Cultura, Patrimonio y Turismo

March 14, 2017 | Author: lorietarosemary | Category: N/A
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Cultura, Patrimonio y Turismo...

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CULTURA, PATRIMONIO Y TURISMO

Tabla de contenido: o o o o o o o o o o o o

Introducción Cultura, desarrollo globalización De la posesión del objeto a la arbitrariedad del signo Del simbolismo a la representación ¿Cómo se forma el patrimonio? Los Criterios de definición del patrimonio El Patrimonio cultural: instituciones y prácticas El debate actual sobre patrimonio intangible La Iniciativa de la Comisión de Patrimonio Inmaterial de Brasil Recomendaciones de políticas de protección al patrimonio inmaterial Patrimonio, Turismo y Desarrollo La Participación de las comunidades locales en el turismo

Introducción Hoy se percibe, alrededor del mundo, el reto de una gran transformación cultural que hace necesaria una mayor amplitud y eficacia en las políticas y programas de conservación y creación del patrimonio cultural. En América Latina y el Caribe compartimos este reto con todas las demás regiones del mundo. En las consultas realizadas por la Comisión Mundial de Cultura y Desarrollo, en Europa, Asia, y áfrica y en las principales conferencias sobre políticas culturales en la Unesco, se han expresado preocupaciones semejantes. El concepto mismo de patrimonio se ha transformado. No abarca únicamente el legado de objetos y monumentos materiales que se reciben de la historia. De manera más amplia, es aquello que le aporta a una comunidad cultural la representación de un sentimiento de pertenencia y de agencia, esto último en el sentido de que sus miembros son agentes de su propio destino cultural. Al patrimonio físico se añade así el patrimonio intangible, y a la conservación se añade, por tanto, la creación. Reconocida la valiosa labor de proteger el patrimonio mediante medidas de conservación o de resguardo en museos, se hace notar hoy en día la necesidad de re-crear los significados del patrimonio, a veces a partir del legado histórico y a veces como nueva creación frente a nuevas condiciones de vida. Por eso se habla de patrimonio vivo, para comunidades culturales que enfrentan, en cada generación, retos inéditos. Con el fin de evitar la proliferación de vocablos que designan etnias, grupos indígenas, minorías culturas o culturas regionales actualmente se propone el uso del término de comunidad cultural para abarcar todos los significados anteriores. Se define una comunidad cultural como el conjunto de personas que se auto-adscriben sentimientos de conectividad y pertenencia. Así, una comunidad cultural abarca un grupo a escala local o regional pero puede coincidir con una nación o alcanzar un subcontinente o varias partes de diversos continentes. Una comunidad cultural puede reivindicar ser originaria de un territorio, estableciéndose criterios cronológicos e históricos de asentamiento de diversos grupos en ese territorio. El patrimonio surge cuando una comunidad cultural le da forma a esos lazos de conectividad y pertenencia otorgándole calidad de representación a los bienes tangibles e intangibles que elige valorar. Hace visibles esos lazos creando constantemente significados que se plasman en danzas, cantos, esculturas o arquitecturas y tantas otras formas creativas. Hay que reconocer, por tanto, que el patrimonio se halla en constante redefinición y movimiento. Dicho de otra manera, lo que mantiene en vida el patrimonio es que los individuos de la comunidad cultural recuerden y re-creen su significado en cada período histórico. En el período actual se está reformulando, frente a las condiciones nuevas de la globalización, el concepto de patrimonio de los países de América Latina en vinculación con los países ibéricos. Cabe iniciar esta reflexión a partir de una visión histórica que le otorga a esta región una característica única entre los continentes. Es el último lugar de arribo del andar trashumante de los seres humanos desde su partida del centro de África. Es, por tanto, una región de migrantes amerindios, nórdicos,

europeos, africanos, con posibles huellas de polinesios, chinos y seguramente egipcios si no, fenicios. Su primera característica patrimonial, por tanto, tendría que ser la generosidad de recibir y de acoger. La segunda característica, la de reconocer las diferencias culturales y abarcarlas. En efecto, si bien América Latina ciertamente no es ajena a las desigualdades, en todo caso alberga la tolerancia cultural puesto que no ha habido en su historia las recurrentes masacres de limpieza étnica, apartheid o pogroms que caracterizan a otros continentes. Con más razón, en el mundo actual habría que valorar y preconizar este respeto y tolerancia para todas las comunidades culturales como base primordial de nuestro patrimonio. Sin duda, esta característica se relaciona con el legado histórico de las culturas ibéricas y latinas europeas y debe ser desatacado. A partir de esa base de patrimonio, tal y como lo señala el texto de Joao Almiño, existe en Iberoamérica un concepto homogéneo de espacio público, una apreciación de la diversidad cultural y del mestizaje, y una memoria con representaciones colectivas del pasado. A pesar de ello, se hace notar la falta de contactos e intercambios dentro de ese mismo espacio, asociados a la falta de una comprensión sistemática de los problemas culturales y la baja prioridad que se otorga a las políticas culturales. Habría que revertir estas tendencias al redefinirse, en el mundo contemporáneo, las relaciones entre naciones y comunidades culturales en el marco de la globalización. Las consecuencias económicas y sociales de este último proceso pueden llegar a crear condiciones contrarias a la conservación del patrimonio y, lo que es muy importante, que hagan más difícil la libertad e impulso a la gran creatividad cultural que caracteriza a América Latina y el Caribe. Para hacer frente a estos retos nos hacen falta nuevos marcos de referencia teóricos, nuevas formas de organización cultural, nuevos métodos de gestión de los bienes culturales, y sobre todo, mucha creatividad para enfrentar los cambios radicales que estamos viviendo en este inicio de siglo. Vivimos en una época llena de oportunidades, pero también de crecientes desigualdades. Es urgente repensar el desarrollo más allá de un proceso subordinado a la lógica de la ganancia, como un proceso social y cultural en la nueva era de la información. Si bien se ha reconocido el papel funcional e instrumental que pueden jugar los procesos culturales en el desarrollo, hay que ahondar más en el papel constitutivo que tienen las ideas y los valores culturales en la integración y desarrollo de los individuos, de las comunidades y de los estados-nación. En la actualidad un gran avance es que la cultura se encuentra incluida como tema importante en las agendas nacionales e internacionales. Se le menciona con insistencia en relación con la diversidad cultural y los movimientos étnicos o religiosos extremistas; con el arte y las industrias culturales; con los contenidos de los medios masivos de comunicación; con el capital social; y con los bienes de contenido cultural en el comercio internacional. También se está utilizando cada vez más el concepto de "capital cultural" para instrumentalizar las acciones sobre cultura y patrimonio en los modelos económicos de desarrollo.

