Como Mejorar Tu Vida de Pareja-sylvie Tenenbaum

January 23, 2017 | Author: HUGO SAENZ | Category: N/A
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SVLVIE TENENBRUM

MENSAJERO

Sylvie Tenenbaum

COMO MEJORAR TU VIDA DE PAREJA Afectividad Psicología Comunicación

® EDICIONES MENSAJERO

Quedan prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del Coyright, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo públicos, así como la exportación e importación de esos ejemplares para su distribución en venta fuera del ámbito de la Unión Europea.

Título original: Bien gérer sa vie de couple Traducción del francés: Jesús Mendibelzua Portada y diseño: Alvaro Sánchez

Introducción "Erase una vez... y vivieron felices y tuvieron muchos hijos": así comienzan y acaban los cuentos que colmaron nuestra infancia... de quimeras. Los puntos suspensivos corresponden a las hadas benévolas y perversas, a los Pies de Asno y las Blancanieves, Cenicientas, Bellas Durmientes del Bosque y demás Caperucitas Rojas y Príncipes Encantados que transforman nuestra vida real en una obstinación crónica por intentar descubrir en nuestra pareja el Príncipe maravilloso o la Mujer soñada, queriendo vivir una relación de amor alejada de la realidad; realidad acerca de lo que somos, de lo que es el otro y de nuestro entorno. Nada acontece como en los libros puesto que somos unos seres de todo punto diferentes y únicos. Nada acontece como en los libros puesto que ansiamos en exceso asemejarnos a esos míticos personajes. © Département Retz de la Librairie F. Nathan. 1 rué du Départ, 75014 París © 1996 Ediciones Mensajero, S.A. - c/. Sancho de Azpeitía, 2 - 48014 Bilbao ISBN: 84-271-2019-2 Depósito Legal: BU-388.- 1996. Impreso en: Aldecoa, S.L. - Pol. Ind. Villalonquéjar. c/. Condado de Treviño, s/n - Naves C.A.M., n.° 21 - 09001 Burgos

Nada acontece como en los libros puesto que nos encontramos limitados por nuestra lectura. Nada acontece como en los libros puesto que dichos libros no nos refieren el "cómo" de sus historias. Nada acontece como en los libros puesto que Piel de Asno resulta repelente hasta el final de sus días; Blancanieves, en7

venenada por completo, renace una y otra vez; Cenicienta tiene unos pies enormes y las manos enrojecidas como consecuencia de las tareas domésticas; la Bella Durmiente del Bosque se muere de vieja, absolutamente decrépita; su Príncipe Azul se desmaya de miedo, perdido en la maleza... Es urgente que escribas tú mismo tu propia historia de amor.

PRIMERA PARTE

LA PAREJA: CHOQUE DE DOS VISIONES DEL MUNDO

-1 Cada ser humano supone un sistema programado Antes de que se establezca cualquier relación, una pareja consta de dos seres humanos, únicos y diferentes. Para comprender lo que sucede con ocasión de un encuentro, de una elección de compañero, cuando se instaura una vida entre dos, resulta esencial saber que es lo que encierra en sí cada individuo. En efecto, no existen en el mundo dos personas que sean rigurosamente idénticas: entran en juego demasiados factores en la constitución de nuestra personalidad. Bien se trate de los procesos neurológicos, de la propia manera de pensar o sentir, de las aficiones y cualidades, somos todos seres diferentes unos de otros. NUESTROS PROGRAMAS

patrimonio genético

situación familiar

programa sociocultural

. X

experiencia personal

y ^ YO

Somos todos individuos únicos y, por lo mismo, diferentes. 11

Construcción del edificio

EL PROGRAMA GENÉTICO

Nuestra personalidad reúne una serie de elementos que podemos denominar programas. Y, aunque el término "programado" pueda hacer que rechinen los dientes de no pocos de nosotros, la programación de cada individuo constituye una realidad tan simple que es mejor asumirla como un hecho adquirido, de igual suerte que aceptamos sin la menor duda que hay que comer para vivir. Por otro lado, nada existe que nos impida modificar o acomodar nuestros programas en cuanto algunos de ellos puedan antojársenos inapropiados o limitadores. La posibilidad de intervenir sobre parte de lo adquirido constituye una de nuestras libertades básicas, de la misma manera que podemos modificar sin límites nuestros menús y elegir la comida que deseamos tomar. Aceptemos, pues, el principio de que todo ser vivo es portador de unos "soportes lógicos", de unos programas bien definidos. En el caso del ser humano, los hay de cuatro clases: programas genéticos, familiares, socioculturales y, por fin, los que se derivan de nuestra experiencia personal. Por lo que toca a estos últimos, en la mayoría de las ocasiones nos programamos a nosotros mismos de una manera inconsciente. Por ejemplo, un niño sufre un día el arañazo de un gato y deduce de ello que todos los gatos son malos y peligrosos. Se ha forjado por sí solo semejante opinión acerca de los gatos y esa decisión formará parte de su auto-programación. Por supuesto que si, en un momento u otro, se percata de que tal conclusión es debida a una generalización efectuada a partir de una sola experiencia (cosa que suele ser frecuente), siempre estará en su mano, si lo desea, reconsiderar la idea en cuestión y desprenderse de ella. Por consiguiente, cada ser humano supone un sistema único compuesto de diversos programas.

La suerte está echada El ser humano, desde su concepción hasta el final de la vida, se ve influenciado por la propia constitución neurobiológica: es su parte innata, el resultado del azar genético de nuestro nacimiento. Ese es nuestro programa básico, el más arcaico, aquel sobre el que menos podemos actuar. La personalidad biológica hace que todos seamos únicos como consecuencia de nuestro patrimonio genético. Desde la más remota antigüedad hasta nuestros días, grandes pensadores, "clasificadores de personalidades" -sin duda conmovidos ante semejante diversidad en lo íntimo de la especie humana y con objeto de reconocerse un poco mejor entre todos sus hermanos humanos-, han intentado clasificarlas, etiquetarlas y colocarlas dentro de unas tipologías tan variadas como las modas y las ideas de la época, intentando en ocasiones a la fuerza y a cualquier precio hacer que todos los hombres entraran en las categorías que habían elaborado; una vez conseguido semejante emplazamiento, multiplicaron las descripciones, acompañándolas de interpretaciones psicológicas de las características físicas. Son múltiples los criterios que han dado lugar a estas clasificaciones: desde el tamaño del lóbulo de la oreja hasta la separación de las cejas pasando por la forma de las uñas, no ha sido dejado al azar ni un solo centímetro cuadrado del envoltorio humano. No hay que omitir tampoco las seculares teorías vinculadas al sexo: las interpretaciones de las diferencias biológicas entre el hombre y la mujer (constitución, ritmos, etc.) han dado pie a las mayores aberraciones, lo mismo que los estudios pseudocientíficos que describen las consecuencias del color de los cabellos o los ojos sobre la personalidad psicológica e intelectual... No se detiene ahí la diversidad entre los seres humanos: nuestra fisiobiología interna condiciona de manera directa el influjo que los climas y el medio ambiente ejercen sobre el in-

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dividuo, su resistencia a las enfermedades, su capacidad de adaptación o sus ritmos biológicos. Desde este punto de vista, si bien quedan aún muchas cosas por descubrir, el estado actual de los conocimientos corrobora con nitidez a la par esas diferencias y la unicidad de cada ser, puesto que, si bien resulta de todo punto evidente que los sistemas culturales poseen una considerable fuerza sobre nuestra conducta, estos mismos dependen en no pequeña medida de lo biológico y lo fisiológico.

Un gato no es un gato Aun cuando cada individuo posee los mismos receptores sensoriales del medio ambiente (las orejas, los ojos, la piel, las papilas gustativas y la nariz), el funcionamiento de tales instrumentos difiere en una proporción nada desdeñable entre una persona y otra. Con independencia de eso, ya sabemos que la elaboración de la realidad que captamos se deriva de unos procesos neuro-fisio-biológicos extremadamente complejos. A ello se debe que, por ejemplo, los testimonios oculares de un mismo acontecimiento proporcionen en ocasiones unas versiones muy alejadas unas de otras. Si pides a diez personas que describan el mismo cuadro, acaso te quedes sorprendido ante la variedad de las descripciones y, en no pocos casos, ni siquiera reconozcas la obra original, ¡tal como tú la ves!

do de un modo no consciente tales modos selectivos de percepción (adoctrinados, de manera también inconsciente por sus padres) y por eso las informaciones que retienen son muy variables. La construcción de la realidad supone, en definitiva, algo de todo punto personal e involuntario en la mayoría de las ocasiones (¿quien podría ser capaz de decidir no ver o no oír la mayor parte de las cosas?). Por ejemplo, cuando acudimos por primera vez a casa de alguien, no elegimos dar importancia al color de las paredes, a la cantidad de libros o a la capa de polvo que hay sobre las baldas, etc; reparamos en determinadas cosas, percibimos distintos elementos (visuales, auditivos, olfativos o del ámbito de las sensaciones, como "¡Aquí hace calor!"), en tanto que otro individuo captará otra serie de características. Por lo tanto, la percepción es consecuencia de la selección que efectuamos entre nuestras sensaciones. Viene a ser como una especie de criba llevada a cabo entre los múltiples e incesantes estímulos externos que nos asaltan segundo a segundo; dicha criba es, por lo demás, un proceso de todo punto necesario puesto que, al no saber quehacer con todas esas informaciones, nos sentiríamos muy pronto saturados.

La construcción de la realidad es el resultado de numerosas selecciones entre las sensaciones, selecciones que suponen otros tantos fenómenos humanos universales. La persona aprende a valerse de sus receptores de una manera selectiva (construyendo, en consecuencia, su propia realidad) introduciendo una serie de filtros que hacen que sólo determinados elementos del entorno sean retenidos en tanto que otros quedan rechazados. La construcción de nuestro universo es el producto de lo que captamos, habida cuenta de que eliminamos multitud de informaciones. Los niños van aprendien-

Tal vez pueda antojarse extraño que semejante selección pueda, en parte, proceder del contexto en el que crecemos. Eso no obstante, nuestros programas neurológicos se hallan condicionados en no pequeña medida por nuestras estructuras socio-genéticas. Si nos hemos educado en el campo o al borde del mar, filtraremos las informaciones sensoriales de una manera muy distinta a como lo haríamos si hubiéramos sido unos niños de ciudad. Lo que un ciudadano conoce como "viento", será especificado con otros términos por un agricultor o un marinero. Lo que el ciudadano califica como "hierba", gozará de numerosas y distintas denominaciones en boca de un jardinero. De igual manera, un músico o aficionado a la música emplearán vocablos muy diferentes para describir una obra musical: no la escuchan con el mismo oído, puesto que no somos capaces de percibir más que aquello que acertamos a nombrar: la memoria dirige nuestras sensaciones.

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Realidad innegable y acaso hasta irritante: estamos programados incluso en nuestras mas recónditas profundidades neurológicas. Una vez dicho esto, nos estará permitido hasta cierto punto ampliar el marco de nuestras percepciones: abrir los ojos, prestar oídos, recordar que existen olores sutiles e incrementar las propias posibilidades perceptivas es algo que está al alcance de quien lo desee.

EL PROGRAMA FAMILIAR El capullo delicado "La sombra de la familia oscurece la visión del individuo" 1 . La familia constituye un lugar de aprendizaje que tendrá el máximo influjo, sin duda, a lo largo de la vida del individuo; por medio de ella es como más marcado quedará desde la más tierna infancia hasta el remate de la adolescencia, y, en consecuencia, en un época (cosa sobre todo válida para los primeros años) en la que uno es joven y especialmente maleable e influenciable, en tanto que apenas si goza de energía y poder sobre los demás y sobre el propio entorno. Su inmaduro sistema nervioso soporta mal el agotamiento, carece de recursos para cuestionar y controlar y, por lo mismo, es susceptible de recibir cantidad de informaciones erróneas por carencia de posibilidades de verificación. En tales circunstancias, no dispone de alternativas y su marco queda limitado a aquello que le viene dado. La conducta del niño va viéndose modificada poco a poco gracias al contacto con el medio ambiente familiar y esas presiones resultan tanto más fuertes cuanto que su intensa urgencia de seguridad le dicta, de ordinario, una actitud de aceptación proporcional a su miedo a verse rechazado, a no sentirse amado. Para un niño, el conformarse a las órdenes, modelos, 1 R.D. Laing, La politique de lafamille, Stock, 1979, p. 27. 16

exhortaciones y reglas de sus padres pasa a convertirse en una cuestión de supervivencia. Si bien la transgresión suele ser anhelada no pocas veces en la intimidad recóndita de sus sueños de rebelión, dicha transgresión aparece como algo temible y amenazador a lo largo de muchos años, años interminables en cuyo decurso se van instalando aprendizajes y programas, hasta llegar a convertirse en automatismos, inconscientes en su mayoría. El influjo de la familia es casi permanente durante toda la vida, en grados diversos, pero conviene caer en la cuenta del detalle de que realizamos una serie de aprendizajes desde el día de nuestro nacimiento hasta el de la muerte: aprendemos todos los días, y luego nos olvidamos de que hemos aprendido ya que sabemos cómo hacer las cosas. Precisamente a eso se debe el que gocemos de la posibilidad de modificar algunas de esas cosas aprendidas y, sobre todo, de que seamos capaces de poner en práctica nuevos aprendizajes que nos satisfagan más, que se nos antojen más ventajosos. Tan sólo como consecuencia de que, en u n momento determinado y en u n contexto muy peculiar, optamos por lo que nos parecía que era el mejor modo de proceder en función de aquello que podíamos realizar en dicho momento, es por lo que es definitivamente imposible proceder de otra forma y por lo que tenemos que conducirnos siempre igual. Son muchos los caminos que conducen a u n resultado positivo, ¡estudiemos el mapa de cerca antes de comprometernos y recordemos que existen varios más e incluso mejores! Por ejemplo, imaginemos u n muchacho que acaba de obtener un resultado pésimo en clase; siente auténtico pánico ante la reacción de su padre y falsifica las calificaciones en el boletín de notas (cosa que incrementa todavía más su miedo ya que corre el riesgo de ser descubierto). Ese mismo día ha comprendido que mentir puede sustraerle de la cólera paterna y acaso, aunque de forma inconsciente, tome la decisión de mentir siempre que se vea sorprendido en falta por los representantes de la autoridad (patrón, etc.), limi17

tándose con ello en sus opciones de conducta y perpetuando una modalidad de comportamiento que ya no resulta apropiada para las situaciones que se le presenten en la vida como adulto. Eso no obstante, más adelante podrá reflexionar sobre la razón que provocó semejante conducta. Un niño que ha tenido miedo a su padre puede llegar a convertirse en una persona mayor que se permita el error y que, por lo tanto, no sienta miedo cuando se equivoca; se ofrece a sí mismo en tal caso la posibilidad de actuar de otra manera como, por ejemplo, la de decir simplemente la verdad. El niño, mientras vive con sus padres, al observar a éstos va almacenando multitud de informaciones sobre sí mismo, sobre los demás y sobre el mundo. Aprende a percibir a las personas de su entorno, a conferir sentido a cuanto capta (si papá sonríe, es que está contento); a comunicarse merced al modelo paterno. Graba una serie de normas (muy explícitas o implícitas),, rituales y creencias (sobre sí y sobre el mundo); aprende a defenderse, a hacer frente a las amenazas, a desempeñar el papel de hombrecito o mujercita. Va engranando asimismo una cantidad enorme de datos objetivos, de métodos y habilidades que le darán pie a ampliar su marco de autonomía material. De ese modo, año tras año va formándose su personalidad. De ahí que el medio en el que uno crece influya a la vez sobre las propias sensaciones, percepciones y pensamientos. Ya hemos visto cómo colocamos ciertos filtros sobre los receptores sensoriales, filtros que suponen una selección en nuestras percepciones. Ni que decir tiene que no somos capaces de captar todo lo que es perceptible (no disponemos de los pertrechos necesarios). Hay animales, por lo demás, que gozan de una agudeza sensorial muy superior a la nuestra en determinados ámbitos: las aves (sobre todo las de rapiña) tienen una vista extraordinaria; los murciélagos, delfines y ballenas (por no citar más) poseen una agudeza auditiva sorprendente por completo. Nos hallamos, pues, ante unos filtros biológicos con respecto a los cuales nuestros recursos son limitados. Eso no obs18

tante, tenemos la facultad de mejorar el campo de las sensaciones mediante ejercicios apropiados, sin dejar de tener presente que existen ciertos límites infranqueables para el ser humano. ¡Cuidado con los bebés! Supuesto todo lo anterior, vamos a estudiar nuestros filtros biológicos programados, ya que es esencial conocer su existencia y saber, como consecuencia, que cada individuo dispone de una visión personal y única de cuanto le rodea, de la realidad, de su realidad. Por ejemplo, de conformidad con los hábitos alimenticios de tu medio ambiente familiar, una taza de café que contenga cinco terrones de azúcar te puede resultar amarga o, por el contrario, ¡pensarás que estás bebiendo un jarabe! Tus papilas gustativas portan la huella de la familia. Este sencillo ejemplo muestra cómo nuestro contexto de aprendizaje es susceptible de influir sobre la interpretación que hacemos de las sensaciones y, comoquiera que se trata de u n aprendizaje, cabe modificarlo, ya que el aprender está al alcance de cualquiera. De todo esto cabe deducir que no existe ninguna percepción que sea equivocada a priori y que el error más frecuente sobre el que suele descansar lo esencial de nuestros conflictos y dificultades (que nos enfrentan a unos con otros a lo largo de la vida) consiste en la idea ingenua por demás de que nuestra visión personal de la realidad es evidentemente la única posible y la más atinada; en cuanto al otro, ¡por necesidad tiene que ser tonto, malo, loco o perverso para pensar, actuar y reaccionar de otra manera! Ese otro, sea quien fuere, no capta el m u n d o exactamente como tú, puesto que las "relaciones que el hombre mantiene para con su entorno dependen a la par de su aparato sensorial y de la manera en que está condicionado para actuar" 2. Las consecuencias del torpe empeño por convencer al otro de que está equivocado - c u a n d o lo que ocurre es 2 T. Hall, La dimensión cachee, Le Seuil, 1971, p. 86.

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simplemente que su realidad es distinta de la t u y a - suelen resultar las más de las veces inútiles y originadoras de amargura. Dentro de nuestra familia es donde aprendemos a filtrar e interpretar las percepciones. En efecto, el contexto familiar es el que, por ejemplo, provoca el rechazo (o la atracción) respecto a determinado tipo de hombre o mujer. Para conferir cierto sentido a nuestra percepciones, nos apoyamos en las creencias o en los mitos familiares, y la mayoría de tales mitos se remontan a tiempos muy antiguos y van siendo transmitidos y acondicionados de generación en generación.

Cuéntame una historia Manteniendo la cabeza bien fresca y el ánimo tranquilo, resulta interesante cuestionarse uno a sí mismo acerca de los mitos que circulan dentro de la propia familia, no ignorando que gran parte de ellos son producto de generalizaciones acaso perdidas en la noche de los tiempos y que, de ordinario, no descansan sobre ninguna base lógica. Dichos mitos, compartidos por lo general por los miembros de una familia (hasta su puesta en tela de juicio por parte de algunos disidentes refractarios y rebeldes para con la cultura familiar o con determinados aspectos de la misma), ofrecen, sin embargo, la ventaja de evitar los conflictos abiertos pues suponen ciertos puntos de convergencia (con frecuencia implícitos), lo cual resulta muy tranquilizador: las cuestiones susceptibles de ser embarazosas quedarán en la sombra, olvidadas, borradas merced al automático acuerdo que evita en no pocas ocasiones tener que pensar...

¡Jamás una Dupont se casará con un Durand! ¡En nuestra casa, somos siempre tenderos de padres a hijos! Para que un niño ande derecho, ¡sólo valen los golpes! ¡El amor, está bien en los libros! ¡Si se quiere triunfar, es menester sufrir! ¡La felicidad no existe!... ¡O hay que pagarla muy cara! etc.

¿Qué tal si, al filo de tus recuerdos, dentro de tu propia lista, te planteas este par de interrogantes: qué es lo auténticamente verdadero... útil...? ¿Que podría suceder si dejara de creer en eso? ¿Te das cuenta de la cantidad de ideas y juicios que recibimos en el seno de nuestra familia y que constituyen nuestra personalidad sin que reparemos en ello? Desde la infancia, vamos viéndonos influenciados en nuestros pensamientos sobre temas tan importantes como la vida y la muerte, el hombre y la mujer (y sus respectivos papeles), el bien y el mal, las ideologías, los valores (para aceptarlos o rechazarlos, sin matices), todos los códigos de moral (los vicios y la virtud), los apriorismos y los principios, los prejuicios (de todos los órdenes y necesariamente discriminatorios), los derechos y deberes (cuándo, dónde, respecto a quién...), las costumbres (las hay buenas y malas, pero ¡cuidado que no se tornen en coacciones!)... Todas esas ideas se nos han ido transmitiendo por parte de la familia con absoluta buena fe y no somos capaces de enseñar y compartir sino aquello que sabemos y creemos.

¡Sí, creo!

Existe, empero, toda una serie casi ilimitada de ejemplos contrarios respecto al consuelo que se supone que proporcionan semejantes mitos familiares: ¡pregúntales a Romeo y Julieta si el mito de la discordia obligatoria entre sus dos familias era tan tranquilizador! Cuántas almas errantes siguen todavía acudiendo, por la noche, a postrarse a los pies del patriarca quien; hierático, violento y amenazador, les espeta:

¡Y es que no es cuestión de lanzarle al bebé al agua del baño! Por el contrario, acaso no quedaría fuera de lugar el que nos planteáramos una serie de cuestiones acerca de todas las creencias, que las examináramos con nuestros propios filtros, los nuestros, a fin de conservar sólo aquellas que deseamos que perduren. La posibilidad de seleccionar las" propias ideas y pensamientos se asemeja mucho a la libertad. Con objeto

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de ayudarte en semejante tarea, puedes también entretenerte buscando ejemplos en contra de cada uno de los mitos que encuentres: ¡tal vez experimentes un no pequeño alivio y rechinen menos tus dientes cuando te digan que constituyes un sistema programado, ya que entonces lo estarás en menor grado! Cabe asimismo que repliques que sí, que posees una serie de programas y que eso es algo necesario y provechoso, cosa en la que tendrás toda la razón del mundo, una vez que hayas comprobado la utilidad de cada uno de dichos programas. Con independencia de los mitos y creencias, la familia trasmite además una cantidad imponderable de reglas, por lo general formuladas en frases análogas a éstas: "es preciso...; no hay que...; se debe...; no se debe...", con todas las variantes posibles y acompañadas, por lo regular, de un "si no..." amenazador. Esto supuesto, lo mismo que has hecho con los mitos puedes realizar con las reglas que han ido jalonando tu infancia y adolescencia, concernientes, por ejemplo, a:

sión del mundo. No existe regla alguna que sea buena o mala: sí hay algunas que cierran una cantidad enorme de puertas, en tanto que otras las abren con generosidad. Problema nuestro será el elegir. Mitos y normas suponen también un asunto personal: puede que encuentres que una creencia te resulta más o menos útil o coactiva, eso es asunto tuyo, y no implica ningún juicio sobre la persona que la posee, ya que forma parte de su programa, del mismo modo que tu creencia. Más vale no confundir a la persona con aquello que dicha persona cree o hace. Mediante las modalidades de conducta, mitos y reglas, la familia nos ofrece un terreno de aprendizaje privilegiado en todos los ámbitos, y entre ellos no es el de menor importancia el de la comunicación, ya que el lenguaje no nos sirve sólo para suministrar informaciones, sino que refleja, palabra por palabra, nuestra visión de la realidad, quedando ésta configurada (ya volveremos sobre ello más adelante) por el conjunto de nuestros programas.

- La alimentación: "¡hay que tomar ensalada en cada comida, sino...!"

¡Abracadabra!

- La ropa: "¡hay que llevar siempre camisa, si no...!" - Uno mismo: "¡no hay que mostrarse demasiado original en el vestir, si no...!"

Donde el niño aprende a hablar es en el seno de su propia familia: de qué, a quién, en qué contextos, qué es lo que tiene derecho a creer y a decir, lo que nunca debe expresar, sobre todo dentro del campo de los sentimientos e ideas... Y la comunicación no se limita a las palabras, al lenguaje verbal: en su sentido mas amplio, es sinónimo de comportamiento. No cabe duda de que existen las palabras, pero también todo cuanto las acompaña (o que se expresa sin palabras): lo no verbal (gestos, actitudes, mímica, silencio, maneras de proceder, etc.), y que supone una forma de expresión muy significativa.

- Los horarios: "¡es preciso levantarse temprano / comer a una hora fija / ir al baño a una hora fija, si no...!" - Las palabras: "¡no hay que hablar del propio cuerpo, si no...!" - La higiene: "¡lavarse demasiado el ombligo resulta peligroso!" Es preferible detener la enumeración; mejor será que cada uno localicemos tales reglas y las sometamos a nuestro propio interrogatorio, a nuestro juicio como persona adulta, aun a riesgo de que inventemos otras, útiles y provechosas, que posibiliten nuestra expansión, el ensanchamiento de nuestra vi-

Además, el niño comprende muy pronto el impacto de los mensajes que envía: las reacciones verbales y no verbales de sus interlocutores le van indicando con claridad el alcance de lo que acaba de hablar y la manera en que es comprendido e interpretado.

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Así van originándose para él las primeras reglas de la comunicación, reiterativas como toda regla, y van imprimiéndose en él hasta formar su lenguaje. Más adelante veremos cómo los modelos de comunicación adquiridos en los primeros años de la vida inñuyen sobre las interacciones y los contactos y sobre toda la vida relacional de una persona, puesto que, desde que un ser humano accede a esta tierra, la comunicación se convierte para él en el factor más importante: "Determina el estilo de relación que establece para con los demás y con todo cuanto le acontece en el universo que le rodea" 3 . De ahí que, cuando alguien expresa una idea por medio de una palabra (como, por ejemplo, "felicidad"), sea importante preguntarle lo que dicho vocablo significa para él, lo que entiende bajo ese término, ya que no es evidente que tú conozcas su propia concepción de la felicidad, que no tiene por qué ser por fuerza como la tuya. El lenguaje es un elemento fundamental en la elaboración del pensamiento. El espíritu humano va almacenando y organizando de forma estructurada cuanto le rodea, en rigurosa adecuación con sus programas Esto explica que la evolución de nuestro pensamiento - y la misma evolución en su sentido general- quede condicionada por el lenguaje que utilizamos. Todo lo que nos enseña nuestra familia hace referencia por necesidad a la lengua que en ella se emplea, factor esencial en la constitución de nuestros programas. Ni que decir tiene que una estructuración así atañe a las diferentes maneras de expresar los sentimientos propios. Dentro de semejante ámbito de expresión es como vamos aprendiendo a valemos de todos los medios que la comunicación de la familia pone a nuestra disposición: tanto las palabras como lo no verbal que el niño capta muy pronto: distancia entre las personas, contactos físicos regidos por unas reglas muy precisas, ademanes 3 V. Satir, Pour retrouver l'harmonie familiale, Éd. Universitaires, J.-P. Deterge, 1980, p.45. 24

y mímica, ruidos y silencios, posición en el espacio, ritmos y presentación de sí mismo (ropa, etc.). Extrema sutileza de todos esos elementos entrecruzados, las más de las veces de manera inconsciente

Ejercicios de puntuación La comunicación está también compuesta por los ritos familiares: costumbres tales como el ritual de levantarse y acostarse, los ritmos o la organización del ocio, la frecuencia de contactos con los restantes miembros de la familia (desde las grandes fiestas tradicionales a las comidas del sábado con el tío Filiberto...), con los amigos, etc. Este cúmulo de ritos que realza los días del año es reiterativo y está cuidadosamente organizado; forma parte del ambiente del niño que lo integra y que, a su vez, instaurará más tarde (a veces con ciertas modificaciones) en su propia familia. Este rápido bosquejo de los modelos que constituyen un programa familiar puede antojarse muy oneroso y apremiante, pero es necesario. No es posible imaginar que unos padres transmitan algo distinto a aquello que ellos conocen, pero cada generación es portadora de variantes y de evolución. Y es que, ¡tranquilicémonos!, es verdad que todos esos elementos (mitos, reglas y comunicación) son susceptibles de ser modificados y mejorados si así lo decidimos.

EL PROGRAMA CULTURAL El modelado, un juego de sociedad Dentro de una sociedad, los grandes valores, que evolucionan, se nos transmiten mediante eso que se conoce bajo la denominación de la cultura; tales valores y principios constituyen una guía de saber actuar, decir, pensar y comunicar (a través de las palabras y el comportamiento). 25

Las culturas son tan numerosas como los países (por no aludir a las culturas regionales, las subculturas que, en no pocos casos, suelen ser muy específicas); se apoyan sobre tradiciones intensamente estructuradas, que dirigen y codifican todos los tipos de conducta y el conjunto entero de la comunicación.

Están por todas partes

Un programa cultural viene a ser como un programa familiar a escala más amplia: se trata de una constante presión del medio ambiente cuyo objetivo se centra en colocarle al individuo dentro de un molde. Dicha elaboración social se vale de los padres para salir adelante, toda vez que ellos mismos la han sufrido.

- La propia estructura de nuestra sociedad para con las nociones de clases, partidos y modalidades de gobierno.

Nos encontramos, en efecto, sumidos dentro del programa que nuestra cultura nos impone. Portamos una especie de filtros culturales que nos mantienen en nuestros principios y apriorismos, impidiéndonos incluso dirigir una mirada objetiva sobre nuestra propia cultura. Ya en el mismo instante en que nacemos, la cultura tiene un enorme influjo sobre nuestras percepciones y modelos de selección de todos los pensamientos. Al margen de eso, nos resulta por demás difícil cobrar distancia en relación con dicho programa: es él el que ha modelado la capacidad de nuestros receptores sensoriales, el que elabora nuestra conducta. ¿Cómo ver aquello que no hemos aprendido a mirar? ¿Cómo oír aquello que no hemos aprendido a escuchar? ¿Y cómo dar un sentido distinto a las percepciones si no sabemos que es posible otra interpretación, si el medio ambiente familiar no nos ayuda a ello? Con todo, disponemos de la posibilidad de adoptar una postura "meta" frente a nuestra cultura a fin de adoptar cierta distancia. Una buena manera de lograrlo consiste en estudiar a los demás y sobre todo, en comportarse como ellos, sin pretender emitir ningún juicio; en efecto, si decidimos observar una cultura diferente de nuestras propias estructuras de pensamiento, no seremos libres respecto a la comprensión de nuestras observaciones y calificaremos determinadas conductas como absurdas, raras, etc. 26

Nuestro programa cultural se entrecruza con la vida entera puesto que se insinúa en todos sus ámbitos: - Las relaciones (o interacciones) entre los individuos: comunicación verbal y no verbal.

