Cuentos para Aprender A Leer en La Universidad Oficial Ocr

January 28, 2024 | Author: Anonymous | Category: N/A
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para estudiantes de DERECHO A

Tercera edición

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Cuentos

para APRENDER

a

leer en la universidad Estrategias de comprensión lectora para estudiantes de DERECHO

Carlos Augusto

Velásquez

Selección, presentación, notas y diseño de actividades de comprensión lectora

ECOediciones eco_edicionesdiyahoo.com 66298883

Indice

Tercera edición, 2020

a Y Presentación ccionsnocorionocrioraconeas Carlos Augusto Velásquez ..ooonoconicormimmommmmmmo.. Y El gato negro Bdgar Allan POB comico

Diseño de portada: César Quemé Diagramación y fotografía de portada: Carlos Augusto Velásquez Impresión: Samuel Antonio Velásquez Fuentes

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CARLOS

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VELÁSQUEZ

La Impreso en Guatemala

Reservados todos los derechos. Salvo excepción previ permite la reproducción total o parcial de esta obra, ni su cualquier lio (electrónic autorización prev

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No hay olvido Ana María Rodas............ FAA

Talleres de ECOediciones.

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El ruido de un trueno Ray Bradbury coocooccionocnoo»»» A

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Estimado lector: si usted está leyendo este libro es muy probable que sea estudiante de Derecho. Déjeme confirmarle que eligió una carrera en la que es vital e imprescindible su capacidad para leer, interpretar y utiliza la información. El éxito de su vida profesional y de su buen desenvolvimiento como estudiante dependen de ello. El problema es que —si no lo sabe, al sospecha— usted llegó a la universidad con limitaciones al respecto: en el colegio o en tuto seguramente le pidieron leer algunas terarias,

pero

difícilmente

le

enseñaron

menos lo algunas el instiobras lique

el

aprendizaje de la lectura es un proceso riguroso y metódico. Déjeme contar] le que más del 85% de estudiantes llega a la universidad siendo un analfabeto funcional. ¿Qué significa eso? Que pueden decodificar palabras y páginas, pero difícilmente son capaces de relacionar lo leído con su realidad, conocimientos previos y expectativas de aprendizaje.

Lo anterior cobra especial vigencia si se toma en cuenta el mundo híper informado en el que vivi: mos. Cada vez, se “aprende” más de lo que se reci: ben por las redes sociales o lo que se baja de internet. Se tiene más acceso a fuentes infinitas de contenidos, por lo que el profesor ha dejado de ser ese viejo sabio, poseedor exclusivo del conocimiento.

Bien encausado,

el fenómeno

resultaría de mu"

cha ventaja: nunca tuvimos tantas bibliotecas virtuales con acceso inmediato. Lo triste es que, hasta ahora, ha resultado el efecto contrario: en las clases de comunicación y lenguaje no hemos dados los ins” trumentos necesarios para que los estudiantes pue" dan distinguir entre los datos buenos y los malos; tampoco desarrollamos estrategias efectivas para que la información sea procesada adecuadamente.

Por otra parte, está generalizado el error de creer que la enseñanza de la lectura es exclusiva de los cursos

de comunicación,

lenguaje

o literatura.

Como bien sabemos, esta es una actividad que acompaña a todas las materias; es su fuente pri” mordial para la adquisición de conocimientos. Gracias al ilimitado acceso a la información que el alumno posee, el papel del docente, en cualquier materia, no debe ser ya el de transmitir los conte” nidos curriculares. Por supuesto, ello no implica dejar de desarrollar los temas establecidos. Más bien, significa desplazar el énfasis de la transmisión de conocimientos hacia el desarrollo de estrategias didácticas que permitan a los alumnos adquirir los saberes por su propia cuenta. El cambio puede parecer sutil, pero es radical Con tantas fuentes a su alcance, el estudiante necesita dominar estrategias lectoras efectivas que le permitan discernir entre la información apropiada y la que no. Se debe hacer énfasis especial en la investigación, la búsqueda de fuentes, la selección de los datos significativos, etcétera. Y esto, para todos los cursos.

El título de esta antología no pretende criticar a los estudiantes; ellos solo son las víctimas de un sistema educativo obsoleto. Más bien, busca invitar a la reflexión profunda para que los profesores tomemos conciencia sobre la necesidad de superar el analfabetismo funcional aludido en párrafos ante: riores.

Iniciamos con una cuidadosa selección de cuentos. Para cualquier curso, el primer objetivo docente debe ser el de despertar el interés en el alumno.

Por ello, en este caso nos dimos

a la tarea

de buscar, entre cientos de historias, aquellas que pudieran resultar atractivas para un lector poco adicto a la lectura. Además de ese primer criterio, se siguió el de la calidad estética de los cuentos seleccionados. De ahí la presencia exclusiva de grandes escritores en los ámbitos nacional, hispanoame” ricano y mundial. Tras la selección de cuentos, se siguió un riguroso proceso de redacción de actividades de comprensión. Para ello, en esta segunda edición nos basamos en los criterios emanados de la prueba PISA (Programa para la Evaluación Internacional de Alumnos, por sus siglas en inglés). Se trata de un examen aplicado a estudiantes egresados del nivel medio en los países desarrollados. Este instrumento evalúa tres niveles de comprensión lectora: obtener información; integrar e interpretar; y reflexionar y evaluar. +

Obtener información. Se trata de aprender a reparar en los datos más relevantes de la respectiva historia. Las primeras actividades fueron diseñadas para que el lector repare en los datos fundamentales del cuento. 9

+

Integrar e interpretar. Persigue que el lector sea

-apaz de integrar la historia leída y construir una interpretación válida. Las actividades de in"

tegración buscan evaluar si se ha comprendido la coherencia del texto y la concatenación de las acciones narradas. Algunas, persiguen que el lector infiera la relación que existe entre diferen" tes partes; otras, motivan la elaboración de un

+

resumen. Reflexionar y evaluar. Este es el nivel más alto de la competencia lectora. Implica la necesidad de recurrir a conocimientos que el lector debe poseer antes de leer el cuento, de acuerdo con su nivel educativo. Las últimas actividades para 'ada cuento plantean al lector el reto de confrontar la lectura realizada con la realidad propia. De ahí que se apele constantemente a la necesi" dad de investigar, externar un punto de vista, construir finales diferentes a partir de marcos de referencia distintos, etcétera.

Esta antología fue diseñada especialmente para estudiantes de Derecho. Por ello, al menos una actividad de cada historia plantea la necesidad de investigar o refrescar algunos principios generales desarrollados en los cursos de introducción al dere-

cho. El objetivo es que los estudiantes sean capaces de vincular los conocimientos teóricos adquiridos en dicho curso con las realidades planteadas en cada cuento.

No espero ni pido que alguien crea en el extraño, aunque simple relato que me dispongo a escribir. Loco estaría si lo esperara, cuando mis sentidos rechazan su propia evidencia. Pero no estoy loco y sé muy bien que esto no es un sueño. Mañana voy a morir y quisiera aliviar hoy mi alma. Mi propósito inmediato consiste en poner de manifiesto, simple, sucintamente y sin comentarios, una serie de episodios domésticos. Las consecuencias de esos episodios me han aterrorizado, me han torturado y, por fin, me han destruido. Pero no intentaré explicarlos. Si para mí han sido horribles, para otros resultarán menos espantosos que barrocos. Más adelante, tal vez, aparecerá alguien cuya inteligencia reduzca mis fantasmas a lugares comunes; una inteligencia más serena, más lógica y mucho menos excitable que la mía, capaz de ver en las circunstancias que temerosamente describiré, una vulgar sucesión de causas y efectos naturales.

Desde la infancia me destaqué por la docilidad y bondad de mi carácter. La ternura que abrigaba mi corazón era tan grande que llegaba a convertirme en objeto de burla para mis compañeros. Me gustaban especialmente los animales, y mis padres me permitían tener una gran variedad. Pasaba a su lado la mayor parte del tiempo, y jamás me sentía más feliz que cuando les daba de comer y los acariciaba.

10

Este

rasgo

de mi

carácter

11

creció conmigo

y,

cuando llegué a la virilidad, se convirtió en una de mis principales fuentes de placer. Aquellos que alguna vez han experimentado cariño hacia un perro fiel y sagaz no necesitan que me moleste en expli" carles la naturaleza o la intensidad de la retribución que recibía. Hay algo en el generoso y abnegado amor de un animal que llega directamente al corazón de aquel que con frecuencia ha probado la falsa amistad y la frágil fidelidad del hombre. Me casé joven y tuve la alegría de que mi esposa compartiera mis preferencias. Al observar mi gusto por los animales domésticos, no perdía oportunidad de procurarme los más agradables de entre ellos. Teníamos pájaros, peces de colores, un hermoso pe rro, conejos, un monito y un gato. Este último era un animal de notable tamaño y hermosura, completamente negro y de una sagacidad asombrosa. Al referirse a su inteligencia, mi mujer, que en el fondo era no poco supersticiosa, aludía con frecuencia a la antigua creencia popular de que todos los gatos negros son brujas metamor: foseadas. No quiero decir que lo creyera seria" mente, y solo menciono la cosa porque acabo de recordarla.

Plutón —tal era el nombre del gato— se había convertido en mi favorito y mi camarada. Solo yo le daba de comer y él me seguía por todas partes en casa. Me costaba mucho impedir que anduviera tras de mí en la calle.

fui volviendo más melancólico, irritable e indiferente hacia los sentimientos ajenos. Llegué, in-

cluso, a hablar descomedidamente a mi mujer y terminé por infligirle violencias personales. Mis favoritos, claro está, sintieron

igualmente

el cambio

de

mi carácter. No solo los descuidaba, sino que llegué a hacerles daño. Hacia Plutón, sin embargo, conservé suficiente consideración como para abstenerme de maltratarlo, cosa que hacía con los conejos, el mono y hasta el perro cuando, por casualidad o movidos por el afecto, se cruzaban en mi camino, Mi enfermedad, empero, se agravaba —pues ¿qué enfermedad es comparable al alcohol?—, y finalmente el mismo Plutón, que ya estaba viejo y, por tanto, algo enojadizo, empezó a sufrir las consecuencias de mi mal humor.

Una noche en que volvía a casa completamente embriagado, después de una de mis correrías por la ciudad, me pareció que el gato evitaba mi presencia. Lo alcé en brazos, pero, asustado por mi violencia, me mordió ligeramente en la mano. Al punto se apoderó de mí una furia demoníaca y ya no supe lo que hacía, Fue como si la raíz de mi alma se separara de golpe de mi cuerpo; una maldad más que diabólica, alimentada por la ginebra, estremeció cada fibra de mi ser. Sacando del bolsillo del chaleco

un

cortaplumas,

lo abrí

mientras

sujetaba

al

pobre animal por el pescuezo y, deliberadamente, le hice

saltar

un

ojo.

Enrojezco,

me

abraso,

tiemblo

mientras escribo tan condenable atrocidad.