Tendríamos que ir más allá, partir del supuesto de la necesidad de movilizar el poder de la cultura para cambiar el curso del desarrollo y de la historia misma. Así, cuando hablamos de nuevas formas de organizarnos para el nuevo milenio en América Latina y el Caribe, la cultura se dibuja como mapa para orientar esta tarea de "reconstrucción del mundo". Los cambios son de tal envergadura que tenemos que volver, a lo básico, a lo primario, es decir, a los significados que guían la acción humana. Cultura, desarrollo y globalización A principios de la década de los noventa, estaba claro que había que trascender lo económico, sin abandonarlo. La noción de desarrollo mismo debía ampliarse, pues los criterios económicos no eran suficientes para facilitar un programa para la dignidad humana y el bienestar. La búsqueda de otros criterios llevó al Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo a elaborar en 1989 la noción de "desarrollo humano" que mide el desarrollo en términos de posibilidades y capacidades del ser humano que van desde la libertad social, económica y política, hasta a las oportunidades individuales para estar sano, recibir educación, ser productivo, creativo y disfrutar del respeto personal y los derechos humanos. La cultura aparece implícita en esta noción, pero no explícitamente formulada. Para avanzar en la reflexión sobre cómo articular los principios básicos del desarrollo con la cultura se llevaron a cabo los trabajos de la Comisión Mundial de Cultura y Desarrollo. El consenso se estableció en no aceptar las definiciones convencionales del "desarrollo" que tradicionalmente lo miden en términos de porcentajes de productividad y crecimiento económico. Este modelo nos ha llevado en los 20 últimos años a un modelo de acumulación de riqueza en el que la distancia entre los deciles de ingreso económico más ricos y los de más bajos ingresos es cada vez mayor La Comisión, en su informe Nuestra Diversidad Creativa insistió, en cambio, que hay que partir de la idea de que el desarrollo no es un objetivo, sino un proceso que debe ofrecer a los individuos mayor libertad para hacer lo que realmente les interesa, es decir, para realizar sus justas aspiraciones. Al definir "desarrollo" de esa manera, la "pobreza" no consiste únicamente en no tener acceso a bienes y servicios esenciales, sino mucho en más, es decir, carecer de oportunidades para escoger una existencia más plena, más satisfactoria y, en consecuencia, más preciada. Esta dimensión ética y colectiva, es la que viene definida por las distintas culturas en tanto que "manera de vivir juntos", es decir, los valores, funciones, relaciones y vínculos socialmente definidos. La primera premisa en la relación entre cultura y desarrollo es que la "cultura" en el espacio cultural latinoamericano significa comprender y a analizar las posibilidades de opción que resultan de distintas formas de convivencia. Entonces, y sólo entonces, se reconocerá plenamente el principio de la libertad cultural que consiste en tolerancia y respeto hacia todas las otras culturas. Sin embargo, puede ocurrir que no todos los componentes de una cultura sean deseables, o compatibles con la democracia, la sostenibilidad medioambiental, los derechos humanos y la equidad. Es por ello que la Comisión Mundial de Cultura y Desarrollo afirmó, en primera instancia, la necesidad de una ética global, basada en la defensa positiva de los principios recién mencionados

como marco para el respeto entre las culturas. También es necesario mostrar que la cultura no puede divorciarse de otras cuestiones de orden ético: los enfoques acerca del empleo, la política social, la redistribución de recursos e ingresos, la participación ciudadana, la discriminación hacia las mujeres, la violencia y en particular la violencia sexual están inevitablemente influenciados por valores culturales. Ninguna de estas importantes cuestiones pueden ser abordadas fuera de una conceptualización de lo que debe ser la convivencia en una sociedad. En particular, en el segundo Informe Mundial de Cultura publicado en 2001 por la Unesco, hicimos un llamado a lograr "...que las naciones y la comunidad global eviten y compensen la profundización de la desigualdad en base a las líneas divisorias, nuevas y antiguas, que coinciden con la diversidad cultural". Dicho en otras palabras, evitar que la carga de las crisis económicas y la pérdida de poder adquisitivo se concentren, en el caso de América Latina y el Caribe, en los pueblos indígenas, los afroamericanos y otros grupos pauperizados de la región. Apenas se ha esbozado el análisis de la relación entre estas formas desiguales de desarrollo y la globalización, proceso que puede profundizar formas de marginalización cultural o, al contrario, abrir oportunidades para que los grupos discriminados tengan mejores posibilidades de definir y avanzar en su propio desarrollo. En todo caso, para reconstruir la relación entre cultura, desarrollo y patrimonio hay que abogar por hacer explícito el nuevo pacto social que sirva como mínimo común denominador para la conducta individual y colectiva. Hay que insistir en la creatividad como forma de acción para reinventar un mundo más justo y sostenible ya que ésta moldea nuestro pensamiento, nuestra imaginación y nuestra conducta. Constituye también una fuente de cambio y aprendizaje, a través de la cual se manifiestan numerosas posibilidades de innovación. Los Avatares de la cultura No puede discutirse actualmente el patrimonio sin revisar la profunda transformación del concepto de cultura y sus implicaciones sociales en el último decenio. Por una parte, muy brevemente, el concepto de cultura que se desarrolló en la antropología desde el siglo pasado estaba adaptado a un mundo de Estados-nación con vocación mono cultural. En el segundo Informe Mundial de Cultura, del 2001, al abordar el tema de este volumen, que es el de "Diversidad cultural, conflictos y pluralismo cultural", empezamos por desechar la metáfora del "mosaico de culturas" para describir al mundo en ese período. Hoy en día habría que sustituirla por la metáfora de un "río arco-iris", imagen que se tomó de las palabras de Nelson Mandela al referirse a Sudáfrica como la nación arco-iris. Esta nueva perspectiva de la cultura es la tela de fondo en la que se reconstruye actualmente la forma de representación del patrimonio cultural. Los peligros de concebir a las culturas como entidades autocontenidas -todas las culturas han tenido intercambios con otras culturas a lo largo de la historia-, con límites precisos -éstos cambian siempre y, en particular, en el mundo actual de telecomunicaciones y migraciones- y con valores inamovibles, se han hecho patentes en acontecimientos recientes en los países más dispares. Como ejemplos pueden citarse los siguientes: El fundamentalismo étnico hizo su aparición en la exYugoslavia.

