Como Arreglar Un Corazon Roto

September 20, 2017 | Author: gabyaep | Category: Ambulance, Nursing, Lord Byron, Hospital, Woman
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Descripción: Uber Como Arreglar un Corazón Roto Ali Vali (xfae): Harry es una Doctora ortopédica muy buena e importante...

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Como arreglar un corazon roto Ali Vali Capítulo 1

Las viejas puertas metálicas que llevaban al interior de la sala de urgencias del Hospital Charity de Nueva Orleáns se abrieron de golpe cuando entraron los paramédicos a la carrera. En la camilla iba tumbada una pequeña pelirroja con una pierna rota de mala manera. La fractura del hueso era tan brutal que le había atravesado la piel justo debajo de la rodilla, y la sábana blanca de la camilla estaba empapada de la sangre que manaba de la herida. —Sally, llama a un médico ahora mismo, no hemos querido sedarla demasiado porque hemos pensado que la ibais a preparar para cirugía —dijo David, uno de los encargados de la ambulancia que había respondido a la llamada. Habían tardado el doble de tiempo en llegar al hospital porque la policía tuvo que reducir al marido de la joven antes de permitirles entrar en la pequeña casa en forma de L. David jamás olvidaría el bate de béisbol ensangrentado que estaba tirado al lado de la llorosa mujer, pues sabía que era lo que ese hijo de puta había usado para partirle la pierna a su mujer. —Estamos de suerte, Davie. Dios acaba de terminar en el quirófano y ahora podrá descender de las alturas. La llamé en cuanto avisasteis desde la calle — contestó Sally, tratando de tranquilizar a la paciente hasta que la doctora Basantes pudiera bajar a verla. La joven le recordaba a Sally a su propia hija y pensaba que si a Mindy le ocurriera algo, la doctora Basantes sería la persona que elegiría para solucionar el problema. Basantes, que todavía no había cumplido los treinta y cinco años, estaba considerada como un prodigio de la cirugía ortopédica. Muchos atletas locales, desde los institutos hasta los equipos profesionales, le debían a ella su carrera. Jefa de cirugía ortopédica del "Gran Charity", como lo llamaban en Nueva Orleáns, la doctora Basantes también daba clases en la Facultad de Medicina de la Universidad Estatal de Luisiana, situada al lado del hospital. Entre las responsabilidades del hospital, las de la facultad y las de su propia consulta privada, la doctora tenía poco tiempo para la vida social. Colocándose detrás de Sally, seguida de un grupo de estudiantes, la doctora Basantes susurró al oído de la enfermera: —Ya está otra vez pronunciando mi nombre en vano, ¿verdad, enfermera Gamberra?

La voz grave y sexi le produjo a Sally un escalofrío por la espalda y pensó que si hubiera menos diferencia de edad entre ellas, a estas alturas ya habría intentado algo con la joven doctora. —Doctora, la estaba comparando con Dios, ¿cómo puede tomárselo a mal? — preguntó Sally. —Ya, ya, bueno, ¿qué tenemos aquí? —preguntó la doctora Basantes. La doctora rodeó a la rechoncha enfermera, no sin antes darle una palmada en el trasero a la mujer de más edad. Sin fijarse en la cara de la paciente, la atención de Basantes se centró de inmediato en la herida de la pierna. Se olvidó del ruido y el caos de Urgencias y se concentró por completo en lo que haría falta para solucionar el problema. Tras dar órdenes pidiendo radiografías y un nuevo análisis de sangre, la doctora se movió por fin para hablar con su nueva paciente. Cuando se fijó en la cara mojada de lágrimas y los acuosos ojos verdes, los recuerdos del instituto le inundaron el cerebro y Harry tuvo que agarrarse sobresaltada a la camilla. —Desi, tesoro, ¿eres tú? —preguntó la doctora. —¡Harry! ¿Qué haces aquí? —preguntó Desi al tiempo que se secaba la cara de nuevo. Éste iba a ser el día más humillante de su vida, dejando a un lado la herida. —Estoy aquí para curarte la... a ver, cómo decía tu padre... la pupa. Tienes una fractura grave justo debajo de la rodilla, por lo que he visto, y va a haber que operar. Un par de clavos y quedarás como nueva. La enfermera Sally te dará algo para el dolor y cuando yo haya echado un vistazo a tus fotos, iremos al quirófano. —¿Eres cirujana? —preguntó Desi. —No, la verdad es que soy la conserje, pero estamos un poco escasos de personal en estos momentos, por lo que el estado espera que todo el mundo arrime el hombro. Escucha, Desi, si quieres que te opere otra persona, no me voy a sentir ofendida, tesoro, piénsatelo. Volveré en cuanto estén tus radiografías, ¿vale? Sin darle a la joven la posibilidad de responder, Harry se apartó de la camilla, pasándose la mano por el pelo, un gesto nervioso que tenía desde que era pequeña. Fue a rellenar los papeles del cuadro de Desi junto al puesto de enfermeros. La emoción sentida al volver a ver a Desi llevó a Harry a pensar que tal vez no sería tan mala idea dejar que otra persona se encargara de la operación. Tenían un pasado, un pasado que la alta doctora había intentado enterrar. Pero que me ahorquen si no dedico un minuto por lo menos cada día

a pensar en ti, Desi. ¿Habrás pensado una sola vez en mí después de que todos esos birretes salieran volando por el aire durante la graduación? Ensimismada, Harry no vio a Kenneth, que se puso a su lado. Una de las pocas personas que conocía desde la infancia y con quien seguía en contacto era su mejor amigo, que también era el jefe de pediatría del hospital. Los enfermeros los llamaban el dúo dinámico y siempre se preguntaban si había algo más romántico en su evidente amistad. —No vemos a menudo a la diosa de los huesos en Urgencias. ¿Qué pasa, Harriet? —preguntó Kenneth. —No me llames así, Kenneth, o le digo a Sally cómo te llama Tony cuando estás en casa. ¿Comprendido, capullito en flor? —contestó Harry sin apartar la vista del cuadro en el que estaba escribiendo. —Vale, lo siento, es que he tenido un día muy largo y me apetecía meterme un poco contigo. ¿Es que a alguien se le sale la pierna por el culo o algo así y por eso has decidido bajar con la gente insignificante? —continuó Kenneth. Se apoyó en el mostrador, esperando a ver qué le pasaba a Harry. Había advertido inmediatamente el gesto nervioso y no era frecuente que la segura cirujana se revolviera la melena rizada. Algo la había alterado y él había acudido para ver si podía ayudarla con lo que fuese. —¿Esa técnica de diagnóstico la aprendiste en la facultad? Ken, no te vas a poder creer quién está en la cortina tres —dijo Harry. Los largos dedos se metieron de nuevo en el pelo oscuro. —¿Gano una nueva lavadora si acierto? Tony me ha informado de que la vieja Betsy está a punto de cascar. Llevo con esa lavadora desde que estábamos en la universidad —dijo Kenneth apesadumbrado. —Si te compro una lavadora nueva, ¿te callas? —Perdón, ¿quién, doctora Harry, está en la cortina tres? No tengo ni idea, así que vas a tener que informarme. —Volvió a prestarle toda su atención y le sonrió con indulgencia. A lo mejor quien estuviera detrás de la cortina era la causa del comportamiento de Harry. —Desi Thompson. ¿Te puedes creer que, con todos los hospitales que hay en el mundo, ha tenido que venir al mío? Bueno, en realidad la han traído, pero eso no cambia el hecho de que está aquí y necesita un cirujano. —Qué suerte que tú seas cirujana. A menos que te hayas olvidado de pagar las cuotas del club y te hayan quitado la llave y el descodificador especial. ¿Has estado ya allí y le has cantado lo de Un beso es sólo un beso, o estás esperando al postoperatorio para hacerlo? —preguntó Kenneth.

—¿Te das cuenta, listillo, de que soy más grande que tú y que por lo tanto puedo hacer realidad lo de la pierna por el culo? —preguntó Harry. Ahora estaba dando golpecitos en el cuadro con el bolígrafo, lo cual le indicó a Kenneth que volver a ver a la pelirroja estaba desquiciando a Harry. Le parecía que ni siquiera se había dado cuenta de que había vuelto a caer en todos sus antiguos tics nerviosos. —Lo siento, colega, tú ve ahí y haz tu trabajo. Cuando acabes, te llevo a casa y te invito a una cena casera. Ya sabes que el guiso de pescado rojo de Tony está de morirse. El hombre no encuentra trabajo, pero es un mago en la cocina. Imagínate que no es más que una de los cientos de caras desconocidas que llegan aquí todos los días, Harry, y luego vuelve a meter en la caja todos esos recuerdos. —Justo cuando terminaba de decir esto, metieron a otro paciente con la oreja colgando de un trocito de cartílago en la cortina de al lado de Desi. Un día como otro cualquiera en Urgencias, pensó Kenneth. —Doctora, ya tiene las radiografías —la llamó Sally desde la cortina. Agitó el gran sobre amarillo en el aire y le hizo un gesto a Harry para que volviera. Tras darle a Ken una palmada en la espalda y prometerle que cenaría con él, Harry regresó con la muchacha que la había abandonado tantos años atrás. —Harry, date prisa, que vamos a llegar tarde a clase. No sé por qué necesitas ir a clase, sabes más álgebra que el señor Boswell. Me tienes que prometer que vendrás esta tarde y me ayudarás con todo esto. Si cateo, no podré ir a la universidad contigo. Y si pasa eso, ¿quién va a cuidar de ti? —preguntó Desi. Caminaba de espaldas por el pasillo para poder mantener la conversación con Harry. Cada vez le costaba más hablar con Harry sin perderse en esos increíbles ojos azules y ese pelo oscuro, por lo que Desi procuraba siempre que podía hablar de cara a su amiga cada vez que entablaban un diálogo. Harry iba caminando detrás de Desi, riéndose de sus nervios. Se habían conocido en primaria, cuando Harry se trasladó desde uno de los colegios privados de la ciudad. Los padres de Harry se habían mudado a otro distrito escolar justo antes del verano y no les quedó más remedio que cambiar a Harry y a su hermano de colegio. Harry se había pasado el verano haciéndose amiga de algunos de los niños del barrio, todos los cuales iban al colegio público del distrito. Suplicando a sus padres, Harry los convenció de que la dejaran ir al mismo colegio al que iban sus nuevos amigos. Cuando se estaba metiendo en el coche de su madre, en su primer día de cuarto, Harry vio que unos niños mayores se estaban metiendo con dos pequeñas pelirrojas que estaban haciendo cola esperando el autobús. Disculpándose un momento, corrió hasta allí y se ofreció a llevar a las dos niñas si iban al mismo sitio.

—A mi madre no le importará, así que vamos. No querréis llegar tarde el primer día, ¿verdad? —preguntó Harry. Ése fue el comienzo de una amistad que duraría hasta el final del instituto. Harry nunca se fijaba en la ropa de segunda mano de Desi ni en sus zapatos con agujeros en las suelas. Sus padres nunca decían nada cuando la pequeña pelirroja venía a su casa a pasar el fin de semana y les devoraba la compra de una semana. Les bastaba con saber que hacía feliz a Harry. Ya habrá tiempo de pensar en eso, Harry, ahora vamos a hacer lo que ha dicho Ken y a salir pitando de aquí, pensó la doctora. Tras encender las cajas luminosas pegadas a la pared, Harry explicó lo que había que hacer para arreglarle la pierna a Desi. Los calmantes ya habían hecho efecto, por lo que la pelirroja pudo seguir mejor lo que le decía Harry. Durante la explicación, Desi no pudo evitar fijarse en que el tiempo había tratado bien a su amiga. Harry era guapa en el colegio, pero ahora las facciones de la alta mujer eran más refinadas y el cuerpo largo y desgarbado se había llenado, con el resultado de que ahora tenía ante sí a una mujer fuerte y segura de sí misma. Pero aunque la alta doctora había cambiado en muchas cosas, en otras seguía igual. Como el hecho de que hablaba moviendo mucho las manos y que cuando Harry terminaba de explicar algo, tú comprendías el problema planteado y la solución. —¿Tienes alguna pregunta, Desi? —preguntó Harry. Al ver que su amiga decía que no con la cabeza, Harry continuó—: ¿Quieres que llame a uno de mis colegas para hacer esto? No temas herir mis sentimientos, sólo quiero que te sientas cómoda con el tratamiento. La única respuesta que obtuvo fueron las lágrimas que volvían a resbalar por la cara de Desi. Sally indicó a todo el mundo que saliera al otro lado de la cortina para que la doctora pudiera tener un momento en privado con su paciente antes de subir al quirófano. Sally conocía a Harry desde que ésta era una residente que causaba estragos por estos mismos pasillos, y sabía que la alta doctora se ablandaba por completo al ver llorar a una mujer. —Tesoro, no llores, te vas a poner bien, te lo prometo. Con un poco de rehabilitación, ni siquiera te acordarás de esto, y pondré muchísimo cuidado con los puntos, para que sigas estando guapa en traje de baño. —Con eso logró que Desi le sonriera. Era como una fantasía volver a tener a la mujer menuda entre sus brazos: los sueños que tenía no podían compararse. —Te he echado de menos, Harry. Siento no haberte escrito ni llamado nunca. Nunca he dejado de pensar en ti. Siempre me preguntaba en qué estarías metida y me alegro de ver que te ha ido tan bien. —Desi se hundió con avidez en el abrazo que le ofrecía Harry. Era maravilloso volver a estar entre los brazos que tanto la habían reconfortado durante la primera parte de su vida.

Después de que Harry se marchara, Desi nunca había vuelto a sentirse a salvo y querida, y eso había hecho que se sintiera muy sola en la vida. —¿Quieres beber algo, Harry? Tenemos agua o agua —dijo Desi desde la cocina. Mirando hacia el porche de delante, donde estaba tumbada su alta amiga, Desi fantaseó con lo que podrían estar haciendo en lugar de tener que estudiar para los finales. Había algo en la forma que tenía Harry de mirarla que hacía que a Desi le hiciera cosas raras el estómago. —Me apetece agua, si tienes —dijo Harry desde la parte delantera de la casa—. Hola, señor Thompson, ¿cómo le va? —le preguntó Harry a Clyde, el padre de Desi, que venía de la parada del autobús. —Bien, Harry, voy a echarme una siesta antes de ir al otro trabajo. ¿Estás estudiando algo con todos esos libros que tienes ahí? —preguntó el padre de Desi, señalando la pila de libros que tenía al lado. —Estoy intentando enseñarle matemáticas a Desi, señor, y vamos a estar toda la tarde. ¿Le importa que luego me las lleve a ella y a Rachel a comer una hamburguesa? —No, pero que vuelvan pronto, que mañana tienen colegio. —Claro, señor T, y gracias. Estuvieron sentadas en el columpio, hombro con hombro, durante el resto de la tarde, mientras Harry explicaba pacientemente los conceptos que le hacían falta a Desi para resolver los problemas. Cuando Rachel, la hermana pequeña de Desi, llegó a casa, Harry las llevó a las dos a cenar. Mientras comían hamburguesas y patatas asadas que eran una especialidad del restaurante Port of Call del Barrio Francés, las chicas disfrutaron de su mutua compañía como en tantas otras ocasiones. A veces a las hermanas les molestaba tener que dejar que Harry les pagara todos los detalles extra de su vida, pero a su gran ángel guardián no le importaba. El padre de Harry era cirujano de uno de los hospitales del barrio. Aunque Raúl era extranjero y tenía acento, todos los pacientes con los que se trataba lo adoraban. Este hombre generoso había renunciado muchas veces a sus honorarios cuando quien los había llevado al hospital era una familia que no podía pagar el tratamiento médico. Muchas veces Raúl volvía a casa con una nevera portátil llena de gambas u otras cosas de comer como pago por un favor que le había hecho a alguien. Tenía el pelo oscuro y rizado, brillantes ojos azules y una constitución fuerte y Harry había heredado no sólo la belleza de su padre, sino también su carácter bondadoso. —Harry, ¿te he dicho alguna vez lo que me alegro de que vinieras a rescatarnos a Desi y a mí hace tantos años? —preguntó Rachel, metiéndose el

último bocado de hamburguesa en la boca. Ocupaban la mesa del rincón del pequeño restaurante, y Harry y Desi estaban sentadas tan cerca la una de la otra que tenían los muslos en contacto. —No, renacuajo, pero me alegro de que te alegres. Bueno, a ver si termináis, que le prometí a vuestro padre que os dejaría en casa temprano. Harry pagó la cuenta y las embutió en el pequeño coche que su padre le había comprado al empezar su penúltimo año de instituto. Era un coche de dos plazas que a Harry le encantaba conducir, sobre todo cuando venía Rachel. Eso quería decir que Desi tenía que sentarse prácticamente encima de Harry durante todo el trayecto. Desi aprovechaba esos momentos para apoyar la cabeza en el hombro de Harry y fingir que volvían a casa después de una cita. Las luces del quirófano le resultaron muy brillantes a la mujer menuda cuando las miró. Se preguntó si alguien le había dicho a Harry por qué había acabado aquí y si a Harry le importaría, después de tanto tiempo. Una de las enfermeras se acercó y empezó a prepararle la pierna para la operación. Comprobó la vía intravenosa de Desi y se puso a hablar con un joven que estaba en una cabina en el lado izquierdo de la sala. —¿Qué crees que le apetece hoy a la doctora, Sam? —preguntó Tyler. —Se está lavando, Tyler, así que espera y pregúntaselo a ella cuando termine. ¿Siente dolor, señora? —le preguntó Sam a Desi. —No, lo que hayan puesto en el goteo ha funcionado muy bien. ¿Lleva mucho tiempo trabajando con la doctora Basantes? —preguntó Desi, torciendo la cabeza para intentar seguir los movimientos de la enfermera por la sala. —Un par de años ya, cielo, así que no se preocupe para nada, está en las mejores manos. No la llaman la diosa de los huesos por nada. Usted relájese y cuando se despierte, estará como nueva. Cuando Desi estaba a punto de replantear la pregunta para poder averiguar algo más sobre la vida de Harry, el objeto de su curiosidad entró de espaldas en el quirófano con las manos en alto y apartadas del cuerpo. —Dale caña, Tyler, vamos allá —le dijo Harry al chico de la cabina. —¿Qué quiere oír, jefa? —fue la pregunta que se oyó por el interfono. —Me parece recordar que hace tiempo a la señorita Thompson le gustaban las Go-Go's, así que pon eso, muchacho —pidió Harry al tiempo que se acercaba a Desi. Tyler acudía a verla trabajar en el quirófano siempre que podía. Tras haber conocido a la carismática cirujana el año anterior durante un encuentro organizado por el ayuntamiento para que los profesionales apadrinaran a

chicos de los barrios más pobres, empezó a pasar el tiempo en el hospital y por fin acabó trabajando para Harry a media jornada. El sueño de Tyler era trabajar algún día al lado de la mujer que había dado alas a sus sueños al ser su tutora durante el instituto siempre que su trabajo se lo permitía. Cuando no podía, enviaba a uno de los residentes para que ayudara a Tyler con los estudios. —Bueno, tesoro, quiero que respires hondo y despacio para dejar que los medicamentos hagan su efecto. Creo que saldremos de aquí dentro de menos de tres horas si no vemos más daños cuando empecemos. Te prometo que todo va a ir bien, así que relájate. La voz de Harry se iba haciendo cada vez más suave a medida que la anestesia se iba adentrando en el organismo de Desi. Lo último que recordó Desi fue el sonido de esa voz grave, la sensación de los dedos de Harry acariciándole el pelo y el grupo de chicas que cantaba al fondo. —Doctora, ha venido un inspector del Cuerpo de Policía de Nueva Orleáns que quiere hablar con usted cuando terminemos —le dijo Sam al tiempo que se colocaba en posición para ir pasándole el instrumental. —¿Qué has hecho ahora, Sammy? —le preguntó Harry. —Menos risas, doctora, es por ella y sus heridas —dijo Sam, indicando a Desi. —No le he preguntado cómo es que está aquí. ¿Ha sido un accidente de coche? —preguntó Harry, colocándose en posición. —No, doctora, se lo ha hecho su marido con un bate de béisbol. Es lo que le dijo David a Sally en Urgencias. Harry tuvo que esperar un minuto para poder controlar la ira que sintió al oír aquello. En su mente, Desi siempre sería la chica dulce e inocente del instituto, no el saco de entrenamiento de nadie. ¿Qué te ha pasado, Desi, y por qué no has acudido a mí para que te ayude? La operación fue sobre ruedas y Harry se alegró de ver que los ligamentos no habían resultado tan dañados como sospechaba al principio. Volvió a confirmar el primer diagnóstico que le había dado a Desi, en el sentido de que con fisioterapia se curaría sin problemas. Después de lavarse, la alta cirujana entró en la sala de espera para hablar con el agente que había estado esperando pacientemente durante la operación de dos horas y media. —¿Doctora Basantes? —preguntó el hombre rubio y bajito. Si Harry tuviera que hacer una deducción basándose en su ropa, el hombre había pasado el tiempo durmiendo en una de las sillas de plástico mientras esperaba. —Sí, ¿y usted es? —preguntó Harry.

—Inspector Roger Landry, del Cuerpo de Policía de Nueva Orleáns. Sé que ha tenido un día muy largo, pero ¿podría hacerle unas preguntas sobre Desirée Simoneaux? —preguntó el inspector mientras intentaba alisarse la chaqueta. —Pregunte lo que quiera, inspector, no sé qué voy a poder decirle, pero adelante. El policía estuvo quince minutos haciéndole preguntas acerca de la gravedad de las lesiones de Desi y sobre las medidas de seguridad del hospital. Estaba cantado que Byron Simoneaux, el marido de Desi, saldría bajo fianza antes de que terminara la noche, y el desaliñado inspector quería asegurarse de que la joven paciente no iba a correr peligro. —Escuche, inspector Landry, ¿por qué no trasladamos a Desi a otro hospital en cuanto salga del postoperatorio? Encargaré a una de las ambulancias que la lleve al Mercy, a una habitación privada. No se preocupe por la seguridad, de eso me encargo yo personalmente. Cuando se despierte mañana, puede venir usted a hablar con ella. No sé cómo funcionan estas cosas, de modo que eso se lo dejo a usted —dijo Harry. Se volvió a pasar la mano por el pelo y entonces se dio cuenta de lo que estaba haciendo y se miró la mano como si hubiera traicionado su habitual fachada de calma. —Gracias, doctora, las veré a las dos mañana. Es una vergüenza lo que le ha hecho ese cerdo. Los chicos de comisaría me han dicho que no es la primera vez, pero ella nunca quiere denunciarlo —dijo el inspector Landry. —Inspector, ¿hay alguien con quien debamos ponernos en contacto antes de que nos vayamos? Yo conocía a Desi en el instituto y entonces vivía con su padre y su hermana. ¿Se ha puesto alguien en contacto con ellos? —preguntó Harry. —Lo comprobaré, doctora, y mañana se lo digo —le dijo Roger, al tiempo que se metía el cuadernito de notas en el bolsillo y se levantaba para marcharse. Harry llamó a casa de Kenneth y habló con el amante de éste, Tony, para explicar lo que estaba pasando y que iba a trasladar a Desi a otro hospital. Para Harry sería más cómodo tener a Desi en el Hospital Mercy durante su convalecencia, porque vivía muy cerca. —¿Quieres que Kenny se reúna allí contigo, Harry? Ha llamado hace unos minutos para decir que ya venía para acá. Podría decirle que se desvíe —dijo Tony. —No, Tony, no te molestes. Seguro que el grandullón quiere volver a casa después de pasarse todo el día limpiando mocos. Siento lo de la cena, os llamo mañana. —Harry terminó la conversación cerrando el pequeño teléfono móvil que tenía en la mano. Desi estaba descansando en la sala de postoperatorio,

por lo que Harry buscó una silla para sentarse al lado de su cama. En cuanto pudieran mover a la paciente, se dirigirían a las afueras. —No me puedo creer que sólo queden tres semanas de clase, Harry. Me vas a dejar para ir a la universidad y tengo miedo —confesó Desi entre los brazos de Harry. Eran las tres de la mañana y estaban sentadas en el columpio del porche delantero de la casa de Desi. —¿De qué tienes miedo, tesoro? Pasó un largo rato sin que hubiera respuesta y Harry pensó que Desi se había quedado dormida a causa del movimiento del columpio. El llanto procedente de la chica sentada a su lado hizo que Harry la estrechara más entre sus brazos para consolarla. —¿Me dices qué te pasa, Desi? —Te vas a ir y seguro que no te vuelves a acordar de mí. No sé qué va a ser de mi vida si tú no estás —dijo Desi. —Desi, ya te he dicho que puedes venir conmigo. Es Baton Rouge, así que estarás cerca de tu familia. Yo podría trabajar a media jornada y ayudarte con tus estudios. Se quedaron sentadas en silencio, acompañadas de la sinfonía de grillos del jardín. —Papá nunca me dejaría hacer eso, Harry. Necesita ayuda con Rachel y no puedo dejarlo plantado sin más. Si yo no estoy aquí, Rachel se quedará sola — explicó Desi. —Vale, ¿qué te parece esto? A Rachel sólo le queda un año para terminar, así que durante el año que viene, tú trabajas y ahorras y yo hago lo mismo. Después, te vienes a vivir conmigo y te ponemos a estudiar para ser enfermera. Te quiero, Desi, y no quiero perderte. —Corría un riesgo al confesar por fin lo que sentía, pero Harry no podía irse sin decírselo. La idea de no ver a la pequeña pelirroja todos los días la reconcomía por dentro, de modo que esto le daría esperanzas de que algún día Desi se reuniera con ella. —Yo también te quiero, cariño, desde hace mucho tiempo. —Las lágrimas de Desi se secaron al revelar por fin su secreto y tuvo el valor de sellarlo con un beso. Durante las tres semanas siguientes, las dos hicieron planes para el año siguiente y para todos los que vendrían después. Mientras esperaban a que Rachel se graduara, tendrían que vivir para las vacaciones de la Universidad Estatal de Luisiana, que era donde Harry había decidido estudiar. A pesar del dinero que tenía su padre, Harry iba a estudiar con dos becas completas por

méritos deportivos y académicos. Se le daba tan bien jugar al sófbol como resolver problemas de matemáticas. Durante su última noche juntas estuvieron sentadas en el columpio, abrazadas la una a la otra. Las caricias y los besos se habían ido haciendo un poco más agresivos durante las últimas tres semanas y Harry estaba intentando memorizar el sabor de la boca de Desi. No vieron al hombre que estaba plantado bajo la farola de la esquina mirándolas. Por primera vez desde que sus compañeros de trabajo tenían uso de memoria, Clyde Thompson se había puesto enfermo y había vuelto a casa temprano. —¿Harry? —dijo Desi con voz ronca. Intentó levantar la cabeza, sin saber dónde estaba. Recordaba a Harry abrazándola y luego una oscuridad total. —No intentes hablar, cariño —dijo la voz reconfortante desde la silla que estaba al lado de su cama. El movimiento de los dedos de Desi había despertado a Harry del profundo sueño del que estaba disfrutando. Después de darle a Desi unos trocitos de hielo para suavizarle la garganta, Harry llamó a David para transportarla. Después de llevar años trabajando juntos en el hospital, el paramédico y Harry se habían hecho amigos, de modo que no dudó en llamar a su ambulancia y hacer que esperara fuera. —¿Dónde vamos? —preguntó Desi. —Te voy a trasladar al Mercy, a una habitación privada. El Charity es el lugar adecuado al que acudir para operarte, pero no es el mejor sitio para convalecer. Entiéndeme, el personal es excelente, pero es que he pensado que estarías más cómoda en las afueras. Listos, a la de dos —dijo Harry, agarrando un extremo de la sábana sobre la que estaba tumbada Desi—. Intenta no darle golpes para no moverle la pierna, David. No querrás echar a perder mi bonito trabajo. —Siguiendo a la camilla hasta Urgencias, Harry llamó al Mercy para avisar y pidió a una de las enfermeras de noche que preparara un equipo de tracción para cuando llegaran. —Harry, no tengo el mejor seguro médico del mundo, así que tal vez lo mejor es que me dejes aquí —le dijo Desi, haciendo un gesto para pedir más hielo. —Puedes hacerme la cena cuando vuelvas a estar en pie. De esto me ocupo yo, así que relájate y disfruta del viaje. David, como te metas en un solo bache, subo ahí y te arranco la lengua. —¿Qué tal si intento meterme en todos los baches en lugar de intentar encontrar un trozo de calle asfaltada? Sería más cómodo para todos —preguntó David, mirándolas desde la cabina delantera.

—¿Qué tal si subo ahí y te pego una paliza? —contestó Harry, intentando doblar su largo cuerpo para que cupiera en el reducido espacio de la ambulancia. —¿Qué tal si voy con cuidadito y con calma? —replicó David sumisamente. Salieron por la rampa de Urgencias, maniobrando alrededor de las decenas de ambulancias, coches patrulla y coches particulares que intentaban entrar. Los viernes por la noche, el servicio de urgencias del Charity de Nueva Orleáns se comparaba a menudo con una unidad médica de la guerra de Vietnam. Los cirujanos traumatólogos que daba este hospital con cada promoción que tenía la suerte de ser aceptada eran los mejores del país. Era fácil de comprender cuando uno caía en la cuenta de que en los fines de semana tenían una media de cien heridas por arma de fuego y aún más por arma blanca. Una noche típica de Nueva Orleáns. A medida que se alejaban del caos de la Avenida Tulane, a través de las calles desiertas del centro, y se metían entre los grandes robles de las afueras, las calles se iban haciendo más anchas y tranquilas. En las afueras había su buena dosis de crímenes, pero aquí las casas eran más grandes y estaban rodeadas por muros aún más grandes que mantenían a raya las cosas desagradables que pudiera ofrecer Nueva Orleáns. La mayoría de las mansiones que bordeaban la famosa Avenida St. Charles de la ciudad eran propiedad de las familias adineradas de toda la vida. Entre estos bonitos y antiguos árboles era donde vivían, jugaban y socializaban los ricos. Así había sido desde la fundación de la ciudad. Al subir por la rampa del nuevo hospital, Desi vio la diferencia al instante. Aquí no había colas y no había ruido, cosa sorprendente para ser una noche de viernes, pero claro, aquí no venía la gente que había recibido un disparo. La camilla rodó entre las paredes decoradas por un profesional y se detuvo por fin en el tercer piso delante de una habitación privada. Dos guapas enfermeras se echaron encima de Harry intentando ofrecer su ayuda. —Doctora Basantes, su habitación está preparada y todo el equipo que ha pedido ya está instalado. ¿Puedo ayudarla a acomodar a su paciente? — preguntó Mitzy. Se acercó a Harry y se apoyó en ella, intentando conseguir toda la atención de la doctora. —Gracias, Mitzy, hacía tiempo que no nos veíamos. ¿Qué tal estás? —preguntó Harry, retrocediendo un paso para intentar poner distancia entre las dos. —Esperando a que me llames, doctora, pero desgraciadamente me has dejado de lado, puesto que ni te has molestado en hacer el esfuerzo de descolgar el teléfono.

—No es el momento ni el lugar para hablar de eso, Mitzy, vamos a concentrarnos en lo que estamos, ¿de acuerdo? —dijo Harry, fulminando a la enfermera con la mirada como para decirle que se tranquilizara. Trasladaron a Desi al interior de la habitación y el equipo la colocó con cuidado en la cama de hospital. Harry pasó veinte minutos colocándole la pierna en la posición de tracción que Desi necesitaba para ayudarla a curarse la fractura. David aprovechó para hablar con la mujer de aspecto desamparado que estaba en la cama, despidiéndose de ella y deseándole buena suerte. Cuando Desi estuvo cómoda, Harry despidió a todo el mundo, para que Desi pudiera dormir un poco. —¿Cuánto tiempo tengo que estar aquí? —preguntó Desi. Ahora le costaba mirar a Harry a los ojos y miraba en cambio la manta que habían traído las enfermeras para taparla. —Tenemos que esperar a que el hueso empiece a cicatrizar un poco y luego hablaremos de darte el alta. Así que aguanta, porque vas a estar aquí por lo menos una semana. Sé que estás cansada, Desi, pero ¿me quieres contar lo que ha pasado? ¿Quién te ha hecho esto? —preguntó Harry. Vio que Desi retorcía la manta con los dedos y advirtió su aire de derrota ahora que estaban solas. —Harry, no quiero hablar de eso contigo. No es asunto tuyo, es mi problema. Lo que siento es que te hayas visto arrastrada a esta situación por pura mala suerte. Tú tienes tu vida y no necesitas complicártela con mis problemas —dijo Desi con un tono más brusco del que pretendía. —Desi, no te lo habría preguntado si no quisiera saberlo. No eres una complicación, creía que eras mi amiga. Te lo pregunto porque esta noche, cuando salí del quirófano, había un agente de policía esperándome y me contó unas cosas muy alarmantes sobre lo que había ocurrido. Mi ofrecimiento es sincero y queda sobre la mesa, Desi. Quiero ayudarte, si tú quieres —dijo Harry con un suspiro. ¿No debería ser ella la que estuviera enfadada? A fin de cuentas, era Desi la que la había dejado plantada. Pero la necesidad de tocar a Desi era tan fuerte que Harry tuvo que sentarse encima de las manos para evitar acariciarla. —¿Por qué ibas a querer ayudarme? —preguntó Desi, alzando la mirada por primera vez desde que la habían instalado en la habitación. —Porque me importas, Desi, el tiempo no acaba con eso, por lo menos en mi caso. No te voy a mentir diciéndote que comprendo por qué desapareciste de mi vida. ¿Por qué nunca me devolviste las llamadas ni acudiste a la puerta cuando volvía a casa de vacaciones? Pasé muchísimo tiempo en el infierno, pero tuve que aceptar el hecho de que no me querías en tu vida. Tal vez fuese

la idea de llevar un estilo de vida que ni tu familia ni tus amigos comprenderían. No lo sé, sólo tú tienes las respuestas, Desi, y puedes guardártelas si es lo que deseas. —Harry tuvo que hacer uso de toda su fuerza de voluntad para no sentarse en la cama y coger entre sus brazos a la mujer que yacía en ella. Era curioso cómo los sentimientos que llevaba tanto tiempo intentando enterrar podían volver a la vida con una sola mirada. —¿Hay alguien en tu vida ahora? —preguntó Desi con los ojos llenos de lágrimas una vez más, y se puso a retorcer la manta de nuevo. —No, Kenneth y Tony me sacan de mi concha de vez en cuando, pero no estoy saliendo con nadie. Puede que te haya venido bien alejarte de mí. Soy capaz de recomponer a una persona sean cuales sean los daños sufridos, pero las relaciones se me dan fatal. Ha habido algunas personas con las que lo he intentado, pero siempre surgía algo. Trabajo, doy clase y con eso me basta. — Harry se metió las manos en los bolsillos y trató de disimular la sorpresa que sentía ante la inesperada pregunta. —Pero eras la persona más cariñosa que he conocido en mi vida, Harry. Te mereces a alguien que te haga feliz, que haga que todo el trabajo que haces cuente para algo. —Mi trabajo ya cuenta para algo, Desi, no necesito a una mujercita que me dé palmaditas en la cabeza al final de día para saberlo. Ya no soy esa persona que conociste hace un millón de años, esa Harry ya no vive aquí. Bueno, por esta noche basta de hablar de mí y mi vida vacía. Piensa en mi ofrecimiento y hablaremos de ello por la mañana. Llama a Mitzy si necesitas cualquier cosa. Volveré mañana hacia las once, tengo dos operaciones por la mañana, así que me pasaré después. —No tienes por qué molestarte sólo por mí, Harry —dijo Desi. —Las operaciones son aquí, Desi, así que no es molestia. El Charity no me paga las facturas, me las pagan los ricos que se rompen los ligamentos jugando al tenis. Te dejo los números de mi móvil y del busca por si necesitas hablar conmigo directamente. Que pases buena noche, Desi. —Harry salió de la habitación a paso ligero, antes de perder el control de sus emociones. Pasó ante el puesto de enfermería sin decir palabra, luchando desesperadamente por volver a levantar el muro cuidadosamente construido alrededor de su corazón que se había llenado de agujeros al volver a ver a Desi. ¿Que si hay alguien especial en mi vida? No me hagas reír, Desi. Cuando bajaba a la planta baja en el ascensor cayó en la cuenta de que su coche seguía en el centro.

—Jo, este día cada vez es mejor, ¿verdad? —murmuró sin dirigirse a nadie en concreto. Al salir por la puerta principal, Harry pensó que tal vez si volvía corriendo al centro se le calmaría la montaña rusa de emociones en la que estaba montada. Una cosa era ver a la mujer que le había partido el corazón, pero otra muy distinta era saber que había preferido a un cerdo que la maltrataba antes que a ella. —¿Vas en mi dirección, guapetona? —preguntó una voz cantarina desde el coche aparcado en la esquina. —No sé, ¿qué me ofreces? —preguntó Harry, sonriendo por primera vez desde hacía horas. —Una bandeja de ostras fritas y un viaje de vuelta a tu casa —le ofreció Kenneth. —Antes tengo que recoger mi coche, colega. —Tranquila, a Tony le ha encantado conducir tu novia hasta casa. Le hemos dado medio litro de aceite y la hemos acostado sana y salva —dijo Kenneth al tiempo que le hacía un gesto para que se subiera al coche. Se metió y se hundió en el asiento de cuero del pasajero. Sentía un cansancio como no había sentido desde su primer año de estudiante en la Universidad Estatal de Luisiana. —Todo va ir bien, Harry, ten paciencia —le dijo Kenneth con tono tranquilizador mientras arrancaba rumbo a casa. Sus dos amigos pasaron el resto de la velada intentando animarla y dándole consejos sobre cómo hacer frente a la situación. Al ver que se había quedado dormida en el sofá en medio de uno de los comentarios de Tony sobre el tema, decidieron dejar que pasara allí la noche en lugar de despertarla y mandarla a casa. —¿Eligió a Byron Simoneaux en lugar de a Harry? ¿Pero qué clase de elección es ésa? Te lo digo en serio, Kenny, yo creía que esa chica era de las buenas. Menuda vergüenza que resultara ser tan zorra. Dios, pero si Harry le habría ofrecido el mundo en bandeja, ¿qué estaba pensando? —preguntó Tony mientras metía otro vaso en el lavavajillas. Después de oír lo que había pasado, el hombre bajito y rubio se había ido irritando más a medida que avanzaba la velada. —No lo entiendo, chicos, no me devuelve las llamadas ni contesta a las cartas que le he enviado. Ahora ya no puedo usar el teléfono, porque cada vez que llamo, despierto a su padre. Clyde tiene tres trabajos y eso no es justo para él. Hace dos semanas estábamos haciendo planes de futuro juntas y ahora ni siquiera me habla. ¿Qué demonios ha pasado? —preguntó Harry. El dolor que sentía era como si alguien le hubiera dado una patada en el pecho.

—A lo mejor es su forma de decirte que no quiere verte, Harry. Volvemos a casa dentro de dos semanas, ¿por qué no esperas hasta entonces para volver a intentarlo? Pase lo que pase, amiga, aquí nos tienes a Tony y a mí —le dijo Kenneth mientras abrazaba a su llorosa amiga. No lograba entender qué estaba haciendo Desi y si se daba cuenta del dolor que le estaba causando a Harry. En Nueva Orleáns, Desi había acabado por acostumbrarse a quedarse dormida llorando. Cuando Harry se fue a casa esa última noche, su padre le echó en cara lo que había visto. Le dio a elegir entre verse expulsada de casa y repudiada o no volver a ver a Harry nunca más y luego le dio un bofetón que la mandó al otro lado de la habitación. —Ninguna hija mía es una invertida. Si eso es lo que quieres hacer, chica, lárgate de aquí. No quiero saber nada de ti. Y recuerda: si ella es lo que quieres, olvídate de volver a ver a Rachel. Los dos estaremos muertos para ti —vociferó Clyde, tirándola de nuevo al suelo de una bofetada. Como no tenía el valor de dejar a su familia, Desi escogió la única alternativa con la que su padre se sentiría orgullosa de ella. Se casó con Byron e intentó conformarse con la vida de casada. Durante dieciséis años, Desi disfrutó viendo crecer y prosperar a su hermana y trató de compensar con eso lo que le faltaba en la vida. Pero en medio de la noche, cuando Byron dormía, reconocía que no se trataba de lo que le faltaba, sino de quién. Capítulo 2

—Doctora Basantes, ¿podría contestar unas preguntas para mi familia y para mí? —preguntó la anciana que estaba en la sala de espera. Ya habían estado en la consulta del postoperatorio, pero seguían sin comprender muy bien qué podían esperar tras la operación de cambio de cadera a la que acababa de someterse el marido de la anciana. Los seis residentes y las tres enfermeras que estaban con el carrito de cuadros clínicos esperaron mientras Harry se sentaba en la sala bien iluminada y contestaba todas sus preguntas. La doctora era muy dura con sus alumnos e igualmente muy delicada con sus pacientes y sus familias. Harry estaba considerada como uno de los médicos más compasivos del hospital en el trato con los pacientes. Era una de las cosas que había aprendido de su padre durante los años en que lo había seguido por las salas de enfermos. —No cuesta nada ser amable, Harry, recuérdalo cuando tengas tus propios pacientes. Estas personas están asustadas y acuden a ti en busca de respuestas. Que no me entere yo de que has contestado mal a alguien porque

no te apetecía hablar o responder preguntas. Te hará falta un cirujano cuando acabe contigo —le había dicho su padre. Cuando acabó con la familia Hebert, Harry se dirigió a las salas para hacer las rondas con su equipo. Una de las ventajas de ser profesora de la Facultad de Medicina era que incluso en su consulta privada tenía estudiantes que la seguían. Algunos pacientes se asustaban al ver tantas batas blancas alrededor de su cama, hasta que Harry les explicaba por qué estaban ahí. Tras sacar de la pila el cuadro de Desi y comprobar cómo había pasado la noche, Harry despidió a sus alumnos y fue a la cafetería. Pero tras optar en cambio por una de las hamburgueserías de la zona que estaba a poca distancia a pie del hospital, Harry encargó comida para Desi y para ella antes de ir a verla. —Vengo con regalos, puesto que veo que no te gusta la comida del hospital — bromeó Harry al entrar. Desi estaba sentada en la cama, mirando por la ventana con aire triste. Con los rayos de sol que entraban a raudales en la habitación, su pelo parecía casi rubio y su rostro tenía ese aspecto juvenil que recordaba Harry. —Mi salvadora. Siempre lo has sido, ¿verdad, Harry? —Al hacer la pregunta, Desi no pudo evitar que se le saltaran las lágrimas. Llevaba ahí sentada toda la mañana, repasando las decisiones que había tomado y lo que le habían costado. —Puedo volver a serlo, Desi, si me dejas —dijo Harry, cediendo a sus deseos más íntimos y sentándose en la cama al lado de Desi. —Puede que ya sea demasiado tarde, cariño. ¿Quién me querría ahora? Mira cómo estoy —contestó Desi señalándose la pierna. Pensando que Desi necesitaba tiempo, Harry cambió de tema y preguntó sobre la familia de Desi. Se alegró de oír que Rachel se había hecho peluquera y ahora trabajaba en una de las peluquerías de más prestigio de la ciudad. El padre de Desi había muerto cinco años antes de cáncer de pulmón, por lo que aparte de Rachel, Byron era técnicamente la única familia que le quedaba. —¿Quieres que llame a Rachel y le diga dónde estás? —preguntó Harry. —No te molestes, chica alta, rica y guapa —chilló Rachel desde la puerta. Había cancelado todas las citas que tenía para ese día después de recibir la llamada de su hermana esa mañana. Rachel condujo hasta el hospital con una sonrisa en la cara al enterarse de quién era la atractiva cirujana que había estado de servicio cuando llevaron a Desi al hospital. Con algo de suerte, Harry no estaría liada con una zorra delgaducha de la alta sociedad que hubiera que eliminar.

