Cuentos para Misóginos

July 12, 2022 | Author: Anonymous | Category: N/A
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Pablo Valle

Cuentos para misóginos y otros cuentos

KATZEN

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Táctica del Chino

 —La táctica del Chino —explicó Eduardo— consiste en hacerse desear  hasta el límite de lo humano. Era en una sesión especial del Club. Nos habíamos reunido porque el tema salía una y otra vez en conversaciones más o menos informales, y ya era hora de darle forma a ese material. Por mi parte, aunque todavía no lo reconocía públicamente, estaba más obsesionado que de costumbre.  —Pero veamos —dije—. Porque acá hay un problema serio, y es que la estrategia condiciona la táctica misma.  —Como siempre —acotó Daniel, que la va de escéptico. escéptico.  —Lo que quiero decir es que, si hay o no hay estrategia, habrá o no táctica previa. En el caso del Chino, digo. ¿Cómo sabemos cuál es su estrategia, o siquiera si hay una? Me resisto a admirar sus tácticas, si se corre el riesgo de que no haya tal cosa, sino una mera estupidez equiparable a la de cualquiera de nosotros.  —Gracias —dijo Daniel.  —Yoo no sé —volvió a hablar Eduardo—, a mí me corresponde aportar   —Y datos concretos. La teoría corre por cuenta de ustedes.

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 —No hay datos concretos sin una teoría previa que los constituya como tales —dije, pero, ante la risita sardónica de los otros, tuve que agregar—: Bueh, dale nomás. La cuestión, por si urge saberlo, era sobre el Chino, un hermano de la cuñada de Eduardo, o sea de la esposa de  su hermano. Él, Eduardo, no conocía muy bien al personaje, pero su hermano se había hecho notablemente amigo desde antes de casarse. Resulta que este flaco, al que llamaban Chino, por  razones fisiognómicas demasiado obvias para explicarlas, tenía detrás una  pendeja que lo perseguía desde que se tenía memoria. La pendeja era muy linda, se llamaba Alicia, la conocíamos de vista nomás y era muy amiga de la hermana del Chino, Pamela (a quien también llamaban la China, más que nada de gusto por la simetría y escasez de creatividad, pero esto no importa mucho). El Chino no le daba bola: ésta era toda la cuestión. Bueno, toda no,  porque, cuanto menos bola le daba, más se metía con él la pendeja, por lo cual habíamos dado en pensar que todo era una táctica sublime del hombre para que ella se encanutara del todo, hasta límites poco concebibles. En todo caso, és éste te er eraa en verd verdad ad el resu result ltad adoo evid eviden ente te de su in indi dife feren renci cia, a, fuer fueraa és ésta ta deliberada o no. La mitomanía del Club (que yo encabecé visiblemente en esta ocasión) llevaba las cosas a un extremo tal, que se corría el riesgo de idolatrar  al Chino antes de tiempo, o fuera de medida.  —Revisemos punto por punto —comenzó—. Primero, la declaración formal. Hay datos indudables de que Alicia se le declaró al Chino en una

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fonda de Alsina y Rincón. Verano del ochenta y cuatro. El Chino comía mondongo a la española, bien picantón, el muy bestia.  —Qué le contestó el hombre, exactamente —acoté yo, fingiendo ecuanimidad, aunque me dirigía especialmente a Daniel, que ya esbozaba su risita escéptica número 34 b.  —Las palabras textuales no podrían reconstruirse porque están muy filtradas por la Historia. Pero, conceptualmente, dijo que por ahora no le interesaba comprometerse con una mujer, porque, entre otras cosas, no quería  perder su libertad.  —Magistral —dije, casi perdiendo mi compostura—. ¿Que no le interesaba, dijo?  —Conceptualmente, repito. Al parecer, parecer, su libertad consistía en ir a jugar  al fóbal con los amigos cuando se le daba la gana.  —La mejor definición de la libertad humana desde Rousseau —opiné—. ¿Qué me decís, Danielito? ¿Es o no es e s un ídolo? Mi ac acti titu tudd obje objeti tiva va se esta estaba ba yend yendoo a la merd merda, a, como como se obse observ rvaa claramente. Por otra parte, la duda sistemática de Daniel siempre me saca de mi pose intelectual-cientificista. intelectual-cientificista.  —¿Y eso es todo? —dijo el abogado del Diablo, Diablo, fingiendo como siempre más ignorancia de la real, con lo cual esperaba salvar responsabilidades y compromisos varios.  —Recién empieza, hermano —aclaré—. —aclaré—. V Vos os seguí.

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 —No olvidemos que esa declaración es un hecho puntual, valga la redundancia. Fue la culminación de varios meses de acoso por parte de la  japende, que no abandonó abandonó su cometido.  —Al contrario.  —Ésa es la joda. Casi podría asegurarse, siempre según las mismas fuentes, que desde entonces quedó sellada la suerte de Alicita: enamorada  perdidamente del Chino, Chino, maestro de los maestros.  —Gloria y loor. loor. Contá lo del cumple cumpleaños… años…  —Sí, pero antes, para entender ese otro hecho puntual, hay que reponer  un background  imprescindible. Resulta que, en todo cumpleaños o reunión informal en la casa de mi hermano, el Chino era invitado infaltable. Tan infaltable como Alicia: el gancho se hacía tan evidente que daba asco, hasta a mí mismo, que estoy más allá del bien y del mal. Claro que el ídolo ni mosqueaba y apenas le pasaba cinco de bola a la desesperada muchacha. Cuando se hacía tarde, los dueños de casa decían, por ejemplo: “Alicia, ¿te querés quedar a dormir?” Y, Y, cuando ella decía que sí, saliéndose de la vaina, el Chino acotaba sobre el pucho: “Bueno, yo me las tomo”, y ahí nomás se  borraba, saludando apenas. O al revés: si la japende se iba y todos esperaban quee el Noch qu Nochii la acom acompa paña ñara ra hast hastaa la casa casa,, él bost bostez ezab abaa y anun anunci ciab abaa magistralmente: “Che, yo me quedo a dormir…”  Ni Danielito, el Cínico Optimista, pudo reprimir una carcajada de admirado jolgorio. Yo Yo seguía maravillado, pese a haber escuchado la anécdota varias veces.

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 —Entonces, el año pasado, para el cumpleaños de mi cuñada, la despechada Alicia Alicia se apareció con un novio, un pobre flaco de barba... (El detalle de la barba, quién sabe por qué, hacía más patética la figura del aludido.)  —Sí. La cuestión es que el ambiente se podía cortar con un cuchillo desafilado. Nadie hablaba. Cualquier música parecía de velorio, todos los invitados, quien más, quien menos, percibían que algo raro pasaba, si es que no sabían exactamente qué. Alicia tenía lágrimas en los ojos, mi cuñada no sabía qué carajo hacer. En un momento dado, mi hermano y yo bajamos con la excusa de comprar fasos, aunque ninguno de los dos fuma, y llamamos desde el portero eléctrico anunciando que ni por casualidad volvíamos a esa reunión de mierda y más bien nos íbamos por ahí a buscar putas… Cosa que, demás está decirlo, no hicimos. Lamentablemente.  —Y el Chino, Chino, ¿qué hacía?  —El

Chino,

hermanos

queridos...

—se

imponía

una

pausa

melodramática, que el relator no supo dominar—..., escuchaba el partido de Boca pegado a la portátil, cómodamente instalado en el sofá principal.  —No puede ser, ser, no puede ser ser..  —De esto doy fe personalmente personalmente —protestó.  —¿Y? ¿qué opinás?— le pregunté pregunté a Danielito, ssospechando ospechando su respuesta.  —Qué te puedo decir. decir. Me parece que ustedes le dan demasiada importancia a todo esto. ¿No estarán exagerando?

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 —La genialidad es imposible de exagerar —expliqué—. No se puede elogiar de más a Miguel Ángel, Cervantes o Mozart.  —O al Chino —agregó Eduardo, Eduardo, innecesariamente.  —Ehh, paren la mano, che.  —No, en serio. Sostengo que el Chino está siguiendo la táctica perfecta  para conquistar una mina: no darle bola. La estética, la ética y, hasta me atreve atr evería ría a decir decir,, la met metafí afísic sicaa de este este método método son incues incuestio tionab nables les.. Los resultados están a la vista. La pendeja está muerta por él, al alcance de la mano, para cualquier cosa.  —Pero, como vos decías al principio, si no entendí mal —razonó maliciosamente Daniel, a quien le decíamos El Guasón, a veces—, ¿quién dice que el Chino realmente se la quiere levantar? ¿No te parece que esperó demasiado tiempo, si fuera así? ¿No será trolo?  —Difamar a los grandes genios es una costumbre pedestre que este Club debe de berí ríaa re rech chaz azar ar por por in indi dign gnaa hast hastaa de nues nuestr traa prop propia ia mise miseri riaa habi habitu tual al.. Propongo nombrar al Chino Ídolo Oficial del Club y erigirle un monumento imaginario en un lugar de nuestros corazones… junto al troesma Pavese.  —Perdonen que insista, pero… ¿qué pasa si el Chino se decide y le da  bola a la minita?… Suponiendo Suponiendo que ésa sea la estrategia, estrategia, ¿no?  —No, no… Si el Chino afloja, la pierde de inmediato. El secreto es la indiferencia total… Cualquier pequeña agachada sería una debacle… Cinco años tirados a la basura: abajo el monumento.

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 —Pero si nunca la va a aprovechar… ¿de qué sirve tanta táctica, hermano?  —Precisamente: he ahí su grandeza grandeza heroica… ¿no te das cuenta? cuenta?  No se daba. De todas formas, el Club nunca se ponía de acuerdo, y ésta no era su finalidad de ninguna manera; si hasta su misma existencia estaba puesta en duda, y yo era el único, Presidente, Socio Fundador e Ideólogo, que la sostenía contra viento y marea. De allí que necesitara un ídolo mítico para sostener las columnas

de

una

institución

cuya

misma

naturaleza

autocontradictoria… Pero éste es otro cantar, cantar, y algún día será cantado. Alá sabe más.

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la

hacía

 

El último lugar cálido

 Al Negro Olmedo.

De todas las experiencias que viví como cónsul honorario de Costa Dura en Estocolmo, la que voy a contarles debe haber sido, sin dudas, la más trascendental. Probablemente haya sido, también, la única. Es verdad que incluso no me ocurrió directamente a mí… en un sentido meramente personal. Pero, por muchas razones que ustedes comprenderán más temprano que tarde, fue una experiencia que no sólo involucró en lo más íntimo a quien habla, sino también a nuestro glorioso país en su totalidad. A la sazón me encontrab raba, como ya adelanté, cumpliendo la grahamgreeniana función de cónsul honorario en la fría capital de Suecia, tan lejos de mi patria como un ser humano podría estar: en otro país, en otro cl clim ima, a, tr trat atan ando do de habl hablar ar un id idio ioma ma qu quee es como como cant cantar ar un unaa guar guarac acha ha masticando piedritas de canto rodado. Para colmo de males, yo era el único costadurense que vivía en la zona, al menos desde la muerte del viejo Grac Gr acil ilia iano no Wilso ilsonn Ortu Ortugu gué, é, de deca cano no de lo loss fabr fabric ican ante tess de anti antigü güed edad ades es caribeñas en la Península Escandinava. (En realidad, aunque no esté bien divulgarlo a estas alturas, la verdadera fuente de ingresos del viejo Ortugué era el tráfico de nuestra droga nacional, la llamada Coca costadurensis, o

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“crack  de los pobres”, muy apreciada entre los adolescentes nórdicos por sus virtudes estimulantes del suicidio.) Como es imaginable, mi condición de único nativo de nuestro bello país en aquellos inhóspitos parajes dificultaba en grado sumo mi misión; mejor  dicho, la volvía técnicamente inexistente. Pero, por otra parte, ser cónsul, aunque aun que fuera fuera honora honorario rio,, val valee dec decir ir sin retrib retribuci ución ón pecuni pecuniari ariaa alguna alguna,, no ca care recí cíaa to tota talm lmen ente te de sa sati tisf sfac acci cion ones es.. Entr Entree ella ellas, s, no era era la meno menorr el extraordinario ascendiente que había obtenido en un grupo de encantadoras suecas, todas integrantes de una institución social de amplio prestigio en la capital y en el resto del país. Si bien la obligatoria modestia que todo costadurense que se precie debe exhibir respecto de sus irresistibles encantos viriles me prohíbe entrar en más detalles sobre la índole de estas relaciones, no  puedo dejar de anotar que las mismas solían sorprenderme hasta a mí mismo, hombre inauditamente avezado en lides eróticas de todo tipo. Tal éxito me sugirió la idea de remozar mi, debo decirlo, pobre actuación al frente del cargo, solicitando en esa institución un préstamo  stand-by que restañara siquiera un poco las lamentables finanzas de nuestro castigado pero nunca rendido país. (Todo el mundo sabe que Costa Dura arrastra desde hace tiempo una deuda externa de quinientos mil millones de “ecuatoriales”, suma aproximadamente equivalente a setenta mil dólares al cambio de hoy, y empleada en su mayoría para pagar una octogésima parte de los intereses de la deuda anterior, contraída en “costaduros”; moneda ésta que engalana con su

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colorido pintoresquismo un rincón desfavorablemente iluminado del Museo Antropológico de Frankfurt.) Debo decir también, sin caer en mayores alardes, que mi solicitud fue, en  principio, favorablemente recibida por la institución a la que hice referencia más arriba. Se trataba del Club de Baloncesto “El Séptimo Sello”, campeón naci na cion onal al de la es espe peci cial alid idad ad y vari varias as vece vecess cabe cabeza za de se seri riee en to torn rneo eoss internacionales de bien ganado prestigio. Un día gélido de diciembre, la presidenta, Ingrid Kalverssen, me recibió en su despacho particular, con algo parecido a una sonrisa en su cara color de leche de coco maduro.  —Señor Martiniano Washington Washington Mendaz… Pronunciaba mi nombre de tal manera que sonaba como los quejidos de Harriet Andersson en los primeros veinticinco minutos del filme Gritos y  susurros,

cuando parece que se dispone a escupir pedazos de pulmón hacia la

cámara. Aproveché el recuerdo para hacerle notar que todas las suecas, y ella no era la excepción, me recordaban a la bellísima Liv Ullman, gloria artística del país.  —Liv Ullman es noruega —observó con frialdad, dejando ver un milímetro de una perfecta dentadura de mujer de treinta años (probablemente  postiza). Superada la  gaffe con el aire de hombre de mundo que en mi país me ha valido el mote de “El Retozón”, quise entrar de lleno al tema que me acercaba a esta augusta institución deportiva, cuando un brusco cambio de luces en la

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oficina me hizo ver un detalle hasta entonces no advertido. La pared en la que se recortaba la opulenta figura de Ingrid lucía un gran cuadro desde el cual me miraba un rostro impactante. Me quedé sin habla de inmediato (lo que es mucho decir). Esa mirada cetrina, esa piel aceitunada, ese pelo brillante como engominado con el preparado de excrementos de iguana diarreicas que usan nuestros naturales… Me encontraba casi delante de un espejo, primera parte de la revelación que me aguardaba y que, sin yo buscarla especialmente, desc de scub ubrir riría ía el secre secreto to de mi in inag agua uant ntab able le at atra racc cció iónn so sobr bree es esas as efic eficac aces es manipuladoras del balón.  —Ese hombre… —llegué a balbucear. balbucear. Ingrid asintió con la cabeza, acentuando su sonrisa, si así se puede llamar  a esa mueca que le cortaba la cara como un sexo femenino horizontal e intocado.  —Un compatriota suyo —confirmó, ante mis ojos aguados por una varonil emoción.  —¿Qui… qui… quién? —quise —quise articular. articular.  —Su nombre era Robustiano Jackson Roble —y esta vez nuestro bello id idio ioma ma fu fuee adec adecua uada dame ment ntee home homena naje jead adoo por por es esos os la labi bios os que que pare parecí cían an denunciar a gritos la práctica cuantiosa y reverente de un nombre idolatrado  —. No creo que usted conozca su existencia… aunque debería. Si está dispuesto… Mis ojos y toda mi apostura debieron ser una convincente afirmativa, ante la resistencia emocionada de mi labia. Ingrid suspiró y comenzó su relato,

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que traduzco a continuación. El lector perdonará (o apreciará, según sus dotes) que lo haga en tercera persona y con los agregados que mi impecable manejo del castellano y mi imaginación me han sugerido. Hace poco menos de diez años, ocurrió uno de esos frecuentes accidentes aéreos cordilleranos que sacuden a la opinión pública durante algunos días, hasta ser reemplazados por algún golpe de Estado o algún golpe de suerte en la Lotería. Fueron sus protagonistas las integrantes del equipo femenino de  baloncesto “El Séptimo Sello”, que a la sazón cruzaban la cordillera de los Andes luego de un triunfo resonante y en marcha hacia, ¡oh ingenuidad nórdica!, otro igual. Ingrid era entonces la capitana, aguerrida defensa y líder  emocional del grupo: veinticuatro diosas rubias, entre titulares, suplentes y allegadas. En pleno viaje, el pequeño e irresponsable aparato que las transportaba comenzó a vacilar. Sus motores fueron defeccionando uno tras otro hasta que todos los tripulantes debieron admitirlo: se iban en picada hacia la muerte  blanca. Las palabras pretendidamente tranquilizadoras del piloto no surtieron el efecto buscado, en especial luego de que se oyó el disparo de un arma automática en la cabina. Ya sin conductor, la desdichada máquina se precipitó a tierra, dando contra las nieves eternas de una ladera. Quisieron los Hados, o tal vez san Barsanufio, patrono del baloncesto, que el choque fuera amortiguado por tanta niev nievee (d (dir iría íase se que que ánge ángele less trasa trasand ndin inos os so sost stuv uvie ieron ron el impa impact ctoo a úl últi timo mo

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mome mo ment nto, o, po porr cort cortes esía ía con con su suss si simi mila lare ress de dell otr troo hemi hemisf sfer erio io)) y, por  por  consiguiente, los estragos fueran menores de lo esperable. Sí Sí,, aunq aunque ue sea sea in incr creí eíbl ble: e: to toda dass las las in inte tegr gran ante tess del del equi equipo po habí habían an sobrevivido. ¿Víctimas fatales? También: el apresurado piloto y una gorda  pasajera que nadie conocía y que había subido en la última escala, acompañada por quien sería a la postre el héroe de toda la aventura, y de nuestro relato en curso. Robustiano Jackson Roble… En él sí habí habíaan repa repara raddo las valk alkiri rias as,, aunqu unquee bi bien en que que habí abían disimulado. Cuando el esbelto costadurense subió al avión, detrás de esa lamentable bola de grasa (que en paz descanse), un murmullo, podríamos decir, silencioso, se propagó entre todas las tripulantes. La señora resultó ser  una locuaz millonaria cubana que recorría el mundo tratando de encontrar  algún jefe de Estado dispuesto a invadir su país de origen para derrocar al  barbado dictador. dictador. Ya había intentado en Corea del Sur, Irlanda del Norte, Zambia, y ahora regresaba de Chile, luego de recibir una cordial pero vaga  promesa del general Pinochet. No estaba desalentada, todo lo contrario, y contaba a quien quisiera escucharla (ninguna de las suecas, por cierto) que en Viña del Mar había “pescado” (tal era su afrentosa expresión) a esa joya (se refería a Robustiano, por supuesto), decidiendo de inmediato convertirlo en su masajista personal. El eufemismo provocó más de una fría sonrisa en las caras siempre in inex expr pres esiv ivas as de las las sílf sílfid ides es.. La es esfér féric icaa li libe bert rtad ador oraa frust frustra rada da se li limi mitó tó,,

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entonces, a producir ampulosos gestos, imputando ese silencio de sus forzadas interlocutoras a una por demás invencible envidia. Algo de eso había, sin embargo… Imaginando la escena (me refiero al corto trayecto entre esa afortunada escala y el impacto final), no puedo menos que sonreírme, evocando la actitud del pasaje ante la apostura del “masajista”. Y también, conociendo cómo las gastan nuestros compatriotas, puedo conjurar  la propia actitud de Robustiano: altivo, indiferente en apariencia, pero con las fosas nasales distendidas hacia las posibles presas, reconociendo de inmediato el inconfundible olor del deseo femenino. Así estaban las cosas cuando ocurrió lo ya narrado, con audaz técnica literaria (aprendida, justo es decirlo, de nuestro escritor nacional, Fernandiano Johnson Gómez, eterno postergado por esos politicuchos de la Academia Sueca... con perdón del país que me cobija). Constatados los decesos de la gorda y del piloto, el recuento de pasajeros dio el resultado que el lector ya habrá deducido: veinticuatro esculturales  baloncestistas y Robustiano. Robustiano. Otros recuentos fueron más descorazonadores: no había provisiones, no había elementos para hacer fuego, no tenían la menor idea de dónde estaban y ni siquiera tenían un diario para leer la crónica sobre el reciente triunfo. La situación era desesperada, ¿vale la pena aclararlo? Bueno: la situación era desesperada. La propia Ingrid debía reconocer (ahora, cuando me lo contaba todo desde la seguridad de su oficina) que estaba desconcertada. Sus cualidades de

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liderazgo la predisponían a decisiones rápidas y certeras, pero asimismo la exponían a las ardientes expectativas de sus pelirrubias compañeras. Bueno, al principio, los restos retorcidos del avión les sirvieron como refugio contra el céfiro, un recomendable vino chileno como consuelo en módicas cantidades y la de pronto providencial gorda difunta como primera comida cordillerana. Debo aclarar que la dietóloga del equipo se opuso tenazmente a esta antropofagia antideportiva, sobre todo en vistas al próximo match

con un combinado de la argentina provincia de Santiago del Estero, al

 parecer, famoso por su juego rápido. Ante la sórdida realidad (y algunos tenedores amenazantes), la dietóloga tuvo que recapacitar y abandonar su ortodoxia profesional, so pena de convertirse en dieta ella misma. Casi podía decirse que la buena alimentación de la contrarrevolucionaria (propaganda viva —hasta ese momento— de los fulgores de la era Batista) había solucionado provisoriamente el primer problema. Pero ¿y el frío atroz que ya mordía esas pieles prístinas? Por más acostumbradas que estuvieran a los rigores árticos, no dejaban de sentir esas primeras mordeduras como la  promesa cierta de un escaso futuro. El exiguo fuselaje del avionzuelo detenía la nieve hasta cierto punto, pero el mercurio descendía, implacable. Apiñadas en el reducido espacio antes volador, las veinticuatro ninfas (y el fauno) se daban y se quitaban mutuamente los restos de calor acumulados en las grasas de la cubana. Y en este punto hizo su aparición el genio del Caribe, el hombre de ese remoto lugar cuyo nombre las suecas apenas hubiesen podido pronunciar, en

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el caso de que lo conocieran. Sin que nadie lo advirtiese, casi con timidez, Robustiano se acercó a Ingrid, en quien había reconocido instintivamente a la conductora del conjunto, para susurrarle algo al oído. Sea porque la dorada doncella champurrease algo de español, o porque nuestro héroe acompañase sus sugerencias con expresivos ademanes, lo cierto es que de inmediato una solución inesperada vino a quebrar el angustioso clima del refugio. Ha de decirse, no obstante, que, antes de comunicar su hallazgo a las otras otr as muchac muchachas has,, Ingrid Ingrid vaciló vaciló un tanto, tanto, asedia asediada da por algún algún purita puritanis nismo mo ancestral, aunque parezca mentira dada su nacionalidad, legendaria por su desprejuicio. En ese minuto de duda, un nuevo golpe de viento glacial sacudió la improvisada cueva y bastó para decidir la situación. Ingrid expuso lo sugerido. Mientras la capitana hablaba con una convicción que yo podía verificar  diez años después (arrastrados ambos por el fragor del recuerdo), Robustiano  procedía con toda naturalidad a bajarse los pantalones, por lo menos hasta la mitad de los muslos. Su gesto graficó adecuadamente la propuesta: la fuente de calor humano más extraordinaria jamás vista fue puesta al descubierto ante el asombro de las deportistas. Contra lo que Ingrid, en su excesiva previsión, había imaginado, no se reprodujo en las pupilas aquel escrúpulo suyo. Podría decirse, por el contrario, que cuarenta y ocho manos se abalanzaron atropelladamente hacia ese lugar  que, pese a su buena voluntad (evidente de inmediato), no podía contenerlas a todas.

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Hubo que establecer rigurosos turnos. Aquí otra vez brilló el don de mando de mi actual interlocutora; un rápido sorteo a ojo determinó quiénes eran las primeras doce beneficiarias de ese prodigioso calefactor. Relevándose cada quince minutos, los dos improvisados equipos (como elegidos para un entrenamiento) combatieron lealmente por el precioso trofeo… ¿Qué elogios no vienen a mi pluma? ¿Qué ditirambos delirantes no me tientan? La modestia nacional me impide ceder a estos fáciles apuros, pero to toda daví víaa hoy hoy, cuan cuando do tran transc scri ribo bo casi casi con con desa desape pego go es este te rela relato to mi mill vece vecess recor rec orda dado do,, un líqu líquid idoo salo salobr bree as asom omaa por por el extr extrem emoo de mis mis patri patriót ótic icos os lacrimales. Pero continúo con mi narración, de la que ya sólo quedan las heces. Establecido el procedimiento, el accidentado grupo recobró confianza, para esperar el rescate oportuno. Sin duda, estaban de milagros: cuando ya sólo les quedaba para comer un caldo de huesos “a la cubana” (calentado por los medi me dios os qu quee us uste tede dess ya pued pueden en imag imagin inar ar), ), escuc escucha haro ronn el ta tala ladr drar ar de un helicóptero de patrulla, que no tardó en divisarlas. El resto es previsible. Aunque nadie supo nunca toda la verdad, gran  parte de ella apareció en los diarios de esa semana. Las veinticuatro deportistas suecas fueron rescatadas con vida y llevadas al hospital más cercano. ¿Y Robustiano Jackson Roble?, preguntará algún alma sensible. Robustiano Jackson Roble, queridos amigos (y ya las francas lágrimas acuden incontenibles), no sobrevivió.

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Antes de llegar al hospital, en el corto trayecto helicopteril hacia la salvación, Robustiano murió de un enfriamiento. Sí, una pérdida colosal de ca calo lorí rías as lo habí habíaa conv conver erti tido do prác prácti tica came ment ntee en un peda pedazo zo de hi hiel eloo con con entrepiernas. Ninguna de las muchachas, a quienes sería injusto calificar de in ingr grat atas, as, dado dado el evid eviden ente te es esta tado do de  shock  qu quee la lass obnu obnubi bila laba ba,, at atin inóó a devolverle al héroe siquiera una mínima parte del calor que de él había recibido… Este perro San Bernardo había agotado su barrilito (y el diminutivo es una figura de modestia apreciable), sin posibilidades de repuesto. Ingrid también lloraba, a su manera contenida, cuando terminaba de contarme esta inusual aventura. Y recuerdo que mi primer pensamiento fue, entonces, mirando el retrato del Hombre: ¿estaré yo a tu altura, oh excelso compatriota? ¿Seré digno de compartir contigo la paternidad de una patria que no por relegada ha dejado de dar ejemplo a otras naciones más pretenciosas? Sí, porque la historia de Robustiano Jackson Roble nos señala con humildad, pero con firmeza, que todavía quedan lugares cálidos en un mundo obscenamente orgulloso de su frialdad.

