Como Mejorar Sus Relaciones Humanas
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BIBLIOTECA ELECTRÓNICA PARA EL MAESTRO
EL MAESTRO COMO SU PERSONA COMO MEJORAR SUS RELACIONES HUMANAS por R. Lofton Hudson
EDITORIAL MUNDO HISPANO © 2007
COMO MEJORAR SUS RELACIONES HUMANAS
R. LOFTON HUDSON
VERSIÓN ESPAÑOLA. ©Copyright, Casa Bautista de Publicaciones, 1972. Todos los derechos reservados
VERSIÓN CASTELLANA:
OLIVIA S. D. DE LERIN
CASA BAUTISTA DE PUBLICACIONES
Contenido
1. APRENDIENDO A ACEPTAR A LAS PERSONAS COMO SON 2. COMO COMPRENDER A LAS PERSONAS 3. HONRADEZ EN LAS RELACIONES HUMANAS 4. ¿QUE ES LO QUE CONSTITUYE LA PACIENCIA? 5. DEFINAMOS LA MADUREZ EMOCIONAL 6. ¿FLEXIBLE O INESTABLE?
Los artículos que componen este libro fueron publicados originalmente en la revista Church Administration en sus números correspondientes a marzo, abril, mayo, junio, julio y agosto de 1969. © Copyright, 1969, The Sunday School Board, S.B.C. Todos los derechos reservados. Usado con permiso.
Aprendiendo A Aceptar A Las Personas Como Son La comisión de una iglesia estaba examinando a un candidato para la membresía de la iglesia, como lo hacen algunas iglesias, para ver si esta persona había tenido una experiencia con Cristo. En otras palabras, iban a probarla para el bautismo o ayudarla a tener una verdadera experiencia de arrepentimiento y confianza antes de que fuera admitida en la membresía de la iglesia. Esta mujer había sido alcohólica. Por medio de la ayuda de Alcohólicos Anónimos había recuperado su sanidad y había aprendido a vivir sin el alcohol. Después de que dejó el alcoholismo había conocido a Cristo y estaba solicitando ser admitida como miembro de la iglesia. Un miembro de la comisión examinadora dijo: “Lo que me preocupa de la señora X es que ella habla solamente de los Alcohólicos Anónimos y lo que éstos han hecho por ella, cómo la aceptaron y le prodigaron cariño y la ayudaron a recuperar la salud. Apenas si ha dicho algo acerca de lo que la iglesia ha hecho por ella. Confesó que había confiado en Cristo como su Salvador, pero siguió hablando de lo que Alcohólicos Anónimos habían significado para ella.”
Los demás miembros estuvieron de acuerdo con esta idea. Uno de los oficiales de la iglesia que estaba presente en la reunión de la comisión dijo: “Tal vez la clave está en la palabra ‘aceptado’. Quizás ella se sintió más aceptada entre los Alcohólicos Anónimos que lo que se siente entre nosotros que somos miembros de la iglesia.”
Las palabras no eran para reprender sino eran simplemente la declaración de una observación honrada. La comisión se despidió con este pensamiento. ¿Qué queremos nosotros decir por “aceptación”? El notable sicólogo Carl R. Rogers contesta esto con precisión en un diálogo que tuvo con el finado filósofo judio Martín Buber: “Yo estoy completamente dispuesto para que esta otra persona sea lo que es. A esto lo llamo yo ‘aceptación’. No sé si ésta es una buena palabra para ello, pero yo quiero decir que estoy dispuesto a que la persona tenga los sentimientos que posee, que mantenga las actitudes que tiene, que sea la persona que es. Y otro aspecto de ello que también es importante para mi es que en aquellos momentos de claridad yo me ponga en el lugar de aquella
persona para saber cómo le parece aquella experiencia, como si en realidad yo estuviera dentro de aquella persona, pero sin perder mi propia personalidad o mi estado de separación en esto.”
Parece que ésta es la forma en que Jesús veía a los hombres. No eran el recaudador de impuestos, ni los pecadores, ni los samaritanos, ni los fariseos, ni los saduceos, sino personas. Es cierto que él tenía que llamar la atención a ciertas prácticas religiosas y aun a ciertas personalidades para exponer sus cualidades destructivas (véase Mateo 23). Pero nosotros bien podemos creer que él no los rechazó. Estas personas fueron aceptadas como tales a pesar de ser inaceptables. Pero, más específicamente, debemos confrontar a cada ser humano como es, en la etapa de desarrollo en la cual se encuentra, aunque esté equivocado y ciego, aunque sea egoísta e inmaturo —hasta neurótico, si esa clasificación nos agrada— y siendo humano a su propia manera. No hay ninguna garantía de que cuando nosotros tratemos de relacionarnos con nuestros semejantes les seamos agradables, ni de que ellos sean lo que nosotros esperábamos, ni de que no nos lastimen. Hasta pueden destruirnos. Otra manera de considerar a las personas en acción es aceptar su unicidad, lo que Buber llama “la persona única en el evento único que no se repite”. Esto da en el clavo, en el verdadero problema de la aceptación, el de la unicidad. La mayoría de nosotros consideramos la vida, las personas, los episodios con opiniones preconcebidas acerca de lo que deberían ser. Necesitamos recordar que cada persona es diferente de las demás, aunque “el mismo corazón lata en cada pecho humano” (Mateo Arnold). Son ciertas cualidades de cada persona en particular las que nos molestan. Una persona puede tener emocionalmente nueve años de edad aunque cronológicamente tenga veintinueve. Esta persona puede ser una homosexual, o avara, o atea, o fanática religiosa. Nos gustaría rehacerla a imagen nuestra. O encontramos que su presencia crea cierta ansiedad en nosotros. Por lo tanto, nos es muy difícil estar conscientes de esta persona. La palabra “conscientes” quiere decir que nosotros nos ponemos en guardia o vigilantes cuando estamos en presencia de otra persona. Es la unicidad de esa otra persona la que nos amenaza. No sabemos qué esperar. O lo que vemos nos hace pensar si podemos hacerle frente. Por otra parte, esta persona única puede ser muy fácil de comprender una vez que estamos conscientes de ella. Además después de que vemos sus patrones de conducta, su verdadero yo puede ser una amenaza a nuestras metas personales o a nuestros sistemas de valores. No podemos convencerlo ni
