Con La Mejor Intención - Cuentos para Comprender Lo Que Sienten Los Niños - Marisol Ampudia
September 14, 2022 | Author: Anonymous | Category: N/A
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MARISOL AMPUDIA
CON LA MEJOR INTENCIÓN Cuentos ppara Cuentos ara com comprender prender lo que sienten los niños n iños
Herder
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Diseño de la cubierta: Ari Arianne anne Fab Faber er Ilustraciones: Ilustr aciones: Fernando Conde Ampudia
© 2010, Marisol Ampudia S.L., Barcelona Barcelona © 2010, He rder Editorial, S.L.,
ISBN: 978-84-254-2769-5 La reproducción total o parcial de esta obra sin el consentimiento expreso de los titulares del Copyright está prohibida p rohibida al amparo de la legislación vigente. Herder
www.herdereditorial.com
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Índice
Portadilla Portadil la Créditos Créditos Prólogo Prólogo,, de Giorgio Nardone Nardone Introducción Introducción Capítul Capítuloo 1. Amigos Capítuloo 2. Carlos y los polli Capítul p ollitos tos Capítulo 3. David y su hermanito Capítulo hermanito Capítuloo 4. ¿Qué me pasa, Capítul p asa, mamá? Capítuloo 5. María y Capítul María y el ascensor Capítulo 6. Capítulo 6. Raúl y el abuelo Capítuloo 7. Los Capítul Los papás pap ás se se separan Capítuloo 8. La pesadilla Capítul Capítul Cap ítuloo 9. Fin de curso Capítulo 10. Mentiras Consideraciones finales finales Bibliografía Bibliografía
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PRÓLOGO
Es un verdadero placer para mí redactar este prólogo a un libro considero de fundamental importancia para cualquiera que trabaje o se que relacione con niños y adolescentes, puesto que afronta temáticas clave con respecto a un sano desarrollo y tránsito hacia la edad adulta. La doctora doctora Ampudia ha ll llevado evado a cabo un admi a dmirable rable trabajo al centrarse en algunos aspectos que muy a menudo se pasan por alto en el mundo clínico. He aquí, por ejemplo, el efecto del «etiquetaje», de diagnósticos psiquiátricos que, durante esta época del desarrollo del individuo, tienen a menudo el poder de profecía que se autorrealiza como un anatema. Como señalaba Paul Watzlawick, el diagnóstico genera la patología en la persona que recibe la «etiqueta»: lamentablemente, lamenta blemente, el hecho de formular formular un diagnóstico diag nóstico psiquiátrico psiquiátrico y comunicárselo a la familia de un niño o adolescente produce ya de por sí una reacción en cadena de dinámicas que pueden acabar construyendo un cuadro psicopatológico que la mayoría de las veces hace exacerbar la patología inicial. Por tanto, es encomiable la manera como la autora hace hincapié en este concepto, lo explica con claridad y ofrece después soluciones terapéuticas mediante la exposición de ejemplos concretos. Otros dos aspectos harto relevantes tratados en la presente obra son la sensación de vergüenza y de culpa que, en la mayoría de las ocasiones, se observan en los pacientes de esta edad cuando se les diagnostica y trata directamente como casos clínicos, en vez de recurrir a intervenciones indirectas a través trav és de la familia. familia. Por otra parte, fomentar la capacidad de los padres de ayudar a sus hijos a superar las dificultades o resolver problemas no constituye sólo una parte fundamental del trabajo terapéutico, sino también uno de los aspectos básicos de la educación entendida como permanente durante todo el ciclo vital. Además, si se considera que la figura de los docentes en la escuela corresponde a la de los padres en la familia, parece evidente que si se guía a éstos para que eduquen de la mejor manera posible a sus hijos, esta educación ayudará también a los docentes a preparar mejor a sus alumnos. Potenciar, además, las habilidades de estos últimos asegurará a su vez una mejor crianza de los niños y jóvenes. Por último, pero no por ello menos importante, quiero subrayar el hecho de que este libro está redactado de forma accesible para todo tipo de lectores y que su lectura resulta agradable. Se dirige tanto a los especialistas, que encontrarán en él indicaciones claras y aplicables, como al gran público interesado en 7
profundizar en los problemas de la infancia y sus soluciones en tiempo breve. GIORGIO NARDONE CENTRO DE TERAPIA ESTRATÉGICA AREZZO, 2009
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INTRODUCCIÓN
La educación niñoseno es tarea menos en una sociedad como la nuestra, dondedeelun éxito mide por elfácil, dinero y lasaún propiedades que la persona consigue acumular a lo largo de su vida. La mayoría de los padres experimentan agobio y temor al pensar en el futuro de sus hijos. Desde el ámbito sanitario, sirviéndose del lema «más vale prevenir», nos recuerdan a diario los peligros que corremos a cada paso y las consecuencias negativas del tabaco, del sedentarismo, del exceso de dulces, de las hamburguesas enormes…, etcétera. Aconsejan consultar con un especialista por casi todos los problemas, y afirman que sólo los profesionales se hallan capacitados para decidir si un niño sigue o no el criterio estadístico de «normalidad», esto es, si piensa, siente, crece y actúa como la mayoría de los niños de de su edad. De no ser así, proponen propon en aalguna lguna medida medida de ajus a juste te que lo haga lo más parecido posible a los otros niños, ya que en nuestro modelo social no hay margen para pa ra las diferenci diferencias as evidentes. Todo está concebi concebido do y baremado de tal forma que apenas se concede espacio a la creatividad, a un ritmo diferente de desarrollo en determinadas habilidades y a la comunicación espontánea y libre lib re entre en tre los miembros miembros de una familia. Curiosamente, los mismos «especialistas» que contribuyen a crear el miedo en los padres, exigen de ellos que no sean alarmistas y no estén constantemente encima encima del niño. En otras palabras, pa labras, primero primero los incapaci incapa citan tan en su rol paternal y después les les exigen exigen que sean padres p adres competentes. competentes. Por otra parte, a los niños no se los educa para la responsabilidad y el sentido del deber, sino para «la excelencia»; pero la vida casi nunca es excelente. Todos los títulos y diplomas que un joven pueda conseguir no le servirán en absoluto si no van acompañados de determinados valores y la capaci capa cidad dad para pa ra relaciona relacionarse rse con con otros de una manera adecuada. adecuada. Nuestra sociedad no es precisamente un buen modelo de valores. Como señala Erich Fromm en Psico Psicoanálisis análisis de la so socie cieda dad d conte contemporáne mporánea a: En la sociedad actual cada individuo es una pieza de una enorme máquina de producción perfectamente organizada que ha de funcionar con suavidad y sin interrupción. Nuestro sistema económico debe crear hombres y mujeres adecuados a sus necesidades que quieran consumir cada vez más. Ha de crear personas de gustos uniformes que puedan ser influidos fácilmente, personas cuyas necesidades puedan preverse. Nuestro sistema necesita personas que hagan lo que se espera de ellos, que encajen en el mecanismo social sin fricciones, que puedan ser guiados sin recurri rec urrirr a la fue fuerza. rza.
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Las escuelas culpan a los padres de falta de autoridad, mientras que éstos a su vez acusan a los educadores de ser poco hábiles en el trato con los niños. Nadie parece saber cómo conseguir que los jóvenes asuman responsabilidades ni caer en la cuenta de que posiblemente justo lo que hacemos para intentar solucionar los problemas esté contribuyendo a que éstos se agraven incluso. Cuidamos a nuestros niños como si fueran frágiles figuritas de porcelana, tratando de evitarles cualquier esfuerzo, hasta que un día nos damos cuenta de que tenemos en casa a un pequeño tirano, caprichoso y rebelde, que no tolera el mínimo contratiempo y cree tener derecho a todo por el mero hecho de existir. Es entonces cuando los padres asustados piden ayuda, primero a los profesionales de la psicología y psiquiatría. Y si éstos no encuentran el remedio, puede que acaben denunciando a sus propios hijos, como ocurre cada vez con mayor frecuencia, en un intento de someterlos a una autoridad que ellos mismos nunca han conseguido ejercer. Si los padres tratan a sus hijos como si fueran inválidos y toman siempre las decisiones en su lugar, incluso en cuanto a lo que, a su parecer, deberían hacer en su tiempo libre, los niños se comportarán de una manera totalmente acorde a esta actitud. Muchos de ellos se aburren si sus padres no les planifican las actividades a lo largo del día. Otros poseen un gran número de cosas que nunca llegan a utilizar: bicicletas, consolas, ordenadores, etcétera, pues se les ha prohibido su uso para castigarlos. He sido testigo de algunos desafíos por parte de estos chicos que saben que sus padres no tienen más recursos en cuanto a castigos porque ya les han quitado todos los objetos que les importaban. Desafortunadamente, a los padres a menudo les resulta muy difícil mantenerse firmes en relación con estas sanciones, justo por su severidad, y acaban levantándolos, con lo que demuestran a su hijo que «es igual lo que diga, si luego no lo cum cumple». ple». En otro de sus trabajos, El mie miedo do a la libe libertad rtad, Fromm distingue entre «autoridad evidente» y «autoridad anónima». La primera se ejerce directa y explícitamente. La persona investida de autoridad dice de manera abierta al que está sometido a ella: «Debes hacer tal cosa. Si no la haces, las consecuencias serán éstas». Hoy en día, los padres y maestros pretenden que los niños les obedezcan por el mero hecho de que, supuestamente, los adultos saben mejor qué les conviene, así como que hagan con gusto aquello que les mandan. Cuando un niño no obedece, la sanción consiste en hacerle sentir que no está «ajustado», que está enfermo o que le pasa algo, ya que no actúa como la mayoría de los chicos de su edad y conforme a lo que se espera de él. La autoridad evidente emplea la fuerza física. La autoridad anónima, la presión psicológica. Enviar aelun niño de al que psicólogo intención supone transmitirle mensaje algo no(con funciona bien endeél ayudarlo) desde el punto de 12
vista psicológico; y tampoco a los padres les resulta fácil asimilar y admitir que su hijo, al que supuestamente le han dado todo, de modo que no le ha faltado nunca nada, na da, tal vez se sienta sienta mal en el plano emocional. emocional. No siempre es cierto que la intervención de un profesional al inicio de un problema contribuye a su resolución. Desde luego, no estoy en contra de las consultas psicológicas, sino que abogo por un procedimiento en el cual, antes de a un niñovalorar a un examen porpuede parte conseguir del profesional se someter intente primero si no se ya uncorrespondiente, cambio en la situación problemática a través de la modificación de determinadas condiciones en la vida de las personas que atienden habitualmente al niño. De este modo, se evitarían «etiquetas diagnósticas», que a veces incluso pueden llegar a perpetuar determi determina nadas das actitudes actitudes que que se «esperan» «esperan » de una persona que sufre sufre la «enfermedad» diagnosticada, proceso a través del cual la profecía se cumple: he aquí la creación del caso. A veces, a estos niños que, de cierta manera, son tratados con tanto mimo y cuidado, cuando no cumplen las expectativas que padres y profesores han depositado en ellos se les acaba avergonzando públicamente y tratando de forma humillante «para ver si así reaccionan». Sin embargo, el resultado suele ser desastroso. La humillación y la vergüenza son emociones terribles, que a todos nos afectan tan profundamente que seríamos capaces de hacer cualquier cualquier cosa con tal de no sentirlas. Gran parte de las mentiras que los niños se inventan no son sino intentos de protegerse ante estas emociones tan devastadoras. El objetivo de este libro es ayudar a entender cómo se producen determinadas dificultades de la vida diaria y cómo, aun con la mejor intención, a veces contribuimos a complicar las cosas, justamente mediante aquello que hacemos en nuestros intentos de solucionarlas. El relato en forma de cuentos pretende facilitar la lectura. Todas las viñetas tienen algo en común: a partir de un pequeño incidente que resulta o puede resultar desagradable, temible o molesto para alguno de los protagonistas, éste y las personas de su entorno inician una serie de acciones que, en vez de solucionar el problema, acaban complicándolo. La forma de resolverlo consiste justamente en dejar de hacer aquello que mantiene y agrava la situación desagradable, lo cual a veces no es sencillo. En la gran mayoría de los cuentos, se dan de repente ciertas «circunstancias» que llevan llevan a los protagonistas a ver la situ situación ación desde otra otra perspecti perspectiva va y sentirse de manera diferente. En la vida real, sin embargo, este cambio en la forma de percibir los acontecimientos muchas veces sólo puede realizarse con ayuda de un profesional que guía a las personas implicadas para que se produzca lo que Paul Watzlawick llamó un «acontecimiento casual planificado», y Franz Alexander, una «experiencia emocional correctiva» (Nardone, G. y Watzlawick, P., El arte arte de dell cambio; Alexander, F., P Psychoanalysis sychoanalysis and P Psychotherapy sychotherapy ). ). 13
Mi deseo es que el libro contribuya a cambiar la percepción que tenemos de algunas situaciones problemáticas y, sobre todo, a que los padres entiendan que, a veces, su anhelo de ayudar al niño, haciendo las cosas por él, diciéndole lo que tiene que hacer y ocultándole ciertas informaciones para evitarle sufrimientos agravan la situación. Pues entonces, al problema inicial se añade, además, la sensación de impotencia, culpa o exclusión. Me gustaría atención también a los medios de comunicación, que,a aunque con la llamar mejor laintención, en ocasiones contribuyen en alto grado aumentar la angusti a ngustiaa de los padres pa dres.. Estoy, por supuesto, a favor de la libertad de expresión y el derecho a la información, pero me parece insostenible que los medios de comunicación divulguen en las noticias afirmaciones como la de que cierto joven se suicidó porque no podía soportar las burlas de sus compañeros y porque nadie intervino para evitarlas, pues resulta absolutamente indemostrable. Pero no sólo eso, sino que también es irresponsable, porque los padres que oyen o leen esta afirmación muchas veces sienten verdadero pánico de que a sus hijos les pueda ocurrir lo mismo e inician una serie de actuaciones que acaban complicando un problema que podría haberse resuelto de manera más sencilla. Quisiera también que el libro ayudara a los profesionales que trabajan con niños, adolescentes y padres a reflexionar sobre los problemas humanos desde un punto de vista diferente. Es muy común que, ante una situación problemática, uno se pregunte «por qué» ocurre, con la vana ilusión de que si conocemos la causa, podremos encontrar el remedio; pero esto no suele ocurrir en el ámbito de lo psíquico. Una persona que desarrolla una fobia puede saber exactamente cómo se inició y por qué y, sin embargo, seguirá evitando la situación temida y buscará ayuda para realizar aquellas cosas que no puede llevar llevar a cabo por su cuenta. cuenta. En la presente obra, las situaciones problemáticas se contemplan desde la perspectiva perspecti va de la terapia terap ia breve estratégica, estratégica, desarrollada por p or la E Esc scuel uelaa de Palo Alto y, en su evolución europea, a través de los trabajos del Centro de Terapia Breve Estratégica de Arezzo, dirigido por Giorgio Nardone e integrado por colaboradores de la talla de Roberta Milanese, Claudette Portelli, Federica Cagnoni y Mauro Bolmida, entre otros. Según esta teoría, si se consigue entender cómo funciona un problema y qué es lo que lo perpetúa (independientemente de cuáles sean sus causas), se puede intervenir para que las personas implicadas en él dejen de hacer aquello que lo está eternizando, eternizando, y de esta manera el problema problema desaparezc desapa rezca. a. La presente obra no pretende ser un libro de teoría ni de recetas, sino un manual de consulta consulta rápida que sirve sirve para p ara ll llevar evar a los adultos adultos a entender cómo se puede sentir un niño frente a determinadas situaciones y actuaciones de los demás. Creo que, si se consigue este objetivo, el cambio de perspectiva resultante posiblemente ayude más que muchas sesiones de terapia. 14
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CAPÍTULO 1 AMIGOS
Era lunes por po r la mañana mañan a y Pol iba iba camino del colegio. colegio. Había Había pedid p edidoo a su padre que lo acompañara en coche, con la excusa de que llegaba tarde, pero la realidad era que temía encontrarse con algún compañero de clase y tener que aguantar aguan tar sus burlas burlas y bromas bromas pesadas pesada s ya por la mañana. mañan a. Todo había empezado de una manera bastante tonta: uno de los chicos que hasta entonces había sido su amigo había empezado a llamarlo «Pol-eo-menta» y él se había enfadado muchísimo, lo que había provocado que cada vez más compañeros lo llamaran así. Pol había ido aislándose al punto de que a la hora del recreo prefería quedarse en cualquier rincón leyendo. Sus notas eran excelentes, ya que tenía mucho tiempo para dedicarlo a los estudios, pero esto no ayudaba precisamente a mejorar la situación, más bien al contrario, pues pasó a ser «el empollón», con el diminutivo de «Poll». 18
A finales del primer trimestre escolar, Pol se sentía completamente solo. Sus padres habían ido a hablar con los profesores y éstos habían intentado por todos los medios que los otros chicos dejaran de meterse con él: hablando con ellos, haciéndoles razonar, más adelante aplicando amenazas, castigos, etcétera. Pero, por desgracia, cuanto más habían intervenido en la situación, más se había complicado, ya que en lugar de molestarlo abiertamente como habían al principio hacerlomás a escondidas colegio, hecho en lugares en los queempezaron Pol se sentíaatodavía desprotegido.y fuera del Cuando había empezado a recibir mensajes amenazadores en el móvil, sus padres pa dres habían habían decidid decididoo poner p oner una denuncia denuncia en la comis comisaría. aría. Pol estaba hundido. No tenía conciencia de haber hecho nada para que se metieran con él de esa manera. Su padre decía que le tenían envidia, pero a él no le parecía nada envidiable su situación. Se sentía impotente, incomprendido, solo. Quería «desaparecer» para no seguir soportando esa tortura. Cuando sus padres se habían enterado de su estado de ánimo, se habían asustado mucho y habían decidido someterlo a una consulta médica, lo cual no había contribuido a tranquilizar a Pol, ya que a partir de aquel momento se sentía,precisamente además, «enfermo». Sus padres pensaron incluso en cambiarlo de colegio, pero eso para él habría significado admitir: «Me habéis vencido». Además, habían elegido aquella escuela porque la consideraban la más adecuada para Pol y no les parecía buena idea tener que cambiarlo por las amenazas de cuatro «bravucones». Aquel lunes, o bien Pol se sentía especialmente triste o bien sus compañeros estaban en parti pa rticu cular lar crueles crueles.. Por eso no se veía capaz cap az de esperar al a l fina finall de las clases, así que exageró un poco el dolor de cabeza que sentía y pidió permiso para salir antes. Una vez en la calle se dio cuenta de que no había sido buena idea, pues tendría que aguantar la cara de sufrimiento de sus padres y el alud de las recomendaciones con que sin duda le inundarían para ayudarlo a afrontar la situación. «Tú, lo que tienes que hacer es...» Odiaba estas esta s frases. Llegó al parque que se extendía entre su casa y el colegio, y decidió sentarse en un banco a esperar que fuera la hora en que volvía a casa habitualmente. Así no tendría que dar explicaciones a sus padres. No llevaba mucho tiempo allí cuando se le acercó un viejecito que caminaba con dificultad apoyándose en un bastón. Al llegar junto a Pol preguntó si no le importaba im portaba que se sentara sentara un rato con él, pues estaba muy cansado. Pol le miró con un poco de miedo. Últimamente, cada vez que un ser humano se le acercaba era para burlarse de él o para decirle lo que tenía que hacer. Pero el viejecito no hizo ninguna de las dos cosas. Sencillamente, se 19
sentó a su lado y dijo: —Me gusta tu mochila. mochila. Pol la apretó con fuerza, pero el anciano lo tranquilizó: —No tengas miedo, sólo he dicho que me gusta. ¿Para qué iba yo a querer una mochila si ya ni puedo con ella? Veo que eres un buen chico. —¿Por qué? —preguntó Pol. —Porque has hecho novillos, pero no te has ido a ningún sitio peligroso. Pol nocondijo nada. En realidad, decir. Hacía no hablaba nadie de otra cosa queno no sabía fuera qué su malestar por lastiempo burlasque de sus compañeros y no estaba preparado para seguir una conversación ajena a este tema. —¿Te has peleado con tus amigos? amigos? —preguntó el anci an cian ano. o. —No —respondió Pol—. No tengo amigos. —¿Cómo es posibl p osible? e? Pareces Pa reces un chico chico simpático. simpático. —En mi clase no opinan lo mismo —dijo Pol con tristeza. —¡Ah!, ya entiendo. Ellos tienen su opinión sobre ti y tú les complaces haciendo lo que esperan que hagas: si piensan que eres antipático, te comportas como si realmente lo fueras, si creen que eres un cobarde, huyes; así les —No confirmas que tienen razón. puedo hacer na da nada para p ara convencerlos de de que están equivocados. equivocados. —Claro que no —respondió el anciano—. Es mucho mejor que se convenzan solos. —¿Cómo? —preguntó extrañado Pol. —No hay que hacer nada especial, sobre todo nada que les dé la razón. Por ejemplo, si intentan hacerte enfadar, no debes complacerlos. Te voy a explicar algo que me ocurrió hace unos meses. Supongo que ya te has dado cuenta de lo mucho que me cuesta andar. Bien, pues un día un grupo de muchachos, más o menos de tu edad, jugaban a hacerme burla, imitando mi forma de caminar y riéndose abiertamente de mí. Me fui a casa muy triste y al día siguiente no me atreví a venir v enir al parque, p arque, pero después lo pensé mejor y decidí decidí que que no tenía que renunciar a nada sólo porque unos muchachos aburridos me habían elegido como fuente de diversión, así que cogí mi bastón y me dispuse a afrontar la situación. Aquel día había todavía más chicos en el parque y debían de estar muy aburridos, puesto que en cuanto me vieron empezaron a burlarse de mí como la ocasión anterior, sólo que yo esta vez, en lugar de huir, me dirigí hacia ellos y les dije: «No lo hacéis mal del todo, pero creo que podríais conseguirlo aún mejor. A ver, tú, te ríes muy flojito y andas algo torcido, pero no tanto como yo; debes de practicar un poco más para que te salga mejor». Todos los chicos se callaron de golpe y empezaron a correr hacia otro lado. Seguí andando hacia ellos pidiéndoles que no se fueran y que siguieran imitándome, pero nunca más lo hicieron. —No puede p uede ser tan fácil fácil —dijo —dijo Pol. —Yo no he dicho que lo sea. De hecho, era ponerles en una situación muy 20
difícil porque difícil po rque seguir burlándose burlándose de mí habría significado que me obedecían y no no obedecerme, dejar de burlarse. En tu caso, me parece importante, además, que intentes hacerte amigo de alguien, pues si te aíslas se meterán contigo con más facilidad. Pol se quedó pensativo. El anciano miró su reloj y dijo: —Bueno, me voy, que empiezo a sentir hambre. Que tengas mucha suerte. Mientras no veíaeraalmala, anciano Polseguro pensó de quesentirse la ideamuy quepreparado le había transmitido peroalejarse, no estaba para llevarla a cabo. De cualquier forma, algo tendría que hacer para acabar con aquella situación. Al llegar a casa, su madre preguntó cómo le había ido el día y Pol, pensando en el anci an cian ano, o, respondió: —No me ha ido del todo mal. —¿No se han metido contigo? —siguió queriendo saber la madre. —No, hoy no —respondió Pol y se fue a su habitación habitación para pa ra no n o tener que dar más explicaciones. Por la tarde estaba un poco nervioso, pero decidió ir a clase. Poco antes de llegar al colegio se encontró unosiempre de los compañeros que solíanpero reírse él. Su primer impulso fue huir,con como hacía últimamente, estadevez decidió saludarlo como si no pasara nada. Después de todo, iba solo y a lo mejor no se atrevería a meterse con él. Así que se acercó y simplemente dijo: —Hola, José. —Hola, Pol —contestó el otro y siguieron caminando juntos. Al cabo de un tiempo, Pol se atrevió a preguntar: —¿Has estado esta mañana en clase de Sociales? —Sí —dijo —dijo José—. Ha sido un poco p oco rollo. ¿Quieres que te deje los apun apuntes? tes? —¿Me los dejarías? —preguntó tímidamente Pol. —¿Por qué no? —respondió José—. Si entiendes mi letra... —Y, abriendo su mochila, moch ila, le ofreció una libreta. libreta. Pol no se lo podía creer. —Te lo agradezco mucho. ¿De verdad no te importa dejármelos? dejármelos? —¿Por qué me va a importar? Yo siempre se los pido a alguien cuando me salto una clase. —Gracias —dijo Pol—. Mañana te los devuelvo. Siguieron un momento en silencio hasta que se cruzaron con un señor que llevaba un bonito perro atado con una correa. José se quedó embobado mirando mi rando al anim an imal. al. —¿Te gusta? —preguntó —p reguntó Pol. —Me encantan los perros. perros. Estoy intentando convencer conven cer a mi madre para que me deje tener uno —respondió José. Pol no sentía ninguna n inguna simpa simpatí tíaa por los perros, pero enseguida se dio cuenta cuenta de que ése podía ser un tema de conversación, así que se mostró muy 21
