Castro Arrasco, Dante - Otorongo y Otros Cuentos (-) Ok

September 12, 2022 | Author: Anonymous | Category: N/A
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  Otorongo y Otros Cuentos (libro) Dante Castro Arrasco http://www.angelfire.com/dc/otorongo/index.html

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... soy un modesto, modestísimo obrero del pensamiento, que acopio y ordeno materiales para que otros que vengan detrás de mí sepan aprovecharlos. La obra humana es colectiva; nada que no sea colectivo es ni sólido ni durable...

 ______________________________  ____________________ __________ Revisión: Jul. 2012, empachumu enjoy it !!! ;o)  ______________________________  _________________ _____________

keywords= historias, cuentos, relatos, cultura, literatura, narrativa, cuento, prosa, ficcion, terror, suspenso

 

Todo empezó cuando al empezar a leer el contenido del sitio web, estaba interesado en terminarlo, pero debía continuar con mis deberes temporalmente suspendidos. Me tome varios minutos mas en bajar cada una de las paginas web para leerlas después, es mis ratos libres. Mi mejor amiga y compañera, o sea "my girlfriend", me dio la idea de ordenarlos en un solo archivo de texto, y de esta manera leerlo de corrido. Una vez terminada la lectura, en mi equipo portátil HPC, le mencione el grato momento que había pasado. Me solicito le compartiera el archivo resultante. Al finalizar su lectura, me dijo algo similar a lo que primeramente le había mencionado.  Y con la finalidad de compartir el gusto de la lectura del indicado archivo con los demás integrantes de la comunidad, he "subido" este documento, en un principio como TXT, pero para mejorar la calidad de vista del mismo, lo he generado como PDF. En este texto digital se ha puesto el mejor empeño en ofrecer al lector una información completa y precisa... Por tal motivo se ha respetado, en lo mejor posible, el sentido y el estilo ortográfico utilizado por el autor, respetando la grafía de los textos obtenidos de Internet ---de sitios públicos o traducciones propias de fans--incluidos los "posibles" errores ortográficos... Solo para uso personal, con fines didácticos, educativos y/o similares. Sin ánimo de lucro. Cualquier otra utilización de este texto digital para otros fines que no sean los expuestos anteriormente es de entera responsabilidad de la persona que los realiza. No se asume ninguna responsabilidad derivada de su mala utilización, ni tampoco de cualquier violación de patentes ni otros derechos de terceras partes que pudiera ocurrir. Prohibida su venta y / o comercialización. Copyright © 2012. All rights reserved. Todos los derechos reservados a su(s) respectivo(s) ---Autor(es) y / o Editor(es)--- Titular(es) del Copyright.

 

 

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OTORONGO Y OTROS CUENTOS (libro) Dante Castro Arrasco

Esta página es la edición virtual de: • Cuentos urbanos  urbanos  • Cuentos andinos y selváticos  selváticos   • El primer cuento sobre la violencia política de los 80'  80'  • PUBLICACIÓN DE DANTE CASTRO (Lima, Lluvia Ll uvia Editores, 1986) Editores, 1986)

Cuentos que conforman este libro:

 

  1.- Ofrenda para tu retrato 2.- Maña de indio, treta de guerrillero 3.- Como cazar a la raposa 4.- Cara Mujer 5.- Escarmiento 6.- Venado blanco 7.- Otorongo * Datos del autor * Comentarios acerca de Otorongo * Lea la página del autor * Lea otro libro web gratis * Lea y difunda CIBERAYLLU

 Al terminar de leer un cuento, cuen to, regresa a la l a página principal con la flecha Back. Gracias por tu visita. Email: [email protected]

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-----------------------------------------------------------------------------------1. OFRENDA PARA TU RETRATO ------------------------------------------------------------------------------------

Ese retrato me hablaba de una época en que los hombres eran hombres de verdad y las mujeres lo eran pero al modo de los hombres. Sí. Muchas cosas podía decirme inconfundiblemente aquel retrato, de algún modo comparable con las películas de Humprey Bogart o de Bete Davis, digo yo, cuando los hombres eran hombres y las mujeres, mujeres. Por eso lo miraba cada vez que bajaba las escaleras, antes de abrir la puerta y comunicarme con este mundo en que todo se confunde y que ha roto toda relación con el pasado. La mirada terciada como la gorra de marino, también terciada, y esa sonrisa que quiere expresar algo más que una disposición a la felicidad. Recuerdo con el retrato aquella vez que fuimos a la dársena del Callao, y lloré antes de subir al bote que nos transportaría al barco donde trabajaba mi padre, y solté más lágrimas temiendo que las olas envolvieran la embarcación llevándonos con los peces de las profundidades oscuras. El uniforme, que no era de la Armada pero que guardaba un parecido enorme por las charreteras, también por el quepí de cordones dorados, le daban cierto aspecto marcial. Reitero un saludo expresivo siempre al pasar por la consola, ya sea de despedida o entrando a la casa vieja donde mi abuela nos dio hospedaje cuando él murió. Olvidaríamos nuestra casita de Chucuito, con vista al mar, desde donde veíamos la muerte del día y el regreso de los pescadores en sus chalanas cargadas de enjambres de peces. Ya no volvimos a veranear en playas de canto rodado y cambiamos nuestro paisaje por este ambiente de quinta embrujada donde se fragmenta el crepúsculo entre árboles decrépitos que amenazan caerse sobre las casas antiguas que forman una herradura con estrecha entrada. La madre de mi madre, miraflorina añeja, era propietaria desde tiempos inmemoriales de esta quinta en donde la caída de una hoja hubiera producido un escándalo. La abuela repetía hasta el cansancio que eran otras épocas aquellas en que se instalaron sus padres con algunos descendientes de ingleses por esos barrios "donde

 

no llegaba cualquiera" y en donde sólo había "gente-decente". Hablaba de calendarios en los cuales "era imposible ver a un cholo pidiendo limosna" alterando con su presencia los paseos de sauces y de brisas perfumadas. Para remembrar lustros en que hubiera sido increíble ver un miraflorino atezado, y de cuando nadie meaba a mitad de la calle enseñando sus genitales a los transeúntes, ella organizaba tertulias y ceremonias de té con algunas coetáneas para desempolvar viejas glorias como si fueran del día anterior. Incluso venía un cura español cuyo rostro parecía un mapa, vestido con sotana negra y acusando síntomas de gota. Guardaba todavía ínfulas de perseguidor de demonios y amenazaba con azotar a cualquiera de los presentes ante la menor herejía verbal. Pero no desperdiciaba la oportunidad de abrazar a la mucama o a alguna joven nieta que viniera a recoger a cualquiera de las comadres en horas de la noche. Fue así como Ángela ya no quiso volver más a recoger a su abuela de aquellos viernes de té, y me quedé para siempre con las ganas de saber en qué terminaría la escaramuza constante de miradas que se inició entre nosotros algún tiempo atrás. María, una morena como para quitarle el sueño a los amantes del ébano y que felizmente trabajaba para nosotros, se fue de la casa alegando que el viejito con sotana tenía las manos muy largas, y que la hizo perder el equilibrio cuando servía chocolate hirviendo a una de las cacatúas emperifolladas, corriendo el riesgo de quemarle los arrugados senos a la visita. Pero el padre Ruperto siguió llegando puntual como si nada hubiera pasado y la abuela preguntaría a mi madre si yo le había faltado el respeto a la empleada, "porque hay que comprender que el niño ya no es tan niño", y acusando que por esa razón la morena renunció al trabajo. La abuela nunca perdió ocasión de recordarnos que estábamos en su casa. Tampoco dejó que olvidáramos que vivíamos de los alquileres de las casitas de la quinta. La desconfianza que flotaba entre madre e hija había germinado en tiempos remotos, desde que mi padre se presentó con el uniforme impecable de la marina mercante y los futuros suegros lo confundieron con un capitán de navío de la Armada; lo aceptaron a pesar de ser algo trigueño pensando en el futuro que le esperaba a su hija con un oficial naval. El grito y el escándalo precedieron al llanto cuando se enteraron de que era un marino mercante que caleteaba de puerto en puerto alrededor del mundo, con destinos cada vez más variados y ---lo peor--- que era del Callao, aunque él dijera que vivía en Chucuito, que es lo mismo. Se opusieron al matrimonio con esfuerzos sobrehumanos que fueron neutralizados en uso de las leyes vigentes y que dieron feliz resultado a la decisión inquebrantable de los estoicos novios. Luego vendría el cierrapuertas y el alejamiento familiar, el tira y afloja, el hielo implacable y el aislamiento aniquilador. Incluso frente al féretro del abuelo seguiría desarrollándose una guerra sórdida que sólo rompía sus frágiles treguas para dar pase a cualquier ironía zahiriente. Vi a mi madre llorar muchas veces y a mi padre renegar golpeando la mesa del desayuno para luego salir con el saco al hombro, mascullando iras contra "la bruja de tu madre que sólo busca separarnos". Los disparos arteros de la bronca familiar harían blanco en mí desde chico, porque era el retrato vivo de mi

 

padre. El parecido físico y el color trigueño de nuestra piel nos hizo víctimas de situaciones engorrosas, de atenciones no correspondidas y hasta de insultantes comparaciones delicadamente solapadas por la habilidad de la abuela. "Usted no sabe,  joven, cómo era su abuelita con su papá", me diría Clotilde, una empleada de servicio que fue botada por haber cometido el pecado imperdonable de colocar una foto olvidada bajo el polvo de la ingratitud en un marco al cual nadie le daba uso; y con mayor razón sería expulsada si se sabe que la foto era del impresentable yerno "disfrazado de chocolatero". "A veces su papá venía con presentitos de sus viajes pa' obsequiarle a la señora, pero ella no salía tan siquiera a saludarle". Y me traía al recuerdo aquellas cajas de chocolates italianos que se encontraban enteras y sin abrir en el basurero y que los municipales descubrían alborozados entre cáscaras de plátanos y rodajas de tomates agrios. Algunas veces furtivos recolectores de desperdicios descubrían una botella de vino francés sin abrir, una acuarela de Venecia con marco de bronce, espaditas toledanas para cortar papeles, fotografías de costas exóticas o adornos de cómoda que se disputaban entre las inmundicias. "A mí nomás me mandaba atenderlo, a ver qué quería. Y ella no bajaba nunca, se encerraba en su cuarto. Cualquier regalito ordenaba botarlo sin siquiera abrirlo. Así era la señora, joven. " Otra política guardaba para sus selectas amistades, con las cuales compartía inacabables rondas de té aromado con cascarillas secas de naranja y conversaba de cosas esotéricas y se leían las cartas o la mano. El cura celebraba con beneplácito las ocurrencias de sus maduras feligresas que adivinaban el carácter de las personas por la fecha de nacimiento y por el cambio de luna a la hora del parto, sobre todo cuando a él le cogían la diestra adiposa para averiguar el día de su muerte. Conversaciones aburridas en donde menudeaban apreciaciones sobre el aura negativa de fulana o el mantra para cargarse de energía vital que les enseñó mengana. Puras babas, pienso hoy. A mi abuela le predijeron una muerte serena a la hora del sueño; su fatigado miocardio se paralizaría sin que ella se diera cuenta. Jamás adivinaron que yo causaría su muerte. Tampoco pronosticaron que la disfrutaría como se goza de un buen vino, sin apurar la gota que se desliza sutilmente en el paladar, viendo cómo esa vida se extingue y clama por su salvación. Prestábanse libros y revistas de ocultismo que luego yo quemaría en una pira hecha en el malecón donde algunos malos vecinos creman la basura. Predijeron la muerte de mi padre por una cirrosis alcohólica en las cantinas de Macao. Lo describieron borracho, con la barba canosa, pidiendo limosnas a marineros que lo botaban a puntapiés para que los dejara beber tranquilos. Tonterías. Mi padre murió al estallar los calderos de la nave en donde trabajaba y la noticia nos llegó un lunes de otoño en que me preparaba para ir al colegio. Mi madre lloró desconsoladamente frente al telex que anunciaba el deceso y yo me encerraría en un profundo silencio que duraría muchos años mostrándome indiferente a todo apasionamiento. Sabíamos que su barco sufrió un accidente en alta mar y que habían

