Cuentos Con Salud. Para Seguir Regalando - JOSÉ CARLOS BERMEJO

January 10, 2017 | Author: Libros Catolicos | Category: N/A
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Cuentos con salud

Para seguir regalando

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Prólogo, por Jesús Ma Ruiz Irigoyen Introducción 1. La palmera 2. La mula 3. Los Reyes Magos existen 4. El arco iris 5. El centinela 6. Caco, el ladrón 7. Los ancianos desterrados 8. La ratona que sabía ladrar 9. El león y el ratón 10. El verdadero valor del anillo 11. Viviana 12. Regalo de aniversario 13. Los dos pájaros 14. Abandonar al maestro 15. Kisa Gotami y las semillas de mostaza 16. Dos gemelos en el vientre materno 17. El lobo de Gubbio 18. El pastelero y el mendigo 19. Dos lobos

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20. La camisa del hombre feliz 21. El caballo de Abdul 22. Un ermitaño en la corte 23. Los tres ciegos y el elefante 24. El carácter 25. ¿Por qué gritamos? 26. El perro y el carnicero 27. Juicio injusto 28. Tiempo para pescar 29. La señal lejana del siete 30. ¿Qué es la verdad? 31. La venta del burro 32. El ermitaño 33. Dios y el peluquero 34. La estatua de Buda 35. La bolsa de monedas 36. La talla de madera 37. Los ojos de las manos 38. El grillo y la moneda 39. El hijo 40. La rosa y el sapo 41. Luz para el camino 12

42. Las dos semillas 43. Un regalo no aceptado 44. El sueño del sultán 45. El eremita y el durmiente 46. La comida y el perro 47. Ni tú ni yo somos los mismos 48. El viajero sediento 49. Un proceso singular 50. El vendedor de pollos 51. El anciano y el niño 52. Una broma del maestro Cerrando el libro

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«Un cuento es un pequeño tesoro». LA frase es buena. Revela desde el principio el contenido de este libro. Es breve, directa y contiene una palabra, «tesoro», que evoca ese mundo de aventura, búsqueda y hallazgo que todos llevamos dentro. Por eso la he elegido para encabezar el prólogo de un libro de cuentos. Tenía una segunda frase: «El lector no querrá creer lo que me ha pasado hoy...». Este otro modo de empezar me gusta casi más. La frase despierta la curiosidad del lector y lo predispone a seguir leyendo para descubrir qué es lo que en realidad le ha ocurrido al prologuista. Pero prefiero ser discreto y reservar esta segunda frase para el prólogo del cuarto libro de cuentos que, con toda seguridad, ha de escribir José Carlos... Decía que un cuento es un pequeño tesoro. Y releer un cuento olvidado es como recuperar un objeto de valor - un anillo, por ejemplo - que habíamos perdido. El anillo es a los cuentos como los peces son a los barcos de pesca que se hacen a la mar: algo que hay que seguir y conseguir a través de muchas dificultades. Algo también que a veces no se logra. Encontrar el anillo perdido y salir a pescar se convierten en una parábola de la vida humana. Los cuentos nos enseñan que la vida es un cofre con anillos de oro o un mar repleto de peces, depende de có mo se mire. Cada persona puede encontrar su anillo, y cada cual puede llenar sus redes, a condición de que se respeten y acepten unos códigos, los códigos misteriosos de la propia vida... Así nos lo hace ver este breve relato: Un joven pescador prometió a su amiga un anillo de compromiso como muestra de su amor. Lo compró, pero ese día, antes de entregárselo, tuvo que salir a pescar. Faenando en el mar, el muchacho perdió aquella preciada sortija. Por la noche, después del trabajo, fue a casa de su amiga y le explicó con dolor que, en lugar del anillo, perdido en el mar, le regalaba una merluza, la mejor de la captura. La muchacha lo consoló diciéndole que era el pescador más guapo del mundo.

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Al día siguiente, de madrugada, la amiga corrió a la casa del joven y, radiante de emoción, le agradeció entre besos el precioso regalo. Mientras limpiaba la merluza, había encontrado en su interior el anillo de oro que el joven le había prometido... JESÚS M.Ruiz IRIGOYEN Vicario General de los Religiosos Camilos Roma, 2012

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HACE ya ocho años hice una recopilación de cuentos que titulé Regálame la salud de un cuento. Cuatro años después hice una nueva recopilación, titulada Regálame más cuentos con salud. Y he aquí una tercera, después de idéntico intervalo. Que hayan pasado cuatro años entre recopilación y recopilación no es una cuestión banal. Significa que cada uno de estos libros no es el resultado de una rápida y acelerada selección de los cuentos que circulan por el mundo. Habiendo escrito varias decenas de libros, confieso que recopilar algo más de cincuenta cuentos y publicarlos juntos con una presentación y algunas indicaciones para la reflexión individual o grupal me ha costado tanto como escribir un original más o menos sesudo o un cuaderno de trabajo para documentar cursos de formación sobre humanización. Sí, los cuentos circulan hoy de una manera especial. En estas últimas décadas (no tantas, quizá), es posible que hayamos caído de nuevo en la cuenta del valor de este género que la humanidad ha utilizado siempre para evocar valores, para contar historias con valor educativo. Es como si la mente humana estuviera hecha para contar y escuchar, para contarse su propio cuento o para que le cuenten el cuento de su propia vida a través de una historia ficticia. Desde la prehistoria, los seres humanos nos hemos ido transmitiendo cosas importantes, modos de entender la felicidad, secretos aprendidos a través de la experiencia por medio de los cuentos. La historia de los más clásicos suele contar con una fase de tradición oral y otra escrita, y muchos de ellos con diferentes versiones. Hoy asistimos a una cita de recopilaciones de cuentos. El mundo virtual es abundantísimo en antologías; páginas y páginas de Internet los agrupan con diferentes criterios. Tampoco esto es nuevo. Charles Perrault publicó una compilación para entretener a la corte del rey Luis XIV. Pero es cierto que hemos sido varios los que hemos ofrecido a las editoriales recopilaciones de cuentos en este último decenio. ¿Por qué? Yo puedo responder por mí. A hacer la primera recopilación, me movió el firme convencimiento de que los cuentos cortos, libres de la fácil moralina de los cuentos malos, eran recursos fantásticos para utilizar en una gran variedad de contextos educativos y de acompañamiento. Antes de hacer la primera recolección, llevaba años empleando los cuentos en los cursos sobre relación de ayuda, humanización... impartidos por el «Centro de Humanización de la Salud» de los religiosos Camilos. Había verificado ya el eco que tenía su uso. Y no solo en un continente, sino en tres. Me había dado cuenta de que, en ocasiones, un cuento breve, con frecuencia entregado en una fotocopia, tenía el poder de comunicar, de provocar, de confrontar, de ayudar a caer en la cuenta..., tanto como un largo discurso. 18

Había comprobado ya que un cuento caía bien a jóvenes y a mayores (con niños no tengo actividad docente). En algunas ocasiones, al usar los cuentos en el acompañamiento directo a enfermos terminales y a personas mayores, escuché expresiones impactantes. «Eso es lo que tenemos que hacer nosotros», escuché una vez en África al terminar de leer un cuento. Las experiencias que tuve, una vez publicada la primera recopilación, fueron tan... espectaculares, diría yo sin pudor, que me animé a hacer una segunda, que publiqué con el título «Regálame más cuentos con salud». Sí, han sido experiencias variadísimas las que me han narrado en diferentes países y en los contextos más variopintos. He sabido de residencias de mayores que han «dibujado» los cuentos; otras los han representado teatralmente. He tenido noticia de sacerdotes que los han utilizado en retiros, homilías o acompañamientos personales. No ha faltado quien los ha utilizado para crear presentaciones en power point y difundirlos por la red. He sabido de parejas que se los han leído recíprocamente y de quienes los usan con sus hijos. También he conocido a niños que, curiosamente, han ahorrado para regalárselos a sus padres. Han sido utilizados en contextos de formación en la salud, en el ámbito de la exclusión social, en el mundo de la violencia, en prisiones, en el counselling, en al ámbito educativo... ¿Y esto qué me dice a mí? No es un éxito editorial propiamente dicho. Es, más bien, una prueba del poder del género de los cuentos. No cualquier cuento, no. Los hay malos. Ya lo creo. De hecho, para hacer esta selección, confieso que he leído más de mil. Sí, circulan muchos y de muchos tipos. Pero son realmente demasiados los que no me gustan, porque son baratijas moralizantes, más que recursos que enseñen que la realidad depende también de cómo la miremos, que podemos trabajar nuestra mirada y, de este modo, alterar mágicamente las apariencias. Si nos paramos a pensar, los cuentos reflejan la vida misma, de la cual nos muestran diferentes facetas: nuestra convivencia con los demás, los sentimientos y los va lores contrapuestos, la posibilidad de elegir... Estimulan la reflexión de mayores y pequeños, favorecen la identificación con los personajes y, según avanza la lectura, se puede aprender a tomar decisiones personales que vienen inspiradas por la moraleja (moral pequeñita, dimensión ética) más o menos explícita del cuento. Sin lugar a dudas, el éxito tan extendido de los cuentos tradicionales radica en que guardan una enseñanza que podemos sacar de la narración; que, aun cuando tenga otros vehículos de comunicación, son verdaderamente útiles para el equilibrio psicológico de los individuos y los grupos. Y de esto nuestra sociedad está muy necesitada. Se cuenta una anécdota muy curiosa. Podríamos decir que es más que una anécdota: 19

durante el stalinismo, en uno de los campos de concentración y exterminio donde los presos morían de frío y de hambre, había un barracón en el que quienes dormían allí no morían en igual número que en los otros barracones. Sucedía que, cuando sonaba el toque de queda y todo quedaba en penumbra y en silencio, una mujer sentada en su jergón comenzaba a contar un cuento. Durante el relato, la gente vivía escapando de la dura realidad y conectando con otros valores, historias y realidades de otra vida distinta de la insoportable esclavitud del campo de concentración. Los cuentos sembraban esperanzas por medio de los labios de la narradora; esperanza de que otra vida era posible'. Dicen que una vez una mujer le preguntó a Einstein qué hacer para que sus hijos fueran más inteligentes, y Einstein le respondió: «Léales cuentos de hadas». La mu jer, riéndose, le replicó: «Ya, ¿y qué debo hacer después de haberles leído cuentos de hadas?». Y Einstein le dijo: «Pues léales más cuentos de hadas». Seguramente - afirma la escritora Mem Fox, que cuenta lo sucedido-, Einstein pensaba que «los cuentos de hadas requieren una mente atenta a los detalles, muy activa en la resolución de problemas, capaz de viajar por los corredores de la predicción y la búsqueda de los significados». De todos modos, la verdadera importancia de los cuentos - y no de los cuentos populares en general sino de los que, después de un proceso que ha durado siglos, son mayoritariamente considerados como los mejores - es que contienen un destilado de la sabiduría que necesitamos para la vida. A los cuentos les he añadido algunas indicaciones para la reflexión personal y en grupo, en su caso. No me gustan las recopilaciones de cuentos que circulan ya con párrafos que «mastican» el cuento y que a menudo diría yo que lo estropean. Ya propongo con suficiente pudor estas indicaciones, porque al proponerlas no deja de haber una cierta interpretación y orientación de la reflexión, cuando en realidad no hay como dejar al cuento que hable y susurre con su potencial de personalizar y entrar en cada uno en el rincón más oportuno. Como señalaba un antiguo recopilador de cuentos y le gustaba subrayar a Tolkien, «hemos de contentarnos con la sopa que se nos pone delante, sin desear ver los huesos del buey con que se ha hecho». Interesa la calidad de la sopa final, no los materiales de origen ni las etiquetas que lleve. Chesterton3 explica que los cuentos no son responsables de producir en el niño (yo pienso también en el «niño personal» de todo adulto) ninguna de las formas de miedo. Las ideas de los fantasmas malos y feos están ya en el niño porque ya están en el mundo y, por tanto, no proceden de los cuentos. Por el contrario, lo que sí proporcionan los buenos cuentos son las primeras semillas de una verdadera esperanza: de que cualquier fantasma malo y feo puede ser vencido; de que los terrores ilimitados tienen un límite; y 20

de que hay fuerzas y héroes en el universo y en uno mismo más poderosas que cualquier miedo y que cualquier malvado. Este es uno de los criterios que me han guiado en la selección. No quiero cuentos de los que infunden o pretenden infundir miedo para mover las conciencias por la vía negativa, sino cuentos de esperanza o con una chispa de humor, porque el humor es una cosa muy seria. Se podría decir que «no estamos para cuentos», con la que está cayendo en tantos sentidos en nuestro mundo. A diferencia del niño, cuya frase más frecuente suele ser la de «léeme o cuéntame un cuento», la frase más parecida que tiene el adulto a este respecto es: «no me vengas con cuentos». Sin embargo, creo que estamos, efectivamente, para leernos cuentos. Necesitamos de ellos como liberadores de sensaciones y emociones positivas, provocadores de valores capaces de construir un mundo más humano. ¡Tienen tanto poder humanizador y creativo...! Para mostrar las posibilidades, con gusto presento aquí el conocido cuento árabe, casi a modo de adivinanza: «Un padre tenía tres hijos. A su muerte, les dejó en herencia diecisiete camellos y un testamento para hacer las particiones: al primer hijo le correspondería la mitad; al segundo, un tercio; y al tercero, la novena parte de los camellos. Pero ¿cómo se pueden dividir diecisiete camellos entre dos, tres o nueve? Inmediatamente, los tres hermanos se dieron cuenta de la imposibilidad de satisfacer la voluntad de su padre. Desesperados, recurrieron al juez. Este vino a su casa a lomos de su propio camello, escuchó su pregunta y reflexionó. Después, les dijo: "Veréis lo que vamos a hacer. Yo os presto mi camello, con lo que ya tendréis dieciocho. De esta manera, el primero tendrá esos dieciocho camellos divididos entre dos, lo que hace nueve; el segundo, dieciocho entre tres, tendrá seis camellos, y el tercero tendrá dieciocho entre nueve, lo que hacen dos; con ello tendremos que nueve más seis más dos hacen un total de diecisiete camellos. De este modo, vosotros cumpliréis la voluntad de vuestro padre, y yo volveré a recuperar mi camello"»4. Ser capaces de recurrir a un camello auxiliar supone concebir la realidad de manera creativa, como invitan a mirarla los cuentos, permitiéndose mirarse en un original espejo, dando espacio a la paradoja, abriéndose a la novedad, dejándose sorprender y estando dispuestos al cambio provocado por sus claves activas. Pues bien, en esta tercera recopilación de cuentos que aquí presento, me he limitado a ir seleccionando los que me parece que más pueden ayudar en espacios educativos, de sufrimiento, de terapia... Y es que, efectivamente, creo en la utilidad de la cuentoterapia: 21

los cuentos te abren los ojos, te enseñan, sin que nadie te obligue o te diga lo que tienes que hacer; es más, uno ni siquiera aprecia la sutileza del consejo, porque este se despierta en la propia conciencia. Ayudan a humanizar.

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La palmera iFRASE una vez un hombre malvado, Ben Sadok, que atravesaba un oasis. Tenía un carácter tan vil que no podía ver nada sano ni bonito sin estropearlo. En la orilla del oasis había una joven palmera que crecía con pujanza. La visión de la palmera molestó profundamente a Ben Sadok, que tomó una pesada piedra y la puso encima de la corona de la palmera. Y, soltando una risa pérfida, prosiguió su camino. La joven palmera se sacudió, se inclinó e intentó deshacerse de la pesada carga, pero no pudo. La piedra estaba sólidamente plantada encima de su corona. Por más que intentaba empujar, no tenía fuerza suficiente para deshacerse de ella. Entonces la joven palmera arañó el suelo, excavó y se mantuvo como pudo, sosteniendo la pesada carga. Como no podía estirar sus ramas, fue hundiendo y hundiendo sus raíces tan profundamente que encontró las corrientes de agua más escondidas del oasis. Esas aguas frescas y profundas la alimentaron y fortalecieron, dándole tanta fuerza que pudo empujar la piedra tan alto que ya ningún árbol hacía sombra a su corona. El agua de las profundidades y el sol de las alturas convirtieron al joven árbol en una palmera reina. Al cabo de unos años, volvió a pasar por allí Ben Sadok, para alegrarse la vista con el árbol enfermo que él había dañado. Buscó y buscó en el oasis, sin encontrarlo. Entonces la palmera, más orgullosa ahora, inclinando su corona, le enseñó la piedra y dijo: «Ben Sadok, tengo que darte las gracias, porque tu carga me ha hecho fuerte». Indicaciones para la reflexión personal o en grupo: -A veces la adversidad se convierte en una oportunidad. También esto ha sucedido en mi vida, y puedo identificar algunas ocasiones. -He podido aprender de momentos de crisis, e incluso crecer con ocasión de ellas. ¿Qué ha posibilitado esta circunstancia? -Salir airosos y fortalecidos (resilientes) de las dificultades supone algún requisito. Pienso en algunos factores que han promovido este crecimiento.

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La mula UN hombre andaba por el pueblo gritando: «¡He perdido la mula, he perdido la mula! ¡Estoy desesperado! ¡Ya no puedo vivir si no encuentro a mi mula! Aquel que encuentre mi mula va a recibir como recompensa... ¡mi mula!». Y la gente, a su paso, le decía: «Estás loco; definitivamente, estás loco: ¿perdiste la mula y ofreces como recompensa la propia mula?». Él entonces contestó: «Sí, porque a mí me molesta no tenerla, pero más me molesta haberla perdido». Indicaciones para la reflexión personal o en grupo: -No es lo mismo una misma realidad valorada por uno mismo de una forma o de otra. ¿Cómo valoro yo algunas dificultades o pérdidas? ¿Me hacen bien los significados que les doy a las dificultades? -El cambio de significado ante lo inevitable puede cambiar la vivencia de la realidad. ¿Cómo significo yo las vicisitudes que me toca vivir? -¿Puedo vivir alguna realidad de una manera nueva y mejor cambiando el significado que le atribuyo?

