorecer y encaminar las innovaciones de las infraestructuras puntuales y de red, de los productos y de los respectivos modos de uso en el sector de la informática y de la comunicación. De modo que se confirma que un importante criterio adicional para juzgar acerca de la validez y legitimidad de los apoyos públicos a las innovaciones consiste en verificar el grado de convergencia con otras políticas prioritarias de los actores públicos.33 Por el contrario, perseguir una convergencia semejante requiere a veces una difícil coordinación entre diversas estructuras organizativas operantes dentro de cada administración pública. A propósito es interesante la constatación un poco desconsolada de D. A. Bromley, asistente del presidente de los Estados Unidos George Bush para la ciencia y la tecnología, de que “más de veinte agencias federales apoyan programas vitales de ciencia y tecnología” y que “por lo menos otras dieciocho agencias se ocupan de la transferencia tecnológica a la industria”.34 Además, conectando las políticas de la innovación con otras políticas sectoriales, se amplía el abanico de los aspectos involucrados y se vuelve más complejo también el sistema de decisión. En efecto, cada nuevo aspecto introducido comporta la intervención en las elecciones y en la determinación de las prioridades de actores públicos y privados, institucionales, no institucionales o casi institucionales. Pero esta complejidad es inevitable en cuanto está íntimamente conectada con los procesos innovadores y es también una condición indispensable para elaborar programas que tengan sólidas conexiones con la realidad y, por lo tanto, esperanzas de éxito. Por otra parte, es inevitable una reflexión sobre los ins33. En esta dirección parece moverse, por ejemplo, el documento de la Comisión Europea, Propuesta de decisión del Parlamento Europeo y del Consejo relativa al Quinto programa cuadro de las acciones comunitarias de investigación, de desarrollo tecnológico y de demostración, 30 de abril de 1997. Ulteriores aspectos aceptables de este programa son la introducción de momentos de control y de revisión intermedia de los objetivos y de los resultados de los programas de investigación financiados, como la elección de apoyar el desarrollo de redes de cooperación entre los centros de investigación institucionales. 34. D. A. Bromley, 1994.
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trumentos utilizados por los actores públicos para ayudar y guiar los procesos innovadores. Las administraciones públicas están viviendo una fase de transición de una situación en la que eran propietarias y muchas veces dirigían en condiciones de monopolio importantes servicios e infraestructuras de utilidad pública, a otra situación en la cual estas mismas actividades ven una intervención masiva de operadores privados.35 Para continuar cumpliendo con los deberes de tutores de los intereses colectivos, deben potenciar las propias capacidades de control poniendo a punto instrumentos diferentes de los tradicionales y más aptos para operar desde el interior de una lógica de mercado en vez de proceder prescindiendo de esta lógica. Un primer instrumento desde hace tiempo a disposición de los actores públicos, aunque todavía escasamente analizado desde esta perspectiva, es la capacidad de influir sobre el desarrollo de determinados productos y procesos productivos que poseen usuarios privilegiados, cuando no exclusivos, de algunas innovaciones tecnológicas. Muchos protagonistas y estudiosos de los procesos innovadores comparten la idea de que las innovaciones se producen en las industrias con el objetivo principal de encontrar los favores de un “consumidor” más bien genérico. Es el llamado modelo market-pull de los procesos innovadores, tradicionalmente contrapuesto al modelo technology-push, que asigna, en cambio, a la tecnología la capacidad de imponer sus propias innovaciones a un mercado pasivamente receptivo. La hipótesis market-pull en su forma clásica introduce una primera distorsión en cuanto crea arbitrarias discriminaciones aun dentro del mismo mundo de las empresas. Al proceder así se considera que son promotoras de innovaciones sólo las empresas que producen bienes finales, descuidando injustamente a todas aquellas que, en el proceso productivo, se sitúan aguas arriba. Pero, haciendo referencia sólo a un hipotético y difuso comprador medio, se corre el riesgo de que queden poco exploradas y menos aun practicadas las fuertes potencialidades que los actores públicos (en especial las administraciones públicas) tienen de influir en el éxito de algunos tipos de innovaciones ejerciendo a pleno su papel de compradores de productos y servicios agrega35. El más clásico de los ejemplos en este sentido es el de la industria de la telecomunicación, en la que están desapareciendo gradualmente las condiciones de monopolio de los llamados “telecom club”.
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dos y, justamente por esto, dotados de un notable poder contractual.36 En la práctica, lo que proponemos aquí es una revisión del acercamiento market-pull, en el que tengan un peso determinante no sólo las preferencias atribuidas –arbitrariamente o no– a los consumidores individuales, sino también las necesidades verdaderamente expresadas por los grandes compradores colectivos. Por otra parte, intervenir no sólo en el nivel de los precios sino también sobre los parámetros cualitativos y de prestación de los productos y de los servicios adquiridos es actualmente una práctica bastante difundida entre los actores públicos. Un fuerte incremento de las demandas formuladas en términos de prestación seguramente puede contribuir a dar impulso al proceso innovador. De este modo, en efecto, se abre el camino a soluciones que, aun prescindiendo de las tipologías objetuales y tecnológicas existentes, demuestren satisfacer las exigencias de los compradores y de los usuarios finales. Las administraciones públicas, además, tienen óptimas razones para aprovechar su posición privilegiada de grandes compradores de productos y servicios, puesto que esos productos y servicios son esenciales para el cumplimiento de sus deberes institucionales y parainstitucionales. Estas dos condiciones (poder contractual y motivaciones profundas) dejan entrever interesantes potencialidades desde el punto de vista de la innovación. Se podrán abrir nuevas espirales para la elaboración y la ejecución de políticas innovadoras eficaces por parte de los actores públicos (entendidos como usuarios de innovaciones) a condición, obviamente, de que se desarrolle una adecuada conciencia y se asuman comportamientos en consecuencia.37 Desde nuestro punto de vista esta perspectiva es de 36. Para hacerse una idea de la importancia de ese poder contractual basta con pensar que en los países de la OECD (Organization for Economic Co-operation and Development) los actores públicos efectúan compras de productos y servicios por un monto variable entre el 5% y el 15% del producto bruto interno. En los países adherentes a la Unión Europea, esto se traduce, cada año, en un gasto de 720 millardos de ecus equivalentes a cerca de 2.000 ecus por cada ciudadano de la Unión. OECD, Greener Public Purchasing, 1997. 37. Se han tomado importantes iniciativas a nivel internacional para fijar criterios y líneas guía comunes para las políticas de compra de los entes públicos. Se deben recordar las directivas de la Unión Europea, que proporcionan al respecto una grilla legislativa ya suficientemente definida. Además, se pueden mencionar las iniciativas de la Comisión Europea para mejorar y potenciar las prácticas de public procurement en mercado interno de la Unión Europea y para coordinar esas prácticas con otras políticas comunitarias como las concernientes al ambiente. Un testimonio ulterior de la importancia que está adquiriendo esta temática es la asunción por parte de la OECD de lo sostenible ambientalmente en el public procurement como ámbito de trabajo estratégico.
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enorme interés. No sólo demuestra el compromiso inicial según el cual el sistema de los interlocutores del diseño industrial con referencia a las innovaciones es mucho más rico de cuanto normalmente se tienda a considerar. Vuelve también mucho más explícito y comprensible el significado de la afirmación, que compartimos, sobre la base de la cual el diseñador industrial interpreta y representa, en el cumplimiento de su propia actividad, las necesidades de los “usuarios” de los productos que proyecta. En este caso, en efecto, el usuario ya no es sólo una entidad definida únicamente en términos estadísticos con el que se mantienen relaciones vagas y filtradas por estructuras y procedimientos de análisis de mercado. Es, en cambio, un conjunto de personas muy concreto, aunque compuesto y articulado. Con este conjunto de personas, en cambio, se puede interactuar directamente hasta imaginar específicas oportunidades de intervención profesional para los diseñadores industriales precisamente dentro de la estructura organizativa de los actores públicos de la innovación. En este caso, el diseñador industrial podría asumir diversas funciones: planificar, desde la óptica de un gran usuario público, la compra, la administración y el mantenimiento de los productos que éste utiliza para el desenvolvimiento de su actividad institucional, señalar las necesidades de innovaciones y, en fin, contribuir a realizarlas.
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La introducción con todo derecho del diseño industrial en el sistema universitario ha hecho surgir oportunidades, problemas y temas de reflexión desconocidos para una formación extrauniversitaria preocupada sólo por proporcionar una pura y simple “profesionalidad”. No porque entre los dos tipos de formación las relaciones estén totalmente ausentes o que falten superposiciones y objetivos comunes. En efecto, aun la formación universitaria debe proveer de aptitudes profesionales, pero también tiene ulteriores y específicas funciones y encara con diferentes modalidades las tareas comunes. Esto es bastante obvio si se piensa en la peculiaridad de la institución universitaria madurada en el tiempo a través de la confrontación de modelos culturales y organizativos muy diferenciados y caracterizada por el entrecruzamiento de funciones de didáctica, de investigación y de servicios prestados a la comunidad en la que actúa y a la sociedad en general. Volver a recorrer la historia de la presencia relativamente breve, aunque significativa, del diseño industrial en la institución académica consiste, sobre todo, en examinar en perspectiva las cuestiones más importantes de la actual didáctica del diseño industrial a la luz de los principales modelos de universidad que se han sucedido en los siglos. Esto puede ser, por lo tanto, de gran interés. Estos diversos modelos de universidad manifiestan, en efecto, distintas concepciones del saber, de su papel social y de las relativas modalidades de producción y transmisión. De modo que reflexionar sobre esos modelos puede ser un modo de añadir a la educación en el campo del diseño industrial una “filosofía de la educación”, o sea, una “teoría capaz de dar una finalidad y, por lo tanto, intencionalizar la actividad del
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educador”.1 Pero hay también un interés más práctico, casi instrumental: muchos de los nudos problemáticos que debemos enfrentar ya en la didáctica del diseño industrial a nivel universitario tienen, de alguna manera, antecedentes en problemas extensamente encarados en el pasado, cuyas trazas son bien visibles y condicionantes en la actual estructuración de la universidad. Por lo tanto, es conveniente colocarlos en ese contexto más vasto con el fin de confeccionar un cuadro en el que estén claras todas las implicaciones y que permita entonces emplear elecciones más fundadas. Por cierto, algunas cuestiones no son enteramente nuevas. ¿Qué tipo de diseñador industrial queremos formar? ¿Qué aptitudes profesionales, qué instrumentos metodológicos y culturales debe tener a disposición? ¿Qué significan profesionalidad, competencia y especialización en el campo del diseño industrial? ¿Es posible, sobre la base de diferentes grados de profesionalidad, competencia y especialización, identificar distintos perfiles profesionales en el campo del diseño industrial a los que correspondan también determinadas posiciones en el mundo del trabajo? ¿Cuál será en el futuro la capacidad de respuesta proyectual del diseñador industrial a problemas nuevos y por el momento imprevisibles? ¿Qué papel desempeña el proyecto en la didáctica y en qué relaciones se encuentra con las disciplinas teóricas, técnicas y científicas? ¿De qué manera y en qué medida las ejercitaciones proyectuales en el ámbito didáctico proporcionan competencias transferibles a proyectos reales y, por lo tanto, utilizables en la actividad profesional? ¿Por qué, en las condiciones actuales, puede ser necesario e importante encarar determinados proyectos y no otros? Dicho de otro modo, ¿un curso de estudios universitarios en diseño industrial debe ocuparse de puntos temáticos específicos o tener en cambio un carácter más “neutral”? ¿Qué conexiones organizativas y de contenido deberían ser puestas en acción y profundizadas con otros cursos de estudios proyectuales? ¿Qué relaciones existen entre didáctica e investigación, entre transmisión, problematización y adelanto del saber en el campo del diseño industrial? En realidad, toda institución didáctica de cualquier tiempo dedicada al diseño industrial, pero más en general toda 1. T. Maldonado, 1959.
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institución formativa operante en el campo proyectual se ha enfrentado con preguntas análogas. Del mismo modo se puede decir que algunas cuestiones de gran actualidad para la formación en el campo del diseño industrial pertenecen a la historia de la controversia en torno de la institución universitaria. En especial, el debate sobre la posibilidad o no de incluir en sentido propio en la universidad una formación profesionalizante o, al contrario, la discusión sobre la oportunidad o no de restringirla a la formación liberal. Otra discusión tradicionalmente ligada al tema recién mencionado es la que se refiere al grado de especialización que debería caracterizar a la universidad, sobre la relación entre formación especializada y generalizada. Según se opte por una solución o por la otra, se estará orientado hacia modelos didácticos y estructuras organizativas muy diferentes. El período de la historia universitaria, si se quiere reflexionar sobre el grado más oportuno de profesionalización y de especialización, es sin duda el de los comienzos de la universidad moderna en el siglo XIX. En efecto, en ese momento histórico, las elecciones efectuadas sobre aquellos temas eran caracterizantes para los modelos de universidad que poco a poco eran propuestos y enfrentados. Como veremos dentro de poco, eso no quita que otras fases de la historia de la universidad, aun mucho más antiguas, como la medieval, estén en grado de proporcionar indicaciones preciosas con referencia a otros aspectos. Volver a los debates del siglo XIX sobre la universidad es interesante no sólo porque permite remontarse a los orígenes de ciertos aspectos problemáticos cuyas diversas soluciones han dado lugar, en los países europeos y extraeuropeos, a varios modelos de formación superior. Aun para nosotros es específicamente relevante en la medida en que esas soluciones han recaído directamente sobre la ubicación de los fines formativos referentes al diseño industrial en el panorama universitario y consecuencias indirectas, pero siempre significativas, sobre los mismos contenidos y objetivos de esos fines formativos.2 Tomemos como ejemplo el tema mencionado anteriormente acerca de la posibilidad o no de incluir en la institu2. La atribución de un elevado valor al análisis histórico de los sistemas universitarios en relación con las estructuras sociales que los han generado ha caracterizado numerosas y autorizadas propuestas de reorganización de la universidad contemporánea, sobre todo en períodos en los cuales el fermento reformista era mayor. Véanse R. Aigrain, 1949; C. H. Haskins, 1957; C. Kerr, 1964; R. Holmes Beck, 1965; R. Mondolfo, 1966; A. Touraine, 1972; P. Seabury, 1975; E. Garin, 1976; W. Jens, 1977.
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ción universitaria una formación de tipo profesional y especializado. A partir de posiciones contrapuestas acerca de este tema se han elaborado modelos culturales y organizativos de universidad divergentes por completo. La reforma universitaria napoleónica de 1815 ha dado a Francia una instrucción superior netamente dirigida a la formación de técnicos, funcionarios y grand commis. Una formación, por lo tanto, con fuertes componentes aplicables, profesionales y específicos cuyos elementos unificantes deben rastrearse, preferentemente, en la vertiente organizativa y burocrática mientras, en cambio, los contenidos didácticos son diferenciados en la medida en que reflejan la variedad de los perfiles profesionales. En la vertiente del diseño industrial, esta segmentación ha producido efectos destacables aun en la actualidad. En efecto, en el panorama universitario francés es más marcada que en otras partes la tendencia a enfrentar la proyectación de los productos por compartimientos estancos con una separación más bien neta entre las instituciones que favorecen los componentes técnicos y las fases de ingenierización por una parte y, por la otra, las que se ocupan casi exclusivamente de los aspectos formales.3 La misma traducción francesa de la expresión “diseño industrial” (esthétique industrielle) es más bien clara al respecto. Diametralmente opuesto, en este aspecto, era el planteamiento del modelo universitario propuesto por Wilhelm von Humboldt para Berlín y a continuación extendido a toda Alemania. En ese modelo, la universidad no tiene como objetivo transmitir profesionalidad y mucho menos proporcionar una formación especializada, sino más bien configurarse como una comunidad de formación e investigación que contribuya a la elaboración y al desarrollo de una ciencia desinteresada, orgánica y “unitaria”.4 Esa comunidad está caracterizada por dos conceptos diversamente articulados en la práctica en la que se condensa el espíritu de la universidad ideal según von Humboldt: “libertad y soledad” (Freiheit und Einsamkeit).5 La “libertad” se ma3. En este sentido son inequívocos también los resultados de la investigación llevada a cabo por Quynh Delaunay, Conception de produits et/on design industriel?, 1996, por cuenta del Département centres de ressources technologiques del Ministère de l’Éducation Nationale, de l’Enseignement Supérieur et de la Recherche Français. 4. Véase A. Rigobello y otros, 1977. 5. H. Schelsky, 1963.
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nifiesta concretamente en la reivindicación de la libertad de enseñanza y de investigación por parte de los docentes, en la denodada defensa de la autonomía (Selbstverwaltung) de la comunidad universitaria con respecto a eventuales presiones provenientes de la sociedad a propósito de la gestión de los recursos y de la asignación de las cátedras y en la libertad de los estudiantes de someter a debate, crítica y refutación la enseñanza de los docentes. La “soledad” es casi una directa consecuencia de la libertad, expresa la idea de una comunidad científica que vive una experiencia existencial con fuertes connotaciones de “sacerdocio laico” o directamente de comunidad claustral. El rechazo, de raíz humboldtiana, de una función profesionalizante para la universidad es una razón no secundaria de la peculiaridad del sistema formativo superior alemán en el cual existen instituciones especiales, las Fachhochschulen, separadas de la universidad y en las cuales encuentra lugar la formación profesional superior, comprendida la del campo del diseño industrial. La propuesta de von Humboldt se caracteriza por dos peculiaridades ulteriores que son aun para nosotros significativas.6 La primera es la institución dentro de la universidad de un nexo estructural de las funciones de investigación y didáctica. Históricamente, un nexo semejante no se daba por descontado; al contrario, en ciertos períodos se habían formado instituciones netamente separadas: de un lado las universidades que debían formar a los jóvenes para las futuras profesiones, del otro instituciones como el gymnasium academicum o las academias de las ciencias y de las artes en las que se concentraba una investigación ajena a las funciones didácticas. La segunda peculiaridad relevante es el carácter “público” de la universidad. Precisamente por sus características y sus funciones de elemento propulsor de una ciencia desinteresada, la universidad merecía ser incluida entre las obligaciones principales del Estado nacional y no podía ser confiada a manos privadas o dirigida con criterios privatistas. En otros contextos, la organización universitaria ha tomado caminos muy diferentes, al menos desde este punto de vista. En el sistema universitario estadounidense, por ejemplo, el papel unificante del Estado es muy débil, si no del todo ausente, mientras es aun más marca6. H. Weinstock, 1957.
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da la autonomía de las universidades particulares y la propensión a la competitividad basada incluso sobre la variedad de la oferta didáctica. Algunas características de la universidad humboldtiana tienen sus raíces en experiencias históricas precedentes y trasponen los límites nacionales originarios para inscribirse en contextos culturales muy diferentes del iluminismo, del humanismo y del idealismo alemán. Por ejemplo, el Einsamkeit y el fuerte sentido de autoidentificación de la comunidad de los docentes y de los discípulos remiten al carácter iniciático y de compromiso, inclusive en términos personales, de las escuelas filosóficas helénicas surgidas en los primeros siglos de la especulación filosófica occidental en Grecia y en Sicilia. El papel de sujetos activos y en absoluto subalternos de los estudiantes, que en la concepción humboldtiana contrabalancea la libertad de investigación y de enseñanza de los docentes, hace recordar lo que ocurría en algunas universidades medievales. En particular recuerda la situación del studium boloñés, en el que los estudiantes, a través de sus representaciones electivas, controlaban de hecho la gestión de la universidad y a los cuales estaba reservado hasta el título de rector.7 Pero tal vez más interesante aún es la similitud con la influencia que los estudiantes de las universidades medievales ejercían sobre los contenidos de la didáctica. Piénsese en el papel determinante de los estudiantes en la proposición de los temas de las questiones quodlibetales, o sea, de las confrontaciones organizadas antes de navidad, pascua y pentecostés en las que los docentes debían someter a pública discusión sus propias opiniones y sus propias tesis sobre esos temas. Contrariamente a las hipótesis de von Humboldt, la universidad medieval era una institución de carácter asociativo privado o, de todos modos, autónomo en relación con el Estado.8 Era una universitas studentium y al mismo tiempo una universitas docentium antes que una universitas studiorum y, por lo tanto, no estaba tan caracterizada por un modelo formativo unitario garantizado por el Estado como por un acuerdo de tipo privado entre quien quería aprender y quien estaba en grado de enseñar. 7. G. Arnaldi, 1974; A. B. Cobban, 1975. 8. También era proverbial la distancia entre “ciudad y toga” (town and gown). Véase H. Wieruszowski, 1966.
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También en otros países europeos se encuentra, en el siglo XIX, esta mezcla de aspectos que conducen al modelo humboldtiano y otros netamente diferentes y explicables más bien sobre la base de tradiciones culturales autóctonas. Un buen ejemplo es el modelo presentado en Inglaterra por John Henry Newman, uno de los fundadores del “Movimiento de Oxford”, que ha contribuido a una apertura de las históricas universidades de Oxford y Cambridge9 frente a los nuevos fermentos de la sociedad británica del 1800 y luego convertido en rector de la futura universidad católica de Dublín. Lo que mancomuna la universidad de Newman con la de von Humboldt es, por cierto, el concepto de una universidad entendida como “ambiente formativo” en el que el crecimiento personal global de los alumnos debe prevalecer sobre su adquisición de específicas competencias y conocimientos inmediatamente utilizables. Empero, partiendo de este principio, él llega sobre un segundo argumento a conclusiones opuestas a las de von Humboldt. Sostiene, en efecto, la necesidad de mantener separadas aun desde un punto de vista institucional y organizativo la didáctica y la investigación; la primera es precisamente colocada en las universidades, la segunda se desarrolla más propiamente en las academias. Ante la alternativa entre carácter “liberal” y “aplicado” de la formación universitaria, Newman muestra, en perfecta sintonía con von Humboldt, una neta predilección por la primera, pero la confrontación, inevitable para él, con la tradición empirista y utilitarista de matriz anglosajona lo lleva a profundizar este tema añadiendo consideraciones que mantienen, aun hoy, un gran interés.10 Newman toma distancia sin duda del utilitarismo benthamiano en cuanto sostiene que el objetivo final del hombre no es la “felicidad” sino el pleno desarrollo de sí mismo y afirma que “si se debe asignar un objetivo práctico a un curso universitario, es el de preparar buenos miembros de la sociedad”.11 No obstante eso, no considera terminado el discurso sobre la utilidad de la enseñanza universitaria, no supone que esa utilidad sea incompatible con los ideales de una formación liberal y, al contrario, amplía muy oportunamente el concepto 9. L. Stone, 1974. 10. A. Dwight Culler, 1955. 11. J. H. Newman, 1959.
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de útil. Ante todo subraya la importancia de una enseñanza que sea útil también para la sociedad en general y no sólo para el futuro especialista al cual se imparte esa enseñanza. Destaca por otra parte que aun para la formación de un especialista son útiles no solamente las enseñanzas “profesionalizantes”, puesto que un especialista necesita poseer conocimientos más amplios que aquellos pertinentes en sentido estricto a su propia especialidad. Semejantes afirmaciones que recuerdan las de Vitruvio, según el cual el arquitecto es “un profesional completo [...] que tenga una instrucción literaria, que sea experto en el diseño, preparado en geometría, que conozca un buen número de narraciones históricas, que haya seguido con atención lecciones de filosofía, que conozca la música, que tenga algunas nociones de medicina, que conozca la opinión de los juristas, que haya adquirido las leyes de la astronomía”12 son absolutamente suscribibles aun con referencia a la formación del diseñador industrial. También en otros ámbitos nacionales el debate sobre la universidad ha tocado, en el siglo XIX, estos mismos temas que hemos encontrado en el centro de la reflexión humboldtiana y, en alguna circunstancia, las referencias a los resultados de esa reflexión son explícitas. En Italia es el caso de la conocida prelusión de Antonio Labriola en la Universidad de Nápoles en 1896, en la que sostiene con fuerza y autoridad el principio de la libertad de investigación y de enseñanza en la universidad.13 Esta fugaz divagación en la historia de la institución universitaria nos sirve para reconsiderar con mayor imparcialidad y, al mismo tiempo, con menor ingenuidad algunos problemas actuales de la didáctica del diseño industrial. Es indudable que la universidad hoy no se limita a proporcionar una formación liberal y ya no puede subsistir la menor duda sobre la legitimidad de introducir cursos de estudio profesionalizantes junto a aquellos que se proponen un crecimiento personal y cultural de los alumnos. En efecto, los contenidos de las demandas que la sociedad presenta ante la universidad han cambiado, al menos porque se ha afirmado el derecho generalizado a una instrucción superior. Para decirlo de un modo extremadamente simplificado, la universidad ya no tiene la función de formar 12. Vitruvio, De Architectura (1997), p. 15. 13. A. Labriola, 1968.
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una elite juvenil cuya transformación en clase dirigente es casi automática y, como quiera que sea, independiente de los estudios realizados sino, en cambio, la de proporcionar, al número más amplio posible de jóvenes, una formación que tienda a ser orgánicamente preliminar a la actividad laboral.14 Semejante pasaje de una universidad elitista a una universidad con tendencia a las masas, aun no habiendo sido cumplido todavía, no podía dejar de influir en la determinación de los fines y las funciones sociales de la universidad misma. Por lo tanto, esta nueva universidad es, por elección y por necesidad, mucho más sensible a las exigencias de quien la frecuenta esperando de ella una emancipación social y un billete de ingreso en el mundo del trabajo. Se puede notar así que, aun quien sigue estudios teóricamente “desinteresados” como los de filosofía, en la mayor parte de los casos lo hace con el objetivo de obtener las aptitudes necesarias para desempeñar una profesión (enseñante, periodista, operador cultural, etcétera). Esto es verdad con mayor razón para quien frecuenta estudios aplicativos por naturaleza, como los de diseño industrial. Sabemos bien que el pasaje a una universidad de masas puede desvanecer en los hechos las expectativas de quien la frecuenta esperando obtener un salvoconducto para el mundo del trabajo. De aquí han surgido problemas antes desconocidos para quien no puede evitarlos, en especial la necesidad de orientar el aflujo de los estudiantes hacia los cursos que ofrecen más perspectivas de ocupación y también de programar las futuras oportunidades en los diversos sectores, de modo de encontrar indicaciones para programar el número de los estudiantes.15 Estas operaciones de orientación y selección requieren sin embargo ulteriores reflexiones y perfeccionamiento y tienen que volver también sobre los contenidos y la organización didáctica. Para dar sólo un ejemplo, se podrá poner el acento sobre una formación de base que pueda ser impartida más fácilmente aun en una universidad de masas o limitar el número de estudiantes vinculándolo a una programación general de las 14. Esta transformación ha sido reconocida hace tiempo aun en el contexto cultural alemán, donde todavía eran muy fuertes los lazos con la tradición humboldtiana. Véase H. Becker, 1957. 15. Una encuesta publicada en el número especial de la revista francesa Esprit, 5-6 (mayo-juinio de 1964), que ha comprendido a numerosos y autorizados expertos del sector, resume con claridad muchos de los temas introducidos en el debate de la universidad de masas y aún es actual.
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figuras profesionales consideradas socialmente necesarias o, en fin, uniéndolo más estrechamente con las relaciones humanas y materiales, con las potencialidades de los laboratorios y de los equipamientos de que dispone la universidad.16 Por otra parte, al efectuar estas elecciones será necesario tener en cuenta dos aspectos difícilmente controlables con las técnicas tradicionales de programación. La primera dificultad es la de la delimitación del ámbito territorial de referencia de la programación. La creciente tendencia al aumento de la movilidad de las personas hace que ya no se pueda efectuar una programación nacional sino supranacional, por ejemplo, una programación a nivel europeo en vez de referida a cada uno de los Estados nacionales. La segunda dificultad es, al menos en parte, consecuencia de la primera. ¿A través de qué razonamientos y mecanismos es posible transformar las previsiones hechas sobre una escala tan amplia en indicaciones puntuales para cada universidad en particular que efectúa sus propias elecciones sobre el número de estudiantes que recibirá y sobre el tipo de información que les proporcionará? Esta pregunta es esencial puesto que es inherente a la relación entre la necesidad del sistema universitario en conjunto de responder adecuadamente a las necesidades sociales de formación superior y, por otra parte, el derecho/deber de cada universidad de definir autónomamente su propio perfil. Estas circunstancias prefiguran una actitud netamente diferenciada frente a los dos pilares de la concepción humboldtiana de la universidad: Freiheit y Einsamkeit. La Freiheit permanece y hasta es potenciada de alguna manera cuando asume nuevas acepciones y matices. Una de las características más colmadas de consecuencias de esta nueva libertad es la autonomía económica, entendida ya no como gestión autónoma de un monto de recursos prefijado y hecho disponible por el Estado 16. Por cierto, el desarrollo de algunas tecnologías puede hacer menos rígida la programación del límite superior de estudiantes aceptables en una estructura universitaria. Me refiero en especial a las tecnologías utilizadas para formas de autoaprendizaje guiado como podían ser las teorizadas por la cibernética o por las más recientes y sofisticadas tecnologías para la coproyectación y para la comunicación audiovisual interactiva. Estas tecnologías podrán producir cambios radicales en la actividad didáctica y, por lo tanto, merecen ser seguidas con gran atención. Pero por el momento parece que no están en grado de sustituir total y eficazmente a la relación directa docente-alumno. Para un testimonio sobre los primeros pasos en esta dirección, véanse R. Buckminster Fuller, 1962; H. Frank, 1964; W. Correll, 1965; H. Frank y B. S. Meder, 1971.
