Descripción: Combatir Las Hambres de Hoy: Hacerse y Ser Pan Cotidiano - Fernando Cordero Morales...
Fernando Cordero
Combatir las hambres de hoy Hacerse y ser pan cotidiano
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A las hermanas de la institución benéfica del Sagrado Corazón de Jesús, con motivo del XXV aniversario de la Pascua de su fundadora, la madre Rosario Vilallonga Lacave. Con la confianza en la Providencia multiplicáis vuestra vida como pan que se parte y se convierte en el amor más grande.
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Dios siempre cuida de sus criaturas, pero lo hace a través de los hombres. Si alguna persona muere de hambre o de pena, no es que Dios no la haya cuidado: es porque nosotros no hicimos nada para ayudarla, no fuimos instrumentos de su amor, no supimos reconocer a Cristo bajo la apariencia de ese hombre desamparado, de ese niño abandonado. MADRE T ERESA
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DE
CALCUTA
Prólogo Con su estilo ágil, ingenioso y lleno de pequeñas perlas al que nos tiene acostumbrado, nuestro amigo y hermano Fernando nos presenta esta vez unas páginas dedicadas a la obra de misericordia «dar de comer al hambriento» en las que, sirviéndose de ese leitmotiv, va injertando numerosos textos bíblicos, retazos de santos, citas de autores y ejemplos extraídos de la más reciente actualidad que logran de una manera muy fresca y sugerente invitarnos a ahondar en esta obra de misericordia que va mucho más allá del simple reparto de alimento. En este sentido quisiera destacar algo que, a mi juicio, es lo más desafiante de estas páginas. Ya en la primera se nos advierte de que «en las obras de misericordia no debe hacerse una radical distinción entre corporales y espirituales», es decir, no se trata solo de hacer obras de misericordia, cuanto de ser misericordiosos como el Padre. Toda obra de misericordia impele a la acción, no puede quedarse en las palabras, ¡es obra!, pero es determinante el modo de hacerla «poniendo el corazón en las manos» (san Camilo de Lelis). Solo vivimos bien la obra de misericordia cuando a través de ella llegamos a transmitir la Misericordia que nos habita. En nuestro caso la hondura de esta obra nos lleva no a «distribuir la sopa y el pan, eso los ricos pueden hacerlo» (san Vicente de Paúl) cuanto a «hacernos comida», eso que de una vez para siempre nos dijo Jesús en la Última Cena al coger y partir el trozo de pan entre sus manos: «este es mi cuerpo». Ese trasfondo eucarístico de «hacerse pan» es para Fernando el alma de esta obra de misericordia que nos es mostrada en las parábolas de Jesús y en las vidas de tantas personas más o menos conocidas que, gracias a Dios, siguen haciendo de esta inspiración el lema de su vida. Ahí están, entre otras, esas mujeres a quienes van dedicadas estas páginas: nuestra querida institución benéfica del Sagrado Corazón y, ahí también, tanto voluntario que dedica su tiempo a parecerse a Jesús en eso de hacerse pan para los hambrientos de todas clases. Ellos son los pequeños panes y peces que ofrecemos hoy a Jesús para saciar el hambre de la multitud y que al pasar de nuestras manos a las suyas son multiplicados por el Maestro. Quizá estas páginas de Fernando sean también un panecillo de esos... P OLDO ANTOLÍN SS.CC. Párroco de Virgen del Camino (Málaga)
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Un test para revisarnos La obra de misericordia corporal que nos recuerda la urgencia de «dar de comer al hambriento» nos puede sonar a algo ya sabido e, incluso, practicado. Probablemente hemos colaborado en la Campaña contra el hambre que organiza Manos Unidas, en Cáritas o en otras asociaciones que trabajan con y por los más desheredados. Algunos comparten su sueldo para que otros de la familia o algún necesitado pueda tener un plato caliente cada día. Nos vamos movilizando para que a tantos inmigrantes y refugiados no les falte el menú del pan que sabe a hogar. Aunque nos «suene» y lo tengamos interiorizado, esta obra nos lleva no solo a compartir ese pan sino a convertirnos nosotros mismos en ese alimento que se entrega por amor. Es, por ello, muy necesario ir de la mano del papa Francisco y dejarnos conducir al origen de las obras de misericordia, que pueden convertirse en un auténtico revulsivo para nuestro adormecimiento o rutina mediocre: Será un modo para despertar nuestra conciencia, muchas veces aletargada ante el drama de la pobreza, y para entrar todavía más en el corazón del Evangelio, donde los pobres son los privilegiados de la misericordia divina (Misericordiae vultus 15).