 

muerto tres marineros, pero nada se dijo de algún oficial de navegación y por ello habíamos dormido tranquilos. El cadáver lo mandaron en cajón cerrado y nunca pudimos enterarnos por qué. Mi madre era el prototipo del ama de casa inútil. Ninguna de las pocas cosas que sabía hacer le reportaban algo de dinero. Muerto el sostén del hogar, tuvimos que refugiarnos inevitablemente bajo la compasión mezquina de la abuela. Habitar en aquella mansión que olía a bálsamo y a trastes viejos, en donde no podía tocar nada sin recibir reprimendas, mirando siempre de reojo aquella armadura antiquísima que adornaba la sala y que me causaba espanto en las noches. El rejoj de péndulo y los  jarrones chinos intocables, las plantas de sombra y las aburridas reuniones de pamplinas y supersticiones, me hicieron adicto al silencio hermético en que pasé el resto de mi infancia. El parecido con mi padre me hacía vulnerable a cualquier sarcasmo racial, llegando incluso a negar, en ausencia de mi madre, nuestros lazos familiares frente a alguna visita distinguida. De todo ello me acordé el día en que pude sonreír frente al retrato de la consola con la satisfacción que dan las venganzas y las tareas cumplidas. Luego vendría el remate a precio de oferta del reloj de péndulo que se lo tuvieron que llevar entre seis cargadores de mudanzas como si fuera un ataúd, y la lenta agonía de las plantas de sombra frente a la indiferencia de quien nunca quiso regarlas, y el lanzamiento del hombre de metal que había sido causa de mis terrores infantiles y que se lo llevaron histéricos de alegría los recogedores de chatarra, así como años atrás se llevaban pletóricos las cajas de chocolates italianos y las acuarelas de Venecia con marco de bronce y las botellas vírgenes de vino español. El piano en que el cura Ruperto cantaba romances andaluces con voz destemplada, lo compraron unos inquilinos ingleses para que su demonio de ocho años aprendiera a tocarlo, cosa que nunca hizo. El perico que recitaba versos de Machado entrecortados con las palabrotas que alguna vez le enseñé haciéndole antes comer pan remojado con vino, se lo llevó Ruperto para que le alegrara los últimos días en que la gota lo torturaba. Las tarjetas de pésame, así como las cartas que llegaban de París hablando sobre misterios de la reencarnación y de la quinta esencia del alma humana, corrieron la misma suerte que los libros que mentían de trasmutaciones del espíritu. "Pobre Dorita, tan buena con todos". Diría una vieja de ojos celestes frente al cajón adornado de requiebros de plata. Evocaría los bingos organizados por ella en beneficio de la parroquia de su amigo, pero que yo sabía que la plata había servido para repartírsela. También de la rifa hecha en favor de una familia pobre de uno de los callejones de Santa Cruz, y que yo sabía que sólo le habían entregado la décima parte de lo que recolectaron, suficiente como para comprar dos panetones y una botella de espumante barato. Total, según la mafia esotérica, los pobres sufren el castigo de maldades y pecados cometidos en vidas anteriores, y ellos ---los iniciados--- no son nadie para trastocar el destino impuesto por mano divina a aquellos semejantes. "Tan humana y caritativa", seguía diciendo mientras se enjugaba una lágrima.

 

   Y yo recordaba aquella vez en que la abuela me hizo sangrar el labio inferior por sacar una naranja más del refrigerador. Desde aquel instante pensé en que esa persona "escogida por la sabiduría y heredera de conocimientos trascendentales" debería morir por mano mía. A nadie le daría ese gusto, ni siquiera a la deficiencia cardiaca para la cual ingería píldoras de un frasco en inglés, y además tenía a mano esas otras de nitroglicerina que la socorrerían en caso de infarto. Eso hizo las cosas más fáciles. Mi madre, opa de nacimiento, la lloró desconsoladamente olvidando la cadena de sufrimientos y de insultos, de ironías y sarcasmos que durante doce años de convivencia la tornaron en una mujer sin pasado. Ella, entrenada sólo para ser esposa, nunca pudo aportar nada al erario doméstico, razón por la cual fuimos objeto de la caridad familiar. Los alquileres recibidos de la quinta de duendes ciertamente aplacaron nuestro hambre y pagaron la pensión escolar que venía cada mes más elevada, pero la abuela siempre se encargó de que no olvidáramos aquella su mano caritativa. Conocer esas píldoras celestes que ingería con mates de yerbaluisa y menta por las noches, me facilitaron las cosas. Las encontré idénticas en una farmacia de Surquillo, sólo que tenían un fin muy ajeno a sus similares en color y tamaño. El proceso de desgaste comenzaría cuando creyendo tomar la medicina indicada, ingiriera pastillas que sólo eran para tratamiento digestivo. Su corazón se debilitaría en tres semanas de ausencia del remedio y el desenlace fatal sobrevendría en cualquier momento. La observé descansar a mitad de escalera cada vez que subía a su cuarto, abochornándose al recoger un carrete de hilo o levantar una aguja, sufriendo pequeños vértigos al incorporarse del asiento. Faltaba únicamente suplantar los glóbulos de nitroglicerina que podían salvarla en un momento de urgencia. Fácil: son idénticos a los de éter y trementina que se venden en las farmacias. "Creo que me siento mal", dijo el día de Pascua de Reyes cuando iban a cortar la rosca enorme que había traído doña Pepita de Tejada envuelta en papel celofán rojo. Se retiró temprano quizás para ocultar aquella desoladora inseguridad que le producía el hecho de sentirse irremediablemente enferma. Evitando que alguien pensara en sus males, no cambió para nada los hábitos y costumbres de su rutina. El padre Ruperto la visitaba más seguido previendo una desgracia; por un momento me asaltó la duda y temí que el cura cambiara el frasco por uno nuevo, pero luego me tranquilicé recordando que incluso los frascos que ella reservaba en su ropero, ya los había adulterado con el fármaco digestivo. "Debe ir al médico, Dorita", le dijo el párroco, pero ella rehuyó el consejo diciendo que se trataba de una agitación pasajera. Para que una decaída estrepitosa no motivara la presencia del médico, mezclé algunas de las verdaderas con las falsas, y contemplaba con ojos garduños por encima de mi taza o del periódico aquellos altibajos en su salud que iban sucediéndose día a día. Su renuncia a los médicos y las demostraciones de buena salud que hacía, tales como trasladar una maceta o agacharse a recoger el plato del gato, sólo favorecían mis planes. Recordé a un palomilla en el colegio que había atrapado a un

 

pajarito y lo ahogaba entre sus manos para hacerlo revivir unos instantes, y luego lo volvía a asfixiar viéndolo estremecerse en su lucha con la muerte. Me avergonzó el recuerdo. ---Estoy mareada. ---díjole una vez a mi madre---. Me falta el aire. ---Te acompaño al médico, mamá. ---Preocúpate por tus cosas ---respondió secamente. El día de su muerte tenía puesto el camisón de franela que le regalara doña Raquel de Vidaurre, la esposa del general, al regreso de uno de sus viajes por Estados Unidos. Solamente se lo ponía cuando era invierno y me extrañó verla en un amanecer soleado de abril con aquel forro. Se había levantado caminando despacio y de la misma forma regresó del baño para sentarse al borde de la cama. Asomé y ella no se percató que la observaba. Se cogió el pecho con una mano y con la otra rebuscó en el cajón del velador tratando de hallar el frasco de nitroglicerina. No lo encontró. Dióse cuenta de mi presencia en el cuarto y su mirada desesperada trató de aferrarse a mí. ---La nitro. ---alcanzó a decir extendiendo la mano m ano en dirección del baño. Evidenciaba el pánico próximo a la muerte y le temblaban los labios flojos por falta de su dentadura postiza. Mostré en mi mano aquel pequeño envase que había buscado con desesperación y me recosté en el marco de la puerta viéndola cómo se la llevaba el espiral infinito de la muerte, cómo gemía sórdidamente con un quejido monótono, siempre mirándome, como pidiendo una de las píldoras que no le quise dar. Los ojos se le pusieron blancos y luego de una rigidez fugaz, aflojó los miembros. Había muerto. Los glóbulos, que no eran aquellos que la hubieran salvado, podían haberle brindado alguna esperanza. Quise que supiera que no tenía intenciones de socorrerla. Sólo quedaba avisarle a mamá que la abuela acababa de morir. Tenía que despertarla y comunicarle la triste noticia, pero me quedé allí contemplando el cadáver con satisfacción. Al retirarme, pasé delante de la consola donde el retrato de mi padre sigue recordándome tiempos en que los hombres eran realmente hombres, con su gorra terciada hacia un costado, en algún crucero transoceánico. Le sonreí mientras detrás de los vidrios de la ventana, unos gorriones peleadores saludaban el nuevo día.

Noviembre, 1982.

 

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-----------------------------------------------------------------------------------2. MAÑA DE INDIO, TRETA DE GUERRILLERO ------------------------------------------------------------------------------------

para Manuel Granados

 Andrés Gamboa, comandante de los guerrilleros de Iquicha, había adquirido el leve defecto de creer en todo lo que decía el padrecito Tineo. Los domingos bajaba montado en mula con aperos de plata hacia Huanta para escucharlo predicar en quechua, y ofrecía ante los ojos atónitos de todos, gruesas limosnas sobre el platillo metálico que pasaba el monaguillo por las bancas del templo. Retenía la bola de coca en el carrillo y se quedaba absorto mirando la imagen de la Virgen de Sillapata, hincado de rodillas y enseñando sus suelas gastadas a los feligreses de la parte posterior. Un día de Agosto, en la feria de Mío, don José Pancorbo, comandante de la guerrilla de San José de Secce, le llamó la atención con tono agresivo. ---¿Qué le pasa a usted, don Andrés? Más parece que se volviera beato.

 

  ---Me volví cristiano, pues, don José. Qué le vamos a hacer. ---Contestó suspirando.  Ya no parecía el bravo que cargaba contra el enemigo y los pulverizaba dejando un reguero de sangre y pólvora negra. El mismo que le arrancara los testículos al prisionero y se los hiciera tragar antes de ejecutarlo, ahora se dedicaba a prender cirios en todas las naves de la iglesia. ---Mejor diga que tiene miedo a que le alcance la muerte y que los años lo están volviendo como mujer. Siga así y se va a convertir en un fantoche. ¡Ni parece comandante, sino rabona! ---gritó mirándolo con desprecio. La gente curiosa que rondaba los puestos de la feria, no se atrevían a intervenir en la discusión como otras tantas, formando corrillo y opinando. Pero disimuladamente detenían el paso para escuchar. Acariciaban alguna mercadería con los ojos y seguían con orejas alertas el diálogo de los dos personajes. ---¡Creo don José que se está propasando! ---con mano fuerte cogió la empuñadura de la bayoneta que llevaba terciada bajo la faja serrana. Pancorbo dio la espalda y retiróse ofuscado por la cólera. Más allá lo vieron lanzar un escupitajo verde. El ofendido sonrió con satisfacción ante la vista de un público timorato que escapaba del lugar como si nada hubiera pasado. El cielo empezaba a oscurecer con presagios de lluvia y los pocos comerciantes que quedaban, recogieron sus bártulos buscando lugares seguros. Gamboa hizo lo mismo encontrando refugio propicio bajo el portal pétreo de un zaguán señorial. Otros lo imitaron trayendo a la sombra sus bultos de chirimoyas y pacaes, canastas con naranjas enanas de la ceja de montaña, animales de corral y sacos de coca.  Aguardarían allí hasta que el aguacero amaine. De pronto, una man manoo pequeña tocó su hombro. Era como la pata de un animal que le topaba huidiza. ---Don Andresito ---habló alguien con el rostro cubierto bajo un sombrero escurrido. Poncho corriente de pobre hechura, calzón rotoso negro, ojotas miserables que sujetaban sus dedos retorcidos. ---Don Andresito. Ese tayta Feliciano Urbina, quiere hablar con usted. Susurraba para que nadie lo escuche. El espantajo salió por delante mojando su raquítica existencia. Lo mismo hizo Gamboa. Por más que en el trayecto trataba de pegarse a los muros, la caída oblicua del agua lo alcanzaba. Unas cuadras más y ya tenía ensopado el poncho de alpaca; el sombrero de ala corta amenazaba escurrírsele como el que llevaba su improvisado guía. Llegando a la chichería del barrio Tipón, el pequeño volteó y señaló la entrada invitándolo a pasar. Los ojos buscaron identificar,

