Corazones Al Servicio de Las Fragilidades Humanas - Arnaldo Pangrazzi

March 16, 2017 | Author: Libros Catolicos | Category: N/A
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ARNALDO PANGRAZZI

Corazones al servicio de las fragilidades humanas Voluntarios, testigos de esperanza

2 SAL TERRAE

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Título original: Cuori a servizio delle fragilità umane. Volontari testimoni di speranza © Arnaldo Pangrazzi, 2016 [email protected] Traducción: M. M. Leonetti © Editorial Sal Terrae, 2017 Grupo de Comunicación Loyola Polígono de Raos, Parcela 14-I 39600 Maliaño (Cantabria) – España Tfno.: +34 94 236 9198 / Fax: +34 94 236 9201 [email protected] / www.gcloyola.com Imprimatur: † Manuel Sánchez Monge Obispo de Santander 20-12-2017 Diseño de cubierta: Vicente Aznar Mengual,

SJ

Edición Digital ISBN: 978-84-293-2635-2

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Este libro contribuye a la formación de los voluntarios, en particular a quienes trabajan en las instituciones sanitarias Trata sobre la distribución geográfica del voluntariado, sus motivaciones, los objetivos y el espíritu de la asociación a la que pertenecen, los itinerarios formativos para habilitar al servicio, la función del grupo en el crecimiento de sus miembros, los valores que hay en el corazón del testimonio, el mapa de las presencias junto a las diversas fragilidades humanas, las competencias requeridas para trabajar con profesionalidad, las trampas que pueden obstaculizar el espíritu del voluntariado.

ARNALDO PANGRAZZI, religioso camilo y una de las más reconocidas figuras en pastoral de la salud y ayuda a enfermos terminales y personas en duelo, profesor de Pastoral y Formación pastoral clínica en el «Camillianum» de Roma, es autor de numerosos libros, en Sal Terrae, podemos mencionar: «Girasoles junto a sauces. En diálogo con los enfermos»; «El Enneagrama. Un viaje hacia la libertad»; «Sufrimiento y esperanza. Acompañar al enfermo»; «La pastoral de la salud. Sanación global»; «Dejarse curar por Jesús. Curar en el nombre de Jesús»; «El dolor no es para siempre. Los grupos de ayuda mutua en el duelo». Y en Mensajero: «La pérdida de una persona querida. Itinerarios de curación».

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Índice Portada Créditos Preámbulo Ser girasoles junto a los sauces llorones[2] 1. RADIOGRAFÍA DE UNA GALAXIA Un fenómeno de vastas proporciones Geografía del voluntariado Beneficios del voluntariado Voluntarios en el mundo de la salud La transformación de la cultura El voluntariado socio-sanitario Aliviar el dolor a través del amor 2. TESELAS FUNDAMENTALES DEL VOLUNTARIADO Las motivaciones para el servicio Purificar las motivaciones Itinerarios motivacionales Sembradores de esperanza La inspiración de una «mujer vestida de blanco» Educar en la esperanza Itinerarios formativos Formación de base Formación sectorial o específica Formación permanente Sanadores heridos junto al que sufre Un herido entre los heridos El dolor que sana Juntos para servir mejor. La vida asociativa Modo de situarse en el grupo Objetivos del grupo El grupo: de la individualidad a la comunión Crear unidad en torno al estatuto Un relato emblemático Aspectos de la vida de grupo 3. LA VISITA AL ENFERMO: CORAZÓN DEL SERVICIO Tras las huellas del buen Samaritano Los protagonistas Testigos de la misericordia Humanizar los centros sanitarios 6

Aspectos deshumanizadores de las instituciones El hospital: espejo de la humanidad La aportación de los voluntarios a un clima humanizador 1) La acogida 2) La centralidad del enfermo 3) La curación global del enfermo 4) La irradiación de la esperanza Caleidoscopio de presencias sanadoras Ser humilde Estar presente Ser fármaco Ser mediador Ser compañero de viaje La geografía del sufrimiento humano Los diversos rostros del sufrimiento humano El sufrimiento físico El sufrimiento mental El sufrimiento social El sufrimiento emocional El sufrimiento espiritual Una mirada realista Cultivar la competencia relacional Educarse para observar Educarse para escuchar Educarse para responder Cultivar la empatía Cultivar la competencia emotiva Ofrecer acogida a los sentimientos Favorecer la liberación del dolor Integrar los sentimientos para un crecimiento global Las trampas que obstaculizan el espíritu del voluntariado 1. La terapia de la autonarración (pseudopsicoterapeuta) 2. Atención a los problemas físicos (pseudomédico) 3. Apagar los sentimientos (pseudobombero) 4. Minimizar los problemas (pseudoactor) 5. Espiritualizar el dolor (pseudosacerdote) 4. JUNTO A LAS DIVERSAS FRAGILIDADES Voluntarios junto a los discapacitados Actitudes culturales y discapacidad El voluntario junto a los discapacitados Voluntarios junto a los ancianos El otoño de la vida 7

Reacciones ante las pérdidas La consumación de la vida La ternura de los voluntarios junto a los ancianos Voluntarios junto a los enfermos psíquicos Causas de los trastornos psíquicos e intervenciones El malestar mental y la contribución de los voluntarios Voluntarios junto a los enfermos graves y los moribundos Miedos y esperanzas de los moribundos El voluntario: custodio de las confidencias Voluntarios junto al que está en duelo Ofrecer consuelo a los afligidos Acoger los desahogos y las lágrimas

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Preámbulo Según los datos del Istat (Istituto di Statistica), en poco más de 20 años, el porcentaje de italianos [1] que se dedican al voluntariado ha pasado del 6,9 al 10%, con más de 5 millones de personas comprometidas a aliviar las estrecheces y los sufrimientos del prójimo. El mayor incremento se registra en las franjas de edad de los jóvenes y los ancianos, sobre todo en los de más de sesenta años. De todos modos, la participación en el voluntariado anda todavía lejos de los valores registrados en otros países europeos como Holanda, Suecia y el Reino Unido, donde el porcentaje supera el 40%. En cualquier caso, los datos del Istat ilustran una tendencia positiva que habla a favor de una sociedad fuertemente comprometida con la vertiente de la solidaridad y del altruismo. De los pequeños riachuelos que eran hace algunas décadas, los voluntarios se han transformado en grandes ríos que están penetrando y transformando las instituciones, el tejido social, el mundo eclesial. Sus intervenciones se extienden desde el sector educativo hasta la protección civil, desde el mundo socio-asistencial hasta las instituciones sanitarias, desde la tutela medioambiental hasta la promoción cultural. El ámbito sanitario incluye a más del 26% del voluntariado, con más de treinta mil asociaciones implicadas en diversas actividades, entre las que podemos citar: la asistencia sanitaria, el apoyo moral, la escucha y el acompañamiento de enfermos, el transporte de personas con movilidad limitada, la tutela de los derechos de los enfermos. Más allá de la especificidad de cada grupo, existe un ingrediente esencial en el voluntariado que tiene que ver con la aptitud para la relación de ayuda como medio de acogida, comprensión y acompañamiento de las personas afectadas por diferentes fragilidades. Este libro quiere ser una pequeña contribución a la formación de las personas inscritas en las diferentes asociaciones de voluntariado, en particular las que trabajan en las instituciones sanitarias.

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En los diferentes capítulos nos iremos ocupando de temas de particular relieve, como la distribución geográfica del voluntariado, las motivaciones que inducen a las personas a entregarse a los otros, los objetivos y el espíritu de la asociación a la que pertenecen, los itinerarios formativos para habilitar al servicio, la función del grupo en el crecimiento de sus miembros, los valores que hay en el corazón del testimonio, el mapa de las presencias junto a las diversas fragilidades humanas, las competencias requeridas para trabajar con profesionalidad, las trampas que pueden obstaculizar el espíritu del voluntariado. En primer lugar, el servicio de los voluntarios se dirige a personas con diferentes necesidades: el destinatario principal de su intervención es el mismo enfermo, que se encuentra en el corazón de su opción. El voluntario se abre, a través de su visita, al don de la reciprocidad, favorece el diálogo, aprende lecciones gratuitas sobre el arte de vivir y de padecer, crea un clima de acogida y alivia la soledad. En segundo lugar, su atención se dirige, asimismo, a los familiares del enfermo, que pueden vivir momentos estresantes en el cuidado diario de un familiar con capacidad limitada o encamado, o incluso experiencias angustiosas en la sala de reanimación o en la unidad de traumatología o al lado de un moribundo amado. En algunas ocasiones, parte de su tiempo está dedicado también al personal sanitario, estresado a veces por la carga de trabajo o por problemas personales o familiares que repercuten en su tarea profesional. Un horizonte que no se debe descuidar tiene que ver con la ayuda recíproca entre los voluntarios como miembros de una familia o asociación en la que se crece, se conocen unos a otros, existe una confrontación constructiva, se ayudan mutuamente, sobre todo cuando alguien se ha visto golpeado por adversidades (enfermedades, problemas relacionales, la muerte) que imposibilitan su servicio.

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Ser girasoles junto a los sauces llorones [2] Una sugerente metáfora del significado de la presencia del voluntario es percibirlo como un girasol que lleva su luz y su sonrisa a los enfermos (sauces llorones) que viven la estación de la enfermedad. Querría volver a proponer esta imagen recuperándola de un texto mío anterior, con la conciencia de que en cada uno de nosotros habita tanto el girasol como el sauce llorón, y de que el mundo de la salud necesita muchos girasoles: «Se quiera o no, es imposible arrancar de la vida los sauces llorones. Antes o después, el dolor llama a nuestra propia puerta; para algunos con el semblante del sufrimiento físico o mental; para otros con el sabor amargo de heridas personales nunca cicatrizadas; y para otros mediante la aridez del espíritu o la falta de ideales. En primer lugar: la vida interpela a cada sauce a ahondar en sus raíces para encontrar y despertar a su propio médico interior. A la sombra de cada sauce hace guardia un girasol, lo mismo que detrás de cada problema se esconde un don. Ningún rostro está tan lleno de lágrimas que no le quede espacio para una sonrisa; ninguna tragedia es tan grave que no deje algún hilo de esperanza a lo largo de su recorrido, como ninguna noche es tan larga que no venga seguida de un nuevo día. El llanto del sauce no anula la presencia del girasol, que vive en el mismo jardín. Solo quien está en contacto con su propio girasol sabe cantar a la esperanza. En segundo lugar: el mundo tiene mayor necesidad de girasoles que de sauces. Sauces no son solo los enfermos, sino también quienes ven la realidad con los ojos del pesimismo, quienes critican todo lo que no se corresponde con sus expectativas, quienes se sienten víctimas de la injusticia de la vida, quienes no se sienten contentos si no están descontentos. Las imágenes de aflicción y negatividad reclaman la presencia de los girasoles que transmitan sol, luz y resurrección. Girasoles son quienes se acercan al dolor sin minimizarlo o banalizarlo, sino derramando el óleo de la curación y alimentando la esperanza en el corazón de quien sufre. Girasoles son quienes contrapesan los días lluviosos con el arco iris de la compresión y los rayos luminosos de la amabilidad y la bondad. El girasol tiene una historia que contar: no pretende crecer él solo, sino que vive feliz en comunión, sin competir por el espacio o por la luz, pues para todos hay sol y alimento suficientes. El girasol no es egoísta ni avaro; acoge en la trama de su rostro abejas, mariposas y otros insectos que necesitan su linfa y sus dones. 11

El girasol no contempla la realidad desde arriba para dominarla, sino para iluminarla con su luz y besarla con su sonrisa. Se confía al sol para recibir energía y vida, pero también sabe inclinarse ante la noche para aceptar la otra dimensión de la existencia. En el mundo de la salud son símbolos de esperanza todos los que honran la vida como el girasol. El girasol no se hace ilusiones de que los dones que posee, las sonrisas que dirige, la luz que ofrece, el aceite que segrega... sean mérito suyo: por eso se mantiene en constante adoración del Sol que le da la vida y le alimenta. En el corazón de cada girasol hay un canto de alegría dirigido a Dios, dador de todo bien». ARNALDO P ANGRAZZI

[1] . Según http://www.plataformavoluntariado.org/guia-voluntariado.php , todavía no tenemos capacidad para estudiar la cifra referente a España, por varios motivos: 1) Cada entidad puede tener un concepto muy diferente sobre lo que es voluntariado y considerar como tal algo que otra organización no tiene en cuenta; 2) las organizaciones no disponen de ninguna herramienta para enviarnos sus datos concretos sobre el voluntariado de que disponen en sus proyectos; 3) la labor se dificulta dada la gran rotación de personal voluntario que suele haber en los proyectos. (NdT). [2] . A. PANGRAZZI, Sii un girasole accanto ai salici piangenti, Ed. Camilliane, Torino 1999, 187-188 (trad. esp.: Girasoles junto a sauces: en diálogo con los enfermos, Sal Terrae, Santander 2002, 229-230).

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1. RADIOGRAFÍA DE UNA GALAXIA «Demasiado a menudo contribuimos a la globalización de la indiferencia; tratemos, más bien, de vivir una solidaridad global». (Papa Francisco)

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Himno a la vida «La vida es una oportunidad, aprovéchala; la vida es belleza, admírala; la vida es dicha, saboréala; la vida es un sueño, hazlo realidad. La vida es un reto, afróntalo; la vida es un deber, cúmplelo; la vida es un juego, juégalo; la vida es preciosa, cuídala. La vida es riqueza, valórala; la vida es amor, vívelo; la vida es un misterio, descúbrelo; la vida es promesa, realízala. La vida es tristeza, supérala; la vida es un himno, cántalo; la vida es una lucha, acéptala; la vida es una aventura, vívela; La vida es la vida, defiéndela». (Madre Teresa de Calcuta)

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Un fenómeno de vastas proporciones El voluntariado es un fenómeno que interesa a hombres y mujeres de diversas edades, profesiones, culturas, razas e ideologías. Los voluntarios, hace unos años pequeños riachuelos reducidos con frecuencia al ámbito parroquial y, en ocasiones, provistos tan solo de una fuerte carga emotiva, se han ido transformando gradualmente en ríos que atraviesan y humanizan la cultura y las instituciones civiles, eclesiales y sanitarias. El siguiente lema, adoptado por la Asociación de Familias de Discapacitados de Italia, ilustra de manera eficaz el fenómeno del voluntariado, tal como se ha ido consolidando en el curso de las últimas décadas en respuesta a toda una serie de desafíos y necesidades: «La esperanza es como una senda en el monte. Antes no existía. Pero cuando muchos caminan juntos por el mismo sitio, la senda empieza a existir».

Geografía del voluntariado El voluntariado, más que un planeta, es una galaxia con una infinidad de siglas, identidades, itinerarios formativos, finalidades operativas, órganos de información e intervenciones. Va desde una forma de voluntariado espontánea e individual a otra caracterizada por la pertenencia a grupos parroquiales o institucionales, a organizaciones y asociaciones constituidas jurídicamente con coordinaciones locales, regionales, interregionales, nacionales o internacionales. Desde los grupos pequeños hasta las asociaciones nacionales, cada núcleo tiene su historia, su misión, su estatuto y sus criterios de pertenencia. Existe un voluntariado que trabaja predominantemente en el interior de la más amplia comunidad civil (voluntariado ambiental) y eclesial (grupos de Cáritas o de catequistas), y otro que se halla más presente en las instituciones (hospitales, casas de reposo, centros de rehabilitación).

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Hay un voluntariado que da prioridad a la atención a las emergencias (ambulancias o Fundación Cruz Blanca) o se hace presente en las calamidades (protección civil), y otro más comprometido con la vertiente internacional (servicio en los países pobres o compromiso con la promoción de misiones de paz). Los ámbitos de acción abarcan toda una variedad de mundos que incluyen la esfera cultural (escuela, formación, tutela de bienes artísticos e históricos, iniciativas de promoción humana), medioambiental (salvaguarda de la naturaleza, lucha contra la contaminación, protección de los animales, tutela de los bienes comunitarios), social (acogida de extranjeros, solidaridad con los débiles y los marginados, visita a los encarcelados, ayuda a los pobres y a los sin techo), religiosa (consuelo espiritual a enfermos y moribundos, enseñanza religiosa, animación de iniciativas parroquiales, participación en actividades caritativas y misioneras), sanitaria (visita a enfermos, tutela de los derechos de los discapacitados y de los enfermos psíquicos, ayuda práctica y moral a los ancianos, apoyo a las viudas, a los toxicómanos, etc.). Este enorme depósito de recursos humanos y profesionales corre el riesgo de verse contaminado por la presencia de fuerzas políticas o económicas que tratan de instrumentalizarlo, desnaturalizando su autonomía y su capacidad propulsora e innovadora. Para protegerse hay que mantenerse vigilantes, a fin de salvaguardar el espíritu y los principios que constituyen el corazón mismo de su identidad.

Beneficios del voluntariado El voluntariado beneficia a la sociedad, y formar parte del mismo beneficia a quien lo practica. La positividad de esta presencia la corroboran los numerosos artículos que se publican a diario sobre el tema. Diversos estudios parecen sostener que ayudar al prójimo mejora la salud y la calidad de vida. Entre los beneficios psicológicos se cuentan la reducción del egocentrismo, una mayor capacidad de afrontar las crisis y de empatizar con el que sufre, una disminución del sentido de victimismo y del aislamiento social. Entre los beneficios físicos se puede constatar un mejor funcionamiento del sistema inmunitario, del metabolismo y de la actividad cardiovascular, así como una mejor 17

calidad del sueño. Entre los beneficios mentales se citan el hecho de que se nos educa para adquirir una visión más realista de la realidad, una mayor conciencia de las verdades de la existencia y el desarrollo de habilidades comunicativas y de escucha. Entre los beneficios espirituales se incluyen el descubrimiento del sentido más auténtico de la existencia, la posibilidad de dar testimonio de la caridad y la esperanza, una impronta más profunda en la relación con Dios y con los demás. Ser voluntario constituye, por tanto, una oportunidad única e irrepetible para descubrirnos a nosotros mismos, nuestras capacidades y nuestros límites, y para vivir el amor en el encuentro con el prójimo que sufre. Como escribía el papa Juan Pablo II: «El mundo del sufrimiento humano invoca constantemente otro mundo: el del amor humano» (Salvifici Doloris, 29).