convertirlo ni hacerlo que nos invite. Pensamos que sabemos lo que debe comprar, lo que necesita para convertirse o que nosotros deberíamos ser invitados por él. En lugar de relacionarlo como una persona libre, aceptando su unicidad y su derecho de ser libre, lo relacionamos en términos de nuestras propias necesidades y deseos. ¿Cuál es la alternativa? Tomar a otra persona como Dios nos la da. Amarla en toda su unicidad. Luego si nuestro producto es suficientemente bueno, por su propia exhibición será aceptado. Si nuestra religión es suficientemente atractiva, atraerá a todos los hombres. Si esta persona única puede usar nuestro compañerismo, entonces nos invitará a nosotros. Debe vencerse una serie similar de obstáculos al manipular un evento único y que no se repite. No hay dos conversaciones, ni siquiera con la misma persona, que sean iguales. Sólo cuando podemos confiar en que podemos enfrentarnos con los episodios y permitirles que sucedan libremente, cuando estamos completamente conscientes de las infinitas posibilidades de éxito y de fracaso, entonces podemos sentirnos cómodos y aceptarlos. Esto no quiere decir que tengamos que ajustarnos a cualquier clase de conducta, ni tolerar los patrones criminales o destructivos que nos rodean. El aceptar con simpatía a una persona mientras define, especialmente en los casos de los niños y adultos irresponsables, los límites precisos dentro de los cuales va a obrar, es la manera cristiana de acercarse a ellos. No se puede permitir que las personas continúen con su libertad a menos que vivan dentro de ciertos límites, y respeten el territorio. Esta es una buena combinación de “gracia y verdad” de la cual Cristo estaba lleno (Juan. 1:14-17). Si la verdad es vista como una realidad, la orientación hacia una interacción responsable puede ser posible. Podemos ver que la aceptación de la persona y el mostrarnos abiertos para ella (gracia) no excluye nuestro reto saludable a él de observar buenos principios de conducta. Debe recordarse que la gracia, entre otras cosas es una fase. “Es el que resplandeció en nuestros corazones, para iluminación del conocimiento de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo” (2 Cor. 4: 6),
es la forma en que Pablo lo expresó. La aceptación es gracia, y la gracia es aceptar. Quizás la mejor manera de entender la aceptación es ver cómo opera el rechazamiento. Cuatro formas de rechazo son:
(1) indiferencia, la cual se aleja o pasa por alto a la persona; (2) chismes condenatorios, los cuales se disfrazan como una rectitud muy notable pero que es realmente el tratar de obrar como si fueran Dios; (3) la crítica censuradora hecha directamente al individuo o dicha en su presencia; y (4) consejo no pedido y que no es bien recibido.
Estas formas de rechazo están en notable contraste con la aceptación cariñosa. Al confrontar a nuestros semejantes de cualquier edad, credo, color, reaccionamos con varias mezclas de aceptación y de rechazamiento, de ley y gracia, de amor y de odio. Nuestra religión debe ser una de aceptación acoplada con la realidad y la justicia.
Como Comprender A Las Personas “Me cae muy mal esta persona.” Quizás la dificultad está en que usted está mirándola desde un punto más elevado. Usted necesita entenderla. El hombre nunca sintió que verdaderamente Dios lo comprendía hasta que “aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros” (Juan. 1:14). Un ser humano nunca entiende a otro a menos que haya acercamiento, franqueza, (revelación de sí mismo), y disposición para escuchar. Esto no implica que nosotros seremos como esa persona una vez que la conozcamos. Mientras más conocemos a algunas personas, menos sentimientos favorables tenemos para ellas. “Ella no me entendería”, dice un hombre acerca de su esposa, “por eso no le dije”. El quiso decir que ella no compartiría ni penetraría en sus sentimientos, que no trataría de ver porqué él creía que era necesario enviarle dinero a la madre de él cuando estaba divorciándose de un marido alcohólico. Hay algunas maneras muy seguras de interrumpir la comprensión entre las personas. Una es catalogarlas. “La señora Rodríguez es muy mundana.” “El diácono fulano es muy necio.” “Estos jóvenes son maniáticos del sexo.” “El pastor no es espiritual.” Estas palabras son marbetes que nos evitan relacionarnos a éstas como personas completas, y de acercarnos a ellas. Los marbetes son cosas para evitar a las personas hablantinas la molestia de pensar. Después de que catalogamos a las personas, nos olvidamos de ellas. Otra manera es “sicologizar” acerca de ellas. “La religión es el opio de los pueblos” “El cree en Dios porque tiene mucha necesidad de dependencia y desea pensar que un papá cósmico va a visitarlo en Navidad y que va a velar por él todo el resto del año.” “Bebe porque su esposa es muy dominadora.” Nos “sicologizamos” unos a otros y creemos que nos hemos entendido. El tratar de hacernos conjeturas o de explicarnos el uno al otro cierra la puerta de la comprensión. Un tercer factor para conocernos verdaderamente es enfocar en los aspectos superficiales de la otra persona.
¿Quién soy yo? Mi nombre es………… …. Trabajo en …… …… …… …… Tengo…… …… …… …… …… Mis amigos son …… …… …… …… Tengo tantos años.