- Las necesidades físicas (como la alimentación). - La vida profesional mediante un código de trabajo y estructuras precisas. - Los comportamientos específicos vinculados con los sexos y las funciones dentro de la sociedad. - El territorio mediante el aprendizaje de las relaciones espaciales: necesidades: individuales, vivienda, frontera. - Los ritmos vitales (la temporalidad), mediante la medida y el sentido del tiempo. - Los conocimientos, mediante el aprendizaje del saber, primero informal (en la primera infancia) y luego profesional, su valor y su empleo dentro de la educación. - Las diversiones y los juegos, mediante lo que está prohibido, sugerido, autorizado... o muy aconsejado. - La defensa del individuo, mediante unos esquemas de creencias representados por las instituciones, los ritos y la medique suponen actitudes individuales peculiares. - La utilización de la materia, mediante la noción de comodidad, la explotación de recursos o la tecnología 4 . Todos esos aspectos integran nuestra escenificación, nuestro programa cultural que nos influye hasta en la más estricta intimidad. Esto es lo que explica los problemas que encuentran las personas que se instalan en un país de cultura diferente: todo allí les resulta desconocido, nuevo, distinto..,.los códigos de 4 Según E.T. Hall, Le langage silencieux, Le Seuil, 1984. 27

comunicación no verbal son diferentes y, al no permitirles sus propios programas interpretar tales mensajes, su adaptación no resulta sencilla, exactamente igual que los programas propios del país de acogida no les comprenden a ellos. Aun cuando dichos emigrantes posean la lengua del país de adopción, ese conocimiento no basta, ya que cada individuo se expresa suponiendo que su interlocutor funciona de acuerdo con un código similar al suyo. Además, si el lenguaje verbal es diferente, no cabe duda de que el del cuerpo lo es mucho más: de igual suerte que las palabras, lo no verbal supone un discurso codificado que encierra sus propias convenciones. Un gesto codificado significa lo mismo tanto para el actor como para el espectador, y de ahí que aquél lo utilice. Por supuesto que cada uno de estos aspectos se halla en evolución constante desde los comienzos de la humanidad, enriqueciéndose dicha evolución con las múltiples confrontaciones entre los diversos modelos culturales. No es nuestro intento analizar aquí todos los elementos de nuestro programa cultural; nos limitaremos a una ojeada superficial de dos temas que nos interesan de un modo más particular: los programas vinculados al sexo y nuestra "cultura amorosa". ¡Y cuando le veas a la reina! Si existe un terreno en el que el ser humano se encuentre rodeado por unas reglas estrictas y, por lo tanto, no sea libre (ni en sus pensamientos ni en sus actos), ése es el de las funciones vinculadas al sexo. Si bien es cierto que determinadas modalidades de conducta van evolucionando, los programas culturales están muy lejos de ser modificados toda vez que sus raíces se hallan hundidas en una historia inmemorial. A pesar de algunas investigaciones consideradas como científicas y profundas que intentan poner de manifiesto ciertas pruebas fisiológicas de la inferioridad constitucional de la mujer, los sabios más eminentes no han sido capaces de probar dicha inferioridad: ni mediante el estudio comparativo 28

del volumen de la cavidad craneal del hombre y la mujer; ni por el estudio del cerebro como tal. "Se descubren nuevas 'deficiencias' neuroanatómicas en la hembra en la región del cuerpo calloso, en la complejidad de las circumvoluciones y escisuras cerebrales, en la conformación de estas últimas y, en fin, en la rapidez del desarrollo del córtex en el feto (Wooley, 1910) 5 ". Ahora bien, nadie ha podido probar nada que esté fundado científicamente. ¡No es preciso ser especialmente sabio para asegurar que se dan ciertas diferencias! La interpretación del estudio de tales diferencias queda en manos de los apriorismos ideológicos de aquéllos que se encargan de llevar adelante las investigaciones en cuestión. Una vez más, no deja de tener su interés el encontrar la prueba que uno no busca en lugar de la que está buscando: la ciencia (si es lícito valerse de este término en el caso presente) se pone así al servicio de una ideología, no consagrándose sino a aquello que la corrobora, refuerza y consolida, amordazando de este modo cualquier interrogante e impidiendo la menor sorpresa. El programa cultural está totalmente impregnado de prejuicios que fortalecen y justifican un modo de proceder restrictivo. No es posible que se perpetúen tales creencias y condicionamientos sexuales sino en el supuesto de que se den en ambos sexos, cuando ambos se oponen recíprocamente; la diferencia entre los sexos constituye la trama y los fundamentos de la relaciones humanas: ya se trate de una chica o de un chico, todos los niños están modelados y vaciados de acuerdo con unas ideas bien definidas. El poder de semejantes creencias se explica por el hecho de que son transmitidas a unos jóvenes que no disponen de los datos necesarios para analizarlas y ponerlas en tela de juicio. Como ocurre con otros muchos elementos de los programas recibidos, suponen otras tantas verdades que controlan casi la totalidad de la vida diaria, tanto de las mujeres como de los hombres, padeciéndolas estos últimos por igual; en 5 M.-C. Hurting y M.-F. Pichevin, Les différences des sexes, Tiercé-Sciences, 1986, p.35.

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efecto: "¡no hay más remedio que ser hombre!... Porque, cuando uno es hombre, ha de ser sin tregua, pues el menor desfallecimiento lo comprometería todo. Ocupado en todo momento en reducir al silencio... los propios temores y lágrimas, las cobardías y anhelos... 6 ". Desde su más tierna infancia, se le inculca al pequeño un código de conducta atiborrado de nociones que consolidan el concepto de virilidad: nociones tales como el valor, el sentido del honor, del deber, de las responsabilidades, la robustez psíquica... útiles todas ellas, sin duda (¡también para las mujeres!), pero que reducen su vida, comprimiéndola dentro de una coraza de la que quedan excluidos los sentimientos.

Yo Tarzán, tú Jane Los estereotipos sexuales se van perpetuando a través de una imaginería tan variada como ancestral, tanto en la literatura como en los textos religiosos, corriendo parejas con las canciones, las películas o la publicidad. Los papeles sexuales del hombre y de la mujer condicionan no sólo su vida social y profesional, sino también la vida privada e íntima: el derecho al orgasmo en la mujer ha preocupado durante mucho tiempo a los teólogos cristianos (a la inversa, por ejemplo, de lo que acontecía con los mesopotamios, cuyas tablillas muestran con nitidez que, a pesar de que se trataba de una sociedad machista, las mujeres y los hombres poseían idénticos derechos en la búsqueda del placer; dentro de este campo, la mujer, no considerada como objeto ni como instrumento, era respetada como una compañera igualmente activa). Por lo que hace referencia a la Iglesia, durante mucho tiempo ha asociado el acto carnal (fuera del matrimonio) con un pecado grave y ha rechazado, aun en el hombre, el placer sexual ("Es vergonzoso amar demasiado a la propia esposa; ...aquél que ama a su mujer con demasiado ardor es un hombre adúltero" -afirmaba San Jerónimo), no autorizando la sexualidad sino en orden a la procreación y poniendo en guardia al género mascu6 A. Leclerc, Paroles defemme, Grasset, 1974, p. 90. 30

lino contra "la mujer que inició el pecado" y que es la causa de nuestra decadencia y muerte (Eclesiastés, 25-24). M Í programa sexual - ¿Quiénes eran las personas importantes para mí en mi infancia? - ¿Qué decía cada una de ellas sobre: • la vida de la pareja • el amor • la sexualidad • los hombres • las mujeres • la confianza • el cuerpo • la homosexualidad • la proximidad con los otros • el placer - ¿Qué imagen de pareja te proporcionaron tus padres? - ¿Qué decían acerca de los medios para ser felices como pareja? - ¿Qué piensas hoy en día sobre este tema? En cuanto a la sociedad laica, ha exaltado atrevidamente -no obstante la austera apariencia de los buenos modales- la "fornicación" adúltera y los éxitos sexuales masculinos, dando pábulo a las hazañas necesarias para demostrar la propia virilidad, y colocando a la sexualidad, pese a ser algo tan natural, en el centro de las preocupaciones viriles, como si se tratara de algo excepcional. Y este mito sigue propagándose alegremente. De igual suerte, durante mucho tiempo se consideraba de buen tono en las mujeres el rechazar a su marido después de haber tenido sus hijos (o, incluso, el "soportar" el sacrosanto "deber conyugal"). Las esposas debían seguir siendo castas y los maridos buscaban así su placer junto a mujeres "de mala vida", las únicas autorizadas para procurárselo. Un amplio movimiento de hombres y mujeres viene llevando adelante una cruzada incesante en contra de los mitos 31

vinculados al sexo. Ahora bien, no basta una generación para modificar unos programas impresos en nuestras memorias desde hace muchos milenios. Las modificaciones que se han ido introduciendo en tales condicionamientos se deben más a concienciaciones individuales que colectivas y, desde un punto de vista sociológico, no se traducen en cambios culturales radicales. La evolución avanza, jalonada acá y allá por el éxito, pero refrenada ante la fuerza y pujanza de unas creencias que, aunque se vean legalmente contestadas o puestas en cuestión, siguen todavía gravitando con todo su peso sobre las actitudes y conductas.

Eros que hace daño Prueba de ello la tenemos en el mito "amoroso", gigantesco embuste que se va transmitiendo de generación en generación, embuste del amor romántico que -como dice Stendhal- consiste en esa "maravillosa capacidad para descubrir en el objeto amado una serie de virtudes que no posee" (De l'amour). Ese amor romántico ante el cual todos o casi todos -pocas son las excepciones- las hemos pasado muy mal algún día (¡al menos uno!) y ante el que nos hemos hecho los tontos aguardando su dentellada a la par dulce y atroz, dolorosa y adorable. ¡El que nunca haya pecado que nos arroje la primera piedra! Y todos los artistas ponderando sin cesar los deliciosos ardores que las flechas de Eros nos proporcionan cuando sucumbimos al amor. ¿Y en qué consiste el verdadero amor sino en el hecho de decirle al ser amado: "Cada vez que te veo, aun cuando no sea más que por un instante, mi voz se paraliza y la lengua se me pega al paladar. Un fuego sutil recorre mi carne entera, mis ojos quedan ciegos, los oídos me zumban y el sudor baña mi cuerpo. Tiemblo con todo mi ser y me siento a punto de morir"? (Safo). ¡Horror!, si no fuese porque estamos hablando del amor, no vendrían mal unos cuantos comprimidos de quinina. Tópicos del amor-fusión para toda la vida: "Nada ni nadie podrá separarnos; yo soy tú y tú eres yo; te quiero hasta la 32

muerte; no te sobreviviré ni un segundo; moriremos juntos". Él: "Yo te defenderé", y ella: "Te adoraré". Mujeres convertidas en "semiángeles, semicretinas 7 " y hombres obligados a transformarse en padres-guerreroshéroes-dioses si quieren mantenerse sobre ese incómodo pedestal en que el individuo no cuenta para nada: su único cometido consiste en responder a un sueño. Tópico de un amor que no puede darse en lo conyugal, demasiado oneroso: amor glorificado en el adulterio, en la muerte, la locura, el exilio, el dolor y la destrucción. Tópico de un amor de cuento de hadas que no repara más que en el contacto y los primeros momentos, quedando el resto como un "feliz conjunto", sin que se sepa demasiado en qué consiste. Tópico de un amor del que uno sabe de sobra que no es posible que dure por mucho tiempo bajo esa forma y que la evolución de cada una de las circunstancias de la vida contribuye a modificar y transformar sin que ello tenga nada de triste o negativo: simplemente es otra cosa. Tópico, en consecuencia, de un amor contradictorio, destruido por la vida común, que anima al matrimonio... ¿Qué pensar? ¿Qué hacer? ¿En qué consiste el amor?... En lo que tú quieras que sea, de acuerdo con tus propios criterios, en el supuesto de que te convenga. Ni el deseo de conformidad y aprobación, ni el temor ante un castigo o la exclusión deben prevalecer sobre tu propia opción vital.

LA EXPERIENCIA PERSONAL Yo autorrealizado Las diferencias interindividuales más importantes proceden de nuestra experiencia personal. 7 R. Brain, Amis et amants, Stock, Le Monde ouvert, 1980, p. 293. 33

Muchos individuos se extrañan a veces de que hermanos y hermanas educados de la misma manera tengan personalidades muy distintas. Por supuesto que han recibido los mismos modelos y programas (cultural y familiar), pero eso no quita para que adopten caminos divergentes en cuanto a de sus propias vivencias y a la interpretación de las experiencias personales. La forma en que cada individuo vive una experiencia viene determinada no sólo por su programa familiar, sino también por el influjo de gran número de personas que han ido mareando su vida: profesores, compañeros, escritores, etc. Al margen de eso, cada experiencia fracasada o feliz, habrá contribuido asimismo a construir con su matiz individual y único, hasta tal extremo que incluso las palabras que utilizamos tienen como referencia ciertas experiencias, ciertas vivencias particularísimas de cada individuo: es el lenguaje de la experiencia. Por ejemplo, varios padres de alumnos que discutan entre sí acerca de la severidad de determinado profesor no cuentan forzosamente con los mismos criterios de definición de la severidad. Cada uno de ellos aportará su propia experiencia en este campo, refiriéndose a distintas personas severas a su juicio, bien sea de su infancia o de su adolescencia. ¿Dónde comienza la severidad? ¿Dónde acaba? Hay casi tantas respuestas como interlocutores. Esta disparidad de vivencias de las experiencias personales es ilimitada; constituye el programa individual de todo ser humano e influye sobre todos sus pensamientos y formas de comportarse.

I

Lo que yo veo Con objeto de hacer más concreta la idea de la diferencia en la percepción de la realidad, no vendría mal que acudieses a la siguiente experiencia con tu pareja. Piensa en un trayecto que os resulte familiar a ambos. Pídele a la otra parte que haga un mapa topográfico de dicho trayecto, un esquema, anotando en él el mayor numero posible de detalles. 34

Por tu parte, pon por escrito ese mismo trayecto, procurando, por supuesto, incluir la mayor cantidad de precisiones posibles. También cabe que inviertas los papeles: tu compañero escribe y tú dibujas. Procede con independencia el uno del otro, sin intercambiar informaciones. Asignaos treinta minutos y luego comparad vuestras descripciones. Es muy posible que guarden ciertos puntos comunes (Si ambos sois golosos, ¡los dos habréis tomado buena cuenta de la pastelería!), pero tal vez adviertas que tus puntos de referencia no son exactamente los mismos. Tu percepción de la realidad no es la de la otra parte. Tu visión del mundo es única. A lo largo de toda nuestra vida, disponemos de tres medios para autoprogramarnos: la generalización, la selección y la distorsión. Generalización La generalización da pie a sacar una conclusión general a partir de una experiencia; una vez que somos capaces de ponernos unos calcetines (o, incluso, uno de ellos) sabemos hacerlo ya para toda la vida: la generalización supone, en efecto, la base de todos nuestros aprendizajes. Es, asimismo, el fundamento de nuestros apriorismos y juicios: cuando Francisca, a los siete años, comprendió que Papá Noel era un invento, concluyó de ahí que no era posible confiar en los adultos, que éstos eran unos mentirosos, y mantuvo una solida desconfianza respecto al género humano adulto. Miguel y Alicia Miguel, divorciado desde hace quince años, vive ya hace seis meses con Alicia. Esta no conocía la menor nube hasta que un día, en el transcurso de una disputa, se entera de que, en su primer matrimonio (que duró ocho años), Miguel mantuvo relación amorosa continua con otra mujer. A partir de ese instante, Alicia vive sumida en el temor de estar siendo engañada puesto que piensa: Si le engañó a su 35

primera mujer, quiere decirse que no es fiel y, en consecuencia, por fuerza me tiene que estar engañando. A partir de una experiencia, Alicia ha construido una generalización y formula un juicio general acerca de Miguel.

que antes nunca había hecho). Eso no obstante, si Alexis no hubiese efectuado semejante selección, se daría cuenta de que Clara le llama todos los días y de que con gran frecuencia suele confesarle su gozo por estar junto a él, el amor que le profesa y su deseo de tener un hijo suyo. Alexis no percibe más que aquello que no responde a sus esperanzas, dando de lado a la mayoría de las muestras de amor de Clara.

Selección La selección nos hace posible el concentrar la atención sobre determinadas cosas, mientras ignoramos otras. Como consecuencia cuando conducimos un coche, no captamos esencialmente más que las informaciones útiles para nuestro cometido; si empezamos a interesarnos por el paisaje y detenemos la mirada sobre una maravillosa puesta de sol, allá lejos, a la izquierda, olvidando la observación de la carretera, corremos enormes peligros: estamos obligados a proceder a una selección. Eso no obstante, dicha selección nos impele en ocasiones a desdeñar determinados aspectos positivos o muy importantes dentro de nuestra experiencia. Recuerdo al pequeño Pablo que sufría terriblemente del vientre desde hacía una serie de días; su padre le aseguró que no era mas que un "pedo atravesado" y no llamó al médico a pesar de que Pablo se retorcía de dolor. El padre se desesperaba tratándole al niño de blandengue a lo largo de todo el santo día. Poco más tarde, Pablo era operado con urgencia de peritonitis. Jacqueline, por su parte, se queja sin cesar de su trabajo y de sus compañeros; curiosamente no cae en la cuenta de que acaba de conseguir ese puesto que venía ansiando desde hacía tres años y de que ¡precisamente su mejor amiga está en su misma oficina!

I

Alexis Alexis se encuentra un poco triste: se ha ido persuadiendo poco a poco de que Clara le ama menos puesto que ya no le escribe tanto como en los primeros tiempos de su amistad y no tiene para con él las mismas atenciones (prefiere el restaurante a las pequeñas cenas íntimas y, el último mes, pasó un fin de semana entero con su familia en el pueblo, cosa 36

Distorsión La distorsión nos permite "introducir ciertos cambios en nuestra experiencia sensorial 8 "; de este modo disponemos todos de la facultad de imaginar lo que no existe o, por lo menos, no existe todavía de ser creativos. Un buen día, Carolina me dejó estupefacto: su máquina de escribir se había estropeado y producía un ruido anormal y continuo...; ella, entusiasmada, ¡escuchaba el canto de unas cigarras! Un proceso análogo puede muy bien inducirnos a imaginar lo peor: Fulano no toma en un par de ocasiones un postre preparado amorosamente por su mujer y ésta, sin más, ¡concluye de eso simplemente que la detesta! Franck Franck se plantea una serie de interrogantes de lo más desagradables acerca del amor que le profesa su mujer. No sólo opina que no le ama, o lo hace poco, sino que le provoca y se burla de él. ¿En qué se fundamenta para distorsionar de ese modo la realidad? Hace algún tiempo, él le regaló un pañuelo de seda. ¿Y qué es lo que ha hecho con él?: se lo pone en la cabeza para protegerse cuando cocina (sobre todo cuando prepara pescado, a fin de que su cabellera no sufra la "marea"). Por lo tanto, es el pañuelo que soporta los tufos de la cocina lo que Franck considera como una afrenta que viene a corroborar su desamor hacia él. Tiene otra "prueba": dado que considera que ella tiene los cabellos muy deteriorados como consecuencia de los cepillados, 8 Grinder y Badler, The Structure ofMagic, vol. 1, citado por J. de SaintPaul y A. Cayrol, Derriére la magie, Inter-éditions, 1984. 37

le ha aconsejado con insistencia a Verónica que se los deje secar por sí solos, lo cual ella no hace jamás, simplemente porque, de proceder de semejante modo, ya no podría peinarse. Para Franck, existe una gran cantidad de "pruebas" de ese tipo, toda vez que distorsiona de manera regular la realidad en beneficio de sus propias creencias.

Fielmente tuyo Estas tres clases de construcción de nuestro modelo de experimentación de la realidad nos dan también pie a hacer que esa visión nuestra de lo real sea a la par estable y tranquilizadora , consolidándola y perpetuándola. ¡Las experiencias vividas en esa línea la confirman y constituyen otras tantas "pruebas" en su favor! Volvamos sobre el ejemplo de Francoise: a los siete años, una experiencia que vivió de forma harto negativa le indujo a concluir que no es posible tener confianza en los adultos (generalización), ya que el mejor ejemplo de que puede disponer es, por supuesto, el de sus padres; en consecuencia, despreciará los signos evidentes de confianza que reciba de los amigos y de las personas con que empalme (selección) y, en caso de que los perciba, estimará que son interesados (distorsión). De este modo, cualquier individuo puede conservar una visión del mundo dentro de unos límites elaborados por el mismo. Ésta es también la razón por la que, mediante la transformación del significado de la experiencia, somos capaces de modificar nuestra visión de la realidad.

LA VISION DEL MUNDO Mirada de lince Las diferencias que median entre dos personas pueden explicarse mediante el siguiente proceso: aun cuando tú percibas exactamente lo mismo que tu marido (cosa que puede suceder...), a través del significado que le otorgas a dicha percepción eres una persona única ya que creas una relación personal por entero entre aquello que percibes y lo que piensas de la información captada, lo cual incidirá de manera directa sobre tu conducta. Por ejemplo, un tiempo muy cálido les incitará a determinadas personas a salir para aprovecharse del sol, en tanto que otros se enclaustrarán en sus hogares, con los postigos bien cerrados, a fin de lograr un poco de frescura.

En la actualidad, Francoise piensa que sus padres no hicieron más que seguir una tradición que juzgaban encantadora para los niños; ¡después de todo, Papá Noel trae sus regalos! Y, al mismo tiempo, supone un enorme sacrificio por parte de los padres que ni siquiera se ven reconocidos por los presentes que les hacen a sus hijos, conformándose estos con la generosidad de ese Papá Noel a quien se dirigen todos los agradecimientos. ¡Qué enorme abnegación de parte de los padres! Semejante reconsideración de la experiencia le hace posible una vida de relaciones más gratificante y feliz.

Acudamos a otro ejemplo: con ocasión de una velada, un hombre observa a una mujer con una atención sostenida. La mira (percepción visual) y al punto le asigna un sentido a dicha percepción; puede pensar: "Esa mujer es muy distinguida, pues su aspecto físico corresponde a sus criterios de distinción: alta, hermosa, delgada, lejana, casi distante, elegante..." Al proceder así, interpreta cuanto percibe de ella, poniendo de ese modo en práctica sus programas, conocimientos y experiencia. Semejante interpretación dará lugar a una serie de reacciones a nivel de su cuerpo: experimentará ciertas sensaciones (deseo, atracción etc.) ante las que reaccionará, siempre en función de las propias creencias al respecto. Una vez alcanzada esta fase, se preguntara que actitud deberá adoptar ante dicha mujer, de acuerdo con su interpretación y con lo que experimenta. Semejante evaluación, consciente o no, determinará su modo de proceder. Otro hombre, ante la misma mujer, podrá pensar con igual derecho (según su visión del mundo): "Tiene cierto aire "snob"'. Su interpretación será diferente y su comportamiento lo será también, lo mismo que sus sensaciones. Cabe igualmente que piense: "Debe de ser un auténtico témpano", o bien: "Parece cualquier cosa", etc. Sensaciones y conducta variarán de acuerdo con lo individuos y con el modelo de mundo de tales individuos.

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Las cinco etapas de la comunicación

dad, nuestra visión del mundo no es universal: es peculiar en cada uno y en eso reside precisamente nuestra riqueza. "Nuestra visión del mundo no es el m u n d o 9 " . Nos hallamos ante una noción fundamental y que afecta a todos los aspectos de la vida.

TENGO UNA SENSACIÓN (veo - oigo) ATRIBUYO UN SIGNIFICADO A LA SENSACIÓN (¿Qué quiere decir eso que percibo? Nuestra experiencia y nuestros conocimientos nos informan) SIENTO (Conforme he experimentado, siento una emoción o un sentimiento) ADOPTO UNA ACTITUD INTERNA (En función de mi interpretación y de lo que siento, decido qué pensar y qué hacer)

Esto supuesto, no existen en el mundo dos personas que posean exactamente las mismas ideas en todos los terrenos, que sientan de una forma idéntica ante una determinada situación, que tengan deseos idénticos en el mismo momento, etc., toda vez que cada ser humano es único. "Debemos considerar una imagen del mundo como la síntesis más amplia y más compleja que es capaz de realizar el individuo a partir de miradas de experiencias, convicciones, influjos e interpretaciones, con sus consecuencias sobre el valor y el significado que atribuye a los objetos percibidos (...) Es el producto de la comunicación 9 ".

OPTO POR UNA CONDUCTA YO, TÚ, NOSOTROS (Según V. Satir) Ese proceso se reproduce de forma automática ante cada situación que viva el ser humano, lo cual explica la infinita variedad de actitudes ante unos mismos acontecimientos. Eso es lo que sucede antes de pasar a la acción (percepciones-interpretaciones-sensaciones y sentimientos-conducta) y la razón por la que los otros no siempre actúan como nosotros sin que, a pesar de ello, sean unos monstruos o unos locos. El país de ninguna parte En consecuencia, la visión del mundo de un individuo está compuesta por la suma de sus programas y por su experiencia personal, cosa que la convierte en personal y única por completo. A eso se debe, sin duda, el que con frecuencia resulte tan difícil aceptar y reconocer que nuestra propia reali40

Por lo tanto, toda pareja supone el contacto de dos sistemas programados, de dos visiones del m u n d o únicas: yo poseo mi visión del mundo, tú posees la tuya y tú y yo procedemos ambos de un sistema de aprendizaje (familiar, cultural e individual) que nos da pie a establecer nuestra propia realidad, que nos impele a ver el m u n d o de conformidad con nuestra propia mirada, única y original. Disponemos de nuestro propio sistema de percepción, sentimos de distinta manera aquello que percibimos, contamos con nuestras soluciones y modos de proceder, poseemos nuestras ideas acerca de lo que creemos verdadero, justo, bueno, falso y malo, acerca de lo que hay que pensar, hacer o decir en función de los contextos en que nos encontremos. Ni tú te equivocas ni yo tengo razón al pensar de este modo: simplemente, ésa es la manera de pensar que tenemos unos y otros. Tú me darás a conocer tus pensamientos y tu visión del m u n d o , y yo te daré los míos. 9 P. Watzlawick, Le langage du changement, Le Seuil, 1980, p. 49. 41

Descubriremos en qué nos asemejamos y aprenderemos aquello en lo que somos diferentes. Aunaremos nuestras concordancias y nuestras divergencias. Estos dos sistemas (todo sistema está integrado por partes distintas pero unidas entre sí; mediante un objetivo común), estos elementos ("yo" y "tú") estructurarán un nuevo sistema compuesto por tres partes, con lo que introducirán un nuevo programa condicionado por la respectiva aportación de cada parte. Este tercer lugar, el "nosotros", supone un terreno para nuevos aprendizajes que vendrán a incorporarse a los antiguos.

Una pareja

"En una pareja existen tres partes: tú, yo y nosotros. Se trata de dos personas, de tres partes, siendo cada una de ellas importante y poseyendo una su propio jefe y facilitando cada una la existencia del otro 1 0 ".

Este sistema, "nosotros", no borra nunca a los otros dos, al "yo" y al "tú", aun cuando determinadas creencias opinen lo contrario. Cuando aparecen los verdaderos problemas dentro de la pareja es cuando el "nosotros" suplanta o hace que desaparezcan el "yo" y el "tú", si bien semejante eventualidad tiene pocas oportunidades de producirse cuando "yo" y "tú" son dos personas autónomas, seguras de sí mismas y conscientes de que antes existen el uno sin el otro. Si la relación nace de la alegría de estar juntos y no del sueño o la ilusión de una necesidad, el placer será su cimiento. Como consecuencia precisamente de que la pareja pone en juego dos programas, dos modelos del mundo diferentes, ¡la relación no resulta tan sencilla como lo hacen creer los cuentos de hadas! Y es que a veces a muchos nos resulta difícil admitir que existe otro modo de proceder, porque dicho comportamiento es la prueba en el día a día de que "tú" no es yo y de que "tú" puede tener razón en ocasiones. Esa nueva célula específica en absoluto que supone toda pareja es el lugar de cohabitación de las dos visiones del mundo de cada uno de sus miembros y el del nacimiento de un nuevo sistema. De ahí que 1 + 1 no sea igual a 2, y menos aún a 1... sino a 3. 10 V. Satir, Pour retrouver l'harmonie familiale, Éd. Universitaires, J.-P. Delarge, 1980, p. 141. 42

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La elección del otro "Los 'actores dramáticos' particulares con los que cada uno de nosotros escenifica su propia vida son tan raramente elegidos al azar como la distribución de las papeles en una producción de Broadway l ".