 

en la oscuridad del recinto, a los dueños de aquellas botas con espuelas que estaban sentados alrededor de la pieza sobre bancas y sacos de grano. ---Ha llegado nuestro ilustre invitado ---anunció una voz acercándosele. Por fin reconocía al doctor Urbina. La vista ya acostumbrada a la penumbra de la chichería identificó a los demás notables de Huanta. Los traidores que se apuraron en pactar con el enemigo, ahora se reunían en Mío. Uno de ellos jugaba con la punta del fuete sobre el piso de tierra, mientras los cuyes de la casa cas a peleaban a chillidos.  Alguien le ofreció un enorme vaso de chicha. Allí estaban Antonio Huamán, Odilón Vega, Isidoro Vargas. No alcanzó a distinguir bien una figura oscura que se agazapaba en las sombras. ---Y seguro que don Andrés Gamboa querrá saber por qué lo invitamos a venir. ---Urbina colocó una mano en su hombro; ese gesto lo ofendía. La chichera andaba ocupada en tender el poncho húmedo de Gamboa arriba del fogón en donde se asaban rocotos rellenos. ---Usted dirá pues, doctor ---alcanzó a pronunciar con timidez. ---Queremos que nuestro comandante de guerrillas sepa que estamos enterados de ese gran cambio en su vida. Lo hemos observado en la iglesia de Carhuarán, y al parecer se ha arrepentido de sus violencias. Por fin reconocía la silueta que se agazapaba en el rincón más lejano. Era el padre Cabrera, cura de mistis que hacía la misa en latín. Con su bonete rojo no podía pasar desapercibido. El crucifijo enorme de su pecho podía servir para financiar cien montoneros; la cadena de plata pagaría veinte caballos con monturas de guerra. ---Por eso ---prosigue Urbina--- queremos invitarlo para que se sume a nuestro partido. Acabaremos con los caceristas, y necesitamos un cristiano con temple, con valor, como vuestra excelente persona. ---Usted dirá pues, señor ---repitió mirando atropellarse a dos cuyes que competían por ganar la oscuridad. ---El atrevido bandolero de Pancorbo quiso liarse a puñaladas con este digno amigo, tan solo porque ahora es un buen creyente. ¿No es así? La feria de Mío no tiene secretos, señor Gamboa. No para nosotros. ---Así fue ---el león se mostraba sumiso.

 

  ---Pero lo mejor, querido comandante, es que ya acabamos con la cabeza de la víbora y el cuerpo morirá solo. Pedirá que le ayudemos a morir con cualquier actitud salvaje. El guerrillero iquichano no demostró sorpresa alguna. Temía por la vida de don Miguel Lazón desde la noche en que soñó que un cóndor le picaba los ojos a su cadáver. Yacían en el suelo sus hijos también. Jugando con el sombrero de ala corta entre los dedos, disimulaba sus auténticas emociones. ---Quién será, pues, doctor ---levantó los hombros siempre con la mirada en el piso de tierra. ---Hemos dado muerte a Lazón. Ahora necesitamos el apoyo de los iquichanos para asegurar el triunfo sobre los caceristas. Ofrecemos suspender los arriendos de los próximos cinco años que ustedes deban a nuestras haciendas, así como repartir entre los indios las tierras de Lazón. También les daremos ganado para que los reproduzcan. Pronto entenderán que los pierolistas somos los auténticos protectores de los indios. Hablaba ya borracho, con la lengua de trapo. Sus partidarios bebían y observaban desconfiados la presencia del guerrillero. ---Seremos pierolistas entonces, señor. ¿Qué nos queda? ---dijo tímidamente don Andrés Gamboa en un gesto que sus antiguos compañeros de armas hubieran creído imposible. Se sucedieron aplausos y vítores de los flemáticos observadores. Luego lo abrazarían y cantarían emocionados el himno nacional; todos, excepto el cura del bonete. ---¡Viva Piérola, carajo!  Algunos indios medrosos asomaban a ver lo que pasaba en la chichería. El doctor Urbina sacó su revólver y lo vació contra el techo cargado de maíz tierno. ---Te lo dije, Odilón. Cuando se les muere el caudillo, los indios buscan otro. ¡La situación es nuestra! ---comentó a gritos Feliciano Vargas.  Al día siguiente, cuando Gamboa emprendía el camino de regreso montado en su mula con aperos de plata, lloró amargamente la muerte de don Miguel Lazón, aquel que los guiara en combates victoriosos sobre el ejército invasor. Lo habían matado como a un perro, a puñaladas y en su propia casa. También a uno de sus hijos y a otros jóvenes que se hallaban reunidos por casualidad. Recordaría entre lágrimas aquella tarde en que el sol se puso al alcance de la mano y que los colores celestiales sirvieron de fondo a las lanzas decoradas con cabezas de chilenos decapitados, tarde

 

en que Lazón los condecoró en nombre del general Andrés Avelino Cáceres. En ese mismo día los notables de Huanta se volvieron iglesistas y abogaron por la pacificación y el desarme, temiendo que los indios armados reclamasen lo que siempre les había pertenecido. Ahora, los cobardes partidarios del general Iglesias, eran pierolistas. Y se hubieran casado con el diablo con tal de ponerse en contra del héroe de la Breña. Los guerrilleros llamaron "chileques" a aquellos blancos entreguistas. "Ccala-cuchis" les decían los chutos de las alturas. ---Ve carajo, si de algo sirvió hacerse el cristiano ---murmuró enjugándose el rostro. Gracias a ese ardid conocía por propia confesión a los asesinos de su líder principal. Y se quedarían en Huanta porque suponían la adhesión de los iquichanos. Fueron testigos de su llanto las cumbres escarpadas y los cactos que rodeaban el camino de herradura. Diez días después los cerros huantinos se tiñen de banderas coloradas. La mañana es gris, fría y lluviosa, pero no opaca el brillo de los fusiles y los rejones. Juan Cusichi comanda junto con Gamboa a los iquichanos desde la cresta del Pultunchara. Lleva un Comblain que le arrebatara a un joven chileno después de ultimarlo a machetazos. Sus orejas resecas cuelgan como trofeo en el extremo de la culata. Desde Cerro-Calvario hace señas Lucas Huallasco, comandante de Huamanguilla, con más de cuatrocientos guerrilleros de a pie armados rudimentariamente. La mayoría llevan lanzas y huaracas, aunque uno que otro tiene un Peabody de pocas municiones. José Pancorbo ha traído a sus bravos de San José de Secce, armados hasta los dientes, por la bajada de Marcas. Son los que más armas de fuego poseen. Los bravos de Cedropata, comandados por don Manuel Cárdenas, bajan por el camino de Callki de cuatro en fondo. Suenan las caracolas y huacra-pukus. ---Creo que a Urbina le ha avisado el diablo ---comenta Gamboa a su segundo cuando ve las barricadas levantadas por los pierolistas. En su traspiración despide un suave aroma, mezcla de sudor y de yerbas con que lo frotara el laik'a de su comunidad para que las balas no le alcancen. El padre Cabrera ha nutrido a los pierolistas de fusiles enterrados en los años de la guerra. Las montañas verdes se oscurecen de emponchados que bajan a atacar la ciudad.  A las seis de la tarde, Huanta es una hoguera gigantesca con olor a carne chamuscada. La sangre de los muertos de ambos bandos se une en una sola corriente que baja por las calles, incontenible como una acequia. Sólo son respetadas las casas de los barrios de Pumaccasa y Cruz Verde. El barrio de Cincoesquinas es arrasado por servir de refugio a la última resistencia de los traidores. Los presos, liberados por Urbina para defender la ciudad, sirven de juguete a los guerrilleros que cercenan sus miembros, los castran y luego los decapitan. Han cogido a Odilón Vega tratando de

 

huir. Hacen un hueco con cuchillo tras de su barbilla, debajo de la lengua, y por ahí le introducen la punta de una soga para arrastrarlo de la quijada. Jalado así por el caballo de Juan Cusichi, es trajinado sobre los cactos y peñascos del camino. El padrecito Tineo trata de interceder por la integridad física de los vencidos, pero no lo toman en cuenta. Ya han capturado a Urbina intentando esconderse tras las faldas del cura Cabrera en la iglesia. Miguel Elías Lazón, el hijo sobreviviente del líder asesinado, ahaAyacucho encabezado paralaentregarlo captura del a las infame autoridades. homicida y manifiesta la intención de trasladarlo El cura Cabrera junto con el padrecito Tineo sostienen en hombros al derrotado, presa incontenible de aguda crisis de nervios. Por un momento la turba se deja guiar y forman columnas de cuatro en fondo para dirigirse en busca de justicia a Ayacucho. Emprenden la marcha a trote lento, agobiados por la dura jornada, empujando al prisionero a punta de lanza que camina sostenido por los dos frailes. Pero hay algo que no convence del todo al comandante de San José de Secce, algo que le hace subir de pronto un sabor a hiel amarga a los labios. ---¡Alto carajo! ---truena la voz de José Pancorbo en la oscuridad. Se acerca el caballo de Andrés Gamboa y lo mismo hacen los otros comandantes guerrilleros. Los religiosos intercambian miradas preocupados, temiendo por la vida del reo. Urbina tiembla como si le atacasen súbitas tercianas. ---¡Este miserable debe morir aquí y no hacernos viajar hasta Ayacucho! ¿Quién nos asegura que allá encontraremos justicia? ¿Cuándo los jueces nos han escuchado? ---arenga Pancorbo a la multitud sudorosa y fatigada por el cruento combate. ---¡Sí! ---¡Claro! ---responden voces de aprobación desde diversos ángulos. ---¡Mátenlo! ¡Maten al asesino de nuestro taytayay Lazón! ---grita una mujer de edad. El padre Cabrera se desespera suplicando que no provoquen la ira divina, se aferra a la montura de don Andrés Gamboa. ---Piedad, hijo. Tú eres cristiano ---implora. Los comandantes miran a don Andrés temiendo una debilidad. El guerrillero que prendía velas en el altar mayor de la catedral, sostiene la mirada sobre aquella sotana negra en gesto retador. ---¡Yo siempre he creído en las huacas, padre! ¡Retírese! ---Grita el fiero iquichano metiéndole el caballo por delante. Con su propia lanza atraviesa el cuerpo de Urbina arrancándole un gemido sordo. El griterío es descomunal y la multitud

 

retacea el cadáver exhibiendo pedazos de intestinos en la punta de los rejones. El puente de Allpachaca se estremece bajo el ruido ensordecedor de los pututos que silban cantos fúnebres en la noche.

 Agosto, 1985

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-----------------------------------------------------------------------------------3. CÓMO CAZAR A LA RAPOSA ------------------------------------------------------------------------------------

a los amigos lancheros de Yarinacocha.

