2013 RAMIRO CALDERÓN – COACH – ADICCIONES, COMPORTAMIENTOS COMPULSIVOS, PENSAMIENTOS OBSESIVOS
CODEPENDENCIA
CODEPENDENCIA Guía para parejas o familiares de adictos Por Ramiro Calderón
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E M A I L : C A L D E R O N . R A M I R O @ G M A I L . C O M – T E L : + ( 5 7 ) 3 1 6 6 3 7 6 7 3 9 –
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Contenido Introducción ................................................. ........................................................................... ................................................... .................................. ......... 3 La historia de Marcela ..................................... .............................................................. ................................................... ............................. ... 11 Otras historias ....................................................................... ................................................................................................. ................................ ...... 18 La historia de Magnolia .................................................... .............................................................................. ..................................... ........... 25 La historia de Liana ................................. .......................................................... ................................................... ..................................... ........... 38 La historia de Lucía ................................. .......................................................... ................................................... ..................................... ........... 45 La historia de Maritza .................................. ........................................................... ................................................... ................................. ....... 53 ¿Eres Codependiente? Preguntas de Autodiagnóstico ......................................... ......................................... 60 Primer Paso para Recuperarte Recuperar te de una Adicción ................................................ ................................................... ... 63 Segundo Paso P aso para Recuperarte de una Adicción................................................ ................................................ 72 Tercer Paso Pa so para Recuperarte de d e Una Adicción ................................................ ................................................... ... 78
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Introducción
Mi primer contacto con un programa de recuperación de adicciones fue hace poco más de diecisiete años. Alguien me extendió la mano en un momento en el que no me quedaba nada; había destrozado mi vida por completo con mi problema de alcoholismo. Había perdido a mi familia, mis amigos, las posibilidades de seguir estudiando, mi futuro, mis sueños y esperanzas. Creía que la única salida posible era el suicido, pues no concebía la vida sin alcohol. Sin embargo, decidí darme una última oportunidad mientras planeaba mi muerte. Me dije a mí mismo: "No pierdo nada. Solamente lo intentaré. Si no funciona... continúo con mi plan de suicidio". Hoy puedo decir que los Doce Pasos de recuperación son el mejor regalo que he recibido en mi vida. Han sido la puerta de entrada a una libertad que nunca imaginé : La ruptura de esas
cadenas invisibles pero casi indestructibles que me ataban a mis hábitos autodestru autodestructivos. ctivos. De manera casi natural y sin esfuerzo di los primeros tres pasos. El dolor de la derrota se vio aliviado por la esperanza de una vida nueva. Nunca volví a probar el alcohol, pero además de eso, los pasos, poco a poco me fueron convirtiendo en un hombre feliz. Primero aprendí a
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vivir feliz sin necesidad de beber... luego, poco a poco, a medida que profundizaba en los pasos, fui entrando en unas nuevas dimensiones de la felicidad. Comencé a liberarme de la búsqueda de aprobación, de la necesidad de aceptación, de la dependencia emocional, de mis temores... de esos temores que me paralizaban y no me dejaban luchar por mis sueños. Esos temores que me hacían vivir la vida detrás de la barrera y ver con envidia a otros que sí se arriesgaban a vivir. Esos temores que me hacían convertirme en el muñeco de un ventrílocuo y adoptar la personalidad de mi interlocutor. Día a día fui recibiendo regalos de los Doce Pasos. Primero fue la abstinencia. Luego el recuperarme a mí mismo y a mi vida, y reconocerme como un ser único con mis capacidades y talentos. Luego, la capacidad de disfrutar mi trabajo. Luego, la capacidad de bajar de peso y mantenerme. Creo que pertenezco al reducido grupo de las personas que disfrutan a la familia, los fines de semana, la comida, el parque, los viajes y también su trabajo. Este camino no ha sido fácil, ni rápido... pero ha sido más agradable que la vida de marioneta gobernado por cualquier tipo de adicción.
Al principio compré un libro de los Doce Pasos y me lo metí debajo del brazo durante cinco años. También lo ponía al lado de mi cabeza cuando me acostaba a dormir. Esperaba que los pasos entraran en mí por ósmosis o por hipnopedia... No lo hicieron. Al menos, la mayoría de ellos. Me quedé patinando en los tres primeros pasos, por fortuna abstemio.
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Seguía recibiendo regalos de la vida por el simple hecho de no beber, pero comencé a cuestionarme. El sentido de la vida tenía que ser algo más que pasar abstemio un día más. En ese momento, alguien me dijo: "Estás listo para hacer los pasos" y extendió su mano ofreciéndome su ayuda. Poco a poco, con la ayuda de los pasos, sentí como sanaban mis resentimientos, mis miedos, mis culpas y los dolores del pasado. Ni siquiera era consciente de esos sentimientos; sin embargo gobernaban mi vida, mis pensamientos y mis acciones. A veces me hacían reaccionar de manera automática e inconsciente. Veía impotente cómo ofendía a una amiga amorosa, diciéndole lo que debí haberle dicho a la que me había puesto los cuernos unos años antes. En otras ocasiones, tratando de evitar el rechazo que tanto me había dolido, me esforzaba desesperadamente por buscar aceptación y aprobación... y lo único que lograba obtener era rechazo y desaprobación. A medida que fueron sanando mis sentimientos, también lo fueron haciendo mis relaciones. Todas las relaciones fueron sanando gradualmente; la relación que más tuve que trabajar, fue la relación conmigo mismo. Esta incidía de manera directa en las relaciones con los demás. Con el tiempo, los Pasos me llevaron a dejar de seguir huyendo de lo que no quería, y comencé a buscar lo que quería. Era una óptica completamente diferente y una de las claves de la felicidad. Me di cuenta de que todas mis conductas compulsivas eran una manera de escaparme de mi realidad... de mi dolor. Y mientras no hiciera algo por sanar ese dolor permanente y palpitante que me Email:
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acompañaba a donde quiera que fuera, estaría condenado a una existencia infeliz, miserable y gobernado por mis comportamientos compulsivos. Con el tiempo, los Pasos me llevaron a dejar de seguir huyendo de lo que no quería, y comencé a buscar lo que quería. Era una óptica completamente diferente y una de las claves de la felicidad.
A partir de ese momento dejé de criticar a las personas que eran inconscientes de, (o impotentes ante), sus comportamientos compulsivos. Comencé a ver sus almas y las razones más profundas que los llevaban a hacer lo que hacían. ·
Entendí al que se queda pegado frente a un computador
jugando solitario por horas, chateando con desconocidos, actualizando su perfil en las redes sociales, viendo pornografía, o navegando sin sentido, mientras su vida se desmorona a su alrededor. ·
Entendí al que se queda pegado a la consola de juegos de
video mientras sus relaciones sociales y familiares se deterioran lentamente. ·
Entendí a la que solamente es feliz mientras él esté a su
lado, así el costo (siempre creciente) que tenga que pagar por tenerlo a su lado sea en dignidad, autor respetó y autoestima. ·
Entendí al que trabaja de día y de noche gobernado por la
necesidad de poder, prestigio y dinero, a pesar de que su vida familiar se derrumba ante sus ojos.
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Entendí al que come hasta hartarse y luego come más... y
no es capaz de dejar de comer compulsivamente, a pesar de su obesidad evidente y los problemas de salud asociados con ella. ·
Entendí al que ayuna o vomita hasta morir a pesar de que
su vida se va con cada gramo que pierde. ·
Entendí al que sueña compulsivamente con mundos,
amores, logros y realizaciones maravillosas, mientras su falta de acción lo lleva a experimentar en su vida lo contrario a todo eso que desea. ·
Entendí a los que necesitan tener todo inmaculadamente
limpio; a los que se lavan la piel hasta que ésta queda roja; a los que tienen todo tan ordenado, que pueden detectar que alguien entró a su cuarto sin su autorización; a los que necesitan tener todo bajo control en sus casas, en sus vecindarios, y entre sus familiares y amigos, a pesar de los problemas que eso les trae; a los que se obsesionan con el tiempo y la puntualidad a tal grado, que termina generándoles conflictos en su vida social y familiar. ·
Entendí a los perfeccionistas
·
Entendí a los que permanecen quince años en la
insatisfacción de sus circunstancias con un jefe maltratador, un salario por debajo de sus capacidades o unas funciones ofensivas y denigrantes, a pesar de ser conscientes y quejarse de ello todo el tiempo. ·
Entendí a los que se emborrachan o se drogan a pesar de
que cada vez que lo hacen pierden un poco más de sí mismos, de sus capacidades y sus sueños.
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Entendí a los que hacen ejercicio hasta morir; a los que
cuidan su salud hasta matarse y a los que cuidan su dieta alimenticia hasta que todos sus amigos los evitan. ·
Entendí a los que se deprimen, se encierran, se aíslan y
se acuestan en posición fetal durante años con las cortinas cerradas y las luces apagadas. ·
Entendí a los que no confían en nadie, creen que todo el
mundo está tramando algo para hacerles daño y se sienten incapaces de amar o de dar de sí mismos a pesar de sentirse infinitamente solos e incomprendido incomprendidos. s. ·
Entendí a los que sienten que el corazón se les sale del
pecho, les sudan las manos, las axilas, la frente y el bigote, respiran agitado, les tiembla el pulso y sienten que se van a desmayar antes de hacer una llamada, hablar en público, asistir a un evento social o tener una entrevista de trabajo. Entendí que su problema NO es flojera, pereza, falta de voluntad, de inteligencia o de talento.
Entendí que sus conductas compulsivas son apenas la punta del iceberg de su verdadera problemática, que es mucho más profunda. De hecho, las conductas compulsivas son el único alivio que han podido encontrar para su verdadero problema: Su dolor. Los entendí a todos porque yo tengo un poco de cada uno .
Actualmente, una de las labores que realizo con más amor y gusto, es mi trabajo como consejero de adictos. Para nadie es un secreto que aunque utilizo diferentes herramientas tomadas de otras disciplinas, la columna vertebral de mi trabajo son los Doce Pasos .
Es un trabajo gratificante y lleno de regalos. Email:
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Cada vez que este trabajo devuelve a una persona a su familia y a la sociedad, las sonrisas e inclusive las lágrimas de alegría producen producen una satisfacción que lo eleva a uno a las nubes y lo hace sentir que su presencia en este mundo tiene una razón de ser. Cada vez que al final de una conferencia alguien se aproxima y con voz quebrada agradece por fin haber descubierto la naturaleza más profunda de su problemática o la de su ser querido, cada vez que alguno de los lectores de mi novela o de este libro escribe diciendo que su vida cambió para bien, siento que todo ese dolor y el proceso por el que tuve que pasar... ¡Valió la pena! De repente, todo cobra sentido con los pasos. Hasta los episodios más dolorosos de nuestras vidas. Estos pasos, de los cuales hablaremos con más detalle en las próximas entregas, no son para llevarlos debajo del brazo, ni memorizarlos o filosofar sobre ellos. Estos pasos son un proceso de aprendizaje con el corazón. Hay que sentirlos, vivirlos, trabajarlos y ver como ellos trabajan en nosotros... nos cambian. Esta no va a ser una visión científica, ni objetiva de los pasos. Va a ser una visión subjetiva, sesgada y llena de prejuicios. Es la visión de un ser humano como yo, que ha pasado por los pasos en varias ocasiones, para cada una de mis problemáticas y también incluirá los testimonios de personas que han vivido cada uno de los pasos a su manera en cada uno de los programas de recuperación. Habrá testimonios de Alcohólicos Anónimos, de Narcóticos Anónimos, Postergadores Anónimos, Codependientes Anónimos, Sexólicos Anónimos, Postergador Postergadores es Anónimos, Sub-remunera Sub-remunerados dos Anónimos, Jugadores Anónimos, Deudores Anónimos, Trabajadore Trabajadoress Compulsivos Email:
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Anónimos, Comedores Compulsivos Anónimos y Víctimas Anónimas de Incesto. Cada uno mostrará una faceta de la recuperación en el trabajo de cada uno de estos pasos. Vale la pena aclarar que cada programa de recuperación, es autónomo e independiente. Ninguno paga por aparecer en este libro, y aunque los recomiendo a ojo cerrado y la mayoría de personas con quienes trabajo, asiste a alguno de estos programas por sugerencia mía, yo no tengo nada que ver con los programas, ni son una extensión de mis servicios. Cada uno de los testimonios que veremos en este libro, pertenece exclusivamente al individuo que lo da. Cada persona habla en su nombre propio y no como representante de la comunidad a la que pertenece. Todos los nombres serán cambiados para proteger la identidad de las personas. Espero que les guste.
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La historia de Marcela
Cuando Marcela llegó pidiendo ayuda, estaba al borde del suicidio, pero no tenía problemas. El enfermo era otro. Las dos primeras sesiones estuvo hablando de todo lo que otra persona la había hecho sufrir y de cuán buena, perfecta, compasiva y comprensiva era ella. En realidad podría parecer una chica sin problemas. Su problema de fondo era más difícil de detectar. Jamás había probado drogas, no le gustaba la sensación de pérdida de control que producía el alcohol, era bonita, agradable, se mantenía en la línea, había sido buena estudiante, ahora era buena empleada y tenía unos ingresos razonables... pero se sentía vacía e infeliz. Su sueño era escribir y siempre lo había dejado de lado. Pero eso no era lo único que había abandonado de sí misma. Desde muy pequeña, criada en un hogar con un padre alcohólico, y olvidada por una madre cuya única función además de trabajar era estar obsesionada y preocupada por su esposo, aprendió a valerse por sí misma, y a sacrificar sus deseos y necesidades por tratar infructuosamente de "ser perfecta" y ganar un poco de cariño y aprobación de sus padres. No recuerda su niñez como un período de risas, juegos y espontaneidad, sino como una eterna y monótona depresión; una búsqueda incesante de afecto. Además de recordarse como una niña obediente que casi no reía ni hablaba, una de las imágenes más vívidas de su niñez es acurrucada bajo la ducha, sintiéndose infinitamente sola, llorando e imaginándose que era una niña abandonada bajo la lluvia.