—Renacuajo, mírate. Estás estupenda. ¿Es cierto que las rubias se divierten más? —preguntó Harry, levantándose de la cama para saludar a la hermana de Desi. —Sal conmigo alguna vez, doctora, y lo sabrás. ¿Cómo está mi hermana mayor? —preguntó Rachel, volviéndose hacia la cama. —Estoy bien, Rachel, ven aquí y dame un beso. Tengo la pierna rota, no los labios —dijo Desi. —Por esta vez, hermana. Espero que ahora me hagas caso y dejes a ese gilipollas de una vez por todas. ¿Qué hace falta, Desirée, que te mate? — preguntó Rachel con los brazos en jarras. —Calla, Rach, Harry no necesita oír todo eso —la riñó Desi. —Os dejo a solas. Cómete la hamburguesa, Desi, y bébete todo ese batido que te he traído. En estos momentos, necesitas todo el calcio posible. Rachel, me alegro de volver a verte, cuídate. No es asunto tuyo, Harry, olvídalo. Ni siquiera quiere que estés presente cuando lo hable con su hermana, pensó Harry mientras se alejaba por el pasillo hasta la sala. Dejándose caer en una de las cómodas sillas de la sala vacía, Harry cerró los ojos un momento, pensando en el resto del día. Le quedaban diez horas más de trabajo como mínimo y tenía que buscar una forma de no pensar en Desi durante todo ese tiempo. Las manos que le rodearon el cuello eran conocidas, por lo que no le hizo falta mirar para ver quién era. Los dedos le masajearon los tensos músculos que tenía ahí, así como los hombros, y luego la rubia rodeó la silla y se sentó en su regazo. —Rachel, querida, ¿cómo estás, en serio? —preguntó Harry, acunando a la hermana de Desi en su regazo. —Hueles igual que siempre, Harry, ¿cómo es posible? —preguntó Rachel, apoyando la cabeza en el hombro de Harry. —Soy animal de costumbres, Rachel, ya sabes, la aburrida Harry. —No, Harry, no eres aburrida para nada. Te he echado muchísimo de menos y creo que jamás podré perdonar a mi hermana por lo que te hizo. Fuiste tan buena con nosotras cuando éramos pequeñas. Pasé mucho tiempo enfadadísima con ella, pero por fin me confesó los motivos, Harry, así que he venido a pedirte un favor. Dale el tiempo que necesite para explicarte lo que ocurrió, merecerá la pena, créeme. Se casó con ese cerdo, Harry, pero nunca ha dejado de quererte, lo sé. No lo quiere reconocer, pero está ahí. Ahora dame

un beso, doctora, que tengo que volver ahí y enfrentarme al coco. —Besando suavemente a Harry en los labios, Rachel se levantó y volvió a la habitación de su hermana, dejando a Harry más confusa que antes. Rachel hizo compañía a Desi toda la tarde, intentando ponerla cómoda y sacarla de su depresión. Rachel lavó el pelo a Desi y la maquilló ligeramente para cuando volviera Harry. A las cinco, el inspector Landry volvió para entrevistar a Desi sobre lo que había ocurrido en su casa el día anterior. Ante la insistencia del policía y de Rachel, Desi decidió por primera vez denunciar a Byron. No era la primera vez que la enviaba a Urgencias, pero sí era la primera que tenía que pasar por el quirófano y quedarse en el hospital para recuperarse de la paliza. Rachel sólo le pidió al agente que le diera tiempo para pasarse por casa y recoger sus cosas y las de Desi antes de emitir la orden de arresto contra Byron. El marido de Desi tendría que ser arrestado de nuevo, puesto que su padre había presentado su fianza la noche antes. Fue la salvación para ella cuando su hermana pequeña se fue a vivir con ellos tras la muerte de su padre. Era lo único que, según pensaba Desi, había impedido que Byron no la hubiera matado ya. Cuando la entrevista estaba terminando, llegó Harry, que quería comprobar los ajustes de la tracción que sujetaba a Desi antes de volver a casa. Desi parecía cansada, pero tenía mejor aspecto que esa mañana, y Harry se imaginó que Rachel había estado haciendo de peluquera. Cuando Harry estaba a punto de salir para dejarles terminar la conversación, Desi le pidió que se quedara. —Señora Simoneaux, ¿dónde van a vivir su hermana y usted cuando le den el alta? Por su propia seguridad, le recomendaría que no volviera a la casa que comparte con su marido. Llame a mi oficina con una dirección y un número donde pueda ponerme en contacto con usted y le prometo que la mantendré informada. Cuídese, señora, nadie se merece esta clase de trato. Doctora, encantado de volver a verla. A lo mejor la próxima vez le pido hora para que me mire esta rodilla que tengo mal. Podemos hacer un intercambio: yo me ocupo de cualquier multa que tenga de aparcamiento y usted me arregla la pierna —dijo el inspector riendo. Alargó la mano y estrechó la de Harry, antes de despedirse de todas. —De acuerdo, inspector Landry. Gracias por venir hoy a hablar con Desi. Bueno, señoras, ¿tenéis donde alojaros? —preguntó Harry, rezando para no estar a punto de cometer otro inmenso error. —Sí —dijo Rachel. —No —dijo Desi al mismo tiempo. Desi fulminó a su hermana con la mirada por contestar por ella.

—Rachel, eres libre de venir a mi casa. Puedes ayudar a tu hermana a buscar un sitio cuando le den el alta —dijo Harry, hablando con Rachel sin hacer caso de la mujer furiosa que estaba en la cama. —¿Lo dices en serio, Harry? ¿Todavía vives aquí cerca? —preguntó Rachel. —Sí, el año pasado me compré una casa en St. Charles. Contraté a Tony para que me la decorara, sólo que en ese momento no sabía que también le tocaba a él elegir la casa. Kenneth se quedó tan emocionado por el contrato al ver que Tony iba a estar tan ocupado que esta Navidad me envió de vacaciones a Barbados. Está ya casi terminada, con unas cuantas peleas más estoy segura de que nos pondremos de acuerdo en algo. Tony no comprende el concepto de paredes blancas y yo no capto la diferencia entre el malva y el rosa, así que de vez en cuando tenemos unas interesantes escenas dramáticas. Si puedes vivir así, te puedes quedar —dijo Harry, balanceándose sobre los talones. —¿Vives en la avenida? —preguntó Rachel, impresionada. —A dos manzanas del cementerio de caravanas de Napoleón, ¿te vienes entonces? —preguntó Harry. —Harry, nunca hemos vivido en una caravana, retíralo —lloriqueó Rachel, dando un zapatazo en el suelo. —Lo retiro, y puedes venirte a vivir conmigo si consigues convencer a esa cabezota de ahí para que se venga contigo. Desi no pudo evitar echarse a reír ante sus payasadas. Volver a estar con Harry era como un bálsamo para su alma. Durante la semana siguiente desarrollaron una rutina. Harry llegaba todos los días con el almuerzo y luego las chicas pasaban la noche juntas. El día en que decidieron que las dos hermanas irían a vivir con ella, Harry llevó a Rachel a la pequeña casa donde vivía con Desi y Byron para recoger las cosas de ambas. Tony estaba encantado con lo que estaba ocurriendo: así tenía una excusa para ir de compras en busca de colchas nuevas más apropiadas para las señoras. Acompañado de Rachel, Tony se aseguró de que los dependientes de las tiendas más elegantes de la ciudad nunca se olvidaran de ellos. —¿Lista para irte mañana? —preguntó Harry. —¿Estás segura de que no te vamos a incordiar, Harry? —preguntó Desi, metiéndose en la boca la última cucharada de helado que había traído Harry. —Desi, llevo una semana viviendo con Tony y tu hermana. Te lo aseguro, no me vais a incordiar —contestó Harry, sentada al lado de la cama. Desi se dio cuenta de que poco a poco estaban recuperando la cómoda relación que

habían tenido en otra época, al mirar los pies enfundados en calcetines que Harry había puesto encima de la cama. ¿Cuándo le he puesto la mano en el pie? ¿Se habrá dado cuenta Harry?, se preguntó Desi. —Desi, ¿puedo preguntarte una cosa? —preguntó Harry. —Sabes que sí —dijo Desi. —Tengo una amiga que trabaja en la oficina del fiscal y que lleva la mayoría de los casos de malos tratos domésticos. ¿Te ofendería que la llamara y le pidiera que viniera a hablar contigo? Me sentiría mejor si estás al tanto de lo que se avecina y qué puedes esperar. Serena lleva haciendo esto desde hace tiempo y puede guiarte durante todo el proceso. —Sí, eso me gustaría. Bueno, Harry, ¿de qué color es mi habitación? — preguntó Desi, intentando desviar la conversación del tema de su desgraciado matrimonio. —Magenta, la última vez que la vi. Las dos se echaron a reír, imaginándose juntos a Tony y a Rachel. Como no quería correr riesgos con Desi, Harry encargó una ambulancia para llevarlas a casa. Había trasladado todas sus operaciones para el día siguiente, pues quería estar presente cuando Desi llegara a casa. Al pasar por la verja de una de las casas más grandes de la manzana, Harry oyó el largo silbido que soltó el conductor por lo bajo. Tengo que reconocérselo al chico: Tony sabe elegir una casa, pensó Harry. En cuanto llegaron a la puerta lateral, el busca de Harry sonó con un número del quirófano del Charity. —¿Qué tienes para mí, Sam? —Harry escuchó mientras Sam repasaba la lista de víctimas de un accidente que estaban a punto de llegar a Urgencias en cualquier momento, al tiempo que observaba a los dos hombres que sacaban a Desi de la ambulancia. Se dio cuenta, al escuchar la lista de heridos que repasaba Sam, que harían falta tres quirófanos durante la mayor parte de la noche para ocuparse de todos los pacientes que necesitaban intervención quirúrgica—. Se acabó mi día libre. Llama a Smith y a Butler y luego divide mis casos entre los tres quirófanos. Voy para allá. Dile a Tyler que pinche algo movidito para mantenerme despierta. —De acuerdo, doctora —dijo Sam. —Lo siento, Desi, tengo que irme. Parece ser que un borracho ha provocado un choque en cadena de cuarenta coches en la interestatal de entrada a la ciudad y que el único que ha salido ileso ha sido él. Rachel y Tony están aquí si necesitas cualquier cosa. Mona volverá esta noche y también te ayudará —dijo

Harry, arrodillándose junto a la camilla donde estaba echada Desi y cogiéndole la mano. —¿Mona? —preguntó Desi. —Es mi ama de llaves y mano derecha. Libra de domingo a martes para poder visitar a sus hijas. Al cabo de dos días está deseando volver a casa y entonces yo ya no le parezco tan horrible. Desi se quedó mirando a Harry todo el tiempo que pudo desde su posición supina y luego prestó atención a la casa de su amiga. Tony había hecho realmente un trabajo excelente con la decoración, mezclando sus propios gustos con los de Harry hasta convertirlo en un espacio habitable. Ella pensaba que la idea de tener un decorador era que éste siguiera los gustos del dueño, pero recordaba a Tony desde los tiempos del instituto y el compromiso no era una de las prioridades de su vida. —Desi, querida, tienes un aspecto absolutamente horrible —exclamó Tony desde la puerta de la solana agarrándose el pecho. —Gracias, Tony, me alegro de ver que en esta vida hay cosas que nunca cambian. He estado admirando esta habitación, muy bonita. Pero no es que refleje mucho a Harry, ¿verdad? —preguntó Desi haciéndole una mueca. —Ay, chica, de ser posible, esa mujer viviría con una caja en medio de cada habitación. Harry debería postrarse de rodillas y dar gracias a Dios todos los días por poder contar conmigo para darle un poco de clase. Vamos a subirte a tu habitación y luego nos ponemos al día. Por aquí, James —les dijo Tony a los dos encargados de la ambulancia. —Me llamo Henry, señor —dijo el hombre que iba delante. —Por supuesto, menos mal que se acuerda —le soltó Tony. —Tony, cálmate, ¿quieres? Estos hombres me tienen que subir por las escaleras. No quiero que me tiren. —Ya nadie tiene sentido del humor, te lo juro —replicó Tony con aire dramático agitando las manos en el aire. Tony los llevó a una gran habitación de la esquina del primer piso de la casa. Los suelos de madera estaban cubiertos de alfombras persas de seda de colores discretos y había un balcón que daba a los jardines traseros de la casa. En medio de la habitación estaba la cama antigua con dosel más bonita que había visto Desi en toda su vida. La madera oscura de la habitación quedaba acentuada por las paredes pintadas de azul oscuro, que le daban un aire cómodo, pero lujoso. Los dos hombres la colocaron en la cama y luego se

despidieron. Tony situó una especie de tenderete metálico por encima de sus pies para poder echarle encima el edredón de plumas sin que presionara sobre la pierna herida. Una foto que había en la repisa de la chimenea le llamó la atención y se le llenaron los ojos de lágrimas al ver que Harry la había conservado. —No pega con la decoración, pero pensé que podía permitirle este pequeño capricho. ¿Te trae recuerdos, Desi? —preguntó Tony con tono mordaz. Estaba intentando ser amable, pero le costaba al ver a la persona que había hecho tanto daño a Harry. En el viejo marco dorado estaban Harry y ella con el birrete y la toga de la graduación. Sus sonrisas iluminaban la habitación y Harry rodeaba los hombros de Desi con el brazo. Iba a ser el principio de su vida en común, no el final. —Sí, Tony. Quiero darte las gracias por haber sido tan buen amigo de Harry durante todos estos años. Me alegro de saber que no ha estado sola después de todo lo que ocurrió —dijo Desi, sin apartar los ojos de la fotografía colocada en la repisa. —Le hiciste daño, Desirée, un daño tan profundo que tuvimos que hacer un esfuerzo ímprobo para ayudarla a superarlo. Y ahora estás aquí y veo que todavía no ha logrado superar el bache. Al cabo de un tiempo, aprendes a leerle los ojos. Hay muy poca cosa que los llene de vida, pero tú sí, y soy el primero en reconocer que no lo comprendo. Entiéndeme, me alegro de que hayas vuelto y me alegro de que estés bien, pero si tienes pensado marcharte cuando se te cure la pierna, díselo ahora. Yo ya no tengo diecinueve años y ella tampoco. Esta vez no será tan fácil superarlo. Se ha hecho su propia vida, Desi, no se la quites. Es lo que ocurrirá se vuelves a desaparecer sin despedirte siquiera. Harry tiene a sus padres, su trabajo y a nosotros. No es suficiente, pero para ella sí. Nadie se ha acercado siquiera a esa imagen que tiene de ti en su cabeza, así que permíteme que te diga que si le haces daño, me encargaré de que lo lamentes. —Tony terminó su discurso y se sentó al lado de la cama, mirando a Desi para ver cómo reaccionaba. —Está bien, Tony, gracias por ser sincero conmigo. ¿De verdad estuvo tan mal cuando la dejé? Pensé que Harry lo superaría al cabo de unas semanas y que encontraría a alguien más afín a ella. Tú y yo sabemos que yo no era de su clase. Era como si la Cenicienta se tratara con los Vanderbilt. Estaba mejor sin mí —dijo Desi, temerosa de enfrentarse al hombre sentado a su lado. —Una mierda, era ella la que tenía derecho a tomar esa decisión, no tú. Mientras tú estabas toda ocupada sonriéndole a ese bruto de Byron, Harry estaba pasando por un infierno. Ella nunca te lo dirá, porque no es la clase de persona que querría que te sintieras mal. Dime, Desi, ¿cuándo hizo Harry que

te sintieras inferior a lo que eras a causa de tu ropa o tu casa? —preguntó Tony con enfado. —Tienes razón, Tony, nunca lo hizo. ¿Te ayudaría saber que no fue decisión mía dejarla? ¿Que yo he estado todo este tiempo tan hecha polvo como ella? Porque así es, Tony, así es. Me sorprendió muchísimo cuando se ofreció a hacer esto. Yo habría pensado que me habría dejado en manos del primer médico que pasara por allí nada más verme, pero no lo hizo. —Despierta, Desi. Por supuesto que Harry no habría hecho eso. Te quiere, estúpida. Ha habido muchas mujeres que querían estar en tus zapatos, Desi, pero Harry las ha rechazado a todas gentilmente. Una vez le pregunté por qué. Mis preferencias sexuales no quieren decir que no sea capaz de apreciar la belleza cuando la veo y algunas de estas chicas eran espectaculares. Le pregunté que por qué no elegía a una y seguía con su vida. ¿Quieres saber lo que me respondió? —preguntó Tony, suavizando el tono. —Sí, quiero saberlo —dijo Desi en voz baja. Seguía nerviosa con los dedos el dibujo del edredón que le había echado Tony sobre las piernas. —Dijo que en justicia no podía entrar en una relación, por maravillosa que fuese la chica, porque no estaba entera. "No se puede entregar un corazón roto", fue lo que me dijo. Después de eso, dejé de preguntárselo, la quiero demasiado para seguir recordándole el dolor. Kenneth y yo hemos logrado por fin que salga con nosotros a divertirse como hacíamos antes, pero sólo desde hace cinco años. Y ahora, como ya he dicho, estás aquí —repitió Tony, con un aspaviento. —Amor, ¿estás siendo descortés con la invitada de Harry? Tengo que recordarle siempre que nuestra amiga es más grande que los dos y que estoy seguro de que me puede dar una paliza, así que me disculpo por él si es lo que ha hecho —dijo Kenneth al entrar en la habitación. Había estado parado en el pasillo escuchando la conversación y vitoreando en silencio a su amante. Alguien tenía que explicarle a Desi lo que había hecho y lo mal que había estado. Tony, cómo no, había demostrado su valía. —No, Kenneth, sólo me estaba explicando cómo ha elegido las cosas para la casa y por qué. Me alegro de volver a verte. Ya sé lo que han estado haciendo Harry y Tony, ahora cuéntame tú qué ha sido de tu vida desde la última vez que nos vimos —dijo Desi. —Trabajo como pediatra en la ciudad. En realidad hago lo mismo que Harry, es decir, trabajo y doy clases en la Facultad de Medicina. Está bien y me recuerda a diario por qué no quiero tener hijos, pero me encantan los niños que veo en las clínicas. La sangre y la gloria se las dejo a Harry: yo sólo me ocupo de sarpullidos y mocos. Es hora de que duermas un poco, Desi, después de

tomarte las pastillas. Descansa y luego Rachel y yo te traeremos la comida cuando te despiertes —dijo Kenneth. —¿Harry va a volver pronto a casa? —preguntó Desi, intentando parecer despreocupada. —No, no te quedes esperándola. He oído lo del accidente cuando venía para acá y cuando acaben va a tener calambres en los dedos. Estoy seguro de que los días como éste son los que le hacen desear a Harry tener una sencilla consulta el campo, pero como es adicta al quirófano, menos mal que vivimos en una ciudad movida. Los dos hombres dejaron sola a Desi esa tarde con sus pensamientos y recuerdos. Se preguntó cómo sería vivir aquí con Harry sin el miedo. Se preguntó si tras un largo día de trabajo, Harry llegaría a casa dispuesta a pegar a la persona a la que se suponía que amaba. —Luego hablo contigo, papá. Byron no tardará en llegar a casa y hoy es nuestro quinto aniversario. Estoy preparando su cena preferida y tengo un par de cosas más que hacer antes de que llegue —dijo Desi. Estaba intentando sentirse emocionada por la velada, pero hasta ahora sus esfuerzos no habían tenido éxito. Su vida se había hecho mecánica y pasaba de una cosa a la siguiente sólo porque no le quedaba más remedio y no porque ardiera en deseos de hacerlo. —Desirée, tienes una buena vida, chica. Tienes un buen hombre con un buen trabajo para cuidarte y ahora sólo tienes que hacerme abuelo. ¿A que te alegras de que te presentara a Byron? —preguntó Clyde. —Gracias, papá, estamos en ello. Es que últimamente Byron tiene tanto trabajo en el taller que casi no nos vemos. El negocio de su padre está remontando desde que se jubiló su competidor, el viejo George. Hablamos pronto, adiós —dijo Desi y colgó el teléfono—. Cinco años de mi vida desaparecidos. Harry, ¿todavía piensas en mí? ¿Mi vida te parecería un chiste tan grande como a mí? Te echo de menos, cariño, y te quiero —susurró Desi por la ventana de la cocina. —No sabía que nuestra vida te pareciera un chiste, Desirée. Yo era lo mejor que ibas a conseguir, zorra estúpida, así que deja de quejarte o te doy algo para que te quejes de verdad —gritó Byron detrás de ella. Al ver las lágrimas que le corrían por la cara, se volvió loco. Tener que aguantar a su padre llamándolo estúpido todo el día para volver a casa y encontrarse a una mujer que lloraba por otra persona era más de lo que un hombre podía soportar. Toda la cerveza que se había bebido en el bar de la esquina no bastaba para sofocar esos sentimientos.

—Trabajo todo el santo día para darte una buena vida ¿y así me lo agradeces? —vociferó. Byron no recordaba muy bien en qué momento cerró los puños y los descargó sobre la cara de Desi, pero no había forma de negarlo al día siguiente. Le pidió perdón y le prometió que nunca más volvería a ocurrir, pero siempre estaba su padre y siempre estaban las lágrimas de Desi. ¿Cómo iba a pasar todo eso por alto?

Capítulo 3

La casa estaba a oscuras cuando llegó el Land Rover azul. La noche había sido larga, y el colmo fue cuando Harry tuvo que amputarle una pierna a una niña porque el salpicadero del coche en el que iba se la había destrozado sin posibilidad de arreglo. ¿Por qué las personas de corta edad tenían a veces que hacer frente tan pronto en su vida a circunstancias tan trágicas? Tras sacar un Yahoo de la nevera, Harry subió a acostarse. El personal del hospital le había prometido hacer mañana las rondas por ella, en vista de que la doctora había estado operando dieciséis horas seguidas. Al subir las escaleras, Harry se olvidó de sus invitadas y empezó a desnudarse como tenía por costumbre. Vivir sola tenía ciertas ventajas. Desnuda cuando llegó a su habitación, entró en el cuarto de baño. Una ducha caliente para no sentirme tan pringosa y luego a la cama. Cuando la luz del cuarto de baño iluminó la esbelta figura de Harry, Desi pensó que se iba a tragar la lengua. Oh, Dios mío, ¿qué hace aquí? La respuesta llegó con su propia iluminación cuando Desi cayó en la cuenta de en qué habitación la había instalado Tony. Era la única habitación que había visto durante el trayecto que reflejaba únicamente a su ocupante: éste era el dormitorio de Harry. Tony, idiota, te voy a arrancar alguna parte del cuerpo cuando te vuelva a ver, pensó Desi, intentando pensar qué iba a hacer. Cuando la luz del cuarto de baño se apagó, un cuerpo cansado y soñoliento se metió en la cama sin advertir a la mujer que ya estaba tumbada allí. Por favor, Dios, que lleve pijama, deseó Desi. La respiración procedente del lado de la cama correspondiente a Harry ya era profunda y regular, indicando que estaba dormida, lo cual dio libertad a Desi para mirar. Desi se sintió en cierto modo defraudada al ver la camiseta blanca y los calzones cortos, pero la luz que entraba de fuera le ofrecía una clara visión del perfil de Harry. A los treinta y cuatro años, Harry todavía era como la jovencita que Desi recordaba. Más alta siempre que todas las personas que conocían, Harry ahora medía un metro ochenta y cuatro. La única diferencia eran los visibles

músculos que subían por sus brazos y se metían bajo las mangas de la camiseta. Levantando un poco las sábanas con cuidado para no despertar a Harry, Desi vio la continuación de esos músculos por las largas piernas bronceadas. El pelo negro y rizado que adornaba la cabeza de Harry era ahora más corto que cuando estaban juntas y en las sienes tenía algunas canas. Desi recordó que Harry le había dicho que en su familia por parte de madre salían canas prematuras. Harry tenía los ojos cerrados, pero Desi no necesitaba que los abriera para saber de qué matiz de azul eran: llevaba grabado ese color en el cerebro. —Te quiero, cariño —susurró Desi al tiempo que apartaba un rizo rebelde de la frente de Harry. En su sueño, Harry visitaba a la chica que era la dueña de su corazón. Allí Desi siempre la esperaba con los brazos abiertos y un tierno beso. La piel que le rodeaba los ojos verdes se arrugaba al sonreír y su pelo siempre era suave al tacto. Era el único lugar donde todos los días de su vida Harry oía a Desi decir, "Te quiero, cariño" igual que ahora.

Cuando Desi se despertó, advirtió que Harry seguía durmiendo, lo cual le indicó a Desi que la alta mujer debía de estar cansada, y advirtió también que estaban cogidas de la mano bajo las sábanas. Harry no se había movido en toda la noche y roncaba suavemente a su lado. Otro ruido dentro de la habitación obligó a Desi a abrir los ojos, y estuvo a punto de gritar cuando vio a la anciana negra que recogía prendas de ropa tiradas por el suelo. —Si te crees que me voy a pasar la vida recogiendo detrás de ti, ya puedes ir cambiando de idea. Me pregunto si eres así de desordenada cuando coses a la gente. Sabrá Dios lo que te dejas dentro cuando terminas. —Mona estaba enfrascada en su monólogo mientras recogía la ropa del suelo. Se lo tenía bien aprendido, puesto que venía repitiéndolo desde que había entrado a trabajar para Harry seis años antes—. Luego deja al mariposón ése que compre esta casona, como si yo no tuviera cosa mejor que hacer que ir detrás de ella por treinta habitaciones en lugar de diez. —Buenos días, ¿es usted Mona? —preguntó Desi, claramente risueña, desde la cama. —Perdón, señorita, no la había visto. Es un milagro que vea algo con toda la ropa que se deja ésa tirada por todas partes. No pretendía molestarla. ¿Necesita algo? —preguntó Mona, echando la cabeza a un lado y observando a la joven, y al instante supo quién era.

—Necesito ir al baño. ¿Podría ver si mi hermana está levantada, para ver si me puede ayudar? —preguntó Desi. —Tonterías, muchacha, ya tiene a ese osazo durmiendo a su lado. Ella puede ayudarla. —Antes de que Desi pudiera protestar, Mona se acercó y le dio un sopapo a Harry en la cabeza. —Por todos los demonios, Mona, ¿por qué haces eso? —exclamó Harry, levantando la cabeza y bizqueando. —¿Qué te tengo dicho de soltar maldiciones en mi casa? No me obligues a coger un palo de los arbustos de ahí fuera. Ahora saca ese culo perezoso de la cama y ayuda a tu amiga a ir al baño —ordenó Mona con los brazos en jarras. —¿Amiga? ¿Qué amiga? ¿Se te ha ido la olla definitivamente, Mona? — preguntó Harry, cerrando los ojos y dejando caer la cabeza en la almohada de nuevo. —Para tener tantos títulos como tienes, no es que seas muy espabilada, ¿verdad? No me extraña que no tengas a nadie en tu vida, si ni siquiera recuerdas haber pasado la noche con una muchacha tan bonita como ésta. Muévete, Harry, la chica tiene que hacer pis —ordenó Mona, haciendo gestos desde los pies de la cama para que se levantara. La neblina del sueño se levantó lo suficiente para que Harry se diera cuenta de que no estaba sola en la cama. Ja, ¿cómo lo has sabido, Sherlock? A lo mejor porque tienes una mano más que anoche, pensó Harry. —Lo siento, Desi. ¿Qué haces aquí? —preguntó Harry, volviendo la cabeza para mirar a Desi. —Tony mandó que me pusieran aquí. Lo siento, no sabía que era tu habitación. Cuando vaya al baño, puedes trasladarme a una de las habitaciones de invitados. ¿Me podrías transportar antes de que ocurra un desastre en tu bonita cama? —preguntó Desi, que ahora se agitaba incómoda. —Levanta, lentorra, y usted no se mueve de esta habitación, señorita Desi. Tony la ha puesto aquí porque es la única habitación de la casa con el tipo de instalaciones de baño que necesita. Doctora, a la chica se le están poniendo los ojos amarillos —le recordó Mona. —¿Sabes qué? Podría contratar a un servicio de empleadas domésticas y aquí paz y después gloria —dijo Harry. —Sí, ya, como que alguien iba a estar dispuesto a aguantar tus chorradas — dijo Mona.

Harry se levantó de la cama, fue al lado de Desi y apartó el edredón. La pierna de Desi empezaba a estar mejor, o eso le dijo Harry. A la mujer menuda no le parecía que tuviera muy buen aspecto. Tenía una larga incisión por un lado y una gran contusión que le teñía la rodilla de negro. —Agárrate a mi cuello, Desi, e intenta no moverte mucho, deja que yo haga todo el esfuerzo —le dijo Harry. Llegar al cuarto de baño fue facilísimo, prepararla para usar el retrete no. —Tranquila, doctora Basantes, seguro que no es nada que no hayas visto ya — le dijo Desi, intentando facilitarles las cosas a las dos. Depositando a Desi sobre su pierna sana, Harry hizo que la herida se sujetara a su cuello con los brazos para que Harry pudiera levantarle el camisón y que ella pudiera sentarse. Tras bajarla despacio, Harry dejó a solas a Desi regresando a la habitación, después de hacerle prometer que no se movería hasta que ella volviera. Desi respondió a la llamada de la naturaleza mientras observaba el gran cuarto de baño. Había un conjunto de dos lavabos y una ducha con mampara de cristal en un rincón. Pero lo que le llamó la atención fue la gran bañera con patas en forma de garras y grifería de bronce que estaba justo enfrente de donde estaba sentada. De repente se le pasó por la cabeza la idea de compartirla con Harry y le fue subiendo un rubor por el cuello. Instalada de nuevo en la cama, Desi se quedó mirando a Harry, que cogió ropa antes de volver al cuarto de baño para ducharse. —Cuando termine, le diré a Mona que venga a lavarte con una esponja. No quiero que te levantes hasta dentro de una semana como mínimo, así que vete acostumbrándote a que se te mime un poco. Desi sonrió como respuesta, sin poder recordar la última vez que alguien había querido mimarla. —Harry, cuando acabes, que sepas que Serena ha venido a verte y se ha traído a Albert —dijo Mona desde las puertas acristaladas que daban al balcón. Estaba abriendo las puertas para airear un poco la habitación, puesto que esa mañana no hacía mucho frío fuera—. ¿En qué estaba pensando esa chica al ponerle Albert a esa preciosidad de niño? Ya puestos, podría pegarle una nota en la frente el primer día de colegio que diga: "Hola, soy Albert, podéis pegarme todo lo que queráis y robarme el dinero de la comida". Con todos los nombres que hay en el mundo, ¿por qué ha tenido que elegir ése? —preguntó Mona sin dejar de menear la cabeza. —Porque el padre de Serena se llama así, Mona, y ha llegado a ser juez federal, así que no le ha ido tan mal. Además, ya sabes que todos lo llamamos Butch a espaldas de Serena. No creo que piense que juez federal Butch suene igual.

—Menos mal que ese niño os tiene en su vida a ti y a esos dos mariposones. Sin vosotros, creo que no tendría amigos —comentó Mona, refunfuñando de nuevo al ver que la ropa que había llevado Harry para dormir entraba volando en la habitación. —Mona, te das cuenta de que yo también soy una mariposona, ¿verdad? — preguntó Harry por encima del ruido del agua al correr. —Sí, ya lo sé, pedazo de adoquín, y también te llamo así cuando no me oyes — le gritó Mona, guiñándole un ojo a Desi antes de salir de la habitación. Al salir del cuarto de baño vestida con unos pantalones ligeros de algodón perfectamente planchados y una camisa de manga larga, Harry tenía el mismo aspecto que todos los yuppies que Desi había visto entrar en los mejores restaurantes y tiendas de la ciudad. La única diferencia entre ellos y la mujer que estaba en el dormitorio era que todos los demás que había visto Desi siempre llevaban zapatos. —Ahora mismo vuelvo, Desi. ¿Quieres café? Mona es como un grano en el culo, pero hace el mejor café que he tenido el placer de probar en toda mi vida — dijo Harry sonriéndole. —Te he oído —gritó Mona desde la escalera. —Como decía, Mona es un grano en el culo, pero hace muy buen café. ¿Quieres un poco? —Sí, me encantaría tomar una taza. ¿Me traes una tostada también? No puedo tomar café con el estómago vacío —le pidió Desi, sonriendo a su vez. —Marchando una tostada con el desayuno, y como me lo has pedido tan amablemente, me traeré a Butch para presentártelo —dijo Harry. Dejando a Desi preguntándose quién sería Butch, Harry bajó las escaleras. Al poco, Desi oyó el chillido encantado de un niño. Ése debe de ser Butch. Sus ojos se posaron de nuevo en la fotografía de la repisa e intentó recordar cómo era ser tan feliz. Sumida en sus ensoñaciones, Desi no oyó entrar a sus visitantes y sólo levantó la mirada cuando oyó una vocecita que preguntaba: —Tío Harry, ¿quién es esa señora que está en tu cama? —Es una vieja amiga de tu tío Harry, mi niño. ¿Vas a saludarla? Tiene una pupa muy grande y seguro que así se siente mejor —dijo Harry, señalando con un dedo que apartó de la bandeja que llevaba.

Acercándose vestido con una ropa sorprendentemente parecida a la de Harry, sólo que con zapatos, el niño de tres años alargó la mano y se presentó a Desi. —Hola, me llamo Albert Hubert Ladding, encantado de conocerte. —Hola, Albert, yo soy Desirée Simoneaux, encantada de conocerte también. —Señorita Desirée, mis amigos me llaman Butch, ¿me quieres llamar así tú también? Pero no lo hagas delante de mamá, que se enfada y luego regaña al tío Harry. —Vale, Butch, pero mis amigos me llaman Desi, llámame así en lugar de Desirée. —Trato hecho —aceptó Butch y luego se escupió en la palma de la mano para sellar el pacto. —¿Eso también te lo ha enseñado tu tío Harry? —preguntó Desi, sonriendo al tío en cuestión. —Sí, el tío Harry me enseña cosas muy chulas —dijo el niño todo sonriente al lado de la cama. Miró a Harry con una clara expresión de adoración en su dulce carita. —Ya me parecía a mí —dijo Desi y se escupió en su propia palma, aunque algo menos, y estrechó la mano del niño. Harry se echó a reír y colocó la gran bandeja en el regazo de Desi con su desayuno. Butch se esforzaba por subirse a la cama por el otro lado, fracasando hasta que Harry fue y lo subió. —Bueno, has prometido, tesorito mío, que vas a ser bueno y no te vas a poner a dar saltos. Desi tiene mal la pierna y no sería bueno para ella que hicieras eso —dijo Harry. —Lo prometo, tío Harry. Me quedaré sentado tomando el café con Desi hasta que vuelvas. La abuelita Mona me ha hecho tostada de canela para acompañar —dijo Butch al tiempo que cogía el vaso de leche donde Mona había echado una cucharadita de café. —Muy bien, disfruta de tu tostada de canela mientras yo voy a buscar a tu madre para que hable con Desi —dijo Harry. Volviéndose hacia Desi y sonriéndole, Harry le dijo—: Voy a decirle a Serena que suba para hablar contigo. Si mi amiguito se pone revoltoso, tienes mi permiso para darle un capón. —Estoy segura de que estaremos muy bien, tío Harry. Vete para que nosotros podamos disfrutar del desayuno —dijo Desi con una sonrisa.

—Serena, cariño, ¿cómo es posible que cada vez que te veo pareces salida de una revista? —preguntó Harry al entrar en la solana. Si alguna vez había habido una persona que pudiera haberse convertido en alguien fijo en la vida de Harry, ésa era Serena. El pelo rubio y los ojos azules habían atraído a la doctora desde el primer momento en que vio a la joven abogada en un acto para allegar fondos para una campaña política. Serena estaba saliendo de un mal matrimonio cuando se conocieron, y sólo cuando su ex marido se escapó de la ciudad dejándola endeudada hasta las cejas, descubrió que estaba embarazada de Albert. Harry la había ayudado a salir de la crisis, y junto con Kenneth y Tony logró volver a encarrilar la vida de Serena. Su sobrino adoptivo quería a rabiar a la alta cirujana y desde el instante en que aprendió a hablar, la había llamado tío Harry. Explicó a su modo que tía Harry no le sonaba bien, por lo que siguió llamándola tío. —Es mi forma de recordarte, cielo, lo que te estás perdiendo. Podrías tener esto, —la rubia se pasó una mano por el cuerpo—, y Albert viene incluido en la oferta. —Nunca has jugado limpio, ¿verdad, cariño? —preguntó Harry, inclinándose para dar un beso a Serena en los labios. —No, doctora, contigo es o todo o nada. Eso suele subir las apuestas del juego. ¿Por qué me has hecho dejarlo todo un miércoles por la mañana, buena doctora? Te comunico que anoche quedé y no volví hasta las dos, así que más vale que merezca la pena —dijo Serena frunciendo el ceño en broma. Intentaba olvidarse del cosquilleo que le había dejado el beso de Harry en los labios. —Ya me has sustituido, ¿eh? Qué guarra eres, Serena, pero te quiero de todas formas. Tengo que decírtelo todo el tiempo o no me dejarías ver a mi niño Butch —dijo Harry, dejándose caer en el sofá al lado de su amiga. —Deja de llamarlo así. El nombre de papá es maravilloso. ¿Por qué soy la única que opina eso? —Claro, cariño, por eso todo el mundo llama Hubbie a tu padre. Ahora deja de quejarte y escucha —dijo Harry. Harry dedicó un rato a explicar las circunstancias de su invitada y a qué se enfrentaba. Serena ya había oído la historia innumerables veces por boca de todo tipo de mujer que vivía en la ciudad. La animaba saber que Desi estaba dispuesta a hacer una denuncia. La vida se le ponía mucho más fácil como acusación si la víctima no se pasaba todo el tiempo defendiendo al acusado. Los jurados no aguantaban a las mujeres que no querían ayudarse a sí mismas y aún menos la oficina del fiscal del distrito. A menudo la gente no lo veía como

un crimen contra la sociedad, sino como algo que ocurría a puerta cerrada y que a ellos no los afectaba directamente. —Quédate aquí, Harry, yo me ocupo. Si esta mujer es amiga tuya, puede que no se sienta cómoda hablando conmigo si tú estás presente. Le diré a Albert que baje a entretenerte hasta que acabe. Puedes sacar ese soso videojuego del que te crees que no sé nada y jugar a algo con él —dijo Serena, agitando la rubia melena, y salió de la habitación. Observando desde el pasillo el interior del dormitorio de Harry, Serena supo por qué Harry había dejado a su hijo arriba con esta mujer. Butch se las arreglaba para hacer sonreír a cualquiera. La sólida base que le había dado a su hijo con la ayuda de Harry y su familia era la base de donde sacaba fuerza el niño. Con independencia de lo que ocurriera en su vida, Butch siempre sabría que lo querían. —¿Has sido un niño bueno? —preguntó Serena. Se quedó apoyada en el marco de la puerta, cruzada de brazos. Al mirar a Desi, la abogada cayó en la cuenta de quién era esta mujer. Era la ganadora, y Serena trató de contener la bilis que le empezaba a inundar la garganta por su causa. —Sí, mamá, Desi me estaba contando un cuento. Me he comido toda la tostada de canela que me ha hecho la abuelita Mona, así que hemos tenido que buscar otra cosa que hacer —le informó Butch, volviéndose hacia su madre. —Así me gusta, mi niño. ¿Te apetece bajar a jugar con el tío Harry? Me ha dicho que te diga que quiere jugar a vuestro juego secreto. ¿Me dices en qué consiste? —preguntó Serena, peinándole el pelo con los dedos. —No, mamá, se lo he prometido al tío Harry y si lo cuento, no podremos salvar al mundo juntos. No querrías que pasara eso, ¿verdad, mamá? —No, Albert, no querría. Ahora corre. —Recuerda que me llamo Butch cuando ella no está —le susurró el niño a Desi. Ella le hizo un gesto de asentimiento levantando el pulgar y luego él salió corriendo por el pasillo rumbo a las escaleras. —No bajes corriendo por las escaleras, Albert, que te vas a hacer daño —le gritó Serena—. Lo siento, no sé muy bien cuándo ha ocurrido, pero es como si me hubiera transformado en mi madre desde que llegó Butch. Soy Serena Ladding, encantada de conocerla, aunque sea en estas difíciles circunstancias —dijo Serena ofreciéndole la mano. —Yo soy Desi Simoneaux, encantada de conocerla también. Tiene un hijo precioso, pero tenía entendido que le molesta que lo llamen Butch.