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Los Reyes Magos existen APENAS su padre se había sentado al llegar a casa, dispuesto a escuchar como todos los días lo que su hija le contaba de sus actividades en el colegio, cuando esta, en voz baja, como con miedo, le dijo: -Papá... -Sí, hija, cuéntame. -Oye, quiero... que me digas la verdad. -Claro, hija. Siempre te la digo - respondió el padre, un poco sorprendido. -Es que... - titubeó la niña. -Dime, hija, dime. -Papá, ¿existen los Reyes Magos? El padre de Blanca se quedó mudo, miró a su mujer, intentando descubrir el origen de aquella pregunta, pero solo pudo ver un rostro tan sorprendido como el suyo, que le miraba igualmente. -Las niñas dicen que son los padres. ¿Es verdad? La nueva pregunta de Blanca obligó al padre a volver la mirada hacia la niña y, tragando saliva, le dijo: -¿Y tú qué crees, hija? -Yo no sé, papá... que sí y que no. Por un lado, me parece que sí que existen, porque tú no me engañas; pero como las niñas dicen eso... -Mira, hija, efectivamente, son los padres los que ponen los regalos, pero... -Entonces ¿es verdad? - cortó la niña con los ojos humedecidos-. ¡Me habéis engañado! -No, mira, nunca te hemos engañado, porque los Reyes Magos sí que existen 30

respondió el padre cogiendo con sus manos la cara de Blanca. -Entonces no lo entiendo, papá. -Siéntate, Blanquita, y escucha la historia que te voy a contar, porque ya ha llegado la hora de que puedas comprenderla - dijo el padre mientras señalaba con la mano el asiento a su lado. Blanca se sentó entre sus padres, ansiosa por escuchar cualquier cosa que le sacase de la duda, y su padre se dispuso a narrar lo que para él debió de ser la verdadera historia de los Reyes Magos. «Cuando el Niño Jesús nació, tres Reyes que venían de Oriente, guiados por una gran estrella, se acercaron al Portal para adorarlo. Le llevaron regalos en prueba de amor y de respeto, y el Niño se puso tan contento y parecía tan feliz que el más anciano de los Reyes, Melchor, dijo: -¡Es maravilloso ver tan feliz a un niño! Deberíamos llevar regalos a todos los niños del mundo y ver lo felices que serían. -¡Oh, sí! - exclamó Gaspar-. Es una buena idea, pero es muy difícil de llevar a cabo. No seremos capaces de llevar regalos a tantos millones de niños como hay en el mundo. Baltasar, el tercero de los Reyes, que estaba escuchando a sus dos compañeros, comentó con rostro risueño: -Es verdad que sería fantástico, pero Gaspar tiene razón y, aunque somos magos, ya somos ancianos y nos resultaría muy difícil poder recorrer el mundo en tero entregando regalos a todos los niños. ¡Pero sería tan bonito...! Los tres Reyes se pusieron muy tristes al pensar que no podrían realizar su deseo. Y el Niño Jesús, que desde su pobre cunita parecía escucharles muy atento, sonrió, y la voz de Dios se escuchó en el Portal: -Sois muy buenos, queridos Reyes Magos, y os agradezco vuestros regalos. Voy a ayudaros a realizar vuestro hermoso deseo. Decidme: ¿qué necesitáis para poder llevar regalos a todos los niños? -¡Oh, Señor! - dijeron los tres Reyes postrándose de rodillas-. Necesitaríamos millones y millones de pajes, casi uno para cada niño, que pudieran llevar al mismo tiempo a cada casa nuestros regalos. Pero no podemos tener tantos pajes: no existen tantos. 31

-No os preocupéis por eso - dijo Dios-. Yo os voy a dar, no uno, sino dos pajes para cada niño que hay en el mundo. -¡Sería fantástico! Pero ¿cómo va a ser posible? - dijeron a la vez los tres Reyes Magos con cara de sorpresa y admiración. -Decidme, ¿no es verdad que los pajes que os gustaría tener deben querer mucho a los niños? - preguntó Dios. -Sí, claro, eso es fundamental - asintieron los tres Reyes. -¿Y verdad que esos pajes deberían conocer muy bien los deseos de los niños? -Sí, sí. Eso es lo que exigiríamos a un paje - respondieron los tres, cada vez más entusiasmados. -Pues decidme, queridos Reyes: ¿hay alguien que quiera más a los niños y los conozca mejor que sus propios padres? Los tres Reyes se miraron asintiendo y empezando a comprender lo que Dios estaba planeando, cuando la voz volvió a oírse de nuevo: -Puesto que así lo habéis querido, y para que en nombre de los Tres Reyes Magos de Oriente todos los niños del mundo reciban algunos regalos, yo ordeno que en Navidad, conmemorando estos momentos, todos los padres se conviertan en vuestros pajes, y que en vuestro nombre y de vuestra parte regalen a sus hijos los regalos que deseen. También ordeno que, mientras los niños sean pequeños, la entrega de regalos se haga como si la hicieran los propios Reyes Magos. Pero cuando los niños sean suficientemente mayores para entender esto, los padres les contarán esta historia, y a partir de entonces, todas las Navidades, los niños harán también regalos a sus padres en prueba de cariño. Y alrededor del belén recordarán que gracias a los Tres Reyes Magos todos son más felices». Cuando el padre de Blanca hubo terminado de contar esta historia, la niña se levantó y, dando un beso a sus padres, dijo: -Ahora sí que lo entiendo todo papá. Y estoy muy contenta de saber que me queréis y que no me habéis engañado. Y se dirigió corriendo a su cuarto, regresando con su hucha en la mano mientras decía: 32

-No sé si tendré bastante para compraros algún regalo, pero para el año que viene ya guardaré más dinero. Y todos se abrazaron mientras, a buen seguro, desde el Cielo tres Reyes Magos contemplaban la escena enormemente satisfechos. Indicaciones para la reflexión personal o en grupo: -Los niños que esperan regalos de los reyes magos tienen la confianza depositada en sus padres de que así será. Y ¿ en quién tengo yo que confiar para que se realicen mis deseos? -Yo también necesito «caricias» de quienes me quieren. ¿Las pido si no me llegan? -Yo mismo puedo ser rey mago de quien necesita ser reconocido con algún regalo material o no material. ¿Hago que circule la magia de los reyes magos reforzando la experiencia de sentirse queridos a los que están a mi alrededor?

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El arco iris CUENTAN que, hace muchísimo tiempo, los colores empezaron a pelearse. Cada uno proclamaba que él era el más importante, el más útil, el favorito. El verde dijo: «Sin duda, yo soy el más importante. Soy el signo de la vida y la esperanza. Me han escogido para la hierba, los árboles, las hojas. Sin mí, todos los animales morirían. Mirad alrededor y veréis que estoy en la mayoría de las cosas». El azul interrumpió: «Tú sólo piensas en la tierra, pero considera el cielo y el mar. El agua es la base de la vida, y son las nubes las que la absorben del mar azul. El cielo da amplitud, paz y serenidad. Sin mi paz no seríais nada». El amarillo soltó una risita: «¡Vosotros sois tan serios...! Yo traigo risas, alegría y calor al mundo. El sol es amarillo, la luna es amarilla, las estrellas son amarillas. Cada vez que miráis un girasol, el mundo entero comienza a sonreír. Sin mí no habría alegría». El naranja tomó la palabra: «Yo soy el color de la salud y de la fuerza. Puedo ser poco frecuente, pero soy precioso para las necesidades de la vida humana. Yo transporto las vitaminas más importantes. Pensad en las zanahorias, las calabazas, las naranjas, los mangos y las papayas. No estoy todo el tiempo dando vueltas, pero cuando coloreo el cielo al amanecer o en el crepúsculo, mi belleza es tan impresionante que nadie piensa en vosotros». El rojo no pudo contenerse y saltó: «Yo soy el color del peligro y del valor. Estoy dispuesto a luchar por una causa. Traigo fuego a la sangre. Sin mí, la tierra estaría tan vacía como la luna. Soy el color de la pasión y del amor, de la rosa roja, de la flor de pascua, de la amapola». El púrpura se hinchó con toda su fuerza. Era muy alto y habló con gran pompa: «Soy el color de la realeza y el poder. Reyes, jefes de estado y cardenales me han escogido siempre, porque soy el signo de la autoridad y de la sabiduría. La gente no me cuestiona; me escucha y me obedece». El añil habló mucho más tranquilamente que los otros, pero con igual determinación: «Pensad en mí. Soy el color del silencio. Raramente repararíais en mí, pero sin mí todos serías superficiales. Represento el pensamiento y la reflexión, el crepúsculo y las aguas profundas. Me necesitáis para el equilibrio y el contraste, la oración y la paz interior». 35

Así fue como los colores estuvieron presumiendo, cada uno convencido de ser el mejor. Su discusión se fue haciendo cada vez más ruidosa. De repente, hubo un resplandor de luz blanca y brillante. Restallaron relámpagos acompañados de gran estrépito. La lluvia empezó a caer a cántaros, implacablemente. Los colores comenzaron a acurrucarse con miedo, acercándose unos a otros buscando protección. La lluvia habló: «Estáis locos, colores, luchando entre vosotros mismos e intentando cada uno dominar al resto. ¿No sabéis que Dios os ha hecho a todos? Cada uno para un objetivo especial, único y diferente. Él os amó a todos. Juntad vuestras manos y venid conmigo. Dios quiere extenderos a través del mundo en un gran arco de color, como recuerdo de que os ama a todos, de que podéis vivir juntos en paz, como promesa de que está en vosotros, como señal de esperanza para el mañana». Y así fue como Dios usó la lluvia para lavar el mundo. Y puso al Arco Iris en el cielo para que, cuando lo veáis, os acordéis de que tenéis que teneros en cuenta unos a otros. Indicaciones para la reflexión personal o en grupo: -Como la vida misma: todos podemos considerarnos los más importantes de algún grupo por algún motivo. Me miro como miembro de varios grupos. -Separado, me siento... Y en grupo... ¿Y me doy cuenta de lo que suma la relación? -Algún color en mi vida me parece que predomina, pero también los otros configuran mi paisaje...

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El centinela CERCA de la frontera de un país muy lejano, perdido en medio del desierto, se alzaba un pequeño castillo. De vez en cuando, paraban en él las caravanas, o acaso algún caminante solitario pernoctaba en él. Pero la vida del castillo era muy monótona. Y apenas sucedía nada que hiciese distinto un día de otro. Un buen día llegó un mensajero del rey: «Estad preparados, porque se nos ha hecho saber que Dios va a visitar nuestro país y tal vez pasará por vuestro castillo. Debéis prepararos para recibirlo». Las autoridades del castillo se dispusieron a cumplir la orden. Mandaron llamar al centinela. Le recomendaron que a partir de aquel día no perdiese de vista el desierto y que, tan pronto como observase alguna señal de la llegada de Dios, se les comunicase. El centinela recibió el encargo con alegría: nunca le habían confiado una misión tan importante. Firme sobre la torre, con los ojos bien abiertos, atisbaba continuamente el horizonte, a la espera del más pequeño indicio. Pensaba: «¿Cómo será Dios? Seguramente vendrá con una gran comitiva, y lo podré distinguir de lejos... Tal vez aparecerá de pronto, acompañado de un poderoso ejército...». Con estos presentimientos, no pensaba en nada más y se pasaba los días y las noches en lo alto de la torre. Transcurrió el tiempo, y poco a poco todos fueron olvidando el aviso de Dios. Hasta el rey llegó a perder el interés. En el castillo, los oficiales y soldados se cansaron de esperar aquella visita y ya no hablaban de ella. Tan solo el centinela se mantenía despierto, esperando, siempre esperando, bajo el sol y bajo la lluvia. Cierto que veía llegar caravanas y ejércitos, pero ninguno de ellos era el cortejo de Dios. A veces, cansado de mirar, se preguntaba si todo aquello no habría sido un engaño: «¿Por qué va a venir Dios? Y aunque viniese, ¿iba a pasar por este castillo tan insignificante?» Pero la esperanza acababa por disipar todas sus dudas. Y seguía oteando incansablemente el horizonte...

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Pasaron los meses y los años. El centinela se hacía viejo, y los ojos se le ofuscaban. Con frecuencia tenía que sentarse, porque las piernas ya no lo sostenían. Todos los soldados, uno tras otro, habían abandonado el castillo, por la nostalgia de la ciudad, y el centinela se había quedado completamente solo. Un día se levantó para observar el desierto y advirtió que apenas podía moverse. Supo que se hallaba próximo a la muerte, y una gran tristeza le invadió el alma. «He permanecido toda la vida esperando la visita de Dios y tendré que morir sin haberlo visto», exclamó con dolor. Pero justamente entonces oyó una voz a su lado: «¿Es que no me conoces?» Asombrado, el centinela se volvió hacia la voz al intuir que Dios había llegado. Lleno de alegría, le dijo: «¡Oh, ya estás aquí! ¡Me has hecho esperar tanto...! ¿Por dónde has venido, que no te he visto?». «Siempre he estado cerca de ti - replicó Dios con dulzura-, desde el día en que decidiste esperarme. Siempre he estado aquí, a tu lado, dentro de ti. Has necesitado mucho tiempo para darte cuenta, pero ahora ya lo sabes. Este es mi secreto: solo los que esperan pueden verme...». La voz calló, y el centinela sintió una inmensa felicidad. Abrió los ojos y volvió a seguir con la vista, lentamente, amorosamente, el horizonte sin fin del desierto. Indicaciones para la reflexión personal o en grupo: -Quizá sea la espera el dinamismo que más tensión nos produce y, como la sangre, nos da vida. ¿Qué y a quién espero yo? -La sed de alguien o de algo da gusto a la vida. ¿De qué tengo sed? -¿Conozco mis anhelos más profundos y camino sin detenerme en medio de las pequeñas esperas y frustraciones cotidianas?

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Caco, el ladrón CACO Malako era ladrón de profesión. Robaba casi cualquier cosa, pero era tan habilidoso que nunca lo habían pillado. Así que hacía una vida completamente normal y pasaba por ser un respetable comerciante. Robara poco o robara mucho, Caco nunca se había preocupado demasiado por sus víctimas. Pero todo eso cambió la noche en que robaron en su casa. Era lo último que habría esperado; pero cuando no encontró muchas de sus cosas y vio todo revuelto, se puso verdaderamente furioso y corrió indignado a contárselo a la policía. Y eso que era tan ladrón que al entrar en la comisaría sintió una alergia tremenda y picores por todo el cuerpo. ¡Ay! ¡Menuda rabia daba sentirse robado, siendo él mismo el verdadero ladrón del barrio! Caco comenzó a sospechar de todo y de todos. ¿Sería don Tomás, el panadero? ¿Cómo podría haberse enterado de que Caco le quitaba dos pasteles todos los domingos? ¿Y si fuera doña Emilia, que había descubierto que llevaba años robándole las flores de su ventana y ahora había decidido vengarse de Caco? Y así con todo el mundo, hasta tal punto que Caco veía un ladrón detrás de cada sonrisa y de cada saludo. Tras unos cuantos días en que apenas pudo dormir de tanta rabia, Caco comenzó a tranquilizarse y a olvidar lo sucedido. Pero la calma le duró poco: a la noche siguiente, volvieron a robarle mientras dormía. Rojo de ira, volvió a hablar con la policía, la cual, al ver su insistencia en atrapar al culpable, le propuso instalar una cámara en su casa para pillar al ladrón con las manos en la masa. Era una cámara modernísima que aún estaba en pruebas, capaz de activarse con los ruidos del ladrón y seguirlo hasta su guarida. Pasaron unas cuantas noches antes de que el ladrón volviera a actuar. Pero una mañana, muy temprano, el inspector llamó a Caco entusiasmado: -¡Venga corriendo a ver la cinta, señor Caco! ¡Hemos pillado al ladrón! Caco saltó de la cama y salió volando hacia la comisaría. Nada más entrar, diez policías se le echaron encima y le pusieron las esposas, mientras el resto no paraba de reír alrededor de un televisor. En la imagen podía verse claramente a Caco Malako sonámbulo, robándose a sí mismo y ocultando todas sus cosas en el mismo escondite en 41

que había guardado cuanto había robado a sus demás vecinos durante años..., casi tantos como los que le tocaría pasar en la cárcel. Indicaciones para la reflexión personal o en grupo: -Cambia la perspectiva cuando uno observa en sí mismo conductas que reprocha en otros... ¿En qué sentido es esto así? -Hay algunas cosas que claramente me cuesta aceptar en los demás y que reconozco que también me pertenecen a mí. -Hay diferentes modos de no respetar o reconocer lo que les pertenece a los demás... Pienso sobre ello.

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Los ancianos desterrados iFRASE una vez un rey muy cruel que decidió desterrar a todos los ancianos de su reino y enviarlos a vivir a un país remoto. Así se lo dijo a sus soldados. -Lleváoslos lejos de aquí. No sirven para nada. Solo comen y duermen, pero no trabajan - les ordenó, y les amenazó con castigarlos si no obedecían. Todos los soldados siguieron sus instrucciones, excepto uno de ellos, llamado Janos, que amaba mucho a su padre. De modo que le acondicionó una habitación secreta en su casa, donde lo mantenía oculto y le prodigaba todos los cuidados necesarios. Pasaron los meses, y una gran sequía asoló el reino. Los ríos y los lagos perdieron sus aguas, los árboles se quedaron sin fruto, y los graneros se vaciaron en cuestión de días. Preocupado por el riesgo de la hambruna, el rey llamó a los soldados. -Os ordeno que encontréis trigo para alimentar al pueblo. De lo contrario, os encerraré a todos en un calabozo. Los soldados salieron, muy tristes, pues en realidad no había forma de cumplir ese mandato. Janos llegó cabizbajo a su casa y fue directamente a la habitación donde su padre permanecía oculto. -¿Qué te pasa, hijo? - preguntó el anciano. Janos le explicó en detalle la grave situación en que se hallaba. -No te preocupes, tengo la solución para vosotros - lo tranquilizó su padre-. Cuando trabajaba como labrador, hace muchos años, me llamaba la atención observar a las hormigas que llevaban cientos de granos de trigo a sus hormigueros. Diles a tus compañeros que abran todos los que encuentren en el campo, porque estarán llenos. Sin revelar de dónde había sacado la, idea Janos fue con los demás soldados en busca de los hormigueros. A todos les alegró mucho encontrar grandes depósitos de trigo y llenar varios costales. Al día siguiente los presentaron al rey. Este se sorprendió al enterarse de la ingeniosa manera en que los habían conseguido. -¿Cómo se os ocurrió? - les preguntó. -Fue idea de Janos - contestaron. 44

-Explícame tú, entonces - ordenó el rey. -Majestad, temo hacerlo pues sé que me castigará. -Dímelo, y no te pasará nada malo - prometió el rey, cada vez con más curiosidad. Janos le contó que su padre anciano, a quien mantenía oculto en su casa, le había dado el consejo. El rey quedó en silencio por un largo rato y luego tomó la palabra. -Ahora me doy cuenta de que fui muy torpe al desterrar a los ancianos de este reino - reconoció-. Los conocimientos que han acumulado en su vida son una valiosa fuente de sabiduría. De inmediato, ordenó que los ancianos desterrados regresaran a la ciudad, y así ocurrió. Cuando pasó la sequía, todos los habitantes recordaron que uno de ellos los había salvado de morir de hambre. -Adaptación de un cuento tradicional búlgaro Indicaciones para la reflexión personal o en grupo: -No siempre reconocemos la posible sabiduría presente en quien tiene más años... -Reconozco, con el paso del tiempo, que teniendo menos años, los que tienen la edad que yo tengo me parecían... y ahora... Y de esto puedo aprender... -Pienso en la alternativa de llegar a mayor.