Esta propuesta supone un verdadero test para manifestar cómo es nuestra actitud como discípulos, contrastándonos con el célebre texto de Mt 25,31-45: «porque tuve hambre y me disteis de comer…». El epicentro de las mismas está en el corazón del Evangelio, que enciende la pasión por vivirlas: «Dichosos los misericordiosos, porque alcanzarán misericordia» (Mt 5,7). El Papa concreta algunas cuestiones que hemos de unir al examen que se nos hará al final de la vida: «si ayudamos a superar la duda, que hace caer en el miedo y en ocasiones es fuente de soledad; si fuimos capaces de vencer la ignorancia en la que viven millones de personas, sobre todo los niños privados de la ayuda necesaria para ser rescatados de la pobreza; si fuimos capaces de ser cercanos con quien estaba solo y afligido; si perdonamos a quien nos ofendió y rechazamos cualquier forma de rencor o de odio que conduce a la violencia; si tuvimos paciencia siguiendo el ejemplo de Dios que es tan paciente con nosotros; finalmente, si encomendamos al Señor en la oración nuestros hermanos y hermanas» (MV 15). Está tan claro lo que hemos de hacer que «no hay mucho que explicar», relata Francisco. Solo hemos de estar con los ojos abiertos y atentos, que no faltarán situaciones y circunstancias a nuestro alrededor para darles una respuesta. Ojalá no dejemos de hacernos esta pregunta: «Frente al sin techo que se instala delante de nuestra casa, al pobre que no tiene que comer, a la familia de nuestros vecinos que no llega a fin de mes a causa de la crisis, porque el marido ha perdido el trabajo, ¿qué debemos hacer?» [1]. Asimismo, en las obras de misericordia no debe hacerse una radical distinción entre corporales y espirituales. En el caso de dar pan al que pasa hambre, lo corporal y lo 6
espiritual se entremezclan porque no solo hemos de proporcionar alimentos, sino ir más allá: a la búsqueda de sentido y encuentro con el que nos invita a todos al banquete de su Reino, especialmente a los más pobres y necesitados. La Iglesia y cada cristiano estamos llamados a dar de comer al hambriento, proporcionando provisiones para el alma y para el cuerpo. Según los últimos informes de la Fundación Foessa[2], el perfil de la pobreza tiene rostro de mujer y de niño. Las familias monoparentales apenas sobreviven en nuestros barrios. Estemos atentos. Demos y donémonos. Con frecuencia nos puede el hacer. La espiritualidad de las obras de misericordia no es solo una cuestión de hacer –aunque ciertamente la acción es insustituible y urgente–, sino de ser. No basta con hacer obras de misericordia, hay que «ser misericordiosos como el Padre» (cf Lc 6,36). Ahí está el reto. Es posible que muchas veces, quizá la mayoría, no podamos hacer demasiado, pero siempre podemos sentir, estar y compartir misericordiosamente. Sin cansarnos de pedirle al Dios de la Misericordia que nos transforme en su pan.
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Una vaca en el cielo En diferentes textos de la Sagrada Escritura se nos anima a partir y repartir el pan con el necesitado. El libro de los Proverbios augura un buen futuro a aquel que es capaz de compartir el alimento con el que no tiene: «El hombre generoso será bendecido, pues comparte su pan con el pobre» (Prov 22,9). San Lucas en la misma línea indica: «Dad y se os dará» (Lc 6,38). En relación con esta seguridad de que quien hace el bien a los pobres es bendecido, ya que en ellos se refleja el rostro del propio Cristo, cuenta Pino Pellegrino[3] la historia de un rabino que vivía muy pobremente. Se conformaba con lo poco que sacaba de la leche de su única vaca. Pero, aun así, tenía la costumbre de apartar, cada semana, algunas monedas y distribuirlas el sábado entre los pobres. Sucedió que una semana no logró ahorrar nada y, sin pensarlo dos veces, llevó la vaca al matadero y distribuyó su carne entre los pobres. Cuando su mujer echó de menos al animal, gritó: «¡La vaca ha desaparecido!». El rabino le respondió tranquilamente: «La vaca se ha ido al cielo». Quizá podríamos concluir que el cielo se le había adelantado al rabino por su gran generosidad. Otras citas bíblicas tienen un tono más imperativo, buscando remover y activar el compromiso con los que pasan hambre. Así el profeta Isaías ordenará: «Parte tu pan con el hambriento» (Is 58,7). O el profeta Eliseo: «“Dáselo a la gente para que coman”, replicó él, porque así habla el Señor: “Comerán y sobrará”. El servidor se lo sirvió; todos comieron y sobró, conforme a la palabra del Señor» (2Re 4,43-44). Eso mismo aconsejará Jesús: «Dadles vosotros de comer» (Lc 9,13); «[...] el que tenga comida comparta con el que no tiene» (Lc 3,11). Jesús proclama las bienaventuranzas y augura la felicidad a los hambrientos: «Bienaventurados los que tenéis hambre ahora, porque seréis saciados» (Lc 6,21). Igual que un padre o una madre se vuelcan con el hijo enfermo o con el que más los necesita, así también Dios tiene sus preferidos, cuyos gritos de súplica aparecen frecuentemente en los salmos. Ellos son los pobres y oprimidos, que san Lucas concreta en los que tienen hambre, los que lloran o los que son perseguidos (cf Lc 6,20-23). Hemos de convertir también nuestro corazón y nuestras opciones a las de Dios y hacer objeto de nuestra preferencia a los que no cuentan, los que no tienen, los que viven en el desconsuelo o la persecución. Es fácil encontrarnos con todas estas personas que llaman a nuestras puertas y apelan a nuestra compasión. Puede resultar más atrayente contemporizar con los que tienen y su estilo de vida, que con aquellos que viven en precariedad, pero ahí nos jugamos nuestra credibilidad como cristianos. Nuestra credibilidad y nuestra felicidad. «A rezar voy al culto» Cuando nos fiamos de Jesús y de su proyecto para nosotros, todo termina de una manera 8
