Conrad Cairns - LOS CASTILLOS MEDIEVALES

March 19, 2017 | Author: quandoegoteascipiam | Category: N/A
Share Embed Donate


Short Description

Download Conrad Cairns - LOS CASTILLOS MEDIEVALES...

Description

MONOGRAFÍAS

LIBROS BASE La vida cotidiana

Pueblos, credos y culturas

Desarrollo tecnológico

Los inicios de la civilización

L a vida en el Paleolítico Los prim eros agricultores y las prim eras ciudades Los celtas Los pueblos de la E spaña prerrom ana

L as Pirám ides El Partenón Los celtas

L a vida en el Paleolítico Los prim eros agricultores y las p rim eras ciudades L as Pirám ides El P artenón

Los romanos y su imperio

L a agricultura en la Edad del Hierro Pompeya Julio C ésar

El ejército rom ano Julio César

L a agricultura en la E dad del H ierro Los ingenieros rom anos El ejército rom ano

Bárbaros, cristianos y musulmanes La Edad Media

C aballeros medievales L a vida en un pueblo medieval L a E spaña m usulm ana L a vida en un m onasterio medieval El reino N azarí de G ranada Los canteros medievales

C aballeros medievales L a vida en un m onasterio medieval L a vida en un pueblo medieval L a construcción de las catedrales medievales L a E spaña m usulm ana El reino Nazarí de G ranada Los orígenes de la Reconquista y el reino asturiano El Cam ino de Santiago

Los barcos vikingos L a vida en un pueblo medieval La construcción de las catedrales medievales El reino N azarí de G ran ad a Los canteros medievales Los castillos medievales

Europa descubre el mundo

L a antigua China y L a G ran M uralla

Buda L a antigua C hina y la G ran M uralla H ernán Cortés, conquistador de México Toledo y las tres culturas

La p rim era vuelta al m undo L a antigua China y la G ran M uralla H ernán Cortés, conquistador de México

Renacimiento y Reforma

Carlos Y L a Inquisición española El ocio en la E spaña del Siglo de O ro

M artín Lutero Los soldados europeos en tre 1550 y 1650 L a Inquisición española Carlos Y L a leyenda negra

Los soldados europeos en tre 1550 y 1650

Monarquías y revoluciones

Un viaje p or E spaña en 1679 La g uerra de Sucesión española El M adrid de la Ilustración

U n viaje por E spaña en 1679 Lá g uerra de la independencia norteam ericana El M adrid de la Ilustración Velázquez Sevilla y el Com ercio de Indias Los validos

La g uerra de la independencia norteam ericana El M adrid de la Ilustración Sevilla y el Com ercio de Indias

El poder para el pueblo

E dim burgo y la revolución de la m edicina La construcción en la época victoriana Los sindicatos ingleses

E dim burgo y la revolución de la m edicina Los sindicatos ingleses

E dim burgo y la revolución de la m edicina El W arrio r, el p rim er navio m oderno de com bate La construcción en la época victoriana La gu erra de la Independencia española

Europa en el mundo

D eportados a la T ierra de Van Diemen Los m aories El desastre colonial

L a rebelión de la India en 1857 D eportados a la T ierra de Van Diemen Japón Meiji Los m aories El desastre colonial Goya

El autom óvil La II República y la G u erra Civil española Luchas y revoluciones obreras en la E spaña contem poránea El Franquism o La transición española

Un australiano en la Prim era G u erra M undial G andhi Las revoluciones rusas H itler y los alemanes M ao Zedong y C hina Israel y los árabes Luchas y revoluciones ob reras en la E spaña contem poránea L a II República y la G u erra Civil española

l ’n australiano en la Prim era G u erra M undial El autom óvil

Los libros base y las monografías de esta colección se refieren a distintos contenidos del curriculo de Ciencias Sociales de^iducación Secundaria, haciendo posible la investigación en el aula y la atención a la diversidad del alumnado. El conjunto de la colección se divide en: ' · Libros base: diez títulos, en color, cada uno abarcando un período de la Historia. • Monografías: contienen diversos estudios sobre distintos aspectos de la vida social, cultural, tecnológica, etc,, de épocas y lugares concretos.

AKA L/CAMBRIDGE · HISTORIA DEL MUNDO PARA JÓVENES

LOS CASTILLOS MEDIEVALES Conrad Cairns M , jS»·.·

$4

--------

8§^w>-^rr:

---- - -

& & & & »&

^'NWeeffeSte*^' s

k

a

l -

Director de colección: Trevor Cairns Traducción: M ontserrat Tiana Ferrer A m pliación española (capítulo 8): Jesús Espino Ñuño Mapas: Reg P iggot Dibujos: Sharon Pallent Maqueta: R AG © C am bridge U niversity Press, 1987. 1992 © Ediciones Akal, S. A., 1999, para todos los países de habla hispana Sector Foresta, 1 28760 Tres Cantos M adrid - España Tel.: 91 806 19 96 Fax: 91 804 40 28 ISBN: 84-460-0888-2 Depósito legal: M . 4.510-1999 Im preso en M aterPrint, S. L. Colm enar Viejo (Madrid) Reservados todos los derechos. De acuerdo a lo dispuesto en el artículo 270 del C ódigo Penal, podrán ser castigados con penas de m ulta y privación de libertad quienes reproduzcan o pla­ gien, en todo o en parte, una obra literaria, artística o científica fijada en cualquier tipo de soporte sin la preceptiva autorización.

Núm ero aproxim ado de castillos construidos en varios países durante la Edad Media: Inglaterra: Gales: Escocia: Irlanda: Francia: Alemania: Italia: España:

entre 1.500 y 1.800 entre 460 y 540 entre 1.700 y 2.000 entre 3.500 y 4.000 13.000 14.000 (muchos de ellos pequeños) 25.000 (muchos han desaparecido por completo) entre 4.000 y 5.000

Portada; Castillo de Rhuddlan, construido entre 1277 y 1282. Formaba parte de los planes de Eduardo I para la conquista y defensa del norte de Gales (página 34). Es un castillo concéntrico. El centro lo forma un recinto interior cuadrado con las esquinas defendidas p o r dos torres redondas y dos entradas fortificadas. El anillo exterior de defensa es menos compacto y simétrico, porque abarca la orilla del río Clwyd y cubre el dique situado a la derecha. La ilustración muestra el aspecto que probablemente tendría el castillo recién construido. Portadilla; Castillo de Caerlaverock, dom inando una de las rutas entre el este y el oeste de Escocia. C onstruido unos diez años después de Rhuddlan. Carece de un anillo exterior de defensa (aunque posee un buen foso), pero, p o r lo demás, coincide con el anterior en sus ideas defensivas: un recinto com pacto y

Agradecimientos Portada, p. 35 Cadw Welsh Historie Monuments; p. 1 Colin Platt The Castle in Medieval England and Wales, Seeker and Warburg 1982, pp. 8 (E. S. Armitage Early Norman Castles o f the British Isles, 1912), 19 der. (Viollet-le-Duc Militaiy Architecture, 1879), 40 izq. sup. (T. H. Turner y J. H. Parker Domestic Architecture in England, 1877), 46 izq. (John Muller Treatise o f Fortifications, 1746) The Syndics of Cambridge University Library; p. 9 izq. sup. Peter Harbison Guide to the National Monuments in the Republic o f Ireland, Gill and Macmillan 1975, dibujo de Brian O’Halloran; pp. 9 der., 32 sup. Crown Copyright, Historic Buildings and Monuments (Escocia; pp. 9 izq. ab., 32 ab. Roger-Viollet, pp. 10, 11, 22 ab., 26 ab., 36, 41 izq., 44 Country Life; p. 17 sup. l’Institut Français d’Archéologie du Proche Orient; p. 17 ab. Helga Schmidt-Glassner; pp. 18 der., 26 sup., 27, 38 sup., 39, 46 der. Historic Buildings and Monuments Commission for England; p. 19 izq. © Vu du Ciel por Alain Perceval ®; p. 22 sup. Cambridge University Collection, Crown Copyright Reserved; p. 24 © Arch. Phot. Paris/S.P.A.D.E.M.; p. 29 The Mansell Collection; pp. 30, 33, 40 der., 47 izq., 48 Aerofilms; pp. 37 sup. (MS Add 42130 f 207), 38 ab. (MS Ar. 157 f71v) Bristish Library; p. 37 ab. Master and Fellows of Trinity College Cambridge; p. 41 der. Rijksdienst voor de Monumentenzorg, The Netherlands; p. 42 Nigel Tranter TheFortified House in Scotland, 1962/The Syndics of Cambridge University Library; p. 43 cent. ab. Harold Leask Irish Castles, Dundalgan Press (W. Tempest) Ltd/The Bristish Architectural Library, RIBA London; p. 45 izq. sup. The Board of Trustees of the Royal Armouries; p. 45 izq. ab. The British Architectural Library, RIBA London de David McGibbon y Thomas Ross Castellated and Domestic Architecture o f Scotland, 1887; p. 45 der. Trustees of the British Museum. Contraportada, Photographie Giraudon/Musée Condé, Chantilly.

rodeado de altos muros con torres o entradas fortificadas. El dibujo nos muestra la situación actual; el diseño original ha sobrevivido a pesar de su historia repleta de daños y reparaciones. C ontraportada: La vida en los castillos se hace más agradable. Una escena del calendario de un lujoso libro de horas, realizado a principios del siglo xv para el duque de Berry, un familiar cercano del rey de Francia. Mes de agosto. En la campiña cercana al castillo de Etampes, jóvenes nobles practican la cetrería. Dos damas cabalgan a la grupa detrás de los caballeros, otra cabalga sola mientras el halconero -u n siervo del castillo m uy diestro y valoradocamina a pie. En las cercanías del castillo los campesinos recogen el trigo, y en el calor del verano algunos se toman un descanso para bañarse en el arroyo.

Indice 1.

Los primeros castillos, p. 4 Bizantinos, árabes e hispanos, p. 4 La caída del Imperio Franco, p. 5 Castillos de madera y tierra, p. 7

2.

Piedra en lugar de madera, p. 10 La torre del homenaje cuadrada, p. 10 El shell, p. 11 La cortina, p. 12

3.

El castillo sitiado, p. 72

4.

Perfeccionar las defensas, p. 16 Conquistar terreno, p. 16 La lección de las Cruzadas, p. 16 Torres más sólidas, p. 17 Acosar a los atacantes, p. 20 Murallas más solidas, p. 22 Defender la puerta, p. 23 Federico, Stupor Mundi, y sus castillos, p. 29

Un castillo puede definirse simplemente como una vivienda particular fortificada, diseñada para protegerse de cualquier ataque armado. La mayoría de las fortificaciones no son castillos: por ejemplo, no lo son las defensas fronterizas, ni las murallas que rodean las ciuda­ des, ni los fuertes que albergan a soldados regulares. Por otra parte, hay grandes casas que incluyen la palabra «castillo» en su nombre y que no cuentan con ninguna fortificación; es más, muchas de ellas fueron construidas después de la época de los auténticos castillos. Los castillos de verdad se construyeron en Europa únicamente durante la Edad Media. Los primeros se edificaron en una época en la que la gente vivía bajo la constante amenaza de la violencia. Posterior­ mente, fueron evolucionando y mejorándose para hacer frente a los nuevos desafíos hasta llegar a una aparente perfección. Sin embargo, las condiciones siguieron cambiando y, finalmente, los castillos deja­

5. Diseñar castillos perfectos, p. 30 Concentrar el poder, p. 30 La línea de defensa, p. 31 Los castillos de Eduardo I en el norte de Gales, p. 34 6.

El castillo como lugar de residencia, p. 36

7. Castillos más pequeños, p. 40 Las casas solariegas fortificadas, p. 40 El castillo de planta cuadrangular y torres en las esquinas p. 41 Las casas-torre, p. 42 8.

Los castillos en España, p. 44

9.

El declive de los castillos, p. 47 La pólvora, p. 47 La paz del rey, p. 48 Casas majestuosas y monumentos antiguos, p. 50

ron de ser efectivos para la guerra o adecuados para la paz. Fue entonces cuando unos se modificaron hasta convertirse en lujosas mansiones, y otros cayeron en ruinas. No obstante, los castillos se construyeron para perdurar, y muchos de ellos aún se mantienen firmes en ciudades o en zonas rurales. Es posi­ ble que en más de una ocasión los hayamos contemplado como supervi­ vientes de una era más romántica, en la que en la vida había más aven­ turas, más heroicidades, y también más brutalidad. Las personas que los habitaban, sin embargo, probablemente no serían ni más ni menos bru­ tales o heroicas que los que vivimos hoy día. Para ellos, un castillo era un lugar de trabajo, un lugar sensato y práctico. Por eso, para compren­ der adecuadamente qué era un castillo, debemos estudiar primero cómo surgieron, cómo se desarrollaron, cuáles fueron sus tipos principales y cómo y por qué se produjo su final.

1. Los primeros castillos

Los romanos basaban su arquitectura en edificios majestuosos. En su sistema, regido por la ley y por un estricto gobierno, no había lugar para fortalezas privadas del tipo de los castillos; además, el ejército romano sabía que, siempre que hubiera posibilidad, era preferible avanzar contra el enemigo que permanecer tras unas murallas agual­ dando a que éste atacara. No obstante, los romanos sabían también que las fortificaciones, utilizadas adecuadamente, podían ser de gran ayuda, por lo que edificaron una gran diversidad de ellas por todo el imperio, especialmente en las provincias fronterizas. Pero no existe defensa con­ tra el enemigo exterior que pueda salvar a una sociedad de su decaden­ cia interna, y así fue como, en el siglo v, el Imperio Romano Occidental terminó por hundirse. Este imperio se dividió en una multitud de reinos cuyos nuevos gobernantes eran bárbaros procedentes de tribus de las tierras germa­ nas. Eran personas que siempre habían vivido en asentamientos de madera, en los que su jefe ocupaba una gran sala central parecida a

Fuerte bizantino en Lemsa, Túnez, tal como debió ser hacia el 650. La planta rectangular, simple pero eficaz, se repetiría a menudo en castillos de siglos posteriores.

4

un granero. Como es natural, a esta gente le gustaba más esta forma de vida que el sistema romano y, cuando se hicieron cargo de las pro­ vincias romanas, prefirieron vivir en el campo en vez de en ciudades. Con la caída del imperio, el comercio había sufrido un grave retroce­ so, y muchas ciudades habían quedado en ruinas. Esta decadencia de las ciudades se dio sobre todo en las tierras del norte, donde se asen­ taron los anglos, los sajones y los francos. Algunas de las ciudades de esa zona mantuvieron sus murallas en buen estado, pero práctica­ mente ninguno de sus edificios estaba construido con piedra, ni siquiera las fortificaciones.

Bizantinos, árabes e hispanos En las regiones mediterráneas las cosas eran diferentes. Allí se siguió utilizando la técnica de construcción en piedra, y los recién llegados fueron olvidando sus murallas y sus cabañas de madera. A lo largo de la costa este del M editerráneo, el Imperio Romano Oriental seguía en pie, fuerte y vigoroso, aunque su idioma no era el latín, sino el grie­ go, y su capital no era Roma, sino Constantinopla, o Bizancio, por utilizar su nombre original. Allí las fortificaciones no se abandonaron. El Imperio Bizantino tenía que hacer frente a numerosos enemigos, y sus ingenieros mili­ tares eran tan hábiles como sus antepasados griegos o romanos. Alrededor de las grandes ciudades levantaron y mantuvieron enormes y complejas defensas, cuyo máximo exponente era la triple muralla de la propia Constantinopla. También edificaron fortalezas relativa­ mente pequeñas que se utilizaban para defender territorios expuestos o recientemente ocupados. Su estrategia consistía en que, en momen­ tos de invasión o de rebelión, estas fortalezas pudiesen aguantar hasta que llegasen los refuerzos. No se trataba de castillos, sino de puestos regulares del ejército bizantino. Sin embargo, eran muy similares a algunos de los castillos que se construirían en siglos posteriores, y es posible que muchos de ellos sirvieran de inspiración para la cons­ trucción de otros. En el siglo vil, los árabes barrieron el Oriente Medio, conquis­ tando territorios en nombre de su fe, el Islam. Llegaron hasta Constantinopla, pero no pudieron atravesar sus poderosas murallas. Pese a ello, se convirtieron en los nuevos gobernantes de algunas de las provincias más ricas del Imperio Bizantino, y adoptaron rápida­ mente las técnicas y conocimientos de sus nuevos súbditos. En muy poco tiempo, también ellos estaban construyendo espléndidos edifi­ cios. Los musulmanes -nom bre que reciben los seguidores del lslam se extendieron hacia el oeste, a lo largo de la costa norteafricana, hasta llegar al estrecho de Gibraltar. En el 711 lo atravesaron y, unos años después, eran los amos de casi toda la Península Ibérica. El sur

de Hispania se convirtió en uno de los grandes centros de la civili­ zación islámica, con su capital en Córdoba. Sin embargo, en el norte había una larga franja de montañas donde los cristianos de Hispania se refugiaron y se negaron a ceder, sin importarles los ataques ni los castigos de los musulmanes. Al principio no parecían un grupo dema­ siado peligroso pero, poco a poco, se fueron haciendo cada vez más fuertes y empezaron a avanzar hacia el sur, tratando de ganar terreno a los moros (nombre que daban ellos a los musulmanes). A sí dio comienzo una lucha que duró desde el siglo ix hasta finales de la Edad Media, en el año 1492, cuando el último rey moro entregó Granada a los cristianos. A lo largo de estos siglos, a través de las grandes llanuras de la His­ pania central la población rara vez podía olvidar la amenaza de la guerra e, incluso en los momentos de tregua, las zonas cercanas a la frontera corrían peligro de sufrir ataques. Era preciso contar con fortalezas para proteger las tierras y para que sirvieran como base desde la que atacar al enemigo. Las ciudades amuralladas cumplían perfectam en­ te su función, pero no bastaban para cubrir la larga frontera. Por ello, los moros empezaron a construir fortalezas de piedra más pequeñas, parecidas a los fuertes bizantinos del norte de África, que los cristia­ nos no tardaron en copiar. Los reyes concedieron privilegios especia­ les a los habitantes de las ciudades amuralladas como recompensa por defender la región, y también permitieron a los señores de la guerra

Castillo musulmán de Baños de la Encina, Jaén, tal como era hacia el 960. Un alto muro, protegido po r numerosas torres, rodea la cima de la colina.

mantener como propias las fortalezas más pequeñas, con la condición de que tanto ellos como sus hombres protegieran la tierra y lucharan por su rey cuando éste se lo pidiera. Estas fortalezas no eran puestos de un ejército regular, por lo que podemos considerarlas como los primeros castillos de Europa. Llegó a haber tantos, entre moros y cristianos, que la región central de Hispania pasó a ser conocida como Castilla, la tierra de los castillos.