interesado en averiguar qué raza era la que más interesado más gustaba gustaba a su compañero. Cuando llegaron al colegio, Pol sentía una sensación extraña. Recordaba la conversación con el anciano del parque y sus palabras le venían a la cabeza una y otra vez: «Si te aíslas, se meterán contigo con más facilidad». Cuan Cu ando do sonó la campana campa na que anunciaba el final de la clase, José se dirigi dirigióó a él y le dijo: —Ac —Acuérd ate de devolverme devolverm e los apuntes ap untesMe mañana. mañana . —Nouérdate te preocupes —respondió Pol—. acordaré. En aquel momento, Santi se les acercó y al ver que Pol y José hablaban, se dirigió diri gió a este último: último: —¿Qué dice Pol-eo? José lo miró muy serio y respondió: —Le he dejado los apuntes de esta esta mañana maña na.. —¿Qué? ¿Que le has dejado los apuntes a Pol-eo-menta? Pol-eo-menta? —¿Qué pasa? —dijo José—. ¿No se los puedo dejar? —Sí, claro —respondió Santi—. Sólo que me ha sorprendido. Y se fue pensando qué podría haber ocurrido para que José, a quien admiraba, la palabralaacorta Pol, que era el blanco delos todas burlas. Pol, quedirigiera había escuchado conversación entre doslas compañeros, se acercó a José y simplemente le dijo: —Gracias. —De nada —repuso José, que empezaba a sentir cierta simpatía por Pol. Si lo había elegido a él para pedirle los apuntes debía de ser porque lo consideraba mejor persona que a los otros, y esto le hacía sentirse bien. Además, no era mal chico y estaba ya un poco harto de las burlas tontas de sus compa com pañeros ñeros,, que, la mayoría de veces v eces,, no le hacían hacían ninguna gracia. Aquella tarde fue muy especial para Pol. Por fin alguien había plantado cara a aquellos pequeños matones. Si se hubiera dejado llevar por su primer impulso, habría abrazado a José con fuerza para mostrarle su agradecimiento. Por primera primera vez en much muchoo tiempo tiempo ll llegó egó a casa contento y con ganas gan as de hablar. Su madre, que últimamente solía recibirlo con cara de pena, se extrañó al verlo de buen humor, pero Pol no podía explicarle lo que había ocurrido, pues eso habría supuesto decirle que aquella mañana no había asistido a la última clase. Así que se preparó un estupendo bocadillo y se fue a hacer los deberes. A la hora de cenar notó cómo sus padres lo observaban de reojo y se miraban mi raban entre sí. Ya Ya estaban terminando terminando cuando su padre pa dre preguntó: —¿Cómo te ha ido el día? —Bien —B ien —respondió —resp ondió Pol. —¿No se han metido contigo? —No —se limitó limitó a contesta contestarr Pol—. Hoy Hoy no. n o. —Bueno —dijo el padre—. A ver si sale el juicio ya y ponen en su sitio a esos imbéciles. 22
Pol había oído a su padre muchas veces decir cosas similares, pero esta vez le sonó de forma diferente. No quería complicar más las cosas y, por primera vez, le pareció que cuanto estaban haciendo era precisamente eso. Así que miró fijamente a su padre y le dijo: —Papá, me gustaría que retirarais la denuncia. —¿Cómo? ¿Y dejar que se sigan metiendo contigo? —Creo que ayuda, sé lo que que hacer Pol—. Os agradezco mucho vuestra perotengo me siento peor —respondió al veros tan preocupados por mí. Además, hoy he hablado con uno de los que se metían conmigo y no me ha parecid pa recidoo mal chico. chico. Creo que podré p odré hacerme amigo de él. —De ninguna manera. No consentiré que te humillen y se rían de ti — exclamó su padre. —Y yo no consentiré —respondió Pol— que me sigáis tratando como si no fuera capaz de resolver mis problemas solo. Era la primera vez que Pol se dirigía a su padre en ese tono y se sentía nervioso, pero a la vez satisfecho de sí mismo. —Papá, por favor, tenéis que confiar en mí —añadió tras un breve silencio. —Está biende—dijo el padre, no que sabía cómo responder a este nuevo planteamiento su hijo—. ¿Qué que quieres hagamos? —Quiero que paréis de protegerme, que retiréis la denuncia y dejéis que intente resolver las cosas a mi manera. He pensado utilizar sus mismas armas: procuraré hacerme amigo de algunos y así seremos un grupo contra otro y no todos contra mí. El padre de Pol se quedó pensativo. Lo que decía su hijo tenía sentido, quizá habían intervenido demasiado con intención de ayudarlo, pero sólo habían provocado que se sintiera más inútil y que sus compañeros lo vieran como «el niño protegido por sus papás» pap ás».. La madre permanecía en silencio observando la cara de su hijo. Algo en su interior le decía que, dijera lo que dijera, no serviría de nada porque Pol había tomado su decisión. Confiaba en él, pero sentía un miedo terrible. —Sé que sólo queréis ayudarme —continuó Pol— y os aseguro que si no puedo resolverlo solo, os lo diré, ¡pero tengo que intentarlo! —Bien —dijo el padre—. Inténtalo. —Ten cuidado cuidado —añadió —aña dió la madre—. ma dre—. Hay chicos chicos muy crueles. crueles. —Lo sé, mamá —respondió Pol. A la mañana siguiente, se levantó de buen humor. Su madre le preguntó si quería que lo acompañara al colegio en coche porque de todas las maneras iba en esa dirección. Pero él prefería ir andando, así que cogió su mochila, besó a su madre y se dispuso a afrontar la situación de forma diferente a como lo hiciera anteriormente. Cierto que sentía un poco de miedo, pero estaba seguro de estar actuando como mejor podía. 23
Para animarse empezó a pensar en cosas agradables y en lo bonito que sería hacerse amigo de José y participar un poco en las conversaciones y los uegos de sus compañeros. Así llegó al colegio casi sin darse cuenta. En la entrada, José estaba hablando con otros dos chicos y Pol se le acercó para devolverle sus apuntes. —Muchas —Much as gracias gra cias —dijo —dijo al a l tenderle la libreta. —De na —respondió José—. ¿Has entendido mi aletra? letra? —Sí, nada losdaapuntes estaban bastante legibles; yo veces dejo palabras a medias o tacho alguna cosa, pero los tuyos me han parecido muy claros. —Bueno, el tema era interesante y el profesor se explica bastante bien. No es como el de Filosofía, Filosofía, que se enrolla en rolla muy mal. —Es verdad —añadió otro de los chicos—. El día que nos explicó los presocráticos presocrátic os salí con dolor de cabeza. cabeza . — P Pee reso re socarát caráticos icos —puntualizó otro muchacho parodiando al profesor, que pronunciaba la «r» de una manera man era especial. Todos se rieron y ensayaron para ver quién imitaba mejor al profesor con palabras pa labras y gestos. gestos. mañana fueuno especial Pol.siéndolo. Por primera vez desde hacía mucAquella mucho ho tiempo se sintió unmuy o más y queríapara seguir A la hora del recreo, en lugar de esconderse en algún rincón como había hecho en los últimos tiempos, decidió sentarse en el escalón de entrada y observar desde ese lugar qué grupos se formaban y cómo pasaban el tiempo libre. No llevaba mucho tiempo allí cuando uno de los muchachos de la mañana se le acercó y dijo bromeando: «¿Qué? ¿Pensando en los pe pere reso socarát caráticos icos ?». Los dos se rieron y el muchacho tomó asiento al lado de Pol. Poco a poco, se fueron añadiendo José, Santi y algunos más y a nadie parecía extrañarle que Pol estuviera estu viera all a llí. í. Éste ya no n o se sentía ais a islado, lado, sino sino por fin otra vez tan ta n seguro de sí mismo como antes de que las cosas empezaran a ir mal. Aquella tarde decidió acudir al parque para ver si encontraba al anciano. No sabía muy bien qué quería decirle, pero sentía que necesitaba volver a verlo. No tuvo suerte ese día ni los dos siguientes. Al tercero encontró al anciano sentado en el mismo banco en que habían estado juntos el primer día. Pol se dirigió hacia allí con paso decidido. ¿El anciano se acordaría de él? —¡Hola! —saludó al llegar. —¡Hola, muchacho! —respondió el anciano—. ¿Cómo va todo? —Muy bien —repuso —rep uso Pol Pol—. —. Han cambiado mucho mucho las cosas estos días. Poco a poco, le fue explicando las novedades y, sobre todo, el gran descubrim descu brimiento iento que había hech hecho: o: todo lo que él y sus padres p adres habían había n emprendido emp rendido para que no se metieran con él justamente había complicado la situación. Con sólo dejar de hacerlo todo había vuelto a la normalidad. El anciano escuchó atentamente y luego felicitó a Pol por haber sabido 24
darse cuenta cuenta a tiempo de las cosas que no funciona funcionaban ban y cambiarlas. cambiarlas. A menudo, los problemas más graves se solucionan de manera sencilla si uno no los complica... con la mejor intención. *** En los últimos años, la violencia en las escuelas se ha convertido en un verdadero probl p roblema. ema. El caso de Pol, el protagonista del cuento, está basado en un hecho real, que afortunadamente tuvo un final feliz. Por lo que sé de él hoy, tres años después de finalizar el tratamiento, que duró sólo tres sesiones, es un chico feliz, con notables resultados académicos y muy buena relación con sus compañeros. Aproximadamente un año después de haberse resuelto el conflicto, alguien le preguntó qué era lo que más le había ayudado y Pol respondió: «Para mí, lo fundamental fue dejar de sentirme víctima y poder afrontar el problema de una manera activa. Y loaque me costó convencer a mis padres de que yo podíamás hacer frente la más situación sin fue su intervención directa. Llegó un momento en que permanecer en casa me resultaba igual de doloroso que estar en el colegio, y la rabia de mis padres unida a la mía se me hacía casi insoportable». Todos los casos con que nos hemos encontrado y que tenían su origen en este mismo problema presentaban una forma parecida de funcionamiento: a partir de algún pequeño incidente, insulto o leve agresión entre compañeros, las personas del entorno empiezan a intervenir con la intención de ayudar. Unas veces, exigiendo al niño que ha sufrido la agresión que plante cara y responda de la misma manera, conducta que éste posiblemente se siente incapaz de realizar por miedo, vergüenza o cualquier otro motivo. Se ve afrontando entonces un problema añadido: no puede llevar a cabo lo que le han dicho que debería hacer y por tanto se siente «incapaz y débil». Otras veces, se le insiste a informar al profesor. Algunos niños realmente lo hacen, convencidos de que eso logrará que los otros dejen de molestarlos, pero desgraciadamente suele tener el efecto contrario: al problema inicial se añade ahora aquel otro de que les ponen, además, la etiqueta de «chivato». Cuando los padres deciden intervenir, lo hacen con la buena intención de ayudar a su hijo a resolver una situación injusta. Sucumbimos a la ilusión de creer que podemos evitar que nuestros hijos sufran y, a pesar de que reconocemos que en el mundo hay personas desagradables o conflictivas y situaciones en las que todos cometemos errores, nos resulta muy difícil permitir que nuestros hijos los afronten por su cuenta y vayan aprendiendo a desenvolverse solos también en estas circunstancias. 25
No cabe la menor duda de que la postura de protección que adoptan los padres pa dres les les parec pa recee la mejor opción, pero p ero cuando no contribuye contribuye a la soluci solución ón del problema acarrea incluso una nueva complicación del mismo, que va agravándose agra vándose entonces cada vez más. Según mi experiencia, los casos que se han resuelto con éxito han sido aquellos en que se ha conseguido que el niño agredido se sintiera aceptado dentro grupo tener endelaun escuela. escue la. de iguales, lo cual constituye el mejor respaldo que pueda La protección por parte de los padres hace que sea visto como un «niño mimado» y la proporcionada por el maestro le acarrea la etiqueta de un «niño pelota»; en cambio, la que le brindan los compañeros le convierte en un «niño popular». Naturalmente, la aceptación en el seno de un grupo no debe de ser impuesta, sino fruto de una conquista personal del chico. Con mucha frecuencia, la víctima de la agresión es un niño inteligente, con muy buen rendimiento académico (que suele disminuir cuando comienza el problema) y con alguna cualidad envidiable e inalcanzable para el grupo agresor, que afortunadamente suele componerse sólo de un número limitado de integrantes no abarcarhacer a todahincapié la clase.enA este la hora de para tratarayudar estos problemas resulta muyyimportante hecho al niño a comprender que un pequeño grupo que se comporta de manera estúpida no puede vencer a otro más grande que observa una conducta más inteligente, a no ser que éste se lo permita. Esa indicación suele darle fuerza para activar sus recursos. En resumen, he aquí las conductas que cabe evitar en estos casos: los padres no deben actuar en lugar del niño y tomar decisiones por él y así convertirse en un escolta que lo acompaña a cada paso para que nadie pueda hacerle daño, pues eso provocaría en él la sensación de amenaza constante. Tienen que abstenerse de de anim an imar ar al a l niño niño a que plante p lante cara a sus agresores, ya que, por una parte, es posible que no se sienta capaz de hacerlo y, por otra, de esta forma podría producirse un enfrentamiento para el que no esté preparado. También es totalmente desaconsejable obligarlo a acudir a un adulto a fin de delatar al «agresor», dado que de esta forma se convertiría en el «acusica». Eso daría nuevos motivos para que sus adversarios se metieran con él y le provocaría la sensación cada vez más desalentadora de no ser capaz de resolver sus propios asuntos. El consejo consejo de pasar p asar por alto a lto a sus agresores tampoco suele suele dar buenos resultados, porque en la mayoría de las ocasiones resulta del todo imposible llevarlo a cabo. Lo mismo vale para instarle a huir o cambiar de escuela, pues aumentaría en el niño la sensación de fracaso e incapacidad. Además, los padres deben evitar responsabilizar y atacar al colegio, ya que en ese caso se crearía un ambiente cada vez más hostil y se empeoraría la situación del niño. La escuela, por su parte, ha de desistir de enfrentar a los niños, tomar partido pa rtido o hacer de jueces. jueces. 26
Por último, el asunto no debe convertirse en el tema central de todas las conversaciones en casa y el colegio. En lo que respecta al niño, es fundamental que evite comportarse de una forma que demuestra a su agresor que tiene poder sobre él, por ejemplo, aislándose, devolviendo la agresión o actuando como víctima. Para abordar este problema de forma positiva ofrecemos las siguientes indicaciones generales: deben que tratar a sucapaz hijo de desde el primer momento de tal manera los que padres le transmitan lo ven solucionar sus problemas solo; es, por ello, aconsejable que adopten la difícil pero eficaz postura de «observar sin intervenir», con el fin de que el niño sienta que confían en él y en sus propios recursos para resolver sus dificultades. Actuando como si la situación no fuera tan grave como para que el chico no pueda resolverla por su cuenta los padres le comunican que dan más importancia a los recursos recurs os que tiene que a las dificultades dificultades que ha de afronta a frontar. r. Por parte de la escuela, la mejor ayuda consiste en mantener la dinámica habitual en la enseñanza y transmitir los valores éticos de forma general, sin personalizar person alizar ni n i señalar al a l chico chico como como víctima. víctima. La familia y los representantes escolares deberían intentar contribuir a que el niño se relacionara con otros compañeros. ¿Y qué puede hacer el chico? Rodearse de amigos para afrontar las situaciones conflictivas, actuar como si el agresor no tuviera el poder de hacerlo sufrir, es decir, mostrar al otro que sus ataques no consiguen su objetivo de hacerle sentir mal. También le será de ayuda canalizar la rabia que provoca esa situación en actividades que no empeoren el problema.
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CAPÍTULO 2 CARLOS Y LOS POLLITOS
Carlos era un niño feliz, que vivía con sus padres en un pueblo muy bonito. gustaban mucho las casa golosinas y siempre su madre lo llevara ay unaLetienda cerca de su donde vendíanquería nubes,quequicos, chocolatinas caramelos de todas clases… Se quedaba allí embobado mirando los cestos repletos de aquellas cosas tan buenas y como su madre lo dejaba elegir sólo una única cosa, le costaba mucho escoger porque eso significaba renunciar a todas las demás. A veces, en algunas fechas especiales como Navidad, Reyes, su cumpleaños, etcétera, Carlos recibía una gran bolsa de chucherías, que le hacía feliz. Su madre le decía entonces: «No te las comas todas, si no te vas a poner malo». Carlos aseguraba que no lo haría, pero la verdad era que no podía parar de comer. Alguna le dolía barriga, pero Carlos se aguantaba y no decía nada para pa ra que suvez madre no le la riñera. 30
Llegó un día en que tuvo un dolor de barriga tan fuerte que no lo pudo disimular y empezó a llorar porque estaba muy asustado. Su madre dijo enseguida que eso venía de comer tantas chucherías, pero Carlos estaba convencido de que era por las horribles acelgas que su madre le había hecho tragar a mediodía. El médico dictaminó una «gastroenteritis», un nombre que a Carlos le parecía rarísimo, y añadió que podía ser producida por un virus. Pero su madre seguía convencida de que era por las chuches y Carlos, por las acelgas. Aquel día, Carlos fue muchas veces al lavabo para hacer de vientre. Alguna vez incluso incluso no n o le dio tiempo de llegar al a l cuarto cuarto de baño ba ño y se lo hizo encima. Luego empezó a apretar fuertemente las piernas cada vez que tenía ganas de ir al lavabo lava bo a fin de poder controlarlo controlarlo mejor y para que no se le escapa escapara. ra. A veces lo conseguía y luego se le pasaban las ganas. Otras veces se le escapaba un poco, pero pensaba que nadie se daría cuenta y que podría seguir jugando con la consola. Cuan Cu ando do sus padres se percataron del problema, problema, al princ p rincipio ipio le hablaban hablaban con cariño, pero luego iban perdiendo la paciencia y cada vez se enfadaban más conlos él. vieran Carlos no qué hacer con alosmentir, calzoncillos sucios que sus padres no y lesabía riñeran. Empezó a decir que para no necesitaba ir al lavabo, aunque estuviera todo sucio, y a esconder los calzoncillos debajo de la cama. Cuantas más cosas hacía para disimular, más enfadados estaban sus padres. Carlos tenía miedo a que hubieran dejado de quererlo. Hacíaa tiempo que su madre Hací madre no lo llevaba llevaba ya a la tienda tienda de golosina golosinas, s, pero a Carlos no le importaba. ¿Quién se interesaba por las chuches? Sólo podía pensar en no hacérselo encima para que no se enfadaran con él. Pero cuanto más intentaba controlarse, más se le escapaba. Su padre y su madre disc discutí utían an con frecuencia frecuencia y Carlos pensaba que era por p or su culpa. Todo el día tenía ganas de llorar, pero eso ponía todavía más nerviosos a sus padres. Carlos se sentía cada vez más solo. En el colegio, los otros niños se apartaban de él a causa del mal olor de la maldita «caca». Estaba desesperado. La caca tenía la culpa culpa de todo y él no podía p odía hacerla hacerla desaparecer. desap arecer. Su madre volvió a llevarlo al médico y las cosas empeoraron aún más. Ahoraa le hacían sentarse en el lavabo mucho Ahor mucho rato varias va rias veces al día y le daban daba n un horrible jarabe que sabía a rayos. Pero él no quería hacer de vientre, en realidad no quería volver a hacerlo nunca más. Llegaron las vacaciones v acaciones y Carlos fue fue a pasar p asar unos días a casa de su abuela. abuela. Le encantaba en cantaba ir allí porque porque había muchos muchos anim an imales: ales: conejos, conejos, gall ga llinas, inas, ovejas y hasta un burrito, que se llamaba Nuño. Carlos se pasaba horas mirando y jugando con los animalitos, y le habría encantado montarse sobre Nuño. Pero no se atrevía, por si aquella maldita caca 31
aparecía. Los primeros días fueron todo un éxito, pues el problema no lo incomodó ni una sola vez. Pero su madre estaba preocupada y empezó a darle el doble de cucharadas de aquel jarabe malísimo. ¡Parecían querer que volviera a mancharse los calzoncillos! calzoncillos! Cada vez que iban a salir de casa para pasear por el pueblo le hacían sentarse antes marrón mucho rato en el lavabo. Pero Carlos sentado no quería volver a ver aquella pasta tan maloliente y se quedaba conteniéndose, aburrido. Al cuarto día, mientras estaba dando de comer migas de pan a unos pollitos, ocurrió lo que tanto temía: una terrible caca se le escapó, sin que pudiera hacer nada para retenerla. Y para colmo, su abuela salió a llevarle un vaso de leche. Carlos no sabía qué hacer. Lo mejor era disimular como de costumbre, por eso cuando su abuela le preguntó si había hecho caca, contestó muy serio que no y siguióó mirando sigui miran do cómo comían los polli p ollitos. tos. Cuando la abuela regresó a la casa, empezó a tramar un plan para deshacerse de los calzoncillos manchados. Se apresuró y los escondió de una valla de madera. Cuandoasequitárselos giró, vio una gallina muy detrás gorda que, con pequeña paso decidido, se acercaba a él; Carlos se apartó y la gallina pasó de largo sin hacerle el menor caso. Fue directa directa hacia el sitio donde don de había escondido los calzoncillos calzoncillos sucios. ¡No podía creerlo! ¡A la gallina no le asustaba aquella caca horrible! Estaba picoteando los calzoncillos... ¡Y parecía gustarle! Antes de que se diera cuenta, varias gallinas más se acercaron para imitar a la primera. p rimera. Y rápidamente les siguieron los polli p ollitos. tos. Muy sorprendido, Carlos se lo contó a su abuela, que empezó a reírse a carcajadas. Al día siguiente por la mañana, la abuela lo llevó a darles trigo y maíz, que se comieron muy rápido. Parecían seguir teniendo hambre, así que Carlos decidió bajarse los calzoncillos y darles un poquito de la caca que tanto les había gustado. Y así fue, pues se pusieron a picotear muy contentos. Y Carlos también estaba contento, ya que fue la primera vez que la caca no le causaba problemas. Y lo más importante: ya no le daba miedo hacerla. *** La historia de Carlos es un ejemplo típico de cómo los niños pueden interpretar ciertos hechos de la vida cotidiana y qué hacen o evitan hacer para liberarse de aquello que los asusta, con el resultado de ver cada vez más complicada la situación, precisamente debido a esos intentos. 32
Los médicos denominan el problema que sufre Carlos «encopresis por rebosamiento». Es frecuente que a partir de un incidente de poca importancia, como puede ser una defecación un poco dolorosa por estreñimiento, una pequeña herida en el borde anal o cualquier otra cosa, el niño desarrolle una auténtica fobia a ir al lavabo. Las heces acumuladas, debido a la alta presión en el interior del intestino, vencen la resistencia del esfínter y salen en forma de pequeñas muestras, sin queintentar el niño pueda controlarlo. No sirve en absoluto convencerlo, razonar, reñirle o castigarlo, porque se halla completamente presa del miedo y lo único que se suele conseguir con eso es que se sienta cada vez más avergonzado y culpable. Los padres, preocupados al ver que su hijo empieza a ser rechazado debido al mal olor, reiteran sus ruegos y amenazas, de modo que en muchos casos este asunto se convierte en el único tema de conversación entre ellos y su hijo. Los pediatras, con la mejor intención, suelen recomendar una dieta «blanda» y que se siente al niño a diario en el váter durante un tiempo determinado, lo cual para el pequeño constituye, por lo general, una especie de tortura. Casi todo en la casa gira alrededor del problema del niño y él, por su parte, se situación pasa el tiempo evitar la temida.pensando en cómo liberarse de todas esas molestias y Cuando estos casos llegan al psicólogo, casi siempre ya ha pasado un tiempo relativamente largo en que la familia ha experimentado el fracaso de todos sus intentos, por lo que resulta fácil proponerles que eviten todo aquello que ya han probado sin el menor éxito. éxito. No todos los casos se resuelven de manera sencilla y no queremos profundizar ahora en el tratamiento médico de la encopresis, que puede requerir en algunos pacientes complicadas técnicas de vaciado. En cambio, nos proponemos ayudar a los padres a entender cuál es la situación que está viviendo el niño, ya que su actitud variará mucho en función de si creen que tienen delante a un chico provocador, desobediente y perezoso o bien a un niño aterrorizado, aterrorizado, rechazado, aavergonzado vergonzado e incomprendido. Por otra parte, la mayoría de los padres de hoy tienden a asumir los problemas de sus hijos, de modo que se sienten obligados a solucionar cualquier dificultad que se les presente, sin darse cuenta de que a veces sólo consiguen generar un conflicto conflicto nuevo. Aceptar al niño con su problema, tratando de ayudarlo a soportar las dolorosas consecuencias en un ambiente de tranquilidad y sin añadir más vergüenza y culpa no es tarea fácil. Pero cuando se consigue, ayuda mucho al niño, pues entonces puede sentirse sentirse comprendido comprendido y apoyado ap oyado por p or sus padres a la hora de afrontar su dificultad. De lo contrario, se sentiría, además, en lucha contra sus padres, ya que tratan de exigirle algo que se siente incapaz de realizar. Los niños no pueden evitar sentir miedo. Por consiguiente, abordar este 33
problema compete a los padres, no tanto por lo que pueden hacer como por lo que deberían deberían evitar: preguntar todo el día día por ese asunto, estar constantemente pendientes del tema, reñir al niño, amenazar con que se pondrá malo si no hace de vientre, etcétera, y permitir que este problema se convierta en el eje central de la relación con su hijo. hijo.