«La verdadera felicidad no se deriva de lo que obtenemos, sino de lo que damos». (Ben Carson)

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Voluntarios en el mundo de la salud En la sección anterior hemos esbozado la «geografía del voluntariado», compuesta por una multiplicidad de grupos comprometidos en mejorar los diferentes contextos sociales: desde la salvaguarda de los bienes medioambientales hasta la promoción social; desde el compromiso en el tema de la paz hasta el dedicado al consuelo espiritual. El voluntariado sigue siendo un laboratorio capaz de liberar una multiplicidad de fuerzas a través de un mosaico de iniciativas orientadas a mejorar los contextos de vida y ofrecer acogida, ayuda y respuestas a las fragilidades humanas.

La transformación de la cultura Dado su carácter de donación y entrega, el voluntariado es, ante todo, levadura para la transformación de la sociedad y sus valores. En un mundo caracterizado por la productividad, por la búsqueda de los intereses privados y del beneficio, su testimonio hace de él un signo y una llamada a interpretar de otro modo la ciudadanía humana. Su presencia construye silenciosamente el advenimiento de una nueva cultura que valora: – el ser más que al tener; – la reconciliación con la fragilidad más que la huida de la misma o su eliminación; – la práctica del altruismo más que la del egoísmo; – al espíritu de grupo más que la autorreferencialidad.

Una buena parte de estos testigos del altruismo trabaja en el complejo mundo de la salud. Se trata de una presencia discreta, pero significativa, en cuanto que contrasta con la tendencia común a buscar la propia comodidad, el placer, la búsqueda de los bienes materiales, el desinterés por los problemas del prójimo.

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Sin recurrir al micrófono, el testimonio de estos corazones humanizados y humanizadores crea nuevas sendas a lo largo de las cuales se puede redescubrir la humanidad.

El voluntariado socio-sanitario La legislación italiana, en la ley marco de 1991 (11 de agosto, n. 266), dice textualmente: «La República Italiana reconoce el valor social y la función de las actividades de voluntariado como expresión de participación, solidaridad y pluralismo, promueve su desarrollo preservando su autonomía y fomenta su aportación original a la consecución de los objetivos de carácter social, civil y cultural...» (art. 1) [1] . Al subrayar la importancia de la presencia solidaria junto a las clases más débiles, la legislación reconoce al voluntariado como órgano de consulta, programación y control en la gestión de los servicios. Este se ha ido consolidando, de hecho, como presencia cualificada en diversos organismos comprometidos en la tutela y la calidad de los servicios al ciudadano. A lo largo de las últimas décadas se ha ido consolidando una significativa evolución del voluntariado, que se confía cada vez menos a la espontaneidad individual y cada vez más a la organización del grupo; cuenta con itinerarios formativos bien definidos, está implicado en el trabajo en red y colabora con una variedad de organismos civiles y sanitarios, a fin de responder mejor a los desafíos planteados por el sufrimiento humano. El maremágnum del voluntariado socio-sanitario está representado por una miríada de asociaciones implicadas en actividades tales como el transporte de los enfermos, la asistencia sanitaria, el apoyo humano y espiritual, la ayuda material a los necesitados, la tutela de los derechos de los enfermos, los centros de escucha, los grupos de ayuda mutua, las actividades culturales y recreativas en favor de los ancianos y los discapacitados, el acompañamiento de los moribundos... Entre las diversas asociaciones se señalan las implicadas en primeros auxilios (Cruz Roja, Confederación de las Misericordias de Italia, Asociación Nacional de las Asistencias Públicas), las que actúan en el frente del soporte asistencial a los enfermos (voluntarios hospitalarios, Fratres, grupos vicentinos), las involucradas en la vertiente de 21

la donación (Avis, AIDO), las orientadas a la ayuda mutua (Asociaciones de mujeres operadas de cáncer de mama, Asociaciones de afectados de esclerosis múltiple, Asociaciones de lucha contra la insuficiencia respiratoria, Asociaciones de afectados de cáncer de pulmón), las surgidas para la asistencia en peregrinaciones (Unitalsi, Oftal, Fraternidad de Nuestra Señora de Lourdes).

Aliviar el dolor a través del amor Hay un voluntariado de inspiración cristiana y otro independiente de las confesiones religiosas: lo que tienen en común es el espíritu de gratuidad en el servicio. Este ejército de hombres y mujeres, testigos de la proximidad, está presente en los hospitales, en las casas de reposo, en los centros de rehabilitación, en las parroquias, en los «primeros auxilios», en los programas de cuidados paliativos, junto a los enfermos crónicos y asistiendo a los ancianos en sus domicilios. Las áreas de servicio prestan atención a las fragilidades físicas (personas infartadas, enfermos de sida, traumatizados de todo tipo...), psíquicas (diversos desequilibrios y descompensaciones que minan la integridad de la persona), sociales (dependencias, reclusiones), espirituales (personas que experimentan el vacío de la existencia, el fracaso de la vida, la sensación de inutilidad...). Toda fragilidad es una llamada a la solidaridad; toda herida invoca respeto y comprensión. El voluntario que sabe acercarse a los diversos rostros del sufrimiento humano y es capaz de entrar en sintonía con las necesidades y los estados de ánimo de sus interlocutores se convierte en presencia benéfica, compañero de viaje, amigo y confidente, rayo de sol que ilumina el camino de quien vive su via crucis personal y familiar.

«Vuestra felicidad está en el bien que hagáis, en la alegría que difundáis, 22

en la sonrisa que hagáis florecer, en las lágrimas que hayáis enjugado». (Raoul Follereau)

[1] . La legislación española al respecto, puede verse en: https://www.boe.es/buscar/act.php?id=BOE-A-20 15-11072 , (NdT).

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2. TESELAS FUNDAMENTALES DEL VOLUNTARIADO «Señor, enséñanos a salir de nosotros mismos. Enséñanos a salir por las calles y dar a conocer tu amor». (Papa Francisco)

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Bendice, Señor Bendice, Señor, mi mente para que no sea indiferente ni insensible, sino solícita a las necesidades de mi prójimo enfermo. Bendice, Señor, mis ojos para que reconozcan tu rostro en el rostro del que sufre y saquen a la luz sus tesoros interiores. Bendice, Señor, mis oídos para que oigan las voces que suplican escucha y respondan a los mensajes de quien no sabe expresarse con palabras. Bendice, Señor, mis manos para que no permanezcan cerradas ni frías, sino que transmitan calor y cercanía a quien necesita una presencia amiga. Bendice, Señor, mis labios para que no pronuncien frases vacías, sino que expresen la comprensión y gentileza nacida de un corazón que ama. Bendice, Señor, mis pies para que pueda yo dejar un buen recuerdo de mi paso y contribuya a promover el diálogo silencioso 25

del enfermo contigo. Amén. (Arnaldo Pangrazzi)

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Las motivaciones para el servicio Un aspecto fundamental para garantizar un testimonio competente y cualificado es la motivación de los voluntarios. En la selección de los candidatos es preciso prestar atención a las motivaciones que hay detrás de esta opción. Hay quienes entran en el voluntariado para colmar el vacío o el aburrimiento que les produce el exceso de tiempo libre; los hay que desean brindar una aportación destinada a mejorar la sociedad, promover los derechos del enfermo o corregir las injusticias; hay también quienes se sienten inspirados por razones religiosas y desean conjugar la participación en la vida litúrgica con un compromiso concreto en el plano de la caridad; hay quienes tratan de compensar contrariedades o frustraciones experimentadas en su vida conyugal o laboral; hay quienes andan en busca de espacios para su propio protagonismo social o ven en el voluntariado la oportunidad de encontrar un trabajo o de adquirir experiencias útiles para su propio currículum; hay quienes optan por el voluntariado movidos por los amigos que lo practican; hay quienes se encuentran con el «nido vacío» y buscan entregar su propio afecto a una comunidad más amplia; hay quienes han pasado por una experiencia de enfermedad o de duelo que les ha transformado y abierto en mayor medida al prójimo; hay quienes han recibido mucho de la vida y desean expresar su propia gratitud entregándose a los demás; hay quienes buscan un marco en el que poder satisfacer sus propias necesidades personales.

Purificar las motivaciones Las motivaciones son muchas, diferentes y, a veces, contradictorias. Hay también quienes entran en el voluntariado para contar a otros sus propios problemas, o andan en busca de su alma gemela o de un posible compañero o compañera de vida; hay quienes lo perciben como un modo de llevar adelante cruzadas religiosas (catequizar, distribuir estampas religiosas) o políticas (lucha contra la corrupción o las

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injusticias); hay quienes buscan obtener beneficios para facilitar exámenes diagnósticos para sus propios seres queridos. Con frecuencia, las motivaciones en que se basa una opción no están siempre claras; en ocasiones, cambian, se apagan o se vuelven más profundas las razones iniciales. Detrás de toda motivación está la humanidad de cada voluntario. Muchos grupos registran preocupantes defecciones de voluntarios, a menudo debidas a la fragilidad de la motivación o a la dificultad para hacer frente a situaciones dolorosas o a conflictos con otros voluntarios, con la autoridad o con el personal sanitario. La madre Teresa de Calcuta solía decir: «Para hacer que una lámpara esté siempre encendida, no debemos de dejar de ponerle aceite». Así ocurre con la motivación: para que no se apague es preciso alimentarla.

Itinerarios motivacionales Las etapas que ayudan a consolidar la motivación son: – dar un nombre al porqué o a los porqués de la propia opción (conciencia); – purificar la motivación, limpiándola de los elementos que la contaminan; – profundizar en las razones del propio servicio a través de reuniones en las que compartir y proceder a una confrontación constructiva; – renovar la propia motivación, a fin de poder dar lo mejor de uno mismo al enfermo.

Muchas asociaciones, con el fin de evitar el riesgo de admitir a candidatos «problemáticos» en el voluntariado, han establecido el requisito de una entrevista preliminar, realizada por una o más personas designadas o por un psicólogo, que emplea también tests psicológicos para evaluar la idoneidad del candidato. El objetivo de la entrevista es evaluar el equilibrio y la madurez del voluntario, sus motivaciones, los recursos personales y la disponibilidad de tiempo para el servicio. 29

En la medida en que las motivaciones se hacen más profundas, como las raíces de una planta, el voluntario se pone en condiciones de hacer frente a las contrariedades y las tempestades que, inevitablemente, puede experimentar en contacto con el mundo hospitalario o con los enfermos, en la relación con los coordinadores o con otros voluntarios, sin dejarse arrastrar por el desaliento, en caso de que hubiera idealizado demasiado la asociación haciéndose la ilusión de haber encontrado en ella el paraíso terrenal.

«La medida de una vida bien empleada no es su duración, sino su donación». (Peter Marshall)

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Sembradores de esperanza El dolor tiene a veces la función de sanar la propia vida. El sufrimiento puede convertirse para muchas personas en un lugar privilegiado para encontrarse a sí mismas, a Dios y a los demás. De acontecimientos adversos, a primera vista casuales, puede brotar una nueva primavera interior, una nueva orientación de la propia existencia. El testimonio que sigue ilustra cómo la acción de una voluntaria hizo nacer un río de esperanza en la vida trastornada de Danilo, que se convirtió, a continuación, en coordinador regional de una asociación de voluntarios hospitalarios.

La inspiración de una «mujer vestida de blanco» «Corría el año 1995 cuando le fue diagnosticado a mi hija (15 años), en el Hospital de Padua, un carcinoma en un riñón. Mi esposa y yo nos quedamos sin palabra, sin voluntad para reaccionar. Te sientes como si ya nada tuviera sentido, como si el mundo estuviera a punto de caérsete encima. Querrías no haber nacido, querrías desaparecer de la faz de la tierra, a fin de no mendigar compasión. A veces basta con un diagnóstico para que tus certezas se hundan como un castillo de naipes azotado por el viento. En el pasillo encontramos a una persona que nos detuvo amablemente preguntándonos el motivo de nuestras lágrimas. Le contamos nuestra historia. Inmediatamente nos hizo sentarnos y nos habló como una persona inspirada. Sentí de inmediato una atracción hacia ella: estaba seguro de haber encontrado un hombro en el que apoyar mi cabeza; me había entrado de golpe el deseo de luchar; comencé a ver de nuevo aquella luz que había entenebrecido mi vista; se apoderó de mí la esperanza de que mi hija saldría con bien de aquella tesitura. Las lágrimas dejaron de correr por mi rostro. Había tenido lugar un milagro. El amor caritativo que aquella mujer nos había mostrado me imponía momentos de meditación sobre mi pasado. Al observarla, mientras se inclinaba vestida de blanco sobre los enfermos con una gran serenidad, me di cuenta de que yo no había sembrado nada en mi vida. La llamé y, pidiéndole perdón por la molestia, le hice un montón de preguntas: quería saberlo todo sobre ella en un instante. 32

De repente había llegado a mi vida un ciclón que, al hablarme de amor, de bondad, de compasión, de disponibilidad, de altruismo, me había trastornado. Ahora esa mujer ya no está, pero yo le estoy infinitamente agradecido, porque al mirar el horizonte hizo aparecer para mí el arco iris. Un arco iris que, desde hace más de trece años, me indica el mejor camino a seguir».

Educar en la esperanza El voluntario, con la miríada de pequeños gestos que va tejiendo cada día, siembra la esperanza irradiada por una sonrisa afable, una mirada acogedora, una ocurrencia que levanta la moral, una caricia que consuela, una actitud que alivia la soledad, una presencia que habla más que mil palabras. En segundo lugar, su tarea consiste en despertar la esperanza en las personas, a través de la identificación de los valores presentes en ellas, la movilización de actitudes constructivas ante las adversidades, la disponibilidad para confiarse a Aquel que dijo: «Venid a mí los que andáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré» (Mt 11,28). Por último, el voluntario se dedica a educar en la esperanza, para que esta no quede confinada en el horizonte de la curación física, sino que abarque la totalidad de la persona. Muchas personas se desesperan porque no obtienen la curación anhelada. No siempre es posible vencer una enfermedad de modo definitivo; también la ciencia denuncia a menudo sus propios límites, y los médicos su impotencia. El voluntario, por una parte, da espacio a las lágrimas, a las protestas de los enfermos o de sus familiares; por otra, orienta con delicadeza para descubrir los valores que brotan a la sombra del dolor. «En cada hombre hay pequeñas y grandes esperanzas, esperanzas pueriles y esperanzas adultas, esperanzas terrenas y esperanzas religiosas: todo un conjunto de esperanzas que, cada una a su modo, sirven para ayudar al hombre a soportar el cansancio de vivir y encontrar la fuerza para seguir adelantes» (F. Canova). El voluntario se acerca con delicadeza a los afligidos para dar testimonio de la esperanza y hacerla presente por medio de sus gestos y sus palabras.

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«Allí donde hay un voluntario, hay humanidad y esperanza». (Rinaldo Sidoli)

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Itinerarios formativos La formación constituye un elemento central y determinante para asegurar una presencia cualificada del voluntario. La calidad del proyecto formativo incide en el espíritu de la asociación, en la calidad del servicio prestado al enfermo y en el clima del grupo. El proyecto formativo se orienta a promover tres modalidades de inteligencia en el voluntario: 1. La inteligencia del saber: el voluntario se familiariza, a través de las lecciones impartidas, con los fines de la asociación, con los conceptos básicos del servicio y con las dinámicas del mundo de la salud. 2. La inteligencia del saber hacer: los conocimientos deben traducirse en capacidades prácticas y en estrategias operativas, a fin de garantizar intervenciones eficaces al servicio de los enfermos, de las familias y de las instituciones. 3. La inteligencia del ser: es de fundamental importancia que el voluntario cultive su interioridad, dé testimonio de los valores asociativos y sepa transmitir la inteligencia del corazón en las relaciones. Cada organización de voluntariado ha elaborado sus itinerarios formativos en función de su propia finalidad y ámbitos de servicio. Algunos itinerarios formativos son muy simples y esenciales; otros son más elaborados y consistentes. En general, el proyecto formativo abarca tres horizontes: 1. La formación de base 2. La formación sectorial o específica 3. La formación permanente

Formación de base La formación de base es la tarjeta de visita de la asociación, en cuanto que está orientada a plasmar la identidad del voluntario, cuidando su competencia y su horizonte operativo. 36

En el caso de muchas asociaciones de voluntariado, el curso básico consiste en un ciclo de reuniones (entre 8 y 12) con lecciones de hora y media o dos horas. Las lecciones las imparten expertos (médicos, psicólogos, enfermeros, capellanes, representantes de la dirección sanitaria) o representantes de la misma asociación (presidente o encargado del proyecto formativo). Los contenidos del curso de base pueden estar relacionados con el estatuto de la asociación y la ley del voluntariado, la identidad y la deontología del voluntario, la estructura hospitalaria (servicios, recursos), las normas higiénicas y de comportamiento, la colaboración con los otros agentes sanitarios, la relación de ayuda, el cuidado global del enfermo, el arte de la comunicación, la vida de grupo y la amistad con otros voluntarios. Después de las lecciones, el voluntario se inserta en una unidad, y a menudo le acompaña un voluntario «tutor» que le introduce en el medio, le presenta al personal y hace las veces de guía en las etapas iniciales del servicio. Algunas asociaciones dan una importancia fundamental a esta mediación, por lo que cuidan la preparación del «tutor» de modo que incida positivamente en la identidad del futuro voluntario.