 

  Íbamos a buscar esa tarde a don Cristóbal Crispín surcando la laguna incendiada por el sol de las seis. Me habían hablado de su experiencia vasta en andanzas por el monte virgen, de sus historias increíbles pero reales. ---¡Mira! ---me gritó el Boa desde la popa. Sujetaba concolorado fuerza el con una que lacon la otra me señalaba un bufeo quetimón se divertía en lamano estelamientras dejada por hélice. El ruido del motor nos hacía gritar para comunicamos. La noche peleaba el cielo a los celajes enormes que enrojecían la planicie selvática. El bufeo nos toleró unos cuantos metros más y ya no volvimos a ver relucir su brillante lomo en los surcos acuáticos.  Viramos hacia la orilla apagando el motor y dejando que nos condujera el impulso hacia el rancho donde empezaban a prender lamparines de kerosene. Una vez que atracamos en la orilla, el Boa amarró las sogas al palenque húmedo y subimos por el camino que amenazaba ser cubierto por una baja vegetación ribereña. Ya los insectos nocturnos competían en ruidos con los batracios cantores que llamaban a la lluvia. ---Ahora lo vas a conocer al viejo. ¡Se pasa mi suegro! ---me dijo orgulloso el Boa cantando mientras trepábanos. Me había advertido que requería ser tratado con respeto. Nos acarició un olor a pan recién sacado del horno. Silbamos fuerte para que supieran que nos acercábamos. ---¡Hola hijo! En buena hora. ---Don Cristóbal. Aquí le traigo un invitado pal' lonche. ---¡En buena hora, en buena hora! El apretón hízome sentir los callos que cubrían su palma. ---¿Y qué dice, pues, la maldita boa? ---palmeó al yerno. ---Ahí pues. Teresa dice que la disculpe porque no lo ha venido a ver. ---Así son las hijas, carajo, cuando nos las roba el marido. ---sonrió---. Ese maldita boa, carajo. ---volvió a sonar sus espaldas. Lucía como un suegro afectuoso y pronto lo confirmaría al saber que otro yerno habitaba con otra de sus hijas bajo su techo. El Boa preguntó por su cuñado. ---¿Y qués del Agustín, don Cristóbal?

 

  ---Se ha ido el sirvengüenza llevando turistas a Cashibococha. Les va a hacer creer que están en África a los gringos, el muy pen... denciero. Me presentaron a Ofelia, que no era tan delgada ni tan alta como la mujer del Boa. Ella se apresuró en colocar dos tazas más en la rudimentaria mesa cuya madera estaba desgastada por el uso. Dos nietas de don Cristóbal Crispín me observaron y corrieron avergonzadas. iríanEl lamparín ganándole espacio arespiraba la vergüenza y se incorporarían poco a poco aLuego la mesa. de kerosene colgado sobre nuestras cabezas, resistiendo la arremetida de una pléyade de insectos que se estrellaban despavoridos contra su cobertura transparente. ---¡Asiento, asiento, jóvenes que ya no van a crecer! ---bromeó dejándose caer sobre un sillón liso de madera. Todos lo secundamos. Hubiera querido arrojarme sobre la canastilla de fragantes panecillos que Cristina traía entre las manos. Ambas nietas se sirvieron primero, sin que ello molestara al patriarca que las contemplaba orgulloso, apoyando los codos en los brazos del sillón. Pensé por un instante en el valor que le da la gente sencilla a sus únicos muebles, incapaces de cuestionar su incomodidad. En cambio los capitalinos, que todo lo poseen, hubieran preferido un cajón para sentarse antes que en ese incómodo sillón. ---¿En qué piensa el amigo? ---me sorprendió divagando. ---En cosas que se cuentan de usted ---supe esquivarlo y abreviar así un diálogo que de otra forma habría sido prolongado. Sonrió con su dentadura manchada por el tabaco. ---Cuídese de los mentirosos, joven. Por aquí abundan. ---Me han contado, por ejemplo, que usted ha sido cazador de otorongos. ---¡Aaaah! Ya le fueron con el cuento del tigre, oiga usted. Pero no me gusta mucho hablar de tigres, porque le tengo respeto al animalito ese. Si lo he cazado, es por necesidá nomás. ---¿Comerciante de pieles? ---pregunté. ---Nunca, joven. Esa es pa' mí una tarea despreciable. Tampoco tenía necesidá. Lo que sí, lo he matado para que no se lleve al ganado, pa' que no me mate. Sólo así. En fin, cada uno con su creencia. Los chunchos le tienen respeto al venado, pero yo se lo tengo al otorongo.

 

  En las miradas que asomaban sobre las tazas se percibía espectativa por las palabras del viejo. Les agradaban sus historias según podía intuir. Las niñas se inquietaban en sus asientos intercambiando miradas ante la proximidad de un nuevo relato o quizás de uno antiguo y repetido, pero igual de fascinante. ---¿Qué edad me echa usted, amigo? ---Supongo que sesenta o sesenticinco. ---respondí. El Boa mostró su nacarada dentadura bajo los bigotes lacios en una sonora carcajada. Las niñas también celebraron y Ofelia sonrió respetuosamente. ---Tengo setentiocho, oiga usted ---me lo dijo ladeando el rostro bajo el lamparín jadeante. En la mesa caían los primeros insectos derrotados. ---Y hasta ahora puede cruzar a nado pal otro extremo. ---aseguró el Boa. Quise dudarlo, pero la evidencia de un organismo aún fuerte me lo impedía. Sus manos eran demasiado grandes y los antebrazos venosos se veían fortalecidos por un intenso trabajo físico. Los pies descalzos sobre el entablado también eran grandes. ---Así es amigo. El hombre tiene que tener todo grande. ---se había percatado del rápido examen visual--- Mano grande, pie grande, todo grande. ---¿Todo grande? ---preguntó con malicia el yerno. ---¡Todo grande! ---confirmó el suegro guiñandonos un ojo. Todos reímos. ---Pero eso sí, nunca me he entregado al trago, ni a la cervecita ni al chuchuhuasito. Sólo al trabajo, oiga. Y a otras cosas que no le hacen daño a nadies.  Ya no quedaba en la canastilla sino un vago recuerdo de migajas. Comprendí que la conversación más iba dirigida hacia mi persona, antes que al general de los presentes. Era el invitado. ---¿Y qué dice el Boa? ---se dirigió al hijo h ijo político. ---Ahí, pues, don Cristo. Que me están palabreando pa' coger una tierra en Palcazú. ---¡Ah! Eso sí que está bueno. Ahí te vas a hacer hombre. En lugar de estar transportando gringuitos en bote. El Boa sonreía cabizbajo ante la mirada del anciano.

 

  ---Ahí laTeresita va a llorar cuando vea tu mano sin pellejo de tanto machetear. ¡Carajo! Yo he sido colono toda mi vida. Ahora hay motosierra, generador, carretera.  Antes no había nada, ni calaminas. ---¿Usted es fundador de estos lugares? ---pregunté. ---pr egunté. ---Hemos fundado más de una docena de caseríos de los cuales sólo queda este puerto ruinoso que, si no fuera por los turistas, ya hubiera desaparecido también. Aquí llegamos a vivir cuatro familias cuando no había nada más que unos cuantos chunchos. Hubo que cruzar por aguajales pa' poder llegar. ¡Carajo! ---suspiró. ---¿Y la carretera? ---¡Qué carretera ni carretera! Yo le voy a decir que para abrir la trocha, que luego fue camino y después la convirtieron en carretera de cascajo, nadie quería ser voluntario. ¡Si había que meterse con el agua hasta el pecho pa' machetear! Y ahí estaba la boa, el lagarto, la shushupe, el jergón. A lo menos se le introducía por el ano el canero o le picaba algún otro bicho. Ofelia retiraba las tazas de fierro enlozado y sus hijas le ayudaban con la canastilla y las migajas que habían quedado esparcidas sobre la mesa. Desde la laguna durmiente nos llegaba el sonido de una piragua a motor que iba muy despacio. ---¿Cómo encontraron la ruta? ---susurró el Boa masticando la punta de sus bigotes. ---No fuimos nosotros solos. Déjame recordar. ¿Cómo se llamaba este indio cashibo, caramba? ¡Ah sí! Ricardo Ortiz, que le decían "Bolivar", fue el verdadero descubridor del camino que conduce hasta Pucallpa. A él deberían hacerle un monumento o una calle. y no tanto a Federico Basadre. Recuerdo que él nos preparaba unas hierbas que las masticaba y nos las frotaba por todo el cuerpo y los pies. Eran pa' que la boa y el lagarto nos dejaran pasar por el aguajal. Así, si pisábamos a la boa o la rozábamos, ella se hacía a un ladito nomás, sin fastidiar. Pasamos a la salita en donde habían unos muebles viejos pero más cómodos que los del pequeño comedor. En una estantería se agolpaban elementales textos escolares junto con algunos de veterinaria práctica. En el estante más bajo envejecía una anacrónica colección de "Selecciones"' de los años cincuenta. En la llanura amazónica ello constituía un tesoro cultural. Don Cristóbal se introdujo a las habitaciones interiores para luego salir con un atado de mapachos y una caja de fósforos. La lámpara de kerosene había quedado en

 

poder de Ofelia para que realizara tareas domésticas, y a nosotros nos alumbraba un mechero rudimentario hecho con el pedazo de una soguilla. Las nietas se arrellenaron en un sillón a punto de desarmarse. Les interesaba seguir oyendo al abuelo, transportándose a los escenarios de sus narraciones traídas de lugares o épocas inaccesibles para una mujer. ---Toda la selva no es igual. ---prosiguió---. La selva alta es diferente a estos aguajales; y la llanura virgen también es otra cosa. Allá hay animalitos que nuay acá. Ustedes no conocen a la raposa, por ejemplo. ---Algo he escuchado hablar. ---respondí. ---Creo que es como el zorro, ¿no? ---precisó el Boa. ---Pero ñato y más pequeño. Ya nuay por acá. Eso se encuentra donde hay selva muy tupida, por la montaña alta también. Es un animalito muy jodido, oiga usted. Roba gallinas, huevos, cecina. ¡Carajo! ¡Qué animalito tan pendejo! Hay veces que le ven por lugares como éste, pero raro. Muy raro. Se escuchaban las risitas como gemidos de las niñas ante las lisuras del anciano. Y es que cuanto más maduro es el hablante, mejor pronuncia las lisuras. ---En esa época que andábamos con los caucheros, nos azotaba de vez en cuando la raposa. Y se llevaba la gallina pa' matarla más allacito nomás. Comía lo que quería y el resto lo dejaba hecho un desperdicio. ¡No había corral seguro! ---Pero con una escopeta se soluciona el problema, don Cristóbal. Quise sugerir lo más lógico. Él me escuchó y luego comenzó a estirar lentamente una mueca de burla. ---¡Qué escopeta le va a valer! ---rió---. Eso no sirve pa' la raposa. Ese animalito es muy rápido y silencioso. Sabe cuando usted lo tiene apuntando y corre cruzado pa' que falle la puntería. Conociendo que hay escopeta en una casa, no vuelve. Y si regresa, se asegura de que estén durmiendo. El Boa escuchaba silencioso con los brazos cruzados y las niñas se abstenían de hacer la más mínima manifestación. Adentro Ofelia había terminado de lavar las tazas y se dedicaba a poner en remojo la fariña que el cuñado le trajera del puerto. Sólo nos acompañaba el sonido lejano del lamparín de kerosene mientras que la luz insuficiente del mechero jugaba con nuestras sombras. ---¿Y cómo la cazan entonces, don Cristo? ---preguntó el Boa.

 

  ---Ahí está el secreto, pué. ---calló el viejo, como queriéndonos dejar con la historia inconclusa. ---Ya pues, abuelo. Cuenta. ---canturreó una de las niñas. ---Cuenta, cuenta, abuelito. ---secundó la otra. Una corriente fresca espantó a la ola de calor que nos azotaba desde la tarde. En medio del silencio espectante, don Cristóbal Crispín sonreía a sus oyentes. ---Ese bicho sólo se puede cazar con aguardiente. ---¿Cómo dice? ---Con aguardiente, pues joven. Se colocan varios platos con el aguardiente por los rincones de la propiedad. Luego, la raposa la huele desde lejos y viene corriendo a tomarla. Porque es alcohólico el animalito ese. Fíjese usted. Y uno escucha sus gritos y revolcadas de borracho en la noche. ¡Así como los ebrios cuando se les da por cantar! Hicieron falta algunos segundos para que retumbara en las calaminas la risotada amplia y voraz del Boa. Y las risas asmáticas de las niñas que el abuelo disfrutaba como resultado feliz del relato. ---Es lo único que me faltaba oir ---dije cuando acabé de sosegar mi carcajada. ---¿No me cree? ¡Jajay, carajo! Haga usted la prueba y verá que no es broma. Nadies le dará solución para ese azote de corrales. Ni escopeta, ni trampa, ni veneno. Una vez que está borracha, puede usted recién dispararle. Continuamos riéndonos con el Boa. La madre llamó a las niñas para acostarlas, aprovechando la finalización del relato. No sin cierta rebeldía infantil, obedecieron. ---Bueno jóvenes. pa' hoy ya he hablado demasiado. Me van a disculpar porque los que nos levantamos temprano, nos acostamos temprano. Si decide quedarse, que ahí lo acomode el maldita Boa, ques' como dueño de casa. Está en su hogar, amigo. --me dijo a modo de despedida. Una vez que se hubo retirado con paso calmo el narrador, salimos al palenque de la orilla a verificar el amarre del cual dependía la seguridad de la única riqueza del Boa: su canoa a motor. La noche nos brindó su orquestado concierto de alimañas y la frescura de una ventisca que apenas inmutaba a la tupida vegetación.