¡Y la luz fue hecha! Desde la atracción irresistible hasta una elección fríamente calculada, pasando por el "azar" y el "destino" a las voluntades implacables, las razones que le inducen a uno a elegir esto o lo otro en lugar de lo de más allá son tan numerosas como vagas, por no decir nebulosas o inexplicables ("y, sin embargo, me gustaba cómo era él", o, "ella es la que esperaba, lo supe al instante") y, en la mayoría de las ocasiones, irracionales. Ahora bien, como suele decirse "el corazón tiene unas razones que la mente ignora", y, si es posible enunciar una verdad en este campo, es sin duda la que asegura que no elegimos una cosa de este calibre a capricho del destino. En realidad, el amor no es ciego; sólo nos induce a mirar con unos ojos 1 G. Bateson y otros, La nouvelle communication, Le Seuil, 1981, p. 226. 45

distintos. ¿En qué consiste esa mirada que preside la elección del propio compañero o compañera? ¿En qué se fija? Desde los albores de la escritura, las literaturas de todos los países son ricas en textos -todos ellos de un lirismo desenfrenado- acerca de los flechazos que es susceptible de desencadenar una mirada, una simple y, con frecuencia, breve mirada. Los ojos son los instrumentos que más utilizamos: en cuanto percibimos a otra persona ponemos en funcionamiento el proceso ya descrito, proceso de una enorme complejidad y de vertiginosa rapidez hasta llegar a convertir se en un automatismo que entra en funcionamiento una cantidad incalculable de veces desde la más tierna infancia. En efecto, nuestro comportamiento para con los demás funciona de acuerdo con la impresión inmediata que tenemos de ellos. De manera inconsciente, comenzamos por "apreciar" globalmente las cualidades del otro y, si dicha estimación resulta satisfactoria según nuestros criterios, se lo hacemos saber. El otro se entera así de que no nos desagrada. Al mismo tiempo, mantenemos un discurso interno que se apoya las más de las veces sobre sensaciones nuevas o desacostumbradas, por lo menos eso es lo que solemos creer.

mos de ellas". Y acabamos de ver cómo la opinión procede directamente de la interpretación de nuestras percepciones y de los sentimientos que dicha interpretación provoca. Porque nuestro cuerpo reacciona entonces ante esa interpretación: experimenta emociones, sentimientos; algunas personas sienten deseo sexual o ganas de estar más cerca, o bien, en otro registro, de conocer, hablar con o hablar de sí (¿no hay gente que "inspira" al punto confianza?). Esta interpretación y sentimiento serán el origen de los cambios ulteriores, con independencia de sus niveles, puesto que es primordial que intentemos verificar si nuestras informaciones sensoriales son justas, si su interpretación es correcta y si somos capaces de integrarlas en un todo coherente. La atracción física es, sin lugar a dudas, el primer criterio que interviene en la elección del otro, ahora que ya sabemos lo que hay detrás, lo que acontece en nosotros (aunque no nos formulemos de manera expresa que lo que se está incubando sea el germen de una relación amorosa): la atracción es un hecho y experimentamos el deseo de saber más acerca de esa persona elegida entre tantas otras. Si bien el "azar" puede ser la causa de las circunstancias que han influido en el contacto, dicho azar no tiene nada que ver en la atracción que sienten recíprocamente dos personas cuando se ven por primera vez.

Versión a la carta Lo que menos conocido nos resulta es cuanto acontece en los profundos meandros de nuestra memoria: sin ser conscientes de ello, vamos confiriendo sentido a todo lo que captamos (conforme hemos visto más arriba). Por lo tanto, interpretamos nuestras percepciones en función de los conocimientos que hemos ido almacenando al correr de los años y de las experiencias que han jalonado nuestra vida. Este fenómeno se explica por obra de esa atribución de significado inconsciente a todo cuanto percibimos, seguida de sensaciones. Como ya afirmaba Epicteto: "No son las cosas en sí mismas las que nos perturban, sino la opinión que nos hace-

Nos encontramos, pues, en el punto en que se contemplan y cuando la "afinidad electiva" que han sentido les va a hacer posible franquear, con mayor o menor nitidez, las etapas siguientes. Dentro de un contexto tan definido (ya que resultaría muy diferente si se tratara de contratar a un empleado en una empresa o de buscar un socio financiero o para una partida de bolos), es donde van a actuar nuestros protagonistas. Conviene insistir sobre esta noción del contexto ya que, se-

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Sabor alternativo

gún sea éste, los mensajes sensoriales implicarán unas interpretaciones susceptibles de resultar contradictorias por completo: el contexto es ¡o que le confiere su significado al mensaje; asimismo, será de conformidad con el contexto como llevaremos a cabo ciertas selecciones dentro de nuestras percepciones. Por lo tanto, nuestros dos postulantes del amor, ante la seguridad de que tienen algo que compartir, tal vez intenten conocerse un poco más. En otro capítulo hablaremos de los inevitables juegos de la seducción, juegos que se dan en el proceso de todo encuentro amoroso; aquí estudiamos los factores que presiden la elección del otro. Volvamos a nuestra pareja de amigos: ¿qué es lo que, uno y otro, buscan para confirmar su atractivo recíproco? Y el término "confirmar" no está colocado al acaso, puesto que aquello que el ser humano decide percibir, sea consciente la elección o no lo sea, es lo que le confiere sentido de entrada a su universo y lo estructura. Podrás escucharles cómo, en las terrazas de los cafés, hablan de lo que les gusta, de lo que detestan, de sus aficiones y desagrados, de sus alegrías y penas, de sus pasiones e indiferencias, de sus ideas, de sus maneras de ser, de su familia, de su profesión y ocupaciones, de sus esperanzas y desilusiones. Y cada apartado viene subrayado con un: "¡Vaya!, ¡exactamente igual que yo!", o: "Sí, yo también..." O, incluso, y en esto reside la alegría del misterio: "No conozco eso en absoluto; ¡pero tiene que ser apasionante!", o: "¡Me hubiera gustado tanto a mí; también llegar tan lejos...! Tienes que contarme..." Las correspondencias entre lo que uno es, lo que ha sido y lo que desearía ser suelen presidir, de ordinario, el encuentro entre dos personas que se atraen físicamente y resulta por demás natural el que deseen encontrarse sobre un terreno común, bien sea a nivel de los gustos, las ideas o las conductas. El opinar que se trata de dos que van a ver el m u n d o con una misma mirada, que lo valoran al unísono, suponen otros tantos aspectos fundamentales para sentirse uno reconocido. 48

Y el reconocimiento no nace sino de las semejanzas: las diferencias, cuando son percibidas positivamente, abren universos de enriquecimiento, de recíprocos hallazgos y de asombros que harán de la vida común, cotidiana, un copioso manantial de intercambios y participaciones . Se parecen; pueden aportarse mucho; caminan a gusto juntos; resulta tranquilizador sentir lo mismo; aprenderán mucho uno del otro; están de acuerdo sobre tantas cosas... poseen un poco la misma historia; tienen la impresión de que se conocen desde siempre; uno está hecho para el otro; hasta es mejor no estar siempre de acuerdo: resulta más vivo; tienen los mismos gustos... Descubiertos sus universos mediante sucesivas pinceladas, comienza a emerger un cuadro más preciso en ese puzzle en el que cada pieza corresponde a una información suplementaria acerca de la personalidad de los dos postulantes a la relación: las expectativas y esperanzas crecen mientras se confirma su carácter. Ha nacido un nuevo vínculo, fortalecido por obra de las actitudes que cada uno adopta respecto al otro: se descubren y se encuentran a la vez. Parece que ambos satisfacen sus criterios de selección basados en su propia visión del mundo. Orden de pedido ¿Cómo te representas a tu compañero ideal? - Físicamente: reconozcamos que todo el mundo tiene sus alergias, y, si existe un terreno en el que es preferible no forzarse, ¡es, por supuesto, en éste! - En su comportamiento: ¿hay actitudes, comportamientos que no soportarías en absoluto (desde la manera de sostener el tenedor, pasando por las uñas mordisqueadas, ciertos ademanes de cara a tus allegados o a los suyos, y los viajes de negocios, hasta su modo de vestir, por ejemplo)? - En su carácter: ¿cuál sería el retrato-robot en lo referente a los defectos tolerables y en cuanto a las cualidades? 49

- En sus ideas: ¿hay opiniones, pensamientos o convicciones que te resultan de todo punto incompatibles con los tuyos? ¿Cuáles, en concreto? Clasifica tus respuestas en cada categoría de acuerdo con su orden de importancia, estableciendo así tus prioridades y el catalogo de los matices.

SEGUNDA PARTE

PARIDAD, ESTANCAMIENTO Y CARENCIA O LAS FUENTES DE ERROR

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Los sistemas Be creencia El mal de amor, secular y tan investigado, viene provocando desde la noche de los tiempos los mismos síntomas. Y, como acontece con la diabetes o la gripe, conviene conocer sus causas con miras a remediarlo. Si el azúcar es el responsable de la diabetes (en un sentido general) y si determinados virus suponen el origen de la gripe, lo que provoca la mayor parte del mal de amor, lo que mina las parejas y deja con frecuencia a las personas lesionadas y hasta deshechas, son precisamente los sistemas de creencia acerca del amor y la relación amorosa. Siguiendo con la analogía médica, bueno será desconfiar de los tratamientos esparadrapo que no hacen otra cosa que disimular el síntoma: las sucesivas recaídas tan sólo logran debilitar al organismo hasta convertir el mal en crónico. Por lo tanto, lo que hay que hacer es modificar el terreno - y no los síntomas-; y el terreno en cuestión es el sistema de creencias que tiene la persona, aquél del que se deriva su visión del mundo, porque entre lo que creemos que es la realidad y la propia realidad existe una gran cantidad de imágenes e ideas en las que creemos, que estimamos como verdaderas y que nos impiden pensar y reflexionar con lucidez.

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CREENCIAS ACERCA DE UNO MISMO ¡Mi vida no es una existencia! La creencia limitadora más grave de cara a uno mismo puede resumirse, sin duda, en esta frase lacónica y banal: "Tengo algo que no anda bien". El "algo que no anda bien" que todo ser humano posee (nadie es perfecto) condiciona en algunos un comportamiento autodesvalorizador que engendrará actitudes mas bien sumisas, pasivas, con objeto de excusarse, de "lograr que pase" el defecto. Dicha autoevaluación conduce siempre (admito que es una generalización) a una desvalorización susceptible de inscribirse en dos columnas: "No soy bastante..." y: "Soy demasiado..." En este juego cruel que uno lleva a cabo en su intimidad, siempre sale perdiendo. Es posible evaluarse, pero más vale hacerlo en términos de comportamientos: por ejemplo, "Si no he conseguido esto o lo otro, ¿qué hacer para lograrlo mejor?" Lo que hacemos puede verse sujeto a revisiones, mejoras, etc. Un juicio definitivo sobre uno mismo puede tener las consecuencias más nefastas sobre el sentimiento de la propia valía personal. ¿Y no tiene también el otro "algo que anda mal"? ¿Le amas menos por eso? ¿Es que ese "algo" es realmente dramático? Ese "otro" ha hecho la opción de conectar contigo, de seducirte, ¿es que acaso tiene mal gusto? ¿No será más bien porque resultas amable? Esto supuesto, ¿sería difícil dejarte querer y centrarte sobre lo que no anda mal (por supuesto, en ti)? Tanto más cuanto que, de ahí a decir que no eres "normal" ¡apenas si median unos kilómetros! ¿Y qué quiere decir ser "normal"? ¿Ser como los demás? Vuelve sobre la primera parte de este libro y verás que esto no quiere decir gran cosa. Entonces tus tres kilos de exceso en las caderas, tu aversión a la música "pop" y la preferencia por las zapatillas de paño sobre el auto-stop con mochila al Nepal no resultan válidas para sentirte algo espantoso, que tan sólo a ti te ha ocurrido y cuya cruz has de soportar toda la vida: un padre alcohólico, una madre que hace "streap-tease", un hermano perteneciente a una secta, un tío abuelo en un sanatorio psi54

quiátrico... Todo depende de aquél o aquélla sobre el que hayas puesto tu mirada. Además, "falta confesada, la mitad queda perdonada",... en especial cuando tú no eres responsable de nada de eso. Nada hay que "vaya mal": tú eres diferente; eso es todo. Resultaría asimismo inútil por completo, bajo pretexto de no sentirse a la altura, desvalorizarle al otro que te contempla con ternura pensando que también él tiene "algo que no anda bien", ¡puesto que pierde el tiempo interesándose por tu insignificante persona! Si te es factible modificar eso que te molesta y la cosa merece la pena, puedes llevar a cabo las transformaciones que estimes necesarias; en caso contrario, saborea tu incipiente amor. De esta creencia básica se desprenden otras, tan poco pertinentes, y que con frecuencia suelen condicionarlo todo, como: "Me siento culpable de ser...(tan pobre, tan poco culto, tan superficial, tan original, etc.)", y como consecuencia lógica: "¿Qué otra cosa querrá de mí?" Es cierto que si estás de verdad convencido de tu nulidad, nadie querrá nada de ti y el presente libro no va contigo, ya que se trata de una relación entre dos. Por contra, si hay alguien que se interesa por ti lo suficiente como para intentar recorrer un trozo de camino a tu lado, fíate de él siquiera lo mínimo... Entonces, si ese otro tiene el mérito de encontrarte un poco a su gusto y si tal gusto es recíproco, vive esa común y recíproca estima... A no ser que seas un verdugo de niños, un asesino reiterativo, un torturador inveterado u otro monstruo de semejante calaña, ¿por qué ibas a tener vergüenza de lo que eres? Tanto más cuanto que somos perfectibles... ¡Mi existencia no es una vida! Entre la multitud de tópicos que arruinan nuestros instantes más hermosos, hay uno, muy famoso, que logra casi la unanimidad, a saber, el célebre: "Tengo necesidad de él". Fuera de los niños que tienen necesidad de sus padres o de sustitutos paternos que se ocupen de ellos, nadie tiene necesidad de 55

otra persona para sobrevivir. Tener ganas de vivir con alguien es una cosa, un sentimiento de todo punto justo, tener necesidad de él es un mito que uno se forja para sufrir más. El ser humano tiene necesidad , para nutrirse de energía, de signos de reconocimiento, de muestras de atención, pero no le resulta vital recibirlos con regularidad de una sola persona, de ese otro que no existe sobre la tierra para ser utilizado como una pila eléctrica que deba, por fuerza y a petición, insuflarnos el aprecio por la vida y la capacidad de hacerlo. Cuentas en ti mismo con todas las facultades, con toda la capacidad y con todos los recursos precisos para vivir bien y no tienes necesidad de nadie. Las verdaderas necesidades de un individuo se resumen en el alimento, la defensa respecto a las inclemencias del tiempo, la medicina en caso de enfermedad y los contactos con otras personas (cuya frecuencia es variable de un individuo a otro). Todo el resto no pasa de ser deseo, ganas, cosa que en modo alguno quiere decir que tales apetencias sean desdeñables. Además, seguramente cuentas en tu derredor con ejemplos de personas que creían con firmeza que tenían necesidad de otro para vivir y que no fallecieron al instante con ocasión de una ruptura. Sufrieron, pero no llegaron a morir. Autorretrato Descríbete para ti mismo, aplicando sólo adjetivos calificativos, las cualidades o aptitudes que encuentres en ti. Una vez que tengas cumplimentada la relación (reparando en los aspectos físico, intelectual, moral, artístico, etc.), colócate delante de un espejo y díte en voz alta todo eso que has apreciado. Procede de este modo con regularidad (ampliando la lista en cuanto descubras algo grato o apreciable en ti) y, sobre todo, en los momentos en que la moral no se encuentre en su mejor forma. Saber con qué cuentas en ti mismo, en qué recursos puedes apoyarte y qué cualidades son susceptibles de servirte como trampolín no supone ninguna inmodestia (y, aunque lo fuera, si está justificada ¡no tendría nada de censurable!). Es importante que cuentes con lo positivo que hay en ti y, a tal efecto, conviene que tengas conciencia de ello. 56

Como es natural, puedes combinar el "qué querría de mí" con "tengo necesidad de él", cosa por lo demás lógica. Si, a pesar de tus defectos, él te ama, es fácil que sientas necesidad de él para valorarte un poquito, ¡siquiera sea sólo a tus propios ojos! Querer, poder Supone una utopía imaginar que somos capaces de pasar revista a todas las carencias que eventualmente puedan darse en nosotros mismos; no solemos reparar más que en las corrientes, y se da un tercer grupo que puede acarrear consecuencias onerosas y que atañe a la soledad y que con frecuencia se formulará en los siguientes términos: "No soy capaz de vivir solo", y: "Es humillante estar solo". Si bien todo individuo normalmente constituido goza de la capacidad de vivir solo, puede acontecer que no lo desee, en cuyo caso sería más justo afirmar: "No quiero vivir solo". Por lo que respecta a conocer los motivos por que él o ella no quiere vivir solo, se trata de un asunto personal y puede que las razones varíen hasta el infinito, sin que ello implique falta de capacidad. Por otro lado, el estar solo no es algo mortal. Los momentos solitarios son patrimonio de la independencia, de la autonomía, lo cual significa que una persona adulta puede y debe contar ante todo consigo misma. Respecto al aserto que asimila la humillación con la soledad, no es difícil constatar su veracidad abriendo con amplitud los ojos al mundo, a los demás. Conozco personas (de todo punto "normales") que aprecian en gran manera el vivir solos, tanto más cuanto que vivir solo no significa de ningún modo vivir sin amor. Hay individuos famosos -por acudir a pruebas conocidas por todos- que se han sabido amados durante decenios sin que, a pesar de ello, vivieran bajo un mismo techo. Pienso, por ejemplo, en J. P. Sartre y Simone de Beauvoir, pero hay otros muchos. Cada uno organiza la propia vida a su manera y elegir vivir solo no tiene nada de humillante. ¿Acaso quiere eso decir que nadie les ha querido? Sí, tal vez, y sería cosa de verificarlo, 57

pero eso puede animarles a algunos y algunas a pensarlo así, aunque no sea más que para confirmar la posibilidad de dar un giro en redondo. ¿Será también posible que tales monstruos (o santos), tales eremitas, que se han consagrado por espacio de largos años (¿toda su vida?) a una causa que les parecía más válida que cualquier relación amorosa, no hayan querido a nadie...?

amarle más que a él; mi felicidad depende sólo de ella; sin él la vida no merece la pena ser vivida; él es mi razón de vivir; no soy capaz de vivir sin él", y todas las variantes que puedan sumarse a éstas... Como si no hubiera más que un único ser en el mundo que posea todas las cualidades buscadas, y en especial, como si una persona no fuera completa sino injertada en otra, siendo así que lo que sucede la mayoría de las veces es que precisamente porque uno no cree poder vivir sin una determinada persona es por lo que, en general, solemos ser incapaces de vivir con ella.

¿C.O.D. o C.O.I?

¿Qué es lo que está sin completar? ¿De verdad no eres capaz de vivir sin él? ¿Qué hacías antes de conocerle? ¿Te hallabas en una incubadora o en un congelador? ¿Es la primera persona que has apreciado? ¿Quién se ha interesado por ti? ¿Nunca nadie antes? Y, si no es ella, ¿te vas a ir al convento? Eso es lo que Jacques Salomé denomina "la dependencia imaginaria x".

Historia de una manzana Érase una vez una preciosa muchacha y un hermoso joven que no se conocían y que, un buen día, vivieron la misma experiencia. Paseaba, cada uno por su país, ella soñando con su Príncipe Azul y él con su Gentil Princesa; caminaban distraídamente, recogiendo frutas acá y allá. A media tarde, un poco cansados, deciden detenerse para reposar y saborear una espléndida manzana. Como una y otro sabían que no es demasiado adecuado mordisquear con energía una manzana, suelen cortarla en dos trozos. En el mismo momento, cada uno de ellos con su mitad de manzana en la mano, piensa: "He aquí que he descubierto el secreto de la felicidad: comoquiera que estas dos mitades constituyen entre las dos una manzana perfecta y basta con ellas dos, ahora sé cuál es mi objetivo: encontrar mi otra mitad, que me completará tan exacta, tan perfectamente, que ya no seremos más que uno; y, por fuerza, no existe más que una sola persona en la tierra que sea capaz de hacer posible dicha realización acabada y única, de igual suerte que sólo estas dos mitades de manzana están hechas la una para la otra". De esta historia hace ya mucho, mucho tiempo y el joven y la joven todavía siguen buscando. ¿No hay "algo que no anda bien" en la idea de no ser durante toda la vida más que una mitad? "Sin él no me siento completa, si no es él no será nadie, nadie más que él me puede amar; sin ella no soy nada; sin él me moriré; no puedo 58

CREENCIAS ACERCA DEL OTRO Quimeras Todas esas ideas, asumidas como certezas y añadidas a las creencias acerca de uno mismo, resultan más bien limitadoras. Sin olvidar a los desengañados: "Por lo menos sé con quién estoy"; los utópicos: "Formamos un solo ser; es otro yo; es mi alter ego"; los optimistas: "¡Soy capaz de morir por él!" (¡a verlo!); los distraídos:"Le amo más que a nada en el mundo"; los inconscientes: "Con él me siento segura"; los ingeniosos: "Ella me tiene que amar por fuerza puesto que yo la amo"; los megalómanos: "Ella tiene necesidad de mí;"; los no difíciles: "Es que lo amo todo en él"; los locos: "Le amo tanto que lograré cambiarle", etc. Sin dar de lado tampoco a los imperativos exclusivos al estilo de: "No amo más que a ese tipo de hombre", emitido por las reductoras más incondicionales.

1 J. Salomé, Parle-moi, j'ai des dioses a te diré, Éd. de l'Homme, 1985, p. 2 59

Las creencias acerca del otro miembro de la pareja, de las que cabe afirmar que carecen de lucidez, contribuyen a consolidar aquellas que uno tiene acerca de sí mismo, y recíprocamente. De ahí que no suela ser raro el oír: "No existo más que yo en el m u n d o " , o bien: "Soy todo para ella", lo cual supone una presunción pasmosa y presagia negros nubarrones que ensombrecerán sin duda la relación, nubarrones susceptibles de merecer el nombre de "poder sobre ti", ya que él tendrá un enorme miedo a perderla, al estar solo en el mundo.

I

¡Ilusión! Si Papá Noel y May West hicieran una carrera para saber quién llegaría el primero al Polo Norte la que ganaría sería May West ya que Papá Noel no existe. (Según Milton Erickson)

No deja de ser algo triste y conviene aceptar esta idea. ¿Quién puede esforzarse en amar a alguien? ¿Qué es lo que demuestra que uno le amará a la misma persona toda la vida? Ya pueden las religiones y las leyes cansarse en imponerlo, no lograrán nada. ¿Cómo reaccionar ante una conminación como la de: "Ámame"? En este ámbito no cabe la exigencia. Esta creencia viene impulsada por otra: el amor no es cosa que brote así como así, que no es sino una variante de la anterior. Tal vez no sea algo que surja "así como así", pero sí es "cosa" que puede marcharse como ha venido. Recuerda que lo que provoca los sentimientos es la interpretación de las percepciones. Por lo tanto, si la interpretación sufre ciertas modificaciones, el sentimiento también es modificado. Sus grandes ojos rasgados pueden convertirse en grandes ojos de ternera, su pasión por el bridge en una verdadera tabarra, su energía aseguradora adquirir un aspecto un tanto simiesco y su prisa por hacer el amor pasar a ser una obsesión sexual, ¡y hasta su gentileza acaba por resultar insoportable!

El borrador universal CREENCIAS ACERCA DEL AMOR Se dan también creencias acerca de los beneficios del amor: Futuro del verbo "amar" La principal creencia acerca del amor es particularmente temible: El amor es algo que dura para siempre, "amor" (en francés "amour") rima con "siempre" (en francés, "toujours"), ya que es posible que uno ame durante toda su vida; la otra parte de la pareja es la que tal vez no sea siempre la misma y aquéllos que tienen la suerte de conocer semejante dicha son los primeros en calificarla como algo más bien raro. Esta "ley" tiene por resultado el falsear la relación desde su comienzo. Desde luego que podemos hacer mucho en orden a alimentar el amor y, a pesar de ello, que éste disminuya hasta dejar de existir o, simplemente, transformarse. Y, a priori, nadie es responsable del desamor.

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Cuando uno ama, ya no existen problemas. ¿En qué terreno(s) exactamente? En efecto, "la sociedad pretende que la relación conyugal discurre casi por entero sobre el amor y (...) después exige unas respuestas que el amor por sí solo es incapaz de proporcionar jamás... 2 " ¿Es que, como cuentan las historias, basta con el amor para ser feliz? Por supuesto que "da alas", que hace factible una iluminación muy positiva sobre la vida y sobre las personas que nos rodean, lo cual tiene mucha importancia. Pero, a pesar de todo, no es suficiente para borrar de manera definitiva las dificultades. Afirmar que, gracias al amor, no queda ya ningún problema supone en realidad confundir Roma con 2 V. Satir, Pour retrouver Vharmonie familiale, Éd. Universitaires, J.-P. Delarge, 1980, p. 148.

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Santiago o, en todo caso, será así cuando reúna a dos personas que no posean absolutamente ninguna creencia. Otra fórmula, también errónea, enuncia que: Sólo cuando se está enamorado o enamorada se vive de verdad; ¿qué son, entonces, aquéllos que, por el momento, no viven ninguna relación amorosa? ¿Sombras? A pesar de todo, ¿no aman a nadie? ¿No tienen ninguna razón para vivir?

Creo que estoy seguro Otras creencias hacen referencia a las pruebas del amor: ¿cómo saber si me ama? Hay cierto indicios que parecen determinantes: Cuando uno ama de verdad, tiene que ser capaz de adivinar todo lo que el otro quiere. Tan hermoso asunto, ¡qué molesto resulta y qué enorme carga de responsabilidad genera! "Si no lo adivino, creerá que no le amo". Es posible que, veinte años después, él confiese que no le gusta el bacalao a la provenzal o que le regales un jersey de Cachemira puesto que le raspa horriblemente. ¿Qué significará tal cosa: que ya no le amas? ¿Que deberías haber sido más eficaz preguntándole por sus gustos y sus potenciales alergias? Dos personas que se aman creyendo firmemente en este principio pueden pasar su vida intentando adivinarse, engañándose una vez sí; y otra no (o más) y aburriéndose con sus errores, con sus preocupaciones por ser tan malos adivinos, ¡tan mal amados y tan malos amantes! Esta creencia puede, por otro lado, cobrar aires de chantaje: "Si todavía no has comprendido que no quiero... (que tengo ganas de...), ¿qué hago contigo? Ni siquiera eres capaz de comprenderme, ¡será necesario que lo diga todo! Si de verdad me amaras, ¡me adivinarías!"

- Querido, ¿qué deseas para tu santo? - Lo que tú desees, mi amor... Puede ser que "mi amor" se haya sentido decepcionada varias veces intentando adivinar y que la compra de un regalo se convierta no ya en un placer sino en uña carga cuyo intento pasa a hacerse aterrador. Una creencia más viene a envenenar a no pocas parejas. Cuando se ama de verdad, se está siempre de acuerdo. ¿Quién decía tal cosa? ¿Cuál es el origen remoto o desaparecido de semejante certidumbre que no deja margen más que a una única solución posible: la adaptación al otro, un deseo recíproco de conformarse? ¿ Se consigue el amor al precio de perder la propia identidad? Sabes perfectamente que toda pareja reúne dos sistemas programados y que dos personas, si bien con frecuencia suelen contar con sus puntos comunes, jamás pueden ser idénticas. Si es posible que se dé conformidad acerca de determinados puntos, ¿por qué iba a ser necesaria la coincidencia en todo, siempre? No somos unos robots.

CREENCIAS ACERCA DE LA RELACIÓN No formamos más que uno solo Cualquier cosa que suceda, tanto en lo referente al placer como a la adversidad, "no formamos más que uno solo" (¡cuando menos hay dos personas a las que alimentar!). Semejante creencia enmascara una gran ignorancia respecto al detalle de que cada parte de la pareja posee necesariamente (en cuanto individuo único) su propio concepto de la naturaleza de la relación, que no será jamas un calco del otro. De ahí que la culpa no sea de nadie: simplemente, los pensamientos son diferentes.

De la precedente creencia se desprende directamente otra, a saber: Cuando uno ama de verdad, si pide algo, siente menos placer en recibirlo ya que eso tiene menos valor por haberlo solicitado y menos agrado en ofrecerlo por no ser espontáneo. Esto supuesto, ahí va un consejo: no pidas nunca nada: tu placer y el de tu compañero permanecerán intactos. También cabe que procedas de la siguiente manera:

Nunca le creeré a un hombre que me diga: "Cuando a ti te duele el estómago, yo siento idéntico dolor a la vez que tú"; es

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inútil y ni siquiera le pregunto eso. Una creencia de este tipo no resulta demasiado práctica para la vida en caso de que se entienda tal como suena. Además, es tan incómoda y hasta tan auténticamente peligrosa para la relación que ésta no constituiría ya un ámbito de expansión sino de angostura. Tal vez "haga buen efecto" presentarse como si se fuera una sola persona ante algunas amistades o ante la familia; no deja de suponer cierta tranquilidad para todo el mundo el pensar así o dar la impresión de creerlo... pero es falso. Constituye una ilusión que puede costar cara a ambos miembros de la pareja, que se culpabilizarán por atreverse a tener una idea personal o un sentimiento diferente. Con independencia de eso, nos hallamos ante el mismo tipo de chantaje: "Si me amaras de verdad, sentirías igual que yo al instante, votarías como yo, etc." No suele ser difícil tampoco escuchar alegatos de este tipo. "Nos amamos, puesto que vivimos juntos". ¿No estaría mejor formularlo a la inversa? Sería más lógico afirmar: "Vivimos juntos porque nos amamos y porque elegimos cada día elegirnos, vivir juntos." Me parece que la prueba de amor que se sitúa en la vida en común encierra cierto deje de amargura, despecho o algo por el estilo: "Es menester que nos amemos ya que vivimos juntos..." ¿No te da la impresión de que existe ahí cierta connotación más bien de tristeza y fatalismo? Como si el individuo pretendiera aferrarse a una esperanza, a una certidumbre de la que sabe, o presiente en el fondo de su alma, que no es verdadera del todo...