esperanzadora. Verdaderamente, en su amor todo se multiplica. La conocida escena de la multiplicación de los panes y de los peces (cf Mt 14,13-21) ilustra ejemplarmente esta constatación. Panes que salen de su corazón y que a su vez vienen de corazones generosos. Peces que se comparten y que quitan el hambre. Su corazón grande, inmenso, siempre está en plena faena y movimiento. Hace falta que el corazón de Jesús multiplique nuestro pobre pan y nuestras redes vacías en tantas ocasiones... Multipliquemos con gestos, cercanía, oración y amor las situaciones en las que la fe ayuda a que nuestros corazones latan al ritmo de ese incomparable corazón que es el de Jesús. No olvidemos compartir panes y peces con los pobres. Que no nos suene a algo extraño. Como simpáticamente resalta el padre José Luis Pérez Castañeda en una de sus canciones[4], «Dios es amor, un “cacho” de pan, que por más que se reparte no se acaba jamás». Acerquémonos cada domingo a la Eucaristía, en la que se nos ofrece el banquete del Reino, para que él entre en nuestras vidas y nosotros mismos nos convirtamos en pan ofrecido y sangre derramada, que se descubre en el amor multiplicado. Y también invitemos a aquellos a los que «damos pan» a este banquete. A este respecto, en una conferencia que dio a los hermanos y hermanas de los Sagrados Corazones, citaba Sebastián Mora, secretario general de Cáritas española, el comentario que le hizo una mujer de etnia gitana: «A pedir voy a Cáritas, a rezar voy al culto». ¿Quizá nos limitamos a ofrecer pan pero no a integrar en la mesa de la fraternidad y de la amistad a aquellos a los que queremos servir? ¿Los pobres, los que tienen hambre, están en la lista de las tareas y no en la del disfrute? Eucaristía y oración. Para entrar en este clima de confianza y de apertura a la amistad con los excluidos es necesaria la oración, con el objetivo de pasar de la lógica de la tarea a la de la fraternidad. El evangelio subraya la idea de pedir continuamente, sin cansancio, hasta lograr obtener aquello que pedimos (cf Mt 7,7-11). En ese pedir cosas buenas a Dios no podemos olvidar, además, la plegaria por nuestros hermanos que sufren el azote del hambre en tantas regiones del planeta. Pedid por ellos y por los que vivimos en otros lugares donde el pan es de lo más común para que se transformen nuestros corazones y nos tomemos en serio la lucha por la justicia y el deseo hecho realidad de compartir con los que sufren la escasez y la privación del alimento.
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Pan y tentaciones Es una necesidad que toda persona ha de satisfacer para poder vivir: alimentarse y tener cubierto lo que es esencial para la subsistencia. Muchas veces a los que tenemos casi todo se nos olvida que nos falta el alimento que quita toda hambre: Jesús. Hemos de alimentarnos de él para convertirnos también en pan que quite el hambre de la existencia de los que se hallan tirados en la cuneta de la historia. Damos tantas vueltas a lo largo de la vida... Buscamos de un lado para otro sin parar. Hay algo en el fondo de nuestra existencia que nos llama a dar sentido último a nuestra vida. Y de ir y venir terminamos cansados, agotados, quizá por nuestra torpeza, nuestra frágil memoria o porque no acabamos de creernos que solo en Jesús hallemos el alimento que sacia nuestra hambre, nuestras búsquedas, nuestra sed de sentido. Nos contentamos con el maná efímero que nos ofrecen las alegrías igual de pasajeras. Al final, seguimos buscando y él sigue invitándonos, entregándose, repartiéndose: «Yo soy el pan de la vida» (Jn 6,35). Él es el nuevo maná que sacia nuestras ganas de plenitud. En su propia persona se nos ofrece el único alimento que puede proporcionarnos la paz de sentir que estamos en camino, en el verdadero camino. «No solo de pan» Sin embargo, se nos olvida fácilmente quién es el Pan de vida. Las tentaciones nos desvían del camino. En el desierto Jesús fue tentado porque fue por la vida como «uno de tantos». Esto quiere decir que fue tan sujeto de necesidades como cualquiera de nosotros; sin embargo, tuvo la lucidez de desenmascarar las trampas porque estaba «descentrado» de sí y referido radicalmente al Padre. Se le aparecieron realidades en apariencia muy atractivas que pretendían seducir su voluntad y su misión última, como la tentación del pan. Descriptivamente ambienta la escena san Mateo: Y después de haber ayunado cuarenta días y cuarenta noches, al final tuvo hambre. El tentador se acercó y le dijo: «Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en panes». Pero él respondió: «Está escrito: No solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios» (Mt 4,2-4).
Ir al desierto es también tener la valentía de dejar que Dios actúe, de vaciarnos de lo que no es de Él y detectar los espejismos que pueden atrapar lo mejor de nosotros mismos. Ante lo engañoso del tentador, el Maestro se deja guiar por la Palabra que circula por su organismo como expresión de su intimidad más íntima. Lo sintetiza con agudeza Dolores Aleixandre: Frente al ídolo del poder y del tener, él se mantiene en pie; frente al deseo de utilizar su condición de Hijo en su propio beneficio, elige el camino de la obediencia; frente al discurso del éxito y la fama, él elige el del servicio.
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El sacerdote Pablo Domínguez lo explicaba en los últimos ejercicios espirituales que predicó a las monjas cistercienses de Tulebras (Navarra) antes de morir en el descenso del Moncayo: Como somos tantos y tan diversos, el Señor nos mostró las tres tentaciones típicas en las que están todas incluidas. Elegir: esto es la vida. Cada día nuestro es volver a decir que sí a Dios, elegirle a Él ante circunstancias muy diversas [5].