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Enigma para misóginos Aquella noche, la reunión del Club tenía un participante inesperado. Se trataba de Omar, un flaco macanudo pero cuya condición de misógino era más que discutible. Él mismo no la admitía del todo y nosotros lo rechazábamos  por principio. Me explico: Omar era el único que tenía una novia fija, desde hacía cinco años por lo menos, y los estatutos del Club prohibían la afiliación de sujetos de esa calaña, agrupados bajo el descalificador concepto de “gente feliz”. Claro, como en los momentos de bajón de su pareja Omar acudía a llorar sobre el hombro de alguno de nosotros, Carlos no perdía la esperanza de incorporarlo algún día al grupo, y solía decir que siempre había una ficha para llenarla con sus datos. Omar se resistía y nosotros lo verdugueábamos, ése era el juego. Así que esa noche estábamos todos: Carlos, Eduardo, Omar el Feliz y yo, Daniel. Se trataba un caso aportado por Eduardo, particularmente interesante. El caso, no Eduardo.  —Compañera de trabajo —comentó Carlos, chasqueando los labios—. Empezaste mal, hermano. O sea bien. Esto E sto promete.  —Empezó el morbo —agregué yo, fiel a mi papel de Abogado del Diablo.  —Recién llegada, fresquita —siguió Eduardo—. La pusieron en mi sección. Mejor dicho, mi sección somos ella y yo. Se me dio una vez en la vida, viva la administración pública.

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 —¿Ves  —¿V es por qué hay que privatizar hasta los árboles? En vez de laburar,  pierden el tiempo en boludeces boludeces —creo que esto lo dije yo, por el estilo estilo..  —No, al contrario. Es una gran ocasión de mezclar el laburo con el  placer.. De eso se trata. ¡Yo  placer ¡Yo le enseño lo que tiene que hacer! Que el sellito va acá, que la firmita allá, me vuelvo loco.  —Interesante, más que interesante —acotó Carlos, con su mejor tono de experto en fracasos—. Estás en posición de superioridad, casi de poder sobre ella. Síndrome pigmaliónico... Una ocasión inmejorable para aplicar Nuestra Teoría. Me imagino que no la estarás tratando bien, ¿no?  —Eso es lo de menos, maestro —se escabulló Eduardo—. Está totalmente descartado que me dé bola. Es una diosa.  —Eh, no vayas a menos de entrada, che —fue la primera acotación de Omar. Desafortunada Desafortunada e impertinente, igual que todo el resto de la noche, como ya se verá, fue descartada con gestos de piadosa displicencia.  —Lo que en realidad quiero averiguar —continuó el miembro consultor   —es si la Diosa tiene novio. novio. Hubo Hu bo un si sile lenc ncio io co cont ntri rito to.. Pare Parecí cíaa di difí fíci cill romp romper erlo lo,, hast hastaa que que el Presidente, con su maestría acostumbrada, optó por un camino tangencial.  —¿Cómo se llama la victimaria, compadre?  —Raquel —dijo Eduardo, con la debida unción y el temor de nombrar a la Divinidad.  —Tee escuchamos —ordenó el Jefe.  —T

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 —Bueno, evidentemente, hasta ahora no he tenido ningún signo inequívoco de que la Diosa tenga novio. Salvo el hecho de que está muy fuerte y se sabe que no hay minas buenas sin novio.  —Ésa es una Ley General, básica, todos lo sabemos —aclaró Carlos—,  pero estadísticamente hay excepciones.  —El famoso Agujero Negro —dije yo, con cierto afán didáctico indisimulable, debido a la presencia de un neófito dichoso, Omar—. La única oportunidad esperable para un misógino, según Carlos...  —Según la Teoría Teoría —me interrumpió Carlos, previsiblemente. previsiblemente.  —... es cruzarse con una mina que padezca una soledad robinsoniana. Un  bagayo, por ejemplo. Pero habría habría una lejanísima chance en el cas casoo del Agujero  Negro, es decir, cuando una mina buena está entre dos novios. Digamos tres, cuatro días, una semana. Por supuesto, es una esperanza descabellada.  —Según una leyenda —recitó Carlos, doctoral—, la esperanza es el último de los males que se escaparon de la caja de Pandora. El peor, porque  permite que los otros perduren. Por otra parte, volviendo a la cuestión de que es una compañera de trabajo, es cierto que existe un principio antropológico  básico: “Donde se come no se caga.” Pero el Club no puede descender a los abismos epistemológicos de las ciencias sociales en decadencia.  —La Misoginia es una ciencia ciencia exacta —redondeé yo.  —Y,, por otra parte, se trata de fracasar con  —Y con cierta dignidad, na nada da más.  —Ustedes están todos locos locos —volvió a intervenir Omar, Omar, descaradamente.  —¿Alguien dijo algo? algo? —preguntó Carlos, despreciativo. despreciativo.

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 —Me pareció oír la voz de un Hombre Feliz F eliz —dijo Eduardo, con cara de asco. ¡Horresco referens! ¡Terribile dictu! Cagamos, muchachos, estamos  — ¡Horresco infiltrados.

Con el alboroto, hasta el mozo pelado de La Giralda se volvió a mirarnos, hacien hac iendo do gestos gestos de desapr desaproba obació ción. n. Intimi Intimidad dados os (el vie viejo jo es bravís bravísimo imo), ),  bajamos el volumen de nuestras voces y continuamos con la exposición normal del asunto.  —Como iba diciendo, no hay señales concluyentes de que tenga macho.  Nunca lo nombra, como todas acostumbran hacer, especialmente cuando se encuentran con un baboso como yo. En la oficina nadie sabe nada. No la vienen a buscar. No tiene fotos a mano, o no las deja ver. Un misterio...  —Un misterio para Sherlock Misógino Misógino —agregó Carlos. Pero Omar se había quedado con la leche desde las pullas anteriores y volvió a la carga. Qué mala noche para este pibe.  —Che, pero por qué no le le preguntás... Seis ojos vidriosos se posaron en él. Tal vez cinco, porque yo tenía uno medio cerrado por el humo que oscurecía el Antro Antro Sagrado.  —Déjense de joder, che —persistió el inconsciente—. Mirá, vos te hacés el boludo y, como quien no quiere la cosa, le preguntás. Es fácil, decí conmigo: “¿Tenés novio? ¿Te-nés-no-vio?...”

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Hay que reconocer que Omar capeaba el temporal con cierta altura. Se la bancaba, bah. Por algo era un Hombre Feliz. Y por algo Carlos guardaba alguna esperanza de atraerlo al Club, cuando dejara de ser un Hombre Feliz.  —Esos procedimientos burdos están descartados entre nosotros —  condescendió a explicar Carlos, en honor a la salida de Omar—. Si un misógino pudiera hacer esa pregunta, no sería misógino.  —Y no tendría tendría necesidad de hacerla hacerla —acotó Eduardo.  —Bueno. Necesitamos más datos. datos. Anillo Anillo no tiene.  —Más bien, no.  —Más bien las bolas. Hay que empezar por los detalles más obvios. Cfr. “La carta robada”, de Poe. Otra cosa: ¿la llaman machos por teléfono, o llama ella?  —Hasta ahora no, que yo sepa. Y estoy muy pendiente de eso. Pero  puede ser porque recién entra entra al laburo y no quie quiere re abusar. abusar.  —Hmmm, bien pensado, tenelo tenelo en cuenta. ¿De qué hablan?  —Boludeces.  —Yaa sé. Quiero decir: ¿hubo alguna ocasión  —Y ocasión concreta de que nombrara al novio y no lo hizo? Eduardo se quedó pensando un poco. No porque lo sorprendiera la  pregunta, que estaba esperando, sino porque necesitaba organizar mejor el material que le venía a la mente.

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 —Varias.  —V arias. Yo Yo le nombro películas y ella ella dice que no las vio. O qque ue las vio,  pero no dice con quién. Una vez me contó que salió con una amiga, y fueron f ueron al teatro.  —Interesante —aprobó Carlos, lo que creó cierta expectativa—. ¿Sábado o domingo?  —Domingo —anunció Eduardo, Eduardo, abatido.  —Qué cagada. Domingo es día de amigas. Si hubiera hubiera sido sábado...  —Yaa lo tuve en cuenta. Pero es peor todavía... —hizo una pausa,  —Y sabiendo lo que iba a enfrentar—. La invité a salir... Hubo un murmullo general de desaprobación.  —¿Vos estás loco? Recién la conocés. Fracasaste de entrada y te perdiste  —¿Vos toda posibilidad de disfrutar un largo sufrimiento. ¿Para qué carajo estamos hablando de esto, entonces? —Carlos estaba realmente indignado.  —Pará, pará, no fue una invitación formal... Lo que pasó es que estábamos hablando de la Feria del Libro, ella dijo que le gustaría ir y yo, sobre el pucho, como de pasada, le dije si quería ir conmigo, que tenía dos entradas, etc. El balbuceo de siempre.  —¿Y ella qué contestó, además de no, por supuesto? La excusa es muy importante.  —Dijo que no tenía tenía mucho tiempo.  —Genial. Esta mina no da puntada sin hilo. Es más escondedora que  bombacha de vieja. ¿Y vos qué hiciste?

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 —Me quedé en el molde. Fue lamentable. No, peor: le regalé las dos entradas para la Feria... Carlos no pudo reprimir un gesto de admiración. Todos Todos miramos de reojo a Omar, como diciéndole: “Aprendé, gil, esto es un misógino.”  —¿Y le sugeriste sugeriste que fuera con el novio...? novio...? —alcancé a preguntar. preguntar.  —Ni loco —aclaró, innecesariamente, Eduardito—. Yo estaba manoseando una lapicera roja, por los nervios, ¿viste?, y me llené las manos de tinta. Me las miré y dije: “Sangre.”  —Sublime —comentó Carlos, con un un hilo de voz. Se hizo el gran silencio que las palabras de Eduardo merecían. Pero igual no era una noche especialmente feliz en cuanto a ideas. Barruntamos algunas torpezas, sin dar en la tecla, hasta que decidimos cambiar de tema, dejar  reposar la cuestión hasta obtener más datos, y convocar otra reunión solemne en una semana. Eduardo fue conminado para ajustar el control de llamadas telefónicas, mantener los ojos abiertos y, dentro de lo poco posible, no hacer  más boludeces. boludeces. Ah, también Carlos le dio algunas ideas de ruti rutina na para tirarle de la lengua a la Diosa, con perdón de la expresión. A la semana siguiente, el Club en pleno estaba firme en el Recinto del Dolor, como un solo hombre (es un decir). Incluso Omar había podido zafar   por segunda vez de la férrea marcación de su su novia, lo cual fue considerado un milagro auspicioso, propiciador de una noche iluminadora. Así, al menos, fue asentado en actas.

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 —Bueno, Eduardín, largá todo. ¿Alguna novedad? —empezó Carlos, asumiendo su rol mayéutico.  —Casi nada —se atajó el declarante. declarante.  —¿Hiciste lo que te dije? dije?  —Sí, casi. Le mencioné a mi novia, como vos me dijiste. No sé si fui convincente.  —Seguro que no —dijo Carlos, implacable—, eso es lo de menos. Es imposible que un misógino engañe a una mujer, somos transparentes, ellas nacen sabiendo, etc. La cuestión era provocar, alborotar el avispero, quizás sembrar alguna mínima duda... Y Y,, sobre todo, obtener la información buscada. ¿Cómo fue el diálogo, exactamente?  —Hablábamos de la Facultad y le conté que allí había conocido a mi novia. No dije que todavía estoy de novio.  —Mejor, más verosímil. verosímil. Que se quede con la duda. duda. Que no siga creyendo que estás desesperado, o sea la verdad. Omar contuvo a duras penas una risa burlona. Fue ninguneado como se merecía.  —¿Y ella ella qué dijo? —tercié.  —Nada, che. Asimiló el golpe mejor que T Tommy ommy Hearns. Miró para otro lado, respiró, siguió hablando como si nada.  —O sea que no conoció al novio en la Facultad —dijo Omar, que no se resig res igna naba ba a no in inte terv rven enir ir en tema temass fuer fueraa de su comp compet eten enci cia— a—.. ¿A qué Facultad va?

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Siguió Sig uió una abstru abstrusa sa discus discusión ión sobre sobre div divers ersas as facult facultade ades, s, estata estatales les y  privadas, confesionales o no, estadísticas de noviazgos, gustos y tendencias de las mujeres según las carreras: nada para sacar en limpio. Pedimos otra ronda de cafés y cortados, que el mozo tartamudo confundió reglamentariamente, y volvimos a la carga.  —¿Y el plan plan B? —pregunté.  —Ah, la pregunta “¿Cómo pasaste el fin de semana?” —suspiró Eduardo  —. Sí, la hice. Me costó un huevo. Fue casi como preguntarle directamente si tiene novio o no, carajo. De reojo, pude ver que Omar esbozaba un gesto mitad de sorpresa, mitad de desaprobación.  —El “casi” era tu garantía, hermano, estaba todo calculado —tranquilizó Carlos—. ¿Qué contestó?  —“Bien.”  —¿Cómo “bien”?  —“Bien.” Así nomás, con un encogimiento de hombros —Eduardo hizo la mímica y todo, lastimosamente—. “Bien.”  —Qué hija de puta —murmuró —murmuró Carlos.  —No me atreví a repreguntar, repreguntar, comprendeme.  —No, si ya sé. No se te podía pedir más, hiciste lo misóginamente  posible.  —Toda  —T oda la energía la gasté en la primera pregunta. Esperaba demasiado de su respuesta, para seguir charlando. Pero me cortó el chorro.

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 —Sí, sí —dijo Carlos, distraídamente. Se veía que estaba pensando, quizás algo parecido a una idea se estaba abriendo paso en la locura habitual de su cerebro—. Una cosita... Seis pares de ojos lo enfocaron, dos con esperanzas desmesuradas, dos con calculada frialdad y dos con irresponsable indiferencia.  —¿Cómo se pinta los labios? labios? —preguntó al fin.  —¿Qué?  —Que cómo se pinta los labios, si se los pinta... ¿Mucho o poco? ¿Color  chillón, discreto?  —Qué curioso que preguntés preguntés eso —casi susurró Eduardo, como para para sí.  —¿Por?  —Porque una de las cosas que más me choca de la Diosa es que se embadurna la trompita con un color rojo sangre... En general, tiene buen gusto  para vestirse. Por ejemplo, se pone minifalda pero no anda todo el día estirándosela para taparse las gambas, como el 99 % de las mujeres argentinas. Pero esa boquita preciosa no merece convertirse en un cartelón de Marlboro, o en la bandera de Independiente. ¿Por qué lo preguntaste? pr eguntaste?  —No quiero darte falsas esperanzas, hermano querido —dijo Carlos,  poniendo una mano sobre el hombro de Eduardo, más bien paternal que frate fra tern rnal alme ment nte— e—,, pero pero teng tengoo que que enun enunci ciar ar una una Teorí eoríaa que que pued puedee serte serte favorable.  —Humille, maestro —intervino Omar, que parecía más resignado a ocupar su predeterminado lugar de miembro invitado, no cuestionador. cuestionador.

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 —Sostengo que, si una mina se pinta mucho los labios, es porque no tiene novio. Imagínense que, si lo tuviera, la pintada no le duraría ni cinco minutos y además lo ensuciaría todo al pobre flaco. Por regla general, cuando una mina engancha a un gil, empieza a usar un lápiz de labios más discreto, o deja de usarlo del todo. He llegado a esta conclusión luego de un arduo trabajo de campo, que incluyó una o dos experiencias personales. Dijo esto último con un sonrojo de modestia. Nosotros guardamos un silencio más que nada respetuoso, mitad por consideración a los recuerdos de Carlos, que sombreaban su mirada hasta entonces implacable, y mitad por  admiración hacia su Teoría. Eduardo estaba obviamente comprometido en ella. En cambio, la reacción de Omar fue imprevisible.  —Che, ¿sabés que tenés razón? Mi novia hizo exactamente exactamente eso... Carl Ca rlos os re rech chaz azóó con con so sobr brie ieda dadd in intr tran ansi sige gent ntee la adul adulac ació iónn que que to todo doss comenzamos a dedicarle. Era evidente que Omar se había rendido ante la sa sabi bidu duría ría misó misógi gina na,, y aban abando dona naba ba su post postur uraa in inde debi bida dame ment ntee es escé cépt ptic ica, a, dejando para mí el puesto necesario de Abogado del Diablo, que se me había desdibujado por su usurpación.  —Entonces, ¿hay esperanzas? —preguntó —preguntó Eduardo.  —No te garantizo nada. Ninguna Ley Misógina es absolutamente confiable; de lo contrario, no tendrían sentido. Todas están supeditadas a la Regla Suprema de la Imprevisibilidad Femenina. En el fondo, estamos como antes, necesitamos una confirmación.  —¿Cómo obtenerla?

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 —Pero, che —era mi turno—. Acá hay algo incorrecto, o que no termino de entender. ¿A vos te interesa saber si Raquelita tiene novio, o te interesa levantártela?  —Esa distinción es improcedente —dijo Carlos, advirtiendo con disimulado regocijo que yo había reasumido mi función vacante—. Estamos trat tr atan ando do una una cues cuesti tión ón gnos gnoseo eoló lógi gica ca esen esenci cial al,, alej alejad adaa de mezq mezqui uina nass consideraciones pragmáticas. Te lo dejo ahí picando para que lo pensés. Además, tenga o no tenga novio la Diosa, es igualmente imposible. O la diferencia es infinitesimal.  —¿Y la Teoría del Agujero Negro? —saltó Eduardo, bastante amoscado.  —El consuelo de la filosofía... filosofía... —murmuró Carlos, enigmáticamente. enigmáticamente. Yo había logrado quebrar en parte el frente interno, que era una de mis antipáticas funciones, pero igual el asunto había llegado a otro callejón sin salida. Decidimos hacer un esquema de las pistas a favor y en contra de que la Diosa tuviera novio. El estado actual de la cuestión quedaba más o menos así:

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EN CONTRA A FAVOR 

* Puede haber Agujero

* Es una Diosa.

 Negro. * No di dijo jo expl explíc ícit itam amen ente te

* No dijo dijo expl explíc ícit itam amen ente te

que tuviera novio.

que no tuviera novio.

* Sale con amigas (pero los

* No tien tienee “tie “tiemp mpoo para para

domingos)

salir” (excusa clásica).

* Ningún macho la viene a

* Pasa los fines de semana

 buscar al laburo, ni la llama por 

“bie “b ien” n” (e (est stee dato dato es ambi ambigu guo, o,  podría estar en la otra columna;

teléfono. * Se pinta los labios con

 pero un misógino, solitario por 

exageración.

obligación, hubiera dicho “como

* No tiene anillo de

la mierda”).

compromiso.

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Se distribuyeron copias del esquema, con instrucciones de estudiarlo por  separado, para diseñar alguna estrategia. Cuando Carlos archivó el papelucho en su astroso cartapacio, otro similar quedó sobresaliendo, como clamando ser revisado.  —El Oráculo Misógino... —murmuró el líder, líder, perplejo y reverente. Todos los miramos con incredulidad mientras extraía el nuevo papel con un cuidado que hasta el momento, evidentemente, no le había dedicado, a juzgar por  su estado miserable. Lo leyó por arriba (sólo él puede descifrar su propia escritura, y por algunos meses nomás) y profirió:  —Hermanos queridos. Hoy es una noche epistemológicamente dichosa. Acabo de desempolvar otra vieja Teoría. Teoría. Paso a leer:

Teoría de la mujer con novio

Después de los tiranos, los torturadores, los referíes y los animadores de televisión, nada hay peor que la Mujer con Novio (MCN). Las MCN son seres ontológicamente despreciables. Antipáticas, su mirada siempre se dirige a algún punto indiferente, sobre mi cabeza. Además, son el embrión de otro engendro temible: la Mujer Casada (MC). Pero, al menos, ésta procrea otro espécimen más aceptable, la Mujer Separada (MS). La Muje Mujerr Reci Recién én Casa Casada da es casi tan tan te terr rrib ible le como como una una MCN. MCN. Y más más agrandada todavía, si cabe, porque por fin enganchó a un otario. En cambio, la Mujer con Varios Años de Casada ya vuelve a ser más simpática; en principio,  porque no tiene con quién hablar. hablar. Está al borde de ser una MS. En cuanto a ésta, se 33

 

 parece mucho al tipo ideal, la MSN (Mujer Sin Novio). Pero quizás incluso tiene alguna ventaja, porque la MSN es simpática por método, ya que la finalidad de su vida es convertirse en una MCN y luego en una MC; su simpatía sistemática no  puede ser sincera, tiende a enganchar al gil que nunca falta (pero que nunca  soy  yo).

Por el contrario, la MS, que ya está de vuelta y no quiere ni puede repetir el ciclo, cuando es simpática, es simpática. Cuando Cua ndo termin terminóó de leer leer, Carlos Carlos nos miró, miró, desafi desafiant ante, e, espera esperando ndo alguna alguna

opinión, preferentemente en contra, preferentemente mía. No le di el gusto, pero algo tenía que decir.  —Imagino que habrá una Contrateoría... Contrateoría...  —Imaginas bien, hombre de poca fe —dijo Carlos—, pero la dejamos para otro cuento.  —¿Y todo ese delirio para qué sirve? —preguntó Omar, que no había escarmentado del todo.  —Sirve para que Eduardo, nuestra víctima, es decir, víctima de la Diosa de turno, tenga material teórico para meditar, y eventualmente aplicar a su problema. Es un apoyo conceptual muy útil para incorporar a nuestro esquema la forma en que Raquel trata a nuestro pobre amigo. Eduardo iba a hablar, pero Carlos hizo una señal solemne con la mano en la que sostenía su papelucho.  —¡No! Nada de prisas, nada de elaboraciones a posteriori. Es la teoría la que construye sus datos. Así que vaya, m’hijito, observe y vuelva.  Nuevamente quedamos en encontrarnos la semana próxima, pero en el departamento de Carlos, para variar. variar. Tal Tal vez el cambio de ambiente nos posibilitara un desempeño mejor para alcanzar nuestros objetivos.

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Fui el primero en llegar, pese a mi tradicional impuntualidad. Soporté el verdugueo de rigor por parte de Carlos, que me tomó la fiebre, preguntó la hora por  teléfono teléf ono y manifestó manifestó de diez maneras distintas, distintas, todas exagerada exageradas, s, su asombro asombro por  mi temprana llegada. Después apareció Omar, agitado y culposo, tanto por haberse escapado de la patrona por tercera vez consecutiva, como por su demora. Nuestro silencio fue suficiente gastada para el atribulado Hombre Feliz.  —Digan algo, che —tuvo que rogar—. Prefiero que me carguen. Soy un dominado, ya sé. Casi me peleo con mi novia. Casi no vengo. ¿Están conformes?  —Nadie te preguntó nada, creo —observó Carlos, fríamente—. ¿Vos ¿Vos le  preguntaste algo, Danito? Danito?  —Ni puta, Carlitín.  —Qué hijos de... —de pronto, Omar vio su salvación—. ¿Y Eduardo, qué  pasa que no viene? Era cierto. Eduardo es el más puntual del grupo, aunque sea de puro ansioso. Ahog Ah ogam amos os nues nuestr traa intr intrig igaa con con unos unos mati matien enzo zos, s, y espe espera ramo moss habl hablan ando do de  boludeces: literatura, mujeres, política. Al rato, llegó el hombre. Su S u semblante era muy expresivo, casi no tuvo que hablar.  —Tee acompaño en sentimientos, hermano —dijo Carlos. Yo largué una risita  —T sarcástica pero al mismo tiempo acaricié la cabeza de Eduardito con cierta ternura. Omar tardó unos minutos en caer.  —¿Qué, tiene novio, novio, che? Creo que nuestras miradas lo fulminaron. Murmuró “voy a cambiar la yerba” y partió hacia la cocina, alelado.  —Tee escuchamos.  —T Eduardo suspiró y comenzó su historia. Bueno, fue breve. Había empezado la semana laboral con firmes esperanzas de averiguar si la Diosa tenía novio o no. Se hizo un plan de trabajo, guiándose por las sugerencias 35

 

del Club, y tenía todas las intenciones de cumplirlo a muerte. El lunes, al encontrarse cara a cara con Raquelita, casi flaqueó, como siempre, pero se rehízo con el recurso habitual, recomendado para estos casos: buscarle algún defecto. Esta vez no fueron los labios muy pintados, sino su insoportable tendencia a hablar mal de las compañeras de otras oficinas. Él no sólo la escuchaba, sino que la incitaba a seguir tirando mierda, así podía consolarse pensando que no era perfecta.  —Parecía que todo iba bien. bien. Bah, como siempre.  —O sea, mal —comenté.  —¿Yoo que dije? Bueno, de pronto oí algo, retrospectivamente. Quiero decir:  —¿Y como en realidad no estaba escuchándola, sino que mientras hablaba ella yo  pensaba en otra cosa, no tenía la menor idea de lo que estaba diciendo. Pero de repente algo me sacudió, como un aviso de mi subconsciente, de la parte de mi cerebro que estaba prestando la mínima atención necesaria, por las dudas. Claro, había dicho las palabras fatales: “mi novio”.  —Mierda —observó Carlos, interesado. interesado.  —A partir partir de ahí reconstruí parte de la conversación que habíamos tenido, sin que yo interviniera para nada, por supuesto. No sé cómo, ella había llegado a hablar de uno de nuestros jefes, y dijo: “Se parece al papá de mi novio.” Y bueno, esto es todo, alea jacta est. Ya no hay un carajo que hacer. Hubo un silencio largo, sólo quebrado por las rítmicas sorbidas de amargos, y alguna que otra frase de velorio: “qué se le va a hacer”, “no somos nada”, “la vida es así”, “en las mujeres no se puede confiar”, etc. Todo parecía preparado para que el Líder hiciera uso de la palabra y pusiera la rúbrica a un nuevo y glorioso fracaso.  —Y,, digo yo —empezó, tímidamente—,  —Y tímidamente—, ¿averiguaste algo más más??  —Sí, nada importante. Una vez que nombró al novio, como si no supiera que me había cagado la vida, siguió con el tema. Parece que hace seis años que están  juntos, ahorrando para casarse. casarse. El flaco es contador contador... ... y tiene auto. 36

 

 —Cagaste, hermano —concluyó Carlos—. Hay que ver la parte positiva. Esa mina no era para vos, no valía la pena y, de hecho, no existe. Eduardo no parecía muy convencido.  —Yoo te entiendo perfectamente, Eduardín, te lo juro —intervino de nuevo  —Y Carlos—. Vos no estás triste porque la infame tenga novio, sino porque no lo aver av erig igua uast stee por por tu cu cuen enta ta,, con con los los medi medios os in inte tele lect ctua uale less que que la Teorí eoríaa te  proporcionaba.  —Eso —casi gritó Omar, encocorado—. Al fin y al cabo, para qué sirven las teorías de mierda que vos hacés. Por ejemplo, ésa de los labios pintados y qué sé yo. A ver, explicá. Esta insólita rebelión contra la autoridad del Líder no fue castigada como debía serlo. O tal vez sí, porque Carlos miró a Omar como si su altura no fuera deleznable, y le espetó:  —No sé si te lo merecés, pero en honor a los muchachos, y especialmente a Eduardo, voy a enunciar la Teoría del Novio Ausentista. Porque, así como hay  propietarios ausentistas (típico de la campaña bonaerense, por ejemplo), hay novios ausentistas. O sea, los que permanecen lejos de sus enamoradas por largos  períodos. Es archisabido que la base de Nuestra Teoría, su axioma principal, dice que “Para conquistar mujeres, hay que tratarlas mal”. Bueno, la ausencia es una variante particularmente sutil de ese maltrato imprescindible. Esto explicaría, en el caso de la exDiosa de Eduardo, su tendencia a pintarrajearse, su salida con amigas, la falta de señales inmediatas del macho, como por ejemplo llamadas telefónicas; y, sobre todo, el hecho de que haya aguantado seis años de noviazgo. No hay nada que hacerle, Eduardo, la mina no es para vos, estás demasiado cerca.  —Eso se sabía de entrada —protesté, —protesté, sin piedad.  —Se sospechaba intuitivamente, ahora lo sabemos científicamente —  concluyó Carlos. 37

 

Tomamos algunos mates más y salimos a caminar por Corrientes, que estaba siempre en el mismo lugar, esperándonos.

