COMO TÚ Susan Glenroy
Título: Como tú ©Susan Glenroy
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A Susan B., que por unos meses consiguió que me olvidara de los hombres. Gracias a ti descubrí el universo de placer que es el amor entre mujeres. Siempre te querré.
'El amor nunca tiene razones, y la falta del amor tampoco. Todo son milagros' Eugene O'Neill
ÍNDICE
1. En la facultad 2. París – Barcelona 3. Martes por la mañana
Correo núm. 1 Correo núm. 2 4. Un caluroso recibimiento 5. A las seis en el despacho 6. Un nuevo trabajo Correo núm. 3 7. Tarde de lectura 8. Una chica nueva 9. “Dame un beso” 10. Entre semana Correo núm. 4 11. Un juego para tres 12. Escarceos nocturnos 13. Pasando el parte 14. Dulce despertar Correo núm. 5 15. Nuevo hogar Correo núm. 6 Correo núm. 7 Correo núm. 8 16. Juegos de miradas
Correo núm. 9 17. Tomando un café 18. Partido de voley Correo núm. 10 19. El anónimo Correo núm. 11 20. De vuelta de la piscina Correo núm. 12 21. Conversaciones durante la cena 22. La manifestación 23. La fiesta
1. EN LA FACULTAD
Era lunes. Mireia y Sara estaban en el bar de la facultad. El dia anterior Sara había tenido reunión familiar y había vuelto a la ciudad casi a la hora de cenar, de modo que las dos amigas ni siquiera habían hablado por teléfono. Así que, antes de que avanzara más la rutina diaria y el fin de semana quedara lejano, aprovechaban aquel rato para pasarse el parte de los respectivos fines de semana. Mireia, como casi todos los fines de semana desde que trabajaba en el Linx, tenía alguna batallita que contar. Era increíble oir como había tipos que, entre copa y copa, se atrevían a hacerle las más disparatadas propuestas; las había
para todos los gustos y de todos los colores. A Sara le llamaba la atención escuchar todo lo que podía llegar a pasar tras la barra de un bar. La de camarera era una figura que la atraía desde siempre; esas mujeres que parecían mucho más modernas que sus madres, a las que muchas mujeres criticaban y todos los hombres sonreían. Pero ella no tampoco había querido ser nunca la camarera, porque eso significaba trabajar cuando todos los demás estaban de fiesta, y eso no era en absoluto interesante. Sara prefería el lugar que ocupaba ahora mismo: ser la amiga, la persona a quien la camarera le confiaba sus secretos. Yo aluciné ––le decía Mireia a su amiga–– ¡La gente tiene unas idas de olla! Con eso de que de noche todos los gatos son pardos, la gente no se da cuenta de que ya hace mucho que llegó la electricidad y que de noche se nos ve igual. - Tú, lo que tienes que hacer es buscar curro en una disco de ambiente y dejar de
poner copas a tíos salidos, que no valen la pena - le repetía como cada lunes Sara. - Ya, pero aquí me pagan más. - ¡Porque ahí te miran las tetas! –– exclamaba Sara. - ¡Sí, claro! Y en un local de ambiente me mirarán a los ojos ¿Verdad? - ¡No, pero al menos serán tías! - Eso sí - reconocía Mireia resignada. - Además, con todas las que te llevarías de calle estando detrás de la barra tendrías para hartarte incluso tú, con lo quisquillosa y selectiva que eres - la pinchaba Sara, con cierta envidia. - Ya sabes que paso de ligar en el curro ––le recordaba su amiga. - Ai, chica, que desabrida eres. Pero déjate llevar. Quién sabe, igual te sorprenderías y hasta encontrarías algunas que te molarían. - Sí, seguro- claudicó Mireia, llegada la conversación al punto de siempre. Mireia cogió el móvil que tenía sobre la
mesa y miró la hora. Sara, por inercia, levantó la vista por encima del hombro de su amiga hacia el enorme reloj, regalo de la misma marca de café que se leía impresa en los azucarillos, y que presidía la pared de enfrente. - En fin, ¡que la gente está muy mal!- continuó Mireia, dando muestras de querer levantarse - Son las siete menos cinco, ¿vamos? - Sí - respondió Sara, levantándose y recogiendo sus cosas - . Oye ¿te quedas pagando tú y aprovecho para ir a recoger las fotocopias a la copistería? - Vale ––asintió su amiga. Mireia se acercó a la barra y, mientras esperaba a que saliera la camarera, buscó en su cartera las monedas para pagar las dos consumiciones, pero al darse cuenta de que no tenía cambio, sacó un billete. Se había colocado junto a dos mujeres que estaban charlando en la barra, no se había fijado en ellas hasta que, en ese momento, la voz de una mujer que hablaba del
Feeling llamó su atención hacia aquella conversación ajena. Se giró, sin pensarlo, y se sorprendió al ver que quien escuchaba a la mujer que hablaba era María, su profesora de resolución de conflictos, que ahora había dirigido su mirada hacia ella. Al reconocer a Mireia, María sonrió amablemente. El encuentro, a pesar de lo lógico que resulta encontrarse a una profesora en una facultad, sobre todo cuando faltan cinco minutos para que empiece su clase, pilló por sorpresa a Mireia, que en aquellos momentos había desviado su atención hacia el Feeling, tan lejos de la vida académica. Se había girado por empatía con la voz de una mujer que tal vez frecuentaba el mismo pub a la que ella solía ir. Y, de repente, notó que toda la sangre de su cuerpo se había teletransportado a sus mejillas, sin darle siquiera tiempo a responder al saludo con normalidad, y acabó haciéndolo maquinalmente y sintiéndose estúpida por notar sus mejillas totalmente
sonrojadas. La camarera no aparecía. Siempre pasaba lo mismo a aquellas horas de la tarde, en que ella ya estaba cansada de poner cafés pero aún quedaban estudiantes con ganas de tomarlos. Mientras Mireia esperaba a que saliera de la cocina, la conversación de las dos mujeres proseguía tranquilamente. Mireia no pretendía oírla pero la entrada a la cocina estaba justo frente a ella y si se movía no vería a la camarera cuando pasara, así que se quedó allí. La mujer que estaba a su lado parecía haber tenido éxito en algún lance amoroso reciente del que ya estaba informada María, a quien acto seguido dirigía algunas preguntas sobre su relación con “el de las poesías”. “¿El?” pensó Mireia, “¿entonces es lesbiana o no?”. Y acto seguido se reprochó a si misma: “Y a mi que más me da. Que sea lo que quiera”. Mireia quería recuperar la normalidad en su estado de ánimo, pero allí notaba que en vez de eso se sentía cada vez más incómoda y nerviosa.
Ellas sabían que estaba justo al lado así que si seguían hablando debía ser que no les importaba su presencia. “¿Dónde se habrá metido la camarera?” repetía el subconsciente de Mireia, una y otra vez, mientras las dos mujeres seguían hablando: - ...¿Ése? Nada, ya me lo quité de encima. Le dije que no me podía gustar porque los hombres sólo me interesan como amigos. Y aún fui buena porque de hecho le podía haber dicho directamente que ni para eso, que prefiero amigas... Justo en ese momento salió la camarera, a quien la voz de Mireia se agarró como si de un salvavidas se tratara: - ¿Me cobras dos cafés con leche, por favor? Mireia puso el billete en su mano, se despidió y se marchó rápidamente. Tenía la sensación que había pasado muchísimo tiempo desde que su amiga se fuera a clase. Pero María, la profesora, seguía en la cafetería en plena
conversación de amigas, así que no llegaba tarde a ningún sitio. Entonces ¿por qué sentía que tenía tanta prisa? Se dio cuenta de que simplemente había huido. Estaba roja, le ardían las orejas y el corazón se le había acelerado. Recorrió una parte del pasillo y decidió parar un momento para calmarse, antes de entrar en el aula. Se metió en el lavabo más próximo. Cerró la puerta tras de si y respiró profundamente. Avanzó unos pasos lentamente, sintiéndose a salvo en aquel refugio improvisado. Se miró al espejo, abrió el grifo y dejó que corriera el agua. “¿Por qué me pone tan nerviosa?” se decía a si misma. “Si es que es imposible que no se dé cuenta. ¿Pero cuenta de qué? ¿De que soy lesbiana? ¿De que ella lo es? Pero si lo es ya se habrá dado cuenta. ¿Que en realidad no pensé que lo era sino que lo primero que pensé cuando la ví es que quería que lo fuera?…” Se solapaban los pensamientos que, uno tras otro, pretendía llevarse
el agua que remojaba su cara y se iba deslizando sobre ella. Después de lavarse la cara cerró el grifo y se miró al espejo: - Va. Ya basta de paranoias. Se giró y, mientras se secaba la cara, siguió el diálogo que su mente mantenía consigo misma: “ - ¿Qué diría Sara en este momento? - Jo, tía, pues que si te gusta díselo. Vete al despacho o invítala a tomar un café y la tanteas. Si le interesa, genial y si no pues a otra cosa mariposa. - ¿Qué digo yo en este momento? - Déjate de mariposas, que todo está en su sitio. Ella con su vida y tú con la tuya. Y ahora a clase como si no hubiera pasado nada, porque en realidad no ha pasado nada.” Más calmada y dispuesta a retomar las riendas de su rutina diaria, salió del lavabo y, al cerrar la puerta, nada más poner de nuevo los dos pies en las baldosas del pasillo, dos manos
cayeron sobre sus hombros y Mireia dio un salto, tensándose instantáneamente, mientras desde su nunca le llegaban estas palabras: - Ay, te pones tan nerviosa en algunas ocasiones... Un nuevo fogonazo la había encendido por dentro cuando Mireia giró la cabeza para verla, a pesar de haber reconocido perfectamente la voz de María. Al comprobar que era ella el calor dejó paso a un escalofrío que le recorrió la espalda, mientras sentía que hasta la camisa le ardía al contacto con el resto de la piel. María mantenía las manos sobre los hombros de Mireia y notó el calor que su cuerpo desprendía de repente. Mireia sonrió con complicidad al sentirse descubierta. Dio unos pasos hacia delante separándose de ella y se acabó de girar quedando cara a cara con María. La miró. Sin dejar de sonreír aceptó la rendición y escapó por el pasillo de la izquierda. Justo después María giraba a la derecha, hacia su despacho.
Al llegar a clase, Mireia se dirigió hacia donde estaba Sara, que ya se había sentado y ordenaba unas fotocopias. Mientras dejaba sus cosas sobre la mesa, Sara le devolvió los originales que antes le había prestado ella. La mayoría de los alumnos ya habían tomando asiento y los que quedaban en el pasillo empezaron a entrar. Hacía apenas unos instantes de su encuentro con María y Mireia seguía sintiéndose acalorada, así que decidió quitarse el jersey antes de sentarse. Mientras se lo quitaba oyó la puerta que se cerraba. María había llegado. En clase, Mireia no dejaba de ser una más, así que no se inquietó hasta que al pasar junto a ella, María le susurró, de forma que sólo ella pudo oírlo: - … Mmm, ya decía yo que llevabas demasiada ropa y debías tener calor. Por aquella tarde, Mireia ya había alcanzado la cumbre de sus sonrojos, así que se limitó a acabar de quitarse el jersei, levantar la
mirada y sonreír. No se azoró esta vez, pero, aún sin el jersei, seguía teniendo calor. La clase transcurrió tranquila como todas. Pero entre intervención e intervención de sus compañeros, Mireia no podía evitar recuperar las escenas de aquella tarde. María siempre la había hecho sentir nerviosa, cuando se cruzaban por el pasillo, cuando sus miradas coincidían en clase… Su sola presencia en cualquier situación la conturbaba. Con Sara lo habían hablado algunas veces, María era la mujer hecha a sí misma, curtida, consolidada ya en aquella belleza experimentada de quien posee el conocimiento de todos los momentos y goza de ellos. Era una mujer atractiva, sabía como vestir sus encantos tanto para cautivar como para conducir a su antojo el deseo de cualquier mirada indiscreta. Y lo hacía. A estas alturas el juego era evidente y Mireia ya no podía disimular que aquella mujer le afectaba.
2. PARÍS -
BARCELONA
En su última conversación con Marta, su nueva situación le había quedado definitivamente clara a ella también: - Me he cansado. Ya no hago nada, aquí. Vuelvo a Barcelona - le había dicho Teia. Y recordaba la alegría de su amiga, primero, y sus dudas, después. - ¡Ya era hora, niña! Sí, sí, tu vente para acá. Oye ¿pero tú estás bien? - acabó preguntándole Marta. - Sí, sí, estoy perfectamente, ya está todo pasado ––contestó Teia––. Es sólo que me han ofrecido un nuevo puesto en la empresa. Van a haber cambios, me han dicho, y me he dado
cuenta que ya estoy cansada de cambios que no me cambian el hecho de estar tan lejos de casa, de mis amigos y de una cosa que antes no valoraba: mi sol. Las últimas Navidades me costó mucho volver para acá ––siguió––, de hecho creo que si volví a París fue sólo para asegurarme de que quería volverme definitivamente para casa y para eso tenía que arreglar las cuatro cosas que me quedaban aquí. Y entre esas cosas, tenía que ver justamente qué pasaba con el trabajo, así también aprovechaba para despedirme formalmente de mis cosas y de la gente que también aquí me ha rodeado. Y ya está, ya lo he hecho y ¡ahora sí, me vuelvo! Lo que pasa es que no he buscado piso todavía, prefiero hacerlo directamente allí, así que te quería pedir si me puedo quedar en vuestra casa unos días. - Sí, sí, claro que te puedes quedar aquí –– respondió Marta rápidamente, - Pero díselo también a Cintia, no vaya a ser que tenga planes, o algo- se preocupaba Teia.
- No, no. Tú tranquila ––la tranquilizó su amiga––, yo se lo diré, pero no hay ningún problema. Tú te vienes. Te puedes instalar en la habitación donde está el sofá-cama, se está bien y tendrás intimidad, nosotras esa habitación casi no la utilizamos. Entonces ¿cuando te vienes? - Cogeré el avión el viernes que viene por la tarde y llegaré al Prat hacia las nueve ––contestó Teia. - ¿Quieres que te vayamos a buscar? –– preguntó Marta. - No, no, gracias, no hará falta. Juli irá a buscarme - le agradeció Teia. - Ah, muy bien, pues entonces ya te tendremos la habitación preparada, así si estás cansada ya te podrás instalar. Y prepararemos algo de cena. - Sería fantástico, gracias. Pero coméntaselo a Cintia, ¿vale? - Que sí, que sí. Pero si ya sabes que Cintia estará encantada, si desde el día que te fuiste
sabes que siempre ha dicho que tú tenías que volver tarde o temprano, que a ti en París no se te había perdido nada… más que tu. Ya la conoces - se reía Marta - . Así que nada, cuando llegue yo se lo digo, pero ya te adelanto que estará encantada de tenerte aquí, si por ella fuera ya sabes que te hubiera ido a buscar hace tiempo. - Gracias - le repitió Teia. - De nada mujer, si necesitas algo estos días nos lo dices. - Sí. En cualquier caso os llamo cuando llegue a Barcelona. ¿De acuerdo? - Muy bien. Ala, un besito y hasta el viernes. Cuídate - se despedió Marta. - Hasta el viernes, un beso y dale otro a Cintia de mi parte ––dijo Teia. - Sí, otro para ti. Adiós. - Adiós. Teia colgó el auricular. Por primera vez se oían en voz alta, entre aquellas cuatro paredes, las palabras que convertían en realidad sus
pensamientos de los últimos tiempos. Miró a su alrededor. Era un cuarto sin ascensor y con algo de humedad, pero estaba en pleno centro de la ciudad y tenía mucha luz. Una de las cuatro paredes que delimitaban los cuarenta metros cuadrados de aquella buhardilla había sido sustituida, hacía muchos años ya, por grandes ventanales por los que entraba cada mañana la misma luz de que disponía la ciudad, por eso habían elegido quedárselo. Qué lejos quedaba el barullo de la ciudad varios metros más abajo. Aquellas paredes habían sido el escenario de su historia y ahora, en cambio, qué silenciosas parecíanas las sábanas, la mesa, el sofá... Incluso aquel escritorio siempre tan lleno de proyectos, qué vacío estaba desde que Michelle se había marchado. Ni libros ni papeles estaban ahora desordenados. Ni tan siquiera la lamparilla, ahora que no tenía a quien molestar si leía por las noches, le servía de mucho. Los cuatro años pasados en París habían
sido en general buenos, con muchas vivencias, pero ahora ya todas pasadas. Sentía que nada la unía a aquella tierra. Las calles, eran calles que había descubierto de la mano de Michelle. Los amigos, se los había cedido Michelle. La lengua, era la lengua en que la amaba Michelle… Todo aquello se había acabado. Al principio, pensó en redescubrir lo que ya también allí era su vida, buscar de nuevo la ternura en otras manos, el amor en otros ojos, andando junto a otros pasos y creando otros caminos. Pero pasados los primeros meses, dejado atrás el luto por aquella relación acabada, había llegado la hora de cambiar. Quería encontrar su propio camino, en su lengua y con los colores que sus recuerdos utilizaban. La Navidad pasada en casa de sus padres le había servido para darse cuenta de toda la luz que se había perdido durante aquellos días grises del invierno francés. En Cataluña también era invierno, pero, junto al Mediterráneo, ni siquiera en invierno desaparecía
el sol tres días seguidos, y aún si así hubiera sido, el gris no tenía nada que hacer frente a las fruterías del barrio, que podían plantar cara a cualquiera de las muchas floristas que aparecían en sus recuerdos parisinos. París era la ciudad del amor. Sí. Lo había sido también para ella y lo seguiría siendo para muchas otras parejas enamoradas. Recordó el primer día. Cómo llevaba el corazón acelerado al llegar al umbral, paradas las dos frente a la puerta. Se preguntaba como sería su vida allí tan lejos de todo lo que ella conocía, pero por fin cerca de ella. Recordaba como fue cuando llegó allí. Pero el tiempo había pasado y ahora Barcelona reclamaba su papel de antaño. Era la ciudad de su vida y Teia, que en su momento se creyó rebelde y aventurera, que habría dado la vuelta al mundo sin mirar atrás, sentía que había llegado la hora de volver a casa y lo haría. En unos días, según lo pactado con la casera, dejaría las llaves sobre la mesilla de la entrada,
cerraría la puerta y se despediría de París, camino al aeropuerto.
3. MARTES POR LA MAÑANA
Cuando se acostó, Mireia sentía una mezcla de cansancio y excitación. Al meterse en la cama dejó el mundo atrás y sólo recuperó para sí las escenas con María. En las ocasiones en que anteriormente María le había venido a la mente, había preferido no recrearse pensando en ella, a quien siempre le había asociado una vida apasionante hecha con alguien tan interesante como ella misma. Durante toda la cena, frente a una película que ni recordaba, se había repetido a si misma que aquella tarde sería sólo una más de las que poder recordar con una sonrisa condescendiente, sin pensar en ir más allá. Pero ahora, abrazada por la oscuridad de la noche, entre la libertad de sus sábanas, María volvería a hacerse presente y aquel momento en que se había sentido sorprendida por
ella tendría ahora un nuevo final. Y entre ensoñaciones pasó parte de la noche. Al día siguiente, no obstante, Mireia volvía a tener trabajo del que ocuparse. La traducción que le habían encargado tenía que estar hecha antes de final de mes y le interesaba hacerlo bien si quería recibir nuevos encargos de aquella editorial. Debía salir de la cama, pero eso, ni con el despertador sonando cada cinco minutos, era tarea fácil para ella. Finalmente, retiró el edredón, se giró hacia el lado de la cama que le permitía salir con más comodidad, se incorporó, sacó las piernas y puso los pies en el suelo, los dos a la vez, por no discriminar, ni dejar su suerte a la fortuna. De este modo, decía, si el día era malo la culpa era compartida y si era bueno también era mérito de los dos. Sentada al filo de la cama, encaró el despertador, en dos minutos volvería a sonar. Lo apagó. Se levantó y se acercó al armario, sacó braguitas y calcetines del cajón, cogió unos pantalones cómodos y una camiseta y,
con los pies ya en sus pantuflas, se fue hacia el baño. Mientras el agua caía sobre ella, se preguntaba cómo lo hacía antes de conocer a Virginia. Antes acostumbraba a ducharse por la noche, lo hacía por costumbre, no porque durmiera más relajada, como decían en algún programa matutino de bienestar. De hecho, recordaba que le costaba dormirse si no se secaba bien el pelo. Pero después, desde Virginia, se había acostumbrado a las duchas matutinas. A menudo cuando, gracias a una, se sentía revivir en un nuevo día, se acordaba de las mañanas pasadas junto a ella y le agradecía, en la distancia y el tiempo, haberle descubierto aquel placer. Cuando acabó la ducha, mientras se ponía aceite corporal, recordó de nuevo a María, y el modo en que masajeaba su cuerpo inconscientemente cambió. Varió la manera de tocarse a la par que miraba cada una de las curvas de su desnudez imaginando que la mano que las
recorría era de María. Le fue fácil reproducir aquellas manos, sabía cómo eran, cómo las movía, cómo se movía toda ella. Poco a poco, los movimientos fueron ralentizándose, entreteniéndose cada vez más, escogiendo entre las demás la curva donde empezaban sus pechos. Primero el izquierdo, que se endurecía para recibir la caricia tácitamente prometida. En breve, el derecho se erizaba bajo otra caricia gemela. El aceite resbalaba y las mismas manos erizaban ahora el vello de los brazos por donde se deslizaba su paso, hasta que encontrándose al final, ellas se reseguían a su vez. Como si de la primera vez se tratara, como dos amantes guiaron sus pasos hacia la habitación. La cama deshecha recordaba la noche pasada. Ambas conocían el tacto de aquellas sábanas, y se apoyaron ofreciendo confianza al resto del cuerpo, que suavemente se reclinó y dejó que se entretuvieran en un sensual recorrido tan conocido y tan por descubrir a cada nueva oportunidad. De nuevo se encontrarían,
volverían a cruzarse sus caminos, la derecha hacia el norte, la izquierda hacia el sur, y los movimientos de ambas, compensados como viejas conocidas, llevarían al resto del cuerpo hacía un único destino.
CORREO NÚM. 1
From:
[email protected] miércoles, 4 de junio To: Pauluna@yajú.esp
Buenos días, Paula. Suponía que tu nombre era Paula. Por cierto, me parece un sugerente y bello nombre, pero como hay nombres tan especiales, pues he preferido que seas tú misma quien me sacara del error, espero recibir tu perdón por parecer un pelín ingenua.
Como ves, he vuelto a aparecer. Si no me equivoco, la última vez que escribí era el miércoles o el jueves pasado, no por falta de ganas, pero es que el ordenador de casa se ha estropeado, un troyano cabrón, que se me ha colado y me ha jodido todo lo que tenía. Y me han tenido que instalar un software nuevo. Hacía mucho tiempo que no conectaba con nadie como lo he hecho contigo. Me interesas, simplemente. Me pareces una estupenda conversadora, aunque hasta ahora no haya podido escuchar tu voz. Sin embargo, empiezo a sentir mariposas en el estómago cuando abro el correo y deseo encontrar un mensaje tuyo en la bandeja. Debo pedirte que no te asustes. Intento, además de compartir contigo mis sensaciones, que me conozcas un poco mejor. Tus líneas son una parte importante de todas aquellas pequeñas cosas que hacen que me sienta feliz cada día. Me dices en tu mensaje que trabajas en el museo de arte moderno. Interesante, muy interesante,
siempre me ha gustado el arte (esto puedes interpretarlo como proposición indecorosa o de una manera ya más abstracta, con ambas aciertas). Por cierto, tienes razón al decir que a veces esto de expresarse con letras hace que sea mucho más difícil saber si dices todo lo que quieres y si, además, la interlocutora entiende lo que tú quieres que entienda. Pero a mi no me pasa eso contigo, leo tus palabras y siento que las recibo tal y como tú me las transmites, será una questión de ¿química? Un beso, Paula.
CORREO NÚM. 2
From: Pauluna@yajú.esp jueves, 5 de junio To:
[email protected]
Buenas tardes, acabo de leer tu mensaje y debo reconocerte que se me ha puesto una sonrisita traviesa muy divertida . Me dices que no conectabas con nadie como lo has hecho conmigo. Pues a mi me pasa lo mismo,
con la media docena de mails que llevamos, también te considero una estupenda conversadora. Y, por lo de las mariposas, gracias por el cumplido, debo decir que eres valiente al dejar que dichos animalillos empiecen a revolotear en tu interior ¿no te asusta? La verdad es que a mí tus mensajes tampoco me dejan indiferente, sino no dedicaría un porcentaje tan elevado de mis pensamientos a intentar olvidar que pienso en ti más de lo razonable. Pero, parece tan bueno… Los principios siempre deben ser así ¿no crees? Tus líneas me gustan porque son inteligentes y elegantes sin ser estiradas ni perder la espontaneidad de una sonrisa pícara. También me dices que encuentras interesante que trabaje en un museo. La verdad es que trabajo en la taquilla, vendiendo los tiques y dando los dípticos, lo digo para que no te imagines a una mujer supercultivada que entiende y trata de arte en subastas y con grandes sumas de dinero. Eso me da a mí que sólo pasa en las pelis, y si no que
se lo digan a la de Lworld. Supongo que ya conocerás la serie, yo la he conocido hace poco, me bajé unos capítulos de internet y la verdad es que estoy enganchadísima. También aprovecho este correo para decirte, con un poco de tristeza por saber que no podré escribirte estos días, que mañana me voy a Bilbao, a mi tierra. Mis padres tienen muchas ganas de ver a los nietos, así que aprovecharé que me puedo tomar unos días de vacaciones y se los llevo, que mi madre está como loca por oír como parlotea el niño. Además, he hablado con mi hermana y me ha dicho que también estará por allí estos días, así que, mira, ya aprovecho y me quedaré toda la semana. ¡Tengo unas ganas de volver a pasearme mi ciudad! Y que conste que, para mí, Barcelona también es mi ciudad, pero ya me entiendes. Por lo que voy recibiendo de ti, me alegra pensar que te gusta leerme tanto como a mi me gusta leerte a ti. Por cierto, no sé si es química pero me encantaría conocerte.