Radovan Karadzik, responsable de la brutal limpieza étnica en Bosnia, afirmó en una entrevista que "las fronteras culturales están dibujadas con sangre". El fundamentalismo indigenista surgió en el movimiento de Sendero Luminoso que pretendía la "reindigenización" del Perú con la exclusión de toda otra herencia cultural. El fundamentalismo político-cultural se hace evidente en las declaraciones del Frente Nacional de Francia, partido de derecha extremista; uno de sus principales ideólogos, Bruno Megret, afirmó que "la política ya no puede pensarse dividida entre la derecha y la izquierda, sino entre la identidad y la globalización". El fundamentalismo cultural-religioso se hizo visible en la declaración de Ossama Bin Laden, quien se declaró militante de "una guerra de religión contra Occidente". Lo extraño de todo esto es que la extrema derecha y la extrema izquierda parecen darse la mano. Frente a esta instrumentalización de "la cultura" habría que partir, como se hace notar en el primer Informe Mundial de Cultura, de 1998, de que la cultura es un concepto y una práctica, no una cosa ni una realidad en sí misma y que ésta cambia constantemente en el tiempo. Más abajo se explica la falacia intelectual en la que se basan estas tesis esencialistas y sectarias. Por la otra, podría parecer paradójico pero es altamente significativo que, en el momento en que el concepto de cultura se ha insertado destacadamente en las agendas políticas de la geopolítica mundial, en la antropología han surgido propuestas para que sea desechado este término para el análisis científico. Las críticas más severas contra este concepto, entre otras, se refieren a que está siendo

usado

para

denotar

jerarquía,

simplificación,

homogeneización

hacia

dentro

y

heterogeneización hacia fuera y aplanamiento de los fenómenos. A lo largo de los noventa y en los últimos años, los antropólogos se han dado a la tarea de reconstruir por completo este término, con los resultados que veremos a continuación. De la arbitrariedad del signo a la posesión del objeto El patrimonio se presenta ante nuestros ojos siempre como eterno. Lo es en el sentido de que podemos tocar una escultura precolombina, mirar los altos edificios de una ciudad surgida de la selva, o escuchar la música colonial andina, recién vuelta a descubrir. Pero el entendimiento que nos mueve ante estas expresiones culturales no es eterno. Ese entendimiento cambia, se ahonda o se precisa, se amplía o se desecha de distintas maneras en diversas épocas. Hoy estamos, precisamente, en el filo de un cambio profundo en nuestra manera de entender el patrimonio. La historiografía de nuestra noción de patrimonio en América Latina y el Caribe resulta fascinante y espera la pluma de algún historiador o historiadora para ser revisada. Ha sido, además, una historiografía que ha influido en los programas mundiales sobre patrimonio, por ejemplo, a través de la Unesco, historia que también está por contarse. Sin embargo, hoy el cambio es aún más profundo puesto que, según lo afirman las teorías críticas, pos-posmodernas y poshumanistas, la historiografía occidental también se ha vuelto historia. Y este cambio nos lleva a nuevos horizontes filosóficos y políticos sobre el patrimonio.

En este breve artículo sólo cabe enunciar algunos de los principales pasos que hay que hacer en el camino de la reconceptualización del patrimonio. Cabe mencionar que va mucho más allá de la visión simplista que ve en el patrimonio únicamente un pleito entre el Estado y la iniciativa privada; o entre etnocéntricos hispanistas, indígenas o afroamericanos; o entre quienes lo ven sólo como medio para producir ganancias y quiénes lo ven como símbolos intocables. Al contrario, el patrimonio cultural es aquello que nos atañe a todos, que es responsabilidad de todos, pero que es entrañable, por distintas razones, para ciertos grupos en particular, ya sean éstos nacionales, étnicos o religiosos. El reto es encontrar estrategias y políticas en las que se asuma esta responsabilidad, que contribuyan todos a su conservación y a su creación en la medida que lo permitan sus recursos, y que se relacionen con ese patrimonio cultural de maneras diversas los grupos de acuerdo

con sus preferencias y

representaciones. Hay que evitar el peligro de que un patrimonio cultural específico sea considerado posesión o representación exclusiva de un grupo. Si así sucede, cuando un grupo es considerado enemigo político o religioso, su patrimonio cultural podrá ser descalificado. Este fue el mecanismo que desató la destrucción del puente de Mostar y de la biblioteca de Sarajevo a manos de los croátas y serbios; el mismo llevó a la destrucción de los Budas de Bamiyán a manos de los Talibanes. El horror de tal proceder se hace evidente ya que seguir esta lógica llevaría a la destrucción del Taj Mahal o de la Alambra por no corresponder su arquitectura con "la cultura" imperante en la actualidad en los países respectivos. Resulta indispensable, por tanto, evitar la "cosificación" del patrimonio cultural. Este proceder intelectual de reificación construye el patrimonio como "objetos" más allá de las acciones de quiénes los han creado y les infunden significado y proyección. Dicho proceso de "objetivación" implica, por definición, un movimiento de localización cuyos signos requieren, un basamento social que les otorgue legitimidad. Podemos preguntarnos si es coincidencia el que se haga evidente en la actualidad una convergencia entre los estudios culturales y la física cuántica. Afirma ésta última que no habitamos un mundo de objetos sino de eventos, es decir, un universo de articulación de campos electromagnéticos de diverso tipo. De la misma manera, el patrimonio se constituye a partir de la localización de un momento histórico y cultural a través de la objetivación por parte de observadores a su vez nítidamente localizados en espacios sociales, culturales y políticos. Por ello, las distintas demandas actuales, muy reales, de redefinición del patrimonio, de reapropriación o de reinvención del mismo, o de su eventual instrumentalización tendrían que ser analizadas en el campo mayor que subsume a la historiografía. Del simbolismo a la representación ¿Cómo podemos pensar la cultura en este inicio de siglo? Habría que empezar por decir que la cultura es simbolismo. Es el proceder social que permite crear sentimientos de identidad, de reconocimiento y de reciprocidad. Es la representación más alta de la experiencia humana.