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La ratona que sabía ladrar EN un extremo de una granja vivía una familia de ratones integrada por los padres y dos hijos. Una mañana de verano salieron a pasar un día de campo. Los dos hermanitos ratones pidieron permiso a sus padres para ir a jugar un poco más lejos. Su madre les dijo que sí, pero les recomendó: -Tened mucho cuidado, porque por allí anda un gato. -¿Un gato? ¿Qué es eso? - preguntaron los hermanos. -Un animal grande con bigotes - respondió el padre mientras miraba cómo los pequeños se alejaban. Los dos ratoncillos se alejaron, llenos de curiosidad por conocer a ese animal bigotudo, pues jamás lo habían visto. -Me muero de ganas de verlo, para divertirme con él - dijo la niña ratona. Andando, andando, llegaron hasta la cerca, y del otro lado alcanzaron a ver al felino. Este se acercó y comenzó a mirarlos sin intención de hacerles daño. A los dos hermanos el gato les pareció muy gracioso, y comenzaron a burlarse de él, simplemente porque era distinto de ellos. Lo que más les divertía eran sus bigotes y sus orejas tiesas. -Gato flaco, gato flaco, voy a darte para un taco - le decían entre carcajadas. El gato no se movía; se limitaba a mirarlos fijamente y, poco a poco, se iba enfureciendo. De repente, trató de saltar la cerca para caer sobre los ratones, pero no lo logró y cayó como un saco. Los ratoncillos lloraban de risa. -¡Mira cómo temblamos, mira cómo temblamos! - lo desafiaban. El minino no se quedó conforme. Intentó saltar una y otra vez, hasta que finalmente lo logró y empezó a correr detrás de ellos. Muy asustados, los ratoncillos se escabulleron a toda velocidad, hasta llegar adonde estaban sus padres. -¡Papá, mamá, corred, porque el gato viene para acá y nos va a comer! - gritaron al 47

unísono. Mamá ratona tenía mucho miedo, pero decidió hacer algo para salvar a su familia. Se puso en pie, esperó al gato y, cuando este llegó, lo miró a los ojos. Parecía que en cualquier momento el gato estiraría su zarpa para atraparla, pero entonces ocurrió algo sorprendente. Mamá ratona tomo aire y empezó a ladrar como un perro feroz: -¡Guau, guau, guau! Muy asustado, el gato salió corriendo, y la familia de ratones quedó a salvo. Ya por la noche, cuando todos estaban descansando en sus camas, mamá les explicó: -¿Habéis visto? Nunca tenemos que reírnos de las diferencias, sino saber reconocerlas. Si no os hubierais burlado del gato, él no les habría hecho nada. Y lo que nos protegió en esta ocasión fue mi conocimiento de los perros. Recordad que aprender el lenguaje de los demás y respetarlos puede salvarnos la vida. -Cuento popular cubano Indicaciones para la reflexión personal o en grupo: -Las diferencias se hacen difíciles de aceptar a veces, y en mí generan... -Reflexiono sobre algunas características de los que me parecen distintos de mí y a los que más me cuesta aceptar. ¿Qué hay en estas características? -¿Reconozco la riqueza de la diversidad? ¿Y el significado de la tolerancia?

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El león y el ratón UN enorme león se hallaba un día durmiendo al sol cuando un pequeño ratón tropezó con su zarpa y lo despertó. El león iba a engullirlo cuando el pequeño ratón gritó: -¡Oh, por favor, déjame ir! Algún día puedo ayudarte... El león se rio ante la idea de que el pequeño ratón pudiera ayudarle, pero tenía buen corazón y lo dejó en libertad. Algún tiempo después, el león quedó atrapado en una red. Tiró y se revolvió con todas sus fuerzas, pero las cuerdas eran demasiado fuertes. Dio un potente rugido. El ratón lo oyó y corrió hacia él. -Tranquilo, querido león, yo te pondré en libertad. Roeré las cuerdas. Con sus afilados dientes, el ratón cortó las cuerdas, y el león se salvó de la red. -Una vez te reíste de mí - dijo el ratón-. Creías que yo era demasiado pequeño para ayudarte. Pero, como ves, debes la vida a un pequeño y humilde ratón. -Esopo Indicaciones para la reflexión personal o en grupo: -No tenemos exploradas todas las potencialidades que se esconden en la aparente pequeñez de cada uno de nosotros... -Hacer el bien puede sorprender por los efectos que produce sobre uno mismo, como es el caso de alguna experiencia personal vivida... -¿Sigo pensando y viviendo en algún sentido como si el grande fuera grande en realidad porque lo es aparentemente?

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El verdadero valor del anillo UN joven con aspecto atribulado se presentó un día ante un anciano que tenía fama de sabio, y le dijo de forma apresurada: -Maestro, estoy desesperado; me siento tan miserable que no tengo fuerzas para emprender nada. Pienso que soy un inútil y que mi vida es un fracaso. En realidad, nadie me escucha ni aprecia la buena intención de mis palabras. Me han dicho que vuestros remedios y enseñanzas son muy especiales. Estoy dispuesto a serviros en lo que necesitéis, pero, por favor, guiadme hacia la solución de mi problema. ¿Qué puedo hacer? El anciano, casi sin mirarlo, le contestó: -¡Cuánto lo siento, muchacho! No puedo ayudarte, ya que primero debo resolver mi propio problema. Quizá después... Y, haciendo una pausa, agregó: -Si quisieras ayudarme tú a mí, yo podría resolver mi asunto con más rapidez y, después, tal vez podría ayudarte a ti. -De acuerdo, maestro - contestó el joven, que vislumbró un rayo de esperanza-. ¿Qué puedo hacer yo por ti? El maestro, quitándose el anillo que llevaba en el dedo meñique de la mano izquierda, se lo entregó al muchacho y le dijo: -Este anillo tiene que ser vendido para pagar una deuda. Ve al mercado y trata de obtener la mayor suma posible, pero no aceptes menos de una moneda de oro. ¡Ve cuanto antes y regresa con esa moneda lo más rápido que puedas! El joven tomó el anillo y, apenas llegó al mercado, empezó a ofrecerlo a la gente, que al principio lo miraba con interés, hasta que, llegado el momento en que el joven pedía una moneda de oro, se desencantaba. Algunos reían, otros se daban media vuelta. Solo un viejecito fue tan amable como para tomarse la molestia de explicarle que una moneda de oro era muy valiosa para entregarla a cambio de aquel anillo. Otra persona, en su afán de ayudar, le ofreció una moneda de plata y un cacharro de cobre; pero, dado 52

que el joven tenía instrucciones de no aceptar menos de una moneda de oro, rechazó la oferta. Después de ofrecer su joya a toda persona con la que se cruzaba en el mercado, se sintió abatido por su fracaso y regresó a la casa del sabio, mientras se decía apesadumbrado: «Si yo dispusiera de una moneda de oro, se la entregaría inmediatamente al anciano». Entró en la habitación y dijo: -Maestro, lo siento, pero no es posible conseguir lo que me pediste. Quizá podría conseguir dos o tres monedas de plata, pero no creo que pueda engañar a nadie con respecto al verdadero valor del anillo. -¡Qué importante es lo que has dicho, mi joven amigo! - contestó sonriente el maestro-. Debemos saber primero el verdadero valor del anillo. Vuelve al mercado y ve al joyero. ¿Quién mejor que él para saberlo? Dile que quieres vender el anillo y pregúntale cuánto da por él. Pero no importa lo que ofrezca: no se lo vendas. Vuelve aquí con mi anillo. El joven acudió raudo a un joyero, que examinó el anillo a la luz del candil, lo miró con la lupa, lo pesó y luego le dijo: -Muchacho, dile al maestro que, si lo quiere vender ya, no puedo darle más de cincuenta y ocho monedas de oro por su anillo. -¡Cincuenta y ocho monedas! - exclamó el joven. -Sí - replicó el joyero-. Ya sé que con tiempo podríamos obtener por él cerca de sesenta monedas, pero si la venta es urgente... El joven corrió emocionado a casa del maestro a contarle lo sucedido. -Siéntate - le dijo después de escucharlo-. Tú eres como este anillo: una joya única y valiosa. Y, como tal, solo puede evaluarte un verdadero experto. Y, habiendo dicho esto, volvió a ponerse el anillo en el dedo, pero de su mano izquierda. El muchacho se alejó de la casa sonriendo, mientras una parte muy profunda de sí mismo le decía: «¿Qué haces por la vida pretendiendo que cualquiera descubra tu 53

verdadero valor?». Indicaciones para la reflexión personal o en grupo: -Me quedo con la última pregunta reflexionando: ¿Qué hago por la vida pretendiendo que cualquiera descubra mi verdadero valor? -A veces me cuesta reconocer mis propios valores, y en ocasiones me avergüenza presentarlos, porque... -Puede que tenga características de valor que pueden producir más, tales como...

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Viviana EN un lejano reino de Occidente vivía una hermosa joven llamada Viviana, que crecía alegre y feliz en el seno de una familia de hilanderos, experta en el arte de fabricar cuerdas para los usos más variados que se pueda imaginar. Viviana, conforme se iba haciendo mujer, compartía los trabajos y aprendía a la perfección el manejo de sus manos, con lo que, ya a edad temprana, había alcanzado una destreza digna de los mejores maestros. Un día de primavera, su padre, acercándose a ella, le dijo. -Querida hija, como ya eres una mujer, sería conveniente que vinieras conmigo en la próxima travesía por mar. Tengo transacciones que realizar en las islas del mar Mediterráneo y pienso que, además de ayudarme en mis tareas y conocer mundo, tal vez encuentres a un joven honrado y de buena posición con el que quieras formar una familia. Viviana aceptó encantada la propuesta de su padre y se puso de inmediato a preparar todo lo necesario. Llegado el momento de partir, emprendieron el camino y, tras varias semanas de viaje, llegaron a su primer destino. Una vez allí, y mientras el padre realizaba sus negocios y formalizaba pactos, Viviana soñaba con el esposo que, de un momento a otro, podría aparecer y al que de inmediato reconocería. Cuando volvieron a hacerse a la mar, camino de Creta, se levantó una tormenta con un oleaje tan terrible que el barco acabó naufragando. En medio de un viento terrible y unas enormes olas, Viviana cayó al mar y, tras unas horas de angustia, fue arrojada por la marea a una playa. Su padre había muerto, y ella se sentía totalmente abatida y desamparada. Más tarde, bajo el sol del mediodía, Viviana vagaba por la arena pensando en su mala suerte y en sus sueños rotos... Pasaron varias horas, hasta que al fin fue encontrada por una familia de tejedores que vivía cerca de allí, la cual, a pesar de ser pobre, la acogió en su casa como si de una hija más se tratara, con la intención de compartir su comida y su oficio. Viviana se entregó a los trabajos de aquella familia y, poco a poco, fue haciéndose una experta en la confección de las telas. Pasado un tiempo, Viviana ya conocía los 56

secretos de los más extraños tejidos. De esta manera, la joven iniciaba una segunda vida, en la que llegó a ser plenamente feliz, reconciliada con su suerte y su destino. Pero llegó un día en que, hallándose sentada en la playa contemplando feliz el horizonte, desembarcó una banda de mercaderes de esclavos que, sorprendiéndola, la apresaron junto con otro grupo de cautivos. A pesar de lamentarse amargamente por su suerte, no encontró compasión por parte de ninguno de sus captores, los cuales la llevaron a Estambul y, finalmente, la vendieron como esclava. Por segunda vez, su mundo se había derrumbado. Una vez más, lloraba amargamente, entristecida por su suerte... Sin embargo, sucedió algo que cambiaría de nuevo el rumbo de su vida. Aquel día había pocos compradores en el mercado. Pero entre ellos se encontraba un rico mer cader que buscaba esclavos para su próspera planta de fabricación de mástiles. Cuando vio el abatimiento de la muchacha, sintió compasión por ella y decidió comprarla, pensando que de ese modo podría ofrecerle una vida más digna. Llevó a Viviana a su hogar con intención de hacer de ella una ayudante para su esposa. Pero al llegar a su casa se enteró de que un incendio había destruido la mercancía de su almacén. No pudiendo entonces afrontar los gastos que le ocasionaba tener trabajadores, se quedó solo con Viviana, que le ayudaría a él y a su esposa a fabricar mástiles de verdadera artesanía. Viviana, agradecida al mercader por haberla rescatado, trabajó con tanta dedicación y diligencia que a los pocos años consiguió llegar a ser una auténtica experta en la fabricación de toda clase de postes y mástiles, por difíciles que estos fuesen de realizar. Al poco tiempo, su amo, en agradecimiento por sus buenos servicios, le concedió la libertad, pasando a trabajar para él como ayudante de confianza. Fue así como consiguió ser feliz y plenamente dichosa en esta su tercera profesión. Así pasó el tiempo... hasta que, un día, aquel buen hombre le dijo: -Viviana, yo ya voy siendo viejo y quiero que en esta ocasión seas tú quien vaya a Java a entregar estos mástiles de gran valor. Asegúrate, en mi nombre, de venderlos con provecho. Ella se puso en camino, contenta y feliz de viajar hacia su tan soñado Oriente. Pero, ¡oh, destino!, cuando el barco estuvo frente a las costas de China, un terrible tifón lo hizo 57

naufragar y, ¡horror!, una vez más se vio arrojada a la playa de un país totalmente desconocido. -¡Otra vez! - se decía Viviana llorando amargamente-. Mi vida vuelve a topar con el infortunio. ¿Qué tendré ahora que aprender y superar? Viviana se daba cuenta de que cuando conseguía dominar plenamente algún oficio y sentar las raíces de su vida, sucedía algo inesperado que la hacía cambiar de dirección. Una vez repuesta, se levantó de la arena y se puso a caminar en dirección a un poblado que divisó a lo lejos. Como no era frecuente la presencia de viajeros de raza blanca, fue acogida con respeto y curiosidad. Pero sucedió que en aquel país existía una leyenda profética: se decía que un día llegaría una mujer extranjera capaz de hacer por sí sola, sin ayuda de nadie, un templo de difícil y compleja construcción para el Emperador. Y puesto que en aquel entonces no había en China nadie que pudiera por sí solo hacer este tipo de construcciones, todo el Imperio esperaba el cumplimiento de aquella extraña predicción con la más vívida expectativa. Al fin de estar seguros de que cuando llegara la extranjera por aquellas tierras no pasara inadvertida, los sucesivos emperadores de China solían enviar heraldos una vez al año a todas las ciudades y aldeas del país, pidiendo que cada mujer extranjera fuera llevada a la corte. Fue justamente con ocasión de una de esas visitas de los heraldos cuando Viviana fue presentada al Emperador. -Señora - le preguntó el Emperador-, ¿seríais capaz de construir un templo para el Imperio que tenga las características que aquí figuran, pero sin ayuda de ninguna otra mano? Y le mostró un papiro lleno de garabatos e imágenes. Ella, tras observarlo detenidamente, se sintió de pronto iluminada. Sabía que era capaz de hacerlo, ya que, por lo que dedujo, hacía falta un mástil tan fuerte y flexible como los que habían dado tanta fama a su antiguo amo, el mercader. Así mismo, se requería un tipo de tela que solo aquellos entrañables tejedores con los que había compartido afecto y habilidades podían haberle enseñado. Y, por último, dedujo que esa construcción debía poseer unos sistemas de sujeción de una clase de cuerda tal que pudiesen soportar el impacto de los fuertes vientos sin perder tensión y resistencia. Solo sus padres, aquellos expertos maestros hilanderos, podrían haberle enseñado algo así.

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Viviana trabajó duramente por espacio de nueve meses. Finalmente, presentó su obra al Emperador, el cual, tras observar con asombro la perfección y el detalle de su creación, premió a Viviana con una generosidad propia de las grandes recompensas que tienen sabor a destino. La prosperidad, el amor y la sabiduría habían llegado de manera plena y abundante a Viviana, que así encarnaba la plenitud y la grandeza de la vida. Cuentan que todo aquel que llegó a conocerla salía de su presencia iluminado por esa extraña confianza y certeza que proporciona la percepción de los grandes destinos del alma. Tras ejercer la sabiduría y el amor supremos en una vida fecunda e intensa, Viviana murió en paz y armonía a la edad de noventa y nueve años. Desde entonces, se dice que su espíritu susurra al oído de quienes se sienten abandonados por su suerte que no teman..., que confíen..., porque... «Tras los vaivenes de la vida late un Camino Mayor que acompaña y protege a los que siguen adelante» Indicaciones para la reflexión personal o en grupo: -Mis experiencias del pasado, aun las más duras, pueden servirme para sacarles partido en el presente. ¿Cuáles?, ¿cómo? -Bajo la apariencia de un pasado de daño puede esconderse un potencial de generar bien. Puede ser el caso de algún daño vivido personalmente, tal como... -Hay personas a las que podría descubrir potencialidades existentes que tienen, porque... Pienso en algunas...

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Regalo de aniversario ERA un matrimonio pobre. Ella hilaba a la puerta de su choza pensando en su marido. Todo el que pasaba se quedaba prendado de la belleza de su largos y negros cabellos, como hebras brillantes salidas de su rueca. Él iba cada día al mercado a vender algunas frutas y se sentaba a la sombra de un árbol sujetando entre los dientes una pipa vacía. No le llegaba el dinero para comprar un pellizco de tabaco. Se acercaba el día del aniversario de la boda, y ella no cesaba de preguntarse qué podría regalar a su marido. Y además, ¿con qué dinero? De pronto, se le ocurrió una idea. Sintió un escalofrío al pensarlo; pero al decidirse a hacerlo, todo su cuerpo se estremeció de gozo: vendería su pelo para comprarle tabaco. Ya imaginaba a su marido en la plaza, sentado ante sus frutas, dando largas bocanadas a su pipa: aromas de incienso y de jazmín darían al dueño del puestecillo la solemnidad y el prestigio de un verdadero comerciante. Solo obtuvo por su hermoso cabello unas cuantas monedas, pero pudo elegir con cuidado el más fino estuche de tabaco. El perfume de las hojas arrugadas compensaba largamente el sacrificio de su pelo. Al caer la tarde, regresó el marido. Venía cantando por el camino. Traía en su mano un pequeño envoltorio: unos peines para su mujer que acababa de comprar tras vender su pipa. -Rabindranath Tagore Indicaciones para la reflexión personal o en grupo: -Puede haber algún valor en la renuncia a algún bien para generar satisfacción en otros a los que quiero. Y si no renuncio... -Hay deseos de homenajear a quien quiero que podría vehicularlos con caricias verbales, tales como decirles... -El espíritu de sacrificio puede tener algún sentido si...

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Los dos pájaros Dos pájaros estaban muy felices posados sobre el mismo árbol, que era un sauce. Uno de ellos se apoyaba en una rama, en la punta más alta; el otro estaba más abajo, en la bifurcación de unas ramas. Después de un rato, el pájaro que estaba en lo alto dijo para romper el hielo: -¡Oh, qué bonitas son estas hojas tan verdes! El pájaro que estaba más abajo lo tomó como una provocación y le contestó de modo cortante: -Pero ¿estás ciego? ¿No ves que son blancas? Y el de arriba, molesto, contestó: -¡Tú eres el cegato! ¡Son verdes! Y el otro, desde abajo, con el pico hacia arriba, respondió: -Te apuesto las plumas de la cola a que son blancas. Tú no entiendes nada, so tonto. El pájaro de arriba notó que se le encendía la sangre y, sin pensarlo dos veces, se abalanzó sobre su adversario con la intención de darle una lección. El otro no se movió. Cuando estuvieron el uno frente al otro, con las plumas encrespadas por la ira, realizaron el ritual de mirar los dos hacia lo alto, en la misma dirección, antes de comenzar el duelo. El pájaro que había venido de arriba se sorprendió: -¡Oh, qué extraño! ¡Fíjate que las hojas son blancas! E invitó a su amigo: -Ven arriba, adonde yo estaba antes. Volaron hasta la rama más alta del sauce, y esta vez dijeron los dos al unísono:

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-¡Fíjate: las hojas son verdes! Indicaciones para la reflexión personal o en grupo: -Adoptar el punto de vista del otro empáticamente comporta un cambio positivo que reconozco en mis relaciones habituales, tales como... -Cuando deseo ayudar a alguien, me doy cuenta de que poniéndome en su lugar, en mí suceden cosas... -No mirar desde la perspectiva del otro también a mí puede hacerme testarudo en algunas circunstancias, como por ejemplo...