—Bueno, hay muchas cosas de mí que Harry no sabe, pero me gusta tenerla sobre ascuas —dijo Serena, encogiéndose de hombros. —¿De qué conoce a Harry, señora Ladding? —preguntó Desi. —Es señorita Ladding, pero por favor, llámeme Serena, y no estamos aquí para hablar de mí, Desi. Estamos aquí para hablar de usted. Desi, estoy aquí para ayudarla a salir de una mala situación de la forma más agradable posible para usted. No le voy a mentir ni a andarme con rodeos: no va a ser fácil. Su marido no quiere ir a la cárcel. La familia de su marido no quiere que vaya a la cárcel. Francamente, no son idiotas. Nadie quiere ir a la cárcel, sobre todo en este estado. Su abogado la someterá a juicio y si es bueno o si se enfrentara a otra persona, el jurado querrá romperle la otra pierna cuando termine. Pero en esta ciudad no hay ningún abogado así de bueno, Desi. No es por darme autobombo, pero en mi trabajo soy la mejor, y lo que quiero es enviar a Byron Simoneaux a la cárcel por lo que le ha hecho. Lo que necesito es que me dé un poco de información —terminó Serena, echándose hacia atrás para valorar la reacción de la mujer menuda ante lo que acababa de decir. —¿Qué necesita saber? —preguntó Desi. —En primer lugar, ¿sigue enamorada de este hombre? Porque si es así, esto va a ser una pérdida de tiempo para mí, para Harry y para usted misma. Si tiene pensado volver con él y retirar los cargos, dará igual lo buena que yo sea, no ganaremos. Si es así, volveremos a tener esta conversación dentro de seis meses como mucho, si tenemos suerte de que para entonces siga usted con vida para declarar en su contra. —Es usted muy franca, señorita Ladding. No quiero a Byron, nunca lo he querido. Tal vez por eso me pega, ¿quién sabe? Sé que seguramente las mujeres como yo no le caemos bien, señorita Ladding, seguramente nos considera débiles y estúpidas. No puede imaginarse lo que es estar sentada esperando a que llegue alguien a casa y preguntarse quién entrará por la puerta. ¿Será el hombre que intentó hacerte la corte en el porche delantero de tu padre o será el hombre que disfruta buscando sitios nuevos donde dejarte marcas que nadie pueda ver? Haré lo que haga falta para salir de esto, así que no se preocupe por eso —dijo Desi con convicción. Miró de nuevo a Serena y alzó la barbilla con aire desafiante. —Sí que me lo puedo imaginar, Desi. Yo estuve casada con ese hombre y ahora ya no. Usted no es tonta y no la desprecio, me presento todos los días ante el juez y defiendo a mujeres como nosotras contra hombres como nuestros maridos. No eche a perder esta oportunidad, Desi: aprovéchela para volver a levantarse. Quiero ser su amiga, por favor, no me vea como al enemigo —dijo Serena, suavizando el tono.

—¿Quién me va a querer ahora, Serena? No sé hacer nada y mi cuerpo parece un mapa de carreteras por las cicatrices. Antes soñaba, pero hasta mis sueños se han desvanecido. Byron se ocupó de ello, ¿verdad? —dijo Desi. —Desi, sólo tiene treinta y cuatro años. Ha perdido unos años en el infierno donde ha vivido, pero tiene mucho camino por delante. Deje que la ayude a empezar su viaje —se ofreció Serena. —No lo comprende, usted tiene familia, tiene a Butch y tiene a Harry. Tomé mis decisiones hace mucho tiempo y ahora voy a tener que vivir con ellas —dijo Desi, mirando de nuevo la fotografía de la repisa. Para ella representaba todas las cosas que podría haber tenido si se hubiera quedado con Harry. —Querida, yo no tengo a Harry. Ojalá la tuviera, pero no es así. Qué demonios, todas las mujeres que conocen a Harry la desean, aunque sólo sea por una noche. Pero sólo hay una mujer en su cama, y como estoy sentada aquí hablando con ella, eso quiere decir que es usted. No sé cómo lo ha hecho, porque, cielo, yo llevo tres largos años intentándolo, pero le ha echado el lazo a nuestra doctora Basantes y de qué modo. Ahora depende de usted tirar de ella —dijo Serena. —Yo no he hecho tal cosa, Serena. Mírese, no puedo competir. —Desi, podría llevarla de compras y en una sola tarde usted podría tener el mismo aspecto que yo. No es la ropa, Desi: es el hecho de que usted fue su primer amor. Conozco a Harry. Es fiel hasta la médula, así que usted tiene más oportunidades que nadie. Usted es la chica del instituto, ¿verdad? —preguntó Serena. —Venga, ya ha visto la foto, ¿no? —preguntó Desi. —Para serle sincera, ésta es la primera vez que logro entrar en su dormitorio, así que no, no la he visto —dijo Serena, volviéndose para mirar la fotografía a la que se refería Desi. —¿Nunca se ha acostado con Harry? —preguntó Desi. —No he dicho eso, Desi, sólo he dicho que nunca he estado en su dormitorio. No tenga celos, nos conocimos en un momento de nuestra vida que requería el tipo de relación que teníamos. Cuando decidí que quería más, Harry decidió que debíamos ser amigas por el bien de mi hijo. Se podría jurar que la mujer es alérgica al compromiso a largo plazo. Sólo de mencionarlo, le sale urticaria, pero yo siempre he sabido que se estaba reservando para alguien especial. Ha tardado usted lo suyo en llegar. Quiero a Harry, así que, por favor, prométame que será buena con ella. Vuelva a conocerla, Desi, se ha convertido en una persona absolutamente extraordinaria.

—Me alegro de que tuviera tanta gente buena cuidándola todo este tiempo — dijo Desi. El ruido de unos pies al correr resonó por el largo pasillo, poniendo fin a su conversación. —Como rompas algo, me lo pagas con tu pellejo —oyeron gritar a Mona desde una de las habitaciones de invitados. —Perdón, abuelita —dijo Butch. —No me refiero a ti, Butch, cielito, se lo decía a ese trasto que te está persiguiendo. —Ja ja, tío Harry, te ha llamado trasto —dijo Butch riendo. —Lo sé, por eso se va a ir a vivir con tu madre y contigo —dijo Harry. Las dos mujeres que estaban en el dormitorio se echaron a reír por lo que decía la criada y por el hecho de que fuese la única que podía permitirse el lujo de hablarle así a Harry. Su breve conversación había abierto las puertas para una y había acabado para siempre con las esperanzas de la otra. Serena sabía que, ahora que el sueño al que Harry llevaba tanto tiempo aferrada vivía en su casa, se podía despedir de la idea de que la doctora y ella pudieran compartir una vida felices para siempre. Sabía que lo que le había dicho a Desi era cierto, Harry era fiel hasta decir basta, y eso era bueno cuando se era el objeto de tal fidelidad. Sí, Harry era amiga de Serena y habían sido amantes, pero el corazón de la buena doctora siempre pertenecería a otra y Serena no estaba dispuesta a vivir con nada que no fuese la totalidad de Harry. Era lo más importante que le había enseñado Harry tras el fracaso de su matrimonio: Serena era una mujer especial y debía aspirar a una persona que la tratara como tal. A veces la vida es una putada total, pensó Serena en el momento en que la gran figura de Harry cruzaba la puerta de la habitación. —¿Necesitáis más tiempo o queréis tomar más café en el balcón? Hace un día estupendo y deberíamos disfrutarlo mientras dure —propuso Harry con esa sonrisa que las dos mujeres que estaban en la habitación encontraban irresistible. —Mamá, ¿podemos? —preguntó Butch. —No, tenemos que irnos. ¿Se te ha olvidado que vamos a comer con los abuelos? —preguntó Serena, levantándose y colcándose bien la falda. —No, tío Harry, vamos a comer en el sitio ése que tiene el flan con salsa que nos gusta tanto. Pero tú no vienes, así que mamá no me va a dejar lamer el plato.

—Serena, la vida es demasiado corta para no dejar que el niño lama el plato. Díselo al abuelo y seguro que él te deja hacerlo —dijo Harry, y al niño se le iluminó la cara. —Harry, para cuando el niño tenga veinte años, no lo dejarán entrar en ninguno de los restaurantes de esta ciudad. Te juro que entre que le enseñas a escupirse en la mano y a lamer los platos, voy a tener que dejar de venir aquí —dijo Serena. —Ni hablar, mamá, el tío Harry es la persona más guay que conozco —dijo Butch, echando la cabeza hacia atrás para mirar a Harry. —Ahora mismo vuelvo —le dijo Harry a Desi. Acompañó a Serena y a Butch a la puerta, dejando que fuese Serena la que decidiera si le hablaba o no a Harry de su conversación con Desi. Serena cruzó la casa hasta la puerta manteniendo a Harry en suspenso, pero por fin sacó el tema antes de marcharse. —Harry, ahí arriba tienes a una mujer muy especial. Los próximos meses van a ser difíciles para ella, así que quiero que te asegures de que comprende que vas a estar ahí para apoyarla. Quiero que vayamos a juicio antes de que le quites de la pierna todo eso que le has puesto. Se lo ha hecho este cerdo, así que podemos usarlo a nuestro favor. No me puedo creer que vaya a decir esto, pero allá va. Me alegro por ti, Harry, has esperado una vida entera y creo que por fin vas a conseguir a la chica. Pero comprenderás que una parte de mí tenga ahora un berrinche espantoso, aunque me alegro por las dos. Dile a Desi que la llamaré esta semana con los detalles del caso y para decirle en qué punto estamos del proceso —dijo Serena. —Te quiero, Serena, lo sabes, ¿verdad? —dijo Harry. —Sí, cariño, lo sé, y Albert y yo también te queremos. —Sí, tío Harry, te quiero —intervino Butch. —Y yo a ti, grandullón. No te pases con tu madre y no lamas el plato esta vez. Te prometo que la semana que viene iremos tú y yo solos y podremos dedicarnos a lamer los platos a placer. —Trato hecho —le chilló el niño en la oreja al abrazarse al cuello de Harry. Ésta lo dejó en el suelo al lado de su madre y aprovechó la oportunidad para abrazar a Serena y despedirse de ella con un beso. Fue un beso íntimo entre dos personas que habían tenido una relación, pero ahora las dos sabían que se estaban despidiendo de esa relación para siempre. Había llegado el momento de que las dos siguieran adelante. —Harry, te debieron de quemar en la hoguera o algo así en tu vida anterior — dijo Mona.

—¿Por qué dices eso? —preguntó Harry mientras observaba por la ventana delantera cómo Serena sujetaba a Butch dentro del coche. —Porque jamás en la vida he visto a una sola persona bendecida con el amor de tantas mujeres especiales. Esa chica tenía razón al decirte que Desi es un buen partido. No huyas asustada, niña, ni tu mamá ni yo te hemos educado así. Ya es hora de que sientes la cabeza y empieces a llenar esta casa de niños. Estoy harta de recoger sólo tus cosas —dijo Mona, acercándose y abrazando a Harry. —Gracias, Mona, yo también te quiero.

Desi y Harry pasaron el resto del día relajadamente en el balcón del dormitorio de Harry, acostumbrándose a estar otra vez la una en brazos de la otra después de tantos años de separación. Desi escuchaba mientras Harry le contaba historias de cuando estaba en la facultad de medicina y de sus años de residencia. Kenneth y Tony la habían apoyado en todo momento. Como Desi le dijo que Serena le había comentado la relación que habían tenido Harry y ella, Harry le habló también de ese período de su vida. Durante todos sus años como médico, Harry nunca había sentido mayor satisfacción que el día en que nació Butch y ella estuvo presente para verlo. —Te permite ver la bondad que hay en el mundo, Desi. La verdad es que nunca me había planteado tener hijos, pero si pudiera tener uno como Albert, estaría encantada. Es sólo que con la vida que llevo, sería duro para el niño —explicó Harry. —¿Por qué? ¿Porque eres homosexual? —preguntó Desi. —No, porque mi trabajo es imprevisible. No querría aceptar ese compromiso para luego tener que pagar a alguien para que criara al niño. No sería justo para ninguno de los dos. Lo de ser homosexual está mejorando e incluso una ciudad como Nueva Orleáns, que se enorgullece de sus raíces religiosas, toleraría la idea de que una persona homosexual criara a un niño, creo. O sea, no es que la homosexualidad sea contagiosa ni nada. ¿Y tú qué, no has pensado en tener hijos? —preguntó Harry, volviendo la cabeza para mirar de nuevo a Desi. —No, nunca se lo he dicho a Byron, pero me tomaba fielmente las píldoras anticonceptivas. No era el tipo de relación a la que se debía traer un hijo. No creo que hubiera podido quedarme a un lado mientras él pegaba a mi hijo. Además, ya es tarde para mí, creo —dijo Desi.

—Tonterías, Desi. Tienes menos de treinta y cinco años, eres más que capaz de tener un hijo. No es tarde para ti, tesoro, si es lo que deseas de verdad. No creo que conozca a nadie mejor para ser madre —dijo Harry. Harry se disculpó hacia el final de la tarde. Se puso ropa para correr y se fue para hacer su habitual circuito por el barrio. Mona, que había terminado de preparar la cena, subió para hacer compañía a Desi. Ésta se quedó mirando a la alta figura que bajaba corriendo tranquila por la calle, con ese paso ágil que recordaba haber visto muchas veces en la pista del instituto. —Un penique por lo que piensas, Desi —dijo Mona, sentada en el lugar que acababa de dejar Harry. Lo que Desi estaba pensando lo llevaba escrito en la cara, pero Mona tenía ganas de jugar. —Sólo estoy admirando la forma de correr que tiene Harry, Mona, nada por lo que haya que pagar. —El rubor de su cara decía otra cosa. —Ya, tiene un buen culo, ¿verdad? —¡Mona! —Oye, seré vieja, pero no estoy muerta. —Mona, ¿cómo conoció a Harry? —preguntó Desi. Le agradaba mucho esta mujer descarada. Era testaruda, pero Desi se daba cuenta de que quería a Harry. —Trabajo para la familia Basantes desde que era joven. Tenía todos los fines de semana libres, y tengo entendido que era entonces cuando Rachel y tú veníais a la casa. Cuando el doctor Raúl y María se trasladaron a Florida, pasé a trabajar para Harry. Compró una casa a un par de manzanas de la casa donde se crió, pero por alguna razón estúpida decidió comprar ésta. Creo que fue por hacerle un favor a Kenny, para darle algo que hacer a su chico, a Tony. Jamás lo diré delante de él, pero adoro a ese chico. Nos pasamos la vida peleándonos por algunas de las cosas que le da por poner aquí, pero le acabas cogiendo cariño. Mi trabajo consiste en asegurarme de que no se pasa. La verdad es que a veces no sé qué hago aquí, salvo darle la lata a Harry para que se cuide mejor y cerciorarme de que el servicio contratado hace su trabajo. Tengo a Harry, a mis hijas y a mis nietos, y con eso soy feliz —dijo Mona, meneando la cabeza al pensar en Harry. —¿Tienen una asistenta? —preguntó Desi, risueña. —Un servicio de asistentas y también un regimiento de jardineros. Lo único que hago yo de verdad es cocinar y lavarle la ropa a Harry. La primera vez que esta gente nueva lo hizo, le estropearon a Harry toda la ropa interior. Aah, Señor, se puso como una furia, porque a esa chica no hay forma de arrastrarla a una

tienda ni aunque le vaya la vida en ello. Ése es mi otro trabajo, compro por ella. Cosas como calcetines y ropa interior, el resto tengo que llevarla de una oreja para que se lo pruebe. En resumen, que tengo una buena vida. Ésta es mi casa y así es como me trata Harry. Mi familia viene a verme todo el tiempo y se pone al día de las peripecias de Harry. Ella cree que no lo sé, pero ayuda a mis dos hijas a enviar a sus hijos a colegios privados de la zona. Les dice que los críos ya no están seguros en los colegios públicos. Qué curiosa es la vida, ella se educó en colegios públicos, pero mis nietos van a clase con esos uniformes tan pijos. Harry era buena de pequeña y en eso no ha cambiado nada. Bueno, vamos a dejar de hablar de mí, que tengo que terminar de hacer la cena antes de que vuelva la guerrera de los caminos. Después de correr, se mete en ese gimnasio de abajo y se pone a levantar pesas, por lo que cuando termina se podría comer la olla entera de lo que le haya preparado. ¿Quieres que le diga que suba para meterte de nuevo antes de que se ponga con las pesas? — preguntó Mona. —Sí, Mona, se lo agradecería. Cuando Mona se fue, Desi se envolvió en la manta que le había traído Mona y sus pensamientos volvieron a la mujer que seguía corriendo allí fuera. Harry, ¿cómo puedo plantearme siquiera tener una relación contigo cuando sigo casada y hay tantos problemas? Ojalá pudiera dar marcha atrás al reloj y dar con una forma mejor de hacer las cosas que la que elegí. Desi se quedó dormida pensando en el futuro y en la posibilidad de compartirlo con Harry. Había mucha paz bajo los antiguos robles. El jardín de debajo emanaba unos olores deliciosos procedentes de los grandes olivos plantados por toda la propiedad. Eran los árboles preferidos de Desi y, sin que ella lo supiera, ésa era una de las razones que habían impulsado a Harry a comprar la casa.

—Hola, dormilona, ¿lista para volver dentro? —preguntó Harry suavemente. —Hola, sí, empieza a hacer un poco de frío —dijo Desi, parpadeando al abrir los ojos. —Deja que vaya a ponerme otra camiseta primero, no quiero mojarte toda de sudor —dijo Harry, tirándose de la camiseta. —No importa, Harry —dijo Desi. —No, Mona no me lo perdonaría jamás. Espera un momento. Regresando poco después con una camiseta en la que ponía Los cirujanos ortopédicos están en los huesos, Harry levantó a Desi en brazos con poco esfuerzo. El único temblor que notó Desi fue cuando rodeó con los brazos el cuello de la mujer alta. Esa reacción alimentó la esperanza de que lo que le

había dicho Serena fuese cierto. A lo mejor Harry sí que la quería en su vida. Después de depositar a Desi y acomodarla de nuevo en la cama, Harry se metió en el gimnasio, pero antes le encargó a Mona que lavara a Desi con una esponja. Prometió ayudar a Mona a cambiar las sábanas cuando terminara sus ejercicios. Para la cena, Rachel, Mona y Harry se reunieron con Desi en el dormitorio con bandejas, para que la pelirroja no tuviera que cenar sola. Mona oyó por primera vez algunas de las anécdotas de su infancia que no sabía si María Basantes, la madre de Harry, había llegado a conocer. Con cada segundo que Harry y Desi pasaban en compañía, Rachel y Mona veían renacer esa chispa que había existido la primera vez que floreció su amor. Las dos esperaban que Harry y Desi no echaran a perder esta segunda oportunidad. Rachel se ofreció a ayudar a Mona a llevar abajo todos los platos sucios, para dejar a solas a Harry y a Desi. —Se está haciendo tarde, Desi. ¿Qué tal si te tomas la medicina y te vas al sobre? ¿Necesitas ir al baño antes de acostarte? —preguntó Harry. Desi habría obligado a sus riñones a funcionar, si así conseguía otro viaje en brazos de Harry. Durante la cena había decidido que era el único lugar del mundo donde deseaba estar y que Byron y el resto del mundo se podían ir al diablo. Tras colocar de nuevo el tenderete en su sitio y arroparla con el edredón, Harry dio las buenas noches a Desi. La mujer menuda se llevó una desilusión al ver que Harry no se iba a quedar con ella como la noche anterior, pero decidió no presionar. —Buenas noches, Harry, y gracias por todo esto. Al paso que vamos, Rachel no se va a querer marchar jamás. —Tu hermana y tú os podéis quedar aquí, Desi, todo el tiempo que queráis. A Mona le encanta tener a alguien más a quien mimar aparte de mí, y a mí también me gusta teneros aquí. No lo pienses más y concéntrate en curarte esa pierna. Iremos día a día y antes de que te des cuenta, es posible que la que no se quiera ir seas tú. Cuando Harry salió de la habitación, Desi susurró: —No me quiero ir y no quiero perderte.

En plena noche, Harry se despertó en la habitación de invitados que había al lado de su dormitorio creyendo que sonaba su busca. Era un ruido suave y apagado, pero no salía de la cajita negra que estaba en la mesilla de noche al

lado de la cama. Se levantó para investigar y fue a la puerta del dormitorio que normalmente era el suyo. Era Desi, que tenía una pesadilla. Como no quería que la mujer se hiciera más daño en la pierna, Harry entró, se sentó en el lado libre de la cama y alargó la mano para despertar a su amiga. Cuando su mano tocó el hombro de la durmiente, Desi se apartó claramente de Harry. —No, por favor, no te acerques, no me hagas más daño —suplicó Desi. Harry la soltó inmediatamente, creyendo que había asustado a Desi, lo cual la llevó a pensar que la mujer menuda tenía miedo de ella. —Desi, soy yo, Harry. Aquí estás a salvo. No te voy a hacer daño. Sólo quería despertarte para que no te hicieras daño. —¿Harry? —dijo Desi con tono confuso. Abrió los ojos despacio parpadeando y miró a la mujer sentada a su lado en la cama. —Sí, tesoro, soy yo. ¿Ya estás bien? —preguntó Harry. —Siento haberte despertado. Estaba soñando con Byron y no podía escapar de él. —Tranquila, no está aquí, Desi. Aquí nadie quiere hacerte daño, pero tienes que tener cuidado con la pierna. Ya sé que seguramente piensas que estoy muy guapa con el pijama de cirujana, pero no quiero tener que llevarte otra vez al quirófano. ¿Crees que podrás volver a dormir? —preguntó Harry. Lo último que quería Desi era que Harry la dejara sola. Era uno de sus sueños recurrentes, que demasiado a menudo se convertía en realidad: esa sensación de tener los pies pegados al suelo mientras él se iba acercando, con los puños apretados y esa expresión enloquecida en los ojos. Todas las noches, él ganaba en ese sueño. No podía escapar y él era libre de golpearla cuantas veces quería, sin que nadie se lo impidiera. —¿Puedes quedarte un poco conmigo? Te puedes tumbar si quieres, o sea, no tienes que hacerlo si no quieres, pero yo te lo agradecería —farfulló Desi. —Me quedo contigo encantada, Desi —dijo Harry. Harry se echó y buscó la mano de Desi por debajo de las sábanas. Cuando la cogió con su mano más grande, notó que Desi se relajaba. No hacían falta palabras entre las dos, y al poco Harry oyó cómo se tranquilizaba la respiración de Desi. Dormida, Desi se puso la mano de Harry en el pecho para poder sujetarla con sus dos manos. Harry se conmovió por el gesto. También le preocupaba que Desi no estuviera allí cuando se despertara y que todo esto no fuese más que un sueño. ¿Cómo puedo conseguir que vuelvas a mi vida? Creo

que ha llegado el momento de que tú y yo tengamos una larga charla, señorita Desi, cuanto antes mejor.

A la mañana siguiente, las dos estaban de nuevo en el balcón, tomando café y bollos que Harry había salido a comprar temprano. —¿Tratas así de bien a todos tus invitados? —preguntó Desi, dando un bocado a su segundo cruasán de la mañana. —No, no, para nada. Cuando ya puedas caminar, vas a tener que lavar toda la casa con agua a presión. Hay que evitar que salga ese moho del verano y ahora ya no voy a tener que llamar a los hombres que lo suelen hacer —dijo Harry con la cara muy seria. —Lo haré si tú te quedas fuera con una camiseta blanca, doctora Harry. —Desi se puso como un tomate en cuanto las palabras salieron de su boca—. Perdona, Harry, no sé por qué he dicho eso —intentó explicar. —Desi, si te pregunto una cosa, ¿me prometes decir la verdad aunque pienses que vas a herir mis sentimientos? —preguntó Harry. Apartó las piernas de la tumbona para poder sentarse de cara a Desi mientras hablaban. —Sí, te lo prometo —dijo Desi. —¿Salir de mi vida fue idea tuya? No pasa nada si me dices que te enamoraste perdidamente de Byron... bueno, no es que no pase nada, pero... bueno, qué demonios, ya sabes a qué me refiero. —Harry se quedó esperando la respuesta mientras se pasaba las manos por el pelo, temerosa de cuál iba a ser la verdad. Desi miró a la nerviosa mujer sentada ante ella y decidió decir la verdad para no hacer esperar a Harry más de lo que debía. —No fue idea mía, Harry, fue de mi padre. Me amenazó con no dejarme ver a Rachel nunca más. Te quiero, Harry, pero cuando murió mamá, ella se convirtió en mi única familia. Es decir, la única familia que me importaba aparte de ti. Me necesitaba, Harry. Sabes tan bien como yo que Clyde no era el mejor padre del mundo y sabe Dios lo que habría sido de ella. No espero que me perdones, Harry. ¿Cómo puedo esperarlo cuando ni yo misma me puedo perdonar? Pero esto sí lo sé, Harry: en todos estos años no ha pasado un solo día en el que no haya pensado en ti. Ni un solo día, Harry, en que no hablara contigo y te dijera que te echaba de menos. Te quería entonces con todo mi corazón, Harry, y todavía te quiero. Cuando te vi en esa sala de urgencias, fue como despertar de una pesadilla. No me lo merezco, Harry, pero quiero volver a formar parte de tu vida, aunque sólo sea como amiga. —Cuando terminó de hablar, Desi se

puso tensa, como a la espera de un golpe en el cuerpo, mientras aguardaba la reacción de Harry. La alta doctora la miraba desde la tumbona donde estaba sentada, sin decir nada. Estupendo, ahora vas y la asustas, Desi, no paraba de repetirse Desi mentalmente. Como no podía moverse a causa de la herida, a Desi no le quedó más remedio que esperar a ver qué iba a hacer Harry a continuación. Al estilo típico de Harry, no fue en absoluto lo que se esperaba Desi, pero los suaves labios que se posaron sobre los suyos sí eran conocidos. Rindiéndose a lo que las dos habían querido hacer desde ese primer momento en el hospital, el beso se fue haciendo más profundo. A Desi le resultó glorioso hundir las manos en esos espesos rizos negros y sentir esa hábil lengua que iba encontrando puntos nuevos dentro de su boca. —No me dejes esta vez, Desi. Si lo haces, estaré perdida —susurró Harry al oído de Desi. —Harry, te he echado de menos y no me voy a ir a ninguna parte —le dijo Desi al tiempo que se acercaba para besar a Harry de nuevo—. Puede que ahora ya no quiera dejar de hacer esto nunca más —dijo Desi. —Qué bien sabes, cariño —dijo Harry, echándose hacia atrás para mirar a Desi a los ojos, la única cosa de Desi que más le había costado tratar de olvidar. Esos dulces ojos verdes que eran como la hierba del verano y que comunicaban todo lo que llevaba la joven en el corazón y la mente. Estaban salpicados de pequeñas motas doradas que a Harry siempre le había parecido que tenían una especie de magia con la que Desi atrapaba su amor. Ampliando un poco más el campo visual, Harry observó el rostro de Desi. Tenía algunas arruguitas alrededor de los ojos, pero se debían a todas las sonrisas que habían marcado la cara de Desi con el paso de los años. La piel cremosa de Desi no había cambiado mucho desde la última vez que Harry había acariciado su superficie con los dedos. —¿Qué estás mirando, Harry? —preguntó Desi, pegándose a la caricia de Harry. —Te estoy mirando a ti. ¿Te das cuenta de lo preciosa que eres para mí? Hace ya tanto tiempo que veo esta cara en sueños que me parece que me la sé de memoria. Pero ahora te miro y me vuelvo a enamorar. —Gracias por decir eso, cariño, pero creo que ya se me ha pasado la belleza. Ya no tengo dieciocho años, Harry. Es algo que recuerdo cada vez que me miro en el espejo. Parece que cada día hay algo un poco más caído que el día anterior y estoy muy cansada —dijo Desi. —Desi, cielo, tienes treinta y cuatro años, no eres precisamente una abuela. Me encanta mirarte, así que no discutas conmigo. Y si quieres mi diagnóstico

oficial de por qué estás tan cansada, es porque has sido muy infeliz, tesoro. Pero no te preocupes, tengo una receta para eso y te garantizo que te levantará el ánimo de forma permanente. —¿Ah, sí, doctora? ¿Y qué puede ser? —preguntó Desi. La respuesta llegó en forma de beso y dos fuertes brazos que la estrecharon con pasión. Para Harry, hacer feliz a Desi era la medicina que ella misma necesitaba. Empezarían de nuevo sobre los cimientos que habían construido en un columpio tantas noches atrás. ¿Sería suficiente?

Capítulo 4

—Todos en pie. El tribunal del honorable juez Rose abre la sesión —dijo el alguacil Rudy Thibodaux. La vieja sala del tribunal estaba atestada de abogados y acusados preparados para defender sus casos. El juez Jude Rose detestaba los lunes. Ese día, la suciedad de las calles se colaba en sus dominios dispuesta a defender su inocencia ante todos los que quisieran escuchar. Lo peor de todo el asunto era que el viejo juez ya no distinguía a los abogados de sus clientes. Jude había visto cómo a lo largo de los años los pequeños traficantes de drogas y los jóvenes abogados que perseguían a las ambulancias, esperando a hacerse un hueco en la industria legal, se habían apoderado de la ciudad. Desde su atalaya por encima de la refriega, contempló la Avenida Tulane por las grandes ventanas, recordando la primera vez que entró en esta sala. Siendo un joven estudiante de derecho, acudía después de clase para ver cómo se resolvía el juicio de Clay Shaw en los titulares de la prensa nacional. El edificio estaba ahora lleno de los que vendían bolsitas de crack por nada, violadores y matones aficionados a pegar a sus esposas. Al ver a Serena Ladding, elegantemente vestida y con un montón de carpetas encima de la mesa, pensó que hoy iba a ser un día de "Señoría, ella se lo ha buscado". Encantador. —Señorita Ladding, ¿qué tiene hoy para mí? ¿Cree que habremos acabado a mediodía? —preguntó el juez. —Cuarenta y ocho casos, señoría, pero sólo son alegatos, así que deberíamos terminar hacia las diez, si todo el mundo está presente. Los treinta primeros casos habían alegado culpabilidad tras hacer un trato con la oficina del fiscal del distrito. No cumplirían condena en la cárcel si se comprometían a hacer terapia individual y familiar. Serena no era una gran defensora de la terapia, pero era lo mejor que podían ofrecer a la situación de las cárceles de la ciudad, que estaban abarrotadas. Tras unas cuantas semanas

con un terapeuta, los tipos se dan cuenta de que la culpa de que hayan hecho lo que han hecho es de su madre. Si mamá querida hubiera tenido el valor de dejar al bueno de papá, ellos no habrían aprendido esta conducta. "Así que ya ve, señorita Ladding, soy un maltratador, pero tengo motivos, es todo culpa de la zorra de mi madre". Qué gilipollez. —Para el último caso, señoría, solicitamos que el tribunal ordene prisión preventiva para el señor Byron Simoneaux debido al ataque brutal e injustificado contra su esposa, la señora Desirée Simoneaux. La señora Simoneaux ha tenido que someterse a una larga operación para reparar los daños causados a su persona por Byron Simoneaux. En opinión de la oficina del fiscal del distrito, el señor Simoneaux sería una amenaza para la vida de su esposa si sale libre bajo fianza. Nuestra oficina va a presentar cargos de intento de asesinato y agresión con arma mortal —terminó Serena, y se volvió hacia Byron y su abogado para ver qué chorradas iban a decir. —Señoría, el señor Simoneaux es un ciudadano respetuoso con la ley que no tiene ni siquiera una multa por aparcamiento indebido. Trabaja mucho y ahora se ve acusado injustamente por una mujer que quiere librarse de su matrimonio y planea cargar a mi cliente con una pensión de manutención desproporcionada —empezó a decir Bradley Blum, el abogado de Byron. —Señor Blum, ¿me he dirigido a usted? —preguntó el juez Rose, clavando su famosa mirada en el joven. —No, señor —contestó Bradley, tragando con dificultad. —¿Entonces por qué está hablando? —preguntó el irritado juez. —Sólo quería exponer nuestra postura, señoría. —Ya está hablando otra vez. Le sugiero lo siguiente, señor Blum: aprenda de la señorita Ladding e intervenga sólo cuando se le indique. ¿Me entiende, señor Blum? —preguntó el juez Rose. La sala se quedó en silencio, a la espera de la explosión que sin duda se iba a producir en el tribunal en cualquier momento. Jude era famoso por comerse crudos a estos jóvenes arribistas y escupirlos después, haciendo dudar a sus clientes de su acierto a la hora de elegir representante. Pasaron dos minutos sin que se oyera un solo ruido salvo el tic tac del reloj situado encima de la puerta—. Estoy esperando, señor Blum. ¿Me entiende? —preguntó Jude, recostándose en su silla de cuero. —Lo siento, señoría, creía que me había dicho que no hablara —explicó Bradley, ahora sudoroso. En la mesa de la acusación, Serena se esforzaba por ocultar la sonrisa tapándose con la mano. Ella misma había estado en la situación de Blum una sola vez y fue una experiencia que no tenía la menor gana de repetir.

—Le he hecho una pregunta, idiota —gritó Jude. —Sí, señoría, lo comprendo —dijo Bradley. —Bien. Veamos, señorita Ladding, ¿qué clase de lesiones ha sufrido la señora Simoneaux? —preguntó Jude. Serena pasó a explicar la naturaleza y gravedad de las lesiones de Desi y lo que había hecho Harry para solucionar el problema. También explicó que la causa de las lesiones había sido un bate de béisbol hallado en casa de los Simoneaux. —Gracias, señorita Ladding. Ahora, señor Blum, oigamos lo que tiene que decir. Después de presentar las razones para dejar libre a su cliente bajo fianza, Bradley guardó silencio prudentemente esperando a que el juez pronunciara una decisión sobre la fianza. Al notar que su cliente se movía nervioso a su lado, Bradley tomó nota mental para decirle a Byron que el juez Rose nunca se ocupaba de casos de violencia doméstica, por lo que lo de hoy no se iba a repetir. —Dado que ésta es la primera acusación por actos delictivos del señor Simoneaux, fijo una fianza por la cantidad de tres millones y medio de dólares en metálico o en propiedades. Gracias, damas y caballeros, se levanta la sesión. —Dicho lo cual, Jude se levantó, se ajustó la pistola que llevaba sujeta a la cintura debajo de la toga y salió. Serena estaba segura de que, puesto que tenía que entregar cuatrocientos veinte mil dólares como adelanto de la fianza, Byron se iba a quedar muchos días encerrado en el calabozo. Salió de la sala en medio de los insultos que le lanzaba la familia de Byron, y se dirigió a su despacho. Serena se había fijado en el clan Simoneaux al llegar allí esa mañana, y pensaba que Byron y su hermano Mike se parecían a su padre. Su madre parecía una mujer pequeña y sumisa que tenía miedo del gordo hombretón sentado a su lado. Serena estaba segura de que era de Byron padre de quien el hijo había aprendido cómo tratar a las mujeres. Desde su despacho del edificio, Serena llamó a casa de Harry y habló con Desi de lo que había sucedido esa mañana. Si el abogado de Byron se daba prisa, podrían volver al tribunal a finales de mes, lo cual a Serena le parecía bien. Eso querría decir que Desi estaría presente para declarar con la pierna escayolada, haciendo mucho más real lo que le había hecho su marido. —Gracias, Serena, te agradezco que me hayas llamado. ¿Te parece bien si llamo a Harry y le cuento lo que está pasando? Se ha marchado temprano esta

mañana, pero tengo su número de móvil por si tengo que ponerme en contacto con ella. —Sí, no hay problema, Desi. Llámala y dile lo que quieras, te hará bien tener a alguien con quien hablar durante todo este asunto. Porque créeme, cielo, vas a tener que enfrentarte a la familia de Byron, no sólo a tu encantador marido. —Sí, cuando Byron y Mike se juntan y empiezan a beber, son una fuerza de la naturaleza. ¿Tú crees que va a haber peligro para Harry? —preguntó Desi. —Si tu familia política sabe lo que le conviene, no se acercarán a Harry para nada. La diosa de los huesos es una médico maravillosa, pero la otra cara de la moneda es que tiene la misma facilidad para romperte todos los huesos del cuerpo. Harry estudió artes marciales en la universidad y si eso lo unes a sus conocimientos médicos, conoce de sobra todos los puntos donde hay que golpear para hacer daño —explicó Serena. Desi se quedó pensando en lo que le había dicho Serena después de colgar el teléfono. ¿Le haría daño Harry? ¿Estaba saliendo de una mala situación para meterse en otra peor? No concebía a Harry levantando jamás una mano para pegarle, pero hacía años que no la veía. A veces las cosas cambian. Soltó el auricular que tenía en la mano, decidiendo esperar para llamar a Harry.

No se esperaba que Harry llegara a casa hasta las ocho o las nueve, debido a un atasco en los quirófanos, por lo que cuando Desi oyó que se cerraba la puerta lateral que había debajo de su dormitorio, se preguntó quién sería. Al mirar el despertador digital que había al lado de la cama, Desi vio que eran las tres y media de la tarde. Había dormido más de lo que pensaba tras su conversación con Serena. —Hola, tesoro, ¿cómo te encuentras? —preguntó Harry al entrar en la habitación con varias bolsas de compras. —¿Qué haces aquí? —preguntó Desi. —Vivo aquí —replicó Harry, enarcando una ceja. —Eso ya lo sé, lista, es que no te esperaba hasta tarde. Ven aquí, que yo todavía no puedo ir hasta ti —dijo Desi, doblando el dedo para llamar a Harry. Harry fue hasta la cama, se agachó y saludó a Desi con un beso. Como esa mañana se había ido incluso más temprano de lo que pensaba Desi, Harry había conseguido acabar con todas sus operaciones más difíciles a las dos de la tarde. Lo que quedaba eran casos que podían hacer sus alumnos, de modo que había encargado a otro instructor que controlara las cosas en los

quirófanos. Tras detenerse en una de las compañías locales de suministros médicos y en otros cuantos sitios, Harry compró varias sorpresas para Desi y tenía planeado disfrutar con ella del resto de la tarde. —¿Alguna vez te han dicho que estás sexi de verde? —preguntó Desi, mirando a Harry, que llevaba el pijama de cirujana. —Ahora no intentes hacerme la pelota, Thompson. Te he traído una sorpresa, pero ahora no sé si te la voy a enseñar —dijo Harry, al tiempo que lanzaba las bolsas que tenía en las manos al pasillo. —Ooooh, vamos, Harry, es que me he sorprendido al verte, no es más que eso. ¿Cuál es mi sorpresa? —preguntó Desi. —Vas a tener que esperar a que me cambie antes de que te lo dé —dijo Harry. Tras ponerse unos pantalones de chándal y un jersey de lana, Harry salió al pasillo para recoger la primera de las sorpresas. Volvió a entrar con las bolsas y se acercó a la cama para dárselas a Desi. —¿Te apetecería ir al parque conmigo a dar de comer a los patos? Podríamos hacerlo cuando termine de correr —le dijo Harry a Desi, ofreciéndole tímidamente las bolsas que tenía en la mano. —Me encantaría hacer eso contigo, cariño, pero no puedo —dijo Desi. —No te he preguntado si puedes, Desi, te he preguntado si te apetece. Así que, ¿te apetece? —Sí, me encantaría —contestó Desi. Harry le pasó la primera bolsa, meneando las cejas. Abriéndola mientras miraba a Harry, Desi miró por fin dentro. Descubrió un sujetador deportivo y un bonito jersey de lana parecido al que llevaba Harry. En el fondo de la bolsa había un par de pantalones de chándal con cierres en las costuras laterales hasta arriba. Eran de esos que se quitaban de un tirón cuando se llegaba a la pista. En la otra bolsa Desi descubrió varios pares de calcetines de cachemira y un gorro. —¿Quieres que te ayude a ponerte todo eso? —preguntó Harry. —Creo que me las puedo arreglar sola con la parte de arriba, pero me tendrás que ayudar con la de abajo. Ahora date la vuelta, doctora —ordenó Desi. Harry se dio la vuelta y esperó a que terminaran los gruñidos procedentes de la cama. Cuando Desi se lo dijo, se volvió para ayudarla a ponerse los pantalones. Harry bajó las sábanas hasta la cintura de Desi antes de levantarla un poco para que la mujer menuda pudiera colocarse los pantalones abiertos alrededor

del trasero. Cuando tuvo la pierna sana totalmente cubierta, Harry dobló la otra pernera del pantalón para que no rozara la herida de Desi. Luego desempaquetó un par de calcetines y los puso en los pequeños y delicados pies. —¿Lista para marcharnos? —preguntó Harry. —No sé qué tienes pensado, pero estoy lista —contestó Desi. Harry la cogió en brazos, la sacó de la habitación y bajó por las escaleras. —¿Quieres echar un vistazo a la casa aprovechando que te tengo aquí abajo? —preguntó Harry. —Sí, no logré ver gran cosa cuando llegué. Vamos a ver el trabajo de Tony. —Puedes tomar notas para decirle lo que te gusta cuando vengan esta noche a cenar. Harry llevó a Desi por todas partes, enseñándole la planta baja de la casa y terminando la visita ante la puerta lateral donde había aparcado el Land Rover. Tras colocar a la mujer menuda en el asiento de detrás para que pudiera estirar la pierna rota, Harry se metió de un salto en el asiento del conductor y se dirigió al Parque Audubon. El parque era uno de los lugares más agradables de la ciudad de Nueva Orleáns. Estaba bordeado por una pista de tres kilómetros para los corredores y paseantes, así como para los ciclistas y los patinadores. Mientras se hacía el circuito alrededor del parque, se podía ver a los golfistas que jugaban en el campo de dieciocho hoyos situado en medio del parque. Numerosos estanques esparcidos por toda la extensión eran el hogar de una gran población de patos, cisnes y tortugas. Acostumbrados a que los visitantes les dieran de comer, los habitantes plumíferos del parque llegaban a comer directamente de la mano. Entrando en el aparcamiento situado en la entrada trasera del parque, Harry encontró sitio cerca de la pista. Fue a la parte de atrás del coche y sacó su última sorpresa. Tras echarle el freno para poder ir a recoger a Desi, casi se echó a reír al ver la cara de pasmo de la pelirroja. Era un modelo adaptado de una silla de ruedas de carreras. Harry la había elegido porque absorbía los baches mejor que las que se usaban en el hospital. Ahora podía empezar a traerse a Desi con ella cuando viniera a correr al parque. —¿Quieres correr? —preguntó Harry. —Harry, ¿no te vas a hacer daño en la espalda si tienes que ir doblada empujándome? —preguntó Desi.