No es fácil mantenerse en pie como Jesús en su «sí» incondicional al Padre, alimentarnos únicamente de su voluntad. Basta con que miremos tantos casos de corrupción en la vida social y política, realmente desalentadores porque sustentan los beneficios de unos pocos ignorando las carencias de los más desprotegidos. Incluso los más cercanos al Maestro están próximos a la tentación del poder, de tener un nombre, un buen puesto, ser gente importante. No, no, no va por ahí el camino de Jesús. Lo nuestro es servir. Lo nuestro es convertirnos en pan. Infierno enmascarado El jesuita José María Rodríguez Olaizola define magníficamente la tentación como «aquello que parece magnífico, pero que enmascara un infierno, porque sus consecuencias terminan siendo terribles». Terribles porque nos arrastran a lo peor de nosotros mismos o a privarnos de la propia libertad, subordinados a las más diversas ataduras, a sucedáneos del verdadero alimento. Tentaciones de ayer y de hoy, que tocan dimensiones fundamentales de la persona humana: el tener, el poder y el ganar. ¿Quién no se ha sentido tentado nunca por ese tipo de ansias? Jesús pudo sortear esas pruebas del desierto y lo hizo porque tenía muy clara cuál era su meta: amar. Quien ama se ríe de las tentaciones, porque está en otra onda, la de convertirse en alimento para los demás. El que vence la tentación se ve rodeado de la alegría rebosante del corazón que siente que su vida es «de» y «para» Dios y los hermanos.
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La mitad de los filetes En una audiencia general el papa Francisco expuso un ejemplo concreto de cómo educar en la obra de misericordia de dar de comer al que tiene hambre. Recordaba el ejemplo de tantos santos y santas que han dedicado su vida a quitar el hambre corporal y espiritual de tantas personas. Luego, pasaba a resaltar la figura de los padres actuales en la enseñanza de las obras de misericordia, que se han de asimilar con la práctica desde la infancia. Lo ilustró con esta significativa historia hogareña: Una vez, una madre de otra diócesis me contaba que quería enseñar esto a sus hijos, les decía que ayudaran, que dieran de comer al que tenía hambre. Tenía tres hijos. Una vez, el padre estaba en el trabajo y ella estaba sola con sus hijos a la hora de comer, sus hijos pequeños, de siete, cinco y cuatro años de edad. Llamaron a la puerta y había un señor que pedía de comer. Ella le dijo: «Espere aquí». Volvió a la cocina y les dijo a sus hijos: «Es un señor que pide de comer, ¿qué hacemos?». Ellos respondieron: «Le damos, le damos». Cada uno de ellos tenía un filete de carne con patatas fritas en el plato. Ella les dijo: «Le daremos la mitad de nuestros filetes». Pero ellos protestaron: «No, mamá así no funciona…». «Es exactamente así, debes dar de lo tuyo». Así esta madre enseñó a sus hijos a dar de lo propio. Este es un buen ejemplo que a mí me ha ayudado mucho. «Es que no me sobra nada…». ¡No! ¡Da de lo tuyo! Así nos enseña la Madre Iglesia y vosotras, tantas madres que estáis aquí ya sabéis cómo debéis enseñar a vuestros hijos. A que ellos compartan sus cosas con quienes lo necesitan[6].
Esta pedagogía, a la que nos invita el Papa, es muy importante. La familia ha de ser la primera escuela del compartir y de la generosidad. En otro tiempo las vidas de los santos[7] ilustraron el ambiente familiar. Teresa de Jesús, Ignacio de Loyola, Damián de Molokai han bebido en sus hogares la literatura de la santidad y eso les ha transformado en auténtica ofrenda para los que pasan necesidad. Un santo «especialista» en atender a los pobres fue san Vicente de Paúl. Él recomendaba lo siguiente a una hija de la caridad: Juana, pronto te darás cuenta de lo pesado que es llevar la caridad. Mucho más que cargar con el jarro de la sopa y con la cesta llena. Pero conservarás tu dulzura y tu sonrisa. No consiste todo en distribuir la sopa y el pan. Eso, los ricos pueden hacerlo. Tú eres la insignificante sierva de los pobres, la hija de la caridad, siempre sonriente y de buen humor. Ellos son tus amos, amos terriblemente susceptibles y exigentes, ya lo verás. Por tanto, ¡cuanto más repugnantes sean y más sucios estén, cuanto más injustos y groseros sean, tanto más deberás darles tu amor! Solo por tu amor, por tu amor únicamente, te perdonarán los pobres el pan que tú les das.
Poner «el corazón en las manos» La caridad no consiste solo en distribuir la sopa y el pan. Requiere de todo el amor del que uno sea capaz. Como diría san Camilo de Lelis, hemos de poner «el corazón en las manos». En el siglo XIX contamos con el ejemplo de la beata Rosalía Rendú, otra hija de la caridad. Con un pesado cesto en la mano repartía pan y alimentos en el barrio de Mouffetard en París. A sus hermanas solía decirles:
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Cuando recorro las calles y veo a tantas familias a las que les falta el pan, se me encoge el corazón.