Formación sectorial o específica Esta consiste en una preparación orientada a la unidad en la que el voluntario desarrollará su servicio; además, pretende incrementar sus conocimientos sobre las patologías específicas de los enfermos, de modo que su acercamiento sea más eficaz, y su colaboración con otros profesionales más cualificada. Esta formación corre a cargo, por lo general, de profesionales que trabajan en el sector o de voluntarios responsables de la unidad. Los temas que se tratan, en función de la unidad, pueden estar relacionados con los enfermos psíquicos, los ancianos, gente traumatizada, niños afectados por enfermedades graves, personas dializadas, drogadictos; o con temas relacionados con la humanización, la animación de grupos, los recursos espirituales y religiosos en la enfermedad, la colaboración con los agentes sanitarios y con la administración; etc.

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La formación específica puede afectar también a los responsables de la asociación y tocar temas o preocupaciones comunes relacionados con la dirección de una reunión, la gestión de situaciones conflictivas, el ejercicio de la autoridad, la relación con las instituciones, los aspectos prácticos o burocráticos de la vida asociativa, etc.

Formación permanente «Cualquier persona que deja de aprender es vieja, ya tenga veinte u ochenta años. Cualquiera que sigue aprendiendo se mantiene joven. Lo más grande que hay en la vida es mantener la mente joven» (Henry Ford). La formación permanente está relacionada con la continua puesta al día de los voluntarios, a fin de capacitarles para responder a los múltiples desafíos planteados por el mundo de la salud y consolidar su competencia humana, relacional, emotiva. El abanico de las oportunidades formativas en este ámbito abarca las jornadas de estudio, la participación en congresos regionales o nacionales, la asistencia a conferencias, la lectura de libros, los fines de semana formativos relacionados con: la elaboración de las pérdidas, la gestión de los conflictos interpersonales, la animación de grupos... El conjunto de estas intervenciones formativas pretende convertir la presencia del voluntario –tanto en el hospital como en sectores específicos tales como los cuidados paliativos o la asistencia a los enfermos psíquicos– en una voz discreta, digna de confianza, preciosa y autorizada para asegurar una cura más humana y global al servicio de las fragilidades humanas.

«Dime, y yo olvido; enséñame, y yo recuerdo; involúcrame, y yo aprendo». (Benjamin Franklin)

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Sanadores heridos junto al que sufre Hay un riachuelo rojo que atraviesa la historia, y son las heridas que marcan profundamente: la historia del mundo (injusticias, atropellos, guerras, marginaciones...); la vivencia de cada familia (divisiones, conflictos, incomprensiones, abandonos...); las heridas de cada persona. La biografía de cada individuo registra una multiplicidad de heridas, desde las más leves hasta las mortales, desde las superficiales hasta las profundas, desde las que invaden la esfera física hasta las que afectan a la dimensión mental, emotiva y espiritual. Cada persona está marcada por toda una variedad de heridas: «Todos estamos heridos, a lo que parece... algunos de nosotros más que otros: llevamos dentro las heridas de la infancia; después, ya de adultos, restituimos lo que hemos recibido. A fin de cuentas, herimos a alguien... después nos ponemos manos a la obra para ponerle remedio en la medida en que podamos» (de la serie televisiva Anatomía de Grey). Nadie puede presumir de pasar indemne por la vida. Algunas heridas son «originales» y vienen de lejos (del nacimiento o de la infancia) y dejan marcas profundas (por ejemplo, escasa autoestima, sensación de abandono...); otras son superficiales y cicatrizan pronto; otras se adormecen y quedan sin resolver; y otras son asumidas y transformadas en sabiduría y en crecimiento humano y espiritual. La presencia de las heridas nos recuerda el carácter provisional de todo bien, la fragilidad de toda relación, la precariedad del cuerpo, el carácter transitorio de la vida. Las heridas físicas están relacionadas con la condición del cuerpo e incluyen las células (por ejemplo, el cáncer...), el metabolismo (por ejemplo, la diabetes, algunos tipos de obesidad, enfermedades endocrinológicas...), los músculos y los huesos (por ejemplo, la parálisis, la discapacidad...), los órganos (por ejemplo, el infarto...). Las heridas de la mente se manifiestan en trastornos del humor, estados depresivos, trastornos de la personalidad, demencias, fijaciones... Las heridas emotivas o del corazón tienen que ver con la sensación de abandono o de rechazo, los divorcios y las traiciones, las separaciones, las incomprensiones...

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Las heridas espirituales están relacionadas con el alejamiento de Dios, la sensación de vacío y de inutilidad, la pérdida de objetivos o de valores... Las heridas son inevitables y crecen junto con las personas.

Un herido entre los heridos La misión del voluntario es ser un sanador herido junto a los enfermos. En cada persona que desee ayudar habita un herido, y la asunción y la elaboración de las propias heridas constituye un requisito indispensable para poder facilitar la curación de las heridas ajenas. Las heridas no curadas producen pus en el organismo, contaminan las relaciones, tienen consecuencias negativas en la propia imagen, hacen crecer el sentimiento de soledad, en ocasiones se traducen en actitudes de desconfianza y en aislamiento respecto de los demás. En consecuencia, es indispensable que el voluntario haya trabajado sobre sí mismo de una manera adecuada (proceso introspectivo e integrador) y cicatrizado sus propias heridas, a fin de poder ayudar a los enfermos. De lo contrario, más que en un «sanador herido», se arriesga a transformarse en un «herido vagabundo» que lleva por el pasillo del hospital sus propias heridas, proyectando sobre los otros sus propios problemas no resueltos. La herida cicatriza sacando a la luz al propio médico interior y reparando los tejidos lesionados o regenerando las células dañadas. La conciencia del propio proceso de cicatrización de las heridas contribuye a consolidar una metodología constructiva en el acompañamiento de las heridas ajenas, basada en la acogida, la comprensión y la transformación del dolor en recurso y en incremento de humanidad. Del mismo modo, allí donde no se ha realizado este recorrido, el voluntario se arriesga a juzgar los sentimientos, a espiritualizar o sublimar el dolor, a recurrir a soluciones apresuradas o a dispensar demasiados consejos fáciles. Es justamente lo que dice W. Shakespeare: «Todos los hombres saben dar consejos y consuelo al dolor que no experimentan». 42

El dolor que sana En el corazón de la tradición cristiana hay un amor infinito que nos rescata a través de la vía del dolor: «Con sus cicatrices nos hemos sanado» (Is 53,5). Las heridas se convierten, con frecuencia, en un lugar privilegiado de encuentro con nosotros mismos, con Dios o con los otros, y a menudo favorecen la curación interior. Gandhi decía que «el hombre es un escolar, y el dolor es su maestro». Muchos han descubierto, a la sombra del sufrimiento, lo que es esencial en la vida, dando con ello un sentido más profundo a su propia existencia. El dolor se vuelve, por tanto, lugar de purificación de los valores, camino hacia la autenticidad, oportunidad para transformar «la desgracia en gracia»; dicho con palabras de Etty Hillesum: «Si el dolor no ensancha nuestros horizontes y no nos hace más humanos, liberándonos de las pequeñeces y de las cosas superfluas de la vida, ha sido inútil». El voluntario, como buen samaritano, se hace prójimo de los desgraciados para verter el aceite del consuelo en sus heridas. El aceite que vierte está compuesto de humanidad, delicadeza de acercamiento, discreción en el adentramiento en el mundo del otro, capacidad de respetar las confidencias, creatividad en el ofrecimiento de consuelo espiritual.

«Lo importante no son las heridas causadas por la vida sino lo que haces con ellas». (Edgar Jackson)

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Juntos para servir mejor. La vida asociativa

Hay una modalidad de voluntariado que se practica individualmente, sin códigos ni reglamentos, representada por personas de buena voluntad que visitan a los enfermos, a quienes viven solos o están necesitados, en su casa o en alguna institución, como expresión de proximidad y solidaridad. Con todo, la mayoría de los voluntarios actúan a través de la pertenencia a asociaciones locales, regionales o nacionales, con estructuras internas, códigos de comportamiento e itinerarios formativos. El grupo, pieza esencial del voluntariado organizado, es un conjunto de personas que han respondido a una llamada y a una misión. También Jesús, en el curso de su vida terrena, llamó y formó a un grupo de 12 personas para que fueran sus colaboradores más cercanos en la obra de evangelización. Con estas personas, humildes y dispuestas, cambió la historia del mundo. El voluntariado no es solo el testimonio de personas particulares, sino de un grupo unido por unos signos distintivos externos y por un espíritu que irradia en los diferentes contextos de servicio a los que sufren. La historia de cada grupo depende de sus miembros. Las personas que lo forman son portadoras de diferentes motivaciones, necesidades, personalidades, estilos comunicativos, actitudes, preocupaciones y esperanzas. Hay quienes colaboran para dinamizar el grupo, y hay quienes, con su actitud negativa, pueden decretar la agonía o la muerte del mismo.

Modo de situarse en el grupo Cada voluntario elige el modo de situarse en el grupo y de influir en su clima, ya sea que colabore con los otros o que manifieste resistencias; ya sea que hable o que permanezca en silencio; ya sea que participe en las reuniones o que las evite; ya sea que presente propuestas constructivas o que adopte actitudes derrotistas.

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Algunos voluntarios no acuden a las reuniones de grupo y se justifican diciendo que prefieren dedicar su tiempo a los enfermos. Consideran una pérdida de tiempo el intercambio y la confrontación con los otros. Les parece que en las reuniones se habla demasiado; que los tímidos no tienen voz en el capítulo; que las reuniones son un estrado para el exhibicionismo de unos pocos, que cunden los prejuicios o actitudes de superioridad, que se dan resistencias a una verdadera confrontación, que hay una concentración en el cumplimiento de los deberes y se descuidan las relaciones, que prevalece la tendencia a criticar sobre la de promover a las personas, que faltan estímulos constructivos para convertirlas en momentos fecundos y fructuosos. Otros, en cambio, aprecian la importancia del grupo y consideran las reuniones como momentos para conocerse y confrontarse, relacionarse con personas de diferentes mentalidades y culturas, escucharse y compartir experiencias personales, recibir ayuda e inspiración, desarrollar capacidades de liderazgo y de organización, trabajar juntos sobre fines y objetivos colectivos, activar diversas competencias, crecer en flexibilidad y sabiduría, con la conciencia de que trabajar juntos es más fructífero que trabajar cada cual por su cuenta. El grupo no es algo opcional en la vida asociativa, sino una necesidad y un compromiso serio.

Objetivos del grupo La experiencia del grupo tiene diferentes objetivos en el voluntariado y puede implicar el encuentro de las personas que trabajan en una misma unidad o en el interior de un centro hospitalario; voluntarios que siguen a los enfermos en una parroquia o se reúnen con una finalidad formativa u organizativa en el seno de una asociación. Los objetivos generales del grupo persiguen: – alentar la participación y el mutuo conocimiento de los miembros; – promover el crecimiento individual y colectivo; – favorecer el diálogo y la confrontación constructiva; – elaborar proyectos comunes y evaluar sus resultados. 46

El grupo es un lugar de crecimiento, a través del cual se promueve la formación de sus miembros y la capacidad de idear y elaborar proyectos. Nunca es un fin en sí mismo: pretende consolidar la formación, en orden a prestar un servicio más eficaz a los enfermos y al mundo de la salud y promover la colaboración con todos aquellos que se toman a pecho el alivio del sufrimiento (médicos, enfermeros, administrativos, psicólogos, agentes pastorales...). El significado del grupo no está ligado a los años de historia con que cuenta o al número de sus propios miembros, sino al dinamismo que lo anima, a la energía beneficiosa que transmite, a la actualidad de su presencia y testimonio.

«Solos podemos hacer muy poco; juntos podemos hacer mucho más». (Helen Keller)

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El grupo: de la individualidad a la comunión Michel Quoist escribió: «Si la nota dijera: “una nota no hace melodía”..., no habría sinfonía. Si la palabra dijera: “una palabra no puede llenar una página”... no habría libro. Si la piedra dijera: “una piedra no puede levantar una pared”... no habría casa. Si la gota de agua dijera: “una gota de agua no puede formar un río”... no habría océano. Si el grano de trigo dijera “no hay grano de trigo capaz de sembrar todo un campo”... ... no habría cosecha» [1] .

Crear unidad en torno al estatuto El grupo está formado por muchos sujetos, y cada uno es una nota, una palabra, una piedra, una gota de agua, un grano de trigo. Tomadas una a una, una piedra no hace una 49

casa, una palabra no es un libro, pero muchas piedras contribuyen a construir edificios, y muchas palabras sirven para comunicar. El estatuto en que se inspira el grupo define su identidad y su objetivo, su configuración interna, los criterios de pertenencia, los itinerarios de formación, los destinatarios del servicio. Es de vital importancia que los nuevos candidatos sean introducidos inicialmente en el conocimiento del estatuto y se comprometan a honrar su espíritu, como criterio de referencia y de orientación en sus propios comportamientos. Ningún grupo es un paraíso terrenal, tampoco el voluntariado. En el grupo confluyen los diferentes rostros de la humanidad, en sus expresiones más sublimes y en sus aspectos menos nobles, que recuerdan los límites y las debilidades de sus componentes. Los voluntarios, junto a las buenas intenciones que les animan, pueden traer consigo vicios, antiguos y siempre nuevos, envidias, búsqueda de roles de poder, críticas inoportunas o actitudes de rivalidad con respecto a la autoridad designada. Es preciso monitorizar los impulsos negativos y transformarlos en compromiso constructivo, en diálogo orientado a la clarificación y al respeto mutuo.

Un relato emblemático El siguiente relato propone las dinámicas que se pueden desencadenar en un grupo y las enseñanzas que se pueden extraer. «Cuentan que una vez se celebró en la carpintería una extraña asamblea: fue una reunión de herramientas para arreglar sus diferencias. El martillo ejerció la presidencia, pero la asamblea le notificó que tenía que renunciar. ¿La causa? ¡Hacía demasiado ruido! Y, además, se pasaba el tiempo golpeando. El martillo aceptó su culpa, pero pidió que también fuera expulsado el tornillo; dijo que había que darle muchas vueltas para que sirviera de algo. Ante el ataque, el tornillo aceptó también, pero a su vez pidió la expulsión de la lija. Hizo ver que era muy áspera en su trato y siempre tenía fricciones con los demás.

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Y la lija estuvo de acuerdo, a condición de que fuera expulsado el metro, que siempre se pasaba el tiempo midiendo a los demás según su propia medida, como si fuera el único perfecto. En eso, entró el carpintero, se puso el delantal e inició su trabajo. Utilizó el martillo, la lija, el metro y el tornillo. Finalmente, la tosca madera inicial se convirtió en un fino mueble. Cuando la carpintería quedó nuevamente sola, la asamblea reanudó la deliberación. Fue entonces cuando tomó la palabra el serrucho y dijo: “¡Señores, ha quedado demostrado que tenemos defectos, pero el carpintero trabaja con nuestras cualidades! ¡Eso es lo que nos hace valiosos! ¡Así que no pensemos ya en nuestros puntos malos y concentrémonos en la utilidad de nuestros puntos buenos!” La asamblea encontró entonces que el martillo era fuerte; que el tornillo unía y daba fuerza; que la lija era adecuada para afinar y limar asperezas; y observaron que el metro era preciso y exacto. Se sintieron entonces un equipo capaz de producir muebles de calidad. Se sintieron orgullosos de sus fortalezas y de trabajar juntos» [2] . El relato nos invita a educarnos para valorar los dones de las personas, más que para detenernos en la puntualización de los límites o las deficiencias. El grupo va construyéndose poco a poco, con paciencia, constancia, apertura y sabiduría.

Aspectos de la vida de grupo Variables importantes en el desarrollo de un grupo tienen que ver con: – el clima que se respira en él; – los roles interpretados por los miembros; – el ejercicio de la autoridad; – la conducción de una reunión; – la gestión de los conflictos; – las etapas de crecimiento; – la proyectualidad (o capacidad de idear y elaborar proyectos).

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Cada uno de los aspectos mencionados desempeña un rol estratégico en la animación y en la vitalidad de la vida asociativa [3] ; a continuación, vamos a limitarnos a comentar algunos de los elementos mencionados. En primer lugar, el clima del grupo se caracteriza por: – Unos elementos ambientales, como la elección de un lugar adecuado y tranquilo para las reuniones, preferentemente bien ventilado, con las sillas dispuestas en círculo a fin de promover el intercambio; – Unos aspectos relacionales: son recomendables las actitudes de acogida de los miembros, el respeto mutuo, la posibilidad de expresarse, la implicación en las deliberaciones. En segundo lugar, los roles interpretados por los componentes pueden ser constructivos u obstaculizadores, en función de que contribuyan a la laboriosidad del grupo o pongan de manifiesto la insolencia. Entre los roles positivos se incluyen los de mediador, responsable, carismático, optimista, disponible, colaborador, organizador, promotor de entusiasmo, sabio, sensible, motivador. Entre los nocivos o problemáticos se incluyen los de: pedante, intransigente, individualista, belicoso, perturbador, desconfiado, criticón, obstinado, autoritario, pasivo, saboteador, centralizador, manipulador. Cuanto más unido y sólido se muestre el grupo por dentro, tanto más incisiva será su presencia hacia fuera. El grupo es una pieza esencial del voluntariado organizado, y las reuniones que en él se desarrollan representan un momento central de su vida: ayudan a afinar la sensibilidad de sus miembros y a liberar su fuerza y su dinamismo.