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La Doce de Kombi

En mi puta vida había escuchado hablar del país de Kombi. Te lo juro, hermano. Cuando se me acercaron los dos grones, creí que era una joda de ustedes.  No hubiera sido nada raro. Cosas peores hicieron, che, no me digás que no. Bueno, hicimos. Sin ir más lejos, me acuerdo de la despedida del Ruben. ¿Te acordás que el hijo de puta del Burro le mojó los pendejos con querosén y hacía que le acercaba un fósforo? Dios mío, la cara de ese cristiano… Claro, no sé de dónde habrían sacado a los grones, porque uruguayos no eran. Medían como dos metros cada uno y eran más oscuros que un referí. Ésos sí que se las veían negras. Me encararon en el bar, una tardecita después del último partido que perdimos con las gallinas en la Bombonera. Peor día no podía ser. No los mandé a la mierda porque Dios es grande. Qué tarde, hermano. Te digo que la número doce había estado como nunca; alentamos los noventa minutos como una sola voz. La gallina ni se escuchó, más bien. Pero ganaron. Gracias a que el cuervo les dio un penal en el primer tiempo y chau, a cobrar. Alentamos, alentamos, pero nada. Así que lo de los grones se explica y no se explica. Ya vas a ver. Uno hablaba en el idioma de ellos. ¿Vos lo escuchaste al Colorado cuando se  pone en pedo, que no se s e le entienden ni los eructos? Bueno, al lado de los grones estos, el Colorado es un gentleman, un escribano. Menos mal que el otro se las rebuscaba en cristiano; después de todo, hablar bien no cuesta una mierda, ¿no? No sé qué fue lo mejor porque, cuando empezó a parlar, se armó la rosca. Si cuando se acercaron me pareció una joda de ustedes, cuando me enteré de lo que me  proponían, ya me parecía una joda de algún gallina turro. Para colmo, toda la gilada nos miraba con los ojos como el dos de oro. Imaginate: yo, uno de los capos 39

 

indiscutidos de la barra brava xeneixe, rodeado de dos monumentos al chocolate que hablaban como en las películas de Tarzán. Mirá que yo soy groncho, no te lo voy a negar; pero al lado de éstos parezco un fifí de la platea. Y bueno, lo que me proponían era lo que estoy haciendo ahora. Ya te cuento, no te engolosinés. Kombi resultó ser un país de África central. Hace unos años se independizaron de Holanda y poco después descubrieron unas minas de oro que te la voglio dire. Qué vena los tulipanes, decime un poco. Los grones se llenaron de guita, pasaron directamente de comer bosta de mono a morfar caviar sorru. Entre otros lujos, el rey del país, que es un punto medio raro pero macanudo que ya te voy a contar, había armado un campeonato de fóbal, con tres o cuatro equipos. Él era dueño de uno, el que siempre ganaba. Buen curro, ¿eh? Los árbitros estaban todos comprados, como acá con las gallinas, más que comprados, cagados en las  patas, porque si se tiraban contra el equipo de él los enterraba vivos para que se los morfara la marabunta, o algo así. Los tipos son grones pero no comen vidrio, no vayas a creer. La hacen posta. Contrataron técnicos alemanes, filmaban los partidos mejores de todo el mundo  para que los jugadores aprendan, tienen flor de estadios, todos los chiches. Y cómo serían de vivos que entre una cosa y otra se avivaron de que les faltaba algo fundamental: hinchada. Y ahí ahí entro yo, ¿te lo podés creer, hermano? ¡Querían que les organizara la hinchada! Claro, porque todo estaba muy lindo, el pastito impecable, los jugadores vestidos de satén, la televisión en colores con ripléi, pero faltaba el calor de la doce, hermano. Vos me entendés. Te digo que por ahí me pudieron. Yo no sabía si reírme, llorar, mandarlos al carajo, llamar a la yuta. Bueno, a la yuta no, porque desde el último quilombo que tuvimos, los quías están medio calientes con nosotros. Parece que el Bizco Aranda le sacó la cachiporra a uno y se la partió por la sabiola; eso fue desleal, que querés 40

 

que te diga. Cada uno con sus armas, cuando tienen razón, tienen razón. ¿Qué hacés vos si un otario de Racing, pongo por caso, te afana la cadena? Lo tenés que matar. Bueno, los quías son así, también tienen su código, como nosotros. Si a veces los ves ahí nomás, con cara de culo, como si estuvieran preparados para la guerra, y de repente, cuando uno de la azul y oro humilla, ves que le brillan los ojitos y casi casi se les escapa una lágrima. ¿Son o no son seres humanos? Incluso, más de una vez, si les batís que preparás algo para la gallina, te hacen gamba. Pero, cuando se nos va la mano, hay quilombo y se hacen los estrechos. Perdoname la regresión, pero todo tiene que ver. La cosa es que los dos grones me convencieron casi en seguida. Primero me dijeron que habían venido a  buscar a dos tipos: el tordo Bilardo y yo. ¿Te ¿Te imaginás lo que sentí? Claro, el tordo dijo que no porque está medio encanutado con los yanquis. Me la pusieron bien por  atriqui, los grones, porque a mí yanquilandia me da un asco, cómo te explico,  primero viene la gallina, después los yanquis, mirá lo que te digo. Aparte, Aparte, no sabés lo que me ofrecieron… Una montaña de verdes más alta que ellos, no te digo cuánto por si pispean los buchones. Nunca falta uno. Claro, no era cuestión de aceptar así nomás, como si fuera una puta barata. Les dije que me interesaba, interesaba, pero que lo iba a pensar. pensar. Los quías quías se levantaron levantaron y se fueron haciendo reverencias como los ponjas, ¿viste? Quedé en contestar al otro día. Tenía que pensarlo en serio, che. No todo es guita en este mundo. Así que ahí mismo junté a la barra en asamblea y plantié el problema. Por suerte, fue el Burro el que más me apoyó. (Y lo digo en sentido figurado, ¿vos sabés lo que debe ser que te apoye el Burro? ¿O por qué te creés que le decimos el Burro?) Alguno que otro estaba en contra. El Medio Polvo puso cara de orto enseguida. enseguida. Que cómo iba a cambiar de hinchada, hinchada, que el país te necesita, que qué sé yo. Te juro que apenas empezara a pronunciar la palabra traición lo surtía ahí mismo. Lo estrolaba contra un mingitorio. 41

 

El Burro, en cambio, se puso de mi parte de movida. Dijo que era un honor   para el país, y sobre todo para la mitad más uno, que uno de sus más egregios integrantes (egregios, dijo), fuera convocado para ayudar a un pueblo hermano del Tercer Mundo. Tercer Mundo, dijo. Está bien, se había zampado un par de ginebritas, no te digo que no; a lo mejor, tres o cuatro. Se notó más cuando dijo que el General estaría orgulloso de mí. Y ahí nomás se le piantó un par de lagrimones.  No lo veía llorar de emoción desde el último campeonato que ganamos. El oficial, no el de verano, que ya es fija para la azul y oro, por decreto. Además, agregó, en caso de partidos internacionales se lo puede convocar especialmente, como a los muchachos de la Selección. Mamado y todo, lo del Burro fue conmovedor. Enseguida lo aprobaron el Colorado y el Manija, que siempre están de su parte (sobre todo cuando hay que fajar a alguien, y el Medio Polvo lo estaba pidiendo a gritos). Cuando los más re reac acio ioss empe empeza zaro ronn a dars darsee vuel vuelta ta,, el peti petiso so ta tamb mbié iénn aflo aflojó jó y me abra abrazó zó efusivamente. A esta altura, la ginebra ya corría como el meo de la popular a la  platea. Así, la gloriosa asamblea de la Doce me dio su permiso oficial para que la representara en Kombi, el pueblo hermano del Tercer Mundo. O de África, qué sé yo. A la semana ya estaba en el avión. Vos sabés que a mí el avión me da pavura. Si puedo evitarlo, mejor. En los mundiales de México y Italia hice de tripas corazón porque era un deber patriótico (de garrón, para colmo). Lo mismo ahora. Pero te juro que en todo el viaje tenía los gobelinos en el cogote. Me bajé tres güisquis con el estómago vacío, que me cayeron como un tres a cero en la Bombonera. En contra, más bien. Para colmo, estaba garcando en el ñoba, que era más estrecho que la cancha de Lanús, cuando salió el cartelito de volver al asiento para aterrizar en alguna escala de mierda. Tuve que salir agarrándome los lienzos. 42

 

Menos mal que a todo esto me acompañaba uno de los grones, el que hablaba castilla. Tenía un nombre raro, medio turco, que yo le decía Mohamed Alí. Porque acá en Kombi hay religiones para todos los gustos: musulmanes la mayoría, pero también católicos, protestantes, y hasta moishes. ¿Te imaginás un grone moishe?  No quiero ni pensar. pensar. Vos Vos sabés que yo soy católico apostólico apostólico romano. Eso sí, no te  piso una iglesia ni por puta. Creo que la última vez fue en la colimba, y porque me obligaron los milicos. Pero creo que tiene que haber un Dios, un Ser Supremo que haya creado todas las cosas… menos a las gallinas turras. ¿V ¿Ves? es? Cuando nos ganan las gallinas, me vuelvo ateo de repente y puteo a Dios y María Santísima. Pero son cosas del fóbal. Mohamed Alí resultó un tipo bárbaro. Medía como dos metros, ya te dije,  pero parecía más sopeti porque siempre estaba agachado, de puro amable que era. Señor Bocha de acá, Señor Bocha de allá, te juro que, al principio, cuando me decía señor no le daba cinco de bola. Falta de costumbre, ¿viste? En cambio, el otro grone era medio estrecho. Después me enteré que era el ministro de Deportes y que había sido jugador, antes, en los comienzos. Esto tendría que habérmelo hecho más simpático, pero si era funcionario debía ser flor de turro, así que yo tampoco le di calce. Es mejor hacerse respetar de entrada porque, si no, te pasan  por arriba. Y ahí la la estrella era yo, ¿me captás, hermano? hermano? Y sí, con decirte que me hicieron una recepción de película. En el aeropuerto nos esperaba una orquesta, una manifestación que parecía la Plaza de Mayo un 17 de aquéllos, y un balé de negritas que me pusieron los pelos de punta. Vos me entendés. Eran como porristas de los yanquis, con el gorrito, la minifalda, el  plumero ese que mueven para todos lados, todos los chiches. Muy simpáticas, las negritas. No sabés cómo me entusiasmé ahí. Bueno, ya vas a ver.  No me la vas a creer: estaba el reynaldo en persona. Me abrazó como si fuera de la familia. Lástima que me encajó dos chupones, uno en cada mejilla; te digo 43

 

que de entrada le entré a desconfiar, aunque un negro trolo yo nunca vi. Después me explicaron que era costumbre del país, y que las veinte y pico minas que rodeaban el trono real eran todas esposas del quía. Vamos, todavía, el grone ya era un ídolo mundial para mí. ¿Sabés como se llama? Yusef Yusef Franz Beckenbauer Barajá II. Creemelá, hermano, no estoy en pedo. Para empezar, que un rey se pone el nombre que se le cantan las pelotas, ¿no? Y él es fana del Káiser. El Barajá II era  por el padre, el Barajá I, primer rey de la república independiente de Kombi. Vos Vos me dirás una república con rey con qué se come, pero qué querés que te diga: por  lo menos, son más sinceros que más de uno. La democracia es linda, no te lo voy a negar: vos podés putear a cualquiera, ver un par de culitos por tevé, darte con suprabón de vez en cuando, pero ¿a vos te consultaron alguna vez para algo importante? ¿Te piden permiso para meterte la mano en el bolsillo? Bueno, no la sigo porque después resulta que el golpista soy yo, mirámela mir ámela un poco. La verdad es que Franz es macanudo. Yo le digo Franz, como los íntimos. Algún malpensado que nunca falta dice que el rey mandó a matar a su propio  padre, entre otros miles de ciudadanos de Kombi. Andá a saber. Desde el llano es difícil enterarse de estas cosas. Conmigo, por lo menos, siempre se portó como un rey. Vos Vos me m e entendés. ente ndés. Me pusieron en una limusina amarilla y me enchufaron en el mejor m ejor hotel de la capital. Qué te puedo contar, papá. Mi habitación era más grande que la Candela. Tenía una cama con cortinitas, espejos por todos lados, como los telos, y un ñoba como el vestuario de Boca. ¿Querés creer que el inodoro tenía forma de trono? Será para que uno no se sienta disminuido al garcar, pensé yo. Después, Mohamed Alí me explicó que era una suite real, para invitados muy especiales, como yo, y que iba a estar ahí por poco tiempo, porque me estaban preparando una casa para mí solo. De película.

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El Mohamed iba a ser mi intérprete. No sólo hablaba castellano, el turro. Interpretaba cualquier cosa, lo que vos le pidieras. Fijate que el director técnico del equipo real era alemán, el preparador físico italiano y el dietista francés. Una ensalada. Eso sí, mucho vulevú pero el grone no te la mandaba a decir: al otro día empezábamos a laburar como Dios manda. Y acá empezaron los quilombos. Ojo, por el apoyo logístico no me podía quejar. Mi equipo de trabajo estaba integrado por: Mohamed Alí como intérprete, ya te dije, y asistente general; un músico para los cantitos; un arquitecto para diseñar la ubicación de la hinchada en la tribuna; un preparador físico para entrenar a los fanas; y un brujo que hacía la macumba, ¿viste? Yo Yo me rayé de entrada. Al Al Mohamed lo necesitaba como el agua,  porque yo no entendía un soto de nada. Al músico y al arquitecto los mandé a la mierda: ¿dónde se ha visto? Los cantitos y los movimientos son expresiones espontánea espon táneass de la doce; no se pueden pueden planificar planificar así como así. Tienen Tienen que salir de adentro. Que hay que prepararse hasta cierto punto no lo niego, pero volverse autómatas, no, viejo, ésa la sé lunga. Al preparador físico lo puse en capilla porque alguna innovación no está mal de vez en cuando, y yo no sabía en qué estado iban a estar los negros, medio achanchados por la buena vida. Lo que es al brujo no me animé a echarlo. Una porque hay que respetar las tradiciones ajenas, ¿viste? Y quién te dice que saliera algo bueno. Y otra porque el quía tenía una caripela que te hacía cagar en las patas. Pintado como puta vieja, con plumas y cuernitos por todas partes… mamita querida. Eso sí, tenía flor de Rolex en la muñeca, el guacho. No, si giles no son, perdé cuidado. La idea era en principio armarle una hinchada al equipo del rey, que se llama Kombi Sporting Racing Juniors Fóbal Club. Sí, ya sé, te imaginás cómo me cayó en los huevos que se llamara Racing. Mejor ni hablar. Menos mal que le decían el Sporting, o “los hábiles del Rey”. Decime un poco. Hay que ser boludos. De entrada les cambié el apodo. Ahora se llaman la “Aplanadora”, y mejor que hagan 45

 

honor al nombre, porque, si no, la doce se los hace sentir. “Van a aplanar, van a aplanar / o sinó van a cobrar”, pensaba yo. Las otras hinchadas se iban a copiar de nosotros, cosa que les costara más, así el equipo del Rey conservaba su originalidad. Además, se estaba armando la selección de Kombi para pelear la clasificación al Mundial y ahí íbamos a estar  nosotros, firmes como rulo de estatua. Te digo que los muchachos de la popu no estaban nada mal. Había cada nene que reíte del Burro o del Colorado. Si hay materia prima, me dije yo, todo va a andar bien. De prim primer era, a, me cont contac acté té con con el dire direct ctor or té técn cnic icoo para para comp compar arti tirr lo loss entrenamientos. Cuando el equipo hiciera el picadito de rigor, nosotros íbamos a  practicar con ellos. En la tribuna, tribuna, claro. El alemán dijo que sí sí;; medio seco, el rubio,  pero bastante accesible. Mientras el Mohamed Alí traducía, yo pensaba: “Sí, por  ahora voy al pie, hermanito, pero ya vas a ver cuando la popu te pida que pongás un jugador, cómo se te va a fruncir.” “Alemán, alemán, / por el culo te la dan.” “Alemán, compadre…” Así que los primeros días fueron de tanteo. De organización, ¿viste? Eso sí, a la noche meta joda. No sabés. Yo era invitado permanente del palacio real. Unas  bailantas de aquéllas. Chupi, morfi, minas a rolete. No te puedo puedo explicar lo que son las negras de Kombi. Y no seas guacho, no me digás que siempre me gustaron las negras, porque éstas son de película. No me vas a creer, pero al cuarto o quinto whis wh isca cach cho, o, el re reyy y yo es está tába bamo moss como como chan chanch chos os.. “Sab “Sabés és cómo cómo te quie quiero ro,, hermano”, y todo eso. ¿Te das cuenta que el idioma no es tan importante? Bueno, a lo mejor el quía me estaba puteando y yo no me daba cuenta, pero cuando me abrazaba y me hablaba al oído me hacía acordar a cualquier grasa de la barra. En una de ésas pregunté dónde estaba el ñoba, y él mismo me acompañó. Eso sí, con diez o quince guardaespaldas atriqui. No te voy a negar que me corrió un 46

 

frío por la espalda, chupado y todo. ¿No me querría trincar el grone? Vos Vos sabés que en la selva no se distingue bien; si hay mina, mina, si no, la del mono, que ellos la saben lunga; y si no, lo que se cruce. Pero no, el Franz peló al lado mío y se puso a orinar como cualquier hijo de vecino. Reíte, que me dice: “El que no mea en compañía, es un ladrón o un espía”, la única frase que sabía en castilla debía ser. Ahora: no pude evitar una mirada de reojo r eojo cuando la sacudía… Hermano: ¿vos se la viste al Burro? Bueno, al lado del rey Yusef Franz Beckenbauer Barajá II, el Burro tiene el manicito de un recién nacido. Un ñoqui lamentable. Ponele la firma y sacate el sombrero. Y... hay que bancarse veinte esposas, no es joda. Ahora, lo que es yo, con un garrote así, ni me caliento en ser  rey de un país de mierda, aunque esté podrido en oro. Con todo respeto. Me dedicaría a las minas, día y noche, aunque me muera a los 30 años. Bueno,  perdoname la regresión. El laburo iba bien, qué te puedo decir. Los negros eran muy disciplinados, todo estaba bien organizadito. Yo me instalaba como un duque, en una silla alta, como el referí de tenis, ¿viste?, y de ahí daba las órdenes. Mohamed se las transmitía a cinco o seis puntos bien distribuidos entre la gente, y listo. Ahora, las canchas estaban muy lindas, pero le faltaban algunos detalles. Por  lo pronto, hice instalar los paraavalanchas. Esos fierritos de mierda no servirán  para parar las avalanchas ni mierda, pero pueden ser buenas armas en caso de que haga falta. Lo que me costó un huevo fue convencer a algunos muchachos para que se subieran ahí y alentaran al resto, de espaldas a la cancha. Claro, los grones tenían el concepto erróneo de que a la cancha se va a ver el partido. Sí, ya sé que es difícil de creer, pero hacé un esfuerzo. Es gente sin tradición futbolística, hermano. Por eso mismo usaban unas banderitas de mierda que daban lástima. Enseguida encargué banderas de diverso tamaño, incluso para las otras hinchadas. Si no, ¿cómo se las íbamos a afanar? 47

 

Problema grave fueron los cantitos. Claro, yo no me avivé de entrada que iba a ser jodido traducir, traducir, por ejemplo: Despacito, despacito, despacito, le rompimos el culito. En el idioma oficial de Kombi quedaba algo así: Ungrr, ungrr, ungrr, akatron’n  baké. Que no sólo sonaba como una patada en los huevos, sino que además no  pegaba ni con moco. ¿Y este otro? Ahora, ahora, nos chupan bien las bolas. Se decía así: Skruni, skruni, matelasá puruni.

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Que rima de pedo, pero tiene el inconveniente de que “chupar las bolas” en Kombi no vale como insulto, porque era una antigua forma de saludo ritual, que ahora está en desuso pero todavía se recuerda. Decime un poco. Los clásicos más breves a lo mejor podrían andar: “Hijos nuestros, hijos nuestros”, “Qué silencio…”, “Dale campeón…”, y hasta por ahí nomás, ahora te lo explico. Incluso el más elemental “hijos de puta” no se entendía, porque acá en Kombi las putas son como servidoras públicas, ¿entendés?, y los hijos son tan respetados que tienen una pensión especial del gobierno y todo. Más que un insulto, es un elogio. Otro ejemplo:

Vení el domingo a ver a Sporting, a ver a Sporting de corazón. Porque este año, de acá de Kombi, de acá de Kombi, saldrá el nuevo campeón. Que no te lo traduzco porque es un quilombo. Pero, de movida, los partidos se  juegan en sábado, que ya es una cagada. Para peor, no tiene sentido hablar de “nuevo “nue vo campeón” porque siempre sale el mismo, mismo, el equipo del reynaldo. reynaldo. Es más, ni siquiera conocen la palabra “campeón”, ellos dicen “Sporting” y ya está. Todo es así, ¿te das cuenta lo que es laburar entre salvajes? Ahor Ah ora, a, si el Sport Sportin ingg siem siempre pre sale sale camp campeó eón, n, ¿qué ¿qué grac gracia ia ti tien ene? e? Fija Fijate te,, hermano, que acá los campeonatos duraban veinte partidos. Bueno, el equipo del 49

 

rey terminaba siempre siempre con cuarenta puntos, ciento y pico de goles a favor  y cinco o seis en contra. Decime un poco. Así no hay emoción. No hay clásicos, no hay finales reñidos, las últimas fechas son una mierda, no hay goma entre los  jugadores. ¿Para qué les vas a cantar a los otros giles “hijos nuestros, hijos nuestros”? O “ahora, ahora…”. Si ya está todo arreglado de entrada. Y sí, yo lo noté enseguida, enseguida, cuand cuandoo pude ver el primer partido, partido, todavía sin la hinchada entrenada por mí. Mucha frialdad, mucha apatía, ¿viste? En los videos que había visto antes parecía distinto, pero qué sé yo, con estos juguetitos de ahora hacen cualquier cosa, capaz que mezclaban los partidos con tribunas de otro país. Para propaganda, ¿entendés? En el que yo vi de posta, el Sporting empezó  perdiendo, por un gol en contra que se hizo un fulbá que era un tronco y se me  puso entre ceja y ceja. Pero nadie se calentó, claro, claro, si ya se sabía que en el segundo tiempo se daba vuelta la tortilla. Dicho y hecho. Parece que en el entretiempo lo apretaron al referí, para recordarle amablemente que si no ganaba Sporting era  boleta, lo cortaban en cuarenta y ocho pedacitos y lo tiraban a los cocodrilos. Y andá a quejarte al sindicato de bomberos. Así que de movida cobró un penal más o menos en el diome de la cancha. ¿Te creés que alguien protestó? Si hasta el equipo contrario fue a menos a partir de ahí y se comieron cinco pepas como si nada. Te imaginarás que todo esto me deprimió bastante al principio. ¿Cómo te motivás, me querés decir? ¿Y cómo motivás a los grones para que se desangren por  su equipo favorito, si ya saben que tienen el triunfo asegurado? Así que ahí nomás lo encaré al Franz Beckenbauer II. Al comienzo, no le gustó mucho la cosa. Puso una caripela que te la debo. Yo pensé que a mí también me encanutaba en la selva, para que me fifaran los gorilas. Pero, hermano, vos sabés que quien te habla se las ha visto peores. ¿Te acordás cuando nos trenzamos con la hinchada de Chacarita, de visitantes? Mamita querida. Nos pasamos todo el segundo tiempo gastándolos: “Hinchada, hinchada, hinchada hay una sola…”, “Se 50

 

van para la B, se van para la B…”. Y ellos: “Aserrán, aserrín, no se van de San Martín…” Cuando salimos, se armó el desbande. Claro, a nosotros nos habían  palpado de armas antes de entrar, pero ellos estaban arreglados con la yuta y entraron por un costado. Estaban armados hasta los dientes. De repente me quedé solari en un rincón con tres negros. Cómo cobré ese día, hermano. Mi cara parecía un vagón del Mitre, cuando lo agarramos después. Perdoname la regresión, pero te quiero significar que acá hay mucho aguante,  papá. Y en el fondo el Franz es un gomía. ¿Querés creer que entendió todo? Le tuve que explicar con paciencia, claro, y gracias al Mohamed, que traduciendo es una fiera. Partidos son partidos, le dije. Hay que ganarlos poniendo huevos en la cancha. Si no, a cobrar. Para eso está la brava. Además —y ya estaba inspirado, yo soy así, qué le voy a hacer—, hay que lograr experiencia en alta competición, porque si no el seleccionado va al muere de entrada. Y nuestros jugadores se confían tanto que no se rompen el upite como se debe. Se tienen que ganar el puchero más dignamente, che. ¿Y si nos hacen pasar papelón? (Escuchame: “nos hacen pasar”, le batí, para que se apiolara de que este criollo macho ya estaba identificado con el  proyecto nacional.) Ahí tuve un aliado inesperado: el director técnico del Sporting, que también iba a ir al seleccionado. El rey lo hizo llamar enseguida y el alemán me dio la razón, porque él ya había notado lo mismo en los jugadores que yo en la hinchada: falta de ganas, poco entrenamiento. Y ya había fecha para un futuro clásico regional: Kombi vs. Camerún. ¿Te imaginás la goleada? Y bueno, el teutón me había caído simpático de antes. Pero el fulbá te lo hago rajar igual, hermano, pensé  para mí, porque el laburo es es más importante que la amistad amistad.. Conclusión: el rey estuvo de acuerdo en modificar el sistema, las reglas de  juego, que le dicen. De ahora en adelante, habría libertad para jugar al fóbal, cada 51