Al mismo tiempo trató de buscar un bien más duradero, implicando a jóvenes laicos en la misión, entre ellos al beato Federico Ozanam, para estudiar el perfil de los empobrecidos y ayudarles en una instrucción que les abriera futuro para una vida digna. Será el embrión de las futuras Conferencias de San Vicente de Paúl. Una santa que propició el banquete, la alegría, el cuidar la repostería que sería ese querer endulzar la vida de los demás, fue la madre María Rosa Molas y Vallvé. En los escritos de la fundadora de las Hermanas de Nuestra Señora de la Consolación encontraron unos atípicos textos: recetas de cocina (postres, dulces, turrones, licores y aperitivos). Dedicada a los enfermos, los niños y los jóvenes, la santa repostera transformaba las casas de miseria en casas de misericordia. Los residentes tienen comida caliente y ropa limpia. Viven en familia. En ella encuentran el corazón de una madre. En la actualidad son muchos los «santos anónimos» que siguen realizando la magnífica obra de misericordia de dar de comer al que pasa hambre. Muchos de ellos son voluntarios en Cáritas o en Manos Unidas. La caridad y la creatividad se dan la mano para buscar salidas para los más excluidos. Cáritas, en Jerez de la Frontera, ha organizado una muestra de fotografías de Lope Campos, con el fin de transmitir las situaciones desesperadas de seres humanos cercanos. Se trata de cucharas que sufren, cucharas insolidarias, cucharas que huyen, cucharas refugiadas, cucharas a punto de ser tragadas por el sumidero de la vida, cucharas que las salvan. Un lenguaje simple y minimalista cargado de plasticidad y poesía, de simbología que pretende despertar conciencias, denunciar situaciones y, sobre todo, buscar ese lado solidario y humano hacia los demás, personas normales, anónimas, con las que nos montamos en el ascensor o nos cruzamos en la calle, pero a las que la vida en estos momentos les vuelve la espalda. Las fotografías no solo consiguen transmitir el mensaje estético conceptual, no acaban ahí, sino que ellas mismas, mediante su venta, se han convertido en herramientas activas al servicio de tan noble causa.
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El banquete Una imagen evangélica cargada de fuerza es la del banquete, la comida con la que queremos celebrar algo. Podemos decir que la vida es un banquete. O que algunas dimensiones o etapas de la vida son como un banquete. No se celebra un banquete sin invitados, por lo que esta realidad presenta un fuerte contenido comunitario. Jesús utilizó esa imagen en muchas ocasiones, y hablaba del banquete del Reino. En distintas parábolas aludió a los comensales, los invitados, los trajes de gala, los que se negaban a comer. Y no solo con imágenes, sino en su vida concreta, a través de las comidas que compartió con tantos, sin excluir a nadie de su mesa. Es más, la Pasión, esa lección de vida, amor y sentido, comienza con una última cena con los suyos. También habló de su propia vida como alimento (él es el Pan de vida, su cuerpo es comida, etc.). El banquete nos enseña mucho sobre la vida, la fe y el mundo. Es una comida especial, de mesa fraterna, de fiesta a la que todos estamos convidados. Hambre y deseo Como estemos a régimen o estemos hartos de otros menús, será difícil que nos apuntemos al banquete del Reino. Para ir a un banquete hay que tener hambre, tener ganas, estar abierto al deseo. Si no, poco apetecible nos resultará por muchas buenas recetas y compañía que nos ofrezcan. En Mt 22,1-14 nos encontramos con la parábola de la invitación de un rey a las bodas de su hijo. Los invitados pusieron diversas excusas para no acudir y por eso se quedaron fuera, saciados y satisfechos. Puede que incluso los convidados tuvieran ganas de ir a la boda, pero les surge hacer cosas de mucha importancia: aumentar nuestras propiedades, la ambición del éxito, las tareas cotidianas siempre tan urgentes… Con demasiada frecuencia, anulamos sin más los impulsos del corazón y, así, no se puede vivir. Nos resultan incómodos, no nos dejan tranquilos, y los anulamos mediante la actividad o, simplemente, callándoles la boca. Cuando un niño no quiere hacer algo que no le apetece o que le cuesta trabajo, se busca sus excusas para sortear las exigencias de los mayores. Sin embargo, el chaval está encantado cuando le ofrecen actividades o propuestas que le satisfacen. Nuestra relación con Dios puede ser, en ocasiones, infantil. Nos buscamos excusas y excusas para no escuchar sus invitaciones, le sorteamos como niños caprichosos e inexpertos. La pena es que nos perdemos la oportunidad de sentarnos a su mesa, los que tan cerca estábamos del lugar del banquete. Serán otros, los de fuera, los excluidos, los vagabundos, los de los arrabales, los pobres, los que sean admitidos a la gran fiesta organizada por Dios Padre. No obstante, siempre podemos cambiar nuestros «caprichos» porque el banquete está «ya» preparado y la participación en él depende únicamente de nuestra respuesta. En esta parábola, llama la atención la condición de ir con el traje de fiesta al banquete. No se trata de un capricho del rey sino de una forma de concienciarnos para que estemos atentos a la especial invitación que se nos hace. El traje es nuestra propia vida, lo que somos, con nuestras limitaciones y posibilidades. La invitación es a que vayamos a 14
presentarnos delante de Dios de una manera auténtica y transparente, con plena adhesión. No hace falta aparentar nada, ni ir con modelos sofisticados, porque Él nos va a revestir con el traje de su amor incondicional.