Jaque mate Hay ocasiones en que esta creencia alude a la siguiente: "Es nuestro destino". ¿Qué es vuestro destino? ¿El estar juntos? ¿Has encontrado al fin tu otra mitad de la manzana? ¿Es Dios quien os ha aunado? ¿Cómo lo sabes? Una vez más, me da la impresión de que estoy escuchando a alguien que sufre, que no está tratando de su destino, de su vida. Como si no sé qué fatalidad, no sé qué fuerza procedente de otra parte le 64

mantuviera prisionero, con las alas cortadas por miedo a transgredir. No deja de ser una enorme lástima vivir por mandato y "lo que Dios ha hecho, puede deshacerlo". Hablando de deshacer, hay muchas parejas que se estancan en cierto desamor que se va transformando a veces en odio o indiferencia, y en la mayoría de los casos en descontento, cuando se fundamenta en la siguiente creencia: separarse es vivir un fracaso, es mostrar que uno no es capaz de amar y ser amado. En efecto, no suele ser raro constatar que, en el momento en que una pareja se deshilacha o rompe, haya individuos que descubran el rechazo respecto a sí mismos persuadiéndose de que no están "a la altura"; en tales ocasiones la ruptura es vivida como un fracaso. Eso no obstante, que el que nunca se haya equivocado sea quien (de nuevo) arroje la primera piedra. Además, si se da fracaso, no es ahí donde reside; lo haría más bien en la negligencia perpetrada de cara a uno mismo cuando decidimos incrustarnos a cualquier precio dentro de una relación frustrante ya que habíamos puesto en práctica todo lo que estaba a nuestro alcance (o al menos lo pensábamos) para volver a enderezarla. Abandonar (y ser abandonado) no equivale a fallar, sino que con no poca frecuencia supone ser más lúcido sobre el precio que uno paga para no estar ni siquiera bien, por hacer "como si...", como unos niños que juegan a un juego que ya no les divierte pero que intentan, cueste lo que cueste, recuperar la pasión de los primeros momentos. Cuando se han llevado a cabo los esfuerzos necesarios y posibles, cuando ya no tiene uno energía para invertir en el buen funcionamiento de la relación, ¿a qué viene mantenerla? ¿Por no perder prestigio? Ahora bien, tus amigos, tu familia verán con claridad en tu rostro que ya la cosa no funciona en absoluto. El prestigio se pierde en vuestras miradas tristes o acerbas, en esa mueca amarga que dibujan tus labios, en las palabras envenenadas o los suspiros profundos que nadie puede dejar de escuchar. ¿Es ése tu concepto de la seguridad? ¿La vida de pareja a cualquier precio, cueste lo que cueste? ¿Prestas de verdad tu 65

adhesión a la creencia que pretende que siempre cabe la posibilidad de arreglarse? En tal caso, conviene que sigas mostrándote muy educado, muy deshonesto, ¡hasta sus últimas consecuencias!: hasta la depresión, la cura de sueño, la úlcera de estómago, la colitis crónica, etc. El cuadro clínico estará acorde con las "avenencias".

CREENCIAS ACERCA DE LAS REGLAS DE BUENA CONDUCTA

verdaderamente mucho miedo a una cosa muy concreta, nos las solemos arreglar, las más de las veces de manera inconsciente, para provocarla. Consciente I inconsciente Se han elaborado multitud de teorías y cada una de ellas pretende ser la buena definición del inconsciente, pero no pasan de ser otras tantas teorías, aunque algunas de ellas sean más comúnmente admitidas que otras. Por principio, cualquier definición del inconsciente no puede suponer más que una especulación intelectual. Resultaría vano censurar con detenimiento la mayor o menor veracidad de una u otra: no existe prueba alguna y tan sólo se trata de hipótesis.

Seguros a todo riesgo La normas suponen otras tantas fórmulas generales que se enuncian -recordémoslo- en términos como "es preciso...", "no hay que...", "se debe...", "no se debe...", todas ellas seguidas de un "si no..." amenazador porque, si el "cómo" de la vida entre dos no acierta a satisfacer la esperanzas y los sueños, el amor corre el peligro de deshacerse. Aunque dichas reglas sean tan diversas como múltiples, algunas de ellas se repiten con mayor frecuencia, como acontece, por ejemplo con: "no hay que decepcionar jamás a la otra parte, si no..."; "no hay que molestarle nunca, si no..."; "no se debe discutir nunca, si no..."; "hay que mostrarse siempre afable, si no ..."; "disponible, si no..."; "no deben expresarse los propios sentimientos negativos, si no..."; "es menester preservar siempre la paz, si no..."; "no se debe hablar de los problemas, si no..."; "hay que reconciliarse siempre antes de dormir, si no..."; "no se deben introducir cambios, si no..."; "hay que evitar siempre el conflicto abierto, si no...", etc. Si quieres rellenar los puntos suspensivos que siguen a los "si no", tus respuestas girarán en la mayoría de las ocasiones en torno al deseo de preservar la relación o la idea que uno tiene de dicha relación. Sin embargo, aun cuando la intención es buena (hacer cuanto sea preciso para mantener la pareja en equilibrio), el clima que se suscita por parte de estas reglas revela un miedo intenso a la ruptura. Por desgracia, cuando tenemos 66

Esto supuesto, hipótesis por hipótesis, lo más eficaz me parece elegir la más útil (y la más sencilla, por añadidura), la de Milton Erickson. Está compuesta por tres teoremas: - el inconsciente existe; - el inconsciente es aquello que no es consciente, lo que no accede a la clara conciencia; - el inconsciente es nuestro aliado: concebido como un poder positivo, está considerado como el depósito de todos nuestros conocimientos, de todas nuestras experiencias pasadas, de todos nuestros aprendizajes, habilidades, automatismos (de acción, reacción y pensamiento), de nuestros recursos y competencias. Es aquello que interviene en el tratamiento de la información cuando recibimos determinados mensajes del entorno; lo que dirige la interpretación de nuestras percepciones y nos preserva, en ocasiones, de revelaciones brutales o traumáticas: no permitiendo que accedan a nuestra conciencia, nos protege. Es también lo que nos proporciona las informaciones útiles y necesarias para nuestra vida de cada día (sea que les prestemos oídos o que no). Por el contrario, nuestra parte consciente es aquella que piensa, reflexiona, actúa, decide de una manera controlada (aun cuando las motivaciones sean patrimonio del inconsciente). 67

Con independencia de estas reglas, están también las creencias sobre los derechos y deberes de cada uno de los miembros de la pareja en el ámbito de la relación, formuladas por lo común en estos términos: "Una buena esposa se debe a..."; "un buen marido es un hombre que... y que no..." El modo de cubrir esos puntos suspensivos es el mismo que hacía referencia a los "si no": han de ser rellenados luego de haber reflexionado sobre los propios tópicos, apriorísticos, referentes a una "buena esposa" o un "buen marido". Si no se cumplimentan todos los deberes, los "si no" quedarán a juicio de la otra parte, en función de los derechos que le otorga el sistema. Estas series de normas sobreentienden que una, la otra o ambas partes de la pareja, en la mayoría de las ocasiones, tienen que ignorar u ocultar sus propios sentimientos, adormeciéndolos bajo la ilusión de que de ese modo no habrá problemas. Eso no obstante, es rigurosamente imposible mantener a largo plazo tal opción: de uno u otro modo, directa o indirectamente, aquello que ha permanecido en la sombra surgirá.

CREENCIAS ACERCA DE LOS HOMBRES Y LAS MUJERES

que se hace cargo de todo, que debe satisfacer a su señora y conferirle seguridad, pasando por: "Todas las mujeres son unas..., menos mi madre (y acaso mi hermana)"; "los hombres no piensan más que en "eso"; "si quieres conseguirlo todo de ellos, haz huelga de cama (o compórtate como una Mesalina)"; "si quieres conservarlos, hazles el amor todos los días (¡el reino de los éxitos!)", etc. Las creencias vinculadas con el sexo suelen generar, de ordinario, otras creencias acerca de la intimidad (peligrosa) y la confianza (difícil de prestar y / o de obtener) que, a su vez, condicionan la vida de la pareja y no sólo en el ámbito de la sexualidad. Tras esta visión rápida de las creencias que suelen darse con mayor frecuencia (en lo tocante al tema que nos ocupa), conviene que estudiemos nuestro comportamiento a la luz de tales informaciones que no son desdeñables. Y es que siempre cabe poner en tela de juicio semejantes mitos, si tenemos en cuenta que algunos de ellos resultan limitadores en exceso y se oponen a la expansión de las personas y las relaciones, con lo que dan pie a determinadas actitudes muy específicas, que se fundan en unas reglas estrictas e inadecuadas. Lo que nos hace actuar A

Él es fuerte, ella es dulce De entre las creencias que juegan un papel importante dentro de la vida de relación, son primordiales aquéllas que atañen a lo femenino y lo masculino. Condicionarán la instauración de numerosas reglas que ayudarán en mayor o menor grado en todo lo referente al mantenimiento de una relación buena. Han sido ya evocadas en la primera parte, desde la "mujer-niña (...) con un lenguaje infantil, su ligero enfurruñamiento, una debilidad enternecedora, (...), pueril, impotente, emotiva, débil, sumisa y dependiente 3 ", hasta el hombre fuerte, protector, envolvente, asegurador, que no teme nada, 3 R. Brain, Amis et amants, Stock, Le Monde ouvert, 1980, p. 293. 68

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PENSAMIENTOS

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SENTIMIENTOS CONDUCTAS

"La gente guarda profundamente ocultos dentro de sí los pensamientos y creencias que desafían a la lógica y, peor aún, que son susceptibles de deformar su capacidad de juzgar sanamente cuanto cae de su propio proyecto4". 4 Dr. Howard y M. Halpern, Adieu. Apprenez a rompre sans difficultés, Jour Éditeur, 1983, p. 14. 69

El alardftfcamoroso

Una danza singular El alarde amoroso supone un momento precioso: se trata de unos instantes cuyo recuerdo, en aquellos que se aman por un espacio largo de tiempo, hace que la emoción crezca en ocasiones hasta las lágrimas, y que se enternezcan ante esta memoria común lejana y, a pesar de todo, tan precisa. Para otros, que se aman menos pero que todavía viven juntos, tales horas y días resultan más difuminados, cuando ambas partes de la pareja están de acuerdo sobre el desarrollo de los acontecimientos, cosa que no siempre suele ser el caso: tanto una ocasión como la otra son susceptibles de reanimar las brasas de un entusiasmo venido a menos o incrementar un estado de disputa crónica. Por lo que hace referencia a aquéllos que han pasado la página de su vida concerniente a la relación amorosa, serán capaces de hablar de aquel encuentro en términos de lo más variopintos, como: "¡Era yo tan joven!", "¡No conocía la vida!", "¡Ella me conquistó con su poquita cosa!", "¡Resulta increíble: me encontré casado sin darme cuenta!", etc. Sucede que u n buen día, como flor azul romántica o macho cínico, se produce u n encuentro importante. Y ya hemos 71

visto más arriba cómo una sola mirada puede bastar para desencadenar semejante alarde (los primeros pasos junto con la otra parte) que se sitúa a dos niveles: aprender a conocerse mutuamente (la parte de los sueños y las esperanzas) e imaginar (con mayor o menor razón o lucidez) una vida en común. (Me veo obligada a precisar que no vamos a tratar en estas páginas más que de estudiar por qué una pareja experimenta dificultades y cómo tales dificultades se tornan a veces en problemas).

LO QUE QUIERO QUE VEAS DE MÍ El "look" En nuestra vida diaria, cuando nos topamos con un desconocido, las primeras impresiones suelen ser esenciales. Con ocasión de la seducción amorosa, momento esperado, tan soñado, sea arrebatada o autorizada, asistimos a un alarde en cuyo decurso una de las primeras preocupaciones consiste en la presentación de uno mismo. Presentación física de uno mismo: se trata de la casi inevitable carrera febril en pos del look con la idea más o menos consciente de lo que él prefiere (¡pero, al no conocerlo es tan fácil equivocarse!) más bien el tipo BCBG, relajado, discreto, agresivo, sexy o neutro, etc. La elección de la ropa y los accesorios (adornos y demás perifollos), aderezos del alarde, suponen otros tantos elementos de la mayor importancia (tanto para él como para ella) en la comunicación no verbal. Estas decisiones, que pueden antojarse secundarias, no se toman al azar, como tampoco la de ser "natural", y una vocecilla nos susurra tales consejos en función de los sentimientos que pretendemos suscitar: asombro, admiración, seguridad... A la presentación del aspecto físico conviene añadir otra presentación que pronto o tarde se llevará a cabo: la del propio territorio, imagen que confirmará la anterior (la coherencia puede ser tomada de una manera muy positiva) o bien,

sin llegar a producir un "shock" (!), acaso sea la causa de una extraordinaria sorpresa; él y ella se van descubriendo por partes sucesivas dejando flotar múltiples misterios o, posibilidades de misterio, cosa de lo más sugerente y que da ganas de saber más acerca del tema. "¿Cuándo dejará de admirarme?" El conjunto de conductas vinculadas con la presentación de uno mismo (aspecto físico y territorio) responde a unas reglas (con frecuencia inconscientes) codificadas por obra de los programas que nos vienen construidos mirando un objetivo muy concreto (dentro del alarde amoroso -1° mismo que en la elección de la pareja- no hay nada que sea debido al azar): seducir y, para ello, como actores en semejante alarde, tratamos de ofrecer (bajo nuestro control o al margen de él) una idea de nosotros mismos tal que la otra vez, derive de ella ésta o aquélla impresión. ¿Tarot o bola de cristal? ¿La preocupación de ambos protagonistas n o se centra en agradarle al otro? ¿Y en qué consiste agradar sino en contentar, halagar, complacer, embriagar, encantar, embelesar, responder a unas esperanzas adivinadas, etc.? La tarea no resulta sencilla, ya que en ocasiones Eros suele ser difícil de convencer. ¡Los filtros de amor resultan de un uso proporcionalmente mas rápido y económico en cuanto a tiempo, preocupación y energía! Esto supuesto, y aun a riesgo d e exhibirse, ¿a qué viene hacer alarde de la peor imagen de u n o mismo? Para poder afirmar después: "¡Ya lo ves, te lo hat>í a prevenido! O por "acceso-exceso" de franqueza: "Es preferible que sepas antes ...", aun con peligro de verse tal vez r e c h a z a d o de entrada o, por el contrario, provocar la m a g n a n i m i d a d y la grandeza de alma de ese otro ardientemente d e s e a d o ("¡Tiene que estar bien para aceptar incluso hasta eso!"). ¿A qué no llegará uno con objeto de parecer a q u e l l o que el otro espera, prefiere o desea? Porque jamás e s t a m o s seguros de responder con exactitud a las expectativas d e la otra parte, ¡puesto que no las conocemos! Por lo mismo tenemos que 73

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convertirnos en unos videntes extralúcidos y poner en juego todas nuestras cualidades adivinatorias. Tan solo actuamos en función de la idea de las expectativas que uno tiene respecto al otro ( fundándonos por tanto en nuestras creencias) y no se nos ocurre nunca verificar tales intuiciones. ¿En qué radicaría entonces el misterio? ¿Dónde estaría el juego? ¿Dónde el mérito de lograr la victoria buscada? El alarde amoroso constituye un juego difícil (y la decisión de no "interpretar la seducción" supone ya una modalidad de ella, muy sutil y sofisticada). La otra parte espera -la espera es recíproca- verse seducida: "Hazme ver de qué eres capaz, acaso me consigas". El mayor inconveniente relacionado con esta presentación de uno mismo estriba en que no resulta sencillo cambiar la imagen durante el trayecto y uno acaba en ocasiones cansándose si dicha imagen es demasiado distante de la realidad. El agotamiento puede llevarse el gato al agua: no siempre contamos con los medios (físicos, psíquicos y... financieros) para parecer durante mucho tiempo aquello que no somos o no lo somos sino ocasionalmente. ¿Qué seré esta noche? La etapa de la presentación de uno mismo (aspecto exterior y territorio) lindará con la presentación de su personalidad; ambas presentaciones discurren simultáneamente. Dentro del campo del carácter (ideas generales y peculiaridades, sueños, gustos, etc.) se verá facilitada la comunicación puesto que cuanto digamos tiene poca importancia cuando sabemos con qué diligencia quiere creernos nuestro "oyente" ya que eso hará que nuestra comunicación coincida con su sistema de creencias .

citar una impresión a partir de la expresión de sí no es raro que ese "yo" propuesto haga olvidar, descuidar al verdadero "yo". Acaba uno por no atreverse a manifestarse a plena luz, por miedo a decepciones. Semejante miedo a decepcionar, que subyace bajo la mayoría de las conductas ligadas con el encuentro, con el alarde amoroso, tiene como resultado atar al individuo dentro de un papel convirtiéndose en la imagen que ofrece de sí (hasta acabar en algunos casos por creer en ella). Tal prisión es el precio que uno estima que debe abonar para estar seguro de ser amado, en tanto que a la par nos enclaustramos en una doble tensión: "Si sigo siendo mi imagen, corro el peligro de traicionarme (lo cual acabará forzosamente por suceder, es algo ineluctable); si me libero de dicha imagen, puede que no sea amado (lo cual resulta claramente menos evidente)". ¡A la de quinientas, descanso! Esto supuesto, mujer, si por ejemplo no hubieras tenido ganas de seducirle, ¿hubieses sentido placer en pasar la mayor parte de vuestras tardes escuchando jazz junto a él, cuando a ti no te agrada la música? ¿Hubieses pasado tres horas diarias ante el horno agotando tu libro de recetas internacionales? ¿Eres capaz, aquí, ahora, de asegurar que ya nunca jamás vas a dejar de ponerte crema nutritiva antes de acostarte?¿De jurar que vas a seguir riendo durante años todos sus juegos de palabras? Y tú, hombre, ¿es reciente tu afición a la nueva cocina en cada comida? ¿Tu pasión por los muebles pintados austríacos no es un simple capricho pasajero? ¿Seguirás practicando "jogging" todas las mañanas de los domingos porque a ella le encanta correr a tu lado? ¿Es que te entusiasma tanto su hermanita como para escucharle hablar sin descanso? etc.

Una vez más, la cuestión no consiste en engañarse y facilitar la mejor imagen posible de uno, siempre en función del contexto y del objetivo que se persigue. Por desgracia, suele ser muy frecuente a lo largo de este período (el alarde amoroso) que se cometan los errores de peores consecuencias: a fuerza de pretender ofrecer a cualquier precio una imagen de sí (sus-

¿Cómo vais a proceder los dos para dar marcha atrás en estos puntos (y en tantos otros) que parecían logrados, puntos de apoyo de cara a nuevos impulsos, para otros aprendizajes, aprendizajes forzados que os tienen aprisionados y os atenazan cada vez más? ¿Cómo dar a conocer tus pretensio-

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nes de no ser constantemente una imagen? ¿Cómo yugular ese miedo a no dar ya placer? ¿Se te perdonará que seas lo que eres? Llegado este estadio, ¿sabes con exactitud quién eres? Este entramado de disimulaciones y de falsas revelaciones cierra sobre ti la trampa del alarde amoroso puesto que, cuando un actor propone cierta definición de una escena, insertándose en un papel determinado, abandona a la par todas las demás posibilidades, rechaza cualquier pretensión a ser lo que no parece ser y, por lo mismo, renuncia a verse tratado como desearía ya que ese tratamiento queda reservado para unas personas que no le corresponden, toda vez que ha elegido mostrarse de otra manera. -"¡Bueno, yo soy abierto de ideas, no tengo dificultad en admitir las relaciones sexuales extraconyugales! Es algo normal... Hay que ser moderno, ¿no?"

Esto supuesto, ¿por qué preferir la dificultad y el rechazo de la identidad de uno mismo? ¿Es que no es posible ser amado por lo que uno es? Por supuesto que sí, y, a pesar de todo, no es eso lo que nos han enseñado nuestra familia y nuestra cultura (en líneas generales). ¿Resultamos lo suficientemente "bien" como para mostrarnos tales como somos? Eso no obstante, cuando se deteriore la imagen hermosa, ¿que acontecerá? Remitimos esta cuestión -que infunde demasiado miedoa más adelante y nos consagramos a conservar nuestra nueva personalidad, la del momento de la seducción que, por fuerza, tiene que agradarle más al otro, a ese otro que obtendrá tan solo de nosotros una imagen deformada y que únicamente contemplamos a través del caleidoscopio de nuestra mirada enamorada. ¿Y no consiste el Amor en "tener siempre razón"? (Barbey d'Aurevilly).

-"¡Bien!... Si tú lo dices... (una mirada soñadora). Y la esposa, fortalecida con semejante permiso, pasa a la acción, con enorme perjuicio para ese gran hombre tan moderno... que padecerá torturadores ataques de celos sin otorgarse a sí mismo el derecho a contradecirse.

Soplar no es interpretar

LO QUE QUIERO VER DE TI Lo que deseo ver en ti son otras tantas alucinaciones programadas. Hay dos clases de alucinaciones o fenómenos hipnóticos: la alucinación positiva, que consiste en ver algo que no existe, y la alucinación negativa, que consiste en no ver aquello que está ante nuestros ojos. Por ejemplo, a fuerza de desearlo, una persona es capaz de estar persuadida de que el otro le ha dicho "te amo"; o bien no ver, cuando salen juntos, que el otro mariposea sin cesar, dejándole solo frente a frente con su drink...

A pesar de lo dicho, no es nuestro intento tildarles de hipócritas a ambos miembros de la pareja. (Irene Pennacchioni -véase la bibliografía- habla de los "simuladores sinceros" que acaban por perderse entre los meandros de los espejos deformadores que colocan entre ellos mismos para no verse demasiado bien). Con frecuencia quedan apresados en su propio juego y llegan a persuadirse tranquilamente de que son aquello que pretenden ser; esa realidad que intentan crear a cualquier precio se va convirtiendo poco a poco - y durante algún tiempo- en su realidad. En el caso contrario, ya no cabe hablar de alarde amoroso, sino de una duplicidad, si no ya de un cinismo, cuyos peores ejemplos "seducen y abandonan" a unos hombres y mujeres confundidos.

Y es que resulta cierto que el alarde amoroso no se contenta con poner en práctica una imagen de uno mismo a la par aduladora y apropiada (por lo menos eso es lo que suele creerse), sino que dicha imagen da lugar a otro milagro: una selección tal en las percepciones que ni siquiera cabe decir que el amor le haga a uno ciego. ¡Más bien nos induciría a ver jirafas con lunares azules! Filtros y alucinaciones trabajan y se multiplican hasta que la imagen del otro se corresponda con la soñada: hacer unir la realidad con el sueño en una adecuación

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justificada únicamente por los prismas de una visión de deseos, expectativas y anhelos. Hasta ese pequeño mohín tan adorable, señal de dulzura que se convertirá en "la horrible mueca hocicona" de las horas menos gloriosas en las que el alarde dejará de ser amoroso para convertirse en marcial. Dispongo de todas las pruebas Cada índice (actitud, gesto, palabra, mirada, comportamiento o ademán, incluso los esbozados) quedará encuadrado positivamente. El encuadre Un suceso, una palabra, un gesto no posee otro sentido que aquel que le atribuyamos, en función de nuestra visión del mundo. De ahí que puede resultar importante encuadrar una interpretación y hay dos maneras de hacerlo: - Encuadre de sentido: conferirle otro significado a una interpretación. Por ejemplo, Santiago se reconoce muy testarudo: puede proceder a un encuadre de sentido reconociendo que es obstinado, lo cual puede significar perseverante, y eso implica una cualidad útil. - Encuadre de contexto: aquello que connotamos de una manera negativa en determinados contextos es susceptible de revelarse muy positivo en otros. Por ejemplo, Natalia se siente muy poco diplomática en su vida profesional y, a pesar de todo, sus amigas la aprecian por su espontaneidad y su entusiasmo, por su sinceridad y franqueza, lo cual demuestra que ese aspecto de su carácter tiene también sus lados positivos.

nea a su madre todas las noches, eso quiere decir que es un hijo afectuoso, que tiene sentido del deber, que se puede contar con él. Si ella no toma nunca la iniciativa en la relaciones sexuales, significa que es seria, que no acudirá a ver a otros. Si él permanece las tardes enteras ante el ordenador, quiere decir que no es capaz más que de amar con pasión. En el momento del alarde amoroso, el tratamiento de la información se ve seriamente optimizado: bien se trate de lo físico o de la personalidad del otro. La percepción se torna entonces extremadamente selectiva: no vemos más que aquello que queremos ver y lo que descubrimos suele ser con frecuencia lo que buscamos; por ejemplo, si de acuerdo con el comportamiento de una persona, deducimos de ello que dicha persona posee determinadas cualidades, les atribuimos a tales cualidades (con razón o sin ella) un valor científico de tipo diagnóstico; y así creemos saber más acerca de cómo es el propietario de dichas cualidades.

La caza del tesoro En consecuencia, el otro es idolatrado, idealizado y colocado sobre un pedestal tan alto que no podrá por menos de caer de él aplastando bajo el peso de ensoñaciones y de todas las hermosas imágenes que se habían formado de él -imágenes que este último habrá contribuido a forjar, conforme hemos visto. Así es como uno sucumbe al amor por el Amor; al ser humano que queda detrás sólo le corresponde mantenerse, ¡estar a la altura! Tanto más cuanto que se le mira con unos ojos tan miopes que le resulta fácil dejarse llevar por ese amor tan poderoso que no ve en el más que cualidades excepcionales.

Si por ejemplo, ella se lava las manos a todas horas, significa que es verdaderamente meticulosa: la casa estará bien atendida, será siempre limpia para consigo misma (¡es tan importante la higiene!) y, sin duda, atenderá con esmero a los niños. Si él no habla apenas, significa que piensa intensamente, que es inteligente. Si ella cuenta con muchos amigos, es que es agradable, expresiva, que la quieren mucho. Si él le telefo-

La imagen que uno pretende forjarse del otro queda deformada hasta el extremo de que los defectos pasan a convertirse en cualidades muy preciosas; ¡eso por lo que atañe a las cualidades! Ya no faltarán sino los altares para celebrarlas y ni siquiera se encontrarán palabras adecuadas para su descripción: "¡Oh, ya sabes, el es., ¡es tan...!"

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¿Como describir lo indescriptible? Ahora bien, ¿por qué no verle al otro tal cual es, como un ser humano? Una vez más, topamos con el miedo, distinto en esta ocasión: "Si no es éste, acaso no se presente nadie después; es preciso que sea él, quiero que sea él". "Esta es la teoría que decide qué es lo que estamos en condiciones de observar" -afirmaba Einstein. Si mi teoría me dice que es él al que quiero o el que me hace falta, haré cualquier cosa, sin que importe qué, para confirmarlo. De lo contrario, pues, tendría que volver a empezarlo todo con otro, si tengo ocasión de ello, ¡cosa nada segura! Y no hay nadie (por el momento) consciente de verdad de una mirada tan velada, tan falseada -como tampoco de las razones de esa neblina de color de rosa. Las deformaciones, generalizaciones y selecciones (las modalidades de creación de nuestra propia realidad) proceden de buena fe, son inocentes y están atiborradas de sueños y esperanzas procedentes de lo más profundo de nuestro ser. Dichos sueños pasan a hacerse reyes y reinan sobre esos instantes de los que siempre se nos ha dicho que eran los más ricos. "Todos y todas parten en busca de la idea del amor como los niños que creen en el tesoro 1 ". ¿Y es que no es mejor un "toma" que dos "te daré"? El colocar una aureola sobre la cabeza del otro resulta siempre más halagador para uno mismo. El ejército de los no-amados, de los malqueridos apreciará cueste lo que cueste a ese otro cuya primera virtud estriba en existir, en estar libre (entiéndase disponible); a propósito de la libertad, tiene su gracia el constatar cómo, por lo general, la mujer soltera esta considerada como una mujer sola y acaso libre, en tanto que el soltero lo está como un hombre ¡libre en absoluto y tal vez solo! La realidad no es siempre tan agradable como se ha solido asegurar con frecuencia, por lo que la decoramos, la maquillamos y hasta la olvidamos un poco, antes de que ella se acuerde tristemente de nosotros, ¡más fea que lo que es en sí, precisamente por haber sido demasiado embellecida! Estas alucinaciones tienen una molesta consecuencia: la decepción cuando todas las facetas de la otra parte quedan 1 I. Pennacchioni, De la guerre conjúgale, Mazarine, Essai, 1986, p. 202. 80

ocultas, cuando simplemente se muestra tal cual es; esto es lo que explica los cambios bruscos que sobrevienen en el momento en que los dos miembros de la pareja viven la relación en el día a día y no ya en unas condiciones privilegiadas como las de la declaración de amor, la luna de miel o unas vacaciones. La visión del otro y la imagen que uno ha pretendido mostrar de sí mismo se ven entonces seriamente alteradas, lo cual resulta tanto mas difícil de soportar cuanto que ni uno ni otro se hallan ya tan disponibles en lo referente al tiempo como en la bendita época del encuentro cuando cada uno era para el otro. Sin omitir el dato de que solemos mostrar cierta propensión a vivir el presente en función del pasado: es ésta una tendencia tan constante como opresiva. Imagen de sí, visión del otro, ocurre como en la declaración de amor: la persona percibida no es, pues, más que fragmentaria, parcial, compuesta a un mismo tiempo por aquello que ella pretende mostrarnos y por lo que nosotros aceptamos ver en ella -¡lo que tantas ganas tenemos de ver en ella!

DOS LEYES DEL ENAMORAMIENTO: PARECERSE - ADAPTARSE Felicidad, pudor... Cualquier diferencia, aun la menor, tiene que quedar suprimida o disimulada con esmero, bien se trate de valores o principio de aficiones o deseos, de preferencias o repulsas. Los nuevos miembros de la pareja suelen ser, de ordinario, cómplices en el enmascaramiento e ignorancia de todo cuanto pudiera ser fuente de conflicto o, incluso, hasta de mera falta de acuerdo. ¿Hay algo, en efecto, más agradable que encontrarse en el otro? Esto supuesto, por esos mismos motivos (tan sólo vemos aquello que queremos ver), es fácil descubrir multitud de puntos comunes y tranquilizarse con ello. Si dos se parecen ¿no tienen todas las posibilidades de entenderse, en 81

virtud del viejo proverbio "lo semejante se une a lo semejante" ("qui se ressemble s'assemble")? De ahí que cualquier tema susceptible de litigio sea cuidadosamente soslayado y que la conversación se asemeje en ocasiones a un simple parloteo, poco peligroso; basta con escucharle bien a la otra parte, con observar con atención sus actitudes y manera de proceder para adivinar las cosas que no hay que decir ni hacer. Semejantes "adivinaciones" no son verificables toda vez que permanecen en el estadio de la intuición e intentar desvelarlas entraña excesivos riesgos. En consecuencia, todos y todas intentan con desesperación no desagradar y complacer al otro, hasta el extremo de que cada actor tan sólo vive en función de lo que estima que la otra parte espera. Algo así como si hiciera falta que ese otro se convirtiera en el espejo que aprueba nuestra existencia como si no fuéramos capaces de existir más que a través o gracias a la mirada del otro: "¡Me ha mirado ella, me ha sonreído, y ha caído en la cuenta de mi existencial!"; "Sin él, ¡no sería nada!"; "Ella es quien me ha hecho descubrir lo que de verdad era...!" El envite es realmente de importancia puesto que, si la mirada se dirige a otra parte, volvemos a convertirnos en ese pobre ser carente de vida, sin consistencia, que volverá a asumir su divagar hasta localizar a algún otro (si existe) que, con su aliento, nos devuelva ese sentimiento que no tiene precio: el de existir. Y todo ello sin omitir (y es un añadido que cuenta) que, al proceder de este modo, volvemos a depositar resueltamente la responsabilidad de nuestra vida en manos del otro. ¡Menudo regalo! Repara que se trata de algo recíproco, pero, esto supuesto, entonemos todos juntos, al amor de los farolillos: "¡Dependencia, henos aquí!"; "¡dependencia, henos ahí!".