La caída del Imperio Franco Los castillos hispanos resultaban muy eficaces, pero no fueron copiados en otras regiones: en el norte de Europa, este tipo de edifi­ caciones siguió una evolución muy diferente. Esto puede deberse a que los pueblos de esa zona no tenían demasiado contacto con Hispania, aunque es más probable que la causa resida en las diferen­ tes condiciones climáticas. Como ya hemos dicho, en las regiones del norte el material más utilizado para la construcción era la madera. La piedra, aparte de para reparar algunas de las viejas murallas romanas, sólo se utilizaba para construir iglesias y, rara vez, palacios. Los hom­ bres ricos aún podían contratar canteros e incluso arquitectos (si era necesario, podían hacerlos venir de Italia), pero los edificios de pie­ dra eran caros, lentos de construir y muy fríos. También eran diferentes las tácticas bélicas. Los guerreros del norte luchaban constantemente, pero casi siempre contra pueblos similares al suyo, y todos ellos compartían como tradición el que los soldados valerosos salían a librar las batallas a cielo abierto. Por eso, salvo las murallas que habían sobrevivido desde los tiempos roma­ nos, ninguna de sus fortificaciones era demasiado elaborada. Los burh anglosajones, por ejemplo, se iniciaban probablemente como un asentamiento hecho de madera y protegido por un terraplén y una empalizada, y situado, a ser posible, en un lugar dotado con acciden­ tes naturales propicios, como una colina o entre dos ríos. El más grande de los guerreros del norte era Carlos, Rey de los Francos (conocido también como Carlomagno). Tras declararse a sí mismo rey de la mayor parte de la Europa noroccidental y central, intentó, en el año 800, fundar algo que reemplazara al antiguo Imperio Romano. Fue lo que se conoció como el Sacro Imperio Romano. Sin embargo, trató de llevar a cabo esta empresa sin contar con el sistema de gobierno, perfectamente organizado, de los rom a­ nos: su imperio carecía de las leyes y tribunales, los magistrados y funcionarios cualificados, la red de comunicaciones y, sobre todo, el ejército regular del antiguo imperio. En lugar de eso, el rey dependía de la lealtad de sus nobles, jefes guerreros como él, para que gober­ naran y protegieran sus respectivos distritos en su nombre. Sólo un rey muy poderoso podía imponer su voluntad sobre hombres como aquéllos, especialmente en un territorio tan extenso, y los sucesores

5

no tomaban las ciudades que encontraban a su paso, o al menos deja­ ban tras de ellos fuerzas suficientes para bloquearlas, las guarniciones les seguían, les hostigaban y trataban de retrasar su marcha; esto resul­ taba especialmente peligroso para los magiares cuando se retiraban de nuevo a sus territorios, probablemente cansados y desorganizados, car­ gados con el botín y perseguidos por el vengativo ejército de Enrique. Así fue como las fortificaciones demostraron su valor en el norte de Europa, aunque éstas aún no pueden ser consideradas castillos. Parece ser que las fortalezas privadas surgieron porque, en aque­ llas peligrosas décadas, ningún señor tenía demasiadas probabilida­ des de sobrevivir a menos que su casa pudiera resistir un ataque, peli­ gro que no procedía únicamente de los vikingos o los magiares, sino también de los vecinos codiciosos. Cuando el rey era demasiado débil para mantener la ley, los señores no tenían más opción que fortificar sus propias viviendas y contratar buenos guerreros, de los cuales los jinetes con armadura eran los más eficaces. Así, en Francia y Germania empezaron a aparecer castillos al mismo tiempo que se im plantaba el sistema feudal, y por los m ism os motivos; en Inglaterra, según parece, los nobles, aunque ya poseían casas más

de Carlomagno no fueron capaces de hacerlo. Poco después de su muerte, su imperio se dividió en tres partes pero, aun así, los gober­ nantes de estos tres nuevos reinos se encontraron muchas veces con dificultades para proporcionar a sus súbditos paz y orden. Mientras el imperio de Carlomagno se desmoronaba, sus pueblos sufrían, cada vez con más frecuencia, los devastadores ataques de dos razas de crueles invasores: los vikingos, con sus barcos, y los magia­ res, a caballo. Aparecían de repente, saqueaban, quemaban y m ata­ ban, y volvían a desaparecer antes de que se pudiera reunir un ejér­ cito lo bastante grande como para hacerles frente. Las fuerzas locales y las aldeas rodeadas de empalizadas no tenían nada que hacer con­ tra ellos. Una posible solución eran las fortificaciones. Un rey podía esta­ blecer ciudades bien fortificadas en puntos clave y poner a su cargo a hombres de confianza. En Inglaterra, por ejemplo, Alfredo el Grande, hacia el año 880, tras rechazar una invasión vikinga contra Wessex, cubrió el reino con un sistema de burhs y, a principios del siglo siguiente, Enrique el Pajarero, rey de Germania, creó un sistema simi­ lar de fortalezas para hacer frente a los magiares. Estos sanguinarios atacantes buscaban un saqueo rápido, no les interesaban los sitios prolongados, para los que no tenían ni equipo ni experiencia. Su pro­ blema consistía en que, ahora, no sólo los mejores botines se encontra­ ban detrás de esas grandes murallas, sino que, si al entrar en Germania

6

Aldea sajona en Lidford, Devon, hacia el 860. Protegida p o r abruptos valles en dos de sus lados, los terraplenes empalizados tenían un grosor de 12 metros.

grandes y más fuertes, aún no tenían deseos (o quizá oportunidad) de construir castillos. Para un rey, los castillos podían ser un obstáculo o una ayuda: era mucho más difícil dominar a los señores rebeldes si podían defender­ se desde un castillo, pero estas mismas edificaciones, en manos de señores leales, podían reforzar el reino. Muchos reyes trataban de insistir en que no podía fortificarse una casa sin licencia real, y los más poderosos llegaron incluso a destruir los castillos construidos sin permiso (castillos adulterinos, como los llamaban). Además, los reyes trataban de reservar para su propio uso, como propiedad suya, los castillos más grandes y los que se encontraban en mejor situación. Estos grandes edificios no sólo resultaban útiles para defender un reino bien asentado, sino también para mantener los territorios recién conquistados. Y así fue como los castillos llegaron a Inglaterra. En el año 1066, los normandos llevaron en su flota invasora piezas de madera prefabricadas para levantar un castillo con el que proteger su lugar de desembarco y, tras su victoria, plantaron castillos por todo el país para aplacar las revueltas y protegerse de nuevos invasores. Los escoceses conocieron los castillos por los normandos, a los que su rey

Castillo normando de Brinklow, Warwickshire, hacia 1130. La sala de recepción probablemente estaba situada en el patio interior, y los graneros, establos y cobertizos en el exterior.

invitó como amigos, y los galeses luchando contra los señores nor­ mandos que ocuparon la región de las Marcas. Por último, tras inva­ dir Irlanda, en el 1169, los normandos se apresuraron a construir cas­ tillos en todas las regiones que ocuparon.

Castillos de madera y tierra La gran mayoría de los primeros castillos normandos en Britania no tenían nada que ver con nuestra idea habitual de un castillo. En lugar de murallas de piedra con almenas y pesadas torres, lo que había eran construcciones de tierra, recintos protegidos por terraplenes que, en muchos casos, tenían un montículo cónico al lado y estaban protegi­ dos por murallas de madera, o empalizadas, reforzadas por soportes de madera, o revestimientos, y en cuyo interior se situaban los edifi­ cios, también de madera. Hoy día sólo se conservan los montículos y los terraplenes, erosionados por el tiempo y cubiertos de vegetación. Hasta principios de este siglo, los historiadores creían que este tipo de montículos debían ser más antiguos, quizá de la época de los anglo­ sajones o los vikingos, porque no se parecían en nada a los enormes recintos y catedrales de piedra típicos de los arquitectos normandos. No obstante, estas defensas, aparentemente primitivas, cumplían todos los requisitos de un castillo. En su interior albergaban todos los edificios necesarios para que una comunidad completa y autónoma viviera su vida diaria sin correr peligro: había alojamientos para los vigilantes, los artesanos, los mozos de cuadra, los cocineros, los sir­ vientes de todo tipo y sus familias; también había almacenes para ali­ mento y herramientas, establos y cuadras para los animales más valiosos (especialmente los preciados caballos de batalla), talleres y cocinas, aposentos para el señor, su familia y sus huéspedes, y una capilla; sobresaliendo por encima de toda esta piña de edificios se alzaba la sala de recepción. Para los barones medievales, al igual que para los jefes bárbaros que los habían precedido, esta sala era el cen­ tro y el símbolo de su poder. A llí se decidían todos los asuntos importantes del castillo y del distrito (allí se encontraba el tribunal local, por ejemplo), y allí era donde la gente del castillo se reunía para comer. Durante las comidas, el señor y sus huéspedes se senta­ ban en la tarima, una plataforma baja situada en un extremo de la sala y desde la que podían ver y ser vistos, mientras que los demás se sentaban en largas mesas de caballete que se podían retirar fácil­ mente cuando la comida terminaba y había que dedicar la sala a otros usos. Estos edificios se agrupaban dentro del recinto fortificado, que estaba rodeado por el terraplén y la empalizada. Estas defensas eran lo que convertían la hacienda en un castillo. En muchos casos, el recinto entero estaba situado sobre una elevación del terreno y rodeado por un foso que se cruzaba mediante un puente levadizo.

7

Plantas del libro Early Norman Castles of the British Isles (1912), en el que E. Armitage demuestra que todas estas obras de tierra eran normandas. Comunes en muchas zonas, varían en tamaño y disposición, pero los diseños sencillos son los más habituales. Investigadores recientes han descubierto numerosos «anillos», con zanjas pero sin mota; es discutible si eran lo suficientemente fuertes para ser denominados propiamente castillos.

8

Este tipo de castillos parecía simplemente una versión reforzada de un tipo anterior de asentamiento, y es lo que hoy día se conoce como fortalezas en anillo. Cuando un castillo tenía una mota, como sucedía en muchos casos, la diferencia resultaba evidente. La mota era un montículo cónico situado junto al recinto fortificado (y en oca­ siones dentro de él) que servía como fortaleza o refugio. General­ mente, en la parte superior no había demasiado espacio, sólo lo sufi­ ciente para levantar una empalizada en el borde y edificar una torre de madera en el centro; esto era suficiente para que, si un enemigo ocupaba el recinto, el señor y unos cuantos más se refugiaran allí hasta recibir refuerzos o hasta que llegaban a un acuerdo con el ene­ migo o trataban de escapar de noche. Los castillos formados por un recinto fortificado y una m ota eran baratos y eficaces. Su construcción era rápida y fácil, pues ni la tala de la madera ni la excavación de los terraplenes requerían más conocimientos de los que pudiera tener cualquier campesino o sol­ dado. Los altos terraplenes podían resultar muy difíciles de atrave­ sar, e incluso los ejércitos reales tenían dificultades para someter este tipo de castillos. De hecho, las em palizadas siempre han sido una defensa muy efectiva, que en nuestro siglo aún se utilizó en la década de los sesenta en Vietnam. No obstante, los defectos de este tipo de fortificación eran serios. Al estar constantemente en contacto con el suelo, la madera absorbe el agua y tiende a pudrirse, por lo que las empalizadas tenían que sei revisadas continuamente. Además, su tamaño tenía un límite, pues eia muy difícil levantar murallas que, además de fuertes, fuesen altas. En ocasiones, la torre de la mota era demasiado pequeña para albergar a toda su guarnición, y había veces que las murallas exteriores eian lo suficientemente bajas como para que un enemigo numeroso y decidi­ do trepara por ellas. Por encima de todo esto, se alzaba el defecto más importante de todos: la leña arde. El Tapiz de Bayeux muestra a los normandos que obligan a un castillo a rendirse prendiéndole fuego. En muchas zonas de Europa, los castillos de madera nunca llega­ ron a ser populares. Como ya hemos visto, en el sur, donde la técni­ ca de la construcción en piedra no había llegado a perderse, no tuvie­ ron necesidad de recurrir a la madera; además, allí la buena madera para construcción no era tan abundante como en las regiones del norte y, durante los veranos calurosos, el riesgo de que ardiera resul­ taba aún mayor. Respecto al norte del continente, los propios germa­ nos, pese a que inicialmente construían en madera, prefirieron situar sus castillos en las cimas rocosas, donde podían encontrar piedra con la que construir y donde habría resultado ridículo abrir huecos en la roca sólo para clavar en ellos los troncos de la empalizada. Lo cierto es que, según parece, los castillos de madera y tierra se consideraron siempre una fortaleza barata y temporal e, incluso en los lugares donde eran frecuentes, como Gran Bretaña y el norte de Francia, pronto fueron sustituidos por los de piedra.

Algunas de las fortificaciones de piedra más antiguas de Europa occidental Izquierda: El famoso monasterio de Kells hacia el 1100. Ante el temor a los vikingos y otros invasores, los mojes irlandeses empezaron a construir después del año 800 altas y estrechas torres al lado de un grupo de cobertizos en forma de panal. A llí se encontraban a salvo, pero no podían luchar ni permanecer mucho tiempo; aguardaban a que los invasores saquearan los cobertizos y se fueran. Inferior izquierda: Cerca del Rhin, los constructores de castillos alemanes encontraron peñas que eran fortalezas naturales en las que construir cómodas viviendas. Era habitual que se construyera en la cima una torre de refugio o Bergfried (literalmente, «montaña de paz»), mucho mejor diseñadas para la defensa que las torres irlandesas. Esta vista de St. Ulrichburg, Alsacia, muestra lo fuerte de la posición y la torre, junto con el edificio palaciego inferior, añadido en el siglo xii. Inferior derecha: En Escocia occidental, la piedra también constituía un elemento natural para la construcción. El castillo de Sween, en Argyll, es simplemente un muro fuerte, sin torres pero originalmente con almenas; las viviendas se construyeron en el lado interior del muro. Data de hacia 1100; se construyeron muchos castillos similares en lugares rocosos a lo largo de toda la costa oeste, mientras los castillos de tierra de estilo normando se extendían p o r otras partes de Escocia.

2. Piedra en lugar de madera

Aunque en Inglaterra y en el norte de Francia los castillos formados por una mota y un recinto fortificado siguieron siendo los más com u­ nes hasta bastante entrado el siglo x i i , los reyes y los grandes señores que podían permitírselo empezaron a construir castillos de piedra bas­ tante antes. No sólo eran más resistentes, sino que daban a su propie­ tario una apariencia más importante. Aunque los castillos de piedra se basaban en el mismo esquema que los de madera (un patio resguarda­ do y un punto fuerte), su disposición seguía dos fórmulas diferentes.

La torre del homenaje cuadrada En el 994, Fulk Nerra (el Negro), Conde de Anjou, en la Francia cen­ tral, construyó una torre de dos pisos y gruesos muros en Langeais. Era como una versión alta y en piedra de la sala de recepción de madera, y quizá en eso pensaban los arquitectos cuando la constru­ yeron. Langeais es uno de los primeros ejemplos de lo que se dio en

Colchester, la torre más grande de Gran Bretaña, fue construida hacia 1080 sobre las ruinas de un templo romano. Su muralla tiene 5,3 metros de espesor en la base, y su altura original se muestra en el dibujo.

10

llamar torres del homenaje cuadradas; pero, de hecho, no eran cua­ dradas, sino rectangulares, y to n e del homenaje es un término nuevo para designar el donjon. Las que aún se conservan resultan impresio­ nantes, y sin duda lo eran aún más en aquella época. Durante dos­ cientos años aproximadamente, las torres cuadradas fueron las forti­ ficaciones más poderosas de Francia y Gran Bretaña; los normandos eran especialmente aficionados a ellas, y las fueron construyendo donde quiera que viajaban, desde Irlanda hasta Sicilia. La Torre de Londres, el más famoso de los castillos británicos, fue iniciada por Guillermo I poco después de la conquista normanda, y su torre, la Torre Blanca, aún conserva el mismo aspecto que tenía al ser construida. Poco a poco, la forma de estas torres cuadradas fue cam ­ biando, y se fueron haciendo más altas en relación a su anchura. La Torre de Rochester (página 15), construida en 1126, es uno de los mejores ejemplos que podemos encontrar en Inglaterra de gran torre cuadrada del siglo xn. Dentro de una de estas torres, el señor podía vivir cómodamente en cualquier momento. La habitación principal era la gran sala, que normalmente ocupaba una de las plantas superiores y, en ocasiones, se alzaba hasta el tejado, rodeada por una galería que transcurría más arriba, embebida en el muro. La entrada a la torre solía estar en la pri­ mera planta, y se llegaba a ella por un tramo exterior de escaleras; en esa primera planta probablemente se situaban las salas de guardia y los almacenes. Además, en el sótano o en la planta baja se almacena­ ban también alimentos, bebidas y municiones y, si era posible, se excavaba un pozo. Probablemente, el señor y sus huéspedes disfruta­ ban del lujo de unas cámaras privadas donde dormir, embebidas asi­ mismo en el muro, y es posible que, en el siglo xii, las mejores tuvieran incluso chimenea. En cuanto a los demás, tenían que prepararse las camas en una de las salas principales, quizás cerca de donde traba­ jaban. En el muro también había varias cámaras de menor tamaño a las que con frecuencia se llama guardarropa·, quizás había quien col­ gara allí la ropa (se decía que a las polillas no les gustaba el ambien­ te), pero su finalidad principal era servir de letrinas. Cuando tantas per­ sonas tenían que permanecer apiñadas en un mismo lugar durante un sitio, el saneamiento resultaba especialmente importante, y parece ser que la mayoría de los constructores de los castillos eran perfecta­ mente conscientes de ello. Sin embargo, muchos señores preferían vivir la mayor parte del tiempo en una gran sala en el interior del recinto fortificado, pues, al fin y al cabo, la torre se construía pensando más en la protección que en la comodidad. Los muros eran sumamente gruesos (en muchos casos medían tres metros o más) para resistir los golpes de ariete y las rocas lanzadas por el enemigo. En las plantas inferiores había muy pocas ventanas (si es que había alguna), e incluso las que había en las superiores estaban pensadas más para garantizar la protección que para dejar pasar la luz. La altura de la torre hacía que fuera muy

El shell

Torre de Appleby, Cumbria, hacia 1180. Sus muros, de tan sólo 1,8 metros de espesor, sin protección exterior y con una puerta directa a la bodega, hacían de ella más una casa que una fortaleza.

improbable que el enemigo escalara las almenas, ya fuera con esca­ las o con torres de sitio (página 14), por lo que los constructores se dedicaban a poner todos los obstáculos posibles a cualquiera que intentara entrar por la parte de abajo. Normalmente, las escaleras exte­ riores estaban protegidas por una defensa a modo de pretil almenado, y a veces estaban dispuestas de manera que los atacantes mostraran el costado derecho a los defensores (pues normalmente los guerreros lle­ vaban el escudo a la izquierda). Si los atacantes conseguían abrirse paso a través de las sólidas puertas de entrada a la toree, en el interior se encontraban aún con más obstáculos. Muchas torres estaban dividi­ das en dos por un grueso muro transversal, atravesado por una sola puerta en cada planta, y el único camino para ir de una planta a otra era una estrecha escalera de caracol que podía bloquearse fácilmente; muchas veces, estas escaleras estaban diseñadas de manera que un hombre diestro, de pie en lo alto, podía hacer uso de su espada fácil­ mente manteniendo el resto del cueipo protegido tras la columna cen­ tral, mientras que el atacante, debajo de él, tenía que hacer un movi­ miento extraño para poder golpear y no tenía ninguna protección. Todas estas precauciones eran imprescindibles en los momentos de lucha, pero no resultaban demasiado cómodas en tiempos de paz.

Sin duda, todos los señores habrían deseado construir sus castillos con una torre cuadrada, pero el coste que suponía toda aquella canti­ dad de piedra, sumado a lo que había que pagar a los arquitectos espe­ cializados necesarios para edificarla, era algo que no todos podían permitirse, especialmente los señores que se establecían por su cuen­ ta. Luego estaba el problema de los cimientos. Las torres cuadradas eran terriblemente pesadas, y los señores que querían reemplazar las defensas de madera de sus castillos de mota y recinto fortificado por otras de piedra tenían que pensarlo cuidadosamente; en muchos casos, la mota no era lo bastante firme, sobre todo cuando se trataba de un montículo artificial. Por supuesto, podían construir la torre en cualquier otro sitio (era bastante frecuente que se construyera en medio del recinto fortificado), pero también había otro sistema para poder seguir utilizando la mota. Este sistema consistía sencillamente en levantar una muralla de piedra alrededor del borde del montículo, en lugar de la empalizada. Este muro se conoce como shell (caparazón). Generalmente, sería cir­ cular, aunque también podía seguir el contorno irregular de las motas naturales. En la muralla había una entrada, normalmente resguardada por una pequeña torre, y en ocasiones los constructores incluían un paso cubierto para que quienes subían hacia la entrada quedaran pro­ tegidos de los proyectiles de los atacantes.

El castillo de Trematon, en Cornualles, es claramente un castillo de mota y recinto fortificado, con shell y muralla. La torre cuadrada es una entrada fortificada añadida hacia el 1250, y la casa situada en el interior del recinto se construyó en 1807, cuando un castillo en ruinas era un adorno muy pintoresco para la residencia de un caballero. La vivienda del señor se encontraría originalmente construida contra el muro del shell.

11

Dentro del shell, construidos contra él, estaban la sala de recepción y otros edificios, normalmente de madera. Sin duda, el interior debía ser muy estrecho y oscuro (los muros del shell bloqueaban casi toda la luz del sol), por lo que no es de extrañar que, salvo en los momen­ tos de peligro, la gente prefiriera vivir en el interior del recinto forti­ ficado. De hecho, en algunos castillos la única edificación que había dentro era una pequeña torre central, una especie de torre del home­ naje interior, construida con madera o con piedra.

