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COMBATIENDO AL CAPITAL (1973/1976) Rucci, sindicatos y Triple A en el sur santafesino
JORGE CADÚS - ARIEL PALACIOS
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La memoria es una cajita que revuelvo sin solución. No encuentro umbrales. ¿Es una forma de la emoción? A medias sola, odiada, prospera su ira de fuego. Juan Gelman.
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Pròlogo cantado ”Rucci traidor / a vos te va a pasar / lo que le pasó a Vandor”. Aquel canto, entonado por miles de gargantas cuando la década del ‟70 recién amanecía, se hizo grito, pólvora y sangre. Se hizo acto. Corrían tiempos en donde las consignas se escribían con los cuerpos. No existía distancia entre palabra y acto. No había entonces abismo entre lo dicho y lo hecho. Ese abismo trazado por la dictadura militar primero, por el alfonsinismo y el menemismo después. El mismo abismo que permite hoy que mercenarios de la palabra sean voces autorizadas para contar aquellos hechos. Pero hablamos de una consigna, hecha canto y acto. Hablamos de cuando palabra y acción iban de la mano. Dos caras de la moneda de la política. Y no sólo las consignas se escribían con el cuerpo. Allí estaba la historia, esa hoja en blanco, que si era necesario se escribía con tinta sangre. Entonces José Ignacio Rucci cae muerto bajo las balas de la organización Montoneros, tinta sangre de la historia reciente. “Rucci traidor / saludos a Vandor”
Allí esta historia. Escrita con la voluntad y -de ser necesario- con los fusiles. Con los cuerpos. La necesidad de contarla, de entenderla, para entender también -y sobre todonuestro tiempo. La persistencia de aquellas estrofas cabreras que repiquetean con fuerza en la conciencia nacional. “a la gran masa del pueblo / combatiendo al capital”
Miles de voluntades escribiendo la historia con sus cuerpos. Palabras y actos, vidas militantes que serán saqueadas por el terrorismo de Estado. Abiertamente desde 1976, con la instalación de la dictadura militar, pero -y como lo demuestra este trabajo periodístico- ya desde 1973, con el accionar de bandas paramilitares que trazaron en el sur de la provincia de Santa Fe su geografía de represión y muerte.
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“Qué pasa qué pasa qué pasa General / que está lleno de gorilas el gobierno popular”
A más de tres décadas de haber sellado su nombre al terrorismo de Estado, los móviles y el accionar de la Alianza Anticomunista Argentina -o Triple A- sigue siendo un tema a profundizar. Asociada frecuentemente a las luchas internas en el peronismo de los „70, su historia, sin embargo, resulta ser bastante más compleja. Este libro intenta dar cuenta de ello. Las preguntas que empujan esta investigación son preguntas por el presente de una región que, desde el cordón industrial del Gran Rosario a las ciudades de Firmat y Villa Constitución, pasando por Alcorta y San Nicolás, tiene aún mucho que decir sobre las violencias pasadas en tanto determinantes de la actual geografía social y económica. “San José era radical y la Virgen socialista / y tuvieron un hijito montonero y peronista”
Del radicalismo al peronismo, el drama de dos movimientos que incluyeron a amplios sectores de la población a la vida política argentina. Y cuya composición y conflictos intestinos expresaron el otro entripado: el de las clases sociales a la hora de ir por el fuego, la movilización, la ley, la tumba, el billete o el silencio. Entre ambos ese nexo posible, que acaso permita pensar ese friso de dignidades y traiciones que son nuestro pasado y nuestro presente: la vida, la muerte y el después del alcortense José Ignacio Rucci. Y las vidas robadas del más de medio centenar de militantes políticos y sociales que desde 1973 a 1976- fueron víctimas del terrorismo de Estado en la región. Vidas que este libro intenta, en un trabajo todavía incompleto- apenas nombrar. “Patria o muerte / venceremos”
Estamos convencidos, desde nuestro oficio de periodistas, de aquello que nos enseñaran las Madres de los pañuelos hace tanto tiempo atrás: el antónimo del olvido no es la memoria. Es la justicia.
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Actos La Comuna de Alcorta, a través de la ordenanza número 1689/07, premió en acto público a “uno de sus hijos más dilectos”. Fue el 26 de septiembre de 2007, un día después de haberse cumplido treinta y cuatro años de su muerte. Se trataba de José Ignacio Rucci, pregonero, peón, limpiador de tripas, bombonero, mozo de bar, obrero fabril, líder sindical, y la citada ordenanza enumeraba razones y decisiones: “Que este incansable trabajador es un hito dentro de nuestra historia nacional y merece ser homenajeado por la tierra que lo vio nacer. Que es justo homenaje a su persona otorgar su nombre a la plaza que se encuentra sita entre las calles 9 de Julio y Alvear. Que dicho espacio público será además sitio para albergar un busto con la enaltecida figura de don José Ignacio Rucci”. Los redoblantes y el clamor de las decenas de hombres con pecheras de la Unión Obrera Metalúrgica (UOM), llegados a Alcorta en colectivos rentados para la ocasión desde seccionales como Campana o La Matanza, dieron la nota de color en medio de los discursos de las autoridades locales, provinciales y gremiales. Así, se dijo, este pueblo del sur de Santa Fe saldaba su deuda con el “pequeño gran gigante: uno de los mentores del regreso en 1973 de Juan Domingo Perón al país”. El acto, en el que la palabra “Montoneros”, agrupación responsable de la muerte del dirigente, sobrevoló sin ser mencionada, sirvió de plafón para que el hijo del extinto, Aníbal Rucci, dejara sentada su posición respecto de la violencia política de los años ‟70, el papel que jugó su padre en ese contexto como representante de la UOM y secretario
general
de
la
Confederación
General
del
Trabajo
(CGT)
y,
fundamentalmente, sobre las nociones de justicia y verdad histórica: “Ayer me llamaban de muchas radios diciéndome que se cumplían treinta y cuatro años del asesinato de José Ignacio Rucci. Yo dije „no, están equivocados: se cumplen treinta y cuatro años de impunidad‟”, sostuvo Aníbal Rucci, y agregó que “por eso ayer en La Chacarita me tomé el atrevimiento, con todo respeto y con toda humildad, de decirle al presidente de la Nación, a nuestro presidente de la Nación, respetando su investidura, que tome en cuenta que José Ignacio Rucci también está dentro de los Derechos Humanos”. Tales definiciones, lejos de ser inocentes, pudieron perderse en la simple proclama, pero lo cierto es que volvieron a poner en escena las claves de una década que marcó a la
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Argentina del nuevo siglo: el drama del peronismo, dividido entre ortodoxos y revolucionarios; el rol de buena parte del sindicalismo en esa puja, con participación directa en la llamada Triple A (Alianza Anticomunista Argentina), grupo parapolicial nacido para controlar el avance de los “zurdos” dentro del movimiento y más allá de él; la supuesta “igualdad de fuerzas” a la hora de pensar la acción de los grupos guerrilleros, tanto peronistas como marxistas, y de los aparatos del Estado puestos al servicio de una cacería a secas, funcional al poder del capital concentrado; la reconstrucción de esos hechos, su relato y su traducción a escala judicial.
Fue en la mañana del 26 de septiembre de 2007 y en Alcorta, lugar donde, amén de una plaza y un busto, nada pareció tener demasiada relación con esos sucesos. Sin embargo, una historia que no admite elegías estaba ahí, al alcance de la mano.
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Lo que vendrá A mediados de 1973, a los pocos días de la asunción de Héctor Cámpora como presidente de los argentinos, un curioso accidente automovilístico sesgaba la vida de una enfermera, al tiempo que dejaba gravemente heridas a otras dos personas. El dato sería anecdótico, si no fuera porque los tres ocupantes del automóvil eran delegados gremiales, y por esos días encabezaban la toma del Hospital General San Martín de Firmat, ciudad a la que regresaban después de una reunión con las autoridades de gobierno provinciales en Santa Fe capital. La muerte de aquella trabajadora y dirigente sindical se constituye, a la luz de la historia que vendrá, en el primer atentado perpetrado en el país por uno de los grupos de tareas —o patotas— que confluirán, poco tiempo después, en la organización paraestatal denominada Triple A. “Después de la dictadura militar 66-73, el 25 de mayo de 1973 quedó restablecido el orden constitucional. Pero finalizados los 49 días de la presidencia de Héctor Cámpora (25 de mayo-13 de julio de 1973), durante las presidencias de Lastiri (13 de julio - 12 de octubre de 1973), Perón (12 de octubre - 1 de julio de 1974) y sobre todo durante la presidencia de Isabel Perón (1 de julio de 1974 - 24 de marzo de 1976) la represión siguió un ritmo creciente contra peronistas de izquierda, líderes sindicales antiburocráticos, activistas sindicales de las grandes empresas, abogados, periodistas”, relata Alejandro Teitelbaum en el artículo Represión en Argentina y memoria larga, publicado en abril del 2006. Teitelbaum recuerda que el informe Nunca Más, elaborado por la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (Conadep), “contabilizó 458 asesinatos durante ese período (19 en 1973, 50 en 1974 y 359 en 1975), obra de grupos parapoliciales, que actuaron principalmente con el nombre de 'Triple A', dirigida por José López Rega, ministro, sucesivamente, de Cámpora, Lastiri, Perón e Isabel Perón y secretario privado de los dos últimos”. En su libro Historia de la Censura, Fernando Ferreira certifica: “La complicidad del Estado con los crímenes era evidente. La pérdida del valor de la vida corría paralela con el cercenamiento de las libertades democráticas”. Persecución en las universidades y en las fábricas, intervención de medios de comunicación, prohibición de revistas, películas y libros, detenciones y fusilamientos. La Triple A escribía con sangre el oscuro prólogo
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de los años por venir. Comisarios de la policía federal; agentes de las policías provinciales; militares retirados y en actividad; matones de las patotas sindicales; delincuentes comunes; más la complicidad de la embajada norteamericana, dieron forma a esta organización que actuó con impunidad, organizada y coordinada desde las estructuras mismas del poder de los estados provinciales y nacional. La Triple A llegó a publicar periódicamente en los medios de difusión masiva listados con los nombres de aquellas personas que serían asesinadas si no abandonaban el país. En los años que van de fines de 1973 hasta marzo de 1976, la organización paramilitar cometió no menos de un millar de asesinatos. Para la historia más difundida de la Triple A, su presentación fue en noviembre de 1973, en un atentado donde resultó gravemente herido el diputado radical Hipólito Solari Yrigoyen. Sin embargo, éste trabajo periodístico revela más de medio centenar de muertes en estos arrabales del sur de la provincia de Santa Fe, parte de una larga y siempre incompleta lista de atentados, secuestros y amenazas, demuestran que los grupos parapoliciales, sostenidos con el dinero de grandes empresas de la región, funcionaron todavía antes de la aparición de la denominación Triple A, que en la práctica pudo servir a los fines de coordinar la acción de estos grupos en los grandes centros industriales del país. Como bien lo describe Alejandro Teitelbaum en el trabajo citado: “ya antes había comenzado la represión contra el movimiento obrero: el 17 de julio de 1973 fue intervenida la CGT de Salta y en esos días se produjeron ataques armados contra la CGT, SMATA y Luz y Fuerza de Córdoba. Dicha represión incluyó también en 1973 el asesinato de militantes sindicales: Carlos Bache, del Sindicato de Ceramistas de Villa Adelina, el 21 de agosto, Enrique Damiano, del Sindicato de Taxistas de Córdoba, el 3 de octubre, Juan Ávila, de la Construcción de Córdoba, el 4 del mismo mes, Pablo Fredes, de Transportes de Buenos Aires, el 30 de octubre, Adrián Sánchez, de Mina Aguilar, Jujuy, el 8 de noviembre de 1973. Los asesinatos políticos, de abogados y otros profesionales y de activistas sindicales siguieron en 1974 y 1975 a un ritmo creciente, y los sindicatos más combativos fueron intervenidos y sus dirigentes encarcelados”. El atentado de junio de 1973 en las cercanías de Firmat, las muertes en octubre de ese año del periodista José Colombo, en San Nicolás, y del dirigente peronista Constantino Razetti, en la ciudad de Rosario, llevan tempranamente las marcas de esa organización.
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Marcas que anticiparon los métodos que los grupos de tareas de la dictadura, a partir de marzo de 1976, harían abierta política de Estado. Y que demuestran también el accionar de estas bandas todavía antes de su organización y coordinación desde el Ministerio de Bienestar Social de la Nación. Acciones pagadas con fondos provenientes de empresas asentadas en la región, y con la participación de uniformados y miembros de la pesada de diversas organizaciones gremiales, y el conocimiento y la aprobación de funcionarios de los gobiernos de turno. Como herramienta de control de las patronales sobre las organizaciones sindicales, como instrumento de los sectores dominantes de la Argentina de los tempranos '70 para mantener sus privilegios, la Triple A se inscribe en un registro histórico, también en la crónica política de nuestro país. Allí está, antepasado aristocrático pero igualmente temible, la llamada Liga Patriótica, nacida en enero de 1919 como brazo paramilitar del gobierno radical encabezado por Hipólito Yrigoyen, en su política represiva contra las organizaciones obreras. En el libro Nada más que la verdad los periodistas Martín Granovsky y Sergio Ciancaglini remarcan que “la Triple A empieza a instalar la idea de que los muertos podían ser 'subversivos', una palabra que podía abarcar a un sacerdote, un delegado gremial, un profesor, un militante político o un estudiante (...) aunque no empuñara armas ni formase parte de grupos guerrilleros”.
Cruces / Desde la historia. El terror y sus ligazones La historia de las fuerzas paraestatales o parapoliciales en la Argentina no es privativa de la década del ‟70. Podríamos ubicar su comienzo en los años inaugurales de nuestras democracias, durante el gobierno de Hipólito Yrigoyen, referente de la Unión Cívica Radical y primer presidente de la Nación elegido por la ley de sufragio universal, secreto y obligatorio en 1916. Dicho acontecimiento abrió la puerta a la participación política de nuevas franjas de la comunidad, y al mismo tiempo inició un período de desconfianza e intrigas en las clases acomodadas, temerosas de que la derrota en las urnas hallara su reflejo en una derrota económica. Para éstas, la preocupación que generaba la demanda obrera, en coyunturas dominadas por las consecuencias de la Primera Guerra y en un país basado principalmente en la exportación de materias primas, se sumó al rechazo por la figura
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caudillezca del líder radical, supuestamente blando y permisivo ante el reclamo de los trabajadores y de la “chusma” en general. El peligro de una “disgregación nacional” corporizado en las masas inmigrantes, y el correspondiente rescate de los símbolos de la “argentinidad”, incluida la imagen de los gauchos a los que pocas décadas antes habían eliminado, ejército mediante, constituyeron el primer argumento de las elites. A esto se agregó el temor de que las influencias de la revolución rusa de 1917 tuvieran un eco favorable en estas tierras, sospecha basada en el auge del anarquismo y el socialismo entre los obreros. El móvil que empujó a las elites a cambiar declamaciones por armas tuvo lugar en Buenos Aires, en el verano de 1919, con la huelga de trabajadores metalúrgicos de la firma Vasena. Estos hechos, que por sus sangrientas consecuencias son recordados hasta hoy como los de “la semana trágica”, marcaron un cambio en la política de Yrigoyen respecto de su intervención en los conflictos sociales, apelando esta vez a la represión, y dieron origen a un grupo parapolicial señero en las minucias del reviente: la Liga Patriótica Argentina. “Confluyeron en ella los grupos más diversos: la Asociación del Trabajo —una institución patronal que suministraba obreros rompehuelgas—, los clubes de elite, como el Jockey, los círculos militares —la Liga se organizó en el Círculo Naval—, o los representantes de las empresas extranjeras. Conservadores y radicales coincidieron y se mezclaron en los tramos iniciales —su presidente, Manuel Carlés, fluctuó durante su vida entre ambos partidos— y el Estado le prestó un equívoco apoyo a través de la Policía”, dice el historiador Luis Alberto Romero en su libro Breve historia contemporánea de la Argentina. Más allá de la obvia responsabilidad del yrigoyenismo en esta cuestión, el escritor y periodista Osvaldo Bayer concibe a la Liga en términos de clase, con base, justamente, en las clases altas y media alta. “Todos aquellos que tienen algo que perder en caso de un alzamiento obrero, si bien saben que cuentan con el ejército como aliado, no por ello dejan de preparar sus autodefensas”, afirma en su investigación La Patagonia Rebelde. Quienes han estudiado este fenómeno en detalle expresan que una de las facetas a destacar a la hora de hablar de la Liga Patriótica es la difusión y organización que logró, alcanzando sus brigadas a extenderse a lo largo y a lo ancho del país, abarcando ciudades y zonas rurales. “Lo más importante de la Liga Patriótica fue, tal vez, su organización en los más alejados pueblos y el espíritu de cohesión que dio a patrones y
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propietarios, además de la influencia que tuvo en autoridades, en las fuerzas armadas y en la policía”, sigue diciendo Bayer. En cuanto a uno de sus principales cerebros, Manuel Carlés (para muchos un predecesor del López Rega de los ‟70), en el artículo Gualeguaychú 1921: apuntes sobre la cuestión social, el historiador Darío Carraza sostiene que “éste llegó a crear cerca de mil brigadas de la Liga Patriótica en todo el país”, y agrega que tal agrupación “no quería quedarse sola en su lucha contra las ideas progresistas; es por ello que se encargaba de estimular a sus aliados. Periódicamente repartía premios y condecoraciones entre agentes de policía, pesquisas, bomberos, comisarios, soldados, suboficiales y oficiales del ejército y la marina”. Las llamadas “brigadas femeninas” también formaron parte de la Liga, lideradas por mujeres pertenecientes a familias de cómoda posición económica, e integradas incluso por empleadas domésticas y trabajadoras fabriles unidas en el catolicismo. La actividad de este grupo parapolicial no fue menor en el desgaste de aquella incipiente democracia. Su razón de ser, en resumen el control de toda agitación y organización que pusiera en cuestión el poder del establishment, fue reconocida a toda pompa a partir del primer golpe de Estado de la historia argentina, ese que en 1930 terminó con el segundo mandato de Yrigoyen y llevó al gobierno al general José Félix Uriburu. La Liga Patriótica no estuvo sola en su “batalla”: tal vez con menor trascendencia, aunque igualmente temibles, la Liga Republicana, la Legión de Mayo, la Legión Cívica aportaron lo suyo al terrorismo paraestatal. En relación a estas estructuras represivas, con la salvedad en este caso de una firma oficial contante y sonante, merece mencionarse la Sección Especial contra el Comunismo, creada durante la presidencia de Agustín P. Justo (1932-1938). El sur de Santa Fe, desde luego, no estuvo fuera del radio de acción de tales organismos. Desde los años ‟20, muchos líderes sindicales, obreros y chacareros conocieron sus métodos, aunque ese huevo incubara una serpiente aún más brutal. Un animal que hacia la década del ‟70 sinceraría su alianza con el gran capital a pura y desgarradora mordida.
La campaña del '72 Hacia 1972 se lanzan las candidaturas para las elecciones que devolverían al país a la democracia, cumplido el tiempo de las dictaduras encabezadas por los generales Juan
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Carlos Onganía, Roberto Levingston y Alejandro Agustín Lanusse. El Frente Justicialista de Liberación Nacional (FREJULI), bajo la candidatura de Héctor Cámpora y Vicente Solano Lima, reuniría al Partido Justicialista con diversos aliados: el Partido Conservador Popular, la Democracia Cristiana, y —entre otros— el Movimiento de Integración y Desarrollo (MID). “La reimplantación del Estado de Derecho se lograba ante una sociedad hipermovilizada”, señala la licenciada en historia Lilian Ferro en su ensayo Mujeres y participación política. El caso de Santa Fe en los '70. Al mismo tiempo, la autora describe la geografía social de los primeros años de la década del '70 como una instancia a la cual sectores de la resistencia peronista, “con sus organizaciones armadas y grupos consolidados de militancia de base” llegan enfrentados “con la burocratización de sectores sindicales y partidarios peronistas”. En la provincia de Santa Fe, el Partido Justicialista rechazó la fórmula de FREJULI integrada por Carlos Sylvestre Begnis, del MID, y Eduardo Félix Cuello, hombre del peronismo ligado a la Unión Obrera Metalúrgica (UOM). Una fórmula encabezada por el capitán retirado Antonio Campos y el dirigente sindical Alberto Bonino, surgió para disputar el poder provincial. Campos “había hegemonizado el proceso de la reorganización partidaria provincial, desplazando no sólo a sectores de izquierda o combativos, sino también a un conjunto de dirigentes 'tradicionales' y representativos del peronismo provincial. Ello provocó un fuerte embate, entre otros, de la UOM, la UOCRA y el Sindicato de la Carne”, cuenta la historiadora Cristina Viano. La negativa del capitán retirado a abrir las listas a representantes de otros sectores definió entonces que el justicialismo concurriría dividido a las elecciones del 11 de marzo de 1973. El sistema adoptado para las elecciones fue el ballotage, que planteaba una segunda vuelta para el caso en que ningún candidato superara el 50 % de los votos. La división de la principal fuerza electoral motivó un nuevo llamado a las urnas, el 15 de abril de aquel año. Allí, la fórmula de Sylvestre Begnis y Cuello se alzó con la mayoría de los votos. El veterano líder del MID llegaba al gobierno de la provincia, como en 1958, de la mano de los votos peronistas. El joven abogado Roberto Rosúa fue el funcionario más cercano a Sylevstre Begnis. Se conocían desde la primera mitad de la década del cincuenta. Lo acompañó como
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concejal, director de Trabajo, diputado provincial ucrista en la presidencia de Arturo Illia, y fue su abogado personal durante la dictadura del general Onganía. En su artículo Cuando el sur fue gobierno, Miguel De Marco cuenta que “en la campaña de 1972 tuvo una actuación de primer orden valiéndose de su capacidad como hombre de enlace entre el MID y el peronismo”. Rosúa, dice De Marco, era uno de los abogados que “trabajaron por la libertad de los presos políticos de origen justicialista detenidos por el gobierno militar. En ese rol de enlace, Rosúa compartió aquella campaña con exponentes de la vieja guardia del '45, como el “Colorado” Di Marco; y con representantes del sindicato de la Carne, como el “Lalo” Cabrera; del calzado, los garagistas y la poderosa UOM. Por su parte, Viano describe aquella campaña, que “se caracterizó por mujeres y hombres en las calles, por multitudinarios actos en plazas y parques animados sobre todo por sectores juveniles”.
La utopía color del río Recostada sobre el río Paraná, el río marrón pariente del mar, Villa Constitución resguarda parte de la historia obrera. A 53 kilómetros de Rosario y a sólo 7 kilómetros de San Nicolás, la ciudad se convirtió —gracias a empresas como Acindar, Metcon, o Marathon— en un punto fundamental en ese cordón industrial que supo dibujarse desde La Plata hasta Puerto General San Martín. Hacia 1970, el Departamento Constitución, en el sur provincial, contaba con una población total de 62.806 habitantes. Sólo en la ciudad cabecera, Villa Constitución, se radicaban 26.050 pobladores, de los cuales alrededor de 8.000 eran asalariados del sector metalúrgico. En su gran mayoría hijos de chacareros que llegaban a la ciudad buscando un trabajo estable; o migrantes de paisajes un tanto más lejanos, como Chaco o Corrientes, que trazaban la esperanza de los turnos completos y la producción en serie. A comienzos de la década del '40, la familia Acevedo había fundado Acindar, que se convertiría en la planta de laminados más importante del país. Ya en la década del '60, y en sociedad con la firma de capitales alemanes Thyssen, crearon Marathon, una planta de laminados finos. Mientras tanto, también se asentaba en estos arrabales una subsidiaria de la Ford, dedicada a la fabricación de piezas de fundición para autos: Metcon.
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De la mano de la poderosa Somisa, en San Nicolás —que ocupaba alrededor de diez mil operarios— esas empresas dibujarán el mapa de la producción de acero argentino, al tiempo que darán forma a la geografía social del sur provincial a lo largo de los últimos sesenta años. Como lo define el sociólogo Agustín Santella en su trabajo La confrontación de Villa Constitución (Argentina, 1975), “las grandes empresas de la zona de Villa Constitución son pilares del régimen de explotación y dominación y, sin dudas, la empresa Acindar es el protagonista central”.
Cruces / Desde la historia. Orígenes Según consta en la libreta extendida por el Estado a la pareja Rucci-Galzusta en 1921, José Ignacio nació en Alcorta el 15 de marzo de 1924. Hijo de un inmigrante italiano oriundo de Atessa, llamado también José y afincado en la localidad santafesina desde fines del siglo XIX, y de Eulogia Hermelinda, alcortense, diecinueve años menor que su esposo, el niño fue el primogénito de una familia vinculada directamente al trabajo en el campo, y a sus incertidumbres. Para esa época el pueblo ya había legado su nombre a la historia de las luchas agrarias. Fue allí, el 25 de junio de 1912, donde se declaró el denominado “Grito”, una huelga en la que miles de arrendatarios de la pampa húmeda denunciaron la explotación que venían sufriendo por parte de terratenientes y comercializadores, promoviendo reformas contractuales y confirmándole al país, ahora con voz definida, que eran actores centrales del modelo agroexportador. Aunque iban por más, hacia 1924 la inestabilidad era una constante para los gringos que pugnaban por la tenencia de la tierra. La situación alcanzaba a las ramas laborales ligadas a la producción rural, al extremo que de carrero, recibidor de granos y administrador de algunas estancias de la región José Rucci padre se mudó con los suyos a Morrison, en la provincia de Córdoba. Es ese el punto geográfico señalado en Libro de Bautismos número 14 de la parroquia Santiago Apóstol de Alcorta, definiéndolo como lugar de residencia de los Rucci-Galzusta al momento en que el pequeño José Ignacio fue librado del pecado original, el 14 de abril de 1925. Es ese el punto geográfico en que nació tres meses después, el 15 de julio, la primera de las hijas del matrimonio, Hermelinda Jovina Lelis.
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La segunda, Noemí Zumilda, vendría al mundo el 26 de agosto de 1927 entre las idas y venidas de una pareja que ya había decidido que Alcorta era el espacio posible para que soltara el primer llanto. A pesar de esto, un nuevo éxodo los llevó a Llambí Campbell, en el norte santafesino, y allí los encontró la temprana década del ‟30. Igualmente, Alcorta seguía resonando como la mejor chance de que los tres críos empezaran a estirarse en un sitio más o menos propio.
Con Vázquez era otra cosa Ángel Vázquez, “el Negro”, era el Secretario del Sindicato de la Alimentación de Firmat. Había llegado a la ciudad obrera desde Los Molinos. Allí había nacido, en 1940. Allí había estudiado, en la Escuela Nacional Nº 4. Llegó a Firmat en las conocidas migraciones internas, buscando el mango, con su experiencia como maquinista en buques de carga. Experiencia ganada durante la conscripción, que por esas cosas de la suerte lo mandó a la Marina. Como tripulante del Portaaviones Independencia dio un par de vueltas al mundo, y supo de otras geografías y otras miradas. En 1964, cuando la muerte de su padre, el Negro volvió a Los Molinos. Fue durante el sepelio que un familiar lo invitó a probar suerte trabajando en Nestlé. A los pocos días llegó a la ciudad. Entró en la firma, en la sección de máquinas. Por esos años, “el trabajo era más rústico”, recuerda hoy un obrero jubilado que acompañó a Vázquez “ahora es más moderno, con computadoras. Eso ocupa menos personal. En la oficina, por ejemplo, había entonces veinticinco personas, y después hubo nada más que cuatro”. Como buen proletario, Vázquez supo de paros, cesantías, y presiones. También supo que su nombre figuraba en varias “listas negras”, que lo privaron del trabajo y el plato servido en la mesa. Entre changa y changa fue construyendo amistad, política y dignidades. Esas cuestiones, entre otras, lo llevaron a trabajar para construir, junto a compañeros como José Sánchez y Pablo Sarquís, un sindicato fuerte, que se haga eco de las necesidades y demandas de los obreros. Fue el motor del Sindicato de Trabajadores de la Industria de la Alimentación de Firmat, y en su casa de calle Independencia se concretaron las primeras reuniones.
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Supo entonces de las amenazas cuando decidió no vender la palabra y enfrentar nada menos que al poder económico de Nestlé en Firmat, a los corruptos dirigentes sindicales de la provincia, y a sus mercenarios a sueldo. José Sánchez lo acompañó desde siempre. Lo acompañó más allá de su desconfianza hacia los sindicatos, lo acompañó desde su amistad, trabada en tiempos del servicio militar. Desde su casa de siempre en la ciudad de Firmat, Sánchez rememora: “nosotros no sabíamos nada de la vida en una fábrica. Y Vázquez viene y nos dice: che, acá no hay sindicato, no hay nada. Le digo: no me hablés de sindicatos; si tenemos que mezclarnos con los sindicatos, no cuenten conmigo. El Negro me dice: vos no sabés lo que estás diciendo, después vamos a hablar. Yo no quería saber nada, hasta que Vázquez me demostró que hay sindicatos y sindicatos”. Todavía hoy, sus compañeros lo recuerdan como “una persona íntegra, que jamás negociaba los derechos de los trabajadores”. El Sindicato trabaja por el local propio, desde donde construir un sanatorio, desde donde dar forma a una farmacia sindical. Con Vázquez a la cabeza, arranca a la empresa en esos años el pago del 100% por horas extras, del 300% por trabajo en días feriados. “Cuando pedía aumento, si no daban, íbamos al paro. El Negro era firme. A los de la empresa los tenía cortitos”, recuerda otro de los obreros que supo acompañar a Vázquez, hoy jubilado de la firma. Al mismo tiempo, el Negro intentaba organizar una CGT Regional que reuniera a los sindicatos de la zona sur de la provincia. “Con Vázquez era otra cosa”, coinciden todos quienes compartieron esos años de pleno empleo, lucha y reivindicaciones.
El modelo en cuestión De acuerdo a la mirada del periodista económico Daniel Muchnik, autor de Argentina modelo. De la furia a la resignación. Economía y política entre 1973 y 1998, en los años del último gobierno peronista se enfrentan dos modelos contrapuestos: el alentado por una burguesía transnacional, donde se alineaban los sectores agroexportadores, dominantes en el país desde 1880; y una burguesía nacional, más modesta, con menor poder y una historia reciente que la remontaba a la década del '30. Esa burguesía, reunida en la Confederación General Económica (CGE), se aliará con la Confederación General del Trabajo (CGT) en su proyecto de desarrollo del mercado interno, con límites a la presencia de capitales extranjeros.
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En 1973 es esta alianza la que asume el poder. Sin embargo, sostiene Daniel Muchnik, “el peronismo de los '70, que llegó con una gran esperanza popular al poder, no pudo responder a ninguna expectativa. En este péndulo endemoniado, hará su recorrido por última vez. El peronismo alentará el caos definitivo que estaba esperando (y alentando) la burguesía transnacional para acceder definitivamente al control de la economía”. El país perderá así, dice Muchnik, “una oportunidad histórica de forjar un modelo de acumulación nacional”. Una Argentina que reflejaba en su economía “la atomización y polarización de la realidad política”, según describe Muchnik, en una situación que la muerte del presidente Juan Domingo Perón no hará sino agravar. A José Ber Gelbard y Alfredo Gómez Morales al frente del Ministerio de Economía los sucederá Celestino Rodrigo. Y serán las medidas aplicadas por Rodrigo las que quebrarán la historia económica en estos arrabales: “el ajuste más violento de la historia argentina con un régimen democrático altamente politizado”, sintetiza Daniel Muchnik.
Cruces / Desde la historia. En tierras prometidas “Nosotros nos habíamos criado en Alcorta: nosotros éramos más pobres que las ratas, más pobres que no sé qué. La familia de mi madre...todos eran muy pobres. Juntaban maíz todos, mi abuelito, mis tíos, todos. No es una deshonra ser pobre, pero honrado. Porque mire lo que fue José, un chico que se crió en el pueblo, pueblo chico...”, dice Noemí Rucci. Los estudios históricos no la desmienten. Hablan de un tiempo de desocupación y deterioro de los salarios, de introducción de maquinarias que afectaron en gran número el trabajo basado en la fuerza de los brazos. Hablan también de un repunte de la actividad sindical, a pesar de la dura represión policial que motivó su repliegue en años anteriores, con el accionar en las áreas rurales de la Liga Patriótica Argentina hasta su lenta sumersión en un Estado abiertamente terrorista, a partir del golpe de Uriburu en septiembre de 1930. Comunistas, socialistas y un menguado anarquismo intentaban darle cauce a los reclamos obreros y Alcorta no era la excepción. La armadura militar había sido reemplazada por la armadura del fraude, y entre una y otra la segunda parecía otorgar mayor aire, sin desprenderse de sus más caros instrumentos: el matonaje, el apriete, la
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tortura, el gatillazo. No obstante, las líneas sindicales que se permitían la negociación como método, y no necesariamente la confrontación directa, seguían ganando terreno de cara a la nueva intervención estatal en el mundo del trabajo, esa que sería símbolo del peronismo por venir. Lejos aún de la justicia social, la soberanía política y la independencia económica un pibe seguía creciendo en un radio de 150 manzanas, ganando lo poco o lo mucho a los golpes, y aprendiendo las mañas de un juego riesgoso, vertical.
El gobierno de Sylvestre Begnis Carlos Sylvestre Begnis encontraría una provincia diferente a la que había dejado en 1962. Alejandro Damianovich, en su trabajo Las gobernaciones santafesinas, registra que al iniciar su mandato ante la Asamblea Legislativa, el flamante gobernador “hizo un frío diagnóstico”, donde detalló “un fuerte déficit fiscal, sumado a una importante deuda pública, en un marco inflacionario, con desocupación y fuerte presión impositiva sobre las actividades productivas". Miguel de Marco, autor del libro Carlos Sylvestre Begnis, relata allí que “una de las primeras cuestiones a resolver por la cartera de Gobierno fue el delicado tema del copamiento de distintas instituciones: fábricas, hospitales, universidades, escuelas, comunas, periódicos y radios, entre otras, por parte de sectores y agrupaciones políticas que, una vez consumada la ocupación, proclamaban distintos tipos de planteos. El fenómeno de „las tomas‟, que caracterizó a la presidencia de Cámpora, fue un canal de confirmación de derechos conculcados, al mismo tiempo que una demostración de rechazo a todo aquello que simbolizara la continuación del régimen militar o al antiperonismo”. De Marco detalla que “en 60 a 70 comunas se vivieron escenas de gran dramatismo cuando sectores que perdieron en las elecciones tomaron por la fuerza los edificios comunales. Recuerda el ministro Rosúa que una mañana le notificaron de la toma de Los Quirquinchos por parte de militantes de la democracia progresista. Fue entonces que Sylvestre Begnis le dijo: 'Esto es un descalabro, si los demócratas se han avivado... ordená el desalojo de todos con la policía porque estamos desbordados. Si los demócratas progresistas toman la comuna hemos perdido el control del Estado'. Entonces, la policía comenzó a recuperar comuna tras comuna”.
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Al mismo tiempo, una de las medidas con mayor repercusión adoptadas por el entonces ministro de gobierno Roberto Rosúa, fue “dejar sin efecto las disposiciones por las cuales se colocaban vallas en los accesos a las comisarías, ordenó el retiro inmediato de toda especie de cerramiento de tránsito y pidió que se facilitara el uso del público a las mismas, por considerar que habían desaparecido las razones que habían impuesto la adopción de esas medidas de seguridad”, relata De Marco, y reproduce el compromiso que el por entonces ministro asumió ante los medios: “Se propone este gobierno, y ya ha dado importantes pasos, separar de las funciones específicas de la institución todo aquello que la convertía en un apéndice del Ejército y en un instrumento de represión de los movimientos populares”.
La lista Marrón “El mayor fabricante de productos de acero para la construcción de un país en creciente desarrollo”, decía la publicidad que Acindar difundía en diferentes medios de comunicación en los comienzos de la década del '70. “Un ejemplo de nuestro aporte en obras fundamentales del país es el Túnel Subfluvial Paraná-Santa Fe, de pronta habilitación, para cuya construcción se utilizaron 7.000 toneladas de productos de acero que llevan nuestro sello de calidad”, completaba aquella publicidad, demostrando, al mismo tiempo, el crecimiento de la firma de la mano de la obra pública. Hacia 1970 la seccional Villa Constitución de la UOM, con base principal en los trabajadores de la empresa Acindar, sufría una serie de intervenciones dictadas desde la conducción nacional del sindicato, en obvio acuerdo con las patronales. El surgimiento de un sector gremial disidente —el Grupo de Obreros de Acindar (GODA) organizados gracias al trabajo constante de Orlando Sagristani, un militante sindical que venía de las luchas obreras de mitad de la década del '60— con vistas a las elecciones de cuerpo de delegados y comisión interna, en marzo de ese año, había acercado a Lorenzo Miguel, líder de la UOM, y a la familia Acevedo, por entonces dueños de la firma. El acuerdo selló la suerte de los trabajadores villenses: los dirigentes del GODA se vieron obligados a realizar un trabajo gremial clandestino. El GODA dio lugar a otras organizaciones sindicales, como el Grupo de Obreros Combativos del Acero (GOCA), el Movimiento de Recuperación Sindical, y finalmente, la Agrupación Metalúrgica 7 de Septiembre Lista Marrón.
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El abogado José Bodrero, por su parte, cuenta que sobre finales de la dictadura del general Onganía, nace en Villa Constitución un movimiento vecinalista, del que participan representantes de los barrios de la ciudad. “Este movimiento transita por diversos caminos en la época del peronismo, pero que permite que nos encontremos en la Lista Marrón. A partir de ese momento paso a ser abogado de ellos. Aquí la cosa llega a tener una participación bastante importante en el plano del sindicato, hasta que existe una doble actividad: se adhiere toda la población”, recuerda Bodrero. “Tengo una teoría un poco rara, pero tal vez acertada: yo creo que son los hijos de los que habían hecho el Grito de Alcorta, que habían emigrado de los campos con la ley de desalojo de Onganía, por un lado; y por otro lado también había muchos de los hijos de los que habían luchado en la FORA, que existía en Villa Constitución que era hegemónico, salvo por los ferroviarios, constituían la fuerza gremial. Y esas cosas quedaron, había una memoria histórica que aflora nuevamente con la constitución de la Lista Marrón” remarca el abogado. En marzo del 73, el Movimiento 7 de Septiembre-Lista Marrón realiza en las puertas de la delegación de la UOM una concentración, donde exigen que se fije una fecha definitiva para la normalización del sindicato, que se construya un Policlínico en la ciudad y que se rinda cuentas del destino de los fondos por cuota sindical y ley 18.610. Había comenzado la lucha en serio por la recuperación de la delegación sindical.
Cruces / Desde la historia. Cowboys y pupitres “Rucci era un tipo muy sociable, muy alegre. Tenía una risa muy particular, muy cantarina: te hacía sentir bien la risa de Rucci. A pesar de que era de familia humilde como yo, siempre estaba contento. Entablamos mucha amistad por nuestro entusiasmo por el cine. Nos agradaba mucho el cine de acción, esos actores recios que arreglaban muchas cosas a golpes, o las películas de cowboys. Nos ganábamos la entrada al cine a través de la propaganda que hacíamos por las calles”, dice Lenin Columbich, amigo del José Ignacio de la adolescencia, evocando el rebusque en los años críticos, cuando su padre, el dirigente gremial Antonio Columbich, ligaba garrotazos por su adhesión al comunismo y no quería que ni el nombre del hijo contradijera esa filiación. El embrujo por los duros de la pantalla al estilo Buck Jones o Tim McCoy no se termina allí, se extiende al recuerdo de la vieja sala Social Théâtre, y cobra nueva vida en el
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testimonio de Marcelino Arroyo, otro de los compinches del Rucci adolescente: “Nosotros nos conocimos en el cine, en el Social Téâtre. Repartíamos propaganda por las casas”. El rol de pregoneros tampoco les era extraño. Ambos entrevistados coinciden en eso, así como la palabra de Enrique Labrozzi, buceador de la historia de Alcorta, quien además lo plasmó en un poema titulado “Aquel cine”: “Se anunciaba la función/ usando una bocina/ se paraban en una esquina/ repartiendo los volantes/ Marcelino Arroyo adelante/ José Rucci lo seguía/ de esa forma conseguían/ las entradas sin pagar/ una bomba hacían sonar/ y ver películas al instante”, reza la cuarta estrofa del texto. Más acá del celuloide, la realidad imitaba al arte: “Había una cosa muy notable en él, era muy peleador. Le gustaba la camorra. Se prendía vuelta a vuelta con algún compañero o con alguno de otro grado a las piñas, y era un tipo que no se achicaba. Por ahí venía uno grandote, porque él era petiso, y no le tenía miedo: peleaba igual. Las peleas se arreglaban dentro de la escuela y después se dirimía el asunto en la plaza”, dice Lenin Columbich acerca de su amigo José Ignacio, con quien también compartió el sexto grado en la desaparecida Escuela Fiscal N° 180. Marcelino Arroyo lo reafirma dando cuenta de peleas a lo Hollywood, incruentas, desleales, donde “yo lo defendía a él y él me defendía a mí”, y uno y otro eran “carne y uña”. A juzgar por los registros que aún se conservan del citado establecimiento educativo, los maestros parecen haber advertido algo de lo que se cocinaba en sus aulas. La firma en tinta pluma del docente Patrocinio Villagoiz, al pie de las calificaciones de José Rucci en 1937 y 1938, rubrica la regular aunque aceptable conducta del alumno, con mejores notas en caligrafía, lectura, trabajo manual y ejercicios físicos, un destacado aseo y su más alto puntaje en dibujo. “A José le gustaba dibujar. Dice el director de él, lástima que falleció el hombre, que tenía las libretas de José. Unas clasificaciones...el mejor”, idealiza Noemí Rucci, y afirma que “él le daba, me contaba un día, para que José le sombreara los mapas. Era muy inteligente, muy inteligente”. Sin negar ni por un instante esa capacidad de su amigo de antaño, Lenin Columbich sostiene que “como alumno no era brillante, pero cumplía con lo que tenía que hacer”, como si la verdadera escuela del futuro líder de la CGT hubiera estado en otra parte.
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El colmenar de industrias Cuando amanecía la década del '70, Firmat se levantaba como un fenómeno poco frecuente en el país. Como lo refleja una crónica de la revista Agro Nuestro, de agosto de 1973, la ciudad del sur santafesino era “un colmenar de industrias, con jerarquía internacional” creciendo “a impulso del progreso”. La reseña remarcaba que Firmat, apoyada en el desarrollo del agro y la industria, “no es un lugar petrificado, estático, es un lugar dinámico, capaz de crear un fenómeno infrecuente en nuestro país: desarrollar un parque industrial independiente, a despecho de su reducida área y población”. En esos años, la geografía de la región se escribía al amparo de nombres como Hugrimaq, Alcal, Establecimientos Metalúrgicos Budassi, Industrias Agromecánicas, Establecimientos Durany, Nasazzi y Ziraldo SRL, Molineris y Cía, Talleres Metalúrgicos Pricero, Metalúrgica Indar, Flopermi SRL, sumados a más de medio centenar de pequeños establecimientos. Y la fuerte presencia de dos firmas que marcaban el pulso de la vida cotidiana de Firmat: Roque Vassalli, cuyo fundador era por entonces intendente de la ciudad, y la poderosa Nestlé, de capitales suizos, que se había instalado en Firmat hacia 1951. La revista Agro Nuestro —editada entonces por Federación Agraria Argentina— reproduce el testimonio de varios vecinos de la localidad santafesina: “Lo que caracteriza a nuestra ciudad —sostiene el relato del entonces presidente del Centro Comercial e Industrial, Camilo Alfredo López— es que no existen diferencias sociales, pues tanto el industrial como el comerciante o el obrero, concurren a los mismos lugares, frecuentan los mismos círculos, sin que se manifieste ningún tipo de discriminación”. Pero ese mismo agosto de 1973 de la reseña de la revista, las crónicas policiales reflejaban otra cara de la ciudad santafesina: el auto en el que viajaban una mujer de 50 años, su hijo de 16 y un vecino de 56 años era acribillado por las fuerzas policiales. El coche había resultado sospechoso a los agentes del orden, sus ocupantes no escucharon la voz de alto, y la policía disparó.
