Cuentos Negros de Cuba
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Cuentos negros
LYDIA CABRERA
Editorial Letias Cubanas, L a Habana, Cuba
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Tomado de: Cuentos negros de Cuba. Ediciones Nuevo Mundo, La Habana, Cuba, 1961.
Edicián/ A n a M. Muñoz Bachs Cubierta/ Berardo Rodríguez Ilustración: Autorretrato con ceiba, de Edel Diseño interior/ Xiornara Leal Composicíon computarizada/ Ana Man'a Yanes Todos los derechos reservados 0 Sobre la presente edici6n: Editorial Letras C'ubhnas. lC?95
ISBN 959-10-0275-0 .
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I n s l i t u i ~Ziibsno 6 ~ i . i, í D T ü Editorial -Letras Cuñanas Palacio del Segundo Cabo O'Reíllv 4, esquina a T a c 5 n La ~ a b a n aCuba ,
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Estos cuentos afrocubanos, aun cuando todos ellos están cundidos de fantasía y ofrezcan entre sus protagonistas algunos personajes del panteón yoruba, como Obaogó, Oshún, Ochosí,etcétera, no son principalmente religiosos. Los más de los cuentos entran en la categoría de fábulas de animales, como las que antaño dieron su fama a Esopo, y contemporáneamente a las afroamericanas narraciones del Uncle Remus, que son tan populares entre los niños de los Estados del sur en la federación norteamericana- El tigre, el elefante, el toro, la lombriz, la liebre, las gallinas y, sobre todo, la jicotea, a veces la pareja jicotea-venado, o tortuga-ciervo, cuyas contrastantes personalidades constituyen un ciclo de piezas folklóricas muy típicas de los yorubas, donde la jicotea e s el prototipo de la astucia y la sabiduría venciendo siempre a la fuerza y a la simplicidad. Algún cuento, como el titulado "Papá Jicotea y Papá Tigre", ha debido d e formarse en Cuba, por la Fusión en serie de distintos episodios folkl6ricos, pues contiene elementos cosmogi5nicos seguidos de otros que son meras fabulaciones de animales. Otros cuentos son de persofiajes humanos en los cuzleo !a ~ i t o l o g i a entra secüiiíiariamente. En varios de ellos se descubren supervivencias totémicas, c o m o
uando se cita el Hombre-Tigre, el Hombre-Toro, 'apá-Jicotea, etcétera. Es curiosa la definición económica que el dios lchosí, el varón cazador y amoroso de los cielos orubas, da de la poligamia, distinguiéndola de la irostitución. Aquélla consiste en que Ochosi, quien iene muchas mujeres permanentes, no paga nunca a us hembras, pero siempre las tiene bien alimentadas éstas trabajan para él. Otro cuento nos ofrece unas fábulas muy curiosas, e cómo se originaron el primer hombre, el primer .egro y el primer blanco. Abundan en el folklore .egro los mitos de la etnogenia, pero éstos son nueos para nosotros. El gran creador Oba-Ogó hizo al brimer hombre "soplando sobre su propia caca", mito ste poco halagador para el hombre no obstante su eífica oriundez; p e r o no se aparta mucho del mito íblico por el cual el primer ser humano nace del mgo d e la tierra, que Jehová moldea y vivifica, fundiéndole su soplo divino. No se dice en este mito egro cómo fueron los seres protohumanos, pero se xplica que uno de ellos, a pesar de prohibírselo el 31, subió hasta éste por una cuerda de luz y al acerarse al astro ardiente se le quemo la piel; mientras u e otro hombre subió a la luna y allá se tornó blanco. La mayor parte de los cuentos negros coleccionados or Lydia Cabrera son de origen yomba, pero no poemos asegurar que lo sean todos. En varios aparece vidente la huella ds la civilización de los blancos. En lgunos hay curiosos fenúmenos de transición cultural ue son hoy significativos, como cuando el narrador A 3 1 1 riuund tribuye a un dios el rarg2 de Szcretzno ,U , uprem,o,o el de Capitán de Bomberos. Este libro es un rico aporte a la literatura foíirlórica e Cuba, que es blanquinegra, pese a las actitudes
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negativas que suelen adoptarse por ignorancia,, no siempre censurable, o por vanidad tan prejuiciosa como ridícula. Son muchos en Cuba los negativistas; pero la verdadera cultura y el positivo progreso están en las afirmaciones de las realidades v no en --los reniegos. Todo pueblo que s e niega a sí mismo está en trance d e suicidio. Lo dice un proverbio afrocubano: "Chivoque rompe tambor con su pellejo paga". d
EL MOSQUITO ZUMBA EN LA OREJA
Era una oreja que había venido a menos. Una oreja muy pobre, y de contra tan prendada de tambores, guitarras, timbales, guayos y maracas, que se olvidaba de vender a buen precio su cerilla. O dándosela a crédito a alguna beata d e su parroquia para la lamparilla de sus santos, no se acordaba luego de cobrarla. Que la oreja en el bembé, la oreja en la fiesta de Ocha; la oreja e n las rumbantelas, la oreja e n las claves --donde quiera que había tiroriro-, y... la oreja iba debiendo tres meses de alquiler de casa. iLa oreja debió seis meses de alquiler d e casa! Ya iban a bajar a la calle su cama-camera, la cama de su madre, donde había nacido. Tenía esta cama un paisaje redondo y bellísimo a la cabecera: un lago azul aiiil -un pato risueño, un pato-nave bogando en medio-, un cielo azul turquesa y una montaña de nácar. iY aquel solemne armario de caoba maciza, enorme, muy labrado y deteriorado, con una de sus dos lunas rotas, que tanto-Oreja respetaba! Porque aquel armario... Ella, ella era una pobre oreja venida : i m e c ~ s en ; cambio, su abuelo, ¿quién lo creyera?, su abuelo fue caballero. Es decir, rico. El armario le había pertenecido, y a la oreja le habían inculcado sus mayores hasta el fondo d e su
alma, también venida a menos, una admiración sin límites, un respeto religioso por aquel abuelo potentado que no había conocido; al extremo que e l gran armario del abuelo y el abuelo llegaron a ser lo mismo para la oreja. ¿Cómo permitir que al abuelo, en especie de mue->le, lo arrojaran a los fosos? De modo que en tan grave aprieto, la oreja corrió ipedir prestado a unas primas hermanas suyas, invo:ando la enorgullecedora memoria, la sagrada pre; e n c i a -real, t a n g i b l e ... a b r u m a d o r a del isombroso antecesor; y aun estaba dispuesta a cederes en esta ocasión, para el resto d e sus días, la rloriosa propiedad del armario. 3 Pensad: el abuelo en la calle, expuesto a pública lergüenza, a pocas horas de la confiscación y de una nuerte definitiva, irreveren te, en la infamante proniscuidad de los fosos. Fue la prima Consuelo la que respondió espléndilamente y salvó al abuelo en tan difíciles circunstan:ias. Consuelo, que descansaba d e día y trabajaba de ioche, y a veces de dia y de noche, maquinalmente, ganaba buen dinero; q u e cambiaba d e nombre y de >reciosegún los barrios, y cuyo único pudor consistía :n guardar para sí, clandestino, su nombreverdadero: 'ura. Ella también, a veces, pensaba soñadora en el ibuelo. iSi aquel abuelo tan rico, tan rico --de seguro que ~ a d i een el mundo había tenido tanto dinero-, no e hubiese arruinado, quizás Consuelo...! En fin, bien porque el armario iba a ocuparle lemasiado iugai-t;ii I á pequeña accesoria cn q u e vivía 13 sa-ón, 3 m“- L;= UI-C ~ C F ~ U le=daba N G S Y ~ ~< Si d ntímo reparo guardar sus ligas inconfundibles e n tan usteros cajones, Consuelo renunció a la posesión d e &U