Nuestra amistad duró así varios años, en el curso de los cuales (enrojezco al confesarlo) mi temperamento y mi carácter se alteraron radicalmente por culpa del demonio. Intemperancia. Día a día me

Cuando la razón retornó con la mañana, cuando hube disipado en el sueño los vapores de la orgía nocturna, sentí que el horror se mezclaba con el remordimiento ante el crimen cometido; pero mi

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13

sentimiento era débil y ambiguo, no alcanzaba a in” teresar al alma. Una vez más me hundí en los excesos y muy pronto ahogué en vino los recuerdos de lo sucedido. El gato, entretanto, mejoraba poco a poco. Cierto que la órbita donde faltaba el ojo presentaba un horrible aspecto, pero el animal no parecía sufrir ya. Se paseaba, como de costumbre, por la casa, aunque, como es de imaginar, huía aterrorizado al verme. Me quedaba aún bastante de mi antigua manera de ser para sentirme agraviado por la evi" dente antipatía de un animal que alguna vez me había querido tanto. Pero ese sentimiento no tardó en ceder paso a la irritación. Y entonces, para mi caída final e irrevocable, se presentó el espíritu de la perversidad. La filosofía no tiene en cuenta a este espíritu; y, sin embargo, tan seguro estoy de que mi alma existe como de que la perversidad es uno de los impulsos primordiales del corazón humano, una de las facultades primarias indivisibles, uno de esos sentimientos que dirigen el carácter del hombre. ¿Quién no se ha sorprendido a sí mismo cien veces en momentos en que cometía una acción tonta o malvada por la simple razón de que no debía cometerla? ¿No hay en nosotros una tendencia permanente, que enfrenta descaradamente al buen sentido, una tendencia a transgredir lo que constituye la Ley por el solo hecho de serlo? Este espíritu de perversidad se presentó, como he dicho, en mi caída final. Y el insondable anhelo que tenía mi

alma de vejarse a sí misma, de violentar su propia

naturaleza, de hacer mal por el mal mismo, me incitó a continuar y, finalmente, a consumar el suplicio que había infligido a la inocente bestia. Una mañana, obrando a sangre fría, le pasé un lazo por el 14

pescuezo y lo ahorqué en la rama de un árbol; lo ahorqué mientras las lágrimas manaban de mis ojos y el más amargo remordimiento me apretaba el corazón; lo ahorqué porque recordaba que me había querido y porque estaba seguro de que no me había dado motivo para matarlo; lo ahorqué porque sabía que, al hacerlo, cometía un pecado, un pecado mortal que comprometería mi alma hasta llevarla —si ello fuera posible— más allá del alcance de la infinita misericordia del Dios más misericordioso y más terrible. La noche de aquel mismo día en que cometí tan cruel acción me despertaron gritos de: “¡Incendio!” Las cortinas de mi cama eran una llama viva y toda la casa estaba ardiendo. Con gran dificultad pudimos escapar de la conflagración mi mujer, un sirviente y yo. Todo quedó destruido. Mis bienes terrenales se perdieron y desde ese momento tuve que resignarme a la desesperanza.

No incurriré en la debilidad de establecer una relación de causa y efecto entre el desastre y mi criminal acción. Pero estoy detallando una cadena de hechos y no quiero dejar ningún eslabón incompleto, Al día siguiente del incendio acudí a visitar las ruinas. Salvo una, las paredes se habían desplomado. La que quedaba en pie era un tabique divisorio de poco espesor, situado en el centro de la casa, y contra el cual se apoyaba antes la cabecera de mi lecho. El enlucido había quedado a salvo de la acción del fuego, cosa que atribuí a su reciente habíase muchedumbre densa Una aplicación. reunido frente a la pared y varias personas parecían examinar parte de la misma con gran atención y detalle. Las palabras “extraño!, ¡curioso!” y otras

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similares excitaron mi curiosidad. Al aproximarme vi que, en la blanca superficie, grabada como un ba" jorrelieve, aparecía la imagen de un gigantesco gato. El contorno tenía una nitidez verdaderamente maravillosa, Había una soga alrededor del pes" cuezo del animal. Al descubrir esta aparición —ya que no podía considerarla otra cosa— me sentí dominado por el asombro y el terror. Pero la reflexión vino luego en mi ayuda. Recordé que había ahorcado al gato en un jardín contiguo a la casa. Al producirse la alarma del incendio, la multitud había invadido inmediatamente el jardín: alguien debió de cortar la soga y tirar al gato en mi habitación por la ventana abierta.

Sin

duda,

habían

tratado

de despertarme

en esa forma. Probablemente la caída de las paredes comprimió a la víctima de mi crueldad contra el enlucido recién aplicado, cuya cal, junto con la ac" ción de las llamas y el amoniaco del cadáver, pro" dujo la imagen que acababa de ver.

Si bien en esta forma quedó satisfecha mi ra” zón, ya que no mi conciencia, sobre el extraño epi” sodio, lo ocurrido impresionó profundamente mi imaginación. Durante muchos meses no pude li: brarme del fantasma del gato, y en todo ese tiempo dominó mi espíritu un sentimiento informe que se parecía, sin serlo, al remordimiento. Llegué al punto de lamentar la pérdida del animal y buscar, en los viles antros que habitualmente frecuentaba, algún otro de la misma especie y apariencia que pu” diera ocupar su lugar.

atención algo negro posado sobre uno de los enormes toneles de ginebra que constituían el principal moblaje del lugar. Durante algunos minutos había estado mirando dicho tonel y me sorprendió no haber advertido antes la presencia de la mancha negra en lo alto. Me aproximé y la toqué con la mano. Kra un gato negro muy grande, tan grande como Plutón y absolutamente igual a este, salvo un detalle. Plutón mo tenía el menor pelo blanco en el cuerpo,

mientras

aunque indefinida casi todo el pecho.

este

gato

mancha

mostraba

blanca

que

una

vasta,

le cubría

Al sentirse acariciado se enderezó pronta" mente, ronroneando con fuerza, se frotó contra mi mano y pareció encantado de mis atenciones. Acababa, pues, de encontrar el animal que precisa mente andaba buscando. De inmediato, propuse su compra al tabernero, pero me contestó que el animal no era suyo y que jamás lo había visto antes ni sabía nada de él. Continué acariciando al gato y, cuando me disponía a volver a casa, el animal pareció dispuesto a acompañarme. Le permití que lo hiciera, deteniéndome una y otra vez para inclinarme y acariciarlo. Cuando estuvo en casa, se acostumbró a ella de inmediato y se convirtió en el gran favorito de mi muJer,

Por mi parte, pronto sentí nacer en mí una antipatía hacia aquel animal. Era exactamente lo contrario de lo que había anticipado, pero —sin que pueda decir cómo ni por qué— su marcado cariño por mí me disgustaba y me fatigaba. Gradualmente, el

Una noche en que, borracho a medias, me ha" llaba en una taberna más que infame, reclamó mi

sentimiento de disgusto y fatiga creció hasta alcan-

16

17

zar la amargura del odio. Evitaba encontrarme con

el animal; un resto de vergienza y el recuerdo de mi crueldad de antaño me vedaban maltratarlo. Durante algunas semanas me abstuve de pegarle o de hacerlo víctima de cualquier violencia; pero gra" dualmente —muy gradualmente— llegué a mirarlo con inexpresable odio y a huir en silencio de su de" testable presencia, como si fuera una emanación de la peste. Lo que, sin duda, contribuyó a aumentar mi odio fue descubrir, a la mañana siguiente de ha" berlo traído a casa, que aquel gato, igual que Plutón, era tuerto. Esta circunstancia fue precisa" mente la que lo hizo más grato a mi mujer, quien, como ya dije, poseía en alto grado esos sentimientos humanitarios que alguna vez habían sido mi rasgo distintivo y la fuente de mis placeres más simples y más puros. El cariño del gato por mí parecía aumentar en el mismo grado que mi aversión. Seguía mis pasos con una pertinencia que me costaría hacer entender al lector. Dondequiera que me sentara venía a ovi" llarse bajo mi silla o saltaba a mis rodillas, prodigándome sus odiosas caricias. Si echaba a caminar, se metía entre mis pies, amenazando con hacerme caer, o bien clavaba sus largas y afiladas uñas en mis ropas, para poder trepar hasta mi pecho. En esos momentos, aunque ansiaba aniquilarlo de un solo golpe, me sentía paralizado por el recuerdo de mi primer crimen, pero, sobre todo —quiero confesarlo ahora mismo— por un espantoso temor al ani" mal. Aquel temor no era precisamente miedo de un mal físico y, sin embargo, me sería imposible defi: nirlo de otra manera. Me siento casi avergonzado

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de reconocer, sí, aún en esta celda de criminales me siento casi avergonzado de reconocer que el terror, el espanto que aquel animal me inspiraba, era intensificado por una de las más insensatas quimeras que sería dado concebir. Más de una vez mi mujer me había llamado la atención sobre la forma de la mancha blanca de la cual ya he hablado, y que constituía la única diferencia entre el extraño animal y el que yo había matado. El lector recordará que esta mancha, aunque grande, me había parecido al principio de forma indefinida: pero gradualmente, de manera tan imperceptible que mi razón luchó durante largo tiempo por rechazarla como fantástica, la mancha fue asumiendo un contorno de rigurosa precisión. Representaba ahora algo que me estre-

mezco al nombrar, y por ello odiaba, temía y hubiera querido librarme del monstruo si hubiese sido capaz de atreverme; representaba, digo, la imagen de una cosa atroz, siniestra..., ¡la imagen del patíbulo! ¡Oh lúgubre y terrible máquina del horror y del crimen, de la agonía y de la muerte! Me sentí entonces más miserable que todas las miserias humanas. ¡Pensar que una bestia, cuyo semejante había yo destruido desdeñosamente, una bestia era capaz de producir tan insoportable angustia en un hombre creado a imagen y semejanza de Dios! ¡Ay, ni de día ni de noche pude ya gozar de la bendición del reposo! De día, aquella criatura no me dejaba un instante solo; de noche, despertaba hora a hora de los más horrorosos sueños, para sen” tir el ardiente aliento de la cosa en mi rostro y su terrible peso —pesadilla encarnada de la que no me era posible desprenderme— apoyado eternamente sobre mi corazón. 19

Bajo el agobio de tormentos semejantes, su cumbió en mí lo poco que me quedaba de bueno. Solo los malos pensamientos disfrutaban ya de mi intimidad; los más tenebrosos, los más perversos pensamientos. La melancolía habitual de mi humor creció hasta convertirse en aborrecimiento de todo lo que me rodeaba y de la entera humanidad; y mi pobre mujer, que de nada se quejaba, llegó a ser la habitual y paciente víctima de los repentinos y fre" cuentes arrebatos de ciega cólera a que me abandonaba.

cuerpo al pozo del patio o meterlo en un cajón, como si se tratara de una mercadería común, y llamar a un mozo de cordel para que lo retirara de casa. Pero, al fin, di con lo que me pareció el mejor expe" diente y decidí emparedar el cadáver en el sótano, tal como se dice que los monjes de la Edad Media emparedaban a sus víctimas.