En la Unesco, en mis funciones como Subdirectora General para la Cultura, formulé una definición de este proceso como "...el fluir continuo de significados que la gente imagina, funde e intercambia. Con ellos construimos un patrimonio cultural y vivimos en su memoria. Esos significados nos permiten crear lazos de familia, de comunidad, de grupos culturales, de nación y de humanidad. Nos permite tener conciencia de nosotros mismos". Hoy los avances teóricos posmodernos y poshumanistas llevan a una nueva definición de la cultura. Llevan a afirmar que la cultura no es un objeto, es un evento creado por la libre decisión de un conjunto de personas de asumir, portar y transmitir un comportamiento cultural. Si no pensamos en la cultura así, como un acto de libre decisión, negaríamos que tenga valor para la persona que la asume. La convertiríamos, además, en una simple carga inconsciente, en un muro que aprisiona. Negaríamos, asimismo, el derecho de las personas a cambiar su propia cultura, a través de la controversia y la creatividad. Amartya Sen lo expresa con su conocida precisión y elegancia al afirmar que las identidades sociales son demasiado importantes como para aceptar la idea de que los individuos son islas autocontenidas. El razonamiento, dice, juega un papel decisivo. Rechaza el supuesto comunitarista que afirma implícitamente que la identidad social se constituye al "descubrir" el individuo quien es. Al contrario, dice Sen, este proceso tiene que ver con un proceso en que interviene el razonamiento y éste lleva a la decisión de eligir. "...esa libertad de todos de participar en decidir cuáles tradiciones deben ser conservadas no puede ser negada por los ´guardianes´ nacionales o locales (ni por los ayatollahs ni por otras autoridades religiosas), ni por lo gobernantes políticos (o dictadores gubernamentales), ni por los "expertos" culturales (nacionales o extranjeros" . Tal definición de cultura impide atribuir a las culturas una naturaleza esencialista, es decir, ahistórica e immutable. De hecho, este esencialismo se coloca como el centro de una "tradición" que ha fortalecido a las doctrinas fundamentalistas en muchos países. La han invocado los serbios para su "limpieza étnica"; las autoridades musulmanas en Nigeria para intentar imponer la ley Sharia a la población católica; los extremistas hindúes para atacar a los musulmanes en la India. Las tradiciones son valiosas pero es indispensable evitar que puedan invocarse para justificar genocidios, xenofobias, fundamentalismos o autarquías. A este respecto, la Organización Mundial de la Ciencia (ICSU) consideró necesario pasar una resolución en relación con el Congreso Mundial de la Ciencia de 1998 que dice así: " La 26 Asamblea General de ICSU... expresa su preocupación por ciertas partes de los documentos adoptados por la Conferencia, notablemente el párrafo 26 de la Declaración sobre la Ciencia y la sección 3.4 Ciencia Moderna y otros sistemas de conocimiento en el Marco para la Acción; en particular expresa su preocupación por la frase "sistemas tradicionales y de conocimientos locales". La importancia del conocimiento empírico acumulado durante generaciones y basado en evidencias prácticas se reconoce, pero dicho conocimiento debe distinguirse de los enfoques que buscan promover la anti-ciencia y la seudo-ciencia, y que degradan los valores de la ciencia tal y como la entiende la comunidad de la Organización Mundial de la Ciencia. ICSU reafirma su compromiso con los valores y los métodos de la ciencia verificable".

La cultura puede concebirse, por tanto, como una forma de vinculación humana que sin duda, protege del exterior pero que también puede encerrar hacia el interior, generando separación hacia fuera y hacia adentro por la exclusividad con que se marcan las fronteras culturales. Cabe preguntar, entonces, cuál es el papel del patrimonio en relación con las identidades nacionales, las identidades desterritorializadas, las afiliaciones étnicas, y las nuevas formas de ciudadanía nacional y global. ¿Cómo se forma el patrimonio? Si consideramos el patrimonio como algo no cerrado, ni predeterminado sino como un bien cuya definición como representación de una comunidad cultural están en constante movimiento, se abre el horizonte hacia una definición creativa del patrimonio. Desde esta nueva perspectiva, la pregunta que hay que formular es ¿cómo se forma el patrimonio? La respuesta que se puede proponer es la siguiente: Si la cultura no es un mero inventario de materias, cuerpos, objetos....eso quiere decir que el patrimonio cultural es el espacio natural en el que se establece el diálogo entre la sociedad actual y las del pasado, alrededor de los símbolos y representaciones. Ya dijimos que el patrimonio en sí mismo puede transformarse en el tiempo, pero éste cambio tiene que ver con la acción consciente de la sociedad presente que le confiere un sentido a ese legado y que lo investiga para obtener de él todo lo que puede dar. Siendo así, se puede decir que el patrimonio está constituido tanto por lo que representa en términos simbólicos para la sociedad, como por lo que potencialmente puede representar en la medida en que ésta se interese en restituir o rescatar el agregado simbólico que el propio patrimonio tuvo para los hombres del pasado. En el proceso de reinvención de nuevas formas plurales de vivir en comunidad que requerimos para consolidar el espacio cultural de nuestra región, el patrimonio cultural juega un papel esencial, en tanto que símbolo público de la identidad colectiva. Varios peligros lo amenazan en la actualidad. El patrimonio tangible se ha visto amenazado por su deterioro o su destrucción o deterioro, entre otros procesos por la urbanización y la desforestación. En el caso del patrimonio intangible, por la sorprendente expansión de los medios de comunicación, desde la ubicuidad de la televisión hasta, hoy día, el multimedia y el Internet. En general, además, aumenta la preocupación por el cambio tan acelerado de valores y formas de comportamiento cultural en América Latina y el Caribe. Los Criterios de definición del patrimonio cultural El principal instrumento jurídico internacional para la salvaguarda del patrimonio ha sido la Convención sobre la protección del patrimonio cultural y natural del mundo, adoptada por la Conferencia General de UNESCO en 1972. La Convención estableció la Lista del Patrimonio de Humanidad con objeto de "proteger las obras maestras de la capacidad creativa" de la humanidad. Durante los trabajos de la Comisión Mundial de Cultura y Desarrollo se discutió ampliamente, -tal y como se consignó posteriormente en Nuestra Diversidad Creativa- que, al ser el patrimonio cultural la