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la reliquia-familiar que la oreja le ofrecía compungida. Aceptó en cambio la cama de hierro por más útil; el paisaje la refrescaba, la reconfortaba la sonrisa optimista de aquel pato, y le dio lo preciso para arreglar las cuentas con el casero y arrendar otra habitación en que cupiera el abuelo. -En adelante -se juró la oreja, animada d e los mejores propósitos- trabajaré lo estrictamente necesario para pagarle un cuarto. Ya no tenía cama. ¿Qué más le daba? Una oreja duerme donde quiera. Se acostaría sobre la tabla del medio del armario que, bien visto, era como otra habitación y tenía cabida para todo. (Le servía inmensamente de fiambrera, d e cocina, de ropero, y sobre todo -esto era lo esencial- de vanagloria). Con el corazón ligero, la oreja fue a buscar el carro de la agencia de mudanzas Prontitud y Esmero. Aquel servicio con un solo carretón y una mula 4 o n rosas rosadas de papel marchito en la collera, agriada por la triste experiencia qiie tenía del mundo y quebrantada por las dietas, los anos y el trabajo a palos- lo hacía el mosquito. El mosquito, como todo un carretonero, estaba aquel día borracho. Quizá un poco más que otros sábados. -¿Cuánto m e vas a cobrar? -le preguntó la oreja, inquieta, pues lo cierto era que del dinero de la prima Consuelo ya no le restaba ni un céntimo. El mosquito, pensando q u e aún le quedaba un medio litro por beber. respondió: -iMedio! -¿,Medio? ¿Estas seg'lro? -Sí,medio! -afirnicí el mosquito malhumorado. -iPues carga, carga inmediatamente! -le ordenó la oreja. A
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- S e paga adelantado -refunfuñó el borracho. -iCarga- primero! Alza, iuf!, firme, ídiablos! iEh, Mosquito, cuidado! -y fue ardua empresa la de levantar aquel monumento que no se desarmaba, colocarlo luego de pie y, a lo largo, en el carretón. -iSe paga adelantado! -volvió a decir el mosquito, rendido por el esfuerzo-. Nunca he cargado cosa tan pesada. Es un castillo lo que me llevo. -Es... -le aclaró la oreja reventando de satisfacción- iel armario de mi abuelo! Luego, cuando, después de otras dificultades, el abuelo-armario quedó instal-adoen el nuevo domicilio de la oreja y Mosquito exigió el pago, ésta le confesó que no tenía dinero: -Mañana sin falta te pagaré. -iSi no m e pagas 4 i j o Mosquito indignado, tomando interiormente una decisión-, Oreja, tendremos guerra! i M a ñ a n a sin falta! Pero ni mafiana, ni pasado maiiana, ni tras pasado mafiana ... La oreja olvidb aquella ínfima deuda. iUn medio!, y volvió a distraerse de las realidades y exigencias mezquinas de la vida. Una noche, Mosquito se presentó en su cuarto. Iba armado de una lanza cuya punta había estado aguzando todo el día. -iMi medio! iOreja, mi medio! -Y la oreja sin dinero. Sin recordar la dirección d e alguna beata que l e debía la cerilla, --¿Yo no se lo advertí acasc? Pues va lo sabe: ila guerra está declarada! -y zumbándole e n redor, enredándola e n la hebra pegajosa de su estribillo, le clavaba 1a lanza: -i Mi meeeedio! iMeee-dio! iMeeeeedio! -
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A partir d e aquel día, de cada anochecer al alba, repetía incansable el ataque. La guerra que l e hacía el mosquito duró todo e l verano, hasta que la oreja enloqueció d e desesperación y de rabia. Cuando creía que había matado al acreedor, ímplacable verdugo de su reposo, éste resucitaba y se burlaba de ella con un nuevo lancetazo: "iMeeedio!" Y no era la picada lo que la oreja temía. Lo que más la encocoraba, la daba a los diablos -y acabó con ella-, era la cantinela afilada, obstinada, 'enloquecedora, del mosquito que, enteramente dueño del silencio, cuanto más ahondaba la noche, atormentador, seguía reclamándole: i Mi meee-dio! iMeeedio! i Meeeedio!
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LA TIERRA LE PRESTA AL HOMBRE, Y ÉSTE, TARDE O TEMPRANO, LE PAGA LO QUE LE DEBE
Fue cuando e n la tierra no había más que un solo hombre.-. Junto al mar s e elevaba la loma Cheché-Kalunga. Kalunga se llamaba el mar. El hombrese llamaba Yácara. La tierra se llamaba Entoto. Cuando salía el sol, Cheché-Kalunga veía al hombre abajo, escarbando afanosamente con sus manos en la tierra. Un día, Cheché-Kalunga-Loma Grande le habló a Entoto: -¿Quién es ese que veo a mis plantas, que te hiere, te revuelve, te maltrata, devora tus hijos y luego canta: "Yosoy el rey, el rey del mundo"? Y Entoto le respondió a Cheché-Kalunga: -Es Yácara, elenviado de Sambia. Entonces habló el mar. Le dijo a Entoto: -Que no te engañe Yácara: inunca podrá más que yo, ni puede más que tú! Y el hombre oyó lo que hablaron el mar, la mon-
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y el llano. S e acerc6 al mar y ie dijo: -Soy el enviado de Samhia. El le respondió furioso:
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Cuando el hombre, como era su costumbre, quiso continuar abriendo agujeros y hurgando en el suelo, la tierra le preguntó: -¿Por qué tomas lo que es mío? -¡Soy el enviado de Sarnbia! -volvió a repetir el hombre. Pero esta vez la tierra se endurecióy se cerró y no pudo obtener nada de ella. Entonces Yácara se volvió a Cheché-Kalunga y le pidió permiso para escalar su cima y hablarle a Sambia. Cheché-Kalunga le dijo: "Sube",y Yácara llamó a Sambia y hablaron: -La tierra no quiere darme nada d e lo que tiene. -Allá ella -contestó Sambia-; arreglen ese asunto entre los dos. El hombre descendió y le dijo a la tierra: S a r n b i a dice q u e nos pongamos d e acuerdo. -Le pidió que le proporcionara cuanto necesitaba para vivir, y la tierra respondió: -Bien, te daré a comer mis hijos. Ellos te alimentarán a ti y a toda tu descendencia. Veamos qijé me ofreces e n cambio. -No sé -dijo Yácara-. No poseo nada. i.Qué quieres? -Te quiero a ti --contestó Entoto. Yacara aceptó, obligado por el hambre que empezaba a torturarlo. -Así será - d i j o - . Mas con una condición. Me sustentarás con tus hijos día a día, y yo, al fin, te snai-P, cor! mi zuerpri nuc devorarás cuando SamI?. , i -3 bia, nuestro padre, te autorice, y sea él quien me p . .? t3 ~c L1 a; t;empc que juzgue. conveniente. L-.laniaror! a srirnhia. q i h a ~l l o justo el arreglg, y quedó cerrado el trato'del hombre y la tierra. 3
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Más tarde el hombre se entendió con el fuego;hizo tratos con los espíritus, con las betias, con la montaha y el río. Jamás pudo pactar nada seguro con el mar ni con el viento.