He aquí a nuestra pareja a la búsqueda de semejanzas en todos los ámbitos: costumbres, aficiones, ideas y maneras de pensar, persuadidos de que, cuanto más se asemejen, mejor podrán ponerse de acuerdo, se sentirán más seguros de estar "hechos el uno para el otro". Por lo tanto, ¿está implicada la semejanza dentro del amor? ¿Y cómo va a ser uno capaz de apreciar de verdad las semejanzas (ya que es cierto que se dan) cuando pasan a convertirse en una cuestión de vida o muerte para la existencia de la relación?

Persiste y firma Si, a pesar de todos los esfuerzos combinados por parte de cada uno por disimularlas, algunas diferencias resultan demasiado evidentes, se imponen dos soluciones: cuando no puedan de verdad ser negadas u ocultadas, el individuo se las arregla procediendo, una vez más, a ciertos encasillamientos tan tran-' quilizadores como inadecuados: "Nunca me ha dicho ella que me amaba, pero, si no me quisiera, me habría dicho que no quería verme más..." "Él no deja de criticarme, pero eso demuestra con claridad que me ama; de lo contrario no se interesaría tanto por mí..." "Es cierto que ella bebe algo más de lo debido, pero me ha jurado que lo dejará pronto..." "Él me ha dicho que no quería tener un hijo, ¡pero sé de sobra que los adora y que será feliz cuando el niño esté presente!", etc. De este modo, las divergencias quedan minimizadas, lo cual responde a una grave ignorancia en lo referente a su potencial impacto de cara a la relación futura; por otro lado, y suele ser la postura más corriente, la persona se adapta a la otra. Aprender a conformarse a los deseos reales o supuestos del otro y a sus necesidades (asimismo reales o supuestas) sigue siendo otra prueba que parece que la declaración de amor exige dentro de su serie de ritos iniciáticos.

Es también ésta la razón por la que determinadas acciones determinados gestos se ven reprimidos, puesto que podrían revelar ciertos aspectos que contradicen la conducta tan cuidadosamente elaborada: la aceptación del otro. El temor a las divergencias, a las diferencias es más fuerte que la alegría y la riqueza que pueden proporcionar.

Es preciso demostrar que uno es capaz de anularse ante el Amor: el objetivo (una relación duradera) anula la verdadera identidad. El precio que hay que abonar por el fin buscado parece ser, en el mejor de los casos, la confusión, una especie

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de oscurecimiento en el pensamiento, y en el peor, la voluntad deliberada de proceder "como si". Como si no fuera grave el aceptar (tascando el freno) que ella lea toda tu correspondencia (porque "todo lo tuyo es mío"). ¿Y qué decir contra cualquier realidad que no resulte conforme con el proyecto, cuando uno tiene miedo de decepcionar? Como si no fuese suficientemente grave el someterse a unos imperativos categóricos del estilo de "quiero que una mujer sea así", o "quiero que los hombres sean así", por miedo a desagradar. En contra de la imagen que uno ofrece de sí mismo y que suele responder (con frecuencia de manera inconsciente) a lo que estimamos que el otro quiere de nosotros, se trata aquí de un proceso (que se parece a un juego cuyas reglas conoce cada parte de la pareja) con unas consecuencias que no se te escapan. Puesto que, al proceder de este modo, no sólo nos engañamos a nosotros mismos dejándole a la relación pocas posibilidades de fundarse sobre unas bases sólidas (lo cual no excluye en absoluto el amor), sino que también suele ser en tales momentos de la declaración del amor cuando aprendemos a engañarle al otro actuando de tal manera que no podamos por menos de obtener la respuesta deseada. En efecto, en toda interacción el deseo de cada parte de la pareja se centra en influir y dirigir la reacción, la respuesta del otro: es un tema fundamental de la seducción. La acomodación (que significa la adaptación al otro) consiste no sólo en responder a todos los deseos que suponemos en ese otro, sino también en llegar hasta a creer firmemente y a asegurar en voz alta y clara que experimentamos tanto agrado como él. Tal es el tributo que hay que satisfacer al amor romántico que no conoce otra relación amorosa que la bañada en leche y miel. ¡Qué más da un embuste cuando sufrimos una embriaguez!... de la cual no ignoramos sus inciertos y desencantadores días siguientes.

NACIMIENTO DEL "NOSOTROS Objetivo: trueque Cada miembro de la pareja espera que el otro actuará como él: a cambio de lo que él da, recibirá cuanto desea. Mientras que al comienzo del alarde amoroso quedan abiertas todas las posibilidades, el proceso que acabamos de ver (presentación trucada de uno mismo, imagen deformada del otro, búsqueda de semejanzas, negación de diferencias y adaptación al otro) ha aminorado claramente la opción de ciertas modalidades de conducta excluyendo, dejando fuera de la relación cuanto no convenía autorizar que entrase en ella. De ese modo, ambas partes, de acuerdo con la cantidad de energía invertida en dicho proceso, muestran sin lugar a dudas lo que están dispuestas a realizar en favor de la relación, en favor del otro, ajustando su compromiso a su concepto de la vida entre dos. De ordinario, la noción romántica del amor crea una serie de expectativas que ninguno de los miembros podrá satisfacer en virtud del lado irreal de tales expectativas. Semejante decepción - m u y comprensible- se acentuará todavía más si va acompañada del sentimiento de haber sido engañado, embaucado por el otro que no sabe (que no puede) responder, ni descolgar la luna todas las noches; entonces los sueños se nublan, las imágenes se desgarran y los sabores exquisitos se cargan de amargura.

Todos esos rituales suponen otros tantos fenómenos culturales que se van transmitiendo de generación en generación a través de un complejo entramado de creencias. De este modo se produce una especie de control mutuo ("Yo juego el juego si tú también lo juegas"), primera regla de la relación naciente.

La movilización sobre el objetivo y los esfuerzos llevados a cabo en el transcurso de la declaración de amor no sólo han hecho que la relación se concretice, sino que ha habido tiempo para que se hayan instaurado una serie de reglas, menguando las posibilidades e instalando un mecanismo y un código que lo convierten en un autentico sistema. ¿Responderá éste a los deseos, expectativas y esperanzas (conscientes e inconscientes) que conoce toda persona que se compromete en una relación amorosa? Los diversos elementos que integran el alarde amoroso inducen una respuesta que apenas si tiene

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posibilidades de resultar positiva. ¿Cabría, pues, que nos planteáramos la cuestión de saber por qué ocurre tal cosa? ¿De qué puede uno tener miedo? Dado que sabemos que cuanto más fuertes son las expectativas, mayor será la frustración y causa de sufrimiento, ¿de que sirve rehusar el abrir los ojos? Es de sobra conocido por todos que las frustraciones suelen ser de ordinario proporcionales a la potencia de las esperanzas, expectativas y aspiraciones, y ya veremos cómo el sistema (sus reglas, códigos y comunicación) intentará mantener tan precario equilibrio; ¿no merecía más la pena que no se hubiera dado la relación, todo el dolor y los esfuerzos llevados a cabo para construirla? Hay que justificar la inversión y, por lo menos, no salir perdiendo: las leyes del nuevo sistema se encargarán de administrar esa reunión de tres conjuntos muy dispares, "yo'V'tu" y "nosotros", a fin de que pueda sobrevivir "nosotros".

¡«¿ese La parejlf (desembarca o la emergencia de las reglas

Las reglas de partida Podemos descubrir las reglas que se instauran al comienzo de la relación planteándonos las siguientes cuestiones: - ¿Quién se dirigió hacia el otro? - ¿Quién tomó la primera iniciativa? - ¿Quién tomaba las decisiones sobre: • las citas, • la ocupación del tiempo, • las actividades comunes? - ¿Cuál era el clima en la incipiente vida relacional (alegre, seria, tensa...)? - ¿Se colmaron vuestras expectativas? - ¿Cuál fue tu primera decepción? - ¿Tienes la sensación de no haber sido, en ocasiones, tú mismo? - ¿Qué abandonaste? - ¿Qué recibiste? De acuerdo con tus respuestas, tal vez descubras una serie de reglas que se han instaurado en vuestro funcionamiento como pareja. También puedes poner en práctica el presente ejercicio con tu compañero de pareja, descubriendo con ello su propia percepción de esta realidad. 86

Mientras que los amantes navegan, la pareja atraca en la ribera de la realidad de la vida cotidiana. Se verá abocada a "tener dicha vida juntos" y a "serla juntos". Ha concluido ya el alarde amoroso: las dos partes deciden vivir juntas, cosa que significa que, como en toda interacción, irán emergiendo una serie de reglas de vida en común; dichas reglas, que son necesarias para el equilibrio del sistema, reducirán considerablemente el campo (que era ilimitado) de las posibilidades que se ofrecían con ocasión del encuentro. Yo debo, tú debes, nosotros debemos Eso equivale a decir que, a medida que se desarrolla una relación, se va estructurando cada vez más. Significa que, de entre todos los numerosos comportamientos posibles, algunos se tornarán cada vez mas frecuentes (y, por lo mismo, más previsibles), en tanto que otros, por resultar inútiles, se retirarán de la escena. Esta estructuración (y ese es el cometido de las reglas) determina ciertos esquemas de conducta (apenas queda margen 87

para la sorpresa) que pasarán a hacerse repetitivos, por lo que existe el peligro de que la relación pase a hacerse rígida en extremo, en función justamente de esa repetitividad y de la reducción de las opciones dentro del "cómo vivir juntos". Los sistemas integrados por cada miembro de la pareja suponen, en efecto, poca apertura en la selección de actitudes ya que suele ser raro que los mitos familiares generen programas que eviten la repetición y acepten lo imprevisible. Las situaciones inesperadas o los cambios desencadenarán con frecuencia momentos de vacilación, si no ya de pánico, puesto que "¡no lo habíamos previsto!" Entonces viene el precipitarse sobre la memoria, sobre los modelos familiares con objeto de encontrar una regla, un código susceptible de organizar algo que podría antojarse indecente: la novedad. "Las sombras contagiosas del pasado" (Virginia Satir) pasan a hacerse tangibles, palpables, en semejantes momentos de tormenta. Las reglas en cuestión suponen otros tantos dispositivos que rigen la relación: estipulan y delimitan las conductas de cada uno en la mayoría de los terrenos de la vida entre dos; les atribuyen a cada uno de sus miembros tanto ciertas obligaciones (que son estrictamente coacciones,deberes en lo referente a la conducta que hay que adoptar) como esperanzas de cara al otro (los derechos de cada uno): "Como tengo que decirte la verdad, espero de ti que me la digas"; "como estoy obligado (por nuestras reglas) a respetarte, espero de ti que me respetes", etc. Los deberes son el precio para otorgarse unos derechos, derechos y deberes que tienen que mantener el equilibrio de la relación. El precio de cada uno se armoniza con el del otro a fin de que el "día de las cuentas" (si llega) entre lo "dado" y lo "recibido" constituya un día de fiesta y no de acritud: "¡Después de todo lo que he hecho por ti! ¿Así me lo agradeces?"

tiempo, inconscientes; se trata, pues, de una especie de contrato tácito (denominado también contrato psicológico) que en ningún caso suele pasar a ser objeto de discusión, de negociación: por lo mismo, sus condiciones nunca quedan definidas. Estas reglas no emergen a la conciencia de los miembros de la pareja sino cuando se ven violadas y su descubrimiento rara vez es apreciado. Además, como son implícitas, no es posible ponerlas en tela de juicio antes de que se haya producido la transgresión, lo cual suele ser origen de no pocas dificultades dentro de la vivencia de la relación. Un buen contrato Establecer un contrato supone ponerse de acuerdo sobredi "cómo" vivir juntos. Se fundamenta en: -

un consentimiento mutuo, la competencia de cada parte para cumplirlo, la consideración recíproca, un objetivo común.

Cuando un contrato es sinónimo de presión o de apremio, ya no es contrato: es una modalidad de sabotaje en la relación. Un buen contrato se asume con entusiasmo y lucidez en lo referente a las posibilidades reales de cumplirlo y sabiendo cuáles serán sus consecuencias para la pareja. Se enuncia de manera positiva (no en términos de prohibición) y las partes saben desde el principio que puede adaptarse a las situaciones nuevas y a la evolución personal de cada uno. El valor de un contrato depende de su claridad, de la voluntad de consentimiento, de la fuerza del compromiso y de la sinceridad del respeto hacia el otro.

Existen dos modalidades de reglas: las implícitas y las explícitas, formuladas con claridad. Las primeras, dado que son implícitas, permanecen ocultas y, durante la mayor parte del

Bernardo ha adoptado, desde el comienzo de la vida en común, la costumbre de sacar las basuras cada noche, sin que se lo haya pedido jamás Blanca. La regla implícita reza: Bernardo es el que tiene que sacar la basura. Un buen día, Bernardo se absorbe en la lectura de un libro y la velada se prolonga. Blanca, que no es capaz de dormirse más que cuando la cocina queda inmaculada, se pone nerviosa a medida que van pasando las horas y ya muy tarde, no soportándolo mas, le pregunta a Bernardo si va a sacar o no las basuras. Él, con

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El iceberg al completo

tranquilidad, le responde que, excepcionalmente, puede hacerlo ella ya que él no tiene ganas de dejar su libro. El estupor y la cólera se apoderan de Blanca: la regla oculta se pone de manifiesto al ser transgredida. Bernardo se defiende: "¡Después de todo, nadie ha dicho nunca que sea yo quien deba hacerlo todas las noches!". Si Bernardo y Blanca no quieren transformar el incidente en una dificultad, les bastaría con enunciar una norma clara respecto a las basuras que hay que sacar; en caso contrario, dado que esa noche Bernardo rehusa obedecer, Blanca (puesto que no soporta aguardar hasta la mañana) las sacará sin disimular su cólera y con el sentimiento de que ha sido engañada; o bien lo hará Bernardo pensando que se le está explotando. Acaso la dificultad se convierta en un problema por no haber sido tratada. Al margen de esto, este tipo de incidentes, tan anodino en apariencia, ¡puede ser el detonante de una disputa mucho más seria en caso de que ambas partes se sirvan de él para dar rienda suelta a cuanto poseen en su corazón después de tantos años! La principal contradicción inherente al tema de las reglas implícitas reside en el hecho de que la mayor parte de ellas quedan precisamente ocultas para eliminar todo conflicto, siendo así que, en realidad, lo que hace posible evitar las disputas es el enunciado de una regla, de una modalidad de funcionamiento. Comoquiera que existen gran cantidad de reglas ocultas que se han ido instaurando en virtud del adagio "si de algo no se habla, ese algo no existe", tales reglas suponen una coacción con una pujanza incuestionable; a pesar de su invisibilidad, ejercen un influjo notorio sobre la vida de los miembros de la pareja. Condicionarán los temas prohibidos (por ejemplo, no se puede hablar nunca de que Fulana ha venido manteniendo relaciones sexuales con su cuñado desde hace treinta años, o del último hijo de la cuñada que, a sus cuatro años, no habla demasiado bien), los intercambios acerca de las percepciones (en el sentido de que no ver u oír determinadas cosas resulta muy aconsejable), las sensaciones y sentimientos que se de90

ben compartir o reprimir (o escribir en el diario íntimo), las cuestiones que es menester plantear o callar, etc. En consecuencia, tienen que seguir siendo tabúes ciertos aspectos importantes de la vida de cada miembro. Las reglas tácitas equivalen a una especie de contrato no formulado entre las partes (las reglas implícitas), cosa que podría inducir a pensar que son aceptadas libremente por el otro; ahora bien, no suele ser siempre ése el caso, sino que no pocas de ellas son impuestas -como veremos más adelante.

Más o menos el infinito r

Para concluir con esta presentación de lo que suponen las reglas, conviene hacer notar la diferencia entre los sistemas (las relaciones) abiertos y los sistemas cerrados, generadores unos y otros de reglas más bien contrarias. Un sistema abierto ofrece un abanico de opciones de conducta suficientemente amplio como para que el cambio o lo imprevisto no se conviertan en otras tantas situaciones insuperables. Se trata de un sistema que otorga la preferencia a la flexibilidad y a la lucidez: "Se fundamenta en respuestas a la realidad para seguir viviendo 1 ". En cambio, todo sistema cerrado descansa sobre la coacción, la fuerza y la rigidez: "¡Es así; porque es así y porque nunca será de otra manera! ¡No quiero oír una palabra más sobre este tema!". Ni que decir tiene que las reglas que se instauran con cada uno de tales sistemas se hallan en las antípodas unas de las otras: los sistemas cerrados establecerán unas reglas gravosas, atosigantes, sin matices y de ordinario, inadaptadas; en tanto que las flexibles y adecuadas al contexto serán fruto de los sistemas abiertos. Cada regla, explícita o implícita, se deriva directamente de las creencias que tengan los miembros de la pareja; cuanto 1 V. Satir, Pour retrouver Vharmoniefamiliale, Éd. Universitaires, J.-P. Deterge, 1980, p. 128.

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más limitadoras sean, mayor reducción supondrán a nivel de la elección de las conductas, bien se traten del papel y las funciones de cada uno de ellos en el seno de la relación, bien de su respectivo poder, de las prohibiciones (en la mayoría de los casos implícitas), de la noción de espacio y tiempo o, incluso, de la imagen que la pareja pretende ofrecer de sí misma en público.

PAPELES Y FUNCIONES "¿Lo he hecho bien?" Cuando un ser humano se confunde con el papel que debe desempeñar, su verdadera personalidad queda reducida a una sola faceta, su forma de proceder se subordina a los deberes que van vinculados al personaje que representa y, en adelante, ya no será percibido sino de acuerdo con el papel en cuestión. La idea de los papeles dentro de la pareja se deriva de los mitos, por ejemplo de aquellos que hacen referencia al hombre y a la mujer, pero también de otras creencias, como las del "buen marido" o la "buena esposa". A partir del momento en que dos personas viven juntas, de cara al futuro se creerán obligadas a llevar la careta de su personaje y, si no lo hacen, podrán culpabilizarse o ser llamados al orden por parte del otro que no comprende cuanto sucede: no cambia uno "así como así" las reglas de juego.

ello: me daría la impresión de que estoy traicionando mi papel de esposa", o bien: "Si no fuera su marido, le hablaría de otra manera..." De entre todas las etiquetas posibles una de las más difíciles de llevar (por poner otro ejemplo) acaso sea la de suegra: resume por sí sola toda una serie de creencias -hasta quedar en ocasiones eliminada por completo la persona que interpreta tal papel. Aunque ella lo rechace, se las vería mal (en algunos casos) para mostrar, demostrar y probar que es una persona con iguales títulos que cualquiera otra, ¡que no hay por qué pagar tan caro su lugar dentro de la familia! Lo cual significa que hasta se llega a olvidar e ignorar al hombre y la mujer que se hallan detrás de los papeles de esposa y esposo. Cuando tales papeles quedan estrictamente definidos, todo lo que uno lleva a cabo parece "normal" (como, por ejemplo, preparar cuando menos un par de comidas al día, sonreírle a Don Fulano porque es el jefe de su marido o hacer horas extraordinarias en el trabajo y agotarse puesto que un buen marido está obligado a hacerlo, aunque gane suficiente dinero sin salirse de la jornada habitual, etc.). De suerte que resulta extremadamente difícil ser uno mismo: las maneras de proceder autorizadas y prohibidas están especificadas (de forma explícita o no -y, de ordinario, no); ideas y sentimientos quedan condicionados por las autorizaciones que ofrece -¡o destila!- el sistema, el nuevo programa.

Esta máscara es el equivalente a una etiqueta que cada una de las partes parece que lleva sobre su frente, estereotipos de pensamientos, actitudes y conductas que no siempre tendrán demasiado que ver con su verdadera identidad y contribuirán a hacer que se desvanezcan los sueños. A cuántas personas no he oído que dirigen discursos similares a éste: "Si me escuchara a mí misma, sé perfectamente lo que haría con los niños; pero no puedo, no merece la pena siquiera pensar en

Los papeles establecen, pues, unas reglas muy estrictas sobre los deberes y entrañan intensos sentimientos de culpabilidad cuando sus exigencias no se ven satisfechas. Reclaman unas modalidades inmutables siendo así que el ser humano está en constante evolución (como todo ser vivo), en el ámbito de sus ideas y de lo que siente. Es preferible ser y sentir lo que uno debe ser y lo que debe sentir: así reza el texto del papel. De suerte que, a veces, nuestros sentimientos, gustos, deseos, esperanzas y expectativas se oponen a la regla, a la ley y se ven exiliados, excomulgados, declarados "fuera de la ley" o, cuando menos, indeseables, puesto que ahí están y nada los puede borrar, hacer que desapa-

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rezcan. Existen, escondidos, ¿y cómo van a hacerse oír? Lo cierto es que un buen día reaparecerán, eso es seguro. Una mirada mezquina Los papeles pueden verse favorecidos por determinadas ideologías (sean las que fueren) que estrechan todavía más el marco y amplían su texto; en esa misma proporción incrementan la culpabilidad debida a una falta de memoria o a una "improvisación". Dichos papeles acaban por adherir ciertas máscaras sobre los miembros de la pareja que, en consecuencia, ya no sabrán demasiado bien quiénes son, quienes deben ser. Por lo que hace referencia a la culpabilidad, irá creciendo en función de las reacciones de la otra parte ante la transgresión. Y sentirse culpable de no interpretar bien (o mantener) el propio papel no es, sin duda, motivo para autorizarse a ser uno mismo. Si los papeles hacen posible conservar el equilibrio de la relación, la condición sine qua non para que no acarreen conflictos dolorosos estriba en que sean adoptados con libertad (no impuestos por el otro) y con libertad reevaluados de acuerdo con los cambios que puedan presentarse en la vida de la relación (vida profesional, llegada de un hijo, evolución personal de uno de los miembros, etc.) Esta noción de papeles se inmiscuye tanto dentro de los terrenos propios de la vida relacional, como en los de la vida sexual por ejemplo (¿quién tiene el derecho a tomar la iniciativa?) y en los de las tareas caseras, la elección de vacaciones, el lugar en que se ha de vivir, la gestión financiera del gobierno de la casa, etc. De ahí que sea importante considerar la propia relación a la luz de los papeles que se ha decidido interpretar dentro de ella a fin de verificar de manera minuciosa si el individuo que está detrás de ellos no queda frustrado ni molesto.

función ser docente en las clases de primaria: no se trata de ningún papel que haya que desempeñar sino de una función que se debe cumplir -lo cual no excluye los restantes aspectos de uno mismo. Esta separación entre el papel y la función de cada miembro en el seno de la relación hace posible una mirada distinta sobre los derechos y deberes de cada uno.

SIMETRÍA Y COMPLEMENTARIEDAD El brazo de hierro conyugal El concepto de simetría describe una de las dos formas fundamentales que es susceptible de revestir una relación; dicho concepto puede describirse en estos términos: el comportamiento de cada parte de la pareja determina directamente el de la otra. Una relación se llama simétrica cuando se basa en la igualdad de poderes de las dos partes: "Si tú haces esto, yo tengo derecho a hacerlo puesto que soy igual a ti y ya no tienes poder sobre mí;, ni más derechos que yo"; las decisiones so discuten sin que ni uno ni otro quiera ceder; la negociación discurre en pie de igualdad. No pocas veces la simetría acarrea conductas de sobrepuja y hasta, en ocasiones, de rivalidad. Cuando el modelo de interacción es simétrico, el hombre (por ejemplo) decide actuar porque su compañera actúa, lo cual incita a esta última a subir un peldaño suplementario, obligándole así a su compañero a ascender un nuevo escalón, y la escalada puede llegar muy lejos. Ambas partes se considerarán como estando en igualdad a todos los niveles: decisiones, críticas o impacto sobre el otro. El envite de tales interacciones se centrará en mantener el propio poder, cosa que es susceptible de originar muy pronto relaciones de fuerza:

Cumplir con una función no equivale a meterse en un papel, a adoptarlo como una de las facetas de la propia personalidad. Con frecuencia suelen surgir numerosos problemas por amalgamar esas dos nociones. Por ejemplo, un maestro tiene como

-Querida, es preciso que le escribas invitándole a la tía Dionisia. -¿Y por qué he de ser yo quien tengo que hacerlo? -Eres tú quien se encarga del correo, ¿no? -Yo ya sé lo que tengo que hacer.

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-¿Le has llamado al fontanero? - N o , ¿y tú? etc. La negativa a otorgarle al otro la última palabra (postura que se percibe como algo que le hace a uno superior) es primordial: "Si me das, te doy; si me rechazas, te rechazo; si me mandas, te mando..." y sigue adelante la relación de competición. La sobrepuja puede implicar muy pronto conflictos debidos a la escalada en la que el proceso de interacción resulta a veces más importante que el propio contenido. Cuando una relación simétrica es vivida bien, descansará sobre el respeto recíproco a la personalidad de cada uno y sobre la confianza mutua.

"Como tú quieras" El concepto de complementariedad (segunda modalidad de la relación) supone que uno de los miembros de la pareja adopta una posición considerada como "básica" en tanto que el otro se halla en una complementaria, es decir "alta"; esta clase de relación implica la adaptación de uno al otro. La interacción complementaria (que ha sido el estilo de relación en la pareja más utilizado hasta nuestros días, como consecuencia de la adaptación de los papeles a los sexos) supone una especie de jerarquía en cada ámbito de la vida en pareja. Todos los comportamientos quedan entonces catalogados ("división del espacio doméstico y social, distribución de tareas y papeles 2 "); la aceptación de un modelo de este tipo justifica las actitudes de dominio y sumisión. En efecto, en una relación complementaria, los dos miembros de la pareja rechazan la noción de igualdad en sus interacciones; uno de ellos ocupa una posición elevada (superior): él debe ser el líder dentro de la relación, en tanto que el otro presenta todos los rasgos de la posición baja, es decir sigue la senda marcada por el primero. Semejante actitud pue2 I. Pennacchioni, De la guerre conjúgale, Mazarine, Essai, 1986, p. 46.

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de proceder de una especie de acuerdo, tácito, y la relación dará la sensación de que auna a dos personas que se complementan una a otra. El término "posición elevada" no tiene por qué significar necesariamente cierta referencia a no se sabe qué pretendida inferioridad de aquel que se mantiene en la posición básica. Sencillamente, lo que son complementarias y adaptadas a cada una de las partes son las conductas: "Dado que tú desempeñas el papel de niña pequeña, yo seré el protector para contigo", "dado que tú adoptas el papel de protector, desempeñaré para contigo el papel de una nena". En ambos casos, los papeles que se asumen son los que a cada uno le convienen. La complementariedad no sólo se da , a nivel de las máscaras, sino que también puede ser fuente de equilibrio si se produce a la altura de la diversidad en las competencias de cada una de las partes: "Admito que te ocupes de las cuentas de la casa pues a mí no me gusta hacerlo y lo hago mal"; "Es mejor que seas tú quien elija la película esta tarde ya que la conoces mejor que yo".

¿Qué elegir? Dentro de esta modalidad de interacción complementaria, cada parte acomoda su conducta en función de la conducta del otro; al proceder así, la justifica, lo cual significa que uno y otro están de acuerdo en lo referente a la definición de la relación. Cuando una relación de complementariedad es sana, los dos miembros resultan fortalecidos y asegurados acerca de la "confirmación positiva y recíproca de su yo 3 ". Si bien la relación simétrica puede complicarse con conflictos abiertos, también la complementaria tiene sus peligros cuando es demasiado rígida: cierto sentimiento creciente de frustración puede ir invadiendo a uno u otro de los miembros ya que una de las características de la relación complementaria consiste en que el equilibrio no puede mantenerse sino cuando dicha complementariedad es estable: "Yo desempeño 3 P. Watzlawick, J. Helmick - Beavin y Don D. Jackson, Une logique de la communication, Le Seuil, 1972, p. 106. 97

tal papel en tanto que tú interpretes el tuyo". Si uno ya no entra en el juego, el otro corre el riesgo de sufrir una serie de dudas en lo tocante a su identidad real. Esto no es posible que llegue a ocurrir en una relación de tipo simétrico. Por el contrario, cabe que se dé una falsa simetría si aquel que se sitúa en el lugar superior le autoriza al otro a colocarse a su altura, a unirsele. Tan magnánima actitud no conduce más que a una serie de simulaciones por una y otra parte y las reglas que genera son extremadamente difíciles de respetar dada la sutileza de sus convenciones. Otro tanto ocurre cuando una de las partes adopta de intento la postura básica (en una relación complementaria) con objeto de controlarla, valiéndose de su supuesta debilidad para imponer su modo de proceder. Suele ser una táctica frecuente que le enreda al otro dentro de un considerable cúmulo de deberes. Estas dos modalidades de interacción dentro de una relación (simetría o complementariedad) definen, pues, las reglas que las dos partes de la pareja están obligadas a seguir si quieren mantener el equilibrio del sistema. Según eso, ¿cuál sería la forma correcta de interacción? Ni la simetría ni la complementariedad son en sí buenas ni malas, normales o patológicas. Ya hemos visto cuáles son sus respectivos peligros y no nos es posible escapar a ninguna de las dos sin adherirnos más a la otra. De acuerdo con los contextos, con los ámbitos de la relación y la personalidad de ambos miembros, una de ellas nos resultará más apropiada que la otra - y recíprocamente.

