Colombia Prehispánica
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Descripción: Completo compendio sobre los estudios sociales (geográficos, políticos, arqueológicos, antropológicos y soc...
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COLOMBIA PREHISPÁNICA: REGIONES ARQUEOLÓGICAS Autor: Botiva Contreras, Alvaro; Groot de Mahecha, Ana María; Herrera, Leonor; Mora, Santiago Fecha de publicación: 1989 Editorial: 1989.; Bogotá; Colcultura; Instituto Colombiano de Antropología Parte de: Colección Orlando Fals Borda Palabras clave: Arqueología; Colombia; Indígenas de Colombia Temas: Arqueología; Indígenas de Colombia Lugar: Colombia
Descripción: La presente obra constituye un esfuerzo del Instituto Colombiano de Antropología por organizar la información existente sobre la historia prehispánica de Colombia, con el objeto de registrar las necesidades de investigación arqueológica en el país, para contribuir con ello, en la orientación futura de las tendencias investigativas de los profesionales en este campo, como una de sus varias tareas académicas. El impulso inicial que condujo a la culminación de la misma fue dado por el Doctor Roberto Pineda Giraldo quien en el año de 1985 era director del Instituto Colombiano de Antropología. Con el interés de producir un documento marco que le permitiera a la institución cumplir con la meta propuesta, se organizó un taller de trabajo sobre "El Estado Actual y las Necesidades de Investigación Arqueológica en Colombia", con el patrocinio de la Fundación de Investigaciones Arqueológicas Nacionales del Banco de la República, el cual se llevó a cabo en Bogotá en el mes de abril de 1985. Participaron en esta reunión, investigadores escogidos de acuerdo con su responsabilidad en la docencia de la arqueología en diversas universidades del país, o por su posición directiva en centros de investigación especializada en esta rama del conocimiento.
Nota editorial Los manuscritos para esta obra fueron entregados a finales de 1986. Dificultades, especialmente de índole presupuestal impidieron que se publicara en ese año. Aunque algunos de los capítulos fueron actualizados para incluir datos sobre publicaciones e informes inéditos aparecedios en 1987 y 1988, esto no fue posible en todos los casos. Los editores y autores de esta obra presentan excusas a aquellos investigadores cuyos trabajos más recientes no se mencionen.
INDICE INTRODUCCIÓN VER EL MAPA DE LAS REGIONES ARQUEOLÓGICAS
I. La Costa Atlántica Ana María Groot
El corredor costero Urabá-Alto Sinú La Depresión Momposina Guajira -Corredor César Sierra Nevada de Santa Marta Catatumbo Subregión Insular Balance General de la región
II. Valle intermedio del río Magdalena Gilberto Cadavid
Llanos del Huila y Tolima Subregión comprendida entre la desembocadura del río Bogotá y los raudales de Honda y Barrancabermeja Subregión comprendida entre Barrancabermeja y Morales Balance general de la región
III. El Macizo Central Antioqueño Gilberto Cadavid
Altiplanicie del Río Negro y Sonsón Valle del río Medellín Altiplanicie de Santa Rosa de Osos Balance general de la región
IV. La montaña santandereana Gilberto Cadavid
Cordillera de los Yareguies Valles longitudinales de los ríos Suárez y Fonce Cañón del Chicamocha Meseta y terrazas de la vertiente Occidental de la cordillera Oriental Páramos del Oriente Balance General de la región
V. La Altiplanicie Cundiboyacence Alvaro Botiva Contreras
Introducción Descripción geográfica Las ocupaciones prehispánicas El periodo lítico o precerámico El período Herrera El período Muisca Territorio del Zipa Territorio del Zaque
Territorios independientes Balance General de la región
VI. Cuenca montañosa del río Cauca Leonor Herrera
Alto Cauca Valle del Cauca Cauca Medio Cañón del Cauca Balance general de la región
VII. Costa del Océano Pacífico y Vertiente oeste de la cordillera occidental Leonor Herrera
Sub-región Pacífico norte Sub-región Pacífico sur Sub-región cordillerana Sub-región Mesa del Chocó Sub-región insular Balance general de la región
VIII. Macizo colombiano - Alto Magdalena Ana María Groot - Santiago Mora
Tierradentro Alto Magdalena Serranías de Garzón y Neiva Balance General de la región
IX. Macizo Andino del Sur Ana María Groot
Altiplano Nariñense Alto río Patía Balance General de la región
X. Llanos Orientales Santiago Mora
Llanos al sur del río Meta Llanos al Oriente del río Meta Llanos al occidente del río meta Balance general de la región
XI. Amazonía colombiana Leonor Herrera
Investigaciones arqueológicas Balance general de la región
Bibliografía general Bibliografía por región
La costa Atlántica Valle intermedio del río Magdalena El Macizo Central Antioqueño La montaña Santandereana La Altiplanicie Cundiboyacence Cuenca Montañosa del río Cauca Costa el Oceáno Pacífico y vertiente Oeste de la cordillera occidental Macizo colombiano - Alto Magdalena Macizo Andino del Sur Llanos orientales Amazonía colombiana
Introducción Ana María Groot de Mahecha La presente obra constituye un esfuerzo del Instituto Colombiano de Antropología por organizar la información existente sobre la historia prehispánica de Colombia, con el objeto de registrar las necesidades de investigación arqueológica en el país, para contribuir con ello, en la orientación futura de las tendencias investigativas de los profesionales en este campo, como una de sus varias tareas académicas. El impulso inicial que condujo a la culminación de la misma fue dado por el Doctor Roberto Pineda Giraldo quien en el año de 1985 era director del Instituto Colombiano de Antropología. Con el interés de producir un documento marco que le permitiera a la institución cumplir con la meta propuesta, se organizó un taller de trabajo sobre "El Estado Actual y las Necesidades de Investigación Arqueológica en Colombia", con el patrocinio de la Fundación de Investigaciones Arqueológicas Nacionales del Banco de la República, el cual se llevó a cabo en Bogotá en el mes de abril de 1985. Participaron en esta reunión, investigadores escogidos de acuerdo con su responsabilidad en la docencia de la arqueología en diversas universidades del país, o por su posición directiva en centros de investigación especializada en esta rama del conocimiento. Concurrieron los investigadores que a continuación se relacionan: Roberto Pineda Giraldo. Director del Instituto Colombiano de Antropología, Bogotá. Luis Duque Gómez. Director Ejecutivo de la Fundación de Investigaciones Arqueológicas Nacionales, Bogotá. Jorge Morales. Jefe del Departamento de Antropología de la Universidad de Los Andes, Bogotá. Gustavo Santos. Jefe del Departamento de Antropología de la Universidad de Antioquia, Medellín. Clemencia Plazas.Subdirectora Técnica del Museo del Oro, Bogotá.s Carlos Angulo. Universidad del Norte, Barranquilla. Julio César Cubillo. Universidad del Valle, Cali. Gonzalo Correal. Instituto de Ciencias Naturales de la Universidad Nacional, Bogotá. Héctor Llanos. Departamento de Antropología de la Universidad Nacional, Bogotá. Carlos Humberto Illera. Departamento de Antropología de la Universidad del Cauca, Popayán. Neyla Castillo. Departamento de Antropología de la Universidad de Antioquia, Medellín. Héctor Salgado. Instituto Vallecaucano de Investigaciones Científicas, Cali.
Alvaro Botiva. Instituto Colombiano de Antropología, Bogotá. Leonero Herrera. Instituto Colombiano de Antropología, Bogotá. Ana María Groot de Mahecha. Instituto Colombiano de Antropología, Bogotá. Gerardo Ardila. Fundación de Investigaciones Arqueológicas Nacionales, Bogotá. En desarrollo de este taller se revisó un documento de trabajo que fue presentado a consideración de los participantes por los arqueólogos del Instituto Colombiano de Antropología, se evaluó la información en éste contenida, y como resultado de las deliberaciones, se hicieron importantes observaciones al mismo, que ayudaron a precisar datos y marcaron una pauta en la estructura de la presente obra. Con las múltiples contribuciones de los estudiosos que expusieron sus conocimientos e ideas en el taller, a la par que con una exhaustiva revisión bibliográfica sobre el tema, se busca con este escrito, presentar al lector un documento de útil referencia sobre el estado actual de la investigación arqueológica en el país. Al tomar en cuenta el territorio que comprende hoy la República de Colombia e intentar trazar una historia desde su más remoto pasado, a la vez de organizar la información que existe al respecto, se encontraron tres dificultades iniciales. En primera instancia, la heterogeneidad geográfica del territorio señalaba una constante dentro de la cual, la adaptación del hombre produjo respuestas diferentes que incidieron en la pluralidad de los desarrollos culturales del pasado. De otra parte, se observó la imposibilidad de asimilar zonas a territorios étnicos de la antiguedad, dada la existencia de un vector diacrónico, que indicaba cambios en las fronteras y procesos de desaparición y reemplazo de unos grupos por otros. Por último, fue extremadamente notoria la existencia de zonas aún inexploradas o muy precariamente conocidas, en oposición a otras con numerosos datos y una larga tradición en investigaciones. Los anteriores planteamientos obligaron a la búsqueda de principios organizadores de la información, con el fin de dar coherencia al discurso arqueológicohistórico. Dos vectores, que corren paralelos sirven para organizar la información: El Espacio y El Tiempo. Tomados como referencia permiten su sectorización de acuerdo a sucesos considerados como relevantes en la historia de la cultura. Del manejo de cada uno de estos vectores, así como del énfasis con que sean tratados se obtendrá un enfoque del pasado. En la organización de este escrito, dadas sus características, se recurrió a tratar la información por regiones según criterios geográfico-culturales , referidos los datos al factor tiempo, en donde el nivel de los estudios lo permite. La agrupación del conocimiento por regiones no busca de ninguna manera el identificar regiones con ciertos rasgos geográficos, con procesos o etapas que se puedan considerar de carácter determinista. La discusión no gira en torno a la independencia o la dependencia del hombre con respecto al medio, transcurre alrededor del dato básico con el cual se cuenta para cada una de las zonas demarcadas. De otra parte, no se intenta ignorar o dejar de lado el sentido procesual de la historia. La región solamente
representa en este caso, una herramienta conceptual y metodológica, que permite la exposición de los datos de una manera sistemática. Durante el proceso de elaboración de este documento, los autores tuvieron varias discusiones acerca de la estructura que debía seguirse para organizar la información de cada región, en un esfuerzo por darle uniformidad a éste. Inevitablemente, cada uno tenía ideas diferentes no tanto sobre la clase de información que era necesario incluir, sino sobre el orden y la presentación de la misma. Más aún, los autores vieron que no les quedaba fácil manejar de la misma forma cada una de las regiones cuyo tratamiento temían a su cargo, debido a que el material que requerían procesar para las mismas variaba notablemente en su estado de elaboración. El texto de cada región cubre los temas que a continuación se relacionan, resueltos paras cada caso en forma un poco distinta; el orden puede variar, y en ocasiones se desarrollan a nivel general de región, en otras de subregión. 1. Descripción de las Características geográficas de la región. 2. Recuento de las investigaciones realizadas, con mención de sus autores. 3. Resumen de la información para cada región obtenida a través de las varias investigaciones. En cada texto se incluyeron cuadros en donde se acopia la mayoría de las fechas de radio carbono que ilustran los datos. 4. Balance de esta información en términos de generalizaciones posibles, problemas y necesidades de investigación futura. 5. Bibliografía, seleccionada de acuerdo con los puntos anteriores. La confusión prevalente en el uso de ciertas palabras comunes en escritos arqueológicos, se refleja inevitablemente en este documento, por la indiscriminada utilización dada por los autores en los textos consultados. Complejo, estilo, fase, tradición, cultura, horizonte, son términos que tienen una clara connotación conceptual y con frecuencia se usan en forma intercambiable, aún en un mismo escrito. Algo similar ocurre con el uso de conceptos relacionados con periodización, paleoindio, arcaico, precerámico, formativo, desarrollo regional, cacicazgos, pre-clásico e integración entre otros. Evidentemente sobre estos dos puntos se observa la necesidad de homologar criterios. Sin embargo, ambos problemas se salen del objetivo de este documento, pero no deben ignorarse. Finalmente, cabe señalar que el proponer una regionalización del país que sea funcional para la historia prehispánica es un intento difícil. La información disponible es insuficiente y al final queda la duda sobre si las regiones establecidas corresponden, por lo menos en buena parte, a la realidad teniendo en cuenta que el período de tiempo al cual se aplicaría un modelo de esta clase comprende varios miles de años. Lapso durante el cual se generaron diferentes desarrollos culturales, que a veces se superpusieron y que tuvieron una distribución espacial oscilante.
Sin embargo, definir regiones y acopiar la información existente sobre ellas, aún dentro de un panorama tan complejo geográficamente y heterogéneo culturalmente como el de la prehistoria colombiana es, sin lugar a dudas, una premisa para el ordenamiento y orientación de la investigación. El Instituto Colombiano de Antropología contribuye con esta obra al planteamiento anteriormente expuesto y espera que de la lectura de la misma se propongan tareas concretas que puedan resultar en el enriquecimiento y consolidación del conocimiento sobre la historia de aquellos grupos humanos que vivieron en el pasado, sin importar que tan lejanos o cercanos de nosotros se encuentren en el tiempo, pero que hacen parte de nuestra identidad nacional.
I. La Costa Atlántica Por: Ana María Groot
Importancia arqueológica de la región El corredor costero Urabá-Alto Sinú La Depresión Momposina Guajira -Corredor César Sierra Nevada de Santa Marta Catatumbo Subregión Insular Balance General de la región
Esta región limita por el Norte con el mar Caribe, por el Sur con el sistema andino alto; por el Oriente con la Sierra Nevada de Santa Marta, la Guajira y la Cordillera Oriental; y, por el Oeste con las últimas estribaciones de la Cordillera Occidental, que representa la zona de transición hacia la húmeda llanura del Pacífico. En su límite Sur se destaca la depresión Momposina, donde convergen el río Magdalena y el río Cesar por la derecha; el Cauca y el San Jorge por la izquierda. Excepción hecha de la Sierra Nevada de Santa Marta, predomina en la región un sistema suavemente ondulado, de bajas montañas, cuyas alturas no pasan de los 300 metros sobre el nivel del mar. (Guhl, 1976: 147). La temperatura promedio anual en toda la llanura del Caribe es superior a 270C. Entre los suelos se destacan grandes regiones aluviales en las partes inferiores de los grandes ríos Sinú, San Jorge, Cauca y Magdalena; y, un cinturón de la misma textura al pie de las montañas altas. Hacia el Noreste, a medida que disminuye la precipitación anual, crece la oscilación diurna, hasta alcanzar su máximo (más o menos 20C) en la subregión semidesértica de la Guajira. Hacia el Sur, a medida que aumenta la precipitación, se incrementa también ligeramente la temperatura y disminuye la oscilación, excepto en la zona que queda bajo la influencia de la sombra seca de la Sierra Nevada de Santa Marta. En consecuencia, se observa partiendo de la costa al interior, primero, que el ambiente xerófilo es reemplazado por el mesófilo, propicio para la agricultura; luego en la zona selvática y limítrofe con la región montañosa andina que representa una zona fitogeográfica de separación entre los Andes y la llanura del Caribepredomina un clima bochornoso caracterizado por la alta y permanente lluviosidad (más o menos 3.500 mm), las altas temperaturas, y el poco movimiento atmosférico. En el extremo nororiental se da la situación opuesta, con lluviosidad baja en sólo algunos meses. Los fuertes vientos y la casi constante insolación durante gran parte del año, provocan la sequía y con ella la implantación de un sistema semi-nómade, de traslado anual del ganado hacia los valles, con playones húmedos, de sus grandes ríos (Guhl, 1976: 147-148).
Esta amplia región se subdivide en siete subregiones, de acuerdo con características geográficas y culturales: Corredor Costero, Urabá -Alto Sinú, Depresión Momposina, Guajira- Corredor Cesar, Sierra Nevada de Santa Marta, Catatumbo y Región Insular. Importancia Arqueológica de la Región La región de la Costa Atlántica fue en época muy antigua, anterior al advenimiento de Cristo, como lo atestiguan los vestigios arqueológicos, un foco de desarrollo cultural de importante trascendencia, "cuyos procesos influyeron de un modo decisivo sobre el curso de la evolución de las sociedades indígenas en una muy extensa zona de América". (Reichel-Dolmatoff, 1982: 48). Los primeros pobladores de esta región la ocuparon en el pleistoceno tardío y holoceno temprano, según se infiere de los hallazgos de puntas de proyectil e industrias líticas simples, que parecen corresponder a la etapa paleoindia, caracterizada por la presencia de cazadores y recolectores tempranos. Estas evidencias culturales sugieren que la costa Atlántica sirvió como corredor de paso y de dispersión, en varios sentidos, de grupos humanos que una vez cruzado el Istmo de Panamá siguieron en dirección Oeste-este por el corredor costero o se adentraron por el Chocó, y por los valles de los ríos Magdalena y Cauca en dirección NorteSur. Ya en el holoceno, las condiciones variadas que ofrecía la región, con sus lagunas y esteros, sus ríos y colinas, permitieron y estimularon el establecimiento de grupos humanos que dieron inicio a una forma de vida sedentaria, a prácticas agrícolas y al posterior desarrollo de la vida aldeana (Reichel-Dolmatoff, 1982). Para la época que precede al comienzo de la era cristiana, los grupos humanos que poblaron la costa Atlántica, poseían ya un profundo conocimiento de los varios microambientes de la región y una larga tradición agrícola, que los condujo, a una diversificación cultural que se reflejó en un notable regionalismo y en la conformación de instituciones económicas, sociales y religiosas propias. A continuación se dará énfasis a los desarrollos culturales sobre los cuales hay referencias, considerando cada una de las subregiones separadamente. El Corredor Costero Incluye una amplia zona de sabanas y colinas bajas entre el mar Caribe al Norte y la depresión Momposina al Sur. Hacia el Oeste se extiende hasta el río Sinú en sus cursos medio y bajo; y por el Este hasta la Sierra Nevada de Santa Marta, la cuenca baja del río Arigüani y el llamado "territorio de los Chimila" . Investigaciones Arqueológicas Son escasos los datos referentes a la etapa de cazadores y recolectores tempranos en esta subregión, y sólo se dispone de hallazgos ocasionales de unas pocas puntas de proyectil y algunos conjuntos o industrias de artefactos líticos. Puntas de proyectil, carentes de un contexto de hallazgo se han referenciado en los sitios de Santa Marta, Mahates y la laguna
de Betancí. Se caracterizan por una talla bifacial y algunos retoques secundarios, aunque varían en forma y en detalles de su técnica de manufactura. (Reichel-Dolmatoff, 1965). En la categoría de industrias líticas, formadas por un número más o menos elevado de instrumentos tallados de lascas o de núcleos desbastados, se han registrado sitios en el Canal del Dique, cerca a Cartagena (Reichel-Dolmatoff, 1982: 42) y en las estaciones de Puerta Roja 1 y Villa Mery, en las proximidades del municipio de San Cayetano (Correal, 1977). Se destaca además, en el sitio de San Nicolás de Barí (bajo río Sinú), la presencia de artefactos de silex trabajados rudimentariamente con un mínimo de retoques secundarios por presión, sin estar asociados a cerámica ni a piedra pulida (Reichel-Dolmatoff, 1957: 134). La mayoría de estas industrias carecen de datación. Se requiere ampliar los estudios y realizar excavaciones estratigráficas para determinar su verdadero significado y posición cronológica. Hacia el cuarto milenio antes de Cristo, los pobladores de las tierras bajas de la costa Atlántica, habían logrado adaptarse a distintos ambientes: marino, ribereño, lacustre, sabanero y selvático. Como expresión de esta época se destacan los materiales excavados en los sitios de : Monsú, Puerto Hormiga, Canapote y Barlovento, cuya importancia estriba en la escala cronológica detallada que forman, la cual abarca desde los comienzos del cuarto milenio, hasta el primero antes de Cristo y representa secuencias de desarrollo cultural que, por sus múltiples características adquiere un valor que va mucho más allá de la Costa Atlántica Colombiana (Reichel-Dolmatoff, 1982). En Puerto Hormiga, hoy Puerto Badel, a unos 300 metros de la orilla oriental del Canal del Dique, en el departamento de Bolívar, Reichel-Dolmatoff, excavó un yacimiento tipificado por una acumulación de conchas marinas entremezcladas con artefactos líticos, óseos y con fragmentos de cerámica caracterizada por el uso de desgrasante vegetal, adornos modelados y decoración incisa, que presenta un nivel bastante desarrollado, lo que hace suponer que los comienzos del arte alfarero se pueden remontar a épocas aún anteriores. Entre los artefactos líticos figuran principalmente piedras con pequeñas depresiones ovaladas, que sirvieron de yunques para romper semillas duras; placas de piedra arenisca y granulosa, que sirvieron de base para moler o triturar materiales blandos; lascas de filo cortante, raspadores, golpeadores y pequeñas manos de triturar y machacar *. * El sitio fue excavado en dos temporadas llevadas a cabo en los años 1961 y 1963. La primera patrocinada por el Instituto Colombiano de Antropología y la segunda por la Universidad de los Andes. Los pobladores recolectaban moluscos del litoral y complementaban su dieta con la caza de especies pequeñas y la recolección de frutos vegetales. La ocupación de Puerto Hormiga, por fechas de radio carbono, se ubica entre 3090 ± 70 a.C. y 2552 a.C., lo cual indica una ocupación de más de quinientos años, sin mayores cambios en su composición cultural. Al parecer ocupaban el conchero sólo por temporadas (Reichel-Dolmatoff, 1965).
En el año de 1956 Reichel-Dolmatoff (1965) encontró en el sitio Bucarelia, cerca de Zambrano a orillas del río Magdalena, un complejo cerámico parecido al de Puerto Hormiga; pero allí, los antiguos pobladores eran pescadores y recolectores ribereños y lacustres. La variada secuencia registrada en los yacimientos de Monsú, Canapote y Barlovento indica que sus antiguos pobladores sabían explorar eficazmente los múltiples recursos de los ambientes ecológicos, y habían desarrollado diversos modos de subsistencia. Canapote y Barlovento, muestran, al igual que Puerto Hormiga, la adaptación a un ambiente de literal de grupos que dependían principalmente de la recolección de moluscos. El primero, excavado por Bischof, es un gran conchero de forma anular, localizado en la Ciénaga de Tesca y fechado en 1940 años a.C. Barlovento, excavado por Reichel-Dolmatoff en el año 1954, está formado por seis concheros, dispuestos en un círculo y unidos por sus bases cuya ubicación temporal está dada por fechas de radiocarbono entre 1560 a.C. y 1030 a.C. (Reichel-Dolmatoff, 1955; 1982: 50). Monsú, en la margen de una ciénaga de la última vuelta del Canal del Dique, excavado por Reichel-Dolmatoff en 1974, se caracteriza por una gran acumulación, en forma anular, de desperdicios culturales, relacionados con una dieta vegetal y no tanto de moluscos. Es relevante la presencia de grandes azadas que señala que sus habitantes ya labraban la tierra y probablemente cultivaban algunas raíces como la yuca (1985). En este yacimiento se estableció una prolongada secuencia cultural que comienza en época muy anterior al desarrollo de Puerto Hormiga, incluye el Período Canapote y concluye con el Período Barlovento. En dicha secuencia se distinguen varios pisos de ocupación, denominados por Reichel-Dolmatoff (1985) Períodos Turbana, Monsú, Pangola, Macavi y Barlovento. Los Períodos Turbana y Monsú, constituyen una fase de desarrollo del montículo y sus vestigios culturales pertenecen esencialmente a un solo desarrollo coherente. La parte tardía del Período Monsú tiene una fecha de radiocarbono de 3350 ± 80 años a.C., mientras que el Período Pangola que le sigue, está fechado aproximadamente en 2250 ± 80 años a.C. Entre Monsú y Pangola hay un intervalo temporal de 1100 años durante el cual el montículo estuvo deshabitado. Fue durante este lapso cuando se desarrolló la cultura de Puerto Hormiga en la vecindad del montículo de Monsú, entre 3090 ± 70 a.C. y 2252 ± 250 a.C. La cerámica de Puerto Hormiga no está representada en el montículo durante el intervalo que marca la desocupación temporal del mismo (Reichel-Dolmatoff, 1985). La ocupación humana que cronológicamente le sigue a Pangola, corresponde al Período Macavi. Para este período es aplicable, una fecha de radiocarbono de 1940 ± 100 años a.C. obtenida por Bischof (1966) para el sitio de Canapote, ya que el material cerámico que lo representa está estrechamente relacionado con el Período Canapote definido por el mismo investigador. Entre el Período Macavi y el Período Barlovento, último en la secuencia del montículo, parece que hubo cierta continuidad, la acumulación de residuos culturales de la ocupación Barlovento, cubre toda la superficie del montículo y su posición cronológica se referencia respecto al sitio tipo de Barlovento. Además se cuenta con una fecha, para uno de los entierros intrusos que perforaron el montículo, de 850 a 80 años a.C., posterior al
abandono del montículo, al terminar el período Barlovento (Reichel-Dolmatoff, 1985: 4647). La cerámica de este montículo que representa los Períodos Turbana y Monsú corresponde a la cerámica decorada más antigua del continente, y se trata principalmente de tipos incisopunteados. La decoración incisa es sumamente profunda y no corresponde a lo característico de un formativo temprano. De acuerdo con la propia expresión de Reichel-Dolmatoff, "tanto por su tecnología relativamente competente, como por su decoración estilísticamente coherente, se trata de un producto que debe basarse en una larga tradición previa" (1985:117). No se parece en nada a la del complejo alfarero de Puerto Hormiga, representa una tradición diferente, sin desgrasante vegetal, y sus motivos decorativos sugieren otras múltiples tradiciones e influencias. En el Período Macavi aparecen además de las categorías cerámicas establecidas para el sitio de la Ciénaga de Tesca, numerosos elementos nuevos que señalan que se trata de una época en que las tradiciones cerámicas eran ya muy variadas. El período final del sitio de Monsú, caracterizado por un complejo cerámico relacionado con Barlovento, representa una dependencia alimenticia mayor, en pescado y fauna terrestre de la región, y no en moluscos (Reichel-Dolmatoff, 1985). Manifestaciones culturales representativas de la secuencia Monsú, Puerto Hormiga, Canapote, Barlovento, se encuentran desde el golfo de Urabá hasta la baja Guajira y en el bajo río Magdalena hasta el Banco y la laguna de Zapatosa (Reichel-Dolmatoff, 1965: 1982). Recientemente fue registrado un sitio denominado el Pozón en las Sabanas de San Marcos, Sucre, con material cultural relacionado con los anteriores, que data del año 1.700 a.C. (Plazas y Falchetti, 1986:16-20). De otra parte, el arqueólogo A. Oyuela contribuye con nuevos datos sobre esta época formativa, al referenciar dos sitios en la Serranía de San Jacinto, departamento de Bolívar. Uno de ellos, San Jacinto I, presenta cerámica con desgrasante de fibra vegetal y decoración incisa sencilla, fechada en 3.750 ± 430 años a.C. (1987:6). El otro, San Jacinto II, se caracteriza por cerámica con desgrasante tanto de fibra vegetal como de arena y decoración muy recargada utilizando como técnica la incisión panda y ancha (1987:10). Por comparaciones con el material arqueológico de los otros sitios de esta época, con los cuales presenta similitudes, considera que San Jacinto II podría ubicarse temporalmente entre el lapso de 3.000 y 2.000 años a.C. Al analizar las evidencias que le permiten inferir sobre la base de subsistencia de los dos sitios, considera que la caza menor y la pesca al igual que la recolección de nueces y caracoles ocupaba un lugar secundario, y esboza una posible hipótesis de agricultura incipiente de yuca brava en San Jacinto I y una manifestación temprana de agricultura de maíz en San Jacinto II (Oyuela, 1987:16).
La costa Atlántica y el bajo Magdalena, por el crecido número de sistemas ecológicos que ofrecen, ricos en recursos, desempeñaron un papel relevante en la adaptación de grupos humanos al medio, y en la implementación de sistemas hortícolas que permitieron la vida aldeana, en el segundo milenio antes de Cristo. Ejemplo de esta nueva forma de adaptación es Malambo (al borde de una laguna al sur de Barranquilla, cerca de la orilla Occidental del río Magdalena), sitio investigado por C. Angulo, a partir de 1957. Se trata de los vestigios de una población ribereña y sedentaria, que aparece hacia el año 1120 a.C., en los que se encuentra cerámica, más rica en formas que la de los períodos anteriores, caracterizada por elementos modelados, delimitados por anchas incisiones. En rasgos como éste, se relaciona con la cerámica de Barrancas, en el bajo río Orinoco (Venezuela), sitio habitado en una época contemporánea a la de Malambo (ReichelDolmatoff, 1982). En Malambo se registraron con profusión fragmentos de grandes platos planos, "budares", que se asocian con la preparación del cazabe, o pan de harina de yuca. Al parecer, los habitantes basaban su subsistencia en el cultivo de la yuca y dependían en alto grado de la pesca; con caza ocasional. La cronología identifica este sitio con los primeros ensayos de vegecultura, con testimonios de la presencia de yuca (Manihot esculenta) en el año 1130 a.C. (Angulo, 1981). Malambo señala un cambio en el poblamiento temprano del litoral Caribe: los grupos se alejan del mar y de los esteros y se asientan a lo largo de los ríos y en las orillas de las grandes lagunas de los ríos Magdalena y Sinú, principalmente. Reorientación que implicó una modificación en aspectos cualitativos de la subsistencia. La fauna de ambiente marino y de litoral fue reemplazada por fauna de agua dulce; y la mejor calidad de las tierras aluviales húmedas, propiciaron una experimentación agrícola y el desarrollo de una agricultura más eficiente y variada (Reichel-Dolmatoff, 1982: 5758).
La perspectiva de esta tradición cultural se enriqueció con el descubrimiento del sitio Los Mangos (municipio de Sabana Grande), que en el río Magdalena representa la fase mas antigua de Malambo. (Angulo, 1981). Momil, ubicado en la margen Nororiental de la Ciénaga Grande en el bajo río Sinú, es otro yacimiento arqueológico, sistemáticamente estudiado por los esposos Reichel-Dolmatoff (1956), que tipifica bien la etapa de adaptación lacustre y ribereña, atestigua un largo período de ocupación humana y fuerte incidencia en los desarrollos de la Costa Atlántica colombiana y de regiones vecinas. Allí se encontró una secuencia que mostró un cambio significativo, fundamentalmente en la base de subsistencia de sus antiguos habitantes. En la primera parte de esta secuencia, fechada para sus comienzos en unos 170 años a.C. se registraron numerosos fragmentos de platos, que indican el cultivo de la yuca y, muchas esquirlas de piedra muy dura que probablemente hacían parte de rallos o instrumentos similares usados en la preparación de raíces; además, huesos de mamíferos, aves acuáticas, reptiles y anfibios, representados los últimos en restos de caparazones de tortugas de agua dulce. La cerámicas es muy variada en formas, tales como vasijas de silueta compuesta, vasijas globulares, cuencos y recipientes de base anular, entre otras (Reichel-Dolmatoff, 1982:59). En la segunda parte de la secuencia, cronológicamente más reciente, al paso que disminuyen los elementos que atestiguan el cultivo de la yuca, aparecen los grandes metates y manos de moler, platos y tinajas de cerámica, indicativos del cultivo del maíz; también, vasijas trípodes con soportes macizos o huecos mamiformes y vasijas con reborde basal (Reichel-Dolmatoff, 1982:66). En la cerámica de Momil, predomina la decoración incisa, con gran diversidad en los motivos, y la pintada, bicroma (negro sobre blanco o negro sobre rojo), policroma (negro y rojo sobre blanco) y negativa. Momil y el período cultural que representa, marca el paso del cultivo de raíces al de semillas, lo cual no implica solamente reemplazar un elemento por otro, sino un cambio en los procedimientos agrícolas, de trascendencia para las nuevas formas de desarrollo social (Reichel-Dolmatoff, 1982:60). En Momil se aprecian rasgos que anotan cierta especialización artesanal, diferencias en los adornos personales, y se deducen actividades rituales posiblemente relacionadas con la fertilidad y la curación de enfermedades, todo ello probablemente relacionado con una jerarquización social y el surgimiento de un grupo de especialistas en artes y oficios (ReichelDolmatoff, 1982:62). Manifestaciones arqueológicas comparables con Momil se hallan en muchos lugares de la costa Atlántica. Reichel-Dolmatoff se refiere a las regiones de los ríos Mulatos, San Juan y Canalete; entre el Golfo de Urabá y la hoya del río Sinú; las lagunas del río San Jorge y la ancha región del bajo río Magdalena en donde se destacan los lugares de El Banco, Zambrano
y Calamar (1982:63). En el Golfo de Morrosquillo, el sitio "Marta", es descrito por Ortiz Troncoso y Santos como relacionado culturalmente con Momil (1985: 34-38). De acuerdo con Reichel-Dolmatoff fue el desarrollo del cultivo del maíz, lo que permitió a habitantes ribereños y costaneros que dependían de la combinación de recursos acuáticos y del cultivo de la yuca, retirarse de los ríos y avanzar sobre las laderas montañosas del sistema andino, dando paso a una vida más estable, una diversificación cultural, y un notable regionalismo (1965, 1982). Hasta aquí se han tratado los yacimientos arqueológicos tomados como base para la definición de una amplia etapa formativa, en la cual se inicia el sedentarismo, se desarrolla la agricultura y se establece la vida aldeana. No todos están estudiados sistemáticamente y algunos se conocen sólo por recolecciones de material de superficie. A continuación se hará referencia a los desarrollos culturales que tienen una evolución posterior al advenimiento de Cristo, algunos de los cuales se prolongan hasta la Conquista. Las investigaciones de Gerardo y Alicia Reichel-Dolmatoff (1957) en el curso medio del río Sinú definieron dos complejos culturales, conocidos como Ciénaga de Oro y Betancí. El yacimiento de Ciénaga de Oro, en la proximidad de una laguna, consiste en acumulaciones de basura de viviendas que al parecer formaban una población nucleada de una extensión de unos 500 por 300 metros (1957: 85). Parte del material cultural señala un parentesco con Momil II, pero otros elementos tienen un desarrollo muy marcado que se presenta en culturas cuya posición cronológica es tardía respecto a Momil. Se trata de copas pandas de pie tubular, bases coronarias; vasijas pandas con decoración interior; bordes anchos con lóbulos o triángulos modelados que salen horizontalmente (1957: 128). Según Foster y Lathrap estos elementos que no tienen relación con Momil, forman parte de una ramificación tardía de la expansión barrancoide (1977). El complejo Betancí es un desarrollo tardío que está atestiguado por la comparación con los datos de los cronistas del siglo XVI. La pauta de poblamiento se caracterizaba por aldeas en diversos ambientes: ribereños (lagunas, ríos grandes y arroyos), en terrenos planos; y se construían túmulos para entierro (Reichel-Dolmatoff, 1957). Por los cronistas se sabe que eran hábiles orfebres, lo cual ha sido a su vez constatado por la arqueología (Falchetti, 1978; Legast, 1978, 1985). Al parecer este complejo se difundió sobre la extensa región del curso medio del río Sinú, y casi toda la hoya del río San Jorge, entre el Sinú y el río Magdalena (Reichel-Dolmatoff, 1957: 130). En el curso bajo del Sinú, Reichel-Dolmatoff (1957) menciona varios sitios que guardan un marcado parentesco estilístico y tecnológico, en lo que se refiere a la cerámica, con el complejo de Tierra Alta, del alto Sinú. Sin embargo, por la escasez de materiales y por no haberse hallado ninguna superposición estratigráfica, es difícil reconocer una eventual secuencia. El sitio de Crespo, en inmediaciones de Cartagena, ejemplifica una forma de vida observada en las bahías y en las islas costaneras entre la desembocadura del río Magdalena y el Golfo de Urabá, consistente en agrupaciones de pescadores y agricultores establecidos en pequeñas
aldeas y campamentos (Reichel-Dolmatoff, 1982:85). En este yacimiento, excavado por Alicia Reichel-Dolmatoff (1954), los complejos cerámicos descritos incluyen budares, vasijas pandas para triturar condimentos, copas y platos con bases anulares, ollas globulares con cuello restringido y pequeñas figurinas antropomorfas. La decoración se caracteriza por motivos simples, incisas o punteadas y en ocasiones caras humanas moldeadas. Se encuentran hachas y azadas tanto de piedra pulida como de grandes conchas, que probablemente fueron utilizadas en la agricultura, en la manufactura de canoas, y en la extracción de almidón de los troncos de las palmas. También es notoria la presencia de piedras de moler. Se observan relaciones tipológicas con los complejos culturales del bajo Magdalena y, en algunos rasgos se vislumbran posibles contactos con culturas de la costa venezolana y de Panamá. Este sitio ha sido fechado en la última parte del siglo XIII después de Cristo y se cree que corresponde a las poblaciones que encontraron los españoles en el siglo XVI (Reichel-Dolmatoff, 1982: 85-86). En el área del bajo Magdalena, en la desembocadura del río Cauca, Reichel-Dolmatoff registró en 1953, restos de poblaciones con grandes acumulaciones de basura y otros vestigios que indican la presencia de grupos que combinan la agricultura con la caza, la pesca y la recolección de recursos silvestres. Son de señalar los sitios de Plato y Zambrano, en donde, con recolecciones de superficie, se identificó una tradición de alfarería incisa que al parecer tiene una posición cronológica reciente (1954). La cerámica de Tenerife, difiere de la de estos dos sitios y se observa un cierto parentesco con algunos de los complejos del río Ranchería (Reichel-Dolmatoff, 1954). En el municipio de Pedraza, en el sitio Guaiquirí, L. Reines registró vestigios de un pueblo sedentario dependiente del medio semi-acuático, con una tradición cerámica incisa (Reines, 1985). Para este sitio existen dos fechas citadas por Plazas y Falchetti de Sáenz (1981), asociadas a los tipos cerámicos del complejo Plato-Zambrano, una del siglo XVI y la otra del siglo XIX, esta última muy tardía. Grandes áreas cubiertas de conchales fueron registradas por Reichel-Dolmatoff (1955) en la franja litoral de la Isla de Salamanca, que alcanzaban más de 6 metros de altura, y en cuyas capas superiores se encontraban numerosos fragmentos, de cerámica Tairona II, y de las culturas del río Magdalena. Muchos de estos conchales, con excepción de los que existen en Tasajeras y Palmira, fueron destruidos o alterados durante la construcción de la carretera Barranquilla-Santa Marta (Angulo. 1978). Sobre las zonas antes citadas y sobre las orillas de la Ciénaga Grande de Santa Marta, se dispone de varios estudios. En 1961, H. Bischof hizo un corte en Mina de Oro, sitio ubicado a unos dos kilómetros al oriente de la desembocadura del río Fundación. Los resultados de esta experiencia le sirvieron junto con otros, para proponer la tesis de un período temprano para la cultura Tairona, denominado Nahuange. En este yacimiento se obtuvo una fecha de 487 años d.C. (Bischof, 1969).
En 1975, los arqueólogos D. Sutherland y C. Murdy hicieron un reconocimiento de la Isla de Salamanca y efectuaron excavaciones en los sitios de Cangarú y Caimán. En el registro reconocieron influencias del área del bajo Magdalena, y contactos con la cultura Tairona. En la Ciénaga Grande y la Ciénaga de Pajaral, que se encuentran conectadas y forman una unidad lacustre, son frecuentes extensos conchales, mezclados con cerámica, artefactos líticos y restos óseos de fauna. Allí realizó C. Angulo (1978) una exploración, de la cual obtuvo varias colecciones de superficie. Excavó, además, en los sitios de Palmira, Tasajeras y Los Jagüeyes (Isla de Salamanca), en Loma de López (orilla Oriental de la Ciénaga Grande) y en las Islas Cecilio y Tía María (complejo lacustre de Pajaral). Los conchales estudiados hablan de una ocupación tardía por grupos humanos, que tenían campamentos tanto estacionales como permanentes. El asentamiento más antiguo de la Isla de Salamanca es el sitio los Jagüeyes fechado en el siglo IV de nuestra era. Son posteriores los asentamientos de Palmira (siglo VI d.C.) y Tasajeras (siglo X d.C.). En la Ciénaga Grande el primer asentamiento humano -Mina de Oro- ha sido fechado en el siglo V d.C. Loma de López se inicia en el siglo XI d.C. y su historia parece subsistir hasta la época de la conquista (Angulo, 1978:164-165,122). A partir de la estructura de los cortes y del análisis del material, se distinguieron dos períodos de ocupación. El primero y más antiguo corresponde a comunidades de tradición agrícola, y el más reciente, a grupos con economía de pescadores. Los grupos agrícolas que se asentaron en la Isla de Salamanca y luego a orillas de la Ciénaga, procedentes al parecer en el primer caso, de las tierras planas que se extienden entre el piedemonte occidental de la Sierra Nevada de Santa Marta y la orilla oriental de la Ciénaga, y en el segundo del bajo Magdalena, reorientaron la base de su subsistencia hacia la pesca y la recolección de moluscos. En la ocupación más reciente se evidencia un estrecho contacto con los grupos tardíos de la Sierra Nevada de Santa Marta (Cultura Tairona) (Angulo, 1978:166-167). Recientemente, el investigador C. Langebaek, realizó excavaciones en antiguas terrazas aluviales en el bajo río Córdoba a lado y lado de la desembocadura del río y en una colina próxima a esta, en predios de la Hacienda Papare. Como resultado de su estudio se definen tres tradiciones alfareras cronológicamente superpuestas; la más antigua la denomina "malamboide" por su similitud con los materiales culturales descritos por Angulo (1981) para el sitio tipo de Malambo, sigue en la secuencia una tradición de cerámica semejante a la que Bischof llamó "Nahuange" (1969) y por último señala una tradición netamente Tairona (Langebaek, 1987:84). En una de las excavaciones (Tigrera), obtuvo una datación de 970 ± 80 años d.C., que se asocia con la aparición en la secuencia de la alfarería Tairona (Langebaek, 1987:87). Dejando hacia el oriente la Ciénaga Grande de Santa Marta, con el nombre de "Valle de Santiago", se conoce una micro-región del departamento del Atlántico que se extiende desde el piedemonte Occidental de la serranía de Piojó y los contrafuertes septentrionales de la loma del Caballo, hasta el mar Caribe. En esta zona, Angulo (1983) excavó en los sitios de San Juan y María Jacinta en proximidades de la Ciénaga de Tocahagua, en Palmar de Candelaria y en la Isla, y definió tres fases arqueológicas: Tocahagua, Palmar y la Isla, las
cuales derivan de tradiciones diferentes, aunque al parecer contemporáneas durante las últimas centurias. La Fase Tocahagua se caracteriza por la utilización, como atemperante, de concha molida de caracoles terrestres, entierros en posición fetal lateral, uso de topias para fogones, aparición del cultivo del maíz y evidencias de casas comunales. Su posición cronológica se infiere por una fecha de 900 años d. C. proveniente de la parte media de la secuencia y de otras, de los siglos XVI y XVII en la parte final (Angulo, 1983:162-163). La fase Palmar presenta elementos característicos del área del bajo Magdalena, tales como decoración modelada incisa, figurinas en arcilla y bases de pedestal, y se ubica cronológicamente entre los siglos XIII y XVII d.C. Por último la fase la Isla, de la cual se tiene una datación del siglo XVII, corresponde a grupos que se desplazaron hacia la costa, donde abandonaron luego la utilización de la concha molida como atemperante (Angulo, 1983:163). Sólo en la fase Palmar se dan evidencias del cultivo del maíz, que en los sitios que representan las fases la Isla y Tocahagua, se limitan a muestras de superficie. En las tres fases, se infieren actividades de caza y pesca. En las fases Tocahagua y Palmar se recolectaban moluscos y caracoles terrestres, los últimos de los cuales son escasos en la fase La Isla, en la que predominan, en cambio, los restos de caracoles marinos. (Angulo, 1983). Posteriormente, Angulo (1986) extendió sus estudios arqueológicos a las orillas y alrededores inmediatos de la Ciénaga de Guájaro, y, a la vertiente norte de la Serranía del Caballo. Las evidencias culturales, la estratigrafía y los datos cronológicos le permitieron definir dos períodos culturales, denominados "Rotinet" y "Carrizal". Estos períodos aparecen separados por un lapso aproximadamente de 1000 años lo cual se ha interpretado como una larga etapa de abandono del sitio (Angulo, 1986:50). El período Rotinet corresponde a la ocupación más antigua del lugar, se relaciona con las manifestaciones culturales de la secuencia Monsú, Puerto Hormiga, Canapote y Barlovento y presenta una posición cronológica hacia el tercer milenio antes de Cristo. Hacia comienzos de la era cristiana, el mismo lugar fue repoblado por grupos que se desplazaban por el bajo río Magdalena, los cuales introdujeron nuevos aportes culturales. Corresponde esta reocupación al Período Carrizal, caracterizado por un modo de vida vegecultor en su fase inicial (Zahino), en la cual se intensifica la caza, la pesca y el cultivo de la yuca. Posteriormente se percibe un cambio en la subsistencia de estos grupos, al parecer por la introducción del cultivo del maíz. Esta fase es definida Palmar y corresponde estilísticamente y en el modo de vida a la fase del mismo nombre en el Valle de Santiago (Angulo, 1986). Urabá - Alto Sinú Esta subregión incluye el alto río Sinú, las estribaciones de las serranías de San Jerónimo y Abibe, y la zona del golfo de Urabá. La posición geográfica, las condiciones geomorfológicas y ecológicas, con bosque húmedo tropical y bosque muy húmedo tropical hacen de la costa Pacífica Septentrional, Urabá y Alto
Sinú, un área estratégica de paso obligado a migraciones y apta para los asentamientos humanos. El medio ambiente con su alta temperatura y pluviosidad posibilitan un alto índice de fotosíntesis y por ende un rápido y exhuberante desarrollo de la vegetación, y es propicio para la caza, la recolección y la explotación agrícola. Además el mar, los ríos y quebradas, albergan una gran riqueza ictiológica. El área presenta una gran variedad de paisajes: el literal y la zona costera Septentrional del Pacífico y la serranía de Los Saltos *; la cuenca del río Atrato, la depresión del golfo y sus playas, las colinas de las estribaciones de la serranía de Abibe al Occidente y los planos aluviales superior e inferior de las partes planas bajas formados por la red hidrográfica que llega al golfo; las superficies de erosión con alturas de más de 100 metros de la serranía de Abibe hacia el Este; las colinas y cerros de 100 - 200 y más de 800 metros de la serranía de San Jerónimo hacia el Occidente; diferentes niveles de terrazas y aluviones altos inundables con buen drenaje de las cabeceras del Sinú. Estos últimos, aptos para la agricultura (Botiva, 1985). * Se sabe que en el pasado prehispánico existieron vínculos culturales entre la región de Urabá-Alto Sinú y la zona costera septentrional del Pacífico, pero para efectos del presente trabajo, esta última zona se consideró geográficamente en la región Costa Pacífica. Investigaciones Arqueológicas El poblamiento temprano de cazadores y recolectores, cuenta con la evidencia cultural de bahía Gloria en el golfo de Urabá, en donde G. Correal encontró una punta de proyectil acanalada, similar a las del complejo "Lago Meden" en Panamá. En el Alto Sinú, el mismo investigador registró varios yacimientos de industrias de lascas y nódulos que indican poblamientos dispersos, en estaciones temporales de corta duración. Los artefactos líticos hallados en los sitios de Angostura, Caimanera y Frasquillo sugieren una subsistencia subordinada a actividades de cacería y pesca (Correal, 1977). Las investigaciones arqueológicas adelantadas en el noroeste colombiano sobre el período cerámico han puesto de manifiesto la presencia de rasgos alfareros semejantes, que se extienden hasta el Darién panameño. Sigvald Linné, en 1927, exploró la costa Atlántica de Panamá y el golfo de Urabá. En la Gloria efectuó excavaciones de algunos entierros secundarios en urnas funerarias, y en los sitios de Candelaria, Severa, Titumate, Triganá y Acandí, recolectó tiestos superficiales, de cuyo análisis deduce un carácter homogéneo. Solo en Severá encuentra diferencias en la cerámica y la relaciona con la encontrada en la costa Pacifica y en la Isla de las Perlas, que se caracteriza por la decoración impresa, utilizando como herramienta, conchas (Lineé, 1929). En los últimos años, investigadores de la Universidad de Antioquia han llevado a cabo estudios en la costa del golfo cerca a Turbo y Necoclí y a lo largo de la costa hasta Arboletes (Botiva y Santos, 1980; Santos et. al., 1980, 1983).
En esta área se identificó un complejo cultural denominado "Estorbo" en el cual se observa una tradición cerámica modelada incisa con rasgos estilísticos y tecnológicos propios. Los sitios más representativos son: El Estorbo I, Agualinda (Estorbo II), colinas por las que desciende la quebrada el Estorbo (III y IV), Tie, el Totumo, Necoclí, Piatra y más al Norte fuera del golfo, Arboletes. En la margen izquierda persiste la pauta de asentamiento definida para este complejo: Triganá, bahía Gloria, Capurganá, Acandí, Santa María la Antigua del Darién, bahía Rufino y Zapzurro.
Este complejo está representado por el asentamiento lineal a lo largo de los ríos, las quebradas y las colinas bajas de la región. Los yacimientos son extensos y densos basureros de conchas de moluscos asociadas a materiales cerámicos, líticos y óseos; además, se encuentran entierros humanos y fogones. Aunque la mayor parte de la evidencia es de conchas de bivalvos y caracoles, no se trata de simples recolectores de moluscos sino de cazadores y pescadores que practicaron también la agricultura y que debieron recoger el molusco como actividad complementaria (Botiva et. al., 1986). Las formas de cerámica más representativas son cuencos de borde evertido horizontalmente con decoración modelada-incisa e impresa en el borde y bases anulares perforadas a trechos, cuencos sencillos de borde evertido engrosado hacía el exterior, platos, figurinas y rodillos. La posición cronológica aún no está claramente definida. Como referencia temporal se dispone de las fechas 350 ± 95 a.C. y 420 ± 130 d.C., que son miradas con precaución por Santos et, al., quienes consideran que el comienzo de la ocupación de El Estorbo no se remonta a una fecha anterior al siglo V d.C., y juzgan más acertada otra fecha del siglo IX d.C. En el año 1983, M.E. Naranjo y M.C. Bedoya (1985), adelantaron en la localidad de Capurganá, un trabajo arqueológico para su tesis de grado, que les permitió señalar la
existencia de dos ocupaciones culturales distintas, tanto en su alfarería como en su situación temporal. La cerámica más antigua con incisiones y pintura policroma de colores blanco, rojo y negro, se relaciona con Momil, la más reciente corresponde a la tradición modelada- incisa del Estorbo, definida como típica de todo el golfo. Los dos conjuntos cerámicos muestran una distribución indicadora de que los asentamientos se dieron en áreas diferentes, apareciendo sólo superpuestos hacia el piedemonte, mientras que la evidencia dejada por la ocupación más tardía (Estorbo), es la única que aparece superficialmente en todos los sitios reseñados en Capurganá. En este lugar, antiguamente la playa estaba más cerca del piedemonte lo cual se constata por la presencia de formaciones coralinas muy adentro de la línea costera, hecho que permite interpretar la distribución de las evidencias y explica por qué las dos ocupaciones aparecen únicamente en el sector aledaño al piedemonte. Después del retire del mar, se estableció otra ocupación en la zona dejada por 61 y sobre las evidencias anteriores (Botiva, 1986). En el área del golfo, también es de anotar la investigación de G, Arcila (1985), para ubicar a Santa María la Antigua del Darién. El análisis de los materiales excavados allí, tanto indígenas como españoles, denota una convivencia de los dos grupos por un corto espacio de tiempo. Tras el abandono del sitio por los españoles, no se observa sobrevivencia aborigen. Hacia el Este de Urabá se encuentra la zona del Alto Sinú, en donde las investigaciones realizadas por G. Reichel-Dolmatoff en el año 1957 permitieron definir el complejo cerámico "Tierralta". El sitio tipo de este complejo fue excavado en el Cabrero, y los sitios de Frasquillo, Gaitá, Táparo, Socorrer y Crucita, se definieron como parte del mismo complejo. En el bajo Sinú también se registraron algunos sitios relacionados (1957). La economía de este complejo cultural se basaba principalmente en el cultivo del maíz, y se registran entierros secundarios en urnas y orfebrería, que son característicos en la costa Caribe de Colombia de culturas post-formativas, más bien tardías. La posición cronológica es, por lo tanto, posterior a Momil y se encuentra separado de este complejo por un considerable espacio de tiempo. Tierralta, al parecer, se deriva del complejo Ciénaga de Oro, del medio Sinú, sin embargo, al respecto no hay una comprobación estratigráfica (ReichelDolmatoff, 1957). Recientemente, G. Casasbuenas y A. Espinosa, adelantaron en el año 1983 su trabajo de tesis en Frasquillo (margen izquierda del río Sinú) y en quebrada Mulas (margen derecha del río Verde). Las excavaciones en Frasquillo permitieron ubicar cronológicamente elementos pertenecientes al complejo Tierralta hacia finales del siglo IV d.C. Al comparar las formas cerámicas y su decoración con áreas arqueológicas vecinas, se observa una estrecha relación con la cerámica del sitio El Estorbo en Urabá. De otra parte, las evidencias cerámicas que se obtuvieron en la quebrada de Mulas, también presentan características muy semejantes a las del complejo de Urabá, aunque son cronológicamente más recientes (siglo IX d.C.) (Casasbuenas y Espinosa, 1985). Posteriormente, el Instituto Colombiano de Antropología entre 1985 y 1986 realizó en el Alto Sinú, como parte del estudio de impacto ambiental del Embalse de Urra I, la investigación
de la zona que iba a ser alterada por las obras de ingeniería y de sus alrededores. Bajo la dirección del arqueólogo Alvaro Botiva se llevó a cabo una exhaustiva prospección del área y se excavaron los sitios de El Cabrero, Frasquillo y El Gallo (Botiva, 1987). De acuerdo con la información arqueológica recogida, se allegaron nuevos datos cronológicos y sobre distribución espacial del complejo Tierralta. Se puede agregar a lo ya conocido que los antiguos habitantes de esta región vivieron en asentamientos en las márgenes del río y combinaron la agricultura con la explotación de los recursos del río, de las quebradas y de los bosques. Se observa al parecer una paulatina migración que del Bajo y Medio Sinú va colonizando las partes altas del río dejando huella de casas aisladas y caseríos dispersos y que se extiende a la región del Golfo de Urabá. La situación temporal puede considerarse entre los siglos III y XI d.C. (Botiva, 1987). El investigador Botiva propone redefinir el complejo cultural arqueológico registrado en el Alto Sinú y en Urabá con "la combinación de los nombres tipos asignados: Tierralta (ReichelDolmatoff, 1957) y El Estorbo (Botiva y Santos, 1980); complejo cultural que se precisa al encontrarse la misma tipología cerámica y lítica, así como un patrón de asentamiento semejante con modificaciones locales muy secundarias y una relación con el medio particular de acuerdo a las características fisiográficas y bióticas de cada región..." (1987:210). En la cerámica de Tierralta - El Estorbo, el modelado y la incisión son rasgos predominantes y, en formas, son frecuentes "los cuencos miniatura, pequeños y medianos de uso doméstico y ceremonial; cuencos de borde evertido horizontalmente con bases coronarias adosadas con sonajeros que representan figuras zoomorfas; urnas funerarias con bases coronarias; mocasines; así como vasijas globulares para uso culinario y almacenamiento de líquidos". (Botiva, 1987:211). La Depresión Momposina La Depresión Momposina se extiende a lo largo del Magdalena y en sus afluentes el Cauca, el San Jorge y el Cesar, formando un valle fértil aunque sujeto a inundaciones y ocupado por extensas ciénagas que en las épocas de las crecientes amplían considerablemente su superficie. (Guhl, 1976: 153). La precipitación es superior a los 2500 mm., la morfología es plana y cenagosa en la cual la alternancia de aguas altas y bajas hace que las ciénagas se rebosen, esparciendo agua de inundación por caños y tierras llanas o que los playones queden secos y se puedan utilizar como potreros. Investigaciones Arqueológicas La región del bajo río San Jorge, cuya importancia arqueológica fuera mencionada por Gerardo Reichel-Dolmatoff en 1958 y divulgada posteriormente por James Parsons desde 1965, fue objeto de una exhaustiva investigación en años recientes por C. Plazas y A.M. Falchetti de Sáenz, que permitió reconstruir el patrón de asentamiento de los grupos humanos que la ocuparon. Entre los años 1976-1981 estudiaron sitios arqueológicos en una extensa área, desde Jegua, al norte, hasta la Ciénaga de las Flores al Suroeste y Sucre, sobre el caño Mojana, al Oriente; simultáneamente, trabajaron en detalle dos zonas: una de vivienda dispersa a lo largo de los caños Carate - Mabobo donde los canales artificiales forman un
sistema de gran magnitud y otra de vivienda nucleada sobre el caño Rabón (Plazas y Falchetti de Sáenz, (1981: 10-33). En esta área se determinó la existencia de dos ocupaciones prehispánicas, correspondientes a dos grupos étnicos no contemporáneos, que tuvieron orígenes, adaptaciones y desarrollos culturales diferentes . La primera ocupación se dió entre el siglo I y el X de nuestra era y se caracterizó por una alta densidad de población que adoptó el área como lugar de habitación permanente y de utilización productiva. A esta época corresponden los canales de control de aguas que cubren cerca de 500.000 hectáreas de terrenos inundables- las plataformas de vivienda y los montículos funerarios en donde se encuentran objetos de oro y cerámica de la tradición modelada-pintada. (Plazas y Falchetti de Sáenz, 1981). Aproximadamente en el siglo VII d.C. en adelante, se llevó a cabo una relativa desocupación del Bajo San Jorge, quedando en el siglo XVI algunos remanentes de este desarrollo cultural en sitios como Ayapel. En el curso medio del mismo río, hacia el siglo X, se encuentran en la región de Monte-Líbano evidencias de esta misma tradición, correspondientes quizás a movimientos de población río arriba o sobrevivencias de asentamientos locales más antiguos (Plazas y Falchetti de Sáenz, 1981: 9-10). En el bajo río San Jorge, a partir del siglo XIV en adelante se encuentran evidencias de otro grupo étnico, procedente del río Magdalena, que ocupa los espacios elevados disponibles, aprovechando solamente el área circundante. Los vestigios de esta ocupación se encuentran dispersos sobre las orillas de los caños y meandros sin relación con los sistemas hidráulicos. La cerámica asociada corresponde a la Tradición Incisa Alisada, extendida a lo largo del curso bajo del Magdalena (Plazas y Falchetti de Sáenz, 1981: 10). Las autoras entrelazan la información arqueológica con los relatos de los cronistas del siglo XVI sobre los indígenas Zenúes y tratan de indicar su pertenencia a un desarrollo cultural común con los habitantes que ocupan el bajo San Jorge en los primeros siglos (1981). El complejo Betancí, del río Sinú guarda una estrecha relación con el desarrollo cultural del Valle del San Jorge; con el cual comparte el enterramiento en túmulos y el estilo de la orfebrería. Sin embargo, aunque existen algunos complejos cerámicos que se relacionan, hay otros que no están presentes en el San Jorge, tal como ocurre con la decoración incisa profunda que, al parecer, tiene un mayor parentesco con la alfarería de la región de Urabá. (Bray, 1984: 334). Las tradiciones recogidas por los cronistas sobre los indígenas Zenúes y los datos arqueológicos indican la antigua existencia de una estructura de poder de jefaturas (Cacicazgos) que dominaba política y económicamente las hoyas de los ríos Sinú, San Jorge, bajo Cauca y Nechí (Plazas y Falchetti, 1981).
En el siglo XVI, a la llegada de los españoles, estaba establecido en parte de la Depresión Momposina y en las riberas del Magdalena, el grupo étnico Malibú que tenía un patrón de poblamiento lineal sobre los barrancos que bordean los cursos de los ríos, en viviendas dispersas y caseríos ribereños. A orillas del Magdalena establecieron poblaciones de alguna importancia como Mompós, Tamalameque y el mercado de Zambrano. (Reichel-Dolmatoff, 1951). Una extensión de grupos de esta etnia hacia el bajo San Jorge a partir del siglo XVI en adelante, fue determinada por Plazas y Falchetti de Sáenz (1981) por excavaciones en el sitio "Las Palmas" en el caño San Matías, donde estudiaron una plataforma de habitación y encontraron basureros y entierros dentro de las viviendas, directamente en la tierra o en urnas funerarias en el caso de los niños, junto con ofrendas de cerámica. Se sabe que el lugar estaba habitado hacia el año 1300 después de Cristo y que su ocupación se prolongó al parecer hasta finales del siglo XVI. La cerámica hallada pertenece a la tradición Incisa Alisada y se caracteriza por formas sobrias, sin distinción entre vasijas para uso doméstico y ritual. Son vasijas de servicio culinario y almacenamiento, tales como copas de pedestal, ollas globulares pequeñas y grandes, estas últimas reutilizadas como urnas funerarias. Las actividades de subsistencia se basaban en la pesca, la caza, la agricultura y la recolección de alimentos vegetales (Plazas y Falchetti de Sáenz, 1981:98). En el área del río Magdalena, que hace parte de la depresión Momposina, Gerardo y Alicia Reichel-Dolmatoff (1953) realizaron una prospección de las riberas del río y de la región de la laguna de Zapatosa, es decir, el curso inferior del río Cesar, como resultado de la cual reseñaron numerosos sitios que se referenciaron de acuerdo con el tipo de vestigios arqueológicos hallados en ellos, tales como: entierros en urnas funerarias; fragmentos de cerámica superficiales; fragmentos de cerámica y líticos; fragmentos de cerámica, túmulos de piedra; terrazas de cultivo con murallas, cerámica y líticos; calzadas de caminos y terrazas y por último petroglifos y cerámica. En la ciénaga de Zapatosa estudiaron en detalle el sitio de Saloa y la isla del Barrancón. Estos sitios pertenecen a un mismo período aunque es posible observar ciertas diferenciaciones características que parecen tener algún valor cronológico, y que insinúan que el yacimiento arqueológico de Saloa forma una base más antigua que los yacimientos de la isla del Barrancón, donde se encuentran evidencias de la época de contacto con los españoles. Con base en estos estudios se definió un complejo alfarero inciso que parece tener una tradición larga e influyó hacia el norte, tal como se manifiesta en diferentes niveles de la zona de contacto y transición de áreas del río Cesar. (Reichel-Dolmatoff, 1953). En la región de Tamalameque, en el lugar de la Sabana de San Luis, excavaron un cementerio de entierros de urnas, perteneciente a la misma cultura observada en Saloa, la cual a su vez se relaciona con el grupo étnico de los Malibú en el siglo XVI (Reichel-Dolmatoff, 1953). En general la cerámica tardía del bajo Magdalena, incluyendo la Depresión Momposina forma parte de una tradición incisa, con tipos cerámicos relacionados, que probablemente correspondían a desarrollos locales.
