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Chaucer, Geoffrey; El Parlamento de las aves En: The Complete Works of Geoffrey Chaucer, ed. by Walter Skeat, O.U.P., London, 1951, pág. 101 El Proemio La vida tan corta, el arte tan largo de aprender, el intento tan duro, tan áspera la conquista, la tímida alegría, que siempre se desliza tan rápido, todo esto considero yo al amor, de modo que mi sentimiento se asombra de sus efectos prodigiosos tan vivamente, en verdad, que cuando pienso en él no sé bien si estoy despierto o dormido. Pues aunque en realidad no conozco al amor, ni sé como paga su recompensa a la gente, sin embargo ocurre muy a menudo que leo en los libros acerca de sus milagros y de su ira cruel; bien leo allí que quiere ser amo y señor; no me atrevo a decirlo, sus golpes son tan aciagos. ¡Que Dios nos libre de tal señor! No puedo decir otra cosa. Sobre los usos, en parte por placer y en parte por instrucción, leo a menudo en los libros, como os dije. ¿Pero a qué viene todo esto? No hace mucho tiempo se me ocurrió mirar en un libro escrito en letras antiguas; y enseguida, para aprender cierta cosa, leí todo el día muy rápido y con ahínco. Porque de viejos campos, como dicen los hombres; sale todo este grano nuevo, año tras año; y de viejos libros, a decir verdad, sale toda esta ciencia nueva que se aprende. Pero ahora a propósito de esta materia, seguir leyéndolo me dio tanto deleite que el día entero me pareció muy breve. Este libro del cual hago mención se titulaba exactamente así como diré, “Tulio sobre el sueño de Escipión”; siete capítulos tenía sobre el cielo y el infierno, y la tierra, y las almas que allí habitan, acerca de lo cual, lo más brevemente que pueda, os diré lo más importante de su pensamiento. Primero habla, cuando Escipión llegó al África, de cómo se encontró con Masinisa, que lo ha tomado en brazos de alegría, y luego habla del discurso de ellos y toda la dicha que había entre ambos, hasta que el día empezó a acabar; y cómo el progenitor de él, el tan querido Africano, empezó a aparecérsele en sueños esa noche. Luego cuenta cómo, desde un lugar lleno de estrellas, Africano le ha mostrado Cartago y le ha anunciado de antemano toda su fortuna, y le ha dicho que todo hombre, culto o ignorante, que ama el bien común, bien dispuesto, irá a un lugar bienaventurado donde la alegría perdura sin fin. Entonces le preguntó si la gente que aquí muere tiene vida y morada en otro lugar; y Africano dijo “por cierto, sin duda”, y que el espacio de nuestras presentes vidas mundanas no es sino una especie de muerte, dondequiera vayamos, y la gente recta irá, después de morir,
al cielo; y le mostró la galaxia. Entonces le indicó la pequeña tierra que está aquí, en comparación con la cantidad del cielo; y después le mostró las nueve esferas, y después oyó aquella melodía que viene de esas esferas tres veces tres, que es fuente de melodía y música en este mundo y causa de armonía. Luego le pidió, puesto que la tierra es tan chica y llena de tormento y de infortunio, que no se deleitara en el mundo. Luego le dijo que en el espacio de algunos años todas las estrellas volverían al lugar en que estaban primero; y sería olvidado todo lo que en este mundo ha hecho la humanidad. Después Escipión le rogó que le mostrara todo el camino que lleva a esa dicha celestial; y aquél dijo “primero sábete inmortal y fíjate siempre con empeño en que obres y aprendas para el bien común y entonces no dejarás de llegar rápidamente a ese lugar dilecto que está lleno de felicidad y de almas claras. Pero los transgresores de la ley, en verdad, y la gente lujuriosa, después de morir, girarán siempre alrededor de la tierra, en pena, hasta que muchos mundos pasen, sin duda, y una vez perdonadas todas sus malas acciones, entonces llegarán a ese lugar bienaventurado, para llegar al cual ¡que Dios te envíe su gracia!” El día empezó a declinar y la oscura noche, que priva a las bestias de sus tareas, me quitó el libro por falta de luz y hacia mi cama empecé a dirigirme colmado de pensamientos y laboriosa fatiga: porque no sólo tenía aquello que no quería sino que además no tenía aquello que deseaba. Pero finalmente mi espíritu, por último, cansado de mi labor de todo el día, ganó reposo, que me hizo dormir profundamente, y en sueños encontré, mientras yacía, que Africano, en ese mismo atuendo en que Escipión lo vio un rato antes, había llegado y estaba ahí junto a mi lecho. El fatigado cazador, dormido en su cama, vuelve pronto al bosque con su mente; el juez sueña cómo sus pleitos se resuelven; el cochero sueña cómo andan sus coches; el rico, con oro; el caballero lucha con sus enemigos, el enfermo sueña que bebe del barril, el amante sueña que ha conquistado a su dama. ¿No puedo entonces decir que la causa de que había leído antes acerca de Africano me hizo soñar que estaba parado allí? Pero dijo así “¡te has portado tan bien al leer en mi viejo y desgarrado libro, al cual Macrobio no daba poca importancia, que algo de tu labor quiero recompensar!” ¡Citerea! feliz y dulce señora que con tu antorcha encendida sometes a quien quieres y me hiciste soñar este sueño,
ven ahora en mi ayuda, pues puedes hacerlo mejor; tan ciertamente como te vi nor-noroeste, cuando empecé a escribir mi sueño, así dame fuerzas para rimarlo y componerlo. La Historia El susodicho Africano me tomó enseguida y me llevó consigo hasta el portón que se abría a un parque amurallado con piedra verde; y encima del portón, grabados con grandes letras, había versos escritos, según me pareció, sobre cada mitad, de significado muy diferente, de los cuales os diré el sentido pleno. “Por mí los hombres entran en ese lugar dichoso que sana el corazón y cura las heridas mortales; por mí los hombres llegan a la fuente de Gracia donde siempre durará el verde y gozoso Mayo; este es el canino a toda buena ventura. ¡Alégrate, lector, y arroja todo pesar, estoy totalmente abierto! ¡Entra y apresúrate! “Por mí los hombres van”, decía el otro lado, “hacia los mortales golpee de las esferas, cuyos guías son el Desdén y la Resistencia, allí ningún árbol dará jamás fruto ni hojas. Este río te conduce al dique desdichado donde todo pez sufre en la prisión; la huida es el único remedio”. Estos versos estaban escritos en oro y negro y empecé a considerarlos un rato porque con éste crecía cada vez más mí miedo y con aquél mi corazón se volvía osado; uno me calentaba, el otro me daba frío. Yo no tenía entendimiento para el error, para elegir entrar o huir, salvarme o perderme. Así como puesto entre dos imanes de igual potencia un trozo de hierro no puede moverse ni a un lado ni u otro - pues lo que uno puede atraer el otro rechaza – así estaba yo, que no sabía sí era mejor entrar o dejar, hasta que el Africano, mí guía, me tomó y me empujó hasta los anchos portones y dijo “está escrito en tú cara tu error, aunque no me lo digas; pero no temas entrar en ente sitio porque esta escritura no está dirigida a ti ni a nadie, salvo que sea sirviente de Amor; pues tú has perdido el gusto del amor, vislumbro, como de lo dulce y de lo amargo el enfermo. Sin embargo, aunque seas lerdo y no puedas hacer, bien puedes ver; pues a muchos que no pueden soportar una embestida les guste empero estar presentes en la lucha y decidir sí éste o aquél es el mejor; y si tienes habilidad para componer te mostraré un asunto sobre el que puedas escribir”. Diciendo esto tomó mi mano al instante con lo cual cobré ánimos y entré rápido. Pero ¡oh Dios! ¡qué contento y alegre me sentí! Porque en todas partes donde pusiera mis ojos había árboles vestidos de hojas que durarán siempre,