—No, ésta es la que tiene los mangos ajustables. Será como correr sujeta a la barra de una cinta. Voy a coger tu gorro, tu manta y el pan para los patos. Tendrás que llevarlo tú hasta que terminemos. Corriendo a un paso más lento de lo habitual, Harry empujó a Desi hasta dar cinco vueltas a la pista. En su atalaya, Desi se relajó en la silla y disfrutó del dosel de robles que cubrían por completo el ancho camino en el que estaban. No estaba preocupada por su pierna, que iba estirada hacia fuera firmemente sujeta en un soporte, pues sabía que Harry no dejaría que nadie se acercara a ellas. El frío de febrero había secado casi toda la vegetación que las rodeaba, pero Desi gozaba de todas formas con el aire fresco. Sujetando la bolsa de pan entre las manos y con la manta en el regazo, estaba abrigada y contenta, dejando que Harry hiciera todo el trabajo. A la mitad de su sexta vuelta al circuito, Harry aflojó el paso y salió del camino y bajó hasta la orilla de uno de los estanques más grandes. Antes de que la silla se detuviera, los patos ya estaban saliendo del agua con la esperanza de recibir golosinas. Harry quitó la manta del regazo de Desi y la extendió en el suelo, luego levantó a Desi de la silla y la sentó de forma que estuviera más cerca del agua. Después se sentó al lado de Desi y las dos se dedicaron a partir la hogaza en trozos pequeños y lanzarlos a la bulliciosa multitud que habían atraído. Cuando empezó a ponerse el sol y a bajar la temperatura, Harry volvió a poner a su pasajera en la silla y regresó al coche. Cuando se inclinaba para depositar de nuevo a Desi en el asiento trasero, Harry se detuvo al ver las lágrimas que corrían por la cara de su amiga. —¿Te duele? —preguntó la preocupada doctora, regañándose ya por su estúpida idea. Desi hizo un gesto negativo con la cabeza, pero no dijo nada. La tarde que había pasado con Harry y el hecho de que su vieja amiga hubiera pensado en todo lo que haría falta para que ella estuviera cómoda habían hecho que Desi se diera cuenta de una cosa. Sus temores después de hablar con Serena esa tarde eran infundados. Harry jamás le levantaría la mano, más bien se pasaría el resto de su vida protegiéndola y haciéndola feliz. Desi se sintió avergonzada de haberlo pensado siquiera. Al notar que Harry la cogía en brazos y la acunaba contra su pecho, Desi se aferró a ella como si estuviera desesperada. —Tranquila, cariño, sea lo que sea, todo irá bien. ¿Me dices qué te pasa? — preguntó Harry en voz baja. —Por favor, no me sueltes —sollozó Desi. ¿Cómo podía haber cambiado esto por nada? Harry había sido siempre tan buena con ella y Desi se lo había agradecido abandonándola. Tendría que haberse esforzado más por encontrar una solución mejor para ellas y no haber malgastado todos esos años separadas.

—No te voy a soltar, pero vamos al coche, no quiero añadir un resfriado a tu lista de males —dijo Harry. Sentadas juntas en el asiento trasero, Harry se puso a Desi en el regazo, asegurándose de que no se golpeaba la pierna con nada. Abrazando a Desi, que seguía llorando, Harry le acarició la espalda con mano tranquilizadora, intentando que la mujer se calmara. —Hoy he hablado con Serena de Byron y su aparición en el tribunal —empezó Desi con voz apagada. —¿Es que he hecho algo que te ha molestado? —preguntó Harry. —No, nos pusimos a hablar de ti y me dijo que habías hecho unos cursos y pensé... —¿Pensaste que un día llegaría a casa y te usaría como saco de entrenamiento? —preguntó Harry, sorprendida. —Sí, pero luego has hecho todo esto y me he sentido como una mierda por pensarlo. Te conozco, Harry, puede que no sepa lo que has estado haciendo durante estos años, pero me resulta difícil creer que tu naturaleza básica haya cambiado. ¿Me perdonas por haber pensado eso? —preguntó Desi. —Cielo, dada la situación en la que has vivido, no te culpo por pensar en tu seguridad. En el futuro, si tienes dudas o preguntas sobre lo que sea, ¿me prometes que me lo dirás? Tú y yo tenemos historia, pero en realidad estamos empezando de nuevo, Desi, así que cuanto más hablemos, menos probabilidades habrá de que perdamos el rumbo. Sólo quiero que sepas que hice esos cursos cuando Tony, Kenneth y yo entramos en la Universidad Estatal de Luisiana. Una noche volvíamos a casa y un coche cargado de tiarrones pasó a nuestro lado y vieron a los chicos cogidos de la mano. No salieron del coche ni nos tiraron nada, en ese sentido tuvimos suerte. Pero eso hizo que me diera cuenta de que a causa de nuestra orientación, era posible que no siempre tuviéramos esa suerte. Aprendiendo y entrenando, al menos me he dado la oportunidad de poder defenderme si vuelve a ocurrir una cosa así. No he golpeado nada desde hace tiempo, salvo el saco del gimnasio, y las únicas peleas que he tenido con gente han sido en el ring con un instructor al lado — explicó Harry. —Harry, no tienes que justificarte conmigo, ya sé que nunca me harías daño. Ojalá pudiera volver atrás y cambiar el pasado, así a lo mejor no estaría hecha este desastre —dijo Desi. —Qué va, no te habría gustado nada tener trato conmigo cuando estaba en la facultad, convivir conmigo era un horror, pregúntaselo a los chicos. Ahora puedes disfrutar de la dulce Harry.

—Te aceptaría en cualquier estado, Harry. Te quiero —dijo Desi. Harry se echó hacia atrás y miró a Desi al oír las palabras que acababan de salir de su boca. Oh, mierda, ésa no es una cara de felicidad, pensó Desi. —¿Qué has dicho? —preguntó Harry. —Que te aceptaría en cualquier estado —dijo Desi. —Después de eso —dijo Harry. —Te quiero, Harry. —Sí, eso. ¿Lo dices en serio? —preguntó Harry. —Con todo mi corazón. Te he querido siempre, sabes, desde el día en que nos rescataste a Rachel y a mí de esos matones. Ha sido la única constante de mi vida. —Te quiero, Desi. Dios, qué gusto poder decirlo. Ahora sólo queda una cosa por decir —afirmó Harry. —¿El qué, cariño? —preguntó Desi. —Que necesitas un abogado, ya. —Harry, ¿para qué necesito un abogado? —preguntó Desi. —Necesitas un divorcio, ahora mismo.

Capítulo 5

Dos semanas después Rachel estaba sentada con Desi en la sala de espera de Harry. La consulta privada de Harry estaba en el edificio de la clínica pegada al Hospital Mercy. Desi y su hermana observaban la habitación, admirando las paredes forradas de madera, los muebles de cuero marrón oscuro y la larga vitrina de cristal que bordeaba el techo y que estaba llena de cascos de fútbol y gorras de béisbol autografiados por sus dueños. Era evidente que la gente se rompía muchos huesos en la zona. Una enfermera salió por la puerta que daba a las salas de reconocimiento, empujó la silla de ruedas de Desi para entrar y le dijo a Rachel que podía pasar si quería. —¿Desean tomar algo? ¿Café, un refresco tal vez? No, bueno, la doctora Basantes volverá de sus rondas dentro de nada, así que pónganse cómodas.

Desi recorrió la sala de reconocimiento con la mirada y se fijó en una pared cubierta de fotografías de Harry, todas tomadas con personas distintas. De la más joven a la más vieja, todas y cada una de las personas de las fotografías rodeaban a Harry con el brazo y sonreían como si les hubiera tocado la lotería. Cuando entró la siguiente enfermera para tomarle la tensión, vio que Rachel y Desi estaban mirando la pared de fotos. —El muro de la fama de la diosa de los huesos —comentó al tiempo que colocaba el manguito de la tensión alrededor del brazo de Desi. —¿Por qué la llaman la diosa de los huesos? —preguntó Desi. —Porque la doctora dio muestras de un talento notable para la cirugía ortopédica desde el primer momento en que cogió un bisturí. Nuestra doctora Basantes es conocida en todo el país por los milagros que es capaz de realizar con regularidad. Todas las personas que ven ahí y también en todas las habitaciones de esta consulta son antiguos pacientes a los que esas manos tan hábiles les salvaron la vida. El mote se lo pusieron sus profesores en la facultad de medicina y se le ha quedado. Pero pregunten a cualquiera de estas personas y seguro que estaría de acuerdo con ese nombre. —La enfermera terminó y dejó el cuadro clínico de Desi en el recipiente pegado a la puerta. Cuando la puerta se abrió de nuevo, entró Harry ataviada con la bata más blanca y más planchada que había visto Desi en su vida. —¿Te acuerdas de que te dije lo sexi que me parecías vestida de verde? — preguntó Desi. —Sí, me parece recordar esa conversación —dijo Harry. Rachel las observaba a las dos, encantada al ver que habían recuperado la parte alegre de su personalidad. Harry era buena para su hermana, y si alguien se merecía un poco de buena suerte por una vez, ésa era Desi. —He cambiado de opinión, ahora pienso que el blanco es tu color, doctora — dijo Desi. —Cuando estés en pie, tendrás que llevarme de compras. ¿Lista para quitar esos puntos? —preguntó Harry. —Bésame primero y luego puedes hacer lo que quieras —dijo Desi. Harry fue a la mesa de reconocimiento y besó a Desi como si no la viera desde hacía meses. No habían ido más allá de los besos y el toqueteo, debido a la lesión de Desi, pero lo disfrutaban. Rachel sonrió al ver a su hermana comportándose otra vez como una adolescente, y por el movimiento debajo de la bata se dio cuenta de dónde había puesto las manos en el cuerpo de Harry.

—Dígame, doctora Basantes, ¿es así como trata a todos sus pacientes? Porque si es así, puede que me tire por las escaleras para poder venir a su consulta — dijo Rachel, enarcando una ceja. —En realidad, esto es un tratamiento experimental que estoy llevando a cabo con un grupo de ensayo compuesto por una sola persona. La próxima vez, tendrás que comunicar por adelantado tu interés por mi trabajo —dijo Harry. Harry estuvo bromeando con ellas mientras quitaba los numerosos puntos que había dado a la pierna de Desi. Cortó el pequeño hilo negro aplicado con precisión, contenta con el resultado obtenido. Apenas quedaría cicatriz, y si Desi lo deseaba, Harry le recomendaría a un cirujano plástico para eliminar lo que quedara. Tras comprobar las radiografías que le habían hecho a Desi mientras esperaba a que llegara Harry, informó a su paciente de que todo se estaba curando muy bien. —Dentro de una semana o así, te pondré una escayola y podrás moverte mejor. Por ahora vamos a dejarte así para que la incisión se cure bien. Te conviene esperar a que pase la fase del picor antes de escayolar, créeme. Ya ves, tanto reposo obligado en cama te está dando buenos resultados. Deberías darle un beso a tu médico por ser tan lista. Como no era dada a pasar por alto los deseos de su médico, Desi se inclinó y depositó un beso en la coronilla de Harry. —¿Puedo invitar a comer a estas dos señoras tan encantadoras? —preguntó Harry, quitándose la bata blanca y colgándosela del brazo. —¿Tienes tiempo? —preguntó Desi. —Si no ocurre ningún desastre médico, soy toda vuestra durante un par de horas. —¿Sólo un par de horas? —preguntó Desi. —Durante todo el tiempo que me quieras en esta vida, pero esta tarde tengo que trabajar. Vamos a enseñar a los residentes unas técnicas nuevas de cirugía y tengo que estar presente. Harry volvió a colocar a Desi en su silla de ruedas y las acompañó a ella y a Rachel hasta el aparcamiento. Había reservado mesa para comer con las dos en el Commander's Palace de las afueras. Cuando eran jovencitas, los padres de Harry llevaban a Harry y a Desi a almorzar los domingos en el jardíncomedor de la segunda planta y era uno de los recuerdos preferidos de Desi. La doctora estaba haciendo todo lo posible por recuperar esos tiempos felices siempre que tenía ocasión. No podía compensar la vida que había soportado

Desi sin ella, pero Harry haría todo lo que estuviera en su mano para que la pequeña pelirroja no volviera a pasar por otro día de dolor. Cuando Harry se detuvo delante del restaurante y se volvió hacia el asiento de detrás, supo que el esfuerzo que había hecho para recomponer su horario había valido la pena. Desi tenía los ojos nublados de lágrimas, lo cual le indicó a Harry que recordaba todas las veces que habían venido aquí. El aparcacoches abrió la puerta y saludó a Harry por su nombre. —Hola, Charlie, ¿qué tal las clases? —preguntó Harry. —Bien, doctora Harry. Me vendrían bien unas clases extra de química, pero aparte de eso, todo va bien —replicó Charlie. —Charlie, ¿podéis tú o uno de los chicos subir por mí la silla que está ahí detrás? —preguntó Harry. —Claro, ¿pero quién va a subir a la persona que la ocupa, doctora Harry? —No te preocupes por eso, Charlie, me viene bien el ejercicio. Harry saludó al maitre con Desi en brazos y pidió subir por las escaleras de la cocina. El famoso restaurante tenía otras escaleras en el comedor principal, pero eran empinadas y estrechas y Harry no quería correr riesgos con su pasajera. Al pasar por la cocina tuvieron que detenerse y saludar un minuto al personal, al que le encantaba recibir a Harry, sobre todo cuando venía con Butch. Todos saludaron a Desi y prometieron subirle unos platos especiales para celebrar su regreso a este famoso local de Nueva Orleáns. —Qué bonito es esto —dijo Desi, mirando por los ventanales que ocupaban la pared entera y daban al jardín de fuera. Harry había pedido una mesa de esquina para que Desi no estuviera en medio del paso de los camareros. Se llevaron una sorpresa al encontrarse con Serena, que estaba comiendo en compañía de una bella joven. —Harry, Desi, qué agradable sorpresa. Me gustaría presentaros a Brenda Bourgeois, que estudia derecho aquí en la ciudad —dijo Serena. Quiso volver a su asiento al advertir la expresión de los ojos de Harry. Era una relación nueva y Serena no quería someter a Brenda a las tomaduras de pelo de Harry. —Encantada de conocerte, Brenda. Éstas son Desi y su hermana Rachel. Yo soy Harry, por cierto, una vieja amiga de Serena. —Ah, sí, Albert me ha hablado mucho de ti. Cuando estoy yo, no hay forma de que hable de nada que no sea el tío Harry —dijo Brenda, ofreciéndole la mano. Serena intervino antes de que nadie pudiera decir nada más.

—Desi, ¿has tenido noticias de Byron o de su familia desde la vista de hace un par de semanas? Tengo entendido que sigue en el calabozo, así que no deberías tener problemas. —No, no me han molestado, pero podría ser porque no saben dónde estoy. Harry me ha puesto en contacto con un buen abogado que se está ocupando de los papeles del divorcio, así que al menos sabré dónde encontrar a Byron cuando llegue el momento de darle los papeles —dijo Desi sonriendo a la amiga de Harry. —Llámame si necesitas cualquier cosa o si tienes problemas. Harry, Rachel, me alegro de volver a veros —dijo Serena, al tiempo que cogía a Brenda de la mano y regresaba a su mesa. Harry no pudo evitar echarse a reír un poco cuando se iban, pensando que tal vez Serena había encontrado a alguien digno de ella, dado que la joven parecía tan posesiva. —Eres mala, doctora Basantes —dijo Desi. Había advertido la risa que bailaba en los ojos de Harry y el pánico en los de Serena cuando acudió a su mesa. Saber que Harry había tenido una relación con la abogada provocaba una acometida de celos en Desi cada vez que la veía. La mano reconfortante que sujetaba la suya sobre la mesa la tranquilizaba muchísimo mientras tomaba el pelo a Harry. —Sólo soy mala cuando se me provoca, tesoro, nunca lo olvides. Disfrutaron de la comida que les sirvieron y del ambiente del restaurante. A Desi le hacía gracia la cantidad de gente que se acercaba a su mesa para darle las gracias a Harry por arreglar algún tipo de dolencia. Nunca en su vida había visto la representación de tantos golpes de golf o saques de tenis. Harry se lo tomaba con naturalidad y escuchaba lo que decían sin soltar la mano de Desi. Ésta no recordaba haber sido nunca el centro de tanta atención ni haber sido tratada nunca con el respeto que le demostraba Harry cada vez que la presentaba a la siguiente persona que acudía a la mesa. Harry se enorgullecía de tenerla sentada a su lado. Byron nunca había demostrado tanto interés por ella. Para él, era la persona que le limpiaba la casa y le hacía la comida y el cuerpo que podía usar para practicar el sexo. Desi captó la envidia en los ojos de algunas mujeres cuando Harry la cogió de nuevo en brazos cuando llegó la hora de irse. Era como si supieran por una especie de recuento secreto que el nombre de la doctora Harry Basantes había quedado tachado de la lista de personas disponibles y había pasado a la lista de personas comprometidas. El coche de Harry las esperaba cuando llegaron abajo, lo cual permitió que la doctora colocara a Desi dentro mientras los aparcacoches metían la silla de ruedas detrás. Mientras daba una propina a los chicos para agradecerles la

ayuda, ni Harry ni sus dos pasajeras vieron al hombre que estaba a cierta distancia sujetando un coche a la grúa que conducía. Había dejado de trabajar al ver a la persona que salía del restaurante con una mujer en brazos, pensando que no era muy corriente ver una cosa así. Fue entonces cuando se dio cuenta de quién era la persona que iba en brazos. Marcando en el teléfono portátil de la cabina de la grúa, Mike llamó al centro de detención y pidió hablar con su hermano Byron. Olvidándose del coche que tenía que recoger, Mike se metió de un salto en la grúa y arrancó para seguir al Land Rover mientras esperaba a que Byron se pusiera al teléfono. Se le puso el semáforo en rojo cuando el todoterreno torció por la Avenida St. Charles y Mike tuvo que esperar rezando para que la conductora tuviera que detenerse ante otro semáforo por el camino. Al menos sabía que se dirigía a las afueras. —Sí, soy Byron —dijo la voz ronca en el teléfono. —Byron, soy Mike. ¿A que no sabes a quién he encontrado? —Dime, hermanito, ¿a que es esa zorra con la que estoy casado? —dijo Byron. —Sí, acabo de verla con una tipa alta saliendo de ese restaurante tan pijo, Commander's. La hermana de Desi, Rachel, también iba con ellas —dijo Mike mientras giraba en la dirección que había tomado Harry. —No las pierdas, Mike, quiero saber dónde vive. Papá ha dicho que ya tiene casi toda la fianza, así que saldré de aquí a finales de semana. Quiero hacerle una visita a mi querida esposa para ver qué tal está después de su trágica caída en la cocina. No pensé que uno se pudiera hacer tanto daño al tropezar con una silla. —Colgó después de hacerle prometer a Mike que obtendría toda la información que Byron iba a necesitar para encontrar a Desi una vez su padre pagara la fianza por él. Mientras hablaba con su hermano, Mike no se dio cuenta de que el todoterreno se desviaba antes de llegar a casa de Harry para dirigirse a una tienda de alimentación de las afueras. Harry había prometido hacer la cena esa noche, por lo que se desvió para comprar algunos de los ingredientes que iba a necesitar para lo que tenía pensado. —¿Cuándo has aprendido a cocinar? —preguntó Desi. Desconfiaba porque en la época del instituto Harry ni siquiera sabía hervir agua. Nunca en su vida había visto a nadie más inepto en la cocina. —Tony y yo hicimos un curso en la universidad, para no ponernos malos comiendo lo que cocinaba el otro. Kenneth, el muy suertudo, se crió con unos padres que eran excelentes cocineros y le enseñaron de una forma divertida, así que no necesitaba ayuda. No te rías, seguro que sé deshuesar un pollo mejor que tú —dijo Harry.

—Seguro, teniendo en cuenta que eres cirujana. Lo que a mí me preocupa es el tema del fuego y los condimentos —explicó Desi. —Siempre puedo salir a comprar una pizza —se ofreció Harry. —Lo siento, cariño, si quieres cocinar para mí, me lo comeré sepa como sepa — dijo Desi. Harry las dejó en el coche mientras corría a la tienda. Rachel se había pedido el día libre para poder llevar a Desi a la consulta y lo estaba pasando muy bien con las dos. —Desi, chica, esta vez ni se te ocurra echar esto a perder. Esa mujer te quiere con locura y no me voy a quedar cruzada de brazos viendo cómo te alejas otra vez. Qué diablos, si te vuelves a ir, puede que yo misma lo intente con ella, que lo sepas. Desi, te agradezco que quisieras quedarte conmigo en aquel entonces, pero ahora estamos en el presente. Deja que esta vez te ayude yo a tener un poco de felicidad —dijo Rachel. Se había vuelto en el asiento para poder mirar a Desi a los ojos mientras decía lo que necesitaba decir. —No te preocupes, Rachel, ahora tendrán que apartarme por la fuerza de la vida de Harry. Dios existe y me quiere, porque después de tanto tiempo, me ha estado esperando. Ha tenido algunos líos por el camino, pero con nadie permanente. Pero esta vez sí, lo sé —dijo Desi. —¿Estamos listas, preciosas mías? —preguntó Harry cuando regresó al coche. —¿Qué has comprado, doctora Harry? —preguntó Rachel. —Algo que dejará en evidencia mi falta de sensibilidad, renacuajo, pero soy tan hedonista que no me importa —contestó Harry. —¿De qué hablas, cielo? —preguntó Desi, confusa, desde el asiento trasero. —Ternera. He comprado ternera y me la voy a comer disfrutando al máximo de cada tierno bocado. Al volver a torcer por St. Charles, Harry iba cantando con la radio y de repente notó que las dos mujeres que llevaba en el coche se ponían rígidas. Pensando que tampoco cantaba tan mal, preguntó: —Eh, ¿qué pasa? —Ésa es la grúa del taller del padre de Byron —dijo Rachel, señalando la grúa que estaba justo delante de ellas. Dado que el hombre conducía tan despacio, Harry le dio el beneficio de la duda, pensando que tal vez estaba buscando la dirección donde debía recoger un vehículo. Esa idea murió rápidamente cuando

lo vio mirar por el espejo retrovisor y pisar de repente el freno al darse cuenta de quién lo estaba siguiendo. —Tranquilas, señoras, vamos a volver a casa dando un rodeo, ¿de acuerdo? — dijo Harry, girando en el siguiente cruce, cuando estuvo segura de que la grúa que llevaban delante ya lo había pasado. Mirando hacia atrás, Harry vio que había dado marcha atrás y había conseguido dar la vuelta. Tomando una rápida decisión al ver dónde estaban, la doctora se metió por el camino de entrada y detuvo el Land Rover. Harry salió del coche, cerró la puerta de golpe y se quedó mirando la grúa cuando pasó despacio por delante de la casa. Mike le echó una mirada aviesa y tomó cuidadosa nota de la dirección de la casa para poder decírselo a su hermano. Después de mirar por la calle para asegurarse de que había desaparecido, Harry volvió a meterse en el coche con Desi y Rachel. —Nos estaba buscando, ¿verdad? —preguntó Desi. Se sentía en parte asustada, y esa parte peleaba con la parte que estaba enfadadísima. ¿Y si le hacen algo a Harry?, pensó Desi. —Eso parece, cielo, pero ninguno de los Simoneaux conseguirá jamás acercarse a ti. Venga, vamos a volver a casa y a llamar a Serena y al inspector Landry —dijo Harry. Serena les prometió que se reuniría con el abogado que llevaba el divorcio de Desi para iniciar el proceso para obtener una orden de alejamiento para Byron y su familia y así mantenerlos lejos de Desi y Rachel. Serena tuvo que hacer uso de ciertas tácticas tranquilizadoras para conseguir que Harry dejara de gritarle por teléfono. Estaba de acuerdo con la cirujana en que debería haber algo más que pudieran hacer, pero desde el punto de vista legal tenían las manos atadas. Tras ponerse el pijama de cirujana y esperar a que llegara el guardia de seguridad que había pedido, Harry se fue de la casa después de que Desi le prometiera llamarla de vez en cuando a lo largo del día para asegurarse de que estaba bien. Harry pensaba que el tiempo que Byron había pasado ya en la cárcel bastaría para convencerlo de que no era un lugar donde quisiera pasar varios años, pero eso era tenerlo en demasiada consideración. La venganza era algo mucho más importante para él que su libertad. Eso era lo que le daba miedo a Harry.

—Tiene una gran casa cerca de la avenida, papá. No sé quién es esa machorra, pero me clavó la mirada cuando pasé, así que ahora saben que vamos a por ellas. Nos convendría dejar los planes por ahora —explicó Mike. Había vuelto

muy bravucón y le dijo a su padre que había encontrado a la mujer de Byron. Con lo que no contaba al encontrarla era con que hubiera conseguido un nuevo perro guardián que daba bastante miedo por sí solo. —Tenemos que darle una lección a esa putilla, Mike, y tú eres parte de esto, así que ten cojones y calla la puta boca. He tenido que hipotecar mi taller para sacar al idiota de tu hermano de la cárcel, así que cuanto antes recuperemos a Desirée, antes se acabará todo esto. Si me escucharais más a menudo y tratarais a vuestras mujeres como es debido, ahora no estaríamos metidos en este marrón —vociferó Byron padre. Quería que su hijo saliera de la cárcel, que su nuera retirara los cargos y que el encargado de la fianza le devolviera su depósito. Qué demonios, por todos los problemas que había causado, el viejo estaba pensando en darle a la chica unos cuantos mamporros en persona. —Lo siento, papá, no es que no quiera ayudar, es que no sabemos quién es esta mujer ni que relación tiene con Desi. —Mike aceptaba con resignación que no había forma de decirle que no a su padre con el tema de ir a buscar a Desi. —Venga, vamos a ocuparnos de sacar a tu hermano de ese sitio. Sabe Dios lo que le pasará si sigue ahí metido mucho tiempo. Y cierra la boca cuando lleguemos. Ya me encargo yo de hablar. Salieron y condujeron hasta los calabozos de la ciudad, situados justo detrás de los tribunales de la Avenida Tulane. Los dos hombres esperaron en una sala de aspecto estéril mientras la policía terminaba de rellenar los papeles de Byron. Compartían la sala con otras personas de aspecto preocupado que esperaban a que sus seres queridos fueran liberados o a que llegara la hora de visitarlos. Nadie en la sala miraba a los ojos de los demás, y si se hiciera una votación, nadie habría votado estar allí de poder evitarlo. Cuando la puerta se abrió con un estruendo metálico, todos levantaron la mirada para ver si era la persona a la que estaban esperando. Salió Byron, que se había cambiado el mono naranja por la ropa que llevaba el día en que fue arrestado. Aparte de Mike y su padre, otro hombre se levantó y se acercó al preso recién liberado. Alargando la mano, el joven vestido con traje preguntó: —¿Es usted Byron Simoneaux? —Sí —contestó Byron. —¿Byron Simoneaux, casado con Desirée Simoneaux? —preguntó de nuevo el joven, sin dejar de sonreír, y esperó a que Byron asintiera—. Esto es para usted, señor, que tenga un buen día.

—Espere, ¿qué coño es esto? —preguntó Byron, alargando el sobre que le había dado el hombre. —Una entrega para usted, señor. Son papeles de divorcio y una orden de alejamiento de parte de Desirée Simoneaux. Tanto usted como los miembros de su familia están obligados a mantenerse a un mínimo de ciento cincuenta metros de distancia de la señora Simoneaux o tendrán que hacer frente a acciones legales. —Ésa era la única explicación que el ayudante del abogado de Desi estaba dispuesto a ofrecer. Después de preparar el historial para que lo firmara el juez, había echado un vistazo a las fotografías de la pierna de la joven y pensó que no le daba ninguna pena que este tipo pasara más tiempo en la cárcel. —La muy puta. Capulla mentirosa y traidora —gritó Byron cuando cayó en la cuenta de lo que le había entregado el hombre. Y una mierda que Desi lo iba a dejar, una puta mierda. Lo único que necesitaba era tiempo para explicarle que lamentaba lo que había hecho y que se habían comprometido el uno con el otro. Y era un compromiso que no tenía la menor intención de romper. Byron escuchó mientras su hermano le explicaba lo que había visto cuando siguió a Desi, Rachel y su nueva amiga. Al pasar en coche por delante de la casa esa misma noche, Byron vio luces encendidas arriba y a alguien que se movía. Tanto si estás preparada como si no, Desi, ya es hora de que vuelvas a casa. Soy tu marido y por nada de este mundo te voy a conceder el divorcio, nena. Hasta que la muerte nos separe, es lo que dijo el tipo, y así es como va a ser. —Esperaremos a que esté desprevenida, entonces volveremos y nos llevaremos a Desi a casa. Da igual esperar un par de semanas más —dijo Byron, contemplando la ventana.

Harry se movía por la habitación preparándose para acostarse. Había pasado un largo día en cirugía, intentando que los residentes comprendieran lo que trataba de enseñarles. Se podían pasar todo el día cortando cadáveres, pero la cosa era muy distinta cuando se tenía tejido vivo bajo los dedos. Se alegraba de que los pacientes estuvieran dormidos durante esas pequeñas sesiones de aprendizaje. Si hubieran estado despiertos, se podría haber añadido un ataque de nervios a su diagnóstico. —Ven aquí y échate, cariño. Me estás poniendo nerviosa. Qué ganas tengo de que se me cure la pierna para poder ponerme otra vez de rodillas, así podré darte un buen masaje —dijo Desi, dando unas palmaditas en la cama a su lado. Mona se acababa de ir, después de lavarla y cambiar las sábanas. Su hermana y el ama de llaves habían subido antes para cenar con ella, puesto que Harry

había llamado para decir que iba a llegar tarde. Desi se echó a reír cuando, mientras esperaba a que Harry se pusiera al teléfono, su enfermera del quirófano, Sam, le dijo que como un solo residente más le hiciera una pregunta estúpida a Harry, la alta cirujana iba a clavarle un bisturí a alguien en el cuello antes de que terminara la noche. Pegándose al cuerpo cálido y bien oliente que tenía al lado, Desi soltó un suspiro de satisfacción—. Me he lavado los dientes, ¿te apetece darle un repaso a mi boca? —le preguntó a Harry, y por fin consiguió hacerla sonreír. —Desirée, ¿me estás tirando los tejos? —preguntó Harry. —Bueno, si tengo que deletreártelo, entonces no —le dijo Desi haciendo un puchero. Harry volvió a meterle el labio inferior empujándolo con el dedo índice y luego se inclinó para terminar la tarea con la boca. Hacía horas que quería volver a casa para poder abrazar a Desi en caso de que todavía tuviera miedo por lo que había pasado esa tarde. Apartándose del beso que había iniciado, Harry le dijo: —Hoy te he echado de menos. Estoy pensando que un fin de semana de estos deberíamos ir a algún sitio especial. ¿Qué te parecería ir a ver a mis padres? —No sé, tesoro, ¿no se van a enfadar porque estás otra vez conmigo? Me imagino que no soy precisamente santa de su devoción —dijo Desi. Enredó los dedos en la camiseta de Harry al pensar en volver a enfrentarse a los padres de Harry. —No te preocupes tanto, cariño, te querían antes y volverán a quererte. —Vale, si crees que todo irá bien, estoy dispuesta. Y ahora dime, doctora, ¿por qué has venido a la cama con la cabeza mojada? —preguntó Desi. —Porque tu querida hermana le va a cortar el pelo —contestó Rachel desde la puerta con un par de tijeras y una toalla en la mano—. Estoy intentando conseguir nueva clientela dentro de la comunidad médica y voy a empezar con ésa de ahí —dijo Rachel señalando a la mujer que estaba debajo de Desi. La doctora se limitó a sonreírles a las dos y a relajarse sobre la almohada. —Pero a mí me gusta su pelo como lo tiene —se quejó Desi. —Lo siento, hermana, me lo he pedido, así que suéltala y déjame empezar. Vamos, Desi, ¿te gustaría que a tu cirujana se le metiera el pelo en los ojos cuando te estuviera haciendo un transplante de columna o algo así? — preguntó Rachel.

—No, eso no estaría bien. Por cierto, tus conocimientos sobre técnicas médicas innovadoras es impresionante —dijo Harry al tiempo que se levantaba de la cama y se dirigía al cuarto de baño, seguida de cerca por Rachel. —Yo también quiero ir. Para asegurarme de que no te lo corta demasiado — exclamó Desi. Eso hizo que Harry diera la vuelta y la cogiera en brazos. Durante la hora siguiente Harry estuvo sentada en una silla en medio del cuarto de baño, esperando a que las tres mujeres que la rodeaban decidieran cuánto se le debía cortar el pelo. En un momento dado pensó que iba a tener que separar a Mona y a Rachel, cuando la joven le propuso a Harry que se tiñera las canas. Mona ganó la discusión sólo porque Desi dijo que a ella le parecía sexi tal y como estaba.

Capítulo 6

—Ya está, Desi. Seguro que esto le resulta mucho más cómodo y le permitirá moverse mejor. Si espera un momento, voy a buscarle unas muletas a juego con esa bonita escayola que le han puesto hoy —dijo Beth, una de las enfermeras de la consulta privada de Harry. Habían pasado dos meses desde el accidente y la incisión se había curado bastante bien, por lo que Harry había reducido el tamaño de la escayola de quita y pon que tenía que llevar Desi, dándole a la joven libertad por primera vez desde lo que parecía una vida. Harry había estado muy pendiente de Desi, para asegurarse de que no corría riesgos innecesarios que retrasaran su convalecencia. Desi lo agradecía ahora, puesto que el informe que le habían dado hoy decía que el hueso de la pierna estaba curado casi del todo. Unas pocas semanas más y su amorosa doctora le dejaría apoyar el peso en ella. —Gracias, Beth. ¿Está Harry por aquí? —preguntó Desi. —Sí, señora, está rellenando sus papeles en su despacho. La he enviado a hacer algo para que no nos empujara a mí y al resto del personal a la bebida con tanto estar encima. —Si me consigue esas muletas, podré entrar a darle una sorpresa —dijo Desi. —Eso, querida, me parece una sorpresa maravillosa. Las chicas y yo queremos darle las gracias —dijo Beth. —¿Por qué? —preguntó Desi. —Bueno, no es que la doctora Harry no fuera agradable antes, pero estar enamorada la ha relajado un montón. Y créame, le hacía mucha falta relajarse.

Desi se sonrojó por el cumplido y sintió que se le llenaba el pecho de un calor agradable. La vida era tan bella que Desi detestaba tener que estar esperando siempre malas noticias que la pillaran desprevenida. No sabía nada de Byron desde que lo habían soltado y tampoco se lo había vuelto a ver a él ni a su familia por el barrio. Jerry Castle, el abogado que le había conseguido Harry, había llamado para decir que el divorcio iba bien y que Byron no había presentado una contrademanda, pero que le estaba costando que el otro abogado le devolviera las llamadas. Aunque Jerry quería solicitar una pensión de manutención, pues sabía que Desi tenía derecho a ella, Harry y ella habían dicho que no. Tras una larga charla una noche cuando estaban en la cama, Harry había explicado que ella ganaba más que suficiente para mantenerlas a todas. Lo que quería era que Desi se tomara su tiempo para decidir lo que quería hacer, sin ningún tipo de atadura con Byron o su familia. Desi tuvo que reconocer que así todo iría más deprisa y destruiría los argumentos de Byron en la vista, según los cuales Desi no era más que una mujer rencorosa que quería sacarle una pensión muy elevada. Lo único que echaba en falta era la intimidad que quería compartir con Harry. A causa de su lesión, Harry había echado el freno a su vida amorosa, pero después de algunas de sus sesiones de toqueteos a altas horas de la noche, Desi estaba a punto de explotar. Con el informe sobre su buen estado de salud y la libertad recién adquirida, se disponía a seducir a la buena de la doctora lo antes posible. —Hola, doctora, ¿puedo pasar? —preguntó Desi. Harry levantó la mirada de los historiales que estaba escribiendo y sonrió a su visitante. Sabía que Desi aprovecharía de inmediato la oportunidad de poder caminar, aunque fuese con ayuda de muletas. Ella también tenía una sorpresa esperándola en casa, una promesa que Mona le había asegurado que estaría lista antes de que volvieran. —Hola, tú, ya veo que Beth se ha ocupado bien de ti —dijo Harry, arrellanándose en la silla. —Sí, tienes una gente encantadora trabajando para ti, cielo. Dame unas semanas y te exigiré una noche de juerga en la ciudad. Una cenita, un poco de baile y tú, ésa sería mi idea del cielo —dijo Desi. —Necesitas algo más de un par de semanas para poder ir a bailar, Desi, pero te prometo que en cuanto puedas, llenaré tu tarjeta de baile. Para compensarte, ¿qué tal si te saco a cenar esta noche? —preguntó Harry. —¿En el sentido de que me vas a sacar como si fuese una cita? —preguntó Desi.

—En el sentido de que es una cita. No salgo mucho con nadie y puede que me falte un poco de práctica, así que si puedes soportar mi compañía, sería un honor para mí salir con usted esta noche, señorita Desirée. —El placer es mío —replicó Desi. Apoyó las muletas en la mesa de Harry y se sentó en el regazo de la alta mujer. Desi seguía durmiendo cuando Harry se marchó por la mañana, y cuanto más tiempo pasaban juntas, más la echaba de menos cuando se iba a trabajar. Para rellenar su propio día, Desi había estado ayudando a Tony a terminar las pocas habitaciones que quedaban en la casa. Harry le había dado instrucciones a su temperamental decorador para que si Desi deseaba rehacer las habitaciones que ya estaban terminadas, él hiciera todo lo que quisiera la mujer menuda. Inclinándose para besar a Harry, Desi pasó los dedos por el espeso pelo rizado, haciendo que Harry se relajara al instante. A lo mejor Beth tenía razón: Harry estaba más contenta desde que habían vuelto a estar juntas. —¿Algún sitio concreto donde te gustaría ir? —preguntó Harry, echándose hacia atrás para mirar a Desi. —Me da igual, mientras esté contigo, cielo, eso es lo único que me importa. Ya sé que no es el mejor momento para hablar de esto, pero hoy ha llamado Jerry —dijo Desi. Harry seguió olisqueando el cuello de Desi. Había obligado a Serena a repasar todas las leyes de divorcio del estado de Luisiana para ver si había alguna forma de acelerar el proceso. La única buena noticia que consiguió era que la ley había cambiado el tiempo de separación de un año y un día a seis meses. De modo que quedaban cuatro meses y entonces Desi se libraría por fin del cabrón que le había caído en suerte. —¿Qué quería? —preguntó Harry. —Dijo que el abogado de Byron nunca quiere devolverle las llamadas para tratar del asunto porque Byron no responde a ninguna de sus llamadas. No para de decirle a su abogado que estamos resolviendo la situación y que no va a haber divorcio. Me estoy empezando a preocupar, Harry. ¿Y si decide ir a por ti y te hace daño? Creo que no podría soportar la idea de que sufrieras —dijo Desi. Era cierto que no sabía nada del que pronto sería su ex marido, pero eso no quería decir que Byron se hubiera olvidado de ella. —Créeme, tesoro, no vas a volver a ver a Byron y su clan. La próxima vez que le pongas la vista encima será en el juicio o en el proceso de divorcio. Me cabrea que todo esto lleve tanto tiempo, pero Serena me dice que su abogado ha presentado todas las mociones que se le han ocurrido para evitar que la cosa llegue a los tribunales. Le he prometido que si se libra después de lo que

te hizo, le voy a dar una lección con un bate de béisbol que tardará mucho en olvidar. Sólo quiero que me prometas que tendrás cuidado hasta que todo esto se resuelva. No vayas a ninguna parte sin ese guardia de seguridad que he contratado y no dejes de estar atenta a lo que te rodea —dijo Harry. —Te lo prometo. ¿Te puedes ir ya o tienes más pacientes? —preguntó Desi. —Pues tengo un solo paciente más para hoy y después voy a llevar a cenar a mi chica preferida. ¿Quieres venir a conocerlo? Es uno de los jugadores de los Saints. La temporada pasada tuvieron mala suerte, con varios tobillos rotos, y eso echó a perder sus posibilidades en las eliminatorias, pero siempre tendremos las esperanzas puestas en nuestros chicos de negro y oro. —Harry ayudó a Desi a ponerse de pie y luego se levantó para unirse a ella. —Qué divertido. ¿Estás segura de que no le molestará que yo esté ahí contigo? —preguntó Desi. —A menos que le dé vergüenza enseñar el pie, no lo creo —replicó Harry. Entraron en una de las salas de reconocimiento, donde uno de los hombres más grandes que había visto Desi en su vida estaba sentado en la mesa de exploraciones. Era emocionante conocer a uno de los jugadores que veía a menudo por televisión, pero la emoción fue aún mayor cuando Harry presentó a Desi como su novia. Tras asegurarle a Desi que no tenían que volver a casa para cambiarse para la cena, Harry tomó la dirección de uno de sus restaurantes preferidos. Antes de llegar, le dijo a Desi: —Te gusta la comida china, ¿verdad? —preguntó muy seria. —Sí, es una de mis comidas preferidas. —Bien, detestaría tener que poner fin a esta relación antes de que despegara. Te quiero, pero no pienso a renuncia a la comida china por ti —explicó Harry. Eso hizo reír a Desi mientras Harry se metía en el aparcamiento del restaurante Five Happiness. La dueña, una atractiva oriental, salió de detrás del mostrador y abrazó a Harry en cuanto la vio. Desi se preguntó si había una sola mujer en la ciudad que no se sintiera a gusto entre los brazos de Harry. Al ver la ceja enarcada de Desi, Harry se la presentó a la mujer y a su marido, que seguía detrás del mostrador. Antes incluso de estar sentadas a su mesa, Desi vio un muestrario de entrantes esperándolas. Era evidente que éste era uno de los restaurantes preferidos de Harry y que lo visitaba con frecuencia.