 

cual como supiera y pudiera. Yo lo tranquilicé diciéndole que el Sporting iba a ser  invencible igual, pero por derecha, como Dios manda. Y con la ayuda invalorable de la Doce. De la parte burocrática se encargaba Mohamed. O sea, informar discretamente a jugadores, árbitros y periodistas que se les fuera el cagazo y laburaran en serio. Y, Y, hablando de Mohamed, no sabés lo que me pasó. Cuando salíamos de la reunión con el rey, me encaró para felicitarme y agradecerme con toda solemnidad (“le chupo las bolas”, me dijo) mi inestimable contribución a la democratización de Kombi. Yo no entendía nada pero la emoción del grone me contagió y nos abrazamos como amigos de la infancia. Ídolo el negro. Al toque nos fuimos a chupar todo al barcito del telo. Resulta que Mohamed es un intelectual nacionalista y democrático, con un proyecto político propio en Kombi. Estudió en todas las universidades de Europa, ya te dije que era un bocho  bárbaro. Apoyaba al rey, rey, en realidad era su mano derecha, porque decía que la monarquía autoritaria había sido un momento dialéctico en la liberación del pueblo komb ko mbia iano no de la opre opresi sión ón impe imperi rial alis ista ta.. Y qu quee ahor ahoraa falt faltab abaa la li libe bera raci ción ón del del capitalismo y la fundación de un “socialismo africano”. Más bien que lo cito de memoriaa porque memori porque no entendí entendí mucho que digamos. digamos. Aun Aunque que a lo mejor sí. Me contó de puntos famosos que él había conocido: Fanon, Senghor, Malcolm X, Bob Marley. Qué sé yo. La cosa es que terminamos hablando de Perón y cantando la marchita. Fuera de joda. A la final, capaz que tenía razón el Burro y el General está orgulloso de mí. Y en eso estamos, hermano. El campeonato sigue su curso, los partidos mejoraron bastante. Son más peleados, te hacés más malasangre, pero todavía sigue ganando el Sporting, a lo mejor por inercia. O porque somos la mitad más uno, ¿no? Al fulbá lo hicimos fletar. Ahora hay un pibe nuevito que me hace

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acordar a Mouzo después de la gripe; pero con el teutón lo vamos a sacar bueno. Hay mucho ojo acá. La Doce, unos leones. No sabés. Y Yaa tuvimos unas cuantas trifulcas y todo. No te imaginás lo que son estos grones cuando se calientan. Al principio, les quise enseñar a usar las cadenas y los palos, lo más clásico, ¿viste? Pero ya te dije, hay que respetar las tradiciones y no se puede negar que las lanzas y las flechas son contundentes. Sobre todo, de tribuna a tribuna. Reíte de las bengalas. En cuanto a los cantitos, todo mejoró bastante. El Mohamed me convenció de que los dejara expresarse como ellos sintieran: vox populi, vox dei, me dijo.  Motu propio propio,, sui  generis,

le dije yo, pero no agarró el chiste. Mucha universidad, mucho broli,

¿viste?, pero poca lleca. Igual tenía razón: es impresionante cuando empiezan a sonar los tambores y los negros pelan las plumas y las lanzas y empiezan a moverse y cantar. Y que “hijos de un mono calvo” por aquí, y “caldo de infieles extranjeros”, por allá, cada uno se las rebusca con sus propios insultos, ¿no? La cuestión es que se sienta la Doce en todo el estadio. Y a cobrar. Bueno, no te jodo más, hermano. Por ahora basta como panorama general,  para que vos se lo transmitas a los muchachos. Mirá cuando el Sporting salga de gira y juegue en la Bombonera… ¡Qué lujo, papá! ¿Te ¿Te imaginás el reencuentro? ¿Y el intercambio de banderas? Porque entre nosotros no nos vamos a pisar las cadenas, ¿no? Hay que confraternizar. Más adelante capaz que te cuento lo de las elecciones generales en Kombi. Y a quién apoyó la Doce gloriosa. No, no te lo imaginás. Y Yaa sé que leíste lo del golpe de Estado, salió en todos los diarios, pero muy deformado por los intereses imperialistas. Yo te voy a batir la posta. Ah, y saludos a la azul y oro. Mejor dicho, deciles que “les chupo las bolas”. Vos me entendés.

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San Aureliano Aureliano de Costa Dura

Su Eminencia: No bastan todas las palabras de nuestro bello idioma para solicitarle con la mayor humildad que disculpe mi ingobernable insolencia al dirigirme a Usted, osando disturbar minutos, quizás horas, de su augusta vida, destinadas seguramente a meditaciones santas. ¿Quién soy yo, no crea que no me lo pregunto, Martiniano Washington Mendaz, un ignoto cónsul honorario de este sufrido país caribeño, Costa Dura, cuyo solo nombre basta para provocar emoción insostenible al correr de mi pluma, quién soy yo más que el último de los patriotas y el primero de los constantemente esforzados en elevar, si ello fuera posible, la gloria de su cuna insobornable, quién soy, soy, repito, al borde de la consternación, para atreverme a plantearle las cuestiones que paso a describir, y Usted pasa a leer si aún no ha decidido arrojar al fuego del infierno estas injustificables láminas de celulosa procesada?  No, no estoy bajo los efectos de algún alucinógeno o estimulante, cuya abundancia en estas regiones es uno de tantos infundios diseminados por países que no quisiera nombrar, consumidores hipócritas y compradores renuentes. Lo que me sucede, y se trasluce en estas líneas yo diría febriles, es que tanto el tema cuanto el destinatario de esta misiva exceden largamente mis escasísimas luces. Pero el deber es mi pan ácimo de cada día, y no estar a la altura de su cumplimiento no puede ni debe ser la torpe excusa de alguien cuya finalidad en la vida es, como mínimo, morir por su patria. Al dest destin inat atar ario io de esta esta letr letra, a, Uste Ustedd lo co cono noce ce co conn la prec precla lari rida dadd y el discernimiento de los hombres puros. No en vano ni inmerecidamente, por cierto, Su Eminencia ocupa tan alto cargo en la Comisión Canonizadora, u organismo

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afín, que no por secreto es menos requerido. En vez, el sujeto tema de mis frases escapará seguramente a su conocimiento inmediato, por causas funestas que me veo obligado a relevar, y conste que esto no es dar por descontada su ignorancia, líbreme Dios, sino estar seguro de que las fuerzas del mal han obtenido un mezquino pero molesto triunfo al ocultarle al Mundo la existencia de alguien que, sí, Su Eminencia, ha sido profeta en su tierra. Trataré de ser minucioso, sin perderme en detalles inútiles. Sé que esto es difícil, no sólo por mi natural expansivo, sino también porque es delicado evaluar  la importancia relativa de cada elemento de la historia que paso a relatar, en orden a la consecución de mis fines. Tal vez... no, seguramente, mi infinita ignorancia me llevará a sobrevalorar matices insignificantes, aunque vitales para mí, y, a la inversa, descuidar la sustancia, el meollo del asunto. ¿Quién puede saber con certeza lo que importa para Dios? ¿Y para la Comisión Canonizadora? Y Yaa la Biblia sugiere con claridad excelsa que lo pequeño en el mundo puede ser gigantesco en los Cielos, y viceversa. viceversa. Así Así que trataré trataré de obviar las tendencias tendencias más obvias obvias de mi infame entendimiento humano, para que la historia que nos ocupa brille con su luz  propia, que la tiene, tiene, y por demás. Come Co menz nzare aremo moss por por una una brev brevee pero pero su sust stan anci cios osaa refl reflex exió iónn hi hist stór óric ica. a. Su Eminencia no puede ignorar (pese a la desidia universal que los mal llamados historiadores modernos contribuyen a acrecentar) que Costa Dura es un pequeño  país de América Central, el último en independizarse de España. Sí, ya sé que la historia (y lo escribo con minúscula porque su inoperancia manifiesta exige a gritos tal desprecio) pretende otorgar tan relativo privilegio a Cuba y Filipinas. No quiero hacer de esto una cuestión bizantina, ni encocorarme por un quítame de allá esas colonias. Todos sabemos que nuestro país fue fundado por Rogaziano Villalba y que de este insigne caballero español proviene la tradición de nuestros nombres de pila terminados en “ano” (con perdón). A su vez, en la época de la guerra de

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Cuba, circa 1898, los norteamericanos establecieron en nuestro país una crucial  base militar, vitalmente cercana al teatro de operaciones de una de sus tantas aventuras imperialistas, exitosa por cierto. De su estadía en la región, y de sus correrías jocosas pero entendibles, provienen nuestros segundos nombres. El personaje de este relato, y es hora de que su nombre refulja por vez primera en el albo papel, nació por esta época. Sí, Aureliano Aureliano Madison Moyano es un hijo de la independencia, o bien, de la nueva colonización, si Usted quiere. Hijo de una familia humilde, esto no es precisamente un privilegio, ya que las tales constituyen un 98 % de nuestra población. Se crió en el campo, en las grandes plantaciones de nuestro fruto nativo, la banana “cachota”, conocida así por su descomunal tamaño, y productora no sólo de las riquezas del otro 5 % de la población, sino también del frondoso y picante anecdotario nacional. Es hora de empezar el combate, ya que, si nuestro objetivo principal es dibujar la figura notable de nuestro patrono oficioso, Aureliano Madison Moyano (repito su nombre para que se le vaya grabando), no puede serlo menos el desdibujar la “leyenda negra” que lo rodea. Atención: la religiosidad popular  merece todo nuestro respeto, ya que se nutre profundamente del sentimiento católico esencial que caracteriza a la América latina y morena, socavado constante e in insi sidi dios osam amen ente te por por una una mult multit itud ud infe infern rnal al de se sect ctas as fi fina nanc ncia iada dass por por lo loss  proveedores de nuestros segundos nombres. ¿Qué mejores armas para esta lucha desigual que las aportadas por la fuerza telúrica y viril de un pueblo erecto en su fe más auténtica? Pero de esto a caer en los barrancos y abismos de la habladuría, la chacota de cafetín, y el comercio seudorreligioso sin escrúpulos, hay un trecho evidente. Volveremos más atentamente sobre este punto, porque vale la pena y es  parte fundamental de nuestro nuestro propósito, como ya dejé dejé aclarado. Por ahora, baste negar rotundamente la especie que asigna a nuestro Aureliano Aureliano una madurez sexual extremadamente precoz (a los cinco años), incluso para

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nosotros, los costadurenses. No hemos de negar la posibilidad de que la vida al aire libre, los aromas del campo, la alimentación a base de bananas cachotas, la continua e inocente visión de la vitalidad animal que lo rodeaba hayan inducido en Aureliano una potencia varonil, totalmente normal en nuestra tierra y no menos exenta de todo atisbo pecaminoso, más allá del Original. Porque, Su Eminencia, no temo exagerar si le digo que, para su Paraíso Terrenal, Dios Nuestro Señor pudo haberse inspirado, muy suelto de cuerpo, en la mismísima Costa Dura que me vio nacer. Así que podemos imaginarnos a nuestro Aureliano cual Adán tropical y  bananero, retozando por los campos con sus animalitos y sus amiguitas, escasos de vestimenta como el clima obliga, sin necesariamente atribuir a esto un tinte inmoral que no pudo tener ni tuvo. Por otra parte, y esto es lo que debe importarnos, desde su más tierna infancia, Aureliano mostró la inclinación piadosa que caracterizaría toda su vida. Sus padres y maestros lo advirtieron de inmediato, por lo cual fue enviado a un colegio religioso, el San Esculapio. Es otro infundio indigno de ser mencionado el que tal decisión paterna fuera motivada por la pobreza extrema, y en aras de procurarle al muchacho la única carrera rentable del país, ya que Costa Dura, como todos saben, carece de ejército propio. Como sea, Aureliano fue recibido gozosamente en el San Esculapio, donde  pronto brilló tanto por su contracción al estudio como por su inclinación a la  piedad. Todos los testimonios recogidos sobre esta época de su vida coinciden en esos esos punt puntos os,, ta tant ntoo co como mo en otro otros, s, verb verbig igrac racia ia,, la as asom ombr bros osaa te temp mpla lanz nzaa que que caracterizaba al ya púber Aureliano. La adolescencia, esa crueldad innecesaria, lo sorprende entregado a una vocación ya definida, destacándose entre todos sus comp co mpañ añer eros os (y maes maestr tros os)) por por su duro duro comb combat atee cont contra ra lo loss emba embate tess de una una sexualidad, ahora sí, más que incipiente, en plena ebullición.

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¿Qué no intentaba el fiel Aureliano para matar los ardores de su carne, o al menos mitigarlos? Pronto se destacó en aquellas prácticas deportivas de la región del monasterio, sobre todo en el deporte nacional, “montar el chancho”, cuyo  peligro no le hacía mella. Pero esto no bastaba, qué va. Tod Todos os fuimos adolescentes alguna vez, Su Eminencia, ¿debo entrar en detalles? ¿Debo mencionar las largas noches en vela, las nocturnas visitas del demonio carnal en las que cualquier  manc ma ncha ha en la pare paredd se conv convie iert rtee en un sú súcu cubo bo te tent ntad ador or,, lo loss desp desper erta tare ress abochornados por el húmedo vestigio del pecado? El joven recurría a todas las fórmulas que su natural castidad y horror al vicio le sugerí sugerían an (amén (amén de la far farmac macope opeaa pop popula ularr, tradic tradicion ionalm alment entee atenta atenta a estas estas vicisitudes inevitables de la carne). Se flagelaba antes de acostarse para que el dolor de sus heridas y el cansancio de sus miembros ahuyentaran de sí todo reclamo del placer. Se ataba las manos a la cabecera de su camastro, y luego los  pies, llegando a dormir sin ropas, boca arriba, para que ningún roce sutil enardeciera su piel joven y trémula. ¿Cómo evocar siquiera superficialmente la magnitud de estos esfuerzos, para perdonar la pobreza de sus resultados? Porque la cruel flagelación no hacía más que intensificar las mordeduras del deseo, ya que, como todos sabemos, Su Eminencia, el dolor y el placer son prácticamente inseparables. Hay una región limítrofe, verdadera tierra de nadie (por lo tanto, del Maligno) en la que el uno se convierte en el otro, casi imperceptiblemente. Sus miembros, es verdad, se adormecían al colgarlos del techo (por lo menos los superiores, porque los bien llamados inferiores se resistían tercamente a entrar  en santo reposo). Pero este mismo estado, trabajosamente logrado, conspiraba contra los propósitos del joven, ya que se prestaba a la abominable práctica onan on anis ista ta cono conoci cida da en nues nuestr tros os lare laress como como “l “laa Dormi Dormidi dita ta”. ”. Cons Consis iste te és ésta ta en es esti timu mula larr el ór órga gano no viri virill (con (con perd perdón ón)) con con una una o dos dos mano manos, s, pr prev evia iame ment ntee adormecidas por algún procedimiento adecuado. Así, la terrible actividad parece

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ejercida por algún compañero en el vicio, haciendo el placer menos solitario, más intenso y no menos pervertido. Le ruego a Su Eminencia me perdone por entrar en estos escabrosos detalles, indignos tanto de su investidura como de mi pluma, ya avergonzada. Pero creo (en realidad estoy seguro, pero debo ser modesto) que debemos entrar hasta el fondo de la cloaca, para al fin encontrar la luz que buscamos. O séase, calibrar en su justo  punto el mérito de nuestro personaje, porque la medida de la virtud viene dada por  la medida de la tentación que resiste. Sí, porque tras el fracaso de estos intentos, siempre renovados, Aurelia Aureliano no optó  por dedicar sus esfuerzos a la Piedad, y combatir los ardores de su carne rebelde con una combinación cotidiana de esfuerzo físico, duchas frías y retozo poco grato en un campo de ortigas, como nuestro padre san Benito de Nursia, sin llegar a la horrible mutilación que costara la santidad al docto Orígenes. Así pretendo (y logro) borrar de un decidido plumazo la parte de la leyenda negra que miente desc de scara arada dame ment ntee acer acerca ca de es esta ta époc épocaa de la vi vida da del del próc prócer er,, afir afirma mand ndoo que que Aureliano, para mitigar una infatigable potencia sexual, dedicaba sus siestas a romper peñascos con su pene erecto (con perdón). Práctica inconcebible aun tratándose de un costadurense, doy fe de ello. Transcurrió la adolescencia, y la plena juventud encuentra al futuro santo (no dudo de tal) recién ordenado sacerdote, por gloria de Dios, aunque también nuev nu evam amen ente te ar arro roja jado do al mu mund ndo, o, es deci decirr, a ot otra rass tent tentac acio ione nes, s, esta esta vez vez ni imaginarias ni solitarias. Su Eminencia puede echar una desprejuiciada mirada, con su suss ojos ojos volu volunt ntar aria iame ment ntee su susp spic icac aces es de Abog Abogad adoo del del Diab Diablo lo,, a la lass fotos fotos de Aureliano que adjunto. No tendrá más remedio que coincidir conmigo en que semejante pedazo de hombre (de macho, quisiera atreverme a decir) no podía menos que suscitar en su entorno una mezcla comprensible de admiración, envidia y deseo. Ese físico imponente, esas facciones endurecidas en el sacrificio ascético,

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esa pureza adivinable en la mirada franca y profunda, forzosamente tenían que  provocar la atracción perversa perversa pero habitual de lo Proh Prohibido. ibido. ¿Y qué decir de ese efecto universal, cuando se multiplica por el clima y la raza, como en el corazón quemante de nuestras mujeres, acostumbradas a diarios alardes de virilidad que acrecientan progresivamente su capacidad de deseo y goce? Perdonemos a esta adorable pléyade de pecadoras, Su Eminencia, no sólo  porque el Señor nos advirtiera la inconveniencia de arrojar piedras tempranas, sino tamb tambié iénn porqu porquee nues nuestr troo tema tema es Aure Aureli lian anoo y no aque aquell llas as cuya cuya func funció iónn fu fuee seguramente diseñar su pasaporte a la santidad, como inconscientes soportes de la Tentación. Hay un chascarrillo de mal gusto que circula por nuestras regiones a veces tan olvidadas de la mano de Dios, y que reaparece una y otra vez en boca de comicastros de cabaret y vagos de lechería. Se trata de encarar a un fraile, y, señalando el abotonado frente de la sotana, preguntar con fingida inocencia: “¿Es todo bragueta, padre?” Aunque cueste creerlo, tal chuscada solía ser escupida por  muje mu jere ress jó jóve vene ness y viej viejas as,, so solt lter eras as y casa casada das, s, obnu obnubi bila lada dass por por la pres presen enci ciaa inquietan inqu ietante te del joven joven sacerdote, sacerdote, pero excedidas hasta el punto punto de faltar faltar el respeto debido a su sagrada investidura. ¡Como si supieran que la respuesta era, y no podía ser otra, un “sí” que jamás —me juego mi honor en ello— fuera proferido por  nuestro digno varón! Sí, Su Eminencia, sé que la fe y el Magisterio de la Iglesia nos dan las armas necesarias para combatir los arteros ataques del Maligno, por la boca húmeda y rosada del Eterno Femenino. Pero el Trópico es el Trópico, y la mujer es la mujer, aun para un genuino aspirante a la Diestra Eterna. E terna. ¿Puede imaginar Su Eminencia lo que significa resistir los embates de estas diosas opulentas, enfundadas en el escaso ropaje que la canícula exige? Sus labios  palpitantes por el llanto contenido de la culpa, sus ojazos negros que invitan y

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 prohíben a la vez, sus cabelleras salvajemente desordenadas como dibujando imag im agin inar aria iass al almo moha hada dass de he heno no,, su suss homb hombro ross more moreno noss redo redond ndea eada dame ment ntee descubiertos… sus pechos englobándose bajo las blusas siempre caedizas, en especial al agacharse para recibir la comunión… sus caderas que solicitan, no, reclaman el milenario impulso de multiplicar nuestra pecadora especie… sus  piernas, Su Eminencia, qué hipérboles no derramaría yo sobre sus piernas… ¿Puede un hombre dedicado a Dios desde la más tierna infancia, como lo es Usted, ignorar los deleites y los horrores que surgen de esas bocas entreabiertas frente a la osti ostia, a, lo loss oj ojos os sú súbi bita tame ment ntee bril brilla lant ntes es y la le leng ngua ua so sobre bresa sali lien endo do con con lú lúbr bric icaa inocencia? ¿Y las intimidades del confesionario? ¿Y las charlas prematrimoniales, con sus infinitas preguntas, necesarias pero a menudo indiscretas? Perdóneme si me excedo en la descripción, Su Eminencia, pero juro que no es ésta mi tendencia natural, sino una obligación del papel que he asumido hoy por  hoy, ya que, repito, es la magnitud de la tentación lo que nos dará la medida de la grandeza de nuestro héroe epónimo. A todo esto, Aureliano sobrevivía arduamente ante la horda femenina que lo asediaba; sí, lo asediaba, tal es la expresión correcta, le mot juste, frente a la insopo ins oporta rtable ble combin combinaci ación ón de bel bellez leza, a, candid candidez ez y velada velada,, tal vez involu involunta ntaria ria,, insinuación. Todo esto nos es contado admirablemente por el confesor y maestro de Aureliano, el padre Justiniano Samuelson Mendizábal, cuya autobiografía señera,  Memorias de un gran sacerd sacerdote ote,

brinda párrafos esclarecedores (exactamente dos)

sobre su discípulo predilecto. Sabemos que, en cambio, el mismo Aureliano no nos dejó testimonios escritos. Las malas lenguas (y las cito para humillarlas en su  propia desidia) atribuyen tan lamentable ausencia a un supuesto analfabetismo del curi cu rita ta.. ¿Val ¿Valee la pena pena refu refuta tarr tal tal me meme mez? z? Si bi bien en sabe sabemo moss que que la ense enseña ñanz nzaa impartida en el San Esculapio no se destaca por una vana tendencia intelectualista,

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no es admisible que uno de sus dilectos alumnos sea acusado, directamente, de ig igno noran rante te.. A prop propós ósit ito, o, yo mism mismoo prov proven engo go de ta tall magn magnoo es esta tabl blec ecim imie ient ntoo educativo y puedo brindar vivo testimonio de su nivel pedagógico, así como de sus obvios resultados. No se diría lo mismo de aquellos infortunados jesuitas cuyo mérito mayor parece ser producir en serie sujetos tales como Voltaire, Buñuel y Fidel Castro. Pero esto sería una imperdonable digresión. El padre Justiniano, modelo de expresividad y concisión, sabe sugerirnos, sin cargar carg ar las tintas, el martirio martirio (sí, no temo exagerar exagerar a mi vez) de Aureliano Aureliano durante durante esta su época de cura rural, en un pueblito muy cercano al suyo propio. Justamente, la partida de Aureliano hacia la Madre Patria fue motivada por  uno de estos episodios de confesionario. Y me refiero al sabio consejo del padre Justiniano en ese augusto recinto de santidad, ante los angustiados requerimientos del joven, y no a la leyenda infausta tejida alrededor de una falsa escena que habría desencadenado una huida culposa, en vez de un retiro espiritual. (Se dice que una fogosa recién casada del pueblo asediaba al cura con el relato de su frustrada luna de miel —aclaro innecesariamente que se había desposado con un inmigrante  polaco, no con un nativo— y que la reja del confesionario no habría bastado para detener la furia sexual del hombre al fin, repentinamente desbordado.) Como fuera, Aureliano hizo su obligado viaje a España, a una región muy  próxima al solar natal de los Moyano, cuyos primeros exponentes vernáculos datan de la Gloriosa y Sagrada época de la Conquista, cuando las luces de la Cristiandad iluminaron estas oscuras playas y elevaron las almas, por las buenas o por las malas, hasta su Paternal Creador. Con las amables y las contundentes cartas de recomendación del padre Justiniano, nuestro joven amigo acudió a la residencia del Marqués del Badajo, quien lo recibió como tales credenciales merecían. Aquí se abre una época relativamente próspera para Aureliano, ya que, alejado de su suelo patrio, pudo entregarse a la dulzura de la nostalgia y olvidarse

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un poco de lo que lo rodeaba. Es decir, de las mujeres jóvenes y no tanto que la incipiente Guerra Civil estaba dejando viudas, a priori o a posteriori. Imagínese, Su Eminencia, lo que implica la presencia de un costadurense en medio de ese desierto de virilidad. Y no quiero redundar en descripciones, porque la belleza de nuestras mujeres (ver supra) proviene en gran parte de aquella raza prístina y ardiente. Pero Aureliano tenía bastante ocupándose del auxilio médico y espiritual de los combatientes por la Justa Causa. Fue entonces cuando solicitara ir al frente mismo, petición que por sí sola justificaría su ya asegurada canonización, si  pudiera probarse más allá de ciertos ciertos testimonios harto dud dudosos. osos. Dice Di cenn lo loss tale taless que que la seño señora ra Ma Marq rque uesa sa del del Bada Badajo jo se habí habíaa pren prenda dado do  pecaminosamente del apuesto sacerdote y no cejaba en su intención de poseerlo contra natura, para lo cual empleaba todas las malas artes que constituyen el triste  patrimonio de las hembras de la especie, su tan pesado fardo en orden a la Vida Eterna. Poseo retratos de la señora Marquesa (y los adjunto a esta misiva). Su Eminencia estará de acuerdo conmigo en que resistir el asedio de semejante monumento a la mujer es una hazaña poco menos que improbable. El plano de cuerpo entero apenas le hace justicia, dada la poca calidad de la técnica fotográfica de la época, pese a lo que su disfraz de odalisca revela al ojo conocedor. El retrato de amazona permite imaginar un par de sólidas piernas, encastradas en caderas cuya turgencia no parece envidiar nada a la de las ancas del noble bruto que tiene el privilegio de sostenerla. El primer plano de la tercera y última foto muestra claramente un par de ojos renegridos que no podían menos que evocar, en nuestro curita, el recuerdo insoportable de las mujeres patrias. Lo que haya pasado entre Aureliano y la Marquesa pertenece al sagrado ámbito de su intimidad, reservada sólo a Dios (pese a las amenazas reiteradas de la augusta dama, sobre la posibilidad de publicar sus recuerdos, algunos de cuyos