La cortina Fuera cual fuese el tipo de torre, el recinto fortificado seguía siendo el centro de la vida cotidiana. Como es natural, siempre que podían per­ mitírselo los señores preferían tener en torno a su castillo una mura­ lla de piedra a una empalizada de madera: la piedra no se pudría, no ardía, y con ella se podían hacer murallas más altas. Esa muralla que rodeaba el recinto entero es lo que se conoce con el nombre de muro cortina. Así, a mediados del siglo x i i , todos los castillos importantes de Inglaterra y Francia estaban construidos en piedra, y se componían de una torre del homenaje (cuadrada o shell) y un recinto amurallado. No obstante, los castillos de madera y tierra aún seguirían utilizándo­ se durante años, pues eran muy baratos y muy fáciles de construir y de reparar. Como ya hemos visto, en sus primeros ataques los inva­ sores anglo-normandos que llegaron a Irlanda en 1169 utilizaron cas­ tillos de madera, y éstos resultaron tan útiles contra los irlandeses, que no tenían ninguna experiencia en técnicas de sitio, que pasaron veinte años antes de que los recién llegados se molestaran en cons­ truir un castillo de piedra. Otro ejemplo es el de York, la ciudad más importante del norte de Inglaterra, que tenía dos motas: hasta bien entrado el siglo x i i i no se reemplazaron por un shell las defensas de madera que coronaban una de ellas, y la otra dejó de utilizarse antes de que sus empalizadas se cambiaran por murallas de piedra. M ientras tanto, cada vez era más evidente que, en los castillos de piedra, aún había muchas cosas que mejorar antes de poder hacer frente realmente al ataque de un enemigo bien preparado. No obstan­ te, antes de analizar cuáles eran esas mejoras, debemos estudiar cuá­ les eran las posibles tácticas de ataque.

12

3. El castillo sitiado

En ocasiones, un atacante podía capturar un castillo por sorpresa o porque había un traidor que le ayudaba desde dentro. Sin embargo, en la mayoría de los casos el atacante tenía que sitiar el castillo para intentar que se rindiera, y eso significaba que tenía que utilizar maquinaria con la que derribar la muralla o con la que escalarla. Mucho antes de que se inventara la pólvora había otros tipos de artillería que lanzaban contra las fortalezas y sus defensores rocas, bolas de fuego, animales muertos (para propagar enfermedades) y flechas. Los dibujos de la página 13 muestran las dos herramientas de sitio más conocidas de la Edad Media. La catapulta se conocía ya en los tiempos antiguos (los soldados romanos la llamaban «el asno sal­ vaje» a causa de su coz); el trabuco, más grande y poderoso, apare­ ció por primera vez en Europa en el siglo x i i , aunque los chinos y los musulmanes ya llevaban mucho tiempo utilizando un arma similar. Las máquinas podían ser de muchos tamaños, según las necesida­ des. Además de derribar las murallas y de utilizar mecanismos pare­ cidos a enormes arcos para hacer caer a los defensores de las alme­ nas, era necesaxio poner fuera de combate la artillería del propio cas­ tillo. Muchas veces, los defensores contaban con las mismas máqui­ nas que los atacantes y, aunque el tamaño de las piezas que podían montarse en lo alto de una torre tenía un límite, la altura adicional proporcionaba una ventaja considerable. Además, los defensores tenían práctica en disparar desde esas posiciones y conocían el alcan­ ce de sus armas y los resultados que podían obtener con ellas. El cas­ tillo de Harlech (página 35) es un buen ejemplo de las posiciones de la artillería de defensa; este castillo se diseñó para que los suminis­ tros llegaran por mar, y se habían levantado plataformas desde las cuales se podía disparar con artillería contra cualquiera que intentara impedir que los barcos llegaran al puerto. Las máquinas de los sitiadores podían afectar a algunas defensas, pero habría hecho falta mucho tiempo para dañar seriamente la sóli­ da construcción de los muros más fuertes, especialmente la torre del homenaje. En algunos asedios los atacantes podían asestar golpes más duros y certeros mediante arietes o abrir brechas desplazando las piedras una por una mediante picas y palancas. Era un trabajo peli­ groso, ya que los defensores se mantenían activos en lo alto, mientras los atacantes sólo podían protegerse con pieles o cobertizos. También se utilizaban unas robustas barracas móviles de madera cubiertas con pieles mojadas para que el enemigo no pudiera incendiarlas con faci­ lidad.

El trabuco fue aparentemente la máquina de artillería más conocida. Funcionaba mediante el principio del columpio: cuanto mayor era el peso en el brazo corto, mayor era la fuerza del brazo largo. La puntería se podía ajustar cambiando el ángulo de lanzamiento de la honda situada en la punta del brazo largo. Con un gran alcance, los trabucos podían lanzar proyectiles tras los muros y a lo alto de las torres. Se podían construir muy grandes, pero eran muy difíciles de mover. Este dibujo está basado en un modelo a escala.

El método más efectivo para demoler parte de un castillo era, sin duda, el minado. Desde una entrada oculta en el campo de los sitia­ dores se construía un túnel bajo tierra hasta llegar a la parte del cas­ tillo que se pietendía derribar. Allí se excavaba una gran sala, cuyo techo se sostenía con vigas de madera. Al prender fuego a las vigas, la sala se derrumbaba y la parte de la muralla situada encima se venía abajo con tal fuerza que a veces quedaba hecha añicos. El minado era un trabajo muy arriesgado y desagradable. El zapa­ dor trabajaba en la oscuridad, con poco aire y con el constante peli­ gro de derrumbamiento. Por esta razón, los zapadores eran muy valorados y respetados, y su profesión se transmitía en general de padres a hijos. Un castillo construido sobre roca sólida o terreno húmedo, o rodeado de un foso profundo, estaba a salvo del minado;

La catapulta ya era utilizada p o r los griegos y los romanos. Se disparaba mediante una madeja de nervios, pieles de animales o cuerdas fuertemente retorcidas que se podían estirar para ajustar la puntería. Más pequeñas y manejables que los trabucos, las catapultas efectuaban disparos muy potentes y con una trayectoria mucho más baja, lo que permitía golpear con más fuerza. Este dibujo está basado en una reconstrucción a escala real que podía lanzar piedras de 4,5 kilos a 320 metros.

de no ser así, la única defensa consistía en cavar una contramina, desde la cual los defensores podían irrum pir en el túnel de los sitia­ dores y matar a los zapadores. Para ello, los defensores tenían prim eio que localizar la mina, tarea que requería un agudo vigía que detectara movimientos sospechosos fuera de la muralla y localizar así la ubicación de la entrada a la mina; también podían situarse reci­ pientes con agua en lugares estratégicos y confiar en que las vibra­ ciones causadas por los picos de los zapadores tuvieran la fuerza suficiente para producir ondas en el agua e indicar dónde se encontraba la mina. Si un castillo rechazaba todas las ofertas de rendición, antes o después los atacantes tenían que enfrentarse a un combate cuerpo a cuer­ po. A menos que lograsen derribar una puerta o abrir una brecha lo

suficientemente grande en el muro, la única solución era escalar la muralla. Las escalas portátiles eran fáciles y rápidas de fabricar y transpor­ tar, por lo que se utilizaban con frecuencia en los ataques por sorpre­ sa; sin embargo, en otras circunstancias eran muy peligrosas, porque los escaladores no podían protegerse mientras trepaban y los defen­ sores podían empujarlas con largas lanzas y despeñar a los atacantes. Cuando no había posibilidad de sorpresa, la mejor arma era la torre de asedio. Era una torre de madera, más alta que el muro que debía ser atacado, con ruedas para poder empujarla hasta la muralla. Una vez allí, el puente levadizo que llevaba se apoyaba en el muro y los atacantes saltaban hasta las almenas y se batían con los defensores. Otras veces, los sitiadores construían una torre de asedio fija - o inclu­ so un «castillo de asedio»- a cierta distancia de la muralla, con la altura suficiente para que los arqueros barrieran las almenas y las dejaran libres de defensores para poder así utilizar las escalas portá­ tiles. Una vez alcanzado el muro del castillo por una torre de asedio, los atacantes tenían muchas posibilidades de aplastar a los defensores en ese punto y conquistar esa parte de las defensas. Sin embargo, era fre­ cuente que la torre de asedio no pudiera llegar demasiado lejos. Era preciso que el terreno sobre el cual debía ser arrastrada fuera llano y estuviera libre de obstáculos. Cuando los defensores veían a los sitia­ dores allanando zanjas y nivelando pequeñas elevaciones, sabían lo que se avecinaba. Las torres de asedio, con su volumen y su lentitud, eran un blanco fácil para cualquier arquero o máquina de guerra den­ tro de su campo de tiro. Se podía disparar contra sus travesaños, destruyéndolos o haciendo que se tambalearan, y también podía pren­ dérseles fuego a pesar de su protección de pieles húmedas. Parece que estos defectos fueron los que causaron que, a partir del siglo x i i , las torres de asedio dejaran de usarse, y los atacantes confiaran más en el poder de las piezas de artillería. Los defensores solían tener muchas ventajas sobre sus atacantes, dependiendo, por supuesto, de lo hábilmente que hubiera sido conce­ bido el castillo y de la solidez de su construcción. Mientras los sitia­ dores intentaban protegerse tras parapetos de madera, los defensores contaban con almenas de piedra y, desde el siglo x i i , con aspilleras muy bien diseñadas que proporcionaban una excelente protección. Además de las máquinas y los arcos normales, podían utilizar pode­ rosas ballestas. Lentas de cargar pero muy precisas, lanzaban dardos cortos y pesados capaces de atravesar armaduras con una fuerza terri­

14

ble. (El rey inglés Ricardo Corazón de León fue herido de muerte de esta manera durante el asedio a un castillo.) La guarnición contaba con la ventaja proporcionada por la altura a la hora de utilizar cual­ quiera de sus armas, y esa misma altura le permitía lanzar rocas o aceite hirviendo a los atacantes, dejar caer un enorme acolchado para proteger una extensión de muro que estuviera siendo bombardeada con piedras o golpeada con un ariete, o lanzar grandes horquillas de madera que atrapaban la cabeza del ariete. Finalmente, los defenso­ res podían elegir cuándo atacar a sus sitiadores. Una parte de la guar­ nición podía realizar una incursión nocturna, saliendo por una peque­ ña puerta llamada poterna; con suerte, podían pillar a los sitiadores por sorpresa, prender fuego a las máquinas, matar a los artilleros y regresar aprovechando la confusión en el campo. No es difícil comprender por qué los asedios podían durar tanto tiempo y por qué los soldados estaban poco dispuestos κ líos. El jefe de los atacantes necesitaba muchos más soldados que lo-, que necesi­ taba el señor sitiado para defender el castillo; adei¡ impedir que esos soldados abandonaran el asedio vencidos por el tedio suponía un grave problema, ya que el sitio era más aburrido que incómodo o peli­ groso. Si llegaba a la conclusión de que no podía entrar por la fuerza, el atacante podía intern.ir rendir a la guarnición por hambre, pero en ese caso tenía que llevar a cabo la difícil tarea de obtener suficientes abastecimientos para sus propios hombres mientras esperaban, más aburridos que nunca. Cuanto más tiempo pasaba, más aumentaba el riesgo de tener que levantar el asedio a causa del descontento y el hambre de sus propios hombres, o por la llegada de un ejército que acudiese en ayuda de los sitiados. Si el asedio finalizaba con el castillo tomado al asalto, era proba­ ble que la guarnición fuera masacrada. Los atacantes, que habían soportado duras penalidades durante semanas o meses, y graves pér­ didas luchando contra los defensores, no se lo perdonarían. Todos los soldados lo sabían. Ninguno de los bandos deseaba terminar asesinado, si podía evi­ tarlo, y los sitiadores preferían capturar un castillo en condiciones razonables. Por eso era corriente que los defensores, si tenían pocas esperanzas de recibir ayuda, acordaran la rendición después de pactar con el enemigo una tregua de una semana durante la cual esperarían ser auxiliados, mientras ambos bandos cesaban la lucha. Lo cierto es que, terminase como terminase, un asedio costaba tiempo al atacan­ te; cuanto más poderoso fuera el castillo, más tiempo tardaría en ren­ dirse y más probabilidades habría de que no tuviera que hacerlo.

Última etapa del asedio del castillo de Rochester, en noviembre de 1215. Desde principios de octubre, el ejército del rey Juan, acampado cómodamente en el pueblo, había estrechado el cerco, había cortado el puente para impedir la llegada de auxilio, había apostado cinco grandes máquinas, había irrumpido dentro del recinto y había minado y derribado una de las esquinas de la torre de homenaje. Incluso entonces, los barones rebeldes resistieron tras el muro que dividía el interior

de la torre. El rey, furioso, ordenó acabar con todos ellos, pero sus consejeros le convencieron de que les permitiera rendirse sin represalias. Algunos detalles de la escena son imaginarios, pero otros están bien documentados. No hay duda, p o r ejemplo, de la destrucción de la torre del homenaje, que fue reparada diez años después, y el nuevo torreón de esquina se construyó en otro estilo más moderno, redondo. La torre de homenaje todavía permanece en pie.

15

4. Perfeccionar las defensas

Reyes y señores pronto se dieron cuenta de que el castillo de torre y muralla estaba lejos de ser perfecto. Desde mediados del siglo x i i , tanto ellos como sus constructores se dedicaron a intentar m ejorar los castillos ya existentes de este tipo o a experimentar nuevos diseños.

La lección de las Cruzadas Conquistar terreno En la Edad Media, los guerreros y gobernantes - y ningún gober­ nante llegaba muy lejos si no era un buen caudillo guerrero- cono­ cían muy bien las ventajas que ofrecían los castillos. Una fuerza re­ lativamente pequeña dentro de un recio castillo podía detener a un ejército muy superior a ella durante semanas o incluso meses, y no era prudente adentrarse en territorio enemigo dejando intacto un cas­ tillo importante cuya guarnición podía ser una amenaza en la reta­ guardia. No es, pues, sorprendente que las campañas se resolvieran a veces en torno a algunos castillos, y que los asedios fuesen más comunes que las batallas en campo abierto. Hemos visto cómo los normandos usaban castillos para defender las tierras conquistadas (página 7), y veremos cómo Eduardo I de Inglaterra usaba castillos en Gales con el mismo objeto (página 34). Si estaban bien situadas y dirigidas por jefes de confianza, estas edi­ ficaciones podían ser una efectiva protección para impedir la invasión de un país. Ricardo Corazón de León construyó un soberbio castillo, Château Gaillard (página 32), para evitar cualquier invasión de Norm andía por los francos. Sin embargo, en 1204, sólo seis años des­ pués de que Ricardo lo terminara, Château Gaillard fue tomado por el rey Felipe Augusto de Francia después de una larga y valerosa defen­ sa. El nuevo rey de Inglaterra, luán, había fracasado en su intento de detener al ejército del rey Felipe, y hasta la mejor de las fortalezas puede caer si se permite a un enemigo poderoso y obcecado atacarla durante el tiempo suficiente. Sin embargo, en 1216, el castillo de Dover fue defendido para el rey Juan por su condestable, Hubert de Burgh, contra un ejército invasor francés; los defensores se negaron a rendirse incluso después de la muerte de Juan, y al final los france­ ses tuvieron que retirarse. Una vez demostrada su importancia, los reyes tuvieron gran cuida­ do de los principales castillos de sus reinos, especialmente en las zonas donde era más probable una invasión. Los castillos más impor­ tantes los reservaban para ellos mismos, por medio de sus condesta­ bles, o los entregaban a unos pocos señores de su confianza. En la frontera con Escocia, por ejemplo, el obispo de Durham tenía grandes poderes y privilegios, pero necesitaba la ayuda del rey para detener una posible invasión escocesa; además, como hombre de la Iglesia, no podía tener familiares que heredaran su puesto, y cuando un obispo moría, el rey tenía un voto decisivo en la elección del nuevo.

16

Los historiadores tienden a creer que la mayoría de las ideas para mejorar los castillos las trajeron los cruzados que volvían de Tierra Santa, donde habían aprendido de las fortificaciones bizantinas y musulmanas cómo diseñar castillos de manera más científica. Es cier­ to que los cruzados hicieron construir magníficos castillos. Los necesi­ taban, especialmente en la última época de la ocupación de Palestina, cuando lo habitual era que un pequeño número de guerreros tuviera que enfrentarse a un gran número de musulmanes. Al principio, el número de cruzados no era tan pequeño, y sus castillos eran simples torreones amurallados, pero los últimos castillos incorporaron tantas mejoras, tanto en los detalles como en el diseño general, que puede decirse que a finales del siglo x i i eran los más poderosos del mundo. Veremos que la mayoría de los ingenios descritos en este capítulo y en el siguiente fueron utilizados en el M editerráneo Oriental antes de aparecer en Europa. Pero no existen pruebas definitivas de que se haya dado un solo caso copiado directamente; los constructores euro­ peos podían haber inventado las mejoras y haberlas adaptado a las necesidades de cualquiera de los castillos que estuvieran construyen­ do. Todos los emplazamientos tenían sus ventajas y sus inconvenien­ tes y, aun cuando el arquitecto tuviera en mente las ideas utilizadas en los castillos de la última cruzada, debía decidir si era posible poner­ las en práctica y cómo podían encajar en su proyecto. Un nuevo concepto que indudablem ente fue im portado por los cruzados fue el del castillo-m onasterio. Estaba copiado de los ribat, un tipo de fortaleza construida por los musulmanes en sus fronteras para luchar contra los no creyentes; su guarnición estaba com pues­ ta por devotos creyentes voluntarios que luchaban sin descanso contra los enem igos del Islam m ientras se ganaban el favor de Dios, así como un considerable botín. En el lado cristiano, los Caballeros Templarios y los Hospitalarios construyeron sus m ejo­ res castillos en Tierra Santa, y desde allí la idea se extendió hacia otras fronteras de la Europa cristiana, donde luchaban otras órde­ nes militares y religiosas: en Castilla, donde los Caballeros de Alcántara, Calatrava y Santiago se batían contra los moros; y en Prusia, donde los Caballeros Teutónicos conquistaban, convertían y sometían a las tribus paganas. Sin embargo, estos em plazam ientos estaban construidos según las características propias de cada terre­ no, sin puntos en común. Además, los castillos eran algunas veces diseñados tanto para albergar monasterios o edificios de gobierno

como para servir de fortalezas. No incorporaban más novedades que los castillos que los reyes o grandes señores hacían construir en otras partes de Europa.

Torres más sólidas Existen dos principales formas de defensa, la defensa pasiva y la defensa activa. La defensa pasiva consiste en resistir los golpes tra­ tando de sufrir el menor daño posible. La defensa activa consiste en acosar al atacante para que sus golpes sean más débiles. Los cons­ tructores de castillos tenían en cuenta ambos principios, y nos cen­ traremos primero en el camino que eligieron para asegurar la defen­ sa pasiva de los castillos. Obviamente, el lugar· más importante a la hora de defender un casti­ llo era su punto más fuerte, la torre de homenaje, cuyos muros podían ser reforzados mediante contrafuertes lisos o apilastrados. Esto con­ tribuía a hacer los muros más sólidos, pero como soporte - la función principal de los contrafuertes- tenía poco valor. Un buen contrafuer­ te debe apoyarse con fuerza contra el muro, y para lograrlo debe sobresalir bastante; sin embargo, aunque los constructores lo hubie­ ran comprendido, no quem an proporcionar al enemigo una protec­ ción semejante, que podía ser utilizada para golpear desde ella impu­ nemente o aprovechada como parapeto durante un asalto. Conseguir una base más gruesa resultaba mucho más efectivo, así que por el exterior se diseminaban piedras para formar una masa de escombros que hiciese inútil cualquier intento de atacar atravesándo­ la. Esto es lo que se conoce como talud. Una ventaja añadida era que si un grupo numeroso de atacantes quedaba cercado, las piedras lan­

zadas desde la torre podían rebotar en el talud hacia ellos, rompién­ dose muchas veces en fragmentos afilados. El talud era, pues, un excelente mecanismo usado a menudo, y no existía razón alguna por la que una buena idea debiera utilizarse exclusivamente en la torre del homenaje. Una variante del talud era un enorme espolón construido en la parte exterior de una torre en la dirección por la que era más pro­ bable que viniese el ataque; algunos espolones franceses eran tan grandes como las tones que reforzaban. Las torres del hom enaje cuadradas tenían un defecto que, sin embargo, no quería decir que no fueran resistentes: los ángulos rec­ tos de sus esquinas. Cuanto más agudo era el ángulo de una torre, más vulnerable era al minado y más fácil era arrancar sus piedras.

