Claudio Arrau

March 7, 2017 | Author: Salvador Van Cácerres | Category: N/A
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Claudio Arrau León y el Congreso Nacional de Chile 1908 -1921

Homenaje al centenario del concierto de Claudio Arrau en Chillán en 1908 y el apoyo parlamentario para su beca en Alemania.

Fernando Arrau Corominas

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Claudio Arrau León y el Congreso Nacional de Chile 1908 -1921

Fernando Arrau Corominas Investigador del Departamento de Estudios, Extensión y Publicaciones Biblioteca del Congreso Nacional de Chile

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Editor General David Vásquez Vargas Co-Editor Felipe Rivera Polo Autor Fernando Arrau Corominas Concepción Visual Racic Grupo Diseño Ediciones Biblioteca del Congreso Nacional de Chile Enero 2009 Impreso en Chile por Ograma ©Biblioteca del Congreso Nacional de Chile Registro de Propiedad Intelectual Nº 177314 I.S.B.N: 978-956-7629-08-4

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Tabla de Contenidos

Presentación Introducción Va emergiendo el artista Hacia Santiago

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Los parlamentarios comienzan a tomarlo en serio Se abre la vía a Europa Por fin en Berlín La guerra y la posguerra De vuelta en Chile Bibliografía

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P

resentación

Hace 100 años, un niño chillanejo maravilló a sus padres, a sus coterráneos, a las autoridades en Santiago, al Presidente de la República Pedro Montt y a los senadores y diputados que tuvieron oportunidad de escuchar su arte, su frágil inspiración, su magia infantil, interpretando a los clásicos de la música. Esas experiencias, relatadas por los contemporáneos y recogidas en el texto que acompaña esta hermosa caja que hoy presentamos, llevaron a los parlamentarios a impulsar decididamente el viaje de aquel niño, nuestro insigne Claudio Arrau, a estudiar a Europa, a empaparse con los orígenes, a nutrirse de un maestro como Martin Krause, discípulo directo de Beethoven, a experimentar la efervescencia de una Europa próxima a precipitarse al mayor conflicto bélico experimentado hasta entonces.

Así fue como el pequeño Claudio Arrau partió a Berlín con el apoyo financiero del Estado, gracias a la beca concedida por el Congreso chileno. Y así también fue como lo perdimos. Claudio Arrau pasó a ser patrimonio de la humanidad y su interpretación musical alcanzó alturas inéditas y profundidades insospechadas, incluso por los mayores conocedores de los clásicos alemanes. La interpretación musical de una orquesta es una de esas experiencias colectivas sublimes, que subraya el trabajo colaborativo, el diálogo de los instrumentos, los distintos instantes protagonizados por uno u otro,

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constituyendo una celebración de la creatividad y la mancomunión humana, no sólo entre quienes interpretan y quien dirige, también es una metáfora en un idioma que traspasa límites culturales y geográficos.

Claudio Arrau es un chileno universal y este parlamento se siente orgulloso de haber tomado, en su momento y en un contexto de crisis, una decisión tan trascendental como la que adoptó hace 100 años de entregar y mantener una beca de estudio, cuyo episodio se encuentra relatado en los textos que acompañan esta caja homenaje al maestro. Este objeto está concebido como una verdadera experiencia sensorial, en que se puede observar fotos de la niñez y adolescencia de Claudio Arrau y de su familia en Chile y Berlín, así como se puede escuchar algunas piezas interpretadas por el maestro, mientras se recorre las páginas del texto principal.

El Senado agradece a la Biblioteca del Congreso Nacional y a su directora Soledad Ferreiro por concretar esta magnífica iniciativa, que nos permite vincular al Congreso y la cultura nacional, en el recuerdo y homenaje a uno de sus más reconocidos compatriotas, Claudio Arrau León.

Marzo, 2009

Adolfo Zaldivar Larraín Presidente del Senado de la República de Chile

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Programa de su concierto ofrecido en Viena en 1922.

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I

ntroducción

“JH/ Sin duda, todos deben de haberse enterado de sus proezas de Chillán.

CA/ De hecho aparecí en los periódicos de todo el país. Finalmente, surgió la propuesta de enviarme a Europa con una beca, y tenía que ser aprobada por el congreso. Mi madre fue fundamental en ese respecto, al igual que varios parientes. Todos decidieron que era esa la única forma de que yo pudiera estudiar en el extranjero. De modo que mamá me llevó a visitar, uno por uno, a todos los diputados y senadores, y toqué para ellos. Luego, los legisladores votaron casi unánimente a mi favor. Así me otorgaron una maravillosa beca para estudiar música en el extranjero”.

(Joseph Horowitz. Arrau. Javier Vergara Editor S.A. Buenos Aires, 1984)

Claudio Arrau León nació en la ciudad de Chillán el 6 de febrero de 1903. Era el tercer hijo del matrimonio formado por Carlos Arrau Ojeda y Lucrecia León Bravo de Villalba. El padre era uno de los herederos del fundo Quinquehua de Cato, a unos cincuenta kilómetros de Chillán, propiedad de su padre Juan Antonio Arrau Daroch, la cual había formado parte de la Hacienda de Cato

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perteneciente a los jesuítas y que, después de su expulsión, cuando fue entregada en pública subasta, fuera rematada por Lorenzo de Arrau, su bisabuelo, ingeniero militar español llegado a Chile en 1768. Lucrecia León Bravo de Villalba provenía de una familia de agricultores de Quirihue, capital del Departamento de Itata, perteneciente a la Provincia de Maule hasta 1928, situada a unos 72 kilómetros al Noroeste de Chillán. Carlos prefirió la profesión de médico oftalmólogo en vez de la agricultura. Habiendo vendido, al igual que su esposa, sendos derechos y acciones sobre tierras en la Isla de Cato y en Quirihue, respectivamente, instalaron su casa en la ciudad de Chillán, en la calle Lumaco, en 1894.

Mientras Lucrecia, además de cumplir con las obligaciones propias de una esposa y madre de su clase y de su tiempo, tocaba el piano y era aficionada a la literatura francesa, Carlos instaló su consultorio médico en su casa. Era un hombre con mucho sentido social que atendía gratuitamente a aquellos que no podían pagarle y, aún más, tenía un convenio con la “Botica Italiana” de Tomás Taricco, en Chillán, para que les entregase gratis las medicinas recetadas (1). En 1904, un año después de haber nacido Claudio (2), falleció el médico de (1) Landauro, Antonio. Arrau. El hombre y el artista. Sociedad Musical Santa Cecilia de Chillán. VIII Región, Chile, 2002, p. 18. (2) En sus conversaciones con Joseph Horowitz, Arrau. Javier Vergara Editor, Buenos Aires, 1984, p. 31 Claudio Arrau hace sólo tres referencias de su padre: A la pregunta ¿No guarda ningún recuerdo de su padre? su respuesta es: En absoluto; el matrimonio de sus padres no había sido feliz por las constantes infidelidades de Carlos, y entre las ideas muy estrictas que su padre tenía acerca de lo que debía hacer un hombre, pensaba que la música era maravillosa, pero solo para las niñas, por lo tanto si Claudio hubiera crecido junto a él habría tenido que sufrir mucho.

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cuarenta y ocho años, víctima de un accidente ecuestre. Su funeral fue grandioso de acuerdo a la información periodística. Entre los presentes y que hicieron uso de la palabra para despedirlo, además del subinspector de policía, del jefe de la tercera dotación de bomberos, de un representante de la asociación médica regional y del administrador del hospital local, estaba un representante de la Asamblea Radical de Chillán pues Carlos era, como lo proclamó el columnista Jorge Du-Roy en la crónica “Sabatinas”, entre otros rasgos: “el correligionario valiente y decidido que en las horas de lucha solía alentar a los pusilánimes” (3).

Lucrecia quedó viuda con tres hijos, Carlos, el mayor, de once años; Lucrecia (“Quecha”), de siete años y Claudio, de un año. No hay certeza sobre el modo como pudo solventar los gastos familiares en los años siguientes. Se dice que la filantropía del padre consumió los ahorros y, aún, que había dejado deudas. Claudio Arrau dijo a Horowitz que ella había vendido “el último pedazo de tierra que les quedaba” a la muerte del padre, pero sus recuerdos a los setenta y nueve años a veces no correspondían a la realidad. Hay dos hechos verificables: Lucrecia comenzó a hacer clases de piano

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y un año después del terremoto de 1906

arrendó la casa familiar de la calle Lumaco. (3) Landuro, op. cit. p. 19. Este rasgo lo diferenció de muchos de sus primos, especialmente de aquellos más vinculados con la ciudad de Concepción, que eran más cercanos al Partido Conservador. (4) En muchas biografías breves de Claudio Arrau y, aún, Horowitz lo hace (op. cit. p. 21), se dice que su madre era una profesora de piano lo que es verdad sólo si se entiende que comenzó a serlo por necesidad y, sin un carácter profesional, cuando murió su marido.