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CAPÍTULO 3 DAVID Y SU HERMANITO
Cuando sus padres le dijeron que iba a tener un hermanito, David se puso muy contento. ¡Por fin podría jugar siempre con alguien! Observaba la barriga de su madre, que se hacía cada vez más gorda, y a veces le le daba miedo miedo cuan cuando do la veía agacharse a gacharse porque pensaba pensa ba que podía hacer daño al bebé; por eso estaba siempre siempre pendiente p endiente de ella ella y no quería separarse separa rse ni un momento. Algunas veces su madre decía: «Éste va a ser futbolista, mira cómo da patadas». A David no le parecí pa recíaa bien eso de patear a mamá, pero no n o decía decía nada, n ada, pues, p ues, por lo vis v isto, to, a nadie n adie le extrañaba extrañaba esa manera man era de comportarse del bebé. bebé. 37
Fue por aquellos días cuando David empezó a notar algo raro. Sus padres estaban mucho más atentos a cualquier cosa que hiciera y le repetían una y otra vez que cuando naciera el hermanito tenía que quererlo mucho y cuidar de él. David estaba un poco nervioso, pero preparado para la llegada del hermanito y no se quería perder el momento en que por fin apareciera el curioso bebé.o,Por esosaba no el deseaba apartarse madre y, cuando lo obligaban a ir al colegio, colegi se pasaba pa rato pensan p ensando do si, side , cuan cusuando do volviera volvier a a casa, el bebé ya habríaa naci habrí na cido. do. A él esto le parecía normal y pensaba que lo mejor era quedarse en casa cuidando de su madre y el hermanito hasta que éste naciera. Un día cuando sus padres fueron a buscarlo a la escuela, la maestra les dijo que lo veía raro, que siempre estaba distraído y no quería jugar. Sus padres también lo habían notado extraño y afirmaron que sentía «celillos». David no sabía qué significaba eso, pero aparentemente era algo que no debería experimentar. Por otro lado, David se encontraba mejor que nunca. Estaba muy ilusionado con la idea de tenerotra un hermanito. No entendía por qué le permitían de hacer cualquier cosa para esperar su llegada. No no le parecía nada dejar bien que su hermano hermano nacier n acieraa y él no n o estuviera estuviera presente. p resente. Por fin, un día su padre fue a buscarlo al colegio y le anunció que el hermanito había nacido. Lo llevaron a una clínica y allí estaba su madre con un niño diminuto en brazos. David se quedó embobado viendo los movimientos tan extraños que hacía aquel pequeño ser. Quería cogerlo en brazos y empezar ya a jugar con él, pero por lo visto no era de goma como sus Pokemon Pokemon y todo el mundo tenía miedo a que cayera al suelo y se rompiera en mil pedazos. David quería ir corriendo a casa con sus padres y el hermanito para enseñarle la cuna que le habían comprado y el cuarto de los juguetes, pero le dijeron que el irbebé y su madre tenían que quedarse unos días en la clínica y que él debería a dormir a casa de la abuela. A David le gustaba mucho ir a casa de la abuela y, aunque hubiera preferido no dejar a su madre y al bebé, se marchó sin protestar. La abuela le preparó una cena muy rica. Dijo que Pablo —así iban a llamar al hermanito— se parec pa recía ía a él cuando naci na ció. ó. Al día siguiente, cuando su abuela lo llevó a la escuela, David se sentía feliz. Quería explicar a todos sus amigos cómo era su hermanito, cómo le temblaba la barbilla cuando lloraba y cómo estiraba los deditos. Todo el mundo decía que tenía las manos muy grandes, aunque a él le parecían muy pequeñas. Se enfadó mucho cuando, a la hora del recreo, Antonio le dijo: «Tu hermano es una mierda». mierda». David no se lo pensó dos veces y, aunque no le gustaban las peleas, empezó a pegar a Antonio como nunca había hecho con nadie. Sentía tanta rabia que 38
no podía dejar de llorar e insultar a Antonio cuando la maestra acudió a separarlos. Por la tarde, volvieron a llevarlo a la clínica y pudo ver cómo su madre daba de mamar a Pablo. Había ido mucha gente a conocer al bebé y casi todos con regalos. Algunos incluso habían traído algo para David, pero él no quería regalos. Sólo deseaba estar en casa con sus padres y su hermanito y sin que nadie los molestara. Tenía ganas de contar a su madre lo que había pasado en el colegio, pero no estaba seguro de si ella querría saberlo. Siempre le decía que no está bien sentir rabia ni enfadarse ni llorar ni pegarse. Además, estaba demasiado ocupada con el bebé y las la s visitas, así que decidió decidió callar. Cuando por fin volvieron a casa, las cosas no fueron mucho mejor. Su madre se pasaba pa saba el día dando de comer comer al bebé y cambiándole cambiándole los pañales, pues aquel niño diminuto era como una máquina de fabricar pipís y cacas. David lo miraba fascinado. ¿Cómo era posible que aquel pequeño ser, que ni siquiera hablaba, consiguiera tener a todo el mundo pendiente de él? Por las noches, cuando llegaba su padre a casa, David corría a darle un beso, ya noloera lo mismo que grande». antes; ahora, su padre estaba más distraído y algún pero día hasta llamó «mi chico Lo más extraño era que todos decían que no había cambiado nada, que lo querían igual que siempre y que era él quien estaba «raro» desde que su hermanito había nacido. Pero David veía las cosas de manera diferente. ¿Cómo habrían reaccionado su padre y su madre si él hubiera traído a casa a otros padres y les hubiera dicho que todo seguiría igual pero con dos papás y dos mamás? Claro que eso no iba a pasar porque David tenía bastante con los suyos. Eran ellos los los que, por po r lo visto, necesitaban más hijos. hijos. A pesar de todo, estaba estaba contento y quería a su hermanito, hermanito, aunque a veces le le habríaa gust habrí g ustado ado tener a los padres para pa ra él solo como como antes a ntes de que Pablo Pablo naci na ciera. era. En realidad, quería que fueran sólo ahora, suyos yque Pablo también sólo suyo. Ya se las arreglaría para cuidarlo y no como no lo dejaban casi ni acercarse, ni cogerlo en brazos, ¡cómo si él no supiera tener cuidado! En cambio, su padre y su madre lo cogían, lo lanzaban hacia arriba para hacerlo reír, lo metían en la bañera y jugaban con él como si fuera un muñeco. Además, le enseñaban a eructar, algo que David no comprendía porque a él le reñían cada vez que se le escapaba uno. Decididamente, los adultos eran muy difíciles de entender y no había manera de mantenerlos contentos. Un día lo llevaron llevaron a un psicólogo, psicólogo, que le hiz hizoo dibujar dibujar en un pap p apel. el. David no tenía muchas ganas, pero decidió hacerlo muy bien, así que empezó a borrar y borrar hasta que se le rompió la hoja. El psicólogo le dijo que no se preocupara tanto por cómo le salía el dibujo, que sólo quería ver qué iba a dibujar. Entonces David se puso más nervioso, pues no sabía qué se esperaba de él. Al final, hizo una casa y cuando el psicólogo le preguntó si vivía alguien allí otra 39
vez se quedó sin saber qué decir. Finalmente, respondió que allí vivía un niño con sus papás. El psicólogo le pidió entonces que los dibujara en otro papel y David, que ya estaba cansado de dibujar y no sabía cómo acabar aquello, esbozó a la madre y al niño y dijo que que el padre pa dre se había había ido a trabajar. traba jar. Eso pareció gustar al psicólogo porque alabó mucho su dibujo y dijo que ya era David suficiente. Después, preguntó sobre Pablo ypara sus padres. le explicó queleiban todos cosas los días a trabajar ganar dinero y que le gustaría estar más tiempo con ellos. También le contó cómo lloraba Pablo cuando quería comer y hasta consiguió imitarlo de una forma que le pareció bastante lograda. Unos días más tarde, David oyó hablar a sus padres de lo que el psicólogo había dicho. Mencionaron un «trastorno de adaptación». David no sabía muy bien qué era eso, pero parecía que tenía que ver con el nacimiento de Pablo. El psicólogo les recomendó que jugaran más con él y lo hicieran participar en los cuidados del bebé. ¡Lo que faltaba! Ahora cuando David estaba viendo sus dibujos animados gameboy boy jugando conmandaba su game , su madre madre lo llamaba llamabaella para pa raleque la ayudara a yudara apreferidos bañar a oPablo o le entretenerlo mientras preparaba la papilla. David se sentía muy mal. Sus padres no estaban contentos con él ni él con ellos; todos se hallaban nerviosos y enfadados. El único que parecía feliz era Pablo, que se reía con sólo ver que alguien se le acercaba. Un día el padre llegó a casa de muy buen humor. Por lo visto, algo había salido muy bien en su trabajo y como premio le ofrecían un viaje a un país muy bonito. La madre podría acompañarlo, pero David y Pablo tendrían que quedarse en casa de la abuela. David no se atrevía a decir nada, pero estaba muy preocupado ¿Y si sus padres se olvidaban de él y no volvían? ¿Y si les
pasabamalito, algo encomo el avión? ¿Ytuvo si selaquedaban en creer aquelque sitio? si él se ponía cuando varicela? aNovivir podía sus¿Y padres fueran sin él. Los días siguientes pasaron muy rápidos. Su madre le recordaba que tenía que portarse bien y cuidar de Pablo porque él ya era mayor. ¡Qué manía les había dado a todos con decir que era mayor! En cambio, otras veces cuando quería hacer alguna cosa solo, le decían que todavía era muy pequeño. El día de la salida de los padres, todos estaban muy nerviosos, sobre todo el padre y la madre. «¡Pórtate bien!», «Te llamaremos por teléfono», «¡Cuida de Pablo!», «No fastidiéis a la abuela», le dijeron. David deseaba que se marcharan y dejaran de darle órdenes. Aquella tarde, cuando salió del colegio, Pablo y la abuela lo esperaban en la puerta. Al llegar a casa, la abuela sacó a Pablo del cochecito y lo dejó en el suelo junto a David. Era muy gracioso ver cómo recorría la casa a gatas; a 40
veces inclu incluso so se ponía pon ía de pie p ie y daba algunos pasit pa sitos os solo. No se separaba de David. Con su bracito y el dedo índice extendido señaló la puerta y balbució: «Mamá, mamá». Pero David sabía que los padres estaban muy lejos, en un país con un nombre feo. Así que intentó consolar a su hermanito, que no dejaba de llorar, haciéndole muecas y emitiendo sonidos. Esto funcionó funcionó duran durante te un rato, pero p ero enseguida el bebé volvió volvió a acordarse de su madre y rompió rompió nuevo enna llanto gateando gabiberón teando la puerta. La abuela salió salide ó de la cocina coci con el bi berón hacia para pa ra Pablo y preguntó p reguntó a David Da vid si quería dárselo. No se lo pensó dos veces y aceptó. Aunque estaba estaba un poco po co nervioso, sentó sentó a Pablo en sus rodillas rodillas y éste engull eng ullóó la leche tibia tibia en pocos po cos minutos. minutos. Parecía un poco más calmado después de tomársela. La abuela había preparado también para David una merienda estupenda, con galletas de chocolate. Al terminar, sacó un enorme álbum de fotografías; en algunas de ellas se veía a David a la edad de Pablo y... ¡Era verdad! ¡En aquella aquella época había sido igualito a su diminuto hermano! Aquella noche fue a verlo a la cuna y se lo quedó mirando un buen rato, mientras plácidamente. David Pablo le dio dormía un besito en la mejilla y se alegró de tener un hermanito. Pensó que Antonio había dicho aquello porque sentía envidia, ya que él no tenía hermanos. Y se acordó de las tardes de lluvia aburrido en casa... ya no se volvería a aburrir... ¡Seguro que no! Algo había cambiado dentro de sí mismo, aunque no sabía muy bien qué era. Se sentía mayor, «el chico grande», como decía su padre. David fue a lavarse los dientes mientras Pablo dormía tranquilo.
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El nacimiento de un hermano es un suceso muy importante en la vida de un niño y, a pesar de que la mayoría de los pequeños se alegran y lo celebran, generalmente se considera casi natural que se produzcan situaciones de celos antes o después de que el bebé haya nacido. Los padres suelen estar preparados para dicha situación. De hecho, es muy frecuente que cuando una pareja anuncia que van a tener un segundo hijo todas las personas de alrededor pregunten señalando al mayor: «Y éste, ¿cómo se lo ha tomado?». Ya en la Biblia aparece la rivalidad entre los hijos de Adán y Eva, con el nefasto desenlace que todos conocemos. Quizá por eso los padres traten de estar muy atentos a la más mínima señal que indique malestar por parte del 41
niño mayor y, curiosamente, atribuyen cualquier cosa a los celos. Conocí a una madre que aseguraba que su hija se había dejado atropellar por un coche para que estuvieran más pendientes de ella, porque tenía celos de su hermana pequeña. Otra estaba convencida de que las crisis epilépticas de su hija mayor se producían debido a los celos que sentía tras el nacimiento de su herman herm anoo pequeñ p equeño. o. ejemplosenilustran hasta quéuna punto se puede interpretar erróneamente unaEstos coincidencia el tiempo como relación de causa-efecto. Es evidente que la incorporación de un nuevo ser a la familia genera un cúmulo de sentimientos de todo tipo, no sólo en los niños, sino en todas las personass que viven en la casa. Además, persona Además, al ver a un recién recién naci na cido do tan desvalido, desvalido, el instinto protector se pone en marcha de una manera que puede incluso ser agobiante. Los niños, aunque sean muy pequeños, quieren colaborar en el cuidado de sus hermanitos, pero muchas veces los padres, ante el temor de que el hijo mayor haga sin querer algún daño al bebé, frustran ese deseo de manera poco conveniente. He oído a muchas madres pronunciar frases como las siguientes: «No te acerques la cunaahogar», del bebé», «Al bebéAunque no se lesetoca», le pongas el chupete, que sea puede etcétera. digan«No con la buena intención de proteger al recién nacido, posiblemente provoquen que el niño mayor, que todavía tiene una capacidad cognitiva limitada, se sienta confundido y no llegue a comprender por qué no puede hacer cosas que los demás sí llevan a cabo. Para evitarlo, la madre puede solicitar la colaboración del niño con frases del estilo «Si oyes llorar a tu hermanito, avísame corriendo e iremos los dos a consolarlo». Espero que el cuento de David y su hermanito ayude a entender mejor cómo se siente un niño ante sentimientos tan variados, contradictorios e intensos. Resumiendo: cabe insistir queque losquerer padres,mucho abuelos otros adultos se abstengan de decir al niño queen tiene a suyhermanito —pues eso lo hará espontáneamente—, así como de pronosticar que tendrá celos del bebé y de relacionar cualquier problema o circunstancia desagradable que surja con esta «profec «p rofecía». ía». En efecto, para el niño supone una contradicción incomprensible el hecho de que se le pida, por un lado, que quiera mucho a su hermanito y, por otro, que se lo lo mantenga manteng a al a l margen del bebé. bebé. En lugar de eso y a fin de evitar que se sienta desplazado, se le puede invitar a colaborar en el cuidado del bebé encomendándole pequeños encargos y manifestando que su presencia presencia y ayuda a yuda contribuyen contribuyen en alt a ltoo grado a que a los padres todo el trabajo que origina un recién nacido les resulte mucho más llevadero. 42
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CAPÍTULO 4 ¿QUÉ ME PAS PASA, A, MAMÁ?
Alex se lo había pasado muy bien ese día. Había ido de excursión a una granja con todos los niños de su colegio y había visto muchos animales: vacas, conejos, cerditos, gallinas... Cuando bajó del autocar, sus padres lo estaban esperando y Alex corrió a abrazarlos para explicarles todo lo que había visto. Como siempre, su madre le hizo muchas preguntas: qué habían comido, si se lo había acabado todo, si la granja estaba muy lejos, con quién se había sentado en el autocar, si se lo había pasado bien, qué era lo que más le había gustado, si no le daban miedo los animales, si se había acercado mucho, etcétera. Alex quería contestar a todo tan rápido que a veces no le salían las palabras pa labras y entonces su madre le le ayudaba y acababa acaba ba la frase por él empezada. Alex era un niño feliz. Había nacido antes de tiempo y sus padres se habían
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llevado un buen susto. Además, había nacido con un brazo más corto, pero no le importaba porque había aprendido a hacer todas las cosas igual que sus amigos. Cuando era más pequeño le gustaba que su madre le explicara que habían tenido que salir corriendo al hospital porque él había decidido nacer dos meses antes de lo que le tocaba. Le contaban que al nacer había sido muy pequeñito y que no había pesado ni un kilo. También le había dicho su abuela que lo lo habían enhabía vueltoovisto en papel pa pelprimera de platavez para pa ra que no«un tuviera tuvi era frío, deLemodo mod o que cuando ella loenvuelt por parecía bocadillo». gustaba que la abuela le explicara esto porque luego lo cogía y abrazaba muy fuerte y le daba muchos besos diciendo: «¡Ay, mi bocadillito, que me lo voy a comer!». Y Alex se dejaba achuchar por la abuela, que se sentía muy feliz cada vez que su nieto estaba con ella. Su madre, en cambio, a veces se ponía triste y aunque él le diera muchos besos no se alegraba. Un día oyó que decía: «Lo que yo he sufrido con este niño no lo sabe nadie». Su padre, que estaba presente, añadió: «¡Y lo que nos queda!». Alex se les acercó acercó y preguntó: p reguntó: «¿Por « ¿Por qué, mamá?». Su madre madre contestó: «Anda, «Anda, vete v ete a jugar», y añadió a ñadió bajando el tono: «Está en todo». Él no sabía muy bien qué pasaba, pero ya no quería preguntar mucho porque su madre se ponía muy triste siempre que la interrogaba. Cuando iban al parque, ella siempre quería que jugara cerca de ella. Algunos niños le preguntaban: «¿Qué te ha pasado en el brazo?». Y él contestaba: «Nací así». Los niños decían: «¡Ah!». Y seguían jugando. Le gustaba que su madre lo defendiera cuando algún niño le pegaba, pero luego le daba mucha vergüenza porque los otros chicos le decían: «Anda, díselo a tu mamá», y se iban corriendo. A veces, Alex pedía permiso a su madre para ir a casa de Marcos a cambiar cromos. Sabía dónde vivíasolo y podía ir solositio perfectamente. Pero su madre decía que no quería que fuera a ningún y Alex se enfadaba mucho.le En su opinión, ya era mayor. —¿Por qué nunca me dejas hacer nada? Siempre tienes que venir conmigo a todos los sitios, sitios, —le —le echaba en cara. ca ra. —¡Porque a lo mejor te pierdes! —gritaba su madre desde la cocina—. O te pasa pa sa algo. ¿Y luego qué? Alex se enfurecía y, a pesar de que ya era bastante mayor para tener rabietas, rabiet as, cuan cuando do se enfadaba se tiraba al suelo suelo y empezaba a dar patadas pa tadas hasta que su madre acudía a calmarlo, igual que cuando era pequeño. A veces, le funcionaba y luego le dejaban hacer lo que quería, pero luego también se sentía mal porque no le gustaba enfadarse con sus padres. Sabía que los chicos de su edad ya no se comportaban así, pero a él le daba resultados y por eso seguía haciéndolo. Además, su madre siempre decía que él era «especial» y,
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aunque no sabía lo que eso significaba, sí notaba que a él no le reñían como a sus herman hermanos os y que no n o tenía ten ía que hacer las mismas cosas que ellos. Algunas veces sus hermanos se enfadaban porque su madre les pedía que acompañaran a Alex a algún lugar a donde no querían ir. Alex aseguraba que podía ir solo, pero ella nunca lo dejaba y cuando preguntaba «¿Por qué no puedo ir a ningún sitio sin que me acompañe alguien ni me dejáis hacer nada solo?», su madre por ejemplo:«Porque «Porque tú tú no no puedes». puedes irSisolo», a lo mejor te pasarespondía, algo» o simplemente Alex«Porque insistía con un «¿Por qué yo no?» la respuesta era «Porque eres especial». Un día Alex preguntó a su abuela: abuela: —Abuelita, —Abueli ta, ¿qué quiere decir «especial»? «esp ecial»? —Diferente. —Pues, todos somos «especiales», ¿no, abuela? —Claro —contestó ella—. Cada uno es especial en algo. —¿Yo soy especial? —Sí, cariño, cariño, tú eres especial. esp ecial. Eres lo que más quiero en el mundo y me gusta que seas como eres. ¡Lasiempre abuela estaban sí que sabía hacerle sentir también bien! Él se quería muchobien a sus pero ocupados. A veces lo pasaba conpadres, ellos, pero no n o lo entendían tan bien como como su abuela. abuela. Alex iba a un colegio donde había muy pocos niños por clase. Había aprendido a leer y le gustaba mucho la geografía y la historia: saber cómo era la Tierra y cómo vivían las personas en otros países. Las matemáticas le interesaban menos porque casi nunca explicaban historias y cuando lo hacían eran cosas tontas como «Si tienes doce caramelos y los quieres repartir entre cuatro niños, ¿cuántos caramelos tienes que dar a cada uno?». Pues, sencill senci llamente amente iría iría dando da ndo un caramel cara meloo a cada uno hasta que se terminaran terminaran,, y no no entendía por qué tenía que hacer aquellas cuentas tan terribles. Además, le exigían que se solas. supiera memoria unas llevaban tablas, cuando había calculadoras que lo calculaban Susdepadres a veces una cuando iban a comprar, pero a él no lo dejaban usarla usarla para p ara hacer los los deberes. deberes. Pero leer sí le gustaba porque así se enteraba de cosas antes ignoradas y podía escribir algo en el ordenador y chatear con sus amigos. Un día encontró en contró unas hojas que su madre madre había impreso de una ppágina ágina web y dejado sobre la mesa, así que se puso a leer: LA BELLEZA DE HOLANDA Cuando estás esperando un niño es como planificar un maravilloso viaje de vacaciones a Italia. Te compras un montón de guías de viaje y haces planes de ensueño: el Coliseo, el Dav David id de Miguel Ángel, las góndolas de Venecia… Incluso aprendes algunas frases útiles en italiano. Todo es muy emocionante. Después de meses esperando con ilusión, llega por fin el día. Haces tus maletas y sales de viaje.