Chéggue caza en el monte con su padre. Aprende a cazar.Pr6xim0 el año nuevo, le dice el padre: -Chéggue, guarda tu flecha. En estos días nos está prohibido cazar, porque así como nosotros celebramos las fiestas del año y nos divertimos en el pueblo, los animales también celebran las suyas y s e divierten en el monte. Bajaron al pueblo. Nadie cazaba ni derramaba sangre de animal. Todos los hombres se estaban tranquilos en sus casas. afiana del ano nuevo; Chéggue amaneció llo-
La iIlarél lo mira y le pregunta: -¿Por qué, Chéggue, por qué sukú-suku''?2 . e dejado mi flecha en el monte. Lloro
Illaré va a decirle al hombre que Chéggue llora porque su flecha está en el monte. Ei oadre dice:
-No e s el momento de ir al monte ni de tocar una flecha. Y Chéggue sigue llorando, y Chéggue dice que no comerá hasta que recupere su flecha. -Deja que vaya a buscarla -suplica la illaré. Chéggue, en 'elmonte. Recoge su flecha. Ve una gran asamblea de animales comiendo y bebiendo dengue3 caliente. Dispara la flecha, se la clava en e l corazón al más viejo d e todos. Chéggue no vuelve del monte. La íilaré, conun grupode mujeres,va a buscar aCh6ggue (Voces de mujeres entre los árboles). Chéggue, iay, Chéggue! Chéggue, iay, Chéggue! Chéggue no responde. Contestan en coro los animales del monte. Las mujeres no entienden lo que han dicho; van a buscar a los hombres. Ellos saben. V a el padre de Chéggue, va solo. Chéggue, iay, Chéggue! Chéggue, iay, Chéggue! Y aparecen todos los animales cantando y bailando. Chéggue, ioh, Chéggue! Tanike Chgggue nibe ún C h é g u e on-ochono ire Ió e,~ ~ i & ~ z iti? c' I;ajya ecafiente.
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-Chéggue nos vio contentos celebrar el ano nuevo. D e un flechazo mató a nuestro jefe. De un flechazo en el corazón. Chéggue está muerto. Su cuerpo ahí yace en un arroyo... -Ven -le dice el cazador a la illaré -. Chéggue está muerto en el arroyo. El hombre lo carga, s e lo lleva en hombros...
OBBARA MIENTE Y NO MIENTE
Decían que Obbara mentía. Su palabra era tenida por engañosa; mas cada palabra de Obbara escondía una verdad profunda. Si Obbara mentía, no dejaba sin embargo de expresar algo verdadero. Dificil de interpretar el lenguaje d e Obbara, veraz y falacioso a un mismo tiempo. Se dio en llamarle embustero: en no ir hasta el fin de su palabra por temor a extraviarse en un infinito laberinto de ilusión y realidad. Y una vez Obbara, en el pueblo d e los orishas - é s t e es el pueblo que acaso está al fondo de la selva donde van los astros a dormir de día; al otro lado de un paredón de montes q u e sube hasta las nubes y cierra el mundo; o al otro lado del infinito. Más allá de la tierra, más allá de esta vida, ni en la tierra ni en el cielo; o en el cielo y e n la tierra al mismo tiempo-, Obbara invitó a comer a todos los santos. Para regalarlos cumplidamente, Obbara había asado aves y reses y viandas en tal cantidad, q u e los santos, glotones, saciando su voraz apetito, no pudiei-oil eligiillir ni la d a d de !o qiie Obbara les ofrecia ESE tantz esp!endidez. Terminado el banquete, dijo Obbara:
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-¡.Ni yo ni mi mujer hemos comido! -yIa cara de 0bbara relucía de contento. Los santos respondieron a una: -iNo e s verdad! -y se marcharon contrariados, comentando los embustes de Obbara, que no perdía ocasión de mentir o confundir. Visitaron a Olofi, padre y señor de los santos: el amo distante de todo lo creado, que no visita las cabezas y que nadie ha visto. Le dijeron: -iObbara miente! iEn un banquete opíparo, con la boca aún grasienta, nos asegura alegremente que no ha comido! i O b b a r a sólo miente! --afirman los santos mientras Olofi calla pensativo. -Venid todos dentro de tres días; decidle a Obbara que le espero -responde el viejo de eternidad-. Quiero veros reunidos con Obbara. Y fue entonces a sus siembras a buscar calabazas, Elégguede, de gran tamaÍio. Entre ellas, una muy pequeiía y deslucida que luego colgó del techo de su casa. A los tres días se presentaron los santos: -¿Estáis todos? -preguntó Olofi. Un instante s e miraron unos a otros, y Eleguá, el más pequeño, el que abre y cierra los caminos, respondió malicioso: F a l t a Obbara... Explicaron los santos: -0bbara nos dijo que vendría; mas sucio y andrajoso,¿había de presentarse Obbara en casa d e Olofi? Y estaba sucio, cubierto de harapos repugnantes. /
Obbarz no veli,bra.,Un iinete vestido de blanco, en i?n gallsrAuu ~ ,-.,a~U .r,::.-U . ullV blanco, apareció a lo lejos descendiendo la cuesta de una loma.