Guajira-Corredor Cesar
Esta subregión comprende el valle del río Cesar y sus dilatadas praderas, que se extienden entre la Sierra Nevada de Santa Marta y la Cordillera Oriental, la Sierra de Perijá y la Guajira. En esta unidad espacial se encuentran varios conjuntos climáticos que van desde el semiárido de la alta Guajira al seco de la media Guajira, que se prolonga en forma de Golfo de sequía en la depresión del Cesar, desde Carraipia hasta el sur de Valledupar; el semi-húmedo que incluye la faja del valle del Cesar entre la región seca y las faldas húmedas de los macizos montañosos (Sierra Nevada y Serranía de Perijá). Investigaciones Arqueológicas
Correal (1977) puso en evidencia la presencia de grupos líticos en la Guajira, mediante el hallazgo de estaciones líticas al aire libre en Carrizal, Camuchisain y Serranía de Cocinas. En inmediaciones del Departamento del Cesar, en predios de la hacienda "El Espejo", sobre la margen izquierda del río Minas, en el corregimiento de Media Luna, localizó dos sectores de abrigos de rocas areniscas duras del cretásico superior, muy propias para la habitación humana. En un corte de observación en uno de ellos determinó un horizonte cerámico en los estratos iniciales, y en los estratos más profundos, otro de elementos líticos que aparentemente se relaciona con la época paleoindígena. Sin embargo, como él mismo lo anota, "solamente una excavación amplia permitirá definir las características de los posibles complejos líticos de esta área" (Correal, 1977: 47). El mismo Correal informa sobre la existencia de petroglifos en Barrancas y en la Inspección de Policía de San Pedro, y Gerardo Ardila detectó tres cuevas con pictografías en el curso bajo del arroyo Tres Calabazos (Ardila, 1983: 42). Para una etapa formativa tardía, son de especial relevancia los trabajos de G. y A. ReichelDolmatoff (1951) en el valle del río Ranchería, a lo largo del cual encontraron numerosos sitios que forman parte de una secuencia de complejos agrícolas sedentarios, caracterizados por la presencia de cerámica pintada cuya posición cronológica estimaron coetánea con Momil (Reichel-Dolmatoff, 1982). Los autores dividen la ocupación del área en dos mareas culturales, que denominaron primer horizonte pintado y segundo horizonte pintado de acuerdo con una secuencia comprobada por la estratificación de los vestigios y corroborada por comparaciones en un sentido horizontal. El primero y más antiguo está constituido por los períodos Loma, Homo y Cocos y el segundo, por las fases I y II del Período Portacelli. En síntesis, tal como lo expresan los esposos Reichel-Dolmatoff : "Los vestigios observados en la Cuenca del río Ranchería, corresponden a las manifestaciones de dos culturas aborígenes que sucesivamente ocuparon esta zona en tiempos pasados, desapareciendo finalmente en una época muy anterior a la Conquista. El estrato cultural más antiguo lo forma la cultura que hemos designado como períodos Loma y Hornos, mientras que el estrato siguiente está formado por la cultura del Período Portacelli, la secuencia de estas dos culturas representa un desarrollo de un complejo cerámico policromado hacia un complejo bicromado, a través de una fase de experimentación pictórica y plástica como lo es el Período Horno. No sabemos como se efectuó la sucesión de estas dos olas, y si fue en forma de conquista o en forma de lenta penetración. Lo brusco del cambio parece indicar la primera forma; la cultura Portacelli se superpuso, ocupando casi todos los sitios anteriormente habitados por la cultura antigua, pero tal vez no los ocupó todos al mismo tiempo, sino en épocas distintas" (1951: 208). Con sus excavaciones en la vertiente Suroriental de la Sierra Nevada, lograron constatar la asociación cronológica del período más antiguo del área de la Sierra Nevada con la fase superior y más reciente del Período Portacelli. La cantidad y calidad de los vestigios culturales encontrados, indican largos períodos de ocupación y una población indígena numerosa, distribuida en aldeas extensas. Al parecer durante las dos ocupaciones, la base de la economía fue la agricultura; sin embargo, en los períodos Loma y Horno, es notable la ausencia de piedras y manes de moler, así como la de
manes de triturar o de amasar granos. Estos elementos aparecen en la fase reciente del Período Portacelli y podrían señalar la introducción o por lo menos la intensificación del cultivo del maíz en esta época (Reichel-Dolmatoff, 1951). Las dos culturas agrícoias-aldeanas del Ranchería tienen nexos inmediatos que se extienden a través de la Guajira y la Serranía de Perijá hacia el Occidente de Venezuela, y también en dirección Sur, por la Hoya del río Cesar. Hacia el Magdalena medio, sigue observándose la influencia de estas culturas, aunque con algunas modificaciones (Reichel-Dolmatoff, 1982). De acuerdo con sus investigaciones en el valle del río Cesar en donde efectuaron excavaciones en los sitios de Villanueva, El Hático y el Porvenir, se puso en evidencia que la secuencia Loma, Horno, Portacelli, es también válida para el Cesar, y encontraron además manifestaciones de un nuevo complejo local que designaron como Período Hático, que tiene una posición cronológica entre el Período Horno y el Período Portacelli, siendo probablemente contemporáneo a este último, por lo menos en sus primeros comienzos. Se trata de un complejo de cerámica incisa que, al parecer, guarda estrechas relaciones tipológicas y cronológicas con las culturas del área del bajo Magdalena (Laguna de Zapatosa) (Reichel-Dolmatoff, 1951). En el sitio El Porvenir, además de la influencia procedente del Bajo Magdalena, se determinó que en la última fase del complejo local hay contacto también con el período Mesa del área de la Sierra Nevada (Reichel-Dolmatoff, 1951). Aunque a grandes rasgos las culturas del río Ranchería y del río Cesar, no se diferencian de un modo notable, existen variaciones pequeñas pero significativas. Los antiguos habitantes del río Cesar dejaron restos abundantes de piedras y manos de moler, así como de grandes platos discoidales para tostar, que indican un sistema agrícola basado principalmente en el cultivo del maíz. Sin duda el hábitat de la cuenca del río Cesar ofrecía mayores posibilidades económicas, por la fertilidad de las tierras y la relativa abundancia de aguas permanentes. Sin embargo, el tamaño de las aldeas parece haber sido de menor extensión, que las del Ranchería (Reichel-Dolmatoff, 1951). La cuenca del río Cesar es de gran relevancia, por el hallazgo de varios sitios de contacto que ponen en relación cuatro áreas vecinas: Ranchería, Cesar, Sierra Nevada y Bajo Magdalena. Estas evidencias muestran que el alto río Cesar fue una zona de traslado, en donde se encuentran múltiples influencias en una y otra dirección. La zona fue en época prehispánica un verdadero cruce de caminos, tal como lo sigue siendo hoy (Reichel-Dolmatoff, 1951: 288289). Se destaca además, en esta zona, otro complejo cultural, dado a conocer igualmente por G. y A. Reichel-Dolmatoff (1949-1951) y que tentativamente denominaron Período La Paz, cuya definición se dio a partir de las excavaciones en una cueva funeraria cerca de la población de La Paz, en la vertiente meridional del valle del Riecito, en las estribaciones de la Sierra de Perijá. En el estrecho y profundo zanjón de la cueva, encontraron 120 esqueletos incinerados, acompañados de 33 vasijas enteras de cerámica. Son característicos de este período la pintura negativa y recipientes de base circular convexa, hombro angular y curve,
pared inclinada hacia el interior, abriéndose luego hacia la boca donde forma un reborde exterior. La posición cronológica del Período La Paz, aunque con pruebas muy débiles por comparaciones tipológicas, parece ser anterior al Período Loma (Reichel-Dolmatoff, 1951). La definición de este período en un contexto regional más amplio sería de gran importancia para la arqueología de la zona. Recientemente, dentro del marco del estudio de impacto ambiental del proyecto carbonífero de El Cerrejón, se han aportado nuevos datos para el conocimiento arqueológico de la zona. A. Botiva (1980-1982) llevó a cabo una evaluación de los sitios que iban a ser afectados por la minería y excavó un conchero post-hispánico en Punta Media Luna y un montículo Guajiro actual en bahía Portete. Posteriormente, G. Ardila excavó algunos de los yacimientos existentes en la Zona Central y en la Zona Norte del Proyecto de El Cerrejón. En la zona Norte estudió el sitio El Palmar, y en la zona Central los sitios Suán, Patilla y Paredón (1983 1984). Como resultado de estos estudios se amplió la información sobre las culturas agrícolas-aldeanas de la zona y se obtuvieron fechas absolutas que situaron cronológicamente algunas de las fases de los complejos cerámicos del Ranchería, anteriormente descritos por Reichel-Dolmatoff. Con estas nuevas evidencias se sabe que en el valle medio del río Ranchería, los entierros sin ajuar funerario cubiertos con piedras, están situados temporalmente entre el siglo V a.C. y el siglo I a.C. Por la asociación de un entierro de éstos, una fecha de radiocarbono y cerámica del período Loma en el corte Patilla III, se presume que "la ocupación por la gente de Loma del valle del Ranchería se había iniciado desde el siglo V a.C. y habría durado hasta cerca de la iniciación de la era cristiana, tiempo durante el cual la experimentación plástica de diseños cristaliza en el dominio de estas técnicas durante el Período Horno. Parece que la densidad de la población es relativamente baja comparada con la del período siguiente" (Ardila, 1984:66). A partir del siglo I d.C. y hasta el siglo VII d.C., aproximadamente, el Período Horno florece y declina, el valle medio del río Ranchería alcanza la mayor densidad de población que halla tenido en el pasado, y se extiende su influjo mucho más allá de estos límites. (Ardila, 1984). Al finalizar el siglo VII o en los comienzos del siglo IX d.C., se incia el Período Portacelli, cuyas gentes eran culturalmente diferentes a las del Primer Horizonte Pintado. Hacia el final del siglo X d.C., se vislumbran en la Fase II de Portacelli, contactos con áreas diversas como la Sierra Nevada, la Costa y el valle del Magdalena. Como lo anota Ardila, esta "influencia cultural de múltiples regiones pesa sobre la gente del Ranchería, que aparentemente se encuentra atravesando una etapa de inestabilidad cultural que hace que adopte y se desprenda rápidamente de elementos culturales variados", lo cual conllevó a la disolución de la cultura hacia principios del siglo XIV d.C. (1984:73). Recientemente, el mismo investigador adelantó una prospección arqueológica del área comprendida entre el curso bajo del río Jerez y el curso bajo del río Ranchería, y desde la costa hasta el pié de monte de la Sierra nevada de Santa Marta, con el fin de determinar el tipo de yacimientos en el área. La zona la considera relevante, dada su ubicación entre áreas
arqueológicas diferentes (Cuenca de Maracaibo, Valle del río Ranchería, Vertiente Norte y Este de la Sierra Nevada y tierras bajas del Caribe), lo cual la convierte en un punto de contacto de varias corrientes culturales en épocas diferentes. En el sitio de San Ramón, en el curso bajo del río Ranchería cerca de su desembocadura, realizó la excavación de un basurero. Del análisis inicial de la cerámica obtenida en esta excavación y en las colecciones de superficie, llama la atención la ausencia de materiales pertenecientes a la secuencia Loma Horno y la presencia en todos los casos de tipos cerámicos asignados a la fase II del Período Portacelli (Ardilla, 1985).
Sierra Nevada de Santa Marta
Es notorio el contraste que ofrece la Sierra Nevada de Santa Marta en la configuración superficial de las llanuras del Caribe, ya que es la montaña de litoral más elevada del mundo. Sus cumbres se alzan bruscamente por todos lados y sus picos Simón Bolivar y Cristobal Colón presentan una altura de 5.775 mts. y 5.770 mts. sobre el nivel del mar, respectivamente. Desde su base a nivel del mar, hasta sus cumbres de nieves perpetuas se encuentra gran diversidad de climas, abundancia de agua y una flora y fauna muy variada. Investigaciones Arqueológicas La mayoría de los estudios arqueológicos se han concentrado en las vertientes Norte y Occidental, por ser la zona en la cual se ha encontrado profusión de vestigios culturales pertenecientes a la cultura Tairona, de aldeas extensas con arquitectura lítica. Alden J. Mason, en 1922 y 1923, efectuó una exploración de la zona costera y el pie de monte entre Santa Marta y el Cabo de San Juan de Guia, de la zona de la Cuchilla de San Lorenzo, del alto río Frío y de algunos sitios aislados, tales como el alto río Don Diego, el río Macotama y la región de Dibulla; encontró ruinas de antiguas poblaciones Taironas; definió los rasgos característicos de las mismas y realizó excavaciones en algunas de ellas. De Pueblito, Gairaca y Nahuange precede la mayor parte de su material cultural. Destaca la importancia de Gairaca, Nahuange, Guachaquita y Palmarito, ya que a pesar de que algunas de estas bahías no poseen agua dulce en el verano, abundan las evidencias de ocupación y los restos de arquitectura, algunos de ellos adecuados para suplir la falta de agua tales como aljibes, canales y acequias. (Mason, 1931). Del estudio de estos vestigios y de los elementos de cultura material asociados, llegó a la consideración de que existen algunas diferenciaciones de acuerdo con la situación geográfica, pero los rasgos generales son muy similares, conformando un mismo contexto cultural (Mason, 1939). Entre los años 1946 y 1950 G. y A. Reichel-Dolmatoff, llevaron a cabo excavaciones arqueológicas en Pueblito y exploraron las hoyas de los ríos Manzanares, Córdoba y Sevilla, lo cual les permitió elaborar una hipótesis de trabajo, en la cual señalaron tres fases de desarrollo que tentativamente denominaron Tairona II, Tairona I y Subtairona. La Fase Tairona II, comprende culturas protohistóricas a históricas cuya posición cronológica más tardía fue dada por la presencia de objetos indígenas, encontrados en asociación con objetos introducidos por los españoles. La Fase Tairona I, se asocia a manifestaciones culturales que se distinguen tipológicamente de la Fase II pero que aparentemente la anteceden. No es descrita, sólo se le menciona y se advierte que ambas fases están estrechamente relacionadas. Como Subtairona, se designa una fase muy extendida en las faldas meridionales y orientales de la Sierra, que parece representar formas ancestrales de Tairona I y II y se caracteriza por la formación incipiente de poblados y comienzos de agricultura sistemática. Esta fase tiene un carácter provisional ya que su posición cronológica es problemática; bien puede tratarse de un desarrollo temprano o bien de un desarrollo contemporáneo a Tairona I y II y limitado a dicha zona (Reichel-Dolmatoff, 1954). Se trata del complejo de "La Mesa", sobre el cual se tratará más adelante.
En el año 1961, H. Bischof excavó una planta de habitación y su terraza correspondiente en el sitio arqueológico de Pueblito. Dado que aún no era claro el desarrollo de la cultura Tairona ni su cronología interna, él de acuerdo con los resultados de la excavación propone una nueva hipótesis de trabajo, con dos períodos cronológicos de desarrollo de la cultura; el más antiguo, denominado "Nahuange" se remonta a los siglos VI y VII de nuestra era y el más reciente "Pueblito Tardío" es contemporáneo de la conquista. (Bischof, 1968). El Período Nahuange, está definido por los hallazgos de Mason en una tumba del sitio 1 de Nahuange (1931: 32-36) y los de Bischof en el relleno de una terraza en Pueblito (1968: 266-267). La cerámica de dichos sitios es diferente a la que comúnmente se conoce como Tairona.
Es una cerámica monocroma gris y con incisiones y cerámica pintada rojo sobre crema, esta última relacionada con la decoración típica del Período El Horno del río Ranchería. Bischof determinó la posición cronológica del Período Nahuange, por medio de la cerámica
monocroma, la cual pudo relacionar con material procedente de la excavación de un corte estratigráfico en el conchal "Mina de Oro" en la Ciénaga Grande de Santa Marta, fechado entre 500 y 750 años después de Cristo. A su vez la fecha la relaciona con el material asociado al entierro de Nahuange (sitio 1): cerámica de tipo Horno rojo sobre crema (atribuida hasta ese momento a tiempo antes de Jesucristo); objetos ornamentales y ceremoniales de piedra fina, metalurgia desarrollada de oro y tumbaga y arquitectura lítica. Los elementos mencionados constitutivos de este Período, exceptuando la cerámica, se encuentran hasta la época que antecede al contacto español, lo que indicaría una persistencia de la cultura Tairona por más de 1.000 años. El complejo Pueblito Tardío se caracteriza por la cerámica típica Tairona tal como esta representada en la mayor parte de las colecciones y esta definida su posición cronológica por los numerosos objetos de hierro de origen español encontrados en asociación con materiales de los aborígenes (Bischof, 1968:264-267). Entre 1973 y 1974, Jack Wynn, efectuó un reconocimiento de la zona costera en el área de la desembocadura del río Buritaca y en las estribaciones bajas de la Sierra entre los ríos Buritaca y Don Diego, hasta la cota de los 250 metros sobre el nivel del mar. En la costa llevó a cabo excavaciones en un cementerio y en el pie de monte, cerca a construcciones líticas en el valle de la quebrada El Estadio, afluente del río Don Diego. En ambos sitios encontró estratificación cultural y de acuerdo con ella y a la seriación de los materiales culturales, presenta dos fases de ocupación, la más antigua de ellas denominada Buritaca con un contenido cultural similar al del Período Nahuange de Bischof. La fase reciente, Tairona Tardía está representada por los materiales típicos Tairona. Hay un período intermedio, al cual le asigna un espacio temporal de 200 a 300 años no bien definido, pero que parece relacionarse con la fase tardía (Wynn, 1975).
Entre 1974 y 1975, Carson N. Murdy, hizo el reconocimiento de la franja costera entre Santa Marta al Occidente y el Cabo de San Juan de Guía al Oriente. En su estudio describe la ecología del área y los sitios arqueológicos, algunos de los cuales ya habían sido descritos por Mason, y ofrece una interpretación del uso de esta zona por los taironas.
Afirma que poseían un sistema económico basado principalmente en la recolección de los recursos del mar y el intercambio. La densidad de la población fue baja y en algunas bahías posiblemente La ocupación no fue permanente sino estacional. No obstante, la presencia de aljibes y de piedras de moler en áreas sin habitación permanente, sugiere que la zona tuvo un uso intensivo en determinadas épocas del año. Los habitantes de la costa intercambiaban sal, pescado y productos del mar por productos agrícolas, telas de algodón y otros elementos de la gente de la Sierra a través de mecanismos de redistribución que influía en las relaciones económicas, políticas y sociales entre estas dos zonas (Murdy, 1975: 139- 140).
Entre los años 1973 y 1976 los arqueólogos G. Cadavid y L.F. Herrera de Turbay, investigadores del Instituto Colombiano de Antropología, exploraron las vertientes Norte y Occidental de la Sierra con el fin de localizar las antiguas poblaciones Tairona que citan los cronistas. En la prospección reseñaron 211 sitios arqueológicos o aldeas con obras de infraestructura en piedra y definidas características urbanas, en cuya disposición espacial se observaron pautas de poblamiento que guardan una relación directa con los rasgos de los diferentes pisos ecológicos-geográficos en que se hallan. Las ligeras diferencias que revisten algunos conjuntos de poblaciones en materia constructiva, corresponden aparentemente a su adaptación a las condiciones del terreno. Sin embargo, hay que considerar posibles determinantes de las mismas, como son, la antigüedad, por un lado y, por otro, la función que desempeñaron en la sociedad Tairona. Los remanentes cerámicos hallados en los varios núcleos urbanos explorados en los distintos niveles altitudinales son tipológicamente muy similares, aunque se notan variaciones, tanto en la frecuencia de aparición de algunos tipos Y formas de cerámica como de ciertos objetos líticos. Esto podría estar indicando desarrollos locales, que hasta el momento no se han definido (Cadavid y Herrera de Turbay, 1985). A partir del año 1976, el Instituto Colombiano de Antropología continuó la investigación arqueológica de la Sierra, dirigiendo su atención hacia una de las zonas más densamente pobladas, correspondiente al valle alto y medio del río Buritaca, con el estudio del asentamiento Buritaca 200. Entre 1979 y 1982, el proyecto de investigación estuvo a cargo de la Fundación Cultura Tairona y en los años subsiguientes, nuevamente a cargo del Instituto Colombiano de Antropología. Los estudios efectuados por el Instituto Colombiano de Antropología entre 1976-1979, se centraron en labores de excavación, consolidación y restauración de Buritaca 200. Paralelamente se exploró la zona adyacente al sitio, registrándose otros varios yacimientos en la vecindad. Por el trabajo conjunto realizado en este sitio, se tiene hoy una visión completa del plano urbano de una población Tairona, se ha reunido un significativo cuerpo de material cultural asociado a diferentes tipos de estructuras y basureros, y, se han obtenido varias fechas absolutas de radiocarbono que refieren la ocupación del poblado, a una época que va del siglo XI después de Cristo hasta la conquista española en el siglo XVI (Groot, 1985; Cadavid, 1986; Oyuela, 1986). Entre 1979-1982, los investigadores de la Fundación cultura Tairona, tuvieron como base inicial de sus trabajos a Buritaca 200 y realizaron una prospección de las zonas aledañas, con la cual, delimitaron un área de reserva cultural y natural, localizaron 25 poblaciones y rastrearon algunos de los caminos que las comunican entre sí. También, abrieron nuevos frentes de trabajo en los sitios de Frontera, Tigres y Alto de Mira. En Buritaca 200 realizaron estudios sobre la utilización del recurso agua en términos de la distribución espacial de estructuras y vías de acceso; clasificaron las estructuras y analizaron su distribución espacial, elaboraron cálculos demográficos, estudiaron cómo manejar el bosque dentro del perímetro del asentamiento y excavaron algunas estructuras. En los sitios de Frontera, Tigres y Alto de
Mira excavaron y restauraron algunos caminos y sectores, excavaron zonas muy alteradas por guaquería, e iniciaron estudios botánicos con la participación, por temporadas, de estudiantes (Informes varios citados en: Soto, 1982).
Las excavaciones en Alto de Mira, realizadas por G. Ardila (1986) señalan su ocupación entre los siglos XIV y XV; y en Frontera, por las excavaciones de P. Cardoso (1986), se conocen fechas de ocupación entre los siglos XII y XVI. Cardoso hace alusión a otra fecha, correspondiente al año 660 después de Cristo, asociada con arquitectura lítica, y material cerámico y lítico clásico Tairona, que por el momento se ha tomado con cautela, mientras se dispone de mayores elementos de comparación que puedan corroborarla.
En el año, 1980, L. F. Herrera de Turbay realizó un estudio comparativo de las prácticas agrícolas prehispánicas y modernas de los habitantes de la Sierra, con el fin de precisar la incidencia de cada una de ellas en la transformación ecológica del medio. Obtuvo muestras para análisis de polen en tres sitios arqueológicos -Buritaca 200, La Estrella y Las Animasen la vertiente Norte entre los 350 y los 1.200 metros sobre el nivel del mar. En la Estrella estableció dos fechas de carbono 14; una de ellas para un entierro de pozo en el siglo XVI y la otra para una terraza de cultivo, sin asociación de elementos culturales, en el siglo VIII después de Cristo. En las Animas obtuvo dos fechas en la excavación de un corte en lo que parecía ser una antigua plataforma de vivienda, una se refiere al siglo V después de Cristo, asociada a dos fragmentos de cerámica y la otra al siglo XIV antes de Cristo. Esta última
datación se toma con precaución, ya que no está asociada con elementos culturales (Herrera de Turbay, 1985). Su estudio concluye con la apreciación de que la agricultura prehispánica en la Sierra no produjo una degradación del medio ambiente, por lo menos en los microambientes seleccionados como muestra para el análisis. En las ensenadas de Nahuange y Cinto, fue realizada una investigación por A. Oyuela, como opción para la tesis de grado. En estas localidades, referenciadas por otros autores con anterioridad, se presentaban indicios culturales de una ocupación temprana del área, lo cual motivó su interés. Efectuó cinco excavaciones estratigráficas con base en las cuales definió para la franja costera tres períodos: Tairona temprano costero, Tairona medio costero y Tairona tardío costero. (Oyuela, 1985). Para el período temprano, obtuvo una fecha de C14 de 430 ± 60 después de Cristo, que siendo la primera para el literal confirma la hipótesis de un período temprano, previamente planteado por H. Bischof (1968) y J. Wynn (1975). El período medio corresponde a una etapa que probablemente se desarrolló entre el siglo IX después de Cristo y la conquista española en el siglo XVI. Por último, el período tardío se relaciona con la etapa de Conquista, fundación de capillas y encomiendas (Oyuela, 1985: 18-19). Recientemente, dentro del marco del Proyecto de preservación y consolidación del sitio de Pueblito, se han hecho nuevos aportes a la cronología Tairona al referenciar G. Cadavid, en el corredor adyacente al basamento de una vivienda un entierro secundario en una vasija semiglobular de cerámica roja, fechado en 1350 ± 90 años d.C. (Cadavid, 1988, comunicación personal). De la vertiente Suroriental de la Sierra se cuenta con la investigación de los esposos ReichelDolmatoff (1959) en el yacimiento arqueológico de La Mesa, situado a 20 kilómetros al Noreste de la ciudad de Valledupar, en las orillas del río Azúcar Buena. El complejo arqueológico se caracteriza por la presencia de terrazas de cultivo delimitadas por muros de piedra, sitios de habitación demarcados por hileras de piedra y lugares de enterramiento constituidos por acumulaciones de piedras redondas, formando leves montículos ovalados. Los entierros fueron realizados en urnas (Reichel-Dolmatoff, 1959). Al comparar este complejo con lo que se ha denominado cultura Tairona, G. y A. ReichelDolmatoff encuentran relación con la alineación de piedras, algunas semejanzas de formas en las vasijas, las cuentas de collar de cuarcita y las pequeñas ranas de cobre, y destacan preferencialmente, posibles relaciones con el conjunto estilístico de las urnas, con sus representaciones antropomorfas y su decoración aplicada (1959: 198). Elementos culturales relacionados con este complejo tienen una amplia distribución en la vertiente Meridional y Oriental de la sierra, y han sido divulgados con anterioridad por varias personas en los lugares que a continuación se citan de acuerdo con la información sintetizada por Reichel-Dolmatoff: Riohacha (Joseph de Brettes); río Enea (Jorge Isaacs, 1984) Pueblo Bello (Gustaf Bolinder); Rancho Valeria en la hoya del río Guatapurí (Yves Pret, 1950); río
Seco (Joaquín Parra, 1952); Hato Nuevo, al pie de las últimas estribaciones Nororientales de la sierra, sobre las orillas del río Ranchería (Darío Suescún, 1953) y en el río Tapias (Aquileo Parra, 1955). (Reichel-Dolmatoff, 1959:181-190). La posición cronológica de este complejo es problemática y probablemente está conformada por varias fases de desarrollo, como lo señalan la asociación tardía tanto de elementos Tairona como del Período Portacelli.
Catatumbo Esta subregión comprende la hoya del Catatumbo también llamada Central en el departamento del Norte de Santander, que se forma a partir del nudo de San Turbán en donde la cordillera Oriental se bifurca en dos ramales; uno que se dirige hacia el Norte y el Oeste (serranía de los Motilones) y el otro hacia el Nordeste (Serranía de Mérida). Esta gran hoya se encuentra recorrida por las digitaciones de Pamplona y Gramalote (sección Este) Mesallana (sección Oeste). Las cuales se desprenden irregularmente de los mencionados ramales. Se destaca además la zona de Ocaña que ocupa la mesa del mismo nombre en las vertientes de la cordillera al Magdalena. El territorio de Norte de Santander es muy quebrado, y en él, si bien predominan las altitudes medias (clima templado) no faltan al Sur y al Oeste las grandes alturas con vegetación paramuna. Este relieve irregular contrasta al Nordeste con una franja en llanada, dividida desigualmente por una línea de lomas que se extiende más allá de la frontera internacional hasta el lago de Maracaibo. Investigaciones Arqueológicas La prehistoria de esta subregión es prácticamente desconocida. Se sabe que la región Sur fue asiento en el siglo XVI del grupo llamado Chitarero, posiblemente emparentado con sus vecinos de habla chibcha (Guanes y Laches). En la serranía de los Motilones, subsiste un grupo indígena conocido como Motilón o Yuko, cuyo asentamiento en el área bien puede ser anterior a la conquista española y en el Catatumbo subsisten los Barí. En los valles de Cúcuta y el Zulia los españoles encontraron otros grupos no muy bien identificados. En 1942, Gregorio Hernández de Alba refiriéndose a las novedades arqueológicas de una exposición realizada en Ocaña, señala la presencia de urnas ovoidales provenientes de la localidad de Mosquito, que se caracterizan por una tapa arqueada y circular sobre la cual reposa un cuerpo humano, sentado, con brazos y piernas en diferentes actitudes, predominando las manos sobre las rodillas. La superficie de las urnas revela pintura blanca sobre la cual dibujaron en negro figuras geométricas.
En 1946, G. Reichel-Dolmatoff, refiere algunos sitios arqueológicos que observó durante su recorrido en la zona Sur del territorio motilón. La zona entre Cúcuta y Sardinata parece ser más bien pobre en sitios arqueológicos, pero la zona Ocaña Convención- el Carmen parece tener gran interés; menciona en ella sitios con urnas funerarias, momias en cuevas, cuevas con osamenta y petroglifos. Ninguno de los sitios, que según los datos pertenecen a culturas distintas, ha sido explorado científicamente. Al hacer un balance se observa que esta subregión carece de investigaciones arqueológicas sistemáticas.
Subregión Insular Esta subregión abarca el conjunto de islas y cayos del Archipiélago de San Andrés, en el mar Caribe, a unos 700 km. de la costa norte del país. El Archipiélago está constituido por las islas de San Andrés, Providencia y Santa Catalina; los bancos Alicia, Quitasueño, Serrana y Serranilla, el bajo Nuevo y una serie de cayos entre los que sobresalen Roncador y Albunquerque. En ella no se han realizado investigaciones arqueológicas sistemáticas. Balance General de la Región La Costa Atlántica colombiana es una de las regiones del país sobre la cual se tiene mayor información arqueológica, debido a sus condiciones propias que favorecieron el asiento de diversos grupos humanos desde época muy temprana, y al tesón y dinamismo que los esposos Reichel-Dolmatoff expresaron por la investigación de estos temas en la región. Estos investigadores, a través del Instituto Etnológico del Magdalena, emprendieron en el año de 1946, un amplio proyecto de estudios sistemáticos sobre la arqueología regional, cuyos frutos han sido el eje para trazar la prehistoria de la Costa Atlántica . Es de señalar también la labor desarrollada por el Arqueólogo Carlos Angulo V., quien ha puesto especial empeño por el estudio arqueológico sistemático del departamento del Atlántico. En años recientes nuevos investigadores se han interesado por los problemas arqueológicos de la región, contribuyendo así a enriquecer el conocimiento prehistórico de esta parte Norte del país. Como balance general sobre la arqueología de esta región se pretende señalar algunos de los requerimientos de investigación que, de una u otra manera, han sido planteados por algunos investigadores de la región, y fueron destacados por los participantes al Taller de Arqueología.
De la síntesis anterior sobre cada subregión se observa que los desarrollos culturales que desde épocas tempranas se llevaron a cabo, en ocasiones no se pueden circunscribir únicamente a determinada subregión. En consecuencia, algunos temas de investigación se plantearán de manera general, ya porque inciden en una geografía más amplia, ya porque son comunes a la problemática de cada subregión. Cuando sea del caso, se tratarán los temas separadamente. En lo que atañe a la etapa precerámica el esfuerzo se ha centrado en seguir la huella de campamentos y estaciones más prolongadas de habitación, dejadas por grupos tempranos de cazadores y recolectores. De estas señales de migración y paulatino asentamiento se han identificado varios sitios superficiales, en algunos de los cuales valdría la pena realizar estudios estratigráficos, con el fin de ubicarlos temporalmente. A ello va ligada la necesidad de definir horizontes de industrias líticas, tales como de puntas de proyectil, que hasta el momento han sido hallazgos casuales, desconociéndose su asociación estratigráfica y cultural. Uno de los lugares que se ha recomendado explorar y estudiar con intensidad es la bahía Gloria en el Golfo de Urabá. También se ha enfatizado en la necesidad de efectuar estudios palinológicos en varias zonas, como por ejemplo a lo largo del río Magdalena y en general del holoceno temprano en el corredor costero y en la Guajira.
De la época comprendida entre los 5.000 y 1.000 años antes de Cristo, se han estudiado rigurosamente varios yacimientos tales como Monsú, Puerto Hormiga, Canapote, Barlovento, Malambo y Momil. De ello se desprende el papel relevante que en época remota desempeñó la región en los desarrollos tecnológicos, artísticos y económicos. Dado que como bien lo expresa Reichel-Dolmatoff es en este tipo de ambiente tropical donde se puede suponer que se halla iniciado la horticultura, tal vez en las riberas inundadizas del bajo Magdalena, en las orillas de las lagunas o cerca de los grandes esteros del literal, se han sugerido estudios complementarios sobre el proceso de domesticación de plantas y el paso hacia la agricultura, que con seguridad podrán llenar fases intermedias y transitorias, que están por completarse y definirse en el proceso de desarrollo de los complejos culturales de esta época de experimentación. En cuanto a las subregiones se hacen las siguientes observaciones y recomendaciones: En el Corredor Costero, además de los temas ya sugeridos que trascienden el espacio geográfico de esta región, se requiere información adicional para afianzar la posición cronológica de complejos tales como Ciénaga de Oro y Betancí. También es importante el estudio del Complejo Betancí, en relación con el complejo cultural emparentado del curso del río San Jorge y los sistemas de canales de drenaje del medio río Sinú. En cuanto al Complejo Inciso del Bajo Magdalena, que al parecer se extiende desde la depresión Momposina hacia el Norte e irradia su influencia a varias zonas, como el bajo San Jorge, el bajo y medio río Cesar y la Ciénaga Grande de Santa Marta, son muy pocos los sitios estratificados estudiados. Sería conveniente ampliar la información en este sentido, para definir secuencias de cronología y relaciones con desarrollos culturales contemporáneos. En la subregión Urabá - Alto Sinú, Estorbo y Tierralta señalan un parentesco tan estrecho que bien puede entenderse como un solo complejo, con claros desarrollos locales, que al parecer se prolongan hasta la conquista española. No obstante, su posición cronológica no es aún lo suficientemente clara. Por lo tanto, es necesario ampliar los estudios de sitios estratificados y profundizar en: el patrón de asentamiento, la vivienda, costumbres funerarias y definición de etnias. Estos trabajos son urgentes debido a que el alto Sinú está expuesto y afectado por la construcción de la Hidroeléctrica de Urrá. En la Depresión Momposina, subregión donde se ha realizado un riguroso estudio sobre el sistema de explotación agrícola que practicaban los indios Zenúes, en el bajo río San Jorge, existe una extensa zona sin explorar -bajo río Cauca y río Nechí- en donde valdría la pena efectuar prospecciones y estudios arqueológicos. En la subregión Guajira - Corredor Cesar, se debe enfatizar el estudio de la etapa de cazadores y recolectores tempranos; en este sentido la Serranía de Cosinas y el sitio el Espejo revisten características especiales. En relación con las dos ocupaciones del valle medio del río Ranchería, las dataciones obtenidas son muy importantes para conocer y precisar la cronología, pero no pueden tomarse como concluyentes hasta tanto no se logren nuevas dataciones de sitios estratificados que garanticen una mayor confiabilidad.
Para entender y explicar los procesos culturales manifiestos en la ocupación prehispánica de esta subregión y su relación con áreas vecinas, es necesario realizar estudios en el valle alto y bajo del río Ranchería, en el valle medio del río Cesar, en la Serranía de Perijá y en los valles de los ríos Catatumbo y Zulia. Sobre esta última zona no existen estudios arqueológicos pero se estima que estuvo fuertemente influida por las culturas del río Ranchería. Por último, es necesario definir el período La Paz (Serranía de Perijá), en un contexto regional más amplio y buscar sitios estratificados que permitan una ubicación cronológica más precisa. De la Sierra Nevada de Santa Marta se tiene una visión generalizada sobre el poblamiento prehispánico, principalmente en lo que respecta a una época tardía y se esbozan varias hipótesis y planteamientos referentes a ocupaciones tempranas en el área del litoral y en la vertiente Suroriental, que en uno u otro rasgo de su bagaje cultural sugieren lazos o relaciones con la ocupación tardía. La hipótesis y planteamientos sobre una ocupación temprana requieren de mayores estudios arqueológicos, para su comprobación. Es importante en este sentido el estudio de la franja del literal, la zona de contacto con la Ciénaga Grande, y toda la zona Suroriental de la Sierra, hacia los cursos altos de los ríos Ariguaní, Cesar y Ranchería. De otra parte, con el fin de obtener un panorama claro de los procesos que se dieron para configurar la sociedad Tairona tal como se presenta en el siglo XVI se debe determinar en detalle el patrón de asentamiento según zonas ecológicas, para lo cual es necesario caracterizar los asentamientos (antigüedad, organización interna, demografía y función) y definir desarrollos locales o regionales (secuencias culturales y cronología). En las subregiones de Catatumbo e Insular, la necesidad de investigación es inmediata, pues carecen por completo de estudios arqueológicos sistemáticos. Tabla 1 Cronología de la subregión Corredor Costero
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de
Antropología
e
Historia
II. Valle Intermedio del Río Magdalena Gilberto Cadavid ÍNDICE
Llanos del Huila y Tolima Subregión comprendida entre la desembocadura del río Bogotá y los raudales de Honda y Barrancabermeja Subregión comprendida entre los raudales de Honda y Barrancabermeja Subregión comprendida entre Barrancabermeja y Morales Balance general de la región
VER EL MAPA DEL VALLE INTERMEDIO DEL RÍO MAGDALENA
Se denomina Valle Intermedio del río Magdalena al área comprendida entre la ciudad de Neiva, capital del departamento del Huila y el municipio de Morales, en el departamento de Bolívar, incluyendo las llanuras laterales que conforman el respectivo valle por debajo de los 1.500 metros entre Neiva y Girardot, para luego conservar la cota de los 1.000 metros hasta Morales. El río Magdalena en esta región tiene un recorrido aproximado de 700 kilómetros, presentando una diferencia de altura entre los dos puntos extremos (Neiva y Morales) de 456 metros. La región se subdivide en cuatro sub-regiones, de sur a norte, de acuerdo al curso del río. Llanos del Huila y Tolima Esta subregión se extiende a lo largo del valle del Magdalena entre las ciudades de Neiva y Girardot, y comprende los llanos secos de los departamentos de Huila y Tolima, valles y montañas del río Saldaña y la vertiente al Magdalena de la Cordillera Oriental colindante con el páramo de Sumapaz. Se caracteriza por el recorrido del río sobre un valle relativamente estrecho, que se amplía en su banda izquierda a la altura de Natagaima, mientras que en su margen derecha, el valle no supera en ningún punto los 25 kilómetros de anchura. El río Magdalena recibe en esta subregión, numerosos afluentes entre ellos el Baché, Aipe, Saldaña, Coello, Las Ceibas, loro, Fortalecillas, Bateas, Villavieja, Cabrera, Yaví, Cunday y Sumapaz. Investigaciones Arqueológicas G. Reichel-Dolmatoff (1943) describe los hallazgos de urnas funerarias en el Valle del Magdalena desde Tamalameque hasta El Espinal, e identifica cierta uniformidad en la concepción fundamental de los patrones funerarios en torno a ese elemento común que fue la urna para entierro secundario. En estos sitios, se señala un horizonte cerámico muy
definido a lo largo del valle del Magdalena, que aún cuando presenta variaciones locales, parece pertenecer a grupos étnicos muy homogéneos de filiación karib. Para esta subregión de las llanuras del Huila y Tolima, se identificaron los sitios de Espinal y Ricaurte. El primero de estos se encuentra localizado en territorio ocupado por los pijao en el momento de la conquista, el cual aportó urnas funerarias de forma esférica, en cuya parte superior se encuentran representaciones de una cara humana en alto relieve. Sus tapas consistían en platos circulares pandos sin ninguna decoración; en Ricaurte, ya en territorio Panche, se hallaron numerosas urnas de forma semiesférica a veces enterradas en grupos, cuya tapa consiste en un casquete pando de características similares a las del Espinal. Por su parte, Julio César Cubillos, excavó en 1945 en Rioblanco cerca a Chaparral (Tolima), un sitio parcialmente alterado por la acción de los guaqueros, en donde se observaba una apreciable acumulación de material cultural con una profundidad oscilante entre los 1.60 y los 2.50 metros. En este depósito encontró algunas piezas de oro que se relacionan técnica y estilísticamente con la orfebrería quimbaya, así como abundante cerámica de dos clases muy típicas de la región del Magdalena Medio. En 1954, Julio César Cubillos y Víctor Bedoya, efectúan un trabajo de salvamento en el sitio La Jabonera sobre el río Magdalena, en inmediaciones del Espinal. Se trataba en este caso de un amplio basurero con intrusiones de tumbas, localizado sobre una terraza paralela al río, que había sido alterada parcialmente durante los trabajos de construcción de una carretera veredal. Para efectos de excavación, y teniendo en cuenta el limitado tiempo disponible, se utilizó una motoniveladora que profundizó hasta los 0.40 metros, hasta encontrar algunos pisos de vivienda, abriendo así mismo trincheras de control que no dieron tampoco posibilidades estratigráficas pues se trataba de una misma capa cultural homogénea en todo el sitio. Sin embargo, se canalizaron 206 fragmentos cerámicos que mostraron una estrecha relación tipológica en la cerámica de los demás sitios arqueológicos situados entre La Jabonera y Puerto Wilches. Datos adicionales aportados por los trabajadores de la carretera que alteraron el sitio en cuestión, establecen que algunas tumbas saqueadas eran de pozo con pequeña cámara lateral que contenían urnas funerarias para entierro secundario, pero no se mencionan sus rasgos característicos. En la zona de Santa Ana (Huila), en el año de 1972, los arqueólogos norteamericanos Thomas Myers, L.B. Bruillard y S. Hunter de la Universidad de Indiana, realizaron un trabajo preliminar, en el que ubicaron cerca de 50 sitios arqueológicos de diferentes tipos. Se destaca entre éstos el Abrigo de Salamanca, que no llenó las expectativas estratigráficas puesto que todo el material cultural se halló en un solo estrato uniforme de 30 centímetros. Durante este trabajo identificaron 4 tipos de cerámica, herramientas líticas en chert de manufactura muy simple y dos narigueras sencillas de oro. Los autores definen para la región del Alto Cabrera dos fases: temprana (aproximadamente 500 años d.C.), que se denominó Fase Salamanca que corresponde a un patrón de asentamiento disperso y la Fase Moderna (aproximadamente 1.700 años d.C.) que se caracteriza por un patrón de asentamiento nucleado.
Gonzalo Correal efectúa en 1976 exploraciones arqueológicas con el apoyo de FIAN y de la Universidad Nacional, trabajo este en el que cubre una extensa zona que incluyó los departamentos de la Guajira, Cesar, Magdalena, Bolívar, Sucre, Córdoba, Huila y región del valle del Magdalena, obteniendo como resultado la identificación de 21 sitios correspondientes a la etapa lítica, además de sitios cerámicos y áreas con pictografías. Para tal efecto se exploraron especialmente las terrazas altas en proximidades de ríos, sectores aledaños a la ciénagas, abrigos rocosos, cuevas, mesetas y valles aptos para la supervivencia de grupos cazadores-pescadores-recolectores . En estas áreas se ubicaron industrias de chopper y chopping tools no definidas anteriormente en el país, concentradas especialmente en un sector que incluye el Magdalena Medio hasta el Huila. En esta subregión, se ubicaron sitios en inmediaciones de Neiva y en la región de Villavieja, sobre terrazas pleistocénicas altas. Se registraron estaciones con alta densidad de elementos líticos, correspondientes a estaciones temporarias abiertas, de grupos muy densos de cazadores-pescadores-recolectores. En el sitio denominado el Hotel (en cercanías de Neiva) los elementos líticos corresponden a desechos de talla o lascas atípicas con bordes de utilización y lascas concoidales. Esta misma situación se repite en los sitios de La Argentina (cerca a Neiva), San José I y Pachingo en Villavieja. Sus características son comparables a las anteriormente registradas para el sitio Hacienda Boulder. Arnold Tovar en 1980 realiza su trabajo de tesis en el Cañón de Anaime (municipio de Cajamarca), en un sitio correspondiente a un tambo de vivienda localizado sobre vertiente. El material cerámico obtenido se clasificó en un sólo tipo, y corresponde a elementos cerámicos de uso doméstico, que por su decoración guardan cierta similitud, según el autor, con la cerámica del Período yotoco y de la Fase Sonso de la Cordillera Occidental. En la misma zona de Anaime ubicó varias tumbas agrupadas, en cuyo interior encontró restos humanos deshechos por la humedad. En 1982, el arqueólogo Alvaro Botiva del ICAN, efectuó un trabajo de Arqueología de Salvamento en cercanías de Neiva, en predios del campamento de HOCOL (Houston Oil Colombiana S.A.). Se trató en este caso de ocho estructuras funerarias, seis de las cuales habían sido alteradas casi en su totalidad por maquinaria pesada y por trabajadores de la empresa.
Las estructuras en cuestión fueron construidas en un estrato correspondiente al relleno aluvial del río Magdalena, que por sus características permitió dar a estas tumbas un acabado muy elaborado especialmente sobre las paredes, en las cuales se hicieron grabados de figuras zoo y antropomorfas estilizadas, así como diseños geométricos varios. Las tumbas son predominantemente de pozo con cámara lateral de planta rectangular y poco profundas. El trabajo de salvamento se concentró en dos tumbas encontradas en buen estado, que aportaron valiosos datos sobre las prácticas funerarias de esta región. En la tumba identificada como No. 3, se hallaron restos óseos muy deteriorados de ocho individuos adultos, además como ajuar funerario 7 volantes de huso, 2 narigueras circulares y una lámina de oro. La tumba No. 7 presentó una situación bastante confusa en donde sólo fue posible delimitar el pozo, puesto que la cámara o bóveda estaba derrumbada, encontrándose en su interior restos humanos muy deteriorados además de huesos de pequeños roedores y aves, un volante de huso y algunos fragmentos cerámicos. En 1984, Arturo Cifuentes practica su trabajo de tesis en inmediaciones del Espinal en la Vereda Montalvo. El objetivo de este trabajo fue el de rastrear una tradición alfarera típica del Magdalena Medio sobre las márgenes de los ríos Bogotá, Coello, Sumapaz y Saldaña, con el fin de determinar posibles poblamientos o avances de grupos provenientes del Magdalena. El investigador encontró afinidades estilísticas de una tradición cerámica que puede tener relaciones con la Sabana de Bogotá durante el período Herrera, además el material obtenido sirvió de base para establecer posibles relaciones con otros sitios encontrados anteriormente en El Espinal (La Jabonera), Honda, Guarinó y Quininí. Subregión comprendida entre la desembocadura del Río Bogotá y los Raudales de Honda
Como límite superior del valle se tomó la cota de nivel de los 1.000 m.s.n.m. En este sector, el río tiene un recorrido de 145 kilómetros, mientras que el valle presenta una longitud de 105 kilómetros. Girardot, en su extremo sur está a 289 m.s.n.m., en tanto que los raudales de Honda a 220 m.s.n.m. presentan un desnivel de 69 metros. Se puede concluir que se trata todavía de un valle intercordillerano estrecho, puesto que a esta altura no sobrepasa los 40 kilómetros de anchura. Presenta, sin embargo, diferentes características sobre cada una de sus bandas, siendo así que la izquierda es bastante regular, con una anchura promedio de 20 kilómetros; por su parte, la margen derecha se estrecha sensiblemente a partir de la desembocadura del río Seco, presentando numerosas digitaciones y colinas bajas que mueren a menos de 10 kilómetros del río. Desembocan al Magdalena los siguientes tributarios sobre la margen izquierda: Río Coello, Río Totaré, quebradas Agua Blanca, Tantan, La Pena, ríos Lagunilla y Guamo, Quebrada Seca y río Gualí; sobre la margen derecha, los ríos Bogotá, Seco, Seco de Palmas y varias quebradas y arroyos menores. Los suelos son altamente productivos, por tratarse de llanuras aluviales, así como de abanicos aluviales provenientes especialmente de la Cordillera Central. La vegetación predominante hasta los 500 m.s.n.m., que representa las 3/4 partes de la extensión de este sector, corresponde al bosque seco tropical; por encima de los 500 m.s.n.m. y hasta los 1.000 predomina el bosque húmedo premontano. Investigaciones Arqueológicas En 1943, G. Reichel-Dolmatoff en su trabajo en esta zona destaca la presencia de urnas funerarias en los siguientes sitios: Girardot, en donde reseña urnas de características muy similares a las de Ricaurte (subregión de las Llanuras del Huila y Tolima). Guarinó, zona limítrofe entre los territorios Pantágora y Panche, en la que se han hallado numerosos sitios de enterramiento de urnas funerarias con tapa. El autor estudió un grupo de nueve urnas y diez tapas, fuera de contexto original. Se trata de urnas altas, de forma cilíndrica, base redondeada, de cuerpo ovoidal u ovoidal achatado. Las tapas tienen representaciones zoo o antropomorfas sentadas en un banquito. Comparten muchos rasgos distintivos con las reseñadas para el río La Miel. Región de Honda, territorio ocupado por los Panches en el momento de la conquista, en donde se reportaron urnas en las localidades de Arrancaplumas, Pescaderías y mesuno. Se trata en estos casos de urnas funerarias de cuerpo subglobular achatado con cuello corto y boca ancha. Las tapas correspondientes no fueron definidas en su estilo, por encontrarse tan sólo fragmentos de éstas. Conviene destacar sin embargo que en la localidad de Arrancaplumas se identificó cerámica fitomorfa en asocio a otras formas y decoraciones muy variadas, no muy frecuentes en otros sitios.
En 1969, Gilberto Cadavid C., excavó en dos extensos basureros pertenecientes a zona de habitación cercanas al río Magdalena, en los sitios de Calzón de Oro y San Germán, al norte del municipio de Honda en área ocupada por el grupo Panche en tiempos de la conquista. Los basureros en cuestión, a pesar de estar distanciados tres kilómetros entre sí, presentan un material cerámico y lítico homogéneo, tanto en su tipología como en su frecuencia. Sobresale dentro de la cerámica la alta proporción de fragmentos decorados, superior al 25% del total. En sí, este material es muy característico de esta región y se extiende con rasgos muy similares hasta las regiones de Antioquia y Santander, sobre el río Magdalena. En 1976, Marianne Cardale, realizó investigaciones en Pubenza (Tocaima). Para tal fin efectúa cuatro cortes en lo que parece ser el resto de una tenaza aluvial erosionada hace mucho tiempo. Encuentra gran cantidad de cerámica de formas muy variadas, que clasifica dentro de tres tipos diferentes. En el mismo sitio encuentra una industria lítica en chert trabajada por percusión, así mismo ubica restos óseos de conejos, aves, iguanas, venados, roedores pequeños y caracoles de dos especies diferentes. Cerámica muy similar a la de Pubenza se ha ubicado en cerro Coloma (municipio de Jerusalém), en el sur de la Sabana de Bogotá, Cerro Quininí y en Pasca. Estilísticamente presenta alguna relación con la cerámica de Arrancaplumas (Honda)y la del Espinal. El sitio de Pubenza está dentro de la zona ocupada por el grupo cultural Panche, pero la autora se cuestiona si pertenecía a este grupo, debido a la antigüedad de las fechas de C-14 obtenidas. En 1978, Cecilia de Hernández trabajó para su tesis de grado en un asentamiento Panche, en la localidad de Armero (Tolima). Para tal efecto excava un área de 256 metros cuadrados, aparte de cortes efectuados en el sitio denominado La Capilla. El material cultural consistió en numerosa cerámica y líticos en chert, material que es típico de esta zona del Tolima. Cecilia de Hernández y Carmen A. de Fulleda en 1982, excavan en un sitio localizado en la confluencia del río Guaduero con el río Negro, en inmediaciones del municipio de Guaduero (Cundinamarca). Abrieron tres pozos de sondeo en un basurero que, según las autoras, correspondería a un taller cerámico de una cultura del período formativo, que se fue desarrollando a lo largo de los siglos, presentando una densa acumulación de material, que se definió como muy uniforme en toda su profundidad, y que permitió distinguir 22 formas cerámicas diferentes. Subregión comprendida entre los raudales de Honda y Barrancabermeja Para esta subregión se ha delimitado la cota de nivel de 1.500 m.s.n.m. Entre sus puntos extremos, el río tiene un recorrido de 260 kilómetros, el valle una longitud de 220 kilómetros. Los raudales de Honda se encuentran a 220 m.s.n.m. y Barrancabermeja a 75 m.s.n.m., presentando un desnivel en el curso del río de 145 metros. Como en la anterior subregión, el valle presenta características diferentes sobre las respectivas vertientes de las Cordilleras Oriental (banda derecha) y Central (banda izquierda). Sobre la banda derecha, a la altura de los Saltos o Raudales de Honda, el valle tiene apenas 10 kilómetros de anchura sobre la cota de los 1.000 m.s.n.m., más al norte se va abriendo
poco a poco en las cabeceras del río Negro en cercanías de Puerto Salgar, para ampliarse definitivamente en el Territorio Vásquez, alcanzando posteriormente, a la altura de Barrancabermeja, los 60 kilómetros de ancho. En esta banda el Magdalena recibe el tributo de los siguientes cursos de agua: ríos Negro, Palenque, Hermitaño, y Quebradas La Muerta, Carolina y Montoyas, ríos Carare y Opón. Sobre la banda izquierda, el valle conserva una anchura promedio de 30 kilómetros, desde la desembocadura del río Guarinó, en límites entre los departamentos de Tolima y Caldas; posteriormente, ya en tierras del departamento de Antioquia, el valle presenta un perfil sinuoso sobre las estribaciones de la Cordillera Central, en donde tiene un promedio de anchura oscilante entre los 35 y 40 kilómetros. Los suelos son variables en fertilidad y capacidad de uso. La vegetación predominantemente es el bosque húmedo tropical y el bosque húmedo premontano; posee una alta precipitación y clima cálido con más de 26ºC. Investigaciones Arqueológicas Las investigaciones en el Valle Intermedio del Magdalena se iniciaron en 1942 con Graciliano Arcila Vélez, en la Paz y Alto Opón; reseñó varios cementerios ya guaqueados y algunas cuevas, en las cuales efectuó recolecciones superficiales de material óseo y cerámico, practicando además pequeños pozos de sondeo para determinar la profundidad cultural de los sitios. El Oro se excavó algunas pequeñas tumbas de pozo, con profundidad promedio de 1.50 metros, en las cuales encuentra un ajuar funerario pobre consistente en cerámica tosca. Concluye del análisis de los materiales obtenidos, que los grupos que habitaron los sitios de La Paz y Alto Opón pertenecían a culturas diferentes. Reichel-Dolmatoff (1943), menciona urnas funerarias en los siguientes sitios: Región de Ocaña, en la margen derecha del río Lebrija, área en donde se han hallado numerosas urnas que se han atribuido genéricamente a la "Civilización Mosquito". Las urnas en cuestión son de cuerpo cilíndrico alto, bases redondeadas y cuello ligeramente invertido; su tapa es un casquete semiesférico, sobre el cual hay una figura humana sedente, cuyos brazos descansan sobre los músculos en posición natural. Este tipo de urnas también se ha reportado en varias ocasiones en la región de Bucaramanga. Río La Miel, región que fue habitada por los Pantágora o Palenque. Los hallazgos provienen de dos tumbas de pozo y cámara lateral, que aportaron 142 piezas cerámicas, en las que predominan las grandes urnas funerarias con formas que varían entre ovaladas con cuello cilíndrico, ovoidales achatadas de cuello cilíndrico, subglobulares achatadas de cuello corto y boca ancha y ovoidales achatadas con cuello cilíndrico. Sus tapas se caracterizan por tener representaciones antropomorfas muy realistas, que consisten en una figura sentada en un banquito en posición erguida, en la que se detallan minuciosamente los rasgos de la cara, el adorno personal y la deformación intencional de brazos y piernas. Se presentan también motivos ornitomorfos sobre las tapas. Es muy típica localmente la decoración de pequeñas
lentejuelas (vértebras de pescado) adheridas a la superficie de las urnas formando diseños geométricos. En Puerto Niño se reportaron así mismo, algunas urnas de características idénticas a las de la zona del río La Miel. Diez años más tarde en 1946, Eliécer Silva Celis, realizó una inspección arqueológica por el Alto río Minero, en el municipio de Buena Vista (Boyacá), en donde encontró cerámica muy similar estilísticamente a la reseñada anteriormente en las localidades de Honda, Guarinó, La Miel y Ricaurte, con la peculiaridad de encontrar en el mismo sitio cerámica Muisca clásica. El territorio en cuestión era dominado por los Colimas y Muzos, que se acercaba a Chiquinquirá en el momento de la Conquista. Luisa Fernanda Herrera y Mauricio Londoño, en 1975, efectuaron en Puerto Serviez un trabajo de salvamento arqueológico. Localizaron en esta zona, ocupada en tiempos de la Conquista por el grupo Pantágora, una tumba parcialmente guaqueada en donde encontraron a 6.60 metros de profundidad dos cámaras intactas, con material cerámico consistente en 63 urnas funerarias cuyas tapas estaban fracturadas por el derrumbe del techo de la bóveda, y 63 vasijas más como parte del ajuar Funerario. En algunas urnas hallaron huesos humanos parcialmente calcinados en mal estado de conservación y en otras, restos de armadillos y venados. El material cerámico se clasificó en un solo tipo denominado Habano medio, tipológicamente igual al hallado por Reichel en La Miel. Gonzalo Correal (1976) investigó en cercanías de Puerto Berrío, las Cuevas de la Gustina, La Enganera y Los Liberales, en formaciones calizas que bordean el curso del río Alicante. En ellas obtuvo pocos elementos líticos, especialmente en chert. En cercanías de Nare (Antioquia), reseñó el sitio de Portobelo, en donde obtuvo 107 elementos líticos que se caracterizaron por la presencia de raspadores que indican una subsistencia basada en la cacería, lascas concoidales con huellas de utilización para actividades relacionadas con la pesca y raspadores cóncavos para el trabajo de la madera. Los sitios arqueológicos del Edén y Guayaquil I, en cercanías de Puerto Boyacá (territorio Vásquez) y Bocas de Palagua en inmediaciones de Puerto Serviez, presentan industrias líticas cuya mayor densidad está representada por desechos de tallas, lascas concoidales y navajas laminares que conjuntamente con los cantos rodados indican actividades de cacería y recolección. Iguales características se manifiestan en los sitios del Portal y Pipintá en el departamento de Caldas. Conviene destacar que la pauta de poblamiento para el área que se extiende desde Portobelo (Antioquia) hasta El Portal (Caldas), indica pequeñas estaciones temporales con una baja densidad en líticos, localizados en terrenos semiondulados, colinas y terrazas por encima del nivel de inundación. El sitio de Puerto Parra, en jurisdicción de Vélez en la confluencia del río Carare con el Magdalena, aportó 210 elementos líticos, especialmente desperdicios desbastados o desechos de talla.
En San Juan I al sureste de Puerto Carare, se hallaron lascas irregulares sin evidencia de utilización, lascas concoidales, núcleos, choppers y raspadores laterales. Tal vez el sitio más importante de esta subregión está representado por la Estación Paleoindígena de la Ciénaga de Chucurí, localizada a unos 40 metros sobre el nivel del río, en un área plana de 90 por 80 metros. Allí se obtuvieron 1.010 líticos, la mayoría de éstos en chert, consistentes en desperdicios desbastados, lascas triangulares, navajas laminares, lascas prismáticas, raspadores de varios tipos y cantos rodados. El número relativamente alto de utensilios indica por su tipología, que fueron elaborados in-situ y se utilizaron en actividades de limpieza de pescado, y en menor proporción en tareas de recolección. Carlos Castaño y Carmen L. Dávila excavaron en 1981 los sitios de Colorados y Mayaca, en inmediaciones de Puerto Salgar (Cundinamarca). El sitio de Colorados corresponde a un conjunto habitacional localizado en el Alto de Miraflores, a una altura de 350 a 400 metros, en la que además se encontró una sementera, basureros de pendiente, un taller lítico y cementerios en dos montículos. Por su parte el sitio denominado Mayaca, localizado entre Puerto Salgar y Guaduas (margen derecha del Magdalena) corresponde a un área arqueológica de unos 2.000 metros cuadrados, en la que se detectó un sitio de vivienda de forma oval de 12 por 6 metros, que aportó numeroso material cultural consistente en 14 recipientes cerámicos y varios líticos. Según los autores esta vivienda fue ocupada por un grupo de 10 a 12 personas, de acuerdo a los materiales y disposición interna de los mismos. Los dos sitios anteriormente mencionados, presentan una distribución espacial y contenido semejantes, en donde se evidencia la ocupación permanente de estos por parte de grupos que compartían una misma tradición cultural, fundamentada en el mismo patrón funerario y los mismos estilos cerámicos. Son especialmente significativas las urnas funerarias, en cuyas tapas se encuentran figuras antropomorfas sedentes, rasgos que son típicos del Magdalena medio, entre Honda y Puerto Mosquito. En estos dos sitios se aprecia, así mismo, el desarrollo de técnicas agrícolas que permitieron a estos grupos ir abandonando paulatinamente los márgenes del Magdalena, e ir ascendiendo hacia el altiplano cundiboyacense. Por último, Carlos Castaño y Carmen L. Dávila (1984a) con el apoyo de la Fundación de Investigaciones Arqueológicas Nacionales, efectúan un trabajo de investigación en la hoya baja del río de La Miel, en donde se pudo obtener en diferentes localidades una secuencia que parte desde el período paleoindio hasta la consolidación de los cacicazgos subandinos aunque existen, sin embargo, algunos vacíos temporales en lo referente al formativo temprano. Las investigaciones permitieron establecer la importancia del río La Miel, en el desenvolvimiento de procesos culturales que pueden relacionarse con otras áreas del país. El material cultural hallado en esta zona permitió a los autores, establecer vínculos con el área Quimbaya, así como la del Ranchería y Cesar, particularmente con los de la Fase de Horno como con otros sitios cercanos del Valle Medio del Magdalena.
Subregión comprendida entre Barrancabermeja y Morales Para esta subregión se ha conservado la cota de nivel de los 1.000 m.s.n.m., cerrando su perímetro hacia el oeste sobre la divisoria de aguas en la Serranía de San Lucas, bajando por la quebrada Labranza hasta su desembocadura en el Magdalena, frente al municipio de Morales. En este sector, el río tiene un recorrido de 190 kilómetros, el valle una longitud de 160 kilómetros y el desnivel entre sus puntos extremos es de 25 metros. El valle alcanza en algunos sectores una anchura superior a los 200 kilómetros, presentando un cambio definitivo al tornarse en una llanura inundable. Sobre el margen izquierdo confluyen al Magdalena los ríos Cimitarra y Boque, además de otras pequeñas quebradas de segundo orden. Por la margen derecha recibe el caudal de los ríos Sogamoso, Caño Negro y Lebrija. En esta zona hay diversidad de suelos que tienen la limitante severa de su carácter inundable. Predominan el bosque húmedo tropical y bosque húmedo premontano, con alta precipitación y clima superior a los 26°C. Investigaciones Arqueológicas Zaida Castellanos excavó, en 1975, en inmediaciones de los cultivos de Indupalma en San Alberto (Cesar), un basurero poco profundo, que evidenció una corta ocupación por un grupo del Formativo. El material cerámico hallado se clasificó en cuatro tipos, cuyas formas generales son cuencos, copas y vasijas subglobulares con un porcentaje de decoración superior al 29% y diferente tipológicamente del hallado anteriormente en zonas relativamente cercanas. La autora concluye que este material apenas tiene algunas similitudes con el de Zambrano, y ninguna relación con el de San Lucas, menos desarrollado estilísticamente. Correal (1977), reseño en esta subregión en el sitio de Ciénaga de San Silvestre (en cercanías a Barrancabermeja), una estación abierta, en la que halló numerosos artefactos, entre ellos, lascas triangulares, navajas laminares, raspadores y choppers. Roberto Lleras Pérez, investigador del Instituto Colombiano de Antropología efectuó un Trabajo de salvamento en la localidad santandereana de Landázuri en el año de 1983. Se trataba en este caso de un sitio de habitación en el que también se encontraron tumbas de pozo con cámara lateral. La excavación arrojó resultados particularmente interesantes, por la presencia de material cerámico típico del Magdalena Medio (Santa Helena del Opón, La Paz y La Miel), asociado con material clásico Guane al cual se relacionan algunas piezas de orfebrería de láminas recortadas, repujadas y trabajadas a la cera perdida. El autor plantea la posibilidad de la existencia en este sitio de una colonia agrícola Guane, coexistiendo con este grupo del Valle del Magdalena, puesto que en el piso de vivienda excavado el material Guane y Magdalena se encontraba mezclado. Gilberto Cadavid, en el desarrollo de trabajos arqueológicos en el área Guane en 1982, trabajó esto último, financiado por la Fundación de Investigaciones Arqueológicas Nacionales, intentando delimitar el territorio Guane; excavó tres tumbas de pozo con cámara lateral en las que se hallaron varias urnas funerarias para enterramiento secundario. El
material cerámico es típico del Magdalena Medio, descartándose la ocupación Guane del territorio de Llano de Palmas (municipio de Rionegro, Santander), confirmando por su parte, la del grupo Yareguí. Balance General de la Región El Valle del Magdalena, ruta natural para la migración humana, desempeñó un papel de primera magnitud pues por él se desplazaron en diferentes épocas grupos humanos que, de acuerdo con el momento histórico, poseían diversos grados de desarrollo cultural. De acuerdo con las investigaciones de Gonzalo Correal sobre la etapa de cazadorespescadores-recolectores, los primeros pobladores de nuestro territorio ingresaron por el Istmo de Panamá y fueron avanzando hacia la costa, evitando las zonas inundables, desplazándose posteriormente por diversas rutas naturales, una de éstas, el valle del río Magdalena que los conduciría hacia el interior del país. La localización de los sitios arqueológicos se ha dificultado por el hundimiento progresivo de la cuenca del Magdalena, fenómeno que ha destruido incontables yacimientos. Sin embargo, algunas de las estaciones arqueológicas correspondientes a esta época se encuentran localizadas generalmente sobre terrazas inundables próximas a las ciénagas o confluencia de los ríos, sitios estos que presentan una mayor disponibilidad de recursos. Dichas estaciones corresponden, generalmente, a estaciones temporarias al descubierto, con industrias líticas denominadas de chopper y chooping tools, que presentan algunas variantes locales determinadas por la adaptación a diferentes ecologías. Sitios de este tipo se encuentran concentrados, especialmente, en las ciénagas aledañas al río Magdalena (Ciénagas de San Silvestre y Chucurí), prolongándose hasta los llanos de Huila y Tolima (El Hotel, La Argentina, San José y Pachingo). A partir del segundo milenio antes de Cristo, se modifican los aspectos cualitativos de subsistencia en los grupos de las llanuras del Caribe, cambios que inciden en el desarrollo y evolución de los grupos del Valle del Magdalena, en donde se da un gradual movimiento hacia las laderas andinas, favorables para el desarrollo del cultivo del maíz, por parte de pequeños grupos, generando, a la postre, un regionalismo marcado y el surgimiento de la jerarquización en estas sociedades. Los planteamientos teóricos de Reichel-Dolmatoff (1978), sugieren que algunas etnias del primer milenio a.C. crearon complejos cerámicos de avanzada tecnología y concepción estética, como por ejemplo los habitantes de las orillas de los ríos Ranchería y Cesar, los pobladores de las riberas del Bajo Magdalena en las Areas del Banco, Plato y Zambrano, o los grupos ribereños del medio y alto Magdalena (Barrancabermeja, Honda, Girardot, Espinal y el Guamo). En estos últimos grupos es común encontrar entre sus costumbres la práctica de entierros secundarios en grandes urnas funerarias. La importancia de estas etnias, esencialmente selváticas, estriba en que muy probablemente formaban parte del gran horizonte de horticultores mixtos, del cual surgieron, en algunas regiones, los cacicazgos. Algunas de las sociedades organizadas en cacicazgos perduraron hasta la conquista española, por ejemplo los Pantágora, Pijao, Panche y Carare en el valle del río Magdalena.