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Claudio Arrau junto a sus hermanos mayores Carlos y Lucrecia.

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V

a emergiendo el artista.

Las clases de piano de su madre fueron la vía para que el niño se acercara también a la música y comenzara a mostrar sus dotes excepcionales. Pronto comenzó a asombrarla con su comportamiento. A los tres años, “en vez de hacer los grabados comunes a todos los pequeños, – dijo la madre (5) – en vez de dibujar casitas y monigotes, él trazaba pautas, claves y notas […] le enseñé a reconocer aquellos puntos en el teclado […] con un dedo descifraba al poco tiempo mis partituras más difíciles”. Más adelante empezó a manifestar la definición de sus gustos, mostraba su agrado cada vez que ella interpretaba la música de Johann Sebastian Bach y le pedía que continuara haciéndolo.

“Todo lo que quería era la música. – recordaba el pianista (6) – Incluso comía junto al piano. Mi madre se sentaba a mi lado y aprovechaba cualquier distracción para introducirme un bocado en la boca. Cuando esto sucedía, lo masticaba lo más rápidamente posible con tal de deshacerme de él”.

A los cuatro años, cuando aún no sabía leer ni escribir, el niño preguntaba a su (5)León, Lucrecia. La infancia de Arrau. Revista Ercilla, 16.08.1939, p. 48 (6) Horowitz, op. cit. p. 19

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madre sobre los signos de la escritura musical, copiaba trozos de las partituras que ella poseía, las memorizaba y las tocaba en el piano. Escuchaba las lecciones que recibía su hermana mayor y luego las repetía. El pianista nunca pudo explicarse cómo había aprendido a leer música. Rememoraba que las primeras piezas que tocó fueron la pequeña Sonata en do mayor de Mozart (K. 545) y el Kinderszenen de Schumann. “De algún modo, conseguí la música y comencé a descifrarla. Me dejaron completamente solo, porque mi madre se sentía alarmada frente a un hijo con tales aptitudes. Decidió no presionarme. Fue una actitud maravillosa… jamás intentó imponerme nada”(7). Llena de confusión, Lucrecia no se atrevía a comentar con sus cercanos lo que sucedía en su casa, temiendo que no le creyeran y se burlaran de ella. Cuando logró hacerlo, surgió la idea de organizar un concierto en beneficio de la Banda del Regimiento Chillán, en el Teatro Municipal recién inaugurado, con interpretaciones al piano del niño de cinco años.

La función se realizó el 19 de septiembre de 1908. De acuerdo con los recuerdos del intérprete y de su hermana Lucrecia y con la información del periódico El Comercio de Chillán, del 22 de septiembre, sucedió lo siguiente: según el medio, la comisión de ornato y el personal del Regimiento habían revestido al inconcluso teatro de “hermosos escudos nacionales, verduras i tricolores, entre los cuales brillaban una (7) Ibid, p. 47.

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multitud de lamparillas eléctricas”(8). Arrau, en cambio, lo recordaba “sin electricidad; había velas dispersas por todo el lugar” (9).

Se dio inicio al concierto a las 21.30 horas por lo cual el intérprete estaba comenzando a dormirse y debieron “mantenerme despierto contándome cuentos”. Su hermana lo condujo hacia el escenario. Iba “con un gorrito blanco y con guantes”. El piano vertical tenía unos candelabros con velas encendidas por lo cual el niño “temía que pudiera incendiarse”. Su hermana lo alzó para que se sentara sobre un taburete frente al piano y permaneció detrás de él durante todo el concierto para impedir que se cayera de la silla al inclinarse demasiado hacia un costado. A los pies del ejecutante había una caja de madera con dos varillas que le permitían presionar los pedales del piano que no alcanzaba por su estatura de niño.

Otra discrepancia entre lo informado por El Comercio de Chillán y el recuerdo del músico, recae sobre el contenido del programa. El periódico, cinco días después del concierto, señalaba que “la Banda del Rejimiento tocó con la maestría de siempre el Coro del Guaraní, la Jota Dolores, el bolero Los Diamantes de la Corona” y, en seguida, “Claudito Arrau León, niñito de cinco años, tocó con toda corrección el ‘Aire Luis XIII de L. Streablog’. Luego, “volvió a tocar a cuatro manos acompañado por su mamá”(10). (8) Landauro, op. cit. p. 23. (9) Horowitz, op. cit. p. 48. (10) El Air de Louis XIII (opus 15) está incluido en la selección de dancitas y trocitos para niños para tocar en piano a cuatro manos publicado por L. Streabbog (Landauro, op.cit. p. 24).

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El pianista, en cambio, evocó ante el crítico musical estadounidense Joseph Horowitz (11), casi ocho décadas después, haber interpretado la Sonata en Do Mayor de Mozart, las Variaciones sobre “Nel cor più non mi sento” de Beethoven y, posiblemente, el Estudio en Fa menor de los Nouvelles Etudes de Chopin, los cuales le habrían exigido en su ejecución quebrar las octavas pues no podía abarcarlas con su mano.

(11) Horowitz, op. cit. p. 48.

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Claudio Arrau junto al piano antes de partir a Alemania.

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acia Santiago.

A mediados de 1909, Lucrecia León viajó a Santiago con sus dos hijos menores, Quecha y Claudio. Había sido estimulada para ello por su hermana Clarisa quien la había visitado en Chillán con el fin de resolver el dilema materno sobre si el niño era normal o no. “Al verlo – contaba la hija – exclamó de inmediato: ‘¡Empaquen todo! ¡Vendan todo! ¡Vayan a Santiago! ¡Este niño debe estudiar! ¡Debe conocer al Presidente! ¡Este chico es un fenómeno!’ ” (12). El viaje tuvo dos intenciones: encontrar un buen maestro para el niño y presentárselo al escritor, poeta y autor teatral Antonio Orrego Barros, joven de 29 años, muy influyente en el mundo cultural y social de la capital.

Como profesor fue elegido el prestigioso pianista italiano Bindo Paoli que había llegado al país, desde Argentina, en 1889, y que contaba con una buena cantidad de alumnos. A Orrego, entonces taquígrafo del Senado, lo visitaron en su casa. La profunda impresión que causara el niño en el santiaguino la hizo pública unos meses después en el artículo que publicara en la revista Selecta titulado “El Mozart chileno. Claudio Arrau”:

(12)Ibid, p. 44.

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“Me parece sentir que algo canta dentro de mi alma. Mientras ese niño realiza sus prodigios en el piano, creo oir una voz misteriosa que murmura en mi oído anunciándome en Claudio Arrau León uno de eso seres privilegiados en quienes la naturaleza derrama sus dones y ante quien el mundo se inclinará como en presencia de su genio.[…] Y aquel niño lo reune todo. Fino, distinguido, buen mozo, de pelo revuelto y ojos pensadores, sin perder la frescura y el candor del niño que goza con los juguetes y se deleita con los dulces, lleva en su mirada la expresión intensa y luminosa del que tiene la facultad de penetrar los arcanos del arte.

Pasa, con la misma naturalidad y agrado, de los dulces al piano que del piano a los dulces. Asombra pero no espanta; se siente el prodigio pero no se ve el fenómeno. Siempre es un niño, siempre se le encuentra niño, aún tocando: casi llegamos a creer de que el piano es un juguete infantil. Pero es un niño que atrae con su mirada, que despierta interés con sus movimientos: es un niño en que se adivina algo.

Vestido de blanco, sentado al piano, con su cabeza revuelta y sus ojos clavados en la música, era para mi algo como una evocación de Mozart […]” (13).

(13) Landauro, op. cit. pp. 34-35.

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Doña Martina Barros, madre de Antonio Orrego, le envió una carta de presentación a su amiga Sara del Campo, esposa del Presidente Pedro Montt. Este invitó al niño y a su familia a La Moneda, pidiéndoles que le brindaran un concierto. El 30 de septiembre de 1909, el niño fue presentado por el Presidente a las autoridades ejecutivas, parlamentarios, cuerpo diplomático y músicos, como el director de orquesta italiano Arturo Padovani, avecindado en Santiago, o el pianista chileno Enrique Soro Barriga, muy talentoso.