Un beso muy fuerte, Paula
4. UN CALUROSO RECIBIMIENTO
- ¡Holaaaaa!- dijo la pareja al mismo tiempo. - ¡Holaa!- respondieron Teia y Juli, su hermano, mientras sacaban las maletas del ascensor. - ¡Bienvenidos a vuestra casa!- les recibió Marta abriendo la puerta de par en par. - ¿Os ayudamos con las maletas? - se ofrecó Cintia, que ya había salido al rellano de la escalera y cogía la primera bolsa que tenía a su alcance para meterla en casa. - Gracias. Ya está, lo tengo todo aquí - dijo Teia señalando los diferentes bultos. - ¡Pasad, pasad!- insistía Marta sujetando con una mano la puerta abierta y con la otra a
Neula, que se moría de ganas de salir a olisquear a los recién llegados - . Neula se muere de ganas de comeros a lametones y… ¡yo, a besos! ¡Venga, entrad, si sois valientes!- les retó mientras cerraba la puerta y soltaba a la perra, que daba brincos para llegar a los abrazos y besos que se repartían en el recibidor, ahora lleno de gente y maletas. - ¿Y no tienes nada más? - preguntaba Marta mientras contaba las dos maletas y un par de bolsas más. - Sólo he traído la ropa ––contestó Teia––, el resto de cosas las he dejado allí. No valía la pena tomarse la molestia de cargar con mil historias que acabarían acumulando polvo en el garaje de casa de mis padres. Tocaba cambio, pues vida nueva, cosas nuevas. - ¡Di que sí!- la animó Cintia, abrazándola. Neula no paraba de dar vueltas yendo de una a otra de las diversas piernas, maletas y bolsas. Finalmente, parecía que se iba a encariñar especialmente de los pantalones de Juli, por los
que se paseaba una y otra vez. Y él correspondía el interés siendo quien más caso le prestaba, mientas las tres chicas hablaban y se preguntaban atropelladamente, con prisa por decirlo, preguntarlo y saberlo todo. - ¡Chicas!- las interrumpió Marta - Me vais a disculpar un momento. Pero creo que será mejor que saque a Neula - dijo mirando a la perra, que levantó las orejas algo sorprendida. - No la hemos sacado antes porque cuando viene gente y se pone muy contenta luego siempre tiene ganas de mear, así que hemos preferido esperar y sacarla sólo una vez, cuando ya hubierais llegado- les explicó Cintia. - Debe ser de la emoción - añadió Marta mientras le ponía el collar a Neula, que no paraba de sacudir a todo el mundo con su cola - , pero en seguida volvemos, ¿verdad, Neula? - dijo mirando a la perra, que ya se había colocado frente a la puerta - Venga, vamos. Marta y Neula tardaron alrededor de unos
veinte minutos, en los que Cintia acogió a Teia y, con la ayuda de Juli, dejaron todas las maletas y bultos en la habitación. A la vuelta, Neula siguió buscando caricias allá donde las hubiere. Ahora las recibía de Teia, con la cabeza reposando sobre su falda, ahora de Juli, que se había acercado y a quien la perra parecía querer abrazar con sus patas delanteras. Marta intentaba frenar la posición acaparadora de Neula y hacerla volver a su esquina, donde solía pasar la mayor parte del día, pero las caricias que Teia le propinaba le hacían muy difícil obedecer las órdenes de alejamiento que recibía. La perra miró a Marta buscando una comprensión que llegó gracias al beneplácito de Teia y Juli, así que pudo seguir recibiendo carantoñas y cosquillas durante un rato más, mientras no llegó la hora de la cena. Marta se metió en la cocina, Teia fue a asearse y Cintia y Juli aprovecharon para ponerse al día mientras iban y venían, con vasos y cubiertos, de la cocina a la mesa del comedor,
seguidos de cerca por Neula. Cintia y Juli hacía siete u ocho años que no se veían. Se llevaban sólo cinco años, pero Cintia le había dado clases de inglés, cuando Juli apenas era un adolescente que simulaba olvidarse de hacer los deberes más complicados porque sabía que así los haría con ella. Para Cintia, en aquella época él era una especie de hermano pequeño, que en alguna ocasión le había preguntado como se besaba a una chica. Pero ahora, pasados los años, Juli se le aparecía hecho un hombre, se le había agravado la voz, tenía el pelo oscuro, era alto y fuerte y le suponía un gran éxito con las chicas. Siempre le había despertado ternura aquel listillo simpático que ahora era un apuesto joven que le contaba con la misma cercanía de siempre cómo había ido cambiando su vida desde que había acabado el instituto. Ahora ya había acabado sus estudios de criminología y le faltaban sólo unos meses para licenciarse también en la escuela de policía, como siempre había querido. Se le veía
contento y satisfecho. Sólo tenía una queja, decía. En la escuela había muchas chicas guapas, pero todas las que le gustaban a él resultaban ser lesbianas. Y entre risas decía que para la próxima vida se pedía ser mujer y lesbiana. Después de poner la mesa se metieron en la cocina, donde Marta terminaba con la ensalada, y entre los dos acabaron de preparar las rebanadas de pan con tomate y la bandeja de embutidos. La cena estaba lista. - ¡Tipical catalanish!- enunció triunfalmente Cintia mientras dejaba el plato con el pan en la mesa y Teia aparecía de nuevo en el comedor. Los cuatro se sentaron a la mesa, cenaron y la velada fue amena, pero el día había sido largo para todos, y al día siguiente también tocaba madrugar. Así que Juli se marchó pronto y, justo después, las chicas se retiraron también a sus respectivas habitaciones. Para Teia ahora empezaba una nueva etapa, y Marta y Cintia querían que mientras estuviera allí se sintiera
cómoda.
5. A LAS SEIS EN EL DESPACHO
Mireia llamó a Sara para decirle que no podía llegar a tomar un café con ella antes de ir al despacho de María. La señora Montserrat la había encontrado en el rellano de la escalera y había aprovechado para que le mirara unas cartas que le habían llegado durante la semana. Algunas de propaganda, otras de los bancos, el ayuntamiento, e incluso una que tenía que ver con los datos del censo, que, por raro que pareciera, después de cuarenta años en la misma finca, tenía errores como el número de la puerta y el nombre de residentes en el hogar, donde aún constaba inscrito su marido ocho años después de su fallecimiento. La señora Montserrat podía esperar, pero
sabía que a la mujer la angustiaba mucho tener asuntos que no entendía sin solucionar. Además, la semana se le presentaba complicada, así que Mireia prefería no tener a la mujer pendiente de ella, sabiendo además que le sabía mal tener que pedirle ayuda tan a menudo. Mireia quedó con Sara en encontrarse directamente en clase. Sara seguiría con el plan previsto. A las seis tenía cita con María, para comentar el tema de su próximo trabajo; luego, tal vez iría a la cafetería o aprovecharía para pasarse por la biblioteca y empezar a trabajar. Mireia fue reabriendo las diversas cartas que la señora Montserrat había ido guardando durante los últimos días, le explicó de donde venía cada carta y su motivo, marcó en fluorescente alguna cantidad del extracto bancario para que fuera devuelto y rellenó el formulario, tal y como pedía la oficina censal si había algún error en los datos recibidos, y lo introdujo en un sobre que la misma oficina facilitaba en su envío. Así, la
señora Montserrat se quedaba tranquila y al día siguiente podía ir al banco, que le pillaba de camino al mercado y, por la tarde, se podía acercarse a la oficina de correos para enviar la carta, porque los buzones urbanos no le parecían de confianza. Decía que si había gente capaz de robar coches y abrir puertas, mucho más fácil podía ser abrir aquellos recipientes y llevarse las cartas sólo por hacer una maldad. Ya en la facultad, Sara se dirigía hacia el despacho de María cuando se la encontró justo cerrando la puerta. Aún faltaban diez minutos para su cita. - Ah! Hola, Sara. Venías a hablar conmigo, ¿verdad? - Sí. Pero si le va mal… ––dudó Sara. - No. Es sólo que llevo toda la tarde trabajando y recibiendo alumnos y he pensado que tal vez tenía diez minutos… ¿Pero te importa que tratemos del trabajo en el bar? Al café invito yo. - De acuerdo. A mi también me irá bien, que
hoy me he medio dormido viniendo en el autobús. Llegaron al ascensor. María metió la pequeña llave en la cerradura y en unos segundos la puerta se abrió. Se acababa de poner un poco de perfume y el olor embargó rápidamente el pequeño espacio. Aquel escote con el colgante en forma de lágrima también era inevitable y todos los pliegues de su ropa la hacían sentir deseable. Sara, como el resto de las alumnas que debían haber pasado aquella tarde por el despacho, se había fijado de inmediato. Mientras estaban en pie, una junto a la otra, en silencio, Sara empezó por besarle el cuello hasta sumergirse más allá de aquella lágrima que parecía hundirse en un mar de deseos. Sus muslos se apoyaban en el contacto contra la pared en que estaba recostada ella y se perdían baja la falda. Cuando a Sara empezaba a entrarle calor de verdad, la puerta se abrió. - Vamos - la invitó María, que fuera de sus sueños seguía perfectamente incólume. Pasado el café y concertado el tema y la
orientación del trabajo de Sara, María volvió a su despacho. Era un espacio pequeño que compartía con un profesor que nunca estaba allí. Él prefería el despacho al que tenía acceso por poseer desde hacía muchos años una plaza política mejor conectada. Desde entonces, apenas había vuelto a poner los pies allí y María se sentía en aquel despacho como en una de las habitaciones de su casa. La mesa de él la había habilitado formando una L con la suya. De este modo tenía el ordenador en ella y mucho espacio para los papeles que cubrían siempre su mesa original. Al despacho acudían alumnos, unas veces requeridos por ella y, otras muchas, buscando encontrar en aquel escondite algún tipo de complicidad que les ascendiera de la mera posición de alumnos subyugados a sus encantos. Ella, por su parte, hacía bastantes años ya que se permitía tener un horario de tarde, exclusivamente. Por las tardes, los alumnos eran mayores, solían
ser estudiantes de másters o postgrados, y eso le facilitaba no tener clases, en ocasiones, de hasta un centenar de neo-universitarios desbordados por los cambios y novedades que les ofrecía aquel eslabón previo a su vida adulta. Las tardes olían menos a goma de mascar, decía. Además, en los estudios superiores, siempre había alguna alumna que conseguía llamar su atención con buenas reflexiones o comentarios críticos y sin tapujos. Estos últimos eran los que más le despertaban su parte intelectual y la hacían seguir teniendo ganas de impartir aquel tipo de seminarios sociales. Por otra parte, disfrutaba del privilegio que suponía poder mantener despierta una sensual coquetería juguetona. Segura de sus encantos, desde la seguridad de su puesto y experiencia, ese era uno de los placeres que en la facultad se permitía ejercer. Ese año había conocido a Mireia, una joven despierta, no sabría decir si madura o no, aunque algo insegura aún. Su aspecto aniñado le inspiró
ternura y vivió con una sonrisa pícara cómo al acercarse a ella, le ocurrían todas aquellas malas pasadas que juega la inexperiencia. La jovencita se sonrojaba, se ponía nerviosa, se le caían los papeles y, no obstante, todas aquellas situaciones combinaban con una joven que presentaba una gran seriedad en el aula y unas muy buenas propuestas y capacidad argumentativa ante sus iguales. Sin duda, daría que hablar, y tal vez en un futuro se encontraran. Mireia salió a las seis de casa de la señora Montserrat para llegar a la facultad con tiempo de pasar por el despacho de María. El rato que había pasado leyendo y explicando los extractos del banco la había calmado algo y había conseguido que dejara de pensar en todo lo que podía pasar dentro de aquel despacho. Llevaba dos noches soñando con ello, se había imaginado a la profesora invitándola a pasar, encajando la puerta tras de si y cerrando con llave. Su subconsciente había reproducido un supuesto despacho con un
suelo enmoquetado de terciopelo rojo sobre el cual los tacones de María se paseaban rehaciendo el camino de vuelta a su mesa, sobre la que se apoyaba de espaldas antes de indicarle que se acercara. Llegados a ese punto, Mireia se despertaba, sudando en medio de la noche. Pero aquella tarde no era un sueño. Iba a su despacho y tendría que mantener la compostura sin que su mirada la delatara mientras fijaban entre las dos el tema de su trabajo. Se había arreglado más de lo habitual y seguro que María lo notaba, pero tampoco eso iba a sorprenderla, el día que daba ella las clases del máster, los y las alumnas se arreglaban más. Los pantalones ajustados y las faldas más vaporosas aparecían en las aulas siempre los lunes y los miércoles, nada que ver con los tejanos descuidados y cuellos altos del resto de la semana. Si Mireia lo había percibido, María también, porque no debía ser aquel el único año que aquello pasaba. Había cosas que no valía la pena ocultar, porque ella ya
había ganado hacía mucho tiempo la partida en todas, así que se trataba solamente de ser una más de sus alumnas. Pero costaba tanto ser sólo una más... Había llegado a la facultad, había cruzado el pasillo y ahora sólo quedaba subir las escaleras. Subió la primera hilera de escalones y paró en el primer rellano, abrió el bolso y buscó la ampollita de las emergencias. La abrió y se dejó caer cuatro gotitas bajo la lengua. Tapó el pequeño recipiente y volvió a guardar el rescue en el bolso. Esperaba que eso le ayudara en los últimos escalones y en el tramo final de pasillo, antes de enfrentarse a la puerta del despacho. Una vez frente a la puerta, respiró profundamente, como asegurándose el aire para los próximos minutos. A María le quedaban por ordenar aún algunas cosas para la clase de aquella tarde y en ello estaba cuando, pasados un par de minutos de las seis y media, llamaban de nuevo a su puerta. Era Mireia.
- Adelante - se oyó desde el interior del despacho. El simple sonido de su voz ya pusó a prueba el efecto de las gotas de rescue que Mireia se había tomado momentos antes. Notó como las manos dudaban a la hora de girar el pomo de la puerta, pero este cedió. - Pasa, pasa, te estaba esperando- la invitó María, que estaba sentada tras su mesa, escribiendo en el ordenador que había en una mesa perpendicular a la que presidía el espacio y que aparecía llena de papeles. - Siéntate, Mireia, ahora estoy contigo- continuó María. Ella se sentó en la silla que había frente a la mesa de la profesora. María tecleó unas palabras más y cerró la página que mostraba la pantalla. Entonces, se impulsó suavemente y su silla giratoria la dejó frente a frente con Mireia, a una distancia de la mesa suficiente para que Mireia pudiera ver como María separaba las piernas y se le arremangaba la falda, que dejaba al descubierto
buena parte de sus muslos. Mireia se sonrojó, se sofocó, se olvidó del tema e intentó balbucear alguna cosa. María que vio complacida la reacción de Mireia, cerró las piernas y la invitó a sentarse en otra mesa circular más pequeña que estaba justo al lado, donde ella misma también iba a sentarse para hablar del tema y enfoque que había que dar al trabajo.
6. UN NUEVO TRABAJO
Al día siguiente se iniciaban muchas cosas. Teia tenía que empezar a buscar trabajo y casa. Desde París, mediante correo electrónico, ya había comunicado su regreso a sus amigas y conocidos. Les había informado de su vuelta y había aprovechado para pedir que la avisaran si alguien sabía de algún piso en que hubiera alguna habitación libre. En relación al trabajo, había hablado con Pilar, una antigua compañera de piso de la época universitaria que se había convertido en una de sus grandes amigas de la época adulta. Pilar llevaba muchos años al cargo de una agencia de viajes y, en muchas ocasiones, había dicho a Teia que si volvía la avisara de inmediato, que no dudaría en ofrecerle una plaza en la empresa. Siempre le recordaba lo bien que le iría su vuelta porque no siempre era fácil encontrar guías que
hablaran francés, ahora que a todo el mundo le había dado por el inglés. El momento de regresar a Barcelona había llegado para Teia y el empleo en la agencia de viajes era una buena posibilidad para empezar de nuevo. Eran las nueve de la mañana. La última vez que había hablado con Pilar, estando aún en París, ya habían quedado en verse. Teia recordó, entonces, la retahíla de argumentos que Pilar le había propinado al saber la noticia de su vuelta: “¡Por fin, niña, ya era hora que volvieras, que es una faena tener una amiga tan lejos! ¡Venga a comer bechameles y cruasanes todo el día, vuelve antes de que se te acabe poniendo un culo como una perola! ¡Si es que dónde vas a estar mejor que aquí! ¡Claro que sí, ole, ole, tú para casa!”. Mientras reproducía aquellos comentarios tan típicos de Pilar, Teia se miraba en el espejo del ascensor y, sin darse cuenta, se fijó en la sonrisa que se le había dibujado en la cara. Debía pasarse directamente por la oficina y
recoger a Pilar para ir a desayunar. Al verla entrar en la agencia de viajes, poco antes de las diez, Pilar se quitó el auricular con el que respondía al teléfono, se levantó y fue rápidamente a buscar a su amiga. - ¡¡¡Niña!!! ¡¡¡Ay, que alegría!!!- exclamó mientras abría los brazos para capturar a Teia con todas sus energías. Se abrazaron y besaron, se miraron y se volvieron a abrazar. A Teia le hacía mucha gracia su amiga. Era grande y voluminosa, y estar entre sus brazos era como volver de alguna manera a la sensación de ser pequeña y estar entre los brazos de tu tía preferida. Todo lo que Pilar tenía de grande, y medía casi metro ochenta, lo tenía de ternura. - ¿Y así es verdad? ¿Esta vez vuelves para quedarte? - se aseguraba Pilar mirándola, sin soltarla todavía. - Sí. Vuelvo a casa. Ya estaba bien de tardes nubladas - respondía satisfecha Teia. - ¡Di que sí, mujer! ¡Con lo bien que se está
aquí con nuestro solecito y nuestras terracitas! ¡Si ellos van locos por escaparse y venirse a que les de el sol! Uy, pero ven, no te quedes ahí. Ven, ven que cojo el bolso y salimos a desayunar y me cuentas que planes tienes y todas esas cosas - dijo Pilar acercándola hasta su mesa cogida de la mano. Allí la soltó, pasó por detrás de la mesa, se dirigió al perchero y cogió el bolso y su gabardina. Teia no había tenido tiempo de decir nada todavía y ya salían de la oficina dejando de guardia un sacrificado cartel de “vuelvo en 10 minutos”. Fueron a una cafetería cercana, en la que Pilar pidió “lo de siempre” al chico que se cruzó con ellas nada más entrar en el establecimiento. - ¿Y tú, Teia? - le preguntó Pilar. - Un café con leche, gracias - le dijo directamente al camarero. - Y ponnos un par de magdalenas de esas vuestras, una de chocolate y la otra de nueces - y añadió mirando a Teia - ya verás que son
buenísimas, niña. Se sentaron en la única mesa libre que quedaba. - Bueno así que, cuenta, cuenta - la animó Pilar. - Pues nada, que he vuelto. Llegué ayer y, como ya te conté, por ahora me quedaré en casa de Cintia y Marta. - Ay, sí, y como les va, no las he vuelto a ver desde que vinieron a contratar el viaje de bodas, ¿siguen igual de adorables que siempre? - Sí. La verdad es que son un encanto y se las ve tan monas juntas. - ¿Y en París lo has dejado todo arreglado, ya? ––preguntó Pilar. - Sí. De cualquier cosa que quede pendiente del piso ya quedé de acuerdo con Michelle que se haría cargo ella. Y el resto, poca cosa. Así que, en principio, París ya ha quedado atrás. - Así me gusta y ahora para adelante. ¿Te ha contestado alguien que tuviera alguna habitación
libre? - No ––contestó Teia––. Parece que por ahora no ha habido suerte. Una amiga, Irene, me dijo que ella había dejado libre su habitación en el piso que compartía con dos chicas más, pero que las habían llamado y ya la tenían ocupada. Ayer me pasé el día buscando por internet y estuve mirando, pero un piso para mí sola sale muy caro, y para compartir sólo encontré estudiantes, y la verdad es que me da un poco de pereza ponerme a los treinta y cinco años a compartir el baño con jovencitas de dieciocho. - Sí, la verdad es que sí ––reconoció Pilar––. A mi tampoco me haría ninguna gracia. Lástima… Bueno, pero por ahora puedes estarte con Cintia ¿no? - Sí, si por ellas no hay problema ––dijo Teia––, pero también me sabe mal. Ya sabes, las parejas necesitan intimidad y esas cosas, así que intentaré encontrar algo lo antes posible. Pero para eso necesito encontrar también trabajo, que los
ahorros, ya sabes, cuestan de acumular pero luego se gastan sin que una se entere. - Y que lo digas ––asintió su amiga––. Pero por el trabajo creo que sí puedo hacer algo por ti. Que no está la cosa como para dejarse escapar a una mujer guapa que habla inglés y francés... Además, en la facultad tú diste clases de alemán, ¿verdad? - Sí. - Y con lo difíciles que son las dichosas declinaciones esas ––siguió Pilar––, que dicen que una misma palabra la cambian según la función que tenga. Yo lo he intentado un par de veces, pero me parece que ya no lo pruebo más. Mira que son complicados, hija, si un microondas tiene la misma función lo pongas como lo pongas, ¡siempre te va a servir para calentar la leche o para descongelar la lasaña! Para qué se complicarán tanto. Y luego, total, si todos hablan inglés. ¡Yo no sé porqué no se pasan directamente y nos ahorramos problemas todos!
- ¡Qué bruta eres, Pilar!- se rió Teia, que se alegraba de recordar como era su amiga de la facultad. - Bueno, un poco sí. Pero no me negarás que algo de razón tengo. - Si tú lo dices… - Oye, no me des la razón como a los tontos - se quejaba divertida Pilar. Mientras, llegó el camarero, que sonrió al oír el último comentario y dejó las dos tazas y una bandejita con dos magdalenas y un par de cubiertos. - Gracias - dijeron sonriendo también las dos amigas. - De nada, que aproveche. - Gracias. Pilar cogió el azucarillo, lo abrió y lo vertió en su café, mientras Teia hacía lo propio con su café con leche. - En fin, a ver, lo que nos interesa ––dijo Pilar retomando la conversación––. Ya sabes que
si te interesa a mí siempre me hacen falta guías y, si tú quieres, un sitio es tuyo. Lo único es que las excursiones y salidas suelen ser, principalmente, de jueves a domingo, ya lo sabes. No te digo que no tengas alguna visita por la ciudad entre semana, pero las más de las veces serán en fin de semana. Este trabajo es lo que tiene. - Sí, ya lo sé, pero en estos momentos no tengo grandes planes y este trabajo me irá genial. Necesito conocer gente y que me toque el aire –– respondió Teia. - Pues si es por eso te podrás dar más que por satisfecha ––siguió Pilar––. Ahora, no te voy a engañar, el sueldo no es gran cosa. Como se considera que el puesto ya implica trabajar en fines de semana, se cobran como si fueran días normales, y los festivos igual. - ¿De cuánto estamos hablando? ––preguntó Teia. - No te lo puedo decir seguro porque el trabajo varía de una semana a otra y siempre se
cobra por días trabajados, y depende de si es todo el día o si sólo vas unas horas con un grupo a algún sitio concreto... Lo que puedes ganar al mes no te lo puedo asegurar, pero bueno, a grosso modo te puedo decir que de media te pueden salir entre 1000 y 1500 euros. En verano, si realmente te interesa trabajar, bastante más. - Por mí de acuerdo ––aceptó Teia––. Además, parece que en eso voy a tener suerte, se acerca la buena época, ¿no? - Sí, en eso llevas razón. Es un buen momento para empezar a trabajar en el sector turístico. - Entonces, ¿de acuerdo? - preguntó Teia alargando la mano a su amiga, al más puro estilo profesional. - De acuerdo- se la encajó Pilar tras soltar el trozo de magdalena que iba a meterse en la boca - . Bienvenida a la empresa. - Muy bien ––sonrió Teia satisfecha––. Entonces, ¿ahora qué tengo que hacer?
- Te pediré los papeles para contratarte y eso, pero ya lo arreglaremos. Lo primero que necesitas es volver a estudiar durante unos días. - ¿Estudiar? - Sí, bonita. Estudiar ––recalcó Pilar–– ¿O acaso ya te sabes cómo murió nuestro queridísimo Gaudí? - No ––admitió Teia––, pero ¿lo que interesa a la gente no es lo que hizo mientras estaba vivo? añadió medio en broma. - Ay ––suspiró Pilar––, a veces eres más inocente... A la gente le interesa todo, y cuanto más chismoso o más escabroso mejor. Teia no supo qué decir. - No te preocupes - retomó la conversación Pilar- , ahora vamos a la oficina y te paso diferentes catálogos y libros de diferentes sitios de interés turístico. Los más representativos para empezar y, luego, si hace falta, ya irás cogiendo tú lo que necesites en cada momento. Pero, por ahora, te pasaré las guías de los edificios más
emblemáticos de la ciudad y de los museos, y tú te los miras. No te creas. Tampoco necesitas grandes cosas, en realidad, al final todos nos quedamos siempre con cuatro detalles y alguna anécdota. Teia asintió con la cabeza. Después de desayunar, las dos amigas volvieron a la oficina. Pilar abrió y quitó el cartel que la había estado cubriendo. Una vez dentro, fue cogiendo, de aquí y de allá, libros y revistas, catálogos y panfletos para convertir a una filóloga en guía turística. Cuando lo tuvo todo apilado sobre su mesa, dio un rodeo y abrió el armario que había junto a la pared. Sacó una bolsa de publicidad de la empresa y metió allí todo lo que había recolectado momentos antes. - Anda. ¡Toma! ¡Ya está! Con esto tendrás más que suficiente ––dijo Pilar alargándole la bolsa ceremoniosamente. Teia se lo agradeció y estiró las manos para alcanzar el paquete que a simple vista ya se presumía pesado.
- ¿Y cuánto tiempo tengo para saberme todo esto? - le preguntó al notar que los brazos se doblaban bajo el peso de la bolsa. - Pues lo que tú tardes. Cuánto antes te lo sepas antes podrás empezar. Pero no sé pongamos ¿quince días? ––calculó Pilar–– ¿Te ves capaz de tener cuatro cosas claras de cada uno de los sitios imprescindibles en la visita de un guiri a la ciudad? - Quince días. Me parece bien. En quince días me lo sabré todo. O casi - sonrió Teia. - Muy bien. Pues en quince días empiezo a contar contigo. Ya te llamaré y te diré cuando empiezas ¿vale, guapa? - Vale, y gracias por todo, en serio. - No tienes que agradecerme nada, tú necesitas trabajo y yo necesito gente con idiomas. El favor es mutuo. De veras ––la tranquilizó Pilar. - Sí, pero… - Nada, mujer. Tú ahora estudia mucho y ya verás que todo irá bien. Y si me entero de algún
piso, yo te lo digo. - Aish, si es que eres un encanto- dijo Teia soltando un momento la bolsa y abrazando a su amiga. Pilar rió al notarse apresada por Teia, la cabeza de la cual le llegaba al pecho. - Si necesitas algo más aprovecha ––le recordó–– que ahora mismo me siento generosa. Va. Un pisito en Alicante, un mulato descomunal... Ay, no, que se me olvidaba que a ti eso no te interesa, bueno pues una mulata… - Qué payasa eres, Pilar ––repuso Teia–– ¡Aish! ¡Si no fuera porque tú no me quieres me quedaba contigo entera! - Uy, quita, quita ––dijo Pilar––, que mira que yo soy muy grande, y no sé si iba a caber en tu cama… Teia sonrió mientras se separaba de su amiga y la dejaba por imposible. Sabía que cuando Pilar se ponía guasona no la paraba nadie. - Venga, me voy, va, que tengo muchos
deberes, señorita. - Eso, tú a estudiar ¡y que no me entere yo que te los copias de alguien! Teia se había ido acercando a la salida y Pilar, tras ella, le aguantó la puerta mientras se incorporaba a la circulación de los transeuntes. - ¡Adiós, Listilla!- se despidió Teia. - ¡Adiós, guapa! Cuídate. - Sí ¡Nos vemos en quince días! - Oh, si quieres pásate algún día y comemos en casa ––la invitó Pilar. - Mira empiezo a mirarme los libros y si tengo preguntas ya te llamo y quedamos ––sugirió Teia. - Muy bien ––asintió Pilar mientras dejaba cerrar nuevamente la puerta–– Adiós.
CORREO NÚM. 3
From:
[email protected] sábado, 7 de junio To: Pauluna@yajú.esp
Paula… Buenos días, hoy es sábado por la mañana, y aprovecho que he tenido que venir un ratito al despacho para escribirte, mientras sigo esperando el próximo párrafo que me llegue de ti, y en las horas que a lo tonto a lo tonto me paso pensando…
No creas que por no ser una magnate del mundo del arte, no me vas a resultar interesante. De hecho, toda tú para mí ya lo eres. Además, quién sabe, igual algún día me paso por el museo, así aprovecho también y me culturizo, que ya lo decía mi abuelo: “El saber no ocupa lugar”, lástima que tiempo el sí, y hoy en día nos falta tanto uno como el otro. En cuanto a las famosas mariposas, la verdad es que es una de las sensaciones más auténticas que podemos vivir; y sí, supongo que la reacción que se tiene ante ella, es miedo, pero un miedo similar al que puedas tener cuando estás a punto de subir a una montaña rusa, de esas que tienen miles de tirabuzones, a cual más retorcido. Quiero decir que a veces tendemos a confundir miedo con alteración y, si tengo que escoger, te diré que me tienes alterada, ya ves. Otra cosilla, ya debes haber supuesto que soy Sagitario, símbolo, según los entendidos, de la amistad, de la lealtad y, bueno, unas cuantas cosas
más, todas ellas buenísimas. Así que te pido encarecidamente que no dudes de mí. Sería incapaz de tomarle el pelo a nadie en una cuestión como la que nos traemos entre manos. Debes saber que, de todos los contactos, tan sólo me escribo contigo. Ya sé que suena un poco raro, pero es así, no he conectado con nadie igual que contigo, por lo tanto, mi tiempo para esto es totalmente tuyo. En tu mensaje dices que te da miedo dejarte llevar y lo comprendo, lo que no acabo de entender es que pienses que no puede ser verdad ¿Qué es lo que no puede ser verdad? ¿Que sea tan bueno? ¿La decepción? Sea lo que sea, sólo puedo decirte que no te preocupes, que todo va bien, que vivas esto con todo el ímpetu y energía de que seas capaz, que la decepción casi siempre viene de pensar si habremos hecho lo suficiente. Puedes pensar que vaya rollo te he metido, pero estoy segura de que me entiendes. Bueno, hoy ya me he enrollado bastante, dejo
descansar el teclado, no sin despedirme diciendo que ahora que sé que no te leeré, te voy a echar de menos. Espero que te lo pases en grande y disfrutes mucho en tu tierra, con los tuyos. Yo, desde aquí, prometo tener muchos pensamientos llenos de energía positiva para ti. Te espero… Un beso.