Las investigaciones arqueológicas que se han realizado en el Magdalena medio y alto (exceptuando la región de San Agustín) han sido muy esporádicas y existen muy pocos datos sobre el desarrollo histórico-cultural que se dió en esta amplia zona, desde las tempranas estaciones temporales de cazadores y recolectores, hasta el advenimiento y fortalecimiento de los cacicazgos. La mayoría de los estudios no cuentan con datación absoluta, carencia que es una limitante para la comprensión del desarrollo cultural que se dió en las laderas andinas del valle del Magdalena, y en las llanuras del Tolima y del Huila. Sobre la llamada colonización maicera de las vertientes andinas, es muy poco lo que se conoce y dado que es el eje de todo un proceso histórico cultural, es importante que se efectúen los respectivos estudios arqueológicos y paleocológicos. Si bien es cierto que el maíz se introduce tardíamente en las llanuras del Caribe (Momil), poco se sabe sobre la domesticación de esta planta en Colombia o sobre la dirección de su difusión. Tan sólo se tienen unos pocos datos sobre el cultivo temprano del maíz en San Agustín y en la Sabana de Bogotá, lo que estimula aún más la investigación de este aspecto en los valles interandinos. Tabla 6
III. El Macizo Central Antioqueño Gilberto Cadavid ÍNDICE
Altiplanicie del río Negro y Sonsón Valle del río Medellín Altiplanicie de Santa Rosa de Osos Balance General de la región
VER EL MAPA DEL MACIZO CENTRAL ANTIOQUEÑO Esta región corresponde al segmento de la Cordillera Central que se interna en el territorio del departamento de Antioquia a partir del Páramo de Arboleda, región donde se encuentran las cabeceras de los ríos Arma y Samaná Sur, que corren en direcciones opuestas, de forma que el primero vierte sus aguas al río Cauca muy cerca del municipio de La Pintada, mientras que el segundo avanza hacia el Oriente desembocando en el río La Miel, que a su vez, es tributario del Magdalena. Estos dos ríos definen el límite Sur de Antioquia en Caldas, en lo concerniente a la Cordillera Central. Esta región, que se extiende en dirección norte por unos 170 kilómetros, aproximadamente hasta la altura del municipio de Valdivia, transcurre entre el escarpado y angosto Cañón del Cauca y Valle del Magdalena. Las vertientes Occidentales son más cortas y pendientes que las Orientales que se dirigen hacia el Magdalena, formando a su paso algunas cordilleras o ramales transversales de considerable extensión. El Macizo Central Antioqueño está dominado por dos grandes altiplanicies de superficies cambiantes que en ciertas áreas pueden estar disectadas y en otras presentar relieve suavemente ondulado. Estas dos altiplanicies están separadas diagonalmente por el angosto valle del río Cauca. Para fines prácticos se subdivide esta región en tres subregiones a saber: Altiplanicie de Rionegro y Sonsón, Valle del río Medellín y Altiplanicie de Santa Rosa de Osos. Altiplanicie de Rionegro y Sonsón Para definir el contorno de esta altiplanicie se toma como referencia la cota de nivel de los 1500 m.s.n.m. Sus límites por el sur están dados por la divisoria de aguas entre los ríos Arma y Samaná Sur en el páramo de Arboledas, que sirve así mismo de límite departamental entre Antioquia y Caldas, por el Este. Siguiendo la mencionada cota se va conformando una altiplanicie con numerosas digitaciones que se extienden hacia el cercano valle del Magdalena llegando hasta la altura de la población de Cisneros, que sería el punto extremo sobre el norte; por el Oeste, a partir del límite departamental se conforma la altiplanicie desde el municipio de Sonsón
extendiendo sus ramificaciones hacia el Cañón del Cauca, cerrándose posteriormente a lo largo del Valle del Río Medellín, sobre la población de Cisneros. En cuanto a su relieve, aunque se trata de una altiplanicie, tiende a ser relativamente quebrado destacándose especialmente los Altos del Cóndor (2800 m.s.n.m.) en cercanías del municipio de Sonsón, el páramo de Sonsón (3200 m.s.n.m.), Cerro de los Parados en cercanías del municipio del Cármen de Viboral, Cuchillas de San Rafael y Altos del Tablazo (3100 m.s.n.m.) en inmediaciones de Río Negro y Cuchilla de Machado (2200 m.s.n.m.) contigua al municipio del Peñol. Respecto a su hidrografía, la cordillera Central en este sector sirve de divisoria de aguas entre las cuencas de los ríos Cauca y Magdalena, siendo más numerosos, largos y caudalosos los ríos tributarios de este último. Los ríos pertenecientes a la cuenca del Magdalena, son los siguientes: Río Samaná Sur, tributario del río Miel afluente a su vez del Magdalena; Río Samaná Norte, que tiene como tributarios a los ríos Calderas, Dormilón, San Miguel y Guatapé; Río Nare, que recibe aguas de los ríos Pereira, Samaná Norte, Nus y San Lorenzo. Los ríos de la Cuenca del Cauca son los siguientes; Río Arma, que recibe la confluencia de los ríos San Pedro, Perrillo, Sonsón, Aures y El Buey; Río Poblanco, límite entre los municipios de Fredonia y Santa Barbara, que recibe como afluentes a las quebradas Naranjala y Las Frías; Quebrada Sinifana, que baña los Municipios de Amagá, Titiribí y Venecia. Climatológicamente la altiplanicie en cuestión, por hallarse en su gran mayoría por encima de la cota de los 2000 m.s.n.m., participa de los pisos térmicos templado a frío con temperaturas oscilantes entre los 18 y 14C. Los suelos, debido a su condición topográfica quebrada, por su origen volcánico y su alta precipitación pluvial, presentan una fuerte tendencia a la erosión, haciéndolos improductivos e inadecuados para la agricultura. La vegetación característica de la mayoría de su superficie es de tipo Bosque Montano Bajo y Bosque Húmedo Premontano. Investigaciones Arqueológicas En el año de 1980, el ICAN inició una prospección arqueológica a cargo de Gilberto Cadavid C., sobre una extensa región del territorio antioqueño para ubicar y tipificar asentamientos arqueológicos, áreas habitacionales, basureros, zonas de enterramiento y cualquier otra manifestación observable, y obtener colecciones cerámicas y líticas superficiales, para, configurar un proyecto de excavaciones sistemáticas. Se logró identificar un buen número de sitios arqueológicos, en cercanías de Medellín, Guarne, Rionegro, San Rafael, Santuario, El Retiro y La Ceja, consistentes en grandes concentraciones de terrazas de habitación o "Patios de Indios", algunos de ellos con zonas anexas de enterramiento.
Valle del Río Medellín El estrecho Valle del Río Medellín se encuentra ubicado aproximadamente en la parte media del Macizo Central Antioqueño, separando las altiplanicies de Río Negro - Sonsón y Santa Rosa de Osos. El valle se inicia pocos kilómetros al sur del municipio de Caldas y se prolonga aproximadamente por 75 kms, alcanzando una anchura máxima de 10 kms, aunque por lo general no sobrepasa los 5 kms. Su extremo septentrional se encuentra en la confluencia del río Grande con el Medellín, a la altura de la población de Porcecito, allí cambia el nombre por Porce. A partir de allí el valle se ensancha considerablemente presentando condiciones topográficas y ecológicas diferentes. El río Medellín, que define el valle que lleva su nombre, nace en el alto de San Miguel a 3100 m.s.n.m., y en sus 10 primeros kilómetros sobre el valle lleva una dirección aproximada norte-sur, la cual modifica a partir de los ancones de La Estrella, en donde tuerce su curso unos grados hacia el Este, recorriendo hasta los ancones o estrechura de Copacabana unos 25 kms más. Seguidamente el río toma una dirección constante noreste hasta el final del valle en la localidad de Porcecito. Durante este recorrido recibe el curso de numerosas quebradas, especialmente sobre su margen norte, provenientes de la altiplanicie de Santa rosa de Osos. La topografía del valle es bastante regular, conservando en toda su extensión una altura aproximada de 1500 m.s.n.m. Consecuentemente a su Profundidad respecto a las dos altiplanicies que lo limitan, ejercen la función de chimenea climática, provocando una zona sensiblemente más seca en relación a su periferia, conservando así mismo una temperatura entre 22 y 24C, con una precipitación hasta de 2000 mm. anuales. Sus suelos por estar en terreno plano, no presentan erosión, siendo por lo tanto, altamente favorables para la agricultura. Actualmente la vegetación predominante en las zonas despobladas es el bosque húmedo subtropical.
Investigaciones Arqueológicas En cuanto al valle del río Medellín, se tiene una información a partir del año de 1938, cuando el Dr. Félix Mejía Arango, relaciona en un trabajo de arqueología descriptiva algunos objetos líticos encontrados en Barbosa a 5 metros de profundidad en los aluviones del río Medellín, que pudieron haber sido manufacturados y utilizados por el hombre. Así mismo se refiere al hallazgo de una punta de proyectil encontrada en Niquía (Bello) a 10 mts. de profundidad y sin asociación alguna. A partir de 1953 y 1954, se dispone de los trabajos de salvamento efectuados por el Dr. Graciliano Arcila, en los que se refiere esencialmente a lo que denominó Estación Arqueológica de Guayabal (Medellín), sitio éste en donde un guaquero ubicó una serie de tumbas de las que dio aviso al servicio Etnológico de la Universidad de Antioquia para que pudieran ser estudiadas convenientemente. El mencionado arqueólogo, inició trabajos arqueológicos en una tumba de pozo con cámara lateral, con una profundidad de 5 metros y
un diámetro en el pozo de 2 mts., en el interior de la cual se hallaron restos humanos en tan mal estado de conservación que no pudieron ser estudiados, como ajuar funerario había 4 piezas de cerámica utilitaria, 5 narigueras de oro, varios instrumentos líticos y 213 volantes de huso. Deduce el autor que el sitio en cuestión era el poblado indígena que hallaron los españoles el 10 de agosto de 1541 y que se trataba de un sitio de textileros, a juzgar por la gran cantidad de volantes de huso. Es quizás por esta razón que dedica especial atención a la descripción de los volantes en cuanto a su forma y decoración, en contraste con el resto del material cultural que apenas es mencionado superficialmente. De otra parte, menciona el hallazgo de diversas tumbas descubiertas accidentalmente durante el proceso de urbanización y expansión de Medellín, trabajo éste fundamentalmente descriptivo en el que llega a concluir que se trata de tumbas de una época posterior a la de la Estación Arqueológica de Guayabal. Complementa sus observaciones de terreno con la descripción de algunas piezas cerámicas de colecciones particulares y del Museo de la Universidad de Antioquia, cuyo origen y asociación generalmente se desconoce. Posteriormente en 1971, efectúa un análisis sobre las características de los diseños de los petroglifos de la localidad de Itagüí, de donde colige sin mayores argumentos, que son de influencia antillana y posteriores a la introducción de la cerámica en el valle de Aburrá.
Altiplanicie de Santa Rosa de Osos Conservando así mismo la cota de los 1500 m.s.n.m. el punto extremo hacia el Sur está a la altura del municipio de Angelópolis sobre la Cuchilla del Romeral (2800 m.s.n.m.) que se dilata en dirección Norte, abriéndose hacia el Este a partir del Alto del Silencio (2700 m.s.n.m.) en inmediaciones del corregimiento de Prado, punto desde el cual el río Medellín tuerce su curso al Noroeste. El límite de la altiplanicie por el Sureste está dado por el valle del río Medellín hasta la desembocadura de la quebrada de San Pablo, siguiendo hasta la altura del municipio de Carolina. El perfil de la altiplanicie conforma hacia el Noroeste numerosas digitaciones, hasta alcanzar su máximo desarrollo a la altura del municipio de Valdivia en su extremo Norte. El límite sobre el Oeste está definido por el Cañón del río Cauca. Hacia el Este el relieve de la altiplanicie va descendiendo en forma de colinas piedemontanas hacia el valle del Magdalena. Sobre este flanco drenan los ríos Nechí, Pajarito, Minavieja y Dolores. Climatológicamente, la altiplanicie participa en casi toda su extensión del clima frío; los suelos de origen ígneo, de alta acidez, pobres en nutrientes y poco aptos para la agricultura. Debido además al relieve escarpado, tienen fuerte propensión a la erosión, especialmente en áreas cercanas al municipio de Yarumal, en donde afloran suelos esqueléticos. El tipo de vegetación predominante es el Bosque Húmedo Montano Bajo.
Balance General de la Región La Arqueología del Macizo Central Antioqueño es practicamente desconocida, puesto que no se han efectuado investigaciones arqueológicas diferentes a las de salvamento, como las realizadas en la subregión del valle del río Medellín, que presentan resultados muy limitados. Sobre los desarrollos culturales en las altiplanicies de Rionegro, Sonsón y Santa Rosa de Osos, no se posee ninguna información procedente de investigaciones arqueológicas y sólo se sabe de la existencia de los grupos humanos que las habitaron, a través de las crónicas de la conquista, que los ubican de forma confusa y simplista, probablemente arbitraria. De las crónicas se infiere a grandes rasgos, que los habitantes de estas regiones, en el momento de la conquista, eran Nutabes, entre el Cauca y el Porce y Tahamíes que ocupaban la región comprendida entre el Porce y el Valle del Magdalena. Sin embargo se evidencia en los documentos la baja densidad demográfica imperante en toda esta región. Si bien esta visión puede ser parcialmente verídica para el momento en cuestión, conviene tomar en cuenta los numerosos hallazgos efectuados por parte de guaqueros durante varias generaciones en la misma región, lo que podría significar que a pesar de la pobreza y mala calidad de los suelos, la situación demográfica fuera diferente en siglos anteriores a la conquista. Como puede colegirse del anterior recuento sobre la arqueología de la región del Macizo Central Antioqueño, prácticamente todo está por hacerse, pues aparte de una base etnohistórica que se ha empezado a consolidar en recientes trabajos de tesis para la Universidad de Antioquia, ninguno de los temas de investigación propuestos en el presente trabajo han sido desarrollados en esta extensa e importante región.
IV. La Montaña Santandereana Gilberto Cadavid
ÍNDICE Cordillera de los Yareguiés Valles longitudinales de los ríos Suárez y Fonce Cañon de Chicamocha Meseta y terrazas de la Vertiente Occidental de la cordillera Oriental Páramos de Oriente Balance General de la región
VER EL MAPA DE LA REGIÓN DE LA MONTAÑA SANTANDEREANA Comprende la sección norte de la Cordillera Oriental, siendo ésta una de las regiones topográficamente más compleja del país. En su diversidad están presentes los páramos que establecen límites departamentales entre los Santanderes y Boyacá, además de los colindantes con el territorio venezolano. En esta región se encuentran, así mismo, diversos valles, terrazas y mesetas como la de Mogotes, Los Santos, Piedecuesta y Bucaramanga, destacándose en medio de ellas el profundo Cañón del Chicamocha y su afluente el Suárez. El límite sur de la región está dado por la Loma de Mascachoque, el río Huertas y el río Tolotá; hacia el Noreste, el límite departamental entre los santanderes y Boyacá, hasta la altura de Onzaga, para extenderse hasta el páramo de Santa Isabel en proximidades del límite con Venezuela; de este punto, siguiendo en dirección Noreste hasta la Cuchilla de Santa Cruz y el Páramo de los Bueyes, entrando nuevamente al territorio de Santander por el río Romeritos; el sector occidental esta demarcado por el cauce del río Romeritos, hasta las Cuchillas de Magueyes y Filo de La Mesa. Posteriormente la vertiente occidental de la Cordillera de los Yareguiés, cierra el área con el cauce del río Huertas, entre los municipios de San Benito y Suaita. Esta región se divide en las siguientes subregiones: Cordillera de los Yareguiés, Valles longitudinales de los ríos Suárez y Fonce, Cañón del Chicamocha, Mesetas y terrazas de la vertiente occidental de la Cordillera Oriental y los Páramos de Oriente. Cordillera de los Yareguiés Esta cordillera, localizada en el extremo occidental de la Montaña Santandereana, se extiende a partir de la Quebrada Cimera en el Sur, hasta la confluencia del río Chucurí con el río Sogamoso. Transcurre esta cordillera entre el Valle del Magdalena al Oeste y el Cañon del río Suárez hacia el Este. Su dirección aproximada es Sur-Norte y alcanza una altura máxima de 3.500 m.s.n.m.
Cuenta en su parte baja sobre el Suárez con numerosas vegas y mesetas entre las que se destacan las de Zapatoca y Betulia, localizadas en su extremo norte. Sus tierras aunque propensas a la erosión son aptas para la agricultura. Nacen en esta zona numerosos tributarios de los ríos Suárez y Magdalena. Los pertenecientes a la Cuenca del Suárez, son: Quebradas Macangua, Cimera, Guamacá, Santa Rosa, de los Cinco Mil, Vitoca, Chiribí y Zapatoca; por su parte los que confluyen al Magdalena, son: Las Quebradas Alférez, Cañaveral, Fortuna, Araya, Aragua, Río Verde, que desembocan en el río Opón, afluente del Magdalena; en su extremo norte se encuentran varias quebradas que vierten sus aguas al río Sogamoso, siendo éstas, la Quebradas Zapatoca, Betulia, río Chucurí, río Agualinda, y Quebrada Putana. No se han realizado investigaciones arqueológicas en esta subregión. Valles Longitudinales de los Ríos Suárez y Fonce Esta subregión está conformada, realmente, por dos zonas con características topográficas y ecológicas diferentes. La primera de éstas es el valle de los mencionados ríos con sus respectivas cuchillas transversales. Se compone de tierras bajas entre los 500 y los 1.00 m.s.n.m., con temperatura superior a los 24ºC y expuesta a vientos secos que definen la escasez de la vegetación en la región. Se conforma así una zona árida con predominante vegetación xerofítica y sub-xerofítica con suelos altamente expuestos a la erosión. La segunda zona, está conformada por las mesetas colindantes al cañón del río Suárez, localizadas entre los 1000 y los 1500 m.s.n.m. El relieve de estas mesetas es moderadamente quebrado y su temperatura oscila entre los 18 y los 24ºC, con mayor humedad ambiental que la subregión anterior, predominando la vegetación arbustil. Por sus características ecológicas, ésta fue una de las zonas que más recursos ofreció a los antiguos pobladores y actualmente contiene una alta densidad de población distribuida en los municipios de Guadalupe, Chima, Simacota, Palmeras del Socorro, Socorro, Palmar, Hato, Cabrera y Galán. Investigaciones Arqueológica Miguel Such Martín, efectuó investigaciones en el año de 1942 en cercanías de los municipios de Oiba y Guápota, enfatizando en sus trabajos el estudio de las prácticas funerarias de la región. Para el caso, excavó varias tumbas de pozo con cámara lateral en las que halló cerámica tosca que identificó como de filiación chibcha. Cañon del Chicamocha Es la zona más inhóspita de la Montaña Santandereana. El río Chicamocha transcurre por un profundo y angosto cañón en donde su cauce está a unos 400 m.s.n.m. Sus laderas son azotadas permanentemente por vientos cálidos y secos que provocan una Constante erosión y la pérdida paulatina de la vegetación arbustiva y xerofítica que cubre parcialmente al Cañón.
Investigaciones Arqueológicas La tarea investigativa en la Montaña Santandereana comienza a partir del año 1939, cuando el Ministerio de Educación Nacional recibe un denuncio sobre el descubrimiento por parte de los hermanos Bárcenas, guaqueros de profesión, de una cueva localizada en el municipio de la Mesa de los Santos, en la que se hallaron gran cantidad de restos, momificados, textiles, objetos varios de madera, concha y hueso además de numerosas cerámicas en perfecto estado de conservación. Seguidamente el Ministerio de Educación comisionó al arqueólogo alemán Justus W. Schottelius para que efectuara el reconocimiento de los sitios y el rescate del material . A partir de entonces, se estructuró un proyecto arqueológico que se dilató hasta 1941, año en el que se efectuaron varias excavaciones en las Cuevas de los indios y de La Loma. La primera, aportó un voluminoso material cultural y definió sitios de enterramiento con dos patrones funerarios diferentes, el uno en un estrato inferior caracterizado por enterramientos secundarios en urnas funerarias y el otro en el nivel superior, representado por momificación. Se plantea así la existencia de dos niveles de ocupación diferentes, el inferior de probable origen caribe y el superior de factible origen local. En 1940, el médico Martín Carvajal, vivamente interesado por la arqueología, estableció una tipología de entierros y describió el tipo físico de los restos humanos hallados por Schottelius en La Cueva de los Indios, tratándose en este caso, sólo de un informe preliminar. Edith Jiménez en 1945, elaboró una corta reseña etnohistórica sobre el pueblo Guane y reelaboró así, el análisis descriptivo del material cerámico obtenido por Schottelius en la Cueva de los Indios. Posteriormente, en el año de 1949, el medico Gabriel Giraldo Jaramillo, excavó nuevamente en la Cueva de los Indios obteniendo en esta ocasión una colección de cerámica Guane que se destaca por su decoración amarilla y roja, siendo sin embargo, típica de esta zona. En el año 1981, el Instituto Colombiano de Antropología mediante convenio con la Fundación de Investigaciones Arqueológicas Nacionales, estableció un proyecto en el que intervinieron Gilberto Cadavid en la parte arqueológica y Jorge Morales en la investigación etnohistórica del área Guane. En lo correspondiente a la etnohistoria se precisó el territorio
ocupado por los Guane en el momento de la Conquista. Se llegó a establecer que dicho territorio incluía la zona de Bucaramanga y el río de Oro, revaluando anteriores versiones en las que se establecía su límite norte en la Mesa de los Santos. Se investigaron así mismo muchos documentos y se definió para el territorio limítrofe con sus grupos vecinos una frontera tentativa, que aún debe ser confrontada y verificada mediante trabajos arqueológicos. Se estableció además, que Muisca y Guane eran grupos culturales diferentes con plena autonomía política, aún cuando mantenían estrechas relaciones comerciales, siendo la estructura social de los guanes organizada en torno al cacicazgo de Guanentá en La Mesa de Los Santos. El trabajo arqueológico se orientó inicialmente hacia la prospección de sitios arqueológicos tanto del área guane como de zonas periféricas ocupadas por otros grupos, con el fin de caracterizar los diferentes tipos de yacimientos. El trabajo se concentró en la Mesa de los Santos, en donde se ubicaron extensas áreas de población en la parte baja oriental de la Mesa colindante con el río Chicamocha, terrazas de cultivo en una extensión aproximada de 850 hectáreas y pictografías policromas sobre las paredes de la "cincha" o farallones sobre el Chicamocha, cuyos motivos se repiten en los textiles y en las cerámicas. Finalmente se efectuaron excavaciones arqueológicas en un extenso sitio de habitación (vereda de los Teres), que correspondía a la población de Guanentá. Aquí se obtuvo material cerámico similar al hallado por Schottelius en la Cueva de los Indios y por Arturo Vargas y Roberto Lleras en Villanueva; también se hallaron algunos objetos líticos y miles de conchas de gasterópodos, que sirvieron de recurso alimenticio a los antiguos moradores de la región. En 1983, Marianne de Schrimpff realizó un estudio sobre los textiles del Museo Casa de Bolivar de Bucaramanga, los cuales fueron hallados por el doctor Mario Acevedo Díaz en algunas cuevas de la Mesa de los Santos y en la Cueva de La Antigua en San Gil. En este trabajo se hace un análisis de las técnicas textileras, sobre las fibras y tintes utilizados. Mesetas y Terrazas de la Vertiente Occidental de la Cordillera Oriental Esta zona está limitada por los cañones de los ríos Suárez, Fonce y Chicamocha, dichas mesetas y terrazas están conformadas por áreas con relieve relativamente suave localizadas entre los 1000 y los 1600 m.s.n.m. Sobresalen entre éstas las de Barichara-Villa Nueva, la Mesa de los Santos y la Mesa de Bucaramanga. En general toda esta región comparte las mismas condiciones climáticas, con una temperatura promedio entre los 22 y 24ºC, y una vegetación de tipo bosque húmedo premontano. Conviene destacar entre estas mesetas a la Mesa de los Santos, pues por su localización posee algunas características que le son propias y prácticamente la individualizan. La Mesa tiene una extensión de 446 Kms.2 de los cuales 132 están sobre los 1600 m.s.n.m.; su topografía es de relieve casi plano con ligeras ondulaciones que no sobrepasan los 50 mts.; es una zona que a pesar de su aridez se diferencia notablemente del contorno, puesto que su fisionomía vegetal ha sido intensamente modificada por la acción humana desde los tiempos prehispánicos. En su parte alta, las manchas de vegetación, que son muy escasas, corresponden al bosque húmedo premontano, mientras que en su extremo sur hay algunas coberturas de vegetación de bosque seco premontano.
Investigaciones Arqueológicas Donald Sutherland inició trabajos en 1971, en una amplia región que comprendía los municipios de Barichara, Jordán, Curití, Pinchote, Charalá Oiba. En sus trabajos se limitó a excavaciones de tumbas de pozo de cámara lateral, de características muy similares a las ya reseñadas por Miguel Such Martin; además menciona la existencia de probables sitios de vivienda y de basureros presuntamente asociados a éstas. En 1980, Arturo Vargas del Instituto Colombiano de Antropología, efectuó un trabajo de arqueología de salvamento en el Barrio Mutiz de Bucaramanga en donde ubicó varias tumbas que fueron alteradas a causa del movimiento de tierras para la ampliación de la zona urbanizable. Excavó una tumba de pozo con cámara lateral, en cuyo interior se encontró como ajuar funerario cerámica típica Guane, una nariguera de oro y algunas cuentas de collar en concha de molusco. Este hallazgo fue muy significativo, puesto que planteó el hecho de que el grupo Guane ocupara la meseta de Bucaramanga, en épocas anteriores a la conquista. Durante el año de 1982, Arturo Vargas y Roberto Lleras, investigadores del Instituto Colombiano de Antropología, ubicaron y excavaron un extenso sitio en Palo Gordo, en jurisdicción de Villanueva. Durante el proceso de excavación arqueológica encontraron varios enterramientos de características antes no reseñadas, puesto que se trataba de fosas simples que contenían restos de adultos en posición de decúbito dorsal, y de siete niños, algunos de estos nonatos y neonatos los cuales estaban depositados en cerámicas utilitarias o domésticas, evidenciando, para este momento, una alta mortalidad infantil. En cuanto al material cerámico, están presentes los mismos tipos establecidos para la Mesa de los Santos (vereda de los Teres), pero en proporciones diferentes. También se identificaron restos de conchas de gasterópodos, ratones, iguanas, venados, armadillos y varios tipos de aves que figuran entre sus fuentes alimenticias.
Finalmente en 1984, el Instituto Colombiano de Antropología, atendiendo a una solicitud del Museo Casa de Bolivar de Bucaramanga, comisionó a Gilberto Cadavid para efectuar excavaciones de salvamento en inmediaciones de Curití, en un cementerio indígena que venía siendo destruido por gentes de la región. El área de enterramiento se encontró efectivamente destruida casi en su totalidad y sólo fue posible excavar una tumba de pozo con cámara lateral de tres metros de profundidad. La Tumba en cuestión era típica de esta zona y muy similar a las encontradas anteriormente por Donald Sutherland (1971) en la misma región. La tumba referida contenía los restos totalmente deshechos de una persona adulta en posición decúbito dorsal, con un ajuar funerario consistente en un collar de cuentas de concha y un nódulo de piedra colocado a la altura de la cabeza del difunto.
Páramos de Oriente Esta amplia zona se extiende desde el límite departamental entre los santanderes y Boyacá, hasta los límites con Venezuela en el departamento de Norte de Santander. Su frontera sur está conformada por los páramos de Chontales de la Rusia y Guántiva, extendiéndose hacia el norte hasta el páramo de Bueyes y el cerro Babilonia en donde se encuentra el nacimiento del río Zulia. Sobresale en esta región el nudo orográfico de Santurbán, localizado entre los municipios de Tona, California, Mutiscua y Silos. En este lugar la cordillera Oriental se divide en dos ramales, uno que se dirige hacia el norte formando la Serranía de los Motilones y el otro que se interna hacia el oriente en territorio venezolano tomando el nombre de Serranía de Mérida. En este nudo nacen los ríos Suratá, Vetas y Zulia. En esta región del páramo tiene origen numerosos ríos y quebradas entre los que se destacan los ríos Chicamocha, Fonce, Zulia, Pamplonita, Cucutilla, Chitagá, Valegrá y Margua. Investigaciones Arqueológicas Jairo Calle Orozco y Luis Raúl Rodríguez en 1962, practican un reconocimiento arqueológico y excavaciones limitadas en inmediaciones del municipio nortesantanderano de Mutiscua. En este trabajo ubican cinco cuevas en los corregimientos de La Chorrera y Valegrá, en donde efectúan recolecciones superficiales y pequeños pozos de sondeo con el fin de obtener una muestra representativa, tanto del material cerámico, como de lítico y óseo. Concluyen del análisis de los materiales, que se trata en este caso de un pueblo de origen Karib por los rasgos típicos de la deformación craneana. Así mismo, establecen dos tipos de material cerámico, el cual clasifican de acuerdo a su uso como cerámica funeraria y cerámica doméstica. Balance General de la Región De la anterior reseña de los trabajos efectuados en la región de la montaña santandereana podemos concluir que todas las investigaciones con una sola excepción, se han realizado en el área ocupada por el grupo cultural Guane, concentrándose de dicha forma en las subregiones de las Mesetas y Terrazas de la Vertiente Occidental de la Cordillera Oriental y en los valles longitudinales de los ríos Suárez y Fonce. La base etnohistórica en el caso de los guanes, ha reportado una gran proporción de la información de que se dispone hasta el momento, puesto que ha aclarado, así sea muy parcialmente y para una época muy específica, el territorio ocupado por este grupo, las relaciones lingüísticas y culturales con sus vecinos Muiscas, características generales de los grupos vecinos, datos sobre la población indígena, pautas de poblamiento y características de la vivienda, actividades económicas y especialmente detalles sobre organización social y política. Por su parte el trabajo arqueológico, sólo ha podido sustentar y contrastar muy pocos de los temas anteriormente mencionados, puesto que la mayoría de las investigaciones han
enfatizado y concentrado su interés especialmente en la obtención de material cultural asociado a sitios de enterramiento, ya sea en cuevas o en tumbas, lo que tiende definitivamente: a presentar una visión muy paralizada de la cultura Guane. Sabemos sin embargo a través de los trabajos arqueológicos, que los Guane habitan la zona anteriormente descrita en el momento de la conquista y que su ocupación se remonta aproximadamente hasta los siglos XI, ó XII d.C.; que existían aldeas nucleares relativamente grandes Los Teres, Garbanzal, San Rafael y Ventorrillo en la Mesa de los Santos y Palo Gordo en Villa Nueva; que dominaban una avanzada tecnología agrícola representada por terrazas de cultivo en la Mesa de los Santos; que alcanzaron un alto grado de desarrollo en las técnicas textileras y la existencia de numerosos sitios con pintura rupestre, en algunos casos policroma; una gran uniformidad en cuanto a sus practicas funerarias, tipos cerámicos en general son compatidos en su territorio, con algunas variaciones locales en cuanto a su frecuencia. En general, para toda la región de la montaña santandereana quedan numerosos problemas por investigar, comenzando por el establecimiento de secuencias culturales y desarrollo de los diferentes grupos, delimitación de fronteras, relación de los grupos entre sí, definición de patrones de asentamiento, desarrollo de la agricultura y manejo de diferentes sistemas agrícolas y sus respectivas técnicas asociadas, rutas de comercio e intercambio, relaciones de los grupos de la montaña santandereana con los de la región del Medio y Alto Magdalena y con los de las regiones colindantes del Oriente. Algunas de las zonas de la montaña santandereana, por sus características ambientales han permitido la conservación de restos humanos, posibilitando de esta forma las investigaciones sobre antropología física y paleopatología. La misma condición ambiental ha favorecido los textiles y demás objetos de madera, concha y hueso, permitiendo por su perfecto estado de conservación estudios detallados de cultura material y su tecnología, condición ésta que no se presenta en casi ninguna otra región del país.
V. La Altiplanicie Cundiboyacense Álvaro Botiva Contreras ÍNDICE
Introducción Descripción geográfica Las ocupaciones prehispánicas El período lítico o precerámico El período Herrera El período Muisca Territorio del Zipa Territorio del Zaque Territorios independientes Balance General de la región
VER EL MAPA DE LA REGIÓN DE LA ALTIPLANICIE CUNDIBOYACENSE Nota Introductoria En este capítulo se presenta una aproximación al conocimiento del Período Prehispánico del altiplano Cundiboyacense; para su elaboración se recurrió a la consulta de la bibliografía arqueológica existente para esta región. A lo largo de 51 años de investigación arqueológica en el altiplano (1937-1988) se ha ido complementando la información; cada trabajo hace énfasis en aspectos distintos, tanto que, a veces, da la impresión de conocer puntos de vista contradictorios. Si a lo anterior se agregan las diversas interpretaciones sobre el poblamiento, formas de organización y períodos de ocupación, resulta entonces claro que hacer una presentación de esta región es tarea difícil aventurada. Las anteriores consideraciones significan que en el proceso de elaboración de este capítulo se dieron varias direcciones. En primer lugar, teniendo en cuenta que las investigaciones sobre el período precerámico fundamentalmente han estado dirigidas por un reducido grupo de arqueólogos que ha implementado una metodología unificada, se presenta la información de acuerdo al orden cronológico de datos, retomando en varios casos las secuencias de las excavaciones, sin querer mostrar procesos unilineales en sentido evolucionista; sin embargo en el estado actual de los conocimientos se puede observar una secuencia de poblamiento en la Sabana de Bogotá y sus alrededores que abarca varios miles de años, período en el cual se presentan sucesivos complejos culturales. Puede, en segundo lugar sintetizarse la información sobre el "Período Herrera" partiendo de los resultados de las pocas investigaciones adelantadas sobre dicho período. No sobra aclarar que con los datos disponibles es demasiado arriesgado definirlo cultural y cronológicamente. El "Período Herrera" debe entenderse como un complejo Formativo de la Sabana de Bogotá. A través de los datos el lector podrá observar cómo las evidencias culturales que se asocian
con este período son fundamentalmente la cerámica y las pautas de asentamiento que corresponden a una sociedad con una agricultura desarrollada. Los vestigios se encuentran junto con elementos del período lítico, o en sitios ocupados más tarde por los Muisca, sin una continuidad cultural, con excepción de la aparente transición Herrera-Muisca que se presenta en el yacimiento de Tunja. En tercer lugar, con relación al último período de ocupación Prehispánico en el Altiplano Cundiboyacense no se pretende mostrar un punto de vista sobre lo que fue la sociedad Muisca; ni plantear una interpretación sobre esta etnia; por el contrario, se piensa que un buen punto de partida puede ser el hacer referencia a las investigaciones realizadas en el campo de la arqueología pues, por una parte se pueden apreciar las diferentes metodologías empleadas, por otra, observar hasta que punto el registro, manejo de información y descripción de los vestigios permite conocer el pasado histórico y finalmente ver como la relación arqueología-etnohistoria complementa el conocimiento sobre las comunidades indígenas para el período de conquista. Sabemos que para el grupo Muisca existe una valiosa información en las crónicas y datos de archivos de los siglos XVI, XVII y XVIII. Esta da bases sólidas para elaborar una historia general a partir de la fecha de contacto (1537) y permite lograr reconstrucciones sobre la última parte del período anterior al proceso de conquista en ésta región. Si bien existe abundante información sobre los Muisca en trabajos de historiadores, antropólogos, lingüistas, etnohistoriadores, arqueólogos, etc., sólo retomarnos los últimos por tratarse de un balance arqueológico 1 , de otra parte la no inclusión de trabajos relacionados con las zonas limítrofes del territorio Muisca se debe a que éstos van reseñados en otros capítulos. En síntesis, sobre este período se presentan los datos básicos obtenidos por la arqueología en general para el territorio Muisca y en particular de acuerdo a la división territorial establecida por Falchetti y Plazas (1973), para el siglo XVI (zipazgo, zacazgo y territorios independientes), también se incluyen los resultados de algunos trabajos recientes sobre los Muisca, a partir de la consulta de documentos de archivo. Estos trabajos reafirman la necesidad de estudios regionales y sugieren que los Muisca del Sur (Cundinamarca) y los del Norte (Boyacá) no tuvieron la homogeneidad que se ha creído. Descripción Geográfica La altiplanicie Cundiboyacense se haya encerrada por una serie de ramales principales de la Cordillera Oriental que en este sector forman el límite entre dos cuencas hidrográficas: la del río Magdalena y la del río Orinoco. Componen esta región tres grandes altiplanicies que se conectan con otras de pequeña extensión. Tienen alturas que fluctúan entre los 2.500 y 2.760 m.s.n.m. Hacia el sur se ubica la de Bogotá, que con aproximadamente 1.200 Kms. de superficie plana, es la más extensa. Desde ésta, remontando el río Funza se llega a la llanura del Sisga y luego a la de Chocontá. La Sabana de Bogotá está separada de la altiplanicie Ubaté-Chiquinquirá (en la cual se encuentra el lago de Fúquene y las llanuras de Languazaque y Guachetá), por una cuchilla
montañosa. La otra altiplanicie es la de Sogamoso, se extiende desde la región de Duitama hasta los bajos de Tópaga. Desde Sogamoso se asciende a Paipa y desde allí hacia el sureste de las llanuras de Tunja, Toca y Siachoque. Al lado opuesto, hacia el noroeste se encuentra la llanura de Santa Rosa. Existen además altiplanos independientes, cuyas salidas no desembocan en ninguna de las grandes altiplanicies. Entre ellos se encuentra: el Valle de la Laguna donde se localizan las poblaciones de Samacá, Sora y Cucáita; los llanos de Sáchica y Leyva y la llanura de Floresta y Belén, En toda el área, tanto en los altiplanos, en los páramos y vertientes, se encuentran espacios bañados por arroyos y ríos que corren entre terrazas antiguas de 10 a 20 mts. de altura. Estrechos y profundos valles transversales se comunican con otros longitudinales y estos últimos forman un corredor continuo; en otros como en el río Sogamoso, se observan profundos cañones, debido a la erosión. Los ríos de la vertiente oriental de la altiplanicie se inician en el páramo de Sumapaz. El río Negro, que tiene sus cabeceras al suroeste de Bogotá, forma una corriente longitudinal entre los páramos de Cruz Verde y Chingaza, y sale de la cordillera al sur de Villavicencio; recibe en su recorrido los ríos Guatiquia, Upín, Guacabía y Humea. En el trayecto de los ríos que forman las cuencas del Guavio, del Garagoa, Lengupá y Upía, también se forma un continuo de valles longitudinales. En la vertiente occidental que es parte de la cuenca del río Magdalena, se presenta una estructura hidrográfica más variada; el eje de ésta es transversal y se extiende desde las fuentes del río Bogotá, en dirección suroeste, hasta cerca de Ambalema. Este eje es una proyección de la divisoria de aguas que corre a través del centro de la altiplanicie, entre Tunja y la laguna de Tota. Comprende los siguientes ríos: el Sumapaz, que desarrolla sólo en pocos sectores direcciones longitudinales; el río Funza, el más largo y el que más profundamente penetra en la cordillera, recibe antes de salir del altiplano por el sur, una serie de pequeños afluentes; el río Negro cuyos tributarios superiores llegan hasta el borde de la Sabana de Bogotá, el río Minero que tiene una extensión longitudinal mucho mayor, se conoce como río Carare a partir de su cauce medio; tanto el anterior como los ríos Opón y Colorada se limitan a la zona periférica occidental de la cordillera; el río Sogamoso, formado por los ríos Suárez, Saravita y Chicamocha tiene fuentes que lindan con las del río Bogotá. El relieve, en asocio con la temperatura de clima ecuatorial (en el cual los períodos estacionales no son térmicos sino hídricos), es la causa principal de las lluvias y su concentración espacial en las cumbres y altas vertientes, por ello se produce una variedad de climas, suelos y vegetación. La temperatura media de las altiplanicies es de 13.5°C con variaciones en los promedios mensuales inferiores a 1°C pero con oscilaciones diurnas mayores de 25°C. La precipitación anual varia entre 580 y 1000 mm.
En la actualidad las áreas de Bogotá, Ubaté y Sogamoso presentan una formación vegetal denominada "bosque seco montano bajo" comprendida entre los 2.000 y los 3.000 mts. de altura sobre el nivel del mar. En síntesis las altiplanicies y sus alrededores (serranías y páramos) constituyen un mosaico climático y ecológico; que ofrece excelentes condiciones para la vida humana. El clima y la vegetación han sufrido cambios significativos en el transcurso del tiempo, que se conocen a través de análisis de polen procedentes de varios sitios de la Sabana de Bogotá. La siguiente secuencia se basa en los perfiles de los sitios Páramo de Sumapaz y Laguna de los Bobos, El Abra y Tequendama realizados por Thomas Van Der Hammen y Gonzalo Correal Urrego (1962, 1969- 1977). Las ocupaciones prehispánicas (2) Con base en lo expuesto se considera que esta región debe entenderse a través de los diversos procesos socioculturales que se dieron dentro de una temporalidad de más de 13.000 años y era una zona que comprende sabanas, valles, llanuras y vertientes. A partir de 1970 se tiene información sobre los primeros habitantes que ocuparon la altiplanicie cundiboyacense; fueron grupos de cazadores que vivieron bajo abrigos rocosos y en campamentos al aire libre; éstos se han asociado con una etapa lítica o precerámica. Las evidencias se han registrado en la Sabana de Bogotá; al Este, en la región del Guavio y al Occidente en la vertiente del Magdalena; en una época de fuertes cambios climáticos (del final de la última glaciación). El período se extiende aproximadamente desde el año 12.400 al 3.270 A.P. Los vestigios arqueológicos muestran una tecnoeconomía basada en el trabajo de la piedra para la caza, el faenado de animales de presa y la recolección, por grupos que debieron estar organizados en pequeñas familias o bandas. Hacia el final del período se presenta en Zipacón la coexistencia de patrones de subsistencia basados en la caza, la recolección vegetal y animal con prácticas agrícolas y además la presencia de cerámica correspondiente a un nuevo período cultural denominado "Herrera" Los habitantes de este período fueron los primeros alfareros de la región y conocieron la agricultura, pero también ocuparon abrigos rocosos y campos abiertos en la Sabana de Bogotá, la vertiente del río Guavio, el Alto Valle de Tenza, la Altiplanicie de Tunja y los alrededores de la Sierra Nevada del Cocuy. Se cree que los individuos de este período posiblemente provenían del Valle del Magdalena. Los resultados de las excavaciones en la Sabana de Bogotá no han mostrado una continuidad cultural entre los habitantes de este período y los Muisca, siendo más las diferencias que las similitudes. En 1984, en Tunja con base en la tipología cerámica y su posición estratigráfica, se planteó un período de transición entre la ocupación "premuisca" y la Muisca, alrededor del siglo VII d.C. Ya en 1937 Hernández de Alba al excavar el temple de Goranchacha en dicha ciudad, mencionó la existencia de un pueblo anterior y diferente al Muisca. Igualmente, en las
décadas de los años 50 y 60 se señaló la posible existencia de un substrato "prechibcha" en la Sabana de Bogotá. Al finalizar la década del 70 se planteó con base en la estratigrafía cultural del sitio de Tequendama la existencia de un período oscuro, vacío cultural que se ha ido llenando con estudios recientes. La tercera ocupación corresponde a la cultura Muisca, la cual se remonta alrededor del siglo VII d.C.. Esta se extendió por una amplia zona de la cordillera Oriental desde los actuales municipios de Fosca, Pasca (Páramo de Sumapaz) y Tibacuy al sur, hasta los municipios de Onzaga, Soatá y el valle del río Chicamocha al norte; por el oriente llegó hasta la vertiente de la cordillera que da a los llanos, probablemente desde los 1.000 m.s.n.m., incluyendo los municipios de Quetame, Gachalá, Somondoco, y Zotaquirá, y parte del Páramo de Pisba; por el occidente abarcó una gran parte de la vertiente del Valle del Magdalena, desde la población de Tena al Sur hasta los páramos de Chontales y Guantiva, al Norte. El territorio ocupado por los Muisca incluyó valles interandinos con mesetas y laderas condicionadas por diferencias altimétricas, las que implican cambios de temperatura, humedad y precipitación; también la exposición a las corrientes de vientos húmedos y secos del Valle del Magdalena y de los Llanos Orientales estimulan la diversidad geográfica con tierras frías, templadas y cálidas, con una flora abundante y variada.
Sobre los Muisca existe mucha información en crónicas, archivos y documentación etnohistórica, a partir de finales de la primera mitad del siglo XVI. Los españoles se encuentran con una cultura que poseía una tecnología agrícola variada, con énfasis en el cultivo del maíz que se producía en todos los climas y constituía la base de su alimentación, junto con el fríjol, la ahuyama y la papa; también cultivaron la calabaza, el ají, el algodón, el tabaco y la coca, demostrando un excelente manejo en el control de los diferentes pisos térmicos de su territorio; explotaron las fuentes de agua salada; produjeron cerámica para uso doméstico, ritual y para el intercambio; tuvieron una próspera industria textil y un complejo desarrollo de la orfebrería. La circulación y el intercambio de productos se llevó a cabo en varios sitios donde se realizaban mercados periódicos. El tributo y la distribución cacical, favoreció el aprovisionamiento regular de las comunidades y la existencia de una especialización local en la producción de artículos. Tuvieron templos construidos en forma circular y otros lugares de culto y ofrenda, como cavernas, grandes piedras, lagunas y las cumbres de algunos cerros. Los patrones de asentamiento estuvieron condicionados por la formación de grandes aldeas y la construcción de viviendas dispersas permanentes o temporales situadas en los sitios de cultivo. Las estructuras de las tumbas, el contenido de éstas y en general las practicas funerarias presentan variaciones relacionadas con el personaje enterrado, ya que reflejan el status que este tuvo dentro de su sociedad. Es importante recalcar las diferencias regionales, ya que éstas en parte reafirman la heterogeneidad de los Muisca. Al parecer no fue una gente igual
en todas partes, la variación regional en las formas de enterramiento es muy significativa. En el asentamiento de Soacha (Cundinamarca) (Botiva en preparación), las tumbas son rectangulares, de poca profundidad, se localizan muy cerca unas de otras, en algunos casos superpuestas con orientaciones variables. Menos de un 10% de las tumbas están cubiertas con lajas y sólo alrededor del 30% presentan ajuar funerario. Los individuos en general fueron colocados en posición de decúbito dorsal extendidos. En Guasca (Botiva, 1976) al noreste de la sabana las tumbas en su mayoría están tapadas con lajas, el ajuar funerario es más abundante y se encuentran tumbas de pozo con cámaras laterales. Las tumbas de Ubalá en la región del Guavio (Botiva, 1984) al oriente de Cundinamarca son de corte trapezoidal y el personaje, posiblemente se colocó sentado. En el Valle de Samacá (Boada, 1987), algunos individuos al morir recibían un tratamiento muy complejo, se flexionaba el cadáver hasta dejarlo en posición fetal, para ello muy posiblemente fue atado y envuelto en mantas. En algunos casos se les colocó arcilla en la cabeza y los pies, luego fueron recubiertos con una capa de ceniza; se depositaron en una tumba cuya forma variaba entre oval, pozo redondo y pozo con nicho. Cuando se utilizó el último tipo de tumba, el cuerpo podía ser puesto en posición sentada o acostada. En este sitio también se encontraron entierros de infantes en vasijas funerarias. En síntesis el tratamiento de los cuerpos, el complejo ritual funerario y toda la variabilidad de información que ofrecen los reportes arqueológicos confirman que los Muisca no fueron tan homogéneos como se ha creído. Al finalizar la década de los años 70, Reichel-Dolmatoff (1978) planteó que eran muy pocas las investigaciones arqueológicas que corroboraban dichas apreciaciones; que no se habían encontrado las grandes aldeas que describían los cronistas; tampoco las excavaciones sistemáticas dejaban reconocer un solo sitio de habitación, ni ninguna planta de vivienda; y que los pocos conocimientos sobre la cultura prehispánica Muisca se fundamentaban en hallazgos ocasionales de piezas de oro, cerámica, textiles, tallas de piedra o madera y tumbas generalmente carentes de contexto; también planteó que las escasas excavaciones científicas adelantadas en esta región referentes a los siglos antes de la Conquista se habían limitado a problemas locales y a sitios arqueológicos superficiales; igualmente comentó lo poco que se sabía sobre la estratigrafía cultural en el territorio Muisca; siendo así, no era posible definir las fases de desarrollo que permitieran reconocer cambios adaptativos y sus correlaciones tecnológicas y sociales. Además planteó que el nivel cultural logrado por los Muisca no debía juzgarse por los escasos y sencillos restos materiales, sino en su desarrollo espiritual e intelectual y que los verdaderos logros de los Muisca fueron sus elaboraciones religiosas y observaciones astronómicas, elementos indicadores de un avance científico e ideológico, que junto con las instituciones políticas, y económicas constituyeron un nivel socio-cultural que no fue alcanzado por las otras sociedades nativas que ocuparon el actual territorio colombiano. Válidas o no las anteriores consideraciones, el estudio de los Muisca continúa siendo tema de interés. Actualmente, la investigación para lograr inferir los orígenes y sucesivas fases de desarrollo de esta etnia, tiene en cuenta que ésta junto con los SUTAGAOS, TUNEBOS, LACHES, GUANES, CHITAREROS, TIMOTOS y CUICAS formaron parte de la gran familia lingüística Chibcha que ocupó en el siglo XVI un área conjunta de más de 70.000
Km2. Estas sociedades guardaban entre sí muchas similitudes y relaciones; por ello el estudio de los Muisca se viene enfocando en un marco regional, cultural y cronológico amplio que se relaciona con los "Chibchas de los Andes Orientales". Esta denominación comprende los grupos mencionados en una región que abarca la cordillera Oriental de Colombia desde el norte del Macizo de Sumapaz, hasta la Serranía de Mérida en Venezuela. Lleras y Langebaek (1987).
Tabla de climas y vegetación
El Período Lítico o Precerámico Las primeras evidencias de ocupación temprana en la Sabana de Bogotá, se localizaron en abrigos naturales (Rocas de Sevilla) en la hacienda El Abra (Zipaquirá). La investigación adelantada por T. Van Der Hammen, G. Correal, L.C. Lerman (1970); y W. Hurt, T. Van der
Hammen y G. Correal (1976),(1977), permitió determinar las características tipológicas y cronológicas de un conjunto lítico formado básicamente por artefactos de chert, cuya técnica preferencial fue la percusión, para producir bordes cortantes; sólo ocasionalmente, se utilizó la técnica de presión para producir retoques secundarios a los artefactos. Se conocieron además las características ecológicas y adaptaciones culturales, que se dieron en la Sabana de Bogotá y las diferentes épocas del poblamiento "pre-chibcha"; así se estableció que el desecamiento del antiguo lago sabanero debió ocurrir entre los años 40.000 y 30.000 A.P. El período comprendido entre los 30.000 y 20.000 años A.P. correspondió a una época fría con una vegetación de páramo húmedo, época en la cual todavía no hay vestigios culturales. Hacia el año 20.000 A.P. el clima se vuelve más frio aún y además muy seco. Alrededor del 12.500 años A.P. el clima mejoró notablemente, aumentó la temperatura y la humedad, la vegetación adquirió un carácter de subpáramo y los bosques especialmente de alisos cubrieron casi toda la sabana. Para esta época ya hay vestigios de la presencia del hombre, representados en carbón vegetal y artefactos líticos, sin descartar la posible utilización de otros materiales como madera y hueso en la fabricación de instrumentos.
La secuencia de El Abra culminó con grupos recolectores hacia el año 7.250 A.P. El sitio Tibitó (50 Kms. al norte de Bogotá), estudiado por Gonzalo Correal U. (1981) ofreció, por primera vez en Colombia, evidencias culturales precerámicas asociadas a restos de megafauna (mastodonte y caballo americano) y de otras especies menores como venados. Los vestigios se asociaron con una fecha de 11.740 + o - 110 años A.P. El material cultural, consistió en artefactos de asta de venado, perforadores de hueso, e instrumentos líticos; un
raspador aquillado muy elaborado muestra una tecnología similar a la que se presentó en la zona de ocupación 1 del sitio Tequendama fechada en el milenio XI A.P. Las evidencias palinológicas de Tibitó I, revelaron un descenso en la temperatura, hasta condiciones de subpáramo y permitieron establecer correlaciones con el estadial de El Abra (entre los años 11.000 y 10.000 A.P.). Este sitio se puede considerar como una estación de beneficio de presas de megafauna (mastodontes) y especies menores (venados y otros). Con los resultados de las investigaciones de Correal U. y Van der Hammen (1977) en los abrigos rocosos del Tequendama se presentan los primeros intentos de sistematizar la información sobre la etapa precerámica o lítica en Colombia. Los investigadores localizaron yacimientos arqueológicos estratificados que abarcan una secuencia temporal que va desde finales del pleistoceno (10.920 años A.P.), hasta aproximadamente el año 5.000 A.P. para las industrias líticas precerámicas y entre los 2.500 años A.P. y la época de la conquista para los elementos cerámicos. En el estrato inferior de la secuencia, depositado hace aproximadamente 12.500 años, al principio del tardiglacial, se encuentran vestigios de la presencia del hombre. Los pocos desperdicios de talla de piedra señalan la existencia de campamentos de cacería de corta duración. Alrededor del décimo milenio A.P. se evidencia la presencia estacionaria del hombre por los restos de fogones y artefactos de chert de tipo Abriense, los cuales se caracterizan por la preparación de un borde de utilización por medio de la técnica de percusión. Se supone que la zona I de ocupación se destinó para la preparación de las presas de caza. Otros artefactos fueron hechos con una técnica más refinada (Tequendamiense), empleando materiales más densos y a veces provenientes de otros lugares (Valle del Magdalena). Los instrumentos muestran retoques superficiales muy bien controlados, logrados mediante la técnica de presión (hoja bifacial delgada, instrumento bifacial escotado, punta de proyectil y raspador aquillado). En otros, se observan retoques secundarios muy finos en el contorno y en el borde de utilización. Los restos de fauna sugieren la caza del venado en un alto porcentaje y, en menor proporción, de roedores (ratón, curí, conejo), armadillos, zorros y perros de monte. El conjunto de evidencias demuestra que los abrigos del Tequendama estuvieron habitados durante el estadial de El Abra por cazadores especializados que se habían adaptado a los terrenos semiabiertos de la Sabana de Bogotá. La zona de ocupación II, se ubica temporalmente hacia el año 8.500 A.P., allí abundaron los fogones y alrededor de ellos grandes cantidades de restos de mamíferos y deshechos de comida. También se identificó un taller de artefactos líticos de tipo Abriense: perforadores, raederas, raspadores terminales y cóncavos, (estos últimos para el trabajo de la madera) lo mismo que artefactos de hueso. La fauna representada indica una baja en la cacería de venados y aumento en la de roedores, lo cual parece indicar un cambio en el modo de subsistencia de cazadores especializados a cazadores recolectores. En esta época se dio la práctica ritual de la cremación de cadáveres, seguida del entierro de los restos.
Entre los años 7.000 y 6.000 A.P, se presenta en la zona III de ocupación, un aumento en la densidad de artefactos que son únicamente del tipo Abriense, y de desperdicios óseos. Se nota la ausencia de cuchillas, raspadores aquillados y laterales; se encuentran lascas laminares, prismáticas y raspadores cóncavos que muestran la importancia de la industria de la madera. Para esta época disminuyen los instrumentos de hueso; se produjo un incremento de la vida en los bosques y se dio mayor énfasis en la recolección. La caza del venado persistió, aunque aumentó la de roedores y hay indicios de domesticación del curí. Los restos de caracoles (gasterópodos) son más frecuentes. En los entierros se observaron esqueletos completos colocados en posición de decúbito lateral o dorsal, con los miembros flejados; los infantes fueron enterrados en posición de cuclillas. El ajuar funerario consistió en instrumentos de hueso. Un entierro fue fechado en 7.200 años A.P. y otro en 5.800 años A.P. La fuerte abrasión dentaria, sumada a otros rasgos mandibulares, se relaciona con un régimen de alimentos duros característico de los cazadores recolectores. La continuidad del trabajo de G. Correal (1979), ha permitido la identificación de nuevos sitios estratificados, uno de ellos Sueva I, se localiza en la margen derecha del río Juiquin (vertiente del río Guavio), donde bajo un abrigo rocoso se identificaron varias unidades de estratos culturales. En la unidad estratigráfica 1 se encontró una baja densidad de artefactos líticos; el estrato 2 presentó mayor cantidad de instrumentos en piedra de tipo Abriense en chert rojo muy compacto. El análisis de C 14 arrojó un fecha de 10.090 años A.P. la cual se asocia con el entierro de un joven, cuyo ajuar funerario consistió en artefactos líticos y restos de mamíferos. La unidad estratigráfica 3 no contenía elementos culturales; sin embargo, en el estrato 4 abundaban los instrumentos líticos en chert, asociados con fogones y restos de fauna, los cuales fueron fechados en 6.350 años A.P. En la capa vegetal erosionada se encontraron fragmentos cerámicos y volantes de huso de tipología Muisca. Es de interés la presencia de hematita especular, transportada por el hombre, la cual, igualmente es registrada en Los Alpes, municipio de Gachalá, (también en la vertiente del río Guavio). Las evidencias de los dos sitios son similares y posiblemente éstos corresponden a la misma oleada de individuos. La fecha más antigua se obtuvo bajo el abrigo rocoso de Los Alpes y corresponde al año 9. 100 A.P. Las investigaciones arqueológicas adelantadas por Sergio Rivera (1986) en el Páramo de Guerrero, Municipio de Tausa (Cundinamarca), permitieron reconocer bajo los abrigos rocosos de Payará, sobre la ladera occidental del embalse del río Neusa a 3.360 m.s.n.m. una sucesión de ocupaciones humanas desde épocas precerámicas hasta tiempos recientes. Bajo una capa de piedra producida por esfoliación se encontró la mayor densidad de elementos arqueológicos, fragmentos de hueso calcinados, artefactos líticos de tipo Abriense, utensilios burdamente tallados asociados a la industria de chopper y chopping tools, restos óseos de mamíferos y aves, así como fogones, ceniza y carbón. Se sugiere que la ocupación de este estrato ocurrió entre los años 8.000 y 6.000 A.P. (Período Hipsitermal). La riqueza de
instrumentos óseos y la técnica bien desarrollada permitió deducir que se trataba de una cultura de cazadores adaptada al páramo; la actividad de la cacería fue perdiendo importancia, sin desaparecer, mientras crecía la práctica de la recolección y posiblemente de agricultura primitiva. De otra parte, en la abundante muestra cerámica se encuentran fragmentos que abarcan toda la secuencia de las ocupaciones tardías establecidas para el altiplano cundiboyacense. Dentro de la cerámica Muisca se identificaron tipos de diversas procedencias. Las excavaciones de Gonzalo Correal (1979) en Nemocón 4 mostraron una secuencia que se caracterizó, en la unidad estratigráfica 3 por una baja densidad de artefactos líticos, instrumentos de hueso y una fauna variada representada por abundantes restos óseos de venados, zorros, nutrias, saínos, mapuros, jaguares y roedores. La fecha asociada corresponde al año 7.640 A.P. El estrato siguiente carece de elementos culturales. La unidad 5 contenía una alta frecuencia de deshechos de talla; allí se observó un incremento de raspadores y de cantos rodados, lascas utilizadas, núcleos y martillos relacionados con el desarrollo de la actividad recolectora; también aumentó el volumen de huesos de roedores y se registraron crustáceos (cangrejos). Asociados con los artefactos líticos aparecen instrumentos de hueso, principalmente punzones; se identificaron restos humanos, aparentemente de un entierro secundario. La unidad superior estaba representada por un mínimo de martillos que indica una menor actividad recolectora. Los artefactos continúan siendo elaborados con una técnica simple. Otra ocupación humana precerámica fue localizada por Liselotte de García y Silvia de Gutiérrez (1983) en Quebraditas (Zipaquirá). La abundancia de deshechos de talla indica que se trató de un taller lítico fechado hacia el año 5.360 A.P. El piso superior presentó evidencias del período cerámico. Nuevas exploraciones en 1984, en el municipio de Sutatausa (Cundinamarca), hechas por María del Pilar Gutiérrez B. (1985), dieron lugar al hallazgo de varios sitios precerámicos con material lítico consistente en raspadores, raederas, cuchillos los cuales permitieron estudiar sus implicaciones funcionales de utilización y a la vez demostraron la presencia de cazadores-recolectores en dicha zona. Gerardo Ardila (1980-1981-1984) halló nuevas evidencias líticas y cerámicas en el municipio de Chía. Los cortes realizados fueron: Chía I-(La Mana), con material lítico; Chía II -(Las Peñitas), con material cerámico y Chía III -(Las Peñitas), con material lítico y entierros. Las excavaciones permitieron identificar tres ocupaciones, la más antigua, bajo un abrigo rocoso (codificado como Chía III) ocurrió aproximadamente entre 7.500 y 5.000 años A.P. Esta se asocia con un pequeño grupo de personas, quienes delimitaron las áreas de cocina, taller, descanso y enterramiento. Los artefactos líticos son de la clase Abriense. En el sitio se fabricaron cuchillos y raspadores en huesos de venado. La tipología de los artefactos, y la economía de los ocupantes de Las Peñitas, son similares a la que tuvieron los habitantes, por
la misma época, en la zona III del Tequendama, Nemocón 4, Zipaquirá y Payara II. En estos sitios fue muy importante la recolección y el consumo de caracoles, complementando la dieta con venados y otros mamíferos pequeños. En Chía III, se encontraron 7 entierros, todos de la misma época y contemporáneos con la ocupación del sitio. Los cuerpos fueron enterrados en posición decúbito lateral con los miembros flejados. El ajuar funerario consistió en artefactos líticos, y restos de venado y conejo. La fecha obtenida en el entierro 5 es de 5.040 años A.P. Los individuos eran de talla media, con fuerte desarrollo muscular, cráneo dolicocéfalo, de cabeza alta, frente angosta y corta, nariz ancha y un pronunciado prognatismo alveolar. Los restos dentarios muestran por "primera vez" caries en épocas preagrícolas. No se sabe si los habitantes de Chía III abandonaron la Sabana o si derivaron hacia nuevas formas socioeconómicas en un lugar cercano. Lo cierto es que la región quedó deshabitada temporalmente. Entre los años 5.000 - 3.000 A.P. ocurre la segunda ocupación en Chía I por un grupo numéricamente superior al anterior, éste ocupó un sitio a cielo abierto (terraza coluvial), sin vinculación con los abrigos. Es probable que los habitantes que utilizaron este nuevo patrón de asentamiento (semejante al de Vistahermosa en Mosquera y Aguazuque 1 en Soacha) también hayan utilizado los abrigos rocosos como vivienda. Las evidencias sugieren contactos entre el Valle del Magdalena y el altiplano. Los artefactos son de la clase Abriense, pero incluyen cantos rodados con bordes desgastados (edge ground cobbles), raspadores planos e instrumentos multifuncionales, asociados a la recolección y posiblemente a domesticación de plantas, raíces y/ o tubérculos. La tradición de cantos rodados con bordes desgastados no había sido reconocida para la etapa lítica en Colombia, pero se relaciona con otros yacimientos (Chiriqui - Panamá) con evidencias de agricultura temprana. En Chía I también aparece un piso de piedras fechado en 3.120 años A.P., en un estrato superior con cerámica del período Herrera. Gonzalo Correal (1986) excavó en la hacienda Aguazuque (municipio de Soacha) un campamento de cazadores recolectores y pescadores al aire libre, y a la vez un complejo funerario precerámico. El asentamiento estaba resguardado de las inundaciones por hallarse sobre una terraza que presentaba condiciones propicias para vivir y aprovechar los recursos que ofrecían los remanentes lacustres de la Sabana de Bogotá, así como los recursos faunísticos y vegetales de los alrededores. Además de campamento de cacería, el sitio sirvió de basurero y a la vez como cementerio. En la formación del yacimiento se presentan 7 unidades estratificadas. Las unidades 1 y 2, las más bajas, son dos capas arenosas que culturalmente solo representan el fondo del entierro inferior de la tumba doble de la unidad superior. La unidad 3 es la base de la secuencia cultural; en esta se registraron fogones rellenos de ceniza, carbón, restos de fauna (venados, roedores, caracoles terrestres, moluscos de agua dulce y crustáceos), artefactos líticos, pesas para redes de pesca, plataformas concéntricas con huecos periféricos, entierros primarios, secundarios y una tumba de pozo doble, sobre una plataforma apisonada. Los restos se encontraron cubiertos con pintura blanca revestida con ocre, en ellos aparecen rasgos
anatomopatológicos que corresponden a treponematosis (Sífilis) avanzada. También se registró la presencia de huecos que delimitan áreas circulares, que en un caso enmarcan la plataforma mencionada y en otros casos aparecen independientes de dichas estructuras, configurando cobertizos en forma de colmena. La unidad 4 (1) presentó los vestigios arqueológicos de mayor interés, fechados en 4.030 años A.P. Allí se encontró un entierro humano; los restos se hallaron cubiertos de pintura blanca y están asociados con artefactos líticos de la clase Abriense e instrumentos de hueso. También se hallaron restos de cráneos con bordes biselados, decorados con incisiones rellenas de pintura blanca, delineando motivos curvilíneos (volutas, círculos y líneas paralelas); sobre algunos de estos se aprecia pintura de color rojo. Los huesos largos recuperados, sin epífisis, muestran pintura plateada y blanca sobre negro, en líneas paralelas. Esta unidad muestra un complejo funerario no definido anteriormente en Colombia para yacimientos de cazadores recolectores; consta de 23 entierros primarios y secundarios en disposición circular. En los primeros se incluyen mujeres, hombres y niños, predomina el entierro doble, en posición lateral derecha o izquierda, con los miembros flejados. Los paquetes de huesos humanos y de animales así como los huesos calcinados y cráneos aislados sugieren la practica del canibalismo. La unidad 4 (2) no muestra variaciones significativas en los artefactos, restos de fauna o entierros, con relación a las unidades superiores. En esta unidad aparecen las plataformas circulares de color rojo con huecos rellenos de piedras areniscas angulares y huesos de venados. Las unidades 51 y 52 incluían fogones, construcciones de planta oval identificadas por huecos de postes, entierros primarios y secundarios. A éstos se les puede asignar, por asociación estratigráfica con el sitio (MSQ 14) Vistahermosa, fechas entre 3.400 y 3.100 años A.P. respectivamente. Para esta última época se destaca una inhumación doble (hombre y mujer adultos), colocados en la misma posición que los de la unidad inferior, pero con el rostro hacia el oeste. también se encontraron huesos con pintura blanca, deformación craneal fronto-occipital y huesos largos pintados de rojo. Los entierros de niños muestran posición sedente con los miembros flejados. Los restos de fauna pertenecen a venados, ratones, curíes, faras y comadrejas, entre los restos de peces se destacan el capitán y la guapucha, otros restos parecen corresponder a batracios, (ranas), crustáceos (cangrejos), gasterópodos y moluscos, este último representado por la especie de agua dulce (Unio pictorum) que debió servir como fuente de proteínas y para la extracción del colorante plateado (Nácar). Los artefactos líticos siguen siendo de la clase Abriense; pero se incluyen martillos de mano y cantos rodados con borde desgastado (edge ground cobbles), tradición lítica similar a la de Chía I y Vistahermosa. En este sitio se registraron punzones de hueso reconocidos también en Vistahermosa y pesas circulares bucólicas para redes de pesca, elaboradas en cantos rodados de arenisca.