Cierto día, para cumplir una tarea doméstica, me acompañó al sótano de la vieja casa donde nues" tra pobreza nos obligaba a vivir. El gato me siguió mientras bajaba la empinada escalera y estuvo a punto de tirarme cabeza abajo, lo cual me exasperó hasta la locura. Alzando un hacha y olvidando en mi rabia los pueriles temores que hasta entonces habían detenido mi mano, descargué un golpe que hubiera matado instantáneamente al animal de haberlo alcanzado. Pero la mano de mi mujer detuvo su trayectoria. Entonces, llevado por su intervención a una rabia más que demoníaca, me zafé de su abrazo y le hundí el hacha en la cabeza. Sin un solo quejido, cayó muerta a mis pies.

recer, Además, en una de las paredes se veía la sa-

Cumplido este espantoso asesinato, me entregué al punto y con toda sangre fría a la tarea de ocultar el cadáver. Sabía que era imposible sacarlo de casa, tanto de día como de noche, sin correr el riesgo de que algún vecino me observara. Diversos proyectos cruzaron mi mente. Por un momento pensé en descuartizar el cuerpo y quemar los pedazos. Luego se me ocurrió cavar una tumba en el piso del sótano. Pensé también si no convenía arrojar el

20

El sótano se adaptaba bien a este propósito. Sus muros eran de material poco resistente y esta” ban recién revocados con un mortero ordinario, que la humedad

de la atmósfera

liencia de una falsa chimenea,

no había dejado

endu-

la cual había sido re-

llenada y tratada de manera semejante al resto del sótano. Sin lugar a dudas,

sería muy

fácil sacar los

ladrillos en esa parte, introducir el cadáver y tapar el agujero como antes, de manera que ninguna mirada pudiese descubrir algo sospechoso. No me equivocaba en mis cálculos. Fácilmente saqué los ladrillos con ayuda de una palanca y, luego de colocar cuidadosamente el cuerpo contra la pared interna, lo mantuve en esa posición mientras aplicaba de nuevo la mampostería en su forma original. Después de procurarme argamasa, arena y cerda, preparé un enlucido que no se distinguía del anterior y revoqué cuidadosamente el nuevo enladrillado. Concluida la tarea, me sentí seguro de que todo estaba bien. La pared no mostraba la menor señal de haber sido tocada. Había barrido hasta el menor fragmento de material suelto. Miré en torno,

triunfante, y me dije: “Aquí, por lo menos, no he trabajado en vano”. Mi paso siguiente consistió en buscar a la bes" tia causante de tanta desgracia, pues al final me 21

había decidido a matarla. Si en aquel momento el gato hubiera surgido ante mí, su destino habría quedado sellado, pero, por lo visto, el astuto animal, alarmado por la violencia de mi primer acceso de cólera, se cuidaba de aparecer mientras no cambiara mi humor. Imposible describir o imaginar el profundo, el maravilloso alivio que la ausencia de la detestada criatura trajo a mi pecho. No se pre" sentó aquella noche, y así, por primera vez desde su llegada a la casa, pude dormir profunda y tranqui" lamente; sí, pude dormir, aun con el peso del crimen sobre mi alma. Pasaron el segundo y el tercer día y mi atormentador no volvía. Una vez más respiré como un hombre libre. ¡Aterrado, el monstruo había huido de casa para siempre! ¡Ya no volvería a contemplarlo! Gozaba de una suprema felicidad, y la culpa de mi negra acción me preocupaba muy poco. Se practicaron algunas averiguaciones, a las que no me costó mucho responder. Incluso hubo una perquisición en la casa; pero, naturalmente, no se des" cubrió nada. Mi tranquilidad futura me parecía asegurada. Al cuarto día del asesinato, un grupo de policías se presentó inesperadamente y procedió a una nueva y rigurosa inspección. Convencido de que mi escondrijo era impenetrable, no sentí la más leve inquietud. Los oficiales me pidieron que los acompañara en su examen. No dejaron hueco ni rincón sin revisar. Al final, por tercera o cuarta vez, baja" ron al sótano. Los seguí sin que me temblara un solo músculo, Mi corazón latía tranquilamente como el de aquel que duerme en la inocencia. Me paseé de un lado al otro del sótano. Había cruzado 22

los brazos sobre el pecho y andaba tranquilamente de aquí para allá. Los policías estaban completamente satisfechos y se disponían a marcharse. La alegría de mi corazón era demasiado grande para reprimirla. Ardía en deseos de decirles, por lo menos, una palabra como prueba de triunfo y confirmar doblemente mi inocencia. —Caballeros —dije, por fin, cuando el grupo subía la escalera—, me alegro mucho de haber disipado sus sospechas. Les deseo felicidad y un poco más de cortesía. Dicho sea de paso, caballeros, esta casa está muy bien construida... (En mi frenético deseo de decir alguna cosa con naturalidad, casi no me daba cuenta de mis palabras). Repito que es una casa de excelente construcción. Estas paredes... ¿ya se marchan ustedes, caballeros?... tienen una gran solidez. Y entonces, arrastrado por mis propias bravatas, golpeé fuertemente con el bastón que llevaba en la mano sobre la pared del enladrillado tras de la cual se hallaba el cadáver de la esposa de mi corazón.

¡Que Dios me proteja y me libre de las garras del archidemonio! Apenas había cesado el eco de mis golpes cuando una voz respondió desde dentro de la tumba. Un quejido, sordo y entrecortado al comienzo, semejante al sollozar de un niño, que luego creció rápidamente hasta convertirse en un largo, agudo y continuo alarido, anormal, como inhumano,

un aullido, un clamor de lamentación,

mitad

de horror, mitad de triunfo, como solo puede haber brotado en el infierno de la garganta de los condenados en su agonía y de los demonios exultantes en la condenación.

23

Hablar de lo que pensé en ese momento sería locura. Presa de vértigo, fui tambaleándome hasta la pared opuesta. Por un instante el grupo de hombres en la escalera quedó paralizado por el terror. Luego,

una

docena

de robustos

brazos

atacaron

a

"1

ya

é

(A

Y

2110

la

pared, que cayó de una pieza. El cadáver, ya muy corrompido y manchado de sangre coagulada, apa" reció de pie ante los ojos de los espectadores. Sobre su cabeza, con la roja boca abierta y el único ojo como de fuego, estaba agazapada la horrible bestia cuya astucia me había inducido al asesinato y cuya voz delatadora me entregaba al verdugo. ¡Había emparedado al monstruo en la tumba!

El soberano era un hombre respetado en todo el mundo; su sonrisa apacible mostraba que vivía, efectivamente, a cuerpo de rey; pero en su interior su alma era pequeña y mezquina como una arvejita. Tenía dos hijos: el menor era de su agrado, pero temía al mayor. Una mañana sonaron los tambores en el castillo, y el rey partió con sus hijos a caballo, seguido por una importante escolta. Marcharon por

dos horas hasta llegar al pie de una montaña

os-

cura, muy escarpada y casi sin vegetación.

| RESUELVA LAS ACTIVIDADES DE LAS PÁGINAS 135-138

—¿ Hacia

dónde

vamos?

—Atravesaremos

esa

—preguntó

montaña

el hijo ma-

—dijo

el

rey,

y

sonrió para sí. —Mi padre sabe lo que hace —replicó el hijo menor.

Cabalgaron dos horas más, hasta llegar a orillas de un río negro que era increíblemente profundo,

—( Adónde vamos? —preguntó el mayor. —Cruzaremos una sonrisa. —Mi

24

el río negro —dijo el rey, y ocultó

padre sabe lo que hace —dijo el menor.

Luego de cabalgar todo el día, con las últimas luces del atardecer, llegaron al borde de un lago, donde se alzaba un castillo.

—Ese es nuestro destino —dijo el rey—, es la mo* rada de un rey que también es sacerdote; en esa casa aprenderán cosas muy importantes. El señor de la casa —que era rey y también sa: cerdote— los aguardaba en la entrada. Era un hombre de aspecto solemne. A su lado estaba su hija: tenía la belleza del amanecer, la sonrisa suave y los párpados entornados con recato.

—Padre —dijo—, permíteme decirte una palabra al oído: si cuento con tu apoyo y aprobación, ¿no podría ser yo quien se casara con la doncella, puesto e me parece que es a mí a quien sonríe? —Y yo te digo —ontestó el rey, su padre— la paciencia asegura una buena cacería, y guardar silencio es signo de prudencia.

—Y esta es mi hija —dijo el rey que era también sacerdote.

Entraron en el castillo y fueron agasajados con un festín. La casa era hermosa e imponente y los jóvenes quedaron maravillados. El rey que era sacerdote estaba sentado en la cabecera de la mesa y permanecía en silencio, así que los jóvenes mantuvieron una actitud reverente. La doncella les servía con su discreta sonrisa, de modo que el corazón de los jóvenes se colmaba de amor.

Es una doncella muy hermosa y delicada —continuó el primer rey—, y me agrada la manera como sonríe...

Cuando el mayor se levantó al amanecer, encontró a la doncella hilando, puesto que la joven era hábil y diligente.

—Estos son mis dos hijos —dijo el primer rey

—Tus hijos son gallardos —respondió gundo rey—, y me gusta su seriedad. Los dos reyes se miraron que esto resulte bien”.

el

se-

y se dijeron: “Puede

Entretanto, ambos jóvenes contemplaban a la doncella. Uno de ellos palideció y el otro se ruborizó, mientras ella miraba hacia abajo y sonreía. —Esta es la doncella con la que me voy a casar —dijo el hermano mayor—, pues creo que me ha son: reído.

Pero el menor tomó al padre del brazo.

26

—Doncella —le dijo—, quiero casarme contigo. —Debes hablar con mi padre —respondió, mientras miraba hacia abajo sonriendo, y lucía como una rosa.

"Su corazón me pertenece”, se dijo el hijo mayor y, cantando, se encaminó hacia el lago,

Poco después llegó el hijo menor, —Doncella —le dijo-, si nuestros padres aprueban, mucho desearía casarme contigo.

lo

—Puedes hablar con mi padre —respondió ella. Miró hacia abajo, sonrió y floreció como una rosa.

"Es una joven respetuosa de su padre", se dijo el menor. "Será una esposa obediente”. Y entonces pensó: "¿Qué debo hacer””.

Recordó que el rey, su padre, era sacerdote, así que se dirigió hacia el templo y sacrificó una coma" dreja y una liebre. Rápidamente se propagaron las noticias; los dos jóvenes y el primer rey fueron convocados ante el rey que también era sacerdote, quien los aguardaba sentado en su trono. —Poco me importan bienes y posesiones —dijo el rey que también era sacerdote—, y poco el poder. Pues nuestra vida transcurre entre las sombras de las cosas y el corazón está hastiado del viento. Pero hay una cosa que amo, y esa es la verdad. Y solo por una cosa entregaré a mi hija, y esa es la piedra de la verdad. Porque al reflejarse en esa piedra, las apariencias se esfuman y se ve la esencia del ser, y todo lo demás carece de valor. Por lo tanto, jóvenes, si desean desposar a mi hija, vayan en busca de ese piedra y tráiganmela porque ese es el precio por ella. Padre, permíteme decirte una palabra al oído —dijo el menor a su padre—. Creo que podríamos arreglarnos muy bien sin esa piedra.