Estas son las cosas que con frecuencia nos preguntamos los unos a los otros. Sabemos que fulano fue al cine y que dijo que la película era buena. Pero no lo oímos decir: “Estaba yo sumamente cansado cuando fui, pero antes de salir, allí, delante de mí estaba toda mi vida de gozos y aflicciones. Yo estaba sumamente agradecido de tener a mi alrededor amigos para compartir con ellos las cosas.”
Para conocer y comprender a las personas debemos verlas como tales, no simplemente como individuos con una plaquita con su nombre, con una medida de cintura y con la edad. Podemos definir, describir, nombrar, y catalogar a los individuos. Las personas tienen que ser sentidas, oídas, y responder a ellas. En el proceso de la comprensión, los hombres deben pasar sobre sus temores y acercarse. Pablo Tournier, un siquiatra suizo muy notable, dice que hay dos grandes temores que evitan que la gente se comprenda una a otra: el temor de ser juzgado, y el temor de recibir consejos. Hay personas quienes se nos acercan porque quieren moldearnos, controlarnos, y manipularnos. Tales personas nunca comprenden. Ni están tratando de hacerlo. Desean poner su sello en nosotros de la misma manera que las máquinas de sellar dejan su marca en el material. Ven a las personas como cosas. El corazón del mensaje divino es el acercamiento en contraste con la distancia. “Acercaos a Dios, y él se acercará a vosotros” (Stg. 4: 8). “Ciertamente no está lejos de cada uno de nosotros” (Hech. 17:27). Cuando las personas se acercan, se comprenden o experimentan descontento. Sin el acercamiento, lo cual es más que vivir a la otra puerta o sentarse en el mismo banco, no podemos entendernos los unos a los otros. Cuando la Biblia dice: “Ama a tu prójimo como a tí mismo”, muy bien puede significar “así como uno se ama a sí mismo”. El teme cuando yo temo, se siente solitario cuando yo me siento así, desea ser respetado como lo deseo yo, y busca significación lo mismo que yo. Entonces, el entender es realmente una proyección de mí mismo. Mi prójimo es otro yo. Para entenderlo, debo ponerme a su disposición tal y como yo estoy a la disposición de él. Por una historia completa de desarrollo, él puede haber llegado a ser diferente de mí, y por lo tanto me deja perplejo. Sin embargo, todos venimos de la misma raíz, y llevamos los mismos retoños, y aun sufrimos las mismas equivocaciones.
Otra manera de entenderse los unos a los otros es escuchar los temas de los demás. Cuando abro mi boca, al poco tiempo me revelaré, revelaré lo que soy por lo que hablo. Puede ser de negocios, política, sexo, moral, las injusticias de la gente, o cuan mal me ha tratado la vida. Mis temas le dirán a usted en dónde estoy enfocado, en qué dirección voy, si confio en las personas, y cuán esperanzado o triste estoy. Cuando usted me oye, entonces usted tiene que decidir si yo podré oírme, o si usted podrá seguirme la corriente por mucho tiempo. Una técnica final para entenderme es comprender mi humor. ¿Soy alegre o indiferente? ¿Deseo atacar los problemas con valor, o temo a pensar profundamente y a sentir? ¿Hay entusiasmo en mi voz y en mi rostro y en el contenido de mi conversación, o me siento desalentado y triste? El entenderme es evaluar la elevación de mi espíritu. La comprensión es el proceso de una persona completa trayendo a luz todo lo que ha experimentado y observado de la experiencia de otros. El intelectualizar, filosofar, “sicologizar”, o analizar no es sino mal entender. Debe recordarse que la comprensión es una calle en dos sentidos. No podemos pedir a otros que sean francos con nosotros a menos que nosotros estemos dispuestos a salir del carapacho y darles también el privilegio de conocernos. “Confesaos vuestras ofensas unos a otros, y orad unos por otros” (Stg. 5:16). Confesaos también vuestros gozos, temores, esperanzas, y dudas. Debemos reconocer que un ser humano nunca entiende realmente a otro. Robert Frost dijo: “Nos adivinamos los unos a los otros.” Pero el tratar de comprender es un tremendo reto cristiano. Requiere todo lo que tenemos de intelecto, corazón y sentido común.
Honradez En Las Relaciones Humanas El único lugar en que se requiere que usted diga la verdad, solamente la verdad y la verdad completares en los tribunales. Pero es imposible forjar una relación sana en el engaño y en el fingimiento, en la pretensión, en la apariencia, o en la mentira. Hay una cantidad de maneras en que los cristianos pueden fracasar en ser genuinos y francos los unos con los otros. En primer lugar, podemos pretender ser más fuertes de lo que realmente somos. Esta es una forma común de hipocresia. Somos demasiado fuertes para reconocer que tenemos miedo, que dudamos, que envidiamos a las personas que están en el cementerio, o que nuestras úlceras están activas nuevamente. Hay muchas otras formas de fingimiento, tales como pretender ser mejor de lo que somos, peor de lo que somos, o tener más fe de la que realmente tenemos, o de saber más de lo que sabemos, pero la que parece hacernos tropezar más frecuentemente que cualquiera otra es el fingimiento de la fortaleza. El siquiatra cristiano Paúl Tournier dice en Los Fuertes y Los Débiles que no tenemos que ser gigantes espirituales para recibir gracia. La gracia crea el escenario para la admisión de las debilidades. En segundo lugar, podemos fracasar en ser francos los unos con los otros. La ocultación es con frecuencia una clase de temor y por lo mismo nos detenemos a nosotros mismos. Descubrimos que si nos revelamos podemos ser bombardeados. El sentimiento de que somos el blanco o el síndrome del espía copia en un territorio enemigo nos hace que construyamos alrededor de nosotros mismos un carapacho de tortuga y que nos encerremos cada vez que vemos que se acerca el peligro. Las personas que tienen esta clase de reflejo no nos darán una respuesta directa si les hacemos una pregunta tan sencilla como: “¿Qué le parece la temperatura de hoy?” Puede ser que nos contesten: “Ah, no me había dado cuenta.” El encerramiento aunque proviene del temor, es una manera de cerrar egoístamente la puerta en la cara de otra persona, o bajar las persianas como si las otras personas estuvieran espiando. Puede pretenderse que tal conducta es el derecho de cualquier persona. Imagino que si. No obstante, no olvidemos que es una clase de falta de honradez emocional. En realidad deseamos conocemos los unos a los otros. ¿Cómo podemos hacerlo si nosotros no somos accesibles? El ser honrado no es la misma cosa que desnudarnos emocionalmente.