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sino como asunción, por parte de la universidad, de características y comportamientos típicos de los operadores económicos. Si así puede decirse, el precio a pagar por la libertad y la asunción en primera persona es el deber de adquirir, al menos en parte, los recursos necesarios. Esta situación, que siempre ha sido parte esencial de algunos contextos universitarios, en especial modo del estadounidense,17 ahora se está difundiendo hasta generalizarse. Un primer efecto importante es la competencia entre varias universidades, todas animadas del deseo y, al mismo tiempo, de la necesidad de procurarse los recursos para desarrollar su actividad del mejor modo posible.18 La intervención del Estado no desaparece pero se transforma. Se reduce la importancia de las contribuciones generales y aumentan los incentivos dirigidos a apoyar proyectos específicos. El Estado, entonces, adquiere un papel que no le era propio y se parece, en algunos aspectos, al de otros interlocutores (personas privadas, pero también organismos institucionales supranacionales) que erogan recursos a cambio de prestaciones cuantificables. Se añaden así inéditas declinaciones a cada una de las funciones históricas de la universidad (didáctica, investigación y servicio) mientras las relaciones recíprocas y los equilibrios entre tales funciones se hacen mucho más fluidas y mutables. En la práctica, a la investigación dirigida a un crecimiento de los conocimientos colectivos y estrechamente relacionada con la didáctica en un proceso dialéctico de transmisión y problematización del saber, se añade otra mucho más ligada con las funciones de servicio por lo que respecta a los contenidos y a los procedimientos, y su finalidad es esencialmente la de procurar a cada universidad un aporte tangible en términos de recursos. Esto lleva evidentemente a la aparición de tipologías de universidades diferenciadas justamente en función del peso que están en grado de adquirir en este segundo tipo de investigación. Éste es, por ejemplo, el parámetro sobre el cual, en el sistema estadounidense, se determina la pertenencia o no de una institución a la categoría de las llamadas 17. Entre los numerosos estudios efectuados sobre el sistema universitario estadounidense, es especialmente interesante A. Martinelli, 1978. 18. Esta nueva forma de competitividad entre universidades no sustituye la confrontación entre diversas escuelas de pensamiento organizadas en comunidades de investigación pero se le suma. Acerca de las consecuencias de esta novedad sobre la gestión universitaria, véanse F. E. Rourke y G. E. Brooks, 1966; G. Martinoli, 1967.
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research-intensive universities. Naturalmente, incluso en estos casos, la universidad mantiene un papel propio autónomo en términos de funciones desempeñadas, de objetivos y de comportamientos con respecto a otros centros de investigación y de servicios. La misma didáctica tiende, en ciertos casos, a transformarse en actividad remunerativa para la institución universitaria en la que los estudiantes invierten, de modo más o menos consistente, en determinados cursos de estudio con la convicción de poder obtener en el futuro ventajas desde un punto de vista ocupacional y profesional.19 La distinción recién mencionada entre dos tipos de investigación universitaria, el primero estrechamente conectado con la didáctica; el segundo, en cambio, más cercano a las funciones de servicio y normalmente considerado una de las consecuencias de la expansión de la población estudiantil. O sea que se supone que un elevado número de estudiantes no se adapta a algunos tipos de investigación y, aun permaneciendo dentro de la universidad y bajo la responsabilidad de la comunidad de docentes, no ven un compromiso directo de los estudiantes sino más bien una transmisión de resultados de la investigación en la didáctica filtrada de la experiencia personal de los docentes. De modo que parece reproducirse, en el interior de una misma institución, esa separación entre “universidad”, entendida como lugar de la didáctica, y “academia”, considerada como lugar de la investigación. Tal vez eso sea verdad en ciertos sectores, especialmente en aquellos en los que la investigación necesita instrumentos y equipos sofisticados cuyo acceso debe ser, necesariamente, reservado a un número limitado de operadores. En estos casos será imprescindible rever e intensificar las relaciones entre la investigación orientada hacia el servicio y aquella orientada hacia la didáctica, ya que sólo un lazo sólido entre estos dos tipos de investigación justifica su convivencia en el seno de la universidad. Pero hay otros sectores en los cuales esta distinción está menos marcada, para los cuales una didáctica de masas pue19. Es verdad que este planteamiento es históricamente relacionable con el contexto universitario estadounidense, pero se está difundiendo, aunque con modalidades e intensidades no homogéneas, también en otros ámbitos, en especial en Europa. El semanario alemán Die Zeit reproducía, por ejemplo, en el número 46 del 7 de noviembre de 1997, la autorizada opinión al respecto del presidente de la República Federal Alemana Roman Herzog, y citaba ejemplos de experiencias ya en curso en diversos países.
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de conciliarse más fácilmente con una “investigación de masas”. El diseño industrial pertenece a esta segunda categoría. Para sostener una afirmación que puede parecer poco convincente como la recién enunciada, conviene referirse a dos tipologías de investigación presentes en el diseño industrial: una investigación interna en el universo del discurso del diseño industrial y una que, en cambio, se focaliza sobre las relaciones entre diseño industrial y otros sectores científicos y disciplinarios. Al primer grupo pertenecen tanto investigaciones dirigidas a innovar los instrumentos metodológicos propios del diseño industrial para potenciar sus capacidades de intervención, como investigaciones que tienden a explorar proyectualmente las soluciones de problemas importantes y en los cuales tienen un papel principal los productos industriales y los sistemas de productos. La segunda categoría comprende, en cambio, esas investigaciones en las cuales se verifican el alcance y la importancia de innovaciones desarrolladas en otras áreas (tecnológica, económica, social, etcétera) con las cuales entra en contacto el diseño industrial o se estimulan tales innovaciones mediante los instrumentos propios de la proyectación y planificación de los productos industriales o, en fin, se participa aportando el propio patrimonio de aptitudes a proyectos de investigación comunes. Viéndolo bien, ninguna de estas dos tipologías de investigación es incompatible con la didáctica y ni siquiera se puede sostener en línea de principio que los resultados de tales investigaciones sean perjudicados por una “masa” de estudiantes siempre que ésta esté controlada y dotada de estándares adecuados de equipamientos y recursos. Mejor aún, de muchas maneras, la participación de un número consistente de docentes y estudiantes en este tipo de investigaciones, no puede menos que ser recibida como un factor capaz de aumentar la tasa de innovaciones desde el momento que, sobre el mismo problema, pone numerosas ideas frente a frente y aumenta las posibilidades de verificación. De modo que, en el campo del diseño industrial, el nexo de la investigación con la didáctica, proveniente de la mejor tradición universitaria, parece no sólo no haber perdido validez sino incluso haber encontrado nueva savia en el contexto actual y ser todavía uno de los rasgos que caracterizan la didáctica y la investigación universitarias con respecto a las desarrolladas en otros contextos y por otras personas.
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Se pueden manifestar juicios análogos si se examina el mismo problema desde el punto de vista de la didáctica. Hoy en día, en el campo del diseño industrial, es necesario que las dos funciones tradicionales de la universidad (transmisión y producción/problematización del saber) sean mutuamente conectadas de modo más puntual y específico. En otras palabras, es necesario que la investigación, además de producir nuevo saber, encuentre nuevos caminos para difundirlo y, por otra parte, que la didáctica problematice el saber y experimente concretamente las teorías y las metodologías propuestas por la investigación. O sea que el desarrollo de la parte experimental de la didáctica es muy importante para transmitir a los estudiantes una especie de learning to learn by doing, es decir, la capacidad de desarrollar dispositivos de aprendizaje ya teorizada y experimentada en las ciencias cognoscitivas especialmente por Harry F. Harrow. De todo lo dicho hasta ahora es fácil comprender que el Einsamkeit humboldtiano hoy es mucho menos actual. La didáctica y la investigación universitaria están sometidas a condicionamientos externos de diversa naturaleza pero capaces de limitar la “soledad” y hacer inevitable, para la comunidad académica, una interacción operativa con realidades externas. De un lado están las exigencias de la comunidad nacional y supranacional a las que pertenece la institución universitaria; del otro, las demandas más contingentes y circunstanciales de cada tema económico. Didáctica e investigación del diseño industrial no hacen excepción a este respecto. Como es obvio, la sociedad en conjunto siempre ha alimentado expectativas ante la propia institución universitaria aun si, con el cambio de los momentos históricos, los contenidos de tales expectativas y la presión consiguiente sobre la estructura organizativa universitaria han cambiado. En primer lugar, las expectativas ante la instrucción técnico-científica son grandes porque en la opinión corriente este tipo de instrucción, acompañado de una actividad de investigación eminentemente aplicable, es indispensable para formar en términos cualitativos y cuantitativos el personal a emplear en la competición internacional entre áreas geopolíticas competidoras. Así se explican también el desaliento y las consiguientes propuestas de potenciamiento masivo de la formación en este campo en momentos en los que una de esas áreas geopolíticas, con razón o sin ella, considera haber sufrido un fracaso o haber
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perdido la supremacía. En un artículo aparecido en 1959 en Merkur, Tomás Maldonado se encontró frente a uno de los momentos en que ha sido más alta la tensión consiguiente a este tipo de contraposiciones. Nos estamos refiriendo a las propuestas de reorganización de la didáctica después de la desilusión zigzagueante en el mundo occidental y en especial en los Estados Unidos en 1957 por el momentáneo éxito de la Unión Soviética en la carrera del espacio.20 Incluso en los momentos de menor dramatización de las relaciones internacionales, las demandas de formar personal idóneo para sostener con éxito la competición económico-productiva son apremiantes y mancomunan los organismos y las agencias nacionales y supranacionales en el mundo de la industria. Las industrias, en efecto, más allá de las demandas presentadas especialmente a la universidad y concernientes más propiamente a la investigación y los servicios, manifiestan en general la exigencia de poder disponer de personal que esté capacitado para entrar eficazmente y sin demora en el mundo productivo. Esta irrefrenable aspiración a lo “concreto” que acomete tanto a la didáctica como a la investigación es obviamente legítima, pero necesita algunas precisiones referentes sobre todo al reparto más idóneo de tareas formativas entre personas sociales diferentes. En efecto, la universidad no tiene la exclusividad ni de la investigación ni de la formación, pero tiene una identidad precisa que connota tanto la investigación como la didáctica universitaria con respecto a las de otras instituciones con las que se relaciona y que, a su vez, desarrollan con pleno derecho actividades formativas o de investigación. Como ha hecho notar oportunamente Mario Bunge, restringir con pragmatismo mal entendido el horizonte de la investigación y de la didáctica, especialmente las universitarias, a sectores temáticos inmediatamente aplicables puede ser no sólo conceptualmente equivocado sino también contraproducente.21 Por otra parte, precisamente por sus características, la universidad no es con toda seguridad la institución más idónea para seguir las exigencias mudables y circunstanciales del mundo productivo frente a la investigación y la didáctica. Hay que 20. T. Maldonado, 1974, pp. 78-98, [89-111]. En ese período, en Occidente era grande el interés por el sistema educativo soviético. Véase A. G. Korol, 1957. 21. M. Bunge, 1997.
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preguntarse, en efecto, cómo puede una institución como la universitaria, caracterizada por una congénita tendencia a comportamientos “viscosos” asumir concretamente esta ductilidad en un currículum. Es verdaderamente problemático para una institución de ese tipo acompañar los cambios, solicitarlos o hasta provocarlos. La mayor dificultad consiste, como es obvio, en la impetuosa rapidez de tales cambios. Algunas mutaciones, en efecto, comportan sólo el cambio de acentuaciones temáticas en el interior de un cuadro estructural de la didáctica que puede permanecer sin cambios en sus líneas esenciales; más raros son los cambios radicales de cuadro. Es verdad que el fuerte impulso hacia una autonomía cada vez mayor de cada universidad puede contribuir a volver más flexibles los planes de estudio. Como quiera que sea, esta operación no puede llevarse más allá de ciertos límites porque la universidad tiene el mandato institucional de consolidar el saber que se debe transmitir en los recorridos formativos “oficiales”. Hay, en cambio, otros lugares u otras ocasiones, incluso para la misma universidad, de impartir cursos más experimentales y mudables. Queremos decir que, en una situación transitoria de los contextos científico, tecnológico, social, económico, etcétera, y de crecimiento progresivo de los conocimientos necesarios para afrontar esas transiciones, la respuesta no puede ser confiada sólo a los cursos oficiales que introducen en el mundo del trabajo proporcionando un perfil cultural y profesional definido. Existe el problema de una formación mucho más cuidada y con el objetivo en la introducción en un sector productivo específico y existe el de una “formación permanente” hecha no para facilitar el ingreso en el mundo productivo sino para acompañar la actividad laboral absorbiendo y haciendo posibles los cambios que se verifiquen en ella. Este tipo de formación puede encontrar espacio en varios contextos. Puede ser, por ejemplo, impartida directamente en el interior de una empresa o de las organizaciones asociativas de un sector productivo o profesional. La universidad tiene probablemente más que otras instituciones todas las aptitudes y la experiencia para ampliar su actividad didáctica al campo de la formación permanente y un empeño suyo en esta dirección es legítimo y oportuno siempre que no se confunda este tipo de formación con la de los cursos oficiales, que requiere una cierta estabilidad y permanencia de contenidos. Evidentemente, no
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se piensa sostener una línea conservadora de inmutabilidad de los cursos oficiales de la universidad, sino señalar que las necesarias reformas de tales cursos no pueden hacerse sobre la base de lógicas ocasionales y efímeras. La debida constatación del carácter profesionalizante de la didáctica universitaria no autoriza una posición liquidadora ante una en absoluto obsoleta educación liberal de los diseñadores industriales, tanto que hay quien los ha definido “profesionales que han recibido una educación liberal”. A semejante actitud se opone ante todo una interpretación del concepto de profesionalidad que no sea excesivamente estrecho y que, por el contrario, atesore convicciones expresadas al respecto ya en el siglo XIX por John Henry Newman y antes mencionadas. Incluso en tiempos muy recientes la desconfianza ante una competencia profesional excesivamente especializada no sólo se ha confirmado sino también enriquecido con numerosas pruebas de apoyo. Robert Dahl ha demostrado sin sombra de duda cómo el concepto mismo de competencia es complejo y no trivializable.22 Muchos otros han relativizado la capacidad de previsión de los “expertos” y han traído a la luz el hecho de que el conjunto de instrumentos de que disponen para resolver los problemas puede diferenciarse poco del simple buen sentido aunque si, a veces, para mantener el aura de una profesionalidad iniciática, se hace de ellos un uso que roza la mistificación.23 Por lo tanto es evidente que, aun para la formación del diseñador industrial a nivel universitario, se debe tener como referencia y como objetivo una profesionalidad “ampliada”, no ufana de conocimientos tan especializados que resultan ineficaces en la mayoría de los casos concretos. La asunción coherente de una concepción semejante tiene incidencias inevitables sobre la estructura organizativa y sobre los contenidos de la didáctica del diseño industrial ubicada en un contexto universitario. Incidencias que determinan incluso problemas al menos parcialmente no resueltos, ante todo el de establecer cuánto y en qué direcciones debe ser ampliada la profesionalización. Traducido en términos de organización curricular, esto significa preguntarse qué papel deberán tener en la formación universitaria de un diseñador industrial las disciplinas teóricas, históri22. R. Dahl, 1985. 23. Véanse J. S. Armstrong, 1980; J. Shanteau, 1992; J. Shanteau y T. R. Stewart, 1992.
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cas y científicas, que no puedan ser consideradas puramente aplicables y auxiliares pero que, en cambio, aumentan la tasa de “liberalidad”. Tales disciplinas se pueden considerar profesionalizantes en sentido lato en cuanto refuerzan la propensión a valorar autónoma y críticamente la propia profesión, cada tarea proyectual asumida y el contexto en que esas tareas son llevadas a cabo. Se puede decir que, en cierta medida, es justamente la entidad de su incidencia la que crea una diferencia entre la formación brindada en un ámbito universitario y la impartida por otras instituciones. Por otra parte, la experiencia nos enseña que el sistema formativo universitario del diseñador industrial hace tiempo que está estructurado en diversos niveles que dan lugar a diferentes perfiles profesionales caracterizados por una variedad de equilibrios entre los componentes inmediatamente aplicables y los teóricos. Actualmente se está asistiendo a un proceso de reorganización de ese sistema que permite una relación más codificada entre los niveles formativos y que tiende a superar las diferencias preexistentes debidas a los contextos nacionales.24 Esta tendencia a la homogeneización de la estructura formativa universitaria de los diversos países tiene la finalidad de facilitar la movilidad internacional de la gente sea durante los estudios como en las fases laborales de su vida. Una característica distintiva de ese sistema es el hecho de que los diferentes niveles formativos, además de tener una consistencia autónoma, están conectados en serie. Simplificando, se puede decir que éste prevé, después de la escuela media superior, un primer ciclo didáctico (normalmente de tres años de duración) que proporciona un título utilizable en el mundo del trabajo (bachelor en el mundo anglosajón, diploma universitario en Italia) y al mismo tiempo da acceso a los ciclos formativos superiores. Los estudios pueden proseguir luego con un ciclo de una duración media de dos años que provee un segundo título (master en el mundo anglosajón, laurea en Italia) y, a 24. Para analizar los sistemas educativos universitarios vigentes a nivel internacional y los proyectos de transformación en curso de acción me he servido, además de conocimientos directos y de fuentes bibliográficas, también de las informaciones que me proporcionaron algunos amigos y colegas. Gracias a ellos he podido reconstruir un cuadro satisfactorio de la situación en diversos países europeos, en América del Norte y América del Sur, en Japón. Cito sus nombres para agradecerles: Licia Bottura, Richard Buchanan, Michael Burke, Quynh Delaunay, Jorge Frascara, Michael Klar, Akiyo Kobayashi, Reinaldo Leiro, Victor Margolin, Bernd Meurer, Shutaro Mukai, Detlef Rahe, Thomas Rurik, Harald Stetzer.
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continuación o en forma paralela, con la especialización en un sector específico o con el doctorado de investigación (Ph. D.).25 Con toda probabilidad, este modelo no sustituirá inmediatamente los existentes caracterizados por trayectos formativos independientes pero, al menos en una fase transitoria, se sumará a ellos. No obstante, ya existen diversas razones para considerarlo con atención, sea porque identifica una línea de desarrollo compartida en principio por los responsables de las políticas universitarias, sea por las motivaciones sobrentendidas o explícitas que le han dado origen. El objetivo declarado es el de proporcionar al número más elevado posible de jóvenes la oportunidad de entrar pronto en el mundo del trabajo después de una formación relativamente breve que responda a las exigencias de la producción.26 El diagnóstico del panorama universitario estadounidense efectuado por D. Allen Bromley expone la intención de privilegiar el primer nivel formativo invirtiendo una situación considerada anómala. Al mismo tiempo, formula de manera más bien explícita los requisitos del perfil profesional que, según su opinión, deberían caracterizar ese nivel. “En los Estados Unidos –señala Bromley con pesar– tendemos a focalizarnos preferentemente sobre descubrimientos revolucionarios, hechos típicamente por Ph. D., que llevan al premio Nobel y tal vez a la creación de sectores industriales del todo nuevos. Por el contrario, tendemos a ignorar los descubrimientos evolucionistas hechos típicamente por técnicos de las líneas de producción, que llevan al mercado un producto de precio ligeramente inferior, un poco más rápido y con un poco más de confiabilidad.”27 Es relativamente fácil transferir este modelo general y estos auspicios a la formación en el campo del diseño industrial. Por lo que concierne a los objetivos y los perfiles formativos, todo eso se traduce en una sucesión de niveles en los que se pasa de la adquisición de una profesionalidad restringida a la de una profesionalidad ampliada. El pasaje que conduce a la definición de los currículos necesarios para obtener estos objetivos requie25. Éste es, a grandes rasgos, el contenido de la declaración común sobre la “Armonización de la arquitectura de la formación universitaria europea” suscripta en la Sorbona, en París, el 25 de mayo de 1998 por los ministros de la Universidad de Francia, Alemania, Gran Bretaña e Italia. 26. La declaración común citada en la nota precedente expresa precisamente esta intención. 27. D. A. Bromley, 1994, p. 117.
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re algunas reflexiones ulteriores aunque algunos presupuestos sean claros. Se afirma, por ejemplo, que la progresión de los niveles formativos inferiores a los superiores debe estar caracterizada por una “ampliación” del concepto de profesionalidad y, por lo tanto, de un papel creciente de las disciplinas teórico-críticas; del aumento de los espacios de autoorganización y autogestión del currículum concedidos a cada estudiante para estimular la responsabilización; del creciente carácter experimental de la didáctica puesta en relación cada vez más estrecha con la investigación; de una capacidad cada vez mayor de encarar problemas de frontera gracias al cruce con los otros itinerarios formativos. Este último tipo de flexibilidad es fomentado por mecanismos de control de la progresión didáctica de los estudiantes basados sobre los llamados “créditos didácticos”, o sea, sobre la posibilidad de ver contabilizadas incluso experiencias didácticas efectuadas afuera y diferenciadas con respecto al itinerario formativo estándar. Por otra parte, semejante libertad de trasponer los límites y de construirse un itinerario formativo en parte autónomo, aunque reservado a los niveles formativos superiores, lleva a un primer plano el tema de la colocación institucional del sistema formativo del diseño industrial. Es muy probable, en efecto, que al elaborar su propio currículum, el estudiante tienda a extenderse con preferencia sobre los terrenos física e institucionalmente contiguos. De manera que el hecho de que el sistema formativo del diseño industrial sea colocado en un politécnico antes que en una academia de bellas artes, en una universidad general o en una institución adecuada; que junto a los currículos de diseño industrial haya o no currículos de comunicación visual y multimediática, de arquitectura, de ingeniería, de ciencias humanísticas, etcétera, puede convertirse en un factor determinante. Por otra parte, esta variabilidad potencial delinea los contornos de una primera cuestión que merece ulteriores profundizaciones: la necesidad de conciliar una ampliación de la profesionalidad en direcciones diferentes y también la pronosticada emulación entre las instituciones con la finalidad declarada de obtener una cierta estandarización de los perfiles profesionales que permita la comparación y la movilidad. Una segunda cuestión abierta está en cambio más adentrada en la organización de los estudios de diseño industrial. Normalmente,
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tales estudios comienzan con la adquisición de conocimientos básicos, todavía no rígidamente aplicados o aplicables, y sólo a continuación es dispuesta la formación profesional en sentido estricto. La sucesión en serie de los niveles formativos y la ubicación de la profesionalidad restringida en el primer nivel obliga, de alguna manera, a derribar este planteo y es evidente que no se trata de una operación de poca monta. Desde este punto de vista es esencial examinar la función didáctica de los ejercicios proyectuales y las relaciones entre tales ejercicios y las otras disciplinas. Es suficiente un mínimo de familiaridad con los currículos de diseño industrial para darse cuenta del papel primordial que los proyectos didácticos desempeñan en ellos. Por otra parte, esta centralidad del trabajo proyectual en la vida de las instituciones didácticas del diseño industrial es aun más evidente en las autopresentaciones preparadas por éstas (exposiciones, publicaciones, documentaciones programáticas, material ilustrativo, etcétera). Independientemente de la orientación cultural de la escuela o también ante la carencia de una orientación única y precisa, la manera más difundida para mostrar el perfil profesional característico de los alumnos que completan sus estudios, consiste en mostrar la carpeta de los proyectos elaborados durante el trayecto formativo. El conjunto de estos trabajos se convierte después, en cierta medida, en el elemento caracterizante de la escuela. La idea de que una universidad exponga a la discusión externa los resultados de su actividad didáctica y con ello acepte un juicio general sobre la institución formulado a través de la valuación de los trabajos de los estudiantes no es original ni reciente. Ya en su Deducirter Plan einer zu Berlin zu errichtenden höheren Lehranstalt de 1807, Fichte, ilustrando su propio modelo para la Universidad de Berlín, preveía que los mejores ejercicios escritos por los alumnos fueran publicados en los “Anuarios de los progresos del arte científico en las escuelas de arte” (Jahrbücher der Fortschritte der wissenschaftlichen Kunst an der Kunstschule). Simétricamente y con los mismos objetivos, en las escuelas de diseño industrial actuales, como en las de todas las épocas, son expuestos los trabajos proyectuales de los alumnos. Tal vez se pueda preguntar acerca de la oportunidad de que toda la riqueza de la actividad didáctica sea expresada sintéticamente mediante la presentación de los resultados de los ejercicios proyectuales y sobre la capacidad de tales ejercicios de
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hacer saber las ideas, los fermentos y las visiones que se comparan y a veces chocan dentro de una escuela de diseño industrial. Algunas razones de esta elección reductora a primera vista son comprensibles inmediatamente. Es mucho más fácil mostrar proyectos que exponer conocimientos teóricos fatigosamente adquiridos y, por otra parte, del tipo de proyectos expuestos, de las elecciones proyectuales efectuadas y del itinerario proyectual adoptado puede traslucirse también el trabajo teórico que los ha generado. Pero en la base de la centralidad del proyecto didáctico se encuentra también una clara hipótesis formativa relativamente ajena a las exigencias de autopresentación y autorrepresentación de cada institución. O sea que se presupone que, a través de la simulación in vitro de la actividad proyectual se puedan madurar capacidades y competencias necesarias y suficientes para poder ejercer a continuación la profesión de diseñador industrial. En teoría, la formación universitaria en el campo de la proyectación podría seguir dos caminos. Por una parte, se podría desarrollar una didáctica orientada al proyecto; por la otra, una didáctica orientada a la teoría. En el primer caso los estudiantes aprenden su actividad futura mediante una simulación que incluye, también, la síntesis proyectual de los conocimientos adquiridos; en el segundo, en cambio, la síntesis proyectual no entra en juego y ellos adquieren una competencia bastante general por medio de un trabajo teórico y metodológico, casi sin efectuar ejercicios concretos en el período universitario. Las ventajas y desventajas de estas dos soluciones alternativas son conocidas desde hace tiempo, pero la hipótesis predominante es que, como quiera que sea, no se puede prescindir de los ejercicios proyectuales. Detrás de esas hipótesis hay también algunas presuposiciones que no pueden permanecer implícitas. Así se considera, en alguna medida, que se puede establecer con anticipación cuál será el tipo de actividad profesional del diseñador industrial una vez que haya terminado su propio itinerario formativo. Además, se asume como corolario que, mediante una ejercitación proyectual que reproduzca algunas condiciones operativas de la realidad, se pueden trasmitir y adquirir competencias (skills). O sea que se acentúa el componente de adiestramiento de la formación. Ese componente es especialmente apropiado y es empleado en abundancia cuando se trata de adquirir conocimientos instrumentales
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para emplear más adelante en una realidad que no se aleje mucho de la experimentada. Es el caso, por ejemplo, del adiestramiento en el uso de equipos complejos como aviones o naves espaciales, que se basa sustancialmente en la reconstrucción lo más fiel posible de la realidad y en el esfuerzo de anular o, por lo menos, de neutralizar las eventuales “sorpresas”. Por eso, actualmente, los simuladores son empleados muy extensamente y en todas sus potencialidades técnicas modélicas que lleven a la “realidad virtual” en la que quien está bajo adiestramiento es puesto en condiciones de aprender una serie de procedimientos que después repetirá reduciendo al mínimo indispensable los comportamientos innovadores y los alejamientos de los conocimientos adquiridos. En cambio, en el caso del diseño industrial, como en cualquier otro proceso de formación que tenga como finalidad la producción de capacidades proyectuales, el adiestramiento no basta, a pesar de ser imprescindible. Ante todo porque la capacidad de actuar de modo heurístico es una característica esencial para el diseñador industrial y para cualquier proyectista y las situaciones por lo menos parcialmente inesperadas e imprevistas, en lugar de ser un trastorno en su actividad, son más bien la regla. Además, aun queriendo, sería prácticamente imposible una utilización del proyecto didáctico en términos de puro adiestramiento. En una situación que cambia de modo tan rápido e imprevisible, es bastante inverosímil y raro que los estudiantes se cimenten en su futura actividad con los mismos proyectos que ya han encarado en la universidad. Las condiciones del entorno y las correspondientes consecuencias para el proyecto serán distintas en todo caso. Una derivación problemática de una didáctica basada de modo casi exclusivo sobre la reproducción dentro de la universidad, de las condiciones reales en las que se desenvuelve la actividad proyectual en la profesión, tiene en cuenta las relaciones con el mundo externo y especialmente con la industria. Para decirlo más explícitamente, hay quien sostiene la hipótesis de que, para aumentar la verosimilitud de la simulación proyectual didáctica, hay que trabajar incluso dentro de la universidad en contacto directo con los principales interlocutores del diseñador industrial en tanto que profesional. Como hemos visto, esas relaciones, para ser recíprocamente fructíferas, requieren, aun en el campo de la investigación y del servicio que la universidad
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cumple en lo externo, que estén planteadas en modo muy transparente y salvaguardando las finalidades específicas de cada uno de los participantes. Esto es mucho más cierto con respecto a la didáctica, porque en este caso los riesgos y las consecuencias potencialmente distorsionantes de interferencias indebidas, son mucho mayores. En realidad, la discusión sobre la oportunidad o no de una relación estrecha entre industria y didáctica nació al mismo tiempo que las escuelas de diseño industriales y ahora se conocen todas las argumentaciones en pro y en contra de las dos posiciones. Sabemos bien que una elección de temas didácticos cercanos a la realidad productiva y social ofrece una serie de ventajas difíciles de ignorar, como la posibilidad de reconstruir un cuadro del problema proyectual a resolver mucho más verídico, de acceder a informaciones difíciles de encontrar, de usar equipos para el desarrollo de los proyectos no disponibles en la universidad, de obrar más concretamente. Pero también sabemos que la tentación de una utilización directa e inmediata de los resultados proyectuales puede ser grande, y también el riesgo de que se pierda la coherencia del planteamiento didáctico general a causa de una excesiva consideración por temas y ritmos de trabajo dictados por exigencias contingentes y pertenecientes a lógicas diferentes de la formativa. Para decirlo en pocas palabras, una cooperación de esta clase puede ser útil si se inspira en objetivos de largo plazo; no lo es o puede ser incluso un instrumento de corrupción intelectual si nace de operaciones de pequeña envergadura y si la didáctica es, de algún modo, desviada hacia temas diferentes de aquellos de los que hay que ocuparse institucionalmente. Llamar la atención acerca de las necesarias precauciones y las razones por las cuales la formación, en el campo del diseño industrial, debe poseer algo más que el puro adiestramiento no significa, sin embargo, disminuir el papel de los proyectos didácticos. Por otra parte, la convicción de que para adquirir la capacidad de proyectar no se pueda prescindir del ejercicio proyectual está demasiado enraizada y ha sido experimentada con buenos resultados demasiado tiempo y en demasiados sectores proyectuales para ser totalmente falsa. Ya Vitruvio, en su famoso tratado sobre la arquitectura, sostiene que “El saber del arquitecto es rico por los aportes de numerosos ámbitos disciplinarios y de conocimientos relativos a varios campos [...]. La acti-
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vidad ligada a ese saber resulta de un componente teórico y uno práctico. El aspecto práctico consiste en el ejercicio continuado y consumado de la experiencia”.28 O sea que pone en conexión la función didáctica del ejercicio proyectual con la riqueza y la variedad de conocimientos a adquirir. De todos modos, la opinión de Vitruvio no es simplemente una curiosidad histórica y la referencia a la formación del arquitecto tiene importancia también para otras figuras proyectuales con motivo, por lo menos, de su radicación más antigua en las instituciones formativas. Los currículos de estas instituciones han prestado siempre una gran atención al ejercicio proyectual, retomando en esto también las modalidades de formación precedentes a la institucionalización universitaria y basadas, esencialmente, sobre el conocimiento de técnicas y secretos profesionales mediante el aprendizaje en los talleres o dentro de las corporaciones. Por otra parte, este alto concepto de los proyectos didácticos está confirmado incluso por los profesionales que reflexionan retrospectivamente sobre su propia formación y sobre las ventajas que han extraído de ella.29 Aun prescindiendo de una búsqueda minuciosa de las raíces de los problemas y de la aceptación acrítica de prácticas adquiridas, es interesante destacar que los análisis más atentos y conscientes de los puntos problemáticos de la formación universitaria actual en el campo de la arquitectura especifican temas de reflexión muy similares a los que se encuentran también en el ámbito del diseño industrial.30 Esto es particularmente cierto justamente en cuanto concierne al papel de los proyectos didácticos, su capacidad de preparar para la práctica proyectual profesional y, sobre todo, para una práctica profesional flexible y variable, su grado de “realismo” y de “verosimilitud”, sus características organizativas (proyectos largos o cortos, grupos de proyecto grandes o pequeños, presencia o no de competencias y funciones específicas e integrables, etcétera, dentro del grupo de proyecto), sus relaciones con las disciplinas teóricas. Viéndolo bien, tal vez convenga retomar este mismo tema del empleo de la ejercitación proyectual con fines didácticos en otros términos, enlazándose a un tema central en la 28. Vitruvio, De Architectura (1997), p. 13. 29. Véanse D. Haskell, 1954; O. Bohigas, 1968; A. J. Wiesand y otros, 1984; R. Gutman, 1988; N. Teymur, 1992. 30. Véase C. Schnaidt, 1979.