Después de tragarse el trozo de rollito de primavera que tenía en la boca, Desi decidió iniciar la conversación que quería tener con Harry y que había estado retrasando. Desi no quería dar nada por supuesto con respecto al futuro, pero tenía miedo de las respuestas que podía obtener a las preguntas que quería hacer. —¿Harry? —empezó Desi. —¿Qué, no te gusta la comida? —preguntó Harry. —No, me encanta la comida, es que quiero hablar contigo. —Soy toda oídos, tesoro, así que dispara. —Harry, ¿cuándo quieres que nos marchemos Rachel y yo? No quiero abusar de tu acogida, pero necesito algo de tiempo para encontrar un sitio nuevo donde vivir y una forma de pagarlo. Ahora que he recuperado cierta movilidad, puedo empezar a buscar trabajo. Puede que también tarde un poco con eso, porque el único trabajo que he tenido en mi vida ha sido de cajera en un supermercado, pero tuve que dejarlo porque Byron pensaba que su mujer no debía trabajar. —Desi se calló mientras pensaba en la puerta que acababa de abrir. Harry había sido muy sincera hasta ahora y en este momento no esperaba otra cosa de su amiga. —Ni tú ni Rachel os vais a ir. Bueno, Rachel es libre de marcharse cuando encuentre a alguien especial con quien quiera vivir, pero tú te quedas conmigo. Entretanto, si quieres buscar trabajo porque te aburres en casa y quieres hacer algo estimulante, adelante. Sólo te pido que esperes a tener la pierna totalmente curada, sobre todo si es algo que te exige moverte. —Pero, Harry, no puedo quedarme contigo y vivir a tu costa. Eso no está bien y no te puedo pedir que lo hagas por mi hermana y por mí. —Dios, qué terca eres, Desirée, en eso no has cambiado nada desde que nos conocemos. Tú no me lo has pedido, yo te lo he ofrecido y sin condiciones. Quiero vivir contigo y sé que tu hermana está incluida en el trato. Para eso he comprado una casa grande. ¿Es que no quieres vivir conmigo? —preguntó Harry. Desi vio que Harry se pasaba los dedos por el pelo y supo que estaba nerviosa ante la posibilidad de que se fueran a marchar. —Sí que quiero, pero también quiero contribuir. Tú te ocupaste de nosotras cuando éramos pequeñas y no deberías cargar siempre con eso, cielo. —¿Pero qué dices, Desi? Rachel y tú hacéis mucho por mí. En el colegio estabais siempre allí para animarme cuando jugaba a lo que fuera y tú me cuidabas todo el tiempo. Mi madre siempre se reía cuando adquiriste la costumbre española de servirme un plato de lo que fuera que estuviéramos

cenando. Te cerciorabas de que me cuidaba y me querías. Eso ha sido pago más que suficiente para mí y ahora no sería distinto. Te quiero, Desi. Quiero que seas feliz y descubras todas las cosas de la vida que te hacen sentirte así. Apóyate en mí ahora que lo necesitas y eso te hará fuerte para que en el futuro yo pueda hacer lo mismo. Considéralo un préstamo, no de dinero, sino emocional. Tengo pensado exigir la devolución durante el resto de mi vida si me aceptas. La vida ya ha sido bastante cruel con nosotras, cariño, no nos la pongas más dura intentando separarnos de nuevo. A menos que mi compañía te resulte horrible, quiero que te quedes. Además, Mona jamás me lo perdonaría si te fueras. Buscaría una forma de echarme la culpa de todo y sé que tú no quieres que ocurra eso. —Harry alargó la mano y cogió la de Desi, intentando transmitirle la veracidad de lo que estaba diciendo. —Tienes razón, por supuesto, no me quiero ir, pero no quiero que pienses que me estoy aprovechando de ti. ¿Has dicho en serio que puedo buscar un trabajo? —preguntó Desi. Harry se dio cuenta de que Desi iba a tardar un tiempo en considerarse una persona útil. Verse como alguien que tenía algo que ofrecer al mundo que la rodeaba era algo que evidentemente ese hijo de puta le había arrebatado. Por mucho que tardara, eso sería lo que Harry intentaría devolverle a esta joven tan vital. —Cielo, eso depende de ti. Que vivas conmigo no quiere decir que seas de mi propiedad. Si de verdad quieres trabajar, sal y busca trabajo. ¿Qué quieres hacer? —preguntó Harry. —No lo sé, no tengo experiencia con nada —dijo Desi con tono abatido. Aparte de terminar el instituto, no había tenido ningún otro tipo de formación ni había continuado con su educación. —¿Por qué no te planteas volver a clase? Tendrías que repasar un poco las cosas básicas, pero podrías hacerlo si de verdad quieres. Así puedo jactarme por toda la ciudad de que salgo con una universitaria. Aunque ni siquiera tiene que ser la universidad, si no es eso lo que te interesa. Podrías trabajar con Rachel, por ejemplo. Tú piénsalo, no tienes que decidirlo en este preciso instante, pero sí que tienes que decidir ahora mismo lo que quieres comer porque me muero de hambre —dijo Harry. Cuanto más hablaban más crecía la sonrisa de Desi. Eso animó incluso a Harry, al saber que la Desi que recordaba seguía enterrada bajo los malos tratos a los que la había sometido Byron. El trayecto de vuelta a casa le recordó a Desi los viejos tiempos del coche de dos plazas de Harry. Con la nueva escayola que tenía en la pierna, Desi podía ir sentada delante con Harry, y aprovecharon las circunstancias para cogerse de la mano. Habían hecho planes para volar a Florida el fin de semana siguiente para visitar a los padres de Harry y a su hermano, Raúl, que era médico en Fort

Lauderdale. El hecho de que Raúl viviera tan cerca de sus padres hacía feliz a María, porque así podía ver todo el tiempo a sus tres nietos. Desi estaba preocupada por el viaje, pero Harry le había asegurado que su familia no sentía el menor rencor hacia ella. Después de sujetar la puerta para que Desi entrara en la casa, Harry fue a las escaleras y el nuevo equipamiento que le había encargado a Mona instalar esa tarde. Era una silla motorizada que llevaría a Desi a la planta de arriba sin tener que subir por las escaleras con las muletas. —Estás en todo, ¿verdad, cielo? ¿Es que estás harta de subirme en brazos? — preguntó Desi. —No, ésa es una de mis partes preferidas del día, pero cuando yo no esté, puedes usar esto. Te prometo que dentro de un mes como máximo estarás caminando como antes y si no, te devuelvo el dinero, te lo garantizo. Dejando las muletas de Desi apoyadas en el pasamanos de la escalera, Harry la cogió en brazos y emprendió la subida hasta el dormitorio de las dos. Eso era lo que había llegado a ser en el último mes, con los cambios que habían hecho Tony y Desi. Tony le explicó a la doctora que como Desi vivía allí ahora, técnicamente era el dormitorio de Desi, por lo que tenía derecho a redecorarlo. Las paredes azules y la colcha azul de la cama habían desaparecido, sustituidas por paredes de color crema claro y una colcha de seda a juego. Habían añadido una cómoda antigua para Desi y, con ayuda de Mona, habían reorganizado el armario para dar cabida a la nueva ocupante de la habitación. Harry se había tomado todos los cambios con naturalidad, pues le daba igual lo que hicieran, con tal de que Desi estuviera contenta con el resultado. Esa mañana, cuando iba por el pasillo, Harry se dio cuenta de que su habitación no era la única que se había vuelto a decorar. La de Rachel tenía ahora un nuevo aspecto que encajaba mejor con la chica, y a Harry le dio la impresión de que la hermana pequeña de Desi tenía planeado quedarse mucho tiempo. —Siéntate un momento mientras yo bajo a buscar tus muletas. ¿Necesitas algo mientras estoy abajo? —preguntó Harry. —Sí, ¿qué tal si traes una botella de vino y dos copas? Podríamos relajarnos un poco y digerir la cena antes de acostarnos —contestó Desi. —Una sugerencia excelente, cielo. Ahora mismo vuelvo. Harry salió de la habitación y bajó las escaleras para entrar en la cocina, donde se encontró a Rachel comiéndose un sándwich. —¿Una noche dura, renacuajo? —preguntó Harry.

—No, la noche tiene buena pinta, es que he tenido un día horrible. Si tengo que mirar un solo mechón de pelo más, me voy a poner a chillar. ¿Tú qué haces aquí? —preguntó Rachel. —Vengo a coger vino para tu hermana y para mí, así que disfruta de tu velada. Nos vamos a retirar por esta noche, así que a menos que te caigas en la bañera y te rompas la pierna, no quiero saber nada de ti hasta mañana por la mañana. Buenas noches —bromeó Harry mientras sacaba una de las botellas de los estantes de la bodega. —Buenas noches, Harry, y buena suerte —dijo Rachel, riéndose de la espalda en retirada. Al entrar de nuevo en el dormitorio, Harry estuvo a punto de dejar caer la botella cuando vio a Desi sentada en la cama. Era evidente que en su última expedición de compras Desi y Tony habían ido a otros sitios aparte de la tienda de pintura y telas, a juzgar por el camisón que llevaba puesto. La seda azul marino ceñía todas las curvas de Desi en los puntos adecuados y los finos tirantes que lo sujetaban suplicaban que los bajaran. Aunque Harry llevaba años esperando a entrar en una habitación y encontrarse a Desi de esta manera, le pareció que tenía los pies pegados al suelo y que se le había paralizado el cerebro. Allí plantada, abriendo y cerrando la boca como una trucha fuera del agua, Harry intentaba frenéticamente obligar a su cuerpo a cooperar con la parte de su cerebro que le chillaba que corriera a la cama. Desi estaba ahí sentada, risueña al ver la reacción que estaba obteniendo. Estaba bastante segura de que la mirada que le dirigía Harry era de deseo y no de asco. Tony había tenido que convencer a Desi para que se comprara la prenda de noche, pero ahora se alegraba de que su amigo se hubiera empeñado tanto. —Ven a ver, cielo —dijo Desi desde la cama. Harry sólo pudo asentir con la cabeza y seguir mirando. Si sus ojos volvían a recorrer el cuerpo de Desi una vez más, le iba a entrar vértigo y se iba a caer al suelo. Sacudiendo rápidamente la cabeza, Harry logró avanzar hasta que sus rodillas chocaron con el colchón. Desi no dejó de mirarla a los ojos al tiempo que le quitaba la botella y las copas a Harry de las manos—. ¿Te sientas aquí conmigo un momento? —preguntó Desi. Harry sonreía y asentía ahora como una idiota, y a Desi le entraron ganas de estallar en carcajadas—. Creo que ya hemos esperado suficiente para hacer lo que de verdad queremos, ¿no crees, Harry? Esas noches que pasábamos en el columpio de mi porche delantero estaban bien, pero creo que ya es hora de que vayamos un poco más lejos. ¿Eso te gustaría? —preguntó Desi. Mientras hablaba, pasaba la uña por la pechera de la camisa de Harry, escuchando el roce que producía sobre la tela de algodón. Cuando Desi llegó al cuello, deslizó los dedos dentro para tocar la piel del

cuello de Harry, observando atentamente cuando los ojos de la mujer más alta se cerraron temblorosos con ese primer contacto. —¿Estás segura, Desi? No quiero hacerte daño, eres demasiado preciosa para mí —dijo Harry en un susurro. La expresión de los ojos de Desi le estaba sobrecargando la libido. —Tócame, Harry, quiero que me toques ahora mismo. Quiero que borres el recuerdo de todos esos años de separación y quiero empezar la vida que me has prometido —dijo Desi, tirando de Harry para acercarla. El primer roce de sus labios resultó eléctrico, tan distinto fue de todos los demás besos que se habían dado hasta ahora. Harry se acercó más, cerciorándose de que no golpeaba la pierna de Desi. Recorrió con sus largos dedos la piel que quedaba expuesta por el pronunciado escote del camisón y vio cómo se le ponían los pezones duros a Desi. —Qué manos tan suaves tienes, cariño —dijo Desi en voz baja. —Eso pasa por no usarlas para labores manuales —contestó Harry. Tirando de uno de los tirantes sueltos, Harry vio que caía, dejando más al descubierto el pecho de Desi. Por una fracción de segundo, el rostro de Desi se llenó de miedo y Harry se detuvo en seco, pensando que la pequeña pelirroja había cambiado de idea. —¿Qué ocurre? Si quieres parar, no pasa nada, Desi. Jo, si he esperado todo este tiempo, puedo esperar un poco más. No pienses que me debes esto, quiero que sea bueno para las dos. —No, no quiero parar, pero es que tengo miedo de lo que vas a descubrir cuando me quites esta cosa. Ya no soy una jovencita, Harry, y no quiero que pienses que sigo con el aspecto que tenía con dieciocho años. —Desi se puso colorada al confesar esto. Nunca se había considerado guapa, pero si se hubiera entregado a Harry en aquel entonces, Harry habría conseguido lo mejor que tenía que ofrecer. Harry pensó que la mejor manera de hacer frente a la situación y acabar con los miedos de Desi no era con palabras, sino con obras. Apartando los ojos un segundo de los de Desi, bajó el otro tirante y destapó dos pechos perfectos con unos pezones sonrosados que ahora estaban firmes. Depositando a Desi sobre las almohadas del cabecero, Harry se tomó su tiempo y contempló el cuerpo medio desnudo de Desi. Su piel era suave y lisa al tacto. Inclinándose sobre ella con el peso apoyado en un brazo estirado, Harry pasó los dedos de su otra mano por la garganta de Desi hasta la parte inferior de su pecho izquierdo, dejándole la carne de gallina al pasar. Antes de seguir adelante, le pidió en

silencio a Desi que levantara el trasero para poder quitarle el camisón del todo. Al ver el cuadro completo, Harry sintió de todo menos decepción. De pie al lado de la cama, Harry se sacó la camisa de los pantalones y empezó a desabrochársela despacio. Cuando empezó con el botón de los pantalones, se puso a hablar con Desi de nuevo. —Cielo, eres preciosa. Qué ganas tengo de tocarte y hacerte gozar. Sacó los pies de los pantalones cuando cayeron al suelo y se inclinó para quitarse las bragas. Cuando la última prenda de ropa cayó al suelo, Harry se quedó allí plantada, dándole la misma oportunidad a Desi de mirarla. —Hazme el amor, Harry. Al echarse despacio en la cama, Harry notó que la humedad que tenía entre las piernas se intensificaba en cuanto su cuerpo se posó sobre el de Desi. Sujetando su peso sobre los antebrazos para no aplastar a su menuda compañera, Harry bajó la cabeza y besó a Desi. Se besaron largo rato, mientras se acostumbraban al hecho de que estaban desnudas. Harry fue la primera en apartarse, cosa que hizo soltar a Desi un gemido de decepción. Tras separar con cuidado las piernas de Desi con la rodilla, Harry juntó sus sexos. Notaba el calor y la humedad que emanaban de la parte más íntima de Desi y dedicó un momento a regodearse en la idea de que todavía tenía este efecto en la mujer que tenía debajo. —Qué bien, cariño. Cuánto tiempo he soñado con esto. Ya había renunciado a tenerte así encima de mí, salvo en mis sueños. Pensaba que ya habrías encontrado a otra a estas alturas —reconoció Desi. Movió las manos por la espalda de Harry, encantada con la sensación de la piel firme y lisa. —No había nadie que fueras tú, cielo —le dijo Harry. Se metió el labio inferior de Desi en la boca, cortando toda la conversación por el momento. Harry había esperado casi veinte años: estaba harta de seguir esperando. Harry levantó un poco el tronco para poder agachar la cabeza y contemplar el pecho de Desi. Mientras se besaban, los pezones de Desi se habían clavado en su propio pecho, volviéndola loca. Cuando Harry se apoyó en un brazo, los músculos de su pecho y sus brazos destacaron en relieve, haciendo que Desi se fijara en la perfección del cuerpo de Harry. Antes de poder seguir admirando el físico de la doctora, una boca insistente se apoderó de uno de sus pezones y el placer instantáneo que le dio esa sensación hizo que se le cerraran los ojos. Harry se apresuró a dedicar el mismo grado de atención a ambos pezones y luego pasó a otras zonas inferiores.

El sonoro grito de "SANTA MADRE DE DIOS" que salió de boca de Desi cuando los labios de Harry se cerraron alrededor de su clítoris hizo sonreír a su hermana, a un par de puertas de distancia de su dormitorio. —Así se hace, Harry —dijo Rachel en voz baja al tiempo que agitaba el puño en el aire con gesto de animación. Harry había cogido una almohada para la pierna herida de Desi antes de acomodarse a los pies de la cama. Con los dos índices separó los húmedos labios del sexo de Desi y advirtió de inmediato que habría podido tomarle el pulso a Desi sólo con colocar el dedo sobre la protuberancia hinchada. Sin hacerla esperar más, Harry la rodeó con los labios y chupó, y estuvo a punto de caerse de la cama cuando Desi soltó su exclamación en estéreo. Dos pequeñas manos se apresuraron a agarrar dos puñados de pelo, manteniendo a Harry en el sitio, de forma que aunque hubiera querido levantar la cabeza y hacer un comentario jocoso, no habría podido hacerlo. Metiendo las manos por debajo del trasero de Desi, Harry le facilitó el movimiento de las caderas al ritmo de la succión que estaba ejerciendo sin que Desi tuviera que forzar la pierna. —Necesito sentirte dentro de mí, Harry, por favor. Por favor, hazme tuya — jadeó Desi. Harry la estaba excitando tanto y tan deprisa que no quería terminar sin sentir todo lo que Harry podía darle. Sin apartar la boca, Harry soltó una mano y metió un largo dedo despacio—. Ah, sí, cariño, sí. Qué gusto —logró decir Desi. Harry siguió moviendo el dedo despacio al tiempo que cambiaba lo que estaba haciendo con la boca para intentar prolongar el placer de Desi. Cuando Harry se puso a meter y sacar el dedo, formó una punta con la lengua y trazó círculos con ella alrededor del clítoris de Desi, muy cerca, pero sin tocarlo. —Cariño, por favor, no me tortures —rogó Desi. —Relájate, cielo, y déjate ir. Siente cómo te amo —dijo Harry al tiempo que subía por la cama para echarse al lado de Desi. Colocando el pulgar donde había tenido la lengua, se puso a susurrar al oído de Desi—. Déjate ir, cielo, estás a salvo aquí conmigo. Te quiero y eso nunca cambiará. Tu sitio está conmigo, Desi. Eres la dueña de mi corazón y mi amor —confesó Harry. Desi volvió a agarrarla del pelo y tiró para juntar la boca de Harry a la suya, besándola de forma que Harry sintiera cuánto la quería. El sabor de sus propios fluidos en la boca de Harry le aceleró aún más el corazón. Cuando la sensación que se acumulaba en su interior se hizo demasiado intensa, Desi dejó caer la cabeza sobre la almohada y se agarró a los hombros de Harry para seguir sujeta a la cama. Qué placer sentía con esa mano entre las piernas, al notar la respiración de Harry en la oreja y la sensación de su sólido cuerpo pegado al suyo. Desi siguió las intrucciones de su médico, se relajó y se dejó ir.

El orgasmo la pilló desprevenida y dejó de moverse durante un instante para permitir que la sensación se apoderara de ella. Desi nunca había sentido nada tan intenso y maravilloso. Harry le había dado algo a lo que Byron no se había aproximado jamás. Le pareció que se terminaba a los pocos segundos, pero cuando los temblores cesaron, las dos estaban cubiertas por una ligera capa de sudor y Harry lucía una serie de arañazos en la espalda. Convertida en una masa de carne temblorosa y jadeante, Desi tardó un buen rato en recuperar la capacidad de formar frases coherentes, mientras Harry se daba por satisfecha sólo con abrazarla. —Ha sido... bueno, la verdad es que no sé cómo describirlo —dijo Desi. —¿Te ha gustado? —preguntó Harry. —Sí, doctora, me ha gustado, pero creo que vamos a tener que probar de nuevo bien pronto para asegurarnos de que no ha sido casualidad —bromeó Desi. Se había vuelto un poco para poder echarse encima de Harry y notó los fuertes brazos que la estrechaban. Mientras bromeaba, Desi bajó con la mano por el cuerpo de Harry y se puso a acariciar el vello rizado de su sexo. Desi se moría por intentar dar placer a Harry y tenía la esperanza de poder satisfacerla como lo había hecho Harry con ella. Hasta esta noche, el sexo nunca había sido un plato de gusto para ella. Era algo que Byron esperaba de ella, no algo que a ella le apeteciera o que la hiciera disfrutar. Después de lo que acababa de ocurrir entre ellas, Desi se estaba planteando seriamente comprar unas esposas y mantener a Harry presa dentro de esta habitación. Envalentonada, Desi bajó más la mano y separó los húmedos pliegues que encontró. Chupando la fuerte columna de la garganta que tenía debajo, Desi emprendió una caricia continua desde la mata rizada hasta la abertura del sexo de Harry. Sus caricias se fueron concentrando más hasta que sus dedos se posaron únicamente en la dura protuberancia que era el centro de la necesidad de Harry. Desi tenía los dedos tan mojados por la humedad que había entre las piernas de Harry que se le resbalaron sobre la protuberancia, apretándola, y las caderas de Harry se levantaron de la cama, haciendo que sus dedos se deslizaran de nuevo hacia abajo. Esta vez supo moverse al ritmo de Harry para poder dejar los dedos donde los quería. —¿Te gusta, cariño? —preguntó Desi. —Sí, no pares, Desi —le dijo Harry. Desi dejó la mano en el sitio, pero se movió para poder tumbarse encima de Harry, pues quería sentir el calor del cuerpo de la doctora debajo del suyo. Sin vacilar, Harry se apoderó de uno de los pechos que se balanceaban ante su cara, haciendo que Desi moviera las caderas y se frotara sobre la cadera de Harry. La exclamación sofocada le dijo a Harry todo lo que necesitaba saber: la libido de Desi había vuelto a despertar y esta vez terminarían juntas.

—Aparta un momento la mano, cariño —le pidió Harry. Cuando Desi la miró con cara triste, creyendo que había hecho algo mal, Harry se apresuró a remediar la situación deslizando una larga pierna entre los muslos de la pelirroja y haciendo lo mismo con la pierna de Desi. Al doblar la pierna quitó el peso de las rodillas de Desi y, con un rápido empujón, Harry se echó hacia arriba y animó a Desi a bajar. No necesitaron mucho estímulo para alcanzar la meta y se tragaron los gritos de sus orgasmos mientras se besaban. Cuando Desi hizo ademán de apartarse de Harry, ésta la mantuvo en el sitio con la mano que tenía sobre la espalda de Desi. Como en realidad no se quería mover, Desi se hundió de nuevo en el abrazo de Harry y se relajó mientras Harry trazaba ochos sobre su espalda. —¿En qué estás pensando? —preguntó Desi. —En que tengo que bajar la calefacción si esto se va a convertir en costumbre —contestó Harry. —¿Quieres que se convierta en costumbre o ha sido una cosa exclusiva? — preguntó Desi, casi temerosa de la respuesta. —Sí, quiero que se convierta en costumbre y sí, ha sido una cosa exclusiva — dijo Harry, confundiendo más a Desi—. Vamos a dedicarnos a esto siempre que podamos y ahora que lo hemos hecho, para mí no hay marcha atrás, Desi. Tú eres la persona que siempre he deseado y ahora te tendrás que conformar conmigo, así que espero que te haya gustado. De aquí ya no te mueves. —Oh, te lo aseguro, cariño, de aquí no me muevo. Te quiero, Harry. —Yo también te quiero, cariño. Ahora, a dormir.

Al otro lado de la calle, frente a la casa ahora a oscuras, Byron y Mike estaban sentados en el coche, haciendo tiempo mientras esperaban para entrar y coger a Desi. Desde que había salido de la cárcel, Byron se había comportado como un ciudadano modelo a la espera de su juicio, haciendo creer a Desi y a las personas con las que estaba viviendo que se había olvidado de su mujer. Ahora había llegado el momento de que Desi volviera a casa, se olvidara de la denuncia y cancelara el proceso de divorcio. No estaba dispuesto a darle a Desi la libertad: era suya y ya iba siendo hora de que se diera cuenta de ello. —Parece que por fin están todos fuera de combate —dijo Mike. Todo esto le daba mala espina, pero su padre se había puesto de parte de Byron con el tema y no le quedaba más remedio que ayudar a su hermano a recuperar a su mujer.

—Vamos a esperar una hora más y para entonces estarán todos dormidos. No quiero que esa zorra alta llame a la poli hasta que estemos de vuelta en casa y yo haya tenido oportunidad de hablar con Desi. Cuando acabe con ella, ya no tendré más problemas legales y ella se olvidará de esta nueva amiga suya. Tardaré un tiempo en perdonarle a la puta de mi mujer los días que me he pasado metido en la cárcel con todos esos animales, y para eso se me ha ocurrido algo especial —dijo Byron. Todavía no había visto a Desi ni a la mujer alta que había descrito su hermano entrando o saliendo de la casa, pero por los movimientos de dentro, sabía que estaban allí. Por descontado, seguro que Rachel también estaba allí, pero a ella tampoco la había visto.

—Bueno, ahora ya podemos entrar. Tú no te despegues de mí y prepárate para sacar a Desi en cuanto la encontremos. No te pares a hacer preguntas, cógela y sal pitando antes de que la poli pueda responder a cualquier llamada que haga alguien de la casa. ¿Entendido? —preguntó Byron. Mike indicó asintiendo que lo entendía, al tiempo que le aumentaba el ardor de estómago. Aunque había cometido algunas estupideces a lo largo de su vida, ninguna de ellas lo había enviado a la cárcel, pero ésta podría ser la definitiva. Tras cortar el suministro eléctrico para entrar en la casa, Byron esperó hasta que vio cómo se apagaba la luz verde del panel de la alarma situado junto a la puerta trasera, indicando que ya podían entrar. Tras romper uno de los antiguos paneles de cristal emplomado de una de las ventanas de abajo, metió la mano, corrió el pestillo y la abrió. Tras escuchar por si alguien de la casa daba señales de vida, Byron le hizo un gesto a Mike para que lo siguiera en cuanto se deslizó por la ventana. Al mirar a su alrededor, advirtió que estaban en una especie de estudio, por los libros que cubrían las estanterías de la habitación. Siempre me he preguntado cómo eran estas mansiones por dentro, pensó Byron mientras pasaba de una habitación a otra en busca de las escaleras. En el piso de arriba, uno de los cuerpos dormidos se dio la vuelta al oír algo fuera de lugar de forma inconsciente. ¿Eso que ha sonado era un cristal al romperse?, se preguntó la mujer. —Cielo, despierta, creo que hay alguien abajo —dijo la mujer menuda, intentando despertar a su acompañante durmiente. —Abajo no hay nadie, tesoro. Puse la alarma antes de acostarnos —contestó la voz grave cerca de su oído. Antes de subir por las escaleras, Mike se pasó un momento por la cocina para abrir la puerta trasera como vía rápida de escape cuando encontraran a Desi.

Al posar el pie en el primer escalón, rezó para que la vieja escalera no crujiera, despertando a alguien. Cuando llegaron al primer piso, se detuvieron para dejar que se les acostumbraran los ojos a la escasa luz que había en el largo y oscuro pasillo, tratando de adivinar en qué habitación estaba Desi. Pensaron que lo más fácil era empezar por el fondo y volver hacia las escaleras. Los dos hermanos avanzaron en silencio hasta la gran habitación del final del pasillo. Plantado en medio de la habitación, Byron se fijó en la cama y se dejó arrebatar por la ira. Había dos cuerpos desnudos tumbados allí, y ahora estaba muy claro por qué Desi quería un divorcio: había encontrado a un ricachón que la mantuviera con lujo y por eso ya no lo necesitaba a él. —¡HIJA DE PUTA! —gritó a pleno pulmón, provocando un movimiento repentino en la cama. Sin volver a pensar en mantener el silencio, el furibundo hombre se adelantó y echó una sábana por encima de la mujer menuda que estaba en la cama. Intentó no hacer caso del evidente olor a sexo que le llegó cuando la arrancó de la cama: ya habría tiempo para pensar en eso más tarde. Cargándose al hombro a la pequeña mujer, Byron fue hacia la puerta, pero gritó otra amenaza al cruzar el umbral—: No te acerques a mi mujer, gilipollas. —¿Pero qué demonios está diciendo? Vuelva aquí, idiota, no sabe con quién se enfrenta —gritó el hombre, que echó a correr desnudo detrás de los dos hombres que habían asaltado su dormitorio. Ninguna de las luces de la casa funcionaba cuando fue accionando los interruptores mientras bajaba corriendo las escaleras detrás de los dos, tratando desesperado de alcanzarlos antes de que huyeran de la casa con su mujer. Al pasar ante la bandeja donde dejaba su cartera, las llaves y el móvil, el hombre cogió el teléfono y salió corriendo por la cocina, adentrándose en la noche detrás de su mujer. Sin pararse a pensar que estaba desnudo y gritando fuera de su casa, conectó el móvil y llamó al 911. —911, operador, ¿en qué puedo ayudarle? —preguntó la cansada voz del otro lado cuando se estableció la llamada. —Soy el juez Jude Rose. Necesito que envíen a la policía a mi casa inmediatamente. Dos hombres acaban de entrar y han secuestrado a mi esposa. El número de su matrícula es NIC 224. Es un Buick viejo de color azul, creo, y ahora mismo se están alejando. Dígales que se den prisa, se dirigen a la Avenida St. Charles —vociferó el juez en el teléfono. —Juez, ¿cuál es su dirección? —preguntó el operador. —El 4534 de la calle State. —Vale, ya van unas unidades para allá, señoría, y las unidades que patrullan la zona han salido hacia St. Charles en busca del vehículo que ha descrito. ¿Tiene usted idea de quiénes eran esos dos hombres, señor?

—No, pero uno de ellos me sonaba vagamente —comentó el juez, mientras regresaba a su casa para vestirse. Deseaba con todo su ser meterse en su coche y salir en pos de esos dos que habían osado entrar en su casa y hacer esto, pero esperaría junto al teléfono por si recibía noticias de su mujer—. ¿Pueden enviar a alguien de la compañía eléctrica y la telefónica? Creo que esos dos idiotas me han cortado algunos cables de fuera. No tengo luz en la casa, pero mis vecinos sí —dijo Jude, al ver las luces que se encendían en las casas que había alrededor de la suya. Debían de haberlo oído gritar por la calle. —Por supuesto, juez Rose. Hay dos unidades a una manzana de su casa, pero me gustaría que siguiera al teléfono conmigo hasta que lleguen —dijo el operador. —Muy bien. ¿Cómo se llama? —preguntó Jude. —Lee Smith, señor. —Gracias por su ayuda, Lee. No dejaré de llamar a su supervisor cuando termine todo esto —dijo Jude. Ni siquiera enfrentado a una crisis conseguía olvidar los modales que le había inculcado su madre de niño. —Gracias, señor, no es necesario. Ahora lo dejo, porque la policía ya ha llegado a su casa. Buena suerte, y espero que la señora Rose esté bien —dijo Lee antes de desconectar la llamada. —Gracias, Lee, buenas noches.

—He dicho que te calles o paro y te hago callar —gritó Byron. Todavía tenía la imagen en la cabeza de Desi en la cama con ese viejo asqueroso, y cada vez estaba más enfurecido—. ¿Qué coño estabas pensando, Desi? ¿Es que creías que no me iba a enterar de que habías encontrado a un viejo carcamal que te mantuviera a lo grande en el barrio pijo? Ya puedes empezar a rezar para que no te mate cuando lleguemos a casa. —Byron aferró el volante del coche de Mike y trató de dominar el impulso de parar y machacar a golpes a la llorosa mujer cubierta con una sábana que iba sentada detrás con su hermano. —¿Quién es Desi? —preguntó la voz apagada y ronca por el llanto procedente del asiento trasero. Victoria Rose intentaba averiguar quiénes eran estos dos hombres y qué podían querer de ella. Cuando aceptó casarse con Jude, después de trabajar como pasante para él nada más acabar los estudios de derecho cinco años antes, había tenido miedo de que algún día uno de los chiflados a los que sentenciaba viniera a por ellos, pero no estaba preparada para la realidad.

—No te hagas la tonta, Desi. Vas a venir a casa y ahora no puedes hacer nada para evitarlo. Vamos a tener una charla sobre los cargos que has presentado contra mí y los papeles de divorcio que me plantaron delante antes de salir de la cárcel —dijo Byron. —Señor, siento que tenga problemas con su esposa, pero le aseguro que no soy yo. Me llamo Victoria Rose y le agradecería que parara y me dejara salir de este coche antes de que la situación se ponga peor para usted de lo que ya está —dijo Victoria. Intentaba parecer tranquila y segura, con la esperanza de que este tipo se aviniera a razones y no la matara al darse cuenta de que se había confundido de persona. —Joder, Byron, nos hemos equivocado de persona. Se nos va a caer el pelo por esto, lo sé. Para y déjala salir, luego pensaremos en lo que tenemos que hacer. Lo siento, señora, no queríamos hacerle daño —dijo Mike. Tendría que haber hecho caso de esa voz interna que me decía que esto no era buena idea, pensó, al ver que su hermano no hacía ademán de parar. —Cálmate, hermano, mira que te echo del coche a ti también. Déjame que piense —dijo Byron mientras continuaba por St. Charles hacia la interestatal—. Sé que hay un hotel de lujo aquí a la izquierda, la dejaremos ahí y nos iremos a casa. No tiene ni idea de quiénes somos, y papá nos dará una coartada diciendo que hemos estado en casa toda la noche —concluyó Byron, y luego giró en redondo, se detuvo delante del Hotel Ponchatrain y le gritó a la mujer del asiento trasero que se bajara. En cuanto Mike cerró la puerta trasera, dobló la esquina a toda velocidad y regresó a la interestatal por una de las calles laterales. Mirando por el espejo retrovisor, comprobó que nadie los seguía, por lo que se relajó en el asiento lleno de alivio.

—Señor, tiene una llamada de su mujer —dijo el agente de policía que estaba en el estudio del juez. Le pasó al hombre el teléfono y se apartó para darle cierta intimidad. —Tesoro, ¿eres tú? —preguntó Jude. El alivio lo inundó al oír la dulce voz que le contestaba. Se encontraba bien e iba a volver a casa. —Estoy bien, cariño, aguanta mientras uno de estos agentes tan amables me lleva a casa. Parece que ha sido una gran equivocación de nuestros dos secuestradores —dijo Victoria. Cuando colgó el teléfono después de hablar con su mujer, el capitán de la policía que estaba en su estudio se puso a explicar lo que habían averiguado hasta el momento.

—La matrícula que le dio al operador de emergencias está registrada a nombre de un tal Michael Simoneaux, residente del distrito noveno. Hemos intentado averiguar por qué el señor Simoneaux querría entrar en su casa y secuestrar a su mujer, y la única conexión que hemos conseguido encontrar, señor, es su hermano. —¿Su hermano? ¿Quién es su hermano, capitán? —preguntó el juez. —Su hermano es Byron Simoneaux, que apareció hace poco ante usted por un caso de violencia doméstica. Lo único que se me ocurre es que, por lo que sea, pensaba que su mujer se alojaba con usted, por lo que decidió entrar aquí para recuperarla. Tengo unidades a la espera para detenerlos a él y a su hermano cuando lleguen a casa. También tienen órdenes de buscar el coche del hermano por cualquier ruta de regreso a su casa o a la del hermano. El hermano, Michael, todavía vive con sus padres, por lo que creo que es allí donde se dirigen —explicó el capitán Simmons. Cuando oyó por la radio quién llamaba denunciando un secuestro, acudió a la escena inmediatamente. El alcalde le pondría la cabeza en el tajo al instante si la policía no daba la impresión de estar haciendo todo lo posible por liberar a la señora Rose. —Gracias, capitán. Ahora, si me disculpa, parece que mi mujer ha vuelto. Jude salió por la puerta trasera para recibir a Victoria, a la que abrazó al tiempo que procuraba que no perdiera la sábana. Los agentes que estaban en la casa intentaron no fijarse en la bella esposa del juez ni en el hecho de que no llevaba nada debajo de la sábana de diseño. Si el juez Rose ya era una leyenda en los círculos de las fuerzas del orden a causa de sus duras sentencias, ahora esto no hacía sino aumentar su fama. —No te han tocado, ¿verdad, tesoro? —preguntó Jude. —No, cariño, sólo me han llevado a dar un paseo y luego me han dejado más abajo, en el Hotel Ponchatrain. El que se llamaba Byron no paraba de llamarme Desi y se creía que tenía un lío contigo —dijo Victoria. Ahora que estaba en casa, la realidad de lo ocurrido la alcanzó de lleno y estalló en sollozos cuando Jude le explicó quién era Desi. Él intentó recordar todos los hechos tal y como se los presentó Serena en el tribunal aquel día y la forma apasionada en que los había presentado. Si Serena estaba implicada en el caso, teniendo en cuenta la carga de trabajo que tenía, y si este idiota creía que su mujer vivía con él, teniendo en cuenta dónde estaba su casa, sólo había una explicación creíble. Después de tranquilizar a Victoria, Jude cogió el teléfono del dormitorio y marcó el número sin necesidad de buscarlo. —Diga —contestó la voz ronca por el sueño—. Ya puede ser importante, porque estoy mirando el reloj y dice que son las cuatro y media de la mañana —dijo Harry, ahora que estaba más orientada.