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Algunas Alg unas ho horas ras más tarde, el avión ate aterri rriza. za. La azafata viene y te dice: dice : —Bienvenida a Holanda. —¿Holanda? —dices—. ¿Qué quiere decir con »Holanda»? ¡Yo contraté un viaje a Italia! ¡Tendría que estar en Italia! ¡Toda mi vida he soñado con ir a Italia! Pero ha habido un cambio en el plan de viaje. Han aterrizado en Holanda y tienes que quedarte allí. Pero, por fortuna, no te han llevado a un sitio horrible, asqueroso, lleno de malos olores, hambre es un sitio diferente. Por yloenfermedades. tanto, tienes Simplemente, que salir y comprarte nuevas guías de viaje. Y aprender un idioma completamente nuevo. Y conocerás a gente que de otra manera no habrías conocido nunca. Es simplemente un lugar distinto. Más tranquilo que Italia, menos excitante. Pero después de haber pasado cierto tiempo allí y recobrar tu aliento, mirarás a tu alrededor y empezarás a darte cuenta de que Holanda tiene molinos de viento, tulipanes e incluso Rembrandts. Al mismo tiempo, toda la gente que te rodea está muy ocupada yendo a y viniendo de Italia, y presume de lo bien que se lo ha pasado allí. Durante el resto de tu vida, te dirás a ti mismo: «Sí, allí es donde yo debería haber ido, es lo que yo había planeado». Y el dolor jamás desaparecerá del todo porque la pérdida de ese sueño es una pérdida muy significativa. Pero si te pasas la vida lamentándote del hecho de no haber podido visitar Italia, es posible que nunca te sientas lo suficientemente libre para disfrutar de las cosas tan especiales y tan encantadoras que tiene Holanda. EMILY PEARL KINGSLEY, guionista del programa de televisión Bar Barrio rio Sésamo Sésamo y madre de un niño con síndrome de Down
No lo entendió todo, pero le gustó mucho la historia y a la hora de la cena preguntó: —Mamá, ¿quedan muy lejos Italia y Holanda? Sus padres se miraron y, en vez de responder, inquirieron a su vez: —¿Por qué qué nos lo preguntas? p reguntas? Alex notó la expresión extraña de sus padres, así que contestó enseguida: —Por nada, na da, era sólo por saberlo, pero ya se lo preguntaré a la abuela. Aquella noche, cuando terminaron de cenar, su padre pidió a Alex que trajera la bola del mundo que le habían regalado por Navidad y le enseñó dónde estaban los dos países. —En realidad —le dijo— están cerca y están lejos, depende de cómo se mire. *** El nacimiento prematuro de un bebé suele ser un acontecimiento brusco e
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inesperado, que obliga a los padres a numerosos cambios de planes en un tiempo breve, sin tener tiempo para adaptarse a ellos. Las madres que han pasado por esa experiencia suelen explicar que al principio ocurre todo muy deprisa: algún indicio de que algo no va bien, llamada al médico, viaje rápido al hospital y manos extrañas que cogen al bebé y se lo llevan a toda prisa, muchas veces sin tiempo de enseñárselo a su madre. Muchas de ellas dicen haberse sentido comolas si alguien hubiera robado hubiera ro bado a «No su hijo. hite jo.preocupes, el niño Después, vienen palabraslestranquilizadoras: está bien. bien. Es E s muy pequeñito, pero aquí hay muy buenos médicos. médicos. Ya verás v erás como como todo irá bien…». Estas palabras pronunciadas con la mejor intención por familiares, amigos y personal del hospital casi nunca consiguen tranquilizar a las madres más que por un instante y muchas de las mismas afirman que se han sentido muy solas en esos momentos emocionalmente muy intensos. Cuando por fin la madre está en condiciones de poder desplazarse y ver al bebé, por lo general se encuentra con una sala llena de aparatos extraños, enfermeras que van de un lado a otro sin parar y una especie de urnas de cristal, que llaman «incubadoras», cada una de las cuales tiene en su interior un bebé conectado a una serie máquinas. Ésta es la situación real,depero la experiencia es subjetiva. Algunas madres experimentan verdadero terror cada vez que han de entrar a ver a su hijo y no se atreven ni a tocarlo por temor a hacerle daño; otras sólo se sienten seguras si están cerca de él e intentan siempre que pueden tener algún contacto físico con el recién nacido. Sienten una infinita gratitud hacia las enfermeras que cuidan de su bebé de una manera ejemplar y saben reconocer cualquier gesto de incomodidad del niño. Pero también surgen a veces situaciones de tensión, como aquella que se produce cuando los padres quedan decepcionados porque no siempre sea su «enfermera favorita» la que cuida de su bebé. Suelen preferirla a las otras no tanto por sus conocimientos profesionales, que atribuyen a todasy comunicativo. ellas por igual, sino porque sintonizan más con ella en el plano emocional Por lo general, durante los primeros días los padres reciben información bastante ambigua por parte del médico: «El niño es muy pequeño», «Hay que esperar», «Los bebés prematuros a veces sufren infecciones», «Tenemos que hacer pruebas», «En algunos casos, se precisan intervenciones quirúrgicas», «Veremos cómo responde», etcétera. El momento en que la madre recibe el alta médica después del parto y se va a casa resulta muy duro para ella. Algunas mujeres afirman: «Me había imaginado salir feliz del hospital con mi hijo en brazos, pero el día en que me dieron el alta mis brazos estaban vacíos y no sabía qué hacer con ellos». La estancia del niño en la clínica dura casi siempre varios meses y los padres tienen que aprender realmente un idioma nuevo. Hablan de «la saturación del oxígeno», «la bilirrubina», «la glucosa», «la bomba de alimentación» o de «la
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hemorragia intraventricular». Algunos padres desean que su hijo sobreviva como sea, otros priorizan la calidad de vida y preguntan insistentemente por las posibles secuelas y el grado de discapacidad que pueda quedarle. Pero, naturalmente, nadie dispone de una bola de cristal para predecir cómo será la vida de otro ser humano dentro de unos años, pues son muchos los factores que entran en juego. Por ello, la tendencia al optimismo o pesimismo de quien proporciona información y de ante quienlalasituación. recibe determina en alto grado la actitud de laslapersonas implicadas Es casi inevitable que los padres se pregunten por qué ha tenido que sucederles eso a ellos y no es infrecuente que las madres sientan que han «fallado» en su rol materno y busquen con desespero alguna explicación de lo ocurrido: «¿Será por aquel disgusto que tuve en el trabajo?», «¿Habré comido algo que no debía?», «¿Habré hecho algo incorrecto que ha precipitado los acontecimientos?», «¿Será un castigo divino por haber hecho...?», etcétera. El momento del alta hospitalaria del niño es un instante temido y deseado por igual. Las madres tienen miedo a no saber proporcionar al niño los cuidados dispensados durante su estancia en el hospital y muchas manifiestan que de cuanto buena gana cerca, unadetienda de campaña, paraEspoder acudir antesseaquedarían pedir ayuda en en caso que fuera necesario. fácil comprender que para estos padres, que han visto a sus hijos en situaciones muy graves, el peso de la responsabilidad, que a partir de ese momento han de asumir por entero, despierte temores e inseguridades. Hay que destacar que muchos de estos niños no sufren secuela alguna en su vida ulterior, salvo quizás un desarrollo psicomotor un poco enlentecido durante los primeros años. Por la parte que me corresponde, me preocupa el hecho de que los propios profesionales, naturalmente naturalmente con la mejor mejor intención, intención, tiendan a evocar la noci n oción ón de patología. Me refiero a predicciones del tipo: «Estos niños tienen muchos problemas para...» que se le ocurra). se hallan después en (añádese un estadocualquier de alertacosa permanente y ante elMuchos mínimopadres indicio ponen en marcha actuaciones que muchas veces acaban convirtiéndose en el verdadero problema. Otros, aunque su hijo no presente ninguna dificultad, empiezan a actuar como si la tuviera, como si de ese modo pudieran evitar su aparición, pero lo único que consiguen es que la dificultad se manifieste en efecto. Así, por ejemplo, ante el temor de que su hijo tenga luego dificultades escolares, algunos padres empiezan a estimularlo en exceso muy tempranamente y a enseñarle cosas que por edad ni siquiera le corresponden saber, como dibujar letras, escribir su nombre o contar. Eso puede llegar a convertirse en una verdadera obsesión de loscon padres en una tortura el niño, que probablemente no puede cumplir estas yexpectativas, no para porque tenga alguna discapacidad, sino debido a que aún no posee la madurez
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sufic suficiente iente para p ara realizar realizar estas tareas. Lo mismo ocurre con la comida. El anhelo de los padres de que su hijo gane peso hace que las horas de las comidas se conviertan en un auténtico calvario. Son capaces capa ces de de tratar de engañar enga ñar al niñ n iñoo de cualquier cualquier man manera era posib p osible, le, de modo modo que éste aprende que la comida puede ser un arma poderosa para que sus padres pa dres estén estén pendientes p endientes de él. de de las hacer cosas que más preocupa a los padres es de el miedo a que su caso hijo no seaUna capaz las cosas propias de otros niños su edad y, en de algún defecto físico, que esto sea objeto de burla por parte de sus compañeros. Naturalmente, a todos los padres nos duele que otros niños se burlen de nuestros hijos, pero hemos de asumir que tienen ciertas imperfecciones. Y si no les damos mayor importancia, pronto pasarán a ser algo característico de ellos, sin más. En cambio, cualquier detalle al que le concedamos mucha atención acabará convirtiéndose en un problema de verdad. Es fundamental tener presente que, si los padres intentan evitar que el niño experimente fracasos y pequeñas frustraciones y empiezan a actuar en su lugar, lo incapacitarán cada vez más y así provocarán precisamente aquello que pretendían impedir. Un caso especialmente dolorosodegenerativa es el de aquellos padres a cuyos se les ha diagnosticado diagnostic ado una enfermedad con una expectativa expectati va hijos de vida de sólo pocos años. Es muy importante que estas familias aprendan a vivir cada día como si fuera el último, siendo muy conscientes de que, aunque no pueden cambiar la realidad de su hijo, sí tienen recursos para lograr que ésa sea menos dolorosa para él. Todos hemos experimentado el poder curativo de un beso o una caricia caricia de una persona querida. querida. Después de una experiencia de este tipo, los padres jamás vuelven a ser los de antes, pero la satisfacción de haber podido brindar al hijo los pocos momentos de ternura y felicidad que se lleve de este mundo es una experiencia a la que pocos querrían querrían renunciar. En mise opinión, texto de problemas». Emily Pearl «Y expresa muyjamás bien desaparecerá lo que se siente cuando tiene unelhijo «con el dolor del todo...» todo.. .» Pero si uno uno se pasa pa sa la vida lamentándose por cuanto no n o ha conseguido, conseguido, es fácil fácil que no pueda p ueda disfrutar de lo que sí tiene. tiene. He aquí algunas pautas generales en estos casos. En primer lugar, cabe evitar las siguientes conductas contraproducentes: la sobreprotección, la tendencia a hacer, en lugar del niño, lo que éste podría llevar a cabo solo y el aislamiento social por miedo a que los demás puedan ver las «dificultades» del niño, reírse de él o hacerlo sentir mal. Asimismo, hay que desistir de tratarlo como si fuera un ser absolutamente incapaz e indefenso, sin ningún recurso. En cambio, para afrontar la situación de una manera positiva lo mejor es presentarle dificultades que puedaTambién superar, es aceptar sus limitaciones y permitir quepequeñas vaya adquiriendo autonomía. muy importante que se valoren y fomenten sus cualidades y se promueva su socialización.
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Algunos de estos niños nunca conseguirán aprenderse las tablas de multiplicar, pero sí podrán disfrutar de una vida feliz, si los padres les permiten participar en actividades adecuadas a sus características personales y les enseñan a respetar a los demás demás y a gozar de cierto cierto grado de autonomía.
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CAPÍTULO 5 MARÍA Y EL ASC ASCENSOR ENSOR
María vivía en una bonita ciudad, en el tercer piso de un edificio muy alto, habitado por mucha gente. Lo que más le gustaba era el ascensor. En realidad, había dos, que funcionaban de la misma manera. Era casi mágico: se apretaba el botón y el ascensor, como si tuviera vida propia, acudía rápidamente a la llamada, abría sus puertas y esperaba a que alguien entrara y le indicara adónde debía ir. A María le encantaba subir y bajar en el ascensor; sobre todo le gustaba ponerse de puntillas para intentar llegar al botón del tercer piso. A veces lo conseguía, aunque con cierta dificultad. De más pequeña no llegaba ni al botón delque cero saltaba alcanzarlo, pero sus padres reñían explicándole de yeste modo para el ascensor podía estropearse y elloslequedarse
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allí encerrados durante mucho tiempo o, peor aún, caer bruscamente y hacerse daño. María lo había interpretado siempre como si el ascensor pudiera enfadarse y empezar a hacer cosas por su cuenta en lugar de obedecer y llevarles a donde le mandaban. Aun así, había seguido intentando llegar a los botones por todos los medios a su alcance y se había puesto muy contenta el día en que había descubierto que llegaba al cero sin dificultad y al tercero ponUn poniéndose iéndose puntil p untillas. día, al ade l volver alas. casa después de de estar un rato en el parque con su madre, María corrió como siempre para apretar el botón y quedó sorprendida al ver una potente luz en el hueco que el ascensor debería ocupar. Su madre preguntó a unos señores qué pasaba y uno de ellos contestó que alguien se había quedado qued ado encer en cerrado rado y que estaban intentando sacarlo. Mientras subían por la escalera, la madre de María comentó que era una gran suerte que eso no les hubiera pasado a ellas y María vio el miedo reflejado en su cara. Al día siguiente, cuando salieron para ir al colegio, María preguntó si podían bajar por la escalera y la madre estuvo de acuerdo. «Así no nos quedaremos dijo. María empezó a ver el ascensor como algo peligroso queencerradas», había que evitar. Al principio, sus padres no lo consideraban un problema — afortunadamente no vivían en el ático—. Pero poco a poco, el miedo de María iba aumentando y su vida quedándose limitada. Ya no podían visitar a amigos que vivieran en pisos altos, ni ir al restaurante preferido de su padre, pues se hallaba en la planta decimosexta de un fantástico edificio con preciosas vistas al mar. Cuando iban de vacaciones, tenían que buscar siempre habitaciones en pisos bajos y renunciar a muchas cosas interesantes que hubiesen requerido el uso de ascensor. Poco a poco, toda la familia empezó a organizar su vida en torno al problema y a asumirlo sin se nombrarlo. De del hecho, la madre, que también bastante miedosa, a veces beneficiaba problema de María porque era así también tambi én ella evitaba si situaci tuaciones ones que no le agradaban. agrada ban. El tiempo pasaba y María crecía, pero su problema, en vez de disminuir, incluso se agravaba. Ya no le daba miedo sólo el ascensor, sino también los sitios en que había mucha gente, las habitaciones pequeñas, los lugares cerrados... Un día consiguieron que entrara en unos grandes almacenes y lo pasó tan mal que tuvo que salir enseguida porque le costaba respirar. Desde entonces quería que la acompañaran a todos los sitios por miedo a que volviera a ocurrirle ocurrirle algo similar. similar. El día en que María cumplió los catorce años, ya nadie recordaba cómo habían sus miedos. Pero situación se había vuelto complicada que ni empezado siquiera podían celebrar su lafiesta de cumpleaños, puestan cuando María comía en compañía de mucha gente tenía la sensación de que todo el mundo la
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miraba y entonces miraba en tonces se se atragan a tragantaba, taba, con lo cual se convertía convertía efectivamente efectivamente en el centro de la atenci a tención ón y lo temido temido acababa volviéndose realidad. realidad. Cada vez se sentía más y más triste al ver que no podía pasar mucho tiempo con sus amigos y que incluso sola se encontraba mal. Su madre, que estaba muy preocupada por ella, le explicó que iban a acudir a un doctor que la curaría rápidamente. A María no le gustaban mucho los médicos, pero se sentía tan mal que cuantoaantes. señor no la molestó tan sólo hizo unasaceptó cuantasverlo p reguntas preguntas ella ella y Este a su madre y finalm fina lmente ente lemucho, recetó recetó unas pastil p astillas las que tenía que tomarse a diario. Al principio, María se puso muy contenta porque notaba que respiraba respiraba bastante mejor, pero luego seguía seguía sin poder po der hacer casi nada, ya y a que desde desde entonces tenía siempre sueño sueño y se sentía cansada. can sada. Un día se puso a ver su serie preferida en la tele y se olvidó de tomarse las pastillas. Cuando llegó la tarde, empezó a sentirse otra vez muy mal y tuvo que llamar a su madre porque temía desmayarse. Su madre se asustó mucho y la llevó al servicio de urgencias de un hospital, donde le recomendaron consultar a un psicólogo. psicólogo. Esta vez se trataba trata ba de una señora señora que le enseñó unas «técnicas» «técnicas» especiales para relajarse: así, por ejemplo, tenía que cerrar los ojos y visualizar un que lemuy gustara; veces imaginarse una escena muy bonita donde ellacolor se sintiera bien; otras y luego también sentarse varias veces al día y tensar y destensar muchos músculos de su cuerpo. Estos ejercicios la cansaban mucho y en realidad no la ayudaban en absoluto a respirar mejor; al contrario, sentía que se ahogaba fác fácil ilmente mente y se ponía p onía aún a ún más nerviosa. nerviosa. María Ma ría había empezado este nuevo tratamiento con gran ilusión y puesto mucho de su parte, pero se daba cuenta de que apenas mejoraba, así que volvió a entristecerse. Se sentía enferma y ni siquiera podía disfrutar ya de los momentos en que se hallaba bien, bien, por p or el miedo miedo a volver v olver a estar mal, de modo modo que entraba en una espiral esp iral sin sin fin. De esta manera, iba creciendo con la sensación de ser diferente de las chicas de su edad. Envidiaba silencio amientras sus primos amigos, organizar fiestas y visitar lugaresen atractivos, quey ella teníaque quepodían contentarse con la vida aburrida que llevaba girando siempre alrededor de su «enfermedad». Estaba a punto de cumplir diecisiete años cuando ocurrió algo inesperado. Había ido con sus padres de vacaciones a un pequeño pueblo de la costa y estaban alojados en el primer piso de un hotel al lado de la playa. Hacía años que María y su familia pasaban las vacaciones en el mismo pueblo y se alojaban en el mismo hotel, así que ya tenían allí algunos amigos con quienes pasar el tiempo libre. Todos ellos conocían «el problema» de María y la trataban de manera especial. Así, por ejemplo, tenía siempre una mesa reservada en un rincón del comedor, desde donde podía observar todo lo que ocurría una manera discreta.muy Allí temprano se sentía apara salvo de las miradas sin de otros. Además,desiempre se levantaba poder desayunar tener que compartir mesa con nadie, pues a aquella hora casi todo el mundo seguía
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durmiendo. Un día, mientras desayunaba en su rincón, vio entrar al chico más atractivo que había había vis v isto to en su vida. Iba acom a compa pañado ñado por otros o tros dos aproxi ap roximadamente madamente de su misma edad y se sentaron en la esquina opuesta al rincón que ocupaba María. De esta manera, pudo observarlos con detenimiento y, aunque no llegaba llegaba a oír lo que hablaban hablaban,, parecí pa recíaa que se lo estaban pasan p asando do muy muy bien. María no podía apartar la mirada de los tres jóvenes. En realidad, sólo se fijaba en uno de ellos y no fue precisamente en el mejor parecido; nunca le habían atraído los chicos demasiado guapos. Era difícil describir en qué residía el atractivo de aquel muchacho. ¿Era su forma de sonreír? ¿Su manera de moverse y aquel simpático gesto que hacía con las manos? María habría dado cualquier cosa por ser en aquel momento uno de sus dos compañeros de mesa, pero tenía que contentarse con mirarlo desde el otro extremo del comedor y resignarse a que él ni siquiera notara su presencia. Los tres muchachos acabaron su desayuno y se fueron, mientras María pensaba, quizá por primera vez en su vida, cuántas y cuán maravillosas cosas podría hacer si su problema desapareciera. El que, día transcurrió como cualquier otro, quevolvía sucediera nada especial, salvo de vez en cuando, la imagen delsin chico a aparecérsele. No podía evitar sentir un fuerte deseo de verlo de nuevo. A la hora de la cena, se preocupó un poco p oco más más de lo habitual habitual por buscar buscar una ropa que le sentara bien y de pronto se dio cuenta de que no le gustaba casi nada de lo que tenía. No era de extrañar, puesto que «su problema» le impedía salir de tiendas. La mayoría de las veces, su madre le llevaba prendas que le había comprado y María las aceptaba por comodidad. comodidad. Al fin se puso cualquier cosa y bajó corriendo al comedor porque quería estar allí cuando el muchacho apareciera. Aquella noche María se mostró especialmente habladora durante la cena, pues no aburrimiento. deseaba que, Pero cuando llegara el chico, la encontrara rincón una con cara de el muchacho no acudió. Los padresensesullevaron sorpresa cuando, después de la cena, su hija les propuso dar una vuelta por el pueblo y tomar algo al aire libre en alguna terraza antes de ir a dormir. Su asombro fue aún mayor cuando la oyeron decir que había pensado ir de compras com pras al a l día día siguiente siguiente para p ara renovar renova r un poco po co su vestuario. vestuario. Éste fue el principio de una serie de cambios que María iba introduciendo en su rutina casi sin darse cuenta y que la hacían sentir cada vez mejor. Aquella noche se durmió pensando en el muchacho. ¿Y si no volvía a verlo? No, imposible. Pues por la gran capacidad de observación que había desarrollado sabía que los clientes del hotel en su último día se comportaban de otra manera manera. . Lo más má chi ca.hico co y sus amigos deharían llarían egar y permaneci perman ecieran eran all a llísí probable al menos era una una que seman semel ana. María trató de adivi aacabaran divina narr qué hllegar en aquel pueblo y dejó de tomarse su pastilla a propósito, ya que no quería
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dormir, sino pensar más rato en él. Pero curiosamente se durmió mucho antes de lo que hubiera deseado y no despertó hasta que su madre vino a recordarle que se le iba a pasar la hora del desayuno. Se vistió más rápido de lo habitual y bajó corriendo al comedor, justo a tiempo de ver salir al chico, esta vez acompañado de una chica algo mayor que él y de un hombre y una mujer que muyy bien podrí mu p odrían an ser sus sus padres. pa dres. «Tendría que haberme despertado un poco antes», pensó María, pero enseguida se sintió satisfecha porque al menos lo había visto y, mejor aún, ¡él todavía no había reparado repa rado en ella, ella, que iba todavía sin arreglar! Además, Además, por lo visto estaba con su familia, lo que significaba que probablemente se quedaría al menos un par de semanas o quizá incluso lo que restaba del mes, pues, por lo general, las familias solían permanecer un tiempo prolongado en el hotel. Entró en el comedor, más lleno de lo habitual debido a que era un poco más tarde, y se sentó en la primera mesa que vio libre, sin que le importaran demasiado las personas de alrededor. Pensaba en qué tipo de ropa podría quedarle bien, puesto que de repente tenía la necesidad de sentirse atractiva. Aquel día María llevó a cabo cosas que pueden parecer insignificantes, pero que una semana atrás habría sido incapaz probarse ropa, elegir la que más le gustaba, nadar en el mar, comerdeenrealizar: presencia de otros... Además, se sentía muy bien haciéndolo y en ningún momento se acordó de «su problema». A la hora de la cena, sus padres vieron con asombro cómo se miraba en el espejo antes de bajar al comedor y probaba la mejor manera de peinarse. Ninguno de los dos se atrevía a decir nada, pero era muy evidente que su hija había experimentado una transformación en las últimas horas. Los dos días siguientes fueron para María de una intensa actividad. Paseó por el hotel y el pueblo, fue a la playa, entró varias veces en el comedor a diferentes horas, se acercó a la recepción con cualquier pretexto, pero no halló ni rastro del muchacho. Ya casi había perdido la esperanza de volver a verlo cuando noche, mientras se disponía a subir la escalera, vio aJusto los dos óvenes una que le habían acompañado el primer día por dirigirse al ascensor. le dio tiempo de entrar con ellos antes de que las puertas se cerraran y uno de los chicos dijera: «Vamos al último. ¿Y tú?». «Yo también», respondió María, mientras notaba cómo el corazón se le aceleraba. Pero esta vez esos latidos no le resultaban molestos, sino más bien agradables: algo le decía que estaba a punto de volver a ver al muchacho. Cuando el ascensor se abrió en el piso decimoséptimo, María pudo disfrutar de una vista espectacular: una terraza al aire libre, desde donde se contemplaban el mar y buena parte de la costa. Unas cuantas personas disfrutaban allí de la noche, pero ella sólo vio al muchacho, que hizo una seña a sus sus Los amigos apen as éstos entraron. hacia él, mientras María se dio cuenta de dos apenas jóvenes se dirigieron repente de que se encontraba en la planta decimoséptima de un edificio, a la
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que había llegado subiendo en ascensor y sin sentir el más mínimo temor. Además, si quería ver al muchacho durante un rato debería volver a bajar y luego subir de nuevo acompañada por sus padres para poder instalarse en la terraza y observar al chico de una manera más discreta. No se lo pensó dos veces. Se dirigió al ascensor, apretó el botón de llamada y esperó que llegara, como si fuera la cosa más natural del mundo. En realidad, lo único en que pensaba era que debía darse prisa antes de que los chicos decidieran deci dieran irse a otro o tro sitio. sitio. Por suerte, sus padres estaban en la habitación preparados para salir a dar una vuel v uelta ta cuando María Ma ría entró a proponerles prop onerles subir subir a la terraza del últi último mo piso. —¿Cómo piensas subir hasta allí? —preguntó el padre. —Pues, en el ascensor —contestó María con toda naturalidad. Sus padres intercambiaron una mirada de asombro. La madre se dispuso a decir algo, pero el padre se le adelantó diciendo: —Vamos, vamos, a mí también me apetece subir. Aquella noche, los tres descubrieron una parte del hotel desconocida para ellos. En el piso decimoséptimo se podía disfrutar tanto de la soledad, con unas maravillosas vistas, comoallí de fiestas, la compañía, en un ambiente acogedor.deAdemás, menudo se organizaban exhibiciones de arte, números magia ya otros eventos; era un lugar ideado para pa ra que todo el mu mundo ndo pudi p udiera era encontrarse en contrarse bien allí a llí.. —¿Cómo has descubierto este sitio? —preguntó el padre cuando se sentaron. María no supo qué responder. Se encogió de hombros y bajó la mirada. —¿No será que el amor hace milagros? —intervino la madre al notar que su hijaa ruborizaba. hij ruborizaba . —No, mamá —respondió María—. No ha sido el amor; ha sido el miedo, el miedo a perderme algo, qué sé yo. tres guardaron El padreque pensaba lo complicadas que en eran las Los mujeres, la madre ensilencio. lo complicadas eran lasenadolescentes y María lo complicadas que eran las cosas a veces. Los tres muchachos, de los que María no llegaría ni a saber el nombre, nombre, conti continuaban nuaban en su mesa, mesa, ajenos a jenos a todo ello. Hubo más encuentros entre ellos, planificados o casuales, pero el chico que había despertado en María el deseo de ser atractiva e impulsado todos los cambios subsiguientes jamás supo cómo había contribuido a cambiar la vida de tres seres humanos a los que apenas había conocido de vista. *** En los últimos años se ha producido un aumento considerable de los trastornos
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de ansiedad y, más concretamente, de lo que se ha denominado «crisis de angustia» o «ataque de pánico». Las personas que padecen este cuadro lo describen como un miedo intenso a morir o perder el control y volverse loco frente a una serie de manifestaciones físicas como palpitaciones, sensación de ahogo, temblores, mareos, hormigueo en diversas partes del cuerpo, etcétera. Por lo general, se inicia de forma brusca e inesperada con un ligero temor o malestar que aumenta rápidamente de intensidad y dura algunos minutos. La persona que ha sufrido uno de estos ataques vive con el miedo constante de que pueda volver a producirse y empieza a organizar su vida en torno al problema poniendo en marcha una serie de mecanismos que acaban complicando la situación. Según las teorías biologistas, la aparición de este cuadro se debe a una predisposición genética. Se propone un tratamiento farmacológico, acompañado o no de entrenamiento en técnicas de relajación y terapias cognitivas. A su vez, el enfoque estratégico ha analizado detalladamente los trastornos basados en el miedo y hace hincapié en que, independientemente de cuál sea la cómo causa de el losproblema mismos, ylaqué intervención perseguir el fin de entender funciona es lo que lodebe mantiene. A este respecto, el grupo de Arezzo (Nardone y otros) ha señalado que las personas que padecen este tipo de trastorno suelen hacer fundamentalmente dos cosas para liberarse de la ansiedad: evitar las situaciones temidas y pedir ayuda a fin de realizar actividades acti vidades que que solos no se ven capa capaces ces de de llevar a cabo. Eso suele suele calmarlos calmarlos de momento, pero no n o a largo plazo, p lazo, ya que, cuanto cuanto más rehúyen lo temido y más asistencia reciben, más incapacitados se sienten y más necesidad tienen otra de vez de esquivar ciertas situaciones y solicitar ayuda, con lo que entran en tran en un círculo círculo vicioso. vicioso. El grupo de Arezzo ha publicado protocolos de tratamiento diseñados en
especial este tipo ademodificar problemas, con un alto éxitos y orientadospara básicamente la percepción queporcentaje la personadetiene de sí misma, mis ma, los demás y la ayuda ay uda que recibe. En el caso de las fobias, la mayoría de las veces el problema empieza como en el cuento: un pequeño incidente sin importancia, un gesto de miedo observado en otra persona o incluso un temor irracional sin ninguna lógica aparente que poco a poco va aumentando, se extiende a otras situaciones cotidi cot idian anas as y puede llegar llegar invalidar a la persona p ersona en much muchos os aspectos. Un adolescente a quien tuve la oportunidad de tratar hace algunos años aseguraba haber crecido oyendo a diario afirmaciones del tipo: «Ten cuidado con esto, ten cuidado con aquello», «No quiero que vengas solo», «No me gusta que vayas solosin a ningún En opinión durante muchos años, querer ysitio», con laetcétera. mejor intención, ende su este casamuchacho, se habían ocupado de que temiera de casi todo, y luego se quejaban de que tenía miedo. La madre,
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presente en la entrevista, argumentó rápidamente: «Nosotros te mandábamos tener cuidado, no miedo», a lo que el muchacho respondió: «¿Por qué debería tener cuidado de algo que no es peligroso? Empecé poco a poco a temer cosas tan sencillas como ir solo por la calle. Y ahora siento miedo a que me pase algo, como cuando sufrí aquella crisis de ansiedad; pero no puedo dejar mi cuerpo en casa y salir corriendo». En el cuento cuento de María, he intentado señalar algunos a lgunos aspectos iimportantes mportantes a la hora de ayudar a resolver estos problemas. Por un lado, es preciso intentar que la persona afectada pueda afrontar la situación temida casi sin pensar y, por otro, provocar p rovocar un miedo mayor que permi p ermita ta ver v er la situación situación anteri an teriormente ormente temida como «un mal menor». En resumen, las estrategias para socavar el problema son las siguientes: en primer lugar, tanto el niño como los padres deben dejar de hacer cuanto han intentado hasta ese momento para resolver el problema y que sólo ha empeorado la situación; situación; es decir, decir, hay hay que suspender suspender la ayuda a yuda para p ara afrontar las situaciones temidas o evitadas; y también cabe renunciar a tratar de ejercer un control excesivo sobre todas las circunstancias de la vida, con la intención ingenua sentirse seguro; nodel se tema debe organizar la por vidaél,alrededor del problema,denipoder hablar constantemente o preguntar ni tampoco intentar tranquilizar tranquilizar al niñ n iñoo ante a nte una situaci situación ón nueva y desconocida desconocida para p ara él. ¿Qué hacer, pues? En los casos en que ya está instaurado el círculo vicioso de evitar las situaciones temidas y pedir ayuda, que provoca que aumenten cada vez más el miedo y la incapacidad de la persona, debe acudirse a un profesional. Y en aquellos casos en que los niños se muestran miedosos, los padres deben actuar de forma que el niño no rehúya aquello que teme y pueda ir afrontando afrontan do todas las situaciones situaciones de forma natural. n atural.