7. TARDE DE LECTURA
De vuelta a casa, Teia descargó la bolsa. Cintia y Marta estaban preparando la comida y Teia se les añadió. Mientras comían les contó que ya tenía trabajo y que se moría de ganas de ponerse a mirar los libros y panfletos que Pilar le había procurado. Después de comer, Cintia retomó la lectura d e La elegancia del erizo, estirada en el sofá, Marta se estiró en el otro sofá a echarse su siesta diaria de diez minutos y Teia ocupó la mesa del comedor, hojeando libros, desplegando panfletos y saltando de un sitio a otro como si intentara empaparse de todo a la vez. Era su primer contacto con lo que debía ser su sustento, al menos por el momento y quería que todo empezara a serle familiar lo más rápido posible. No obstante, a cada nueva publicación que cogía se hacía más consciente que eran tantas cosas las
que debería memorizar que debería ir asimilándolas poco a poco. Pero eso vendría después, aquella tarde era para abrir uno tras otro cada ejemplar y mirarlo deprisa, como miran los niños los juguetes la mañana de reyes, para emborracharse de la esencia de todo, y luego ya decidiría por donde empezar. Pasado un cuarto de hora, Marta despertó con la alarma de su móbil. Necesitó unos intantes más para desperezarse y, cuando lo consiguió, miró a un lado y a otro: - Ostras, chicas esto parece una biblioteca. Qué modositas las dos, cada una con sus cosas. Cintia y Teia se miraron sin decir nada y sonrieron a Marta. - Bueno, pues no sé. ¿Qué me sugerís que haga para estar a la altura? Porque yo esta tarde pensaba espatarrarme en el sofá para mirar alguna peli. Pero, tampoco querría molestar. - No, mi vida, si tú no molestas nunca - respondió Cintia - . Por mí puedes mirar a
ver qué peli echan, igual hasta me añado. Marta miró a Teia. - Por mí también podéis poner lo que queráis, yo puedo seguir ojeando esto sin problemas. - Vale - se incorporó Marta. Cogió el mando, encendió la tele y empezó a mirar si había alguna oferta interesante. - Mira, aquí echan una de Woody Allen –– pareció interesarse––. Buff, pero empieza dentro de una hora. - Pues no la pongas ––repuso Cintia––, recuerda que a las seis tenemos que ir para La Fábrica. - Ostras ¿era hoy? - Sí. Y recuerda que me dijiste que a ésta te venías - le respondió Cintia sin darle opción a réplica - Teia, ¿tú también te vienes, verdad? - añdió mirando hacia ella. - ¿Eh? ¿Qué? ¿Dónde? - dijo Teia sacando la cabeza de un callejero del barrio gótico.
- Tenemos reunión con la asociación - la informó Cintia. - Mmm, no sé, es que ya me había hecho a la idea de pasarme toda la tarde aquí trabajando ––explicó Teia. - Venga mujer, si aún te puedes estar un par de horas más mirando trípticos y culturizándote y luego, como necesitarás desconectar igual, pues te puedes venir con nosotras. - Además - añadió Marta - ¿tú no decías ayer que necesitabas que te diera el aire de Barcelona para acabar de dejar atrás todo lo que ya no te hace falta? ¿Y que querías empezar a conocer gente nueva? Pues mejor que hoy, que tendrás a un montón de mujeres a tu alrededor… Y como después nos iremos de cena con las niñas igual hasta ligas y todo. - ¿Ves? ––intentó convencerla también Cintia–– ¿Qué más quieres? Si es que no nos puedes decir que no. Teia sonrió, sabiéndose vencida.
––Si me lo ponéis así no sé cómo voy a decir que no. La verdad es que sí que me apetece. Pero también me sabe mal irme de fiesta tan rápido, con todo lo que tengo por leer. - Pero si estás recién llegada, que no hace ni cuarenta y ocho horas que aún pisabas suelo francés, mi vida. Yo creo que puedes relajarte un poquito, a ver si no te nos vas a adaptar bien - dijo Marta burlona. Cintia y Teia sonrieron. - La verdad es que tiene razón ––dijo Cintia––. Mira que si no te nos adaptas bien a la ciudad nos vamos a sentir responsables ¿eh? Teia no dejaba de sonreir. - Pero como os vais a sentir responsables vosotras, con lo buena gente que sois - y se acercó al sofá a abrazarlas, primero a una y luego a la otra. - Bueno eso es que te vienes ¿no? - confirmó Cintia. - Sí, me voy con vosotras, pero ahora me
pasaré toda la tarde buscando cómo murió Gaudí. - Lo atropelló un tramvía - resolvió Marta. Las otras dos la miraron sorprendidas. - ¿Y tú como sabes eso? - preguntó Cintia. - Oh, baby, yo sé muchas cosas ––respondió Marta. Teia se rió con ellas y volvió a sentarse a la mesa, frente a su improvisado aparador turístico.
8. UNA CHICA NUEVA
La Fábrica era un local social medio cívico, medio ocupa. Allí se encontraban las mujeres de la asociación, una vez al mes o cuando hacía falta, previo aviso, eso sí, por si no había salas disponibles. Cintia, Marta y Teia llegaron a las siete. Eva y Helena ya estaban allí. - Hola chicas - las saludaron. - Hola - respondieron las tres. - ¿Qué tal? ¿Todo bien? - preguntó Eva. - Sí ¿Y vosotras? - se interesó Cintia. - Bien, bien. Gracias. - Ella es Teia - dijo Cintia presentándola - , y ellas son Eva y Helena - añadió indicando cuál era cuál.
Las tres mujeres se saludaron. Cintia se sentó en una silla, al lado de las que antes de levantarse ocupaba la pareja. Marta aprovechó para despedirse, por el momento: - Bueno, chicas, Teia y yo, como no formamos parte de la junta directiva, nos vamos a ir a la cafetería, y cuando vaya llegando el resto de la plebe volvemos, si os parece - y cogiendo a Teia del brazo abandonó la sala en dirección a la cafetería, cruzando de nuevo el hall, que hacía las veces de aula de ajedrez para un montón de chicos que se enfrentaban, todos al mismo tiempo, a un señor serio que pasaba moviendo una figura en cada uno de los tableros, sin que eso pareciera suponerle demasiado esfuerzo. Al cabo de unos minutos entró en la sala Mireia, que después de saludar a Cintia, Eva y Helena se sentó junto a ellas. - Pues venga, ahora ya estamos todas - empezó Eva - . ¿Os parece que empecemos
con lo del 28 J? - preguntó mirando a Mireia y Helena. Las dos asintieron. - ¿Cómo fue la reunión del jueves con los de la comisión? - les preguntó Cintia ejerciendo de presidenta. Mireia y Helena se miraron y, mientras Mireia acababa de quitarse la chaqueta, Helena tomó la palabra: - Pues, a ver, básicamente, las cuestiones que quedaron cerradas fueron el lema, el recorrido de la manifestación y lo que tenía que ver con las carrozas. Pero quedó pendiente el manifiesto, que quedamos en que los diferentes grupos redactaran propuestas, y todo lo que tiene que ver con la fiesta de por la noche - se detuvo un momento, repasando mentalmente si se estaba olvidando de algo, y luego continuó - . A grandes rasgos, es eso. Después, cuando vengan las otras, os lo explicamos con más detalles y así no hace falta que os traguéis el mismo rollo dos veces - miró a
Mireia - ¿Me he dejado algo, Mireia? - No, no. Con tu capacidad de síntesis característica… Bueno, sólo te falta lo del cartel - dijo Mireia señalando un rollo de papel que había dejado sobre la que sería, supuestamente, su silla durante la reunión. Dejó la chaqueta sobre el respaldo, volvió a coger el rollo y se lo pasó a Cintia, que lo desenrolló, mostrándolo también a las otras. - Muy bien - ratificó Cintia - , pues en la reunión tenemos que acordarnos de pedir ayudantes para empapelar la ciudad… Y de paso preguntamos qué queremos poner en las pancartas que llevaremos, cuántas van a venir a la manifestación… No sé, ¿se os ocurre alguna cosa más? Las tres negaron con la cabeza. - En relación a lo del manifiesto, Helena y yo hemos empezado a redactar una posible propuesta, luego la leemos y a ver que os parece - dijo Eva mostrando una carpeta que tenía
sobre el regazo. - Me parece bien, ¿algo más del 28 J? - les preguntó Cintia. - No- respondieron Helena y Mireia a la vez. - Muy bien ––continuó Cintia––, pues a ver, también tenemos la presentación de Carmen Valiente, que ahora mismo es lo más inmediato, ¿no? - continuó Cintia. - Sí - respondió Eva - . En principio, entre lo que me pasaste tú por mail y los trípticos de la asociación... Creo que la información, por mi parte, ya ha llegado a todo el mundo. - Vale, y desde la librería también están los trípticos y toda la publicidad hecha - añadió Cintia. - Pues entonces, ya está ––dijo Eva––. Sólo faltará recordarles a todas que es el sábado que viene a las ocho y media en la Librotekay que si a alguna le da pereza que se anime, que Carmen es una gran comunicadora y puede estar muy bien - concluyó animada. - Sí, pero también tenemos que hablar de
dónde vamos a ir a cenar después y prever cuántas seremos, más o menos, porque si somos muchas habrá que buscar algún sitio y reservar- intervino Helena - . Si os parece, acordamos hoy las que seguro que vamos y luego ya llamaré yo al restaurante. - ¿Dónde vas a reservar? - preguntó Mireia. - No sé. Eso también tendremos que decidirlo, porque las últimas veces habíamos ido a l Cau, y el sitio está bien, pero la gente se quejaba que luego quedaba muy lejos para salir de fiesta… Así que, si tenéis propuestas... –– aventuró Helena. - El otro día estuvimos con unas amigas en La Cocotte ––dijo Mireia––. Está en el centro, hacen crepes y tartaletas, y también tienen bastantes tipos de ensaladas. No sé, a mi me gustó y de precio era razonable. - A mí me suena, ese sitio- dijo Eva - . Creo que me dijeron que estaba bien. - Vale, pues se propone y si se acepta. Ya
está - resolvió Cintia - . ¿Algo más? Ninguna de las tres añadió nada. Faltaba un cuarto de hora para que empezara a llegar el resto de las socias que asistían a las reuniones periódicas. - Bueno, pues ¿qué queda por hacer antes de que lleguen las demás? - preguntó Cintia. - ¿Os miráis la propuesta de manifiesto? - propuso Eva. En ese momento el móvil de Mireia empezó a sonar. Era la señora Montserrat. Mireia respondió y, después de una breve conversación, se excusó: - Lo siento, pero tengo que salir un momento. La señora Montserrat, mi vecina, se ha dejado las llaves dentro de casa y no puede entrar. Si no os va mal, aprovecho que queda un rato y me acerco, que tengo una copia de sus llaves en casa. Mireia se despidió y las demás mujeres se quedaron leyendo el manifiesto mientras ella salía
del centro cívico. Media hora después llegó Mireia. Una treintena de mujeres sentadas en un enorme círculo hablaban de lo que podían escribir en las pancartas que pasearían el día de la manifestación. Ella entró e, intentando no llamar la atención, se quedó junto a unas cuantas mujeres que estaban sentadas cerca de la puerta. Saludó discretamente a las que le quedaban cerca y un par de mujeres que se apoyaban sobre una mesa arrinconada junto a la pared le hicieron sitio para que también ella pudiera apoyarse. Una vez ubicada lanzó una mirada general a la sala. Cerca de Cintia se encontraba Marta, que no solía venir a las reuniones. “Que extraño” pensó primero, “Tiene cara de aburrida”, y se sonrió. Junto a Marta también había otra mujer. No la había visto nunca. Se la veía seria y miraba hacia el suelo, como si estuviera en otro sitio. Tenía el pelo negro, largo y totalmente liso, su expresión parecía lejana. En aquel momento,
irguió la cabeza, como si despertara de un sueño y, de repente, parecía pendiente de todo lo que pasaba a su alrededor. Llevaba un chaleco azul claro y debajo una sencilla blusa blanca. De su cuello colgaba un collar de cuentas minerales que se perdían en su escote. Mireia se dio cuenta que se había quedado mirando a aquella mujer durante un rato, tal vez incluso la hubiera hecho sentido observada. La reunión había ido pasando por las diversas cuestiones relacionadas con el 28 J cuando, de repente, Cintia dio la palabra a Mireia por si quería comentar alguna cosa más que tal vez ella o Helena hubieran olvidado. En ese momento, todas las miradas se dirigieron hacia ella y vio como la mujer que estaba junto a Marta también la enfocaba. Mireia notó como su cuerpo se encendía y se tensó mientras pretendía devolver rápidamente el turno de palabra a Cintia, para que aquella mujer dejara de mirarla.
Momentos después, cuando había conseguido desviar la atención de su persona y todas volvían a estar pendientes de Cintia y las demás, Mireia volvió a mirar a la mujer de azul que seguía sentada tranquilamente. Miraba cómo apoyaba las manos sobre su regazo, cómo se cruzaban sus piernas. Luego intentó averiguar cuál era el color de sus ojos, y en eso ocupó todo el tiempo que quedaba de reunión. Poco antes de levantarse la sesión, como solía decir Cintia al terminar la reunión, llegó Sara, que decidió esperar disimuladamente en la cafetería hasta que acabaran para encontrarse con Mireia y añadirse al grupo para cenar. Mientras, quien más quien menos se iba reorganizando en un grupito o en otro. Sara se reunió con ellas y, en poco más de media hora, ya estaban todas sentadas en el restaurante. Mireia no había comentado nada a Sara acerca de Teia, ése era el nombre de aquella mujer que le había ocupado toda su atención desde que
la viera. En la mesa, medio por casualidad medio por interés, Mireia ocupaba una silla junto a la de Teia. Frente a ella estaba Sara, y frente a Teia, Úrsula, una mujer a quien había visto en un par de ocasiones, pero con quien apenas había hablado. La cena transcurrió con normalidad, como cualquier otra de aquellas cenas del primer sábado de mes, cuando se reunían. Mireia, al principio, probó de hablar en alguna ocasión con Teia, pero se la veía muy entretenida hablando con Úrsula. Mireia pensó que tal vez se conocieran y, tras varios intentos, prefirió dejarlo y hablar con Sara y con otras dos mujeres que se sentaban a su izquierda. Úrsula y Teia parecía que se entendían y que no necesitaran a nadie más. Tras la cena, unas cuantas mujeres dijeron de ir a tomar algo al Feeling, como también solía ser habitual en el grupo. Cintia y Marta, al igual que Helena, Eva y alguna otra pareja, se retiraban ya. Úrsula intentó convencer a Teia para que ella también se quedara, pero Teia tenía trabajo que
hacer el domingo y prefirió irse junto con sus amigas. Por su parte, Mireia se marchaba también, debía ir al Lynx donde, como cada sábado, se sacaba un sobresueldo para poder seguir tirando mientras no cobraba las traducciones que ocupan su vida laboral diurna. Después de las despedidas, los diversos grupos separaron sus caminos, no sin antes recordar que volvían a encontrarse el sábado siguiente en la Libroteka.
9. “DAME UN BESO”
- Dos vodkas con limón, guapa - pidió la chica rubia, que venía acompañada por una amiga que estaba un poco más lejos - . Está muy tranquilo, esta noche, ¿verdad? Hemos ido a dar una vuelta por los pubs y no hay tanta gente como otros sábados. Hoy no creo que tengáis mucho trabajo. Mientras le hablaba, Mireia había acabado de servir las copas. Durante la conversación, la novia del proveedor de vodka le había cogido la mano en dos ocasiones. La primera vez le pareció una muestra de confianza, mientras le pedía la bebida, y ella había retirado la mano instantes después, sin plantearse nada, para coger los dos vasos. La segunda vez, se la había vuelto a coger mientras dejaba los vasos sobre la barra, y la forma de cogérsela había sido mucho más
descubierta. Mireia, esta vez, apartó la mano simulando no darse cuenta. Ahora las tenía escondidas sobre la nevera que ocultaba la barra un palmo por debajo, mientras mantenía la conversación unos breves instantes más, por cortesía. - No sé. Aún es pronto ––contestó Mireia al comentario de la chica––. Aquí hasta las dos ya sabéis que no hay mucha gente. - Tienes una piel muy suave - continuó la chica en voz alta sus pensamientos. Mireia, cada vez más desconcertada, mantenía una sonrisa que pretendía ser un gesto de naturalidad. - Gracias. No veía a qué venía aquella conversación. De hecho, parecía no creerlo. - ¿Me das la mano? - ¿Qué? ––se sorprendió Mireia. - Va, dame la mano ––insistía aquella chica. Mireia sonreía sin entender nada. A qué
quería jugar aquella mujer, lo atribuyó al par de cubatas que ya debía haberse tomado con su amiga en algún otro local. La situación le resultaba la incómoda, más si cabe por el hecho de que sus dos compañeros, aburridos por la tranquilidad que reinaba en el local, las observan. La clienta se mostraba cada vez más insistente, escudada en la confianza de saberse conocida de todos por su relación con Igor y por su asistencia sistemática al local cada sábado a primera hora, cuando sólo había en él un par de parejas de cuarentones despistados o un grupo de guiris europeos inadaptados al desajuste horario nocturno de los latinos. Ahora, en vistas a las reticencias de Mireia, no sólo le pedía la mano, sino que ya tenía medio cuerpo sobre la barra y la cogía ella misma. La sujetaba firmemente con las suyas, como si el hecho de relajarse un momento hiciera que aquella mano, como untada en mantequilla, desapareciera en aquel sueño producto de su deseo.
- Dame un beso- dijo sujetando y acariciando, juguetona, la mano de Mireia. - ¿Qué? ––hizo mireia incrédula. - Que me des un beso- repitió ella. Mireia se lo había ido tomando a broma, pero después de aquella frase empezó a sentirse realmente incómoda. - Que no. ¿Por qué no se lo pides a ellos? - le indicó señalando a sus compañeros, que las observaban divertidos, como si de una película se tratara. - Va, venga, un besito- dijo la chica rubia sin prestar atención al comentario de Mieria - , sólo uno pequeñito. Hace tiempo que quiero probar esos labios. - ¿Pero tú no estás con Igor? El torso de la chica sobre la barra se le tiraba más y más encima, cuando Mireia consiguió liberar su mano. Cogió la primera bayeta que encontró y salió disparada hacia el rincón de la derecha, sólo unos metros más allá,
donde un tabique le daba la opción de huir de ella. Los dos chicos se acercaron a Mireia sorprendidos y riendo de la escena presenciada. - ¡Tíaaa! ¡Que te acaban de entrar!- se abalanzó sobre ella Carles. - ¿Lo has pillado? - continuaba Marc desde su izquierda. Mireia imaginaba que estaba metida en la pica y que ella y la bayeta eran una misma cosa. Notaba que estaba roja como un tomate. No tenía intención de mirar hacia ninguno de los dos, y mucho menos de girarse y salir de nuevo sin tomarse un respiro. El agua fría sobre sus manos servía para liberar ahora la tensión del momento. - ¿Si lo he pillado? - pensaba - ¿Qué coño le ha pasado a esta tía hoy? Joder, que su novio está en el despacho con José Luís y podría haber salido en cualquier momento. ¿De que ha ido todo eso? ¿Qué quería? ¿Un trío? Mireia no podía alargar más el remojo de la bayeta, tenía que volver a salir a la barra y ni la
chica rubia ni su amiga, que se había acercado, se habían movido de ella. No había opción. Había que salir. De nuevo, la luz de la barra, la discoteca vacía y las dos mujeres allí. La amiga estaba de espaldas y la novia de Igor totalmente desvergonzada ya, la desnudaba con la mirada y sonreía mientras Mireia volvía a ocupar su puesto. - Hoy estás muy guapa ––dijo sin abandonar sus intenciones––. Y eso que lo estás siempre. Pero acércate, ven y me das un beso, uno pequeñito, de verdad. - ¿Pero tú no estás con Igor? ––le repitió Mireia. - Vaaa, mujer, acércate ––insistió la mujer un poco más conciliadora–– Si no me quieres dar un beso, pues bueno, estaré triste. Pero no me hagas hablar a tres metros de distancia. ¿Te puedes acercar? Y no te haré nada. Mireia avanzó. Por mucho que lo intentara no recordaba el nombre de aquella chica. Era,
sólo, la novia de Igor, el ruso con pinta de armario empotrado que tomaba copas con José Luís y que traía alguna caja de algún vodka especial si la ocasión lo requería. La chica rubia se reclinó de nuevo sobre la barra, cogió el brazo de Mireia y, acercándosele al oído, le disparó: - A mi los tíos, en realidad, no me interesan, guapa - le dijo lanzándole una mirada de “parece mentira que aún no te haya quedado claro”. Acto seguido soltó a Mireia, se giró hacia su amiga, la cogió de la mano y, con el vodka en la otra, las dos se dirigieron a uno de los sofás. Mireia permaneció inmóvil mientras ellas se alejaban. Los chicos la miraban a su vez expectantes, como si de un video-clip se tratara y se hubieran quedado sin el beso final. Mireia se giró y, mientras se acercaba a los chicos, se abrió la puerta que llevaba al despacho. Por ella salió Igor, que en seguida pidió dos chupitos para compartir con José Luís, que se le
había añadido inmediatamente. Después del trago, se despidieron efusivamente, como siempre hacían, e Igor fue hacía los sofás donde estaban su novia, a quien besó, y su amiga, de quien se despidió finalmente antes de irse. Las dos chicas volvían a estar solas y siguieron bailando despreocupadamente. Cuando Igor hubo desaparecido, su novia miró hacia la barra, buscando a Mireia. Levantó su copa, primero, y la barbilla de su amiga, después, para comérsela mejor.
10. ENTRE SEMANA
La semana fue trascurriendo con total normalidad. Sara y Mireia seguían su actividad en la facultad, preparando los trabajos que les requerían los profesores del máster y aprovechando cualquier ocasión para escaparse del edificio, estirarse en el césped y empezar a ver aparecer los primeros bronceados entre carpetas y rotuladores. María seguía con su rutina habitual, sólo alterada por la compañía de su amiga Carmen, que estaría en su casa mientras no acabaran las obras que habían empezado en la suya. Se le hacía extraño levantarse y tener que vigilar a la hora de salir de la habitación para no despertarla, pero también era agradable encontrarla, cuando volvía
a casa, sentada en la terraza o frente a la mesilla del comedor, siempre tras su portátil y con un cenicero ocupado por media docena de cadáveres de cigarrillo que su amiga había encendido y luego había olvidado fumarse. Reconocía, incluso ante su sorpresa, que le gustaba preparar la cena a medias y poder ir comentando con alguien las películas que hacían por la noche. Sobretodo cuando a la otra persona no le importara, y a Carmen no le importaba. De hecho, ella también lo hacía, y en la mayoría de las ocasiones incluso más que María. María siempre había defendido la idea de vivir sola, pero también era cierto que aquellos días se sentía acompañada y, por primera vez en su vida, no le importaba compartir el baño. Cintia y Marta, y por supusesto Neula, también tenían una invitada en casa, Teia. A Neula le encantaba tener compañía la mayor parte del día, mientras Teia estudiaba catálogos turísticos, se preparaba resúmenes y buscaba piso
por internet. Por su parte, entre semana Cintia y Marta estaban poco en casa y sólo por la noche, durante la cena que ahora Teia siempre les tenía preparada, podían charlar un rato. Durante una de las cenas, Cintia comentó que para el sábado siguiente al de la presentación de Carmen Valiente, Eva había propuesto un pase de película para ir caldeando el ambiente de cara al 28 J. Podían, decía el mail recibido por Cintia, quedar todas para cenar y luego ir al casal de su barrio a mirar alguna película de temática. Cintia explicó que durante el día ya se habían añadido bastantes a la convocatoria, y las tres amigas también decidieron hacerlo. A Teia le gustó poder empezar a tener vida social de nuevo. El sábado, durante la reunión, se había aburrido bastante, porque en esas cosas se parecía más a Marta que a Cintia, siempre mucho más luchadora y reivindicativa. Pero la cena de después le resultó divertida, había charlado mucho con Úrsula y se había reído también con ella. Le gustó cómo la
hizo sentir y le apetecía volver a verla. También recordaba a otras mujeres con quienes había hablado. Recordaba al par de jovencitas que había tenido sentadas al lado durante la cena. A una, Mireia, la había visto entrar tarde a la reunión, muy segura y decidida, y quedándose en un rincón para no molestar demasiado, pero se veía que todas la conocían, algunas la habían saludado al entrar y otras muchas le habían sonreído al cruzarse sus miradas desde más lejos. Debía ser la jovencita que las traía de cabeza a todas. Con la otra, Sara creía recordar, había hablado poco, pero le pareció divertida. Los días fueron pasando sin ninguna novedad. Teia ya había visto un par de pisos, pero ninguno de los dos le gustó, y de un tercero, con la casera del cual habló por teléfono, no volvió a tener respuesta. El jueves por la tarde, Teia volvió a tener noticias de Pilar: - Niña, ¿cómo lo llevas? - le dijo la voz que
salía del auricular. - Bien. Pero me estoy dando cuenta que hay muchos detalles que no sé yo si voy a saberme cuando me hagan falta ––respondió Teia. - Bueno, tú no te preocupes ––la tranquilizó Pilar––, si hay alguna cosa que no te la sabes, te la inventas. - Anda, pero cómo me la voy a inventar. - Bueno, quien dice te la inventas quiere decir que la improvisas ––explicó Pilar––. Si te piden la interpretación de algo pues más o menos ya te sabrás otras cosas del mismo artista, así que con lo que tú ya sabes pues intentas explicar lo que te pregunten y ya está. Si a los clientes, sobretodo a los jubilados, que es lo que más te vas a encontrar, les interesa más sentirse atendidos que todo lo que tu sepas de historia del arte. Si ellos, con cuatro cosas que puedan explicar luego en casa, ya están contentos y satisfechos. - Ojalá fuera yo tan feliz como tú - le reconoció Teia.
- No, mujer, si yo sé que tú lo vas a hacer muy bien - confiaba en ella Pilar. - Intentaré que así sea. - Bueno y así ¿cuando empiezo a contar contigo? ¿Te va bien el jueves que viene? - ¿El jueves? Venga. Mira, cuanto antes me lance, antes pasará la primera vez. Y listos - resolvió Teia. - Así me gustas ––admitió Pilar––. Muy bien. Pues nada, para el jueves irás con Ester, otra de las guías, así no te dejo sola en tu primera vez. Tendréis un grupo de cincuenta que dividiréis en dos de veinticinco, os daréis una vueltecita por todo el barrio gótico por la mañana, luego los lleváis a comer donde siempre, eso ya te lo explicará Ester, y por la tarde tenéis visita reservada en el museo Picasso, ¿de acuerdo? - De acuerdo. - Pues nada, quedamos que te pasas el miércoles por la agencia, me traes tus papeles para hacer el contrato y ya te daré las horas y los datos
que necesitas para empezar a trabajar el jueves. ¿Te parece? - Sí. Muy bien, gracias ––dijo Teia. - Nada mujer, nos vemos el miércoles. - Sí. - Pues venga, chaíto. Un beso- se despidió Pilar. - Adiós. Un beso. Teia tenía, de ese modo, su primera visita programada. Visitas había visto y participado en muchas, pero ahora le tocaba a ella ser la líder, así que tenía una semana para acabar de empaparse con todo lo necesario para poder contestar todas las preguntas que se le pudieran ocurrir a veinticinco personas juntas sobre el barrio gótico y el museo Picasso. Cuando aún no había tenido tiempo de volver a la mesa donde tenía los papeles, el teléfono de la sala volvió a sonar. - ¿Sí? - respondió de nuevo Teia. - ¿Teia? - Dime - dijo reconociendo de nuevo la voz
de Pilar. - Oye, que con lo del trabajo se me había olvidado que te llamaba también porque he encontrado una chica que me ha dicho que a lo mejor sí que le interesa alquilar una habitación en su piso. - ¿Ah sí? - ¿Has encontrado algo ya? - le preguntó Pilar. - No, que va ––contestó Teia–– Si estaba por irme esta tarde a la universidad y ver si había carteles, porque por ahora no he encontrado nada que me interese. - Pues mira, yo te cuento- siguió Pilar- Es Paula, trabaja en el museo moderno, ayer estuve hablando con ella para colocar a los grupos del mes que viene y esas cosas, en fin… Y mira, no sé porqué me acordé de ti y, cómo yo por preguntar no me quedo nunca, pues le pregunté si no sabría de alguien, en el museo o entre las guías que van por allí, a quien le interesara compartir piso o
supiera de alguien. Y va y me suelta que ella se lo estaba planteando, porque está separada y con lo que saca del museo y lo que le pasa el marido para los críos, pues que no le llega. - ¿Pero tiene hijos? ¿Más de uno, quiero decir? - preguntó no muy convencida Teia. - Sí. Tiene un niño y una niña pequeñitos. Pero ya me ha dicho que los fines de semana los críos siempre están fuera porque ella trabaja y que el padre los vuelve a llevar sólo para dormir. No sé, igual eso no te interesa, pero por lo que yo sé ella es legal. Como tú veas. - No sé. La verdad es que ahora mismo no tengo mucho más, y por probar no pierdo nada –– dijo Teia. - Pues mira, si quieres te paso su número de teléfono, hablas tú con ella y miras si te interesa o si no, eso ya tienes que verlo tú ––propuso Pilar. - Pues sí, pásamelo y yo la llamo- concluyó Teia. Después de colgar Teia tenía una buena
sensación. Dos niños, no era lo que había pensado, pero si el fin de semana estaban fuera… Se decidió a llamar a aquel número inmediatamente. Paula le pareció una mujer dulce. Para decidir el precio de la habitación quedaron en que podía verla y luego lo pactaban pero que, en cualquier caso, no sería exagerado, porque entendía que tenía dos niños y prefería ganar menos antes que ponerse a especular. Paula sólo pretendía llegar a final de mes de una forma algo más holgada. Finalmente, quedaron en verse el lunes siguiente.