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Regalo de agradecimiento El banquete no solo ha de servir para saciar a los que nada tienen. El banquete en sí es expresión de fiesta, de acogida de la gracia y del Amor de Dios. En la inolvidable película El festín de Babette, del director danés Gabriel Axel, el agradecimiento rebosa el corazón de la protagonista. Babette es una refugiada que tiene que huir a una aldea de Jutlandia por la persecución durante la Comuna de París. Allí es acogida en su casa por dos hermanas ya mayores, miembros de una pequeña comunidad luterana, que sigue la herencia del padre de ambas y antiguo pastor. La presencia de Babette en las pequeñas tareas doméstica irá cambiando de forma sencilla y casi imperceptible la vida de Martine y Philippa, cuyos nombres hacen referencia a Martín Lutero y Philip Melanchthon. La revolución culmina, cuando Babette gana un importante premio de la lotería y decide gastárselo íntegramente en una cena que quiere ser un regalo de agradecimiento a este grupo que la acogió. La sorpresa que nos depara el banquete es que se trata de una parábola, en la mejor tradición evangélica, sobre la gracia. En una comunidad esclerotizada por una piedad rígida y una ética del cumplimiento, Babette, la francesa extranjera, es una visitación del propio Cristo que, simbólicamente, se expresa en el crucifijo que lleva colgado. Se despliega en la sobreabundancia en unos manjares que deleitando al cuerpo acaban por afectar al espíritu, «permitiendo la comunicación significativa y profundamente humana entre el alma encarnada y el cuerpo animado» [8]. Y, por último, conviene reseñar otro elemento peculiar del banquete del Reino al que estamos invitados. Según la parábola de san Lucas, es el dueño de la casa quien se ciñe el delantal y se pone a servir a sus propios sirvientes (Lc 12,35-38). Aunque nunca estaremos lo suficientemente preparados para recibir al Señor, lo cierto es que hemos de estar atentos a que Él venga a nuestra vida, ahora y al final de la misma. El Señor va llegando continuamente y puede que no estemos a punto para recibirlo porque andemos entretenidos en otros menesteres. Uno de los peligros fundamentales en esa falta de preparación para Lucas es el de dejarnos arrastrar por la riqueza y la acumulación de bienes materiales. Estar en vela es, en medio de la noche, de la oscuridad, del cansancio de la entrega, no ceder nunca al deseo de encontrarnos con Jesús por otros deseos menores. No empañar nunca las ganas de que él sea el centro de nuestra vida. La recompensa la recibimos cada día, pero encima, la parábola nos habla de que será el propio Señor el que se pondrá a servir el banquete. No hay duda, Dios siempre nos sorprende. ¡Estemos en vela!
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¿Hacer boicot? En la serie Merlí, que acaba de estrenarse en TV3 con el mayor índice de audiencia de la temporada, el protagonista, profesor de Filosofía y tutor de alumnos de 1º de Bachillerato, propone a su curso hacer un boicot a una campaña de recogida de alimentos que organiza el AMPA de su instituto. En una de las clases les dirige el siguiente razonamiento: ¿No será que lo que nosotros pretendemos es sentirnos bien con nosotros mismos? Esta campaña solo sirve para limpiar conciencias. Nosotros padecemos las consecuencia del enriquecimiento de algunos. Y, en lugar de pedirles explicaciones, nos convertimos en hermanitas de la caridad. ¿Por qué hemos de cumplir nosotros la penitencia de los que han organizado todo esto?... Nosotros pagamos impuestos para garantizar alimentos básicos para todos. Si alguno pasa hambre es que están gestionando mal los impuestos. No pienso poner un euro para arreglar lo que ellos han destrozado.
¿Limpiar conciencias? ¿Solo compromisos puntuales una vez al año? ¿Tendríamos que cuidar más la dimensión profética y denunciar las injusticias? ¿Se puede hacer un boicot de este tipo? Ante la necesidad de los que sufren y necesitan de pan, no podemos quedarnos de brazos cruzados sin actuar. La urgencia es la urgencia. Y si alguien tiene hambre hemos de «darle de comer». Pero eso no quita para poner en cuestión los sistemas económicos que subordinan la dignidad de las personas. En este sentido la doctrina social de la Iglesia no se cansa de denunciar las injusticias. En un discurso con un amplio eco, que dirigió el papa Francisco en el marco del Encuentro mundial de movimientos populares[9], advertía: La otra dimensión del proceso ya global es el hambre. Cuando la especulación financiera condiciona el precio de los alimentos tratándolos como a cualquier mercancía, millones de personas sufren y mueren de hambre. Por otra parte se desechan toneladas de alimentos. Esto constituye un verdadero escándalo. El hambre es criminal, la alimentación es un derecho inalienable. Sé que algunos de ustedes reclaman una reforma agraria para solucionar alguno de estos problemas, y déjenme decirles que en ciertos países, y acá cito el Compendio de la doctrina social de la Iglesia, «la reforma agraria es además de una necesidad política, una obligación moral» (Compendio de doctrina social de la Iglesia 300).