LA OCUPACIÓN DEL TERRITORIO

- el territorio interior (pensamientos y sentimientos); - el territorio constituido por el cuerpo físico; - el espacio personal del individuo; - el espacio compartido dentro de la vida relacional. El territorio interior invisible por completo, constituye el ultimo baluarte de una persona: sólo la muerte será capaz de suprimirlo ya que se cree que todo ser en el mundo puede preservarlo hasta el día postrero. Digo bien "se cree" puesto que existen abundantes medios de presión para coaccionarle al otro bien a desvelarlo, bien a modificarlo (es lo que puede denominarse la violación del pensamiento). Y, como veremos mas adelante, no es preciso que nos encontremos en situaciones excepcionales (guerra, resistencia, etc.) para sufrir una violencia. Este territorio es el más privado (hasta es su prototipo) del individuo. A el le corresponde, pues, decidir los momentos "abiertos" en cuyo decurso quedan autorizadas las "visitas". Tales opciones se aplican también a las personas amadas: esta permitido rehusar ese derecho de acceso al territorio interior siempre que uno prefiera estar a solas consigo mismo. Una de nuestras mayores libertades reside, en efecto, en esa decisión que adoptamos en cada instante sobre compartir o no cuanto pensamos y sentimos. Eso no obstante, dicha libertad puede quedar retirada - o no utilizada- si provoca en el compañero un sentimiento de rechazo o de pérdida del control de la situación o del individuo. Reglas como "hay que decirlo todo" se encuentran entre aquellas que son susceptibles de violar esta libertad fundamental a la que todos tenemos derecho. Propiedad privada

Se dan también otras reglas, de ordinario implícitas, que organizan el territorio de los miembros de una pareja. Esta noción de territorio comprende cuatro dominios fundamentales:

El territorio físico, nuestro cuerpo, nos pertenece igualmente con pleno derecho y parte de nuestras libertades se centran en compartirlo con el prójimo (¡a pesar de que sea tan amado!) sino en la medida en que lo deseemos. No porque vivamos con alguien al que amamos ese alguien tiene el menor derecho so-

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Pienso, luego existo

bre nuestro cuerpo -sino aquel que le otorguemos. Antiguas leyes referentes al matrimonio le suelen obligar no pocas veces a la mujer a someterse al deseo sexual del hombre: ya sabemos cómo muchas leyes (cuando menos en este ámbito) pueden sufrir las modificaciones deseadas en nombre de la libertad. Esto resulta válido en ambos sentidos: un hombre no tiene por qué sentirse obligado a responder a ciertas demandas que hagan referencia a su territorio físico si no tiene ganas de ello. Podemos hacer lo que queramos con nuestro propio cuerpo puesto que nos pertenece, a nosotros y a nadie más; es nuestro bien propio. Vivir una relación dual no concede ningún derecho a nadie sobre el territorio físico del otro: ni derechos, ni deberes. El deseo, las ganas son los iónicos criterios para compartir dentro del marco de un compromiso respetuoso para con el otro (y, por supuesto, para con sus deseos) y para con uno mismo (y con las propias ganas de responder a los deseos del otro). Con todo, creencias como "lo que es mío es tuyo" imponen una serie de reglas sumamente culpabilizadoras cuando se trata del territorio físico de una persona. El demasiado célebre y triste "deber conyugal", que impone la sumisión a la mujer y la potencia de obligatoriedad (ante la demanda) al hombre, es el responsable de no pocos estragos en el seno de las parejas. Imagínate por un instante que te hallas metido dentro de una burbuja: si desearas unos momentos de compartir, de intimidad, abrirías tu burbuja a la persona que tú quisieras; de lo contrario, dicha burbuja delimitaría (bajo tu propio control) la distancia que no se debe franquear. Esto es consecuencia de nuestra responsabilidad, de nuestra decisión sobre el momento y puede explicársele fácilmente al otro (que goza de los mismos derechos): las reglas implícitas se tornan así explícitas y desaparecen las culpabilidades. Si estás atento a tus sensaciones y sentimientos, ellos te avisaran al punto sobre si has dejado franquear los límites de tu burbuja en un momento inadecuado: problema tuyo será el escuchar tales mensajes del cuerpo y actuar en consecuencia.

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Campo libre Con esto llegamos al tercer territorio: el espacio personal de un individuo; responde a una porción de espacio que se sitúa en torno de uno mismo y en el que cualquier intrusión del otro, si no es deseada, se considerará como una agresión y acarreará una serie de sentimientos desagradables y, en ocasiones, cierta actitud de retraimiento. En tal supuesto, esta porción de espacio no comprende ya sólo nuestro propio cuerpo físico: implica asimismo la distancia que pretendemos establecer entre nosotros y el otro (distancia variable de acuerdo con el humor del momento), al igual que el sentimiento de pertenencia: "Este objeto es mío"; "esta servilleta es la mía"; "esta habitación me pertenece", etc. Este espacio personal responde a un sentimiento muy fuerte en nosotros y se asemeja a la noción de territorio entre los animales, lo cual puede explicar los trastornos que provoca su violación. Cada individuo tiene necesidad de un mínimo de espacio personal a fin de conservar su propio equilibrio interno. Las normas que rigen esta porción de espacio suelen permanecer las más de las veces ocultas y su transgresión constituye el origen de numerosas molestias dentro de la relación.

"Esto me basta" El cuarto territorio es aquel que compartimos por obligación con el otro una vez que decidimos vivir con él: se trata del lugar de habitación. A no ser que todas las habitaciones estén desdobladas la cohabitación supone una opción, lo cual significa que se pone el territorio en común. Es "nuestra casa", lugar para compartir concedido automáticamente al otro. Con todo, dentro del conjunto de la vivienda, tienen que emerger ciertas reglas, diversas según las creencias y costumbres derivadas de las creencias: "Esta es mi butaca"; "la cocina es mi dominio"; "¿por qué están tus camisas en mi balda?"; "este es mi sitio aquí, ¿quieres apartarte?" 101

Resulta esencial para cada miembro de la pareja el poseer, dentro del interior del territorio compartido, unos lugares, unos sitios que le sean propios: cajones, baldas, etc., ya que esos "miniterritorios" suponen la prueba tangible de la propia existencia, las señales de independencia y respeto para con su importancia dentro de la relación. Por ejemplo, si hay dos perchas en el cuarto de baño para colgar los albornoces y uno de los miembros de la pareja utiliza las dos, está claro que el otro se sentirá excluido de su propio terreno y tal vez experimente cierto sentimiento de rechazo. Otro tanto sucederá si uno deja tiradas por todas partes sus cosas: el otro podrá muy bien tener la impresión de que se ve invadido, que ya no tiene sitio. Esta noción de territorio compartido viene regida por una reglas estrictas y, de ordinario, no formuladas, que hacen que no pocas personas se encuentren indecisas en cuanto a la defensa de su territorio. Las concesiones hechas en lo referente a nuestros cuatro territorios se sitúan entre aquellas que atañen en particular a la libertad individual y, por lo mismo, son reflejo de las leyes mas rígidas. Las fronteras entre "yo" y "tú" son vagas de intento, en beneficio del "nosotros" que parece autorizado francamente a todo, en detrimento del derecho de cada uno a conservar y preservar su territorio y no abrirlo más que a su criterio. Esta idea de territorio es una de las mas arcaicas y se ha perpetuado hasta nuestros días: los hombres combaten desde siempre con miras a preservar su territorio y son muy puntillosos - y hasta violentos- en su defensa, bien sea haciendo frente al "extranjero" (de otra ciudad o de otro país) que se instala cerca de él, bien contra el enemigo declarado. Luchará entonces para conservar unos cuantos metros a u n lado de una línea conocida como frontera. ¿Por qué va entonces a tolerar, a aceptar ese imperialismo, esa ocupación, cuando se trata de su territorio propio e íntimo -es acaso el menos importante, menos necesario o menos digno de respeto?

EL TIEMPO EN LA RELACIÓN Caminar al paso La sincronización en el tiempo constituye un elemento importante dentro de la relación, aunque sea difícil ponerla en práctica en razón de las diferencias de ritmo entre las partes. Caminar al paso (es decir, "no ir ni lento, ni pisando los talones 4 " respecto al otro) no parece cosa que fluya de por sí, pues los ritmos impuestos generan cantidades importantes de esfuerzos y tensiones. Y es que no es el ritmo propio del individuo el que organiza el tiempo, sino el de la relación, y hay que tener en cuenta que hay una variedad infinita de modelos de tiempos, tan diferentes como seres humanos hay. Cada reloj interno es único. Ahora bien, en una relación cada miembro debe acomodarse más o menos al ritmo del otro, según las normas que fijan los horarios (levantarse, acostarse, comidas, etc.). Tales normas suelen ser en ocasiones fuente de estrés (entendiendo éste como una reacción de adaptación física a u n cambio). El tiempo de uno no tiene por qué ser por necesidad el del otro y la vida entre dos reduce las posibilidades de opción al respecto. Los empleos del tiempo de los miembros de una relación privilegiarán con frecuencia al "nosotros", relegando los tiempos del "yo" y del "tú" a unos pocos minutos robados por acá y por allá, a veces a escondidas, pues resulta difícil suponer que uno no es dueño de su tiempo (al margen de los horarios impuestos por la vida profesional, no siempre sencillos de aceptar y respetar). Tanto más cuanto que hay personas que tienen unas creencias muy precisas sobre esto: "El m u n d o les pertenece a aquellos que se levantan pronto", etc. ¿Y si la otra parte prefiere trabajar por noche (en caso de que su trabajo se lo permita, por supuesto)? ¿Cómo llegar a una negociación acerca 4 E. T. Hall, La danse de la vie, Le Seuil, 1984, p. 178.

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del tiempo de descanso, acerca de que uno de los dos prefiere estar a solas, o sobre las actividades comunes, etc.? De todos modos, es preferible hablar de ello, discutirlo, ¡a fin de no agotarse en contratiempos! Y habrá que mantener dicha discusión por respeto mutuo al tiempo del otro, sin deseo de imponer el de uno como si fuese el mejor, el más eficaz, el que mejor se adapta, etc. Hay personas que tienden a hacerlo todo a última hora, con gran celeridad y a la perfección; otras son de un ritmo más lento, y los matices oscilan a todo lo largo de la escala. Si algunos se sienten atraídos por la improvisación, otros estarán más a gusto en actividades previstas y organizadas de antemano. Un ritmo de vida impuesto no podrá por menos de entrañar somatizaciones o acumulaciones de rencores, frustraciones y cóleras cuyo origen las más de las veces se ignorará. Lo esencial consiste en organizarse de tal manera que el tiempo propio quede salvaguardado lo más posible, teniendo presente el contexto -es fruto de una escucha atenta del cuerpo y del respeto al mismo.

LA IMAGEN DE LA PAREJA Levantar la cortina La imagen de una pareja es la fachada, "la parte de la representación que tiene como misión establecer y fijar la definición de la situación que se ofrece a los observadores 5 ". Siempre que una pareja se encuentra en público, cuando la relación tiene testigos, entra en escena una comunicación (con frecuencia no verbal). Si, por ejemplo, dices: "Te presento a Pablo, mi compañero", o: "Te presento a Don Fulano, mi marido", proporcionarás unas imágenes distintas sobre tu pareja; la presentación del vínculo que existe entre tú y tu compañero no es la misma -como tampoco lo es la imagen que ella ofrece de vuestra relación. 5 E. Goffman, La mise en scene de la vie quotidienne, Éd. de Minuit, 1973, tomo 1, p. 29.

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Las señales públicas del vínculo variarán de una pareja a otra, codificando semejante puesta en escena una serie de reglas muy precisas: miradas, gestos, señales de connivencia, actitudes, maneras de tocarse (la mano, el talle, el hombro...) o de no tocarse, etc., indicaciones todas ellas ritualizadas en función de los espectadores y que atestiguan una manera peculiar de relación. Tristán e Isolda Tristán e Isolda regresan de una velada. Son las tres de la mañana. Tristán conduce con rapidez ya que se siente cansado. Isolda no dice nada, se muerde los labios, pálida en la noche. De pronto, rompiendo el silencio, ella grita: -¡Tristán, ya basta... basta... basta! ¡Siempre que vamos a casa de algunos amigos, me ridiculizas, te burlas de mí! -¡No! ¡Sabes de sobra que estoy de bromas...! -A ti tal vez te haga eso gracia, pero a mí no me la hace en absoluto. ¿Qué impresión doy? -¡No das ninguna impresión! Y no me burlo de ti, ¡te digo que bromeo! -¿Sí? Y cuando dices que no sé preparar más que espaguetis, ¿cómo quedo? -Pero, querida, si tú sueles preparar con frecuencia espaguetis, por cierto deliciosos... -¿Y acaso no suelo hacer también postres? ¡Atrévete a decir que no los he hecho nunca! -Sí que los has hecho, y muy ricos; y también muchos espaguetis. -¡Así las cosas, ya puedes esperar los postres! ¡Vete a comerlos a casa de tu madre! ¡Es injusto, vejatorio!...nuestros amigos creen que no sé hacer más que espaguetis ¡y eso es mentira! Isolda solloza. Tristán, con una leve sonrisa en los labios, le dice que lo dramatiza todo. Isolda deplora la imagen que Tristán da de ella ante sus amistades: se ha transgredido una regla tácita (no burlarse de ella en público) y ella lo sufre.

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La conducta en público (tiendas, familia, amigos, etc.) de ambos miembros -identificados de este modo en la mayoría de los casos con el "nosotros" (se les invita a los Martínez a comer)- se estima que proporciona una imagen de la pareja muy concreta: ¿quién habla el primero, quién toca tal asunto o tal otro, quién es el que más habla, quién lo hace en nombre de los dos, quién es el que hace valer las cosas, qué aspectos de la personalidad hay que mostrar a éstos o a aquéllos, qué público autoriza o prohibe tal o cual postura, esta palabra o la otra, tras qué "nosotros" social conviene ocultar el "nosotros" íntimo?

La prueba de las tablas

proyecto! ¡Tienen que reírse de mí a gusto!"; "Bien que se apretujaba esta tarde junto a ti Santiago, ¿no te parece?", etc. La mayor parte de las creencias dentro de este campo pueden resumirse así: cuando dos aparecen juntos delante de los demás, es preciso formar un frente común, estar de acuerdo, apoyarse, darse importancia (o que lo haga el otro). La recíproca dependencia resulta en ocasiones harto onerosa de soportar y opresiva en alto grado aunque no provoque ningún conflicto público. Una de las cosas peor vistas es, sin duda, la crítica del otro delante de terceros, lo cual, por lo general, suele augurar un buen fin de velada, ¡un enfrentamiento de tonos elevados! En pocas palabras

Son muchas las reglas que establecen las modalidades de cooperación de los dos miembros de la pareja ya que la unidad a nivel del parecer resulta indispensable para la mayoría en orden a mantener la definición de la relación. De esa "interdependencia mutua 6 " se derivará, en efecto, la persistencia o no de la imagen que la pareja intente dar a los demás. Porque no es cuestión de fallar en la presentación de sí mismos, de olvidar su texto, de ir contra la puesta en escena o improvisar sobre ese caminar a una cuidadosamente regulado por las leyes de la presentación. Infringir una de tales reglas será considerado por el otro como una de las peores afrentas. En la intimidad, siempre cabe corregir cualquier paso en falso, pero, en público ¡eso supone una trampa! ¿Qué van a pensar los demás? ¿Qué impresión estamos produciendo?

Ya hemos visto cómo gran cantidad de reglas vienen a instaurarse en el seno de la relación: todas ellas proceden de la comunicación puesto que, las más de las veces, son resultado de interacciones entre los dos miembros -más que consecuencia de una opción controlada de conducta. Por lo tanto, entran en juego mediante las modalidades de interacción, las transacciones entre "yo" y "tu" (de acuerdo con las creencias propias del sistema) y se consolidan mediante esos mismos tipos de interacción- lo cual cierra el sistema sobre una comunicación que no siempre discurrirá en el sentido deseado.

Los regresos tras las salidas, en familia o con los amigos se asemejan en ocasiones a otras tantas rendiciones de cuentas estrictas en cuyo decurso ambas partes se echan recíprocamente en cara el no respetar las reglas (implícitas) de la representación en público: "Me has llevado la contraria tres veces esta tarde, ¿te imaginas siquiera por quién me van a tomar ahora?"; "¡No me has apoyado cuando hablaba de mi 6 E. Goffman, La mise en scéne de la vie quotidienne, Éd. de Minuit, 1973, tomo 1, p. 83.

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El lenguaje del sistema

"ELLA: ¿Y entonces? EL: Y entonces, ¿qué? ELLA: Ya sabes lo que quiero decir... EL: ¿Que es lo que sé? ELLA: Conoces de sobra a que me refiero... EL: No, no lo sé en absoluto. ELLA: ¡Vamos, anda! EL: ¡Bueno! ¡Habla!... ELLA: ¡Que pesado! EL: Tu eres la que estás insistiendo ELLA: ¡Déjalo! EL: Tu has empezado. ELLA: Y tú el que continúas. EL: ¿El que continúo qué? ELLA: No has renunciado. EL: ¿A qué? ELLA: Lo sabes perfectamente. EL: No vuelvas a las andadas. ELLA: Nunca has explicado nada. EL: ¿Te gusta hablar así? ELLA: Sí, me gusta 1 ". 1 R. D. Laing, Est-ce que tu m'aimes, vraiment?, Stock, 1978, p. 40. 109

Todos hemos oído como amigos o familiares nuestros se lamentaban de que, en su pareja: "Ya no se puede hablar, resulta imposible la comunicación", etc. ¿Qué es eso que tienen que decirse y no se atreven, que no saben expresar para darse a entender? ¿Que rígido proceso viene impuesto por esas reglas que dirigen sus interacciones?

Los terrenos para las divergencias son ilimitados: desde la decoración de la casa hasta la elección de la película para una noche, pasando por la decisión que hay que tomar acerca de la raza del chucho, sin mencionar los comentarios que subrayan los acontecimientos políticos, artísticos o financieros y que supondrían otras tantas ocasiones para constatar que el otro tiene ideas personales (!).

"ESTAMOS DE ACUERDO POR COMPLETO"

Si los miembros de la pareja desechan el mutismo, darán sus primeros pasos juntos eligiendo no abordar más que conversaciones de bajo riesgo, sobre temas que no entrañen molestia particular: sus diferencias anodinas. Semejante tipo de interacción suele bloquear con frecuencia la evolución de la relación y de su comunicación: su discurrir se torna más dificultoso y el crecimiento queda refrenado por ese silencio sobre las divergencias. La menor expresión directa se antoja demasiado peligrosa: al día siguiente se verían obligados a cantar y las vocecillas internas (que no pueden por menos de hacer sus observaciones y comentarios) quedarán pronto reprimidas .

Ya hemos visto cómo, a propósito de la declaración de amor los dos miembros de la pareja huían como de la peste hasta de la mera idea de que pudieran ser diferentes, de que no se asemejaban por completo. Eso no obstante, cuando ya viven juntos, no son capaces de seguir adelante con el mismo juego: la vida de cada día les impele a abrir los ojos a sus diferencias, sus divergencias, desde las más menudas (por ejemplo, los hábitos alimenticios) hasta las más importantes (concepto de la relación, organización de la vida común, ideas opuestas sobre determinados temas "importantes", etc.). Solo que, en lugar de hablar de aquello que puede suponer alguna disconformidad reconocida (toda vez que una disparidad de ideas no supone por necesidad ningún desacuerdo), suelen persistir de ordinario en su silencio para seguir agradándole al otro (cuando menos en los primeros tiempos de la vida común). No se acepta abiertamente la menor discordancia, ninguna crítica (¡qué horror!), ningún reproche, ninguna insatisfacción; la más insignificante rareza quedará disimulada con esmero, bien por temor a verse menos amado, bien por miedo a que la otra parte lo sienta así. Las viejas creencias se hacen dueñas del lenguaje, el sistema se va enredando en un mutismo que ambos esperan que resultará protector, una muralla contra los conflictos que se mantienen escondidos, prestos a infiltrarse a través del ronroneo monótono de cada día. Más vale permanecer mudo tomando una sopa tres veces más salada de lo debido o recogiendo los discos que llevan en el suelo varios días que proferir eso que es percibido por uno y otro como una crítica, un reproche o una declaración de. guerra susceptible de provocar la ruptura en la relación.

Por encima de todo es preciso mostrarse "amable", esto es, más bien pasivo, sin expresar más que ciertos sentimientos autorizados (se entiende que positivos): es la mejor manera de evitar conflictos - y si no existen conflictos quiere decirse que la relación es buena. Eso no obstante, si el tal amable se ahoga un poco, también le ahoga con frecuencia su compañero al imponerle la misma clase de conducta. ¿Quién sería capaz, en efecto, de tomar la iniciativa de ser el "malo"? "Dado lo amable que soy yo, es preciso que tu también lo seas: es lo normal". Semejante actitud ofrece sobre una bandeja su buena dosis de culpabilidad: el afirmar que uno no está de acuerdo, que no quiere lo que se le propone, que opta por el extremo mejor, que preferiría más caricias antes de hacer el amor, etc., no parece que resulte demasiado amable -y, por lo mismo, es inexpresable. Preciso, una vez más, que esta actitud se da con mayor frecuencia en los primeros tiempos de la relación.

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"¡Y soy muy amable!"

Ambos miembros de la pareja (que muchas veces opinan que se acostumbrarán) temen por igual hablar de forma abierta y oír mensajes claros: se censura la palabra por una y otra parte -en ocasiones hasta un extremo tal que los pensamientos y sentimientos son sencillamente desaprobados, negados o tan retorcidos que llegan a resultar irreconocibles. El proceso de adaptación (descrito con ocasión del alarde amoroso) se acentúa a fin de conservar esa paz aparente, recompensa de todos los esfuerzos llevados a cabo día a día, desde los tiempos de la seducción. Dicho miedo a los conflictos suele alcanzar, de ordinario, su más alto grado en la sexualidad, campo en el que los tabúes culturales ejercen mayor presión. Por lo menos, es más fácil confesar que a uno no le gusta el chucrut o no sé qué autor de moda que murmurar, en el secreto húmedo de la alcoba, que se siente decepcionado, que esperaba otra cosa, acaso con mayor frecuencia o con menor, acaso de otra manera; o, en otras circunstancias, tal vez se invierta la situación (o la problemática) concluyendo de todo ello que uno no es "normal". ¡Extraña alquimia ésta de unas personas que se aman y que prefieren ignorar sus componentes con idea de que no se conviertan en otros tantos detonantes!

Visado de censura Ni que decir tiene que un miedo así no estimula la imaginación para mejorar las cosas y buscar soluciones; peor aún, no podrá por menos de acarrear una serie de decepciones -decepciones que corroborarán las creencias y que harán todavía más rígidas las reglas Y hasta se llegará a rizar el rizo mediante un silencio en el que acabara uno por aturdirse: estamos en todo de acuerdo.

ro todo ello no pasa de ser unas fantásticas ideas cuya traducción en hechos sufre multitud de alteraciones que tienden a imponer notables restricciones (siempre con miras a estar de acuerdo): "Quiero que me digas todo lo que sientes, tus emociones y sentimientos, pero procura respetar la idea que tengo formada acerca de ti, ya que quieres que nos sintamos a gusto, ¿no?". "Te amo tal cual eres, no deseo que cambies nada, pero podrías hacer un esfuerzo por mostrarte más amable con mi tío; ¿no supondría un detalle de mayor gentileza por tu parte?". "Eres absolutamente libre para hacer cuanto quieras, lo sabes de sobra, pero no me quieras poner triste, ¿de acuerdo?". "Quiero que seamos transparentes el uno para el otro, pero sabes de sobra que no me gusta que me hables de tus antiguos amigos". "Por supuesto que puedes hacerlo (ponerte a trabajar, volver a la universidad, ver a las amistades que desees, etc.), pero que eso no cambie nada nuestras costumbres, ¿entendido?". "Necesito saber que seguirás siendo siempre tal como eras cuando te conocí, como el primer día." "Procede como quieras, pero a mí me gusta mucho sentir que soy la persona mas importante para ti, que ocupo el primer lugar." ¿Qué hacer ante semejante tipo de discurso? ¿Qué parte del mensaje elegir, dado que ese "pero" anula la primera secuencia, permisiva por completo? ¿Cómo decidir de intento desagradar, ante una perspectiva así (que no lo es tal), falseada desde su comienzo? "Si te expresas, si eres tú mismo, si actúas con libertad, si eres honesto, si te abres, si procedes como quieres... no cabe duda de que sufrirás y nuestra relación correrá el riesgo de deteriorarse".

En los límites de dicho silencio, se concederán toda suerte de licencias ya que ni uno ni otro querrán pasar por u n verdugo, por el aguafiestas de un amor perfecto. Al contrario, suele estar bien visto animarle al otro a que sea él mismo, a que se exprese con libertad (la auténtica buena fe obliga). La prohibición oficial es precisamente la censura ("Se prohibe prohibir"); pe-

El envite -la relación- es demasiado importante como para no ceder a ese chantaje afectivo (inconsciente) susurrado con voz tierna por parte del ser amado que esconde sus frases entre besos y lo remata todo con un regalito en tanto que el otro, con un nudo en la garganta, el corazón en un puño y los ojos húmedos ante tanto amor, solicitud y comprensión remite a su alter ego la llave de oro de su prisión -mejor que no estar de acuerdo, suceda lo que suceda.

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• las posibilidades generales de resolución de la misma, las posibles opciones; • las cualidades personales (o las de la pareja) para resolver el problema.

¿Resultaría terrible si el peligro se produjera dado que probaría que uno es indiferente, insensible, no todo lo amable que debería, o yo qué sé más? Entonces cerremos los ojos no cedamos a la tentación, a las ganas (en ocasiones harto exigentes) de hablar, de compartir; resulta, en efecto, por demás tentado el optar por expresarse, por ser uno mismo, ¿pero no constituiría una trampa? "No, decididamente no, no quiero historias, eso podría arruinarlo todo: ¡estamos de acuerdo por completo!"

Un ejemplo: Julia tiene miedo de manifestarle a Julio una decepción. Sus ignorancias pueden ser las siguientes:

"NO QUIERO SABER NADA"

- ignorará su disgusto (suscitado por el miedo) toda vez que va a estar más pendiente de un estímulo interno (náuseas no justificadas fisiológicamente);

La mayoría de las dificultades descubiertas son fruto de nuestros propios anteojos, de nuestras inhibiciones que impiden ver lo evidente. Comoquiera que el conflicto resulta demasiado peligroso, es preferible rechazar que existan diferencias, divergencias o desacuerdos, crescendo que conduciría a una observación demasiado esmerada (¿realista?) de la situación. ¿A qué vendría aceptar riesgos? Negar las dificultades y proceder como si no existiesen es la mejor manera de evitarlas; es, empero, el método soñado no ya para no resolver nada en absoluto si no también para originar auténticos problemas: se dan entonces las condiciones ideales para que la relación se torne si no insoportable (no pocos la viven de ese modo), sí cada vez mas difícil y penosa y menos realizadora. Las ignorancias

El desconocimiento de la existencia de un problema es evidentemente la más grave puesto que condiciona las restantes ignorancias.

- o bien pensará que digiere mal, lo cual explicaría sus molestias, y no procederá adelante en su reflexión; - o bien pensará: "Siempre estoy con miedo, soy así, nadie puede hacer nada por mí"; - o bien pensará: "No puedo impedir sentir miedo". No ver ni oír más que aquello que uno quiere ver y oír exige una atención, una concentración de todos los instantes -siempre con peligro de desaparecer uno mismo. ¿Cómo negar unos índices flagrantes? ¿Cómo llegar a esa hiperselección a nivel de las percepciones, que no obedece más que a una ley: buscar tan sólo y siempre las confirmaciones de los propios sueños, mitos y creencias? ¿Cómo apartarse por propia voluntad de las demostraciones contrarias a lo que uno busca? Parece que existen muchas personas que llegan a hacerlo, y no sólo al principio de su relación; ciertas conductas instauradas muy pronto se convertirán a veces en otros tantos elementos de la comunicación de la relación.

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Existen varias modalidades de ignorancias:

!

- acerca de uno mismo, - acerca de las situaciones Cuando surge una dificultad; cabe ignorar: • la existencia de la dificultad; • el sentido, la importancia de dicha dificultad;

Semejantes actitudes de evasión pueden cobrar diversas formas: el sueño, por ejemplo, supone un excelente medio para escapar de una conversación o de una escena penosa, de un

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"Silencio, se duerme"

sentimiento incómodo o de un momento difícil de superar. Y toda persona bien educada está obligada a respetar el sueño del otro. Como es evidente, no cabe acudir a esta técnica (que tiene la ventaja de relajar y descansar) a lo largo de todo el día -salvo que uno elija el cansancio crónico o la cura de sueño (en un medio ambiente adecuado) como consecuencia de una depresión, o de tratamientos médicos suficientemente intensos como para justificar un adormecimiento casi permanente, cosa que es posible, como muy bien sabemos. Al margen de eso, el sueño tiene como efecto cierta distancia entre sí y el otro - y este proceso de fuga no siempre es consciente. Da pie a abstraerse por el momento (como una especie de protección ofrecida por el cuerpo), bien para alejar una potencial fuente de desengaños o dificultades, bien para aislarse durante unos instantes.