Cruces / Desde el presente. Marcelo Larraquy Periodista e historiador, Marcelo Larraquy es responsable de las últimas investigaciones sobre la figura de José López Rega, la conformación de la Triple A y el papel de la
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Justicia en el esclarecimiento de su accionar. Autor del best seller Fuimos soldados (2006), y junto a Roberto Caballero de Galimberti. De Perón a Susana. De Montoneros a la CIA. (2000), el interés por el pasado reciente marca su obra, tanto como las preguntas por la herencia que ese pasado dejó en este presente de silencios y miedos sostenidos. La siguiente entrevista da cuenta de ello, y de una mirada que aporta lo suyo a los necesarios y nuevos signos de interrogación. —¿Qué relación encontrás entre la Liga Patriótica y la Triple A? —Ambos grupos tenían bien clara la noción del enemigo. En el primer caso, la clase trabajadora, el anarquismo, y actuaban en contra de la “disolución de la argentinidad”. La Liga Patriótica tenía una política mucho más pública e institucionalizada que la Triple A, con muchos adherentes en el interior del país. El mensaje era reforzar la argentinidad en contra de las ideas anarquizantes, “extrañas al sentir nacional”. Aunque tenía fuerzas de choque, y actuaba en forma paralela a la policía, su accionar estaba más legitimado por la clase dominante, que la consideraba una fuerza pública en su defensa. Podía actuar en forma pública para romper una huelga, o detener (ilegalmente) y llevar a los “sospechosos” de ser antiargentinos a la comisaría. En el caso de la Triple A, su accionar era mucho más clandestino, aunque también tenía como objetivo la represión ilegal como instrumento de terror, quizá mucho más marcado que la Liga Patriótica. En resumen, ambas tenían noción del enemigo, actuaban en defensa de la “argentinidad” (en el caso de la Triple A, era mucho más marcada la defensa del peronismo contra los “infiltrados” que querían, como decían, utilizar al peronismo “para otros fines”), con la distinción de que el accionar de la Liga Patriótica era mucho más público y estaba más legitimado en la sociedad, como institución cultural-política, que la Triple A, que actuaba sólo en forma clandestina, aunque con amparo ilegal del Estado. —¿Cómo ves la muerte de Rucci en relación a la futura acción de las bandas paraestatales? —Fue un disparador. El hecho decisivo para que la Triple A, que ya estaba armándose para actuar, terminara por definir su rol y saliera a la caza de sus enemigos. La muerte de Rucci termina por definir la imposibilidad de la negociación entre los dos sectores y deja una “vía libre” para la acción de las bandas paraestatales. De alguna manera
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concentra las acciones de la derecha con la ultraderecha nacionalista y peronista, contra la izquierda peronista. —¿Qué papel le asignás al llamado sindicalismo ortodoxo en la historia de la Triple A? —Tenían el mismo enemigo y algunos elementos comunes. Al sindicalismo ortodoxo se le habían sumado algunos miembros del Concentración Nacional Universitaria (CNU), como custodia —básicamente en el caso de la UOM—. De todos modos, con los elementos policiales o de otras fuerzas de la Triple A había una distinción importante: ellos no formaban parte orgánica del Estado, aunque podían pasar información a la Triple A sobre quiénes eran las comisiones obreras que les disputaban poder, en especial en el cordón industrial del litoral. —Se habla de la reapertura de la causa de la muerte de Rucci con el argumento de que se trata de un “crimen de lesa humanidad”, es decir, perpetrado por organizaciones, como Montoneros y FAR, ligadas según esta visión al Estado. ¿Cómo ves esto? ¿Considerás a estas organizaciones como paraestatales, equiparables a la Triple A? —No. Montoneros y FAR no tenían control del Estado en tiempos de Rucci, ni hicieron uso del Estado para el crimen. No me parece que pueda ser considerado de “lesa humanidad” según lo que establece la Corte Penal Internacional. Es un caso de violencia política que aceleró el enfrentamiento y la violencia, pero no es de “lesa humanidad”.
El prólogo de la Triple A En la Firmat que también se hace eco de la primavera democrática de 1973, encarnada en Héctor Cámpora, el Hospital General San Martín permanece tomado durante varios días por los gremios más representativos de la ciudad. Fue en los meses de mayo y junio. Cuenta el periodista firmatense Mariano Carreras: “la institución presentaba ciertas anomalías que no eran bien vistas por los trabajadores. La toma fue encabezada por Ángel Vázquez (Alimentación), Oscar Zariaga (sector rural), Juan Salvadeo (Sindicato de los Metalúrgicos) y Luisa Eva de Gómez (Delegada del Hospital)”. Horacio Zamboni fue el representante legal del Sindicato de la Alimentación de Firmat, y señala que “en mayo de 1973, con el gobierno de Cámpora, hubo una ocupación general de fábricas y lugares públicos en todo el país, y en la provincia también. En Firmat se ocupa el Hospital. Lo ocupa no solamente la gente del hospital, sino que en apoyo de la gente del hospital lo ocupan los otros sindicatos de la ciudad. Los sindicatos
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fuertes de la ciudad eran la UOM —con un secretario general que simpatizaba con las ideas de Vázquez, que se llamaba Salvadeo, y era secretario adjunto de la UOM Venado Tuerto— y el de la Alimentación. Juntos habían organizado una CGT regional, con Vázquez y Salvadeo al frente. Ellos ocuparon el hospital, que incluso fue tiroteado un par de veces”. En mitad de aquella ocupación se registra la primera de las muertes producidas por los grupos de tareas que confluirían, poco tiempo después, en la Triple A. Cuenta Zamboni que los referentes de aquella toma “van a una reunión en Santa Fe, a la gobernación o al ministerio de gobierno. Y sufren un atentado en el camino, le tiran encima un vehículo, y allí muere la delegada del hospital, una enfermera, queda muy malherido Salvadeo, estuvo grave mucho tiempo y quedó con secuelas, y Vázquez herido. Y fue claramente un atentado. Estamos hablando de mediados del '73”. Para el reconocido abogado, aquel atentado que mutiló la vida de la delegada del hospital de Firmat puede encuadrarse dentro de los crímenes de la Triple A en la región, ya que sus autores “son los mismos que después fueron la Triple A. No puede decirse acá empezó la Triple A, como investigación policial sería fantástico, desde el punto de vista histórico sería el ideal conocer los detalles, pero eran ellos. La patota de la UOM, la patota de Cuello, en San Nicolás la patota de Rucci, si se estudia la historia de San Nicolás, ¿cuál es la diferencia entre la patota de la Triple A y la patota de Rucci?”.
Cruces / Desde la historia. Variaciones en rojo La Argentina llegaba al umbral de los años ‟40 y en Alcorta el dato de que uno de cada cinco obreros industriales fuera metalúrgico no despertaba mayor interés, pero la cifra estaba indicando algo. Como es lógico, otros eran los números que concitaban la atención: 55 centavos el kilo de carne, 20 centavos el kilo de galleta, 30 centavos el kilo de pan francés. Era la carestía de la vida y Antonio Columbich seguía predicando la necesidad de un levantamiento popular, mientras hacía reparto de pescado a bordo de un Ford T modelo ‟27 color marrón antióxido, adaptado como camioneta. Dicen testigos de la época que José Rucci se prendía a modo de changa, cuestión que para los temerosos de un soviet local lo convertía en un potencial comunista. No nos consta el hecho de que lo fuera,
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pero sí que Rucci supo de la vida sindical mucho antes de lo que se cree, y en un pueblo donde los dirigentes rojos podían ser bichos raros pero no desconocidos. “Yo estuve en el sindicato de Oficios Varios, y él congeniaba con esas ideas de hacer siempre algo mejor. Hemos estado en Carreras, en Máximo Paz, rozándonos con la gente de trabajo. Íbamos a Rosario, a un congreso obrero...Muchas veces se reían de nosotros, gente madura: „no les conviene venir acá‟. Parecía que era una joda, pero no era una joda porque ya pensábamos algo más grande”, apunta Marcelino Arroyo, revelando una faceta interesante de los pasos de Rucci por Alcorta: su temprana inclinación por las instancias de organización de los trabajadores. Las inquietudes se trasladaban a viajes al centro-norte santafesino, a esas zonas que La Forestal seguía explotando y que devastaría hasta el abandono final, igual que a sus hombres. “Fuimos dos veces a Calchaquí a ver a los obreros, las hachadas de leña. Con Antonio Columbich llevábamos maíz, fruta. Íbamos a mirar cómo trabajaban, cómo se hacían las obras”, dice Marcelino Arroyo, y suma en su relato a “Miguel Richezze en el camión”, aclarando que además “traíamos leña, se vendía acá”. Cabe señalar que Richezze provenía de una familia de militantes del comunismo, “camaradas” de Columbich. Valga la apreciación en torno al jovencísimo José Ignacio Rucci, ese que se asomaba a nuevas realidades obreras a partir de, al menos, un marxista convencido, y que dejaría Alcorta en breve hacia lo más insospechado de lo insospechado. Personal e ideológicamente hablando.
1973 El 3 de octubre de 1973, el periodista José Domingo Colombo es asesinado en la redacción del diario El Norte, en la ciudad de San Nicolás, donde trabajaba. Tenía entonces 37 años. El periodista Osvaldo Aguirre cuenta en un artículo publicado el 12 de octubre del 2003 en el diario La Capital: “El crimen de Colombo tuvo una particularidad en la lista de hechos adjudicados a la Triple A: sus autores fueron detenidos. El mismo día, cuando escapaban en dirección a Buenos Aires, la policía de Arrecifes detuvo a Juan Sanz y Ramón Bauchón González, con un auto en el que llevaban granadas de mano y de gases lacrimógenos, una libra de trotyl y varias armas”. La investigación judicial determinó que Sanz había sido el autor de los disparos de Itaka que asesinaron al periodista. Tres años después, el 23 de septiembre de 1976, los dos
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acusados fueron condenados a prisión perpetua. Sanz murió en prisión. González tuvo un final acorde con su trayectoria: después de 19 años en prisión salió en libertad condicional. El 19 de marzo de 1993 fue detenido por la policía de San Nicolás y torturado a golpes y con el submarino seco. Tres días después murió, como consecuencia de la paliza recibida.
Once días más tarde, en la madrugada del 14 de octubre de 1973, Constantino Razzetti, bioquímico y dirigente justicialista, cae cosido a balazos frente a su casa, cuando regresaba de una cena del partido justicialista, en la que había sido orador. En agosto del 2005, su hijo, Carlos Razzetti, impulsó la reapertura de la causa en los Tribunales Federales de Rosario, luego que desde la Secretaría de Derechos Humanos del Ministerio de Justicia de la Nación se reconociera en un informe que se trató de un crimen de lesa humanidad. Tal y como lo sostuvo el fiscal federal Claudio Palacín ante los medios de prensa, el crimen de Razzetti “fue político, resulta verosímil que haya sido cometido por la Triple A, encuadra en la calificación de 'lesa humanidad', es por lo tanto imprescriptible y corresponde una investigación amplia, profunda y sin limitaciones en el fuero federal”. En su declaración testimonial realizada ante el Procurador Fiscal, el doctor Ricardo Moisés Vázquez, a cargo de la Unidad de Asistencia para causas por violaciones a los Derechos Humanos, el 20 de abril de 2007 el ex-diputado provincial y militante peronista Juan Luis “Chancho” Lucero sostuvo que en el asesinato de Razzetti “actuaron varias personas, el CNU (Concentración Nacional Universitaria), el SAR (Sub-Area Rosario), que fueron los que asesinaron a Brandazza y son los mismos que luego participaron en las Tres A. Al llegar a la casa de Constantino, lo apuntan, el conoce a uno de los atacantes porque le dijo „y vos que hacés aquí‟ cosa que después supe por contarlo la esposa”. Lucero individualizó a varios de los responsables de la muerte del dirigente político, a quienes pudo reconocer en la cena de la que participó Razzetti la noche de su muerte: López Quiroga, que “había pertenecido al grupo estudiantil de la CNU”, donde había trabado relación con Walter Pagano y a quien conocía de un hecho “en el sindicato de la construcción donde había asesinado a una persona”; un diputado calvo, de la Unión Popular del Partido Peronista de Bonino, y que tenía relaciones con el Sindicato de la
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Carne; y Tito Livio Vidal. Al mismo tiempo, sostuvo que desde el Sindicato de la Carne, con Luis Rubeo a la cabeza, habían amenazado a Razzetti.
Las muertes de Colombo y Razzetti marcan el inicio de una larga lista de asesinatos políticos en la región, con las marcas implícitas de la organización conocida poco después como Triple A. Esa lista, incompleta todavía, supera el medio centenar. Todos esos asesinatos permanecen todavía impunes. Sus ejecutores, salvo raras excepciones, habitan un fantasma anónimo. Los nombres y apellidos del centenar de miembros que tuvo la Triple A en la región, sus motivaciones, sus por qué, se esconden no gratuitamente bajo el nombre de “miembros de un grupo de tareas”, como si así pudiera cerrarse la crónica roja de estos arrabales. También se esconden en la noche del olvido los nombres de quienes, desde el poder económico, crearon y solventaron el accionar de esos grupos, como así también el de quienes cobijaron y consintieron su accionar desde el plano político. Sin embargo, los relatos de esos crímenes, silenciados en los discursos oficiales, sobreviven en la memoria de los compañeros de entonces, en recortes amarillentos de diarios a medias guarecidos, en libretas de ocasión, en el miedo también. A partir de esos retazos puede trazarse el mapa de la sangre en la región. Y también puede escribirse una crónica de lo que pudo ser, y no fue. De los proyectos políticos truncos. Del futuro de un país mutilado. El mapa de la sangre que empezaba a trazar su geografía de vidas ajenas, de vidas robadas.
Cruces / Desde la historia. Horizontes “Y papá se va: en Alcorta había una miseria bárbara. Se va al norte, a la estancia de un sobrino. Después, al poco tiempo, lo manda a buscar a José”, cuenta Noemí Rucci. El norte al que refiere de manera general es Hersilia, pueblo cercano al límite con Santiago del Estero, en el departamento San Cristóbal, al que José Ignacio optó por dirigirse, dejando inconclusos sus estudios secundarios. Lenin Columbich agrega al respecto que “él concurrió a la Escuela de Oficios para Varones, y también estuvimos ahí. Después se retiró, se fue, no terminó, no sé si fue un año o dos, no recuerdo bien. Se fue a un pueblito que se llama Hersilia, y nos
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escribíamos, teníamos una correspondencia banal: hablábamos de cine, de actores. Tal es así que yo tenía cartas hasta cuando vino la represión, pero una noche las quemé porque la represión fue fulera. Después me arrepentí mucho”, dice, entrando en épocas que a sus quince años ni siquiera imaginaba, un lustro antes de su partida sin escalas hacia la Avellaneda que clamaría por un tal Juan Domingo Perón. Pocos lo sabían entonces, pero ese hombre del ejército de ascendencia india, española e italiana, nacido el 8 de octubre de 1895 en Lobos, provincia de Buenos Aires, ya había sido promovido a teniente coronel; ya había publicado tres libros sobre historia castrense y uno sobre diversas características de la Patagonia; ya había ejercido como docente en la Escuela Superior de Guerra y había enviudado de su primera esposa, Aurelia; ya había sido agregado militar en Chile, previo envío a Europa; ya había presenciado el acto multitudinario en que Mussolini declaró a Italia aliada de Alemania en la Segunda Guerra, atesorando aquello de las vinculaciones entre líder y masa, Estado y sindicatos; ya había sopesado el poder de las órdenes, conocido los secretos del espionaje, practicado el arte de la conspiración; ya había entendido que la verdad era una construcción en el marco de una táctica y una estrategia dadas; ya había descubierto el camino hacia un nuevo estilo de conducción política. Entre la frustración del trabajo en Hersilia, extensivo a la vecina localidad de La Rubia, y la separación de sus padres, José Rucci también pasó por los cuarteles. Fue en la ciudad de Santa Fe, a donde llegó buscando una inserción laboral estable, aprovechando que allí vivía un tío suyo, y se encontró haciendo el servicio militar. Sin documentos y sancionado por infractor al artículo 51 de la Ley Orgánica del Ejército N° 12.913, al no presentarse en fecha para su incorporación, los meses de recargo en la conscripción terminaron por confirmarle que ese tampoco era su lugar. Al mismo tiempo, y con el desmembramiento familiar, su madre y sus hermanas se instalaron en Rosario. “Cuando nosotros vinimos a Rosario vivíamos con una tía en la calle 25 de Diciembre y Ayolas. Después mi madre consiguió trabajo: mi mamá era cocinera del doctor Lucena, trabajó como veinte años de cocinera. Y vinimos a vivir a la calle 1° de Mayo y Gaboto. Ahí estaba José con nosotros, ya había venido del norte y estaba con nosotros”, dice Noemí Rucci.
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La vuelta al sur de Santa Fe significó una nueva esperanza, aunque por pocos meses: en las postrimerías de la “década infame” ciertos horizontes se agotaban rápido.
Negocios y votos Para el mismo año en que la Lista Marrón, de la mano de Alberto Piccinini, extendía su influencia entre los metalúrgicos de toda la región, Acindar formaba nuevo directorio. “En 1973 la reunión de accionistas de Acindar, controlada por la familia Acevedo y la US Steel Company, formó el nuevo directorio de la empresa, presidido por José Alfredo Martínez de Hoz, con Arturo y Jorge Acevedo en el directorio y Eduardo Acevedo de gerente general”, señalan Martín Caparrós y Eduardo Anguita en su trabajo La voluntad. “El negocio era floreciente: la estatal Somisa les vendía materia prima a precios menores que el costo y exportaban buena parte de la producción con dólares subvaluados”, completan los autores. Solamente en el período 1970/1975 Somisa transfirió a Acindar más de 100 millones dólares mediante los menores precios de los insumos, en este caso, por venta de palanquilla a un valor promedio menor al normal. Las elecciones de delegados de aquel año dieron el triunfo a los sectores combativos del sindicalismo, encabezados por la Lista Marrón. Las comisiones internas electas en distintas fábricas fueron desconocidas por las patronales, y Lorenzo Miguel repitió la maniobra de tres años antes: en febrero de 1974 envió a dos hombres de confianza como interventores de la delegación: Jorge Ramón Fernández y Lorenzo Oddone llegaron a Acindar el jueves 7 de marzo de 1974, abucheados por los trabajadores. Al día siguiente expulsaron de la UOM a once trabajadores: cinco de la comisión interna, y seis delegados de la Marrón.
Nestlé mata a los bebés Hacia mediados de la década del '70, la multinacional Nestlé dirimía en la justicia de su país de origen, Suiza, su responsabilidad “por la muerte, mala nutrición y lesiones cerebrales de numerosos bebés de países subdesarrollados”. El proceso surgió del documento Nestlé mata a los bebés, elaborado por la organización inglesa “Guerra a la pobreza”, un estudio que “describe cómo, a través de medios publicitarios, los fabricantes de productos alimenticios para niños pequeños incitan a las madres del Tercer Mundo a abandonar la lactancia del pecho y usar el biberón de leche
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en polvo”, al tiempo que “recopila los resultados de recientes encuestas efectuadas en países del tercer mundo por la Organización Mundial de la Salud. En Chile, los bebés alimentados a biberón murieron en una proporción triple que los amamantados por sus madres”. “Las encuestas —reproduce en su edición de marzo de 1976 la revista Crisis— arrojaron que el 95% de las madres que habían escogido el biberón como método de alimentación de sus pequeños habían sido aconsejadas por enfermeras a sueldo de la firmas productoras de alimentos para niños”. Entre ellas, “la agresividad de la firma Nestlé hace creer a las madres que la leche en polvo es el mejor nutriente”. Los abogados de la firma, por su parte, “señalaron que los excesos en propaganda obedecen a la concurrencia comercial”.
Cruces / Desde la historia. En la ruta del hierro Entrada la década del ‟40 los establecimientos metalúrgicos en Argentina ascendían a 16.000, con una expansión que en menos de diez años igualaba la de casi medio siglo. Alrededor de 155.000 obreros de esa rama confirmaban el auge industrial, que por supuesto iba más allá de la siderurgia, iniciado en los años ‟30, cuando la crisis del liberalismo y las posibilidades de comercio a nivel mundial obligaron al país a desarrollar sus propios mecanismos de elaboración de productos. En 1937 se realizó la primera colada de acero, y ya en 1938 fueron 5.000 las toneladas generadas, con una escalada en 1943 a 70.000 toneladas, cifra que estaría a punto de duplicarse en 1945. El mismo camino de crecimiento seguirían los obreros metalúrgicos en cuanto a su agremiación: en el período 1941-1945 el número de afiliados a las centrales sindicales treparía de 2.000 a 100.000, y esa sería sólo una parte de la historia. A ella podría sumarse el nacimiento de la UOM en 1943, hecho favorecido por las diferencias entre la nueva dirigencia y los líderes comunistas del gremio que nucleaba en exclusiva a los trabajadores del sector, el SOIM (Sindicato Obrero de la Industria Metalúrgica). Mientras este proceso continuaba su curso, José Ignacio Rucci intentaba hacer pie en una Rosario ciertamente esquiva. El barrio La Tablada, zona que en el siglo XIX concentró mataderos y asilos, los llamados “servicios marginales” en la lógica del higienismo imperante, no dejaba de resultarle un brete. Ni siquiera su afición al fútbol le
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abrió una puerta: en el club Central Córdoba la sombra del gran Gabino Sosa pesaba demasiado. Fue por entonces que Marcelino Arroyo visitó la ciudad de Villa Constitución, cercana a Rosario, “y había una concentración y me encontré con Rucci, pero de obrero”. La anécdota es útil si se vuelve a pensar en los pisos de conciencia de un hombre que accedería al liderazgo sindical en momentos de la máxima ebullición popular del siglo XX. Claro, faltaban décadas y una serie de factores que dividirían como nunca las aguas entre el progresivo camino de la reivindicación vía gremios-Estado, y la necesidad de una revolución en que la relación patrón-laburante dejara de ser tal. Y entre ambas faltaba también el peronismo, igual que para el veinteañero Rucci. Exceptuando a los intelectuales de FORJA (Fuerza de Orientación Radical para la Joven Argentina) con la crisis la ola gigante no se adivinaba, y el petiso “buscaba trabajo, buscaba trabajo... y no encontraba. Se iba todos los días al frigorífico, al Swift: era para limpiar tripas. En aquel entonces valía 5 centavos el tranvía, y a veces se venía de a pie porque mi madre no tenía para darle para el tranvía. Es lejísimos, en el Saladillo está el frigorífico, pero él se iba. Bueno, el pobrecito se cansó: fue bombonero del cine Heraldo, bombonero del cine Alem, en Gaboto y Alem, y después se cansó. Acá no podía conseguir nada y le dice a mi madre „mirá mamá, yo me voy a Buenos Aires porque acá no consigo nada, ¿qué voy a hacer?‟”, evoca su hermana Noemí. Un camión que transportaba ejemplares del diario El Mundo lo llevó a la Capital Federal. “Era invierno y viajé atrás, llegué congelado”, diría años después José Ignacio Rucci, en los días del asedio periodístico que ni el más ortodoxo y nacionalista de los chamanes hubiera adelantado.
Debajo del piso Hacia 1974, el sociólogo José Luis de Imaz edita su libro Los Hundidos. Evaluación de la población marginal, resultado de una ardua tarea realizada dentro del plan de trabajo del Centro de Investigaciones Sociológicas de la Facultad de Ciencias Sociales y Económicas de la Universidad Católica Argentina. En medio del pleno empleo, las luchas obreras y los proyectos de país en pugna, aquel estudio supo echar luz sobre una Argentina en penumbras. La cara olvidada de una nación en penumbras.
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Los Hundidos es el producto del trabajo de un equipo interdisciplinario, que supo conjugar los pocos datos estadísticos existentes para trazar el mapa de una geografía compleja: la de un numeroso sector de la población argentina viviendo en la pobreza extrema. En su trabajo, Imaz revela los rostros ocultos de la Argentina, “aquellos que no se integran dentro de una sociedad, personas carentes de cosas y posibilidades de intervención en el poder”. Y ejemplifica: “una persona que por su condición económica es rechazada en un número determinado de estratos sociales, que carece de las cosas que esa sociedad reputa como indispensable —heladera, luz eléctrica— servicios comunes —agua corriente—. Salvo la expresión de su opinión en el momento de las elecciones, su decisión no gravita, como sí lo hacen aquellos grupos que, por presión económica o política tienen acceso al poder”. El investigador explica que a esta población marginal, “que tiene sus características propias por darse en nuestra sociedad y hoy, había que identificarla de un modo racional. Si lo que consideramos básico para vivir, producir, sentirse humano, es la línea divisoria, los que están debajo de ese piso están hundidos. Son los que tendrán menos posibilidades de ascender, son los que deben preocuparnos”.
El Villazo Los flamantes interventores de la UOM villense, Fernández y Oddone, “se presentan en la Planta acompañados de conocidos matones y rompehuelgas e intentan una provocación obteniendo por parte de los obreros un contundente rechazo a lo que responden con la expulsión de toda la Comisión Directiva y un grupo de delegados. Una asamblea de los obreros de Acindar resuelve un Paro que rápidamente se transforma en ocupación de la planta”, recordó el dirigente ferroviario Tito Martín. Ángel Porcu era entonces miembro de la comisión interna de Acindar, y recuerda así el comienzo de la huelga: “Los portones fueron inmediatamente cerrados y controlados por piquetes obreros. Al personal jerárquico no se le permitió abandonar la fábrica y se le mantuvo encerrado en las oficinas de Relaciones Industriales. Las calles internas fueron obstaculizadas para que no circularan vehículos. Más tarde se formaron nuevos piquetes para que se turnaran y rondaran por todos los portones. Cuando apareció el riesgo de la intervención policial se utilizaron vagones del ferrocarril a los que se cruzó
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en las calles donde había cruces de vías. También se construyeron —con las bandejas de madera— barricadas con tanques de gas oil preparado todo para empapar las bandejas y prenderle fuego. Esa noche, con la entrada del tercer turno, se realizó una nueva asamblea general donde se resolvió que todos los turnos permanezcan dentro de fábrica. Cuando entró el cuarto turno, a las seis de la mañana, también se quedaron adentro. Se formaron comisiones para pedir la solidaridad a las demás fábricas y a todo el pueblo”. Nacía para la historia obrera argentina uno de sus hechos más recordados: el Villazo. Una huelga con toma de fábricas, control obrero de la producción, organización de piquetes, colocación de barricadas y grupos de obreros de autodefensa. Allí estaban los trabajadores de Acindar, de Metcon (subsidiaria de la Ford), de Marathon, de Vilber, pero también estaban allí los obreros de los pequeños talleres contratistas de la región. Y la solidaridad del gremio textil, portuarios, bancarios, docentes, el Centro de Comercio de Villa Constitución, que adhieren a la huelga el mismo 8 de marzo, y de la Federación Agraria Argentina, que hace llegar alimentos a los obreros en huelga. El sábado 16 de marzo, después de una semana de lucha y movilización, y con la intervención de emisarios del Ministerio de Trabajo, se lograba la firma de un Acta Acuerdo donde se establecía: “Nombramiento de dos representantes obreros por cada una de las empresas (Acindar, Marathon y Metcon) para actuar en carácter de colaboradores exclusivos de las autoridades sindicales que tuvieran a su cargo la conducción de la seccional hasta su normalización estatutaria. Se aceptan por ambas partes los siguientes plazos: 120 días para la normalización de la seccional y 45 días para la elección del Cuerpo de Delegados y de la Comisión Interna de Acindar. Se establece el compromiso de no tomar ningún tipo de represalias contra los trabajadores que participaron en el conflicto. Nombramiento de un delegado normalizador en reemplazo de Fernández y Oddone”. El mismo día sábado 16 se realiza una asamblea general de las tres fábricas en Acindar, donde se aprueba el acuerdo. Por la tarde, más de 12.000 personas marcharon hasta la plaza principal, atravesando muchos de los barrios villenses: Gelotto, Palmar, Industrial, San Lorenzo, Luzuriaga, Malugani. “Es que el pueblo ve y escucha, tiene memoria, tiene instinto”, sostenía el periódico El Descamisado tres días después de aquel acto multitudinario. El órgano oficial de
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Montoneros remarcaba que el acuerdo logrado por los metalúrgicos “constituye un rotundo triunfo de la clase trabajadora. Y una derrota de la burocracia. Que jamás esperó un resultado como este”.
Cruces / Desde la historia. Silueta porteña Una pensión barata en el barrio de Boedo fue el primer refugio del joven Rucci, compartido con otros muchachos llegados desde Rosario que, como él, trataban de armarse un futuro y empezaban por elegir una divisa, la del San Lorenzo aquel que en un par de años acuñaría goleadas, títulos y un “terceto de oro” con Farro, Pontoni y Martino. “En Buenos Aires nosotros teníamos un primo por parte de mi padre que trabajaba en la confitería La Cosechera. Él fue, buscó, llegó, y mi primo enseguida le dio trabajo. Era lavacopas”, recuerda Noemí Rucci. Ese invierno de 1943 no sería uno más, ni en la vida de Rucci ni en la historia nacional. Los hombres del GOU (Grupo de Oficiales Unidos) eran el eje de las decisiones del gobierno que había asaltado el poder formal semanas antes, el 4 de junio, y la consigna de poner fin a trece años de política fraudulenta y entreguista, sólo favorable a los sectores sociales acomodados, debía concretarse sin perder de vista otros aspectos: las presiones estadounidenses, con la excusa de la neutralidad argentina durante la Segunda Guerra, y el posible avance del comunismo a nivel local. Entre uno y otro margen el abanico de ideas e intenciones era bien amplio. En ese contexto ganaba espacio la figura de Juan Domingo Perón, ascendido de teniente coronel a coronel en 1941 y miembro del GOU, quien crecía a impulso de una sagacidad política y una capacidad de liderazgo que no descartaba la mano férrea. Y que reparaba en ese actor vital, posible de encauzar desde el aparato estatal a los fines de un orden que no fuera mero apéndice de la maquinaria yanqui ni del sistema soviético: el movimiento obrero. Rucci no veía en esto ninguna predestinación. De lavacopas pasó a ser mozo de mostrador, y las calles de Flores, zona donde estaba ubicada la confitería en la que trabajaba, necesitarían treinta años para conmoverse con un cuerpo tendido, invadido por el plomo. Su experiencia final en el rubro gastronómico fue en una sucursal de La
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Cosechera en el barrio porteño de Belgrano, donde se desempeñó como ayudante de cajero. Pero en 1944 dio el primer gran salto: se incorporó a la rama metalúrgica. Los 5.000 metros cuadrados de la fábrica Hispano Argentina, en Caballito, sirvieron de escenario para que el alcortense se iniciara en labores subalternas hasta alcanzar el puesto de tornero, en una industria que le proveía al ejército material bélico y motores. De las decisiones del GOU a las manos de Rucci se extendía un puente, que abrevaba en crecientes beneficios instrumentados desde la Secretaría de Trabajo y Previsión, ya a cargo del coronel Perón. El vínculo se hacía cada vez más fuerte y la gran causa argentina los atraía como un imán.
Ruralidades Para ese entonces, los hundidos rondan los dos millones y medio de personas. Gran parte de esa población habita el medio rural, ocupados en tareas estacionales, “con incapacidad para negociar el salario; ignorancia generalizada en cuanto a los montos salariales
oficiales
promulgados;
inexistencia
de
una
policía
del
trabajo
institucionalizada como elemento de control; descuentos jubilatorios que raramente engrosan las Cajas Jubilatorias; ídem para las prestaciones familiares... Debemos pensar que estas características son compartidas por unas 70.000 personas en la cosecha algodonera del Chaco, alrededor de 50.000 en Tucumán, por ejemplo, montos dentro de los cuales se incluyen residentes y transitorios...” enumera el sociólogo José Luis de Imaz en una entrevista de la revista Agro Nuestro, en septiembre de 1974. En su trabajo Los Hundidos, Imaz describe las llamadas Gamelas, “grandes galpones en los que sólo pueden vivir hombres. Se dan para peones rurales de las grandes explotaciones ovinas o de Vialidad o las petrolíferas. No hay casas, y por lo general no están previstas viviendas para familias rurales dependientes o peones acompañados”, relata el investigador.
Los gremios combativos El 20 de abril de 1974, el Club Riberas del Paraná, de Villa Constitución, fue el lugar elegido por los gremios combativos de todo el país para realizar un Plenario antiburocrático. Hasta allí llegaron —entre otros— los dirigentes cordobeses Agustín Tosco, de Luz y Fuerza, y René Salamanca, de SMATA.
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Ángel Porcu señala que fueron Alberto Piccinini y D‟Errico, al volver de una serie de reuniones en Buenos Aires, quienes trajeron “la propuesta de realizar un plenario de gremios y agrupaciones combativas clasistas con la participación de algunas organizaciones políticas. Acordamos con el plenario pero no con la coordinadora dado que la mayoría de los que participarían no tenían demasiada fuerza (salvo Villa y Córdoba) para que esta sea realmente representativa”. Del encuentro participaron alrededor de 5.000 personas, con gran asistencia de estudiantes y delegaciones obreras de distintas partes del país. “El plenario, salvo la actitud de un pequeño grupo que insistió en impulsar la formación de la coordinadora, se desenvolvió en forma favorable a pesar de la campaña de intimidación, tergiversación y difamación sobre los fines del mismo que la burocracia desplegó antes, durante y después del plenario. Inútil, los hechos demostraron que el Plenario del 20 de abril de 1974 fue un alto ejemplo de la solidaridad popular con la lucha de Villa Constitución”, memora Porcu. En su intervención, Agustín Tosco señaló que el Plenario demostraba “un sentimiento y una conciencia nacional traducida en una solidaridad efectiva para derrotar a la burocracia”. “Aquí hemos hecho un acto de unidad, se ha escuchado hablar a compañeros de distintas tendencias partidarias; evidentemente aquí hay peronistas, hay radicales, hay socialistas y comunistas, hay independientes. Pero aquí estamos como clase obrera con el pensamiento particular que corresponda, pero por sobre todas las cosas siguiendo la tradición histórica de nuestra clase. Todos, peronistas, radicales, socialistas, comunistas, estamos unidos para defender a la clase obrera que es nuestra clase, que es aquella que va a reivindicar los más grandes derechos de la sociedad y la humanidad”, describía Tosco. Y sostenía el mítico líder sindical: “Nosotros creemos y respetamos, y creemos que es una obligación el partidismo de cada uno pero en esta patriada, contra un enemigo tremendo va nuestra solidaridad de clase y debe irse fomentando nuevamente, impulsando nuevamente la solidaridad con el pueblo de Villa Constitución”.
Cruces / Desde la historia. Un tablero de siete décadas La buena memoria señala que de las mutuales y sociedades de resistencia de fines del siglo XIX a la trama sindical de la década de 1940 habían quedado cientos de relatos de
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lucha y de sangre, un nudo de caminos y de pensamientos, una profusión de siglas determinante para el futuro de José Rucci y del peronismo. Digamos entonces: Que en 1901 anarquistas y socialistas crearon la Federación Obrera Argentina, la FOA, y que con predominio de los primeros esta se convirtió pronto en la FORA, Federación Obrera Regional Argentina. Que disconformes con esos lineamientos, en 1903 los socialistas y quienes serían reconocidos luego como sindicalistas revolucionarios dieron origen a la Unión General de Trabajadores, la UGT. Que dos años después, en su V congreso, la FORA tomó la indeclinable decisión de hacer carne aquello del comunismo anárquico, y que su denominación sería FORA V, en obvia alusión a su quinta y definitoria asamblea. Que en 1909 la UGT se disolvió a sabiendas de sus impulsores, los mencionados socialistas y sindicalistas revolucionarios, quienes en alianza con anarquistas disidentes de la FORA V conformaron la CORA, Confederación Obrera Regional Argentina. Que en 1914 la CORA, sin haber podido fortalecer su estructura, promovió un regreso a las fuentes: la FORA. Que al año siguiente la unión dejó ver que no lo era tanto, y que en su IX congreso la FORA se partió nuevamente, esta vez entre los que siguieron firmes en su definición por el comunismo anárquico y los que plantearon que esa lógica era inviable, y que la lucha no estaba divorciada de la conciliación. Que en los libros de historia la línea que respondió a la idea original sigue siendo FORA V, y que la otra tomó para sí las mismas cuatro letras, FORA, pero que su número romano fue el IX. Que en 1922 estos últimos hegemonizaron un congreso tendiente a la unidad y con el apoyo de trabajadores autónomos y una minoría anarquista, apartada de nuevo de la FORA V, dieron vida a la USA: Unión Sindical Argentina. Que en 1926 se produjo el nacimiento de la COA, Confederación Obrera Argentina, a partir de grupos socialistas que se alejaron de la USA, sindicada como pro-soviética. Que el sinceramiento de las políticas sindicales orientadas desde Moscú data de 1928, cuando los comunistas formaron el CUSC, Comité de Unidad Sindical Clasista.
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Que es 1930 el año de la CGT, producto de la fusión de la COA, la USA y sindicatos autónomos, y que a la participación de socialistas y el predominio de sindicalistas revolucionarios se plegaron los comunistas, en un intento por reorientar el rumbo en una entidad que finalmente apoyaría al golpista Uriburu. Que las autoridades de la CGT fueron expulsadas por los socialistas y comunistas en 1935 y se constituyeron dos entidades paralelas: la CGT de calle Catamarca y la CGT de calle Independencia, en Buenos Aires, a tiempo que la FORA anarquista seguía existiendo, aunque muy debilitada. Que en 1943 se dieron nuevas divisiones: la CGT 1, comandada por ferroviarios, y la CGT 2, con presencia socialista y comunista. Que poco después la CGT 2 fue disuelta por el gobierno y la CGT 1 sufrió desprendimientos y el acoso estatal, pero que sobrevivió, en tanto que agrupaciones gremiales independientes se acercaban en tren de un reclamo que haría historia. Que tras este proceso el nexo entre política y sindicalismo había cambiado notoriamente, sin que el país de las damas de caridad y la tradición vacuna lo aprobara.
La patria metalúrgica “La burocracia entreguista de la UOM es tan poderosa que ya es común escuchar hablar o leer reiteradamente comentarios sobre la 'patria metalúrgica'. El ministro de trabajo, Ricardo Otero, el gobernador de la provincia de Buenos Aires, Victorio Calabró, el vicegobernador de la provincia de Santa Fe, Jesús Cuello, y el titular de las 62 Organizaciones, Lorenzo Miguel, entre otros, son miembros conspicuos de la burocracia de la UOM y funcionarios de gran peso político en la sediciente 'patria metalúrgica'. Esa todopoderosa organización sindical burocrática, ese tremendo mecanismo controlado por no más de una docena de jerarcas con un 'ejército' de matones, hace mucho tiempo que viene haciendo mucho escarnio de la democracia sindical. En la UOM —y en muchos otros organismos burocráticos también— los trabajadores y la agrupaciones sindicales que se muestran opositores, que levantan las reivindicaciones de los compañeros, son reprimidos de incontables maneras” escribía Agustín Tosco en el periódico Patria Nueva, hacia mayo de 1974. Escribe Tosco que, sin embargo, “a nadie le es posible comprar el futuro por más dinero que disponga o por más matones que contrate. Las bases obreras, aún agredidas por la
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burocracia se rebelan y luchan; y en esa rebelión y esa lucha está el desarrollo de su conciencia de clase que exige respeto a la condición y a la personalidad del trabajador, defensa de sus derechos, plena vida democrática y nuevas perspectivas para un futuro mejor”. “Los trabajadores metalúrgicos de Villa Constitución, más de seis mil compañeros de las fábricas Acindar, Marathon y Metcon, que tuvieron intervenida la seccional de la UOM por más de cuatro años, se han rebelado. La primera quincena del mes de marzo pasado los colocó en las planas de todos los diarios; declararon una huelga, tomaron las fábricas por una semana y no aflojaron hasta la celebración del acta en la que intervinieron ellos mismos, el Ministerio del Trabajo y la patronal...”, relata el dirigente gremial. Y consigna: “Un extraordinario y emocionante triunfo que llegó a la clase obrera de todo el país”.
Cruces / Desde la historia. Patas y fuentes Si, como apunta Juan Carlos Torre en su artículo La CGT y el 17 de Octubre, hasta 1945 “los sindicatos debían circunscribir su actividad a una plataforma estrictamente reivindicativa y proclamarse neutrales en materia política”, el 17 de octubre de aquel año marcó un punto de inflexión. La relación entre Perón y los dirigentes obreros, que venía fortaleciéndose desde 1943, terminó de sellarse cuando el secretario de Trabajo y Previsión, ministro de Guerra y vicepresidente, tal su escalada, fue encarcelado en la isla Martín García, en medio de un conflicto entre el gobierno militar y la oposición. Ese “subsuelo de la patria sublevado”, según lo definió Raúl Scalabrini Ortiz, dijo presente en Plaza de Mayo, acompañando tanto a los líderes sindicales jugados por el coronel como forzando a los dubitativos. Un lenguaje común y una serie de medidas concretas en el plano de lo laboral permitieron el encuentro de Perón con vastos sectores populares ninguneados desde siempre, los que se hacían cargo ahora de su rol activo en la madeja de relaciones sociales, políticas y económicas que era la Argentina de mediados del siglo XX. Ello no implica la omisión de otros aspectos, como la cooptación gremial que describiéramos, planeada desde arriba, o la incomprensión del fenómeno por parte de socialistas y comunistas, quienes acabarían por sumarse a una alianza antifascista con lo más rancio de la derecha vernácula.
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Según testimonios de sus familiares, José Ignacio Rucci fue uno de los tantos que metieron “las patas en la fuente”. Y no habría de sacarlas, dicen, al menos mientras estuviera con vida.
Dolor El lunes 1º de julio de 1974, apenas pasado el mediodía, muere Juan Domingo Perón. Ocho meses antes, había sido consagrado presidente de la Nación por tercera vez, con más de siete millones de votos. Su muerte es provocada, de acuerdo al informe médico, “por el agravamiento de enfermedades anteriores a raíz de una broncopatía infecciosa”. La viuda del general, Isabel Martínez, vicepresidenta de la Nación, anuncia: “asumo constitucionalmente la primera magistratura del país, pidiendo a cada uno de los habitantes la entereza necesaria dentro del lógico dolor patrio para que me ayuden a conducir los destinos del país hacia la meta feliz que Perón soñó para todos los argentinos”. El periódico La causa peronista publica un comunicado de la organización Montoneros, donde aseveran que “la muerte de nuestro líder deja sin centro de gravedad política a las fuerzas populares; desaparece con Perón el único factor de unidad nacional del presente. Y esta acefalía se siente, más allá de la continuidad institucional del proceso, como un gran desamparo para las masas”. Desde el diario Noticias, y bajo el único titular de “Dolor”, Rodolfo Walsh escribe: “El general Perón, figura central de la política argentina en los últimos treinta años, murió ayer a las 13:15 horas. En la conciencia de millones de hombres y mujeres la noticia tardará en volverse tolerable. Más allá del fragor de la lucha política que lo envolvió, la Argentina llora a un líder excepcional”.
Cruces / Desde el presente. Horacio Zamboni Horacio Zamboni fue asesor del Sindicato de Obreros y Empleados Petroquímicos Unidos (SOEPU), de la comisión interna de Cotar y del Sindicato de Trabajadores de la Industria de la Alimentación de Firmat. El relato de sus propias vivencias, desde su inserción en la política hasta las amenazas de la Triple A, la cárcel y el exilio, se convierte en un testimonio vital para retomar el debate acerca de lo ocurrido en el sur de Santa Fe en aquellos años, y del por qué de la sangre obrera derramada.