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-i Es Obbara! - d i j o el viejo seiíor del cie10, -iAh, el mentiroso! -exclamaron los santos despechados-; ived cómo siempre nos engaiia! Mas Obbara, antes de acudir a la cita d e - ~ l o f i , había practicado ebbó; había purificado.su cuerpo y sus ropas y hecho rogación. Había limpiado su corazón y sus ojos. Y a medida que Obbara, inmaculado, se allegaba, un olor de flores blancas, de azucenas, de campanas, se hacía más penetrante. Se desprendía de Obbara la claridad, la albura que es de Olofi y agrada a Olofi. Así, cuando Obbara, resplandeciente de blancura, saltó de su caballo y vino a postrarse a los pies de Olofi, éste se volvió a los santos, severo,.y les mostró a Obbara: su pureza fundida en su pureza. Después, el viejo de eternidad dio una hermosa calabaza a cada uno. A cada uno según su categoría. A Obbara entregó la que no era-deseable, la más pequeña, y los despidióPensilencio. Los santos emprendieron el camino de vuelta, maguados, carifruncidos. Como retornaban enfadados a sus casas, creyendo que el padre se había reído de ellos, ya lejos, Ochosi protestó en alta voz:. -¿Para esto nos ha llamado Olofi? ¿Para regalarnos una calabaza? -y con viva indignación arrojó la suya al borde del sendero. -iEs una burla! -asintieron los demás, e imitándole,se aligeraron despectivamente de una carga tan molesta como inútil, pues pesaba, pesaba más de lo que hubiera podido imzginarse, aquel burdo regalo de Olofi. Y Obbara ..., Obbara guardó preciosamente la rncnguada calabaza. !II sIiIi d e su i:sha!!n ilevaba unas grandes alfoj a s blancas, y como viera en el borde del camino -u
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el montón de calabazas que los santos habían arrojado al pasar, se dijo: "iNo saben apreciar lo que el padre nos da con sus manos! Han desdeñado la dádiva de Olofi". Respetuosamente las fue recogiendo una a una y llenó con ellas sus alforjas. En su casa, Obbara se desvistió su traje de pureza; volvió a cubrirse con sus andrajos sucios, terrosos, tomó una guataca y se marchó al campo a ' laborar. Porque entonces Obbara no era nada más que un labrantín, y aquel día no había qué comer en la pobre casa de Obbara. Su mujer, al ver en un rincón tantas calabazas apiladas, cuando se aproximaba la hora en que Obbara solía volver d e su faena, tomó una al azar para cocerla. Apenas comenzó a picarla, halló q u e la calabaza estaba rellena d e oro, y apresuradamente, con gran temor, volvió a colocarla entre las otras. Llegó Obbara. Le mostró el portento, y Obbara dijo: -No podemos disponer de ese tesoro ni podemos comer de estas calabazas. Y Obbara durmió tranquilo. No transcurrió mucho tiempo sin que Olofi enviara a buscar a los santos. Sólo Obbara hizo sarallelléo. Volvió a revestirse de blancura. Sólo Obbara refrescó su cabeza, limpió su corazón y sus manosPuro, se encaminó al lugar donde vivía el señor del fondo del cielo, llevando bajo el brazo la calabaza que Él le había dado. Y Olofi, cuando todos estuvieron reunidos, !es pregu~t.6: -¿Qué habéis hecho de mi iegalo? iu lngúii saiiic, se airevía a responderle. -¿Y tú, Obbara? ?&T.
Obbara le presentó su pequeña calabaza. Le refirió cómo había recogido las calabazas que todos despreciaron; lo que había hallado dentro de una su mujer. -Tuyo es el oro escondido -dijo Olofi-. iVerdad cuanto hable tu lengua mentirosa! La blancura de Obbara s e confundía con la blancura de Olof~ Los santos humillaron sus frentes,
TAlTA JICOTEA Y T m A TIGRE
Cuando la tierra era joven, . la rana tenía pelos y se hacía papelillos. Al principio todo era verde. No solamente las hojas, la yerba y cuanto sigue siendo verde, como el limón y el grillo 'esperanza; sino los minerales, los animales y el hombre, que Abá Ogó hizo soplando sobre su caca. Faltaba un poco de orden: los peces libaban en las flores; los pájaros colgaban sus nidos en las crestas de las olas. ,( L a s mares desbordaron de los caracoles; los ríos, del lagrimal del primer cocodrilo que tuvo pena). Mosquito hundió su dardo en la nalga de la montaña, y la cordillera entera se puso en movimiento. Ese día se casó el elefante con la hormiga. Un hombre subió al cielo por una cuerda de luz. El sol le advirtió: -No te aproximes demasiado, que quemo. Este hombre.no hizo caso: se acercó, se tostó, se volvió negro de pies a cabeza... Fue el primer negro, e! padre de todos los negros. (La alegría es d e los negros). @tro hombre se f ~ ae la luna montado e n ~ l caballo-~ájaro-caimán-nt~be-chica. La luna tiene vr! ojo redondo, en un cerco pintado con carbon: dentro del ojo, una liebre dando vueltas. .
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Este ojo es una cisterna de agua fría, agua primordial del cielo: la liebre es un pez de hielo. La lluvia vive en el ojo de la luna. La luna nació muerta. Ni hombre ni mujer. Casta. Su madre, al percatarse que había parido solament e la cara chata y de hojalata de un cadáver, tuvo un ataque d e nervios. El padre -para calmarla- se la frotó con flores de saúco, la bautizó, Luna, y dijo: -Luna, nace, muere y resucita. La luna bajó rodandopor la montaíia: se entró en la ceja de un monte donde estaba la liebre sacándole el fuego a una china pelona. La luna le dijo a la liebre: -Corre, ve y diles a los hombres de mi parte que así como yo nazco, muero y resucito, ellos deben nacer, morir y resucitar. La liebre fue a buscar a los hombres y la luna se quedó esperándola en el penacho de una cana brava. En el camino halló a su prima la jutía bebiendo cerveza. Se había robado un tonel y ya estaba borracha, borracha perdida. -iDéjame probar! -le dijo la liebre. No tenía costumbre de beber; la cerveza se le subió a la cabeza y trabucó el mensaje que la luna le había confiado. Cuando volvió, haciendo eses, ésta le pregunto: -¿Qué les has dicho a los hombres? -i Ja, ja! Les-hedicho: así como yo nazco, muero y..., no resucito, deben ustedes nacer, morir y no resucitar. -Y empezaron a cavar sus fosas... La luna agarro a la liebre por las orejas y con una caria le partió la boca. .. -En cestigo ti guardnre-pris~orier-, ieternnmente! -Y la e n c ~ r r óeri s u ú n i w uio. con un cundidc: de plata buena; y desde entonces, por más que gira en torno, buscando una salida, no logra escaparse. .