—Y yo te digo —respondió el padre—: comparto tu idea, pero guardar silencio es lo más prudente —y le sonrió al rey que también era sacerdote. Pero el hijo mayor se dispuso a partir y se diri" vió al rey que era sacerdote con el nombre de “pa:

Ya sea que despose o no a tu hija, me permihiro llamarte con ese nombre por amor a tu sabiduri, y de inmediato saldré a recorrer el mundo en husca de esa piedra.

Se despidió y se lanzó a cabalgar por los cuatro vientos.

-Creo que yo haré lo mismo, padre, si tengo tu permiso, pues esa doncella está en mi corazón.

-Tú vendrás a casa conmigo —respondió el padro

De modo que cabalgaron de regreso a su hogar; ¡| llegar al castillo, el rey guio a su hijo hacia la estancia donde guardaba sus tesoros.

—He aquí —dijo el rey- la piedra que muestra la verdad, pues no hay otra verdad que la simple verdad, y si te miras en ella, te verás tal como eres. El hijo menor se miró en ella, y vio su rostro como el de un joven imberbe, y se sintió muy complacido, ya que la piedra era también un espejo.

—No se trata de algo tan un gran esfuerzo —dijo—, pero sar a la doncella, bienvenido hermano! ¡Sale a recorrer el que está en su propia casé

Y así fue como cabalgaron de regreso hacia el castillo y le mostraron el espejo al rey que era sacerdote. Cuando se hubo mirado en el espejo y se vio a sí mismo como rey y a su castillo y a su trono tal como eran, comenzó y dijo:

dre”:

28

especial que merezc: si me permite desposea. ¡Qué tonto es mi mundo buscando algo

a bendecir a Dios a viva voz,

—Ahora sé que no hay otra verdad más que la simple verdad, que soy en realidad un rey, aunque mi corazón me llenaba de dudas.

Y mandó destruir su templo y construir uno nuevo, y el hijo menor del primer rey se casó con la doncella. Mientras tanto, el hijo mayor recorría el mundo en busca de la piedra de la verdad; cada vez que llegaba a un paraje habitado, preguntaba a los lugareños si habían oído hablar de aquella piedra. Y en todas partes le respondían:

—No somos

solo hemos

los únicos,

poseemos, y desde nuestra chimenea.

oído hablar de ella, sino que

entre

todos

siempre

los hombres,

cuelga

a un

que

lado

la

de

Entonces el hijo mayor sentía gran alegría y ro" gaba que le permitieran verla. Algunas veces se tra" taba de un trozo de espejo, que reflejaba las cosas tal como se veían, y el joven decía: —No puede ser esta, porque algo más que la apariencia. Otras veces se trataba de un que nada reflejaba, y él decía:

tiene que

haber

tozo de carbón,

—Es imposible que sea esta, pues muestra las apariencias.

ni siquiera

En más de una ocasión encontró una piedra de toque real, de bellos matices, lustrosa y resplandeciente; en tal caso, rogaba que se la dieran, y la gente así lo hacía, pues todos los hombres eran ge: nerosos de aquel obsequio, hasta que, por fin, su saco estuvo tan lleno de tales piedras que chocaban 30

y resonaban entre sí mientras cabalgaba. Cada tanto se detenía a la vera del sendero, sacaba las piedras y las ponía a prueba hasta que la cabeza le giraba como aspas de molino. ¡Maldito sea este asunto! —exclamó el hijo mayor—. ¡No percibo su fin! He aquí la piedra roja, allá la azul y la verde, todas me parecen excelentes, y, sin embargo, una empalidece a la otra. ¡Maldito sea el trato! Si no fuera por el rey que es un sacerdote, y al que he llamado padre, y si no fuera por la hermosa doncella del castillo, que endulza mis labios y colma mi corazón, arrojaría todas las piedras al agua salada, y regresaría a mi hogar para ser un rey como cualquier otro. Pero él era como el cazador que ha visto un ciervo en las montañas, y aunque caiga la noche y se encienda el fuego y las luces brillen en su hogar, no puede arrancar de su corazón las ansias de poseer aquel ciervo... Y bien, después de muchos años, el hijo mayor llegó a la orilla del mar; la noche era oscura y el lugar desolado. Se sentía el clamor de las olas. Por fin divisó una casa y a un hombre sentado a la luz de una vela, pues no tenía fuego. El hijo mayor se acercó a él y el hombre le ofreció agua para beber, pues no tenía pan; y movió la cabeza cuando le habló, pues carecía de palabras. na —¿Tienes tú la piedra de la verdad? —preguntó el hijo mayor, y cuando el hombre asintió con la cabeza, exclamó— ¡Debí haberlo imaginado! ¡Tengo conmigo un saco lleno de piedras! —y rio, aunque su corazón estaba exhausto.

o

.

rio también,

y con

el aliento

de su

risa apagó la vela. —Duerme —le dijo el hombre—, porque creo que has llegado muy lejos, tu búsqueda ha concluido y mi vela ya no tiene luz.

Entonces, por la simple guijarro entre y de matices. El hijo meneó la cabeza y se

mañana, el hombre puso un sus manos. Carecía de belleza mayor lo miró con desprecio, fue, porque aquello le parecía

muy poca cosa. Cabalgó durante todo el día, mente, y aliviado su deseo de cazar.

tranquilo

de

Unas junto a otras, todas las piedras parecían desprovistas de matices y de fuego, y empalidecían como las estrellas del amanecer, pero a la luz del guijarro mantuvieron su belleza, aunque el guijarro era, entre todas, la más brillante. El hijo mayor se golpeó la frente:

Cuando entró en el castillo su hermano estaba untado en el trono y la doncella a su lado. Sintió ira, pues dentro de su corazón pensó: "Yo debería estar -¿Quién eres tú? —dijo su hermano—. his venido a mi castillo? Soy venido

tu hermano

a tomar

mayor

por esposa

¿A qué

—le respondió— y he

a la doncella,

he traído

conmigo la piedra de la verdad.

Kl hermano menor, rio a carcajadas. -¿Cómo dices? Yo encontré la piedra de la verdud hace años y me casé con la doncella y los niños que viste jugando son nuestros hijos. -Ante

¿Qué

Tomó el guijarro y dirigió la luz hacia el cielo y el cielo abismó su alma; dirigió la luz hacia los cerros, y las montañas eran frías y escarpadas, pero la vida corría por sus laderas de modo que su propia vida renació; dirigió la luz hacia el polvo, y lo contempló con alegría y temor; dirigió la luz hacia sí mismo, y cayó de rodillas y elevó una oración. 32

Pero cuando llegó al palacio vio a unos niños nando delante de la puerta donde el rey lo había recibido en los viejos tiempos, y se desvaneció su placer, pues dentro de su corazón pensó: "Mis propios hijos deberían estar jugando aquí in

untado en ese trono, con la doncella a mi lado”.

—¿Y si este pequeño guijarro fuera la piedra de la verdad, después de todo? —murmuró para sí; se apeó del caballo y vació su saco a un lado del sendero.

—¿Y si esta fuera la verdad? —exclamó—. todas ellas encierran un poco de verdad?

Gracias a Dios —susurró el hijo mayor—, he mtrado la piedra de la verdad, y ahora puedo regresar al castillo del rey y de la doncella que enlulza mis labios y colma mi corazón.

estas

palabras,

el rostro del

hermano

mayor adquirió el tono gris del alba: Ruego que hayas obrado con justicia, porque percibo que he malgastado mi vida. ¿Con justicia? —dijo el hermano menor—. No cs digno de ti, que eres un prófugo y un vagabundo, dudar de mi justicia o de la del rey, mi padre, pues 108 somos sedentarios y conocidos en toda la comarca,

po] de]

El hombre

—No -dijo el hermano mayor—, posees todo lo demás, pero ten paciencia también, y permíteme decirte que el mundo está lleno de piedras de la verdad, y no es fácil saber cuál es la auténtica. —No

me avergiienzo de la mía —dijo el hermano

más joven—. Aquí la tienes, mírate en ella.

Creo que tu lengua es cruel —dijo el hermano mayor, y sacó del bolsillo su simple guijarro y dirigió su luz sobre su hermano, ¡Ah!, el hombre mentía, su alma se había encogido hasta el tamaño de una arvejita, y su corazón era una bolsa llena de pequeños temores parecidos a escorpiones, y el amor había muerto en su pecho. Entonces el hermano mayor lanzó un grito, y dirigió la luz hacia la doncella. ¡Oh! No era sino una máscara de mujer, y estaba muerta en su interior, y sonreía como hace tictac el reloj, sin saber siquiera por qué. —i¡Qué vamos a hacer! —dijo el hermano mayor—. Veo que existe tanto lo bueno como lo malo. Espero que les vaya bien en el palacio, Yo iré por el mundo con mi guijarro en el bolsillo.

RESUELVA LAS ACTIVIDADES DE LAS PÁGINAS 139-142

|

Se sabe que en 1937 salió de Boston, Massachussets, en donde había pulido su espíritu hasta el extremo de no tener un centavo, En 1944 aparece por primera vez en América del Sur, en la región del

Amazonas,

conviviendo

con

los

indígenas

de

una tribu cuyo nombre no hace falta recordar. Por sus ojeras y su aspecto famélico pronto llegó a ser conocido allí como "el gringo pobre", y los niños de la escuela hasta lo señalaban con el dedo y lo tiraban piedras cuando pasaba con su barba brillante bajo el dorado sol tropical. Pero esto no ía la humilde condición de Mr. Taylor porque hubía leído en el primer tomo de las Obras completas de William G. Knight que si no se siente envidia de los ricos la pobreza no deshonra.

Kin pocas semanas los naturales se acostumbraron a él y a su ropa extravagante. Además, como tenía los ojos azules y un vago acento extranjero, el presidente y el Ministro de Relaciones Exteriores lo trataban con singular respeto, temerosos de provocar incidentes internacionales. Tan pobre y mísero a, que cierto día se internó en la selva en a

—Ah —dijo el hermano más joven—. Fuiste un tonto; recorriste el mundo buscando lo que se en* contraba en el tesoro de nuestro padre, y regresaste como un pobre viejo infeliz al que ladran los perros, sin mujer y sin hijos. Y yo, que cumplí con mi deber y fui cauto, estoy aquí, sentado en mi trono, coro" nado de virtudes y placeres, y feliz a la luz de mi hogar.