La barrera del sonido Tan aislante como el sueño en ocasiones, pero mucho más fácil de turbar es el silencio impuesto al otro "por miedo a que diga demasiado o a oír demasiado", y el silencio que uno se impone a sí mismo. El silencio interno supone una postura a la cual determinadas personas acceden con facilidad (una costumbre vieja para lograr la paz). Cortan en tal caso las emociones, evitando todo contacto con sus sentimientos y controlando aquellos pensamientos insidiosos que intentan imponerse. El arte de oír nada (bien se trate de palabras ajenas, bien de la propia vida física) se adquiere tanto más rápidamente cuanto mayor sea el miedo al conflicto.

más remedio que aceptar no recibir nada de ese autómata que tiene enfrente. Callarse uno para consigo mismo, callarse de cara al otro son otras tantas técnicas que forman parte de la panoplia de la evitación. La moda de lo desvaído Otra estrategia para no saber nada consiste en no plantear cuestiones, rechazar toda información clara -en otros términos, elegir la niebla. De este modo, una persona puede preferir lo desvaído (no en sentido artístico en este caso concreto) que preserva las imágenes positivas - y el compañero puede sentirse satisfecho enteramente con ello. Dado que toda precisión es potencialmente una base de desacuerdo, ignorémoslas, sumámonos en la ignorancia, deambulemos entre brumas rosáceas o planeemos sobre aguas dormidas, confiemos en nuestro poderoso amor. Pero, ¡cuidado!, la niebla es peligrosa y el barco correrá el riesgo de perderse... Dentro de esta misma gama, es fácil que puedas encontrarte con individuos a los que el trabajo o la actividad les impone una concentración tan intensa y exigente, se sienten tan absortos en sus búsquedas, creaciones o tareas urgentes del momento que se quedan parapetados dentro de un universo al que pocas informaciones procedentes del entorno pueden acceder -cosa que resulta de lo más apropiado para ignorarlo todo. Pronto se produce la inversión: "No me cuesta lo más mínimo seguir sin saber nada, tengo para ello óptimas razones".

Además, el silencio constituye un buen procedimiento para obligarle al otro a que adopte la máxima responsabilidad puesto que el mutismo del compañero le forzará muchas veces a actuar en solitario. Semejante fuerza de inercia puede resultar temible de cara al futuro de la relación. El enclaustrarse no protege más que durante cierto tiempo - a largo plazo, supone el aislamiento lejos del otro. Este otro, que pone en juego cuanto puede para obtener informaciones, no tendrá

Desde la más tierna infancia, sabemos pronto que la expresión de los sentimientos resulta peligrosa, o puede resultarlo, cuando es simple y precisa: tenemos el peligro de vernos re-

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LA EXPRESIÓN DE LOS SENTIMIENTOS El mundo del silencio

chazados o nos enfrentamos con conflictos en caso de que no nos adhiramos a los deseos, reglas y sentimientos de aquéllos de los que dependemos; corremos el riesgo de mil vejaciones y humillaciones si nos atrevemos a expresar algo distinto de lo que está admitido. De ahí que aprendamos muy pronto a callarnos o a hablar de una manera tan indirecta que se soslayen la mayoría de los peligros en cuestión. Más adelante, invertiremos largos años en perfeccionarnos en ese arte del disimulo (como consecuencia del miedo). Precisamente debido a que tenemos miedo no manifestamos más que aquello que autorizan las reglas (implícitas), o expresamos mal lo que sentimos. Dicho miedo va aumentando en función de la intimidad de la relación -así como las modalidades indirectas de manifestarse, puesto que el miedo a perderle al otro se incrementa. Con frecuencia tal miedo suele remontarse a muy lejos, a una época en la que uno no gozaba del derecho a decirlo todo.Sm embargo, la energía empleada para no decir nada es mucho más importante que la que entra en juego para expresarse cuando a uno le vienen ganas de hacerlo: es por demás difícil detener el curso de un río, ¡la construcción de una presa requiere un inmenso esfuerzo! Los programas familiares y culturales dejan margen a determinados sentimientos, en tanto que prohiben otros: en tales casos es cuando puede intervenir directamente la opción personal del adulto otorgándose los permisos necesarios. Recuerdas algunos sentimientos que no tenías derecho a expresar en tu propia familia: ¿era el miedo, la cólera o la tristeza? El niño suele aprender no pocas veces dos cosas: a ocultar determinados sentimientos y a patentizar un sentimiento (autorizado) en lugar de otro (prohibido) siguiendo el ejemplo de mamá, que aseguraba que se encontraba "tan fatigada" cuando estaba triste, o de papá, que se encolerizaba enormemente en cuanto se sentía inquieto. Y es que no pocas creencias certifican que la expresión de tal o cual sentimiento (y, en los casos peores -pero que también se dan-, de todos los sentimientos) o de una emoción es síntoma de debilidad, de 118

falta de control. El sufrimiento de la persona que vive una experiencia dolorosa resulta entonces terrible por obra del silencio que tal tipo de "conveniencias" impone. A ello se debe el que se convierta en un mal menor y hasta en ocasiones nos defienda el método que, con objeto de acallar los propios sentimientos e impresiones, tiende a mostrar otros distintos más aceptables. La dificultad estriba en que, con harta frecuencia, eso pasa a convertirse en una costumbre y el sentimiento auténtico queda oculto por completo, sepultado en las mazmorras. Semejante postura se explica, sobre todo, si se tiene en cuenta el hecho de que hay gente que piensa que se dan sentimientos malos, incongruentes, fuera de lugar o inadecuados. Tal vez el sentimiento sea lo más humano que existe y los adjetivos "bueno" o "malo" que suelen atribuírsele resulten, como tales, inaceptables. Habrá sentimientos que sean más o menos agradables de vivir y experimentar, más o menos proporcionados respecto al contexto y más o menos limitadores; pero ¿quién está autorizado a aseverar de manera perentoria que unos sean mejores que otros? ¿Qué derecho tenemos a juzgar qué es lo que el otro siente? ¿Conocemos su historia entera? ¿Sabemos lo que un incidente (de apariencia anodina) evoca en esa persona? ¿Por qué hay hombres que no experimentan la menor vergüenza en llorar cuando están tristes (¿y qué hay en ello de vergonzoso?) y por qué algunas mujeres se permiten dar rienda suelta a su ira? No tienen ningún temor a expresarse. Tan solo las consecuencias de determinadas emociones o sentimientos pueden resultar negativas (como algunos tránsitos a la acción violentos, contra sí mismos y contra los demás). El sentimiento, en cuanto tal, no tiene nada de condenable. Tanto más cuanto que el silencio es una buena manera de evitar la intimidad (¡objetivo frecuente en una relación!), con miras a aislar a los miembros de la pareja, alzando paredes entre ellos.

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Por encima del volcán Tomemos como ejemplo la cólera (sentimiento tan temido, que va en contra de los mitos románticos y de la inmensa mayoría de las creencias): "Expresar la propia agresividad exteriorizando la cólera, manifestando con franqueza el resentimiento a los ojos del otro u oponiéndose honradamente a él sigue estando considerado como una conducta, en el mejor de los casos, molesta, de mal gusto o descortés, y en el peor, como inconveniente, inaceptable y hasta "insensata" 2. Sin que pasemos por alto el hecho de que todos esos juicios negativos se multiplican por diez cuando se trata de expresar la propia ira dentro del contexto de una relación amorosa: es la bestia negra de aquellos que guardan en su corazón un poco de Tristán e Isolda... tal vez junto a una úlcera de estómago, auténticos nudos en el estómago e hipertensión. No expresar los sentimientos (en particular la cólera) en el momento en que se sienten supone un riesgo que no tiene nada de desdeñable: no acumulamos impunemente nuestro rencor; puede estancarse durante mucho, muchísimo tiempo en nuestro interior... para resurgir un buen día, con violencia, por haber permanecido demasiado tiempo retenido, comprimido. Cuanto más haya macerado, más se consolidará con otras cóleras no expresadas - y su expresión resultará más virulenta, y hasta brutal, y acaso su expresión sea impropia. Toda la energía negativa almacenada brotará a la menor gota de agua y hará que se desborde el vaso - y no siempre en el momento oportuno. Dichas tormentas suelen ser mucho más nocivas y perjudiciales que la expresión, con medida, de la ira, el descontento o la disconformidad sin más.

gligente y distraído, acumulando errores. ¿Quién pensaría que una quemadura enorme con la plancha sobre su camisa más bonita no sea tal vez mas que la expresión indirecta de un antiguo rencor o de una cólera contenida? ¿Quién imaginaría que ese "horroroso dolor de cabeza que le atormenta toda la noche" y que no le permite al otro pegar ojo tal vez no sea más que la expresión indirecta de una insatisfacción? ¿Quién lo iba a creer? Y, sin embargo... Cansancio frecuente (no justificado por ninguna actividad especial o mediante una enfermedad, incluso latente), descenso (inexplicable desde el punto de vista médico) de energía, torpezas reiteradas, olvidos de todos los tipos... suelen responder con frecuencia (cuando tales síntomas se repiten) a un mensaje indirecto: el sentimiento reprimido, oculto, rebrota de una u otra forma -comunicación terrorista (involuntariamente) y perjudicial para cada uno de los miembros de la pareja, pues "¡los tigres de la ira son más sabios que los caballos de la instrucción!" (William Blake, Le mariage du ciel et de l'enfer).

Los bálsamos de tigre Virginia Satir (véase la bibliografía) describe cuatro comportamientos que son como "unos escudos que la gente utiliza para ocultar sus sentimientos y no sufrir daño 3 ". Son los siguientes:

Otra manera de expresarse de manera indirecta y desfasada en cuanto al tiempo, consiste en mostrarse uno torpe, ne-

• Suplicar, para que el otro no se disguste: es la conducta propia de aquel que lo acepta todo, que se hace la víctima y que responde a unos programas aprendidos (inconscientemente) desde la infancia, por obra de consejos como: "No te impongas"; "Supone egoísmo pedir algo para ti". El que suplica esconde sus propias necesidades y no puede por menos de suscitar en el otro culpabilidad puesto que está sobreentendido que es preciso que se le proteja, ya que lo suplica; si el otro no tiene indulgencia, ¡no es más que un cínico! El su-

2 Dr. G. Bach y Dr. H. Goldberg, L'agressivité créatrice, Le Jour Éditeur, 1981, p. 108.

3 V. Satir, Pour retrouver l'harmoniefamiliale, Éd. Universitaires, J.-P. Delarge, 1980 p. 106.

"No lo he hecho a propósito"

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plicante pensará que no es importante, que no le quieren. Estará persuadido de que es absolutamente necesario agradar si quiere ser amado por el otro. Es una víctima. • Censurar con objeto de que el otro te considere como un ser fuerte; quien censura esconde a los demás sus necesidades, guiado por vetustos consejos, como: "No permitas que nadie te supere"; "No seas cobarde"... Semejante actitud suscitará miedo en el otro, no quedándole a éste más alternativa que obedecer, "si no..." El censurador tiene miedo a no ser respetado: habla con voz alta y fuerte para hacerse oír, creyendo que esta solo y que no es amado. Es una especie de dictador. • Razonar como un ordenador, intentando (de forma implícita) volver a colocar en su sitio su propia estima personal mediante la construcción de grandes frases; al proceder de este modo, esconde sus necesidades tanto a sí mismo como a los demás y suscita en su interlocutor (fascinado ante tanta facilidad de palabra y sabiduría) una actitud de conformidad. El razonador opina que, si se muestra inteligente, nadie caerá en la cuenta de sus emociones -que él considera como una debilidad. Presiente que es vulnerable y teme, también éste, que no le amen. • Enloquecerse para despreciar la situación, ignorándola al comportarse como si no ocurriera nada; aquel que "desvaría" ignora por entero sus necesidades: habla de cualquier cosa, a tontas y locas, cambia de conversación y responde a un potencial peligro mediante la ligereza, de acuerdo con las antiguas conminaciones familiares: "No seas tan serio; ¡tómate suficiente tiempo! ¿Quién se preocupa por eso?" Al proceder de este modo, ¡más bien le incita al otro a reír o a ponerse nervioso! El "inadecuado" se encuentra presto a hacer cuanto sea para lograr que el otro se fije en él, única prueba válida de amor. Es el bufón horripilante o llegará a convertirse en tal.

proporcionan el medio de organizar y utilizar su poder sobre los demás (en el caso que nos concierne, sobre el otro, el o la otra miembro de la pareja). El boomerang Esos papeles desencadenan en el interlocutor, de forma automática, un tipo de comportamiento previsible y complementario, ya que no conseguimos de los otros sino lo que suscitamos en ellos, dicho de otra manera, les enseñamos a los demás cómo deben comportarse con nosotros: es la retroacción. Esquema estado interno

de la

retroacción estado interno

comportamiento exterior

comportamiento exterior

1 YO

TU

Feed-back: mi conducta tiene un impacto sobre el estado interno del otro y recíprocamente; nos hallamos en una continua interacción. Le enseñamos al otro cómo debe conducirse para con nosotros. Por otro lado, cuando una persona se adentra en uno de tales papeles (todos tenemos nuestro papel favorito), busca sencillamente expresar su necesidad de amor, reclamar algún signo de la importancia que merece a los ojos del otro.

Estos cuatro papeles, universales, fueron aprendidos muy pronto en el medio ambiente familiar con miras a encarar aquello que era percibido como una amenaza, pretendiendo conservar o restablecer la estima de uno mismo o, simplemente, para verse reconocido (o por lo menos creerlo). Tales papeles

Introducirse en un papel viene a ser como una especie de señal de alarma que plantearía la siguiente cuestión: "¿Qué es lo que en este momento estoy percibiendo como amenazador?" Conviene atender a esta señal en orden a evitar la interpretación de uno de esos papeles y ser más congruente (observando y expresando los propios sentimientos tal como ellos son).

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Cuando adviertas que tu compañero empieza a interpretar alguno de estos papeles, puedes invitarle a hablar, a compartir sus emociones e ideas: de acuerdo con esto, no asumirás el papel complementario que su actitud podría suscitar ni abrirás nuevas opciones de conducta tanto para ti mismo como para tu interlocutor. Al autorizarle a que se exprese de manera congruente, te estás concediendo a ti mismo esa misma autorización - y la comunicación en el seno de tu relación ganará con ello en fluidez. Comoquiera que sabes que la comunicación no verbal es tan significativa -si no m á s - que las palabras, bastarán las meras actitudes correspondientes a los papeles descritos para, en un abrir y cerrar de ojos, comprender en qué papel se ha adentrado tu compañero: el cuerpo habla con toda claridad. Esto es algo que solemos olvidar con demasiada frecuencia imaginando que es suficiente con callarse para no decir nada. Ahí es precisamente donde reside la ilusión dentro del ámbito de la expresión de los sentimientos. Incluso el simulador más hábil (y esto vale también para su femenino) sólo muy raramente posee el talento necesario para engañar por mucho tiempo a la persona con la que se codea a diario. Estos despliegues de maniobras en ocasiones sutiles (e inconscientes) resultan a la larga contrarios por demás para la propia salud mental y la de la pareja y actúan en contra de una relación sana. La confianza, aquella que autoriza la expresión y el compartir los sentimientos, se reserva, aguardando con impaciencia su licitud.

rríamos decir 4 ". Semejante táctica (de ordinario incontrolada) hace posible que conservemos oficialmente toda la inocencia: "No lo he hecho de intento", cosa que es real; preserva las apariencias de la buena fe, aun en el caso de que se reiteren las negligencias, olvidos, torpezas, distracciones, cansancio, etc. El otro se exasperará y, si no manifiesta tal exasperación, podrá utilizar este medio para lograr que pase el mensaje. Es ésta una escalada silenciosa: oficialmente, yo soy sólo torpe, negligente, distraído, lo cual da pie a decir muchas cosas de forma vaga, a ti te corresponde comprender eso que no me atrevo a formular - y que hago. Así sucederá en tanto que lo no verbal no sea descifrado y traducido *en palabras, en cierto modo descodificado. En efecto, los dobles mensajes contienen dos partes: el texto escuchado, explícito por completo, que no expresa sino aquello que está permitido: "Estoy de acuerdo contigo (por ejemplo), lo acepto, nos amamos y no hago ni digo nada más que lo que tú quieras que diga y haga". Está claro, aparentemente, y el otro lo entiende muy bien. Al mismo tiempo, la otra parte de esa persona "aceptadora", implícita y en la mayoría de los casos inconsciente, expresará casi siempre lo contrario, aunque de una manera confusa, tortuosa y velada: indirecta. Esta parte significará: "No estoy de acuerdo contigo, no lo acepto, etc." Los dobles mensajes son otros tantos signos de conflicto o de deseo intenso de cambio en uno de los miembros de la pareja o en ambos; conflicto que temen y que no expresan abiertamente. El efecto Larsen

LOS DOBLES MENSAJES La tinta antipática Con anterioridad hemos visto una clase de doble mensaje cuando se expresan los sentimientos de manera indirecta; sucede como si "nuestro consciente cerrase los ojos mientras comunicamos de manera indirecta aquello que de verdad que124

Una modalidad frecuente de "expresión doble" consiste en utilizar cierto humor de un gusto en ocasiones dudoso conocido como la broma: "Te suelto una pulla en broma, ¡por supuesto! ¿No lo encuentras divertido? ¡Sólo la verdad es lo que 4 Dr. G. Bach y Dr. R. Deutsch, Arrete! Tu m'exasperes, Le Jour Éditeur, 1985, p. 32. 125

ofende!" Bajo capa de chanza aparece con nitidez la hostilidad. Problema del otro será el acertar o rechazar semejante estilo de comunicación. Un doble mensaje puede también revestir el aire de una incongruencia: mientras los labios dicen una cosa, tu cuerpo manifiesta otra distinta. Acude, por ejemplo, ella a abrazarte y tú respondes a su beso apretando los puños: claro lenguaje del cuerpo. Aseguras que te sientes completamente feliz por salir con él esa noche y haces alarde de una máscara dolorida o bien tu rostro cambia, o lo dices muy de prisa, dirigiendo la mirada a la punta de tu zapato... ¿No has visto nunca a alguien que decía "sí" moviendo la cabeza de derecha a izquierda (cosa que, según nuestro código común, significa claramente "no")? ¿No has visto nunca a alguien asegurar "¡lo siento en el alma!", mientras lucía una amplia sonrisa? ¿No has visto nunca alguien proferir un "no" con mirada de ganas? ¿No has visto nunca a alguien decir "abrázame" con una voz hastiada, autoritaria o glacial? ¿No has oído nunca a alguien afirmar "sí, todo marcha perfectamente" ostentando un semblante afligido y derrumbándose sobre la primera silla que encuentra, con un sonoro suspiro al desplomarse? Tal vez haya personas que no se otorguen el permiso de decir "no" ("El me ama, eso está claro, es tan superior a mí! ¿Con qué derecho yo, tan poquita cosa, podría decirle que no?"). ¿Acaso la persona en cuestión tiene miedo a provocar la cólera en el otro? ¿Represalias? ¿Acaso tiene miedo a decepcionarle, a darle pesar o herirle, cosa nada "gentil"? ¿Acaso teme ella también que la relación sufra consecuencias graves y acabe por romperse? ¿Acaso opina además que el esforzarse no es grave: después de todo, qué importancia tiene?

LA LECTURA DE PENSAMIENTO La clarividencia Estos dobles mensajes son en ocasiones efecto de un diálogo interno que vendría a significar lo siguiente: "Si digo claramente que no deseo hacer esto, y que lo siento cuando lo hago, el me dirá que se siente decepcionado y me imagino perfectamente lo que eso supone para él"; es lo que se conoce como la lectura del pensamiento. Con todo, el motivo de que la distancia entre su comprensión sea tan grande es que ambos miembros viven la misma situación de maneras diferentes. En efecto, suponemos que conocemos muy bien lo que el otro piensa o siente, pero, al proceder así, nos estamos refiriendo tan sólo a nuestras propias ideas, a nuestros propios sentimientos (como si no pudieran existir otros, (¡incluso en el ser amado!). En consecuencia, tendemos a omitir el detalle de que somos todos diferentes unos de otros (por ejemplo, si estamos tristes ¡podemos muy bien pedirle al otro lo imposible! o, incluso, transformar un "¡estoy enojado con él!" en un "me da la impresión de que está enojado conmigo.") Creemos saber lo que hay en la cabeza y en el alma del otro (¿quién de nosotros n o ha empezado alguna vez una frase con estas palabras: Sé de sobra lo que me vas a responder...?); ¿en qué nos basamos para contar con tales certidumbres? Ni que decir tiene que estamos persuadidos de conocer bien a esa persona con la que vivimos; además, existen gran cantidad de comportamientos y reacciones que estamos en condiciones de prever (la repetición supone un buen índice) y no es cuestión de desdeñar o negar nuestras intuiciones. Simplemente, lo mejor es verificarlas planteando ciertos interrogantes -en lugar de formular las preguntas y las respuestas.

Todas estas razones constituyen el origen de los dobles mensajes que exigen una percepción objetiva de la relación para ser observados y catalogados, y para que se conviertan en el núcleo de un dialogo no ciertamente muy sencillo pero sí muy favorable de cara al desarrollo de los dos miembros de la pareja y, por lo mismo, al de la relación.

La lectura de pensamiento no deja de tener consecuencias nefastas para la relación: si soy capaz de leer el pensamiento del otro dado lo íntimos que somos, entonces mis ideas no son

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simples suposiciones, y ni siquiera tengo necesidad de hacerle preguntas, de pedirle informaciones; somos unos libros abiertos uno para el otro puesto que vivimos juntos. Por lo tanto, sé de sobra lo que piensas y ya puedes decirme lo contrario u otra cosa, ¡sé que eso no es verdad! Te conozco bien, ¡anda!

La transparencia vidriosa Repara en que, con frecuencia, el otro sostiene el mismo discurso. De suerte que uno y otro se conceden idéntico derecho a hacer todas las suposiciones posibles: no sólo no imaginan que podrían, llegado el caso, verificar lo bien fundado de sus certezas (cuyo aspecto hipotético negarían con vehemencia) sino que incluso despreciarán toda información o conato de información, todo esclarecimiento procedente del otro. Se trata de un robo, hasta de una violación de pensamiento, que las más de las veces suele concluir con discusiones del estilo de: "¡Pero estaba seguro de que eso te gustaría!" o: "¡Estaba persuadida de que no esperabas más que eso!" o incluso: "¡No me vengas con cuentos, sé de sobra que no estás malhumorado en serio!"

Si me amaras de verdad Al hablar de las creencias, evocábamos un aspecto de la lectura de pensamiento que hace posible una cantidad subsiguiente de chantajes (aceptados mediante un acuerdo tácito entre ambas partes de la pareja): cuando se ama, no hay necesidad de decirse todo, es mejor adivinarse, supone una prueba de amor. En consecuencia ha de ser posible adivinarlo todo: todos los deseos, todas las necesidades, todos los sentimientos y todas las ideas. Por lo tanto, cuando no se adivina todo, ello puede significar que no se ama, que se ama mal, o que no se sabe amar; o hasta incluso que uno no es amado, que es malquerido, que el otro no sabe amar. Culpabilidad en doble sentido, ilusión recíproca que no tiene peligro de mejorar la estima de sí mismo, al ser ilimitados los riesgos de error. Una vez más, la lectura de pensamiento pasa a hacerse tiránica ya que las faltas de lectura son consideradas como otras tantas pruebas incontestables de desamor, carencia de amor o malquerencia.

Llegado este nivel, tal vez no pueda por menos de resultar molesto, pero la relación corre el riesgo de chirriar seriamente cuando se toma en consideración lo que dice el otro (la certidumbre de conocerlo tiene como resultado una enorme ignorancia). Y cuando, al margen de ello, una de las partes intenta imponerle a la otra lo que debe pensar, sentir, no nos hallamos demasiado lejos de una modalidad de imperialismo terrorista: "No me cuentes nada acerca de ti, ¡sé con seguridad que piensas lo contrario! ¡Dices eso para ponerme de genio!" o: "¡No puedes estar triste por semejante tontería, no sería propio de ti! ¡Tú no eres así!"

Cabe asimismo refinar la aludida lectura de pensamiento proponiendo (siempre a condición de que el otro quiera prestarse con gusto a ello) una especie de suplicio de Tántalo, técnica que consistirá en prometer alguna cosa, suscitar una espera fundada en la esperanza, estableciendo ciertas condiciones para obtenerla, condiciones tan vagas que el otro tendrá que desvivirse en adivinarlas con miras a obtener la imposible recompensa -hasta llegar a dudar de sus propios sentimientos y facultades mentales (en vez de hacerlo de la buena fe del otro). "Si eres muy amable, tendrás por fin tu vídeo". Pero, ¿qué quiere decir eso de "muy amable"? ¿Cuáles son los criterios de la amabilidad en cuestión? A aquel que se ve requerido le corresponderá deslomarse para buscar...

El territorio interior se ve de este modo invadido y la peor crónica del conflicto inhibe con frecuencia los retoques sobre su "por lo que a él se refiere" íntimo que nadie mejor que su propietario está en condiciones de conocer y valorar -mientras no se demuestre lo contrario.

La lectura de pensamiento supone una modalidad de comunicación que genera una enorme negligencia: para qué molestarse en explicar, en hablar claro, en proporcionar informaciones concretas siendo así que la regla implícita estipula que el otro lo comprenderá todo, ¡con medias palabras o has-

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ta en silencio! Nos hallamos ante el dominio de la vaguedad toda vez que está previsto que somos capaces de leer en el pensamiento uno del otro. Frustración, decepción y hasta rabia son el resultado de las malas lecturas: "No te digo lo que deseo pues debes adivinarlo y me siento furioso para contigo ya que no has cumplido el contrato, o (tal vez) te has confundido. Sin embargo no es motivo para que vaya a transgredir la regla del silencio: resultaría demasiado molesto para ti reconocer que me lees al revés y muy desagradable para mí confesar que soy mal leído".

No resulta viable ningún descifrado correcto si no posee uno todas las claves -claves que se hallan, sin embargo, al alcance de todos y todas, con tal de que todos y todas quieran tomarse la molestia de buscarlas- a no ser que prefiera valerse de las adivinanzas como una especie de poder sobre el otro: "Como te amo, sé mejor que tú lo que te conviene", o: "Comoquiera que te amo de verdad, te conozco tan bien, acaso mejor que tú..."

"YO NO QUIERO MÁS QUE TU FELICIDAD" Requiere traductor-intérprete "El volverle loco al otro está en manos de todo el mundo. El envite radica en (...) el asesinato psíquico de ese otro de tal manera que no escape al amor; que no sea capaz de existir por su cuenta, de pensar, sentir o desear acordándose de sí mismo y de eso que le corresponde como propio 5 ".

Existen varios métodos para provocar en el otro la lectura de pensamiento, como por ejemplo, la técnica consistente en no dar en absoluto información, o no darla de manera suficiente, o en dar informaciones incompletas, ambiguas, imprecisas, con doble sentido, o por el contrario, ofrecer una información excesiva ahogando en un mar de detalles inútiles lo que es importante: el otro se perderá en ellos. Cabe también no solicitar informaciones, contentarse con algunas incompletas, ambiguas, imprecisas, de doble sentido, no escuchar lo que el otro dice o hacerlo con oídos distraídos, o juzgar que uno lo ha comprendido bien sin verificarlo - o hacer creer que se ha tomado buena cuenta del mensaje, por pereza o deliberadamente. Puede, incluso, interpretarse cuanto dice el otro en función de los pensamientos, sentimientos o deseos propios (se le lee entonces al otro como si fuese una lengua extranjera que uno conoce mal y que no tiene ganas de aprender), o rechazar la idea de que ese otro es diferente y leerlo a través de la trama de la etiqueta que se le ha adjudicado.

Me decía una amiga hace ya algún tiempo: "Mi marido hace muchas cosas por mí;, pero no aquello que espero de él, y que, sin embargo, se lo he solicitado con frecuencia; es como si él supiera mejor que yo qué es lo que puede hacerme dichosa. Pero se equivoca. Esta fórmula milagrosa, "yo no quiero más que tu felicidad" suele ser de ordinario el sésamo que da acceso a todos los poderes y no es raro que el postulante a la felicidad contemplado a través de la mirada del otro se vea condenado (o se condene) a padecer tal poder - q u e debe hacerle tan dichoso.

Estas estrategias permiten luego echar ciertas cosas en cara: "¡No me escuchas jamás! ¡En verdad no comprendes nada de nada! ¡Mira lo que has logrado que haga!" Hasta llegar a la sempiterna expresión: "¡Es imposible entre nosotros la comunicación!"

5 H Searles, L'effort pour rendre Yautrefou, prefacio de P. Fédida, Gallimard, 1977, p. 11.

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Antes de "hacer la felicidad" del otro (que cuenta en ocasiones demasiado para ti y no para él), es preferible preguntarle en qué puede, a su vez, construir él esa felicidad; en su defecto, hay gran peligro de procurar su felicidad a su pesar.

Dependencia mutua - ¿Cuáles son los ámbitos de tu vida en los que tienes que tomar decisiones? - ¿Cómo procedes para tomarlas? ¿A quién le hablas de ello? ¿Tienes en cuenta los puntos de vista de los demás? ¿De tu compañero de pareja? - Las más de las veces, cuando una decisión concierne a vuestras relaciones, ¿quién decide cuando no estáis de acuerdo? - ¿Cómo es vivido esto por aquel que decide? - ¿Cómo es vivido esto por aquel que acepta? - ¿Le dejas a tu compañero tomar decisiones en cosas que no te conciernen más que a ti? - ¿Qué es lo que te impide decidir por ti mismo? - ¿Qué ocurriría si lo hicieras? - ¿Eres capaz de decirle "no, no quiero" a tu compañero? - ¿Expresas tus deseos o aguardas a que sean adivinados? - ¿Cómo soportas una separación, aunque no sea más que de cuarenta y ocho horas? - ¿Cómo reaccionas ante una responsabilidad que hay que tomar en solitario? - ¿Tomas algunas iniciativas? ¿En qué dominios en particular? En función de tus respuestas, ¿qué decides?

En efecto, ¿cómo no otorgarle de manera espontánea toda la confianza a alguien que te ama de tal manera que hasta sabe incluso todo cuánto piensas, todo cuánto sientes -que hasta sabe cuando piensas "mal" y cuando sientes "mal"? ¿Cómo no sentirse culpable de no sentir (o de tener un mal desvarío en sentir) lo que el otro quiere que sientas, para tu bien? ¿Cómo no ponerse a sí mismo en tela de juicio cuando no experimenta "buenos" sentimientos? ¿Cuando no tiene ideas "justas"? "¡Ya no sé lo que debo pensar! ¡Creo que me estoy volviendo loco! ¡No sé ya dónde estoy!" suponen otras tantas letanías que habrás oído muchas veces. ¡Qué carga de sufrimiento, angustia, duda y mala conciencia no llevan consigo! "Sé mejor que tú" Luego de algún tiempo (meses, años...) de semejante forma de proceder, el otro, por su propia felicidad (no lo olvidemos), ya no será más que aquello que uno quiere que sea, hasta en su "yo" más íntimo. Y el menor sobresalto de su auténtica identidad quedará pronto aniquilado: "Basta con una mirada, un contacto, una tos (...), orden que será seguida "implícitamente" 6 " para reducir a la nada cada intento de afirmarse. En tales casos, lo esencial del mensaje "que vuelve loco" se resume así: "Lo que tú ves, lo que oyes, piensas, etc. no es precisamente bueno ni para ti, ni para mí, ni para nuestra relación. Lo sé mejor que tú".