De la santidad al comunismo Estar de parte de los pobres, alzar la voz de los que pasan hambre, conlleva unas consecuencias muy claras que pueden llegar incluso al martirio. Mostrar los rostros que produce la «cultura del descarte», poniendo al descubierto a aquellos que llevan a crucificar a los pobres es peligroso pero necesario. Se termina el «alabar la Iglesia pobre para los pobres», para pasar a convertirse en una Iglesia perseguida, mártir. Con fuerza expresaba significativamente el obispo brasileño Helder Cámara: Si doy pan a un pobre me llaman santo, pero si pregunto por qué un pobre no tiene pan, me llaman comunista.
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Identificados con el pan Jesús es el verdadero alimento (cf Jn 6,55.60-69). Es el Pan de la vida. ¿Qué consecuencias puede traer esta declaración para nuestra vida? Hacerse «pequeños» El pan es el alimento más sencillo y básico. Jesús nos propone hacernos (y él da el primer ejemplo) cercanos, humildes, sencillos, sinceros y austeros en lo cotidiano. Nos invita a ser levadura en medio de la masa. Vamos precisamente a centrarnos en una parábola que nos pone con las manos en la masa, en la masa para hacer el pan (Mt 13,33; Lc 13,20-21). Lo primero que nos llama la atención es la desproporción. Con muy poca cosa, un poco de levadura, se logra un fin que es espléndido: una enorme hogaza de pan. Las tres medidas de harina a las que alude la parábola equivalen a una efa hebrea, es decir, 40 kilos aproximadamente. Esto supone que un poco de levadura hace fermentar la cantidad de harina que proporciona comida para más de cien personas. Esta levadura transforma, no deja, evidentemente, la masa igual. ¿Qué pasa cuando la levadura del Reino penetra en los poros de nuestra vida? Que nos transformamos. Es una levadura que nos afecta, que nos hace crecer, que nos compromete como personas en el ámbito familiar, laboral, social, etc. Me gusta la levadura porque no se nota. Podríamos decir que es discreta, humilde. Así actúa el Reino, así actúan los actores del sueño de Jesús: sin que se note, transformando, aportando su granito de arena para que el Cielo llegue cada vez más, misteriosa y silenciosamente, a nuestra tierra. El Reino se va abriendo paso sin triunfalismos, como la levadura en la masa. Sus inicios son pequeños, como pequeños somos cada uno de nosotros comparados con la grandiosidad del Universo. Pero esta pequeñez es maravillosa. ¿No es maravilloso que una porción de levadura termine por fermentar un pan que va a saciar a un centenar de personas? La medida de la levadura nos lleva a cambiar nuestros esquemas y medidas. Pensar y actuar en clave de Reino es, en primer lugar, meter las manos en la masa, pringarnos y, luego, dejarnos admirar y condicionar no por nuestros pesimismos, sino por la fuerza transformadora de lo pequeño, auténtica banda sonora del proyecto de Jesús. Concretar Este mundo necesita más que el comer –nunca mejor dicho– la capacidad de concreción, de no salirse por las ramas, sino de arrimar el hombro a la realidad del hambre y de las demás necesidades que vislumbramos en nuestro entorno más o menos inmediato, con una conciencia de alcance planetario, que nos lleva a un compromiso sin posponerlo como una tarea más para otro momento.
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Dadles vosotros de comer (Lc 9,13).
Este mandato es muy concreto. Estamos, con frecuencia, retrasando nuestra entrega a un más allá que nunca llega. Mientras, a nuestro lado, el hermano que ha puesto Dios en nuestro camino sigue pasando hambre. ¡Es hora de actuar! Darse del todo Cuando alguien da comida a otro, de alguna manera se queda sin ella por el bien del otro. El alimento no es como otro tipo de objetos que no se gastan por el uso. La comida ofrecida queda entregada para siempre, del todo. Así nos invita Jesús a darnos: del todo, a fondo perdido. No nos pide que nos demos «un poquito», «un trocito» o «a veces». No «de lo que me sobra», o «dependiendo de las circunstancias» o dando solo a «mis amigos». ¡Que le pregunten a Jesús en la Cruz si estaba muriendo a medias! Que le pregunten si su vida entera fue una donación a medias, calculada y mediocre. ¡Su entrega fue total! Una entrega así es difícil de asumir, por eso tantos le abandonaron y le siguen abandonando en la actualidad. Sin embargo, otros sí que se atrevieron a hacerse pan – trigo molido como los mártires–. Descubrieron que «solo Dios basta», como la gran Teresa de Jesús. Jesús desea también que nosotros seamos, en pleno siglo XXI, de esas personas que sí quieren seguirle, que sí quieren saciar el hambre de pan y el hambre espiritual de sus contemporáneos. Entregarse como Jesús. Solo eso basta.
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Una obra de arte: Multiplicación de los panes Aproximarnos al arte nos ayuda a tener una actitud contemplativa y nos conduce a admirar la belleza de la fe. Los que vayan a la catedral de Santa María la Real de la Almudena, de Madrid, encontrarán el mosaico Multiplicación de los panes en la capilla del Santísimo, obra realizada por el Centro Aletti en junio de 2011[10]. Teología y arte se dan la mano de manera admirable. En la narración de la multiplicación de los panes solo Juan (cf Jn 6,1-15) subraya un detalle: que los cinco panes y los dos peces se los daba a Cristo un muchacho. Esta referencia nos permite subrayar otra verdad teológica y litúrgica, incluso el más pequeño don nuestro que entreguemos a Cristo, en sus manos, se hace inmenso e ilimitado igual que su amor, que es universal. Cualquier donación que hacemos, sobre todo cuando es de nosotros mismos, se expande por la corriente de la comunión de Amor de Dios. En muchas oraciones, después del ofertorio, se explicita cómo nuestra humilde entrega se convierte en bien para muchos. Por ejemplo, en la oración sobre las ofrendas de la Solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo: Te ofrecemos, Señor, el sacrificio de la reconciliación de los hombres pidiéndote humildemente que tu Hijo conceda a todos los pueblos el don de la paz y la unidad. Por Jesucristo nuestro Señor.