Finalizada la audición, con gran éxito, el Presidente Pedro Montt abrazó cariñosamente al pequeño ejecutante y le regaló un libro con la siguiente dedicatoria: “A Claudito Arrau en recuerdo de la admiración cariñosa con que le he oído tocar el piano a la edad de seis años. Santiago a 30 días de septiembre de 1909”.

En medio del público, su preceptor Bindo Paoli manifestaba su admiración tanto por el perfecto oído musical del ejecutante, como por su poderosa facultad de leer música, mientras Enrique Soro comentaba su condición de “genio”. Entre los ministros, el de Relaciones Exteriores, Culto y Colonización, Agustín Edwards Mac Clure, se acercó muy entusiasmado por las dotes del niño para invitarlo a su casa a fin de presentarlo a su familia. Había sido el que mayores atenciones le había brindado, ajustando a su altura el piso giratorio y ayudándolo a equilibrarse en él.

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Tal como había sucedido con la madre del pequeño concertista, esta vez fue Antonio Orrego Barros el que se retiró del Palacio de La Moneda esa noche con el convencimiento de que su misión era obtener una beca del Gobierno para enviar a este dotado niño a estudiar a Europa. Como sabía que ella dependía de una autorización del Parlamento comenzó a llevar de tres en tres a los amigos parlamentarios, a los ministros, a los intelectuales, a unas tertulias a la casa de sus padres para que escuchasen la interpretación musical del niño.

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Antiguo edificio del Congreso Nacional de Chile.

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os parlamentarios comienzan a tomarlo en serio.

Los deseos del Presidente Pedro Montt y de Lucrecia León comenzaron a cumplirse, principalmente como consecuencia de las iniciativas de Antonio Orrego Barros, cuando la Cámara de Diputados en la orden del día de la sesión extraordinaria del 22 de febrero de 1910 (14) continuó votando las indicaciones relativas al presupuesto de Instrucción Pública. Era el procedimiento acostumbrado para otorgar pensiones a estudiantes o profesionales destacados.

El Secretario de la Cámara anunció una indicación del Diputado por Itata Carlos Maira González, del Partido Radical de Chile, junto a otros diputados, para consultar el siguiente ítem en la partida 14 del proyecto de Presupuesto de Instrucción Primaria: Para la educación musical de Claudio Arrau León $1.200.

Presente en la Sala, el Diputado Maira aclaró que la indicación no solo llevaba su firma sino también la de treinta o cuarenta Diputados de los diversos Partidos (15)

y pidió a la Cámara que acordara la pensión por unanimidad.

(14) Cámara de Diputados. Boletín de Sesiones. Sesión 22 de febrero de 1910. p.2773. (15) Entre otros: Alfredo Barros Errázuriz, del Partido Conservador; Enrique Bermúdez de la Paz, del Partido Liberal Doctrinario; Alberto Edwards Vives, del Partido Nacional; Manuel García de la Huerta Izquierdo, del Partido Liberal; Marcial Ribera Alcayaga, del Partido Radical.

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El Diputado por Santiago Ricardo Cox Méndez, del Partido Conservador, integrante de la Comisión Permanente de Instrucción Pública, aclaró que él era uno de los firmantes y que había escuchado al pianista: “Quien haya oído tocar a este niño – dijo – no le negará su voto”.

Antes de la votación, el Diputado Maira dijo: “Es un Mozart en ciernes que honrará a la República; de modo que es necesario que hagamos lo posible porque no se pierda un talento tan precoz”. Y, luego que la indicación fuera aprobada por la unanimidad de veintiséis votos, felicitó a la Honorable Cámara “por el acto de justicia que acaba de hacer”.

El ítem aprobado por la Cámara de Diputados fue considerado por el Senado en la sesión del 25 de febrero de 1910 (16). En ella su defensor fue el Senador por Malleco Juan Castellón Larenas, del Partido Radical de Chile, miembro de la Comisión de Instrucción Pública del Senado. “El niño Claudio Arrau León a que este ítem se refiere, – dijo – es un verdadero genio musical. A pesar de que es un niño, que tiene solo 7 años, ejecuta a primera vista cualquier trozo de música clásica que se le presente”. Propuso que siendo muy bajo el monto de la pensión se elevara a mil quinientes pesos. Votada secretamente la indicación fue aprobada por diez votos contra dos.

(16) Senado, Boletín de Sesiones. Sesión del 25 de febrero de 1910, p. 1612.

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El 4 de junio de 1910 el prodigioso niño ofreció su segundo concierto en la capital, el que incluyó obras de Johann Sebastian Bach, Edvard Grieg, Wolfgang Amadeus Mozart y Carl Reinecke. Esta vez fue acompañado en dos piezas por la violinista chilena Lucía Vásquez.

En octubre del mismo año, el novel pianista, ofreció en Chillán otro recital de beneficencia a favor del Asilo de Proletarios y de la Caja para los Convalecientes del Hospital de la religiosa Sor Isabel. El cronista del diario El Comercio lo calificó como “un verdadero Sursum Corda [Arriba los corazones!] en la presente época y en el presente estado social” (17).

Esta vez el programa incluyó el Rondó Gypsi de Haydn; Für Elise de Beethoven; un concierto de Friedrich Seitz, en el que lo acompañó el violinista Heriberto Urrutia, y Le Matin, de Grieg, junto a su madre. La crónica de El Comercio finalizaba con estas palabras premonitorias: “Si este niño (lo que el destino jamás permita!) no se atrasa en su carrera y no lo abandona el Numen que ilumina su cabecita, tendrá que abismar al mundo con sus audiciones y traerá a Chillán un nuevo timbre de lustre que deberá agregarse a lo que ya tiene como cuna de héroes y grandes patriotas”.

(17) Landauro, op. cit. p. 25

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Diario de sesión de la Cámara de Senadores del 24 de noviembre de 1911.

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e abre la vía a Europa.

El Senado había acordado en febrero de 1910 que el niño permaneciera un año más en el país con derecho al goce de la pensión, continuando sus estudios con Bindo Paoli, sin embargo, en la primera quincena de noviembre del mismo año se trató la alternativa de enviarlo a perfeccionar sus estudios musicales en Europa.

No era el momento más adecuado pues el Ministro de Hacienda había anunciado el gran déficit en que se encontraban las finanzas públicas y la necesidad de que el Congreso en todas aquellas partidas de la ley de presupuesto en que pudieran hacerse economías sin perjudicar el servicio público, no vacilara en hacerlo. Entre ellas estaban las pensiones para estudio y por ello sólo debían ser aprobadas aquellas que aparecieran muy justificadas.

Igualmente, como lo señalara el Senador por Curicó, Fernando Liborio Lazcano Echaurren, del Partido Liberal (18), si bien al considerar aquellas pensiones se tomaba en cuenta el ejemplo del Japón, que entre los medios de que se valió

(18) En la sesión extraordinaria del Senado, del 9 de noviembre de 1910 (Boletín de Sesiones, p. 285).

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para alcanzar el portentoso progreso con que asombró al mundo, se contaba el enviar a los centros europeos más adelantados a sus estudiantes más distinguidos. Una circunstancia que dañaba a Chile era que no ejercía la vigilancia sobre sus pensionados, como lo hacía el país nipón sacando el mayor provecho al sistema. Al contrario, afirmaba el Senador, el testimonio de los chilenos que regresan es que los pensionados por el Gobierno ocupan su tiempo en paseos más que en estudios.

Esta vez el Senador por Coquimbo Enrique Villegas Encalada, del Partido Liberal Democrático presentó la siguiente indicación: “Pensión al joven Claudio Arrau León para que perfeccione sus estudios musicales en Europa $6.000”, aduciendo que era “un niño, que hace estudios aquí, pero que hay conveniencia en que vaya a Europa a perfeccionarlos, porque es una criatura de asombroso talento. Tiene solo siete años y medio, apenas sabe leer, pero la música la lee y toca a primera vista, como, podrán confirmarlo algunos de mis honorables colegas”.

A continuación, el Senador por Concepción Gonzalo Urrejola Unzueta, del Partido Conservador, expresó su acuerdo con el Senador anterior recordando que “para mandarlo al extranjero será necesario que vaya con su madre, de manera que sería menester asignarle una pensión no inferior a seis mil pesos”. Por otra parte, mostró su desacuerdo con el Senador Enrique Villegas en cuanto a que el niño apenas

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sabía leer: “Es un niño de inteligencia precoz – dijo – de gran talento matemático y lee perfectamente”. Esto era de especial importancia para el Senador Urrejola porque creía “que el Gobierno y el Congreso harían una obra patriótica, si fomentaran los conocimientos y aptitudes de este niño, porque si bien los estudios musicales que perfeccione en Europa pueden no ser bastante útiles, mirando las cosas por el lado práctico, su gran talento puede aplicarse allí a otros ramos que sean también de beneficio al país”.