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La luna es fria. El frío es blanco. El hombre que fue la luna emblanqueció. Fue el primer hombre blanko, padre de todos los blancos. Son tristes...Todo se explica. -Vamos a ser hermanos -le dijo en aquella época Jicotea al venado Pata de Aire-Bueno "ontestó el venado. -No nos separemos nunca d i j o Jicotea. -Bueno r o n t e s t ó el venado. Y siguieron juntos el mismo camino. Dieron en un lago. Pescaron con una tarraya la estrella de la tarde. Fueron a buscar a la hija del rey, a Aníkosia, y se la ofrecieron, húmeda todavía. La hija del rey, muy contenta, se la colgó de una oreja: era bizca; el vientre le caía hasta las rodillas... No tenía más que un solo pecho estrecho y 1argo;larguísimo, que se echaba a la espalda para mayor comodidad y le arrastraba. Aunque virgen todavía, de su leche inagotable se alimentaban suficientemente todos los vasallos de su padre Masawe. Les dio marfil y oro; pero ella no quería estrella, aquel arete de luz..., lo que quería era la sangre de Jicotea, que cura-el asma. Y el ojo d e Anikosia dijo (viceversa): "Yo haré un lazo". Y el ojo d e Jicotea, que lo oyó, dijo: "Yo haré un cuchillo". Y los ojos se rieron, desafiándose como dientes. La hija del rey les dijo entonces: -Huyamos. No puedo volver a la casa de mi padre habiendo robado su oro y su marfil. -Bueno -dijo Pata d e Aire. -No perdamos tiempo. El gallo que guarda el tesoro ciel rey no va a tardar en denunciarme. Y se marcharen sin qEe nadie reparase en e!los, atravesando la plaza donde los ciegos, calentándose -
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al sol, sematabanlos piojos y..se lo. s . comían,, . - . . . saboreán)J-,.>I* * ::. ..,-
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dolos con deleite. &ando Anikosia, que los sendereaba, consideró que ya estaban fuera del territorio de su padre, lo suficientemente lejos y a salvo del peligro a que los exponía el primer estallido de cólera del rey - c ó l e r a que producía con bastante frecuencia algún lucido cataclismo que alteraba la fisonomía de la tierra-, s e detuvieron a reposar bajo un frondoso jagüey. Anikosia se acostó, fingiendo a poco que dormía sueno profundo de cansancio. Venado s e tendió a su lado; de veras no tardó en dormirse, y Jicotea, apoderándose vivamente del pecho de la mujer que reptaba por el suelo como un majá, osí, osá, osé, lo ató al tronco del jagüey. Con la misma, haló de su machete 3 u e sonó igual que una campana de plata con el día diáfano adentro-, y despertó a Venado gritando: -iEsta mujer tiene una cara muy fea: hay que cortarle la cabeza! De un tajo le separó la cabeza de los hombros, la cual, al sentirse desprendida, lanzada a los aires como una toronja, con tal violencia y ningún preámbulo, tardó algunos segundos en realizar lo crítico de su situación, deslumbrada por una repentina explosión de luces y aturdida por el tumulto d e campanas alucinadas, d e pitos y zumbidos que en su interior motivó su choque con una piedra: pero reponiéndose de este golpe tan terrible e inesperado, rebotó con furia indescriptible -inflamada la estopa d e la materia pensante- y cayó sobre Jicotea, niordiend~lefrenéticamente las protuberancias del carapaclio. Y s e e uebró sus cuatro hileras de dientes, limados en punta, y s e desarticuló las qui_iacias. Enardecida con esie nuevo ~oiiir-aiioinpu -incapaz de pararse a reflexionar un instante fríamente-,
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pegaba con la frente, con las sienes, la barba y la coronilla, en la durísima, invulnerable armadura de Jicotea, hasta destrozarse y caer vencida por su propia sana, como una fruta podrida, a los pies de su verdugo impasible. Una nueva cabeza, en tanto -una cara aún más repulsiva y con mueca de derrota horrible-, retoñaba de revés en el cuello de Anikosia, cuyos dos brazos, en todo lo que duró la lucha, no habían dejado por su parte de tirar desesperadamente del pecho cautivo, haciendo más estrecho el nudo de la atadura. Y otra vez Jicotea la segó de cuajo, exactamente a la altura de la nuez. Esta cabeza no tenía ya bríos para morder y embestir. Se contentó con manifestar sus sentimientos más recónditos mediante unos jeribeques, muy expresivos, de odio; pronunciar unas palabras de mucha maldad, y de sus labios voló un enjambre de mariposas oscuras, d e tataguas cornudas, con el rostro d e Anikosia estampado y vivo,mirando, en el terciopelo fúnebre de las alas. Una tercera cabeza sólo asomó la frente, vieja y fruncida: el cuerpo d e Anikosia se estiró y murió definitivamente en discretas convulsiones. Entonces Jicotea y Pata de Aire vieron la hoja dorada de una planta desconocida brotar en el ombligo del cadáver: movidos de curiosidad levantaron la tapa d e su vientre y hallaron las semillas y las cepas que no se habían plantado todavía. El primer grano de maíz, como un grano de sol. Siguieron andando en la misma dirección que Ilevabin los ysrbz!sr acnr!ados, nzvegznd~por sl Mentu, Pata de Aire c a r ~ a n d oe; cuerpo de !a muerta hasta hallarle lugar de sepultura conveniente; y fue así que, dejando atrás la tierra cubierta de verdor,
ésta empezó a secarse, a quebrarse, a empinarse, y llegaron al borde de un precipicio, y lo despenaron. Pero las mariposas que nacieron de los labios y el aliento de la segunda cabeqa de Anikosia volaron -a contarle al rey lo sucedido, y ahora tornaban por millones, nublando el día. Las paredes del horizonte que habían dejado atrás, temblaron y se derrumbaron en estruendo silencioso. Y Venado creyó ver la talla inmensa de un cazador: el miedo le hizo sentir la ferocidad impaciente de las jaurías, a punto de abalanzársele de unas nubes de plomo. iSu .olor, en las narices de los perros! En cambio, Jicotea comprendió que no tardarían en despertarse los volcanes. El vuelo lúgubre y torpe de las tataguas que nacían y morían continuamente, describía en el cielo y sobre sus cabezas los signos reglamentarios de maldición. '-iPata de Aire, hermano! 4 i j o Jicotea, de un brinco, asiéndose a sus cuernos-, ino me abandones, porque tú eres mis piernas, así como yo soy tu cerebro! ¿Habías de dejarme solo, en el momento en que Masawé prepara su venganza? iEl viejo se ha puesto a encender con su yesca los volcanes para que vomiten su fuego sobre nosotros! Venado iba huyendo de los perros de las nubes negras, desencadenados y hambrientos; huyendo del cazador, del recuerdo de su gesto, de su fantasma --como habían huido todos sus antepasados, y ahora en é!, e n su c.orazónd e miedo, todos sus antepasados juntos revividos-, con una vclc'cidad s62c comoarable a la que Ciclón desarrolla e n sus famosas &re:-ías;, no =;:-l;prc.n ti ~ ! r , ~ ~ ~for ~ ?grrentes r l o s cip_ fiklego !íc;uir!n, q i i ~ a esta hora. cn I; i a n ~ j b a las ~j bocas d e los volcanes.
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Y bajo sus pies al fin acabó la tierra, y empezó el claro mar zafiro; Kalunga. . -iMadre grande d e mi raza, salva a tu hijo más chiquito! -imploró en la orilla Jicotea. Y vino hacia ellos un promontorio, que era el gigante Morrocoy, sumergiendo y emergiendo con beatífica majestad. Mago del océano -cuya niñez había mecido en sus brazos-, revestido de insignias, con el hábito de roca y algas, oficiaba desde el principio de los tiempos en el santuario de aquella costa solitaria; pero viejo y desmemoriado, de los antiguos gestos litúrgicos sólo recordaba el de bendecir las aguas, y lo repetía con obstinación milenaria y enternecedora. Mollumba no puede cruzar agua infinita, que se junta al cielo. Morrocoy se los llevó nadando, mole venerable, y atravesando siete mares de siete colores y un gran lapso de la edad del mundo, los dejó una tarde en las orillas de una isla feliz, allá por el año 1845.
Seguros de que ninguna desgracia podía ocurrirles bajo aquel cielo nuevo que era como una caricia, se internaron confiados por bosques olorosos, y andando, andandito, llegaron a un gran poblado, amurallado d e mar. Las mujeres eran como flores; y muchos hombres parecían mujeres, las caderas blandas y el pie menudo. Vestían d e blanco, y hablaban con la voz azucarada. En fin, Jicotea y Pata de Aire poseían el oro y el marfil y las semillas del vientre d e Anikosia, y como se enteraron que allí la tierra no era del que la toiriaba y se decía su dueño, sino de quien la compraba -y precisamente con oro-: adquirieron a cambio cíe s1.i oro una hermosi finca que miir tarde s e !lr.mó Gch.6Kuá~Oru-Okuku.