Por ese motivo de la donación se ha colocado la escena de la multiplicación dentro de una iglesia, en cuanto que el cuerpo de Cristo es la Iglesia. Hermosa nota que vincula este milagro en el marco de la fraternidad como lugar privilegiado para la dádiva y el compartir. Ojalá también en nuestro trato con los necesitados algún día puedan sentirse de verdad parte del cuerpo eclesial. No los dejemos a la puerta. Seamos creativos para que sientan la Iglesia como su casa. El niño que entrega los panes está a la puerta de la iglesia, en el límite entre el mundo y la Iglesia, entre la creación y la Iglesia. Así se hace visible cómo lo que es asumido en la liturgia pasa, en Cristo, y se transforma en un don universal: el pan no solo se convierte en el verdadero Pan, es decir, Cristo, sino en pan ofrecido por muchos. Efectivamente, son siete panes para siete cestas, es decir, una multitud infinita. Además, el discípulo que distribuye el pan está muy trabado con los vestidos de Cristo para indicar la sucesión del sacerdocio y la universalidad del único sacerdocio, el de Cristo sacerdote. Para no olvidar nunca que todo es don de Dios, que todo es gracia del que se ofreció por nosotros por puro Amor. Más bueno que el pan, se hizo alimento para aliviar nuestra hambre de sustento y nuestra sed de existencia, mostrándonos una nueva manera de estar en el mundo: ser pan para los demás.
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Oración: Ser pan Me gustaría concluir estas reflexiones con una oración del sacerdote Rafael Prieto Ramiro que llevo rezando desde hace años. Creo que no se puede componer una plegaria más bonita y motivadora para convertirse en pan. Animo a rezarla delante de la Eucaristía, en la capilla del sagrario de nuestra parroquia, iglesia o capilla, en la intimidad de nuestro hogar o en medio de la naturaleza. Ojalá nos ayude a identificarnos con el que se hizo Pan por Amor. Cristo se hace pan y nos invita a que, alimentándonos de él, nos hagamos pan también nosotros. Puede que sea bonito; pero desde luego no es nada fácil hacerse pan. Significa que ya no puedes vivir para ti, sino para los demás. Significa que ya no puedes poseer nada, ni cosas, ni tiempo, ni talentos, ni libertad, ni salud: todo lo tuyo ya no es tuyo, es de y para los demás. Significa que tienes que estar enteramente disponible, a tiempo completo. Ya no puedes protestar si te exigen mucho, si te molestan mucho, si te llaman a cualquier hora y para cualquier cosa. Significa que debes tener paciencia y mansedumbre, como el pan, que se deja amasar, cocer y partir. Significa que debes ser humilde, como el pan, que no figura en la lista de los platos exquisitos, está ahí, siempre, para acompañar. Significa que debes cultivar la ternura y la bondad, porque así es el pan, tierno y bueno; y, por lo tanto, debes anular todo sentimiento de violencia o rencor. Significa que debes estar siempre dispuesto al sacrificio, como el pan que se deja triturar. Significa que debes vivir siempre en el amor más grande, capaz de morir para dar vida, como el pan. Déjate amasar por las contrariedades, los trabajos y los servicios a favor de los hermanos. Déjate cocer por el fuego del amor y del Espíritu. Después ya podrás ofrecerte a todos los que tengan algún hambre.
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Índice Prólogo Un test para revisarnos Una vaca en el cielo Pan y tentaciones La mitad de los filetes El banquete Regalo de agradecimiento ¿Hacer boicot? Identificados con el pan Una obra de arte: Multiplicación de los panes Oración: Ser pan
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[1] P APA
F RANCISCO, El nombre de Dios es Misericordia. Una conversación con Andrea Tornielli, Planeta, Barcelona 2016, 106. Es conveniente conocer los estudios y análisis que publica dicha Fundación, en torno a la exclusión social y desarrollo en España, en su web: www.foessa.es. [3] P. P ELLEGRINO, La tienda del alma. Cuentos con sprint, Paulinas, Madrid 2014, 23. [4] Los que deseen la canción «Un cacho de pan» pueden enviar un mensaje solicitándola de forma gratuita a este correo:
[email protected]. [5] P. DOMÍNGUEZ P RIETO, Hasta la cumbre. Testamento espiritual, San Pablo, Madrid 200914, 44. [6] Audiencia General en la Plaza de San Pedro del miércoles 10 de septiembre de 2014. [7] Para inspirarnos en los santos recomiendo la lectura de MasterChef de la santidad. Santas y santos para «abrir boca», San Pablo, Madrid 20142. [8] Como explica Peio Sánchez en el blog Cine espiritual para todos: http://blogs.periodistadigital.com/cine-espiritual.php. [9] En Santa Cruz de la Sierra (Bolivia), el 9 de julio de 2015. [10] Se puede contemplar el mosaico en este enlace: http://www.centroaletti.com/spa/opere/europa/91b.htm. [2]
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