piedra de toque de las identidades, en el nuevo contexto de democracia y de multiculturalidad, las definiciones de patrimonio son todavía demasiado restringidas. En 1994, en respuesta a este tipo de preocupaciones, la Unesco le encargó a un grupo de expertos que evaluaran la representatividad de la Lista del Patrimonio de la Humanidad. Concluyeron que en ella hay una sobrerepresentación: 1) del patrimonio histórico en general y, en particular, de ciudades históricas y de monumentos religiosos, especialmente de aquellos que pertenecen al cristianismo; 2) de la arquitectura de "elite" -a comparación de la arquitectura vernácular y popular-; 3) de los sitios históricos, en comparación con los prehistóricos y los del siglo veinte. También se señaló una preponderancia de patrimonio asociado a la vida masculina dejando a un lado el patrimonio que representa la vida de las mujeres. En respuesta a este estudio, en la Unesco revisamos los criterios para hacer más representativa la Lista. De inicio se hizo más flexible el criterio de la "autenticidad" que ahora permite que se incluyan edificios de diseño arquitectónico antiguo pero reconstruidos con materiales contemporáneos como por ejemplo son los templos de madera de Nara y Kioto en Japón. También se amplió el criterio de temporalidad que permitió incluir en la Lista la moderna capital de Brasil, Brasilia. Así, se otorga reconocimiento a la unidad y coherencia, a la inventiva y maestría con la que fue concebida y construida. Pero, sobre todo, este nuevo criterio sirve de punto de partida para ampliar para que los sitios no sean vistos únicamente desde el ángulo de los grandes arquitectos y la estética sino que incorporen la problemática actual de la arquitectura mundial, vista como una transformación significativa en el empleo de materiales, técnicas y trabajo. Bajo este nuevo criterio se incorporó también a la Lista, en el año 2000, la Ciudad Universitaria de Venezuela. Estos nuevos criterios se han empezado a aplicar en Brasil, como lo atestigua la Carta de Fortaleza, que propone alentar la reflexión conceptual sobre los bienes culturales, la integración de un Sistema Nacional de Informaciones Culturales y el desarrollo de instrumentos legales, en particular un registro para la conservación de los bienes culturales, entre otros puntos. La incorporación de otro nuevo criterio, el de "paisaje cultural" ha permitido inscribir, asimismo, por ejemplo, el "Paisaje arqueológico de las primeras plantaciones de café en el sureste de Cuba". Asociado a este criterio la Lista se ha abierto a consideraciones de centros culturales y espirituales lo que llevó en el 2000 a incluir Tiwanaku como "el centro espiritual y político de la cultura Tiwanaku" en Bolivia. Entre otros sitios inscritos en la Lista del Patrimonio de la Humanidad de América Latina y el Caribe se cuentan los centros históricos de las ciudadades de Arequipa en Perú y Goias en Brasil, las Ruinas de Leon Viejo en Nicaragua, las Iglesias de Chiloé en Chile y las Estancias de Córdoba y Edificios Jesuíticos en Argentina. En total, sin contar los sitios naturales, están inscritos 64 sitios de patrimonio cultural de la región en dicha Lista.

Además de su importancia por la labor intrínseca de salvaguarda del patrimonio, la Convención representa una experiencia fundamental en cuanto al proceso de aprendizaje y negociación internacional que ha desencadenado. Lenta y arduamente se están construyendo consensos sobre el valor de los bienes culturales y sobre las normas mundiales que deberán aplicarse para conservar el patrimonio como un bien público global. Ahora bien, la reconceptualización de la cultura descrita arriba remite nuevamente a las preguntas centrales de esta problemática y que son: ¿?quién decide qué conservar y según qué criterios? El patrimonio cultural: instituciones y prácticas Para las prácticas relacionadas con el patrimonio en la región es mucho lo que se ha avanzado, en especial a través del Foro de Ministros de Cultura de América Latina y el Caribe. En el foro sobre patrimonio que tuvo lugar en Cartagena, Colombia, en 1998 se debatieron las propuestas de la Comisión Mundial de Cultura y Desarrollo y se hizo una evaluación señalando que si bien los avances en la región son notables y muestran prácticas que pueden ser llevadas como modelo a otras regiones, es necesario poner al día gran parte del acervo institucional con el que se cuenta en nuestros países. En cuanto al marco institucional, los museos deben ampliar sus funciones y representar realmente el saber y las experiencias de todos los ciudadanos en su variedad y diversidad. Los museos en América Latina y el Caribe se han abierto a esta diversidad. Se exponen cada vez más obras de la cultural intangible, las culturas populares. Falta insistir en que se adquieran y expongan mayor número de obras y performances de mujeres. Uno de los mecanismos que se pueden proponer para modificar este orden de cosas es el promover la participación de los otros especialistas de la ciencia y la cultura y los ciudadanos en la política y actuación de los museos, pues en última instancia, la gestión museística va más allá de lo meramente técnico al servir como registro y expresión pública de la identidad de un pueblo o cultura. Tanto los museos como las instituciones de gestión cultural necesitan de profesionales capacitados que las hagan funcionar, con una formación no sólo técnica sino también en ciencias sociales y en historia, que les proporcione las claves necesarias para poder evaluar las relaciones de las diferentes sociedades con sus distintos patrimonios. Las culturas constituyen un río de saberes hay que saber hilar, se requiere volver a teorizar acerca de lo que significan los patrimonios. Actualmente pocas de estas instituciones están capacitadas para tratar los aspectos sociopolíticos de la cultura y el desarrollo, y por ello hay que invitar a ampliar los enfoques, la base institucional y la participación de intelectuales, científicos, de los ciudadanos en general. Ello se extiende a la existencia de archivos públicos y el acceso a ellos como elemento necesario del gobierno democrático así como la asignación de mayor prioridad a la conservación o a la constitución de archivos nacionales.

Asimismo, aunque ya se realiza en toda la región, hay que ampliar las acciones en la cuestión de las artesanías, que además de representar una cuarta parte de las microempresas en la región, es un patrimonio "vivo", que se renueva de generación en generación. Precisamente por su potencial económico y de creatividad, actualmente mermado por la distancia que separa a los artesanos de los mercados, hay que proponer la necesidad de fortalecer la institucionalidad de prácticas y políticas de comercialización equitativas de las artesanías así como establecer un sistema de etiquetas de "comercio justo". Otro aspecto a destacar es que la incidencia de la globalización de la economía y de la comunicación en las oportunidades de acceso a otras culturas, ofrecen un estímulo a la creatividad pero muchas veces bajo la amenaza de que se abandonen formas tradicionales de creación. En ese sentido habría que hacer notar que la elección entre lo mejor y lo peor no está inevitablemente relacionada con la dominación económica sino con la autoestima, el orgullo del devenir histórico de una cultura así como con la curiosidad y el respeto a otras culturas que ofrecen las posibilidades de enriquecimiento cultural sin que se pierda la tradición propia. Para lograrlo es fundamental incorporar a la educación los valores de la diversidad y el desarrollo de valores comunes globales para asegurar que las generaciones futuras puedan tener el discernimiento adecuado para poder elegir distintas alternativas culturales. Todo lo anterior lleva a la conclusión de que la legitimidad en la aceptación del valor de los sitios, objetos o expresiones culturales radica en el reconocimiento universal que se les otorga. De la misma manera en que hasta hace poco se argumentaba que la obra de arte se crea en la relación entre el objeto y el observador, así, en el patrimonio, el valor radica en la apreciación que se hace de tal patrimonio. En la actualidad, el análisis va más allá. Cuestiona el punto de vista del observador no sólo en tanto que mirada sino en tanto que selectividad, disposición en el espacio, localización y definición, de tal manera que hay que analizar la construcción de sentidos a través de los sistemas de representación. La importancia de tales aperturas analíticas no puede minimizarse. Todo lo anterior apunta hacia la necesidad de cambiar el eje de las políticas culturales, transfiriéndolas de una atención exclusiva en los objetos, sitios u expresiones culturales, para re-localizarlas en el punto de creación el observador y, por extensión, con el productor. El patrimonio adquiere así una significación más cercana a la sociedad que la crea y aprecia, ya que además de que se pone el acento en la creatividad, se recalca que su conservación tiene sentido sobretodo en términos de que la gente tenga acceso libre a los bienes culturales y al desarrollo de sus capacidades para seguir creando sus propias expresiones culturales. Habría que seguir uno de los mecanismos sugeridos por la práctica de la antropología latinoamericana, que es la de incorporar en los equipos de conservación de patrimonio cultural, a investigadores de universidades, centros de investigación social y comunidades locales. Todo ello con el fin de comprender los valores y aspiraciones que motivaron a los creadores de los sitios y objetos, sin