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Abandonar al maestro UNOS estudiantes se acercaron a un conocido maestro espiritual tibetano y le preguntaron si los aceptaría como discípulos. «Sí - contestó-, pero con una condición: debéis renunciar a todos vuestros maestros anteriores». Los estudiantes le rogaron que los aceptara sin cumplir la condición, porque estaban en deuda con sus maestros anteriores, que les habían enseñado valiosas lecciones. Sin embargo, el maestro no cedió, y todos los estudiantes, menos uno, fueron aceptando su condición. El maestro parecía complacido y pidió a los estudiantes, incluyendo al que no había aceptado su condición, que regresaran al día siguiente para recibir su primera lección. Cuando estaban reunidos delante de él, les dijo: «Si abandonáis a vuestros maestros anteriores, sé que alguna vez me abandonaréis también a mí. Buscando la verdad, la habéis perdido. No puedo aceptaros como discípulos». Cuando se retiraron los estudiantes que no habían sido aceptados, el maestro se volvió hacia el estudiante que quedaba y dijo: «Has probado que serás honesto contigo mismo y con los demás, aun cuando puedas perder algo que has deseado profundamente. Dado que la honestidad guía tu camino, tenemos valiosas lecciones que enseñarnos mutuamente». Entonces el maestro se arrodilló en señal de humildad. «Estoy de acuerdo en ser tu maestro - dijo-, si tú estás de acuerdo en ser mi discípulo». Indicaciones para la reflexión personal o en grupo: -Mi vida está hecha también de maestros cuyas enseñanzas a veces he perdido, como pueden ser... -A veces caigo en la tentación de considerar que ciertos conocimientos o aprendizajes ya no sirven por el hecho de haberlos aprendido en el pasado... -¿ Quiénes han sido mis verdaderos maestros, a quienes debo homenaje en mi vida con la coherencia en mi conducta?

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Kisa Gotami y las semillas de mostaza KISA Gotami, cuyo nombre significa «la (mujer) débil», tenía un hijo de corta edad que era el sol de sus días. Por desgracia, el niño murió antes de pudiera crecer lo suficiente como para correr y jugar por su cuenta. El dolor de Kisa Gotami fue tan intenso que se negó a aceptar la muerte del niño. Desesperada, se lanzó a recorrer las calles de la ciudad llevando consigo el cadáver de su hijo. Recorrió la ciudad de casa en casa, llamando a todas las puertas y suplicando: «¡Por favor, dadme medicinas para mi hijo!». La gente se dio cuenta de que la mujer se había vuelto loca. Se burlaban de ella y le decían: «No hay medicinas para los muertos». Pero ella siguió comportándose como si no se hubiese enterado y siguió pidiendo. Hasta que, finalmente, un sabio anciano vio a Kisa Gotami y comprendió enseguida que el desvarío mental de aquella mujer estaba provocado por el dolor que le había causado la muerte de su hijo. En lugar de burlarse de ella, el sabio le dio este consejo: «Mujer, la única persona que podría conocer alguna medicina para tu hijo es el Poseedor de las diez fuerzas, alguien muy importante entre los hombres y los dioses. Ve, pues, al monasterio. Acércate a él y pídele medicina para tu hijo». Sintiendo que el hombre sabio le decía la verdad, Kisa Gotami se fue, cargada con su hijo a la cadera, al monasterio donde residía el Buda. Con impaciencia, se acercó a la silla del Buda, donde estaba sentado el maestro. «Necesito una medicina para mi hijo, sublime Buda», dijo la mujer. Sonriendo serenamente, el Buda le respondió: «Has hecho bien viniendo aquí. Ahora, lo que tienes que hacer es lo siguiente: has de visitar cada una de las casas de la ciudad, todas sin excepción, y en cada una de ellas has de pedir que te den diminutos granos de mostaza. Pero no servirán los que te entreguen en cualquier casa. únicamente tomarás las semillas de mostaza que te ofrezcan en aquellas casas en las que nunca haya muerto nadie». Gotami aceptó sin titubear y volvió con alegría a la ciudad. En la primera casa a la que llamó se presentó diciendo: «Soy Gotami, y me envía el Poseedor de las diez fuerzas. Os pido que me deis algunas diminutas semillas de mostaza. Es la medicina que necesito para curar a mi hijo». Cuando le llevaron las semillas de mostaza, les preguntó: «Antes de que acepte las semillas, respondedme: ¿es esta una casa en la que no ha 68

muerto nadie todavía?». Los habitantes de la casa le dijeron: «¡Oh, no, Gotami! Las personas muertas en esta casa son incontables». A lo que Gotami respondió: «Entonces tengo que ir a otra casa. El Sublime fue muy claro al respecto. He de buscar semillas de mostaza únicamente en aquellas casas que no hayan sido visitadas nunca por la muerte». Continuó llamando a más puertas en la ciudad. Pero siempre obtenía la misma respuesta. No encontró ni una sola casa que no hubiese sido visitada por la muerte. Finalmente, comprendió por qué había sido enviada a cumplir misión tan desesperada. Así pues, abandonó la ciu dad, dominó sus sentimientos y llevó el cadáver de su hijo al crematorio, donde se desprendió de él. De vuelta al monasterio, la mujer fue recibida por el Buda, que sonriendo dulcemente le preguntó: «Bondadosa Gotami, ¿has ido a buscar las diminutas semillas de mostaza de la casa sin muerte, como yo te indiqué?». Y Gotami respondió: «Muy honorable señor, no hay casas donde la muerte no sea ya conocida. Toda la humanidad ha probado la muerte. Mi propio hijo querido está muerto. Pero ahora veo que todo aquel que nace debe morir. Todo es pasajero. No existe medicina alguna que cure esta situación; no nos queda más que aceptarla. Tampoco existe curación alguna, solo conocimiento. Mi búsqueda está por encima de las semillas de mostaza. Tú, Poseedor de las diez fuerzas, me has ofrecido refugio. Gracias, mi Buda sublime». Indicaciones para la reflexión personal o en grupo: -A veces pienso que soy el único que tengo un problema. Sin embargo... -Cuando me comparo, además de tomar conciencia del sufrimiento ajeno, aprendo... -Quizá sería más feliz si integrara la muerte de aquellos a quienes amo y la mía misma en la vida. Esto puede significar...

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Dos gemelos en el vientre materno Dos gemelos charlaban entre sí en el vientre de su madre. La hermana le decía al hermano: «Creo que después del nacimiento hay vida». Su hermano protestaba con vehemencia: «¡No, de ninguna manera! ¡Esto es todo lo que hay. Este es un lugar oscuro y acogedor, y lo único que tenemos que hacer es aferrarnos al cordón que nos alimenta». La niña insistía: «¡Tiene que haber algo más que este oscuro lugar! ¡Tiene que haber algo distinto, un lugar luminoso donde uno pueda moverse libremente!». Pero no lograba convencer a su hermano gemelo. Tras unos minutos de silencio, la hermana dijo con cierto tono de duda: «Tengo algo más que decirte, y me temo que tampoco esta vez vas a creerme, pero yo pienso que hay una madre». Su hermano gritó furioso: «¡Una madre! ¿De qué estás hablando? Yo nunca he visto a una madre, ni tú tampoco. ¿Quién te ha mentido semejante idea en la cabeza? Como ya te he dicho, este lugar es todo lo que tenemos. ¿Por qué deseas siempre más? Después de todo, este lugar no es tan malo. Tenemos todo lo que necesitamos. Por tanto, démonos por satisfechos». La hermana, abrumada por la respuesta de su hermano, no se atrevió a decir ni una palabra durante algún tiempo. Pero no lograba deshacerse de sus pensamientos y, como su hermano era la única persona con la que podía hablar, finalmente dijo: «¿No sientes tú que cada dos por tres te aprietan por todas partes? Es una experiencia muy desagradable y a veces hasta dolorosa». Le respondió el hermano: «Sí, pero ¿qué tiene eso de especial?». Entonces aprovechó la hermana para decirle: «Bueno, yo pienso que esos apretujones nos preparan para pasar a otro lugar mucho más hermoso que este, donde podremos ver a nuestra madre cara a cara. ¿No crees que eso es excitante?». El hermano no respondió. Estaba harto de escuchar el disparatado discurso de su hermana y creyó que lo mejor sería ignorarla sencillamente, esperando que también ella le dejase a él vivir por su cuenta. Indicaciones para la reflexión personal o en grupo: -No todo lo que se ve es lo que existe. Quizá puedo apreciar más algunas cosas que aún no veo o no consigo ver con los ojos. -Creer en el más allá no es fácil si se racionaliza mucho. Yo, al pensar en el más allá, siento... 71

-Vale la pena pensar que nacer es una oportunidad, aunque suponga pasar estrecheces. Quizá sea este un dinamismo vital y no solo el inicio de la vida...

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El lobo de Gubbio Los habitantes de la aldea de Gubbio eran gente orgullosa, por no decir soberbia. Su aldea estaba limpia; las calles, barridas; las casas, recién encaladas; las tejas color naranja de los tejados, bien lavadas; los ancianos eran felices; los niños, disciplinados; los padres, trabajadores. Encaramadas en la ladera de su montaña, las gentes de Gubbio lanzaban su mirada de desprecio sobre los pueblos del valle. Consideraban a «la gente de abajo» sucia y poco tratable. Sin embargo, sucedió que una sombra, aprovechando la noche, entró en Gubbio y devoró a dos aldeanos. La consternación se adueñó de la población. Dos jóvenes valientes se ofrecieron para matar al monstruo. Armados con espadas, lo esperaron a la entrada con determinación. Pero por la mañana sus cuerpos aparecieron despedazados. El pánico fue total. Se supo que se trataba de un lobo, que por la noche rondaba por las calles. Para librarse de él, el consejo de la aldea decidió llamar a un santo conocido por su poder de hablar con los animales. Este santo no era otro que Francisco de Asís. Una delegación partió entonces en busca de Francisco de Asís para implorarle que fuese a expulsar para siempre al lobo de su pacífica aldea. En el camino de vuelta, el santo se separó de los delegados de Gubbio en un cruce de caminos y se adentró en el bosque, con objeto de hablar con el malvado lobo. A la mañana siguiente, todos los aldeanos, reunidos en la plaza pública, esperaban impacientes a Francisco, que parecía retrasarse. Viéndolo salir al fin del bosque, se pusieron a gritar de alegría. A paso lento, el santo se abrió camino hasta la fuente y, subido sobre el brocal, se dirigió a los aldeanos: «Gente de Gubbio, debéis alimentar a vuestro lobo». Sin otro comentario, bajó de la fuente y se marchó. Al principio, la gente de Gubbio se tomó muy mal la cosa. Se enfadaron con san Francisco. Su miedo al lobo dio paso a la decepción y a la cólera contra aquel santo inútil. Pero después cambiaron de opinión y encargaron a un aldeano que dejase esa misma noche una pierna de cordero en su puerta. Y en adelante hicieron lo mismo todas las noches. Desde entonces, nadie más en Gubbio murió desgarrado por el lobo. La vida volvió a la normalidad. Por otra parte, esta prueba hizo más juiciosa a la gente de la aldea. Abandonaron su arrogante actitud y su desprecio por los habitantes de las otras aldeas del 74

valle. La presencia del lobo en su hermosa aldea les había vuelto más humildes. Indicaciones para la reflexión personal o en grupo: -Dentro de mí hay un lobo que es más violento si no convivo con él, si no le hago caso. Quizá más de un lobo. ¿Podría aprender a «cuidarlo»? ¿Qué implicaciones tiene? -Mi pasado es a veces como un enemigo feroz. El deseo de olvidarlo puede no dar frutos de paz en mi corazón. A lo mejor tengo que... -Puede que en mi vida que experimente la agresividad de alguna persona. ¿Habrá estrategias de cuidado de la persona mejores que el ataque para evitar eficazmente la violencia?

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El pastelero y el mendigo CUENTAN que un mendigo solía sentarse a la puerta de una tienda de dulces y pasteles para pedir limosna. Se sentaba en la postura de loto junto a la puerta y esperaba en silencio que le echaran algunas monedas en el cuenco que tenía a sus pies. Los clientes, que salían con sabrosas tartas y golosinas, se conmovían por su quietud y le dejaban algunas limosnas. Pero al pastelero le molestaba su presencia: -¡Va a espantarme a la clientela! - se decía. Así, un día se dirigió a él de malos modos. -¿Se puede saber por qué te pones todos los días junto a mi puerta? ¿Por qué no te vas a la puerta del templo? Allí no molestas, y no hay peligro de que espantes a los elegantes clientes que vienen a mi tienda. -¡Oh! - exclamó el mendigo, saliendo de su meditación-. Elijo este lugar porque de tu horno sale un aroma tan exquisito que solo el aspirarlo me sacia el hambre. Aquello enfureció aún más al pastelero: -¡Ajá! Así que yo me levanto al alba, acarreo los sacos de harina y los cántaros de agua, mezclo huevos y azúcar, me fatigo amasando y moldeando, me sofoco con el calor del horno... y todo para que tú te aproveches del aroma de los pasteles que yo he hecho con mi trabajo. Págame ahora mismo el aroma que has aspirado. -¡Pero si no tengo dinero...! - se defendió el mendigo. -Tienes tres monedas en tu cuenco. ¡Dámelas! ¡ Son mías! Como el mendigo se resistía, acudieron al juez de la ciudad, que tenía fama de justo. El magistrado escuchó primero al pastelero:

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-¡Señoría! - clamó-, este hombre aspira el olor de los pasteles que yo fabrico con el sudor de mi frente. -¿Es eso verdad? - preguntó el juez al mendigo. Este bajó la cabeza: -Sí, señor. Es un aroma tan exquisito que aplaca el hambre de mi estómago, me alegra la mañana y da paz a mi corazón. El juez entonces reclamó: -¿Cuántas monedas tienes en el cuenco? -Tres, señor. Es todo lo que tengo. -Dámelas. El mendigo obedeció, y cuando tuvo las monedas en su mano, el juez las lanzó al aire. Las monedas cayeron sobre el suelo de mármol de la sala, produciendo un alegre tintineo metálico. Al verlo, el pastelero se lanzó al suelo a recogerlas. Y en ese momento el juez exclamó: -¡Alto ahí! ¡Alguaciles: expulsen a este hombre de la sala! El comerciante quedó atónito: -Pero, señoría, si solo iba a recoger esas monedas, que son mías. Y el juez sentenció: -¡No! Las monedas son del mendigo. Él ya te pagó. -¿Cómo? -Sí, el sonido de sus monedas son el justo precio del aroma de tus pasteles. Vete y no vuelvas nunca por aquí. Indicaciones para la reflexión personal o en grupo: -A veces creo que lo que considero mío no es, al mismo tiempo, un bien social. Y esto me puede generar problemas... 78

-Los celos me invaden al observar determinadas conductas de los demás. ¿Cómo los vivo? ¿Podría encauzarlos mejor? -Puedo ser solidario con bienes tangibles e intangibles y salir ganando a la vez...

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Dos lobos UNA mañana, un viejo indio cherokee le habló a su nieto sobre una batalla que se libra en el interior de las personas. Le dijo: «Hijo mío, la batalla es entre dos lobos dentro de todos nosotros. Uno es malvado. Es ira, envidia, celos, tristeza, pesar, avaricia, arrogancia, autocompasión, culpa, resentimiento, inferioridad, mentiras, falso orgullo, superioridad y ego. El otro es bueno. Es alegría, paz amor, esperanza, serenidad, humildad, bondad, benevolencia, empatía, generosidad, verdad, compasión y fe». El nieto se quedó en silencio, meditando, y luego preguntó a su abuelo: «¿Qué lobo gana?». El viejo cherokee respondió: «Aquel al que tú alimentes». Indicaciones para la reflexión personal o en grupo: -¿ Qué lobo interior alimento? -Puede que haya en mí lobos a los que alimento innecesariamente, con lo cual no solo me hago daño a mí mismo, sino también a los demás... -Podría cultivar más algunos valores en mi interior en este momento de mi vida...

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La camisa del hombre feliz EN las lejanas tierras del norte, hace mucho tiempo, vivía un zar que enfermó gravemente. Reunió a los mejores médicos de todo el imperio, que le aplicaron todos los remedios que conocían y otros nuevos que inventaron sobre la marcha; pero, lejos de mejorar, el estado del zar era cada vez peor. Le hicieron tomar baños calientes y fríos y beber jarabes de eucalipto, menta y plantas exóticas traídas en caravanas de lejanos países. Le aplicaron ungüentos y bálsamos con los ingredientes más insólitos, pero la salud del zar no mejoraba. Tan desesperado estaba el hombre que prometió la mitad de lo que poseía a quien fuera capaz de curarlo. El anuncio se propagó rápidamente, pues la riqueza del soberano era fabulosa, y llegaron médicos, magos y curanderos de todos los rincones de la tierra para intentar devolverle la salud. Pero fue un trovador el que le dijo: -Yo sé el remedio, la única medicina para vuestros males, Señor. Solo hay que buscar a un hombre feliz: vestir su camisa es la cura de vuestra enfermedad. Partieron emisarios del zar hacia todos los confines de la tierra, pero encontrar a un hombre feliz no era tarea fácil: el que tenía salud echaba en falta el dinero; quien poseía este, carecía de amor; y quien tenía amor se quejaba de los hijos. Sin embargo unos soldados del zar pasaron junto a una pequeña choza en la que un hombre descansaba sentado junto a la lumbre de la chimenea. Le oyeron decir: -¡Qué bella es la vida! Con el trabajo realizado, una salud de hierro y unos afectuosos amigos y familiares, ¿qué más podría pedir? La noticia de que por fin habían encontrado a un hombre feliz fue recibida en palacio con gran alegría. El hijo mayor del zar ordenó inmediatamente: -Traed de inmediato la camisa de ese hombre. ¡Ofrecedle a cambio lo que pida! En medio de una gran algarabía, comenzaron los preparativos para celebrar la

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inminente recuperación del gobernante. Grande era la impaciencia de la gente por ver regresar a los emisarios con la camisa que curaría a su gobernante. Pero cuando por fin llegaron, traían las manos vacías: -¿Dónde está la camisa del hombre feliz? ¡Es necesario que la vista mi padre! -Señor - contestaron apenados los emisarios-, el hombre feliz no tiene camisa. Indicaciones para la reflexión personal o en grupo: -Tiendo a pensar en la felicidad en términos de abundancia de... -Lo que realmente creo que hace felices a las personas es... Y a mí... -Yo también necesito identificar lo prioritario, por encima de los bienes de los que dispongo... Y eso supondría...