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fragmen frag mentos tos fueron fueron difund difundido idoss osada osada y afirmo afirmo que clande clandesti stiname namente nte por por una friv frivol olís ísim imaa re revi vist staa peni penins nsul ular ar con con el títu título lo de “Mem “Memor oria iass de una una Marq Marque uesa sa española”). Sin embargo, a pesar de este natural hermetismo, Usted y yo, altos conocedores del alma humana —y de la carne que la aprisiona momentáneamente  —, podemos imaginar la estructura general de la situación. La soledad de la Marquesa ante las constantes ausencias de su señor marido, ocupado en los menesteres políticos, bélicos y financieros que la hora exigía; la nostalgia de Aureliano y su inflexibilidad; intimidad amistosa al principio; charlas sobre temas  piadosos que se van volviendo más y más laicos; la consabida relación del confesionario, con detalles progresivamente escabrosos; intentos de una intimidad mayor luego. Y lo demás: que una palabra sobrante, que un roce casual, que un respingo virtuoso respingo virtuoso del cura, que una excitación excitación creciente creciente de la mujer… Bueno, Bueno, Su Eminencia, dejemos que nuestra imaginación elabore en soledad y silencio lo que nuestro conocimiento no alcanza a captar ni nuestra verba a expresar. expresar. Lo que sí sabemos a ciencia cierta, porque conocemos el paño, es que nada definitivo ocurrió entre ellos, vale decir, el pecado no rompió la castidad del sacerdote ni proveyó una mancha más a la tigresa en cuestión. Tras el frustrado paso de Aureliano por el frente de aquella guerra santa (perfecto exemplum para santo Tomás), su siguiente camino fue de retorno. Y nada menos que como flamante Obispo de Costa Dura, cargo sin duda debido a la generosidad de aquella dama, arrepentida por su reciente tentación (y no satisfecha  por los favores recibidos, como difama difama la Siniestra Leyenda). Vuelto a su tierra, el flamante prelado funda el Convento y el Colegio de Señoritas que lleva su nombre (aunque él mismo los llamara en un principio Madona del Badajo, habida cuenta de comprensibles y agridulces reminiscencias). Como Usted ya adivinará, Su Eminencia, con la perspicacia que lo caracteriza y que sólo puede redundar en beneficio de mi humilde propósito, aquí también se

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cebó la fácil difamación, producto de mentes estériles y engolosinadas con su  propia degradación. ¿Qué no se ha dicho de lo que ocurrió entre las cuatro paredes de ese Colegio, cuyo sacrosanto objetivo era conducir a las niñas lejos de las  pecaminosas sendas del mundo exterior? He tenido el honor de pasar largas horas en esos esos recint recintos, os, or orgul gullo lo nacion nacional, al, ent entre re las religi religiosa osas, s, alumna alumnas, s, exalum exalumnas nas,,  profesoras y preceptoras que aún recuerdan con lágrimas en los ojos a su mentor y amigo. Incluyendo a aquellas que no lo conocieron porque, como bien sabían los griegos (aunque eran paganos), la fama es lo más dulce que un hombre pude  producir a su paso. Y nada garantiza más la fama (o la infamia) que los locuaces labios femeniles. Juro que hasta las paredes me hablaron. Y sus voces no guardaban el eco  parlanchín del pecado, pecado, sino la recoleta discreción de la san santidad, tidad, condición ésta qu quee no puede tardar en ser reconocida por el Sacro Organismo al que Usted honra con su inestimable colaboración. Porque, aquí entre nosotros, ¿acaso Costa Dura no se merece tener por fin su sa sant ntoo pr prop opio io?? ¿Nue ¿Nuest stra ra ause ausenc ncia ia del del Sant Santor oral al se debe debe a una una in indi disc scut utib ible le y sapientísima disposición divina, o a una conspiración internacional contra esta orgullosa tierra, una campaña anti-Costa Dura que no sería la primera ni, mucho menos, meno s, la úl últi tima ma?? Po Porr su supu pues esto to,, me in incl clin inoo por por la segu segund ndaa hi hipó póte tesi sis, s, hart hartoo fundamentada; de lo contrario, no me atrevería a escribir esta carta oficiosa, sugerida por unos amigos míos que han tenido la peregrina idea de postularme como futuro embajador ante el Vaticano, cargo que sin dudas estoy lejos de merecer pero, que si Dios me lo concede por intermedio de nuestras excelsas autoridades, honraré con la eficacia que ha caracterizado mis anteriores gestiones. Y, por otra parte, pensemos en un aspecto práctico de la cuestión. Es verdad que ya hay un Aureliano en el Santoral pero, sin desmerecer a aquel humilde obispo de Arlés, nacido en el lejano siglo VI, y que, oh coincidencia, también

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fundara un convento de mujeres, convengamos en que la grandeza de nuestro Aureliano sobrepasa con creces a su predecesor, de quien sólo conservamos alguna que otra controversia intelectual, sin mayor trascendencia para el espíritu de la Cristiandad. Sí, Su Eminencia, porque los cristianos católicos, y sobre todo los de este por  demás cálido rincón del planeta, necesitan ejemplos como el de nuestro héroe. Fundamentar este aserto es el numen de mi epístola, y todavía no la he concluido. Usted preguntará por los milagros de Aureliano de Costa Dura. Y mi respuesta constará de varias partes, exactamente de tres. Primera. Es un deber antipático señalar que muchos santos tienen en su haber, como único milagro… justamente el haber sido proclamados santos. Entre éstos, el tocayo de nuestro ídolo. Comprendo perfectamente (no olvide mi condición de diplomático, algo así como la quintaesencia de la política) que en otras épocas era imprescindi impres cindible ble para la Santa Madre Iglesia rodearse de una guardia pretoriana pretoriana de altas personalidades, que la resguardaran de los arteros ataques de la incredulidad y la herejía. Y un Francisco de Asís no se inventa todos los días. La Iglesia Militante rebuscaba en el semillero de Dios y agarraba lo que podía. No es aventurado su supo pone nerr que que es esta tamo moss en tiem tiempo poss ig igua ualm lmen ente te duro duross y se impo impone nenn deci decisi sion ones es estratégicas más que dogmáticas. Segunda. Podría invocar aquí los milagros y prodigios que la religiosidad  popular atribuye a nuestro futuro santo. Se trata del poder afrodisíaco y erótico en general que se supone tienen sus amuletos: retazos de su ropa interior, botones de su sotana, un molde en yeso de su miembro viril (de tamaño exagerado, el molde), frascos de su esperma que licuan periódicamente… Se cuenta, por ejemplo, que un nativo, poseedor de un pedazo de calzoncillo del santo, fue capaz de eyacular  cato catorce rce vece vecess segui seguida das, s, lo cual cual es una una barba barbarid ridad ad in inve vero rosí sími mill aun aun para para un costadurense. Otro, que decía poseer un arbusto de ortigas en el que Aureliano

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habríase revolcado en la pubertad, pudo conquistar a la mujer más deseada del  pueblo, por el simple expediente de azotarla con ese improvisado cilicio. Las falacias por el estilo pueden multiplicarse infinitamente, y mis archivos revientan de ellas. ¿Debo continuar con estos disparates? No menos falsa es la especie que asegura que su cuerpo embalsamado entra en erección er ección una vez al año, el día en que supuestamente habría experimentado su debut sexual, a los seis años. ¿Vale la pena contabilizar esta clase de milagros, Su Eminencia? Remito a lo afirmado anteriormente sobre la religiosidad del pueblo. Entre el extremista vox  populi, vox Dei

y el dogmático vox Dei, vox populi, habría que lograr un justo

medio. De eso se trata. Tercera. Aureliano de Costa Dura… ¿no suena como música celestial, como una melodía a la que sólo le falta una pequeña nota al principio?… Aureliano de Costa Dura, repito, murió en su austero lecho (no atacado por un marido celoso, ni acompañado por alguna hetaira diabólica, como aseguran lamentables versiones), rodeado por las mujeres que aliviaron sus últimos momentos, las monjas del Convento del Badajo. Y esta casta escena de muerte es un símbolo del teatro de su vida toda: Aureliano (diría ya san Aureliano) cercado de mujeres, cual nuevo Adán cuya férrea obediencia a los preceptos divinos requiriera la multiplicación de los recursos tentadores del Maligno, encarnado como siempre en fragantes sexos femeninos.  Nada más y nada menos que éste es el milagro básico de Aureliano. Haber  clausurado el codiciado interior de su investidura clerical a los embates de la  Naturaleza. ¿Pueden exigirse mayores pruebas de santidad a un hombre nacido en estas tierras? Su humilde servidor, servidor,

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(VA FIRMA)

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Memorándum del general Nuts sobre su relación con el bodhisattva Maharananda

Se me ha pedido que ponga por escrito todo lo que tenga que ver con mi directo conocimiento de una de las personalidades universales de mayor relieve de los últimos tiempos, en los que sin duda no se ha carecido de ellas, si se me  permite una primera opinión. Se trata, además, de la más extraordinaria experiencia que me haya tocado en toda mi larga, y por cierto exitosa, carrera militar. Es bueno remarcarlo: carrera militar, porque el noble oficio de la pluma no me fue encomendado por la Providencia, que desde lo Alto distribuye dones y obligaciones por igual. Se me perdonará entonces cuanta torpeza haya de cometer, escudado en la noción de deber sagrado que siempre ha guiado mis pasos. Sí,  porque, ante la requisitoria arriba arr iba mencionada, no pude menos que acceder, y aquí estoy,, echando mano a mis recuerdos cuya claridad, espero, compensará mi torpeza estoy manifiesta en un menester propio de espíritus más delicados que el mío. La personalidad de que hablé, el lector lo habrá adivinado de inmediato, es la del bodhisattva Maharananda, cuya luz todavía brilla, y más aún si cabe, treinta años después de su martirio y muerte. La participación en los cuales me ha granjeado el honor, de otra manera inmerecido, de escribir estas líneas en su recuerdo. Mucho se ha hablado del Maharananda últimamente. Algunos lo han hecho con fundamento, de diferente especie. Muchos, también, lo han hecho desde la más supina ignorancia, o bien, y creo que esto es aún peor, utilizando su santo Nombre como bandera para actividades subversivas de la más diversa índole. Sobre todo a estos últimos o, mejor dicho, a combatir la desidia sin límite de estos últimos, van

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dirigidas estas líneas, cuyo humilde brillo no pretende opacar, ni mucho menos, el de la figura que se disponen a evocar. evocar. Para la época de que hablamos, quien esto escribe era a la sazón un joven oficial del ejército de Su Majestad en la India, más precisamente en la ciudad sagrada de Radanesh, rebautizada Nueva San Jorge en honor de nuestro patrono, y con el loable y permanente propósito de conducir a aquellos primitivos por los senderos de la verdadera religión. Pese a mi extrema juventud, se me había encomendado una misión delicada de cuyo éxito sólo me atrevía a dudar en contadas ocasiones y en mi más recóndita intimidad. La tarea de mi predecesor  como comandante de la guarnición, el difunto lord Rochester (Dios lo mantenga a su diestra y olvide sus bienintencionados errores), no había sido muy brillante, debo decirlo, y la anarquía hacía presa de colonizadores y colonizados, resultando frecu fre cuen ente teme ment ntee en un es espe pect ctác ácul uloo dant dantes esco co que que aboc abocho hornó rnó de in inme medi diat atoo la candidez de mis escasos treinta y cinco años. Los tumultos se sucedían por doquier y con cualquier motivo: aquí mis soldados incendiaban un templo hinduista en una noche de juerga, allá los nativos  protestaban por algún nuevo impuesto, acullá estallaba una disputa entre oficiales con motivo de haberse puesto en duda la legalidad del sorteo que daba derecho a violar en primer término a alguna princesa hindú. Como se ve, todo originado en una decadencia de la moral y las buenas costumbres que sólo podía haberse  producido a partir de la involuntaria ausencia de una mano convenientemente convenientemente dura. He aquí, entonces, expresada con total claridad, mi función en ese inhóspito lugar: eminentemente moralizadora y disciplinante de propios y extraños. Cual un ángel mediador, debía introducir equilibrio en el caos, sentido en los hábitos, orden en la econ econom omía ía,, en fin, fin, racio raciona nali lida dadd en la expl explot otac ació iónn colo coloni nial al.. Debo Debo deci decirr, en menoscabo de la debida modestia pero en aras de la fidelidad a la Historia, que los  primeros meses de mi estada en Radanesh dieron un fruto casi inaudito. Unas

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órdene órd eness muy precis precisas, as, auster austerida idadd person personal, al, justic justicia ia salomó salomónic nica, a, inflex inflexibi ibilid lidad ad donde cabía, y tres o cuatro ejecuciones masivas produjeron un efecto dominó, si vale la expresión, en el ambiente enrarecido de la ciudad. Pero entonces sucedió lo que debo contar desde el principio de estas líneas. Pr Prim imer eroo fu fuee un rumo rumorr que que mis mis info inform rman ante tess nati nativo voss reco recogi gier eron on y me trasla tra sladar daron on de inm inmedi ediato ato,, apropi apropiada adamen mente te acicat acicatead eados os por mí. Venía enía de los suburbios más hediondos, allí donde los intocables se apiñan a la buena de Dios, muriendo como moscas y viviendo cual cerdos, como despreciando las bondades de una civilización que sus mentes obtusas no alcanzan a vislumbrar. Pero luego, casi enseguida, o al menos sin solución de continuidad, mis propios oficiales, hasta los más inútiles, recibieron la misma información. Un nuevo líder había aparecido en el horizonte de estas razas inferiores, siempre en la busca de un faro que guiara su camino a quién sabe qué absurdas utopías de liberación. Un nuevo líder, sí, cuyas hazañas ya traspasaban las paredes en forma de rumor, leyenda, noticia verosímil, certeza indubitable. El lector habrá adivinado nuevamente que el líder mencionado arriba no es otro que el boddhisattva Maharananda, cuyo nombre empezó a desvelarme mucho antes de conocerlo personalmente. Tal como era mi deber ante la evidencia de lo que estaba ocurriendo, destaqué una serie de espías para que se infiltraran en zonas y grupos claves de la ciudad. Quiero que se me entienda: todo podía no ser más que una falsa alarma, derivada de agrandar la pobre significación de algún nuevo santón o módico milagrero que, con su prédica religiosa, antes que iluminar el camino para liberación alguna, lo oscurecería convenientemente para los sagrados fines... de la Corona británica. Tal es así, que muchos de estos líderes espirituales trabajaban, de hecho, para quien esto esto escri escribe be,, pr prác ácti tica ca muy muy comú comúnn por por ento entonc nces es y cuya cuya in inve venc nció iónn no voy voy a adjudicarme, si bien yo contribuí a darle un vuelo que nunca antes había tenido,

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como lo prueba más de un libro de texto estudiado hasta el día de hoy en nuestras escuelas de Administración Colonial. Todo podía ser una falsa alarma, repito. Pero la más elemental prudencia me aconsejaba no descuidar ni una remota posibilidad de que algún líder genuino surg surgie iera ra entr entree el pueb pueblo lo infe infect cto, o, y esto esto tu tuvi vier eraa cons consec ecue uenc ncia iass polí políti tica cass imprevisibles e indeseables a mediano plazo. Temblaba de sólo pensar que el futuro de mi ya brillante carrera de armas estuviera pendiente de la palabra y los gestoss de un yogui vegetariano gesto vegetariano sin fuerzas fuerzas siquiera siquiera para matar una mosca posada posada en su calva cabeza de mico. Vale Vale decir, debía tomar mis precauciones. Dicho y hecho. Al poco tiempo de estas mis primeras disposiciones relativas a los acontecimientos que estoy narrando, se produjeron dos hechos de importancia: una patrulla de mis hombres fue atacada por un grupo de manifestantes pacifistas en un suburbio de la ciudad y, al mismo tiempo, en el otro extremo de la misma, más precisamente en las minas de hulla que eran su principal fuente de ingresos, se habí ha bíaa desa desata tado do una una huel huelga ga sa sang ngri rien enta ta,, en la que que la sa salv lvaj ajee acti actitu tudd de no cooperación de los obreros ya había producido sesenta y tres muertos entre ellos y dos heridos entre mis bravos hombres. ¿Cuál era el nexo que unía eventos tan disímiles en especie y ubicación geográfica? Sí, como el lector adivina nuevamente (y mis informantes pronto me transmitieron), detrás de todo aquello estaba la mano in invi visi sibl blee pero pero se segu gura ra del del boddhisattva Ma Maha hara rana nand nda. a. Su in insp spir irac ació ión, n, su instigación, como deseemos llamarla. Era el principio de su vida pública, el amanecer de ese sol de lucha y tenacidad que pudo valerle el premio Nobel de la Paz si la muerte, en su injusticia, no hubiera venido a llevárselo prematuramente. Pero no nos adelantemos en el relato. Entramos en zonas que no son tan conocidas  por el gran público y que justifican se haya recurrido a mí, el único que está en condiciones de revelarlas sin lugar a dudas.

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Pues bien, las pruebas eran irrefutables, irrefutables, aunque quizás no hubieran hubieran resistido el examen prejuicioso del pueblo ignaro, de la prensa amarilla, de los politicuchos del Parlamento y acaso de algún tribunal de Su Majestad, indebidamente influido  por los factores f actores mencionados en primer lugar. lugar. Pero la Administración Colonial no  puede darse el lujo de escudarse en formalidades para no cumplir con su deber, ocasionalmente ingrato y a contramano de la historia, como se verá. El caso es que di or orde denn de que que se pren prendi diera era al cabe cabeci cill llaa de lo loss os osad ados os le leva vant ntam amie ient ntos os,, el Maharananda, cuyo nombre ya empezaba a resonar en mis oídos cual música funesta. Digo la verdad: esperaba vérmelas con un robusto hombretón oscuro, cuajado de desgarrones por haberse resistido al arresto y con esa mirada llameante con la que ciertas razas inferiores pretenden demostrar su odio al que ellas consideran injusto invasor de sus paupérrimas tierras. Nada de eso hubo, vano es decirlo, ya que han circulado abundantes testimonios gráficos de la endeble contextura física del boddhisattva. De escasa estatura, sus miembros flacos apenas lo sostenían. Debía Deb ía pesar pesar uno unoss cuaren cuarenta ta kilos, kilos, desnud desnudo; o; y de hecho hecho estaba estaba prácti prácticam cament entee desnudo porque su túnica astrosa no alcanzaba a cubrir sus minúsculas vergüenzas. Su mirada era luminosamente humilde, para decirlo con brevedad, y, si se había resi resist stid idoo al ar arres resto to,, só sólo lo se nota notaba ba en algu alguno noss pequ pequeñ eños os more moreto tone ness que que se confundían con la oscuridad predominante en sus rasgos.  No puedo ocultar el impacto sufrido por mí ese día, creo haber sido ya  bastante expresivo al respecto. Allí estaba el Enemigo. El Enemigo del ejército imperial, de la verdadera religión, de la Corona sacrosanta, de Su Majestad en  persona y, por lo tanto, de mí mismo, indiscutiblemente. ¿Cómo aplastarlo de un manotazo indiferente, si él mismo se aplastaba ante mi presencia, con la más desconcertante de las actitudes? Y la hesitación insidiosa: ¿puede este homúnculo, este alfeñique alfeñique de cuarenta kilos, desafiar todo el poderío poderío del Imperio Imperio que domina

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medio mundo, o más? Tuve que sacudirme las dudas y la, por qué no admitirlo, sacrílega admiración que ya empezaba a despuntar en mi conciencia juvenil.  —¿Es usted el boddhisattva Maharananda? —fueron las primeras palabras que dirigí al pequeñajo.  —No merezco el honor de tales títulos. Mis padres me llamaban Abu —fue la respuesta, hábil por cierto, del reo.  —Contesta lo que se te pregunta —dije, serenamente, sin omitir la discreta señal que instruyó a uno de los guardias para aplicar un sutil papirotazo en la coronilla del detenido—. ¿Eres aquel que llaman boddhisattva Maharananda y que ha incitado a los campesinos a la rebelión?  —Supongo que la respuesta respuesta esperada es “sí” —musitó, nueva nuevamente mente en pie.  —Lo reconoces, entonces, sucio hindú. Reconoces tu responsabilidad en las heridas de cuatro de mis mejores hombres... —me vi forzado a agrandar el número,  por razones tácticas.  —Tendré  —T endré un gran honor en explicar mis razones ante un tribunal de la  bienaventurada Corona británica —repuso, con un dejo de ironía que no logró irritarme. Muy por el contrario, forcé una carcajada que enseguida se contagió a los guardias, oficiales y allegados que nos rodeaban.  —Tribunal, has dicho un tribunal —todos lo encontrábamos muy gracioso, menos él, el boddhisattva, que contin continuab uabaa impert imperturb urbabl able—. e—. Insign Insignifi ifican cante te hombrecito, eres tan ingenuo. ¿Crees que malgastamos tribunales en rateros y agitadores como tú?  —Hasta un pelo de cebú marca con su sombra el suelo de la gran montaña —  dijo, enigmáticamente.  —Cállate, mal hijo de Visnú Visnú —exclamé, un poco alterado—. ¿Sabes lo que es la economía de guerra, has oído hablar de la libertad de mercado? Debes hacer 

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mucho mérito para llegar a un tribunal, por lo menos mientras yo esté al mando aquí.  —La polilla, que vive vive sólo un día, se cree eterna eterna —dijo el Maharananda.  —Esto es demasiado. Llévenlo al calabozo. Mi or orde denn fue fue cump cumpli lida da de in inme medi diat ato. o. El Maha Mahara rana nand ndaa hi hizo zo una una li lige gera ra inclinación de cabeza (no le alcanzó para esquivar otro papirotazo del guardia, quien malinterpretó mi señal) y salió de mi vista, entonando entre dientes lo que seguramente sería alguna plegaria pagana. Debo confesar también que, al retirarse el personaje, sentí un inmenso alivio. Su presencia había logrado sacarme de quicio, cosa que rara vez sucedía, y  barruntaba que los problemas problemas no habían hecho más qu quee empezar. empezar. En efecto, no había pasado un día desde ése mi primer encuentro con el Venerable, cuando llegaron hasta mis predispuestos oídos las malas nuevas de rigor: había un levantamiento general en Radanesh. Los grupos de no violentos se estaban esparciendo por toda la ciudad, logrando nuevos adeptos en proporción geométrica. El disparador de todo había sido la captura de su indiscutible líder, el Maharananda. Vanas resultaron las primeras medidas dispuestas por los fieles oficiales de mi estado mayor: sobornos, amenazas, toma de rehenes, fusilamientos repartidos estratégicamente aquí y allá. Las olas de la atrevida revuelta ya llegaban hasta los mismos muros del palacio de gobierno. Donde caían tres, treinta se levantaban, con toda la creciente prepotencia de su inacción. Mujeres, niños, ancianos eran la vanguardia de esta tentativa cobarde por subvertir el orden esta establ blec ecid ido. o. Mis Mis órde órdene ness al resp respec ecto to fu fuero eronn cl clar aras as,, de manu manual al:: no deja dejarse rse entern ent ernece ecerr por esas esas avanza avanzadas das aparen aparentem tement entee inofen inofensiv sivas. as.  Rigor legis, rigor  mortis, me atrevería

a decir.

Al tercer día, llamé a comparecer nuevamente ante mí al reo cuya presencia en lo loss ca cala labo bozo zoss del del pala palaci cioo habí habíaa desa desata tado do la heca hecato tomb mbe. e. Espe Espera raba ba ve verl rloo

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ensoberbecido por su inicial triunfo, por el poder que había desarrollado desde las so somb mbra ras. s..... Me equi equivo voqu quéé nuev nuevam amen ente te.. Maci Macile lent nto, o, casi casi desfa desfall llec ecie ient ntee en su humildad, se acercó a mi escritorio, apenas sostenido por un par de guardias. Cierto es que había sido sometido a riguroso ayuno, pero la eficacia de tal tratamiento siempre es relativa en estos sujetos acostumbrados a esas privaciones masoquistas que ellos consideran el súmmum de la vida religiosa.  —¿Cómo se encuentra hoy, hoy, boddhisattva? —yo había elegido una actitud condescendiente para iniciar las conversaciones.  —Tal  —T al como Brahma ha dispuesto —me contestó, con una profunda inclinación de cabeza, que casi da por tierra con él.  —Espero que bien, entonces. Iremos al grano de inmediato, mi querido señor. Las circunstancias así lo exigen. Le dirigí una mirada penetrante, para observar su reacción. Suponía que ya estaría enterado, o al menos tendría alguna sospecha, de lo que estaba ocurriendo. Pero sus ojos eran tan inexpresivos como transparentes, si se me permite la  paradoja.  —Como usted no puede ignorar —proseguí—, se ha desatado una injustificada rebelión en la ciudad, y mucho me temo que usted no sea del todo ajeno a ella.  —Mi mente obnubilada no alcanza a entender el significado de sus profundas  palabras —repuso el Glorioso. Glorioso. Uno de los guardias quiso tomarse la atribución de aplicar el papirotazo de rigor, pero yo lo contuve con un gesto, casi a tiempo.  —Vamos,  —V amos, mi apreciado boddhisattva —seguí, con la misma parsimonia de antes—, todos conocemos el ascendiente que usted ha adquirido sobre la mayoría de sus compatriotas. No puede ser una casualidad que los acontecimientos se hayan  precipitado a partir de su encierro. Si usted es responsable directo, a través de

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ór órde dene ness pr prec ecis isas as deja dejada dass a su suss lu luga garte rteni nien ente tess en caso caso de caer caer entr entree reja rejas, s, o indirecto, por simple enardecimiento de las multitudes, a mí me da igual. La relación es obvia. Entonces pareció meditar un poco más largamente la respuesta. Incluso por  momentos dormitaba. (Cierto es que se le había impedido, siguiendo estrictamente mis órdenes, conciliar cualquier tipo de sueño, sometido al tormento conocido como “las diabólicas gaitas escocesas”.) No quise apurarlo. Bajo ningún punto de vista, yo debía parecer ansioso de contar con su colaboración.  —Creo entender ahora —dijo, por fin—. Pero no veo qué es lo quiere de mí, exactamente.  —Pero ¿entiende o no entiende, entonces? —estaba — estaba empezando a sacarme de mis casillas, lo reconozco—. Si usted empezó esto, usted puede pararlo. ¡Eso!  —No veo cómo. Tuve que contenerme para no dar la señal que mis guardias llevaban largo rato esperando.  —¡No ve, no ve, al Diablo con su vista! Lo que quiero es que salga de aquí y  pare este desorden. ¡O me veré obligado a fusilarlo junto con todos sus compatriotas! ¡Incluyendo mujeres y niños!  —Pero... —otra vez pareció enfrascarse en una interminable meditación—. Entonces, ¿quién trabajará en las minas, y en los campos de alfalfa, y en las fábricas de armas...? Di la señal. Ambos guardias arrojaron hacia adelante, al unísono, sus pesados  puños.  —Levántenlo. Bien, estimado boddhisattva, querido Maharananda. Abu. No sé si habla en serio o se hace el gracioso, pero francamente no me interesa la diferencia. Yo sé que me entiende a la perfección, y usted sabe que no amenazo en vano. Ya he fusilado a doscientos de sus secuaces, y es récord. ¿Quiere que

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continúe? Bien. Por las dudas que le importe el destino de esos roñosos tanto como a mí, es decir nada, también tomaré medidas concretas respecto de usted.  —Si estuviera en mí mano detener detener el viento... —empezó a ddecir ecir..  —¡Silencio! Estoy cansado de su filosofía barata. Sólo soy un soldado que ha leído la Biblia, y no necesito más. A partir de este mismo instante será colgado  boca abajo, a la intemperie, y sus genitales serán frotados con miel de abeja, para atraer a las moscas.  Nada en su expresión denunció el terror que seguramente debía sentir. sentir. O eso creía yo, porque todavía no sabía a ciencia cierta con quién me estaba enfrentando la Historia. Sus ojos exhalaban la misma paz de siempre mientras mis guardias lo arrastraban hacia el suplicio, no porque él se resistiera, por supuesto, sino porque sus frágiles piernas ya no lo sostenían. El siguiente día no mostró demasiadas modificaciones en el curso de los hech he chos os.. La prin princi cipa pall nove noveda dadd era era la ex exis iste tenc ncia ia de un ll llam amad adoo “pli “plieg egoo de reivindicaciones”, que los huelguistas me habían hecho llegar a través de una delegación. Mientras aún resonaban en el patio de armas los gritos agónicos de los in inte tegra grant ntes es de es esaa dele delega gaci ción ón,, me dirig dirigíí ha haci ciaa el ri rinc ncón ón dond dondee colg colgab abaa el Idolatrado. Si no hubiera sido por lo desairado de su posición, su actitud habría sido la de siempre: serena, majestuosa, m ajestuosa, omnisciente.  —¿Cómo ha pasado la noche, mi estimado? —le pregunté, no sin un dejo de sinceridad.  —Humildemente

—respondió,

con

su

habitual

imprevisibilidad—.