Reproducimos las diez reglas seguras que alguien ha escrito para acabar con una asociación [4] : 1. No intervenir en las reuniones. 2. Llegar tarde cuando hay que intervenir. 3. Criticar el trabajo de los dirigentes y de los otros socios. 52

4. No aceptar nunca encargos, puesto que es más fácil criticar que realizar. 5. Ofenderse si uno no es miembro de la directiva; y si forma parte de la misma, no intervenir en las reuniones o bien abstenerse de presentar sugerencias. 6. Si la directiva pide una opinión sobre algún tema, responder que no se tiene nada que decir. Y decir a todos, después de las reuniones, que no se ha oído nada nuevo, o bien exponer lo que se habría debido hacer. 7. Hacer solo lo estrictamente indispensable; pero cuando los otros socios se remangan la camisa y ofrecen su tiempo, sin segundas intenciones, lamentarse de que la asociación esté dirigida por una camarilla. 8. Demorar en lo posible el pago de la propia cuota. 9. No esforzarse por reclutar nuevos socios. 10. Lamentarse de que no se publique casi nada en el boletín o en la revista de la asociación, pero no ofrecerse nunca para escribir un artículo o dar algún consejo constructivo al respecto.

[1] . M. QUOIST , Parlami d’amore, SEI, Torino 1987, 41 (trad. esp.: Háblame de amor, Herder, Barcelona 2009). [2] . A. PANGRAZZI, Far bene il bene, Ed. Camilliane, Torino 2005, 82-83 (trad. esp.: Hacer el bien, PPC, Madrid 2006). [3] . Para ulteriores contribuciones en esta materia remitimos a A. PANGRAZZI, Il gruppo: luogo di crescita, Ed. Camilliane, Torino 2000, p. 14 (trad. esp.: El grupo, lugar de crecimiento, San Pablo, Madrid 2001). [4] . Ibid., p. 21. Dieci regole sicure per uccidere un’associazione – ufficiale; en línea: win.auge.it/dieci_reg ole.htm

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3. LA VISITA AL ENFERMO: CORAZÓN DEL SERVICIO «Somos vasijas de barro, frágiles y pobres, pero llevamos dentro un gran tesoro». (Papa Francisco)

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Dios se sirve «Dios se sirve de la soledad, para enseñar la convivencia. Se sirve de la rabia para mostrar el valor infinito de la paz. Se sirve del tedio para subrayar la importancia de la aventura y del abandono. Dios se sirve del silencio para impartir una enseñar sobre la responsabilidad de las palabras. Se sirve del cansancio para que pueda comprenderse el valor del despertar. Se sirve de la enfermedad para subrayar la bendición de la salud. Dios se sirve del fuego para impartir una lección sobre el agua. Se sirve de la Tierra para que se comprenda el valor del aire. Se sirve de la muerte para mostrar la importancia de la vida».

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(Paulo Coelho)

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Tras las huellas del buen Samaritano La parábola del buen Samaritano constituye, desde hace más de dos mil años, un paradigma de referencia para la acción amorosa junto a los que sufren. El comportamiento y las actitudes del buen Samaritano propuestos por Cristo, médico de las almas y de los cuerpos, han inspirado a infinidad de personas y asociaciones comprometidas con el mundo de la salud. El relato, aunque arraigado en la tradición cristiana, dada su simplicidad y esencialidad, encuentra aplicaciones prácticas en el interior de otras tradiciones religiosas, que captan su espíritu y sus enseñanzas, válidos para personas de todo tiempo y lugar.

Los protagonistas La parábola, además de la figura central del Samaritano, corazón del relato, presenta a otros personajes que recuerdan de cerca actitudes y modos de ser que reflejan realidades actuales. Al desventurado se le considera, con frecuencia, como el único herido del relato, en cuanto que «tropezó con unos asaltantes que lo desnudaron, lo hirieron y se fueron dejándolo medio muerto» (Lc 10,30). En realidad, «cada una de las figuras del relato se encuentra herida: los asaltantes están socialmente heridos, en cuanto que probablemente proceden de familias marcadas por la pobreza y por la violencia, cuyos rasgos han heredado; el levita y el sacerdote están heridos por las expectativas y los condicionamientos religiosos del tiempo, que mortifican su corazón y su humanidad; el posadero vive, quizá, en una situación de precariedad económica y, ciertamente, no está cualificado profesionalmente, porque es el administrador de una posada y carece de competencias médicas o en materia de enfermería; el Samaritano está herido psicosocialmente, pues pertenece a un pueblo considerado impuro y marginado por los judíos» [1] . Cada uno de los personajes manifiesta rasgos de una humanidad que, en ocasiones, reconocemos dentro de nosotros y a nuestro alrededor. Precisemos algunas de sus 58

manifestaciones. Los Asaltantes representan a los explotadores de los débiles, a la gente corrupta, a los manipuladores, a quienes roban la vida y la esperanza, a las personas irresponsables, a todos los que agreden al prójimo de palabra o de obra. Los Desventurados representan a cuantos experimentan las diferentes fragilidades humanas relacionadas con el sufrimiento físico, mental, social, emotivo y espiritual. El Sacerdote y el Levita representan a cuantos prestan atención a las normas y a los aspectos legales y olvidan a las personas o matan el espíritu. Son espejo de esa humanidad que está atenta a la imagen, a los roles, a los títulos, a los privilegios, a la formalidad..., pero carece de humanidad. El papa Francisco alerta contra el peligro de la «globalización de la indiferencia» (Exhortación apostólica Evangelii Gaudium, 54) y dice: «Prefiero una Iglesia accidentada, herida y manchada por salir a la calle, antes que una Iglesia enferma por encerrarse en sí misma y aferrarse cómodamente a sus propias seguridades» (n. 49). El Asno –«Le echó aceite y vino en las heridas y se las vendó. Después, montándolo en su cabalgadura, lo condujo a una posada» (Lc 10,34)– representa a los sujetos olvidados o ignorados en los asuntos humanos. El Samaritano no podía cargarse a la espalda al desventurado, pues habría comprometido la ya precaria condición del mismo; por eso se sirve del asno como un precioso colaborador en la obra de asistencia. «Los asnos son a menudo los sujetos olvidados, porque no desempeñan un papel importante, no tienen un micrófono en la mano ni poseen títulos académicos. En las instituciones sanitarias son las personas que, con frecuencia, tapan los agujeros, sembrando centenares de pequeños gestos de bondad y solidaridad que no son registrados por las crónicas. Los asnos son las personas humildes, vestidas de benevolencia; a veces, los voluntarios que prestan apoyo a la obra de los profesionales. Es bueno que también los agentes de pastoral sepan valerse de la valiosa colaboración de muchos “asnos” de buena voluntad que contribuyen a la humanización de las instituciones» [2] . El Posadero representa las realidades estructurales destinadas a garantizar la cura a los heridos. En este relato, el samaritano, tras haberse valido de la ayuda del asno, pudo contar con otro precioso aliado en la cura del desventurado: el dueño de la posada. El 59

posadero es el propietario de una posada, cuya finalidad es acoger a los peregrinos que se detienen para descansar en sus viajes, antes de reemprender el camino. No gestiona, por consiguiente, un puesto de primeros auxilios o un hospital, ni posee competencias sanitarias, sino administrativas. Su primera opción habría podido ser la de rechazar al desventurado y al samaritano. No sabemos cuáles fueron los motivos que le llevaron a acogerlos; es muy probable que en el transcurso de la velada aprendiera el arte de asistir al herido, al observar de cerca la acción de Samaritano. La parábola sigue conservando su actualidad, porque en el comportamiento de los diversos personajes hay algo de nosotros mismos, aunque idealmente querríamos ponernos siempre en el papel de buenos samaritanos. En realidad, también nosotros somos «desventurados» o heridos. Por último, también nosotros pasamos de largo con frecuencia, como el sacerdote o el levita, ante escenas que piden escucha; en ocasiones, nos encontramos en el papel de los asnos que deben hacerse cargo de cosas que otros han dejado sin acabar; en algunas ocasiones –digámoslo en voz baja, y ojalá haya sido de manera involuntaria– también nosotros nos comportamos como los asaltantes, despojando a los otros de su dignidad con nuestras críticas injustas o con nuestra envidia.

Testigos de la misericordia A ejemplo del buen samaritano, que asistió al desventurado, primero en el camino, después, de una manera estructurada, a través del soporte de una institución, también los voluntarios se dedican a difundir el Evangelio de la misericordia a lo largo de los diferentes caminos que van de Jerusalén a Jericó (por medio de iniciativas y proyectos en favor de los enfermos, los marginados, los enfermos de sida...) y en el seno de las realidades institucionales (hospitales, centros de rehabilitación, residencias para ancianos). El testimonio de la misericordia tiene el rostro de los voluntarios individuales, comprometidos en los campos de diferentes fragilidades, pero también el del testimonio de proyectos que la asociación ha hecho suyos y tendentes a mejorar el clima institucional en el que trabajan.

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Las diferentes modalidades de presencia de los voluntarios se inspiran en la actitud del buen samaritano («se compadeció»), cultivan las debidas competencias relacionales y comunicativas al acercarse al que sufre («llegó adonde estaba»), se apoyan en los recursos apropiados disponibles («le echó aceite y vino en las heridas y se las vendó») y trabajan para colaborar con otros, a fin de promover la curación global del enfermo («lo cuidó...»). La ética, antigua y siempre nueva, consiste en aliarse con el que sufre y con todos los comprometidos en ayudarlo, a fin de aliviar su sufrimiento, difundir el Evangelio de la esperanza y construir la civilización del amor.

«Cuando en el dolor se cuenta con compañeros que lo comparten, el ánimo puede superar infinidad de sufrimientos». (W. Shakespeare)

[1] . A. PANGRAZZI, Lasciarsi guarire da Gesù. Guarire nel nome di Gesù, Ed. Camilliane, Torino 2013, 14 (trad. esp.: Dejarse curar por Jesús. Curar en el nombre de Jesús, Sal Terrae, Santander 2015, 26). [2] . A. PANGRAZZI, ibíd., 21 (trad. esp.,, 37).

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Humanizar los centros sanitarios

Aspectos deshumanizadores de las instituciones Vivimos en un momento histórico en el que se corre el riesgo de que, en las instituciones sanitarias, se impongan la tecnología, la especialización, la competición exasperada y las relaciones funcionales más que las personales, por lo que se advierte fuertemente la exigencia de liberar en el corazón de los que trabajan en estos medios esos valores humanos y relacionales que pueden humanizar los tratamientos. En nuestros días, la organización sanitaria tiende a inspirarse en los criterios del eficientismo y de la conveniencia económica, y se detecta un claro predominio del factor económico, técnico y científico sobre el humano. El hospital es, para muchos, un lugar de trabajo para los sanos, más que un lugar de curación para los enfermos; y no faltan quienes se ocupan únicamente de sus propios intereses, impulsados por la necesidad de sacar el máximo beneficio económico o profesional del marco laboral.

El hospital: espejo de la humanidad El hospital se ha convertido en un caleidoscopio de la historia humana: hay quien lo percibe como una expresión sublime de la solicitud humana y quien lo ve como un mundo lleno de disfunciones y desorganización. En realidad, sigue siendo un símbolo ambiguo de la grandeza y la debilidad humanas. Junto a quienes denigran la nobleza de la propia profesión mediante prestaciones mediocres, hay otros que la honran, desarrollando de manera inteligente y sentido ético la propia misión. Por otra parte, la calidad de una estructura sanitaria y la imagen de que goza en la comunidad dependen fundamentalmente de la competencia y la humanidad del personal.

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Obviamente, las competencias técnicas deben apoyarse en unas competencias relacionales adecuadas. Con todo, es difícil humanizar la asistencia si los trabajadores están deshumanizados a causa de la falta de incentivos para su puesta al día y están sometidos a turnos de trabajo inhumanos para compensar la falta de personal, lo cual tiene consecuencias negativas sobre la calidad del servicio. En el clima despersonalizador que a veces se respira en los centros sanitarios, se inserta la figura del voluntario, que desempeña un papel precioso en la promoción de la humanidad y la proximidad al que sufre y a los mismos trabajadores.

La aportación de los voluntarios a un clima humanizador Podemos hablar de cuatro vías maestras para humanizar los centros sanitarios: la acogida del enfermo, el reconocimiento de su centralidad, la promoción de la curación global y la irradiación de la esperanza. 1) La acogida La primera tarjeta de presentación de una institución es el ingreso: el huésped advierte en este primer contacto si es tratado con cortesía y sensibilidad o con distancia e indiferencia. El primer impacto puede producir en el enfermo y en sus familiares un sentimiento de confianza y optimismo hacia la estructura sanitaria o, por el contrario, desencadenar toda clase de reacciones negativas o generadoras de ansiedad. La acogida se transmite a través del personal de admisión, de los que atienden al teléfono, de la atención prestada en los ambulatorios y en el hospital de día, así como a través del clima general de la institución. Diversas instituciones, conscientes de esta delicada tarea, han confiado la acogida de los enfermos y de sus familiares a voluntarios, a fin de que se les ofrezca una información útil, se les prodiguen algunas sonrisas o gestos amables y se les oriente en la fase inicial de la inserción en la estructura.

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2) La centralidad del enfermo El enfermo más que «alguien» a quien se debe respetar, se ha convertido en «algo» que debe ser curado, recurriendo al instrumental de diagnóstico y terapéutico más sofisticado. A menudo no se consideran ni la historia ni la personalidad del enfermo, se ignoran sus demandas, se minimizan sus temores, no se atiende a sus recursos. Se tiene la sensación de que el hombre está al servicio de la ciencia, más que esta al servicio del hombre. También desde el punto de vista administrativo se advierte a menudo incoherencia entre el objetivo de promover la centralidad del enfermo y la presencia de otras prioridades –de orden ideológico, político, sindical o económico– a las que, de hecho, se otorga privilegio y se encuentran en el centro de las opciones institucionales. El voluntario, a través de sus visitas personalizadas, pone en el centro de su atención el diálogo con el enfermo, con el objetivo de aliviar su sufrimiento y levantarle la moral. 3) La curación global del enfermo Una tendencia consolidada en el acercamiento médico es la «partición» del paciente en nombre de la especialización, lo cual lleva a intervenciones fragmentarias que sacrifican su curación integral. Hay preocupación por la «salud biológica» de la persona, pero no por su «salud biográfica». Además, la mayor parte del tiempo de los trabajadores lo absorbe la enfermedad, y queda poco para la relación, motivo por el que cada día se registran actitudes deshumanizadoras con respecto a la dignidad del paciente y de sus derechos. El voluntario ayuda a contrarrestar estas tendencias dedicando su atención al enfermo en su totalidad, intentando percibir sus necesidades físicas, sus exigencias psicológicas, sus valores de referencia, sus sensibilidades culturales, sus vínculos afectivos. 4) La irradiación de la esperanza

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Los voluntarios, con su testimonio cotidiano, representan mil luces que iluminan la oscuridad, presencias que dan sonrisas, enjugan lágrimas, humanizan los pasillos, llevan los colores del arco iris a quien está abrumado por la lluvia. El voluntario pretende irradiar esperanza y contribuir a mirar las cosas desde una perspectiva diferente. En palabras de Winston Churchill: «Un pesimista ve la dificultad en cada oportunidad; un optimista ve una oportunidad en cada dificultad». Todos cuantos tienen un corazón educado y toman decisiones valientes por el bien de los enfermos, sin rendirse ante la dificultad, son símbolos de esperanza. El desafío que se presenta a la esperanza es tener que oponerse constantemente a las fuerzas que tratan de sofocarla. Su peor enemigo es el pesimismo, representado por aquellos que ven el peor lado de las cosas, expresan su desconfianza en los cambios y tienden a destruir, más que a construir. La estrategia de la esperanza consiste en dar valor a los pequeños pasos, mantener las ventanas abiertas cuando se cierran las puertas, no deprimirse ante las contrariedades o las resistencias, saber transformar las crisis en oportunidades.

«Es preciso volver a la “medicina de la persona”: para curar a alguien debemos saber quién es, qué piensa, qué proyectos tiene, por qué goza y por qué sufre. Debemos hacer hablar al paciente de su vida, no de sus molestias». (Umberto Veronesi)

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Caleidoscopio de presencias sanadoras El voluntario es portador de salud y de esperanza a través de cinco formas concretas de irradiar su beneficiosa presencia, es decir, sabiendo:

Ser humilde La misión de acercarse al que sufre exige humildad, no la presunción de ser el salvador de los afligidos. El voluntario entra de puntillas en el mundo de los enfermos, consciente de sus propios límites y de su propia pobreza. La humildad nace de la conciencia de ser él mismo una persona probada por la vida, marcada por inadecuaciones y fragilidades, pero dispuesta a reconciliarse con su propia humanidad para ofrecérsela al prójimo. El espíritu de humildad conlleva la disponibilidad para asistir a un curso de formación introductorio, sin considerar que la propia motivación altruista o la propia profesión de enseñante, enfermera, catequista o licenciado sean una garantía suficiente para desarrollar el servicio. Los sucesivos momentos de formación le ayudan a crecer en humildad, en cuanto que le configuran por dentro, evitando el riesgo de que su acercamiento al enfermo se inspire en el espontaneísmo o el buenismo, en el activismo o en el paternalismo...: actitudes que siempre acechan cuando alguien se deja guiar por la presunción y la autosuficiencia. Además, la humildad se alimenta de las lecciones que el voluntario aprende en la escuela del enfermo. El anciano, el discapacitado, el enfermo crónico, el moribundo... son maestros de vida y transmiten preciosas enseñanzas sobre la precariedad de toda certeza, el carácter inevitable de las separaciones, el significado de los pequeños gestos, las virtudes generadas por el dolor... Como decía Gandhi, «el hombre es un escolar, y el dolor es su maestro». El voluntario es un alumno, y el enfermo es su escuela. Todo encuentro se convierte en

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ocasión propicia para descubrir el misterio del hombre y crecer en ternura.