los cuales, quedan desvinculados de su contexto y pierde gran parte de su verdadero significado. Dicho de otro modo, lo tangible solo se puede interpretar y seleccionar en base a lo intangible. El debate actual sobre patrimonio intangible El debate que adquiere cada vez mayor dinamismo desde hace algunos años es el del patrimonio intangible o inmaterial. Por la riqueza de América Latina y el Caribe precisamente en este campo, esto es, en el patrimonio vivo, interesa incorporar a la discusión del patrimonio los nuevas políticas y planes de acción internacionales en este campo. Como antecedente, desde los noventa, la Unesco elaboró una propuesta, basada en experiencias de países orientales, para el reconocimiento y el apoyo financiero a los grandes maestros de los conocimientos tradicionales, tanto artesanales como de otra índole. Recomendó que los Estados designaran a estos grandes maestros como "Tesoros Humanos Vivos" a través de programas que les permitieran recibir una ayuda económica del Estado con el objeto de que transmitan sus conocimientos a las nuevas generaciones. Este programa ya era utilizado en países como Japón, Corea, Tailandia y Filipinas y ya había sido puesto en práctica en Francia, a través del sistema de Maîtres d’Art. En la Mesa Redonda Internacional sobre Patrimonio Intangible auspiciada por la Unesco y celebrada en la ciudad de Turín en marzo de 2001, se establecieron tres criterios generales para un plan de acción sobre esta temática. Primero, se estableció que la cooperación internacional sobre el patrimonio intangible debe estar fundamentada sobre los derechos humanos reconocidos universalmente, los principios de equidad y sostenibilidad, así como sobre el respeto a todas aquellas culturales que a su vez respetan a otras culturas. Segundo, se recalcó la necesidad de que participen activamente los actores y creadores de la cultura en todas las etapas de identificación de proyectos, asignación de recursos, planeación y ejecución de políticas y programas destinados a la salvaguarda del patrimonio intangible. Tercero, se hizo hincapié en que dichos programas deben fundamentarse en una comprensión del patrimonio centrado sobre los individuos y los procesos sociales. Los campos específicos en los que se recomendó que deben tomarse acciones de protección son: el patrimonio cultural oral, las lenguas, las artes escénicas y las festividades, los ritos y prácticas sociales, las cosmologías y los sistemas de conocimiento y las creencias y prácticas relacionadas con la naturaleza. La Iniciativa de la Comisión de Patrimonio Inmaterial de Brazil En cuanto a las acciones de los gobiernos de la región en este campo, destaca el trabajo reciente de la Comisión sobre Patrimonio Inmaterial en Brasil, -en la que han participado destacados antropólogos, museólogos e indigenistas brasileños-. No hay un consenso, señala esta Comisión, tanto en el ámbito nacional como internacional, sobre la expresión que mejor define el conjunto de estos bienes culturales, problema que ya había quedado bastante claro en el seminario realizado en Fortaleza. Las

expresiones más usadas son "patrimonio intangible", "patrimonio inmaterial", "cultura tradicional y popular" y, más recientemente, "patrimonio oral". Las dos primeras intentan delimitar su universo por medio de la institución de una categoría de patrimonio opuesta al llamado "patrimonio material o construido". Mediante el uso de los calificativos "inmaterial" y/o "intangible" se pretende resaltar la importancia que tienen, en este caso, los procesos de creación y manutención del conocimiento sobre su producto (la fiesta, la danza, la pieza de cerámica, por ejemplo). Es decir, procuran enfatizar que el conocimiento, el proceso de creación y el modelo interesan más como patrimonio que el resultado, aunque éste sea, indudablemente, su expresión material. No abarca, por lo tanto, toda la complejidad del objeto que se pretende definir. Sin embargo, la Comisión decidió optar por el término de Patrimonio Inmaterial. Dicha Comisión, en su documento final, propone como primer principio, que "...el patrimonio inmaterial no requiere "protección" y "conservación" – en el mismo sentido de las nociones fundadoras de la práctica de preservación de bienes culturales muebles e inmuebles – sino identificación, reconocimiento, registro etnográfico, seguimiento periódico, divulgación y apoyo. En fin, más documentación y seguimiento y menos intervención. El segundo principio, derivado del primero, es la no – aplicabilidad al patrimonio inmaterial del concepto de autenticidad, tal como se utiliza, por lo común, en el campo de la preservación. En este caso, la noción de autenticidad debe ser sustituida por la idea de continuidad histórica, identificada por medio de estudios históricos y etnográficos que señalen las características esenciales de la manifestación, su manutención a través del tiempo y la tradición a la cual se vincula. Esa noción de continuidad histórica y el reconocimiento de la dinámica propia de transformación del bien material llevaron a la proposición de una acción fundamental: el seguimiento periódico de la manifestación para evaluar su permanencia y el registro de las transformaciones e interferencias en su trayectoria". La propuesta de la Comisión en cuanto a un instrumento legal es por demás innovadora. Los bienes culturales inmateriales, propone, se inscribirán en Brasil en uno de los cuatro Libros establecidos en la propuesta del instrumento legal, basada en las categorías identificadas en la fase de investigación. Estos Libros fueron denominados, respectivamente: Libro de los Saberes – para el registro de conocimientos y modos de hacer enraizados en la vida cotidiana de las comunidades; Libro de las Celebraciones – para las fiestas, rituales y festejos que marcan la vivencia colectiva del trabajo, de la religiosidad y del entretenimiento y otras prácticas de la vida social; Libro de la Formas de Expresión – para la inscripción de manifestaciones literarias, musicales, plásticas, escénicas y lúdicas; y el Libro de los Lugares – destinado a la inscripción de espacios, como mercados, ferias, plazas y santuarios donde se concentran y reproducen prácticas culturales colectivas. "Al delimitarse el universo de los bienes culturales inmateriales, mediante el contenido de los Libros de Registro, señala el documento, se buscó evitar conceptos rígidos, con la perspectiva de que esa definición abarcadora estimule el proceso de construcción del concepto de patrimonio inmaterial, manteniendo los parámetros establecidos por la Constitución".