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reflexión de las ciencias cognoscitivas: cuáles son los procesos de transferencia y de adquisición de las competencias (skills) cognoscitivas y, todavía, ¿existen modalidades de transferencia específicas y limitadas a objetivos aislados o estas modalidades no cambian al variar los tipos de competencia transmitidos? Este cambio de aproximación permite ir más allá de una contraposición estéril y superada de los hechos entre autores y opositores del proyecto didáctico y penetrar en mayor medida en la esencia de los tipos de proyectos que pueden ser más idóneos para la transferencia de competencias. Sobre este punto se han enfrentado tradicionalmente dos posiciones teóricas contrapuestas que la experimentación se ha encargado de aproximar y fundir.31 La primera posición, incluso en sentido temporal, es la expresada en la llamada doctrina de la disciplina formal (doctrine of formal discipline). Esa doctrina, desarrollada el comienzo del siglo XX, rescata la hipótesis aristotélica de una mente humana compuesta por un conjunto de facultades generales (observación, atención, razonamiento, etcétera) que son mantenidas e incrementadas mediante ejercicios cuya eficacia es independiente del contenido específico. Según esta hipótesis, la capacidad de razonamiento, por ejemplo, puede ser cultivada mediante el estudio del latín o, indiferentemente, de la geometría. Se pueden entrever similitudes entre la doctrina de la disciplina formal y algunas importantes teorías pedagógicas, entre ellas la teoría del desarrollo cognoscitivo de Jean Piaget. Si se aceptase in toto esta doctrina y se la trasfiriese al problema del que nos estamos ocupando aquí, la consecuencia sería un fuerte redimensionamiento o, mejor, una diferente interpretación del proyecto didáctico en cuanto instrumento de transmisión de las competencias proyectuales. El camino sería más bien el de identificar las facultades que caracterizan la competencia de un diseñador industrial y ejercitarlas mediante el estudio de disciplinas teóricas o mediante ejercicios proyectuales totalmente indiferentes a los contenidos y concentrados exclusivamente en aspectos metodológicos y de procedimiento. Netamente contrapuesta era la tesis de Edward Lee Thorndike, que catalogaba como “superstición” (superstition of 31. Un cuadro muy rico y bien articulado de las teorías sobre la transferencia de competencias cognoscitivas es presentado en M. K. Singley y J. R. Anderson, 1989, y empleado como base de referencia para su propuesta de revisión de la ACT* theory of skill acquisition.
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general training) la idea de que pudiese existir un adiestramiento general de las facultades cognoscitivas independiente de los contenidos transmitidos. La segunda doctrina, que toma el camino precisamente de sus estudios y de sus teorizaciones, es antitética con respecto a la de la disciplina formal, por lo tanto, atribuye una gran importancia a los contenidos específicos de las competencias transmitidas y hace una lectura notablemente mecanicista y asociacionista de los procesos de aprendizaje. En esencia, según el modelo de Thorndike, el aprendizaje tiene lugar mediante una oportuna conexión entre estímulos y respuestas y a través de una sucesión de pruebas y errores. Opuesta con respecto a este punto era la posición de los psicólogos de la Gestalt, que proponían una distinción cualitativa entre lo que llamaban “aprendizaje privado de sentido” (senseless learning), refiriéndose a las teorías asociacionistas de Thorndike, y su propio “aprendizaje dotado de sentido” (meaningful learning). De este modo querían destacar las diferencias entre un aprendizaje que consistiría en la memorización mecánica de conexiones estímulo-respuesta respecto de otro que tendría como objetivo una comprensión profunda y holística de las relaciones estructurales subyacentes detrás de un problema. Las diferencias desde el punto de vista de la estructura didáctica, según el planteamiento que se adopte, son evidentes. Con el tiempo se han cristalizado otras numerosas dicotomías que han caracterizado diversas escuelas en el ámbito de las ciencias cognoscitivas. Desde el punto de vista de la descripción de los procesos de aprendizaje, se pueden mencionar, por ejemplo, acercamientos analíticos (que tratan de comprender qué partes de conocimiento son transmitidas mediante qué pasajes) y acercamientos no analíticos, que se contentan con establecer que efectivamente se haya efectuado una transferencia de competencias. Uno de los temas más importantes y más discutidos de parte de quien se ha ocupado de modo específico de transferencia de competencias con el objetivo concreto de elaborar eficaces currículos es el referente a la posibilidad de establecer jerarquías entre las competencias transmitidas y, por lo tanto, de distinguir entre una transferencia “horizontal”, que se efectúa en el mismo nivel jerárquico, y una transferencia vertical, en la que es necesario aprender previamente “competencias de base” (basic skills) antes de proceder al aprendizaje de las que corresponden a un mayor nivel de complejidad. Esto recuerda
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inmediata y oportunamente los diversos niveles en los que se va estructurando el sistema formativo del diseño industrial. Por otra parte, se retoman incluso aspectos de teorías hoy superadas y se los actualiza a partir de experimentaciones que suavizan las diferencias más marcadas y contribuyen a crear teorías e interpretaciones más esfumadas y combinadas. Es, por ejemplo, el caso de la transferencia de competencias independientes del contenido, que parecía definitivamente superado y, en cambio, es retomado en cierta medida por Herbert A. Simon y Allen Newell en el momento en el que afirman la existencia y la transferibilidad de métodos generales de problem solving. Junto a los llamados “métodos fuertes” (strong methods) para la trasmisión de conocimientos específicos, tienen derecho de ciudadanía también los “métodos débiles” (weak methods) más apropiados para la transmisión de conocimientos generales. La imposibilidad de tomar posiciones definitivas e irrefutables sobre las cuestiones debatidas en el ámbito de las ciencias cognoscitivas no invalida su utilidad desde el punto de vista de la didáctica del diseño industrial. Al contrario, son de gran ayuda para identificar los puntos sobre los cuales concentrar la atención, especialmente cuando se están evaluando los modos de empleo de los ejercicios proyectuales en el proceso formativo. En definitiva, se puede afirmar que el proyecto como actividad didáctica desempeña, por cierto, un papel importante, pero éste no es un objetivo en sí mismo como se cree a menudo, sino un ejercicio de simulación mediante el cual adquirir competencias para utilizarlas en la futura actividad proyectual. O sea que, a través del proyecto, se debe adquirir la capacidad de estructurar un problema (incluso un problema insólito), de coordinar las más diversas contribuciones profesionales para encontrar una solución y evaluar las consecuencias. En estas circunstancias, el itinerario podría ser alguna vez más importante que el resultado proyectual mismo y ésta es, evidentemente, una diferencia notable con respecto a los proyectos profesionales. Así se modifican también las relaciones entre proyecto y otras disciplinas, por ejemplo, las diferentes técnicas de representación, las disciplinas teóricas y científicas. Estas disciplinas poseen asimismo un valor autónomo, en cuanto ofrecen a los estudiantes conocimientos y capacidad crítica no inmediatamente transferibles al proyecto en cuestión, sino más bien una especie de gramática y de sintaxis para realizar otros proyectos en el futuro.
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Las superposiciones entre proyecto didáctico y otras disciplinas son, por lo tanto, importantes sobre todo metodológicamente porque, como hemos sostenido muchas veces, la capacidad de coordinación tiene un papel fundamental en la actividad proyectual del diseñador industrial. La función del proyecto en la didáctica es esencialmente la de coordinar efectivamente en ejemplos prácticos todos estos aportes, elegirlos oportunamente y ordenarlos jerárquicamente caso por caso. En la estela de estas consideraciones puede ser retomado el tema citado poco antes de la constitución de niveles jerárquicos entre las competencias a transmitir y de la diferencia entre transferencia vertical y horizontal. La traducción en nuestro esquema organizativo y conceptual es nada menos que la problemática del progresivo aumento del grado de complejidad de los proyectos didácticos encarados por los estudiantes y de la relación entre proyectos y disciplinas teóricas o técnicas pertenecientes al mismo nivel o al inferior. Hablar de niveles de complejidad en este contexto lleva a ampliar el concepto de complejidad de los productos. Además de la estructural, funcional y topológica de las que ya hemos hablado, los productos, si se los considera desde un punto de vista proyectual, tienen también otro tipo de complejidad que, en una primera aproximación, podemos calificar como “complejidad configuracional” cuya medida depende del número y del tipo de configuraciones del producto que son efectivamente tomados en consideración en el proyecto y de las relaciones jerárquicas que se instauran entre tales configuraciones. Ésta puede ser una clave de lectura para emprender el examen de un tema clásico de la programación didáctica en el campo del diseño industrial, o sea el papel, los contenidos y la misma utilidad del “curso fundamental”, o “curso básico”, o “curso preparatorio” traducción de varias expresiones acuñadas sobre todo en alemán e inglés: Vorkurs, Grundkurs, Grundlehre, basic design, foundation course. Los orígenes de este módulo formativo generalmente se hacen remontar al Bauhaus y, en efecto, esa atribución de paternidad es históricamente correcta aunque el Grundkurs del Bauhaus, en las varias fases en que puede ser subdividida la historia de esa institución didáctica, tenía otra índole y se proponía objetivos diferentes de los que hemos esbozado más arriba. No se trataba tanto de un módulo formativo que se colocaba en el primer escalón de una escala de complejidad cre-
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ciente, cuanto más bien de una experiencia iniciática que debía crear una especie de tabula rasa eliminando preconceptos y conocimientos superados y predisponiendo al alumno a recibir las enseñanzas que le serían impartidas. Estas primeras y simples observaciones ya han permitido descubrir la pluralidad de funciones y de expectativas que se han amontonado bajo la expresión “curso fundamental” o “curso básico”. Las diversas experiencias históricamente realizadas en varios contextos geográficos y didácticos han buscado de vez en vez privilegiar una de esas funciones en detrimento de otras. Pero muy a menudo se han encontrado, queriéndolo o no, efectuando una síntesis de dos o más de esas funciones. En ciertos casos el papel principal ha sido el propedéutico de iniciación; en otros, en cambio, el estabilizador de homogeneización de los conocimientos de estudiantes provenientes de trayectos escolásticos diferenciados, de adquisición de conocimientos instrumentales y conceptuales de base, de ejercitaciones proyectuales en el nivel mínimo de complejidad configuracional, de ejercitación proyectual concentrada sobre la gestión de las relaciones sintácticas en ausencia de una aplicación específica. Tratemos de penetrar más en la esencia de estos diferentes tipos de curso fundamental extrayendo puntos de arranque y ejemplificaciones de las experiencias históricamente realizadas con el objeto de comprender cómo se pueden encarar los problemas de la actualidad. Entre los problemas que emergen hoy pero no están menos enraizados en la historia del curso fundamental se encuentran, sin duda, los referentes a la alternativa entre curso fundamental especializado para el diseño industrial o compartido con otros trayectos formativos (en especial con la comunicación visual). Una cuestión ulterior considera el cambio de papel del curso fundamental cuando se pasa de un currículum que tiene una única salida (licenciatura, diploma universitario, etcétera) a uno que en cambio prevé una sucesión en serie de módulos formativos, cada uno de los cuales concluye con un perfil preciso que puede dar acceso, indiferentemente, al mundo del trabajo o a una continuación de los estudios. Estos agregados problemáticos nos pueden guiar en el análisis de varios tipos de curso fundamental y en la determinación de la más apropiada mixtura de esos tipos según las circunstancias. El Grundkurs del Bauhaus ya ha sido objeto de muchos análisis y evaluaciones incluso discordantes, pero actualmente
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quedan pocas dudas acerca de su carácter de iniciación y sus lazos con el activismo pedagógico. Tomás Maldonado ha focalizado la atención justamente sobre el Grundkurs y sobre las diversas versiones que nos han dado los protagonistas (de Itten a Kandinsky, Klee, Albers, Moholy-Nagy) cuando examinó la actualidad y la transferibilidad del modelo bauhausiano a la didáctica ulmiana. Este tema ha sido objeto de numerosos escritos suyos y, en parte, también del famoso carteo con Walter Gropius de 1963.32 Él caracteriza de este modo el Grundkurs bauhausiano: “El programa implícito en esa síntesis puede resumirse en los siguientes preceptos pedagógicos: el estudiante debe dar vía libre a sus fuerzas expresivas y creativas a través de la praxis manual y artística; desarrollar una personalidad activa, espontánea y sin inhibiciones; ejercitar integralmente sus sentidos, reconquistando así la perdida unidad psico-biológica, o sea, ese supuesto estado paradisíaco en el que las experiencias visuales, auditivas y táctiles no estarían en conflicto entre ellas; en fin, debe adquirir un conocimiento no exclusivamente intelectual sino también emocional, no a través de los libros sino por medio del trabajo”.33 En esencia, se trataba de la transferencia al nivel de formación universitaria de técnicas pedagógicas que parecen más apropiadas a ciclos formativos precedentes.34 Nadie puede o quiere esconder las diferencias entre Itten y Albers o Moholy-Nagy, pero la idea de un Grundkurs que haga tabula rasa de las experiencias precedentes y empuje al estudiante hacia la introspección los mancomuna como demuestra, por ejemplo, la confirmación de los mismos objetivos en el foundation course del New Bauhaus fundado por MoholyNagy en Chicago o en el curso de Albers en el Black Mountain College y después en Yale. La revisión del curso fundamental, promovida en la Escuela de Ulm por el mismo Maldonado, tiende hacia una mayor objetividad de los procesos de generación morfológica (introduce, además, elementos de topología, simetría, psicología de la percepción, etcétera) pero en un primer período con32. Véanse en especial T. Maldonado, 1958, 1963, 1966 y, en castellano, “Todavía el Bauhaus”, en T. Maldonado, 1974, pp. 153-172, [149-163]. 33. T. Maldonado, 1974, p. 154. 34. Una tentativa muy interesante de anticipar la adquisición de sensibilidades expresivas y formales es la de A. Marcolli, 1971. Véase también A. Marcolli, 1983.
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serva, al menos en parte, la herencia del Grundkurs bauhausiano entendido como enseñanza propedéutica y como momento de homogeneización de los conocimientos. En este primer período, el curso fundamental comprende todo el año de estudios y es común a todos los cursos de estudio (diseño industrial, comunicación visual, industrialización de la construcción). La fase sucesiva parte del agregado de nuevas acepciones al curso fundamental, en especial la de instrumento para la adquisición de conocimientos básicos y la de ejercitación proyectual, de problem solving en el nivel mínimo de complejidad como subraya Giovanni Anceschi.35 Esto tenía como consecuencia directa la reducción del espacio concedido al curso fundamental común a todos los cursos de estudio y la creación de cursos fundamentales especializados a los que son asignadas estas nuevas funciones. También para el diseño industrial permanecen las ejercitaciones en espacio bidimensional, pero están flanqueadas por una atención predominante hacia la adquisición de conocimientos básicos y por las ejercitaciones proyectuales tridimensionales (topología tridimensional, conexiones entre formas tridimensionales diversas, etcétera). Actualmente, el tema del curso fundamental puede ser encarado sólo teniendo plena conciencia de sus diversas caracterizaciones y teniendo en cuenta también las variaciones necesariamente introducidas por las tecnologías digitales, que vuelven inútiles ciertos tipos de ejercicios y exigen otros. Sólo esta articulación del curso fundamental en sus elementos constitutivos permite organizar un currículum en el que sean colocados en el punto justo y tengan el peso justo tanto los aspectos comunes del curso fundamental como los más específicamente conectados con el diseño industrial. La controversia sobre el curso fundamental y sobre las visiones contrastantes que de ella nos han sido proporcionadas hace emerger, en transparencia, otro punto de fundamental importancia en la historia de la universidad y que requiere también en nuestro caso ser reexaminado a la luz de las condiciones cambiadas. Me estoy refiriendo a la función desempeñada por las “escuelas” en el sentido que pudo haber sido atribuido a este término en la tradición que va de las escuelas filosóficas 35. G. Anceschi, 1983. Sobre el tema del basic design véase también G. Anceschi, 1972 y 1989.
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helénicas a los modelos universitarios ochocentistas de von Humboldt y de Newman hasta la actualidad, incluyendo en su interior numerosos y significativos ejemplos en varios campos (de la filosofía a la física, a la matemática, a la historia, a las ciencias sociales, pero también a sectores más cercanos a nosotros como la comunicación visual, la arquitectura y, no en último término, el mismo diseño industrial). Queriendo entrar más profundamente en la esencia, se puede decir que cada una de estas escuelas se caracteriza por una mezcla de elementos objetivos (polarización del interés sobre determinadas áreas problemáticas y sobre temas específicos, consiguiente elección de los interlocutores y de los compañeros de ruta, participación en las metodologías de acercamiento a las temáticas encaradas, compatibilidad alrededor de las elecciones culturales de fondo y, a veces, también en las preferencias formales y estéticas, etcétera) y de elementos más impalpables pero igualmente influyentes, como visiones comunes, valores y principios de referencia. Una mezcla semejante es precisamente lo que convierte una escuela en algo más que una estructura burocrático-organizativa y la acerca idealmente a las experiencias “comunitarias” tan presentes en la historia de la universidad. Decíamos que incluso en el campo del diseño industrial se encuentran calificados ejemplos de estas escuelas y los efectos destacables son importantes sea para quien ha tenido modo de participar en ellos en calidad de estudiante, sea por el desarrollo y la profundización de determinadas temáticas, sea, en fin, por la misma estructura organizativa de la universidad. En efecto, los alumnos que han tenido modo de participar en una experiencia significativa, como puede serlo la ofrecida por una escuela fuertemente caracterizada, no tienen dificultad en reconocer, aun pasado el tiempo, haber recibido una suerte de imprinting casi indeleble.36 Por otra parte, estas escuelas no son en realidad estáticas e inmutables, sino que, por el contrario, se transfieren a contextos espaciales y temporales distintos de los iniciales, modificándose a veces radicalmente pero manteniendo algunos elementos caracterizantes que hacen posible la reconstrucción de árboles genealógicos, tan ramificados como se 36. Véanse entre los muchísimos ejemplos que se pueden citar, las declaraciones de Franco Clivio y Michael Klar sobre la Escuela de Ulm en T. F. Bruns, 1997.
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quiera.37 En efecto, uno de los resultados más importantes de las escuelas es precisamente la continuidad que se da al análisis y al desarrollo de ciertas temáticas. Igualmente importante es el aporte que éstas proporcionan a la transmisión de una profesionalidad ampliada, de la cual forman parte no sólo las indispensables competencias técnico-operativas sino también visiones, principios y capacidad de análisis crítico. Esta posición “militante” es aun hoy más fácil de encontrar en instituciones que tengan dimensiones relativamente contenidas por cuanto, en estos casos, puede ser mayor la coherencia y el grado de participación de un modelo unitario.38 Su utilidad se extiende, no obstante, a instituciones mucho más grandes en las que el pluralismo, además de ser una necesidad, puede convertirse también en un enriquecimiento si se lo interpreta no como un achatamiento de todos en posiciones eclécticas sino como la posibilidad ofrecida a diversas escuelas de desarrollarse cabalmente y de compararse. Un modo concreto para obtener las ventajas de ese policentrismo es una organización de núcleos problemáticos y temáticos de la didáctica y de la investigación. Semejante organización da lugar a una estructura no amorfa pero articulada en forma policéntrica en la que diversas escuelas pueden convivir en el interior de una única institución, poniendo cada una el acento en temas que considere pertinentes al núcleo central del diseño industrial.
37. Aun en este caso citar ejemplos significa, por cierto, reducir el alcance de un fenómeno muy extendido. No obstante este conocimiento, mencionamos, en el campo que aquí tratamos, el árbol genealógico que se ramifica del Bauhaus en diversas prolongaciones, cada una reconocible en que retoma, más o menos críticamente, las premisas originales: School of Design, a continuación Institute of Design de Chicago, Escuela de Ulm, etcétera. Una difusión del modelo didáctico y cultural atribuible a la diáspora de los protagonistas mancomuna el Bauhaus a la Escuela de Ulm. Véase H. Lindinger, 1988 (en especial T. Maldonado, “Ulm rivisitata”, pp. 222-223; G. Anceschi y P. G. Tanca, “Ulm e l’Italia”, pp. 248-253; G. Bonsiepe, “Il modello Ulm in periferia”, pp. 266-268). 38. En este sentido es ejemplar H. Stetzer, G. N. Reichert y T. Rurik, 1997.
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El contexto en el que nos estamos moviendo nos conduce inevitablemente a examinar la relación entre producto y ambiente con un corte que prefiera la reflexión sobre un accionar proyectual orientado a la solución de problemas. En resumen, esto puede ser enunciado mediante la afirmación de que en el centro de nuestra atención se sitúan las relaciones, las intersecciones y las sinergías entre dos disciplinas –el diseño industrial y la proyectación ambiental– que tienen en su patrimonio genético el estímulo para las soluciones proyectuales de los problemas relativos a los productos y al ambiente respectivamente. Introduciéndonos un poco más minuciosamente en el núcleo, nos encontramos enfrentados a una serie de cuestiones agrupables en dos temas de reflexión que podemos enunciar con dos preguntas: ¿Es posible encarar de modo proyectual los problemas ambientales y, si la respuesta es positiva, qué papel desempeñan en este ámbito la proyectación y la planificación de los productos? ¿Cómo se transforman la proyectación y la planificación de los productos en el caso de que se quieran tener en cuenta los parámetros ambientales además de las configuraciones formales, funcionales, prestacionales, técnico-económicas, técnico-productivas, etcétera, que tradicionalmente corresponden a la actividad del diseñador industrial? Algunas precisiones sobre uno de los términos del binomio producto-ambiente (o sea, sobre la noción de “ambiente” entendido como objeto de estudio y de intervención de la proyectación ambiental) me parecen oportunas antes de entrar en lo vivo de las interrelaciones e influencias recíprocas.1 Ten1. Sobre el significado del término “producto” desde el punto de vista del diseño industrial ya nos hemos detenido extensamente. Véase en especial el capítulo 1.
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go plena conciencia de que la idea de encarar una temática definiendo preliminarmente las nociones de base puede parecer, por un lado, pedante; por el otro, veleidosa y dispersiva. En efecto, a menudo estos temores encuentran una comprobación en la realidad. Pero, por una vez, es necesario un acercamiento semejante con el fin de desembarazar el terreno de algunos equívocos persistentes y de prejuicios que atañen a la noción de ambiente y que podrían comprometer el desarrollo y los resultados de nuestro razonamiento. Por lo tanto querría recordar a continuación algunas de las características principales de la noción de ambiente, señalando las principales consecuencias operativas para cada una de ellas.2 El ambiente es un sistema, o sea que está caracterizado por la presencia de diversos elementos (físico-químicos, biológicos, socioculturales, técnico-económicos, etcétera) tan estrechamente conectados unos con otros que resulta muy difícil separarlos. A este sistema pertenecen componentes objetivos y mensurables como la concentración de sustancias contaminantes en la atmósfera, componentes subjetivos e inconmensurables como valores, necesidades individuales y colectivas, estilos de vida. Además, un sistema configurado de esta manera puede ser estructurado sobre la base de cuatro subsistemas: biosfera, geosfera, sociosfera y tecnosfera. Sin duda, esta subdivisión es convencional, pero tiene el mérito de volver transparente el proceso constitutivo de la noción sistémica de ambiente, explicitando los principales filones disciplinarios que han contribuido a ese proceso. Aun más importante es el hecho de que hace surgir con fuerza la característica principal de la noción de ambiente, o sea, el indisoluble lazo de componentes antrópicos (los de la tecnosfera y de la sociosfera) y no antrópicos (los de la biosfera y de la geosfera). Así, por otra parte, se vuelve superfluo, además de impropio, el añadir al término “ambiente” adjetivos calificativos como “natural” y “artificial” o la distinción entre lo que es nocivo para el hombre y lo que lo es para el ambiente. El hombre, en efecto, con sus propias necesidades, sus propios comportamientos individuales y colectivos, las diversas formas de organización social, la producción tecnológica, no es una variable independiente y externa al ambiente sino una parte constitutiva de éste. Para algunas tendencias, la 2. Véase el capítulo “La noción de ambiente” en M. Chiapponi, 1989, pp. 13-27.