Cuando algunos cristianos terminan de decir lo que Cristo significa para ellos, usted se siente como si hubiera terminado de escuchar un anuncio comercial en la televisión, el cual garantiza que usted tendrá éxito y popularidad si usa el producto que ofrece el patrocinador. El elogio excesivo hace que la persona que escucha tenga cierta resistencia. Por ejemplo, “Cristo es la respuesta” para algunas preguntas importantes de la vida tales como: ¿Cómo puedo yo conocer a Dios? ¿Quién soy? ¿Dónde puedo encontrar el poder que me capacite para luchar contra el letargo y la indiferencia? Pero el ser cristiano no garantiza que usted no tendrá un colapso nervioso, o que no tendrá cáncer, o que no tendrá otros problemas. El exagerar es una forma de falta de honradez intelectual y espiritual. Ahora llegamos al problema básico de cómo ser nosotros mismos, no simplemente preparamos para presentarnos con aquellos que tienen rostros preparados. ¿Cómo nos comunicamos cuando nosotros sentimos y pensamos y deseamos a otros que pueden ser o no como nosotros y que pueden sentir y pensar y desear de la misma manera? Además, ¿cómo evitamos estar en predicamento donde nosotros seremos tentados a decir mentiras blancas o negras? Parece obvio que la honradez es básica a todas las relaciones humanas. Sin ella podemos enviar nuestras señales las cuales desfigurarán la realidad para la otra persona. Sin la honradez nos vemos forzados a practicar el hábito de sospechar y de tener que filtrar a cada persona y todo lo que dicen. Sin la honradez, nos sentimos maniobrados y manipulados y entonces empezamos a sentir resentimiento. El amor y la justicia requieren que tratemos de ser y decir a los demás lo que deseamos que ellos sean y nos digan a nosotros. El corazón del problema de la honradez es la cuestión de la excepción. Por supuesto, hay excepciones. Usted no señalará una víctima a un criminal o a un hombre loco si usted puede salvarle la vida sencillamente diciendo: “No le he visto” — a menos que usted haga un ídolo de la honradez. Usted probablemente no sentirá la necesidad de decir a una persona intrusa la verdad acerca de algo que no le interesa. Pero ¿qué tan lejos podemos ir con este disfraz de la verdad? En lugar de usar subterfugios en cuanto a quién constituye la excepción o argüir un imperativo categórico (Kant), consideremos a las personas tal y como son, reconociendo que la mayor parte de ellas miente bajo ciertas circunstancias, y entregándonos nosotros mismos a crear el ambiente de integridad, certeza y sinceridad.
En otras palabras, para poner la pregunta anterior al frente, ¿cómo permanecemos siendo nosotros mismos, diciendo nuestros verdaderos pensamientos y sentimientos y no hacer el papel de otra persona? ¿Cómo permanecemos de acuerdo con el carácter como cristianos? Seguimos a uno que dijo: “Sea vuestro hablar: Sí, sí; no, no; porque lo que es más de esto, de mal procede” (Mat. 5:37). La honradez resulta de cierta clase de determinación de estar en cierto lugar y actuar desde dentro, sin demasiada preocupación por la alabanza de los demás. En cierta ocasión particular, yo debo decir a Dios o al hombre lo que hay dentro de mí. Nadie puede saber con anticipación lo que va a resultar. Aun yo mismo puedo no saberlo. Debo revelarme a mí mismo. Esto no quiere decir que yo tengo que ser brutalmente franco. No somos brutos. No necesitamos actuar hacia los demás como si sus sentimientos no tuvieran importancia. El tacto no es lo mismo que la duplicidad. El respeto de uno y otro y lo de decir solamente lo que será recibido por él es una parte del amor cristiano. El descargar en otros el hastío no es ni siquiera buen paganismo. La critica constructiva a veces se disfraza como honradez. El sadista dice: “Tú debes estar capacitado para recibir la critica constructiva.” ¿Quién pidió las criticas? ¿Y quién está construyendo qué? Hay un lugar para la crítica. Es extremadamente apropiada cuando se pide, generalmente no antes. Un aspecto final de la honradez continuada es la confesión de limitaciones. Las frases que comienzan con lo siguiente son mucho más fáciles de inspirar veracidad y de descartar la falta de ella: “Yo sé que estoy considerando esto desde mi punto de vista …” según dices … “En mi opinión …”, “Me parece…”, “Lo que dices me hace sentir…”, “Dime si oí bien; yo creo que tú estás diciendo…” Por otra parte, quién podrá ser honrado y no estar a la defensiva en la presencia de los que creen que todo lo saben y de los dogmáticos. El hereje (emocional o intelectual) no puede trabajar por medio de sus errores, asumiendo por el momento que nosotros sabemos cuáles de sus creencias son erróneas, a menos que permitamos a la verdad y al error tener una competencia en el mercado. El que duda debe poder pensar en voz alta. Y el pervertido y el alcohólico necesitan un oyente honrado que no critique y que se preocupe, a fin de que ellos puedan confesar las tristes verdades en cuanto a su vida.