—Buenos días, alegría de la huerta. Sólo tengo que hacerte una pregunta —dijo Jude. Aunque estaba furioso, su voz sonaba engañosamente tranquila y amable. —Tío Jude, ¿va todo bien? ¿Os ha pasado algo a Victoria o a ti? —preguntó Harry. —Qué curioso que me lo preguntes, Harry, porque no, no estoy bien, y tengo la horrible sensación de que te lo debo a ti. ¿Está viviendo alguien contigo, Harry? —preguntó Jude. Sin darse cuenta de las consecuencias de su respuesta, Harry respondió con franqueza. —Sí, tengo a alguien viviendo conmigo. La hermana de mi invitada también vive aquí. ¿Acaso tener invitados es un crimen del que no sé nada? —preguntó Harry. —No, cielo, no lo es, pero tengo que darte una noticia. Esta noche, Byron y Michael Simoneaux han entrado en mi casa y han secuestrado a Victoria — empezó Jude. —Oh, Dios mío, tío Jude. ¿Está bien? —preguntó Harry, incorporándose en la cama y echando las piernas por el borde. Eso despertó a Desi, que rodó hasta Harry y le frotó la espalda con gesto tranquilizador. —Tranquila, Harry, Vicki está bien y ha vuelto a casa. Sólo está un poco alterada, pero han sido lo bastante listos para dejarla marchar y no hacerle el menor daño. No tendrían escapatoria posible si se lo hubieran hecho. Pero por alguna extraña razón, Harry, pensaban que Desi vivía en esta casa. ¿Te importa aclarármelo? —preguntó Jude. Harry le explicó por qué los hermanos podían haber confundido su casa con la de ella, después de que se detuviera en su camino de entrada el día en que Michael las vio al salir de Commander's. Le pidió perdón, pues había creído que como mucho Byron sólo se acercaría y se pondría a gritar desde la parte de delante. Cuando el idiota se diera cuenta de que Harry los había engañado y de que el que vivía allí era el juez que lo había procesado, los habría dejado en paz. No tenía forma de saber que iba a intentar hacer una cosa tan estúpida. Por un instante se sintió avergonzada por el alivio de que le hubiera ocurrido a otra persona y que Desi estuviera a salvo. Sus padres jamás la perdonarían por haber puesto en peligro a la esposa de su queridísimo amigo. Jude y Raúl se conocían desde la universidad, y él era el padrino de los dos hijos de los Basantes. Jude no podía seguir enfadado con Harry mucho tiempo. Nunca podía mirar a esos ojos azules tan llenos de picardía y sentir el menor tipo de rencor hacia la

muchacha a la que había sostenido en sus brazos cuando era un bebé y a la que había visto crecer hasta convertirse en una de las cirujanas más respetadas del país. Qué diablos, si hasta le había hecho la operación de cambio de rótula, lo cual le permitía disfrutar del golf todos los jueves por la tarde con su mujer. —Harry, no te preocupes, comprendo por qué lo hiciste. Lo único es que tal vez tendrías que invitar a comer a Victoria y presentarle a esta chica maravillosa que tanto quieres proteger. Puede que yo mismo vaya, para poder decirle a María que he logrado conocer a la persona que por fin ha capturado a la soltera más apetecible de Nueva Orleáns y la ha dejado fuera de circulación. Dile a Desi que me ocuparé de esto por la mañana y que no tendrá que preocuparse por los hermanos Simoneaux durante mucho tiempo. Buenas noches, Harry — dijo Jude y colgó. Harry tuvo que pensar un momento para dar con la mejor forma de contarle a Desi la última jugarreta de su marido. La pequeña mano que le acariciaba la espalda en círculos era tan reconfortante: qué difícil sería ahora vivir sin esta mujer. Sentía náuseas sólo de pensar que alguien como Byron pudiera hacerle daño a Desi. Volviéndose de cara a Desi, Harry pensó que hablar a las claras sería lo mejor que podía hacer dadas las circunstancias. Se tumbó de nuevo, cogió a Desi entre sus brazos y empezó a explicárselo en voz baja. Desi se encogió cuando llegó a la parte en que Byron y su hermano se habían llevado a la mujer de la casa. Desi ni se imaginaba lo que habría hecho Byron si hubiera entrado y se la hubiera encontrado desnuda en la cama con Harry. Conociendo sus actitudes homofóbicas, estaba segura de que las habría matado a las dos por entregarse a lo que él consideraba actos perversos contra natura. —Voy a tener que dejarte, Harry —dijo Desi con tristeza. Tenía que renunciar a su felicidad para mantener a Harry a salvo. Era mejor vivir como antes que arriesgarse a perder a Harry a manos del maníaco del que jamás se libraría. —¿Quieres marcharte porque no me amas, o quieres marcharte porque tienes miedo? —preguntó Harry. —Tú no lo conoces como yo, Harry. No podría vivir sabiendo que sería responsable de tu sufrimiento. ¿Es que no te das cuenta? ¿Cómo podría volver a ser feliz si a ti te ocurriera algo? —preguntó Desi. —La vida se hace día a día, Desi. Cuando te quieres dar cuenta, te has construido una vida. Nunca pensé que volverías conmigo, así que eso es lo que hice yo. Me levantaba todas las mañanas y me iba a clase, estudiaba y cuando me quise dar cuenta, estaba en una tarima en Baton Rouge y me estaban entregando un diploma. Tras eso, llegó la facultad de medicina y luego una

carrera profesional, pero durante todo ese tiempo, no logré dejar de pensar en ti. En el fondo siempre tenía la esperanza de encontrarme algún día contigo y de que me explicaras lo que había pasado. Cuando pasé los exámenes finales, fui a tu casa, pensando que a lo mejor salías a celebrarlo conmigo. —¿Y qué pasó? —preguntó Desi. Estaba pasmada al enterarse de que Harry había hecho el esfuerzo de contactar con ella incluso después de todos los ruegos sin respuesta que había habido antes. —Tu padre me dijo que estabas casada y contenta con tu vida. Me dijo que tenía que dejarte en paz y seguir adelante con mi vida. Me senté con él en nuestro columpio y él me dio una palmada en la espalda y me felicitó por mis logros. Dijo que tú no aspirabas a tanto, que sólo querías ser una buena esposa y madre. Le pregunté si tenías hijos y me dijo que no, pero que estabas esperando uno. Cuando me dijo eso, sin pestañear, fue como si me clavara un cuchillo en el corazón. Me fui y me entregué al trabajo en cuerpo y alma. Trabajaba, hacía ejercicio para fortalecer mi cuerpo y follaba. Ésa era mi vida, Desi, y me estás pidiendo que vuelva a eso. La verdad de lo que somos es que estamos mejor juntas que separadas. Somos felices porque el amor que compartimos es real. Te pido que no lo tires por la borda. No vuelvas a hacerlo, Desi, arriésgate esta vez. Hemos pagado y ahora nos toca recibir una compensación por nuestro sufrimiento —terminó Harry y se inclinó para besar a Desi. Los labios que Harry tocó se abrieron de inmediato, bebiendo lo que ofrecía la doctora. Desi colocó a Harry encima de ella, intentando recordarse a sí misma lo que tenía que perder. Quería esto y Harry tenía razón: había llegado el momento de dejar el miedo a un lado y conseguir las cosas que quería de la vida. Desi quería ser feliz. Harry era quien le daba esa sensación y, por encima de eso, Harry la quería. Dio la bienvenida al beso y a la mano que había vuelto a colarse entre sus piernas, despertando sus deseos. Mientras estuvieran juntas, siempre sería así, Desi estaba segura de ello. —Sí, Harry, tócame, cariño. Te quiero a ti, sólo a ti —dijo Desi al tiempo que sus caderas empezaban a agitarse. A Harry no le interesaba hacerlo delicadamente ni despacio: deseaba a Desi con todo su ser y la iba a tener. Si la mujer menuda se hubiera quejado o hubiera dicho que no era lo que quería, Harry se habría detenido, pero Desi estaba tan excitada como ella. Lo notaba por la creciente humedad de Desi y porque sus movimientos eran cada vez más frenéticos. —Dios, cariño, haz que me corra —jadeó Desi. Harry metió dos dedos en el húmedo canal y se aferró a un pezón endurecido, chupándolo con fruición. Cuando Desi alcanzó el orgasmo, Harry lucía en la espalda una nueva serie de

arañazos y la pelirroja estaba jadeante. Cuando Harry salió de ella, pintó los pechos de Desi con el producto de su deseo y Desi volvió a enardecerse. Olvidándose de su pierna, Desi empujó a Harry para tumbarla boca arriba y se dio la vuelta para colocarse en dirección opuesta. Al bajar la cabeza entre las piernas de Harry, Desi tuvo que detenerse un momento para concentrarse en lo que se suponía que tenía que hacer, a causa de lo que Harry ya le estaba haciendo a ella. En cuanto se apoderó con la boca de la húmeda protuberancia, Desi le dio a Harry el mismo placer que ella recibía de la doctora. Desi tuvo que parar al sentirse atravesada por el segundo orgasmo que le daba Harry desde que se había despertado. Cuando empezaron los temblores del final, volvió a su tarea y provocó el orgasmo de Harry. De nuevo en brazos de Harry, se echó a reír cuando la voz grave le dijo al oído: —Creo que deberíamos hablar de que te vas a ir por lo menos una vez por semana desde ahora hasta el día en que me muera. Si éste es el resultado que voy a obtener, estoy totalmente a favor. —Pero, doctora, con la cantidad de tiempo que hemos perdido, ¿sólo estás dispuesta a hacerlo una vez por semana? —preguntó Desi. —Gracias a Dios que hago ejercicio y que estoy bastante sana, porque podrías matarme si hiciéramos esto todas las noches. Aunque, por otro lado, menuda forma de morir. —¿De verdad quieres que me quede? —preguntó Desi. —De verdad quiero que te quedes, Desi. Te quiero, y a tu hermanita también — bromeó Harry. —¿No se dice "y a tu perrito también"? —preguntó Desi. —Bueno, a mí me parece que Rach es más mona que un perro, pero eres tú la que está emparentada con ella —le explicó Harry. —Harry, cómo te he echado de menos. —Y yo a ti, cariño. Ahora a dormir, que mañana tengo cole, literalmente.

Capítulo 7

Desi se dio la vuelta, descubrió el otro lado de la cama vacío y torció el gesto al ver que Harry se había levantado sin despertarla después de la noche que

habían compartido. Advirtió que fuera todavía estaba oscuro, y cuando estaba a punto de llamar a su amante, notó que la cama se movía al volver Harry. —¿Dónde has ido? —preguntó Desi. —Tenía que hacer pis, cielo, siento haberte despertado, vuelve a dormirte. Desi se movió hasta tumbarse encima de Harry, encantada con la sensación de la piel de la mujer alta bajo la suya. Después de la llamada telefónica que habían recibido horas antes, le costaba volver a dormirse, sabiendo que Byron estaba dispuesto a hacer todo aquello para recuperarla. Para intentar distraerse de lo que había hecho, Desi se puso a pensar en lo que quería hacer con el resto de su vida si se iba a quedar con Harry. No le apetecía quedarse en casa esperando a que Harry volviera del trabajo, y tenía la esperanza de que su compañera no se riera de lo que se le había ocurrido. Era un arte que había aprendido de niña, y después de echar una ojeada a las tiendas de la calle Magazine, sabía que tenía mercado. A lo largo de lo que se conocía como la milla milagrosa de tiendas de antigüedades de Nueva Orleáns había cerámica de diseño. Los dueños de las tiendas le habían dicho que siempre andaban buscando nuevos artistas, porque lo que había en sus escaparates no se quedaba allí mucho tiempo, fuera cual fuese el precio. Respirando hondo, decidió abordar el tema con Harry. —Cariño, ¿estás dormida? —preguntó Desi en voz baja. —No, sólo estoy gozando de tenerte abrazada. ¿Quieres hablar de algo, cielo? —contestó Harry mientras movía las manos por la espalda desnuda de Desi. —Ya he decidido lo que quiero hacer. —No ha sido tan difícil. Recuerda, Desirée, que ésta no es Byron, pensó la mujer menuda. —Vaya, pues eso está muy bien. Está muy bien, ¿no, cielo? —preguntó Harry, esperando a oír qué tenía que decir Desi. —Quiero ser ceramista. —¿Ceramista? —preguntó Harry, levantando un poco la cabeza para intentar mirar a Desi a los ojos. —Sí, ya sabes, ceramista, la persona que hace cerámica. ¿Te parece estúpido? —preguntó Desi. —No, para nada. Tony será tu mejor cliente en cuanto empieces. Me alegro por ti, cielo, pero no te olvides de mí cuando te hagas famosa y la gente empiece a coleccionar tu obra. Lo pensaremos bien para ver cuál es la mejor manera de que empieces —prometió Harry. Colocó a Desi boca arriba y se pasó un rato besándola despacio. Luego se pusieron a hablar de cómo podía Desi

emprender su nueva carrera, que Harry pensaba que podría desarrollar en casa.

Al otro lado de la ciudad, el sol empezó a iluminar el contenedor de basura donde estaban metidos dos mojados y cansados hermanos, mientras la policía continuaba buscándolos. La noche anterior, cuando subían por el callejón que daba a la casa de sus padres, vieron la gran cantidad de coches de policía aparcados por toda la manzana con los agentes esperando dentro. Aparcaron el coche y se alejaron a pie, optando por el lugar donde estaban escondidos ahora porque dentro sólo había cajas de cartón, hasta que pensaran en lo que iban a hacer. —Despierta, Mike, tenemos que ponernos en marcha y buscar un modo de entrar en la casa sin que la pasma nos vea —dijo Byron. Intentaba estirar la espalda después de lo poco que había conseguido dormir en una postura tan incómoda. —Estamos jodidos, Byron. Ya te dije que era una estupidez —se quejó Mike. —¿Y quién ha sido el gilipollas que se ha equivocado de casa? Cierra el pico o te lo cierro yo —contestó Byron. —Hermano, no olvides que yo no soy Desi. Como intentes pegarme, te van a tener que recoger del suelo con espátula —le dijo Mike, al tiempo que se levantaba y saltaba por el costado del contenedor. Cuando volvían por donde habían venido la noche antes, Mike fue el primero en fijarse en el grupo de agentes de policía uniformados que rodeaba su coche. Esto eliminaba cualquier posibilidad que pudieran tener de entrar en la casa donde se encontraba su coartada. —De puta madre, me quedo sin coche y encima no vamos a poder pasar con tanta poli —dijo Mike, escondiéndose detrás de unos grandes arbustos del jardín de alguien. —Tranquilo, decimos que anoche estuvimos por ahí con unos amigos. Tampoco es que me esté saltando la condicional ni nada. No tengo que ir a juicio hasta final de mes, según mi abogado, así que nos esconderemos un tiempo para dejar que las cosas se enfríen. Venga, vamos a llamar a papá, a ver si nos pasa algo de dinero y nos presta un coche —dijo Byron. Estaba seguro de que la gente a la que habían asaltado la noche antes no tenía ni idea de quiénes eran. La única razón por la que los polis estaban mirando el coche de su hermano era porque el viejo había tenido suerte con un par de letras de la matrícula. No habían dejado ninguna prueba de su identidad, de modo que aquí el único misterio que había era dónde estaba Desi de verdad.

Hacia las diez de la mañana, los dos hermanos se dirigían a Florida en un coche prestado con quinientos dólares que les había dado su padre. Se alojarían en uno de los hoteles más baratos de Pensacola durante un par de días y luego volverían para responder a las preguntas que la policía todavía pudiera tener para ellos. Byron se alegraba de que, al contrario que a las mujeres, a él no le entrara el pánico en ninguna clase de situación, lo cual le permitía idear soluciones razonables para cualquier problema. Acordaron no llamar para decirle a su padre dónde estaban, sólo que iban a pasar un par de días fuera, por si la policía interrogaba al matrimonio. Lo único que Byron padre le diría a la policía era que los chicos se habían ido un par de días antes, con lo cual era imposible que fueran los dos que buscaba la policía.

A las diez y media de esa mañana, el escribano de Jude informó a Bradley Blum de que debía presentarse ante el tribunal esa tarde. Debía aparecer con su cliente para que el juez dictaminara sobre todas las mociones que el abogado había presentado al tribunal. La orden llegó después de que la policía informara al juez de que no había manera de encontrar a los hermanos Simoneaux. Después de montar vigilancia toda la noche anterior y esa mañana, lo único que habían conseguido encontrar era el coche que habían usado. Todavía algo ofendido por el secuestro de su esposa, Jude sabía que esos dos no iban a reaparecer sin la motivación adecuada. No tardarían en descubrir que el incentivo sería declarar a Byron fugitivo de la justicia.

—A ver si lo entiendo bien. ¿Tu padrino es el juez Jude Rose? —preguntó Serena. El escribano había hecho dos llamadas esa mañana, una a Bradley y la otra a Serena. Informó a la ayudante de la oficina del fiscal del distrito de que el juez estaba preparado para emitir un dictamen sobre las mociones y que la vista se fijaría para la mañana siguiente. Colgó el teléfono y fue en coche a casa de Harry antes de que ésta se fuera a trabajar para averiguar qué había sucedido para acelerar de tal manera el juicio. —Sí, no es algo que vaya proclamando por ahí, pero el tío Jude y mis padres son viejos amigos. No será un problema, ¿verdad? No es él quien se va a ocupar del caso, ¿no? —preguntó Harry. Tenía la mañana libre, tras haber hecho un esfuerzo hercúleo para cambiar todo su programa, pues así podría estar con Desi cuando Serena avisó de que venía. —No, Harry, tiene pensado pasárselo a otro de los jueces, sin duda con instrucciones sobre cómo debe desarrollarse. No quiere poner en un compromiso la seguridad de Desi dejando que este tipo quede libre por un tecnicismo. Después de lo que hizo Byron anoche, el juez Rose va a ser el menor de sus problemas. Victoria Rose es socia de uno de los bufetes más

despiadados de la ciudad en materia de pleitos civiles, así que a Byron más le vale no tener muchos bienes. Sólo quería venir para contaros lo que va a pasar. Esta tarde, según he visto en mi bola de cristal, todas las mociones presentadas por Bradley serán rechazadas y no valdrán ni el papel en el que están escritas. Mañana por la mañana, bien tempranito, iremos a juicio por la denuncia interpuesta por Desi contra este cabrito y cuando dicho cabrito no se presente, sus problemas empezarán a multiplicarse. A menos que su padre esté mintiendo y de verdad sepa dónde está y consiga traerlo, oficialmente Byron Simoneaux se habrá fugado estando bajo fianza. Para su padre, que le pagó la fianza a cuenta de sus propiedades, esto querrá decir que va a tener a uno de los recaudadores de fianzas de la ciudad metido hasta en la sopa hasta que Byron reaparezca. ¿Qué lección deberíamos aprender todos de esto, preguntaréis? Que nunca, jamás en la vida, se debe cabrear a uno de los jueces más poderosos de esta ciudad. Al contrario que todas esas brujas y sacerdotes de vudú por los que es famosa Nueva Orleáns, el juez Rose sí que puede convertir tu vida en un infierno con un mero gesto y un golpe de martillo. Serena sonrió a las dos mujeres sentadas frente a ella y bebió otro sorbo de café. Algo había cambiado desde la última vez que había estado aquí y no se iba a marchar hasta que supiera qué era. Las pistas estaban en lo cerca que estaban sentadas la una de la otra y en que Desi no conseguía dejar de tocar a Harry y viceversa. La sonrisa de Serena flaqueó apenas al sentir el dolor de saber que Harry nunca la miraría a ella de esa forma, pero más que nada se sentía contenta por su amiga. Lo único que esperaba era que Desi fuese consciente de la suerte que tenía. Para Serena, desde el día en que conoció a la guapa y alta doctora, Harry era la encarnación de todo lo que deseaba en una pareja. —¿Entonces mañana habrá acabado todo? —preguntó Desi. —No, en realidad no, en cierto modo mañana empezaremos de nuevo, pero para Byron será el principio del fin. Después de la hábil jugada de aquí nuestra amiga al aparcar delante de la casa del juez, no veo posibilidad alguna de que Byron se libre de una larga estancia en la cárcel. Puede que no sea justo y, como funcionaria de justicia, si repetís lo que acabo de decir, lo negaré, pero ésa es la realidad de la situación. Por otro lado, tú no pediste que te diera una paliza brutal con un bate de béisbol, pero te la dio, y merece ser castigado por ello. El que decidiera aumentar ese castigo al sacar a Victoria Rose desnuda de su cama en medio de la noche no es más que lo que se denomina una adehala. Ya sabéis, un complemento extra. Por lo que tengo entendido, si le pidiera a Jude que se quedara haciendo el pino durante un juicio entero, él lo haría, de lo loco que está por ella, pero eso tampoco me lo habéis oído decir. Bueno, señoras, que disfrutéis del desayuno. Os llamo esta tarde con los detalles. — Serena les dio un beso a las dos y luego siguió a Mona hasta la puerta. La

criada le dio una palmadita compasiva en la espalda mientras acompañaba a la abogada al coche. —Ya no queda mucho, cielo, y entonces te librarás de esa gente para siempre —dijo Harry, inclinándose y besando a Desi. Como aún le quedaban unas horas de libertad, Harry decidió intentar distraer a la mujer menuda de lo que iba a pasar. —Sí, supongo. Harry, quiero pedirte disculpas por arrastrarte a todo esto. Tú no tendrías que sufrir por mis errores del pasado y créeme, cariño, Byron fue un grandísimo error. Espero que Dios haya perdonado a Clyde por empujarme a ese matrimonio, porque te aseguro que yo voy a tardar en hacerlo. ¿Pero sabes una cosa, cariño? A pesar de todo lo que he sufrido, volvería a pasar por ello sin dudarlo si al final del camino tú estuvieras ahí esperándome. Te quiero. — Desi se pegó bien a Harry y la besó a su vez. —Se acabaron los caminos largos y tortuosos para ti, mi amor. Venga, coge tus muletas y ven conmigo. Acabo de caer en la cuenta de que llevas más de dos meses viviendo aquí y todavía no has visto toda la propiedad. Y como vas a ser la señora de la casa, me parece que lo justo es que des tu aprobación a dicha casa. Si no, la vendemos y buscamos una que te convenza. —Harry se levantó de la mesa e hizo una profunda reverencia. Quería enseñarle a Desi una parte de la propiedad desde que la pelirroja le había dicho lo que quería hacer con su vida. Caminando despacio para adaptarse al ritmo de Desi, Harry le enseñó las partes del jardín que estaban cobrando vida con el principio de la primavera, o lo que se consideraba primavera en la húmeda y calurosa ciudad. Mientras proseguían su tranquilo paseo, Desi se dio cuenta de que la propiedad ocupaba una manzana entera de la avenida a la que daba. Además de la gran casa y los jardines, la propiedad tenía una piscina con una cocina al aire libre y vestuarios, y un gran jacuzzi. Harry las llevó en dirección opuesta a la piscina, hacia el lugar donde se alzaba una casita. Ahora a Harry le hacía gracia que la mujer del matrimonio al que le había comprado la casa fuera pintora. El lugar donde llevaba a Desi era el estudio que su marido le había construido como regalo de aniversario tras la venta de algunos de sus cuadros. La mujer le había dado a Harry una de sus obras como regalo de bienvenida cuando la doctora se quedó admirándolo. A Harry la atrajo cuando salió a mirar el estudio mientras se planteaba comprar la casa, porque la alegre acuarela le traía muchísimos recuerdos. La hizo enmarcar y la dejó en el estudio y en realidad no había vuelto a mirarla hasta ahora. Cuando Desi atravesó el umbral, fue lo primero que le llamó la atención. El cuadro con el viejo marco de ciprés que había encargado Harry era una vista de la fachada delantera de una casa de Nueva Orleáns y su pequeño jardín. Podría haber sido cualquier casa, puesto que había muchísimas con ese

aspecto, pero en ésta había un gran columpio que colgaba al final del porche delantero. Si se cambiaban las azaleas que había pintado la artista delante de la barandilla por azucenas amarillas, podría haber sido la casa donde creció Desi. Supo inmediatamente por qué Harry había dejado este cuadro aquí fuera y no en la casa donde en realidad debía estar. Al verlo todos los días, le habría resultado imposible olvidar lo que estuvieron a punto de conseguir tantos años atrás y luego perdieron. —La señora que se pasaba tantos días aquí fuera creando cosas como ésa me dijo que esta parte del jardín era el hogar de una musa especial que era su amiga y la acompañaba en la creación de toda su obra. Tenía la esperanza de que yo encontrara a alguien que hiciera feliz a este espíritu especial y le hiciera compañía. El único motivo por el que dejaba a la musa era porque a causa de la edad, la artritis ya no le permitía sostener los pinceles el tiempo suficiente para terminar nada. Éste es mi regalo para ti, Desi. Aquí puedes trabajar y crear aquello con lo que la musa de Francine decida ayudarte. Hay que arreglarlo un poco, pero resulta que conozco a un buen decorador que te ayudará a convertirlo en un espacio propio para ti. Espero que aquí seas tan feliz como lo fue Francine y durante muchos años también. Harry se acercó a Desi y secó las gruesas lágrimas que le caían por la cara. Por una vez, la doctora compartió una buena llorera con ella y se quedaron abrazadas en la soleada habitación que daba al jardín. Daba gusto ser feliz. Capítulo 8

—Todos en pie —dijo el alguacil cuando Jude ocupó el estrado. Habían despachado la mayor parte de los casos esa mañana, por lo que la sala no estaba tan llena por la tarde. Por un instante, una alegre sonrisa iluminó el rostro del juez, pero desapareció antes de que nadie se diera cuenta. Lo que había dado tanto gusto a Jude era ver a Bradley Blum sentado solo en la primera fila de asientos justo detrás de la barandilla baja que separaba la mesa de los abogados de los espectadores de la sala. El joven abogado parecía un poco congestionado, como si llevara la corbata demasiado apretada. —Señoría, estamos preparados para oír las mociones de la defensa en el caso número LA6689. Son veintiocho en total, a menos que el señor Blum tenga algo más que añadir —dijo Rudy, el alguacil. Después de llevar tantos años trabajando para el juez, Rudy se dio cuenta de que éste era uno de esos momentos de Jude que hacían que las largas horas de trabajo y el escaso sueldo merecieran la pena. —Señor Blum, ¿están preparados su cliente y usted? —preguntó Jude. Se recostó en su silla y miró al inepto abogado por encima del borde de las gafas.

—No he podido ponerme en contacto con mi cliente, señor. Su padre me ha informado de que va a pasar un par de días de vacaciones fuera de la ciudad y no se puede dar con él. Con la venia del tribunal, querríamos pedir un aplazamiento de dos días para poder prepararnos mejor —intentó Bradley. Sonrió a Serena cuando Jude se echó hacia delante, sin decir nada durante largo rato. A los ojos poco informados de Bradley, el juez parecía estar considerando su petición y estaba seguro de que el viejo bulldog daría el visto bueno a su moción. —Señor Blum, ¿es usted consciente de que, dado que el señor Simoneaux está libre bajo fianza, este tribunal tiene derecho a saber dónde se encuentra en todo momento? No es problema mío que esté acusado de unos cargos y que en vista de eso haya decidido tomarse unas vacaciones. Es una cortesía hacia su cliente exigirle que esté presente para todas las vistas que se celebren con motivo de su caso, y también es problema suyo no haber hecho caso de mi orden para que esté presente hoy. ¿Qué le dice todo eso, señor Blum? — preguntó Jude, clavando una mirada mortífera en el hombre. —¿Que vamos a proceder sin él? —dijo Bradley, más como pregunta que como afirmación. A pesar del aire acondicionado de la sala, tenía la cara chorreante de sudor y no paraba de meterse el dedo por el cuello de la camisa para intentar aflojarse la corbata. —Correcto, señor Blum, vamos a proceder sin él. Si el señor Simoneaux no está de acuerdo conmigo, siempre puede acudir al tribunal de apelación del estado, que puede que se muestre más comprensivo con su situación. Veamos, señor Blum, veintiocho mociones para este caso, me tiene impresionado. ¿Empezamos? —preguntó Jude.

—La última moción queda denegada —dijo Jude diez minutos después. Tal y como había predicho Serena, todas las mociones de Byron presentadas por Bradley fueron cayendo una tras otra. Ahora llegaba el momento de la verdad, y tuvo la premonición de que el escribano de Jude no había compartido con Bradley los próximos detalles. Jesús me ama y lo sé porque no soy Bradley, no paraba de canturrear mentalmente con más regocijo del que debería sentir ante el apuro del pobre hombre, pero qué narices, no era ella. —Señorita Ladding, quiero darle las gracias por estar aquí presente cuando se la ha avisado con tan poca antelación. ¿Debo entender que el pueblo está preparado para proceder con su caso contra el señor Simoneaux? —preguntó Jude. Su actitud cambió por completo al dejar de mirar a Bradley y fijarse en Serena. Jamás comprendería por qué su ahijada no había acabado con esta belleza. Poniéndose en pie, Serena le dedicó su propia sonrisa.

—Sí, señoría, el pueblo está preparado desde hace semanas, de no haber sido por la montaña de mociones presentada por el abogado del señor Simoneaux. Cuando su señoría fije una fecha para la vista, estaremos preparados —terminó Serena, batiendo las pestañas al mirar a Bradley. Pensó que si el hombre seguía tirándose del cuello de esa forma, iban a tener que llamar a los sanitarios. —La vista empezará mañana a las ocho de la mañana en el tribunal del juez Carleton Reaper. Si no hay nada más, se levanta la sesión. No tiene nada más que añadir, ¿verdad, señor Blum? —preguntó Jude. La expresión del hombre de más edad le dijo a Bradley que debía decir "no, señor" y dar por terminado el día. Si presentaba más mociones o solicitudes de aplazamiento, seguro que acababa con Byron en el calabozo central con una citación por desacato. —No, señor —contestó Bradley con una seguridad que no sentía. —Bien. Recuerde, mañana a las ocho en la sala de enfrente, Blum, no llegue tarde. Cuando Jude cruzó la puerta que llevaba a su despacho privado, Bradley se volvió y miró acusador a Serena. —¿El Juez de la Horca va a llevar este caso, Serena? ¿Qué has tenido que hacer, acostarte con ese viejo cabrón para lograrlo? —Pero Bradley, ¿es que no lo sabes? El juez Rose está casado y yo soy lesbiana, así que he conseguido al Juez de la Horca gracias al magnetismo de mi personalidad. Pero la próxima vez que coma con Jude, no dejaré de mencionarle la alta opinión que tienes de su capacidad sexual. Nos vemos en el juicio, Bradley —dijo Serena con dulzura. Bradley sólo pudo quedarse mirando el contoneo de su trasero enfundado en el elegante traje negro mientras abandonaba la sala. Ahora sólo tenía que encontrar a Byron antes de las ocho de la mañana siguiente.

—Sabes, si paso más días como hoy, es posible que acabe en el paro —dijo Harry desde el suelo del estudio. Después de darle la sorpresa a Desi, ésta había decidido darle las gracias a Harry de una forma posible sólo para ella. Las dos estaban desnudas en el suelo junto a los grandes ventanales que daban a los jardines y las dos sonreían a pesar del duro suelo de madera que tenían debajo. —Pues así podría pasar todo el día contigo, así que para mí eso no es un incentivo para dejarte marchar, doctora Basantes —contestó Desi. Harry rodó y se colocó encima de Desi un momento, mirando el rostro de la joven antes de

besarla. Jamás se cansaría de mirar la preciosa cara de Desi y aprovechaba cada ocasión que tenía para hacerlo. —Creo que mañana deberías llamar a Tony y salir a comprar todo lo que vayas a necesitar para empezar. Luego dile a Mona que envíe aquí al servicio de limpieza, seguro que hay cinco centímetros de polvo acumulado en todas partes, yo incluida. —Harry besó los labios que tenía debajo una vez más, luego se levantó y cruzó la habitación para recuperar sus pantalones. Desi se incorporó en el lugar donde habían estado tumbadas y admiró el cuerpo desnudo de Harry, dejando asomar un ligero puchero al ver el teléfono móvil que se materializaba en la mano de Harry. Tal vez esto era lo que significaba el término "viuda de médico". Harry marcó los números de la memoria y habló unos momentos, observando la expresión de fastidio de Desi. —Sí, ya sé que había unas operaciones previstas para hoy, pero me ha surgido una cosa y además, no había nada tan urgente que no pueda ocuparme de ello esta tarde. Ocúpense de que el quirófano esté listo para cuando llegue y preparen al señor Benson. Quiere volver a jugar al golf y para eso necesita rodillas nuevas. Nos vemos ahora mismo. Harry regresó con su amante, que la miraba con cara aviesa, pero con el sol que entraba a raudales por la ventana Desi seguía pareciendo un ángel. —Sólo voy a estar fuera unas horas, mi amor. Sólo tengo dos pacientes y están en esta misma calle, así que hoy no me esperan urgencias catastróficas. Vamos, Desi, compréndelo. Te compensaré —dijo Harry con mucha dulzura. Rodeó a Desi y se sentó detrás de ella, con lo que le fue fácil estrechar el cuerpo más pequeño contra ella. —Es que quiero pasar el tiempo contigo, cariño. ¿Estoy siendo egoísta? A fin de cuentas, mi propia recuperación te la debo a ti —dijo Desi, regodeándose en la sensación de la piel de Harry detrás de ella. Qué fácil era tener intimidad con Harry, qué fácil perderse en los sentimientos que la alta doctora había despertado en ella. —No, porque eso es lo que yo siento por ti. Ahora que estás aquí conmigo, a lo mejor hasta me planteo la jubilación adelantada. ¿No quieres saber cómo te voy a compensar? —preguntó Harry, rodeando el cuerpo de Desi con el suyo. Notó que Desi asentía con la cabeza—. Esta noche te voy a invitar a cenar sin busca, sin teléfono y sin distracciones. Conseguiré que alguien se ocupe de mis llamadas y así no tendrás que compartirme con nadie durante la velada. ¿Qué te parece?

—Divino, y no te puedes jubilar, cariño. Te necesita demasiada gente y no era más que una tontería por mi parte. Vete, Harry, cuanto antes empieces, antes acabarás. Se dieron otro beso más largo y luego se levantaron y se vistieron. Al regresar a la casa, Harry se despidió de Desi, se subió al Land Rover y se marchó al hospital. Mientras esperaba a que Harry volviera a casa, Desi decidió probar esa gran bañera con patas del cuarto de baño de arriba. Su cita para la noche no le había dicho dónde iban a ir, pero sí había dicho que nada de vaqueros. Sentada en el agua caliente, Desi repasó mentalmente su guardarropa e intentó elegir algo que le fuera a gustar a Harry. La suave llamada a la puerta desvió su atención del vestuario para centrarse en Mona. Era la única otra persona que estaba en la casa y esperaba que no hubiera ningún problema, porque sabía que la mujer mayor no la molestaría sin una buena razón. —Sí, Mona, ¿qué ocurre? —preguntó Desi. —Siento molestarte, cielito, pero Serena está abajo y quiere hablar contigo. Ha dicho que te diga que es importante. —Gracias, Mona. Dígale que ahora mismo bajo —dijo Desi. Lamentaba tener que interrumpir su baño, pero si había venido Serena, eso quería decir que tenía que decirle algo sobre Byron y sus problemas legales. Desi se puso los vaqueros y una camisa que Harry había dejado tirada en una de las sillas de la habitación y bajó en el ascensor eléctrico que había instalado Harry. Serena la esperaba en la solana con otro visitante que Desi no se esperaba, pero que se alegró de ver. —Hola, Desi, ¿está el tío Harry? —preguntó Butch. El niño fue a ella y le abrazó la pierna sana, mirándola con sus grandes ojos azules. Si no fuera porque sé que no es posible, diría que Harry es el padre de este crío, pensó Desi, sonriendo al mayor fan de Harry. —Lo siento, Albert, pero el tío Harry está trabajando hoy. Serena observaba con expresión risueña. Desi parecía distinta cada vez que hablaban. Era como si alguien le hubiera quitado a la joven un gran peso de encima, haciéndola parecer más ligera y joven. Desi empezaba a dar muestras de una mayor seguridad en sí misma y el miedo que antes había en sus ojos había desaparecido. La abogada se daba cuenta de que esta joven de la que Harry estaba enamorada era preciosa tanto por dentro como por fuera. Eso sin duda aliviaba el dolor de la pérdida.

Se sentaron juntas y Serena le contó lo que había pasado ese día y lo que estaba previsto para la mañana siguiente. Serena vio el alivio en los ojos de Desi al pensar que esta pesadilla estaba tocando a su fin. —Pero date cuenta, Desi, de que Byron y Mike se han fugado de la ciudad. Yo supongo que están intentando inventar algún tipo de coartada para librarse de lo que ocurrió anoche. Pero si Byron no se presenta mañana por la mañana, oficialmente se habrá fugado estando bajo fianza —explicó Serena. —¿Y entonces qué pasará? —preguntó Desi. —Pues que el recaudador de su fianza enviará a unos gorilas para buscarlo y traerlo chillando y pataleando para que sea juzgado. Si no aparece, también querrá decir que se habrá convertido en fugitivo de la ley y me imagino que eso es lo que tenía pensado el juez Rose desde el principio. Me han dicho las malas lenguas que Jude sigue cabreado por lo de que tu ex sacara a su esposa desnuda de la cama y se la llevara en medio de la noche. Desi había estado pensando en lo que les habría pasado a Harry y a ella si Byron y su hermano hubieran dado con la casa correcta esa noche. Se estremeció y pegó un respingo al mismo tiempo cuando sonó el teléfono que tenía al lado. —Diga —dijo, y al oír música de fondo, supo quién era antes de que esa voz tan seductora sonara al otro lado de la línea. —Hola, preciosa, sólo quería decirte que vamos a empezar la siguiente operación, así que estaré en casa dentro de unas dos horas —dijo Harry mientras se cambiaba de pijama para emprender el cambio de la rodilla derecha del señor Benson. Desi le dijo que había venido Serena y le contó lo que le había explicado. Teniendo en cuenta las fechas de la vista que iba a comenzar, las dos se dieron cuenta de que iban a tener que retrasar su visita a los padres de Harry ese fin de semana, pero ya tendrían tiempo de hablarlo más tarde. Harry notó que Desi necesitaba un abrazo sólo por el tono de su voz y deseó poder correr a casa un momento para hacerlo. —¿Quieres que nos quedemos en casa esta noche, cielo? —preguntó Harry. —No, pero tengo aquí a alguien que se muere por verte, así que ¿te importaría tener compañía durante la cena? —preguntó Desi, sonriendo a Butch. —¿Tienes ahí a mi persona preferida menor de cinco años? —indagó Harry. —Efectivamente, amor, y te echa de menos, así que llama y reserva para dos más.

Desi colgó e invitó a Serena y a su hijo a unirse a ellas para cenar esa noche. Tras aceptar, con gran alegría por parte de Butch, Serena prometió que volverían en cuanto se pasaran por casa para cambiarse.

Sentada en el restuarante Palace de la calle Canal del centro, Harry intentó disimular la sonrisa que amenazaba con escapársele del todo al advertir lo quedada que estaba Serena con la persona que se había sumado a la cena en el último momento. Rachel había llegado cuando Desi se estaba vistiendo y esperando a que Harry llegara a casa, de modo que le preguntó a su hermana si quería ir con ellos. Las dos hermanas tuvieron una larga charla sobre Serena y su papel en el pasado de Harry. —¿No te molesta que se haya acostado con Harry? —preguntó Rachel mientras peinaba a Desi. La experiencia le decía a la pequeña de las dos hermanas que no se debía tentar al destino cenando con una de las antiguas amantes de tu pareja. Le iba a resultar raro ser la única del grupo sentado a la mesa esa noche que no había visto a Harry desnuda. —Sí, claro que me molesta, ¿es que no la has visto? Esa mujer es despampanante y todo lo demás que yo no soy, pero Harry me quiere a mí, no a ella. Hasta la propia Serena lo reconoce, pero eso no cambia el hecho de que me den ganas de arrancarle los ojos si mira demasiado tiempo a Harry. Pero Butch quiere a Harry a morir, así que no podría privarla de esa relación, es demasiado importante para los dos. Desi se metió por la cabeza el vestido de lino que Tony la había ayudado a escoger en una de sus salidas de compras y luego se puso un zapato plano. Sería agradable librarse por fin de todos sus trastos médicos para poder volver a ponerse dos zapatos. —Tío Harry, ¿podemos pedir ya nuestro postre especial? —preguntó Butch desde el asiento que ocupaba al lado de Harry. El niño se había comportado como un perfecto caballero toda la noche, sentado apaciblemente con su chaqueta azul y el pelo repeinado hacia atrás. Desi lo miraba a menudo, pensando que tal vez sí estaba preparada para tener hijos ahora que tenía una pareja cariñosa para ayudarla a criarlos. —Sí, mi niño, podemos. Nos espera una tarea especial, Butch —dijo Harry muy seria. Levantó la mano que sujetaba y besó sus nudillos antes de volver a depositarla en la mesa. Desi sonrió al ver el lado afectuoso de Harry, asombrada de sí misma por lo deprisa que había llegado a esperarlo. —¿El qué, tío Harry? —preguntó Butch igual de serio.

—Vamos al baño y te lo explico —dijo Harry, pues había notado que, aunque Butch se portaba muy bien, se estaba agitando un poco en su silla alta. Disculpándose ante la mesa, Harry llevó al niño al cuarto de baño después de desviarse un momento para hablar con su camarero. En la mesa, Desi se quedó mirando a Harry mientras ésta cruzaba la sala con Butch a su lado, de camino a los servicios. Ahora deseaba haber ido con ellos, no porque tuviera necesidad, sino porque con el ligoteo que se estaba desarrollando en su mesa, sus acompañantes ni siquiera se daban cuenta de que seguía allí. Para Desi era evidente que aunque a Rachel le molestaba que Harry hubiera salido con Serena, no le molestaba hasta el punto de impedirle lanzarse sobre la atractiva abogada. Desi se distrajo contemplando los murales de músicos famosos que adornaban las paredes mientras esperaba a que volviera su cita. Por ahora había sido una velada agradable, con buena comida y buena compañía, pero le apetecía volver a casa y pasar un rato a solas con la buena de la doctora. Al ver que el objeto de su deseo salía del servicio con su pequeño protegido, Desi se distrajo un momento de sus observaciones por la llegada de los camareros. Los dos colocaron ante todos los comensales de la mesa la especialidad de la casa, un pudin de bizcocho de chocolate blanco regado con una salsa cremosa. Desi levantó la mirada del plato delicioso que tenía delante al oír que Harry volvía a sentar a Butch en su silla. —Bueno, señoras, Butch tiene una cosa importante que deciros —dijo Harry, golpeando su copa de agua con el cuchillo de la mantequilla. La expresión de los ojos de Harry le dijo a Serena que su amiga se disponía a pasarlo bien y que su hijo era parte del plan—. Pero antes de que os explique esta cosa tan importante, primero tenéis que coger un cubierto y dar buena cuenta de este pedacito de cielo que os han puesto delante. Harry y Desi intercambiaron miradas mientras seguían observando lo que ocurría entre Rachel y Serena. El pudin de bizcocho era maravilloso y cuando todo el mundo tuvo el plato vacío, Butch empezó a dar instrucciones. —Esto es lo mejor, Desi. Lo dice el tío Harry, así que mírame, ¿vale? —pidió. Cogiendo el plato por los lados con las manitas, Butch lo levantó y le dio un buen lametón. Serena hundió la cara en las manos y Harry fue la siguiente en coger su plato. Los demás comensales que ocupaban otras mesas de alrededor no pudieron evitar echarse a reír al ver las cosas tan raras que estaban pasando en esa mesa compuesta por risueñas adultas y un solo niño. Al final, Desi vio el orgullo en los ojos de Butch por haber sido el que la introdujera en el delicado arte de lamer platos. Se ofrecieron a llevarse a Butch a casa con ellas para que Serena pudiera acompañar a Rachel a un pequeño club de jazz que a Rachel le gustaba

frecuentar. Desi prometió que dejarían a Butch con Mona por la mañana y se reunirían en los tribunales. Tras darle un beso de buenas noches a su hermana, Desi se metió en el ascensor con Harry y Butch. Entre las dos le contaron un cuento al niño antes de acostarlo cuando llegaron a casa y luego se retiraron a la comodidad de su propia habitación por esa noche. Harry ayudó a Desi con el vestido y luego se arrodilló para quitarle el refuerzo de la pierna. —Sabes, cielo, creo que ya puedes empezar a caminar un poco sin esta cosa, si no te duele nada. Ahora que empieza a hacer calor, puedes empezar a hacer ejercicio en la piscina para seguir con la recuperación —dijo Harry. Observaba la pierna con ojo clínico, tomando nota de cómo se sostenía Desi sin el refuerzo. —Se lo debo todo a mi estupenda cirujana. Tengo pensado fugarme con ella, que lo sepas —dijo Desi. Se quedó de pie ante Harry, por primera vez sin nada, y esperó a ver cuál era la reacción. Cualquier temor que pudiera haber tenido desapareció cuando se vio transportada a la cama en brazos de Harry. Pasaron la noche abrazadas la una a la otra, sin necesidad de nada más.