Dialogando con las hermanas moscas, que no me han negado su compañía. En efecto, gran cantidad de moscas lo circundaban, pero no había ninguna sobre su cuerpo. Éste fue uno de los milagros milagros del Maharanand Maharanandaa que tuve el honor  de presenciar, por no hablar del honor de haber contribuido, modestamente, a que se produjera.

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 —¿Y en ese amable diálogo —seguí preguntando, sin dar muestras de sorpresa o indignación que lo pusieran en una posición privilegiada, si vale la expresión— ha llegado a alguna conclusión sobre lo que hemos hablado ayer?  —El universo no me permite que modifique su curso a mi antojo —contestó esta vez.  —Tal  —T al vez el universo les ha sugerido a sus seguidores cambiar ese curso de la siguiente manera —dije, con brillante y oportuna ironía, mostrándole el pliego de reivindicaciones—. Veamos. “Jornada de dieciocho horas, con derecho a quince minutos de rezos por la mañana y por la tarde.” ¿No quieren también vacaciones? “Respeto por la dieta tradicional vegetariana.” ¿Qué tienen contra la carne de cerdo? ¿Son judíos o qué? “Basta de violaciones a nuestras mujeres.” ¡Si no se resistieran, no habría violaciones! “Respeto por los ancianos, que trabajen menos.” ¿Qué mayor muestra de respeto que considerarlos a la par de los jóvenes y mandarlos manda rlos a trabajar trabajar tanto como ellos...? ellos...? “Respeto “Respeto por los derechos...” derechos...” ¿Qué dice acá? “... humanos.” Ignoro lo que esto significa. Tal Tal vez quiera usted explicármelo.  No contestó.  —¿Cuánto hace que no prueba bocado, Venerable? Venerable?  —Veinte  —V einte días —contestó. Llevaba tres en mi poder. poder. Pensé que se trataba de algún chiste localista y preferí pasarlo por alto.  —Entonces, ¿no piensa cambiar cambiar su actitud?  —Haré lo que los dioses dispongan. dispongan.  —¿Y cómo sabe qué disponen los los dioses? —grité en sus oídos sagrados. sagrados.  —Yoo no lo sé. Ellos sí.  —Y Sin duda, el efecto de la noche pasada a la intemperie —y del mediodía que ya estaba avanzado— empezaba a hacerse sentir sobre la cabeza desguarnecida del  pobre hombre. Sentí un ramalazo de piedad por esa carne magra que enfrentaba con tanta dignidad el infalible suplicio.

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 —¡Guardias! ¡Más miel! —ordené, y me retiré a mis oficinas, no sin antes adve ad verti rtirle rle—: —: Esté Esté aten atento to.. Hoy Hoy habrá habrá cien cien nuev nuevas as ej ejec ecuc ucio ione ness de la lass que que lo responsabilizo absolutamente. El número de cien era un redondeo con fines expresivos, ya que de hecho fueron algunas más. Pero la rebelión crecía y los informes que llovían sobre mi escritorio parecían coincidir en que se estaba convirtiendo en una revolución. ¿Qué hacer? ¿Pedir refuerzos a la capital? ¿Ceder en algunos puntos? Ambas soluciones implicaban, de distinta manera, reconocer mi fracaso ante los acontecimientos, y yo debía jugar hasta el final el papel que el ciego destino me había asignado. Toda la clave estaba en ese hombrecito obstinado, perdido en extrañas conversaciones con moscas y dioses. A la mañana siguiente, ordené que me lo llevaran otra vez a mi despacho. Hice que prepararan un suculento desayuno y que el boddhisattva me encontrara engulléndolo cuando se presentase ante mí.  —¿Gusta, mi querido?  —Gracias, mi ayuno aún no ha terminado —contestó, esta vez  previsiblemente.  —¿Sabe que puede ser su última última oportunidad de comer?  —Debo hacer méritos para no ser ser un goloso en mis próximas vidas. vidas. Reí falsamente. Este hombre me desconcertaba con cada palabra. Y, Y, al m mismo ismo tiempo, sentía cómo mis estrechos horizontes culturales de militar se ensanchaban hasta límites intimidadores.  —No tolero que me insulten insulten —dije, recobrando súb súbitamente itamente la seriedad.  —Si cometí ese ignominioso pecado, le ruego me disculpe, aunque no sé cómo lo hice...  —Por dos veces, mi querido sacerdote de la nada... Al rechazar mi amable invitación a desayunar, y al llamarme goloso. ¡Guardias!

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Los nombrados ya estaban instruidos, como siempre. Su tarea consistía en que el boddhisattva, simplemente, comiera. Y por cierto que tuvieron que realizar un enojoso esfuerzo, muy relativamente recompensado. Mi elegante despacho quedó hecho un estropicio y, cuando al fin pudieron llevarse al Maharananda, desmayado, resp respiré iré con con al aliv ivio io.. Tambi ambién én caí caí en la cuen cuenta ta de que que no se habí habíaa avan avanza zado do demasiado.  —Al menos debe saber que se enfrenta con alguien dispuesto a todo —  reflexioné en alta voz, y me puse a confeccionar las órdenes para los fusilamientos del día. Desgraciad Desgr aciadament amente, e, los hechos se aceleraron aceleraron a partir partir de esa misma tarde. Por  un lado, los focos de rebelión casi se fundieron en uno solo; la ciudad entera ardía en una llamarada única de subversión: huelgas, marchas, protestas masivas, bailes  populares, ceremonias religiosas. Un bochorno. Las primeras bombas empezaron a estallar en lugares estratégicos, dejando un lamentable saldo de víctimas. Por  supuesto, se trataba de artefactos colocados por mi propia gente, convenientemente in inst stru ruid idaa por por mí, mí, co conn el fin fin de acel aceler erar ar la lass cont contra radi dicc ccio ione ness y pode poderr to toma mar  r  represalias justificadas. Sobre esta brillante estrategia, que tantos han copiado después, no voy a extenderme, ya que mi modestia castrense me lo impide y no es el tema de este opúsculo. Y, desgraciadamente también, ese mismo día llegaron tropas de la capital, con la excusa de reforzar mis posiciones pero con la razón bastante evidente de relevarme de ellas. No soy quién para discutir este tipo de decisiones del Estado Mayorr de Su Majestad, Mayo Majestad, que entonces y siempre siempre hace lo mejor para Sus dominios, dominios, dent entro de lo que que pos osiibili bilita tann las las circ ircun unst stan anci cias as (q (quue han han hec hecho merm mermar  ar  considerablemente dichos dominios en lo que va del siglo, por cierto), pero no  puedo dejar de admitir un cierto resquemor que empaña mis atardeceres y los vuel vu elve ve mela melanc ncól ólic icos os,, desd desdee aque aquell llaa reti retira rada da mía mía de Rada Radane nesh sh.. Tot otal alme ment ntee

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verdadero es, sin duda alguna, que el Enemigo era demasiado para cualquiera, como pronto demostraría el curso de los acontecimientos. A pro ropó pósi sito to,, mi últi ltima ord rden en al resp respec ecto to fue fue la admi admini nist stra raci cióón de medicamentos a quien había sido la causa segura de mi alejamiento, podría decir, de mi fr frac acas aso. o. Mien Miente tenn alev alevos osam amen ente te quie quiene ness di dice cenn que que esta esta acci acción ón fue fue emppre em renndi dida da con con el so solo lo pro ropó pósi sito to de una ven vengan ganza perso ersonnal cont contra ra el Maharananda; que fue, en suma, un envenenamiento liso y llano, en forma de violenta purga. Y mienten también, más sutil pero no menos insidiosamente, quienes se cachondean afirmando que a último momento intenté restablecer al yogui para que pudiera hacerle la vida imposible a mi sucesor, tal como me la había hecho a mí. Según éstos, la muerte del boddhisattva ocurrió por un error de los guardias encargados de administrar dicha medicación, que malinterpretaron mis indicaciones, suponiendo en mí intenciones contrarias a las que habría tenido. Demasiado bizantino, como se ve.  No vale la pena dedicar más espacio a tales infundios, porque la tinta y el  papel valen demasiado en este enigmático universo que nuestro homenajeado comprendió mejor que nadie. Baste decir que nuestra despedida fue amistosa y cordial, como cuajaba entre perfectos caballeros, si bien pertenecientes a dos razas en distinto estadio de desarrollo.  —Bueno, mi querido Maharananda —le dije, mientras mis guardias le administra admin istraban ban por la fuerza la bienhechora bienhechora medicina surgida surgida de lo más selecto de la farmacopea occidental—, reconozco que ha ganado una batalla, por lo menos contra mí. Pero la guerra continúa.  —El tiempo es el único que gana todas las batallas, y ¿quién osaría combatirlo? —contestó, con un hilo de voz.  —Entiendo —en realidad, no entendía mucho, pero no quería mortificar más al pobre hombre poniendo de relieve su incoherencia, producto seguro de su

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malestar general—. Pero no se haga ilusiones, boddhisattva. La razón siempre está del lado de los que pueden apoderarse de ella. Y, ya con la mirada perdida, el Glorioso desgranó su último pensamiento, que sólo yo registré:  —El agua es del que la bebe, bebe, no del que la agarra agarra entre los dedos... Conn una Co una respe respetu tuos osaa in incl clin inac ació iónn de cabe cabeza za,, me al alej ejéé de al allí lí,, si sinn habe haber  r  entendido del todo el sentido de sus últimas palabras pero palpitando que estaban dirigidas personalmente hacia mí, como un último regalo de enemigo leal a enemigo leal. Lo cierto es que ese mismo atardecer, cuando estaba terminando de hacer mis valijas y de ordenar mi despacho, me llegó la noticia desdichada: el Maharananda había muerto en olor de santidad (si se me permite la ecuménica expresión), tal como había vivido. Abandoné Radanesh, mi hermoso hogar de los últimos tiempos, con una congoja irreprimible en el alma. La ciudad no duraría mucho más que su inmortal líder. Mi sucesor la redujo prácticamente a escombros en los días sucesivos, sin la astucia necesaria para aprovechar la virtual acefalía de los revoltosos. He oído que, en las ruinas de lo que fuera nuestra amada ciudad (mía y del boddhisattva), se ha levantado hace poco un templo en homenaje a quien fuera su guía espiritual indiscutible, uno de los tantos artífices anónimos de la independencia de su patria, más allá de otros más publicitados pero quizás menos dignos. Prefiero callarme, y que hable la Historia. Y a propósito de Historia... Quiero terminar estas modestas líneas con una reflexión más. En estos mis últimos años, ya con las sienes primero plateadas y luego despobladas por la incruenta implacabilidad del tiempo (que, en efecto, gana todas las batallas), he dado en meditar asiduamente sobre mi papel en la gesta gloriosa del boddhisattva Maharananda. Un papel que me había resignado a gloriosa considerar opaco, intrascendente, a contramano de la Historia, etcétera, sin darme

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cuenta de que era todo lo contrario. Porque, ¿qué es la semilla sin el viento que la acarrea a veces violentamente? ¿Qué es la tierra sin los organismos nauseabundos que descomponen la carroña y contribuyen así a su nutrición, en un ciclo eterno e inmutable? ¿Qué hubiera sido Jesús sin Judas? En la vida impoluta del boddhisattva Maharananda, Dios lo tenga a su diestra o donde Él quiera, yo fui el hierro ardiente que abrió sus heridas y, con ellas, el sendero de su gloria imperecedera. Si ése fue el papel que la Divinidad me reservó en el drama del mundo, bienvenido sea, y espero haberlo llevado a cabo con eficacia. ¿Qué más puede pedir un simple mortal?

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Para una tipología de los novios de la nena

Hay que aclararlo de entrada: la Nena era un minón infernal, rubia, dieciocho años, un metro setenta y seis o setenta y siete, labios carnosos como Kim Basinger, un lomo inenarrable; bueno, en definitiva hubiera sido perfecta salvo por el hecho de que hablaba, pero siempre se podía encontrar algo con qué taparle la boca, según la obscena e imperdonable expresión de Daniel. Justamente, a Daniel se le había puesto en la cabeza levantársela y los Misóginos querían colaborar para que el fracaso se llevara a cabo con la necesaria cientificidad. También También hay que reconocer que Danielito, el Abogado del Diablo del Club, era el único que estaba a la altura de la Nena, en varios sentidos. Pese a su innegable condición de misógino, Daniel tiene cierto éxito con las mujeres en general, sobre todo por temporadas, y ésta, según él mismo y pese a la incredulidad del resto, parecía ser una de ellas.  —Consideremos una primera dificultad —pontificaba el Líder, en la reunión inicial—. La Nena es una máquina impresionante. La Nena no le da bola a nada que circule por debajo del metro ochenta. La Nena tiene novio, siempre tuvo novio y siempre tendrá novio.  —Protesto —exclamó el interesado—. Yo mido un metro ochenta y cuatro, ochenta y cinco con el pelo sucio. Invoco la Teoría del Agujero Negro. (Cf. “Enigma para misóginos”, en este mismo volumen.)  —Concedido —concedió Carlos—. Si no, ¿para qué corno estamos acá, en vez de estar suicidándonos en masa? La cuestión es cómo se va a realizar la delicada operación. Eduardín, aquí presente, que tiene el dudoso privilegio de ser  vecino de la Victimaria, aportará las primeras informaciones.

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 —Cómo no, Venerable —acotó el nombrado—. Es poco lo que puedo decir, en principio. Pero sí confirmar que la Nena está de novia. El afortunado machista en cuestión data de dos semanas atrás, exactamente 16 días y medio.  —Admirable precisión —aprobó el Gran Maestre—. Así que estamos ante una relación muy reciente, diría fresquita.  —No crea, Maestro. Si hiciéramos un promedio de lo que le duran los novios a la Innombrable, estaríamos cerca de tres o cuatro semanas. Es decir que el machista afortunado está entrando en la segunda mitad de su Única Oportunidad de Conocer el Paraíso...  —Notable —comentó Carlos, Carlos, que no es precisamente pródigo pródigo en elogios.  —Ustedes digan lo que quieran, pero yo me la levanto —porfió Daniel, desafiante.  —Vos  —V os te la levantás, las pelotas—comentó Carlos—. Acá las cosas se hacen con rigor científico o no se hacen. ¿O querés fracasar sin pena ni gloria? Al menos, que te quede la satisfacción de haber contribuido al desarrollo de Nuestra Teoría. Mirá, Danielín —continuó, contemporizador—, la idea es que te la levantés, por  supuesto, ¿qué duda cabe de que lo vas a lograr...? —Eduardo se rió por lo bajo, a la manera del mismo Daniel—. Pero hay que aprovechar la ocasión para hacer  observaciones, tomar datos, en fin, laburo científico, ¿entendés? Y de paso, ya que estamos, aumentar las posibilidades, por si las moscas, ¿no? Daniel no parecía muy convencido y se sacó la mano traicionera que el Líder  le había depositado en el hombro.  —Sí, sí, vos gozá, ya vas a ver cuando salga con la Nena y pase adelante de ustedes, agarrándome las bolas...  —Qué fino —desaprobó Eduardo. Eduardo.  —Está bien, hermano, herm ano, lo vamos a gozar con vos, te lo aseguro... Para lo que te va a durar... Y ya que estás tan agrandado y no das bola a los amigos, decime,

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¿cuál va a ser tu táctica para levantarte a la Nena? Porque no pensarás ir al muere sin un plan preestablecido, me imagino.  —No sé, viejo, voy a improvisar, improvisar, estas cosas no se planifican —dijo Daniel, desafortunadamente. Ante esas palabras inverosímiles, el Gran Maestre se declaró deprimido y comenzó a murmurar por lo bajo.  —Y para esto uno se mata teorizando... Vos te das vuelta y te la dan por  atriqui... Ya van a volver a pedir consejo... minga de consejo... Acá el único misógino auténtico soy yo, carajo... —y otras frases apenas audibles.  —Bueno, no es para tanto —dijo Daniel y abrazó cariñosamente al alicaído Presidente.  —Atrás, Judas —dijo éste, solemne—. Señor, señor, s eñor, si es posible, aparta de mí este caliz...  —Está bien, no exagerés. Mirá, hagamos una cosa, dejemos pasar un tiempito. Si me animo, me tiro un lance. Y después hablamos.  —Hacé lo que quieras. Improvisá, “si te animás”... Así anda el país, por los improvisados. Pero después no vengás a quejarte acá. Y vos andá con él, andá —se dirigió imprevistamente a Eduardo, que observaba la patética escena con una media sonrisa estampada en la cara.  —Eh, pare, Maestro, yo no tengo nada que ver, yo no hice nada. Che, Daniel, hermano, aflojá... Cómo te vas a tirar un lance así nomás... ¿Y si te da bola? Al verse entre dos fuegos, en franca minoría, Daniel tuvo que transar, a regañadientes.  —Está bien, ganaron. Pero Per o mi última of oferta erta es ésta: una semana para tantear  el terreno. Y que Eduardo observe. Después nos reunimos y sacamos las primeras conclusiones...

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 —Me alegra que vuelvas al redil, espero que con sinceridad. Además, aunque sea sin querer, has tomado la decisión más sensata y apropiada. Durante este tiempo, el actual noviazgo de la Máquina habrá avanzado hasta la etapa de su decadencia y rápida definición. Tendremos mucho más material para pensar y alguna que otra posibilidad concreta.  —Sea. Como premio y estímulo ante la final aceptación de Daniel, el Maestro accedió a leer un texto prometido en el otro relato de esta serie, ya mencionado.

Contrateoría de la mujer con novio

Por razones estrictas de salud mental, es necesario relativizar e incluso refutar  la anterior teoría de la MCN. En realidad, el punto débil de dicha teoría es lo que nos permitirá deconstruirla, según el método de Jacques Derrida, filósofo muy apreciado entre nuestras amigas, las críticas feministas. Si el objetivo básico de toda M es convertirse en una MCN y luego en una MC, es obvio que se encuentra presionada a conseguir cuanto antes un gil. Este gil no necesariamente es el hombre que ella necesita y/o quiere; incluso, por las reglas de la sociedad de consumo, se hace evidente que siempre va a buscar algo más, otro gil , que se aproxime más

y más, diríamos asintóticamente, a su ideal.

De esto se deduce que una MCN es, más profundamente, una MSN, aunque esto parezca una contradicción fundamental. Si su mirada es alta (cf. la “Teoría...”), es para disimular, porque siempre se reserva el derecho de elegir. Incluso puede afirmarse que la persistencia retiniana de la MCN (o MSN real ), ), es superior al promedio. Ella ve más profunda y ampliamente que cualquiera, de qué gil se trata.

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La vent ventaj ajaa que que tien tienee es su mayo mayorr tran tranqu quil ilid idad ad,, y marg margen en de mani maniob obra ra,, respecto de la MSN restringida, e incluso de la MS. Esta Es tamo moss de acue acuerd rdoo (rei (reite tera rand ndoo la part partee resc rescat atab able le de la lass conc conclu lusi sion ones es anteriores) en que la MCN es difícil . Pero no imposible, porque siempre está en la  búsqueda de un gil intermedio hacia su ideal. La prueba accesoria es que las mujeres que van acompañadas por la calle miran de frente a los hombres y no desvían nunca la mirada. Pero esto es otro tema que será tratado en su oportunidad. Después de las aclamaciones de rigor, y merecidas por cierto, se procedió a otra vuelta de cerveza, prácticamente reglamentaria a esas alturas. Así quedó sellado el acuerdo, celebrado, como no podía ser de otra manera, en el sacrosanto recinto de La Giralda, bajo la mirada atenta del mozo pelado, parecido al viejito de Benny Hill. Dejemos que pase el tiempo, simbolizado por el siguiente espacio en  blanco. Y sí, la semana pasó, más o menos en blanco. No valdría la pena describir las actividades particulares de los integrantes del Club, ya que carecen de mayor  interés, para este relato y para cualquier otra finalidad, si vamos al caso. Lo que importe será narrado por sus protagonistas, a continuación.  —Se los ve preocupados, muchachos —comentó Carlos, haciéndose el inocente, porque se daba cuenta muy bien de que algo malo pasaba e iba a tener  mucho en qué cebar sus ironías. Además, era cierto que tanto Danielito como Eduardito tenían caras de velorio, especialmente el primero.  —No es para menos —aportó Eduardo —. Estuve E stuve observando a la Nena toda la semana, como habíamos quedado.  —¿Y? ¿Qué sapa?  —Pasa que tiene otro novio, novio, pasa —intervino Daniel, Daniel, cabizbajo.

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 —Mierda. El machista de turno le duró menos de lo habitual. ¿De cuánto era el promedio?  —Yoo creí que de tres a cuatro semanas... Habrá que confirmar.  —Y confirmar. En todo caso, ahora bajó.  —¿Ven  —¿V en lo que yo decía? Lo que pasa por no hacer las cosas científicamente... ¿Y cómo es el flaco...?  —Qué sé yo... —se amoscó Daniel. Daniel.  —Una facha de aquéllas. Rubio, Rubio, alto, de pelo muy largo.  —Un ser despreciable —redondeó Carlos—. Siento en el alma decírtelo, Danielín, pero vos no te ajustás a esa descripción ni por puta... Bah, salvo por la altura, sos el polo opuesto. El interpelado no contestó, revolvía su café giraldiano con peligrosa violencia cont co nten enid ida. a. Las Las gota gotass que que se desb desbor orda daba bann con con su suss sa sacu cudi dida dass te tení nían an como como hipnotizados a los otros dos.  —Mirá, no es por darle ánimos al compañero, pero no es tan así como vos decís, Carlos. Los gustos de la Nena son más eclécticos de lo que podría suponerse,  por lo menos hasta donde me acuerdo. Grosso modo, debo conocerle unos catorce, quince novios, si no me los confundo entre ellos, y la mayoría eran muy distintos...  —Tus cualidades cualidades de observación ya han sido puestas en duda más de una vez, hermano, y no por mí sino por circunstancias concretas. Hoy mismo tuvimos un ejemplo de ello... —parecía que el Maestro iba a seguir, implacable, cuando sus facciones se alteraron de golpe, anunciando la génesis de una idea—. Pará, pará, se me acaba de ocurrir algo.  —Cagamos —murmuró Daniel, volcando otro poco de café en el platito. El Inefable no le dio bola y siguió.

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 —La cuestión es así. Eduardo afirma que la Nena ha tenido muchos nov novios, ios, lo cual no es una novedad novedad para nadie. nadie. Pero dijo algo muy importante importante,, y he decidido creerle... Perdón si te ofendí antes, con mis injustificables dudas...  —No es nada, Troesma, Troesma, proceda nomás.  —... Más allá de que Eduardín tenga o no razón personalmente, lo que dijo es razonable. La Nena será un poco tonta —acá miró a Daniel de reojo, por las dudas,  pero el aludido en sus gustos ni mosqueó—, pero no creo que coma vidrio. Pudiendo, a cualquiera le gusta variar. Lo interesante sería descubrir la ley de esa variación, ¿me explico?  —Un carajo, como siempre.  —Tranquilo,, Daniel, dejá que hable la ciencia —aduló abyectamente  —Tranquilo Eduardo, reivindicado de manera provisoria por el Líder.  —Lo que quise decir es que puede haber grandes probabilidades de que el Monstruo Monst ruo no elija a sus novios de manera manera totalment totalmentee azarosa. azarosa. Ade Además, más, el azar no es científico...  —¿Oíste hablar del principio de incertidumbre de Heisemberg, tío? —  interrumpió Daniel, que estudia en la Tecnológica y odia las ciencias sociales. El Indiscutible ni se dignó mirarlo.  —... Como decía, el azar no es interesante. Todo sigue alguna ley, ley, todo es explicable por alguna teoría, incluso las mujeres. Al menos, ésa es nuestra Utopía, ¿o no? —pregu —preguntó ntó,, retóri retóricam cament ente, e, per peroo mirand mirandoo hacia hacia Eduard Eduardo, o, donde donde tenía tenía respuesta afirmativa asegurada. Por las dudas, no esperó confirmación—. Y, si estoy en lo cierto, descubriendo la ley que rige las elecciones de la Nena, sería teóricamente posible introducirse en su vida justamente en el momento oportuno...  —O sea, si no te entiendo mal, cuando la Nena esté por engancharse con alguien más o menos parecido a Danielito —dijo Eduardo, maravillado.