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5. Producto y ambiente
noción sistémica de ambiente es exactamente lo contrario de la de naturaleza a pesar de que a menudo estén consideradas, por lo menos en nivel de divulgación, como totalmente equivalentes. No obstante, esta identificación es tan arbitraria como desviadora. El concepto de naturaleza ha estado siempre ligado, desde la antigüedad, a la idea de un principio generativo monolítico e inmutable que determina los fundamentos de la acción humana manteniéndose fuera y por encima de ésta. Semejante noción de naturaleza tiene un escaso valor cognoscitivo por cuanto hace referencia a un mundo incontaminado y primordial que ya no existe en la realidad, si alguna vez ha existido. Su admisión, de todos modos, no carece de consecuencias prácticas. Constituye la base ideológica más o menos explícitamente declarada en ese abigarrado conjunto de movimientos (ambientalismo fundamentalista, radical environmentalism, deep ecology, etcétera) que rechaza, en modo muy concreto y a veces hasta violento, cualquier intervención sobre la “naturaleza”. Este rechazo nace de la firme convicción de que hasta la más pequeña modificación de la situación originaria no puede producir otra cosa que una irremediable degradación. Pero de este modo se perjudica la puesta a punto de los instrumentos indispensables para proyectar y guiar la inevitable transformación del ambiente. Más bien, si se llevase semejante razonamiento a las últimas consecuencias, habría que renunciar hasta a las acciones dirigidas a la salvaguarda de los componentes bióticos del ambiente. Una segunda y relevante característica del ambiente es que, en este terreno, cada problema compromete diversas escalas de intervención.3 Problemas ambientales globales, como el efecto invernadero y el agujero en el ozono, pueden ser encarados sólo a través de una reproyectación de las redes infraestructurales para el transporte de personas y mercaderías y de los productos correspondientes o a través de un cambio proyectual de los productos en el campo de la de la producción del calor y del frío. Por otra parte, diversos problemas ambientales locales, como los desechos o la contaminación del agua y del aire, ya no pueden ser encarados localmente. En fin, el ambiente es, por cierto, un sistema caracterizado por una alta complejidad, ya sea en sentido mecanicista 3. Véase M. Chiapponi, 1992.
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u holístico. Más explícitamente, el ambiente es un sistema de alta complejidad porque consta de muchos componentes mutuamente diferenciados; porque cada componente desempeña diferentes funciones en el sistema; porque todos los componentes y funciones están mutuamente conectados y a veces son contradictorios y, por fin, porque no todo es explicable en términos de componentes, estructuras funcionales y relaciones recíprocas. Por otra parte, que el ambiente sea un sistema complejo no es sólo un dato de hecho. O sea que expresa también un juicio de valor. Bajo muchos aspectos, la complejidad es para el ambiente una característica positiva y desde luego deseable. Basta citar al respecto un par de ejemplos. La diversidad biológica –típica expresión de la complejidad de la biosfera– es tan importante como para ser protegida por ley. Por lo que concierne a la sociosfera, hemos aprendido de Emile Durkheim que la complejidad es un rasgo distintivo necesario en una sociedad avanzada. Ya en su tesis de doctorado de investigación4 distingue entre una forma “mecánica” y una “orgánica” de unión de la sociedad. La primera, que es propia de las sociedades primitivas, posee un bajo grado de complejidad, puesto que el proceso de socialización presupone una drástica limitación del papel de los individuos en nombre de la adhesión a principios generales comunes. En este sentido son emblemáticas las sociedades teocráticas. Al contrario, la forma de agregación social “orgánica”, típica de las sociedades avanzadas, enfatiza la libre interacción de individuos y grupos y comporta, por lo tanto, un fuerte aumento de la complejidad. Sobre la base de estas características del ambiente adquiere un particular significado la primera de las dos preguntas que nos hemos hecho anteriormente: la relativa a la posibilidad de intervenir en un sistema complejo como el ambiental con instrumentos proyectuales. Una aceptable declinación del problema tiene en cuenta la relación dialéctica entre simplicidad y complejidad.5 Como es bien sabido por cualquier proyectista, la simplicidad desempeña un papel principal. Los instrumentos de formalización de la realidad, los modelos, las simulaciones y las operaciones sobre la realidad misma deben ser lo más sencillo posible. Por el contrario, acabamos de señalarlo, en el 4. E. Durkheim, 1893. 5. Véase M. Chiapponi, 1995.
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campo ambiental no se puede renunciar con ligereza a la complejidad. Para encarar los problemas planteados por la contradicción aparentemente incurable entre el valor positivo ínsito en la complejidad del ambiente sistémico y la búsqueda de simplicidad intrínseca al proceso proyectual, puede ser muy útil la distinción introducida por Mario Bunge entre ontological complexity y semiotic complexity.6 O sea, la distinción entre la complejidad del ambiente y la complejidad de los modelos, de las teorías y de los instrumentos metodológicos utilizados para la proyectación del ambiente. La reducción de la ontological complexity es tanto imposible cuanto ilegítima; la simplificación de la semiotic complexity es, en cambio, no sólo sensata sino indispensable. Por otra parte, estamos alentados para emprender esta tarea enorme por la existencia de procedimientos de análisis, descripción, proyectación y control actualmente obtenidos por sectores que presentan niveles de complejidad parangonables con los del ambiente. Estamos hablando de los métodos formales desarrollados por la investigación sistémica para tratar los llamados macrosistemas (large-scale systems).7 Esos métodos no son transferibles automáticamente a un sistema formalizable sólo en parte como el ambiental, pero se pueden atesorar los principios básicos empleados en estos procedimientos que, por otra parte, están en sintonía con las tesis de Bunge de las que constituyen una confirmación. En una síntesis extrema, el proceso proyectual aplicado a un macrosistema –en nuestro caso, el ambiente– consiste en una relación bidireccional entre la realidad a proyectar y su modelo. En la primera fase (la del análisis, la caracterización y la delimitación del problema proyectual) se pasa, a través de un proceso de abstracción y de formalización, de la realidad a un modelo que expresa la misma realidad en modo coherente con los objetivos, los métodos y las técnicas proyectuales. El modelo es obviamente una simplificación porque, si incorporase todos los aspectos de la realidad, perdería su misma razón de ser. Las operaciones que llevan a la simplificación (determinación de los límites de cada problema proyectual, elección de los problemas a analizar y proyectar, especificación de las prioridades, son el primero y tal vez el más delicado paso proyectual. Paso 6. M. Bunge, 1963. 7. Véase H. Hirata y R. E. Ulanowicz, 1986.
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que constituye la indispensable premisa para la segunda fase (la de la planificación y ejecución de las intervenciones) en la que, a través de simulaciones efectuadas sobre el modelo y acciones dirigidas sobre los factores establecidos con anterioridad, se obtiene una modificación controlada de la realidad. Por cierto, no somos tan ingenuos como para pensar que problemas complejos como el ambiental puedan ser resueltos con simples artificios técnicos y con operaciones de “agregación” o “descomposición”. Sabemos bien que la complejidad del sistema ambiental comporta también la del sistema de los actores comprometidos en su proyectación. La pluralidad de los aspectos proyectuales significa que la proyectación del ambiente pertenece a muchos y diferentes universos de discurso: desde el disciplinario de la proyectación al tecnológico, al sociopolítico, al económico y a otros más. De modo que no es imaginable que se pueda actuar sólo sobre la vertiente de las técnicas del problem solving y de la ingeniería de sistemas. Las analogías que hemos reconocido, sin embargo, van bastante más allá de un obtuso autoconsuelo y son importantes porque abren una brecha en el muro de excesiva deferencia frente a la complejidad con la que se tropieza muchas veces. La premisa de esta posición renunciante suena más o menos así: “El ambiente es demasiado complejo para poder proyectarlo”. Las conclusiones que se extraen son dos, especularmente opuestas en apariencia, convergentes en realidad. Alguien sostiene que, frente a tanta complejidad, no es posible ninguna intervención proyectual y que la única opción es la de observar y describir inermes la evolución de la situación confiándose al azar y a las inescrutables lógicas autopoiéticas del sistema. Algún otro, en cambio, prefiere confiarse a soluciones igualmente improbables como las elaboradas por los especialistas y basadas sobre la fe ciega en su presunta competencia técnica.8 Consideramos que no sólo es posible sino también indispensable una multitud coordinada de actos proyectuales para solucionar los problemas ambientales y que, por lo tanto, es legítimo hablar de proyectación ambiental como proyectación del ambiente a condición de que las decisiones de estructura (agenda de las temáticas en discusión, criterios para el otorga8. Un excelente examen de la riqueza de implicaciones del concepto de competencia y de la relación entre modos democráticos y tecnocráticos de tomar decisiones sobre temas públicos de gran complejidad se encuentra en R. Dahl, 1985.
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miento de las prioridades, tiempos y modos de actuación de las elecciones proyectuales, etcétera) sean adoptadas colectivamente, mediante una comparación entre los actores efectuada con procedimientos “discursivos”. La proyectación ambiental tendría en esta hipótesis funciones análogas a las del heterogeneous engineering en el terreno de los grandes sistemas técnicos.9 O sea que debería poder conciliar y hacer congruentes proyectos sociales, tecnológicos, científicos, etcétera, en función de la solución de los problemas ambientales. Por esta razón, la proyectación ambiental no es imaginable sino en relación con muchas otras disciplinas. En cierto sentido se podrían hacer a propósito de la proyectación ambiental consideraciones del todo análogas a las desarrolladas por Herbert A. Simon sobre la ciencia cognoscitiva. Simon afirmó en una reciente entrevista que la ciencia cognoscitiva todavía no es una verdadera y propia disciplina sino más bien un “lugar” en el que diversas disciplinas “se encuentran” y “conversan”.10 Este planteamiento se dirige hacia el sentido de superar una organización del saber elaborada sólo sobre la base de disciplinas unívocamente etiquetables y encasillables en un rígido sistema taxonómico. Junto a una organización del saber “por disciplinas” (que no obstante mantiene en muchas circunstancias su propio papel y su propia eficacia) se abre paso una organización “por problemas”. De este modo se pueden plantear en términos nuevos cuestiones como la de la interdisciplinariedad (o transdisciplinariedad) o la de la relación dialéctica entre especialismo y generalismo. En esta óptica, la interdisciplinariedad no es una elección apriorística sino más bien una directa consecuencia del problema que se está tratando. Especialismo y generalismo no son más antitéticos sino dos caras de la misma medalla, dos instrumentos, ambos necesarios, para encarar determinados problemas. Por otra parte, se hace indispensable desarrollar lo que se podría definir un “especialismo de las conexiones”, es decir, la capacidad de orquestar diversas formas de saber, de hacerlas “encontrar” y “conversar” –como diría Simon– para resolver 9. Las afinidades entre proyectación del ambiente y proyectación de los grandes sistemas técnicos son evidentes. Para esto se remite a cuanto ya se ha dicho al respecto en el capítulo 2. 10. H. A. Simon, 1995. Sobre la proyectación ambiental como disciplina véase también M. Chiapponi, 1989, pp. 44-52.
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problemas. En este contexto se sitúa, a mi parecer, gran parte del trabajo que se debe efectuar para una definición más precisa de la proyectación ambiental entendida como proyectación del ambiente. Por lo demás, los síntomas del fenómeno de transformación más general apenas descrito son dilatados y claramente percibibles. Cada vez son más numerosas las disciplinas de frontera, de conexión, y las nuevas disciplinas que integran diversas áreas temáticas y las examinan desde diferentes puntos de vista. Entre éstas figura seguramente también la proyectación ambiental y es en este sentido que se encuentran sus conexiones con otras disciplinas, en especial con el diseño industrial. Más articulado es el discurso sobre la existencia de un específico perfil profesional del “proyectista ambiental”, sobre el cajón de los enseres de que dispone, sobre sus relaciones con las competencias, los instrumentos y la actuación de los otros profesionales en el campo de la proyectación. A este respecto se está viviendo, a mi parecer, una fase de transición y probablemente todavía es prematuro prefigurar resultados seguros. En el estado actual puede parecer inoportuno e intempestivo admitir por hipótesis un proyectista ambiental que trabaje con instrumentos metodológicos completamente nuevos y netamente diferentes de los ya utilizados en las profesiones proyectuales codificadas. Una hipótesis de ese tipo subvaluaría de manera culpable la inercia de instrumentos profundamente enraizados en la praxis (proyectos de productos y de sistemas de productos, planes territoriales, planes reguladores, planes pormenorizados, proyectos arquitectónicos, etcétera) y las ventajas ofrecidas por la rutina desde el punto de vista del procedimiento y de la comunicación entre los actores sociales. Supongamos entonces que en el breve plazo sea menester atenerse a hipótesis prudenciales e imaginemos un proyectista ambiental que flanquee las figuras más tradicionales en el campo de la proyectación y que, renunciando en alguna medida a destacar su propia autonomía, contribuya a una revisión de los instrumentos codificados en el sentido de una mayor atención por las temáticas ambientales. Ya esta elección, aparentemente mínima, implica profundas transformaciones de los modos de trabajar y es, de cualquier modo, un primer paso hacia la creación de lenguajes y procedimientos proyectuales compartidos entre especialistas de áreas disciplinarias heterogéneas
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que tienen en común el objetivo de solucionar problemas ambientales. Es, por lo tanto, la base de la capacidad de crear las condiciones para una provechosa conversación que debería permanecer, incluso bajo régimen, como la principal especialización del proyectista ambiental. Desde el punto de vista que más nos interesa en esta sede, sólo si se admite la proyectabilidad del ambiente tiene sentido continuar la reflexión sobre un diseño industrial ambientalmente consciente. Por otra parte, es sólo dentro de un cuadro de referencia articulado y coherente como el ofrecido por la proyectación ambiental que cada una de las intervenciones sobre los productos y sobre los sistemas de productos puede ser útil y correctamente dirigida. La esencia y la eficacia de los recursos proyectuales que el diseño industrial está en grado de poner a disposición para resolver los problemas ambientales van a la par con la innovación de los modos de proyectar productos y sistemas de productos provenientes de la consideración de los parámetros ambientales. Éstos son, en efecto, dos lados del mismo dilema: los progresos en la solución de los problemas ambientales obtenidos gracias al diseño industrial sostienen y estimulan progresos en el planteamiento de un diseño industrial atento al ambiente y viceversa. Al contrario, un diseño industrial soi-disant “ambientalmente consciente” que no esté adecuadamente equipado para ofrecer aportes eficaces a la solución de los problemas ambientales es progresivamente marginado, se vuelve estéril y pierde significado. La sucesión de los pasajes lógicos y de procedimiento necesarios para cebar y alimentar el círculo virtuoso está, por otra parte, nítidamente definida. Ante todo se debe indicar el problema ambiental (o los problemas ambientales) sobre los que hay que ejercer una acción proyectual orientada hacia la solución de los problemas y establecer en qué medida un modo diferente de proyectar productos y sistemas de productos puede contribuir a esa solución. El segundo paso consiste en puntualizar sobre la base de qué criterios y parámetros se puede afirmar, en ese caso específico, que un producto o un sistema de productos son ambientalmente preferibles con respecto a los otros, o sea: qué requisitos ambientales deberán ser respetados en la proyectación y en la planificación. A continuación se deben presentar propuestas concretas a nivel de proyectación y
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planificación de los productos y garantizar la congruencia con las hipótesis más generales de soluciones proyectuales que se estén elaborando para el problema ambiental. Se deben crear, en fin, las condiciones para una real implementación y puesta en marcha de las intervenciones, comprendidas, naturalmente, también aquellas propias del diseño industrial. De modo que no hay grandes dificultades, incertidumbres o disensos mientras nos limitamos a definir el cuadro de los comportamientos estratégicos; la tarea se hace más ardua cuando se entra en los detalles de cada acción concreta. Por otra parte, es en este nivel de detalle donde se puede verificar el alcance del aporte del diseñador industrial y no sólo la calidad y la cantidad de las relaciones que éste debe establecer con los otros actores y, en especial, con el proyectista ambiental. Otro escollo está representado por el hecho, ampliamente demostrado y experimentado, de que el procedimiento esbozado anteriormente está bloqueado de hecho, no admite vías más rápidas. Cada tentativa de acelerar el proceso de solución de los problemas salteando algún pasaje o ignorando el cuadro de referencias se ha mostrado con falencias y contraproducente. Valga por todos el ejempo de la confianza a menudo mal depositada en declaraciones de principio altisonantes pero ineficaces si no son seguidas por intervenciones proyectuales que las especifiquen y las concreticen. Un caso emblemático en este sentido es la confianza excesiva en los foros, en los congresos y en las convenciones internacionales sobre problemas ambientales globales11 como el agujero de ozono y el efecto invernadero. Los acuerdos alcanzados en estas circunstancias tienen con seguridad tropiezos inmediatos en la realidad y actúan según intereses concretos, como está demostrado por las contraposiciones para nada protocolares que se registran. Al contrario, no hay nada más ilusorio que la convicción de que, una vez decidida por un consenso internacional la tasa de disminución de las emanaciones de dióxido de carbono o del uso de cfc, el problema se pueda considerar resuelto. En ese punto sólo se han establecido las condiciones de base y las reglas del juego y comienzan las diversas líneas proyectuales que llevan a la realización concreta de los objetivos acordados. 11. Un interesante análisis de algunos casos de negociaciones internacionales para la solución de problemas ambientales se encuentra en L. E. Susskind y otros, 1990.
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Comencemos ahora a examinar más detalladamente cada una de las fases del proceso mediante el cual el diseño industrial ofrece un aporte concreto a la solución de los problemas ambientales y, de ese modo, se caracteriza a sí mismo y a su accionar. Sobre la elección preliminar del problema ambiental a encarar no hay mucho más que decir sino que es un paso imprescindible y preliminar a cualquier otra operación y por eso es cumplido de modo explícito. En efecto, al variar el problema ambiental cambian no sólo los instrumentos proyectuales y operativos, hasta el punto de que instrumentos inapropiados pueden producir efectos opuestos a los deseados, sino también las condiciones del contorno, las prioridades, el sistema de los actores y, lo que más nos preocupa, cambia el papel de los productos y, por lo tanto, del diseño industrial. Estas conjeturas sirven también para establecer que la expresión “ambientalmente preferible”, referida a un producto o a un sistema de productos, no puede tener un significado y un contenido homogéneos independientemente del problema ambiental, de las circunstancias y de las condiciones en las que se trabaja. Los parámetros que caracterizan esta preferencia no son fijados a priori y mecánicamente, aunque a veces el juicio es inmediato. Cuando, por ejemplo, se está en presencia de productos que contienen sustancias consideradas tóxicas o seriamente nocivas para la salud humana, está descontado que se debe decidir por su exclusión. No obstante, existe un amplísimo espectro de casos en los cuales la elección entre un producto y otro en una óptica de ecocompatibilidad no es automática, sino que requiere instrumentos metodológicos más refinados y basados sobre datos científicamente confiables. A partir de los años ’70, se han concebido numerosas metodologías para evaluar e incrementar la calidad ambiental de productos y procesos productivos. En sustancia, se ha tratado de una pluralidad de respuestas proporcionadas a diversas facetas de una necesidad extensamente percibida: disponer de instrumentos analíticos y operativos para ocuparse adecuadamente de los aspectos ambientales en la producción industrial. En este medio se ha comprobado, incluso, que metodologías del todo análogas tendrían denominaciones diferentes según el contexto disciplinario y también sólo lingüístico en el que eran propuestas.
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En una apretada síntesis y sin pretensiones de totalidad, se pueden recordar: metodologías que toman en consideración un amplio espectro de parámetros y que llegan a evaluaciones casi exclusivamente cualitativas, por ejemplo, la Produktlinienanalyse (PLA); metodologías que concentran su atención en una cantidad de parámetros más bien acotada y privilegian las evaluaciones cuantitativas, como los “ecobalances”, los “balances energéticos” y los “balances de materia y energía”; metodologías que se refieren a todo el ciclo de vida de un producto o bien a una fase bien delimitada; metodologías que consisten esencialmente en la integración de aspectos ambientales en instrumentos ya conocidos de análisis empresarial, por ejemplo, el “análisis ampliado costos-beneficios” (Erweiterte Wirtschaftlichkeitsrechnung), el “sistema de cálculo del coeficiente” (Kennziffersystem), el “registro ecológico” (Ökologische Buchhaltung) y el “control ecológico (Ökocontrolling), metodologías que se ocupan directamente de los productos y otras que, en cambio, los observan sólo en modo indirecto, estando pensadas para la evaluación de los procesos productivos (clean technologies), lugares productivos (valuación de impacto ambiental, VIA) y sistemas de gestión (environmental management system, EMS); metodologías de evaluación con una salida proyectual prácticamente obligada en cuanto ya tienen en sí una indicación precisa de los parámetros sobre los que se deberá intervenir, y otras que dejan el juicio en suspenso hasta el final. En fin, una importante distinción aceptada por todos los especialistas del sector es la que está entre metodologías para la recolección y la organización de datos objetivos y posiblemente cuantitativos y metodologías para la manipulación y la evaluación de los datos, que pueden ser influidas por juicios subjetivos.12 Como se ve, el exuberante florecer de las metodologías ha creado una situación en la que es difícil incluso establecer una clasificación atendible precisando los resultados que se puedan alcanzar y el campo de aplicación de cada una de ellas. Esto corre el riesgo de llevar a una elección extemporánea de las metodologías de evaluación de la calidad ambiental de los productos o a una indebida e indefinida ampliación de su campo de aplicación, comprometiéndose consecuentemente, su propia validez. Hagamos entonces abstracción por un momento de las 12. Véanse Öko-Institut, 1987; M. Chiapponi y C. Pratesi, 1991; W. Klöpfer, 1991; U. Steger, 1991; W. Lee Khure, 1995 y 1996.
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metodologías y tratemos de ir hacia la raíz del problema de “evaluación de la calidad ambiental de productos y sistemas de productos”. Si se quiere calcular en qué medida productos y sistemas de productos son ambientalmente preferibles, nos encontramos ante una dificultad objetiva conceptual, muy parecida a la esbozada en algunos pasajes precedentes. Se trata de estimar la calidad ambiental, o sea, se quiere evaluar (o, mejor aun, medir para poder efectuar comparaciones) una característica holística, pudiendo contar sólo con instrumentos de tipo mecánico. En efecto, al estar nuestra evaluación dirigida al proyecto de productos ambientalmente preferibles, debemos hacer las cuentas con una realidad inmodificable. A través de la proyectación se puede influir sólo sobre determinados aspectos de la cualidad ambiental, como la necesidad requerida de energía en la fase de construcción y uso del producto, la necesidad requerida y el número de materiales, el número de componentes, la desmontabilidad, la reutilizabilidad y la duración tanto del producto en total como de sus componentes. Por lo tanto se debe decidir, caso por caso, si y en qué medida son relevantes el ahorro de energía, materiales y recursos hídricos o la reducción en el origen de los desechos o algo más todavía. Este tipo de decisión ata fuertemente la evaluación de la calidad ambiental a la elección del problema ambiental sobre la base del cual se asignan las prioridades. Por otra parte, la determinación de prioridades y jerarquías es una característica común a la proyectación del ambiente y a la proyectación de los productos industriales. Es, por lo tanto, un elemento esencial de una relación producto-ambiente considerado en términos proyectuales. Un segundo punto por el cual se debe encontrar un equilibrio entre exigencias divergentes es el que se refiere al nivel de detalle en el que debe ser emitido el juicio sobre la calidad ambiental de los productos. Por una parte están las exigencias de exactitud del juicio que requieren fundarlo sobre procedimientos compartidos e informaciones irrefutables y después diferir el juicio de modo de poder preparar un cuadro de evaluación absolutamente seguro. Por otra parte, esta exigencia no se debe sólo al sacro furor analítico de científicos imperturbables frente a las razones de la economía de recursos. Si el juicio sobre la calidad ambiental de los productos no
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es suficientemente esmerado y autorizado, es muy concreta la posibilidad (los ejemplos a propósito no faltan, por cierto) de que sean rechazados y considerados inservibles, haciendo vanos todos los esfuerzos realizados. Por otra parte, está la necesidad de no confiar en instrumentos tan complejos y onerosos que su campo de aplicación concreta se reduzca tanto que le haga tener el significado de un testimonio carente de efectos sobre la realidad. Otro riesgo conectado con esta segunda hipótesis es que, por esperar a entrar en posesión de informaciones y datos muy detallados, el juicio sea emitido cuando ya sea demasiado tarde para evaluar soluciones verdaderamente alternativas. Se terminaría por convalidar forzosamente elecciones por las cuales ya se han invertido demasiados recursos y demasiado tiempo para que se pueda volver a ponerlas en discusión. Frente a esta dificultad objetiva de manejar instrumentos más bien complejos y de encontrar los datos necesarios, se ha hecho camino legítima y oportunamente la idea de preparar metodologías de análisis y evaluación simplificadas como soporte de una proyectación de los productos ambientalmente consciente. Pero esta simplificación no está libre de pasajes delicados. Para decirlo de un modo explícito, no es admisible una simplificación hecha por necesidad, por falta de conocimientos científicos adecuados, que delegue en procedimientos automáticos –informatizados o no– las elecciones que pertenecen en cambio al campo de responsabilidad del proyectista. Un planteamiento semejante sería sólo un expediente de corto aliento tendiente a ilusionar, contra toda evidencia, al diseñador industrial a propósito de los conocimientos que debe poseer para dialogar eficientemente con otros especialistas. Por otra parte, una reducción excesiva e impropia del cono óptico con el que se observan estos problemas puede producir, a pesar de las buenas intenciones, resultados opuestos a los deseados y buscados. Otro sencillo ejemplo para aclarar esta afirmación: uno de los desafíos más comprometedores que mancomuna proyectación ambiental y diseño industrial es la reducción en el origen de los desechos mediante la proyectación de productos que puedan ser fácilmente reutilizados y reciclados. Muy a menudo, sin embargo, este tema es trivializado y reducido a la utilización de “materiales reciclables”, o sea, materiales para los cuales ya existen tecnologías de reciclaje suficientemente probadas y confiables o que son presentadas
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como tales. Es cierto que la reciclabilidad tecnológica del material es una condición necesaria, pero si nos limitamos a esto y descuidamos las conexiones con el sistema entero de condiciones que pueden asegurar la reutilización y la reciclabilidad del producto (proyectación de productos fácilmente desmontables, número reducido de componentes y de materiales, presencia de una organización para la recolección, el desmontaje y la reutilización de los componentes, condiciones normativas adecuadas, etcétera) se va fácilmente en la dirección opuesta a la deseada. En efecto, se alimentan malentendidos y se inducen comportamientos de compra distorsionados, aumentando así artificiosamente el consumo de productos que son reciclables sólo en abstracto, pero que en la realidad se transforman en desechos. A nuestro modo de ver, la solución más apropiada consiste en efectuar una evaluación de la calidad ambiental de los productos articulada en varios estadios que se suceden en un proceso de aproximaciones sucesivas. A medida que se avanza, pasando de un estadio al otro, aumenta el nivel de definición y de precisión de los datos y de las técnicas de medición y estimación y se pasa cada vez más de juicios cualitativos a veredictos cuantitativos. Un proceso inverso sufre la amplitud del espectro de investigación, que se reduce progresivamente, ya que se concentra sobre los parámetros y los aspectos que pasan por el tamiz de los estadios precedentes gracias al reconocimiento de su relevancia. Al final de cada estadio es expresada una evaluación y se proporcionan indicaciones adecuadas al tipo de elecciones que se deben efectuar en ese momento. Uno de los modos para llegar a un juicio técnicamente razonado y compartido sobre la calidad ambiental de los productos que más se acercan a los criterios enunciados más arriba es la LCA (life cycle assessment).13 La LCA es, notoriamente, un instrumento articulado de evaluación del impacto ambiental de los productos que toma en consideración todas las diferentes fases del ciclo de vida (aprovisionamiento y tratamiento de las materias primas; fabricación, distribución y venta; uso y mantenimiento; gestión del fin de vida mediante reciclaje y/o procesamiento; diversas 13. Hay una literatura vastísima sobre la LCA y todos los problemas metodológicos han sido encarados en detalle. Aquí recordamos sólo algunos textos, cuya autoridad es indiscutida entre los expertos y que generalmente son utilizados como manuales. SETAC (Society of Environmental Toxicology and Chemistry), 1991, 1992, 1993a, 1993b, 1994a, 1994b; G. Huppes y F. Schneider, 1994.