La suma de dinero le pareció muy alta al Senador independiente por Santiago, Joaquín Walker Martínez, integrante de la Comisión Permanente de Instrucción Pública, quien, además, sin oponerse a que se otorgara la pensión, si no sobrepasaba los tres mil seiscientos pesos, preveía “que mientras más fenómeno musical sea, más difícil será que vuelva a Chile, una vez que perfeccione sus conocimientos”.

El Senador Juan Castellón Larenas, que había defendido el año anterior la primera pensión, reiteró el merecimiento del niño de ser pensionado, esta vez para estudiar en el extranjero, coincidiendo con el Senador Walker Martínez en que su monto debería ser de tres mil seiscientos pesos, similar al que se otorgaba a los médicos para estudiar en el extranjero. En estos términos el ítem fue aprobado en la sesión extraordinaria del Senado del día siguiente.

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Por su parte la Cámara de Diputados, en enero de 1911 (19), trató el ítem: Pensión al joven don Claudio Arrau León para que perfeccione sus estudios musicales en Europa $3.600. Había una indicación del Diputado Ricardo Cox Méndez para elevar el ítem a cinco mil pesos. El Diputado por La Victoria y Melipilla, Enrique Morandé Vicuña, del Partido Conservador, la apoyó considerando que “siendo un niño de ocho o nueve años, tiene que ir con su madre”.

Después de algunas aclaraciones de procedimiento, el Diputado por La Victoria y Melipilla, José Ramón Gutiérrez Martínez, también del Partido Conservador, quiso hacer presente a sus colegas que “esta es la pensión más justificada; se trata de un genio precoz, que es un portento, que seguramente va a asombrar a la Europa y será un orgullo nacional […] es un niño de nueve años de edad, que no puede ir solo a Europa. Este portento debe ir en compañía de su madre”. El Diputado por Concepción, Talcahuano, Lautaro y Coelemu, Aníbal Rodríguez Herrera, del Partido Nacional – al cual había pertenecido el Presidente Pedro Montt, recién fallecido – que era Vicepresidente de la Cámara, dijo coincidir con lo afirmado por su colega y el Diputado por Santiago Armando Quezada Acharán, del Partido Radical de Chile, justificó el monto de la pensión debido a que “en Europa este niño tendrá que pagar profesores muy caros”.

(19) Cámara de Diputados, Boletín de Sesiones. Sesión de 16 de enero de 1911, p.1451.

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El ítem, con el número 4181, fue votado en la Cámara de Diputados, por treinta y tres votos contra cinco, en la forma propuesta por el Diputado señor Cox: cinco mil pesos.

La pensión de Claudio Arrau fue formalizada a través de un decreto del Ministerio de Instrucción Pública del 29 de marzo de 1911. El niño había celebrado recién su octavo cumpleaños en Valparaíso, donde ofreció una audiencia especial a la prensa del puerto. Antes de ella, había cumplido con una visita a la revista “Sucesos” (20). Uno de sus cronistas lo describió como “un chico limpísimo, fresco, elegante [que] trepa gravemente, mirándolo todo, por las escalas de Sucesos, tras de él una señora y una señorita distinguidas”.

El 7 de mayo el viajero dio un concierto de despedida dedicado a Chillán en el que interpretó obras de Chopin, Schumann, Mozart, Beethoven y compositores menos conocidos, posiblemente sugeridos por su maestro, como el suizo Joseph Joachim Raff, que fue secretario de Franz Lizt; el polaco Moritz Moszkowski y el francés Jean-Baptiste Duvernoy.

(20) Landauro, op. cit. p. 40.

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Conservatorio Stern en Berlín, Alemania.

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or fin en Berlín

A mediados de 1911 la pequeña familia Arrau viajó a Berlín. Iban la madre, Lucrecia, de cincuenta y cinco años y sus tres hijos: Carlos, de dieciocho años; “Quecha”, de catorce años y Claudio, de ocho años.

En Buenos Aires, en tránsito para continuar hacia Alemania, fueron recibidos en la Embajada de Chile donde se organizó una reunión social en honor al niño y en la cual un conjunto de personalidades de la cultura argentina pudo escucharlo en un breve recital. Entre ellas se encontraba invitado el crítico musical del diario La Nación de Buenos Aires, que refieriéndose a las alternativas de aquella noche escribió:

"Siete años de edad, una presencia tan desenvuelta como simpática, una maravillosa ejecución que sorprende no sólo por las dificultades que supera su pequeña mano, sino también por la gracia y la expresión que pone su todavía ingenuo corazón en las obras de un vasto y elevado repertorio, hace de él un prodigio verdadero y una mayor esperanza”.

"Al oírle interpretar con ajustada técnica y a primera vista los trozos de los maestro clásicos, al escucharle ejecutar con cuidadoso estilo las piezas de sus compositores predilectos,

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se experimenta la emoción mezclada de congoja que presenta una vida de trabajo y de gloria”(21).

Los viajeros abordaron el carguero “Titania”, de la compañía alemana Kosmos, que también llevaba pasajeros, el cual había recorrido los puertos del sur de Chile para luego recalar en Buenos Aires, antes de seguir a Le Havre, Inglaterra y Hamburgo.

“El viaje fue bastante largo… duró casi cuatro semanas – relató el músico más tarde (22)

–. Yo me sentía terriblemente excitado, y también temeroso, ya que nadie en mi familia

sabía una palabra de otro idioma salvo el español… excepto mi madre, que dominaba el francés. Pero no sabía hablar alemán. Mamá nunca antes había estado fuera de Chile. Tuvo un inmenso coraje en esa oportunidad”.

Cierta confianza le daban a Lucrecia, por una parte, el saber que en Berlín la esperaba su amiga Matilde Yungue que vivía en esa ciudad desde el año anterior. Su esposo, el general Emilio Körner, había jubilado después de veinticinco años de servicios al Estado chileno organizando y comandando el Ejército. Por otra

(21) Montero, Juan Carlos. La lección de piano: semblanza y anecdotario de un prodigio frente al teclado que iluminó el siglo XX. Disponible en: http://www.lanacion.com.ar/nota.asp?nota_id=471340. (22) Horowitz, op. cit. p. 53.

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parte, había sabido al salir de Chile que el gran admirador de su hijo, el ex Ministro de Relaciones Exteriores del Presidente Pedro Montt, Agustín Edwards Mac Clure, había sido nombrado Ministro Plenipotenciario en Londres. A través de la Legación de Chile en Gran Bretaña eran pagadas las pensiones otorgadas por el Ministerio de Instrucción Pública de Chile.

Efectivamente, una vez llegados a Berlín, la señora Körner llevó a los viajeros a la casa que había escogido para ser arrendada por ellos en Prinzregenten Strasse 77 y les presentó a un pianista alemán muy conocido en ese momento que ella consideraba apropiado para que fuese el profesor del niño. “Una dama chilena muy dominante – comentaría después el músico a Joseph Horowitz (23) – decidió que mi maestro debería ser Waldemar Lütschg […] el profesor más aburrido que se pudiera imaginar, incluso se dormía durante las lecciones”.

Entretanto, en Santiago, el Senado trató el “Item 4181: Pensión al joven don Claudio Arrau León, para que perfeccione sus estudios musicales en Europa $5.000” (24). Era la renovación correspondiente al año 1912. Nuevamente se produjo un significativo diálogo entre los senadores Juan Castellón y Joaquín Walker Martínez: el primero terminó sus palabras diciendo: “El niño Arrau, que es ya una

(23) Horowitz, op. cit. p. 53. (24) Senado, Boletín de Sesiones. Sesión extraordinaria de 24 de noviembre de 1911, p. 713.

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esperanza para el arte, puede ser más tarde una gloria de Chile”. El segundo agregó: “Tanto, que creo que no volverá más a Chile”.

El año 1912, problemas presupuestarios llevaron al Gobierno a anunciar que no renovaría ninguna pensión a los estudiantes chilenos residentes en Europa y los Estados Unidos. El 31 de agosto, en la Cámara de Diputados (25), el Diputado por Itata Carlos Maira González, del Partido Radical de Chile, defendió nuevamente el caso del “niño músico Claudio Arrau”:

“Arrau – dijo – es una gloria y una esperanza para el arte y podrá ser, en un porvenir no lejano, un émulo de aquellos artistas que honran la música, y que, vuelvo a repetirlo, será indudablemente para nuestro país la mejor réclame.

El gasto que origina esta pensión es bien insignificante, cinco mil pesos, y por ahorrar cinco mil pesos […] se va a privar a la República de tener la honra de contar entre sus compatriotas a un músico notable (26).