¿Que Es Lo Que Constituye La Paciencia? La paciencia puede ser un vicio o una virtud. Como la humildad, puede significar arrastrarse en el polvo porque usted no tiene la fibra para ponerse derecho, o puede ser un intento sincero y honrado de no pensar de sí mismo más altamente de lo que debe pensar. De manera similar, la paciencia puede ser la fortaleza lenta o la cobardía que rehusa atacar las situaciones que deberían ser cambiadas. La paciencia es esperar que se seque la primera capa de pintura antes de comenzar a añadir la segunda. Es la habilidad de dejar su motor trabajando cuando usted cree que así es mejor. … Santiago hablando reverentemente de la proverbial “Paciencia de Job”. … José en la prisión esperando ser llamado para ser el primer ministro de Egipto. …Isaías clamando: “Señor, ¿hasta cuándo?” … Pablo siendo paciente y longánime hacia los miembros de la iglesia.
El efecto devastador y propulsor de la impaciencia puede ser visto si entendemos cómo se origina en el espíritu humano. Podemos ver la polaridad de la paciencia y la impaciencia tanto como todos los grados en la continuidad intermedia. La impaciencia se adelantó a la paciencia cuando nacimos. Queríamos descanso y lo queríamos inmediatamente. Ningún infante todavía pensó para sí: cálmate. “Tú sabes que te cambiarán tus pañales y te alimentarán pronto.” No, fue un llanto continuo y poco después deseábamos pasarnos en el automóvil, jugar en la calle, o arrojar las cosas. Aprendemos el empuje de la impaciencia cuando somos jóvenes. La paciencia debe venir más tarde, o quizás nunca en algunos casos. Más tarde desarrollamos nuestra impaciencia que está socialmente acondicionada y tiene el aspecto de madurez. Así es como se forma. Aprendemos a ver las cosas en formas o patrones. La pulcritud, la limpieza, el orden, y la puntualidad. Hay una manera correcta y una incorrecta de ver las cosas y de hacerlas. “Lávate las manos antes de comer.” “Guarda tus juguetes ordenadamente en el estante.” “Dobla la toalla de esta manera antes de que la coloques en el toallero.” “Oprime el tubo de la pasta dentífrica comenzando por la base.”
A medida que crecemos, estos sistemas pueden ser cristalizados y racionalizados. Todos aquellos que están preocupados por la seguridad de sí mismos y de otros conducen el automóvil a cuarenta y cinco kilómetros por hora en una zona de cuarenta y cinco kilómetros. “Si tú quieres salir avante, llega al trabajo diez minutos antes.” “La limpieza es pariente de la piedad.” “Un centavo ahorrado es un centavo ganado.” “Piensa dos veces antes de actuar.” Tales declaraciones llegan a ser parte de nosotros y las convertimos en mandatos y podemos llegar a ser víctimas de lo que Karen Horney llama “la tiranía de lo que debería ser”. A tales personas yo les llamo “personas de sistema”. Son adictos a la escrupulosidad, a la religiosidad, a los absolutismos, y a la complacencia. Algunos escritores los llaman “las gentes de blanco y negro”. Por lo general están obsesionados con los sentimientos de culpabilidad y los impulsos de confesarse. Sin embargo, con frecuencia llegan a ser chismosos, críticos, y condenadores de los demás. Algunas veces salen de su concha y se vuelven salvajes, tratando de salvarse de la tiranía de sus conciencias extremadamente desarrolladas y de sus corazones subdesarrollados. Los fariseos eran de esta clase. Lo mismo era el hermano mayor de la historia del hijo pródigo. El fariseo que oraba en el templo y se burlaba del publicano que estaba cerca pertenecía a este grupo de personas. Cada una de estas personas tenía algo en común: él veía todo en formas o patrones o sistemas, y cualquiera que no estaba de acuerdo con él era rechazado o condenado o criticado. Un hombre de esta clase fue al templo y escuchó un sermón sobre el hijo pródigo y su hermano mayor. Cuando llegó a su casa, dijo a sus cuatro hijos, dos de ellos que ya eran jovencitos: “Vengan a la sala por un minuto; tengo algo qué decirles.” Vinieron nerviosos y se sentaron. “Ahora yo quiero que ustedes sepan”, comenzó, “que el predicador estaba equivocado hoy. El verdadero héroe de aquella parábola era el hermano mayor, quien permaneció en el hogar y se portó correctamente y no fue a segar el torbellino. Yo no quiero que ninguno de ustedes piense que puede irse y pecar y luego volver al hogar y esperar perdón.”
Esta es la clase de hombre quien si uno de sus hijos saca una calificación mediocre diría: “¿Por qué no sacaste la calificación más alta?” Pasará su mano sobre los muebles y dirá: “¿Quién desempolvó esto?” o “¿Por qué no desempolvaron esto?” Pagó sus cuentas a tiempo y conservó su patio muy limpio. El era lo que Mark Twain llamaba “un buen hombre en el peor sentido de la palabra”. Entendió la ley y los rituales pero sabía muy poco de la gracia y de la verdad.
Este hombre ha perdido ya a su familia. Su esposa se divorció. Los hijos temían verlo volver a casa después de los viajes de negocios. Dos de ellos ya han tenido tratamiento siquiátrico. La esposa dijo: “No voy a quedarme cruzada de brazos y a ver a los demás niños arruinados. Además no me ama; ama sus sistemas de lo bueno y de lo malo. Son sus ídolos. Yo sentí que nunca había sido perfecta para ser aceptada por el. Finalmente comprendí que no valía la pena el esfuerzo de vivir con él.”