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A los catorce años pensaba en el suicidio al menos dos veces por semana. De pronto un día apareció Luis. Él era un muchacho universitario, conocido en el barrio por ser alegre y dicharachero... y se fijó en Marcela. Ella no lo podía creer. ¿Qué habría visto en ella, la paria, indigna, indeseable e intocable? Con la relación, se acabó la depresión de Marcela. Comenzó a sentirse feliz y completa. No era difícil verse con Luis, pues debido al abandono por parte de sus padres siempre había sido independiente. La mayor parte del tiempo que estaba en casa, vivía sola. Así comenzó a recibir visitas de Luis todas las tardes después del colegio. Luis era todo lo que había soñado: A veces la acogía entre sus brazos y la hacía sentir protegida y amada. No era perfecto; era soberbio, prepotente, un poco egocéntrico y egoísta; a veces la agobiaba con sus juicios y críticas, pero ella aprendió a interpretar eso como amor; él quería convertirla en una mejor persona. Los fines de semana se desaparecía para irse a beber con sus amigos y Marcela sentía ese vacío en el estómago que conocía desde la niñez a raíz de las andanzas de su padre, pero estaba segura de que poco a poco, el amor que sentía por él, lo cambiaría. Sin darse cuenta, en nombre del amor, Marcela había caído en una de las adicciones más sutiles y destructivas en las que puede caer un ser Email:
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humano: La Codependencia o adicción a una relación. Esa adicción paradójica en la que por controlar a otra persona terminó siendo controlada; en la que por tratar de hacer que otro viera la luz, terminó sumida en la oscuridad de la incapacidad de verse a sí misma; en que por tratar de liberar a su pareja de la esclavitud, terminó siendo esclava. Comenzó a descuidar sus estudios y su vida, por tratar de controlar la manera de beber de Luis; esas conductas que tanto criticó en su madre, ahora eran lo más normal en su vida; hacía grandes esfuerzos por "aparecer casualmente" en los lugares en donde él estaba bebiendo; rehusaba invitaciones a fiestas o paseos, para quedarse en casa marcando repetidamente el número de celular de Luis, obviamente sin recibir contestación alguna. Cada vez que Luis se perdía, se sentía culpable; ella había fallado en algo; se sentía responsable de los sentimientos, pensamientos, acciones, elecciones, deseos, necesidades, bienestar, malestar y destino final de Luis; trataba de complacerlo en todo para tenerlo a su lado; le hacía comidas suculentas; tenía relaciones sexuales con él sin desearlo; tenía relaciones sexuales cuando hubiera preferido que él la abrazara y le dijera que la amaba; tenía relaciones sexuales cuando se sentía enojada y herida; se apropiaba de sus problemas y trataba de ayudarlo en todo. A veces se sentía loca y se preguntaba cómo sería ser normal. Una vez Luis la gritó y la abofeteó delante de sus amigos. Ella se envalentonó y le pidió que la respetara. Luis le dio la espalda y se fue Email:
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caminando sin decir palabra. Ella, salió corriendo detrás de él pidiéndole perdón. La relación con Luis duró Nueve años. El final de su educación secundaria y toda su vida universitaria. Aunque ya no era la estudiante perfecta, seguía obteniendo muy buenos resultados académicos a pesar del tiempo y la energía que invertía en tratar de controlar a Luis. Él ya había tenido varios deslices con otras mujeres, uno de los cuales le había acarreado la responsabilidad de un hijo, pero Marcela lo seguía aceptando; al fin y al cabo; "nadie era perfecto". Finalmente un día Luis decidió dejar a Marcela para formalizar una relación con Andrea, una compañera de oficina que lo despreciaba; anteriormente había tenido algunas aventuras con ella y siempre lo había dejado por otro hombre. Marcela no podía dejar de pensar obsesivamente en Luis; en lo enfermo que estaba al enamorarse de una abusadora, maltratadora y destructora como Andrea. Sin Luis se sentía como un cascarón vacío e inservible. Él era la luz de su existencia. Lo único que le producía esporádicamente una sensación de plenitud. Sin él no era nada. No se sentía capaz de enfrentar los desafíos de la vida; no le provocaba ir a cine, a comer, bailar, ni hacer nada. Todas las noches llegaba del trabajo a su casa, se encerraba a ver televisión hasta que se quedaba dormida, y al día siguiente se levantaba a trabajar y a repetir el mismo ciclo. En ese momento, habría dado cualquier cosa, habría renunciado
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lo que fuera, por volver a recibir las migajas de afecto que Luis le daba. Así pasaron unos dos años, hasta que conoció a Enrique. Era un compañero de oficina, ocurrente y gracioso que la hacía reír cuando le contaba sus historias. Un día la invitó a comer, después se fueron a bailar, y terminaron la noche teniendo relaciones sexuales. Enrique fue claro al explicarle que quería ser un buen amigo; nada más. Ella lo aceptó así. En la oficina eran compañeros de trabajo y los viernes en la noche salían a dar rienda suelta a toda la pasión reprimida. Luego se despedían, no se veían más durante el fin de semana y la semana siguiente repetían el ciclo. Marcela tenía veinticinco años, unos ingresos estables, había terminado su especialización y decidió independizarse para alejarse de la disfuncionalidad de su núcleo familiar. Tan pronto como comenzó a vivir sola, pasaba más noches con Enrique. Él iba a su apartamento dos o tres veces a la semana, tenía relaciones sexuales con ella y luego se iba para su casa. Ella comenzó a hacer cosas para que se quedara. También hizo cosas intentando obtener un mayor compromiso, compasión o ayuda de Enrique, como mentirle diciendo que creía estar embarazada, o que tenía problemas económicos. Esas conductas actuaban como un repelente contra Enrique, quien desaparecía hasta que ella le contaba que ya había
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salido de sus apuros. Entonces todo volvía a la normalidad de las dos o tres relaciones sexuales por semana. A Marcela le molestaba que Enrique coqueteara descaradamente con otras compañeras de oficina delante de ella, que no se comprometiera, que ya prácticamente no hablaban, que solo la buscaba para sexo y luego la abandonaba. Sentía que se repetía la historia, que su vida era otra vez vacía e infeliz y que entre los contados y cortos instantes de relativa alegría con los abrazos y caricias de Enrique, su vida era un océano de ansiedad y desasosiego. En ese momento pensó que él podría tener algún problema de adicción al sexo, decidió que no quería, como su madre, envejecer sumida en una relación con un adicto. En ese momento llegó buscando ayuda para Enrique. Lo más difícil para ella, fue dejar de mirar hacia los demás, y comenzar a mirar hacia adentro. Con dolor, se dio cuenta de que se le facilitaba más adivinar lo que los otros pensaban o sentían, que saber qué era lo que ella sentía y necesitaba. Empezó a buscar dentro de sí, qué era lo que la llevaba a relacionarse con personas problemáticas, poco afectivas y herméticas emocionalmente. Una vez tomó conciencia de su codependencia y comenzó a trabajar en ella, su vida cambió radicalmente. No solamente sus relaciones sentimentales, sino todas sus relaciones comenzaron a basarse en el respeto y el amor. Pero lo más importante, es que Marcela ha acogido Email:
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a esa niña abandonada y necesitada de cariño, caricias, afecto y aprobación que había dentro de sí, la ha amado con todo su ser, le ha enseñado que vale por lo que es, no por lo que hace para los demás... y al mejorar la relación consigo misma, ya no necesita llenar sus vacíos con otras personas. En este momento tiene una relación sentimental que no la debilita, ni consume todas sus energías, sino la fortalece. A veces se obsesiona, con los problemas de las personas en los realities y quisiera decirles qué hacer o sacarlos de su sufrimiento; a veces quisiera decirle al presidente cómo manejar el país o escribirle una carta al presidente de los Estados Unidos y hacerle caer en cuenta de sus errores, pero rápidamente se acuerda del fondo que tocó por estar pendiente de las vidas de otros y recupera su rumbo. Ahora dedica parte de su tiempo a lo que tanto soñó: Escribe textos hermosos que reflejan sus sentimientos, que espera publicar algún día y que seguramente compartiremos pronto en esta colección.
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CODEPENDENCIA Otras historias
A raíz de la publicación del Post "Codependencia (la historia de Marcela) he recibido muchos mensajes de personas, que han querido compartir sus testimonios. Espero que les guste este pequeño collage de testimonios, (algunos escalofriantes), sobre "adicción a las relaciones" o "codependencia". Esta problemática se manifiesta de formas muy diversas. Estas historias
son
solo
un
abrebocas,
pero
espero
que
sean
suficientemente ilustrativas. Andrea nos cuenta su historia: Amo a mi novio más que a mi vida misma. Me trata como la mujer más bella del mundo, es un amor... ¡lo amoooo!... pero me a sido infiel varias veces. No puedo soportar eso; me duele en el alma; no puedo perdonarlo; sudo frio; lloro del rabia; siento que me hierve la sangre y que me voy a morir; ¡siento un vacío inmenso en el pecho! Cada vez que recuerdo su infidelidad me provoca matarlo y salir corriendo, pero no puedo dejarlo. Quiero dejar de ser codependiente y terminarlo sin que me importe más. No quiero terminar en un manicomio. Siento que esta experiencia emocional ha sido tan fuerte, que está afectando mi capacidad de juicio. Tanta rabia y tanta tristeza van a acabar conmigo. Si no termino haciendo una barbaridad y metida en la
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cárcel o en un manicomio, voy a terminar en una clínica con un cáncer o un infarto. No sé por qué lo hace. Lo peor es que trato de buscar explicaciones y entenderlo. Cada vez que cae en lo mismo, me ruega y dice que no volverá a hacerlo nunca más... ¡y yo le creo! Quiero ponerle fin a esta relación tormentosa que está acabando conmigo emocionalmente, pero lo único que logro es llorar, encerrarme, no salir de mi cuarto, no saber nada de la vida... y hundirme en mi propia miseria. Por su parte, Arturo nos dice: Yo no sabía que había un problema en mí. Ella me coqueteó y yo le puse atención. Yo estaba solo y bien; ella recién divorciada. Terminé hundiéndome hasta el cuello en esa relación. Nos fuimos a vivir juntos, yo adopté a los chiquitines, y el propósito de mi vida se volvió sacar adelante esa familia ¡De verdad amaba a mi familia con todo mi corazón! A pesar del maltrato y la neurosis de ella; a pesar de su alcoholismo y de que se transformaba en un monstruo cuando bebía; a pesar de sus múltiples ofensas, yo seguía ahí pegado con mi firme compromiso de sacarla adelante. Hasta que un día se fue otra vez con el padre de los niños. Me dijo que no había dejado de quererlo nunca y que él era el verdadero padre de sus hijos. ¡Casi me enloquezco! En un instante perdí a toda mi familia; mi única razón para vivir. Odié a esa mujer con toda mi alma.
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Extraño mucho a los niños pero sé que ella los adora y ellos están felices de ver a sus padres juntos. Me he dado cuenta de que soy codependiente. Necesito estar al lado de alguien necesitado para sentir que valgo. ¡Voy a buscar ayuda! Margarita también ha querido compartir con nosotros algo de su vida: Tuvimos un noviazgo de tres años. Él era un derrochador, pero pensé que se corregiría cuando tuviera compromisos y obligaciones... En dos años de casados, me engañó todo el tiempo con asuntos de dinero. No me dijo que tenía deudas cuando nos casamos. Si me hubiera dicho, todo estaría cancelado. Cuando llegaba un dinero extra, proponía salir de compras y yo aceptaba pensando que nuestra situación financiera estaba en orden. Hasta creí que teníamos unos ahorros... ¡que desaparecieron! Él comenzó a darme señales y cuando fui a revisar la cuenta, pude ver que no quedaba un centavo. Y otra vez me salió con lo mismo: "Debo un poco de dinero". La primera vez vendió su carro para pagar, pero todavía quedó debiendo y yo no sabía. La segunda me prestaron mis padres. Ya les pagué. La última vez le iba a ayudar nuevamente, pero me dijo que ya no me quería. Ahora me pide disculpas y me dice que fue un momento de "ira e intenso dolor"... pero analizando bien la situación y la forma como venía la relación, me doy cuenta de que era cierto.