 

  Pasado el tiempo y con la distancia de por medio, recibí una carta escrita en tinta roja y con notables faltas ortográficas del puño y letra del Boa. Había tardado en ponerla al correo por la distancia que separa a Palcazú del caserío "Nuevo Trujillo", donde hay servicio postal. Me alegró saber que se había hecho colono y que ya vendía su primera madera. Pero no era ese el objeto de la carta que tardara kilómetros y meses en llegar, sino decirme: "la pura verdad, hermanito, la raposa se caza con aguardiente". Palabra de colono que no pude discutir.

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-----------------------------------------------------------------------------------4. CARA MUJER ------------------------------------------------------------------------------------

La conoció una tarde soleada en la avenida Argentina, cuando él salía de trabajar. Le gustó de primera impresión. El también le gustó. Se acercó cauteloso y preguntó su nombre. Con las manos en los bolsillos, porque no sabía dónde ponerlas, miraba a la hembra tratando de imaginar cómo enamorarla. ---Sofía ---respondió acomodándose el pelo.

 

  Y ya no supo qué decirle. "Tanta puta, que ya ni sé hablarle a una hembra de su casa", pensó. Era mocosa. Sus sayonaras rojas y su faldita celeste. Ella intuyó su timidez, su apocamiento, quizás porque era la primera vez que no lo mandaban a rodar al preguntar el nombre de una transeúnte. transeú nte. Lo ayudó. ---¿Y tú? ¿Cómo te llamas? ---volvió a acomodarse el mechón lacio que le caía sobre la frente. Era una actitud para darse valor, para justificarse de alguna forma. ---Raúl ---mintió. Conversaron buen rato caminando hacia el paradero. Cuando una pareja se conoce y no saben de qué hablar, las tonterías son lo mejor. A pesar de que ambos sepan que son tonterías. ---¿Vas para el Callao? ---preguntó Raúl. ---No pensaba irme todavía. ¿Y tú? ---Bueno, no tengo apuro. ¿Dónde trabajas? ---Vendo en el kiosko de mi papá. Allá en El Rescate ---mintió señalando vagamente hacia Lima. Nadie le había dicho cómo ni cuando, sólo lo había escuchado entre amigos, pero se le acercó lo suficiente como para darle un beso. Ella lo atrajo tomándolo del cuello y juntaron sus labios. Desde un microbús les gritaron groserías. El se ruborizó, pero ella no les hizo caso. Le volvió a rodear el cuello y tomó la iniciativa. Miles de cosas pasaron por su mente; pensó en los de su grupo del barrio con los que hablaba de cosas sexuales, de burdeles y de tragos. Cómo se pondrían cuando les contara. "Me planeó una costilla", les diría. Y no le creerían. Se morirían de envidia. ---Ven ---le dijo tomándolo de la mano. Y la de faldita celeste con sayonaras rojas lo condujo detrás de uno de los kioskos cerrados por falta de público. En el espacio angosto entre la pared de la fábrica y el tabique de madera del precario local, dieron rienda suelta a sus besos y caricias. Sofía abandonó su última resistencia a las manos de Raúl, como si antes ya se hubieran conocido. La oscuridad les fue ganando y ya no pensaron en irse hasta muy entrada la noche. Extrajo su reloj de uno de los bolsillos y consultó la hora tratando de librarse de la andanada de besos. Los numeritos fosforescentes brillaban en la oscuridad. ---Caracho, son las nueve. ---¿Y eso qué importa? ¿Eres casado acaso?

 

  ---No. No tengo a nadie. ¿Por qué? ---Ah, menos mal. ¿Me buscas mañana? ---¿Así como ahora? ---Sí, pues. No le digas a nadie que me conoces.  Y se despidieron sin hacerse m más ás preguntas. Ella se fue en dirección contraria, trazando con el dedo una línea imaginaria sobre la polvorienta pared de la fábrica. Raúl guardó su reloj en el bolsillo y se dispuso a detener alguno de los microbuses que iban al Callao. No podía creer lo que le había sucedido. Poco le faltó para hacerle el amor. Y sólo eso faltó. Eso que nunca llegarían a hacer a plenitud.  Volvieron a verse al día siguiente y luego al otro día. Y convirtióse en práctica diaria. Salía de la fábrica luego de recibir el potente chorro del caño sobre la cabeza; se peinaba frente a un pedazo de espejo roto y caminaba con su bolso deportivo al lugar de encuentro. Su madre lo regañó la primera vez que apareció a deshora, pero a las siguientes ya no le dijo nada. Los amigos gastaron bromas un tiempo por su repentino alejamiento y por los esquives que hacía a la cerveza. Los de más confianza en el barrio se enteraron de "esa costilla, hermano, que solita me chapó y me planeó y hasta casi me viola, hermano", y de la cual sólo sabía que se llamaba Sofía, porque no le interesaba el resto de la historia. Un día le dijo algo más. ---Soy puta. ---¿Cómo? ---la separó extrañado. ---Te lo digo pa´que no te hagas idea. Soy mocosa, pero más recorrida que tú. Él sonrió y no le dijo nada. Siguieron besándose como otras veces. Le pareció una ventaja y no un defecto. Así las cosas irían más fácil, pensó. ---No quiero hacer contigo lo que hago con otros. ---¿Por qué? ---No lo malogres, pues Raúl. Sólo esto haremos. Sino déjame. Le pareció raro. Pero tuvo que acostumbrarse a exitarse con Sofía y a solucionar sus urgencias en otro lado. Lo que antes le había parecido una aventura, la primera de su vida, se convertiría así en una tortura. Algo funcionaba en su interior

 

aunque no quisiera. La reiteración y la costumbre generaban sentimientos. Preguntó más. ---¿Quién te maneja? ¿Quién te está cafichando? ---Mi papá. Tiene negocio de cerveza, y cuando hay gente con plata los hace quedarse que cierran local.y Allí entro trabajar. Pero ya no hagas preguntas, pues Raúl.hasta A lo mejor se jodeeltodo ya no me avas a querer. ---¿No quieres venir conmigo? ---le dijo después de unos minutos de silencio. ---Te vas a fregar la vida. Eres un chico. Todavía no tienes vainas, eres limpio. ¿O quieres ser caficho? ---preguntó sonriendo con cierta malicia. ---Sal de esa huevada. Y nos casamos, pues. ---Mi cocho te mata. No serías el primero que le sacan la mierda. ---¿Y quién te rompió? ---Mi papá. El mundo se descompuso cuando lo dijo. La abrazó creyendo que iba a llorar, pero no lloró. Estaba tranquila, serena, como si ya estuviera acostumbrada a su realidad. Luego contaría cómo fue, cómo le dolió y de la sangre poquita que manchó su mano. La mamá ya había muerto hace tiempo. Raúl pensó en buscar al padre para liberarla del flagelo. ---Eres un cojudo, Raúl. No podrías, no lo conoces. ---Tú tampoco me conoces. ---murmuró luego de unos instantes. Caminaron un trecho largo junto al muro de la fábrica de vidrios. Contó de sus pocas experiencias en trabajos anteriores, de sus nuevas tareas, de su participación en el sindicato y de los malditos amarillos. El día del paro nacional se trompearon con los que apoyaban a la directiva de los amarillos. Esa misma fecha los destituyeron como dirigentes y la asamblea reunida en la puerta de la fábrica nombró otra directiva donde él estaba. Ella escuchaba con interés, sintiéndose segura cogida de su brazo. Él se sintió admirado. ---No quiero irme a mi casa, Raúl. ---No vayas, pues.

 

 

---¿Y dónde me voy a quedar? No es tan fácil.

---Tengo un amigo que me está ofreciendo un cuartito. Hace tiempo me dijo que podía disponer de él. Está en Playa Pl aya Rímac; es de esteras, pero como yo lo ayudé a conseguir el terreno. Fue una invasión, hace tiempo. lo tomó con ambas manos delQuerían brazo y tomar él tensó biceps. la FaucettSofía muchas cuadras, no las contaron. algún microCaminaron de los quehacia van al aeropuerto y que los llevaría a la ribera del río. ---Te voy a fregar la vida ---dijo tristona. ---Los pobres ya tenemos la vida fregada. Así que no creo que me la friegues más. ---¿Y tu mamá? ¿Qué le vas a decir? ---miraba sus pasos al hablar. ---Ya se enterará a su tiempo. Tengo dos hermanos que son bolicheros, son pescadores. Ganan billete, le dan su pensión a mi viejita. Estará bien. Pasaron los días y las semanas. El cuartito que había servido de depósito, fue convirtiéndose en un espacio habitable. Por las noches hacía frío; ellos se arropaban, pero no hacían el amor. En las mañanas, Sofía se levantaba a sacar agua del barril y preparaba el desayuno. ---¿Por qué tu amigo te dice Vicente? ---preguntó una mañana. mañan a. ---Porque es mi verdadero nombre. No hagas preguntas, chibola. Pero la felicidad incompleta de que gozaban no prometía durar mucho. Raúl iba impacientándose por no hacer el amor con quien era, de alguna forma, su mujer. Un día la golpeó y le desgarró la ropa interior. ---¡Soy tu marido, carajo! ---gritaba amenazándola con la mano abierta. ---Ya Raúl. ¡Ya no me pegues! ---lloraba mientras se cubría de los golpes. La venció. Acabaron haciendo el amor de una forma precaria. Ella, frígida e impasible, mirándolo moverse y agitarse. Él, tratando de disfrutarla. ---No gozaste nada ---habló sudoroso, tendido sobre el catre. ---No puedo gozar. Pero no importa, me gusta que tú por lo menos goces.

 

  Cariñosa, le frotó la espalda cansada. Gozaba de los besos y caricias, pero el acto sexual no hacía sino recordarle las experiencias sufridas a manos del padre. ---Quiero que siempre seas cariñoso, Raúl. Eres el único que me ha encariñado. Raúl recordó, fumando, lo que decía un maestro de obra cuando ambos conversaban borrachos en van unaapachamanca de así Puente Piedra: serlas cojudo. A mis hijas yo sé que se las tirar algún día, que pa' eso. "Voy mejora me tiro yo. antes que otro se las tire. Seré huevón para alimentar culos que otros se han de comer". Él lo contemplaba aferrando su vaso de cerveza, viéndolo desfigurarse, creyendo que fanfarroneaba de borracho. Queriendo creer que era un ebrio más hablando cosas sin sentido. ---¿En qué piensas, Raúl? ---En nada, chola, en nada. Recordaba cosas nomás. ---¿Entonces? ¿No estás amargo conmigo? ---Ya no.

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El fin se iba acercando. Sofía lo presintió cuando se encontró cara a cara con el narizón Meléndez. Estaba comprando en la paradita cuando levantó la vista y lo tuvo cerca de su rostro. Su camisa de estampados huachafos ya desteñidos. Su peluca lacia y las entradas de calvicie. Su pantalón a media cadera y sus zapatos de tacón. Era el mismo. ---Hola chiquilla. ---le sonrió con la dentadura dorada. ---No te conozco, baboso. ---¡Chucha! ¡Qué atrevida la mocosa! ¿Tan buena es tu nueva vida pa´que te pongas tan sobrada? ---la cogió de la muñeca. ---¡Déjame en paz o llamo a un guardia! ---Tu papi está preguntando por ti. Te extraña.