-ϊ-Λ|

Castillos cruzados en territorios muy diferentes. Margat (arriba) fue la base de los Caballeros Hospitalarios en Tierra Santa. A pesar de estaren terreno montañoso, de su tamaño, de su doble anillo de murallas y de su gran torre del homenaje de planta semicircular situada en el extremo escarpado, se rindió a los musulmanes en 1285. Marienburg (izquierda) fue el cuartel general de los Caballeros Teutónicos de la Prusia Occidental. Sus castillos solían ser de ladrillo (existía poca piedra de calidad en la zona) y estaban dispuestos en grandes bloques alrededor de una plaza; eran en parte monasterios y en parte dependencias de gobierno. Marienburg fue destruido en la Segunda Guerra Mundial.

17

Dos de las torres de Enrique il. Después del desorden del reinado de Esteban, Enrique hizo destruir muchos castillos construidos sin permiso p o r los barones y construyó o reforzó muchos castillos reales en lugares clave. Newcastle upon Tyne (izquierda) muestra el desarrollo final de la torre de planta cuadrada: poderosos muros con pilastras que servían de contrafuertes, torreones en las esquinas y un fuerte talud. La entrada está en la segunda planta, más alta de lo habitual, y se encuentra defendida p o r dos torreones en lugar de p o r una fortificación exterior. Las almenas que se observan en este grabado del siglo xix eran restauraciones recientes, casi con certeza erróneas. Fue construido p o r Mauricio el Ingeniero alrededor de 1170; él mismo construyó más tarde la torre del homenaje de otro castillo estratégico, Dover. Orford (derecha) fue construido a finales de los años sesenta del siglo xii para vigilar las costas de Suffolk y a algunos barones de dudosa confianza. Tenía, como podemos ver en este grabado del siglo xvm, un diseño más experimental. Circular en el interior y muy anguloso en el exterior, con tres altos torreones, tenía una fortificación exterior normal, entrada en el prim er piso y un gran talud.

18

^

Segunda planta

Primera planta

mente redondas eran las que mejores resultados daban. Se construyó un gran número de torres redondas, en distintos países y para diver­ sos propósitos, y desde finales del siglo x i i fueron muy populares en los castillos franceses y británicos. A pesar de esto, en Gran Bretaña existe un número relativamente pequeño de torres del homenaje redondas. ¿Por qué? Una de las razo­ nes es que ya existía un gran número de tones cuadradas, y resultaba muy caro derribarlas para reemplazarlas por otras redondas. Además, un cilindro era menos adecuado para ser habitado y menos económi­ co que una construcción rectangular; podía tener menos habitaciones que una torre cuadrada ocupando un espacio similar y en muros de espesor parecido. Eran también más difíciles de construir, con pie-

En La Roche Guyon, construida también a finales del siglo χιι, la torre del homenaje es circular, rodeada p o r un muro de protección cerrado o camisa, el cual estaba también parcialmente encerrado po r una muralla más baja. Todos tenían espolones de cara a la dirección esperada de ataque. Las construcciones residenciales se encontraban abajo, cerca del Sena.

La única solución consistía en construir torres sin ángulos agudos. Una to n e octogonal tenía esquinas poco agudas. Una torre redonda no tenía ninguna esquina, y las piedras, a menos que la máquina las lanzara con gran exactitud, generalmente se desviaban al chocar con­ tra su superficie. Existieron muchos experimentos de torres del homenaje construidas con cada una de estas plantas. Orford y Conisbrough las combinaban con grandes torreones y contrafuertes, lo cual fortalecía el conjunto, pero facilitaba a los zapadores un mayor número de ángulos que atacar. En Francia existía una gran variedad de torres del homenaje construidas con diferentes plantas redondeadas, pero la experiencia demostraba que las torres perfecta­

La torre de Coucy, en el nordeste de Francia. Esta sección dibujada en el siglo xix nos la muestra tal como probablemente se construyó, entre 1230 y 1240. Destacan las bóvedas de piedra con tragaluces en el centro, así como el hogar, las chimeneas y el cadalso fijo con tejado de tejas. También tenía su propio foso. Era probablemente la torre redonda más espléndida jamás construida, tres veces mayor que la más grande de Gran Bretaña (Pembroke, página 26). Fue destruida durante la Primera Guerra Mundial.

19

dras curvadas cuidadosamente esculpidas. A sí que fue principal­ mente en Gales, donde los señores anglonormandos construían cas­ tillos que necesitaban de todos los adelantos para aplacar la furia del pueblo al que habían invadido, donde se construyeron numerosas torres cilindricas.

Acosar a los atacantes La defensa pasiva por sí misma no era suficiente. Sin gente para defenderlo, el castillo más invulnerable estaba perdido, y los cons­ tructores se esforzaban para hacer la defensa activa más fácil y segu­ ra. Hemos visto en el capítulo anterior cómo era posible combatir a los sitiadores desde posiciones de defensa; ahora veremos cuáles eran exactamente esas posiciones. Disparar con arco y flecha a alguien que está justo debajo es prác­ ticamente imposible. Un arquero, por tanto, no podía herir a los sitia­ dores que estuvieran atacando la torre o el muro sobre el cual se encontraba él. Pero si el arquero estuviese en una torre que sobresa­ liera del muro, podría dominar el frente y disparar contra quienes lo atacasen. Esto hacía que apuntar fuese más fácil y seguro y, ya que el enemigo formaba probablemente una gran masa que cubría el muro, una flecha que no alcanzara al hombre contra el que iba dirigida podía herir a otro. Disparar directamente contra las líneas enemigas desde una posición defensiva es lo que se conoce como enfilar. No es una idea nueva, pero, como los arcos y las flechas mejoraban constante­ mente, se comprendió que resultaba más beneficioso diseñar castillos desde los cuales se pudiera hacer un mejor uso de estas armas. Norm alm ente no había ningún problem a para construir torreo­ nes que sobresalieran de los muros, aunque el defensor debía ase­ gurarse de que todos los lados donde el muro formaba una curva o un ángulo estuvieran cubiertos. Se hizo habitual situar una torre en una esquina, para que los arqueros pudieran dom inar los dos lados del ángulo. La defensa adicional que proporcionaban las torres llevó a los constructores a poner más énfasis en la m uralla, con mejoras que analizarem os en el siguiente apartado de este ca­ pítulo. Buscar posiciones desde las que enfilar o cubrir los flancos en una torre del homenaje era menos sencillo. Muchas ya tenían torreo­ nes que sobresalían en las esquinas, pero generalmente no lo hacían lo suficiente, pues habían sido concebidos sólo para defender las esquinas del edificio y para albergar escaleras de caracol. La mejor solución era construir torreones que no partieran desde el suelo, sino que apoyaran en la parte alta del muro de la torre. Este tipo de torretas de esquina se generalizó sobre todo en España, Irlanda y Escocia, países donde las torres del homenaje cuadradas y, más tarde, las casas-torre se construyeron durante toda la Edad Media.

20

A

B

c

Alm enas: El ancho espacio existente entre las almenas daba libertad para usar las armas con seguridad (A), pero al evolucionar la arquería tendió a hacerse más estrecho (B); en casos extremos se convirtió en una simple hendidura, mientras en los merlones se situaban aspilleras (C). Estos huecos podían tener protecciones de madera articuladas sobre barras de hierro (véase a. la derecha). Los tejadillos sobre los merlones impedían la erosión del muro p o r la lluvia: también permitían desviar las flechas.

Cadalsos: Galerías cubiertas construidas fuera de las almenas que ofrecían una mejor posición de tiro y una mayor protección, pero eran de madera y resultaban caras de instalar. Muchos castillos tienen agujeros cuadrados bajo sus almenas para albergar las vigas que soportaban los cadalsos, aunque es posible que esos agujeros no llegaran a utilizarse.

M atacanes: Construidos como parte del propio muro, estas almenas proyectadas hacia fuera eran las mejores. Su uso se fue incrementando en la Baja Edad Media.

A pesar de la importancia de las flechas, también era interesante poder lanzar piedras y líquido hirviendo sobre los atacantes. Las almenas, especialmente las más avanzadas, proporcionaban una excelente protección a los arqueros, pero el defensor debía inclinar­ se hacia fuera si quería lanzar una piedra, y ningún merlán (el poste de la almena) le defendería entonces de las flechas de los sitiadores; además, los espacios entre almenas más modernos, diseñados única­ mente para disparar, apenas dejaban sitio suficiente para inclinarse y lanzar objetos. El problem a se resolvía con la construcción de sóli­ das galerías de m adera situadas fuera de las almenas, por las que los defensores podían m overse sin ser vistos y lanzar su carga a través de trampillas en el suelo. Estas galerías se llamaban cadalsos. En los castillos del continente muy pocas eran permanentes, y apenas ha sobrevivido ninguna. En Gran Bretaña es frecuente ver, justo bajo las almenas de los castillos, una serie de profundos agujeros cuadra­ dos hechos para alojar las vigas sobre las que se construían los ca-

Aspilleras debían ser estrechas en el exterior

amplias en el interior

con un amplio ángulo para disparar

El área de «puntos muertos», que dependía de la forma de las torres, no podía ser cubierta p o r los arqueros apostados en la muralla.

dalsos; en unos pocos casos son largas piedras las que sobresalen del muro. Los cadalsos estaban muy extendidos, pero tenían los inconve­ nientes de la madera; las rocas y las flechas podían destruirlos o incendiarlos, Así, como alternativa más sólida, se construían las almenas separadas de los muros, dejando huecos en la base a través de los cuales los defensores podían arrojar lo que quisieran. Este mecanismo se llamaba matacán. Como en el caso de las torres flan­ queantes, era conocido desde la época de los romanos, pero fue durante la Edad Media cuando se extendieron, especialmente en luga­ res muy expuestos a los ataques. Los matacanes podían situarse sobre la entrada para poder lanzar agua en caso de que el enemigo intenta­ ra incendiar la puerta.

En Warkworth, la torre de Grey M are’s Tail tenía aspilleras de más de 5 metros de largo que abarcaban varios pisos (obsérvese también la forma, el talud y los agujeros para apoyar las vigas de los cadalsos).

Podían introducirse muchas variaciones: la forma de cola de pez permitían disparar mejor hacia abajo; las cruces y los círculos daban más luz y ofrecían una mejor visión.

En Caernaivon muchas aspilleras se diseñaron para ser utilizadas po r tres arqueros al mismo tiempo; en otros lugares, un solo arquero tenía tres aspilleras.

21

Murallas más solidas Las mejoras que hemos analizado en relación con las torres del homenaje podían, por supuesto, aplicarse a otras partes del castillo y, en algunos casos, con mejores resultados. Al aplicar la idea del enfilado (página 20) a la muralla, los constructores vieron la posibi­ lidad de conseguir una defensa tan fuerte del recinto, que los defen­ sores rara vez se verían obligados a retroceder hacia la torre del homenaje. La distancia entre las torres de la muralla era la del alcance de un arco, para así poder defenderse unas a otras. Cada una de ellas podía construirse con poder suficiente como para resistir independiente­ mente en el caso de que otras torres o partes de la muralla fueran tomadas por el enemigo. De ese modo un atacante podía encontrarse con que una victoria en un lugar no significaba obtener la totalidad del castillo. La puerta por la que se accedía a la torre desde el adarve era siempre estrecha y estaba fuertemente pertrechada; a veces ni siquiera existía puerta a ese nivel, sino que se accedía desde el inte­ rior del recinto. Una torre podía ser de la clase que mejor conviniera al esquema defensivo de cada castillo en particular. Era bastante común que el lado que se enfrentaba al atacante fuera redondo o muy anguloso, mientras que el lado que daba al patio era plano. En algu­ nos casos, una torre de muralla especialmente importante podía ser de hecho una segunda torre del homenaje. Los que llevaron más lejos la idea de construir tones indepen­ dientes del muro fueron algunos constructores de castillos españoles. Situaban las torres fuera de los muros, conectándolas con las almenas sólo mediante un puente colgante. Este tipo de torres se llamaban torres albarranas, y sus arqueros podían disparar no sólo desde los flancos, sino también por detrás. Un esquema atrevido. Estas torres podían dar la sensación de estar en una posición peligrosamente ais­ lada. En realidad estaban mucho menos expuestas de lo que aparen­ taban, pero aun así la idea no cuajó entre los constructores de casti­ llos de otros países. En Francia y Gran Bretaña los raros ejemplos de torres construidas fuera de la muralla eran torres muy grandes y pode­ rosas; de hecho, eran auténticas torres del homenaje, como las de Coucy y Flint. Una idea aún más atrevida consistía en obviar el uso de las torres como puntos fuertes independientes y tratarlas como meras partes de una línea continua de defensa que debe mantenerse intacta. La des­ ventaja de las torres de muralla era que, si los atacantes conseguían hacerse con ellas, podían utilizarlas contra la guarnición del castillo. Por esa razón, algunos constructores usaban medias torres. Por el lado exterior eran como torres normales, pero no tenían muro interior. Así, si los atacantes las tomaban se encontraban sin ninguna protec­ ción. Muy probablemente ni siquiera encontrarían un sitio donde per­ manecer, ya que los pisos de la torre no eran sino plataformas móvi-

22

En Flint (plano en la página 34) la torre del homenaje circular actúa como torre de esquina respecto al recinto interior y domina el débil exterior, pero es también una fortaleza independiente con su propio foso. La idea pudo ser copiada de Coucy (p. 19), de las torres albarranas españolas o incluso de las antiguas motas, que normalmente se levantaban fuera de sus recintos fortificados.

Framlingham, Suffolk, comenzado antes de 1200, confía completamente en su muralla; las torres están abiertas en la parte de atrás para no ofrecer protección al enemigo en caso de que éste tome una de ellas. Pero este esquema depende de una torre del homenaje interior desde la que se pudiera atacar. No se sabe po r qué no fue construida, ni tampoco si se planeó.

les que los defensores del castillo habrían tenido tiempo de echar abajo. Framlingham, comenzado alrededor de 1180, probablemente por Roger Bigod, conde de Norfolk, parece tener plena confianza en su muralla, ya que no existe ningún punto fuerte hacia el que los defensores pudieran retirarse si fuera penetrada. Un audaz experi­ mento, sin duda, pero la mayoría de los constructores de castillos no quisieron arriesgarse.

non

0

i

s a T o riflj

Los defensores, en la torre, podían disparar con facilidad contra quien atacase la puerta, pero los atacantes sólo tenían un obstáculo que franquear.

Defender la puerta «Ninguna fortaleza es más fuerte que su punto más débil», y la puerta, el hueco que los constructores se veían obligados a dejar en la muralla, es ese punto. Esto era obvio, y desde los primeros casti­ llos los constructores intentaron asegurarse de que atacar la puerta fuera tan difícil y peligroso como atacar cualquier otro punto del muro. La entrada a la tone del homenaje podía dificultarse mediante escaleras y pretiles almenados (página 11), pero la entrada de la muralla debía ser amplia, ya que por ella debían entrar canos y caba­ llos. ¿Cómo podía hacerse segura? Alguno de los primeros castillos se limitaba a confiar en que la puerta fuera resistente y estuviese bien atrancada, pero muchas veces la flanqueaban también con una torre situada a la izquierda (desde el punto de vista de los defensores) desde la cual podían disparar a sus atacantes por la derecha, donde no les protegían sus escudos. U na idea alternativa consistía en hacer pasar la entrada a través de una torre, obligando a atravesar un paso que podía cerrarse por ambos extremos, bloquearse y ser defendido desde arriba y desde ambos lados. Era una buena solución para la entrada de la muralla, pero no todo el mundo la utilizó. El castillo de Bramer, en Sussex (diagrama de la página 8), es un ejemplo interesante de lo que ocu­ rría en uno de los primeros castillos. Hacia el año 1100, el propie­ tario reemplazó la em palizada de madera que rodeaba el recinto por una muralla. Se abandonó la mota, y la muralla tenía una única torre, por la que atravesaba el corredor de entrada. Sin embargo, debieron pensar que no era suficiente tener una torre atravesada como aquélla sin disponer de una to n e del homenaje. Pocos años después, la torre fue am pliada y convertida en torre del homenaje, y se construyó una nueva puerta en la muralla. Algo sim ilar ocurrió en otros de los primeros castillos, como Richmond, en Yorkshire, y Ludlow, en Shropshire. La mejor solución - s i los propietarios podían perm itírsela- con­ sistía en combinar ambas ideas en una entrada fortificada completa. La entrada se encontraba entre dos torres y, una vez cruzada, había que atravesar por un corredor un edificio que las unía. Las primeras entradas fortificadas de este tipo aparecieron a mediados del siglo x i i ,

X Los atacantes tenían que atravesar un corredor con una puerta en cada extremo, pero los defensores tenían dificultades para cubrir la zona inmediatamente anterior a la puerta.

I * **ntΊ? \ V ‘ ífi Ί 8a a i "Vi VrVí' f 1 i --------i T !H

La entrada fortificada combina las ventajas y acaba con las desventajas de los diseños anteriores. El paso o corredor es más largo, se pueden poner más obstáculos en su interior -puertas, rastrillos, aspilleras en los muros y buheras en el techo- y se puede construir además un puente levadizo.

23

El más simple de los puentes, que se eleva para cerrar la entrada, no se muestra aquí; hay que recordar que su uso estaba muy extendido, especialmente en pequeñas puertas y poternas. El movimiento de estos puentes podía estar regulado de tal manera que tanto la posición abierta como la cerrada fueran naturales. En estos diagramas, las puertas permanecerían cerradas, si no se utilizaba una fuerte tranca para mantenerlos abiertos; los agujeros donde se alojaban estas trancas todavía se conservan. Las cadenas del cabrestante podían estar guiadas por poleas para que se movieran en la dirección adecuada.

Entrada del castillo bretón de Montmuran, del siglo xiv. El puente principal tenía dos travesaños y sus correspondientes huecos, la pasarela de la derecha uno. Como p o r debajo del nivel del suelo no quedaba ninguna pieza del puente levadizo, resultaba muy útil, si había un foso lleno de agua. Hay que destacar el desarrollo alcanzado por los matacanes que rodean la parte alta de la entrada fortificada.