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Seguramente necesita más dinero y por eso quiere que volvamos. Gracias a Dios me dijo que no me quería. Si no hubiera sido por eso, lo habría ayudado otra vez y otras mil veces. Pero gracias a tu artículo me di cuenta de que no tenía una pareja. ¡Yo había adoptado a un hijo! He identificado ese patrón con todas mis parejas. Yo misma los invalido. Necesito que me necesiten ¿Por qué busco muchachitos así? Yo pensaba que solo él era el del problema... con su pereza, sus comentarios insulsos, su intolerancia, sus discusiones sin argumentos sólidos, su incapacidad para verse a sí mismo y aceptar sus errores. Pero ahora me he dado cuenta de mi parte en el problema ¡Eso me ha dado más duro que el mismo divorcio! Aceptar que necesito ayuda y que si no la busco, voy a terminar repitiendo esto durante toda mi vida. También me parece importante mostrar el compartir de Pedro: Creo que estoy en una relación destructiva. Yo sé que ella no me quiere y sigo ahí porque siento literalmente que se me va la vida, el autoestima, el sentido de la propia valía y el propósito de todo lo que hago. La llamo, le ruego, me arrodillo, lloro y finalmente logro (eso creo) que ella deje al otro hombre y vuelva conmigo por lástima. Eso ha sucedido muchas veces. Una de las veces volvió embarazada. No sé por qué sigo con alguien que cada vez que quiere va y se acuesta con otros hombres y hasta convive con ellos. Y luego vuelve conmigo haciéndome sentir que lo hace por lástima, porque no valgo nada. Email:
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Necesito un grupo o centro que me ayude porque esta situación me está destruyendo. Mildred nos envía una historia escalofriante: Yo me considero una mujer exitosa, hago lo que me gusta, tengo un trabajo donde me encuentro muy bien y me siento bonita. Sin embargo, estoy metida hasta el cuello en una relación de codependencia con mi ex. Terminamos hace unos años porque él era adicto a las drogas, pero nunca lo pude olvidar. Ahora está en la indigencia y yo he perdido todos los límites; le soporto todo, absolutamente todo. Me encuentro dispuesta a todo con tal de estar cerca de él y eso me está acabando. Le he aceptado propuestas indecentes, ha traído a mi casa amigos espantosos, se desaparecen mis cosas, y hasta me ha gritado, insultado y golpeado delante de otras personas. Esto ha tenido consecuencias serias para mí, en muchos sentidos, incluyendo la salud. Necesito ayuda, pero me da miedo, pues creo que lo primero que me van a decir es que termine con la relación... y sin él a mi lado yo definitivamente no tengo nada que hacer... no soy nada. Y para terminar con broche de oro, un testimonio laboral como el de Alberto: Mi jefe es una abusadora, maltratadora, destructora de autoestimas. Todos los días me grita. Me dice cosas como: "¡Sirva para algo!", "¡haga valer lo que se le paga por su trabajo!", "inútil", "imbécil" y cuando me hago el que no me doy por aludido, me dice: "¡Oiga cretino! ¡es con usted!". Email:
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Lo peor de todo es que soy el empleado más solícito. El único que se queda horas extras; el que viene los sábados y domingos cuando hay entregas de informes. Todo lo que hago es buscando su aprobación y aceptación. Una aceptación que nunca llega y nunca llegará. Y yo cada vez me sumerjo más en ese círculo autodestructivo. El año pasado mi esposa me dejó convencida de que yo tenía un affaire con mi jefe porque me la pasaba todo el tiempo, de día, de noche, fines de semana y festivos, en la oficina. Me quedé solo y lo tenaz es que todavía no he conseguido la más mínima aprobación o consideración por parte de mi jefe. Pero al menos, me he dado cuenta de que tengo un problema y voy a comenzar a hacer algo al respecto... He conocido a muchas personas en situaciones parecidas. Curiosamente son muy buenas para dar consejos a otros, pero no aplican los consejos en sus propias vidas. Antes de que digas "qué horror" al ver los casos aquí expuestos, te invitaría a que buscaras identificarte más que juzgar. La buena noticia si te llegas a sentir identificado con alguna parte de alguna de las historias, es que hay una solución para ti. La codependencia era una enfermedad prácticamente desconocida hace veinte años. Pero ahora hay una esperanza para todas esas personas que todo el tiempo escuchaban de los demás: "No sea boba", "Aprenda a poner límites", etc. Ellos pueden dar testimonio de que en su proceso han llegado a mejorar sus relaciones con los demás, comenzando por un trabajo muy fuerte con ellos mismos. A medida que van teniendo una mayor Email:
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fortaleza interior, va siendo para ellos más fácil poner límites con un pleno
convencimiento,
cambiando
y
manejando
sanamente
situaciones que los habían agobiado durante toda la vida.
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La historia de Magnolia
Decidí pedir ayuda porque acababa de terminar una relación sentimental y sentía que me moría. Pensaba que no podía ser normal; que está bien sentir dolor, pero no ese vacío tremendo que yo sentía. A veces me miraba el estómago para ver si tenía un hueco ahí. La sensación era como si estuviera cayendo de un avión, sin paracaídas, permanentemente. Una eterna caída libre. No podía rendir, no podía concentrarme, no podía pensar en nada. Lo único que tenía era ese vacío sobrecogedor y la sensación de que así no podía seguir viviendo. No sabía qué hacer, sentía una angustia, una ansiedad, un miedo, una incapacidad para vivir la vida; más que miedo, lo que sentía era pánico; pánico por estar sola, a pesar de que toda mi vida había estado sola. La relación había sido terriblemente disfuncional. Él normalmente no estaba disponible. Se perdía por días, semanas y a veces hasta meses. Mi familia lo odiaba, pues según ellos era el peor novio que pude haber conseguido. La relación duró siete años. Comenzamos cuando yo tenía diecisiete años. Ahora pienso que desperdicié los mejores años de mi vida. Desde que nos conocimos él me manipuló para conseguir lo que quería de mí. Yo ni siquiera estaba buscando una relación sentimental. Estaba saliendo del dolor del desamor de la traición de mi mejor amiga quien terminó saliendo con un muchacho que me gustaba. Pero Jorge comenzó a endulzarme el oído, a convencerme de que me escuchaba, siempre estaba para mí.
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Entonces caí. Caí redondita. Comencé a verme con él a escondidas de mis padres, porque él ya estaba terminando la universidad y yo apenas estaba terminando el colegio. Me invitaba a comer, a algunos planes intelectualoides estúpidos que me hacían sentir en el mundo de los universitarios, pero más importante que todo, me hacía sentir bien. No me sentía sola; sentía que pertenecía allí. De alguna manera, cuando estaba con Jorge desaparecía ese dolor profundo y permanente que había tenido durante toda la vida. Ahora sé que era el dolor de mi propio auto despreció, de mi baja autoestima, de no cumplir con las expectativas que tenía de mí misma, de sentir que era una decepción para mí, para Dios y para el mundo. Pero en ese momento no lo sabía. Solo me sentía mejor con Jorge y le pedía que me dedicara más tiempo. Todos los días le pedía más y más tiempo, y Jorge cada vez me daba menos. Terminamos encontrándonos solamente para tener sexo, porque llegué a creer que así era la única forma como él accedía a verme. La pasábamos increíble y luego él se perdía durante largos períodos de tiempo. Me escribía de vez en cuando que estaba muy ocupado pero que apenas se desocupara le gustaría verme... y yo le creía y lo esperaba. Mi vida era un gran desierto en el que esporádicamente aparecía un pequeño oasis que me daba un poco de energía para seguir viviendo hasta el siguiente oasis. Nunca me cuestioné la relación. Solamente esperaba las pequeñas dosis de afecto que Jorge me daba con cuentagotas. Cuando se desaparecía durante meses eran los peores momentos de mi vida. Pero después de dos o tres meses yo comenzaba a sentirme Email:
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un poco mejor, a plantearme algunos propósitos personales, a salir con amigos y amigas, a tener algún pretendiente y a rogarle a Dios que él no volviera a aparecer... pero él como si tuviera un pacto con el diablo, sabía cuándo aparecer y desbarajustar toda mi vida nuevamente. Me llamaba, me mandaba notas, me pedía que nos viéramos, me tiraba anzuelos de todas las formas posibles... hasta que yo picaba y ahí quedaba pegada durante otro año. Ahora me doy cuenta de que no toda la culpa era de él. Yo podría haberle dicho que no. Pero no sabía que más que amor, lo que yo tenía era una dependencia emocional de él. Yo era una adicta y él era mi droga. Siempre decía que había cambiado, que había vuelto para quedarse, que no se imaginaba la vida sin mí. Me decía lo que yo necesitaba oír. Luego teníamos sexo brusco y él volvía a ser el mismo de siempre. Como los jíbaros que visitan a los drogadictos rehabilitados y les regalan las primeras dosis para que recaigan, él me llamaba a mí y me ofrecía las dosis de cariño, caricias, afecto y comprensión que yo tanto necesitaba, para después manejarme como una marioneta. Yo era supuestamente creyente, pero me arrodillaba ante él. Lo convertí en mi Dios. Hacía todo lo que él quería que hiciera. Me comportaba como él quería que me comportara. Todo esto lo hacía para poder escapar de mí misma. De mi dolor. Lo que buscaba era no sentir y no estar conmigo misma. No sabía que la única forma de quitarme ese dolor era sintiéndolo y sanando las heridas emocionales que lo causaban.
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Con el tiempo me he dado cuenta de que no dependía solamente de él. Soy tremendamente susceptible a la crítica, al rechazo y a las respuestas negativas, tanto de mis padres, como de mis amigos, profesores y jefes. Al mismo tiempo la aprobación me producía una especie de éxtasis. Por eso siempre estaba buscando la aprobación de todo el mundo. Vivía esforzándome por hacer las cosas bien en la casa y en el trabajo, para lograr la dosis de aprobación que necesitaba. Así me convertí en la alumna y la empleada perfecta. Nunca decía que no. Nunca incumplía. Todo el tiempo dependía de los demás para poder sentirme bien, porque no podía estar bien conmigo misma. Eso me llevó a volcar mi vida hacia los demás; siempre estaba pendiente de atenderlos, de satisfacer sus necesidades, deseos y demandas. Todo el tiempo estaba atendiendo a los demás y desatendiéndome a mí misma; olvidándome de mi misma. Dejando mis deseos y necesidades para el final. Llegué al punto de no saber qué era lo que yo quería o necesitaba. Sabía muy fácilmente lo que los demás querían o necesitaban, pero me costaba mucho trabajo saber quién era yo. Perdí mi identidad. Creía que me gustaba el fútbol, pero en realidad no me gustaba. Me gustaba estar con Jorge y como él hacía programas para ver fútbol, yo terminé "amando" el fútbol. También decía que la mejor música del mundo era la que Jorge escuchaba, olvidándome de la música con la que crecí, viví mi adolescencia, y me inspiraba para escribir poemas. Pero ahora todo está cambiando. He tenido que sentir dolor. Tenía mucho miedo de sentir el dolor de estar conmigo misma, pero por ese miedo me sumergí en mi propio proceso de autodestrucción que me causó más dolor que nada en este mundo. Ahora sé que si no siento Email:
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el dolor, lo enfrento y lo sano, estaré condenada a depender de los demás para escaparme de mí misma. Sé que la relación terminó porque finalmente yo tomé la decisión de no volver a tener contacto con Jorge. Él me ha seguido llamando, me ha seguido buscando, me ha llorado, se me ha arrodillado, me ha pedido perdón; ha hecho lo que siempre desee en mis sueños que hiciera. La diferencia está en que en los sueños yo le decía que sí volvía con él, pero bajo ciertas condiciones. Ahora le digo que no quiero saber nada de él ni de sus manipulaciones diabólicas. Ya le quité el poder que tiene sobre mí. Ya he encontrado mi propio poder. También estoy descubriendo mis gustos. Me estoy vistiendo como a mí me gusta, no como creo que a otros les gustaría. Cuando voy a un restaurante pido lo que quiero y no lo que me parece conveniente. Antes, para hacer cualquier cosa, para comprarme un vestido o un celular nuevo, le preguntaba a todo el mundo... y eran tan diversas las opiniones, que nunca pude tomar decisiones que dejaran a todos satisfechos... y terminaba recibiendo críticas. Ahora me doy cuenta de que mi error era invitar a los demás a que se inmiscuyeran en mis asuntos. Ahora compro lo que se me da la gana y cuando alguien amablemente me da su "opinión" que en realidad es una crítica disfrazada, le contesto que cuando quiera su "opinión" se la pediré. Que por lo pronto me deje tranquila, que lo que compré era lo que más se adecuaba a MIS necesidades y que yo lo había decidido. Poco a poco estoy liberándome de la necesidad de aprobación de los demás. Todavía me falta un largo camino por recorrer, pero lo lindo de
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este proceso es que he recibido regalos desde el día en que lo comencé. La historia de Mercedes Hola. Soy Mercedes y soy una codependiente en recuperación. Espero que mi historia y mis fondos truculentos puedan servir para ayudar a otras personas a identificar esta problemática en sí mismas, o a servir de puente para dar esta información a otros codependientes que están sufriendo. Me crié en un hogar disfuncional, con un padre neurótico y perfeccionista, y una madre cuya misión en la vida era complacer a mi padre. Mi padre nos atormentó durante toda la niñez con su desprecio por no ser perfectos, por no ser como él quería que fuéramos. Todos sus regaños fueron creando en nosotros las creencias profundamente arraigadas, de que no éramos suficientemente buenos, no podíamos hacer nada bien, no nos merecíamos nada bueno de la vida, y que éramos una especie de error de la naturaleza... ¡Y éramos niños normales! Pero cuando actuábamos como niños, o como adolescentes de acuerdo a nuestra edad, él siempre estaba recriminándonos, criticándonos y preguntándose en voz alta cuándo iríamos a madurar. MI madre lo dejaba y no nos defendía, pues ella recibía las mismas recriminaciones y malos tratos... y todavía lo hace. Nunca fue capaz de ponerle un límite claro a mi padre, siempre estaba pendiente de que no hiciéramos las cosas que lo sacaban de sus casillas como jugar, saltar, hacer ruido, desordenar, ensuciar nuestra ropa, sacar
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malas notas, etc. De alguna manera, todos en la familia nos sentíamos inferiores a mi padre y nos esforzábamos todo el tiempo por ganar su amor y aceptación... y nunca lo lográbamos. Ahora me doy cuenta de que él estaba enfermo también. Su problema de autoestima era tan terrible, que necesitaba pisotear y minimizar a quienes estábamos alrededor suyo para poderse sentir bien consigo mismo. Desde muy pequeños aprendimos que las cosas de la casa eran más importantes que nosotros. Si se nos regaba el jugo en el comedor, era tan importante el mantel que habíamos manchado, que no importaba traumatizar y destruir de por vida al pobre infante... y ¡ay! De que rompiéramos la ropa. Mi padre decía que si dañábamos la ropa nos la sacaba por la cola... y nos azotaba hasta que quedaba satisfecho. Todavía, cuando se me riega el jugo, lo primero que siento es un miedo incontrolable. Me tiemblan las manos y las piernas se me ponen débiles. Desde los seis hasta los quince años me comí compulsivamente las uñas. En ese entonces no sabía por qué lo hacía y por qué no era capaz de dejar de hacerlo. Hoy sé que era por ansiedad, por mi sensación de no ser digna de ser amada, que hacía que fuera muy difícil relacionarme con los otros niños. Estudié en un colegio femenino y en mi curso había subgrupos: El de las Barbies creídas, el de las inteligentes, el de las hiperactivas, el de las chistosas, el de las gorditas, el de las que sobraban, y yo. Nunca encajé en ninguna parte. Ahora me doy cuenta de que era inteligente, bonita y buena para los deportes, pero en esa época me consideraba un ser abominable y defectuoso. Sentía vergüenza por existir. Constantemente soñaba con Email:
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mi propia muerte, la cual veía como un descanso del dolor que me producía vivir; sonreía con malicia al pensar que ante mi ausencia algunas personas se sentirían culpables por no haber sido buenas conmigo. Mis padres, en vez de tratar de averiguar por qué no podía evitar comerme las uñas, me golpearon, me echaron ají, me humillaron... y nunca lograron que dejara de comérmelas. A los catorce tuve mi primer amor, y dejé de comerme las uñas. Aprendí a llenar mis vacíos de otra manera. Ahora me doy cuenta de que fue el primer muchacho que medio se fijó en mí. Mi autoestima era tan baja, que quedé perdidamente enamorada desde el primer piropo. Con él tuve mi primera relación sexual y también mi primera decepción, pues entró a mi vida para repetir el ciclo de mi vida. Todas las personas que pasaban por mi lado me rechazaban y él también lo hizo. Eso era lo que yo sentía. Que todo el mundo me rechazaba. A los dieciocho me casé con el primero que me propuso sacarme del infierno de mi casa. Por supuesto, mis padres no estaban de acuerdo y me escapé con él en su moto. Tuvimos que decirle al cura que yo estaba embarazada para que accediera a casarnos. Desde los dos meses de casados comenzó a salir con sus amigos los viernes. Todas las semanas borracho, me insultaba, me golpeaba y después me buscaba para tener sexo conmigo. Yo comencé a odiarlo, pero tuvieron que pasar ocho años para que se acabara la relación... y lo peor es que no fue por decisión mía.