La inscripción en dicho registro conlleva la obligación del Estado de documentar y acompañar la dinámica de las manifestaciones registrada, promueve la valorización pública de dichos bienes y la implantación, en sociedad con entidades públicas y privadas, de acciones de promoción y divulgación. Recomendaciones de políticas de protección del patrimonio inmaterial Las propuestas arriba mencionadas fueron discutidas en la Reunión Internacional de Expertos sobre Patrimonio Intangible celebrada en enero de 2002 en Brasil, que presentó las siguientes recomendaciones en cuanto a la acción internacional en este campo. Se hizo notar que las políticas de conservación del patrimonio inmaterial deben respetar la dinámica interna de las expresiones culturales, la diversidad de formas del patrimonio cultural inmaterial y de los contextos en los que se desarrollan. Al mismo tiempo se hizo hincapié en la necesidad de promover la pluralidad en las actividades de formación, la sensibilización de públicos, la distribución de fondos públicos y privados y los diferentes métodos de documentación y archivo de expresiones culturales. Se concluyó, asimismo, que le corresponde a cada Estado, en vista de que las acciones de salvaguarda del patrimonio intangible tendrán que ser tomadas a nivel nacional, determinar los campos que serán protegidos, que podrán ser revisados periódicamente según las necesidades, en consulta con las organizaciones no gubernamentales y las comunidades en cuestión y de acuerdo a los criterios que considere apropiados. Finalmente, recomendó que la Unesco, en su carácter de organización de cooperación internacional, elabore una convención internacional para la salvaguarda del patrimonio inmaterial. Coincide en ello también la relatoría de la Mesa sobre Patrimonio que tuvo lugar durante en la Conferencia de la Organización de Estados Iberoamericanos sobre "Las Culturas Iberoamericanas en el siglo XXI" redactada por Joao Almiño. Reitera que el Estado no debe abdicar su responsabilidad sobre el patrimonio, aunque lo ideal es que el usuario y la población local se transformen en copartícipes y co-responsables en la defensa del mismo. Expone también el proyecto iberoamericano de construir un espacio y un imaginario común y la producción, difusión y democratización de la información. Patrimonio, turismo y desarrollo. En la actualidad, el turismo se está convirtiendo rápidamente en una de las principales industrias del mundo, con cerca de 600 millones de turistas trasladándose cada año. Es una industria en la que los países de América Latina y el Caribe pueden encontrar una fuente de divisas importante para su desarrollo. Si bien gran parte de la vitalidad del turismo procede del patrimonio cultural, hay que evitar que éste se considere meramente como una mercancía al servicio del turismo. Las experiencias de sobreutilización de los centros históricos de las ciudades más allá de su capacidad de sustentación, o de su aislamiento como zonas monumentales sin vida ni habitantes, o el deterioro de sitios de patrimonio cultural por la afluencia turística, deben servir de modelos para no desvirtuar nuestra comprensión del pasado y la imagen que proyectamos sobre los otros.

Hay que encontrar una solución entre estos dos extremos: el del cierre a toda actividad turística por considerarla agresora por principio, y el de someter la investigación y la conservación a un plan de desarrollo económico, debe existir un término medio que satisfaga las demandas de grupos involucrados: investigadores y conservadores, gobiernos, empresarios y prestadores de servicios turísticos; encontrarlo no debería ser tarea difícil. La Unesco inició diversos programas encaminados a promover el turismo cultural, asegurando al mismo tiempo la sustentabilidad del mismo, dentro de marco de sus programas de conservación del patrimonio cultural. En América Latina destacan los apoyos que otorgó a la remodelación de los centros históricos de La Habana en Cuba, Antigua en Guatemala y, recientemente, en colaboración con el BID, a Quito en Ecuador y a otras ciudades de la región. Destacan también los programas de apoyo a otras ciudades, por ejemplo, Ouro Preto y Olinda en Brasil. Vale mencionar otra modalidad en impulsar el turismo cultural para lograr el desarrollo no solamente de un sitio de monumentos, arqueología o memoria sino de todo un movimiento cultural histórico. Se han formulado propuestas en ese sentido, por ejemplo, para la Ruta El-Andalus que vincula el sur de España con los países mediterráneos de África; o la Ruta de la Esclavitud a través de varios países africanos, llegando hasta el Caribe y países de América Latina. En nuestra región la conservación y remodelación de las misiones jesuíticas en el área de Mercomún se ha constituido en posibilidad para establecer una ruta turística entre Argentina, Paraguay y Brazil. Destaca asimismo en la región, la Ruta Maya que se trazó en las costas del Caribe de México, Belice y Guatemala que ha logrado con éxito impulsar el turismo con una diversidad de destinaciones y actividades. Al respecto, será conveniente regular los desarrollos turísticos vinculados a zonas arqueológicas para lograr que se opte por proyectos de bajo impacto; para que se diseñe con la preocupación por recuperar los valores de la arquitectura vernácula de la región; para que se cuiden las visuales desde la zona arqueológica; y para que se conjugue la defensa del patrimonio cultural con la protección de la fauna y flora regionales. Habrá que dejar a un lado viejas prácticas, por demás dañinas, como la de intentar a toda costa ofrecer al visitante la mejor de las vistas posibles sobre la zona arqueológica, o la de ubicar el hotel lo más cercano posible a los vestigios arqueológicos a fin de ahorrarle al turista desplazamientos supuestamente incómodos o innecesarios. El trazo de zonas de amortiguamiento entre las áreas de desarrollo y los sitios arqueológicos serían de gran ayuda; lo será, también, el posicionamiento remoto del acceso al sitio arqueológico, punto que opera igualmente como centro de comercio y de servicios ofrecidos al turista. Una de las prioridades a fijarse es la de crear parques rodeando las principales zonas arqueológicas. Por ejemplo, en el área maya de México, y Centroamérica, dado su patrón disperso, estas reservas resultan vitales. La importancia de este binomio: restos arqueológicos-ecología, requiere entenderse cabalmente, apreciar su contribución potencial a la conservación del patrimonio cultural y las investigaciones futuras. Con toda razón se advierte que si se opta, entonces, por la habilitación de