Los sicólogos llaman a tales personas obsesivas compulsivas. Los religiosos les llaman legalistas. Ellos son los derechistas que condenan a todos aquellos que no están de acuerdo con ellos; los izquierdistas quienes son completamente intolerantes de la intolerancia. En realidad no son las “personas de sistema” de posiciones religiosas, políticas o sociales las que los hacen ser como son. Es la forma en que sostienen sus puntos de vista y tercamente defienden su manera de vivir. Aquí llegamos al corazón de la impaciencia. Brota de ver las cosas en formas, demandando de otros que sigan la ley al pie de la letra no del espíritu, proclamando en voz alta que hay solamente una manera de pensar o de ser, y distanciándose uno mismo de los demás que no están de acuerdo. La impaciencia no permite el disentimiento ni la indiferencia de opinión. ¿Qué atributos, pues, hacen la paciencia? La humildad: El tener opiniones fijas y ser perfeccionistas conduce al conflicto y a la conflagración. Es parte de nuestro reconocimiento de nosotros mismos y de la historia reconocer que: Nuestros sistemas han tenido su época y han cesado de ser: no son sino luces rotas de ti, y tú, oh Dios eres más que ellos. Gracia: La gracia ve los errores y las imperfecciones de nuestro mundo, nuestro día, nosotros mismos, y aun de nuestras iglesias. Acepta y se abre a aquello que es imperfecto con una clase de “yo quisiera conocerte” que llena de gozo los corazones de las personas. Yo dije a una pareja de casados que estaban teniendo problemas: “Si ustedes pudieran leer la carta de Pablo a los Romanos y ver lo que en realidad significa, sus problemas matrimoniales serían grandemente mitigados. Cuando vean la palabra ‘ley’ tradúzcanla ‘sistema’. Cuando vean la palabra ‘amor’ o ‘gracia’ piensen en ella como una aceptación no crítica de tener preocupación por el otro en toda su unicidad.”
No hay lugar para la impaciencia en la aceptación de relaciones.
Relacionar: Es esta palabra íntimamente ligada tanto con la religión como con las ciencias behaviorales. Cuando el ser una persona relacionada, en un diálogo amoroso, es más importante que los sistemas —ya sean educativos, de lenguaje, de limpieza, o de moral— nos acercamos el uno al otro con franqueza y gozo no con impaciencia y critica. Nos necesitamos el uno al otro. Necesitamos el acercamiento. Podemos colocar más énfasis en el Dios amante y en nuestros semejantes que en la exactitud ética o teológica. Cuando nos relacionamos de una manera madura, no hay lugar para la impaciencia. “El amor es paciente”, dice Pablo en 1 Corintios 13. Es paciente porque pone el estar en relación sobre todas las otras cosas, incluyendo la conducta correcta, la escrupulosidad acerca de los detalles, y los sistemas de doctrina ortodoxa. La impaciencia es una herejía del alma y una apostasía de la disposición. La paciencia brinca las barreras que nos separan y llega a estar cerca de uno y otro en todas nuestras diversidades.
Definamos La Madurez Emocional Una persona madura es la que tiene dominio de sus actos. Una persona madura es la que trata de alcanzar las metas que se ha propuesto, y éstas deben estar de acuerdo con la voluntad de Dios. Una persona madura emplea la mayor parte de su tiempo haciendo por los demás lo que se necesita que se haga por ellos, por tanto, mediando el amor y la gracia y la verdad de Dios, ya sea que él lo llame asi o no. Una persona madura es una que sabe que no es perfecta ahora ni lo será nunca en esta vida. Uno de los problemas de madurez es que tratamos de usar la madurez (o falta de ella) para dar golpes en la cabeza a nuestros semejantes que están luchando. ¿Quién no ha dicho a su compañero, a su compañero de trabajo, a su empleado, o a su hijo: “Sencillamente eres inmaturo. Necesitas crecer. Este es un mundo de adultos. Te estás portando de una manera infantil”? Nos colocamos en una actitud de jueces y le decimos a la gente cuan mala es y usamos el término “inmaturo”. Debemos fijar normas para el espíritu humano. Llamémoslas como queramos. Nos movemos hacia una clase de metas. De hecho, en todos nosotros hay impulsos de crecer, de alcanzar lo que está lejos. Nos sentimos descontentos y entonces extendemos las alas. Tenemos el “sueño imposible”. Un moderno siquiatra, Lewis L. Wolberg, pone el proceso de madurez en las siguientes palabras: El crecimiento incluye la capacidad para abandonar los esfuerzos narcisistas y omnipotentes, tolerar la frustración, o canalizar la agresión en salidas socialmente aceptadas, controlar los impulsos sexuales, y desarrollar la independencia y la defensa propia. Una novelista moderna, Lillian Smith, dijo que ella creía que nuestra época llegaría a ser considerada como la época de la totalidad. Luego procede a definirla como una época en que el hombre ha aprendido a estimar la ternura y la razón y la comprensión, cuando ha aprendido a aceptar su propia infantilidad y en esa aceptación llega a ser capaz de madurez, cuando comienza a ver que la igualdad y la normalidad no son importantes para los seres humanos sino para las máquinas y los animales. Hay más de esta
descripción de totalidad, pero esto y lo que ella llamó “la necesidad de soñar, de creer”, se destaca como especialmente importante para los líderes religiosos. Entonces, la madurez nunca debe ser considerada en términos de una condición estática a la cual se ha llegado, como el tener cierta altura. Es maduración o adultación como un proceso que nos concierne como personas de fe, como seguidores del único hombre completamente maduro que jamás ha pisado la tierra. Muy bien podemos definir o describir el proceso de maduración en cuatro dimensiones: lo que lo capacita a usted para hacer, lo que usted puede hacer sin él, lo que usted puede hacer con otros, y lo que usted puede hacer por otros.