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Él terminó abandonándome y quedé destruida. Si ese pseudo-humano me había rechazado, ¡imagínate la piltrafa humana despreciable que yo era! Cuando estaba en medio de mi duelo, llegó a mi vida Ernesto, y como dicen: Un clavo saca a otro clavo. Ernesto llenó mi vida vacía y sin sentido tan rápidamente, que mi ex esposo llegó a creer que yo tenía una relación con él desde antes de separarnos. Y yo sentía cierto placer viendo cómo se mortificaba al hacer sus películas mentales. Ernesto era adicto al sexo. Con él accedí a cosas que nunca pensé que le permitiría a una pareja mía. Le permití meter a otra mujer en la cama, azotarme, amarrarme, en fin, con él experimenté muchas cosas, algunas muy agradables, otras dolorosas y desagradables en el sexo. Él siempre estaba pensando en sexo, sexo y solo sexo. De pronto un día comenzó a ser más parco en el sexo y yo comencé a sospechar. Casi me vuelvo loca persiguiéndolo, espiándolo, mirando el historial de su computador, entrando a su correo electrónico y grabando sus llamadas. Él me decía que yo estaba loca, que era mi imaginación y llegué a creérselo. El peor fondo de codependencia y negación con él lo toqué cuando me contagió con una enfermedad venérea. Después de que le reclamé, él terminó echándome la culpa, haciéndose el digno y tratándome de puta... Y yo terminé rogándole que no se fuera, y creyéndole. Llorando, le decía que no sabía cómo había llegado esa enfermedad a mí, que debía haber sido en un bus o Email:
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un baño público y que por favor me creyera que no le había sido infiel. Finalmente, después de rogarle como durante un mes, él me "perdonó" y volvió conmigo. Yo seguía obsesionada por los celos y él seguía negándolo todo. Escuchaba sus conversaciones con otras mujeres, veía los correos en los que coqueteaba con ellas, lo perseguía. Una vez lo seguí hasta un motel a donde entró con otra mujer. Como no me dejaron entrar a armarle un escándalo, lo esperé afuera. Cuando salió me provocaba estrangularlo, le reclamé, lloré... y él me miró como si fuera una lunática y me dijo que habían venido a hacer un trabajo con la administración del motel. Terminé pidiéndole disculpas por mi celotipia y mi locura. De verdad, yo pensaba que veía cosas que no eran ciertas... Hasta que él se cansó de mis "celos enfermizos" y me dejó. Casi me muero. ¡Literalmente! Me quedé acostada en la cama sin poder moverme durante quince días. Luego salí a comprar veneno para ratones. Cuando volvía a casa me encontré con una amiga de bachillerato, que apareció como enviada del cielo, pues me contó su historia de codependencia. Inmediatamente me di cuenta de que yo era adicta a las relaciones. Mi sustancia adictiva eran las otras personas. Las usaba para mitigar mi soledad, para sentirme querida, útil y para encontrarle un sentido a mi vida. A pesar de los problemas que me traían ciertas relaciones, yo no podía librarme de ellas, ni lograr un cambio por mí misma. Mi estado de ánimo dependía por completo de las demás personas. Cuando tenía algún reconocimiento en el trabajo, cuando me daban Email:
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tres palmaditas en la espalda, cuando mi pareja me llamaba por cualquier motivo, me sentía útil y necesitada. No puedo decir que querida, porque no creía que nadie me quisiera, pero me conformaba con sentirme necesitada. ¡Necesitaba sentirme necesitada! Cuando mi pareja me decía: "Te necesito". Era el mayor cumplido que podía hacerme. Pero cuando el señor de la tienda me saludaba un poco seco, pensaba: "¿Qué habré hecho? ¿Por qué estará bravo conmigo?". Y me devanaba los sesos durante toda la semana sintiéndome culpable y pensando en cómo reconciliarme con el señor. Alguna vez hasta le llevé una chocolatina. Cuando me saludaba normalmente, todo volvía a la normalidad, me sentía en paz con el universo y me enorgullecía de haber logrado que se reconciliara conmigo. Jamás se me ocurrió que él estuviera pensativo y envuelto en sus propios problemas. Yo sentía una necesidad imperiosa de controlar los pensamientos y sentimientos de todos los que me rodeaban. En el trabajo siempre estaba disponible. Era la más diligente. Siempre estaba
esforzándome
por
agradarle
a
todo
el
mundo...
y
paradójicamente, con mi melosería y complacencia, lo que más obtenía era eso que tanto quería evitar: Rechazo. La codependencia marcaba no solo mis relaciones de pareja, sino todas las demás. Todo el tiempo estaba centrada en los demás. Estaba más pendiente de lo que ellos pensaban o sentían que de lo que yo misma pensaba y sentía. Lo que yo quería o necesitaba no era importante. Lo de los demás sí, porque en realidad lo que me movía era la búsqueda de aceptación de los demás. Ese era mi motor, mi Email:
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motivador. Esa necesidad hacía que me comiera algo que no me gustaba y pusiera buena cara; hacía que me aguantara en una posición incómoda durante horas, sin siquiera darme cuenta; hacía que me vistiera, no como a mí me gustaba, sino como creía que les iba a agradar a los demás; hacía que me pudiera trasnochar en el trabajo a cambio de las gracias; hacía que viniera un domingo a trabajar y me dejara gritar por mi jefe, creyendo que eso era "ponerse la camiseta"; hacía que no reclamara cuando me daban menos cambio en el bus, o cuando me traían gaseosa en un restaurante a pesar de haber pedido limonada; hacía que me aguantara mis necesidades fisiológicas por horas; hacía que pensara en qué era conveniente o adecuado decir, matando mi espontaneidad en las conversaciones. Pero gracias a Dios estoy en este momento en el programa de recuperación. Ahora soy consciente de todos mis patrones disfuncionales de conducta. Ahora sé que es más importante feliz que mostrarle a alguien que tengo la razón. Ya no persigo a mi pareja para encontrarlo con las manos en la masa, sino le digo lo que espero de una relación. Sé que no es una locura desear que mi pareja me diga que me ama; haga proyectos a largo plazo y busque pasar tiempo conmigo; que no me deje los fines de semana para irse a beber con los amigos; que no tenga amantes y que ayude en la casa. Sé que eso es lo que cualquier persona desearía y en vez de tratar de cambiar a mi pareja, o de perseguirlo para encontrarlo con las manos en la masa; si noto que la relación no está funcionando, le expreso mis deseos y necesidades, que no son para nada egoístas ni egocéntricos.
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Si no me siento satisfecha, puedo tomar la decisión de irme en cualquier momento. En este momento tengo una relación de tres años y medio basada en el respeto y el amor con un hombre maravilloso que ilumina mis días. Estamos pensando en tener un hijo, tenemos un negocio en el que los dos trabajamos pero no estamos juntos todo el día, y cuando nos encontramos en la tarde nos besamos, arreglamos la casa juntos, cocinamos juntos y somos muy felices. Tenemos conflictos y los arreglamos cediendo cada uno en la parte que le compete. Nos complementamos, pero no dependemos el uno del otro. Cada día que pasa celebramos un día más de relación y sabemos que si algún día la relación no funciona, cada uno puede seguir su camino. Yo creo que eso es lo que nos mantiene juntos y con tanto amor para dar y recibir.
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La historia de Liana
Soy Liana y soy lesbiana. Mis amigas, en son de broma me decían Liana la lesbiana. No me gustaba, pero me lo callaba, como me he callado muchas cosas en la vida. Todo el dolor que me había comido produjo una corriente subterránea de ira que pujaba por salir de la peor forma. A veces sentía ganas de asesinar a las personas que hacían chistes a costa mía. Me provocaba cortarlos en pedacitos y botarlos por el sifón. Pero simplemente me quedaba callada y sonreía. Eso era lo único que había aprendido bien durante toda mi vida. A sonreír y tragarme todo. En mi casa no se podía expresar rabia o miedo. Solo mi padre tenía permiso de hacerlo... ¡y de verdad lo hacía! Llegaba borracho, y como loco. Nosotros corríamos a meternos debajo de la cama, muertos del susto. Mi mamá aguantaba sus ataques de ira y a veces sus golpizas. Al día siguiente, como si no hubiera sucedido nada y fuéramos una familia feliz, todos nos sentábamos a almorzar sonrientes. No decíamos nada. Sentíamos miedo, pero mi mamá nos decía que sonriéramos para que no provocáramos a mi papá. Cuando él se enfurecía y tiraba los platos, yo sentía que era mi culpa; que lo había provocado por no sonreír con suficiente entusiasmo. A los veintidos años, poco antes de graduarme como fisioterapeuta, me fui a vivir con Julieta. Ella llevaba años trabajando como
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fisioterapeuta, era lesbiana, mayor que yo, y me ayudó a salir del infierno que era mi hogar. Como yo no trabajaba, se generó una relación disfuncional con Julieta. Ella era la que mandaba. Yo obedecía. Ella decía qué hacer, cómo hacerlo, todas las cosas no eran "nuestras" sino "de ella" y yo me sentía arrimada en una casa que no era la mía y ganándome la sopa y la dormida con mi sonrisa y mi desempeño sexual. Me dio mucho afecto, pero también fue muy dura conmigo. Algunas veces que no accedía a sus antojos sexuales, me hacía bajar de la cama y dormir en el piso. Yo no tenía adónde irme. Lo único que pude hacer fue aceptar el primer trabajo mediocre y mal pago que me ofrecieron, para comenzar a poner límites dentro de la relación. Como ganaba dinero, podía irme así fuera a vivir en un cuarto cuando quisiera. No podía porque dependía emocionalmente de Julieta, pero el hecho de que se abriera la posibilidad de irme, hizo que ella cambiara... al menos por un tiempo. Claro que parece que yo quisiera que me dominara, pues todo el tiempo pedía su aprobación para todo. Para comprarme un vestido, le preguntaba a ella. Para comprar un celular, lo consultaba con ella. Para tomar cualquier decisión trataba de adivinar qué quería ella, o se lo preguntaba. Así comencé a vestirme como a ella le gustaba, a pedir en los restaurantes lo que ella me sugería, y a esforzarme en todos los aspectos por ser lo que ella quería que yo fuera.
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Lo último que hice fue darle la tarjeta del banco para que manejara mi dinero. Ahí comenzaron los maltratos nuevamente. Un tiempo después, con mucho dolor estaba yéndome de su lado. Fue una de las decisiones más dolorosas de mi vida. No podía vivir con ella, y sentía que sin ella la vida no tenía sentido. Pensé seriamente en el suicidio durante el primer año. Julieta se las arregló para estar siempre cerca, lo que no me permitió cerrar completamente ese ciclo. Seguíamos hablándonos, ella seguía dándome consejos sobre cómo comportarme, qué hacer, cómo vestir... ella siempre ha sido muy dominante, y creo que yo necesitaba a alguien que me dominara para sentirme amada. Finalmente ella comenzó a salir con alguien y yo casi me muero nuevamente. Entonces tomé la primera decisión pensando en mí en toda mi vida. Dejé el trabajo donde me explotaban y conseguí uno en donde me explotaban menos. Eso me dio un respiro. Pude irme a vivir a un apartamento compartido con otras tres amigas fisioterapeutas. Una de ellas era lesbiana como yo. No sé bien cómo sucedió todo, porque yo estaba muy melancólica todo este tiempo, pero creo que fue algo así como: Yo, lesbiana... tú, lesbiana... yo, sola... tú, sola... la casa sola... Oriana se fue convirtiendo en alguien muy importante en mi vida. Me la alegró. Volvió a traer el color cuando todo era en blanco y negro. Hasta que Julieta volvió a aparecer. Bueno... le permití a Julieta volver a meterse en mi vida.