cada uno en su especie, de color fresco y verde como esmeralda, de modo que era un regocijo ver. El roble constructor y también el fresno altivo; el olmo rapaz, sarcófago para el cadáver; el boj flautista; la encina para la vara de la fusta; el pino navegante; el ciprés para lamentar la muerte; el tejo disparador, el álamo para las astas lisas; el olivo de la paz y también la vid borracha, la palma victoriosa y el laurel para adivinar. Vi un jardín lleno de ramas florecidas junto a un río en una verde pradera, donde había siempre abundancia de dulzura, con flores blancas, azules, amarillas y rojas; y manantiales fríos de ningún modo muertos, llenos de pequeños peces que nadan alegremente con aletas rojas y escamas brillantes como plata. Oí cantar a los pájaros en todas las ramas con voces de ángeles en su armonía; algunos se ocupaban en criar a sus pichones. Los conejitos corrían en sus juegos y más allá, por todas partes, empecé a atisbar el medroso corzo, el venado, el ciervo y la cierva, ardillas y bestias pequeñas de natural manso. De instrumentos de cuerda en armonía oí tocar con dulzura tan encantadora, que Dios, que es creador y señor de todo, nunca oyó nada mejor, según colijo; enseguida un viento, no podía ser algo más débil, produjo en las hojas verdes un ruido suave de acuerdo con el canto de los pájaros en lo alto. El aire de este lugar era tan templado que nunca había molestia de calor o frío; también crecían todas las especias y hierbas curativas y nadie allí enfermaba o envejecía; sin embargo había alegría mil veces más que lo que el hombre puede decir; y no anochecía nunca sino que siempre era día claro a la vista de cualquiera. Bajo un árbol junto a una fuente, digo, nuestro señor Cupido forja y afila sus flechas; y a sus pies estaba listo su arco y su hija templaba todo el tiempo las puntas en la fuente, y con su destreza las acomodaba después para que sirvieran algunas pera matar y otras para herir y cortar. Enseguida después observé a la Complacencia, la Condición, el Goce, la Cortesía y la Astucia que tiene facultad y poder de forzar a una persona a hacer locuras, ella era deforme, no he de mentir; y junto a aquél, bajo un roble, me parece, vi al Deleite que estaba con la Gentileza. Vi a la Belleza sin ninguna ropa y a la Juventud, llena de juego, y al Solaz, la Temeridad, la Adulación y el Deseo, el Mensaje y la Recompensa y otros tres - sus nombres no serán aquí dichos por mí – y sobre gruesos y largos pilares de jaspe vi un templo de bronce sólidamente construido. Alrededor del templo bailaban constantemente mujeres, de las cuales algunas había
hermosas en sí mismas, y otras eran alegres; en túnicas, con el cabello suelto, andaban por allí - ese era su oficio siempre, año tras año – y sobre el templo, palomas bellas y blancas vi asentadas, cientos de pares. Ante la puerta del templo, muy seria, estaba sentada la señora Paz con una cortina en la mano; y a su lado, maravillosamente discreta, encontré sentada a la señora Paciencia, con el rostro pálido, sobre un montículo de arena; y aún más cerca, adentro y también afuera, la Promesa y el Arte y la compañía de su gente. Dentro del templo, de suspiros calientes como fuego oí un murmullo que empezó a correr; esos suspiros eran engendrados por el deseo y hacían ardor todos los altares con nueva llama; y descubrí entonces que toda la causa de la pena que ellos sufren viene de la amarga diosa Celos. Mientras andaba vi al dios Príapo en el templo, parado en un sitio soberano, en tal estado como cuando el burro lo frustró con rebuznos a la noche, y con su cetro en la mano; con mucho esmero los hombres empezaron a tratar de colocar en su cabeza, de diversos colores, guirnaldas llenas de flores nuevas y frescas. Y en un rincón secreto, en diversión, encontré a Venus y a su portera, Riqueza. Ella era muy noble y altiva en su porte; ese lugar era oscuro, pero después vi un poco de claridad, apenas podía haber menos, y en un lecho de oro estaba ella descansando hasta que el sol caliente empezó a caer. Su pelo dorado con un cordón de oro estaba atado, destrenzado mientras yacía, y desnuda desde el pecho a la cabeza se la podía ver; y, a decir verdad, el resto bien cubierto para mi gusto sólo con un paño sutil de Valencia, no había otra ropa más gruesa para protección. El lugar ofrecía mil sabores dulces y Baco, dios del vino, estaba sentado a su lado, y después Ceres, que da remedio al hambre; y como dije, en medio yacía Cipria, en cuyas rodillas dos niños lloraban para ser sus auxiliares; pero así la dejé estar y empecé a mirar más adentro en el templo donde, a pesar de la casta Diana, muchísimos arcos partidos colgaban de la pared de aquellas doncellas que comenzaron a emplear su tiempo en servirla; y pintadas por todas partes había muchas historias, de las que tocaré unas pocas, como la de Calixto y Atalanta, y de varias doncellas de las que me falta el nombre; Semíramis, Candace y Hércule, Biblis, Dido, Tisbe y Píramo, Tristán, Isolda, Paris y Aquiles, Helena, Cleopatra y Troilo, Sila y también la madre de Rómulo, todos estos estaban pintados al otro lado,
y todo su amor, y en qué desgracia murieron. Cuando volví a entrar en el lugar de que hablé, que era tan suave y verde, seguí caminando para solazarme. Entonces advertí que allí estaba sentada una reina que, así como la luz del sol estival brilla superando a las estrellas, así ella era mucho más hermosa que toda otra criatura. En un prado, sobre una colina de flores estaba sentada esta noble diosa Naturaleza: de ramas eran sus salas y aposentos, fabricados según su arte y su medida; y ninguna ave que viene de generación faltaba de su puesto junto a ella, donde acataba sus sentencias y la escuchaba. Pues esto ocurría el día de San Valentín, cuando todas las aves acuden allí a elegir pareja, de todas las especies que los hombres pueden pensar; y era enorme el ruido que empezaron a hacer, porque la tierra, el mar, los árboles y todas las lagunas estaban tan llenos, que apenas había espacio para que yo estuviera, tan colmado estaba todo. Y así como Alano en la Queja de Natura describe a la Naturaleza en su atuendo y rostro, en tal atuendo la pueden ver allí los hombres. Esta noble emperatriz, llena de gracia, pidió a cada uno de las aves que ocupara su sitio, tal como acostumbraba a hacerlo año tras año el día de San Valentín, en ese mismo lugar. A saber, de este modo, las aves de presa se ubicaron más alto; y luego las aves pequeñas, que comen según la naturaleza las inclina, como gusanos, o cosas que no voy a decir; pero las aves acuáticas se sentaron más bajo en el valle; y las aves que viven de semillas se sentaron en lo verde, y había tantas que era maravilla ver. Allí los hombres podían ver el águila real, que con su aguda vista atraviesa al sol; y otras águilas de clase inferior que los estudiosos bien pueden describir. Allí estaba el tirano con sus plumas pardas y grises, es decir el azor, que hacen sufrir a los pájaros por su violenta rapiña. El noble halcón, que con sus patas agarra la mano del rey; también el bravo cernícalo, enemigo de la codorniz; el gavilán que se esfuerza a menudo para buscar la alondra; allí estaba la paloma con sus ojos mansos; el celoso cisne que al morirse canta; también la lechuza, que presagia la muerte; la grulla, el gigante con su sonido de trompeta; la chova ladrona y también el pendenciero arrendajo; el desdeñoso grajo; la garza, enemiga de la anguila; la falsa avefría, llena de traición; el estornino, que puede revelar el pensamiento; el tímido petirrojo y el milano cobarde; el gallo, que es el reloj de las pequeñas aldeas; el gorrión, hijo de Venus; el ruiseñor, que hace brotar las frescas hojas nuevas; la golondrina, asesina de las pequeñas abejas