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El caballo de Abdul CUENTAN que Abdul tenía el caballo más hermoso de toda la ciudad de Ispahan. No poseía más que aquel caballo, pero lo quería como a un hijo. Lo había criado desde que era un potrillo, había jugado con él, le había enseñado a galopar y a buscar agua en el desierto. Era tan magnífico aquel animal que Isaac ansiaba poseerlo. Le había ofrecido rebaños de cabras, varias vacas, las mejores alfombras de su tienda, incluso una de sus piedras preciosas. Pero Abdul se negó siempre a vender su caballo: -¿No lo comprendes? Es como si me pidieras que vendiera a mi hermano. Viendo Isaac que no iba a conseguir con dinero lo que ansiaba, urdió un plan: se vistió con andrajos y se ensució con barro y estiércol. Sabiendo que cada mañana Abdul cabalgaba varias leguas hasta la fuente para llenar sus cántaros de agua, lo esperó con aquel penoso aspecto, tendido al borde del camino. Cuando escuchó los cascos del caballo de Abdul, empezó a clamar: -¡Socorro, socorro! Abdul se detuvo y descendió de su montura inmediatamente para ayudar a aquel desvalido. -¿Qué te ocurre, buen hombre? Isaac, escondiendo el rostro, gemía: -Soy un pobre peregrino a Jerusalén. Unos ladrones me han apaleado y robado cuanto llevaba, ¡ayúdame! -No te preocupes - le tranquilizó Abdul-. Yo te montaré a la grupa de mi caballo y te llevaré a la ciudad para que te curen. Diciendo esto, tomó en sus brazos al falso peregrino y lo colocó con cuidado a lomos de su caballo. Antes de que Abdul tuviera tiempo de montar, Isaac se incorporó sobre la montura y, tirando de las riendas, se lanzó al galope.

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Abdul entonces lo entendió todo y gritó a Isaac: -¡Espera, Isaac, espera solo un momento! -¿Qué quieres? - dijo el usurpador-. Ahora este caballo es mío. -De acuerdo, de acuerdo, llévatelo. A cambio, solo te pido que si alguien te pregunta cómo lo conseguiste, nunca le cuentes este engaño. -¡Ja! ¿Por qué? ¿Temes que se rían de ti? -No - respondió Abdul-. Es porque si les cuentas cómo me lo quitaste, quizá quien te escuche se encuentre a un desvalido en el camino y no se atreva a detenerse para ayudarle... Hay quien dice que, al oír estas palabras, Isaac tiró de las riendas del caballo y recogió a su verdadero dueño. Y juntos regresaron a Ispahan a lomos del hermoso caballo de Abdul. Indicaciones para la reflexión personal o en grupo: -Ser narrador de malas noticias y desgracias puede generar más mal que bien cuando se convierte en una costumbre... -Pensar mal del otro puede matar la solidaridad. A mí me puede suceder en algún aspecto de mi vida... -A partir de algunas experiencias de mal recibido, quizás he perdido confianzas que sería bueno recuperar, tales como...

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Un ermitaño en la corte EN la corte real se celebró un fastuoso banquete. Todo había sido dispuesto de tal manera que cada persona tenía que sentarse a la mesa de acuerdo con su rango. Todavía no había llegado el monarca al banquete cuando apareció un ermitaño muy pobremente ataviado y al que todos tomaron por un mendigo. Sin vacilar ni por un momento, el recién llegado se sentó en el lugar más destacado. El insólito comportamiento indignó al primer ministro, quien ásperamente le preguntó: -¿Acaso eres un visir? -Mi rango es superior al de un visir - repuso el ermitaño. -¿Acaso eres un primer ministro? -Mi rango es superior al de un primer ministro. Enfurecido, el primer ministro inquirió: -¿Acaso eres el mismo rey? -Mi rango es superior al del rey. -¿Acaso eres Dios? - preguntó mordazmente el primer ministro. -Mi rango es superior al de Dios. -¡Nada es superior a Dios! - vociferó, fuera de sí, el primer ministro. -Ahora sabes mi identidad. Esa nada soy yo. Indicaciones para la reflexión personal o en grupo: -En mí, muchas conductas sociales se rigen por las apariencias. -A veces reconozco la dignidad de las personas en función de quiénes son, y no por el hecho de ser sencillamente personas. Esto comportaría... -Puede que tenga que introducir alguna revalorización de algunas personas en mi vida por encima de su nombre, cargo o modo de presentarse... 89

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Los tres ciegos y el elefante ÉRASE una vez tres sabios muy sabios, aunque los tres eran ciegos. Como no podían ver, se habían acostumbrado a conocer las cosas con solo tocarlas. Usaban sus manos para darse cuenta del tamaño, la calidad y la calidez de cuanto se ponía a su alcance. Sucedió que un circo llegó al pueblo donde vivían los tres sabios ciegos. Entre las cosas maravillosas que llegaron con el circo, había un gran elefante blanco. Eran tan extraordinario este animal que la gente no hacía más que hablar de él. Los tres sabios ciegos quisieron también conocer al elefante. Se hicieron conducir hasta el lugar donde estaba y pidieron permiso para poder tocarlo. Como el animal era muy manso, no hubo ningún inconveniente para que lo hicieran. El primero de los tres estiró sus manos y tocó a la bestia en la cabeza. Sintió bajo sus dedos las enormes orejas y luego los dos tremendos colmillos de marfil que sobresalían de la pequeña boca. Quedó tan admirado de lo que había conocido que inmediatamente fue a contarles a los otros dos lo que había aprendido. Les dijo: «El elefante es como un tronco, cubierto a ambos lados por dos mantas, y del cual salen dos grandes lanzas frías y duras». Pero resulta que, cuando le tocó el turno al segundo sabio, sus manos tocaron al animal en la panza. Trataron de rodear el cuerpo, pero era tan alto que no alcanzaba a abarcarlo con los dos brazos abiertos. Después de mucho palpar, decidió también él contar lo que había aprendido. Les dijo: «El elefante se parece a un gran tambor colocado sobre cuatro gruesas patas, y está todo forrado de cuero con pelo por fuera». Entonces fue el tercer sabio y agarró al animal justo por el rabo. Se colgó de él y comenzó a columpiarse, como hacen los chicos con una cuerda. Como aquello le gustaba a la bestia, estuvo largo rato divirtiéndose, en medio de las risas de todos. Cuando dejó el juego, comentó lo que había aprendido. Dijo: «Yo sé muy bien lo que es un elefante. Es una cuerda fuerte y gruesa que tiene un pincel en la punta. Sirve para columpiarse». Resulta que, cuando volvieron a casa y comenzaron a charlar entre sí acerca de lo que habían descubierto sobre el elefante, no podían ponerse de acuerdo. Cada uno estaba totalmente seguro de lo que sabía. Y además tenían la certeza de que solo había un elefante y de que los tres estaban hablando de lo mismo. Pero lo que decían los tres parecía imposible de conciliar. Tanto charlaron y discutieron que casi llegan a pelearse. 92

Pero al fin, como eran los tres muy sabios, decidieron pedir ayuda y fueron a preguntar a otro sabio que había tenido la oportunidad de ver al elefante con sus propios ojos. Y entonces descubrieron que cada uno de los tres tenía razón: «una parte de razón», porque solamente conocían del elefante la parte que habían tocado. Y creyeron al que lo había visto y hablaba del elefante entero. Indicaciones para la reflexión personal o en grupo: -Para conocer una realidad hay que mirarla desde distintos puntos de vista. Es el significado de la palabra «experiencia». Hay realidades que creo conocer, y me vendría bien mirarlas desde más puntos de vista, tales como... -La verdad de una cosa, un hecho, un conflicto, no es solo lo que describe una voz. Puede que a veces también yo caiga en la tentación de quedarme con una mirada parcial y crea poseer la verdad entera. -Me vendría bien, en algunos hechos o conflictos concretos, pedir el punto de vista de otros. Por ejemplo...

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El carácter iERASE una vez un escorpión que quería cruzar un arroyo que se interponía en su camino; pero la corriente era fuerte, y él sabía que no era buen nadador. Esto hacía que estuviera furioso. Entonces se dio cuenta de que cerca de él había una rana. Ella sí que era buena nadadora. Se le ocurrió que no sería mucho pedirle que lo transportara hasta el otro lado sobre su espalda. Y de la mejor manera que supo se lo pidió. La negativa de la rana fue rotunda. Y la motivación, sumamente clara: el escorpión era un animal muy impulsivo, y se podía temer de él cualquier reacción descontrolada, sobre todo en medio de la corriente, donde la rana tendría que hacer mayores esfuerzos. Seguramente perdería el control y acabaría picándola con su terrible aguijón. Era un peligro al que ella no quería exponerse innecesariamente. Pero el escorpión insistió: «Pensemos la cosa con un poco de lógica. Yo no te voy a picar. Y ello por dos motivos. Primero, porque tú no eres mi enemiga. Además, me estás haciendo un favor, y ello me obliga al agradecimiento. Y, segundo, por conveniencia: si te pico, tú te hundes, y como yo no sé nadar, terminaría ahogándome. Así que te ruego que pienses con un poco de lógica y no me tengas miedo». La argumentación terminó por convencer a la rana, que finalmente aceptó hacerle el servicio de transportarlo a la otra orilla. Le dejó subir sobre su espalda y comenzó la travesía. Cuando llegaron a la mitad del cauce, la corriente obligó a la rana a patalear más enérgicamente, a fin de superar la fuerza del agua. Esto comenzó a preocupar al dueño del aguijón, que terminó poniéndose sumamente nervioso. En un momento, perdido el control, le clavó la púa venenosa en la espalda a la pobre rana, la cual, paralizada por el dolor, le gritó mientras se hundía: «¿Y dónde está la lógica?». A lo que el escorpión, con el agua ya hasta el cuello, le respondió: «Eso no fue por lógica, sino por el maldito carácter que tengo». Indicaciones para la reflexión personal o en grupo: -Junto con la lógica de la razón, vale la pena utilizar la lógica del conocimiento experiencial. A mí esto me vendría bien en algunas situaciones que puedo 95

identificar... -El carácter se adquiere a fuerza del hábito o la repetición de las conductas. ¿Cómo he adquirido yo mi carácter? ¿Puedo y deseo cambiar y mejorar en algo? -¿En qué medida el carácter de los demás condiciona mi conducta? ¿Les doy más poder del debido por mi conocimiento de su carácter?

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¿Por qué gritamos? CUENTA una historia tibetana, que un día un viejo sabio preguntó a sus seguidores: -¿Por qué las personas se gritan unas a otras cuando están enojadas? Los hombres pensaron unos momentos y dijeron: -Porque perdemos la calma - dijo uno-; por eso gritamos. -Pero ¿por qué gritar cuando la otra persona está a tu lado? - preguntó el sabio - ¿No es posible hablarle en voz baja? ¿Por qué gritas a una persona cuando estás enojado? Los hombres dieron algunas otras respuestas, pero ninguna de ellas satisfacía al sabio. Finalmente les explicó: -Cuando dos personas están enojadas, sus corazones se alejan mucho uno de otro. Para cubrir esa distancia deben gritar para poder escucharse. Mientras más enojados estén, tanto más fuerte tendrán que gritar para escucharse el uno al otro a través de esa gran distancia. Luego el sabio preguntó: -¿Qué sucede cuando dos personas se enamoran? No se gritan, sino que se hablan suavemente ¿Por qué? Sus corazones están muy cerca. La distancia entre ellos es muy pequeña. El sabio continuó: -Cuando se enamoran más todavía, ¿qué sucede? No hablan, solo susurran porque su amor les acerca aún más. Finalmente, ni siquiera necesitan susurrar; solo se miran, y eso es todo. Así es lo cerca que están dos personas cuando se aman. Luego dijo: -Cuando discutáis, no dejéis que vuestros corazones se alejen, no digáis palabras que os distancien más; de lo contrario, llegará un día en que la distancia sea tanta que no 98

encontréis el camino de regreso. Indicaciones para la reflexión personal o en grupo: -Puedo tomar conciencia de mi control emocional, particularmente de la rabia. -Efectivamente, cuando me enfado y grito, verifico que lo que sucede es... -Quizás hay contextos en los que puedo modular la voz y mejorar simultáneamente el control asertivo de mis propios sentimientos...

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El perro y el carnicero UN carnicero estaba atendiendo su negocio y se sorprendió al ver entrar a un perro. Lo espantó, pero el perro volvió enseguida. De nuevo intentó espantarlo, pero se dio cuenta de que el perro traía una nota en la boca. Tomó la nota y leyó: -¿Podría mandarme doce salchichas y tres longanizas, por favor? Y el carnicero vio que con la nota también venía un billete de cincuenta euros. Así que tomó el dinero y metió las salchichas y las longanizas en una bolsa que, junto con el cambio, le puso al perro en la boca. El carnicero estaba muy impresionado y, como ya era hora de cerrar el negocio, decidió seguir al perro, que comenzó a bajar por la calle con la bolsa colgando de la boca. Cuando llegó a un cruce, depositó la bolsa en la acera, se alzó sobre sus patas traseras... y con una de las delanteras apretó el botón de peatones para cambiar la luz del semáforo. Recogió la bolsa y esperó pacientemente a que el semáforo diera paso a los peatones. Atravesó entonces la calle y trotó hasta una parada de autobuses, mientras el asombrado carnicero lo seguía de cerca. En la parada, el perro miró hacia el cartel de rutas y horarios y se sentó en la acera a esperar a su autobús. Llegó uno que no era el que debía coger, y el perro lo dejó pasar, esperando al correcto. Llegó entonces otro au tobús. El perro lo miró y, al darse cuenta de que era el correcto, entró en él por la puerta trasera, para que el conductor no lo viera. El carnicero, boquiabierto, lo siguió. De repente, el perro se alzó sobre sus patas traseras y tocó el timbre de parada, siempre con la bolsa en la boca. Cuando el autobús se detuvo, el perro descendió, y también el carnicero. Ambos fueron caminando por la calle, hasta que el perro se detuvo en una casa, dejó la bolsa en la acera y, cogiendo un poco de carrerilla, se lanzó contra la puerta. Repitió la acción varias veces, pero nadie le abrió. Entonces el perro rodeó la casa, saltó una cerca, fue hasta una ventana y golpeó varias veces el cristal con su cabeza. Regresó entonces a la puerta, que se abrió, y apareció un hombre que comenzó a golpear al perro. 101

El carnicero corrió hasta el hombre y le gritó: ¡«Por Dios, hombre! ¿Qué está haciendo? ¡Su perro es un genio!» El hombre, irritado, respondió: «¿Un genio? ¡Esta es la segunda vez esta semana que este perro estúpido olvida las llaves!». Indicaciones para la reflexión personal o en grupo: -También yo a veces me fijo más en los pequeños límites que en todas las bondades que encuentro a mi alrededor. -Tolerar los límites, los fallos de los demás, me produce... Y en relación a los míos... -Quizá podría tomar conciencia de las potencialidades que tienen las personas, los animales, las cosas que hay a mi alrededor. Pueden ser más que las que se ven a primera vista.

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Juicio injusto CUENTA una antigua leyenda que en la Edad Media un hombre muy virtuoso fue injustamente acusado de haber asesinado a una mujer. En realidad, el verdadero autor del crimen era una persona muy influyente del reino, y por eso, desde el primer momento se buscó un «chivo expiatorio» para encubrir al culpable. El hombre fue llevado a juicio, sabiendo que tenía escasas o nulas esperanzas de escapar al terrible veredicto: la horca. El juez, que también estaba comprado, se empeñó, no obstante, en dar todo el aspecto de un juicio justo, por lo que dijo al acusado: «Conociendo tu fama de hombre justo y devoto del Señor, vamos a dejar en manos de Él tu destino: Vamos a escribir en dos papeles separados las palabras "culpable" e "inocente". Tú escogerás, y será la mano de Dios la que decida tu destino». Por supuesto, el malvado juez había preparado dos papeles con la misma leyenda: «culpable». Y la pobre víctima, aun sin conocer los detalles, se daba cuenta de que el sistema propuesto era una trampa. No había escapatoria. El juez ordenó al hombre escoger uno de los papeles doblados. El hombre respiró profundamente, guardó silencio durante unos cuantos segundos con los ojos cerrados y, cuando la sala comenzaba a impacientarse, abrió los ojos y con una extraña sonrisa tomó uno de los papeles y, llevándoselo a la boca, se lo tragó. Sorprendidos e indignados, los presentes le reprocharon: «Pero ¿qué ha hecho? ¿Cómo vamos a saber ahora el veredicto?». «Es muy sencillo - respondió el hombre-, es cuestión de leer el papel que queda, y así sabremos lo que decía el que me tragué». Disimulando su enorme enfado, tuvieron que liberar al acusado y jamás volvieron a molestarlo. Indicaciones para la reflexión personal o en grupo: -Hay estrategias creativas que pueden salvarle a uno la vida en momentos críticos. Puede que yo necesite ser salvado de alguna dificultad en este momento de mi vida con alguna estrategia creativa... -La creatividad suele explorar caminos insospechados, fuera de lo tradicional y de lo acostumbrado. Esto puede serme útil en algunos aspectos concretos de mi vida.

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-Cuando experimento la creatividad en otros, yo vivo los cambios...

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Tiempo para pescar UN rico industrial, horrorizado al encontrar a un pescador recostado tranquilamente contra su bote mientras jugaba con unos niños, le preguntó: -¿Por qué no estás pescando? -Porque ya he cogido suficientes peces para hoy - dijo el pescador. -¿Por qué no pescas unos cuántos más? -¿Y qué haría con ellos? -Podrías ganar más dinero - fue la respuesta del industrial-. Con eso podrías ponerle un motor a tu bote e ir a aguas más profundas y pescar más peces. Entonces tendrías dinero para tener dos botes... quizás incluso una flotilla de botes. Así serías un hombre rico como yo. -¿Y qué haría? - preguntó el pescador. -Entonces podrías disfrutar realmente de la vida. -¿Y qué crees que estoy haciendo en este momento? - respondió el pescador. - Dafne Arias Indicaciones para la reflexión personal o en grupo: -El equilibrio entre el trabajo y el descanso lo experimento como... -Es un arte combinar «ocio» y «negocio». ¿Encuentro el modo de vivir equilibradamente? -Algunos dinamismos de quien consigue ser rico pueden tener cabida también en mi vida, aunque no sea para mí ese el calificativo. Pienso en ello.