(25)Cámara de Diputados, Boletín de sesiones. Sesión 31 de agosto 1912, p. 1827. (26) Como una referencia sobre el valor adquisitivo de los 5.000 pesos oro de la pensión puede considerarse que en 1911 el arriendo de un chalet moderno con siete departamentos, aparte de las habitaciones de la servidumbre, en la avenida Concepción de la Municipalidad de Providencia costaba 150 pesos. Diez años más tarde, al concluir el beneficio de la pensión cuyo monto se había reducido a 3.600 pesos oro , un automóvil Dodge costaba 4.700 pesos y un Ford, 2.500 pesos. La pensión de 5.000 pesos oro era considerada excepcional. La de 3.600 pesos oro era igual a la que recibían profesionales de diferentes especialidades para perfeccionarse en Europa o en los Estados Unidos.

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Se me dice que hay numerosos empleados públicos en Valparaíso y Santiago que usan autos particulares costeados por el Fisco, y se me asegura que son cuarenta o cincuenta. Pues bien, Señor Presidente, cada uno de estos coches particulares que costea el Fisco cuestan lo mismo que mantener un pensionado en Europa.”

En definitiva, las pensiones de muchas personas fueron renovadas. La lista de ellas para el año 1913, que se encuentra en la Memoria de la Legación de Chile en Gran Bretaña (27) consigna cincuenta y dos nombres entre los cuales, además de Claudio Arrau León, se incluyen educadores, como el matrimonio Labarca Hubertson (Amanda y Guillermo), Sansón Radical, Gutemberg Lagos, Ricardo Donoso o la Doctora en Botánica Filomena Ramírez; pintores, como Manuel Ortiz de Zárate, Eucarpio Espinoza, Julio Fossa o José Backaus, y médicos, como Ernesto Prado Tagle, Armando Larraguibel, Israel Bórquez o Basilio Muñoz Pal.

En tanto, en Berlín, el niño Arrau se desilusionaba de su primer maestro en Alemania. Este pretendía que el niño olvidara sus conocimientos y comenzara de nuevo y, además, que sólo practicara ejercicios de cinco dedos. A pesar de las protestas de Matilde Yungue, fue reemplazado por Paul Schramm que era un

(27) Archivo Nacional de la Administración. Fondo Ministerio de Relaciones Exteriores. Volumen 1584 (ex 1503), 1903, pp. 44-45.

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pianista tan conocido en Berlín como Waldemar Lütschg. Arrau recordaba a Schramm como “un hombre amable, muy inteligente y lleno de ideas, pero algo loco”. Aunque aprendió mucho con él, su falta de sistema le hizo sentir que no aprendía con la rapidez de que él era capaz. El entusiasmo por el piano comenzó a decaer y habló a su madre sobre sus deseos de renunciar a la beca y volver a Chillán.

Del mismo modo como hasta ahora había sucedido en la vida del niño, aparecieron las personas precisas para ayudarlo a resolver el conflicto: la pianista chilena Rosita Renard (1894-1949) y su maestro Martin Krause (1853 – 1918).

Rosita había sido becada por el gobierno chileno el año 1910. Estudiaba en el Städlisches Konservatorium für Musik (Conservatorio Stern) de Berlín, y recibía lecciones de Krause. La pianista estuvo entre los pensionados a los cuales no se les renovó su pensión. Sólo las gestiones realizadas por Martin Krause le permitieron su inscripción como alumna honoraria, con beca completa, para continuar sus estudios en el Conservatorio Stern. El año 1913 recibió el diploma de honor por mejor alumno del Conservatorio, el que se había entregado sólo una vez desde su fundación en 1860 (28).

(28) Tapia, Paz. Rosa Amelia Renard Artigas (1894-1949). Disponible en: http://www.portalpirque.cl/index.php?option=com_content&task=view&id=40&Itemid=1.

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Rosita les sugirió a la madre y al hijo probar con su profesor y se los presentó. Martin Krause era un sajón de sesenta años, hijo de un organista y maestro concertador. Había hecho sus estudios de maestro de piano en la pequeña localidad de Borna (Land Sachsen) y concluyó sus estudios con Ferenc (Franz) Liszt. Había dado lecciones de piano en Leipzig y Munich antes de establecerse en Berlín. Krause traía consigo una genealogía musical que lo vinculaba con Ludwig van Beethoven ya que éste había tenido como dilecto discípulo al checo-austríaco Carl Czerny (1791-1857), un músico precoz

(29),

quien, a su vez, tuvo como

alumno por dos años a Franz Liszt, que le dedicó sus Estudios Trascendentales.

Este es el recuerdo de Arrau, después de casi setenta años, de su encuentro con Krause: “Lo adoré desde el primer momento. Pero también me infundía temor. Era terriblemente severo, y me exigía mucho… tal vez, demasiado. Es probable que algunas de mis dificultades posteriores se hayan debido a Krause. A los once años, yo ya estudiaba los Estudios Trascendentales de Liszt. Por supuesto, según él, yo no estaba rindiendo de acuerdo con mi talento. Con sus constantes exigencias, me forzaba a alcanzar logros con la mayor rapidez posible. Me decía que jamás debería olvidar que después de los veinte años ya no se adquiere más técnica. En realidad, no creo que sea así” (30). (29) Beethoven escribió sobre él: “[…] yo que firmo abajo, tengo el placer de atestiguar que el joven Carl Czerny ha hecho un adelanto extraordinario en el piano, más allá de lo que podría esperarse a la edad de catorce años. Creo que merece toda la ayuda posible, no sólo por lo que acabo de manifestar, sino por su asombrosa memoria…” (Cháneton, Natalia. Karl Czerny (1791-1857). El gran pedagogo del piano. Disponible en: http://musicaclasicaymusicos.com/czerny.htm (30) Horowitz, op. cit. p54.

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En sus conversaciones con Joseph Horowitz, Claudio Arrau resaltó las diferencias entre el autoritarismo de Krause y el modo en que su madre apoyó su carrera musical. Horowitz exagera sobre el “autocratismo” de Krause (31) y el autoritarismo de su “sobreprotectora madre”. Arrau matiza lo negativo del primero al responder a la pregunta: “¿Hasta que punto diría que Krause fue un padre para usted?”

“Krause fue la figura paterna en mi desarrollo psicológico… en el buen sentido, y también en el malo, como todas las figuras paternas. Pero no me causó mucho daño. Podría haberlo hecho” (32).

Sobre su madre dice (33):

“Consideraba que su misión era facilitarme el camino para convertirme en un importante artista. Por supuesto, en cierto momento, sentí que su preocupación era excesiva. […] Entonces, inicié una vigorosa rebelión en contra de esa actitud. Esto me sucedió, tal vez, a los quince o diecisiete años. Y mamá lo aceptó sin mucha queja”.

(31) A quien compara, “con su perilla y su bigote retorcido”, con el pérfido maestro de música Svengali, personaje creado por el escritor francés George L. du Maurier (o por su nieta Daphne) y no, como lo afirma Horowitz, por el escritor y compositor alemán Ernst Theodor Amadeus (E.T.A.) Hoffmann (1776-1822), que inspiró la ópera de Jacques Offenbach basada en sus cuentos (Ibid, p. 23). (32) Ibid, p. 60. (33) Ibid, pp. 32-34.

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“Se desesperaba cuando algo marchaba mal en mi evolución. Pero jamás intervino. Era una mujer muy inteligente. Lo suficientemente lúcida como para saber que, desde el momento en que comencé a estudiar con Martin Krause, si surgía algún problema, debía permitir que él tomara todas las decisiones. […] La única vez que me impulsó, no mucho, a estudiar fue en Berlín justo antes que conociéramos a Krause, en una época en que yo había perdido interés en el piano. Esa fue la única vez que me presionó”.

Técnicamente el vínculo entre el niño de diez años (1913) y Martín Krause se fue desarrollando hacia un nivel de calidad inigualable. El sajón, que no aceptó ninguna remuneración por las clases de piano de Claudio, se hizo cargo también de su educación general. Habían decidido que no asistiera a la escuela por lo tanto contrataron profesores privados de francés, inglés, matemáticas, historia, etc. Ambos visitaban museos y el maestro decidía las óperas que le convenía ver, del mismo modo como vigilaba su dieta. La familia Arrau se había instalado en Salzburger Strasse 17, en una casa vecina a la del maestro, en ésta el niño permanecía la mayor parte del día. Había un piano en una de las habitaciones del fondo donde practicaba entre siete u ocho horas diarias. Al anochecer, una vez que el profesor había terminado con sus otros alumnos, le daba una lección de al menos hora y media. Por insinuación de Martin Krause, y con su apoyo, el niño ingresó, a fines de 1913, al Conservatorio Stern aun cuando no tenía la edad requerida.