Dada la enorme dificultad que encierra (si no ya imposibilidad) el imaginar en el otro una necesidad que él mismo ignora, ¿cómo se lo tomará?, no tenemos sino el apuro de la elección: podemos, por ejemplo, persuadirle al otro (y las armas de la persuasión son múltiples, desde la más suave a la más autoritaria) de que sus sentimientos e ideas acerca del entorno o sobre sí mismo son erróneas; bastará con repetir la operación, apoyándolo en pruebas (y uno las encuentra siempre, aunque no fuera más que tomándose a sí mismo como modelo) para que ese otro, abrumado ante tantas evidencias, acabe por dudar de sus percepciones.

El otro, siempre con idea de mejorar "su dieta", va viéndose reducido cada vez más a apoyarse por entero en el embaucador, cosa que no tiene por qué resultarle forzosamente desagradable ya que al adoptar semejante actitud y mantenerla, consolida regularmente la conducta del "fabricante de felicidad". Recuerda que el acusador no puede acusar más que a uno que suplica y a la recíproca: lo que hace el uno provoca por sistema la respuesta del otro. Estos juegos resultan particularmente destructivos, tanto para el uno como para el otro.

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6 R. D. Laing, La politique de la famule, Stock, 1979, p. 100.

En esta especie de doma, cada uno paga en efecto su parte: la víctima sufre y su salud mental se ve seriamente maltratada en tanto que el otro (que detenta oficialmente el poder) recoge los frutos de su responsabilidad casi total en forma de acrecentamiento de responsabilidades que tiene que tomar en solitario, de decisiones que ha de asumir él solo, de cruz que llevar a cuestas, en cierta medida, a costa de sus propias necesidades que apenas si tendrá tiempo ni ocasión de escuchar. Pasará la mayor parte de su tiempo defendiéndose de las necesidades (reales o supuestas) del otro, necesidades que ya no sabrá siempre si las crea este último en todas sus partes para robustecer el estado de dependencia en el que está enredado - y que le hacen posible verse "asistido", sostenido, hacer la vida a merced del otro, y criticarle, llegado el caso, si es "mal servido".

"¿Que haría yo sin ti?" ¿Cómo puede uno mantener una dependencia así;? Hay diversos medios perfectamente a propósito para llegar a ello. Por ejemplo, cabe afirmar muy amablemente: "Bien está que pienses así; o de la otra manera, pero, por otro lado, tienes que acostumbrarte a ponerlo en práctica, es mejor para ti..."; "Lo sé mejor que tú, yo me ocupo de ello... no te preocupes, aquí estoy yo..."; "No estés triste (o enojado), no adelantas nada, cuenta conmigo..."; "Sé muy bien cómo eres, no te molestes en explicármelo..."; "Conozco perfectamente por qué actúas así, hazme caso, no te engañes, ya te diré yo lo que tienes que hacer..."; o incluso: "No hay misterio alguno, piensas eso porque no has dormido bien. ¡Vamos, se acabó!" Ese otro, con miras a conservar su "farniente" psíquico, intelectual y sentimental, puede, a su vez, animar el comportamiento "salvador" y superprotector del otro, otorgándole plenos poderes: "Dime lo que hay que hacer"; "Explícamelo, tú lo comprendes mejor, por fuerza"; "¿Qué harías tú en mi lugar?"; "¿Crees que tengo razón?" Estas cuestiones transmiten el mensaje siguiente: "Sabes mucho más que yo".

"¡Mira lo que me has hecho hacer!" « De este modo es posible echar en cara más adelante: "Si me he equivocado, ¡la culpa es tuya! ¡He seguido tus consejos!" Lo cual lleva consigo (por parte del "consejero"): "Te dije eso por tu bien; quería hacerte un favor, ¡eso es todo! ¡Es evidente que no comprendiste nada!"; "Ya ves con claridad que no eres capaz de hacer nada solo, deja que yo actúe o ¡no cuentes conmigo en adelante para nada!" "Ya ves que no eres capaz de aclararte sin mí!" Se sobreentiende: "Sigue siendo dependiente". Cuando la persona que acaba por no saber ya bien cómo se llama tiene algunos arranques de lucidez, resulta fácil sumergirla de nuevo en su niebla, tanto más cuanto que "el hombre suele querer muchas veces verificar su sensación de lo desagradable buscando una experiencia repetida 7 ". Veamos unos cuantos ejemplos de interacciones típicas de este sistema de comunicación: - ¿De verdad me amas? - ¿Y qué es el amor? - Me gustaría un vestido nuevo. - ¿Y quién es el que gana el dinero? Soy yo, ¿no? - Me da miedo que no me ames ya, si te digo lo que pienso. - Ni hablar, veamos, no tengas miedo. - Tengo ganas de conducir hoy, ¿puedo hacerlo? - Sabes de sobra que el coche es frágil; está hecho a mi mano. - Tengo sueño. - Ya se te pasará, yo estoy en plena forma. - Si te quieres divorciar, confiésalo, es problema sólo tuyo. - Yo te quiero. - ¡Ah, bueno! - ¿Por qué me golpeas en el brazo? - He chocado con él, que no es lo mismo. 7 G. Bateson, Vers une écologie de Vesprit, Le Senil, 1979, p. 243-244.

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- Pero me aprietas demasiado, me haces daño. - ¡Antes no decías eso! - Veo con claridad que estás triste. - ¿Por quién me tomas?

- ¿Cual es la reacción de tu pareja cuando lo haces? - ¿Recibes las muestras de atención (verbales y no verbales) que desearías recibir (en cantidad y calidad)? - ¿Das fácilmente todas las muestras de atención (verbales y no verbales) que desearías dar?

- ¿Salimos mañana? - ¿Es que has limpiado ya el garaje?

- ¿Cuáles son los defectos que la otra parte reconoce en ti?

- ¿Vamos a esquiar este invierno? - ¿Te has olvidado acaso de que detesto la "fondue"?

- ¿Cuáles son las cualidades que te reconoce?

- ¿Vamos al cine? - ¡Yo trabajo! ¡No fabrico el dinero!

- ¿Soléis hablar de ello juntos?

- Me gustaría hablarte... - No tengo ni un minuto, lo sabes de sobra... preciosa... Si la persona que ignora ya su nombre constata que está siendo un poco descuidada, cabe que intente recuperarle al otro poniéndose enferma, incluso hasta grave; puede acumular negligencias, torpezas o atolondramientos, sufrir una depresión nerviosa, desencadenar unas crisis de nervios, tornarse violenta o apática, o incluso, lanzarse impetuosamente a un hiperactivismo o también mostrar incompetencia en diversos terrenos. En pocas palabras: que no faltan medios y que la imaginación carece de límite, tanto por uno como por otro lado, para mantener una comunicación que vaya en contra del objetivo de la relación: estar bien juntos, desarrollarse juntos. Unos cuantos interrogantes que conviene

plantearse

Cómodamente instalado, arrellanado en tu butaca favorita, tranquilo y solitario por un momento, si lo deseas, puedes emplear el tiempo en plantearte unas cuantas preguntas a fin de estudio vuestra relación tal como ahora la vivís. Esta investigación puede darte pie a conocer mejor tus esperanzas y constatar hasta qué punto se han cumplido y si es deseable añadir un poco por aquí, cambiar otro poco por allá... - ¿Manifiestas con libertad tus sentimientos desagradables? - ¿Cómo eres escuchado cuando lo haces? - ¿Expresas con facilidad tus sentimientos gratos? 136

- ¿Te sientes satisfecho con vuestra vida sexual?

- ¿Estás satisfecho de vuestras intercomunicaciones sobre lo que hacéis, sobre lo que os interesa? - ¿Te sientes libre para ser tú mismo? - ¿Te sientes dependiente del "nosotros", de la relación? - ¿Estás satisfecho de la gestión del presupuesto? - ¿Realizas algunas peticiones explícitas? - ¿Recibes todas las informaciones que quisieras recibir? - ¿Das todas las informaciones que resultarían útiles para tu compañero? - ¿Qué sientes cuando el otro te dice que no? - ¿Tienes el sentimiento de no poder vivir solo? - ¿Quién toma las decisiones? ¿En qué campos? ¿Te encuentras satisfecho al respecto? - ¿Te sientes seguro en vuestra relación? - ¿Has renunciado a cosas importantes para ti a fin de conservar la relación? ¿O por darle gusto a tu pareja? - ¿Cómo defiendes tu territorio interior? ¿Tu espacio personal? ¿El espacio compartido te resulta agradable? - ¿Cuáles son los puestos respectivos otorgados al "yo", al "tú" y al "nosotros" dentro de vuestra relación? - ¿Respetas vuestros propios ritmos? - ¿Tenéis actividades propias? ¿Amigos propios? ¿Centros de interés propios? 137

- ¿Tenéis actividades comunes? ¿Amigos comunes? ¿Centros de interés comunes? - ¿Te sientes distendido en el seno de vuestra relación? - ¿Te sientes responsable de vuestra relación? Por espacio de unos instantes, puedes cerrar los ojos para imaginar los que será vuestra relación -si no cambia n a d a dentro de cinco años, luego de diez y luego de veinte (si te es factible hacerlo). Este ejercicio de visualización puede ayudarte a discernir mejor tus esperanzas no satisfechas, tus logros, en qué terrenos, y qué modificaciones te gustaría aportar en el aquí y el ahora. Las respuestas a estos interrogantes no resultarán siempre sencillas de formular y requieren muchos matices. Es necesario dedicar tiempo a semejante investigación. Una vez que hayas encontrado tus respuestas (o ciertos elementos importantes de respuesta), pregúntate cómo puedes sacar provecho de esta pesquisa. Ni que decir tiene que, en cuanto tenga de positivo y satisfactorio, puedes apresurarte a hacer partícipe de ello a la persona interesada. Le supondrá un buen regalo. Acaso tu pareja quiera entonces, a su vez, dedicarse a esta reflexión, con lo que os será posible confrontar vuestras respuestas, matizar vuestra parte de responsabilidad para cada uno e imaginar juntos en qué podéis mejorar. Hablar de esto unidos, es hablar de la relación propia y por lo mismo, situarse en posición "meta": es un buen medio para conocerse mejor y pasar de lo implícito a lo explícito.

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TERCERA PARTE

EL PLACER DE AMAR

Cómo comunicarse Sin duda tienes algunas ideas buenas (que ciertamente habrás experimentado) acerca de lo que es susceptible de mejorar la comunicación dentro de una relación, haciéndola más eficaz y más dilatadora para los dos miembros, lámbién posees ciertas ideas justas y útiles sobre aquello que puede molestar, truncar dicha comunicación impidiéndole que sea fluida y, por tanto, perjudicando al sistema.

EL MIEDO A COMUNICARSE La torre infernal Lo que más dificulta a ambos miembros de una relación son los miedos a mostrar, a preguntar, a expresar. Todas las catástrofes imaginarias (de ordinario no formuladas) les inducen a uno y otro a acurrucarse, aislándolos tras las paredes de la soledad. Esas murallas de lo no dicho, que tan solo protegen de una manera superficial, amplían las distancias, desterrando la intimidad fuera de la relación (en ocasiones resulta más sencillo abrir el corazón a alguna amiga, a un compañero...). 141

Temor a pasar por un ser débil, flojo; a perder el control de uno mismo y verse sumergido por emociones y sentimientos inconfesables, tal vez incongruentes y prohibidos (se piensa); decepcionar; temor a interpretar mal el papel propio, a inventar e improvisar un texto distinto; a ser rechazado; a "dar una impresión lamentable", a estropearlo todo, a pronunciar palabras irremediables o decisivas; a adoptar tales responsabilidades; temor a ciertas palabras que pueden resultar definitivas, tajantes, hirientes o, simplemente, sinceras. Miedo a tu realidad, a tu verdad -miedo favorecido por las creencias, a su vez consolidadas por las experiencias desagradables (aquí y ahora o en el pasado), creencias endurecidas con los miedos... Miedo a respirar el aire de la discordia, de un auténtico gran conflicto abierto en el que cada uno se expresa, confiando en el otro; a respirar las miasmas de la revelación de si mismo; en la que los sentimientos positivos pueden verse también atados de pies y manos ("A pesar de todo, ¡no hay que andar con demasiados cumplidos. ¡Podría relajarse, echarse a perder! ¿Podría dar no sé qué impresión si me muestro satisfecho abiertamente? Resulta indecente mostrar de una manera excesivamente llamativa el placer o la alegría propios, ¡y eso puede pasar a ser indiscreto! Conviene hacerse desear un poco, ¿no? Hay peligro de ablandarse, de dejarse llevar, de acostumbrarse..."); miedo a las emanaciones de la insatisfacción; a los ataques de ira; al viento que augura la tempestad. Ahora bien, los céfiros de la ternura son expulsados por la brisa del aburrimiento, la desmoralización, la tristeza, el dolor de vientre o el desencanto, mientras se va infiltrando poco a poco un sutil tufillo a descomposición. Degradación de la atmósfera que uno rehusa admitir encerrándose cada día un poco más en sí mismo, un sí mismo que ni siquiera supone ya siempre un refugio toda vez que acabará por no conocerse, por no sentirse tranquilo. Lo hemos olvidado: nuestro olor no nos proporciona ya seguridad, el contacto con nosotros mismos resulta incómodo, como si fuera con un extraño o con un 142

amigo largo tiempo alejado de nosotros. Entonces retornamos al hogar del "nosotros", amargados y decepcionados por semejante escapada en sí que ha dejado de ayudarnos -es cosa de sobra conocida que, al cabo de un cuarto de hora, no percibimos ya las emanaciones molestas. ¿Cara o cruz? Eso no obstante, a lo largo de la vida todos habéis aprendido que no existe una única manera de hacer una misma cosa: así como hay numerosas formas de preparar una salsa para la ensalada, de narrar una historia o de dirigir una empresa, también se dan otros medios para vivir una relación, puesto que lo esencial es el "cómo" de la vida entre dos y la mejoría de ese "cómo" reside en el lenguaje propio del sistema, en la comunicación y en las modalidades de interacción. No deja de ser tranquilizador el saber que tales métodos no los hemos inventado nosotros: de ordinario nos han sido enseñados al correr de los años, a través de las distintas personas que han supuesto nuestros modelos y que nos han transmitido sus propios sistemas, así como por la sociedad y sus principios codificados. Dado que hemos aprendido eso, somos capaces de aprender a proceder de otro modo, a modificar, revaluar y cambiar aquello que haya que cambiar. Basta con quererlo, con hallarse uno plenamente motivado: "Cada persona debe elegir entre afirmar sus derechos a la salud mental o cederlos. (...) La cuestión que nos toca plantearnos a nosotros mismos es, pues, la siguiente: cuál de nuestros dos miedos fundamentales vencerá: el miedo a las posibles consecuencias de la expresión directa (...), o el miedo a las posibles consecuencias de nuestro rechazo a expresar(nos) abiertamente 1 ".

1 Dr. G. Bach y R. Deutsch, Arrétel Tu m'exaspéres, le |oiu ídilour, 1985, p. 103.

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COMUNICARSE: UNA RESPONSABILIDAD RECIPROCA Teoremas En cuanto dos personas se unen (con independencia de cuál sea la naturaleza de su relación), se instaura una comunicación y el determinar cuáles habrán de ser las modalidades de interacción -bien específicas- caerá bajo la responsabilidad de los dos miembros. Vamos a resumir los grandes títulos de lo que podríamos encontrar en un "abecedario de la comunicación", definiendo con exactitud, antes de nada, qué es una interacción: es el influjo mutuo que ambos interlocutores ejercen uno sobre otro. Partiendo de esta definición, encontramos las cinco ideas básicas importantes que conviene precisar: • Toda actitud y toda conducta suponen sendos mensajes que le remites al otro y que tú recibes de ese otro. Por ejemplo, si tu compañero cierra la puerta de una forma más ruidosa que la acostumbrada a la vuelta del trabajo, eso es un mensaje que tú recibes: acaso lo interpretes pensando que él expresa cierto enojo contra ti o que ha tenido algunos problemas profesionales, etc. La mirada que le lanzarás en ese momento será asimismo un mensaje que indicará tu interpretación de semejante comportamiento. ¿Será bien comprendida tal mirada? ¿Qué provocará? Todo cuanto uno hace (mirada, gesto) y todo cuanto constituye otros tantos mensajes. • No puedes no comunicar: aunque no digas nada, el silencio es una forma de comunicación y no es indispensable aplicar ninguna lupa para comprender ciertos cambios en el ritmo de una respiración o ciertas tensiones musculares (por ejemplo, unas mandíbulas crispadas). Las actitudes y, de modo general, el lenguaje del cuerpo dice en ocasiones con mayor facilidad aquello que las palabras tienen dificultad en expresar.

Personas bajo influencia • Todo comportamiento determinará el del otro: es lo que suele llamarse el comportamiento-respuesta. "No podemos no influir 2 ". Tomemos el ejemplo siguiente: nos encontramos un domingo al final de la tarde; Francisca, profesora de historia corrige un montón de exámenes para el día siguiente a la mañana ya que no tuvo tiempo de hacerlo antes durante el fin de semana; Pedro, su marido, está molesto y descontento por verla trabajar en ese momento pues ella se las suele arreglar de ordinario para no tener nada que hacer el domingo. El puede decirle: "¿Por que trabajas precisamente ahora? Estoy harto de esto, ¡apenas si sacas tiempo para ocuparte de mí! ¡Prefieres tu trabajo y yo no cuento!" Francisca, herida por el tono agresivo de Pedro responde elevando el tono, con brevedad, y se ensimisma con rabia en sus papeles. Es evidente que Pedro ha influido sobre su reacción al hacer su observación en u n tono de reproche - y Francisca le influirá a Pedro respondiendo a la cólera de éste con la suya. Pedro pretendía, sin duda, sacar mejor partido de su domingo con Francisca -que tal vez hubiera preferido no tener que realizar aquel trabajo. Influimos sin cesar y estamos "bajo influencia" en cuanto somos dos. Según la manera en que me hablas de este o aquel restaurante, siento más o menos ganas de acudir a él, etc. La utilización de dicho influjo no depende más que de nuestra propia personalidad: somos responsables, conociendo que no podemos no influir, de nuestra manera de emplear dicho influjo. ¿Seremos escrupulosos, honrados y respetuosos para con la persona en cualquier ocasión o nos dedicaremos a poner en funcionamiento esa influencia en beneficio propio, a veces con detrimento de nuestro interlocutor? liste aspecto de la comunicación constituye un asunto personal, que estará en función de nuestros criterios morales. Tarea nuestra será saber cómo utilizarlo, y del otro (de tu compañero en este caso) reaccionar a su manera: la pelota, según esto, está en su campo y tiene a su disposición una cantidad ingente de op2 P. Watzlawick, Le langage du changement, Le Seuil, 1980, p. 19.

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ciones y de posibilidades de respuestas. En el ejemplo de Francisca y Pedro, la respuesta de aquélla se vio directamente influenciada por la cólera de Pedro: respondió con la cólera; sin embargo, eran posibles otras respuestas. En consecuencia, "aceptó" verse influida, lo cual formaba parte de sus opciones. Traducción simultánea No puedes saber realmente lo que dices (en lenguaje verbal o no verbal) más que en función de la respuesta de tu pareja: su reacción mostrará con claridad el significado de tu mensaje (para tu interlocutor). Se trata del "feed-back". Si le dices a tu mujer: "Abrázame", sabrás cómo se lo has dicho observando su respuesta. ¿Habrá tomado tu invitación como una orden? ¿Como una señal de amor?, etc. De acuerdo con su respuesta, conocerás con exactitud el sentido otorgado a tu mensaje. A cada uno de los miembros de la pareja os corresponderá aseguraros de que el otro comprende lo que decís y de que tú has comprendido lo que ha dicho el otro. Un gato no es para todo el mundo un gato y será mejor irlo comprobando poco a poco durante el diálogo puesto que un mismo vocablo no tiene por qué significar necesariamente lo mismo para uno que para otro. Cada uno habláis vuestro lenguaje, en particular cuando empleáis términos abstractos (tales como "felicidad", "comunicación", "respeto", etc.) Esas expresiones (de las que cada individuo puede poseer un concepto personal) son susceptibles de provocar lamentables errores de traducción. Cuanto más abstracto sea el lenguaje menos fácil resultará la comunicación. Los discursos políticos constituyen otras tantas pruebas capaces de distraer según los casos: todos hablan de "mejoría", de "cambio", de "igualdad", de "progreso", etc. Resulta fundamental penetrar en el sentido de la clarificación de los mensajes intercambiados.

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¿Quién está al aparato? Incumbencia propia de cada uno de los miembros de la pareja será defender los derechos a una correcta comunicación. ¿Cuáles son tales derechos? Los hay de dos clases: derecho a recibir las informaciones que se juzguen necesarias y derecho a seguir siendo uno mismo y a expresarse. Para seguir siendo uno mismo dentro del marco de una relación, conviene querer y saber respetar el propio territorio interior, íntimo y personal. Eso significa que cada uno somos responsables de permanecer o no a la escucha de nuestros pensamientos, ideas y sentimientos; responsables de fiarnos, de tener confianza en nuestras percepciones de la realidad, aun cuando no respondan con exactitud a las de nuestro compañero o a las que éste querría que tuviésemos. De ahí que sea importante que estés en contacto contigo mismo y compruebes si piensas y sientes más en función de lo que el otro espera de ti, o tus ideas y sentimientos son de verdad personales, te pertenecen por entero. En caso de que no sea éste el caso, si caes en la cuenta de que te has alejado de ti mismo, responsabilidad tuya será recorrer el camino en sentido inverso, volver con celeridad sobre ti y confrontar tu percepción de la realidad con la del otro. De lo contrario, los lamentos resultarán estériles y comprenderás que tu compañero reacciona simplemente a tu modo de proceder. O bien él rechazará tu postura (tu desafección respecto a ese tipo de responsabilidad) y acaso te incite a que te reencuentres contigo mismo (o te descubras), situándote así en el camino de una plenitud que sin duda desea para ti. Actuando de este modo, te impedirá que establezcas una comunicación perjudicial para vuestra relación y te demostrará su respeto hacia ti. No basta con pensar y sentir de acuerdo con la propia visión del mundo: también tienes derecho a expresarte. Competencia tuya será decir lo que quieres decir, compartir lo que tienes ganas de compartir, cuando decidas que es el momento oportuno. Dado que eres responsable del poder (o del no147

poder) que le concedes al otro sobre aquello que piensas y sientes, lo eres igualmente de tu libertad de expresión: tú elegirás su manera y momento, de acuerdo con lo que te parezca más eficaz para hacerte comprender. El otro, a su vez, será responsable de su reacción de cara a tu mensaje. Es cierto que una comunicación así puede acarrear algunos conflictos o desacuerdos; sin embargo, un conflicto entre dos personas bien vivas, deseosas de llevar a término su objetivo (vivir la mejor relación posible), dos personas que existen en verdad, ¿no es más deseable que una lenta asfixia? "Una pareja estalla en primer lugar por el silencio. Si dicho silencio se rompe, nada hay que impida ya abordar todos los temas 3 ". ¡Concluyendo con ello los mensajes dobles, las negligencias, olvidos y torpezas de todo tipo (que, tiene que reconocerlo, con harta frecuencia se vuelven, no obstante, contra su autor)! Conoces que puedes proceder de otra manera y empezar ya desde ahora a experimentar.

La buena elección ¿Y si mi compañero rechaza todas las ocasiones que le propongo para expresarme? Si no quiere que lo haga, ¿soy de verdad responsable de su rechazo? Monólogo sobre un diálogo » ;¿ jjl fli S

Es cuestión de saber cómo induces el diálogo; si has realizado numerosas tentativas, variando las maneras de abordarlo, tal vez no seas tú el responsable directamente de semejante rechazo. Sin duda existirán otras razones ¿Qué piensas al respecto?

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Si ese fin de no-recibir es crónico y no llegas a expresarte, y conociendo que no puedes por menos de influir, ¿qué podría ocurrir dentro de vuestra relación si cambiaseis vuestra comunicación? ¿Te iba a pegar tu compañero? Se trata, efectivamente, de un medio para reducirte al silencio, ¿pe-

3 Revista Autrement, "Couples!", n. 24, texto de Jules Nadaud, p. 49. 148

""i ro aceptas tú tal cosa? ¿Te abandonaría? ¿Estás seguro de ello? ¿Lo has intentado ya? ¿De qué modo procediste? ¿Qué aconteció entonces? ¿Serías capaz de actuar de otra manera? Y si te abandonara por este motivo, ¿qué significaría eso? ¿Que ya no eres amado por el único motivo de que hablas acerca de ti? ¿Que le decepcionas por ser lo que eres: un ser auténtico que tiene sus propias sensaciones y < emociones y que quiere compartirlas con la persona a la que ama? ¿Temes verte calificado como egoísta o harpía? Acaso puedas regresar al punto de partida y tomar el camino correcto: podrías llegar allí. ¿Resulta demasiado elevado el riesgo? Eres asimismo responsable por lo que hace referencia a la petición de informaciones: informaciones acerca del otro, de lo que piensa, siente, desea, de aquello sobre lo que experimenta atractivo o necesidad. Es el momento de desacralizar la-lectura-de-pensamiento-prueba-del-verdadero-gran-amor. Cuando no sepas qué hacer (cómo o dónde actuar, etc.) pregunta, no te equivocarás. Aunque no obtengas la respuesta satisfactoria, sigue preguntando, buscando precisiones (mediante ejemplos que lo apoyen, si es necesario). Tal vez resulte molesto para el otro, ya que no tiene por costumbre hacerlo de una manera tan sistemática, pero es un buen medio para acabar siendo claro para con él. Y además, semejante período de aprendizaje no durará eternamente o acaso sea cuestión de otra cosa, de cierta falta de energía al servicio de la relación... Tanto uno como el otro tenéis derecho a cuantas aclaraciones estiméis útiles: no le consientas a nadie el indebido derecho a privarte de esto. Preguntando suprimirás un amplio porcentaje de interpretaciones erróneas y suposiciones vagas y la energía que ya no emplearás en adivinanzas, la recuperarás intacta pudien do utilizarla en unas modalidades de conducta positivas, que beneficien al "yo", al "tú" y al "nosotros", y disminuirás al máximo las fuentes de errores -aun aceptando que el error es algo muy humano. Si tú y tu compañero compartís este criterio, os sentiréis proporcional mente más a gusto y disminui149

réis las posibilidades de conflicto. Ya no tendrás por qué temer, puesto que serás capaz de asumir tus propias responsabilidades, y te comunicarás mejor.

Reconozco como míos mis temores y mis esperanzas, mis fantasías y mis sueños.

...He ahí la cuestión Prosigamos nuestro viaje a través de las sendas de la comunicación y veamos juntos cómo mejorar el día a día de la relación hasta convertirla en una historia a la paz singular (pues es únicamente vuestra) y enriquecedora. Se impone una condición, que podrás añadir a cualquiera de las páginas toda vez que es indispensable para toda buena relación (sea cual fuere su contexto): se trata de la estima propia y de la estima del otro. No tienes la menor duda de que esas dos nociones tienen todos los derechos para intervenir desde el comienzo hasta el final de la presente obra: desde la elección hasta todo el largo camino que hay que recorrer mano a mano. Por lo demás, tampoco son nada específico de una pareja feliz, sino el trampolín que nos propulsa a lo largo de la vida en todos los ámbitos. *,

Mi declaración de estima propia Yo soy yo. No hay nadie en el mundo entero que sea exactamente como yo. Habrá personas que tengan ciertos aspectos similares a los míos, pero nadie los reúne todos juntos de la misma manera que yo. En consecuencia, todo cuanto procede de mí es auténticamente mío ya que yo solo soy quien ha hecho su opción.

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brotan -delicadas, soeces o amables, maleducadas o corteses; mi voz, melodiosa o chillona, y todas mis acciones, bien se refieran a los demás o recaigan sobre mí mismo.

Reconozco como mía mi persona entera: mi cuerpo, comprendiendo todo aquello que él hace; mi espíritu, con todos sus pensamientos e ideas; mis ojos, con las imágenes de todo lo que perciben; mis sentimientos, sin que importe su naturaleza -cólera, frustración, decepción, excitación, alegría, amor, etc.; mi boca, y todas las palabras que de ella 150

Reconozco como míos todos mis fracasos y errores, mis triunfos y éxitos. Dado que reconozco como mío todo cuanto hay en mí, estoy en condiciones de entablar conocimiento conmigo mismo de la manera mas íntima. Al proceder de este modo, soy capaz de amarme y de mantener buenas relaciones con cada parte de mí mismo. Puedo, pues, hacer posible que todo mi yo trabaje en favor de intereses. Sé que hay determinados aspectos en mí que me intrigan y otros que ignoro. Pero, cuanto por más tiempo mantenga respecto a mí sentimientos amistosos y amables, con mejor ánimo y esperanza podrá buscar soluciones a mis problemas y aprenderé mucho mas acerca de mí. Poco importa cuál sea mi semblante, lo que diga o haga, lo que piense y sienta en un momento dado; ese yo es auténtico y representa lo que soy en ese instante preciso. Cuando vuelva a considerar más adelante cuál era mi apariencia, lo que decía y hacía, pensaba y sentía, puedo que ocurra que algunas partes de mi yo se me antojen incongruentes. Estaré en condiciones de apartar cuanto no resulte adecuado, conservando lo que se manifieste como idóneo e inventando algo nuevo que sustituya a aquello que he desechado. Puedo ver, escuchar, sentir, hablar y actuar; dispongo de una serie de instrumentos que me permite vivir bien, ser próximo a los demás, ser productivo y conferir un sentido y un orden al mundo de las personas y las cosas situadas
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