nuevos espacios para beneficio del turismo, la vigilancia y el mantenimiento permanentes de este patrimonio resulta ser un problema a resolver por anticipado; de no ser así, ante la posibilidad de un deterioro fuera de control de los vestigios, es preferible posponer toda exploración en nuevas zonas de monumentos o en nuevas estructuras en zonas ya abiertas al público, hasta contar con los fondos para poder mantener esas zonas dignamente, sin menoscabo de su conservación. Cabe aquí ampliar para señalar que una de las más graves amenazas para la conservación de sitios es el comercio clandestino de piezas arqueológicas. Con ese fin, es necesario concientizar para que la población se niegue a adquirir objetos de origen clandestino e ilegal. Sabemos bien que la demanda creciente en el seno de la sociedad de consumo constituye la causa fundamental del continuo saqueo de sitios arqueológicos, de centros religiosos, del tráfico ilícito de bienes culturales y de prácticas comerciales sin escrúpulos. Así se hace necesario reforzar las medidas que limiten la salida de tales objetos de los lugares a los que pertenecen. Un ejemplo de ello en la región es el saqueo al que están siendo sometidos los sitios arqueológicos en el Perú. La gran cantidad de sitios y edificaciones incaicas hacen imposible mantener una vigilancia eficaz en todos ellos. En fechas recientes este fenómeno incluso se agravó por las condiciones climáticas provocadas por el Niño, que llevó al deslave de muchas de estas edificaciones. Sólo podrá lograrse detener este saqueo mediante una permanente y eficaz cooperación entre países y, en especial, por parte de los países importadores de tales bienes culturales ilícitos. Recordemos que el comercio de bienes excavados ilícitamente es un comercio que destruye conocimiento. La Participación de las comunidades locales en el turismo En todo proyecto de turismo cultural es indispensable que la planeación incorpore, ya sea como participantes en la conservación o como agentes económicos, desde la planeación, a la población local. Cabe hacer notar que las comunidades cercanas a los sitios arqueológicos pueden ser, en principio, el agente más agresivo del deterioro del patrimonio cultural y, al mismo tiempo, el aliado potencial más importante para su defensa y preservación. La necesidad de nuevas viviendas, la instalación y ampliación de servicios públicos, y aún la práctica agrícola, son actividades que deben pueden realizarse dentro de un marco de respeto al patrimonio cultural y bajo estrategias que eviten su destrucción. Un ejemplo claro de este tipo de problema, desde mi punto de vista, es el que se suscitó en la costa de Quintana Roo, en México, a raíz de la expansión acelerada de construcción de hoteles a lo largo de las playas al sur de Cancún. Esta no se realizó en base a una planeación adecuada que integrara proyectos de urbanización y vivienda para los numerosos migrantes que se trasladaron a la zona a trabajar en la construcción o el servicio en los hoteles y que tuvieron que recurrir a invasiones de terrenos sin contar con la infraestructura básica de electricidad y drenaje. En esas condiciones el deterioro ecológico y la contaminación eran predecibles. Como resultado, gran parte de la carretera a lo largo de esta costa tiene hoteles de Primer Mundo a lo largo de las playas y, al otro lado de la carretera, "ciudades perdidas" o favelas, de Tercer Mundo. Es esta realidad del turismo cultural como

un supramundo de lujo, sostenido sobre un inframundo de pobreza, lo que es necesario evitar a toda costa en los países de nuestra región. La respuesta de la comunidad a la disyuntiva de la conservación dependerá de la relación simbólica que tenga con respecto a ese patrimonio y, también, de las expectativas que pueda generar la "puesta en valor" y manejo de ese patrimonio. Lo mismo se aplica al saqueo: sea como agente directo o como colaborador, a esa comunidad pertenecen, por lo general, quienes llevan a cabo las excavaciones ilícitas (y, por supuesto, quienes más riesgos asumen de todos los que intervienen en el tráfico de esas antigüedades saqueadas). El freno a esa actividad sólo es posible si la vigilancia y el celo por preservar ese patrimonio se convierte en una responsabilidad compartida, y si llegamos a entender plenamente el valor histórico y las posibilidades que ese patrimonio abre al turismo y a la educación. No se trata solamente de una cuestión de respeto a la representación que hace la comunidad cultural en cuanto al patrimonio cultural en la localidad y región: de su significado histórico y su efectividad social para mantener la cohesión social en reivindicaciones justas. Más allá de toda cuestión de justicia social, de la necesidad de frenar el despojo que se ha hecho sistemáticamente de bienes que podrían estar mejor resguardados en sus lugares de origen, está la eficacia en la defensa y conservación del patrimonio cultural e histórico de cada país. La respuesta de las comunidades locales cruza indudablemente por las posibilidades que se abran a su inserción en el desarrollo regional, en la toma de decisiones sobre el modelo de ese desarrollo, en su participación activa en la materialización de los proyectos asociados, y, sobre todo, en la integración de sus miembros a esos proyectos como personal calificado.

En suma, nuestro desafío en América Latina y el Caribe, en cuanto a patrimonio, consiste en encontrar estrategias, por una parte, para proteger e impulsar la creatividad cultural y, segundo, para lograr beneficios económicos a través del turismo cultural que no deterioren o distorsionen la concepción simbólica de las naciones con su patrimonio, la conservación de los bienes culturales y la relación de las comunidades locales y nacionales en la gestión de dichos bienes. En suma, hay que lanzar un llamado para ampliar y diversificar los conceptos y métodos relacionados con el patrimonio cultural y la promoción de la expresión cultural contemporánea en el espacio cultural de América Latina y el Caribe. Ambos están claramente interrelacionados; en efecto, no podemos imaginar el futuro sin la inspiración del pasado. Por lo tanto, ¿cuáles son las consecuencias de adoptar un enfoque más amplio respecto del patrimonio cultural? ¿Qué se requiere para lograr una apropiación más amplia y democrática del patrimonio por parte de los diferentes grupos sociales y culturales? Y, la otra cara de la moneda, ¿qué estrategias podrían preverse para promover la creatividad artística cuantitativa y cualitativamente y fomentar una mejor comprensión y apreciación de las artes en las distintas comunidades? ¿Qué formas podrían encontrarse para hacer que la innovación intelectual y artística estimule e informe mejor el conjunto de la sociedad? Se deberá hacer hincapié en el apoyo a la creatividad de artesanas y artistas mujeres, y en el acceso a las

oportunidades y los desafíos que plantean las nuevas tecnologías de los medios de comunicación. Se requiere que todas las culturas puedan contribuir al enriquecimiento de esos nuevos repertorios. Es preciso contar con una voluntad política para dar a los medios que permitan alcanzar estos fines, comprendidas las industrias culturales nacionales, el debido apoyo.

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