Estar presente La opción del voluntario consiste en hacerse presente a la cabecera del que sufre entrando de puntillas, sin hacer sonar la trompeta, sin falsos exhibicionismos. En una sociedad que prioriza el modelo del «homo gaudens» y el del «homo faber», el voluntario se pone del lado del «homo patiens» y del «homo dolens». En un mundo que prioriza el «tener» y el «tener cada vez más», perdiéndose en la lisonjera carrera en pos de bienes efímeros, el voluntario afirma la importancia del «estar» al lado de los más desfavorecidos. Su opción va contra corriente, en cuanto que contrasta con la actitud cultural preponderante de perseguir los propios intereses; su opción se convierte en profecía de un modo distinto de entender la existencia; dicho con palabras de Rinaldo Sidoli: «Lo que para otros es pérdida de tiempo, para mí es vida». En el contexto actual, orientado a la ganancia económica, el voluntario da testimonio del valor de la gratuidad que se expresa en la entrega del propio tiempo y del propio modo de ser y relacionarse.

Ser fármaco Vivimos en una época hipermedicalizada en la que se busca un remedio para cada problema: hay gente que recurre a los fármacos para reducir su ansiedad, dormir, aliviar una migraña, curar una úlcera. Se corre el riesgo de medicalizar la existencia. La misión del voluntario es otra, a saber, la de «ser un fármaco», más que la de dar fármacos. Y es fármaco cuando se reviste de una cálida humanidad y establece diálogos sanadores que promueven la salud integral de la persona. El arte de la escucha es una expresión cualificadora del voluntario como fármaco. Los voluntarios que saben escuchar son eficaces sanadores. Se evitarían enfermedades psicosomáticas y hospitalizaciones muy costosas si creciera el número de los vecinos de casa o de los miembros de las comunidades que supieran practicar la verdadera escucha. 69

Son muchas las personas que están enfermas de soledad o de depresión, porque están huérfanas de comunicación y de relación. La verdadera escucha no es pasiva, sino activa; requiere por parte del voluntario la capacidad de sintonizar con el interlocutor, aunque también la de una oportuna confrontación cuando las circunstancias lo sugieran. El arte de la comunicación se compone de miradas que se cruzan o que interrogan, manos que rozan o que aprietan, silencios que se viven o que interpelan.

Ser mediador En una época dominada por la urgencia, por la prisa, por el frenesí, por el activismo..., la serenidad y la calma del voluntario es signo de otro modo de entender el tiempo. El plan de trabajo de muchos está marcado por la rapidez y la productividad, pero el enfermo tiene otro calendario, y el valor de su existencia ya no tiene como criterio principal la proyectualidad externa. La aparente pobreza, asociada al dolor, se transforma para muchos enfermos en fecundidad interior, hecha a base de consideraciones y reflexiones que ellos confían a menudo a los voluntarios, como pequeñas perlas salidas de la concha, nacidas en el fondo del mar y a la sombra de las tempestades. G. Uhlenbruck decía que «las personas pueden curarse de las enfermedades, pero las enfermedades pueden curar a las personas» a base de un crecimiento de la interioridad y una mayor intimidad con Dios y con los demás. Si el enfermo inquieto y desconcertado sienta a Dios en el banquillo de los acusados, el voluntario no se apresura a defenderlo ni se pierde en discusiones teológicas, consciente de que, en ocasiones, el corazón desgarrado tiene derecho a protestar. El paciente no ha perdido la fe, sino que vive un momento de crisis en su relación con Dios. El voluntario actúa para ser voz del que no tiene voz, asumiendo un papel de mediación frente a las instancias desatendidas, actuando en sintonía con cuantos están implicados en la tarea de humanizar las instituciones, allí donde se violen los derechos humanos de los pacientes. 70

Ser compañero de viaje La tarea del voluntario no es resolver los problemas de la persona frente a la que se encuentra, sino hacerse compañero de viaje, del mismo modo que lo fue Jesús con los discípulos de Emaús, desanimados por los desconcertantes momentos que habían vivido (Lc 24,13-35). Acoge el llanto del que está desanimado; participa en la alegría del que se siente aliviado por el resultado favorable de un examen; favorece el desahogo del que está enfurecido; respeta la reserva del que ha optado por no confiarse. Al acoger los fragmentos biográficos, el voluntario ofrece el ministerio de la consolación, en particular con respecto a quien se siente traicionado por la vida, no escuchado por Dios, preocupado por el futuro, temeroso de ser una carga para la familia. La suya es una presencia orientada a aliviar la soledad, a sembrar la bondad y a crear un clima humano y humanizador al lado del que sufre.

«En el atardecer de nuestras vidas seremos juzgados en el amor». (San Juan de la Cruz)

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La geografía del sufrimiento humano Cada persona es un mosaico de heridas abiertas o cicatrizadas, de pérdidas elaboradas o gangrenadas, de sentimientos superados o somatizados... que caracterizan su historia. El sufrimiento es parte esencial y constitutiva del ser humano. Los términos «dolor» y «sufrimiento» guardan relación entre sí, pero no son sinónimos. Cuando hablamos de dolor, nos referimos en particular a la sensación de malestar registrada por los sentidos y que se cura con el suministro de fármacos o con otras técnicas no convencionales. El dolor puede ser agudo, temporal o crónico, y puede ser leído como un síntoma, una señal biológica de que algo no funciona. El umbral del dolor varía de un sujeto a otro y está influenciado por factores biográficos y culturales. El sufrimiento abarca un horizonte más amplio que el dolor e incluye la resonancia emotiva y cognitiva que provoca el dolor en el sujeto y la búsqueda de su significado en el interior de la propia existencia. La fractura de un tobillo, por ejemplo, puede causar mucho padecimiento, pero el sufrimiento está relacionado con el modo en que el sujeto reacciona ante lo sucedido. Con el dolor actuamos para suprimirlo o eliminarlo; el sufrimiento intentamos aliviarlo, pero también transformarlo en bien, recogiendo su valor pedagógico para el propio crecimiento humano y espiritual. El padecer remite a la condición de fragilidad inscrita en la naturaleza humana. Cada fragilidad tiene sus características, sus implicaciones y sus significados. La vulnerabilidad del recién nacido es muy diferente de la del adulto que ha perdido su trabajo, o la del anciano que se siente inútil o se considera una carga, o la del moribundo que se ve obligado a detener prematuramente su propio viaje terreno, o la de quien se ve obligado a dejar su propia tierra para salvar su propia vida. No es lo mismo el padecer de quien no consigue realizar el futuro soñado que la angustia de quien no sabe qué hacer con su propio mañana; no es lo mismo el padecer de quien no consigue reír de la

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angustia que el de quien no consigue llorar; no es lo mismo el tormento de quien no quiere vivir que el de quien no quiere morir.

Los diversos rostros del sufrimiento humano El sufrimiento es un huésped incómodo, pero inevitable, de la vida humana. Sus rostros son tantos como el número de personas, y puede encontrarse en torno a cinco horizontes: El sufrimiento físico Son muchos los que se preocupan sobre todo por el sufrimiento que aflige al cuerpo y que se manifiesta en el deterioro de los órganos, en el desarrollo de enfermedades crónicas o causa de invalidez, en el envejecimiento y los consiguientes achaques, en la cercanía de la muerte... El hospital es una catedral que alberga una multiplicidad de patologías, porque en cada unidad (desde la neurología hasta la oncología, desde la pediatría hasta la psiquiatría, desde la cirugía hasta la ortopedia, etc.) se curan las diversas fragilidades del cuerpo. El sufrimiento mental El sufrimiento de la mente tiene muchas manifestaciones, desde las más transitorias hasta las más críticas. Existe un tipo de sufrimiento mental ligado a una débil autoestima, al sentimiento de inadecuación personal, a la dificultad para reconocer los propios talentos o para expresar la propia creatividad. Hay tipos de padecimiento mental relacionados con la incapacidad para evaluar debidamente las cosas, con la distorsión de la realidad, con tipos de desequilibrio evidente o enmascarado... El tormento de la mente, en sus expresiones más críticas, se trata en los centros de salud mental o en las unidades hospitalarias de psiquiatría. Puede estar relacionado con diversas patologías, como las obsesiones o las fijaciones, la paranoia, el trastorno bipolar y la esquizofrenia. 74

El sufrimiento social Este tipo de sufrimiento, que crece a la sombra de situaciones de pobreza que mortifican la dignidad de las personas, está causado a menudo por injusticias sociales, y en ocasiones por formas de opresión política o religiosa. En muchos ambientes, el sufrimiento social muestra el rostro del prejuicio o de la marginación con respecto a quienes padecen determinadas enfermedades o pertenecen a una raza o a una cultura distinta. Una expresión particular de sufrimiento social se caracteriza por las dependencias (alcohol, droga, juegos de azar) y por los problemas correlativos, como los desgarros del núcleo familiar, los problemas en el ámbito laboral, el debilitamiento de la estructura social. El sufrimiento emocional El abanico de experiencias que pueden producir desgarros del corazón, trastornos afectivos y relacionales es infinito. Un niño puede experimentar el sentimiento de abandono; un joven, fuertes sentimientos de rabia con respecto a un padre autoritario; una muchacha, el rechazo frente a una madre posesiva que la culpabiliza. El desgarro del corazón surge, en la vida de pareja o de familia, a la sombra de conflictos que producen exasperación, de expectativas no correspondidas, de confianza traicionada, de falta de respeto, de experiencias de divorcio o separación, de vivencias luctuosas. El sufrimiento espiritual Este padecimiento se manifiesta en el extravío de la propia identidad, en el vacío de ideales, en el sentimiento de inutilidad del propio vivir y esperar, en el rechazo de los valores trascendentes, en el alejamiento de Dios o de los demás. A veces se enmascara en la pertenencia a sectas satánicas; con mayor frecuencia, en sentimientos de culpa que atormentan a las personas, vaciándolas de la alegría de vivir y robándole preciosas energías a la vida. 75

Una mirada realista En general, los dolores del cuerpo se curan con fármacos y terapias; otros tipos de sufrimiento se curan con la proximidad, la escucha, la solidaridad, la oración. El hombre no es libre de escoger la enfermedad, pero sí es libre, ciertamente, de hacer suya una determinada actitud ante ella. Hay quien transforma la enfermedad en un calvario y quien la transforma en meditación; hay quien no piensa más que en sí mismo y quien se prodiga para aliviar las preocupaciones de los demás; hay quien está enamorado de la vida y quien no tiene a nadie a quien amar; hay quien desea ser consciente de todo y quien no quiere ser informado de nada. Los voluntarios y quienes acompañan a los enfermos pueden contribuir a la asunción de comportamientos constructivos a través de una presencia y un diálogo que promuevan la introspección y la activación de los recursos interiores de los interlocutores.

«La enfermedad es el lado nocturno de la vida, una ciudadanía más onerosa. Al nacer, todos tenemos una doble ciudadanía: la del reino de los sanos y la del reino de los enfermos. Y aunque todos preferimos hacer uso del pasaporte bueno, antes o después nos vemos obligados a identificarnos, al menos por un tiempo, como ciudadanos del otro país». (Susan Sontag)

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Cultivar la competencia relacional La relación de ayuda se basa esencialmente en el contenido de tres verbos que deben ser concebidos de modo dinámico e integrado y que constituyen su esencia: saber observar, saber escuchar y saber responder.

Educarse para observar La primera tarea es educarse para observar al interlocutor; la misma anatomía del rostro es metáfora y proyecto de comunicación. El cuerpo es el primer medio de comunicación: leer su lenguaje significa adentrarse en el mundo del otro. El mensaje más encarnado sobre el significado de la comunicación está inscrito en la anatomía de nuestro rostro: todos tenemos dos ojos y dos oídos y una sola boca, que recuerdan cómo la calidad del diálogo consiste en invertir el doble de tiempo en observar y en escuchar, y la mitad de tiempo en hablar. Por desgracia, algunos voluntarios practican un estilo de comunicación que contrasta con las leyes anatómicas, en cuanto que parecen tener tres bocas, porque hablan demasiado; emplean solo un ojo, porque observan poco; y no tienen oídos, dado que se escuchan a sí mismos más que al otro. El que observa bien ya ha realizado la mitad del trabajo, porque recoge unas informaciones preciosas sobre el interlocutor al prestar atención a sus gestos, a la postura y a todo el lenguaje no verbal, que revela su mundo interior. Los elementos de la corporeidad que debemos observar incluyen: la mirada, la sonrisa, el rostro, los gestos, la postura, la tensión o la calma, las actitudes de proximidad o de distancia, el timbre de voz, la ropa...

Educarse para escuchar

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En segundo lugar, la relación sanadora requiere la capacidad de escucha. Las actitudes del voluntario que contribuyen a una escucha atenta, incluyen: – mantenerse abierto y relajado; – poner al otro en el centro de la atención; – mostrarse interesado en la escucha; – esperar antes de responder; – aprender a convivir positivamente con el silencio; – percibir los temas de fondo del otro; – saber sintetizar los mensajes. Algunos condicionamientos internos, que pueden interferir con la escucha, incluyen: – permanecer involucrado en las propias experiencias pasadas despertadas por el diálogo; – imponer al otro los propios valores o convicciones; – dejarse condicionar por los propios prejuicios; – estar condicionado por las propias esperanzas o expectativas; – asumir actitudes de superioridad o de juicio; – identificarse con los sentimientos del otro, perdiendo la propia objetividad y eficacia relacional.

Entre los obstáculos frecuentes que pueden interferir con la escucha del enfermo se encuentran: – la ansiedad del voluntario, que le lleva a preocuparse de sí mismo y de su propia adecuación a la hora de responder o resolver los problemas del enfermo; – la superficialidad, que le empuja a hacer muchas preguntas o a introducir nuevos temas en la conversación, con la ilusión de que llenando el silencio con palabras se

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garantiza una relación eficaz; – la impaciencia, que le induce a interrumpir al otro cada vez que respira o tendiendo a completar las frases por él, porque el voluntario desea tener más protagonismo y llevar la voz cantante; – el juicio, que orienta al voluntario en la evaluación de lo que el enfermo dice o hace, sus razonamientos o comportamientos, a través de la perspectiva de sus propios criterios morales; – la distracción, que le empuja a trasladar el diálogo a temas más genéricos, cada vez que surge un tema delicado; – la tendencia a impartir recomendaciones simples o dar soluciones fáciles a los problemas, empleando frases hechas; – la tendencia a seleccionar los mensajes, optando por los más cómodos y evitando de este modo adentrarse en los paisajes de más sufrimiento mencionados por el interlocutor. La escucha es una disciplina comprometedora que requiere humildad, concentración y confianza en el otro; no se improvisa, sino que requiere mucha práctica, junto con la sabiduría del corazón.

Educarse para responder El tercer anillo de la tríada comunicativa está representado por el arte del saber responder. Son muchos los que observan bien, pero no escuchan. Otros observan bien y escuchan atentamente, pero su manera de responder anula el valor de las etapas precedentes. En la práctica, dan respuestas ya previstas, preconfeccionadas, irritantes, presuntuosas, que pueden molestar. Autores de la psicología humanista que han analizado cientos de diálogos ilustran seis tipos de respuesta que se pueden dar en las conversaciones, y son las siguientes: 81

– respuestas evaluadoras: surgen de la ética del que ayuda y tienden a emitir juicios o valoraciones sobre la actitud o el comportamiento del otro; – respuestas interpretadoras: en este caso, el que ayuda llega a conclusiones prematuras, sobre la base de algo que el interlocutor ha mencionado, distorsionando su pensamiento; – respuestas de apoyo: el objetivo es levantar la moral del otro, aun a riesgo de incurrir en el paternalismo; – respuestas indagadoras o invasoras: se bombardea al interlocutor con preguntas, pilotando el diálogo y apremiando al otro a responder; – respuestas de solución inmediata: se asume el rol de director proponiendo al ayudado soluciones a la luz de las propias competencias y conocimientos; – respuestas empáticas: se basan en la capacidad de sintonizar con los pensamientos y el estado de ánimo del otro, intentando comprender la perspectiva de referencia y transmitirle comprensión. La empatía no es directiva, no juzga, busca más bien parafrasear lo que el otro comunica y explorar su vivencia, respetando sus modos y tiempos.

Cultivar la empatía El voluntario que es capaz de integrar un estilo empático se convierte en un verdadero consolador de afligidos, aliado del hombre que sufre, y su visita se transforma en momento de alivio y de curación. El arte de la empatía se manifiesta en el hecho de adentrarse con delicadeza en el mundo de las necesidades y preocupaciones de las personas, acogiendo sus estados de ánimo y su perspectiva, afirmando sus progresos, ayudándolas a hacer frente a las opciones y a las responsabilidades, tranquilizándolas cuando sea oportuno, educándolas cuando sea necesario, estimulándolas a perseguir objetivos hacia los que orientar sus esfuerzos, orientándolas a la oración o a abrirse a Dios, para obtener de Él fuerza en la hora de la prueba.