-iHas oído? ¡Aquívamos a ser hacendados! -le dijo ~icoteaa Venado. --iBueno! -contesto el venado. Amén d e dos sombreros de paja de yarey,se proveyeron de un arado y dos machetes nuevos: araron un buen pedazo de terreno y echaron las simientes, y sin respetar domingos ni fiestas de guardaar,a cuál más, redoblando sus esfuerzos, seguían arando y sembrando siembras diversas. Y todo se iba dando como por encanto, espléndidamente, y no tardaron en medrar. Pasaron largos aiios, durante los cuales, en buena paz de Dios, Jicotea y Venado atendían y gozaban su hacienda. Venado vivía en su extremo norte, ya bohío de mampostería y teja; Jicotea en el sur; su casa daba, en perpetuo olor de piscualas y jazmines, sobre la calzada, por donde, a diario, pasaban chirriando las carretas y los peones con el ganado. Y eran unidos como los dedos d e la mano, y quizá no podían pasarse el uno sin el otro. Jicotea, de mar allende, había traído también la brujería escondida en sus pupilas, el arte de curar con las yerbas, los palos y los cantos. Un día enfermó el venado. Hacía tiempo que Jicotea, demasiado atareado-de continuo en sus siembras y cosechas, no reflexionaba a sus anchas sobre las cosas d e este mundo; y sucedió que, habiendo subido a lo alto de una colina en busca de ciertas yerbas de Mayombe que necesitaba para aderezarle un brebaje a su compadre y curarle, ::e d e t w o mas de 10 que convenía -y para mala ventura del Venado- a contemplar el área prodigiosamente Fértil de Ochú-Kuá-Oru-Okuku. Fue rina en;ocióri rncy fuertc v miry w e v i !a que experimenti t:nton1t;?> :;-!:y7 ibelles: a morir se van mis ibcllcs! ... -Y h c a q u í cluc I;i con:r:i rn5s qur: cci-iteii;ii-ia.iin ~ ~ c ) d r i p ( i r(1i o y;i i i o
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veía ni e n t e d a ni podía tenerse derecha, se irguió repentina sobre su miseria. Una corriente de vida por unos instantes impulsó su corazón, desentumeció milagrosamente sus brazos, dio firmeza y soltura a sus piernas inútiles. Remozada y fuerte sobre sus pies, no en tenguerengue, sino arrogante como en los días en que era el mejor "caballo" de Siete Rayos, con frwcura increíble se alzó la voz de la vieja rediviva dominando el coro plañidero de las mujeres. Se trocaron los llantos en cantos de alegría.
iYe ye ye, lukénde, ye ye!
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En torno a dos platos de madera exactamente iguales, las negras alborozadas batieron palmas: Ilorando y riendo a la vez de contento, bailaron la ronda saltada de los ibelles - e l baile que regocija a los jimaguas, el baile de las Mamá Chuchas-, mientras éstos se alejaban por las maniguas vedadas. . . Si los caminos, atajos, dereceras, anchas veredas o delgados trillos se habían cerrado, y luego marejadas de yerba, montes firmes y vírgenes se los habían tragado todos, era, decían los zahoríes o los brujos que hablaban con los dioses y los muertos, por culpa de un ogro o un diablo. Este diablo Okurri Borukú, cruel y caprichoso, uno y mil a la vez,.apenas el viandante rekrría un trecho largo, le salía al encuentro, pretendía someterlo a una prueba en la cual invariablemente faacasaba, y se lo comía. Siete días anduvieron los jirnaeuas por ia broza espesa. Las breñas se desenmiraxiban n i f a riciarisc -pisar y luego volvían a intrinc-ersczstiechamerite; eli estos siete días con sus siete noches dormidas e n paz al I
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amparo de cedros, ácanas, Jocumaso yabas, bajo enredaderas sin maldad, no ocumó absolutamente nada. A presencia de los ibelles desaparecían Chichicate, Manuelita y Guao, los tres palos malvados del bosque. Luego marcharon a cielo abierto por tierra llana, pedregosa, olorosa a esparto y granadillo. Lejos asomaron unas lomas; subieron costeándolas, y desde una cumbre contemplaron el mar. Otros siete días anduvieron por la sierra, y al descender de mañana hallaron, en la garganta de un pequefio valle, al diablo inmóvil en una talanquera, entre dos enormes montones de huesos humanos. Parecía dormir de pie profundamente, con el mismo sueiio del valle, como en un sopor de eternidad y de pesado silencio. Muy cerca ya del terrible guardiero, un jimagua -Taewo-, deslizadizo y rápido como una lagartija, se ocultó en la espesa yerba botija - e s t a yerba, lo mismo que Aanamú, la maloliente, tiene virtud de deshacer lo malo. El diablo entreabrió los ojos en aquel momento. Era un viejo gigantesco, horroroso, de cara cuadrada partida verticalmente a dos colores, blanco d e muerte y rojo violento de sangre fresca. La boca sin reborde, abierta de oreja a oreja; los diente pelados, agudos, eran del largo de un cuchillo d e monte. Kaínde, al notar que el demonio cerraba de nuevo los ojos, sin ánimo de salirse de su soiíera, se le allegó resueltamente, y asiéndolo por uno de los negros plumeros o de las cuerdas que llovian de sus hombros, lo zarandeo de d u r a -iArriba, taita, despierte! -grito el chiquillo in:r>Ieg~e c~i)% tcdrc; s ? ?~:-;VFZZS, ~ / . -' n A : quemadUfas, -2.- I--cL. V U p ~ P euaf: c -1.D8nde está ni.hermanz? -Tu hermana se la llevó el diablo. -Voy a buscarla. "
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-No, Uafi, que tu hermana vive enla tierra del diablo, y el río Menga-Malembo y el Monte Cunfindo-Cuentombo-Fuiri de ningún modo te deja;& acercarte a ella. -No es a mí a quien ahogaría tal río ni estrangularía tal monte. Y dicho y hecho: Uafi partió a la tierra del diablo con un machete y tres güiros. Ya llegó a la ribera del río Menga-Malembo, ancho y profundo d e sangre negra, h i ~ e n t eArrojó . los tres @iros. Las manos de espuma turbia de Menga-Malembo quisieron apresarlos, pero los güiros brincaron y esquivaron los dedos; ligeros, burlones, saltan, zambullen y beben: Gronhí groníni .. Luego, escupen el agua lejos, a un lado y otro:
Propongó-Groníní-Propongó.