Correo núm. 4
From: Pauluna@yajú.esp sábado, 14 de junio To:
[email protected]
Buenas noches, debe ser cierto eso de que querer es poder. Son las diez y los niños ya están en la cama. Los platos quedan por fregar, pero lo haré luego. Hace ya días que me moría de ganas de reencontrarme contigo después de esta semana.
Por Bilbao, muy bien. Al final mi hermana, que es azafata, tuvo un congreso en Madrid y sólo pudo estar con nosotros un día y medio pero, bueno, ya nos dio para ponerme al día de los cotilleos de las tierras bascas y del grupo de amigas con el que íbamos antes. El resto del tiempo me lo pasé en casa de mi madre, a cuerpo de reina, y los peques ni te cuento, viviendo el sueño de sentirse malcriados sin que nadie les regañara y teniendo a todo el mundo pendiente de ellos y riéndoles las gracias, te puedes imaginar. Y nada, ayer nos volvimos para acá. Llegamos a las tantas y esta mañana reconozco que me ha costado madrugar. Menos mal que éramos sábado y no ha parado de venir gente en todo el día al museo. Además, me ha pasado algo muy curioso: hoy ha venido una chica al museo, se ha estado mucho rato frente a la taquilla mirando, en ocasiones estoy segura que se me quedaba mirando a mí porque me he sentido observada, pero no lo sé porque llevaba gafas de sol, así que
igual son alucinaciones mías. En fin, después de mucho rato se ha acercado, me ha pedido una entrada y me ha estado pidiendo bastante información sobre el museo, y siempre sin dejar de mirarme. Ha habido algún momento en que hasta he llegado a pensar que serías tú y que no te atrevías a decírmelo directamente. Cuando ha salido del museo también se ha quedado un rato por allí delante de la taquilla hasta que finalmente se ha marchado. Reconozco que puede parecer algo paranoico, pero la chica se ha comportado de una manera un tanto extraña, eso no me lo negarás. A parte de esos momentos en que me he puesto algo nerviosa, el día me ha pasado bien, pero me moría de ganas de poder volver a saber de ti, de saber si me habrías escrito estos días… Ya he visto que sí y me ha gustado mucho leerte de nuevo. Luego a tocado preparar la cena, ocuparme de los niños, en fin, todo, para poder tener este ratito contigo antes de acostarme. Bueno, y una vez hecho el reporte de la semana
(que igual no te interesa para nada, pero que yo te lo cuento y así, poco a poco, vas sabiendo cosas de mí y me vas conociendo un poquito más) pues paso a contestarte tu correo. Por lo que se refiere a interpretar ese cosquilleo en momentos afortunados como una alteración y no con el miedo, me encanta, me parece una forma muy tierna de verlo. ¡Yo también quiero! Del tema zodiacal, es genial, Sagitario es un bello signo, mis dos hijos lo son (ya ves tú, soy una experta creando centauros de espíritu libre. A ver si también se me da igual de bien congeniar con los de vuestra clase). Por mi parte te diré que soy Virgo, la broma del instituto ya hace mucho que no me la hacen, pero como en el caso de las mujeres vuelvo a ser novata, entenderé que te sonrías (pero a parte de eso te diré que, en general, somos ordenaditas y todo lo queremos tener controlado, pero eso deben ser más las otras, porque luego yo soy algo despistadilla). No sé si conoces alguna Virgo más, ni qué piensas de
ellas, pero prometo que si me das la oportunidad el signo te será grato de recordar. Por cierto, me estás ganando la partida informativa, creo que eres bastante mejor que yo a la hora de obtener información, lo digo porque tengo la sensación de que tú sabes muchas más cosas de mí que yo de ti. No me parece mal, cada cual cuenta lo que quiere, pero por pedir que no quede. Cuéntame más de ti. Bueno, y paro ya, que vaya rollo te he pegado hoy. Por cierto, desde que te cruzaste en mi correo, yo también descarté los demás contactos rápidamente, con lo que tú me llenas no necesito nada más. Un beso. Paula
11. UN JUEGO PARA TRES
Después de la cena, la mayoría de las parejas se fueron para casa. Quedaron, entonces, como siempre, las solteras y alguna parejita con ganas de fiesta. Primero, pasaron por el Shiva, donde las primeras copas iniciaron conversaciones y prepararon el terreno a los cócteles que las siguieron y que, entre risas y coincidencias, fueron abriendo paso a intereses cada vez menos disimulados. Algunas de las chicas finalizaron también allí sus horas nocturnas y aprovecharon que el metro aún no había cerrado para marcharse a casa, aunque sólo Eva y Helena tenían claro a casa de quien. Sara tenía ganas de fiesta, a ella le
encantaba bailar y encontrar mujeres interesantes a las que dejar rendidas, así que necesitaba exprimir más aquella noche que parecía prometer grandes cosas. Quedaron, además de Sara, Úrsula, a quien no conocía mucho pero con quien tampoco se había planteado tener nada; Teia, la amiga de Marta y Cintia que podía ser una opción interesante, lástima que Úrsula pareciera no querer separarse de ella; y, finalmente, Carmen, la poeta, la protagonista de la presentación que había sido la excusa para que aquellas mujeres acabaran cenando y saliendo luego juntas. Carmen se presentaba como la mejor opción para satisfacer las expectativas de Sara. Una mujer interesante y madura, con tablas en la vida social y aún con noches por quemar, sin duda digna de ser disfrutada. Después de casi ocho horas desde que todo empezara, a las siete de la tarde en la Libroteka, habiendo pasado por el restaurante y el bar, ellas eran las supervivientes y tenían ganas de seguir
siéndolo. - Bueno, chicas y ahora... ¿a dónde vamos? - preguntó Carmen con picardía, mientras ofrecía a cada una de las chicas cigarrillos del paquete que acababa de sacar de la máquina. - ¿Vamos al Feeling? - sugerió Úrsula. - No. Al Feeling, no. Debemos aprovechar que no nos conocemos y todas somos un poco nuevas para las demás… ––siguió Carmen, juguetona–– Deberíamos buscar también un local nuevo o, no sé, algo diferente. - Han abierto uno en la zona alta. No recuerdo como se llama, pero tengo una amiga que sí lo sabe - apuntó Sara. - Muy bien. Pues vamos allá - decidió Carmen mientras buscaba en el bolso un mechero con el que encender el cigarrillo que aguantaba con los labios. - Ten - le dijo Sara alargándole el mechero que siempre llevaba encima, mientras esperaba que el número que había marcado con su móvil
cogiera línea. - Gracias - respondió Carmen mientras se acercaba a la llama - ¿Pero tú fumas? No te he visto con un cigarrillo en toda la noche. - Sólo en ocasiones especiales. Pero llevar un mechero es como llevar unas bragas limpias en el bolso, que no se sabe nunca… - Sara interrumpió la frase. Alguien al otro lado del teléfono acababa de descolgar- ¿Carla?… Ei, hola, soy Sara. ¿Te acuerdas del local aquel nuevo que me dijiste?… Sí… ¿Me puedes recordar la dirección?… Vale… Sí, yo te cuento… Gracias, guapa. Un beso. Chao- Sara colgó - ¿Listas? - dijo mirando a las tres mujeres que la acompañaban. Las tres asintieron y, tras conseguir un taxi, fueron a la dirección indicada por Sara. Cuando llegaron allí en seguida se separaron. Úrsula y Teia se quedaron charlando en uno de los sofás que había al principio del local. Carmen y Sara decidieron irse a una de las barras que quedaba más al fondo. Donde había mucha más gente y
montones de mujeres bailaban y reían lejos de la rutina de la semana. Sara saludó a un grupo de chicas que bailaban y se hechó unos bailes con ellas, mientras Carmen charlaba con una pareja con quien se había encontrado a un lado del improvisado pasillo que había quedado entre los diferentes grupos de mujeres y por donde otras mujeres, unas veces solas y otras acompañadas, cruzaban en todas direcciones de un lado a otro del local. Después de la breve charla, la pareja siguió su camino entre aquel reguero de féminas despreocupadas y Carmen se acercó a la barra para pedir: - Un cubata de ron; Negrita, si tienes - dijo adelantándose un poco sobre la barra para que una camarera de larga melena morena y vestida con una camiseta negra de generoso escote la oyera. Aún estaban sirviendo a Carmen, cuando Sara se le acercó por la espalda y al ritmo de la música, que ya tenía metida en el cuerpo, la cogió
por la cintura y, apoyando su mentón sobre el hombro de Carmen, indicó a la camarera que le pusiera lo mismo a ella. Carmen cogió su copa, se mojó los labios y se giró mirando a Sara. Cuando la tuvo en frente pegada a su cuerpo, le dio a probar la dulzura de su boca. Tras el primer sorbo se quedaron con ganas de más. Ambas sabían que aquellos eran algunos de los mejores momentos que una noche podía ofrecer a dos mujeres. El juego prometía ser generoso y valía la pena saborear cada movimiento. Bebieron, charlaron, rieron, bailaron y se tocaron, a veces como sin querer y otras con muchísima intención, mientras a su alrededor las demás mujeres iban desaparecido al ritmo de la música. A medida que el espacio entre beso y beso se reducía, Carmen y Sara fueron abandonando el local y se dirigieron hacia casa de María, que es donde residía temporalmente Carmen a causa de las obras que hacían en su piso. Aquel fin de semana, casualmente, María se encontraba fuera de la
ciudad, así que pagaron al taxista que las llevó y cerraron tras de si la puerta. La tenue luz del amanecer ya se levantaba iluminando la casa a través de los grandes ventanales. Las chaquetas fueron rechazadas inmediatamente y sin demasiados miramientos. Las manos se perdían por entre la camiseta de Sara, que parecía mucho más pequeña ahora que durante toda la noche. Sus pechos emergían un poco más a cada nuevo estirón de la camiseta con la que Carmen jugaba, mientras que la blusa de ésta perdía definitivamente la batalla entre las manos de Sara, que, después de haber explorado el tacto de su piel, abrían sin pudor el camino, botón tras botón, al resto de su cuerpo. Llegados a ese punto, los sujetadores fueron fácilmente liberados. Entre pasos atropellados de las dos, Carmen cogió a Sara de la mano: - Ven. Te llevaré a un sitio que te va a gustar. La mano de Sara, guiada por Carmen, se
vio arrastrada a lo largo de un pasillo. Carmen se había quitado las botas y, cuando se detuvieron junto a una de las puertas, descalzó también a Sara. - Lo mejor de esta casa - dijo susurrándole al oído- es la habitación. Cuando pasemos de esta puerta caeremos sobre un inmenso futón que ocupa toda la estancia. Nada más que cama y toda para nosotras, preciosa. Sara se hubiera llenado de curiosidad de no haber estado ya llena de deseo. Quería tenerla estirada, arrastrar hacia si sus pantalones, rasgarse las uñas si hacia falta, y la quería ya. Carmen abrió la puerta y se estiró y la estiró sobre ella. La besaba, se besaban y sus manos se perdían por debajo de la falda, rendida ahora ante la ausencia de gravedad. Se comían, se buscaban y, una sobre otra, entre risas y gemidos, giraban sobre una cama infinita. Y aquellas risas y gemidos despertaron a quien, supuestamente, no debía estar allí. María,
la amiga de Carmen, que debía pasar fuera el fin de semana, había vuelto de improviso hacía unas horas. Había llamado a Carmen al móvil, pero le había saltado el contestador. Así que se había acostado suponiendo, sin más, que su amiga, siendo sábado, estaría de copas con alguna de sus conquistas. No había imaginado la posibilidad de que la conquista acabara aquella noche en su cama. Al principio, los gemidos y susurros se habían entremezclado en sus sueños y ella también había empezado a retozar. Pero pronto se había dado cuenta que lo que oía era real y estaba junto a ella. Por la ventana entraba suficiente luz como para reconocer, entre las dos mujeres que se comían junto a ella, a Carmen y a una joven de melena despeinada; le resultaba conocida, pero no acertaba a arriesgar más. En un primer momento, dudó en avisarlas de su presencia, pero se las veía tan distraídas, tan ocupadas en ellas y, además, se había puesto tan caliente ella misma, que prefirió
incorporarse sólo un poco en unos cojines que había apoyados contra la pared y, desde debajo del edredón que la cubría, no molestar demasiado y aprovechar que ellas estaban a lo suyo para acariciarse ella también. Carmen, que estaba sobre Sara, se giró y quedó estirada boca arriba mientras Sara se situaba sobre sus pechos, pero había quedado muy cerca de donde estaba María y notó que el edredón no era sólo eso. Pensó en su amiga. ¿Estaba allí? No quería asustar a Sara, y menos llegadas a esas alturas. No quería que la jovencita huyera despavorida al ver a otra mujer en la cama. Pero tampoco quería seguir sin saber si todo aquel edredón era ropa o, como suponía, María estaba allí. - Sara - la paró Carmen - , espera un momento, cielo. Sara se extrañó por el parón inesperado. Carmen se echó hacia un lado y, alargando un brazo, encendió una pequeña lámpara que
pendía de una de las esquinas. A Sara no le importaba tener la luz encendida. De hecho siempre la prefería. Le encantaba ver cómo se estremecían los cuerpos de las mujeres que conquistaba y ella se ponía mucho más cachonda viendo la desnudez entre sus manos. Carmen miró por encima del cuerpo de Sara y vio como María estaba incorporada a un lado, como sin querer molestar. Tenía los ojos cerrados, haciéndose la dormida, pero la camisa de dormir desabrochada y un pecho al descubierto la delataban. - ¿María? Sara, contrariada, se giró hacia donde miraba Carmen. - ¿Pero tú no estabas fuera todo el fin de semana? - preguntó Carmen, que veía como a su amiga se le escapa la risa y abría los ojos. - Es que al final me cansé antes y volví - respondió mirando alternativamente a su amiga y a la joven que estaba también en su cama - ¿Sara?
- ¿María? - se apresuró a taparse con un cojín Sara al reconocer a su profesora. - Chicas, lo siento. Si no he dicho nada antes ha sido por no molestar. Me he despertado y he visto que estabais tan bien que hasta yo me he puesto mala. Mira, a mí también me habéis pillado- dijo cubriéndose el pecho con el edredón que hacía un momento había dejado caer- Pero por mí no os preocupéis, estabais tan a gusto… Carmen y Sara, aún jadeantes, se miraron. - ¿Qué te parece la dejamos jugar con nosotras? ¿O es demasiado para ti? - preguntó Carmen retando a Sara con la sonrisa y la mirada. Sara miró a María. Sería todo un hito en sus noches de conquista. Acabar sin planearlo en la cama de la deseada profe de conflictos sociales, que des de siempre le había dado un morbo increíble, y además haciendo un trío. Insuperable, sin duda alguna. Una oportunidad como aquella no se le iba a volver a presentar en la vida. - Pues claro que jugamos. Siempre he sido
muy solidaria yo- dijo mientras dirigía su mirada hacia María. - Pues muy bien, todo arreglado. Juego de chicas. ¿Quien empieza? - las provocó Carmen. Sara separó el cojín sobre el que se apoyaba y, gateando, se acercó a María que, a su vez, apartó el edredón y volvió a mostrar su pecho descubierto.
12. ESCARCEOS NOCTURNOS
El local tenía todo lo necesario para crear pequeños ambientes en los que cada grupo de mujeres podía encontrar su propio espacio. Unos sofás eran amplios, otros se apretaban en su estrechez arrinconada; los más atrevidos eran de látex rojo, los más disimulados se limitaban a confundir en la oscuridad su tono negro. Cada uno de ellos vivía decenas de inicios, especialmentes en aquellas primeras noches que el local llevaba abierto. Con el tiempo, tal vez, se vivirían también otros tantos finales, pero por ahora el optimismo que emanaba del olor a nuevo, a recién estrenado, que aún transpiraban las paredes y los rincones, lo impregnaba todo. Nada más entrar, diversos espacios daban la
bienvenida a las diversas mujeres que buscaban un lugar allí. - ¿Nos quedamos por aquí? - sugirió Úrsula a su acompanyante nada más entrar en el local. Teia miró hacia el fondo, por el que los grupos de mujeres se perdían. Los lugares alargados no le gustaban demasiado. Le daban una sensación claustrofóbica que no sabía explicar. De modo que le pareció que la oferta de Úrsula la rescataba de tener que seguir hacia el interior. Ella también prefería quedarse allí, sería un buen lugar para seguir charlando como lo habían estado haciendo durante toda la noche, y quién sabe si para intimar más. Aquella mujer la hacía sentir cómoda. Le gustaba su conversación dulce y atrevida a la vez. - Sí. De acuerdo- respondió Teia. Sara y Carmen prefirieron seguir su camino hacia el interior del local. No se despidieron formalmente, pero todas tenían claro que el cuarteto, si es que lo había sido en alguna ocasión,
se deshacía allí, probablemente no se volverían a ver más aquella noche. Úrsula y Teia ocuparon un sofá que acababa de quedar libre. - ¿Te apetece tomar algo? - le preguntó Úrsula. - No. Prefiero esperar ––contestó Teia––. Creo que ya he mezclado demasiados combinados por esta noche. Hacía mucho que no salía y creo que mi cuerpo ya no se acordaba de qué tenía que hacer para digerir el alcohol. - ¿Te han subido los combinados? - se interesó Úrsula. - Un poco. Pero todavía no es preocupante. Aún soy capaz de saber lo que digo. Pero justamente por eso prefiero parar antes de que sea demasiado tarde. - Prometo que si te emborracho lo suficiente te devolveré a casa sana y salva. Sin un rasguño en esa piel tan bonita ––dijo Úrsula mirándola fijamente.
- Qué atrevida ––reconoció Teia––. Pero cariño, no te equivoques, si me emborracho será sólo porque yo quiero y no creo que hiciera falta que cuidaras de mi. - Ostras. Que corte. Perdona, no pretendía ofenderte - respondió Úrsula algo contrariada. - No te preocupes ––la tranquilizó Teia––, sólo pretendía defenderme, que ya estoy viendo que contigo una se despista un poquito y se convierte en una princesita que tiene que ser salvada. - ¿Y eso es tan malo? - No lo sé. Depende ––apuntó Teia. - ¿De qué depende? - De si tú eres la princesita rescatadora o el lobo feroz. - Ostras. Ahora sí que me has matado –– reconoció Úrsula. - Debías ser el lobo ––acertó Teia. - Joder ¿Así se las gastan las francesas? –– se sorprendió Úrsula–– Me parece que voy a pedir
algo. Pero no sé si insistir en si tú quieres una copa o no. - Ay, perdona ––se disculpó Teia––. No es culpa tuya. Es que ya te he dicho que hacía mucho que no salía y me he sentido algo violenta al entrar a un local de ambiente contigo y sentarnos en el sofá y… En fin, que me he sentido algo indefensa y… Lo siento. - Tranquila, igual sí que he sido algo prepotente ––se disculpó Úrsula a su vez. Se había levantado y miraba a Teia para saber si quería que le trajera algo o no. - No, no me apetece nada, gracias ––le dijo Teia. Úrsula se alejó un momento y Teia la observó mientras pedía en la barra más cercana. Pronto volvió con un cubata. - Bueno, me gustan los retos. Lista para el segundo round ¿y tú? - dijo Úrsula retándola. Teia sonrió condescendiente. - Eres muy dulce. Me ha gustado…
Rectifico: me está gustando conocerte - le disparó Úrsula. - ¿Tú siempre eres tan directa? - preguntó Teia. - No sé ––dudó Úrsula––. Bueno, supongo que sí, pero sólo cuando me siento cómoda. - ¿Y te sientes cómoda conmigo? Si apenas me conoces. - Pero sé que me gusta conocerte - la miró tímidamente Úrsula. - Tienes recursos para todo ¿eh? ––sonrió Teia. - No mujer, no me digas eso, que me estás empezando a poner nerviosa. - ¿Nerviosa tú? Ay, que peligro tiene s - dijo Teia mirándola directamente. - Yo sólo quiero pasar una noche agradable, y hasta que habíamos entrado a la discoteca parecía que a ti también te gustaba hablar conmigo ¿no? - continuó Úrsula. - Sí. La verdad es que desde que hemos
empezado a hablar en la mesa, durante la cena, me he empezado a sentir a gusto. Antes no conocía a nadie y no sabía para dónde mirar, así que te agradezco que fueras tú quien charlara conmigo- le agradeció Teia. - No ha sido un esfuerzo ––dijo Úrsula––. Al contrario, me has llamado la atención. Se te veía como muy timidita pero a la vez se nota que tienes mucha fuerza interior y eso me resulta muy interesante. ¿A ti no te pasa? - Sí. Supongo que a todos nos atrae la gente que parece fuerte. Pero yo, ahora mismo, no sé si estoy en mi mejor momento ––confesó Teia––. Creo que tengo tantos flancos abiertos en mi vida que tengo la energía totalmente ocupada y demasiado desperdigada como para poder parecer fuerte. - Tu eres fuerte. Estoy segura - dijo Úrsula. - Gracias. Las dos se quedaron calladas con sus pensamientos un momento.
- ¿Te apetece que vayamos a dar un paseo? - propuso Úrsula. - A estas horas, ¿a dónde? ––preguntó Teia. - Son casi las cinco ––dijo Úrsula––. No creo que tarden en cerrar y me sabría a poco tener que despedirme de ti porque encienden las luces y nos echan a todas. No sé, me gustaría que fuera diferente. Teia iba y venía entre unos pensamientos que la atraían hacia Úrsula y otros que la separaban de ella. Su mirada iba hacia su escote y los juegos que sus mechones oscuros tenían con las curvas de su cuello y su camisa. Pero también había momentos en que aquella mujer la hacía sentir insegura. Tal vez, pensaba, fueran cosas suyas, dudas fruto de llevar tanto tiempo alejada del flirteo y de la vida social en general. Se preguntaba si empezar de nuevo rodeada de mujeres y en plena salida nocturna era la mejor manera de recuperar la confianza. Probablemente sí, se decía a si misma, y tal vez lo único que le
faltaba era relajarse y dejarse llevar. Aquella mujer no le había hecho nada que justificara que ella estuviera a la defensiva. Y, por otro lado, tampoco quería asustarla, había algo en ella que por qué no probar, pensaba. - Hay unos jardines cerca de aquí. Tendremos que subir un poco pero… - dijo Úrsula. - Preferiría bajar para la playa. Podríamos ver amanecer, allí ––propuso Teia. - De acuerdo. Será un placer ver amanecer contigo. - Estos últimos años he echado mucho de menos la luz del Mediterráneo ––le contó Teia. Úrsula cogió de la mano a Teia, que se vio sorprendida por aquel contacto inesperado y por sentir que Úrsula se le había colocado muy cerca. Se puso muy nerviosa y se sorprendió a si misma al notar que no le importaba tenerla así, tan cerquita. Pero rápidamente Úrsula se levantó y esperó a que Teia también lo hiciera. - ¿Vamos? - le preguntó.
Salieron de la discoteca. - Debemos coger un taxi. Por esta zona será complicado, así que te propongo que vayamos bajando y ya pararemos alguno más abajo- resolvió Úrsula. Teia asintió y empezaron a andar en silencio. De repente a Teia le costaba mirarla y tenía la vista fijada en sus propios pasos, que avanzaban bajando la gran acera de aquella avenida semidormida. - ¿Qué piensas? - la interpeló Úrsula. - Pensaba en la discoteca… y… los pensamientos me han transportado… y en el modo como van las cosas, a veces… sin que te lo esperes… - mientras hablaba notaba la mirada de Úrsula, pero sentía que hablaba para si misma. - ¿A qué te refieres? - siguió Úrsula, que empezaba a ver una esperanza en lo que creía una noche perdida. - No sé… sensaciones inesperadas… - ¿Qué fue lo inesperado? - insistió Úrsula.
- No esperaba lo que me pasó - respondió Teia. - ¿Qué te pasó? - Que mala eres - sonrió indefensa Teia. - ¿Tú crees? - paró, cogió del brazo a Teia y se puso frente a ella. Se miraron y Úrsula le rodeó la cintura con el brazo antes de besar sus labios. Por primera vez durante la noche Teia había olvidado estar a la defensiva. Tras el primero, vino otro beso, éste a medias entre las dos. Las manos de Úrsula entraban ahora en juego. Mientras Teia se agarraba fuertemente a ella, Úrsula las deslizaba sobre su blusa y notaba como el calor la traspasaba. Después de aquellos primeros besos, Úrsula separó sus labios de los de Teia y la miró mientras Teia contestaba a la pregunta que momentos antes le había hecho. - Ahora lo eres más… Las dos mujeres se separaron finalmente. Siguieron andando, no había ningún taxi a la vista.
- En diez minutos abrirán el metro. Podríamos esperarnos y cogerlo para bajar a la playa ––le dijo Úrsula. Se pararon un momento. Al otro lado de la calle había una parada de metro. - Sí, tal vez sí - respondió Teia ––, o tal vez deberíamos haber ido al jardín que tú proponías. - No, la playa es mejor. - Sí, pero estábamos muy lejos - continuó Teia. - No importa. Así estoy más rato contigo –– dijo Úrsula. - Eres un encanto ––le reconoció. Teia se le acercó y posó un pequeño beso sobre sus labios. Úrsula volvió a cogerla. - Úrsula, no me gustaría que te lo tomaras a mal, pero estoy empezando a pensar que no es una buena idea ir a la playa. Ya llevamos un rato andando y estoy cansada. - Noo, va - remoloneó Úrsula sin dejarla ir.
- ¿Pues entonces que hacemos? - Venga, vaa, vamos a la playa - intentó seducirla Úrsula. A Teia se le habían pasado un poco las ganas. Estaba amaneciendo y tal vez eso hacía que lo pasado durante la noche empezara a aparecerle algo difuminado, pero Úrsula la miraba con carita de niña traviesa. No pudo resistirse. - Venga, vale, vamos ––claudicó al fin. Y Úrsula le plantó otro beso largo que volvió a revivir a Teia. Mientras cruzaban la calle, llegó un empleado de los transportes metropolitanos y abrió el candado de la reja que hasta unos instantes antes impedía bajar al metro. - Mira, ves, si ya está - la animó Úrsula. - Sí. Vamos - se añadió Teia contagiada. Al llegar a la playa el sol ya ofrecía la luz de sus primeros rayos. Las dos se quitaron los zapatos, se sentaron sobre la arena y en seguida se mezclaron entre risas y besos, primero los brazos,
luego las piernas. Los botones de la blusa de Teia temblaban bajo el paso de la mano de Úrsula, que los reseguía, se entretenía en ellos, los acariciaba y se perdía sobre los pechos que la blusa cubría. Teia se sentía extraña, hacía mucho que no acababa en una playa y no tenía claro que aquello fuera lo que estaba buscando. Sólo iban a pasárselo bien, no era más que eso, el deseo de una noche cercana al verano, no tenía porqué darle más vueltas, pero una voz en su interior no dejaba que se relajara, preguntándole una y otra vez si era aquello lo que quería. Si había vuelto para salir de copas y liarse con la primera mujer que se le cruzara. Notó que Úrsula desabrochaba el primer botón de su camisa y la verdad es que le gustaba sentirse deseada. Sus pechos anhelaban de nuevo ser tocados. Pero no así, no allí, y tal vez no con ella. Teia puso su mano sobre la de Úrsula y se reincorporó.
- Perdona. No puedo. Úrsula había retrocedido y la miraba: - ¿Qué ha pasado? - No puedo. Así no, no sé. Úrsula no dijo nada esta vez. - Creo que será mejor que me marche a casa, lo siento- continuó Teia levantándose, dispuesta a recoger sus cosas y marcharse. - Pero espera, Teia, no te vayas así. No pasa nada. Si quieres charlamos y ya está ––intentó retenerla Úrsula. - No. Siento haberte hecho perder el tiempo, pero prefiero irme. Úrsula también se había levantado. - Bueno, pues nada, nos vamos y no pasa nada. Unos minutos más tarde, llegaron a la boca del metro. Ya había amanecido.