24

y desde entonces fueron uno de los puntos más fuertes de cualquier gran castillo. Una entrada fortificada no era sólo una fuerte construcción, sino que contaba con una serie de ingeniosos m ecanismos para detener a los sitiadores que intentaran atravesarla. En el exterior del corredor existían aspilleras para evitar cualquier aproximación, y sobre la entrada había matacanes; de hecho, los primeros matacanes se situa­ ron encima de las puertas. Si los atacantes lograban acceder al corredor, se encontraban con una lluvia de piedras, flechas, aceite hirviendo y otros proyectiles lanzados desde las buheras del techo y desde las aspilleras de los muros laterales; y todo esto en plena confusión y sin form a de cubrirse, mientras intentaban forzar la siguiente puerta o rastrillo. En ocasiones el corredor form aba una curva cerrada; esto no sólo contribuía a la confusión de los atacan­ tes, incapaces de ver claram ente el final del mismo, sino que les pri­ vaba del espacio suficiente para lanzar un ariete contra la última barrera. Las puertas en sí estaban hechas de gruesa madera, muy bien reforzadas con hierro, se abrían hacia el interior mediante grandes bisagras de hierro y se cerraban con sólidas trancas de madera que atravesaban anillas también de hierro. A veces existía una pequeña puerta en el portón, para no tener que abrirlo en caso de que solamente

tuviera que entrai' gente a pie. Muy pocos portones medievales han sobrevivido, pero el visitante todavía puede contemplar los restos de las bisagras, descubrir el profundo agujero en la piedra donde se apo­ yaba la tranca cuando no se utilizaba, e identificar el marco de piedra contra el que la puerta cerraba herméticamente, para impedir que los atacantes pudieran introducir una palanca. Como protección adicio­ nal, algunas veces existía tras la puerta una resistente reja de hierro, sobre todo en los castillos de Escocia e Irlanda. A principios del siglo x i i llegó a Gran Bretaña un nuevo tipo de portón, el rastrillo. Era una pesada reja de madera reforzada con hie­ rro que podía subir y bajar en lugar de girar sobre unos goznes. La guarnición podía subirlo y bajarlo desde el habitáculo situado sobre el corredor, donde se alojaba el rastrillo cuando no se utilizaba. Quedan muy pocos rastrillos originales, pero es fácil detectar dónde ha existido uno. El hueco del techo por el que descendía puede haber sido cegado, pero normalmente han sobrevivido los surcos laterales por los que se deslizaba para bajar. Si el castillo estaba rodeado por un foso o un dique seco, normal­ mente existía delante de la puerta un puente levadizo que, al izarse, constituía un obstáculo más. Como nos muestran los esquemas, había formas muy diferentes de construir puentes levadizos, o giratorios, término más adecuado para algunos de ellos. El tipo consistente en dejar un profundo hueco interior, dentro del cual se alojaba la parte

inferior del puente cuando estaba cerrado, era especialmente efectivo. Si el foso era muy amplio, podía existir entre el castillo y la otra ori­ lla un pilar que unía ésta con otro puente levadizo que se añadía al existente entre la puerta y el pilar. Aunque las entradas fortificadas constituían una defensa formida­ ble, algunos señores de castillos quisieron hacerlas aún más seguras, estudiando la manera de evitar que el enemigo llegara hasta la puer­ ta. Para ello diseñaron una construcción exterior conocida como bar­ bacana-, ya durante el reinado de Guillermo I se construyó una fren­ te a la torre del homenaje de Exeter, que hacía las veces de entrada. Como muestra el dibujo del castillo de Conisbrough (página 26), la barbacana es un muro que rodea la muralla principal y la puerta. En su interior, la entrada de la barbacana tenía sus propias defensas, y a lo largo de los años éstas se fueron perfeccionando mediante torreo­ nes, rastrillos y puentes levadizos, hasta tal punto que algunas llega­ ron a constituir auténticas entradas fortificadas exteriores. Como podemos observar en algunos ejemplos como Exeter y Bramber, la combinación de la torre más fuerte del castillo, la to n e del homenaje, con la defensa de la entrada fue una idea utilizada tem­ pranamente por los constructores. Cuanto más poderosas se volvían las defensas de la entrada, más se revitalizaba esta idea. Pero esto sólo fue una parte del amplio desaiTollo que se produjo en la planifi­ cación de los castillos durante el siglo xm.

Aunque la puerta y los rastrillos no suelen sobrevivir, aún es posible señalar dónde estuvieron colocados dentro del corredor gracias a los restos de bisagras (H), los huecos para las trancas (D) o los carriles para los rastrillos (P). Éstos a veces terminaban muy p o r encima del suelo, para impedir que las puntas se rompieran contra el suelo. Los rastrillos eran generalmente de madera reforzada con hierro, pero en Escocia eran muy comunes las puertas enrejadas construidas completamente de hierro mediante barras cruzadas. Esta reja, de la que vemos sólo la mitad, se encuentra en en el castillo de Doune (página 30).

25

Desarrollo de los castillos de torre del homenaje y recinto amurallado en Gran Bretaña Conisbrough, en Yorkshire, fue reconstruido completamente entre 1180 y 1190 p o r Hamelin Piantagenet, hermanastro de Enrique II, y esta reconstrucción es una excelente muestra de castillo puesto al día en esa época. Hay que destacar la barbacana, las torres semicirculares de la muralla, cuidadosamente situadas para dar protección donde es necesario, y la torre del homenaje, situada en la muralla tanto para defender la primera línea de defensa como para servir de último punto de resistencia. Comparada con la de Orford (página 18), esta torre es completamente circular, pero está rodeada de seis torreones.

Pembroke, en su estado actual. Probablemente fue construido p o r su propietario más famoso, William Marshal, nacido después de 1200. Es más grande que Conisbrough y su entrada fortificada se hace más compleja p o r el muro añadido que dobla su espesor; la barbacana está muy deteriorada. Las torres de la muralla son anchas y circulares. Se pueden ver los cimientos de un muro que atravesaba el patio. La torre del homenaje, la más grande de planta circular de Gran Bretaña, está situada para defender este muro y dominar el recinto, y tiene una cúpula de piedra, desde la cual podían disparar simultáneamente dos filas de arqueros.

26

Warkworth, en Northumberland, sufrió muchas reformas p o r parte de sus diferentes señores. Tiene todavía el diseño de un castillo de mota y recinto fortificado, pero los muros de piedra que reemplazaron la empalizada parece que no incluyen todo el recinto original. La muralla existente fue construida o reconstruida hacia las fechas señaladas en la fotografía. La torre del homenaje, más alta de lo habitual, probablemente es única, y combina fortaleza con lujo y magnificencia. En el tiempo en que fue construida, el famoso Harry Hotspur debió alojarse a menudo en el castillo.

Helmsley, en Yorkshire, no se asocia con ningún nombre famoso, y su construcción nos recuerda que los constructores de castillos no eran ardientes seguidores de las modas, sino que adaptaban sus ideas a las circunstancias. La obra de tierra, que data probablemente del 1100, no sugiere un diseño del tipo de mota y recinto fortificado. La torre del homenaje, construida alrededor de 1200, está sobrepuesta a la muralla, cuadrada en el lado del patio y redonda en el que se enfrenta al atacante. La gran barbacana, probablemente c. 1250, protege la totalidad del castillo y forma parte del terraplén que, entre dos fosos, rodea el castillo, con una barbacana más pequeña en el extremo.

27

Etapas de desarrollo de un castillo: Brougham, Cumbria

3. Hacia 1290 se añadió una torre en la esquina más expuesta de la muralla, la torre del homenaje se hizo más alta y se construyó una entrada fortificada interior entre la torre del homenaje y la muralla. 1. Entre 1170 y 1180, en el emplazamiento de una antigua fortificación romana frente al río Eamont, se construyó una torre del homenaje de piedra dentro de un recinto protegido por un foso y una empalizada. La mayoría de los edificios eran de madera.

2. Durante la primera mitad del siglo xm, se construyó un bloque residencial de piedra al lado de la torre, junto a las defensas exteriores. La empalizada fue sustituida por una muralla de piedra, y dentro de ella se construyeron una sala de piedra, una cocina, una capilla y otros, edificios.

28

4. A principios del siglo xiv se añadieron más edificios domésticos junto con una entrada fortificada exterior contigua a la torre del homenaje. Pocos años más tarde se hizo más alta y se conectó con la entrada interior por un corredor. Alrededor de 1330 el castillo alcanzó su forma definitiva, un recinto compacto, aunque débil, dominado y defendido por un poderoso grupo de edificios formado p o r la torre del homenaje y la entrada.

Federico, Stupor Mundi, y sus castillos Es evidente que el problema de diseñar los mejores castillos posibles ocupó a personas de gran inteligencia, y la más destacada de ellas fue, probablemente, el emperador del Sacro Imperio Federico II, llamado Stupor M undi, Maravilla del Mundo, quien reinó desde 1212 hasta 1250. Fue un hombre de inagotable curiosidad científica y experi­ mental; jam ás se sentía satisfecho con explicaciones a medias o con relatos no demostrados, y siempre trataba de imaginar algo mejor. Cuando se dedicó a diseñar castillos, los resultados que obtuvo fueron distintos a los de cualquier otra fortaleza de su tiempo, aunque cono­ cía la arquitectura militar de Inglaterra, Francia, Alemania, Italia y Tierra Santa. Alemán de nacimiento, pasó la mayor parte de su vida en Sicilia y el sur de Italia, donde construyó sus famosos castillos. Es interesante destacar que en Termoli, por ejemplo, no decidió construir una torre circular, sino que, en realidad, se trata de un enor­ me talud, una pirámide truncada. Sobre ella se levantaba una torre más pequeña desde la que se dominaba completamente la paite inferior; incluso si el enemigo tomaba esta zona, no podía permanecer allí sin enfrentarse a una lluvia de proyectiles lanzados desde la tone superior. Otro de sus castillos, Castel del Monte, es muy difícil de describir en términos de torres o fosos. La estructura principal es una cons­ trucción octogonal desproporcionadamente baja, con las habitaciones

La torre de Termoli.

agrupadas en torno a un patio de armas central, y con una to n e octo­ gonal en cada esquina, desde las cuales los arqueros podían cubrir las murallas adyacentes y las torres vecinas. La influencia de este tipo de construcciones se dejó notar en otros tenitorios de la cuenca medite­ rránea, como muestra la planta circular con tones adosadas del casti­ llo de Bellver en Palma de Mallorca, residencia real construida duran­ te el reinado de Jaime II (1291-1327). Castillos como éstos nos advierten de que no debemos intentar hacer una clasificación demasiado rigurosa de tipos y períodos. Las clasificaciones que usamos han sido establecidas por los historiado­ res solamente como ayuda para una más clara comprensión de las dis­ tintas características y diseños desareollados. Sin duda, los construc­ tores podían estudiar cualquier innovación de la que tuvieran noticia, pero no podían copiarlas de libros de texto. Usaban su sentido común y su experiencia, e intentaban a la vez aprovechar las ventajas del teireno sobre el que debían construir y corregir sus puntos débiles. Tenían en mente las circunstancias de ese castillo en particular: ¿exis­ tían, por ejemplo, posibilidades reales de sufrir un ataque serio?; ¿de cuánto dinero disponían? Además, muchos castillos no se construían de acuerdo con un único proyecto, sino que se iban alterando duran­ te sus muchos siglos de utilización. Cuando los observamos debemos intentar comprender qué era lo que pretendía su constructor; la mayo­ ría de los constructores no tenían la posibilidad de realizar brillantes experimentos como los del emperador Federico.

Castel del Monte, construido en 1240, está situado en una colina y su regularidad geométrica le da la apariencia de estar acabado. De hecho, la intención era construir otro recinto fortificado, que nunca se realizó. Federico construyó igualmente otros castillos rectangulares de diseño igualmente geométrico.

29

5. Diseñar castillos perfectos

Todas las mejoras detalladas en el capítulo anterior tuvieron como con­ secuencia un cambio muy grande tanto en la resistencia como en el aspecto de los castillos. Incluso un viejo castillo de torre del homenaje amurallada podía transformarse bastante con matacanes, torres, espolo­ nes, aspilleras y formidables entradas fortificadas. Cada añadido era, por supuesto, cuidadosamente proyectado por el propietario y su construc­ tor. Pero cuando había que diseñar un castillo completamente nuevo, el maestro constructor (o arquitecto) disponía de tantas posibilidades que podía seleccionar y combinar diferentes elementos, considerando qué tipo de defensa era más adecuado para cada punto, hasta crear un casti­ llo que respondiera exactamente a las necesidades de su propietario.

Concentrar el poder En una época en la que la mayor parte de las defensas de un castillo -quizá una simple empalizada, o una muralla sin torres- eran relati-

Doune, en Perthshire, un castillo pequeño de finales del siglo xiv. Los edificios principales, construidos en un solo bloque, son la sala (H), el salón privado y las habitaciones del señor (L), y la cocina (K). Los aposentos del señor estaban separados de la sala principal p o r un fuerte muro interior, y controlaban el pasaje de entrada (G).

30

vamente fáciles de penetrar para un enemigo decidido, alguien tuvo la excelente idea de construir una fuerte torre del homenaje. Pero, incluso con esto las desventajas eran fáciles de adivinar. La torre sólo podía proteger a las personas y propiedades del castillo. No podía albergar una guarnición lo suficientemente grande como para amena­ zar al enemigo con contraataques. Si bien es verdad que un puñado de hombres en una torre normanda podía defenderla de un ejército, no es menos cierto que una pequeña fuerza era suficiente para bloquearla. Por este motivo, muchas torres se situaban en el cen­ tro del recinto fortificado. Esto permitía a los ocupantes de la torre dominarlo por completo, pero normalmente la torre estaba demasia­ do lejos para ofrecer ayuda en caso de un ataque enemigo a los muros exteriores. Cuando la muralla era muy poderosa, ¿tenía algún propósito la existencia de una torre del homenaje? La alternativa de Framlingham (página 22) demostró que esta forma de pensar era un error; el casti­ llo no pudo oponer más que una débil resistencia cuando fue atacado en 1216, en contraste con la dura resistencia de la vieja torre de Rochester el año anterior (página 15) y la triunfal defensa de Dover (página 16). Pero si Ja muralla tuviese una serie de torres verdadera­ mente fuertes, ¿no podría una de ellas hacer las veces de torre del homenaje? Existía un acuerdo general respecto a que era mejor que el punto más fuerte del castillo estuviera en la vanguardia, y no desa­ provechado en su interior. De este modo, si un atacante atravesaba la muralla, encontraría una defensa más fuerte en varias torres grandes, todas ellas capaces de actuar independientemente, que en una única torre del homenaje. Del mismo modo, muchos señores se sentían más seguros si dis­ ponían de un buen baluarte en su castillo, mayor que cualquier torre. Con el desarrollo de las entradas fortificadas se fue haciendo evi­ dente que éstas debían ser mucho mayores que el resto de las torres que defendían la muralla, y que al agrandarse podían servir como torres del homenaje, lo que suponía una mejor protección de la entra­ da. Existía además una ventaja añadida: el señor y las personas de mayor confianza vivirían ahora sobre la entrada, cerca del mecanis­ mo que controlaba el puente levadizo y el rastrillo, por lo que a un traidor le resultaría mucho más difícil abrir la puerta al enemigo. Además, era mucho más barato construir una torre especialmente fuerte que dos. Podían existir diferentes opiniones acerca de las ventajas de situar la torre del homenaje en la entrada, dependiendo quizá de los dife­ rentes emplazamientos. La más famosa de todas estas torres del homenaje utilizadas como puerta de entrada, la de Harlech (página 35), permanece prácticamente inalterada. La de Dunstanburgh, que antes de caer en ruinas debía ser aún más impresionante que la de Harlech, fue pronto bloqueada y convertida en torre del homenaje pura, aun­ que todavía dominaba la nueva entrada al castillo. Incluso en los cas-

Castillo de Dunstanburgh, en Northumberland; fue construido entre 1313 y 1325 sobre una amplia meseta, con una enorme torre del homenaje que hacía las veces de entrada en el único lado accesible. Cincuenta años después se alteró la entrada, como se puede observar en esta reconstrucción. La barbacana fue derribada y el paso de la puerta fue bloqueado p o r un muro exterior cuadrado. Convertido en una torre del homenaje pura, el gran edificio todavía dominaba la entrada.

Los visitantes debían atravesar una nueva puerta exterior (1); pasar entre la muralla y un nuevo muro exterior (M); traspasar otra puerta (2) dentro de la nueva barbacana (B), y girar a la derecha para pasar todavía a través de otra puerta (3). Ahora estaban en el vasto recinto exterior, pero todavía tenían que entrar en el pequeño recinto interior antes de alcanzar la torre.

tillos pequeños, los señores prefirieron concentrar la defensa princi­ pal encima o cerca de la entrada, y vivir ellos mismos en ella.

espacio suficiente para proteger a todas las personas y animales necesarios. A veces el lugar en sí era tan inaccesible que el enemigo sólo podía atacar en una dirección, y entonces todos los constructores con­ centraban sus esfuerzos en construir allí una línea de defensa inex­ pugnable. En sus castillos de las montañas, los alemanes solían cons­ truir un Scliildinauer («muralla-escudo»), una tone descomunal que bloqueaba el único camino hacia el castillo. En Gran Bretaña, aunque algunos castillos estaban situados sobre colinas, este sistema se podía utilizar en muy pocos lugares. La excepción eran los promontorios de los abruptos acantilados al borde del mar, donde la única posibilidad de aproximación del enemigo podía ser bloqueada mediante una línea de fortificaciones. Es el caso de Tantallon, sobre un acantilado del estuario de Forth, donde se conservan pocos restos de las débiles defensas del lado del acantilado, o de la pequeña muralla que coro-

La línea de defensa Estuviese donde estuviese el principal punto fuerte, el primer propó­ sito de un señor consistía en mantener al atacante fuera del castillo. Conforme mejoraban las defensas de la muralla, aumentaban las posibilidades de que el señor decidiera mantener una línea de defen­ sa alrededor del recinto, en vez de defender un último refugio. Cuanto más corta fuese esta línea, más fácil sería de defender con una guarnición limitada, y más fuertes y compactas las torres, a las que se podría destinar una cantidad moderada de dinero. Sin em bar­ go, el acortar el perím etro de la defensa podía privar al castillo del

Dos métodos para bloquear el avance enemigo. Tantallon, construido a finales del siglo xiv sobre un acantilado saliente del estuario de Forth, tenía una especie de Schildmauer, con una torre en cada extremo y una entrada fortificada en el centro. Château Gaillard, construido entre 1195 y 1198 sobre un risco a orillas del Sena, tiene una torre del homenaje (K) dentro de un recinto interior (IB) y otro intermedio (MB). El único acceso practicable está bloqueado p o r el formidable recinto exterior (OB) y sus profundos fosos.

32

naba el dique frontal, pero donde ha perdurado la poderosa silueta de esta «muralla-escudo». Independientemente de lo fuerte que fuera la línea principal de defensa, lo mejor era, siempre que se pudiese, intentar impedir que el enemigo concentrara sus fuerzas para atacarla. Esto se podía conse­ guir construyendo otras defensas. En Château Gaillard, el em plaza­ miento hizo posible obligar al enemigo a conquistar primero un recin­ to exterior, y después un segundo recinto antes de enfrentarse al últi­ mo y más fuerte de ellos. Sin embargo, muchas veces los señores se veían obligados a construir su castillo en un lugar donde el enemigo podía atacar directamente desde cualquier dirección. Entonces había que reforzar las defensas todo alrededor. La muralla principal debía ser rodeada por un anillo completo de defensa. Esas son las cons­ trucciones que se llaman concéntricas, el término geométrico de dos círculos con el mismo centro. Kenilworth es un castillo de este tipo. Cuenta con dos recintos, uno completamente rodeado por el otro y, alrededor, un amplio foso con un lago artificial y un dique fortificado. En 1266, Kenilworth fue el último reducto en el que los partidarios de Simón de M ontfort resistían todavía ante el rey Enrique III. Sin esperanzas de relevo, resistieron durante seis meses el asedio del ejército real. Las máqui­ nas de guerra del rey no consiguieron romper sus defensas y, cuando el hambre y las enfermedades obligaron a la guarnición a rendirse, la rendición se produjo en condiciones muy favorables. A pesar de su fortaleza, Kenilworth tenía un grave defecto. El recinto interior, con su torre del homenaje cuadrada, estaba situado demasiado lejos del recinto exterior, de manera que los arqueros que guardaban la torre estaban muy alejados del muro exterior y no podían ayudar a los hombres que lo defendían. El conde de Gloucester luchó en el asedio de Kenilworth, y poco después empezó a construir un castillo de las mismas características en Carphilly, en el sur de Gales. Como Kenilworth, Carphilly tenía un lago artificial y dos anillos de murallas, pero, en este caso, el recinto interior estaba cerca del exte­ rior, bajo pero muy fuerte, de manera que los arqueros de la muralla principal podían disparar contra los atacantes que intentaran acercar­ se a la primera línea de defensa. El sistema era el siguiente: el ata­ cante no podía asaltar la muralla principal sin antes haber tomado la exterior, pero ésta no podía tomarla mientras los defensores de la muralla principal permanecieran activos. Por lo tanto, como es lógi­ co, resultaba imposible conquistar un castillo concéntrico diseñado tan concienzudamente. No sólo se estudió cuidadosamente la distancia entre las dos líneas de defensa y su altura relativa, sino que también se tuvieron en cuenta la regularidad y la uniformidad en el diseño del conjunto del castillo. Si cortásemos este castillo por la mitad, descubriríamos que las dos mitades son prácticamente idénticas. En otras palabras, el castillo fue diseñado para ser simétrico.