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fases de transporte). Posee, además, otras características que contribuyen a hacerla interesante. Recurre a una pluralidad de parámetros más o menos detallados para cada una de las fases arriba indicadas (recursos energéticos empleados; materias primas empleadas, emisiones en el aire, en el agua, en el suelo; producción de desechos tóxico-nocivos y especiales; producción de desechos sólidos urbanos; contaminación por el ruido, etcétera). Es un procedimiento compuesto por diversas operaciones ejecutadas en sucesión: definición del objeto y de los objetivos de la evaluación (goal definition and scoping); análisis de los fluidos en ingreso (energía, materiales, etcétera) y en salida (emisiones en aire, agua y suelo, producción de desechos, etcétera) en todo el ciclo de vida (life cycle inventory, LCI) evaluación de los impactos (impact assessment), individualización de las posibilidades de mejoramiento y de las intervenciones necesarias (improvement assessment). Algunas de esas fases proporcionan resultados utilizables incluso autónomamente con respecto al procedimiento total de LCA. Por ejemplo, la sola ejecución del LCI permite identificar en un primer nivel de aproximación los puntos de criticidad ambiental. Se focalizan así los aspectos sobre los cuales concentrar las ulteriores averiguaciones evitando onerosas y, en suma, inútiles profundizaciones generalizadas. La LCA, en fin, consigue unir, gracias a la característica recordada en el punto precedente, una base de datos objetivos y cuantitativos (recogidos y organizados en la fase de LCI) con juicios, expresados en la fase de evaluación, capaces de considerar incluso los aspectos cualitativos y subjetivos. En este procedimiento hay todavía algunos problemas abiertos, sobre los cuales se están concentrando los esfuerzos de los investigadores. Las cuestiones teóricas más significativas examinan las fases de clasificación/caracterización y evaluación de los impactos, esas fases en las que, partiendo de los resultados del LCI se trata de identificar y evaluar los impactos producidos en el ambiente. Aquí se encuentran todavía relevantes nudos problemáticos para deshacer y el debate que se está desarrollando a nivel internacional sobre estas temáticas es una prueba de ello. Las mayores incertidumbres se encuentran en la clasificación de los parámetros que se deben considerar en la evaluación, en el peso específico que hay que dar a cada uno de tales parámetros y en la formalización de las relaciones entre parámetros impactantes cualitativos y cuantitativos definidos en el inventory y efectos de distinto orden y grado sobre los problemas ambientales.
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La encomiable tentativa de poner en sintonía los criterios de evaluación y de facilitar el uso de la LCA ha llevado a la elaboración de diversos métodos de clasificación y evaluación formalizados de modo de poder ser incluidos en adecuados módulos de software. Autorizados centros de investigación se han decidido a competir y han puesto a punto diversos criterios y métodos14 mancomunados todos por el problema indescartable de conciliar la reducción de recursos y tiempos necesarios para la ejecución de una LCA que mantenga un nivel suficiente de confiabilidad y representatividad de los resultados. Esos métodos se diferencian por el tipo de impactos tomados en consideración (agotamiento de los recursos bióticos y abióticos, efecto invernadero, destrucción de la capa protectora de ozono, toxicidad, eutrofización, etcétera); evalúan los efectos sobre las entidades que hay que salvaguardar (recursos, salud humana, biodiversidad, etcétera) o las consecuencias de tales efectos; toman o no en consideración la duración y el lugar de las emisiones como variables significativas; efectúan evaluaciones one step o multi step; emplean diversos criterios para “pesar” los impactos; expresan el juicio con indicadores analíticos o acumulativos (eco-points, eco-indicators, etcétera). Sin poner en discusión su exactitud y su idoneidad en las diferentes circunstancias y sin aventurarnos en una comparación detallada que otros han hecho ya muy cuidadosamente,15 podemos señalar que el verdadero problema es el de su correcta interpretación. Esos métodos y los software en que están incluidos son utilísimos si se los utiliza como soportes de evaluaciones y decisiones singulares y razonadas que no pueden, de ninguna manera, ser confiadas a mecanismos automáticos. Por eso tienen un gran mérito los procedimientos de peer review que prevén el cotejo con expertos no comprometidos en la evaluación sobre los presupuestos, los métodos de evaluación y los resultados. Otros problemas abiertos se refieren, en cambio, a la fase de LCI. En esa fase, como se sabe, son recogidos y organizados los datos cuantitativos de input y output (por ejemplo, los consumos –de energía, materias primas y segundas, agua, etcétera– y las emisiones en el aire, el agua y el suelo relativas a las 14. Véanse R. Heijungs, 1992; L. G. Lindfors y otros, 1994; Enquete-Kommission “Schutz des Menschen und der Umwelt” des Deutschen Bundestages, 1994; M. Gkoedkoop, 1995. 15. A. Braunschweig y otros, 1994 y 1996.
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diversas fases del ciclo de vida de un producto). En este terreno han sido encarados, con cierto éxito, los principales nudos conceptuales y teóricos e importantes organismos internacionales16 están contribuyendo en la puesta a punto de criterios compartidos por lo que concierne al tipo de datos a recoger, las modalidades para asegurar su calidad y un formato unificado de los mismos datos. El problema principal en este caso es la constitución de bancos de datos cuantitativa y cualitativamente apropiados y que tengan una base de referencia territorial segura. La utilidad y la necesidad de adecuados bancos de datos apoyados por la LCA son más bien obvias, si se piensa que muy a menudo el efectivo alcance de los objetivos propuestos en el momento de realizar una LCA depende, en buena medida, de la cantidad y calidad de los datos disponibles. Además, la búsqueda de datos es actualmente una de las operaciones más onerosas de la misma LCA, pues llega a absorber hasta el 60%-70% de los recursos necesarios. Por otra parte, la situación de los bancos de datos existentes en la actualidad no está en condiciones de satisfacer las exigencias que puedan resultar de una pluralidad de usos de la LCA, en cuanto los bancos de datos públicos hoy consultables directamente se limitan a datos sectoriales y la elección de los sectores no siempre coincide con las exigencias específicas de quienes los utilizan. Por otra parte, los bancos de datos internacionales accesibles al público tienen estándares de datos desparejos y su actualización tiene lugar con ritmos no regulares y a menudo a intervalos de tiempo muy largos. En fin, los datos en poder de las empresas, de las asociaciones y de las sociedades de asesoramiento y servicios sobre LCA también están referidos a sectores delimitados y casi siempre reservados. Además, muchos datos son fuertemente dependientes de las peculiares condiciones del país al cual se refieren. Se pueden tener, por ejemplo, diferencias muy grandes en los valores cuantitativos de 16. Entre otros, organismos de estandarización como el ISO (International Organization for Standardization); agencias para el ambiente como la estadounidense EPA (Environmental Protection Agency), la italiana ANPA (Agenzia Nazionale per la Protezione dell’Ambiente), la suiza BUWAL (Bundesamt für Umwelt, Wald und Landschaft), la holandesa NOVEM (National Agency for Energy and the Environment) o la alemana UBA (Umweltbundesamt); asociaciones científicas internacionales como SETAC (Society of Environmental Toxicology and Chemistry) y asociaciones industriales como SPOLD (Society for the promotion of LCA Development).
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las emisiones en aire, agua y calor en las fases de producción y transporte al variar las tecnologías productivas de la combinación energética y de transportes típicos de cada país. Ésta es la razón por la cual, en diversos países, están en acción iniciativas para la constitución de bancos de datos nacionales que deberían colmar estas lagunas.17 Aunque es legítimo prescindir de estas cuestiones todavía abiertas en las fases de evaluación y de recolección y organización de los datos, presumiendo que se hayan encaminado a soluciones en tiempos razonables, la LCA puede, sin embargo, ser un instrumento más bien complicado si se lo aplica a productos complejos y de modo homogéneamente profundizado. Prueba de ello es la actual discusión internacional sobre las metodologías simplificadas de LCA. Respecto de otras metodologías de evaluación igualmente de amplio espectro, como la Produktlinienanalyse, tiene una doble ventaja: es mucho más flexible y articulada. Por lo tanto, es posible tomar en consideración todas las fases del ciclo de vida y todos los impactos en un nivel de profundización no excesivamente oneroso pero suficiente para definir las fases y los aspectos ambientalmente críticos para ese producto (los llamados hot spots) y, sólo para esas fases y esos aspectos, proceder a análisis y evaluaciones de detalle. En resumen, éste es el modo en el que se emplea la LCA para la determinación de criterios sobre la base de los cuales asignar a los productos una marca, una etiqueta ambiental (ecolabel) que oficializa el logro de un nivel de calidad ambiental prefijado. El ecolabel es un instrumento de tipo comercial que tiene la finalidad de favorecer la difusión de los productos a los que sea reconocida, por parte de organismos oficialmente habilitados, la posesión de una calidad ambiental superior respecto de la de otros productos de la misma categoría. Se ubica, por lo tanto, en el proceso que lleva a reconocer y promover los productos con bajo impacto ambiental y, viceversa, a combatir o a divulgar cuáles son aquellos con impacto ambiental alto.18 17. M. Chiapponi y otros, 1997. 18. El ecolabel es, desde hace mucho tiempo, objeto de la atención y de específicas iniciativas de organizaciones internacionales como la OECD (Organization for Economic Co-operation and Development) o la UNEP. Véase M. Chiapponi, 1993. Además, muchos países han instituido organizaciones y normativas propias para la asignación de ecolabel nacionales, entre ellas el Blauer Engel (Alemania), el White Swan (países escandinavos) y el NF Environnement (Francia). Desde 1992 ha sido también adoptado el reglamento para un ecolabel común a todos los países adherentes a la Unión Europea.
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Ése no es el único instrumento disponible para lograr el objetivo. Hay varios otros de tipo legislativo (obligaciones y prohibiciones), de tipo económico y social (incentivos financieros, tasaciones, barreras aduaneras, promoción de comportamientos ambientalmente conscientes), de tipo técnico-científico (transferencia y difusión de clean technologies). Estas características hacen que el ecolabel, aun insertándose plenamente en el más amplio sistema de las certificaciones, se diferencie por algunas características no secundarias. Viéndolo bien, la idea de certificar mediante una marca una propiedad especial de un objeto no es nueva en absoluto. Al contrario, este procedimiento es ampliamente utilizado en la actualidad y ha alcanzado un grado de sofisticación más bien elevado. Procediendo de manera sintética, se pueden emplear algunos parámetros normalmente usados para identificar y clasificar los diversos tipos de certificación existentes y, paralelamente, establecer cuál es el comportamiento del ecolabel con respecto a esos parámetros. De ese modo, resulta probablemente más fácil dar un paso ulterior hacia una mayor comprensión de los problemas planteados por el ecolabel y sus reales potencialidades. En la práctica, cada certificación está caracterizada por las respuestas a una serie de preguntas. ¿Qué se certifica? En este terreno, el nivel mínimo es la certificación de una confiabilidad genérica del productor. Es el caso de quien hace valer, con un objetivo comercial, su propio status de proveedor de clientes que se supone que sean especialmente exigentes. (Para dar sólo un par de ejemplos, se pueden citar los productores de vino o cerveza que declaran en sus propias etiquetas ser “proveedores de la Casa Real” o de los productores de artículos deportivos que se jactan de proveer a un equipo olímpico.) Más detallada es la certificación que sirve para garantizar el origen, la composición y las propiedades de productos de alta calidad, utilizada, por ejemplo, en el ámbito de la industria textil o agroalimentaria. Obviamente, el valor de una certificación es tanto mayor cuanto más definido es su contenido y cuanto más consolidados son los procedimientos de verificación de ese contenido. En esta óptica, se puede considerar que los criterios para la asignación del ecolabel, a pesar de los márgenes de inseguridad que hemos señalado repetidamente, son suficientemente atendibles en cuanto están basados sobre evaluaciones de tipo LCA.
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¿Cómo se certifica? A esta pregunta, por otra parte estrechamente ligada a la precedente, se puede dar una variada gama de respuestas. Se va de la simple utilización de la marca del productor entendido como garantía en sí mismo de la lista de los componentes, de las fechas de elaboración y de vencimiento para productos alimenticios, al juicio sintético de un ente de control autorizado. Y éste es el caso del ecolabel, aun si normalmente está acompañado por la explicación del motivo por el cual se ha concedido. ¿Qué valor tiene la certificación? Ésta puede tener un carácter obligatorio en cuanto constituye una garantía para el usuario y está explícitamente exigida por la legislación vigente o ser facultativa con un valor puramente promocional-comercial. Un ejemplo de la primera opción es la certificación de la conformidad a las normas de seguridad previstas para los electrodomésticos o para otros productos de la industria electrotécnica. Típico de la segunda es, en cambio, el ecolabel. ¿A qué se aplica la certificación? Ésta puede interesar a un solo producto, más o menos complejo, o a una entera categoría de productos. El ecolabel es conferido a cada producto y, aunque la lista de categorías de productos que pueden aspirar a tenerlo es más bien larga, la experiencia ha demostrado que, en el caso de productos con un bajo nivel de complejidad (funcional, estructural y topológica) es más fácil poder contar con criterios y procedimientos de evaluación atendibles, repetibles y generales. ¿Cuál es el ámbito de validez espacial y temporal de la certificación? Ese ámbito puede ser más o menos extenso. Como es sabido, el ecolabel tiene una validez temporal limitada y una validez espacial que, análogamente a lo que ocurre con otras formas de certificación, puede variar según el ente de certificación competente, de un ámbito nacional a uno supranacional. Nos hemos extendido sobre el ecolabel porque, entre todos los tipos de certificación, es probablemente el más interesante por la relación ambiente-productos de la que nos estamos ocupando. En efecto, a diferencia de otras certificaciones ambientales como el ISO 14010 o el EMAS, que califican los lugares productivos, controla directamente los productos. Además, constituye el anillo de conjunción entre la fase evaluativa y la proyectual en cuanto llega a traducir un juicio sobre la calidad ambiental de los productos en parámetros que se convierten en precisos requisitos proyectuales.
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Veamos ahora de más cerca qué intervenciones a nivel de planificación y proyectación de los productos pueden contribuir a resolver problemas ambientales y, al mismo tiempo, a caracterizar el diseño industrial.19 Las palabras de orden más recurrentes en este campo (renunciar, evitar, eliminar, reducir) indican acciones “en negativo” y habitualmente se refieren a la planificación de los productos. El sostén ambiental está conectado con escenarios de implosión del sistema general de los productos que, como hemos visto, pueden ser utópicos20 si no significan accionar en los diversos lugares en los que tienen lugar esas planificaciones insertando, junto a los otros requisitos y criterios, también objetivos de racionalización que lleven a renunciar a eventuales productos superfluos, a reducir los consumos energéticos, a evitar la producción de desechos. Poco más que una declaración de propósitos loable pero ineficaz pueden resultar también las propuestas de aumentar la eficiencia y reducir, en consecuencia, el uso de los recursos, a menos que no sean concretizadas mediante proyectos que tengan en sí la fuerza de autogenerarse y de proliferar.21 Las propuestas a nivel de planificación deben, por lo tanto, estar coordinadas con las que controlan la proyectación de productos para poder limitar o reducir efectivamente los impactos sobre el ambiente (uso de recursos, de materias primas, producción de desechos, emisiones en aire y agua, etcétera). En este sentido es ejemplar el caso de los proyectos de servicios muy citados en el discurso sobre el sostén ambiental y que responden al imperativo “Usufructuar colectivamente en vez de consumir individualmente” (Gemeinsam nutzen statt einzeln verbrauchen).22 Viéndolo bien, no se trata de proyectos nuevos. Un servicio de lavandería centralizada (además de un servicio de nursery y, en algún caso, de comedor) era parte integrante de las 19. Una reseña histórica del desarrollo del interés del diseño industrial para los problemas ambientales se encuentra en P. Madge, 1993. 20. Véase capítulo 2. 21. Por esto es muy apreciable el esfuerzo de ejemplificar y proporcionar modelos de comportamiento que, aun no siendo siempre fácilmente reproducibles, dan densidad y credibilidad a propuestas como las enunciadas en los eslóganes de aumentar la eficacia de los recursos de un factor cuatro o de un factor diez. Véase E. von Weizsäker y otros, 1997. Sobre el tema productos-ambiente con especial referencia a la contribución del diseño industrial, véase G. Bergmann, 1994; S. Hellenbrandt y F. Rubik, 1994; F. Schmidt-Bleek y U. Tischner, 1995. 22. IFG Internationales Forum für Gestaltung Ulm, 1993.
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Siedlungen realizadas en los años ’20 en la Francfort del alcalde Ludwig Landmann y del arquitecto Ernst May y, de manera aun más radical, estaba presente en las casas comunes soviéticas del mismo período.23 También la idea de compartir el uso de un automóvil con extraños durante un recorrido más o menos largo y variable (car sharing) puede ser vista como una evolución de los grandes proyectos de infraestructura para la movilidad colectiva del pasado, una forma más sofisticada de transporte público para responder a una demanda de movilidad difundida y difícilmente agregable más allá de los niveles que justifiquen inversiones para la realización de líneas de subterráneos o de redes tranviarias. Pero la diferencia reside en el hecho de que, en la fase naciente, estos servicios colectivos constituían una ampliación del acceso a prestaciones anteriormente cerradas a amplios estratos de población, de modo que, para muchos, eran un mejoramiento absoluto de las condiciones de vida y funcionaban a manera de monopolio de hecho. Ahora deben moverse compitiendo con otros modos consolidados de satisfacer necesidades que se basan sobre el uso (o consumo) individual de bienes como el lavarropas o el automóvil. El nivel cualitativo del servicio colectivo debe, por lo tanto, ser superior y la calidad de los productos utilizados es determinante desde este punto de vista. Por otra parte, a nivel de planificación de productos, también se puede admitir (aunque con todas las precauciones y contraindicaciones del caso) que la diversificación y, por lo tanto, el crecimiento en conjunto de los productos tiene también aspectos positivos y, por lo tanto, se puede crear un conflicto legítimo, que habrá que controlar, entre intereses del ambiente e intereses socioeconómicos. A nivel de cada producto, en cambio, la proliferación de materiales y componentes, además de ser reprobable desde un punto de vista ambiental, es muy a menudo el resultado no querido de un error de proyectación o, por lo menos, de una proyectación que omite tener factores esenciales en consideración. Aunque todavía no lo hemos declarado explícitamente, las consideraciones precedentes ya han hecho comprender cuáles son los problemas ambientales que tienen relaciones, más o menos directas, con los productos y cuya solución puede en23. Véase M. Chiapponi y E. Gregori, 1981.
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tonces depender en mayor o menor medida de las propuestas proyectuales del diseño industrial. En la práctica, para estos problemas no hay soluciones globales, pero existe una apretada red constituida por regueros de proyectualidad, alimentados también por el diseño industrial, que aseguran lo concreto y la factibilidad de las propuestas de solución. El problema ambiental que puede recibir los efectos más benéficos de una intervención del diseño industrial es el del tratamiento de los desechos, cuyas dimensión y dificultad están continua y rápidamente en crecimiento. El mecanismo ya es conocido desde hace tiempo. Una población de productos en crecimiento potente y con una rápida obsolescencia se trasforma en una población de desechos persistente frente a las tentativas de “control demográfico”. Las primeras soluciones han sido buscadas en el campo de las tecnologías de tratamiento y en la organización de una recolección diferenciada que, juntas, deberían transformar los desechos en recursos. Continúan siendo objetivos y modos de intervención importantes, pero ya no son suficientes. Cada vez son más prioritarias las políticas que tienden a eliminar el problema en sus orígenes con acciones preventivas que eviten la producción de desechos en vez de compremeterse en su gestión con intervenciones cuesta abajo más o menos eficaces.24 Consideremos dos sectores en los cuales la contribución del diseño industrial para una reducción preventiva de los desechos puede ser especialmente importante. El primero es el sector del embalaje. Los embalajes son productos con una configuración formal, tecnológica, funcional, etcétera; de modo que entran en todos los efectos en el campo de intervención proyectual del diseño industrial. Pero son, no obstante, productos con algunas características que provienen esencialmente de su falta de autonomía, o sea, del hecho de que existen sólo en función de otros productos (justamente los productos que deben ser embalados), que la duración de su ciclo de vida es estrechamente dependiente de las fases del ciclo de vida de estos otros productos y que, para cada producto a embalar, hay todo un sistema de embalajes primarios, secundarios y terciarios, que lo acompañan en las diversas 24. El tema de la reducción en la fuente de los desechos como alternativa o como integración del reciclaje y de la gestión ha sido objeto de muchos estudios, sobre todo en alemán. Véanse Institut für Ökologisches Recycling, 1989; M. Runge, 1989; H. Sutter, 1989; G. Fleischer, 1990; AGÖF (Arbeitsgemeinschaft Ökologischer Forschungsintitute), 1990; C. Deutsch, 1994.
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fases de transporte, de almacenamiento, de exposición y venta. De manera que es fácil entender las razones de la elevada cuota de embalajes presentes en los desechos y, por lo tanto, también la prioridad que este tema tiene en las políticas de reducción de los desechos. El aporte más eficaz del diseño industrial se obtiene mediante intervenciones proyectuales que tomen en consideración el sistema total de los embalajes que acompañan un producto desde el lugar de producción al del consumo final más que concentrarse en un solo embalaje o, menos aún, en la elección de un material. En efecto, a nivel de sistema es posible identificar los pasajes en los que es mayor la producción de desechos de embalaje, entender cuáles son las causas de esa producción y definir las intervenciones proyectuales específicas que puedan ser muy diferentes según las circunstancias. Pueden, por ejemplo, reducir la cantidad de material utilizado, pero también eliminar completamente un embalaje mediante la proyectación cuidadosa de los otros o introducir embalajes multiuso en el lugar de los monouso, etcétera. Un segundo terreno de intervención para reducir la producción de desechos es el que apunta a prolongar la vida de los productos y de sus componentes. Para conseguir este objetivo es obviamente necesario operar sobre factores tecnológicos, organizativos y de gestión (por ejemplo, utilizando materiales y soluciones tecnológicas adecuados o encargándose de un buen servicio de mantenimiento), pero también son decisivos los criterios proyectuales adoptados por el diseñador industrial. En esta óptica, es por cierto deseable la proyectación de productos que tengan un número limitado de materiales y componentes, que sean fácilmente desmontables para poder recuperar y reutilizar los componentes dotados de una vida más larga que la del producto entero, en los que los tipos de conexión entre las partes sean elegidos aun en función de un desmontaje realizado directamente por el usuario, por un técnico provisto de herramientas especiales o por el productor, según los casos. Otro problema ambiental relevante para los productos y para el diseño industrial es el consumo de recursos, especialmente recursos energéticos y materias primas. También esta vez la variedad de las intervenciones concretas es muy alta. Queremos mencionar sólo el aporte que el diseño industrial puede ofrecer para una progresiva sustitución de las materias primas con materias segundas. Las hipótesis de reciclaje de los
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materiales a menudo se revelan abstractas, aun siendo técnicamente posibles. Esto se debe seguramente a carencias organizativas y logísticas de la recolección diferenciada y a motivos de orden económico. Sin embargo, hay que buscar una razón importante incluso en la falta de adecuadas ocasiones de empleo de las materias segundas. El diseño industrial puede poner a disposición su capacidad de accionar en modo creativo sobre los productos para idear soluciones proyectuales que extiendan el uso de materias segundas a tipologías de productos aún no comprometidas. La actuación concreta en gran escala de las propuestas del diseño industrial para contribuir a la solución de los problemas ambientales, mediante la proyectación de productos y sistemas de productos, depende evidentemente de la cualidad intrínseca de esas propuestas. Pero se origina, por lo menos en igual medida, en la interacción de los diversos actores sociales con los cuales el diseño industrial entra en relación y en el hecho de que las soluciones propuestas resulten persuasivas y convenientes para cada uno de ellos. Es decir que es atribuible a la existencia o no de condiciones por las que cada actor sea inducido a ofrecer su propio aporte para incrementar la calidad ambiental de los productos. También puede hacérsela remontar a la eficacia de los procesos de comunicación deliberativa que todos los actores en conjunto ponen en acción. En efecto, un examen aunque sea somero de las experiencias internacionales a las que ha sonreído el éxito en este campo muestra la eficacia y la productividad de una apretada red de relaciones y de la continua colaboración entre diversas categorías de actores sociales: actores públicos (en especial mediante la acción de sus órganos técnico-científicos: las agencias para el ambiente); empresas, grupos y asociaciones industriales; centros de investigación públicos y privados (especialmente los universitarios); profesionales y expertos, entre ellos los diseñadores industriales; ciudadanos. Entre los efectos más significativos de esta sinergia hay que señalar la creación de redes de relaciones que favorecen un flujo continuo de informaciones y un cotejo constante, que puede ayudar a la formación de decisiones compartidas, por ejemplo sobre los estándares ambientales que los productos deben respetar. También es importante el agregado de recursos científicos, técnicos y financieros en cantidad suficiente para realizar proyectos comunes de gran compromiso.
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Pasando a la conducta de cada actor, no hay duda de que, para los públicos, favorecer el crecimiento de la calidad ambiental de los productos puede ser considerado parte integrante de las políticas ambientales y, más en general, de su misión institucional en cuanto se traduce en una gestión más correcta, eficiente y previsora de recursos colectivos escasos como los ambientales. Estas consideraciones elementales están en la base de las acciones calificadas que han emprendido numerosos actores públicos supranacionales, nacionales y locales. La variedad de esas acciones es una directa consecuencia de la riqueza de papeles y de funciones que invisten los actores públicos y de los actos que cumplen directamente o inspiran a otros. Ellos utilizan su poder de planificación y regulación para llevar a cabo políticas y planes y para promulgar leyes y normativas de distinto tipo (incentivos, tasaciones, regulación de precios controlados, normativas command and control o aptas para reglamentar acciones voluntarias, etcétera);25 promueven y realizan estudios e investigaciones de base para una definición cada vez más cuidadosa de la calidad ambiental de los productos y para la preparación de líneas-guía;26 efectúan políticas de compra de productos ambientalmente preferibles y planifican atendiendo al sostén ambiental los sistemas de productos utilizados en los servicios que ellos erogan directamente o a través de entes y empresas constituidos expresamente. De la misma importancia de las iniciativas llevadas a cabo por los actores públicos son las relaciones con los ciudadanos, aunque más no sea porque las decisiones y los comportamientos de estos últimos tienen la capacidad de condicionar seriamente la posibilidad de realización de los proyectos de los actores públicos. Sólo un ejemplo al respecto. La elección individual de con25. Entre las numerosas iniciativas de este tipo recordamos las indicaciones proporcionadas por ISO a los entes y a los expertos que preparan estándares en el documento Guide for the inclusion of environmental aspects in product standards, 11/3/1994 y las impartidas en DIN, Leitfaden für die Berücksichtigung von Umweltaspekten bei der Productentwicklung und Normung, 14/2/1994. Véase también F. Costa y C. Pratesi, 1998. 26. Véase por ejemplo G. A. Keoleian y D. Menerey, 1993; Enquete-Kommission “Schutz des Menschen und der Umwelt” des Deutschen Bundestages, 1994; BUND/MISEROR, 1996. En este contexto se recuerda también otra iniciativa de importancia como el proyecto de un banco de datos italiano a cargo de la LCA confiado por la ANPA a Associazione Impresa Politecnico, una asociación entre el Politécnico de Milán y una calificada representación de grupos y empresas italianos presentes particularmente o en forma asociada.
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tribuir responsablemente a la recolección diferenciada de los desechos no es imaginable en ausencia de oportunas decisiones de los entes encargados que favorezcan una eficiente organización de la recolección misma, del reciclaje y del procesamiento. Pero esas decisiones son escasamente realistas si no están acompañadas por una acción comunicativa puntual sobre las razones de la recolección diferenciada y sobre los resultados conseguidos pero también, muy concretamente, sobre los lugares, horarios y modalidades de recolección. En este caso, formas innovadoras de información y comunicación, más flexibles e interactivas, pueden acompañar a las tradicionales, con indudables ventajas incluso para las empresas encargadas de la recolección, que pueden obtener así feedback informativo indispensable para la planificación y el cumplimiento de su actividad. Las intervenciones del diseño industrial dirigidas a una mejor relación producto-ambiente pueden ser efectivamente implementadas sólo si consiguen colocarse correctamente con respecto a estas acciones de los actores públicos, volverse mutuamente congruentes y favorecer la realización incluso mediante una cuidadosa estrategia comunicativa que comprometa a los ciudadanos. Pero igualmente deben confrontarse con las políticas y las actitudes de otros actores, en especial de las empresas productivas. Los motivos que pueden inducir a los productores a emprender políticas ambientalmente conscientes en general y con especial referencia a los productos han sido ilustrados por diversos autores. Se han examinado las ocasiones de innovación estratégica que esas políticas pueden brindar a las empresas y, simétricamente, se ha evidenciado cómo las políticas ambientales sobre los productos son caprichosas si no tienen en cuenta las lógicas económicas.27 Además de las razones estratégicas, hay diversas motivaciones específicas (en términos tanto de oportunidad como de vínculos) que pueden inducir a una empresa a introducir criterios de tipo ambiental en la proyectación y gestión del ciclo entero de vida de sus propios productos. Esto es particularmente cierto si la empresa actúa en el mercado internacional. Algunas motivaciones valen independientemente del tipo de producción, otras son más específicamente reconducibles al sector productivo y dan lugar incluso a iniciativas actuadas a nivel de asociacio27. Véanse J. Huber, 1991; D. Wallace, 1995; G. Azzone, U. Bertelé y G. Noci, 1997.