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Me llamó supuestamente interesada en mi bienestar y terminamos acostándonos un par de veces. Oriana no lo supo. Luego, Julieta nos propuso que nos fuéramos a trabajar a la IPS en la que ella estaba. Ella era la directora de fisioterapia y supuestamente nos podía ayudar. Cuando conoció a mi novia me felicitó. Me dijo que era muy bonita. Terminamos trabajando las tres juntas y ahí comencé yo a padecer. Desde el primer día Oriana me dijo que Julieta no hacía sino mirarla. Confronté a Julieta y ella dijo que Oriana era una buscona, que todo el tiempo estaba coqueteándole y "ofreciéndosele". Oriana y yo peleamos, Julieta nos dijo que si queríamos nos podíamos ir, que ella solamente intentaba sacarnos de la m..., pero que si nos gustaba la m..., podíamos irnos a seguir revolcándonos en nuestra propia m... Seguimos trabajando allí sin ponerle más atención a Julieta, hasta que Oriana me dijo que no se aguantaba más el acoso de ella. Decidí confrontarla un día enfrente de su novia. Las vi juntas y le reclamé a Julieta por acosar a mi novia. Tanto Julieta como su novia, se fueron encima de mí diciéndome que aprendiera a controlar a mi "noviecita", que ella era la que todo el tiempo buscaba a Julieta y que estaba atentando contra la "hermosa" relación que ellas tenían. Me sentí estúpida, sin saber qué hacer y tremendamente insegura. Ese fue el comienzo de una época terrible en la que todo el tiempo estaba espiando a Oriana, a Julieta, viendo cómo hablaban, cómo se miraban y sufriendo mucho... sin demostrarlo por supuesto. Siempre tenía una sonrisa en la cara. Email:
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Un tiempo después decidí olvidarme de todo, pues comenzó el malestar en mi relación. Peleábamos mucho, nos distanciamos, comenzó a crecer la tensión entre nosotras y yo pensé que la relación se iba a acabar. Oriana terminó trabajando en el turno de la mañana y yo en el de la tarde. Luego Oriana volvió a ser cariñosa conmigo sin yo saber qué fue lo que hice o dejé de hacer para lograr ese cambio tan abrupto. Comencé a disfrutar mucho nuestra segunda luna de miel, cuando una compañera de trabajo me dijo que no se podía aguantar más y me contó que Oriana y Julieta estaban enredadas sentimentalmente. Que entre ellas había pasado de todo y que no podía seguirme viendo engañada. Ese mismo día le pregunté a Oriana. Ella comenzó a llorar y a decirme que nunca había querido hacerme daño. Me mostró mensajes que probaban que Julieta sí la había buscado. Me dijo que la amaba y que no le pidiera que la dejara porque no podía. Al día siguiente se armó la grande entre las tres. A Julieta se le acabó la otra relación sentimental que tenía, pero continuó con Oriana. Yo seguí trabajando con ellas, sonriente como siempre, poniendo buena cara y haciéndome la que no sentía nada. Algunas veces Oriana me buscaba, otras veces Julieta lo hacía y yo terminé convirtiéndome en amante ocasional de ambas, mientras me sentía la mujer más sola y maltratada del mundo, me moría, y una ira asesina me carcomía por dentro. Ese fue mi fondo de condependencia. Tuve que llegar hasta ese punto para poder pedir ayuda. Hasta ese momento yo era una pobre víctima Email:
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de otros que me "hacían" cosas. Jamás se me había ocurrido que ciertas conductas mías podían "disparar" el abuso y el maltrato de otros. Nunca pensé que mi necesidad de controlar lo que otros sentían hacia mí, podía ser utilizada por los otros para que yo me sintiera responsable de las cosas que hacían. Sé que algunas personas dirán: "¡Dios mío! ¿Cómo pudo dejar que las cosas llegaran hasta ese punto?" pero otras dirán: "Yo estoy peor y no he hecho nada. De hecho, pensaba que no se podía hacer nada". Para quienes están mejor que yo, espero que mi dolor sirva para que vean hasta donde se puede llegar y ojalá busquen ayuda antes de llegar a vivir esa miseria interior que yo tuve que vivir. Para quienes están peor, lo más difícil es salir de la negación. Lo peor que nos sucede a los codependientes, es que como no nos estamos emborrachando, ni inyectando heroína, creemos que tenemos la vida perfecta... y no entendemos de dónde vienen esas ganas sobrecogedoras de morirnos. Por un lado pensamos que no tenemos problemas, pero por otro sentimos la desesperanza de que nuestros problemas no tienen solución. Pero hay una esperanza. Uno puede salir de la codependencia. Uno puede dejar de sentirse responsable por lo que otros hacen, dicen o sienten. Uno puede dejar de depender de la aprobación y las palmaditas en la espalda. De hecho, lo mejor que uno puede hacer es actuar de acuerdo a lo que uno siente; de acuerdo a lo que quiere; de acuerdo a sus sueños y objetivos.
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CODEPENDENCIA
2013
Tratando de complacer a los demás, lo único que logra es violentarse a sí mismo sin darse cuenta. Los codependientes somos especialistas en el autoengaño. Ignoramos tanto nuestras emociones, que nos pueden estar dando una paliza con bate, puños y patadas, y pensamos: "Uhmmm... Siento una ligera molestia. Hay algo que no está funcionando bien". Pero todo eso se puede sanar. En este momento mi vida es otra. Actualmente estoy comenzando una relación con mucha más tranquilidad. Estamos saliendo. No nos hemos ido a vivir juntas, ni estamos desesperadas por llenar nuestros vacíos. Es una relación mucho más tranquila, amorosa y respetuosa. También estoy escribiendo. Siempre me ha gustado, pero como a los demás no les gustaba que yo escribiera, no lo hacía. Ahora sí escribo y lo disfruto. Además, estoy comenzando un negocio con un grupo de amigas. Es un sitio en internet dedicado a las lesbianas, con contactos, eventos, planes turísticos, productos y muchas otras cosas. No sé cómo me vaya, pero al menos disfruto mucho lo que estoy haciendo y ya no me siento explotada ni maltratada. Concuerda con una de las cosas que yo estaría dispuesta a hacer así no me pagaran: La escritura.
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CODEPENDENCIA
2013
La historia de Lucía
Vengo de una familia Antioqueña en la que no se expresaba mucho afecto. No había casi contacto físico. No recuerdo haber recibido abrazos de mi padre; mi madre también era bastante fría y seca. Yo era la de la mitad entre siete hermanos. Creo que mis padres siempre estaban pendientes de los mayores y los menores, mientras los del medio quedábamos en el olvido. Cuando tenía ocho años, un primo de dieciséis me tocaba. Me decía que no le dijera a nadie. Yo estaba tan carente de cariño y caricias que lo disfrutaba; pero después me sentía culpable y cómplice. Pero me hacía falta recibir alguna expresión de afecto y terminaba buscando situaciones en las que mi primo abusaba nuevamente de mí. Creo que desde ese momento comencé a confundir el sexo con amor. Lo que siempre he buscado es amor, pero lo busco a través del sexo. Siempre me odié a mí misma. Así me enseñaron a verme, a punta de críticas, invalidaciones constantes y hacerme sentir que no era digna de ser amada. Ese es el vacío que no puedo llenar con sexo. El de mi amor propio. He tenido que aprender a amarme y aceptarme. Reconocer que no soy perfecta, pero que como ser humano imperfecto, soy infinitamente digna de amor, afecto y aceptación. Antes buscaba todo eso fuera de mí. Quería que me amaran. Quería que me dijeran que era bella... y me lo decían todo el tiempo... y tuve muchos pretendientes que me pedían una relación formal, pero mi vacío era tan grande que necesitaba que muchos hombres me lo dijeran... pero yo no me lo decía a mí misma... y terminaba Email:
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CODEPENDENCIA
2013
sintiéndome fea, sola, indigna de ser amada y llorando sumergida en mi vacío... y sintiendo que mi vida era una farsa... que yo era una puta... y que todo el mundo se terminaba dando cuenta. En la universidad me acosté con un compañero, luego con otro y otro más, y al final todos los muchachos me buscaban solo para sexo. Me irrespetaban y no me ofrecían protección, ni amor que era lo que yo tanto buscaba. Tuve que cambiarme de universidad, pues la vida se me volvió invivible. Pasé un período en el que estuve "juiciosa" y terminé la carrera en otra universidad sin meterme en demasiados problemas. En esa época busqué un terapeuta, pero terminé acostándome con él. Luego comenzó mi vida laboral. Recuerdo que en mi primer trabajo, un día mi jefe me invitó a un café y terminamos acostándonos. Luego me acosté con un compañero y luego con otro. Ninguno sabía que me acostaba con los otros dos. Yo vivía en un estado de ansiedad permanente, pensando que en cualquier momento me podían descubrir. Todos eran casados, así que no me preocupaba que fueran a hacer un escándalo, pero sí me preocupaba lo que cada uno de ellos podía pensar de mí, que a la larga era lo que yo misma pensaba de mí. Un día se supo la verdad y me fui de aquella empresa con mucha vergüenza, jurándome a mí misma que no iba a ponerme en esa situación nunca más. Recuerdo que duré unos dos meses sin tener relaciones sexuales con nadie ni conmigo misma. En esa época tuve mi primer síndrome de abstinencia. Estuve deprimida, llena de miedo, ansiosa, sudorosa, y
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CODEPENDENCIA
2013
con ganas de asesinar cuando me encontraba con tipos groseros en las calles. Jamás había oído hablar de adicciones, pero ahora, viéndolo en retrospectiva, yo era una adicta. Era adicta a la droga que producía mi propio cuerpo. La droga estaba dentro de mí. Cuando tenía un orgasmo, una sensación de calma y plenitud llenaba mi cuerpo. Me dopaba. Los orgasmos eran el analgésico que me quitaba el dolor que me producía vivir; vivir como yo lo hacía, en medio del desamor y del odio hacia mí misma. Cuando alguien me rechazaba, tenía que masturbarme. Cuando me iba mal en el trabajo, buscaba a un hombre. Todo el tiempo estaba tratando de calmar mi dolor a punta de orgasmos. Conseguí otro trabajo, y luego otro y otro más, y siempre terminaba teniendo sexo con algún compañero y salía huyendo por la vergüenza. Un día conocí un sitio de contactos por Internet. Éste podría garantizarme que mi reputación en el trabajo podía seguir incólume, mientras yo daba rienda suelta a mi compulsión. En cinco años no tuve sexo con ningún compañero de trabajo, pero viví el fondo más negro y vacío de mi vida. Mis compañeras me decían que no entendían cómo alguien tan bonita e inteligente como yo, no tenía novio. Me daban consejos para vencer la timidez. Yo me sentía fea y falsa. Todas las semanas tenía sexo con al menos dos hombres diferentes, generalmente desconocidos. Y cuando algún hombre me gustaba mucho físicamente, terminaba repitiendo, pero nunca estuve con un hombre más de cuatro veces. Necesitaba conocer más y más. Quería estar con más y más Email:
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CODEPENDENCIA
2013
desconocidos. Experimentar lo desconocido, lo prohibido. Cada vez buscaba experiencias más extrañas y aberrantes. Era un llamado de mi vacío al que no me podía negar. En el día era la tímida trabajadora. Por la noche me transformaba en la más descarada ramera. En los moteles me conocían. No me decían nada por entrar con hombres diferentes, pero yo sé que me reconocían. Debían pensar que era una de las prostitutas del sector, con la diferencia de que me vestía como una mujer de oficina. En el fondo, seguía buscando el amor y la protección de un hombre. Quería que me abrazara y me dijera que me amaba, pero no sabía cómo pedir eso. Lo más cerca que estaba de eso era revolcándome en la cama. Algunas veces terminé recibiendo cachetadas y nalgadas... y cuando llegaba a mi casa me encerraba en la ducha a llorar. Siempre me bañaba después de tener sexo. Me sentía sucia. Quería quitarme el olor a hombre, quería lavar más allá de mi piel. Quería lavar mis entrañas y mi alma. Quería quitarme el ataque repentino de odio a mí misma que me daba. Pero no sabía que lo que tenía que hacer era parar y buscar el amor... mejor dicho sí lo intuía, pero no me sentía capaz de hacerlo. Si no tenía sexo me sentía peor que una heroinómana sin heroína yo era esclava del sexo. El sexo se volvió la razón de ser de mi vida. Un día, un hombre con quien me acosté unas cuantas veces, creo que se llamaba Carlos, me propuso que fuéramos a un encuentro Swinger. Fuimos un par de veces juntos y me encantó. Estuve con hombres y mujeres. Sentía que había finalmente encontrado un espacio en el que me sentía cómoda, en el que podía ser yo. Email:
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CODEPENDENCIA
2013
Comencé a ir sola a estos encuentros de pareja. En ese espacio no es bien recibido un hombre solo, pero una mujer sola sí. Allí daba rienda suelta a mi sexualidad. Podía estar por horas, con uno y otro, con parejas o con grupos. Varias veces tuve sexo con todos los hombres que asistieron. Entre doce y veinte. Las mujeres comenzaron a mirarme con recelo. Comenzó a correr el rumor de que yo era una prostituta contratada por los organizadores para que nadie fuera a quedar aburrido. Ahí comencé a sentirme excluida en ese, el único espacio en donde me sentía verdaderamente libre y donde creí que ninguna mujer podía juzgarme. De todas maneras, siempre, cuando volvía a mi apartamento, sentía la soledad y el vacío infinitos. El eco de mi propia voz diciéndome: "¡Eres una decepción para los demás". Pensaba en las parejas que habían ido, en lo felices que serían yendo juntos a sus respectivas casas, comentando todo lo que había pasado en esa noche, en quién sería esa muchacha loca que se había acostado con todos... mientras yo me consumía en mi soledad. Sentía que mi pequeño y acogedor apartamento era un castillo inmenso, frío e inhóspito. Me sentía como una niña abandonada en la oscuridad. Cuando no pude entrar más a los encuentros de parejas, volví a las redes sociales y el chat. Corrí muchos riesgos saliendo a encontrarme con desconocidos en la oscuridad de la noche. Tuve relaciones en sitios públicos, escaleras, ascensores, parques y todo lo que alguien se pueda imaginar. Una noche me puse una ropa provocativa y me fui a una cita que tenía con un hombre. Después de tener sexo, él me dio dinero. Me sentí Email:
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horrible. Llegué a mi casa a llorar. Muchas veces me acosté sobre el teclado a llorar sintiendo mi impotencia. Sintiendo que toda mi vida era una farsa. Otra vez un hombre con quien ya me había acostado, me citó frente a uno de los prostíbulos elegantes de Bogotá. Me pareció que podría ser interesante, ya fuera ver el show, o hacer trío con una prostituta. No sabía qué quería él, pero me pareció creativo y accedí a entrar. No habíamos terminado de atravesar un largo túnel que había a la entrada, cuando otro hombre me abordó y comenzó a irrespetarme. Era repugnante y estaba borracho. Yo odio a los borrachos, detesto el olor a licor en un hombre. Este tipo olía a tufo, cigarrillo y apenas se podía tener. Era amigo del que me había citado. Comenzó a irrespetarme y tocarme sin siquiera conocerme. Yo lo rechacé y él, sin decir otra palabra, me dio un puño y cuando estaba tirada en el piso trataba de patearme. Su amigo lo detuvo, pero me sirvió de lección. Me devolví a mi apartamento sola, con un ojo morado, el tacón roto, el maquillaje corrido por haber llorado. Cuando llegué al edificio, vi que el portero me miraba con una sonrisa cómplice. Subí a mi apartamento a llorar. Hacía cortas pausas durante mi llanto para masturbarme y en ese momento pensé que así no se podía vivir una vida. Pensé en el suicidio, pero estaba cansada y adolorida, y no quería que mi familia me encontrara muerta y con un ojo morado. Decidí que iba a esperar un tiempo para suicidarme. Debía cambiarme de apartamento, pues no podía exponerme a que el portero le contara a la gente que la loquita del 402, había llegado llorando y golpeada un tiempo antes del suicidio.