13. PASANDO EL PARTE
Cintia se levantó temprano. Los horarios de Neula no perdonaban; había que sacarla a pasear a la misma hora de siempre y, si era necesario, luego podría volverse a acostar, como tantos otros días había hecho. Menos mal que no le importaba madrugar; le gustaba la sensación de notar la brisa fresca sobre su cara. Le parecía un aire nuevo, limpio. Por estrenar. Además, de vuelta a casa aprovechaba y compraba el pan recién hecho; su olor la llevaba a su casa, al pueblo, cuando de pequeña, los domingos por la mañana, su padre traía el pan y les subía también los cruasanes de chocolate más ricos del mundo mundial, así se llamaban aquellos cruasanes del domingo. Ahora
era ella quien salía de casa temprano los fines de semana, le gustaba andar por las calles cuando apenas algunos más que, como ella, solían sacar metódicamente a sus animales de compañía, se podían cruzar en su camino. Luego, al llegar a casa, podía escoger si volver a la cama a seguir durmiendo o a despertar a Marta para quedarse con ella allí hasta el mediodía, después de haber almorzado unas ricas rebanadas de pan calentito con chocolate, con dos tazas de té rojo y una pizca de canela. Cintia, ya de vuelta en casa, había dejado la bolsa del pan sobre la mesita de la entrada, había desatado la correa a Neula y se estaba quitando la chaqueta cuando le sorprendió el ruido de unas llaves que entraban en la cerradura y la puerta que se abría tras de sí. - ¿Teia? Buenos días. - Buenos días ––respondió Teia con sigilo. - Creía que estabas durmiendo- le dijo Cintia sorprendida.
La perra saludó a Teia mientras ella le correspondía con un par de caricias improvisadas. - Sí. Bueno, ha sido una noche muy larga - dijo cerrando la puerta con cuidado de no hacer ruido- ¿Marta también está despierta? - No. Ella aún duerme. Sólo me levanto yo para sacar a Neula ––explicó Cintia. Teia se quitó los zapatos. - Aish, que a gustito, por fin, a estas horas, ya me estaban matando, que gusto poder poner los pies en el suelo ––suspiró. Cintia sonrió. Cogió la bolsa del pan. - ¿Te apetece un té o prefieres acostarte directamente? - preguntó a Teia. - Pues, a decir verdad, pensaba quitarme la ropa, darme una ducha rápida y meterme en la cama para dormir ni que fueran unas horas. Pero también te diré que me ha cogido hambre y me vendría bien tomarme algo y, de paso, calentarme por dentro. - Ve a cambiarte, si quieres, mientras
preparo el té ––dijo Cintia. - No. Prefiero tomarme el té y luego ya me ducho y me meto en la cama directamente –– contestó Teia. Hablando habían llegado a la cocina. Teia dejó el bolso sobre un taburete que había junto a la puerta y los zapatos a sus pies. Cintia dejó el pan sobre la mesa y cogió la tetera para llenarla de agua. - Vaya nochecita, ¿no? ––le preguntó–– Yo ni recuerdo la última vez que ví hacerse de día. - Sí, bueno- dijo Teia cogiendo un paquete de cereales del armario- , yo hacía mucho tiempo que tampoco. - Ay, me ha salido mi madre con el comentario de cada mañana que llegaba a la hora de desayunar, perdona - se sonrojó Cintia. - No, tranquila. Si la verdad es que yo tampoco estoy para noches locas de quinceañera - reconoció Teia antes de meterse los primeros cereales en la boca.
- ¿Y que habéis hecho hasta tan tarde, o tan temprano? - preguntó Cintia––¿Ves? Ya vuelvo a parecer mi madre, debe ser algun gen recesivo. ¡Menos mal que no tenemos hijos, sino igual me convertía en mi madre! Teia se reía. - Ai. Se me ha hecho muy raro eso de verte entrar por la puerta de vuelta de fiesta y yo que acababa de hablar con la señora panadera, y pensar que tenemos la misma edad... ¿Me estaré haciendo mayor? ––se preguntó Cintia. - Pues siento desilusionarte, pero va a ser que sí ––siguió Teia–– Pero para tu tranquilidad te diré que nos hacemos mayores las dos. Porque ya te digo que no me habría importado ser yo la del pan y notarme ahora mismo fresca como una rosa. Ahora sólo tengo ganas de recuperarme un poco y quitarme esta ropa y toda la contaminación que siento que llevo pegada al cuerpo. Teia guardó los cereales, cogió dos tazas y un par de cucharillas y las llevó a la mesa, se
acercó después a la nevera, sacó un tetra-brick de leche y lo dejó en el espacio que había entre las dos tazas. Cintia sirvió el té. Teia ocupó su lugar, frente a una de las tazas. Cintia retiró la tetera e hizo lo mismo. Entonces Teia empezó a contar: - Pues, cuando os fuisteis, primero fuimos al Shiva. Estabais aún cuando lo dijeron, ¿verdad? - Sí, sí ––respondió su amiga. - Pues las que quedamos estuvimos un rato allí ––siguió Teia–– y después la mayoría decidieron irse. Casi todas parecía que ya tenían algún plan y al final las que no teníamos nada previsto éramos cuatro. Al ver que la mayoría se iban pensé en aprovechar el último metro yo también y volver. Pero luego me dije a mi misma que si lo que quería era empezar a conocer gente ya iba siendo hora de poner a la niña buena a dormir y seguir de fiesta, a ver qué me podía ofrecer la noche. Y al final hemos quedado Úrsula, Carmen, la poeta, Sara y yo.
- Uff. ¡Qué mezcla más rara! ––dijo Cintia. - Sí. Bueno. En realidad después del Shiva hemos ido a una discoteca que había por la zona alta. - ¿Cuál? ––se interesó Cintia. - Pues la verdad es que no lo sé. Primero íbamos a ir a un sitio, pero después dijeron de ir a éste que era nuevo. Una amiga de Sara le pasó la dirección por teléfono. La verdad es que no dijeron el nombre y luego yo allí tampoco me he fijado. Entre Sarrià y Sant Gervasi, por una calle de aquellas. - Bueno, es igual. ¿Y qué tal? - Pues la verdad es que como siempre. Sofás, barra, música, chicas. Lo de siempre ––dijo Teia––. Pero bueno, como es nuevo, pues todo se ve muy moderno y tal. Está bien. - ¿Y os habéis estado allí hasta ahora? ––se extrañó Cintia. - No, que va. Nada más entrar Carmen y Sara, que ya iban tonteando hacía rato, se han ido
por su lado, y Úrsula y yo nos hemos quedado charlando en los sofás. Y… bueno, una cosa lleva a la otra. - ¿Te has liado con Úrsula? ––preguntó Cintia sorprendida. Teia puso cara de niña buena, pero su mirada pícara la delató. - Mmmm… bueno, sí. Un poquito. - ¿Cómo que un poquito? ––exclamó Cintia–– ¡Pero si Úrsula tiene pareja! Teia, que estaba a punto de dar un sorbito al té, casi se atraganta antes de añadir: - ¡¿Cómo que tiene pareja?! - Pues eso, que tiene pareja. Si hasta me parece que se casaron y todo hará cosa de un par de años ––le dijo su amiga. - ¿Estás segura? - Que sí, que va en serio. Su mujer es de fuera… - ¡Qué cabrona! ––exclamó ahora Teia. - …y me parece que trabaja de enfermera en
la Vall d’Hebron ––le explicó Cintia. - ¡Si es que soy idiota! ––se dijo Teia––. Para una vez que me lanzo a no pensar lo que hago, voy y me como la boca con una tía casada. ¡Si es que tengo un ojo! ¡Y anda que no se lo ha callado, la tía! - Lo que me extraña es que se haya liado contigo sabiendo que ahora mismo vives en casa y es fácil que nosotras te lo podamos decir ––dedujo Cintia. - Igual pensaba que no os lo contaría –– supuso Teia a su vez. - ¿Qué ingenua, no? - Mira, no sé ––siguió Teia––. Lo único bueno es pensar que al menos al final, en la playa, he pasado. Que me parecía todo muy cutre, allí en medio, como tantas otras parejitas sin casa. Coño, ahora entiendo porque la tía no ha dicho en ningún momento de ir a su casa. Si es que soy tonta. - Bueno, mira ––la consoló Cintia––, tu piensa en el ratito de alegría que se ha llevado tu
cuerpo, que también le tocaba ya. Y mira, con su mujer ya se arreglará ella. Aunque tela, con el personal. - Pues sí. Pero el próximo día que me la encuentre me va a oír ––dijo Teia algo amenazante. - No te hagas mala sangre, mujer. Pasa de ella y listo ––le aconsejó su amiga. - Pues eso mismo. Y para empezar me voy a ir a quitar esta ropa de una vez, me doy una buena ducha de agua calentita y me acuesto. ¿Os importa tenerme durmiendo toda la mañana? - En absoluto, tú como si estuvieras en tu casa –– dijo Cintia––. Te encierras en la habitación y nadie te molestará. Bueno, igual nos oyes haciendo algo por aquí, pero vamos, en principio no somos muy ruidosas. - ¡Uy! Por mí podéis ser todo lo ruidosas que queráis, que me da a mí que cuando coja la cama no me enteraré ni que pase una manada de elefantes por el piso.
Teia dio el último sorbo a su té y se levantó para dejar la taza en el fregadero. - Pues ala, entonces a dormir tranquila –– dijo Cintia––, y cuando te despiertes te levantas y listos. - Gracias. Buenas noches - dijo Teia recogiendo los zapatos y su bolso. - Buenas noches. - Y cuando se levante Marta le das un besito de buenos días de mi parte ¿vale? - Vale ––le aseguró Cintia. Teia salió de la cocina mientras Cintia acababa su té.
14. DULCE DESPERTAR
La mañana las había vencido. Ahora, en apenas un par de horas, María, inundada de luz la habitación, abría los ojos. Junto a ella estaba Carmen, de quien podía sentir aún el tacto de sus piernas desnudas bajo el edredón. Levantó entonces la cabeza, buscando a Sara. Estaba de espaldas y su joven torso cincelaba sus formas sobre las sábanas. Su cuerpo fluía tranquilo, descuidado de cómo poco a poco se arqueaba su cintura, donde una apetecible cerecita tatuada reavivaba, desde aquel dulcísimo cuenco de placeres, el recuerdo de la noche pasada. María decidió levantarse. Se separó de Carmen a quien besó tiernamente en los labios. Ella se movió, pero siguió durmiendo. Avanzó un
poco más hasta llegar a Sara, que respiraba profundamente. Colocó un beso sobre las yemas de sus dedos, que acercándose a su cintura se posaron dulcemente sobre la cerecita, antes de girarse y dirigirse hacia la puerta. Una vez fuera, entró en el vestidor, situado en la habitación de al lado, cogió sus tejanos preferidos, una blusa cómoda y un delicado conjunto de ropa interior. Tenía ganas de darse una buena ducha y sentarse en la terraza con un delicioso zumo, sus tostadas y el periódico que ya debía llevar horas esperando ante su puerta. Mientras preparaba el zumo oyó abrirse la puerta de la habitación, seguidamente la del lavabo y de nuevo la ducha. Siguió preparándose el desayuno y cuando ya estaba acomodada en la terraza, periódico en mano, Carmen salió a reunirse con ella. - Buenos días, mi amor- le dijo dándole un beso en la mejilla. - Buenos días - le devolvió María levantando
la vista del periódico. Sonrier on las dos. - Gracias por dejarnos la ropa junto a la puerta ––sonrió divertida Carmen––, ayer estábamos algo atareadas y no pensamos en recogerla, lo siento. - No te preocupes ––la tranquilizó María. - Antes te oí despertarte, pero tenía tanto sueño que me costó aún un poco escaparme de la cama. - Sobretodo porque no todos los días tienes un bombón como el de hoy al lado para recrearte la vista ¿no? - la pinchó María. - Pero si el bombón era tan tierno… Así como estaba ahora, dormidita, que hasta me ha dado apuro que no se despertara ––dijo Carmen. - Sí, sí. Muy tierna, pero cómo te la comías hace una horas. - ¡Pues como tú, guapa! Que vaya regalito te has encontrado esta noche, que ni Mama Noel hace así de bien los sueños realidad - se felicitaba
a si misma Carmen. - Si te digo la verdad, me sorprendiste más tú ––dijo algo seria María––. De hecho, desde que me he levantado le estoy dando vueltas. - ¿Yo? ¿Por qué? ––preguntó Carmen algo sorprendida. - No sé. Tú y yo somos amigas desde hace más de veinte años, ya ni me acuerdo ––dijo María. - Yo sí. Desde que me rechazaste porque tenías novia y te besé ––le recordó Carmen. - Sí. Que tonta. Luego me acabó poniendo los cuernos ella - respondió María, recordando viejos tiempos pasados. - ¿Pero por qué has pensado ahora en eso? ––insistió Carmen. - No sé. Pues por eso, por el tiempo que hacía que nos conocíamos y todavía no nos habíamos acostado nunca ––dijo María. - Porque tú no has querido- se quejó Carmen.
- Qué morro, ni que tú me lo hubieras propuesto ––se quejó María a su vez. - Ya me rechazaste una vez y cómo luego también nos perdimos la pista... ––hizo Carmen––. No sé, son esas cosas que pasan de largo y luego, cuando te vuelves a reencontrar, pues ya casi que ni te lo vuelves a plantear. - Sí. A mi también me ha pasado lo mismo ––ratificó María––. No había imaginado que tú y yo podíamos acabar en la cama después de tanto tiempo. - Pues mira, lo hemos hecho… - Sí, y acompañadas - concluyó la frase María. Se oyó la puerta de la habitación. - Tú… - recuperaba la conversación Carmen cuando vieron salir del pasillo a Sara, que las vio desde dentro y se dirigió hacia la terraza. - Buenos día, princesita - la saludó Carmen. - Buenos días ––contestó Sara algo soñolienta.
- Buenos días, ¿quieres desayunar? - la invitó María. - No, he dormido mucho y me voy para casa. ¿Pero tenéis una aspirina? Ayer le dimos a los cubatas y me duele la cabeza - dijo mirando a Carmen. - Sí. Espera, te traeré una, te va bien que sea efervescente, ¿verdad? - preguntó María mientras se reincorporaba. - Sí. Gracias. María entró y en un momento volvió con la aspirina. - Es muy bonita la casa - le dijo Sara. - Gracias. - Y la habitación recubierta completamente de futón es una pasada ––añadió la chica. - Sí. Es un poco raro pero yo la quería así –– añadió María satisfecha. Sara acabó de tomarse la aspirina. - Bueno. Me marcho ya. Una última cosa - dijo mirando a Carmen - ¿Tienes un
cigarrillo? - Sí, claro- contestó Carmen mientras se levantaba para entrar a buscar un paquete - ¿Pero tú no decías que no fumabas? - Sólo en las ocasiones especiales - sonrió Sara mientras cogía el cigarrillo que le había acercado Carmen. - Bueno chicas, os dejo, que no querría ponerme a fumar mientras estáis desayunando- dijo Sara mientras se despedía. Carmen y María se levantaron para acompañarla a la puerta - . No hace falta que me acompañéis, seguid aquí, que estáis muy a gustito. Las tres mujeres se despidieron y Sara se marchó.
CORREO NÚM. 5
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[email protected] lunes, 16 de junio To: Pauluna@yajú.esp
Hola Paula, buenas tardes, me ha encantado encontrar tu mensaje. Creía que no sabría nada de ti hasta pasados estos días de fin de semana, que llegabas y luego tendrías que ordenar todo y además trabajar… Así que ha sido toda una alegría encontrármelo, y de paso me hago cargo del esfuerzo que para ti ha supuesto
encontrar el preciado tiempo para escribirlo. Hoy tengo un rato más largo de lo habitual entre dos visitas y, como me siento bien escribiéndote, pues voy a dedicarte todo este ratito a ti exclusivamente. Por cierto, no puedo esperar un minuto más en decirte que es todo un honor y un inmenso placer tenerte en exclusiva. Así que Virgo, tengo unas cuantas amigas Virgo y algunas características asociadas ya me las sé, pero no me voy a hacer una imagen de tu persona sólo por tu signo, y aunque así fuera, creo que es demasiado tarde, leerte ya forma una parte importante de quien eres para mí. ¿Qué más puedo contarte de mí? Que trabajo en mi propia consulta psicológica, que todo lo que te escribo lo hago desde el ordenador de mi despacho, que últimamente me quedo un poco más en él, para poder dedicarme exclusivamente a escribir lo que quiero escribir…, que me haces sentir muy bien y que nunca pensé que nadie me
pudiera alterar a través de una líneas (ingenua de mi). Para mí todo esto es nuevo, siempre he creído que las grandes relaciones se forjan cara a cara, y aunque sigo prefiriendo ese sistema, tengo que admitir que, en muchas ocasiones, nos ganan las apariencias y es difícil conocer qué forma parte, en realidad, del interior de las personas, porque nos presentamos nosotros antes que nuestra esencia. Pero creo que a través de nuestros correos es justamente al contrario, y eso sí que es un avance (no sé si tecnológico, pero avance al fin y al cabo). Así pues, decirte que me alteras es mucho más que decirte me gustas. Ahora sí que tal vez me he embalado demasiado (no te asustes), así que me parece a mí que casi mejor si paro. Muchísimos besos.
15. NUEVO HOGAR
Teia quedó con Paula en una cafetería del barrio en el que vivía esta última, cerca de una salida de metro, para que a Teia no le costara encontrarlo. Al principio parecía una cita a ciegas. Paula le había dicho que era rubia y que para que la pudiera reconocer podía fijarse en su abrigo fucsia. Teia también le dio un par de datos sobre su indumentaria, y si con aquellos datos no era suficiente siempre les quedaba llamarse una vez dentro del establecimiento. Al llegar a la cafetería, Teia vio en seguida a la mujer rubia que, con su abrigo de color fucsia, pedía en la barra. Se acercó a ella y, tras las
presentaciones, también pidió algo. Se cayeron bien rápidamente. Paula parecía una mujer vivaz y risueña. Teia pensó que tal vez aquella alegría que emanaba de Paula fuera, al menos en parte, fruto de tener a dos niños en casa. Le pareció una mujer cercana. Hablaron del piso, de la escalera, de la zona. No había nada que se saliera de lo normal. Después de tomarse los dos cafés con leche decidieron salir de la cafetería y acercarse al piso, así Teia podría ver cómo era la habitación y pactar el precio mensual de su alquiler. Era un piso alto, un quinto, le había dicho Paula, pero quedaba muy alto porque el edificio tenía entresuelo y principal. El mobiliario de la entrada y el comedor era funcional y sencillo. Presidía el salón una pantalla plana que parecía relativamente nueva, tal vez como consecuencia del reciente apagón analógico que se había cernido sobre la ciudad hacía apenas unos meses. Frente a ella, una mesilla donde había diversas
revistas y algunos cuentos infantiles que debían ser hojeados desde la comodidad del sofá rinconero. Junto a la otra pared, una mesa con cuatro sillas ocupaba el espacio que quedaba más cercano al balcón. Teia se acercó un poco para ver a través de los cristales. Paula al ver su interés, separó la silla en que la noche antes había acabado el día escribiendo en su portátil, que ahora esperaba apagado sobre la mesa, y le facilitó el paso hasta el balcón. El piso daba a un patio interior de manzana, amplio y tranquilo, donde daban las anchas terrazas de los pisos bajos. Paula le invitó entonces a retroceder de nuevo un momento y a pasar por la otra puerta a la que daba acceso el recibidor donde habían dejado colgadas momentos antes las chaquetas. En la cocina fue donde se hizo más evidente la presencia infantil en la casa. Los imanes de los petit suise ocupaban la mayor parte de la nevera, y los tazones y tazas del desayuno, ya limpios y amontonados al lado del fregadero, reproducían
los héroes infantiles del momento. Teia se sorprendió al sentirse sonreír mientras recordaba la cocina de casa de sus padres, cuando ella y Juli eran pequeños. La siguiente parada era probablemente era la que más interesaba a Teia. Volvieron al comedor y, tras dejarlo atrás, se encontraron en un pasillo que repartía las diferentes habitaciones. Las dos primeras puertas estaban una frente a la otra y ocupaban, respectivamente, el baño y la habitación de los niños, que al ser aún pequeños compartían porque si no decía Paula no querían dormir solos. Seguidamente había otras dos puertas, la contigua a la del baño era la habitación que ocupaba Paula desde que se había separado, según había dicho hacía ya un par de años, y la siguiente era la antigua habitación de matrimonio, con un baño independiente, y era la que ahora Paula le ofrecía en alquiler. Teia echó una ojeada general a la habitación. Le pareció confortable. También vio
que tenía una pequeño balcón donde vivían tranquilamente unas cuantas plantas despreocupadas. La habitación, al igual que el comedor, daba al patio interior de la manzana. Eso hacía que los ruidos de las calles que les rodeaban se oyeran sólo desde lejos y el bullicio urbando quedara allí aletargado, como las plantas del balcón, en un pequeño oasis. A Teia le reconfortó ser ella quien pudiera ocupar la única habitación con baño independiente. No se lo había planteado antes, pero ahora se le presentaba como algo esencial en una casa con dos criaturas pequeñas. Se pusieron de acuerdo sobre el precio de la habitación y quedaron que, en un par de días, Teia prepararía sus cosas y el viernes, si Pilar no la necesitaba para ningún trabajo, quedarían de nuevo para que se instalara.
CORREO NÚM. 6
From:
[email protected] jueves, 19 de junio To: Pauluna@yajú.esp
Buenas tardes, Paula, bueno, aquí estoy de nuevo hablando con alguien a quien echo de menos y ni tan siquiera conozco. Alucinante, vamos, apenas puedo creerlo. En fin, aprovecharé para contarte algo más de mí; te diré que soy normal y corriente, que mi apariencia es
agradable y que soy lo que lees; que es la primera vez, como te he comentado en alguna ocasión, que entablo una relación así, a través de internet, y que, por ahora, me siento muy satisfecha. Sé que sólo con las pocas rayas que nos dedicamos es fácil hacer volar la imaginación, eso probablemente lo hagamos las dos, y no te diré que no me atraiga la idea, me encanta jugar y puede que sea una parte de la atracción que supone esta manera tan peculiar de relacionarse. No sé si alguna vez nos conoceremos (porque a ti no te apetezca), pero si no es así te puedo asegurar que quedará un huequecito, en lo más profundo de mí, que siempre me estará quemando. No sé qué pensarás ahora de mí pero me apetece mucho compartir esto contigo. No me gustaría asustarte de nuevo, no te estoy tomando el pelo, en absoluto. Intento, dentro de lo posible, ser lo más sincera que puedo, en todo momento, y siendo consecuente con eso no tengo más opción que decirte que ahora soy yo la que empieza a estar
algo más que alterada con todo esto. Sé que, tal vez, esto último, si no le has dado las mismas vueltas que yo, no sepas qué quiere decir. Es, simplemente, que lo que siento escapa a mi control, y no me gustaría ni asustarte ni obligarte a nada. Entiéndeme, por favor, sólo escribo aprovechando el anonimato que nos queda de no sabernos los rostros para decir lo que siento: que no duermo si antes mi último pensamiento del día no se despide de ti y te da las buenas noches. En fin, que todos estos rodeos y líos que acabo de escribir se resumen de forma muy clara si te digo que me tienes loca. No sé porqué ni qué me pasa contigo, pero es que jamás me había ocurrido algo semejante, y… me parece muy fuerte, y me gusta y me asusta tanto como me atrae de un modo irresistible… Y pararé aquí porque yo no sé ni siquiera si a este mail me contestarás. Espero que estés bien, y me despido, no sin antes decir que me considero una persona adulta, sana y equilibrada, pero también pasional, y a veces eso
se paga. Espero que tú no me lo hagas pagar… Te espero… Un beso, Paula.
Correo núm. 7
From: Pauluna@yajú.esp viernes, 20 de junio To:
[email protected]
¡Lo siento! Debí haberte escrito ayer pero me fue imposible. Te explicaría todo el lío que tuve, pero no dejan de ser gajes del oficio de ser madre y estar sola en casa. Es que hay veces que cuesta llegar a todos sitios y con todo el dolor de mi corazón ayer no
llegué a ti. Te pido perdón. Pretendía contestarte el mail que suponía habrías enviado, pero cuál ha sido mi sorpresa al encontrar dos correos, ¡y vaya dos correos! Aún me ha sabido peor no haber podido estar ayer contigo, pero prometo que intentaré compensarte, vengo dispuesta a coger al toro por los cuernos y contarte y contestarte a todo lo que me sugieres. ¿Estás lista? Sí, seguro que sí. Pues vamos allá. Yo también soy partidaria de conocer a la gente en lugares del día a día, gente a la que te encuentras por casualidad o porque tenía que ser y que, luego, podéis charlar y, si hay mucha suerte, surge algo bonito. Pero también soy consciente que para que esas cosas pasen se tienen que dar muchas coincidencias y encuentros comunes. Y que, probablemente a ti, si no fuera por internet, no te habría conocido, y ahora eres demasiado importante en mi vida como parar pensar que internet sea un lugar de segunda para iniciar algo. Para mí internet eres tú, y no sabes cómo me
alegro de haber contestado a tu anuncio. Además, quiero pensar que el destino, con todo su poder, puede ir más allá de las tecnologías, tal vez tú y yo tuviéramos que haber acabado conociéndonos igualmente. En lo referente a las dudas que en una situación como ésta se pasan por la cabeza, te diré que sí, que evidentemente me intento imaginar cómo eres y me tranquiliza (es broma) saber que eres como dices. Si hablamos de mí te diré que tu descripción general también encaja conmigo, así que por ahora todo va bien. Te podría dar una descripción más detallada, pero no hay nada peculiar en mí, lo más exótico, por decirlo de algún modo, es que tengo el cabello rizado y que me coge mucho volumen, así que se puede decir que tengo una buena melena rubia. No sé, si quieres nos podemos intercambiar unas fotos (personalmente me parecen algo frías) o usar la webcam y ponernos de acuerdo un día para chatear viéndonos las caras.