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«La tendencia a juzgar a los demás es la mayor barrera para la comunicación y la comprensión». (Carl Rogers)

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Cultivar la competencia emotiva La experiencia de la hospitalización, el diagnóstico de una enfermedad grave, la lejanía de casa, la creciente dependencia de los demás, la incertidumbre del mañana... procuran una serie de reacciones emotivas que requieren comprensión y acompañamiento por parte de quien pretende aliviar el dolor de los que sufren. Una competencia indispensable, también para el voluntario, es crecer en la capacidad de comprenderse mejor a sí mismo para entrar en sintonía con el estado de ánimo del prójimo. En las últimas décadas se observa cómo se presta una mayor atención al reconocimiento de la competencia emotiva, aunque sigue habiendo todavía muchos condicionamientos de naturaleza cultural, religiosa y científica. Estos condicionamientos han determinado, en muchas personas, la pérdida de contacto con los sentimientos, o molestia al experimentarlos.

Ofrecer acogida a los sentimientos Los sentimientos son naturales y contribuyen a la vitalidad de la persona; dicho con palabras de san Ireneo: «La gloria de Dios es que el hombre viva». Por desgracia, muchas personas no son conscientes de sus sentimientos o los han confinado en el olvido. La represión de un sentimiento no lo elimina, antes bien, este se deja sentir como un niño abandonado, en forma de malestares físicos, compensaciones o pesadillas nocturnas. Muchos han relegado este patrimonio emotivo a un arresto domiciliario, recurriendo al uso de máscaras para ocultar su presencia, sacrificando de este modo su propia autenticidad interior. Aunque es obvio que existen circunstancias en las que es prudente enmascarar lo que se siente, a fin de salvaguardar un bien mayor y rebajar los niveles de conflictividad, el riesgo consiste en transformar una máscara temporal en un programa permanente, confinando al exilio sentimientos que reclaman el derecho de ciudadanía.

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Por otro lado, la aceptación de un sentimiento tiende a diluir su fuerza y a ponerlo bajo el control cognitivo. No somos responsables de la presencia de un sentimiento, sino del uso que hagamos de él o de la orientación que le demos. El voluntario, como cualquier persona por lo demás, está llamado a asumir y transmitir del mejor modo posible esta importante dimensión de la vida humana, que puede traducirse en soluciones positivas o problemáticas, en mejorar las relaciones o en empeorarlas, en favorecer la salud o en perjudicarla. En el modo de gestionar los sentimientos concurren diferentes variables, entre ellas la formación recibida, el carácter de la persona, la tendencia a la rigidez o a la flexibilidad, el trabajo sobre uno mismo.

Favorecer la liberación del dolor Un dolor que no le deja a uno en paz, una terapia que agota las fuerzas, los impedimentos puestos por un cuerpo que ya no responde a los deseos de la mente, la agudización de los padecimientos o los problemas... desencadenan en los protagonistas una tormenta de estados de ánimo que requieren atención y acompañamiento. El voluntario es muchas veces el destinatario de los desahogos emotivos del que está amargado, exasperado, defraudado por la vida, por los que le rodean, por los que no están, por los que no sabe, por los que no comprende, por los que no llegan, por los que se han ido... Cada encuentro custodia fragmentos de historias turbadas, consternadas ante la experiencia de una repentina precariedad, abrumadas por mil preguntas, a veces atormentadas por el vano intento de poder cambiar lo que pasó. Algunos diálogos están cargados de cólera; otros están penetrados de tristeza; en otros aún predomina el sentimiento de culpa por errores cometidos o por estar enfermos; en otros aflora un sentimiento de alivio por una intervención que ha salido bien, o de gratitud por la ayuda recibida. Nunca se sabe lo que oculta un rostro con el que nos encontramos por primera vez, o lo que anida en el corazón de la persona que nos recibe con un trato descortés o 86

alterado. Cada historia es un libro de contornos inesperados, una película con acontecimientos y personajes complicados. Dejar espacio a los desahogos, a los miedos, a los sentimientos de autorrecriminación, a la angustia, a las lágrimas, al sentido del humor... es el mejor modo de practicar la empatía y el Evangelio de la misericordia. Cada enfermo decide a quién desea confiar el relato de sus propias contrariedades o de sus propias esperanzas. Lo que necesita es tener a alguien que acoja benévolamente lo que vive y siente, sin sentirse reconvenido, culpabilizado o trivializado. El voluntario está llamado a monitorizar su instintiva tendencia a contrarrestar al que llora diciéndole: «No llore» o «No tiene que sentirse así», y a practicar intervenciones constructivas, del tipo: «Llore, tal vez le ayude a liberar la tristeza que tiene dentro»; u ofrecerle un pañuelo de papel diciéndole: «Sus lágrimas me ayudan a comprender cuánto quería a su hijo...». Del mismo modo, ante el que muestra su cólera, en vez de reprenderle: «No se ponga furioso», «Conserve la calma»..., tal vez podría decirle: «Es posible que su rabia le ayude a apretar los dientes y a luchar». Los sentimientos son energía, y la energía no puede ser aprisionada o reprimida, sino que debe circular para facilitar unas condiciones de vida saludables. Lo importante es recordar que uno no es responsable de la presencia de un sentimiento, sino del uso que hace del mismo. El individuo que posee toda una variedad de modos de comunicar sus sentimientos y está iluminado por la razón y por el sentido común, vive una existencia más sana y madura.

Integrar los sentimientos para un crecimiento global Leyendo las páginas del Evangelio se pueden extrapolar episodios en los que Jesús experimentó sentimientos como: la alegría (las bodas de Caná: Jn 2,1-11), la tristeza (por la muerte de Lázaro: Jn 11,34-44), el miedo (en Getsemaní: Mc 14,32-42), la cólera (la expulsión de los mercaderes del templo: Lc 19,45-46).

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Una clave útil de interpretación consiste en comprender el origen de ciertos sentimientos. El sentimiento de alegría aflora, por lo general, como respuesta ante la gratificación de las necesidades o la realización de los objetivos; el miedo, como reacción ante una amenaza, externa o interna; la tristeza, ante la pérdida de alguien o de algo; la rabia, como respuesta a situaciones de injusticia o de interferencia respecto a las propias necesidades u objetivos; el sentimiento de culpa, ante experiencias de fracaso o ante expectativas desatendidas. Los sentimientos requieren atención, porque reflejan la interioridad de la persona y su núcleo más profundo. Tres son las vías maestras para canalizarlos: a nivel verbal (verbalizar los sentimientos; en esto las mujeres son tendencialmente más hábiles que los hombres); no verbal (confiarlos al lenguaje de la corporeidad o a otros instrumentos de comunicación, como la escritura...); comportamental (las energías emotivas encuentran expresión a través de la acción y el trabajo; los hombres tienden a dar prioridad a este itinerario). El voluntario tiene la oportunidad de acoger este delicado tesoro que los enfermos transmiten en el proceso de elaboración de sus heridas.

«El sentimiento más fuerte y más antiguo del alma humana es el miedo, y el miedo más grande es el miedo a lo desconocido». (H. Phillips Lovecraft)

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Las trampas que obstaculizan el espíritu del voluntariado La mayoría de los voluntarios ofrecen un firme testimonio interpretando la ética del buen samaritano que vierte el aceite del consuelo sobre las heridas de los desventurados. Pero no es así en todos los casos. Hay quienes, impulsados por la necesidad de ayudar y de sentirse útiles, se lanzan confiados al «maremágnum» del sufrimiento humano, confiando únicamente en su buena voluntad para aliviar la pena de los corazones afligidos. Con frecuencia, estos voluntarios no asisten a las reuniones de verificación, confrontación y reflexión contempladas por el estatuto de la asociación, porque las consideran una pérdida de tiempo y una sustracción del espacio debido al enfermo, única razón de su opción. Vamos a seguir a estos «benefactores» de la humanidad herida poniendo de manifiesto las pseudoidentidades contaminadas que pueden asumir a través de sus actitudes, que ofuscan el espíritu más auténtico del voluntariado.

1. La terapia de la autonarración (pseudopsicoterapeuta) Algunos acceden al voluntariado convencidos de que el hecho de compartir con el enfermo sus propios problemas y sus propias penas solo puede hacerles bien. La idea central es ayudarle a comprender que no es una isla solitaria, sino uno de los muchos protagonistas en este valle de lágrimas que es la existencia. El objetivo es desviarle de la perspectiva autorreferencial para contarle las propias travesías y abrirle a una visión más realista de las cosas. Cuando el enfermo anuncia algún disgusto, la estrategia del voluntario consiste en interrumpirle con una benéfica lluvia de anécdotas personales: «¡Si supiera las condiciones en que me encuentro yo!»; «Lo que tiene usted no es nada en comparación con lo que me ha pasado a mí...»; «Deje que le cuente todas las desgracias que me han sucedido últimamente...».

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La autonarración pretende redimensionar los problemas ajenos a la luz del elenco de las molestias expuestas por el visitante, para quien el enfermo, aunque esté hospitalizado en la unidad de oncología o de diálisis, debería relativizar sus males al pensar en las vicisitudes que le refiere la persona que tiene enfrente.

2. Atención a los problemas físicos (pseudomédico) Hay un numeroso grupo de voluntarios que, en la conversación con el enfermo, prefiere centrar la atención en la salud física y acribillan al enfermo con una lluvia de preguntas del tipo: «¿Cómo ha dormido?»; «¿Le ha bajado la tensión?»; «¿Ha hecho bien la digestión?»; «¿Qué dosis de morfina le están dando?»; «¿Cómo le han sentado las pastillas que ha tomado para el dolor de cabeza?»; «¿Ha conseguido caminar?»... En ocasiones, toda la conversación se centra en la condición biológica, ignorando las otras esferas de la persona. Hay quien se precia de tener una larga experiencia en la unidad y, ante las preguntas planteadas por el enfermo o por los familiares, se aventura a sugerir los riesgos y los beneficios de determinadas intervenciones o terapias, o menciona en voz baja los méritos o deméritos de médicos o cirujanos, con la intención de alimentar en los hospitalizados una «sacrosanta prudencia». Esto puede sucederle también al voluntario que posee una cierta familiaridad con la herboristería o las medicinas alternativas, cuyos beneficios podría exaltar, en detrimento de los riesgos de la medicina moderna.

3. Apagar los sentimientos (pseudobombero) Un terreno pantanoso del que el voluntario intenta liberar a sus interlocutores está relacionado con el ámbito de los sentimientos. Ante quien expresa amargura por expectativas desatendidas, o verbaliza los miedos que lleva dentro, o está deprimido por el deterioro de su salud, el que ayuda interviene echando agua sobre el fuego: «No piense en eso»; «Tómese las cosas como vienen»; «Piense en cosas positivas»; «No se lamente».

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La percepción del voluntario es que los sentimientos turban la moral, perjudican la salud y pueden hacer perder el control de la situación, por lo que el mejor servicio que se puede prestar es actuar como un bombero, intentando apagarlos. A fin de cuentas, no es llorando por uno mismo como se resuelven los problemas; la enfermedad requiere coraje, no victimismo; capacidad de reacción, no desaliento. Un método para contrarrestar las reacciones emotivas consiste en recordar al otro sus responsabilidades en la mejor interpretación de sus roles.

4. Minimizar los problemas (pseudoactor) Si el enfermo da a entender que las cosas están tomando mal cariz, o que cierta terapia no está dando los resultados esperados, o que se cierne la proximidad de la muerte, el voluntario contrabalancea la perspectiva asegurando: «Todo irá bien»; «Quédese tranquilo, no se venga abajo por este contragolpe»; «No piense en ello»; «Solo debe pensar en comer y en dormir; de lo demás se ocupan los médicos». Una estrategia empleada para oponerse a la desconfianza consiste en introducir el tema de la «puerta de al lado» con frases del tipo: «En la habitación de al lado hay un enfermo que sufre más que usted»; «Acabo de hablar con una señora que ha perdido a su marido y a su hijo en un accidente»; «Piense en los que sufren más que usted». Si esto no funciona, queda siempre la alternativa de trasladar la conversación a temas más inocuos o cambiar de tema, de modo que se obligue al enfermo a pensar en otra cosa.

5. Espiritualizar el dolor (pseudosacerdote) Ante quien expresa su pesar por un cambio de vida, el voluntario dotado de una fuerte impronta religiosa podría ofrecer la panacea de la fe: «Acuérdese de que Jesús sufrió más que usted»; «Cada cual tiene que llevar su cruz»; «Detrás de cada sufrimiento hay escondido un don»; «Déjelo todo en manos de Dios y verá cómo todo se resolverá para mejor»...

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A quien se deja prender por el desconsuelo, porque no entrevé ninguna mejoría o vías de salida a su problema, el ayudante le sugiere que haga una novena a la Virgen o se confíe a las oraciones de algún grupo, porque, por una vía o por otra, la promesa de curación está a la vuelta de la esquina. A quien se pregunta por el porqué de tragedias sin sentido, el voluntario le adelanta interpretaciones espirituales: «Ha sido la voluntad de Dios; «Solo los buenos mueren jóvenes»; «Su dolor es bien poca cosa comparado con el de Jesús en la cruz». Si después alguien se atreve a sentar a Dios en el banquillo de los acusados, el voluntario corre a defenderlo, convencido de que, al lado del que sufre, Dios tiene más necesidad de abogados que le defiendan que de personas que le representen. En el caso de que la circunstancia resultara verdaderamente crítica, el voluntario se refugia en algún horizonte filosófico diciendo: «Antes o después, a todos nos llega...». En síntesis, el conjunto de estos rasgos que tienden a tranquilizar, relativizar, minimizar, generalizar, recurrir a fáciles clichés, etc., nacen a menudo de la incomodidad que siente el voluntario con el silencio y del sentimiento de culpa que experimenta si no dice algo para aliviar al que sufre.

«He oído ya mil discursos semejantes, todos sois unos consoladores inoportunos». (Job 16,2)

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4. JUNTO A LAS DIVERSAS FRAGILIDADES «No olvidemos nunca que el verdadero poder es el servicio [...] Es custodiar a la gente, es preocuparse por todos y cada uno con amor, especialmente por los niños y los ancianos, por quienes son más frágiles y a menudo se quedan en la periferia de nuestro corazón». (Papa Francisco)

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Fragmentos de sabiduría • La obligación de toda persona es dar a los demás al menos lo que ha recibido. – A. Einstein

• Lo que retengo desaparecerá conmigo, pero lo que haya dado seguirá en manos de todos. – R. Tagore

• La madurez empieza a manifestarse cuando sentimos que es mayor nuestra preocupación por los demás que por nosotros mismos. – A. Einstein

• Si el dolor no ensancha nuestros horizontes y no nos hace más humanos, liberándonos de las pequeñeces y de las cosas superfluas de la vida, habrá sido inútil. – E. Hillesum

• Se sobrevive de lo que se recibe, pero se vive de lo que se da. – C. Jung

• Demasiada a menudo subestimamos el poder de una caricia, una sonrisa, una palabra amable, un oído atento, un cumplido honesto o el más pequeño acto de cariño, todos los cuales son capaces de transformar una vida. – L. Buscaglia

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Voluntarios junto a los discapacitados

Actitudes culturales y discapacidad La época moderna privilegia la atención a valores como la eficiencia, la productividad, la belleza, la velocidad, la autonomía y la competitividad. Este clima cultural contrasta con quien tiene que vivir al límite, padece de lentitud motora o comunicativa, o depende de la ayuda de otros. El discapacitado se ve obligado a enfrentarse cada día con infinidad de obstáculos o barreras (de naturaleza arquitectónica, psicológica o social) que le complican la vida. En otros tiempos se acuñaron diversos términos para definir la condición de quien vive con una limitación física: «inválido», «minusválido», «discapacitado», «diversamente hábil»... Hoy se prefiere hablar de personas «diversamente hábiles» para subrayar las diversas capacidades, mientras que el término «discapacitado» se queda en la condición de la limitación física, congénita o adquirida. Algunas discapacidades son de origen genético (por ejemplo, el síndrome de Down o los traumas experimentados en la vida intrauterina); otras son patologías desarrolladas después del nacimiento (por ejemplo, la esclerosis múltiple), a menudo a raíz de una enfermedad, un accidente o causas medioambientales. Hasta no hace demasiado tiempo, muchos discapacitados eran sometidos a arresto domiciliario, sepultados vivos sin ningún contacto social. A menudo, eran los mismos familiares los que sentían vergüenza por haber engendrado a una persona «deficiente», llegando a veces a esconderla en casa, con el fin de evitar la vergüenza social. Hoy se advierte una actitud de mayor sensibilidad con respecto a ellos, favorecida también por la aportación de los institutos religiosos nacidos con el carisma específico de la asistencia a los discapacitados (Hogar don Orione, Cottolengo del Padre Alegre, los Siervos de la Caridad y las Hijas de Santa María de la Providencia del padre Guanella, 97

Hermanas Isabelinas, Obra don Uva, Sagrada Familia... por citar algunos). En las últimas décadas se han consolidado nuevas iniciativas y actividades orientadas a estas personas en el terreno educativo, recreativo, social o religioso. Más recientemente, el progreso de la investigación científica, el reconocimiento de la dignidad de toda persona y la aprobación de nuevas leyes (entre ellas el Real Decreto Legislativo 1/2013, de 29 de noviembre, por el que se aprueba el Texto Refundido de la Ley General de derechos de las personas con discapacidad y de su inclusión social), han transformado al «diversamente hábil» en ciudadano al que hay que promover, más que asistir. El incremento de la sensibilidad social y legislativa con respecto a estas personas está corrigiendo los prejuicios del pasado y honra su dignidad, practicando la justicia con ellos incluso a nivel laboral, eliminando las barreras arquitectónicas y convirtiéndolos en protagonistas activos de la vida social y política, valorando su potencial social y sus recursos. En síntesis, se puede hablar de una evolución cultural positiva con respecto a ellos. A nivel social, se ha pasado de comportamientos defensivos (por ejemplo, ignorarlos por no saber qué decirles o cómo comportarse con ellos), o actitudes pietistas («pobrecito»), a comportamientos de mayor respeto y acogida, integrándolos en la vida cotidiana de la escuela y de la vida social. El concepto fundamental que figura en la base de los cambios que han tenido lugar es que el «diversamente hábil» es, ante todo, una persona que vale por lo que es, no por lo que está en condiciones de hacer. La familia ha representado desde siempre, en la vida del diversamente hábil (espástico, sordomudo, afectado de esclerosis múltiple, etc.), el punto de referencia, ha hecho frente con determinación a las consecuencias de la discapacidad y ha demostrado dedicación a la hora de hacerse cargo de la situación. En el terreno familiar, se ha pasado también de una fase de vergüenza por haber engendrado a un «infeliz», o de rabia por el desinterés de la sociedad y el carácter crónico del problema, que produce estrés y exasperación, a una actitud de apertura y colaboración con respecto a los organismos dispuestos a ayudar.