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Claudio Arrau reconocido como un gran interprete en Alemania.

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L

a Guerra y la posguerra.

A pesar de la guerra iniciada en 1914, la actividad musical en Berlín continuó variada y de buen nivel. “Todo resultaba tan difícil, – relataba Claudio Arrau (34) – que la gente se volvió a buscar una forma de vida mejor en la cultura, en los libros, en la música. […] Los soldados en las trincheras estudiaban sus instrumentos musicales, con un fervor tal, como si estuvieran ciertos de continuar tocando durante toda la eternidad”.

En 1914, Claudio hizo su primera aparición pública en Berlín en un recital colectivo de alumnos organizado por Martin Krause. En cuatro conciertos ejecutaron la obra completa de “El clavecín bien temperado”, de Bach y el crítico del Allgemeine Musik-Zeitung distinguió de este modo al chillanejo de entre los demás: “En particular, debe mencionarse al niño de diez años Claudio Arrau, un maravilloso joven que ejecutó los preludios y fugas que se le asignaron con sorprendente seguridad e independencia […] ¡Qué hermosamente articula! Ejecutó las piezas individuales de una manera clara, límpida, precisa, que no fue solo el resultado de la práctica, sino, más bien, el reflejo de una naturaleza artística en su plenitud” (35).

(34) Landauro, op. cit. p. 63. (35) Horowitz, pp. 62.

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El mismo crítico lo siguió, con favorables artículos, en sus dos primeros recitales como solista, en diciembre de 1914 y febrero de 1915. Sobre el segundo concierto, que agotó las localidades de la Künstlerhaus, quedando numeroso público rechazado frente a las boleterías, comentó:

“Es en verdad conmovedor oir tocar a este niño de once años. No se percibe en él ningún rastro de elaborado refinamiento. Con frescura y naturalidad, musicalmente práctico y directo, como puede esperarse de un niño, pero, al mismo tiempo, con todos los síntomas infalibles de un extraordinario talento, este joven gallardo interpretó a Mozart, Weber, Schubert y Mendelsohn. El profesor Martin Krause, por cuya agudeza pedagógica debemos estar agradecidos, se ha propuesto que el muchacho no ejecute sino aquellas piezas que puedan encuadrar en su juvenil espíritu y discernimiento. En mi opinión, este joven lozano, impregnado del temperamento germánico, ha de convertirse en un destacado artista” (36).

El 19 de junio de 1915, habiendo sido seleccionado como uno de los siete pianistas más destacados del momento en Berlín, fue el elegido para recibir los dos más altos premios otorgados por el Conservatorio Stern: el piano de cola de concierto concedido anualmente por la Casa Ibach Sohn y la medalla Hollander.

(36) Ibid, pp. 63-64.

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Aunque Krause le permitía dar no más de quince a veinte conciertos por temporada, el preadolescente tocó en muchas partes. Recordaba principalmente la ejecución del Primer Concierto de Franz Liszt con Arthur Nikish, el legendario director de la Berliner Philharmoniker y la Gewandhaus Orchester de Leipzig, el cual, según Arturo Toscanini, hacía que cualquier orquesta bajo su mando sonara en forma sublime. A pesar de que a Nikish no le agradaban los niños prodigios, luego del primer ensayo, fue muy amable con él.

También dio recitales en diversas cortes europeas como la de los reyes de Sajonia, de Württemberg, de Bavaria y de la reina de Rumania. Asimismo, la de los reyes de Noruega. Durante su permanencia en este país la viuda de Edvard Grieg (1843 - 1907) le enseñó a tocar el famoso concierto para piano “en la menor” de su marido.

En 1916, el repertorio del joven de trece años – a quien en sus inicios en Alemania, por algún motivo desconocido, siempre le fue disminuido un año – se mostraba más exigente; los críticos se referían a él como “el genio nato del piano”, “el pequeño titán del piano” o “este hombre maravilloso”. El crítico Joseph Horowitz destaca un recital dado dos años después, en 1918, en la Beethovensaal porque considera que la crítica de Leopold Schmidt en la Tageblatt und Handels-Zeitung podría haber sido válida cincuenta años más tarde: “posee un extraordinario talento

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técnico para el piano. Exhibe un timbre enérgico, que no se ajusta a la preferencia actual por un efecto ligero y susurrante y que, en forte, es capaz de producir la máxima intensificación dinámica con absoluta claridad y seguridad” (37). Schmidt concluyó diciendo: “Ya ha logrado fascinar a un cuantioso número de seguidores que se regocijan con su interpretación y cuya estima difícilmente llegue a perder […] parece estar destinado a desplegar una notable carrera”.

Sin embargo, a pesar de la demanda de bises por el público en esa ocasión, su talante no era el mismo, se había producido en él una profunda inflexión: tres semanas atrás había fallecido Martin Krause durante una estancia vacacional en Plattlin, Baviera.

“La muerte de Krause fue terrible para mi. – dijo en 1980 a Joseph Horowitz (38) – Creía que se había acabado el mundo. Y experimentaba una horrible sensación de abandono. Sentía que ya no podía seguir tocando. Y, por otro lado, tenía que luchar contra todas esas damas que insistían en que fuera a ver a Schnabel, o a no se quién, porque me consideraban demasiado joven para quedar sin maestro. Pensaban que un muchacho de quince años de ninguna manera podía desarrollarse por sus propios medios. Pero yo me rehusé. Sentía una profunda lealtad hacia Krause. Era algo infantil esa lealtad, pero temía que cualquier otro

(37) Ibid, p. 65. (38) Ibid, p. 68.

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maestro pudiera confundirme. Por otra parte, estaba convencido de que todo lo que un pedagogo pudiera enseñar, él me lo había brindado, y consideraba que sólo me restaba asimilar todas sus enseñanzas y continuar el camino por mi mismo. Desde luego, hubiese sido mucho más cómodo encontrar otra figura paterna”.

No la buscó, pero pronto fue percibiendo que Alemania se iba cerrando para él. Por su timidez le era difícil retomar por si mismo los contactos que Martin Krause había usado para continuar desarrollando su carrera como pianista profesional. Tuvo que aceptar las solicitudes de países más pequeños, como Noruega, Finlandia, Bulgaria o Rumania. Aun cuando le pagaban muy poco, el éxito que tenía en ellos le hacía bien, le permitía decirse a si mismo que con seguridad había algo valioso en él.

La crisis económica en la Alemania de posguerra sumió al joven en mayor desesperación aun cuando en 1919 y 1920 recibió el premio Lizst que se había mantenido desierto por cuarenta y cinco años. Asimismo, recibió el importante Premio Schulhoff. Estos honores, además de la importancia para su carrera, lo ayudaban económicamente, lo mismo que las primeras grabaciones que hizo, aunque se sentía asqueado por las abreviaciones de algunas piezas que lo obligaban a hacer.

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En noviembre de 1919, viajó a Londres aceptando la invitación del Ministro Plenipotenciario de Chile en el Reino Unido, Agustín Edwards Mac Clure. Muy respetuoso de las expresiones culturales, el Embajador venía siguiendo la trayectoria del joven pianista desde que admirado de su arte, lo escuchara en el Palacio de La Moneda, como Ministro del Presidente Montt.

Informado de la crisis en la que se encontraba el músico y de la difícil situación por la que pasaba la población de la Alemania de posguerra, el diplomático lo convidó a estar una temporada en su casa, esta vez, de Londres. En el período organizó para él dos recepciones que Claudio comentó en dos cartas enviadas a su madre que había permanecido en Berlin. En la primera, donde “habían (sic) puros chilenos: – escribió (39) – se volvieron locos conmigo; decían que habían oído hablar tanto de mi, pero que nunca hubieran creído que era tanto, “estupendo” decían todos! [En la segunda (40) , destinada a] “todo el gobierno y toda la prensa […] habían 200 personas. Todo el público, […] estaba muy entusiasmado conmigo!”.

Agustín Edwards lo presentó a algunos empresarios. Uno de ellos, Mr. Powell, lo contrató para la primavera londinense de 1920, con el fin de que ofreciera recitales en el Aeolian Hall y en el Royal Albert Hall. Ese año, debutó con la (39) Landauro, op. cit. pp.72-73. (40) Arrau, Claudio. Cartas a su madre. Disponible en: http://claudioarrau.blogcindario.com/2005/02/00006-cartas-de-don-claudio-arrau-a-su-madre-y-una-entrevistadias-antes-de-su-muerte.html

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Filarmónica de Berlín dirigida por el prestigioso director de orquesta alemán Karl Muck.