Defensas concéntricas con uso de agua

En Kenilworth, Warwickshire, el diseño del castillo que tan buen servicio dio en 1266 todavía puede verse claramente, a pesar del gran número de reconstrucciones posteriores. La torre del homenaje está en la esquina de un grupo cuadrado de edificios que marcan la posición del recinto interior, situado en el centro de un gran recinto exterior. Estas líneas de defensa concéntricas estaban defendidas por un gran lago que impedía el minado; el lago ha sido drenado, pero su posición está marcada en la fotografía. En Caerphilly, sur de Gales, el castillo no se construyó gradualmente como Kenilworth, sino que fue construido en cuatro años, de 1268 a 1271, po r un barón que había participado en el sitio de Kenilworth. Tiene los mismos principios, pero mejorados y puestos al día. El recinto interior, compacto y simétrico, tiene altas murallas y grandes torres, pero no torre del homenaje, sino dos grandes entradas fortificadas. Se sitúa dentro de un recinto exterior de murallas tan bajas y tan cercanas a la interior, que un atacante podía escalarlas pero no sobrevivir en ellas. Alrededor permanecen las elaboradas defensas del gran lago, en parte cerrado y regulado p o r una enorme barbacana situada en uno de los extremos.

33

No se trataba sólo de una cuestión estética. Los arquitectos com­ prendieron que si un castillo presentaba el mismo tipo de defensas por todos sus lados, al enemigo le sería difícil elegir un punto débil. E l emperador Federico había llevado esta idea a sus últimas conse­ cuencias en Castel del Monte (página 29), pero lo más probable era que los castillos simétricos de finales del siglo xin no fueran una copia de aquél, sino el resultado final de muchos años de creciente destreza en la planificación de castillos.

Rhuddlan 1277-82

Flint 1277-80

Los castillos de Eduardo I en el norte de Gales Los castillos con un diseño más perfecto de Gran Bretaña - y posi­ blemente del resto de Europa- son un grupo que hizo construir Eduardo I para tener un estrecho control sobre el norte de Gales des­ pués de conquistar esa tierra montañosa y de fieros guerreros. Se uti­ lizaron los principios más modernos; grandes entradas fortificadas y torres flanqueantes, planos concéntricos y simétricos, aspilleras estratégicamente situadas y ningún ángulo recto que pudiese ser bombardeado o minado. Y aun así, eran todos diferentes, en función del lugar elegido. E l maestro constructor podía decidir si se prescin­ día de la construcción de otro muro o incluso de la entrada fortificada si consideraba que no era útil. L a mayoría de estos castillos fueron diseñados para proteger las nuevas ciudades amuralladas de habitantes leales a Eduardo, y todos ellos podían ser aprovisionados por mar, ya que el rey inglés podía conseguir barcos y los rebeldes galeses no. Entonces, ¿eran realmente necesarios tan magníficos castillos? Los galeses eran famosos por sus repentinos y feroces ataques, pero no eran hábiles para sitiar castillos. Quizá estas construcciones inten­ taban impresionarlos con el poder del rey Eduardo y hacerles com­ prender que la rebelión era inútil y que los castillos eran bastante más grandes que las pequeñas torres con las que tenían que conformarse los príncipes de Gales. No podemos estar seguros. E l constructor de Eduardo era un hombre procedente de Saboya, el maestro Jaime de San Jorge. Cuando observamos esas obras soberbias, podemos sos­ pechar que tanto el rey como el arquitecto amaban los castillos, y que usaron la conquista de Gales como una oportunidad para construir los más magníficos que hayan podido ser concebidos.

Harlech 1285-90

Caernarvon 1283-92 1295-1301 1309-27 Beaumaris 1295-98 1306-13

50 metros 150 pies

Los seis principales castillos eduardinos en el norte de Gales. Las plantas están a la misma escala para hacer más fácil la comparación. Los dibujos de los dos más antiguos están en la página 22 y la portada; los «cuatro grandes» aparecen en la página contigua. Cada uno de ellos fue diseñado para adaptarse a su terreno concreto, aunque todos tienen principios y técnicas similares.

34

Los grandes castillos eduardinos

Tanto Conway como Caernarvon tienen altas murallas, numerosas torres y un único recinto dividido. Ambos son palacios a la vez que fortalezas, y ambos dominan los puertos en los que están situados. Pero uno está construido sobre una roca y tiene dos barbacanas, aunque no entradas fortificadas. El otro ocupa un terreno bajo, tiene un foso inundado y dos

entradas fortificadas muy fuertes sin barbacanas. Desde el exterior, Caernarvon conserva su aspecto original, con sus murallas a bandas hechas para impresionar. Conway ha perdido los tejados que se ven en el dibujo, pero, con independencia de esto, sigue presentando un aspecto poderoso.

Harlech y Beaumaris, desde el punto de vista del diseño, también son muy similares. Uno de ellos se alza todavía sobre una colina rocosa junto al mar, y el otro sobre un terreno llano al lado de una ribera baja; el mar ha erosionado la parte inferior de la roca de Harlech, pero, aparte de eso, el aspecto del castillo ha cambiado

poco desde la Edad Media, como se muestra en el dibujo. Demostró su fuerza en algunos sitios famosos. Beaumaris, en una posición más débil, tenía un diseño incluso más fuerte, pero nunca pudo demostrarlo, pues no llegó a terminarse.

35

6. El castillo como lugar de residencia

Hasta ahora hemos contemplado los castillos como fortalezas, como si a los constructores sólo les interesara mantenerlos a salvo de los ataques. De este modo, hemos explicado los cambios en el diseño de los castillos desde el punto de vista del desarrollo militar. Pero si la seguridad era la primera preocupación, existía también el problema de adecuar en el interior de las defensas todas las construcciones necesarias para la vida diaria del señor del castillo, su familia y sus

La sala de Penshurst Place, en Kent, construida en 1340, todavía conserva gran parte del mobiliario medieval. Esta vista está tomada desde el lado donde se situaba el señor. El hogar central calentaba e iluminaba toda la estancia, mientras que el humo, a veces excesivo, ascendía y salía a través de una lumbrera en el alto tejado.

36

sirvientes. Cuanto más importante era el señor, más gente tenía bajo su techo. E l castillo debía ser además una casa donde vivir conforta­ blemente y mantener la dignidad necesaria para impresionar a otras personas con su importancia y poder; debía ser el centro administra­ tivo de una extensa propiedad. Desde allí los administradores del señor supervisaban muchos pueblos, incluso ciudades, asegurándose de que se pagaban puntualmente las rentas e impuestos. Estos admi­ nistradores debían disponer de una estancia en la que trabajar y guar­ dar sus cuentas; además, ya que la mayoría de las rentas se pagaban en especie y no con dinero, debían existir lugares donde almacenar­ las; aunque de todas formas los graneros y las bodegàs para guardar comida y bebida habrían sido necesarios para mantener a tantos habi­ tantes, especialmente si existía el riesgo de sufrir un asedio. Además, el señor solía ser el responsable de mantener el orden e impartir ju s­ ticia en sus tierras; el rey se reservaba probablemente el juzgar en sus propios tribunales los crímenes mayores por los que un criminal con­ victo podía perder la vida o uno de sus miembros, pero los tribunales del señor podían juzgar crímenes menores y disputas entre sus apar­ ceros. Se hacía, pues, necesaria una gran sala que impresionara lo suficiente durante los procesos, y un sitio donde guardar las actas del tribunal. Todo esto era lo rutinario. Además, podían llegar invitados de importancia -quizá el rey en persona- con sus sirvientes, por lo que era preciso que hubiera estancias adecuadas para alojarles con­ forme a su nobleza. Un arquitecto debía tener en mente todas estas funciones mientras planeaba las construcciones que se incluirían tras las defensas y debía tener en cuenta, por ejemplo, que una torre que se usara como almacén debía también estar lista para el combate. Las condiciones podían variar mucho. Los castillos fronterizos debían estar preparados para combatir al menor indicio de hostilidad, mientras que los situados en el centro de un reino bien gobernado podían no llegar a sufrir ningún ataque. Algunos castillos eran la resi­ dencia permanente del señor, mientras que otros pertenecían a un gran noble que poseía muchos castillos y que viajaba constantemen­ te de uno a otro. En estos últimos era necesario disponer de aloja­ mientos para el alcaide, que lo gobernaba durante casi todo el tiem­ po, así como para el señor que llegaba de cuando en cuando con su corte de sirvientes y soldados para comprobar si sus propiedades prosperaban, decidir algunas cuestiones de gran importancia que no podían dejarse en manos de los administradores locales y consumir los alimentos que habían sido obtenidos como renta. De cuando en cuando, hasta el más pacífico de los castillos podía estar repleto de gente y en plena ebullición. La habitación más importante era el gran salón, y ha continuado siéndolo hasta hace bien poco. Incluso aunque el señor, especialmen­ te durante la B aja Edad Media, encontrara demasiado aparatoso comer habitualmente en la sala acompañado de su gente, había muchas ocasiones -co m o las grandes celebraciones de Navidad,

Pascua y Pentecostés, por ejemplo, o cuando se alojaban en el casti­ llo invitados im portantes- en las que el señor debía ofrecer cenas ade­ cuadas a la ocasión. El salón estaría repleto de sus seguidores, obvia­ mente con él a la cabeza, y el menú podía consistir en una docena de platos o más, servidos con mucha ceremonia. Cuanto más distingui­ dos fueran los invitados, más variados y elaborados debían ser los platos presentados ante ellos. Las cocinas capaces de preparar festines de semejante calibre debían ser grandes y situarse relativamente cerca del salón. A causa del riesgo de incendio, los constructores debían intentar situarlas en lugares seguros y convenientes para servir; en Caerphilly, la cocina principal se encontraba fuera de la muralla interior, con una puerta en el muro por donde los sirvientes llevaban la comida al salón. Algunas cocinas tenían los techos altos y puntiagudos, para permitir a los que trabajaban disponer de una mayor corriente de aire y, por tanto, de un fuego más vivo; cocinar la comida en grandes hogueras en el centro de la cocina o, más tarde, en chimeneas igualmente grandes pegadas al muro podía resultar un trabajo nauseabundo y agobiante. Algunas veces existía un horno en vez de una chimenea, pero en la mayoría de los casos la tahona y la destilería de cerveza eran edificios separados; el pan y la cerveza formaban parte de la dieta habitual, y el castillo necesitaba un suministro grande y constante de ambos. Cerca de la cocina solía situarse un almacén para la cerveza y el vino. Los pasi­ llos de entrada a la cocina y a la bodega estaban separados, y ambos terminaban en el gran salón, ocultos tras cortinas desde las cuales los encargados de servir las mesas transportaban la comida y la bebida. El estrado donde se sentaba el señor (página 7) se encontraba nor­ malmente al final del salón, frente a las cortinas, en un punto en el que había una puerta que conducía directamente a sus aposentos pri­ vados. Su sala de estar principal era llamada la solana, ya que, siem­ pre que era posible, sus ventanas estaban orientadas hacia el sur para aprovechar la luz del sol. A llí se encontraban también los dormitorios para el señor, su familia y algunos de sus sirvientes de más confian­ za. En la Baja Edad Media, el señor hacía la mayor parte de sus comi­ das en sus aposentos privados, acompañado de un reducido grupo de personas, y esas comidas eran preparadas en una pequeña cocina cer­ cana. Un señor realmente importante, sin embargo, no podía evitar una buena dosis de ceremonial, incluso en sus habitaciones, y así podemos observar cómo los artistas del siglo XV describen escenas cotidianas en los hogares de la alta nobleza; no se podía esperar menos de personas de su rango. En comparación con las casas actuales, el mobiliario era bastante austero, incluso en las habitaciones del señor. En la Baja Edad Media la mayoría de la gente poseía una cama, pero sólo los ricos tenían sillas; lo normal era sentarse en taburetes, bancos o asientos labrados en los muros, generalmente bajo las ventanas. Las mesas todavía eran tablas apoyadas en caballetes. Una de las razones por las que no

Cocineros cortando, mezclando y cocinando comida a principios del siglo xiv.

abundaban los grandes muebles permanentes era la dificultad de introducirlos a través de escaleras de caracol o puertas estrechas, razón por la cual, además de las mesas, muchos otros artículos se diseñaban también para poder ser montados y desmontados según las necesidades. Esto resultaba especialmente práctico para un señor que viajase mucho; por ejemplo, era mejor guardar la ropa en un arcón que pudiera transportarse que dentro de un pesado armario. Los gran­ des muebles permanentes que se pudieran necesitar se construían directamente en el aposento del castillo en el que quedarían instala­ dos. Los suelos de madera no planteaban ningún problema, aunque se ensuciaban muy pronto y por esta razón convenía utilizar alfombras de junco o esparto, que podían ser reemplazadas de forma fácil y barata, y que servían también para decorar y abrigar. La gente

Armeros haciendo armaduras, mallas para caballos y una espada; siglo χία.

37

Una escena cotidiana en el patio del castillo; reconstrucción del castillo de Framlingham (página 22) en el siglo xm.

com ente se limitaba a esparcir los juncos sobre el suelo, lo cual era todavía más sencillo de cambiar. Sólo unos pocos señores ricos de la Edad M edia se podían permitir alfombras tejidas, y éstas servían más para cubrir mesas y paredes que suelos. Si los propietarios de los castillos no se ocupaban demasiado del mobiliario, sí lo hacían en cambio de decorar las paredes. Las colga­ duras de colores, en algunas ocasiones bordados o tapices, cubrían todo el contorno de algunas habitaciones; no sólo decoraban, sino que reducían las corrientes de aire y amortiguaban los ruidos, problemas serios en las grandes construcciones de piedra. Como alternativa, era común cubrir los muros con yeso y pintarlos, algunas veces con motiMúsicos tocando el arpa, el salterio (una especie de cítara donde las cuerdas se tocan con una pluma de ganso), el olifante (una trompeta hecha con cuernos huecos) y dos tipos de viola (el antepasado del violín y del chelo modernos); siglo xm.

38

vos religiosos, otras con historias de la mitología griega y romana (donde los personajes vestían a la manera de los caballeros y las damas medievales: a un artista medieval no le importaba demasiado la exactitud histórica), otras con dibujos de animales y flores, o con criaturas míticas, o con dibujos abstractos. Cuando nos encontremos en las habitaciones de piedra desnuda de un castillo deshabitado debemos hacer un gran esfuerzo para imaginarlas tal y como eran, con las paredes y los techos llenos de color. Recordemos también que los nobles vestirían con ricos ropajes, a menudo con pieles y joyas, sus sirvientes con trajes de vivos colores y los hombres de armas con brillante acero bruñido. Muchos castillos tenían encalados también sus muros exteriores, de manera que a distancia se veían claros y limpios. Para mantener todo esto era necesario un duro trabajo, una orga­ nización eficiente y un constante abastecimiento. Las provisiones de las bodegas debían ser utilizadas mientras estuvieran en buenas con­ diciones, y reemplazadas constantemente. La comida fresca procedía de jardines y huertos, viveros y criaderos situados dentro de las defensas del castillo o justo fuera. Muchos castillos tenían palomares, en algunos casos parecidos a torres, pero llenos de huecos donde los pájaros podían anidar; con ello se proveía de carne durante lo más crudo del invierno, cuando era difícil encontrar otro tipo de carne fresca. Para moler el grano existía a veces un molino de viento situa­ do en lo alto, aunque la Torre de Londres contaba con un molino de agua empujado por la subida y la bajada de la marea en el foso. La limpieza era muy importante en un lugar donde debían convi­ vir encerradas tantas personas. A veces se podía traer el agua de un arroyo cercano, pero era esencial disponer de un pozo dentro del cas­ tillo. Siempre que era posible había un pozo dentro de la torre de homenaje, pero también debía haber otro en el interior del recinto, donde era más necesario para la gente que trabajaba en los establos, la herrería, la lavandería y otras ocupaciones. Probablemente la gen­ te corriente sólo tomaba un baño cuando se metía en el arroyo en los cálidos días de verano, pero las clases altas disponían de bañeras que hacían llenar de agua caliente y, a la hora de comer, los sirvien­ tes traían aguamaniles con los que las damas y los caballeros podían limpiarse los dedos después de coger con las manos la comida: no existían los tenedores. En cuanto a la higiene, los constructores podían diseñar guarda­ rropas (página 10) que desembocaban en el foso, pero era más común el uso de letrinas que alguien se encargaba de vaciar regularmente, aprovechando posiblemente su contenido como fertilizante para los campos. Entre sus tareas cotidianas, la gente del medievo no olvidaba sus deberes religiosos. Ningún castillo estaba completo sin tener al menos una capilla, en la torre del homenaje, en una torre de la mura­ lla o incluso como edificio independiente dentro de la plaza.

La capilla de la torre de Dover, realizada con tanto esmero y tan pequeña, que sólo podía ser utilizada p o r un reducido número de personas importantes.

Disponían de sacerdotes propios que, a menudo, tenían sus dormito­ rios cerca de la capilla. El señor podía escuchar misa junto a su gente, de la misma manera que cenaba en la sala, pero aquí también se pre­ fería la privacidad, así que en muchos castillos, como el de Beaumaris, vemos pequeñas habitaciones que daban a la capilla y desde las cuales era posible asistir a las celebraciones sin ser visto por el resto de la congregación. También era común que el señor y su esposa dispusieran de una pequeña habitación para rezar, el oratorio, próxima a sus dormitorios. Esencialmente, la vida dentro de un castillo varió poco durante toda la Edad Media. Pero, así como el diseño de los castillos se vio afectado por el desarrollo de nuevas técnicas bélicas y de defensa, también crecieron el comercio y la riqueza, y por tanto, las ideas de la gente sobre la comodidad y el lujo, por no mencionar el fasto y la ceremonia. La demanda de más y mejores aposentos para el señor y la señora y sus familiares y huéspedes distinguidos, y de un mejor servicio para ellos, supuso mayores problemas para el maestro cons­

tructor. Para todo esto era necesario espacio, y un castillo amplio es más débil que uno compacto. Naturalmente, los señores y sus damas preferían moverse sin estrecheces, pero un castillo diseñado para per­ mitir esto también permitía al enemigo moverse con más facilidad una vez dentro. Las grandes ventanas, a veces finamente labradas, daban mucha luminosidad en tiempo de paz, pero, incluso con contraventa­ nas de madera y rejas de hierro, suponían un punto débil en tiempo de guerra. De ese modo, sobre todo durante la Baja Edad Media, el cons­ tructor de castillos se enfrentaba a la dura tarea de combinar la segu­ ridad y la comodidad, necesidades normalmente contradictorias. Donde más necesaria era esta combinación era en los castillos rea­ les. Los castillos que Eduardo I construyó en el norte de Gales fueron en su mayoría diseñados como residencia real. Caernarvon fue parti­ cularmente concebido como un castillo-palacio (páginas 34-35), y todavía no tenía ventanas en los muros más expuestos, ni siquiera en los de los aposentos reales. Hacia el final de la Edad Media, cuando los castillos pierden su valor militar, incluso el castillo más palaciego continúa siendo una fortaleza. Para terminar, ¿cómo era un castillo como prisión? Algunas perso­ nas conservan la horrible visión de que todos los sótanos de los casti­ llos eran lugares llenos de ratas y esqueletos, cadenas e instrumentos de tortura; en inglés, la palabra donjon, torreón, ha derivado en la pala­ bra dungeon, mazmorra. Detrás de esta sórdida noción, lo cierto es que algunas veces el castillo era utilizado como prisión local; esta función se convirtió en algo habitual con el final de la utilidad militar de los castillos, y a las fortificaciones urbanas como la Torre de Londres les esperaba el mismo destino. Es probable que durante la Edad Media el señor, como cualquier representante de la ley y el orden, tuviera que encarcelar a alguien, y en este caso el lugar más seguro eran una torre o un sótano. Algunos castillos tenían pequeñas «fosas» o «mazmorrasbotella» donde existía una única entrada en el techo; esto era más común en áreas de gran delincuencia, como la frontera angloescocesa. Las prisiones estaban a menudo al lado de un cuerpo de guardia o una garita y, si era conveniente, existía una celda para delincuentes peli­ grosos que acabaran de ser capturados. En la Edad Media, la gente corriente no permanecía presa mucho tiempo; los criminales eran eje­ cutados o sometidos a castigos físicos. La gente importante sí podía permanecer cautiva durante largos períodos, pero en general estaban cómodos, a menudo más como invitados que como prisioneros. Hay que admitir que la gente con una posición poderosa puede volverse corrupta y cruel, y los actos crueles eran comunes durante la guerra; pero esto no es algo exclusivo de la Edad Media.