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Han surgido numerosas asociaciones dedicadas a la tutela de los derechos de los diversamente hábiles y su integración en el ámbito social, escolar y laboral, además de prestar apoyo a las familias afectadas. Entre estas podemos recordar la Hospitalidad de Nuestra Señora de Lourdes, la Unión Samaritana, Aspadis y otras, que han ofrecido una preciosa aportación a través de peregrinaciones, jornadas de retiro, turnos de vacaciones de verano, momentos culturales y actividades de expresión, iniciativas lúdicas y recreativas, excursiones, fiestas, payasoterapia, trabajos manuales, etc.

El voluntario junto a los discapacitados El discapacitado lleva inscrito en su cuerpo el misterio del límite y necesita la solidaridad humana para llevar mejor el peso de su fragilidad. El misterio del sufrimiento invita a descubrir el don de la reciprocidad. El diversamente hábil no es solo el destinatario de la solidaridad, sino también el educador de los sanos. Además, el discapacitado no es un ser asexual, como piensan algunos, sino que es consumadamente humano y está deseoso de tejer amistades y vivir en plenitud su identidad masculina o femenina. En consecuencia, es preciso proceder a una concertación de esfuerzos entre la familia, la escuela, la sociedad y la Iglesia para facilitar acciones positivas y eliminar los problemas que hieren a los discapacitados y a sus familias. Los voluntarios implicados de diferentes modos en este servicio, tanto a domicilio como en las unidades de instituciones sanitarias, desempeñan un papel de primera importancia en la incorporación de los diversamente hábiles a la vida comunitaria e institucional. El servicio requiere el aprendizaje de modalidades prácticas de asistencia, sobre todo con respecto a quienes tienen que guardar cama de por vida o se ven confinados a una silla de ruedas, o a quienes manifiestan limitaciones de relación o de comunicación. El

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roce y el contacto humano, junto con la mirada y los gestos, representan cauces importantes para generar confianza y amistad. A veces, es preciso vigilar para que la intimidad relacional, en particular entre jóvenes de diferente sexo, no suscite en el diversamente hábil expectativas que el voluntario no pretende favorecer; de ahí que el trazar unos límites o el no alimentar falsas expectativas constituya una prioridad que debe cuidarse. En general, mantener un diálogo abierto, gozar de momentos recreativos o de fiesta, hacer excursiones o participar en acontecimientos religiosos gratifica y colma de alegría el alma de cuantos están condicionados por límites físicos o de comunicación.

«La verdadera discapacidad es la del alma que no comprende, la del ojo que no ve los sentimientos, la del oído que no oye las peticiones de ayuda. En general, el verdadero discapacitado es aquel que, señalando a los otros, ignora serlo». (G. Rovini)

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Voluntarios junto a los ancianos Cuanto más se vive, tanto más aumentan las pérdidas. El anciano, en mayor medida que cualquier otra persona, es una imagen emblemática del inexorable proceso de decadencia que acompaña al paso de los años. El planeta de la tercera edad abarca un conjunto de humanidad que va desde los ancianos autosuficientes a los no autosuficientes y hospitalizados de larga duración, frecuentemente hospedados en casas de reposo, así como a los afectados por demencia senil y los enfermos de Alzheimer.

El otoño de la vida El otoño de la vida sigue estando inexorablemente marcado por un crescendo de pérdidas y mutilaciones que invaden la esfera física, mental, afectiva, social y espiritual del anciano. Entre las mutilaciones que turban esta etapa de la existencia se pueden nombrar, en orden cronológico, las siguientes: – jubilación; – pérdida de roles sociales, tanto en el ámbito familiar como en el comunitario; – la muerte de los coetáneos; – pérdida de la salud (dificultades con la vista, el oído, la movilidad, etc.); – pérdida de la propia casa o alojamiento (para trasladarse a la casa de un hijo o a una institución); – pérdida de autoestima; – pérdida de proximidad o afecto por parte de personas queridas, porque están lejos u ocupadas en diversos compromisos; – pérdida de privacidad por tener que convivir con personas a las que no se ha elegido o que tienen costumbres diferentes;

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– pérdida de las propias facultades (dificultad para recordar, confusión mental, pérdida de control); – pérdida de dignidad personal (descuido en el modo de vestir o en la higiene); – pérdida de las ganas de vivir.

Reacciones ante las pérdidas El impacto con el desmoronamiento gradual de las propias seguridades suscita en los ancianos toda una serie de actitudes influenciadas por factores como: el propio carácter, los recursos interiores, los vínculos familiares y afectivos, la percepción del propio pasado... Entre las diferentes actitudes asumidas, podemos citar: – la resignación; – la agresividad o la hostilidad, en ocasiones, contra los familiares o contra el personal sanitario; – la desconfianza o la sospecha de las intenciones del prójimo; – el victimismo con respecto al propio destino, o actitudes negativas para con las instituciones; – la regresión, que lleva a asumir actitudes infantiles; – la dependencia de los familiares, visitantes o amigos, incluso cuando el anciano es autosuficiente; – la apatía o la desmotivación ante estímulos del entorno; – el aislamiento en el propio mundo y la negativa al contacto con otros; – la desesperación por el sentimiento de inutilidad, que a veces llega al suicidio. Frecuentes desafíos provocados por la vejez tienen que ver con la angustia del tiempo libre, el sentimiento de marginación e inutilidad, la soledad y el miedo a morir.

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La consumación de la vida La vejez es como el Everest: la ascensión es dura, pero el viaje parte de lejos. En cierto sentido, la vejez se prepara desde joven, por lo que una persona de entre 20 y 30 años que tienda a quejarse o a estar descontenta se volverá cada vez más insatisfecha e infeliz con el paso de los días. Algunos jóvenes son ya viejos a los 25 años, mientras que hay nonagenarios que rebosan optimismo y vitalidad. El calendario más importante no es el que anuncia nuestros años, sino el que informa sobre la juventud interior. La vejez no es solo la estación del ocaso, sino que puede ser un tiempo de bendición, de profecía, de introspección y síntesis. «En la vejez seguirá dando fruto, y estará lozano y frondoso», recuerda el Sal 91(92), por lo que el paso de los años puede contribuir a crecer en sabiduría, y no ya en necedad; a tomar tiempo para la reflexión, en vez de para la acción; a cultivar la dimensión espiritual, en vez de la material; a centrarse en lo esencial, dejando perder lo que es efímero; a alimentar la esperanza, en vez de consumirse en el pesimismo. Monseñor Zygmunt Zimowski, Presidente del Pontificio Consejo para la pastoral de la salud, con ocasión de la Jornada Internacional del Anciano, citaba al papa Juan Pablo II: «En la perspectiva cristiana [...] la vejez no es la desaparición de la vida, sino su consumación. La edad anciana lleva consigo la síntesis de lo que se ha aprendido y vivido, la síntesis de lo que se ha sufrido, gozado, soportado: como en el final de una gran sinfonía, vuelven los temas dominantes de la vida mediante una poderosa síntesis sonora» (Discurso del papa Wojtyla a los ancianos, pronunciado en Múnich, el 19 de noviembre de 1980). La Biblia nos ofrece diversos iconos positivos de la vejez, percibida como momento de fecundidad, descubrimiento y espiritualidad. Entre las figuras positivas de la vejez se cita a Abrahán y Sara (Gn 18,9-14), Zacarías e Isabel (Lc 1,5-25), Simeón y Ana (Lc 2,25-38).

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La ternura de los voluntarios junto a los ancianos Un número creciente de voluntarios se dedica al acompañamiento de los ancianos en las unidades geriátricas, en las residencias de ancianos o a domicilio. La presencia del voluntario responde a cuatro necesidades fundamentales del anciano: – la necesidad de presencias revestidas de humanidad, para romper el silencio, la soledad, el sentimiento de marginalidad y de abandono, la lejanía de los hijos; – la necesidad de alguien que le escuche, en particular de alguien que acoja los recuerdos de su pasado sin que se apresure a decirle: «Ya me lo contaste la semana pasada». Para el anciano, quien presta atención a su historia le da dignidad a su pasado y sostiene su autoestima; – la necesidad de afecto y de calor humano: un apretón de manos, una caricia en la frente, un beso o un abrazo son gestos terapéuticos para quien se encuentra triste y solo; – la necesidad de espiritualidad y esperanza. El ocaso no es solo anticipo de la noche, sino preludio de un amanecer nuevo, por lo que la muerte no es solo un cierre de la peregrinación terrena, sino una apertura al más allá, un viaje desde el tiempo a la eternidad. El voluntario ayuda al anciano a reflexionar, recoge sus quejas y sus recuerdos, le lleva a hacer las paces con sus propias fragilidades, sostiene su esperanza otorgando valor a los ejemplos que ha dejado, le invita a fiarse y a confiarse al Dios que le ha dicho: «No tengáis miedo. Yo estaré con vos-otros siempre, hasta el fin del mundo». La siguiente oración, escrita por un anciano, resume perfectamente las actitudes que es preciso cultivar para ayudarle a vivir mejor el último capítulo de su vida: «Si mi caminar es incierto y mis manos inhábiles, sé tú mi apoyo. Si mis oídos son débiles y deben esforzarse para oír tu voz, compadéceme. Si mi vista es imperfecta y mi entendimiento escaso, ayúdame. Si mis manos tiemblan, y derramo el vino sobre la mesa, haz como si no hubieras visto nada. Si me encuentras en la calle, detente a conversar conmigo. 105

Si me ves solo y triste, sonríeme, por favor. Si por tercera vez en un mismo día te cuento la misma historia, ten paciencia conmigo. Si actúo como un niño, muéstrame afecto. Si no pienso nunca en la muerte, ayúdame a prepararme para ese paso. Si estoy enfermo y soy una carga, asísteme, por favor. Benditos los que me aman y no me hacen llorar».

«Saber envejecer significa saber encontrar un acuerdo decente entre tu rostro de viejo y tu corazón y tu cerebro de joven». (Ugo Ojetti)

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Voluntarios junto a los enfermos psíquicos Las actitudes sociales predominantes con respecto al trastorno psíquico denuncian muchos prejuicios, tales como: – el estigma: los términos empleados para designar a quienes sufren de fragilidad psíquica son: «locos», «raros», «extraños»...; – la percepción de peligrosidad: ligada a la ignorancia y a la falta de información, por lo que la gente tiende a aislarlos; – la culpabilización: con respecto a los familiares, a quienes, en cierto modo, se considera culpables de la enfermedad de un ser querido; – la marginación: como consecuencia del miedo o de la ignorancia. Albert Einstein decía que «es más fácil desintegrar un átomo que un prejuicio». En realidad, todos somos un poco normales y un poco enfermos, y la frontera entre «sano» y «enfermo» no es tan clara ni tan definida. A veces basta una pérdida, un fracaso, una traición, para que corramos el peligro de perder el equilibrio; o bien ciertas situaciones estresantes pueden generar una maraña de pensamientos que precipitan a la persona en la depresión, en el aislamiento o en episodios de malestar mental. La frontera entre normalidad y trastorno depende de la frecuencia, la intensidad y la duración de determinadas reacciones y sentimientos. La entidad del trastorno se expresa con diferentes términos, como: – el malestar mental: se experimenta cuando se sienten tensiones y frustraciones que ocasionan incomodidad y sufrimiento; – el trastorno mental: el malestar alcanza niveles más elevados de intensidad, en forma de ansiedad, depresión o reacciones desproporcionadas; – la enfermedad mental: el trastorno se agiganta y se transforma en una auténtica enfermedad psíquica, con disociación y ruptura con la realidad.

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El sujeto que acaba padeciendo una enfermedad mental necesita intervenciones farmacológicas y psiquiátricas y manifiesta dificultades en diferentes niveles: – en las capacidades cognitivas (por ejemplo, evaluación no objetiva de la realidad y de los eventos); – en las habilidades afectivas (por ejemplo, riesgo de deterioro de las relaciones); – en los comportamientos (por ejemplo, excesivo aislamiento o actitudes maníacas).

En función de la intensidad del trastorno, varían las repercusiones desde un impacto leve (por ejemplo, las fobias) hasta consecuencias graves que condicionan la vida familiar, laboral y social (por ejemplo, el trastorno bipolar, las depresiones profundas, la anorexia, la esquizofrenia, la paranoia...). En los hombres predominan con frecuencia los trastornos de personalidad antisocial; en las mujeres, los trastornos depresivos o de comportamiento alimentario (anorexia, bulimia).

Causas de los trastornos psíquicos e intervenciones Hay diferentes factores genéticos, familiares y medioambientales que pueden concurrir a la llegada de la enfermedad mental. Entre las causas frecuentes se enumeran los abusos sexuales, las separaciones conflictivas entre los padres, la falta de personas significativas, los duelos no resueltos, los acontecimientos estresantes, el abuso de ciertas sustancias... Ahora bien, no son tanto las contrariedades en sí mismas como el modo de responder a ellas lo que causa la enfermedad. La personalidad del sujeto es una variable fundamental. Las personas más expuestas a la fragilidad psíquica son las que se muestran tendencialmente muy inseguras y miedosas, o las que muestran una personalidad rígida o una escasa red de apoyo social. La curación del malestar mental contempla tres tipos de intervención:

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– la farmacológica (por ejemplo, los antidepresivos), destinada a reparar «daños» producidos en los circuitos cerebrales; – la psicoterapia, destinada a fortalecer a la persona a través del trabajo individual o de grupo y la activación de diversas actividades de rehabilitación; – la reinserción social, destinada a favorecer la gradual reintegración del sujeto en el tejido comunitario a través de la potenciación de las redes de apoyo o la búsqueda de un trabajo destinado a devolver la dignidad a la persona.

La aprobación de la Ley Basaglia (n. 180) en Italia [1] sancionó, hace más de tres décadas, el cierre de los manicomios y dio una nueva orientación a la intervención psiquiátrica, poniendo en el centro del tratamiento al enfermo y su integración en el tejido comunitario. La reforma preveía la activación de departamentos de salud mental con personal especializado (médicos, enfermeros, psicólogos, educadores, asistentes sociales, terapeutas para la rehabilitación psíquica, animadores, voluntarios) y con estructuras territoriales para los servicios de salud mental, como: – los centros de día, para el desarrollo de actividades sociales o terapéuticas; – las unidades de psiquiatría para el cuidado de la fase aguda de la enfermedad; – las estructuras residenciales con casas familia que garantizan a los huéspedes una autonomía suficiente, de modo que favorezca la recuperación de su identidad y autoestima; – las comunidades terapéuticas de rehabilitación, con el fin de promover la cura y la recuperación de la salud a través de períodos de estancia y hospitalización. Los departamentos de salud mental no siempre están en condiciones de proporcionar los servicios previstos o de garantizar la aplicación de lo que marcan las leyes, a causa de resistencias ideológicas, carencias estructurales, falta de personal o falta de fondos, por lo que se agudiza el trabajo de los enfermos y, en especial, de las familias, sobre cuyas espaldas recae el mayor peso de la asistencia.

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El malestar mental y la contribución de los voluntarios Es necesario promover y consolidar en el seno de las comunidades y de las instituciones una alianza terapéutica entre los diferentes profesionales implicados en el alivio de los sufrimientos de los enfermos psíquicos, favoreciendo la beneficiosa presencia de voluntarios, que pueden desempeñar un papel importante, sobre todo si están debidamente formados y se muestran competentes en la realización de intervenciones eficaces, tanto en el aspecto humano de una relación amistosa con los internos como en el de la sensibilización social. En primer lugar, su presencia junto a las familias y en las unidades especializadas en el tratamiento del malestar mental puede contribuir a superar los prejuicios y temores que muchos experimentan en la relación con estas personas. La amistad y la proximidad pueden romper las barreras del aislamiento e implicar a los internos en actividades lúdico-recreativas, paseos al aire libre o proyectos que estimulen la expresión de su creatividad (talleres donde se les eduque para la pintura, la música, la poesía, la literatura, técnicas de relajación...), a fin de que pasen el tiempo de una manera más constructiva. En el diálogo con quien vive el malestar psíquico es útil prestar más atención a sus sentimientos que a sus alucinaciones, más a sus recuerdos y heridas que a sus fijaciones. Además, la presencia del voluntario conforta a las familias y les concede una tregua, dado que a menudo se sienten agotados por el constante desafío que supone vigilar el comportamiento de un ser querido. En el terreno institucional, los voluntarios pueden humanizar los servicios sensibilizando a los agentes sanitarios, a los administradores y a los políticos con el respeto de los derechos de estas personas y con su curación global. En el ámbito social hacen las veces de puente entre el que sufre el malestar mental y la comunidad, promoviendo iniciativas de encuentro y de integración.