Menos rara, aunque sin duda más ejemplar dijo entonces el otro—, es la historia de Mr. Percy Piu ylor, cazador de cabezas en la selva amazónica.

cn

Entonces el hermano mayor se miró en el espejo y se asombró de pena, porque ya era un an" ciano de cabellos blancos. Se sentó en la sala y lloró.

busca de hierbas para alimentarse. Había cami" nado cosa de varios metros sin atreverse a volver el rostro, cuando por pura casualidad vio a través de la maleza dos ojos indígenas que lo observaban decididamente. Un largo estremecimiento recorrió la sensitiva espalda de Mr. Taylor. Pero Mr. Taylor, intrépido, arrostró el peligro y siguió su camino silbando como si nada hubiera visto. De un salto (que no hay para qué llamar felino) el nativo se le puso enfrente y exclamó:

—Buy head? Money,

money.

A pesar de que el inglés no podía ser peor, Mr. Taylor, algo indispuesto, sacó en claro que el indígena

le ofrecía en venta una cabeza de hombre,

cu:

riosamente reducida, que traía en la mano. Es innecesario decir que Mr. Taylor no estaba en capacidad de comprarla; pero como aparentó no comprender, el indio se sintió terriblemente dismi: nuido por no hablar bien el inglés, y se la regaló pi" diéndole disculpas. Grande fue el regocijo con que Mr, Taylor regresó a su choza. Esa noche, acostado boca arriba sobre la precaria estera de palma que le servía de lecho, inte" rrumpido tan solo por el zambar de las moscas acalo" radas que revoloteaban en torno haciéndose obscena” mente el amor, Mr. Taylor contempló con deleite durante un buen rato su curiosa adquisición. El mayor goce estético lo extraía de contar, uno por uno, los pelos de la barba y el bigote, y de ver de frente el par de ojillos entre irónicos que parecían sonreírle agradecidos por aquella deferencia.

36

Ilombre

de vasta

cultura,

lregarse a la contemplación;

Mr.

Taylor

solía en-

pero esta vez en se-

uida se aburrió de sus reflexiones filosóficas y dispuso obsequiar la cabeza a un tío suyo, Mr. Rolston, residente en Nueva York, quien desde la más tierna mfancia había revelado una fuerte inclinación por lis manifestaciones culturales de los pueblos hispanodmericanos.

Pocos días después el tío de Mr. Taylor le pidió previa indagación sobre el estado de su imporlante salud— que por favor lo complaciera con cinco más. Mr. Taylor accedió gustoso al capricho de Mr. Rolston y —no se sabe de qué modo— a vuelta de corrco "tenía mucho agrado en satisfacer sus deseos". Muy reconocido, Mr. Rolston le solicitó otras diez. Mr. Taylor se sintió "halagadísimo de poder servirlo", Pero cuando pasado un mes aquél le rogó el envío de veinte, Mr, Taylor, hombre rudo y barbado,

pero

de refinada

sensibilidad

el presentimiento de que el hermano estaba haciendo negocio con ellas.

artística,

tuvo

de su madre

Bueno, si lo quieren saber, así era. Con toda franqueza, Mr. Rolston se lo dio a entender en una inspirada carta cuyos términos resueltamente comerciales hicieron vibrar como nunca las cuerdas del sensible espíritu de Mr. Taylor. De inmediato concertaron una sociedad en la que Mr, Taylor se comprometía a obtener y remitir cabezas humanas reducidas en escala industrial, en tanto que Mr. Rolston las vendería lo mejor que pudiera en su país.

37

Los primeros días hubo algunas molestas difi: cultades con ciertos tipos del lugar. Pero Mr. Taylor, que en Boston había logrado las mejores notas con un ensayo sobre Joseph Henry Silliman, se reveló como político y obtuvo de las autoridades no sólo el permiso necesario para exportar, sino, además, una concesión exclusiva por noventa y nueve años. Escaso trabajo le costó convencer al guerrero Ejecutivo y a los brujos Legislativos de que aquel paso patriótico enriquecería en corto tiempo a la comunidad, y de que luego, luego estarían todos los sedientos aborígenes en posibilidad de beber (cada vez que hicieran una pausa en la recolección de ca” bezas) de beber un refresco bien frío, cuya fórmula mágica él mismo proporcionaría. Cuando los miembros de la Cámara, después de un breve pero luminoso esfuerzo intelectual, se die" ron cuenta de tales ventajas, sintieron hervir su amor a la patria y en tres días promulgaron un decreto exigiendo al pueblo que acelerara la producción de cabezas reducidas. Al

Contados meses más tarde, en el país de Mr. Taylor las cabezas alcanzaron aquella popularidad que todos recordamos. Al principio eran privilegio de las familias más pudientes; pero la democracia es la democracia y, nadie lo va a negar, en cuestión

de semanas pudieron adquirirlas hasta los mismos maestros de escuela. Un hogar sin su correspondiente cabeza teníase por un hogar fracasado. Pronto vinieron los coleccionistas

y, con

ellos,

las

contradicciones:

poseer

diecisiete cabezas llegó a ser considerado de mal gusto; pero era distinguido tener once. Se vulgarizaron tanto que los verdaderos elegantes fueron 38

perdiendo interés y ya solo por excepción adquirían una, si presentaba cualquier particularidad que li salvara de lo vulgar. Una, muy rara, con bigotes prusianos, que perteneciera en vida a un general bastante condecorado, fue obsequiada al Instituto lDanfoller, el que a su vez donó, como de rayo, tres millones y medio de dólares para impulsar el desenvolvimiento de aquella manifestación cultural, tan excitante, de los pueblos

hispanoamericanos.

Mientras tanto, la tribu había progresado en tal forma que ya contaba con una veredita alrededor del Palacio Legislativo. Por esa alegre veredita paseaban los domingos y el Día de la Independencia los miembros del Congreso, carraspeando, luciendo sus plumas, muy serios riéndose, en las bicicletas que les había obsequiado la Compañía. dam . Á ; " $ Pero ¿qué quieren? No todos los tiempos son . e buenos. Cuando menos lo esperaban se presentó 2 la primera escasez de cabezas. í

Entonces comenzó lo más alegre de la fiesta.

Las meras defunciones resultaron ya insuficientes. El Ministro de Salud Pública se sintió sincero, y una noche caliginosa, con la luz apagada, después de acariciarle un ratito el pecho como por no dejar, le confesó a su mujer que se consideraba incapaz de elevar la mortalidad a un nivel grato a los intereses de la Compañía, a lo que ella le contestó que no se preocupara, que ya vería cómo todo iba a salir bien, y que mejor se durmieran. dea ye » y m4 1 mi 5 Para compensar esa+ deficiencia administrativa fue indispensable tomar medidas heroicas y se es” tableció la pena de muerte en forma rigurosa.

39

Los juristas se consultaron unos a otros y ele” varon a la categoría de delito, penado con la horca o el fusilamiento, según su gravedad, hasta la falta más nimia. Incluso las simples equivocaciones pasaron a ser hechos delictuosos. Ejemplo: si en una conversación banal, alguien, por puro descuido, decía "Hace mucho calor", y posteriormente podía comprobársele, termó" metro en mano, que en realidad el calor no era para tanto, se le cobraba un pequeño impuesto y era pa” sado ahí mismo por las armas, correspondiendo la ca” beza a la Compañía y, justo es decirlo, el tronco y las extremidades a los dolientes.

La legislación sobre las enfermedades ganó inmediata resonancia y fue muy comentada por el Cuerpo Diplomático y por las Cancillerías de poten” cias amigas. De acuerdo con esa enfermos graves se les as para poner en orden si en este tiempo tenían

memorable legislación, a los concedían veinticuatro ho: sus papeles y morirse; pero suerte y lograban contagiar

a la familia, obtenían tantos plazos de un mes como

parientes fueran contaminados. Las víctimas de enfermedades leves y los simplemente indispuestos

merecían

el desprecio de la patria y, en la calle,

cualquiera podía escupirles el rostro. Por primer: vez en la historia fue reconocida la importancia de los médicos (hubo varios candidatos al premio Nobel) que no curaban a nadie. Fallecer se convirtió en ejemplo del más exaltado patriotismo, no solo en el orden nacional, sino en el más glorioso, en el con” tinental.

40

Con el empuje que alcanzaron otras industrias diarias (la de ataúdes, en primer término, que

rreció con la asistencia técnica de la Compañía) el país entró, como se dice, en un período de gran auge económico. Este impulso fue particularmente comprobable

en una

nueva

veredita

florida, por la que

paseaban, envueltas en la melancolía de las doradas tardes de otoño, las señoras de los diputados, cuyas lindas cabecitas decían que sí, que sí, que todo estaba bien, cuando algún periodista solícito, desde el otro lado, las saludaba sonriente sacándose cl sombrero. Al margen recordaré que uno de estos periodistas, quien en cierta ocasión emitió un lluvioso estornudo que no pudo justificar, fue acusado de extremista y llevado al paredón de fusilamiento. Solo después de su abnegado fin los académicos de la lengua reconocieron que ese periodista era una de las más grandes cabezas del país; pero una vez reducida quedó tan bien que ni siquiera se notaba la diferencia. ¿Y Mr. Taylor? Para ese tiempo ya había sido designado consejero particular del Presidente Constitucional, Ahora, y como ejemplo de lo que puede el esfuerzo individual, contaba los miles por miles; mas esto no le quitaba el sueño porque había leído en el último tomo de las Obras completas de William G. Knight que ser millonario no deshonra si no se desprecia a los pobres. Creo que con esta será la segunda vez que dig: que no todos los tiempos son buenos. Dada la prosperidad del negocio llegó un momento en que del vecindario solo iban quedando ya 41

las autoridades y sus señoras y los periodistas y sus señoras. Sin mucho esfuerzo, el cerebro de Mr. Taylor discurrió que el único remedio posible era fomentar la guerra con las tribus vecinas. ¿Por qué no? El progreso.

En la patria de Mr, Taylor, por supuesto, la demanda era cada vez mayor. Diariamente aparecían nuevos inventos, pero en el fondo nadie creía en ellos y todos exigían las cabecitas hispanoamerica-

Con la ayuda de unos cañoncitos, la primera tribu fue limpiamente descabezada en escasos tres meses. Mr. Taylor saboreó la gloria de extender sus dominios. Luego vino la segunda; después la tercera y la cuarta y la quinta. El progreso se extendió con tanta rapidez que llegó la hora en que, por más esfuerzos que realizaron los técnicos, no fue posible encontrar tribus vecinas a quienes hacer la guerra

Fue para la última crisis. Mr. Rolston, desesperado, pedía y pedía más cabezas. A pesar de que las acciones de la Compañía sufrieron un brusco des" censo, Mr. Rolston estaba convencido de que su sobrino haría algo que lo sacara de aquella situación.

Fue el principio del fin. Las vereditas empezaron a languidecer. Solo de vez en cuando se veía transitar por ellas a alguna señora, a algún poeta laureado con su libro bajo el brazo. La maleza, de nuevo, se apoderó de las dos, haciendo difícil y espinoso el delicado paso de las damas. Con las cabezas, escasearon las bicicletas y casi desaparecieron del todo los alegres saludos op” timistas. El fabricante de ataúdes estaba más triste y fúnebre que nunca. Y todos sentían como si acabaran de recordar de un grato sueño, de ese sueño form: dable en que tú te encuentras una bolsa repleta de monedas de oro y la pones debajo de la almohada y sigues durmiendo y al día siguiente muy temprano, al despertar, la buscas y te hallas con el vacío.