 

  Logró zafarse y se retiró del mercadito a paso acelerado. Comprobó que había comprado lo necesario para un almuerzo. Se lo llevaría a Raúl en un portaviandas, y como otros días, él saldría a comer a la puerta de la fábrica. Luego regresaría a la ribera caminando para ahorrarse un pasaje. No contaba con que el narizón Meléndez la seguía y la esperaría en la calle así demorase horas. ---¿Para quién es ese ycombo? ---oyócon quelalefigura decíadesagradable una voz a sudel costado cuando se dirigía a la fábrica. Volteó se encontró narizón. ---Pues si quieres saberlo, es pa' mi marido. Bórrate mierda. ---¿Qué cosa? ¿No sabes que tu cocho te está esperando pa´que atiendas a los clientes? ¿Qué te has creído, basura? ---intentó lanzarle una bofetada. ---¡Pégame maricón! ¡Pégame nomás pa' que te la veas con un hombre! ---A ver, pues. Vamos pa' conocerlo.  Y la acompañó durante yel temiendo largo trecho groserías queElle narizón recordaban su pasado. Ella iba llorando porhablándole la seguridad de Raúl. era chavetero, lo sabía. ---Carajo. Este huevón me está haciendo caminar. Trae para acá ---le arrebató el portaviandas y lo destapó. ---¡Qué buen menú! Cau-cau y arroz. Así que sabías hacer otra cosa que no sea culear. ---¡Deja eso, asqueroso, que no es para ti! ---gritó en un vano intento de recuperar el portaviandas. Recibió un bofetón e impotente tuvo que contemplarlo engullirse el almuerzo de Raúl, mientras entraban por la avenida Argentina. El marido la esperaba impaciente barruntando que vendría en un micro. Con las manos en los bolsillos del sobretodo y conversando con el guachimán de la puerta, miraba a toda la gente que bajaba de los vehículos de transporte. Nada. Hasta que la vio venir a pie acompañada del desconocido. Tenía los ojos hinchados de tanto llorar. El portaviandas en la mano lucía ligero. Ella al verlo corrió a su lado. ---Raúl, este hombre me ha venido molestando todo el camino. Quiso ponerla a un costado y eso le costó recibir un potente cabezazo en el tabique. Sintió el sabor de la sangre antes de colocarse en guardia. Los ojos

 

lagrimeantes no dejaban ver el desplazamiento del contrincante. Por fin le lanzó una patada en los testículos que no llegó a su destino. El narizón sujetó la pierna con que había pateado y la jaló. Lo lanzó así al suelo propinándole una andanada de patadas en el cuerpo y la cabeza. Sofía lloraba llamando al guachimán y a los otros obreros que almorzaban en el quiosco del frente. Los obreros viejos miraban de lejos, y el custodio decía que no podía abandonar su puesto por líos del personal. Vino corriendo el negro Navarro con su overol lleno de grasa y observó al compañero en dificultades. ---¡Arrástrate mierda! ---gritaba el matón y le volvía a dar un puntapié en las costillas. Navarro se abrió paso entre los mirones. Su descomunal estatura ganó camino empujándolos con la mano abierta. Sujetó al narizón de las solapas de la camisa floreada y lo condujo casi en vilo hasta la acera contraria. Sofía levantó a Raúl llorando, secándole con un pañuelo la sangre de la cara. En la otra vereda había una nueva gresca. El negro Navarro no daba cuartel al narizón. Aquellas manotas que doblaban llaves de acero, se ensañaban con su rostro. es por una puta, huevón! ¡Si es puta! ---gritaba tratando de eludir los golpes ---¡Si sin conseguirlo. ---¡Cállate, cobarde! ¡Cállate! ---no lo dejaba irse. Seguía golpeándolo a pesar de que sus brazos estaban cansados. Brilló algo en la mano de Meléndez y el negro Navarro se distanció con los brazos extendidos. ---Ahora pues, gallinazo, ya estamos parejos. ---se le iba encima pasando la hoja de una mano a otra. La diestra del moreno recibió un tajo en la palma, pero logró asirle la muñeca. Fue la perdición del agresor. La chaveta cayó a un costado. Otros obreros jóvenes, que antes no habían advertido la pelea, se acercaron recogiendo piedras. Empezaron a llover pedradas sobre aquel extraño de camisa floreada. Retrocedía cubriéndose la cara y la cabeza, pero no frenaba la fuerza de tiros tan certeros. ---Ya van a ver conchasusmadres. ¡Voy a venir con toda mi gente! ---fue lo último que dijo antes que un proyectil le cerrara la boca en sangre. Corrió, y corrieron tras él. Seguían lanzándole piedras hasta que desapareció en una barriada. ---¡Estos amarillos no tienen madre! ---gritaba Navarro a los obreros maduros que habían contemplado la agresión al compañero sin intervenir. Tenía un huaipe sujeto en la herida. Los miraba con desprecio temblando de cólera. ---Es su venganza, carajo. ¿Por lo del paro, no? Dejan que a un compañero lo caguen así y no le avisan a nadie, carajo. Tú. ¿por qué no interveniste? ¿Ah? Tibio de

 

mierda. ¡Amarillos, carajo! ---gritaba el moreno con aprobación del resto. Miradas huidizas, cabellos canosos. No sabían qué decir. Se fueron retirando. ---Que venga su papá Cruzado a defenderlos. ¡Apristas de mierda! ---Vociferó Navarro tratando de parar la hemorragia con el huaipe sucio. Volteaban a mirarlo antes de ingresar al centro de trabajo. ---Anda Vicente, vamos pa'l trabajo. Buscaremos a ese delincuente. ---lo levantaron y condujeron hacia la fábrica. Su mujer esperaría hasta que el pito de las cuatro y treinta sonara. Sentada en la puerta, soportaría la mirada indiscreta del guachimán mientras una ligera garúa humedecía su figura.

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---Si no me la traes, ñato, se acabó la plata. Te pago bien, dices que eres maleado, sin embargo te sacan la mierda y vienes sin la paloma. ¿No? ---No, don Percy. Me han agarrado en mancha toda la indiada. Si ha sido un negrazo el que me ha dado. Pero al otro, yo le. ---¡Nada, carajo! No me venga a mí con cuentos. ¿Por qué no sacaste brillo, pué? ¿Ah? ¿Qué pasó? ---Conozco la choza, don Percy. Apenas me recupere, voy. ---Tú sabes: un culo, es un culo. Es dinero que estoy perdiendo, ---se rascó la cabeza grasosa y buscó la botella de ron para servirse un vaso más. Sonrió.

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---Te dije que te iba a joder la vida, Raúl. Mejor acabamos con esto.

 

  Decía llorando esa noche Sofía a su marido, mientras trataba de bajarle la hinchazón del ojo con una pomada. El tabique lo tenía desviado y una fosa nasal estaba obstruida por la sangre seca. ---¿Quieres regresar? ---Prefiero. Aquí ni buena soy como mujer. ---Soy terco, chola. La próxima no me agarran desprevenido. ---No quiero que haiga próxima. Ese desgraciado usa chaira. Trabaja para mi papá. ---Sólo me ha madrugado. Ya no va a suceder. Ese fin de semana tuvieron una reunión con la nueva directiva del sindicato. Navarro, como secretario de defensa, planteó que se observara la agresión que había sufrido un compañero. Vicente estaba con el rostro lleno de heridas mirando la asamblea. A la salida le propusieron tomar cervezas. ---Vamos socio, acá nomas donde la China. ---Sólo un par, por favor. ---¡Ya, ya! ¡No te hagas el difícil! Estuvieron libando hasta altas horas de la noche. Había dejado a Sofía en casa de una de las vecinas de la ribera. Cuando el licor ya hacía efectos en sus reflejos, más no en su conciencia, Príncipe, el secretario de organización, se le acercó. Pasó el brazo por detrás de la nuca del compañero y conversó con él en voz baja. ---Los pobres tenemos derecho a defendernos, hermano. ---¿De qué hablas? ---Sabemos lo de tu mujer. No me expliques. Nada más quiero que sepas que estamos contigo para todo lo que se presente. Si ese huevón quiere buscarte, respondemos. En un sindicato, meterse con uno es meterse con todos. ---Es un lumpen peligroso. ---Y esa gente es mierda. Cualquier día la patronal les baja billete, y te meten cuchillo por no negociar una huelga. Salud. ---vació su vaso.

 

  ---¿Qué puedo hacer? Ese compadre me agarrará con su mancha en cualquier momento. Y ustedes no van a estar cuidándome todo el tiempo. Mi mujer me ha dicho que sabe dónde vivimos. ---Entonces hay que adelantarnos. Creo que tenemos algunos camaradas en El Rescate. ¿A quién tenemos en El Rescate, gringo? ---preguntó a Navarro. Nav arro. ---Varios. Hay gente nuestra. ---respondió. ---Prefiero arreglármelas solo. Tengo dos hermanos que son bolicheros, maleadazos también. Hace tiempo que no los busco. De todos modos, gracias por el apoyo. ---dijo retirándose entre las protestas de sus compañeros.

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---¿Dónde está mi hijita, carajo? Todo por culpa tuya, narizón de miércoles. ---Le quedan dos, patrón. ---¡Cállate la boca, huelecacas! Todavía tienes. ---Voy a traérsela don Percy, pero creo que merezco un trato mejor. Pórtese bien. ---Trae acá el culito y tendrás de nuevo tu ganancia diaria. Sonreía su rostro moreno, achinado, obeso. Se burlaba de los cardenales que adornaban la cara de Meléndez. ---Sus hijas, don Percy. Sus hijas son. ---Mis hijas, cabrón, valen billete. Más de lo que tú vales. Serás chavetero, mechador, ratero. Pero si yo quiero, carajo, te chumbeo. ¡Te agujereo, carajo! ---se levantó el gordo dando un manotazo sobre la mesa, haciendo temblar la botella y los vasos. ---Ya está zampado, don Percy. ---Meléndez ve con temor la mano rechoncha sobre la cacha del revólver. De pronto el dueño del precario lugar se derrumba en la silla llorando, gimiendo sobre su brazo que le sirve de almohada en la mesa.

 

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Esalejanas. noche El durmió el techo de esteras podía observar estrellas ruido poco. de losEntre aviones lo molestaba retumbándole en la algunas cabeza adolorida. Había soñado un recuerdo nítido de adolescencia. Vio a su hermano mayor cuando vino de su larga estadía en Chimbote. Regresaba tatuado como una culebra, con el rostro y el cuello morenos por el sol, y algunos cortes en el cuerpo. ---Para ser bolichero, hay que ser muy bravo, Vicente ---le decía. Anclas y sirenas adornaban todos sus espacios y en el antebrazo izquierdo lucía algunos cortes deformes. ---Coge tu chaira con la izquierda pa' que no te jodan la diestra. Con la otra agarra tu casaca y envuélvetela en el brazo. Con esa te cubres de los cortes. Y muévete, chiquío. de moverte. ---enseñaba su técnica, mientras él lo contemplaba absortoNodedejes admiración. Despertó. Sofía quiso tranquilizarlo acariciándole la cabeza para que siguiera durmiendo. La rechazó y se levantó poniéndose los pantalones. Los numeritos fosforescentes del reloj daban las cuatro de la mañana. Púsose la camisa y sacó una caja de leche que servía de baúl. Buscó entre las pocas y desordenadas cosas que almacenaban allí ambos. ambos . Encontró por fin aquel pedazo de sierra grande, dos dedos de ancho, de un largo de veinte centímetros. El ingeniero requintó a veinte madres cuando él partió la sierra. ---¡Ya jodiste la sierra, bestia! ¿Por qué no te fijas lo que haces? ---gritó levantando los brazos. ---No me di cuenta, ingeniero. ---qué gran pendejo, te guardaste la sierra partida en el bolsillo del overol. Sacó agua del barril metálico y preparó café con las últimas cucharadas de un tarro casi vacío. Su mujer no quiso hacer preguntas cuando lo vio salir más temprano que de costumbre. Iba hacia el taller del viejito que abría desde las cinco de la madrugada. Allí hacían de todo, desde parchar llantas hasta componer una lavadora.  Atendía un italiano de setenta abriles que cuando lo vio llegar, saludó cortesmente. ---¿Qué desea, joven? ---Quiero pedirle prestado su esmeril, tío. pa' afilar mi cuchillo, nomás.