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La señal lejana del siete EL ángel se le apareció en sueños y le entregó un libro cuyo único signo escrito era un siete. En el desayuno vio servidas siete tazas de café. Haciendo un leve ejercicio de memoria, reparó en que había nacido en un día siete, de un mes siete, a las siete horas. Abrió el periódico casualmente en la página siete y encontró la foto de un caballo con el número siete que competiría en la carrera número siete. Ese día era su cumpleaños, y todo giraba alrededor del siete. Entonces recordó la señal del ángel y se persignó con gratitud. Entró al banco a retirar todos sus ahorros. Empeñó sus pertenencias, hipotecó la casa y consiguió un préstamo. Luego se fue al hipódromo y apostó todo el dinero al caballo del periódico, casualmente en la ventanilla siete. Se sentó, sin darse cuenta, en la butaca siete de la fila siete. Esperó. Cuando empezó la carrera, la grada se puso de pie como un solo hombre y rompió a gritar desaforadamente; pero él se mantuvo imperturbable. El caballo siete tomó la delantera entre el tamborileo de los cascos y la vorágine de polvo. La carrera finalizó precisamente a las siete, y el caballo siete, de la carrera siete, llegó en el lugar número siete. Indicaciones para la reflexión personal o en grupo: -Combino la idea de la libertad con la de la casualidad y el destino de alguna manera... -Usar el dinero en juegos de azar puede vivirse saludable y equilibradamente, y también como una patología. Quien la sufre necesita ayuda. Pienso en ello. -¿Qué relación encuentro entre la casualidad y los malos conceptos de destino que se han metido en nuestra cultura?

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¿Qué es la verdad? EL rey estaba pensativo y ausente. Se hacía muchas preguntas, entre ellas, y en lugar destacado, por qué los hombres no consiguen ser mejores. Para buscar respuesta a este interrogante, convocó a un ermitaño con fama de sabio y ecuánime que vivía apartado en el bosque, dedicado a la meditación. Una vez en palacio, el rey le dijo: -Muchos hablan de tu conocimiento del hombre. Me han dicho que apenas hablas, que no buscas reconocimiento ni persigues el placer, que no posees nada, salvo tu sabiduría. -Eso dicen, señor - contestó el ermitaño quitándole importancia-. Sobre la gente es sobre la que yo quiero preguntarte - dijo el rey-. ¿Cómo podría yo conseguir que fueran mejores? -Sobre esto puedo decir que las leyes que emanan de tu poder no son suficientes en modo alguno para hacerles mejores. El hombre ha de cultivar actitudes y practicar formas de actuación para alcanzar una verdad que es de nivel superior y llegar a la comprensión clarividente. Y esta verdad de orden superior no tiene apenas nada que ver con la verdad de la ley. El monarca, sorprendido, enmudeció. Luego reaccionó. -Lo que sí puedo asegurarte, ermitaño, es que con mi poder por lo menos puedo conseguir que todo el que esté en la ciudad diga la verdad. El sabio se limitó a responder con una leve sonrisa, y el rey, ensoberbecido, mandó construir un patíbulo en la plaza de la ciudad y puso vigilantes en la puerta de la ciudad que controlaban a todo el que entraba. Un heraldo anunció al pueblo: «Todo el que quiera entrar en la ciudad será antes interrogado. Si dice la verdad, se le franqueará el paso, pero si miente, será ahorcado en la plaza». Tras pasar la noche meditando en su bosque, el ermitaño se encaminó lentamente a la ciudad, y cuando llegó a sus puertas, el vigilante le preguntó: -¿Adónde vas? 111

Con grave serenidad, el sabio dijo: -Voy a la plaza para que me ahorquéis. El capitán afirmó: -Como no hay motivo, no será así. -Al parecer, afirmas que he mentido; por tanto, tienes que mandar ahorcarme. -Pero si te ahorcamos - repuso el oficial-, habremos conseguido que lo que has dicho sea cierto, y entonces, en lugar de ahorcarte por mentir, te estaremos ajusticiando por decir la verdad. -¡Correcto! - dijo el ermitaño sin inmutarse-. Ahora podéis ir al rey a decirle que ya conoce la verdad... ¡su verdad! Indicaciones para la reflexión personal o en grupo: -Hay valores que pueden ser promovidos por leyes justas, pero otros no. Pienso en ello. -La verdad se abre paso por sí misma, se alumbra y resplandece en los corazones. A veces me cuesta creer y vivir de acuerdo con ello... -La verdad tiene el poder de desmontar otras lógicas injustas, tales como...

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La venta del burro CUENTA esta historia que un joven de la ciudad se fue al campo y le compró un burro por cien euros a un viejo campesino, el cual le dijo que le entregaría el animal al día siguiente Sin embargo, al día siguiente le dijo: -Lo siento hijo, pero tengo malas noticias... El burro murió. -Bueno, entonces devuélvame mi dinero... -No puedo, ya lo he gastado... -Bien... da igual, entrégueme el burro... -¿Y para qué?... ¿Qué va a hacer con él? -Lo voy a rifar. -¡Estás loco! ¿Cómo vas a rifar un burro muerto? -Es que no voy a decir a nadie que está muerto, por supuesto. Un mes después de que esto ocurriera, volvieron a encontrarse el viejo vendedor y el joven comprador. -¿Qué pasó con el burro? -Lo rifé, vendí quinientas papeletas a dos euros y gané novecientos noventa y ocho euros. -¿Y nadie se quejó? -Solo el ganador... Pero a él le devolví sus dos euros. Indicaciones para la reflexión personal o en grupo: -El ingenio también contribuye a una vida relacionalmente sana, siempre que no se abuse de los demás. ¿Cómo desarrollo mi ingenio? 114

-El sentido del humor contribuye a la salud. Es una cosa muy seria. ¿Cultivo sanamente el sentido del humor? -Reflexiono y comparto sobre la transparencia en las relaciones interpersonales.

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El ermitaño SE cuenta que un viejo ermitaño se quejaba a menudo de que tenía demasiado que hacer. La gente le preguntó cómo era posible que en la soledad del bosque tuviera tanto trabajo. Les contestó: «Tengo que domar a dos halcones, entrenar a dos águilas, mantener quietos a dos conejos, vigilar a una serpiente, cargar un asno y someter a un león». Volvieron a decirle: «No vemos ningún animal cerca de la cueva donde vives. ¿Dónde están todos esos de los que hablas?» Entonces el ermitaño dio una explicación que todos comprendieron: «Porque estos animales los tienen todos los hombres, vosotros también. »Los dos halcones, se lanzan sobre todo lo que se les presenta, bueno y malo. Tengo que domarlos para que solo se lancen sobre una presa buena. Estos halcones son mis ojos. »Las dos águilas hieren y destrozan con sus garras. Tengo que entrenarlas para que solo se pongan al servicio y ayuden sin herir: son mis dos manos. »Y los conejos quieren ir adonde les plazca, huir de los demás y esquivar las cosas difíciles. Tengo que enseñarles a estar quietos aunque haya un sufrimiento, un problema o cualquier cosa que no me gusta: son mis dos pies. »Lo más difícil es vigilar a la serpiente, aunque se encuentra encerrada en una jaula de treinta y dos varillas. Siempre está lista para morder y envenenar a los que la rodean apenas se abre la jaula; si no la vigilo de cerca, hace daño: es mi lengua. »El burro es muy obstinado, no quiere cumplir con su deber. Pretende estar cansado y no quiere llevar su carga de cada día: es mi cuerpo. »Finalmente, necesito domar al león, que quiere ser el rey, quiere ser siempre el primero, es vanidoso y orgulloso: es mi corazón». Indicaciones para la reflexión personal o en grupo: 117

-El autocontrol es el resultado de una sinergia de tendencias que tengo dentro de mí. La metáfora de los animales me puede servir para pensar cómo encauzo mis impulsos. -¿ Qué energía encauzo mejor de entre las que aparecen en el cuento en forma de animal? -¿Y qué reto más urgente e importante tengo ante mí para ser dueño de mi interior?

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Dios y el peluquero UN hombre fue a una peluquería a cortarse el cabello y recortarse la barba. Como es costumbre en estos casos, se puso a conversar con la persona que le atendía. Hablando y hablando, tocaron el tema de Dios. El peluquero dijo: -Yo no creo que Dios exista, como usted dice. -Pero ¿por qué dice eso? - preguntó el cliente. -Pues es muy fácil: basta con salir a la calle para darse cuenta de que Dios no existe. O dígame: ¿acaso, si Dios existiera, habría tantos enfermos, habría tantos niños abandonados? Si Dios existiera, no habría tanto sufrimiento y dolor para la humanidad. Yo no puedo pensar que exista un Dios que permita todas esas cosas. El cliente se quedó pensando un momento, pero no quiso responder para evitar una discusión. El peluquero terminó su trabajo, y el cliente salió del establecimiento. Entonces se encontró en la calle con un hombre que lucía una barba espesa y largos cabellos. Al parecer, hacía mucho tiempo que no se los arreglaba y tenía una apariencia muy desaliñada. Entonces entró de nuevo en la peluquería y dijo al peluquero: -¿Sabe una cosa? Acabo de descubrir que los peluqueros no existen. -¿Cómo que no existen? - preguntó el peluquero-. ¡Si estoy yo, por ejemplo, y soy peluquero! -¡No! - dijo el cliente-. No existen, porque si existieran, no habría personas con el pelo y la barba tan largas como la de ese hombre que va allí por la calle. -¡Ah! Los peluqueros sí existen. Lo que pasa es que esas personas no vienen a mí. -Exacto - dijo el cliente-. Esa es la cuestión. Dios sí existe, lo que pasa es que las personas no van hacia él, y por eso hay tanto dolor y miseria. Indicaciones para la reflexión personal o en grupo: 120

-A veces yo también me pregunto sobre el porqué del sufrimiento, si es verdad que Dios existe. Y se lo pregunta la gente a mi alrededor. ¿Cómo manejo la pregunta? ¿Tengo respuestas racionales o existenciales? -La solidaridad es una expresión clara para muchas personas que se sienten habitadas por Dios. ¿Y para mí? - ¿Qué hago yo para dar una respuesta personal al mal ajeno?

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La estatua de Buda UNA fría noche de invierno, un asceta errante pidió asilo en un templo. El pobre estaba tiritando bajo la nieve, y el sacerdote del templo, aunque era reacio a dejarle entrar, acabó accediendo: -Está bien, puedes quedarte, pero solo por esta noche. Esto es un templo, no un asilo. Por la mañana temprano, tendrás que marcharte. A altas horas de la noche, el sacerdote oyó un extraño crepitar. Acudió raudo al templo y vio una escena increíble: el forastero había encendido un fuego y estaba calentándose. Observó que faltaba un Buda de madera y preguntó: -¿Dónde está la estatua? El otro señaló al fuego con un gesto y dijo: -Pensé que iba a morirme de frío... El sacerdote gritó: -¿Estás loco? ¿Sabes lo que has hecho? Era una estatua de Buda. ¡Has quemado al Buda! El fuego iba extinguiéndose poco a poco. El asceta lo contempló fríamente y comenzó a removerlo con su bastón. -¿Que estás haciendo ahora? - vociferó el sacerdote. -Estoy buscando los huesos del Buda que, según tú, he quemado. Más tarde, el sacerdote refirió el hecho a un Maestro zen, que le dijo: -Seguramente eres un mal sacerdote, porque has dado más valor a un Buda muerto que a un hombre vivo. -Cuento zen Indicaciones para la reflexión personal o en grupo: 123

-A veces los símbolos pueden ocupar un espacio mayor que las personas, también en mi vida... -Hay contradicciones entre lo que proclamamos y lo que hacemos, nuestras creencias y nuestras conductas. Tomo conciencia de algunas... -Creencias que no dan calor al corazón...

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La bolsa de monedas HACE algunos años, había en China una familia formada únicamente por una madre y sus hijos. Para mantener la familia, el hijo mayor cultivaba hortalizas y frutas que luego llevaba al mercado para venderlas por un poco de dinero. Un buen día, cuando el joven regresaba del mercado, se encontró una bolsa en un rincón; pero, para su sorpresa, cuando la abrió y miró dentro, encontró en su interior cincuenta piezas de oro. Al instante pensó que la persona que había perdido la bolsa debía de estar muy preocupada, y creyó que tal vez las necesitase para pagar algunas necesidades urgentes. Inmediatamente tomó la decisión de esperar algunas horas, por si tal persona volvía a buscar la bolsa. Esperó hasta que el sol se puso, y entonces vio a un mercader corriendo y buscando mientras miraba nervioso por todos lados. Al verlo, el joven supuso que estaba buscando algo. Caminó hacia él y le preguntó: -Señor, ¿ha perdido usted algo? -El mercader lo miró y respondió: -Sí, joven, he perdido una importante bolsa y no logro encontrarla. -El joven sacó la bolsa que había encontrado y le dijo: -¿Es esta la bolsa que ha perdido? El mercader, al verla, se alegró, al mismo tiempo que exclamaba excitadamente: -Sí. Y tomó la bolsa que le ofrecía el joven. Al instante su actitud cambió y pensó que, si admitía que la bolsa era suya, debería dar al joven una justa recompensa por su honestidad. Aunque, si decía que la bolsa no era suya, entonces se la quedaría el joven por haberla encontrado. El mercader abrió la bolsa, contó el oro y, de repente, miró al joven diciendo: -Originariamente había cien piezas de oro en esta bolsa, ¿por qué ahora hay 126

cincuenta? Y le pidió las cincuenta piezas que supuestamente faltaban. Naturalmente, el joven no podía pagarle. Tras una pequeña discusión, decidieron ir al juzgado y presentarse ambos ante el juez. Después de escuchar a los dos, el juez comprendió que el mercader estaba intentando sacar beneficio de la honestidad del joven y entendió que, si el joven hubiese querido quedarse con el oro, no habría estado esperando en el lugar tanto tiempo hasta que apareciese el propietario y reclamase su bolsa. Y así, tras pensar en ello, decidió dar una lección al mercader. -Bien - dijo el juez mirando al mercader-. Tú dices que había cien piezas de oro en la bolsa. -Sí, su Señoría, contestó el mercader. Luego el juez miró al joven y dijo: -Tú dijiste que cuando encontraste la bolsa, tan solo había cincuenta piezas en ella. -Es verdad, Señoría, respondió el joven. El juez entonces dijo al mercader: -Como en tu bolsa había cien piezas de oro, y en la bolsa que encontró el joven solo hay cincuenta, creo que esta no es la bolsa que tú perdiste, por lo que la bolsa debe pertenecer a otro. Así que esperaremos dos días por si alguien viene a reclamarla. De no ser así, querrá decir que la bolsa se la puede quedar el joven. El mercader estaba tan sorprendido que no pudo responder nada. Naturalmente, nadie fue a reclamar la citada bolsa, y esta, con sus cincuenta piezas de oro, fue entregada al joven. El mercader había obtenido su merecido. Indicaciones para la reflexión personal o en grupo: -Dice la sabiduría popular que «la avaricia rompe el saco». Quizás en mi dinámica personal puede haber también algo de esto... -La verdad se abre paso a veces con dificultad. Algunas resistencias puedo identificar en mí mismo y en mi entorno para que así sea. -Hay lógicas distintas de las de «primera instancia», cuya aplicación puede contribuir 127

a desvelar verdades. ¿Manejo lógicas de sabiduría del corazón o solo de inteligencia racional?

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La talla de madera EN cierta ocasión, un joven acudió a un templo y le pidió a un anciano que le enseñase la sabiduría. Después de hablar con él un rato, el anciano decidió ponerlo a prueba antes de aceptarlo como discípulo. Señaló en dirección a un árbol que había frente al templo y dijo: -Jovencito, tú quieres aprender, pero yo he de ausentarme del templo durante un año. ¿Podrías talar ese árbol y hacerme una estatua mientras estoy fuera? -Naturalmente, maestro, contestó el joven. El maestro le entregó un cuchillo pequeño y le pidió que se pusiera a trabajar y que fuese amable con los otros discípulos. Luego partió. Como el joven quería aprender de este famoso maestro, fue muy paciente y lo hizo todo perfecta y cuidadosamente. Le llevó el año entero terminar una talla de dos metros y medio. Cuando regresó el Maestro, el joven estaba orgulloso y contento de haber realizado algo que, sin duda, le haría ganar la confianza del maestro. Para su sorpresa, este miró la talla, meneó la cabeza y dijo: -Esta estatua no tiene el tamaño que yo había pensado en principio. ¿Podrías hacerla más pequeña? He de volver a ausentarme del templo para predicar y no volveré hasta dentro de otro año. El chico, decepcionado, dio muestras de cierto malestar. Sin embargo, como quería aprender del gran maestro, accedió. El sacerdote volvió a marcharse. Aunque sintiéndose molesto en su interior, el joven intentó reducir el tamaño de la talla. Durante los tres primeros meses de trabajo, no cesó el malestar en su mente, y notaba que había perdido su afán de perfección. Durante los tres siguientes meses, solo logró abrigar más sentimientos de malestar, y la estatua no le salía como él quería. Entonces se dio cuenta de algo y pensó: «Lo que realmente quiero es aprender, y ya que el único modo de aprender es realizar este trabajo, más vale que lo haga lo mejor que pueda y, además, disfrute haciéndolo». A partir de ese momento, empezó a recobrar su paciencia y entusiasmo. Después de 130

otros tres meses, ya se podía decir que disfrutaba casi cada minuto que pasaba esculpiendo aquella obra. Al terminar el año, había hecho una hermosa talla de tan solo noventa centímetros. Y lo más importante: había aprendido a enfrentarse a sí mismo. Poco después de terminar su trabajo, regresó el maestro al templo. Vio el trabajo y dio muestras de contento, pero dijo: -Aunque está bien hecho el trabajo, es todavía más grande de lo esperado, ¿podrías reducir su tamaño? Para sorpresa del maestro, el joven respondió afirmativamente en un tono de voz en el que se denotaba su contento. El rostro del muchacho reflejaba su paciencia y el placer con que se enfrentaba a su tarea. Y el maestro se ausentó de nuevo. Por tercera vez se puso el joven a tallar, pero esta vez pensó cómo hacer que la estatua no solo fuera hermosa, sino que pareciese tener vida. A ello dedicó toda su aten ción y esfuerzo. Había aprendido a disfrutar con lo que estaba haciendo, y el año no se le hizo largo. Cuando el maestro regresó de su viaje, el joven le entregó una estatuilla de unos ocho centímetros: la mejor talla en madera que uno pueda imaginar. El joven había pasado la prueba de fuerza de voluntad, paciencia, perseverancia... y, lo más importante de todo, la de su actitud ante el aprendizaje. No cabía duda de que sus estudios serían un éxito, porque había aprendido a vencer al más duro y fuerte de los enemigos: él mismo. -Cuento popular chino Indicaciones para la reflexión personal o en grupo: -Convivir con la frustración y el fracaso es un camino de aprendizaje. ¿Cómo lo vivo yo? -La paciencia es un ingrediente de la esperanza. Lo pienso, lo comparto. Me dejo interpelar. -Nuestro esfuerzo no siempre satisface a los demás. También porque a veces cultivamos expectativas desproporcionadas. Personalizo esta reflexión en mí..