Sin embargo, penosamente, el negocio seguía sosteniéndose. Pero ya se dormía con dificultad, por el temor a amanecer exportado. 42

nas,

Los embarques, antes diarios, disminuyeron a uno por mes, ya con cualquier cosa, con cabezas de niño, de señoras,

de diputados.

De repente cesaron del todo.

Un viernes áspero y gris, de vuelta de la Bolsa, aturdido aún por la gritería y por el lamentable espectáculo de pánico que daban sus amigos, Mr.

Rolston se decidió a saltar por la ventana (en vez de usar el revólver, cuyo ruido lo hubiera llenado de terror) cuando al abrir un paquete del correo se encontró con la cabecita de Mr, Taylor, que le sonreía desde lejos, desde el fiero Amazonas, con una sonsa falsa de niño que parecía decir: "Perdón, perdón, no lo vuelvo a hacer".

RESUELVA LAS ACTIVIDADES DE LAS PÁGINAS 143-146

43

Siempre que regreso a Guatemala, voy a visitar ln avenida Bolívar, con la misma reverencia del que visita un cementerio. El tránsito avorazado, las caas azules, verdes, coloradas, cuyas puertas se bren y cierran dejando salir gentes activas y sanmuíneas, solo son como sombras, porque dentro de mí

surgen

otras

gentes

más

vivas,

más

consisten"

les. Me vienen ganas de gritar, pero callado, y si ¡alguna vez yo hubiera llorado, sería delante de ferreterías,

tiendas,

electrodomésticos,

cines, dentis-

tas, depósitos de azúcar, abarroterías, farmacias, tortillerías, ventas de ropa, impermeables y autobuses dolientes. Antes venía contento. Pero cuando has cumlido 35 años y los Estados Unidos solo te han dado cl privilegio de un salario alto desparramado inmediatamente en automóviles de lujo, televisor a colores, la humillación de ser latino, la paranoia de la migra y la creencia de que la vida es un trabajo odioso del que urge descansar,

entonces

regresas a

tu país, haces el inventario de los amigos que ya no tenés, constatas que también allí sos extranjero y se te vacian estómago y cerebro. Hay un volcán, pero ya no es el mismo! es menos verdadero.

45

La primera vez que regresé de Nueva Orleans fue en el 60, Hicieron una gran fiesta en la casa. Mi hermana Nicolasa me dijo: "Vamos a alquilar marimba". Pasamos la tarde vaciando habitaciones y amontonando muebles en el último cuarto. Luego, mientras mi madre, sudorosa, cocinaba los tamales en el viejo poyo, nosotros regábamos pino en el piso y colgábamos papel de china y vejigas de una pared a otra. La fiesta fue igual a todas: sudor, embriaguez y deseo circulaban entre las conversaciones enloquecidas de los que alzaban la voz para ser oí: dos sobre el ruido de la marimba. Parecía todo de mentiras! parecía un espacio creado solo para sub" sistir mientras durasen

la marimba,

el ron, la Coca-

Cola. Fue en esa fiesta cuando

conocí

a la joven Au-

rora. Era pequeña, vestía bien, pero fuera de moda y se peinaba como si los años cuarenta hubieran sido definitivos. Me la presentó Nicolasa: "Es la hija de la dueña de esta casa", me dijo. Yo vi las molduras de oro de los anteojos, los dientes blancos e in” tachables, la minucia de sus manos, la breve nariz, los ojos miopes. Vi la irresolución, el ansia de estar contenta, la infelicidad mordida a solas. Debo de ser un degenerado, porque esos atributos inocentes me

la hicieron deseable. Cuando aceptó que bailáramos y mientras a codazos nos abríamos claro cerca de la marimba,

paso hasta un

ella sabía, yo sabía tam-

bién, que un gran amor se iniciaba. Nunca lo alcanzaríamos.

Mientras

bailábamos

un

6x8,

traté

de

empujar su cuerpo contra el mío. Al día siguiente, la Nico me interrogó acerca de mis avances con Aurorita. Yo fingí cinismo, la alta: nería del que siente próximo el sentimiento de una

46

mujer débil; sentía, en cambio,

una ternura que era

casi compasión por la mujercita antigua. Esas vacaciones, que había pensado pasar junto a mi familia, las invertí, con gran pérdida de dinero, en cortejar a Aurorita.

Yo recuerdo que llegamos

a besar-

nos. Pero muchas veces, en mis sueños, he besado a Aurorita y su saliva tiene un amargo sabor a rosas. Así que ahora no puedo distinguir entre el recuerdo de un sueño y el recuerdo de la realidad. Al final

de

las vacaciones,

nos

despedimos

arrebata:

dos, como a tirones, como en las películas habíamos visto que se separan los amantes. Yo regresé a los Estados Unidos dispuesto a acumular un capital para casarme con ella, Una primera carta de la Nico me dejó sobresaltado. Me hablaba de "extraños rumores” que corrían en el barrio acerca de Aurorita. Como era evidente que mi hermana estaba esperando mi autorización para soltarme el chisme, le escribí una carta urgida y apremiante, en donde le suplicaba que me contara

todo,

respuesta,

"hasta

en

los

cuyo volumen

mínimos

mostraba

detalles".

cuan

La

feliz era

Nicolasa en contarme esas cosas, con su mucho decir no revelaba mayores cosas. En ella, la Nico me

decía que la señora de la tienda de la esquina la había advertido de que yo debía de tener cuidado "con cesa mosquita muerta”. El carnicero le desvió la conversación, pero la viejita de la panadería le había dicho que Aurorita ya tenía novio. Ese conocimiento fuc, para mí, el más brutal de todos, porque, si bien lo que sabría después era abundantemente peor, ese primer hecho significaba la lejanía de Aurorita, de sus manos anilladas, de su piel pálida, de su aliento tembloroso. 47

En

la segunda

carta,

Nicolasa

me

contaba

que

había averiguado algo más: la señorita Aurora no tenía novio. La historia era más delicada: había tenido un amante y por eso había sido desheredada. Respondí a mi hermana que la estancia en los Estados Unidos había modificado mi mentalidad. Reafirmaba mis intenciones hacia la señorita Aurora y revelaba mi propósito de casarme con ella, en las próximas vacaciones. La tercera carta de mi hermana estaba aplanada por un estilo policial. Acuciada por mis deseos, comenzó a soltar, en los negocios llenos de gente o en las salas de apacibles sillones de mimbre, la afirmación del probable matrimonio. En medio de rostros inexpresivos, demasiado ocu" pados en verificar la exactitud del vuelto, ella sonreía y de cía; "tal vez", "es probable". El carnicero mordió el anzuelo. Esperó que se vaciara el local y le anunció su formal visita esa noche, Cuando leí lo que el carnicero dijo, sentí pro" fundo, tuve la sensación de que mis pies realmente exis” tían, de que mi cerebro era más pequeño que mis cuerdas vocales, de que mis ojos giraban en blanco, Según el hombre de las sangres, la historia de la señorita Aurora era mucho más compleja. Dijo que revelaba todo eso por mi bien, por el cariño que le tenía a mi familia desde que habíamos emigrado de Chimaltenango. Yo lo odié esa vez por un motivo diferente al que me hace odiarlo ahora. Lo odié porque me puso en vergúenza, porque su historia me hacía parecer tonto, cornudo e ingenuo. Yo lo era, en verdad, pero dicho por otra persona me hizo infeliz. La joven Au-

La cuarta carta de mi hermana fue definitiva. Había corregido y pulido la versión del carnicero a través de francos diálogos entre ella y los tenderos

del barrio. Aunque variaban en la apariencia, todos coincidían en la sustancia: la señorita Aurora había tenido un hijo con un desconocido; el niño existía, escondido en el segundo patio, sin más contacto humano que con el manso perro que siempre se oía ladrar en el fondo de la casa. Todos fingían ignorar su existencia; engañaban a la joven Aurora que creía engañarlos. Con esto, decidí romper con Aurorita, No le respondí sus cartas y me dediqué a beber. La siguiente vez que regresé a Guatemala, no me fue difícil encontrar al hombre que todos señalaban como el amante de la joven Aurora. Quien nos hubiera oído hablar tranquilamente acerca de una mujer que habíamos amado y, luego, perdido, pensaría que éramos poco hombres. Tal vez. Pero hay una edad, o debe de haberla, en que las pruebas de virilidad parecen torneos de cansancio, fiestas de toros pare animales domésticos. Así que una noche, aceptó ir

conmigo a una cantina, a beber y a contar su historia, de menuda

infelicidad, como

la mía.

Esa noche

fui otro; a través de las palabras de aquel hombre viví otras vidas, no la mía. En parte, mi solitaria mansedumbre se debe a esa conversación.

de una relación con un pariente, No me pude conformar. Le escribí a mi hermana suplicándole que "averiguara la verdad hasta el fondo".

El hombre que, delante de mí, se miraba y estrujaba los dedos como si recitara un rosario, era ya maduro, muy moreno y con los labios gruesos, cubiertos de un bigote graso y negro. Alguien ponía, obsesivamente, la misma canción en la rockola, La canción salía, girando, del aparato y se retorcía entre las mesas, entre los ojos del hom-

48

49

rora, dijo el carnicero, no era señorita: tenía un hijo, fruto

bre lleno de calvicie y presbicia que me tomaba como pretexto para recordar. Yo debía hacer un gran esfuerzo para ponerle atención, pues el ruido, su lengua pastosa y mi cerebro lleno de alcohol eran una masa de grumo sobre lo que yo quería oír. Puede ser que la memoria me falle; es más probable que la misma atención haya nublado mi inteligencia allí, en el momento preciso de escuchar. Recuerdo esto: el hombre me dijo cómo se llamaba. Luego me contó su historia. "Nací en la costa", comenzó. "Cerca de Retalhuleu, hay un pueblo en donde las indias andan desnudas de la cintura para arriba. Allí nací yo, Es un pueblo tan atrasado que todavía ahora el agua la van a traer al río en cubeta, y la luz eléctrica viene a las seis de la tarde y se va a las nueve de la noche Yo odiaba ese hoyo en el que había nacido, así que me apliqué en la escuela, hasta ser el primero de la clase.