Un pasaje estrecho, velozmente, s e fue abriendo a través d e la corriente: "Groníni-ipropongó! Groníní-ipropongb!" Y Uafi cruzó el río por un sendero recto y seco entre las aguas separadas que bullían enfurecidas e impotentes. Pero el Monte-CunfíndeCuentombo-Enfuiri se elevaba hasta el cielo en la otra margen, fosco, horrendo, tan espeso y cerrado, que un hilo de luz no hubiese podido filtrarse por sus marañas. Uafi baló de.su machete: Cifra, cifré mi ?o.m,enta. Cifra, cifré... Y i ,ser! lalr horr;h mi fnImcnta. SanzSinnpung.~,;=u¡ ravo arta. Los troncos malos, mal rayo paHa. Mal rayo parta a Keúmba-Kisa. A
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Y dembó el árbol que el sol no. mira, un árbol espantable d e fuegos negros,con profundas nidadas de monstruos y misterios, que abrió las alas para envolverlo. De Embele, el machete de Uafi, saltó una larga estrella. Silbó, fulgente, tajando la oscuridad eterna del Monte-Confindo-Cuentombo-Enfuiri. (Uafi-Tiembla-Tierra es el que atraviesa resplandeciendo la tiniebla densa). . Cuando Uafi pasó, tras él volvió a cerrarse el monte de la noche. Había llegado a la estancia del diablo. Reconoció a su hermana, hermosa, al sol, pilando maíz entre varias mujeres, y el mazo.en el pilón hacía son, y todas bailaban pilando. Eran nubes en el cielo d e la mañana. -Hermana, soy Uafi, vengo a llevarte. -Vete, Uafi, huye, que vas a morir. iMi marido es un diablo muy malo! -Tu marido es un diablo merdoso -y volviéndole la espalda, se dio a fornicar con la madre del diablo y con todas las diablas que estaban presentes. Luego fue al potrero y le arrancó una crin al mejor caballo del diablo. A la hora en que éste solía volver, su hermana lo metió en su aposento y lo ocultó debajo de la cama. -Mi pitimíní, mi niña pinta tinta pirolinta pitibonita y..., santa, di, ¿qué huelo? -apareció y preguntó el diablo, cuya larga nariz se mueve dócil a todos los vientos y a todos los olores. -i,I;se corazón que traes sangrando en la mano? -¿Qué huelo, nifia; mi pitiminí, mi niña, pinta iizfa pirriíint-a y pitibonitz y-..: tc?nta? -Jna r a i t a de dbahaca cpe t e n p c-Il 1, -iMiente, miente mi caralinda! Di, niiia, ¿qu.é huelo? T
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E l corazón que pena o mi-ramita. de -albahaca contenta. -¡Ni corazón ni albahaca! A carne humana, a carne fres...-y no pudo decir más, porque Uafi salió de su escondite. Lo enlazó por el cuello con la crin de su mejor caballo, y a l cerrarse el nudo tronchó la infernal cabeza. Uafi clavó en un horcón el cadáver del diablo, que abría y cerraba, como un zángano-monito, sus piernas -oscuras, verdes, fosforescentes-, y partió inmediatamente, llevándose la casa en hombros, y asomada a la ventana, a su hermana incomparable que había a d ~ . r a d el o diablo. -iMadre, aquí está tu hija! Satisfecho, Uafi estiró los brazos y volvió a gritar, produciendo el alarido-un temblor de tierra que derribó casi todas las viviendas del Cunánbansatali, e hizo caer de espaldas al rey Gumbobiolo. "Uafi es un peligro", se dijo el rey, mal repuesto del susto. "Hay que matarlo". Y envió a Masolari, el jere de la guerra, que lo apresara. Pero Uafi se había enamorado de una mujer que vivía muy distante, la ardiente Diángora, y se hallaba al otro extremo del mundo o del cielo. Casó con ella, e instantáneamente tuvieron un hijo, Kurú. Cuando regresó a casa de sus padres, con su mujer de chispas y su hijo, Uafi tornó a gritar, y su grito rajó una montafia. Gimió la tierra herida en el vientre, vomitand~un chorro de piedras. El pánico se apoderó de. todos 1c.s mortales. El rey envió de nuevo a Masolari, esta vez con cien hacheros, a apcdcrarse de l h f i v dmie muerte. Pero va &e. con su mujer v s ü hiic, ciiandi; Ilegó a pren derlo Masolari se hallaba muy lejos, jugando a la brisca con el diablo Musulungo, en un pueblo perdi'
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do ,quellaman Papá-Kud-Kandinga. Musulungo le ganó a Uafi, y al día siguiente le brindó el desquite. Estaban jugando, Diángora sentada a la derecha de Uafi, Kurú a la izquierda, y enfrente el diablo. Uafi -volvía la cara a un lado. Le daba un beso a su mujer, miraba su juego.Tiraba. Volvía la cara al lado opuesto; le daba un beso a su hijo y recogía las cartas. Besó a Kurú y, al inclinarse luego para besar a Diángora... -Kurú, ¿dónde está Diángora? -En este instante se la ha llevado el cometa que entró y salió con ella por la ventana. E l cometa con su cola. -iArrastro! -dijo Uafi. Y le ganó el tres de copas al Musulungo con el siete de oros. i A s de oros! i A s de bastos! i T r e s de oros! -iAs d e espadas! -Uafi embolsó su dinero. i c o r r a m o s ahora en busca de tu madre! -¿No hay desquite'! Uafi cortó tres gajos de una mata; s e sentó sobre ellos con su hijo en las piernas, cantando: -
Ya yo Kiafo. yo UafiUafi.
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Y al canto crecían los gajos y subían nl c!e:o, rnstei,iendo 2 Uafi y n IíUrii. 1
:.jy~~:~~~;.~.&' Uaji Tiemhla - Tiemr . 1 lembif~ Czeio ya llegó. /
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Al oírlo, los astros temblabany lloraban de *exlo; los santos-las hembras-. s e desmayaron; palidecieron los varones valientes, y unos se escondieron como ratones en los hondos agujeros celestiales; otros, entre las enaguas de las nubes, que en revuelto tropel s e alejaron espantadas. En la puerta del cielo, Uafi agarró al viejo Oggún San Pedro. -¿Has visto a Diángora? -No -tartamudeó el clavero, en su propósito, equivocado, de no comprometerse. -¿Cómo? ¿Eres portero y no ves quién entra? Uafi lo sacudió: le apretaba el pescuezo, le apolismaba un fruto movedizo y grueso -iina naranjaque tenía el viejo en la garganta. -La vi pasar con el cometa y quedé deslumbrado... En un instante, Uafi recorrió el firmamento;alcanzó al cometa, que huía despavorido; le arrebató a Diángora, le desprendió la cola lumbrosa y bajó a la tierra. Esta vez cayeron piedras oscuras y lúcidos pedazos de cielo, haciéndose añicos. Un cristal cercenó el brazo del guerrero Fumabata. -iEs Uafi, Uafi, que ha roto el cielo! 4 i j o el rey, y de nuevo mandó a sus hombres a prenderlo. Lo metieron en una nave de muchos remos, y en alta mar, cinco y cinco m ~ i n e r o slo arrcjarbn al abismo. Uafi s e hunde y ~ r i t a arriba : una tempestad -1 se fcsmc;iciipl Iris ~ , a j y: ias vicnius s e caf~entnz,y ~ ~ S C X I P EFdrioscs, ~ i c ~ i r ezni !o profundo, e n una quietud silente, UaFi encuentra a la mujer del mar. .