Una vez en Londres, Claudio cumplió sus compromisos con el empresario inglés. En el Aeolian interpretó con gran éxito las Variaciones Goldberg de Johann Sebastian Bach, originalmente escritas para clavecín. El 10 de mayo, tal como lo había hecho en la anterior estadía, le escribió a su madre comentándole el concierto: “Salió grandioso, un gran éxito, críticas muy buenas. El empresario Powell estaba loco, se le caían las lágrimas; me dijo que ya era uno de los más grandes pianistas del mundo; que me prometía que ganaría cantidades de plata! […] Don Agustín [Edwards] me lleva casi cada noche al teatro; anoche estuvimos a ver bailar a la Pavlova, fue fenomenal! Imagínate, en el concierto me trae una niña un gran ramo de flores lacres, la miro, ¿quién es? La Fela Ribier! Aquí en Londres!” (41).

Pareciera que para el joven era más importante alentar a su abnegada madre que relatar lo sucedido. A ésta, como lo señala al concluir su carta, la dureza de los últimos tiempos le estaba afectando la salud: “¿Cómo están todos allá? ¿Te fuiste a fotografiar con rayos X? Muchos abrazos y besitos para todos de tu hijo chico”.

(41) Landauro, op. cit. p.74.

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En el Royal Albert Hall el adolescente compartió el programa con el violinista polaco de origen judío Bronislaw Hubermann y con la cantante de ópera australiana Nellie Melba, ante una concurrencia de más de doce mil personas, algo inusual en ese tiempo. El pianista recordaba que en ese concierto Melba había desaprobado sus repetidos saludos frente a la ovación del público después de la Rapsodia Española de Liszt. Detrás del escenario le dijo: “Ya es suficiente muchacho” (42).

A partir de estas últimas experiencias, Claudio Arrau consideró durante toda su vida que, aparte de Sudamérica, fue en Londres donde había logrado una “entusiasta aceptación” antes que en cualquier otra parte del mundo: “Allí no tuve que luchar – dijo (43). Durante muchos años, cuando recibía una mala crítica en algún otro país, sabía que siempre podía recurrir a Inglaterra, a la fidelidad del público inglés. Y yo adoro Londres como ciudad. No es tan hermosa como París o Viena, pero posee una gran distinción”.

Estos apoyos personales e importantes triunfos profesionales si no desvanecieron la melancolía del artista al menos morigeraron los sufrimientos que él y su familia debieron soportar el año 1921, permitiéndoles sobrellevarlos con entereza.

(42) Horowitz, op. cit. p. 70. (43) Ibid, p. 87.

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En 1921, el gobierno chileno suspendió la beca de estudios que había sido renovada anualmente, casi sin excepciones, desde 1911, aunque había sido disminuida a tres mil pesos en los últimos años. Claudio Arrau cumplía 18 años:

“Tuvimos que atravesar unos tiempos terriblemente difíciles – comentó más tarde (44). Realmente nos moríamos de hambre. No teníamos un solo centavo. Mi madre no sabía una palabra de alemán. Mi hermana sí, pero incluso para los alemanes era difícil conseguir empleo. Para extranjeros, era prácticamente imposible. Yo trataba de conseguir alumnos particulares. Tenía que caminar hacia sus casas, porque no contaba con los cinco centavos del subterráneo. […] La gente un día descubría que su dinero valía menos que el día anterior...”.

(44) Ibid, p. 74

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Diez años después de partir a Berlín, Claudio Arrau vuelve a Chile en 1921.

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e vuelta en Chile.

Estos tiempos “terriblemente difíciles” inspiraron a la dolida familia para visitar Chile dentro de una gira de conciertos por Latinoamérica.

Su llegada, el 2 de mayo de 1921, fue anunciada por el diario El Mercurio con afables palabras: “Durante diez años nuestra atención se ha consagrado a seguir desde lejos los pasos de este artista eminente que ha producido en Europa la más ruidosa sensación de los últimos tiempos. […] No es necesario volver nuevamente sobre el criterio que Arrau ha inspirado a los maestros de la crítica […] lejos de diluirnos en citas, preferimos estampar, por medio de estas líneas, el placer con que lo vemos retornar al terruño después de haber ampliado su personalidad al contacto de cátedras tradicionales. Su presencia constituye para nosotros una satisfacción y un orgullo que muchos se afanarían por alcanzar. Y este orgullo que encierra cierta dosis de egoísmo, se justifica por lo humano”.

Los mismos sentimientos expresaron aquellos que de diversas formas se refirieron al regreso del pianista. Iris (seudónimo de Inés Echeverría Bello) escribió en el diario El Mercurio: “Los escritores no deben juzgar a los músicos.

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Es uno de los propósitos a que hago excepción hoy, sin más reparo que el entusiasmo que despierta en mi alma la personalidad del joven maestro Claudio Arrau. Es un “niño prodigio” que ha cumplido cabalmente la promesa que hiciera a los 8 años, cuando su madre lo llevó a estudiar a Berlin” (45).

Fernando Orrego Vicuña contó como fue llevado por sus padres a la casa de una tía para ver un prodigio: un niño músico venido de Chillán (46). De cómo al comienzo lo miró con recelo, envidioso de que a él se le tributaran todos los homenajes, pero luego de verlo y escucharlo tocar el piano y resolver las pruebas a que fue sometido por los presentes “estaba perplejo en mi rincón, nada decía; sólo en mi interior me confesaba que ese niño era más que yo y más que todos mis amigos, hasta otros más grandes que conocía”. Concluida la guerra todos sabían que vendría. “Y por fin, hace pocos días, – continuaba Orrego – sentados en una butaca del Municipal, esperábamos oirlo”.

En los comentarios sobre la personalidad del artista también se transparentaba la misma amabilidad. “Hay en su mirada como un pálido reflejo de alguna luz interior. – escribió Guillermo Canales Pizarro en la revista Zig-Zag (47) –. Es un adolescente aún, y habla emocionado del arte y discute sabiamente sobre la naturaleza. Quienquiera que (45) Landauro, op. cit. pp. 78-79 (46)Orrego Vicuña, Fernando. “Arrau”. Revista Zig-Zag, XVII, N° 848, 21 de mayo de 1921. (47) Canales Pizarro, Guillermo. “Claudio Arrau íntimo”. Revista Zig-Zag, XVII N° 852, 18 de junio de 1921.

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le vea pasar por las calles anónimamente, le tendrá que mirar, y pensará que es tal vez un personaje escapado de alguna página inédita de un artista refinado”.

“Arrau habla con sencillez… – escribió también Fernando Orrego – para él es desconocido el orgullo; trata todas las cosas como cosas normales, que debieran, naturalmente, suceder; él no desempeña un papel de importancia, trata de aparecer como uno de tantos”.

Y, nuevamente, Iris: “Es ahora un apuesto mancebo de 18 años, de bella figura y expresión a la vez ingenua y soñadora. Fino de trato y modestísimo aun después de haberse conquistado gloria en el “país de la música”, nos sorprende su sencillez amable. Si el piano es el instrumento de sus manos, él se siente el instrumento de la vida… de esa vida sobrenatural que empieza allí mismo donde termina la palabra del hombre y también allí donde concluyen todos sus medios de expresión. En ese universo infinito, que está más allá del mundo de la forma corpórea. Claudio Arrau es un mago portentoso del Sonido” (48). El joven pianista dio el primer concierto en el Teatro Municipal de Santiago, de casi una decena, el 12 de mayo de 1921. En uno de éstos, en que interpretó el Concierto en Si bemol menor Op.23 de Tchaikovsky y el Concierto en Mi bemol menor de Franz Liszt, la orquesta fue dirigida por Luigi Stefano Giarda, uno de los músicos italianos avecindados en Chile, quien había recomendado, (48) Landauro, op. cit. p. 79.

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en 1911, a Bindo Paoli para profesor del niño, porque estimaba que era uno de los grandes pedagogos en la enseñanza pianística que había en ese momento en Santiago.