No contento con eso, me

fui a Retalhuleu,

en

donde fui el abanderado del instituto. Usted sabe que los retaltecos dicen que su ciudad es la capital del mundo. Para mí, ese mundo de déspotas vacu: nos era el sucedáneo de otro que yo había creado en mi imaginación y que todavía busco. Para no hacerla larga, me gané una beca y me vine a estudiar a la capital. "Y aquí es donde entra la joven Aurora, que es como le decían a mi prima hasta después de muerta. Mi tía había enviudado de un comerciante rico de la capital y mi familia no ignoraba que vivía encerrada con dos hijas y un Cadillac en su casa enorme. Mis pa" dres le escribieron una carta servil, en donde, en resu-

midas cuentas, le pedían que me diera posada. 50

"¿Qué iba a saber mi tía que al responder afirimtivamente se estaba desgraciando la vida? No podía saberlo y menos viéndome llegar, como me lo, entre las risas de ella y de mis primas, carndo una valija que olía a cuero crudo y un traje que era elegante en Reu, pero triste en la ciudad. Me dieron un cuarto cerca del segundo patio y poc: confianza. Yo seguía siendo el pariente pobre, mientras ellas se echaban encima, en perfumes y Joyas, las ventas del comerciante muerto. Tenía diecisiete años. Mis primas eran apenas menores. Aurora tenía dieciséis; Margot, quince. ¿Cómo iba a pensar en ellas? Yo era estudioso, pero l:mbién inquieto. Ya hacía pequeños trabajos para v! partido comunista y viajaba los viernes a la diecisiete calle, antes de que sacaran de allí a las putias. Yo enamoraba a otras muchachas, pero con stracción, un poco por feo, otro poco porque me parecían tontas de boca pintada. "

Sería un roce, una mirada, una equivocación. No me acuerdo, para serle sincero. Lo cierto es que un

día,

mientras

oíamos

las noticias

del

radio,

mi

brazo se quedó junto al de Aurora y se me fue el aliento. La vi que estaba colorada y lo último en que pensé es que fuera mi prima. Todo fue jugarle las vueltas a la vieja. Sé que le contarán también cosas de mí con Margot. No las crea.

"Creamos, en esa casa, un aire caliginoso, como las | gajosidades de las cantinas de la costa en donde se soban las gentes. Yo no supe que había embarazado a la Aurora. Solo me acuerdo que mi tía me gritó, me in-

ultó como se debe insultar a un malagradecido, y me ) en la calle. No me pregunte cómo supe que Aurora 51

esperaba un hijo. No me acuerdo. La tía mandó a mis primas a la Antigua, en vacaciones de nueve meses. "Recuerdo que un día reuní todas mis fuerzas y me presenté a mi tía. Ella me escuchó la propuesta de matrimonio y lo mismo me echó a la calle, entre insultos y vociferaciones. Ya no volví. Fue un jura" mento y lo he cumplido. Mi tía ha seguido endurecida. Lo que hizo fue infame. Obligó a la joven Aurora a mentir, a seguir fingiéndose señorita. Y lo peor, lo que yo no les perdono, es haber tenido escondido a ese niño durante tantos años, pudriéndose en mi habitación del segundo patio, hablando solo con el perro". Quién sabe qué otras cosas me dijo. Ahora no quiero recordarlas, porque he vuelto a la Avenida Bolívar y me he parado frente a la casona donde funciona un pequeño comercio. El joven que lo atiende tiene todos los tics de la mezquindad del pequeño comerciante. Yo entro y lo veo igual a mí y siento un asco profundo, como si ese muchacho fuera una cucaracha repetida: pienso que su cabeza estará llena de los días vacíos que pasó aislado en

su infancia. Lo veo y mi semilla me repugna. Debía de ser diferente. ¿Pero qué decirle, si lo único que me recuerda esta cuadra, esta casona llena de olores marrones,

es a la joven Aurora,

blanca, con las

manos cruzadas sobre el vestido de primera comu" nión, después de que la encontraron flotando en la tina,

donde

se bañaba

agua tibia cuyo vapor frascos de medicina, los pequeños y cerreros de "Así debía de ser, perra,

con

esencia

de rosas,

un

en

empañaba los espejos, los potes de cosméticos, los ojos la madre que murmuraba: así

La jaula estaba terminada. Baltazar la colgó en el alero, por la fuerza de la costumbre, y cuando acabó de almorzar ya se decía por todos lados que era la jaula más bella del mundo. Tanta gente vino a verla, que se formó un tumulto frente a la casa, y Baltazar tuvo que descolgarla y cerrar la carpinte—Tienes

que afeitarte —le dijo Ursula, su mu-

jer—. Pareces un capuchino.

—Es malo afeitarse después del almuerzo —dijo Jaltazar. Tenía una barba de dos semanas, un cabello corto, duro y parado como las crines de un mulo, y una expresión general de muchacho asustado. Pero era una expresión falsa. En febrero había cumplido 30 años,

vivía

con

Úrsula

gn

RESUELVA LAS ACTIVIDADES DE LAS PÁGINAS 147-150

|

desde

hacía

cuatro,

sin

casarse y sin tener hijos, y la vida le había dado muchos motivos para estar alerta, pero ninguno para estar asustado. Ni siquiera sabía que, para algunas personas, la jaula que acababa de hacer era la más bella del mundo. Para él, acostumbrado a hacer jaulas desde niño, aquél había sido apenas un trabajo más arduo que los otros.

53

¡cabó de vestirse, Baltazar abrió la puerta del patio para refrescar la casa, y un grupo de niños entró en

—Entonces repósate un rato —dijo la mujer—. Jon esa barba no puedes presentarte en ninguna parte.

wl comedor,

Mientras reposaba tuvo que abandonar la ha" maca varias veces para mostrar la jaula a los vecinos. Úrsula no le había prestado atención hasta entonces. Estaba disgustada porque su marido había descuidado el trabajo de la carpintería para dedicarse por entero a la jaula, y durante dos semanas había dormido mal, dando tumbos y hablando dis" parates, y no había vuelto a pensar en afeitarse. Pero el disgusto se disipó ante la jaula terminada.

La noticia se había extendido. El doctor Octavio (jiraldo, un médico viejo, contento de la vida, pero

dias

planchado los pantalones y una camisa, los había puesto en un asiento junto a la hamaca, y había lle” vado la jaula a la mesa del comedor. La contemplaba en silencio. vas a cobrar? —preguntó.

sé —contestó Baltazar—. Voy —No treinta pesos para ver si me dan veinte.

a

pedir

—Pide cincuenta —dijo Ursula—. Te has trasnochado mucho en estos quince días. Además, es bien grande. Creo que es la jaula más grande que he visto en mi vida. Baltazar empezó a afeitarse.

la

La casa yacía en una penumbra sofocante. Era la primera semana de abril y el calor parecía menos soportable por el pito de las chicharras. Cuando 54

había

muchas

macetas

con

flores y

A su esposa le gustaban los pájaros, y le gustabin tanto que odiaba a los gatos porque eran capacus de comérselos. Pensando en ella, el doctor Giraldo fue esa tarde a visitar a un enfermo, y al re-

preso

pasó

por la casa de Baltazar

a conocer

la

Había mucha gente en el comedor. Puesta en xhibición sobre la mesa, la enorme cúpula de alambre con tres pisos interiores, con pasadizos y compartimientos especiales para comer y dormir, y lrapecios en el espacio reservado al recreo de los pálaros, parecía el modelo reducido de una gigantesca fábrica de hielo. El médico la examinó cuidadosamente, sin tocarla, pensando que en efecto aquella jaula era superior a su propio prestigio, y mucho más bella de lo que había soñado jamás para su muJor,

—¿Crees que me darán los cincuenta pesos? —Eso no es nada para don Chepe Montiel, y jaula los vale —dijo Ursula—. Debías pedir sesenta.

calor,

dos jaulas con canarios.

Baltazar despertó de la siesta, ella le había

—¿Cuánto

de

—Esto es una aventura de la imaginación —dijo. lbuscó a Baltazar en el grupo, y agregó, fijos en él sus ojos maternales— Hubieras sido un extraordinario arquitecto, Baltazar se ruborizó.

ao Qi

Cuando

¡nsado de la profesión, pensaba en la jaula de Bal-

lizar mientras almorzaba con su esposa inválida. 2 terraza interior donde ponían la mesa en los

—Sirve

—Gracias —dijo.

is verdad —dijo el médico. Tenía una gordura lisa y tierna como la de una mujer que fue hermosa en su juventud, y unas manos delicadas. Su voz pa” recía la de un cura hablando en latín—. Ni siquiera será necesario ponerle pájaros —dijo, haciendo girar la jaula frente a los ojos del público, como si la es” tuviera vendiendo—. Bastará con colgarla entre los árboles para que cante sola. —Volvió a ponerla en la mesa, pensó un momento, mirando la jaula, y dijo: —Bueno, —Está

pues me la llevo.

vendida —dijo Ursula.

—Es del hijo de don Chepe Montiel —dijo Balta" zar—. La mandó a hacer expresamente. El médico asumió una actitud respetable. —

(Te dio el modelo?

—No -—dijo Baltazar—. Dijo que quería una jaula grande, como esa, para una pareja de turpiales. El médico miró la jaula. —Pero esta no es para turpiales.

—Claro que sí, doctor —dijo Baltazar, acercándose a la mesa. Los niños lo rodearon—. Las medidas están bien calculadas —dijo, señalando con el índice los diferentes compartimientos. Luego gol: peó la cúpula con los nudillos, y la jaula se llenó de acordes profundos. —Es el alambre más resistente que se puede encontrar, y cada juntura está soldada por dentro y por fuera —dijo.

los

hasta

un

loro —intervino

uno

de

-Así es —dijo Baltazar. E] médico movió la cabeza. —Bueno, pero no te dio el modelo —dijo—, No te hizo ningún encargo preciso, aparte de que fuera

una jaula grande para turpiales. ¿No es así? Así es —dijo Baltazar. —Entonces no hay problema —dijo el médico-. (na cosa es una jaula grande para turpiales y otre cosa es esta jaula. No hay pruebas de que sea esta la que te mandaron hacer. —Es esta misma —dijo Baltazar, ofuscado—. Por ) la hice.

El médico hizo un gesto de impaciencia. —Podrías u marido.

hacer otra —dijo

Y después,

hacia

Ursula,

mirando

el médico—:

Usted

a no

tiene apuro, —Se la prometí dijo el médico.

a mi

mujer

para

esta

tarde

—Lo siento mucho, doctor —dijo Baltazar—, pero no se puede vender una cosa que ya está vendida. El médico se encogió de hombros. Secándose el sudor del cuello con un pañuelo, contempló la jaula en silencio, sin mover la mirada de un mismo punto ndefinido, como se mira un barco que se va.

—¿Cuánto te dieron por ella? Baltazar buscó a Ursula sin responder. —Sesenta

56

para

NIÑOS.

pesos —dijo ella.

57

El médico siguió mirando la jaula. —Es

muy

—suspiró—.

bonita

Sumamente

bo-

nita.

daltazar no era un extraño en la casa de José Montiel. En distintas ocasiones, por su eficacia y uen cumplimiento, había sido llamado para hacer rabajos de carpintería menor.

Luego, moviéndose hacia la puerta, empezó a abanicarse con energía, sonriente, y el recuerdo de aquel episodio desapareció para siempre de su me" moria.

—Montiel

es muy rico —dijo. José

verdad,

En

Montiel

no era

tan

rico como

parecía, pero había sido capaz de todo por llegar a serlo.