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—¿Qué hechos destacaría históricamente en la región en los primeros años de la década del „70? —Bueno, hay muchos. No sé muy bien cómo se puede destacar uno sobre otros. Si en lugar del '70 tomás el '69 está claro que son los dos rosariazos. Pero hubo un casildazo también, hubo huelgas generales con el sindicato petrolero de San Lorenzo, dos por lo menos. Una en solidaridad con el cordobazo —el único caso que hubo en el país de solidaridad con los cordobeses, que nadie recuerda — y después estuvo la Asamblea Obrero Popular en San Lorenzo, y la huelga general, donde el Ejército considera como el primer acto de lucha anti-subversiva el operativo desplazado contra ese acto político, porque fue considerada una huelga revolucionaria. El operativo “Mónica”, donde el entonces comandante del 2º Cuerpo del Ejército, general Juan Carlos Sánchez, rodeó toda la zona en esas circunstancias. Fue la única vez donde estuvo a punto de decretarse una huelga general en coordinación con Córdoba, porque habían detenido a gente de SITRAC-SITRAM que venía al acto. Pero aflojaron y soltaron a más de doscientos presos que había en esas circunstancias. Te diría que fuera de lo conocido es el acto más importante del punto de vista sindical y político. Y después está, que es más conocido, la huelga en Villa Constitución, en marzo de 1974. —En esos años el campo obrero soportó una fuerte represión de la mano del Estado, con el accionar de grupos parapoliciales. ¿Cómo vivió esta represión? —En mi caso particular fui condenado a muerte por la Triple A, junto a otra abogada, Diana Álvarez, abogada de Sulfacid. Un comando San Martín, de la Triple A, nos condenó a muerte a mediados del '74. Pero bueno, los dos sobrevivimos. Pero se venía hablando desde mucho tiempo antes, toda la gente estaba en pie de guerra, porque las amenazas eran permanentes, las pintadas, los cruces verbales en la CGT, en la calle, los volantes. No había ningún lugar a dudas, te diría que la mayor parte estaba armada con armas cortas para la defensa personal. Y por supuesto que había conexión entre el accionar de estos grupos parapoliciales y la burocracia sindical. El volante con el que nos condenaron a muerte a nosotros fue sometido a una pericia mecanográfica, y era de la máquina de escribir del Sindicato Petrolero de San Lorenzo, el SUPA. Yo no estuve en eso porque ya estaba exiliado en Perú, pero además es sabido que eran ellos.
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La muerte de Ángel Vázquez, por ejemplo, fue ordenada por Hipólito Acuña, secretario de la Alimentación en Santa Fe, y uno de los fundadores de la Triple A en la provincia. Él y probablemente Eduardo Cuello, que era de la UOM de Venado Tuerto. Esa zona era muy transitada por él: Firmat, Venado Tuerto, Villada. Tenían prostíbulos, decían que Cuello era uno de los que regenteaba el mundo de la prostitución. Yo no te lo puedo asegurar, pero era una verdad a voces. —¿Cómo recuerda la muerte de José Ignacio Rucci? —-Hay documentos del Sindicato de Petroquímicos, donde está la posición que tenía ese sindicato, que yo asesoraba, y coincido plenamente con esa posición. Nosotros estuvimos en contra de la muerte de Rucci. Estuvimos en contra por el método. Ahí está ese documento donde se explica, bueno, estamos en contra de Rucci, siempre estuvimos en contra de Rucci, creemos que hay que voltearlo, sacarlo, expulsarlo del sindicalismo, pero este no es el método. El método es el de los trabajadores. No el de un comando que viene y asesina, le niega el protagonismo a la clase obrera y la deja pintada para recibir las consecuencias de un acto que no ha sido decidido por ella y que no es democrático, además. Y era la escalada. No es que los grupos paraestatales se hacen por la muerte de Rucci, se hubieran hecho de todas maneras, pero es uno de los puntos que les permite a ellos aparecer públicamente. —¿Cómo definiría a la Triple A? —Es un grupo armado fascista en el sentido más clásico del término, cuyo objetivo fundamental es liquidar en primer lugar a todo tipo de reacción que tenga ver con el movimiento obrero. Este es el eje central de todo esto. Lo demás es secundario. Por eso más de la mitad de los muertos de todo el Proceso son dirigentes sindicales de base. Y lo que se llamaba burocracia sindical se sigue llamando, porque siguen: todos estos Moyano, Pereyra, son de la Juventud Sindical Peronista. Y podría sumarse al accionar el tema de las patronales. No descarto que haya patronales que hayan fomentado esto, lo que sí han colaborado: colaboraron prestándole apoyo, sobre todo económico, y a partir del golpe (de 1976), ellos son los que pasaron las listas para detener y eliminar a los trabajadores. Con algunas excepciones, por ejemplo el caso Petroquímica, en San Lorenzo, donde se negaron a dar la lista. Por supuesto que la gente estaba presa, pero ellos no dieron la lista, contado esto por el propio responsable de esto,
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que fue secuestrado incluso por un comando de la Marina, que lo acusaba de ser colaboracionista por esta conducta, cosa que no era así. El tipo era un cuadro capitalista que creía que ese no era el camino de combatirlos. Ese tipo no los denunció, pero el día que los compañeros salieron en libertad los despidió. Después les pagó la indemnización, previa sentencia judicial, de manera que el tipo se aseguró que no pudieran volver nunca más a la fábrica. Y no pudieron volver más. —¿Cómo describiría desde la óptica de los trabajadores las instancias de solidaridad en medio de la represión? —Hay dos etapas: antes y después del golpe de Estado de 1976. El golpe del „76 produce situaciones mucho más complicadas, porque al hacerse abierta la represión por parte del Estado hace que se relaje desde el punto de vista del conjunto de los trabajadores la posibilidad de la solidaridad. La solidaridad existía, pero más que la solidaridad existía la unidad de acción sindical. Yo estuve preso desde noviembre del '74 hasta marzo del '75, y en ese momento las organizaciones guerrilleras habían cesado de brindar apoyo material —comida, dinero, ropa— a los presos políticos porque decían que el pueblo iba a solventar a los revolucionarios. Y no llegó nunca un kilo de arroz, porque el pueblo nunca se planteó que los presos políticos eran sus presos y que tenían que ser alimentados. Y había problemas hasta para repartir la comida. —¿Cómo recuerda la noticia del golpe de Estado de marzo de 1976? —La noticia del golpe me encuentra en Lima, exiliado desde hacía un año. Concretamente yo sabía que iba a suceder el golpe, porque llegó tres días antes Edgardo Faccini, un abogado de Bahía Blanca con el que habíamos estado presos en Villa Devoto, y fue el último en salir, y cuando subió al avión la policía todavía le hizo una broma, y le dijo 'tené cuidado negro, sacá el taco —porque era negro— que en una de esas queda agarrado y no te vas más porque sos el último'. Prácticamente le habían dicho el día del golpe. Y fue así. No fue una sorpresa, tampoco constituía una sorpresa el hecho de que iba a haber un golpe de Estado porque era una opinión común.
La noche sobre los cuerpos José Sánchez, compañero y amigo de Vázquez, recuerda que un par de días antes de su muerte, “estábamos en una reunión, y se hicieron las cuatro menos veinte, nosotros
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entrábamos a trabajar a las cuatro de la mañana. Bueno, a las cuatro menos veinte nos fuimos a trabajar, y en el camino pasó una camioneta muy cerca de él, por el lado de él. Cuando nos vemos dentro de la fábrica le digo ¿qué te pasó, Negro? Y me cuenta: uno me tiró la chata por delante, decí que estaba bien despierto, la vi y me tiré a un costado, y el que iba en la chata se fue para otro lado. Yo pensé que eran cosas del Negro, porque era un poquito exagerado”. El viernes 18 de julio de 1974, la camioneta dio en el blanco. El periódico El Correo de Firmat tituló en su Sección Policiales: “Accidente de tránsito entre un automotor y un ciclista que se encuentra muy grave”. La noticia a dos columnas informaba: “El día 18 de julio, siendo aproximadamente las 4 horas, se recibió en la Guardia de la Seccional local de Policía, una llamada telefónica desde el Sanatorio Firmat, informando que momentos antes había sido internada una persona que sufriera un accidente. Al concurrir personal policial constató que la víctima era el vecino Ángel Vázquez, argentino de 34 años, casado, domiciliado en Independencia 1085 de esta ciudad, empleado de Fábrica S.A. Nestlé”.
Nexos “El 31 de julio de 1974, la Triple A comenzó a gestar su fama macabra con el asesinato del diputado peronista disidente Rodolfo Ortega Peña. Su entierro, donde fueron detenidas 350 personas, demostró la unidad orgánica entre los que asesinaban como 3A por la noche y arrestaban como policías federales durante el día. El nexo era el jefe de ambas organizaciones, el comisario Alberto Villar”, escribió el periodista Miguel Bonasso en El presidente que no fue. En esas mismas horas de la muerte del abogado peronista, el sur de la provincia de Santa Fe fue el escenario de dos atentados que registran los métodos de la Triple A: el asesinato en Firmat del dirigente del Sindicato de la Alimentación, Ángel Vázquez; y las bombas que demolieron el local de la Lista Marrón, en Villa Constitución.
Cruces / Desde la historia. El nuevo poder Para mediados de la década del '40, el crecimiento de los metalúrgicos era cada vez más evidente, y las disputas por el poder en el seno de la CGT no demoraría en enfrentarlos con los ferroviarios, cuyo papel como transportistas en el país de la gran producción
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rural los había convertido en el centro del centro. Pero el centro empezaba a correrse velozmente de lugar. Lo sabrían varios, entre ellos Cipriano Reyes, del sindicato de la Carne, hombre que se arrogaba para sí la movilización del 17 de octubre y líder del partido Laborista que llevó como candidato a presidente de la República, en las elecciones de febrero de 1946, al general Perón. De la mano de Ángel Perelman, de orientación trotskista, la UOM se alineó tras las banderas del conductor de la amplia sonrisa. José Ignacio Rucci siguió este ciclo desde adentro. De ascendente obrero en la Hispano Argentina, en 1946 se incorporó a la fábrica de productos electromecánicos Ubertini: “Ahí empecé la militancia gremial: en 1947 fui elegido delegado de la comisión interna”, contaría en sus días de gloria. En 1948 dio un salto más: con el apoyo del dirigente Hilario Salvo se sumó a las comisiones paritarias por el sector sindical, en forma paralela a la confirmación del poderío de la UOM, que en esas fechas destituyó al secretario general de la CGT Aurelio Hernández. Además, en la estructura que pasó a presidir José Espejo un metalúrgico ocupó por primera vez un sitio de peso: Armando Cabo. En el orden de lo privado, Rucci se había mudado de pensión y alternaba la salida de los sábados con su pasión por San Lorenzo, hasta que en 1952 una mujer movió las fichas. “Ahí conoció a mi cuñada, porque mi cuñada trabajaba en Radio Serra que pertenecía a metalúrgicos. Había un problema, y entonces fue a plantearle el problema a José y ahí se conocieron. Se hicieron novios”, dice Noemí Rucci. La mujer se llamaba Nélida Blanca Vaglio, la Coca, y la escena relatada tuvo lugar en momentos en que Rucci prestaba colaboración en la UOM y esa otra mujer, María Eva Duarte de Perón, dejaba con su muerte un espacio fundamental con vistas al segundo mandato de su esposo: la asistencia social, la palabra incendiaria, la relación directa con el sindicalismo. Si bien el gobierno peronista, nuevamente plebiscitado en elecciones libres en 1952, iba por entonces hacia un cuello de botella, la UOM se regodeaba en sus propios éxitos. En pocos años sus afilados se habían multiplicado casi por veinte, y su capital estimado en 100 millones de pesos comprendía locales, proveedurías y policlínicos en distintos puntos del país. Sin salirse de ese marco, José Ignacio Rucci subió un peldaño más cuando comenzó a trabajar en la fábrica de cocinas y estufas Catita, en 1953.
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Ese mismo año, y en la continuidad de su labor como miembro de las comisiones obrero-empresarias, Rucci debió recorrer los talleres de la Philips clasificando el personal. Allí se encontró con un operario al que ascendió de medio oficial a oficial ajustador y cuyo nombre vale la pena recordar: Augusto Timoteo Vandor. “Después fuimos muy amigos, estuvimos siempre vinculados”, confesaría el alcortense en 1970, ya como secretario general de la CGT.
Otras miradas Ese viernes 18 de julio del '74, minutos antes de las cuatro de la madrugada, los obreros de Nestlé enfilaban como cada día para la fábrica, para cubrir el turno. Uno de esos obreros recuerda con claridad que “en el Boulevard, una camioneta roja con trompa blanca me cruza, dobla por Solís como yendo para la fábrica, y se pierde en el suburbio”. A pocas cuadras de allí, frente a la cancha del Club Frediksson, esa camioneta había atropellado a Ángel Vázquez. El cuerpo del “Negro” queda tendido en plena vereda. A su lado, hecha un amasijo de hierro y cuero, su bicicleta. El mismo recuerdo se hace tristeza en los ojos de Sánchez: “yo iba a la fábrica, y veo una chata, y el Negro Vázquez como a diez metros, tirado en medio de la tierra. Le digo, ¿qué te pasó, Negro? Y el Negro alcanza a decirme: Me quisieron matar. Al lugar llegó Molina, un compañero de la fábrica, que era de otro mundo, nada que ver con nosotros, nada que ver con nadie. Y Molina nos dice: yo lo conozco al de la chata, es un peronista asesino. Lo llevamos al Negro al hospital, y al poco tiempo murió”. Los testimonios coinciden en que la cosa cambió desde ese 2 de agosto de la muerte del Negro. Lo relata José Sánchez: “ahí empieza otra vida sindical. Como yo era el segundo de Vázquez, quedé en lugar de él, a pedido de la gente. Hasta que un par de días después me llaman de la fábrica, y me dicen, Sánchez, váyase, renuncie. Nosotros le pagamos 5.000 pesos, y le damos una semana para que lo piense bien. Los muchachos del sindicato me dijeron que sí, que renuncie. Y renuncié. Igual seguimos varios años peleando con el sindicato desde afuera de Nestlé, acompañados con otros muchachos que quedaron dentro de la fábrica”. Fue entonces que al frente del sindicato quedó “un tal Guardamaña, muy ligado a la patronal. Si te quejabas por algo era capaz de ir y pedir que te echen”, remarcan los testimonios.
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Explosiones El último día de julio de 1974, el diputado Rodolfo Ortega Peña era asesinado por la Triple A. Casi al mismo tiempo, la sede del Sindicato de Portuarios de Villa Constitución era demolida “por dos poderosos artefactos explosivos” que “redujeron a escombros el local”, según señalaba la crónica publicada por el diario La Capital el viernes 2 de agosto de aquel 1974. Como lo recordara el dirigente sindical Victorio Paulón, un hilo de sueños todavía inconclusos unía los atentados: el abogado Rodolfo Ortega Peña era el apoderado de la Lista Marrón a nivel nacional, y el edificio demolido era la sede de esa agrupación sindical, que comenzaba a consolidarse en la pelea por ganar las elecciones para conducir la Seccional Villa Constitución de la poderosa UOM. Los estallidos, relata el matutino rosarino, “se produjeron poco después de las 3 de la madrugada. Quedaron en pie solamente algunas paredes del edificio”. La noticia continuaba diciendo que “en forma providencial salvaron sus vidas los cuidadores”; David Giroldi, de 56 años, su esposa Ana Amalia Moreyra de Giroldi, de 35 años, y los seis hijos del matrimonio; “el menor de los cuales sólo tiene siete meses de vida”. El periódico registra también que los obreros de las tres plantas metalúrgicas más importantes de la ciudad realizaron un acto de repudio al atentado contra el mítico local, donde históricamente funcionara la Federación Obrera Regional Argentina, que era al mismo tiempo “el lugar de reunión de los obreros metalúrgicos de la Lista Marrón”.
Cruces / Desde la historia. Segundo nacimiento “Mi relación con José Ignacio Rucci aparece a temprana edad. Él era el dirigente de la UOM en Catita y mi padre era el Jefe de Personal. Rucci secuestra a mi padre don Nemesio Martín García en una huelga o conflicto con la empresa y lo mantiene guardado en una habitación de la fábrica hasta negociar ciertas condiciones. Este hecho nunca me dejó ningún rencor hacia él ni modificó mi pensamiento de que Rucci era hombre del peronismo y de Perón”, sostuvo Martín García desde la página de internet http://www.nacionalypopular.com/. El suceso que narra García se remonta a 1954, época en que según Luis Fernando Beraza, biógrafo de Rucci, “nace el verdadero dirigente sindical”.
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La virulencia alcanzaba también a la UOM. Fueron jornadas de internas ásperas, como las que pusieron en pie de guerra a trotskistas versus comunistas en torno a un tema recurrente: Perón y sus políticas. Rucci parece haber adherido a los primeros, que aunque consideraban al peronismo un movimiento reformista lo valoraban en tanto había modificado el juego de poder en favor de la clase trabajadora, aspecto positivo de cara a una transformación profunda a futuro. Para los segundos, en cambio, no había concesiones posibles: el peronismo era burgués y fascista. Los trotskistas, obvio es decirlo, sacaron mayor rédito. Otros conflictos marcaron el pulso de aquellos meses en la UOM. Uno de ellos es el que involucró al secretario general adjunto, Abdalá Baluch, militante del comunismo, quien se enfrentó a Hilario Salvo en una serie de choques que dejaron obreros muertos y acabaron con la intervención del gremio por parte de la CGT. Aunque Baluch resultó confirmado en el cargo, sus horas allí estaban contadas. Una huelga motivada por la dilatación de las convenciones colectivas de trabajo, declarada ilegal por el gobierno, llevó a Salvo a establecer alianzas con sectores comunistas opositores a Baluch. Ese fue su adiós, y el de toda la conducción, en un gremio que a pesar de las protestas y las internas seguía alineado al peronismo. Misma calificación le cabe a José Ignacio Rucci, quien avaló tales medidas y empezó a distinguirse por sus dotes de orador de barricada, cuando ya Iglesia, militares, establishment y partidos disidentes pergeñaban su “Revolución Libertadora”. Las habilidades del pregonero de cine en Alcorta se reeditaban ahora en asambleas donde los hombres rudos eran de carne y hueso, y los revólveres quemaban de verdad. Lenin Columbich, ese otro pregonero que en quince años no había tenido noticias de Rucci, repartía su vida entre el trabajo metalúrgico en Avellaneda y la representación gremial en su fábrica. Las pujas descriptas, la sangre vertida, lo empujaron a la renuncia: “No estaba de acuerdo con cierta metodología que utilizaban los gremialistas para arreglar los problemas”, afirma. Pero la historia, sin embargo, le deparaba una sorpresa, y el día en que fue a oficializar su decisión se topó con el viejo amigo. “Yo tuve la oportunidad de verlo en la UOM. En algún momento toqué el tema de los recuerdos, pero él estaba en otra: no le dio mayor importancia ni estableció comentario al respecto. Yo me di cuenta que eso no le importaba para nada, eso había pasado al
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olvido”, dice Lenin Columbich sobre el Rucci que “estaba ascendiendo en el gremialismo”. En efecto, en un país partido al medio no había demasiado tiempo para la nostalgia.
La represión generalizada Agosto de 1974 no fue una fecha más en la historia sindical argentina: “En agosto de 1974 el Gobierno le retiró la personería gremial a la Federación Gráfica Bonaerense, y en octubre fue detenido su secretario general Raimundo Ongaro. También en agosto de 1974 el sindicato SMATA Córdoba, en conflicto con la empresa Ika Renault, fue intervenido por la dirección nacional del gremio. La mayoría de sus dirigentes y activistas fueron encarcelados”, sostiene Alejandro Teitelbaum en su artículo Represión en Argentina y memoria larga. Dos meses después, en octubre de 1974, la policía allanó el Sindicato de Luz y Fuerza de Córdoba, encabezado por el mítico Agustín Tosco, quien consiguió eludir la detención. Tosco se vio entonces obligado a ocultarse hasta su muerte, el 5 de noviembre de 1975. “Sólo en 1974 fueron asesinados por lo menos veinticinco activistas sindicales. El mismo año también fueron asesinados los abogados Rodolfo Ortega Peña (que era diputado nacional) en julio, Alfredo Curutchet y Silvio Frondizi, en septiembre, y las abogadas y periodistas Nilsa Urquía y Marta Zamaro, de Santa Fe, vinculadas al gremio gráfico liderado por Raimundo Ongaro y a la CGT de los Argentinos, en noviembre”, remarca Teitelbaum.
1974 La investigación por el crimen del periodista José Domingo Colombo se detuvo en las figuras de Sanz y González. Sin embargo, el también escritor y periodista Mario Lombari, amigo y compañero de trabajo de Colombo, señala a los autores intelectuales de ese asesinato: “Fue Magaldi, el secretario general de la Asociación de Obreros Textiles de San Nicolás, con más de cuarenta sindicatos que estaban en contra de Rucci. Y Colombo, según se decía, era marxista. Los que lo mataron eran del COR (Comando de Organización), dirigidos por el general Iñiguez”, como le contó al periodista Carlos del Frade en el libro Perón, la Triple A y los Estados.
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Antonio Pedro Magaldi supo ser boxeador, obrero textil y delegado sindical. Desde allí llegó a ser secretario general de la CGT San Nicolás, la misma geografía desde donde había pegado el gran salto José Ignacio Rucci. Ocupando ese cargo, el 4 de abril de 1974, Magaldi cayó bajo las balas de un operativo del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP). En su declaración pública el ERP denuncia que Magaldi “ha sido uno de los principales responsables del permanente ataque, persecución y vejámenes que sufren los trabajadores (...) por parte de las bandas de matones fascistas, armados por la burocracia sindical, por los directivos y dueños de las grandes empresas, en especial Somisa, por el ejército y la policía federal (...). Necesitan del terror para cumplir con sus planes de opresión al pueblo”. En el documento “El ERP al Pueblo”, publicado en el periódico Estrella Roja Nº 32 del 10 de abril de aquel año, la organización manifiesta: “Frente a los crímenes de las bandas fascistas y parapoliciales, brazo armado de los opresores, el brazo armado del pueblo responde con la ejecución de Antonio Magaldi”. Poco más de tres meses después, en el invierno de 1974, Ángel Vázquez, dirigente sindical, muere después de varios días internado, víctima de un curioso “accidente de tránsito”. El 14 de noviembre de 1974, las abogadas Marta Zamaro y Nilsa Urquía, miembros de la Asociación de Abogados de Santa Fe y referentes del periódico Nuevo Diario, son secuestradas del domicilio de Urquía. Sus cuerpos aparecen en Arroyo Cululú, camino a Esperanza. Marta Zamaro era también obrera gráfica del periódico, y pocos días después de la aparición de sus cuerpos, la sede de Nuevo Diario comenzó a sufrir atentados, mientras parte de su redacción era amenazada. Las muertes de las abogadas serán “el primer aviso del terrorismo de estado que 'notificó' a los abogados lo que debían esperar si se identificaban y defendían a los estudiantes, trabajadores y activistas sociales populares”. Desde entonces, el terrorismo a las sombras del Estado en Santa Fe ya no va a detenerse. “Comienzan los atentados con explosivos durante las noches. Alfredo Nogueras, Ricardo Molinas y Rafael Pérez se ven obligados a salir del país ante las amenazas recibidas”, recordará la Comisión de Homenaje de la Facultad de Derecho de la Universidad del Litoral, en el año 2006.
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Es el desembarco de la Triple A en la ciudad capital de la provincia. “Con disfrazados secuestros, allanamientos sin sustento jurídico y colocación de bombas en domicilios y estudios de abogados defensores de presos políticos, se vivían los momentos previos a la instauración del feroz régimen cívico-militar que asaltó el poder en 1976, encargándose minuciosamente de exterminar todo vestigio de oposición a sus intentos de entregar el país a las multinacionales, avalado por un Poder Judicial que convalidó la oprobiosa impunidad de tantos crímenes cuyos terribles efectos se proyectan en el tiempo y hasta nuestros días”, escribiría Carlos María Gómez treinta y tres años después. Para Carlos del Frade, las primeras patotas que conformaron la Triple A en la ciudad capital tenían su base en sindicatos como SMATA, Viales y Municipales, con pesados llegados desde Reconquista y Santo Tomé. “Uno de los símbolos del peronismo de derecha fue Afrio Penisi, titular de la Básica 26 de julio”, remarca el periodista.
Cruces / Desde la historia. De la resistencia a la ofensiva El golpe de Estado de septiembre de 1955 que llevó a Eduardo Lonardi a la presidencia, destituido dos meses después con la anuencia de su vice Isaac Rojas y reemplazado por Pedro Aramburu, inició una etapa signada por la proscripción del peronismo y por la sorda lucha de éste. La autodenominada “Libertadora” dejaría una cola larga, y puede que a la distancia sea reconocida en su dimensión de espanto: la acompañaron varios partidos “democráticos”, la sustentó el desprecio de amplias franjas de la población hacia las clases populares, la justificaron intelectuales de izquierda y de derecha, la incentivaron empresarios y organismos internacionales de crédito, la bendijo la Iglesia, la ejecutaron las Fuerzas Armadas. Si bien los dos mandatos peronistas no se habían caracterizado por ser un decálogo de caricias y total transparencia, su legitimidad estuvo fundada en el apoyo de buena parte de la población mediante el voto, y en esa buena parte el movimiento obrero y sus organizaciones fueron su “columna vertebral”. Controlarlos, desarticularlos, se convirtió en el desvelo de gobiernos y grandes intereses económicos desde 1955 hasta 1973, ya sea apelando a la negociación, a la prohibición o al fusilamiento. En un clima de opresión, la nueva camada de dirigentes sindicales, entre los que se contaba José Rucci, peleaba desde la UOM Capital, con Augusto Vandor a la cabeza, la
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conducción nacional del gremio, e integraba los frentes opositores a la dictadura en nombre de los trabajadores y del peronismo. La llamada “Resistencia” los unía, a requisitoria del líder exiliado y de su intermediario, John William Cooke, a quien le daba instrucciones para “una lucha intensa diluida en el espacio y en el tiempo”, y que exigía que “todos, en todo lugar y momento se conviertan en combatientes contra la canalla dictatorial que usurpa el Gobierno”. Porque, decía Perón, “a las armas de la usurpación hay que oponerle las armas del pueblo”. La tarea no era fácil: intervenciones militares, encarcelamientos, inhabilitaciones y hasta la derogación de la Ley de Asociaciones Profesionales se sucedieron en el lapso que medió entre el golpe y la entrada de Argentina al Fondo Monetario Internacional, en agosto de 1956, además de la masacre de civiles que abrió el camino a la militancia política de su principal investigador: el periodista y escritor Rodolfo Walsh. Restaban unos quince años para que Rucci, en la revista Gente, definiera a Walsh como un “sucio marxista”, aunque su rechazo público por las teorías del barbado Karl puede reconocerse en épocas de la Resistencia, acorde a los preceptos peronistas de “combatir al capital” y al mismo tiempo oponerse a la colectivización de la propiedad y de los medios de producción: “Cooke lo incluyó en una delegación obrera que se reunió con el Episcopado, en procura de recomponer las relaciones del peronismo con la Iglesia. En su informe posterior a Perón, Cooke marcó que José (Rucci) había impresionado al cardenal Caggiano y a los obispos al advertirles que el peronismo era la única barrera contra la conversión de los trabajadores al comunismo”, escribió Horacio Verbitsky en Ezeiza sobre un hombre que acentuaba sus diferencias con esos “bolches” a los que alguna vez había acompañado, allá en Alcorta. O con el trotskismo, que de algún modo lo convocó hasta un par de años antes. Estas apreciaciones no omiten la existencia de alianzas momentáneas con dirigentes comunistas, como las que llevaron a la creación de la Intersindical y al fracaso de la “Libertadora” en su intención de normalizar la CGT y disciplinar el movimiento obrero. De esta jugada, fogoneada por Perón y coordinada por Cooke, surgieron en septiembre de 1957 las “62 Organizaciones Peronistas”, con una activa participación de Rucci en su constitución. De la colocación de bombas caseras o “caños”, las volanteadas y los piquetes que señalaron la primera etapa de la Resistencia, se pasó a una segunda instancia en donde
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lo sindical cobró mayor peso, encolumnando, proponiendo. Los planteos expuestos en el Programa de La Falda (surgido del Congreso que en esa ciudad reunió a dirigentes sindicales), de noviembre de 1957, así lo demuestran: nacionalización de los recursos naturales, expropiación de latifundios, participación obrera en la dirección de las empresas y control de la producción, expansión del cooperativismo, eliminación de los monopolios extranjeros, entre otros puntos. La presión del régimen no cesaba, incluso Rucci pasó unos días tras las rejas, pero los tiempos del repliegue estaban terminando. En lo personal, el petiso se había casado con Nélida Vaglio unos meses antes, y al respecto su biógrafo Beraza aporta un dato de color: “Se casaron vía México porque Rucci había tenido un fugaz casamiento en Santa Fe, previo a su llegada a Buenos Aires”. Entre sacudón y sacudón, el hombre despuntaba el vicio de escribir. Lo hacía en el periódico Palabra Argentina, dirigido por Alejandro Olmos, donde el 10 de diciembre de 1957 argumentaba que “la Argentina parece ignorar que vivimos actualmente dentro de una civilización metalúrgica, bien lejos ya, por cierto, de la economía pastoril y semicolonial que conocieron nuestros inmediatos antepasados y que todavía, anacrónicamente, se empeñan en imponernos unas decenas de familias oligárquicas que quieren parar con la defensa de sus mezquinos intereses, las fuerzas históricas del país, el desarrollo técnico argentino y la marcha de la nación hacia una civilización industrial”. En dicho texto, Rucci aclaraba que “sabemos distinguir también entre industria nacional y capitalismo especulativo, opresor y explotador de las masas trabajadoras”, como una grajea de su concepción del mundo. Un mundo peronista.
Estado de sitio Por medio del decreto 1368 del 6 de noviembre de 1974, el gobierno de María Estela Martínez de Perón decretó en todo el territorio nacional la vigencia del estado de sitio, y apoyándose en el artículo 23 de la Constitución Nacional, suspendió las garantías constitucionales. El decreto expresa: “Visto:
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Que las medidas adoptadas hasta el momento por el Gobierno Nacional para que los elementos de la subversión depongan su actitud y se integren a la Reconstrucción Nacional; y Que las reiteradas expresiones de repudio y recomendaciones que en igual sentido hicieron las instituciones y sectores del país —políticos, religiosos, económicos y sociales— lejos de hallar eco, se agravan con las amenazas dirigidas, también ahora, contra niños en edad escolar, y Considerando: Que es deber esencial del Estado Nacional Argentino preservar la vida, la tranquilidad y el bienestar de todos los hogares; Que ejerciendo la plenitud de su poder el Estado Nacional Argentino debe, con toda energía, erradicar expresiones de una barbarie patológica que se ha desatado como forma de un plan terrorista aleve y criminal contra la Nación toda; Que la asunción de medidas preventivas de excepción son procedentes para garantizar a todas las familias su derecho natural y sagrado a vivir de acuerdo con nuestras tradicionales y arraigadas costumbres; Que la generalización de los ataques terroristas, que repugnan a los sentimientos del pueblo argentino sin distinción alguna, promueven la necesidad de ordenar todas las formas de defensa y de represión contra nuevas y reiteradas manifestaciones de violencia que se han consumado para impedir la realización de una Argentina Potencia y de una Revolución en Paz; Por ello y atento a lo dispuesto en el artículo 86 inciso 19 de la Constitución Nacional, La Presidente de la Nación Argentina en acuerdo general de Ministros decreta: Artículo 1º - Declárase en estado de sitio a todo el territorio de la Nación Argentina a partir de la fecha del presente decreto. Artículo 2º - Comuníquese, hágase saber al Honorable Congreso de la Nación, publíquese, dese a la Dirección Nacional del Registro Oficial y archívese.” Al pie del decreto estampan sus firmas María Estela de Perón, Adolfo Savino, Oscar Ivanissevich, José López Rega, Alfredo Gómez Morales y Alberto Rocamora. El 1 de octubre de 1975, el decreto 2717 prorrogó la medida. La disposición sería derogada recién en el año 1983.
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Nombres y señales “A la chata la encontramos en la provincia de Córdoba, yendo por Cruz Alta, por allí, abandonada en un campo, como a 150 km de acá”, recuerda José Sánchez. Según registran las Actas Oficiales Nº 29 y 30 del Sindicato, se intentó investigar “el atentado contra la vida del compañero Vázquez”. Sin embargo, la investigación nunca prosperó. “Nadie hizo nada”, recuerdan sus compañeros, para quienes no hay demasiadas dudas sobre quién apretó el acelerador, sobre quién disparó la orden. “Era en pleno auge de la Triple A”, sostienen. El testimonio de un trabajador que supo ser compañero de Vázquez y hoy está jubilado, pone nombre a la impunidad: “un día voy al hospital y lo encuentro al jefe de personal de la Nestlé. Me llamó, y le digo ¿qué pasa Dulcich? Y me dice, estoy muy mal, estoy muy enfermo, y no tengo doctor para mí, y no es porque no haya doctor, es porque soy yo. Yo, que soy el organizador de la muerte de Vázquez. Y ahora vengo a pedir ayuda para mí, y no hay. Y para los que yo maté sí hubo ayuda. A los dos o tres días me llaman y me dicen: andá al hospital que hay un problemón. Yo era amigo de los empleados del hospital, así que voy y me dicen: se mató el jefe de personal de Nestlé”, recuerda el viejo militante sindical. Pero el entramado de complicidades que transforma el crimen de Vázquez en un ejemplo de cómo los sectores dominantes de la Argentina de la década del '70 estaban dispuestos a mantener sus privilegios va más allá todavía de los gerentes de la firma Nestlé.
Cruces / Desde la historia. De lucha, carceleros y negociaciones Si algo insisten en remarcar los pensadores nacionales es que, a fines de los años ‟50, la división entre peronismo y antiperonismo iba mucho más allá de una lucha partidaria o de facciones: se trataba en suma de dos proyectos de país enfrentados, con sus zonas grises y sus traidores, y una conflictividad de clase creciente. El ascenso de Arturo Frondizi a la presidencia de la República, el 1 de mayo de 1958, no escapó a tal panorama. Este abogado de 49 años, representante de la Unión Cívica Radical Intransigente (UCRI), línea opositora a la Unión Cívica Radical del Pueblo (UCRP) de Ricardo Balbín, alcanzó su máximo cargo con una plataforma permeable a los requerimientos
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del peronismo proscripto y con el objetivo de captar el grueso del movimiento obrero. De ahí el pacto con el “tirano prófugo”, que Frondizi se apuró en desmentir, y que hizo peligrar las bases programáticas de una “Revolución Libertadora” que podía haber desocupado el sillón de Rivadavia, pero que seguía custodiándolo. Entre ambos fuegos, Frondizi se inclinaría por el segundo y terminaría incinerado en 1962, en medio del reclamo de los trabajadores por las promesas incumplidas y la desconfianza de los militares, que forzaron su reemplazo por el presidente del Senado, José María Guido. A esa altura la UOM era sin dudas el gremio más importante, la puesta en práctica del desarrollismo económico acompañaba cierto auge fabril y Rucci seguía encuadrado en la política de su principal referente, Augusto Vandor. En esos años nació su hijo Aníbal, y en esos años disfrutó de dos temporadas a la sombra. La primera incursión en los calabozos nos retrotrae a la famosa toma del frigorífico estatal Lisandro De La Torre, en enero de 1959, cuando el frondicismo decidió su entrega a la Corporación Argentina de Productores de Carne (CAP) y 9.000 trabajadores ocuparon la planta en rechazo a la medida. En solidaridad con los afectados, varios referentes de las 62 Organizaciones apoyaron la demanda, que el gobierno frenó con el envío de tanques y 1.500 uniformados. Resultado: una paz de superficie. El alcortense fue encerrado en un barco en la Dársena Norte y luego destinado a Santa Rosa, La Pampa. Desde allí mandó una carta a sus familiares en Rosario, que su hermana Noemí aún guarda entre recortes de diarios y fotos de Perón, en la que responde a su madre que “como te imaginarás tener noticias de nuestros seres queridos nos llena de profunda alegría”, que en breve será trasladado a Buenos Aires y en la que revela una redacción cuidada y una construcción discursiva propia de alguien entrenado en esas lides. La misiva está fechada el 27 de octubre de 1959. Liberado a principios de 1960, el aire fresco le duró poco: Frondizi promovió el plan CONINTES (Conmoción Interna del Estado), que autorizaba la ingerencia de las Fuerzas Armadas en la solución de los conflictos originados en el seno de la sociedad civil, y Rucci fue a parar a prisión por su perfil y práctica de agitador. Esta vez le tocaron los barrotes de la cárcel de Caseros. Su salida coincidió con la agonía del intento de la UCRI, el inminente cierre de la fábrica Catita, la recuperación de la CGT para los trabajadores, aunque sin normalizar
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legal ni estatutariamente, y los primeros roces con Vandor, ese que según Rodolfo Walsh estaba “presentando como Resistencia lo que ya era negociación”. Sin embargo, otras experiencias habían abierto una nueva senda en pos de un peronismo en el gobierno, y de su líder en el país. Fue el caso de los Uturuncos y su desembarco guerrillero en Tucumán en diciembre de 1959. O el del copamiento del Regimiento 11 de Rosario, protagonizado por una mayoría de civiles, en noviembre de 1960, acciones que si bien fallaron sentaron un precedente para esa organización que ni Rucci ni nadie nombraba aún: Montoneros.
La algarabía Finalmente, las elecciones en la UOM villense se concretaron entre el 25 y el 29 de noviembre de 1974. Recuerda Ángel Porcu: “se desató la algarabía en las fábricas, especialmente en Acindar, en donde no había pared que quedara sin pintar por la Marrón. En toda Villa Constitución y pueblos cercanos sucedía algo similar: las calles y fábricas inundadas de volantes, el local de la Marrón derruido y en reparaciones, funcionaba a pleno. La semana de las elecciones Villa pasó a ser una ciudad en permanente tensión. Llegaron Los Pumas para reforzar el patrullaje policial y la custodia del sindicato. No obstante el clima de 'guerra' las elecciones se desarrollaron normalmente, y la Marrón ganó con más de 2.600 votos contra 1.300 de la Lista Rosa”, que respondía a la conducción nacional de Lorenzo Miguel. Los sectores combativos asumieron la conducción de la seccional Villa Constitución de la UOM el 1º de diciembre de ese año. La nueva conducción duplica la cantidad de afiliados, normaliza los aportes de las empresas y mejora los servicios de la obra social. Al mismo tiempo, enfrenta a la especulación y el desabastecimiento de productos básicos vendiendo azúcar, aceite y harina en la plaza a precio de costo, en una acción conjunta con la CGT local. Pero aquella primavera democrática no duraría más de tres meses.
Las villas urbanas “Condiciones económicas determinantes de una movilidad descendente y de una difícil integración a una sociedad determinada confluyen para que una multitud de marginados se vean reducidos a vivir —o sobrevivir— en villas”, define por entonces el sociólogo
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José Luis de Imaz. Y plantea el panorama del país que fue será: “en Capital tenemos a Bajo Retiro y Almirante Brown con totales de 24.385 y 19.912 habitantes, respectivamente. Se estima un total de ocupantes de villas para el Gran Buenos Aires de 265.179 personas. Todos ellos están distribuidos en 19 partidos y el tamaño de cada villa es diferente, así como su composición étnica. Las hay puramente de bolivianos o chilenos. Otras de litoraleños o chaqueños, y están aquellas receptoras de varias corrientes”. La descripción continúa, marca los límites imprecisos de una tierra que empieza a delinear su geografía futura: siguen en cuanto al monto de villas las ciudades de Rosario y Córdoba: “En Rosario las villas ocupan 202 hectáreas, con un total de 65 villas de emergencia y 53.482 habitantes. En esta ciudad existe una de las villas de emergencia más antiguas del país. Ya en 1944 contaba con 9.000 habitantes”, remarca el investigador. “Nosotros concluimos que en el país hay dos millones y medio de marginales. Es un esfuerzo reducido a un número —explica José Luis de Imaz en la entrevista de 1974 de la revista Agro Nuestro—. Sabemos que hay una masa de población por debajo del piso. Nuestro trabajo fue señalar que existen, que se encuentran en determinados lugares y en determinadas condiciones.” Y certifica: “ahora les toca actuar a los que tienen en sus manos los instrumentos legales y constitucionales para hacerlo. Alfabetizar, curar, dar trabajo, dar a cada hombre la cabal sensación de que es un ser humano plenamente integrado en su medio, parte del motor que mueve al país, son algunos de los medios para sacar a flote a los hundidos”.
Cruces / Desde la historia. La cueva del lobo El primer lustro de los años ‟60 fue para José Ignacio Rucci de una tranquilidad sujeta con pinzas. En ese período compró una casa en Villa Martelli, con crédito obtenido a través de la UOM, nació su hija Claudia y su papel en el gremio se reducía a un lugar donde el protagonismo y la acción no eran una constante: la secretaría de prensa de la seccional Capital Federal. Bajo las directivas en ese distrito de Paulino Niembro, y luego de Avelino Fernández, su espacio dependía en mayor medida de las decisiones de Augusto “Lobo” Vandor, cada vez más “Lobo” y más Vandor, al frente de la conducción nacional del sindicato o en el
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liderazgo de las 62 Organizaciones, y con capacidad de digitar puestos y nombres en la CGT. A su sombra, Rucci alimentaba el vértigo premiando a las “barras” que neutralizaban opositores en las asambleas y les “distribuía dinero para que fueran a comer”, como cuenta Daniel James en su clásico libro Resistencia e integración. El peronismo y la clase trabajadora argentina 1946-1976. “José no se llevaba bien con Vandor”, sentencia Noemí Rucci. Su comentario puede ampliarse con el que en su momento firmó el militante montonero Dardo Cabo, en un texto que más adelante retomaremos: “Lo cargaban en la UOM cuando andaba (mucho antes de ser siquiera interventor en San Nicolás) con saco y corbata. Hasta trabita usaba, y el Lobo lo cargaba”. Finalmente, Luis Fernando Beraza le agrega a esta historia el tinte macartista, cuando en su libro José Ignacio Rucci dice que “Vandor no lo reconocía, en parte por sus discrepancias políticas con él (el Lobo en privado ponía como excusa los lejanos antecedentes de izquierda del santafesino, un argumento que usaba contra todos los que se le oponían), y por su no sumisión a la autoridad de Avelino Fernández”. Fuera de los límites gremiales, la mano de Vandor se estiraba considerablemente. Hacia finales de la era Frondizi su apoyo para el triunfo de Andrés Framini como gobernador de Buenos Aires había sido importante, en una elección que resultó anulada por una sencilla razón: el peronismo no debía ganar bajo ningún punto de vista, y su proscripción abarcó incluso los comicios que Arturo Illia ganó en 1963. Fue durante la gestión de Illia, quien asumió la presidencia de la Nación avalado sólo por el 25% de los votos, que Vandor alargó las garras un poco más. Con crecientes oposiciones internas en el plano sindical, su apuesta para reafirmar el poder se tradujo en el montaje de la “Operación Retorno”, dícese la vuelta de Perón al país. El “gran conductor” estaba exiliado en España, después de haber pasado por Panamá (donde conoció a su tercera esposa, María Estela Martínez, alias “Isabel”), República Dominicana y Venezuela. Con mucho de improvisación, el tan mentado regreso fue abortado en Brasil el 2 de diciembre de 1964, por presión de los militares argentinos sobre un Illia que tampoco dudó en tirarles el hierro caliente. Vandor participó del frustrado viaje, y lejos de caer en desgracia utilizó el hecho en su favor: decidió pelearle el puesto al máximo líder. Fuerzas Armadas y establishment saludaron la propuesta de un “peronismo sin Perón”, siempre que la negociación
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estuviera a la orden del día. Así, la estructura sindical sería fundamental en el plan del Lobo. Según escribe Rodolfo Walsh en Quién mató a Rosendo, “para llevarlo a la práctica, el gremio se convierte en aparato. Todos sus recursos, económicos y políticos, creados para enfrentar a la patronal, se vuelven contra los trabajadores. La violencia que se ejercía hacia fuera, ahora se ejerce hacia adentro. Al principio el aparato es la simple patota, formada en parte por elementos desclasados de la Resistencia, en parte por delincuentes. A medida que las alianzas se perfeccionan, a medida que el vandorismo se expande a todo el campo gremial y disputa la hegemonía política, el aparato es todo: se confunde con el régimen, es la CGT y la federación patronal, los jefes de policía y el secretario de trabajo, los jueces cómplices y el periodismo elogioso”. Vandor se relamía aún en su propio juego, y por supuesto ignoraba el precio que habría de pagar por ello. Rucci esperaba en la segunda línea una herencia de sangre.