Luego del concierto Giarda escribió (49):

"Cuando hace más de 10 años me hablaron de un niño prodigio, creí que se trataba de uno de tantos niños mimados de sus padres. [...] Pero cuando vi al niño, con su mirada algo soñadora, intensa, reflexiva, extraña a esa edad, cuando lo oí ejecutar música de Bach, de Beethoven y espontáneamente transportarlas de un tono a otro, cosa difícil hasta para los grandes maestros, me convencí de encontrarme en presencia de una naturaleza privilegiada, de un talento extraordinario. [...] Yo tenía noticias continuas de él; conocía sus estudios, sus progresos, sus éxitos, [...] y comprendía que paulatinamente Claudio Arrau llegaba a la madurez de su innato talento. Pero, pensaba yo, ¿habrá realmente realizado todas las esperanzas que se fundan en él?... ¿ser verdaderamente un grande, o sólo entrar en la esfera de los tantos buenos ejecutantes? Y para que desaparecieran mis incertidumbres, anhelaba siempre verlo y oirlo. Volvió al fin Claudio Arrau a su patria, lo ví y lo escuché.

Experimenté una sensación de arte superior, una de esas emociones casi indefinibles,

(49) Barrientos Garrido, Iván. Luigi Stefano Giarda. Una luz en la historia de la música chilena. Revista musical chilena, V. 50 N° 186, Santiago julio 1996, pp. 40-72.

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imposible de expresarlas con palabras y comprendí que estaba plenamente justificado el clamor de admiración y de entusiasmo que produce sobre el público el joven y grande artista. [...] Y como los verdaderos grandes, Claudio Arrau es modesto e ingenuo como un niño. A todos acoge con una sonrisa espontánea, buena, encantadora, que atrae y conquista. Este mago del piano, este alto exponente del mundo entero, parece que ignora sus méritos; parece no tener conciencia exacta de su valer. ¡Hermoso ejemplo!" (50).

Finalmente, en una crónica anónima se reproduce lo que el joven pianista había dicho sobre el mayor interés suyo al regresar a su patria:

“habla con ternura de su regreso a Chile, de la nostalgia que sentía de su país, de la alegría de hallarse entre los suyos, de la acogida afectuosa que ha hallado aquí y del anhelo ferviente mantenido durante todo el tiempo de su ausencia de venir a mostrar en su patria que los que creyeron en él cuando era pequeño no han sido defraudados, por lo menos en el esfuerzo que ha hecho para adquirir una educación completa y refinada” (51).

¿Quiénes fueron los que habían creído en él? En primer lugar sus coterráneos de Chillán que permitieron hacer evidentes sus excepcionales aptitudes. Luego, en Santiago, Antonio Orrego Barros, el Presidente Pedro Montt y, sin duda, los

(50) Ibíd. (51) Anónimo. Conversación con el ilustre pianista. Dairio El Mercurio, Santiago 11 de mayo de 1921.

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parlamentarios que hicieron posible su estadía en Alemania. En primer lugar, aquellos treinta o más que firmaron la primera indicación para otorgarle la pensión, como Alfredo Barros Errázuriz, Enrique Bermúdez de la Paz, Alberto Edwards Vives, Manuel García de la Huerta Izquierdo, Marcial Ribera Alcayaga y otros cuyos nombres no fueron indicados en el acta de la sesión correspondiente. Asimismo, todos los que votaron por él, en algún momento y, en especial, los que se jugaron en las sesiones explicando por qué al niño le correspondía recibir una pensión: los Senadores Juan Castellón Larenas, Gonzalo Urrejola Unzueta, Enrique Villegas Encalada y Joaquín Walker Martínez y los Diputados Carlos Maira González, Ricardo Cox Méndez, José Ramón Gutiérrez Martínez, Enrique Morandé Vicuña, Armando Quezada Acharán y Aníbal Rodríguez Herrera.

Como si se dirigiera a todos ellos, el periodista anónimo concluyó: “Claudio Arrau tiene condiciones personales para abrirse camino, tiene fe artística, tiene valor, trabaja con tesón, carece de vanidades y afectaciones, posee el encanto de una gran frescura de alma unida a un talento poderoso y a una voluntad fuerte. Hay en él algo del predestinado del arte que sigue su camino sin vacilaciones, seguro que llegará, de que ya ha llegado, cuando otros comienzan”.

Después de Santiago el joven pianista viajó a Valparaíso y Chillán donde lo recibieron tan bien como en Santiago. En el puerto, el cronista de La Estrella

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buscó expresar la conmoción que el artista produjo en él y en todo el público en su concierto en el prestigiado Teatro Victoria: “Ostenta siempre una sensibilidad noble y serena. Ante el piano es todo un magnífico señor que domina al auditorio; y el respeto que inspira su personalidad no se amengua con su infantil apariencia, pues, como Parsifal, parece llevar en el fondo de sus claros ojos el esplendor de una reencarnación sublime” (52). En Chillán, su tierra natal, todo fue alegría y aplausos. Claudio Arrau realizó un único concierto en el Teatro Municipal, el mismo donde se había dado a conocer a los cinco años. Al terminar la segunda parte, el abogado y maestro, Rector del Liceo de Hombres de Chillán, Narciso Tondreau le ofreció un homenaje, en el que hizo partícipe a su madre, Lucrecia León, interpretando la felicidad de todos los chillanejos por verlos cumplir en tal grado sus esperanzas. “Para un observador atento – comentó en La Discusión un periodista de Talcahuano (53)– que lo examine en todo el conjunto de sus portentosas facultades, parece un capricho de la naturaleza que se ha complacido, con generosidad inaudita, en acumular en él cuanto tiene la humanidad de excelso y de noble”.

Al terminar su gira por Sudamérica el músico se refugió nuevamente en Berlín. Hasta 1923 permaneció recluido consagrado al estudio.

(52) Landauro, op. cit. p. 84. (53) Ibid, p. 86.

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“1923 – escribe Antonio Landauro (54) – señala otra etapa. Arrau sale de nuevo a los escenarios revestido de una especie de nueva dignidad artística. La primera parte del camino ya estaba cimentada. Había ganado algún dinero y aunque sin lujos, podía vivir sin grandes sobresaltos. La angustia de los primeros años había quedado atrás. Ahora nacía el artista verdadero, el hombre que, consciente de su misión, ya nada tenía que sacrificar al éxito rápido del concierto”.

Había concluido para Claudio Arrau el prolongado rito de iniciación que lo había integrado al selecto grupo de mujeres y de hombres capaces de reproducir con maestría a través del piano el misterioso lenguaje de la música, legado por generaciones anteriores. Distintas naciones, a través de diversos idiomas así lo habían reconocido, vendrían otros que adherirían a esta comprobación otorgándole en definitiva su carácter universal.

Sin embargo, había algo particular en el músico que lo ligaba exclusivamente a un grupo más pequeño de personas. Fernando Orrego Vicuña lo había sentido así y lo había descrito muy bien: “Yo temblaba por él. No se por qué. Desde que le oí aquella vez en mi niñez sentía alguna vinculación a él, algo que hacía desear que fuese

(54) Ibid, p. 89.

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mucho, grande como Paderewski y como Hoffmann, tal vez un poco de amor patrio, que me enorgullecía al pensar que Chile figuraría en arte tan noble junto a las celebridades” (55).

Se trata de una trascendencia que penetraba la identidad de cada chileno que lo escuchaba y que sabía de su éxito. Ella fue avizorada por los parlamentarios que aprobaron la pensión permitiéndole al pianista los años decisivos de Berlín. Por ello les debemos nuestra gratitud pero también se la debemos al mismo Claudio Arrau que como niño, como adolescente y como hombre, hasta el último día de su vida, se esforzó por alcanzar y mantener un nivel de calidad interpretativa excepcional.

(55) Orrego, op. cit.

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ibliografía.

Anónimo (1921). Conversación con el ilustre pianista. Diario El Mercurio. p. 3. Santiago, 11 de mayo. Archivo Nacional de la Administración. Fondo Ministerio de Relaciones Exteriores (1913). Volumen 1584 (ex -1503). Lista de pensionados. Arrau, Claudio (2005). Cartas de Claudio Arrau a su madre. Disponible en: http://clauduiarrau.blogcindario.com/2005/02/00006-cartas-de-don-claudio-arraua-su-madre-y-una-entrevista-dias-antes-de-su-muerte.html Barrientos Garrido, Iván (1996). Luigi Stefano Giarda. Una luz en la historia de la música chilena. Rev. music. chil. v.50 N° 186 Santiago jul. 1996, pp. 40-72. Cámara de Diputados (1910). Boletín de Sesiones. Sesión 22 de febrero. Cámara de Diputados (1912). Boletín de Sesiones. Sesión 31 de agosto. Cámara de Diputados (1911). Boletín de Sesiones. Sesión 16 de enero. Canales Pizarro, Guillermo (1921). Arrau íntimo. Revista Zig-Zag, XVII N°'a1 852, 18 de junio de 1921. Cháneton, Natalia (2008). Karl Czerny (1791-1857) El gran pedagogo del piano. Disponible en: http://musicaclasicaymusicos.com/czerny.htm.

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