39

7. Castillos más pequeños En los capítulos anteriores hemos hablado principalmente de los poderosos castillos pertenecientes a reyes o grandes señores. Con ello queríamos sentar las bases. Además, normalmente son los grandes castillos los que se han conservado mejor y los que son más conoci­ dos, pues suelen atraer a un gran número de visitantes. Sin embargo, la mayoría de los castillos pertenecían a personas que no podían per­ mitirse algo demasiado grande, sino que necesitaban un edificio razo­ nablemente seguro e imponente. La mayoría de los terratenientes en la mayor parte de los países europeos construían lo que juzgaban que mejor se adaptaba a sus propias circunstancias, y el resultado fue una multitud de castillos de todas las formas y estilos. Existe tanta variedad que es prácticamente imposible clasificarlos a todos; sin embargo, nos será útil analizar los tipos más comunes.

Las casas solariegas fortificadas Un caballero o propietario común, señor de un pueblo, o quizá de dos, no podía aspirar a un gran castillo. Sin embargo, necesitaba una casa que le confiriera algo de dignidad como señor de la propiedad, en la que pudiera guardar su título, archivar sus cuentas y proteger­ se a sí y a su fam ilia del robo y los disturbios. E l peligro de ser ata­ cados podía ser muy grande en algunas áreas, como las zonas fron­ terizas, por ejemplo, pero la inseguridad era común en todas partes en épocas de disturbios y desgracias -co m o las hambrunas- o cuando el rey era demasiado débil para impedir las disputas y re­ vueltas. ¿Qué era lo mínimo a lo que un pequeño señor podía aspirar? Sala, cocina, aposentos privados, establo y un pequeño almacén; en otras palabras, la composición básica de un castillo, pero a pequeña escala. Si en torno a esto se construía un muro con almenas, podía ser suficiente, especialmente si existía un dique o un foso que ofre­ ciera una protección adicional. Es posible que el propietario hubiera construido esto, pero que luego su hijo o su nieto hubieran reforza­ do la casa con una entrada fortificada y con una o dos tones. Muchos de los pequeños castillos fueron construyéndose por partes, erigidas como y cuando al señor le pareció conveniente.

Contraste entre casas señoriales. Aydon, en Northumberland, construida hacia 1300, comenzó como sala en la cima de una colina, y más tarde se le añadieron un ala de servicio y un recinto interior almenado; el exterior servía de corral. Maxstoke, en Warwickshire (arriba) fue construida hacia 1350 en una región llana, rica y pacífica; nótese su diseño simétrico y su dignidad.

40

El castillo de planta cuadrangular y torres en las esquinas Entre los siglos xiv y xv, la mayoría de los países de Europa occi­ dental estaban bien provistos de castillos, y la mayoría de los señores no necesitaban más que reparar o mejorar los castillos que habían heredado. Algunos, en cambio, quisieron construir algunos nuevos. Quizá eran nuevos ricos deseosos de mostrar al mundo que eran hombres importantes, o tenían razones para pensar que había un espe­ cial peligro de ataque. Un buen número de ellos construyó, en diver­ sos países, castillos medianos de planta compacta, simétrica, aptos para vivir y, al mismo tiempo, fáciles de defender. Cada uno de estos castillos consistía en una poderosa muralla que for­ maba un cuadrado o un rectángulo, con una torre en cada esquina. Esta

muralla servía también como pared posterior de los edificios residencia­ les, así que el interior del castillo no era un recinto que contuviera muchas estructuras separadas, sino un patio completamente cerrado entre paredes que llegaban hasta los adarves. Estaban tan bien planeados que el constructor lo disponía todo junto y protegido, sin estrecheces pero sin espacios desaprovechados, y ofrecía así una residencia digna mientras que de cara al exterior brindaba una protección muy tranquilizadora. Los castillos de este tipo eran muy numerosos en España, Holanda y Gran Bretaña. En España algunos tenían defensas exteriores que los convertían en castillos concéntricos. En Holanda era muy fácil en la mayoría de los casos rodearlos con un amplio foso lleno de agua o incluso un lago, atravesado únicamente por un camino elevado. Incluso sin estas precauciones añadidas, estos castillos eran huesos tan duros de roer como uno grande y fuertemente armado.

Contraste entre dos castillos «de planta cuadrangular». El castillo de Bolton, en Yorkshire, presenta un diseño plano y fuerte, muy extendido en el norte de Inglaterra. Tiene cuatro zonas compactas para residencia y trabajo, de tres plantas, fortificadas en la cara exterior y razonablemente defendibles desde el patio, y cuatro grandes torres en las esquinas. Estos castillos no disponían en general de defensas exteriores, pero estaban bien situados en campo abierto, donde el atacante no podía cubrirse. La puerta de Bolton puede distinguirse en el ángulo cubierto por la torre frontal izquierda. Maxstoke (en la página anterior) tiene también planta cuadrada, pero carece de los grupos ininterrumpidos de edificios y de la apariencia bélica.

Muiden, en Holanda, situado en una zona llana y anegada, adapta la planta cuadrada a esas condiciones especiales. Rodeado p o r un ancho foso, tiene una gran entrada fortificada y torres redondas en las esquinas. La muralla es relativamente baja, pero con buenas defensas; no hay zonas de edificios como en Bolton, pero puede observarse en la parte posterior la sala y su alto tejado. En muchos aspectos, el diseño es más parecido a Maxtoke, pero más fuerte. Tanto Bolton como Muiden fueron construidos alrededor de 1380, pero el castillo holandés es de ladrillo. En esa época escaseaba la piedra y los holandeses se hicieron expertos en la fabricación de ladrillos, material con el que construyeron numerosos castillos.

41

.as casas-torre in el norte de Inglaterra, donde existía siempre el peligro de ser ata­ ndo desde Escocia, se construyeron varios de estos castillos «de ílanta cuadrangular», especialmente después del intento de Eduardo I le Inglaterra de conquistar Escocia, que dejó un legado de amarga íostilidad a ambos lados de la frontera. Incluso cuando los dos reinos ataban en paz, los nobles de ambos lados lanzaban ataques. E inclu0 cuando los nobles se mantenían tranquilos, los bandoleros de la rontera estaban siempre dispuestos a saquear a la gente desprotegila, tanto de una nación como de otra. Así que todo el que podía vivía :n una torre, y, si no podía, intentaba construir su casa de piedra y con 'entanas estrechas. La mayor tentación para los saqueadores era el ;anado, por lo que era esencial encontrar la forma de mantenerlo a alvo. Unos pocos animales valiosos, probablemente los caballos, lodían guardarse en el piso inferior de la torre, pero el rebaño genealmente se guardaba dentro de un corral cercano a la torre, a veces on una puerta protegida. Estos cercados se llamaban barmkin, pele 1peel (esta última palabra significa empalizada), y las torres de la rontera eran llamadas pele towers. Estas casas-torre eran bastante pequeñas, pero reunían todas las aracterísticas de los castillos más grandes. En las torres solía haber in salón en el piso medio, mientras que las habitaciones para el eñor y su familia estaban en el superior y el almacén en el inferior, ’orno en un pequeño recinto fortificado, los cercados podían consner graneros, establos, talleres e incluso viviendas para los sirientes. Algunos cercados tenían pequeñas torres o torreones en las squinas. La mayoría de las casas-torre medievales eran de planta rectanguar, pero en Escocia, durante los siglos X V I y x v i i , se desarrollaron onstrucciones más complejas. Una razón era que en esa época los iropietarios querían utilizar sus armas de fuego personales y las equeñas piezas de artillería que poseían unos pocos, por lo que neceitaban torres que permitieran disparar a todo alrededor del edificio rincipal. Una segunda razón era la simple necesidad de mayor espa­ lo habitable; esta necesidad se traducía en la construcción de torré­ is adicionales y, a veces, de otros pisos sobre el techo que sobresalían daban a la torre una apariencia más corpulenta. Ahora también lo lto de la torre se solía tejar y era utilizado como dorm itorio, ya ue la gente que usaba armas de fuego desde troneras y ventanas 0 encontraba muy útiles las almenas. Escocia y el norte de Inglaterra no fueron los únicos sitios donde roliferaron las casas-torre. La idea de una pequeña torre es excelen; para alguien que busque seguridad sin grandes gastos. Había casasjrre en muchas partes de la Europa medieval y aun más lejos. En lgunas zonas de África occidental y del sur de Arabia, por ejemplo, 1 gente todavía prefiere casas de este tipo. Sea como fuere, durante

2

Elphinstone

as.·· (

\Λ 1 ;

r

-î -



fe » .

tí,r 11

4-·^ Si-'"-·?-I

iJ % ? 'Ή .r î'· Λ» -'/?(-:'Î7v'v· -~·* ι

Cuando las armas de fuego se hicieron eficaces, en el siglo xvi, los * constructores de torres desarrollaron salientes desde los cuales las troneras pudieran cubrir la muralla y la puerta. Claypotts, cerca de Dundee, tenía forma de Z, con dos torretas redondas en dos esquinas diagonalmente opuestas del edificio cuadrado principal. Fue construida entre 1569 y 1588.

Craigievar

Las casas-torre escocesas de toda la Edad Media eran simples rectángulos de piedra. Un buen ejemplo era Elphinstone, en East Lothian, construida hacia 1440 y recientemente demolida. Sólo tenía una característica original: un gran número de pequeñas habitaciones embebidas en el muro. Posteriormente se le añadieron nuevos torreones o alas, pero fue -· para aumentar el espacio habitable, no para mejorar la defensa.

Claypotts

La torre palaciega de Craigievar, en Aberdeenshire, fue construida en los años 60 del siglo xvii y su balaustrada renacentista se adapta extrañamente a los pequeños torreones góticos redondos y cubiertos p o r tejados, tan del gusto de los constructores escoceses. Craigievar sigue la llamada planta en L escalonada: la puerta está en un estrecho torreón en el ángulo de la L y se puede proteger desde . ambas alas.

el siglo X V I se construyeron muy pocas casas-torre nuevas; los terra­ tenientes no las consideraron necesarias porque los gobernantes eran capaces de garantizar su seguridad y la de sus propiedades. En cam­ bio, los escoceses continuaron construyéndolas porque sus gobernan­ tes eran a menudo demasiado débiles. Las casas-torre eran la construcción más com ún en toda Irlanda. Las razones no están suficientem ente claras, pero probablemente la principal era que los gobernantes eran más débiles incluso que los de Escocia, y los pequeños señores tenían mayor necesidad de cui­ dar de sí mismos. El robo de ganado era una costumbre muy anti­ gua y casi respetable en Irlanda, y los señores necesitaban una torre con corral -e n irlandés baw ii- para guardar su propio ganado y el que habían conseguido de algún otro. Durante más de mil años, los granjeros irlandeses habían vivido en raths, empalizadas circulares de tierra y madera. Es probable que durante los siglos xiv y xv los granjeros ricos copiaran la idea de construir torres de piedra de los castillos de los invasores anglonorm andos, adaptándolas a sus p ro ­ pias necesidades. Al tener la misma finalidad, no es sorprendente que, en general, las casas-torre irlandesas fueran muy parecidas a las escocesas. Pero hay algunas diferencias. En Irlanda estaban muy extendidos los m el­ lones «escalonados», que no eran más eficaces que los planos pero hacían la torre más hermosa. N orm alm ente las torres eran de planta rectangular - a veces circular-, pero en unos pocos casos, más casas que torres, había torreones cuadrados o circulares en cada esquina, que daban el aspecto de pequeños castillos «de planta cuadrangular». Cuando los propietarios querían más comodidad no construían normalmente grandes torres, sino que preferían añadir una mansión a la torre existente o construir una independiente dentro del bawn. Algunos irlandeses continuaron construyendo casas fortificadas a mediados del siglo xvi, y fueron probablemente los últimos cons­ tructores de auténticos castillos en Europa. Irlanda fue una excepción. En los países más ricos y menos turbulentos habían tenido lugar, muchos años antes, cambios que significaron el fin de los auténticos castillos.

En Irlanda se construyeron alrededor de tres mil casas-torre entre principios del siglo xiv y mediados del xvn. La mayoría eran simples torres rectangulares, y son difíciles de datar. Behamore, en el condado de Tipperary, es de este tipo. El dibujo está basado en un modelo reconstruido, y muestra los muros blanqueados y los techos de paja, muy comunes en los castillos irlandeses. Su corral es un viejo rath reutilizado y coronado por una empalizada de zarza.

Dunsoghly, cerca de Dublin, construida a mediados del siglo xv, es una de las pocas casas-torre verdaderamente grandes que existen en Irlanda. Tiene casi el aspecto de uno de los primeros castillos de torre del homenaje y recinto fortificado, con sus torres de esquina y un bawn de piedra en el que se levanta una capilla.

Dunsoghly

Synone

Algunas torres eran redondas; Synone, en Tipperary, es un ejemplo del siglo xvi con cuatro pequeños balcones amatacanados que sobresalen del parapeto. Las ventanas estaban protegidas por barras de hierro.

43

8. Los castilios en España

Las peculiares circunstancias históricas de la España medieval favo­ recieron el desarrollo de la arquitectura militar en la Península. El enfrentamiento entre cristianos y musulmanes, la existencia de diver­ sos reinos independientes o la creciente importancia adquirida por los señoríos a lo largo de la Baja Edad Media hicieron que el suelo penin­ sular se llenase de castillos y ciudades fortificadas cuya misión era controlar territorios y defender fronteras y caminos. Entre los cristianos del norte se manifiesta desde el primer momento la necesidad de acudir a la construcción de fortalezas para su defensa. Así, durante el remado del asturiano Alfonso III (866-911) encontramos referencias documentales a castillos que, como el de Gozón, debían defender la ciudad de Oviedo por su flanco más débil, el mar, ya que, al sur, la barrera natural de los Picos de Europa ofrecía suficiente protección. Con todo, fueron los musulmanes de al-Andalus quienes alcanza­ ron un alto grado de desarrollo en este campo arquitectónico. Sus territorios estaban recorridos por una estudiada red de ciudades forti­ ficadas, castillos y atalayas que, organizada de forma jerárquica, con-

44

Atalaya de Arrebatacapas (Madrid): Esta torre-vigía formaba parte del sistema defensivo constituido p o r los musulmanes para controlar el valle del Jarama. Su interior se divide en varios pisos mediante suelos de madera; su única entrada, a la que se llegaba por una escalera de mano que se retiraría para mayor seguridad, está situada en alto, encima de la base maciza de tres metros de altura sobre la que se levanta la torre. En caso de peligro, el o los centinelas que la ocupaban lo comunicaban mediante señales luminosas a otras atalayas similares, hasta que la noticia llegaba a la plaza fuerte más cercana, en este caso la población de Talamanca.

trolaba los principales caminos y permitía hacer frente a los posibles ataques con una sucesión de líneas defensivas de distinta magnitud. También crearon y mejoraron una serie de mecanismos que ofre­ cían mayores garantías a la defensa de muros y puertas. Es el caso de las torres albarranas (p. 22); o el de las entradas en recodo de origen bizantino, que perfeccionaron con sistemas cada vez más com plica­ dos, como se ve en las numerosas puertas de la Alhambra. También se preocuparon de resolver el problema del abastecimiento del agua en caso de asedio, bien por el sistema de aljibes que recogían el agua de lluvia, bien mediante la construcción de un muro perpendicular al recinto principal, que permitía llegar al rio sin problemas. A esta construcción se le daba el nombre de coracha, y solía terminar en una torre, de la que el ejemplo más conocido es, sin duda, la sevillana Torre del Oro, construida en el período almohade para reforzar la defensa de la ciudad en la zona del Guadalquivir. Este ejemplo muestra cómo no siempre estaban reñidos los plan­ teamientos defensivos con los estéticos. El interior del castillo almorávide de Monteagudo de las Vicarías (Murcia), por ejemplo, estaba ocupado por un jardín concebido-para el placer de sus moradores. El máximo ejemplo de esta tendencia lo constituye ese complejo con-

La Alhambra: La residencia de los reyes nazaríes de Granada, obra fundamentalmente de Yusuf I (1333-1354) y Muhammad V (1354-1359), es, en realidad, una pequeña ciudad que engloba funciones militares, administrativas y palaciegas. En las murallas que la rodean llama la atención el contraste entre las formas cerradas de las torres de la alcazaba (a la derecha de la fotografía), concebidas con criterios puramente defensivos, y las ventanas y miradores que abren los muros de las de los palacios reales, para que los moradores de sus suntuosos interiores disfrutaran de las vistas que ofrecían.

junto de sistemas defensivos, casas, palacios y jardines que es la Alhambra, cuyas torres se vaciaron para acoger ricas estancias desde las que se tenían espléndidas vistas de la ciudad y su entorno. En el norte también se van a hacer eco de muchas de estas nove­ dades, al mismo tiempo que incorporan las que se producen en el ámbito europeo. No obstante, la situación de continua amenaza béli­ ca hizo que los castillos de moros y cristianos coincidiesen en la elec­ ción de emplazamientos elevados, en los que, por una parte, su posi­ ción privilegiada les permitía tener un control visual muy completo del territorio circundante y, por otra, lo escalpado del terreno ofrecía fuertes cimientos y unas defensas naturales difíciles de salvar para los atacantes. Los ejemplos de este tipo son numerosos a ambos lados de la frontera durante todo el período medieval: Loarre (Huesca), Consuegra (Toledo), Calatrava la Nueva (Ciudad Real), Gormaz (Soria), Segovia, Martos (Jaén), Almería... Todos ellos se caracteri­ zan por la irregularidad de sus trazados, consecuencia de la necesidad de adaptar sus murallas y defensas a las formas del terreno, y es muy frecuente que cuenten con amplios recintos exteriores para albergar a la población del entorno en caso de peligro. Sin embargo, el ser obras cualitativamente muy distintas, pues entre ellos hay edificios pura­ mente militares junto con residencias reales y conventos de Ordenes

Castillo de Loarre (Huesca): Una fuerte peña sirvió de cimiento a este castillo levantado po r Sancho el Mayor de Navarra a principios del siglo xi durante su ofensiva contra los musulmanes oscenses. Lo escarpado del emplazamiento determinó la marcada irregularidad de su planta, en cuyo recinto interior se mezclan las primitivas construcciones militares -entre las que destacan la torre del homenaje (a la izquierda en la fotografía) y la llamada de la Reina- con las dependencias del monasterio románico que se levantó en él a finales del mencionado siglo.

Militares, hace que las soluciones arquitectónicas y el cuidado pues­ to en su elaboración sean muy diferentes. Con el paso de los siglos, esta situación fue cambiando, sobre todo en la España cristiana de la Baja Edad Media. La frontera con los musulmanes quedaba ya muy al sur, y aunque los conflictos bélicos no desaparecieron, pues fueron frecuentes las guerras internas dentro de los distintos reinos, poco a poco se fue implantando una nueva situación social, política y económica. En todas partes fueron sur­ giendo nuevos señoríos laicos y eclesiásticos, que encontraron en los castillos el mejor modo de expresar de forma visible los derechos jurisdiccionales recién adquiridos sobre sus territorios. En algunas zonas del norte, como el País Vasco, las familias nobles optaron por la casa-tone como edificio representativo de su linaje y poder. Sin embargo, van a ser los llamados castillos señoriales los que, a partir del siglo xrv, mejor encarnen en sus formas la idea del seño­ río. Se trata de edificios que siguen teniendo un importante carácter defensivo, como demuestra el hecho de que incorporen a sus fábricas las novedades que se van produciendo en este tereeno. Pero, al tiempo, se producen cambios significativos respecto al período anterior.

Planta del castillo de Consuegra (Toledo): En 1183, el rey Alfonso VIII donaba este castillo de origen romano y musulmán a la Orden de San Juan, para que se hiciese cargo de su defensa frente a los almohades. Su carácter predominantemente militar se traduce en la concepción cerrada y compacta del diseño: un doble recinto amurallado da paso al castillo propiamente dicho, un cuerpo rectangular de gruesos muros y sin apenas vanos, al que se adosan diversas torres de gran fortaleza; una de ellas (A) alberga la única entrada. El flanco sur, aprovechando la existencia de un afloramiento rocoso, se reforzó con la construcción de una torre albarrana (B), que se comunicaba con la fortaleza mediante un puente de madera situado en alto.