que hacen miel de las flores de colores frescos; la desposada tórtola, con su corazón fiel; el pavo real, con sus brillantes alas de ángel; el faisán, burlador del gallo por las noches; la gansa vigilante; el cuclillo desnaturalizado; el papagayo, lleno de entretenimiento; el pato, destructor de su propia raza; la cigüeña, la vengadora del adulterio; el voraz cormorán, lleno de glotonería; el cuervo sabio; la corneja con voz de desgracia; el viejo zorzal; el tordo entrecano. ¿Qué puedo decir? Aves de toda clase que en este mundo tienen plumas y estatura se podían encontrar reunidas en ese lugar ante la noble diosa Naturaleza. Y cada uno de ellos se dispuso con cuidado a elegir o a tomar benignamente, por el consentimiento, su pareja o compañero. Pero, al grano, la Naturaleza tenía en su mano un águila hembra, de aspecto la más noble que encontrara entre sus criaturas, la más benigna y la más hermosa; en ella todas las virtudes estaban como en casa, a tal punto, que la Naturaleza misma era feliz al mirarla y besar su pico a menudo. La Naturaleza, vicaria del Señor omnipotente, que el calor, el frío, lo pesado, lo liviano, lo húmedo y lo seco ha tejido con número parejo y concorde, con voz tranquila empezó a hablar y decir “aves, prestad atención a mi pensamiento, os ruego, y, para vuestra ventaja, en vista a las necesidades, tan rápido como pueda hablar despacharé el asunto. Sabéis muy bien que el día de San Valentín, por mi estatuto y en obediencia a mi gobierno, venís a elegir - y lo hacéis volando vuestras parejas, según os instigo al placer. Sin embargo, de mi justa ordenanza no puedo apartarme, ni por todo el mundo, de que aquél que es más valioso empezará. El águila macho, como sabéis bien, el ave regia, por encima de vosotros en rango, sabia y digna, reservada, fiel como estrella, a la cual he formado, como podéis ver, en cada parte según me gusta más, - no hay necesidad de describir su figura elegirá primero y hablará a su manera. Y después de ella por orden elegiréis según vuestra especie, cada uno a su gusto, y, de acuerdo a vuestra suerte, ganaréis o perderéis; pero a aquél de vosotros que el amor más enreda mande Dios a aquella que por él más suspira”. Y enseguida llamó el águila macho y dijo, “hijo mío, la elección te toca a tí. Con esta condición, sin embargo, debe escoger cada uno de los que están aquí, que ella esté de acuerdo con la elección, quienquiera sea que haya de ser su compañero; este es nuestro uso siempre, año tras año; y quien en este tiempo pueda ser favorecido enhorabuena venga a este lugar”.
Con la cabeza inclinada y el semblante humilde esta real águila macho habló sin demorarse; “como soberana señora, no compañera, elijo, y elijo con voluntad, corazón y pensamiento, al águila hembra que está en tu mano, tan bien hecha, cuyo soy todo y a la que siempre serviré, haga ella lo que haga, me dé vida o muerte. Le imploro por misericordia y gracia, en cuanto que ella es mi señora y soberana; si no, que muera yo al instante en este sitio. Pues ciertamente no puedo vivir mucho en pena, porque en mi corazón las venas están cortadas; teniendo por recompensa tan sólo mi fidelidad, querido corazón, ten piedad de mi dolor. Y si alguna vez llegará a serle infiel, desobediente o descuidado con intención, aventurero o dispuesto a amar a otra, te ruego que ésta sea mi condena: que por estas aves sea yo despedazado el mismo día en que ella me encuentre infiel con ella o culpable de crueldad. Y puesto que nadie la ama tan bien como yo, aunque nunca me hiciera promesa de amor, ella podría ser mía por su compasión ya que con ningún otro lazo puedo unirme con ella. Porque nunca, por ninguna pena, dejaré de servirla, por más lejos que se vaya; digas lo que digas, mi discurso ha terminado”. Tal como la nueva rosa, roja y fresca, a la llegada del sol estival se colorea, así de vergüenza empezó a crecer el color del águila hembra, cuando oyó todo esto; ella ni contestó “está bien” ni discrepó. Estaba muy ruborizada, hasta que la Naturaleza dijo “hija, nada temas, te aseguro”. Otra águila macho habló enseguida, de índole inferior y dijo “eso no será”; yo la amo más que tú, por San Juan, o al menos la amo tan bien como tú; y más tiempo la he servido en mi condición, y si ella hubiera de amar por largo amor, sólo para mí sería el galardón. Y me atrevo a decir que si me halla falso, cruel, peleador o rebelde de algún modo, o celoso, ¡que me cuelguen del cuello! Y si no me entrego a su servicio hasta donde puede llegar mi entendimiento, para salvar su honor de punta a cabo, tomad mi vida y todos los bienes que tengo”. La tercera águila macho respondió así, “bien, señores, veis aquí la pequeña deliberación; porque cada ave proclama estar en ventaja con su pareja o con su querida dama; además la Naturaleza misma no quiere demorarse aquí, ni la mitad de lo que yo diría; y sin embargo, o hablo, o debo morir de pena. De luengo servicio no me jacto de ningún modo, pero es tan posible que yo muera hoy de dolor, como el que ha estado languideciendo estos veinte inviernos, y bien puede suceder
que un hombre sirva mejor y pague más en medio año, aunque no sea más que eso, que otro que ha servido desde mucho antes. No digo esto por mí, porque no puedo dar un servicio que pueda gustar a mi señora; pero me atrevo a decir que soy su hombre más fiel según mi opinión, y la complacerla mejor; en pocas palabras, hasta que la muerte me arrebate seré siempre suyo, despierto o dormitando, y fiel en todo lo que el corazón imagine”. En toda mi vida, desde el día en que nací, tan noble suplica de amor o de otra cosa jamás antes oí de ningún hombre que tuviera tiempo y astucia suficientes para ejercer su porte y su elocuencia; y desde la mañana empezó a durar este discurso hasta que el sol declinó asombrosamente rápido. Las voces de las aves que querían liberarse sonaron tan fuerte con “¡termina y déjanos ir!”, que creí que el bosque se había deshecho. “¡Acaba!” gritaron, “¡ay de nosotros! ¡nos quebrarás! ¿Cuándo tendrá fin tu maldita defensa? ¿Cómo puede un juez creer a alguna de las partes, tuya o no, sin ninguna prueba?” La gansa, el cuclillo y el pato también gritaban “¡kec, kec!”, “¡cucú!” y “¡cuec, cuec!” tanto, que el ruido perforaba mis oídos. La gansa dijo “¡todo esto no vale una mosca! Pero puedo ponerle pronto remedio y voy a dar mi veredicto franca y rápidamente como ave acuática, para enojo o gusto de cualquiera”. “Y yo como insectívoro”, dijo el necio cuclillo, “ahora pues, por mi propia autoridad y en común provecho, me haré cargo, ya que liberarnos es una gran caridad”. “¿Podéis aguardar aún un instante, por Dios?” dijo la tórtola, “si vuestra voluntad fuera que una persona hablara, sería mejor que callara. Yo soy ave granívora, una de las más indignas, sé muy bien, y de poco entendimiento; pero es mejor que la lengua de alguien quede quieta antes de que se injiera en los asuntos de los que no sabe aconsejar ni cantar. Y quien lo haga se abrumará muy vilmente, pues el trabajo no encomendado a menudo fastidia”. La Naturaleza, que siempre tiene oídos para el murmullo de la ignorancia detrás de ella, dijo con voz elocuente “¡cerrad la boca allí! Pronto hallaré, espero, la manera de libraros y eximiros de esto barullo; opino que debéis llamar a uno de entre toda la gente para que dé el veredicto por todas las aves”. Asintieron a esta conclusión todos los pájaros; y las aves de rapiña eligieron primero, por elección plena, al halcón macho para que definiera la sentencia de todos y la expresara a su modo; y lo llevaron ante la Naturaleza para presentarlo y ella lo aceptó de muy buen grado.