La capa 6 solamente contiene pequeños trozos de carbón vegetal y unos pocos fragmentos cerámicos del período Muisca. La unidad 7, la más alta, presenta cerámica moderna, vidrio y tiestos definidos para el período Muisca. Los restos óseos de Aguazuque presentan rasgos ya descritos para series precerámicas de Colombia, tales como la dolicocefalia, atrición dentaria, prognatismo alveolar moderado, pómulos fuertemente desarrollados etc.; es importante destacar cómo por medio de los estudios paleopatológicos se han identificado en los restos óseos de este sitio lesiones luéticas (sífilis). En la investigación realizada en la Hacienda Vistahermosa sitio (MSQ 14) en el municipio de Mosquera al borde de la Laguna de Herrera G. Correal, (1984) identificó una estación precerámica abierta, con dos capas culturales. La capa 1 u horizontal A, se caracterizó por la presencia de un piso de piedras irregulares y postes de madera en posición horizontal, posiblemente utilizados como aisladores de humedad. Se encontraron raspadores, raederas, lascas con borde cortante y abundantes artefactos de asta y hueso que incluyen raspadores, perforadores, leznas, y punzones, estos últimos denominados Vistahermosa, los cuales se caracterizan por haber sido elaborados "con la porción superior de omoplatos de venados, presentan una parte próxima laminar oblonga y un extremo agudo". También se encontraron fogones y entierros humanos, destacándose un esqueleto completo rodeado por cinco cráneos. Los restos de fauna incluyen mamíferos, aves y caracoles los cuales indican actividades de cacería y recolección. Esta capa fue datada en 3.135 años A.P. La capa 2 presenta artefactos de piedra y hueso; fue fechada en 3.410 años A.P. La presencia de basalto sugiere desplazamientos entre esta parte del altiplano y el Valle del Magdalena. María Victoria Palacios (1972), excavó en las colinas del Alto de La Cruz, cerca de Bojacá (Cundinamarca). Encontró esqueletos humanos cuyos cráneos fueron definidos como dolicocéfalos, con un índice promedio de 66.8%, por lo cual la investigadora supuso contemporaneidad con la etapa precerámica. También encontró asociación con artefactos líticos, trabajados por percusión y retocados por presión. Además registró instrumentos de hueso (agujas, un cuchillo y un pulidor). Los artefactos y los restos de fauna los relacionó con actividades de caza y recolección. El Periodo Herrera (3) La investigación de Gonzalo Correal U. y María Pinto Nolla (1983) en Zipacón sugieren que los desarrollos agrícolas alfareros en la Sabana de Bogotá se remontan más allá del año 3.270 A.P. Esta fecha modifica la periodización cultural anteriormente establecida, con base en la información de la zona IV de ocupación del Tequendama con prácticas agrícolas por el año 2.225 A.P. Los hallazgos de Zipacón muestran la coexistencia de patrones de subsistencia basados en la cacería y la recolección, el cultivo incipiente de maíz y batata. Este sitio, además de suministrar la fecha más antigua para la cerámica de la Sabana, permite una visión más concreta sobre los acontecimientos ocurridos hacia el cuarto milenio A.P., esclareciendo en parte, el vacío de información que existía. Según Correal y Pinto, el aspecto de mayor interés es la presencia de los tipos cerámicos del "Período Herrera", "Zipacón Cuarzo Fino", "Zipacón Rojo sobre Crema". La cerámica de este sitio se ubica entre principios del segundo
milenio a.C., y primeros siglos D.C. Los artefactos líticos obtenidos no difieren de los ya reconocidos en otras áreas de la Sabana. La fauna asociada incluye mamíferos, peces, aves, crustáceos y gasterópodos (caracoles), sobresale la presencia de restos de pecarí, que junto con la de semillas de aguacate y rasgos en la cerámicas relacionados con otros del Valle del Magdalena, sugieren una lenta migración de esta región hacia el altiplano, a finales de la etapa lítica, de grupos diferentes a las bandas de cazadores que habitaron la Sabana de Bogotá durante largo tiempo. Estos eran recolectores, horticultores y alfareros. Los resultados de esta investigación son de gran importancia, por ser la primera vez que se plantea una etapa antes desconocida en el desarrollo cultural de la Sabana de Bogotá como fue el paso de la agricultura incipiente (horticultura) y la recolección, a la etapa agrícola ya desarrollada, en Zipaquirá y otros sitios del Período Herrera. De otra parte los datos obtenidos en Zipacón permiten ir aclarando lo relativo al "Período Oscuro" o "Vacío Prehistórico" planteado en investigaciones anteriores, para un período comprendido entre los años 5.000 a 2.225 A.P. Silvia Broadbent (1971) fue quien registró la cerámica Herrera (3) en los municipios de Mosquera, Madrid y Bojacá (Cundinamarca), en sitios por lo menos del tamaño de una aldea (aproximadamente 5 has.). La investigadora definió los tipos "Mosquera Rojo Inciso" y "Mosquera Roca Triturada"; planteó que esta cerámicas era muy particular, y diferente a la Muisca encontrada en los mismos sitios. Ahora, con base en los resultados de varias investigaciones, se puede plantear que la cerámica Herrera, a pesar de su amplia distribución en la altiplanicie cundiboyacense, es muy homogénea. Al Período "Herrera" corresponden los desarrollos culturales ocurridos entre el precerámico tardío y el período Muisca; Cardale de Schrimpff (1985) afirma que éste se definió principalmente por el estilo cerámico más antiguo conocido en la Sabana de Bogotá y que, con anterioridad a los trabajos de Broadbent, Duque Gómez (1955) y Hernández de Alba (1937) habían planteado la existencia de sitios y objetos diferentes a los asociados con los Muisca en esta región. Las excavaciones de García y Gutiérrez (1983), en el abrigo rocoso Tequendama III , mostraron un piso de vivienda, probablemente permanente tanto para la etapa lítica como para el período cerámico "Herrera". En este sitio también se encontraron dos pisos de piedra superpuestos y claramente diferenciados que correspondieron a ocupaciones humanas, el piso inferior presentó material lítico, óseo y un entierro, y el superior estaba asociado al período cerámico. Gerardo Ardila (1981) identificó en el abrigo rocoso Chía II la tercera ocupación de esta zona, por gente portadora de cerámica Herrera. La fecha obtenida fue de 2.090 años A.P. y según las evidencias los abrigos no se utilizaron como sitios de vivienda, sino esporádicamente, como campamentos de paso.
Uno de los trabajos más significativos sobre el Período Herrera es el de Marianne Cardale de Schrimpff (1981) sobre las Salinas de Zipaquirá. Allí la ocupación premuisca se asentó en las laderas de la planicie o parte alta de la colina de La Sal. En la primera mitad del último milenio a.C. el sitio había sido desmontado y los primeros habitantes cultivaron maíz y quinoa. La cacería estuvo representada por restos de venado grande, soche y curí. Se calcula que para el primer siglo a.C. habitaron el lugar de 35 a 70 personas. Por el año 2.326 A.P. en Nemocón también se producía sal por el proceso de evaporación. En Zipaquirá durante el primer siglo d.C. se incrementó la producción de sal. Los cálculos sugieren la presencia de 500 toneladas de fragmentos de vasijas utilizadas en la compactación de la sal. La investigadora planteó que la población de la zona fue aproximadamente de 30.000 habitantes. El conjunto cerámico de Zipaquirá, está representado por los tipos "Mosquera Roca Triturada", "Zipaquirá Rojo sobre Crema", "ollas con decoración ungulada" y "Zipaquirá Desgrasante de Tiestos". Estos comparten rasgos decorativos y aparecen asociados en sitios contemporáneos. Un tipo adicional, en muy baja proporción, es el "Mosquera Rojo Inciso" importado tal vez de los límites suroccidentales de la Sabana. No se sabe si se trató de un tipo cerámico del "Período Herrera" o si fue elaborado por gentes de otra etnia, tal vez provenientes del Valle del Magdalena. En Zipacón y en varios sitios de Mosquera, se halló el tipo "Zipaquirá Desgrasante de Tiestos", lo cual sugiere que la sal se transportaba en las vasijas en que se compactaba. En la Sabana de Bogotá, Karl H. Langebaek R. y Hildur Zea S. (1983-85-86) en el sitio El Muelle II (municipio de Sopó) identificaron tres períodos cerámicos. En el primero (Herrera) el sitio de utilizó como basurero de una cerámica dedicada a la evaporación de aguasal. Los tipos cerámicos asociados son el "Zipaquirá Desgrasante de Tiesto", que corresponde a vasijas utilizadas en la producción de sal y, en menor proporción, el "Sopó Desgrasante Calcita", cuyas formas sugieren una función de almacenamiento. Tipos como el "Mosquera Roca Triturada" y "Mosquera Rojo Inciso" se asocian a cerámica doméstica, comúnmente relacionados con el "Zipaquirá Desgrasante Tiestos". Estos no se encontraron en el sitio, lo cual hace pensar que el lugar de vivienda quedaba en las inmediaciones de El Muelle II. Los vestigios de fauna sugieren la caza de venado grande, venado pequeño, ratones y patos. Las características estratigráficas, y evidencias obtenidas para el segundo período identificado en el sitio, corresponden a la cultura Muisca y probablemente El Muelle sea el antiguo asentamiento de Meusa. En dicho sitio entre los períodos Herrera y Muisca cambiaron las características de ocupación, lo cual sugiere que entre estos no hay mayor continuidad cultural. Al tercer período le corresponde la cerámica post-conquista. Langebaek (1986), compara los resultadas obtenidos en la región de Sopó con los de otras excavaciones del altiplano. El investigador comenta que las excavaciones en "El Muelle" brindaron la oportunidad de conocer la historia de un sitio donde se arrojaron desperdicios de los dos períodos cerámicos
previos a la invasión española; también identificó algunos rasgos comunes para ambos períodos. Se sabe que los indígenas de estos períodos compartieron el conocimiento de prácticas agrícolas y alfareras, escogieron el mismo sitio para vivir y al parecer mantuvieron relaciones de intercambio que les daban acceso a productos de lejana procedencia. Sin embargo entre los indígenas de uno y otro período parecen haber existido más diferencias que similitudes. En la cerámica existe un evidente contraste: el uso de pintura para la decoración en el Período Muisca, con técnicas y motivos que recuerdan tradiciones del norte de Colombia, Venezuela y los Llanos Orientales. Tanto Langebaek (1986) como Cardale (1981) opinan que no es difícil relacionar los tipos incisos de dicha región con el material de los sitios de Sopó y Zipaquirá. El tipo Herrera "Mosquera Rojo Inciso", se asemeja a vasijas encontradas en el Valle del Magdalena; este tipo no está representado en el material de los dos sitios mencionados. Esta cerámica es común en el sur y occidente de la Sabana de Bogotá y presenta estrecha relación con tiestos de cerámica "Pubenza Rojo Bañada", característicos de algunos sitios de la vertiente occidental de la cordillera. Lo anterior sugiere el traslado de dos tradiciones cerámicas en el límite entre las dos áreas. Langebaek plantea que la relación entre el Muelle II y el Valle del Magdalena, se debe trazar a partir de la cerámica con desgrasante de calcita (Mosquera Roca Triturada), cuyas formas y decoración recuerdan aspectos de vasijas encontradas en Arrancaplumas, cerca a Honda. En cuanto al área ocupada por los Muisca fue por lo menos cuatro veces mayor que la ocupada por los habitantes del período anterior. Estos grupos presentan diferencias en las pautas de asentamiento. Durante el Período Herrera hay utilización de abrigos rocosos y sitios a campo abierto, mientras que los asentamientos Muisca son únicamente de la segunda categoría. Durante el Período Herrera tuvieron importancia para la dieta los frutos de la caza y la recolección, la cual se complementaba con productos de una agricultura incipiente; la evaporación de aguasal era una actividad económica notable. Para los Muisca la economía se basó en la agricultura desarrollada con énfasis en el cultivo del maíz. Durante el Período Herrera es notable la ausencia de tejidos, de orfebrería y de cerámica ceremonial, lo que apunta a diferencias en la vida ritual y espiritual. Langebaek defiende la tesis que se trata de dos épocas en las cuales predominaron grupos de distinta filiación cultural, Herrera y Muisca, que probablemente son de origen disímil. Alvaro Botiva (1984), obtuvo una muestra superficial de Cerámica Herrera del tipo "Mosquera Roca Triturada", en la Cueva del Nitro (Municipio de Ubalá) sobre la margen izquierda del río Guavio. Esta se encontró asociada superficialmente con cerámica Muisca, pesas tubulares para red, cuentas de collar en calcita y concha marina. Aunque no fue posible adelantar excavaciones en dicho sitio, es interesante la presencia de dicho material en la vertiente oriental de la Cordillera Oriental, ya que sirve como indicador de la gran expansión que tuvieron las gentes del Período Herrera en la altiplanicie. Esta migración se confirma una vez más con el trabajo de Sergio Rivera (1986) quien, al noroeste de la Sabana de Bogotá, en el Páramo de Tausa bajo los abrigos rocosos de Payará, encontró cerámica de dicho período además de Muisca y moderna. Para este sitio se planteó que pudo haber sido una estación tardía de caza y recolección, y a la vez parte de una ruta de comercio. Es interesante observar
que los dos sitios mencionados corresponden a dos pisos térmicos diferentes, clima medio y páramo, lo cual nos confirma que la ocupación Herrera se asentó en regiones de distintos ambientes y explotó varios nichos ecológicos. El sitio "La Loma" (Facatativá, investigado por García y Gutiérrez (1983) se caracterizó por la ausencia total de un período lítico y el hallazgo de abundante cerámica, instrumentos de hueso y un fogón. La fecha 310 años A.P., obtenida de un piso cultural, no es del todo consistente con el tipo cerámico "Mosquera Roca Triturada" pero aceptable, por la asociación con el tipo cerámico, "Funza Cuarzo Fino". Se cree que el lugar sólo se utilizó esporádicamente como estación de caza, a la vez que probablemente sirvió como refugio de los desbordes del río Chueca. El Período Herrera en Boyacá se remonta a una fecha de 2.160 años A.P.; ésta fue obtenida por Virgilio Becerra (1985) en "Piedrapintada" (Ventaquemada-Boyacá). Se asocia con cerámica Herrera, un fogón, huecos de poste, una zona de deshechos de cocina, un sector para depósito de tiestos y una zona para la industria lítica. Ya en 1937 Hernández de Alba, al excavar en Tunja, encontró 7 columnas de piedra que formaban un círculo; según él, debieron ser parte de construcciones trabajadas por un pueblo distinto al que en el mismo sitio dejó huecos de maderos de una construcción también circular. Hernández de Alba, encontró cerámica con decoración incisa y pintada. También excavó varias tumbas, en la No. 4 además del esqueleto, halló tiestos pintados con líneas negras, piedras de moler y carbones; el autor es muy claro en afirmar que los cortos trabajos revelan diferentes tipos de construcciones, dos clases de cerámica, usos funerarios, detalles religiosos, características raciales y un llamativo problema sobre dos culturas. Es interesante anotar que el sitio donde Neila Castillo (1984), encontró cerámica Herrera, está localizadas muy cerca de las excavaciones hechas en 1937 por el mencionado investigador y que identificó como el Temple de Goranchacha. Para la región del Alto Valle de Tenza, Roberto Lleras (1986), encontró en el Municipio de Tibaná dentro de una pequeña cueva, cerámica del período Herrera. Las fechas entre los años 2. 180 y 2.880 A.P. obtenidas por E. Silva Celis (1981-1883-1986) en El Infiernito, sugieren que las estructuras megalíticas orientadas Este-Oeste se erigieron durante el período Herrera. Desafortunadamente todavía este investigador no ha publicado la descripción del material cerámico asociado a las esculturas; sin embargo, Boada (1987) hace la analogía de la cerámica de El Infiernito con la de Sutamarchán, Samacá y Tunja, con lo cual deja entrever que esta cerámica es indiscutiblemente Muisca. No sobra aclarar que dicho investigador asocia las construcciones megalíticas del observatorio de Zaquencipa (El Infiernito) con los Muisca. Con base en la cronología que él obtuvo los remonta a una época que oscila entre los siglos III y X a.C. Estos datos son contradictorios con las primeras fases de la ocupación Muisca, conocida en otros documentos de la literatura arqueológica del Altiplano Cundiboyacense.
Las investigaciones de Neila Castillo (1984), en Tunja, muestran una primera ocupación que va desde el siglo III o IV hasta el siglo X d.C. (950 años d.C.). Esta se definió con base en una secuencia relativa, pues solo se obtuvieron dos fechas de C-14; la primera de año 690 d.C. o 1.260 A.P. El material cerámico corresponde al complejo de cerámica incisa, caracterizado por los siguientes tipos "Tunja Desgrasante Calcita", "Tunja Rojo sobre Crema o Gris", "Tunja Desgrasante Tiestos", "Tunja Fino Inciso" y "Tunja Carmelito Ordinario". Estos se encontraron estratificados en dos pozos en los estratos 8, 7, 6 y 5 y revueltos en los otros. Según Castillo, las notables diferencias de esta cerámica con la Muisca, permitieron definirla como un complejo anterior. Esta primera ocupación se caracterizó por que los tipos cerámicos ya citados que son semejantes a los del Período Herrera de la Sabana de Bogotá; no obstante, fueron denominados de manera diferente. A esta ocupación sigue una zona de contacto cuya duración pudo extenderse por unos 300 o 400 años a partir del siglo VII-VIII d.C., hasta el X u XI d.C. (1.170 d.C. o 780 A.P.). La investigadora obtuvo esta última fecha en la base de la unidad 4 de los pozos T VII y T IX, de manera que existe un lapso de tiempo de casi 500 años de diferencia entre el límite superior del estrato 7 y la base del estrato 4, que se reparte entre los estratos 6 y 5. A este período correspondería la zona de contacto o transición entre un complejo inciso Período Herrera y uno pintado Muisca. Un hecho relevante es la aparición del tipo Tunja Arenoso, que la arqueóloga presenta como la cerámica transicional en la medida que porta elementos representativas como las formas de vasijas del período precedente y la pintura roja como técnica decorativa en la cerámica del período siguiente; un elemento propio de esta cerámica es la variación en la pasta. El complejo de cerámica pintada va a caracterizar el segundo período de ocupación a partir del siglo IX d.C. Los tipos cerámicos representativos y en orden de aparición son los siguientes: "Tunja Desgrasante Gris", "Tunja Desgrasante Fino", Cucáita Desgrasante Blanco", "Tunja Naranja Pulido" y "Valle de Tenza Gris (bicromo)".
Ann Osborn (1985), menciona varias alineaciones de columnas de piedra (menhires) en los alrededores de la Sierra Nevada del Cocuy, especialmente en Chita y la presencia de
abundante cerámica del Período Herrera alrededor de éstas. Según Marianne Cardale (1985), la cerámica se relaciona estrechamente con la excavada en Tunja por Neyla Castillo, que pertenece al complejo de Cerámica Incisa, En la muestra abundan los cuencos hemisféricos decorados con motivos incisos, e impresos alrededor del borde. Esta decoración a veces se combina con franjas de pintura o baño rojo; estas formas y motivos decorativos son característicos de los tipos "Tunja Desgrasante Calcita" y "Tunja Rojo sobre Gris o Crema". Sin embargo se descarta la posibilidad de comercio directo de las vasijas, ya que la pasta de la cerámica de Chita no tiene calcita. Otros fragmentos con decoración de escobilla o superficie raspada se parecen al tipo "Tunja Carmelito Ordinario" Entre el primer siglo a.C. y el sexto siglo d.C. W. Bray (citado por Cardale M. en Osborn (1985), encuentra en el municipio de Carrizal una cerámica que corresponde a la denominada Fase La Antigua. Esta sugiere relaciones entre la zona montañosa de Santander del Sur y la parte norte de la altiplanicie cundiboyacense, durante el primer milenio d.C. última época del Período Herrera. Para culminar lo referente a este período podemos comentar que en cuanto al tipo de vivienda a cielo abierto, no es muy claro todavía; Duque Gómez (1965) comenta que él excavó un bohío circular en Mondoñedo (Mosquera Cundinamarca) que tenía cerámica diferente a la Muisca. En Tequendama, Zipaquirá, Nemocón (Cundinamarca) y Piedrapintada (Boyacá) se encontraron huecos de poste, recientemente en Soacha (Cundinamarca) la planta completa de un piso de habitación o vivienda. Las evidencias obtenidas a la fecha sobre los asentamientos del período Herrera para el altiplano Cundiboyacense indican que fueron ocupados 9 abrigos rocosos, 4 sitios sobre colinas (Sauquirá en Cogua y las Salinas de Zipaquirá, Tausa y Nemocón), y 20 sitios en áreas abiertas, (entre ellas la pequeña salina de El Muelle en la vereda de Meusa (Sopó). El reconocimiento y distribución de 30 sitios del período Herrera muestran una ocupación extendida por todo el altiplano (Mosquera al sur, Tunja al Norte, Zipacón al suroccidente y Ubalá al oriente), así como en diferentes pisos térmicos, que incluyen áreas de páramo (Payará II), de clima frío (Sabana de Bogotá) y de clima templado (en las dos vertientes Ubalá y Valle de Tenza al Este y Zipacón hacia el oeste). De otra parte es claro que en la Sabana de Bogotá el Período Herrera y el Muisca se encuentran separados. En cuanto a la transición Herrera-Muisca en Boyacá, es interesante observar que la cronología de los sitios del Valle de Samacá (Boada, 1987), plantea una alternativa de colonización proveniente del norte que va ocupando los valles interandinos (Sutamarchán, El Infiernito, Samacá y luego Tunja). Esta propuesta se opone a la de Castillo sobre un período de contacto y transición entre Herrera y Muisca, puesto que se trataría de un grupo de gente que habría llegado a asentarse en Tunja, llevando una tradición cerámica ya desarrollada. El Período Muisca La complejidad social, económica y política de los Muisca fue sin duda la más notable del actual territorio colombiano en la época prehispánica. Este planteamiento se viene afirmando
cada vez más de acuerdo a la información de los cronistas, con el análisis de la documentación de archivos que ha permitido entre otras cosas establecer el vasto territorio ocupado por esta etnia, y con los resultados de la investigación arqueológica que han dado cuenta de los diferentes momentos del quehacer de dicho grupo no sólo a nivel de sus elementos materiales y económicos sino también brindando datos sobre sus asentamientos, aspecto físico y biológico, salud y enfermedad, manifestaciones ideológicas, (arte, religión, etc.). Muestran estos estudios también que la homogeneidad de la sociedad Muisca es aparente, puesto que hay notorias diferencias entre los habitantes del sur y los del norte de la Altiplanicie Cundiboyacense. El presente aparte trae los resultados obtenidos por los diferentes arqueólogos que han estudiado la sociedad Muisca a nivel de asentamientos, arte rupestre, orfebrería, cerámica, osteología y consulta de archivos, de acuerdo con la división territorial establecida por Falchetti y Plazas (1973) para el siglo XVI. José Pérez de Barradas (1941), recopiló parte de las manifestaciones rupestres de Boyacá y Cundinamarca. El autor consideró que las pinturas no eran diametralmente opuestas a los grabados, sino que ambas técnicas fueron utilizadas por la misma cultura. Reafirma la opinión de Juan de Castellanos, Juan Rodríguez Freyle y Bernardo de Lugo referente a la falta de escritura por parte de los naturales de este reino; sostuvo además que las pinturas y los grabados no pudieron ser indicios o rudimentos de escritura. También retomó los documentos y comentarios de los investigadores Liborio Zerda y Miguel Triana; para plantear que el arte rupestre ofrece la posibilidad de interpretarlo; comentó que si bien era un campo difícil de investigar, no lo creía sin solución, pero tampoco tema propicio para toda clase de fantasías. Jaime Jaramillo Arango (1946), describió dos piezas del trabajo orfebre de los Muisca, sus técnicas de elaboración, y ofreció hipótesis sobre la utilización de las figuras. Planteó que si bien el arte chibcha presentaba ejemplares de una gran delicadeza y hermosa filigrana no obstante constituyó un tipo de orfebrería primitivo en relación con lo avanzado de la producción metalúrgica de la Colombia Prehispánica. Ana María Falchetti y Clemencia Plazas (1973), con base en cronistas, documentos de archivo, mapas de los siglos XVII, XVIII y XIX, trabajos arqueológicos y otros escritos sobre los Muisca, delimitaron el territorio de este grupo, y localizaron los asentamientos antiguos (pueblos viejos). El mapa que elaboraron presenta los territorios del Zipa, del Zaque, y los independientes, así como los límites externos y la colindancia con Sutagaos, Guayupes, Teguas, Tunebos, Laches, Guanes, Muzos y Panches. Gonzalo Correal y Jaime Gómez (1974), con base en los análisis y radiografías realizadas en tres cráneos Muisca diagnosticaron por primera vez en Colombia, intervenciones quirúrgicas. En el cráneo de una mujer, procedente de Sopó (Cundinamarca) además de la trepanación, se observó una craneoplastía, compuesta de arcilla silícea de alto contenido férreo, color gris y constitución densa. Por la obturación realizada en este cráneo se sugiere que la paciente debió sobrevivir algún tiempo luego de la operación. En el segundo caso, otro cráneo de mujer procedente de Belén (Boyacá), no está clara la finalidad de la trepanación que le fue
practicada. En el tercer caso sobre el cráneo de un hombre procedente de Nemocón (Cundinamarca), con deformación (aplastamiento de la región frontal), la práctica quirúrgica trató una lesión traumática, indicada por una fractura. El estudio de Silvia Broadbent sobre la cerámica moderna de las altiplanicies de Cundinamarca y Boyacá 1974 (Tausa, Ubaté, Chiquinquirá, Ráquira), es clave porque muestra la importancia de su comercio, así como su utilización entre el campesinado; afirma también como la cerámica moderna se ubica en dos categorías: la arraigada en la tradición indígena y la influenciada por tradiciones foráneas, posteriores a la conquista. Esta investigación complementa los estudios arqueológicos, pues permite señalar semejanzas con la cerámica antigua, en lo pertinente a la fabricación. En un trabajo anterior adelantado en 1969, relaciona los hallazgos aislados y monumentos de piedra del territorio Muisca referidos por diversos autores; estudió las terrazas de cultivos reseñadas por Haury y Cubillos (1953), y las dividió en dos clases, de acuerdo a la época de construcción. Esta arqueóloga además trabajó en 1964 documentos de archivo referentes a la organización sociopolítica de los chibchas. De este estudio obtuvo información sobre la organización interna de los grupos locales, las relaciones feudatarias entre caciques, los derechos y funciones de éstos, los pueblos de indios. En cuanto al patrón de asentamiento describe un poblamiento nucleado en Partes o Capitanías, junto con vivienda dispersa. Clemencia Plazas (1975), tomando las colecciones de orfebrería del Museo del Oro del Banco de la República, propone una nueva metodología de clasificación empleando criterios cuantificables, para reemplazar la apreciación visual. Esta metodología aplicada a 412 tunjos Muisca, permitió establecer 42 criterios de clasificación. El análisis de las figuras arrojó un listado de sus características, las cuales fueron llevadas a tarjetas de computador. Así se obtuvieron las tablas de correlación entre dos variables y otras pruebas estadísticas. La investigadora plantea que, para obtener una clasificación científica es necesario hacer un análisis exhaustivo, según criterios objetivos, catalogación bien archivada, establecimiento de tipologías por características significativas y obtención de pruebas de distribución de frecuencias. Lucía Rojas de Perdomo (1975),en un estudio sobre la cerámica Muisca, analizó 1817 piezas de colecciones de varios museos y estableció tipos cerámicos referidos siempre a una zona dentro del territorio Muisca. Mediante la consulta bibliográfica siguió la dispersión de la vasija a cuya forma es conocida como "mocasín". Luego de un recuento sobre las investigaciones adelantadas en el altiplano cundiboyacense, entra a estudiar la cerámica desde su aparición hasta llegar al detalle de la cerámica Muisca, definiendo los rasgos técnicos. Con base en La revisión de la documentación histórica sobre la cerámica, menciona los centros de producción y las características de la cerámica funeraria. La investigadora definió las formas y variaciones en los tipos Valle de Tenza, y Buenavista (Boyacá), Guasca y Tequendama (Cundinamarca); retoma de otros investigadores los tipos Suta y Guatavita. Clara Inés Casilimas e Imelda López (1982), realizaron un estudio etnohistórico encaminado a reconstruir la religión Muisca, desde la preconquista hasta el siglo XVII; utilizaron la información que ofrecen los documentos coloniales, las crónicas y las investigaciones
arqueológicas. A partir de la recopilación de mitos y su posterior estudio estructural se intenta reconstruir el templo Muisca. El área de estudio, correspondió a la región denominada etnohistóricamente Zipazgo; sin embargo, en algunas oportunidades se recurrió a datos arqueológicos y etnohistóricos del Zacazgo, ya sea por la carencia de información en el área estudiada o porque los datos de una y otra se complementaban y en ciertas ocasiones son comunes a los Muisca del sur y del norte. Las mismas investigadoras (1984), destacaron la importancia de las "Visitas" como fuente primaria para el hallazgo de datos etnográficos que contribuyan al conocimiento y comprensión de las etnias precolombinas, particularmente de la Muisca. De esta forma en el estudio se recogieron datos referentes a tres aspectos de esta cultura, a saber: ubicación de pueblos, composición interna de los repartimientos y actividad económica local. El material etnográfico se clasificó de acuerdo a las cuencas hidrográficas principales del territorio ocupado por el grupo Muisca. Este ordenamiento permitió distinguir y comparar las diferentes subregiones geográficas con relación a los aspectos culturales señalados anteriormente. De igual manera, las investigadoras elaboraron un diccionario de topónimos en el cual reseñan a más de su ubicación (en ocasiones) su significado en lengua. Carl Langebaek (1984, 1985a, 1985b, 1985c, 1986a), centra su interés en la información de documentos del Archivo Nacional referentes a la organización social poblamiento, distribución étnica y economía Muisca (producción agrícola, mercados, circulación de productos, intercambio etc.) extendiéndolo a los demás grupos de la lengua chibcha que ocupaban la Cordillera Oriental en el siglo XVI, especialmente los Laches. También ha orientado otros trabajos hacia el estudio del patrón de pisos térmicos entre los grupos mencionados, documentando la existencia de una pauta de residencia mixta, un tiempo en aldeas y otro en bohíos dispersos, lo cual permitió una economía susceptible de incorporar artículos de diversos climas, posición compartida también por algunos investigadores que estudian la región. También muestra el acceso de los Muisca a los plantíos de coca durante el siglo XVI e incluye las áreas donde se dio la producción de tabaco, yopo y coca en territorio Muisca y regiones colindantes. En el trabajo sobre "Mercados, Poblamiento e Integración Etnica entre los Muiscas del siglo XVI", Langebaek (1987), analiza la distribución de productos entre los cacicazgos de habla chibcha. Muestra como la producción y circulación de alimentos agrícolas y bienes de trabajo entre los Muiscas fue el resultado de la autosuficiencia gracias a la utilización de diversos pisos térmicos; el acceso a los recursos de éstos, así como el mantenimiento de posición y prestigio político de los caciques fue una consecuencia no de la acumulación de riqueza sino de la redistribución entre la población de los excedentes comunales (tributo) que tenía un manejo centralizado en beneficio de la comunidad, sistema que debe entenderse como fundamental de la organización socioeconómica entre los Muisca. Al tratar el intercambio plantea que no requirió de especialistas, del uso de moneda o del transporte de grandes cantidades de productos. Con los mercados, que se hacían en sitios según las confederaciones, se fomentó la integración étnica. También plantea como algunos cacicazgos y pueblos intermedios fueron centros económicos en la circulación de productos. El investigador trae además una clara
descripción de las características de los cacicazgos y los artículos de intercambio y materias primas. En síntesis presenta un panorama general de la economía Muisca del siglo XVI. Margarita Silva (1985), clasificó tipologicamente 506 volantes de huso Muisca procedentes de Sogamoso, Tunja, Chiquinquirá, Pesca, Samacá, Sutamarchán, Soacha, Pasca, Guasca, Sopó, Guatavita y 111 de procedencia desconocida pero de tipología Muisca. Todos están elaborados en piedra negra, característica que los diferencia de los de otras culturas prehispánicas. La tipología fue establecida de acuerdo con la función desempeñada por el volante y las diferentes técnicas (Bororó y Bacairí) empleadas en el hilado. Las formas se identificaron por medio de conceptos geométricos, clase de material empleado, color, dureza, peso, dimensiones, técnica de fabricación, diseño y decoración. Territorio del Zipa Para el territorio del Zipa se han realizado los siguientes trabajos: Gerardo Reichel Dolmatoff (1943), investigó en la Vereda Panamá municipio de Soacha (Cundinamarca), un sitio que tradicionalmente se ha denominado El Cementerio ( 4). Allí, recolectó superficialmente una pequeña muestra de fragmentos de vasijas, hachas, ganchos de tiradera, torteros de piedra con decoración grabada y empastada, fragmentos de collares de piedra, barro y concha, una ocarina ornitomorfa y dos matrices para el trabajo del oro. El informe no trae ningún tipo de análisis ni correlación del material. Emil Haury y Julio César Cubillos (1953), realizaron excavaciones en Gachancipá, en la vereda de Pueblo Viejo y en el Parque Arqueológico de Facatativá; aunque no excavaron terrazas de cultivo, registraron buen número de ellas en cercanías de Soacha, Facatativá, Sopó, Tocancipá, Zipaquirá, Tausa, Occidente de Chocontá y Tunja, y sugirieron que no se requirió de un sistema social rígido para hacer estas construcciones, ni grandes grupos de trabajadores; plantearon que la responsabilidad en la preparación de los terrenos debió recaer en la familia, como en una sociedad rural. Referente a la ausencia de sitios estratificados y con alta concentración de material, los investigadores hipotéticamente manifestaron que debió tratarse de una población dispersa o a una corta historia. Con base en el estudio de la cerámica, identificaron doce tipos con los cuales establecieron una secuencia cronológica de tres períodos, preconquista antes de 1538, colonial entre 1538 y 1820, y reciente de 1820 al presente. Propusieron un estudio del ajuar funerario y de las tumbas para observar probables contrastes entre la cerámica funeraria y la doméstica.
Silvia Broadbent (1962, 1969), adelantó su primer trabajo arqueológico en un cementerio indígena (Muisca) en el barrio Tunjuelito al sur de Bogotá, en el sitio "LA CANDELARIA". Los hallazgos consistieron en restos humanos de varias tumbas que inicialmente fueron perturbados por trabajadores del lugar. La investigadora describe el tipo de tumbas y comenta que hacia el borde de una terraza de formación pleistocénica halló un pequeño basurero. El trabajo de excavación lo concentró en este depósito cultural, porque según ella correspondía a un sitio de habitación, con una mayor posibilidad de obtener nuevos datos y además porque se podía establecer una secuencia cultural por medio de la estratigrafía. De los cortes hechos logró delimitar el basurero y deducir como se formó. La cerámica obtenida la llamó "Chibcha Clásica"; a una de las clases cerámicas la designó "Tunjuelito Pintado". Además de la cerámica encontró torteros, una cuenta discoidal de caracol, agujas, leznas de hueso y cuerno de venado, además encontró restos de venado, curí, aves y pescados. En otros de sus trabajos esta investigadora fue quien sentó las bases de la clasificación cerámica para la parte sur del territorio Chibcha. Utilizó el nombre del sitio de procedencia del material, así como las características relevantes de pasta, desgrasante, tratamiento de superficie, decoración, etc. La seriación de la cerámica en relación con la frecuencia, la distribución por sitios así como estratigráficamente, y la definición de los tipos cerámicos (1971-1986), le permitieron formular un período pre-Muisca, hoy llamado Herrera, caracterizado por los tipos "Mosquera Roca Triturada", y "Mosquera Inciso Rojo". El tipo "Funza Cuarzo Abundante" correspondería a una alfarería cercana al Período Muisca, representado por los tipos "Funza Roca Triturada", "Funza Laminar Duro", "Tunjuelo
Arenoso Fino Pintado", "Tunjuelo Laminar", "Tunjuelo Cuarzo Fino", "Chocontá Arenoso Grueso", "Guatavita Desgrasante Tiestos", "Variante Rojo Abundante y Roja Burda", "Guatavita Desgrasante Gris". Un período moderno está representado por la cerámica "Chocontá Vidriada" y "Ráquira Desgrasante Arrastrado". Wenceslao Cabrera Ortíz (1970) estudió algunas generalidades de los conjuntos pictóricos de Cundinamarca. Para su estudio retoma críticamente trabajos anteriores sobre el tema elaborados por Miguel Triana, José Pérez de Barradas y Antonio Núñez Jiménez, centrando su interés sobre las pictografías de las Piedras de Tunja en Facatativá. Comenta que allí se encuentra el núcleo más numeroso que integran el llamado "Cercado del Zipa", que según él sería el conjunto pictórico más impresionante de Colombia, por la gran cantidad de dibujos distribuidos en 63 murales entre pequeños y grandes, pintados sobre 32 piedras. En su escrito presenta un croquis completo de la ubicación de las piedras y describe los pictogramas más importantes, planteando que los dibujos que trae dan una mejor idea de su imponencia, ya que estos hablan con mayor elocuencia. Dice que no hay riqueza de los signos, que hay una repetición muy marcada de elementos primarios o sea de figuras rectilíneas. En el documento se muestran otros conjuntos pictográficos, el de la Vereda Chunavá en Bojacá el cual consta de 13 piedras pintadas siendo éstas por su representación, de las más importantes. Igualmente localiza y describe las piedras de los Cerros de Usca en cercanías a la laguna de la Herrera en Mosquera de las cuales dice que la representación es bastante pobre. Trae otra serie de pinturas rupestres de la Hacienda Mondoñedo y del Cerro de las Cátedras, también de Mosquera; de Sibaté, Canoas, San Benito y Tequendama en Soacha; de Sutatausa, Suesca, Chía y Zipaquirá. El investigador Cabrera Ortíz recalca que la destrucción de estos monumentos se debe a la acción brutal de la ignorancia. Elena Uprimmy (1969), excavó en el Alto de Cubia, (municipio de Bojacá), una colina rocosa en la que encontró cerámica, artefactos líticos y restos óseos. Los pocos fragmentos cerámicos hallados en las capas superficiales eran de tipología "chibcha", similar a la encontrada por Reichel-Dolmatoff (1943) en Soacha y a la descrita por Haury y Cubillos (1953) para Facatativá. En tumbas de pozo circular, oval y rectangular se encontraron esqueletos de adultos y uno de niño, colocados en posición decúbito lateral. Luego del estudio de éstos, la investigadora planteó que la dolicocefalia, que presentaban los cráneos era una característica poco común en los grupos chibchas, lo cual sugiere la posibilidad de que se tratara de individuos pertenecientes al período lítico; de ser así se explicaría la profusión de raspadores y lascas de piedra; cuchillos en hueso de venado y restos óseos de curí, armadillo, venado, zarigüeya y varias clases de aves. El carbón vegetal y la variedad del material hacen pensar que el sitio fue un basurero de vivienda o un taller lítico, además de cementerio. La cerámica correspondería a un período más reciente ya que se trata de alfarería Muisca. La investigadora además describió 10 pictografías con dibujos geométricos, pero no analizó el significado de éstos por falta de elementos comparativos. Cerca a la población de Bojacá, Mariana Brando (1971), excavó en los sitios La Fragua y Montanel. La estratigrafía cultural observada en los cortes de 10 trincheras en ningún caso
alcanzó un metro de profundidad. Allí encontró 8 esqueletos incompletos que presentaban aplicación de pintura roja, abundante material lítico y unos pocos fragmentos de cerámica. Las características antropométricas, las formas de enterramiento y el material cerámico, (con el cual estableció 13 tipos) pertenecen al grupo Muisca. El análisis del material lítico permitió observar muchas similitudes con el encontrado en el sitio El Abra por Correal, Van der Hammen y Hurt; dado que la investigadora no trató sobre el período precerámico, es de suponer que la presencia en Bojacá de material lítico similar con el de El Abra se deba a la continuación de la técnica del tallado (Industria Abriense). Dermis H. O'Neil (1972), investigó varias terrazas de cultivo en el sitio llamado San Jorge, en el municipio de Suba. Estas se construyeron apilando tierra en 5 estadios sucesivos. Cada una de las 4 terrazas tiene su propia historia de construcción, no obstante ser aledañas y contemporáneas. En sus alrededores se hallaron evidencias de un asentamiento nucleado, de 4 a 8 viviendas con áreas de cultivo. Para la época de la conquista el área inmediata estaba densamente poblada. El mayor potencial de fertilidad del suelo se encontraba al sur de las colinas de Suba. La cronología que estableció este investigador para el sitio, fue preconquista tardía y post conquista (siglos XV y XVI), las evidencias según él son contemporáneas con Facatativá, Mosquera, Cota, Tocancipá y Soacha.
Por medio del material encontrado en Pasca (Cundinamarca), Luisa Fernanda Herrera (1972), sienta las bases para establecer la frontera Muisca-Panche. Plantea el contacto entre estos dos grupos, bien por medio de guerras, invasión de territorios o por simple comercio e intercambio de cultura material. El estudio, con base en información de los cronistas, aporta datos para la historia y localización geográfica de Panches y Muiscas. Los materiales obtenidos en las excavaciones de cinco cuevas y sitios abiertos, consisten en restos óseos humanos, de animales e instrumentos líticos y cerámicos. Según la arqueóloga, el Páramo de Pasca era considerado como santuario, en el cual un tipo de ofrendas consistía en depositar múcuras con huesos de animal, conchas y cuentas de collar; en el otro se colocaban pequeños tunjos, en vasijas cilíndricas pequeñas, de cerámica pulida y decorada con aplicaciones. La actividad económica principal fue la agricultura del maíz complementada con animales de presa. Inés Elvira Montoya (1974), estudió pictografías de la Hacienda Terreros del Municipio de Soacha, las cuales no se habían registrado antes. La investigadora trata en general sobre las pictografías encontradas en Cundinamarca, las cuales se concentraron en las tierras altas y frías ocupadas por Muisca y Sutagaos. Según ella, el diseño de las pictografías se relaciona con la cerámica y la orfebrería Muisca, con la cerámica por ejemplo en el uso de la pintura positiva, con predominio del color rojo. La investigadora especula al establecer relaciones con la mitología; según ella el diseño de las pictografías se asemeja con el de las mantas, cuyos motivos Bochica trazó sobre piedras sagradas. La excavaciones de Alvaro Botiva C. (1976), en el municipio de Guasca y las fracciones colindantes de Sopó y Guatavita, se concentraron por una parte en las formas de enterramiento, tratando de establecer la relación entre el sitio, la estructura funeraria y el contenido de la tumba. En cuanto a las formas de las tumbas, registró diferentes tipos, principalmente rectangulares con un alto contenido de materia orgánica (tierra negra), poco profundas (1 mts. aproximadamente) y cubiertas con lajas de piedra; tumbas de pozo con cámara lateral, algunas con varias cámaras selladas con una laja de piedra y más profundas que las anteriores, (1.80 mts en promedio). Otro tipo de estructura funeraria consistió en una bóveda rectangular y lateral a la pendiente de una pequeña colina; la entrada se cubría con pequeñas lajas continuas. Referente al material óseo no fue posible su recuperación pues debido a la acidez del suelo se hallaba prácticamente desintegrado. Por otra parte el investigador identificó varios depósitos arqueológicos al parecer de carácter ceremonial, localizados en las cimas de los cerros y en cercanías a las fuentes de aguas termales, lagunas y ríos. También ubicó basureros que debieron ser parte de áreas de vivienda; registró pinturas rupestres y 4 rocas con petroglifos. Las piezas cerámicas las documentó individualmente en fichas de clasificación. Marianne Cardale de Schrimpff (1981b y 1982), realizó un estudio de la cerámica Muisca hallada en la Colina de la Sal, Zipaquirá III. Para éste partió del principio por el cual el conocimiento superficial de la cerámica y la atribución de un estilo a un grupo étnico e histórico no es suficiente prueba; por ello comenta lo conveniente que fue revisar las bases sobre las cuales se fundó dicha atribución. Debido a la falta de descripciones detalladas de la cerámica Muisca en las obras de los cronistas, la investigadora creyó necesario estudiar sitios
del período de contacto entre Muiscas y españoles (ver Marianne Cardale 1978, y Eliécer Silva Celis 1945). Los hallazgos en dichos sitios muestran que la copa y la múcura son formas netamente Muisca, a las cuales se ha encontrado asociada una amplia gama de otras formas cerámicas. (ver Botiva 1976-1984; 1988 en preparación). Con base en las excavaciones, elaboró un mapa que muestra en forma tentativa la extensión sobre la colina de La Sal de las zonas que fueron ocupadas en los diferentes períodos: Herrera, Muisca y Colonial. Planteó además una serie de hipótesis sobre esta colina, pues en el sitio Zipaquirá V (ver Cardale 1981) los resultados mostraron claras evidencias de la explotación de la sal desde una época anterior al comienzo de la era cristiana, tradición que se prolonga hasta la ocupación Muisca. Alvaro Botiva C. (1984), adelantó un reconocimiento de la región del Guavio, tendiente a localizar asentamientos Muisca. En la vereda Salinas (municipio de Gachetá) excavó una tumba de pozo e inició la excavación de un basurero de más de 5 metros de profundidad, asociado con un taller cerámico. La principal forma cerámica (vasijas globulares de asa maciza), al parecer, se relaciona con el transporte de aguasal. En el área de impacto de la hidroeléctrica del Guavio (Ubalá-Cundinamarca) rescató vasijas de cerámica, dentro de tumbas Muisca de corte trapezoidal, cubiertas con lajas de piedra. El carbón contenido en una de ellas fue fechado en 290 años A.P. Además prospectó otros sitios de interés arqueológico como la Cueva del Nitro o del Indio, con cerámica del tipo "Mosquera Roca Triturada" asociada con el período Herrera. También encontró pesas de red, cuentas de collar en concha marina y cerámica Muisca. El investigador complementó la información obtenida con la interpretación de documentos del Archivo Nacional del año 1670 sobre los Indios Chíos, habitantes de Gachetá, estableciendo relaciones entre etnohistoria y arqueología de la región. Silvia Gutiérrez y Lizelotte de García (1984), excavaron en la hacienda La Ramada (FunzaCundinamarca). Al adelantar el rescate de varias tumbas Muisca hallaron en un área de 200 mts2 por 0.50 mts. de profundidad, manchas de tierra negra en forma de triángulo, orientadas de sur a norte. Se trataba de pirámides invertidas de bases triangulares cavadas en una capa de arcilla amarilla con intervalos regulares, variación de volumen y en orden decreciente; paralelo a las pirámides corría un canal artificial. El relleno de todas las estructuras presentaba tierra negra y fragmentos cerámicos, líticos y óseos. Para las autoras se trataría de un lugar sagrado. Su interpretación se basó en la comparación y análisis de conceptos simbólicos, míticos y rituales. El elemento que sobresalía en el sitio fue el triángulo, como símbolo femenino, también representado en la cerámica, en los tejidos en la orfebrería y en las pictografías. Interpretaron el conjunto de triángulos formando una línea ondulante, como la serpiente, animal ligado a los mitos de Bachué y Meikuchuka, que simboliza la eternidad, la encarnación, la fuerza y energía así como la fecundidad. Otro elemento importante fue el agua, por estar en ella el origen de la vida, y ligado al mito de Bachué cuando sale del agua, para luego convertirse en serpiente y retornar a su lugar de origen, reapareciendo como la misma divinidad lunar Chía.
Carl Langebaek (1983, 1985d-1986b) adelantó una investigación arqueológica en el sitio El Muelle Sopo (Cundinamarca), allí excavó una yacimiento que muestra un asentamiento del Período Herrera, en el cual muy posiblemente explotaron una pequeña salina. Sobre éste y de manera independiente, se asentó un grupo de la etnia Muisca. El autor describe el material lítico, cerámico y óseo obtenido el cual corresponde a tres ocupaciones, Herrera, Muisca y Moderno. También describe las tumbas Muisca excavadas. Complementa la información arqueológica con datos etnohistóricos y asocia el sitio con el antiguo pueblo de indios de Meusa. Posteriormente el investigador expone sus apreciaciones sobre los basureros, áreas de vivienda y de cultivo registradas en el sitio. Resume el estado de conocimiento sobre los períodos Herrera y Muisca, y defiende la tesis que se trata de dos épocas en las cuales predominaron grupos de distinta filiación cultural y probablemente origen disímil. María Cristina Hoyos (1985), partiendo de los trabajos arqueológicos adelantados en Facatativá y sus alrededores por Haury y Cubillos(1953), la información etnohistórica contenida en la obra " Pueblo, Encomienda y Resguardo en Facatativá: 1538- 1852" de Jeanne B. de Buchanan (1982)y con ayuda de mapas, identificó el sector correspondiente al asentamiento del cacicazgo de Facatativá, localizado en una amplia zona al suroccidente del altiplano. Además, le atribuyó importancia especial al sitio de Pueblo Viejo, (sobre las faldas del Cerro Manjui, entre los caminos que van de dicha población a Zipacón y Anolaima), considerado como el pueblo del cacique de Facatativá. Las excavaciones le permitieron aclarar aspectos referentes al patrón de asentamiento indígena, Para ello, localizó tres sitios que se conocen como "El Mercado", "La Iglesia de los Indios" y "el Cementerio". Este último sitio se localiza sobre un aterrazamiento artificial y fue allí donde se encontró la mayor concentración de cerámica. Como sobre la cerámica obtenida en Pueblo Viejo ya se había hecho una clasificación, la investigadora realizó un intento de homologación de los tipos propuestos por Haury y Cubillos (1953) con los descritos por Broadbent (1967- 1971) y Cardale (1981). Confirmó así que los tipos clasificados como D y E por los primeros arqueólogos corresponden al tipo "Funza Cuarzo Fino" También analizó, mediante un estudio petrográfico, las características y composición de algunas secciones de cerámica pertenecientes a los tipos "Funza Cuarzo Fino", "Funza Cuarzo Abundante" y "Mosquera Rojo Inciso". Del tipo "Funza Rojo Cuarzo Fino", pudo constatar la correspondencia de los componentes de la pasta con la formación geológica "Guadalupe" del área de estudio. Encontró que la composición litológica de los derrubios hallados en la zona se asemeja con la observada en las placas, lo cual indica que la cerámica se fabricó en la región. En los otros dos tipos estudiados a través de secciones delgadas, se encontró abundancia de feldespatos, que corresponden a zonas con rocas volcánicas. La investigadora planteó que esta cerámica debió ser foránea, lo cual explicaría la relativa escasez de este material en la Sabana de Bogotá. Basándose en la similitud encontrada a partir del estudio petrográfico y de la cercanía cronológica entre los tipos "Funza Cuarzo
Abundante" y "Mosquera Rojo Inciso" propuesta por Broadbent (1971), sugiere unificarlos bajo una sola denominación. Germán A. Peña León (1986), adelantó exploraciones arqueológicas en el municipio de Cachipay (Cundinamarca), en busca de yacimientos arqueológicos en la vertiente suroccidental de la Cordillera Oriental, en la cuenca media del río Bogotá, donde las vías naturales permitieron sucesivos desplazamientos de grupos humanos, posibilitando diversas relaciones culturales en épocas distintas. Hasta el momento ha identificado, en pequeños cortes controlados estratigráficamente cerámicas de los períodos Herrera y Muisca asociados con artefactos líticos semejantes a los de la tradición Abriense. Graciela Escobar González (1986), adelantó una prospección arqueológica desde el municipio de El Calvario hasta el de San Juanito (Meta) practicando sondeos y trincheras estratigráficas en sitios escogidos. Este trabajo es un estudio preliminar y una de las primeras investigaciones arqueológicas realizadas en la cuenca alta del río Guatiquia, zona muy quebrada y de grandes pendientes, entre los 25º y 50º. El trabajo comprende una parte etnohistórica; además trae una reseña histórica y arqueológica sobre los diferentes trabajos realizados en cercanías a la zona estudiada. La investigadora identificó una tumba de "Cancel o Dolmen" con cinco lajas verticales y una horizontal. El análisis del material cultural hallado incluye la descripción lítica, cerámica y ósea del mismo. También la descripción de los diferentes tipos de enterramiento. A manera de conclusiones, la arqueóloga identificó parte de la cerámica como perteneciente a los tipos Muisca "Guatavita Desgrasante Gris", y "Guatavita Desgrasante Tiesto" Para una visión más real de la zona, se propone adelantar, una investigación sistemática, en la cuenca alta del río Guatiquia que incluye las poblaciones de San Juanito, El Calvario, San Francisco y Monfort . Alvaro Botiva Contreras, Arqueólogo del ICAN adelantó (entre marzo y septiembre de 1987), el rescate de información arqueológica de un asentamiento Muisca que se destruyó para dar paso a la construcción de la Urbanización Portalegre de propiedad de Promotora Colmena. El yacimiento se localizó en el municipio de Soacha al norte de la población. Allí se excavaron 133 tumbas, 4 plantas de bohíos, con sólo una puerta de entrada hacia el S.E. y un diámetro promedio de 8 Mts.; así como varios nichos que contenían metates, manes de moler, tiestos, restos óseos de animales y un alto contenido de materia orgánica, representado en tierra muy negra con abundante fósforo. Las tumbas en su mayoría eran de planta rectangular, poco profundas (1 metro en promedio) y ninguna sobrepasó el estrato de arcilla lacustre. Aproximadamente el 10% de las tumbas se hallaban cubiertas con lajas de piedra. Los cuerpos fueron enterrados en posición de decúbito dorsal extendido y con diferentes orientaciones sobresaliendo la E-O, S-N y 10º NW. (La orientación se tomó en relación al eje cabeza-piernas). El material cerámico recuperado consistió en 36 vasijas representadas en mocasines, cuencos, copas, jarras, ollas globulares de 2 asas y cientos de fragmentos; todo el material, sin excepción, corresponde a formas y tipologías ya establecidas para los Muisca de la Sabana
de Bogotá; se obtuvo igualmente una excelente muestra de cuentas de collar de diferentes formas, elaboradas en concha marina. El material lítico estaba formado por 3 volantes de huso, 1 fragmento de hacha, varias manos de moler y metates. En hueso trabajado se encontró un fémur humano aguzado en un extremo y con orificios en el otro, así como 2 agujas. Las piezas metálicas recuperadas consisten en 1 fragmento de tunjo en cobre, un posible tejuelo del mismo metal y una cuenta de collar en oro. La fauna presente en el asentamiento incluye venado, curí y peces. De acuerdo con los cortes realizados y la estratigrafía observada en ellos, se puede asegurar que para la ocupación del sitio se adecuó el terreno nivelando el suelo con una capa de "Duripán" horizonte de color gris claro que por la limpieza del grano permitió una fácil cementación, convirtiéndose en una capa dura y compacta. Los hallazgos formaban parte de un gran poblado Muisca, posiblemente anterior a la conquista, ya que no se registraron elementos materiales de procedencia europea. En cuanto a los restos óseos, se les prestó la importancia que éstos merecían, pues se consideró que con la osteología se podría obtener una clara información sobre paleodemografía, paleopatología, sexo, edad, índices antropométricos para correlacionarla con otra del asentamiento, como tipos de tumbas, ajuar funerario, personaje enterrado, jerarquía del mismo, cronología, etc. Si bien el material óseo humano se encontró en aparente buen estado, alrededor del 50% estaba fragmentado. La presión de la tierra contribuyó a la deformación de los cráneos. En los ejemplares infantiles, debido a que poseen láminas diploides muy delgadas, se deformaron completamente impidiendo en muchos casos su reconstrucción completa. José Vicente Rodríguez ( 1987), estudió un conjunto de 68 esqueletos de los 133 recuperados. De éstos 39 son de mujeres (57.3%), 22 hombres (32.3%)y 7 infantes (10.3%). Para el análisis paleodemográfico de la población, descrita en el informe tomó 6 individuos más. El promedio de vida de la población, incluyendo todos los períodos ontogénicos es de 33,8 ± 15.5 años. En las mujeres adultas se aproxima a 37.8 ± 10.0 años y en los varones adultos a los 41,1 ± 9.2 años, lo que indica que los hombres observan una expectativa de vida mayor que en las mujeres. En lo que respecta a los diferentes períodos de deceso, se observa que casi el 50% de los decesos se produce entre los 40-54 años, el 29.7% entre los 20-39 años, el 20.3% entre los 019 años. Esto significa que el cementerio está constituido en casi un 80% de individuos adultos, cifra anormal para cementerios locales prehispánicos. El investigador comenta que en el cementerio de Soacha se enterraban individuos nativos de los alrededores, regresándolos a su lugar natal, o simplemente falta representatividad de la población infantil, lo que incide en los cálculos demográficos. A nivel dental se encontraron caries en 22 individuos (29,7 del total), de los cuales 19 (86,4%) pertenecen a mujeres y 3 (13.6%) a hombres. La mayoría de caries de la superficie oclusal
se localizan en niños. Igualmente registró enfermedades periodentales (restos óseos de las tumbas Nos. 6, 12, 32 y 34), que constituyen una respuesta inflamatoria a uno o más elementos irritantes, y la presencia de cálculo dental. En cuanto a la osteopatología, el análisis de las anormalidades del tejido óseo, permitió diagnosticar del estado de salud o enfermedad del individuo, lo que a su vez hizo posible establecer el grado de efectividad de la dieta alimenticia de la población estudiada y la efectividad de su adaptación al medio ambiente, pudiéndose plantear la jerarquización social que existiría en la distribución de algunos alimentos en la dieta de la población, tales como la proteína animal, básica en las sociedades ganaderas y cazadoras, pero escasa en las sociedades agrícolas que no poseen animales domésticos. Las enfermedades más comunes en la población arqueológica de Soacha son: desórdenes metabólicos debido a deficiencia de vitamina D (osteomalacia), lesiones de las articulaciones (artritis reumatoide, artritis degenerativa, espondolitis anquilosante), tuberculosis de huesos y articulaciones; los traumas (fracturas, dislocaciones, mutilaciones) son muy raros. El análisis parcial de los restos óseos de Soacha permite una aproximación al aspecto físico de esta población prehispánica y a la vez determinar algunos elementos de los proceso biológicos y etnohistóricos a que estuvieron sometidos los componentes de esta parte de la sociedad Muisca. En el análisis intragrupal se destaca la homogeneidad de la población masculina, aún perteneciendo a diferentes generaciones, lo que demuestra su continuidad biológica, sin descartar algunos elementos de procedencia foránea. En cuanto al grupo de mujeres, éste es más heterogéneo, lo que indica que su procedencia es diferente a la del grupo masculino. La estatura promedio de las mujeres es de 148,8 ± 3,49 cms., es decir, baja. Las mujeres se diferencian por tener mayor incidencia en el aplanamiento lamboideo, lo que le dá a la cabeza una forma más corta, ancha y alta, es decir más redonda; proporcionalmente el rostro femenino es más ancho corto y de pomulos más prominentes que el masculino. La nariz es más ancha, corta y aplanada, las órbitas conservan las magnitudes medias, tanto en su altura como en su anchura. El arco alveolar presenta también magnitudes medias además del rostro, la mandíbula constituye otro elemento diferenciador entre los grupos femenino y masculino. En las mujeres se aprecian relativamente, mandíbulas más robustas tanto en el cuerpo mandibular como en la rama ascendente (lugar de inserción del músculo macetero que refleja el grado de robustez del aparato masticador), ubicándose en el grupo de mayor anchura bicondilar a nivel mundial con rama ascendente bastante ancha, superando en magnitud a las mandíbulas de los esqueletos obtenidos en el sitio del Tequendama I, asociados con la etapa lítica (grupos de cazadores) entre 7000- 5000 años A.P. cuya dieta alimenticia era bastante ruda (Ver Período lítico). Por otro lado que el grupo femenino se distingue por una mayor incidencia de caries, mayor atrición dental y en general mayor frecuencia de enfermedades periodentales. El mal estado de la corteza ósea (periostio), está indicando mayor incidencia de enfermedades relacionadas con la malnutrición, en especial con el reducido consumo de proteína y grasa animal.