45

Castillo de Gormaz (Soria): Para la construcción de esta fortaleza califal del siglo X se eligió una elevación del terreno que proporcionaba un magnífico control visual y dificultaba el acceso en caso de ataque. Sus fuertes muros, que se adaptan a las irregularidades del terreno, y las torres de planta cuadrada remiten a los modelos bizantinos, que parecen estar en el origen de la fortificación musulmana en al-Andalus.

Los castillos disminuyen su tamaño, pues ya no cuentan con recin­ tos para albergar a la población en caso de ataque, sino que sólo están pensados para la defensa del señor y sus representantes. También bajan de las colinas al llano, y su planta se regulariza, pero, incluso cuando se siguen ubicando en lo alto de cerros, se busca la claridad del diseño, como ocurre en Peñafiel (Valladolid). La torre del hom e­ naje adquiere un total protagonismo dentro del conjunto, aumentan­ do su tamaño y proyectándose en altura, como claro símbolo del poder y control territorial de su propietario. Tal es así, que en algunos casos, como en Arroyomolinos (Madrid), basta la única presencia de este elemento, acompañado de un foso o una sencilla muralla, para establecer de forma visible la relación de subordinación existente entre pueblo y señor. Por último, la disposición de los distintos ele­ mentos se hace siguiendo criterios en los que predominan el orden, la simetría o los cuidados aparejos, adquiriendo especial importancia en su decoración los escudos del propietario; muchos elementos de ori­ gen defensivo, como los matacanes, pasan entonces a convertirse en un ornamento más del conjunto. Son, en suma, edificios en los que se cuida mucho el factor estéti­ co, pues son referencias visuales de un poder que no sólo se mani­ fiesta en la fortaleza de si«s defensas, sino en la belleza de sus dise­ ños. Sus interiores se hacen más cómodos, se decoran con ricos artesonados y yeserías mudéjares, y se organizan en torno a patios en los que vemos aparecer las formas góticas de la arquitectura civil de la

46

época. Hay, por tanto, una evolución hacia el castillo-palacio, que culmina en ejemplos tan magníficos como el de Manzanares el Real (Madrid) o el de Coca (Segovia), que, con unos cuidadísimos paramen­ tos de ladrillo, combina todos los dispositivos defensivos de la época con un sentido de la forma que lo convierten en una verdadera joya. Con los Reyes Católicos, los castillos van a sufrir un duro golpe. Conscientes de lo peligrosos que podían ser para sus planes de refor­ zar el poder real, estos reyes mandaron desmochar muchos de ellos y pusieron muchas dificultades a la construcción de otros nuevos. A partir de entonces la arquitectura militar española se iba a centrar en la defensa de sus fronteras. Buen ejemplo de ello es el sistema de torresvigía y fuertes del litoral andaluz, con el que, a partir del siglo xvi, se pretendió prevenir las incursiones de los piratas berberiscos. Pero ya sólo se trataba de obras de ingenieros militares al servicio del Estado, en las que no tenían cabida las formas simbólicas del poder de los orgullosos nobles medievales.

Castillo de Manzanares el Real (Madrid): El castillo que don Diego Hurtado de Mendoza y su hijo Iñigo levantaron en la segunda mitad del siglo xv en su señorío del Real de Manzanares es un perfecto ejemplo del carácter palaciego con que se va dotando a este tipo de edificios a finales de la Edad Media. Sin descuidar los aspectos propiamente defensivos, su arquitecto -posiblemente el toledano Juan Guasha sabido dar un fuerte carácter escenográfico a su fachada principal mediante la disposición simétrica de sus distintos componentes. El interés estético puesto en la presentación del edificio se ve subrayado p o r el énfasis dado a su ornamentación exterior, con las redes de rombos y bolas de las torretas, el friso de mocárabes que sustituye a los matacanes o la incorporación de un elemento tan frecuente en la arquitectura civil de la época como es la galería con que se corona el muro sur (a la derecha).

9. El declive de los castillos

Hurstmonceux, en Sussex, es un castillo «de planta cuadrangular» construido a mediados del siglo xv. A primera vista es impresionan­ te. Pero, ¿es realmente un castillo poderoso o su poder es ilusorio?; ¿o quizá es simplemente su belleza lo que impresiona? Hurstmon­ ceux es un signo de los nuevos tiempos. En muchas partes de Europa, los señores que construían nuevos castillos o, lo que era más habitual, los que reformaban los antiguos estaban mucho más interesados en su comodidad y en su aspecto que en la defensa. ¿Por qué se dejó de valorar aquello que fue considerado como lo más importante durante cientos de años?

El castillo de Hurstmonceux, en Sussex, fue construido con ladrillo, como en Holanda, y no con bloques de piedra, ya que a mediados del siglo xv el ladrillo se puso de moda. Dispone de torres y almenas, aspilleras y algunas troneras bien diseñadas, pero la gracia de sus proporciones y la cantidad de ventanas y chimeneas (algunas de ellas añadidas posteriormente) revelan su principal propósito.

La pólvora La respuesta más obvia son las armas de fuego. Nadie sabe quién inventó la pólvora, pero sí que fue introducida en Europa desde el este. Las primeras armas de fuego se fabricaron a principios del siglo XIV, y entonces eran poco más que una ruidosa novedad para asustar al enemigo y espantar a sus caballos. Pero pronto evoluciona­ ron y, a mediados del siglo xv, habían reemplazado completamente a las antiguas formas de artillería durante los ataques a castillos. Los grandes cañones, llamados bombardas, podían abrir brechas en los muros, mientras que otros más pequeños despejaban las almenas. No cabía duda de que las armas de fuego podían ser muy efecti­ vas. En 1405, en Berwick, los escoceses se rindieron después de que el primer disparo del monstruoso cañón de Enrique IV hiciera tem­ blar su muralla, y en 1449 el rey de Francia, provisto de artillería, expulsó a los ingleses de sus castillos de Normandía en mucho menos tiempo del que había necesitado Enrique V para capturarlos treinta años antes. Sin embargo, los cañones estaban todavía lejos de ser infalibles. Algunos castillos ingleses se enfrentaron a ellos durante la Guerra Civil, a mediados del siglo xvn y, a pesar de que en aquella época las armas de fuego eran ya bastante modernas, ciertas fortale­ zas -com o B olton- resistieron bien. Quizá durante la Guerra Civil las armas de fuego no eran del tipo más poderoso, ya que las más gran­ des, como las bombardas, eran caras y difíciles de transportar. A fina­ les del siglo xv, los reyes de Escocia tenían una buena cantidad de armas de fuego, pero algunas veces no eran capaces de llevarlas hasta el lugar de la acción, a pesar de haber contratado a obreros especial­ mente para allanar los caminos.

Sin embargo, las armas de fuego no convirtieron rápidamente a los castillos en obsoletos. En un principio se vio que podían equiparse con cañones, y desde finales del siglo XIV se construyeron troneras en los muros de algunos castillos. Las troneras eran normalmente un agujero redondo sobre el cual se situaba una larga hendidura vertical o cruzada; la hendidura podía servir en parte para apuntar, pero lo más probable es que su función principal fuera poder disparar con arco, un arma más efectiva que los cañones para herir a hombres. Estas troneras sólo podían albergar pequeños cañones, pero durante la última parte de la Guerra de los Cien Años (1337-1453) algunos señores de Francia hicieron construir frente a sus castillos platafor­ mas bajas de tierra, o bulevares, para protegerse del fuego enemigo y colocar artillería pesada. Hasta finales del siglo x v no se consideró necesario construir nuevos castillos diseñados para resistir la artillería pesada. Uno de los primeros fue Ravenscraig, en Fife, construido por Jaime II de Esco­ cia, cuya gran afición eran las armas de fuego. Los constructores hacían las torres y muros de los castillos lo más altos posibles, para tener ventaja sobre el atacante, pero Jaime pensaba que de esta mane­ ra eran un blanco más vulnerable a los cañones. Para resistir un cañón, los muros deben ser gruesos, no altos. Ravenscraig es de plano similar a Tantallon (página 32), pero el gran muro que defiende el promontorio es más grueso que alto. Los pisos superiores son espe­ cialmente robustos, para instalar un buen número de cañones, y algunos de éstos apuntaban a través de troneras cuadradas o buzones que ofre­ cían un ángulo de tiro mucho más amplio que las antiguas. Enfrente

47

Este grabado extraído de un tratado alemán de explosivos del año 1450 es tosco pero claro. El cañón de asedio dispara desde un carruaje de cuatro ruedas que tiene un cofre para munición o herramientas y un varal para dos caballos. (De hecho, se podían necesitar muchos más caballos que se disponían p o r parejas.) Las ballestas y las demás armas que portan tanto atacantes como defensores no resisten la comparación con el cañón, aunque el cuidado con que el artista muestra un bulto en los dardos de la ballesta indica que portaban material incendiario.

había un dique seco que no dejaba al enemigo ni ver ni disparar a la parte más baja del muro hasta que llegaba al borde mismo del dique. Ravenscraig era todavía un auténtico castillo, concebido para ser habitado, y tenía aposentos para la reina de Escocia. Pero cuando se fue aceptando la idea de que una fortificación moderna debía ser dise­ ñada tanto para resistir el fuego pesado como para responder con cañones del mismo calibre, las edificaciones resultantes dejaron muy poco espacio para una vivienda confortable. Durante el Renacimiento los italianos experimentaron con varios tipos de «castillo» con muros inclinados, angulosos o curvos, tremendamente sólidos y muy resis­ tentes a los disparos. Cuando Enrique II de Inglaterra -entre cuyas aficiones se encontraba también la de las armas de fuego- decidió construir una serie de «castillos» para proteger la costa sur de los ata­ ques franceses, aplicó las mismas ideas y los hizo bajos y redonde­ ados. Aunque esas edificaciones eran llamadas «castillos», e incluso Walmer es ahora una residencia oficial, no eran auténticos castillos. Se trataba de fuertes de artillería, y nadie podía considerar a ninguno de ellos su casa.

La paz del rey No es una casualidad que los castillos convertidos en fuertes de arti­ llería fueran todos propiedad de reyes. Sólo los reyes podían afrontar

ΞI castillo de Ravenscraig, en Fife, fue construido aproximadamente il mismo tiempo que Hurstmonceux, pero con muy diferentes propósitos. Ésta es una vista desde la base del foso cortado en la roca, .a línea de puntos muestra la posición del puente levadizo, í nivel del suelo.

48

El castillo de Deal, en Kent, formaba parte de la línea de defensas del rey Enrique VIII contra los ataques franceses a la costa sur de Inglaterra, y fue construido entre 1539 y 1540. Este grabado, que data de mediados del siglo xvn, lo muestra todavía en su estado original. La reducida «torre» está rodeada de dos grupos formados p o r tres bastiones semicirculares, y en lugar de almenas se construyeron parapetos anchos y redondeados con aberturas para las baterías de cañones.

estos trabajos, y sólo los reyes podían disponer de series completas de artillería con cañones de último diseño y gran tamaño. Al final de la Edad Media, en muchos países europeos la riqueza y el poder de los reyes se estaban convirtiendo en absolutos. Los nobles rebeldes no tenían normalmente ninguna oportunidad ante el ejército real, y sus castillos no servían para mucho más que para ofrecerles una retirada segura. En el pasado, los reyes habían permitido a los nobles construir cas­ tillos para mantener el orden en sus tierras o protegerse contra las invasiones. Ahora no era necesario. El rey era lo suficientemente poderoso como para encargar estos trabajos a sus propios hombres, y los castillos estaban perdiendo su valor para la guerra, aunque toda­ vía podían utilizarse contra las revueltas populares. A veces un casti­ llo podía estar situado de tal forma que era posible construir nuevas defensas de artillería en torno a él. Pero la técnica de la guerra fue desarrollándose durante los siglos x v i y x v ii y, cuando los reyes europeos que gobernaban naciones-estado formaron ejércitos de sol­ dados profesionales, los castillos resultaron ser demasiado pequeños para desempeñar un papel importante en la defensa de un país; sólo

una ciudad bien fortificada podía ser lo suficientemente grande para contener la guarnición y las armas necesarias para resistir a un moderno ejército régulai·. Los castillos iban perdiendo su utilidad militar desde todos los puntos de vista; ni siquiera servían para defender a su señor de otros señores, pues los «nuevos monarcas» eran capaces de evitar las luchas armadas que habían surgido entre nobles desde el principio del medievo. Al extenderse el poder real, la posibilidad de que estallaran revueltas serias entre los campesinos fue disminuyendo. Es cierto que las condiciones podían variar de unos países a otros, o incluso entre distintas zonas de un mismo reino, pero en general la nobleza llegó a la conclusión que era mucho mejor no seguir viviendo en fortalezas. Se construyeron amplias ventanas y anchas y majestuosas escale­ ras, y las terrazas y jardines eran mucho más agradables que las vie­ jas torres y murallas. Además, los estilos cambiaban y ningún noble que quisiera ser respetado co m a el riesgo de ser considerado pasado de moda, pobre o miserable; se esperaba de él que mantuviese su posición en la sociedad viviendo de la forma apropiada. El rey y sus ministros también lo esperaban. Ningún monarca deseaba ver dismi­ nuir su propia dignidad favoreciendo a alguien que no tuviera el esti­ lo correcto. Algunas veces había otra razón. Mantenerse a la moda en edificios, ropa y mobiliario costaba una buena cantidad de dinero y ocupaba mucho tiempo; así, estos nobles estarían menos dispuestos a causar problemas al rey.

Los ingenieros militares desarrollaron diseños muy complejos de terraplenes angulares, algunos hechos de piedra, los más apropiados tanto para disparar como para defenderse de las armas de fuego. Éste es un plano del siglo xvm de la ciudadela de Lille, diseñada p o r el más importante de los ingenieros franceses, Vauban (1633-1707).

En ocasiones se intentó convertir los viejos castillos en nuevas fortificaciones. A Carisbrook, en la isla de Wight, del siglo xil, con su shell y su muralla, se le añadieron terraplenes y bastiones (en las esquinas) entre 1587 y 1600, cuando la reina Isabel I temía una invasión por parte de España.

49

.

Longford, en Wiltshire. El edificio original es también del período isabelino, triangular con torres en las esquinas. Los edificios de la derecha se añadieron posteriormente. Pero en comparación con Caerlaverock (portadilla) demuestra no ser más que una espléndida casa de campo, indefensa tras su jardín y su puerta desprotegida.

Casas majestuosas y monumentos antiguos El castillo perdió su valor a causa de los cambios introducidos en las armas y los métodos militares, en el poder político y en las actitudes ante la moda y la sociedad. Todos estos grandes cambios no se pro­ dujeron de forma repentina y simultánea. El declive de los castillos, por tanto, fue lento y desigual. Algunos castillos se resistieron al declive, y cobraron otro tipo de importancia. Windsor permaneció como una importante residencia real; durante mucho tiempo su aspecto exterior siguió siendo el de un casti­ llo, mientras el interior se convertía poco a poco en un palacio. La Torre de Londres se conservó como arsenal y prisión del reino y como sím­ bolo de lo que nadie podría soñar en destruir. Otros muchos castillos rea­ les permanecieron como almacenes o prisiones o, lo que es menos habi­ tual, como cuarteles. Algunos todavía lo son; el castillo de Edimburgo acogió al rey Jorge mientras los rebeldes jacobitas tomaban la ciudad en 1745, y aún en nuestros días sigue siendo un cuartel militar. Algunos castillos fueron reformados para hacerlos más habitables. Se construían nuevas ventanas, puertas y pisos en las antiguas torres y se añadían nuevas alas a las antiguas fortificaciones. En ocasiones se construía una casa nueva dentro del patio de un castillo; otras veces el castillo era abandonado y utilizado como cobertizo o como

50

— ---- —

— =-

En los lugares en los que los incidentes fronterizos aún se recordaban, los terratenientes solían conservar sus casas-torre añadiéndoles alas más cómodas y suntuosas. Este grabado del siglo xvm del castillo de Belsay, en Northumberland, muestra la torre del siglo xiv, la casa solariega jacobina añadida en 1614, y un ala construida un siglo más tarde en estilo georgiano temprano. (Más tarde, entre 1810 y 1817, se construyó cerca una casa completa; siguiendo el estilo clásico griego de moda entonces, le dieron el aspecto de un templo antiguo.)

cantera para obtener piedra. Los duques de Northumberland, por ejemplo, convirtieron el castillo de Alnwick en una espléndida casa de campo, dejando que el cercano castillo de Warkworth se derrum­ base y conservando una mansión, Sion House, cerca de Londres, como vivienda permanente. Continuaron construyéndose grandes casas, algunas de ellas por hombres que se habían enriquecido y ennoblecido sirviendo al rey y que no habían heredado tierras ni castillos. Al principio se mantuvo la arraigada costumbre de que toda casa debía conservar alguna apa­ riencia de castillo. Esto se puede observar en Hampton Court, del comienzo del período Tudor. En la época de los Estuardo, sin em bar­ go, la moda cambió y desaparecieron todas las almenas y torres, incluso como adornos. La idea de que el castillo era algo que daba prestigio a una resi­ dencia importante prevaleció. Incluso en el siglo xvm, la era de los grandes ideales clásicos en arquitectura y arte, cuando la Edad Media era considerada una época de ignorancia y oscurantismo, algunos de los trabajos más destacados de los arquitectos más importantes eran llamados castillos. Era incongruente, pero franceses y alemanes hacían exactamente lo mismo, llamando château o Schloss desde una m o­ desta casa de campo hasta un palacio como Versalles. Mientras tanto, había gente, incluso en el ilustrado siglo xvm, que construía «románticas» ruinas «góticas». Esta costumbre se extendió

En 1819, el Ivanhoe de Scott puso de moda lo «normando». En 1820, el propietario de Penrhyn, en el norte de Gales, que había hecho fortuna con las canteras de pizarra, decidió transformar su vieja casa en un castillo. El arquitecto debía ser admirador de Rochester (página 15).

a principios del siglo xix, poniéndose de moda durante algún tiempo y dominando el arte, la literatura y la música de la Europa occidental. El «renacer romántico», como se le llamó, revalorizó la Edad Media. La gente, con la imaginación enriquecida por las historias de Sir Walter Scott, veía los castillos repletos de gente valerosa, malvados barones, caballeros de brillante armadura, hermosas damas y damise­ las en peligro. Una vez más, se puso de moda adornar las casas con almenas, torreones e incluso torres; este tipo de elementos se podía encontrar en las grandes casas de campo victorianas, en las villas resi­ denciales y en las viviendas adosadas de la clase media. Un número reducido de gente muy acomodada fue más allá. Algunos reconstru­ yeron castillos en ruinas y los amueblaron con lo que ellos pensaron que era de estilo medieval, mientras que otros construyeron nuevos castillos. Con esto se intentaba, sin duda, escapar de la realidad. Los nobles querían olvidar las sucias fábricas y el prosaico juego de pér­ dida y beneficio, relajándose en un mundo fantástico de caballería, como el ensalzado por Lord Tennyson, el Poeta Laureado, en sus poe­

mas sobre el rey Arturo. Al mismo tiempo, había gente que estudia­ ba los castillos con seriedad y ayudaba a comprender la civilización medieval que los produjo. Ya en el siglo xx, los gobiernos de muchos países tomaron con­ ciencia de que era necesario preservar las viejas construcciones. Sus razones eran en muchos casos culturales y educativas, pero también patrióticas: estos edificios forman parte de la herencia nacional, y son testigos de la historia del país y de sus tradiciones. Cuando el turismo se convirtió en una industria importante, los gobiernos comprendie­ ron también que los antiguos monumentos podían suponer pingües beneficios. Así pues, los castillos volvieron a ser valiosos. Muchos, es cierto, estaban ya reducidos a montones de piedra informe, y otros muchos continúan así al no ser considerados tan importantes como para justi­ ficar el coste de la reparación. Pero existen muchos otros que, des­ pués de años de abandono y olvido, prosperaron de nuevo y vuelven a estar repletos de gente.

View more...

Comments

Copyright ©2017 KUPDF Inc.
SUPPORT KUPDF