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CAPÍTULO 6 RAÚL Y EL AB ABUELO UELO
Raúl se había levantado muy contento. Era viernes y el abuelo iría a recogerlo al colegio. A Raúl le encantaba volver a casa con su abuelo porque era el único de la familia que lo trataba como a un chico grande. No era que los demás no se comportaran bien con él, pero el abuelo era algo especial. Se lo llevaba a dar largos paseos, durante los que iba explicándole qué cosas había hecho él cuando tenía la edad de Raúl. Y le enseñaba a reconocer los pájaros y los animalillos que vivían en el campo. veces,Pernales. le contaba historias de un bandolero quecuentos vivía enylas y seOtras llamaba A Raúl le encantaban aquellos se montañas los hacía
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repetir una y otra vez. En ocasiones, el abuelo se equivocaba y relataba la misma historia con un final diferente. Entonces, Raúl se lo hacía notar y el abuelo contestaba: «Eso fue otro día». ¡Qué bien se lo pasaban juntos! Raúl no habría cambiado aquellos paseos por nada del mundo y esperaba con mucha ilusión que llegara el viernes, que era el día en que el abuelo iba a buscarlo al colegio. Aquel viernes cuando sonó el timbre que anunciaba el final de las clases, Raúl salió corriendo en busca del abuelo, pero en su lugar estaba esperándolo su madre. ¿Qué le habría pasado al abuelo? ¿Por qué no estaba allí? La madre le explicó que el abuelo no se encontraba bien y que había ido al hospital para que lo viera un médico. médico. Aquella tarde, la madre habló largo rato por teléfono. Por la noche, llamó la abuela para decir que ya se encontraba un poco mejor, pero que debía quedarse unos días más en la clínica para que le hicieran pruebas. Raúl quería ir a visitarlo, pero le dijeron que los niños no podían entrar en el hospital y que ya lo vería cuando volviera a casa. Los días siguientes fueron muy duros para Raúl. Todo el mundo estaba triste, a su madre a veces le saltaban las tontería lágrimas.como Cuando le preguntaba por quéincluso lloraba, se inventaba alguna «Es Raúl por la cebolla» si estaba en la cocina, o «Es que se me ha metido algo en el ojo». El niño no entendí enten díaa qué estaba ppasan asando. do. Desde luego, luego, por el abuelo no podía p odía ser, ya que Raúl preguntaba a diario diario por p or él y siempre siempre le contestaban que ya estaba mejor mej or y volvería pronto p ronto a casa. ¿Se habrían habrían metido metido sus sus padres pa dres en algún lío y no se lo querían decir? ¿Por qué su madre se encerraba en la habitación cada vez que hablaba por teléfono y le reñía si él intentaba entrar y escuchar su conversación? Raúl se sentía muy solo. Parecía que no lo consideraban un miembr mi embroo de la familia. familia. Sabía que le ocultaban ocultaban algo, pero p ero no llegaba llegaba a entender qué era ni por po r qué. Después deLos un padres par de de semanas a élque le podía parecieron años—, el que abuelo volvió a casa. Raúl le—que dijeron ir a verlo, pero no hiciera hic iera mucho mucho ruido porque el abuelo a buelo estaba muy débil todavía. todavía . Raúl estaba loco de alegría y, en cuanto su padre aparcó el coche justo delante de la casa de los abuelos, salió corriendo y se metió en el portal. Su madre corri corrióó tras él para pa ra cogerlo de la mano y regañarle por nnoo esperarlos. Pero a Raúl no le importaban las regañinas y, apenas la abuela abrió la puerta, entró como un ciclón buscando al abuelo. Allí estaba, sentado en su sillón. Había perdido peso y parecía muy cansado. Raúl sólo necesitó un segundo para darse cuenta de que no podía tirarse encima de él como solía hacer, así que se sentó en el suelo y, abrazado a sus piernas, apoyó su cabeza en las rodillas del abuelo, le acariciaba el pelo con la mano. Cuando levantó la vistaque reparó en que corrían lágrimas por las mejillas del anciano.
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—¿Por qué lloras, abuelito? —preguntó Raúl—. ¿Te duele la cabeza? —No me duele duele nada na da . Tenía Ten ía muchas muchas ganas gan as de verte y me he emocionado. emocionado. —¿Qué quiere decir «emocionado»? —preguntó Raúl. —«Emocionarse» —respondió el abuelo— es sentirse, por ejemplo, como nos sentimos el día en que vienen los Reyes Magos. Ésa era una de las cosas que tanto le gustaban del abuelo: no intentaba hacerle entender las cosas, ¡se las hacía sentir! —¿Ya estás bien, abuelo? —siguió preguntando Raúl. —No del todo —respondió el anciano—. Me encuentro algo mejor, pero sigo sigo estando un poco p oco enfermo. —¿Y por qué estás un poco enfermo? —Porque —Por que me can canso so mucho mucho y no n o puedo p uedo salir salir a pasear. pa sear. —Bueno —dijo Raúl—, pues yo vendré y te cuidaré cuando salga del colegio y si estás cansado, me pedirás que te traiga las cosas y te las traeré. La abuela entró con la merienda. Había preparado un zumo de fruta, que estaba buenísimo, buenísimo, pero el abuel a bueloo apen a penas as lo probó. p robó. Raúl se dio cuenta de lo mal que estaba. Por eso, al salir de la casa, preguntó a su madre: «¿Se «¿Se va aa morir mori r el abuelo?». Ell a respondió: ¡Se ¡Se vadea poner bien!». No se atrevió preguntar cuándoElla porque, por la«No. manera contestar su madre, había notado que era mejor no seguir hablando del tema. A los pocos días, el abuelo tuvo que ingresar de nuevo en el hospital. Esta vez le dijeron que habría de quedarse bastante tiempo allí; por eso Raúl no se sorprendió al ver a toda la familia triste. Incluso se fue un fin de semana a casa de su mejor amigo y se quedó allí a dormir porque sabía que sus padres iban a cuidar cui dar del abuelo, a buelo, que se había puesto p uesto muy enfermo. El domingo por la noche, cuando su padre fue a buscarlo para volver a casa, Raúl notó enseguida que algo había ocurrido. La cara de su padre reflejaba una gran tristeza, aunque parecía que se esforzaba por sonreír. Sin embargo, cuando Raúldeleverlo, preguntó si estaba triste, su padre que no, que estaba muy contento y empezó a preguntarle p reguntarle cóm cómoorepuso se lo había pasado pa sado el fin de semana y qué había hecho. Raúl tampoco se extendió en explicaciones: dijo dijo que se lo había había pasado pa sado bien y había jugado con su amigo a la consola. Al llegar a casa, notó un frío extraño. Reinaba un gran silencio, como si su hogar estuviera vacío. Sin embargo, su madre estaba allí. Al verlo lo abrazó y Raúl supo que algo le había pasado al abuelo. «¿Cómo está el abuelo?», preguntó Raúl. «El abuelo se ha ido al cielo», respondió su madre. ¿Cómo? ¿Qué tontería era ésa? El abuelo no se iría a ningún sitio sin decírselo a él. Además, se le notaba muy cansado y el cielo estaba muy lejos... y ¿cómo se va uno hasta el cielo? La cabeza de Raúl no paraba. Su madre iba respondiendo como podía: el abuelo estabaaallbien, descansaba, el cielo cu cuidaba idaba de ellos... ellos ... Nada de esto consolaba niño,ya pero ¡no podía desde hacer na nada! da! Al día siguiente, su madre y la abuela fueron a buscarlo al colegio. Las dos
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estaban muy tristes, pero Raúl no se sorprendió porque él también lo estaba. Cuando volvieron a casa, la abuela abrió su bolso y sacó un papel doblado, que entregó a Raúl Ra úl.. —Toma, es para p ara ti —dijo—. —dijo—. No sé cuándo lo escribió. escribió. Raúl desdobló el papel y leyó emocionado el último cuento de Pernales, escrito con la mano temblorosa del abuelo: Algunos dicen que Pernales murió joven; otros, que murió de viejo; incluso los hay que creen que Pernales sigue vivo. Supongo que, como todo, depende de quien lo cuente. Para los jóvenes era ya viejo y para los viejos todavía era muy joven. Para quienes lo querían no morirá nunca, pues cada vez que pasan por los lugares que recorrieron juntos podrán oír el galope de su caballo, su voz y su risa. Entonces sabrán que, aunque no puedan verlo, en su interior se mantiene vivo todo lo que aprendieron juntos y hablarán de él a sus hijos y a los hijos de sus hijos. Al fin y al cabo, todos nosotros, como co mo Pernal Pernales, es, con el tiempo no seremos sino leyenda.
Raúl dobló el papel y se lo guardó como un pequeño tesoro, pero antes de meterlo en el bolsillo, por si acaso el abuelo pudiera verlo, escribió al final del cuento con letras bien grandes: «¡ABUELO, TE QUIERO!». *** A pesar de los muchos años que llevo trabajando con niños, hay dos cosas que todavía no dejan de sorprenderme. Una es su sentido de la justicia y cómo son capaces de defender lo que ellos consideran justo, y la otra es su capacidad para pa ra afrontar afron tar situaci situaciones ones adversas. He visto a niños que han ayudado a sus padres a superar muertes dolorosas ehermano incluso ya alguno ha tenido superar la pérdida de susque padres, su único su mejorque amigo en el que mismo accidente de tráfico, le dejaba a él con graves secuelas. En todos los casos que he conocido, el niño siempre ha afrontado los hechos de una manera mucho más serena que cualquier adulto, a condición de que las cosas se le planteen con naturalidad y sin engaños. Si el niño percibe una situación anómala, un gran dolor o una falsa alegría y no sabe a qué se deben, tiende a enfrascarse en la situación e imaginarse algo mucho peor de lo que está realmente por suceder. Los casos más terribles de duelo patológico que he tratado han sido los de niños a quienes no se les ha permitido despedirse de sus padres —«para que no se impresionaran» al veriento al padre o las omadre muertos— y a quienes se lesrlos. ha informado de su fallecimiento fallecim sólo días día incluso meses después de incinerarlos. incinera Uno de estos niños me preguntó: «¿Cómo sé que mi padre está muerto y no
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se ha ido de casa? ¿Cómo puedo estar seguro de que no me mienten ahora diciéndome que ha fallecido, si me engañaron antes al mandarme a casa de mi amigo para pa ra que termina terminara ra de pasar p asar all a llíí las vacaciones?». vacaciones?». Naturalmente, hay que informar a los niños de tales siniestros de una manera sensible, adecuada a su edad, y responder a sus preguntas lo más concretamente que se pueda, pero sin añadir detalles dolorosos innecesarios. A ser posible, debería ser una persona emocionalmente muy cercana a ellos la que les explicara lo sucedido, alguien en quien confiaran y que les permitiera de una manera serena expresar exp resar sus sentim sentimientos ientos de dolor dolor y rabia. ra bia. En el medio en que trabajo —un gran hospital universitario, altamente tecnificado—, se da a menudo la situación de que, cuando un neonato nace muy prematuro y/o se producen muchas complicaciones que ponen en peligro su vida, los padres no saben cómo decir a su hijo mayor que el hermanito que esperaban ya ha nacid n acido, o, pero p ero que tiene tiene pocas p ocas posibili posibilidades dades de salir adelan adelante. te. En estos casos, algunos padres optan por ocultar el nacimiento del bebé y dicen al mayor que la madre ha enfermado y tiene que quedarse unos días en el hospital. Más tarde, disimulan sus visitas al hospital para estar con el recién nacido diciendo la madre todavía no está del de todosubien que tienepara que que ir a diario al médico;que envían al niño mayor a casa tía ypreferida uegue con sus primos y se inventan otros pretextos a fin de ocultar la verdadera situación. Desde el punto de vista de los progenitores, todas estas medidas protectoras tienen el objetivo de que el niño pueda seguir con su vida normal, incluso divertirse más de lo habitual y quedarse completamente al margen del sufrimiento de su familia. Pero esto no suele funcionar. Por lo general, el niño no quiere separarse de los padres, empieza a comportarse de manera extraña, llora llora sin motivo aparente, ap arente, se niega n iega a ir a dormir, dormir, etcétera. etcétera. Cuando los padres consiguen darse cuenta de que su hijo quiere sentirse incluido en la familia y participar en todos acontecimientos en la medida de sus posibilidades, suelen sorprenderse de lalos reacción del niño: «Parece mentira, tan pequeño y cómo sabe entenderlo todo». En cambio, la sensación de «clandestinidad» que los padres experimentan frente a su hijo cuando le están ocultando información los mantiene en permanente estado de intranquilidad. El niño lo percibe perfectamente y, cuanto más intentan los mayores disimularlo, más nota que algo está ocurriendo. El hecho de compartir con él la información hace que se sienta mejor integrado en la familia y tenga mayores deseos de colaborar. Además, los niños aportan a veces un toque de ingenuidad al ambiente familiar, que suele resultar muy útil para ver el problema en su lojusta dimensión. inevitablemente, tienden a sobrevalorar negativo porque Pues temenlosunpadres, futuro incierto y, en ocasiones, se lo imaginan de la peor manera posible, mientras
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que los niños viven más la situación presente y la valoran libres de los temores de los adultos. a dultos. Intentar evitar experiencias dolorosas dolorosas al niño no sólo no le aayuda yuda a afrontar afronta r lo inevitable, sino que, al contrario, lo aísla de la familia e impide que esté preparado para superarlo. Cuando el niño no dispone de informaciones acerca de la situación, rellena sus lagunas con ideas que pueden llegar a ser más terribles terribl es que la realidad misma. misma. En resumen, en estos casos lo más adecuado es hacer al niño partícipe de las vivencias y así integrarlo en la familia. Cabe transmitirle la información de una manera adaptada a su edad y capacidad de asimilación. También es importante que se le permita ver al familiar enfermo y compartir las emociones de la familia. Y hay que darle la oportunidad de despedirse, aunque le cause tanta pena como a los adultos. Los padres deben asumir sus reacciones de dolor ante estas situaciones como algo natural.
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CAPÍTULO 7 LOS PAPÁS SE SEPARAN
Javier tenía seis años cuando sus padres se separaron. No recordaba casi nada de aquella aquella época y no sabía sa bía muy muy bien si era porque p orque lo lo había olvidado o porque p orque nunca le habían explicado con detalle las cosas. Eso sí, recordaba que antes de la separación sus padres discutían con frecuencia y que casi siempre estaban de mal humor. Javier se asustaba mucho cuando los veía pelearse y trataba de entremeterse, pero lo enviaban a su habitación habit ación espetándole que ésas eran «cosas «cosas de mayores». Entonces se ponía la televisión muy alta para no oír a sus padres vociferando, hasta que uno de ellos gritaba: «Javi, ¡baja el volumen!». Otras veces se tapaba los oídos, pero se los volvía a destapar enseguida porque en elde fondo quesolían sus padres allí.sin hablarse y él Después estasnecesitaba peleas, sussaber padres estar seguían unos días hacíaa de todo para hací pa ra volver v olver a verlos v erlos contentos, contentos, pero casi nunca lo conseguía. conseguía.
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Un día su padre le explicó que iba a irse por un tiempo y que ya lo llamaría y le pidió que se portara bien. Veía que sus padres estaban muy tristes y sentía mucho miedo, aunque no sabía exactamente a qué. Además, se preguntaba si tendría él la culpa de que se pelearan tanto, pues a veces las discusiones empezaban por algo que él había hecho y giraban alrededor de la forma adecuada de reñirlo o castigarlo, un aspecto en que sus padres discrepaban. Desde entonces, ya habían pasado dos años y Javier ya no tenía miedo. Se había dado cuenta de que sus padres, aunque ya no vivieran juntos, seguían queriéndolo. Pasaba los fines de semana y las vacaciones de forma alterna entre la casa de su madre y la de su padre. A veces habría preferido que todos vivieran en el mismo hogar o que fueran juntos a algún sitio, pero la mayor parte del tiempo estaba bien y ya se había acostumbrado a vivir en dos casas diferentes. Un fin de semana en que le tocaba quedarse con su padre, éste le dijo que tenía una novia y que ahora iba a vivir con ella. Aseguró que era muy simpática y que sin duda le gustaría. A Javier no le importaba que su padre tuviera novia y efectivamente le pareció simpática cuando la conoció, pero cuando se lo dijo a su madre, ella puso una cara muy rara y le hizo muchas preguntas: ¿Era joven?, ¿Más joven que ella?, ¿Era guapa?, ¿Tenía el pelo rubio o moreno?, ¿Dónde habían estado?, ¿Le habían tratado bien?, ¿Qué habían comido? Cuando Javier le explicó que era buena persona y simpática, su madre volvió a poner la misma cara rara y soltó: «De visita, todos somos buenos y simpáticos». Así que Javi entendió que si seguía viendo a la novia de su padre podía tener ten er problemas. problemas. En realidad, más que problemas con ella, empezó a tener problemas consigo mismo, ya que, cuando se encontraba a gusto en casa del padre y de su novia, se sentía como si estuviera traicionando a su madre, y por eso al hablar con ésta a veces hacía comentarios del tipo: «No quiero ir con papá» o «Me aburro mucho estoy con él porque no meque hacesunimadre caso». viera que él la quería Con cuando estas observaciones prentendía mucho y no la traicionaba cuando no estaba con ella. Sin embargo, su madre no lo entendía así y empezó a criticar al padre y a culparlo de cualquier cosa que le ocurriera al a l hijo. Javier estaba muy confuso y no sabía qué hacer. hacer. Por un lado, la novia nov ia de su padre era muy amable con él y siempre intentaba complacerle en todo, pero, por otro, era como una intrusa en la relación entre él y sus padres. Su madre últimamente no hacía más que quejarse y decir que siempre le tocaba la peor parte. Muy a menudo estaba enfadada. Y cuando Javier volvía de casa de su padre, pa dre, lo lo sometía sometía a un interrogatorio, al que él contestaba contestaba como como podía, p odía, a veces contándole cosas queoír. había vivido realmente, pero otras respondiendo como él creía que ella quería Pronto empezaron a irle mal las cosas en el colegio. La profesora decía que
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se lo veía «como ausente», y en realidad lo estaba. Se pasaba el día pensando qué podía hacer para que sus padres estuvieran contentos y de nuevo unidos. Pues Pu es no quería tomar parti pa rtido do por ninguno de los dos y pensaba que, si volvían a estar juntos, los problemas problemas se acabarían. a cabarían. La madre, en cambio, creía que para que mejorara la situación el padre debería estar más por su hijo y menos por su novia, o bien renunciar a ver al niño si estaba tan ocupa ocupado. do. El punto de vista del padre era muy diferente. Según él, la madre estaba «manipulando» a su hijo, utilizándolo en su contra sólo por la rabia que sentía hacia él por po r el hecho hecho de que las cosas le iban bien sin ella. Debido a esa gran discrepancia entre ambas perspectivas, la comunicación entre los padres era muy difícil y, cuando no tenían más remedio que hablar por teléfono, siempre acababan discutiendo y acusándose mutuamente, hasta que uno de los dos colgaba el auricular dejando al otro lleno de rabia y rencor. Al final de aquel trimestre, cuando llegaron las notas, el rendimiento de Javier había bajado considerablemente. La profesora dijo a los padres que el niño estaba muy irritable y, en opinión del psicólogo escolar, esto podía deberse al momento difícil que estaba atravesando por la separación de los progenitores. La madre decidió llevar a su hijo a un psiquiatra, contra la voluntad del padre, que consideraba que la palabra «psiquiatría» tenía un significado muy fuerte y que al niño no le estaba pasando nada que no pudieran solucionar ellos mismos. El día de la visita al psiquiatra, Javier se sentía muy nervioso. No creía que estuviera enfermo. En realidad, pensaba que eran sus padres quienes tenían problemas y no entendía qué relación guardaba aquello con él. Había dos personass en la entrevista persona entrevista y parec pa recían ían simpáticas. simpáticas. Su madre se que quedó dó con una de ellas y Javier se fue con la otra a una habitación para contestar una serie de preguntas. señalar en cada caso con una mejor cómoDebía se sentía últimamente. Por ejemplo: ejemp lo: «x» la respuesta que reflejara • Estoy triste triste de vez en cuan cuando. do. • Estoy triste triste much muchas as veces. • Estoy siempre siempre triste. triste. Javier no sabía qué contestar. ¿Cuántas eran «muchas veces»? ¿De vez en cuando? ¿O debería estar siempre triste porque sus padres se peleaban y él no sabía qué hacer? Otro de los ítems ponía: • Hago bien la la mayoría de las las cosas. cosas. • Hago mal muchas muchas cosas. cosas. • Todo lo lo hago mal. Y todavía otro:
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• Siempre Siempre me cuesta cuesta ponerme pon erme a hacer los deberes. • Muchas Muchas veces me cuesta cuesta ponerme p onerme a hacer los deberes. • No me cuesta cuesta ponerme po nerme a hacer los los deberes. Tardó mucho tiempo en rellenar aquel cuestionario. Quería hacerlo muy bien, pero era difícil encontrar una frase que se ajustara realmente a lo que sentía. Era verdad que a veces le daba mucha pereza ponerse a hacer los deberes, o ¿quizá le daba siempre pereza? Había una afirmación que le costó especialmente evaluar: • Las cosas cosas me me preocupa preocupann siempre. siempre. • Las La s cosas me preocupan preo cupan muchas muchas veces. • Las cosas cosas me preocupan de vez en cuan cuando. do. ¿A qué cosas se referían? Le preocupaba que le sucediera algo malo a su familia, que sus padres se enfadaran con él y que lo castigaran en el colegio. Preguntó si podía poner: «Me preocupan las cosas malas cuando pienso en ellas», pero la psicóloga le dijo que tenía que elegir una opción de las que figuraban allí. De paso, aprovechó para preguntarle a qué cosas malas se refería y «bastante», si pensaba «siempre»! muy a menudo en ellas. ¡Qué manía el «poco», «mucho», Para Javier eso resultaba muy con complicado, así que acabó eligiendo cuando era posible el «a veces». En cambio, si le hubieran preguntado cómo veía a su madre le habría resultado fácil dar una respuesta limitándose a escoger una de tres opciones y habría sido en cada caso la misma: ¿Está de mal humor? ¡Siempre! ¿Parecee cansada? ¡Siempre! ¿Parec ¡Siempre! ¿Se queja de que se siente sola? sola ? ¡Siempre ¡Siempre!! ¿Por qué le preguntaban a él qué le pasaba y no a sus padres? Sólo se entristecía cuando los veía discutir o escuchaba a su madre quejarse de lo mucho que tenía que trabajar «mientras tu padre vive tan feliz, sin preocuparse de nada». Después le pidieron que dibujara una familia que se imaginara. Esbozó un padre y una madre muy juntitos y un niño pequeño en un carrito. Luego le dijeron que dibujara a la familia real y entonces plasmó en el papel al rey y a la reina y explicó que no conocía a los demás miembros. La psicóloga se rió mucho y le aclaró que se refería a «su» familia, la de verdad, no a la del rey ni a una imaginada como la de antes. Entonces Javier preguntó si debía poner a su madre en una hoja y a su padre en otra, si tenía tenía que dibujar dibujar también también a la novia nov ia de este último, si quería que dibujara asimismo a los abuelos y los primos. La psicóloga le contestó que podía dibujar lo que quisiera, a lo que respondió que estaba muy cansado y no quería dibujar más. Más tarde oyó a su madre cuando hablaba por teléfono con su abuela: «El niño tiene una depresión de caballo y no ha sido capaz ni de dibujar a su
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familia. Ha dibujado una familia ideal con los padres juntos y a él mismo de pequeñito, pequeñi to, como como antes a ntes de separarnos». sepa rarnos». Javier se quedó de piedra. ¿No le habían dicho que se inventara la familia? No quería ser pequeñito. Aunque, bien pensado, los niños pequeños no tenían tantos problemas... problemas... El día en que recibieron los resultados definitivos de los exámenes que le habían hecho, sus padres mantuvieron una fuerte discusión telefónica. Le habían recetado antidepresivos, que la madre estaba dispuesta a darle, mientras que el padre se oponía a que su hijo tomara algo que, según él, eran «drogas que tienen un montón de efectos secundarios» y que consideraba poco apropiadas para un niño. Además, habían prescrito que Javier fuera una vez por semana a la consul consulta ta de un psic p sicólogo, ólogo, y de nuevo n uevo su madre lo consideraba consideraba imprescindible, pero a su padre no le parecía necesario en absoluto. —Si pudiera pudiera pagarlo pa garlo sola no te habría dic dicho ho nada na da —dijo la la madre. —¿Lo ves? Sólo me llamas para pedirme dinero. Si te hiciera caso, tendría que atracar un banco ban co cada cada seman semana. a. ¡No te gastes ga stes el dinero en cosas que el niño niño no necesita! —replicó el padre. —Sabrás tú más que que el psiqui p siquiatra atra —soltó la madre. —El psiquiatra no te conoce como yo. Yo también estaría deprimido si vivieraa contigo. vivier contigo. —¡Ah!, —¡Ah !, ahora tengo yo la culpa culpa.. —Por supuesto que la tienes; sólo piensas en cómo fastidiarme. Y así siguieron durante un tiempo, hasta que uno de los dos colgó el auricular. Javier se hizo el dormido cuando su madre entró en la habitación a darle un beso y luego se quedó un buen rato pensando que si sus padres seguían peleándose, él no quería vivir con ninguno de los dos. *** La separación de los padres es un acontecimiento muy frecuente en nuestros días, pero no por ello menos problemático. «Problemático» en el sentido de que, aunque a veces una separación sea la mejor opción y haya sido decidida voluntariamente, resulta siempre una experiencia dolorosa para todos y más aún para un niño, que ve tambalearse los pilares en que se fundaba su seguridad. Si todavía es muy pequeño cuando esto ocurre (de tres, cuatro o cinco años) y los padres lo llevan bien, el niño se acostumbrará a estar con uno u otro y, aunquelapregunte veces porpor el ausente o digapronto «Quiero que venga papá (o mamá)», situaciónano tiene qué resultarle traumática. Solamente si los padres empiezan a dar importancia
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en exceso a los comentarios del niño, éstos acaban adquiriendo una trascendencia que no les corresponde. Los niños un poco mayores por lo general ya han sido testigos de un periodo de malestar de los padres antes de su separación, que suelen vivir con miedo, impotencia e inseguridad. Muchas veces se sienten culpables, ya que las diferencias de opinión en cuestiones educativas suelen ser un tema muy recurrente de disputa, y los niños saben perfectamente que ellos, lo hayan querido o no, han tenido algo que ver con el inicio de la discusión. Es muy frecuente que, incluso cuando los padres ya están separados, continúen pretendiendo cada uno que el otro siga sus pautas educativas, algo que no lograban ni cuando vivían juntos, por lo que es muy común oír cosas del tipo: tipo: «Todo lo que consigo consigo enseñ en señarle arle en una semana lo echa echa abajo a bajo él (o ella) ella) en cinco minutos». Recuerdo el caso de una madre que se sentía muy molesta con su ex marido porque llevaba a sus hijos al cine y les compraba una bolsa de palomitas cada fin de semana que les tocaba estar con él. La madre no estaba de acuerdo con esto porque ella no podía permitirse ese gasto cuando los niños se encontraban con ella. Así que les repetía en todo momento que hacía mucho más por ellos que su padre, y decía que cuando se pusieran enfermos los enviaría a casa de él para que vieran si sabía cuidar de ellos como ella. Los niños aprenden enseguida que aquello que pueden hacer en casa de su madre posiblemente no le guste a su padre y, al revés, que lo que a él no le importa sí puede molestar a ella. Es lógico que traten de sacar el mayor provecho de cada situación. Ante eso, el adulto debería reaccionar de manera serena diciendo, por ejemplo: «Estoy muy contenta de que papá os compre palomitas. A lo mejor, el próximo domingo también podréis comerlas. Pero hoy no podemos comprarlas». No es necesario añadir más. Y aunque los niños se enfurezcan y digan cosas como «Tú eres mala», «No me quieres» o «Me voy a ir con papá», hay que tener presente que todos los niños se expresan así cuando están enfadados. Pero no debe hacérseles sentir malvados por haber expresado su rabia. Por lo general, los niños no quieren tomar partido por ninguno de los dos progenitores. Pero frecuentemente se sienten como si estuvieran traicionando a uno si quieren al otro. Por eso a veces cuando están con la madre hablan de las cosas que no les han gustado al estar con el padre, y vicecersa. Para acabar con esta situación, lo mejor es que los padres desistan de intentar solventar lo que en su opinión va mal en casa del otro. Cuando Cuando el niño quiere algo del padre, debe proponérselo él mismo y no utilizar a la madre como intermediaria, y al revés. También las quejas deben dirigirse directamente a la persona a que correspondan. correspondan . Así, Así, por ejemplo, ejemplo, si al niño no le gusta que su padre lleve a casacon de su la abuela y se lo la madre,convencerlo, ésta tiene que decirleloque lo hable padre. Pues, si comenta el niño noa consigue la madre lo logrará aún menos.