Tu mensaje me ha dejado una sonrisa de lo más tonta en la cara. Gracias por todo lo que me dices. Y si sirve para tranquilizarte ahora a ti, te puedo decir que no te preocupes, que yo ya no tengo miedo, que quiero vivir esto con toda la intensidad posible y que con todos los mails que nos hemos enviado, hay de sobras para confiar en que ninguna de las dos estamos jugando y que tenemos ganas de dedicarnos tiempo, así que no te preocupes, tomo tus palabras con el valor que se merecen. Por mi parte te diré que casi me da miedo rendirme a la evidencia, pero tal y como tú has hecho debo reconocer que puedo decirle a alguien que no conozco que me está cautivando, que tus líneas, día a día, me desarman un poco más que el día anterior y que si no fuera porque tengo la sensación genial de que me gustas mucho no estaría todo el día pensando en ti sólo para sentirte cerca un ratito. ¡Por supuesto que me apetecerá conocerte! Y no dudes que lo haremos, nos veremos las caras ¡y lo
que haga falta! Bueno, después de abrir en canal mi alma, me despido enviándote todos los besos que quieras aceptar hasta el próximo mail. Paula
Correo núm. 8
From: Pauluna@yajú.esp viernes, 20 de junio To:
[email protected]
¡Vuelvo a ser yo! Intentaría disimular las ganas que tengo de recibir unas pocas rayas tuyas si no fuera porque el ordenador te chiva la hora exacta en que te envío este mensaje. Como puedes ver es la segunda vez que te escribo hoy y es, sencillamente, que me
moría de ganas de ver tu mensaje (aunque mi parte racional sabía que podía ser que no hubieras tenido tiempo de contestarme) y me he vuelto a poner ante la pantalla. Sí, chica, qué le vamos a hacer, estoy como una niña con zapatos nuevos cada vez que veo que tengo un nuevo mensajito tuyo, así que la impaciencia hace que me escape siempre que puedo de lo que esté haciendo y me plante ante el portátil, que de hecho también me va acompañando en las diferentes habitaciones por las que me voy moviendo. Tengo ganas de estar cerca de ti y escribir significa eso, estar contigo de esta manera como hemos ido estando hasta ahora, pero que te aviso que me empieza a saber a poco (aunque tampoco quisiera presionarte), pero es cierto que tengo ganas de verte, de hablarte, de escucharte la voz, de… En fin, de todo lo que quieras pensar, y seguro que acertarás. Ahora tengo que confesarte una cosa no te lo he dicho antes, por vergüenza más que nada. Porque
para mí no es un problema pero entiendo que a la gente le pueda parecer extraño. A pesar de mis treinta y siete primaveras, que prometo que cuando al principio te dije la edad no me quité ninguna, no he estado con ninguna mujer. Como ya te dije, estoy separada del padre de mis hijos. Así que, obviamente, no soy virgen, ni mis hijos son obra del espíritu santo. De modo que, a pesar de replantearme mi sexualidad tarde (o tal vez para mí este era el momento en que tenía que pasar) tengo muy claro que mi sexualidad soy yo y no depende de la persona con quien esté, así que espero que no suponga un gran impedimento para ti que no haya estado con otras mujeres, de hecho conmigo sí que he estado y algo de idea tengo. ¿Tú has estado con otras mujeres? Y para no acabar este segundo mail con un tono tan serio te contaré que he vuelto a leer tus últimos mensajes, para recrearme, no te voy a engañar. Primero he intentado leer uno de los dos libros que actualmente ocupan mi mesita. Bueno, lo de
actualmente es un decir, porque llevan ahí desde ya ni me acuerdo. La verdad es que me gusta leer por las noches un poquito antes de irme a dormir, pero ya llevo unos meses que no encuentro el momento, cuando llego a la cama estoy tan cansada que no soy capaz de abrir ninguno de ellos. Ahora he abierto uno para intentar pasar las horas de este mi día de fiesta que, después de leer tus correos, me he permitido libre de todo para poderme recrear en ti, pero no me pasan las horas y al abrir el libro “¿Quién se ha llevado mi queso?” he pensado que lo que en esos momentos me apetecía leer eras tú, y que ningún libro me servía de sucedáneo. Así que es lo que he hecho, releerte y revivirte de alguna manera en mi salón, el que aún no has pisado pero que espero que algún día puedas ver. Y después de este nuevo rollo personal, espero que no te resulte pesadita pero no puedo evitar decirte que aquí me quedo esperándote, que hoy el tiempo parece que se pasa lento, y estoy segura de que la ausencia de tus
mensajes tiene algo que ver con eso. Con un montón de besos, Paula
16. JUEGOS DE MIRADAS
Marta pidió un brindis por Teia. - ¡Por que te vaya muy bien en esta nueva etapa que estás empezando!- dijo después de haber puesto en pie a las dos docenas de mujeres que habían respondido a la convocatoria que por vía e-mail había lanzado Eva. Todas brindaron, las más mirándose a los ojos, que por mucho que las menos se consideraran supersticiosas, sólo la posibilidad de siete años sin sexo intimidaba a cualquiera. Tras el brindis, Cintia abrazó a Teia. Hacía sólo dos días que había empezado su nuevo trabajo como guía turística. Cintia recordaba lo nerviosa que Teia se había levantado y la tila que se había tomado para desayunar la primera
mañana. Y aquel mismo día Teia había llevado todas sus pertenencias a su nuevo hogar. Había estado con ellas un par de semanas, pero a Cintia le gustaba tener a su amiga en casa, y se le había hecho corto aquel tiempo. Se reían compartiendo cotilleos mientras se ocupaban de las tareas en la cocina, recordando batallitas en la cena y planeando cosas para ese futuro inminente que volvían a compartir, como por ejemplo la tarde de playa y voley que habían planeado para el día de San Juan. Le daba un poco de vergüenza sentirse algo mamá con su amiga, pero no podía evitarlo, la había echado tanto de menos mientras había estado en Francia que ahora que había vuelto y la había tenido en casa le había vuelto el miedo a volverla a perder. Necesitaba abrazarla. Durante la cena, las conversaciones fueron de un lado a otro de la alargada mesa que ocupaban platos de ensaladas, quesos, embutidos y patés que, junto con sus correspondientes cestitos llenos de rebanadas de pan, se
amontonaban vencidos a los pies de las diversas botellas, unas medio llenas, otras medio vacías. Mireia estaba sentada junto a Sara, y frente a ella estaba Cintia, que tenía a un lado a Marta y al otro a Teia, que a su vez se sentaba frente a Sara. Desde la otra punta de la mesa llegó una conversación sobre si algunas preferían en la cama a una mujer experimentada o a una chica joven. La mayoría decía que se priorizaba la experiencia. Una de las comensales, Natalia, que parecía no acabar de creerse que ninguna eligiera tirarse a una tía buena de veintitantos, llamó la atención sobre Mireia, por ser la más joven de la mesa con quien tenía suficiente confianza como para serle directa. Mireia admitió que, para su desgracia, parecía ser verdad eso de que en general se prefería a mujeres mayores antes que a las más jóvenes. - Yo tengo veintisiete y a mi aún me siguen diciendo que no porque se me ve demasiado joven
––dijo resignada. - Pues, mi vida ––dijo Natalia sin dudar––, si tu quieres yo te doy una clase de lo que tú quieras cuando tú quieras. Mireia quedó sorprendida por el comentario de Natalia, que la había pillado totalmente desprevenida. Sin darse cuenta miró instintivamente a Teia, que por primera vez la miraba fijamente. Mireia sonrió con complicidad y, sin mucho esfuerzo, las diversas conversaciones siguieron normalmente entre las comensales. No obstante, algo había cambiado, desde ese momento. Algo en Teia se había movido sin esperarlo. Todo el interés que había puesto Mireia a lo largo de la cena en llamar su atención no había movido un ápice la roca de aquella entrada y, de repente, Natalia la había barrido de un solo soplido sin ni siquiera proponérselo. Al sentir las palabras de aquella mujer a quien Teia no conocía, algo se le había despertado por dentro y la mirada que se encontró Mireia era la invitación de Teia
para conocerla y ser conocida. Si alguien tenía que enseñarle algo a Mireia, y dudaba que fuera así, lo que fuera se lo iba enseñar ella. La hora de irse para el casal, había llegado. Salieron del restaurante y se dirigieron calle abajo, hasta la primera esquina, y luego anduvieron unos metros más. Al llegar al casal se sorprendieron porque más chicas se habían añadido a la convocatoria. Entre ellas Úrsula, que al ver a Teia fue hacia ella. Todas entraron y fueron ocupando los lugares que habían quedado libres en los laterales. Los asientos formaban una U. Teia se sentó en una de las bandas, y a su lado se colocó Úrsula, que intercambió con ella algunas frases. Sara y Mireia se colocaron al otro lado, frente a ellas, en las últimas sillas desplegadas que quedaban libres. Tras una breve presentación que Eva se había preparado para darle más importancia a la velada, se atenuaron las luces y empezó la película.
Mireia, como el resto de mujeres que había en la sala, se sentó para seguir la historia de una mujer que en los ochenta había luchado por vivir su vida más allá de las convenciones. Frente a ella, Teia, una mujer que llamaba su atención irremediablemente. Y la atención de la cual quería para sí. Tenía, entonces, dos opciones: mirar la película o mirarla a ella. Y la opción era clara. Mireia miró a Teia en diversas ocasiones. La primera vez que se sintió interceptada desvió la mirada hacia la pantalla simulando estar siguiendo la película, con un interés totalmente ficticio. Al notar que la mirada de Teia volvía a la pantalla la suya volvió a salir de ella. De nuevo fue interceptada. Era evidente que Teia sabía que la estaba mirando, así que podía dejar de mirarla o mantenerle finalmente la mirada y esperar que fuera Teia quien impusiera el siguiente movimiento. Esta vez, Mireia no dejó de mirarla, y Teia la miró fijamente a su vez. Se quedaron unos instantes así, hasta que la mirada de Úrsula
también dejó de mirar la pantalla y se paseó primero por la de Mireia y de allí resiguió el recorrido que ella había trazado hasta llegar a Teia que estaba justo a su lado. Se interrumpió momentáneamente el juego. Mireia había vuelto a mirar la película durante unos instantes cuando sintió que Teia llamaba su atención en silencio. Giró de nuevo su rostro y encontró a Teia mirándola con una dulce sonrisa. Siguiendo con el juego de nuevo, dejó de mirarla y simuló interesarse por la pantalla, para acabar claudicando y aceptando las tablas, antes de encontrarse frente a frente con los ojos de Mireia. El resto de mujeres, de imágenes, de silencios, dejaban de existir y ellas se miraban sin tapujos simulando sorprender o ser sorprendidas. Y acabó la película. Mireia debía marcharse, se había olvidado del tiempo y debía darse prisa para no llegar demasiado tarde a la discoteca. Nada más encender las luces miró el reloj y, al ver la hora, miró instintivamente hacia
Teia. Ella también se había levantado y estaba de perfil, ocupada hablando con Úrsula. Mireia se despidió de Sara y de las mujeres más cercanas a ella y volvió a mirar hacia el otro lado, pero Úrsula y Teia parecían seguir ocupadas en su conversación. Ya no podía esperar más, debía irse.
Correo núm. 9
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[email protected] lunes, 23 de junio To: Pauluna@yajú.esp
Buenas tardes, Amor, he tenido una grata sorpresa al leer tus mensajes y veo que tengo muchas cosas por comentar. Empezaré por la fácil e iré al grano. Lo de chatear, es que no lo hago. No tengo webcam, me pone muy nerviosa mantener una conversación con
alguien que se mueve y habla en dos tiempos diferentes, que para cuando el chiste ya se ha caducado ves como se ríe e igual ya estáis hablando de lo que te duele la regla. Además, como es el ordenador del despacho prefiero no instalar chats y otras páginas de estas que cuando te despistas te roban todas las horas del día. Por mí, preferiría seguir con los correos; entiendo que haya gente a quien se le pueda hacer pesado, si es así lo entenderé, pero es lo poco que queda en este mundo del encanto del siglo XIX de escribir y recibir los pensamientos de otra persona que ha dedicado un esfuerzo pensando en ti. Supongo que estoy desfasada en este mundo de las nuevas tecnologías, pero no me negarás que tiene un encanto especial eso de dar tus pensamientos y recibir los de otra persona que también te los ofrece a su vez. El mundo es de los valientes… Yo tampoco he vivido esto antes a través de internet, y lo de la foto no creo que sea lo apropiado. Llegados a este
punto, lo que tenga que ser será, y para qué te voy a engañar, me encantaría que fuera. Supongo que antes de comprobar personalmente que a través de unas líneas una se puede llegar a enamorar, también yo pensaba que eso ocurría a personas, no sé, con una personalidad determinada, que, simplemente, no eran capaces de relacionarse con su alrededor. Desde aquí pido perdón por esa creencia que he descubierto que es del todo estúpida, y no sólo por experimentarlo, si no porque me he dado cuenta de que sin querer, y aunque sea de pensamiento, he faltado a uno de mis principios, que es el absoluto respeto a todo tipo de personas, y que en la vida se pueden vivir muchísimas situaciones y algunas inimaginables. (Casi no digo que yo me encuentro en una de ellas, ¿no?). A tu pregunta, te diré que sí he estado con mujeres, y con hombres también, aunque de eso hace ya bastante. Paula, mi amor, quisiera decirte que no te
preocupes por nada, tú sólo sigue disfrutando, (si es conmigo mejor y si algún día es el gran día lo primero que haga será mirarte a los ojos y ellos me guiaran a través de tu cuerpo). Tal vez te sonrojes con esta pregunta, tal vez la sonrojada sea yo al escribirla, pero ahí va: Y el sexo ¿cómo te lo imaginas con una mujer? (Si te incomoda, por favor, no contestes). Aish, Paula, Paula, Paula, te diría que te echo de menos, pero pienso en ti tantas veces al día que no tengo tiempo de echarte de menos. Imagínate que estoy empezando a mentir para quedarme más rato en el despacho y digo que estoy más ocupada de lo habitual para salir más tarde. La logopeda con quien comparto el piso donde paso consulta empieza a creer que me estoy volviendo adicta al trabajo, porque siempre soy yo quien cierra. ¿Me estaré enamorando? Me cuesta dormir por las noches y menos mal que tengo buen apetito, pero no sé si un día de estos dejaré de comer. ¿Estaré exagerando?
Un beso detrás de otro. PD: Espero que vivas una bonita víspera de San Juan, y vigila con los petardos, que te quiero enterita. ¿Vale?
17. TOMANDO UN CAFÉ
- ¡Buff! ¡Qué pereza me daría hoy acabar a las nueve!- dijo Sara mientras dejaba el bolso y la carpeta en la silla de al lado de la que pensaba ocupar ella - Menos mal que María se ha enrollado y hoy nos ha quitado las dos últimas horas de su asignatura. Mireia también había dejado las cosas sobre otra silla y se sentó frente a Sara. - Supongo que ya debe tener comprobado que en días así vale más aceptar las circunstancias y dejar la clase para otro día, porque, de hecho, si llega a haber clase tú y yo tampoco habríamos ido ––reconoció Mireia. - No. Ni tú, ni yo, ni casi nadie, supongo. Todo el mundo debe tener cosas que hacer siendo la víspera de San Juan. - ¡Oye! ¿Y a qué hora teníamos que estar
nosotras en Sitges? - le preguntó Mireia. - Carla me ha dicho que han quedado con todos a las diez ––contestó Sara––, pero ya te puedes imaginar que vamos a acabar cenando a las tantas, como siempre. - Bueno, pero si estamos cerquita de la playita, estará bien. - Sí, la verdad es que su casa es una pasada ––dijo Sara. - Yo, la primera vez que vi donde estaba, con la playa a la puerta, aluciné en colores. Es como meterte de golpe en una mansión de esas de las pelis americanas donde ves amanecer desde la terraza. Es de película - mostraba su asombro Mireia. - ¡De película me lo voy a pasar yo, como venga aquella amiga suya de Calaf, madre mía! ¡La noche más corta del año se va a quemar como Sara manda!- se había excitado Sara sólo de pensar en lo que podría pasar. - Oye, por cierto- le preguntó Mireia - , y el
sábado ¿qué tal? - El sábado… nada, muy tranquilo. No te perdiste nada - respondió Sara - Después de la peli quedamos las de siempre y, como siempre, fuimos a l Feeling. Ah sí, y no te lo pierdas, allí me encontré con una tía que decía que yo le había entrado hacía un par de años y que si no me acordaba de ella. Como si yo tuviera que acordarme de todas las tías a las que les he comido la boca. Pues imagínate, por Dios. - ¿Y qué quería? ––preguntó Mireia. - Pues que se ve que la tía, cuando le entré, me había dicho que no. Pero que sí que le había molado y que no me había seguido el rollo porque en aquella época aún estaba con su novia. Pero que luego lo habían dejado y que ahora tampoco estaba con nadie y que como se había quedado con las ganas, pues que si me acordaba que ella me había molado a mí… ––contó Sara. - No jodas ¡Eso aún no te había pasado nunca! ¡Un rollo que te rechaza y al cabo de dos
años aún se acuerda de ti! Joder, pues si rechazándote te recuerdan durante dos años, ¡imagínate si te llegas a liar con ella!- se rió Mireia. - ¡Pues claro! ¡Tú qué te crees! ¡Que aquí hay materia de la buena! ¡Lo que pasa es que tú no me valoras!- se quejó bromeando Sara. - ¡Claro que te valoro!- se defensó Mireia. - ¡Sí, sí, pero ni un piquito te has dejado!- volvió a quejarse Sara. - ¡Porque sabes que yo no soy de rollos y si tuvieras que estar conmigo no podrías irte de picos pardos por ahí con las otras niñas! ––le recordó Mireia. - Sí. Esa siempre he pensado que sería la pega. Pero tú, si no eres de rollos, es porque los has probado poco, esto es como la tónica ––afirmó Sara. - Sí. Lo que tu digas. Bueno y ¿qué? Con tu ex-no-rollo ¿que pasó? - continuó Mireia. - Nada. ¿Qué va a pasar? Si la tía me
rechazó a mí hace dos años, ahora la rechazo yo. ¡No te joroba, la tía! - Oye, y entre las que fuisteis al Feeling ¿no fue Teia? ––dejó caer Mireia. - ¿Teia? - Sí. Teia, la amiga de Cintia y Marta - le refrescó el recuerdo Mireia. - Ah. No, esa se fue directamente con Úrsula ––contestó Sara. - ¿Pero con Úrsula se conocen de antes o algo? ––preguntó Mireia. - Mujer, de antes no sé, pero seguro del día de la presentación que hicieron en la Libroteka, el sábado aquél que tú no viniste porque tenías curro- dijo Sara mirando a Mireia para ver si recordaba - . Pues se conocen desde esa noche por lo menos, porque cuando yo me fui con Carmen ellas dos se quedaron juntas. Así que yo supongo que tema deben tener o haber tenido. - ¿Pero Úrsula no está casada? ––preguntó Mireia.
- Ay niña, que legal eres ––contestó Sara–– Y qué que esté casada. ¿Pero tú has visto alguna vez que salga con su mujer? - Que salga con quien quiera, pero leches, que duerma con su mujer. - ¡Coño, pues eso es lo que debe hacer! –– exclamó Sara. - Qué bruta eres - se quejó definitivamente Mireia. Mireia había adoptado una posición desanimada y Sara, al verlo, le preguntó: - Oye, ¿pero a ti te mola, Teia? - Pues creía que sí, pero si ya está con Úrsula casi que paso ––contestó. - Pero ¿por qué vas a pasar? Si yo creo que Úrsula le debe haber entrado como a todas, pero que Teia debe haber pasado de ella - la intentó animar Sara - . Si en la peli, ¿no viste que fue ella la que fue a buscar a Teia y no al revés? - Sí, tía, pero si me acabas de decir que se fueron juntas.
- Bueno, se fueron juntas, pero yo que sé, igual no ha pasado nada - se esforzó en creer Sara. - Sí, ya ––hizo Mireia con ironía–– ¿Pero tú no eres de las de piensa mal y acertarás? - Sí, si yo lo pienso. Pero es que también me sabe mal darte un disgusto. Mireia se quedó algo chafada tras la noticia. Ahora entendía porqué Úrsula se había inmiscuido en alguna ocasión en el juego de miradas. “Pero si Teia tenía algo con ella ¿por qué había accedido a seguir jugando con ella?” se preguntaba Mireia mientras miraba el último poso de su café. - Oye, que no hagas caso, que yo no he visto que hicieran nada tampoco ¿vale? - remató el tema Sara. - Ya. - ¿Pero a ti no te molaba María? - recordó Sara. - Sí, bueno, sí pero no, María sería más bien... no sé… como un amor platónico ––definió
Mireia. - ¿Cómo que platónico? ––preguntó Sara. - Pues eso, que no te negaré que me pone y que me encantaría, pero que ya debe tener su vida montada y no la veo yo por la labor de estar con una de sus estudiantes ––contestó Mireia. - ¿Por qué no? - Pues porque no ––dijo Mireia––. Porque la tía tiene a todas las jovencitas que le da la gana a todas horas pasándose por el despacho, y seguro que luego queda con sus amigas y se debe reír de lo nerviosas que las consigue poner. Y listos, no hay más - zanjó Mireia seriamente. - Y toda esa peli ¿te la has montado tú solita? - alucinaba Sara. - Sí. Tengo mucha imaginación - dijo haciendo una mueca irónica Mireia. Sara recordó la noche pasada con Carmen y María, pero prefirió no decirle nada a Mireia, tal y como había hecho hasta ahora. Si María iba a ser un amor platónico para Mireia, que siempre había
sido mucho más soñadora que ella, no iba a ser ella quien le chafara el pastel, bajándola de golpe y porrazo a la realidad.
18. PARTIDO DE VOLEY
A las seis de la tarde, en la playa de la Barceloneta, ya había formados dos equipos de cuatro. Las chicas estaban listas para empezar a disputarse el primer punto del primer juego del partido. - ¡Os vamos a hacer quemar toda la coca que hayáis comido, guapas!- dijo Marta, arropada por Sara, Eva y su hermana, caldeando el ambiente con el equipo contrario, donde estaban Mireia, Cintia, Teia y Helena. - ¡Vosotras sí que vais a tener que sudar si queréis ganar ni que sea un punto, bonita!- le contestó Helena desde el otro lado de la red. Acababan de empezar cuando llegaron Natalia y tres mujeres más, que se repartieron entre los dos equipos. El partido fue avanzando y las primeras
víctimas del cansancio fueron abandonando el campo. Poco a poco, el número de animadoras fue aumentando hasta quedar sobre el terreno de juego Teia y Mireia, a un lado, y Marta y Sara, al otro. El final del partido se convirtió en algo personal; las cuatro querían ganar, buscando que su esfuerzo fuera reconocido por las demás. Las parejas se animaban y provocaban a sus contrincantes a cada nuevo punto ganado o saque robado. Teia y Mireia, a medida que había avanzado el partido, fueron olvidando las distancias y aprovechaban cualquier excusa para establecer contacto. Cederse la pelota permitía tocarse las manos, primero ligeramente, pero después era fácil darse cuenta que el contacto era buscado. Los puntos ganados les permitían cogérserlas, agarrarse por la cintura, a mitad del partido, y los puntos finales en los que sólo quedaban ellas en el campo, les ofrecían la posibilidad de aprovechar los éxitos de su esfuerzo con abrazos y
felicitaciones. Las dos sabían mantener a raya las dos partidas. Una visible para todas, la otra obvia pero siempre disimulada. Finalmente, Marta, con una buena exhibición de salto que acabó con su cara en la arena, consiguió levantar el último balón y que Sara lo devolviera al campo contrario. Teia se había lanzado a buscar la pelota pero estaba demasiado lejos y Mireia aún no había tenido tiempo de reincorporarse del último lanzamiento. Sara y Marta con el cuerpo aún en el suelo miraban como el balón tocaba la arena. ¡Habían ganado! Las dos se abrazaron triunfales mientras Mireia, que se acababa de poner en pie, se acercaba a Teia, que había quedado a medio metro de la pelota. Le tendió la mano para ayudarla a levantarse. - Nos han ganado- dijo resignada Mireia, con una sonrisa. - ¡La suerte de las principiantes!- le respondió Teia, risueña, mientras se levantaba.
Mireia sonrió y empezó a caminar hacia el grupo de mujeres. Teia aprovechó que Mireia iba delante para, simulando estar muy cansada, cogerle de la camiseta y agarrarse de su cintura. Al juntarse con Sara y Marta se saludaron antes de empezar a reponer fuerzas junto a las demás, que ya habían preparado las cocas y las diversas bebidas que daban paso al siguiente parte de aquel encuentro, en el que algunas aprovecharon para bañarse y otras se limitaron a estirarse en la arena mientras esperaban, charlando, que se pusiera el sol.
Correo núm. 10
From: Pauluna@yajú.esp martes, 24 de junio To:
[email protected]
Buenas noches, mi sagitario preferida, la verdad es que he leído tu mensaje por la mañana, cosa que te puede dejar claro lo loquita que me tienes por tus palabras. Como puedes ver, no he podido encontrar un momento para contestarte en todo el día. Ayer los
peques se acostaron tarde por lo petardos y todo lo que significa la noche de San Juan. Nada más levantarme he mirado el ordenador, pero en seguida la niña se me ha despertado y ya no he tenido tiempo a responderte. Y a partir de ahí todo el día movidito: hemos tenido comida en casa de mi hermano, el mayor, que vive en San Cugat, y ya no hemos vuelto a casa hasta poco después de que oscureciera. Así que, como acostumbro a hacer últimamente, aprovecho este ratito antes de acostarme para responder a tu mensaje. Y no me enrollo más ya con la rutina y me pongo manos a la obra. Te tengo que dar la razón con lo de la webcam, a veces es un poco caótico, es cierto, y la verdad es que enviar y recibir mails es la forma más parecida de mantener una correspondencia romántica, como tú dices, mi amor. No había imaginado nunca encontrar a alguien con quien poder hablar como lo hago contigo. Pero me vas a permitir que, como tú dices, sea
valiente e insista en vernos. Soy consciente de que es difícil encontrar un día, sobretodo teniendo en cuenta que yo trabajo los fines de semana, pero tengo una buena noticia. Esta semana tuve que trabajar un par de días que me tocaban libres para cubrir a un compañero que tuvo que irse a Madrid a arreglar unos asuntos, así que, si te apetece, me puedes decir qué fin de semana te va bien y él puede cubrirme ese día y nos podemos encontrar en alguna terracita o hacer lo que tú quieras, y así, finalmente, nos vemos las caras. Porque imagínate que al final nos vemos y no te gusto. Pero bueno, eso ya lo tendrás que decidir tú. Así que yo sigo con lo mío, que es contestarte el mail. Para mí tú te has convertido en alguien importante, y también me paso el día pensando en ti y me tienes enganchadísima al portátil. Si hasta me he dado cuenta que en lo primero que pienso cuando me despierto por la mañana es en ti. En si me habrás leído, en si me habrás contestado, en como serás, en si nos gustaremos, en como será tu
voz. Por cierto, mira, aprovecho hoy y hago algo que hace tiempo que tengo ganas de hacer, te dejo aquí mi número de teléfono y si algún día te apetece me llamas. Lo dejo en tus manos. El sexo con una mujer… No me importa en absoluto contestarte, en estas líneas nos hemos sincerando de manera muy clara y no seré yo quien vete esa puerta abierta que tanto me gusta de esto que tenemos entre las dos. Sobre la pregunta te diré que no sé si tu pregunta es literal o si me preguntas si estoy segura de poder estar con una mujer. Eso ya hace mucho que me lo planteé. De jovencita me enamoré de una mujer, era mayor que yo y jamás le dije lo que sentía. Ella en ningún momento me dio pie a sentir nada, pero a mí me temblaba todo cuando la tenía cerca, y sus palabras despertaban en mí unas sensaciones y unos sentimientos que yo, al principio, pensé que no eran más que resultado de la admiración que sentía por ella. Pero tiempo
después, cuando mi boda con el padre de mis hijos ya estaba toda montada y todo seguía su camino, recibí una llamada suya para felicitarme por la boda y desearme que fuera muy feliz, como confesaba que había sido ella con su marido el tiempo que estuvieron juntos (ahora ella era viuda). Reconozco que me alegró su llamada y, en un primer momento, no le di más importancia. Pero cuando se acercaba la boda en alguna ocasión pensé que tal vez podría casarme con ella. Como puedes imaginar, no lo hice y ella tampoco supo nada de mis pensamientos hacia su persona. Ahora hace mucho que no sé de ella, sé que se mudó de Bilbao a un pequeño pueblecito, pero también sé que pasado el tiempo no estoy enamorada de ella, solamente fue alguien que despertó en mí algo que tal vez estuviera allí, y si no hubiera sido ella otra mujer lo habría despertado. De hecho, no te negaré que a veces, cuando voy en el autobús o en el metro y tengo
alguna mujer guapa cerca, no puedo evitar pensar a qué sabrán sus labios o como será el tacto de sus pechos. Así que si tu pregunta era para saber si estaba segura en si lo que quiero es estar con una mujer o si, simplemente, estoy confusa, espero que estas líneas, en las que he desnudado una parte de mí que nadie más que yo conocía, te sirvan de ayuda. Si tu pregunta era literal y quieres saber qué espero del sexo, te diré que espero que sea dulce y que nos fundamos las dos en un mar de gemidos, y no te negaré que me ha encantado lo que me has dicho sobre mirarme a los ojos, me encantará que lo hagas. Me gustaría acabar este mensaje diciendo algo que hace días que me pasa por la cabeza pero que reprimo porque no quiero que pienses que soy una descerebrada que le va diciendo te quiero a la primera que se le cruza en su camino, pero, la verdad, es que me haces sentir… Pues eso, como si un aluvión de mariposillas juguetonas se
pasearan arriba y abajo de mi interior como un tobogán que gira un poco más a cada nueva palabra tuya y estoy empezando a pensar que es tarde para parar esta sensación. No quiero asustarte pero la verdad es que me tienes… Pues eso, enamorada. Un beso muy, muy dulce. Paula
19. EL ANÓNIMO
María recogió el correo del buzón, un par de cartas de entidades públicas nada interesantes, pero junto a ellas encontró una nota doblada. La sostuvo con la mano libre que le quedaba mientras con la otra aguantaba los dos sobres y hacía girar las llaves en la cerradura, pero con la puerta ya a medio abrir se le abrió la nota:
“CARMEN, NO TE ENGAÑES, TÚ ME QUIERES A MÍ”. Lo leyó una y lo releyó otra vez antes de levantar la mirada y buscar a Carmen que, como siempre cuando llegaba a esa hora, estaba enfrente, sentada en el sofá con el portátil en su regazo y un cenicero lleno de colillas de cigarros que no se había fumado.