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Los ojos de las manos MARINA era una niña que tenía mucho miedo a la oscuridad. Al apagarse la luz, todas las cosas y sombras se le antojaban terribles monstruos. Y aunque sus papás le explicaban cada día con mucha paciencia que aquello no eran monstruos, y ella les entendía, no dejaba de sentir un miedo atroz. Un día recibieron en casa la visita de la tía Valeria, una mujer increíble, famosísima por su valentía y por haber hecho miles de viajes y vivido cientos de aventuras, de las que incluso se habían escrito libros y realizado películas. Marina, con ganas de vencer el miedo, le preguntó a su tía cómo era tan valiente, y si alguna vez se había asustado. -Muchísimas veces, Marina. Recuerdo cuando era pequeña y me daba un miedo terrible la oscuridad. No podía quedarme a oscuras ni por un momento. -La niña se emocionó muchísimo. ¿Cómo era posible que alguien tan valiente pudiera haber tenido miedo a la oscuridad? -Te contaré un secreto, Marina. Quienes me enseñaron a ser valiente fueron unos niños ciegos. Ellos no pueden ver, así es que, si no hubieran descubierto el secreto de no tener miedo a la oscuridad, estarían siempre asustadísimos. -¡Es verdad! - dijo Marina, muy interesada-. ¿Me cuentas el secreto? -¡Claro! El secreto consiste en cambiar de ojos. Como ellos no pueden ver, sus ojos son sus manos. Lo único que tienes que hacer para vencer el miedo a la oscuridad es hacer como ellos: cerrar los ojos de la cara y usar los de las manos. Te propongo un trato: esta noche, cuando vayas a dormir y apagues la luz, si hay algo que te dé miedo, cierra los ojos, levántate con cuidado y trata de ver con los ojos de tus manos qué es lo que te da miedo... y mañana me cuentas cómo es el miedo. Marina aceptó, algo preocupada. Sabía que tenía que ser valiente para cerrar los ojos y tocar aquello que la asustaba, pero estaba dispuesta a probarlo, porque ya era muy mayor, así que no protestó en absoluto cuando sus padres la acostaron y ella misma apagó la luz. Al poco rato, sintió miedo de una de las sombras en la habitación y, haciendo caso del consejo de la tía Valeria, cerró los ojos de la cara y abrió los de las manos... y con gran valor fue a tocar aquella sombra misteriosa.

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A la mañana siguiente, Marina llegó corriendo a la cocina con una gran sonrisa y cantando: «¡El miedo es blandito y suave...! ¡Es mi osito de peluche!» Indicaciones para la reflexión personal o en grupo: -Y mis miedos, ¿cuáles son? ¿Cómo los vivo? ¿Cómo me comporto cuando los experimento? -También puedo abrazar la cara oscura de la vida, de mi propia vida, mis «sombras». Y esto supondría... -A veces no puedo yo solo y necesito que alguien me ayude a abrazar la parte tene brosa de mi historia, de mi momento presente. ¿Tengo coraje para pedir ayuda?

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El grillo y la moneda UN sabio indio tenía un amigo íntimo en una ciudad donde la gente tenía fama de ser muy tacaña. El sabio decidió visitar a su amigo para comprobar de primera mano el motivo de dicha fama. Y así lo hizo. Mientras ambos visitaban la ciudad tacaña, el sabio indio atraía la atención con su cara oscura color chocolate, su negra barba y su turbante amarillo. Y el lugareño caminaba a su lado, orgulloso de tener un amigo tan exótico. De repente, mientras paseaban, el indio se detuvo en medio de una gran avenida y dijo: -Por casualidad, ¿oyes tú lo que estoy oyendo yo? El lugareño, un tanto sorprendido, aguzó el oído todo lo que pudo, pero confesó que no oía más que el ruido del tráfico y de la gente que pasaba. -Por aquí cerca hay un grillo cantando - dijo el indio, seguro de sí mismo. -Te equivocas, contestó el lugareño. Yo solo oigo el tráfico de los coches y el ruido de la ciudad. Además, ¿qué iba a hacer un grillo por aquí? -Estoy completamente seguro. Oigo el canto de un grillo, respondió el indio. Y, sin pensarlo más, se puso a buscar entre las hojas de algunos arbustos y en los ramilletes de flores de los quioscos. Al poco rato señaló al amigo, que lo miraba sin dar crédito a sus ojos, un pequeño insecto, un magnífico ejemplar de grillo cantarín camuflado entre las hojas verdes y rezongando contra quienes venían a estorbar su magnífico concierto. -¿Ves como era un grillo? - dijo el sabio indio. -Tienes razón - admitió el lugareño-. Vosotros, los indios, tenéis el oído mucho más fino que nosotros... -Te equivocas - replicó el sabio indio sonriendo-. Fíjate - y el indio sacó una pequeña moneda del bolsillo y, como por descuido, la dejó caer en la acera. 136

Enseguida le echaron el ojo cuatro o cinco personas. -¿Has visto? - replicó el indio-. La moneda, al caer, ha hecho un sonido más débil y tenue que el canto del grillo. Y, sin embargo, ¿te has dado cuenta de cómo lo han oído? Indicaciones para la reflexión personal o en grupo: -Ciertamente la escucha es selectiva y depende de la atención. Reflexiono sobre mi potencial de escucha activa. -Puede que a veces me cueste relacionarme con quienes tiene dificultades auditivas, porque creo que escuchan lo que quieren. ¿Acaso no nos pasa a todos, en el sentido de que para escuchar hay que centrarse y tener interés? -¿Escucho solo lo que hace ruido o también lo que no se oye?

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El hijo UN hombre rico y su hijo compartían una gran pasión por el arte. Tenían toda clase de obras en su colección: desde Picasso hasta Rafael. Muy a menudo, se sentaban juntos a admirar las grandes obras de arte. Desgraciadamente, el hijo tuvo que ir a la guerra. Fue muy valiente y murió en una batalla mientras rescataba a otro soldado. El padre recibió la noticia y sintió profundamente la muerte de su único hijo. Un mes más tarde, justo antes de la Navidad, alguien llamó a la puerta. Un joven con un gran paquete en sus manos dijo al padre: -Señor, usted no me conoce, pero yo soy el soldado por quien su hijo dio la vida. Él salvó muchas vidas ese día y me estaba llevando a un lugar seguro cuando una bala le atravesó el pecho, muriendo instantáneamente. Él hablaba muy a menudo de usted y de su amor por el arte. El muchacho extendió los brazos para entregar el paquete: -Yo sé que esto no es mucho. Yo no soy un gran artista, pero creo que a su hijo le habría gustado que usted recibiera esto. El padre abrió el paquete. Era un retrato de su hijo, pintado por el joven soldado. Contempló con profunda admiración el modo en el que el soldado había plasmado la personalidad de su hijo en aquel retrato. El padre se sintió tan conmovido por la expresión de los ojos de su hijo que los suyos se llenaron de lágrimas. Le agradeció al joven soldado el detalle y se ofreció a pagarle por el cuadro. -¡ Oh no, señor! Yo nunca podría pagarle lo que su hijo hizo por mí. Es un regalo. El padre colgó el retrato encima de su chimenea. 139

Cada vez que los visitantes e invitados llegaban a su casa, les mostraba el retrato de su hijo antes de mostrar su famosa galería. El hombre murió unos meses más tarde, y se anunció una subasta con todas las pinturas que poseía. Mucha gente importante e influyente acudió, con grandes expectativas de hacerse con un famoso cuadro de la colección. Sobre la plataforma estaba el retrato de su hijo. El subastador golpeó con su mazo para dar inicio a la subasta. -Empezaremos el remate con este retrato del hijo. ¿Quién ofrece algo por este retrato? Hubo un gran silencio. Entonces, una voz desde el fondo de la habitación gritó: -Queremos ver las pinturas famosas! ¡Olvídese de esa! Sin embargo, el subastador insistió: -¿Alguien ofrece algo por esta pintura? ¿Cien dólares? ¿Doscientos dólares? Otra voz gritó con enojo: -¡No venimos por esa pintura! Venimos por los Van Gogh, los Rembrandt... ¡Vamos a las ofertas de verdad! -Pero, aun así, el subastador continuaba su labor: -¡El hijo! ¡El hijo! ¿Quién se lleva El hijo? Finalmente, una voz se alzó desde muy atrás de la sala: -Yo doy diez dólares por la pintura. Era el viejo jardinero del padre y del hijo. Siendo un hombre muy pobre, era lo único que podía ofrecer.

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-¡Tenemos diez dólares! ¿Quién da veinte dólares? - gritó el subastador. La multitud se estaba enojando mucho. No querían la pintura de El hijo. Querían las que representaban una valiosa inversión para sus propias colecciones. El subastador, por fin, golpeó con el mazo: -Va una, van dos, ¡vendida por diez dólares! -¡Empecemos con la colección! - gritó uno. -El subastador soltó el mazo y dijo: -Lo siento mucho, damas y caballeros, pero la subasta llegó a su final. -Pero ¿qué hay de las pinturas? - dijeron los interesados. -Lo siento - contestó el subastador-. Cuando me llamaron para dirigir esta subasta, me comunicaron un secreto estipulado en el testamento del dueño. Yo no tenía permitido revelar tal estipulación hasta este preciso momento. Solamente la pintura de El hijo sería subastada. Aquel que la comprara heredaría absolutamente todas las posesiones de este hombre, incluyendo las famosas pinturas. ¡El hombre que compró El hijo se queda con todo! Indicaciones para la reflexión personal o en grupo: -Me dejo interpelar: ¿por qué aprecio las cosas? ¿Por su valor? ¿Por su firma? ¿Por su utilidad?... -El aprecio por lo pequeño también tiene su «recompensa». ¿Y en mi vida? -En las experiencias sencillas se pueden encontrar tesoros. Así lo puedo constatar si pienso en situaciones concretas de mi vida y de la de otros...

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La rosa y el sapo .ERASE una vez una bellísima rosa roja, la cual se sentía de maravilla por saber que era la rosa más bella del jardín. Un día comprendió que la gente la miraba solo de lejos y no se acercaba a ella. Se dio cuenta de que al lado de ella siempre había un sapo grande y oscuro, y que por eso nadie se acercaba a verla de cerca. Indignada por lo que había descubierto, ordenó al sapo que se fuera de inmediato; el sapo, muy obediente, dijo: -Está bien, si así lo quieres. Poco tiempo después, el sapo pasó por donde estaba la rosa y se sorprendió al verla totalmente marchita, sin hojas y sin pétalos. Le dijo entonces: -Tienes muy mal aspecto. ¿Qué te pasó? La rosa contestó: -Es que desde que te fuiste las hormigas me han ido comiendo día a día, y nunca he podido volver a ser como era. El sapo se limitó a contestar: -Pues claro: cuando yo estaba aquí, me comía a esas hormigas, y por eso siempre eras la más bella del jardín. Indicaciones para la reflexión personal o en grupo: -Eliminar de mi vida lo que me parece no estético puede suponer... -A menudo, nuestro valor se constata con ocasión de quien lo cuida y lo evidencia, no por sí mismo. -Hay situaciones y personas que me parecen feas. Pero no siempre lo feo coincide 143

con lo malo. ¿O no?

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Luz para el camino EN una ciudad de Oriente, hace cientos de años, un hombre caminaba una noche por las oscuras calles llevando una lámpara de aceite encendida. La ciudad era muy oscura en las noches sin luna. En un determinado momento, se encontró con un amigo, el cual lo miró y, de pronto, lo reconoció. Se dio cuenta de que era Guno, el ciego del pueblo. Entonces le dijo: -¿Qué haces, Guno? Tú, un ciego, con una lámpara en la mano. Si tú no ves... Entonces el ciego le respondió: -Yo no llevo la lámpara para ver mi camino. Ya conozco la oscuridad de las calles de memoria. Llevo la luz para que otros encuentren su camino cuando me vean a mí... No solo es importante la luz que me sirve a mí, sino también la que yo uso para que otros puedan servirse de ella. Indicaciones para la reflexión personal o en grupo: -¿Es mi vida luz para los demás? -¿Ilumino a alguien con algún recurso o característica que me pertenece? -¿Me dejo ver o me escondo en algún tipo de tinie blas?

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Las dos semillas Dos semillas estaban sembradas en la tierra la una junto a la otra. La primera semilla dijo: -¡Quiero crecer! Quiero que mis raíces lleguen muy abajo en el suelo y que mis retoños rompan la corteza de la tierra que tengo arriba... Quiero desplegar mis tiernos brotes como banderas para anunciar la llegada de la primavera... Quiero sentir el calor del sol en mi cara y la bendición del rocío matinal en mis pétalos. Y entonces creció. La segunda semilla dijo: -Tengo miedo. Si dejo que mis raíces se hundan en la tierra, no sé qué encontraré en la oscuridad. Si me abro camino a través de este duro suelo, puedo dañar mis delicados retoños... ¿Y si dejo que mis brotes se abran, y una serpiente intenta comerlos? Además, si abriera mis capullos, tal vez un niño pequeño me arranque del suelo. No; me conviene esperar hasta que sea seguro. Y entonces esperó. Un ave que andaba dando vueltas por el lugar en busca de comida encontró la semilla y se la tragó. Indicaciones para la reflexión personal o en grupo: -¿Pasivo o proactivo? ¿Esperanzado o timorato? -Puedo pensar qué es la seguridad para mí y en qué medida es un requisito para emprender nuevos proyectos o relaciones... -Entre conducta temeraria y prudencia hay diferencias... Pienso en ello... y en mí.

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Un regalo no aceptado ERA un profesor comprometido y estricto, conocido también por sus alumnos como un hombre justo y comprensivo. Al terminar la clase aquel día de verano, mientras el profesor ordenaba unos documentos de su mesa, se le acercó uno de sus alumnos y, de manera desafiante, le dijo: -Profesor, lo que me alegra por haber terminado la clase es que no tendré que escuchar más sus tonterías y podré dejar de ver esa cara suya tan aburrida. El alumno estaba erguido y con expresión arrogante, en espera de que el profesor reaccionara ofendido y descontrolado. El profesor miró al alumno por un instante y con enorme tranquilidad le preguntó: -Cuando alguien te ofrece algo que no quieres, ¿lo recibes? -Por supuesto que no - contestó el muchacho, de nuevo en tono despectivo, pero desconcertado al mismo tiempo por la calidez con que el profesor le había hecho la pregunta. -Bueno - prosiguió el profesor-, cuando alguien intenta ofenderme o me dice algo desagradable, me está ofreciendo algo, en este caso una emoción de rabia y rencor, que puedo decidir no aceptar. -No entiendo a qué se refiere - dijo el alumno, confundido. -Muy sencillo - replicó el profesor-; tú me estás ofreciendo rabia y desprecio, y si yo me siento ofendido o me pongo furioso, estaré aceptando tu regalo; y yo, amigo mío, en verdad prefiero obsequiarme mi propia serenidad. Muchacho - concluyó el profesor en tono amable-, tu rabia pasará, pero no trates de dejarla conmigo, porque no me interesa; yo no puedo controlar lo que tú llevas en tu corazón, pero de mí depende lo que yo cargue en el mío. Indicaciones para la reflexión personal o en grupo: -Es frecuente que los seres humanos demos a los demás mayor poder del que en 150

realidad tienen sobre nosotros, particularmente cuando nos dicen cosas desagradables. ¿Por qué sucede esto, si no es saludable? -El daño que me pueden hacer los estímulos negativos depende también del significado que yo les atribuyo. Lo pienso, lo aplico a casos concretos. -Aprendemos a dar significado a las cosas negativas que nos dicen. ¿De qué tendencia me dejo yo enseñar: de la que refuerza la dimensión negativa, de la que relativiza, de la que me deja libre para reaccionar como yo quiera...?

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El sueño del sultán UN sultán soñó que había perdido todos los dientes. Una vez despierto, mandó llamar a un sabio para que interpretase su sueño. -¡Qué desgracia, mi señor! - exclamó el sabio-. Cada diente caído representa la pérdida de un pariente de vuestra majestad. -¡Qué insolencia! - gritó el sultán, enfurecido-. ¿Cómo te atreves a decirme semejante cosa? ¡Fuera de aquí! Llamó a su guardia y ordenó que le dieran cien latigazos. Más tarde, ordenó que le trajesen a otro sabio y le contó lo que había soñado. Este, después de escuchar al sultán con atención, le dijo: -Excelso señor, una gran felicidad os ha sido reservada. El sueño significa que sobrevivirás a todos vuestros parientes. Se iluminó el semblante del sultán con una gran sonrisa y ordenó que le dieran cien monedas de oro. Cuando el segundo sabio salía del palacio, uno de los cortesanos le dijo, admirado: -¡No es posible! La interpretación que habéis hecho de los sueños es la misma que la del primer sabio. No en tiendo por qué al primero le pagó con cien latigazos y a ti con cien monedas de oro. -Recuerda bien, amigo mío - respondió el segundo sabio-, todo depende de la forma de decir las cosas... Uno de los grandes desafíos de la humanidad es aprender a comunicarse. De la comunicación depende muchas veces la felicidad o la desgracia, la paz o la guerra. Indicaciones para la reflexión personal o en grupo: -¿Es lo mismo para mí narrar en positivo que en negativo una misma realidad? ¿Qué tendencia predomina en mí?

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-Puede que me cueste escuchar realidades que me pertenecen en su crudeza, porque integrar el límite (incluso la muerte) sea una tarea pendiente... -Tomar conciencia del límite (el máximo: la muerte), me puede permitir...

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El eremita y el durmiente iFRASE un pueblo de la India cerca de una ruta principal de comerciantes y viajeros. Por aquella localidad solía pasar mucha gente. Pero el pueblo se había hecho célebre por un suceso insólito: había un hombre que llevaba durmiendo ininterrumpidamente durante más de un cuarto de siglo. Nadie conocía la razón. ¡Qué extraño suceso! La gente que pasaba por el pueblo siempre se detenía a contemplar al durmiente. -Pero ¿a qué se debe este fenómeno? - se preguntaban los visitantes. En las cercanías de la localidad vivía un eremita, un hombre huraño que pasaba el día en profunda contemplación y no quería ser molestado, pero que había adquirido fama de saber leer los pensamientos ajenos. El alcalde mismo fue a visitarlo y le rogó que fuera a ver al durmiente para ver si lograba averiguar la causa de tan largo y profundo dueño. El eremita era muy noble y, a pesar de su aparente aspereza, se prestó a tratar de colaborar en el esclarecimiento del hecho. Fue al pueblo y se sentó junto al durmiente. Se concentró profundamente e introdujo su energía mental en el cerebro del durmiente y se conectó con él. Minutos después, el eremita volvía a su estado ordinario de consciencia. Todo el pueblo se había reunido para escucharlo. Con voz pausada, explicó: -Amigos, he llegado hasta la cavidad central del cerebro de este hombre que lleva más de un cuarto de siglo durmiendo. También he penetrado en el tabernáculo de su corazón. He buscado la causa. Y, para vuestra satisfacción, debo deciros que la he hallado. Este hombre sueña de continuo que está despierto y, por tanto, no se propone despertar. Indicaciones para la reflexión personal o en grupo: -Hay aspectos de los demás que no comprenderé hasta que me aproxime mucho a ellos. Es el caso de... -Ponerse empáticamente en el lugar del otro produce resultados que mi experiencia me dice que me ayudan a... -Por más irracional que sea una conducta ajena, si la miro desde el punto de vista del otro, entonces...