 

  ---Ahí está el esmeril ---indicó con ademán de desgano. Siguió con su trabajo sobre una mesa de torno sucia y recargada de fierros más viejos que él. La única bombilla alumbraba débilmente la maltrecha factoría. ---Ay muchachos, muchachos. ---suspiró--- Siempre metiéndose en cojudeces. ---¿Qué pasa tío? ---dejó de esmerilar. ---No me digas que es para la fruta. Pero cada quien con lo suyo. Yo no hago preguntas. Trae para acá eso. Te voy a enseñar ---y diciendo, se puso a afilar dándole el angulo perfecto para que la piedra del esmeril formase el filo deseado. ---Gracias, tío. ---creyó que estaba terminado. ---Espérese, carajo. Yo también he sido joven. Sacó otra piedra de asentar filos que descansaba sobre un rectángulo de madera. Minutos con aquella hoja. después le entregó la sierra transformada en arma. Podía afeitarse ---Ojalá no sea para tu mal. No me debes nada. Cojudos, carajo. ---continuó con sus labores. El día transcurrió sin novedad. Casi vuela una caldera por falta de petróleo o de enfriamiento; no supo bien, porque son cosas del ingeniero. Estaba nervioso a la hora que tocó el pito de refrigerio. Su mujer vino de manera normal trayendo el portaviandas y le acompañó a almorzar como otros días. A la salida él trató de no conversar con nadie. No quería que lo acompañaran. Caminó hasta la Faucett y avanzó a paso lento hacia el puente de Reynoso. Presentía el peligro acechando a la vuelta de cualquier esquina. El camino lo hizo tranquilo, sin inconvenientes. Con el pelo húmedo, llevaba su maletín deportivo conteniendo el overol, toalla y jabón. La chaveta iba en el bolsillo trasero del pantalón. Miró el avión pasar por encima de las casas y suspiró imaginando que podía escapar en él de su realidad. Cruzó el puente y luego la pampa. Allí estaba la casa de esteras y barro junto con otras similares. Y más allá, la silueta siniestra que tanto esperaba encontrar en algún recodo del camino. El narizón Meléndez esperaba impaciente, cambiando de pose con los brazos cruzados. Parecía interminable el camino entre los dos. Las rodillas le temblaron, pero logró controlarlas. ---Vengo a llevarme a la hijita de papá. ---dijo cachoso, palmeándose el pecho.

 

 

---¿Y si no quiero? ---Te saco tus tripas al sol. Facilito nomá. ---¿Sí? ¡Qué miedo!

---No estoy jugando, baboso. Así que mejor no te hagas problemas. La chaveta descansaba en un huaipe limpio en el bolsillo trasero, pero parecía tan lejana de sus manos que por un momento creyóse incapaz de tocarla. Recordaba con dificultad la imagen de su hermano. No podía aferrarse a ella: se le evaporaba en una confusión de nervios. ---Ta' bien, pues. ---atinó a decir. ---¿No vas a joder entonces? ---descruzó los brazos y avanzó---. Así es mejor, cholo. Por las puras te pones difícil. ---No te confundas, no es tan fácil. ---¿Qué? ¿Quieres problemas? ¿Ah? ¿Quieres problemas? Echó mano de su chaveta en la parte delantera del pantalón a media cadera. Su peluca lacia caía sobre los hombros; las campanas del pantalón y su nariz se sacudieron en una finta agresiva. ---Que sea mano a mano ---se escuchó decir Vicente desde algún lugar de su miedo. ---¡Mano a mano! ---lo remedó afeminando la voz---.. Huevón. Ni siquiera tienes padrinos. Mejor arráncate de aquí y no te la juegues. ---No necesito padrinos. Es entre tú y yo. Sofía contemplaba el intercambio de palabras con la boca temblorosa y los ojos rojos del llanto reprimido. Los transeúntes y los chiquillos de la pampa no habían advertido nada aún. Brilló la hoja del narizón. La mano por delante haciendo fintas y los pies cambiando pasos como los de un boxeador. Raúl sacó el pedazo de sierra afilado por mano experta. No tenía nada para cubrirse. Sofía le tiró una toalla húmeda que colgaba del cordel. Se abrió dos pasos y la enrolló toscamente en el brazo izquierdo.

 

  ---¡Entra pues cabrón! ---le gritó el narizón abriendo la guardia, invitándolo a lanzarse en una estocada. No hizo caso de la provocación. Siguió moviéndose en círculo alrededor de su contrario. La gente empezó a llegar. Primero los chiquillos, luego los mayores, se amontonaban a una distancia prudente para observar el duelo. Meléndez decidió romper ese círculo danzante que se dibujaba en torno a él. Se lanzó en una combinación de estocadas. Raúl sangró por una herida abierta a todo lo largo de la frente. Había bloqueado una mayor a la altura del abdómen. Recibió otra en el hombro y volvió a bloquear con el brazo envuelto en la toalla una estocada al vientre. Un nuevo corte a lo largo del brazo lo hizo sangrar. La gente, antes impasible, comenzaba a gritar para detener el reguero de sangre. ---¡Hay que llamar a la policía! ---¡Pa´su diablo! ¡Cómo sangra! Dos vecinas aferraban a Sofía para que no intervenga. La gente pedía que lo dejara en paz. Pero el narizón Meléndez estaba cegado por la cólera. ---Vas a morir, mierda. ¡Sal de en medio pa´llevarme a la puta! ---gritó con la boca llena de saliva. Raúl cae sobre una rodilla. Meléndez retrocede para hablar. ---Nadie se meta, carajo. Nadie, o lo corto. ---enseñaba ---ens eñaba el metal a los curiosos. ---Déjelo a ese pobre hombre, si ya ha caído ---le dijo un viejo. ---¡Déjalo ya! ¡Abusivo, desgraciado! ---gritó una señora vecina de Sofía. ---¿Quién lo va a defender? ¿ah? ¿Quién? Que se me ponga delante. ¿nadie?  Vociferaba el delincuente mientras Raúl lucía derrotado tratando de incorporarse sin conseguirlo. Caído sobre la rodilla izquierda, se desangraba. La camisa era una mancha compacta de sangre fresca, al igual que la toalla. A Sofía la habían conducido a una bodega para que no se arriesgara. ---Ahora le voy a dar vuelta. ¡Yo! ---se golpeaba el pecho---. Párate imbécil. Muere como hombre por lo menos. ---se acercaba al caído. Lo rodeaba a distancia volteando a mirar a la gente. ---¡Llamen a la policía! ---gritaba una anciana tapándose el rostro. ---¿Dónde hay policía? ¡Busquen! ---pedían las señoras.

 

  Raúl aprieta un puño bajo su pantorrilla, mientras que con el otro le enseña la chaveta al enemigo. Hace el intento de incorporarse y le lanza un puñado de tierra muerta a los ojos. Era su oportunidad. Meléndez retrocede con las manos en la cara; luego, blandiendo la hoja ataca ciegamente. Recibe uno, dos, tres estoques en la parte abdominal. Un último giro de Raúl le pasa a todo lo largo del abdómen. Fue suficiente para quea los intestinos un colgajo Meléndez empieza morir. Trata deasomaran sujetarse sangrantes el estómago,como pero sus interioresgrotesco. se desbordan. ---Mis tripas, carajo. ¡Hijo e' puta! Por un culo. ---cae. ---Llamen taxi. ---mandan chiquillos hacia la Faucett. Un mulato viejo se hace cargo del sobreviviente. El resto de la gente opta por no ayudar y miran el desarrollo de los hechos. El hombre de color lo carga sin importarle mancharse de sangre. Llega una carcocha por la pista de tierra. ---¡Me va a ensuciar el asiento! ---protesta el chofer. ---¡Ayuda a tu prójimo, miserable! ---le grita una mujer obesa. ---¡Piedra, piedra! ¡Piedra con él si no ayuda! ---cogen los chiquillos guijarros amenazando al taxi. Suben al herido en el asiento trasero y adelante sube Sofía con el moreno. ---Al hospital San Juan de Dios ---indica. Un avión se eleva sobre el distrito de La Legua surcando el atardecer, mientras que el auto antiguo toma su rumbo por la pista de tierra hacia la avenida. Raúl suspira tembloroso. Siente frío. Sonríe a la vida tratando de aferrarse a un mundo que comienza a darle vueltas antes de desmayarse. ---¿Por qué está así? ---pregunta el guardia del hospital. ---Lo han asaltado. Entre varios lo han asaltado. ---responde el negro canoso. ---¿Nombre? ---pregunta otro que tiene el registro en la mano. ---Raúl ---murmura Sofía. ---Vicente. Vicente Rojas. ---corrige el acompañante mirándola serio. ---¿Es su esposa? ---la encara el guardia.

 

 

---Es su vecina. Está nerviosa. ---responde por ella el moreno.

 Y él recordaría como la cono conoció. ció. "Todo empezó como pendejada", se diría. "Me planeó una costilla, hermano", le contaría a los amigos. "Me chapó, hermano, hasta me sacó plan para el día siguiente. Chiquilla nomás, mano". No quiero irme a mi casa, Raúl. Y tú le dirías: Tengo un cuartito en Playa Rímac. "Nadie sabe quién mató al narizón Meléndez. Nadie sabe dónde se fue su  jerma, señor. Yo hago esto porque a mí también me ayudaron alguna vez. Pero ella dijo que pueden aparecer nuevos narizones Meléndez. Y por eso se fue a casa de su papá, creo señor".

Diciembre, 1984

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-----------------------------------------------------------------------------------5. ESCARMIENTO ------------------------------------------------------------------------------------

 A Russell Wensjoe y Julio César Mezich

 

 

"Parece a la mujer El le faltaseenelverdad sentidoque de la justicia. fallo de la mujer peca de debilidad o peca de dureza. La mujer es demasiado indulgente o demasiado severa.  Y, generalmente, tiene como el gato, una traviesa inclinación por la crueldad. " (J. C. Mariátegui; Cartas de Italia, p. 181)

Normalmente la cueva era cálida por las fogatas que prendían en su interior con algunos troncos secos que recogían a lo largo de las jornadas. Pero esa noche el frío no dejaba dormir a nadie, y a los centinelas les era indiferente ser relevados o no. A César una vez le contaron que el frío realmente comienza cuando uno se da cuenta que ninguna vestimenta es capaz de combatirlo. Y esa noche sintió que su poncho era un estorbo inútil, que le daba lo mismo tener puesta o no su casaca de cuero gastada por el uso. Pedro insistía en sacar la última gota de zumo amargo a su bola de coca, porque sabía que después del escupitajo final no tendría nada para el carrillo. Demetrio andaba como una fiera enjaulada tratando de espantar el hielo, caminando sobre sus pasos y haciendo flexiones para desentumecer piernas agarrotadas en cuatro horas de guardia. El frío y el hambre eran una mala las combinación que cada uno tenía que combatir por cuenta propia en las últimas horas que le quedaban a la noche. ---¡Carajo! ---balbuceó Demetrio con la boca temblorosa. ---Peor sería si estuvieras tú de guardia ---respondió Pedro señalando la salida de la cueva. ---Peor sería, pues. ---Traten de dormir pensando en otra cosa ---dijo César sin reparar que había dicho una burrada.