De la información anterior, se colige que entre los Muisca, existió, no solamente una jerarquización social sino también sexual, las mujeres tenían poco o ningún acceso a la carne, consumían grandes cantidades de carbohidratos y vegetales en general, muy posiblemente utilizaban sus mandíbulas en la preparación de alimentos (quizás La chicha). Sin embargo, el estado de desnutrición no era crónico, ya que no se ha encontrado anemia y la osteomalacia observada se de tipo leve. Por otro lado, la existencia de individuos improductivos, tanto por la tuberculosis registrada, como por el anquilosamiento de la articulación sacro-iliaca, indica que la sociedad poseía un excedente alimenticio representado en el maíz y otros vegetales suficiente para poder sostener a las personas lisiadas por diferentes enfermedades. Otra conclusión a la que llega el investigador Rodríguez, de acuerdo a los análisis de la antropología física, es que la inmensa mayoría de mujeres en la composición sexual del cementerio de Soacha confirma la poliginia, y que las mujeres provenían de grupos diferentes a los hombres. No obstante, dentro de ellas existió una preferida, que poseía el mismo status social del varón y por consiguiente, el acceso a prebendas en el sistema alimenticio, lo que explicaría la existencia de mujeres sanas y de buena constitución ósea. El resto de mujeres cumplirían las labores domésticas y de recolección de vegetales. Esqueletos con puntas de lanzas o punzones de hueso humano (fémur trabajado) y otros de gran estatura y fortaleza, vigorosos y sanos posiblemente correspondan a los guerreros o Guechas que describe Fray Pedro Simón como "terribles gandules... de terrible estatura y fortaleza... hombres de grandes cuerpos, valientes, sueltos, determinados y vigilantes" (citado por J.V. Rodríguez, 1987). De otra parte, es interesante observar, que en el análisis del estado de salud y enfermedad de la población del cementerio de Soacha se observa un estado de posible confinamiento, hacinamiento o desplazamiento producidos por la presión de algún enemigo externo. Esta conclusión se refuerza con el análisis de las formas de enterramiento; en varios casos hay tumbas superpuestas, enterramientos en bohíos abandonados, y alteración de nichos por construcción de las estructuras funerarias. Estas condiciones de vida facilitaron la transmisión de la tuberculosis. Territorio del Zaque En el territorio del Zaque (Boyacá) la información disponible se desglosa a continuación. La investigación adelantada por Gregorio Hernández de Alba en 1937 en Tunja, fue la primera en realizarse en esta región y en el territorio Muisca. El investigador se basó en los datos del padre Simón sobre la leyenda de Goranchacha, y según él excavó el "Templo del Sol". Este estaba formado por dos estructuras circulares: una exterior con soportes de piedra y varas, otra interior formada por solo varas o postes de madera. En el centro había un eje o sostén para el techo, bajo el cual encontró huesos de niño. En los alrededores, y sobre la superficie , el investigador localizó cerámica con decoración
pintada de color rojo oscuro formando figuras rectangulares, adornos con incisiones o relieves muy bajos que podrían corresponder a los Muisca. Eliécer Silva Celis (1945a), excavó varias necrópolis y sitios de habitación en Sogamoso. De las 692 tumbas abiertas ha descrito solamente el 12%. En uno de los sitios encontró entierros dentro de bohíos, niños colocados en urnas, inhumaciones con pintura roja previo descarnamiento del cadáver. Enumeró los hallazgos del material lítico, cerámico, objetos de concha marina y hueso. Las viviendas que excavó eran circulares demarcadas por las huellas de postes, que debieron ser fuertes maderos enterrados y protegidos por medio de guijarros o cascajo. El mismo autor (1945b), analizó algunas características de seis cráneos (4 femeninos y 2 masculinos) y concluyó que las evidencias arqueológicas obtenidas en Cundinamarca y Boyacá mostraban como en la constitución del pueblo Chibcha o Muisca intervinieron individuos braquicéfalos (80 a 85%) y dolicocéfalos (20 a 15%). Este investigador en su trabajo de 1967 analizó con base en los resultados de las excavaciones de Sogamoso la antigüedad de los Muisca y las ofrendas de maíz sacrificado por medio del fuego en relación con el mito de Bochica, personaje considerado como un típico Héroe civilizador y elevado al rango de "divinidad" entre su pueblo. Una fecha obtenida de maíz carbonizado se remonta al año 310 d.C. 1640 + o - 50 años A.P. No obstante ser solo una fecha sin confirmar, el arqueólogo supone una mayor antigüedad, para los Muisca de por lo menos dos mil años, contados a partir de la quinta o cuarta centuria que antecedió al comienzo de la era cristiana. También habló de pueblos anteriores a los chibchas, posiblemente tribus de diversa filiación lingüística y cultural, que asoció a grupos cazadores-recolectores. De los chibchas analizó su mitología, la compara con la de otros pueblos americanos mostrando el desarrollo, personalidad y características propias de una de las culturas más elevadas e interesantes del Nuevo Mundo. Sugiere que la diferente acogida a las enseñanzas de Bochica pudo estar condicionada por las variaciones locales en cada sector de la población Muisca. En la época de la conquista española los pueblos de Bogotá, Tunja y Sogamoso mostraban diferencias lingüísticas. Eliécer Silva Celis (1958), reseña una colección de vasijas de barro de color gris obtenidas en Garagoa, Ramiriquí, Chinavita y Tenza, cuyas características de superficie, pasta y desgrasante la hacen claramente distinguible. Posteriormente, a esta cerámica se la denominó "Tipo Valle de Tenza", identificándose con relativa facilidad en cualquier región donde se encuentre. Eliécer Silva Celis (1961), describió y analizó pictografías Muiscas, que correlacionó con los dibujos en piedra de otras zonas del país. Comentó sobre el uso de los tres colores utilizados y estableció relaciones simbólicas. Eliécer Silva Celis (1978), describe una momia procedente de las montañas de Pisba, cuyo envoltorio consiste en una piel de ovino, una tosca red de malla de "Cuan" ( 5) y una mochila tejida con una admirable ornamentación. Esta contenía un poporo y una flauta en hueso de venado. Por el tipo de entierro y el tratamiento del cadáver, el investigador insinuó que se trataba de un personaje de alta jerarquía social o religiosa. Los diseños de la mochila los
interpreta como influencia de otros grupos por contacto comercial. Una descripción detallada de dicha mochila fue hecha por Marianne Cardale de Schrimpff (1978). Roberto Lleras (1983, 1984, 1986), realizó una exhaustiva prospección en el Alto Valle de Tenza (Boyacá). Recolectó material superficial, hizo levantamientos topográficos y excavaciones de prueba. Los 33 sitios reseñados, comprenden cementerios, abrigos rocosos, asentamientos, murales con pictografías, sitios con megalitos, de los cuales Tibaná I, Ramiriquí I y Ramiriquí IV presentan muchas columnas. El sitio de Umbitá I presenta un monolito denominado nueve Pilas. La cerámica muestra una dispersión muy amplia sobresaliendo el tipo "Guatavita Desgrasante Gris", con una frecuencia de 85% en contextos funerarios y domésticos, mientras que el tipo "Guatavita Desgrasante Tiesto" en los mismos contextos, presenta un menor porcentaje. También se hallaron piezas cerámicas de intercambio de los tipos "Suta Naranja Pulido", "Valle de Tenza Gris" y "Funza Cuarzo Fino". Una muestra de carbón obtenida en Nuevo Colón I Tumba I asociada a los tipos cerámicos mencionados dió una fecha de 370 años A.P. Las investigaciones arqueológicas en el Alto Valle de Tenza se complementaron con informaciones tomadas del Archivo Nacional, que sirvieron para ubicar pueblos y parcialidades del siglo XVI. Los topónimos actuales utilizados para la prospección permitieron localizar 17 parcialidades indígenas. Eduardo Londoño (1984a), con base en documentos del Archivo Nacional, obtuvo datos sobre la organización socio-política Muisca de la región de Tunja, que le permitieron demostrar que no existió un estado Muisca en época prehispánica, sino que, a partir de las unidades fundamentales o capitanías se organizó el poblamiento, la territorialidad, la propiedad comunal de la tierra y en general la estructura sociopolítica de los cacicazgos. Con respecto a la tributación afirma que consistió en labranzas comunales, cuyo fruto revertía a la comunidad bajo la forma de servicios de especialistas del gobierno y granero. Plantea que las unidades locales formaban Uzacazgos y éstos un cacicazgo propiamente dicho, como el Zipazgo y el Zacazgo. Si bien, los Muisca tuvieron un origen étnico común, presentaban numerosas diferencias locales lo que obliga a realizar estudios regionales, para no partir de un supuesto errado, como sería el de la homogeneidad de las instituciones sociales y culturales. El mismo autor (1984b), también basándose en información del Archivo Nacional, afirma que poco antes de la conquista española los alrededores del Valle de la Laguna (Samacá), estaban habitados por los cacicazgos independientes de Saquencipá, Moniquirá y Sáchica y que el Cacique de Ramiriquí y sus aliados Boyacá, Cucaita, Sora y Samacá, sujetos al Zaque, invadieron el valle, ocasionando el desplazamiento de los caciques independientes hacia el Valle de Leyva. En síntesis, se planteó la relación de una conquista prehispánica Muisca de mucho interés para conocer más de cerca las guerras internas en el norte del territorio Muisca. A raíz de la información de archivo analizada por Londoño (1984), Ana María Boada (1984) se propuso corroborar arqueológicamente la existencia de las dos ocupaciones en el valle de Samacá, para lo cual hizo una prospección de las laderas del sector norte del valle, en
cercanías de los actuales pueblos de Cucaita y Sora, donde ubicó 13 asentamientos prehispánicos, de los cuales recogió una muestra superficial de cerámica. Para el estudio partió de tres indicadores: características tipológicas del material cerámico, patrones de asentamiento y relaciones de intercambio. La mayoría de los asentamientos que podrían atribuirse a una primera ocupación, se localizaron en la ladera oriental del valle, en posición estratégica para defender lo que en ese momento constituía la frontera con el Zaque; en ellos aparecieron en mayor proporción, los tipos cerámicos más antiguos establecidos hasta ahora en el norte del territorio Muisca, como son el "Arenoso" (situado alrededor de los siglos VII y VIII d.C.), y el "Desgrasante Gris" (siglo IX d.C.), según cronología relativa con base en la secuencia cerámica de Tunja (castillo 1984). En cuanto al intercambio, el material arqueológico, indica que estos grupos mantuvieron vínculos más estrechos con la zona de Leiva, Sutamarchán, el área Guane, la Sabana de Bogotá y Valle de Tenza, que con las áreas sujetas al Zaque. El general, el análisis del material cultural, sugiere que los cacicazgos Muisca de esta zona, no tuvieron una fuerte relación económica ni política con Tunja, reforzando así la información etnohistórica según la cual, estos grupos constituían unidades políticas autónomas e independientes del Zaque (Londoño 1984). Los grupos invasores (Ramiriquí, Cucaita, Sora y Samacá) que componen la segunda ocupación situada en el primer cuarto del siglo XVI, se asentaron en las laderas del norte del Valle, quizás con el objeto de proteger la nueva frontera. Las características del material cerámico hallado en estos sitios, permite definirlo como más tardío; tal es el caso del tipo "Naranja Pulido" que aparece ya desarrollado en Sutamarchán para el siglo XI d.C. (Falchetti 1975), el Cuarzo Abundante y el Naranja Fino, considerados como los más tardíos en la secuencia cerámica de Tunja (Castillo 1984), En general , toda esta cerámica presenta características que reflejan una gran influencia de la zona de Tunja. Aunque en los yacimientos del Valle fueron encontrados objetos de otras zonas (caracoles marinos, artefactos líticos hechos en roca de origen volcánico, cerámica del área Guane, o Valle de Tenza y Sabana de Bogotá), puede decirse que las relaciones fueron más estrechas con Tunja y sus alrededores, lo cual complementa los datos etnohistóricos referentes al dominio del Zaque sobre estas zonas durante la segunda ocupación. Los grupos de ambas ocupaciones poblaron y cultivaron las laderas de los montes que circundan el Valle desde pequeños núcleos habitacionales, cuyas gentes muy posiblemente estaban unidos por lazos de parentesco a nivel de las capitanías mayor (Sybyn) y/o menor (Uta). Esto explicaría la abundancia de sitios arqueológicos esparcidos por el valle. Paralelo a este patrón de poblamiento nucleado, se dio uno de vivienda dispersa que en la mayoría de los casos pudo ser utilizado temporalmente, dependiendo de la época de cultivo, como lo hacen hoy en día los campesinos de la zona, quienes tienen una casa en el pueblo y otra en la zona de labranza. Ana María Boada (1987) continúa con la investigación sistemática de uno de los asentamientos del valle del Samacá, Marín (Municipio de Cucaita), sitio que no pudo ser
identificado dentro de las ocupaciones planteadas por la etnohistoria. Allí identificó cerca de treinta terrazas artificiales hechas mediante el corte de la pendiente o el relleno de las depresiones naturales del terreno. En algunas de ellas se detectaron pisos de arcilla compacta y huellas de poste pertenecientes a bohíos y zonas pequeñas de tierra negra con alto contenido de fósforo y calcio que parecen haber sido huertas caseras. Las variaciones entre estas construcciones, la diferenciación en la distribución de la cerámica y en el tratamiento mortuorio llevan a pensar en una diferenciación social del espacio del asentamiento. La excavación de 36 tumbas permitió reconocer nuevas formas en el tratamiento funerario, como la envoltura de los cadáveres en una capa de ceniza mezclada con arcilla y arena y luego en textiles, todo esto asociado con una fecha entre los años 600 al 700 A.P. Los cuerpos fueron enterrados en tumbas de pozo oval o cilíndrico con nicho, siempre en posición fetal sentada o de decúbito. Otro aspecto desarrollado en esta investigación se refiere a las patologías observadas en dicha población que indican una dieta desbalanceada, nutricionalmente baja en proteínas y alta en carbohidratos. Así mismo, se hace una descripción de la práctica de la deformación craneana hecha de diversas maneras en infantes y adultos, así como de la determinación sexual, edad, morfología y paleopatología de cada esqueleto. Juanita Sáenz (1986), realizó un estudio del manejo económico en la utilización de los pisos térmicos controlados por los Muisca, en este caso en la región del Valle de Tenza. Este trabajo se basó en anteriores investigaciones etnohistóricas y etnográficas (Murra 1972, Osborn 1979, Langebaek 1985) que muestran este tipo de economía como característica de algunos pueblos andinos. Con esta base el reconocimiento arqueológico se realizó en dos pisos térmicos diferentes y se complementó con el estudio de datos etnohistóricos relacionados con la economía y pautas de poblamiento. La información obtenida mostró una mayor concentración de población en la zona templada, aunque no era una región de asentamientos nucleados, ya que el material cultural se encontró disperso. La preferencia de ocupación en clima templado, se halla reforzada por los datos etnohistóricos. Se encontraron cinco sitios aptos para vivienda en zonas planas naturales o terrazas artificiales más o menos extensas; cinco cementerios en las cimas de pequeñas colinas, y terrazas de cultivo en terrenos de inclinaciones fuertes, con suelos coluviales bastante fértiles La información etnohistórica muestra un énfasis en cultivos de tierra templada (algodón y coca) y movimientos temporales de la población, hacia las zonas donde tenían las labranzas, aunque no se puede precisar si eran entre pisos térmicos diferentes. El control económico se pudo apreciar más que todo por la sujeción política de unos pueblos por otros. El estudio de la cerámica mostró características distintivas, en cuanto a formas, técnica de manufactura, cocción, color de la pasta y decoración, con las cuales se define el tipo "Valle de Tenza Gris" diferenciable y reconocible, aunque combina rasgos de otros tipos cerámicos sobre todo del "Guatavita Desgrasante Gris", típico de la Sabana de Bogotá. La cerámica del
Valle de Tenza y la Muisca en general forman parte de una gran tradición alfarera de grupos emparentados de la cordillera Oriental de Colombia y los Andes Venezolanos; por la semejanza entre el material de la región del Guavio (Botiva 1984) y el del valle de Tenza se pueden suponer vínculos entre estas regiones que son la zona limítrofe entre los territorio del Zipa y el Zaque. Parece entonces, que la región del Bajo Valle de Tenza estuvo influenciada por el Cacique de Guatavita. Según documentos de archivo citados por la arqueóloga, este cacique tuvo sujeto al cacique de Súnuba y algunas capitanías Técuas. El trabajo comprende el estudió de la cerámica actual del municipio de La Capilla, el cual se hizo con el fin de observar posibles raíces precolombinas en su elaboración. Los datos obtenidos parecen indicar que la manufactura de cerámica prehispánica desapareció, al mismo tiempo con la disminución de la población indígena; posteriormente, en épocas coloniales, surgió una nueva tradición alfarera, emparentada con la de Ráquira (Boyacá). Sonia Archila (1986), llevó a cabo una investigación arqueológica en los municipios boyacenses de Belén, Cerinza, Floresta, Busbanzá y Betéitiva, en los tres grandes valles que pudieron ser las zonas más apropiadas para asentamientos humanos. En el Valle de BelénCerinza se ubicaron cementerios indígenas guaqueados y se estudiaron algunas cerámicas del ajuar funerario que pertenecen en su mayoría a tipos definidos para el territorio Guane .."Oiba Rojo sobre Naranja" y "Villanueva Ocre sobre Crema-Negro"; se registró también la presencia de cerámica del tipo "Guatavita Desgrasante Tiestos", muy característico del sur del territorio Muisca y una vasija del tipo cerámico "Valle de Tenza Gris".
Existen datos etnohistóricos sobre el intercambio de vasijas entre los cacicazgos Muiscas y entre éstos y otros grupos como el Guane, probablemente durante períodos tardíos, al juzgar por las fechas asociadas: siglos XII y XV d.C. para el tipo "Oiba Rojo sobre Naranja" y siglo XV para el Tipo "Guatavita Desgrasante Tiestos". En el Valle de Floresta-Busbanzá Archila localizó dos yacimientos arqueológicos, de éstos se recuperó material cerámico y lítico que dio paso al establecimiento de dos nuevos tipos cerámicos para el área Muisca: "Busbanzá Carmelito Burdo" y "Busbanzá Rojo Burdo" Una muestra de carbón asociada a cerámica del tipo "Busbanzá Carmelito burdo", arrojó una fecha de 1.110 años A.P. La pintura con la cual se decoró la cerámica es de color rojo y representa un diseño bien desarrollado. El otro tipo Busbanzá rojo burdo parece ser posterior y tal vez contemporáneo con las fases tardías del período Muisca de la Sabana de Bogotá. Partiendo de los postulados de Lleras y Langebaek (1987), sobre la relación en épocas prehispánicas, entre los grupos indígenas de la cordillera Oriental colombiana y la Serranía de Mérida en Venezuela (organización socio-política, medios de subsistencia, filiación lingüísticas y alfarería) la autora plantea la posibilidad de introducción de tradiciones cerámicas distintas a las del altiplano Cundiboyacense, desde épocas tan Antiguas como el siglo IX d.C., de acuerdo con la fecha obtenida en Busbanzá.
Territorios Independientes En cuanto a los territorios independientes de los Muisca en el Altiplano Cundiboyacense sólo se conocen los trabajos de Falchetti (1975) y Eliécer Silva Celis (1981, 1983, 1987). Este último investigador, al referirse a las excavaciones adelantadas en Villa de Leyva, describe dos campos sagrados orientados exactamente E-O. El espacio más grande de 30 metros de largo por 15.90 metros de ancho está enmarcado por el Norte y el Sur mediante sendas filas de columnas monolíticas finamente talladas, dispuestas linealmente con espacios intercolumnares de 30 cmts. Cada fila estuvo formada por 54, 55 a 66 columnas, que se encontraron enterradas verticalmente e inclinadas hacia el Sur. Las columnas muestran en la parte superior un rebajamiento producido por talla. El campo Norte está separado del campo Sur por 3 metros. El largo de éste es de 21 metros por 11 de ancho. El investigador supone que ambos espacios tuvieron igual función; plantea una mayor antigüedad para la construcción sur y se refiere a dos periodos arquitectónicos. En el centro, de los campos se localizaban algunos monolitos o columnas solares que servían para detectar el paso del sol por el cenit y la posición celeste del astro rey. Los campos según Silva Celis, fueron vías de recepción sagrada del sol en su movimiento aparente Este y Oeste. Estos en general fueron espacios de observación astronómica y meteorológica, culto a sol y a la luna. Allí también se practicaron actos culturales y religiosos destinados a mover la acción bienhechora de los espíritus. Fuerzas y fenómenos naturales dispensadores de la fecundidad de la tierra. Las sombras también fueron objeto de culto; el juego de luces y sombras creaba una atmósfera de irrealidad que según las interpretaciones del investigador substraía al nativo de lo terreno y lo elevaba a una esfera de ensoñación religiosa, excitación espiritual y emotiva. Este sitio arqueológico, denominado El Infiernito lo relacionó con pictografías de la región donde supuestamente está el sol, la luna y las estrellas en asociación con símbolos terrestres y meteorológicos. Las piedras pintadas también fueron sitios de observación astronómica, allí se dibujaban escenas para recordar, desde ellas se podía observar la presencia de fenómenos celestes, todo lo cual fue necesario tener en cuenta para las faenas agrícolas y en los actos religiosos. La asociación de símbolos terrestres y espaciales señalaba, según el investigador la integración de cielo y tierra. Al producirse el descenso del sol afirma, que los campos sagrados llegaron a ser verdaderos laboratorios de investigación astronómica y meteorológica; que allí se dió la integración entre ciencia y religión; por ello relaciona el número de columnas con un valor calendárico y plantea que los monolitos sirvieron para los cálculos de solsticios y equinoccios, única manera de predecir la temporada de lluvia y los eclipses. La orientación Este/Oeste señala sitios naturales fijos como la laguna de Iguaque. Referente a los constructores, Silva Celis comenta que son los mismos autores que tallaron los monolitos de Sutamarchán, Tunja, Ramiriquí, Tibaná y Paz del Río, ocho siglos antes de la era cristiana? Al juzgar los otros elementos arqueológicos recuperados en el sitio, no deja duda sobre la asociación con los Muisca: sacrificios de animales, de maíz y esmeraldas por medio del fuego
quemas de inciensos, coloración de rojo sobre el suelo y en algunos cadáveres, entierros de niños en urnas funerarias, entierros humanos con piezas de orfebrería, cerámica, elementos de hueso, conchas de mar y torteros de piedra. Los Muisca, comenta, fueron excelentes escultores de piedra, madera y arcilla, materiales que se trabajaron en diferentes tamaños y cuya representación muestra diferentes estilos y actitudes. Si bien en El Infiernito es poco lo que quedó de escultura antropomorfa, ésta está representada por un fragmento de mano tamaño natural, muy realista. La talla también se utilizó para las tapas de tumbas (rectangular y oval). Silva Celis describe por comparación los tipos de tumbas de El Infiernito; hace una interpretación sobre los personajes enterrados en relación con la "clase social" o política. También compara la función de las columnas con otras encontradas en Fúquene y en las casas de los principales Guanes. Es necesario comentar que si bien las tres publicaciones tratan el mismo tema, presentan datos contradictorios en las dimensiones de los campos así como en el número de columnas. De otra parte en ninguna publicación se hace mención detallada de las excavaciones ni de los materiales arqueológicos encontrados. Ana María Falchetti (1975), investigó en Sutamarchán y Ráquira, una zona cuya importancia en la época precolombina fue notoria por su colindancia con Muzos y Guanes, porque por allí entró la mayor parte del oro en bruto al territorio Muisca, y existió una especialización en la alfarería indígena, probablemente con fines comerciales (actualmente la zona goza de fama por la llamada "loza del suelo"). Aunque en Sutamarchán no se encontraron depósitos culturales que mostraran cambios a través del tiempo, en la producción cerámica actual de la zona se observan una manufactura arraigada en la tradición indígena. Falchetti Estableció la existencia de talleres precolombinos con basureros hasta de 800 mt2 y depósitos de ceniza hasta de 0.80 mts. de profundidad con desechos de cerámica cocida al aire libre. Los tiestos asociados con los basureros corresponden únicamente al tipo cerámico "Suta Naranja Pulido" cuya posición cronológica, en el sitio Suta II, se ubica en el año 945 A.P. Las características de esta cerámica son conocidas en otras regiones del norte del territorio Muisca. Otro tipo cerámico, no asociado con basureros, es el "Suta Arenoso". Los dos tipos aparecen relacionados solo en uno de los 14 sitios localizados confirmando su aislamiento y distribución geográfica. La investigadora planteó la posibilidad de que el tipo "Suta Arenoso" sea el más antiguo y que se haya elaborado para necesidades domésticas locales. El tipo cerámico "Suta Naranja Pulido" al parecer se produjo con fines comerciales. Balance General de la Región Si bien el período lítico se viene estudiando desde hace 20 años, no es del todo conocido. Las estaciones abiertas de cazadores recolectores comienzan a localizarse; por ello se requieren nuevas investigaciones en busca de datos sobre este patrón de asentamiento, el área de dispersión y la transición hacia una vida sedentaria, representada por el "Período Herrera".
Es necesario estudiar el proceso socio-cultural de la región con el fin de precisar las formas de adaptación al medio, las técnicas agrícolas, la variedad de cultivos, la especialización en la alfarería, las relaciones de intercambio y, en general, las actividades económicas y formas de organización social y política. También se debe lograr una más clara ubicación temporal y espacial de los diferentes grupos que ocuparon la región. Tampoco la trayectoria de la etnia Muisca debe entenderse como una historia claramente conocida. Por el contrario, las nuevas perspectivas de la Etnohistoria y los problemas que plantean recientes investigaciones arqueológicas dejan ver la conveniencia de estudiar más a fondo los procesos y estructuras sociales en épocas prehispánicas. A manera de ejemplo, la zona norte del territorio Muisca ofrece una visión muy fragmentada sobre patrón de asentamiento y formas de enterramiento. La distribución de la cerámica muestra elementos relacionados con varias regiones. En general hace falta la unificación de criterios tendientes a la comprensión del período cerámico; se deben precisar supuestas relaciones de contemporaneidad, así como publicar estudios inconclusos y ocultos realizados sobre la antigua población que ocupó la altiplanicie cundiboyacense. Vale la pena hacer la crítica a los investigadores que no dan a conocer por ningún medio el material de sus excavaciones, ni siquiera la descripción del mismo. De igual manera no se puede seguir con la idea aferrada de demostrar mayor antigüedad, como si se tratara de récord del investigador. Las fechas del arqueólogo E. Silva Célis para Leyva y Sogamoso niegan por completo la existencia del Período Herrera y le atribuyen a la ocupación Muisca una mayor antigüedad, la cual según recientes investigaciones sólo se remonta el siglo VIII d.C. siendo esta cronología la aceptada por los arqueólogos. También es hora de superar la idea que en Muisca ya todo es conocido y que la Altiplanicie Cundiboyacense a nivel arqueológico está plenamente estudiada. Día a día se conocen nuevos asentamientos de interés que se hallan próximos a desaparecer bien por erosión o labores agrícolas (como el sitio de Marín en Cucaita) por urbanizaciones (como Portalegre en Soacha), por hidroeléctricas (como los sitios de Guavio) por carreteras (como el sitio de Candelaria en Bogotá; este último reseñado por Silvia Broadbent en 1962 y rescatado apresuradamente en 1987. Tampoco podemos olvidarnos de la guaquería, en búsqueda de material cerámico y orfebre cada día es más apetecido por su escasez. Si bien se conocen diversos elementos de la sociedad Muisca, no podemos negar la ignorancia sobre muchos otros aspectos desconocidos o conocidos parcialmente. Sabemos que existen informes con datos fragmentarios de excavaciones minúsculas. Ahora se necesita adelantar investigaciones con excavaciones extensas que aporten información de aldeas, patrones funerarios, y análisis más profundos con un enfoque regional. La diferencia en los mitos de origen entre los Muisca del Sur y del norte, las formas de enterramiento, el material cerámico, etc. indican, que no se trata de un pueblo tan homogéneo como se ha creído. La existencia de territorios independientes, podría tener implicaciones que deben tomarse en cuenta para ahondar en las estructuras sociales, económicas y políticas. Finalmente, retomando a Eduardo Londoño (1984b p. 10) "los antropólogos estamos tomando el relevo
en cuanto a la historia de los Muisca pero heredamos muchas concepciones etnocéntricas y nos cuesta trabajo abandonarlas". Unas de estas concepciones son más evidentes y por lo tanto caen más pronto: ya no nos escandalizan las religiones "paganas" como le ocurrió a los cronistas y cada vez se confunden menos los cacicazgos con estados. Pero estas celadas son más sutiles y más difíciles de evitar: el vocabulario con el cual se habló aquí de guerra y de conquista, por ejemplo, no se adapta a la realidad Muisca. Palabras como "independiente", "tributo", "sujeto", "frontera", "conquista", o "guerra" refleja la experiencia de una sociedad occidental como la nuestra, pero nos impide entender en sus propios términos a una sociedad tan diferente como lo fue la Muisca. Para entender por qué hubo dos caciques o superar las deficiencias del lenguaje; para que los Muisca dejen de ser un mito construido a nuestra imagen y semejanza, necesitamos fortalecer la comparación etnográfica y establecer algunas comparaciones con la etnolingüística" No sobra recordar que para el estudio de un grupo como los Muisca, es necesario estrechar la relación etnohistoria - arqueología. De otra parte, los temas y áreas que se han investigado en la altiplanicie cundiboyacense solo cubren una parte, como lo demuestran los datos bibliográficos; a la vez se hace necesario una mayor integración de la información sobre la etnia Muisca, en el contexto de los Chibchas de los Andes Orientales. Esta apreciación sólo es válida superando la falta de estudios a nivel local, para así analizar la información e integrarla a modelos teóricos que permitan interpretar la relación de la sociedad Muisca, su medio y su complejidad, no con el fin de conocerla como algo del pasado sino con el objetivo de comprender dicha relación y poder retomar esa experiencia con miras a adelantar un fin social.
NOTAS 1
. El lector interesado sobre diversos aspectos de los Muisca puede consultar entre otras las siguientes obras:
1851-1956 Recopilación Historial. Otros escritores
Cronistas GONZALO XIMENEZ DE QUEZADA. 1547-1972 Epítome de la Conquista del Nuevo Reino de Granada. GONZALO FERNANDEZ DE OVIEDO Y VALDEZ. 1548-1959 Historia General y Natural de las indias, Islas y Tierra Firme del mar Océano. JUAN DE CASTELLANOS. 1601-1955 Historia del Nuevo Reino de Granada. En: Elegías de Varones Ilustres de indias. FRAY PEDRO SIMON. 1625-1981 Noticias Historiales de las Conquistas de Tierra firme en las Indias Occidentales. JUAN RODRIGUEZ FREYLE. 1636-1982 El Carnero. Conquista y Descubrimiento del Nuevo Reino de Granada y Fundación de la ciudad de Santa Fé de Bogotá. LUCAS FERNANDEZ DE PIEDRAHITA. 1666-1973 Noticia Historial de las Conquistas del Nuevo Reino de Granada.
JOAQUIN ACOSTA. 1884 Compendio histórico del Descubrimiento y Colonización de la Nueva Granada en el siglo Décimo Sexto. EZEOUIEL URICOECHEA. 1854 Memoria de las antigüedades Neogranadinas. LIBORIO ZERDA. 1883 El Dorado, estudio histórico, etnográfico y arqueológico de los chibchas. EUGENIO ORTEGA. 1891 Historia General de los Chibchas. VICENTE RESTREPO. 1895 Los Chibchas antes de la Conquista Española. FRANCISCO JAVIER VERGARA Y VELASCO. 1913 Capítulos de una historia civil y militar de Colombia. MIGUEL TRIANA. 1922 La Civilización Chibcha.
FRAY ALONSO DE ZAMORA. 1701-1980 Historia de la Provincia de San Antonio del Nuevo Reino de Granada.
MIGUEL TRIANA 1924 El jeroglífico Chibcha.
FRAY PEDRO DE AGUADO.
BELISARIO MATOS HURTADO.
1938 Los Chibchas. JOAQUIN ACOSTA ORTEGON. 1938 El Idioma Chibcha o aborigen de Cundinamarca. EDITH JIMENEZ ARBELAEZ. 1945 Los Chibchas. ALFRED L. KROEBER. 1946 The Chibcha. LUIS V. GHISLETTI. 1948 Los Mwiskas, una civilización olvidada. GUILLERMO HERNANDEZ RODRIGUEZ. 1949 De los Chibchas a la Colonia y a la República. Del Clan a la Encomienda y al Latifundio en Colombia. JOSE PEREZ DE BARRADAS. 1950 Los Muiscas antes de la Conquista Española. LUIS V. GHISLETTI. 1952 El Idioma Mwiska y sus relaciones. LUIS V. GHISLETTI. 1954 Los Muiskas. Una gran civilización precolombina. JAIME SIERRA G. 1959 La Civilización chibcha. JUAN FRIEDE. 1960
Descubrimiento del Nuevo Reino de Granada y Fundación de Bogotá 15361539. GERARDO REICHEL-DOLMATOFF. 1960 Las bases agrícolas de los cacicazgos subandinos. FRANCISCO POSADA. 1965 El Camino Chibcha a la sociedad de Clases. FRANCISCO POSADA. 1965 Familia y cultura en las sociedades chibchas. LUIS DUQUE GOMEZ. 1965 Prehistoria, etnohistoria y arqueología. LUIS DUQUE GOMEZ. 1967 Prehistoria: Tribus indígenas y sitios arqueológicos. ELIECER SILVA CELIS. 1968 Arqueología y prehistoria de Colombia. JUAN FRIEDE. 1974 Los Chibchas bajo la dominación española. J. VILLAMARIN Y J. VILLAMARIN. 1975 Parentesco y Herencia entre los Chibchas de la Sabana de Bogotá al tiempo de la Conquista Española. JOSE ROZO GAUTA. 1975 La comunidad en la sociedad Muisca.
JOSE ROZO GAUTA. 1977 La cultura material de los Muiscas. LUCIA ROJAS DE PERDOMO. 1977 Aspectos de la cultura Muisca. LUCIA ROJAS DE PERDOMO. 1977 Los Muiscas. JOSE ROZO GAUTA. 1978 Los Muiscas, organización social y régimen político. FRANCISCO BELTRAN PEÑA. 1980 Los Muiscas, pensamiento y realizaciones. MARIA STELLA GONZALEZ DE PEREZ. 1980 Trayectoria de los estudios sobre la
lengua chibcha o Muisca. JOSE ROZO GAUTA. 1983 La cultura espiritual de los Muiscas. ARMANDO SUESCUN MONROY. 1987 La economía Chibcha. 2 . Agradezco los comentarios y sugerencias de los arqueólogos Santiago Mora, Ana María Boada y del antropólogo Augusto Gómez. 3 . El nombre "Herrera" proviene de la laguna del mismo nombre, en el municipio de Mosquera (Cundinamarca), en cuyos alrededores la arqueóloga la encontró por primera vez. 4 . Actualmente el sitio arqueológico se halla en predios de "Ladrillera Santa Fé" y se encuentra bastante alterado. 5. CUAMNE, cabuya de paja utilizada en Cundinamarca y Boyacá aproximadamente hasta 1950 para amarrar el chusque al enmaderado para el techo de las casas.
VI. Cuenca Montañosa del Río Cauca Leonor Herrera ÍNDICE
Alto Cauca Valle del Cauca Cauca Medio Cañon del Cauca Balance general de la región
VER EL MAPA DE LA CUENCA MONTAÑOSA DEL RÍO CAUCA Esta región comprende la cuenca del río Cauca, desde cerca a su nacimiento, hasta su entrada en las Llanuras del Atlántico. Incluye, las vertientes cordilleranas desde el divorcio de aguas, en las subregiones Alto Cauca, Valle del Cauca y Medio Cauca; pero para el Cañón del Cauca, el límite baja hasta la cota de los 1.500 m., quedando las elevaciones sobre esta altura englobadas en las regiones Macizo Central Antioqueño Costa Pacífica y Vertientes de la Cordillera Occidental. En el extremo Sur está el pepinazo de Popayán, una altiplanicie arrugada, formada por depósitos fluviales y volcánicos, a una elevación de 1,700 m. En su borde meridional se halla la cuchilla del Tambo, que forma el divorcio de aguas entre los ríos Patía y Cauca. Con un clima templado y no muy húmedo y una vegetación de pastos y bosques, es un hábitat agradable. El límite septentrional de los suelos volcánicos está en el dintel del Suárez, a partir del cual se abre el valle del Cauca, a 1.000 m.s.n.m., en una extensa planicie de 225 km. de largo y de ancho variable entre 8 y 35 km. formada por sedimentos lacustres, que, con el material depositado por los ríos tributarios han formado suelos fértiles. El río corre al pie de la Cordillera Occidental, por una superficie de escasa pendiente, formando meandros, madre viejas y zonas cenadoras. La vegetación nativa era de praderas y bosque seco tropical, restos del cual se conservan todavía. Grandes plantaciones de caña de azúcar ocupan hoy la mayor parte del área. Si bien quedó descartada la noción de que por ser pantanosa no fue habitada hasta bien entrada la conquista, lo cierto es que del siglo X hacia atrás no se conocen evidencias ciertas de poblamiento. Según datos de investigaciones de suelos, parece que en épocas relativamente recientes (el milenio anterior a la era cristiana y primer milenio de ésta), hubo grandes avalanchas fluvio-volcánicas desde la Cordillera Central (Pedro Botero comunicación personal), que pudieron haber destruido o disturbado evidencias de asentamientos más antiguos.
A partir de La Virginia (Risaralda), el valle del río se estrecha considerablemente; a ambos lados las cordilleras se alzan, formando un paisaje de ondulaciones con suelos enriquecidos por cenizas volcánicas y un régimen húmedo ideal para el cultivo del café. Buena parte de la región pertenece a este paisaje, pero entre los sectores profundos de la cuenca del río, con alturas entre 600 y 1.000 metros y vegetación de bosques secos, hasta la altura de los páramos, se encuentra gran variedad de vegetación, temperatura, precipitación y relieve, que configura microambientes distintos. Más hacia el norte, el río se encañona definitivamente, y las vertientes cordilleranas se levantan abruptamente a lado y lado del río, en un ambiente cálido y húmedo. Se subdivide esta región así: Alto Cauca, Valle del Cauca (corresponde a la suela plana en el departamento del mismo nombre), Cauca Medio y Cañon del Cauca.
Alto Cauca
El primer investigador, que realizó trabajo de campo sistemático, fue Henry Lerman (1953), quien entre 1941 y 1945 excavó tumbas en los alrededores de Popayán, Coconuco y Gambia. Documentó un conjunto de estatuas denominado "esculturas de la Cordillera Occidental", y objetos encontrados en dos tumbas en la Hacienda La Marquesa (Municipio de Timbío). Una década más tarde, Julio César Cubillos hizo excavaciones en los sitios de Pubenza y Morro de Tucán, ambos en el valle de Popayán (Cubillos 1958, 1959). Cuatro investigaciones realizadas entre 1978 y 1982 corresponden a sitios con abundantes líticos de obsidiana, posiblemente talleres de elaboración de artefactos en éste y otros materiales: las de Miguel
Méndez (1980, 1983, 1984) en La Balsa (Municipio de Cajibío), las de Cristóbal Genio (1982, FIAN 1985) en Los Arboles, Valle de Popayán, las de Marta Lahite (FIAN 1985) en Colina de las Piedras en el municipio de Cajibío y las de Liga Vivas en Publico y Yanaconas (FIAN 1985). Recientemente, Rodrigón López emprendió investigaciones en el sitio La María en las cercanías de Popayán (citado por Patino y Genio 1985). El trabajo etnohistórico de Héctor Llanos (1981) establece algunas aproximaciones entre grupos del siglo XVI y algunos materiales arqueológicos. En años recientes se han reportado en el altiplano de Popayán hallazgos, generalmente superficiales, de un buen número de puntas de proyectil, cuya asignación al paleoindio es problemática. En los alrededores del sitio La Balsa se encontraron cinco ejemplares bifocales de forma triangular o lanceada, con pedúnculo, fabricados en basalto, obsidiana y chert. Otras dos posibles puntas que serían unifaciales, con pedúnculo, elaboradas en arenisca y lava andesítica, fueron encontradas en las excavaciones arqueológicas adelantadas en el sitio. Una de ellas en un relleno artificial de cenizas volcánicas sin asociación; otra en una capa húmica a 88 cm. de profundidad, que contenía cerámica y otros instrumentos líticos. Un estrato similar en una unidad de excavación adyacente fue fechado por C-14 en 600 a.C. (Méndez, 1980). Otro grupo de seis puntas proviene de los sitios La Elvira y Alto Cauca. Fueron fabricadas en obsidiana, basalto o chert; son bifocales de forma triangular o lanceada. Todas tienen pedúnculo (definido o insinuado) y en algunas se presenta escotadura basal y/o acanaladura (Illera y Gnecco s.f.). Los ejemplares anteriores se suman a un conjunto de puntas provenientes de hallazgos fortuitos, o que se han encontrado asociadas a conjuntos cerámicos, a veces, de época tardía (Bray s.f.). Podría tratarse de evidencias de grupos cazadores-recolectores tempranos, o por el contrario de grupos agrícolas sedentarios; también sería factible que fueran instrumentos muy antiguos encontrados y atesorados por ocupantes posteriores. Un conjunto notable, encontrado en La Balsa, es el de instrumentos pequeños para cortar raspar y perforar, elaborados en su mayoría en obsidiana, (Méndez 1983). Conjuntos similares se han encontrado en Los Arboles, Colina de Las Piedras, Pueblillo y Yanaconas. Se ha propuesto una tradición microlítica de obsidiana integrada por los materiales del altiplano de Popayán y relacionada con los de la Sierra y la costa ecuatorianas (Gnecco 1982). Correspondería esta tradición a los finales del paleoindio, a una etapa pre-agrícola temprana, entre los años 5.000 y 2.000 a.C. (FIAN 1985: 127). Con excepción de La Balsa, donde aparece fechado en 1.120 a.C. este material no tiene una asignación cronológica, se presenta superficial o en depósitos poco profundos sin estratigrafía discernible, asociado con cerámica y la clase de instrumentos que se describe a continuación. La tercera categoría de hallazgos líticos está compuesta por instrumentos pesados elaborados en otras rocas locales: hachas, tajadores, martillos, así como metates y manos de moler toscos que son tentativamente interpretados como correspondientes a prácticas agrícolas iniciales, más que a agricultura ya establecida (Gnecco, 1982).
El sitio de La Balsa presenta otros rasgos intrigantes: en primer lugar, está un área de arcillas endurecidas dentro de la capa húmica, que tiene una forma serpenteante y se ha interpretado como área ceremonial. En segundo lugar se construyeron en el sitio, promontorios, bajo uno de los cuales se encontraron huellas de bocas de tumbas de pozo con cámara lateral. Hay evidencias de dos ocupaciones, que consisten en instrumentos de obsidiana y otras materias primas, en cantidades considerables; también aparece cerámica, en menor proporción. La ocupación más antigua tiene una fecha del siglo XII a.C. y se caracteriza por una cerámica fina y delgada. Para la segunda ocupación hay una fecha del siglo VII a.C., que corresponde a una cerámica alisada, simple y tosca, tumbas de pozo con cámara, fogones con abundante carbón y señales de adecuación de terrenos para vivienda (Méndez, 1980, 1983, 1984). Al parecer existe un hiato temporal considerable entre los sitios arriba nombrados, que van desde el paleoindio al formativo, y otros sitios con rasgos tardíos. El norte del altiplano de Popayán (Jambaló, Guambía) corresponde a la extensión máxima del Complejo Quebrada Seca (siglos XV y XVI) de la subregión Valle del Cauca. Otro conjunto estaría formado por el material cerámico de Pubenza, El Morro de Tulcán, La María y Pueblillo, que es sencillo, decorado con incisión, punteado, apliques y pintura roja sobre crema. El material de La Marquesa y Timbío, en el cual sobresalen las figuras de "guerreros" con banquitos, formaría una categoría aparte. La cerámica de todos estos asentamientos considerados tardíos, está asociada a útiles de obsidiana (Patiño 1986, Cubillos 1958, 1959, Lehman 1953). Hallazgos de orfebrería consistentes en colgantes y pectorales en forma de ave con rasgos humanos, no tienen asociaciones cerámicas claras. La estatuaria tampoco tiene todavía un asidero temporal. Proveniente del río Cauca (La Laguna cerca de El Tambo, Inguito cerca a Morales, Chisquía, Suárez), consiste en esculturas alargadas como columnas, con los brazos doblados en el vientre y rasgos angulosos, diferentes estilísticamente de las agustinianas (Lehman 1953, Patiño 1986). Rasgos distintivos del paisaje en las áreas de Popayán, Coconuco, Puracé, Timbío, Totoró y Guambía son las plataformas artificiales para vivienda (tambos), colinas terraplenadas, caminos antiguos, campos de cultivo formados por conjuntos de zanjas, etc. (Patiño, 1986). El Morro de Tulcán es dentro de la categoría de obras de ingeniería una de gran envergadura: un cerro natural modificado por recortes, rellenos y bloques cortados en arcilla. La base de
éste abarca cinco hectáreas y tenía, originalmente, una altura superior a los 50 m. (Cubillos, 1959).
Valle del Cauca Las primeras investigaciones estuvieron a cargo de James A. Ford (1944), quien a principios de la década del cuarenta realizó reconocimientos y excavaciones en las estribaciones de las Cordilleras Occidental y Central, en las cuencas de los ríos Cali, Bolo y Palo. Henry Lehman (1953), hacia mediados de ésta, hizo algunas excavaciones en Corinto. En los años sesenta se llevaron a cabo varias investigaciones: las de Warwick Bray y Michael Edward Moseley (1976) en los alrededores de Buga; las de Julio César Cubillos (1967, 1984) Palmaseca (Municipio de Palmira) y en el Municipio de Vijes; las de Julio César Cubillos e Inés Sanmiguel en la Hacienda La Esmeralda del Municipio de Bolívar (Sanmiguel 1969). En la siguiente década solo hubo dos investigaciones: la de unas tumbas en La Buitrera, cerca de Cali por parte de Lucía Rojas de Perdomo (1979: 270-272) y las de Julio César Cubillos (1984) en Jamundí, Puerto Tejada y Corinto. Recientemente varios arqueólogos han trabajado en la región: Carlos Humberto Illera y Carlos Armando Rodríguez, excavaron en un cementerio en Guacarí (Illera 1983, Rodríguez, 1984) y Carlos Armando Rodríguez (1985) en otro al borde del área urbana de Buga; Héctor Salgado (1984) investigó en La Llanada y varias zonas de los municipios de Bolivar y Trujillo; Olga Osorio (1986) en la cuenca del río Pance. Para redactar este capítulo fueron de utilidad tres escritos sobre la arqueología del departamento del Valle del Cauca: un resumen publicado en Cespedesia, de una mesa redonda sobre este tema realizada en Cali en 1983 (Herrera 1984); un artículo sin publicar (Patiño Y Gnecco 1985) y, otro conmemorativo de los cincuenta años de investigación de este departamento (Rodríguez 1986). Aunque Gonzalo Correal incluyó esta zona en sus reconocimientos, los datos sobre hombre temprano son escasos. Se conocen restos de megafauna en La Victoria, Zarzal, Toro, pero sin asociación cultural. Hacia el Norte, en la desembocadura del río La Vieja, en la Hacienda La Tigrera, se localizó un sitio precerámico sobre una terraza aluvial, con material que incluye raspadores elaborados en rocas ígneas (Correal 1981: 14-15). Se conocen dos puntas de proyectil, que no son fácilmente asignables al paleoindio: una de Higuerón y otra de La Virginia (Yumbo), hallada en el relleno de una tumba de pozo con cámara cuya fecha de radiocarbono es 610 d.C. (Bray s.f.). Las investigaciones en un yacimiento estratificado en los alrededores de Buga, permitieron definir dos fases: Yotoco y Sonso, a las cuales se hará referencia más adelante (Cf. subregión cordillerana de la región Costa Pacifica y vertiente de la Cordillera Occidental). En Buga la fase Yotoco tiene dos series de fechas (de radiocarbono y termoluminicencia) aparentemente contradictorias: una entre los siglos VIII y XII d.C., plenamente aprobada; otra, de fechas del siglo IX y X a.C. que no se aceptan.
Las fechas más antiguas aceptadas para la subregión Valle del Cauca, corresponden a hallazgos en el municipio de Bolívar en las vertientes de la Cordillera Occidental, la primera, de 430 + o - 60 d.C., se obtuvo del núcleo de madera carbonizada de una pieza de orfebrería, que forma parte de un ajuar funerario encontrado en La Primavera, compuesto por figuras humanas de estilo Yotoco, pero con rasgos agustinianos (Plazas 1983, Herrera, Schrimpff y Bray 1982 - 3: cuadro cronológico Figura 3). Muy cerca de allí, pero en predios de La Llanada, debajo de un camino prehispánico, se encontró un paleosuelo, tentativamente asignado a la fase Yotoco y que era el piso original desde el cual se cavó la tumba citada. En el relleno depositado sobre el paleosuelo, se encontró material cerámico en el cual se combinan en una misma vasija, rasgos Yotoco y Sonso, hay una fecha 740 + o - 80 d.C. para este sistema alfarero. En otras excavaciones en plataformas artificiales de la misma área, aparece un segundo sistema alfarero, fechado en 950 + o - 60 d.C., que muestra ciertos elementos de continuidad con el anterior, pero en el cual priman rasgos del horizonte Sonso y de los complejos Medio Cauca y Caldas, definidos para la subregión Cauca Medio. El paisaje, abunda en plataformas artificiales, sistemas de campos de cultivo formados por eras y drenajes, cementerios y tramos de caminos que conectaban el Valle del Cauca con la vertiente pacífica de la Cordillera Occidental (Salgado, 1984). Se trata de un paisaje muy similar al de la región de Calima y al encontrado hacia el occidente en el área vecina de Garrapatas al otro lado de la divisoria de aguas, en la Subregión cordillerana. Para la época que comienza en el siglo X, se han definido una serie de complejos cerámicos que tienen un aire de familia: comparten elementos de forma y decoración que se combinan, en maneras diferentes para darle a cada complejo un perfil característico. Hay otros rasgos comunes como formas y técnicas orfebres, tumbas de pozo profundo con cámara, ajuares funerarios abundantes, figurinas antropomorfas similares, etc. Se podría hablar aquí de un horizonte, en el sentido de un estilo cerámico que logra una dispersión geográfica amplia en un tiempo relativamente corto. Se propone aquí, el apelativo horizonte Sonso, horizonte sonsoide, para fácil referencia a los desarrollos tardíos de lassubregiones cordillerana y Valle del Cauca. Este horizonte tardío estaría conformado por las siguientes manifestaciones en el Valle del Cauca:
Fase quebrada Seca.- Originalmente conocida como Complejo Quebrada Seca, localizada en el piedemonte de la Cordillera Central, Cuenca del río Palo (municipios de Corinto y Jambaló). Sobre un paisaje montañoso el poblamiento fue disperso y sobre aterrazamientos artificiales. Hay cementerios extensos de tumbas de pozo con cámara lateral cerrada por lajas, que contienen numerosas vasijas, (platos, cuencos y vasijas pedestal) cuya decoración más común es por baño, así como caras y manos en aplique. Temporalmente ocupa la época inmediatamente pre-conquista y conquista. Tiene relaciones estrechas con las Fases Tinajas y Sachamate (Ford 1944, Cubillos 1984). Complejo Río Pichindé.- Sitios de habitación en pequeñas plataformas artificiales localizadas a lo largo del río Cali, en la Cordillera Occidental. Cerca de estas se encuentran las tumbas, de pozo bajo (frecuentemente tacado con grandes piedras) y cámara lateral, con entierros primarios y secundarios. La cerámica es gruesa y burda; las formas comunes son grandes ollas y cuencos (Ford, 1944). Complejo Río Bolo.- Sitios en la Cuenca del río Bolo que baja de la Cordillera Central en zona limítrofe entre los departamentos del Valle del Cauca y Cauca. Hay plataformas habitacionales dispersas y concentradas; las tumbas son de pozo y cámara lateral y están cerca a las viviendas o en cementerios. La cerámica es de forma globular con borde reforzado y pequeñas manijas, baño rojo y decoración incisa simple (Ford, 1944). Fase Sonso.- En los alrededores de Buga se identificaron varios sitios, como dispersiones superficiales de cerámica o estratos en barrancos del río Cauca; algunos representan
verdaderos poblados (regueros de cerámica de hasta 300 m. de largo). En uno de ellos se registró el uso de tapia pisada. La cerámica incluye copas, botellones con tres asas, grandes vasijas para almacenamiento, vasijas antropomorfas y en forma de calabazo. En la decoración se usó el aplicado y modelado, incisión e impresión. Hay fechas entre 1200 + o - 75 y 1580 + o - 70. Tiene estrechas relaciones estilísticas con el conjunto de Palmaseca y se extiende a la parte cordillerana: Vijes, Restrepo, Río Bravo, Dagua, Atuncela, etc. (Bray y Moseley 1976). Fase Moralba.- Pequeña muestra en el sitio de Moralba colocada estratigráficamente por encima de Sonso. En este material se presenta la pintura roja. Posiblemente corresponde al período colonial (Bray y Moseley, 1976). Cerámica Buga.- Proviene de fincas diseminadas por el valle, con cerámica que se caracteriza por: escasa decoración (excepcionalmente baño rojo), mala calidad de manufactura, formas cilíndricas o globulares que con frecuencia tienen hombro angular y aledañas al borde, asas como ojales para cuerdas. En tiestos, es difícil distinguirla de la cerámica burda de la fase Sonso; podría ser el componente funerario de ésta. (Bray y Moseley, 1976). Palmaseca. - Material encontrado en sitios de habitación y montículos artificiales bajos aledaños al aeropuerto internacional de la ciudad de Cali. En la cerámica, son frecuentes las bases aribaloides, platos, vasijas con asas de tres cintas, asas falsas en el cuello de la vasija, copas sonajeras, figuras macizas de animales y flautas. En la decoración predominan las incisiones, aplicado, presionado y pintura roja en zonas; fecha de 1140 + o - 80. (Cubillos 1984 y resumido en Herrera 1984).
Fase Sachamate.- Basada en el material de un asentamiento nucleado cercano al río Jamundí, en suela plana. El baño rojo, la presión digital ungulada, son algunas de las técnicas decorativas presentes en el material cerámico para el cual hay dos fechas de C14: 1170 + o 60, 1210 + o - 50. Se relaciona estrechamente con las fases Quebrada Seca y Tinajas (Cubillos 1984). Fase Tinajas.- Los sitios localizados en ambas márgenes del río Cauca, en los municipios de Jamundí, Puerto Tejada, Miranda y Corinto, corresponden a poblamientos lineales a lo largo de cursos de agua y también a poblamiento nucleado en aldeas relativamente pequeñas. Entre las técnicas decorativas de la cerámica están el baño rojo, impresiones, incisiones, corrugado, etc. Podría ser contemporánea con la Fase Sachamate (Cubillos 1984). Guabas. - Cementerio en Guacarí cuyas tumbas de pozo con cámara contienen entierros primarios y secundarios, individuales y colectivos. En los restos óseos se evidencia deformación craneana. El ajuar funerario es variado, compuesto por objetos de cerámica, piedra, hueso y metal. Entre las vasijas hay figuras antropomorfas, ollas, cántaros, copas y cuencos, decorados por incisión, impresión, aplicación y pintura. Tiene una fecha a.C. descartada y otra de 1120 + o - 100 d.C. Corresponde al Período Sonso (Rodríguez 1984, 1985).
Buga.- Cementerio en predios de Almacafé, con tumbas de pozo y cámara lateral que contienen entierros primarios ya sean individuales, duales o múltiples. El ajuar funerario consiste en objetos de cerámica y piedra. Hay vasijas, volantes de huso, instrumentos musicales, pintaderas y figuras antropomorfas. La incisión, impresión y pintura figuran entre las técnicas decorativas. Tiene una fecha de 1360 + o - 70 d.C. (Rodríguez 1985, 1988).
Pance. Excavaciones en la cuenca del río que lleva el mismo nombre, en donde hay asentamientos en cimas de lomas y en plataformas artificiales. Hay fragmentos de vasijas decoradas por impresión, corrugado digitado. Relaciones con la Fase Quebrada Seca (Osorio 1986). Sistema alfarero siglo X (La Llanada).- Es posible que este conjunto, al cual se hizo referencia atrás, también pueda incluirse aquí. En asociación con la generalidad de estas unidades, se encuentran materiales líticos: metates y manos de moler, hachas, barretones, cinceles en piedra pulida; raspadores y otros elementos en piedra tallada. La metalurgia correspondiente, es la tradición tardía del Suroccidente colombiano que se distingue por el predominio de la tumbaga, las técnicas de fundición y el dorado por oxidación. Las formas, son relativamente simples: narigueras en torsal con o sin remate, orejeras en espiral y circulares huecas, colgantes zoomorfos, pectorales acorazados fundidos, etc. (Salgado 1984; Plazas y Falchetti 1983).
Cauca Medio Esta región que corresponde más o menos con el Viejo Caldas tiene una de las tradiciones de guaquería más antiguas y vigorosas del país, pero es muy débil en datos arqueológicos. La obra de Luis Arango Cano (1974-5) publicada en el año de 1924, puede considerarse como una de las primeras fuentes para la arqueología de la región, teniendo en cuenta que incluye cantidad de información de primera mano, sobre hallazgos de guaquería. En 1941, Luis Duque Gómez, hizo un recorrido por la región reseñando sitios y documentando colecciones; llevó a cabo excavaciones en Supía, Montenegro y La Tebaida, y publicó un compendio etnohistórico y arqueológico (Duque Gómez 1942, 1943, 1970). Wendell C. Bennet (1944) hace una descripción y análisis de vasijas del viejo Caldas en la colección del Museo Nacional y otras. Entre 1966 y 1970 Karen Bruhns (1967, 1976a), y otros investigadores reseñaron colecciones, e hicieron prospecciones y excavaciones de sondeo y de tumbas. Gonzalo Correal (1980) excavó una tumba en Armenia. En 1980 Jean Francois Bouchard y Leonor Herrera realizan excavaciones en la hacienda Pinares (entre Cartago y Alcalá). Recientemente han llevado a cabo trabajo de documentación de colecciones, reconocimientos y excavaciones María Cristina Moreno (FIAN 1985, 1986), Luis Gonzalo Jaramillo (1988), Leonor Herrera y María Cristina Moreno(1988), en el departamento de Caldas y en el Departamento del Quindío Oscar Osorio (1986), Oscar Osorio, Sory Morales y Nohora Aydee Ramírez, así como Camilo Rodríguez (1987) y Joel García.
En 1970 se encontró en el aeropuerto El Edén (municipio de La Tebaida) una punta de proyectil en chert de forma triangular y con pedúnculo (Bruhns et al. 1976). Como yacía en una superficie erosionada, sin ninguna otra asociación se incluye en la categoría ya descrita antes, de puntas de proyectil precariamente asignadas al paleoindio. Viene luego un gran vacío de conocimiento. Las crónicas han permitido elaborar mapas de localización de grupos indígenas a la Llegada de los españoles (Duque Gómez 1970: 32- 33); entre los cuales figura el Quimbaya que ocupaba en el siglo XVI la vertiente occidental de la Cordillera Central hasta el río Cauca, en una franja que tiene a Cartago y Armenia en un extremo y en el otro Llega hasta Manizales. Todavía es difícil determinar qué materiales culturales, entre el heterogéneo conjunto procedente de esta región, corresponde a este grupo histórico. Se han elaborado dos esquemas para clasificar el material cerámico del viejo Caldas. Duque Gómez (1970) propone una división de acuerdo con las procedencias de este en cuatro zonas: Norte, Noroccidental, Occidental y, del Quindío. Karen Bruhns lo divide en cuatro complejos: Cauca Medio, Caldas, Marrón Inciso y Tricolor. Ninguno de los dos es adecuado para incorporar los escasos datos nuevos; desafortunadamente, no se puede proponer una alternativa. A continuación se combinan estas dos clasificaciones, para describir los materiales característicos de la región. 1. Zona Norte.- Comprende el municipio de Supía. Es una cerámica incisa y pintada que sería antigua, por tener similitudes con material agustiniano fechado a principios de la era cristiana. 2. Zona Noroccidental. - Municipios de Anserma, Santuario, Risaralda, Belalcázar, Quinchía, Riosucio, Pereira y Chinchiná. Cerámica monocroma negra, con decoración modelada, en motivos antropomorfos y/o círculos incisos. En las formas es frecuente la silueta compuesta en vasijas que muestran un ángulo en la mitad del cuerpo, también se presenta la forma mocasín. Corresponde a grandes rasgos al Complejo Inciso Aplicado que inicialmente Bruhns (1967) consideró como un conjunto independiente, pero más tarde (1976a) incluyó como tipo dentro del Complejo Caldas (que se caracteriza por el uso de pintura negra sobre rojo). En el Municipio de Manizales (vereda La Cabaña y río Guacaica) aparece el Aplicado Inciso en forma independiente (FIAN 1985; Moreno 1985, 1986), así como en Nuevo Río Claro (Municipio de Villamaría) (Herrera y Moreno 1988). La cerámica documentada recientemente en Chinchiná, Palestina y Santa Rosa de Cabal tiene rasgos comunes con la de los sitios anteriores (Jaramillo 1988). El complejo Tricolor de Bruhns corresponde a vasijas procedentes de una zona restringida en los alrededores de Pereira y Manizales. Se trata de un material distinto, en cuanto a formas y motivos decorativos al del complejo Cauca Medio, para el cual es característica también la pintura en tres colores.
3. Zona Occidental.- En la cordillera Occidental, área limítrofe de Risaralda con el Chocó. Se encuentran cántaros semiovoidales con asas en la mitad del cuerpo, cuello reducido, una o dos bocas, que pueden tener representaciones antropomorfas. Hay también platos y recipientes de boca ancha decorados con pintura roja en motivos de líneas paralelas y cruzadas. 4. Zona del Quindío.- Cerámica de gran variedad de formas y estilos decorativos, dividida por Karen Bruhns en los siguientes complejos o unidades. a. Complejo Medio Cauca. Su área de dispersión es desde Buga en el Sur hasta más o menos el Norte de Medellín. Tiene fechas de C14 de 1100 + o - 80 d.C. y 1400 + o - 70 d.C. Se compone de los siguientes tipos ("wares"), definidos con base en tratamiento de la superficie: i. Tres colores negativo. Diseños geométricos negros sobre baño rojo y blanco. Formas: copas, vasos cónicos, ánforas, cántaros con cara antropomorfa modelada en el cuello, botellas con asa de estribo y modelado antropomorfo en la boca. Los cuencos, alcarrazas y vasos silbantes que se han incluido en esta categoría son los característicos de la tradición Yotoco, cronológicamente anterior al complejo Cauca Medio. Hay vasos antropomorfos (también llamados gazofiláceos) relacionados estilísticamente con ejemplares que ocasionalmente se encuentran, en ajuares Sonso en las subregiones Cordillerana y Valle del Cauca. ii. Negativo sobre rojo con decoración punteada. Impresiones circulares empastadas, sobre diseños negros, en algunas de las formas que se dan en la división anterior. iii. Baño blanco grueso y negativo sobre naranja. Diseños lineales en blanco y negro aplicados sobre baño naranja en copas anchas y en soportes de silueta reloj de arena. iv. Incensarios. Cuencos carenados naranja, con decoración principalmente excisa. b. Complejo Caldas. Se deriva del Complejo Cauca Medio y tiene la misma dispersión de éste, con sitios intercalados en áreas donde el primero predomina. Le corresponden dos fechas de 1050 + o - 120 d.C. y 1120 + o - 90 d.C. Las cerámicas utilitarias de los dos complejos son indistinguibles. Es un estilo cuya decoración se caracteriza por el uso de dos colores: rojo y negro (negativo). Formas: copas, cuencos (estilísticamente similares a los del Complejo Sonso), ánforas, cántaros, soportes, alcarrazas, vasos antropomorfos similares a los del Complejo Medio Cauca, cántaros con cara humana modelada en el cuello, figurinas antropomorfas cuadradas y aplanadas (retablos). De esta última categoría se encuentran ejemplares relacionados, generalmente más burdos y primitivamente estilizados en la subregión Cordillerana. También están incluidos en este complejo los "incensarios", que son cuencos aquillados generalmente de color naranja con decoración sea de la combinación excisión con incisión o de incisiones e impresiones. Por último incluye este complejo la cerámica Aplicada Incisa ya mencionada arriba, en la cual son características las formas irregulares y las bases angostas y pesadas.
c. Complejo Marrón Inciso. Esta categoría fue separada de las demás vasijas de la región del viejo Caldas por Bennet (1944), quién le dió su apelativo. Precede de un área relativamente restringida en las vertientes de la Cordillera Central entre Armenia y Aguadas (en el Norte de Caldas). La forma más frecuente es la de urnas funerarias de forma semicilíndrica, antropomorfas o con un saliente moldeado que las rodea a poca distancia del borde. Las superficies, bañadas y pulidas, se decoraron con bandas verticales de motivos lineales incisos, a veces con empastado. Edad propuesta: anterior a 800 d.C.(Bruhns 1969-70). Las inconsistencias del esquema de Bruhns se señalan en más detalle a continuación. En primer lugar como hay semejanzas muy estrechas entre los complejos Medio Cauca y Caldas, tomados en conjunto y además ocupan la misma área, se puede pensar que esta división no se justifica plenamente. Por otro lado, cada uno de estos complejos incluye tipos que podrían formar unidades separadas, como en el caso de la cerámica Aplicada Incisa del Complejo Caldas. El tipo blanco grueso y negativo sobre naranja se distancia, por la decoración lineal cruzada, del resto del material policromo del Complejo Medio Cauca y ocasionalmente se encuentra en sitios donde predomina la cerámica Aplicada Incisa (Moreno, comunicación personal; Jaramillo, comunicación personal). Las vasijas diagnósticas de la tradición Yotoco deben quedar fuera del complejo Medio Cauca, que es tardío y tiene más afinidades con el horizonte Sonso. Finalmente, tanto las excavaciones de Bouchard y Herrera, como las de Rodríguez (1987) en el Brea limítrofe entre los Departamentos del Valle del Cauca y Quindío no produjeron el material policromo característico de los complejos Caldas y Cauca Medio, sino con énfasis en otras técnicas decorativas . El problema de la colocación temporal de la tradición Yotoco en la subregión Cauca Medio está indirectamente relacionado con otro gran interrogante, como es el de la asociación cerámica y la antigüedad del conjunto orfebre conocido desde el siglo pasado como Estilo Quimbaya (Pérez de Barradas 1966: 10). De acuerdo con sus atributos estilísticos y de forma se incluye en la tradición metalúrgica temprana (500 a.C. 1.000 d.C.) del Suroccidente (Plazas y Falchetti 1983). Bray (comunicación personal) hizo fechar recientemente núcleos cerámicos de algunas piezas; los resultados no se pueden citar en detalle todavía, pero corresponden al primer milenio d.C.