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Es importante que los padres tengan siempre presente que el objetivo principal de ambos debe ser asegurar el bienestar de los niños. También han de ser conscientes de que cada uno tiene su propia manera de educar a los hijos y demostrarles que los quiere y de que no existe una que sea la mejor . Puede que algunos recursos educativos sean más eficaces que otros y por eso cada padre debe fijarse en cuáles de sus estrategias logran buenos resultados, pero también en cuáles cuáles son las que le funciona funcionann al otro progenitor p rogenitor y tratar de apli ap licarlas carlas a su vez. Los padres no son rivales competidores, sino socios en una empresa común. Aunque sus métodos sean distintos, lo que les debe importar es que la empresa vaya adelante, así que tienen que evitar entremeterse en el estilo educativo del otro y han de aceptar las diferencias. Por otra parte, es bastante frecuente que, cuando los padres se separan, cualquier pequeño malestar que el niño manifieste se interprete como una consecuencia directa del proceso de ruptura. Por consiguiente, se lleva al niño al psicólogo —más que por un problema real, por los miedos de los adultos que lo rodean rodean.. En otros casos, casos, la consulta consulta tiene lu lugar gar sin que el niño haya presentado señal de trastorno alguna. Pues, los adultos deciden llevarlo al psicólogo de manera «preventiva», ya que creen que una situación como la que están viviendo tiene que ocasiona ocasionarr problemas a la fuerza. fuerza. Me parece importante resaltar que, cuando los padres asumen la situación con normalidad, pueden satisfacer las necesidades del niño de forma conveniente y no suele ser necesario necesario ningún tipo de intervención. En resumen, he aquí las conductas que resultan contraproducentes y que por eso habrá que evitar: cabe desistir de intentar prescribir al otro progenitor lo que tiene que hacer y descalificarlo. No hay que interrogar al niño para averiguar qué ha hecho en casa del otro ni convertirse en el intermediario entre él y el otro progenitor. Los padres deben velar para que no compitan en atenciones o involucren al niño en sus conflictos; nodesela le debenAsimismo, facilitar informaciones que pertenecen exclusivamente al ámbito pareja. es importante que el adulto que pasa más tiempo con el hijo evite quejarse de que apenas tiene tiempo para sí mismo, pues ese tipo de comentarios provoca que el niño se sienta culpable. Y finalmente, el niño no debe participar de las decis dec isiones iones tocantes a la separación; sepa ración; a este respecto, respecto, ambos a mbos progenitores deben deben estar de acuerdo. Para afrontar una separación de manera razonable existen los siguientes recursos: hay que aceptar que se trata de un proceso doloroso que genera reacciones de rabia, aflicción, negación… y cabe encauzar estas reacciones de manera que no interfieran en la dinámica de cada casa ni en las relaciones entre loslapadres. Asimismo, ambosque deben respetar las decisiones y la manera de vivir de ex pareja y manifestar existen distintas formas válidas de ver las cosas.
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CAPÍTULO 8 LA PESADILLA
Eran las cuatro de la mañana de una noche cualquiera cuando Paula despertó como era habitual desde ya varios fue al sus padres. Se quedó escuchando unhacía momento antesaños de yabrir la dormitorio puerta. Su de corazón latía con fuerza. Tenía miedo y no sabía muy bien de qué. ¿De sentirse rechazada por ellos? ¿O quizá porque sabía que lo que hacía «no estaba bien»? En realidad, más que miedo sentía una excitación especial por hacer algo prohibido. Sus padres ya se habían acostumbrado a aquella presencia que cada madrugada venía a perturbar su sueño. Ya no recordaban lo que era dormir una noche entera sin interrupción y —«después de haberlo intentado todo», comoo a menudo aseguraban— se habían resigna com resignado do de mala gana ga na a recibir recibir cada cada noche a un huésped indeseado. Al principio, habían intentado convencerla de que tenía quehabitación, dormir en su Durante tiempo, cada vez que Paulaa acudía a su la cama. devolvían a subastante cama, pero entonces empezaba llorar y a llamarlos hasta que se rendían y terminaban por hacerle un hueco
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pa ra no para n o tener que oír más más sus llantos. llantos. Llegaron incluso incluso a poner pon er un cerrojo cerrojo en la puerta de la habitación de Paula, pero así sólo consiguieron que ella gritara más fuerte y, avergonzados ante lo que pudieran pensar los vecinos, acabaron cediendo cedi endo a los deseos de su hija. Curiosamente, la que mejor dormía al final de la noche era ésta porque, una vez logrado su objetivo, se acostaba en el mejor sitio, que sus padres le reservaban para que la hija estuviera bien cómoda, y siempre uno de ellos acababa en el borde de la cama. Por la mañana, los padres se levantaban de mal humor y con la sensación de no haber descansado bien, por lo que Paula intentaba calmar su culpabilidad diciendo cosas del tipo: «No lo quiero hacer, pero no puedo evitarlo», «Perdonadme, os quiero mucho, pero, por favor, no me pidáis que duerma sola». Pronto aprendió que aquellas frases cambiaban el estado de ánimo de sus progenitores. Hacían que se olvidaran de su cansancio y sintieran compasión por su hija, una niña muy buena que quería vencer sus miedos y no deseaba molestarl mol estarlos, os, pero que simplemente simplemente era incapaz de actuar de otra manera. Cada vez que se acercaba un nuevo cumpleaños de Paula, sus padres aprovech ap rovechaban aban la ocasión para pa ra intentar convencerl conv encerlaa de dormir sola: sola: «Ahora «Ahora que cumplirás los nueve años...», «Ahora que cambiarás de década...», «Ahora que vas a cumplir los once...», «Ahora que pronto tendrás doce...». Paula estaba siempre de acuerdo y prometía que desde aquella noche no se levantaría de su cama aunque se despertara, pero cuando llegaba el momento acababa comportándose como de costumbre, de modo que sus padres ya habían perdido la esperanza esperan za de que las cosas pudieran pudieran cambiar cambiar algún día. Paulaa no Paul n o veía nada n ada malo en ir a dormir dormir a la cama de sus padres. pa dres. Después Después de todo, pensaba, si se apretaban un poquito cabían todos en la cama. Ella al menos dormía muy bien allí y no entendía por qué sus padres se levantaban siempre siem pre de mal humor. Al principio, erabien, el padre quien másestaba le molestaba pues cuando no dormía al díaa siguiente de muy la malsituación, humor en el trabajo. Por eso se pasó una temporada «intercambiándose» con Paula, es decir, cuando ella llegaba a la cama paterna, él se iba a la de su hija. Pero pronto se dio cuenta de que eso tampoco era una solución porque, aparte de la molestia que suponía cambiar de cama en plena noche, era «como si abandonara el campo de batalla». Ésas, al menos, eran las palabras que usaba su mujer al reprocharle repro charle que su actitud actitud equiva equivalía lía a autoriz a utorizar ar a la hija a seguir con su hábito. hábito. Las discusiones entre la pareja se volvieron cada vez más frecuentes, y eso a Paula tampoco la hacía feliz, ya que sabía que tenía mucho que ver en todo aquello. Pero a pesar de que cada mañana se repetía a sí misma que aquella noche no se levantaría, cuando llegaba el momento decisivo volvía a las andadas. Finalmente, los padres decidieron consultar con un psicólogo. Al principio,
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no salieron muy contentos de la visita. Para empezar, el profesional les preguntó cuál era el problema que querían resolver y qué habían hecho para solucionarlo. Le explicaron que Paula estaba sufriendo mucho porque no se sentía capaz de dormir sola. Y que este problema afectaba a toda la familia, pero que nadi na diee sabía qué hacer, ya que, si llos os padres pa dres se se oponían opon ían en serio serio a que durmiera con ellos, a su hija le daba «un ataque», perdía absolutamente el control y empezaba a gritar de forma desesperada. Su corazón latía muy deprisaa y «se ponía depris pon ía enferma». Los padres creían haberlo intentado todo y enumeraron a continuación cuanto habían hecho para tratar de solucionar el problema. Luego, cuando el psicólogo resumió lo que habían contado, se dieron cuenta de que todos sus esfuerzos en el fondo se habían basado siempre en la misma estrategia, aunque hubieran variado las maneras de aplicarla: intentar convencer a su hija mediante razonamientos, promesas o castigos de dormir en su cama, pero, al mismo tiempo, acabar siempre haciéndole sitio en su cama y permitir con eso que todo siguiera igual. El psicólogo sólo les formuló algunas preguntas del tipo: «Si pudieran acabar con esta intromisión en su intimidad, ¿su vida de pareja mejoraría, o ya han renunciado a su intimidad?», «¿Creen que, cuando permiten a su hija dormir en su cama, ella gana en confianza en sí misma y en seguridad, o que esto, al contrario, provoca que tenga cada vez más miedo y la sensación de que sólo estará segura si duerme duerme con ustedes?». A primera vista, el profesional no les propuso ninguna solución, pero sólo aparentemente, pues de hecho ninguno de los tres salió de allí viendo el problema de la misma forma a como lo hicieran antes de entrar. Para empezar, cada uno se dio cuenta de que tenía que hacer algo diferente diferente si quería que las cosas cambiaran; los padres ya no veían a Paula como a una pobre niña a la que tenían que consolar porque «el miedo le hace perder el control y sea pone psu onevez, enferma». en ferma». Paula, salió un poco enfadada de la entrevista y con la firme resolución de no cambiar su hábito, pues, desde su punto de vista, aquel psicólogo no había entendido bien que ella no podía dormir sola, aunque quisiera. Bien mirado, tampoco le había prohibido acudir a la cama paterna, así que todo seguiría igual y la entrevista sólo había sido una pérdida de tiempo. Los padres, en cambio, salieron pensando que quizá todo lo que habían intentado, con la mejor intención, sólo había contribuido a perpetuar el problema y que eso les afectaba como pareja, como padres y como personas. Además, no ayudaba en absoluto a su hija. Tomaron una decisión: cambiar radicalmente de estrategia. Aquellaunnoche, llegó a su habitación, en lugar de protestar hacerle sitio cuando como Paula de costumbre, los padres aparentaron estary profundamente dormidos, con los brazos y las piernas estirados, de modo que
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ocupaban toda la cama. Paula intentó meterse en medio de ellos, pero parecía que su madre aquella noche tenía alguna extraña pesadilla, pues no paraba de moverse y dar da r patada pa tadas. s. Así que que Paula decidió dormir dormir mejor en el suelo. Cuando el padre se dio cuenta, estuvo a punto de volver a hacerle un hueco como siempre, pero su mujer le cogió la mano con fuerza y le hizo un gesto, que él interpretó como si dijera: «No pasa nada aunque duerma en el suelo. No lo eches a perder ahora». Entonces desistió y se quedó en su sitio sin prestar atención a su hija. A la mañana siguiente, Paula se quejó de lo mal que había dormido, de lo duro que estaba el suelo y del sueño tan extraño que había tenido la madre, que no había parado de dar patadas en toda la noche. La madre aseguró que no se acordaba de nada y el padre manifestó haber dormido de un tirón. Ninguno parecía dar importancia a la mala noche que había pasado pasa do Paula. Paula. La situación se repitió la noche siguiente, sólo que esta vez Paula se quedó poco rato en el suelo y luego decidió irse a su cama. No sin antes despertar a su padre para pedirle que la avisara cuando se fuera a trabajar a fin de que ella pudiera pasar a la cama y quedarse allí con la madre. Evidentemente, el padre al levantarse levan tarse no lo recordó recordó en absoluto... absoluto... Aquella mañana, mientras desayunaba, protestó de nuevo por la forma de dormir de la madre, pero ésta volvió a afirmar que últimamente dormía muy bien y no se enteraba de nada. Así que Paula se fue al colegio de mal humor y enfadada; no sabía muy bien por qué ni con quién. Por la noche, estaba tan cansada que durmió de un tirón hasta que su madre fue a despertarla por la mañana. —¿Te he vuelto vuelto a dar patadas? pa tadas? —preguntó la madre. —Creo que hoy no me he despertado —dijo Paula, que casi no se podía creer lo que estaba afirmando. A la hora de la cena, Paula miró reojo a habitación sus padres.—anunció al fin. —Si esta noche me despierto, iréde a vuestra —Claro, como siempre —contestó la madre tranquilamente. — Ya, pero me tenéis que dejar sitio, y tú no me des patadas. —¿Que yo te doy patadas? —preguntó la madre divertida—. Creo que lo has soñado, porque p orque duerm duermoo estupendamente. estupenda mente. —No, no —protestó Paula—. Llevas unos días dando patadas y moviéndote mucho. muc ho. ¿A que sí, papá? pa pá? —Sí —coincidió el padre—. Aunque la verdad es que casi no me entero porque estoy muy cansado y me duer duermo mo enseguida; enseguida; pero p ero me parece pa rece que que una de las dos se mueve demasiado. —Yo —aclaró enseguida Paula—. Hoy ni siquiera me he despertado e ido a vues v uestra trano cama. —Pues, a lo mejor tu madre ha tenido una pesadilla —respondió el padre
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con calma. Paula se quedó sorprendida. Hasta hacía pocos días, sus padres no habían parado de hacerle razonamientos y hablar del tema de las noches y ahora, de repente, parecía que a nadie le importaba que ella durmiera mal. Sus padres se habían vuelto muy muy egoístas y ya y a no n o le dejaban sitio sitio en su cama. Las noches siguientes todavía hizo algún intento de volver a la cama paterna, pero allí ya era imposible dormir con lo mucho que se movían úl últim timamente amente y, para pa ra colmo, colmo, por la mañana mañan a no n o se acordaban de na nada. da. Poco a poco, se fue dando cuenta de lo cómodo que resultaba dormir en su propia cama, al punto de que levantarse para ir a la habitación de los padres llegó a parecerle incluso molesto. Por eso, cuando alguna vez despertaba, volvía a coger el sueño enseguida sin moverse de su cama. Y así fue como Paula consiguió dejar de ser la «pesa... dilla» para sus padres. Y todos empezaron a levantarse ppor or la mañana de mej mejor or humor. humor. *** Los problemas de sueño son muy frecuentes en la infancia y, aunque no suelen revestir gravedad, sí pueden ser serias las consecuencias para toda la familia. Hay que tener en cuenta que este problema se presenta por la noche, cuando todo está en silencio y el llanto del niño es capaz de despertar no sólo a los miembros del hogar, sino también a los vecinos más próximos. Ésta es una de las causas de que a veces los padres cedan con más facilidad a las exigencias del niño con tal de conseguir que deje de llorar, para evitar que despierte a todo el vecindario. El niño aprende pronto que es una cuestión de «resistencia» y que si llora y arma con suficiente dormiráescándalo tranquilamente al lado de intensidad, mamá, papáacabará o ambos.ganando la batalla y No hay que perder de vista que este asunto algunas veces puede suponer, además, cierta ventaja para alguno de los miembros de la pareja, que se libra así de compartir cama con el otro, que tal vez tenga un sueño intranquilo, ronque en exceso o intente indeseados acercamientos. Por tanto, cuando un profesional recibe a una familia con este tipo de demanda, tiene que indagar siempre si realmente todos están interesados en solucionar el problema o si hay alguien dispuesto a boicotear la mínima mejoría. En nuestra práctica clínica trabajamos una vez con una familia que nos consultó porque su hijo, de nueve años, no conseguía dormir solo. En la segunda el padre manifestó antes de de tratar la dificultad chico, su entrevista, mujer debería adelgazar veinteque, kilos; pues, lo contrario, a éldel le resultaría muy difícil volver a dormir con ella, ahora que ya se había
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acostumbrado a hacerlo solo en la cama del niño. Otra de las familias con las que tuvimos ocasión de trabajar se había visto obligada a cambiar de barrio ante la vergüenza que sentía cuando se encontraba a los vecinos por la escalera, que les recriminaban las malas noches que pasaban pasaba n por p or culpa culpa de su hijo. hijo. Es importante tener presentes estas circunstancias a la hora de tratar un problemaa de este tipo y ayudar problem a yudar a cada familia familia a encontrar la manera man era más efi eficaz caz de solucionarlo con el mínimo esfuerzo. Es fácil aconsejar a los padres que dejen llorar al niño, que sólo serán unas noches. Sin embargo, la mayoría de las veces resulta muy difícil llevarlo a la práctica, sobre todo si los padres, como es lógico, lógi co, necesitan necesitan descansar después de una larga jornada de trabajo. Cualquier estrategia que el terapeuta conciba conjuntamente con los progenitores para que puedan solventar el problema con éxito debe ir acompañada de una actitud actitud tranquili tranquilizadora zadora hacia ellos y de su ayuda para p ara que consigan superar sus propios miedos en relación con la dificultad del niño. Resumiendo, he aquí los factores que suelen perpetuar el problema y que, por tanto, cabe evitar: no debe permitirse que el niño duerma fuera de su cama. También se desaconseja hablar del tema e intentar tranquilizar al hijo, convencerlo o incluso chantajearlo. No hay que intercambiar camas a voluntad del niño. Y es vano tratar de autoconvencerse de que tras unas noches en la cama paterna pa terna el niñ n iñoo volverá a dormir dormir en su habitación habitación de forma voluntaria. En estas situaciones, los padres tienen que mantenerse firmes en su deseo de que el niño duerma solo en su habitación y deben llevarlo a su cama sin hablar cada vez que se levante.
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CAPÍTULO 9 FIN DE CURSO
Miguel salió del colegio con un nudo en el estómago. Era final de curso y aquel día en clase el profesor había anunciado que unos cuantos alumnos tendrían que repetir. Miguel sabía que seguramente sería uno de ellos y no quería ni pensar en la bronca que le caería. Ya casi podía oír a su madre decir «Olvídate de la consola y de tus amigos», «Vas a estudiar en verano todo lo que no hiciste durante el curso», «Ya te entenderás con tu padre»... Esta última frase tenía siempre un efecto devastador en él porque, en contra de lo que pudiera parecer, significaba: «No serás capaz de hacérselo entender a tu padre»; y además, era como dejarlo solo ante el peligro. El hecho de que interviniera el padre confería una especial gravedad al asunto, ya que normalmente era la madre quien se encargaba de las cosas cotidianas. En cambio, cuando algo se ponía en conocimiento paterno, tenía que ser importante importante de verdad v erdad y, por p or lo general, genera l, muy muy malo.