Lo Que Lo Capacita A Usted Para Hacer El amor es siempre amor en acción. La buena voluntad pasiva, el no hacer nada, la clase de religión que está fuera de engranaje, la cual aparece como madurez, es nada más que una clase de defensa contra las heridas que podamos recibir. El decir que amamos a las gentes (o a Dios) es como decir que vemos el paisaje y que es un completo cuadro en blanco. O como decir que deseamos bien para el mundo, pero quedarnos fuera cuando se trata de vendar las heridas de las gentes que están a lo largo del camino. La gente aue está madurando se pone metas para si misma, llega a ser iniciadora, y rehusa apoyarse en disculpas o racionalizaciones. Un niño pequeño dice: “No puedo.” Un adolescente dice: “No quiero.” Un adulto dice: “Lo intentaré.”
Lo Que Lo Capacita A Usted Para Privarse De Algo El privarse de algo es un componente necesario en la madurez. Un niño necesita que se le cumplan inmediatamente todos sus deseos. Quiere lo que quiere cuando lo quiere. Cuando no se le conceden las cosas inmediatamente, su respuesta es: “Tú no me amas”, o “no es justo”. El aprender a privarse de placeres inmediatos por obtener metas de largo alcance, el aceptar la privación de una parte de si mismo (como el apetito) para suplir otras necesidades de la persona íntegra (como su apariencia, el ser esbelto, el tener un cuerpo sano), no es lo que los sicólogos llaman masoquismo o castigo innecesario de si mismo. Más bien el negarse a sí mismo, usando la muy mal entendida frase de Jesús, es decir no a lo inmaduro,
a lo que no es real, a la parte impulsiva de mi ser para decir un sí firme a mi más completo yo, a usted, y a los aspectos más amplios del mundo.
Lo Que Usted Puede Hacer Con Otros Una persona que está madurando trabaja con los demás. No es solista en el reino de Dios. El seguir a Cristo es tomarse de la mano con los demás, ser una parte del cuerpo de Cristo. “No puede entenderse con nadie” es uno de los más grandes insultos que puede hacérsele a un cristiano. Generalmente quiere decir que él está enfermo emocional y espiritualmente. El ser solitario, el no casarse si se encuentra a la persona adecuada, el rehusar o unirse a cualquier cosa, el separarse completamente de las demás personas, es un infierno. Jonás lo experimentó en el vientre del gran pez (Jon. 2: 2). El rico que rechazó a Lázaro lo experimentó antes de morir. Su muerte sólo le mostró que había perdido las señales del camino (Lucas 16). Tennessee Williams escribió con mucho significado de este estado de “soledad”: “Cuando usted ignora completamente a las personas, eso es el infierno, cuando usted pone a un lado y rehusa sentir profundamente por otra persona, esa es la forma más aguda del sufrimiento humano.”
El estar capacitado para ser abierto con otras personas, para hacernos accesibles, y para aprender a trabajar juntos en armonía es la esencia del crecimiento y el cumplimiento de si mismo.
Lo Que Usted Puede Hacer Por Otros El madurar es estar capacitado a entregarse a otras personas. Encontrar más gozo en dar que en recibir, en dar sin sentir que usted está cediendo en algo, en buscar oportunidades para amar sin pedir que se le muestre gratitud —éstas son señales de madurez. En alguna parte en el camino hacía la madurez casi todo el mundo dice: “No necesito la ayuda de nadie.” Si salimos de nuestro infantilismo y trascendemos nuestra juventud, si llegamos a la mayoría de edad, nos encontramos diciendo: “Permítame ayudarle, por favor”, o “Llámeme si me necesita.” Parafraseando las palabras de John F. Kennedy, diremos: “No pregunte lo que su iglesia, o su familia, o su comunidad, o su gobierno puede hacer por usted. Más bien, pregúntese: — “¿Qué puedo hacer por mi iglesia?”
¿Flexible O Inestable? “Tienes que ser más flexible. Las cosas ya no son negras ni blancas, sino de todos los tonos de gris tanto como rojas. No puedes hacer que las cosas permanezcan inmóviles. Bailan y se cimbran hasta sus fundamentos. Lo que ayer era una certidumbre ahora no es considerado ni importante ni digno de discutirse. El mundo está cambiando tan rápidamente que a menos que nosotros rodemos con los puñetazos, nos movamos con la marea, y dirijamos la nave por mares desconocidos, nos encontraremos fuera del cuadro, atados a un planeta estéril que va poco a poco desvaneciéndose en el infierno de la historia, o que va a la deriva en círculos (perdón por las figuras mezcladas).”