Tramas Para ese año 1974 del asesinato del “Negro” Vázquez, la producción lechera en el país rondaba los 5.100 millones de litros anuales, de la cual el 67% se destinaba a la industrialización, mientras que el consumo de leche por persona era cercano a los 67 litros por año. No obstante, desde las páginas de los órganos de prensa de las empresas del sector, se reclamaba “una acción estatal que deberá brindar las condiciones indispensables para el desarrollo de una sana producción a corto y mediano plazo, y moderando las presiones tributarias”. La revista Cotar sostenía en su número de noviembre de 1975: “esta es la única forma de salvar un sector castigado y sin embargo de un brillante porvenir en el país”. En el sur provincial se procesaban 800.000 litros de leche diarios, mientras que la región recién comenzaba a garabatear la geografía de la patria sojera: para la campaña 1973/1974, la provincia de Santa Fe sólo registraba una cosecha de 225.000 toneladas de soja, sobre una cosecha total de 496.000 toneladas en todo el país. Al mismo tiempo, el gobierno encabezado ya por María Estela Martínez de Perón advertía que reprimiría a los obreros que resistieran el llamado Pacto Social, sostenido por los sindicatos oficialistas y el Ministro de Economía José Ber Gelbard.
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En ese marco, la lucha gremial por el salario justo tenía, en el sector lácteo, uno de sus puntos fuertes, encabezada por la comisión interna de Cotar, en Rosario. El abogado Horacio Zamboni, representante de esa comisión interna, cuenta que “Cotar junto a los sindicatos de la alimentación de Nogoyá (Entre Ríos), Villa María (Córdoba), y Firmat se habían coaligado —es el único caso que conozco— en forma defensiva. Estos sindicatos se comprometían a no procesar la leche de las otras usinas si entraban en conflicto. Y entró Cotar en conflicto. Y 150 ó 200.000 litros de leche fueron a parar a la empresa Nestlé, en Firmat. Y el Sindicato de Firmat, haciendo honor a sus compromisos, no aceptó procesar la leche, y la leche terminó en las cunetas del camino”. Zamboni remarca que “es en estas circunstancias que es asesinado Ángel Vázquez, por orden de la Triple A. Y es el diputado Hipólito Acuña, del gremio de la Alimentación de la ciudad de Santa Fe, quien dio la orden. Esto me lo dijo a mí el entonces Ministro de Gobierno de la provincia, Roberto Rosúa, él me dijo que había sido Hipólito Acuña quien lo había ordenado”, asegura el abogado. Y enfatiza que “esto es una verdad a voces, porque además como elemento intimidatorio ellos se encargaron de decir que lo habían matado. La muerte de Vázquez puede encuadrarse dentro del accionar de la Triple A. Hipólito Acuña era diputado nacional, secretario de la alimentación de la ciudad de Santa Fe y era fundador de la Triple A. Y él ordenó matarlo. Y además fueron al velorio a decir que habían ordenado matarlo. Fue gente de Rosario, entre otros quien era secretario general del sindicato de Rosario. Fueron a decir que lo habían hecho cagar, y que iban a hacer cagar a cualquier otro si fuera necesario. Ese era el sentido de la muerte, y les dio resultado, porque la gente se asustó. Y Vázquez no era un caso aislado en Firmat”.
La Triple A por Rodolfo Walsh A fines de 1974, el periodista Rodolfo Jorge Walsh inició una investigación, interrumpida a principios de 1976, sobre la Triple A. Entre otras conclusiones, sus borradores -publicados por la revista El Periodista en marzo de 1986- dicen que la organización criminal fue inspirada y controlada por la CIA, y que participaron de ella sectores de distinto origen: policías, militares, delincuentes comunes y sindicalistas. Walsh la describe como “el uso de una patota de policías y criminales para enfrentar a
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los movimientos revolucionarios”, y analiza sus antecedentes internacionales y latinoamericanos. Escribe Walsh: “A partir de 1970 se realizó un intento por implementar en Argentina la metodología de MANO, usando inicialmente su mismo nombre”. La organización MANO, dice el periodista, fue creada en 1966 por la CIA en Guatemala, asesinó a 3.000 personas y se extendió hasta Santo Domingo. En los orígenes de la Triple A, Walsh descubre también algunas operaciones “firmadas por Alfa 66, nombre de una organización de exiliados cubanos creada por la CIA” y determina que “estas organizaciones aparentemente se disolvieron en la medida en que sus objetivos y sus métodos fueron retomados directamente por el Ejército y la Policía Federal”. Rodolfo Walsh describe también en aquella investigación inconclusa el organigrama de la organización criminal: “a. La conducción política de la AAA es el ministro de Bienestar Social, José Daniel López Rega. ”b. Las actividades de la AAA se realizan con conocimiento de la presidente Isabel Martínez de Perón, por lo menos desde su última entrevista con Ricardo Balbín. ”c. La conducción operativa de la AAA está formada por: -Comisario inspector (R) de la Policía Federal Juan Ramón Morales; -Inspector (R) de la Policía Federal Rodolfo Eduardo Almirón, -Suboficial escribiente de la Policía Federal Miguel Ángel Rovira”. Meses después, el periodista y escritor elabora un posible organigrama nacional que se repetiría a nivel regional: un Cuerpo Nacional General, del que dependería un Cuerpo Ejecutivo, que a su vez tendría a su cargo tres unidades: Inteligencia, Justicia y Operaciones. Y reconstruye también los sectores políticos adictos a la Triple A: la Juventud Peronista de la República Argentina (JPRA), de Julio Yessi; la revista El Caudillo, de Felipe Romeo (de quien dice “ha participado personalmente de ejecuciones”); y el sector liderado por Norma Kennedy. Entre los policías que Walsh nombra como posibles miembros figura el subcomisario Félix Alais, cuñado del general Guillermo Suárez Mason y hermano del general Alfredo Alais, comandante de uno de los regimientos que comenzó la llamada guerra sucia en Tucumán.
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Entre los sindicalistas afines a la Triple A, Walsh señala tres grupos: uno encabezado por el dirigente metalúrgico Gregorio Minguito; otro liderado por el dirigente del sindicato del Automóvil Club Juan Carlos Sanguinetti; y el último vinculado directamente con el comisario Morales, formado por custodios de Luz y Fuerza. En sus borradores Walsh registra los nombres que años después se repetirán en el trabajo de otro periodista, Horacio Verbitsky: “El subcomisario Morales y el subinspector Almirón habían sido dados de baja deshonrosamente de la Policía Federal, procesados y encarcelados por ladrones, coimeros, contrabandistas, traficantes de drogas y tratantes de blancas (...) Junto con Morales y Almirón, López Rega y Osinde llevaron al Ministerio de Bienestar Social al comisario Alberto Villar, un experto que durante los gobiernos de los generales Juan Carlos Onganía, Roberto Levingston y Alejandro Lanusse organizó las brigadas antiguerrilleras de la Policía Federal”, escribe Verbitsky en su libro Ezeiza. Juntos, Almirón, Morales, Villar y López Rega fundan la Triple A. Un tiempo después, hacia agosto de 1975, Walsh enfocaba su atención sobre un comando de la Triple A especializado en la eliminación de extranjeros exiliados en Argentina. El jefe de ese grupo criminal era el jefe del Departamento de Asuntos Extranjeros de la Policía Federal, comisario Inspector Juan Gattei. Cuando los apuntes de Walsh se publican por primera vez, Verbitsky escribe: “Para Walsh el comisario inspector Juan Gattei, egresado de la Escuela de Policía de la CIA en 1962, era uno de los nexos entre la Triple A y la inteligencia norteamericana. En marzo de 1977 lo escribió en su Carta Abierta a la Junta Militar”. En efecto, Walsh escribe en su Carta: “La segura participación en esos crímenes del Departamento de Asuntos Extranjeros de la Policía Federal, conducido por oficiales becados de la CIA a través de la AID, como los comisarios Juan Gattei y Antonio Gettor, sometidos ellos mismos a la autoridad de Mr. Gardener Hathaway, Station Chief de la CIA en Argentina, es semillero de futuras revelaciones como las que hoy sacuden a la comunidad internacional que no han de agotarse siquiera cuando se esclarezcan el papel de esa agencia y de altos jefes del Ejército, encabezados por el general Menéndez, en la creación de la Logia Libertadores de América, que reemplazó a las 3 A hasta que su papel global fue asumido por esa Junta en nombre de las 3 Armas”.
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En el borrador de su investigación inconclusa sobre la Triple A, en 1974, Walsh había anticipado que “si la hipótesis consignada sobre la conducción de la CIA en las operaciones de la AAA fuera exacta, la jefatura real recaería en el oficial de dicho servicio que atiende a López Rega. La probable desaparición de López Rega del escenario político no significaría la desaparición de la AAA (...) que seguirá existiendo con ese nombre o con otro, al menos como instrumento de su política”.
Cruces / Desde la historia. Joya, nunca taxi “Yo lo expulsé de la seccional Capital Federal por corrupto, y le dije a Vandor que no lo quería ni de portero”, indicó Avelino Fernández. El aludido, huelga mencionarlo, no era ni más ni menos que José Ignacio Rucci. Corría 1965 y el desvío de fondos de la UOM, se supone que con el objetivo de desbancar a Fernández de la secretaría porteña del gremio, tuvo entre otros involucrados al alcortense. Vandor actuó rápidamente y lo separó de su cargo en el área de prensa. Rucci, asegurando lógica inocencia y distanciado momentáneamente del Lobo, renunció al sindicato. Sobre este episodio, el periodista de temas gremiales Santiago Senén González ha escrito que “los amigos de Rucci se negaron, obviamente, a avalar esta afirmación (la de la malversación de fondos), aunque no fueron demasiado explícitos para responder por qué debió irse de la UOM Capital a un puesto tan irrelevante”. El puesto “tan irrelevante” al que nos remite Senén González es el de interventor en la seccional metalúrgica de Comodoro Rivadavia, y luego al de colaborador de la UOM San Nicolás, nombramientos dispuestos por Vandor tras el amague del petiso de abandonar para siempre la actividad sindical y meterse a taxista. La primera ciudad no pasó del suspiro, al menos para Rucci, pero la segunda lo tendría como huésped por los cinco años siguientes. Su misión inaugural allí sería la de desalentar la oposición gremial al vandorismo, ya sea desde el propio peronismo o ante la posibilidad de avances de frentes de izquierda. Preocupaba por entonces en la UOM lo que sucedía en Córdoba con la lucha planteada desde sectores como Luz y Fuerza, cuya figura emblemática empezaba a ser Agustín Tosco, porque esto podía extenderse incluso a la CGT toda. En el marco de la labor cotidiana en San Nicolás, donde la fábrica Somisa (Sociedad Mixta Siderúrgica Argentina) concentraba su atención tanto como los antivandoristas,
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Rucci “era para los compañeros un apoyo insoslayable y para los enemigos un sujeto detestable, de la estirpe de los matones metalúrgicos”, según Luis Fernando Beraza en su biografía. Por su parte, su hermana recrea una imagen familiar del dirigente, en las visitas que este hacía a Rosario desde la cercana San Nicolás: “Él siempre venía a verme. Si no en la otra cuadra vivía mi madre: iba a verla. Él agarraba, se sentaba ahí en la puerta y yo le decía „no tengo ni una factura‟, „¡no, qué factura...traé un pedazo de pan!‟. Él era muy sencillo”, jura Noemí Rucci. Los hornos de Somisa quemaban de lo lindo y no estaba del todo claro todavía el plan de desindustrialización que convertiría al reino nicoleño en la capital del remiss y los kioscos, cuarenta años más tarde. Miles de trabajadores quedarían en la calle, y de una pastoral con fuerte orientación social y obrera como la del obispo Carlos Ponce de León, muerto por la última dictadura, se pasaría a los milagros personalizados de María del Rosario de San Nicolás, la “virgen del campito”. Con todas sus contradicciones, el peronismo seguía siendo en 1965 el “hecho maldito del país burgués”, en la definición de John William Cooke, radicado en Cuba y alejado de Perón, y hombre convencido del potencial de dicho movimiento para llevar a la Argentina al socialismo. Sin embargo, en las altas esferas otras habas estaban cociéndose. Por un lado, la instrucción estadounidense a militares latinoamericanos bajo la “Doctrina de la Seguridad Nacional”, a los fines de evitar reveses como el cubano y en plena “Guerra Fría” con los soviéticos. Y por el otro, una maniobra semejante en lo sindical, donde el país del norte ponía sus fichas a partir de sus organizaciones gremiales más grandes y “dedicaba recursos y esfuerzos a la captación de los dirigentes sindicales peronistas, con los cursos y becas del Instituto para el Desarrollo del Sindicalismo Libre, dirigido por la AFL-CIO y financiado por la AID con fondos de la CIA”, tal el relato de Horacio Verbitsky. A pesar del plan de lucha que la CGT sostenía desde 1964, las tácticas de la Agencia Central de Inteligencia americana incluían algunas minucias más que, en resumidas cuentas, hacían eje en el peronismo. Quebrarlo desde afuera iba a resultar harto trabajoso, pero minarlo desde adentro, aprovechando la amplitud de un arco que
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cobijaba variados y hasta contrapuestos intereses, y en donde la polarización iba acelerándose, ofrecía espectaculares ganancias a futuro. La “patria peronista” que encarnó José Rucci mostraría, en menos de un lustro, su real funcionalidad sobre el fondo ardiente de las clases.
La profecía de Santucho A principios de enero de 1975, el líder del Ejército Revolucionario del Pueblo, Roberto Santucho, llegó a Villa Constitución. Permaneció sólo un día en la ciudad. Luis Segovia, miembro de la Comisión Directiva de la UOM local, había organizado una reunión entre los metalúrgicos y el ya mítico “Robi” Santucho. En mitad de su encuentro secreto con los trabajadores villenses, el dirigente revolucionario sostuvo: “se vienen tiempos decisivos. Isabel Martínez de Perón y López Rega tienen los meses contados, pero no queremos un golpe militar, sino que la clase obrera y el pueblo puedan profundizar la democracia (...) Estamos entrando en una situación revolucionaria. Esto quiere decirnos que el enemigo ya no puede gobernarnos ni por el engaño ni por la represión. Pero aún no está claro quién vencerá”. Allí, ante la mirada y los oídos atentos de ese puñado de laburantes que escribían la historia con sus propios cuerpos, Roberto Santucho sentenció: “Si derrotan al movimiento popular se abrirá una larga noche en nuestra patria...”.
Cruces / Desde el presente. Envar El Kadri Fundador de las míticas Fuerzas Armadas Peronistas (FAP), militante social y político inclaudicable, resistente a todas las dictaduras que usurparon el poder en Argentina desde 1955 en adelante, defensor permanente de los derechos humanos, trabajador incansable en el campo de la cultura nacional y popular, la mirada de Envar Cacho El Kadri (1941/1998) se hace imprescindible a la hora de pensar este período de nuestra historia. Lo que sigue es un fragmento de una entrevista realizada por los autores de este trabajo en el año 1998, poco tiempo antes de su muerte. —¿Cómo describirías la Argentina a partir de Ezeiza, desde de la vuelta de Perón? —En Ezeiza, con el retorno de Perón, se produce un quiebre. Los más peronistas veíamos que se había concretado el objetivo por el cual habíamos luchado toda la vida. Más: había resultado electo presidente, una cosa de locos, con el 62% de los votos.
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Récord histórico: 7 millones de votos. Nosotros teníamos un doble pensamiento: por un lado veíamos que el sueño por el que habíamos luchado durante 18 años —que era el retorno de Perón— se había concretado. Era como un suspiro. Para algunos, con eso sólo no bastaba, había que hacer la revolución, había que echarlo a López Rega, había que transformar todas las estructuras del país. Y, para otros, con que esté Perón, bastaba... y si Perón decía, vamos a tirarnos todos al río, nos tirábamos al río. Había una diferencia entre los mayores y los más jóvenes. Los más jóvenes que veían el retorno de Perón como un paso para la realización de la revolución, y los más grandes, que decían “me puedo morir tranquilo porque volvió Perón”. Eso, alimentado con la situación de Chile, donde Allende había sido derrocado, en Bolivia el presidente Torres había sido derrocado, en Uruguay, el presidente había sido derrocado, los militares gobernaban ya en el año '63. En Brasil ni qué hablar. Había un contexto donde la derecha triunfa en toda la América Latina. Perón era la única excepción. Había reanudado las relaciones con Cuba, el intercambio con la Unión Soviética, con China, Corea, cosas que en esa época eran una herejía. Habíamos ingresado al movimiento de No Alineados de países del Tercer Mundo. Nunca el salario del trabajador estuvo tan alto como en esa época, a pesar de haber inflación, la participación de los trabajadores en el Producto Bruto nacional, nunca fue tan alta como en esa época. Había un avance muy importante de los trabajadores. Las organizaciones armadas —que también habían crecido, o engordado, mucho— creyeron que el apoyo que el pueblo le daba en la primera etapa de la lucha era un apoyo hacia ellos. Y tuvieron la soberbia de creer que ellos iban a dirigir este proceso, aún enfrentándolo a Perón. Ellos tenían información de que Perón estaba muy enfermo, que tenía cáncer y se podía morir en cualquier momento. Tenía un problema cardíaco y el cáncer de próstata no estaba muy bien curado. Era un peligro y los médicos decían que más de un año, un año y medio, no iba a vivir. Entonces, como estas organizaciones tenían esa información, y claro que también lo sabían López Rega y Osinde, se estaban peleando para ver quién se quedaba con el movimiento peronista. Es muy complejo y quizás no sea como lo digo yo. Habrá que buscar todas las versiones. Yo creo que hay una linda explicación a un divorcio generacional. Los viejos resistentes, aunque no fueran tan viejos en términos de edad, los que ya venían desde el '55, los que en el '65 estaban un poco cansados, que habían vuelto a sus casas, que
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habían querido vivir también, van a permanecer un poco alejados de la nueva juventud que cree que la revolución empieza cuando ellos llegan. Por eso no estoy de acuerdo cuando hablan de la década del '70. ¿Cómo? ¿Y la década del '60? ¿Y la del '50? ¿No hubo resistencia también? Entonces, ahí se va a producir un divorcio. Los viejos se sienten tan legítimamente partícipes del retorno de Perón y del triunfo del peronismo, aunque en la última etapa no hayan participado tanto como los jóvenes que sí participaron todos los días, pero solamente en este período del '70 al '73. E incluso muchos que participaron desde el '71, cuando ven el carro triunfal, en el '73. Fue el engorde. Nosotros siempre decíamos una cosa es crecer y otra cosa es engordar. Ahí es el divorcio que se produce. —En ese contexto, ¿Cómo puede analizarse la muerte de Rucci? —Ya en el '73, las organizaciones armadas peronistas quieren forzar los tiempos del pueblo. Y se produce primero el enfrentamiento de Ezeiza, que a los viejos peronistas les dicen que era un complot para matarlo a Perón, y muchos de los viejos compañeros peronistas creen esta versión. Como son de armas llevar también, se organizan, más afines a la derecha o la ortodoxia del peronismo, más cercanos a la UOM. Dicen, “no, estos locos, los montoneros, lo quieren matar a Perón”. Y después, bueno, viene lo de Rucci, un error terrible que no se podrá comprender nunca. Ni el enemigo hubiera hecho una cosa tan inteligente: cuando Perón acababa de ganar por el 62% de los votos, al día siguiente, los Montoneros lo matan a Rucci. Una locura total. Y, además, aunque no lo firman, le dicen a todo el mundo: “Rucci traidor / saludos a Vandor”. Toda la vieja guardia, reunida en torno a la figura de Perón, dice: “no, estos tipos son nuestros enemigos, lo quieren cagar a Perón, no vamos a permitir esto”. Alimentados por Osinde, por López Rega, por todos esos, se dedican a la caza de peronistas. Porque no nos engañemos: los primeros peronistas que mueren acá, Fredes, todos ellos, son muertos por otros peronistas de derecha. A un compañero, Jorge Rulli, lo secuestran en la provincia de Buenos Aires, en el campo de San Pedro, y es una patota de Rosario. “Me van a matar, pero me van a matar por peronista”, les dice Rulli. “Qué vas a ser peronista vos, sos marxista”, le dicen. Y Rulli les contesta: “Pero, la puta que los parió, yo soy más peronista que todos ustedes”. Entonces le preguntan: “¿Con quién estás vos?” Y Rulli: “Con El Kadri, con Spina, con Rearte”. Entonces le dicen: “Bueno, está bien, tenés 24 horas para irte”. Y no lo matan.
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Pero lo de Rucci es la bisagra. Eso fue la bisagra, lo de Ezeiza y, más que nada, lo de Rucci. A partir de eso, Montoneros pierde legitimidad. Cómo puede ser que habiéndose logrado el triunfo de Perón con el 62% de los votos, alguien se levante y ejecute al secretario general de la CGT. No a Rucci, por ahí si hubiese sido López Rega o cualquier otro, pero nada menos que al secretario de la CGT, enfrentado a su vez con Lorenzo Miguel y toda la runfla sindical. Hasta parecía que le habían hecho un favor al ala más negociadora, más burocrática. El petiso hacía lo que Perón decía. Perón decía, “tírense al río”, y Rucci se tiraba. Perón decía “vamos a hacer el socialismo”, y Rucci se hacía el primer socialista. No podían matarlo así, de esa manera. Esos errores se pagan. Yo no quiero ser unicausal. Porque en la historia nunca hay una sola causa, siempre hay circunstancias también. Por supuesto que la derecha, favorecida por el error cometido, esos que no necesitan pretexto, salió a matar. Lo mataron a Enrique Grynberg, un muchacho de la JP, acá mismo en Rosario lo matan a Fredes, a Razzetti. Y quién puede decir que Fredes no era peronista. El enemigo había logrado enfrentarnos. Los más radicalizados, porque querían ir rápido, acusaban a la burocracia de querer ir despacio. Y la burocracia usaba el pretexto de que estos querían ir más rápido, para decir que eran todos comunistas, marxistas, infiltrados. Y se produce un distanciamiento, donde ya nadie sabía quién era quién. Como me decía un compañero, “en el peronismo ya no hay más peronistas. O son bolches de mierda o fachos hijos de puta”. Claro que todo esto merece un análisis más profundo, pero cuento cómo lo sentí en ese momento. Yo me encontraba con compañeros que habían estado presos conmigo en Caseros, o en Neuquén, y estaban con Rucci, y me decían, “Cacho, y vos ¿con quién estás?”. Y yo les decía, “yo estoy con Perón, mirá la pregunta que me hacés”. Entonces me decían, “pero, ¿estás con la patria peronista o con la patria socialista?”. “Pero, es lo mismo, la patria socialista la vamos a hacer nosotros, pero ¿quién la va a hacer, sino...?” —¿Cómo ves a la Triple A en relación a Perón? —Cuando Perón quiso reformar el Código Penal lo hizo por vía de las Cámaras, no lo hizo con un decreto de necesidad y urgencia. Lo hizo democráticamente. Llamó a los que se oponían, que eran los dirigentes de la Juventud Peronista, y los recibió con la televisión. Entonces los muchachos criticaron algunos aspectos de la reforma del código, y Perón les decía, “pero ¿qué quieren, que respondamos a la violencia con una
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violencia mucho mayor? Porque, si es por un problema de violencia, yo en cinco minutos llamo a los muchachos y terminamos con esto. Pero tenemos que hacer todo dentro de la ley”. Y repite tres veces, “dentro de la ley todo, fuera de la ley nada. Nadie tiene que sacar los pies del plato. Todos tenemos que estar dentro de la ley”. Ese es un documento filmado, que está en archivo, y que fue visto por millones de argentinos, pero parece que no vale nada. Yo estoy seguro, y convencido históricamente, que Perón jamás pensó en la Triple A, que Perón jamás quiso reprimir por izquierda. Al contrario, reformó el Código, aumentó las penas justamente para tener un elemento legal. Digo esto y parece que soy un peronista nostálgico, o que defiendo a Perón. Y no es así. Es objetivo, lo más objetivo posible. —Y tantos años después, ¿qué evaluación hacés de la lucha armada? —El Che era el arquetipo. Nosotros no éramos guevaristas en el sentido estricto, pero ¿qué es ser peronista? Un día dije en una clase que Guevara era peronista, y todos se rieron. Pero si ser peronista es luchar por la justicia social, si es sentir como propia cualquier injusticia, hasta qué punto el Che no leyó a Evita. Yo encontré que el Che se inspira en una frase de José Martí, que es muy parecida a “mejor que decir es hacer y mejor que prometer es realizar”. Si eso es ser peronista... Ahora si ser peronista es ser burócrata, afiliado a un partido, aspirante a concejal, está claro que no. Pero, ¿qué diferencia hay entre Fernando Abal Medina, Carlos Caride, Felipe Vallese y el Che? Que tuvieron menos notoriedad, que el Che pudo desarrollar su vida, que el Che logró la revolución. Pero, cuántos Che habrá habido, entre tantos compañeros muertos, entre tantos compañeros desaparecidos. Y otra cosa: ¿qué marxista leninista podría decir que se mueve por los sentimientos de amor? ¿A qué clase pertenece el amor? ¿Y cuando el Che dice que hay que endurecerse sin perder la ternura jamás? Entonces, no jodamos: el Che no era un marxista leninista clásico, aunque tenía una formación. Él sabía abstraerse de toda esa literatura, de todo ese dogmatismo. Era un tipo extraordinario. Pero también creo que hoy en día, la lucha armada no tiene razón de ser. La lucha armada sólo sería justificable en caso de tiranía, y creo que ahora se dan las nuevas formas de lucha, que no son armadas, sino más pequeñas, menos espectaculares. Como si fueran puñaditos de arena, pero hay montañas de arena. Uno va acumulando fuerzas: los docentes, los piqueteros, las marchas federales. Falta un correlato político, no hay
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conducción política para estos procesos. Son procesos sindicales, tienen una limitación, pero es un comienzo, no es un punto de llegada, es un comienzo. Y a los más jóvenes les corresponde —con su propia metodología y su pensamiento crítico, que cuestione todo, lo que yo te digo, también, que no se acepte una verdad revelada por un supremo sacerdote— que encuentren la forma de expresar sus propias inquietudes. Participando, sin dejarse entrampar por la lógica interna de los partidos, que es llegar a ser candidato. Nosotros teníamos la idea equivocada de asalto al poder: tomar el poder igual a revolución. Y nos dimos cuenta que no. El proceso es mucho más complejo. Lo prueban los 50 años de la Unión Soviética, y no hicieron la revolución. Porque si no se hace en el corazón de cada hombre, si no aprendemos a compartir, a ser solidario, si no se vence el egoísmo, el individualismo, no se hace la revolución. La revolución no es cambiar la bandera y el escudo de un país. Es mucho más profundo.
Vendrá la muerte... El viernes 14 de febrero de 1975, pasado el mediodía, el secretario general del Sindicato de Trabajadores de la Alimentación y diputado nacional por el FREJULI santafesino, Hipólito Acuña, encontró la muerte dentro de su automóvil, frente a la casa que ocupaba en pleno centro de Santa Fe capital. El diario Clarín del día siguiente remarcaba desde su tapa la muerte del diputado justicialista, y en la crónica del hecho consignaba que “el atentado se perpetró a las 13:15 horas, cuando el legislador se disponía a estacionar su automóvil frente a su domicilio, San Martín 2675. En esas circunstancias un coche Fiat —no se pudo establecer en un primer momento si era un 125 ó un 128— estacionó en el lugar y sus tres ocupantes balearon a Acuña. Alcanzado por varios impacto —no menos de seis—, el legislador fue trasladado en su propio automóvil por uno de sus hijos, que salió de su casa al escuchar los disparos, hasta el Hospital Piloto, donde falleció una hora después”. La misma tarde de la muerte de Acuña, la agencia de noticias Télam informaba que Montoneros, “la organización autoproscripta”, se adjudicaba el atentado. Acuña tenía entonces 41 años, estaba casado, y era padre de dos hijos. Tal como lo registraba la noticia publicada en Clarín, era considerado uno de los dirigentes más
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allegados al vicegobernador provincial, Eduardo Cuello, en la interna que lo enfrentaba al gobernador Carlos Sylvestre Begnis.
Cruces / Desde la historia. Los propios ajenos La disputa política ya era innegable, y a lo largo de 1965 los contrincantes debieron apelar a todas sus dotes de estrategas. La puja Vandor-Perón fue el espectáculo del año, mientras Illia se debilitaba sin mayor base social, cuestionado por el rumbo de la economía y condicionado por Fuerzas Armadas y empresas asociadas al negocio petrolero y de medicamentos. En marzo de aquel 1965, las elecciones legislativas a las que el peronismo accedió bajo la denominación de “Unidad Popular”, por la continuidad de la proscripción, puso al vandorismo en un pie de ventaja al colocar a varios de sus fieles en el parlamento, y lograr que un conocido de Rucci, el metalúrgico Paulino Niembro, estuviese al frente del bloque de diputados del partido. Perón no se quedó atrás y envió a su esposa, María Estela Martínez, a embarrar la cancha y a remarcar dónde estaba la verdadera autoridad. La primera ronda de “Isabelita” despertó entre propios y ajenos el revuelo que el general esperaba, con un detalle insalvable: la aparición de un ignoto José López Rega, que argumentando haber sido parte de la custodia presidencial, entre otros puestos cercanos al Perón de los años ‟40 y ‟50, ofreció sus servicios incondicionales a la causa. Tendría éxito, al punto que, terminada la misión, Isabel lo llevaría con ella a España. Ya en 1966 se jugaron otras dos partidas. En enero, el textil José Alonso cuestionó las movidas de Vandor y fue expulsado de las 62 Organizaciones y de la secretaría general de la CGT. Así nacieron las “62 Organizaciones de pie junto a Perón”, alineadas por Alonso detrás de la figura del viejo líder, sector que había asomado un año antes, durante el primer congreso de la CGT después de su normalización en 1963. Y en abril, las elecciones a gobernador de Mendoza donde cada quién fue cada cuál apoyando a sus propios candidatos: “Allí Vandor levantaba la candidatura del neoperonista Alberto Serú García, y Perón, la de Ernesto Corvalán Nanclares. Bastó que Isabel llevara una cinta del Jefe para sepultar al candidato del Lobo. La fractura del peronismo mendocino les otorgó el triunfo a los conservadores, pero dentro del Movimiento quedaba claro quién era el amo”, narró Miguel Bonasso en El presidente que no fue.
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Sacudido por el revés, Vandor terminó avalando el golpe de Estado que el general Juan Carlos Onganía dio el 28 de junio de 1966, contra el gobierno de Illia, con el nombre de “Revolución Argentina”, tal vez ignorando ciertos datos pero conociendo bien su trasfondo: desde 1964 a 1966 las votaciones dentro de los gremios registraron un descenso en la participación de listas opositoras del 13%, y así seguirían. “La secretaría de organización del sindicato lleva un prolijo fichero de „perturbadores‟, permanentemente puesto al día con los ficheros de las empresas”, denunciaría Rodolfo Walsh, y para instituir la política del fraude, el despido o la golpiza con un par de motes alcanzaba: “zurdos” o “infiltrados”. “Patrones y dirigentes han descubierto al fin que tienen un enemigo común: esa es la verdadera esencia del acuerdo celebrado por el vandorismo con las federaciones industriales”, agregaría Walsh en su célebre ¿Quién mató a Rosendo?, investigación que desentrañó el tiroteo de mayo de 1966 en una pizzería de Avellaneda, con un Vandor disparando sobre opositores y eliminando a uno de los suyos, Rosendo García. No es cuestión de mezclar los porotos, pero vale recordar que en San Nicolás un alcortense corría de lunes a viernes entre los hoteles Yaguarón y Tony, la sede de la UOM y un mundo metalúrgico que ni en sueños veía desmontado. Empezaba también a rodearse de grupos de muchachos bien dispuestos. “Mirá, cuando él venía acá yo no me daba cuenta, porque venían dos o tres coches”, dice Noemí Rucci.
La sombra de la traición Hipólito Acuña había nacido en 1934 en la ciudad santafesina de Gálvez. Siempre ligado al gremialismo —desde el sindicato de la carne o de la construcción—, llegó a convertirse en 1970 en secretario general del Sindicato de Trabajadores de la Industria de la Alimentación, en cuya sede de San Martín 3119, en la capital provincial, serían velados sus restos, en febrero del '75, antes de ser enterrados en su ciudad natal. Desde ese sindicato, Acuña supo construir el poder y las alianzas necesarias para ocupar, en 1973, un lugar en la lista de candidatos a diputados nacionales por el FREJULI santafesino. En la Cámara de Diputados de la Nación formó parte de la denominada Rama Gremial del Frente, e integró las comisiones de Agricultura y Ganadería y la Investigadora de la CAP. Ese mismo año en que fue electo diputado,
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Acuña se convirtió en el secretario adjunto de la regional Santa Fe de las 62 Organizaciones Peronistas. Apenas conocida la noticia de su muerte, el delegado regional de la CGT, Ricardo Centurión, convocaba a un plenario “para adoptar resoluciones ante la trágica muerte del compañero”, registra el matutino Clarín. Del plenario resultaría una convocatoria al paro general por 24 horas para el día martes 18 de febrero, en repudio a la muerte de Acuña, al tiempo que se desprenderían fuertes críticas hacia las figuras del gobernador Sylvestre Begnis y su ministro de gobierno, Roberto Rosúa. Por su parte, el diputado Jorge Salomón sostenía que el atentado se registraba “en momentos en que la Presidente de la Nación trabaja por alcanzar la meta de la Argentina Potencia, predicando a la vez la paz y la concordia entre los argentinos”. Salomón, entonces interventor del Partido Justicialista, enfatizaba que “desoyendo ese mensaje patriótico y humanitario, aparecen desde la sombra de la traición cometiendo actos aberrantes, como el que tronchara la vida al compañero Acuña”. Para la secretaría general de la CGT, sin embargo, la cuestión iba un paso más allá: “el hecho ocurrido en Santa Fe no es de mero carácter interno sino que se está en una campaña que quiere socavar las raíces del ser nacional”, afirmaba en una nota que en esas horas enviaba a la Presidencia de la Nación.
El Operativo Serpiente Roja del Paraná El 19 de marzo de 1975, el gobierno de María Estela Martínez de Perón anunció por medio de un comunicado de prensa que los organismos de inteligencia habían detectado “un complot subversivo tendiente a paralizar la actividad industrial, con epicentro en Villa Constitución”. En la madrugada del 20 de marzo comienza el llamado “Operativo Serpiente Roja del Paraná”. Desde las 4 de la mañana, las “fuerzas combinadas de seguridad” inician una serie de controles de tránsito en las Rutas Nacionales Nº 8 y 9; en el acceso norte de Capital Federal, en los cruces con la Ruta Nacional Nº 197, en la zona del Delta de las islas, y sobre la Ruta Nacional Nº 12. El diario La Capital, de Rosario, reflejará en sus titulares del día siguiente que se realizaron “sesenta procedimientos desde el norte de Gran Buenos Aires hasta San Lorenzo”. Allí se relata parte de la crónica de lo sucedido: el rastreo llevado a cabo por
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uniformados con ropa de fajina, con el apoyo de helicópteros, en el barrio rosarino de La Florida; los procedimientos en Puerto General San Martín, en Granadero Baigorria, en Campana, San Pedro, Zárate, Baradero, la requisa casa por casa en San Nicolás. La represión alcanza a varias fábricas del cordón industrial: en John Deere, Hanomag y Galizia Bargut, de la localidad de San Lorenzo, son detenidos dirigentes y activistas obreros. En ese marco, Villa Constitución es sitiada por las fuerzas represivas. Cuatro mil efectivos de las llamadas “fuerzas conjuntas”, más 500 matones a sueldo y grupos de la Juventud Sindical Peronista (JSP), fundada por José Ignacio Rucci, tomaron la ciudad. Una caravana de un kilómetro y medio, compuesta por Ford Falcon, patrulleros y celulares. Fuerzas “legales” y acciones clandestinas de la Triple A. Más de 300 obreros fueron encarcelados. Otros secuestrados, torturados y asesinados. La comisión directiva de la seccional de la UOM, excepto Luis Segovia, cae detenida: Alberto Piccinini, Juan Rodolfo Acuña, Benicio Donato Bernachea, Dante Melchor Manzano, Adolfo Onorato Curti y Aragón son alojados en la Jefatura de policía de Rosario. También es detenido el secretario general de la Unión Ferroviaria de Villa Constitución, Carlos Sosa.
Cruces / Desde la historia. Es tuya, Juan Hacia mediados de la década del '60, la vuelta al país de Juan Domingo Perón parecía cada vez más lejana. El sindicalismo, otrora la parte más dinámica del movimiento peronista, se anquilosaba negociados mediante y sus hombres más combativos no encontraban el modo de construir un poder significativo para enfrentar el vandorismo. Incluso las 62 Organizaciones que encabezaba Alonso se habían plegado al dictador, el general Juan Carlos Onganía, con la bendición en un primer momento del propio Perón, a quien el derrumbe de un Illia que lo mantuvo proscripto le importó poco. Otro tanto ocurría con el Partido Justicialista, incapaz de promover por sí mismo el regreso del líder. José Ignacio Rucci oteaba el panorama desde San Nicolás, sin mayores pretensiones que las de asegurarle a la UOM nacional el orden del patio trasero, resolver algunos problemas concretos y diarios de los trabajadores, y volver a Buenos Aires los fines de semana a cumplir con el ritual de la mesa familiar y los ravioles. “Por suerte los
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domingos son sagrados: siempre en casa”, diría su esposa Coca Vaglio, una vez mudados al barrio de Haedo. Bajo las matas del jardín onganiano, abonado con discursos patrióticos forjados en West Point, unos cuantos cientos trazaban caminitos de hormiga: obreros hartos de la proscripción y de la llamada “burocracia sindical”; sacerdotes acercándose a las comunidades más pobres; jóvenes que comenzaban a desafiar los mandatos preestablecidos; John William Cooke teorizando sobre revoluciones desde la tierra de Fidel Castro; marxistas envalentonados con los vientos antiimperialistas que soplaban a lo largo y a lo ancho del mundo. Faltaba todavía un punto de encuentro, y Onganía no tuvo mejor idea que ajustar el grifo en una Argentina en que la participación de los laburantes en la distribución del ingreso había descendido del 46,4 al 38,1% respecto de 1950, y en donde la desocupación era del 6%. “Onganía es un fascista consciente, organizado e informado. Su programa sólo puede beneficiar a la oligarquía parasitaria y a las empresas norteamericanas que controlan la mayor parte de la industria”, arriesgaba el periódico francés Le Nouvel Observateur. El militar de 52 años, miembro del ala azul del ejército, sector que proponía acuerdos con el peronismo siempre que no estuviera Perón, justificó esa hipótesis con la Biblia en una mano y el garrote en la otra. Entonces fue lo inevitable: “Franjas significativas de la juventud, del estudiantado, de profesionales, artistas e intelectuales rechazan las posiciones antiperonistas y desde derecha e izquierda inician un acercamiento al justicialismo, soldando a la clase obrera con parcelas significativas de la clase media. Al superar el desencuentro que debilitaba al movimiento popular, el progresismo confluía. En la mayoría campeaba la idea de que no había solución popular fuera del peronismo”, sostiene Juan Gasparini en Montoneros, final de cuentas. ¿Sería ese peronismo la llave de la transformación? “Fui peronista antes de que viniera Perón. Perón nos interpretó: al pueblo y a la clase trabajadora”, afirmaría José Ignacio Rucci, pero serlo podía representar distintas cosas, como sincerarse un trabajador de la clase y limarle los bordes en las estancias de Manuel de Anchorena, según el argumento que le costó la balacera del final. En España, Perón interpretó que para regresar sería necesaria la dureza antes que la transacción. No había muchos caminos frente un régimen cerrado y el tiempo
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apremiaba. Cuando la realidad dio señales de incendio festejó la buena nueva y fue por más combustible.
El argumento de la represión “Informes coincidentes, detallados y verificados por organismos de seguridad e inteligencia del Estado Nacional y de los gobiernos provinciales, permitieron detectar un complot de características inusuales en la Argentina. La gravedad de los hechos es de tal naturaleza que permiten calificarla como el comienzo de una vasta operación subversiva terrorista, puesta en marcha por una deleznable minoría nacional. El escenario elegido abarcaba toda la zona industrial del río Paraná, entre Rosario y San Nicolás”, remarcaba el Comunicado Oficial emitido por el gobierno nacional y publicado por los diarios al día siguiente del operativo en el cordón industrial del Paraná. Seguía diciendo el parte oficial que fuerzas combinadas de seguridad de la Policía Federal, la Prefectura Nacional Marítima y los organismos policiales de las provincias de Buenos Aires y Santa Fe concretaron un operativo “tendiente a desvertebrar el complot”, que —siempre de acuerdo a la explicación del gobierno nacional— tenía entre sus objetivos “paralizar la producción industrial” en el área comprendida entre Rosario y San Nicolás, con epicentro en la ciudad de Villa Constitución; ”copar y usurpar las delegaciones gremiales de la zona, para instalar direcciones ilegítimas” para intimidar a obreros, empresarios y dirigentes; y “obligar a los obreros ubicados en puestos claves a no concurrir a sus tareas, paralizando así las líneas más importantes de producción de cada empresa”. El comunicado, publicado por el diario La Opinión, de Buenos Aires, el 21 de marzo de aquel '75, cerraba afirmando que “El Gobierno nacional continuará garantizando ampliamente, como en este caso, el derecho al trabajo de todos los habitantes”. Más allá del argumento oficial, el periodista Miguel Bonasso sostiene en diálogo con los autores de este libro que la intención de ese operativo fue “reducir a su mínima expresión el poder de las conducciones sindicales tradicionales y borrar de la faz de la tierra a esa dirigencia de base que Ricardo Balbín había marcado como 'guerrilla industrial'”.