[1] . En España cumplió esta función la Ley General de Sanidad de 1986 (NdT).

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Voluntarios junto a los enfermos graves y los moribundos El filósofo Séneca sintetizaba así el objetivo de la vida: «Necesitamos la vida entera para aprender a vivir, y también necesitamos toda la vida para aprender a morir». La sociedad actual vive un enorme malestar con respecto a la muerte, un término que hay que desterrar de las conversaciones y un evento que es preciso remover de la conciencia. Se advierte un miedo gigantesco que ha paralizado la libertad de las personas y humillado la creatividad humana a la hora de hacer frente a la realidad de la muerte. La difusión de actitudes como la negación, los eufemismos o la huida, dictados por el afán de eliminar el terror que inspira el final, en nombre de la tutela de la esperanza, han deshumanizado y empobrecido el último tramo de la peregrinación terrena. Tarde o temprano, llega el momento en que el cuerpo se ve obligado a rendirse al carácter inexorable de una enfermedad grave, ante la cual incluso la ciencia anuncia sus límites y su impotencia. La muerte es la única certeza de la vida, pero el modo en que concluirá la etapa final de la existencia sigue siendo para todos un misterio. Mil personas representan mil modos diferentes de morir: hay quien es presa de la angustia a la hora de afrontar este momento, y hay también quien lo vive con serenidad; hay quien ora y quien maldice; hay quien se confía a los otros y quien se encierra en un silencio de protesta; hay quien da las gracias por los proyectos realizados y quien expresa su amargura por las oportunidades perdidas; hay quien está en paz consigo mismo y quien impreca contra Dios y contra el destino. En cualquier caso, el morir sigue siendo una ocasión única e irrepetible para reconciliarse con el propio pasado y abrirse al misterio del futuro. Con todo, es importante que el último capítulo de la existencia no se escriba desde la prisión de la soledad y el abandono, sino confortado por presencias humanas y humanizadoras.

Miedos y esperanzas de los moribundos 114

El agravamiento de una enfermedad o la inminencia de la muerte suscitan en los protagonistas todo un abanico de miedos, que podemos resumir en torno a los tres tiempos de la vida: – miedos ligados al pasado: el moribundo revisa su propia historia y advierte en ella su carácter incompleto, consciente de que ya no le queda tiempo para ponerle remedio. En consecuencia, experimenta remordimiento por las oportunidades perdidas, insatisfacción por las citas a las que falló en la vida, amargura por los agravios padecidos, malestar por las heridas causadas; – miedos ligados al presente: estos incluyen el temor a ser considerado un caso patológico más que una persona, a experimentar el aislamiento a causa del agravamiento de la enfermedad, a sentirse una carga para la familia, a la gradual degradación física; el temor de que la enfermedad produzca dolores insoportables; la percepción de la inutilidad del sufrimiento; la angustia de una fatigosa espera; – miedos ligados al futuro: el gradual empeoramiento de la propia condición desencadena la angustia ligada al mañana, la preocupación por perder el control mental y/o físico, el malestar producido por las dificultades prácticas o económicas causadas a la familia, el temor a morir solo o en una institución, la separación de los seres queridos, el miedo al juicio de Dios o de los demás, la muerte como final de todo. Los miedos necesitan ser acogidos, comprendidos y acompañados, no juzgados o negados. No hay fórmulas mágicas o prefabricadas para disipar los diferentes miedos que habitan a las personas. Hay quien los alivia recurriendo a la oración y a la meditación; hay quien saca provecho de compartirlos con otros; y hay quien los transforma a través de la reflexión y la introspección. En general, el miedo se redimensiona a través de la potenciación de la esperanza. Esta también se presenta de diversas formas o en torno a tres núcleos principales: las esperanzas médicas, las humanas y las espirituales. La mayoría de las personas fija su atención en las esperanzas médicas, que apuntan a la curación física. Tales personas confían en los progresos de la ciencia, en la

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disponibilidad de nuevos fármacos y terapias, en la competencia de los médicos. Otros cultivan mayormente las esperanzas humanas relacionadas con las ganas de vivir y la necesidad de una comunicación abierta con sus seres queridos. Estas personas tratan de fijarse metas hacia las que dirigir sus propias energías, como poder besar al primer nietecito, que nacerá dentro de un mes, celebrar otra Navidad en familia, poder asistir a la boda de una hija el próximo mes de mayo... Otros aún apelan mayormente a las esperanzas espirituales, que incluyen la relación con Dios, el descubrimiento de lo trascendente en lo cotidiano, la necesidad de perdón y reconciliación, la fe en el más allá. Quien visita a los moribundos deberá saber acoger los miedos, pero también valorar el patrimonio de esperanzas presentes en los interlocutores.

El voluntario: custodio de las confidencias La mayor necesidad de los moribundos es que no les dejen solos, tener a alguien que vele junto a ellos para acoger sus temores y sus expectativas, sus remordimientos y sus expresiones de gratitud, sus miradas y sus silencios. Un número creciente de voluntarios se ha integrado en equipos interdisciplinarios que trabajan en unidades de cuidados paliativos y para enfermos terminales, a fin de contribuir a una asistencia global de los moribundos y de sus familiares. Su presencia discreta y serena, apoyada en una comunicación verbal y no verbal apropiada, consuela a quien se dispone a despedirse de la vida. Un acompañamiento eficaz exige respetar los diferentes credos y valores profesados por los interlocutores, sin necesidad de transmitirles las propias convicciones o perspectivas religiosas, sino tratando de facilitar el camino hacia Dios, hacia lo trascendente, hacia el más allá. La tarea de los voluntarios, de modo particular en las unidades de oncología y de cuidados paliativos, es dejar espacio a las confesiones espontáneas, aplicándose para que la despedida, aunque trabajosa y dolorosa, sea una oportunidad para que los moribundos

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puedan sanar las heridas no resueltas, expresar sus propios deseos, perdonar y perdonarse y despedirse de las personas queridas. Entre las actitudes que se deben cultivar, señalamos las siguientes: – dejarse guiar por la observación y por la intuición a la hora de dar alivio y consuelo; – evitar dar falsas esperanzas, sino sensibilizar a los moribundos y a sus familiares para que descubran otros horizontes de la esperanza, para no reducirla exclusivamente a la curación física; – ofrecer el don de una presencia silenciosa, que a menudo es el regalo que más se agradece; – orar u ofrecer el consuelo religioso a quien lo desee o lo solicite. La misión de los voluntarios es ser compañeros de viaje en el crepúsculo de la existencia, adaptándose a las diferentes situaciones, manteniendo centrada la atención en la persona y no en la enfermedad, sabiendo estar en el viernes santo de los que sufren, sin apresurarse a anunciar la resurrección.

«Dios no vino a explicar el sufrimiento, ni tampoco a explicarlo, sino a llenarlo con su presencia». (Paul Claudel)

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Voluntarios junto al que está en duelo «El dolor –ha escrito C. M. Parkes– es el precio que pagamos por el amor». Todas las relaciones que establecemos en la vida terminan; nada es para siempre. Somos más hijos de lo provisional que de lo permanente. Esta conciencia, por una parte, nos turba, porque saca a la luz nuestros límites y nuestra impotencia; por otra, nos invita a ser realistas y prudentes, porque nos incita a atesorar cada día. En la vida nadie tiene garantías o certezas: todo es don, antes aún que derecho. Tarde o temprano, es inevitable tener que enfrentarse con la separación de nuestras personas queridas, y la intensidad de las reacciones depende de la profundidad del vínculo y de las circunstancias de la muerte. Cuando la pérdida tiene lugar a raíz de una enfermedad grave, a menudo, se tiene la oportunidad de prepararse para el adiós. En otras circunstancias, como un infarto o un ictus, la muerte tiene lugar de repente, y no hay tiempo para la despedida, a la vez que subsiste la aflicción por cosas que se hayan dicho o no, por cosas que se hayan hecho o dejado de hacer. Cada cual afronta las pérdidas a su manera: hay quien las vive con amargura y quien las transforma en fecundidad interior; hay quien sale de ellas más maduro y sensible para con los demás y quien sale más ácido y egoísta; hay quien, tras una separación, aprende a valorar lo que es auténtico y quien sigue siendo prisionero de las cosas efímeras; hay quien protesta contra la vida por haberle robado un afecto y quien expresa su agradecimiento por lo que ha tenido y disfrutado; hay quien no hace más que llorar por sí mismo y quien transforma el dolor en solidaridad para con otras personas que han pasado por la prueba. A menudo, el impacto de una pérdida dolorosa suscita en quienes sobreviven una serie de interrogantes ante lo que parece incomprensible e inaceptable: muchos experimentan la crisis de sus propias certezas, mientras que otros buscan el significado que deben dar a una existencia que se ha visto privada de una presencia importante. El viaje al dolor puede convertirse también en un viaje espiritual. Hay quienes, a la sombra de una pérdida, adquieren una nueva sabiduría, experimentan la «gracia en la 119

desgracia» y emprenden un camino de transformación interior y de purificación de los valores. Para otros, la herida ya no cicatriza y solo produce desconsuelo, victimismo e indignación con Dios y con la vida.

Ofrecer consuelo a los afligidos El voluntario, en sus visitas a lo largo de un pasillo de hospital, se convierte con frecuencia en el depositario de muchas confidencias ofrecidas por los enfermos. En ocasiones, se trata de heridas de leve entidad y bastante llevaderas; otras veces son auténticos peñascos que descomponen la vida y producen pesadumbre. Las turbaciones pueden estar relacionadas con un diagnóstico infausto, con la condena de un hijo a pena de cárcel, con el recuerdo de la muerte de un niño durante la gestación, con el drama de una hija toxicómana, con el descubrimiento de una metástasis avanzada, con la pérdida de un riñón o de la vista, con un divorcio en la familia... Las lágrimas derramadas tienen que ver a menudo con dolorosos duelos, como la muerte de un ser querido a causa de un accidente de tráfico o laboral, o el tormento por un suicidio o un homicidio que han trastornado la existencia de quienes siguen con vida. Los pacientes cuentan sus diferentes viacrucis en busca de corazones que comprendan su lamento, su tristeza, su tormento o su consternación. El voluntario camina junto a los diversos rostros del padecimiento y escucha tanto las tribulaciones que se detestan, por los problemas que conllevan, como aquellas por las que se siente una deuda de gratitud, por la transformación que propician. A veces se es «voluntario de esperanza» a través de pequeños gestos tales como dejar llorar y desahogarse a quien está en el duelo, ofrecer un abrazo o un cálido apretón de manos, responder con un silencio respetuoso, dar un paseo con él, hablar del difunto, acariciar los rostros de los que están pasando por la prueba, rezar juntos... Existe a menudo el riesgo de que los voluntarios sean presa del «afán de consolar» y pronuncien frases que no hacen sino agudizar el dolor.

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Las frases de circunstancias que se pronuncian a veces, como: «Ahora es feliz», «Olvide el pasado, debe seguir adelante», «Solo los buenos mueren jóvenes», «Dios se ha llevado la flor más hermosa para su jardín», «Es usted joven, se volverá a casar»... pueden producir más turbación que consuelo. Estas prematuras inyecciones de confianza nacen del malestar que experimenta el voluntario con el silencio o con el hecho de sentirse culpable si no dice nada. El dolor requiere respeto y humildad, no bomberos que echen agua al fuego. Imagínese que ante la tragedia de un accidente de tráfico o ante la muerte de un niño, algún familiar oyera pronunciar esta fatídica frase: «Ha sido la voluntad de Dios», o bien «¡Dios tenía necesidad de él!». El riesgo que se corre es el de presentar a Dios como un ser cruel con respecto a sus criaturas, pendiente de turbar su paz y su felicidad. Dios no provoca ni programa el dolor; ni tampoco interviene para corregir constantemente el curso de los acontecimientos, porque, de lo contrario, debería hacerlo con todos o con nadie, a fin de no ser acusado de preferencias o favoritismos. Dios ha creado un mundo marcado por la imperfección y las limitaciones, gobernado por las leyes naturales y por el principio de la libertad humana. El hecho de que no intervenga para prevenir las tragedias no significa que Dios esté ausente. Él mismo escogió la vía de la pobreza y de la debilidad, a través de la Encarnación y la Pasión de Jesús, para expresar su amor a la humanidad.

Acoger los desahogos y las lágrimas El voluntario no dispone de una varita mágica que le permita eliminar los padecimientos o aplacar la amargura de quien protesta por la repentina muerte de su cónyuge o de un hijo. Al escuchar los desahogos, la persona que ayuda intenta comprender las circunstancias y el tipo de pérdida sufrida, los posibles roles que el difunto ejercía en la familia, las consecuencias del vacío que deja, pero también los recursos de que disponen los que sobreviven para hacer frente a una vida que ha cambiado radicalmente. La finalidad de su visita es permitir la liberación del dolor, con el fin de mitigar su peso, y promover la cicatrización gradual de los corazones heridos.

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Algunos itinerarios de curación, para los que han vivido duelos, consisten en encontrar personas a las que abrirse; perdonar y perdonarse; profundizar en la relación con Dios; transformar el dolor en solidaridad; cultivar actitudes de gratitud, más que de protesta... El itinerario de curación gradual del duelo prevé que, tras una fase inicial de turbación y desconsuelo –facilitada también por la escucha incondicionada del voluntario–, la persona habrá de superar las emociones más intensas, centrarse en el presente y en sus propias responsabilidades sociales o familiares y recuperar las energías y la motivación para volver a sumergirse en la vida.

«Lo que hemos amado nunca lo perderemos. Todos aquellos a quienes hemos amado profundamente se convierten en parte de nosotros mismos». (Helen Keller)

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Te doy las gracias Estas palabras son para ti, porque nadie lo sabrá nunca, nadie pensará en pedírtelo, nadie te lo agradecerá. Pero tú has estado a mi lado cuando lo he necesitado. Muchas veces he llorado sin que nadie lo advirtiera; muchas veces he esperado sin que nadie se acercara; muchas veces he tratado de comunicarme sin que nadie me escuchara. Pero tú has estado a mi lado cuando lo he necesitado. En los momentos de confusión me ha confortado tu calma; en los momentos de tristeza me ha devuelto la serenidad tu comprensión; en los momentos de desánimo me ha serenado tu presencia; Te agradezco el tiempo que me has dado y el no haberme abandonado nunca. Estas palabras son para ti, porque nadie sabrá nunca todo el bien que me has hecho.

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Te doy las gracias desde el fondo de mi corazón, y que Dios te acompañe siempre. (Arnaldo Pangrazzi)

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Índice Portada Créditos Índice Preámbulo

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Ser girasoles junto a los sauces llorones[2]

1. RADIOGRAFÍA DE UNA GALAXIA Un fenómeno de vastas proporciones Geografía del voluntariado Beneficios del voluntariado Voluntarios en el mundo de la salud La transformación de la cultura El voluntariado socio-sanitario Aliviar el dolor a través del amor

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2. TESELAS FUNDAMENTALES DEL VOLUNTARIADO Las motivaciones para el servicio Purificar las motivaciones Itinerarios motivacionales Sembradores de esperanza La inspiración de una «mujer vestida de blanco» Educar en la esperanza Itinerarios formativos Formación de base Formación sectorial o específica Formación permanente Sanadores heridos junto al que sufre Un herido entre los heridos El dolor que sana Juntos para servir mejor. La vida asociativa Modo de situarse en el grupo Objetivos del grupo El grupo: de la individualidad a la comunión Crear unidad en torno al estatuto 125

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Un relato emblemático Aspectos de la vida de grupo

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3. LA VISITA AL ENFERMO: CORAZÓN DEL SERVICIO Tras las huellas del buen Samaritano Los protagonistas Testigos de la misericordia Humanizar los centros sanitarios Aspectos deshumanizadores de las instituciones El hospital: espejo de la humanidad La aportación de los voluntarios a un clima humanizador 1) La acogida 2) La centralidad del enfermo 3) La curación global del enfermo 4) La irradiación de la esperanza Caleidoscopio de presencias sanadoras Ser humilde Estar presente Ser fármaco Ser mediador Ser compañero de viaje La geografía del sufrimiento humano Los diversos rostros del sufrimiento humano El sufrimiento físico El sufrimiento mental El sufrimiento social El sufrimiento emocional El sufrimiento espiritual Una mirada realista Cultivar la competencia relacional Educarse para observar Educarse para escuchar Educarse para responder Cultivar la empatía Cultivar la competencia emotiva Ofrecer acogida a los sentimientos 126

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Favorecer la liberación del dolor Integrar los sentimientos para un crecimiento global Las trampas que obstaculizan el espíritu del voluntariado 1. La terapia de la autonarración (pseudopsicoterapeuta) 2. Atención a los problemas físicos (pseudomédico) 3. Apagar los sentimientos (pseudobombero) 4. Minimizar los problemas (pseudoactor) 5. Espiritualizar el dolor (pseudosacerdote)

4. JUNTO A LAS DIVERSAS FRAGILIDADES Voluntarios junto a los discapacitados Actitudes culturales y discapacidad El voluntario junto a los discapacitados Voluntarios junto a los ancianos El otoño de la vida Reacciones ante las pérdidas La consumación de la vida La ternura de los voluntarios junto a los ancianos Voluntarios junto a los enfermos psíquicos Causas de los trastornos psíquicos e intervenciones El malestar mental y la contribución de los voluntarios Voluntarios junto a los enfermos graves y los moribundos Miedos y esperanzas de los moribundos El voluntario: custodio de las confidencias Voluntarios junto al que está en duelo Ofrecer consuelo a los afligidos Acoger los desahogos y las lágrimas

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