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 —Si el susodicho no se ofende, porque a lo mejor cree ser único... —repuso Carlos, con excesiva mordacidad. Pero el susodicho, más que ofendido, estaba al borde de la explosión. Había escuch esc uchado ado con pacien paciencia cia encomi encomiabl ablee la exposi exposició ciónn teóric teóricaa del Maestr Maestro, o, por  costumbre y para ver con qué salía, pero después de lo principal, y cuando fue directamente nombrado, no dio más y tuvo que saltar.  —Yaa me tienen podrido, ustedes,  —Y ustedes, sus teorías y la puta madre que los parió.  —Eh, che, a mí no me metás, yo qué tengo que ver —exclamó Eduardo, alarmado, aunque se dio cuenta enseguida del error cometido y miró de cotelé al Jefe, que se tomaba las cosas con una fingida calma.  —Rebelión en la granja —dijo —dijo éste, impasible—. Muerden la mano qque ue les da de comer. Está bien, para qué tirar margaritas a los chanchos, ya van a venir al pie,  papito los espera con los brazos abiertos... Hubo un silencio embarazoso por tres minutos y medio. Pero estaba claro que no podía pasar a mayores. Mientras, se entretuvieron observando cómo el mozo tartamudo cagaba a pedos a una pareja que se había sentado en una mesa para cuatro. Tratando de escuchar las inextricables explicaciones del mozo, los ánimos se distendieron y el Club volvió a su jolgorio habitual.  —Está bien, chicos, está bien —dijo Daniel—. Admito que me excedí en mis funciones de Abogado del Diablo. Lo que pasa es que esta cuestión de la Nena me tiene un poco preocupado. No puedo estar en las dos cosas al mismo tiempo.  —Che, no te estará gustando en serio la Nena, ¿no? —preguntó Carlos, suspicaz.  —Y...  —Y ... me parece que sí.  —Dónde vamos a parar. parar. Así no hay ciencia que aguante. Se viene el oscurantismo. En todo caso, razón de más para que me des bola, no estás en

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condiciones de existir por vos mismo. Pensalo: la Nena anda con otro flaco, tenemos cierto tiempo para pensar nuestra estrategia.  —Me rindo. Estoy en tus manos.  —Las bolas. Yo Yo no me hago responsable. ¿Acaso Einstein tuvo la culpa por  Hiroshima? Nones.  —Bueno, bueno, qué hacemos. hacemos. Carlos miró a Eduardo, que todavía no estaba del todo repuesto de su última defección. Y sabía sabía que tenía que pagarla con creces.  —A sus órdenes, Su Majestad.  —No exageres. Tu tarea es esencial: tenés que recabar todos los datos  posibles sobre los novios de la Nena. Características físicas, intelectuales, morales. Es un decir. Historias familiares, detalles de la relación. Dónde los conoció, etc.  —Eh, no puedo acordarme de tanto, Maestro, me los con confundo, fundo, qué sé yo...  —Más bien. Tu memoria no tiene nada que hacer en esto. Preguntá a las mujeres de tu familia, ellas deben saber todo, hasta el detalle más íntimo. Que te lo cuenten es otra cosa. Tratá de ser sutil, dentro de lo poco posible.  —Gracias —Eduardo inclinó la la cabeza, resignado.  —Una vez que tengamos los datos —siguió Carlos—, sacamos las estadísticas correspondientes y vemos qué se puede hacer. Pero Eduardo se había quedado pensando, lo cual era evidente para los otros dos. Carlos, sin ningún tipo de celos, estaba dispuesto a admitir un aporte creativo a la Teoría.  —¿Me equivoco o algo parecido a un pensamiento cruzó por tu neurona? —   preguntó, solícitamente. solícitamente.  —No se equivoca, Supremo. Pero se lo debo a usted...  —No podía ser de otra manera. ¿Qué sapa?

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 —Cuando nombraste a las mujeres de mi familia me acordé de mi cuñada, Pamela (a) La China.1 Si hay alguien que puede ayudarnos, es ella. La conoce a la  Nena, sabe todo lo que pasa en el barrio... y es Mujer. Mujer.  —Debo reconocer que estuviste inspirado. Pamela es ideal para aconsejarnos, si ella está dispuesta.  —Mirá, ella es admiradora de nuestro Club, está de acuerdo en casi todo con nosotros... Es cuestión de convencerla. Carl Ca rloos es esbbozó ozó un ges gesto su suti till de du duda da,, como como resg resgua uard rdoo por fu futu tura rass contingencias.  —Bueno, sobornala, si es necesario. Vos la conocés, prometele algo que le guste.  —¿Qué querés, que mi hermano me mate?  —Pará, pará, algo razonable, quise decir. Encargate vos y la próxima semana nos reunimos con los datos y con Pamela. Ahora Ahora va otro espacio en blanco. En la tercera reunión, hubo verdadero clima de investigación científica, pese a la presencia inquietante de una Enemiga por Naturaleza. Cabe aclarar que la simpatía y el espíritu de colaboración de Pamela no alcanzaban a ocultar su  potencial peligrosidad, todo lo contrario, pero en principio no había razones específicas, más allá de su Sexo, para desconfiar  a priori de ella. Bastaba con tomar tom ar alguna algunass precau precaucio ciones nes episte epistemol mológi ógicas cas que funcio funcionar naran, an, para para citar citar las excelsas palabras del Líder, “como una ristra de ajo contra los vampiros”.  —Junto con Pamela —decía Eduardo—, Eduardo—, hicimos una lista ex exhaustiva. haustiva.  —“Aramos dijo el mosquito” mosquito” —comentó Daniel, por lo lo bajo.  —A ver —dijo Carlos.

1Cf. "Táctica del Chino", en este mismo volumen.

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 —Faltan algunos detalles —aclaró Eduardo, inhibido por la inspección del Jefe—. Pero podemos ir completándolos acá.  —Ésa es la idea.  —Ahora, digo yo —intervino Pamela por primera vez en este relato—, ¿para qué quieren todo esto?  —¿No te explicó tu cuñado?  —Sí, pero no le entendí mucho. Me dijo que querían levantarse a la Nena —  Eduardo y Carlos señalaron a Daniel, que bajó los ojos modestamente—, y que querían conocer sus gustos para ver qué posibilidades hay. hay.  —Como me imaginaba, no es una buena explicación de la presente Teoría Teoría —  suspiró el Líder, y pasó a explicar más ajustadamente lo que se proponían los Misóginos.  —¿Entendiste? —preguntó al al final.  —Creo que sí, pero me parece muy m uy rebuscado. ¿Por qué no van y la encaran directamente? La intervención no fue muy bien recibida que digamos. Daniel lanzó una risotada impúdica, Eduardo se puso colorado y Carlos agachó la cabeza, abatido. Por suerte, se repuso enseguida.  —Eduardo, ¿no dijiste que ella estaba con nosotros? Nena, ¿quién te manda, el enemigo? Acá ya tenemos Abogado del Diablo, que es Daniel y rompe bastante la paciencia.  —Sí, pero, si se quiere levantar a la Nena, no creo que esté en condiciones de ser abogado de nadie. Esta observación sarcástica de Pamela ya estaba más en la onda del Club, así quee fu qu fuee in inme medi diat atam amen ente te acla aclama mada da por por los los Misó Misógi gino nos. s. Pero Pero no habí habíaa si sido do convocada como Abogada del Diablo, sino como simple asesora en el tema la  Nena, de manera que los datos aportados fueron extendidos sobre la mesa y

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evaluados. El proceso de clarificación fue más que arduo, habida cuenta del  particular concepto de orden que Pamela parecía haber impuesto a su información. Pero finalmente ésta fue traducida a la fría estadística y estuvo lista para usar. No  podemos exponer todos los pasos pasos que fueron necesarios, ya que esto requeriría requeriría otro libro, pero el resultado podría ir resumiéndose así.

N.°

Fechas

físicas

Características

Dónde los E Esstudios

conoció

1

5/89

alto, rubio

baile

secundario

2

?

alto, morocho

baile

terciario

3 4

12/89 1/90

alto, morocho bajo, morocho ?

5

2/90-4/90

alto, rubio

calle

6

4/90-5/90

bajo, morocho

colectivo

7

?-8/90

alto, pelado

calle

terciario

8

9/90-9/90

alto, ?

baile

ninguno

9

11/90-12/90 11/90-12/90

10 11

1/91-1/91 1/91-2/ -2/91

12

2/91

13

4/91-5/91

alto, morocho

trabajo

secundario

14

5/91-6/91

alto, rubio

calle

terciario

15

7/9 /911-77/91 /91

alt alto, moro moroccho

trab trabaj ajoo

terc ercia iari rioo

16

7/91-8/91

alto, ?

17

7/91-9/91

18

9/91-9/91

alto, pelirrojo alto, rubio bajo, mo moro roccho ?

? alto, morocho

calle

secundario ninguno primario ?

calle

calle baile calle

?

? terciario terci rciario ?

?

calle

terciario

baile

terciario

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19

10/91 y ss. alto, rubio

Fuente:

calle

terciario

Eduardo, Pamela, doña Pola (mamá de Pamela), doña Dominga

(abuela (abue la de Pamela), Pamela), doña Emilia (tía de Pamela Pamela), ), doña Matilde Matilde (dueña del kios kiosco co de la esquina). Resumen Total de novios registrados: 19, entre 5/89 y 10/91. Discriminados por

 Año: 3 en 1989, 6 en 1990, 10

en 1991 (hasta la fecha).

 Altos: 14; bajos: 3; no se sabe: 2.  Morochos:  Moroch os: 8; rubios: 5; pelado: 1; pelirrojo: 1; no se

sabe: 4.

Conocidos en la calle: 9; en bailes: 5; en el trabajo: 2; en el colectivo: 1; no se sabe: 2. Estudios terciario terciarios: s: 9; secundarios: 3; ninguno: 2; primarios: 1; no se sabe: 4.  —Lo que se desprende de nuestro trabajo es más o menos lo siguiente. La  Nena tiene una inclinación obvia por los hombres altos, lo cual te favorece cl clar aram amen ente te,, Dani Danito to.. (Rec (Recon onoz ozco co que que esto esto ya lo sa sabí bíam amos os de entr entrad adaa por  por  definición.) Otra inclinación, menos conocida: los morochos. Ahí también vas  bien. Pero hay algo más interesante todavía: en los últimos tiempos, la Nena está manifestando una importante tendencia hacia sujetos que tienen estudios terciarios y la encaran en la calle. Esto indica que tenés que arrimar decididamente en ese ámbito, demostrando que sos universitario, lo cual es relativamente cierto, por otra  parte.

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 —¿Y tanto lío para esto? —la objeción fue, muy previsiblemente, de Pamela  —. A cualquier mina le gusta un tipo alto, morocho, universitario y que te apura en la calle. En vano los muchachos trataron de matizar la cuestión y convencer a Pamela, finalmente, de que, si bien las conclusiones intuitivas eran más o menos similares a las científicas, éstas tenían todo el prestigio que el pensamiento occidental otorga a la ciencia, esa forma solapada de ideología. Pero Pamela, oriental al fin, escuchaba apenas con una simpatía condescendiente, pero no transaba. Eduardo era el más intere int eresad sadoo en contem contempor poriza izar, r, po porr su cuñade cuñadezz respon responsab sable, le, pero pero Carlos Carlos estaba estaba especialmente chivo.  —¿Estás segura de que querés ayudarnos, Pamela? ¿No serás doble agente, vos? ¡Una espía del Enemigo! Sí, compañeros, en nuestra inocencia infinita, los Misóginos hemos sido infiltrados por el Sexo Omnipotente y Omnisciente. No  porque necesiten saber algo de nosotros, ya lo saben Todo. Sino porque quieren humillarnos más todavía con otra definición de sus poderes y nuestra incapacidad.  —Cortala, ganso —repuso lacónicamente lacónicamente la imputada.  —Bueno, che, entonces yo qué hago —intervino Daniel—. Todo muy lindo  pero el pescado sin vender. vender.  —¿Y yo qué dije? Vos Vos vas y la encarás a la Nena, en la calle, con libros bajo el brazo, una carpeta con calcomanías de la facultad, algo así. Eduardo te puede  presentar,, de refilón nomás, ojo, que las presentaciones no son del gusto de la  presentar  Nena. Solamente para poder saludarla después. Más o menos, sabemos sus horarios. Durante un par de días, te la cruzás cuando sale de la casa, la saludás, y al tercero o cuarto, te parás y le hablás.  —¿Tres o cuatro cuatro días? Para entonces ya cons consiguió iguió cinco tipos más.  —No, hay que agarrarla justo en el Agujero Negro. Estemos pendientes. V Vos, os, Pamela, rehabilitate.

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 —Sí, mejor que lo presente yo, yo, porque con Eduardo va al muere de entrada.  —Gracias —dijo el nombrado, aliviado en serio por no tener que meterse.  —Como decían Ortega y Gasset —agregó Carlos—, Danielito, Danielito, a las cosas.  —¿Vaa espacio en blanco? —preguntó Pamela, canchera.  —¿V Parece que la primera parte del plan funcionó bien. El rubio fue arrojado a las tinieblas exteriores más o menos en la fecha prevista, y este hecho auspicioso, in inme medi diat atam amen ente te cons consta tata tado do por por Pame Pamela la y Edua Eduard rdo, o, ab abrió rió el cami camino no para para la intervención de Daniel, que a estas alturas estaba más caliente que culo de pava, con perdón del grosero símil. El homb hombre re,, flan flanqu quea eado do por por lo loss dos dos cele celest stin inos os ad ho hocc, hi hizo zo la guar guardi diaa correspondiente hasta que apareció la Nena. La presentación fue adecuadamente informal, gracias a la mano maestra de Pamela. Eduardo ni abrió la boca, por  suerte, evitando que se le escurriera un traicionero hilillo de baba. Daniel echó mano a su famosa mirada penetrante y la Nena no le mezquinó sus ojazos azules, grandotes, vacíos. La segunda parte era más difícil, sobre todo por ser exclusiva responsabilidad de Danito. Pero lo hizo bien, dentro de lo posible: conociendo los horarios y las rutas del Monstruo, pudo cruzársela tres veces en dos días, y saludarla, según él, con la correcta combinación de interés y reciedumbre. El Club (o sea Carlos) manifestó ciertas dudas sobre esto último, pero no había testigos para corroborarlo. Todo estaba listo para la tercera parte, la decisiva... Mejor que lo cuente la propia víctima.  —El cuarto día, como estaba programado, me planté frente a la Nena y la saludé con un beso. Hablamos algunas boludeces. Todo parecía ir bien, porque no hacía ademán de irse, ni de estar fastidiosa con mi presencia. Pero a mí se me estaba acabando el rollo. Bueno, era toda una hazaña, la Máquina me había

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dedicado casi quince minutos de su vida, sin manifestar ningún signo de náuseas. Entonces me agrandé. Ése fue mi error. El Club en pleno, incluida Pamela, estaba en vilo por las palabras de Danielín, que los hizo esperar bastante, sabiendo lo que se le venía.  —Antes de que se fuera, le regalé un chocolatín que había comprado especialmente para ella. Y la Nena lo agarró, me miró y dijo: “¡Qué dulce!” Me dio un beso y se fue. El Club Club hizo hizo un si sile lenc ncio io abso absolu luto to,, de mu muer erte te.. Algu Alguna na lá lágr grim imaa asom asomóó virilmente en el ojo izquierdo de Daniel, mientras sus compañeros le palmeaban la espalda, compadecidos. La más preocupada, sin embargo, era Pamela.  —Lo siento mucho, hermano —repetía —repetía Carlos, cada vez más sombrío.  —No te pongás así —balbuceaba —balbuceaba Eduardo.  —¿A quién se le ocurre regalar un chocolatín? Hay que ser otario... —  intervino Pamela, implacable; y después, cambiando de tono: —Ahora me explico ciertas cosas...  —¿Qué cosas?  —Después les cuento.  —Sí, es mejor consolarse con un poco de Teoría —concluyó Carlos—. ¿Por  qué no confeccionamos un Diccionario de Lenguaje Femenino? Ya tenemos un reciente ejemplo: qué dulce significaría...  —Qué boludo —dijo Pamela. Pamela. Daniel lanzó un suspiro de asentimiento, pero ya se veía más repuesto. De inmediato el Club en pleno se puso a aportar ideas para el Diccionario, que quedó más o menos así.

¡Qué dulce!: Qué boludo.  Más o menos: Mucho.

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Te quie quiero ro mucho : Ni por puta me acuesto Te llamo: Si te he visto no

con vos.

me acuerdo.

Soy feliz con vos: Estoy enamorada de otro.  X es un machista: X no hace lo

que yo quiero/X está muy bien.

¿Qué tal, qué es de tu vida? : ¿Cómo carajo se llamaba este  Hablame de vos: ¿No estoy

chabón?

espléndida?

 Decime la verdad  verdad : Decime lo que

quiero oír.

Qué tipo varonil : Se parece a mi papá.  Dame tiempo: No me rompás más las bolas.  No quiero quiero lastimarte: Te voy a lastimar.  No sé, estoy confundida:

¿Me conviene bancarme a este otario hasta que

consiga algo mejor? ¿Puedo ser sincera con vos? : ¿Puedo cagarte la vida? Yo, par para a aco acosta starme rme con alg alguie uien, n, ten tengo go que est estar ar ena enamor morada ada:

Antes de

encamarme con vos, prefiero una buena paja. Tenemos que hablar : Se pudrió todo, hermano. Sí : No.  No: Sí.

Estas dos últimas entradas fueron muy debatidas, por su dogmatismo. En realidad, le mera idea del Diccionario era contradictoria, porque presuponía la existencia de un código fijo para descifrar el lenguaje femenino, lo cual está muy lejos de la consoladora verdad. Después de la febril actividad lingüística, Pamela volvió a la carga con lo que se traía entre manos desde el principio, y que había reservado sutilmente hasta una ocasión más propicia para ponerlo sobre la mesa.  —Che, en serio, les tengo que contar algo.

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Todos la miraron, sospechando algo bastante importante, incluso al lado del fracaso reciente de Daniel.  —Cuando venía para acá, vi a la la Nena con un tipo. No estoy estoy segura, pero creo que ya consiguió otro novio. La noticia no cayó como un balde de agua fría porque el clima no era del todo festivo, pero causó una impresión considerable. El Líder, por supuesto, trató de morigerar el asunto.  —Era previsible, ya pasaron los días reglamentarios del Agujero Negro; en el caso de la nena, particularmente escasos. Y, no habiendo tenido éxito nuestro hermano, se veía venir. ¿Cómo es el machista?  —Alto, morocho... y tenía un maletín con un aplique que decía “Universidad de Belgrano”... —contestó Pamela. Los Misóginos en pleno lanzaron una exclamación de sorpresa, en Carlos mezclada con indisimulable alegría.  —¡La Teoría tenía razón! —gritó—. Mirá, Danielito, no importa que hayas fracasado, si nuestra amada Teoría Teoría estaba acertada. Igual, por lo que te iba a durar... durar... ¿Acaso la Ciencia no es un bien permanente? Daniel, aunque no muy convencido, tuvo que admitir algún grado de razón en las palabras del Ideólogo, que pasó a explicar cómo la Historia demuestra, por  ejemplo, que a fines del siglo XVIII Europa necesitaba alguien como Napoleón, aunque el mismo Napoleón no era necesario, pudo haber sido cualquier otro. Bueno, la cuestión es que, en cierto sentido, esta aventura de los Misóginos tuvo un final feliz. Pamela, por su parte, fue nombrada Asesora Honoraria del Club, Daniel volvió a su puesto central como Abogado del Diablo, y todo se celebró con un  brindis ritual. Hasta el próximo Relato.  

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Las fiestitas infantiles de frau Müller

Querido amiguito: hoy estoy contigo para hablar de tu fiestita de cumpleaños. ¿Que falta mucho? No importa, nunca es demasiado temprano para empezar a  prepararla. Recuerda siempre que la previsión y la planificación son la base de una vida más feliz. Si tienes éxito, será por tu propio mérito; si fracasas… al menos tendrás el consuelo de haber hecho todo lo posible. Bueno, pero dejemos las cuestiones “filosóficas” que tanto te aburren —te conozco bien— y vayamos a lo que nos interesa. Lo primero es invitar a tus compañeritos. En este punto, la selección debe ser más cuidadosa de lo que crees. Sí, ya sé que tú querrías invitar a toda tu escuela y a todo tu barrio, pero ello no es  posible. Debes tener en cuenta la capacidad de tu hogar o del salón que alquiles… y la disponibilidad económica de tus pobres padres; no es cuestión de que se endeuden para satisfacer uno de tus tantos caprichos. Así que, primero que nada, debes preguntar a tus padres cuántos niños puedes invitar. No discutas con ellos: la obediencia y la disciplina son la base de una vida más feliz. A partir del número autorizado, podrás elegir tu propio criterio de selección (salvo que tus padres te indiquen uno). Yo te haré algunas sugerencias: trata de elegir niños que no desentonen entre sí, ¿me explico? Algunos Algunos muchachitos pueden  parecer divertidos para jugar al fútbol o hacerse la rabona, pero no son lo más recomendable para una casa de familia. ¿Sabes tú dónde viven tus compañeritos  preferidos? ¿Tus padres te dejan ir a sus casas? ¿ Sus padres usan barba? (Me refiero a sus padres, no a sus madres.) Éstos son buenos indicadores. En caso de dudas, pregunta a tus padres, tus maestros o, por qué no, al portero de tu escuela, que, pese a ser de inferior condición, seguramente es una persona muy bien

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informada. Si tienes un tío policía, problema solucionado. La desconfianza y la  prudencia son la base de una vida más feliz. Unaa vez Un vez eleg elegid idos os e in invi vita tado doss tu tuss in invi vita tado dos, s, tr trat ataa de que que conf confirm irmen en su asistencia. Si alguno no lo hace, puedes invitar a otro en su lugar, o economizar su  parte. En todo caso, sabrás a qué atenerte en el futuro, respecto de este amiguito incumplidor. Establece una hora fija y no comiences la fiesta ni un segundo después. Así se acostumbrarán desde pequeños a ser puntuales, y algún día las funciones de cine, teatro e iglesia empezarán a horario. ¿A que sabes qué son la responsabilidad y la autoridad? Bueno, esto te alegrará: lo primero es la recepción de regalos. Agradece a todos por igual, con bastante frialdad, para que ninguno se envanezca más que otros; pero luego exhibe los presentes en una mesa, colocando al frente los más importantes: una sutil manera de que los padres de tus amigos los vean, y se esmeren más la próxima vez. Lo segundo quizás sea más agradable aún: la comida. Conserva y haz conservar los buenos modales y la urbanidad. Esto evitará posteriores y merecidos castig cas tigos os por parte de tus padres, padres, por algú algúnn vaso roto o una alfomb alfombra ra sucia sucia de gaseosa. Comer al principio de la fiesta tiene la ventaja de aplacar a los revoltosos; es mejor que vayan a jugar mientras hacen la digestión: contribuye a que estén más quietos y hagan menos alboroto. Recuerda que se vomita en el baño, y no en las macetas del patio. ¿Qué necesidad hay de gritar y correr como salvajes inferiores? Aunque no lo creas, son mejores las diversiones tranquilas: jugar a las damas o a los naipes. No apuesten dinero. Basta con algunos porotos o papelitos de colores; jugar por algo es necesario para estimular la competencia sana que nos templará en la lucha por la vida.

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Los bailes entre niños de distinto sexo no son recomendables, por lo menos hasta la mayoría de edad (aunque en algunos países se alcanza ya a los 21 años). Y lo repito otra vez: evita los juegos violentos. La violencia mal organizada es superflua y no conduce a nada bueno. Otros entretenimientos adecuados son cantar y representar obras de teatro. Aquí tienes un ejemplo de sencilla canción que gustará a todos: El sol sale en horizonte, los pájaros cantan con vigor, el mañana nos pertenece. Mantengamos la verdad y el honor  contra todos los enemigos; sólo en la familia hay amor, lo demás es humo rojo. El mañana nos pertenece, sigamos nuestro camino; a pesar de los extraños, nada cambiará nuestro destino.  Estribillo:

El sol nunca se oculta, las águilas remontan el vuelo,  porque el mañana nos pertenece. pertenece. Y ahora te daré brevemente el argumento de una fábula infantil que puedes adaptar como obra de teatro o de títeres; solicita la ayuda de tus padres para ello,  porque dudo que estés estés capacitado.

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 En una sencilla aldea aldea del valle del Rin, vivía Hannah, con su humilde familia. familia. Un día, paseando por el bosque, conoce a Hans, un bello muchachito rubio, de ojos celestes muy parecidos a los suyos. Se enamoran y todos los días pasean  juntos, tomados de la mano (esta parte no es conveniente representarla con total   fidelidad).  Los padr padres es de la muchacha se enteran y están muy de acuerd acuerdo o con la unión de los jóvenes en sagrado matrimonio. Pero, cuando todos están listos, surge un  problema.  probl ema. El padre de Hans es un usurer usurero o judío que exige a Hannah una dote desmesurada. Para no destruir las ilusiones de la joven, sus padres consienten en lo pedido por el judío, que les da un préstamo con gigantescos intereses. Antes de efectuar la boda (quince días después del contrato matrimonial), la suma ha crecido tanto que deben pagarla con todas sus propiedades: la casa solariega, el  carro, la granja y un hermanito menor de Hannah. Cuan Cu ando do to todo do es está tá pe perrdido dido,, un em emis isar ario io rea eall qu quee pa pasa sa po porr el pueb pueblo lo se encuentra de casualidad con la pareja de jóvenes y descubre que en realidad son hijos de los reyes teutones, abandonados en esa región cuando eran niños, por  alguna conspiración semita. El judío es arrestado y los hermanos se casan al fin,  preservando  preservand o la pur pureza eza de la raza.

Luego de la obra, si aún están despiertos, organiza un escondite. Es un juego ideal para terminar la fiesta de manera divertida. Su mecanismo es bastante conocido (si no lo conoces, pregunta a alguien autorizado: la humildad y el reconocimiento de la propia insignificancia son la base de una vida más feliz), así que me limitaré a indicar una variante creativa. Se elige, sin que él lo sepa, a uno de los compañeritos, digamos Mauricio o David. Cuando todos se esconden, se apaga la luz y se esperan algunos minutos, sin hacer ruido. Su naturaleza timorata lo hará sospechar algo raro, comenzará a aterrarse. Durante ese tiempo, nadie debe

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moverse ni seguir el supuesto juego. Cuando él empiece a protestar porque no era lo conven convenido ido,, se prende prenderá rá la luz nuevam nuevament ente, e, y entonc entonces, es, interr interrump umpien iendo do el  principio de su alivio, un grupo comando de los niños más fuertes le caerá encima, inmovilizándolo y cubriendo su cabeza con una capucha previamente preparada.  No abundo en detalles sobre el operativo porque es harto practicado en escuelas, gimnasios y campamentos del Partido. Una vez atrapado el sucio cerdo rojo, se lo trasladará a algún rincón apartado del patio, para que verifique la calidad de las velas de la torta de cumpleaños. También un encendedor sirve. Cuidado con las cerillas: puedes quemarte los dedos y dejan rastros en el suelo. Mientras tanto, las niñas cubren los gritos con su propio  parloteo. A esta parte de la fiesta se la llama “la ceremonia de la torta” o “la solución final”. Una vez terminado el grato encuentro, puedes repartir los  souvenirs, que son  bolsitas con un regalo para cada niño. Exprime tu imaginación: las bolsitas pueden comprarse en cualquier tienda especializada (la mía, por ejemplo). Yo sé que encontrarás algo para poner dentro.