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nes de categoría.28 Una lista no exhaustiva y destinada a cambiar con el tiempo podría incluir las siguientes motivaciones. Extended producer responsability. Se trata en esencia, del principio según el cual un productor es responsable de sus propios productos por todo el ciclo de su vida y no sólo hasta el momento de su colocación en el mercado. Este principio ya ha sido introducido anteriormente para los embalajes por la normativa alemana, por lo tanto en la normativa europea, y ahora incluso en los otros países europeos. Ahora el principio está en fase de ampliación a otras tipologías de productos en la legislación de cada país (por ejemplo, sectores de los automóviles y de los equipos eléctricos y electrónicos en Alemania). En estos casos, el productor debe equiparse también para retirar sus propios productos al final de su ciclo de vida, desmontarlos, reutilizar algunos de sus componentes y recuperar material o energía. Es evidentemente importante que los productos estén proyectados de modo de facilitar estas operaciones. Garantizar este servicio puede ser de gran impacto sobre los compradores, especialmente los grandes compradores que tienen dificultad en gestionar por sí mismos el deshacerse de los productos que ya no están en uso. Demandas ambientales de clientes industriales. Ocurre cada vez más a menudo que clientes industriales (especialmente los grandes grupos internacionales) pidan a sus propios proveedores que respeten los criterios ambientales de distinto tipo (exclusión de los productos o de los componentes de determinadas sustancias, productos con bajo consumo energético, certificación ambiental de la empresa, etcétera). Green public procurement. Existen indicaciones bien precisas (y en varios países incluso experiencias ya en acción) dirigidas hacia una política racional, coordinada y atenta a las características ambientales de los productos, de compras de bienes y servicios por parte de los entes públicos. Eso significa también introducir en las órdenes de compra criterios diferentes del de mínimo precio de compra y, entre éstos, criterios de preferencia ambiental. 28. Véase, por ejemplo, la iniciativa de la industria electrotécnica y electrónica alemana en el terreno del desmontaje y de la recuperación de sus productos en ZVEI (Zentralverband Elektrotechnik und Elektronikindustrie) Lösungskonzept der deutschen Elektroindustrie für die Verwertung und Entsorgung elektrotechnischer und elektronischer Geräte, 29/9/1993.
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Certificación ambiental de los productos (ecolabel) y certificación del sistema de gestión ambiental de la empresa (EMAS o ISO 14010). Se trata, como ya hemos dicho, de instrumentos voluntarios que pueden ofrecer la ventaja de coordinar todos los aspectos ambientales obteniendo, en algunos casos, ventajas económicas directas (por ejemplo, ahorro energético, gestión más racional de los desechos, etcétera) y, en general, las ventajas de imagen y comerciales que pueden derivar de una certificación de este tipo. Demandas de los consumidores y normativas sobre la publicidad comparativa. Los cotejos entre los propios productos y aquellos de los directos competidores efectuados con objetivo promocional comienzan a ser permitidos por la legislación de diversos países. Tales cotejos buscan a menudo hacer palanca sobre el llamado green consumering, un fenómeno que tiene grupos cada vez más importantes de consumidores sensibles a los argumentos de tipo ambiental en el momento de la adquisición de productos y servicios. Aquí es evidente la responsabilidad de una bien determinada forma de comunicación (la publicitaria) y se traduce, de hecho, en la necesidad de que el mensaje promocional refleje las características efectivas de lo que es propuesto. Demasiado a menudo en este sector se ha tratado de utilizar la comunicación de manera ambigua, cuando no decididamente engañosa. Se promovían productos que habrían debido ser “amigos del ambiente”, pero se lo hacía con argumentaciones absolutamente genéricas, cuando no engañosas, reduciendo al mínimo el contenido informativo de la comunicación. Ahora, en cambio, las nuevas normativas y una capacidad de control mucho mayor por parte de los consumidores y de sus organizaciones imponen que las características por las cuales los productos deben considerarse ambientalmente preferibles no sean sólo enunciadas sino también concretamente presentes. De modo que una vez más resulta evidente la importancia de las interrelaciones entre los actores para el efectivo mejoramiento de la calidad ambiental de los productos. Es en este contexto que va inserta la acción del diseño industrial y de aquí derivan también modificaciones para su estatuto disciplinario. En efecto, la atención hacia el problema ambiental modifica, en algunos casos profundamente, los contenidos, los procedimientos y los instrumentos del diseño industrial, pero no sólo esto. Si por norma el sistema de los interlocutores del diseñador indus-
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trial y las recíprocas interrelaciones son establecidos con un suficiente grado de aproximación, introducir consideraciones ambientales vuelve más fluido este cuadro. Así, al diseñador industrial que quiera efectivamente contribuir con su actividad a la solución de problemas ambientales, deberá también buscarse interlocutores más apropiados, establecer con ellos relaciones no habituales y hacerse promotor de proficuas formas de comunicación y colaboración entre actores sociales a veces tentados de accionar en espléndido aislamiento.
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Las relaciones entre producto y comunicación que tienen alguna importancia para el diseño industrial son múltiples y se remontan a los orígenes de la producción industrial. A veces se puede incluso observar que el recurso sistemático a esas relaciones ha marcado el pasaje a la producción industrial y el comienzo del diseño industrial en cuanto actividad profesional. En efecto, ha sido en ese momento histórico que fenómenos bien conocidos, como la metódica separación entre la fase proyectual y la productiva, o sea, el pasaje de una relación personal con transmisión directa y oral de las competencias técnicas y de las disposiciones específicas entre maestro y aprendices, en una organización empresarial compleja basada sobre departamentos funcionales mutuamente interactuantes, han requerido y han sido hechos posibles por un imponente desarrollo de diversas formas de comunicación. En otros términos, condición necesaria e instrumento indispensable del naciente modo de producción industrial ha sido el pasaje de formas de representación de los productos que, sin embargo, habían alcanzado cimas excelsas de eficacia expresiva y hasta valor artístico pero que permanecían como ejemplares únicos, a un sistema articulado de comunicación basado cada vez más en convenciones y estandarizaciones.1 Es justamente ese sistema de comunicación, que el diseñador aprovecha ampliamente en el ejercicio de su actividad profesional, el que permite la materialización de las visiones de su “ojo interno”, como diría Eugene S. Ferguson.2 O sea, hacer posible: la presentación de la idea proyectual a los órganos de la 1. Véanse. R. Soulard, 1964, y L. Reti, 1974. 2. E. S. Ferguson, 1992.
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industria competentes para decidir sobre su efectiva realización; la redacción de las indicaciones técnicas y de fabricación para producir y “reproducir” objetos con características estables; la exposición del producto al público de los potenciales compradores, etcétera. Todos saben cómo el aumento de la complejidad de las estructuras organizativas de la industria ha sido no fortuitamente proporcional al crecimiento cuantitativo y cualitativo de la comunicación dirigida a facilitar la interacción dentro de la estructura.3 Para observar más de cerca este sistema de comunicación referente a los productos, parece oportuno introducir una clasificación binaria distinguiendo entre comunicación “sobre” productos y comunicación “de los” productos, a pesar de saber que una clasificación semejante es mucho más útil que rigurosa.4 En la primera categoría incluimos las formas de comunicación “instrumental” que acompañan el ciclo entero de vida de los productos: bocetos; diseños técnicos; modelos; disposiciones para la fabricación, el montaje y desmontaje; manuales de instrucciones para el uso; manuales para el mantenimiento y la reparación; imágenes para la presentación y la publicidad, etcétera. Es decir, la comunicación entre todos los actores sociales que participan en la ideación, en la proyectación, en la ingenierización, en la construcción, en la distribución y en el uso de un producto. Por cierto, existen también numerosos e interesantes ejemplos de comunicación “narrativa” sobre productos (en la fotografía, en el cine, en el arte visual y hasta en la poesía y en la literatura) pero, en este contexto, parece legítimo dejarlos en el fondo con respecto al tema principal de investigación. La segunda categoría comprende, en nuestra hipótesis, todos los aspectos comunicativos de cada producto o, para decirlo en términos más directamente referidos a lo físico de los productos, esos componentes (diversos elementos de codificación, marcas, etiquetas, esquemas gráficos y tipográficos, indicadores, escalas, display, etcétera) que constituyen la interfase comunicativa de un producto o de un sistema de productos y hacen comprensible su composición, su estructura, sus prestaciones, su modalidad de trabajo y ulteriores características. 3. H. K. Wahren, 1987. 4. Véase M. Chiapponi, 1996.
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Como veremos a continuación, la fuerte influencia sobre la relación producto-comunicación ejercida por un factor tecnológico penetrante como la microelectrónica y, más en general, la tecnología de la información contribuye a hacer, en ciertos casos, menos netos los límites entre las dos categorías. De todos modos, la clasificación que hemos presentado tiene, por lo menos, el mérito de hacer que se cristalicen, dentro de lo que podría ser una nebulosa de puntos de arranque de reflexión inaferrables, dos núcleos temáticos consistentes y, por lo tanto, de aportar un poco de claridad y de facilitar un análisis más profundo. Esto constituye, seguramente, una considerable ventaja para una situación en la que la realidad parece desarrollarse mucho más rápidamente que los instrumentos interpretativos, proyectuales y de control. Gracias a esta clasificación se hace posible delimitar ámbitos temáticos y problemáticos, hacer preguntas relevantes y buscar soluciones adecuadamente. Se dedicará una atención especial, aunque no exclusiva, a las formas de comunicación relativas a los productos más fuertemente caracterizados por la microelectrónica. La atención hacia los productos “microelectrónicos” no será exclusiva porque pensamos que son aditivos y no sustitutivos respecto de los “mecánicos” o “electromecánicos”. O sea que la nueva tecnología no suplanta las precedentes sino que se agrega a ellas y, juntas, conviven en productos diversos o directamente en los mismos productos. Además, los problemas de comunicación de los productos más tradicionales ya han encontrado, en numerosos casos, soluciones aceptables y que pueden funcionar como puntos de referencia muy interesantes incluso con respecto a los productos microelectrónicos. Con esta declaración, que tal vez pueda parecer afectada de excesivo continuismo, pensamos desembarazar el terreno de un malentendido muy común en las fases de expansión de nuevas tecnologías. En esas fases, está bastante difundida la tendencia a exaltar acrítica e ingenuamente el papel de las tecnologías emergentes. Hay quienes sostienen, aun con referencia a las tecnologías informáticas y de la comunicación, que éstas darían lugar a un nuevo paradigma, a una realidad completamente nueva en la cual ya no tendrían valor los instrumentos y los sistemas de referencia teóricos utilizados hasta ahora. Semejante enfoque tiene como consecuencia concreta, incluso en el terreno de la relación productos-comunicación,
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la subestima de la continuidad de los fenómenos y de la acumulación de conocimientos que, sobre todo en una fase de transición, son especialmente importantes precisamente para los productos nuevos. En nombre de la supremacía del nuevo paradigma, a veces se renuncia a conocimientos ya adquiridos para retomar desde el comienzo, y en modo ingenuo, temáticas que ya tienen a sus espaldas una consolidada reflexión utilizable muy provechosamente. Partiendo de estas prudentes premisas se pueden examinar, con la mente libre de prejuicios y con la debida atención, los elementos de efectiva novedad que las tecnologías de la información ya han introducido en la relación producto-comunicación y las que serán posibles en el corto y el mediano plazo. En efecto, estos elementos son tan sólidos que pueden instaurar algunos escenarios totalmente nuevos junto a situaciones ya consolidadas y a problemas más conocidos. Un primer y profundo cambio de perspectiva está constituido por el hecho de que la misma tecnología microelectrónica actúa directamente tanto sobre la configuración de los productos como sobre los procedimientos y las técnicas empleadas para proyectarlos y realizarlos. El uso de la computadora –pido que se me perdone el modo un poco simplista de expresar este concepto– acerca y, en algunos casos, ya potencialmente reunifica la fase inventiva y la de realización de los productos. La combinación de técnicas de proyectación cad/cam, de potentes instrumentos de modelación digital y de sofisticadas máquinas herramienta y operadoras de control numérico puede eliminar muchos pasos intermedios del proceso de decisión y de realización de los productos. Por otra parte, la relativa facilidad con la que los modelos digitales pueden ser compartidos y transmitidos en tiempo real, hace finalmente posibles de verdad, operaciones de coproyectación tantas veces deseadas y relaciones mucho más estrechas y duales entre el diseñador industrial y otros actores, por ejemplo, los responsables de la ingenierización de los productos. De modo que, gracias a un altísimo nivel de sofisticación tecnológica, parecen volver a ser propuestas algunas de las condiciones que caracterizaban la producción preindustrial, especialmente la unidad entre la invención y fabricación propia de la artesanía. Esta eventual confusión está reforzada por el hecho de que algunas de las empresas consideradas todavía hoy artesanales, con una termi-
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nología residual y atenta sólo al número de los dependientes, desempeñan, en efecto, un papel de primer plano en la producción y en la experimentación de estas tecnologías de vanguardia. En el estado actual, la informatización del ciclo total de proyectación, desarrollo y producción, está limitada a algunos sectores (especialmente el automovilístico) que tienen producciones especialmente congeniales por cuanto están caracterizadas por una complejidad muy elevada y por plataformas de productos para las cuales son necesarias ingentes inversiones iniciales para proyectación, investigación y desarrollo y que son modificadas sucesivamente en una amplia gama de variantes predefinidas. En estos sectores es indispensable efectuar verificaciones y controles preventivos muy cuidadosos y comparar diferentes soluciones alternativas hasta llegar a un grado de detalle muy elevado; son por lo tanto tecnologías ideales de representación y modelación flexibles y veloces como las digitales, que permiten avanzar con procedimientos del tipo “prueba y error” y que, al final, pueden transferir los resultados a la línea productiva sin ulteriores intermediaciones. Tal vez, una generalización de estos procedimientos y de estas tecnologías a todas las tipologías de producto seguirá siendo desproporcionada por algún tiempo, pero su sola aparición en la escena impone al diseño industrial algunas reflexiones sobre su propio orden disciplinario. Éste tendría que encontrar nuevos instrumentos para el indispensable control sobre las características físicas y sensoriales de los productos que ejerce actualmente gracias al fuerte componente “manual” de su actividad. También tendría que encarar –pero este tema ya es impostergable– la relación entre los diversos tipos de modelos materiales y digitales y su propia actividad cognoscitiva, creativa y representativa.5 No obstante las limitaciones circunstanciales que hemos señalado, en la era microelectrónica la comunicación “sobre” productos debe ocuparse necesariamente, sin los ingenuos entusiasmos de los neófitos pero también sin nostalgias antitecnológicas, del papel de los componentes hardware y software de la informática y de las tecnologías de la comunicación entendidas como instrumentos proyectuales. Aceptar este desafío significa hacerse preguntas como las siguientes: ¿en qué terrenos de la comunicación sobre productos y en qué condiciones ofrece 5. Véase T. Maldonado, 1992 [1994], capítulo 4.
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la tecnología de la información interesantes posibilidades innovadoras para la proyectación?; ¿cómo es posible utilizar al máximo las capacidades integradoras de la computadora (integración de funciones de cálculo y de representación, de texto, imágenes, movimiento, sonido) para obtener una eficaz comunicación sobre los productos?; ¿cómo se modifica de este modo la relación entre proyectación y realización de los productos?; ¿qué innovaciones introduce el nuevo instrumento en las metodologías y en las modalidades de trabajo de la proyectación tradicional?; ¿cómo es posible una activa cooperación entre competencias proyectuales y tecnológicas no tan preocupadas por exhibir su pedigree sino más bien de alcanzar la efectiva solución de problemas objetivamente nuevos y de frontera? Las tecnologías de la información están produciendo notables novedades no sólo en el modo de proyectar y realizar los productos, sino también en los productos mismos y, por lo tanto, sobre sus aspectos comunicativos. En la práctica, estas innovaciones tienen lugar en dos niveles diferentes, ambos importantes para el diseño industrial: por una parte el de la comunicación del producto en su totalidad, su aspecto, identidad, reconocibilidad y, por la otra, el de la estructuración detallada de las interfases comunicativas.6 Comenzamos por las modificaciones que abarcan la totalidad de las configuraciones de un producto y que, gracias a la intervención del diseño industrial, se reflejan fielmente en su forma. Por un lado, las prestaciones de las máquinas herramienta permiten ahora la realización de las formas más complejas sin excesivas dificultades. Por otro, la miniaturización y la relativa homogeneización de las partes funcionales y operativas de los objetos técnicos (gracias, justamente, al empleo cada vez más difundido de microprocesadores) hacen más débiles los vínculos sobre la configuración formal de los objetos. Como es sabido, el factor de arrastre del proceso de miniaturización está constituido, esencialmente, por el desarrollo de la tecnología referente a la transmisión de señales electromagnéticas, a partir de la válvula hasta la llamada electrónica molecular, pasando a través del transistor, los micromódulos, los microcircuitos y los circuitos integrados. Si se piensa que todo esto comenzó con la invención del transistor en diciembre de 1947, se tiene una idea 6. Véanse M. Burke, M. Chiapponi y T. Rurik, 1994; G. N. Reichert, 1996.
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de la prodigiosa rapidez que ha caracterizado la evolución de esa tecnología. Justamente la posibilidad de drásticas reducciones dimensionales, acoplada a un aumento de la tasa de prestación, ha facilitado la sustitución progresiva de los componentes mecánicos o electromecánicos de muchos objetos de uso con componentes electrónicos que, evidentemente, no creaban problemas de espacio en el momento de su inserción en las casillas de las tipologías tradicionales. Es también así cómo la tecnología microelectrónica ha asumido esa naturaleza invasora que la caracteriza. Al abrir camino a una profunda innovación, aun de las tipologías objetuales más comunes, ha provocado, en algunos casos, su disolución, y en otros ha creado otras absolutamente nuevas. Muchos puntos fundamentales del modo de concebir y producir objetos técnicos están perdiendo o han perdido ya definitivamente su relevancia. Se ha partido con el progresivo aumento de los dispositivos de indicación e información de los productos (contadores, cuadrantes, señaladores visuales y acústicos, etcétera) respecto de los de comando (interruptores, pulsantes, teclas, palancas, manubrios, pedales, etcétera) como directa consecuencia de la automatización de numerosas fases operativas de los productos y, por lo tanto, de la disminución de la necesidad de comandos activados manualmente por un operador externo. Ya son ampliamente utilizados incluso dispositivos mixtos, como el touch screen, que desempeñan a la vez funciones de indicación, información y comando. La sucesiva sustitución de los órganos mecánicos móviles de los productos con circuitos microelectrónicos ha permitido reducir considerablemente el desgaste debido a movimientos y fricciones y, por lo tanto, la necesidad de hacer inspeccionable el interior para efectuar reparaciones. La parte funcional de un objeto, ese conjunto de aparatos mecánicos que desempeñaba un papel de primer plano en el nacimiento y estabilización de las tipologías objetuales, en gran medida ya no representa un vínculo y ni siquiera un punto de referencia para la configuración formal de los productos microelectrónicos. Ahora los vínculos se buscan en ese compromiso que, anteriormente, casi servía solamente para “revestir” los productos y proteger a los usuarios. Esta acrecentada libertad de maniobra, sin embargo, hasta ahora no ha estado en grado de producir resultados apreciables desde el punto de vista formal. Al
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contrario, frente a una gran variedad de productos se registra una acentuada homogeneidad de las respectivas configuraciones formales, la difusión de “cajas negras” de diferentes dimensiones, de “formas puras cuyo objetivo es oscuro” como las califica alguien. Una posible interpretación es que las cajas negras microelectrónicas expresen, justamente a través de su anonimato, el influjo de la nueva tecnología sobre la fisonomía de los productos. En las tecnologías mecánica y electromecánica, el número relativamente limitado de las prestaciones de cada tipología de producto es manifestado con claridad, y el hecho de que esas prestaciones y los dispositivos que las hacen materialmente posibles sean característicos de la misma tipología constituye un elemento esencial para que sean reconocibles. En cambio, a una técnica ubicua y multivalente como la microelectrónica corresponderían productos que tienen prestaciones más numerosas y potencialmente “migratorias”, transferibles de un producto al otro. Esta característica haría que la configuración prestacional de los productos casi no tuviera influencia en los procesos de definición de su aspecto. Si ésta es una explicación plausible de la carencia formal de estos productos, todavía no proporciona instrumentos para accionar en positivo y llegar a nuevos criterios de atribución de identidad y de posibilidad de ser reconocibles. Naturalmente, todas estas consideraciones tienen que ver con la forma de los productos, pero presentan temas completamente nuevos a disciplinas y sectores de investigación, como el de la semiótica o de la retórica, que se han ocupado ampliamente de la forma de los objetos o directamente consideran verdaderos ciertos aspectos inactuales sobre los que se han desarrollado debates históricos del diseño industrial, como aquel sobre la asignación de la supremacía y la primogenitura de la forma antes que la función o viceversa. Se puede considerar que el empleo de instrumentos semióticos o retóricos en la interpretación, y aun en la proyectación de los productos, haya tenido un primer impulso con la introducción de estas disciplinas en la Escuela de Ulm a partir de la segunda mitad de los años ’50 por parte de Max Bense y Tomás Maldonado.7 Luego, esta temática fue desarrollada en la misma escuela por Abraham Moles y Gui Bonsiepe y ha sido sucesivamente encarada repetidas veces y hasta en épocas recien7. Véanse T. Maldonado, 1959 y 1974 [1977] (especialmente el capítulo “Montaje fílmico y retórica”).
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tes por diversos autores.8 Pero por lo que sé, pocos y sólo esporádicamente han encarado este tema poniéndolo directa y sistemáticamente en relación con las transformaciones de los productos debidas a la difusión de la microelectrónica. Colocándose en el terreno tradicional de la semiótica y de la retórica aplicada a los productos y a la misma actividad proyectual, se han actualizado y profundizado diversos temas relevantes de por sí. Se ha examinado a fondo la analogía entre elementos constitutivos de los productos (fragmentos, morfemas, detalles, etcétera), su agregado y estructura del lenguaje verbal. No obstante sorprende un poco la escasa atención prestada a los sistemas de productos desde el momento que muchos fenómenos que tienen fuertes componentes semióticos y retóricos (por ejemplo, el uso de los productos por la atribución y la indicación de status y de categoría) se verifican a menudo justamente en ese nivel. Se ha estudiado la contribución de la semiótica para la interpretación de las superficies de los productos y de su layout. Se ha profundizado el uso de la retórica como instrumento para persuadir a los interlocutores a elegir una de las tantas posibles soluciones concretas en el proceso de proyectación y realización del producto o incluso en el momento de su comercialización. Pero todos atribuyen un peso muy reducido o, mejor, dedican poco espacio, a las diferencias, a veces consistentes, que dependen del tipo de productos tomados en consideración y especialmente de las tecnologías que los caracterizan. No nos interesa aquí expresar un juicio sobre la capacidad o no de estos estudios más recientes para superar las dificultades lógicas y conceptuales que han acompañado, desde el comienzo, este tipo de aplicaciones de la semiótica y de la retórica, ni queremos entrar en los detalles de cuestiones especializadas que requerirían conocimientos disciplinarios que no poseemos. Nos interesa más proponer algunos temas de reflexión a la semiótica y a la retórica que tal vez podrían abrir interesantes perspectivas de innovación también para estas mismas disciplinas pero que, en todo caso, son de extrema importancia desde el punto de vista de la comunicación de los objetos microelectrónicos. ¿Qué instrumentos semióticos existen para definir las características formales distintivas de la identidad de 8. Recordamos aquí, entre los muchos que se podrían citar, algunos textos que, por diversas razones, tienen un interés especial para nuestro discurso: R. Buchanan, 1989; A. Van Onck, 1994; M. Krampen,1995.
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nuevas tipologías de productos microelectrónicos? ¿Todavía tiene sentido para estos productos seguir hablando de tipologías en los mismos términos que hemos utilizado hasta ahora o se debe pensar en categorías definitorias más flexibles, que permitan tomar en consideración algo parecido a una ”plataforma tipológica” articulada en diversos productos? ¿Cómo es posible hacer que la plataforma entera y cada uno de los productos que le pertenecen tengan una identidad definida y reconocible? ¿Qué instrumentos comunicativos, y especialmente instrumentos retóricos, se pueden emplear para facilitar la aceptación cultural y la consolidación de estas nuevas tipologías? Un punto de partida que, a nuestro parecer, merecería ser desarrollado es el representado por el concepto de affordance (literalmente “autorización”), que Martin Krampen toma de la semiótica ecológica de James J. Gibson y aproxima a la idea de Aufforderungscharakter (literalmente “carácter exhortativo) de los productos propuesto por el psicólogo de la Gestalt Kurt Koffka. Ambos conceptos ponen el acento sobre el valor semiótico de la capacidad de cada objeto de “decir qué es y qué se puede hacer con él”,9 aunque Koffka atribuye esta capacidad en medida notable al contexto en el cual es utilizado el producto, mientras Gibson la confiere casi exclusivamente a las características intrínsecas del objeto mismo. Definir qué es un producto y qué se puede hacer con él equivale a establecer su identidad (o por lo menos es un paso decisivo en esa dirección) y un aporte de la semiótica que nos ayudara a comprender cuáles pueden ser los caracteres formales de un producto electrónico capaz de darles esta clara identidad sería de inestimable valor. Una ayuda muy importante en este sentido nos puede venir de la colaboración de la semiótica con algunas ramas de la psicología de la percepción. En varias ocasiones hemos utilizado el término fisonomía con referencia a las tipologías de los productos, señalando así en modo alusivo una línea de investigación consolidada (la fisiognomía) que se ocupa de los problemas de categorización y reconocimiento de las caras humanas. De las investigaciones teóricas y empíricas desarrolladas en este campo podemos extraer indicaciones interesantes para los problemas de clasificación y reconocimiento de las tipologías de los productos y también de aquellas que hemos denominado “plataformas 9. M. Krampen, 1995, p. 90.
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tipológicas”, pero que también habríamos podido llamar “familias” o “clases” de tipologías que tienen una conexión mayor con la terminología específica de la psicología de la percepción. Sería interesante, por ejemplo, saber si el proceso de formación de una tipología objetual microelectrónica debe seguir o no los mismos recorridos de los productos mecánicos y electromecánicos. O sea, comprender si se debe proceder mediante la selección de una de las diferentes propuestas formales en competición que, resultando vencedora con respecto a las otras, asume un valor prototípico, o si en cambio se puede imaginar el nacimiento de nuevas tipologías “por polarización” a partir de la combinación de diversas formas ya suficientemente afirmadas. En el contexto de la fisiognomía han sido estudiadas a fondo las cuestiones concernientes a los procesos de clasificación basados no tanto en reglas lógicas predefinidas sino en el examen comparado de un grupo de ejemplares10 y se han puesto a punto métodos de gráfica computarizada para extraer imágenes de caras prototípicas partiendo de distintas imágenes de la misma persona.11 Por otra parte, se ha investigado el papel de principio organizador desempeñado por la similitud (y también por el concepto opuesto y complementario de diferencia) en las operaciones de clasificación, entendiendo que la similitud como relación entre dos productos dotados de características particulares comunes sea el lazo de “prototipicidad” (prototypicality) y de “representatividad” (representativeness) que se instaura entre un objeto y una clase.12 En fin, han sido encarados problemas de más detalle pero igualmente estimulantes como los relativos a la clasificación de las expresiones faciales, a la secuencia de operaciones que llevan a la determinación de “unidades de reconocimiento” entendidas casi como unidades de medida compuestas, a los mecanismos que inducen a error y a la interacción hombre-computadora en los procesos de reconocimiento.13 De modo que no faltan instrumentos ni sugestiones para una averiguación final de los problemas atinentes a la identificación y reconocimiento de las tipologías, incluso para productos hoy todavía bastante huidizos y anónimos como los microelectrónicos. 10. S. K. Reed, 1972. 11. P. J. Benson y D. I. Perret, 1993. 12. A. Tversky, 1977; E. E. Smith y otros, 1988. 13. A. J. Goldstein y otros, 1972; D. C. Hay y otros, 1991; J. Brunas-Wagstaff y otros, 1992; N. L. Etcoff y J. J. Magee, 1992.