Carmen también levantó la vista. - Hola - saludó antes de que María tuviera tiempo a decir nada. - Hola - respondió María una cara mezcla de circunstancias, a la par que divertida - , me parece que esto es para ti. Y le alargó la nota después de cerrar la puerta tras de si. Carmen cogió el papel y lo leyó. - ¡La madre que la parió! ¡¿Pero de qué va esta tía?!- se incorporó Carmen. - No sé, pero parece ser que la tienes loquita por tus huesos - se lo tomó a risa María. - Sí, ¡la que me tiene loca es ella a mí!- dijo dejando el portátil a un lado y levantándose del sofá - Me va a oír. ¡Ahora sí que me va a oír!- se exaltó Carmen. - Tranquilízate ––le aconsejó María––. ¿De quién hablas? ¿Quién te ha enviado la nota? - ¡La loca de mi vecina! ¡Pero hasta aquí podíamos llegar, vamos! ¿Pero de qué va ahora, enviándome anónimos?
- ¿Pero estás segura que es tu vecina? - insistió María. - ¡Pues claro que es ella! ¡No ha tenido suficiente con hacerme la vida imposible cuando me tenía al lado que la muy desgraciada me ha seguido hasta aquí! Carmen escupía las palabras, paseándose apresuradamente de un lado a otro del comedor con un cigarrillo apagado en la mano. - A ver. Vamos por parte s - la intentaba tranquilizar María - . ¿Quieres decir que esa mujer te espía? - ¡Pues claro que me espía! ¡¿Si no cómo ha sabido que ahora estoy aquí?! En su aburrida vida de loca se debe haber pasado los días esperando a que volviera a pasar por casa y, a la que me ha visto, ¡le ha faltado tiempo para seguirme y enterarse! ¡Está desquiciada y lo peor de todo es que me va a desquiciar a mí! Ahora, ya te aseguro yo que antes de que pase eso la mato, ¡yo la mato!- exclamó Carmen mientras seguía dando
vueltas por el comedor, cada vez más nerviosa. María, que había dejado su bolso y la americana colgados en el perchero de la entrada, la miraba asustada. Nunca había visto a su amiga en aquel estado. Aprovechó un momento en que el ir y venir de Carmen la había colocado a su lado y la cogió de ambos hombros, parando el recorrido obsesivo en que se había metido, girando en el comedor. - Pero a ver, vamos a ir por partes y nos calmamos. Preparo un poco de té, no, para ti mejor una tila, y me cuentas de qué va todo esto. Carmen la miró a los ojos. Por primera vez se daba cuenta de nuevo de la realidad de su entorno. Estaba en casa de María y allí no había nada que temer; necesitaba hablar con alguien y su amiga la escucharía. Lo había pensado en alguna ocasión, sobretodo al principio, cuando huía de su vecina, pero luego se había calmado y preferió no comentar que se había visto metida, sin pretenderlo, en un embrollo como aquel.
Aceptó el ofrecimiento de su amiga. Se giró un momento para dejar el cigarrillo sobre la mesa y se fue con María hacia la cocina, prepararon las dos infusiones y un plato con galletas de naranja. Con las tazas ante ellas, en el caso de Carmen como si de un escudo ante el mundo se tratara, empezó a hablar, haciendo partícipe a María de las angustias vividas en los últimos tiempos a causa de aquella mujer a quien María, a pesar de haber estado en diversas ocasiones en casa de Carmen, no recordaba haber visto nunca. - Bien, pues aquí estamos. Cuéntame de que va esta historia ––pidió María. - Es una vecina ––empezó Carmen––, vive en la casa contigua a la mía. Se llama Amanda, no sé si te sonará. María ponía cara de no tener ni idea sobre quien le estaba hablando. - La que tiene todo el alrededor del jardín con un montón de enanitos en hilera - explicó Carmen.
- Sí, creo recordar de qué casa me hablas, pero no he visto nunca a esa tal Amanda ––repuso María. - Es una mujer alta, con el pelo moreno, largo y rizado; lleva gafas, y suele ir vestida de hippy. No sé, parece muy alternativa, pero cuando la conoces te das cuenta que lo que le pasa es que está loca, y es normal que esté más sola que la una - se desahogó Carmen. - ¿Y tú que has tenido que ver con tu vecina? ––se interesó María. - Pues nada. Que como a veces tengo ese punto de salvadora de las mujeres desamparadas, pues resulta que fui saludándola y hablando con ella. No sé, ¡la veía tan sola! ¡Si es que en el fondo a mí hay cosas que me pasan por ser demasiado buena! ¡Si una tía está sola es por algo! ––admitió Carmen. - Bueno, pero, ¿qué pasó? no me digas que acabaste haciéndotela ––insinuó María. - Pues claro ––contestó su amiga.
- Si es que siempre te pasa igual ––dijo María––. Yo no sé porqué te lías con tías raras. Ni que te faltaran mujeres para saciar tus instintos de satisfacer al género femenino. Por favor. - ¿Verdad? Pues mira, ¡por hacerle un favor ahora me está dando por saco!- siguió quejándose Carmen. - ¿Pero qué le dijiste? ¿Qué quiere? - le preguntó María. - ¡Nada! ¡Yo no le dije nada! ¡Nos conocimos, la invité a cenar a casa, bebimos ratafía, nos pusimos tontas las dos y sí, follamos! ¡Y la verdad es que vaya mierda de polvo, la tía se tumbó allí y ala, a disfrutar! La muy alternativa. Llámale tonta. Y nada, ya está, a la mañana siguiente yo me fui, porque había quedado con la editora, y ya está. Pensaba que cuando volviera se habría ido, pero resultó que no. Que me la encontré con una camiseta mía y su falda hippie en el sofá de casa. A mi me dio un poco de mala espina, pero no quise ser mal educada y no dije
nada, al contrario, mira si soy burra que le dije que se quedara a comer. Y nada, comimos y nos volvimos a liar. Más que nada porque yo estaba aún que me moría, porque cuando acabé con ella me había quedado dormida mientras me arreglaba yo y no había acabado. Pensé que igual me quería resarcir, pero que va, cogió y se me volvió a estirar con los brazos para arriba y cara de tonta, total que, al ver el panorama otra vez, pasé y le dije que no me apetecía y que estaba cansada; en fin, que le sugerí que se fuera para su casa. Pero la tía o no lo pillaba o no le daba la gana y no se iba. Así que le tuve que decir directamente que por favor se marchara. ¡Y la tía me montó un número de histérica! ¡Acabó diciéndome que de qué iba, que si me pensaba que si sólo iba a estar para cuando tuviera ganas de follar! ¡Encima, la muy víbora! No me lo podía creer ––acabó Carmen. - Pero, ¿se fue? ––quiso saber María. - Sí. Claro que se fue ––contestó Carmen––, pero desde ese día, y ya hace casi más de tres
meses, se dedica a hacerme la vida imposible. Al principio, yo me limité a ignorarla y a correr un tupido velo sobre la situación. Pero, desde entonces, la tía se ha dedicado a dejarme mensajes en el contestador de casa, y suerte que no tuve tiempo de darle el móvil, porque si no…, además, me llamaba al fijo a todas horas y me decía que si no iba a estar con ella no iba a estar con nadie, que me echaba maldiciones para que nadie más quisiera estar conmigo jamás… En ese momento, a María se le escapó la risa. - Sí, tú ríete ––siguió Carmen––, pero eso sólo fue el principio. Después, como ya pasaba de tener la línia de teléfono conectada, la tía se dedicó a salir a la calle cada vez que me veía entrar y salir, y me cogía, me chillaba y me decía que si no volvía con ella se iba a matar. ¡Imagínate, como si yo hubiera estado alguna vez con ella! ¡Que sólo fue un polvo! ¡Ni eso, fue medio, porque allí sólo se corrió ella!
Las dos se quedaron unos momentos en silencio. María la miraba sin saber qué decir. Carmen se había quedado en silencio, como si estuviera muy lejos de allí, sumergiéndose de nuevo en un montón de recuerdos que no había compartido con nadie hasta ese momento, y continuó: - Pero si es que hasta empezó a seguirme por la calle, a acosarme. Luego, había días que estaba en cualquier sitio y creía que siempre había alguien que me miraba, que iba a girar la esquina y la iba a ver allí, esperándome para ver cual era mi siguiente paso o donde iba a tomar el siguiente café. Y cuando volvía a casa me la encontraba siempre esperándome, mirando desde detrás de la cortina, y al verme llegar o marcharme salía corriendo tras de mí y me amenazaba con destruirme si no le pedía perdón y volvía con ella, ¡y que si seguía perseverando en no querer dar mi brazo a torcer nunca sabría en qué sitio me podría encontrar y qué me podía pasar!
- Pero ¿qué dices? - se escandalizó María. - Lo que oyes ––dijo Carmen. - ¿Y no has denunciado a esa loca? - ¡Ya lo pensé! ¿Pero qué hago? ¿Voy y les digo, miren señoras autoridades, mi vecina me persigue y me dice que si no me caso con ella me va a matar, pero si ustedes van a su casa encontraran a una solterona con las faldas llenas de florecitas y cinco gatos de la calle a los que ha adoptado para que no sufran solos en el mundo? ¿Qué les digo? - se mostraba impotente Carmen. - No sé ¡Pero algo tienes que hacer! ––le dijo María. - ¡Ya lo hice, me vine contigo! ––le confesó Carmen. - ¿Pero eso no era porque hacías obras? - Sí ––asintió Carmen––, pero si me decidí a hacerlas es porque así tenía la excusa perfecta para poder perderla de vista durante un tiempo y que me diera un poco el aire, ¡y a ver si se le pasaba lo que sea que tiene conmigo la loca esa!
- ¿Y cómo ha sabido que estabas aquí? - siguió su interrogatorio María. - Yo que sé. Supongo que me pilló el otro día, cuando me acerqué porque los paletas tenían que consultarme unas cosas. ¡La muy bruja aprovechó cuando me fui para seguirme! –– supuso Carmen. - ¿Y tú no la viste? - No. Si, de hecho, aproveché que bajaba la calle Severiano, un vecino que vive allí desde navidades y que siempre saca el perro a pasear. Pues aproveché que pasaba para bajar con él y no tener que cruzármela sola, si es que estaba. Pero no la vi. ¡La casa tenía todas las persianas bajadas y pensé que igual se habría ido! - ¡Pues parece que no! ––dijo María. - No. Parece que no. - Igual se cree que ahora estás conmigo –– insinuó María. - Pues no te extrañe. Pero no te preocupes, que ahora ya sí que se van a acabar las
tonterías - dijo resolutiva Carmen. - ¿Qué quieres decir? - Antes de irme de casa ya miré otras opciones y he pensado que si ella me puede amenazar de muerte a mí ¡yo también puedo matarla a ella! ¡¿O es que va a ser ella más que yo?! - No digas tonterías - se alarmó María. - No, no son tonterías - decía ahora Carmen muy seria - . Antes de venir ya estuve en la facultad de derecho y miré cuántos años me podían caer si la mataba yo. Y he calculado que tendría tiempo de sobras para escribir cuanto quisiera y hasta de acabar la carrera que no acabé en su día. Así que mira, yo me estaré a la sombra un tiempo, que aprovecharé para leer y escribir mantenida por el gobierno, será como una beca a pensión completa, y te aseguro que no me importará si cuando salgo ella no puede hacerme la vida imposible como me la ha estado haciendo hasta ahora. Y yo de la cárcel saldré, pero ella del
agujero no sale más. - No hablarás en serio ––le dijo María con gravedad. - No lo sabes tú bien. Para que se le gire un día y me mate ella o no me deje vivir toda la vida. ¡La mató antes yo! ¡Por mi madre que la mato yo! María no sabía qué cara poner. Conocía a su amiga y le daba miedo lo que estaba oyendo. La consideraba una mujer de acción y no le parecía que estuviera hablando por hablar. - ¡Y si no ya verás!- finalizó la conversación Carmen, levantándose. - ¿Qué vas a hacer? - preguntó asustada María mientras seguía a Carmen, que ya estaba poniéndose la chaqueta. - Me voy a buscarla. Me voy a plantar en su casa y le pienso decir exactamente lo mismo que te he explicado a ti, y verás qué rápido lo entiende todo. ¡Si la tengo que matar lo haré, así que ella misma si quiere seguir con esto…! ¡Ella misma! - Espera, espera, no vayas ahora, estás muy
exaltada, espera a mañana - la intentó retener María. - No. Yo me voy ahora. No estoy exaltada. Por primera vez voy a plantarme y le voy a explicar las cosas claritas. - Voy contigo- se ofreció María. - No ––negó Carmen cortante. - Que sí ––insistió María. - Que te digo que no- le cogió las manos con autoridad - que no va a pasar nada. Se lo dejaré muy clarito, pero que mucho y ya está. Verás como se le pasa de golpe la tontería. - Pero… - Pero nada - dijo Carmen abriendo por la puerta - . Para la hora de cenar vuelvo a estar aquí y me encantaría el pollo ese con curri que haces tú ¿vale? - y cerró la puerta saliendo decidida a arreglar las cosas. - Vale - susurró con un hilo de voz María. Fue a la cocina y sacó de forma autómata un par de pechugas de pollo de la nevera, unas
zanahorias y un calabacín. Tenía la sensación que cuanto antes acabara la cena antes estaría Carmen de vuelta en casa. Cortó el pollo a taquitos, laminó las zanahorias y el calabacín. Había pasado un cuarto de hora y no dejaba de darle vueltas a la idea de que pudiera pasarle algo a Carmen. “Pero qué estoy haciendo ––pensaba–– Carmen se va a ver a una loca que la acosa y la ha amenazado de muerte y yo me quedo aquí preparando la cena como si no pasara nada… Pero por Dios, que estoy haciendo!” se recriminó mentalmente. Se lavó las manos, salió de la cocina, cogió las llaves del coche de la mesilla del recibidor y salió por la puerta dispuesta a traer a su amiga de vuelta a casa. Unos veinte minutos después llegaba al barrio de Carmen. Siempre que llegaba allí todas las calles le parecían iguales: casas adosadas o con un pequeño jardín alrededor, todas en hilera; nunca sabía cual era la esquina por donde debía
girar. En aquel momento se recriminó no haberse fijado más. ¿Cuál era? Miraba las esquinas buscando algo que le marcara el camino a seguir. La primera no, eso lo recordaría. La segunda, tampoco, demasiado fácil aún; cruzó la siguiente y aún otra más. ¿Debía tomar la siguiente? Sí, diría que era aquella. Aunque no sabía por qué. Pero tenía que serlo. Siguió la larga calle hasta el final. Pequeñas calljuelas se cruzaban a un lado y otro “¿y si no era aquella?” - pensaba - “pues al llegar al final lo vería, giraría y recorrería la siguiente, y así cuantas veces hiciera falta.” Pero el tiempo sentía que le iba en contra. “Los enanitos” - recordó - “Aquella casa era fácil, las otras se parecían mucho las unas a las otras, pero los enanitos alrededor de la casa sí que los recordaba. Siempre le había parecido algo tétrica aquella hilera de enanos que te sonreían sin conocerte de nada y hasta parecía que te seguían”. Siguió aún un trozo más. Sabía que aquellas
calles eran largas, pero no recordaba que tanto. De repente, reconoció los andares seguros de Carmen entre los pocos transeúntes que caminaban por aquellas aceras. Apretó instintivamente y con energía el claxon. Carmen, al girarse, reconoció el coche y, tras asegurarse, la saludó con la mano. María estaba cerca de una parada de autobús y aprovechó para parar mientras Carmen cruzaba y se montaba en el coche. - ¿La has visto ya? - le preguntó de inmediato María. - Sí. ¿Pero que haces tú aquí? ¿No tenías que estar haciéndome pollo con curri? - respondió cínica Carmen. - ¡No digas tonterías!- explotó finalmente María - ¡¿Cómo querías que me quedara haciendo pollo con curri si no sabía si la próxima vez que te viera estarías en una ataúd o entre rejas?! Carmen sonrió condescendiente y miró a María, que mantenía los nervios a raya en el punto exacto para no perder el control del coche que ya
las llevaba de vuelta a casa. - Ya está. La he ido a buscar y he hecho exactamente lo que te he dicho. El que avisa no es traidor. Yo tengo la conciencia my tranquila y ella ahora ya sabe qué le puede pasar si sigue cruzándose en mi camino ––explicó Carmen. - ¿Y? ––preguntó María. - Pues que yo diría, al menos por la cara que ha puesto cuando he acabado de explicarle que a mi no me importaría llegar donde hiciera falta, que le han quedado pocas ganas de seguir jodiéndome. María no se creía que hubiera sido tan fácil. - ¿Pero así ya está? ¿Ya parará? - Yo diría que sí - dijo sorprendentemente tranquila Carmen - . Si, en el fondo, si me dan por saco es porque soy buena y me dejo, porque cuando no, soy de lo más convincente. Te lo aseguro. Y si no, ella verá. Ahora ya está avisada. María iba mirando a su amiga cada vez que podía desviar la atención de la carretera y no sabía
qué pensar. - Supongo que entonces lo que me dices es bueno- intentaba convencerse María a si misma. - Mujer- seguía Carmen con aplomo- Yo no sé si es bueno o malo, pero lo que sí te digo es que es definitivo. María seguía con dudas pero no dijo nada más. Estaba nerviosa. ¿Qué habría hecho su amiga? - se preguntaba - pero prefirió no seguir aquella conversación, le asustaba. Llegaron a casa. María dejó las llaves en el cajón y Carmen cerró la puerta. - ¿Te apetece una copa de vino? - la invitó Carmen. - Sí. Gracias - aceptó María esperando que todo volviera a la normalidad cuanto antes. Carmen entró en la cocina, se colocó frente al botellero y eligió una de las botellas de vino. Lo descorchó y llenó las dos copas que María había sacado del armario y había colocado frente a ella. Brindaron:
- Por la tranquilidad ––dijo Carmen. - Por la tranquilidad - repitió sin pensarlo María, y después de beber de su copa decidió preguntar por última vez: - Así, ¿todo bien? - Sí. Todo bien - la reconfortó Carmen. - ¿Seguro? - se resistía María. - Sí. Seguro. No he hecho nada malo. No te preocupes. Sólo he hablado en serio. - Y cuando tú hablas en serio… - sonrió algo más conformada María. - Sí - sonrió también Carmen, que volvía a ofrecerle su copa para un nuevo brindis - , por nosotras. - Por nosotras. Justo después, Carmen dejó su copa vacía sobre la mesa y preguntó: - Bueno, entonces ¿qué hay de ese pollo con curri? María sonrió mirando hacia el mármol donde se habían quedado aquel par de pechugas troceadas,
con las zanahorias y un calabacín a medio cortar. - Yo te lo hago- se decidió y, dejando la copa, retomó el delantal y continuó preparando la cena.
Correo núm. 11
From:
[email protected] jueves, 26 de junio To: Pauluna@yajú.esp
Buenos días, mi amor, ante todo quiero agradecerte un mensaje como el que me has enviado. Y no sabes cuánto valoro la confianza que has depositado en mí. La pregunta la entendiste perfectamente y tus palabras me han sido de gran utilidad para conocerte más. Y de nuevo puedo decirte que no creo que debamos
tener miedo de cómo vamos a reaccionar cuando nos veamos, por mi parte te puedo decir que con lo que conozco de ti ya estoy segura de que el resto me va a gustar. Te haría más preguntas. Ahora que ya hemos roto el hielo a la hora de hablar de sexo, se me ocurren muchas más cosas que compartir contigo y que preguntarte, pero no quiero que pienses que sólo pienso en eso. No es así. Aunque sí es cierto que me considero una persona muy sexual, me puedo enamorar fácilmente de alguien si es la persona adecuada, por una palabra, por un gesto, por una mirada… Pero también reconozco que soy exigente y, como te he dicho, el sexo para mí es importante y me niego a creer en los tópicos que dicen que las parejas de lesbianas al cabo de un tiempo dejan de follar. Me niego a aceptar eso. El sexo es una parte importante de nuestras vidas y creo que si sientes como me han dejado ver tus palabras, seguro que me entiendes. Pero tampoco quiero asustarte, me interesas, todo lo que tiene
que ver contingo me tiene cautivada y llegaré contigo tan lejos como tú quieras llegar. Y con el número de teléfono que me has dado, no dudes que te llamaré. No sé cuando, porque yo también estoy muy liada. En la consulta ahora tenemos mucho trabajo y los fines de semana los tengo bastante complicados, también por temas de familia y esas cosas. En fin, ya te contaré más, tal vez por teléfono, porque no dudes que te llamaré. Un beso… y éste recíbelo donde tú quieras.
20. DE VUELTA DE LA PISCINA
Los buenos días de verano se habían instalado sobre la ciudad y Carmen había cambiado definitivamente su lugar de trabajo. Ahora ya no sólo por la mañana se quedaba en la terraza con su portátil, sino que las tardes en aquella terraza eran también de lo más agradable. Prefería aquella terracita a su jardín a pie de calle, allí sentía mayor intimidad. Sabía que en su casa podía conseguir huir de la vista de los curiosos con una hilera de setos que, como guardianes, la separaran de los transeúntes del exterior, pero le daba mucha pereza ponerlos. La intimidad que quería a la hora de escribir, le sobraba, luego, cuando hacía otras cosas dentro de casa. No le
gustaba la idea de mirar por la ventana y no ver más allá de los arbustos. Nunca se acababa de decidir. María, por su parte, también iba menos horas a la facultad, donde todos al llegar el verano se relajaban. Las últimas clases ya estaban preparadas y, más allá de aquellas, no hacía falta preparar más. Así que muchas veces estaba también por casa, aprovechando los primeros rayos de sol leyendo en la terraza o bajando a la piscina, donde pasaba largos ratos nadando de un lado a otro. Carmen no entendía cómo soportaba dar vueltas en aquella pecera cuadrada. Ella prefería, sin ninguna duda, el mar. Pero María no era originaria de la costa. Antes de instalarse en Barcelona, hacía muchos años ya, había aprendido a nadar en piscinas. Ellas le daban la seguridad que no encontraba en el mar y allí se pasaba largos ratos en los que, entre brazada y brazada, iba repasando en sus pensamientos todo aquello que había hecho, quedaba por hacer y haría en un
futuro ya fuera inmediato o lejano. Una mañana, cuando María subió de la piscina. Carmen acababa de despedirse de la persona con quien hablaba por el móvil instantes antes. - ¿A qué no te imaginas con quién estaba hablando? ––le preguntó a María. - No. ¿Con quién? - dijo María saliendo desde el comedor a la terraza, mientras se secaba el pelo con la toalla. - Con la chiquita aquella, alumna tuya. Con Sara ––contestó Carmen. - ¿Con Sara? - se extrañó María. - Sí. Pero no te preocupes, no te quiere reclamar las notas - le bromeó Carmen - , resulta que se había equivocado. Quería llamar a una tal Carla, amiga suya. - Ah. - Pero mira, ya puestos me ha dicho que si iré con vosotras a la cena de final de curso. - ¿Y qué le has dicho? - le preguntó María.
- Que lo hablaré contigo a ver si me quieres ––contestó Carmen sonriendo. - Muy bien. - Muy bien, eso es lo que me ha contestado la niña - repitió chistosa Carmen - . Pero ella ha añadido que si luego nos apetecía también podríamos repetir. - ¿Repetir de qué? - preguntó despistada María. - ¿De que va a ser, mi amor? - la miró Carmen como creyendo que pretendía hacerse la tonta. - ¿Y a ti te apetece? - añadió María sabiendo ya a qué se refería. - Sinceramente, no. - ¿No? - se sorprendió María. - No. ¿Qué pasa? ¿Que yo no puedo decir que no o qué? - se quejó Carmen divertida. - Sí. Sí. Es sólo que no me lo esperaba –– contestó María. - ¿Y eso?
- No sé. Con todo lo que has sido tú siempre. ¿Y ahora se te pone una muchachita delante dispuesta a hacer un trío y le dices que no? - Pues sí. Qué pasa. Pero bueno, que si a ti te apetece, la traemos a casa… y la jovencita para ti y de ti ya me ocupo yo ––le dijo Carmen. - ¿Ah sí? ¿Te quieres ocupar de mí? - preguntó juguetona María. - Me apeteces mucho más, sí - dijo respondiendo al juego Carmen. - Interesante - la miraba tentada María. - Tú sí que eres interesante - siguió su ataque Carmen. - Uy, Carmen, cómo estás hoy, si no te conociera me sacarías los colores - simuló desentenderse ahora María. - Si no te conociera… ––dijo Carmen dejando la frase intencionadamente a medias. - ¿Qué? - la retó María. - Otras cosas te haría, si no te conociera - Carmen había dejado definitivamente
de mirar al ordenador y su atención estaba totalmente centrada en María, que había dejado de secarse el pelo y ahora también la miraba. - Menos lobos, Caperucita ––le espetó María. Carmen, por primera vez en mucho tiempo, no supo qué responder. - ¡Uy! ¿Te has quedado sin palabras? ¿He conseguido que la señora poeta se quede sin palabras? - Carmen sonreía sin decir nada - No me lo puedo creer, esto sí que es histórico. Carmen se levantó y se puso delante de María, se la quedó mirando, cómo le caía la melena mojada, cómo tenía la camiseta mojada a la altura del pecho por la humedad del bañador, cómo se acababa la camiseta y lo fácil que sería desatar el nudo de aquel pareo que se aguantaba tímidamente sobre la cadera… La miró, dudó en cogerla de la cintura, pero le acercó una mano, la tocó. María la miraba fijamente también, ahora, con una sonrisa
dibujada en sus labios. Aceptaron seguir jugando. Carmen cogió la toalla que María aguantaba aún con una mano e, inclinándose levemente, la dejó caer sobre la silla que quedaba a su lado. Mientras se incorporaba, María le agarró suavemente por el brazo y la volvió a colocar de cara a ella, al mismo tiempo que las manos se cogían de las cinturas. Carmen la miró y se acercó más a María que, con la misma intención, había empezado a acercarse instantes antes de fundirse con ella en un dulce beso, el origen del cual ya no recordaban. María y Carmen se abrazaron y tocaron recordando el sabor de sus pieles, el tacto de sus caricias. Aquellos besos no eran apresurados, pero las hacían hervir por dentro. El pareo de María cayó el primero, rendido a la evidencia cayó solo, sin desabrocharse siquiera. La camiseta fue cosa de Carmen, que, a su vez, fue notando como se desabrochaban uno a uno los botones de su brusa estampada. Entre tanto, sus pasos acompasados a veces, improvisados las más, las habían ido
alejando, sobre el rastro de prendas de ropa, de las miradas indiscretas de los vecinos. El sofá aparecía ante ellas mucho más confortable y, sobre todo, mucho más íntimo. Ahora estaban ellas dos a solas, por fin, desde aquella noche en que se redescubrieron, después de tantísimos años y de no recordar si quiera que lo podían hacer.