Estas fechas pondrían en cuestión la hipótesis de Lathrap et al. (1984), según la cual este estilo orfebre se colocaría entre los años 1500 a 600 a.C.. Incidentalmente, este razonamiento se sustenta en parte en una comprensión defectuosa de los episodios volcánicos de la Cordillera Central, que afectaron el Departamento del Valle del Cauca y en la hipótesis de Bruhns (1969- 70) según la cual por rasgos iconográficos se asocia esta orfebrería con el complejo Marrón Inciso, que no seria contemporáneo con los complejos Medio Cauca y Caldas sino anterior a éstos (Bruhns 1969-70).
Sin embargo en la subregión cordillerana la orfebrería de esa misma tradición metalúrgica temprana está firmemente asociada con la cerámica Yotoco (Herrera, Cardale de Schrimpff y Bray 1982-3), si bien hay que recordar, que la orfebrería ya desarrollada, aparece en llama, que es el complejo anterior. Podría señalarse con mucha cautela que los complejos cerámicos llama y Marrón Inciso comparten una propensión por vasijas antropomorfas modeladas, realistas. En estas cerámicas, así como en la orfebrería de la subregión Cauca Medio, la figura humana tiene contornos suaves, redondeados, miembros proporcionados Y dotados de soltura; también hay énfasis en la decoración incisa linear, mientras que la policromía es menos importante. Como ya se anotó atrás en la subregión cordillerana, los complejos cerámicos llama y Yotoco presentan rasgos que evidencian cierta continuidad del uno al otro. Y aquí es interesante llamar la atención sobre una curiosa vasija ilustrada por Bray (1978: 83), que pertenece a la colección del Banco Popular y está identificada con el número Q.8766. Se trata de un cuenco pando antropomorfo en el cual se combinan el estilo de representación de la figura humana, típico del complejo Marrón Inciso, con pintura curvilinear en los colores característicos (rojo, naranja y blanco) de la cerámica Yotoco. Los datos sobre rasgos arqueológicos visibles en el paisaje aparecen con Duque Gómez (1942), quien reseña la presencia de surcos, aterrazamientos para vivienda, caminos a manera de trinchera "amontonaderos" (sitios donde se depositaban fragmentos cerámicos). Posteriormente se hace énfasis sobre sistemas de eras de cultivo que corren paralelas a las pendientes, y su función (West 1959, Bruhns 1981). Concentraciones de plataformas son visibles, en lugares pendientes con vegetación de pasto, por ejemplo en el paisaje que se domina desde la carretera troncal que atraviesa la Cordillera Central, entre Calarcá y La Línea y al otro lado de la cordillera, bajando hacia Cajamarca en la Región del Valle del Magdalena. También se observan en la carretera, que une a Armenia con el Valle del Cauca por Zarzal.
Bruhns (1976) sostiene que los sitios de los complejos Cauca Medio y Caldas son amplias áreas con distribución uniforme de tiestos, líticos y piedras rajadas por el fuego, pero no se ven estructuras ni alteraciones de piso para colocarlas ("patios de indios"). Estas se encuentran por los lados de Pijao y Caicedonia, es decir en límites departamentales Valle del Cauca - Quindío, asociadas con material que muestra más similitudes con el tardío encontrado por Bray y Moseley en los alrededores de Buga, que con el de los Complejos Cauca Medio y Caldas . Por lo tanto propone que existiría allí un límite cultural. Otro hecho importante relacionado con esta zona es la existencia de un yacimiento, Los Quingos, localizado a orillas de un "río de agua salada", donde se llevaron a cabo excavaciones preliminares. Hay allí material cerámico abundante, con una predominancia de jarras grandes de borde acampanado, con la superficie exterior frecuentemente carbonizada y una gran cantidad de líticos (cuchillos de basalto gris, así como implementos en forma de astilla). Se interpreta este yacimiento como una salina (Bruhns 1976b). Los datos de las investigaciones de Rodríguez (1987), confirman la información de Bruhns sobre tipo de asentamientos: hacia el límite con el Valle hay aterrazamientos mientras que en la hoya del Quindío no. En esta última región los sitios tienen mayor densidad de material cultural y éste no corresponde a ningún tipo descrito por Bruhns: hay decoración impresa y bordes evertidos con acanaladuras en el interior. Cañón del Cauca Se conocen hasta el momento dos investigaciones en esta región. En 1983, Neyla Castillo inició investigaciones en un complejo funerario en el municipio de Sopetrán. Allí depresiones circulares señalan la localización de tumbas complejas de pozo y varias cámaras. Se obtuvo una fecha de 840 ± 50 d.C. para una de ellas. En la parte baja del mismo cerro donde está el cementerio, se localizó un área de vivienda con un material variado, entre el cual figura una cerámica distinta a la encontrada en las tumbas. Otros implementos encontrados en este yacimiento son machacadores, raspadores, metates, manos de moler y chopper. La autora propone la existencia de dos ocupaciones, que corresponderían a dos sistemas agrícolas, uno más antiguo basado en raíces, y uno tardío en semillas (Castillo 1985 y FIAN 1985). En 1983 y 1984, Jesús M. Girón efectuó prospección y excavaciones en el municipio de Buriticá, importante distrito minero en épocas prehispánica y colonial, donde se encontraba oro de veta y aluvión. Localizó sitios de vivienda en lugares natural y artificialmente planos, así como áreas de hundimientos, similares a las encontradas en Sopetrán; también hay túmulos que señalan estructuras funerarias. Se diferenciaron dos complejos cerámicos. Uno caracterizado por un material duro con pintura roja, decoración incisa y bordes reforzados, que muestra nexos estilísticos con el material de Sopetrán fechado para el siglo IX, y también asocia con los hundimientos. El otro complejo, constituido por una cerámica friable de baño rojo y bordes evertidos, posiblemente posterior, que se relacionaría con los cementerios de túmulo. También se encontró una tercera clase de cerámica, del período de la conquista (Girón 1985, FIAN 1985).
Balance General de la Región Esta región comprende cuatro subdivisiones: Valle del Cauca, Alto Cauca, Cauca Medio y Cañón del Cauca, que se diferencian por un disparejo conocimiento arqueológico. Teniendo en cuenta esta desigualdad se pueden señalar dos rumbos para la investigación. Hay necesidad de investigación de base, es decir localizar sitios, excavar yacimientos estratificados, y recoger información de material en museos y colecciones particulares, para definir o redefinir sobre bases apropiadas, complejos cerámicos locales y cuadros cronológicos subregionales.
Otra clase de investigación es la que combina estrategias como la anterior, orientada a "llenar lagunas", con un procesamiento de los datos existentes para lograr definir regularidades que trasciendan la subregión, y aún la región. El siguiente paso es proponer investigaciones ya especializadas, enfocadas en un problema o una categoría de datos que resolverían ese problema. Hay varias posibilidades, que se exponen a continuación. Es necesario seguir el estudio de la tradición microlítica de obsidiana y de las otras tradiciones líticas paralelas en el Alto Cauca, para determinar su antigüedad y su duración. Si esta es tan considerable, como parece sugerirlo la presencia en sitios Pre-conquista, como se integra con las pautas de subsistencia y de que forma la afectan los cambios en éstas. En general, el empalme entre las ocupaciones precerámicas y el formativo, con el trasfondo de una tradición lítica constante, está todavía oscuro. La utilidad de la ceniza volcánica como un medio para determinar la antigüedad de yacimientos arqueológicos es aceptable, cuando se conoce bien la geomorfología de una región específica 1 . Recientemente, se ha exagerado su utilización como en la propuesta de Lathrap para resolver el problema de la colocación cronológica de la orfebrería del Cauca Medio, a través de cataclismos volcánicos en Calima, donde no los ha habido (Lathrap et. al. 1984, Bray 1985 verbalmente). En cuanto a las relaciones entre los complejos cerámicos tardíos a lo largo de la región, ya se hizo énfasis sobre las similitudes que en esta época se aprecian entre los del departamento
del Valle del Cauca; pero podría considerarse un horizonte más amplio que se extendería por el sur, hasta el Altiplano de Popayán, y por el norte incluiría el medio Cauca y al occidente llegaría hasta la Costa Pacífica. Algo similar, a grandes rasgos, se ha sugerido en el caso de la orfebrería tardía del suroccidente colombiano (Plazas y Falchetti 1983). No se trata aquí de buscar difusión de rasgos por sí misma, pues el hecho de reconocer una cierta tendencia homogeneizante que se difunde rápidamente entre áreas vecinas debe poder explicarse en términos culturales, étnicos o políticos *. En el Ecuador a un proceso paralelo cronológicamente se le ha llamado Integración. Más allí, por lo menos para la zona costera norte, hay una continuidad con la época anterior; pero en la región del río Cauca, en su curso por entre las cordilleras, hay por el contrario un cambio, si no total, si cualitativo y drástico. Por mucho tiempo se ha hablado de las invasiones caribes. Lathrap ha tocado el tema de la distribución de sistemas de eras (ridged fields) y sugiere que tienen un origen común; con su óptica particular centrada en la Amazonia, sitúa en esa región su origen aunque no sean muy comunes allí (Lathrap 1980). Burcher (1985) le da otro cariz al tema de las invasiones caribes, con ingredientes de la hipótesis de Lathrap sobre movimientos de expansión cíclicos desde la Amazonia, para proponer un patrón de desplazamientos de grupos de selva tropical hacia afuera de su hábitat y ocupación de otras áreas por conquista y violencia. Un tema que puede tener relaciones con el de parentescos entre cerámicas de subregiones vecinas, es el de la dispersión, distribución y cronología de modificaciones del suelo para agricultura y vivienda. Las primeras son generalmente de conjuntos de canales paralelos a la pendiente que reciben diversos apelativos: eras, camellones, zanjas, "ridged fields", campos de cultivo. Para viviendas se prepararon plataformas por corte y relleno. La presencia de estos rasgos es ubicua por las Cordilleras Occidental y Central. Aparecen en tres de las subregiones de la cuenca del Cauca, y en dos subregiones vecinas, se conocen en el Macizo Colombiano (Llanos, comunicación personal), y en la región de La Plata (Drennan, 1985).
Notas 1. El estudio geológico del Altiplano de Nariño hecho por Tello (FIAN 1985) indica p.e. la existencia de una capa de humus sepultada por más de 1 m. de materiales volcánicos. * Las conclusiones de Ann Osborn (1986) sobre diferencias y semejanzas culturales entre los subgrupos Tunebo y la forma como éstas se reflejarían en los restos materiales, podrían muy bien aplicarse a la situación prehispánica en el suroccidente colombiano.
VII. Costa del Océano Pacífico y Vertiente Oeste de la Cordillera Occidental Leonor Herrera ÍNDICE
Subregión Pacífico norte Subregión Pacífico sur Subregión cordillerana Subregión Mesa del Chocó Subregión insular Balance general de la región
VER MAPA DE LA COSTA DEL OCÉANO PACÍFICO Y VERTIENTE OESTE DE LA CORDILLERA OCCIDENTAL West, en su ya clásico estudio de geografía humana, establece un "área cultural de las tierras bajas del Pacífico" que comienza, al sur, en la Provincia de Esmeraldas en el Ecuador; y al norte abarca la mayor parte de la Provincia de Darién en el sureste de Panamá (West 1957:1). Aunque se aplique esta definición a una población de origen africano, muy distinta a la que concierne a este aparte, tiene, como se verá más adelante, alguna validez para la época prehispánica. Los límites de la región como se la considera en este documento, son diferentes a los del área cultural, pues está convencionalmente delimitada al norte y sur, por las fronteras políticas actuales, y no incluye la cuenca del bajo río Atrato. Por el occidente, a partir del río Guapi, abarca la vertiente pacífica de la cordillera occidental, tomando como límite el divorcio de aguas. En el Departamento del Valle del Cauca, la línea divisoria entre las regiones Costa pacífica y Cuenca Montañosa del río Cauca, corta tradiciones culturales que hacia finales del Primer milenio d.C. se extendían por valle y cordillera. Sin embargo, si esta divisoria se recorriera en dirección al mar, no haría justicia a los datos, cada vez más abundantes, sobre relaciones entre costa y cordillera. Tomando como referencia el Cabo Corrientes, se consideran dos sectores: Hacia el norte del Cabo Corrientes 1, la franja costera es rocosa, constituida por las abruptas estribaciones de la Serranía del Sapo (o de los Saltos) y la Serranía de Baudó, caracterizadas por pendientes pronunciadas cubiertas de selva pluvial. El río Baudó forma un largo valle longitudinal en esta formación montañosa. 1. Para la presentación geográfica de la región se utilizaron las descripciones de Robert C. West (1957), Ernesto Guhl (1975, 1976) y Jean Francois Bouchard (1982-3). Entre las serranías y la cordillera, el río Atrato atraviesa un paisaje de colinas bajas de sedimentos terciarios disectados, formando un amplio valle aluvial con multitud de ciénagas. Las vertientes de la cordillera occidental, están cubiertas de selva cálida y húmeda, que en el pie de monte tiene una lluviosidad de 8.000 mm., superior aún a la del valle del Atrato.
En dirección sur, en territorio de los departamentos de Risaralda y Valle del Cauca y el extremo norte del Cauca, el paisaje hacia los 1.500 m. de altura se caracteriza por lomeríos y pequeños valles de clima templado, donde pastizales y cultivos han reemplazado en gran parte la vegetación original de bosque subtropical húmedo. Hay partes muy áridas y erosionadas, que quedan a la sombra de los vientos prevalentes o reciben su impacto cuando ya han descargado la humedad en los contrafuertes de la cordillera. En dirección al mar, la cordillera cae en pendientes abruptas y selváticas en las que ríos torrentosos han cortado cañones profundos. En esta zona llueve casi todos los días. El pie de la cordillera es una superficie de ondulaciones leves, cubiertas por selva tropical, de clima muy húmedo (80 a 95%), caliente (30º). Precipitaciones excesivas (hasta 10.000 mm anuales) hacen de ésta la zona la más lluviosa de América, donde los dos períodos secos anuales (el verano en febrero-marzo y el veranillo en julio y agosto) son escasamente notorios. La región costera de Cabo Corrientes hacia el sur, está formada por materiales aluviales recientes, muy inestables y cubierta de selva pantanosa, en la que predomina el mangle. Los ríos, en su desembocadura, forman numerosos canales y esteros por los cuales penetra el agua salada durante la marea alta. En la marea baja se retira el agua de los esteros y queda un piso fangoso, no propicio para habitación humana. Esta zona es un hábitat ideal para la fauna marina y terrestre, pues impera allí un régimen salobre y se genera una gran cantidad de detritus orgánico, que constituye una abundante fuente alimenticia. Además, la tupida vegetación provee un abrigo natural. Esta región se subdivide así: Subregión norte: a partir de Buenaventura, correspondería, más o menos, con el Departamento del Chocó; Subregión sur: de Buenaventura hacia el sur; Subregión Cordillerana: en los departamentos de Risaralda y Valle del Cauca; Subregión Mesa del Chocó: estribaciones septentrionales de la cordillera occidental y Subregión Insular. Exceptuando la parte cordillerana, la región presenta condiciones adversas para el trabajo arqueológico. Dada la escasez de vías de comunicación el transporte se hace por río y mar, sometiéndose a las limitaciones de mareas y vientos. Los asentamientos son difíciles de encontrar entre la espesa vegetación y donde ha habido desmonte, los materiales arqueológicos sufren erosión y redeposición . Subregión Pacífico Norte Las primeras investigaciones arqueológicas se deben a Sigvald Linné quien recorrió la región en 1927, haciendo recolecciones superficiales de material cerámico y lítico y estudiando el contenido de tumbas. Entre los lugares visitados están la Bahía de Cupica, el río Jurubidá, el Cabo Corrientes y el río Pavesa (Linné 1929). En 1942 el geólogo Víctor Oppenheim, hizo recolecciones superficiales de material cultural en varios sitios: entre el Cabo Corrientes y la ensenada de Utría, en las bahías de Solano y Cupica; en el Valle del Atrato, entre el río
Salaquí y Bagadó; en el Valle del río San Juan, en los sitios posteriormente excavados por G. y A. Reichel-Dolmatoff (Recasens y Oppenheim 1943-44). En 1960 Gerardo y Alicia Reichel-Dolmatoff hicieron prospecciones en la costa comprendida entre Buenaventura y Cabo Corrientes, en las hoyas del medio y bajo río San Juan y del Bajo Baudó. Realizaron excavaciones en Murillo y Minguimalo, dos de los treinta sitios detectados en el bajo río San Juan. En 1961, ellos mismos prospectaron la costa entre Cabo Corrientes y la frontera con Panamá, las cabeceras del río Baudó y los ríos que desembocan en la costa. Localizaron quince sitios y excavaron en Bahía Cupica (ReichelDolmatoff G. y A. 1962). Posteriormente excavaron el sitio de Catanguero, cerca a la desembocadura del río Calima en el San Juan (Reichel 1965:114).
Entre 1984 y 1986, Carlos Armando Rodríguez ha realizado investigaciones en el bajo Río Calima (comunicación personal). En el río Munguidó integrantes del Proyecto Calima realizaron en 1982 un reconocimiento y una excavación de sondeo (Bray, Schrimpff y Herrera, en preparación). La mayoría de los sitios detectados por G y A. Reichel-Dolmatoff son yacimientos cerámicos pero en algunos (Alto río Baudó, río Jurubidá, río Chorí, Bahía de Utría) encontraron conjuntos líticos Que no están asociados con cerámica o con artefactos de piedra pulida o amolada y que consisten en raspadores unifaciales, hojas, ocasionales choppers y perforadores. Como se trata de sitios superficiales o estratos redepositados, no es posible
fecharlos, pero tipológicamente se los asigna al paleoindio (Reichel-Dolmatoff 1986: Figs. 13-16, pp. 41-47). La excavación de un túmulo funerario, en Cupica, en cercanías del estero La Resaca, permitió definir cinco fases sobre la base de un material consistente en vasijas y fragmentos de cerámica, en su mayoría burdos y sin decoración. Otras asociaciones fueron escasas: lascas de cuarzo, peloticas de mineral, volantes de huso, hachas de piedra y una nariguera de oro de la fase IV, fase para la cual hay una fecha de C 14, del siglo XIII d.C. Aunque el material cerámico muestra variaciones a lo largo de la secuencia, las fases comparten elementos significativos que sugieren continuidad cultural. Mientras que los comienzos de Cupica parecen relacionarse con desarrollos formativos tardíos de la cuenca del río Sinú (Cupica I y II con Momil y Ciénaga de Oro, Cupica III con Tierra Alta), las fases tardías (IV) están estrechamente emparentadas con cerámicas de la zona de Lago Madden y del período Coclé Tardío en Panamá. Se ha sugerido que la presencia de rasgos panameños podría deberse al establecimiento de pequeñas colonias en playas colombianas, que se habrían extendido hasta Bahía Solano (Reichel-Dolmatoff G. y A. 1961; Reichel-Dolmatoff 1965: 132, 1978: 88). Recientemente se ha reinterpretado el material de Cupica comparándolo con resultados de investigaciones en Panamá. Los yacimientos costeros, tanto colombianos como panameños, corresponderían a una población densa y un contacto vigoroso a lo largo de los nueve siglos que preceden a la conquista; de manera que constituiría un área cultural significativa por derecho propio. Incidentalmente se considera la fecha de 1.227 d.C. como demasiado tardía (Bray 198·4: 330-1). En el bajo río San Juan, los reconocimientos y las excavaciones en yacimientos estratificados en los sitios de Murillo y Minguimalo, permiten definir dos complejos culturales diferentes aunque con evidencias de que hubo contacto entre ambos. La densidad de material cultural y su profundidad indicarían que se trataba de poblados nucleados y relativamente permanentes, probablemente compuestos por viviendas construídas sobre pilotes. Se denominó Murillo al complejo más antiguo, que tiene una primera fecha del siglo IX d.C., aunque la posición estratigráfica de la muestra fechada, indica que su comienzo se remonta algunos siglos atrás. El autor sugiere una economía basada en el cultivo de raíces, recolección de frutas de palma, caza y pesca, por la presencia de martillos o piedras pesadas para machacar y la ausencia de manes de moler y metates. Estos elementos hacen su aparición en Minguimalo, el siguiente complejo, que tiene una fecha de C 14 del siglo XIII. Las evidencias de este tienen una mayor expansión por la hoya del río San Juan, que las del complejo anterior.
El material cerámico de ambos complejos es ordinario y no parece tener antecedentes en el área del Chocó. Tentativamente, los autores sugieren una relación con el Alto Amazonas por comparación de rasgos decorativos en la cerámica y la presencia de hachas en forma de T, en Minguimalo (Reichel-Dolmatoff G. y A. 1962; Reichel-Dolmatoff 1978: 86-87). En un sondeo hecho en un barranco del río Munguidó, afluente del San Juan, se excavó un estrato cuya cerámica presenta rasgos tanto de Minguimalo como del estilo Sonso (muy extendido por la región cordillerana y la suela plana del río Cauca), con una fecha de C 14 del siglo XI d.C., que no aclara tampoco el origen de los complejos del río San Juan, pero sugiere nexos más cercanos geográficamente (Herrera, Cardale de Schrimpff y Bray 1983 y en preparación). Los datos preliminares de las excavaciones en la Finca San Luis (CVC) en la parte intermedia del bajo río Calima, indican la existencia de un asentamiento Sonsoide (Rodríguez, 1986). En las excavaciones de Catanguero, en el bajo río Calima, se recuperó una cerámica que muestra rasgos similares con el período II de Mataje (Subregión Pacífico Sur) y con la cerámica de la región de Calima (subregión Cordillerana) (Dussán de Reichel 1965-6: 66; Reichel-Dolmatoff 1965: 100, 114). La lista de rasgos compartidos por Catanguero y la región de Calima incluye elementos tanto del período llama (p ej. incisiones finas, "canasteros") de los últimos siglos anteriores al comienzo, de la era cristiana, como de Yotoco, el período siguiente (p. ej. pintura policroma y cuencos (Herrera, Schrimpff y Bray 1982-3).
Subregión Pacífico Sur
Al parecer el primer investigador que hiciera reconocimientos fue Marshal Saville en 1921, quien no publicó los resultados de sus exploraciones en el extremo sur de la región (Cubillos 19551 8). En 1950 Julio Cesar Cubillos, exploró la franja costera de la rada de Tumaco hacia el sur, hasta la frontera con Ecuador e hizo las primeras excavaciones sistemáticas, en Monte Alto (Cubillos 1955). En 1962 Gerardo y Alicia Reichel-Dolmatoff realizaron exploraciones a lo largo de la costa entre Buenaventura y la frontera con el Ecuador y excavaron en los sitios de Mataje e Imbilí (Reichel-Dolmatoff G. y A. 1961; Reichel-Dolmatoff 1965, 1978). Durante varios años, hasta 1977 Jean Francois Bouchard llevó a cabo excavaciones en los sitios de Inguapí, El Balsal, El Morro, Pampa de Nerete y Caunapi (Bouchard 1982-3). Recientemente Diógenes Patiño (1987 1988) hizo prospección y excavaciones en las regiones bajas costeras comprendidas entre los ríos Guapi y Timbiquí. En la zona costera hacia el sur de Buenaventura se encuentran pequeños sitios de habitación, con cerámica tardía, que en algunos casos se relaciona con los complejos del río San Juan, y, sobretodo a partir del río Guapi, con estilos de la región de Tumaco (Reichel-Dolmatoff 1978). Los yacimientos están localizados con frecuencia, en la extremidad de la llanura aluvial, en el umbral entre la zona de manglares y la selva tropical húmeda. Generalmente se componen de aglomeraciones de montículos artificiales, localmente denominados "tolas", en los que se encuentran cabecitas y figurinas antropomorfas en gran profusión, vasijas trípodes y ralladores en forma de pescado. El límite cultural y ecológico de la región estaría en el Ecuador en el río Verde (Bouchard, 1985). Las excavaciones en Monte Alto, dejaron entrever que la ocupación del área podría tener una considerable antigüedad y que hubo variaciones a lo largo del tiempo, tanto en el material cultural, como en las pautas de asentamiento y en las de entierro. El autor propone una división en dos períodos: Antiguo y Menos Antiguo y sugiere relaciones con material cultural del sur de Méjico y la posibilidad de movimiento cultural en dirección Norte-Sur (Cubillos 1955). Las excavaciones llevadas a cabo en el río Mataje, confluencia con la quebrada la Rucia, no han sido publicadas en detalle. Se trata de un montículo artificial formado por la acumulación de basuras y pisos de habitación, que permitió establecer una secuencia de unos cuatrocientos años. Una fecha de C14 de 400 + o - 180 a.C. marca el final del período I, para el cual se mencionan alcarrazas, soportes trípodes altos y soportes mamiformes. El período II, tiene una fecha inicial de 300 + o - 200 años a.C. y en él aparecen figurinas con rasgos faciales similares a las de las representaciones humanas del período llama (Calima), así como la decoración por finas incisiones, también características de este desarrollo cordillerano. Mataje II, es el período que corresponde, con detalle, al sitio Catanguero en el bajo río Calima. La fecha 10 + o - 130 d.C. marca el final del período II y el comienzo del III. En el río Mira, en el sitio de Imbilí, se encuentran grandes acumulaciones de basura en las cuales hay material relacionado con el del río Mataje, pero que son algo tardías del año 1.000 d.C. aproximadamente (Reichel-Dolmatoff 1965, 1978; Dussán de Reichel 1965-66).
El material cultural de estos sitios, se interpretó como restos de colonias de navegantes de origen mesoamericano que, no florecieron y se fueron desplazando hacia el sur a la costa ecuatoriana. También por el occidente penetraron a la cordillera por los ríos Patía, Calima y otros. Su influencia es notoria en el valle del río Cauca donde originan más altos desarrollos. Los grupos que permanecieron en la región de Tumaco, sufrieron los efectos del medio inhóspito, que se reflejan en el material cerámico como una regresión, pues se vuelve paulatinamente sencillo y burdo. Según Reichel-Dolmatoff, la región de Tumaco se podría considerar una extensión de la arqueología de la Provincia de Esmeraldas, pero no se trataría de una sola cultura sino de un largo desarrollo y de varias superposiciones de culturas. Los rasgos que se tomaron como base para proponer movimientos migratorios desde Mesoamérica son: tumbas profundas de pozo con cámara lateral, figurinas antropomorfas elaboradas, deformación craneana occipito-frontal, cerámica multípoda, alcarrazas, sellos, torteros complicados, pitos biomorfos (Reichel-Dolmatoff 1965, 1978 y comunicación personal 1967). Basándose en la excavación de sitios de habitación y basureros, Bouchard (1982-3, 1985) define una secuencia de cinco complejos: Inguapi, Balsal, Nerete, Morro y Bucheli. Compara el material de estos con el de los sitios arriba mencionados y el de la Tolita, dentro de un esquema integrado con la periodización vigente en el Ecuador. Hace así mismo un examen crítico de las hipótesis de origen mesoamericano de estos desarrollos para concluir que hay más argumentos en favor de una raíz suramericana.
De acuerdo con este esquema ciertos rasgos son generales para toda la secuencia, como las figurillas antropomorfas con deformación craneana. Los asentamientos se encuentran en las cercanías del agua (ríos, esteros o playas); en los complejos más tempranos sobre la topografía natural y en el más reciente sobre las "tolas". La economía era mixta, orientada hacia explotación de la fauna de mar, ríos y esteros; recolección de frutas silvestres; cultivo de raíces y maíz. Inguapi es el complejo más antiguo, cuya primera fecha, 325 + o - 85 a.C. corresponde cronológicamente al formativo tardío. El material cerámico, incluyendo las figurinas, muestra rasgos chorreroides; aparecen evidencias de trabajo de oro, ya con técnicas desarrolladas. Se relaciona con los períodos Monte Alto Antiguo, Mataje I y el período pretolita de La Tolita. El siguiente complejo, Inguapi 2, con fechas 270 y 50 a.C., se deriva del anterior, pero desaparecen los rasgos chorreroides de la cerámica. Las figurinas de este complejo son las que siempre ilustran la "Cultura Tumaco-La Tolita". Corresponde a la época de los desarrollos Regionales y dentro de ella a una etapa "clásica" propuesta por el autor; se relaciona con el periodo II de Mataje y el período clásico de La Tolita.
Continúa la secuencia con el complejo Balsal, que tiene una fecha de 50 d.C. El complejo Nerete, para el cual no hay fechas se considera contemporáneo. En estos complejos desaparecen los rasgos clásicos en las figurinas y, hay otros cambios en la cerámica que podrían deberse tanto a relaciones de tipo comercial como a la llegada de grupos humanos que reemplazaron a la población anterior. Ambos complejos harían parte de una etapa intermedia en la época de los Desarrollos Regionales. El complejo Morro, con fecha 430 d.C. representa en la secuencia, una modificación más drástica que la anterior, pues cambian todos los tipos cerámicos, aunque las figurinas continúan. Se postula la llegada de un nuevo grupo a la región. Corresponde a una etapa tardía de los Desarrollos Regionales.
La cerámica del último complejo, Bucheli que tiene fecha 1075 d.C., al ser comparada con la de los complejos anteriores, sugiere una regresión: las formas se simplifican, desaparecen ciertos modos decorativos y las figurinas se estilizan hasta llegar a lo rudimentario. En cuanto a los patrones de asentamiento, hay sitios Bucheli en el interior de la llanura aluvial y aparecen las famosas "tolas". Este complejo corresponde a la época de Integración y podría estar relacionado con Imbilí, y posiblemente la fase Monte Alto Menos Antiguo. Para la región del río Guapi Diógenes Patiño define cuatro fases culturales: Las Delicias, El Tamarindo, La Cocotera y San Miguel, cuyos materiales se encontraron en varios sitios que corresponden a la ocupación de dos zonas ecológicamente diferentes. En la zona de manglares los sitios están en las áreas de bocanas y esteros, en los llamados "firmes" o sea lugares menos inundables y ricos en capas húmicas. La fase Las Delicias que corresponde a este patrón de asentamiento tiene materiales que se relacionan con los complejos El Balsal, Nerete y Morro, pero la fecha obtenida de 190 ± 90 a.C. es más temprana
que la de los complejos de la costa de Tumaco. Comparte con estos ciertas formas cerámicas (platos, escudillas trípodes, copas con pedestal acampanada y cuencos) y rasgos decorativos como pintura roja en bandas; hay figurillas humanas macizas y modeladas. La fase La Cocotera, fechada 110 ± 60 d.C. también con sitios en la zona de manglares se relaciona con el complejo Inguapi y con Mataje, Monte Alto y, en la costa de Esmeraldas en el Ecuador, con La Tolita y La Propicia. Comparte con éstos rasgos como figurillas humanas huecas modeladas y moldeadas, algunas con deformación craneana, profusión de vasijas trípodes, con soportes huecos cónicos o mamiformes, vasijas aquilladas y compuestas, alcarrazas, etc.; en la decoración el énfasis es en incisiones con motivos geométricos y la pintura en tones rojo, naranja, blanco y negro (positiva y negativa). La orfebrería característica de esta fase es de piezas grandes y también muy pequeñas (adornos, como orejeras, pendientes, narigueras y claves). En la industria lítica abundan pesas de red, hachas trapezoidales, metates, manos de moler y machacadores. Los datos palinológicos además indican que se cultivaba maíz y yuca. Los sitios de las fases El Tamarindo y San Miguel están en la llanura aluvial en las riberas de los ríos y en las partes altas de lomas y colinas aledañas. La fase El Tamarindo fechada en 140 ± 60 d.C. está pobremente documentada y es difícil relacionarla claramente con otros sitios; hay algunas semejanzas con elementos de los complejos Balsal y Nerete. El material cerámico de San Miguel, aún sin fecha, tiene rasgos distintos a los de las anteriores fases, lo que parece indicar que corresponde a nuevos pobladores, de épocas tardías. Se relaciona en algunos aspectos (decoración de cordones aplicados, incisiones de líneas paralelas o cruzadas y puntos impresos en el labio de bordes reforzados) con la cerámica encontrada en el sitio San Luis en el bajo Calima, la cual a su vez se relaciona con el horizonte Sonso (Patiño 1987; 1988: 114-124).
La Subregión Cordillerana
Las investigaciones en esta subregión que se conoce popularmente con el apelativo "Calima", se han concentrado en los municipios de Restrepo, Darién, Yotoco y Vijes. Entre las más tempranas están las de Henry Wassén (1976) quien en el año de 1935 excavó tumbas y recolectó datos sobre ajuares funerarios, en el Valle de El Dorado, en el año de 1935. Dos años más tarde Gregorio Hernández de Alba (1976) hizo reconocimientos en Yotoco y Darién. Hacia finales de la década del treinta, a raíz del auge de la guaquería, el Instituto Etnológico Nacional, envió comisiones de arqueología de salvamento de las cuales formaron parte Julio César Cubillos, Roberto Pineda Giraldo y Gerardo Reichel-Dolmatoff (Pineda G. 1945, Duque Gómez 1946). Una comisión similar compuesta por Warwick Bray, Andrew Macmillan y Joaquín Parra, trabajó en el año 1962 en el valle del río Calima, donde se construía una represa (Bray 1976). Diez años más tarde, Ana María Caldas, Alvaro Chávez y Marina Villamizar (1972), excavaron varias tumbas en el valle de El Dorado y sus
alrededores. Al año siguiente, Ana María Falchetti y Clemencia Plazas (1973) excavaron tumbas en el municipio de Restrepo. Hacia finales de la década Carlos Humberto Illera (1978), realizó reconocimientos y excavaciones en los municipios de Darién y Restrepo. Entre 1979 y 1986 la Fundación Pro-Calima ha promovido un proyecto interdisciplinarias con orientación ambiental en los municipios de Restrepo, Darién, Yotoco, La Cumbre y Dagua (Herrera, Cardale de Schrimpff y Bray 1982-3; Gahwiler 1983). Además del grupo de Pro-Calima, otros investigadores han trabajado en la región durante la última década. Gonzalo Correal buscó sitios Paleoindios (comunicación personal)· Edgar Torres hizo un reconocimiento en cercanías de Dagua y en el río Pepitas (comunicación personal); Vladimir Bashilov, Carlos A. Rodríguez y Héctor Salgado (Salgado et al. 1984, Salgado 1984), llevaron a cabo excavaciones de plantas de vivienda en el cerro del Cabo de la Vela; Carlos A. Rodríguez (1983-4) hizo una prospección en la región del río Las Vueltas, conocido también como Garrapatas y Héctor Salgado (1985) excavó en el sitio El Pital.
En la parte media de la región cordillerana, el relieve es de lomeríos, entre los cuales se intercalan pequeños valles de suelo anegadizo, que en las aerofotografías muestran huellas de antiguas zanjas y eras de cultivo. En los pastizales de las laderas se ven también zanjas que bajan por las pendientes y planes artificiales. El mayor de estos valles es el Valle de El Dorado, que si bien no iguala en tamaño al de Calima, convertido en embalse, es representativo de este paisaje y por esto se escogió para hacer un estudio de las transformaciones en la fisiografía, vegetación y clima a partir de una época anterior a la ocupación humana. Para esta reconstrucción se utilizaron varias clases de análisis: de polen (en muestras obtenidas con barreno hasta una profundidad de 5 m.); de suelos, de fitolitas y de carbón.
La historia comienza hace unos 40.000 años, cuando existía en el valle y sus alrededores una vegetación de bosque andino y subandino que crecía sobre un suelo húmedo. El fondo del valle, que tenía una sección en V, se va rellenando con materia orgánica, sedimentos y material de arrastre; y como consecuencia de lluvias de ceniza volcánica y fenómenos inducidos por estas (erosión y deslizamientos masivos de suelo), la salida del Valle se bloquea, formándose un lago. Estas condiciones lacustres no eran permanentes; de tiempo en tiempo, bajaba el nivel del agua y quedaba un pantano y en algún intervalo se mejoró tanto el drenaje, que volvió a
crecer el bosque. Hacia el final de la época que antecede a la ocupación humana, hay un último episodio de deslizamientos y vuelve a formarse un lago, que a la larga se seca, quedando de nuevo un pantano, el cual, hacia el año 100 ± 320 d.C., se adecuó para cultivo por medio de la construcción de drenajes. Pero es antes, en la época lacustre, cuando aparece por primera vez polen de maíz y también cambios importantes en la vegetación de los alrededores del Valle, indicativos de deforestación. Hay una fecha, 4.730 ± 230 a.C., para este episodio en el diagrama de polen de la Hacienda El Dorado y, otra, 3.200 ± 180 a.C. para el diagrama de la Hacienda Lusitania. (Bray, Herrera y Schrimpff 1985 a, 1985 b y comunicación personal, Monsalve 1985, Botero 1985, Piperno 1985). Hay para otros sitios fechas más antiguas, pero conviene antes de entrar a considerarlas, discutir el significado de los hallazgos aislados de puntas de proyectil en piedra. Estas no pueden interpretarse inequívocamente como evidencias de ocupación durante el paleoindio y bien podría tratarse de artefactos elaborados en época tardía. Aparte de la punta de Restrepo (Reichel-Dolmatoff, 1965:48) sobre la cual no existen datos de contexto, hay información sobre otras procedentes del Municipio de Yotoco; una de la Agrícola Sinaí, hallada en recolección superficial y otras dos de las haciendas El Dorado y La Virginia en tumbas con material cerámico tardío. La última tiene una fecha de C14 de 610 ± 75 d.C. (Bray s.f.). En los abrigos rocosos no se han encontrado yacimientos paleoindios (Correal comunicación personal). Los sitios de ocupación más antiguos son a campo abierto en las fincas Sauzalito y El Recreo localizadas muy cerca una de la otra en el Municipio de Darién. Allí se han encontrado conjuntos líticos que incluyen piedras burdas simplemente partidas , cantos rodados con huellas de trabajo, piedras de río lisas y planas a las cuales se les hizo, un orificio para suspensión y finalmente tres artefactos tentativamente denominados "azadas". También se encontraron nueces carbonizadas todavía sin identificar. Para el sitio Sauzalito hay tres fechas de radiocarbono 7.720 ± 150 a.C.; 7.650 ± 110 a.C. y 7.350 ± 100 a.C. Para El Recreo los análisis de C14 están en proceso pero hay indicios de que posiblemente corresponde a la misma época. Parece que se trata de campamentos estacionales usados con cierta frecuencia en esta época y posteriormente abandonados. (Bray, Herrera y Cardale de Schrimpff, comunicación personal). En el Pital, situado en el sector donde empieza la caída fuerte de la cordillera hacia la costa del Pacífico se encontró un yacimiento profundo y estratificado. A la primera ocupación de éste, datada en 5.360 ± 140 a.C. corresponde un conjunto lítico, similar al de los sitios anteriores, es decir con escasas evidencias de trabajo humano (cantos rodados, pequeños percutores, y líticos que presentan fracturas o lascado) así como hachas. El grosor del estrato correspondiente (45 cm) indica que el sitio se usó por largo tiempo. En el siguiente estrato cultural, separado del anterior por una capa estéril, se encontró material lítico de características similares fechado en 2.140 ± 90 a.C. (Salgado 1985; 1986). Entre las peculiaridades del material de estos tres sitios, que lo distinguen de otros conjuntos precerámicos, están las "hachas" o "azadas". Además de las encontradas en las excavaciones recientemente se han detectado varias en colecciones particulares. Todas tienen acanaladura y silueta redondeada entre circular y oblonga, fueron terminadas por pulimento, en algunos
casos tan cuidadoso y bien conservado que se podría pensar fueron usadas más bien como adornos o emblemas. La mayoría tiene desgastes y desconchamientos por uso. Hay sin embargo un ejemplar, de excavación que es aproximadamente rectangular y no fue pulido. La mayoría de las fechas para Ilama, primera ocupación cerámica de la región, se concentran en el milenio anterior a la era cristiana, a partir de una de 720 ± 100 a.C., que corresponde a la base del yacimiento de El Topacio. Una fecha anterior, de 1590 ± 70 a.C. obtenida de carbón encontrado en tres tumbas, se considera todavía con reservas. En El Pital, la base del estrato Ilama, que viene inmediatamente a continuación del último estrato precerámico tiene una fecha de 310 - 80 a.C. (Cardale de Schrimpff, Herrera y Bray 1985; Cardale de Schrimpff, 1986 Salgado, 1986). La cerámica llama es técnicamente muy avanzada, con uso muy frecuente de incisiones como recurso decorativo, en vasijas con representaciones antropomorfas y zoomorfas. Aparece la vasija con doble vertedera y asa puente ("alcarraza") y son frecuentes las representaciones masculinas adosadas a vasos ("canasteros"). Los datos sobre hallazgos de tumbas, (de pozo poco profundo con cámara pequeña) indican que se trabajaba el oro, con técnicas desarrolladas, para producir objetos, tanto de lámina lisa, como fundidos (Cardale de Schrimpff, Herrera y Bray 1985). Hacia principios de la era cristiana un cambio notorio en varios aspectos da lugar a la definición de un nuevo período denominado Yotoco, que perdura hasta el siglo XIII d.C. La primera fecha aceptada para este período (195 ± 185 a.C.) se traslada con las últimas de Ilama. Ciertamente hay continuidad con algunos elementos del período anterior (alcarrazas, pintura negativa negra), pero no se puede descartar la posibilidad de que este cambio se deba a la llegada de gente nueva al área. En la cerámica son características la pintura policroma y las alcarrazas zoomorfas. La orfebrería muestra un extraordinario florecimiento; la mayoría de las piezas conocidas como del estilo Calima (Pérez de Barradas 1954) pertenecen a este período. Son piezas de oro de buena ley, elaboradas por martillado y fundición a la cera perdida. Las evidencias parecen indicar que fue durante esta época cuando se construyó la red de caminos, que surca la región; algunos se dirigen, hacia el valle del río Cauca y al parecer lo atravesaban para adentrarse en la cordillera central, otros van hacia la vertiente del Pacífico (Bray, Herrera y Schrimpff 1981).
En el valle de El Dorado, continúan las evidencias de uso agrícola durante el período Yotoco. Hay varias fechas de C14, entre los siglos VIII y XI d.C., para una compleja red de canales que se conectan entre si formando campos de cultivo (camellones, espacios cuadrangulares) y desagües, visibles hoy en día como variaciones de color en los pastos. La información de polen y fitolitas indica que se cultivaba maíz. Semillas carbonizadas, encontradas en un sitio de vivienda del período Yotoco en la vertiente del valle de Calima, fueron identificadas por C. Earle Smith como de maíz de dos variedades, una de ellas probablemente emparentada con la clase Pollo-Nal Tel y de fríjol (Phaseolus vulgaris). El uso de otros cultígenos se puede deducir de las representaciones fitomorfas en cerámica: alcarrazas en forma de arracacha (Arracacia xanthorriza, Bancroft) y calabazo (Lagenaria vulgaris, Serg). En orfebrería, las representaciones de poporos sugieren que se consumía coca. El sistema de campos de cultivo en el Valle de El Dorado se usó en forma continua hasta el siglo XIII. Hacia el año 1200 los diagramas de polen muestran un interludio de clima más seco y frío, que también ha sido detectado en otras regiones de Colombia como la Sabana de Bogotá y el Valle del Magdalena. No se entiende bien por qué, a partir de entonces, el foco de la actividad agrícola se desplaza hacia el borde del valle y las laderas. Es posible que el descenso general en el nivel freático restara operacionalidad al sistema de campos de cultivo en el piso del valle e hiciera forzosa una intensificación en el uso de las pendientes.
El siglo XIII marca también un cambio cultural en la región de Calima: aparecen evidencias de una nueva ocupación, conocida como período Sonso. Los cambios se notan en la cerámica, con el advenimiento de nuevas formas (grandes cántaros de tres asas) y técnicas decorativas (pastillaje); continúa usándose la pintura negra pero en motivos lineales. Desaparecen las alcarrazas y las representaciones zoomorfas. La orfebrería sufre una notable decadencia en comparación con los niveles estéticos alcanzados en el período anterior; los torzales macizos son una de las formas características. Las tumbas son ahora de pozo profundo. Con frecuencia las viviendas se construían sobre aterrazamientos artificiales; excavaciones en el cerro Cabo de La Vela (Jiguales), indican que eran de planta circular-irregular en unos casos, pero en otros fueron erigidas sobre pilotes, con planta posiblemente rectangular. Durante el período Sonso se construyen probablemente la mayoría de las plataformas artificiales que se encuentran en las laderas, dispersas o formando agrupaciones seminucleadas. Algunas de estas son de dimensiones considerables, hasta de 100 m. de largo. La densidad de plataformas y del material cerámico y la frecuencia con que se encuentra cerámica de este período sobre la superficie sugieren que hubo un aumento considerable de población (Bray, Herrera y Cardale de Schrimpff 1980, 1981, 1983 y 1985; Salgado, Rodríguez y Bashilov 1984; Salgado 1984). Los rasgos que caracterizan cada uno de los tres períodos tienen una dispersión diferente. Mientras que la del material llama es restringida (municipios de Restrepo, Darién, parte de Vijes y Yotoco), el material Yotoco pasa los límites de la región y se encuentra en el plan del valle del río Cauca, cerca a Buga. Siguiendo la cuenca de éste hacia el norte, ciertas formas cerámicas típicas de Yotoco (como las alcarrazas y vasos silbantes policromos zoomorfos), se repiten con algunas modificaciones, en vasijas del Viejo Caldas. En cuanto a la orfebrería, los estilos clásicos Calima y Quimbaya comparten rasgos tecnológicos y formales (Plazas y Falchetti 1983). Los complejos cerámico y orfebre que caracterizan el período Sonso, se asemejan a los definidos para el plan del Valle del Cauca y constituyen todos una tradición tardía, que también se conecta con cerámica de la región del Viejo Caldas (Véase infra, Valle del río Cauca). Uno de los detalles compartidos es la representación estilizada de personajes con prominente y ganchuda nariz. Hacia el sureste de la región de Calima, en la zona de La Cumbre - Pavas - Bitaco, se encuentran los rasgos arqueológicos tardíos ya mencionados (plataformas de vivienda, canales en las laderas y tumbas profundas de pozo). El material cerámico sin embargo muestra ciertos rasgos distintivos, como son las grandes urnas funerarias, ya sean cilíndricas ("veleros") o de cuerpo redondeado. Estilísticamente éstas corresponden con el período Sonso, pero tienen fechas que van de 305 a.C. hasta 1140 d.C., o sea que cronológicamente se situarían en el período Yotoco, lo cual parece una incongruencia (Gahwiler 1983; Bray, Herrera y Schrimpff 1981). En las vertientes del Pacífico en dirección norte, todavía en el departamento del Valle del Cauca (municipios de El Cairo y Versalles) se detectaron plataformas artificiales semicirculares en diversos tamaños y formando agrupaciones seminucleadas, es decir una
pauta de asentamiento similar a la del período Sonso. El material cerámico también parece corresponder con el de las ocupaciones tardías del Valle del Cauca (Rodríguez 1983-4). Un poco más hacia el Norte, la subregión cordillerana incluye una parte del departamento de Risaralda sobre la cual, no hay datos de trabajo de campo, pero si piezas en museos y colecciones particulares. Esta cae bajo la denominación "zona occidental", dentro de la distribución cerámica del área Quimbaya establecida por Duque Gómez. La descripción que se da de este material sugiere que se trata de una variedad del estilo Sonso (Duque Gómez 1970).
Subregión Mesa del Chocó
Comprende las vertientes de la Cordillera Occidental que caen al Valle del Atrato y las Llanuras del Atlántico, en buena parte cubiertas de vegetación selvática. Abarca administrativamente un sector del departamento del Chocó y aproximadamente la mitad del departamento de Antioquia. En ella se encuentran importantes yacimientos auríferos y según datos de los cronistas y relatos de la guaquería, se han encontrado allí tumbas ricas en oro (Burcher 1985). Los estudios arqueológicos son muy escasos. Graciliano Arcila Vélez (1953, 1960) ha documentado material procedente de tumbas en Mutatá y en el Carmen del Atrato. En 1982 Gilberto Cadavid realizó reconocimientos y recolecciones superficiales en los municipios de Anzá, Santa Fé, Frontino y Dabeiba (comunicación personal). Según datos de este último reconocimiento, hay en esta región importantes rasgos arqueológicos sobre la superficie: agrupaciones nucleadas de terrazas artificiales ("patios de indios") algunos con muros de contención en piedra y quebradas encausadas con piedras en ciertos trechos. El material documentado del Carmen del Atrato acusa influencias del área Quimbaya y Golfo de Urabá. En cuanto a la cerámica procedente de tumbas revestidas en piedra de Mutatá, se propone la coexistencia de dos manifestaciones culturales, caracterizada la una por decoración de incisiones burdas (según las ilustraciones, este material muestra similitudes con el del Magdalena Medio) y la otra por punteado, incisión pulimentada y pastillaje, que se relaciona con material característico del Golfo de Urabá (Arcila Vélez 1953).
Subregión Insular Está constituída por las Islas Gorgona, Gorgonilla y Malpelo. En 1924 el etnólogo inglés James Hornell visitó la isla mayor y realizó reconocimientos, recolecciones superficiales y excavaciones de sondeo. Reporta la presencia de petroglifos, material lítico (metates, manos, hachas, cinceles, cuñas, escariadores, etc.) y cerámico. En este el principal modo decorativo es la pintura roja seguida por las impresiones ejecutadas sobre bandas de aplique; también hay pequeñas agarraderas. El material ilustrado parece más bien tardío. Sin embargo en dos de los sitios sondeados éste se halla colocado bajo una capa estéril de depósito aluvial relativamente gruesa (20 a 35 cms) sobre la cual se ha desarrollado una capa de humus de unos 10 cms. Estos depósitos corresponderían a desechos acumulados bajo viviendas construídas sobre pilotes, en zonas inundables (Harnell, 1925, 1926). En 1982, Edgar Torres (comunicación personal) hizo reconocimientos en Gorgona y Gorgonilla. En la primera excavó sondeos, en los cuales encontró material cerámico que muestra similitudes con el de Tumaco, aunque las figurinas estaban ausentes. El material lítico incluye hachas, pesas de red y piedras tentativamente llamadas de moler. Balance General de la Región El énfasis en este balance está en contactos y movimientos de poblaciones, tema que no pierde su fascinación y menos ahora con los recientes hallazgos de sitios precerámicos dañables que plantean nuevos interrogantes como el de la procedencia inmediata de estas gentes y sus movimientos. Hay sin embargo una laguna de conocimientos que le resta solidez a cualquier intento en este sentido, como es la falta de información sobre las fluctuaciones en la Línea costera y en el clima costero durante los últimos diez o quince mil años. Estas debieron influir grandemente en las pautas de vida y de migración desde la época temprana. La presencia de yacimientos líticos en la franja costera y el emplazamiento de El Pital, en las estribaciones pacíficas de la cordillera occidental y de Sauzalito y El Recreo hacia la vertiente opuesta, es sugestivo de movimientos lentos de población desde la costa en dirección Este. El material lítico de estos tres sitios es rudimentario, aunque podría corresponder a una economía encaminada hacia la explotación de recursos vegetales, teniendo en cuenta que polen de maíz hace su aparición a finales del quinto milenio a.C. De hecho algunas de las herramientas encontradas podrían ser más bien azadas que hachas. Incidentalmente el utillaje de estos tres sitios parece configurar un conjunto lítico de características bien definidas cuyo parentesco con la tradición Abriense habría que determinar cuando se haya clasificado totalmente.
Si bien una economía que combinara caza, pesca y recolección, tanto de especies vegetales como de animales de mar y de río, podría permitir asentamientos estables en la franja costera por su abundancia de recursos aluviales y marinos, la región cordillerana sería menos apropiada para ello; a pesar de esto, El Pital parece corresponder a una ocupación pre-cerámica relativamente prolongada. El dato de polen de maíz fechado en el quinto milenio a.C. en el Valle de El Dorado es uno de los más antiguos para Colombia *, pero la ausencia de estudios comparativos de morfología de polen de maíz por un lado y de datos de yacimientos sobre la franja costera, no permiten por ahora especular sobre su procedencia y el papel que la región pudo jugar en el proceso de domesticación. Ciertamente el Chocó es parte del área de dispersión del maíz chococito, una raza muy primitiva que se encuentra en la costa pacífica, desde el Norte de Sur América hasta Centro América (Sanoja 1981: 97). * Hay una fecha más antigua para la aparición de polen de maíz en el páramo de Peña Negra, alrededores de la Sabana de Bogotá: 6370 ± 80 a.C.GrN 12068 (Kuhry, 1986). En el Ecuador en un sitio costero en la Península de Santa Elena aparecen fitolitas de maíz en yacimientos fechados por C14 entre 6.300 y 4.650 a.C. asociadas con un utillaje no especializado y otras evidencias de un tipo de economía que combinaba caza, pesca y recolección (Stothert, 1985); pero habría razón para pensar que las experiencias en domesticación de plantas podrían remontarse, como se ha sugerido, a una época entre 7.000 y 10.000 a.C. (Sanoja 1981: 87). En los diagramas de polen de El Dorado, la zona de la columna donde comienza el polen de maíz (que muestra una frecuencia baja pero estable durante una época prolongada) podría interpretarse tentativamente como evidencia de
pequeñas siembras, en áreas dentro del bosque andino y subandino preparadas por tala y quema. Se trataría de una población, con agricultura incipiente, más que de una etapa temprana de experimentación y domesticación de cultígenos (Luisa Fernanda Herrera, comunicación personal). El yacimiento de El Pital no aclara el origen de Ilama, la primera ocupación cerámica, puesto que en este aparece abruptamente, como un conjunto técnicamente desarrollado, en un estrato escasamente diferenciado del último depósito precerámico, y con una fecha tardía, del siglo IV a.C. Este hiato puede deberse a un disturbio antiguo del sitio. Aparte del yacimiento de Catanguero en el bajo Calima y de la región de Tumaco, no hay hasta el momento otros nexos para esta cerámica en el país. Comparte algunos rasgos y un cierto "aire de familia" con cerámica de formativo ecuatoriano en las provincias costeras de Manabí y Guayas, períodos Machalilla (1.200-800 a.C.) y Chorrera, (800-300 a.C.). Tal vez las semejanzas son más marcadas entre la cerámica Yotoco y el período Chorrera. Pero para aclarar el carácter de las relaciones entre Calima, Tumaco y el formativo ecuatoriano, son necesarias más investigaciones en los bajos ríos Calima, Dagua, Patía, San Juan de Micay que son de curso largo y comunican la región costera con la cordillerana. Los vínculos entre la región de Tumaco y la costa Norte ecuatoriana a finales del formativo y comienzos del Desarrollo Regional son más claros, pero hacen falta investigaciones, con énfasis en la zona al Norte del río Guapi, para aclarar las relaciones entre las secuencias de Cubillos, Reichel, Bouchard y Patiño así como para hallar la clave de las divergencias, dentro de lo que se podría llamar la tradición Tumaco - La Tolita. Posiblemente estas muestren la existencia de multitud de comunidades en interacción activa. Es decir asentamientos estables pero con una buena dosis de movimiento de población (colonización) y de objetos e ideas (comercio), a lo largo de la costa y de la intrincada red de brazos fluviales y esteros, que explotada adecuadamente sería más eficiente que una red de caminos. Otro aspecto que no está suficientemente claro es que pasó en esta región costera durante el segundo milenio d.C. Reichel-Dolmatoff y Bouchard coinciden en que, por lo menos en cerámica se evidencia un proceso de degradación; esta se atribuye a la influencia de un medio difícil, sobre grupos portadores de una cultura avanzada. Lo sorprendente es, que este proceso hubiera tomado tanto tiempo. Y que esta gente hubiera persistido en habitar la región cuando la cordillera, habría sido un hábitat atractivo para grupos de agricultores avanzados. Es interesante anotar que en la parte cordillerana más inmediata a los asentamientos Tumaco, o sea al altiplano de Nariño no hay hasta el momento evidencias de contacto hasta el siglo IX d.C. (Uribe 1976); más aún, no se han encontrado asentamientos contemporáneos con las primeras fases de Tumaco, y, mientras el límite de los asentamientos Tumaco parece estar hacia el río Guapi, las evidencias más claras de penetración a la cordillera están más al Norte, en el territorio del departamento del Valle del Cauca. Tal vez los asentamientos Tumaco no sean la expresión de una migración poco exitosa, sino de un movimiento de expansión desde un centro en la costa ecuatoriana (por ejemplo La Tolita) en un proceso gradual, que involucró gente con un sistema económico bien desarrollado dentro de una adaptación costera. La costa colombiana se habría constituído en un área periférica, una región un tanto marginal con respecto a un núcleo muy dinámico,
tanto desde el punto de vista ecológico como cultural. Habría sido también un punto de parada, un punto intermedio, para expediciones territoriales de más largo alcance costa arriba y costa adentro. Y es interesante desde esta perspectiva anotar que el final de las ocupaciones Tumaco, en el segundo milenio d.C. coincide, mas o menos, con el comienzo de las ocupaciones tardías ("sonsoides") del valle del Cauca y la cordillera. Es como si con este cambio se hubiera eliminado el interés por los contactos entre las áreas costeras del norte de Ecuador, sur de Colombia y región cordillerana, que es muy marcado durante el primer milenio d.C., como lo sugiere la evidencia de la orfebrería. Esta tiene en Tumaco una fecha del siglo IV x.C., la más antigua del área andina septentrional, y durante el período Yotoco, alcanza en la región de Calima el clímax de su desarrollo. Ya para esta época sin embargo, el punto focal en cuanto a contactos y difusión comienza a desplazarse en sentido opuesto, hacia la cordillera central. El material cerámico que estilísticamente se relaciona con Yotoco es común en por las subregiones Valle del Cauca y Cauca Medio y también se reporta ocasionalmente por San Agustín y Tierradentro. Por su amplia distribución y considerable duración temporal, se lo puede considerar como una tradición cerámica. Sus fechas más antiguas aceptadas, corresponden a sitios en la cordillera Occidental en el departamento del Valle del Cauca. En el Viejo Caldas, al extremo sur de su dispersión se lo conceptúa tardío, del siglo XII d.C. (Bruhns 1976), lo cual podría ser cierto. Lo que es discutible, es incluírlo como tipo dentro del complejo Medio Caldas, la mayoría de cuyo material se relaciona con el complejo Sonso. Es posible que la difusión de Yotoco se realizara en dirección Sur-Norte, con la región de Calima como foco. Es difícil evaluar si esta distribución cerámica representa desplazamientos de población o comercio en forma intensiva. La evidencia de los caminos parecen indicar que se daba mucha importancia a las comunicaciones con regiones lejanas. Aparecen ya para el período Yotoco, las explanaciones artificiales en las pendientes ("tambos", "patios de indios", "golpes de cuchara") que se encuentran a lo largo de las cordilleras Occidental y Central y son posiblemente tardías. Los campos de cultivos formados por zanjas verticales en las pendientes, (cuya evidencia es clara para el período Sonso) podrían tener una dispersión y una cronología semejantes. Ambos rasgos son muy populares durante el período Sonso. El material cerámico y las construcciones Sonsoides alcanzan una rápida difusión por la cordillera y la suela plana del río Cauca, durante los tres siglos anteriores a la conquista española, constituyendo arqueológicamente un horizonte.
Sobre el carácter del empalme entre Yotoco y Sonso se puede anotar que en las excavaciones en que se encuentra material de estos dos períodos no hay un estado estéril entre ambos o una clara división estratigráfica. Por otro lado Pérez de Barradas (1954), distinguió el oro tardío de la región de Calima con el sugestivo término "invasionista Las fechas más antiguas, para material relacionado con Sonso, están en la zona de la Cumbre-Pavas en el extremo occidental de la subregión cordillerana y podrían indicar, que el río Cauca pudo ser, la ruta por la cual llegaron los últimos ocupantes prehispánicos de Calima a las estribaciones de la cordillera. Para la región costera, al Norte de Buenaventura, es poco lo que se puede agregar a las conclusiones de Reichel-Dolmatoff sobre sus excavaciones en el río San Juan y la Bahía de Cupica. Ambas, permanecen todavía difíciles de relacionar con el resto de la región. Si bien hay evidencias de contacto entre la cerámica del río San Juan y el horizonte Sonso, se trata de complejos cerámicos muy distintos. Es bien interesante, y no muy fácil de explicar, que la fecha para éste es relativamente temprana (siglo XI) para Sonso y un poco posterior al cambio de Murillo-Minguimalo, que se relaciona con la introducción del cultivo del maíz. Nuevos datos sobre la subregión Mesa del Chocó ayudarán a aclarar el problema. También es necesaria más investigación en la franja costera de Buenaventura al Norte, aprovechando al máximo proyectos de arqueología de rescate. En el futuro cercano es indispensable desarrollar un proyecto en la zona de la Bahía de Málaga donde ya se iniciaron las obras de una base naval.
VIII. Macizo Colombiano-Alto Magdalena Ana María Groot de Mahecha - Santiago Mora Camargo ÍNDICE
Tierradentro Alto Magdalena Serranías de Garzón y Neiva Balance general de la región
VER EL MAPA DE LA REGIÓN DEL MACIZO COLOMBIANO Y EL ALTO MAGDALENA Entre 1° y 2° Norte, en el Nudo Andino del Macizo Colombiano, se desprende la Cordillera Oriental de la Central, y hacia el occidente los poderosos ramales volcánicos de la Sierra de los Coconucos, separan los valles del Patía y del Cauca. En este Nudo se forma la famosa Estrella Fluvial, donde nacen los ríos Magdalena y Cauca que van al norte (mar Caribe), el Patía hacia el occidente (Océano Pacífico), y el Caquetá hacia el oriente amazónico. La altura promedio de la cordillera Central está por encima de los 3.000 mts. y sus mayores prominencias forman los centros volcánicos. En el tramo de este ramal cordillerano, considerado para esta región, se destacan: el Páramo de las Papas, La Sierra Nevada de los Coconucos, el Páramo de Guanacas y el Nevado del Huila. Las vertientes Occidentales de la cordillera, son más cortas y pendientes que las orientales que dan sobre el valle del río Magdalena, y forman estribaciones transversales de considerable extensión que constituyen los valles de los afluentes del Magdalena (Guhl, 1976: 172). El límite norte de la región está dado sobre 3° Norte frente a Neiva, e incluye los puntos geográficos del Nevado del Huila (Cordillera Central) y el Cerro El Triunfo en la Cordillera Oriental. El límite Oriental lo constituye el pie de monte de la cordillera Oriental hasta el nivel de la cota 500. Se trata de una región de montaña, con estrechos valles y bien formadas terrazas, influida por el nacimiento y curso superior del río Magdalena. El clima va entre frío y templado hasta Pericongo, donde el río entra al alto valle llano de Garzón. A partir de este punto y hasta los alrededores de Neiva, el valle se ensancha dando lugar a una llanura ondulada y fuertemente erosionada, en donde la humedad disminuye, la temperatura aumenta y la altura se reduce de 1000 hasta 500 mts. En esta región del Macizo Colombiano se determinan según características antropogeográficas, tres subregiones: Tierradentro, Alto Magdalena y la Serranía GarzónNeiva.
Tierradentro
Tierradentro posee condiciones morfológicas y culturales claras que la diferencian de todas las áreas adyacentes, de las cuales la separan límites naturales tan precisos que parecen formar un reducto vigorosamente definido. Se trata de un paisaje geográfico de unos 6.000 Kms2 de superficie aproximadamente, que toma la forma de un triángulo isósceles cuyos lados mayores van convergiendo hacia el norte. El lado occidental lo constituye la cordillera Central con sus dos extremos apoyados sobre el volcán del Puracé y el Nevado del Huila, entre Los cuales se levantan tres páramos (Guanacas, Moras y Delicias) que contribuyen a formar la parte más alta, majestuosa y difícil de la cordillera. El lado homólogo está señalado por la divisoria de aguas entre los ríos negro de Narváez y Yaguará, divisoria a veces conocida como Serranía de Nátaga. El lado de la base lo designa una serie de alturas encadenadas que forman la divisoria de aguas entre los ríos la Plata y Páez. El sistema hidrográfico está constituído por el río Páez que atraviesa la región en toda su extensión y recibe como afluentes el Ullucos y el Moras; está, además, el río negro de Narváez que nace en el Nevado del Huila y corre paralelamente al triángulo descrito. Las tres entidades orográficas que encierran la comarca de Tierradentro, lanzan hacia el interior multitud de ramales que se entrecruzan formando un verdadero laberinto de valles profundísimos por donde circulan innumerables quebradas que van a completar el sistema hidrográfico ya esbozado (Londoño, 1955: 113 114).
