Comer y Coger Sin Culpa

March 3, 2024 | Author: Anonymous | Category: N/A
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De las fiestas en Bogotá, a las que entraba con documento falso, al sillón de un vecino 30 años mayor. María del Mar Ramón reconstruye el lado noche de su adolescencia en Colombia, las salidas con amigues, "el heroísmo" que sentían al emborracharse y el lugar de la sexualidad. Eran cazadoras de besos y de números de teléfono, "preventivamente perras" para evitar que cualquiera les rompiera el corazón. De la experiencia con el vecino recuerda dos cosas: que no sintió nada y que dijo que no. "La violencia no suele ser tan literal y clara, y muchas veces no genera reacciones contundentes", escribe en Coger y comer sin culpa, el placer es feminista (Paidós).

Ilustración Luisa Castellanos Esa noche me habia puesto el vestidito floreado y las medias largas con los zapatos de tacon. Lo pienso, lo recuerdo, aun despues de diez anos. Las botitas me incomodaban porque eran una talla menos, pero me las puse igual. Pelo, toda esa cantidad de pelo, en una media cola arriba de la cabeza y los aretes grandes. Por esa epoca lo mejor de salir era, sin duda alguna, todo el proceso de maquillaje. Todo el ritual performativo de la sexualidad y la feminidad adolescente. Coquetear y darnos besos: objetivos principales de la noche. Darnos besos y compartir telefonos. Compartir telefonos y mandar mensajes. Volverse a ver y volver a darse besos. Siempre fui la mas chica de mi grupo de amigos. Siempre fui la mas chica en general. Yo tenia 16 y ellos oscilaban entre los 18 o 19. Eramos jovenes y veniamos de familias bien de Bogota. Nos juntabamos con gente que nos caia mal, pero fingiamos que no. Cualquier idea que cuestionara la dinamica de nuestras noches era repudiada y se veia mal. Cualquier idea politica, o interes mas alla de la fiesta y el trago era ridicula. Quizas es por eso que ahora ninguno de nosotros vive en el pais. Habia un heroismo en consumir alcohol sin ninguna clase de limitacion. Creo, a la luz del presente, que nuestras vidas eran tan insulsas y aburridas, y que sabiamos tan poco del mundo y teniamos tan poco acceso a lo que sucedia de verdad —fuera de la realidad inventada de nuestros barrios, quizas de algunos libros, y las historias de nuestras empleadas de servicio y de los porteros de nuestros edificios— que emborracharnos era nuestra unica opcion de liberacion para paliar el aburrimiento de clase, de contenidos y de curiosidades de un sector social

que se condena todos los dias a vivir en siete cuadras y charlar con las mismas cien personas en una cadena infernal. Me habria gustado, tambien a la luz del presente, que se nos hablara de otra cosa. Que el alcohol se nos mostrara desde otro angulo, uno mas presente y menos prohibitivo o uno que fuera mas honesto: todo el mundo se emborrachaba como nosotros, pero eramos jovenes y no eramos tan amigos, o no conociamos el sentido de autocuidado de la amistad. Tampoco creo que todas nos emborracharamos por las mismas razones, aunque el resultado era igual, pero nunca nadie nos incentivo a indagar en los motivos de tener que borrarnos asi la conciencia. Todo el mundo lo hacia y nosotros tambien. A mí me gustaban los hombres mayores. Sentía que había un ejercicio de poder y seguridad en la conquista de alguien más grande. De alguien que sabia mas, que sabia mucho mas, entonces yo tambien podia demostrar que sabia cosas y que podia fingir mas edad. Creia —y lo crei durante mucho tiempo— que habia un merito en ese hecho y que el merito era mio. Creia — y me duele haber estado convencida de esto tanto mas de lo que debia— que no habia un problema en que hombres mayores se fijaran en mi, pues yo era asi de atractiva, asi de mayorcita, asi de sagaz. Ese senor debio de ser lindo de joven. Como hombre entrado en los 40 curtia un aspecto elegante y altivo, un poco derrotado por la noche, la fiesta y tras el divorcio de una mujer que se comentaba en las paginas de sociales de las revistas. Era, seguramente, un buen partido para muchas mujeres que rondaban los 30 y que pertenecian a ese nido corrosivo, misogino y racista que era la clase alta bogotana, con la angustia de la soledad perpetua pisandoles los talones y conformandose tristemente con hombres canosos de medio pelo, que no las merecian, pero que al menos tenian todos los dientes, olian bien, poseian un par de carros y ostentaban un apellido que sonaba raro en Bogota. Me acuerdo del suyo, del de ese senor, pero no tiene sentido mencionarlo.