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2013
Me dio pereza todo lo que tenía que hacer. Mi vida no valía tanta planeación y desgaste. Mientras pensaba en cómo suicidarme proyectando la imagen de mujer responsable, tímida y seria que había proyectado durante mi vida, me senté frente al computador. No quería fallar y comencé a buscar historias de suicidios. Gracias a Dios no encontré la forma de suicidarme, sino la forma de salvarme. En ese zapping de sitios que hacía, terminé encontrando un grupo de apoyo para personas con mi problemática. Yo era atea, pero ahora digo gracias a Dios, porque creo que lo mío fue un milagro. Lo primero que hice fue parar. Lo siguiente, que he venido haciendo poco a poco, es encontrar a Lucía, esa Lucía que estaba abandonada desde que era una niña, esa Lucía que durante toda la vida ha clamado por amor, que pedía amor y protección a gritos. Ahora yo la estoy protegiendo y amando. He ganado seguridad. En la oficina me dicen que ya no soy la niña introvertida y tímida que han conocido toda la vida. El otro día me vi al espejo, y por primera vez en mucho tiempo, me gusté. Me dije a mí misma que me veía bonita. También he comenzado a abrazar a las personas. Antes ni determinaba a la niña de la señora del aseo. Ahora le traigo chocolatinas. Veo el brillo en sus ojos y entiendo que ese es un espejo de la alegría genuina que estoy buscando. Mi mirada ha comenzado a brillar. Antes era inerte. Como la de un muerto. Cuando la niña me abrazó la primera vez, sentí un corrientazo que recorría todo mi cuerpo y me paralizaba. Ahora le devuelvo el abrazo y cada vez soy más fluida en expresiones de afecto. Eso es algo que nunca antes había experimentado. No sabía lo rico que es no solo recibir, sino dar abrazos... y dando amor es como creo que me estoy Email:
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2013
abriendo para permitir que el amor entre a mi vida. Todavía no me siento lista, pero poco a poco voy haciendo ejercicios. El otro día un amigo del grupo de apoyo me agarró la mano y yo instintivamente la traté de retirar. Él me dijo: "No te preocupes. No te voy a hacer nada". Solo quédate quieta un minuto y siente el contacto físico sin sexo. Lo hice y fue un buen ejercicio. Ese día me di cuenta de que todavía no estoy lista para agarrar la mano de un hombre que me guste, pero estoy segura de que si sigo por este camino, llegará mi momento. Cada día me siento más contenta conmigo misma y a pesar del dolor y el tabú de este tema, creo que si mi testimonio sirve para ayudar a una sola mujer que no vea salida en su situación, todo ese dolor que pasé habrá tenido una razón de ser. A las mujeres que han sufrido abuso en la niñez, que ven que éste está afectando su vida, su capacidad de confiar en los hombres o en las personas en general, su capacidad de intimar, su propia imagen haciéndolas sentir una porquería, busquen ayuda. Todas esas heridas se pueden sanar y no es justo que después del daño que les hicieron, ustedes continúen haciéndose daño a sí mismas.
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CODEPENDENCIA
2013
La historia de Maritza
Comencé a tener conciencia de mi necesidad de controlar el día en que estaba metida hasta el cuello en una relación sentimental. Todo el tiempo pensaba en lo feliz que sería si tan solo él cambiara. Solo necesitaba que fuera un poco más expresivo; que mostrara más compromiso con la relación; que mostrara más agrado al estar conmigo; que se involucrara en mis planes hacia el futuro; que me llamara más a menudo; que me dedicara tiempo; que prefiriera estar conmigo a salir con sus amigos los viernes. Como respuesta a mis constantes reclamos porque sus acciones distaban mucho de lo que yo necesitaba para ser feliz, él me pedía que no lo asfixiara más; que me bajara de su espalda; decía que a cada momento que volteaba a mirar me encontraba a mí respirando sobre su oreja. No sabía que de esa manera estaba renunciando al poder que tengo sobre mi propia felicidad. Estaba dándoselo a otra persona. Además, el control nunca ha funcionado. Creí por un tiempo que sí. Que podía manipular a las personas para que hicieran lo que yo quería que hicieran. Pero lo que en realidad sucedía la mayoría de las veces, era que las personas reaccionaban a mi control haciendo exactamente lo contrario a lo que yo quería que hicieran. Yo me amargaba porque trataba infructuosamente de controlar todo. Era como los jugadores de boliche que después de que Email:
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2013
CODEPENDENCIA
lanzan la bola pujan y se retuercen para lograr que la bola se desvíe
y
vaya
hacia
donde
ellos
quieren.
No importan las muecas, pujos y gritos que den, la bola seguirá su curso. No he visto la primera bola de boliche que cambie su curso porque el lanzador se tira al suelo, llora, puja, dice groserías o patalea. Así son las personas. Cada quien está en el momento de su vida en el que debe estar. Seguirá su rumbo hasta que aprenda las lecciones que tenga que aprender y él mismo decida cambiar. En mi caso, no importaba cuánto tratara yo de hacer que viera “la verdad”, que aprendiera “la mejor manera”, que pensara con “lógica”, que tuviera algo de “sentido común”. Todas esas no
eran sino formas de disfrazar mi deseo de que viera e hiciera las cosas como yo creía que deberían verse y hacerse. La única forma válida, verdadera, lógica y con sentido común… ¡la mejor! Hasta cuando hacía esfuerzos conscientes por no controlar… controlaba. Simplemente reprimía las manifestaciones externas de mi control. La manipulación, la rabia, el llanto, en fin, todo lo que utilizaba para que los demás hicieran lo que quería que hicieran. Pero me pillaba a mí misma pensando: “Que no lo diga… que no lo diga… que no lo diga” y haciendo la
misma fuerza, experimentando la misma tensión y haciendo el mismo pujo que cuando estaba tratando de que una persona se comportara como quería que lo hiciera.
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CODEPENDENCIA
2013
No podía ver a mi novio lavando la loza sin hacerle una observación sobre cómo se debería hacer correctamente. Una vez tuve consciencia, trataba de controlar o reprimir mi control, pero siempre terminaba aflorando. Lo hacía de formas tan sutiles, que a veces ni lo notaba, pero terminaba recibiendo la respuesta agresiva de quien sentía mi control. Le preguntaba a mi novio: “¿Por qué te pusiste esa camisa?” o “¿Por qué contestaste así a la persona que te llamó al teléfono?”.
Él se enfurecía con esas preguntas y yo siempre le contestaba poniendo mi mejor cara de víctima: “¿Ahora no puedo ni hacer una preguntita inocente?” y se formaba la pelea. Hablo en pasado, como si estuviera completamente recuperada, pero la verdad, todavía me falta mucho. Ya no sufro tanto, ya volví con mi novio y estoy reconstruyendo mi vida, pero el fondo que toqué fue tenebroso. Ahora, cuando trato de controlar con preguntas él me dice: “¿De verdad necesitas que te explique por qué me puse la camisa que quería?” o “¿Necesit as una explicación de cómo hablo por
teléfono? O estás tratando de controlarme y de que diga lo que quieres que diga”. Cada vez sale a la luz una nueva forma de controlar, veo lo sutil e insidiosa que es esta problemática y lo impotente que soy ante ella. De alguna manera, me he dado cuenta de que lo que hay debajo de todo el control es soberbia y miedo. Soberbia porque pienso que solo hay una forma de ver el mundo y hacer las cosas: la mía. Y miedo, porque temo encontrarme con imprevistos. Por Email:
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CODEPENDENCIA
2013
eso quiero que todo sea como yo quiero que sea. No dejo que la realidad fluya. No acepto y disfruto lo que la vida me manda. Lo único que hago es tratar de que el mundo sea como yo creo que debería ser para que las cosas salgan como yo quisiera que salieran. Por las noches me acuesto exhausta, porque no te imaginas la energía que consume tratar de controlar el mundo. Siento que estoy cargando un piano sobre mis hombros todos los días. Me duelen los músculos de la espalda, los de la columna, tengo espasmos detrás del cuello. Esto sucede porque estoy tensionando inconscientemente mis músculos todo el tiempo… Y eso que ya estoy mucho mejor ¡imagínate cómo era antes! Otra forma de controlar que utilizaba era invalidar la forma como los demás hacían las cosas. Mi novio siempre me decía: “¿Me crees tan inútil que no puedo hacer nada bien? ¿Ni siquiera un huevo frito? Siempre estás diciéndome que hago todo mal”. Me he dado cuenta de que la gente no hace las cosas mal. Simplemente las hace diferentes. El problema es que yo, por tratar de que los demás hicieran las cosas a mi manera, criticaba su forma de hacerlas. Y eso suscitaba rechazo. Ahora sonrío mientras recuerdo una de las formas de controlar a mi novio. Lo llamaba y le decía que iba a colgar y que no iba a volver a saber de mí. Entonces él hacía lo que fuera que yo le imponía… Hasta que se cansó. Ese momento fue muy doloroso
para mí. Ahí sentí la ingobernabilidad de mi vida en todo su esplendor. Recuerdo mucho cuando decidió distanciarse de mí: Lo llamé y le dije que iba a colgar, y él me dijo que bueno, que él Email:
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2013
no quería volver a saber nada de mí. Entonces le dije: “Voy a colgar en este momento” y él me dijo: “¡Listo! ¡Hasta nunca!”. Entonces colgué… y a los treinta segundos volví a llamarlo para decirle que ahora sí iba a colgar para siempre. Así duramos como cinco minutos, durante los cuales lo llamé diez veces. Estaba absolutamente desconcertada porque él no mordía el anzuelo. Por eso volvía y volvía a intentar lo mismo una y otra vez, como si estuviera interpretando un número cómico. Él ya había aprendido a no engancharse con mi manipulación. En realidad, en control me trajo más problemas en la vida que a algunos alcohólicos con quienes he tenido oportunidad de compartir. Además de los problemas con las personas a quienes trataba de controlar, el problema más fuerte era conmigo. Vivía amargada. Sentía una ira incontrolable porque mis compañeros de trabajo o socios no hacían las cosas que se habían comprometido a hacer. Sentía la muerte cuando la gente pasaba por encima de las reglas o cosas que imponía. Un día me ofrecí para colaborar en la Junta de Acción Comunal del barrio y lo único que gané fueron enemigos. En verdad, en el fondo me di cuenta de que más que colaborar, lo que quería era controlar. Quería que hicieran las cosas “bien”, es decir “a mi manera”.
Como todo el mundo terminaba rechazándome por mi control, fui a un grupo de apoyo para mejorar las relaciones. Al poco tiempo quería cambiar la forma como hacían todo en el grupo, quería ser la líder, comencé a enemistar a unos con otros para lograr mis objetivos, y me pidieron el favor de que no volviera. Email:
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2013
Terminé perdiendo a mi novio, amigos y socios. Nadie quería relacionarse conmigo para nada. Me marginaron peor que a un drogadicto de esos que roban a todo el mundo. Terminé sola, encerrada en mi apartamento, asomándome por la ventana a insultar a los que pasaban en carro y pitaban y llamando a poner quejas a la policía cada dos días. Parecía una loca. Si alguien de mi familia me hubiera visto, estoy segura de que me habrían internado. Tuve que llegar hasta ese punto para buscar ayuda. Al igual que el alcohólico que no podía parar de beber, yo no podía parar de controlar a pesar de que el control me había llevado a la ruina económica, emocional, sentimental y espiritual. Hasta ahora estoy entendiendo que esto es una enfermedad y que aunque no soy culpable de ella, sí soy responsable de mi recuperación. Poco a poco estoy recibiendo bendiciones en este programa de recuperación, que me están retroalimentando positivamente en mi propósito de liberarme de la necesidad compulsiva de controlar. Al principio, solamente salían a la conciencia los aspectos más notorios y negativos de mi control. Eso era parte del proceso. No me liberé del control en un instante. Sólo se hizo consciente y comenzó a dolerme y a molestarme cada vez más. También se fueron los resentimientos y el dolor por quienes me habían abandonado. Me di cuenta de que tenían que irse para protegerse de mi control… y me dolió más el control. Y trataba de controlar, pero no podía, hasta que un día sentí en el fondo Email:
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2013
del corazón la impotencia ante mi control. Y ese día, por arte de magia, gracias a Dios en primer lugar y al programa de recuperación en segundo lugar, el control comenzó a disminuir. Actualmente estoy intentando rehacer mi vida. Mi novio ha vuelto y reconoce mi mejoría. No reprimo mi control, sino he dejado de hacerlo porque en el fondo sé que si en algún momento me dio la ilusión de que al disminuir la incertidumbre el miedo desaparecía, en otro momento casi acaba con mi vida y conmigo. He aprendido lo que en el programa llaman “soltar”. Claro que mientras integro completamente esta nueva forma de ver y aceptar al mundo, el control trata de volver de formas diferentes y más sutiles; pero estoy segura de que con la ayuda de Dios, pronto lo habré dejado completamente.
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2013
¿Eres Codependiente? Preguntas de Autodiagnóstico
(Tomado de Codependientes Anónimos) ¿Buscas constantemente la aprobación y confirmación? ¿Dejas de reconocer tus propios logros? ¿Te enorgulleces de crear calma en una situación caótica? ¿Te inspira temor la crítica? ¿Tratas de complacer a otros y nunca a ti mismo(a)? ¿Te desvives por todo? ¿Tienes dificultad en completar un proyecto? (Llevarlo a cabo de principio a fin) ¿Has experimentado dificultades con tu propio comportamiento compulsivo? ¿Te cuesta trabajo divertirte? ¿Precisas la perfección? ¿Creciste en medio de demasiados “deberías?”
¿Te inquietas aun cuando tu vida transcurre serenamente, anticipando problemas continuamente? ¿Tiendes a ignorar problemas y pretender que no existen? ¿Te sientes más enérgico(a) en medio de una crisis? ¿Creciste en una familia problemática, reprimida, químicamente dependiente o disfuncional? ¿Te crees responsable por los demás, te sientes atrapado(a) en las relaciones? ¿Te es fácil ocuparte de los demás, pero se te dificulta ocuparte de tí mismo? ¿Sientes que si no eres productivo no vales?