Investigaciones Arqueológicas Hacia el año de 1757, el fraile Juan de Santa Gertrudis, realizó un recorrido por la región conocida hoy como Tierradentro. El curioso Padre durante el transcurso de su viaje, llevó a cabo algunas anotaciones sobre unos antiguos sepulcros encontrados en las proximidades de los poblados de Inzá y el Pedregal (Santa Gertrudis, 1956). Si bien sus escritos carecen, como es lógico de cualquier sistematización que los aproxime a la ciencia, representan las primeras anotaciones sobre una importante región arqueológica de nuestro país. Años más tarde, hacia 1893, Carlos Cuervo Márquez visitaría la zona, llamando nuevamente la atención sobre la existencia de algunas sepulturas que se encontraban en el área (1956). No obstante lo anterior, las investigaciones arqueológicas sólo se iniciaron durante al año de 1936. George Burg, por aquel entonces profesor de Geología de la Universidad del Cauca, llevaría a cabo el estudio de algunas de estas tumbas. Los trabajos adelantados por Burg obligaron a tomar en cuenta esta región desde un punto de vista arqueológico, determinando la aparición de programas de investigación. En los escritos de Burg, se ve claramente un predominio de las descripciones a lo largo del texto; sin embargo, su importancia es capital, pues a partir de ellos se puede afirmar que la arqueología, como práctica científica, había hecho su aparición en la región de Tierradentro. Los hallazgos ya no eran fortuitos y relatados
en forma accidental por un viajero, ahora se intentaba llegar a un conocimiento más preciso sobre los antiguos constructores de las tumbas que se encontraban en la región. Para el mismo año (1936) y a raíz de los trabajos de Burg, el Ministerio de Educación Nacional comisionó al Arqueólogo José Pérez de Barradas, para que investigara y elaborara un informe sobre la importancia de los hallazgos realizados en la región de Tierradentro. Este autor, dedicó gran parte de su tiempo al estudio de los sepulcros; aportó una secuencia cronológica para la región, basada en el estudio de los materiales recuperados, así como en la complejidad de las estructuras funerarias, sin contar con un método de datación absoluta. Este intento de trazar un secuencia cronológica para los diferentes restos culturales de Tierradentro, fue el primero en su género. El autor determinó la existencia de cuatro períodos: 1. Cultura epigonal de San Agustín. Esta fase se encuentra ubicada cronológicamente entre los siglos VII a IX d.C. y se caracteriza por la elaboración de estatuaria y sepulcros como los registrados en El Hato, Marne, y El Rodeo. 2. Cultura del Cauca en su fase floreciente. Corresponde a los siglos IX a XII de nuestra era, dentro de esta fase se pueden agrupar aquellas sepulturas que tienen en su interior una decoración pintada (hipogeos de San Andrés, Segovia y El Cerro del Aguacate). 3. Cultura del Cauca reciente. Se considera desde el punto de vista cronológico, como perteneciente a los siglos XII a XIV de nuestra era. Son ejemplo de este período los entierros de Belalcázar. 4. Cultura Páez. Se inicia en el siglo XIV y continúa hasta la actualidad (Pérez de Barradas, 1937). Como es notorio, en este primer intento a una secuencia cronológico-cultural, la profundidad temporal que se atribuye a los restos arqueológicos de Tierradentro no es mucha. En el año de 1937, Gregorio Hernández de Alba, es comisionado por el Ministerio de Educación Nacional, para realizar una visita a la región de Tierradentro y rendir un informe sobre las estructuras arqueológicas que allí se encuentran. Es durante este viaje que Hernández de Alba llevó a cabo la descripción detallada de algunas de las tumbas de la localidad (9, 15, 16, 21, 25, 27, 35, 41, 42 y 431), incluyendo planos y dibujos del interior de éstas. Estos materiales son de gran importancia, aún hoy en día para la comprensión de las pautas funerarias en la región. (Hernández de Alba, 1938, 1938a, 1938b, 1946). En los primeros años de la década de los cuarenta una nueva expedición es enviada a Tierradentro. Eliécer Silva Celis y Graciliano Arcila Vélez en compañía de Gregorio Hernández de Alba, adelantan un recorrido por la región, en el cual no se limitan a visitar los lugares en los cuales habían sido reportados materiales arqueológicos, sino que amplían la zona arqueológica con nuevos descubrimientos. Durante el curso de estos trabajos se
excavaron algunas tumbas; los materiales encontrados en ellas, fueron descritos al igual que el interior de las mismas en forma detallada. (Silva Celis, 1943). A mediados de la década de los cincuenta, Horst Nachtigall llevó a cabo algunas excavaciones . Estas se circunscribieron a la loma del Aguacate, Segovia y El Canadá. En Segovia se excavaron dos tumbas (10 y 11); además se realizó una revisión completa de los materiales arqueológicos obtenidos por otros investigadores en el pasado. (Nachtigall, 1955; 1955a; 1956; 1959). Hacia 1965, salió a la luz por primera vez una síntesis de la arqueología colombiana: Colombia, de Reichel Dolmatoff. En este escrito se sugería, como ya había sido anotado por otros autores, la existencia de algún tipo de relación entre la zona arqueológica de San Agustín y la de Tierradentro. Esta relación era patente al menos en el desarrollo de algunas de sus fases (Reichel-Dolmatoff, 1965: 96). Para Reichel-Dolmatoff, la estatuaria de Tierradentro representaba una fase menos desarrollada que su contraparte agustiniana, haciéndose difícil el llevar a cabo comparaciones dado el carácter individualizado de estos conjuntos escultóricos (Reichel-Dolmatoff, 1965: 98). En oposición, gran número de formas cerámicas son compartidas por las dos regiones; entre éstas, copas, vasijas trípodes así como algunos estilos decorativos. No obstante lo anterior, la cerámica que ha sido reportada como asociada a los hipogeos, indica poca o ninguna relación con la conocida en la zona de San Agustín. (Reichel-Dolmatoff, 1965). Sobre este escaso conocimiento de las relaciones existentes entre una y otra parte, y en la imperiosa necesidad de obtener algunas fechas absolutas, se plantearon las siguientes investigaciones en la región. En 1966 el mismo Reichel-Dolmatoff, iniciaba un proyecto arqueológico en la región de San Agustín. Stanley Long, proponía en 1969 un proyecto paralelo, para la región de Tierradentro, con la finalidad de complementar la visión regional cordillerana vislumbrando las posibles relaciones entre estas dos zonas. En éste se realizarían excavaciones estratigráficas, se buscarían fechas de radio carbón y se enfatizaría en las plantas de habitación, como guía para comprender las diferencias existentes en los complejos cerámicos. Lamentablemente Stanley Long murió, sin poder llevar a cabo su investigación. Juan Yangüez, quien había participado como asistente de investigación durante la temporada de terreno, retomó los materiales recuperados por Stanley Long a partir de 1968, con la finalidad de garantizar la publicación de los resultados (Long y Yangüez 1970-1971). Las excavaciones propiamente dichas se realizaron en San Andrés de Pisimbalá, El Tablón, El Volador, el Marne y El Rodeo. En su mayoría estos sitios fueron excavados tomando niveles arbitrarios de 20 centímetros con la excepción de dos pozos en El Tablón (9 y 11), donde se siguieron niveles de la estratigrafía natural. El estudio de los materiales obtenidos permitió establecer comparaciones con tres regiones al exterior de Tierradentro: San Agustín, Momil y Tumaco.
Con la región de San Agustín, se hicieron patentes las semejanzas de los materiales recuperados en el sitio de habitación El Rodeo, al igual que con algunos de La Montaña y Segovia, que eran similares a los del período Mesitas inferior de San Agustín. En ellos eran comunes los pies trípodes y algunas vasijas. Para elementos como vasijas con doble vertedera y las trípodes, que desaparecen para el período Mesitas medio, fue notorio que éstos se continúan, persistiendo en todos los niveles que se excavaron en Tierradentro (Long y Yangüez, 1970-1971:62). Técnicas como la decoración de incisiones rellenas de pigmento blanco, que se encuentra en San Agustín y Tierradentro fue posible, para los autores relacionarla con aquella de Barlovento y con el período Horno del río Ranchería (Long y Yangüez, 1970-1971: 63). Las comparaciones cerámicas establecidas entre Tierradentro y Momil se basaron en unos pocos fragmentos que semejan el tipo Momil crema (Long y Yangüez, 1970-1971: 61). La convergencia entre los materiales de Tierradentro y los de Tumaco está fundamentada en las características de algunas vasijas trípodes descritas por Cubillos (Cubillos, 1955: 61-62). A diferencia de Tumaco, en Tierradentro los investigadores no hallaron vasijas trípodes huecas, siendo todas ellas macizas. (Long y Yangüez, 1970-1971: 61). Los autores anotan que la economía de algunos de los habitantes de Tierradentro, en particular aquellos que dejaron sus vestigios en El Marne emplearon el maíz, como lo evidenció una mano de moler recuperada. El algodón, tomando como indicativo de éste la aparición de un volante de huso, fue reportado para El Rodeo (Long y Yangüez, 1970-1971: 67). Para finalizar, los autores afirman que las ocupaciones que han tenido lugar en la región de Tierradentro, se caracterizan por un patrón de asentamiento disperso; ninguna de ellas parece indicar la existencia de grandes concentraciones humanas. De los sitios que se exploraron. El Tablón corresponde a una época post-conquista o a una más reciente (Long y Yangüez, 1970-1971: 67). En el año de 1965, fue publicado por Patterson un estudio cerámico que incluía conjuntos de Tierradentro, y de San Agustín. Este se encontraba basado en la decoración, formas de las vasijas y bordes así como en la forma de las tumbas descritas para las dos zonas. Este autor estableció cuatro fases: Segovia, La Montaña, Belalcázar y Calderas. La primera y más antigua, "Segovia", se caracteriza por una decoración en diseños incisos, con pintura blanca en su interior, vasijas globulares con cuellos estrechos, cuencos bajos de base plana. En la segunda, "la montaña", es notoria la introducción de ollas trípodes, de cuello estrecho y bordes salientes, botellas con doble vertedera (alcarrazas), y el uso de tumbas con cámara lateral. Para "Belalcázar", el material es escaso y poco diferenciado de la fase anterior. El punto de mayor divergencia entre estos dos conjuntos, se encuentra en la aparición en Belalcázar de una decoración pintada en negro y el notorio engrosamiento de los bordes. La fase "Calderas", se distingue de las anteriores por la ausencia de decoración. (Patterson, 1965).
Estos trabajos, intentaban dar mayor coherencia a los datos hasta entonces recuperados y determinar una secuencia cronológica dada la existencia de fechas de radio carbón. Un gran número de los escritos sobre Tierradentro corresponden a interpretaciones de diversa índole de los restos materiales encontrados hasta ahora en la zona. Cabe destacar entre ellos los de Leonardo Ayala (1964, 1975), Alvaro Cháves Mendoza (1981, 1981a) y Luis Raúl Rodríguez Lamus(1981).
En 1972 nuevas investigaciones se iniciaron en Tierradentro. Mauricio Puerta, tras de su tesis de grado en Antropología buscaba los cambios (evolución) a través del tiempo de las tumbas de Tierradentro, intentando dar a esta secuencia un ámbito temporal, por medio del fechado de materia orgánica (Puerta, 1973). La excavación de un sepulcro de Segovia y el análisis de otros hipogeos excavados con anterioridad, le permitieron trazar una línea evolutiva que va de lo sencillo a lo complejo. Este desarrollo, no solamente es notorio para el autor, a partir de la creciente complejidad "estructural" de los entierros, sino que se encuentra sustentado con un proceso similar en la cerámica y en los usos funerarios. La decoración cerámica, inicialmente sencilla consistente en incisiones en forma de puntos y/o rayas rellenas con pintura blanca, se transforma paulatinamente en la aplicación de figuras zoomorfas y antropomorfas a los cuerpos y bordes de las urnas. Paralelamente se produce una sofisticación del tratamiento dado a los restos óseos de las urnas (Puerta, 1973: 173-174). Lamentablemente el autor no contó con fechas de radio carbón, que corroboraran su interpretación. Cháves y Puerta (1980), exponen algunas ideas sobre las prácticas funerarias de los habitantes de Tierradentro. Cabe anotar que son éstos autores quienes han conseguido algunas de las fechas de radio carbón para la región (ver cuadro). Es posible que los trabajos que han adelantado en relación con la excavación de algunas plantas de habitación, permitan ubicar de una manera más precisa los conjuntos cerámicos hasta hoy identificados. En 1974 con la tesis titulada: Excavaciones arqueológicas en Tierradentro, estudio sobre la cerámica y su posible uso en lo elaboración de la sal, Ana María Groot optaba el título de Antropóloga. La autora, inicialmente interesada en la búsqueda y excavación de plantas de habitación llevó a cabo un amplia prospección, que comprendió los sitios de El Tablón, La Insula, La Meseta, El Porvenir, El Alto de la Quebrada del Escaño, San Andrés, el Alto de Pisimbalá y la Argentina. Las excavaciones se realizaron en El tablón y La Insula. En el
primero se abrieron cuatro trincheras, en las que se obtuvo algún material arqueológico. Sin embargo, los esfuerzos se centraron en La Insula, predio localizado, en proximidades de El Rodeo sitio que excavara Long y Yangüez y cercano a algunos ojos de sal, que se explotaron durante la colonia. Por contener algunos materiales que lo hacían especialmente interesante para el estudio de la fabricación de cerámica y la explotación de la sal, fue seleccionado este lugar para llevar a cabo excavaciones detalladas. Las excavaciones se realizaron por medio de una trinchera, usando 17 niveles arbitrarios de veinte centímetros. A medida que se excavó un mayor número de estratos arbitrarios, se vió un aumento en la cantidad de fragmentos cerámicos, comportamiento que fue progresivo hasta los tres metros, desde donde comenzó a decrecer la frecuencia de la cerámica. Los materiales cerámicos obtenidos en estas excavaciones y clasificados en cuatro tipos, se encuentran en todos los niveles del yacimiento, con excepción del tipo Insula Rojo Burdo, que es propio del nivel número siete. Fue posible identificar algunas formas cerámicas, como cuencos, vasijas trípodes y algunas vasijas semicilíndricas. La autora concluye que el sitio investigado corresponde al basurero de un antiguo taller de elaboración de vasijas para compactar la sal, y otros recipientes (Groot, 1974: 174). Posiblemente los habitantes de El Rodeo (Long y Yangüez 1970 - 1971) pudieron emplear este sitio para algunas de sus actividades económicas (Groot, 1974). En 1986 Alvaro Cháves y Mauricio Puerta, publicaron su obra "Monumentos Arqueológicos de Tierradentro". Esta incluye gran parte de los resultados obtenidos por estos investigadores en la región de Tierradentro, hasta el año de 1976, al igual que un buen número de informaciones de otros proyectos (Hernández de Alba, Cuervo Márquez, Burg, Pérez de Barradas). En el libro se incluyen descripciones detalladas de la forma en que han sido excavados algunos de los sepulcros de Tierradentro, sus contenidos y la disposición de los restos culturales en ellos encontrados. Para ello son empleados un buen número de dibujos y planos. Los autores hacen un cuidadoso seguimiento de la historia de los cuatro más importantes conjuntos funerarios de la región: Alto de San Andrés, Loma de Segovia, El Duende y El Aguacate. Para Cháves y Puerta existe una relación directa entre el tipo de entierro y la cerámica asociada (1986:194). Así mismo, ven una evolución, de lo sencillo a lo complejo, simultánea entre la decoración empleada en los conjuntos cerámicos y la forma de entierro; anotando que existen algunos casos para los cuales esta regla no se da, como consecuencia de la disponibilidad de sitios adecuados para la construcción de las Tumbas 1 (Cháves y Puerta, 1986:149). 1. La localización de los mejores afloramientos de roca potencialmente empleable en la construcción de los Hipogeos, se encuentra restringida a Segovia, Alto de San Andrés y El Duende . En relación con la estatuaria consideran que existen dos conjuntos claramente identificables:
1. Estatuas pequeñas que representan figuras antropomorfas caracterizadas por la posición de los brazos, la insinuación o falta de talla de las extremidades inferiores y con escasos adornos corporales. 2. Estatuas de gran tamaño que representan figuras antropomorfas, con una talla más elaborada, con los brazos en ángulo recto, orejas salientes, cabezas muy bien elaboradas, pero desproporcionadas con relación al cuerpo, con tocados y caras de mentón saliente, pero serenas. Estas estatuas tienen pecho hundido y pies formando un reborde basal. La explicación que los autores dan para las diferencias existentes entre estos dos conjuntos se encuentra en que las primeras "Podrían corresponder a una primera etapa, o a trabajos efectuados por grupos más recientes que los que tallaron las estatuas mayores" (Cháves y Puerta, 1986:152). En relación con las pautas de poblamiento los autores anotan: "El poblamiento encontrado hasta ahora ha sido disperso, es decir, cada casa separada de las demás, pero no se descarta la posibilidad de que existieran poblados" (Cháves y Puerta, 1986:159). A nivel cronológico, las fechas obtenidas por estos investigadores (630 d.C. y 850 ± 200 d.C.), confirman a su parecer, las hipótesis de Pérez de Barradas sobre los diferentes períodos de ocupación (ver página 159) (Cháves y Puerta, 1986:160). Finalmente, cabe destacar que los autores anotan algunas semejanzas entre la cerámica y la estatuaria de Tierradentro y aquella de San Agustín , Aguabonita y Moscopán. Otras semejanzas son anotadas en relación con Nariño, Valle del Cauca (Cháves y Puerta, 1986: 160-161). Han transcurrido cincuenta años desde que se iniciaran las investigaciones arqueológicas en Tierradentro; no obstante es aún incompleto el conocimiento que se tiene sobre la historia prehispánica de esta zona.
Alto Magdalena Bajo la denominación de Alto Magdalena se considera una amplia zona del Macizo Colombiano demarcada al sur, por el volcán Petacas y las cabeceras del río Caquetá; por el Occidente con la cadena montañosa comprendida entre el volcán Petacas y el Puracé, incluyendo el páramo de las Papas y el volcán Sotará; por el Norte con una línea imaginaria entre el volcán Puracé, el límite departamental con el Cauca y la confluencia del río La Plata en el Magdalena, pasando por Gigante para morir en la cordillera; y, por el Este, con la cordillera Oriental. El río Magdalena, principal arteria fluvial, nace en el páramo de Las Papas a 3.600 metros sobre el nivel del mar, de donde desciende rápidamente por estrechos valles con bien formadas terrazas hasta el alto valle llano de Garzón, a 800 m.s.n.m. Es una tierra de relieve accidentado que determina variedad de climas y por ende diversidad de fauna y flora, que ofrece grandes ventajas para la agricultura, cuyo régimen de lluvias, así como la ausencia de
inundaciones o de problemas de erosión, hacen de ella una zona muy propicia para cultivos intensivos de maíz. Las condiciones son apropiadas para asentamientos humanos y se constituye en una zona de contacto entre múltiples regiones, pues como lo anota Reichel-Dolmatoff, "...cerca de San Agustín está ubicada la depresión más baja cerca de la cordillera Oriental, que forma una comunicación natural con el Noroeste amazónico; hacia el noroeste se abren varios pasos en las cadenas montañosas, por las cuales se establece un acceso a las cabeceras del río Guaviare y a los llanos del Orinoco. Otros pasos, todos de fácil alcance, llevan al valle del río Cauca y de allí al río Patía y a la costa Pacífica, y una serie de rutas que se abren por las montañas del Sur hacia las cordilleras ecuatorianas. Hacia el Norte se abre el gran valle del río Magdalena" (1982: 73).
Investigaciones Arqueológicas Las investigaciones han girado en torno principalmente del estudio de los vestigios culturales de la zona arqueológica de San Agustín, que está situada en las estribaciones orientales del Macizo Colombiano y presenta una especie de fortificación natural, formada de un lado por las cuencas de los ríos Naranjos, Sombrerillos, y Magdalena y de otro por las filas de montañas que llegan hasta el páramo. La zona donde se encuentran los restos arqueológicos corresponde a los actuales municipios de San Agustín, San José de Isnos y Salado Blanco. Este sitio arqueológico, uno de los más importantes del país, está caracterizado por varios centenares de grandes estatuas de piedra y por un crecido número de túmulos o montículos de tierra que cubren los más diversos templos y entierros. Terrazas de habitación, eras de cultivo y obras de drenaje, se observan con profusión en las vertientes andinas. Las primeras referencias al arte monumental de esta zona, se deben al misionero Franciscano, Fray Juan de Santa Gertrudis, quien visitó la región en el año de 1757. En su obra "Maravillas de la Naturaleza" menciona tanto la presencia de sarcófagos monolíticos como de estatuas en las que creyó encontrar representaciones de jerarcas y frailes (1956). En 1797, el sabio Caldas pasó por la región y se refirió a los vestigios que encontró, tales como: estatuas, columnas, adoratorios y mesas, entre otras. Casi medio siglo después, el cartógrafo y geógrafo italiano Agustín Codazzi junto con los miembros de la Comisión Corográfica estuvo en San Agustín en 1857 y dejó una interesante descripción de la región y sus vestigios culturales. En 1892 el General Carlos Cuervo Márquez, realizó reconocimientos y excavaciones. Como resultado de sus estudios elaboró un primer intento de interpretación de la cultura arqueológica (1893). El verdadero interés por los estudios arqueológicos de la zona se despierta, a partir de los trabajos del antropólogo alemán Konrad Th. Preuss, quien entre diciembre de 1913 y marzo de 1914 realizó excavaciones en la zona. Su obra"Arte monumental Prehistórico:
Excavaciones en el alto Magdalena", editada en idioma alemán en 1929 y traducida al español en 1931, reveló al mundo científico la importancia de estas ruinas arqueológicas. En 1937, el gobierno de Colombia patrocinó la primera expedición oficial a la zona arqueológica de San Agustín, bajo la dirección del arqueólogo J. Pérez de Barradas y con la colaboración del investigador colombiano Gregorio Hernández de Alba; los resultados de estos trabajos los publicaron en la obra "Arqueología Agustiniana" (1943), en la cual registraron importantes hallazgos y describieron las excavaciones de algunas necrópolis. Entre los aspectos estudiados vale la pena destacar el tratamiento y clasificación de la cerámica ya que constituye un primer intento de agrupación metódica por formas, estilos y decorados (Duque, 1963). En la década de los cuarenta, Luis Duque inició estudios sistemáticos en San Agustín, enfocados en sus comienzos hacia el conocimiento de las costumbres y ritos funerarios y la búsqueda de los sitios de habitación. Entre 1943 y 1960 el mencionado investigador realizó temporadas sucesivas de excavación cuyos resultados fueron publicados posteriormente (Duque, 1966). Además de las excavaciones en el Batán y en varios sitios del parque arqueológico de San Agustín, tales como en las Mesitas A, B y D, en la fuente de Lavapatas y en el potrero de Lavapatas, excavó en la vereda de Quinchana, un cementerio en el lugar conocido como la Gaitana e hizo reconocimientos preliminares de los antiguos sitios de habitación del alto de Quinchana. Con base en los estudios referidos, Duque propone una periodización que señala el proceso del desarrollo cultural en estos yacimientos y que parece tener su comprobación en los demás sitios de la zona arqueológica de San Agustín (1963). Es la siguiente: Pre-Agustiniano (edad?). Lascas de piedra basálticas sin retoques. Posiblemente la base de la subsistencia era la caza y la recolección. Mesitas inferior (550 a.C. a 450 d.C.). Tumbas con pozo y cámara lateral, cerámica con desgrasante de arena, copas de base alta, cuencos, ollas trípodes, alcarrazas, pintura incisiva predominante, agricultura de maíz, recolección de nogal, yuca (?). Iniciación de orfebrería, iniciación de la escultura en madera y talla de sarcófagos en el mismo material. Mesitas medio. (450 d.C. - 1.250 d.C. ).Montículos funerarios y otras construcciones en tierra, sarcófagos monolíticos, tumbas de cancel, florecimiento de la escultura lítica monumental. Formas cerámicas similares al período anterior, con excepción de alcarrazas y ollas trípodes. Enriquecimiento de las técnicas de orfebrería. Entierro secundario en urnas y cremación. Mesitas superior (1.250 a. ?). Arte escultórico realista (Quinchana). Cerámica con decoración, grabada, estampada, hachurada. Persiste el cultivo del maíz, el aprovechamiento del nogal y del chontaduro y se registra el cultivo del maní. Viviendas de planta circular organizadas en pequeños núcleos sobre las cimas de las colinas. (Duque, 1963). En el año de 1966, G. Reichel-Dolmatoff realizó una investigación en la zona, con el objetivo de reconstruir procesos culturales y sus cambios. Para ello, se dedicó al estudio de basureros
y a la interpretación arqueológica de los vestigios en ellos contenidos. Excavó siete cortes, cuatro en el parque de San Agustín y dos en el alto de los ídolos, municipio de San José de Isnos, y con base en los resultados estratigráficos y del análisis de los fragmentos de cerámica, propuso tres grandes períodos de desarrollo cultural representados por los complejos Horqueta, Isnos y Sombrerillos (Reichel-Dolmatoff, 1972; 1975). Complejo Horqueta (? - 50 d.C.). Agricultores sedentarios, organizados en viviendas dispersas sobre las riberas del río Magdalena sin construcciones monumentales. Cerámica café y negra, pulida con decoración incisa, formando motivos rectilíneos; son características las vasijas con un ángulo periférico agudo. No se tienen fechas absolutas para este período, pero su posición estratigráfica es anterior a la de los períodos siguientes. En las décadas iniciales del primer siglo d.C. aparece un nuevo desarrollo llamado "Primavera". La cerámica y los artefactos de piedra se derivan del complejo Horqueta, pero tipológicamente forman una unidad distinta; la vivienda se organiza en las cimas de las colinas cerca del río Magdalena y es menos dispersa que en el período anterior. (ReichelDolmatoff, 1972, 1975). Complejo Isnos. Hacia finales del primer siglo d.C. el Complejo Primavera es reemplazado por el Complejo Isnos. Hay poca evidencia de que este complejo se derive de los anteriores; por el contrario, parece que la región fue ocupada por grupos de fuera, que reemplazaron o parcialmente asimilaron la cultura de los antiguos habitantes. Aumenta notablemente la densidad de población y la habitación se concentra en las cimas de las colinas con basureros densos en los flancos. En la vecindad de los sitios se observan grandes movimientos de tierra para construir terraplenes, camellones, terrazas. La cerámica es más elaborada y son características las alcarrazas, los cuencos y los platos. La decoración incisa es escasa y hay énfasis en color y en superficies brillantes cubiertas con baño rojo o con pintura negativa. Se encuentra evidencia de metalurgia. El Complejo Isnos persiste por varios siglos, pero no se conoce su fecha terminal; la fecha más tardía que se tiene es el siglo IV d.C., pero hay evidencia de que este desarrollo se prolonga por varios siglos más. Después del Complejo Isnos, hay un hiato cronológico y no se han encontrado sitios estratigráficos que puedan llenar este vacío. Complejo Sombrerillos. Hacia el siglo XV la región fue ocupada por gente diferente que se ubica en los antiguos sitios de habitación. Las colinas y las laderas estaban ocupadas por comunidades agrícolas muy populosas. La cerámica es diferente de la de los otros períodos y consiste en vasijas rojas burdas; son frecuentes las ollas trípodes, con soportes macizos cónicos, pequeñas copas con diseños triangulares pintadas de negro sobre un fondo rojo, las incisiones lineales y la decoración corrugada. El cultivo del maíz está representado por la presencia de metates y hay utillaje lítico que indica una fuerte dependencia de tubérculos. (Reichel-Dolmatoff, 1972, 1975). Reichel-Dolmatoff hace la anotación de que "obviamente existen muchos complejos más, fuera de los determinados por nosotros y que aún no han sido aislados como unidades cultural
y cronológicamente significativas, y que al paso que avanzan las investigaciones llegarán a llenar muchas lagunas que aún se presentan en la secuencia temporal" (1975: 143). Años después L. Duque G. continúa con sus estudios en la zona (1970-1977), y algunos de los trabajos los realiza en colaboración con Julio C. Cubillos. Entre 1970 - 1972 los dos investigadores exploran el yacimiento arqueológico denominado Alto de Los Idolos, municipio de San José de Isnos y realizaron excavaciones de montículos y tumbas (1979). Del montículo No. 1 obtuvieron una fecha de una muestra de carbón que se remonta al siglo I a.C. y, del montículo No. 5 otra del siglo VI d.C.. Además efectuaron cortes exploratorios en los montículos artificiales de las Mesitas A y B, y en sus proximidades, antes de preceder a la reconstrucción de los templetes funerarios, hallaron nuevas estatuas, utillaje lítico y cerámica (1983). Entre 1972 - 1973, J.C. Cubillos estudió los sitios El Estrecho, El Parador, y la Mesita C. En el Estrecho, en la ribera derecha del río Magdalena, exploró un sitio de habitación e hizo un corte en un depósito de basuras, que fue ubicado temporalmente en el siglo II d.C.. En el Parador (parque Arqueológico "Alto de los Idolos") excavó 32 tumbas de un cementerio, ubicado temporalmente según las fechas de radiocarbono entre los siglos I a.C. y I d.C. y observó modos culturales característicos de la arqueología Agustiniana, pero en menor escala. Por último, en la Mesita C. excavó 50 tumbas que al parecer correspondían a entierros realizados entre el siglo III y el VI d.C. Cubillos señala que este cementerio no presenta la complejidad ni la significación jerárquica que los estudios arqueológicos han podido mostrar en otros sitios vecinos como la Mesita A y la Mesita B. (1980). La conclusión más importante de este trabajo, "es la continuidad de la cultura, por lo menos a lo largo de 7 siglos: del siglo I antes de Cristo al siglo VII después de Cristo, sin desconocer por supuesto, las lógicas variantes locales que por ahora se constatan. Los parentescos culturales entre los sitios, los hemos demostrado comparando los diferentes aspectos de la tipología cerámica. Sin entrar en detalle con las semejanzas que ofrecen las prácticas funerarias, se pudo establecer una relación cultural entre los dos cementerios de diferente época" (Cubillos 1980: 166).
Durante la temporada de excavaciones 1976-1977. Duque y Cubillos adelantaron un estudio completo de los rasgos peculiares del yacimiento "La Estación" en predios del Parque Arqueológico de San Agustín (1981). En este sitio, excavaron parte de una aldea, de la cual se conservan las plantas de vivienda, las basuras acumuladas, depresiones longitudinales de los antiguos caminos y zonas de circulación entre las viviendas. En total estudiaron las plantas de siete casas e identificaron otras que hacían parte de la misma aldea, las cuales dejaron como testigos para futuras exploraciones. Los vestigios de esta aldea señalan una pauta de poblamiento nucleado. Las casas son de planta circular y en algunos casos, ovalada; en el primer caso el techo debió ser cónico y, en el segundo, a manera de las techumbres que se observan todavía en las malocas o casas comunales amazónicas (1981: 153). En el conjunto habitacional se destaca la presencia de un bohío grande, que debió tener una función especial. Además, anotan los autores que en el interior de los bohíos encontraron tumbas dedicadas a entierros de primera fase, correspondientes a fosas simples de poca profundidad. En cuanto a la ubicación temporal de este yacimiento, concluyen que los materiales culturales corresponden a una sola ocupación, que puede identificarse por la tipología de la cerámica, como propia de las últimas fases de desarrollo de la cultura agustiniana. El análisis de C 14 de una muestra recogida en el piso de la casa más grande, indicó una fecha situada en la primera mitad del siglo XVI (1981: 155). Con los nuevos datos obtenidos en las anteriores temporadas de investigación (época 19701977), y con base en fechas obtenidas en los yacimientos del Alto de Lavapatas, Mesitas A,
B, y C del Parque Arqueológico, Alto de los Idolos, Alto de las Piedras y La Estación, Duque y Cubillos plantean algunas variaciones al cuadro cronológico que fuera propuesto por Duque en 1963-66 y cambian la nomenclatura de los períodos (1979-1985). La nueva propuesta es la siguiente: Arcáico (3.300 a.C. - 1.000 a.C.). Se conoce esta primera ocupación, según el análisis de una muestra de carbón vegetal rescatada de un fogón localizado en la base de un depósito estratificado, sin asociación con cerámica ni con ningún otro elemento cultural. (Duque y Cubillos, 1985: 101). Formativo (1.000 a.C. - 300 d.C.). Se subdivide en: formativo inferior (1.000 - 200 a.C.) y Formativo Superior (200 a.C. - 300 d.C.). Este período se caracteriza por: el desarrollo de la agricultura de maíz y quizás de tubérculos; la industria de la cerámica con rasgos comunes como el monocronismo, la decoración incisa y la ausencia de motivos biomorfos; tumbas de pozo con cámara lateral y sarcófagos de madera (Duque y Cubillo 1985). Aún cuando sus características corresponden a las del período Mesitas inferior su posición cronológica y su profundidad temporal son algo diferentes. Clásico regional (300 d.C. - 800 d.C.). Corresponde en general a los rasgos característicos del Período Mesitas Medio pero varían los límites temporales de la ocupación. Las urnas funerarias que en la periodización de 1966 eran frecuentes en Mesitas Medio, son ubicadas ahora con una época más tardía. Reciente (800 d.C. - 1.550 d.C.). Sus características corresponden a Mesitas superior y se le suman otras como entierros secundarios en grandes urnas funerarias y cerámica con decoración pintada positiva. (Duque y Cubillos, 1985). En las informaciones arqueológicas de San Agustín se conocía que muchas de las esculturas tuvieron pintura pero que con el transcurrir de los años y su exposición a la intemperie la perdieron. Aunque con fecha anterior al año 1984 se decía en la región que habían encontrado una estatua totalmente pintada en su plano frontal de varios colores, el hallazgo no se concretó hasta que uno de los inspectores de monumentos del Parque Arqueológico Nacional la redescubrió y popularizó el hallazgo. La curiosidad que generó, por la importancia del mismo, motivó para que se tomarán medidas inmediatas para su preservación. El arqueólogo J. C. Cubillos en el año de 1984 realizó la investigación pertinente en el Alto de El Purutal, con el objetivo de ilustrar el contexto cultural del cual hacia parte la estatua (1986). Este investigador procedió a delimitar el montículo y con la operación de un centenar de sondeos con media caña, localizó varias estructuras de piedra cubiertas por el relleno. Las estructuras consistían en dos templetes y en una tumba de fosa rectangular. Los Templetes, cada uno de los cuales contenía una estatua pintada, están situados cronológicamente en el siglo VI d. C. La tumba no presentaba huellas de haber sido utilizada y al parecer es anterior a la construcción del montículo. El análisis de una muestra de carbón de este sitio proporcionó un fecha del siglo I a.C. (Cubillos, 1986).
En un escrito reciente, "Arqueología de San Agustín Alto de Lavapatas", L. Duque G. y J.C. Cubillos describen las investigaciones arqueológicas que realizaron en el año 1974 en el sitio conocido como Alto de Lavapatas, las cuales complementan las ya realizadas para ellos mismos en otros lugares y cuyos resultados ya están publicados (1988). En esta comisión, los investigadores mencionados llevaron a cabo una exhaustiva exploración de casi la totalidad del yacimiento y excavaciones, con lo cual pudieron encontrar, tal como ellos mismos lo señalan, "...varias decenas de sepulturas invioladas, dos estatuas nuevas, algunos objetos de orfebrería, numerosas piezas de cerámica, y lo más importante, acumulaciones de basuras no perturbadas y planos de vivienda, que permitieron el establecimiento de una cronología, a base de análisis de C14, cuyos resultados confirman una vez más que este sitio es hasta ahora el más antiguo de toda la zona arqueológica de San Agustín" (1988:10). A través de los variados vestigios allí encontrados, pudieron reconstruir un considerable espacio de tiempo en el proceso de desarrollo cultural de San Agustín. La ubicación cronológica y estratigráfica de diversos elementos culturales cuya asociación es clara en relación con los que han registrado en otros lugares de San Agustín, hace que este trabajo se convierta en un hilo conductor de los fenómenos culturales que acaecieron en esta región. En este sitio se identifican los diferentes períodos cronológicos referidos con anterioridad por Duque y Cubillos (1985). El amplio aterrazamiento del Alto de Lavapatas es producto de una adecuación intencional del terreno, hecha por sus antiguos pobladores, cuando el lugar fue destinado como necrópolis sobre los resto de asentamientos anteriores, que se remontan a 3.300 años antes de Cristo. Así mismo, cómo en el momento en que se intensificó el culto funerario, los habitantes del lugar excavaron tumbas a través de basureros antiguos, se verificó que quizás en una tercera fase el lugar volvió a ser ocupado con viviendas, como lo atestiguan las huellas de huecos de poste registradas en el relleno de los pozos de las tumbas. De acuerdo con los datos cronológicos que obtuvieron, con base en el análisis estratigráfico y de carbono 14, se destaca la evidencia cultural más antigua que se conoce hasta ahora en la región, correspondiente a un fogón constituido únicamente por carbón vegetal y tierra quemada que data del año 3.300 a.C. De las épocas siguientes obtuvieron interesantes datos, que comparados con los de otros sitios, les permitieron trazar un desarrollo cultural entre aproximadamente el siglo IX a.C. y el siglo XII d.C. El análisis de distintos elementos culturales recolectados a través de excavaciones sistemáticas en varios de los yacimientos de la zona, durante distintas temporadas de campo entre los años 1957 y 1984, les permite inferir "un continuum cultural en el área arqueológica de San Agustín, con ligeras variaciones a lo largo del proceso evolutivo, especialmente en el último período, las cuales pueden atribuirse más a causas endógenas que a factores foráneos" (Duque y Cubillos, 1988:100). A partir de 1977 se han realizado estudios sobre el patrón de asentamiento en lugares vecinos a San Agustín a donde llegaron los influjos de la cultura agustiniana.
En Quinchana, A. Durán realizó en 1977 una exploración de la zona y la excavación en algunas terrazas de habitación en la vereda La Gaitana. En 1981, la misma arqueóloga y H. Llanos, adelantaron un proyecto de investigación más amplio en la vereda del Alto de Quinchana, a partir del cual, localizaron cincuenta terrazas de habitación, próximas a campos con eras de cultivo y excavaron tres de ellas. El análisis de los materiales hallados les permitió establecer que los asentamientos del alto de Quinchana corresponden a la cultura de San Agustín en sus períodos finales (S. VII - XI) (Llanos y Durán, 1983). En el municipio de Santa Rosa, (Alto Caquetá, Cauca). Luis Salamanca realizó en 1982 un estudio inicial, como trabajo de tesis, con el objetivo de buscar posibles relaciones entre el Macizo Colombiano y la Amazonia. Los rasgos del complejo cultural que halló en el sitio La Peña, le permiten establecer claras asociaciones con el Período Reciente de San Agustín, especialmente en lo que se relaciona con la cerámica. En el Chotillal registra una estatua, cuyos rasgos presentan similitudes con la estatuaria descrita para el valle de Chimayoy, en el departamento de Nariño (1985). Entre 1984 y 1985, H. Llanos realizó una prospección en el municipio de Salado Blanco, para lograr una visión de conjunto de los yacimientos arqueológicos existentes. En el curso medio del río Granates investigó en detalle las veredas de Morelia y el Palmar. En ambas márgenes del río se encuentran amplias terrazas naturales y suaves lomas, en las que halló plataformas para viviendas, muy próximas unas de otras y en inmediaciones de campos con eras de cultivo y canales de drenaje. En un resumen de este trabajo, Llanos expresa que: "los conjuntos habitacionales son de diferentes tamaños, teniendo la mayoría de 5 a 10 terrazas artificiales". En Morelia se localizó un poblado de mayor tamaño, con 150 terrazas de habitación de variadas dimensiones, caminos, una red de canales de drenaje, dos montículos artificiales, en uno de los cuales excavó un cementerio con seis tumbas cubiertas de grandes lajas, un sarcófago y dos esculturas monolíticas descubiertas por campesinos hace varias décadas. De los cortes estratificados se logró establecer una ocupación del sitio de más de 1.000 años, desde el 510 d.C. hasta tiempos coloniales (S. XVIII) (Llanos, 1985: 108). De acuerdo con la clasificación de la cerámica, pudo apreciar que se trata de la tradición alfarera de los últimos períodos de la cultura de San Agustín. En la publicación final hace un análisis comparativo de los diferentes complejos cerámicos definidos por Duque Gómez y Cubillos y por Reichel-Dolmatoff, y de la reunión de estos datos, con los obtenidos en sus propios estudios, hace las siguientes reflexiones en relación con las ocupaciones que allí se dieron: "Hay sitios que fueron ocupados solamente durante un período hallándose cerámica de un solo complejo; pero hay yacimientos que contienen los restos de una larga ocupación durante varios siglos y por lo tanto con cambios graduales en la cerámica; y también existen los lugares donde se superponen dos ocupaciones con una distancia de varios siglos entre la una y la otra, o sea con marcadas diferencias en sus Complejos Alfareros" (Llanos, 1988:93). Llanos concluye que los cambios entre los diferentes complejos cerámicos de San Agustín indicados por los arqueólogos citados, son estimulantes, y se hace la pregunta qué, al
desconocerse los hechos históricos que los causaron, ya sea internos o externos, "si cada complejo cerámico corresponde a una cultura diferente, o sí por el contrario al existir elementos comunes entre los complejos, al mismo tiempo que elementos formales y técnicas diferentes, se trata de una sola tradición cultural que en el transcurso de su historia tuvo períodos de transformación que se aprecian en su alfarería" (1988:9495). Sus estudios lo llevan a plantear esta última posibilidad . Desde los inicios de la investigación arqueológica en esta región, los informes sobre la comarca de Tierradentro y la de San Agustín, parecían indicar una extensión de la cultura agustiniana en Tierradentro, reflejada en algunas características de materiales cerámicos y especialmente patente en la estatuaria de un lugar y de otro. En este respecto Henri Lehmann efectuó un reconocimiento en la zona intermedia conocida como Moscopán al Norte del volcán de Puracé, que extendió hasta los límites de La Plata Vieja, próximo al sitio de Agua Bonita (Lehmann 1943-1944). El autor identificó tres diferentes centros de esculturas, localizados en las vegas de los ríos o quebradas, lo que permite suponer que los constructores de las estatuas preferían para sus asentamientos, los valles estrechos. Algunas de las estatuas halladas estaban pintadas de rojo. Para el autor las esculturas de Moscopán aunque indudablemente emparentadas con las de San Agustín, enseñan particularidades que permiten pensar en desarrollos locales. Es especialmente notorio el carácter realista de las esculturas de Moscopán, en oposición al alto grado de estilización de las de San Agustín. Así mismo Lehmann excavó dos montículos artificiales, en proximidades de la carretera de Moscopán (kilómetro 48), donde se había informado del hallazgo de algunas tumbas. En ellos el autor encontró fragmentos cerámicos y piedras sin ningún orden aparente. Seis tumbas fueron abiertas, tres en La Candelaria y tres en el kilómetro 48 de la carretera. En una de ellas se halló un collar de pequeñas perlas de concha de mar. (Lehmann, 19431944). Tres de estas tumbas tenían una escasa profundidad; en algunas de ellas se evidenció la práctica de entierros secundarios. A juzgar por el tamaño de los huesos encontrados, los individuos de este grupo cultural eran de baja estatura. Se hallaron también piedras de moler, que pueden indicar la existencia de maíz en la zona. La cerámica, ofrece similitudes con la de Tierradentro, especialmente evidente para la de la hoya del río La Plata. (Lehmann, 19431944). Pasados treinta años A. Cháves y M. Puerta, trabajaron en Aguabonita, Moscopán y la Argentina, en los años 1973 y 1976. Como resultado de sus estudios, dan cuenta de nuevas estatuas e inician el estudio de entierros y pautas de asentamiento. En Aguabonita obtuvieron una fecha de 1320 + o - 180 años d.C. asociada a un entierro de ofrendas (Cháves y Puerta 1985).
Entre 1978 y 1979 excavaron ocho morros en el sitio Yarumal de la región de Moscopán en uno de los cuales encontraron la planta de una habitación) de forma oval (Cháves y Puerta, 1985). Hallaron otro asentamiento humano en El Pensil, en la región de Monserrate, en donde excavaron una planta de habitación ovalada. En La Cabaña, en la misma localidad, excavaron entierros poco profundos de pozo, algunos de los cuales parece que fueron sólo para ofrendas. La cerámica de Monserrate, tanto la encontrada en el interior de la casa como la de los entierros, tiene similitud de forma, en cuerpos, bordes, labios y bases, con la de Tierradentro, Moscopán y Aguabonita. El modelado digital como elemento decorativo en los bordes de las vasijas es un rasgo común en estas cuatro regiones (Cháves y Puerta, 1981: 50). Con el objetivo general de comparar cacicazgos en el Alto Magdalena con los de otras áreas y de poner a prueba modelos para el desarrollo de sociedades complejas, se escogió el valle del río de La Plata, para realizar un proyecto a largo plazo de carácter interdisciplinario y con la participación de varias instituciones. Este proyecto se inició en el año 1984 bajo la coordinación de R.D. Drennan de la Universidad de Pittsburgh, y cuenta con el respaldo de la Universidad de los Andes, el Instituto Colombiano de Antropología y la Fundación de Investigaciones Arqueológicas Nacionales. Dado que el conocimiento arqueológico de la región no era suficiente, designaron como unidad de estudio, no un período, ni un sitio, ni una categoría de restos arqueológicos, sino toda la región. Como lo anota Drennan, "la estrategia específica de estudio se concentra en el reconocimiento sistemático arqueológico y medio ambiental de gran escala y a nivel regional del valle de la Plata, suplementado con excavaciones arqueológicas de pequeña escala. En particular se busca la información necesaria para reconstruir esos aspectos de las sociedades del valle de la Plata que son críticos para la comparación de cacicazgos y para evaluar enfoques contradictorios a el funcionamiento y evolución de las sociedades complejas. Estos aspectos caen bajo las siguientes cuatro categorías: demografía, variedad medio ambiental, control de recursos y relaciones inter-regionales" (Drennan, 1985:6). En la temporada de campo realizada en 1984 adelantaron parcialmente estudios medioambientales en lo que respecta a geología (Kroonenberg, 1985), paisajes - suelos (Botero, 1985), flora actual (Rangel y Franco, 1985) y palinología (Herrera, 1985) y efectuaron un reconocimiento arqueológico en cercanías del poblado La Argentina, realizando excavaciones en los sitios Barranquilla y Barranquilla Alta. Identificaron un patrón de asentamiento en pequeñas colinas y en allanamientos artificiales conocidos como "patios de indios". En relación con la cerámica, reconocieron tres grupos a los cuales tentativamente
asignaron una posición cronológica en una escala de tiempo temprana, media y tardía. Estos grupos de cerámica muestran relaciones con los de la región de San Agustín. Conviene mencionar dentro de esta región del Alto Magdalena, el hallazgo hecho por el paleontólogo H. Burgl en una tumba en Garzón (1957), sobre una terraza del río Magdalena cerca de la desembocadura de la quebrada Majo, consistente en piedras (xilópalos) aparentemente talladas, asociadas a restos de megaterio y mastodonte. La posición estratigráfica de estos hallazgos, fue estudiada por Van Der Hammen, quien observa que, la edad menor que se le puede atribuir a la terraza corresponde al glacial Mindel o sea 180.000 años; lo cual descarta contundentemente la posibilidad de que los artefactos hubiesen sido fabricados por el hombre (1957).
Serranía Garzón Neiva
Comprende el extremo Norte de la región del Macizo Colombiano a partir de Garzón en donde el valle del río Magdalena se ensancha. Es una zona de llanuras onduladas o serranías fuertemente erosionadas, con clima que varía de semi-húmedo a semi-árido. En esta subregión, sólo se cuenta con el reconocimiento que hizo G. Correal en el año 1974 en la hacienda Boulder, municipio de Palermo, con la finalidad de localizar algunos sitios paleoindios. Allí encontró un yacimiento que al parecer corresponde a una estación de grupos trashumantes que basaban su subsistencia en la caza y la recolección. El utillaje lítico que recolectó superficialmente, y en pozos exploratorios, está constituido principalmente por lascas monofaciales, elaboradas en chert, material frecuente en la región. Algunos artefactos los fabricaron en materiales como diorita, andesita o cuarzo, que tuvieron que adquirir en otras regiones. Aunque no se conoce la posición cronológica de estos elementos, guardan una estrecha similitud con los hallados en otros sitios precerámicos de Colombia. Algunos artefactos muy crudos, de lasca, monofaciales y algunos tipos de raspadores recuerdan ciertos elementos del Abra (Cundinamarca); otros, lascas en su mayoría, señalan relaciones con industrias de la costa Atlántica, y artefactos conocidos como choppers recuerdan elementos obtenidos en el Magdalena medio. Sin duda a través de la vía natural del río Magdalena se verificaron hace más de 10 milenios desplazamientos de grupos humanos, que fueron dejando en su largo recorrido, la huella de sus campamentos estacionales (Correal, 1974: 211).
Balance General de la Región En el territorio de Tierradentro, existió una multiplicidad de ocupaciones que se remontan al primer milenio antes de Cristo, y correspondieron a diversos grupos étnicos que, paulatinamente, se fueron reemplazando y/o transformándose en la localidad, elaborando algunos "complejos" arqueológicos, propios y característicos de la región. Si bien, aún resultan ser temerarias las explicaciones que pretenden determinar el origen de focos de influencia estilística que se han identificado en Tierradentro, se hace evidente una relación con la cercana área de San Agustín. Aunque lo anterior parece indiscutible (casi todos los investigadores que han trabajado en Tierradentro lo indican), no se sabe que tipo de relación fue la que se dió. Los datos y las interpretaciones derivadas de ellos, indican únicamente, a manera de inventario difusionista, la correlación entre unos y otros materiales arqueológicos, admitiendo las existencia de variaciones locales. Es difícil aún dilucidar los niveles de integración socio-política, alcanzados durante los aún pocos estudiados períodos de ocupación. Por una parte, está la ausencia de grandes concentraciones de población; ésta se encontraba en pequeños grupos, diseminados en el paisaje. Por otra parte, no se ha tocado en Tierradentro el tema de las fronteras étnicas. Se hace imperativo el incremento de proyectos arqueológicos en Tierradentro, que clarifiquen éstos y otros problemas. En la subregión del alto Magdalena, son escasos los datos sobre una etapa temprana de cazadores y recolectores. El hallazgo de piedras (xilópalos) aparentemente tallados asociados a restos de megaterio y mastodonte cerca de Garzón, sobre una terraza del río Magdalena, fue evaluado por Van Der Hammen al precisar la posición estratigráfica de estos hallazgos. Prospecciones han sido realizadas por Gonzalo Correal sin resultados positivos, con excepción de los hallazgos de estaciones líticas en las vecindades de Neiva. Sin duda es un tema de investigación de sumo interés, ya que la geografía de esta subregión permite la comunicación entre múltiples regiones, constituyéndose en vía para rutas de migración quizás desde época muy antigua. En relación con una etapa formativa temprana son igualmente escasos los datos. Las referencias que se tienen, provienen de la zona arqueológica de San Agustín en donde se tiene una fecha de 3.300 años a.C. asociada con un fogón carente de elementos culturales. El poblamiento posterior de esta misma zona está bien documentado con referencias cronológicas que señalan una ocupación prolongada. Desde el siglo VI a.C. hasta el siglo XVII de la era Cristiana. Respecto al proceso de desarrollo cultural que tuvo lugar en la época prehispánica en estos parajes de San Agustín, existen dos planteamientos diferentes, expuestos por Duque G., Cubillos, y Reichel-Dolmatoff. Duque y Cubillos basan sus inferencias cronológicas en el análisis de asociaciones de fechas de radiocarbono en diferentes contextos arqueológicos, es decir, de entierros, basureros, entierros asociados y plantas de habitación. El estudio de los datos cronológicos y de los vestigios culturales los llevan a proponer tres períodos de desarrollo en la ocupación del área,
que evolucionan entre sí, y que con el transcurrir de los siglos deja una huella marcada en el paisaje. En su opinión, se puede hablar, de una cultura agustiniana que obviamente no fue estática en su desarrollo, sino que tuvo diferentes fases de desarrollo y estuvo expuesta a influencias externas ejercida por grupos humanos que poblaban zonas vecinas. Por el contrario, Reichel-Dolmatoff quien basa sus inferencias cronológicas y culturales en el estudio de yacimientos estratificados correspondientes a depósitos de desperdicios de lugares de habitación, plantea que no se puede hablar de "una cultura de San Agustín; se trata de una región en la cual se encuentran superpuestos los vestigios de muchas y diferentes culturas, algunas de las cuales se desarrollaron en el mismo lugar, a través de fases sucesivas, pero otras llegaron provenientes de otros lugares" (1975,1982). No es del caso juzgar cual de los investigadores se aproxima más a la realidad prehispánica, pues, el método científico puesto a prueba por ambos les permite llegar a las inferencias que los dos enuncian las cuales no dejan de tener un carácter tentativo que puede afianzarse o revaluarse en virtud de nuevos hallazgos, como se ha venido haciendo (Duque y Cubillos, 1988: Llanos, 1988). Estas divergencias deben considerarse como un estimulo para ahondar en el estudio de aspectos que puedan aportar nuevas luces en la ya iniciada reconstrucción histórico-cultural de los grupos humanos que vivieron allí antes de que llegara el conquistador europeo. Sin duda, es una zona difícil en su estratigrafía cultural puesto que el paisaje fue transformado en épocas sucesivas y se hicieron grandes movimientos de tierra para construir montículos, terraplenes y allanar colinas que servían de base a grupos de casas. Algunos de los aspectos que ameritarían ser estudiados para complementar la visión que ya se tiene, serían: - Las etapas iniciales del poblamiento, ya que es escaso el conocimiento que al respecto se tiene. Conocer el proceso de asentamiento y adaptación, dominio y transformación del medio para desarrollar una vida sedentaria dependiente de la agricultura, aportaría valiosos datos para entender el desarrollo cultural posterior de la zona. - Conocer más ampliamente la distribución espacial de los elementos culturales que componen cada período como un todo, en lo que atañe a patrón de asentamiento, costumbres funerarias, estatuaria, cultura material y tecnología agrícola. Con las investigaciones realizadas en Quinchana y Morelia se está recopilando información muy valiosa sobre el Período Reciente que abarca aspectos tanto de la vida cotidiana como de sus costumbres y expresiones rituales. Aún cuando la secuencia cultural y cronológica que se tiene para esta zona, ha sido enriquecida por hallazgos de los últimos años, sería relevante, precisar con mayor detalle, cómo se produce el cambio de un período a otro. - Para aclarar como los asentamientos humanos que se ubicaron en esta región en época prehispánica, no conocieron límites geográficos estrictos e invariables y sus fronteras oscilaron continuamente a lo largo del tiempo, se considera tener en cuenta ciertas áreas de influencia o relacionadas con el desarrollo cultural de San Agustín, tales como La Bota
Caucana, el Alto Caquetá y Putumayo, el Nor-oriente de Nariño y las regiones andinas del Cauca y del Huila. El proyecto del Valle del río La Plata, aportará importantes datos en este sentido.
IX. Macizo Andino Sur Ana María Groot de Mahecha ÍNDICE
Altiplano Nariñense Alto río Patía Balance general de la región
VER EL MAPA DEL MACIZO ANDINO SUR La Cuenca Andina de Pasto es una continuación del sistema andino ecuatoriano unido y bordeado por dos cordilleras; occidental y centro-oriental. Depósitos de materiales volcánicos llenaron y formaron las cuencas, que fueron atravesadas por ríos, como el Guaítara, Pasto y Mayo, Juanambú y Patía, entre otros, dejando hondos y estrechos valles con clima templado y cálido, y densamente poblados. Existen frecuentes formaciones del tipo de Mesa Andina, compuesta por depósitos volcánicos y fluviales en todas las alturas (Guhl, 1976 - 170). El límite oriental está constituído por la Cordillera Centro-Oriental, que linda a su vez con la selva amazónica; y el occidental por la Cordillera Occidental, de menor altura que la anterior, la cual hacia el Norte, baja a 400 metros, en la Hoz de Minamá, dando paso al río Patía. Se divide la región en dos subregiones: Altiplano Nariñense y Alto río Patía. Altiplano Nariñense Comprende varios valles interandinos e incluye las zonas de Ipiales, Túquerres y Pasto; al Sur, va hasta la frontera con el Ecuador; y al Norte llega al río Mayo, en límites con el Departamento del Cauca. Al Oeste se encuentra la Cordillera Occidental con su vertiente hacia el Pacífico, donde se encuentran ya tierras templadas. Al Oriente se incluye la hoya del Alto Putumayo, con el Valle de Sibundoy. Investigaciones Arqueológicas
El poblamiento prehispánico de esta subregión se conoce parcialmente a través de descripciones de yacimientos arqueológicos aislados (Ortiz, 1934, 1938, 1958; Cabrera 1962) y de trabajos de emergencia emprendidos por el Instituto Colombiano de Antropología en un cementerio de Pupiales (Sanmiguel, 1972; Correal, 1973; Herrera et. al. 1974). Investigaciones recientes de mayor amplitud han sido orientadas hacia una comprensión de la arqueología regional (Groot et. al., 1976) y de los procesos histórico-culturales que se llevaron a cabo en una de las zonas más densamente pobladas (Uribe 1975, 1976, 1979, 1983).
Con base en los estudios etnohistóricos adelantados por K. Romoli (1979), se sabe que los Andes Nariñenses a la Llegada de los españoles en el siglo XVI, estaban habitados por indígenas Pasto, Quillacinga y Abad. Los Pastos ocupaban la mayor parte del área comprendida entre el tajo del río Chota en el Ecuador hasta la población de Ancuya en la banda izquierda del río Guáitara; y, hasta la confluencia del río Curiaco en la margen oriental del Guáitara. Los Quillacingas, estaban al Norte del territorio de los Pastos, en la banda oriental del río Guáitara; ocupaban el valle de Sibundoy, gran parte del río Juanambú y la hoya alta y media del río Mayo. Por último, los Abades estaban asentados al Norte de la población de Ancuya, en la margen occidental del Guáitara, hasta aproximadamente la fosa patiana, y colindaban con los Sindagua por el Norte y el Oeste. De acuerdo con datos obtenidos en excavaciones realizadas en el altiplano de Ipiales, se tiene noticia que el asentamiento más temprano de la zona, conocido hasta el momento, data del siglo IX de nuestra era. Antes de esta fecha, la intensa actividad volcánica del área, al parecer no permitió asentamientos humanos permanentes (Uribe,1979). La estratigrafía, el estudio del contenido de tumbas y la asociación de materiales culturales, da base para distinguir dos complejos de cerámicas diferentes, uno de los cuales presenta dos fases claras de desarrollo: Capulí y Piartal-Tuza. La nomenclatura de estos complejos fue dada inicialmente por la arqueóloga Francisco (1969), para definir, en la provincia del Carchi en el Ecuador, una secuencia cerámica integrada por tres estilos, que denominó, en orden de antigüedad; Capulí, Piartal y Tuza. Para establecer esta secuencia se basó en la excavación y estudio del contenido de tumbas, y en lo que se conocía en la Sierra Norte del Ecuador por los estudios de Uhle (1933), Jijón y Caamaño (1951) y Grijalva (1937). No utilizó fechas de radiocarbono y planteó una evolución estilística de las formas cerámicas y de los motivos decorativos, señalando una relación más estrecha entre los dos últimos estilos. Posteriormente, de acuerdo con excavaciones de basureros y de tumbas, en el altiplano de Ipiales, y por tratarse de una misma área cultural prehispánica, la arqueóloga Uribe conservó las mismas denominaciones y propuso, a la luz de nuevas evidencias asociadas a fechas de radiocarbono, cambiar el término "estilo" por el de "complejo" cerámico. Su estudio, no corrobora la tesis de la secuencia cultural de Francisco, y postula, según fechas de carbono 14, la contemporaneidad de los complejos cerámicos Capulí y Piartal, al parecer correspondientes a etnias diferenciadas desde el siglo IX d.C., hasta aproximadamente el siglo XV. Entre las fases del complejo Piartal - Tuza, señala una tradición cultural continua, en la cual, a partir aproximadamente del siglo XIII d.C. y hasta la conquista española, se identifica la fase Tuza, con la etnia Pasto (1979: 167). El complejo Capulí, está representado por cerámica decorada con pintura negativa negra sobre rojo, y, sobresalen formas tales como copas con base de pedestal altas (compoteras), copas con figuras antropomorfas integradas a la base (cargadores), vasijas antropomorfas, figuras antropomorfas moldeadas sobre bases planas. Como parte de este complejo se consideran provisionalmente, ya que no son muchos los datos que lo sustentan, un tipo de cerámica negra ahumada (copas), y otro marrón pulido, conformado por ollas globulares con
aplicación de asas zoomorfas, vasijas pequeñas fitomorfas y ollas con representaciones zoomorfas en el cuerpo (Francisco, 1969; Uribe, 1979). Este complejo se encuentra asociado a tumbas muy profundas de pozo con cámara lateral, que alcanzan a tener hasta 40 metros. Tres tumbas de este tipo fueron excavadas por Uribe (1979) en Las Cruces (Ipiales) y obtuvo una fecha de radiocarbono para una de ellas de 1.080 años d.C. En Miraflores (Ipiales), en trabajos de emergencia adelantados a partir del año 1971, G. Correal excavó también una tumba (No. 8) perteneciente a este complejo y obtuvo una fecha de 1.250 años d.C. (En: Cardale, 1979). Hasta el momento no se ha encontrado asociación de estas tumbas con asentamientos visibles. Por los motivos representados en la cerámica, se cree que tuvieron relaciones con grupos de la costa Pacífica y vínculos con la tierra caliente. La cerámica de la fase Piartal, relacionada con la etnia Protopasto (Uribe 1984), se caracteriza por la combinación en la decoración de pintura negativa y positiva, utilizando tres colores básicos, rojo, negro y crema. Este complejo en la sierra Norte-ecuatoriana ha sido asociado a asentamientos formados por numerosos bohíos de tierra pisada (Grijalva, 1937; Francisco, 1969).