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1975 El 27 de marzo de 1975, la represión en Villa Constitución arrebata la vida de Ramón Alberto Cabassi. Dos semanas después, el 10 de abril, Miguel Angel Lobotti, obrero de Acindar, cae fusilado en una cancha de fútbol, en la ciudad de Villa Gobernador Gálvez. Desde su muerte, hasta fines de 1976, se multiplicarán las muertes de obreros de firmas como Acindar y Marathon, controlada entonces por el mismo grupo empresarial. El 17 de abril, en un campo de Roldán, son encontrados los cuerpos de tres hombres no identificados, muertos a balazos. Escribe Osvaldo Aguirre en su libro Los pasos de la memoria: “Se dijo que habían formado parte del grupo guerrillero que atacó el 13 de abril el Batallón de Arsenales de Fray Luis Beltrán”. La lista de vidas mutiladas crece. El 18 de abril de 1975, Juan Carlos Ponce de León, canillita, y Adelaido Viribay, trabajador portuario, son asesinados en Villa Constitución. El expediente número 1770 de la Conadep relata que “un Fiat 1500 y un Ford Falcon ingresaron por el camino de Indape —otra firma controlada por Acindar— y rondaron una casa donde se realizaba una peña. A las doce de la noche, se efectuaron varios disparos desde el Fiat 1500 que mataron al diariero Juan Ponce de León y al obrero portuario Viribay, Adelaido”. Apenas unos minutos antes de los balazos, un apagón dejó sin luz las calles del barrio Galotto, frente a Acindar. Ponce de León era miembro de aquella peña que, semana a semana, se reunía, en las narices mismas del poder. La ráfaga de ametralladora disparada desde el automóvil lo alcanzó mientras servía las mesas donde un grupo de personas estaba cenando. Viribay, por su parte, era obrero portuario y jugador de bochas, oficio en el que representaba a varias instituciones de la ciudad en distintos campeonatos. Cayó muerto, por la misma ráfaga que quemó la vida de Ponce de León. Otro comensal resultó herido, y salvará la vida por un rasguño de la suerte. “Estos compañeros —recuerda José Schulman—estaban desvinculados del conflicto, no tenían participación alguna. Lo que parecía un “error” y no tenía explicación dentro de fábrica en aquellos días, debe enmarcarse sin duda en el propósito de instalar el miedo en la población. Que nadie se atreviera a reunirse, a cantar, que no hubiera alegría en el pueblo”. Un día después, el 19 de abril, una marcha de obreros de Acindar sobre el centro de Villa es atacada a balazos por personal enmascarado, que ocupaba autos de la Policía
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Provincial. La columna obrera había sido seguida también por un helicóptero de la Policía Federal, que despegaba desde el helipuerto de Acindar. Ese mismo día, en el cementerio de la ciudad de San Lorenzo, son sepultados los cuerpos, sin identificar, de cinco hombres, “supuestamente” muertos en el ataque al Batallón de Arsenales de Fray Luis Beltrán. El 22 de abril, en Rosario, la represión paraestatal se cobra las vidas de dos albañiles: Reynaldo Guzmán y Casimiro Ovando. El mapa de la muerte se extiende. Escribe el prólogo de la noche por venir. La geografía de la impunidad marca sus costados más oscuros. Sus increíbles vértigos de pólvoras. Sus olores esenciales: el olor de los miedos. El olor de las muertes. El obrero metalúrgico Rodolfo Ángel Mancini es asesinado entre el30 de abril y el 1º de mayo de 1975. Como lo describe Osvaldo Aguirre, “acribillado a balazos y quemado en el interior de su auto, en Sarandí, provincia de Buenos Aires”. Mancini era delegado en la firma Metcon, donde se había convertido en referente de la Lista Marrón. Al mismo tiempo, estudiaba por las noches en un bachillerato comercial, donde se había integrado al Centro de Estudiantes. José Kalauz recuerda que Mancini “tenia un Falcon azulado, pues la fábrica era de la Ford y a fin de año vendía los coches de los directivos a los obreros, quienes para poder comprarlos hacían horas extras. Mancini solía llevarnos en su auto”. En ese auto fue secuestrado, mientras viajaba, en algún punto de los dos kilómetros que separan a Empalme Villa Constitución de Villa Constitución. En ese auto lo encontró el odio de las bandas terroristas que rasparon hasta el hueso la región.
Cruces / Desde la historia. Todos los fuegos el fuego Desde 1959 la opción armada venía creciendo y se presentaba como un camino viable no sólo para la vuelta de Perón, sino también para concretar el viejo anhelo revolucionario o para abrir el cerrojo de un orden político que clara y violentamente excluía a grandes sectores de la población. A las experiencias que páginas atrás mencionáramos, la de los Uturuncos (Tucumán, diciembre del '59) y la de la toma del Regimiento 11 de Rosario (en noviembre de 1960), se sumaban otras de variada intensidad y conformación que no descartaban la elaboración teórica ni la intervención a nivel sindical: la acción armada por parte de
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militantes peronistas en Ezeiza; la formación en Mendoza de la Unión de Guerrilleros Andinos (UGA); el Movimiento Nacionalista Revolucionario Tacuara; el intento foquista del Ejército Guerrillero del Pueblo en Salta comandado por Jorge Masetti; la conformación de grupos armados que, provenientes del trotskismo, desembocaron en el peronismo y plantearon una tentativa guerrillera en Tucumán que no alcanzaron a concretar; la creación de la ARP (Acción Revolucionaria Peronista) de la mano de John William Cooke; el Movimiento Revolucionario Peronista y su idea a largo plazo de construir el socialismo; el Movimiento Revolucionario 17 de Octubre, con sus comandos fabriles y su amalgama de peronismo y marxismo; las acciones del Partido Revolucionario de los Trabajadores en apoyo a huelguistas en Tucumán, antecedente directo del ERP (Ejército Revolucionario del Pueblo) de orientación marxista-leninista; la intervención en Córdoba, Salta y Tucumán del Frente Revolucionario Peronista; la fundación de las Fuerzas Armadas Peronistas, cuyo nombre lo decía todo; la confluencia de militantes del Partido Socialista Argentino de Vanguardia y del Partido Comunista en el ELN (Ejército de Liberación Nacional), paso previo a la constitución de las FAR (Fuerzas Armadas Revolucionarias) que agrupó a marxistas y peronistas. Así las cosas hacia fines de los „60, a las que se agregarían la Guerrilla para el Ejército de Liberación (GEL), las Fuerzas Argentinas de Liberación (FAL) y las agrupaciones Descamisados, Peronismo de Base y Montoneros: una conjunción de nombres e historias que harían del período 1966-1976 el de mayor ebullición política del siglo XX. José Rucci definiría a este tipo de militancia como una “basurita en el carburador”, pero para que eso ocurriera faltaba la caída de Vandor, quien, aun con una CGT condicionada por la dictadura de Onganía, se permitía la negociación entre bambalinas y el control de cualquier forma de oposición en la UOM. “Mientras tanto, el gobierno había tomado una serie de medidas que afectaban a los trabajadores, privados de defensa gremial: ley de represión de los conflictos laborales, violación de los contratos colectivos de trabajo, modificación de la ley de indemnizaciones por despido, aumento de la edad para jubilarse, eliminación de las compensaciones por años de servicio. La normalización de la CGT era básica para frenar ese avance”, relatan Eduardo Anguita y Martín Caparrós en su obra La Voluntad. El congreso normalizador de febrero de 1968 señaló el inicio de un proceso que, amén de la intención de reorganizar la central obrera y enfrentar el onganiato, puso en jaque al
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vandorismo. Ese fue el trampolín para que la nueva “CGT de los Argentinos”, liderada por el gráfico Raimundo Ongaro, confirmara los peores temores de los uniformados, el establishment y las huestes del Lobo: los “bolches” habían edificado un poder nada desdeñable y ahora estaba a la vista. Acompañada por Perón en su plan de quebrar el acuerdo entre militares y “burocracia sindical”, la CGTA presentó su programa en mayo de 1968, redactado por Rodolfo Walsh. “El obrero no quiere la solución por arriba, porque hace doce años que la sufre y no sirve. El trabajador quiere el sindicalismo integral, que se proyecta hacia el control del poder, que asegura en función de tal el bienestar del pueblo todo. Lo otro es el sindicalismo amarillo, imperialista, que quiere que nos ocupemos solamente de los convenios y las colonias de vacaciones”, decía, aunque el documento corriera también los límites del propio peronismo. “La historia del movimiento obrero, nuestra situación concreta como clase y la situación del país nos lleva a cuestionar el fundamento mismo de esta sociedad: la compraventa del trabajo y la propiedad privada de los medios de producción”, sentenciaba. Sin reconocimiento oficial, boicoteada, perseguida, la CGTA aglutinó en buena medida a los sectores más combativos del sindicalismo y la política. Su breve duración, apenas un par de años, fue un mojón importante en el tránsito hacia la radicalización de la juventud, esa que como actor central de la etapa se alió a los obreros en lo que fueron el Cordobazo y el Rosariazo. O para expulsar a Onganía y a la dictadura y pelear por la vuelta de Perón. O para hacer de la pretendida revolución un hecho cierto. O, incluso, para “ajusticiar” a dirigentes como Vandor. No eran poca cosa esas noticias, y menos para un alcortense que sin esperarlo saltaba al puesto más alto en la jerarquía sindical argentina. Al círculo de fuego.
Resistencias Como respuesta a la represión sobre los metalúrgicos en Villa Constitución se lanza la huelga general por tiempo indeterminado hasta la libertad de todos los detenidos, a la que adhieren otros gremios no sólo de la ciudad, sino también regionales. Al mismo tiempo se conforma un Comité de lucha, con dos delegados obreros por fábrica: Acindar, Metcon, Marathon y Vilber. También declaran la huelga los obreros de la textil Cilsa, la Unión Ferroviaria y La Fraternidad. Del Comité participan también
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organizaciones políticas, entre ellas el Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT), la Organización Revolucionaria Poder Obrero (ORPO), el Partido Socialista de los Trabajadores (PST) y Montoneros. “Se rompió la paz. El verdadero objetivo de la represión era descabezar a nuestro movimiento por el delito de ir consiguiendo conquistas para los trabajadores”, sostenía el primer comunicado del Comité. La huelga metalúrgica del sur santafesino se extendió a lo largo de cincuenta y nueve días, con el apoyo de los pequeños comerciantes de la zona, abarcando —entre otras localidades— a Arroyo Seco, Villa Diego, Rosario, San Nicolás y Figueras. El 1º de abril llega el nuevo interventor de la delegación de la UOM, designado por el Ministerio de Trabajo: Simón de Iriondo, quien —como lo recuerda el dirigente sindical Victorio Paulón— “se paseaba con una propaladora llamando a aplastar la víbora roja de la subversión”. Una semana después, Iriondo es reemplazado por Alberto Campos, designado directamente por la UOM Nacional. Los telegramas de despidos se multiplican. El 16 de abril, un acto masivo en la Plaza Central de la ciudad da su apoyo al Comité de Lucha. “Envalentonados con esa experiencia —relata Paulón— hicimos una marcha todavía más grande el 22 de abril, pero ahí la represión fue feroz. Estaba la fuerza especial de Los Pumas ocupando todos los accesos a Villa Constitución. A un micro que venía con militantes de San Nicolás lo mandan a Coronda; cuando las columnas se encaminan hacia la plaza empiezan los gases y los tiros. Había francotiradores en la torre de la iglesia y dos helicópteros del Ministerio de Bienestar Social de la Nación sobrevolaban la ciudad”. La concentración de ese 22 de abril había convocado a toda la región: alrededor de 17.000 personas movilizadas. La represión policial arroja varios heridos y detenidos. El 23 de abril un nuevo paro general repudia el accionar represivo. Los paros y los actos públicos en solidaridad con los trabajadores de Villa Constitución se suceden en San Lorenzo, Rosario, Buenos Aires. Algunos de los detenidos son liberados, otros son trasladados a la cárcel de Coronda. Unos quince son destinados a la cárcel de Rawson: allí van los cinco dirigentes de la comisión directiva de la UOM.
La interna
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Al poco tiempo de la asunción de Carlos Sylvestre Begnis como gobernador, el frente electoral que le había dado sustento comenzó a resquebrajarse. El sector justicialista que había apoyado a la dupla Campos-Bonino se enfrentaba con el sector del partido que se referenciaba en el senador nacional de extracción sindical Afrio Pennisi, aliado del vicegobernador Cuello. “Yo creo que nosotros actuamos con una suerte de habilidad, teniendo buenas relaciones con todos, se les daba a todos cabida en el gobierno, compensando... Esto hizo crisis cuando el enfrentamiento de los sectores internos del peronismo tomó tal virulencia que se convirtió en una lucha armada. Eran grupos diferenciados, enfrentados y con una gran apetencia de poder también. Sylvestre Begnis no discriminó a los grupos juveniles del peronismo y así, por ejemplo, dio ubicación en el gobierno a gente de 28 y 30 años, que venía de esa tendencia, le daba tarea, la controlaba y la apoyaba”, contaría años después, en el libro Carlos Sylvestre Begnis, el ministro de gobierno de aquella gestión, el abogado Roberto Rosúa. El mismo Afrio Pennisi recordaría esos años como “tiempos de dramatismo institucional”, a la par que reconocía que integró la Cámara de Senadores de la Nación por la “patria metalúrgica”. El ex-senador peronista fue —junto al radical Carlos Perete— uno de los negociadores gremiales que impuso a Ítalo Argentino Luder en la presidencia provisional del Senado de la Nación en 1974, “contra la opinión de José López Rega e Isabel Perón, que pretendían dejar vacante la línea sucesoria para imponer a Raúl Lastiri, entonces titular de la Cámara de Diputados”. Pennisi formaba parte de los denominados “sindi-senadores”, cuyo desplazamiento venía precedido de custodios con armas y handies. A la sombra de aquella disputa entre el senador Afrio Pennisi y el capitán retirado Antonio Campos “se profundizaban las diferencias entre el gobernador y el peronismo, al punto que éste decidió pasar a la oposición a mediados de 1975”, remarca Alejandro Damianovich. Desde ese momento, el movimiento creado por Sylvestre Begnis, Línea Popular, pasó a ocupar todos los ministerios. José Schulman sostiene en su libro Los laberintos de la memoria que, en realidad, “en el ‟73 el peronismo oficial había saldado sus disputas internas armando fórmulas mixtas: un político de gobernador y un sindicalista de la CGT de vicegobernador. De ese modo
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pudo armar un frente contra los intentos de la Jotape de las regionales, y todo lo que se movía alrededor de los Montos, de ocupar espacios de gobierno. Salvo en Córdoba donde le tocó el cargo a un compañero como Atilio López, que había sido un protagonista de primer nivel en las luchas populares que tumbaron a Onganía y su cría, en Buenos Aires, en Santa Fe y en otras provincias, la repartija estaba hecha para que la burocracia sindical se quedara con una parte grande de la torta”. Para Schulman, “muerto Perón, querían quedarse con todo. Ya lo habían hecho en Córdoba mediante un mini golpe, el Navarrazo, que el propio Perón había convalidado, y ya lo habían hecho en la provincia de Buenos Aires desplazando a Bidegain por Calabró, un hombre de la UOM. Y ahora lo querían hacer en Santa Fe, buscando provocar una intervención federal que terminara con Silvestre y entronizara a Cuello”, opina el entonces militante del Partido Comunista.
Cruces / Desde la historia. A las puertas del cielo La llegada de José Ignacio Rucci a la secretaría general de la CGT registró un último paso en marzo de 1970, cuando fue nombrado secretario general de la UOM San Nicolás en elecciones en las que se presentó una sola lista, la Azul. Para ello, Rucci debió certificar su trabajo como metalúrgico, y en tal sentido la fábrica de llantas Protto Hermanos le dio la cobertura necesaria y una rápida licencia gremial para que continuara con lo suyo, porque el torno a revólver, su especialidad, era un recuerdo de otros tiempos. Un ex obrero de dicha firma señaló a estos cronistas que “Rucci le consiguió un crédito grande a Protto y ahí la fábrica repuntó”, en tanto que otro testigo de época cercano al santafesino deslizó que éste “tenía acciones ahí”. De haber sido así, su papel como sindicalista fue amplio, o se fundió con los roles patronales. La lista Azul estaba integrada, entre otros, por un joven Naldo Brunelli, hombre de peso en la San Nicolás de hoy y dirigente que atravesó la desindustrialización y las privatizaciones, iniciadas en 1976 y consolidadas en los ‟90, sumando canas y espacios de decisión. “Yo conocí a un ser humano excepcional cuando el 5 de marzo de 1970 salí delegado en la seccional San Nicolás. Nuestro secretario general era José Ignacio Rucci, y éramos dos corrientes: los antiguos y los jóvenes, y la pelea era qué tipo de organización queríamos”, cuenta Brunelli sobre su entrada a la UOM por intermedio de
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Rucci, y confiesa: “Creo que me quedó grande ese traje, pero los años y el tiempo nos permitieron, mirándolo en perspectiva, entender que lo que él hizo era dar paso a ese trasvasamiento generacional en una seccional que tenía nada menos que 15.000 afiliados, y en donde había todo tipo de corrientes”. La otra parte de esta historia se tejía en Buenos Aires, donde el cargo de secretario general de la UOM nacional que había ocupado Vandor, acribillado el 30 de junio de 1969, era desempeñado por el ex tesorero de la entidad y un viejo militante de la Resistencia: Lorenzo Miguel. Santiago Senén González y Juan Carlos Torre coinciden en afirmar que todos los ojos, y en especial los de Lorenzo Miguel, apuntaron al petiso para la conducción de la CGT por una razón de orden interno: equilibrar la puja entre tres popes como Fernando Donaires, de papeleros, Rogelio Coria, del gremio de la construcción, y Estanislao Rosales, de aceiteros. Rucci era un sindicalista conocido en el ámbito y, aunque hasta ahí se había mantenido en una segunda línea, su experiencia y carácter lo avalaban para lograr la tan ansiada unidad del gremialismo ortodoxo. Además, formaba parte de la poderosísima rama metalúrgica, que fogoneando su ascenso rompía la tradición de operar sobre la CGT sin colocar al frente de ésta a miembros de su tropa. Lo esperaba también el auge económico, ya que el decreto ley 18.610, de la agonizante gestión de Onganía, le significaría a las arcas sindicales un incremento millonario en sus recaudaciones: la nueva regulación obligaba a trabajadores y patrones a aportar a las cajas de las obras sociales, y así cada gremio tendría en algún tiempo más su correspondiente “mutual”. “Lorenzo (Miguel) lo llama a José y le dice „mirá José, yo quiero que vos vayas a la CGT‟. José era muy inteligente, no tenía estudio de facultad pero era un muchacho muy inteligente. Y José le dice „no Lorenzo, qué voy a ir a la CGT, en la CGT tiene que ser una persona más instruida‟. „No, no, yo quiero que vos vayas, vos tenés capacidad para estar en la CGT‟. Bueno, así fue a la CGT y así, pobrecito, terminó”, dice Noemí Rucci.
Coronda El libro colectivo testimonial Detrás de la mirilla registra la llegada a la cárcel de los presos de Villa Constitución, “laburantes, delegados de fábrica, militantes obreros”.
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Era marzo de 1975, y “el sinnúmero de preguntas hacía difícil ordenar la charla: que cómo estaba todo en Villa, que si golpearon mucho, que si quedó debilitado el movimiento, que cómo empezó la cosa, que cómo se ve el panorama político gremial, etc.”, describe el trabajo. Detrás de los muros de la cárcel corondina sobreviven por entonces entre cuarenta y cincuenta detenidos de Villa Constitución. Son uno de cada diez de los presos políticos del penal. El testimonio de un ex-preso remarca que “había en ese momento en el pabellón un gran reconocimiento por la lucha de Villa Constitución. Éramos respetados por todas las fuerzas políticas. El patio de Coronda se asemejaba a una verdadera escuela de formación donde se estudiaba, se discutía, se hacían seminarios”.
Firme en la lucha El periódico El combatiente, editado por el Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT) publica en su edición Nº 163, del lunes 14 de abril de 1975 un editorial redactado por Roberto Santucho. Allí, el mítico dirigente revolucionario dirá: “Decisiva fue la firmeza con que los compañeros tomaron las tres plantas industriales de Acindar, Metcom y Marathon. Pero, más extraordinario fue aún que una vez desalojadas las fábricas, sin local sindical, sin ningún lugar „legal‟ donde reunir a los compañeros; y con la mayoría de los miembros de la Comisión Directiva presos, en muy poco tiempo y bajo las orientaciones del Comité de Lucha presidido por Luis Segovia, único miembro de la CD que escapó a las garras policiales, se reorganizó a todos los trabajadores en casi todos los barrios de Villa Constitución”. Para Santucho, “el desarrollo del conflicto es sumamente importante no sólo a nivel local, sino nacionalmente, pues es una muestra del carácter y tipo de enfrentamiento que deberán llevar adelante las masas en la presente etapa de la guerra revolucionaria. En cierta medida será un patrón del comportamiento de los dos campos —la burguesía y el proletariado— en el próximo desarrollo de la lucha de clases. Por ello, es nuestra obligación prestar la máxima atención a este movimiento que, hoy, es el centro de la política nacional y en el cual debemos participar desde todos los ángulos de la actividad revolucionaria de masas”. “Estamos convencidos de las amplias probabilidades de triunfo, pero es factible que esta huelga se alargue. Y por lo tanto es imperiosa la necesidad de dotarnos ya,
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inmediatamente, de un plan concreto para garantizar la continuación de una resistencia de largo aliento”, plantea también el dirigente del ERP. “El proletariado de Villa debe prepararse para el triunfo. La burguesía y su represivo gobierno están en un callejón donde difícilmente encuentren una salida si no ceden a las exigencias de los trabajadores. Hasta la propia burguesía de la industria automotriz exige al gobierno una solución al conflicto, pues la producción amenaza paralizarse al no tener donde abastecerse de los blocks indispensables para la fabricación de automóviles si no es en Villa”, se animaba Santucho. “Sin embargo no es descartable un nuevo y desesperado ataque del gobierno, por lo cual debemos prever y organizar todas las formas y medidas de resistencia clandestinas”, advertía el dirigente revolucionario en los tramos finales de aquella nota editorial.
Cruces / Desde la historia. Tema de los traidores y de los héroes El 2 de julio de 1970 José Ignacio Rucci fue designado, después de algunos cabildeos y durante el Congreso de la Unidad Augusto T. Vandor, secretario general de la CGT. El acto se desarrolló en el local de la Federación de Sociedades Gallegas, en Buenos Aires, sitio en el que Rucci celebró por segunda vez una alianza: años antes había festejado su casamiento en el mismo lugar. Más allá de los nueve puntos que el artículo 44 del estatuto de la institución le confería en materia de atribuciones y deberes, y que iban desde llevar la firma y representación de la Confederación hasta organizar el departamento de estadística, su conducción tuvo desde el inicio un sentido distinto. Digamos que lo suyo era un peronismo con Perón. Lo mismo, pero muy diferente, planteaba la agrupación Montoneros, que entre el 29 de mayo y el 1º de junio de 1970 había hecho su aparición pública con el secuestro y ejecución del Pedro Aramburu, una de las principales caras de la Revolución Libertadora. “Compañeros: que la inexorable justicia popular que se hizo sentir sobre el asesino Aramburu se convierta en punto de partida de la lucha. Que sepan los traidores, los vendidos, los torturadores, que sepan los enemigos de la clase trabajadora: el pueblo ya no recibirá solamente los golpes, ahora estará dispuesto a devolverlos y a golpear donde duela”, decía el comunicado número 4 de la organización. Y remataba: “Perón o muerte. Viva la Patria”.
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Rucci no sabía cuánto de él hablaba ese documento. “Aquí la única división que existe es entre peronistas y antiperonistas”, declaraba a la revista Panorama, edición del 14 de julio, a doce días de haber asumido en la CGT y a treinta y seis de la proclamación de Roberto Levingston como presidente de la Nación, militar que dejó sus funciones en Washington para reemplazar a Onganía en la continuidad del proyecto de la autodenominada Revolución Argentina. Si una de las metas del alcortense era la vuelta de Perón, su tarea como líder resultaba ser un poco más amplia: encolumnar a la Confederación tras el objetivo del retorno, resolviendo las disidencias intestinas; separarse de la imagen de Vandor sin perder el necesario contacto con Fuerzas Armadas, Iglesia, estancieros y empresariado; apelar ante las bases a las viejas banderas de justicia social, soberanía política e independencia económica; evitar que las “ideologías foráneas” siguieran haciendo pie en el gremialismo y en el movimiento peronista. Atado a la lógica del vandorismo, Rucci se jugaba su carta principal en la fidelidad al general y a ciertos lineamientos de un justicialismo que, según parece, no era el de otra época. Al menos eso entendían muchos de los que habían ampliado el campo de acción, porque los héroes de antes podían ser ahora los traidores, y la política del “acuerdo” una estratagema para borrar las diferencias reales entre explotadores y explotados, o un freno a la lucha de las clases populares, motor de la transformación. José Alonso lo experimentó en el propio cuerpo: fue muerto a balazos en agosto de 1970. Soldado de Perón o un burócrata al servicio del imperialismo, pequeño gran gigante o un desclasado poniendo sus peores esfuerzos en demorar los cambios trascendentes, Rucci ya no era sólo un tema de la “interna peronista”, como tampoco lo sería su muerte, y mucho menos la organización que hallaría en ese hecho la excusa para oficializar el terror: la Triple A. Un siglo largo de historia hacía eclosión, el siglo largo de un país que había entrado al capitalismo no por evolución natural de las fuerzas económicas ni por el contrato entre iguales, sino a partir del control de sus mayorías, no siempre silenciosas. Ahora estaban gritando de nuevo, y era preciso renovar el mordillo. Los tiempos de la bruma y la pura finanza así lo requerían. Consciente o inconscientemente se estaba ya a un lado u otro de la línea, y en el policlínico de los metalúrgicos, unas semanas antes de morir, José Rucci padre había
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llorado amargamente: “¿Mi papá sabés cómo lloraba? Estaba internado en Buenos Aires, entonces las chicas le decían „don José, lo vamos a llevar arriba que hay televisor para que vea a su hijo que hoy asume‟. Entonces lo llevaron y papá vio todo, y le dicen las chicas después „¿lo vio don José a su hijo?‟, y dice „mirá, no vi nada porque lloré tanto‟. Él lloraba por el hijo, lloraba diciendo „le va a pasar lo mismo que a Vandor‟”, recuerda Noemí Rucci.
1975 II José García era operario calificado de la sección púa del turno B de Acindar. El 22 de abril de 1975 participó de la marcha que repudió la represión en Villa Constitución. Ese día fue secuestrado por un grupo de policías federales y provinciales, que lo molieron a palos. “A las tres de la tarde volvió a su casa y se desmayó. El 22 de mayo se murió”, cuenta Carlos del Frade en su libro El Litoral, 30 años después. Pero la persecución no se detuvo allí. Su compañera, Ángela Adriana Moreira de García, soportó allanamientos, prohibiciones y amenazas. Le advirtieron: “su marido no murió por un accidente de trabajo, sino por subversivo”. Jorge Chaparro había sido operario de Acindar, donde alguna vez también lo eligieron delegado. Sin embargo, no tenía militancia política o gremial. En los días en que el terror ocupó la ciudad, despuntaba su oficio de colectivero. Cuando Acindar contrató “carneros” para intentar romper la huelga metalúrgica, Chaparro se negó a transportarlos en su colectivo. Fue secuestrado de su casa a plena luz del día, en mayo de 1975. Estaba durmiendo la siesta cuando un comando a bordo de un Falcon verde irrumpió en su casa. Algunos de los secuestradores llevaban capuchas. Otros actuaron a cara descubierta. Su cuerpo apareció acribillado, a la vera de un camino rural cercano a la localidad de Theobald. Entre junio y julio son víctimas de la represión César Orlando Zerbatto, dirigente nacional del Partido Revolucionario de los Trabajadores, secuestrado en Santa Fe el 1º de junio; Juan Bautista Corbalán, asesinado el 16 del mismo mes; y el matrimonio conformado por Adriana Susana Estévez y el abogado y dirigente de Montoneros Jorge Ernesto Araya Echesortu, cuyos cuerpos fueron hallados entre el 21 y el 23 de julio, en el paraje El Espinillo, del río Carcarañá.
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El mapa crece. Sus marcas se hacen profundas. Huellas talladas con buriles de fuego. Huellas que queman. Arden. Los nombres de las vidas robadas. Los proyectos políticos que esas vidas encarnaban. Carne y sueños mutilados por el terror impune. Y el olvido creciendo como una flor oscura, densa. Una flor que huele a muerte. A los infinitos olores de la muerte. El 14 de septiembre de 1975, en mitad de una reunión familiar, son secuestrados por un grupo de tareas integrado por dieciséis hombres con armas largas los militantes del Partido Peronista Auténtico Santiago Delfín Zapata, Pío Abromio Acosta y Pedro José Martínez. Al día siguiente, aparecieron asesinados en la zona rural de Alvear. Nueve días después, en la noche del 23 de septiembre, una patota de diez personas que se trasladaban en dos autos asaltó la casa de Orlando Finsterwald, en la localidad de Funes. Finsterwald, de 20 años, estudiante de arquitectura, fue secuestrado junto a dos compañeras de facultad, María Julia Scocco y Zulema Williner de Godano, ambas de 24 años, con quienes había participado esa tarde de una asamblea. Como lo relata el periodista Osvaldo Aguirre, en un descampado situado en jurisdicción de La Ribera, “los secuestradores balearon a los jóvenes, tras maniatarlos, y dejaron junto a sus cuerpos un cartel con la leyenda 'Aniversario de la muerte de Rucci - La patria hace justicia'. Luego se fueron del lugar, dando a todos por muertos. Zulema Willimer había fallecido, alcanzada por un proyectil en la cabeza, pero los otros dos estudiantes quedaron gravemente heridos y pudieron ser salvados”. El llamado Comando “Capitán Roberto Brzic” se adjudicó la autoría del operativo. Una semana después, el 30 de septiembre, son secuestrados de sus domicilios y asesinados el abogado radical Felipe Rodríguez Araya, y el procurador y docente peronista Luis Eduardo Lescano. Sus cuerpos aparecieron en un descampado, en jurisdicción de Ricardone, a 32 kilómetros de Rosario, con más de cuarenta impactos de bala cada uno. En el lugar se hallaron un centenar de cápsulas servidas calibre 9 milímetros y 45, vainas de proyectiles de escopetas Itaka, y dos ejemplares de la revista Peronismo auténtico. Rodríguez Araya y Lescano se habían destacado por su participación activa en la lucha política contra las dictaduras militares que usurparon el poder entre 1966 y 1973.
Como una sombra sobre el mundo
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El poeta Alberto Szpunberg escribía, hacia diciembre de 1975, un extenso poema en prosa, donde se preguntaba qué pasaba en el país, en las madrugadas donde se perdían vidas, cuando “una carga explosiva sembraba por la historia los restos del petizo y volaban sus manos atadas su zapatilla izquierda sus ojos vendados su espalda agujereada con un calibre ahora inmenso como el sumidero mismo del cielo que lo atraía desde antes que sus pestañas su sangre sus bolsillos su pañuelo su zapatilla derecha volvieran a la tierra para convertirse de boca en qué geografía prescindible en qué baldíos de tantos en qué lata de multigrado donde algún ex metalúrgico calentó el mate cocido ahí junto al rancho donde se posó una pestaña del petizo como venida de volar una aventura a un costado de la ruta y qué puede revolver una pestaña en el mate cocido sino girar girar entre las manos que aprisionan el calor con toda la torpeza del hambre y del sueño?”. Y escribe Szpunberg: “¿Qué pasaba en el país que a esa hora mi hija tenía toda la tibieza aprisionada contra su mejilla y yo rozaba la pierna de la flaca como quien toca el costado natural del mundo? ¿Qué pasaba que hubo tanto silencio en el país que el ruido ni se oyó ni el golpe de su cuerpo contra el cielo ni sus medias al posarse como una sombra sobre el mundo como la sombra de un pájaro sobre el mundo o como las alas de la sombra de un pájaro sobre el mundo y sus antecedentes?”.
Cruces / Desde la historia. Viboreando Congelación de los salarios, devaluación de la moneda, continuidad de una política ligada a los dictámenes del Fondo Monetario Internacional, diálogo con el sector justicialista que encabezaba el entonces delegado de Perón, Jorge Paladino, y con el llamado “sindicalismo colaboracionista”, son ítems que sintetizan el breve gobierno de Levingston. A pesar de la locuacidad de los actores, el justicialismo seguía proscripto y Perón doblaba la apuesta a favor de la juventud (sin que ello implique olvidar al gremialismo ortodoxo) que acrecentaba su poder de movilización. Esa juventud que hablaría de Rucci y de esta etapa en los siguientes términos: “Rucci comienza su carrera de „heredero de Vandor‟ con el viejo método del maestro: haciéndose el malo. En septiembre de 1970 presenta un pliego de exigencias a la dictadura: en octubre y noviembre organiza una serie de paros que culminan con uno activo el 11, 12 y 13 de
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noviembre. A partir de allí la cuestión es hacer buena letra. Rucci sabe que Levingston no es Onganía y que la cosa en serio venía después. En febrero de 1971, en Rosario, lanza su primer ataque a fondo contra los gremios combativos del interior”. Este fragmento, aparecido originalmente en un suplemento especial de la revista La Causa Peronista del 3 de septiembre de 1974, remite directamente al caso de la CGT Córdoba, que liderada por Agustín Tosco y Atilio López representaba un problema para la conducción nacional de la Confederación. El poderío de la Córdoba rebelde se hizo sentir en el “Viborazo”, insurrección cuyo nombre respondió a la versión oficial que comparó a los combativos de la provincia con una serpiente a descabezar. Dicho levantamiento, de marzo de 1971, le valió a Levingston su destitución de la presidencia, empujado también por los nuevos planes de sus camaradas de armas. Se venían los tiempos del general Alejandro Lanusse y Rucci enfrentaría otro desafío, más en el plano político que en el gremial: ser uno de los encargados de negociar con los militares una salida electoral. Apuraba una tormenta de décadas y el hombre del paraguas estaba montando su gran escena de la lluvia.
El Rodrigazo El 2 de junio de 1975, Celestino Rodrigo asume al frente del Ministerio de Economía de la Nación, en reemplazo de Alfredo Gómez Morales. Lo acompañan, entre otros, Ricardo Zinn, secretario de Programación y Coordinación Económica y Ramón José Orteu. Rodrigo ejercerá el cargo apenas durante 48 días. Esos 48 días fueron, sin embargo, suficientes, para dejar una profunda huella en la historia económica y política del país. El 4 de junio se realiza el primer anuncio de las nuevas medidas económicas: devaluación del peso con respecto al dólar “con el objetivo de promover las exportaciones”, ajuste en las tarifas de servicios públicos y de combustibles: 40% en consumo domiciliario de electricidad, 75% en otros consumos eléctricos; 50% en gasoil; 60% en consumo de gas domiciliario, un 70% en otros consumos; 170% de aumento en la nafta. Se suma el aumento del transporte colectivo, las tarifas de taxis y el boleto ferroviario. En los días que siguen el gobierno autoriza aumentos en los precios de distintas mercancías: se multiplica el precio de la harina, chacinados, pollos y huevos,
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artículos de limpieza, carne, verduras, leche y pan, y 100% de aumento en los medicamentos. A partir del 1º de julio los alquileres con contratos vencidos aumentan el 92%. “Sus aumentos de precios y su devaluación del dólar dejó una ola de quebrantos sin precedentes, pero también dejó, sin querer, grandes beneficiarios: por ejemplo, los que habían tomado créditos en pesos para vivienda, que de ahí en más pagaron cuotas irrisorias”, describen en La Voluntad Martín Caparrós y Eduardo Anguita. La respuesta no se hace esperar: el mismo 2 de junio comienzan las huelgas y movilizaciones obreras, que ya venían registrándose desde mayo en protesta por la demora en las negociaciones paritarias, que se extienden en el rechazo a las medidas económicas. “La primera acción es una huelga por lugar de trabajo en la planta de IKA-Renault en Santa Isabel. La huelga es conducida por la comisión interna de la fábrica, enfrentada a la Comisión Normalizadora del Sindicato de Mecánicos y Afines del Transporte Automotor, SMATA-Córdoba, que no avala la medida de fuerza. Los reclamos planteados por los huelguistas se dirigen tanto contra los capitalistas, ante la falta de solución en las negociaciones paritarias, como contra la política económica del gobierno, en particular contra los anunciados aumentos en los combustibles y el alza del costo de vida. Al día siguiente, 3 de junio, comienzan a extenderse las acciones en la ciudad de Córdoba”, describen María Celia Cotarelo y Fabián Fernández en su trabajo Lucha del movimiento obrero y crisis de la alianza peronista Argentina. Córdoba, Mendoza, San Juan, Buenos Aires, Santa Fe. Cada provincia se suma a la ola de protestas. Huelgas, movilizaciones y asambleas crecen en la geografía laboral, en cada fábrica, en cada taller. Es en la ciudad capital de Santa Fe donde se registra uno de los pocos choques callejeros con las fuerzas represivas: el 6 de junio, 2.000 obreros metalúrgicos pertenecientes fundamentalmente a las fábricas de Fiat Concord y Tool Research deciden en asamblea una huelga con manifestación callejera. Los trabajadores reclaman “la reanudación de las comisiones paritarias —que se encuentran paralizadas— y la anulación de las medidas económicas”. Relatan Cotarelo y Fernández: “La marcha de los obreros hacia la casa de gobierno provincial es detenida por la policía; sin embargo, los obreros intentan seguir avanzando, produciéndose entonces el choque: los obreros
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construyen barricadas y arrojan piedras a la policía, que responde con gases lacrimógenos, hasta que finalmente ésta debe retirarse. Doce obreros resultan heridos. Los manifestantes marchan luego hacia la sede de la Unión Obrera Metalúrgica (UOM) -Santa Fe, para exigir una respuesta del sindicato ante las medidas económicas y proponer un viraje total en la política del gobierno; reciben el apoyo de otros obreros industriales, como los de la fábrica Bahco, pero no de la dirección del sindicato”. La UOM, la Juventud Sindical Peronista y la CGT locales emiten un comunicado repudiando “la represión policial”, al mismo tiempo que el dirigente de la UOM-Santa Fe, Alfonso Barrera, sostiene en el diario La Opinión que “la actitud de los compañeros no cuenta con el consentimiento gremial”. El 10 de junio, la Mesa Directiva de la UOM-Santa Fe en pleno renuncia, ante el rechazo de las comisiones de fábrica a su gestión. Las renuncias fueron rechazadas luego por la dirección nacional del sindicato metalúrgico. El movimiento de protesta sigue extendiéndose, principalmente en las ciudades de Córdoba y Santa Fe, donde a la huelga de los metalúrgicos se suman los trabajadores estatales —agrupados en la Unión del Personal Civil de la Nación—, empleados judiciales y los docentes agrupados en la Confederación de Trabajadores de la Educación de la República Argentina (CTERA). Las medidas de fuerza crecen también en el Gran Buenos Aires y Capital Federal. El entonces secretario general de la CGT, Casildo Herreras, pide a los trabajadores que se expresen “orgánicamente”, previniendo que las acciones espontáneas sólo sirven de caldo de cultivo a “intereses antipopulares”. A fines de junio firman sus convenios varios gremios. Los aumentos son considerables: la UOM, 130% de aumento; la Asociación Obrera Textil (AOT), 125%. Los trabajadores de Industrias Mecánicas del Estado, telefónicos, Unión Ferroviaria, Yacimientos Carboníferos Fiscales, empleados de la banca oficial, de Luz y Fuerza, entre otros, obtendrán algo menos. El 27 de junio, la CGT y las 62 Organizaciones de Córdoba llevan adelante una huelga por 24 horas, en solidaridad con el gobierno de Isabel Perón. Sin embargo, el descontento no se detiene: en Rosario se declara la huelga del transporte urbano de pasajeros. Se suman los empleados de comercio, los docentes, los obreros de fábricas automotrices y ceramistas. En Santa Fe los obreros afiliados a SMATA hacen lo mismo.
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Cuando junio agoniza, Isabel Perón anuncia la sanción del decreto 1783/75, anulando las paritarias y fijando un aumento salarial único del 80%. Dice la presidente: “no solamente no se cumplen las reiteradas promesas al general Perón de trabajar más para producir más, y obtener así por la vía de nuestro propio esfuerzo los medios legítimos y verdaderamente patrióticos de nuestra liberación, sino que por el contrario, estamos facilitando el camino para que los mercenarios de la antipatria puedan triunfar sin mayor esfuerzo”. Las asambleas autoconvocadas se esparcen por cada fábrica, en cada ciudad, más allá incluso de las directivas de los sindicatos, más allá de las negociaciones de la CGT, cuyo local es rodeado por manifestantes de todo el cordón industrial del Gran Buenos Aires. El rechazo a las medidas de gobierno es unánime. En Rosario “una columna de obreros metalúrgicos recorre el centro de la ciudad. En las metalúrgicas Cura Hermanos, Talleres Plecon, Glauco Vásquez y otras los obreros llevan a cabo una huelga 'de brazos caídos'; en Cidelmet y John Deere trabajan una hora menos. Tanto la CGT como la UOM Rosario se pronuncian en contra de esta marcha por estar organizada por los 'agitadores que quieren crear el caos', pero la UOM convoca al mismo tiempo a una huelga de brazos caídos 'por tiempo indeterminado'. En la empresa PASA, en San Lorenzo, los obreros paran desde las 12; también se encuentran en huelga los obreros de las empresas Migra, Daneri y Acindar Rosario, al igual que de la mayoría de las fábricas de la zona norte, Fray Luis Beltrán, Capitán Bermúdez y Granadero Baigorria”, describen Fernández y Cotarelo. La zona sur de la provincia asiste al nacimiento de la Coordinadora de Gremios en Lucha. La integran los petroquímicos del SOEPU, el Frente Gremial Docente, obreros de John Deere, Hanomag, Construcción, UPCN, Judiciales, Municipales, Bancarios, Mercantiles, Metalúrgicos, Sanidad, Duperial, Ceramista, Vilber, Sulfacid, entre otras firmas. La Mesa Provisoria de la organización se constituye bajo el lema “Si los patrones coordinan para explotar, los trabajadores coordinamos para erradicar la explotación”. En Villa Constitución, mientras tanto, se realizan asambleas en las fábricas metalúrgicas, aunque los obreros del sector de la ciudad no tienen participación activa: la intensidad de la represión desatada entre marzo y junio del 75 sobre los trabajadores de Acindar, Marathon y Metcon, había dejado su marca de pólvoras y silencios.
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“Ante las movilizaciones en todo el país, con paros regionales y zonales en Rosario, Córdoba, y el Gran Buenos Aires, la CGT nacional adoptó la determinación de realizar un paro por 48 horas, a partir de la hora cero del día 7 de julio. La paralización del país fue total. El gobierno y la CGT negociaron durante todo el primer día de huelga, y cuando se estaba cumpliendo el segundo día del cese de actividades, el gobierno de Isabelita cedió: los acuerdos logrados en paritarias fueron homologados”, rememora el historiador Leónidas Cerutti en El Rodrigazo en Rosario: del Pacto Social a la crisis de 1974. Allí advierte que “las concentraciones masivas en Plaza de Mayo y en las principales plazas del país, adquirieron un claro contenido político exigiendo y logrando la anulación del decretazo de Isabel Perón y las renuncia de sus ministros Rodrigo y López Rega”.
Saltar el alambrado La violencia estatal y paraestatal recrudece. José Bodrero consigna que “la derecha fue quien planificó toda esta represión. La derecha es gente capaz, inteligente y muy hija de puta. Por ejemplo, se dieron cuenta acá en Villa Constitución que lo primero que tenían que hacer era apretarnos y ser muy duros con todos los que no éramos obreros. Yo abogado, me dieron con todo, es decir me amenazaron, me difamaron, perdía clientes, me pusieron una bomba”. Como resultado de las amenazas y la bomba que le pusieron en su propia casa, el gremio metalúrgico le comunica que “no me podía cuidar y que era conveniente que me quedara en mi casa”, recuerda el abogado. Al mismo tiempo su compañera, Cristina Monterrubianesi, militante docente, es encarcelada. Roberto José “Pepe” Kalauz, que formó parte del Comité de Lucha como delegado de Metcon, relata que el conflicto registra dos etapas: “la primera cuando se toman las fábricas a partir del 20 de marzo, cuando entra el primer turno, como reacción a la represión en las casas y el encarcelamiento de los principales dirigentes. La gente va a trabajar, pero no trabaja, de hecho se ocupan las fábricas. No hubo huelga previa. Se arman asambleas y se decide ocupar las fábricas. Esto dura 15 días o más. Hay un ultimátum para desalojarlas. Resistir o no resistir. Si se habla de resistir era en serio. Había una tradición en el movimiento obrero metalúrgico, eran ocupaciones en serio, como la del '74. Después se hace una evaluación de la relación de fuerzas, se decide
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desalojar y desarrollar una huelga prolongada en los barrios. Esa es la segunda etapa de la huelga. Primero la ocupación, luego la intimación, nos vamos y comienza la huelga prolongada en los barrios”. Kalauz afirma que una huelga de esas características sólo puede sostenerse en el tiempo “por la identificación de la gente con la dirección sindical y su programa, con el que habían ganado el sindicato, y el sentimiento de tremenda injusticia que significaba esa masiva y arbitraria detención. Fue una confrontación de fuerzas, pero defensiva”. Y recuerda el paisaje del cobijo de toda una ciudad con sus hombres: “ibas a la noche a la casa de cualquier obrero, tocabas, decías quién eras y te dejaban entrar, no prendían la luz y te dejaban dormir. Si llegaba a venir alguien a buscarte, pasabas a la casa de al lado, saltabas el alambrado y la verdad que esa solidaridad no la he visto en mi vida ni creo que lo volveré a ver. Lo bien que te sentías de protegido cuando vos llegabas a un barrio”.