—Parece que no lo comprende, señor Simoneaux. Si no aparece mañana a las ocho en punto de la mañana, usted se arriesga a perder mucho. Si tiene alguna idea de dónde está, lo mejor para usted, y no digamos para su hijo, es estar allí —dijo Bradley en el teléfono. Hacía más de una hora que estaba en casa y su mujer no parecía muy contenta de que se hubiera traído trabajo. Llevaba todo el día metida en casa con un niño de veinte meses y otro de tres que no habían dejado de berrear todo el santo día por diversas razones. De modo que ver que Bradley no parecía dispuesto a ocuparse de ellos un rato la estaba desquiciando. El propio Bradley estaba molesto porque su mujer no comprendía que si se las apañaba para cabrear a dos jueces seguidos en tan poco tiempo, ya podía ir despidiéndose de su carrera en ciernes. Y eso precisamente era lo que iba a ocurrir si el estúpido mecánico con quien hablaba no le daba mejores respuestas que las que le había dado hasta ahora. —Le estoy diciendo, pedazo de imbécil, que no sé dónde está Byron, ¿cómo narices lo voy a llamar? Si lo supiera, yo mismo lo mataría y le ahorraría al tribunal las molestias de tener que ocuparse de él, y créame, Bradley, eso es lo que va a pasar si pierdo mi taller. Y además, ¿por qué está este juez tan furioso de repente? —preguntó Byron padre. —Sus dos hijos entraron anoche en la casa del juez Rose y secuestraron a su mujer creyendo que era Desi —explicó Bradley. Empezaba a creer en la teoría del eslabón perdido cuanto más tiempo pasaba al teléfono con el padre de su

cliente. El único talento que parecía poseer este hombre era que sabía manejarse con un motor. —¿Cómo dice? Idiotas de mierda. Voy a perder mi negocio por esto, lo sé — gritó el viejo en el teléfono. Ahora ya no le parecía tan buena idea no haber exigido saber dónde iban sus hijos. No le habían comentado este pequeño detalle cuando le pidieron el coche y dinero para salir de la ciudad. Le habían dicho que habían entrado en la nueva casa de Desi y que la policía los perseguía, no que habían secuestrado a la mujer de un juez. Lo único que sabía el viejo era que estaban en algún lugar de Florida, pero no iba a poder llamar a todos los hoteles de mala muerte de Pensacola antes del día siguiente. —Intente ponerse en contacto con ellos antes de mañana y si lo logra, dígale a Byron que se reúna conmigo por la mañana —le dijo Bradley antes de colgar. En cuanto el teléfono volvió a su sitio, su mujer le entregó a su hijo pequeño, que al instante le vomitó encima. A veces la vida era un asco.

—Mike, creo que esa piba de ahí te está echando el ojo, tío —dijo Byron desde su banqueta del bar. Se habían gastado la mayor parte del dinero que les había dado su padre tomando copas desde que llegaron a Florida. Con el sol y la arena era fácil olvidar los problemas que los aguardaban cuando volvieran a casa. El hombre borracho tenía la esperanza de que las cosas se hubieran calmado desde que se habían ido. —Olvídalo, Byron. ¿No crees que deberíamos llamar al viejo para ver si ha ido la policía y le ha preguntado qué pasó? A lo mejor ahora ya está todo bien y podemos relajarnos y divertirnos —dijo Mike. La idea de una larga pena en la cárcel le estaba quitando el deseo de estar con cualquier mujer que pudiera sentir interés por él y empujándolo a la bebida. —Qué va, vamos a esperar unos días. ¿Qué puede pasar? Si la policía nos está buscando, dará igual que la hagamos esperar, pero, créeme, colega, estas pequeñas vacaciones son una forma segura de librarnos de la cárcel. Ese viejo pringado y su juguetito no tienen ni idea de quién entró en su casa, así que relájate y pásalo bien —dijo Byron. Levantó la mano para llamar la atención del camarero y pidió otra ronda. —Sí, supongo que tienes razón. ¿Qué podría pasar en los próximos días para empeorar la situación? —asintió Mike, bebiendo un gran trago de la copa que tenía delante. Capítulo 9

Entraron en la sala del tribunal la una al lado de la otra, en un alarde de fuerza para todo el que mirara. Harry llevaba un traje azul marino con una almidonada camisa blanca debajo, y Desi llevaba otro vestido nuevo que había elegido hacía poco. Tony le había descubierto sin duda un mundo totalmente nuevo en los últimos meses. A medida que su rabia contra Desi iba desapareciendo, había encontrado a una amiga y confidente de la que había llegado a depender. Desi le agradecía que la hubiera ayudado a encontrar un estilo propio que contribuyera a facilitarle formar parte de la vida de Harry. A Desi le parecía asombroso que Tony supiera tanto de ropa y decoración, pero también parecía ser una fuente inagotable de información en materia de maquillaje. Estaba tan transformada que los padres de Byron casi no la reconocieron cuando Harry y ella pasaron a su lado de camino a la parte delantera de la sala. —Estás en condiciones de funcionar, ¿verdad, Serena? ¿O anoche te acostaste tarde? —preguntó Harry, enarcando una ceja. Le apetecía meterse un poco con su amiga, a pesar del motivo por el que estaban aquí. Harry pensaba que así se aligeraría un poco la situación y podría hacer sonreír a Desi, como así fue. —Cómo haya pasado la noche no es asunto tuyo, Harry, y sí, estoy en condiciones de funcionar durante los próximos segundos. Porque podéis creerme, señoras, después de la charla preparatoria que estoy segura de que le ha echado Jude al Juez de la Horca esta mañana, eso es lo que tardará en revocar la libertad bajo fianza de Byron. Y se rumorea que se busca a Byron y a su hermano para interrogarlos sobre el caso del secuestro de la señora Rose. Lo cual traducido quiere decir que están de mierda hasta el cuello —dijo Serena con cierto exceso de regocijo. Se cruzó de brazos y se apoyó en la mesa que tenía detrás. Qué bella era la vida a veces, cuando las personas como Byron descubrían que había un matón más grande en el barrio. —Desirée Simoneaux, debería darte vergüenza, chica, pavoneándote como una vulgar ramera cuando tu marido se enfrenta a una acusación injusta. Ya es hora de que recuerdes cuál es tu sitio y vas a empezar por volverte a casa con nosotros ahora mismo. Creo que tú y yo tenemos mucho de que hablar mientras esperamos a que tu marido vuelva a casa —dijo Byron padre, tras reconocer a la mujer que llevaba un refuerzo en la pierna. Se había trasladado a la parte de delante donde estaban y aferró a Desi por el brazo antes de que Harry pudiera hacer nada. —Señor, no sé quién es usted, pero si no suelta a la señora, me veré obligada a hacerlo por usted —dijo Harry en voz baja. Se acercó más a los dos, desafiando al padre de Byron. —¿No me diga? No recuerdo haberle pedido su opinión. Esto es un asunto de familia y a usted no le concierne, así que lárguese —dijo el viejo.

—Señor, no se lo voy a repetir, y ya lo creo que Desi es asunto mío, así que suéltela. No se lo voy a decir otra vez. —¿Me está amenazando? —preguntó Byron padre. —No, le estoy prometiendo que le romperé todos los huesos de la mano nombrándolos al mismo tiempo si no la suelta ahora mismo —dijo Harry. —Harry, no pasa nada —rogó Desi. Echó la mano hacia atrás sólo para entrar en contacto con la mujer furiosa, intentando calmarla. Lo último que les faltaba era que Harry tuviera problemas legales por culpa de todo esto. —Sí que pasa, Desi. Nadie te va a volver a tratar de esta forma, y menos este gordo gilipollas al que nadie le ha enseñado modales. Ahora suéltela —dijo Harry con más agresividad, avanzando un paso. La expresión de sus ojos le dijo al hombre que aquello no era ninguna broma, de modo que soltó a Desi. Byron no sabía quién era esta mujer, pero estaba claro que era el perro de ataque de Desi y no tenía ganas de descubrir si era capaz de cumplir sus amenazas. —Desirée, sabes que tengo razón. Tienes que detener toda esta locura y volver a casa como te corresponde. Ya sabes cómo es Byron, no lo ha hecho a propósito y lo siente si te ha hecho daño. Ahora eres una Simoneaux, chica, así que vámonos —dijo Byron padre, probando esta vez con una táctica más amable. Desi se puso al lado de Harry y sintió el consuelo y la seguridad de un brazo que le rodeó la cintura. Igual que en aquella parada de autobús tantos años antes, Harry la mantendría a salvo. —No, ahora estoy en casa y jamás volveré a la vida que tenía antes. Tu hijo es un animal, un animal que nunca tendrá la oportunidad de volver a hacerme daño —dijo Desi. Sacó un poco la mandíbula y se sintió maravillosamente por tener el valor de plantar cara a este hombre al que había temido tanto como a su marido. —No cuentes con ello, Desirée, a veces la vida te da sorpresas —fue lo único que respondió el hombre antes de regresar para sentarse con su mujer. Desde allí observó cómo se comportaban las dos mujeres de la parte delantera de la sala. La forma en que Desi se apoyaba en la alta mujer que estaba a su lado y la forma en que la mujer alta le hablaba suavemente, intentando consolar a Desi. En esta relación había algo más de lo que estaba dispuesto a reconocer por el momento, pero antes de poder seguir pensándolo, tenía que averiguar quién era esa mujer tan amenazadora. Todos se pusieron en pie cuando el juez Reaper entró en la sala e inició la sesión rápidamente. No perdió el tiempo y le hizo un gesto a su alguacil para que anunciara el primer caso. Con algo de suerte, el capullo del que le había

hablado Jude todavía estaría fuera de la ciudad. Al mirar a Serena y a Bradley, de pie ante él, el juez sonrió. Serena le sonrió a su vez y Bradley sólo consiguió empezar a sudar. Tenía que pedirle a su mujer que le aflojara los botones de los cuellos de las camisas para no acabar ahogándose en los tribunales. —Buenos días, señorita Ladding. ¿Está el pueblo preparado para proceder esta mañana? —preguntó Carleton. Se centró en ella exclusivamente, aguardando su respuesta. —Sí, señoría, el pueblo está preparado para proceder, y para ahorrar tiempo y en interés de la justicia, está dispuesto a renunciar a un juicio con jurado si la defensa así lo desea —contestó Serena. Miró a Bradley, que volvía a tirarse del cuello de la camisa y se estaba poniendo de un enfermizo color rojo. Serena miró atrás un momento y dirigió una sonrisa reconfortante a Desi, para hacerle saber que todo iba a ir bien. —Gracias, señorita Ladding. El tribunal lo tendrá en cuenta. Y usted, señor Blum, ¿está preparado para proceder? —preguntó el juez. Esperó un segundo antes de añadir—: Espere, está usted muy solo, señor Blum, ¿dónde está su cliente? —La segunda pregunta incrementó la tonalidad rojiza de Bradley. —Señoría, rogamos la indulgencia del tribunal, puesto que mi cliente está fuera de la ciudad y no ha sido posible comunicarle la nueva fecha del juicio. Me gustaría solicitar un aplazamiento hasta que pueda ponerme en contacto con el señor Simoneaux —dijo Bradley. Tirándose una vez más del cuello, esperó la respuesta del juez con los dedos cruzados. —Ya veo. ¿Se ha ausentado para ocuparse de un asunto familiar urgente, tal vez? —inquirió Carleton. —No, señor. —¿Un compromiso de trabajo del que no se ha podido librar, tal vez? —probó Carleton de nuevo. —No, señor. —¿Y no podría ser que el señor Simoneaux está requerido con motivo de otro asunto que ahora no viene al caso y piensa que el sistema judicial de Nueva Orleáns es tan estúpido como él? —preguntó Carleton, alzando la voz y echándose hacia delante en la silla—. Tal y como establecen los términos de la fianza del señor Simoneaux, no puede salir de la ciudad sin indicar un medio para que el tribunal se pueda poner en contacto con él. La razón por la que hemos establecido esas normas, señor Blum, y téngalo en cuenta en el futuro, es para casos como éste. Todo el mundo está preparado para proceder y no hay forma de dar con su cliente. ¿Sabe lo que eso significa, señor Blum? — preguntó el juez por última vez.

—Que volverá a la cárcel en cuanto sea capturado —dijo Bradley. —Exactamente, señor Blum. Tiene hasta las nueve en punto de esta mañana para presentarse, de lo contrario su fianza queda revocada. Se aplaza la sesión, damas y caballeros —dijo Carleton, dando un golpe con el martillo, y se levantó para salir de la sala. Sin hacer caso de Desi y de Harry por el momento, los padres de Byron fueron a la parte delantera de la sala para interceptar a Bradley antes de que se fuera. —¿Qué ha querido decir con todo eso? —quiso saber Byron padre. —Quiere decir que a su hijo le quedan exactamente quince minutos para presentarse ante este tribunal o se lo considerará fugitivo de la justicia. Eso no ayudará nada a su caso y añadirá más cargos a la montaña a la que ya se enfrenta —dijo Bradley al tiempo que cogía su maletín y echaba a andar hacia otro tribunal para reunirse con otro cliente. —Pero no pueden hacer eso. Ni siquiera sabía que tenía que estar aquí hoy — se quejó Byron padre. Todo aquello por lo que había trabajado corría peligro de acabar en manos de un tipo llamado Al que había pagado la fianza de su hijo. —Pueden hacerlo y lo harán, señor Simoneaux. Eso es lo que ocurre cuando se comete allanamiento de morada y se saca a rastras de la cama a la esposa desnuda de un juez en medio de la noche. Juegas con la ley y a veces la ley te la hinca sin ponerte lubricante primero. El consejo gratis que le doy esta mañana es que vaya donde esté Byron y lo traiga aquí hoy. Si no, prepárese para aguantar la tormenta hasta que el juez Rose se calme. Y en cuanto a este nuevo juez, pues digamos que no lo llaman el Juez de la Horca por nada. — Bradley ya había decidido que le iba a decir a Byron que se buscara otro abogado en cuanto apareciera. No merecía la pena pasar por esta clase de angustias por un anticipo de honorarios. —Pero sólo está de vacaciones, no pueden acusarlo por eso —insistió Byron padre. —Si me disculpa, tengo otro cliente que me está esperando al otro lado del pasillo. Cuando tenga noticias de Byron, hágamelo saber. Tenemos mucho de que hablar antes de que se entregue a la policía. —Bradley sonrió ligeramente a la madre de Byron y salió del tribunal. La mujer estaba siempre tan triste que, si se lo hubiera pedido, Bradley había decidido que le llevaría el divorcio sin cobrarle nada. A pesar de que Byron le había pagado el anticipo, se alegraba de ver que su esposa Desi había logrado construirse una nueva vida. Tal vez hubiera esperanza para su madre. Mientras Byron padre discutía con Bradley en la parte delantera de la sala, Harry y Desi salieron a la calle. Como se suponía que iban a pasar el fin de

semana en Florida, Harry se había tomado el día libre, por lo que tenían todo el resto del día ahora que habían terminado con los temas legales. Abriendo la puerta del pasajero para Desi, Harry la ayudó a entrar y luego metió sus muletas en el asiento de detrás. Todavía tenían que hablar de todo lo que había pasado y de cómo había tratado el padre de Byron a Desi esa mañana. La mujer menuda notaba la tensión de la mandíbula de Harry. Era la única señal externa de lo auténticamente enfadada que estaba Harry. —Harry, te pido perdón otra vez por todo esto —dijo Desi. Cogió la mano de Harry en cuanto el alto cuerpo se metió dentro del vehículo. Por un lado, ella también estaba enfadada por no haber dejado suelta a Harry para que le diera una soberana paliza al viejo. Tal vez así habría aprendido la lección de que a veces las mujeres se sabían defender. —Desi, por favor, deja de pedir disculpas por el comportamiento de otras personas. El padre de tu marido es un idiota y eso, amor mío, no tiene nada que ver contigo. Fue educado por unos idiotas y él a su vez ha educado a otros dos idiotas. Tú sólo has tenido la desgracia de acabar con uno de ellos, pero esa parte de tu vida ya se ha terminado. Puede que se tarde un poco más de lo que teníamos previsto, pero dentro de cuatro meses cortarás los lazos que te unen a esta gente de una vez por todas —dijo Harry. Respiraba hondo, intentando controlar las ganas de liarse a golpes después del enfrentamiento con el padre de Byron en el tribunal. Tras el cruce de palabras, había descubierto que le dolían las palmas de las manos por haber apretado tanto los puños, pero se alegraba de haber controlado su genio. Desi ya había tenido suficiente violencia en su vida y ella no tenía por qué añadirle más. —¿Se acabará de verdad, Harry? Tengo la sensación de que Byron y su familia van a ser siempre una sombra para nuestra felicidad —dijo Desi. Volvió la cabeza para mirar por la ventana y no tener que ver la desilusión en los ojos de Harry. —Desi, descubrirás que el dinero no hace la felicidad, pero sí que puede aislarte de las personas como Byron. La mitad de lo que he ganado en mi vida es tuya ahora y con eso tienes la seguridad de saber que jamás tendrás que volver a pasar por lo que te ha hecho sufrir esa gente. Tampoco quiero que lo consideres nunca un acto de caridad. Es un regalo que te hago, libremente, y es tuyo aunque no te quedes conmigo. La única manera que tendrá la familia Simoneaux de volver a hacerte daño es si tú se lo permites —dijo Harry con convicción. Quería que Desi lo comprendiera bien para que la mujer menuda pudiera empezar a desprenderse de parte del dolor que había habido en su vida. Tras su declaración, Harry acarició el pelo dorado rojizo con los dedos, intentando que Desi la mirara.

Cuando por fin se volvió, Desi tenía los ojos llenos de lágrimas que aún no habían caído. Harry se esperaba oír un razonamiento sobre por qué Desi no podía aceptar lo que se le ofrecía, de modo que se sintió muy complacida cuando la joven se limitó a sonreírle. —Gracias, Harry. Te prometo que no voy a ir a ninguna parte y que pasaré el resto de mis días a tu lado, haciéndote tan feliz como tú me haces a mí. Espero que algún día pueda ser como tú, Harry, y que estés orgullosa de mí. —Ya estoy orgullosa de ti, cielo. Mírate, eres una joven preciosa con mucho que ofrecer al mundo que te rodea. No sólo estoy orgullosa de ti, me siento honrada de que me hayas elegido para compartir tus dones —dijo Harry, al tiempo que se inclinaba y besaba a Desi suavemente en los labios. Desi agradeció el beso y le echó los brazos al cuello a Harry para acercarla más. Fue un momento especial presenciado por la pareja mayor que bajaba los escalones de entrada de los tribunales. —Clyde me habló de una amiga que tenía Desirée en el colegio y que él le prohibió volver a ver. Parece que ha vuelto y está causando problemas entre Byron y su mujer —le dijo Byron padre a su esposa. Al ver a las dos mujeres abrazadas, los labios de Monique Simoneaux esbozaron un amago de sonrisa. A ella ya se le había pasado el momento de empezar de nuevo, pero a Desi no. Ella también había oído hablar de la amiga de infancia de Desi al padre de la chica y le había parecido un pecado que Clyde las separara. Desi siempre parecía triste, como ella, y Monique conocía los motivos. Su marido les había enseñado a sus hijos muchas cosas y algunas de ellas consistían en ver cómo pegaba a su propia esposa. La forma en que la mujer alta se había enfrentado a su marido le decía a Monique que estaba dispuesta a pegar a cualquiera que hiciera daño a Desi, pero que jamás descargaría esa rabia sobre la mujer que tenía al lado. —A lo mejor es hora de dejar a la chica a su aire, Byron. Ahora ya no va a volver nunca con nuestro hijo, aunque no estuviera con su amiga. Creo que ya ha habido suficientes problemas con esto, así que vamos a concentrarnos en intentar salir de ello en lugar de seguir complicándonos la vida —dijo Monique. Se apartó de su marido mientras hablaba, toqueteando nerviosa con las manos la correa de cuero de su bolso. —Ya estás pensando otra vez, Monique, cuando sabes que con eso sólo consigues problemas. No voy a vivir sabiendo que la mujer de mi hijo lo ha abandonado por otra mujer. ¿Qué pensará la gente? Te voy a decir lo que pensará, que Byron es una especie de maricón o algo así que no es capaz de dejar satisfecha a su mujer. No, Monique, Desirée va a venir a casa, aunque sea en una caja de pino. —Dicho lo cual, el hombretón agarró a su mujer y bajó el resto de los escalones tirando de ella. Ojalá consiguiera recordar cómo se

llamaba esa zorra. Estaba seguro de que Clyde se lo había dicho cuando estaban planeando la boda. Recordaba con horrible claridad el día en que el padre de Desi le habló de aquella noche en que vio a su hija en el porche delantero con esa pervertida. Byron le había prometido a Clyde que su hijo se encargaría de la situación y haría olvidar a Desi que conocía a esa mujer.

Harry y Desi se fueron a casa después de su comparecencia ante el tribunal y Harry no dejó de mirar por el espejo retrovisor para asegurarse de que no las seguía ningún indeseable. Volverían a tener un guardia de seguridad hasta que todo se solucionara y Harry se sintiera tranquila dejando a Desi y a Mona solas en casa. Cuando entraron por la puerta, oyeron a Mona y a Butch desayunando en la cocina. Rachel aún no había aparecido y Harry tenía la impresión de que estaba pasando la mañana durmiendo en el gran dúplex que tenía Serena en el barrio de los jardines. —Hola, mi niño, ¿qué tienes ahí? —preguntó Harry. —¡Tío Harry! Estás en casa y es de día —chilló el niño. Su cara se iluminó con una gran sonrisa y dio palmadas en la mesa para recalcar su alegría. —Efectivamente, amigo, y voy a estar en casa todo el día, así que a ver, ¿qué queréis hacer? —preguntó Harry. Fue hasta el pequeñín y lo cogió en brazos para poder darle un beso y luego lo inclinó para que Desi pudiera hacer lo mismo. —Vamos a nadar —dijo Butch sin dudar. —Me parece un buen plan, pero antes, ¿qué te parece si vamos de compras? — preguntó Harry. En cuanto las palabras salieron de su boca, Mona se levantó de un salto, sacó un termómetro de uno de los cajones y se lo metió a Harry en la boca. —Será mejor que bajes al niño, con eso de que estás demente —dijo Mona muy seria. Harry hacía muchas cosas, pero la doncella sabía que ir de compras no era una de ellas. —Vamos, Mona, vístete y te dejo que vengas con nosotros —dijo Harry, quitándose el termómetro y poniendo a Butch en brazos de Mona—. Vamos a cambiarnos y nos reunimos aquí abajo —dijo Harry al tiempo que cogía a Desi en brazos. Salieron todos de la cocina riendo y subieron para prepararse. La única indicación que les había dado Harry era que tenían que ponerse pantalones cortos o vaqueros y que tenían treinta minutos para hacerlo. —¿Qué estás tramando, Basantes? —preguntó Desi, rodeando el fuerte cuello con los brazos para emprender el trayecto hasta arriba. Las escenas

desagradables de la mañana estaban desapareciendo gracias a la ayuda de Harry y estaba deseando ver qué aventura tenía planeada. —Vas a tener que ser paciente conmigo y esperar. Se acabaron las pistas, que se va a estropear la sorpresa, pero te prometo que cuando terminemos, pensarás que soy maravillosa y no serás capaz de vivir sin mí —dijo Harry con una sonrisa. —Demasiado tarde, cariño, eso ya lo pienso —replicó Desi. Susurró suavemente al oído de Harry, luego le chupó el lóbulo y esperó a oír el gemido que sabía que se iba a producir. Harry, la muy bendita, jamás decepcionaba, y al notar la boca cálida que la chupaba delicadamente no sólo gimió sino que además se le aflojaron las rodillas. —Tienes que portarte bien y colaborar conmigo, cielo, no vaya a dejarte caer y te rompas otra cosa —suplicó Harry. Eso hizo que los labios pasaran de su oreja a su cuello. Mona meneó la cabeza al oír las risitas de Desi cuando Harry cerró su puerta de golpe. Cuarenta minutos después, Harry y Desi volvieron a la cocina y anunciaron que estaban listas para salir. Las dos intentaron no hacer caso de la mirada intencionada que les dirigía Mona, pero Desi no pudo evitar el rubor que le subió por el cuello hasta las mejillas. Harry meneó las cejas, lo cual hizo que se le pusieran las mejillas aún más coloradas. —Bueno, niñas y niños, ya hemos llegado —dijo Harry al entrar en Suministros de Arte Dixie quince minutos después. La reacción ante ese anuncio fue una pelirroja en sus brazos, un grito de placer por parte de Butch y una expresión confusa por parte de Mona—. Venga, cariño, vamos a comprar —dijo cuando salieron del coche. Dos horas después terminaron de dejarlo todo arreglado para que les llevaran a casa esa tarde las cosas que iba a necesitar Desi y cargaron en el coche el caballete y las pinturas que habían comprado para Butch. Desi pensó que sería un buen método para que el niño la conociera cuando viniera de visita si compartía parte de su nuevo refugio con Butch para que éste creara su propio arte. Durante el resto de la tarde, Harry y Mona trabajaron en equipo limpiando el estudio para que los repartidores pudieran instalar las cosas de Desi cuando llegaran. Decidieron dejar el cuadro que tanto le gustaba a Harry colgado donde estaba, puesto que Desi tenía la sensación de que Harry iba a pasar más tiempo en el luminoso edificio. Dejaron a los hombres instalando el torno y el horno cuando por fin llegaron y se fueron a nadar con Butch.

Al anochecer, el estudio estaba preparado para la nueva carrera de Desi, estaban haciendo filetes a la parrilla para cenar y delante del Taller de Reparación de Coches Simoneaux había un cartel de Se vende. La única noticia buena para todos era que el cazarrecompensas de Al, el que había pagado la fianza, se dirigía a Pensacola después de mantener una charla íntima con Byron padre. Al tenía tantos deseos de dedicarse al negocio de la reparación de coches como Byron de perder lo que había construido. Cuando todo esto hubiera acabado y hubieran recuperado a los dos hermanos Simoneaux, Al iba a tener que hablar largo y tendido con Simoneaux padre para explicarle que algo iba a tener que vender para costear los gastos de la fianza. El viejo tenía que comprender que Al no hacía esto por amor al prójimo y, tal y como lo veía, el negocio era lo único que podría cubrir la cantidad que debía. Para el cabeza de familia de los Simoneaux, esto era una cosa más de la que culpaba a la mujer de su hijo. Las cosas se estaban empezando a venir abajo y sólo un alarde de fuerza podía volver a poner su mundo en su sitio. Pero hasta que se presentara esa oportunidad, sólo tenía a Monique para descargar sus frustraciones.

Rachel y Serena aparecieron cogidas de la mano justo cuando Harry estaba sacando la carne de la parrilla y Mona salía con la ensalada. Cuando ya habían terminado de comer y disfrutaban de una copa después de cenar, el teléfono de Serena empezó a sonar dentro de su bolso. Disculpándose por la interrupción, se apartó un poco para contestar, fijándose por la identificación de llamadas en que se trataba de la comisaría de policía del noveno distrito. —Soy Serena Ladding —dijo cuando apretó el botón. —Hola, señorita Ladding, soy Roger Landry. Fui el inspector encargado de entrevistar a la señora Desirée Simoneaux la noche en que fue atacada. Siento molestarla, pero he pensado que debía saber que Byron Simoneaux padre ha matado a su mujer de una paliza esta noche. Llamó al 911 cuando vio que la mujer había dejado de respirar, pero los sanitarios no pudieron hacer nada por ella cuando llegaron. El muy cabrón le aplastó el cráneo estampándola contra la mesa del café de su cuarto de estar. Lo hemos detenido y seguimos buscando a los dos hijos. ¿Quiere que llame a Desi y le diga lo que ha ocurrido? —preguntó Roger. —No, ahora estoy en su casa, inspector Landry, yo se lo digo. Gracias por comunicármelo —dijo Serena. Tuvo que apoyarse en una silla para no caerse. Que no hubiera hablado nunca con la mujer no cambiaba el hecho de que esa mañana estaba viva en el tribunal. Serena notó que Rachel se acercaba y la abrazaba y se echó a llorar por la muerte de una mujer a la que no conocía.

—Tranquila, Serena, sea lo que sea, nos tienes aquí —le susurró Rachel al oído al tiempo que abrazaba más fuerte a su nueva amiga. Se volvió para mirar a Harry en busca de ayuda, pues sabía que conocía a Serena desde hacía más tiempo que todas las demás. Harry le hizo un gesto para indicarle que estaba haciendo lo correcto y que cuando la rubia se calmara, les diría por qué estaba tan afectada. Todas agradecían que Butch se hubiera quedado dormido en el regazo de Mona y que ésta se hubiera ido para acostarlo. Al ver a Serena tan hecha polvo, Desi se sentó en el regazo de Harry buscando su propio consuelo. Además, sentarse encima de Harry era como sentarse encima de una manta eléctrica y la noche se había puesto fría y ventosa. Tomando aliento entrecortadamente, Serena les contó lo que le acababa de comunicar el inspector, y entonces le tocó a Desi echarse a llorar. Monique y ella nunca habían tenido mucha relación, pero se sentía unida a ella porque las dos habían estado en la misma situación. Lo único bueno era que Desi había logrado escapar antes de sufrir el mismo destino que la mujer mayor. Harry las llevó a todas dentro y escaleras arriba. Abrazó a Serena y a Rachel, dándoles las buenas noches, y les dijo que se acostaran, que las cosas tendrían mejor cariz por la mañana y ninguna de ellas tenía por qué estar sola. Cuando Serena estaba a punto de protestar, Harry le dijo que Butch ya estaba durmiendo y que Rachel necesitaba compañía. Después de llevar a Desi a su habitación, la doctora desnudó a su amante y la metió también en la cama. Era una pena que un día tan maravilloso tuviera que verse ensombrecido por la tragedia del final, pero tal vez Monique ahora tenía por fin algo de paz después de una vida en la que tan poca había tenido. —Harry, por si todavía no lo sabes, te quiero —susurró Desi en la oscuridad. Por fin se estaba relajando, gracias a la gran mano que le frotaba la espalda. Eran las mismas manos grandes que la tranquilizarían durante el resto de sus días, y en ese momento era la sensación más maravillosa del mundo. —Y yo a ti, cariño. Ahora intenta dormir un poco. Mañana podemos holgazanear y hacer lo que tú quieras —prometió Harry. Por dentro, elevó una silenciosa oración de gracias por la pierna rota de Desi. De no haber sido por ese dolor y sufrimiento, podría haber perdido a Desi, víctima de la misma suerte que había corrido Monique esa noche.

Capítulo 10

El fin de semana transcurrió sin incidentes y las chicas lo pasaron juntas en casa de Harry, para gran alegría de Butch, a quien le parecía una especie de acampada. Instalaron a Desi en el estudio y el domingo, Tony y Kenneth se

presentaron para ayudar con la limpieza y la pintura, de modo que, para el lunes, Desi ya estaba preparada para poner en marcha su creatividad. Fueron unos días de renovación, que comenzaron cuando Desi pudo quitarse el refuerzo de la pierna para moverse por la casa y continuaron cuando Serena abrió su corazón a nuevas posibilidades con Rachel. Roger las mantenía informadas de la búsqueda de Mike y Byron y de lo que ocurría con el padre de éstos. El inspector sentía simpatía por Desi y quería asegurarse de que la joven estuviera a salvo y libre de las garras de Byron y su hermano. Harry llamó a la compañía de seguridad y contrató a un nuevo guardia para que vigilara los terrenos de la casa mientras ella estuviera en el trabajo, para así poder estar tranquila. El domingo después de mediodía se reunieron todos en la cocina y prepararon un almuerzo tardío, puesto que Mona estaba visitando a su familia. Tuvieron que convencer a la buena mujer para que se marchara y pasara un tiempo fuera de la casa sin tener que cuidar de todos ellos. —¿Nos queda queso? —le preguntó Desi a Harry. Acababa de terminar de rayar un trozo para las fajitas que estaban preparando. Harry se dirigía a la barbacoa para cocinar la carne, el pollo y las gambas que habían marinado para el plato. —Mira en el último cajón de la nevera. Estoy segura de que Mona lo esconde ahí —dijo Harry, dejando la fuente que llevaba. Se puso detrás de Desi, tiró de ella para apartarla de la puerta de la nevera y la sentó en la encimera de la cocina para poder besarla. Desi, vestida con pantalones cortos y una camiseta de tirantes finos, tenía algo que estaba volviendo loca a Harry. —Cariño, nos están esperando todos —dijo Desi, sin hacer el menor intento de bajarse de la encimera. Harry llevaba todo el día de talante romántico y no tenía la menor intención de echarle el freno. —Que esperen. Tengo una mujer increíblemente bella en la cocina preparándome la comida, ¿y me tengo que sentar encima de las manos para dejarlas quietas? —dijo Harry. —No, pero a mí me encantaría sentarme encima de tus manos —dijo Desi con tono grave y provocativo. —Tenemos hambre, tortolitas, a ver si nos ponemos las pilas —se quejó Tony desde la puerta. Se lo habían echado a suertes y le había tocado a él ir en busca de la pareja que faltaba en el grupo. En realidad, Kenneth y él eran los únicos que no se estaban besuqueando en ese momento y detestaba quedarse al lado de la barbacoa caliente. —Búscate una chica, Tony —le gritó Harry.

—Controla esa lengua, Harry, qué asquerosidades dices —dijo Tony, aferrándose el pecho. —Eso es cosa mía, gracias. Todo lo que tenga que ver con la lengua de la doctora Basantes debe pasar antes por la pelirroja bajita —dijo Desi. Por fin decidió bajarse de la encimera, pero se aseguró de hacerlo deslizándose por el cuerpo de Harry. El roce hizo que se le pusieran los pezones rígidos bajo la tela de la camiseta y Harry clavó la vista en esa zona. Desi metió la mano por la parte delantera de los pantalones cortos de Harry y tiró para sacarla de la casa, deteniéndose junto a la fuente para que la mujer, ahora frustrada, no se la olvidara. A Tony le encantó ver la cara de Harry, pues por fin veía la luz que llevaba tanto tiempo echando en falta. Casi le hacía gracia que la persona que había apagado esa luz fuera la misma que había vuelto a encender la llama. —Tío Harry, si mi mamá se casa con Rachel, ¿seremos parientes? —preguntó Butch en cuanto salieron. —Ya somos parientes, mi niño, así que da igual con quién se case tu mamá, eso no va a cambiar —contestó Harry. —¿En serio? —preguntó Butch. —Sí, sois mi familia del corazón y eso no lo puede cambiar nadie. Ven aquí, que te voy a enseñar a hacer la carne como un cavernícola, amigo —dijo Harry. Este comentario hizo que Serena se apartara de Rachel con una mueca. —Harry, no sigas dándole mal ejemplo. Tú espera a tener hijos, que quedaremos todas las semanas para que pueda impartirles los conocimientos que le enseñas tú al mío —dijo Serena con cara de falsa indignación. Hacía tanto tiempo que no lo pasaban bien que estaba encantada con el fin de semana. —¿Te crees que voy a criar a los nuestros de una forma distinta a mi niño Butch? Pero si es perfecto tal como es —bromeó Harry. Ese comentario llamó la atención a Desi: era la primera vez que Harry comentaba que quisiera tener hijos y eso de "nuestros" era lo más importante de lo que había dicho la doctora. Que Byron y ella no hubieran tenido hijos no quería decir que ella no los quisiera y daría cualquier cosa por compartir esa experiencia con Harry. Desi se acercó y se apoyó en Harry, pues había descubierto que echaba de menos estar en contacto con ella cuando estaban separadas. —A mí también me pareces perfecta, tío Harry —dijo Butch, blandiendo un tenedor largo como el que tenía Harry en la mano. —Y a mí, cariño, a mí también me pareces perfecta —repitió Desi.

Esa noche, el coche patrulla que pasaba por delante de la casa de los Simoneaux no vio por escasos segundos a las dos figuras que entraron por la puerta de detrás. Con cuidado de no encender luces, Byron y Mike se preguntaron por qué había cinta de la policía por la parte de delante de la casa y por qué no había nadie. Tras mirar en la habitación de sus padres, llegaron a la conclusión de que debían de haber salido a cenar y, como no encendieron las luces, no vieron la gran mancha de sangre que seguía en la alfombra del cuarto de estar. Era el último recordatorio de que Monique Simoneaux había vivido allí y había entregado la vida para satisfacer la ira de su marido. Tras sus conversaciones durante el viaje a Florida, Byron recordaba vagamente a una chica alta y morena que era amiga de Desi cuando estaban en el instituto. Él había terminado dos años antes que ellas, pero en sus anuarios debería haber una fotografía y el nombre de la persona que estaba dando refugio a Desi. De modo que en vez de acostarse, Byron bajó al pasillo la escalera plegable de la buhardilla y pasó la noche buscando los libros que contenían los recuerdos de una época de su vida en la que era un ganador. Dentro de esos anuarios viviría para siempre el apuesto jugador de fútbol por el que todas las chicas estaban locas. La atracción terminó cuando empezó a servirles la gasolina, al día siguiente de la graduación. Cuando encontró el curso de Desi, empezó por el principio del alfabeto, rezando por reconocer la cara, para poder ir por fin a recuperar a su mujer. —Ajá, ya te tengo, puta —dijo, posando el dedo sobre la fotografía de una joven Harry. Después de bajar las escaleras con el libro debajo del brazo, Byron fue a despertar a su hermano para confirmar que ésa era la persona que había visto con Desi. —¿Qué pasa? Déjame en paz —dijo Mike. Intentó apartarse de la mano persistente que lo sacudía para despertarlo. ¿Acaso Byron no entendía que estaba cansado y asustado por lo que los esperaba? —Mira esta foto, Mikey, y dime si ésta es la mujer que viste con Desi —dijo Byron, encendiendo la lamparita de la mesilla de noche. Mike guiñó los ojos y se los frotó un momento antes de mirar la fotografía que le señalaba su hermano. —Sí, se parece a ella —dijo a la espalda de Byron, que salía corriendo de la habitación. En la guía telefónica sólo venía la dirección y el número de teléfono de la consulta de Harry, no dónde vivía. Lo único que tenía que hacer era quedarse esperando a que la doctora se fuera a casa y entonces recuperaría a Desi.

—No, no te puedes levantar —se quejó Desi cuando sonó el despertador. Era lunes y Harry tenía que volver al trabajo. Se habían despedido de todos la noche antes y habían pasado la noche intentando matarse la una a la otra a base de potentes orgasmos. El resultado era que Harry dudaba de que hoy pudiera mantenerse en pie mucho tiempo, y le tocaba operar en el Charity. —Suéltame, mujer. Las dos hemos quedado hoy con unos montones de arcilla deforme y es hora de poner manos a la obra —dijo Harry, intentando trasladarse hasta el borde de la cama. Daba igual la postura en la que acabaran quedándose dormidas: siempre se despertaban en medio de la cama, con Desi encima de Harry. —¿Vas a renunciar a la medicina para hacer cuencos, cariño? —preguntó Desi. Se movió con Harry, haciendo todo lo posible para convencerla de que se quedara en la cama un poquito más. —No, tú tienes unas plastas de arcilla a la espera de convertirse en cuencos y jarrones y yo tengo unas plastas a la espera de convertirse en cirujanos. A veces pienso que tú vas a tener más suerte con tus plastas que yo con las mías. No te entusiasmes demasiado ahí fuera, que voy a intentar terminar a una hora decente para que podamos salir a cenar. Cocinar una vez por semana es mi límite y con lo de ayer ya he cumplido. —Pues así quedamos, cariño —dijo Desi. Se levantó con Harry y se puso una bata para bajar y preparar el café y el desayuno. Aunque le encantaba que Mona cocinara para ellas, era agradable ocuparse de la alimentación de Harry una vez por semana—. ¿Quieres algo especial para desayunar, amor? — preguntó antes de bajar las escaleras. —Sorpréndeme.

—Lo siento, pero la doctora Basantes no atiende pacientes aquí esta mañana. Si quiere, le puedo dar cita para el miércoles por la tarde, si puede esperar hasta entonces —informó la recepcionista a Byron por teléfono. —Pero es que tengo que hablar con ella hoy mismo. ¿No podría decirme dónde puedo ponerme en contacto con ella? —preguntó Byron. —Hoy opera en el Charity, señor, así que va a estar prácticamente todo el día ocupada, lo siento. —Antes de que Irma, la recepcionista de Harry, pudiera decir nada más, el hombre colgó, y ella se quedó preguntándose qué era lo que quería de verdad.