El halcón habló entonces de esta manera, “sería muy difícil probar con la razón quién ama mejor a esta noble águila hembra; porque cada uno tiene una respuesta tal que ninguna puede ser anulada con destreza; veo que los argumentos no son eficaces, por lo tanto me parece que debe haber batalla”. “¡Estamos listos!” exclamaron entonces estas águilas. “¡No, señores!” dijo aquél. “¡Si me permitís, obráis mal, mi discurso aún no está acabado! Pues, caballeros, no lo toméis a mal, os ruego, no puedo andar, como queréis, de ese modo; nuestra es la voz que tiene en manos el caso, y el dictamen de los jueces os debéis atener; ¡Por lo tanto, calma! Digo, según mi entendimiento, que me parece que el de mayor valor de caballerosidad, y el que más la ha practicado, el de mayor estado, el mas noble de sangre, sería el más adecuado para ella, si ella acepta; y de entre estos tres ella misma sabe, yo confío, cuál es, porque es fácil saberlo”. Las aves acuáticas pusieron sus cabezas juntas, y con breve deliberación, cuando cada uno hubo hecho su largo parloteo, dijeron verazmente, todas de acuerdo, cómo “con su exquisita elocuencia, la gansa, que tanto desea expresar nuestra necesidad, dirá nuestro discurso”, y rogaron “Dios la ayude”. Y por estas aves acuáticas entonces empezó a hablar la gansa, y en su cháchara dijo “¡silencio! Ahora tengan todos cuidado y escuchen la razón que voy a dar; mi entendimiento es agudo y no amo la dilación; ¡le digo y le aconsejo, aunque él sea mi hermano, a menos que ella lo ame, que él ame a otra!” “¡Ved ahí! ¡La perfecta razón de una gansa!” dijo el cernícalo; “¡nunca te amará él a tí! ¡Vaya! ¡A eso lleva tener la lengua suelta! ¡Por Dios, necia, hubiera sido mejor para ti que te hubieras callado antes que mostrado tu simpleza! No depende de su entendimiento ni de su voluntad, pero es cierto el dicho “un necio no puede callarse”. Se elevó la risa de todas las aves nobles, y enseguida las aves granívoras habían elegido a la fiel tórtola, y empezaron a llamarla, y le rogaron que dijera la sobria verdad sobre esta materia, y lo preguntaron qué aconsejaba; y ella contestó que su opinión claramente mostraría y lo que pensaba en verdad. “¡No, Dios prohíbe que un amante cambie!” dijo la tórtola y de vergüenza se volvió roja. “Aunque su señora fuera siempre extraña, que él la sirva siempre, hasta que muera; pues en verdad no aprecio el consejo de la gansa; porque aunque ella muriera, yo no querría otra compañera, quiero ser de ella hasta que la muerte me lleve”. “¡Buen chiste!” dijo el pato, “¡por mi sombrero! Que los hombres amen siempre, sin causa, ¿quién puede hallar razón o cordura en ello? ¿Acaso baila con alegría el que está triste?
¿Quién atendería lo que es indiferente? ¡Sí, cuec!” siguió diciendo el pato muy bien y con franqueza, “¡Hay más estrellas, sabe Dios, que parejas!” “¡Pues qué vergüenza, patán!” dijo el noble halcón, “directamente del estercolero vienen esas palabras; no puedes ver qué cosa está bien hecha, tratas el amor como las lechuzas la luz, el día las enceguece y ven bien de noche; tu especie es de tan baja vileza que no puedes ni ver ni adivinar qué es amor”. Entonces comenzó el cuclillo a ponerse al frente de las aves que comen gusano y dijo al punto, “mientras yo”, dijo, “pueda tener mi compañera en paz, no me importa cuánto tiempo riñáis; que cada uno esté solo toda su vida, este es mi consejo, ya que no pueden convenir; esta corta lección no necesita registrarse”. “¡Claro! ¡Que el glotón tenga bien lleno el buche entonces estamos bien.!” dijo el gavilán; “¡tú, que asesinas en la rama a la curruca que te dio a luz, tú, despiadado glotón! ¡Vive solo, corrupción de gusanos! Pues no importa que se acabe tu raza. ¡Anda, sé ignorante mientras dure el mundo!” “Ahora silencio”, dijo la Naturaleza, “yo mando aquí; pues he oído todas vuestras opiniones y en realidad aún no hemos llegado a ninguna parte; pero éste es mi conclusión finalmente, que ella misma haga la elección de quien quiera, le guste o no a quien sea; aquél que ella elija la tendrá de inmediato. Porque ya que no puede discutirse aquí quién la ama mejor, según dijo el halcón, así pues, quiero hacerle este favor, que ella tome precisamente a aquél en quien ha puesto su corazón, y é1 a aquella a la que su corazón está atado; esto juzgo yo, la Naturaleza, pues no puedo mentir; no tengo en vista ningún otro modo. Pero como consejo para elegir un compañero, si debe haber razón, ciertamente entonces te aconsejaría que tomarse al águila real, como dijo el halcón con plena inteligencia, pues es el más noble y el más digno y lo he formado tan bien para mi complacencia; eso debería ser suficiente para tí”. Con voz temerosa le contestó el águila hembra, “justa señora mía, diosa Naturaleza, es verdad que estoy siempre bajo tu vara, como están todas las otras criaturas, y debo ser tuya mientras dure mí vida; por lo tanto concede mi primera petición y te diré enseguida cuál es mi deseo”. “Te lo concedo”, dijo ella, y al momento el águila hembra habló de esta manera, “reina omnipotente, este año entero pido como plazo para aconsejarme. Después de eso quiero elegir libremente; esto es todo y lo único que he de decir, no me sacarás otra cosa aunque me hagas morir. No quiero servir ni a Venus ni a Cupido
en verdad todavía, de ninguna manera”. “Ahora bien, puesto que no es posible otra cosa”, dijo entonces la Naturaleza, “aquí no hay más qué hablar; luego querría que estas aves se fueran cada una con su compañera, pues demorarse aquí...” Y lea habló de este modo que oiréis ahora. “A vosotros os hablo, águilas”, dijo la Naturaleza, tened buen corazón y servid los tres; un año no es tan largo para esperar, y que cada uno en su rango procure obrar bien; porque, Dios sabe, ella se separa de vosotros este año; la que después ocurra... ese entremés está preparado para vosotros todos”. Y cuando este asunto hubo terminado, a cada ave la Naturaleza dio su compañero por mutuo acuerdo, y se fueron por su lado. ¡Oh! ¡Señor! ¡Qué alegría y gozo que sienten! Pues cada uno empezó a tomar al otro en sus alas y empezaron a entrelazar sus cuellos, agradeciendo siempre a la noble diosa de la especie. Pero primero se eligieron aves para cantar, pues año tras año fue siempre su costumbre cantar un rondel antes de dispersarse para honrar y complacer a la Naturaleza. La melodía, creo, había sido compuesta en Francia; las palabras eran estas que aquí podéis encontrar en los versos siguientes, que ahora recuerdo. Qui bien aime a tard oublie “¡Bienvenido verano, con tu sol suave, que has arrojado este tiempo invernal, y desterrado las largas noches negras! San Valentín, que estás allá en las alturas, así cantan las avecillas en tu honor: bienvenido verano, con tu sol suave, que has arrojado este tiempo invernal. Tienen buena causa de alegrarse a menudo ya que cada cual ha recobrado a su compañera; con dicha plena pueden cantar cuando despiertan; bienvenido verano, con tu sol suave, que has arrojado este tiempo invernal y desterrado las largas noches negras”. Y cuando acabaron su canción, con los gritos que hacen las aves al irse volando, me desperté y tomé otros libros para leer, y todavía leo siempre; espero, en verdad, leyendo así algún día encontrar una cosa que me lleve a mejor fin; por eso no quiero dejar de leer. Explicit tractatus de congregatione Volucrum die sancti Valentini. Traducción de Hernán Peirotti
The Parliament of Fowles by Geoffrey Chaucer Here begynyth the Parlement of Foulys THE PROEM 1 2 3 4 5 6 7
The lyf so short, the craft so long to lerne, Thassay so hard, so sharp the conquering, The dredful Ioy, that alwey slit so yerne, Al this mene I by love, that my feling Astonyeth with his wonderful worching So sore y-wis, that whan I on him thinke, Nat wot I wel wher that I wake or winke.