Cruces / Desde la historia. La lealtad Al asumir Lanusse la presidencia, en marzo de 1971, las relaciones internas en la CGT nacional no eran de lo mejor: las discusiones sobre la vuelta de Perón dividían al Consejo Directivo. A esto se le sumaron algunas medidas del nuevo gobierno en materia laboral que generaron roces entre José Ignacio Rucci y Lorenzo Miguel, esta vez acerca de las tácticas que la UOM debía desarrollar frente a la dictadura. El primer encuentro Rucci-Lanusse data del 13 de abril de 1971. Adenás de remarcar la necesidad del retorno del General y de la entrega de los restos de Eva Duarte, cuyo destino era un secreto celosamente guardado por las Fuerzas Armadas desde el golpe del ‟55, los pedidos del alcortense y de la CGT incluyeron una ley de obras sociales, cese de leyes represivas, fin al encarcelamiento de gremialistas y mayor atención a jubilados. Lanusse se mostró comprensivo y prometió abrir el juego. Su discurso distaba en mucho de la rigidez de Onganía y desde el inicio pareció señalar que lo suyo no era un impasse como el de Levingston. La estudiada imagen del militar democrático escondía apetencias políticas propias y un nuevo intento por afinar los modos de cooptación del peronismo, acordando con su línea dialoguista. Por fuera, cientos de militantes desafiaban el encuadramiento que proponía la “burocracia” y una juventud radicalizada,
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que no dudaba en oponer “a la violencia de arriba la violencia de abajo”, le metía presión al régimen. Perón reconocía la lucha de los combativos como una lucha justa, necesaria, pero su clásica idea de equilibrar la balanza encontraba ahora a un tipo confiable en la ortodoxia sindical: Rucci no era Vandor. “Me voy a Madrid hermana‟, me dice, y le digo „no, dejá de embromar‟. „Sí, me voy a Madrid porque Perón tiene que volver a su patria, tiene que morir acá‟, y así...Él era una locura que tenía con Perón, una locura”, cuenta Noemí Rucci. Por fin, el 19 de abril de 1971 se reunieron en Madrid, en la residencia de Puerta de Hierro, Juan Perón y José Rucci. Objetivo: preparar el terreno con vistas al futuro retorno. Asistieron también Lorenzo Miguel y el delegado Jorge Paladino, quien en poco tiempo sería reemplazado por Héctor Cámpora. Rondaba tras las puertas el “Brujo” José López Rega. De regreso a la Argentina el petiso trajo una cinta con un mensaje de Perón a los trabajadores, en virtud del 1º de mayo que pronto iba a conmemorarse. En el imaginario social, la lealtad de Rucci al líder empezaba a sellarse con una fuerza que sus matadores no advertirían hasta después del después. La “misión” del ejército El 6 de octubre de 1975, el gobierno constitucional de Isabel Martínez de Perón dicta el decreto 2772. Allí dispone “ejecutar las operaciones militares y de seguridad que sean necesarias a efectos de aniquilar el accionar de los elementos subversivos en todo el territorio del país”. A partir de la Directiva Nº 1/75 del Consejo de Defensa, dictada en octubre de 1975, el Ejército pasa a ocupar un rol central en la denominada “lucha antisubversiva”. El 28 de octubre de ese año se distribuyen veinticuatro copias de la Directiva Nº 404/75 del Comandante General del Ejército, que en su punto 4 detalla la llamada “Misión del Ejército”: “Operar ofensivamente contra la subversión en el ámbito de su jurisdicción y fuera de ella en apoyo de las otras Fuerzas Armadas para detectar y aniquilar las organizaciones subversivas”.
La resistencia y la ternura
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“Fuimos detenidos el 20 de marzo de 1975, en un operativo conjunto de las tres Fuerzas Armadas, como un preanuncio de lo que luego sucedería en Argentina”, recuerda Cristina Monterrubianesi. “Somos detenidos en el contexto de una lucha sindical, la pelea que los trabajadores metalúrgicos comenzaron a dar, entre otras cuestiones, para tener su obra social, para manejar sus propios fondos, y que se extendió después a otras reivindicaciones. Y que culminó con una represión que no solamente tuvo que ver con nosotros, detenidos presos políticos, sino también con los muertos que se sucedieron a partir de la famosa huelga de más de cuarenta días que llevaron adelante los compañeros que formaron el Comité de lucha”, completa la militante sindical docente. Los detenidos en esas jornadas son remitidos a diferentes cárceles, ya sea en la provincia como en otros puntos del país. Las órdenes sobre el trato “riguroso” al que debían ser sometidos los militantes sindicales de Villa Constitución son terminantes, son claras. Sin embargo, el abogado César Tavárez, director general de Cárceles de la Provincia, se niega a cumplirlas. El funcionario había asumido ese cargo durante la corta primavera camporista. Y dice que no se tortura. El precio de ese acto será caro. Alicia María Ferrero, esposa del abogado, relata que “mi marido se negó a someter a estos detenidos de Villa Constitución a regímenes rigurosos. Comenzó a recibir amenazas de muerte a partir de agosto de 1975, firmadas por la Triple A”. Tavárez se alojó entonces en la cárcel de Coronda, “nos hizo dejar la casa a mi y a los niños. Mientras tanto buscaba el apoyo del ministro de Gobierno, doctor Eduardo Galaretto para no cumplir las órdenes que se le quieren impartir desde el ejército en relación a los detenidos de Villa Constitución. Al no encontrar el apoyo necesario y no queriendo someterse a esas órdenes, renunció a su cargo el 6 de agosto de 1975”, relató Alicia Ferrero. La venganza de clase, sin embargo, no se detiene allí: en enero de 1977, Tavárez es secuestrado y desaparecido. En aquel marzo del '75, José “Pepe” Kalauz logra sortear la detención. Cuenta Kalauz que el día del inicio de la represión, el 20 de marzo, “nació mi hija, Laura”. Kalauz se había casado con Ana Roisi y había llegado a San Nicolás en 1972, con 22 años y una militancia en el Partido Socialista de la Trabajadores (PST), con el objetivo de “armar una corriente socialista y antiburocrática en ese polo industrial”. En la ciudad
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trabajó en Arcometal, de donde lo echaron. El aire se había enrarecido en la ciudad de Somisa: la burocracia de la construcción era fuerte, muchos lúmpenes, muchos matones. “Entonces nos vamos a trabajar sindicalmente a Villa”, cuenta Kalauz, primero en la construcción, hasta que entró en Metcon, “una fábrica de la Ford que hacía autopartes, desde piezas muy chicas al bloque del motor”. Hasta que llegó el 20 de marzo de 1975. “Ese día no voy a trabajar. Estaba en la clínica de San Nicolás, y no sabés lo que era la clínica, en un momento entran y preguntan por un parto que justamente lo estaba teniendo una chica que era de la guerrilla. En ese clima Ana fue mamá”, rememora el militante sindical.
Cruces / Desde la historia. Acuerdos La apertura política que había prometido Lanusse mostraba algunos signos. Se legalizaban los partidos, se desarrollaban paritarias, se hablaba de un cronograma electoral, se le abonaban a Perón las jubilaciones que se le debían, se devolvía el cuerpo de Eva Duarte, sepultado por años en Milán con un nombre falso. Sin embargo, la propuesta lanussista de un Gran Acuerdo Nacional (GAN) condicionaba la participación del propio Perón y ratificaba a las Fuerzas Armadas como custodias del orden por venir. La “Revolución Argentina” iniciada con Onganía cambiaba el maquillaje, pero el fondo seguía siendo el mismo. Horacio Verbitsky arriesga que “los militares conducidos por Lanusse ofrecían el gobierno a quienquiera que acatara las grandes leyes del sistema: subordinación de los trabajadores, conservación de la propiedad agraria y el gran capital financiero e industrial, respeto a las jerarquías castrenses, alineamiento internacional con Occidente”. Y sumando a Rucci al asunto sostiene que “ese juego no requería enfrentar a Perón, como había hecho Vandor, sino competir por el control de la clase trabajadora con la izquierda peronista y ganar el apoyo del ex presidente”. En la visión del autor de Ezeiza, “el fraude en las elecciones internas, la intimidación a los opositores, la acción de grupos armados para simplificar cualquier debate no eran prácticas desconocidas, pero José (Rucci) les dio otra escala y una nueva dinámica”. Y abona como conclusión una idea, que incluso puede interpretarse como la llave de lo que sería el primer triunfo contundente, a partir del golpe de 1976, de los grandes
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poderes económicos, y de su consolidación durante el menemismo: “La derecha peronista pasó a alinearse con la derecha a secas”. Siguiendo este concepto, bien podría preguntarse qué grado de conciencia tendría Rucci respecto de las puertas que se abrían a sus espaldas, visto y considerando que su sueño de una “civilización industrial” sería fagocitado por sus supuestos aliados en el combate contra los “zurdos”. Lo mismo le cabe a Perón, aunque las respuestas acerca del rol de uno y otro seguro habrán de ser diferentes, partiendo de la base: una cosa es el general y otra el soldado. Por lo pronto, el viejo líder desafiaba el plan de Lanusse apoyando la acción de la guerrilla peronista, sus “formaciones especiales”, y ordenándole al petiso presionar de manera creciente al gobierno, sobre todo desde 1972. No puede minimizarse en estas jugadas de Perón el acuerdo con otros partidos. De ahí “La Hora del Pueblo” (una alianza celebrada en 1970 con radicales, demoprogresistas y algunas ramas del socialismo y el conservadurismo) y su correlato de izquierda con el Encuentro Nacional de los Argentinos (ENA), integrado por comunistas, sectores del socialismo que no adhirieron a la primera y parte de lo que fuera la CGT de los Argentinos. La línea que bajaba desde Puerta de Hierro le ocasionaba a Rucci nuevos choques en la CGT, donde el pasaje a una confrontación directa con los militares era un hueso duro de roer para varios integrantes de la Confederación. Su renuncia a la secretaría general, rápidamente rechazada, se dio en ese marco de disidencias, también con Lorenzo Miguel. José Ignacio Rucci tendría en el correr de aquel 1972 la posibilidad de reafirmar que no estaba donde estaba para pasar inadvertido.
La vuelta al trabajo El 17 de mayo del '75, con un largo saldo de delegados detenidos, de obreros muertos, secuestrados y torturados, una asamblea general decide levantar la huelga en Villa Constitución desde el 19 de mayo a las 6 horas, “ante el compromiso de las patronales de no tomar represalias y pagar los salarios caídos”. Las empresas habían amenazado con una cláusula de la Ley de Contrato de Trabajo, que les otorgaba la posibilidad del despido sin reincorporación en casos de medidas de fuerza que superaran los 60 días.
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En su trabajo La confrontación de Villa Constitución, Agustín Santella detalla: “Se realizan reuniones en los comités barriales para organizar la entrada en fábrica. El lunes 19 se reanuda el trabajo. Las empresas despiden cientos de obreros. El PEN informa (comunicado 9-5) oficialmente que de 307 detenidos, 97 quedan a su disposición; durante el conflicto, además, las fuerzas represivas matan a 6 obreros, en distintos días”. Los nombres de los obreros asesinados: José García, Miguel Ángel Lobotti, Juan Carlos Ponce de León, Adelaido Viribay, Rodolfo Mancini y Jorge Chaparro. Santella consigna también que “si bien la estrategia represiva para el conflicto no es del tipo genocida que se verá a partir de 1976, es preparatoria de las condiciones de tal escenario”, al tiempo que sostiene que “la derrota infrigida con el retorno al trabajo es lo que posibilita niveles represivos mayores que los posibles antes de la huelga, en un increscendo hasta marzo de 1976”.
1975. III El 17 de octubre de 1975, treinta años después de aquella movilización que pidió por la libertad del entonces coronel Juan Perón, en Villa Constitución un grupo de tareas secuestró de su estudio a la abogada Concepción De Grandis. La profesional, oriunda de Río Negro, había brindado asesoramiento legal a los trabajadores, al mismo tiempo que defendía a los presos sindicales y políticos luego de la represión del 20 de marzo. La misma represión en la que Carlos Ruescas, un trabajador muy querido y respetado entre sus vecinos y compañeros de Acindar, había sido detenido. Ruescas era pastor de la Iglesia Evangélica. Había acompañado la huelga que siguió a la invasión de marzo del 75; sumándose también a las tareas de solidaridad con los presos y la resistencia fabril y barrial. Aquel compromiso lo había llevado a prisión, como señala el testimonio de Victorio Paulón, “estuvo un mes y medio en Coronda y cuando volvió y organizó una colecta de solidaridad con los presos terminó preso y desaparecido”. Ese día, junto a De Grandis y Ruescas, es secuestrado también Julio Palacios, trabajador portuario. Cuenta el historiador Ernesto Rodríguez: “su gremio fue uno de los que se solidarizaron con el movimiento de protesta surgido como respuesta a la represión desencadenada sobre el pueblo de Villa Constitución”. El domingo 19 de octubre los diarios regionales publicaban la noticia de la identificación “de los cadáveres acribillados encontrados días atrás por personal
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ferroviario de Monte Flores”. El hallazgo se había concretado en jurisdicción del distrito Villa Amelia, en un paraje semidesértico, “donde las únicas edificaciones son la estación ferroviaria, una escuela, un almacén y algunas viviendas humildes distanciadas entre si”. Los cuerpos, enumera la crónica, pertenecen a “Concepción De Grandis, abogada de 29 años, Carlos Alberto Ruescas, dirigente metalúrgico y pastor evangélico, y Julio Palacios, obrero de Acindar”, y presentan numerosos impactos de bala. De acuerdo a la información suministrada por medios policiales, remarca la noticia, los balazos “serían de pistolas 11.25 y fusil ametralladora”, los fusilados estaban “muy próximos unos de otros”, y tenían los ojos vendados con cinta adhesiva. Años después, el camping y paseo ribereño ubicado en el Bajo, donde supo trabajar y al que tantas horas dedicara, lleva el nombre del obrero Julio Palacios. Apenas diez días después, el 30 de octubre, son asesinadas en Rosario las estudiantes Antonia Mercedes Buitron y Laura Diana Gentile. El 31 del mismo mes, Villa Constitución vuelve a sacudirse por el estampido y la pólvora: cae muerto Juan Carlos Taborda, empleado de Metalcid. El 4 de diciembre Fabián Rodríguez, militante de la Lista Marrón, es secuestrado y asesinado en Rosario. Menos de una semana después, el 9 de diciembre de un 1975 de sangres y silencios, en la ciudad de Santa Fe la represión mutila las vidas de Mario Osvaldo Marini y José Antonio Manfredi.
Cruces / Desde la historia. Los medios del secretario Para algunos especialistas en la materia, con José Rucci se impuso la imagen del sindicalista de campera de cuero, que se ufana del “lujo de secretario general” y la potencia de sus autos, que gusta de los romances furtivos, ostenta arsenales y cuya custodia es numerosa y desbocada. Su tiempo coincidió con la época de la gran venta de diarios y revistas, pero fundamentalmente con la inserción masiva de la televisión. La política como espectáculo daba sus primeros pasos y un alcortense estaba ahí, como un personaje de gesto duro. Una ilusión a lo McCoy o a lo Buck Jones cuatro décadas después y en pantalla chica. Más allá de las cámaras y los flashes el hombre real buscaba su reelección al frente de la CGT, y los medios registraban ese intento y algo más. Comparar las entrevistas que brindó en 1970 con las de 1972 es un buen ejercicio. Si a Raimundo Ongaro “lo respeto como luchador”, dos años más tarde “no es un dirigente obrero, es un empleado de la
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Federación Gráfica” y “¡Ongaro no significa nada, nada!”. Si en 1970 “no estoy acostumbrado a la publicidad, siempre luche desde atrás, sin barullo”, en 1972 el barullo es parte de su estilo, sobre todo al hablar de los “bolches”, quienes “por más ingenio que pongan estos enemigos de los trabajadores en vender mercadería putrefacta ya no encuentran compradores”. Consciente de esa capacidad, aunque insistiera en presentarse como “un simple hombre del interior que por esas cosas de la vida está donde está”, iba de nuevo por el lugar en que la memoria lo fijaría para siempre: el secretariado general. Por ese despacho de tres metros por cinco, con fotos de Perón, Evita y Rosas en las paredes, y ese escritorio que bajo el vidrio dejaba ver un billetito. Lo consiguió el 6 de julio de 1972, como consiguió aquietar los vientos en las 62 Organizaciones, normalizadas por orden de Perón, cuando la movilización y la violencia iban en aumento y Lanusse apretaba el acelerador. Unos días antes, Rodolfo Braceli lo había reporteado para la revista Gente, y en el artículo que tituló Diálogo con un condenado a muerte Rucci decía que si alguien iba a matarlo esas serían “fuerzas extranjerizantes, ajenas a los intereses del pueblo”. Y agregaba: “Yo no me considero un valiente. Tampoco he sacado diploma de cobarde. Pero tengo un solo temor: no ver la cara de los asesinos”. Por su parte, Braceli se permitía la ironía: “Lo peor de la „condena a muerte‟ que se le asigna a este personaje es que no tiene ni hora, ni fecha, ni lugar. Es algo que puede suceder dentro de diez minutos, diez horas, diez días, diez meses. O, inclusive, NUNCA. Ese „NUNCA‟, aunque parezca mentira, no sirve para menguar ni el agobio ni el suspenso”.
Los empresarios pagan la represión Acindar, como las grandes empresas de la región, colaboró en esos días activamente con la persecución de dirigentes y militantes gremiales y políticos. Así lo confirma —entre otros testimonios— el relato del ex-comisario de la policía federal, Rodolfo Peregrino Fernández, en su declaración ante la Comisión Argentina de Derechos Humanos, en 1983, donde desnudó la conformación y funcionamiento de la Triple A. Fernández relató la represión ilegal en Villa Constitución contra los trabajadores de Acindar, Metcon, Vilber y Marathon, como uno de los principales hechos llevados a
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cabo por la banda paramilitar. Agregó que el procedimiento fue comandado por el comisario Antonio “Don Chicho” Fischietti, quien había sido delegado de la Federal en la provincia de Tucumán, y describió cómo se pagó dinero extra para generar las detenciones y posteriores torturas en el ex-albergue de solteros de la planta de Acindar. “Las patronales de las industrias metalúrgicas instaladas allí, en forma destacada el presidente del directorio de Acindar, ingeniero Arturo Acevedo, establecieron una estrecha vinculación con las fuerzas policiales mediante pagos extraordinarios en dinero. Acindar se convirtió en una especie de fortaleza militar, con cercos de alambres de púas. Los oficiales policiales que custodiaban la fábrica se alojaban en las casas reservadas para los ejecutivos de la empresa”, señaló el ex-comisario. “El presidente de Metcon, por ejemplo, retribuía con una paga extra de 150 dólares diarios al oficial de policía que dirigía su custodia personal, por un servicio de vigilancia no superior a las seis horas de duración”, recordó Peregrino Fernández. Al mismo tiempo remarcó que “Acindar, pagaba a todo el personal policial (jefes, suboficiales y tropa) un plus extra en dinero, suplementario al propio plus que percibían oficialmente los efectivos, tarea que estaba a cargo del jefe de personal, Pedro Aznáres, así como del jefe de relaciones laborales, Roberto Pellegrini”, consignó. Roberto Pellegrini se desempeñaba como Jefe de la División Personal de Acindar; mientras que Pedro Raúl Aznares era en rigor el Subgerente de Relaciones Industriales de la firma, “un intelectual católico que iba a ser alto funcionario de Acindar y uno de los que fundamentaba ideológicamente la represión. No estoy seguro de que haya participado directamente en las torturas y ejecuciones pero sí de que las planeaba y justificaba”, recordó el dirigente Tito Martin. Para Victorio Paulón, el dinero de las empresas puestas al servicio de la represión revela la relación profunda del poder económico y el terrorismo de Estado: “No es complicidad, es protagonismo. Los grupos concentrados, las grandes empresas, son protagonistas de la represión”, asegura. Y remarca otro protagonismo. El de los sectores ligados al sindicalismo más rancio: “En Villa Constitución, esa caravana que ocupa la ciudad por la vieja ruta 9, tiene como protagonistas además de la Federal y algunos integrantes de Prefectura, a los militantes de la Juventud Sindical Peronista, la JSP. Era el personal civil encapuchado que fue el que llevó adelante la mayoría de los allanamientos y llevó presos a los compañeros, más
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de doscientos fueron detenidos ese día. Y justamente, ese día, fueron detenidos todos los delegados paritarios. El mismo día que fue intervenido el sindicato de la UOM en Villa Constitución y también la FOTIA, de Melitón Vázquez, los últimos dos baluartes del sindicalismo combativo y clasista que se habían formado en los años '60”.
Brechas Según el Censo Económico Nacional de 1974, en la Argentina funcionan para esa fecha 126.388 establecimientos industriales. En Capital Federal y Gran Buenos Aires se concentra el 42,6% de ese total, con 53.871 establecimientos. En el resto de la provincia de Buenos Aires, se encuentran 16.567 establecimientos. En Santa Fe hay 15.103 establecimientos fabriles; en Córdoba, 13.441; y en Mendoza, 5.330. En los 30 años que fueron de 1945 a 1975, el precio de la tierra en la pampa húmeda creció 36.332 veces. El cálculo surgía en enero de 1976, cuando la revista La chacra especificaba que en 1975 una hectárea de tierra en Pergamino se vendía en 10.500.000 pesos moneda nacional. Al mismo tiempo, el trabajo de la Fundación Ford, El desarrollo agropecuario argentino y sus perspectivas, editado en 1972 en nuestro país, recordaba que hacia 1945, en la misma jurisdicción, una hectárea de tierra se vendía en 289 pesos moneda nacional. El 26 de diciembre de 1975, la Resolución 1351 de la Secretaría de Agricultura y Ganadería indicaba que el precio de los 100 kilos de trigo llegaba a 48.500 pesos moneda nacional, mientras que el dólar cotizaba a 16.000 pesos moneda nacional, y la carne vacuna sufría un aumento de 5.000 pesos viejos por corte. Así, la llamada “brecha frigorífica”, se estiraba desde los 2.160 pesos por kilo vivo a los 7.800 pesos del kilo limpio vendido al público. En los días de la justa mitad de la década del '70, de acuerdo a las cifras del INDEC para diciembre de 1975, un obrero peón recibía por hora un salario de 3.417 pesos moneda nacional; en tanto que un obrero oficial percibía por hora un salario de 3.908,8 pesos moneda nacional.
Cruces / Desde la historia. El hombre del paraguas
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El 7 de julio de 1972 Lanusse se jugó el todo por el todo en la pulseada con Perón: estableció que nadie que estuviera fuera de la Argentina después del 25 de agosto de ese año podía ser candidato en las elecciones presidenciales del año siguiente. Además, hacia fines de aquel mes, lanzó su frase más recordada: “A Perón no le da el cuero para venir”. El líder exiliado comprendió que el tiempo estipulado no le dejaba margen, pero no sesgó en su intento por regresar. Volvió a barajar y a insistir en la presión sobre el gobierno a derecha y a izquierda, donde Rucci era una carta importante, y en horas en que el desprecio hacia la “burocracia” se reeditaba en zumbidos de bala. Los acercamientos de Rucci a la Confederación General Económica (CGE) no caían del todo bien entre las filas combativas, aunque en esos acuerdos estuviera la mano de Perón, y la bronca venía sumando más bronca desde 1971: los “muchachos” de Rucci habían querido copar la parada para la distribución de cargos en el Consejo Nacional del Partido Justicialista, pero la juventud confirmaba en esa estructura el poder ganado. La tensión entre ambos sectores sólo mermaba por el hecho aglutinante: Perón en la Argentina. Rucci apretó los dientes y se tragó el sapo de que la rama sindical del movimiento tuviera que compartir espacios de igualdad con la Tendencia Revolucionaria, amén de cuerpear la lucha interna en la CGT que por ese mismo motivo le presentaba Rogelio Coria, figura representativa de las 62 Organizaciones. Asimismo, aceptó las directivas del ahora delegado de Perón, Héctor Cámpora, un hombre que no lo convencía como sí Antonio Cafiero o el estanciero Manuel de Anchorena. La intervención de la CGT por parte de Lanusse mostró, otra vez, al Rucci de la palabra filosa, al menos durante los veintisiete días que duró la misma. Al cabo de unas pocas semanas entabló de nuevo diálogo con la dictadura, por instrucción de un Perón que al mismo tiempo buscaba alianzas en el orden político. Así surgirían el Frente Cívico de Liberación Nacional (FRECILINA) y luego el Frente Justicialista de Liberación (FREJULI). Entre Madrid, la CGT y la Rosada la labor de Rucci se intensificaba, mientras la población recibía la noticia del fusilamiento de dieciséis guerrilleros en Chubut. La llamada “masacre de Trelew” conmovió a buena parte de la opinión pública y sinceró el costado extremo que el régimen se empeñaba en disimular. Perón aprovechaba el suceso y volvía a embestir contra los militares. Paralelamente, propiciaba la elaboración de
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pautas político-económicas entre la CGT y la CGE, las que constituirían la base de lo que en 1973 sería el Pacto Social, pilar de sus planes de gobierno. Los meses finales de aquel 1972 corrieron fragorosos al calor de una consigna: “Luche y vuelve”. Las negociaciones y los embates de tanto tiempo parecían haber marcado la cancha, y el anuncio de Cámpora, acompañado por Rucci, demostró que en parte así lo era: el 17 de noviembre Perón estaría en la Argentina. Algunos autores han señalado que cuando el jet de Alitalia aterrizó en Ezeiza, ocupado también por una comitiva de decenas de personalidades que flanqueó a su General, el día lejos estuvo de ser un día peronista. Llovía desde temprano y hay quienes jugaron con la metáfora de que ese era un anuncio de futuras tempestades. No les faltaría razón, pero la historia se escondía detrás de una cortina de gruesas gotas. Rucci salió disparado a frenarlas y quedó estampado para siempre en medio de un recuerdo, sonriente, protegiendo a Perón. Ahora sí era el hombre del paraguas.
1975. IV El golpe final del año 1975 lastima el alma misma de la ciudad que había parido el Villazo y la solidaridad barrial como modo de vida, como ejercicio cotidiano ante la ocupación y el matonaje: el 13 de diciembre son fusilados Juan Carlos Salinas, Oscar Raúl Ojeda y Domingo Salinas. La prensa regional difundió la versión del “enfrentamiento”, preparada por los grupos de tareas. Así, el diario El Norte, de San Nicolás, consignaba en su edición del domingo 14 de diciembre de 1975 que “Las fuerzas del orden interceptaron su paso y dieron muerte a 3 extremistas en esta ciudad”. El periódico narraba los “pormenores del espectacular operativo”, en el cual “la tensa tranquilidad de la noche de San Nicolás fue rota estrepitosamente”, cuando “fuerzas del orden, apoyadas por efectivos del Ejército dieron cuenta de tres extremistas que luego de un intenso tiroteo resultaron muertos”. En las páginas interiores, el medio de difusión publicaba el Comunicado del Comando del Área 132, Jefatura de Guarnición San Nicolás, firmado por el teniente coronel Julio Ezequiel Irineo Franciulli, Jefe del Batallón Ingenieros de Combate 101: “Se comunica a la población que siendo las 01.30 horas del día 13 de diciembre, se produjo un enfrentamiento entre las fuerzas del orden y extremistas de la agrupación declarada
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ilegal. El intenso tiroteo que se produjo por un lapso mayor a dos horas tuvo por escenario la manzana comprendida por las calles Francia, Alberdi, José Ingenieros y Urquiza, tras previa persecución en vehículos y ulterior choque del automóvil que utilizaran, contra una edificación en la calle Francia. Como consecuencia del mismo resultaron muertos tres extremistas y heridos un oficial, un soldado y un civil. Se secuestraron ametralladoras, pistolas, revólveres, gran cantidad de munición y abundante material de propaganda, siendo algunas de las primeras de pertenencia de la Policía Federal y Policía de la Provincia de Buenos Aires”, consignaba el parte militar reproducido por el diario. En su edición del martes 16 de diciembre de 1975, El Norte revelaba, nuevamente a través de los comunicados oficiales, la identidad “de los extremistas muertos el sábado en nuestra ciudad”. “Por medio de un comunicado, la Jefatura de la Guarnición San Nicolás dio los nombres de los extremistas que fueran ultimados en los acontecimientos que son del dominio público. Se trata de Juan Carlos Salinas, de 26 años de edad, Domingo Liberato Salinas, de 18 años y Oscar Raúl Ojeda, de 25 años, todos residentes en la vecina ciudad de Villa Constitución. Los nombrados, sin ocupación fija laboral, fueron quienes se balearon por casi dos largas horas con tropas componentes de las fuerzas del orden, siendo abatidos cuando buscaban refugio en el techo de una casa de calle José Ingenieros”, reproducía el periódico de San Nicolás. Sin embargo, otras historias de trabajos y sudores cotidianos volvían a escribirse detrás del fusilamiento de los tres trabajadores. Otras historias que sobrevivían, a pesar de la mentira oficial. Cristina, hija de Juan Carlos Salinas y Liliana Hernández, es quien relata el costado silenciado en la crónica policial de aquellos días, el relato vivo de la vida desgarrada de su padre: “El 13 de diciembre de 1975, salió de su casa hacia la de su madre (que había quedado viuda y él era único hijo) pero nunca llegó. Tenía 25 años. Al anochecer, como Juan Carlos no había regresado, mi mamá preocupada salió a buscarlo. Al otro día fueron a preguntar a la fábrica si lo habían visto. A las 17 horas, efectivos del Ejército se dirigieron a la casa de los suegros de Juan Carlos, ubicada tan solo a dos cuadras de su casa, también en barrio San Lorenzo, preguntan por los familiares de Juan Carlos Salinas, les dicen que tenían que ir a reconocerlo a la morgue de San Nicolás y que había muerto en un enfrentamiento junto con dos personas más.
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En la identificación del cadáver de Juan Carlos los familiares observaron que el cuerpo tenía los dedos de las manos y pies quemados, las piernas quebradas, el cuerpo acribillado a balazos, sobre todo la zona del estomago. Además tenía un disparo en la cabeza que, de acuerdo a lo expresado por el medico forense, era un tiro de gracia”. Oscar Raúl Ojeda era operario de Acindar; Domingo Salinas, empleado de Marathon; y Juan Carlos Salinas era obrero soldador y delegado en la firma Lentini-Lucci, una firma contratista que se había sumado a la huelga del 20 de marzo. Los tres eran activos militantes del campo gremial. Los tres habían tejido con sus cuerpos aquella crónica solidaria de la rebeldía del '74, la rebelde escritura de la resistencia a la ocupación reciente. La región traza su mapa de pólvoras. Las marcas que ya no se podrá borrar. Ciertos olores que ya no va a sacudirse de encima. Los olores de las muertes. El olor del miedo. De los miedos. A fines del año 1975, en la ciudad de Santa Fe, se suceden los atentados contra los estudios y casa de familia de abogados que en ejercicio de su profesión defienden a detenidos políticos. Durante varias noches se sacuden los estudios y casas de González, Echenique, Astesiano, Medrano, Molinas, Ordiz, Nogueras, Pedraza, entre otros. En el sur provincial, en Villa Constitución, en la Navidad de 1975 llegaron a balear los arbolitos que iluminaban algunas casas en su afán de prohibir hasta las reuniones familiares.
Un país contra otro país En la noche del terror, un poeta se sienta a la mesa y pregunta por su país. Alberto Szpunberg se sienta a la mesa entonces, y escribe en la noche del terror: “¿Qué pasaba en el país esa mañana después de que algo sobrevolara mi amor y mi odio contra el amor y el odio de los otros y Cañuelas volviera a ser una ciudad de unos contra otros junto a la ruta por donde van y vuelven por donde fueron y volvieron ellos contra el petizo y ahora otros contra ellos los unos contra los otros todo un país contra otro país?¿Qué pasaba en uno de esos países que algo quedó aprisionado entre la mejilla de mi hija y su tibieza?”. Se pregunta el poeta, sentado a la mesa, mientras escribe del odio y del amor: “¿Qué pasaba que su café quedó a medio tomar sobre la mesa del grill donde lo vieron por
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última vez y era domingo cuando se le acercaron y a dos mesas una pareja se abrigaba como si aún continuara la película y miguitas quedaron sin que un solo dedo las juntara? ¿Qué pasaba en el país entre ese domingo y días mas tarde que nadie sabe en realidad cuántos días o sólo noches comenzó a volar su mano y estuvo volando y siguen sus uñas negras de arañar la mugre del aire?”.
Es diciembre de 1975. La pólvora cae como una sombra sobre el mundo, y Szpunberg interpela a la noche del terror. Pregunta el poeta: “¿Qué pasaba con la última lluviecita que lo mojó sin decirle esta nostalgia es la última inclemencia que se abate sobre tu país pero aún vendrán peores a anegar este pozo donde tanto y tan poco pasaba mientras tus hombros días después hombrearían de madrugada todo el peso de morir cuando su cuerpo se expandiera como una consigna justa que algún día tronará aunque en la madrugada precisa nadie salió a ver a ver qué era ese estampido y ninguna mujer temió porque lloviera y salió a descolgar la ropa ni notó esos pájaros o alas como sombras de pájaros que se expandían en el aire como huesos disparados como eslabones reventados como semillas del petizo como gotas de qué sangre me van a hablar si en esa madrugada nadie escupió ni llovió ni tronó y la ropa siguió en el patio hasta que el sol la entibiara junto a todas las cosas de Cañuelas o sea los hombres como ser hombres o acaso huesos de hombre un pañuelito esquirlas o acaso perros que habrán ladrado?”.
Cruces / Desde la historia. Oficios comunes Muchos no lo quisieron creer, pero aun con la estadía de Perón en el país el justicialismo no logró uno de sus objetivos principales: forzar la cláusula proscriptiva que le impedía al líder presentarse en las elecciones de marzo de 1973. Si bien las maniobras realizadas entre el 17 de noviembre y principios de diciembre fueron a dar a la telaraña urdida por el régimen, Perón acabaría por proponer como candidato a presidente de la República a Héctor Cámpora. La noticia desagradó a la línea ortodoxa del peronismo, y en especial a José Ignacio Rucci. Se cuenta que hasta llegó a insultar por lo bajo al propio Perón, y que consultado por el periodismo acerca de esa designación su respuesta fue de lo más cortante: “No me hable de política”.
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Si algo confirmó el verano de 1973 fue la capacidad de convocatoria de la Tendencia Revolucionaria del justicialismo, expresada en su slogan de campaña: “Cámpora al gobierno, Perón al poder”. Y si algo permaneció latente bajo la euforia de la juventud y las acciones de Montoneros, ya el más aglutinante de los grupos guerrilleros peronistas, fue el conflicto con la “burocracia”, que a pesar de algunas escaramuzas y aprietes armas en mano debió acompañar el proceso y esperar su turno para volver al centro de la escena. El alcortense decidió entonces un doble juego, en el que no fueron menores las directivas de Perón a la hora de aprovechar la fuerza de la Tendencia y en forma paralela evitar que se cortara sola: por un lado se plegó a la campaña que por el FREJULI candidateaba a la fórmula Cámpora-Solano Lima, y por el otro promovió la creación de la Juventud Sindical Peronista (JSP), que aportaría pesos pesados en lo que sería, el 20 de junio de 1973, la “masacre de Ezeiza”. La JSP nació para luchar contra “los ritos e ideologías foráneas que deforman el ser nacional”, y para contrarrestar la influencia fabril de la Juventud Trabajadora Peronista (JTP), ligada a Montoneros. “Dieciséis sindicatos integraron el secretariado de la Juventud Sindical, cuya creación fue aprobada por Perón en Madrid. Ocho, su mesa directiva. Entre las secretarías figuraba una de Movilización y Seguridad. Comenzaba a gestarse la masacre del 20 de junio, el derrocamiento del futuro presidente Cámpora, los copamientos de gobiernos provinciales, las AAA”, dice Horacio Verbitsky. “Todo aquel que atente contra la unidad orgánica del movimiento obrero (...) quienes atenten contra esa unidad con slogans que nada tienen que ver con los trabajadores, son infiltrados”, había postulado Rucci ese mismo verano, en un debate televisivo con el líder lucifuercista de Córdoba, Agustín Tosco. Y había aclarado que dirigía “este calificativo a quienes solapadamente se esconden detrás de un bombo o se infiltran en el movimiento peronista, gente que nada tiene que ver con el movimiento obrero”, aunque al parecer un conocido suyo, y futuro jefe de patotas de la Triple A, Aníbal Gordon, haya llegado por su intermedio a la UOM y en poco se pareciera a un hombre de oficios comunes. El 11 de marzo de 1973 Cámpora resultó victorioso y cientos de esos “infiltrados” tuvieron su primavera en el casi otoño, con picos de algarabía y una dosis de furia en la asunción del “Tío” y la retirada de Lanusse, el 25 de mayo.
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Todo les parecía posible, pero todo no lo era tanto. La lucha, que trascendía la lucha en el seno del peronismo, apenas si daba un respiro. Lo adelantaría Mario Roberto Santucho, referente del ERP, el 8 de junio de ese año: “Se están organizando grupos paramilitares y comandos civiles fascistas, que actuarán cuando vean una oportunidad favorable”.
Una sombra donde sueña Rucci En la madrugada del 8 de enero de 1976, Carlos Antonio Tonso fue secuestrado de su casa. Su cuerpo, junto el de Pedro Antonio Reche y Jorge Andino, fue hallado en el camino de La Blanqueada, cerca de la localidad de Theobald. Su mamá, Haydé Adela Suplo de Tonso, reconoció en un par de fotos publicadas en la revista Gente del 16 de febrero de 1984 “la fisonomía de dos de las personas que intervinieron en el secuestro” de su hijo. Las fotos correspondían a Aníbal Gordon, alias “Viejo” o “Jovato”; y su hijo, Marcelo Gordon. De acuerdo al testimonio de Haydé, Aníbal actuaba como jefe, era el encargado de los interrogatorios. Marcelo llevaba un birrete color amarillo con visera marrón. El historial de Aníbal Gordon marca su paso por la Alianza Libertadora Nacionalista primero, por la Concentración Nacional Universitaria (CNU) después, su pertenencia a la custodia del propio Juan Domingo Perón, junto al general Otto Paladino, en la entrevista del líder peronista con el dirigente radical Ricardo Balbín, y su recalada en la Triple A. Como lo relata Juan Salinas en su investigación sobre Osvaldo Forese, la banda había llegado a la UOM nada menos que “de la mano del secretario general de la CGT, José Ignacio Rucci, un sindicalista de extracción metalúrgica, muy amigo de Gordon”. “Mientras secuestraba y acribillaba a balazos en los bosques de Ezeiza o en el camino a Punta Lara a opositores al gobierno de Isabel Perón, la banda de Aníbal Gordon utilizaba como base la sede de la UOM”, completa Salinas. En su trabajo Dossier secreto. El mito de la guerra sucia, Martín Andersen relata que “uno de los que trabajaban en la cámara de torturas se convertiría en una de las más importantes figuras paramilitares empleadas por el régimen que se hizo dueño del poder al año siguiente. Su nombre era Aníbal Gordon”. Desde el 20 de marzo de 1975, Gordon y su banda —su hijo Marcelo, Osvaldo “Paqui” Forese, Jorge “Polaco”
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Dubchak, César “Pino” Enciso y Carlos “Indio” Castillo, entre otros— formaron parte de la represión en Villa Constitución. La llamada “Brigada Panqueque”, que más tarde, desde el Golpe de Estado de 1976, formaría parte del Batallón 601 de Inteligencia del Ejército, y tendría bajo su control el Centro Clandestino de detención Automotores Orletti. El 25 de septiembre de 1983, la banda de Gordon fue acusada del secuestro de Guillermo Patricio Kelly. En años de democracia, Gordon llegó a tener una agencia de seguridad privada, Magister, y su nombre se asoció al robo a los Tribunales Federales de Rosario y al museo Estévez.
El modelo chileno En aquel febrero de 1976, el general Roberto Viola le anticipó al directivo del multimedios Clarín, Héctor Magneto, que la represión en Argentina “será peor que lo de Chile”. La revista Crisis había detallado en su número de diciembre de 1975 la situación del país vecino: “La represión en sus más variados aspectos también forma parte de la vida cotidiana de los chilenos. Es una realidad tan palpable que ni siquiera la Junta se encarga de ocultarlo. En la conferencia de prensa que Augusto Pinochet concedió a los corresponsales extranjeros el 12 de septiembre pasado dijo: 'En Chile no hay campos de concentración sino lugares de detención. No hay tampoco fusilamientos: los hubo en circunstancias especiales en 1973'. En la misma oportunidad se le preguntó si había alguna posibilidad de que los presos políticos que en 1973 tenían 20 años o menos fueran liberados, respondió tajante: 'No hay amnistía. Se cumplirá lea ley'. Es difícil, sin embargo, saber qué ley es la que se aplica o se aplicará. Una puede ser la desaparición física de los detenidos”, reflejaba la crónica firmada por el periodista y narrador chileno Carlos Ossa. “Tanto la policía civil, la DINA y los cuerpos represivos formados a base de integrantes de la organización Patria y Libertad —el auténtico Escuadrón de la Muerte en Chile— han detenido, demorado o interrogado a no menos de 80 mil personas en los primeros 10 meses de 1975. Quienes más han sufrido el asedio son los pobladores marginales”, recalcaba la nota publicada en Crisis. Y pintaba el panorama del país por venir en estos arrabales, a partir de la profecía del general Viola: “en el último tiempo, sin embargo, se ha optado por dos caminos: la
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represión 'selectiva', por un lado, y la represión 'social', por el otro. Como dice el periodista Moreno en Pueblo, 'ahora la DINA se mueve con sigilo dentro de un marco totalitario: conculcadas las libertades esenciales, liquidadas las organizaciones partidarias, abolida la libertad de huelga, la libertad de petición, la prensa amordazada y el terror en las aulas universitarias, la tarea asfixiante avanza sobre el país, sin que haya una ceja de luz que permita adivinar una salida lógica a este proceso, a corto o mediano plazo'. Para miles de chilenos es el fin de la esperanza”, escribía Carlos Ossa en diciembre de 1975.
Cruces / Desde la historia. Reconversiones La conformación del gabinete de Cámpora significó el primer indicio fuerte de que Perón no iba a permitirle a la Tendencia cumplir el mismo papel que en la campaña electoral. Verticalista, su concepción de un “socialismo nacional” distaba de la idea de los sectores juveniles. La revolución que pregonaba era otra cosa, basada en la alianza de clases antes que en la lucha, y con una manifiesta intervención del Estado para mantener el equilibrio. El contrapeso fue pensado a partir de tres ministerios: el de Economía, otorgado a la CGE y conducido por José Ber Gelbard, y fundamentalmente los de Bienestar Social, desde donde el secretario privado de Perón, José López Rega, le daría forma oficial al terror, y de Trabajo, con libertad para la UOM en la designación de su titular. Ese cargo sería ocupado finalmente por Ricardo Otero. Desde el 25 de mayo de 1973, ya con Cámpora en el gobierno, López Rega halló nuevos canales para profundizar su vínculo con organizaciones internacionales de corte fascista y con la CIA, contactos que había tejido en Europa, y comenzó la recluta institucional de mercenarios. Jorge Osinde, al frente de la Secretaría de Deportes y Turismo y con pasado en el área de inteligencia estatal, es en ese aspecto un nombre para no olvidar. La toma de entes oficiales y de empresas privadas, tanto por la militancia juvenil como por sectores de derecha, levantaba buena polvareda: simbolizaba a la par que la búsqueda de mejoras, o de ámbitos de denuncia mutua, una lucha por espacios de poder. En lo económico, el plan firmado por la CGE y la CGT, conocido como Pacto Social, fue aceptado no sin críticas por la Tendencia, pero en verdad marcaba la intención del
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Perón real, el político de carne y hueso y no el mito, de conciliar a los sectores sociales e ir escalando en la reivindicación de los trabajadores. Los principales puntos del Pacto señalaban: 18% de aumento para jubilados y 23% para pensionados; incremento de 200 pesos en los sueldos y de un 40% en carácter de asignaciones familiares; pasaje del salario mínimo al equivalente a 100 dólares de entonces; suspensión de las convenciones colectivas de trabajo por dos años en materia salarial, pero no para discusiones sobre condiciones laborales; congelamiento de precios; avance progresivo de los trabajadores hasta alcanzar el 47% de la renta nacional, participación que a la firma del Pacto era del 36%. La lógica se parecía a la de los años ‟40 y ‟50 pero la Argentina era otra, y el enfrentamiento dentro del peronismo expresaba un conflicto mayor: el lugar de cada quién (ciudadanos, clases, naciones) ante el reordenamiento del capitalismo y la consolidación de su faceta financiera a escala global. Rucci, tal vez sin proponérselo, terminaría siendo funcional al proyecto que desguazó las industrias y ató el país al rol de proveedor de materias primas, principalmente de soja. Un Estado erigido sobre la masacre cien años antes, con el general Julio Roca, no podía sino reconvertirse sobre otra masacre. En Alcorta, en el actual núcleo sojero argentino, la figura de “uno de sus hijos más dilectos” imponía respeto. Ladero de Perón, su renombre mediático como secretario general de la CGT hacía el resto, aunque algunos de los que lo vieron en alguna de sus visitas al pueblo lo calificaron ante estos cronistas como alguien más bien parco. Sea cual fuere la mirada, en esa ocasión se le dispensaron honores y hasta se llevó una rastra de plata que su padre había perdido jugando al sapo, allá por los años ‟30. Nunca sabremos qué tanto caló en su espíritu ese regreso, pero sí que aquel de la risa cantarina no era ni por asomo el mismo, y que adentrándonos en el otoño de 1973 estaba atareado atendiendo otros retornos: el de un general que volvía definitivamente a la Argentina, si es que acaso alguna vez se había ido.