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Relámpagos de peces en huida cnizanlos ojos de Uafi, que ase la sirena por los cabellos. -En la tribu de los muertos, dime, Baluande, ¿cuántos familiares tiene el rey Gombobiolo? S o n muchos... Ante Uafi, la sirena, la dueiia cruel, implacable, del hondo mar, s e está trémula como unhilo de agua inofensiva y dulce; como una fuentecilla superficial. B ó r d a m e en una bandera a todos los muertos del rey. -Sumisa, la mujer-pez se sienta a bordar. -Mañana espérame áqu;'mismo, al mediodía. Y Uafi está en la playa; Uafi anuncia que viene del fondo del mar con un mensaje del mar para el rey. -Tus muertos quieren verte -le dice Uafi-. He aquí la prueba. -Y pone en sus manos la preciosa bandera. El rey lee los signos reverentes y, al amanecer, s e embarca con todos los suyos: va a contemplar las sombras de sus antepasados, que están en alta mar aguardando su visita. La tierra se perdió d e vista; la mar brilla, suntuosamente tranquila. Al filo del mediodía, Uafi llamó a Baluande. La nave s e detiene. -Ahí te va uno -y por sorpresa, Uafi tomó al rey en brazos y lo arrojó el primero. iPor un pie Kalunga me Lleva!
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le arrojó a la reina. ;Por 14npie Kulrlnga me lleva?
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L a sirens. antes U - que llegasen al fondo, los de-
voraba,
Así quedaron sepultados en el abismo de las aguas,
el rey y la reina, con todos sus hijos, nietos, parientes y cortesanos. Y apenas le había lanzado a Baluande la Gltirna víctima, ya Uafi estaba en su casa. -Ahora -les dijo a Fumo y a Guánkila- sois los reyes de la tierra. Yo me voy a gobernar el cielo. E instantáneamente se apoderó de los once hijos de las once mujeres que habían parido al mismo tiempo que su madre a la par que de las mujeres de éstos y de sus hijos -ya formaban un pueblo numeroso que incorporó al del difunto rey Gombobiol*, y se los dio a Guánkila, que dispusiera de sus vidas a su antojo. Luego, en los gajos de la planta que su voz hacía elevarse al cielo, Uafi, Diángora y Kurú abandonaron la tierra. Inseparables van siempre juntos por el cielo: adelante el rayo y la centella, en pos el trueno... El trueno, que rezonga y les advierte a sus padres: -iCuidado; que abajo está mi abuelo! Abajo el abuelo, encorvado por los sig¡os, la cabeza blanca, se estremece y quema un guano bendito.
Un hombre cree que una mujer es, realmente, una mujer. Una mujer está segura de que un hombre no es más que un hombre. iY nadie sabe lo que se esconde en un disfraz humano! -. Quien menos se piensa, secretamente puede ser un diablo, una fiera, un monstruo, y a solas manifestársenos en su forma verdadera e inconcebible. Al contemplarlos de cerca, sobrecoge el súbito misterio de los ojos más queridos y tranquilizadores; mirados a fondo, son los de un extraño; los ojos de alguien que jamás se ha conocido... Antón del Carmen, cochero de punto, iba de retirada por las calles que empezaban a invadir la oscuridad y el silencio de la noche. Cuántas veces no había oído decir a las personas serias que habían tenido tropiezos con los finados, que es prudente apartarse, huir de la mujer que se encuentra-eil el camino, solitaria, a altas horas de la noche! PrecaviQc,ninca aguardaba a q-e dieran las doce fuera de casi: Dero aquella vez, iin caballero le habla retenido a pesar suyc, más tarde ae lo que acostuiribiaba.
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Sin embargo, iba despreocupado hacia el establo, d e buen humor porque'había recibido una propina generosa, y no pensaba en nada que le inspirase el menor temor, cuando una mujer vestida de blanco le hizo señas que parase y subió rápidamente al coche. ¿Habló la mujer, cuyo cuerpo no debía pesar nada, sin duda, de rostro vago, y cuyos pies imprecisos no hubiera podido ver el cochero? La ciudad se había dormido de pronto, misteriosamente. El caballo, viejo y flaco, dobló resignadamente la primera esquina, negra como boca de lobo. Si no oyó la dirección, que seguramente le dio en voz baja y nasal la mujer vestida de blanco, el animal parecía haberla entendido, y Antón del Carmen fiaba plenamente e n el claro entendimiento de su caballo. Pero la carrera, ya hacia las afueras de la ciudad muda y en tinieblas de sueno, se prolongaba demasiado, y comenzó a sentir temor de aquella trasnochadora, apenas entrevista, que le había alquilado sin hablarle. De su paso monótono, el caballo seguía adelante sin contar con la voluntad de su dueño, que varias veces intentó hacerle virar. Mas el negro, persignándose con disimulo, no se atrevía a volver la cabeza e interrogar resueltamente a la pasajera, tan callada, que llevaba, no sabía a dónde, en su coche destartalado y polvoriento. iLa mujer sola a la medianoche, que acaso no es una mujer, sino un fantasma! Y su caballo, que él quería como un hermano G iin compadre, su pobre caballo, boiidadoso, paciente y rendido de cansancio, se iba desnudando de su piel y convirtkndc lentamente, inir, sus ri-jos - er~i?riiaclos, tn :in ezqurletc que rriijk 7 zvzr:z~bzdezpacio, penosamente, desconcertánd&se a cada p s Ó , pero Sin caer ni detenerse: como si otro que no fuese él le
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guiase y le forzase cfuehente a continuar aquella marcha macabra. . Antón del Carmen, temblando de pies a cabeza, se cubrió la cara. Le pareció que también su propia mano era la de un esqueleto. Cuando al fin el coche se detuvo y el negro entre- . abrió los ojos, reconoció las puertas del cementerio. -
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Introducción / 7 El mosquito zumba en la oreja / 11 La tierra le presta al hombre, y éste, tarde o temprano, le paga l o que le debe / 16 Chéggüe 1 19 Obbara miente y no miente / 22 Taita Jicotea y taita Tigre / 27 La loma de Mambiala / 54 El algodón ciega a los pájaros / 67 Tatabisaco / 73 Jicotea lleva su casa a cuestas, el majá se arrastra, la lagartija se pega a la pared 180 iSoquando! / 90 Canácaná, el aura tiño&, es sagrada, e Iroco, la ceiba, e s divina / 94 El perro perdió su libertad / 103 El caballo d e Jicotea / 11 1 Osain de Un Pie j 1 14 El cangrejo no tiene cabeza / 120 La prodigiosa gallina de Guinea / 127 La carta de libertad / 136 Suandénde / 140 ¿os mudos :' 245 El sapo guardiero / 148 . Se cerraron y VOIV.F-, ron;3 f r 3 r l f ~ ! e g ~C.?=%? . *-35 ---'-
de la isla / 152 Cuando truena, se quema guano bendito / 162 El sabio desconfía de su misma so-iribra/ 171
Ejemplar impreso por Prensa Moderna hipresores Cali, Colombia 1999
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