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For al be that I knowe nat love in dede, Ne wot how that he quyteth folk hir hyre, Yet happeth me ful ofte in bokes rede Of his miracles, and his cruel yre; Ther rede I wel he wol be lord and syre, I dar not seyn, his strokes been so sore, But God save swich a lord! I can no more.
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Of usage, what for luste what for lore, On bokes rede I ofte, as I yow tolde. But wherfor that I speke al this? not yore Agon, hit happed me for to beholde Upon a boke, was write with lettres olde; And ther-upon, a certeyn thing to lerne, The longe day ful faste I radde and yerne.
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For out of olde feldes, as men seith, Cometh al this newe corn fro yeer to yere; And out of olde bokes, in good feith, Cometh al this newe science that men lere. But now to purpos as of this matere -To rede forth hit gan me so delyte, That al the day me thoughte but a lyte.
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This book of which I make of mencioun, Entitled was al thus, as I shal telle, `Tullius of the dreme of Scipioun.'; Chapitres seven hit hadde, of hevene and helle, And erthe, and soules that therinnr dwelle, Of whiche, as shortly as I can hit trete, Of his sentence I wol you seyn the grete.
36 37 38 39 40 41 42
First telleth hit, whan Scipion was come In Afrik, how he mette Massinisse, That him for Ioye in armes hath y nome. Than telleth hit hir speche and al the blisse That was betwix hem, til the day gan misse; And how his auncestre, African so dere, Gan in his slepe that night to him appere.
43 Than telleth hit that, fro a sterry place, 44 How African hath him Cartage shewed, 45 And warned him before of al his grace,
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And seyde him, what man, lered other lewed, That loveth comun profit, wel y-thewed, He shal unto a blisful place wende, Ther as Ioye is that last withouten ende.
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Than asked he, if folk that heer be dede Have lyf and dwelling in another place; And African seyde, `ye, withoute drede,' And that our present worldes lyves space Nis but a maner deth, what wey we trace, And rightful folk shal go, after they dye, To heven; and shewed him the galaxye.
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Than shewed he him the litel erthe, that heer is, At regard of the hevenes quantite; And after shewed he him the nyne speres, And after that the melodye herde he That cometh of thilke speres thryes three, That welle is of musyk and melodye In this world heer, and cause of armonye.
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Than bad he him, sin erthe was so lyte, And ful of torment and of harde grace, That he ne shulde him in the world delyte. Than tolde he him, in certeyn yeres space, That every sterre shulde come into his place Ther hit was first; and al shulde out of minde That in this worlde is don of al mankinde.
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Than prayde him Scipioun to telle him al The wey to come un-to that hevene blisse; And he seyde, `know thy-self first immortal, And loke ay besily thou werke and wisse To comun profit, and thou shalt nat misse To comen swiftly to that place dere, That ful of blisse is and of soules clere.
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But brekers of the lawe, soth to seyne, And lecherous folk, after that they be dede, Shul alwey whirle aboute therthe in peyne, Til many a world be passed, out of drede, And than, for-yeven alle hir wikked dede, Than shul they come unto that blisful place, To which to comen god thee sende his grace!' --
85 86 87 88 89 90 91
The day gan failen, and the derke night, That reveth bestes from her besinesse, Berafte me my book for lakke of light, And to my bedde I gan me for to dresse, Fulfild of thought and besy hevinesse; For bothe I hadde thing which that I nolde, And eek I ne hadde that thing that I wolde.
92 93 94 95 96 97 98
But fynally my spirit, at the laste, For-wery of my labour al the day, Took rest, that made me to slepe faste, And in my slepe I mette, as I lay, How African, right in the selfe aray That Scipioun him saw before that tyde, Was comen and stood right at my bedes syde.
99 The wery hunter, slepinge in his bed, 100 To wode ayein his minde goth anoon; 101 The Iuge dremeth how his plees ben sped; 102 The carter dremeth how his cartes goon; 103 The riche, of gold; the knight fight with his foon; 104 The seke met he drinketh of the tonne; 105 The lover met he hath his lady wonne. 106 107 108 109 110 111 112
Can I nat seyn if that the cause were For I had red of African beforn, That made me to mete that he stood there; But thus seyde he, `thou hast thee so wel born In loking of myn olde book to-torn, Of which Macrobie roghte nat a lyte, That somdel of thy labour wolde I quyte!' --
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Citherea! thou blisful lady swete, That with thy fyr-brand dauntest whom thee lest, And madest me this sweven for to mete, Be thou my help in this, for thou mayst best; As wisly as I saw thee north-north-west, When I began my sweven for to wryte, So yif me might to ryme and endyte!
THE STORY 120 121 122 123 124 125 126
This forseid African me hente anoon, And forth with him unto a gate broghte Right of a parke, walled of grene stoon; And over the gate, with lettres large y-wroghte, Ther weren vers y-writen, as me thoghte, On eyther halfe, of ful gret difference, Of which I shal yow sey the pleyn sentence.
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`Thorgh me men goon in-to that blisful place Of hertes hele and dedly woundes cure; Thorgh me men goon unto the welle of Grace, Ther grene and lusty May shal ever endure; This is the wey to al good aventure; Be glad, thou reder, and thy sorwe of-caste, Al open am I; passe in, and hy the faste!'
134 135 136 137 138 139 140
`Thorgh me men goon,' than spak that other syde, `Unto the mortal strokes of the spere, Of which Disdayn and Daunger is the gyde, Ther tre shal never fruyt ne leves bere. This streem yow ledeth to the sorwful were, Ther as the fish in prison is al drye; Theschewing is only the remedye.'
141 142 143 144 145 146 147
Thise vers of gold and blak y-writen were, Of whiche I gan a stounde to beholde, For with that oon encresed ay my fere, And with that other gan myn herte bolde; That oon me hette, that other did me colde, No wit had I, for errour, for to chese To entre or flee, or me to save or lese.
148 149 150 151 152 153 154
Right as, betwixen adamauntes two Of even might, a pece of iren y-set, That hath no might to meve to ne fro -For what that on may hale, that other let -Ferde I; that niste whether me was bet, To entre or leve, til African my gyde Me hente, and shoof in at the gates wyde,
155 156 157 158 159 160 161
And seyde,`hit stondeth writen in thy face, Thyn errour, though thou telle it not to me; But dred the nat to come in-to this place, For this wryting is no-thing ment by thee, Ne by noon, but he Loves servant be; For thou of love hast lost thy tast, I gesse, As seek man hath of swete and bitternesse.
162 163 164 165 166 167 168
But natheles, al-though that thou be dulle, Yit that thou canst not do, yit mayst thou see; For many a man that may not stonde a pulle, Yit lyketh him at the wrastling for to be, And demeth yit wher he do bet or he; And if thou haddest cunning for tendyte, I shal thee shewen mater of to wryte.'
169 170 171 172 173 174 175
With that my hond in his he took anoon, Of which I comfort caughte, and went in faste; But, lord! so I was glad and wel begoon! For over-al, wher that I myn eyen caste, Were trees clad with leves that ay shal laste, Eche in his kinde, of colour fresh and grene As emeraude, that Ioye was to sene.