El guiño empresarial El 16 de febrero de 1976, la Asamblea Permanente de Entidades Gremiales Empresarias (APEGE) llevó adelante un lock out patronal contra el gobierno de Isabel Martínez de Perón. Los empresarios decidieron “parar” el país, en una señal evidente para las
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Fuerzas Armadas, al mismo tiempo que un equipo de economistas dirigido por José Alfredo Martínez de Hoz trabajaba en un plan económico para enfrentar el creciente poder sindical, sobre todo el encarnado en los gremios llamados antiburocráticos. La APEGE estaba formada por la Sociedad Rural Argentina (SRA), la Cámara Argentina de Construcción, la Cámara Argentina de Comercio, Sociedades Anónimas, Grandes Tiendas, la Confederación de Asociaciones Rurales de Buenos Aires y La Pampa (CARBAP) y la Coordinadora de Actividades Empresarias Mercantiles (CAME), entre otras organizaciones. Los grandes medios de difusión, como los diarios Clarín y La Nación, aprobaron y promovieron el golpe empresarial. Un año después del paro patronal, en febrero de 1977, la entidad publicaría una solicitada en los principales diarios del país: “En ocasión de este aniversario, la APEGE considera un deber ineludible expresar su reconocimiento a las Fuerzas Armadas y de Seguridad por la decisión, coraje y eficacia con que asumieron la responsabilidad de restablecer el orden”, decía aquel comunicado institucional. Para entonces, varios de los miembros de la entidad formarían parte de la dictadura militar, como el propio Martínez de Hoz, Jorge Aguado y el presidente de la SRA, Celedonio Pereda. En boca del mismo Pereda se resumían los objetivos del plan económico diseñado por Martínez de Hoz: “Llena de asombro que ciertos grupos pequeños pero activos sigan insistiendo en que los alimentos deben ser baratos”, sostenía.
1976 En la madrugada del 8 de enero de 1976 son secuestrados Carlos Antonio Tonso, Pedro Antonio Reche y Jorge Andino. Los tres, empleados de la firma Acindar, vivían en la misma populosa barriada de la ciudad. Sus cuerpos acribillados fueron hallados en el camino de La Blanqueada, cerca de la localidad de Theobald. Tonso, Reche y Andino habían sido protagonistas de la recuperación del sindicato metalúrgico y de la resistencia que siguió al 20 de marzo. El 21 de enero, la represión se cobra la vida de Roberto Ismael Sorba. El prólogo de la dictadura militar, cada vez más cercana, cada vez más presente, seguía modelando la geografía social a golpes de gatillos. El abogado Jorge Daniel Pedraza
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enumera a los caídos “entre el 16 y el 18 de febrero de 1976, producto de una cita nacional envenenada de Montoneros en Plaza de las Banderas, Santa Fe”: allí los nombres mutilados de Antonio Inocencio Silva, un pibe de 17 años oriundo de Chaco; Enrique Gerardo Esteban Guastavino; Orlando Finsterwald, que había sobrevivido a un fusilamiento cinco meses atrás; el médico Daniel Martín Angerosa, de la ciudad de Gualeguaychú; Raúl Héctor Ameri y Carlos Lorenzo Livieres Bank. En esos días es secuestrada también en Santa Fe Elena Yolanda De Leonardi, “La Gorda Julia”. Su cuerpo aparecerá en el sur provincial, el 18 de febrero de 1976. A fines de febrero, Carlos José Manuel Cattáneo Benítez, oriundo de Reconquista; y Fernando Ernesto López son fusilados en un tiroteo en la esquina que funde las calles San Lorenzo y La Rioja, en Santa Fe. Ese mismo día, 27 de febrero, cae el matrimonio compuesto por Mario Luis Tottereau y María Cristina Mattioli. Un día después, tres cuerpos NN femeninos son enterrados en Camino de las Moras, restos exhumados del cementerio de Coronda. El mismo 28 de febrero de 1976 en el que la vida de Olga Teresita Sánchez de Raina será arrebatada de un país que soñaba ser.
Cruces / Desde la historia. Los ejércitos de la noche En una entrevista publicada el 12 de junio del '73 por el periódico de la Tendencia El Descamisado, el dirigente montonero Mario Firmenich, consultado sobre “las amenazas de supuestos comandos que dicen pertenecer al Movimiento Peronista contra militantes de izquierda”, respondió: “La acción de esos grupos o supuestos comandos no tiene nada que ver con el Movimiento; se oponen a sus objetivos y a los del actual gobierno y por lo tanto constituyen provocaciones infantiles que tratan de ser instrumentadas por aquellos sectores que están contra el proceso de liberación”. Sin embargo, las “provocaciones infantiles” eran la punta de un ovillo que venía creciendo desde hacía tiempo, y que el 20 de junio, día del regreso definitivo de Perón, habría de sincerarse a puro plomo. “Ezeiza fue la primera demostración pública de que el reagrupamiento del peronismo ortodoxo, que había quedado fuera del esquema de poder, sostenido por bandas ultraderechistas y pistoleros comunes, estaba dispuesto a enfrentar a la Tendencia. La disputa por la proximidad a Perón alcanzaría dimensiones sangrientas”, escribe el periodista Marcelo Larraquy.
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El paso previo a la masacre debe rastrearse en la conformación de la comisión a cargo de la organización de los actos: Juan Manuel Abal Medina, Jorge Osinde, Norma Kennedy, Lorenzo Miguel y José Ignacio Rucci. La Tendencia de por sí estaba en desventaja al tener un solo representante, Abal Medina, quien quedó fuera de carrera horas antes del 20 de junio por las lesiones sufridas en un llamativo “accidente” automovilístico. Así, sigue diciendo Larraquy, “los grupos de acción alistados „por si la situación se desbordaba‟ estaban representados por la ultraderechista Concentración Nacional Universitaria (CNU), ex militantes armados del Movimiento Nueva Argentina (MNA), federación de „culatas operativos‟ de los sindicatos, el C de O (Comando de Organización) de Alberto Brito Lima y su socia Norma Kennedy, los „federales‟ de Anchorena, y la vieja guardia militar del coronel Osinde, que sumó a policías federales desplazados por el nuevo gobierno, militares retirados y presumiblemente a instructores de la Organisation Armée Secrète (OAS) francesa”. Si bien se supo de la portación de algunas armas, cortas en su mayoría, la Tendencia apostaba más que nada a su capacidad de convocatoria, calculada en cientos de miles, para orientar el rumbo político hacia la ansiada “patria socialista”. Los esperaba una encerrona. En la mañana del 20 de junio ambulancias cargadas de armamento salieron del Ministerio de Bienestar Social; el C de O se dispuso a controlar las rutas; instalaciones cercanas al aeropuerto fueron ocupadas por miembros de la Juventud Sindical de los gremios metalúrgicos, de la construcción y mecánicos; francotiradores se ubicaron en los bosques y el palco fue ocupado por hombres de Osinde y la CNU, quienes llegaron a esconder ametralladoras en los estuches de los músicos de la banda que iba a ponerle música a la “fiesta”. Cuando el viejo líder estaba en vuelo, acompañado entre otros por Cámpora y Rucci, y las columnas de Montoneros buscaban ganar las mejores posiciones en el predio, se desató la tan mentada “masacre de Ezeiza”. “Mirá, el que no estuvo ahí en Ezeiza no sabe lo que pasó. Nosotros estábamos cerca porque llegamos temprano y viste: uno siempre quiere ponerse al lado. Qué nos íbamos a imaginar que se iba a armar semejante lío. A mi hijo mayor le pegaron con un palo y le rajaron la cabeza. Cuando se armó el lío buscábamos salir de ahí, pero era tanta la gente que no te podía dar paso. Y los que te daban permiso decían „¿y por qué se van?,
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vuélvanse, no se vayan...‟. ¡Cómo no te ibas a ir si los balazos te pasaban por arriba de la cabeza!”, dice Noemí Rucci, rememorando aquel aciago día. Y recuerda a los que gatillaban “desde los bosques de Ezeiza”. Noemí y sus familiares llegaron al lugar de la concentración desde Rosario, en el colectivo de un vecino. Que éste se haya quedado en un puesto de comida aledaño, que no se haya mezclado con la aglomeración, les permitió refugiarse inmediatamente. “Querían tumbar el colectivo, porque la gente no tenía en qué irse. Nosotros nos subimos ligero, pero había viejitos, pibes, de todo. Claro, lo que pasa es que nadie se iba a pensar que los Montoneros iban a hacer semejante lío”, sostiene, aunque en un rápido repaso de datos el resultado sea uno: Noemí y los suyos, como tantos argentinos, quedaron a merced del fuego de los socios de su hermano en la organización del acto, en particular de Jorge Osinde, a cargo de la supervisión general. Pero la historia de Ezeiza y los familiares del secretario general de la CGT no termina ahí. “A mi cuñada no la mataron ese día porque no se avivaron, porque ella tenía un pañuelo atado a la cabeza, que era la mujer de Rucci. Mi cuñada se va con los dos chicos, con un chofer que sería de la CGT. Cuando van a pasar un puente se les revienta una goma. Estaba lleno de tipos armados con cadenas, con todo, que si sabían que era la mujer de Rucci para mí la liquidaban. Entonces el chofer les dice „mirá, por favor, yo traigo a esta gente: dejame cambiar la cubierta‟. „Bueno, hacelo ligero y andate‟, le dicen. Cuando mi cuñada le contó a mi hermano, a José, que había ido casi la mata. Porque dice „si querés que te maten andá vos sola pero no llevés a las criaturas‟”, cuenta Noemí Rucci. Finalmente, el avión en que regresaba Perón fue desviado a Morón, y al día siguiente el general dejaba en claro su postura: “Los peronistas tenemos que retornar a la conducción de nuestro Movimiento. Ponerlo en marcha y neutralizar a los que pretenden deformarlo desde abajo o desde arriba. Nosotros somos justicialistas. Levantamos una bandera tan distante de uno como de otro de los imperialismos dominantes”. Y más adelante advertía “a los que tratan de infiltrarse en los estamentos populares o estatales, que por ese camino van mal”.
Trabajo y salud
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La revista Crisis publica en su edición de marzo-abril de 1976 la primera parte de un informe sobre la salud de la clase trabajadora. “Uno de cada dos obreros argentinos está enfermo”, titula la revista. El trabajo firmado por el poeta y periodista Vicente Zito Lema incluye un texto de Juan Perón, testimonios de obreros, un completo cuadro estadístico sobre enfermedades laborales y sus causas, y una entrevista con el doctor Ricardo Saiegh, especialista en medicina laboral. El profesional, con una destacada trayectoria en el tema, señala entonces que “en Argentina no se llevan estadísticas sobre accidentes de trabajo y enfermedades profesionales”, y que detrás de esas omisiones “hay una actitud culpable”. Sin embargo, sostiene Saiegh, puede trazarse un panorama de la situación con “estadísticas de empresas o grupos de empresas, estudios ambientales o epidemiológicos parciales”, y detalla que a partir de esas cifras “queda en claro que en las industrias centrales, es decir, que abarcan porcentajes altísimos de la población trabajadora argentina, alrededor de uno de cada dos trabajadores padece una patología de tipo laboral”. El médico deja en claro que “rechazamos la falsa antinomia entre desarrollo económico a costa de la salud del trabajador o estancamiento económico con una población trabajadora sana”, planteando: “nosotros tenemos una guía para optar por un modelo socioeconómico y está referido a la libertad y felicidad de sus protagonistas. Desde ese punto de partida puedo decir que, desgraciadamente, cuando se habla de dependencia económica no siempre queda en claro cuál es la consecuencia de esa dependencia para la salud del trabajador”. El informe incluye una “tabla ejemplificadora de los riesgos profesionales inherentes a los tipos de trabajos más comunes”, donde registra los tipos de riesgos más comunes por rubro y por actividad, y la operación o el material responsable del riesgo. “El problema sin duda más grave para la salud física y mental del trabajador es esa situación de infelicidad que se le origina por una situación enajenada en el trabajo: él advertirá, de día en día, que lo que produce no es la fuente de su felicidad, sino, en muchos casos, de su infelicidad, y que su capacidad de producir riqueza no es la fuente de su salud sino de su enfermedad y aun de su muerte”, dice el doctor Ricardo Saiegh. Y recuerda que “el hombre primitivo cantaba mientras trabajaba como una forma de manifestar su alegría y de ayudarse. Hoy, en algunas fábricas, los reglamentos internos sancionan al que lo hace. Y, por añadidura, se utiliza la música para aumentar los ritmos
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productivos. Nosotros creemos que habrá un cambio el día que el hombre cante nuevamente mientras trabaja”.
El Firmatazo A media mañana del 19 de marzo de 1976, el Concejo Deliberante de Firmat fue cercado por una movilización encabezada por dirigentes de la Unión Obrera Metalúrgica de la ciudad. La protesta comenzó con aplausos, pero con el correr de los minutos se tornó más violenta, hasta que muchos manifestantes entraron al edificio y destrozaron parte del mobiliario y papelería. Los desbordes fueron controlados por una partida policial llegada desde la vecina localidad de Melincué. La rebelión se registró en el marco de la renuncia a su cargo del intendente, Roque Vassalli. Vassalli había alcanzado la intendencia de la ciudad por primera vez el 12 de octubre de 1963, como candidato de la Unión Cívica Radical Intransigente, donde había llegado de la mano de un viejo dirigente local: Bruno Giordano. Diez años después, renovaría el cargo como candidato del Frente Justicialista de Liberación (FREJULI). En el medio, quedaba su participación como interventor en las dictaduras encabezadas por los generales Juan Carlos Onganía, Roberto Levingston y Alejandro Agustín Lanusse. Diez años sin interrupciones de ejercicio del poder. El hombre fuerte de Firmat, el empresario exitoso ligado a la poderosa UOM, el funcionario de fuste que mantenía relaciones “afectuosas” con el poder político, militar y económico a nivel nacional, renunciaba a su cargo “enfrentado con el cuerpo legislativo”, conformado entonces por Héctor Bazet, Guillermo Pascual, Héctor Poeylaut, Osvaldo Rossi, Juan Carlos Bulgeroni y Pablo Real Solari. “Se comentaba que trababan a Vassalli y en ese momento don Roque tenía el apoyo del 90% de la gente, algo inusual, nunca sucedió algo así”, recuerda Alfredo Risso, que formaba parte de la Comisión Interna de la fábrica Vassalli. Risso recuerda también la convocatoria que aquel 19 de marzo llevaron adelante dos dirigentes gremiales, Armando Menna y Juan Carlos Salvadeo. Sin embargo, la historia oficial dirá que nunca quedó claro quién motorizó la protesta. Así lo registran el relato de quien fuera Subsecretario de Gobierno, Domingo Carrobé, y el testimonio de quien ocupara en esos días una banca por el radicalismo, Héctor Poeylaut.
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Carrobé relata que “fueron horas durante las cuales la gente se fue enardeciendo hasta arrancar las rejas del edificio, una vez adentro destrozaron útiles y papeles, y algunos ediles tuvieron que salir por atrás, saltando un tapial”. Por su parte, Poeylaut sostiene que fue un hecho confuso: “era como presentir una tormenta con dos pilotos al mando y en ese caos cayó el Concejo”, dice. El ex-legislador remarca también que después de la protesta, “se limaron asperezas con el Ejecutivo para recomponer el Poder Legislativo en la ciudad”. No hubo demasiado tiempo. Menos de una semana después de aquella movilización vendría el Golpe de Estado. En la mañana del jueves 25 de marzo, la Municipalidad de Firmat fue ocupada por policías y militares vestidos con ropa de fajina. Ante el vacío legal en la ciudad “me dijeron que el patrimonio municipal quedaba a mi cargo ante la renuncia del Intendente y de quien lo sucedía en la línea política”, rememora Carrobé. Siete días después, Roque Vassalli retomaría sus funciones al frente de la Municipio, esta vez, como interventor designado por el gobierno militar de la provincia de Santa Fe. Se despediría del cargo veinte años después de haberlo asumido por vez primera, el 12 de octubre de 1983.
Cruces / Desde la historia. Vísperas Los hechos de Ezeiza no sólo dejaron un saldo de muertos y heridos difícil de estimar, sino que también iniciaron el retroceso del frente popular que, por dentro y por fuera del peronismo, había cobrado protagonismo desde el Cordobazo, en 1969. Para beneplácito de la ortodoxia justicialista la cabeza de Cámpora fue la primera en rodar, y la Triple A, que haría su debut oficial en las rutas santafesinas y el cordón industrial del Gran Rosario, estaba de hecho constituida, probando métodos y fuerza. La agrupación sería el ariete brutal de un proceso en que las patronales confirmarían su poder y redefinirían sus tasas de ganancia, con la participación de los capitales trasnacionales y la anuencia americana en la lucha contra un difuso enemigo “comunista”. Algo de eso se desprendía de las palabras de Osinde, a un mes de la masacre: “Los drogadictos, homosexuales y guerrilleros no pudieron triunfar, no tomaron el micrófono para difundir sus mentiras, no coparon el palco de Perón y Evita”.
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En lo estrictamente sindical, la herencia vandorista mostraba la vigencia de un mandato. Y la “patria metalúrgica”, tantas veces asociada por Rucci a lo nacional, se deslizaba por una pendiente que la conduciría a su propia desintegración. El alcortense no lo sabía, a sus anchas en el sueño de ver a Perón presidente en las inminentes elecciones. Tampoco sabía lo corto del camino, aunque el canto en la marcha en apoyo al septuagenario líder, el 31 de agosto de 1973 en la CGT, haya retumbado con su “¡Rucci traidor/saludos a Vandor!”. La presunción de sus familiares no era porque sí: “La última vez que el vino acá tomó unos mates, se fue la otra cuadra, que vivía mi mamá, y mi mamá lo estaba esperando en la puerta. Y le dice mi mamá „cuidate, hijo, porque viste: hay mucha maldad‟. Y es cierto, porque él era muy bueno”, cuenta Noemí Rucci.
La profecía cumplida Villa Constitución sumó, al final de la última dictadura militar, una treintena de militantes desaparecidos y asesinados. “Villa fue un campo de ensayo de lo que después se aplicaría en todo el país. La actividad de Ford y otros grupos económicos está íntimamente ligada a la política empresaria de reprimir al conjunto para aplicar un modelo económico”¸ sostiene el dirigente Victorio Paulón, protagonista de aquellas jornadas de persecución y resistencias. En el mismo sentido, Cristina Monterrubianesi destaca que “Hay una etapa previa al Golpe, que fue preparando las condiciones, que se endurecieron por supuesto después del „76, pero que no dejan de ser tan terribles como lo que continuó. Es desde Villa Constitución que sale quien fue el primer Ministro de Economía de la dictadura militar, José Alfredo Martínez de Hoz, que era el presidente de Acindar. Y nosotros tenemos en ese sentido un estigma doble, porque Acindar se transformó también en un lugar de detención de delegados, trabajadores, activistas, militantes. Por lo tanto Villa es un punto de referencia para empezar a analizar lo que sucedería con un terrorismo de Estado que llegó a límites inimaginables con la figura del desaparecido, tanto de adultos como de bebés” Para el dirigente de la Lista Marrón, Alberto Piccinini, la jornada del 20 de marzo “es una fecha triste para nosotros. Fue una gran represión, donde nos encarcelaron a alrededor de 300 compañeros, una represión que no se hizo sólo en Villa Constitución
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sino en todo el cordón industrial, y que terminó con largos años de cárcel, con una huelga heroica de los obreros metalúrgicos sostenida a lo largo de dos meses. Esa represión causó una derrota muy grande al movimiento obrero”.
El país que no quería ser gris Hacia comienzos de 1976, Haroldo Conti editaba Mascaró. El cazador americano, Premio Casa de las Américas 1975, “una vasta narración épica”, comentaba la prensa especializada, “que probablemente entre a figurar como una de las principales escritas en los últimos años”. El escritor uruguayo Eduardo Galeano iba por la séptima edición de Vagamundo, un libro juzgado como “hermoso y terrible”, y Norberto Galasso daba a la luz su biografía de Raúl Scalabrini Ortiz, “un argentino que se atrevió a descorrer el telón del vasallaje imperialista”. Al mismo tiempo, el flamante sello Rompan Fila Ediciones, dedicado a la literatura infantil, programa un plan de publicaciones “cuyo objetivo será proporcionar al niño libros que le sirvan para educarse según normas que nazcan de sus propias experiencias concretas, que nazcan de su 'escuela de vida' y no de su 'vida de escuela', que nazcan de su 'lectura de vida' y no de una 'vida de lectura'“, decían los responsables del emprendimiento. Así, en esos días publican La ultrabomba, de Mario Lodi; Chile no es cuento, ilustrado por Tabaré; y El pueblo que no quería ser gris, de Beatriz Doumerc. “El rey grande del país chiquito, ordenaba, solamente ordenaba; ordenaba esto, aquello y lo de más allá, que hablaran o que no hablaran, que hicieran así o que hicieran asá. Tantas órdenes dio, que un día no tuvo más para ordenar. Entonces se encerró en su castillo y pensó, y pensó, hasta que decidió: —Ordenaré que todos pinten sus casas de gris. Eran tantos, tantos, y estaban tan entusiasmados, que al momento el castillo, las murallas, los fosos, los estandartes, las banderas, quedaron de color rojo, azul y blanco. Y los guardias también. Entonces el rey se cayó de espaldas una sola vez, pero tan fuerte que no se levantó más”, narraba aquel breve cuento, ilustrado por Ayax Barnes, y que sería censurado por la dictadura militar.
Cruces / Desde la historia. La crónica anunciada
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El día en que lo iban a matar, José Ignacio Rucci decidió de nuevo ser un tipo pulcro. El parte climático no había adelantado tormentas para ese martes 25 de septiembre de 1973 y la camiseta blanca, el pantalón de vestir, los zapatos lustrosos, la camisa oscura, el saco a cuadros resultarían acordes a esa promesa de grises tímidos arriba, a ese tiempo algo fresco abajo, con que los diarios porteños venían insistiendo desde el domingo. El domingo del triunfo electoral del último Perón. Esa habilidad para encajar en las escenas, para explotar su papel de hombre simple y verba simple que salpica al poder con espuma de afeitar, lo había puesto en el centro de una época de fuegos cruzados. De pregonero de un cine de pueblo a limpiador de tripas en un frigorífico en Rosario, de obrero metalúrgico en la Capital a secretario general de la Confederación General del Trabajo, elegido dos veces desde el invierno de 1970, mediaban treinta y seis de sus cuarenta y nueve años. Un lapso suficiente para aprender las reglas de un deporte peligroso y una conducción verticalísima, y peinarse con raya a la izquierda, y dejar caer un jopo, y retocar un siempre bigote. De los mates que venía tomando desde las diez de la mañana le quedaba una sensación de saciedad, y el paladar pastoso en un mundo de placeres finales. “Ahora el fragor de las luchas ha pasado a convertirse en historia. La realidad de nuestros días es la unión, el trabajo y la paz. Por primera vez en 18 largos y sacrificados años se ha expresado sin limitación alguna, con absoluta soberanía, la voluntad popular”, rezaba José Ignacio Rucci, hojas en mano, junto a esa mesa, en esa casa al fondo del pasillo que daba a la luz última del martes. El petiso no estaba solo en la tarea. El coordinador de su equipo de prensa, Osvaldo Agosto, lo ayudaba a repasar el discurso que iba a dar frente a las cámaras de un canal de televisión que todavía no sabía cuál era. Rucci seguía: “Ninguna sombra del pasado podrá interponerse ahora para que los argentinos marchemos unidos y solidarios, hasta la construcción de la Argentina potencia. Los trabajadores han contribuido a la liberación y a la modificación de las estructuras caducas, y la destrucción se ha operado no sólo en los aspectos materiales de lo que fuera una nación próspera y libre, sino en la conversión de una colonia empobrecida, dependiente, opresora e injusta”.
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No eran pocos los que pensaban parecido. Muchos formaban parte de los más de 7.300.000 votantes que, cuarenta y ocho horas antes, habían ungido a Juan Domingo Perón presidente de la República por tercera vez. Rucci estaba feliz por eso, por haber ganado con el general una partida de casi dos décadas de proscripción con el 61,85 % de los sufragios, y una serie de recursos usados contra propios y ajenos, en momentos en que lo propio y lo ajeno se habían confundido irremediablemente. “Hubo un proceso distorsionador en el ámbito espiritual y cultural, cuyas consecuencias no han podido ser erradicadas del todo y aún las seguimos viviendo y soportando. Significa esto que a la recuperación plena del poder adquisitivo de los salarios, a la valorización del trabajo, a la creación de nuevas riquezas, es necesario agregar la pacificación de los espíritus, requisito indispensable para encarar un proceso de reconstrucción y la reconquista de los valores nacionales, cuya vigencia absoluta asegurará la elección de los mejores caminos para arribar al objetivo común”, volvía a versar José Ignacio Rucci. Ahí dentro, en los ambientes contiguos, un grupo de muchachos esperaba una orden para actuar, para ser de verdad la custodia de un líder sindical amenazado, habitando de incógnito una vivienda prestada. Allá afuera, la calle Avellaneda latía igualita a sí misma, con su doble mano, su ritmo comercial, sus veredas anchas, sus edificaciones más bien bajas, aunque con excepciones: esa construcción de tres pisos que ocupaba un colegio, o esa de cuatro con bruto tanque de agua, ambas en la acera norte, frente a esa otra desproporción de la cuadra: la casa de dos plantas con cartel rojo de “se vende”, lindera al número 2953 donde un condenado leía lo suyo. “Sólo por ignorancia o mala fe se pueden exigir soluciones inmediatas para problemas que fueron profundizados durante tantos años; no se puede apelar a la violencia rayana en lo criminal, en un clima de amplias libertades e igualdad de posibilidades; no se puede seguir abrigando ambiciones y privilegios, creando condiciones injustas, burlando las leyes, impidiendo o saboteando la consolidación de un proceso que ha sido aprobado por la mayoría del país. En este aspecto, los delincuentes comunes que se resisten a amalgamarse en una sociedad productora, son parangonables a los delincuentes políticos y económicos, empeñados en defender un estado de cosas que no puede seguir ya en vigencia”.
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El sol se acercaba al meridiano y en aquel punto del barrio porteño de Flores los malos presagios no contaban del todo, pero lo funesto de la jornada empezaba a suceder: horas antes un sobre con membrete de la Unión Obrera Metalúrgica, filial Rosario, llegaba a la sede central de la CGT guardando los dibujos en azul de un ataúd y del rostro de Rucci, y una leyenda que decía “día cero, hora X”. Después de la muerte de su guardaespaldas y chofer Osvaldo Bianculli, baleado en Chivilcoy el 14 de febrero de ese año, esta era la amenaza más puntual de la que nunca jamás tendría memoria el alcortense: en breve tiempo, cuando el sol hubiere de cagarse en Greenwich y los hombres en los gatillos, las razones aparecerían obvias, como veintipico de agujeros en una carne blanda. “También en este aspecto resulta perniciosa para la nación la subsistencia de pretensiones liberales injustas, como la acción de los grupos de ultraizquierda o derecha, que en los países hermanos contribuyen entre sí para abortar las posibilidades de una política popular. Nadie podrá negar que ahora las leyes se apoyan indiscutiblemente en el consenso mayoritario y, por tanto, no existe argumento alguno que justifique su incumplimiento. Sólo el acatamiento estricto de la ley nos hará realmente libres, pero el acatamiento deberá ser parejo, como parejas habrán de ser las sanciones a quienes pretenden seguir imponiendo sus convivencias sectoriales por encima de las necesidades auténticas de la comunidad”, insistía José Ignacio Rucci. Su esposa, Nélida Blanca Vaglio, la Coca, se movía por el lugar sin terminar de digerir esa rayuela riesgosa en que se había convertido la vida, con los bolsos siempre listos para saltar de un sitio a otro y seguir al marido, y encargarse de los chicos, Aníbal Enrique y Claudia Mónica. En pocos días el varón estaría cumpliendo años y el toldo que habían mandado hacer en el patio, para festejar evitando cualquier mirada extraña desde afuera, marcaba hasta qué extremo los cuidados minaban lo cotidiano. Lo sembraban de sospechas y temores, de quince custodios y más de quince fierros. Pero su esposo no se detenía ahora en esos detalles, ocupado como estaba en pulir su discurso. “Las leyes emanadas del gobierno del pueblo, elaboradas por los representantes del pueblo, habrán de regir la convivencia argentina, asegurar los derechos de todos para frenar cualquier acción ilícita y por lo tanto antinacional y antipopular. Sólo de esa manera se garantizará la paz y la unidad de los argentinos, y se cimientan las bases
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sobre las cuales las nuevas generaciones, nuestra maravillosa juventud, irá produciendo el indispensable trasvasamiento que la acercará al futuro y el logro de sus mejores destinos. Esa juventud comprende que la etapa de la lucha ha sido superada, y hoy el campo de batalla se centra en la reconstrucción hacia la liberación de la patria y la realización integral del pueblo. Este es el pensamiento de la clase trabajadora organizada”. A esa hora, un gusano se comía una manzana como si tal cosa; cincuenta tipos celebraban los mangos que les dejaba el Prode; Pablo Neruda era velado en el Chile que desde hacía un par de semanas Pinochet controlaba a garrotazos; tropas comunistas ocupaban bases gubernamentales en Vietnam y los ecos de un fin de semana de victorias se extendían al 1 a 0 con que el San Lorenzo de Rucci le había pasado el trapo a Huracán, con Chabay, Carrascosa, Larrosa, Houseman y el técnico Menotti incluidos. También a esa hora Octavio Getino seguía abriendo el juego al frente del Ente de Calificación Cinematográfica, con el reconocimiento del progresismo al permitir la exhibición pública de películas como Operación masacre, de Jorge Cedrón sobre texto de Rodolfo Walsh; Estado de sitio, de Costa Gavras; La naranja mecánica, de Stanley Kubrick; Decamerón, de Pier Paolo Pasolini; o La hora de los hornos, del propio Getino y Fernando Solanas. Quien no tenía esa suerte era Roger Moore: su agente 007 se permitía “vivir y dejar morir” sin atisbos de conflicto con las buenas conciencias. No podían decir lo mismo los militantes del Ejército Revolucionario del Pueblo, ilegalizados mediante decreto 1454 del Poder Ejecutivo, encabezado por Raúl Lastiri. Tampoco podían decirlo otros militantes, esta vez del peronismo, que achinaban los ojos desde las construcciones altas de Avellaneda al 2900. “Debemos lograr el robustecimiento de la unidad latinoamericana y del Tercer Mundo, contra toda forma de imperialismos, la subordinación a las centrales continentales o internacionales, quienes sirven a la política imperialista de cualquier signo”, leyó José Ignacio Rucci, y concluyó: “La reconstrucción de la Patria es una tarea común para todos los argentinos, sin sectarismos ni exclusiones. La liberación será el destino común que habremos sabido conquistar, con patriotismo, sin egoísmos, abiertos mentalmente a una sociedad nueva, para una vida más justa, para un mundo mejor”. En la vereda, un Torino rojo matrícula provisional E-75.885, pegada en papel en el vidrio trasero, aguardaba impecable junto a un par de autos más, mientras un tercero,
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que completaba la flota, permanecía estacionado sobre la mano opuesta. Los hombres fuertes de la CGT los harían bramar en instantes, pero sólo cuando Batman se guardara el disfraz y los muñecos de Plaza Sésamo fueran reemplazados por presentadores algo más sobrios, siempre en blanco y negro. Más acá de las pantallas nada indicaba movimientos extraños. Aníbal y Claudia estaban en la escuela; la Coca evitando pensamientos trágicos; Buenos Aires en su sitio, luminosa contra todo pronóstico. —¿A qué canal vamos? —preguntó el petiso. —Al trece —le informó Osvaldo Agosto, y el trece no significó gran cosa. Un teléfono sonó en esos segundos, porque un llamado, se sabe, puede salvarnos de la muerte, pero esta vez no. En el remolino Rucci volvió a ser el jefe: —Osvaldo, vos andá en el auto de adelante que yo te sigo. —Y Osvaldo enfiló por el pasillo. El secretario general se demoró el tiempo necesario como para que su adiós no se notara y recorrió los últimos metros de una historia de ascensos, ortodoxia, violencias, peronismos. La numerosa custodia lo dejó salir solo y únicamente dos de sus fieles, Abraham Muñoz y Ramón Rocha, habrían de relatar cómo es la sensación esa de los perdigones metiéndose en el cuerpo. Cuando José Ignacio Rucci se asomó a la ciudad, cuando buscó la puerta del Torino rojo, el restito de vida que le quedaba mutó en puro estampido. Eran las 12:10 horas de un 25 de septiembre de 1973 y alguien tragó saliva desde lo alto. Tanto quedaba atrás, y de tal forma, que al país de la sangre urgente no le interesaba verlo.
Cruces / Desde el presente. Carlos del Frade Sus investigaciones se han convertido en material insoslayable a la hora de analizar la realidad de los trabajadores, la infancia, la justicia, el narcotráfico y el terrorismo de Estado en la región sur de Santa Fe. La del periodista Carlos Del Frade es entonces una voz autorizada para pensar, una vez más, la historia de la violencia parapolicial en la zona y sus vertientes políticas y económicas. —¿Qué lógica te parece une a la Liga Patriótica con la Triple A? —Hay una continuidad en la lógica histórica. El Círculo Católico de Obreros, dinero de grandes empresas, y gente ligada a la policía y al ejército, conformaron la Liga
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Patriótica. Es el nacimiento de un bolsón ilegal dentro de los estados —nacional, provincial y municipal— siempre dispuesto a emerger de acuerdo a las crisis políticas y sociales que deban reprimirse según el interés de las clases dominantes. —¿Cómo analizás lo que significó la muerte de José Rucci en relación a la acción posterior de las bandas paraestatales? —El asesinato de Rucci parece haber sido el detonante que impulsó al propio Perón a tomar mano de estos pliegues íntimos de los estados para neutralizar a la izquierda peronista, en un primer momento, y que después se extiende más allá del movimiento justicialista. Cualquier historiador o sobreviviente de la época coincide en señalar que el asesinato de Rucci fue el momento de quiebre entre Perón y Montoneros. Allí impuso su visión política la derecha del movimiento. —¿Cómo ves el papel de la llamada burocracia sindical en todo esto? —Tal como sucedió en la historia del siglo XX, el sindicalismo junto a las grandes empresas aportaron hombres, dinero y armas para la integración de aquellas bandas que después se federaron en la Triple A. Eso se ve con nitidez en el caso Razzetti, en el Navarrazo y en el copamiento de Villa Constitución. —Se habla de la reapertura de la causa por la muerte de Rucci, argumentándose que fue crimen de “lesa humanidad”. En esta visión, Montoneros y FAR, las agrupaciones que aparecen como responsables, estarían ligadas al Estado, a partir del breve gobierno de Cámpora. ¿Es posible igualar a estas organizaciones con la Triple A? ¿Podría pensarse que el caso Rucci así planteado es una reinstalación de la “teoría de los dos demonios”? —Montoneros y FAR no eran integrantes de ninguno de los tres niveles del estado. No se trata de crímenes de lesa humanidad, sino de asesinatos comunes con motivaciones políticas. Lo de Rucci es utilizado de la misma manera que usan los carteles “No jodan con Perón”. Utilizan a Rucci, utilizan a Perón, para que no se atrevan a investigar las relaciones económicas y políticas que tuvieron aquellas organizaciones con el mantenimiento de esas fuerzas de tareas. —¿Qué hechos perpetrados por la Triple A a nivel regional destacarías? —El caso Razzetti, Rodríguez Araya, Lezcano, el copamiento de Villa Constitución del 20 de marzo de 1975 y el Navarrazo en la provincia de Córdoba, en enero de 1974.
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24 de marzo de 1976: la clave argentina El 24 de marzo de 1976 se inició el último y más salvaje período dictatorial que vivió el país, el que se extendería por más de siete años y medio. A las 00:45 horas de aquel día, María Estela Martínez, viuda de Perón, fue desalojada de la presidencia de la Nación, cargo al que había accedido tras la muerte de su esposo, en julio de 1974. “Esta decisión persigue el propósito de terminar con el desgobierno, la corrupción y el flagelo subversivo, y sólo está dirigida contra quienes han delinquido o cometido abusos de poder”, decía la proclama de la Junta Militar que encabezaba el autodenominado Proceso de Reorganización Nacional, integrada por representantes de las tres armas: Jorge Rafael Videla, teniente coronel, comandante general del Ejército; Emilio Eduardo Massera, almirante, comandante general de la Armada; Orlando Ramón Agosti, brigadier general, comandante general de la Fuerza Aérea. Además de enfatizar el sentido de “moralidad”, o de hacer hincapié en la “eficiencia” y en una educación que consolidara los valores del “ser argentino”, los propósitos y objetivos básicos de dicha Junta daban cuenta de la raíz profunda del proyecto, la económica, “donde el Estado mantenga el control sobre las áreas vitales que hacen a la seguridad y al desarrollo y brinde a la iniciativa y capitales privados, nacionales y extranjeros, las condiciones necesarias para una participación fluida en el proceso de explotación racional de los recursos”, según versaban sus argumentos. Allí las razones de la desindustrialización que sobrevendría y, fundamentalmente, el aniquilamiento de cualquier resistencia obrera a un modelo de riquezas concentradas. Los secuestros, las torturas, la desaparición de personas, la censura, el robo de bebés, la absorción estatal de las deudas privadas tendrían, desde ese miércoles 24 de marzo, su página de acero, billete y sangre en los manuales de la brutalidad universal, pero en clave argentina.
Sangre y negocios El mismo 24 de marzo en que se declaraba el Golpe de Estado encabezado por Videla, Massera y Agosti, fueron tomados quince sindicatos. En los días que siguieron, la cifra se multiplicó en varios centenares. Como lo registra Miguel Bonasso en El presidente que no fue, la directiva secreta 222/76 “ordenaba la ocupación de fábricas y locales
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gremiales en distintos puntos del país”, al tiempo que la dictadura suprimía el derecho de huelga, suspendía la actividad sindical e intervenía las obras sociales. El ejemplo que Acindar había dado en 1975 se extendía al resto de las grandes empresas del país, desde cuyas oficinas de personal “se suministraban nombres de activistas subversivos”, al tiempo que las mismas firmas financiaban los grupos de tareas. En la empresa de Villa Constitución propiedad de la familia Acevedo, el general Alcides López Aufranc reemplaza a José Alfredo Martínez de Hoz, que desde el 2 de abril de 1976 ocupa el Ministerio de Economía de la dictadura recién inaugurada. Su plan económico había sido elaborado a lo largo de todo 1975 con los ejecutivos nucleados en el Consejo Empresario Argentino. Daniel Muchnik, autor de Argentina modelo. De la furia a la resignación. Economía y política entre 1973 y 1998 define las bases de aquel plan económico: “El propósito manifiesto era que 'la economía se saneara'. Que fuese 'competitiva y altamente productiva', sin la intervención del Estado. El propósito oculto era eliminar de cuajo toda base de sustentación de las 'políticas populistas', acallar el sindicalismo combativo, disciplinar a los obreros. Quebrar a la pequeña y mediana empresa (industrial, rural, comercial y financiera) equivalía a golpear en el corazón de la 'resistencia'. Transformar a la empresa grande nacional en ensambladora, en subsidiaria de las casas matrices extranjeras, en armadurías, fue el objetivo del Plan”, escribe Muchnik. A partir del nombramiento de José Alfredo Martínez de Hoz como principal funcionario de la dictadura militar, Acindar experimenta un crecimiento notable. Es el flamante Ministro de Economía quien aprueba la integración de la firma, por lo que se otorgan los beneficios de la promoción industrial, mediante un pre-contrato que él mismo había firmado un par de meses antes pero como presidente de la empresa. Los decretos 261/75 y 228/76 encuentran a Martínez de Hoz de un lado y del otro del mostrador. Tal como lo registra el historiador Norberto Galasso, la firma, “que en 1976 sufría la competencia de Tamet, Gurmendi y Santa Rosa, alcanza a partir de la gestión de Martínez de Hoz en el Ministerio de Economía un impresionante crecimiento que la lleva a engullirse a esas tres competidoras y constituirse en 1984 en la empresa privada local más importante de la Argentina en el ranking de ventas. La cuarta en el país después de YPF, Esso y Shell. Además, durante ese período, se endeuda en el exterior
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en 700 millones de dólares, deuda que fue trasladada al Estado en 1982 en su mayor parte a través de seguros de cambio implementados por otro 'gato': Domingo Cavallo”. El desarrollo de Acindar, sin embargo, no se concretó con capitales propios: la firma participó activamente del proceso de endeudamiento externo; tuvo acceso a los distintos regímenes de Promoción Industrial (los beneficios incluían exención impositiva a las ventas, garantía estatal para la toma de créditos, y liberación de derechos de Aduana para ciertos insumos); sólo en 1976 obtuvo avales del Tesoro Nacional por más de 80 millones de dólares; gozó de créditos del Banade que jamás devolvió; se benefició con protecciones arancelarias y tarifas diferenciales para el consumo energético de sus plantas.
Como ruegos puño Sentado a la mesa, un poeta escribe. Sabe que no cambiará el mundo, que el mundo duele como pocas veces en sus días de poeta, que los amigos se caen como miguitas de la mesa, sin embargo, se sienta a la mesa y escribe: “¿Qué pasa ahora en el país que la vida se fue por las nubes y yo salí esa mañana a la calle y miré el cielo y entonces crucé a la vereda del sol donde un vecino amagó los buenos días o mejor dicho comenzaba a palpitarse que la vida sube más arriba que los pobres del mundo o sea menos arriba que la conciencia de los pobres del mundo o sea más abajo que esas carnes derribadas de su hueso que ese párpado levantado de su sueño y los diarios sin embargo daban a entender que el libre juego entretiene como si la vida pudiera volver de las nubes adonde se fue el petizo sin traer consigo las esquirlas del petizo incrustadas en la vida como quien dice ese café a medio tomar ya no tiene remedio hay chatarra de un hombre junto a la ruta y sobre todo hay una parra de uva chinche que en diciembre brotará y qué salud brindaremos qué errores o desviaciones antes que los desocupados en cuestión de días se pusieran a mirar el cielo como quien dice era cierto que precios hambre odios pedazos del petizo se fueron como ruegos puños oleajes del petizo para arriba?” Escribe el poeta Alberto Szpunberg: “¿Qué pasó en estos días sino hoy que pedía un café y abrí el diario y entonces fue que me enteré que esa madrugada había rozado la pierna de la flaca como el costado natural del mundo y le pregunté al mozo la hora pero en realidad preguntaba por la ruta que lleva a la localidad bonaerense de Cañuelas y
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seguí leyendo pero en realidad volví a preguntar por la tibieza y me di cuenta que la mejilla de mi hija ocurre en este país como todo ocurrió y ocurrirá y cerré el diario a ver qué pasa?”.