Yo, que tenia 16, tambien le sonrei. No esa noche, pero otra. Tambien le sonrei y note como me miro. La mirada fue antes de que yo le sonriera, como para ponerme a la altura del coqueteo del senor. Pense, ingenuamente, que yo me veia mayor y que si me coqueteaba seguro pensaba en mi como un par. No tuvo que decir nada, porque nunca tienen que decir nada, para que yo supiera que estaba pensando y que se le pasaba por la cabeza cuando me miro asi. No fue la primera vez que alguien, solo con los ojos, invadio todo mi espacio personal. No fue la primera vez que no pude explicar con palabras que habia sentido, o que habia pasado (porque no habia pasado nada que pudiera narrarse con hechos y no con emociones), pero quizas si fue la primera vez que respondi a esa mirada con una sonrisita timida. Me cuesta, aun hoy, reconocerme como victima y no responsabilizarme un poco. La responsabilidad la entiendo, pero la mia sigue intentando justificar, sigue atenuando la situacion, poniendole un manto de duda a lo que es certeza para comprarme la tranquilidad de estar “bien”, “sana” y “buena”. De no habitar este cuerpo afectado, cicatrizado, vivo. Para comprarle la mentira de no ser una victima. Para garantizarme alguna sensacion de autonomia, porque quizas sea eso lo que duele, entre tantas otras cosas de ese recuerdo: el no poder decidir, no poder elegir. No poder. Fuimos a una fiesta a la que no debiamos entrar porque eramos menores de edad, pero habiamos comprado unos documentos falsos que nos garantizaban el ingreso (algo que acostumbrabamos los adolescentes de clases acomodadas en la ciudad, porque la plata puede comprar legalidad). Yo me sentia preciosa con mi vestidito, las medias y las botas. Me sentia letal. Quizas ese es un mejor termino para lo que yo queria proyectar. Las tetas se me veian geniales en ese escote y ya por esos anos habia empezado a poner en practica una forma de mirar que funcionaba muy bien con los hombres. La idea, como todas las noches, era darnos besos y ya. Era acumular muchachos con referencias de boliches bogotanos en unas listas largas que haciamos y que guardabamos en nuestras billeteras para registrar cuantos besos nos habiamos dado. No se para que. Durante ese tiempo no teniamos intenciones sentimentales. No queriamos encontrar el amor. Queriamos acumular besos con extranos y quizas esperar un mensaje al otro dia, quizas no. Creo que, en el fondo, queriamos ganar. Sabiamos que la naturaleza de las relaciones con los hombres era tan desigual y tan injusta que, si nos adelantabamos a no querer nada de ellos y a no esperar el