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¿Te aíslas de las demás personas? ¿Te sientes incomodo(a) cuando te alaban o te hacen algún cumplido? ¿Respondes con ansiedad ante autoridades y personas enfadadas? ¿Dices muy seguido que no tolerarás más ciertas conductas de otros? ¿Crees que las personas y la sociedad en general, se aprovechan de ti? ¿Te sientes a menudo “loco” y te preguntas qué es ser normal? ¿Experimentas dificultades con las relaciones de intimidad? ¿Mientes o exageras, cuando sería igual de fácil decir la verdad? ¿Confundes la piedad con el amor? ¿Tienes miedo de tu propia ira? ¿Atraes y buscas gente que tiende a ser compulsiva y/o abusiva? ¿Tratas de guardar tus sentimientos para ti mismo y “pones buena cara”?
¿Te atas a relaciones por temor a estar solo? ¿Cuando lloras, te excusas? ¿Sueles desconfiar de tus propios sentimientos y de los sentimientos expresados por los demás? ¿Llegas siempre tarde a las citas, reuniones, etc.? ¿Te resulta difícil expresar tus emociones? ¿Tiendes a gastar el dinero compulsivamente y comer más de lo debido, tomar tranquilizantes, trabajar, fumar o beber demasiado? ¿Te accidentas frecuentemente? ¿Tiendes a minimizar los problemas, a justificarlos o racionalizarlos y frecuentemente dices: “Sí, pero…”?
¿Te encuentras frecuentemente culpando a otros? ¿Te sientes cansado y sin energía? Email:
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2013
¿No quieres y no te gusta correr riesgos? ¿Crees que puedes salir adelante sin la ayuda de un Ser Superior? La experiencia de Codependientes Anónimos nos ha demostrado que si respondes a 12 o más preguntas de manera afirmativa, tienes tendencias codependientes definidas. Hazte tú mismo estas preguntas y recuerda que no es una vergüenza admitir que se tiene una enfermedad. Cuando se tiene un problema lo importante es hacer algo para solucionarlo.
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CODEPENDENCIA Primer Paso para Recuperarte de una Adicción
El primer paso de Alcohólicos Anónimos dice: " Admitimos que éramos impotentes ante el alcohol y que nuestras vidas se habían vuelto ingobernables". Como lo he dicho anteriormente en este libro, el primer paso para superar cualquier problema es reconocerlo. En este paso es en el que reconocemos no solo que tenemos un problema, sino que gracias a ese problema, nuestra vida está patas arriba. Para dar este paso, debemos admitir la impotencia ante cualquier adicción. Simplemente cambiamos la palabra " alcohol” en el enunciado
del
párrafo
anterior
por "dependencia
emocional",
"postergación compulsiva", "gasto compulsivo", "drogas", "sexo", "comida", "ayuno", "bulimia", "chat", "redes sociales", "Blackberry", "apuestas", "juegos de video", "pornografía" , etc. Cuando
decimos "Admitimos que éramos impotentes ante...", no
queremos decir "entender" o "aceptar racionalmente". Tampoco, reconocerlo de labios para afuera. La admisión es una actitud mucho más profunda. Es algo que se siente en el fondo del corazón. La mayoría de las veces va acompañado de dolor... el dolor que produce sentirse impotente ante algo; el dolor que produce darse cuenta de que toda la lucha del pasado, todo el desgaste y todo el esfuerzo, no ha servido para nada, pues la adicción ha seguido avanzando. En muchos casos nos sentiremos inclinados a pensar: "¿Impotente yo?, ¿Vida ingobernable? ¡Qué locura!". Lo único que necesito es más afecto... o... que mi jefe cambie... o... que mi esposa no me controle tanto... o... tener mejores ingresos...o... hay casi tantas justificaciones como personas.
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2013
Lucelly, una codependiente, esposa de alcohólico, tuvo muchos problemas para descubrir su problemática, pues su problemática estaba basada en parte, en fijarse en el otro todo el tiempo: Me costó mucho trabajo darme cuenta de mi impotencia. Pensaba que tenía que ser perfecta y controlar todo el tiempo y a todo el mundo. Creía que esa era mi función en la vida. Hice las cosas más increíbles para que mi marido dejara de beber. Le escondía el trago, le daba somníferos, tenía pensamientos tan locos como: "Si me arreglo bien, no beberá", "Si tengo la casa bien arreglada, no beberá" o "Si no lo molesto, no beberá"... y siempre, terminaba bebiendo. Fui donde una bruja, traté de beber con él, tuve sexo cuando no quería, hacía buena cara cuando quería matarlo; todo para que no bebiera... pero él terminaba inevitablemente, bebiendo, más, solo y buscando a sus amigos de tragos. Me victimizaba, lloraba, le escribía cartas y lo agredía así como sentía que él me agredía con su conducta. Pensaba: "¿Por qué me hace esto a mí?"... quería mostrarle cuán herida estaba debido a sus conductas, pero con el tiempo y el programa, me di cuenta de que no tenía que tratar de mostrarle a él cuán herida estaba. La que tenía que tomar conciencia de cuán lastimada estaba y comenzar a hacer algo por cuidarme a mí misma, era yo. Él no se daba cuenta y además no lo hacía por lastimarme. Ni siquiera se daba cuenta del daño que se estaba haciendo a sí mismo. Él era simplemente impotente ante el alcohol, como yo Email:
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era impotente ante él. Nada de lo que yo hiciera o dejara de hacer, servía para controlar su manera de beber. El día en que tomé conciencia de eso, lloré mucho, me sentí derrotada, y hasta desesperanzada. Sin embargo, ese día di el primer paso. Ese día dejé de hacer lo que siempre había hecho, esperando resultados diferentes. Ese día comencé a actuar diferente y desde ese momento mi vida cambió. A partir de la derrota encontré mi verdadero poder: El poder de cuidarme a mí misma. Veamos la historia de Aurora y su admisión de la adicción al sexo: Mi historia comenzó desde muy temprano. Tan temprano que casi no recuerdo. A los once años comencé a besarme con muchachos en el colegio y el vecindario. Me gustaba y siempre me ha gustado sentir el contacto físico con los muchachos... sentirme deseada... sentirme amada. Luego, como a los catorce comenzaron los problemas. El rechazo de las otras nenas. En el colegio me llamaban zorra, perra, hambrienta, ninfo, y otros apodos horribles. Todos los días almorzaba sola. Cuando un muchacho se acercaba a mí, se cuidaba de que nadie lo viera. Yo pensaba que me quería a mí, pero lo único que buscaba era sexo conmigo. Sexo fácil. Y yo no era capaz de decir que no. Cada vez que volvía a caer me sentía peor. Además, era como si me hubiera echado repelente. El muchacho que había estado conmigo no me volvía ni a mirar, y sus amigos tampoco. Pensé que mi problema era el colegio y la fama que me había creado. Email:
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Me cambié de colegio. En el nuevo colegio nadie me conocía y las cosas funcionaron bien por un tiempo... hasta que comencé a sentir el rechazo de las otras nenas nuevamente. No me daba cuenta de que las cosas que hacía deliberadamente para que los muchachos me desearan, les molestaban a las otras nenas... y comenzaron los problemas nuevamente. No me bajaban de puta. Y los muchachos me buscaban solo para pasar un rato conmigo. Me maldije por haber caído otra vez. Si solo tuviera otra oportunidad... Pero tuve que estar otro año recibiendo rechazos, maltratos y abandonos. Luego entré en depresión. Mi madre me llevó al psicólogo, al psiquiatra, y comenzamos un tratamiento en el que gastamos millones, y no me sirvió para nada. Seguía sintiéndome la peor escoria del planeta. Solo que adicionalmente tomaba antidepresivos, medicamentos para la ansiedad, y para dormir. Por momentos lograba un equilibrio inestable que duraba un par de días, para luego sumergirme de nuevo en el océano de auto rechazo y miseria interior retroalimentado por el rechazo de todos en el colegio... Hasta que intenté quitarme la vida. En ese momento mi mamá accedió a cambiarme de colegio nuevamente. Le pedí que me llevara a uno de monjas. Con puras nenas y sin hombres, probablemente yo cambiaría mi comportamiento. Email:
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Además, el rigor de la educación allí, me serviría para hacer penitencia y regenerarme... porque sentía que era una degenerada. Todo comenzó bien en ese colegio. Me convertí en una especie de líder negativo entre todas las nenas. Era mucho más recorrida que todas, había experimentado más los vericuetos de la vida, hasta le había visto la cara a la muerte y tenía las señas en mis brazos. Les
contaba
algunas
de
mis
aventuras,
obviamente,
maquillándolas y quitándoles la dosis de dolor, y ellas me escuchaban boquiabiertas. Por primera vez sentí que estaba superando mi problema. Entré al grupo de las líderes. Me invitaban a salir y sentía que pertenecía a algo. Claro que la abstinencia sexual me producía una sensación de vacío tremenda. Comencé a comer compulsivamente; para que no se me notara, vomitaba después. De cualquier forma estaba mejor. Dejé los medicamentos psiquiátricos. Pensaba que lo único que necesitaba para llenar ese inmenso vacío era el amor sincero de un apuesto muchacho, y una relación sentimental con mucho sexo. Me masturbaba por las noches fantaseando con eso. Una tarde, una amiga del colegio me presentó a ese apuesto muchacho. Inmediatamente afloraron mis viejas conductas. No sabía que el muchacho le gustaba a mi amiga. Al poco tiempo me estaba acostando con él y mi amiga se convirtió en mi enemiga. Todas Email:
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las otras nenas también... y el muchacho terminó saliendo con ella, y volví a ser el blanco de las burlas y el maltrato de todas en el colegio. Volví a entrar en depresión y tuve que internarme en una clínica de reposo. Allí conocí a un muchacho apuesto y dispuesto a cuidarme y protegerme. ¡Por fin Dios había escuchado mis súplicas! Le agradecí al cielo por haber mandado a mi vida a ese hombre tan hermoso. Salimos de la clínica de reposo y seguimos viéndonos. Todo iba muy bien por unos meses hasta que un día comenzó a coquetearme un hombre musculoso en el gimnasio. No me gustaba, pero fui incapaz de decirle que no. Sentí curiosidad y me dije a mí misma que solo iba a ser una probadita. Fue el comienzo de mi perdición nuevamente. Comenzaron a lloverme hombres en el gimnasio como moscas, mi novio se dio cuenta y me dejó, y yo volví a quedar infinitamente sola rodeada de un montón de trogloditas que no me buscaban sino para satisfacer sus necesidades fisiológicas. Pensé que merecía morirme por haber desperdiciado la oportunidad de tener junto a mí al hombre de mi vida. Entré nuevamente en depresión, cuando alguien en el gimnasio se acercó a mí y me dijo lo que mi psicólogo no me había dicho en años. Me habló de los grupos de adicción al sexo y al amor, y me recomendó uno en Internet.
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Me dolió mucho pensar en que tenía que prescindir precisamente de aquello que creía que era imprescindible en mi vida. Llegué a pensar que no podría y que iba a terminar suicidándome. Pero gracias a eso, gracias a que ni el psiquiatra, ni el psicólogo, ni nada de lo que hice o dejé de hacer funcionó, hoy estoy aquí ayudando a otros y con ganas de vivir. A manera de epílogo vale la pena contar que Aurora lleva cuatro años en recuperación. En su proceso descubrió que su padre, ausente e indiferente la mayor parte del tiempo, abusaba sexualmente de ella cuando era una niña, y en los momentos de intimidad le decía que la amaba mucho. Lo que ella había buscado toda la vida era el amor de su padre ausente. Hace poco comenzó una relación de pareja, pero sabe que hay ciertos vacíos que debe llenar consigo misma y no con su pareja, y mucho menos con sexo casual. ¿Ante qué debemos admitir nuestra impotencia? Ante casi todo lo que no podemos controlar: Ante algunas sustancias, algunos alimentos, los demás, la envidia, el egocentrismo, el egoísmo, la soberbia, ante la postergación, ante algunos sentimientos sobrecogedores como el miedo, ante los pensamientos que disparan dichos sentimientos, ante conductas, pensamientos y sentimientos que distorsionan nuestra percepción del mundo y de nosotros mismos. Sé que si estás leyendo esto podrías pensar que la mayoría de estas historias son como para presentarlas en Laura en América y que ese no es tu caso. Pero el "fondo" de cada quien es muy personal.
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El "fondo" es esa situación o circunstancia que sirve de catalizador para dar el primer paso. Es ese momento en el que pensamos que no podemos seguir descendiendo y finalmente nos impulsamos para comenzar a ascender. El caso de Antonio nos puede ilustrar un poco mejor eso. Todas las noches llegaba a mi apartamento a prender el televisor o a entrar a Internet para evadirme de mí mismo. No podía estar tranquilo o en silencio. Tenía que tener música, un radio prendido, o estar ordenando compulsivamente las cosas en mi apartamento. De pronto un día pensé que mi vida no me gustaba, mi trabajo, el trato que recibía de mi jefe y mi soledad no me gustaban, pero nada de eso me dolía lo suficiente como para hacer algo al respecto. Pensé: "Mi opción es seguir en esta calma monótona y desagradable por el resto de mi vida, o hacer algo por mí desde hoy y dejar de postergar la búsqueda de mi bienestar. Esa noche asistí por primera vez a un grupo para mejorar las relaciones, que ha mejorado dramáticamente mi calidad de vida. Además, desde ahí me he conectado con otros programas para crecer financieramente y para dejar de postergar. Creo que la postergación compulsiva era mi problema principal. Es uno de los problemas más comunes y más difíciles de detectar. Es lo que separa a la mayoría de la gente de sus sueños. Actualmente toco en una banda con mis amigos, hago caminatas ecológicas con mi novia, tengo mi propia empresa, he sentido la satisfacción de decirle a mi antiguo jefe lo que se merecía, me enfrento a diferentes desafíos y soy muy feliz con las acciones Email:
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que me sacan de mi zona de confort todos los días. He vuelto a sentir la emoción y el amor por la vida. El primer paso nos lleva a perder el miedo al dolor. La admisión de la impotencia duele, pero es el comienzo para dejar de hacer lo que siempre hemos hecho y no ha funcionado. Dar este paso duele, y puede generar ansiedad. El dolor es la forma como la vida nos obliga a alejarnos de lo que nos hace daño... y la ansiedad es la forma como nos muestra los vacíos que necesitamos llenar. Muchas veces esa ansiedad es el motor que nos lleva a comprometernos con el programa y a buscar desesperadamente la recuperación. El primer paso nos lleva a aprender a interpretar esos sentimientos y a asimilar las lecciones que ellos nos traen. Te invito a observarte detenidamente, a descubrir qué es eso que te duele en tu vida... y en caso de que nada de lo que hayas hecho o dejado de hacer haya funcionado... a que des el primer paso. Éste será tu puerta de entrada a una nueva vida.