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Mientras caminaba hacia su casa, Miguel se arrepintió de todas las tardes que había pasado mirando la tele, sin terminar los deberes, jugando con su ameboy o, sencillamente, aburriéndose sin hacer nada. Pero ya no había remedio. En aquel momento, sólo podía pensar en cómo evitar el enfado de su madre y el castigo que seguramente le impondría. Llegó a casa con dolor de cabeza y no pudo ni probar el bocadillo de Nocilla que su madre le había preparado. Se fue directamente a su habitación y se tumbó en la cama deseando dormir, pero sin conseguirlo. Al poco rato, oyó llegar a su hermana Marta, contenta como siempre, y contar en voz alta que había sacado un 8 en matemáticas. ¡Cómo la odiaba en ese momento! Oyó que su madre le decía: «No hables tan fuerte, que a tu hermano le duele la cabeza». Miguel se imaginó la escena, Marta abrazando a la madre con cara de «Soy la mejor» y ella sintiéndose orgullosa de su hija, que nunca la defraudaba. No es que Miguel no quisiera a su hermana. De hecho, él también estaba orgulloso de ella, pero en instantes así, la envidia no le dejaba sentir nada positivo positi vo hacia aquel a quella la «niñata repelente a quien quien todo le sale bien». A la hora de la cena, su madre insistió en que comiera algo a fin de que luego pudiera tomar algún calmante para su dolor de cabeza. Pero Miguel no se veía con ánimos de afrontar la charla familiar en torno a los resultados escolares aunque sabía que tarde o temprano tendría que hacerlo, decidió retrasarlo retrasa rlo al máximo. máximo. Pidió Pidió un vaso va so de leche y trató de dormir. Aquella noche tuvo un sueño bonito: vivía en una preciosa casa con un grupo de muchachos que, aunque eran sus hermanos, tenían todos aproximadamente su edad. Nadie les mandaba hacer nada y se pasaban el día bañándose en la pis p isci cina na y cazando cazan do lagartijas por el jardí jardín. n. Veía en el sueño sueño con toda claridad cómo, al salir los chicos de la piscina, las gotas de agua que caían de sus bañadores desaparecían solas, sin que nadie las secara. Había también una nevera llena de refrescos y alimentos, a la que los muchachos accedían en cualquier momento y, debajo de cada árbol, una consola con los últimos juegos o un ordenador conectado a Internet. Lo que más le gustaba de ese sueño era la sensación de libertad y bienestar que se respiraba respiraba en el ambiente ambiente y, aunque a unque sus sus padres pa dres no aparecían ap arecían físicamente físicamente en él, Miguel sabía que aprobaban esa forma de vivir y se sentían muy contentos al ver a sus hijos tan felices. Despertó en su cama de siempre y trató en vano de volver a dormirse para retomar el sueño. Pero la realidad se impuso y el despertador anunció como cada día la hora de levantarse. levanta rse. SSee dio la vuelta en la cama y se quedó quedó mirando la pared un buen rato, hasta que oyó los pasos de su madre acercándose a su habitación. —¿Cómo va ese dolor de cabeza? —preguntó—. ¿Has podido dormir? —Un poco —contestó Miguel, y no se atrevió a contarle el sueño que
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acababa de tener porque temía que le respondiera algo así como: «¡Estudiar es lo que tienes que hacer y no soñar tonterías!». Se levantó de mala gana y se metió en la ducha para seguir soñando, esta vez despierto. despierto. ¡Qué bonito sería sería poder vivir en una casa así a sí,, donde todos fueran felices, felic es, sin tener ten er que ir al a l colegio...! La voz de su madre lo sacó del ensim en simism ismamiento: amiento: —Miguel, ¿quieres darte prisa? Vas a llegar tarde. ¡Qué rabia le daba aquel tono a las ocho ocho de la mañana! mañan a! Salió de la ducha ducha de mal humor, humor, se vistió de cualquier cualquier manera man era y cogió su mochila mochila para p ara ir al colegio. —¿Adónde vas con esos pelos? —exclamó su madre al verlo aparecer—. ¿No tienes otra camiseta? Me paso el día lavando y planchando ropa para que tú vayas siempre con lo más viejo y arrugado que tienes. ¡Si hasta está rota! Toma, ponte pon te ésta, que por lo menos no tiene agujeros. —No quiero ponerme ésa —dijo Miguel elevando demasiado la voz—. ¿Me meto yo con lo que os ponéis vosotros? Pues, dejad que me vista a mi manera. —Nosotros no vamos hechos un desastre. —Será desde tu punto pun to de vista. —¿Cuándo me has visto a mí con una camiseta rota? —Yo no he dicho eso, pero hay muchas muchas maneras man eras de hacer ha cer el ridíc ridículo. ulo. —¿Me estás diciendo diciendo que hago hag o el ridículo? ridículo? —Tú sabrás, yo sólo digo que hay muchas maneras de hacerlo. Se fue dando un portazo, mientras su madre se quedaba pensando qué había ocurrido con aquel niño encantador que venía corriendo a sus brazos cada vez que se caía o se daba un pequeño golpe para p ara que lo consolara consolara con sus «superpoderes» capaces de aliviar cualquier dolor o malestar. Miguel llegó al colegio a última hora. Subió corriendo al primer piso, entró en clase y se sentó precipitadamente. Sólo en ese momento se dio cuenta de que no había hecho los deberes. ¿Qué podía hacer ahora? ¡Demasiado tarde! Justo en aquel a quel instante, instante, el profesor p rofesor anunció: —Vamos a corregir los deberes. Miguel, sal a la pizarra. —No he podido hacerlos —dijo Miguel—. Es que mi tía se puso enferma y mi madre y yo tuvimos que ir a su casa para que ella la acompañara al médico y yo cuidara cuidara de mis primos. Apenas había pronunciado la frase cuando ya se había arrepentido, pero ¡cómo le iba a decir que se había olvidado! Y menos aún que había pasado la tarde en la cama pensando en cómo iban a reaccionar sus padres ante sus malas notas. Seguro que el dolor de cabeza no «colaría». Así que, decididamente, lo mejor era inventarse una excusa que involucrara a la madre para que fuera más creíble. Pero elllamó pretexto tuvo el efecto de complicar aún más las ya que el profesor a susólo madre para concertar una entrevista encosas, cuanto la tía estuviera mejor, y su madre, sorprendida, le informó de la buena salud de toda
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la familia. Cuando Miguel llegó a casa aquella tarde, su madre estaba muy enfadada: «Ya sólo falta que te vuelvas mentiroso. ¿Por qué tienes que meterme en tus líos? Si hicieras hicieras lo que tienes tiene s que hacer no n o tendrías ten drías que mentir». Intentó disculparse de algún modo, pero no le salieron las palabras. Además, ¿qué iba a decir? Ahora se imaginaba ya qué pasaría el día en que sus padres pa dres tuvieran tuvieran la entrevista entrevista con el profesor. Aquella tarde no hubo consola ni ordenador. Miguel dio vueltas por la casa sin saber qué hacer, sabiendo que, hiciera lo que hiciera, su madre seguiría enfadada. A la hora de la cena, sólo su hermana estaba con ganas de hablar. ¡Qué suerte tenía ella de que todo le saliera bien! Miguel no quería ser como Marta, y menos en aquel momento, en que la encontraba aburrida, cursi y estúpida, pero sí le habría gustado sentirse aceptado y poder ser tan feliz como su hermana parecía. Él era la oveja negra a la que soportaban porque no había más remedio, remedio, pero ¿quién lo quería de verdad? ve rdad? Se sentía sen tía terriblemente terriblemente solo. Aquella noche se fue a dormir temprano y volvió a soñar, pero esta vez no fue un sueño bonito, sino una terrible pesadilla en la que se encontraba caminando por un bosque oscuro, en medio de una terrible tormenta. No podía refugiarse debajo de un árbol porque sabía que era peligroso, pero tampoco seguir caminando. De vez en cuando, un relámpago iluminaba el bosque y Miguel buscaba desesperadamente un refugio donde meterse. Finalmente, se acurrucó en un rincón y se quedó allí, encogido, protegiéndose la cara con las manos y temiendo que un un rayo ra yo lo parti pa rtiera era por p or la mitad. mitad. Se despertó sobresaltado y ya no pudo volver a dormirse. Sentía una extraña mezcla de miedo, rabia y desesperación, y era incapaz de quitarse de la cabezaa la intensa sensación, cabez sensación, que había vivid v ividoo en el sueño, sueño, de estar atrapado atrap ado en una fuerte fuerte tormenta. Se levantó como de costumbre y se fue al colegio casi sin hablar. Su madre pensó: «¡Qué raro está este chico!», pero tampoco se atrevió a decir nada, aunque empezó a darle vueltas buscando la razón y, claro, imaginándose lo peor: «Seguro que anda metido en algún lío. Esos amigos que tiene no me gustan gust an nada. na da. Vete a saber qué hacen cuan cuando do salen por po r ahí. Sólo Sólo piensa en estar en la calle. Es muy inocente y se deja llevar por cualquiera», etcétera. Estas cosas pensaba mientras tomaba su café con leche delante de la televisión. Justamente, daban un programa donde profesionales de la psicología, psic ología, la enseñanza y el period p eriodis ismo mo hablaban con algunos padres p adres sobre los los problemas de los adolescentes. Subió el volumen y escuchó con atención. ¡Ojalá no lo hubiera hecho! ¡Qué no le podía ocurrir a un chico al que no le interesaban losseestudios, se volvía huraño de Eso repente, hablar en casa y que rodeabaque de malas compañías...! podíaque serno el quería inicio de una serie de problemas de difícil solución, que llevaban al fracaso, al consumo de
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hachís y alcohol, a la delincuenci delincuencia... a... No pudo terminar el desayuno. Entró como loca en la habitación de Miguel a buscar algún indicio que delatara lo que podía estar pasando. Registró cajones y papeles sin encontrar nada y se sintió aliviada por un momento. Ya no importaba el desorden de la habitación, ni la ropa tirada por el suelo; al menos nada había que hici hiciera era sospechar que estaba yendo yen do por mal camino. camino. Recogió la ropa sucia con un suspiro de alivio. De pronto, notó algo en el bolsillo del pantalón que estaba a punto de meter en la lavadora: ¡un encendedor! ¿Para qué llevaba Miguel un encendedor en el bolsillo? ¿Habría empezado a fumar? O peor aún, a ún, ¿estarí ¿estaríaa fumando porros? p orros? Metió Metió la mano hasta el fondo del bolsillo y... ¡allí estaba! Un pequeño trozo de hachís envuelto en papel pap el de de plata. Se sentó sobre la cama y se quedó allí sin saber qué hacer. Las preguntas se agolparon en su cabeza: ¿Por qué?, ¿Qué habían hecho mal?, ¿Qué necesidad tenía su hijo de fumar porros?, ¿Acaso no era feliz?, ¿Cómo es que no se habían dado cuenta antes?, ¿Cuánto tiempo llevaba haciéndolo?, ¿Habría probado otras cosas?, cosas?, ¿De dónde dón de sacaba el dinero para p ara compra comprarr hachís?... hachís?... Cuando Miguel llegó a casa, encontró a su madre fuera de sí. —¿Qué es esto? —le preguntó, mostrándole el encendedor y el pequeño envoltorioo de papel envoltori pap el de de plata. —Un encendedor —respondió Miguel un poco turbado. —Ya lo sé —dijo su madre, tratando de no levantar mucho la voz—. ¡No te hagas el tonto! ¿Qué hacía esto en tu bolsillo? —No me hago el tonto. Me has preguntado qué es y te he contestado. Además,, no es mío. Y no tienes Además tien es por p or qué registrarme reg istrarme los bolsillos. bolsillos. —Yo no te registro nada. Te iba a lavar el pantalón y he sacado lo que tenías en los bolsillos, simplemente. Y aún no me has contestado qué hacía eso allí. —Nada, no hacía nada, ya te he dicho que no es mío. Es de Javi, que me lo dio dio para pa ra que se lo lo guardara. —Ya. Ahora te dedicas a guardar los porros de tus amigos. Miguel no replicó y su madre tampoco insistió más porque ninguno de los dos sabía qué decir en aquel momento. La madre pensaba en las recomendaciones que había oído por la mañana en la televisión: dedicar tiempo a los hijos y hablar con ellos. ¡Cómo si eso fuera tan fácil! ¿Cómo se puede hablar con alguien que no quiere contarte nada? Tanto ella como su marido habían sido padres dedicados a sus hijos, habían intentado educarles en valores éticos y transmitirles todo su cariño, habían tratado por igual al niño y a la niña, pero los dos habían habían respondido de manera diferente. diferente. Mientras la niña se pasaba día estudiando, sólo en salir sus no amigos chatear porel Internet. Pero enMiguel el fondo erapensaba buen chico y sucon madre podíao entender por qué, siendo más inteligente que su hermana para la mayoría de
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cosas, no comprendía que su actitud le estaba perjudicando. Además, no podía hablar de eso con su marido, pues él creía que el chico necesitaba «mano dura». Y aunque estaban de acuerdo en algunas cosas, discrepaban a este respecto. De hecho, en los últimos meses Miguel y su padre ya habían protagonizado algunas escenas muy agresivas, de consecuencias muyy negativas mu nega tivas para todos. todos. Miguel, por su parte, no entendía por qué se tenía que pasar la vida memorizando cosas que no le interesaban en absoluto, aprendiendo a resolver ecuaciones que nunca pensaba utilizar y estudiando libros que para él carecían del más mínimo interés. ¿Por qué era tan importante sacarse la ESO (Enseñanza Secundaria Obligatoria)? Sus padres repetían constantemente: «Tuve que empezar a trabajar a los catorce años»... ¡Qué envidia le daba! ¡Cómo le gustaría poder trabajar! Se imaginaba a sí mismo a veces en la cocina de un gran restaurante, al principio fregando platos, eso sí, pero no le importaba, pues tendría la oportunidad de aprender a preparar comidas exquisitas, que harían felices a muchas personas. Le encantaba el trabajo de cocinero, buscar nuevos sabores, notar cómo una pequeña cantidad de algunas especias modificaba completamente la textura y el gusto. ¿Para qué necesitaba aprender lo que enseñan en la ESO? Sus padres aseguraban que sin ese certificado nadie le daría trabajo y eso le preocupaba mucho, pero cuanto más preocupado estaba, menos se podía concentrar en los estudios. Por otra parte, sabía perfectamente que la ilusión de sus padres era que él estudiara una carrera universitaria y, aunque siempre habían afirmado que sus hijos podían elegir con libertad pareja y profesión, estaba seguro de que se sentirían defraudados si su elección no coincidía con sus expectativas. Así se estaba debatiendo Miguel entre el «quiero» y el «tengo que», cuando su padre llegó a casa aquella tarde. No quería salir de su habitación porque allí se sentía más protegido, así que abrió el libro de Sociales y fingió estudiar. Al poco rato, oyó a sus padres discutir en la cocina y pensó que, como siempre, él tenía la culpa. Se sentía muy desgraciado y solo. ¿Cómo podían decir los mayores que aquélla era la mejor época de la vida? Todo lo que le gustaba a sus padres les parecía peligroso y lo que ellos le proponían no tenía el más mínimo interés para él. No quería ni pensar en lo que ocurriría al día siguiente, cuan cu ando do sus padres hablaran con el profesor. La cena transcurrió en silencio. Seguramente, sus padres no se habían puesto de acuerdo en lo que tenían que hacer o estaban tan enfadados que no querían ni hablar, o quizás habían decidido esperar al día siguiente, para disponer así de la información del colegio. Su hermana los miraba con cara de no haber roto un plato en su vida y Miguel trató de comer algo para no complicar más aunque había generado genera dolas el cosas, malestar malestar de sussepadres pasentía dres.. bastante mal por darse cuenta de que Todos se fueron fueron a dormir dormir pronto aquel a quella la noch n oche, e, pero nadie na die descansó descansó bien. A
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la mañana siguiente, Miguel puso especial cuidado en elegir la ropa para que su madre no volviera a decirle que iba hecho un desastre y se dispuso a afrontar el día de la mejor forma posible. La mañana se le hizo interminable y no podía concentrarse en nada de lo que los profesores explicaban. Sólo pensaba en lo enfadados que estarían sus padres tras hablar con su tutor y en la reprimenda que se le vendría encima. Se sentía igual que en la pesadilla que había tenido un par de días atrás: en medio de una tormenta, atrapado atrap ado y sin salida. salida. Cuando terminaron las clases, Miguel salió cabizbajo. Pasó deprisa por delante de la sala donde sus padres habían tenido la entrevista con el profesor y llegó a la calle. No le importó que estuviera lloviendo. ¡Mejor! Un poco de agua le sentaría bien. Pero no le dio tiempo de mojarse mucho porque en la primeraa esquina primer esquina sus padres pa dres lo lo estaban esperando esperan do en el coche. coche. «¡Sube!», dijo su madre bajando la ventanilla. Miguel subió al coche y saludó con un «¡Hola!». Nadie habló hasta llegar a casa, pero la tensión se notaba en el ambiente. La madre, con con el pretex p retexto to de no tener ganas gan as de cocina cocinar, r, propuso comer algo en la cafetería de la esquina. Pero en realidad lo hizo por temor a que se produjera otra escena violenta entre Miguel y su padre. Todos aceptaron la propuest prop uestaa y buscaron, buscaron, sin decir decir nada, na da, un rincón apa a partado, rtado, fuera fuera de las miradas de la gente. Nadie se molestó mucho en elegir el menú, pero todos miraban el plato como si les interesara mucho su contenido. Fue la madre quien empezó a hablar, pensando que allí sería más difícil que Miguel y su padre discutieran violentamente. —¿No nos preguntas p reguntas cómo ha ido la entrevista? entrevista? —Ya me lo imagino —dijo Miguel sin levantar los ojos del plato. —¿Qué te imaginas? —intervino el padre—. ¿Que te estás jugando tu futuro? Tu madre y yo nos estamos sacrificando para que tengáis unos estudios el día de mañana y podáis hacer algo en la vida y tú te permites el lujo de suspender nada menos que siete. Lo peor es que no suspendes por tonto, sino por vago. Miguel se sentía culpable y no sabía qué decir. Lo único que se le ocurría era lo de siempre siempre:: —No me gusta estudiar. —No te pedimos que estudies una carrera, pero al menos tienes que sacarte la ESO porque la vas a necesitar para todo. Hasta para hacer de barrendero te la piden. ¡Cuántas veces había oído aquella frase! Pero, en vez de animarlo, siempre se quedaba más desconcertado. No que quería pasar trabajando otros dos años su vida bajo aquellaaún tortura. Conocía a chicos estaban y nodeparecían tan descontentos. Quería trabajar y estaba seguro de poder ganarse la vida sin
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la ESO. El problema era que aún no tenía dieciséis años, la edad mínima para que alguien lo contratara. En cualquier caso, sólo le faltaban unos meses y —lo acabó de decidir y lo pronunció en voz alta— ¡no quería volver al instituto! Sus padres se miraron asustados. El profesor les había dicho que sin la ESO tendría muy pocas oportunidades de trabajar en algo que no fuera de peón, haciendo haci endo muchas muchas horas y mal paga p agadas, das, pero... ¿Qué podían p odían hacer? —No te creas que te vas a quedar en casa viendo la tele —advirtió el padre —. Ya te hemos dado la oportunidad. Si no la quieres aprovechar, tendrás que ponerte a trabajar en cuanto cumplas los dieciséis. —De acuerdo —contestó Miguel—. Espero que no os volváis atrás. El primer trabajo trabajo que encontró en contró fue en un supermercado, supermercado, reponiendo repon iendo género en las estanterías. No se puede decir que le gustara, pero cualquier cosa le parecía mejor que el instituto. Allí al menos encontraba un sentido a lo que hacía, no tenía que memorizar cosas abstractas y tenía una compensación económica que, aunque no fuera muy grande, le permitía satisfacer algún capricho sin tener que recurrir a sus padres. Lo único que le entristecía era la decepción que veía reflejada en los rostros de sus progenitores cada vez que surgía el tema del trabajo. Llevaba poco más de un mes trabajando cuando entró un chico nuevo en el almacén. Era un muchacho alegre y despreocupado y Miguel no tardó en hacerse amigo suyo. Se llamaba Javier y, desde el primer día, parecía que había venido a encargarse de las tareas más pesadas. Miguel intentaba ayudarlo comoo podía com p odía porque no n o consideraba consideraba justo justo que, por ser nuevo, n uevo, tuvi tuviera era que cargar carga r siempre con el peor trabajo, pero el chico nunca protestaba. Siempre decía: «¡No te preocupes! ¡Si no me importa!». Javier era un poco mayor que Miguel y, aunque no solía hablar de su familia, famil ia, un día le confesó que su padre le había puest p uestoo a trabajar all a llíí pensando pensa ndo que al ver lo duro que era un trabajo poco cualificado se decidiría por fin a tomarse en serio los estudios. Pero este experimento no estaba funcionando como el padre esperaba, ya que Javier estaba encantado con el trabajo y no pensaba pen saba de ninguna manera volver v olver al instit instituto. uto. Transcurrido el periodo de prueba, a Miguel le ofrecieron renovarle el contrato y lo aceptó encantado, pero Javier fue despedido sin más explicaciones al finalizarse el suyo. Miguel estaba muy preocupado por él. —¿Qué vas a hacer ahora? —le preguntó. —No te preocupes, preocupes, ya en encontraré contraré algo. —Llámame si necesitas alguna cosa. —Gracias, —Graci as, te llamaré de todas maneras. Pero lo cierto es que, aunque al principio se llamaron con frecuencia, poco a poco se fueron hasta pues perder el contacto por completo. dejó de trabajar en distanciando el supermercado, encontró un empleo en un Miguel restaurante como ayudante de cocina y se sentía feliz, aunque el trabajo era duro. Un día
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recibió una llamada de Javier. Su padre quería montar una empresa de informática y le gustaría saber si podían contar con él. —Yo no sé de informática más que las cuatro cosas necesarias para escribir un texto o conectarme conectarme a Internet —declaró —declaró Miguel en en la entrevista con el padre pa dre de Javier. —No importa —respondió éste—. No estoy buscando a licenciados, sino a alguien como tú: honesto, responsable, inteligente, trabajador y buena persona. Todo lo demás podrás aprenderlo a medida que lo necesites. Miguel se mostró agradecido. Todo lo que estaba oyendo significaba mucho para él, y aun así estaba indeciso de si debía aceptar o no, ya que le gustaba mucho el oficio de cocinero. El padre de Javier le ayudó a despejar sus dudas al ofrecerle un sueldo que sobrepasaba el doble de lo que estaba ganando en ese momento. —Puedes probar un tiempo —le dijo—, y si luego te sigue interesando la cocina, estarás en condiciones de abrir tu propio restaurante. Y así fue como Miguel, al cabo de unos años, pudo comprar un bonito local a fin de montar allí su restaurante. Cuando Javier le preguntó: «¿Has pensado ya en el nombre?», Miguel respondió respon dió de inmediato: «Hace tiempo que lo sé: ¡SINESO!». *** Se considera que hoy en día en nuestro país algo más del 25% de alumnos no consigue el certificado de graduación de la ESO, lo que constituye una de las mayores fuentes de conflicto entre padres e hijos. «Es lo mínimo que le pedimos —suelen decir los padres—. Si no quiere estudiar, no le obligamos, pero al menos la ESO se la tiene que sacar, porque se necesita necesi ta para p ara todo.» En principio, parece lógico que, cuanto más preparada esté una persona, más conocimientos teóricos haya adquirido y mejor haya aprovechado sus años de escolaridad, más éxito profesional obtendrá, pero en realidad los estudios no lo son todo. Y si bien es cierto que, por lo general, las personas físicamente atractivas, simpáticas, agradables y adineradas tienen más oportunidades en la vida que las que no reúnen estas características, lo importante no es lo que poseen, sino lo que hacen de ello. Si una persona tremendamente rica decide no gastar ni un euro, no le servirá en absoluto tener dinero, ya que vivirá como si fuera pobre. Lo mismo vale para todo lo demás. insiste desesperadamente en que unveces chico sólo que se no provoca quiere estudiar sigaCuando con su seformación escolar, la mayoría de las que se posicione todavía más en su negativa. Y así comenzará un forcejeo entre él y
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sus padres, que irá aumentando en intensidad hasta que se convierta en el problemaa de verdad. problem Con esta actitud no sólo no se consigue el objetivo, sino que, además, al oven se le transmite sin querer la idea de que su vida sin la ESO será un fracaso. Si llega a creerse esta afirmación, empezará a comportarse como alguien algui en que ya no espera esp era conseguir nada, cumpliendo cumpliendo así «la «la profec p rofecía ía paterna». pa terna». Y si no se la llega a creer, sus padres perderán credibilidad a sus ojos. En cualquier caso, no se habrá conseguido nada más que empeorar la situación. Por otra parte, cualquier vida puede ser un tormento, por más títulos universitarios que uno haya obtenido. Desde mi punto de vista, el esfuerzo debería centrarse más en la formación de valores éticos que en titulaciones académicas. Lo importante es que los chicos adquieran la capacidad de pensar, de ser creativos, responsables y respetuosos con los demás. Si un muchacho quiere ejercer una profesión para la que se requiera una titulación, no hará falta insistirle a fin de que estudie, ya que sabrá que es un requisito indispensable para llegar a su objetivo. Pero si un chico no persigue tal fin, por más que se le intente convencer, no estará dispuesto a hacer el más mínimo esfuerzo. En resumidas cuentas, en estos casos hay que evitar las siguientes conductas contraproducentes: contraproduc entes: no si sirve rve en absoluto absoluto sermonear o intentar conseguir que el niño esté motivado y le guste estudiar. No hay que pintarle un futuro frustrante y culpabilizarlo haciéndole sentir que no será un hombre o una mujer de bien. Es especialmente perjudicial ayudarlo a hacer los deberes, pues de esta forma se impide que asuma el hábito de estudiar como una responsabilidad propia. Lo mismo vale en el caso de convertirse en «la policía de los deberes», exigiendo que el niño invierta todo su tiempo libre en los estudios y sin permitir que disfrute disfru te de actividades lúdicas. En cambio, para afrontar este problema tan recurrente de una forma positiva, resulta muy eficaz determinar un tiempo mínimo concreto que dedicar a los estudios, es decir, reducir el tiempo para mejorar el rendimiento. Eso permitirá al niño hacer otras otra s cosas que le gusten y así no n o verá los estudios como como algo odioso que le impide divertirse. Los padres deben respetar el ritmo y los tiempos de aprendizaje individuales de cada niño y procurar que sienta los estudios como algo suyo propio. Muchos chicos tienen muy claro qué quieren hacer y posiblemente no les apetece emprender una carrera universitaria. Insistir en que acaben íntegramente la formación reglada sólo provoca que experimenten un fracaso tras otro y acaben convencidos de que no sirven para nada. Hay que figurarse que uno puede llegar a ser médico o abogado, pero sentirse muy infeliz, o, en cambio, dependiente o mecánico llevarque una placentera. La felicidad hacerse no depende de la profesión, sino dey saber unovida ha podido elegirla en libertad.
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CAPÍTULO 10 MENTIRAS
Cuando sonó el timbre que anunciaba el final de la clase, Laura salió corriendo hacia el patio del instituto. Los de tercero B seguramente habrían salido ya y Ramón estaría allí esperando a sus amigos. Faltaban dos meses para acabar el curso y Laura no quería irse de vacaciones sin que Ramón se hubiera fijado en ella. Bajó de dos en dos los peldaños de la escalera hasta llegar al patio y, una vez allí, se detuvo de golpe. Ramón, acompañado de otros tres muchachos, hablaba animadamente. Laura fingió buscar algo en su mochila, pero en realidad deseaba coincidir con él, si los pesados de sus amigos se iban de una vez. No tuvo suerte ese día, así que, después de esperar un tiempo prudencial, decidió marcharse. No sin antes pasar por delante del grupito de muchachos y decir «Hasta mañana», en un tono que le pareció excesivamente alto, pero que
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hizo al menos que los muchachos la miraran. Sólo Ramón contestó «Hasta mañana», de forma distraída, pero a Laura se le antojó el saludo más maravilloso mara villoso del mundo. mundo. Llegó a casa un poco más excitada que de costumbre. Su madre, que creía conocerla bien, preguntó por el motivo de su retraso y no quedó satisfecha cuando su hija le contestó simplemente: «Me he entretenido un poco a la salida», así que siguió preguntando: «¿Con quién? ¿Dónde? ¿Todo el tiempo allí? ¿Quién más estaba? ¿No había ningún chico?...». Laura eludió como pudo el interrogatorio, teniendo especial cuidado en no menciona menci onarr a Ramón, Ra món, ya que sabía sabía que a su madre madre no le caía caía muy bien, pues en alguna ocasión había comentado que parecía un engreído. La madre notó que su hija le ocultaba algo, pero cuanto más insistía con sus preguntas, más se cerraba la niña, por lo que decidió investigar por su cuenta. Al día siguiente, mientras Laura estaba en el instituto, su madre inició una búsqueda a fondo en la habitación de su hija y descubrió su pequeño secreto en los papeles que Laura había escrito, pero nunca entregado a su destinatario. Casi todos empezaban de la misma manera: «Mi querido Ramón...». Lo que seguía no dejaba lugar a dudas: definitivamente, su hija estaba enamorada de aquel muchacho feo, larguirucho y con cara de tonto. No podía entender que una chica guapa e inteligente como Laura se sintiera atraída por alguien así. Tenía que tratar de impedirlo por todos los medios a su alcance. En cualquier caso, no podía hablar con su hija de su descubrimiento, ya que eso habría equivalido a confesar que había estado rebuscando entre sus papeles, algo que con toda seguridad no gustaría en absoluto a su hija. Lo únicoo que podía hacer era «investigar» por su cuenta únic cuenta e interrogar a Laura hasta que confesara su admiración por el muchacho. De esta manera, intentaría hacerla razonar y convencerla de que aquel chico no le convenía en absoluto. Y así fue como la madre de Laura se convirtió en «detective» y empezó a agobiar a su hija con un montón de preguntas, a las que ésta contestaba primero con evasivas y luego, cuando no tenía más remedio, con mentiras, que para pa ra ella estaban más que que justifi justificadas cadas a fin de evitar el enfado enfa do materno. Poco a poco, se fue creando un círculo vicioso en que la madre intentaba controlar control ar progresi p rogresivamente vamente a Laura y ella mentía cada vez más y mejor. mejor. Lo peor fue que también su carácter iba cambiando. Contestaba mal, sobre todo a su madre, su rendimiento escolar bajó y con frecuencia se la veía preocupada. Naturalmente, sus padres también lo estaban, pero todos los intentos que que hacían hacían para pa ra averigu a veriguar ar lo que estaba estaba pasan p asando do no lograban más que aumentar el agobio de su hija. Contestaba a todas sus preguntas con un «Dejadme en paz», p az», lo cual incrementaba incrementaba el malestar malestar paterno. p aterno. Éstos É stos redoblaron redoblaron su esfuerzo, aumentando el agobio de padres, la hija, que su vez respondía de una manera que hizo crecer elasí malestar de los y asíasucesivamente.