A

pocas

cuadras

de

allí, en

una

casa

atibo-

rrada de arneses donde nunca se había sentido un olor que no se pudiera vender, permanecía indiferente a la novedad de la jaula. Su esposa, torturada por la obsesión de la muerte, cerró puertas y ventanas después del almuerzo y yació dos horas con los ojos abiertos en la penumbra del cuarto, mientras José Montiel hacía la siesta. Así la sorprendió un alboroto de muchas voces. Entonces abrió la puerta de la sala y vio un tumulto frente a la casa, y a Baltazar con la jaula en medio del tumulto, vestido de blanco y acabado de afeitar, con esa expresión de decoroso candor con que los pobres llegan a la casa de los ricos. —Qué cosa tan maravillosa —exclamó la esposa de José

Montiel,

con

una

expresión

duciendo a Baltazar hacia el visto nada igual en mi vida —dijo, con la multitud que se agolpara llévesela para adentro que nos

radiante,

con:

interior—. No había y agregó, indignada en la puerta— Pero van a convertir la

Pero nunca se sintió

bien entre loa ricos. Solía pensar en ellos, en sus eres feas y conflictivas, en sus tremendas ope” aciones quirúrgicas, y experimentaba siempre un :entimiento de piedad, Cuando entraba en sus casas no podía moverse sin arrastrar los pies.

—¿Está Pepe? —preguntó. Había puesto la jaula en la mesa del comedor. —Está en la escuela —dijo la mujer Montiel-. Pero ya no debe demorar —Y Montiel se está bañando.

En

realidad,

José

Montiel

no

había

de José agregó—

tenido

tiempo de bañarse. Se estaba dando una urgente fricción de alcohol alcanforado para salir a ver lo que pasaba. Era un hombre tan prevenido, que dormía sin ventilador eléctrico para vigilar durante el sueño los rumores de la casa.

—Ven a ver qué cosa tan maravillosa —gritó su mujer. José Montiel —

b.

El cuento es una crítica a Estados Unidos y el sistema capitalista. Averigúe sobre las principa” les críticas que se hacen a dicho sistema desde la perspectiva de los países latinoamericanos. Con esa base, indique qué simbolizan. a. Mr. Taylor y Mr. Rolston

5.

La invasión de Estados Unidos a Guatemala puso fin a la Revolución de Octubre. Investigue lo que ocurrió en esa ocasión y los pretextos que utilizó Estados Unidos para derrocar a un gobierno democrático en nuestro país.

Augusto Monterroso escribió este cuento motivado por la furia e impotencia que le causó la invasión de Estados Unidos a Guatemala, en 1954. En ese caso, si analizamos el final, ¿el cuento es optimista o pesimista? Argumente su respuesta.

Cc. Las cabezas reducidas

d. La Coca Cola

e. Las Obras completas, de G. Knight

144

145

7. Si consideramos

Estado,

describa

a la tribu

cada

uno

amazónica

de

sus

como

un

elementos

constitutuvos.

a.

Población .

Nombre

| Clave / carné Territorio

1. Complete las oraciones que faltan historia quede ordenada. y»

b.

c.

Sección para

|

|

que

la

Kl primo llega a vivir a casa de Aurora.

Poder

c.

d. e. f 8. Si consideramos a la tribu amazónica como un Estado, redacte un breve comentario sobre la situación de su soberanía.

8

La mamá de Aurora manda la Antigua Guatemala.

a sus dos hijas a

A

-

-

-

El protagonista conoce a Aurora. o —

A -

h.

147

>

a

3. Con los datos expuestos por el narrador, cuente lo que pudo haber pasado desde que encerraron al niño, hasta el final del cuento,

b. Cuando supo, por medio de cartas, que Aurora tenía un hijo.

c.

Cuando se enteró, de parte del primo de Aurora, cómo había quedado embarazada.

d. Al final, cuando la diente de la tienda.

evoca,

viendo

al

depen-

4. Explique cómo pudo haber ocurrido la muerte de Aurora.

9.

Imaginque que usted va a colaborar para que se apruebe una ley que castigue la actitud de la mamá de Aurora. Realice lo que se le indica. | Nombre que daría a la ley

5.

Narre cómo evolucionaron los sentimientos protagonista con respecto a Aurora.

del

a. Cuando la conoció. [ ¿Quién presentaría la iniciativa de ley? Explique.

149

|

| ¿En qué comisión del Congreso se le daría trámite?

| Nombre

Clave / carné Describa, brevemente, el camino que seguiría su Iniciativa de ley hasta entrar en vigencia.

Sección

1. Realice las inferencias necesarias para completar las siguientes oraciones. a. Al principio, Baltazar estaba barbado porque

2.

b.

La casa se llenó de curiosos porque

c.

El médico se interesó en la jaula porque

d.

Montiel salió en

e.

Montiel rechazó la jaula porque

calzoncillos porque

Describa, en una oración simple, cada uno de los

tres lugares indicados. a. Casa

150

de Baltazar

151

c. Salón

de billar

5. Consulte, en un libro de teoría literaria, acerca de las clases de narrador que existen. Indique a cuál de ellas corresponde el narrador de este cuento. Señale tres elementos que le permitan demostrar su elección. Personalidad

El narrador es

porque

a.

b. C.

6. La propuesta del doctor plantea un dilema ético para Baltazar. Consulte en un libro de filosofía en qué consiste un dilema ético. Con la información obtenida, complete el esquema.

Indique en cuánto tiempo transcurren las acciones narradas. Localice cinco oraciones que evidencien su respuesta. Cópielas literalmente en el espacio respectivo. La primera le servirá de ejemplo. Las acciones transcurren en _____ horas porque a.

Cuando acabó

de almorzar,

Dilema

ético

Vender al médico

No vender al médico

ya se decía... SRA

AA

Gr

Solución

153

7. Repase, en su libro de Introducción al derecho, la teoría acerca del derecho consuetudinario y sobre las fuentes del derecho. Con esa base, responda lo que se le pide. Argumente cada res-

b Í

puesta.

¿Podría Baltazar argumentar a José Montiel que se basó la costumbre, como fuente de derecho para aceptar el trato que hizo con el niño? ———_——

l: L EM :

|

| |

==

Sección

|

|

1. Alo largo del cuento se intercalan tres historias: A, la de quien encontró la carta; B, la de quien escribió la carta; C, la del protagonista de los sucesos narrados. dentro

del cuadro

de la derecha, A, B, €,

según la historia a la que corresponda cada frag” __HH>

*

y

O A ————_

:

OS

a. Debió

,

AA

b. Nada e

e | TANTA

>

AA

|

b. Cuando José Montiel dice a Baltazar “Solo a ti se te ocurre contratar con un menor” ¿podría afirmarse que el contrato es fuente de derecho? ¿En qué condiciones?

ser

un

hombre

tal

sé,

por otra

parte,

de mi

único

e. Y fue (...) aquel primer día de cacería,

|

f.

cuando Matías se enfrentó a ellos. Como tú, querido amigo, bien sabes la

piedad es la forma extrema del amor. qm

No puedo más, y aquí termino. Soy ahora, como ves, un hombre deshecho. No quisiera poner punto final a mi trabajo sin aludir a (...) la paternidad de Lizardi. 1. Entonces, entre los jadeos, creí escuchar una voz.

p | | 154

culto,

hermano. ] s y , c. Las ausencias de Javier A nadie llamaban, a casi nadie hacían suspirar o padecer. d. ¿Compararía Lizardi el comporta: miento del insecto con el que la vida había mostrado con el muchacho?

'

A

muy

como lo demuestra su elegante grafía.

P

A

mento.

Dd

==

0

0

A

Clave / carné

Anote, A

|



155

Dd000

>

Nombre

|

dd

a.

|

2. Identifique :ada una

a qué

suceso

de las siguientes

se

refiere

Lizardi

en

c. Javier.

reflexiones.

a. Javier obedecía al mismo instinto que hace a un perro moribundo escapar de sus amos y correr hacia los ventisqueros. AA

4. Identifique la idea principal y dos ideas secundarias en cada una de las historias. a. La historia de quien encontró la carta

b. Pero ya sabes cómo es nuestra gente. No siente amor por los animales, ni siquiera por aquellos jóvenes y pequeños.

re

Idea principal _

c. Sé que no es lícito atribuir a los animales las potencias que únicamente corresponden al hombre.

Idea secundaria

1

Idea secundaria

2

Idea principal

_

d. Lo que el anciano era la bendición

realmente

deseaba

de



CA

KA

AR

b. La historia de Javier

de un crimen.

ed

Idea secundaria

Escriba una oración breve que defina a cada uno de los siguientes personajes. a. Quien encontró la carta.

b.

5. Investigue sobre las características literarias del cuento, la fábula y el género epistolar. Describa cómo se presentan en esta narración a. Cuento

Lizardi.

156

2

b.

Fábula

i

|

|| |

| | |

e

|

|

|

|

|

1.

6. Cuando Matías pide a Lizardi autorización para matar al Jabalí, pone un dilema que tiene que ,

.

.

f

ver con tres clases de normas. Explique cómo se

a.

moral

|

|

|

|

|

|

|

Norma

S



nd

b.

E

==

SÓ o ES

Norma jurídic:

n

21

Jay

1

A

Ís

E ===

C.

B-

o

:

>

h.

d.

mn

1

e.

_

2. Numere

=

TIA

TE

los siguientes

sucesos,

de

acuerdo

con

E

!

a. Una vez, los niños se descuidaron y el se-

l p

;

'

|

ñor extraño del Cielo.

los siguió

hasta

La

E AA ]

en otras cositas

a nuestros

[

Puerta

b. Casi todo el domingo lo ocupábamos ayudar

7

y

su importancia para el cuento. El número 1 cop +8 A : rresponde al suceso de mayor importancia y el 4 al de menor.

Ñ

c.

.]

b,

Es E

AAA

E

a. mitad

|

A

L

El autor escribe algunas palabras de acuerdo con la forma en que suelen ser pronunciadas por los niños de las áreas rurales. Subraye diez de ellas y escríbalas, ya corregidas, en las siguientes 5

Norma religiosa =

Sección

líneas. El ejemplo le servirá de guía.

ERIN E A

al derecho.

Ñ

ll

manifiesta en esa petición cada una de esas clases de normas. Consulte su libro de Introducción

.

| Clave / carné

tl

S,

mn

¡Nombre

a

E

¡ep

5 O ” O 2O

O

o

A

]

L-—

en L

|

tatas.

c. Desde ese domingo, todas las tardes de todos los domingos, después de jugar y en lugar de peliar, nos veníamos a meter aquí.

—— |

| E |

d. Chabello

158

localizó

La Puerta

159

nr.” Y

del Cielo.

|

pl

3. Explique:

b

a. ¿Quién narra los hechos? b. ¿Qué

características tiene durante los

narrados?

características

¿Qué

hechos?

tiene

o

hechos

o

,

A

E



DR

A

==

¿

=



Ñ

4

h

'

——

p

4. Resuma el cuento en seis oraciones simples.

|

a

G

ÓN A

|

===

¿
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