En Colombia, se observa este mismo patrón de asentamiento, pero hoy en día los restos de éstas antiguas aldeas han sido destruídos por la acción del arado, y sólo es posible hallar sitios de esta índole, en los páramos y parajes de difícil acceso. Vestigios representativos de esta fase han sido excavados en los sitios de Miraflores (municipio de Ipiales) (Sanmiguel, 1972; Uribe, 1979; Uribe y Lleras, 1983) y en San Francisco, municipio de Carlosama (Uribe, 1979). Se trata de cementerios con tumbas entre 8 y 20 metros de
profundidad, entierros múltiples y ricos ajuares funerarios, y de tumbas de poca profundidad entre 1.00 y 1.50 metros, con entierros individuales sin ajuar o con utensilios simples de uso diario. Esta diferencia en la calidad de las tumbas y en el contenido, ha permitido caracterizar la jerarquización social de la población que tipifica esta fase de desarrollo. Se atestigua un auge de la orfebrería y de los textiles, que plantea la existencia de especialistas en estas artes (Plazas, 1979; Cardale, 1979). Como referencia cronológica se cuenta con una fecha de 1240 + o - 70 años d.C., obtenida para una de las tumbas de entierro individual en Miraflores (Uribe y Lleras, 1984: 341), y con la fecha de 845 + o - 80 años d.C. obtenida a través del análisis de cabello de una peluca que se encontró como ajuar, asociada a orfebrería y a cerámica Piartal en una tumba de Miraflores excavada por el arqueólogo J. Parra (Plazas, 1979). La fase Tuza relacionada con la ocupación tardía de la etnia Pasto, se caracteriza por la presencia de cerámica decorada con pintura positiva roja sobre crema, rica en motivos realistas. Como ya ha sido referido, la población que simboliza esta fase de desarrollo tenía un estrecho parentesco con la ocupación Piartal, y como ocurre en ella, vivían en aldeas compuestas por bohíos de tierra pisada. Se cuenta con el levantamiento topográfico de una de estas aldeas, en el sitio el Arrayán en el Municipio de Ipiales, pero no se encuentra referencia de la cerámica asociada a los bohíos (Uribe, 1979). Por comparación con lo descrito para la Provincia del Carchí en Ecuador, Uribe distingue un patrón de asentamiento prehispánico, consistente en núcleos apretados de vivienda, en las partes altas de los cerros, relativamente cercanos unos de otros, separados por las tierras de cultivo (Uribe, 1979: 155). Vestigios correspondientes a esta fase, han sido excavados en el sitio La Esperanza, municipio de Iles, en la vertiente Occidental del río Guáitara. Allí, las arqueólogas Groot y Correa (1976) registraron un número considerable de terrazas artificiales, grandes y pequeñas, con muros de contención en piedra, que al parecer emplearon sus antiguos habitantes con fines agrícolas; excavaron un basurero aledaño a una terraza, conformado exclusivamente por cerámica Tuza y obtuvieron una fecha de radiocarbono de 1410 años d.C. De otra parte, en el sitio de San Luis (Ipiales) fue excavado por Uribe un basurero pródigo también en cerámica Tuza (1979). Hasta el momento no se conoce el tipo de tumbas asociadas con este último desarrollo cultural. En cuanto a la distribución espacial de estos complejos, la cerámica Capulí, que en Colombia antes del estudio de Francisco (1969) se conocía como Quillacinga y se relacionaba con esta etnia, tiene una distribución que no corresponde al territorio que fue ocupado por ella en época de la conquista española. Contrariamente, la cerámica Capuli tiene una amplia dispersión geográfica y se registra desde el Sur de Nariño (Ipiales, Pupiales, Potosí, Cumbal) hasta los alrededores de Pasto y en
puntos tales como Samaniego y Guachavés, en la margen occidental del río Guáitara (Groot et. al., 1976). En el Ecuador, ejemplares de este mismo complejo se encuentran en la provincia de Imbabura. Asentamientos de la fase Piartal se encuentran principalmente en la altiplanicie de Túquerres e Ipiales (Pupiales, Carlosama, Guachucal, Cumbal) (Uribe, 1979), y en los alrededores de Pasto como Obonuco, Catambuco y Chachagui (Groot et. al. 1976). En el Ecuador, ejemplares de este mismo complejo se encuentran en la provincia de Imbabura. Por el claro parentesco de esta fase con el horizonte Tuncahuan, de amplia extensión en el Ecuador, y teniendo en cuenta el carácter insular de la metalurgia piartal en relación con los demás complejos metalúrgicos del Sur y Occidente: de Colombia, se presupone que este grupo llegó al altiplano procedente de los Andes centrales del Ecuador hacia los siglos VIII - IX d.C. (Uribe, 1979). En la fase Tuza se percibe un aumento de población, se hacen terrazas en las vertientes del río Guáitara, y se encuentran los vestigios culturales distribuidos más extensivamente por el área. La población tenia sus asentamientos, tanto en el frío altiplano de Túquerres e Ipiales como en el profundo valle del río Guáitara, aprovechando zonas de clima templado. Restos de esta fase de desarrollo se han encontrado en regiones que según los datos históricos del siglo XVI, no eran asientos de indígenas Pasto. Se trata de la margen oriental del río Guáitara hacia el altiplano de Pasto y por el Norte hasta cerca de la localidad de Villamoreno (Groot et. al. 1976). Más al Norte, en la región bañada por los ríos Juanambú, Mayo y Patía, se percibe un cambio en relación con los complejos cerámicos mencionadas hasta ahora, y se registra una cerámica que, si bien presenta pintura positiva roja sobre una superficie crema, manifiesta cambios en los diseños y en las formas (Groot et. al. 1976). Esta cerámica se relaciona estrechamente con la referenciada como "pintado" por Gnecco y Patiño (1984) para el alto río Patía - Guachicono. De otra parte en esta región Norte, en el Valle de Chimayoy (municipio de La Unión), se han registrado dos talleres prehispánicos de estatuas de piedra, que hasta el momento no han sido relacionadas con un contexto cultural más amplio (Ortiz, 1958).
Alto Río Patía
Esta subregión comprende la zona de influencia del curso alto del río Patía, en el departamento del Cauca. y en el extremo norte del departamento de Nariño. Está integrada esencialmente por terrenos quebrados y algunas mesetas como la de Mercaderes. El Patía, al entrar en territorio de Nariño, pierde la amplitud de su valle y comienza a encajonarse para
formar la fosa Patiana que separa la Cordillera Centro-Oriental de la Cordillera Occidental en el sitio Hoz de Minamá. Luego gira en dirección Noroeste para salir a la Llanura del Pacífico, donde su cauce se explaya formando amplios meandros en zona selvática. El río Patía es de gran importancia en el suroccidente colombiano y se convierte, de hecho, en una vía natural de comunicación entre la zona pacífica y la región andina. Muy probablemente, ha sido transitado desde tiempos precolombinos como ha sucedido en otros ríos colombianos como el Magdalena, el Cauca y el Calima entre otros.
Investigaciones Arqueológicas Sobre el poblamiento de esta zona, se tiene alguna información en las crónicas de la conquista española. Cieza de León, quien pasó por la región hacia la mitad del siglo XVI, menciona en su escrito varios grupos indígenas y cita algunos de sus pueblos y caciques. En las cabeceras del Patía y de sus afluentes, estaba asentado el grupo étnico conocido como Guachicono. En la parte media, en las estribaciones occidentales de la Cordillera Occidental, se encontraba el aguerrido grupo de los Sindaguas, que colindaban con los Abades en proximidades de la desembocadura del río Guáitara en el Patía y algunos grupos menores en la región del Rosario. Las primeras referencias sobre arqueología de esta zona, se tienen a partir del año 1944, con las investigaciones que realizó H. Lehman, quien excavó en el sitio Guayabal, en el Valle del río Guachicono, tumbas de pozo con la cámara lateral localizada en un nivel inferior al del piso del pozo y sellada con una gran vasija. La cerámica característica ostenta decoración pintada.
En el valle del río Patía en los sitios cercanos a la desembocadura del río Capitanes y Sajandí, excavó tumbas poco profundas, algunas de las cuales no tenían cámara ni tampoco ajuar; entre los fragmentos cerámicos, halló decoración incisa y pintada. Por último en la confluencia del río Mayo con el Patía, excavó tumbas en los sitios de Remolino y Cumbitara. En ellas encontró cerámica similar a la de los otros sitios (Lehman, 1953). En años recientes se han realizado varias investigaciones. En 1975 A.M. Groot y L.P. Correa efectuaron una prospección del altiplano nariñense hasta el límite de los departamentos de Nariño y Cauca, señalado por el curso del río Mayo, hasta su desembocadura en el Patía. En el transcurso de esta prospección en la zona, al norte del río Juanambú y hasta el río Mayo, se recolectó cerámica superficial caracterizada por pintura positiva roja y blanca sobre superficie crema. Si bien este rasgo recordaba el complejo Tuza de Nariño, los motivos decorativos y las formas observadas señalaban que podría tratarse de un complejo cultural diferente, al parecer, relacionado con lo que hasta ese momento se conocía como Guachicono (Groot et. al., 1976).
En el año 1981, D. Patiño realizó un trabajo arqueológico de Tesis en la parte meridional del valle del Patía, al noroeste del municipio de Mercaderes. En el sitio El Mirador, excavó un basurero, un sitio de habitación y varias tumbas, que le permitieron identificar el yacimiento con los restos de una antigua aldea. La cerámica que obtuvo presenta decoración con pintura roja (Patiño, 1982). A raíz de estos hallazgos el mismo investigador en compañía de C. Gnecco, realizaron un reconocimiento del alto valle del río Patía y, localizaron algo más de cincuenta sitios (1982). Posteriormente efectuaron excavaciones en algunos de estos sitios como El Llanito, La Marcela y Guayabal (Patiño y Gnecco, 1984). Como resultado de estos trabajos secuenciales, definieron un complejo cerámico del Patía cuyos dos extremos están caracterizados por alfarería incisa-impresa y pintada. La ocupación más temprana de la zona se remonta al primer milenio d.C. y está representada por la cerámica incisa-impresa, que se relaciona por algunos de sus rasgos, con el complejo Buchelli, que es la parte más tardía de la secuencia de Tumaco, con una fecha de 1.100 años d.C.. Esto hace suponer que la tradición inicial del Alto Patía provino de las tierras bajas, adyacentes a la Costa Pacífica. En algún lapso, comprendido entre el siglo XII y el XIV se introdujo la pintura como rasgo distintivo dentro de la evolución misma del complejo. Entre las dos tradiciones, existe una estrecha relación que niega cambios bruscos traducibles en una ocupación diferente. Los tipos de pintura roja y rojo sobre crema de la cerámica pintada, han sido guía para el
establecimiento de relaciones con áreas vecinas, sobre todo con los complejos pintados del altiplano de Nariño, con los que comparten algunos aspectos de la tendencia decorativa pero muy pocos elementos formales (Patiño y Gnecco, 1984).
Balance General de la Región A partir de las investigaciones realizadas en el altiplano nariñense, se cuenta por el momento, con una columna cronológica compuesta por unas pocas fechas de radiocarbono, comprendidas dentro de la etapa de integración regional (500 a 1.500 d.C.) de los Andes Septentrionales. Girando alrededor de esta columna se ha podido organizar información arqueológica disponible, que ha permitido distinguir dos grupos diferentes asentados en la misma área, uno de ellos con dos fases claras de desarrollo. Es de anotar que la mayoría de las excavaciones se han efectuado en el altiplano Túquerres-Ipiales. Los mecanismos de articulación de estos asentamientos con la costa y la Amazonia, se vislumbran a través de su iconografía y se conocen a partir de las fuentes etnohistóricas. Esto ha permitido llegar a considerar alguna serie de zonas relacionadas, vinculadas económicamente con el altiplano en épocas prehistóricas: el piedemonte de la Cordillera
Centro-Oriental, entre el río San Miguel y el Alto Putumayo, las provincias de Napo, Carchi y Esmeraldas en el Ecuador, la región del piedemonte de la Cordillera Occidental, entre los ríos Santiago y Patía, y la Cuenca media de este último. Es evidente un alto nivel de dinamismo en esta zona, que en épocas tardías generó formas locales de gran complejidad. Con el objeto de dar mayor profundidad histórica a los estudios, es necesario investigar varios aspectos: sí existió una etapa precerámica en la zona; sí existió una etapa formativa que dió lugar a las formas complejas del período de integración regional, o por el contrario se trataba de grupos migrantes; cuál fue el patrón de asentamiento en la zona central y norte de los Andes nariñenses; estudio de sitios estratificados, y, cómo se dió la articulación económica entre la Sierra, la Costa y la Amazonia, entre otras. Con las investigaciones realizadas en la subregión Alto Patía se pone de manifiesto la importancia que reviste esta zona, ya que se encuentra en medio de tres zonas con desarrollos culturales avanzados; la Costa Pacífica Sur, los Andes Septentrionales y el Macizo Colombiano. Dadas las relaciones insinuadas primordialmente con el Complejo Buchelli de la secuencia de Tumaco y con complejos de Nariño, se considera importante realizar estudios sistemáticos en la llanura aluvial del Pacífico, en el piedemonte de la cordillera Occidental y en la zona norte de los Andes nariñenses.
X. Llanos Orientales Santiago Mora Camargo ÍNDICE
Llanos al sur del río Meta Llanos al Oriente del río Meta Llanos al Occidente del río Meta Balance general de la región
Los Llanos Orientales abarcan un área superior a los 150.000 kilómetros cuadrados, en territorio colombiano, que se continúa en Venezuela a lado y lado del río Orinoco. Esta provincia, a lo largo del tiempo ha sido poblada por grupos humanos muy diferentes; las estructuras económicas, sociales y políticas de ellos comprenden una amplia gama. De allí que no sea posible definir la región considerando un tipo de economía específica, la estructura social de sus habitantes o la integración social política de los mismos. Por el contrario, el medio permite delimitar zonas; en ellas se introducirá el componente humano con posterioridad. Una de las características relevantes en la identificación del ámbito llanero es la vegetación. En ésta predomina un componente herbáceo, en el cual tienen un alto porcentaje los pastos con tipo fotosintético C-4. Coexisten con éstos, los bosques de galería, las "mates de monte" y los esteros. Los primeros, son conjuntos de árboles, por lo general de gran tamaño, que se localizan a lado y lado de las corrientes de agua. De esta forma, parecería que los ríos y caños se encontraran rodeados por una espesa selva. Detrás de esta, la sabana; con su inmensidad recuerda el océano. Al recorrer las sabanas, de trecho en trecho, se encuentran conjuntos de árboles y arbustos aislados, formando bosques de reducida extensión. Estos subsisten distanciados de los cursos de agua, gracias a profundas raíces que les permiten obtener el líquido de los estratos inferiores del suelo y crear progresivamente un microclima que favorece a otras plantas; para el llanero esta es la "mata de Monte". Se ven, no muy alejados de las matas de monte, algunos arbustos. De formas caprichosas y con escaso follaje, estas plantas representan uno de los mecanismos mediante los cuales el bosque se protege y se extiende sobre la sabana. Se trata de plantas pirofiréticas, es decir plantas que ha desarrollado mecanismos que les permiten ser expuestas al fuego y sobrevivir. Estas constituyen una de las adaptaciones más asombrosas que han producido las sabanas tropicales. Los esteros, con características similares a las del bosque de galería, se diferencia de este último por contar con árboles pequeños y gran cantidad de herbáceas, que crecen en aquellos lugares que durante prolongados períodos permanecen inundados. Si bien la vegetación de las sabanas permite una identificación de las mismas, no es el único, ni el más importante de los componentes de éstas. La existencia de dos estaciones bien marcadas determina muchos de los procesos importantes en el ecosistema 2 . El verano o
estación seca comprende de dos y medio a siete y medio meses, durante los cuales no se dan fenómenos de precipitación. El invierno, en oposición, se caracteriza por lluvias torrenciales que en ocasiones se prolongan por varios días. Estos cambios climáticos no sólo influyen en la vegetación, produciendo un paisaje verde en invierno y uno amarillo grisáceo en verano, sino que afectan los suelos en su composición y aptitud de uso, marcan la iniciación de ciclos de importancia para las especies animales y vegetales y por consiguiente alteran las actividades humanas. 2 . En la actualidad las sabanas tropicales son definidas por su régimen climático, aunque en el pasado los criterios empleados se relacionaban con la vegetación (ver Harris Human Ecology in Savanna Environments, Academic Press 1980). Los suelos de las sabanas tropicales, constituídos por arcillas en su gran mayoría, impiden la filtración de las aguas en el invierno. Fenómeno que acelera el lavado de los estratos superiores y determina la aparición de grandes áreas inundadas. Este efecto es magnificado por una topografía poco pendiente , que toma en el paisaje usualmente la forma de ondulaciones. En oposición, durante la temporada seca los suelos tienden a cuartearse ya que no recuperan el agua que pierden por evapotranspiración. Por otra parte, la resequedad de la vegetación durante este período, facilita que se den grandes incendios, ya sea por fenómenos atmosféricos o causados por el hombre, contribuyendo a la pérdida de nutrientes en los horizontes superiores . Si bien las características anteriormente citadas son comunes a todas las sabanas tropicales, la geomorfología en cada una de ellas introducirá comprensión del ecosistema. Esta última, cobra especial relevancia cuando se trata de estudiar el poblamiento y las adaptaciones de los diferentes grupos humanos que habitaron en los Llanos. La falla que corre paralela al río Meta, genera regiones divergentes, en cuanto a facilidades para su ocupación; los Llanos al Sur del Meta, al Oriente y los Occidentales, corresponden a zonas, cada una de ellas con características propias, que tuvieron en cuenta los antiguos habitantes de estas partes 3. Esta primera sectorización cobrará un carácter más específico, a medida que el dato arqueológico así lo requiera. 3. Vale la pena aclarar que el río Meta toma ese nombre después de que el río Humea deposita sus aguas en el Metica. Es entonces, desde la línea trazada por la unión de estos ríos, que consideraremos las diferentes zonas geográficas. Igualmente importante, desde el punto de vista de las ocupaciones humanas, es la prolongación o la disminución en los períodos estacionales, como consecuencia de cambios en la latitud. Aquellos puntos ubicados en la región meridional, gozarán de una estación de lluvias prolongada y un período seco de menor duración. La geografía Llanera, ha contribuído a fomentar procesos adaptativos, en ocasiones antagónicos, entre los diferentes grupos que poblaron y pueblan la región. Es por ello que se hace indispensable revisar los datos básicos con los que contamos, desde una perspectiva que incluya consideraciones geográficas.
Llanos al Sur del Río Meta Se trata de una región que en su costado occidental limita con las estribaciones de la cordillera oriental, que la influye profundamente. De allí provienen gran cantidad de ríos que depositan ricos sedimentos, que contribuyen a formar los mejores suelos de los Llanos. Al sur, se levanta el límite con el bosque amazónico; éste a lo largo de su historia ha avanzado y retrocedido sobre la zona. Por el Oriente la altillanura disectada corta las terrazas en varios niveles, e irrumpen las sabanas. Por tratarse de una región ubicada en el sector meridional de los llanos, cuenta con una estación seca menos prolongada. Es en esta región donde se da comienzo a las investigaciones arqueológicas de los Llanos colombianos. En 1972 John P. Marwitt, llevó a cabo la primera búsqueda sistemática de evidencias que revelaran la ocupación prehispánica de la región. Durante los meses de agosto y septiembre adelantó una breve prospección en un área de 75 kilómetros entre Cubarral, al noreste del departamento del Meta y Puerto Lleras, al sur del mismo departamento. Fueron entonces localizados algunos sitios arqueológicos; diez y seis de ellos correspondían a un período prehispánico, dos eran asentamientos de finales del siglo XIX o principios del XX, y un tercer asentamiento, cerca de San Juan de Arama, posiblemente correspondía al antiguo poblado de San Juan de los Llanos 4. Todos los yacimientos considerados por Marwitt como pertenecientes a una época prehispánica, se localizaron en las planicies aluviales, a pocos kilómetros de los ríos; no informa sobre asentamientos en las sabanas interfluviales. 4. Cabe anotar que existen discrepancias en lo referente al número de sitios ubicados por Marwitt. En su primer escrito (1973), afirma haber detectado diez y nueve sitios; con posterioridad (1475), y sin que hubiera realizado nuevas exploraciones anota la existencia de veintidós yacimientos. Los materiales recuperados en estos sitios no fueron sometidos a un estudio tipológico exhaustivo; el autor intentó, a partir de la consideración de algunos rasgos, determinar conjuntos de ellos. Para la cerámica, elemento sobre la cual basó sus observaciones, tomó como rasgo primordial el atemperante empleado en la manufactura. Así estableció tres diferentes conjuntos; tiesto molido, cariapé y arena. La frecuencia de cada uno de estos "tipos", para el autor, indicaba la dirección de los desplazamientos humanos en la región 5. 5. Desde su inicio los estudios arqueológicos en la región de la Orinoquía y la Amazonía han buscado la explicación a los fenómenos relacionados con la ocupación de estas Breas, en la migración. Para la época en la cual escribió Marwitt (1973 y 1975), una gran polémica se había desatado con la publicación de la obra "The Upper Amazon" de D. Lathrap. Allí se proponía que los diferentes grupos identificados arqueológicamente en la Amazonía y en la Orinoquía, procedían del curso medio del río Amazonas. Por ello, no sorprende que los esfuerzos de Marwitt estuvieran dirigidos a ubicar sus hallazgos dentro de esta perspectiva. Marwitt comparó los materiales cerámicos que obtuviera en proximidades del río Ariari, con algunos precedentes de la Orinoquía y otros de la Amazonía. Las similitudes registradas entre aquellos descritos por Meggers en el Ecuador y Bruillier et al, en el Alto Caquetá, con los del Ariari, le permiten suponer que en el pasado se dió una relación más estrecha entre la
región del río Ariari y la Amazonía, que entre la primera y la Orinoquía (Marwitt 1973; 1975). El autor no especifica el carácter de la relación por él propuesta.
Con posterioridad a los escritos de Marwitt, fue dada a conocer una cronología para los yacimientos visitados por ese autor (Morey 1976). Esta permitió establecer dos fases de ocupación para la región del río Ariari: Puerto Caldas y Granada. La más antigua de ellas Puerto Caldas-, fue fechada por C-14 hacia el año de 760 antes de nuestra era y no cuenta con antecedentes conocidos dentro de la región. La más reciente -Granada-, fue ubicada hacia el año 810 de nuestra era; para estos autores se encuentra relacionada con el Horizonte Polícromo de la Amazonía propuesto por Lathrap 6. 6. La asimilación de los restos cerámicos recuperados por Marwitt al Horizonte Polícromo, se encuentra soportado por la cronología obtenida, así como por la técnica empleada para la decoración cerámica. Esta consiste en el manejo de pintura blanca, roja y en algunas ocasiones negra siguiendo complicados diseños geométricos. Gerardo Reichel-Dolmatoff y Alicia Dussán descubrieron en 1975 un sistema de cultivo prehispánico en los Llanos de Manacacías, departamento del Meta. Este se componía de un centenar de pequeños montículos circulares, con tres metros cuadrados de superficie y una
altura de sesenta centímetros en promedio. Los esposos Reichel, realizaron excavaciones en uno de los promontorios, y concluyeron que éstos habían sido construídos al acumular tierra en el mismo lugar, con el fin de formar un islote, el cual posiblemente fue destinado al cultivo de raíces (1974). Este sistema de cultivo representa una importante adaptación a los cambios climáticos propios de las sabanas tropicales. Durante la estación seca los productos cultivados no pierden la humedad necesaria para su desarrollo, puesto que ésta es conservada en el montículo; en el invierno, el promontorio mantiene las raíces de las plantas sobre el nivel de inundación, evitando que éstas sean dañadas. Sistemas de cultivo semejantes han sido reportados con posterioridad para otras partes de los llanos. Lamentablemente de momento no se cuenta con cronologías para estas estructuras, ni asociaciones con otros materiales culturales. En el año de 1982 se adelantó otro trabajo arqueológico en los Llanos Orientales. Inés Cavelier y Santiago Mora, llevaron a cabo la prospección y de una amplia zona describieron asentamientos y adelantaron la excavación en área de una planta de habitación en el Municipio de Acacías 7. Los autores como estrategia de investigación, recurrieron a la zonificación geográfica. Tomaron en cuenta cuatro de los cinco paisajes básicos de los Llanos: pie de monte, llanura aluvial de desborde, aluviones recientes y terrazas en varios niveles. Estos corresponden a los Llanos al occidente del Meta, al oriente y al sur.
7. Este trabajo correspondió a la tesis de grado en antropología de los autores. Universidad de Los Andes 1983.
En los Llanos al sur del río Meta, los autores prospectaron la región de terrazas en varios niveles, próximas al río Acacias. Los trabajos comprendieron la localización de algunos asentamientos, todos ellos sobre la terraza y la excavación de una planta de habitación, ubicada entre los caños Lejía y Unión. Se comprobó la ocupación del área por grupos de agricultores que aprovechaban los recursos del bosque cercano 8. Cronológicamente estos asentamientos se localizan hacia el año de 1570. 8. La zona sobre la cual se llevaron a cabo los trabajos en la actualidad se sitúa en el límite entre la selva y el llano. Entre los materiales recuperados en la planta de habitación se destaca un conjunto de restos vegetales carbonizados, que pone de manifiesto el uso del maíz, algunas leguminosas (posiblemente se trate de Anaderantera peregrina), una gran variedad de productos de palma, y algunas dicotiledóneas (maní?). En cuanto a los materiales cerámicos, fue posible llevar a cabo la reconstrucción de trece formas (muchas de ellas con interiores foliginosos), que incluyen cuencos, escudillas y vasijas. Aunque no se encontraron budares, algunos fragmentos cerámicos podrían corresponder a estos. La técnica decorativa más común consiste en la aplicación de figuras zoomorfas sobre el cuerpo de los recipientes; la pintura en rojo, negro y blanco en el exterior de las vasijas representó un alto porcentaje. En los pequeños recipientes (cuencos), se acompañó la decoración pintada con diseños geométricos que siguen un complicado patrón 9. Los materiales líticos fueron escasos. 9. Las técnicas empleadas en la decoración cerámica, por los habitantes de la terraza cercana al río Acacías, indudablemente indica una estrecha relación con la alfarería que fuera recuperada por Marwitt en 1972 y a la cual el autor considerara como perteneciente a la fase Granada. No obstante, vale la pena destacar que existe una diferencia temporal entre los dos conjuntos de mas de 700 años. Para los autores, la región de terrazas altas próximas al río Acacías, se encontraba ocupada por una población dispersa, en asentamientos de tres a cinco casas, relativamente cercanas. Por medio de la excavación, en área, de una planta de habitación se pudieron identificar algunas actividades que se dieron allí en el pasado, al igual que los procesos de formación y alteración del yacimiento (Mora y Cavelier 1983). En la región del río Ariari G. Escobar, J. Nieto y P. Pérez llevaron a cabo un reconocimiento arqueológico, paralelo a un trabajo de compilación y análisis etnohistórico 10. En lo relativo a la arqueología visitaron tres diferentes zonas. La primera, en proximidades del río Guéjar, al Sur de la Balastrera, en el punto denominado El Terror. Los restos arqueológicos allí localizados se encuentran esparcidos en una gran área, como consecuencia del transporte de los mismos por parte del río. Un segundo sitio visitado, en proximidades del poblado de Cubarral, no arrojó resultados. Por último, se sondeó al Sur Occidente del poblado de Puerto Caldas, en las proximidades del Caño Taparo. Estos sondeos, permitieron obtener restos cerámicos y líticos semejantes a los obtenidos en Acacías (Escobar, Nieto y Pérez, 1984). 10. Esta investigación correspondió al trabajo de campo del sexto semestre de los estudiantes mencionados, en la Universidad Nacional de Colombia (ver Escobar et al. 1984).
Marianne Cardale de Schrimpff, visitó la región pie de montaña de los Llanos Orientales, en el Departamento del Meta. En el lugar donde actualmente se localiza la "Salina de Upín", recolectó algunos materiales arqueológicos. En su gran mayoría se trata de cerámica, que al parecer formaba parte de un importante asentamiento prehispánico, destruido por la compañía que actualmente explota la sal allí. Llama la atención dentro de este material, algunos fragmentos cerámicos de obvia filiación Muisca, así como la aparición de un nuevo tipo de decoración hasta entonces no registrada para los Llanos (Mora y Cavelier 1985) 11 11. Los fragmentos cerámicos recuperados allí, nos fueron amablemente prestados por Marianne Cardale de Schrimpff para ser estudiados. Si bien existen variaciones en la técnica de manufactura, desgrasante empleado, es evidente que se trata del mismo conjunto cerámico reportado para la región de Acacías. Durante los años de 1984 y 1985 Inés Cavelier y Santiago Mora llevaron a cabo nuevas exploraciones arqueológicas en los Llanos al sur del río Meta. El reconocimiento comprendió tres zonas diferentes, la primera, localizada al sur del río Upía, en proximidades de la Salina de Upín, hasta la población de Cubarral. La segunda comprendió las márgenes del río Ariari, desde Puerto Caldas hasta Puerto Lleras, incluyendo así la región que fuera visitada por Marwitt en 1972. La tercera, abarcó el área comprendida desde Puerto Caldas, hasta la población de Vista Hermosa, incluyendo un sector localizado en la margen sur del río Guéjar próximo a Puerto Lucas (Mora y Cavelier 1985). Se localizaron sitios en terrazas, cuya morfogénesis y desnivel respecto del curso de las aguas, favorece el drenaje, permite suelos de mediana fertilidad, con buena descomposición de materia orgánica y posibilita el desarrollo de un bosque con múltiples especies. Estos se registraron en cercanías del río Acacias (Terrazas altas), en la región del río Guéjar y en proximidades de la unión de los caños Pepemuya y Cunimía (Terrazas bajas). Igualmente, se verificó la existencia de asentamientos sobre el piano aluvial, intermedio entre la zona de terrazas y el curso del río. En esta unidad del paisaje, como consecuencia de los aportes sedimentarios del río, se presentan los mejores suelos para el cultivo. Sin embargo, la ocupación de esta zona reviste ciertas dificultades, ocasionadas por los continuos cambios en el curso del río y las inundaciones comunes en la etapa invernal. Por ello, el espacio geográfico seleccionado por los indígenas, debió representar áreas con pendientes y alguna altura sobre el cauce, localizadas relativamente alejadas del río. Hoy muchos de estos asentamientos están siendo erodados por los ríos Guéjar y Ariari. Sobre esta unidad, se registraron sitios arqueológicos en el Municipio de Fuente de Oro, donde el Caño Irique desemboca en un antiguo brazo del Ariari, y sobre la margen sur de este río; área donde son abundantes los asentamientos prehispánicos. Por último, se localizaron sitios en los abanicos de pie de monte, zona en la que más que el drenaje, generalmente bueno, o las propiedades de los suelos, cuenta la existencia de otro tipo de recurso de importancia. En efecto, sobre el área se encuentran algunos afloramientos salinos que no son comunes en la formación geológica llanera. Se registraron dentro de esta unidad sitios en la Salina de Upín (visitada con anterioridad por Marianne Cardale), y en las proximidades del acueducto de Restrepo (Mora y Cavelier 1985).
Los materiales arqueológicos recuperados durante estos trabajos, demostraron que existe una correspondencia, tanto estilística como técnica entre estos conjuntos y aquellos registrados en Acacias en 1983. Por otra parte, una nueva fecha obtenida en Fuente de Oro, corrobora la posición de los hallazgos, ubicándolos hacia los primeros años de la conquista. Partiendo de esta información, Mora y Cavelier, recurrieron al análisis etnohistórico y pudieron establecer una región, delimitada etnohistóricamente, que coincidía con aquélla que fuera trazada a partir de los datos arqueológicos. Para los autores allí habitaron los Guayupues 12. Se hizo patente la existencia, tanto prehispánica como histórica de poblados de grandes dimensiones (algunos de ellos fortificados, según los recuentos históricos), en las zonas limítrofes del territorio. Otros asentamientos, al interior del territorio Guayupe, fueron considerados como centros religiosos; ejemplo de lo anterior lo es el poblado de Nuestra Señora, que fue empleado como base para la conquista del pie de monte Llanero durante el siglo XVI. 12. Mora y Cavelier han tratado como una unidad, denominada Guayupe, a los grupos que fueran encontrados en la región en el siglo XVI. Si bien estos fueron denominados como Saes, Operiguas o Eperiguas y Guayupes, los datos etnohistóricos no translucen grandes diferencias entre ellos. Aguado (1956; 1957), relata tienen un origen mítico común, pero los separa argumentando que aquellos que viven sobre las partes montuosas -Saes-, son más "ricos". Estas diferencias Mora y Cavelier las explican como consecuencia de una posición privilegiada para el comercio. A partir del estudio de la situación socio-política de los Guayupe, comparada con los datos arqueológicos obtenidos, los autores proponen que en este grupo se dió un manejo diferencial de los asentamientos, acorde al área de recursos a su disposición. Para los asentamientos arqueológicos localizados en inmediaciones del río Ariari, se propone que estos correspondían a sitios de habitación dispersos, en las cuales vivían gentes encargadas del cultivo de la yuca y posiblemente del algodón 13. Los habitantes de esta área durante el verano participaban de las labores comunales de pesca (Mora y Cavelier 1985). Para los asentamientos, en las terrazas de mayores dimensiones que los anteriores se sugiere que se trata de poblados de gente que cultivaba el maíz, posiblemente el yopo y explotaban con especial énfasis las palmas y los recursos del bosque vecino. Para los asentamientos localizados sobre el abanico de pie de monte, por sus dimensiones grandes poblados-, se propone el aprovechamiento de los afloramientos de sal, al igual que el manejo y la protección del comercio al exterior del territorio. El espacio así definido fue ampliado con las nuevas evidencias aportadas por materiales cerámicos identificados como Guayupes, reportados en proximidades del poblado de Guayabetal (Mora y Cavelier 1988). 13. Aguado relata cómo las expediciones conquistadoras encontraron en esta zona un gran número de asentamientos (1956, T. III: 131, 174, 176; T.I: 572), situación que ha sido corroborada por las investigaciones arqueológicas. El área que fuera controlada por los Guayupe y que fue posible definir por los trabajos arqueológicos y etnohistóricos, comprende un extenso territorio. Este ofrece una alta
complejidad, que permite sugerir la existencia de formas de organización socio políticas complejas (Mora y Cavelier 1984; 1985; 1988). Cabe aún preguntarnos sobre la concordancia o discordancia entre los trabajos adelantados por Marwitt (1973; 1975) y Mora y Cavelier (1983; 1984; 1985; 1988). Al parecer, los materiales que fueran reportados por Marwitt como pertenecientes a la fase Granada, tienen una correspondencia exacta con aquellos atribuidos por Mora y Cavelier a los Guayupe (Mora y Cavelier 1984). Por ello, estos autores han sugerido, recientemente, que Marwitt pudo haber localizado un sector más temprano de la ocupación Guayupe en el pie de monte Llanero (Mora y Cavelier 1988). No obstante, la suposición de Marwitt respecto a la migración, detectada a partir de las frecuencias del desgrasante empleado en la manufacturera cerámica, parece encontrarse descartada, ya que en algunas formas cerámicas se pudo verificar la existencia de dos o más tipos de desgrasante (Mora y Cavelier 1984).
Llanos al Oriente del río Meta
Esta región se caracteriza por grandes extensiones de sabanas y altillanuras disectadas, interrumpidas por algunos bosques de galería. Los suelos aquí son generalmente pobres y el clima representa cambios drásticos. En abril de 1974 Lucia Rojas de Perdomo llevó a cabo un reconocimiento y algunas excavaciones arqueológicas, en proximidades de la frontera colombo-venezolana 14, en inmediaciones de los ríos Meta y Casanare 15. En los sitios Ipa, La Virgen y Bombay, detectó evidencias que sugieren el paso del cultivo de raíces al de maíz. En los niveles inferiores del sitio Bombay, se encontró una cerámica burda manufacturada con un atemperante de cenizas, con la cual se fabricaron platos para procesar la yuca (budares). En los niveles superiores del mismo yacimiento, se reportó la existencia de una cerámica más compacta, atemperada con arena de río, así como la aparición de figurinas antropomorfas con ojos y boca grano de café, grandes recipientes y fragmentos de metates y manes de moler que indicaban el uso del maíz. La autora, aunque no da fecha para este yacimiento, sugiere que se trata de un sitio de "considerable" antigüedad (Rojas de Perdomo 1979). 14. Los yacimientos explorados por de Perdomo, al igual que los reportados por Giraldo de Puech, se encuentran localizados en la zona fronteriza entre los Llanos al oriente del Meta y los Llanos al occidente de este río. En general, en esta parte el área comprende una depresión, que contribuye a generar áreas muy similares a uno y otro lado del Meta. Por ello todos los trabajos han sido incluídos en los Llanos al oriente del Meta. 15. Estos trabajos no merecieron por parte de la autora una publicación especial. Los resultados fueron incluidos en Perdomo 1979 y en la tesis de María de la Luz Giraldo de Puech (Universidad de Los Andes 1976). De ella se extractó artículo recientemente publicado Investigaciones Arqueológicas en los Llanos Orientales, región Cravo Norte, Arauca. Boletín del Museo del oro No. 21 de 1988.
María de la Luz Giraldo localizó dos basureros próximos al área que fuera estudiada por Lucía de Perdomo. El primero, Mochuelo, ubicado en las proximidades de la desembocadura del río Cravo Norte en el Casanare; el segundo a orillas del río Ariporo. Según la autora, la comunidad que habitó la región antes de la llegada de los misioneros, era de cazadores recolectores. Un tercer sitio excavado, corresponde a una planta de habitación: Caño Bombay, en la orilla izquierda del río Meta. Allí obtuvo la única fecha existente en la actualidad para la zona del Arauca. Los materiales cerámicos que fueran obtenidos en el curso de esta investigación muestran, según la autora, algunas similitudes con materiales del complejo Arauquinoide (Giraldo, 1976). Durante el año de 1982, Alvaro Baquero llevó a cabo una prospección arqueológica, en inmediaciones del curso alto y medio del río Vichada, Comisaría del Vichada. Los trabajos se concentraron en el área comprendida entre los 4 14' y 4 15' latitud Norte y los 70 25' longitud oeste. Dentro de esta zona fueron explorados un total de doce sitios arqueológicos, once de ellos considerados como plantas de habitación. Aquellos sitios que fueron localizados en las proximidades de los caños que drenan los territorios que comprenden sabanas interfluviales, son de mayor riqueza, comparativamente, con los que están localizados en las vegas de los ríos. En los asentamientos de las márgenes de los ríos Muco y Vichada, se verificó la existencia de un mayor número de vestigios cerámicos y líticos. Esta zona permitió, por sus condiciones geográficas el establecimiento de grupos sedentarios, según lo anota el autor. Lamentablemente no fue posible el obtener muestras para fechar (Baquero 1985). Por los restos culturales encontrados, permiten establecer a este autor, tentativamente, algunas comparaciones con complejos del Orinoco y del Amazonas (Baquero 1985). En el mismo año Santiago Mora e Inés Cavelier realizaron una prospección de la llanura aluvial de desborde, en la margen derecha del río Meta. La zona prospectada comprendió desde Puerto López, hasta la desembocadura del río Cusiana en el Meta. La falla que corre próxima al río Meta, determinó que el costado correspondiente al departamento del Meta se encuentre más elevado que su contraparte en el Casanare, factor que contribuye a impedir las inundaciones, por desborde del río o por precipitaciones, durante la temporada invernal. Es posible que en las inmediaciones del río los suelos tengan mejores condiciones para la agricultura, dados los aportes sedimentarios. Es en esta región, donde se localizaron de diez a quince montículos artificiales, de forma redondeada, con una superficie de tres metros cuadrados y una altura de un metro con veinte centímetros, en promedio. Los autores sugieren que la función de los montículos de Humapo pudo ser similar a la propuesta por Alicia Dussán y Gerardo Reichel Dolmatoff, para los de Manacacías (Mora y Cavelier 1984).
Estos mismos autores (1983), prospectaron la zona que comprende la altillanura disectada o "serranía", localizada entre el río Meta y las Cabeceras del río Planas. Allí se visitaron dos subregiones: la margen del caño Nare, hasta su desembocadura en el Meta y las partes altas del río Planas en la zona donde se ubica el caño Catanaribo. Únicamente fueron localizados asentamientos de grupos nómades recientes. En 1984, Carlos Castaño en colaboración con Alvaro Soto, realizó una prospección de la zona nororiental del Parque Nacional de Tuparro, comisaría del Vichada. Los trabajos les permitieron ubicar "varios yacimientos de habitación, enterramientos y ritual" En Pozo Azul se encontró una cerámica en profundidades superiores a los 60 centímetros; en opinión de estos autores lo anterior sugiere una ocupación prolongada del lugar. Con decoración monocroma esta alfarería fue elaborada empleando como desgrasante el cariapé, para la fabricación de "bowl" y platos de yuca. Los autores sugieren relaciones entre estas partes -El Tuparro y la cuenca del Amazonas y la del Orinoco. En el cerro Inculí, se encontraron restos óseos de por lo menos 8 individuos; por las características de éstos dodicocefálea, ancho de la rama ascendente de la mandíbula y abrasión dentaria- se propone que se trató de cazadores recolectores, que incluían en su dieta carnes crudas o mal cocidas, así como gran cantidad de semillas. En el mismo sitio se encontraron algunas pictografías (Castaño y Soto, 1986).
Llanos al Occidente del Río Meta
Esta región se encuentra un poco más elevada que la anterior y no incluye sectores de altillanura disectada. Se caracteriza por bosques de galería, en inmediaciones de grandes ríos como El Cravo, El Cusiana, El Tua, El Pauto y El Guanapalo, entre otros. El drenaje de manera generalizada va en dirección Suroriente, hasta el río Ariporo donde toma un rumbo exclusivamente oriental. Por contar con gran cantidad de ríos que bajan de la cordillera cargando sedimentos -ríos de aguas blancas-, es posible encontrar sectores con suelos con mejores propiedades para la agricultura. En su sector nororiental, la región entra a formar parte de una inmensa depresión, que hace muy semejantes los dos sectores ubicados a lado y lado del río Meta. Las estaciones climáticas siguen un patrón semejante al observado para la región de los Llanos al Oriente del río Meta. En el transcurso del año de 1981 se iniciaron los trabajos arqueológicos en esta área. La zona investigada correspondió al pie de monte casanareño, en las vecindades de los poblados de Agua azul, Tilodirán y Yopal. Santiago Mora y Elizabeth Márquez (1982), realizaron una prospección y llevaron a cabo algunas excavaciones. En el sitio denominado Catanga, localizado en las inmediaciones de los caños Seco y Canacabare, se excavó un basurero. Los trabajos propiamente dichos se adelantaron por medio de una excavación en área, profundizando por sucesivos niveles de "descapotado". Estos fueron definidos a partir del registro de pisos culturales. Como primer resultado de esta excavación, se pudieron delimitar zonas de actividad reconstruibles, y se obtuvo una muestra diagnóstica de materiales arqueológicos.
El análisis de la forma en que los desechos habían sido depositados, sugirió una segunda zona para iniciar excavaciones. En esta oportunidad se trató de una planta de habitación. Entre los materiales recobrados en estas excavaciones se cuentan gran cantidad de fragmentos cerámicos y líticos, así como restos óseos de un ser humano; huesos del cráneo parietal y occipital-, mandíbula inferior de un adulto, algunos molares, restos de huesos largos, al igual que algunas falanges de las extremidades inferiores y superiores. Huesos de pequeños roedores y/o aves abundaron en algunos sectores del basurero (Mora y Márquez 1982). Las investigaciones arqueológicas en el Casanare permitieron determinar, que en las partes bajas del municipio de Yopal, sobre el área extensa de abanicos aluviales, hacia la mitad del
siglo XVII, habitó una etnia, que a juzgar por el número de asentamientos y la extensión de los mismos, tenía una alta densidad de población. Se trata de agricultores sedentarios, que parecían preferir para localizar sus poblados, regiones en las cuales se conjugaban un mayor número de paisajes. La explicación a este fenómeno se encuentra en la necesidad de aprovechar los recursos, que en forma alternada se generan a lo largo de las estaciones. Estrategias análogas, para el manejo de las sabanas del Casanare, fueron consignadas en crónicas por parte de los jesuitas en el mismo siglo. Los autores, anotan que estos asentamientos pertenecían a los indígenas Achaguas, registrados históricamente (Mora y Márquez 1982).
Los objetos obtenidos durante la etapa de excavaciones, fueron sometidos a comparaciones con algunos de los conocidos para el amazonas, el pie de monte cordillerano y la Orinoquía. Se demostró la existencia de similitudes entre los fragmentos y formas cerámicas de Catanga, con los obtenidos por A. Zucchi en Caño Caroni (Venezuela). Igualmente se comprobó, por medio del fechado de radio carbón, que existe una proximidad cronológica entre éstos asentamientos (Mora y Márquez 1982).
Balance General de la Región
Los datos con los cuales contamos no son suficientes para explicar satisfactoriamente todas las cuestiones que han sido planteadas para la Orinoquía. Algunos investigadores (Baquero, Castaño y Soto, Giraldo de Puech, Marwitt y Mora y Márquez), han buscado enmarcar los resultados obtenidos por sus investigaciones dentro de una problemática amplia. Así han involucrado procesos que en muchas ocasiones se dieron fuera de las fronteras de la región. El énfasis se ha puesto sobre la influencia y/o el desplazamiento de grupos desde otras partes del continente. Desde esta perspectiva teórica es imposible aislar una región, dado que comparte un cierto número de rasgos, a intervalos de tiempo, con otros conjuntos. De esta forma, las sociedades que habitaron en el pasado en los Llanos, se transforman en receptoras o portadoras, de influencias particulares. Es por ello que estos autores han sugerido relaciones con otras regiones; lamentablemente, ninguno de ellos ha podido determinar el carácter de las "relaciones" planteadas. En oposición a este primer enfoque, otros estudios se han ceñido al recuento y análisis de problemáticas "locales", sin considerar la influencia de los desplazamientos como motor de cambio. Esta segunda perspectiva bien puede tener su origen en la clase de datos con los que se trabaja. Para un adecuado análisis, de las posiciones antes mencionadas, se debe tener en cuenta la zona y el carácter de las informaciones disponibles. La mayoría de las investigaciones adelantadas se han concentrado en el pie de monte y sus áreas vecinas. Por lo cual no resulta sorprendente que sean éstas las áreas para las cuales se tenga un mayor acopio de conocimientos. No obstante, allí existen grandes problemas por resolver. La gran mayoría de las fechas , indican que los asentamientos son tardíos. De otra parte, no se tiene información sobre yacimientos estratificados, aunque como lo sugieren algunos autores (Escobar et. al), es posible que se dieran complejos cerámicos diversos. No es claro si estas observaciones encuentran asidero en las fases planteadas por Marwitt 16. 16. Los escritos de Marwitt lamentablemente no desarrollan muy profundamente este aspecto. Cabe mencionar que no se cuenta con una muestra de materiales cerámicos correspondientes a la fase de ocupación más antigua. Tampoco tenemos informaciones que permitan localizar los yacimientos que estudiara Marwitt. Por otra parte, buscar la Tradición Polícroma de la Amazonía en la región del río Ariari, a partir de algunas características cerámicas, como sería el empleo de un desgrasante o la decoración en dos colores, no parece haber encontrado eco en los investigadores que precedieron a Marwitt. Estos, interesados más en la problemática regional y por considerar que los datos no pueden soportar estas teorías de momento, las han dejado de lado. En relación con la subsistencia los esposos Reichel y Mora y Cavelier, indicaron la presencia de montículos para cultivo, hasta entonces no reportados en el área. Sistemas análogos han sido descritos para los Llanos venezolanos, donde fue práctica común su empleo, tanto para
cultivo como para habitación 17 . Lamentablemente la ausencia de otros datos, como lo sería el cronológico y la asociación de estas estructuras con otros vestigios culturales, no han permitido profundizar en el conocimiento de los grupos que los construyeron. 17. Para mayor información ver Zucchi y Denevan "Campos Elevados e Historia Cultural Prehispánica en los Llanos Occidentales de Venezuela" Universidad Católica Andrés Bello 1979. Lucía de Perdomo detectó el paso de la agricultura basada en la yuca a aquella del maíz. Esta transición representa, para muchos de los investigadores que han trabajado en los Llanos colombo-venezolanos, la explicación a la complejidad alcanzada por algunos grupos de la región 18. Lamentablemente la mala documentación sobre este aspecto aportada por Perdomo no permite llegar a ningún tipo de conclusión. Giraldo de Puech, quien excava en un área muy próxima a de Perdomo, no encuentra este proceso de cambio en la dieta; menos aún sugiere que se trata de asentamientos muy antiguos. Esta discordancia en los datos, parece sugerir que en el área se han dado ocupaciones múltiples o bien variaciones locales, no tan antiguas como lo sugiere de Perdomo. 18. Esta polémica tiene mucho que ver con los planteamientos de B. Meggers sobre la limitación medio ambiental en las tierras bajas. Una buena exposición sobre el tema, se encuentra en Roosevelt 1980. Sobre la región del río Ariari e involucrando una parte de la cordillera, Mora y Cavelier proponen la existencia de un manejo "horizontal" de los recursos, acorde a las formas del paisaje y sus potencialidades. Este esquema, aún no explica satisfactoriamente muchas de las cuestiones relativas a la organización política y social de estos grupos. Indudablemente se hace indispensable la búsqueda de informaciones más precisas dentro del territorio Guayupe; éstas deben ser estudiadas a la luz de los datos obtenidos al exterior de la frontera territorial. Definir, como lo han hecho los autores, límites étnicos, implica la existencia de una dinámica interna y su contraparte al exterior. Esta última no ha sido considerada en absoluto. Para la región del Casanare los interrogantes son innumerables. El único estudio adelantado sólo permite identificar pautas de asentamiento, asociadas a un sistema económico, deducido a partir de datos etnohistóricos y arqueológicos19. No obstante, se trata de un período en el cual han sido introducidos un gran número de cambios como consecuencia del contacto. La búsqueda y el estudio de asentamientos anteriores a la conquista, permitirán evaluar correctamente las informaciones que tenemos. 19. A este respecto se publicará un artículo en la Revista Colombiana de Antropología No. 26. Los grupos étnicos detectados a partir de trabajos arqueológicos y etnohistóricos en los Llanos Orientales, representan hasta el momento conjuntos aislados y sin aparente relación 20. Esta situación contrasta con aquella aportada por Morey (1975). En efecto, la autora pone de manifiesto los estrechos vínculos que existieron a partir del comercio, entre
los grupos llaneros. Esta situación demuestra la necesidad de profundizar en la definición de territorios étnicos y las interrelaciones de ellos en el pasado. 20. Hasta el momento no se ha podido definir si existió algún tipo de relación entre los grupos Guayupe y los Achaguas. Los dos ocupan, tanto en el espacio como en el tiempo, territorios colindantes. Sin embargo, no se han reportado restos arqueológicos Achagua en territorio Guayupe y viceversa. Rivero (1956), demuestra como los Achaguas penetran en el territorio que ocuparan los Guayupe, después de la "extinción" de éstos. Sin embargo, son necesarios un mayor número de datos que permitan establecer conexiones entre unos y otros. Por último, consideramos que se hace necesario ampliar los datos de otras áreas -río Meta, Arauca, Vichada y Guainía-, que permanecen como tierra incógnita para la arqueología.
NOTAS 1. Agradecemos la colaboración de Inés Cavelier de Ferrero en la preparación de este artículo.
XI. Amazonía Colombiana Leonor Herrera ÍNDICE
Investigaciones arqueológicas Balance general de la región
VER EL MAPA DE LA REGIÓN AMAZÓNICA Amazonía Colombiana La región amazónica de Colombia, comprende las cuencas de los ríos que tributan al Amazonas y de algunos que lo hacen al Alto Orinoco. Limita al norte con el río Guaviare y hacia el occidente no sobrepasa la cota de los 500 m. en la vertiente de la Cordillera Oriental.
* Para este capítulo de introducción geográfica nos hemos basado en Guhl (1976), Cortés e Ibarra (1981), Botero(1984) y Domínguez (1985).
La Amazonía colombiana comparte con la cuenca hidrográfica del río Amazonas ciertos rasgos de clima y morfología. El 70% de esta inmensa región, está cubierta de bosques tropicales húmedos tipo hylea, para cuyo desarrollo se requiere de una temperatura media superior a los 22" y una precipitación anual superior a los 2.000 mm., con lluvias constantes, repartidas a lo largo del año y un período seco, corto y marcado. Se encuentran en Colombia algunas de las áreas con mayor precipitación de la cuenca amazónica: en los altos ríos Putumayo, Caquetá, Napo, en la región fronteriza con Venezuela y Brasil, en el Guainía y Vaupés este alcanza los 3.500 - 4.500 mm anuales. Estas áreas habrían conservado la vegetación selvática durante varios períodos largos en el pleistoceno y holoceno cuando, al bajar la temperatura y disminuir la pluviosidad por efectos de episodios glaciales, grandes extensiones de bosque fueron transformados en sabanas. En estas áreas con mayor pluviosidad se habrían refugiado especies de animales y de flora de adaptación selvática. El aislamiento prolongado de estos refugios, habría permitido que sus habitantes evolucionaran en formas distintas. Se explicaría así la amplia variación de especies de la Amazonía, donde no hay barreras geográficas que la justifiquen. Esta hipótesis se podría aplicar, durante los últimos episodios secos, a poblaciones humanas, para explicar la gran variación lingüística y la distribución de algunas características culturales dentro del área; sin embargo no ha sido puesta a prueba todavía por los arqueólogos (Meggers 1983, Domínguez 1983). Morfológicamente la planicie amazónica es una inmensa región sedimentaria. Los sedimentos más antiguos , depositados durante el terciario, en un mar o lago salobre, sufrieron posteriormente procesos erosivos, de manera que el relieve es de lomeríos. Intercaladas en este paisaje hay elevaciones mayores, superficies aún más antiguas, reductos
de formaciones montañosas del precámbrico, que forman mesetas y colinas rocosas y son parte del Escudo de las Guayanas. También sobresale en el relieve la región de pie de monte andino, formada por terrazas, serranías y terrenos levemente ondulados que se alínean en un cinturón al pie de la Cordillera Oriental. Los materiales que la constituyen provienen en su mayor parte de erosión y lavado de la cordillera, por lo tanto, allí pueden encontrarse los mejores suelos. Las superficies más recientes están formadas por los sedimentos fluviales, que forman auténticas planicies a lo largo de los ríos más caudalosos. Se pueden distinguir en ellas tres niveles: terrazas antiguas del plioceno-pleistoceno , que hoy se encuentran sobre el nivel actual de los ríos, y las llanuras aluviales de inundación (várzea), con dos niveles, el más alto de los cuales se inunda cada 5 ó 10 años cuando vienen las grandes crecientes ("conejeras") y el más bajo, lo hace en un lapso corto de tiempo todos los años, y recibe periódicamente sedimentos rejuvenecedores, óptimos para la agricultura. Los ríos que forman llanuras de inundación extensas, son frecuentemente, aquellos que nacen en las vertientes orientales de los Andes. Desde allí, arrastran sedimentos en suspensión que les dan una apariencia barrosa; de ahí su apelativo de "ríos de aguas blancas". Los sedimentos que cargan, propician el desarrollo de vida orgánica numerosa y variada. Otros ríos nacen dentro del Escudo de las Guayanas o en las superficies de denudación, atraviesan suelos empobrecidos y sus aguas cristalinas o ambarinas adquieren en gran volumen, una coloración oscura, debida a la presencia de minúsculas porciones de ácidos húmicos; de ahí su apelativo de "ríos de aguas negras" Estos se caracterizan por su extrema acidez, pobreza de nutrientes y escasez de la fauna acuática. Considerados en general los suelos de la Amazonía son pobres, tanto en materia orgánica como en minerales. Aún los del pie de monte y las vegas inundables son inferiores a los suelos andinos fértiles. Los nutrientes para la frondosa vegetación, no se encuentran en el delgado suelo, sino en la capa de hojarasca y detritus que lo cubre, de donde las plantas los obtienen directamente a través de raíces "alimentadoras" y hongos micorriza. Al ser eliminado el bosque, los nutrientes se incorporan al suelo y son rápidamente lavados, o se descomponen debido a la alta temperatura y humedad. Por esta razón las tierras sometidas a prácticas agrícolas se deterioran progresivamente y es necesario que el usuario las abandone y adecúe otras por el método de tala y quema. Investigaciones arqueológicas recientes indican la presencia de suelos antrópicos profundos y ricos en materia orgánica, cuya génesis e importancia en términos de extensión y dispersión, son problemas sobre los cuales a la larga, el arqueólogo tiene la última palabra. A continuación se resume la forma como los autores consultados establecen grandes divisiones dentro de esta extensa región, aparentemente homogénea. Domínguez, lo hace en términos de formaciones vegetales; Guhl, establece subregiones geográficas; Botero, unidades fisiográficas y Cortés e Ibarra, se basan en los suelos.
Investigaciones Arqueológicas
Las investigaciones arqueológicas en la Amazonía colombiana han sido contadas; los resultados de algunas no se describieron adecuadamente y otras están en manuscritos de difícil acceso, todo lo cual contribuye al desconocimiento y la escasa importancia que se ha dado en Colombia, a esta región (Herrera 1985). El primer arqueólogo colombiano en ocuparse de ella fue Eliécer Silva Célis (1963a, 1963b) quien reseñó dos grandes rocas con petroglifos en los alrededores de la población de Florencia y resaltó la importancia del río Caquetá, como vía de comunicación entre los Andes Colombianos y el río Amazonas. Las primeras investigaciones arqueológicas sistemáticas las realizó en 1968 y 1970 Charles Bolian , en el Trapecio Amazónico, en las cuales localizó sitios, la mayoría al borde de la terraza aluvial del río Amazonas y de uno de sus afluentes, el río Loreto-Yacú. Excavó en varios de ellos y definió para cada área una secuencia de complejos. En este último río la secuencia se caracteriza por la sencillez en formas y decoración (la técnica más frecuente es el baño), pero se presentan variaciones en el desgrasante usado. Componen la secuencia cuatro complejos, el más antiguo de ellos con una fecha de C14 de 160 d.C. y el último con dos fechas, la más reciente de 1.190 d.C. Hay además sitios que representan estadios de desarrollo en la cerámica del actual grupo Tikuna, que antiguamente habitaba los afluentes del Amazonas. Correspondería esta secuencia a una lenta pero estable evolución estilística de grupos ancestrales de los actuales Tikuna, con una variante de la cultura de selva tropical propia de los habitantes de los afluentes (Backwater), diferente de la que se desarrolla en las riberas de los grandes ríos. En las orillas del Amazonas los sitios son alargados y miden hasta 1.250 mts. de largo. En algunos se encontró cerámica con algunos rasgos de la Tradición Barrancoide; y aunque no hay fechas para este material, por comparaciones estilísticas se postula su presencia hacia el 300 a.C. En otro se encontró también cerámica relacionada con la Tradición Barrancoide amazónica, pero con una manifestación diferente a la ya mencionada, que incluye rasgos similares a material del sitio Chimay en el río Beni (Bolivia). Hay una fecha de 1040 para este material. En el sitio 14 se llevaron a cabo las excavaciones más extensas, en las cuales había material de la Tradición Policroma amazónica que se denominó complejo Zebu, con fechas de C14 entre 1030 y 1515 d.C. Este material tiene rasgos, tanto de la subtradición Guárita, que corresponde a un policromo influido o con rasgos barrancoides y de la subtradición Miracanguera, de la cual están ausentes éstos. Se concluye que la transición del estilo barrancoide al policromo se realizó en el Trapecio Amazónico en el siglo XI d.C. (Bolian 1972, 1975, s.f.).
En 1973, Gary L. Brouillard, llevó a cabo prospecciones y excavaciones de sondeo en el Alto río Caquetá y en el río Orteguaza. Encontró evidencias de tres complejos cerámicos. El primero, que posiblemente se relaciona con los Andakí históricos, se encuentra en sitios pequeños (de hasta 70 m. de diámetro) en el pie de monte, en barrancos cercanos a afluentes del río Orteguaza y en las inmediaciones de las poblaciones de Florencia, Belén y San José de la Fragua. El segundo complejo corresponde a sitios de la llanura selvática, localizados en lugares de las inmediaciones de los ríos Orteguaza y Peneya. Estos son de forma alargada y miden hasta 1.000 m. de ancho. Los yacimientos del tercer complejo, están cercanos a cerros bajos aledaños al río Caquetá y miden hasta 1.300 m. de largo. Tomadas en conjunto, las diferencias entre el material de los tres complejos no son muy grandes, y parece tratarse de un conjunto sin características llamativas de forma o decoración ( Brouillard s.f, Myers et al. 1.974). Entre 1974 y 1980 Elizabeth Reichel y Martín von Hildebrand efectuaron prospecciones y excavaciones en el Bajo río Caquetá, el Bajo río Apaporis y el área entre estos dos. Por los alrededores de La Pedrera, (Bajo Caquetá) hallaron varios sitios cuyo material cerámico, incluye budares y adornos biomorfos, con marcados rasgos barrancoides, cuya filiación mas cercana es con la fase Yapurá definida en el Bajo Caquetá brasileño. El material lítico asociado incluye instrumentos tallados y hachas de piedra pulida. Hay tres fechas de C 14 para esta ocupación, que la colocan entre los siglos VI y XII d.C. El material que hallaron en el río Apaporis es aparentemente una variedad más sencilla de la cerámica de los sitios en el río Caquetá. Aquí también los líticos son importantes.
En el río Mirití y algunos afluentes localizaron sitios arqueológicos de habitación, con cerámica burda y de escasa decoración, en áreas de vivienda indígena actuales (von Hildebrand 1976, FIAN 1.985: 39-41, Reichel y von Hildebrand 1.982-3).
En 1977 Warwick Bray, Leonor Herrera y Colin Mc Ewan llevaron a cabo un programa de prospección y excavaciones en la región de Araracuara. De los sitios localizados algunos son extensos, hasta de 2 kms. de largo y entre los que se excavaron, los hay de vivienda basureros y antrosoles. Los investigadores definieron dos ocupaciones sucesivas partiendo de excavaciones en yacimientos estratificados: Camani, la más antigua, con fechas entre 135 DC y 830 DC, se caracteriza por una cerámica fina, pero, sin otra decoración que baño generalmente rojo; Nofúrei, la segunda con fechas entre 805 DC y 1610 DC se asimila a la tradición policroma. El material de ambas ocupaciones incluye fragmentos de budare y se asocia con artefactos de piedra tallada y piedra pulida. Los autores iniciaron el estudio de suelos antrópicos conocidos como terra preta de color negro y profundidades por encima de 1 m., cuya génesis no estaba clara (¿basureros ? ¿sitios de habitación? ¿de cultivo?), pero que se podía afirmar evidenciaban ocupaciones relativamente densas y prolongadas (Herrera, Bray, Mc Ewan 1980-81, Herrera 1981, Eden et al. 1984).
Posteriormente Angela Andrade, con la colaboración del edafólogo Pedro Botero, profundizó en el estudio de las terras pretas de Araracuara, definió áreas de coloración parda conocidas como terra mulatta y obtuvo información que le permitió proponer que por lo menos algunos
de estos antrosoles podrían ser áreas de cultivo, con acumulaciones intencionales de desechos para reponer mutiladas y mejorar las condiciones físicas del suelo. Obtuvo, además una fecha de C 14 más temprana para la ocupación Camani, de 899 a.C. (Andrade 1986, FIAN 1985: 44-45, Botero comunicación personal) . A partir de 1986 Inés Cavelier, Luisa Fernanda Herrera de Turbay y Santiago Mora llevan a cabo un proyecto de investigación en sitios entre Araracuara y La Pedrera. Su interés es también las terras pretas. La información que apenas empieza a ser de público conocimiento indica que la aplicación del análisis de polen y macrorestos aporta datos muy relevantes especialmente a partir del siglo VIII d.C., sobre condiciones ambientales, cultígenos (dos variedades de yuca, dos variedades de maíz, fríjol, marañón, etc.) formas de manejo de la tierra (agricultura itinerante con adición de desechos orgánicos y en cierto momento de materiales de zonas húmedas) y cambios a través del tiempo en éstas (intensificación de la producción agrícola por la regularización de las prácticas de adición de materiales hacia el 800 d. C). Estos cambios estarían relacionados con modificaciones socio-políticas. Sugieren que la secuencia cultural Camani-Nofureí necesita ser replanteada (Herrera de Turbay, Mora y Cavelier 1988). En la cuenca del río Putumayo, sólo se ha llevado a cabo un estudio. En 1977, María Victoria Uribe realizó una prospección en el piedemonte, y en el río Guamués, afluente del Putumayo, halló en las tenazas del río, evidencias de asentamientos con material cerámico que presenta con frecuencia la superficie corrugada. Esta cerámica parece relacionarse con las fases Sombrerillos de San Agustín y Pastaza del oriente ecuatoriano (Uribe 1980-1). Se han llevado a cabo estudios sobre petroglifos. En 1976 Elizabeth Reichel, hizo el levantamiento de 14 de ellos en la cuenca del medio río Caquetá entre Araracuara y La Pedrera, así como en algunos afluentes (von Hildebrand 1975). Fernando Urbina, reseñó en 1977 los petroglifos situados en la orilla del río Caquetá, de Araracuara hacia el Oeste, hasta la desembocadura de la quebrada Amefa (Urbina 1981, 1985).
Balance General de la Región
El conjunto de datos que se conocen sobre la región es extremadamente pobre. La porción colombiana de la Amazonía es la menos conocida arqueológicamente. Es prioritario desarrollar allí, proyectos de investigación a largo plazo que cubran las cuencas de los ríos más grandes y sus afluentes para enlazar la información de investigaciones aisladas. Hoy día, éstas apenas se pueden relacionar dentro de marcos teóricos, originales, y muy convincentes si se toman por separado, coma por ejemplo los de Meggers, Lathrap y Roosevelt para citar sólo algunos. Si bien, éstos son muy estimulantes pues plantean problemas de investigación, no pueden reemplazar el trabajo de terreno, menos espectacular pero necesario (Herrera 1985).
La ocupación de la Amazonía puede tener una considerable antigüedad y aparentemente existían allí poblaciones mas densas y estables de lo que se pensaba, cualitativamente diferentes a las poblaciones indígenas actuales. Se sabe muy poco sobre las formas de adaptación, subsistencia y organización sociopolítica prevalentes en diversas épocas y áreas, que trasciendan la sucesión de estilos cerámicos. Como el ámbito del estudio traspasa las fronteras políticas, es indispensable establecer vínculos con instituciones de países vecinos que desarrollen proyectos de arqueología en la Amazonía y colaborar para el desarrollo de programas conjuntos.
Bibliografía General ÍNDICE
La Costa Atlántica Valle Intermedio del Río Magdalena El Macizo Central Antioqueño La Montaña Santandereana La Altiplanicie Cundiboyacence Cuenca Montañosa del Río Cauca Costa el Oceáno Pacífico y Vertiente Oeste de la Cordillera Occidental Macizo Colombiano - Alto Magdalena Macizo Andino del Sur Llanos Orientales Amazonía Colombiana
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de investigación reunidos, según lo discutido en el taller "El Estado Actual y las Necesidades de la Investigación Arqueológica en Colombia", realizado en Abril de 1985. Esta es una versión modificada de ese cuadro.
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