Después de aparcar al otro lado de la calle, en el aparcamiento subterráneo del Hospital Tulane, Byron se sentó en los escalones de la facultad de medicina, que daban a la entrada del aparcamiento para médicos del Hospital Charity. Pensaba que Harry no lo recordaría del instituto y nunca lo había visto con Desi. En cuanto supiera qué coche conducía, iría a recoger el coche que le había prestado su padre y la seguiría hasta casa. Miró asqueado a los vendedores ambulantes que habían empezado a colocar sus tenderetes delante del gran edificio. El mundo estaba lleno de locos y pervertidos, por lo que Byron pensaba que éste era el lugar de trabajo perfecto para la amiga de Desi. Vio el Range Rover que se detenía en la entrada y la ventanilla eléctrica que empezaba a descender. Era ella y le estaba haciendo gestos con un billete de cinco dólares al tipo que vendía bolsas de frutos secos. —Hola, doctora B, ¿cómo lo lleva esta mañana? —preguntó el alto afroamericano que llevaba el pelo dividido en largas trenzas. Era un drogadicto en recuperación que había encontrado trabajo vendiendo frutos secos delante del hospital y Harry era uno de sus clientes habituales los días que trabajaba allí. Siempre le pagaba con un billete de cinco dólares y siempre le decía que se quedara los cuatro dólares del cambio. —Hacia abajo y a la izquierda, Henry. ¿Cómo te va a ti? —contestó Harry. —Bien, doctora, sólo me quedan veinte bolsas por vender. —Buena suerte, Henry, y sigue limpio, amigo —contestó Harry, al tiempo que metía su tarjeta codificada en el control para levantar la barrera. —Gracias, doctora. Byron estaba en lo cierto: ella ni se fijó en él en medio de ese gentío de personajes curiosos que siempre parecía adornar el exterior de las instalaciones médicas. Harry estaba más preocupada intentando maniobrar con el todoterreno por el estrecho aparcamiento. Siempre había pensado que le había resultado más fácil hacerse médico que moverse por este aparcamiento construido por algún ingeniero del estado. A lo mejor me compro una moto y le doy este trasto a Desi, pensó Harry mientras reculaba en el primer espacio libre que encontró.

El aparcamiento estaba casi vacío cuando salió esa tarde a las seis y pulsó el botón de marcado rápido para llamar a casa desde el coche y hablar con Desi.

—Hola, cielo, ¿qué tal tu día? —preguntó cuando Desi contestó al teléfono. —Hola, tú. Ha sido estupendo y tengo un regalo para ti. Todavía se está enfriando, pero hoy he hecho mi primer jarrón y es todo tuyo —dijo Desi muy contenta. No quería comentar la cantidad de arcilla que se le había desplomado entre las manos a lo largo del día, pero cuanto más lo hacía, más recuperaba la habilidad. —Demasiado tarde. Ya tengo tu primera creación, cielo, está en mi consulta, encima de mi mesa —dijo Harry, incorporándose al tráfico. —¿De qué creación se trata? —preguntó Desi. Estaba dentro del armario en ropa interior, intentando decidir qué se iba a poner. —Es un cenicero que hiciste cuando estábamos en quinto y que tiene las huellas de tus dedos por la parte de debajo junto con tu nombre. Supongo que tuviste que añadir el nombre por si otra preciosidad de chica me regalaba un cenicero con sus huellas debajo. Lo tengo lleno de caramelos y es un recuerdo constante de la preciosidad de chica que más me gusta en el mundo —dijo Harry. Lo estaba pasando bien con la conversación de camino a casa y se iba tranquilizando al oír que Desi estaba bien. Su último caso del día había sido una mandíbula rota como resultado de un ejemplo de violencia doméstica y se había quedado muy afectada. —Ya, pues, cariño, también vas a conseguir mi segunda creación. Mientras esperas a que termine de crearse, ¿te importaría decirle a tu chica dónde vamos esta noche para que pueda vestirme? —¿Estás desnuda? —preguntó Harry. —Pues sí, Harry, estoy desnuda y esperando para vestirme, así que desembucha. —No sé, puede que tarde todo el trayecto hasta casa para decidir dónde vamos a ir. A ver qué te parece esto: si estás desnuda cuando llegue a casa, hasta te invito a postre —propuso Harry. —Si traes postre a casa, podrías quitármelo de encima a lametones, ahora que soy experta en la materia —bromeó Desi a su vez. Lo único que oyó fue un gruñido al otro lado de la línea y el ruido de la verja de entrada al abrirse. Se puso la bata, salió al balcón con el teléfono y se asomó por un lado para ver a Harry. Mientras esperaba a que la mujer vestida con el pijama de hospital despidiera al guardia, Desi sonrió a la única persona que hacía girar su mundo. —¿Estás desnuda debajo de eso? —preguntó Harry.

—Sube, marinera, y descúbrelo —dijo Desi y desconectó el teléfono. Entró corriendo en la habitación, se quitó la bata y el conjunto de sujetador y bragas de encaje que se había puesto y saltó a la cama. Se echó a reír cuando oyó a Harry que subía las escaleras corriendo, al parecer de dos en dos. Como no había visto el coche de Rachel en la entrada, Harry volvió a sus antiguas costumbres y empezó a desnudarse al otro lado de la puerta. Abrió la puerta y llegó a la cama de tres largas zancadas. —Hoy te he echado de menos, cariño. ¿Te gustaría ver cuánto? —preguntó Desi. Al ver a Harry desnuda en la puerta dirigiéndose a la cama, le quedó claro que iba a necesitar otra ducha antes de salir a cenar. Harry las hizo rodar a las dos para que Desi quedara encima y ésta sintió que se le duplicaba la humedad que tenía entre las piernas cuando las manos de Harry le cubrieron las nalgas y se las apretaron. Volviendo a lo que tenía en mente antes de que Harry la distrajera, Desi interrumpió el beso y bajó por el cuerpo de Harry. —Llevo todo el día pensando en ti, cariño. Pensando en el aspecto que tienes cuando estás toda excitada y en cómo sabes. He estado todo el día toqueteando esa arcilla húmeda y pensando en toquetearte a ti entera, cariño —le dijo Desi en voz baja. Mientras hablaba, no había dejado de acariciar el cuerpo de Harry sólo con los pezones, y el largo cuerpo que tenía debajo empezó a jadear. El sol del atardecer iluminaba la habitación lo suficiente para que Desi viera el efecto de lo que hacía en el cuerpo de Harry cuando se colocó entre las musculosas piernas. Subiendo con las cortas uñas desde los pies de Harry, Desi usó por fin los dos dedos índices para separar los húmedos pliegues. Colocó un dedo justo debajo del clítoris de Harry y apretó hacia abajo, haciendo que se irguiera aún más de lo que ya sobresalía. Desi decidió probar una cosa de la que le había hablado su hermana, diciéndole que obtendría grandes resultados. Con la punta de la lengua, se puso a escribir el alfabeto sobre el punto más necesitado de Harry. Optó por las letras minúsculas porque había que hacer más maniobras y se dio cuenta de que Rachel daba buenos consejos de vez en cuando. Al llegar a la letra g, Harry ya agitaba las caderas intentando aumentar la presión que aplicaba Desi, y con la letra i, Harry exclamó: —Oh, joder, cariño. Cuando llegó a la k, ya no se pudo resistir y la necesidad de metérselo todo en la boca acabó con la educación de Harry. Metiendo dos dedos dentro de Harry, chupó hasta que notó que las paredes que le rodeaban los dedos empezaban a contraerse, señal de que Harry estaba alcanzando el orgasmo. Desi supo que Harry gozaba de lo que le estaba haciendo cuando le enredó los dedos en el pelo para que no apartara la cara hasta que el placer que le daba Desi se hizo levemente doloroso.

Desi no había subido del todo hasta el cabecero de la cama cuando de repente se encontró boca arriba y pegada a la cama. Era el turno de Harry y como había estudiado griego, conocía todo un alfabeto nuevo que Desi todavía no había experimentado, pero justo cuando estaba a punto de devolverle el favor, Desi la detuvo. —No, amor, esta noche quiero mirarte a los ojos cuando me corra, así que no te muevas. Harry cambió de postura para poder deslizar la mano derecha entre sus cuerpos y se dispuso a satisfacer los deseos de Desi. Sujetando su peso con la otra mano para no aplastar a Desi, Harry empezó con una serie de besos lentos por el cuello de Desi y luego regresó a sus labios. Sus largos dedos acariciaron a Desi entre las piernas, suavemente al principio, pero luego con fuerza y determinación cuando la mujer menuda rodeó la espalda de Harry con las piernas. Harry movía las caderas al ritmo de la mano, para así penetrar a Desi con más fuerza, y su pulgar chocaba con la dura protuberancia cada vez que bajaba. —Sí, cariño, así. Ooh, Dios, qué gusto. Mírame, Harry, mira lo que me haces — gritó Desi al tiempo que se le dilataban las pupilas y lanzaba un chorro de líquido caliente por toda la mano de Harry. Con una vez no le bastó, por lo que Desi levantó la pierna hasta pegarse bien a Harry y empezó a moverse de nuevo. Harry estaba a punto después de todo lo que le había ido diciendo Desi mientras ella le hacía el amor. Desi clavó los dedos en el trasero de Harry cuando ésta empezó a soltarle gruñidos en la oreja, lo cual le indicó que Harry volvía a estar al borde. En el último momento, Harry levantó el tronco para poder acelerar las embestidas y así llegaron hasta el final. —Cariño, hay que ver lo bien que lo haces. A lo mejor esa jubilación adelantada de la que hablabas no sería tan mala idea —dijo Desi. Se movía debajo de Harry, intentando ponerse cómoda, pues la mujer más alta se había desplomado encima de ella después de que las dos acabaran con un sonoro gruñido. —Si me pasara todo el día haciendo eso, estaría muerta al cabo de una semana —dijo Harry, colocándose de lado. Seguía más que nada encima de Desi, atrapándola con sus extremidades agotadas. No se le ocurría mejor manera de volver a casa. —Vale, cariño, ahora me tienes que sacar a cenar. Se te da muy bien eso de despertarle el apetito a la gente, así que en marcha —dijo Desi. Dio una palmada en la nalga que tenía más al alcance de una mano y empujó con la otra—. Y todavía me tienes que decir dónde vamos —dijo la menuda rubia al seguir a Harry hasta el cuarto de baño.

—Caramba, Desi, ¿y tu instinto aventurero? —dijo Harry. Harry se asomó dentro de la ducha y ajustó la temperatura del agua a un calor tolerable antes de meterse. En cuanto puso la cabeza debajo del chorro de agua, notó un cuerpo cálido que se pegaba a su espalda. —¿Crees que estoy sucia? —le preguntó a Desi. —Sí, y además eres incorregible, así que las manos quietas o jamás conseguiremos comer —dijo Desi. Siguió acariciando el cuerpo de Harry con las manos enjabonadas, sabiendo que a la doctora se le caía la baba con la sensación. —Y si te invito a una hamburguesa de Port of Call, ¿me dejarías tocarte entonces? —preguntó Harry, volviéndose de cara a Desi. —Cielo, por una de esas cacho hamburguesas con patata asada, tendría un hijo tuyo —dijo Desi. —Trato hecho. La respuesta dejó anonadada a Desi por un instante y Harry pensó que se había pasado de la raya. Nunca habían hablado de ello, pues Harry siempre pensaba que era demasiado pronto en su relación. Pero lo cierto era que habrían tenido que acabar sacando el tema si querían contar con un embarazo saludable, por una cuestión de edad. —Vale, ¿has dicho trato hecho en el sentido de que quieres tener un hijo conmigo o trato hecho en el sentido de que me quieres invitar a una hamburguesa? —preguntó Desi. Cruzó los dedos para que Harry no se acobardara y le diera la respuesta que pensaba que Desi quería oír. —Las dos cosas. Quiero tener hijos contigo pronto y quiero invitarte a una hamburguesa esta noche. Si no quieres hijos, no importa, viviré la experiencia a través de Butch. —Harry apoyó la mejilla en la cabeza de Desi, preocupada por si había revelado demasiado pronto gran parte de sus sueños. —No, quiero hijos propios y tienen que ser parte de ti, así que lo que te sugiero, doctora Harry, es que llames a tu hermano y le pidas un favor. Sin andarnos con rodeos y sin largas esperas. Creo que estamos listas y tenemos derecho a tener nuestro propio pequeñín que nos llene de alegría. Ahora saca ese bonito culo de la ducha y dame de comer —exigió Desi. Pero no se movió hasta que el agua se enfrió un poco, porque se estaba regodeando en el abrazo maravilloso que le daba Harry. Por fin les estaban saliendo bien las cosas. Lo único que hacía falta era una sinceridad total y saber comunicarse.

Vestidas con vaqueros y zapatillas deportivas, las chicas se dirigieron al restaurante de su infancia, sin fijarse en el coche viejo que las siguió durante todo el trayecto. Byron había estado esperando fuera de la verja para ver si se iban a quedar en casa esa noche, ideando un plan para entrar en la casa. Las siguió hasta el restaurante y se quedó el tiempo suficiente para ver cómo entraban y luego se marchó, calculando que volverían a la casa cuando hubieran terminado. Se ponía enfermo de ver cómo toqueteaba Desi a la mujer con la que estaba. Cuando estaba con él nunca le cogía la mano y nunca se acercaba para iniciar un beso. Tendría que haberse dado cuenta de que era porque le pasaba algo, de que aquello no tenía nada que ver con él. Aparcó el coche en una de las calles laterales y luego saltó la valla de la propiedad de Harry, manteniéndose en las sombras hasta que llegó a la casa. Armado con unas cizallas, un cortacristales y otra sorpresa, esperó a que las tortolitas llegaran a casa. No iba a cumplir una condena en la cárcel por una puta pervertida.

Al salir del restaurante, que parecía un auténtico antro, Desi le preguntó a Harry: —¿Te acuerdas de la última vez que comimos aquí juntas? Acababan de terminar de cenar y caminaban de regreso al coche cogidas de la mano. Desde su última salida al restaurante, al que acudían sobre todo los naturales de la ciudad, la zona que rodeaba a la Avenida Esplanade se había convertido en un centro neurálgico de bares y restaurantes para el público homosexual. Nadie miraba dos veces a una pareja que se demostrara cariño en esa zona, puesto que se había convertido en algo habitual. —Pues claro que me acuerdo, mi amor. Yo tenía ese viejo coche de dos plazas que era perfecto para que te sentaras bien pegada a mí. Dios, cómo me gustaba ese coche. Nos acompañaba el renacuajo y, como esta noche, tú te zampaste una hamburguesa inmensa con una patata asada aún más grande. La única diferencia serían las dos cervezas de acompañamiento de hoy —dijo Harry. Desactivó la alarma cuando llegaron al Range Rover y luego empujó a Desi contra el costado del coche para poder besarla antes de abrir la puerta. —Ésta es otra diferencia, cariño, aunque también me habría gustado en aquel entonces —dijo Desi. Miró a Harry con expresión soñadora y luego se apartó para que su caballerosa acompañante pudiera abrirle la puerta. Regresaron a casa en agradable silencio, disfrutando simplemente de su mutua compañía, pues ya habían charlado del día que habían tenido durante la cena. Cuando la verja de entrada de la casa se abrió después de que Harry pulsara el

mando que iba incorporado al espejo retrovisor, todo parecía normal. Harry rodeó el coche y le abrió la puerta a Desi y luego tuvo dificultades para abrir la puerta de la casa, porque Desi estaba abrazada a su espalda, haciéndole cosquillas para intentar distraerla. Parecía que la mujer menuda no quería renunciar al talante juguetón que les había entrado desde que Harry llamó diciendo que volvía a casa. Desi ya estaba planeando muchas más noches como ésta que estaban terminando, pues habían podido hablar de gran cantidad de temas sin la menor dificultad. Harry subió las escaleras con las piernas de Desi alrededor de la cintura. El hecho de haber recorrido este trayecto tantas veces que ya se lo sabía de memoria la ayudaba a no tener que interrumpir el beso que estaban compartiendo. Cuando llegaron al dormitorio, Harry se sentó en la cama con Desi aún en el regazo y se echó hacia atrás para sentir el cuerpo de Desi pegado al suyo. Fue el ruido extraño que salía del armario lo que interrumpió el beso. Al dirigir una mirada al despertador de la mesilla de noche y ver que los habituales números rojos se habían apagado, Harry supo que estaban sin electricidad. Como recordaba bien lo que le había pasado a Jude, apartó a Desi y se asomó para mirar la casa más cercana, advirtiendo que las luces de arriba seguían encendidas. Los pitidos que salían del panel de la alarma de dentro del armario no habían cesado gracias a la recarga de seguridad de la batería e indicaban que había entrado alguien por la puerta de la cocina. Regresando a la cama, Harry se llevó el dedo índice a los labios para indicarle a Desi que mantuviera silencio mientras ella sacaba algo de debajo de la cama. Con una bolsa de lona colgada del hombro, Harry salió con Desi por las puertas del balcón, donde dejó la bolsa y le susurró a Desi al oído lo que quería que hiciera. —Cariño, quiero que bajes y vayas al estudio. El suministro eléctrico llega primero a ese edificio, así que ahí todavía tiene que haber luz. Llama a la policía y diles que ha entrado alguien y que sigue en la casa. Y por lo que más quieras, no vuelvas a la casa hasta que yo salga a buscarte o la policía te diga que todo está en orden. Ahora ve, y te quiero. —Harry, tú vienes conmigo, ¿verdad? —preguntó Desi. Vio que Harry desenrollaba una pequeña escala que cayó hasta el suelo. Eran típicas de las casas antiguas construidas sobre todo en madera, para que fuera más fácil salir en caso de incendio. —No, tengo la sensación de que sé quién es y tenemos un asunto pendiente. Ahora vamos, cariño, ponte en marcha —insistió Harry. Besó a Desi rápidamente en los labios, la ayudó a trepar por encima de la barandilla y se quedó mirando cuando llegó al suelo y echó a correr hacia su estudio. Harry se

volvió, entró de nuevo en la habitación y se quedó parada un momento en el centro para orientarse. Escuchando para ver si Byron le daba una pista de dónde se encontraba dentro de la casa, aprovechó el tiempo para dejar que sus ojos se acostumbraran a la oscuridad. Contenta de que todavía no se hubieran desnudado, fue al pasillo y bajó las escaleras por el borde externo para que no crujieran. Al llegar abajo se detuvo un momento y luego se dirigió a la solana, pues sabía que el marido rechazado de Desi tendría que pasar por allí para entrar en la zona principal de la casa. Haciendo acopio de toda su calma, Harry se sentó en uno de los sofás de la habitación y esperó. Al escuchar con atención, oyó los jadeos del hombre en la cocina. Parecía asustado mientras intentaba decidir qué hacer a continuación. Lo que vas a hacer a continuación, capullo, es cumplir una larga condena en la cárcel, a menos que yo decida darte una paliza de la muerte antes de que llegue la policía, pensó Harry. Había pulsado la tecla de la policía del cuadro de la alarma antes de salir del dormitorio, para silenciar los pitidos. Harry no quería que hubiera nada que ahuyentara a Byron antes de que ella pudiera ponerle las manos encima.

Bueno, Byron, esto es como la última vez. Recorres la casa y coges a Desi. Sólo que esta vez sé que es ella y no una mujer que no conozco de nada. Se quedó parado en la cocina un minuto y repasó su plan antes de moverse. Al mirar por las ventanas mientras las mujeres estaban fuera, Byron había visto que la gran estancia acristalada era la forma más fácil de pasar a la zona principal de la casa. Una vez ahí, estaba seguro de que no tendría problemas para encontrar las escaleras y a su mujer. Aunque había luna llena y y hacía una clara noche de primavera, no vio a la figura sentada que lo atravesaba con la mirada. Cuando llegó a la mitad de la amplia estancia, la voz de Harry rompió el silencio que reinaba hasta entonces. —Hola, Byron, cuánto tiempo. Bienvenido a nuestra casa, aunque la mayoría de la gente llama al timbre antes de entrar. Él se sacó la pistola de la cinturilla de los pantalones y apuntó hacia delante, girando sobre sí mismo para intentar localizar el punto de donde procedía la voz. —No quiero hacerte daño. Sólo quiero a Desi y luego me voy. —Ahí está el problema, colega. Desi no te quiere a ti —dijo Harry al tiempo que se hundía más en las sombras. No se esperaba que el idiota tuviera una pistola y esta noche no entraba en sus planes recibir un tiro.

—Pues has perdido, capulla pervertida. Desi está casada conmigo y así va a seguir. No voy a dejar que un abogado listillo, pagado por ti, estoy seguro, se salga con la suya. Bueno, ¿dónde está? —gritó Byron. Estaba sudando y la pistola se le resbalaba en la mano. ¿Por qué había sido mucho más fácil la primera vez? —Baja el arma, Byron, y hablemos de esto como dos adultos. Desi no se va a ir contigo esta noche, ni ninguna otra, a decir verdad. ¿Es que no quieres lo mejor para ella? —preguntó Harry con tono razonable. Lo estaba observando y no se sentía muy tranquila. —Yo le digo a Desi lo que le conviene, soy su marido, maldita sea. Así funcionan las cosas. —¿Eso te lo ha dicho tu padre, genio? Si fueras un hombre de verdad, bajarías el arma y te ocuparías de mí como él se ocupaba de tu madre. Eres un hombre, ¿no, Byron? —preguntó Harry. Su voz había adoptado un tono sarcástico, pues la única manera que tenía de poder con él era tocándole todos los puntos débiles. —Aquí el único normal soy yo y sí, soy un hombre. Mi padre es un hombre de verdad que nos ha enseñado a mi hermano y a mí cómo funciona el mundo, así que no te atrevas a insultarlo. ¿Me entiendes, zorra? —El sudor se le metía en los ojos y le costaba ver lo que había en la habitación. —Seguro que eso era lo que hacía anoche cuando mató a tu madre de una paliza en el cuarto de estar, seguro que le estaba enseñando cómo funciona el mundo. El único problema es que ahora a ver quién le va a lavar la ropa y a hacerle la comida. Vamos, muchachito, baja la pistola y ocúpate de mí como tu padre se ocupó de tu madre. Era un hombre de verdad porque dejaba que sus puños hablaran por él. Tú no eres más que un puto cobarde, escondido detrás de esa cosa que tienes en la mano. No me extraña que Desi me haya elegido a mí en vez de a ti. Dios, eres patético, mira que perder a tu mujer, y encima por otra mujer. —Harry siguió provocándolo hasta que él le gritó que se callara. —No eres más que una pervertida y una mentirosa. Mis padres están fuera de la ciudad. —No, lo siento, colega, pero tu madre está en una fría mesa del depósito de cadáveres y tu papaíto está jugando a esconder el jabón con un negrazo cachas en la cárcel central. Ya sé que no te parece justo, pero matar a tu mujer va contra la ley, aunque en el momento pareciera buena idea. Venga, Byron, ¿es que me tienes miedo o qué?

Apretó el gatillo y disparó. Al oír el ruido de un cuerpo grande que caía al suelo se sintió mejor. No paraba de hablar de su familia, de modo que lo que había hecho estaba justificado. Ahora sólo tenía que encontrar a Desi.

Desi estaba en el estudio hablando aún con la operadora de emergencias cuando oyó el disparo procedente de la casa. Se le resbaló el teléfono de la mano y cayó de rodillas llorando. —¡Harry! —fue el grito que oyó la operadora al otro lado de la línea. Alzó la voz para intentar que Desi cogiera de nuevo el teléfono y le dijera qué estaba pasando. Tras oírle gritar dos veces más el nombre de Harry, lo único que oyó la operadora fue el ruido de unos pies que corrían y un portazo. Desi corrió hasta la casa lo más deprisa que pudo, sin hacer caso de la promesa que le había hecho a Harry. Sólo sabía que Harry la necesitaba y que no iba a dejar a su amante sola en la casa con ese animal. Al pasar por la puerta de la cocina, Desi oyó un estrépito de cristales rotos procedente de la solana. Sin pensar en su propia seguridad, avanzó en esa dirección. —Esto es por haberle roto la pierna, cabrón —gritó Harry cuando su puño conectó con la mandíbula de Byron. Estaban en el jardín y Byron hacía todo lo posible por asestar sus propios golpes, que Harry no parecía tener el menor problema en esquivar—. Esto es por todas las demás veces que le pusiste la mano encima —continuó Harry, golpeándolo esta vez en la nariz. Cuando él atacó torpemente, ella le agarró la mano y le dobló todos los dedos hacia atrás hasta que oyó el crujido de los huesos—. Duele que te cagas, ¿verdad? —dijo Harry, sin soltarle la mano. Pegó una patada demoledora a Byron en el costado e incrementó el total de huesos rotos con dos costillas. Mientras él se tambaleaba, ella prosiguió su monólogo, sin darse cuenta de que Desi los estaba mirando—. Deja que te explique una cosa, colega. Desi se va a quedar aquí conmigo no porque yo sea su dueña, sino porque aquí es donde quiere estar. Jamás permitiré que nadie, y menos tú, vuelva a hacerle daño. La quiero demasiado para permitirlo. —Se detuvo un momento y luego le pegó otro puñetazo que le rompió la mandíbula. El grito de dolor que soltó él sacó a Desi de su trance. Le gritó a Harry, justo cuando ésta estaba a punto de golpearlo de nuevo: —No, Harry, ya basta. No merece la pena, cariño, por favor, déjalo. —Desi pasó por encima de los cristales rotos y alcanzó a Harry. Cuando Harry le soltó la mano, Byron cayó a la hierba hecho un guiñapo. Sin importarle que Harry tuviera las manos llenas de sangre, Desi la abrazó y tiró de los fuertes brazos para que la rodearan, suplicando a Harry que la abrazara.

—¿Qué haces aquí, cielo? ¿No te había dicho que te quedaras en el estudio hasta que fuera a buscarte? —preguntó Harry sin soltar a Desi. —Es que oí un disparo y no podía quedarme allí sabiendo que podías estar herida. Harry, ¿pero qué demonios te pasa? Podrías haber muerto. La próxima vez márchate si la persona tiene un arma. Te juro que me sacas de quicio — gritó Desi. Se soltó de sus brazos y pegó a Harry en el estómago—. Estás bien, ¿verdad? —Se le ocurrió preguntar entonces y se puso a comprobar cada centímetro cuadrado del cuerpo de Harry. —Sí, estoy bien, pero el cuadro de la pared del fondo de la solana no ha salido muy bien parado. Ven aquí, tú —dijo Harry, abrazando de nuevo a Desi. Por fin había terminado todo. —Gracias, Harry. Nadie me ha defendido nunca como tú y es algo que me encanta de ti, aunque seas una idiota. Has sido mi salvadora desde que llevaba coletas y me da la impresión de que lo seguirás siendo cuando sea vieja y esté llena de canas. La policía las encontró en esa misma postura cuando por fin llegó. Después de contestar a sus preguntas, les aseguraron a las dos mujeres que Byron había sido trasladado al hospital con una escolta armada para ser atendido de sus heridas. En cuanto terminara allí, iría derecho a la cárcel central, donde se reuniría con su padre y su hermano. Mike se había entregado pacíficamente cuando la policía rodeó la casa después de que un vecino avisara diciendo que había visto a alguien moviéndose dentro. Roger Landry dejó una patrulla en la casa esa noche para que las chicas pudieran quedarse allí, a pesar de la ventana rota de la parte de detrás. El inspector se alegraba de que el caso hubiera terminado de forma positiva y no con una colección de cadáveres en bolsas. La mujer que Harry se había llevado escaleras arriba esa noche era muy distinta de la mujer a la que había entrevistado tantos meses atrás: esta mujer parecía feliz. Roger se imaginaba que la guapa y alta doctora que le sujetaba la mano tenía mucho que ver con ello.

—¿Cariño? —preguntó Desi. Estaban tumbadas en medio de la cama, relajándose e intentando calmarse después de los acontecimientos de la noche. —¿En qué piensas, Des? —¿Podemos hacer ya vida normal? —preguntó Desi. Se incorporó un poco para poder mirar a Harry. No pudo controlar la sonrisa que le asomó a los labios cuando vio el amor con que la miraban a su vez esos increíbles ojos azules.

—Cuenta con ello, bonita. A partir de ahora, cenas en familia, cerámica, medicina y dos hijos y medio. Les enseñaré a tirar la ropa por el suelo para que Mona no pierda facultades. Tú te harás rica con tus caros cuenquitos y así podrás mantenerme cuando sea vieja, y viviremos felices y comeremos perdices. —Harry selló sus predicciones con un beso.

Epílogo

Harry se acercó a la vieja casa y vio a dos niñas que jugaban en el porche al lado del viejo columpio. —Hola, ¿está mamá en casa? —preguntó cuando la miraron. La más pequeña de las dos entró corriendo en la casa y llamó a su madre a gritos, y Harry se quedó contemplando el estado del lugar que tan bien recordaba. —¿Desea algo? —preguntó la mujer bajita de aspecto cansado que salió en ese momento. Tenía la pechera de la camisa cubierta de babas, que Harry supuso que procedían del bebé que llevaba en brazos. —Sí, señora. Me llamo Harry Basantes y me gustaría comprarle el columpio del porche. La mujer se colocó el bebé en la otra cadera y miró a Harry como si se hubiera vuelto loca. —¿Qué es esto, una especie de broma? —No, señora, lo digo en serio. Verá, es que mi novia creció en esta casa y yo me enamoré de ella sentada en ese columpio —dijo Harry, señalando el columpio que colgaba del extremo del porche—. Hoy es su cumpleaños y me gustaría dárselo como regalo, así que dígame cuánto quiere —dijo Harry. Se puso la mano en la frente y sonrió, protegiéndose los ojos del sol. —Mil dólares —dijo la mujer toda seria. Si una chiflada llegaba a su puerta en pleno día con ganas de jugar, le seguiría la corriente. Harry la miró y sonrió aún más. Al fijarse en los juguetes desgastados y el estado de la casa, había decidido hacerle un favor a la mujer. —No estoy dispuesta a pagar más de cinco —contestó Harry. —Cinco dólares. —La indignación era evidente en el tono de la mujer—. Que sepa que es una antigüedad y, además, aquí fue donde se supone que se enamoró usted. ¿No cree que vale más que eso?

—Cinco dólares no, cinco mil. Aquí tengo el dinero —dijo Harry, sacándose el fajo de billetes del bolsillo delantero. Desplegó los billetes de cien en abanico y los agitó señalando el porche—. Desi vale mucho más que esto, pero es lo único que llevo encima. —Mire, señora, lo decía en broma, pero ese dinero no me vendría nada mal. Mi hijo tiene que operarse para que le pongan rectas las piernas y no quiero que lo hagan en el Charity ése. Seguro que está lleno de charlatanes chiflados y él se merece algo mejor. —La mujer se metió el dinero que le había dado Harry en el bolsillo de los pantalones cortos y se quedó mirando mientras Harry desenganchaba el columpio que llevaba años colgado en el porche. A lo mejor su madre no era tan tonta cuando decía que los caminos de Dios son inescrutables. Harry llevó su compra hasta el Range Rover y luego regresó al patio. Se sacó una pequeña cartera de piel del bolsillo trasero y le entregó una tarjeta a la joven madre. —Mi novia Desi opina que estoy un poco chiflada, pero me encantaría echarle un vistazo al pequeñín. Llame a mi consulta y lo veré en mi clínica privada, así podrá hacer otra cosa con el dinero. La mujer se quedó mirando la gruesa tarjeta de lino con el nombre en relieve y luego miró a Harry. Lo único que pudo hacer fue acercarse y darle un beso a Harry en la mejilla. —Gracias. No sé por qué ha venido aquí hoy, pero gracias. Esa novia suya debe de ser la mujer más afortunada del planeta. —No, ésa soy yo. No deje de llamar, que le damos un jarrón gratis por cada operación —dijo Harry antes de cerrar la puerta del coche. La mujer no sabía a qué se refería con esto último, pero se metió la tarjeta en el mismo bolsillo donde se había metido el dinero.

Desi regresó a la casa paseando despacio por el jardín que estaba lleno de plantas en flor, pensando en el último año. En ese tiempo había llegado a considerar la gran casa como su hogar y a Harry como a su pareja de por vida. Los guardias de seguridad habían desaparecido, lo mismo que el miedo de que Byron estuviera merodeando por cada esquina. Su padre, su hermano y él iban a estar encerrados muchos años en la Cárcel Estatal de Angola. El juez Carleton Reaper se había ocupado de ello al condenarlos a la pena máxima después de que el jurado emitiera un veredicto de culpabilidad en todos los juicios por los que habían tenido que pasar.

—Byron Simoneaux, el jurado lo ha hallado culpable de intento de asesinato en primer grado. Con suma satisfacción lo condeno a una pena de cárcel de treinta años. Se levanta la sesión. Hasta la semana que viene, Byron, que tenga un buen día, ¿vale? —le dijo Carleton antes de marcharse de la sala, guiñándoles un ojo a Desi y a Harry con una sonrisa. Entre ese juicio, el del secuestro y el del allanamiento de morada, Byron sólo podría salir de Angola con los pies por delante. Mike salió mejor librado, con una pena de quince años por su participación en el secuestro de Victoria Rose, después de haber confesado. Hizo un trato con la fiscalía para evitar un juicio, si aceptaba declarar contra su hermano. Desi se sintió aliviada y justificada cuando salieron del tribunal por última vez. Harry y ella se quedaron el tiempo suficiente para ver cómo los alguaciles se llevaban a Byron esposado. No habían asistido al juicio del padre de Byron, pero sabían por Serena que también había sido hallado culpable de haber matado a su mujer de una paliza y que, dada su edad, sería muy improbable que saliera de la cárcel con vida. Carleton dijo en broma en un momento dado que el estado debería obtener un descuento familiar, visto el desfile de Simoneaux que había pasado por su tribunal. Cuando todo aquello hubo pasado, Desi pudo concentrarse en su cerámica y en Harry. Descubrió que todas las mujeres con las que se había relacionado Harry mientras estuvieron separadas habían convertido a la doctora en una romántica. El último año había estado salpicado de regalos, cenas a la luz de las velas y veladas románticas delante del fuego en su habitación. Harry se mostraba siempre cariñosa, tierna y amable y Desi se regodeaba en las atenciones de las que la morena la hacía objeto. Con el paso del tiempo todas las personas que Harry tenía en su vida habían dejado de temer que Desi la fuera a abandonar de nuevo y ahora Desi gozaba de una buena relación con todos ellos. Las visitas a Florida habían hecho que la familia de Harry abriera su corazón a Desi y eso había sido otra fuente de apoyo para ella. Y Mona, bendita mujer, se había convertido en la madre que Desi nunca llegó a conocer. Se encontró con un vaso de leche en la mano nada más pasar por la puerta y la expresión de los ojos de Mona le dijo que no discutiera y se lo bebiera. Desi lo aceptó con una sonrisa, la saludó agitando la mano y subió para prepararse. Tony había conseguido que una de las galerías de arte más importantes de la ciudad organizara una exposición de sus obras y esta noche era la inauguración. Harry le había prometido que sólo iba a trabajar por la mañana, por lo que Desi ya se esperaba encontrarla en el dormitorio cuando llegó. El traje negro que caía magnífico sobre sus hombros y la camisa de seda negra que llevaba debajo destacaban la tez bronceada de Harry y hacían que sus ojos parecieran mucho más azules. Desi tuvo que detenerse para admirar el cuerpo alto y fuerte y la sonrisa deslumbrante que le dirigía. A veces sentía lástima de

las pobres mujeres que la miraban como si la odiaran por haber dejado a Harry fuera de circulación, pero sólo a veces. —Jo, qué guapa estoy cuando te miro. ¿Sabes a qué me refiero? —preguntó Desi. La sonrisa de Harry se hizo más amplia, lo cual le dijo a Desi que algo se cocía. —Buenas tardes, bella dama, ¿cómo estás hoy? —preguntó Harry, haciendo una profunda reverencia. —Vale, Harry, desembucha. ¿Qué estás tramando? —¿Acaso tengo que estar tramando algo sólo porque te he preguntado cómo estás? Pero ahora que lo mencionas, tengo una sorpresa para ti. Ve a arreglarte y te la doy cuando acabes. Desi se dio una ducha rápida y se puso un sencillo vestido negro para que se notara que estaba con Harry. Cuando se estaba poniendo los pendientes de diamantes que le había regalado Harry esa mañana por su cumpleaños, la vio apoyada en la barandilla del balcón. A su lado había dos copas de champán, llenas y a la espera de ser disfrutadas. —¿Estás lista para esta noche? —preguntó Harry. Desi había salido y estaba plantada entre las largas piernas. —Todo lo posible. Mi agente me ha dicho que casi todas las cosas están ya vendidas, así que esto va a ser más bien una oportunidad para que la gente vea lo que he hecho, no para que yo me dedique a suplicar que me compren algo. —Desi pegó la cara a la pechera de la camisa de Harry para olisquear la familiar colonia que la mujer alta siempre había usado. Era un olor limpio a maderas que Desi había echado de menos durante años. Sólo Harry olía así al ponérsela, nadie más olía ni siquiera parecido. —Qué orgullosa estoy de ti, cielo. Eres lo mejor de mi vida. Espero que hayas tenido un buen cumpleaños. Lo de esta noche es la guinda —le dijo Harry al tiempo que pasaba los dedos por el pelo de Desi. —He tenido un buen día, y gracias otra vez por estos pendientes tan preciosos. Son el mejor regalo que he tenido en mi vida después de ti, cariño —dijo Desi. Levantó la cabeza y le dio un beso a Harry en la barbilla. —Esos no son tu regalo. Eso sí —dijo Harry. Señaló el extremo de la derecha del balcón. En el amplio espacio de ese extremo colgaba el columpio donde habían pasado tanto tiempo durante su infancia. Por la mañana recibiría una capa nueva de pintura, pero por esta noche tendría que quedarse como estaba.

—¿Pero cómo...? —farfulló Desi al tiempo que se acercaba al columpio. Muy propio de Harry jugar con su estado emocional, ya de por sí descompensado. Últimamente no pasaba un solo día sin que se le llenaran los ojos de lágrimas por algo. Podía ser un anuncio de televisión o un cuenco que se le desplomaba, pero siempre había algo. —Vamos, cielo, esto es para hacerte feliz, no para hacerte llorar. ¿Quieres probarlo para ver si todavía le queda algo de magia? —preguntó Harry. Ayudó a Desi a sentarse y luego fue a coger las copas de la barandilla. Pasándole a Desi una copa, Harry la rodeó con el brazo y entrechocó sus copas. —Por más cumpleaños felices y por la mejor chica que se podría pedir. —Harry bebió un sorbito y advirtió que Desi no bebía—. Tranquila, tesoro, sólo es zumo de uvas con burbujas. No vas a destruir las neuronas de mi crío si lo bebes. —Tu crío te ha echado de menos hoy. Supongo que por eso ha estado dando tantas patadas. No había nadie que le cantara canciones cursis. —Desi se frotó el vientre dilatado y bebió un poco de zumo. Se echó a reír cuando Harry dejó inmediatamente la copa y se unió al frotamiento. A Mona y a ella cada vez les costaba más empujar a Harry por la puerta cada mañana para que se fuera a trabajar. De poder elegir, Harry se pasaría el día siguiendo a Desi por todas partes buscando cualquier pretexto para tocarle la tripa. A Desi le faltaba un mes para salir de cuentas, y si todo iba como estaba previsto, tendrían un bebé sano de pelo oscuro y rizado y grandes ojos azules. Si así era, se lo deberían a Raúl, el hermano de Harry, y teniendo en cuenta cómo eran sus hijos, era una clara posibilidad. Cuando lo anunciaron a principios de noviembre, Serena se ofreció a celebrar la cena de Acción de Gracias en su casa. La razón que dio era que no estaba dispuesta a comerse un pavo que hubieran rellenado en casa de ellas. Tony había dejado a un lado sus tareas como agente y había ayudado a Desi a decorar la habitación del bebé, que estaba al lado de la suya. Había sido la habitación de Rachel hasta que ésta se fue a vivir con Serena y Butch. —Te queremos, Harry. El bebé Basantes y yo —susurró Desi entre los brazos de Harry—. Éste ha sido el mejor cumpleaños de mi vida. Sabes, ahora podemos salir aquí fuera y mecer al bebé cuando se ponga lloroso. —Tengo una cosa más para ti, cielo. Mi madre va a estar ahí esta noche, por lo que este regalo es imprescindible. Te conozco de toda la vida, Desirée Thompson. Me has dado amor, dolor y redención. Lo único que te puedo dar a cambio es mi amor. Mi amor y la promesa de que estaré siempre a tu lado para cuidarte durante todo el tiempo que lo desees. Quiero que lleves esto como símbolo de ello y con la esperanza de que te recuerde todos los días que te pertenezco. —Harry se sacó una cajita de terciopelo del bolsillo y la abrió.

Dentro había un anillo de diamantes con una gran esmeralda en el centro. Antes de ponérselo a Desi en el dedo, Harry leyó la inscripción que había en la parte interna del anillo—. Gracias —fue lo único que dijo Harry. —¿Gracias? —preguntó Desi. Le parecía una inscripción un poco rara. Volviéndose para mirar a Harry, Desi acarició con el pulgar la parte inferior del anillo que le había puesto Harry en el dedo. —Tú eras la única cura posible para un corazón roto, así que quería darte las gracias —dijo Harry. Sellaron el compromiso con un beso y luego se levantaron para marcharse. Cuando Harry cerró la puerta de detrás y echó la llave no vio el avance informativo que aparecía en la pequeña televisión de la cocina. El presentador leyó los titulares mientras Harry ayudaba a Mona y a Desi a subir al coche. —En las noticias de esta noche a las diez tendrán más información sobre la fuga de la cárcel que se ha producido hace unas horas. Diez presos siguen desaparecidos, entre ellos el clan Simoneaux de la ciudad de Nueva Orleáns. La última vez que se vio al padre y a sus dos hijos, así como a siete presos más, se dirigían a los pantanos que rodean la Cárcel Estatal de Angola.

FIN

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