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Segundo Paso para Recuperarte de una Adicción
El segundo paso de Alcohólicos Anónimos dice: "Llegamos a creer que un poder superior a nosotros mismos podría devolvernos el sano juicio". Este paso es muy importante porque es el paso de la esperanza. Después del primer paso en el que admitimos nuestra impotencia y que nuestra vida es ingobernable, es imprescindible aferrarse al segundo paso. Es el paso que nos muestra que podremos salir adelante con ayuda. Si el primer paso nos llevó a aceptar que solos no pudimos, este paso nos lleva a ver que con ayuda sí podremos. Eso produce un gran alivio; el alivio de la luz de esperanza que ilumina el futuro. Es un paso que se da casi automáticamente al entrar en contacto con el programa. Cuando vemos a otras personas que se han recuperado y están dispuestas a contarnos qué hicieron, renace en nosotros la esperanza sin importar cuán desesperada sea nuestra situación actual. Algo que vale la pena destacar, es que el paso no dice "Creímos fervientemente" o "Creímos con fanatismo", sino "Llegamos a creer". Porque eso es lo único que nos pide el programa: "Llegar a creer". Con eso es suficiente. Con eso nuestra mente y nuestro espíritu entran en la disposición de apertura suficiente para que el programa comience a entrar en nosotros. Cuando llegamos a creer, nace en nosotros la disposición a dejarnos ayudar... y como dice el conocido adagio popular: Cuando el alumno está listo, aparece el maestro.
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Con su historia, Esmeralda nos podrá mostrar gráficamente cómo actuó en ella este paso devolviéndole la esperanza: Yo no sabía qué me sucedía. Simplemente me quería morir. Vivía en depresión crónica. Todas las noches llegaba a la habitación en donde vivía, perfeccionaba mi testamento y me acostaba sobre el teclado a llorar. Luego me acostaba en la cama, abrazaba a mi almohada, me sentía infinitamente sola y lloraba hasta quedarme dormida. Pensaba que a las personas como yo, las cosas buenas de la vida les habían sido negadas... y una vida de dolor, soledad e incomprensión permanentes, no valía la pena. En mi trabajo estaba todo el tiempo al borde de las lágrimas. No podía tener una conversación con alguien sin terminar llorando. Mi padre, durante toda la vida, había sido neurótico y perfeccionista, pero yo no lo sabía. Mi madre, codependiente y complaciente, había estado tan pendiente de ganar su aprobación, que me había dejado abandonada en el camino, pero tampoco me había dado cuenta de eso. Toda la desaprobación de mi padre, todo el abandono de mi madre, habían hecho unas marcas indelebles en mi alma. No me sentía merecedora de nada bueno en la vida. No me sentía digna de ser amada. No me sentía capaz de hacer nada bien. Cada vez que cometía una equivocación, retumbaba en mi cabeza la voz de mi padre diciéndome: "¿Por qué no eres capaz de hacer nada bien?".
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Cada vez que fracasaba en una relación sentimental, me convencía a mí misma de que ese era mi destino. Que las personas a quienes amaba, siempre terminarían alejándose de mí, como lo había hecho mi madre. Mi sentimiento de incapacidad me había hecho abandonar mi maestría... y el haber abandonado mi maestría, me había hecho sentir más incompetente e incapaz. Desempeñaba un trabajo muy por debajo de mis capacidades. Siendo profesional ganaba apenas un poco más del salario mínimo y vivía sola en una habitación arrendada, en un lugar en donde los dueños me maltrataban cada vez que podían. Todas las mañanas me levantaba, me ponía mi ropa vieja, raída y pasada de moda, me subía al bus y me proponía sobrevivir un día más. Por las noches, cuando volvía a casa, ya no quería vivir. Vivía gobernada por el miedo, pero no lo sabía. Todo el tiempo pensaba que no quería ciertas cosas, pero la verdad era que no me atrevía a intentarlas. No me atrevía a correr ciertos riesgos saludables, por el miedo a perder lo poco que tenía. Hace ocho años, por sugerencia de alguien conocí a Codependientes
Anónimos,
un
grupo
para
mejorar
las
relaciones, incluyendo la relación conmigo misma, y mi vida comenzó a cambiar. Cuando vi a estas personas dispuestas a darme la mano a cambio de nada, y a algunas que habían superado situaciones más graves que la mía, sentí una esperanza que nunca había Email:
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sentido en mi vida. Después de no creer en Dios, en la vida o en mí misma, finalmente comencé a creer en algo. Aunque era atea, pensé que el grupo era superior a mí, y que ellos tenían el secreto para lograr lo que yo no había podido lograr sola. Hoy, ocho años después, estoy felizmente casada, tengo un hermoso niño, tengo una casa, mi propio carro... y lo más importante: Me tengo a mí misma. Ya no me salgo de mí misma tratando de controlar a otros. Ya no trato de controlar sus sentimientos, pensamientos o sus reacciones ante mi presencia. Ya no me daña el día que un desconocido en la calle me haga mala cara. No me quedo pensando si algo que hice pudo haber desencadenado esa reacción, ni pienso obsesivamente en cómo contentarlo. Ese es el milagro que han hecho los doce pasos en mí. Esa es la puerta que nos abre el segundo paso. Como dice Esmeralda, no hay necesidad de ser profundamente creyente en Dios. Lo único que nos pide este paso es que creamos en un "poder superior a nosotros mismos", el cual puede ser el grupo o el programa. Simplemente es creer que algo o alguien que ha logrado lo que yo no he logrado por mí mismo (por eso es superior a mí), me va a guiar con su mano amorosa para llegar a tener el mismo resultado. Y por último, este paso nos da la esperanza de algún día llegar a alcanzar el sano juicio. Como Esmeralda, muchos no somos conscientes de nuestro problema. Eso es falta de sano juicio.
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El concepto de sano juicio cambia a medida que avanzamos en el programa. A veces es dejar de beber o de drogarte. A veces es dejar de ayunar y de hacerte cortaduras y lesiones en el cuerpo, y comenzar a cuidar de ti misma. A veces es dejar de perseguir alcohólicos o adictos para controlar su manera de beber y vivir tu propia vida. A veces es dejar de perseguir adictos al sexo para tratar de volverlos fieles a la fuerza y vivir tu propia vida. A veces necesitas dejar de odiarte y recriminarte, para comenzar a amarte y estimularte positivamente. A veces necesitas vencer el miedo y comenzar a sentir la paz, la confianza y buscar la autorrealización. A veces necesitas salir de la negatividad y la desesperanza. A veces necesitas salir de la depresión y la necesidad permanente de morir. A veces necesitas dejar de llenar tus vacíos con comida. A veces es dejar de esconderte debajo de la cama y salir a vivir la vida con todas sus desnudeces. A veces es dejar de aislarte con tu Smartphone, juego, Internet, televisión o masturbación compulsiva y salir a socializar y conocer gente nueva. A veces es dejar de quejarte de la situación y encontrar lo que tienes que cambiar en ti para mejorar tu situación financiera. Sea como sea el sano juicio, ten presente que al dar este paso, nacerá en ti la esperanza de volver a tenerlo algún día.
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Ten confianza en este programa, que después del dolor del primer paso, casi de manera automática, el segundo paso te devolverá la esperanza... y lo mejor, es que podrás darlo todas las veces que quieras.
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Tercer Paso para Recuperarte de Una Adicción
El tercer paso de Alcohólicos Anónimos dice: " Decidimos poner nuestras voluntades y nuestras vidas al cuidado de Dios, como nosotros lo concebimos" Antes de dar este paso muchos hemos entregado nuestra voluntad y nuestra vida al alcohol, las drogas, el sexo, la internet, la postergación compulsiva o a otras personas. Al respecto, Pedro dice: Yo era completamente ateo. No podía concebir la idea de arrodillarme ante Dios porque simplemente no podía creer en que un poder superior pudiera manejar mi vida. ¡Yo era el dueño de mi vida y tenía el control sobre ella! Pero un día caí en cuenta de que el alcohol era mi poder superior. El alcohol manejaba mi voluntad y mi vida a su antojo. Me obligaba a arrodillarme, a arrastrarme y a hacer cosas humillantes y denigrantes que yo no habría hecho si hubiera tenido la oportunidad de escoger. Aunque me autodenominaba "ateo", y no sabía bien qué acciones precisas debía ejecutar para entregarle mi vida a Dios, me di cuenta de que tenía una muy buena experiencia entregando mi vida a un "Poder Superior" maléfico como el alcohol. Ahora creo que conozco mucho mejor la idea de lo que los demás llaman Dios o Demonio... y créeme, ¡es mucho mejor entregar nuestra voluntad y nuestra vida a Dios, que entregarlas al Demonio!
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Aunque, al igual que a Pedro, a muchos nos ha costado aceptar la idea de postrarnos ante Dios, nos hemos arrodillado ante el dinero, la necesidad de aceptación, o el miedo. Inconscientemente los hemos convertido en nuestros Dioses; en poderes superiores a nosotros mismos, que nos manejan como marionetas a su antojo. En este paso, por medio de la rendición, alcanzamos la libertad. Con este paso renace la oportunidad de vivir nuestras vidas y dejarle a Dios la parte que le corresponde. No quiere decir que nos quedamos sentados mirando para el techo, esperando a que Dios haga todo por nosotros. Dios hace por nosotros solo lo que nosotros no podemos hacer por nosotros mismos. Este paso nos invita a hacer nuestra parte y a dejar en manos de Dios su parte; nos invita a soltar, a dejar de controlar, a dejar de hacer esos esfuerzos sobrehumanos que no han resultado en el pasado. Claudia nos cuenta su historia: Yo pensaba que tenía que ser perfecta y controlar a todo y a todos. Vivía enloquecida, cansada y furiosa porque las cosas no resultaban como yo quería. Todo el tiempo estaba buscando a los culpables, reprendiéndolos y generando caos y conflicto. Siempre estaba en medio de la relación entre mi esposo y mi hijo de veintisiete años. Cada uno se quejaba del otro, y me mandaba a mí de mensajera. Y yo, por andar de mediadora, salía crucificada. Después de haber entrado en el programa, un día mi hijo, mientras caminábamos en el parque, se quejó y se quejó de mi esposo, esperando que yo fuera otra vez la mediadora.
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Cuando llegamos a casa saludé a mi esposo y le dije: "Por cierto... tu hijo quiere decirte algo". A los tres días, cuando mi esposo se estaba quejando de mi hijo, llamé a mi hijo a nuestra habitación y le dije: "Hijo, tu padre quiere decirte algo". Luego les dije a los dos: "Los quiero muchísimo. Son mi esposo y mi hijo adorados... pero cuando trato de mediar por uno, me pongo en contra del otro y me gano un conflicto que no es mío. Eso no volverá a suceder. A partir de ahora, ustedes dos resolverán sus conflictos. Así es como debe ser. Desde ese día me salí de la mitad y me quité ese problema. Poco a poco ellos fueron resolviendo sus conflictos, mi esposo entró a Alcohólicos Anónimos y mi hijo entró a Codependientes Anónimos, sin que yo forzara las cosas, sin que yo les insistiera, sin que los tratara de controlar. A muchos nos ha sucedido que llegamos disgustados con Dios, pues no creemos importarle; no creemos que un Dios bondadoso haya permitido tanto dolor y pérdidas en nuestras vidas. Sin embargo, cuando soltamos nos damos cuenta de que la vida fluye con mucha más armonía y sentido. La vida fluye naturalmente; no hay que forzar nada. Cuando forzamos las cosas o intentamos controlarlas, estamos tratando de imponer nuestra voluntad. ¿Significa esto que nos perderemos a nosotros mismos? ¿que nos volveremos títeres sin voluntad a merced de las circunstancias? No. Con este paso nos recuperaremos a nosotros mismos. No quiere decir que tengamos que aceptar todo lo que se nos ponga enfrente. Email:
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Podremos decir NO, cuando queramos decir NO. También podremos decir SÍ, cuando queramos decir SÍ. Aprenderemos a escuchar a nuestros sentimientos. Aprenderemos a estar más en contacto con nosotros mismos, nuestros sueños y lo que queremos para nuestras vidas. Luego podemos caminar en esa dirección, confiando en que Dios estará con nosotros poniéndonos justo lo que necesitamos en cada parte del camino. Habrá momentos en los que no entendamos lo que está sucediendo. Sin embargo, podemos confiar y seguir adelante. A medida que pase la vida estaremos cada vez más y más convencidos de que con el tiempo comprenderemos y le encontraremos sentido a lo que no entendemos hoy. Cuando uno está inmerso entre el bosque, no puede ver más allá del siguiente árbol. En cambio, cuando se eleva, puede ver todo el bosque. Eso nos sucede con ciertos eventos de nuestras vidas. Al poner cierta distancia, podremos tener una mejor perspectiva y comprender mejor las relaciones entre todos los componentes del evento. Este paso es muy importante, pues después del segundo paso, (que es el paso que nos devuelve la esperanza, el paso que nos lleva a creer que podemos ser ayudados), viene el tercero que es el paso en que nos dejamos ayudar. Este es el paso con el que todo en nuestra vida cobrará sentido, al menos, en la medida en que pongamos distancia con los sucesos. Iremos encontrándonos con nuestros deseos más profundos. Se nos ocurrirán cosas, nos sucederán otras, aparecerán las lecciones, los mensajes y los maestros que necesitamos en el camino, y nosotros Email:
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