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La comida y el perro UN árabe estaba un día al borde de un camino ante su perro agonizante. Y el hombre se lamentaba: -¿He merecido yo semejante desgracia? Un mendigo que pasaba por allí le dijo: -¿Por qué te lamentas? -Yo tenía un perro de buen carácter, y... míralo muriéndose en medio del camino. Me guardaba por la noche, cazaba para mí. ¡Me protegía de los ladrones y me abastecía de comida! -¿Y cuál es su enfermedad? -¡Se muere de hambre! -Ten paciencia, pues Dios es generoso con los que esperan. Pero, dime, ¿qué es ese saco que llevas ahí? -Es mi comida. Es lo que me procura fuerza y vigor. -¿Por qué no le has dado de tu comida a tu perro, en vez de ponerte a llorar? -¡Mi piedad no llega hasta ahí! ¡ Si quiero comer, tengo que pagar, pero las lágrimas no cuestan nada! -¡Oh, grandísimo idiota! ¿Tiene una rebanada de pan más valor que las lágrimas? Las lágrimas son sangre. Es el pesar el que las transforma en agua. ¡Más vale morir que desperdiciar sangre! Indicaciones para la reflexión personal o en grupo: -Puede que instalarse en los beneficios de la lamentación sea más cómodo que el compromiso de afrontar algunos problemas. Pienso en mí... -A veces la solución la tengo en mis manos, pero... 158

-Yo también lloro a veces, porque es «más barato» que...

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Ni tú ni yo somos los mismos EL Buda fue el hombre más despierto de su época. Nadie como él comprendió el sufrimiento humano y desarrolló la benevolencia y la compasión. Entre sus primos se encontraba el perverso Devadatta, siempre celoso del maestro y empeñado en desacreditarlo e incluso dispuesto a matarlo. Cierto día en que el Buda estaba paseando tranquilamente, Devadatta, a su paso, le arrojó una pesada roca desde la cima de una colina, con la intención de acabar con su vida. Sin embargo, la roca cayó al lado del Buda, y Devadatta no logró su objetivo. El Buda se dio cuenta de lo sucedido y permaneció impasible, sin perder la sonrisa de sus labios. Días después, el Buda se cruzó con su primo y lo saludó afectuosamente. Muy sorprendido, Devadatta preguntó: -¿No estás enfadado, señor? -No, claro que no. Sin salir de su asombro, Devadatta insistió: -¿Por qué? Y el Buda dijo: -Porque ni tú eres ya el que arrojó la roca, ni yo soy ya el que estaba allí cuando me fue arrojada. Indicaciones para la reflexión personal o en grupo: -El rencor es un mal amigo para vivir en paz. Pienso en lo que esto puede significar para mi mundo relacional. -Creo que las personas podemos cambiar, aunque me cuesta con algunas, porque... -Los traumas del propio pasado pueden convertirse en mis mayores enemigos. Quizás tengo alguno y podría hacer con él otras cosas mejores... 161

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El viajero sediento Poco a poco, el sol se había ido ocultando y la noche había caído por completo. Por la inmensa planicie de la India se deslizaba un tren como una descomunal y quejumbrosa serpiente. Varios hombres compartían un departamento y, como quedaban muchas horas para llegar al destino, decidieron apagar la luz y ponerse a dormir. El tren proseguía su marcha. Transcurrieron los minutos, y los viajeros empezaron a conciliar el sueño. Llevaban ya un buen número de horas de viaje y estaban muy cansados. De repente, empezó a escucharse una voz que decía: -¡Ay, qué sed tengo! ¡Ay, qué sed tengo! Así una y otra vez, insistente y monótonamente. Era uno de los viajeros, que no cesaba de quejarse de su sed, impidiendo dormir al resto de sus compañeros. Ya resultaba tan molesta y repetitiva su queja que uno de los viajeros se levantó, salió del departamento, fue al lavabo y le llevó un vaso de agua. El hombre sediento bebió con avidez el agua. Todos se echaron de nuevo. Otra vez se apagó la luz. Los viajeros, reconfortados, se pusieron a dormir. Transcurrieron unos minutos. Y, de repente, la misma voz que antes comenzó a decir: -¡Ay, qué sed tenía! ¡Pero qué sed tenía...! Indicaciones para la reflexión personal o en grupo: -La reiterada y absurda lamentación me hace pensar en un tipo de conducta humana que a veces puede encarnarse en mí también... -La lamentación puede tener su poder de emprender un camino de compromiso por el cambio a mejor. Otras veces es mero vicio que tiene sus beneficios secundarios, como... -Ante la lamentación del prójimo que me resulta desproporcionada o irracional, yo...

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Un proceso singular iFRASE un hombre que había sido encarcelado. A través de un ventanuco enrejado que había en su celda, le gustaba mirar al exterior. Todos los días se asomaba al ventanuco, y cada vez que veía pasar a alguien al otro lado de las rejas estallaba en sonoras e irrefrenables carcajadas. El guardián estaba realmente sorprendido. Un día ya no pudo por menos que preguntar al preso: -Oye, ¿a qué vienen todas esas risotadas día tras día? Y el preso respondió: -¿Cómo que de qué me río? Pero ¿estás ciego? Me río de todos esos que hay ahí. ¿No ves que están presos detrás de estas rejas? Indicaciones para la reflexión personal o en grupo: -El punto de vista de cada uno permite una interpretación diferente de la realidad. Pienso en cuando el mío es tan distinto del de otros... -Si considero mi punto de vista el centro de todo, puede que equivoque radicalmente la interpretación de lo que veo... -¿Soy libre de interpretar como quiera lo que no puedo cambiar?

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El vendedor de pollos UN hombre entró en una pollería, vio un pollo colgado y, dirigiéndose al pollero, le dijo: -Buen hombre, tengo esta noche en casa una cena para unos amigos y necesito un pollo. ¿Cuánto pesa este? El pollero repuso: -Dos kilos, señor. El cliente meneó ligeramente la cabeza en un gesto dubitativo y dijo: -Entonces no me vale. Sin duda, necesito uno más grande. Era el único pollo que quedaba en la tienda. El resto de los pollos se habían vendido. El pollero, sin embargo, no estaba dispuesto a dejar pasar la ocasión. Cogió el pollo y se retiró a la trastienda, mientras iba explicando al cliente: -No se preocupe, señor, enseguida le traeré un pollo mayor. Permaneció unos segundos en la trastienda. Acto seguido, apareció con el mismo pollo entre las manos y dijo: -Este es mayor, señor. Espero que sea de su agrado. -¿Cuánto pesa este? - preguntó el cliente. -Tres kilos - contestó el pollero sin dudarlo un instante. Y entonces el cliente dijo: -Bueno, me quedo con los dos. Indicaciones para la reflexión personal o en grupo: -Hay veces en que creo poder engañar, sin darme cuenta del corto recorrido de la mentira... -Hay mentiras que considero «piadosas», cuando en realidad «es la verdad la que 168

tiene que ser lo más piadosa posible». Lo pienso... -En ocasiones, una buena atención nos puede impedir ser engañados...

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El anciano y el niño ÉRASE una vez un anciano y un niño que viajaban con un burro de pueblo en pueblo. Llegaron a una aldea caminando junto al burro y, al pasar por ella, un grupo de mozalbetes se rio de ellos, gritando: -¡Mirad qué par de tontos! Tienen un burro y, en lugar de montarlo, van los dos andando a su lado. Por lo menos, el viejo podría subirse al burro. Entonces el anciano se subió al burro, y ambos prosiguieron la marcha. Llegaron a otro pueblo y, al pasar por el mismo, algunas personas se llenaron de indignación cuando vieron al viejo sobre el burro y al niño caminando al lado. Dijeron: -¡Parece mentira! ¡Qué desfachatez! El viejo sentado en el burro, y el pobre niño caminando... -Al salir del pueblo, el anciano y el niño intercambiaron sus puestos. Siguieron haciendo camino hasta llegar a otra aldea. Cuando la gente los vio, exclamaron escandalizados: -¡Esto es verdaderamente intolerable! ¿Habéis visto algo semejante? ¡El muchacho montado en el burro, y el pobre anciano caminando a su lado! ¡Qué vergüenza! Puestas así las cosas, el viejo y el niño compartieron el burro. El fiel jumento llevaba ahora el cuerpo de am bos sobre sus lomos. Cruzaron junto a un grupo de campesinos, que comenzaron a vociferar: -¡Sinvergüenzas! ¿Es que no tenéis corazón? ¡Vais a reventar al pobre animal! El anciano y el niño optaron por cargar al burro sobre sus hombros. De este modo llegaron al siguiente pueblo. La gente se apiñó alrededor de ellos. Entre carcajadas, los pueblerinos se mofaban gritando: -Nunca hemos visto gente tan boba. Tienen un burro y, en lugar de montar sobre él, lo llevan a cuestas. ¡Eso sí que es bueno! ¡ Qué par de tontos! Entonces el burro echó a correr, se precipitó en un barranco y murió. 171

Indicaciones para la reflexión personal o en grupo: -Hacer caso de los comentarios de los demás sobre mi conducta tiene un precio. Reflexiono sobre ello. -Cuando me comporto en función de lo que los demás dicen, yo... -Ser responsable de mi conducta me hace libre por encima de la opinión de los demás. ¿Es así?

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Una broma del maestro HABÍA en un pueblo de la India un hombre de gran santidad. A los aldeanos les parecía una persona notable, a la vez que extravagante. La verdad es que aquel hombre les llamaba la atención y, al mismo tiempo, los confundía. El caso es que le pidieron que les predicase. El hombre, que siempre estaba disponible para los demás, no dudó en aceptar. El día señalado para la prédica, no obstante, tuvo la intuición de que la actitud de los asistentes no era sincera y que merecían una lección. Llegó el momento de la charla, y todos los aldeanos se dispusieron a escuchar al hombre santo, confiando en pasar un buen rato a su costa. El maestro se presentó ante ellos. Tras una breve pausa de silencio, preguntó: -Amigos, ¿sabéis de qué voy a hablaros? -No - respondieron. -En ese caso - dijo-, no voy a deciros nada. Sois tan ignorantes que de nada podría hablaros que mereciera la pena. Mientras no sepáis de qué voy a hablaros, no os dirigiré la palabra. Los asistentes, desorientados, se fueron a sus casas. Se reunieron al día siguiente y decidieron reclamar nuevamente un discurso del santo. El hombre no dudó en ir hasta ellos y les preguntó: -¿Sabéis de qué voy a hablaros? -Sí, lo sabemos - repusieron los aldeanos. -Siendo así - dijo el santo-, no tengo nada que deciros, porque ya lo sabéis. Qué paséis una buena noche, amigos. Los aldeanos se sintieron burlados e indignados. Pero no se dieron por vencidos, desde luego, y convocaron de nuevo al hombre santo. El santo miró a los asistentes en silencio y con toda calma. Después les preguntó: -¿Sabéis, amigos, de qué voy a hablaros? 174

No queriendo dejarse atrapar de nuevo, los aldeanos ya habían convenido la respuesta: -Algunos lo sabemos, y otros no. Y el hombre santo dijo: -En tal caso, que los que lo saben transmitan su conocimiento a los que no lo saben. Y, dicho esto, el hombre santo se volvió de nuevo al bosque. Indicaciones para la reflexión personal o en grupo: -¿ Quién no tiene algo que compartir cuando está en relación? Pero también hay situaciones en que callamos indebidamente.... -Puedo pensar en la sabiduría de quien tiene fama: es aquel que saca lo mejor del otro o de un grupo... -¿ Qué creo yo que tengo que transmitir cuando me consideran capaz de aportar algo?

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AMIGO lector, espero que hayas disfrutado leyendo cuentos, regalando cuentos, sacando partido a su poder evocador de valor y de caminos de felicidad y desarrollo humano. Espero que los cuentos te hayan abierto a un diálogo contigo mismo y con otras personas. El cuento somos nosotros mismos. Lo que se pone en escena son los aspectos profundos y esenciales de nuestro ser profundo. Nos invitan a conocernos mejor, a fin de descubrir los recursos ocultos que duermen en nuestro corazón. Lo hacen a través de la apariencia de la anécdota, de modo que elementos fundamentales aparecen velados. Espero que hayan contribuido a desvelar algo de tu interior y de tu entorno; algo bueno, algo con poder de humanizarte y humanizar. Bajo su apariencia infantil, los cuentos transmiten, a quienes tienen oídos para oír, ojos para ver y corazón para sentir, un sabor iniciático muy sutil, al que ha recurrido siempre el ser humano para aprender a conocerse mejor, para encontrar el lugar que le corresponde en el mundo y para evolucionar en los planos superiores de la conciencia'. En el texto de Fernando Savater «Lo que enseñan los cuentos», se dice que los relatos de ficción son recursos de aprendizaje, ya que deleitan y dejan una enseñanza al lector, por más básica que sea esta. De igual manera, dice Savater que la literatura de ficción es imprescindible y que «sin educación, los recursos de la subjetividad quedarían desaprovechados, pero sin ficción literaria no podría haber subjetividad». En efecto, los cuentos son relatos breves de hechos imaginarios, de carácter sencillo, con finalidad moral o recreativa, que estimulan la imaginación y despiertan la curiosidad. Es el principal motivador para iniciar algunos aprendizajes. Algunas de las ventajas que ofrece el cuento a nivel pedagógico son: su estructura secuencial lineal; personajes fácilmente reconocibles; formas lingüísticas que la memoria aprende sin demasiados obstáculos; y estructura abierta, flexible, que permite la memorización y la transmisión. Podemos afirmar que los cuentos tienen un gran valor educativo, debido a todos los recursos que ofrecen. Así, el cuento: *Se puede emplear para el aprendizaje, para motivar otros aprendizajes y para reforzar o introducir conceptos.

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*Libera tensiones. *Potencia el desarrollo afectivo y social. *Identifica emociones como el miedo, las frustraciones, los deseos. *Desarrolla la empatía, o capacidad de ponerse en lugar del otro, de aceptarlo o rechazarlo según sus características. *Establece una relación o clima cálido entre quien lo cuenta y quien escucha. *Facilita encuentros de comunicación y entretenimiento entre grandes y pequeños, entre sanos y enfermos. *Fomenta sentimientos de seguridad, de confianza, de ser capaz, colaborando en la formación de una autoestima positiva. *Estimula la observación, la atención, la memoria, la estructura temporal, la imaginación, la curiosidad y la fantasía, tan necesarias para descubrir el mundo y desarrollarse en él. *Favorece la capacidad de representación mental o simbólica. *Contribuye a comprender e ir interiorizando formas de convivencia, valores y normas. *Desarrolla el gusto estético, el sentido poético y la discriminación auditiva. El cuento, en una palabra, sana. Es medicina para patologías relacionales y espirituales, para patologías que acechan a las culturas, que se dejan atrapar también por dinamismos destructores y negativos. El cuento es fármaco. Quizá por eso Jesús de Nazaret utilizó las parábolas para proponer claves sanadoras. Junto con su vida, su palabra, en forma de «cuento», supuso un antes y un des pués en la historia de la humanidad. Sus «cuentos» (perdónese la limitada comparación) siguen leyéndose, comentándose y editándose en todos los continentes. El cuento, digámoslo con un cuento, recoge una parte de verdad que no puede ser institucionalizada, porque es libre, porque se encarna de manera distinta en cada persona, porque no es ni será nunca un dogma. En compañía de uno de sus acólitos, el diablo, habiendo tenido noticias de que la 178

Tierra era terreno de odio y perversidades, corrupción y malevolencia, abandonó durante unos días su reino y vino a dar un largo paseo por el planeta Tierra para disfrutar. Maestro y discípulo iban caminando tranquilamente cuando, de súbito, este último vio una partícula de verdad. Alarmado, previno al diablo: -Señor, allí hay una partícula de verdad; ¡cuidado, no vaya a extenderse! Y el diablo, sin alterarse en lo más mínimo, repuso:

No. No será nunca institucionalizada de manera dogmática esa parte de verdad evocada por cada cuento. Ese era solo el pensamiento del «diablo» ante el temor de uno de sus «acólitos». Quiera Dios que esta tercera y pobre recopilación de cuentos que me he atrevido a hacer, superando el pudor de tomar de sus autores el fruto de su ingenio, sin poder citarlos en la práctica totalidad de los casos (¡que me per donen!), caiga en manos de quien siga creyendo que otro mundo mejor es posible. Humanizar es el reto que tenemos quienes creemos que la sabiduría del corazón (encerrada de manera privilegiada en los cuentos) es motor de bien y de salud. Quizá por eso -y me gusta recordarlo con frecuencia - San Camilo exhortaba a sus compañeros a «poner más corazón en las manos». Yo me atrevo a decir: y en las mentes y en todas las relaciones. Los cuentos nos ayudan porque nacen y se difunden, gracias especialmente a la sabiduría del corazón. 1. Cf. E.BRASEY y J.P DEBAILLEUL, Vivir la magia de los cuentos, EDAF, Madrid 2003°, 16. 2. S.BRYANT, El arte de contar cuentos, Hogar del Libro, Barcelona 1992.

1. A.C.HERREROS, Cuentos populares de La Madre Muerte, Siruela, Madrid 2011. 2. M.Fox, Leer como por arte de magia: cómo enseñar a tu hijo a leer en edad preescolar y otros milagros de la lectura en voz alta, Paidós Ibérica, Barcelona 2003, 156. 3. G.K.CHESTERTON, «El ángel rojo», en Correr tras el propio sombrero, El Acantilado, Barcelona 2005, 628. 4. CÍ. E.BRASEY y J.P.DEBAILLEUL, Vivir la magia de los cuentos, EDAF, Madrid 179

20034, 24.

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Índice Prólogo, por Jesús Ma Ruiz Irigoyen Introducción 1. La palmera 2. La mula 3. Los Reyes Magos existen 4. El arco iris 5. El centinela 6. Caco, el ladrón 7. Los ancianos desterrados 8. La ratona que sabía ladrar 9. El león y el ratón 10. El verdadero valor del anillo 11. Viviana 12. Regalo de aniversario 13. Los dos pájaros 14. Abandonar al maestro 15. Kisa Gotami y las semillas de mostaza 16. Dos gemelos en el vientre materno 17. El lobo de Gubbio 18. El pastelero y el mendigo 19. Dos lobos 20. La camisa del hombre feliz 21. El caballo de Abdul 22. Un ermitaño en la corte 23. Los tres ciegos y el elefante 24. El carácter 25. ¿Por qué gritamos? 26. El perro y el carnicero 181

13 16 24 26 28 33 36 39 42 45 48 50 54 59 61 64 66 69 72 75 79 81 84 87 90 93 96 99

27. Juicio injusto 28. Tiempo para pescar 29. La señal lejana del siete 30. ¿Qué es la verdad? 31. La venta del burro 32. El ermitaño 33. Dios y el peluquero 34. La estatua de Buda 35. La bolsa de monedas 36. La talla de madera 37. Los ojos de las manos 38. El grillo y la moneda 39. El hijo 40. La rosa y el sapo 41. Luz para el camino 42. Las dos semillas 43. Un regalo no aceptado 44. El sueño del sultán 45. El eremita y el durmiente 46. La comida y el perro 47. Ni tú ni yo somos los mismos 48. El viajero sediento

102 105 107 109 112 115 118 121 124 128 131 134 137 141 144 146 148 151 154 156 159 162

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