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A veces llora

Me encontré con Carlos en La Giralda, una de esas noches espectaculares de verano, cuando miles de mujeres pasan por la calle, semidesnudas, hermosas e inaccesibles, como llevadas por la brisa suave y apenas fresca, hacia lugares en los que uno nunca está. El calor que da tregua, cierta placidez general y la belleza femenina favorecen el desarrollo normal y sin obstáculos de la depresión cotidiana. Hacía cierto tiempo que no veía a Carlos, augusto fundador del Club de Misóginos. Lo que pasa es que esta institución adolece de cierta fantasmidad, dado que, por una parte, sus integrantes no se reconocen fácilmente como tales, salvo su  presidente e ideólogo principal, y, por otra parte, cada tanto alguno de ellos sale con una mina y ese milagro rompe, momentáneamente por cierto, la ya de por sí escasa cohesión del grupo. Exactament Exact amentee esto era lo que había sucedido sucedido con Carlos, Carlos, Socio Número Uno, hecho que, además de prodigioso, resultó fatal para la continuidad de la intensa tarea ideológico-formativa que se venía realizando (cfr. otros textos de este mismo volumen). Los integrantes del Club (digamos Daniel y yo, Eduardo) sabíamos que Carlos había enganchado una minita en la Facultad y que sus apariciones en las reuniones periódicas estaban mermando por esa injustificable aunque comprensible ra razó zón. n. Si Siem empr pree pasa pasa que, que, du dura rant ntee los los pr prim imer eros os ti tiem empo poss de esta estass efím efímer eras as relaciones, el damnificado concurre al Club para contar cómo va la cosa y solicitar  consejos, amén de soportar el obligado verdugueo: evaluación de la táctica seguida (generalmente deplorable), cálculos de cuánto tardaría la afortunada para entregar  la figaza, perspectivas de duración de la cosa (máximo, un año), etc.

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Después, si todo marcha bien, o sea, si la situación se estabiliza (es un decir), el hombre desaparece de los lugares que solía frecuentar y el verdugueo se realiza in absentia.

En estos casos (bastante poco frecuentes, desde ya), se imagina al

interesado flotando en nubes algodonosas, el mejor de los mundos posibles, y, sobre todo, cerca de su abrupta caída, que lo conduce de vuelta al redil, con su misoginia, más que intacta, perfeccionada. Aquí el verdugueo mengua y se abren los brazos de la comprensión y la solidaridad misógina. No sé qué es peor. Pero cada nuevo caso se incorpora a los arch archiv ivos os y se será rá tema tema de deba debate te duran durante te much muchoo ti tiem empo po,, aun aun desp despué uéss de ser  ser  reemplazado por otro, porque siempre sirve como antecedente, como término de comparación y estadística. Dentro de esta jurisprudencia, no se registraba un caso como el presente, vale decir, un encuentro casual de sólo dos integrantes del Club, en medio de un fato de uno de ellos. O eso creía yo. Después de los saludos de rigor, comenzó nuestro diálogo.  —¿Y,, che, la minita esa que conociste en la Facultad?  —¿Y Facultad? ¿Cómo va la cosa, ya te cagó? —pregunté, con una de las sutiles fórmulas habituales.  —No sé —contestó, perplejo. perplejo.  —¿Cómo no sabés? ¿Qué no sabés? ¿Cómo va la cosa, o si te cagó?  —No sé nada, lo que se dice dice nada. Pará, es peor: no sé siquiera si no sé nada. Ante esa llana confesión de una ignorancia presocrática, no tuve más remedio que reírme con cierta crueldad y guardar luego un respetuoso silencio, ornado con una media sonrisa que significaba más o menos: “Hablá, hablá que papito te escucha.”  —¿Vos  —¿V os la conocés a Laura, no? —preguntó, queriendo escaparse por la tangente. Le seguí la corriente para ver adónde quería llegar.

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 —Sí, la vi un par de veces en la Facultad. V Vos os me la señalaste cuando estabas caliente con ella. Después los vi juntos, pero de lejos. No me la presentaste, turro  —subrayé.  —Bueno... ¿a vos qué te te parece?  —¿Qué me parece qué?  —Laura, boludo.  —Una mina.  —No seas hijo de puta. puta.  —Y vos no me tomés por gil. ¿Qué querés que te diga? Decímelo y yo te lo digo, así te quedás contento.  —Qué guacho de mierda, yo te pregunto en serio, che.  —Está bien —cambié de tono—, te voy a contestar. contestar. Es una linda piba, y no te la merecés. Carlos sonrió, aliviado.  —Sí, eso me parecía —suspiró.  —¿Y con eso? ¿Me vas a dejar así?  —No, no, si te voy a contar todo, papá. Pero dejame pensar un poco por  dónde empezar, clarificar mis ideas.  —Entonces no nos vamos más de acá, hermano. Mejor, vos hablá y después vemos si está claro o no. Eso dejámelo a mí. Un consejo: no te pierdas en detalles inútiles, andá derecho a lo que te tiene preocupado.  —¿Tanto  —¿T anto se nota? Hice un gesto de fastidio y me callé hasta que se decidiera a empezar. La llegada del mozo con un par de cortados le dio más aire, pero después no le quedaron excusas y tuvo que hablar.  —Vos sabés que a esta minita, Laura, no la conocí por mi cuenta. Quiero  —Vos decir, no me la levanté de la nada, ¿me entendés?

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 —Más bien.  —Claro, si no hay antecedentes. La verdad es que me la tuvieron que  presentar unos amigos, con la excusa de estudiar juntos. juntos. Y Yoo me hice el boludo, pero estaba todo preparado y yo, en el fondo, lo sabía.  —Me gusta cómo das bola a mis consejos...  —No, no, tiene que ver, en serio, aguantame un poco.  —Hace años que te aguanto. aguanto. Dale, seguí.  —Yaa vas a ver.  —Y ver. Me la presentaron y me gustó, claro. claro. No sólo porque era linda, vos mismo lo dijiste y es así, sino porque era bastante simpática por ser argentina y con la malaria que hay no es cuestión de perderse una oportunidad, ¿no?  —Más bien. ¿Y vos, le gustaste? Pese a ser el miembro consultor y estar, por lo tanto, en inferioridad de condiciones, me miró con cierta lástima.  —¿Y eso cómo cómo se puede saber?  —Está bien, seguí.  —Bueno, después de verla varias veces más, me animé a pedirle el número número de teléfono...  —Héroe.  —... y a darle el mío. Le dije que algún día podemos ir a tomar algo y charlar. Me dijo que sí. Todo Todo diez puntos. Laura era muy simpática, ya te lo dije. Bueno, es, aunque ahora la conozco mejor. En todo caso, en ese momento me pareció muy accesible.  —No te olvides que para para ellas también hay malaria.  —Sí, ya sé, además, si ella misma había aceptado la presentación, por algo era. era. Y si me dio dio bola bola de entr entrad adaa es esta taría ría dese desesp sper erad ada, a, un Robi Robins nson on Crus Crusoe oe femenino.  —¿Todo  —¿T odo esto tiene que que ver, también? también?

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 —Sí, no sé. Teneme Teneme paciencia.  —Si no te tuviera paciencia, te habría mandado mandado a la mierda desde que entraste con esa caripela de boludo alegre.  —Lo de alegre está de más, no ofendas tampoco. Bueno, un sábado terriblemente depresivo, como todos, me propuse llamarla e invitarla a salir. Junté fuerzas, me preparé durante horas y... no me animé. Abrumado por la depresión, me tiré a dormir, para coronar la cobardía con la inconsciencia. (Qué escritor,  papá.) Estaba ya medio torrado torrado cuando sonó el teléfono. teléfono.  —Era ella.  —¿Quién cuenta, vos o yo?  —Los dos. Se encogió de hombros, como si mi propuesta fuera indigna hasta de ser  rechazada.  —Era ella. Me invitó a salir. Así nomás. Será un lugar común, pero pensé que estaba soñando. Por supuesto, no me hice el recio (craso error, como se sabe) y le dije que sí en seguida. Fuimos al teatro, creo que lo pasamos bien. En la semana nos vimos varias veces y el otro sábado salimos de nuevo. Le di el primer beso, apretamos un poco, un poquito. Y conste que no estoy entrando en detalles.  —Lo aprecio mucho. Pero esa carencia de detalles da la impresión de que todo era demasiado fácil, ¿no?  —Es que era así, hermano, yo tampoco lo podía creer. creer. Nunca me había  pasado.  —¿Y no te te parecía sospechoso?  —En ese momento, no. Uno es un ser humano, a pesar de tod todo, o, che. En medio de la felicidad, no te podés parar a pensar demasiado. Además, si igual todo va a terminar mal, ¿para qué preocuparse de entrada?  —No te falta razón. Tampoco te sobra. Estás en lo justo, bah.

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 —Bueno. Ahora viene el quid  de la cuestión. Laura tiene una característica... cómo te diría... extraña. O a que a mí me parece extraña, no sé, es lo mismo. Yo la descubrí al poco tiempo de salir con ella.  —Una característica... —tantée—... —tantée—... ¿cuál? Hizo una pausa y lo largó:  —A veces llora. Decir que me quedé estupefacto sería poco. Por más acostumbrado que estu estuvi vier eraa al pecu peculi liar ar es esti tilo lo de pensa pensami mien ento to de Carl Carlos os,, no podí podíaa meno menoss que que asombrarme, aunque no demostrarlo.  —Creo que no te entiendo entiendo bien.  —¿Cómo que no me entendés? entendés? Dije: “A veces llora.”  —Sí, oír te oí. Pará un poco, explicate. Porque, que yo sepa, todo el mundo llora “a veces”. Incluso las mujeres.  —Lo que pasa es que sos muy apurado apurado y no me dejás expl explicarme. icarme.  —¿Ah, no? Bueno, seguí, hermano, seguí seguí tranquilo, total el muro de Berlín ya se vino en banda y guerra nuclear no va a haber. Hay tiempo, vos seguí, que yo no te interrumpo más.  —No seas exagerado, che. Lo que te quería decir concretamente es que de repente, en cualquier momento, cuando estamos juntos, Laura se pone a llorar. No sé si en cualquier momento, ojo. Si me pongo a pensar, a lo mejor descubro constantes, elementos de la situación que no varían y me dan una pista de por qué se pone a llorar. Esto es lo que me obsesiona, ¿entendés?  —Entiendo... que estás más loco que nunca. ¿Vos ¿Vos le preguntaste a ella, por  casualidad?  —Más bien, soy loco pero no como vidrio. Además, es obvio: cada vez que se  ponía a llorar, yo la cagaba a preguntas. Porque, como te sugerí antes, no sé si

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todas, pero la mayoría de las veces era cuando estábamos juntos, solos y apretando. O en los mejores momentos, en general. Ahora Ahora te doy ejemplos, si querés.  —La verdad que sí. ¿Pero ella qué te contestaba?  —Que no le pasaba nada. nada.  —¿Cómo nada?  —Nada de nada. Ésa era su única respuesta. Y, Y, si la apretaba un poco más, en otro sentido, quiero decir, si insistía en saber qué le pasaba, me respondía que ella era así.  —Evidente. ¿Sabés que esto me empieza a interesar? Contame detalles, ahora sí. Carl Ca rlos os so sonr nrió ió otra otra vez, vez, con con cier cierto to dejo dejo de reva revanc ncha ha en me medi dioo de su desconcierto. Aclaro que esto de ir al pie es una especie de ritual entre el miembro inquisidor y el consultor. Siempre hay un punto clave del relato que lleva a los que oyen oy en a in inte tere resa sars rsee vita vitalm lmen ente te en la cues cuesti tión ón misó misógi gina na que que se es está tá tr trat atan ando do.. Sigamos.  —Una vez, por ejemplo, cuando empezamos a apretar grosso, le pregunté si se sentía bien y ella me contestó: “No sé.” Y se puso a llorar. Ahí mismo le  pregunté por qué lloraba... lloraba...  —Qué le hiciste, hijo de puta.  —Eso le pregunté, qué le había hecho. Ella, un poco sorprendida, dijo que nada. Que no lloraba por nada y que yo no le había hecho nada. No le pude sacar ni una palabra más. Por suerte, seguimos apretando como antes.  —Sí, pero te quedó atravesado atravesado el lloriqueo.  —Más que a ella seguro. s eguro. Porque le seguí insistiendo, en cualquier momento, como para sorprenderla. “¿Por qué lloraste aquel día?”, algo así. Y ella, nada. Nada y nada.  —¿No será una existencialista existencialista aprés la lettre (sic)?

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 —No me jodás, tío. Calculé Calculé que en tres meses lloró catorce catorce veces.  —Ehhhh.  —Por abajo de las patas. Es un decir. decir. Una vez en el cine, otra en plena calle, alguna vez en la Facultad. Haciendo el amor. Jugando a las cartas. En mi cumpleaños. En el suyo. Por teléfono: ésta es brava, porque te sentís más que impotente, te querés meter por los cables, pasar al otro lado y romperle la boca de un beso. Y no podés, no podés. Ahí Carlos se quedó pensando, y me di cuenta de que estaba más que  preocupado. Esperé.  —Hermano: ¿vos sabés lo que es coger con una mina que llora? —me  preguntó. Iba a responder “No tuve el gusto”, pero me contuve, porque la cosa era  jodida, y Carlos no estaba nada bien. Pensé otras dos acotaciones: “La mataste, hermano” y “A lo mejor era de felicidad”, pero las descarté automáticamente. El verdugueo tiene un límite, sobre todo con el sexo, que es e s una tragedia. Dije:  —Creo que te entiendo, hermano. Pero no te castigues castigues tanto. No puede ser tan grave, seguí contando.  —Sigo, sigo. Todo esto es sólo el principio, en realidad. Es más, yo ya me había acostumbrado. Vos Vos sabés: con las mujeres uno se acostumbra a todo.  —La Regla de la Imprevisibilidad. Imprevisibilidad.  —Exacto. Y la de la Resignación Inevitable. Nunca me había enojado con ella, no sirvo para eso. Pero incluso llegué a reírme, a hacerle cosquillas, a pegarle en la cola, a gastarla. De todo.  —Y no paraba paraba de llorar. llorar.  —Sí, parar, paraba. Alguna Alguna vez. Pero ¿cómo saber por qué paraba, si no sabía  por qué había empezado? empezado?  —No veo la relación.

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 —Lo plantée mal. Me refiero al problema de la causalidad. causalidad. Llegué a creer que realmente no había razones específicas, que lloraba porque sí, por nada, como ella decía.  —Veinticinco  —V einticinco siglos de filosofía tirados a la mierda. ¿No sabés que la causalidad es una categoría esencial del pensamiento occidental?  —Sí, pero las minas son brujas nietzscheanas, nietzscheanas, no hadas kantianas, kantianas, hermano.  —No bajés el nivel de la discusión, ni de la Teoría Misógina. Sabés  perfectamente que las mujeres son inferiores sólo para los machistas; para los misóginos, son superiores. Por eso los machistas tienen éxito con ellas, y nosotros, no.  —Sí, ya sé, ya sé. Si eso lo inventé yo, ¿te olvidaste? Pero esta mina me vuelve loco.  —Eso es otra cosa. Contame la segunda parte del problema. ¿No me dijiste que estabas sólo al principio? Carlos se quedó callado otra vez, pero yo podía ver que ya estaba bastante repuesto. Gracias a mí: la Teoría lo calma como la música a las bestias feroces. f eroces.  —Pará, pará —quise interrumpirlo justo cuando se largaba a hablar otra vez  —. Se me ocurrió algo de repente. Está bien: ella decía que no le pasaba nada, que lloraba porque sí. Pero ¿vos le creías? O sea: ¿no se te ocurrió formular tus propias teorías?  —Más bien. Para cada vez que se ponía a lagrimear, podía proponer veinte o vein ve inti tici cinc ncoo ra razo zone ness espe especí cífi fica cas. s. Ése Ése es el pr prob oble lema ma de te tene nerr de dema masi siad adaa imaginación.  —O de ser un paranoico de de mierda.  —Es lo mismo. Por ejemplo. Un día le regalé un libro, uno de tantos. Me acuerdo que estábamos en una confitería de la calle Santa Fe...  —Qué bacán. Con razón hace hace rato que no se te ve el pelo entre el pobrerío pobrerío..

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 —Era al principio del fato, che, no la iba a llevar a Pippo. Bueno, le regalé un libro del maestro Neruda, Crepusculario. Así, sin razón, ¿viste? De boludo, nomás. Y entonces qué pasa...  —Se pone a llorar. llorar. Esta vez no se quejó de mi interrupción porque era una colaboración narrativa  perfectamente buscada, como si hubiera tirado una pared en la puerta del área. Yo Yo no pude negársela.  —Eso mismo. Entonces, mientras ella lloraba y yo le preguntaba por qué y ella me contestaba por nada, me puse a pensar y encontré las siguientes razones  posibles: 1) La emocionaba el regalo como tal. 2) No le gustaba el regalo y se sentía culpable por ello. 3) El hecho de recibir un libro, o de que el libro fuera de  Neruda, le recordaba algo de su pasado; pasado; por ejemplo, un novi novioo anterior. anterior. 4) Creía no ser merecedora de un regalo así. 5) Estaba por dejarme y no podía hacerlo en ese momento. Bueno, esta última razón podía extenderse a todas las ocasiones en que se largara a llorar. Y algunas de las otras razones llevaban implícita en sí mismas alguna causa por la cual no podía confiármelas, verbigracia la 2), la 3) y la 5).  No pude menos que esbozar esbozar un gesto de admiración, enmudecido.  —¿Merezco o no merezco ser el Presidente del Club de Misóginos?—   preguntó el salame.  —Nadie te lo discutió discutió nunca, seguí.  —Sí. Ya Ya que preguntaste sobre mis propias teorías... Imaginate: está bien que se ponía a llorar llorar en “cualquier “cualquier momento”, momento”, como dije desde un principio. principio. Pero los “momentos”, desde un punto de vista más riguroso, nunca son “cualquiera”, nunca están aislados. Siempre están seguidos de otros momentos y siguen a su vez a otros momentos. Esto es lo que me importa, ¿entendés?

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 —Demasiado complicado para ser una cosa tan sencilla. Vos Vos querés decir que a lo mejor ella lloraba con algún “efecto retardado”, retardado”, por algo que hubiera pasado algún tiempo antes.  —Dicho de otra manera, está bien. Entonces, la cuestión era ponerse a pensar  qué carajo había pasado hasta ese momento y buscar allí las causas inmediatas o mediatas. Por ejemplo, un día estábamos en una plaza, lo más bien, y paf, se largó. A llorar, digo. Por más que me rompí el bocho, no vi ninguna razón reciente, ya que hacía como media hora que estábamos ahí, casi sin hacer nada. Descartando que llorara por esto mismo, me puse a rememorar qué habíamos hecho hasta llegar  allí. Y entonces recordé una charla muy boluda que habíamos tenido al salir de su casa, apenas pasé a buscarla. Como había tardado mucho en vestirse y eso era lo habitual, le dije medio en joda, medio en serio que quería casarme con ella solamente para no tener que esperarla en la calle mientras se preparaba, o algo así. Me quedé helado. Carlos debe haber percibido un brillo particular en mis ojos, porque acotó en seguida:  —Pará, pará, no te pongas así. así.  —Cómo querés que me ponga. ¿Escuché mal o vos le propusiste matrimonio a esa chica? A mí no me mientas, guacho.  —Pero, hermano, vos sabés mejor que nadie que cuando uno se enamora no es responsable de sus actos, puede mandarse cualquier cagada sin vacilar, con toda naturalidad.  —No me vengas con ésa, si cuando no estás enamorado también te mandás todas las cagadas posibles... Además, vos sos un intelectual, ¿dónde vamos a ir a  parar?  —Está bien, admito mi culpa y todo lo que vos quieras. Pero yo estaba en un ejemplo, otro día, si querés, analizamos el problema del pedido de casamiento. No veo qué tiene que ver, desde el punto de vista teórico, una cosa con la otra.

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 —Dale, seguí —le dije con con sorna, ya recuperado.  —Bueno. Le dije eso, sí, como para sugerirle sutilmente que estaba pensando en casarme con ella. ¿Estás conforme ahora?  —...  —Y ella me contestó muy seria que nunca se iba a casar conmigo porque  yo no estaba de acuerdo con el matrimonio

y ella no quería obligarme a hacer algo en

contra de mis principios, para que después se lo reprochara toda la vida.  —Es la mejor excusa que oí en mi puta vida.  —A mí me pasó lo mismo. Tanto, Tanto, que me reí un poco en falso, para disimular  el asombro, y dejé las cosas ahí, como Neustadt. No se habló más del asunto. Casi me olvidé, porque todo siguió su curso normal, normal, fuimos fuimos al cine, a cenar, cenar, etc. Tuve Tuve que acordarme después, en la plaza, mientras ella lloraba y yo le preguntaba, sin éxito, qué carajo le pasaba.  —¿Así, con esas palabras: qué qué carajo te pasa?  —No, papá. Quién sabe si no hubiera obtenido una respuesta más concreta si la hubiese sacudido un poco. No digo mucho, un par de sopapos.  —¿Y quién quién dice que es mejor una respuesta respuesta concreta?  —No te hagás el canchero. La cosa es que, al recordar aquella conversación sobre el matrimonio, el nuestro, pensé que a lo mejor lloraba por eso, quiero decir, con motivo de esa charla misma, aunque todavía faltaba saber exactamente por  qué.  —¿Se lo preguntaste? —pregunté. —pregunté.  —Sí. Y nada, como siempre. A lo mejor se acentuó un poquito el lagrimeo,  pero eso es imaginación mía, mía, seguro. ¿Entendés cuál es mi drama?  —Como si fuera mío —le dije, pero nos quedamos pensando un rato largo, mirando las minas que pasaban por la calle. El mozo viejo y pelado ya nos había cobrado, porque tenían que cerrar, y quedaba poco tiempo de charla, por lo menos

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en ese Sagrado Sagrado Recinto, Recinto, ideal para los macabros menesteres menesteres del Club. Club. Decidimos Decidimos salir a tomar un poco de aire y hacer el recorrido habitual por Corrientes, culmen de la noche depresiva.  —A mí me quedó algo pendiente —agregué, continuando con el tema  principal—. ¿Vos ¿Vos seguís saliendo, sí o no, con esta minita? Porque P orque a veces hablás en pasado, otras en presente...  —De hecho, no lo sé. Pará que ahora te explico. Porque la cosa no quedó ahí. Ya te dije: yo había terminado por acostumbrarme. Incluso era todo un ejercicio de imaginación y razonamiento ponerme a pensar las razones de cada llanto, aunque no encontrara nunca la solución correcta. Te podría llenar de ejemplos, pero no es científico.  —Lo que importa es la Teoría, no la crasa Empiria.  —Exactamente. Y era más saludable quedarme con su explicación: lloraba  por nada. Cosas más raras hemos padecido con las mujeres, ¿o no? Además, cuando la ciencia no está en condiciones de resolver un caso, lo pasa por alto y se dedica a otra cosa, ¿sí o sí? En este caso, la ciencia se dedicó a disfrutar una minita deliciosa, con un pequeño y original defecto...  —Pero...  —Sí, pero. Un día pasó lo de siempre. Esta vez el regalo me lo trajo ella: una la lapi pice cera ra Park Parker er.. Era Era mi cump cumple leañ años os,, hací hacíaa un año año que que sa salí líam amos os y ése ése era era  justamente el mismo regalo que me había hecho al empezar a salir, sólo que yo había perdido la primera lapicera, y ella se enteró. Cuando se puso a llorar, yo le  pregunté por qué, por pura fórmula nomás, realmente no esperaba una respuesta, así que me puse enseguida a pensar las boludeces habituales. Que si era un regalo  pobre, o poco original; que yo me merecía más, o que no había cuidado bien la  primera lapicera. Qué sé yo, había juntado como seis o siete razones cuando me di cuenta... que me estaba contestando...

cuenta... que me estaba contestando... 121

 

 Nos paramos en Corrientes y Talcahuano. Talcahuano. No sólo por el asombro (mío) sino  porque un colectivo 5 desbocado casi nos rebana rebana las narices y los sexos a llos os dos.  —¿Cómo?  —Sí, a mi clásica pregunta “¿Por qué llorás ahora, gordita?”, ella estaba respondiendo con sus razones claras y concisas. Es un decir. Pasé por alto lo de “gordita” y esperé la continuación del relato, tratando de evitar que Carlos se metiera en alguna librería.  —Me dijo que lloraba porque me quería pero ya no me amaba. Así, textualmente: “Lloro porque te quiero pero ya no te amo.”  —¿Y eso qué qué corno significa?  —¿Cómo puedo saberlo? Parecía que me quería largar. largar. El regalo, más que de cumpleaños, era de despedida. Si sabía, le pedía un traje.  —Interesado de mierda. Entonces, Entonces, te largó o no.  —No sé, pará. Lo importante es que, si ahora tenía razones para llorar, ¿qué  pasa con las veces anteriores? ¿También ¿También las tenía? ¿Eran otras razones o la misma? ¿Te acordás de la razón número 5, cuando le regalé el libro? A lo mejor, ésa era la razón de las razones, la causa primera aristotélica.  —Pero ¿se lo preguntaste o no se lo preguntaste? —le pregunté, bastante nervioso.  —Sí, claro, papá. Y lo de siempre, no dijo nada. Pero ahora ya había un antecedente, y de mucho peso. No podía conformarme con esa respuesta, tenía que volver atrás, a mis archivos mentales, recordar todas las veces en que había llorado, mis teorías acerca de cada una, reconstruir el contexto, reformular las teorías, etc. Un trabajo desmesurado.  —Sí, es preferible que te largue. largue. ¿Y en qué quedaron?

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 —No tengo la más puta idea. Porque, después de llorar, cuando la acompañé hasta la casa, me dijo que en realidad no sabía si me amaba, pero era feliz conmigo. Exactamente eso...  —Sí, te oí, no lo repitas. repitas. Y todo esto, ¿cuándo fue?  —Ayer  —A yer.. Llegamos a la 9 de Julio, barrera infranqueable, abismo hacia las luces de una ciudad otra cuya alegría malsana nada tenía que ver con nosotros.  —O sea que estás en bolas. bolas.  —Totalmente.  —T otalmente. ¿Vos ¿Vos qué pensás? Yo creo que me cagó.  —Sí, yo también —tuve que que admitir admitir..  —Pero es un caso interesante, ¿no? ¿no? —acotó, con un dej dejoo de orgullo.  —  Muy interesante. Miramos un rato hacia las luces del otro lado, el obelisco pelotudo, las parejas que apretaban en la Plaza de la República, los tipos que apoliyaban tirados en el  piso, los chicos que vendían flores infructuosamente. Dimos media vuelta y volvimos por Corrientes.  —Bueno, pasar puede pasar cualquier cosa, ¿no? —dije, para darle ánimo a Carlos, que se había hundido de nuevo.  —Sí, claro. A lo mejor. mejor. Cuando estábamos otra vez a la altura de La Giralda, ya cerrada, se me ocurrió algo.  —Bueno, che, al menos tenés tenés algo para recordar recordar,, ¿no?  —Tenés  —T enés razón —admitió Carlos, casi casi conforme.  

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