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Para comprender cuán esenciales son los temas como los que estamos proponiendo y el aporte de la comunicación, y en especial modo de la retórica, basta con recordar su centralidad incluso en el proceso de formación, afirmación y desarrollo de las tipologías de productos mecánicos y electromecánicos que en la actualidad han entrado definitivamente a formar parte de nuestro paisaje cotidiano. No debemos olvidar, a pesar de su actual difusión masiva los esfuerzos que se han debido realizar para recibirlos dentro de las paredes de nuestras casas. Es conocida, por ejemplo, la resistencia que han encontrado, en su momento, los electrodomésticos en cuanto tipologías de productos asociados a ambientes laborales extradomésticos, que querían entrar en casa. Tal resistencia, si no les ha cerrado el camino, por cierto les ha condicionado las formas y las interpretaciones. Inicialmente, en la presentación de esos productos, se ha enfatizado justamente su affordance, los efectos beneficiosos que se podían obtener de su uso y, paralelamente, se han sometido los productos a procesos miméticos que acercasen su configuración formal a la de productos familiares y los hiciesen compatibles con el nuevo contexto en el que debían introducirse. Por otra parte, estos recursos no eran nuevos en absoluto. Ya a partir del siglo XVI, la desconfianza provocada por la técnica, y sobre todo por las máquinas, fue superada culturalmente a través de una presentación en un contexto lúdico y mediante un trabajo de naturalización y antropomorfización, sobre todo con los escenarios del “teatro de máquinas” y con los autómatas. Es curioso, pero tal vez no tan sorprendente, notar que exactamente los mismos argumentos (enorme riqueza de la oferta de prestaciones, vínculos con el juego y el entretenimiento, carácter friendly, etcétera) han sido ampliamente utilizados incluso para promover la difusión de la computadora personal. Como se ve, entonces, la comunicación y la retórica han tenido y tienen un papel insustituible en lograr la aceptación de una nueva tipología de producto. Por el contrario, el modo en que un determinado objeto es presentado públicamente ejerce una influencia notable sobre su aspecto exterior. Éste se transforma rápidamente de tarjeta de visita en documento de identidad y deviene un vínculo hacia el cambio de los elementos caracterizantes de la configuración formal del producto, puesto que las características que determinan su reconocimiento en cuanto miembro de una deter-
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minada familia tipológica no pueden ser cambiados con demasiada ligereza. Hasta el solo aclarar la tipología de pertenencia de un producto proporciona a los potenciales usuarios informaciones utilísimas, por ejemplo: sobre sus contextos de uso habitual, sobre las expectativas generales que se pueden alimentar ante él, sobre su función social y cultural. El segundo y más profundizado nivel en el que se plantea la cuestión de la comunicación “de los” productos es el de las interfases comunicativas y de su proyectación. En esta circunstancia el objetivo primario del diseñador industrial es, por así decirlo, el de satisfacer las necesidades de comunicación de los productos frente a los usuarios, o sea de hacer los productos comprensibles y fácilmente utilizables. Las tareas más importantes conciernen, por lo tanto, a la definición de las relaciones entre las configuraciones (estructural, funcional, de prestación, etcétera) y los aspectos comunicativos de los productos a través de la proyectación de componentes comunicativos, microelectrónicos, mecánicos, electromecánicos o mixtos. Esta interpretación deliberadamente “minimalista” de las interfases comunicativas es la que legitima la aspiración del diseño industrial de tomar parte en su proyectación junto a otros especialistas y clarifica los aportes peculiares de su contribución. Viéndolo bien, cada producto es protagonista de todo un sistema de interfases que comprende diversos temas y casi temas, tiene diversas finalidades y configura distintos modos de interconectarse. Es, por ejemplo, el “convidado de piedra” de la compleja red de interfases organizativas y de gestión que involucran a todos los actores, internos y externos a la empresa, que participan en su concepción, nacimiento y desarrollo.14 Cada producto tiene interfases comunicativas a través de las cuales transmite señales, impulsos, informaciones sobre su propia oferta de prestación y sobre su propio estado de funcionamiento, e interfases operativas mediante las cuales recibe y transmite impulsos e indicaciones que son transformados en acciones. Tanto las interfases operativas como las comunicativas ponen el producto en relación con un usuario humano o establecen conexiones más o menos automatizadas con otros componentes o productos pertenecientes al mismo sistema. Todas estas formas de interacción son parte integrante e irrenunciable del horizonte proyectual del diseño industrial. 14. Véanse C. Flurscheim, 1977; S. Doheny-Farina, 1992.
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De modo que las interfases comunicativas de los productos son, para el diseño industrial, algo menos y, al mismo tiempo, algo más: en pocas palabras, algo diferente con respecto al objeto de una nueva disciplina proyectual autónoma, exactamente el diseño de las interfases o el diseño de la interacción, que parece tomar cuerpo de los esfuerzos conjuntos de la comunicación visual y multimedia y de la informática, en especial modo la HCI (human computer interaction).15 Ante todo –lo repetimos–, el diseño industrial no puede admitir una autonomía de las interfases comunicativas de los productos y una delegación de su proyectación a especialistas externos salvo que quiera vaciar de sentido su propia actividad y renunciar a sus propias responsabilidades primarias, por el sencillo motivo de que no puede existir la proyectación de un producto que no incluya la proyectación de sus interfases comunicativas. Por otra parte, las interfases comunicativas no pueden ser concebidas separadamente de las operativas. Debiendo elegir entre los dos tipos de interfases comunicativas indicadas por Giovanni Anceschi, “interfases para hacer”, que ponen a disposición un saber hacer e “interfases para saber”, que dispensan conocimiento,16 el diseño industrial elige sin dudar las primeras, que de seguro le resultan más congeniales. Veremos más adelante que ciertos tipos de manuales de instrucciones para el uso podrían ser considerados como interfases para saber, pero también éstas entran en la órbita de interés específico del diseño industrial en cuanto proporcionan, tal vez en modo distinto y mediato, indicaciones para hacer. En este sentido parece ser particularmente oportuna la interpretación de Gui Bonsiepe17 de una interfase entendida como la componente de un producto (se trate del mango de una tijera, del de un martillo o del programa de una computadora) que permite concretamente a un usuario llevar a cabo una acción. Pero es necesaria una advertencia. La distinción entre interfase comunicativa e interfase operativa todavía tiene un valor para el diseño industrial. De modo que se debe distinguir entre la función operativa de la interfase referida a los procesos de interacción entre el usuario y la interfase misma y el sistema 15. Véase G. Anceschi, 1993. 16. G. Anceschi, 1993, p. 20. 17. G. Bonsiepe, 1995, [1999].
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de interacciones general del conjunto entre usuario y producto. Los elementos de comando de una interfase comunicativa informatizada (triggers) sirven para dirigir el proceso interactivo con la interfase comunicativa. La función importante de la interfase comunicativa de un producto, aunque interactiva y muy sofisticada como aquellas de las que estamos hablando, sigue siendo la de proporcionar las informaciones necesarias para tomar decisiones ejecutivas. Las acciones del producto, en cambio, son provocadas mediante las interfases operativas que, aun estando a veces físicamente integradas con las comunicativas, permanecen conceptualmente separadas. Estas reflexiones nos traen a la memoria también el hecho incontrovertible de que, para el diseño industrial, no son relevantes sólo las interfases comunicativas digitales sino también las que tienen poco o nada que ver con una computadora.18 Las formas de comunicación no visual, por ejemplo, son utilizadas, de modo más o menos consciente, mucho más frecuentemente en el diseño industrial que en la proyectación de interfases por computadora. Piénsese sólo en las informaciones que, de todos modos, deben transmitir al usuario productos utilizados en condiciones de visibilidad escasa o nula19 o los que emplean incluso técnicas muy sofisticadas de comunicación no visual para ser utilizables por hipovidentes o ciegos.20 Al precisar el sentido y el valor de las interfases comunicativas más “tradicionales” para el diseño industrial, obviamente no se quiere subvaluar la importancia de las interfases informáticas de los productos. Tampoco se piensa proponer un modelo autárquico de proyectación. Al contrario, uno de los puntos esenciales de cada proyecto de interfase así entendido consiste en que ese proyecto no es terreno de contienda sino campo de colaboración entre diversas disciplinas: además del diseño industrial, comunicación visual y multimediática, informática hardware y software, ciencias cognoscitivas, teoría funcional de la percepción, ergonomía, etcétera. No está definido 18. Véase G. Barbacetto, 1987. 19. Un ejemplo de producto muy simple, al que sin embargo ha sido asignada en fase de proyectación la función de transmitir, incluso en la oscuridad, informaciones sobre su propio funcionamiento gracias a una idónea proyectación de la manija y del ruido correspondiente al resorte encendido-apagado, es el interruptor rompitratta, proyectado por Achille y Pier Giacomo Castiglioni en 1968. Véase G. Barbacetto, 1987, p. 112. 20. Véase O. Meyer, 1953.
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anteriormente en forma unívoca qué disciplina tiene el leadership en formas de cooperación semejantes sino que depende de las características de cada producto. A decir verdad, el interés de estas disputas vagamente corporativas a las que a veces hay que asistir está estrechamente limitado al círculo, por otra parte más bien restringido, de los participantes y de algún partidario. Mucho más importantes son la capacidad de cada proyectista de ser también un “director artístico” y sus especular disponibilidad para dar un aporte propio profesionalmente calificado cuando la dirección sea confiada a otros.21 Hay algunos productos, como los fetiches o sistemas informativos urbanos, en los cuales el papel del diseño industrial es sólo el de constituir el soporte más discreto posible para la información. Otras veces, en cambio, son prioritarias las prestaciones operativas de los productos y la proyectación gráfica e informática de las interfases es necesariamente una variable dependiente y tanto más eficaz cuanto más transparente se vuelve, cuanto más “el programa desaparece en el fondo de modo que el usuario pueda dedicarse a la ejecución de la tarea que se propone sin obstáculos debidos al programa”.22 Otras veces aún, la proyectación de la interfase gráfica de una computadora, de por sí función principal de la proyectación gráfica y multimediática y de la informática, es de hecho la parte terminal y comunicadora de un sistema de productos (por ejemplo, la interfase mediante la cual una computadora expresa la referencia emitida por un sistema de equipos de diagnóstico por imágenes) y entonces se vuelve indispensable proyectar la interfase conjuntamente con el sistema total de productos y con el objetivo de un funcionamiento óptimo del conjunto. De modo que la proyectación de las interfases comunicativas es par excellence un espacio de colaboración entre profesiones diferentes y complementarias. El mismo término interfase deja intuir claramente que no se trata simplemente de una superficie sin espesor y autosuficiente sino de un elemento de conexión entre dos entidades. Por una parte hay un producto o un sistema de productos que funcionan mejor justamente gracias a una imprescindible proyectación de las interfases comunicativa 21. En este terreno la idea de un proyectista-director artístico parece ser particularmente apropiada. Véanse al respecto G. Anceschi, 1993; M. Burke y T. Rurik, 1996. 22. G. Bonsiepe, 1993, p. 168.
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y operativa. Por la otra hay un usuario o un grupo de usuarios con su propia cultura, con sus propios conocimientos instrumentales, con sus propios comportamientos de rutina, con sus propias experiencias pasadas, que la proyectación de las interfases, así como la proyectación del producto en su totalidad, deben tener debidamente en cuenta para cumplir con sus propias funciones. Por lo que atañe a la comunicación “sobre” productos, elegimos ocuparnos, entre los diversos tipos existentes, de los manuales que acompañan la vida de un producto, o sea manuales para el montaje, el mantenimiento, las reparaciones, el eventual desmontaje, pero especialmente manuales de instrucciones para el uso. Esta elección se debe, además de la indiscutible importancia del tema, también a las afinidades y, por lo tanto, a las posibles sinergias con las formas de comunicación “de” los productos de los que nos hemos ocupado hasta ahora y, en especial, con las interfases comunicativas. Viéndolo bien, en los productos electrónicos, que por muchas causas están en el centro de nuestra atención, hay en algunos casos importantes superposiciones entre estos dos modos de comunicación. En efecto, para esos productos a menudo son utilizadas incluso instrucciones on line cuya proyectación, en la práctica, se identifica con la proyectación de parte de las interfases comunicativas de los productos. Pero nosotros pondremos el acento en el tema de los manuales y de su proyectación entendidos en términos más generales y también más convencionales. Es decir que nos ocuparemos de manuales entendidos como objetos físicamente separados aunque sí, como es obvio, lógica y funcionalmente interconectados de modo inextricable con los productos a los que están dedicados. Una elección de esta clase ofrece, además, una ventaja que sería tonto subvaluar. De este modo se pueden aprovechar, incluso para los productos microelectrónicos conocidos, experiencias y criterios ya adquiridos en la proyectación de los manuales para productos mecánicos y electromecánicos. La ineficacia y tal vez el carácter sadomasoquista de los manuales de instrucciones de muchos de los productos de uso cotidiano son proverbiales y existe actualmente un riquísimo florilegio de anécdotas al respecto. A menudo, en fin, como nos muestra Donald A. Norman, la absurda proyectación de los manuales de instrucciones para el uso va a la par de una proyectación de los productos que desprecia profundamente
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los más elementales dictámenes del commonsense y, en estos casos, la mezcla puede ser verdaderamente explosiva.23 Pero aquí nos falta espacio para encarar punto por punto y de modo inductivo, es decir, partiendo de una evaluación sistemática de los errores, un tema como éste, que es de importancia vital para el diseño industrial. De modo que procederemos tratando de extraer indicaciones positivas, para la proyectación de los manuales, del examen de algunas de las posibles combinaciones de los tres grupos de variables esenciales en esta sucesión de casos. Nos estamos refiriendo a las combinaciones entre diferentes tipos de productos, tipos de usuarios y tipos de manuales, porque es precisamente una oportuna combinación de estos tres factores lo que asegura que se puedan sacar las mayores ventajas de la configuración de prestaciones de los productos. El parámetro más aprovechable para una distinción de los tipos de productos en este contexto es, sin duda, la complejidad en sus diversas articulaciones (complejidad funcional/de prestación, complejidad estructural, complejidad topológica, etcétera) y, sobre todo, la correlación entre el conjunto de las funciones/prestación del producto y el conjunto de los dispositivos de información, operación y control. En realidad, no es posible establecer una verdadera y propia clasificación basada en gradientes de complejidad regularmente distribuidos, pero basta con aludir a los dos extremos de la banda de variaciones para darse cuenta de la influencia de este factor sobre la proyectación de los manuales. En el límite inferior de la complejidad se encuentran esos productos que tienen una cantidad muy reducida y bien determinada de funciones/prestaciones para las cuales es algo raro y de cualquier modo fácilmente evitable que se verifiquen interpretaciones equívocas. Productos, en suma, para los cuales la affordance permite comprender con suficiente grado de aproximación qué se puede hacer y cómo. Para estos productos, independientemente del tipo de usuarios, la unión con manuales complejos y voluminosos es de escasa utilidad o puede ser directamente contraproducente. Es mejor que cada producto incorpore su propio manual. Las instrucciones para el uso del producto están provistas más apropiadamente mediante una 23. D. A. Norman, 1988.
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proyectación cuidadosa del producto mismo y, especialmente, mediante la asignación de un valor comunicativo a los pocos dispositivos de comando. Un tratamiento diferente de las superficies que haga distinguibles al tacto manubrios o palancas que accionan mecanismos distintos, una manija proyectada de modo de entender inmediatamente si, para abrir la puerta, se deba tirar o empujar, un sistema de cierre o de apertura de un embalaje cuyo funcionamiento sea fácilmente comprensible además de eficaz, una señal de feedback que nos asegure que una operación ha sido efectivamente cumplida y otros recursos son mucho más importantes que un clásico manual de instrucciones de uso. En el extremo opuesto se encuentran los productos o los sistemas de productos o los aparatos de control y operativos para el funcionamiento de establecimientos industriales de grandes dimensiones, de centrales energéticas, etcétera, 24 con un número elevado o a veces enorme de prestaciones. En tal caso es indispensable distinguir entre los productos, cuyas prestaciones son numerosísimas pero estructuradas según lógicas precisas y que tienen como referentes privilegiados a usuarios altamente profesionalizados (por ejemplo, un avión) y los productos multi-purpose (ejemplos al respecto son las computadoras personales y los productos electrónicos de entretenimiento) en los que las prestaciones, además de ser de un número consistente, están también agregadas de manera a veces insólita o casual y cuyos usuarios pertenecen a grupos enormemente diferenciados. En ambos casos es seguramente necesario un manual adecuadamente complejo para poder ser exhaustivo, pero un papel fundamental será desempeñado también por el nivel de preparación y de profesionalidad del usuario. Por otra parte, el tema de la competencia específica del usuario en estas ocasiones es más abierto de cuanto se pueda imaginar. Incluso en los productos microelectrónicos en los que las funciones y las prestaciones no están unívocamente definidas, se puede contar con la analogía y la transferencia de la experiencia y de la competencia maduradas en el uso de productos totalmente diferentes que, sin embargo, emplean la misma tecnología. Esto explica, por ejemplo, la sorprendente capacidad de los chicos para 24. También hay manuales para el aprovechamiento de servicios seguramente interesantes y no carentes de analogías con los temas que estamos tratando, pero ocuparse de ellos arriesgaría sacarnos fuera del tema. Véase Westminster Bank, 1952.
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aprender con enorme rapidez y sin aparentes dificultades el uso de productos electrónicos objetivamente misteriosos en ausencia de un laborioso adiestramiento específico. Ya hemos mencionado en parte la influencia de los diversos tipos de usuarios en la determinación de los equilibrios de la relación triangular productos-usuarios-manuales de instrucciones. Con todo, nos hemos detenido largamente, y por razones evidentes, en diversas partes de este volumen sobre la relación productos-usuarios que constituye el núcleo central de la actividad proyectual del diseño industrial y de la actividad analítico-interpretativa-experimental de la ergonomía.25 Querríamos señalar claramente que basta considerar los adeptos al montaje, al mantenimiento/reparación, al desmontaje, como especiales usuarios profesionales de los productos para hacer que las consideraciones que estamos desarrollando aquí para los manuales de instrucciones para el uso sean transferibles sin variaciones sustanciales a todos los otros manuales. En el contexto más específico en el que nos estamos moviendo ahora son esenciales dos categorías de parámetros para una clasificación de los usuarios, ambas emparentadas con el fuero interior cultural y cognoscitivo de los usuarios mismos. La primera categoría comprende parámetros generales, como el grupo lingüístico y cultural de pertenencia, el grado de instrucción, la disposición a aprender y a moverse en terrenos poco conocidos. La segunda categoría incluye, en cambio, parámetros más estrechamente relacionados con el producto específico en cuestión. Más en detalle, los parámetros del segundo tipo expresan distinciones como: usuario profesional ya adiestrado sobre ese producto o en fase de aprendizaje; usuario habitual u ocasional; usuario dotado de mayor o menor habilidad, puntos de referencia, “prejuicios” y técnicas de comportamiento de rutina que puedan ser transferidos al caso específico; usuario interesado sólo en algunas de las prestaciones ofrecidas por el producto o usuario curioso de experimentarlas todas. Pero probablemente las mayores dificultades se encuentran en la tentativa de reunir grupos de usuarios homogéneos a un producto o a un sistema de productos. Una unión semejante es bastante esporádica; mucho más a menu25. Véase T. Maldonado, 1994.
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do un mismo producto es utilizado por grupos de usuarios en desacuerdo con referencia a sus características generales o a su peculiar relación cognoscitiva y operativa con el producto en cuestión. El ejemplo más común se refiere a la multiplicidad de grupos lingüísticos que utilizan el mismo producto y que obligan a tener manuales de instrucciones plurilingües o basados prevalentemente en el uso de pictogramas, o sea, de una especie de esperanto que se supone es universalmente comprensible pero que, a su vez, debe ser aprendido.26 El tercer y último tema de la interacción que estamos examinando es, evidentemente, el de los manuales de instrucciones de uso, que deben ser proyectados junto con los productos y en función de los usuarios. Por lo tanto, los tipos de manuales están en parte fijados sobre la base de lógicas internas y en parte, en cambio, se originan de los modos y de las necesidades de interacción.27 Se puede hacer una primera clasificación en función de los contenidos y del papel asignado al manual. Las líneas guía de la proyectación son completamente diferentes si el manual se limita a simular anticipadamente una o dos situaciones de uso del producto y es utilizado como un texto de consulta cuando se presente la necesidad o si proporciona informaciones más generales, incluso sobre los principios científicos y técnicos que están en la base del funcionamiento del producto. Naturalmente, también en esta segunda ocasión, el manual brinda los instrumentos para utilizar el producto, pero ofrece también una clave de interpretación que permite un uso más creativo del mismo producto y permite al usuario, por ejemplo, tomar conciencia autónomamente de eventuales procedimientos de utilización incorrecta que podrían dar lugar a errores incluso fatales en condiciones de uso no estándares. Un manual semejante resulta aun menos dependiente del modelo o de la marca del producto y proporciona instrucciones en alguna medida estandarizadas y referibles a 26. Tal vez pueda parecer un poco pasarse de la raya y directamente irreverente citar a este respecto los estudios de U. Eco sobre la secular búsqueda por parte de la humanidad de una lengua común, pero los manuales de instrucciones para el uso son sin duda un campo en el cual esos estudios podrían encontrar una aplicación de extraordinaria utilidad. Véase U. Eco, 1993. 27. Véanse W. Zieten, 1990; P. Westendorp y otros, 1993.
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una tipología más que a un producto en particular.28 Querríamos citar como emblemático al respecto el manual de instrucciones para el uso de la regla de cálculo elaborado por Isaac Asimov, más popular entre el gran público como escritor de cuentos y novelas de ciencia ficción.29 Además de proporcionar instrucciones para el uso de la regla, este manual es, en efecto, un libro de divulgación de la matemática que se propone aumentar las capacidades de cálculo pero sin banalizar los contenidos científicos que permiten interpretar el instrumento de cálculo y conservar el control sobre la autenticidad de los resultados. Un manual de esta clase se conecta con la línea del information design, es decir a una tradición noble e importante de la comunicación, no sólo visual, que ha asumido la tarea de divulgar conceptos científicos o de ilustrar y hacer comprensibles informaciones, cartografías, sistemas de orientación, experimentos científicos, datos estadísticos complejos pero indispensables para participar consciente y activamente en la vida colectiva.30 En sustancia, conecta el tema de la transmisión de los conocimientos necesarios para tomar decisiones conscientes sobre el uso de un producto o de un sistema de productos al más general de la relación entre informaciones y decisiones individuales y colectivas que cada ciudadano enfrenta cotidianamente. Otros elementos de distinción entre tipos de manuales son el soporte utilizado (texto impreso, audiocasete, videocasetera, CD ROM interactivo o no) y los respectivos instrumentos y registros comunicadores (textos, imágenes, instrumentos sonoros, táctiles, cinéticos, combinaciones varias de estos y otros elementos). La elección entre diversos tipos de manuales se hará en función del producto y de los usuarios, pero de todos modos hay un par de advertencias que se pueden considerar válidas 28. Aunque los resultados son al menos parcialmente similares, son diferentes los propósitos que promueven otras formas de estandarización de los manuales de instrucciones para el uso de algunos sectores productivos. Por ejemplo, en la industria aeronáutica, la IATA (Asociación Internacional para el Control del Vuelo) ha impulsado a las diferentes empresas productoras a estandarizar y unificar los manuales de instrucciones de los aviones. 29. I. Asimov, 1965. 30. Es imponente, por ejemplo, el esfuerzo de divulgación que han realizado personajes como L. Hogben, 1936 y 1938. También es fundamental el proyecto Isotype (véase O. Neurath, 1991). Los precursores y los protagonistas de esta línea de la comunicación son de todos modos numerosos y autorizados. Véanse M. Burke y T. Rurik, 1994; J. Frascara, 1997; J. Krausse, 1998; M. Burke y P. Wildbur, 1998.
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más en general. Ante todo parece recomendable la adopción de una estructura flexible del manual, articulado en diversas secciones claramente identificables y en diversos grados de profundización de las instrucciones (índice, sumario, instrucciones detalladas) y en el que sea fácil moverse entre los diversos niveles de uso del producto, desde el más elemental y automatizado al más profesional. De este modo es posible el uso del manual y del producto para diversos tipos de usuarios y también por parte del mismo usuario es facilitado un uso selectivo del producto en función de las circunstancias. Una segunda advertencia es la de recurrir, incluso para los manuales de instrucciones para el uso, al aporte de disciplinas capaces de volver más refinadas y eficaces las técnicas de comunicación empleadas. Se registra, en efecto, una extraña situación por la cual, en otras formas de comunicación sobre los productos, sobre todo las publicitarias, son sistemáticamente utilizados aportes de la semiótica y de la retórica para aumentar la capacidad expresiva y persuasiva de los mensajes transmitidos. Formas de lenguaje figurado, de metáforas y alegorías son utilizadas aun en algunas interfases para computadoras, aunque de modo menos evolucionado. En la proyectación de los manuales de instrucciones para el uso, en cambio, a pesar de que la capacidad expresiva y persuasiva sean igualmente esenciales, los posibles aportes de estas disciplinas son casi totalmente ignorados por razones diferentes pero todas igualmente débiles (afectada indiferencia esnob, subvaluación del problema, falta de preparación, reducción extrema del presupuesto, etcétera). Sin embargo se ha iniciado, hace ya mucho tiempo, la tentativa de ampliar el campo de investigación de la retórica verbal, que tiene una historia milenaria,31 a la verbal/visual y fílmica.32 Se ha estudiado la ampliación de la sintagmática (la rama de la retórica que se ocupa de los criterios de organización de las partes del discurso y de la sucesión más oportuna de los razonamientos) y de la paradigmática (el polo que, en cambio, concentra su propia atención sobre cada figura retórica). Más recientemente, la importancia de la retórica práctica ha sido nuevamente subrayada en el ámbito de la comuni31. La opinión más acreditada entre los historiadores es que los orígenes de la retórica deben buscarse en la Magna Grecia del siglo V a.C. 32. Véase “Montaggio filmico e retorica”, fusión de tres textos escritos entre 1960 y 1962 en T. Maldonado, 1974, [1977] pp. 113-124 y G. Bonsiepe, 1965.
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cación tecnológica y puesta en relación con las fases sucesivas de lo que ha sido definido en ese contexto technology transfer, o sea el proceso “que mueve un trozo de tecnología de un punto al otro a lo largo de un trayecto que comienza con la red y termina con el cliente”.33 En resumen, algo muy parecido a lo que, para el diseño industrial, es el proceso de proyectación, realización y distribución de un producto. De manera que existen todas las premisas para encarar seriamente el tema de la semiótica y de la retórica en el campo multimediático y para experimentar una aplicación en el campo de la comunicación “de los” productos y “sobre los” productos. Hay –ya lo hemos visto– algunos argumentos esenciales para encarar proyectualmente la relación productos-comunicación que el diseño industrial comparte con otros ámbitos disciplinarios, como la comunicación visual y multimediática, la ergonomía, las ciencias cognoscitivas, la teoría funcional de la percepción. Queremos esbozar aquí, a continuación, un razonamiento sobre alguno de esos temas, además de por su importancia objetiva, para enunciar hipótesis sobre algunas modalidades de cooperación sobre problemas proyectuales específicos. En especial nos interesa subrayar la importancia de un compromiso precoz de esas disciplinas y también de cierta despreocupación del diseñador industrial al plantear cuestiones a veces ingenuas de una manera tal vez no especialmente indiscutible, pero tal como para que a causa de ella puedan surgir comparaciones y sugerencias a englobar en las propuestas proyectuales que, a su vez, serán examinadas colectivamente. Probemos hacer una primera lista no exhaustiva y en orden abierto con estas preguntas en términos de expectativas del usuario frente a las interfases comunicativas y a los manuales de instrucciones para el uso de cualquier producto o sistema de productos. Estas formas de comunicación “de” los productos y “sobre” los productos deben poner al usuario en grado de aprender los comportamientos predefinidos y también las libertades de acción preordenadas de un producto o de un sistema de productos; obtener oportunamente las informaciones necesarias de modo que sean unívocamente interpretables e inmediatamente utilizables; conseguir clasificar las informaciones asociándolas a reagrupamientos precisos; ex33. S. Doheny-Farina, 1992, p. 96. En el mismo volumen se estudia, siempre en esta óptica, el caso de los manuales de instrucciones para el uso de un corazón artificial.