esquivo amor que nos legitimaria socialmente, entonces ya teniamos una ventaja. Eramos —lo que habriamos dicho en esa epoca— perras por autoconviccion. Preventivamente perras. Nos habiamos apropiado del termino y fingiamos disfrutarlo —¿o lo disfrutabamos?— antes de que ellos lo usaran para hacernos dano. Quizas ahi si teniamos una victoria entre manos. Me gustaria contar mas de lo que paso en el boliche, pero lo olvide. Recuerdo que habia una marca de aguardiente nueva y que nos lo regalaban y que me emborrache mucho. No era una novedad. No puedo decir si me emborrache mas o menos que otras veces. Solo que esa vez mis amigas tambien lo hicieron, o no me pusieron tanta atencion, o estaban dandose besos con extranos para poner en sus listas y a mi me dio una pulsion por irme del boliche, seguro porque ya era tarde y yo tenia hora de llegada, pero no podria asegurarlo. La cosa es que me fui. Deje mi chaqueta y mi cartera en el guardarropa del lugar y me subi a un taxi para irme. La sensacion de haber sobrevivido por una especie de milagro a los peligros de la voraz noche bogotana es algo que tambien me acompana hoy. A ninguna de nosotras le paso nunca nada “grave”, ninguna aparecio drogada en un potrero, sin ropa y con burundanga. Las historias pululaban por esa epoca y siempre eran de la prima de alguna conocida, pero nosotras ignorabamos la alta probabilidad de ser las proximas y seguiamos nuestras vidas con euforia e inconsciencia: muy como se debe vivir a los 16. Del trayecto no recuerdo nada. No es porque hayan pasado diez anos, es que nunca lo recorde. Alguna idea borrosa de cuando llegue a mi edificio y me percate de que no tenia ni cartera ni chaqueta ni plata para pagar un taxi. Y despues de que alguien, una sola persona en todo el edificio, acudiera en mi ayuda: el senor de mas de 40, buen partido, recien separado, que me habia mirado tan lascivamente y al que yo, para no sentir verguenza, habia respondido con fingida reciprocidad. Cuando subiamos por las escaleras del edificio me propuso que tomaramos un vino en su casa. Tomar un vino con alguien en mi estado era una invitacion con sana. Le dije que si, porque tenia 16 anos y estaba borracha, el habia pagado el taxi y tambien le dije que si porque yo esa noche no me habia dado besos y pense que quizas eso podia ser una buena idea. Solo unos besos con el senor pinton del segundo piso no es algo que a mi adolescente fiestera le sonara mal. No me parecia que eso indicara nada que no fuera inocente y que alguien pudiera siquiera malinterpretar o necesitar algo mas que esos besos de esa noche. Total, el me habia mirado, pero yo habia respondido a su mirada.

Total: unos besos y ya. Las imagenes se ponen borrosas en el ejercicio de volver a esa noche. Lo recuerdo arriba mío, sacándome las medias y las botas. Lo recuerdo besándome el cuello y recuerdo la fuerza que hice tratando de quitármelo de encima. Quizas no fue tanta la fuerza y yo pienso que si, es dificil determinarlo. Tengo muy claro, claro como el agua, el punto en el que dije que no. Me acuerdo de la luz de la lampara de su cuarto, de mirarla mientras el peso de ese cuerpo seguia arriba mio y de no recordar mas. Paradojicamente, en ninguna de las escenas que tengo esta la de habernos dado un beso como el de las discotecas. Volvi a mi casa con las medias en la mano, me conto mi mama. No tenia llaves ni cartera ni chaqueta y tuve que timbrar. Me reganaron y yo contraataque con algun alegato de borracha adolescente y me fui a dormir. Me castigaron por un par de semanas en las que no pude salir. Dije que me habia enredado con un clavo en la entrada del edificio y que estaba tan borracha que me habia sacado las medias. Me rei. Se rieron. Al otro dia, cuando fui a hacer pis, me salio sangre. No supe como pensarlo y se lo acredite a una especie de merito, a que quizas el la tenia muy grande, algo de lo que hablabamos con admiracion, aun sin haber tenido casi relaciones sexuales. La historia se la reproduje a mis amigas con risas fingidas. No sabia como mas sentirme, porque asi no es como suceden las escenas que nos ensenaron que eran violentas de verdad, no tenia idea de como interpretar la serie de grises que me llevaron a esa casa, a esa cama y a decir que no, asi que solo pude acomodar los hechos de la forma en la que me dejo mas tranquila interpretarlos. Nadie vio que habia algo extrano en la narracion. Eramos todas adolescentes, algunas mas grandes que yo, pero adolescentes al fin. No recuerdo haber sentido ningun placer recordando la secuencia. No recuerdo haber sentido nada. Solo puedo recordar haber dicho que no. Me habria gustado que la situacion hubiera sido mas clara. Hasta mas violenta, mas como una se imagina que son estas situaciones y menos como fue. Me habria gustado tener claro el rotulo, la categoria y la reaccion desde el principio. Me habria gustado no sentirme responsable y no haber pretendido que todo estaba bien