Esta es la clase de conferencias llenas de verdad que oímos de las editorialistas, desde las plataformas universitarias, desde los salones de los legisladores, y a veces desde los púlpitos. Flexibilidad es la palabra. Está contrastada con los patrones congelados y fijos de acción. En sicología la contrastamos con la conducta compulsiva que se repite. En filosofía buscamos la verdad no en la tradición ni en los sistemas lógicamente consistentes sino en el pensamiento abierto. En sicología buscamos los acercamientos arriesgados, creativos, y nuevos en contraste con el conformismo y la cooperación. En la religión, el legalismo y el dogma se contrastan con la gracia y el modelo de amor a la justicia de sentir y actuar. Esta misma ordalía estaba en proceso hace cien años. Hubo hombres como Kierkegaard, Mateo Arnold, Emerson, Tomás Huxley, Lincoln, y otros que sintieron que no era demasiado tarde para buscar un mundo más nuevo y que no tuvieron miedo de soñar lo imposible. Actualmente la lucha por el cambio y la flexibilidad está expresada mejor para mi por un poeta moderno Lawrence Ferlinghetti de San Francisco, quien tiene dos poemas que caracterizan nuestro ambiente religioso. “Estoy esperando”, dice que está esperando el renacer de la maravilla, de la segunda venida, y de Billy Graham y Elvis Presley para que cambien papeles seriamente, y para que la última cena sea servida de nuevo. En su “Cristo Bajó” se atreve a describir a Cristo bajando de un árbol desnudo y escapándose, donde en lo más oscuro de la noche del alma de cada persona él espera un renacimiento y segunda venida. Allí él termina el poema. Uno no puede evitar escuchar algo de las misteriosas expectaciones las cuales estaban presentes en la época de Jesús. ¿Qué tiene esto que ver con la flexibilidad? Fue precisamente la inflexibilidad de los judíos de la época de Jesús la que colgó a Cristo en la cruz. Su conducta religiosa era fija, fría, e inflexible.
No confundamos la flexibilidad con la inestabilidad. El ser flexible no es lo mismo que el no tener voluntad, el ser desorganizado, falto de estructura, impulsivo, o moverse al azar. La persona inestable no se preocupa profundamente por nadie ni siquiera por sí misma. No se comportará consistente ni predeciblemente. Se necesita cierto conocimiento anterior si vamos a conducir un automóvil, a bañarnos, o a enamorarnos. La persona inestable conoce solamente un pecado, el que se le prohíba hacer lo que quiere cuando quiere hacerlo. Niega el concepto del pecado, aun el pecado como destructivo. Esto es porque no ama. Si el supiera amar, se obligaría a si mismo o se movería espontáneamente en una relación de ayuda para las personas. Tres pasajes de las Escrituras nos destacan las variaciones dentro de lo inflexible: flexible, inestable y complejo. La referencia de Judas a “que contendáis ardientemente por la fe que ha sido una vez dada a los santos” (versículo 3) es interpretada por muchos diciendo que contiene un sistema particular de doctrina. Yo veo esto como una inflexibilidad. La persona flexible entiende que la fe de que Judas estaba hablando se relacionaba a la manera de vivir de los santos, la cuál había resultado de su fe o de la falta de verdadera experiencia de fe. Sin embargo este es el versículo más frecuentemente citado por muchos que tratan de ser inflexibles. Lucas, el escritor de los Hechos, dio una descripción perfecta de la moralidad inestable y de la intelectualidad ambigua cuando dice de cierto grupo de personas: “Porque todos los atenienses y los extranjeros residentes allí, en ninguna otra cosa se interesaban sino en decir o en oir algo nuevo” (Hech. 17:21).
No habían aprendido que lo nuevo no es siempre lo verdadero y que la verdad no es siempre nueva. Un tercer pasaje de la Escritura nos amonesta en contra de estar cambiando constantemente. “Para que ya no seamos niños fluctuantes, llevados por doquiera de todo viento de doctrina, por estratagema de hombres que para engañar emplean con astucia las artimañas del error” (Ef. 4:14).
Los niños son inestables así como muchos adultos son tan viejos en su mente y en su doctrina que no han dado nacimiento a una idea nueva hasta que murió la última (y las ideas mueren). No obstante la elección no necesita ser entre
tradicionalismo obstinado ni sobre la novedad completa. No necesitamos ser víctimas de la última teoría ni de un conjunto de respuestas anticuadas. ¿Cómo entonces podemos saber la diferencia? Si lo nuevo no siempre es la verdad, y el cambio es incambiable, ¿cómo nos conservamos a nivel con los cambios sin perder el contacto con lo eterno? Personas flexibles pero estables no se permiten ser intransigentes cuando están discutiendo asuntos. Cuando usted ha pedido que descienda fuego del cielo sobre los que están en desacuerdo, ya sea golpeando el pulpito o por medio de sarcasmo, usted ha anunciado que no cree muy firmemente en el poder de sus ideas. No lo que usted cree sino la manera en que usted sostiene sus creencias puede ser un indicador de estabilidad. Alguien ha dicho que la diferencia entre una convicción y un prejuicio es que usted puede discutir el anterior sin disgustarse. Las personas flexibles pero estables pueden declarar firmemente sus convicciones sin forzar a todos los demás a estar de acuerdo. Esta es una cosa de la cual estamos plenamente convencidos (que es una posición para el ser humano); es otra cosa respetar y amar a aquellos que están igualmente convencidos de que usted está equivocado. La flexibilidad brota de la convicción de que la verdad, como la belleza, es su propia razón de ser, y de que nosotros podemos permitir que la verdad y el error contiendan en el mercado. Las personas flexibles pero estables constantemente buscarán nuevas maneras de estar en este mundo sin rescindir de las antiguas hasta que encuentren otras mejores.
Mucho de la búsqueda que se efectúa por la certeza y por la demanda de seguridad consiste de que nosotros tratamos de hacer el papel de un dios actuando como si ya hubiéramos obtenido una perfección intelectual y moralmente. Caminar por fe es escuchar a Dios cuando él nos dirige en nuevos caminos para tratar de crear acercamientos nuevos a la vida para nosotros. Nosotros nos aferramos a tradiciones e ignoramos fronteras que se dejan ver en nuestros horizontes porque nos falta el valor para enfrentarnos con algo nuevo y con las posibilidades que no se han probado. Es más confortable permanecer en nuestras rutinas. Quizás el brillante estivador de San Francisco, Eric Hoffer, tiene razón: “Para conocer la religión de una persona no necesitamos escuchar su profesión de fe sino buscar su grado de intolerancia.”
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