Cruces / Desde la historia. Causas y efectos “La noticia esa saltó como una bomba, imaginate. Porque dentro de todo había llegado a tener un predicamento importante Rucci. No sé si Perón era amigo de Rucci, ahora que Rucci era muy peronista eso es cierto, y que no es extraño que abra el paragüitas para que no se moje”, recuerda Lenin Columbich, acerca de la noticia de la muerte de su amigo de la adolescencia, José Ignacio. De la Avellaneda de Columbich a la Alcorta de Marcelino Arroyo, la novedad había corrido sobresaltando a miles. Arroyo se enteró por la televisión, y como tantos dudó que aquello fuera verdad: “Había gente que no creía que lo habían matado”, dice y se dice a sí mismo. “Yo estaba frente al televisor, yo soy de mirar el informativo, no me pierdo el informativo, y entonces dicen „hubo un atentado con el secretario general de la CGT‟: no dijo que lo habían matado. Se ve que algún colectivero escuchó y se paraban los colectivos acá, porque todos sabían que acá vivía la hermana de Rucci. Al ratito, mi esposo se había recostado la siesta, digo „Alfredo, me parece que pasó algo con José‟. „Ma‟ dejá, ¿no sabés cómo es la gente, que siempre está hablando?‟. „No, no, me parece que pasó algo‟. Enseguida certificaron: „lo mataron al secretario general de la CGT, José Ignacio Rucci‟. Imaginate, acá era una aglomeración de gente, los colectivos paraban, todo”, rememora Noemí Rucci desde Rosario. Las hipótesis barajadas sobre los responsables de la muerte del alcortense han sido varias: desde “sectores reaccionarios de derecha e izquierda”, sostenida por algunos gremialistas, hasta acciones del Ejército Revolucionario del Pueblo, esta última descartada prontamente. Otra hipótesis es la que arriesgó el periodista norteamericano Martin Andersen en su libro Dossier secreto, en la que nombra al dirigente de Montoneros Mario Firmenich, y lo sindica como un agente de inteligencia enmascarado, asociado a la Triple A. Según Andersen, el objetivo era promover y adjudicar atentados espectaculares a la guerrilla peronista con el fin de restarle consenso popular y a la vez favorecer su represión.
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La hipótesis de Andersen, basada en datos de diplomáticos estadounidenses en Buenos Aires, fue refutada por el escritor y militante justicialista Miguel Bonasso, quien si bien ubica como responsables a Montoneros, desliga la dirección de la agrupación de cualquier vínculo con las bandas de López Rega u otro organismo estatal en materia de espionaje. Finalmente, el ex miembro de las FAR y ex montonero Juan Gasparini cuenta de manera crítica los entretelones de la llamada Operación Traviata, en alusión a los veintitrés agujeros de la galletita y a los más de veinte balazos que recibiera Rucci. Primero afirma que en la nueva política de Perón “las corrientes radicalizadas de su movimiento eran dejadas de lado explícitamente”, y luego concluye: “FAR y Montoneros —que ponían entonces los últimos retoques a la fusión que se proclamaría el 12 de octubre en Córdoba simultáneamente con la asunción del gobierno de Perón— se daban por aludidos. Preparaban un nuevo „apriete‟. Lo que les había fallado con las masas en Ezeiza lo suplantarían con los „fierros‟ en la vereda de Avellaneda 2953, entre Nazca y Argerich, Capital Federal, a las 12.10 horas del 25 de septiembre: al extender José Ignacio Rucci la mano para abrir la puerta de uno de los autos de la comitiva, los siete integrantes del equipo operativo dirigido por Horacio Antonio Arrué, „Pablo Cristiano‟, lo agujerearon de perdigones. A dos días del abrumador triunfo electoral de Perón-Perón —y luego de varios meses de preparación— los Montoneros retomaban la actividad guerrillera abandonada el 4 de abril de ese año con el „ajusticiamiento‟ del coronel Héctor Iribarren, en Córdoba. En cuanto a lo de Rucci, si bien no hubo firma pública, para la militancia fue un secreto a gritos que „Traviata‟ era la primera „opereta‟ de la flamante OPM (Organización Político Militar)”. Si bien es cierto que muchos festejaron la muerte de un “burócrata” o de un “traidor”, el paso de Montoneros fue un paso en falso, asumido incluso por varios de sus miembros. Las discusiones en el justicialismo empezaron a sucederse: con todo lo que pudiera achacársele, la figura de Rucci estaba asociada directamente a Perón. Un documento firmado por el Movimiento Revolucionario 17 de Octubre, difundido el 26 de septiembre, decía en tono profético: “Al imprimir la presente declaración, los responsables del suceso no aparecen todavía inequívocamente identificados, pero quienes quiera sean sus autores, lo cierto es que su acción contribuye a facilitar la ofensiva desatada por las fuerzas reaccionarias de adentro y de afuera del Movimiento
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Peronista, que busca la liquidación a corto plazo de los sectores revolucionarios y combativos del Movimiento Peronista, y de los que actúan fuera del mismo. Toda la experiencia revolucionaria de América Latina enseña que el enfrentamiento entre los grupos revolucionarios y los organismos represivos y sus bandas fascistas paralelas, AL MARGEN DE LA ACTIVIDAD DE LAS MASAS, ha terminado con la victoria de la reacción y la derrota y exterminio de los revolucionarios, dando lugar a un retroceso de muchos años en la lucha de liberación nacional y social”.
Los recuerdos de Miguel Salmen Miguel Salmen, secretario general del gobierno encabezado por Silvestre Begnis en la provincia de Santa Fe, relata que “en la ciudad de Santa Fe sabíamos lo que se avecinaba. Esa noche del 24 de marzo los tanques del ejército rodearon la plaza y las tropas del Liceo Militar tomaron la casa de gobierno. Yo había llegado tarde a mi departamento y me mandaron a buscar para que fuera a poner en funciones al nuevo secretario general del gobierno militar. Ya estaba todo previsto. Santa Fe era una de las últimas provincias en caer. Buenos Aires ya había caído, y por radio escuchábamos que ya estaban bajo el mando militar las provincias de Salta y Tucumán”. El 25 de marzo de 1976, el radiograma Nº 785 comunicó a todas las autoridades comunales de la provincia que por decreto del Ministerio de Gobierno de Santa Fe “se ha dispuesto la caducidad de las actuales comisiones de fomento y designado comisionados comunales interinos a los actuales secretarios administrativos”. El decreto, sancionado por la intervención miliar, decía también que “el Comisionado Comunal retendrá su cargo de secretario administrativo”; y que, como primer paso “deberá recibir la Comuna, previa acta de arqueo y valores; asimismo deberá designar la persona que en carácter de tesorero interino refrendará la emisión de cheques que libre el comisionado comunal interino”. Las autoridades elegidas por el voto popular cesaron, y se nombraron interventores designados por los militares golpistas. Si bien el gobernador pudo marchar a su casa, como lo registra Alejandro Damianovich, “la mayoría de los funcionarios y legisladores fueron detenidos y llevados a la Guardia de Seguridad”. Allí, el intendente de Santa Fe Campagnolo fue brutalmente torturado. El vicegobernador Eduardo Félix Cuello fue
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recluido en una comisaría junto al Jardín Botánico, primero, y trasladado luego junto a otros detenidos a la cárcel de Coronda. Aquel día, el gobierno de Santa Fe quedó en manos del coronel José María González, Jefe de la Guarnición Militar de Santa Fe y director del Liceo General Belgrano. El militar recurrió a funcionarios de la Universidad Nacional del Litoral (UNL) para formar su equipo de trabajo, “atendiendo a la acción antimarxista que éstos habían ejecutado en los últimos meses”, señala Damianovich en su trabajo Las gobernaciones santafesinas. Sin embargo, el 19 de abril, el “manejo político” de la provincia pasó a manos de la Marina dirigida por Emilio Eduardo Massera, y el vicealmirante Jorge Aníbal Desimoni se hace cargo de la intervención. Para Miguel Salmen, en los pueblos “había mucha desinformación, por radio la gente oía que estaba cayendo la provincia de Santa Fe, que el país entero estaba en manos de los militares, pero pensaban que se trataba de uno más de los tantos y lamentables golpes de Estado que le tocó vivir al país. La gente seguía con su vida normal”.
La madrugada del día después La madrugada del jueves 25 de marzo de 1976, el único diario de la ciudad de Santa Fe, El Litoral, publicó un editorial titulado “El fin de una etapa”. Allí, el matutino sostenía que “una etapa ha terminado en la vida nacional. La determinación de las fuerzas armadas, evidentemente fruto de un sereno análisis ha puesto fin a un largo y penoso proceso de deterioro, señalando coincidentemente por los más variados sectores de la opinión pública. La trascendental responsabilidad asumida ahora por el Ejército, la Marina y la Aeronáutica aparece como una consecuencia lógica ante el desgobierno, las contradicciones, la anarquía, el caos económico, la prepotencia, la subversión y la implacable destrucción general que marcaron a la existencia ciudadana en este último período”. “Pocas veces en la historia de la Nación un grupo político gobernante mostró tal ineptitud en su función como el que ahora ha sido desalojado del poder. Pocas veces los males fueron tantos y las soluciones intentadas tan ineficaces”, arriesgaba el diario. Y consignaba: “No se trata de efectuar en estos momentos un análisis detallado de las causas, motivaciones y protagonistas del proceso, pero sí de indicar la esperanza de que verdadera, definitivamente, se haya clausurado esa forma subalterna y deleznable de
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entender a la alta función política. Y, al mismo tiempo, por una necesidad de justicia, es también necesario aguardar que de una manera serena y objetiva, sin apasionamientos pero con firmeza, salgan a la luz tantos hechos ilícitos cometidos al amparo de la función pública”. “Por cierto que la tarea que ha comenzado no es sencilla. El país afronta situaciones de enorme gravedad y no pueden esperarse de pronto soluciones mágicas. Pero asegurar un mínimo de orden y de justicia, lograr una estabilidad y, sobre todo, reconstruir un clima de confianza, son conquistas que pueden dar basamento firme a una tarea que no tiene que ser patrimonio de un grupo, sino desafío para quienes estén dispuestos a superar lo negativo y a trabajar por la grandeza nacional en un clima de respeto, de fe y de mancomunado esfuerzo”, terminaba resaltando el medio gráfico de la ciudad capital.
El decano Al sur de la provincia, la mirada sobre el Golpe no era diferente. En su edición de aquel 25 de marzo de 1976 el diario La Capital publicó un editorial titulado “Reconstrucción nacional”. Allí, los herederos del fundador del decano de la prensa argentina afirmaban que “con la asunción del gobierno por parte de las Fuerzas Armadas finaliza un proceso que frustró las expectativas de la ciudadanía y comienza otro en el que se impondrá la difícil tarea de la reconstrucción nacional, objetivo principal de quienes ejercerán la conducción del país”. Las Fuerzas Armadas, reflexionaba la publicación de la familia Lagos, “se han visto forzadas a hacerse cargo de la conducción del país para evitar que la subversión y el caos lo sometiesen. Opuestas por expresa decisión de sus integrantes a ocupar el poder, y dispuestas a defender a todo trance el proceso institucional iniciado en 1973, las falencias de todo género registradas casi desde el momento mismo en que el agrupamiento político que triunfó en las elecciones asumió la conducción del Estado, y la defensa de los intereses superiores de la patria, las obligan a abandonar el ámbito de sus funciones específicas, para emprender la ingente tarea de regir los destinos nacionales en una circunstancia única, por sus características y gravedad, en toda la historia argentina”. El diario más influyente de la región relataba en su nota editorial que “las Fuerzas Armadas interpretaron la angustia de la mayoría —porque el desgobierno hería por
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igual a los opositores y a los que habían votado un programa incumplido— al reclamar en la Nochebuena de 1975, a través del comandante general del Ejército, urgentes rectificaciones en la marcha del gobierno, cambios que, como es sabido, no se concretaron. Ahora, ante la cercana sombra de la desintegración nacional, se hacen cargo de la conducción integral del Estado, enfatizando en el sentido de moralidad, idoneidad y eficiencia imprescindibles para reconstituir el contenido y la imagen de la Nación, erradicar la subversión y promover el desarrollo económico de la vida nacional basado en el equilibrio y participación responsable de los distintos sectores, a fin de asegurar la posterior instauración de una democracia republicana, representativa y federal, adecuada a la realidad y exigencias de solución y progreso del pueblo argentino”. “La mirada del pueblo está puesta en la acción de sus armas; corresponde, en las difíciles circunstancias en que ese programa se enuncia, renunciar a los enconos y a las divisiones, aceptar la responsabilidad que a cada uno compete en el proceso concluido y contribuir para que cuanto antes se logre el objetivo de la reconstrucción nacional”, terminaba exhortando en aquella nota el diario de la familia Lagos.
Cruces / Desde la historia. Un responso a pedir de los fusiles En las horas transcurridas entre el velatorio de Rucci en la CGT y su entierro en el cementerio de la Chacarita “la ciudad quedó desierta”, cuenta Osvaldo Soriano, y narra que hacía tiempo “no se recordaba un clima tan dramático. Los sectores de izquierda — peronistas y marxistas— temieron una „noche de San Bartolomé‟. Quienes pudieron morir buscaron refugio seguro. El pánico ganó, como siempre, a los menos comprometidos, a aquellos que deseaban la muerte de Rucci en las mesas de los bares, en las manifestaciones”. El primero en caer, el 26 de septiembre del '73, fue un militante de la Juventud Peronista, Enrique Grynberg, cercano a Montoneros, acribillado en la entrada del edificio que habitaba en Buenos Aires en clara señal de venganza. Para agregarle espanto a la jornada, en el informe judicial realizado sobre el cadáver de Rucci podía leerse: - Herida contuso cortante de unos 4 centímetros y medio en la cabeza. - Otra herida similar en la frente.
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- Un hematoma en ese mismo lugar, probablemente por la caída. - Herida cortante superficial en la nariz. - Herida de bala en la cara. - Herida de bala en la cara lateral del cuello. - Herida de bala en la base del cuello. - Herida de bala debajo de la nuca. - Herida de bala en el hombro derecho, con rotura de clavícula. - Dos heridas de bala en la región mamaria derecha. - Dieciséis heridas de bala en el tórax. - Heridas de bala en la mano izquierda. - Fractura del húmero. - Herida de bala en la rodilla izquierda. “José era el brazo derecho de Perón. Yo estaba en el velatorio de mi hermano, en el cajón, y llega el General Perón y dice „con esta muerte me cortaron los dos brazos, y perdí el hijo que nunca tuve‟. Eso lo dijo Perón, estaba yo ahí en el cajón. Perón lloraba, Perón no fue al velatorio de ningún dirigente, del único de José fue. Ni llorar por un dirigente como lloraba Perón. Lo he visto yo, no es que son mentiras”, dice Noemí Rucci, recordando una escena de apenas cuatro minutos en la que no miró el reloj: los cuatro minutos del viejo líder ante el cuerpo inerte de su soldado. A las 15:00 horas del miércoles 26 de septiembre de 1973, los restos del dirigente gremial fueron trasladados a la Chacarita, acompañados por un cortejo de sesenta vehículos que previamente unió el local de la UOM y el Congreso Nacional. Cubierto por las banderas argentina y de metalúrgicos, el ataúd pasó por la capilla del cementerio para el responso y a pulso fue llevado hasta la manzana 9, sección 8, lotes 28 y 29. La lista de presentes incluyó entre otros al presidente provisional Raúl Lastiri, yerno de López Rega, a Cámpora y a Perón. Frente a la bóveda, el discurso del ministro de Trabajo Ricardo Otero volvió sobre un argumento temible y conocido: “Ante los restos del compañero Rucci formulamos el juramento de no arriar jamás la bandera argentina por ningún trapo colorado”. Y fustigó: “No hemos venido aquí a llorarlo, sino a jurar que haremos la patria peronista, y a eliminar a los traidores de derecha e izquierda”.
Liderazgos
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En abril de 1976, en una recepción organizada por el Banco Interamericano de Desarrollo con motivo de la llegada de una misión financiera, el flamante presidente de Acindar se encuentra con Walter Klein, padre del segundo hombre del Ministerio de Economía. Klein felicita a López Aufranc por su designación, “se necesitaba un hombre enérgico como usted”, le dice. Y pregunta por la noticia de la detención de veinitrés delegados de fábrica. El general Alcides López Aufranc se jacta entonces: “No se preocupe, Walter. Todos están bajo tierra”. Eduardo Basualdo, Claudio Lozano y Miguel Ángel Fuks, autores del trabajo El conflicto de Villa Constitución. Ajuste y flexibilidad sobre los trabajadores. El caso Acindar, sostienen que la firma cumplió un papel central “en la salvaje reestructuración del capitalismo argentino que indujera la dictadura militar”. Para los economistas, “si se toma en cuenta que a mediados de la década del '70 las familias Aragón y Acevedo mantenían participación accionaria en Loma Negra y el Banco Francés; si se considera también que Martínez de Hoz (presidente del directorio de Acindar) articulaba los intereses del grupo con otros holdings importantes, como Brown-Boveri, Bracht y Roberts, y se destaca su simultánea presidencia del Consejo Empresario Argentino, el papel central cumplido en 1976 debe asociarse a un claro rol de liderazgo en el medio empresario local, respecto, fundamentalmente, del disciplinamiento de la fuerza de trabajo”. Por esto, remarcan Lozano, Basualdo y Fuks, “resulta lógico encontrar al grupo Acindar, absolutamente involucrado en el origen de la represión ilegal en la Argentina”. Y por esas mismas razones no es extraño que de la presidencia de Acindar haya surgido el Ministro de Economía de la dictadura; que hasta entrada la década del '90 haya sido presidida por el represor del Cordobazo, el general Alcídes López Aufranc; y que su abogado para esos mismos años haya sido Jorge Videla, el hijo del general Jorge Rafael Videla, quien encabezó la dictadura de 1976
Las tres A son las tres armas “Las tres A desaparecen de la escena a partir del golpe de Estado del 24 de marzo de 1976. ¿Por qué? La respuesta es obvia: porque se integran al Estado”, reflexionaría el fiscal Julio César Strassera durante el Juicio a los jerarcas de la dictadura.
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“Las tres A son hoy las tres Armas, y la Junta que ustedes presiden no es el fiel de la balanza entre 'violencias de distintos signos' ni el árbitro justo entre 'dos terrorismos', sino la fuente misma del terror que ha perdido el rumbo y sólo puede balbucear el discurso de la muerte”, había denunciado, en su Carta Abierta de marzo de 1977, el periodista y escritor Rodolfo Jorge Walsh. En su Carta, Walsh certifica aquel camino que había anticipado en 1974, en su investigación inconclusa sobre la banda criminal: este tipo de organizaciones se disuelven, había escrito, en la medida en que el Ejército y la Policía Federal “retoman sus objetivos y sus métodos”.
Cruces / Desde la historia. El drama mayor El 2 de octubre de 1973, el periódico El Descamisado intentaba explicar en su nota editorial lo ocurrido con José Ignacio Rucci. Transcribimos algunos fragmentos de ese artículo, que lleva la firma de Dardo Cabo, miembro de la agrupación Montoneros: “La cosa, ahora, es cómo parar la mano. Pero buscar las causas profundas de esta violencia es la condición. Caminos falsos nos llevarán a soluciones falsas. Alonso, Vandor, ahora Rucci. Coria condenado junto a otra lista larga de sindicalistas y políticos. Consignas que auguran la muerte para tal o cual dirigente. La palabra es „traición‟ (...) “Los viejos peronistas, recordamos a estos burócratas hoy ejecutados o condenados a muerte. Los conocimos luego de 1955, cuando ponían bombas con nosotros. Cuando los sindicatos logrados a sangre y lealtad, recuperados para Perón y el Movimiento, eran casas peronistas donde se repartían fierros y caños para la Resistencia y de donde salía la solidaridad para la militancia en combate o presa (...) “No tenían matones a sueldo, en cambio amigos en serio los acompañaban (...) Pero de pronto las puertas se cerraron, o fueron reemplazadas por sólidos portones con sistemas electrónicos. Ya no andaban con amigos, sino con „la pesada‟. Su vida rodeada del secreto impenetrable. Las elecciones en los sindicatos iban precedidas por una intrincada red de fraudes, tiros, impugnaciones, expulsiones. Denuncias de listas opositoras y todo un sucio manejo que dejaba como saldo una gran bronca (...) “Pero la bronca estaba adentro. Uno tras otro los cargos se acumulaban. A más, los matones hacían las suyas: sacudían periodistas, reventaban militantes, impunes
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recorrían la ciudad armados, si caían presos salían enseguida. La policía empezó a protegerlos. La división se agravó, se agrava cada vez más (...) “Rucci era un buen muchacho (...) Tenía su historia de resistencia, de cárcel. Las había pasado duras, como cualquiera de nosotros. De pronto aparece en el campo de Anchorena prendido en una cacería del zorro. Apoyando a Anchorena para gobernador de la provincia de Buenos Aires. ¿Quién entiende esto? (...) “Algo debe tener de transformador eso de ser secretario general. Algo muy grande para cambiar así a la gente. Para que surjan como leales y los maten por traidores (...) “Es cierto que también nos puede tocar a nosotros (...) Ellos están dispuestos a erigirse con sus fierros en los dueños de la ortodoxia. Se sienten los cruzados del justicialismo, los depuradores. Porque a su juicio todos los que criticaban a José (Rucci) son sus asesinos. Son trotskos, todos son infiltrados (...) “Nosotros, desde estas mismas páginas criticamos a José Rucci y lo hicimos duramente. Su muerte no levanta esas críticas, porque no las modifica (...) Pero acá todos somos culpables, los que estábamos con Rucci y los que estábamos contra él.” Publicado en el órgano de prensa de Montoneros, el texto firmado por Dardo Cabo relacionaba la muerte de Rucci con la lucha interna en el peronismo. Su intento de poner paños fríos también era evidente. A décadas de aquellos sucesos el tema se muestra en toda su dimensión: un día después de publicada esa nota era ultimado en San Nicolás el periodista José Colombo. Los “depuradores” iniciaban de manera más bien inorgánica la “limpieza” en el cordón industrial del Gran Rosario. Colombo no era peronista, y aunque los matones sindicales que lo fusilaron sí lo fueran el fenómeno Triple A, porque a la larga de eso se trataba, respondía a un guión mayor: el control de toda forma de organización y resistencia popular. Esto no excusa a la ortodoxia, que el 1º de octubre había presentado el “documento reservado”, programa del accionar de las bandas paraestatales: “El asesinato de nuestro compañero José Ignacio Rucci y la forma alevosa de su realización marca el punto más alto de la escalada de agresiones al Movimiento Nacional Peronista, que han venido cumpliendo los grupos marxistas terroristas y subversivos en forma sistemática y que importa una verdadera guerra desencadenada contra nuestra organización y contra nuestros dirigentes”, decía. También hablaba de “atacar al enemigo en todos los frentes
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y con la mayor decisión” y de la utilización de “todos los medios que se consideren eficientes, en cada lugar y oportunidad”, revela el historiador Roberto Baschetti en su libro Documentos (1973-1976): De la ruptura al golpe. El viejo discurso de la Liga Patriótica en los años ‟20, vinculada al radicalismo y los sectores acomodados frente a la agitación obrera, era aggiornado ahora desde el justicialismo conforme a los designios de las multinacionales y la CIA. Entre ambas historias la vida de un alcortense, un arco que acaso permita entender el drama de dos movimientos que han sido determinantes para los argentinos. Y cuya composición y complejidad nos arrastran al ojo del huracán: cómo actuaron las clases sociales ante esas encrucijadas históricas, cuáles fueron sus móviles, por qué.
La raíz de todos los males “Un diagnóstico sobre los males económicos que aquejan a la Argentina en la coyuntura correspondiente a los primeros meses de este año lleva a la consideración de los siguientes hechos”, escribía Julio Notta en la página de Economía de la revista Crisis, en su número 37, de mayo de 1976. En la crónica, titulada Breve radiografía de la economía argentina: la estructura dependiente raíz de todos los males, Notta detalla: “Hecho A: 1º) El Salario Real está descendiendo a niveles incompatibles, incluso, con la conservación normal de la fuerza de trabajo. 2º) La participación del Sector Trabajo en la distribución del Ingreso Bruto Interno es 30 puntos inferior a la vigente en los países llamados desarrollados, Estados Unidos por ejemplo. Hecho B: Esos 30 puntos de menos significan, en cifras redondas, 13.000 millones de dólares que no van a parar a manos del Sector Trabajo. Vale decir que se disminuye, en esa misma cantidad, el poder adquisitivo del Mercado Interno. Por lo tanto la producción para encontrar salida, debe orientarse, cada vez más, hacia el Mercado externo. Las sistemáticas devaluaciones son una expresión de dicha tendencia. Hecho C: A pesar del sacrificio que soporta el Sector Trabajo su productividad es tan eficiente que le proporciona al Sector Empresario una alta rentabilidad 'extra'. Se trata de 30 puntos
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(13.000 millones de dólares) por encima de la rentabilidad vigente en los Estados Unidos. Hecho D: Pero esos 30 puntos (13.000 millones de dólares) no se invierten en el país. Se evaden hacia las metrópolis financieras donde se acumulan como capital extranjero. Una parte vuelve al país bajo la forma de bienes de capital que incrementan la deuda externa. Otra parte vuelve como 'nuevos' capitales, en cada uno de los 'blanqueos'. Hecho E: La evasión de divisas provoca un déficit de bienes concretos para sustentar la inversión pública y privada. Hecho F: Este déficit se cubre con una creciente emisión monetaria destinada a cubrir el déficit del presupuesto público y la atención del crédito bancario. Hecho G: La inflación creciente acentúa el deterioro del Salario Real, el descenso de la participación del Sector Trabajo en la distribución del P.B.I.; la desocupación, etc. Vale decir que todo conduce a reiniciar el ciclo que comienza con el Hecho A”, relata minuciosamente Julio Notta. Y confirma que “todos estos hechos son la expresión concreta de una categoría abstracta: la estructura dependiente de la economía argentina”.
El país de rodillas “Ha quedado evidenciado en el trasuntar de la causa la manifiesta arbitrariedad con que se conducían los máximos responsables políticos y económicos de la Nación en aquellos períodos analizados (1976/ 1983)” sostiene el Juez Federal Jorge Ballestero en su Resolución de la Causa Nº 14.467, de julio del año 2000. Y completa: “Así también se comportaron directivos y gerentes de determinadas empresas y organismos públicos y privados”. La causa 14.467 fue iniciada en 1982 por el abogado Alejandro Olmos, y es un recorrido por la geografía de las impunidades cotidianas que fueron construyendo la deuda externa argentina. Deuda que creció de 7.500 millones de dólares en 1975, a 55.000 millones de dólares en 1983. En el medio, el 5 de julio de 1982, un tal Domingo
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Felipe Cavallo, a cargo del Banco Central de la República Argentina, estatizó la deuda de más de 650 millones de dólares de Acindar, junto a la de otras doscientas empresas. Para el 2001 de piquetes y cacerolas, esa misma deuda externa arañaba los 132.000 millones. Que se convertían en 155.000 millones de dólares si se suma la deuda privada. Y a lo que habría que agregar los 40.000 millones de dólares que ingresaron en las arcas del estado, para esfumarse rápidamente, producto de las privatizaciones de las empresas nacionales. El único procesado en la causa, José Alfredo Martínez de Hoz, primer ministro de Economía de la dictadura, a donde llegó directamente impulsado desde el directorio de Acindar, resultó en aquel entonces sobreseído “en virtud de operar la prescripción de la acción penal”. Más allá de la prescripción, más allá de los olvidos del sistema y de la construcción de impunidades permanentes, el fallo judicial es contundente: la deuda externa argentina “ha resultado groseramente incrementada a partir de 1976 mediante la instrumentación de una política económica vulgar y agraviante que puso de rodillas el país a través de los diversos métodos utilizados (...) que tendían a beneficiar y sostener empresas y negocios privados —nacionales y extranjeros— en desmedro de sociedades y empresas del estado que, a través de una política dirigida, se fueron empobreciendo día a día”.
Al pie de una memoria El periodista Osvaldo Aguirre supo resumir el accionar de parte de los grupos represivos que actuaron en el sur provincial: “Las ejecuciones de militantes políticos ocurridas en 1975 muestran tantas características comunes que hacen pensar en la actuación de un solo grupo, situado al margen de las llamadas fuerzas de seguridad pero operando con la autorización y colaboración de jefes militares y policiales”, describió en su libro Los pasos de la memoria. Allí marcó las pautas de acción de aquellos grupos. El método del terror. El apenas balbuceo del discurso de la muerte. “En casi todos los casos —relata Aguirre— el método consistió en el secuestro de las víctimas y su fusilamiento inmediato en un descampado. Los asesinos se presentaron siempre como policías y evidenciaron haber realizado una tarea de inteligencia previa. Las operaciones mostraron que los blancos eran cuidadosamente elegidos: se trataba de militantes sindicales enfrentados con la
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burocracia, de dirigentes estudiantiles y barriales y de abogados que defendían a presos políticos y se comprometían con las luchas populares”. 30 años después del asesinato de Ángel Vázquez, el Sindicato de Trabajadores de la Alimentación de Firmat rindió un homenaje a su primer Secretario General. Allí, el periodista Mariano Carreras entrevistó a Ernesto Vázquez, hermano del dirigente muerto en los tempranos '70. Ernesto relató entonces su último encuentro con el Negro, en el verano de 1974, en Mar del Plata. “Él fue a un plenario de secretarios regionales de todo el país, creo que era en la UOM. Estuvimos charlando y en un momento dado me dice: mirá, hermano, estoy amenazado. Yo, como hermano, con la intención de salvarlo, le dije: Andáte, Ángel, ya has dado mucho por los obreros, les has despertado la conciencia, andáte, por lo menos hasta que pase el vendaval. Y él me dijo: No, yo tengo a mi gente, y me la voy a jugar por ellos”, recuerda Ernesto. El caso del asesinato de Ángel Vázquez fue presentado por sus familiares en la Secretaría de Derechos Humanos de la Nación. El objetivo es demostrar que su muerte no fue accidental. Demostrar que su muerte fue producto del terrorismo de Estado. Su muerte, como las más de sesenta muertes enumeradas en este trabajo, que continúan impunes. Buscando aire. Aire, en mitad de la asfixia del olvido. Rastreando sus propias palabras. Mostrando las marcas intactas que sobreviven en la exacta mitad de esa tensión de segundos entre la pólvora y la sangre. Un relato que descubra lo oculto, que diga y nos diga, que pronuncie lo ya sabido y no dicho. Un saber que sirva para hacer tajos en el silencio impuesto en estos arrabales. Porque como escribió Rodolfo Walsh: “La respuesta fue siempre el silencio. La clase que esos gobiernos representan se solidariza con aquel asesinato, lo acepta como hechura suya y no lo castiga, simplemente porque no está dispuesta a castigarse a sí misma”.
El 26 de septiembre de 2007, en el homenaje que se le rindió en Alcorta al ex dirigente cegetista, el entonces secretario de Trabajo de Santa Fe, Alberto Gianeschi, manifestó que “estamos en una etapa de crecimiento económico muy importante”, y que “para luchar por los derechos de los trabajadores es imprescindible que los trabajadores
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tengan el empuje que tuvo José Ignacio Rucci. Que la lucha los lleve, inclusive, como a él si es necesario, a perder la vida porque están dando la vida por los compañeros, por los hermanos”. La acotación sonó un tanto descabellada, pero hay quien asintió con un mentón solemne. Por su parte, el metalúrgico Naldo Brunelli se refirió a “una campaña silente, silenciosa, que ha persistido en el tiempo. Esa campaña es demonizar a los dirigentes sindicales. No todos son paradigmas ni ejemplo, pero no todos somos iguales. O podríamos decir que somos todos iguales pero no todos tan iguales”, aclaró, y alguien se quedó pensando. Los muchachos con pecheras de la UOM siguieron batiendo parches, y en el pueblo natal del petiso la noticia de la misa en su memoria, llevada a cabo el día anterior en Buenos Aires, pasó sin mayor comentario al igual que el detalle central: la asistencia a la misma de Carlos Menem, los hermanos Rodriguez Saá, Cecilia Pando y Juan Carlos Blumberg. Todavía inadvertido, el desfile no se detendría, y según un artículo del diario rosarino La Capital del 10 de octubre de 2007 Enrique Piragini, abogado y candidato a senador porteño por la lista que ese mes postuló a Alberto Rodriguez Saá a la presidencia de la Nación, pediría a la Corte Suprema de Justicia que "declare 'crimen de lesa humanidad' el asesinato del ex jefe sindical José Ignacio Rucci", argumentando que "la sociedad necesita conocer la verdad, máxime cuando se sospecha que algunos instigadores, autores, cómplices y encubridores podrían estar cumpliendo funciones de relevancia en el actual gobierno". A tono con esa posición, Aníbal Rucci señaló que a su padre era “necesario sacarlo del camino para acelerar el golpe de Estado”. Y ligó en el hecho a los dirigentes de Montoneros, sin mencionarlos ni tampoco contemplarlos como parte del peronismo, pero sí como funcionales a la dictadura iniciada en 1976: “Yo siempre digo, le duela a quién le duela, que estos líderes de extrema izquierda y de extrema derecha, como decía Perón, hay un punto en que se juntan. Y yo no tengo ninguna duda, por cómo después vinieron los acontecimientos, que muchos se fueron del país con alfombra roja”. La apreciación igualó la violencia guerrillera con el terrorismo estatal, y actualizó la teoría impuesta durante el alfonsinismo de los “dos demonios” chocando en un pie de igualdad. Si retrotraemos esa teoría a la época anterior al golpe del 24 de marzo de
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1976, contexto en que murió José Rucci, el resultado es uno: los “lideres de extrema izquierda”, en este caso de Montoneros, son lo mismo que la Triple A. No es para congraciarnos con los primeros, pero caben algunas preguntas: ¿por qué estos argumentos vienen ganando espacio público desde que se motorizaron juicios acerca del accionar de los grupos paraestatales organizados por el “Brujo” López Rega? ¿En qué se relacionan dichos argumentos con los carteles que hace un par de años amenazaron, ante el avance de los juicios, “no jodan con Perón”? ¿Qué hay de los grandes capitales que se beneficiaron con el terrorismo de Estado, por qué no se los menciona si su participación ha sido evidente?. Preguntas. Aníbal Rucci cerró su alocución pidiéndole “al señor presidente que haga todo lo necesario para reabrir la causa (del crimen de su padre) porque el pueblo argentino y su familia quieren saber quiénes fueron sus asesinos”. El público alcortense aplaudió, aunque faltara un dato importante, brindado por la legisladora justicialista Inés Pérez Díaz en una sesión de la Cámara de Diputados de la Nación, el 1º de diciembre de 2004: “A mediados de 1999, el hijo, la hija y quien fue la esposa de José Ignacio Rucci percibieron en el despacho del entonces ministro del Interior, doctor Carlos Corach, la indemnización pertinente, porque se comprobó en el dictamen del área de Derechos Humanos de ese ministerio que José Ignacio Rucci fue muerto por la Triple A. Por ese motivo, sus familiares fueron indemnizados y recibieron la reparación correspondiente. Eso me consta no sólo porque fui una de las firmantes de la resolución, sino también porque lo presencié junto al entonces ministro del Interior, quien saludó a los familiares”.
Ya casi no se duda sobre la responsabilidad de Montoneros en los sucesos de septiembre de 1973, pero para hacer efectivo el pago de la reparación histórica se requiere que el delito en cuestión haya sido perpetrado por el Estado, y la Triple A creció y actuó a la sombra del Estado. Al parecer, en esta elección de culpabilidad primaron otras consideraciones. Lejos de cerrarse, la historia aquí narrada vuelve al tapete con el intento de demostrar que las muertes a cargo de Montoneros también fueron planificadas desde la órbita estatal, concretamente durante la breve presidencia de Cámpora. Se sabe que el apoyo de la Tendencia al “Tío” fue manifiesto, y el tema es una tentación. Una voz amiga,
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mientras revisábamos estos datos, se animó con una broma: “¿Y si se comprueba eso hay gente que va a querer cobrar dos veces?”. Más allá de la humorada, este es un caso trascendente para el avance o retroceso de las investigaciones referidas al terrorismo de Estado, y al terrorismo económico que no se ensució las manos con sangre pero que sí hizo dinero a partir de esa sangre. Por eso, el asunto no puede reducirse a la puja de bloques del propio peronismo, aunque sin dudas lo involucre. Una visión “gorila” sólo puede desviar el eje de atención: que hubo un poder detrás del poder, y acerca de ello aún quedan muchos interrogantes sin respuesta. Cuando el presente trabajo entraba a imprenta, la campaña de la que Alcorta había sido testigo y escenario lograba su objetivo: la causa Rucci era reabierta, en sintonía con el argumento de que estaríamos ante un delito de "lesa humanidad". No fue menor en el último tramo de ese proceso el aporte del libro Operación Traviata, de Ceferino Reato. El texto señala como autores de la balacera de septiembre de 1973 a Julio Roqué, Marcelo Kurlat y Pablo Arrué, miembros de las organizaciones Montoneros y FAR, fusionadas oficialmente en octubre de dicho año, y muertos entre diciembre de 1976 y mayo de 1977, en el período de mayor represión de la última dictadura militar. Además, hace foco en funcionarios y legisladores del kirchnerismo, ligándolos de algún modo al crimen, y por añadidura en la militancia de los '70 y buena parte de los relatos que reconstruyen ese tiempo, por entender se trata de una "memoria selectiva". Pero tan interesante como eso es la puerta que estos discursos abren, y las que cierran, en nombre del "perdón y piedad" a los que suelen aludir, dos palabras que sientan bien tanto en las salas de prensa del Vaticano como en los despachos de cierta elite que no ha dudado en estar donde debía. En ese sentido, los responsables de la investigación que aquí concluye tampoco. Por eso decimos que el sur de Santa Fe fue el laboratorio, y luego el mapa de una cacería sostenida. La vida de Rucci se convierte entonces en un nexo para pensar cómo esta misma geografía, del radicalismo al justicialismo, barrió con sus sectores más dinámicos. Quiénes vencieron realmente. Qué queda después de la masacre. Qué ha sucedido con los modos y sentidos de organización de los trabajadores.
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“Yo tengo terror con estos sindicalistas”, finaliza Noemí Rucci, y de yapa afirma que igual no le importa, que ya llegará ese oscuro día de justicia. “¿Ellos creen que son eternos?: no son eternos. Que anden con los pies bien firmes, porque cualquier día los hacen sonar”, dice, y casi estallamos en cruel carcajada.
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FUENTES CONSULTADAS.
TESTIMONIOS. - Antognazzi, Irma. Historiadora y docente. - Argumedo, Alcira. Socióloga. - Arroyo, Marcelino. Ex obrero oficios varios. - Barchetta, Omar. Dirigente FAA. - Bayer, Osvaldo. Historiador y periodista. - Becerra, Irene / Yurkovich, Stana. Obreras textiles. - Beliera, Roberto. Músico. - Blaustein, David. Cineasta. - Bodrero, José. Abogado. - Boggino, Juan José. Psicoanalista. - Bonafini, Hebe. Presidenta de Asociación de Madres de Plaza de Mayo. - Bravo, Juan José. Productor mendocino. - Broto, Odilio. Ex presidente comunal de Máximo Paz. - Brunelli, Naldo. Dirigente sindical. - Buzzi, Eduardo. Presidente FAA. - Calarco, Juan Carlos. Productor correntino. - Caminos, Rodolfo. Ex combatiente de Malvinas. - Carreras, Mariano. Periodista. - Casalaba, Eugenio. Movimiento Agrario Misionero. - Chavero, Inés. Integrante de la Cooperativa de Trabajo Alcorta. - Columbich, Lenin. Ex obrero metalúrgico. - Cuellar, Juan Marcelino. Productor santiagueño. - Del Frade, Carlos. Periodista y escritor. - Devalle, Silvina. Psicóloga, Presidenta de la Cooperativa de Trabajo Alcorta. - Duhalde, Eduardo Luis. Secretario de Derechos Humanos de la Nación. - Eggimann, Julio. Militante político. - El Kadri, Envar “Cacho”. Militante del peronismo. - Galasso, Norberto. Historiador. - Galmarini, Ana. Movimiento de Mujeres en Lucha de Rosario.
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- Gelman, Juan. Poeta y periodista. - Gianeschi, Alberto. Ex secretario de Trabajo de Santa Fe. - Labrozzi, Enrique. Artista popular. - Larraquy, Marcelo. Periodista e historiador. - Lozano, Claudio. Economista y legislador nacional por Fuerza Porteña. - Lucero, Ema. Militante de Derechos Humanos. - Lucero, Juan “Chancho”. Militante del peronismo. - Madres de Plaza 25 de Mayo de Rosario. - Monterrubianesi, Cristina. Militante gremial docente. - Nuñez, Joaquín. Sacerdote franciscano. - Paulón, Victorio. Dirigente sindical. - Piccinini, Alberto. Dirigente sindical. - Rada, Roberto. Centro de ex-soldados combatientes en Malvinas. - Retamoso, Roberto. Profesor de la UNR. - Ríos, Juan. Sacerdote. - Rucci, Aníbal. Sindicalista. - Rucci, Noemí. Ama de casa. - Salmen, Miguel. Ex-secretario de gobierno de Santa Fe. - Sánchez. José. Dirigente sindical. - Solanas, Fernando. Cineasta. - Suárez, Marcos. Productor catamarqueño. - Tiscornia, Luis. Docente de la Universidad del Comahue. - Velazco, Luis. Militante político. - Zamboni, Horacio. Abogado. - Oficiales de la Policía de Santa Fe, que solicitan reserva de nombres. - Trabajadores y ex-trabajadores de Villa Constitución, San Nicolás, Rosario y Firmat, que solicitan reserva de nombres.
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DOCUMENTOS - Alumnos de 3º Año Polimodal. Escuela de Enseñanza Media Nº 425 Pablo Pizzurno. “Informe sobre casos de NN”. Melincué, 2003. - APDH La Plata. Juicio por la Verdad. Informe de Prensa. La Plata, septiembre de 1999. - Carta de José Ignacio Rucci a sus familiares desde la cárcel de Santa Rosa, La Pampa, el 27 de octubre de 1959 (gentileza Noemí Rucci). - Causa Nº 14.467. “Olmos Alejandro s/denuncia”. Resolución del Juez Federal Jorge Ballestero. Buenos Aires, Julio 2000. - Comuna de Alcorta. Libro de Actas. Período 1973/1983. - Comuna de Alcorta. Libro de ordenanzas. 1977/1981. - Comuna de Máximo Paz. Libros de Actas. Período 1976/1983. - Comuna de Máximo Paz. Libro de Resoluciones. Año 1979. - Estatuto de la Confederación General del Trabajo, aprobado entre el 28 de enero y el 1 de febrero de 1963. Bs. As., 1971. - Gutiérrez, Alicia. Proyecto de Ley. Cámara de Diputados de Santa Fe. Santa Fe, Abril 2004. - Indec. Censo Nacional de Población 2001. - Libreta Registro Civil matrimonio José Rucci-Eulogia Hermelinda Galzusta (gentileza Noemí Rucci). - Libro de Bautismos número 14. Parroquia Santiago Apóstol. Alcorta. - Libro de Clasificaciones Escuela Fiscal N° 180 Domingo Faustino Sarmiento. Archivo Escuela N° 181 Dr. Nicolás Avellaneda. Alcorta. - Organización de los Estados Americanos. Comisión Interamericana de Derechos Humanos. “Informe sobre la situación de los derechos humanos en Argentina”. Original en Español. Secretaría general OEA, Washington, Abril 1980. - Poema inédito “Aquel cine”, de Enrique Labrozzi (gentileza del autor). - “Proceso de Reorganización Nacional. Documentos básicos”. Presidencia de la Nación, 1976.
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