cuando no lo estaba. Me habria gustado decirle a alguien, en el tono que la situacion merecio, lo que habia pasado y que alguien hiciera algo. Al mismo tiempo, la reaccion predisenada ante estos casos habria sido insoportable. Nos habria puesto a los dos: la adolescente que si estaba borracha y sin cartera y el senor de buena familia, buen apellido y buen partido en un mismo lugar y yo se —quizas en ese entonces ya lo sabia— que iba a valer mas su palabra contra la mia. Entonces fingi. La primera vez que dilucide, o considere siquiera el rotulo de violacion, no fue mi cabeza sino mi cuerpo quien me lo hizo notar. Fue varias semanas despues de esa noche. Saliamos del estacionamiento en el auto con mi hermano y el vecino venia a estacionar. Para esperar a que salieramos, puso su auto atras del nuestro, me miro a los ojos por el espejo retrovisor y me saludo con la mano. Se que fue un gesto lleno de malicia y poder. Lo se ahora. En ese momento senti como se me paralizaba el cuerpo y me temblaban las manos, como la mente se me ponia en blanco y un miedo me helaba la sangre. No pude pensar nada. La violencia no suele ser tan literal y clara y muchas veces no genera reacciones contundentes. Me paralice. Por primera y unica vez en la vida. Mi cuerpo me estaba diciendo, calculo, que el episodio no habia sido como yo me lo habia dicho y se lo habia dicho a mis amigas. Que yo no habia querido y que aun si mi mente no podia recordarlo, algo que me recorria de la cabeza hasta los pies, si. Pasaron muchos anos antes de que yo volviera al episodio con ojos criticos y dispuesta a revisarlo, entregada a trabajarlo con la psicologa y a dejar de usar los eufemismos con los que lo habia descrito para mi durante todo este tiempo. Muchos anos en los que tuve parejas, termine con ellas, tuve sexo casual y tambien comprometido y amoroso, aprendi del placer y aprendi a acabar y no podria decir que nada de eso estuviera determinado por esa situacion. Probablemente si, pero en la vida de las mujeres hay tanta violencia de por medio, que la agresion es la normalidad y aprendimos “o tenemos que aprender” a vivir con ella. Eso tambien lo aprendi. No quise decirle a mi familia, o decir su nombre, porque, aunque ya no tiene sentido legal, se que estariamos en la misma posicion que yo intui desfavorable a los 16: el y yo, su palabra contra la mia. Me gusta pensar que en el contexto actual la balanza no esta tan de su lado, pero en Colombia para la clase alta, la gente que se saluda con otra gente y posa en las paginas de la oxidada revista Jet-Set, yo no tengo ningun valor. Habria acusado al amigo de mis amigos y conocidos en Facebook, al

tipo que les gusta saludar y con el que se toman unos whiskys cada tanto. Nadie quiere ser amigo de un violador. Nadie quiere creer que lo es. Yo tampoco. Una vez entre a ver su perfil de Facebook. Tuvo una hija hace poco. Quizas tenga bajo su cinturon mas de una historia como la mia, o quizas no. En una version mas optimista de la historia a veces pienso que los hombres estan criados para la violencia y el sometimiento y que quizas el no registro que me estaba violando, aunque esa teoria nos devuelve a que seguramente haya mas mujeres que pasaron por esa situacion, que intentaron un no que fue ignorado y que fueron abordadas cuando estaban tan borrachas y eran tan jovenes como yo. No lo se. No puedo saberlo. No quiero asumir el peso que requiere que yo sepa esa informacion. Quiero que ese tipo, todavia pinton, que aparece en las fotos cargando a su nueva hija, no lo vuelva a hacer. Nunca volvi a usar el vestidito de flores.

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