176 177 178 179 180 181 182
The bilder ook, and eek the hardy asshe; The piler elm, the cofre unto careyne; The boxtree piper; holm to whippes lasshe; The sayling firr; the cipres, deth to pleyne; The sheter ew, the asp for shaftes pleyne; The olyve of pees, and eek the drunken vyne, The victor palm, the laurer to devyne.
183 184 185 186 187 188 189
A gardyn saw I, ful of blosmy bowes, Upon a river, in a grene mede, Ther as swetnesse evermore y-now is, With floures whyte, blewe, yelowe, and rede; And colde welle-stremes, no-thing dede, That swommen ful of smale fisshes lighte, With finnes rede and scales silver-brighte.
190 191 192 193 194 195 196
On every bough the briddes herde I singe, With voys of aungel in hir armonye, Som besyed hem hir briddes forth to bringe; The litel conyes to hir pley gunne hye. And further al aboute I gan espye The dredful roo, the buk, the hert and hinde, Squerels, and bestes smale of gentil kinde.
197 198 199 200
Of instruments of strenges in acord Herde I so pleye a ravisshing swetnesse, That god, that maker is of al and lord, Ne herde never better, as I gesse;
201 Therwith a wind, unnethe hit might be lesse, 202 Made in the leves grene a noise softe 203 Acordaunt to the foules songe on-lofte. 204 205 206 207 208 209 210
The air of that place so attempre was That never was grevaunce of hoot ne cold; Ther wex eek every holsum spyce and gras, Ne no man may ther wexe seek ne old; Yet was ther Ioye more a thousand fold Then man can telle; ne never wolde it nighte, But ay cleer day to any mannes sighte.
211 212 213 214 215 216 217
Under a tree, besyde a welle, I say Cupyde our lord his arwes forge and fyle; And at his fete his bowe al redy lay, And wel his doghter tempred al this whyle The hedes in the welle, and with hir wyle She couched hem after as they shulde serve, Some for to slee, and some to wounde and kerve.
218 219 220 221 222 223 224
Tho was I war of Plesaunce anon-right, And of Aray, and Lust, and Curtesye, And of the Craft that can and hath the might To doon by force a wight to do folye -Disfigurat was she, I nil not lye; And by him-self, under an oke, I gesse, Saw I Delyt, that stood with Gentilnesse.
225 226 227 228 229 230 231
I saw Beautee, withouten any atyr, And Youthe, ful of game and Iolyte, Fool-hardinesse, Flatery, and Desyr, Messagerye, and Mede, and other three -Hir names shul noght here be told for me -And upon pilers grete of Iasper longe I saw a temple of bras y-founded stronge.
232 233 234 235 236 237 238
Aboute the temple daunceden alway Wommen y-nowe, of whiche some ther were Faire of hem-self, and somme of hem were gay; In kirtels, al disshevele, wente they there -That was hir office alway, yeer by yere -And on the temple, of doves whyte and faire Saw I sittinge many a hunderede paire.
239 240 241 242 243 244 245
Before the temple-dore ful soberly Dame Pees sat, with a curteyn in hir hond: And hir besyde, wonder discretly, Dame Pacience sitting ther I fond With face pale, upon an hille of sond; And alder-next, within and eek with-oute, Behest and Art, and of hir folke a route.
246 247 248 249 250 251 252
Within the temple, of syghes hote as fyr I herde a swogh that gan aboute renne; Which syghes were engendred with desyr, That maden every auter for to brenne Of newe flaume; and wel aspyed I thenne That al the cause of sorwes that they drye Com of the bitter goddesse Ialousye.
253 254 255 256 257 258 259
The god Priapus saw I, as I wente, Within the temple, in soverayn place stonde, In swich aray as whan the asse him shente With crye by night, and with ceptre in honde; Ful besily men gunne assaye and fonde Upon his hede to sette, of sondry hewe, Garlondes ful of fresshe floures newe.
260 261 262 263 264 265 266
And in a privee corner, in disporte, Fond I Venus and hir porter Richesse, That was ful noble and hauteyn of hir porte; Derk was that place, but afterward lightnesse I saw a lyte, unnethe hit might be lesse, And on a bed of golde she lay to reste, Til that the hote sonne gan to weste.
267 268 269 270 271 272 273
Hir gilte heres with a golden threde Y-bounden were, untressed as she lay, And naked fro the breste unto the hede Men might hir see; and, sothly for to say, The remenant wel kevered to my pay Right with a subtil kerchef of Valence, Ther was no thikker cloth of no defence.
274 275 276 277 278 279 280
The place yaf a thousand savours swote, And Bachus, god of wyn, sat hir besyde, And Ceres next, that doth of hunger bote; And, as I seide, amiddes lay Cipryde, To whom on knees two yonge folkes cryde To ben hir help; but thus I leet hir lye, And ferther in the temple I gan espye
281 282 283 284 285 286 287
That, in dispyte of Diane the chaste, Ful many a bowe y-broke heng on the wal Of maydens, suche as gunne hir tymes waste In hir servyse; and peynted over al Of many a story, of which I touche shal A fewe, as of Calixte and Athalaunte, And many a mayde, of which the name I wante;
288 289 290 291 292 293 294
Semyramus, Candace, and Ercules, Biblis, Dido, Thisbe, and Piramus, Tristram, Isoude, Paris, and Achilles, Eleyne, Cleopatre, and Troilus, Silla, and eek the moder of Romulus -Alle these were peynted on that other syde, And al hir love, and in what plyte they dyde.
295 296 297 298 299 300 301
Whan I was come ayen unto the place That I of spak, that was so swote and grene, Forth welk I tho, my-selven to solace. Tho was I war wher that ther sat a quene That, as of light the somer-sonne shene Passeth the sterre, right so over mesure She fairer was than any creature.
302 303 304 305
And in a launde, upon an hille of floures, Was set this noble goddesse Nature; Of braunches were hir halles and hir boures, Y-wrought after hir craft and hir mesure;
306 Ne ther nas foul that cometh of engendrure, 307 That they ne were prest in hir presence, 308 To take hir doom and yeve hir audience. 309 310 311 312 313 314 315
For this was on seynt Valentynes day, Whan every foul cometh ther to chese his make, Of every kinde, that men thenke may; And that so huge a noyse gan they make, That erthe and see, and tree, and every lake So ful was, that unnethe was ther space For me to stonde, so ful was al the place.
316 317 318 319 320 321 322
And right as Aleyn, in the Pleynt of Kinde, Devyseth Nature of aray and face, In swich aray men mighten hir ther finde. This noble emperesse, ful of grace, Bad every foul to take his owne place, As they were wont alwey fro yeer to yere, Seynt Valentynes day, to stonden there.
323 324 325 326 327 328 329
That is to sey, the foules of ravyne Were hyest set; and than the foules smale, That eten as hem nature wolde enclyne, As worm or thing of whiche I telle no tale; And water-foul sat loweste in the dale; But foul that liveth by seed sat on the grene, And that so fele, that wonder was to sene.
330 331 332 333 334 335 336
There mighte men the royal egle finde, That with his sharpe look perceth the sonne; And other egles of a lower kinde, Of which that clerkes wel devysen conne. Ther was the tyraunt with his fethres donne And greye, I mene the goshauk, that doth pyne To briddes for his outrageous ravyne.