Correo núm. 12
From: Pauluna@yajú.esp viernes, 27 junio To:
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de
Buenas noches cariño, llevo toda la tarde loca, pensando en ti. Me ha encantado poder hablar contigo, verte, tocarte, besarte, sentirte… ¡Ay! ¡Todo! ¡TODO! ¡ME HA ENCANTADO DE TI! Cuando me has llamado esta mañana, me ha dado
un vuelco el corazón, al oír tu voz se me ha encogido el estómago y un montón de sensaciones me ha desbordado. Hemos hablado y me has parecido una mujer muy seductora, tienes una voz dulcísima. Pero por si eso no fuera suficiente para alegrarme el día, lo has superado preguntándome si me apetecía comer contigo. Por supuesto que me apetecía, aunque luego haya sido incapaz de comer casi nada, porque cuando te he visto me has parecido preciosa. ¡Cómo una mujer tan desenvuelta puede pasarse ni un sólo día disponible! ¿Pero la gente de tu alrededor dónde tiene la cabeza? En fin, ellos se lo pierden, porque ahora que nos hemos encontrado intentaré que no te me escapes, monada. No te ataré ni nada de eso, está claro, es sólo una forma de hablar, pero si por mi fuera te quedabas encerradita en mi habitación, como esta tarde. Por Dios, qué difícil se me ha hecho ver cómo el reloj marcaba las cinco y teníamos que separarnos. Ya sé que me has dicho que tu también tenías que volver a la consulta,
pero me habría gustado tanto tener un reloj que poder atrasar para quedarme un ratito más contigo… ¡¡¡Me han encantado tus besos, mama mía, eso si que son besos!!! Al notar tus labios pensaba que algo en mí se vaciaba para dejarte sitio, para encontrarle sitio a todo lo que estaba sintiendo. Luego, tus manos, son tan bonitas… Parecen tener una inteligencia que no todos debemos tener, paseándose sobre mí siempre acertando el recorrido de mis sensaciones. Y tu piel era tan suave, con ese tono bronceadito que parecía acabar de salir del horno, tostadito y listo para dejarse hincar el diente. Ay, ay, pienso en ti y es que me pongo mala, malísima. Sin duda hoy era mi día de suerte y si tú quieres (espero no haber parecido muy nerviosa, porque me moría de ganas de estar contigo, mi amor) ésta sólo será la primera de muchas otras veces contigo entre mis sábanas. Cariño, como me has dicho después en tu mensaje
al móvil para mí también ha sido un inmenso placer que espero ansiosa que se repita. Ya me has comentado que estás algo liada, pero te vuelvo a repetir que me puedo pedir un par de días de fin de semana libres, y los pongo a tu entera disposición para encerrarme contigo en cualquier sitio y amarte hasta que caigamos muertas de cansancio y despertarnos de nuevo y redescubrirnos todas las veces que seamos capaces. Ay, ay, igual te estarás riendo al leer todo esto, pero es que me tienes nerviosa todavía y cada vez que recuerdo algo de las horas pasadas contigo se me pone un nudo aquí en la boca del estómago que, mira, casi no he comido al mediodía, pero es que en la cena tampoco me ha entrado nada. ¿Ves? ¡Si es que hasta hacer dieta va a dar gusto estando contigo! Me encantaría estar hablando contigo, oír tu voz, decirte cómo me siento, cómo te deseo… Y, de hecho, aunque me has avisado que en tu edificio
tenéis problemas de cobertura, no he podido evitar llamarte para ver si tenía suerte y te pillaba en algún rincón que sí pudieras contestar, pero como me has dicho, me ha salido aquella señorita del buzón de voz indicando que no era posible contactar contigo. ¡Qué pena! Por eso aprovecho y te escribo de nuevo, manteniendo nuestra relación virtual que me sirve, ahora que te echo tanto de menos, para sentir que puedo hablar contigo. Con todo mi amor y con un montón de besos como los que hemos vivido esta tarde… Que tengas dulces sueños. Te quiero Paula
21. CONVERSACIONES DURANTE LA CENA
- ¿Ya están en la cama los peques? - preguntó Teia al entrar en el comedor. - Sí. Miguel se ha dormido y Nerea se ha quedado despierta, pero como se han quedado en la misma cama, no le da miedo ––contestó Paula. - Muy bien. ¡Oh! Me ha ido genial la ducha. ¡Buff! ¡Que palizón me he pegado hoy!- continuó Teia dejándose caer en el sofá. - ¿Mucho trabajo? - le preguntó Paula levantando la vista de la pantalla del ordenador. Teia dudó un momento y luego respondió: - No. Supongo que es lo normal. Recoger un grupo por la mañana y despedirte de él por la tarde, pero como no estoy acostumbrada a
pasarme el día hablando por medio de las calles intentando que una treintena de personas me oiga, pues supongo que aún me tengo que adaptar. A estar tanto rato de pie, a controlar la voz, a no ponerme nerviosa por saber si llevo a todos o no… en fin, no sé, que me estoy adaptando a los gajes del oficio de mi nuevo empleo. - Sí. Al principio todo cuesta, pero no te preocupes, seguro que lo haces muy bien ––la animó Paula. - Sí. Eso espero... Por cierto- dijo Teia incorporándose en el sofá - ¿tú has cenado, ya? - No. Les he hecho sopa de pitufos y un par de libritos a los niños y la verdad es que yo no me he preparado nada. - Pues ¿cenamos? ¿Hacemos una ensalada? ––propuso Teia. - Vale - respondió Paula levantando de nuevo la vista del teclado, como despertando de él. - Muy bien. ¿Pues empiezo yo y cuando tú acabes lo que estés haciendo te vienes para la
cocina? - ¿Eh? ¿Sí? Bueno, no. En realidad no estoy haciendo nada - le confesó Paula. - Bueno pues cuando quieras vamos ––dijo Teia. - No. No. Por mi podemos ir ya ––repuso Paula–– Lo dejaré encendido por si acaso. - ¿Esperas un mensaje o algo? - le preguntó Teia. - Sí. Bueno, no. Es sólo… No me hagas caso. Va, vamos a por esa ensalada - dijo Paula levantándose de la silla y dirigiéndose a Teia - ¿Te apetece que hagamos el par de libritos que quedan? - Sí. Muy bien. Ala, ya tenemos cena - dijo Teia levantándose del sofá, con nuevas energías. Las dos fueron hacia la cocina, prepararon una ensalada César, especialidad de Teia, y que Paula consideraba una de sus favoritas en los restaurantes. No se había planteado nunca que una podía hacer una ensalada César en casa. Le
pareció un gran descubrimiento y, mientras preparaban la cena, se olvidó un poco de lo que le había estado bailando en la cabeza desde que se despidiera de Úrsula a media tarde. Paula estaba poco habladora. Teia llevaba poco tiempo viviendo con ella pero notaba que aquella noche Paula tenía la cabeza en otra parte. Al principio, Teia intentó darle conversación probando, tal vez, de despejar aquellos pensamientos que la tenían tan lejos, pero al no conseguirlo, durante la cena, prefirió preguntarle directamente: - ¿Te pasa algo? - ¿Eh? No. ¿Por qué? ––inquirió Paula. - No sé. Te veo muy distraída. Como si tuvieras la cabeza en otra parte. A Paula se le escapó una sonrisa y, de repente, se le iluminó la cara. - Vaya. Va a ser que sí, que tienes algo en la cabeza - continuó Teia, que también sonrió - y no parece que sea malo… ¿Es malo?
- No. No, que va. Supongo que es bueno... ––dijo Paula lentamente. - ¿Lo supones? Paula volvió a sonreír, mirando a Teia. - No sé. ¡Sí! Bueno es seguro. Pero hay algo… Me siento extraña. - ¿Por qué? Ay, perdona, si no quieres no digas nada - dijo prudentemente Teia, que no sabía si era buena idea preguntar tanto. - No. No pasa nada - ahora la sonrisa de Paula no se borraba de su cara y, de repente, su actitud había cambiado. Se había relajado y su cuerpo, por primera vez durante toda la cena, se destensaba - Es que… Ay, no sé como explicarlo… Teia la miraba con cierta curiosidad, ahora. - Pues que me he enamorado. No sé si lo esperaba pero es así - soltó Paula mirando al suelo y diciéndoselo a si misma por primera vez en voz alta. - Mujer. ¡Pero eso es bueno! ¡Enhorabuena!
––la felicitó Teia. - Sí, ¿verdad? - continuó Paula aliviada Pero es que eso no es lo mejor. ¡Lo realmente diferente es que es de una mujer y me encanta! - Bueno. Yo ya te dije el otro día que en París vivía con una. - Sí. Ya lo sé, y entonces pensé en decírtelo y en hacerte mil preguntas ––reconoció Paula––. Pero como llevabas sólo un par de días aquí no quise atosigarte y que pensaras que vivías con una hetero que aprovechaba para despejar todas sus dudas antes de lanzarse a la piscina. - ¿Y ahora ya te has lanzado? - la miró con una sonrisa pícara Teia. Paula sonrió y, orgullosa de si misma, le respondió satisfecha: - Sí. Ya me he lanzado. - Y me da a mí que no ha ido nada mal… - dijo Teia con complicidad. - No. No, precisamente… Yo diría que al contrario. Muy bien, ha ido muy bien… - Paula
paró un momento, como recordando algo- … ¡Madre mía! ¡Si ha ido bien! Sí, mira - le decía arremangándose la camiseta - ¡si sólo de acordarme se me ponen los pelos de punta! Teia reía al ver a su compañera de piso con la misma expresión que una jovencita que había sido la reina de la fiesta por primera vez. - Aish. ¡Pero es que me tiene loca! ––dijo Paula entusiasmada–– No hago más que mirar el móvil y el ordenador a ver si me dice algo. Pero no sé. Yo me muero de ganas de saber de ella, de oír su voz, de hablar con ella… No sé, de lo que sea… - Pues llámala - dijo Teia con total confianza. - Sí. Ya. Si ya lo he hecho un par de veces. Pero es que en su edificio no hay cobertura y me sale como si estuviera apagado, que no me salta ni el contestador ni nada. - ¡Qué raro! ¿Dónde vive? ––preguntó Teia. - Por el centro, me ha dicho. - ¿Y en el centro no hay cobertura? - se
extrañó Teia. - Ella dice que en su piso no ––contestó Paula. - Pues envíale un mensaje. - Ya lo he hecho, cuando me ha enviado ella uno, poco después de despedirnos, y luego le he enviado otro. Pero tampoco me ha respondido, y como ya tiene un par de llamadas mías tampoco quiero que piense que soy una loca ––dijo Paula. - Mujer. Pues espérate. Igual está ocupada ––sugirió Teia. - Sí - dijo Paula dándole la razón - ¡Supongo que tengo que calamarme un poco, pero es que Úrsula me gusta tanto! Ha sido como… - Perdona. ¿Cómo has dicho que se llama? ––le preguntó Teia. - Úrsula. ¿Por qué? ––se interesó Paula. - Es que yo también no hace mucho que he conocido a una Úrsula ––le aclaró Teia. - ¿En serio? ¿Cuántas Úrsulas debe haber por Barcelona? ––se preguntó Paula.
- Sí. Y que entiendan - la sonrisa de Teia se había enturbiado un poco. - Ay. Sí, qué gracia me hace eso de que ahora entiendo. Aunque la verdad, después de esta tarde ya te digo yo que ahora entiendo. Vamos que si entiendo ––se dijo Paula satisfecha. - ¿Y hace mucho que conoces a Úrsula? –– insistió Teia. - No. La verdad es que hoy es la primera vez que nos hemos visto, aunque, en realidad, hace más o menos un mes que nos escribimos por mail ––explicó Paula. - Ostras. Pues sí que te ha dado fuerte. Si es la primera vez que os veis... - dudó Teia. - Sí. Bueno, pero es que por mail hemos hablado mucho y hemos congeniado mucho... es como si nos conociéramos de hace mucho más –– aseveró Paula–– Y luego, encima, cuando la he visto hoy, la he encontrado súper atractiva. La verdad, al principio tenía miedo de que no me gustara o, no sé, que al verla no me atreviera a dar
el paso, pero era tan guapa y con ella todo ha sido fácil... Es encantadora. - ¿Y cómo es? Físicamente, quiero decir –– aclaró Teia. - ¿Por qué lo dices? ¿Por si es la misma Úrsula que conoces tú? ––preguntó Paula. - Sí. No sé. Supongo que no... –– dijo Teia. - Pues es más o menos de mi estatura, un pelín más bajita. Muy delgada, y tiene el pelo de un negro azabache precioso y unos labios… Ai, Dios mío, que labios - Paula vio que la cara de Teia había cambiado y su sonrisa había desaparecido del todo- ¿Qué pasa? ¿Es la misma Úrsula que tú conoces? - Pues no quisiera equivocarme pero yo diría que sí ––tuvo que admitir Teia muy a su pesar. - ¿Ah sí? ¿Y por qué pones esa cara? –– inquirió Paula algo extrañada. - Eh... No, no sé. Perdona ––se disculpó Teia. - Pero Teia, ¿qué pasa? ––preguntó Paula ya
algo alarmada. - Ay, Paula, no sé, es que si es quien yo creo que es, yo de ti no me hacía muchas ilusiones... - ¿Qué quieres decir con que no me haga muchas ilusiones? - se puso un poco a la defensiva Paula. - No me hagas caso ––dijo Teia––, es que la Úrsula que yo conozco no está libre. - Pues será otra ––la tranquilizó y se tranquilizó Paula. - Será - prefirió aceptar Teia. Las dos se quedaron en silencio. Teia no sabía si había hablado más de la cuenta. - Oye, no me hagas caso. Ya veras como mañana te llama - dijo intentando suavizar la situación. - No sé. Me dijo que se iba fuera y que no sabría si podría llamarme… ––dudó Paula. - Bueno- recondució Teia la conversación––, pues si te apetece conocer a más de las que entienden te puedes venir a la mani.
- Uy. Yo a la mani ––imaginó Paula––, no sé yo si me apetece salir por la tele con una bandera multicolor. Me parece que necesito algo más de tiempo para eso. - No hace falta que salgas por la tele –– aclaró Teia––, yo iré y no tengo intención de salir en la tele ni en ningún otro sitio. Es sólo una excusa, quedo con mis amigas y mira, pues de paso, hacemos piña. Y si nos tienen que ver pues que nos vean, que también existimos - se sorprendió a si misma Teia con un tono reivindicativo. - No sé. Si cuando salgo del museo me da, igual te llamo y os vengo a ver, pero será sólo de pasada, antes de venirme para casa ––dijo Paula. - Vale. Como tú quieras. Teia y Paula ya habían recogido la mesa y habían encendido el lavaplatos cuando Teia recibió una llamada de Cintia. Quedó en encontrarse con ella y las demás al día siguiente a las siete. Así tendría tiempo suficiente para dejar
al grupo del que tenía que ocuparse durante todo el día de vuelta en el autobús. Luego, ella llamaría a Cintia y se podría incorporar al grupo en donde estuvieran. Después de la conversación telefónica, Teia dio las buenas noches a Paula y decidió retirarse a su habitación. Quería aprovechar para, antes de acostarse, repasar los apuntes de la excursión que tenía programada para el día siguiente.
22. LA MANIFESTACIÓN
Teia llamó al móvil de Cintia. Estaban bajando por la Rambla, a la altura del teatro Poliorama. Teia estaba cerca de allí y, en apenas, unos minutos las pudo encontrar. En el grupo había muchas de las mujeres que había visto en la reunión a la que Marta y Cintia la habían llevado nada más llegar de París, y con algunas de las cuales ya había coincidido también en otras ocasiones. Teia las saludó a todas. Apenas había tenido tiempo de ubicarse y notó cómo el móvil que llevaba en el bolso vibraba. Se apresuró a cogerlo pero no llegó a tiempo. Miró el número, era Paula. Tal vez se había animado a añadirse al
grupo. La llamó. Efectivamente, Paula se había decidido. Le apetecía ver qué ambiente se respiraba en una manifestación llena de gente que entendía. Tenía curiosidad y qué mejor día que aquel en que sería sólo una más entre la multitud. Cuando Paula llegó a la plaza de Sant Jaume, pensó que encontrar a alguien allí iba a ser un verdadero milagro, pero el mensaje que Teia le acababa de enviar le facilitaría las cosas. Estaban justo al lado de un grupo de zancudos, en una de las esquinas, decía el mensaje. Ver a los zancudos fue fácil y Paula se dirigió hacia allí. En la plaza había muchísima gente, y se veía cómo todavía seguía llegando más. Un par de camiones con el remolque descubierto llenos de gente y serpentinas tiraban los últimos sacos de preservativos entre un montón de muchachos que les animaban. Al fondo, junto a la pared del ayuntamiento, un escenario parecía dispuesto a acaparar la atención seguidamente. A Paula, aquel escenario le produjo
sentimientos contradictorios. Por un lado, parecía que todo el mundo estaba contento y se sentía cómodo. Unos, desde las carrozas, parecían ser los más enrollados de la fiesta, con la música, los disfraces, las risas, los bailes y serpentinas. El resto, abajo, charlaba con la gente más cercana. Había parejas de chicos que estaba algo más acostumbrada a ver alguna vez por las playas de Sitges, pero también había chicas que se cogían de las manos, que se abrazaban y se miraban entre besos. Eso le gustó, pero justo en el momento en que ella cruzaba la plaza, una carroza, con un montón de mujeres, llamó su atención. Llevaban el torso descubierto y, sobre sus senos, algunas llevaban unos pechos de plástico, simulando una desnudez ficticia. La primera visión le chocó y se sintió incómoda, aquella visión de las lesbianas no creía que tuviera mucho que ver con ella, pero las mujeres que allí estaban parecían estar cómodas en el mundo futurista de cintas negras y cueros que se habían montado sobre el camión.
Así que se limitó a seguir su camino hasta llegar a la altura de la rodilla de los zancudos. Teia debía estar cerca. Y sí, rápidamente la vio. Estaba hablando con una chica joven. Paula se abrió paso entre las personas que la rodeaban y Teia, al verla, la saludó y le tendió la mano para que llegara finalmente a donde estaban ellas. - ¿Al final te has animado? - la felicitó Teia. - Sí. Debo reconocer que, ni que sea por curiosidad, ayer me metiste el gusanillo de cómo podía ser esto. Y aquí estoy ––afirmó Paula. - Mira, os presento a Paula - dijo señalando a la joven que estaba a su lado- , ella es Mireia. Mireia - dijo mirándola - , ella es Paula, ahora somos compañeras de piso. Mientras Paula y Mireia se saludaban, Teia aprovechó para coger del brazo a Cintia y a Marta, que estaban un par de metros más allá, y llamar la atención de ambas y presentarles a Paula para que empezara a integrarse en el grupo. Hablaron un poco sobre la manifestación y
lo que quedaba por pasar. Mireia hacía rato que había perdido de vista a Sara, a quien no pensaba volver a encontrar, tal vez, hasta última hora de la noche, para volver las dos en su moto, o tal vez ni siquiera en ese momento, si tenía planes mejores. Pero de repente se vio sorprendida por un abrazo en que dos inmensas manos de espuma la rodeaban. Era Sara, y las manoplas se las había robado a una rubita muy mona de las que iban sobre una de las carrozas, le contó. Sara le preguntó si sabía donde estaban las de la universidad, con quiénes habían hecho gran parte del recorrido. Mireia le indicó por dónde podían estar algunas de las del grupo que había visto hacía un rato. Sara volvió a marcharse con sus manazas de espuma que la hacían fácilmente reconocible entre el gentío. Pasaron los parlamentos y los últimos coletazos de aquella manifestación que les despedía invitándolos a reencontrarse de nuevo en la plaza Universidad, en la fiesta de por la noche.
Para aguantar hasta el final hacía falta reponer fuerzas y es lo que se disponían a hacer la mayoría de grupos que allí se habían congregado y que, ahora, poco a poco, se dispersaban recuperando cada uno su camino. Teia invitó a Paula a añadirse a la cena. Pero ella no había comentado nada en casa y los niños esperaban su llegada. Teia insistió un poco pero Paula prefería hacer mejor las cosas otro día y avisar a su ex-marido con tiempo. Habían ido andando y ya habían cruzado un par de calles cuando el grupo se paró con la intención de probar suerte en un restaurante, a ver si cabían. Paula aprovechó, entonces, para despedirse de las chicas que se disponían a entrar en el lugar. Teia se esperó un momento en la puerta del restaurante para hacer el último intento y convencer a Paula, que parecía haber encajado bien con el grupo. En eso estaban cuando, al final de la calle, a Paula le pareció ver a alguien conocido. Se fijó y reconoció a Úrsula. Iba abrazada por la cintura a una mujer
más alta y grande que ella, parecía extranjera. Teia, que estaba frente a Paula, se giró y le siguió la mirada. Vio a Úrsula y volvió a mirar hacia Paula. Úrsula no se dio cuenta hasta pasar muy cerca de las dos mujeres que estaban ante la puerta del restaurante. Al pasar a su altura, Paula se quedó mirando a Úrsula, mientras Teia la miraba a ella y le ponía una mano en el hombro. Úrsula la miró, disimuladamente, de reojo, mientras continuaba casi sin inmutarse la conversación que llevaba con su pareja. En unos segundos habían pasado de largo. Paula se quedó mirando a las dos mujeres que seguían su camino abrazadas por la espalda. Miró a Teia y, sin decir nada, se marchó para casa.
23. LA FIESTA
Después de la manifestación, los diversos grupos se habían dispersado por todo el centro de la ciudad. Todo el mundo buscaba un restaurante cercano para ir después a la fiesta que les volvería a congregar en la plaza Universidad. Aquel día, para el que previamente se habían tenido que preparar tantas cosas, para el que se habían tenido que reunir tantos martes para hablar, pactar y consensuar tantas cosas, había dejado la puerta abierta a la improvisación, en aquel espacio de tiempo que quedaba entre la manifestación de por la tarde y la fiesta que, entre amigos y curiosos, les iba a llevar hasta el otro día. Pero ahora se imponía la inmediatez. Se
habían pasado más de dos horas andando, gritando, bailando, riendo, repartiendo planfletos y mostrándose al mundo cada cual como le daba la gana, y ahora todas aquellas personas, sin excepción, tenían necesidades básicas que satisfacer. Y todas buscaban su lugar. Después de un par de opciones, un grupo de una docena de mujeres acabó en una pizzería de la plaza Urquinaona. Todas estaban desinhibidas, llevaban cinturones, anillos, y banderas multicolores, incluso los edificios parecían multicolor y se rendían ante el aluvión de lemas que imprimían camisetas y pegatinas aquí y allá. En la pizzería, se sentaron todas en los dos bancos que flanqueaban la mesa. La mesa era grande, pero para caber las doce tuvieron que apretarse. Mireia, durante la manifestación, había estado ocupada yendo de arriba abajo, alternando su presencia entre su grupo y la gente de la universidad. En una de sus idas y venidas, Teia la había saludado y la había llevado a su lado
durante un rato, mientras aprovechaban para hablar de la ciudad, de cómo era y de las cosas que habían cambiado. Una vez en el restaurante, Teia se había sentado y había indicado a Mireia que se sentara junto a ella. Durante la cena todas habían hablado largo sobre muchas cosas y temas. Estaban contentas y relajadas. Una vez acabada la manifestación, ahora sólo faltaba la fiesta. Mireia aprovechó el tenerlas reunidas para comentarles que un grupo de chicas habían montado para el domingo siguiente un nuevo día de playa y voley en la Vila Olímpica. Teia aprovechó para decirle a Mireia que ella se apuntaba, y de paso avisó a Marta que se tomarían la revancha de la última derrota. Reto que, por supuesto, Marta aceptó encantada. Teia y Mireia se habían sentido muy cómodas conociéndose durante los últimos encuentros, y durante la cena no fue diferente, Mireia había gozado de tener a Teia cerca, y
estaba claro que Teia también había hecho por tener cerca a Mireia. Tras la cena, el grupo se dirigió a la plaza Universidad. Una vez allí las mujeres se fueron separando. Mireia y Teia se acercaron a la barra, pidieron un par de copas y siguieron charlando. Al poco de llegar, Sara, que había visto a Mireia en la barra, se lanzó sobre ella por la espalda y le volcó el vaso que ella sujetaba y que a punto estuvo de ir a parar encima de Teia. Al girarse, Mireia sólo tuvo tiempo de reconocer a Sara antes de pensar si se planteaba matar o no a la persona que casi le había hecho bañar en ron y coca-cola a la mujer más deseable de la fiesta. Pero a Mireia no le dio tiempo, porque, sin soltarla, Sara la arrastró un par de metros y le presentó a la rubia despampanante con quien, en vez de cenar, se había escapado a la playa. En aquel instante, Mireia lanzó una mirada asesina a su amiga, y la siguiente se encontró de frente con
la chica sin camiseta que Sara le presentaba. Sin demasiados rodeos, Mireia dejó atrás a Sara y a la rubia y volvió a acercarse a la barra, donde una mujer con una camiseta empapada se había acercado a Teia. Mireia dudó un momento en acercarse o no, pero Teia alargó la mano por debajo de aquella mujer que se interponía entre ella y la barra y estiró a Mireia hacia sí. La mujer, al verlo, se despidió educadamente. - ¿Por qué no te acercabas? - le preguntó burlona Teia. - No sé, igual la conocías ––supuso Mireia––. No quería interrumpir. “A la única que me apetece conocer es a ti” se quedó pensando Teia, pero se limitó a decir: - No. - ¿Te he manchado? - se interesó Mireia. - No. Tranquila. ¿Te invito a algo? - se ofreció Teia. - Sí. Gracias. - ¿Lo mismo? ––preguntó Teia.
- Sí. Gracias ––contestó Mireia con una sonrisa. Teia le pidió otra copa y así empezó una nueva y larga charla, hasta que Úrsula, que acababa de aparecer por la fiesta, se acercó a la barra con intención de llamar la atención de Teia, que se limitó a devolverle el saludo inicial. - ¿Vamos a bailar? - preguntó entonces Teia a Mireia. - Vamos. Úrsula miró como se alejaban mientras conseguía que le sirvieran una copa. Mireia y Teia se limitaban a bailar sólo las canciones que les apetecían, y entre canción y canción aprovechaban para charlar, mirarse, acercarse, tocarse. A Teia le encantaba tener a aquella mujer junto a ella. Desde hacía mucho tiempo no se ilusionaba y le parecía incluso extraño que una jovencita le hiciera sentirse así. Se sentía algo cohibida, por una parte, por si una jovencita no quisiera nada serio, pero a medida
que hablaba con Mireia le gustaba más y más. Aun así, no quería ser ella quien diera el primer paso, quería que Mireia lo hiciera y, para ello, pretendía jugar con ella, seducirla con palabras y complicidades hasta que aquella preciosa mujer se rindiera en sus manos. Cuando lo consiguió, a pesar de llevar toda la noche jugando a las preguntas y respuestas, fue ella quien fue pillada por sorpresa. - Me gustas - había oído de refilón cuando Mireia ya se separaba de ella, después de decirle algo. La música estaba alta, llevaban toda la noche acercándose para poder hablar y, en aquel acto inocente, se había colado toda la intención de Mireia, que ahora seguía bailando despreocupada. La miró un momento y dejó de hacerlo como si nada hubiera pasado. Teia se había quedado quieta sujetando su vaso. Mireia hizo, entonces, un par de pasos de baile buscando su complicidad, pero Teia permanecía inmóvil. En realidad, se
sentía tímida de golpe. Llevaba rato jugando con Mireia para arrancarle algo que las obligara a ir más allá y, ahora que ya lo había hecho, sin darse cuenta le habían pasado la jugada. Mireia sonreía y la miraba con cara de no haber roto nunca un plato. Nadie la había visto, probablemente sólo Teia la había oído, y eso a pesar de que estaban rodeadas de gente. Misión cumplida, pensó Teia en relación a Mireia, y su mirada se le aparecía ahora más segura que momentos antes, cuando parecía que ella dominaba la situación. Le tocaba mover ficha a Teia y, para hacerlo, se acercó a Mireia. - Pues a mí me gustas tú - le susurró al oído mientras se separaba de ella y la miraba sin pudor a los ojos. Mireia notó un escalofrío que la recorría y, antes de que Teia tuviera tiempo a separarse, la cogió y Teia también se asió a su mano. - Quiero seguir hablando contigo, pero aquí
no- le dijo Teia. Mireia no había dicho nada todavía cuando Teia añadió: - ¿Sabes de algún sitio donde podamos estar a solas? - Si quieres podemos ir a mi casa - dudó Mireia al decirlo así. - De acuerdo- respondió Teia, que al decirlo sintió cómo un montón de hormiguitas la recorrían desde las puntas de los pies, subiendo hasta el estómago y dispersándose allí hacia el resto de su cuerpo, hasta llegar a los dedos de sus manos. Se preguntó, entonces, si Mireia, que aún la sujetaba de una de ellas, lo habría notado también. - ¿Nos vamos? - preguntó entonces Teia. - Como quieras ––contestó Mireia. - Por mi, nos vamos. ¿Tú qué dices? - Vamos ––aceptó Mireia. Cuando se disponían a separarse de la multitud, se encontraron con Sara que, todavía con
un montón de ganas de juerga, se agarraba al cuello de Mireia para continuar la fiesta. Mientras Mireia se despidía de ella, Úrsula intentó aprovechar la última oportunidad para acercarse a Teia, pero al terminar Mireia, Teia volvió a dirigirse hacia ella: - Ya te echaba de menos, ¿vamos? - le dijo mientras la cogía de la cintura. - Sí - respondió Mireia satisfecha. A medida que se alejaban, abriéndose paso entre la muchedumbre, a ambas les iba desaparecido el nerviosismo, confundiéndose con el fresco de la noche. Mireia tenía aparcada su moto unas calles más allá, y con el repentino fresco que notaban lejos del gentío les apretaron las ganas de llegar y poder guarecerse de aquella brisa en casa de Mireia. El trayecto en moto no fue muy largo, pero el viaje les dio tiempo para fabular sobre lo que pasaría después. Finalmente, Mireia aparcó. Teia bajó primera de la moto. En las pocas centésimas de segundo que pasó entre
que ella bajaba y lo hacía Mireia, se dio cuenta de que tenía frío y que, a través de la blusa, seguramente se les marcaban los pezones, así que prefirió atacar primero ella. - ¿Tienes frío? ––preguntó Teia mirando la camiseta de Mireia. Mireia se sonrojó. - Sí… Sin tener tiempo a acabar la frase el dedo de Teia se posó sobre los labios de Mireia y, mientras sus labios se acercaban, el frío se replegó en sus estómagos, intentando defenderse, tal vez, de un fuego inevitable.
FIN