Hacía ya casi un año desde que habían empezado aquellas pequeñas 106
mentiras, que se iban agrandando cada vez más. Laura se sentía agobiada y perseguida por su propia familia, sobre todo por su madre, que no desaprovechaba ninguna oportunidad para registrar sus cosas, llamar a sus amigas para sonsacarles y confrontar luego a su hija con las informaciones obtenidas a sus espaldas. Laura, por su parte, se había «especializado» en ocultar pruebas, al punto de que muchas veces no le importaba tanto esconder ciertas informaciones, que eran completamente intrascendentes, como el hecho de sentirse victoriosa al ocultar las cosas de tal manera que nadie fuera capaz de descubrirlas. Era tal la satisfacción que con este juego experimentaba, que en ocasiones llegaba a dejar pistas falsas por el puro placer de ver a su madre descompuesta intentando descubrir una nueva mentira de su hija y poder luego demostrar que la que se estaba equivocando era la madre. No tardaron en llegar los insultos, según la madre justificados: «A ver si reacciona de una vez». Sin justificación alguna, desde el punto de vista de la hija. Conforme la relación entre Laura y sus padres se iba complicando, Ramón se volvía cada vez más presente en la vida de la chica. Primero fueron encuentros «casuales» al final de la clase, luego salidas en grupo y más tarde pequeñas citas antes o después de clase, que tenían el atractivo añadido de la clandestinidad. Naturalmente, los padres de Laura sospechaban que su hija y Ramón se veían a escondidas, pero éste ya no constituía el punto conflictivo. Ahora el problema era el mal ambiente que reinaba en casa, la falta de confianza y la sensación de engaño permanente, que provocaba que la relación entre ellos se volviera cada vez más difícil. difícil. Laura se sentía muy mal. Sus resultados escolares empeoraron de manera significativa y perdió el apetito. Sus padres, cada vez más asustados, decidieron castigarla prohibiéndole salir los fines de semana hasta que su rendimiento escolar volviera a ser el adecuado. Con esta nueva medida querían conseguir que su hija estudiara más tiempo durante la semana a fin de poder salir los sábados y domingos con sus amigas y de paso ver a Ramón. Pero eso no sucedió. Laura se lo tomó con total tranquilidad y decidió que no le importaba no salir más que para acudir al colegio. Sus padres se quedaron sorprendidos al ver que no manifestaba ningún deseo de llamar a sus amigas y que era capaz de pasar todo el fin de semana encerrada en su habitación o viendo la televisión sin pretender salir a divertirse. Curiosamente, no se la veía especialmente enfadada, y sus padres pensaron que por fin «había «había en entrado trado en razón». Estaba a punto de terminarse el último trimestre del curso cuando los padres recibieron una carta del colegio citándoles para una entrevista con el tutor de Laura. Ese hecho no revestía nada de extraño, ya que cada año solían reunirse
al menos un par de veces durante el curso. De hecho, había sido con ocasión de 107
la primera entrevista que habían mantenido con él durante aquel curso cuando decidi dec idieron eron no n o dejar salir a Laura los fines de seman semanaa para p ara que aprovechara más el tiempo, ya que el tutor les había informado de su escaso interés por los estudios y el evidente descenso en el rendimiento. El día de la entrevista, los padres de Laura se preguntaban si su decisión habría resuelto por fin el problema o si sólo habían conseguido que estuviera más tiempo en casa, pero sin responsabilizarse de su trabajo escolar. El tutor no anduvo an duvo con con rodeos: —Tengo malas noticias. Laura tendrá que repetir curso. Ya saben que ha faltado a muchas clases y que no ha hecho ninguna de las evaluaciones finales. Aquello era una novedad. ¿Cómo que había faltado a muchas clases? ¿Cómo que no había hecho ninguna de las evaluaciones finales? ¿En qué había empleado el tiempo en que supuestamente estaba en clase? Laura, que se hallaba presente en la conversación, no levantaba la vista del suelo. Sólo cuando su padre le preguntó directamente: «¿Qué tienes que decir?», respondió tímidamente: —¿Qué queríais que hiciera? No me dejabais salir, no podía ver a Ramón más que a las horas de clase... ¡No podía hacer otra cosa! —¿Cómo que no podías hacer otra cosa? Lo que tienes que hacer es estudiar. Si no hubieras suspendido nada, no te habríamos prohibido salir —dijo el padre. —Bueno —respondió Laura, sin levantar la vista del suelo—, vosotros utilizáis el poder para prohibir y yo me tengo que defender como puedo. —Tus padres sólo quieren lo mejor para ti —intervino el tutor. —Vale, pues, p ues, que me dejen decidir decidir a mí qué es lo mejor —respondió —respon dió ella. —Tú todavía no sabes lo que es bueno para ti —intervino la madre—. Cuan Cu ando do seas mayor, lo entenderás. —Estoy harta de oír eso. Y así continuaron durante un buen rato: los padres pensando que deberían haberla controlado más y haber sido más duros con ella y Laura defendiendo su autonomía auton omía y su derecho a decidir lo lo que quería hacer ha cer con su vida. Aquella noche los padres discutieron por un tiempo y se acusaron mutuamente de la situación. La madre opinaba que su marido no se ocupaba en absoluto de su hija y el padre, que su mujer discutía demasiado con la chica por cosas sin importancia, a la vez que no sabía hacerse respetar. respetar. Los días siguientes fueron un infierno para todos. Cuanto más intentaron controlarla los padres, más se rebeló Laura. Y sus mentiras resultaron tan creíbles que muchas veces ella misma dudaba de si era cierto o no lo que estaba contando. Finalmente, los padres decidieron consultar con un profesional para que los orientara sobre la mejor manera de tratar a su hija. Tal como veían las cosas,
«pasaba de ellos» y, en cambio, se dejaba aconsejar por personas que «la 108
llevaban llevaban por el mal camino». El profesional aceptó su punto de vista, pero no veía muy claro que su hija «pasara de ellos». ¿Qué sentido tendría mentir si realmente no le importaba la opinión de sus padres? Les dijo también que entendía su preocupación y sus maneras de tratar de ayudar a Laura, pues cualquier padre responsable habría intentado lo mismo. De hecho, debería haber funcionado, pero puesto que no era el caso, habría que probar algo diferente: dejar de hacer todo aquello que habían hecho sin que diera resultado. Habrían de comprometerse a asumir su papel de padres y no el de detectives y a acordar con su hija una serie de derechos y deberes de todos los miembros de la familia, así como las consecuencias en caso de in incum cumplirlos. plirlos. A partir de aquel momento, tendrían que acabarse los razonamientos, los interrogatorios, las concesiones no pactadas y los intentos de culpabilización. Los padres deberían estar muy atentos a los cambios positivos, por pequeños que fueran, para poder mostrar su satisfacción. Además, no convenía que hablaran ni entre ellos ni con su hija de las conductas problemáticas, ya que éstas se habían convertido prácticamente en el único tema de conversación. No salieron muy satisfechos de la entrevista. Les parecía que un problema de tal envergadura no podía tener una solución tan sencilla. No obstante, su desesperación era tan grande que se lo plantearon como un experimento y decidieron probarlo. Cuando llegaron a casa, Laura estaba sentada frente al ordenador, probablemente chateando. Ambos padres se miraron sin decir nada como apoyándose ap oyándose mutuamente mutuamente a no n o intervenir con el acostumbr acostumbrado ado «¿No tienes nada na da que estudiar?». Puesto que aquellos días la comunicación no había sido muy fluida, Laura no se atrevió a preguntarles de dónde venían y ellos tampoco le dijeron nada. Si pretendían recuperar su autoridad quizá fuera mejor no dar a su hija la oportunidad op ortunidad de decirles: «Eso es cosa del psicólogo». A la hora de la cena, había un clima diferente en la casa. Laura se dio cuenta de que sus padres estaban más contentos y hablaban de cosas que no tenían nada que ver con ella. Por primera vez en mucho tiempo no se sentía observada. Dejó parte de la cena, más que por falta de hambre para ver la reacción reacc ión de sus padres, pero parecí pa recíaa que no n o se daban ni cuenta. cuenta. Su sorpresa fue aún mayor cuando al día siguiente su madre le propuso ir de compras. Necesitaba un abrigo y quería que Laura la ayudara a elegir uno, ya que tenía tenía muy buen gusto gusto para pa ra la ropa. rop a. Definitivamente, algo estaba pasando. Hacía mucho tiempo que sus padres no habían alabado ya ninguna cualidad de su hija y no habían contado con ella más que para preguntarle qué hacía, dónde había estado y con quién, o bien para reprocharle todo lo que hacía mal desde su punto de vista. Por eso el
«Tú tienes muy buen gusto para la ropa» de su madre le hizo sentir que poseía 109
al menos alguna capacidad a los ojos paternos. No obstante, Laura no bajaría la guardia, por si fuera sólo una nueva estrategia para proseguir con sus interrogatorios. Pasaron una tarde bastante tranquila. La madre hizo incluso algunas confidencias a su hija acerca de ciertos problemas que últimamente había tenido en el trabajo y no formuló ningún comentario ni pregunta que hiciera sentirr a Laura que se estaba senti estaba entrometiendo entrometiendo en su vida. Cuando dos semanas más tarde los padres volvieron a ver al psicólogo, ambos reconocieron que la situación había mejorado mucho. No controlaban tanto a su hija y ella se mostraba bastante más tranquila e incluso más habladora. Sabían que salía con Ramón, pero no le hacían preguntas y así ella no tenía que mentir. mentir. Después de todo, se se habían dado da do cuenta cuenta de que no n o ppodían odían evitar que fueran novios si ellos querían serlo y confiaban en que su hija supiera supiera elegir bien bien a las personas que le convenían. convenían . En cualquier caso, como habían disminuido las peleas y no se pasaban el día hablando del mismo tema, se sentían también más relajados. *** Que el mal comportamiento de los adolescentes se debe a la influencia de malas compañías es una creencia bastante generalizada. Pero hay que tener presente que tendemos a relacionarnos con aquellas personas cuya forma de pensar y actuar nos resulta atractiva, de modo que, si el chico o la chica ha elegido determinados amigos y no otros, muchas veces es porque se siente afín a ellos o admira alguna característica particular que tienen. La comprensible preocupación de los padres cuando ven que su hijo, que poco tiempo atrás se dormía aún confiado a su lado y consultaba hasta las cosas más insignificantes, ha pasado a ser un muchacho provocador y contestatario hace que redoblen sus intentos de control. Y eso, a su vez, provoca que el chico se sienta presionado y trate de alejarse cada vez más de ellos. Al mismo tiempo, se sentirá más cercano a sus amigos, muchos de los cuales tienen o han tenido problemas similares, y que le demuestran toda su comprensión y apoyo. Los padres se sienten impotentes, y la ira y la frustración se apoderan de ellos y del adolescente. En muchas ocasiones, la escuela también toma su parte en esta dinámica y trata de presionar a los progenitores para que a su vez presionen al hijo, con lo cual aumenta su sensación de fracaso. La relación entre estos adolescentes y sus padres suele deteriorarse rápidamente y la comunicación entre ellos limitarse a una serie de acusaciones
mutuas, que no hacen sino aumentar el malestar de las dos partes. 110
Someter al chico a un interrogatorio cotidiano suele tener el efecto de que el adolescente oculta con mentiras aquella información que, según cree, puede resultar inaceptable para sus padres. Pero cuanto más intenten éstos descubrirla, mejor aprenderá el adolescente a ocultarla. Es importante resaltar que, si los padres intentan restablecer su autoridad implementando medidas severas de control, posiblemente presentan al adolescente un nuevo aliciente que lo estimule a saltarse los límites. En estos casos, hay que evitar a toda costa la ruptura del adolescente con su familia. Para ello es imprescindible extender el diálogo a temas más allá de la conducta problemática, poner mucha atención en los aspectos positivos del adolescente y restablecer la relación lo antes posible. Resumiendo, cabe señalar que en estos casos debería evitarse ejercer un control excesivo sobre el adolescente. Asimismo, los padres han de desistir de interrogarlo para conocer hasta los más mínimos detalles de su vida, registrar sus cosas de forma sistemática e invadir su intimidad, así como hacer averiguaciones a sus espaldas. Tampoco hay que hablar sólo de lo que no funciona y de los enfrentamientos, ni prohibir al adolescente que salga con determinados amigos. Se desaconseja encarecidamente sermonearlo, amenazarlo, culpabilizarlo o privarlo de las cosas que le gustan (el móvil, el ordenador, etcétera). etcétera). Para resolver este tipo de problemas con los adolescentes es prioritario restablecer cuanto antes una buena relación con ellos, que permita instaurar de nuevo un diálogo en que el adolescente no se sienta ni acusado ni incomprendido. De esta forma, se creará un ambiente en que el hijo se sepa partícipe de los acuerdos familiares y pueda comprometerse a cumplirlos. Para esto, resulta útil que los padres sepan identificar y valorar los aspectos positivos de su hijo.
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CONSIDERACIONES IONES FINALES CONSIDERAC
Por lo general, los adultos nos dejamos llevar por lo que llamamos «sentido común». Si bien suele funcionar en la mayoría de las relaciones interpersonales entre adultos, la inherente tendencia natural hacia el sermón y la explicación racional no suele ser compatible con los niños y los adolescentes. Ellos están preparados para se sentir ntir emociones mucho antes que para comprender razonamientos. Por ello no tiene ningún sentido intentar hacer razonar a un niño muy muy pequeñ p equeño. o. En cambio, es muy útil enseñarle a gestionar sus emociones de manera adecuada. Es decir, toda intervención debe dirigirse al comportamiento y no a las emociones que lo provocan. Cuando un niño «decora» la pared con sus dibujos, la madre probablemente se enfada; entonces puede decir algo así como: «No quiero que dibujes en las paredes pa redes.. Aquí Aquí ttienes ienes papel pap el para pintar». p intar». No sería adecuado decir al niño que es malo o que tenemos que pasarnos el día limpiando lo que él ensucia, o hacer otros comentarios de ese estilo. Una cosa es enseñar al niño lo que queremos que haga o deje de hacer y otra, darle la sensación de que lo consideramos un malvado o el causante de nuestros problemas. Otro punto importante es permitir que el niño viva sus emociones, aunque éstas sean negativas. Cuando se enfada porque no le damos lo que quiere, el mensaje que debemos transmitirle —si puede ser, sin palabras— es que con su enfado no conseguirá nada. Pero no debemos prohibirle que se enfade. Él abandonará esta conducta solo, cuando se dé cuenta de que con ella no consigue su objetivo. Si nos ponemos furiosos porque coge una rabieta, aprenderá que tiene poder para hacernos enfadar, lo cual puede servir de estímulo reforzador y llevarlo a pensar: «No consigo lo que quiero, pero, al menos, te te hago enfadar». en fadar». Además, es posible pedir a alguien que haga o deje de hacer alguna cosa, pero no que se sienta de una determinada manera. Las emociones surgen espontáneamente y nadie puede mandar sobre ellas. Dada la imposibilidad de reprimir o eliminar las emociones propias o ajenas, nuestra intervención debe dirigirse a encauzarlas y responder a ellas con comportamientos más adecuados. Establecer rutinas es una buena manera de no agobiar a un niño con órdenes continuas. Así, por ejemplo, puede acordarse que, en cuanto acabe su
programa favorito de televisión, se pondrá a hacer los deberes o a estudiar 114
durante media hora. Si se usa un despertador, el niño no tiene que estar pendie pen diente nte del tiempo tiempo que falta, pues sabrá que, cuan cuando do suene la alarma, a larma, podrá dejar de ocuparse con las tareas del colegio y volver a jugar a lo que le apetezca. También es importante que los niños colaboren en el hogar en la medida de sus posibilidades en pequeñas tareas adecuadas a su edad y que aprendan a resolver los problemas por su cuenta. Naturalmente, un niño probablemente no sabrá reparar su bicicleta solo, pero sí puede ayudar al adulto a hacerlo, por ejemplo, acercándole las herramientas. Lo importante es que se le transmita que, como miembro de una familia, tiene derechos, pero también deberes, y éstos deben explicársele de manera concreta. Las típicas frases «Pórtate bien», «Estudia más» o «No seas tan desordenado» no suelen tener el efecto deseado. Es preferible decir al niño exactamente lo que se espera de él. En el caso de los adolescentes, el objetivo principal, incluso prioritario al de la resolución de las situaciones problemáticas, es el de preservar la relación entre padres e hijos: evitar a toda costa que ésta se deteriore más o se rompa. Iniciar un enfrentamiento abierto con los hijos suele acabar en derrota, ya que los jóvenes están dispuestos a todo frente a un reto; además, cuando un adolescente no encuentra ninguna aceptación de su persona en casa, la busca fuera. En estos casos, hay que valorar, alabar y reforzar alguna cualidad del chico y evitar las críticas continuas a todo lo que hace. Aunque no lo parezca, los adolescentes siguen necesitando el cariño de sus padres, así como una referencia firme, pero no dura. La rebeldía natural de esta etapa de la vida debe ser encauzada, no reprimida, ya que esta fuerza ha de servirles para afrontar las futuras dificultades a lo largo de su vida. En general, es importante tener presente p resente que niños niños y adoles a dolescentes centes poseen el derecho al desacuerdo con las normas, a disentir de ellas, si bien ello no les exime de cumplirlas. Todos hemos infringido alguna vez las leyes, por ejemplo, saltándonos un semáforo en rojo, sin que por eso seamos delincuentes. Aunque tengamos asumidas las normas, hay momentos en los que a todos puede pasarnos infringirlas y no nos sentimos orgullosos de haberlo hecho. Lo mismo vale para nuestros hijos. Lo que sucede es que en nuestro deseo de impedir que tengan que pagar por errores que podrían evitarse, con la mejor de las intenciones, nos mostramos inflexibles y tendemos a valorar cualquier infracción de su parte como un fracaso total. En ningún caso deben tolerarse las faltas de respeto ni los insultos. Pero esta norma vale para todos y no sólo para los niños y adolescentes. Pues ocurre a menudo que los padres se insultan mutuamente en presencia de sus hijos o a estos últimos y luego se sorprenden y se indignan al oírlos expresarse de la misma mi sma manera. manera . Por último, me gustaría explicar una vez más por qué he optado por
estructurar este libro en forma de cuentos, ya que toda la información que 115
contiene podría haberse presentado contiene p resentado de una manera direct directa, a, caract cara cterís erísti tica ca de los libros técnicos. Pero mi deseo era precisamente encontrar una manera que hiciera experimentar los sentimientos de los niños y adolescentes, más que explicar de forma racional cómo se sienten ante situaciones comunes pero a veces incomprensibles para ellos. Tomar contacto con su manera de sentir nos permite actuar desde un punto de vista mucho más cercano al suyo y ser más eficaces en la difícil tarea de ser padres.
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BIBLIOGRAFÍA
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Más información
ficha del libro
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El hombre en busca busca de sentido Frankl, Viktor 9788425432033 168 Pági Páginas nas
Cómpralo y empieza a leer * Nueva traducción* El hombre en busca de sentido es el estremecedor relato en el que Viktor Frankl nos narra su experiencia en los campos de concentración. Durante todos esos años de sufrimiento, sintió en su propio ser lo que significaba una existencia desnuda, absolutamente desprovista de todo, salvo de la existencia misma. Él, que todo lo había perdido, que padeció hambre, frío y brutalidades, que tantas veces estuvo a punto de ser ejecutado, pudo reconocer que, pese a todo, la vida es digna de ser vivida y que la libertad interior y la dignidad humana son indestructibles. En su condición de psiquiatra y prisionero, Frankl reflexiona con palabras de sorprendente esperanza sobre la capacidad humana de trascender las dificultades y descubrir una verdad profunda que nos orienta y da sentido a nuestras vidas. La logoterapia, método psicoterapéutico creado por el propio Frankl, se centra precisamente en el sentido de la existencia y en la búsqueda de ese sentido por parte del hombre, que asume la responsabilidad ante sí mismo, ante los demás y ante la vida. ¿Qué espera la vida de nosotros? El hombre en busca de sentido es mucho más que el testimonio de un psiquiatra sobre los hechos y los acontecimientos vividos en un campo de concentración, es una lección existencial. Traducido a medio centenar de idiomas, se han vendido millones de ejemplares en todo el mundo. Según la Library of Congress de Washington, es uno de los diez libros de mayor influencia en Estados Unidos.
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Cómpralo y empieza a leer
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La filosofía de la religión Grondin, Jean 9788425433511 168 Pági Páginas nas
Cómpralo y empieza a leer ¿Para qué vivimos? La filosofía nace precisamente de este enigma y no ignora que la religión intenta darle respuesta. La tarea de la filosofía de la religión es meditar sobre el sentido de esta respuesta y el lugar que puede ocupar en la existencia humana, individual o colectiva. La filosofía religión se sus configura así ycomo reflexión sobre la¿Aesencia olvidada dede la la religión y de razones, hastauna de sus sinrazones. qué se debe, en efecto, esa fuerza de lo religioso que la actualidad, lejos de desmentir, confirma? Cómpralo y empieza a leer
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La sociedad del cansancio Han, Byung-Chul 9788425429101 80 Pági Páginas nas
Cómpralo y empieza a leer Byung-Chul Han, una de las voces filosóficas más innovadoras que ha surgido en Alemania Alema nia recie recienteme ntemente, nte, afirma afirma en en este inespe inesperado rado best seller seller, cuya prime primera ra tirada se agotó en unas semanas, que la sociedad occidental está sufriendo un silencioso cambio de paradigma: el exceso de positividad está conduciendo a una sociedad del cansancio. Así como la sociedad disciplinaria foucaultiana producía criminales locos, la fracasados sociedad que ha acuñado el eslogan Yes We Can produce individuos yagotados, y depresivos. Según el autor, la resistencia solo es posible en relación con la coacción externa. La explotación a la que uno mismo se somete es mucho peor que la externa, ya que se ayuda del sentimiento de libertad. Esta forma de explotación resulta, asimismo, mucho más eficiente y productiva debido a que el individuo decide voluntariamente explotarse a sí mismo hasta la extenuación. Hoy en día carecemos de un tirano o de un rey al que oponernos diciendo No. En este sentido, obrassistema como Indignaos, de Stéphane Hessel, no son granenfrentarse. ayuda, ya que el propio hace desaparecer aquello a lo que uno de podría Resulta muy difícil rebelarse cuando víctima y verdugo, explotador y explotado, son la misma persona. Han señala que la filosofía debería relajarse y convertirse en un juego productivo, lo que daría lugar a resultados completamente nuevos, que los occidentales deberíamos abandonar conceptos como originalidad, genialidad y creación de la nada y buscar una mayor flexibilidad en el pensamiento: "todos nosotros deberíamos jugar más y trabajar menos, entonces produciríamos más".
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La idea de la filosofía y el problema de la concepción del mundo Heidegger, Martin 9788425429880 165 Pági Páginas nas
Cómpralo y empieza a leer ¿Cuál es la tarea de la filosofía?, se pregunta el joven Heidegger cuando todavía retumba el eco de los morteros de la I Guerra Mundial. ¿Qué novedades aporta en su diálogo con filósofos de la talla de Dilthey, Rickert, Natorp o Husserl? En otras palabras, ¿qué actitud adopta frente a la hermeneútica, al psicologismo, al neokantismo o a la fenomenología? He ahí algunas de las cuestiones fundamentales que se plantean en estas primeras lecciones de Heidegger, mientras éste inicia su prometedora carrera académica en la Universidad de Friburgo (1919- 923) como asistente de Husserl. Cómpralo y empieza a leer
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Decir no, por amor Juul, Jesper 9788425428845 88 Pági Páginas nas
Cómpralo y empieza a leer El presente texto nace del profundo respeto hacia una generación de padres que trata de desarrollar su rol paterno de dentro hacia fuera, partiendo de sus propios pensamientos, sentimientos y valores, porque ya no hay ningún consenso cultural y objetivamente fundado al que recurrir; una generación que al mismo tiempo ha de crear una relación paritaria de pareja que tenga en cuenta tanto las necesidades de cada uno como las exigencias de la vida en común. Jesper Juul nos muestra que, en beneficio de todos, debemos definirnos y delimitarnos a nosotros mismos, y nos indica cómo hacerlo sin ofender o herir a los demás, ya que debemos aprender a hacer todo esto con tranquilidad, sabiendo que así ofrecemos a nuestros hijos modelos válidos de comportamiento. La obra no trata de la necesidad de imponer límites a los hijos, sino que se propone explicar cuán importante es poder decir no, porque debemos decirnos sí a nosotros mismos. Cómpralo y empieza a leer
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Notas
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Índice Portadilla Créditos Índice Prólogo, de Giorgio Nardone Introducción Capítulo 1. Amigos Capítulo 2. Carlos y los pollitos Capítulo 3. David y su hermanito Capítulo 4. ¿Qué me pasa, mamá? Capítulo 5. María y el ascensor Capítulo 6. Raúl y el abuelo Capítulo 7. Los papás se separan Capítulo 8. La pesadilla Capítulo 9. Fin de curso Capítulo 10. Mentiras Consideraciones finales Bibliografía Más información
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