337 338 339 340 341 342 343
The gentil faucoun, that with his feet distreyneth The kinges hond; the hardy sperhauk eke, The quayles foo; the merlion that payneth Him-self ful ofte, the larke for to seke; Ther was the douve, with hir eyen meke; The Ialous swan, ayens his deth that singeth; The oule eek, that of dethe the bode bringeth;
344 345 346 347 348 349 350
The crane the geaunt, with his trompes soune; The theef, the chogh; and eek the Iangling pye; The scorning Iay; the eles foo, heroune; The false lapwing, ful of trecherye; The stare, that the counseyl can bewrye; The tame ruddok; and the coward kyte; The cok, that orloge is of thorpes lyte;
351 352 353 354 355 356 357
The sparow, Venus sone; the nightingale, That clepeth forth the fresshe leves newe; The swalow, mordrer of the flyes smale That maken hony of floures fresshe of hewe; The wedded turtel, with hir herte trewe; The pecok, with his aungels fethres brighte; The fesaunt, scorner of the cok by nighte;
358 359 360 361 362 363 364
The waker goos; the cukkow ever unkinde; The popiniay, ful of delicasye; The drake, stroyer of his owne kinde; The stork, the wreker of avouterye; The hote cormeraunt of glotonye; The raven wys, the crow with vois of care; The throstel olde; the frosty feldefare.
365 366 367 368 369 370 371
What shulde I seyn? of foules every kinde That in this world han fethres and stature, Men mighten in that place assembled finde Before the noble goddesse Nature, And everich of hem did his besy cure Benignely to chese or for to take, By hir acord, his formel or his make.
372 373 374 375 376 377 378
But to the poynt -- Nature held on hir honde A formel egle, of shap the gentileste That ever she among hir werkes fonde, The moste benigne and the goodlieste; In hir was every vertu at his reste, So ferforth, that Nature hir-self had blisse To loke on hir, and ofte hir bek to kisse.
379 380 381 382 383 384 385
Nature, the vicaire of thalmighty lorde, That hoot, cold, hevy, light, and moist and dreye Hath knit by even noumbre of acorde, In esy vois began to speke and seye, `Foules, tak hede of my sentence, I preye, And, for your ese, in furthering of your nede, As faste as I may speke, I wol me spede.
386 387 388 389 390 391 392
Ye knowe wel how, seynt Valentynes day, By my statut and through my governaunce, Ye come for to chese -- and flee your way -Your makes, as I prik yow with plesaunce. But natheles, my rightful ordenaunce May I not lete, for al this world to winne, That he that most is worthy shal beginne.
393 394 395 396 397 398 399
The tercel egle, as that ye knowen wel, The foul royal above yow in degree, The wyse and worthy, secree, trewe as stel, The which I formed have, as ye may see, In every part as hit best lyketh me, Hit nedeth noght his shap yow to devyse, He shal first chese and speken in his gyse.
400 401 402 403 404 405 406
And after him, by order shul ye chese, After your kinde, everich as yow lyketh, And, as your hap is, shul ye winne or lese; But which of yow that love most entryketh, God sende him hir that sorest for him syketh.' And therwith-al the tercel gan she calle, And seyde, `my sone, the choys is to thee falle.
407 408 409 410
But natheles, in this condicioun Mot be the choys of everich that is here, That she agree to his eleccioun, What-so he be that shulde be hir fere;
411 This is our usage alwey, fro yeer to yere; 412 And who so may at this time have his grace, 413 In blisful tyme he com in-to this place.' 414 415 416 417 418 419 420
With hed enclyned and with ful humble chere This royal tercel spak and taried nought: `Unto my sovereyn lady, and noght my fere, I chese, and chese with wille and herte and thought, The formel on your hond so wel y-wrought, Whos I am al and ever wol hir serve, Do what hir list, to do me live or sterve.
421 422 423 424 425 426 427
Beseching hir of mercy and of grace, As she that is my lady sovereyne; Or let me dye present in this place. For certes, long may I not live in peyne; For in myn herte is corven every veyne; Having reward only to my trouthe, My dere herte, have on my wo som routhe.
428 429 430 431 432 433 434
And if that I to hir be founde untrewe, Disobeysaunt, or wilful negligent, Avauntour, or in proces love a newe, I pray to you this be my Iugement, That with these foules I be al to-rent, That ilke day that ever she me finde To hir untrewe, or in my gilte unkinde.
435 436 437 438 439 440 441
And sin that noon loveth hir so wel as I, Al be she never of love me behette, Than oghte she be myn thourgh hir mercy, For other bond can I noon on hir knette. For never, for no wo, ne shal I lette To serven hir, how fer so that she wende; Sey what yow list, my tale is at an ende.'
442 443 444 445 446 447 448
Right as the fresshe, rede rose newe Ayen the somer-sonne coloured is, Right so for shame al wexen gan the hewe Of this formel, whan she herde al this; She neyther answerde `Wel', ne seyde amis, So sore abasshed was she, til that Nature Seyde, `doghter, drede yow noght, I yow assure.'
449 450 451 452 453 454 455
Another tercel egle spak anoon Of lower kinde, and seyde, `that shal nat be; I love hir bet than ye do, by seynt Iohn, Or atte leste I love hir as wel as ye; And lenger have served hir, in my degree, And if she shulde have loved for long loving, To me allone had been the guerdoninge.
456 457 458 459 460 461 462
I dar eek seye, if she me finde fals, Unkinde, Iangler, or rebel in any wyse, Or Ialous, do me hongen by the hals! And but I bere me in hir servyse As wel as that my wit can me suffyse, From poynt to poynt, hir honour for to save, Tak she my lyf, and al the good I have.'
463 464 465 466 467 468 469
The thridde tercel egle answerde tho, `Now, sirs, ye seen the litel leyser here; For every foul cryeth out to been a-go Forth with his make, or with his lady dere; And eek Nature hir-self ne wol nought here, For tarying here, noght half that I wolde seye; And but I speke, I mot for sorwe deye.
470 471 472 473 474 475 476
Of long servyse avaunte I me no-thing, But as possible is me to dye to-day For wo, as he that hath ben languisshing Thise twenty winter, and wel happen may A man may serven bet and more to pay In half a yere, al-though hit were no more, Than som man doth that hath served ful yore.
477 478 479 480 481 482 483
I ne sey not this by me, for I ne can Do no servyse that may my lady plese; But I dar seyn, I am hir trewest man As to my dome, and feynest wolde hir ese; At shorte wordes, til that deth me sese, I wol ben hires, whether I wake or winke, And trewe in al that herte may bethinke.'
484 485 486 487 488 489 490
Of al my lyf, sin that day I was born, So gentil plee in love or other thing Ne herde never no man me beforn, Who-so that hadde leyser and cunning For to reherse hir chere and hir speking; And from the morwe gan this speche laste Til dounward drow the sonne wonder faste.
491 492 493 494 495 496 497
The noyse of foules for to ben delivered So loude rong, `have doon and let us wende!' That wel wende I the wode had al to-shivered. `Come of!' they cryde, `allas! ye wil us shende! Whan shal your cursed pleding have an ende? How shulde a Iuge eyther party leve, For yee or nay, with-outen any preve?'
498 499 500 501 502 503 504
The goos, the cokkow, and the doke also So cryden, `kek, kek!' `kukkow!' `quek, quek!' hye, That thorgh myn eres the noyse wente tho. The goos seyde, `al this nis not worth a flye! But I can shape hereof a remedye, And I wol sey my verdit faire and swythe For water-foul, who-so be wrooth or blythe.'
505 506 507 508 509 510 511
`And I for worm-foul,' seyde the fool cukkow, `For I wol, of myn owne auctorite, For comune spede, take the charge now, For to delivere us is gret charite.' `Ye may abyde a whyle yet, parde!' Seide the turtel, `if hit be your wille A wight may speke, him were as good be stille.
512 513 514 515
I am a seed-foul, oon the unworthieste, That wot I wel, and litel of kunninge; But bet is that a wightes tonge reste Than entermeten him of such doinge
516 Of which he neyther rede can nor singe. 517 And who-so doth, ful foule himself acloyeth, 518 For office uncommitted ofte anoyeth.' 519 520 521 522 523 524 525
Nature, which that alway had an ere To murmour of the lewednes behinde, With facound voys seide, `hold your tonges there! And I shal sone, I hope, a counseyl finde You to delivere, and fro this noyse unbinde; I Iuge, of every folk men shal oon calle To seyn the verdit for you foules alle.'