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traer un pattern de informaciones de un complejo de estímulos incluso en presencia de “disturbios”; lograr percibir y comprender los mensajes aunque sean transmitidos por un tiempo limitado y reaccionar veloz y correctamente; estar capacitado, en ciertas circunstancias, para captar los trazos esenciales de la información incluso de un mensaje recibido sólo parcialmente; recibir las informaciones necesarias para evitar, en el uso del producto, errores que puedan tener consecuencias consideradas inaceptables; tener, por el contrario, la posibilidad de aprender de los errores entendidos como ocasiones para efectuar “pruebas no destructivas” en lugar de ser la causa de acontecimientos catastróficos; conseguir mantener viva la atención sobre aspectos importantes del funcionamiento del producto incluso en condiciones de uso de rutina y repetitivo; seleccionar los mensajes transmitidos por el producto que deban ser memorizados y puedan ser utilizados incluso cuando estén encubiertos o sean indistinguibles; disponer de mecanismos de asociación o de cualquier otro medio que permita traer a la memoria conocimientos y experiencias anteriores y eventualmente provenientes de sectores de acción muy diferentes; no ser desviado por involuntarias ilusiones perceptivas sino utilizarlas deliberadamente para subrayar las informaciones prioritarias; tener una clara percepción de conjunto de las interfases comunicativas y lograr captar en todo momento las relaciones jerárquicas entre las informaciones proporcionadas por el producto o del manual de instrucciones para el uso; ser guiados en un proceso de aprendizaje o de utilización que proceda por profundizaciones sucesivas y, por lo tanto, saber en qué agregado buscar una única información que sirva en un determinado momento. Algunas de las cuestiones apenas apuntadas podrían constituir el índice de un programa de estudio común del diseño industrial y de otras diversas disciplinas. Otras, en cambio, se pueden considerar títulos de temas ya tratados en el pasado o actualmente en el centro de la atención de filones de investigación reconducibles al campo de las ciencias cognoscitivas y de la psicología de la percepción. Los resultados de tales búsquedas a veces ya están listos para ser empleados útilmente en la solución proyectual de los problemas de comunicación “de los” y “sobre los” productos; otras, necesitan adaptaciones convenidas. Sobre otros aspectos la colaboración todavía no puede te-
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ner lugar mediante la simple transmisión de resultados a pesar de que la articulación y la madurez alcanzada por los filones de investigación que se ocupan de ella ya han producido un consistente corpus de conocimientos. Sería, por ejemplo, una ridiculez la idea de condensar en píldoras para uso y consumo del diseñador industrial las teorías del aprendizaje y de la memoria aunque está ante los ojos de todos la importancia de estos temas para la proyectación de los instrumentos comunicativos (interfases y manuales de instrucciones) que sirven para adquirir y conservar la competencia instrumental para la utilización de un producto. En sustancia, se debe estar siempre alerta frente a las trivializaciones de teorías complejas y que todavía presentan puntos de controversia. Para el empleo proyectual de los éxitos experimentales de investigaciones empíricas desarrolladas sobre argumentos específicos es necesario, por ejemplo, conocer y tener en cuenta los procedimientos y las condiciones en los que ha sido conducido el experimento para decidir sobre el terreno de aplicación de los resultados. En la práctica se puede admitir por hipótesis un modelo de cooperación en el cual el diseño industrial formula propuestas proyectuales sobre interfases comunicativas y manuales de instrucciones para el uso de los productos que tengan en consideración, desde el comienzo, algunos criterios de base de las ciencias cognoscitivas, de la psicología de la percepción, de la ergonomía cognoscitiva y de todas las otras líneas de investigación que reconduzcan a esta veta y sometan a la verificación de estas disciplinas las propuestas in progress. Aun si las soluciones finales pudieran ser discutidas y discutibles, ya puestos en esta perspectiva es un notable paso hacia adelante por cuanto constriñe al diseñador industrial a reflexionar sobre cuestiones importantes que, de otro modo, pasarían desapercibidas y permite efectuar elecciones mediante procedimientos lógicos superiores a los casuales (las llamadas better-than-chance inferences). Por otra parte, aun una exploración al vuelo es suficiente para darse cuenta de la enorme riqueza de puntos de partida que pueden derivar de una miríada de experimentos y de discusiones teóricas que se extienden de un área disciplinaria a la otra y se van añadiendo a lo largo de las lineas de fuerza limítrofes. El hecho de que Donald A. Norman, director del prestigioso Instituto para las Ciencias cognoscitivas de la UCSD (University of California at San Diego), donde han colaborado
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y colaboran algunos de los más autorizados exponentes de esta área disciplinaria, haya decidido dedicar una parte consistente de su propia actividad experimental y publicista a temas directamente interesantes para el diseño industrial es una prueba de la reciprocidad de este interés.34 El enorme y rápido éxito que algunos de sus textos35 han tenido en el mundo del diseño industrial es un índice de lo numerosas que son las temáticas susceptibles de ulteriores profundizaciones y especificaciones. Probemos seguir alguna para resumir y sólo con el propósito de hacernos una idea de la fuente potencial de experiencias, ideas, sugerencias y sugestiones a las que se puede acceder. Un filón de estudio objeto de numerosas investigaciones muy importante para nosotros, por sus implicaciones directas o porque constituye en alguna medida el punto de encuentro del que parte una trama de investigaciones de gran interés, es el del pattern recognition, o sea del conjunto de operaciones percep36 tivas que aseguran el reconocimiento de un “objeto”. Basta pensar que ese “objeto” puede ser un escrito antes que una imagen o cualquier otro elemento de la interfase comunicativa de un producto para ser inducidos a proseguir la reseña de las numerosas variaciones desarrolladas sobre este tema.37 Algunos experimentos han contemplado la posibilidad de reconocer patterns como informaciones alfanuméricas que aparecen sobre una pantalla por un tiempo muy breve.38 Muchos otros han tratado de determinar los factores que pueden ayudar u obstaculizar ese reconocimiento, por ejemplo, la posesión de informaciones estructurales o de una mayor o menor familiaridad con el objeto por parte del sujeto que percibe; las ventajas derivadas de haber visto el objeto a reconocer en ocasiones anteriores; el influjo de la interpolación 34. Muy importantes son, por ejemplo, los estudios de Norman sobre la memoria y el aprendizaje. Véanse D. A. Norman, 1969, 1970 y 1982. 35. Entre los más populares se puede citar D. A. Norman, 1988. 36. Véanse O. G. Selfridge y U. Neisser, 1960; D. W. J. Corcoran, 1971; S. K. Reed, 1973; T. Watanabe y P. Cavanagh, 1992; J. Aarinen, 1993. 37. Nos referimos aquí al pattern recognition en términos deliberadamente “aplicativos” y, por lo tanto, necesariamente tomados de la encendida controversia que, aun sobre este tema, ve comprometidas las dos corrientes principales de las ciencias cognoscitivas y de la inteligencia artificial: la teoría del “sistema de símbolos físicos” (physical symbol system) y la teoría del “conexionismo” (connectionism). 38. D. E. Rumelhart, 1970; G. Sperling, 1971.
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de diversos objetos; la importancia que puede tener el recuerdo; los efectos de la iluminación, del contraste, de los colores; los factores que contribuyen a crear ilusiones y ambigüedades perceptivas; los mecanismos de construcción y elaboración de imágenes mentales, de reconocimiento y de memorización aun en condiciones diferentes de las originales (por ejemplo, imágenes rodeadas o insertas en un contexto distinto).39 Al tema del pattern recognition se pueden añadir también investigaciones teóricas y experimentales que conciernen a los instrumentos para la creación, el aprendizaje y la memorización de categorías y clasificaciones y su uso en la elaboración de informaciones.40 Otros temas, igualmente esenciales, no están relacionados de modo directo con el pattern recognition. Uno de estos atañe a los fenómenos de modulación de la atención, la concentración sobre puntos focales, la visión que no alcanza todavía el nivel de la atención (pre-attentive vision), los esfuerzos por ignorar las informaciones irrelevantes y los instrumentos disponibles para soportar estos esfuerzos.41 Las investigaciones de la psicología de los conceptos, en fin, proporcionan indicaciones sobre las modalidades de formación de conceptos complejos y sobre los conocimientos que se deben poseer a tal fin en el mundo real al que se refieren esos conceptos.42 De modo que, en definitiva, las investigaciones teóricas y experimentales efectuadas en el ámbito de las ciencias cognoscitivas, de la psicología de la percepción y de la ergonomía cognoscitiva, el potencial analíticointerpretativo y las capacidades de verificación y control de estas disciplinas ofrecen un aporte muy apreciado y configuran un lazo que no puede ser deshecho con una proyectación consciente de la relación productos-comunicación. Pero el diseño industrial instaura, por cierto, la colaboración más natural, casi fisiológica, en la proyectación de las interfases comunicativas y los manuales de instrucciones para el 39. F. Attneave, 1954; P. D. Bricker, 1955; N. S. Anderson y J. A. Leonard, 1958; G. R. Lockhead, 1966; Y. Takano, 1989; J. Dwyer y otros, 1990; T. V. Papathomas y A. Gorea, 1990; P. Bonaiuto y otros, 1991; M. Boucart y C. Bonnet, 1991; A. Kennedy y W. S. Murray, 1991; P. J. Kellman y T. F. Shipley, 1991; D. Kahneman y otros, 1992; N. R. Wilton, 1992; M. A. Peterson y B. S. Gibson, 1993. 40. W. P. Tanner y J. A. Swets, 1954; R. N. Shepard y otros, 1961; R. N. Shepard y J. J. Chang, 1963; M. Bunge, 1970; N. W. Ingling, 1972; I. Rock y otros, 1992. 41. P. M. A. Rabbit, 1964; G. L. Shulman, 1992; G. W. Humphreys y H. J. Müller, 1993. 42. G. L. Murphy, 1988.
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uso de productos y sistemas de productos con la comunicación visual. No sólo porque los aspectos visuales a menudo son preponderantes en esta tarea proyectual, sino porque entre los dos ámbitos proyectuales existen matrices culturales comunes, lenguajes y métodos de trabajo compatibles, una compartida, preeminente atención proyectual hacia el usuario, además de la costumbre de convivir en las mismas instituciones didácticas poniendo en común partes del currículum formativo. No obstante, esta familiaridad no exime de puntualizar (incluso tal vez lo hace aun más necesario) las modalidades concretas de la colaboración según los tipos de producto, de interfases y de manuales. A veces la sola contribución de la comunicación visual será suficiente; en otras ocasiones, en cambio, deberá estar integrado por el aporte, más o menos estructurado, de otras disciplinas. Por otra parte, hay circunstancias que llevan también la comunicación visual a una integración autónoma y no ocasional con disciplinas analíticas y proyectuales contiguas y a la polarización de campos de intervención nuevos por su consistencia, aun si no totalmente inéditos. Ya hemos hablado del relieve alcanzado por la proyectación de las interfases interactivas de las computadoras y del agregado de disciplinas que participan en ella. Al elevarse este tema a un estado de relativa autonomía impone a la comunicación visual adecuaciones y revisiones para afrontar problemas proyectuales incluso desacostumbrados para ella, pero para los cuales tiene más instrumentos y posibilidad de crecimiento con respecto a los demás coprotagonistas. Nos estamos refiriendo a las transformaciones que llevan a la comunicación visual a convertirse en multimediática, a la capacidad que debe adquirir de utilizar, además de los instrumentos de comunicación más familiares (los gráficos, tipográficos, fotográficos), también los que derivan de la disponibilidad de sonido, movimiento, animación, interacción y flujo de la información con ritmos fílmicos. Otro agregado es el que ve converger la comunicación visual y la comunicación textual en un campo importante de aplicación como el document design, la proyectación de documentos de varias clases (formularios, informes técnicos, balances empresariales, manuales de instrucciones de uso, indicaciones para los usuarios de un servicio, etcétera) que requieren la concepción y la producción unitaria de los textos, de su presentación y de su relación con las imágenes. En este terreno no faltan
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ejemplos ilustres, como la asociación entre Vladimir Maiakovski y Alexander Rodschenko en el período que sucedió inmediatamente a la Revolución de Octubre o el de fines de los años ’20 entre Kurt Schwitters y Hermann Strodthoff, que han proyectado juntos texto e imágenes de afiches para el subterráneo metropolitano por cuenta de la sociedad de transportes de Hannover. Pero casos de este tipo son esporádicos aun si el nivel cualitativo de los resultados es muy elevado y sería muy interesante volver a recorrerlos y valorar sus enseñanzas. Lo que ahora está tomando cuerpo, en cambio, es un sector de trabajo profesional que requiere una sistematización propia y la intervención de figuras profesionales apropiadas o tal vez más probablemente la difusión de formas convenientes de colaboración estable entre figuras profesionales diversas.43 La contribución de la comunicación visual y multimediática, sola o junto a otras disciplinas, variará según si las interfases y los manuales utilizan o no soportes informatizados y tendrá en cuenta, por un lado, las modalidades de estructurar las informaciones; por el otro, la elección y la combinación más oportuna de los instrumentos comunicativos (caracteres y cuerpo de los textos, color, relación figura-fondo, imágenes fotográficas realistas, esquemas, diagramas y pictogramas, sonido, movimiento, etcétera) además de la proyectación detallada. El diseñador industrial pone, en cambio, sus propios conocimientos profundizados del producto, de su “canasta” de ofertas de prestaciones, de sus eventuales puntos débiles, de las relaciones entre comunicación y operaciones, de las soluciones comunicativas adoptadas en el curso del desarrollo de esa tipología objetual o transferible de otras tipologías, de las intenciones generales que animan la proyectación del producto y de los escenarios de relación con los usuarios que se han prefigurado. En la práctica, muchos instrumentos utilizables para las soluciones estáticas “impresas” (en papel u otros materiales, en volúmenes apropiados o directamente sobre los productos) continúan siendo válidos incluso cuando se pasa a las versiones informatizadas. Ejemplos al respecto son las cajas y las grillas tipográficas. La utilización de varios tipos de grillas (basadas sobre coordenadas, intersecciones, módulos, líneas o diversas 43. Véase K. A. Schriver, 1997.
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combinaciones de los tipos básicos) para dar una estructura organizativa y también simbólica al texto de una página está documentada desde los textos religiosos, por ejemplo los “libros de horas” de la Edad Media tardía.44 Se trata de estructuras ordenadoras “sustentadoras”, casi nunca explicitadas con líneas u otros elementos gráficos pero no obstante claramente perceptibles, que han seguido siendo refinadas y valorizadas (se han convertido, por ejemplo, en uno de los instrumentos distintivos de la “escuela gráfica suiza”, que ha tenido gran resonancia internacional en los años ’50 y ’60) y todavía son ampliamente utilizadas, aunque en modo crítico, por la comunicación visual. Este instrumento conserva su validez incluso en la estructuración de las interfases informatizadas. En efecto, es fácil instaurar un paralelismo entre la exigencia de dar una estructura coherente a las páginas de un volumen o de una revista y a una pantalla de una interfase informática. En este último caso, además, la grilla sirve también para dar continuidad perceptiva a las diversas pantallas de la misma interfase si se utilizan ciertas constantes proyectuales como el mantenimiento de una posición invariable para una misma categoría de informaciones recurrentes. El empleo de una grilla es, en ciertos casos, más fácil en las interfases informatizadas que en las “impresas” gracias, por ejemplo, a la posibilidad de utilizar más difusamente y con mayor provecho ciertos expedientes perceptivos como la creación de campos delimitados por contornos ilusorios.45 Naturalmente, cuando se pasa a interfases o a manuales de instrucciones para el uso informatizados e interactivos, ya no bastan los instrumentos de ordenación estáticos como las grillas. Se debe recurrir a mecanismos capaces de generar un orden dinámico y se adecuan correspondientemente también los procedimientos proyectuales y los “instrumentos notacionales”.46 44. Véase J. H. Williamson, 1989. 45. Los estudios sobre los contornos ilusorios han recibido un gran impulso en la psicología de la percepción de G. Kanizsa, 1955. A continuación, éste se ha convertido en un tema recurrente y muy interesante para nosotros. Véanse T. E. Parks, 1990; T. E. Parks e I. Rock, 1990; B. Pinna, 1991; M. K. Albert, 1993. 46. G. Anceschi, 1993, pp. 32-36, analiza muy detalladamente la relación entre procedimientos proyectuales e instrumentos notacionales (sujeto, escalerilla, story board, shooting script) y, de ese modo, lleva a la luz también las posibilidades de cooperación con otros campos del saber (escenografía, coreografía, dirección cinematográfica y teatral) para la proyectación de interfases.
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Un tema de detalle pero igualmente importante, en sí mismo y por la riqueza de sus implicaciones, es el que concierne a la proyectación de los instrumentos de medida y control que forman parte de las interfases comunicativas de muchos productos. En este terreno, la competición entre tecnología analógica y digital ahora está casi definitivamente resuelta a favor de la digital. Esta conclusión del caso no produjo, sin embargo, como sería lógico esperar, una mayor articulación y riqueza de las informaciones proporcionadas, pero también se ha transformado muy a menudo en un factor de homogeneización y de indigencia comunicativa. Frente a una gran variedad de indicadores (cuantitativos, cualitativos, circulares, lineales, dispuestos en horizontal, vertical o diagonal, con escalas numéricas continuas o con una indicación discreta de algunos valores salientes, con esquemas, diagramas, imágenes fotográficas, etcétera)47 que pueden resultar a veces apropiados, un uso descuidado de la tecnología digital ha llevado a un sistema de indicaciones y señalizaciones basado casi exclusivamente sobre valores numéricos desplegados en una pantalla. Una paradoja semejante tiene una presuposición, tal vez no siempre aparente de modo explícito o declarado pero no por eso menos pregnante: la convicción de que este tipo de señales dé una sensación de mayor cuidado, precisión y exactitud de los datos proporcionados. Es decir que la tecnología digital exhibe su propia capacidad de aportar medidas cuantitativas muy precisas casi como una forma de autoacreditación y como demostración del valor en sentido absoluto de la misma tecnología y de los productos que la utilizan. Por lo demás, los historiadores de la ciencia nos enseñan que este procedimiento está perfectamente acorde con la tendencia que ha caracterizado desde los orígenes el proceso de atribución de valor social a la idea de precisión.48 De estos estudios hemos aprendido que, aun estando la precisión evidentemente ligada a la cuantificación y medición, al entusiasmo contagioso del siglo XVIII tardío por los números y por los instrumentos de precisión entendidos como instrumentos para materializar números, la necesidad de 47. Véase I. Galer, 1987. 48. Una reconstrucción muy interesante y muy bien documentada de ese proceso se encuentra en el excelente M. Norton Wise, 1995, que informa acerca de los resultados obtenidos en el seminario sobre el tema “Values of Precision” incluido en el Program in History of Science en la Princeton University en 1991.
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precisión nace en sectores diferentes del matemático (en la demografía, la cartografía, la física, la química, la industria mecánica, la estandarización de pesos y medidas, el sector político-administrativo y militar). Además, el aprecio por la precisión trasciende muy pronto los campos de aplicación para transformar lo que era poco más que una modalidad de procedimiento, en un valor en sí. Es justamente gracias a la conquista de una sólida autoridad que la precisión ha sido utilizada en modo retórico, como instrumento real o presunto de persuasión en algunas históricas disputas científicas. Jan Golinski nos refiere, por ejemplo, cómo Antoine Lavoisier, en la “Revolución química” de los años ’70 y ’80 del siglo XVIII, había apostado muchas de sus cartas justamente sobre el uso retórico de la precisión de sus experimentos para hacer pasar su idea de la composición química del agua. Uso retórico de la precisión que estaba bien claro incluso para sus adversarios (especialmente para Joseph Priestley y otros científicos de la Royal Society) los que, en efecto, se lo reprochaban abiertamente refutando el lazo entre precisión de las medidas y razonamiento demostrativo.49 Desde nuestro punto de vista, resurgir en los siglos sirve para relativizar el concepto de precisión poniéndolo en relación con el concepto de uso. Si esto es verdad para el nivel de prestaciones y para las tolerancias físicas de los productos, lo es con mayor razón para aquello que atañe a la proyectación de sus instrumentos de indicaciones y control y los instrumentos comunicativos utilizados. Las informaciones sobre el estado de funcionamiento de un producto pueden, por ejemplo, ser perfectamente comprensibles para un experto si están expresadas con valores numéricos mientras que, para los no iniciados, estos mismos números pueden ser carentes de significado aunque sean precisos hasta la duodécima cifra decimal. Además, la existencia de diversos tipos de precisión, cuantitativos pero también cualitativos, es una certeza que tiene sus propias raíces una vez más en la historia de la ciencia. Hermann Helmholtz, alrededor de la mitad del siglo XIX, ha efectuado sus propios experimentos de fisiología, alcanzando con métodos gráficos los resultados que no había podido obtener con métodos numéricos y computacionales.50 En efecto, gráficamente era más fácil observar fenómenos que se verificaban a alta veloci49. J. Golinski, 1995. 50. F. L. Holmes y K. M. Olesko, 1995.
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dad y que, por lo tanto, difícilmente podían ser expresados con una sucesión de números, y también era posible efectuar rápida y eficazmente comparaciones entre dos situaciones representadas por dos curvas diferentes. Otro ejemplo de eficacia expresiva y de precisión en la descripción de los fenómenos obtenidas mediante las representaciones gráficas es el ciclo de Sadi Carnot, convertido en uno de los fundamentos de la termodinámica en la representación diagramática hecha por Émile Clapeyron en 1834. Además, una representación gráfica de los datos, consintiendo una visión de conjunto más rápida y segura, logra proporcionar algunos tipos de información que no se pueden extraer de la lectura de valores numéricos dispuestos en una cartelera o de un texto escrito. Reivindicando la precisión de las representaciones gráficas de los datos y la eficacia de las imágenes no pretendemos, por supuesto, retomar la enardecida defensa de la cultura visual de Martin Jay51 o afirmar el valor icónico de las imágenes52 que en este caso es obvio. Nuestro objetivo es mucho más modesto y particular. Queremos afirmar que, en el momento en el que se elige utilizar una tecnología poderosa y dúctil como la informática para la realización de las interfases comunicativas o de los manuales de instrucciones de uso de los productos, se deben emplear también las elecciones proyectuales pormenorizadas de modo de aprovechar al máximo las potencialidades y no crear, en cambio, la situación extravagante de una riqueza informática inferior respecto de esa oferta de tecnologías más limitadas. Un ejemplo de esta potencial rareza, por otra parte muy fácil de encontrar, es el de los relojes o de todos esos dispositivos de medición de los productos comparables a un reloj. Como es sabido, un reloj digital está en condiciones de proporcionarnos una información muy precisa de la hora, pero no nos brinda la conceptualización de este dato. Puede, por ejemplo, indicarnos que son las once horas, cincuenta y siete minutos, treinta y cinco segundos y tal vez también tres décimas de segundo pero, o nosotros logramos leer muy rápidamente todas estas informaciones que, justamente a causa de su precisión cambian muy rápido en el cuadrante, o no conseguimos saber que es casi mediodía. Pero sobre todo es im51. M. Jay, 1993. 52. Véase el capítulo “Apuntes sobre la iconicidad”, en T. Maldonado, 1992, [1994] pp. 167-203.
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portante saber qué tipo de información necesitamos cuando utilizamos el dispositivo. En ciertos casos es seguramente preferible la permanencia de un sistema de referencia (continuando en el ejemplo precedente, el cuadrante de un reloj analógico) que proporcione, además del dato preciso, también el contexto que permite saber, por ejemplo, cuándo nos estamos acercando a un valor tópico del dato en sí. Naturalmente, reflexiones de este tipo valen para todos los instrumentos de medición y de control de los productos y, más en general, ponen en guardia acerca de afrontar la proyectación de los aspectos tanto comunicativos como operativos de los productos confiándose perezosamente a comportamientos inerciales que corren el riesgo de producir sólo deletéreos lugares comunes.
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Índice de nombres citados
Abbot, Lawrence: 64 Apel, Karl-Otto: 39 Albers, Joseph: 141 Anceschi, Giovanni: 12, 142, 144, 190, 192, 207 Aristóteles: 56 Asimov, Isaac: 198 Badalucco, Laura: 12 Bell, Daniel: 78 Bense, Max: 184 Bonsiepe, Gui: 12, 16, 19, 20, 45, 144, 184, 190, 192, 199 Boucicaut, Aristide: 76 Bromley, D. Allen: 106, 129 Buchanan, Richard: 24, 25, 128, 185 Buckminster Fuller, Richard: 23, 25, 120 Bunge, Mario: 26, 27, 103, 125, 149, 204 Burke, James: 44 Burke, Michael: 12, 128, 182, 192, 198 Bush, George: 106 Butera, Federico: 12 Callon, Michel: 49 Carnéades: 34 Clapeyron, Émile: 210 Costa, Fiammetta: 12, 171 Chandler Jr., Alfred D.: 68 Dahl, Robert: 127, 150 Dasgupta, Partha: 97
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Dasgupta, Subrata: 43, 44, 85 De Ferrari, Giorgio: 12 Defoe, Daniel: 24, 25, 35, 36 Dessauer, Friedrich: 64 Durkheim, Emile: 148 Ellul, Jacques: 48, 60 Epicteto: 56 Epicuro: 56 Eramo, Marco d': 52 Ferguson, Eugene S.: 177 Ferrari, Paolo: 12 Fichte, Johann Gottliebe: 131 Frascara, Jorge: 12, 128, 198 Fruscione, Marco: 12 Gibson, B. S.: 204 Gibson, James J.: 186 Golinski, Jan: 209 Gregori, Ettore: 13, 167 Gropius, Walter: 141 Habermas, Jürgen: 39, 97 Harrow, Harry F.: 124 Helmholtz, Hermann: 209 Hughes, Thomas P.: 47, 48, 49, 53, 59 Humboldt, Wilhelm von: 114, 115, 116, 117, 143 Itten, Johannes: 141 Jay, Martin: 210 Jonas, Hans: 38 Kandinsky, Wassily: 141 Klee, Paul: 141 Klar, Michael: 12, 128, 143 Koestler, Arthur: 44 Koffka, Kurt: 186 Krampen, Martin: 185, 186
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Índice de nombres citados
Labriola, Antonio: 118 Lakatos, Imre: 27 Landmann, Ludwig: 167 Lavoisier, Antoine: 209 Leiro, Reinaldo: 12, 128 Levi, Marinella: 12 Loos, Adolf: 20 Macchi Cassia, Antonio: 12 Maiakovski, Vladimir: 206 Maldonado, Tomás: 11, 15, 16, 22, 35, 36, 45, 49, 51, 58, 62, 65, 77, 78, 82, 85, 89, 101, 112, 125, 141, 144, 181, 184, 196, 199, 210 Manzini, Ezio: 12 Marcolli, Attilio: 12, 141 Margolin, Victor: 12, 41, 42, 128 Marx, Karl: 57, 83 Maslow, A. H.: 57 May, Ernst: 167 Méndez Mosquera, Carlos: 12 Meurer, Bernd: 12, 86, 128 Moholy-Nagy, Laszló: 141 Moles, Abraham: 24, 42, 45, 77, 184 Mukai, Shutaro: 12, 128 Mumford, Lewis: 48 Muthesius, Hermann: 50 Newman, John Henry: 117, 127, 143 Newell, Allen: 26, 29, 138 Norman, Donald A.: 193, 194, 202, 203 Paroli, Cristina: 12 Pedotti, Antonio: 12 Peirce, Charles Sanders: 30, 31 Penati, Antonella: 13, 83 Petronio: 60 Piaget, Jean: 136 Poli, Anna: 13 Popper, Karl: 61, 86 Pratesi, Costanza: 12, 156, 171 Priestley, Joseph: 209
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Cultura social del producto
Riccini, Raimonda: 12, 86 Rittel, Horst: 25, 28, 29 Rodschenko, Alexander: 206 Ropohl, Günter: 49, 62 Rosenberg, Nathan: 83, 93 Rurik, Thomas: 12, 128, 144, 182, 192, 198 Rutheford, Ernest: 94 Scherhorn, Gerhard: 62, 64 Schütz, Alfred: 33, 34 Schwitters, Kurt: 206 Seassaro, Alberto: 12 Simmel, Georg: 39 Simon, Herbert A.: 26, 28, 29, 33, 138, 151 Simondon, Gilbert: 45 Stetzer, Harald: 12, 128, 144 Strodthoff, Hermann: 206 Thorndike, Edward Lee: 136, 137 Toulmin, Stephen: 29 Trabucco Francesco: 12 Van de Velde, Henry: 50 Veblen, Thorstein: 59 Vitruvio: 118, 134, 135 Wright Mills, C.: 59
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