526 527 528 529 530 531 532
Assented were to this conclusioun The briddes alle; and foules of ravyne Han chosen first, by pleyn eleccioun, The tercelet of the faucon, to diffyne Al hir sentence, and as him list, termyne; And to Nature him gonnen to presente, And she accepteth him with glad entente.
533 534 535 536 537 538 539
The tercelet seide than in this manere: `Ful hard were it to preve hit by resoun Who loveth best this gentil formel here; For everich hath swich replicacioun, That noon by skilles may be broght a-doun; I can not seen that argumentes avayle; Than semeth hit ther moste be batayle.'
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`Al redy!' quod these egles tercels tho. `Nay, sirs!' quod he, `if that I dorste it seye, Ye doon me wrong, my tale is not y-do! For sirs, ne taketh noght a-gref, I preye, It may noght gon, as ye wolde, in this weye; Oure is the voys that han the charge in honde, And to the Iuges dome ye moten stonde;
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`And therfor, pees! I seye, as to my wit, Me wolde thinke how that the worthieste Of knighthode, and lengest hath used hit, Moste of estat, of blode the gentileste, Were sittingest for hir, if that hir leste; And of these three she wot hir-self, I trowe, Which that he be, for hit is light to knowe.'
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The water-foules han her hedes leyd Togeder, and of short avysement, Whan everich had his large golee seyd, They seyden sothly, al by oon assent, How that `the goos, with hir facounde gent, That so desyreth to pronounce our nede, Shal telle our tale,' and preyde `god hir spede.'
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And for these water-foules tho began The goos to speke, and in hir cakelinge She seyde, `pees! now tak kepe every man, And herkeneth which a reson I shal bringe; My wit is sharp, I love no taryinge; I seye, I rede him, though he were my brother, But she wol love him, lat him love another!'
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`Lo here! a parfit reson of a goos!' Quod the sperhauk; `never mot she thee! Lo, swich hit is to have a tonge loos! Now parde, fool, yet were hit bet for thee Have holde thy pees, than shewed thy nycete! Hit lyth not in his wit nor in his wille, But sooth is seyd, "a fool can noght be stille."'
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The laughter aroos of gentil foules alle, And right anoon the seed-foul chosen hadde The turtel trewe, and gunne hir to hem calle, And preyden hir to seye the sothe sadde Of this matere, and asked what she radde; And she answerde, that pleynly hir entente She wolde shewe, and sothly what she mente.
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`Nay, god forbede a lover shulde chaunge!' The turtle seyde, and wex for shame al reed; `Thogh that his lady ever-more be straunge, Yet let him serve hir ever, til he be deed; For sothe, I preyse noght the gooses reed; For thogh she deyed, I wolde non other make, I wol ben hires, til that the deth me take.'
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`Wel bourded!' quod the doke, `by my hat! That men shulde alwey loven, causeles, Who can a reson finde or wit in that? Daunceth he mury that is mirtheles? Who shulde recche of that is reccheles? Ye, quek!' yit quod the doke, ful wel and faire, `There been mo sterres, god wot, than a paire!'
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`Now fy, cherl!' quod the gentil tercelet, `Out of the dunghil com that word ful right, Thou canst noght see which thing is wel be-set: Thou farest by love as oules doon by light, The day hem blent, ful wel they see by night; Thy kind is of so lowe a wrechednesse, That what love is, thou canst nat see ne gesse.'
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Tho gan the cukkow putte him forth in prees For foul that eteth worm, and seide blyve, `So I,' quod he, `may have my make in pees, I recche not how longe that ye stryve; Lat ech of hem be soleyn al hir lyve, This is my reed, sin they may not acorde; This shorte lesson nedeth noght recorde.'
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`Ye! have the glotoun fild ynogh his paunche, Than are we wel!' seyde the merlioun; `Thou mordrer of the heysugge on the braunche That broghte thee forth, thou rewthelees glotoun! Live thou soleyn, wormes corrupcioun! For no fors is of lakke of thy nature; Go, lewed be thou, whyl the world may dure!'
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`Now pees,' quod Nature, `I comaunde here; For I have herd al your opinioun, And in effect yet be we never the nere; But fynally, this is my conclusioun,
621 That she hir-self shal han the eleccioun 622 Of whom hir list, who-so be wrooth or blythe, 623 Him that she cheest, he shal hir have as swythe. 624 625 626 627 628 629 630
For sith hit may not here discussed be Who loveth hir best, as seide the tercelet, Than wol I doon hir this favour, that she Shal have right him on whom hir herte is set, And he hir that his herte hath on hir knet. Thus Iuge I, Nature, for I may not lye; To noon estat I have non other ye.
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But as for counseyl for to chese a make, If hit were reson, certes, than wolde I Counseyle yow the royal tercel take, As seide the tercelet ful skilfully, As for the gentilest and most worthy, Which I have wroght so wel to my plesaunce; That to yow oghte been a suffisaunce.'
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With dredful vois the formel hir answerde, `My rightful lady, goddesse of Nature, Soth is that I am ever under your yerde, Lyk as is everiche other creature, And moot be youres whyl that my lyf may dure; And therfor graunteth me my firste bone, And myn entente I wol yow sey right sone.'
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`I graunte it you,' quod she; and right anoon This formel egle spak in this degree, `Almighty quene, unto this yeer be doon I aske respit for to avysen me. And after that to have my choys al free; This al and sum, that I wolde speke and seye; Ye gete no more, al-though ye do me deye.
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I wol noght serven Venus ne Cupyde For sothe as yet, by no manere wey.' `Now sin it may non other wyse betyde,' Quod tho Nature, `here is no more to sey; Than wolde I that these foules were a-wey Ech with his make, for tarying lenger here' -And seyde hem thus, as ye shul after here.
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`To you speke I, ye tercelets,' quod Nature, `Beth of good herte and serveth, alle three; A yeer is not so longe to endure, And ech of yow peyne him, in his degree, For to do wel; for, god wot, quit is she Fro yow this yeer; what after so befalle, This entremes is dressed for you alle.'
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And whan this werk al broght was to an ende, To every foule Nature yaf his make By even acorde, and on hir wey they wende. A! lord! the blisse and Ioye that they make! For ech of hem gan other in winges take, And with hir nekkes ech gan other winde, Thanking alwey the noble goddesse of kinde.
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But first were chosen foules for to singe, As yeer by yere was alwey hir usaunce To singe a roundel at hir departinge, To do to Nature honour and plesaunce. The note, I trowe, maked was in Fraunce; The wordes wer swich as ye may heer finde, The nexte vers, as I now have in minde. Qui bien aime a tard oublie.
680 `Now welcom somer, with thy sonne softe, 681 That hast this wintres weders over-shake, 682 And driven awey the longe nightes blake! 683 `Saynt Valentyn, that art ful hy on-lofte; -684 Thus singen smale foules for thy sake -685 Now welcom somer, with thy sonne softe, 686 That hast this wintres weders over-shake. 687 688 689 690 691 692
`Wel han they cause for to gladen ofte, Sith ech of hem recovered hath his make; Ful blisful may they singen whan they wake; Now welcom somer, with thy sonne softe, That hast this wintres weders over-shake, And driven away the longe nightes blake.'
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And with the showting, whan hir song was do, That foules maden at hir flight a-way, I wook, and other bokes took me to To rede upon, and yet I rede alway; In hope, y-wis, to rede so som day That I shal mete som thing for to fare The bet; and thus to rede I nil not spare.
Parliamentum avium in die Sancti Valentini tentum secundum Galfridum Chaucer. Deo gracias.
End of "Parliament of Fowles"
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