 

  Lo peor era dormir. La muerte por congelamiento comenzaba con un sueño agradable, alucinante y maravilloso. Cuya vino casi corriendo. Resoplaba a través del pasamontañas y traía al descubierto su arma. ---Abriga esa arma, Cuya. ¿Cómo la traes así? ---habló fuerte Pedro. ---Ya casi amanece, comandante. Cogió una bufanda y envolvió la metralleta como si fuera un niño. La depositó  junto a unos bultos sobre los cuales pensaba dormir aunque sea diez minutos. min utos. Quitóse el pasamontañas. ---No te duermas, Cuya. Pásale la voz a Julio de que ya nos vamos. El resto revisan su arma y se preparan para ir a Chucay. Julio era duro. Podía soportar días sin dormir una hora y en la comida mostraba igual austeridad que en el sueño. Por eso los observaba sonriente, como burlándose, desde la entrada de la caverna. Los dientes incompletos bajo el sombrero esmirriado hacían más expresiva su sonrisa burlona. ---Lo que pasa es que Julio es hijo de brujo. Por eso es que no le hace nada el frío. ---Pastor de puna, pues. No niñito de universidá. ---respondió sin dejar de sonreír. ---Déjense de joder, carajo. Aquí nadie es mejor que nadie. Violento tenemos que salir para Chucay. Apúrense ---zanjó Pedro como otras veces que había impuesto su autoridad en líos menores. bultos en la espalda y las variopintas en la mano, columna empezóCon el los descenso hacia el camino de armas herradura, casi invisible, que larecibía los primeros resplandores del amanecer. Avanzaban con paso corto y medido para no rodar. Los cactos parecían personas desgarbadas que elevaban sus brazos al sol naciente. ---Chispas. ---susurró César al perder el equilibrio, vencido por el peso de la mochila y de la rudimentaria escopeta que cargaba. Julio lo aferró de un brazo evitando una tragedia. Rodaron algunas piedras. ---Felizmente la represión anda lejos. De sinó, el descuido de este compañero nos costaría el pescuezo. ---habló el comandante. ---Guagua, guagüito ---se burló Julio soltándole el brazo.

 

  ---Ya te quiero ver, carajo, en Lima. Ahí seguro yo te voy a sujetar. ---En esta nueva sociedad no hay diferencias. Mejor acaben su pleito. Pero para otra vez ya no lo agarres, Julio. Juli o. A ver si aprende a andar en los cerros ---habló Pedro. Llegaron a ver Chucay despuésendeuncasi tres horas de mal y la gente lucía flores en el sombrero ambiente de feria. Lacamino. columnaEra no domingo fue vista por nadie, excepto por un gavilán que sobrevolaba la pequeña plazuela de techos rojos. Las casitas eran un atentado mayúsculo contra la simetría y podía notarse que sus constructores no usaron la plomada ni el nivel. Era sólo un caserío en medio de lomas verdes. Cuya había sido obrero de construcción y notaba a lo lejos las imperfecciones de las paredes y los techos. ---Carajo. ¿Quién sería su maestro de obra? Habría que darle vuelta a ese bestia. La columna se introdujo por unos escasos montes ribereños que rodeaban la carreteratorcazas de ripio.salieron Las hojas humedecidas por elveloz rocíoyempaparon ropasadvertidos al pasar.  Algunas espantadas en vuelo desde lejossus fueron por unos niños que jugaban en el fango. ---Atatau, esos changos van a alertar ahora. ---se alarmó Julio. ---Déjalos, pues. Mejor es que sepan ---dijo el comandante. En Chucay ya se había corrido la voz de que los compañeros andaban cerca, pero la gente se espantó cuando supieron que los tenían a las puertas del pueblo. Los que no tenían que temer, aguardaron en posición solemne en la plazuela. Otros recogían sus bultos para huir, aunque no sabían hacia dónde. La columna entró con los rostros cubiertos pasamontañas de colores y sólo Pedro exhibía metralleta vista y paciencia de por la gente. Los hombres con sombrero negro y lassumujeres cona sombreros lúcumas y blancos, lo vieron tomar posesión de uno de los poyos de piedra a modo de tribuna. El resto se distribuyó en las esquinas. Habló en quechua. ---Compañeros. No hay por qué tenernos miedo, porque no venimos a matar a la gente por las puras, ni a robar. Somos del pueblo como ustedes y sufrimos la pobreza igual que ustedes. Nuestra lucha armada arde victoriosa contra los que nos oprimen. Nosotros no castigamos más que a los soplones y traidores, compañeros. Sólo queremos recibir de su bondad algunos alimentos para continuar nuestro camino haciendo la revolución, haciendo la guerra popular del campo a la ciudad, compañeros.

 

  Esgrimía el dedo en alto y con la zurda sujetaba firmemente su arma. De pronto Demetrio se acercó al orador y le entregó un papelito alcanzado por mano misteriosa. El pedazo decía concisamente: "Ejecutar a Rosa Escudero por colaborar con los sinchis". Y firmaba "Nancy", el nombre que significaba órdenes indiscutibles en la zona. El público esperaba pacientemente que el encapuchado terminase de leer para que siga hablando. El sol de las once no permitía elevar la vista al cielo. ---Pero, compañeros, los soplones se venden a quienes matan a su hijos y violan a sus hijas. Y aquí, compañeros, tenemos el nombre de uno de esos demonios. La justicia del pueblo no se hace esperar, así que hoy día habrá escarmiento. ---Escarmiento. ---comentó una mujer asustada. ---Escarmiento. ---murmuró un campesino a otro. La voz corría de boca en boca. Era una palabra temida en el valle. El gavilán chilló sobre sus cabezas como un mal presagio. ---¡Viva la lucha armada, compañeros! ---¡Viva! ---corearon los que simpatizaban abiertamente con la causa. Otros guardaban silencio en público, porque sabían que los sinchis arrancaban verdades hasta a las piedras del camino. ---¡Causachum presidente Gonzalo! ---¡Causachum! ---¡Huaiñuchum soplones! ---¡Huaiñuchum! Una corriente de pavor invadió el espinazo de César al recordar cuántos eran la última vez que estuvieron en Chucay. Eran más de cincuenta, y ahora no sumaban ni diez. El resto de la columna había dejado sus huesos en diferentes encuentros con los uniformados o en algún despeñadero de la jalca. Cuya y Demetrio traían codo con codo a una mujer de casi treinta años. Venía sin sombrero y con las trenzas sueltas. Lloraba y gemía en quechua tratando de arrojarse al piso. La blusa llevaba una pechera bordada por mano experta y su pollera era de color ladrillo. ---¡Perdón, papacitos, por mis hijitas, papay! ---¿Has ayudado a los sinchis? ¡Contesta! ---gritó Pedro sin bajar del poyo.

 

  La gente miraba en silencio con rostros inexpresivos. Julio transportaba una mesa con las dos manos, con el fusil terciado a la espalda. César ya conocía el proceso, así que extrajo de su morral, sin apuro, una bandera roja y la fue desenvolviendo con delicadeza. Brilló la hoz y el martillo de papel lustre. La pondría sobre la mesa a modo de mantel y el tribunal estaba instalado. ---¡Yo lo hice por mis guaguas, papacitos, perdóname! ---¿Cuántos eran? ¡Habla! ---Sólo les vendí comida, papay. Con su plata me pagaron. Doce nomás eran, papay. ---¡Has hecho negocio con los sinchis y pagarás caro tu traición! ¡Ya dijimos que moriría quien dé comida, ni agua, a los sinchis! ¿Verdad? ---Verdad, papacito, pero me obligaron. El poyo sirvió de asiento orador en delante la mesadudas. embanderada. Sólo Pedro la juzgaría, y consultaría con la al columna caso de haber La mujer lloraba con la cara en el suelo y la población observaba a respetable distancia de la mesa. ---¿Endenantes no le dije a la Rosa Escudero? "Vas a tener problemas con los compañeros", le dije. Pero terca, como mula, atendiendo a los sinchis por un poco de plata. ---comentó un arriero casi cerca de César. ---Vuelta le van a dar a la Rosa. ---Escarmiento, pues. ---conversaba la gente en voz baja. El gavilán emprendió el vuelo hacia las cumbres. ---¡Rosa Escudero! ¡Se te acusa de haber ayudado a los enemigos del pueblo! ¿Tienes algo qué decir ante tus vecinos? ---Por necesidá nomás lo hey hecho, papay. A nadies he robado, por mis tres hijitas, papá. Viuda soy, señor. ---Sabías que estaba prohibido. ---Me pagaron. Ellos pagando, señor. Veinte soles me han dado. ---Peor todavía. Ni tan siquiera te obligaron. Te vendiste ¿No?

 

  Pedro no quería precipitarse en la sentencia. Sus compañeros lo observaban a la distancia mientras caminaban entre la población escasa de Chucay. El último escarmiento fue rápido, recordó Demetrio. Se trataba de un guía de cordillera que había ayudado a una patrulla de sinchis. Más tardaron en colocar la bandera sobre la mesa que Pedro en ordenar la ejecución. Pero ahora hacía preguntas. Tres niñas lloraban a escasos metros de la mesa. ---Yo pregunto al pueblo de Chucay. ¿Alguna vez los sinchis trajeron algo bueno a estas tierras? ---Manan. ---dijeron algunas gargantas débiles. ---¿Alguna vez los cachacos hicieron el bien en Chucay? ---¡Manan! ---sonó un grito unánime. Todavía los campesinos conservaban frescos en su memoria los gritos de siete  jóvenes que no querían autoinculparse de ser terroristas. Gritos de muerte les arrancaron. Cuya recogía fruta y tubérculos donados por los habitantes con algo de disimulo. A una señal de Pedro la columna dispersa se congregó frente a la mesa. ---¿De una vez? ---preguntó Julio pasándose el índice por el cuello. ---No, no. Acérquense para poder hablar. Los pasamontañas rezumaban de sudor. El grupo deliberaba ante la masa ensombrerada que esperaba el desenlace del suceso. El silencio colmaba la plaza. podemos perder simpatía a una madre de tres guaguas que ha querido---No ganarse unos chivilines ---hablómatando en castellano. ---Di'una vez, comando. Si nu'hay escarmiento, nadies nos va a respetar. Entonces hemos bajado por las puras. Julio era siempre el más proclive a las ejecuciones. Sabía desentrañar el cinismo indígena y captaba la mentira a la vuelta de una sonrisa. Por eso insistía en que se matara a la colaboradora ocasional de los sinchis. ---Estoy con Pedro. Mejor le damos látigo y nos vamos ---habló César. Demetrio y Cuya no querían opinar, pero siempre que lo hacían era para respaldar a su comandante.

 

  ---Así nos evitamos consultar a la masa, que capaz se van a chupar de opinar. No nos conviene quedar mal con Chucay. ¿Ustedes no opinan? ---Látigo ---sugirió Cuya. ---Látigo y hacerle la peluca pa' que la señalen ---dijo Demetrio. El grupo volvió a dispersarse entre la magra multitud. La decisión había sido tomada y los hombres que se hallaban sentados o arrimados adoptaron una posición adecuada. Algunos se sacaron el sombrero previendo una condena a muerte. Las hijas de Rosa Escudero se habían quedado ya sin lágrimas y gemían entre mocos y suspiros. ---Compañeros de Chucay. Este tribunal ha llegado a una conclusión. ¡El castigo será suave por ahora! ¡No mataremos a esta mujer y se le castiga esta vez con látigo y corte de pelo, para que todos sus paisanos de ahora en adelante la señalen como traidora a la causa del pueblo! La gente como aplaudió habían aprendido a aplaudir desde queelconocían "compañeros", les como llamaban familiarmente. Julio desenrrolló látigo dea los su cintura y Demetrio desenvainó el cuchillo de camal con que en otros tiempos se ganaba la vida en el rastro de Huancayo. La mano del comandante ya avanzaba hacia la blusa de pechera bordada para arrancarla, cuando sonó un disparo de revólver en la placita de Chucay. Una mujer se abrió paso a empellones entre los espectadores. Era casi una muchacha vestida a la usanza campesina, con flores en el sombrero blanco que indicaban su soltería. Cuando se destocó frente a la bandera roja, los guerrilleros se dieron cuenta de quién era. Pedro bajó el cañón de su metralleta resoplando de tranquilidad. Era la camarada Nancy. Eso significaba para la columna, sumisión a los mandatos Elsuperiores, obediencia sinhablar discusión a lassimplemente. directivas. Sólo Pedro y César la conocían. resto habían escuchado de ella, ---Cuándo no, el corazón blando de los compañeros. ---dijo en buen castellano--. ¿Qué se les ha dicho? ---Ya está hecho el juicio, camarada. Sólo falta aplicar el castigo. ---Se ha dicho ejecución de soplones y colaboradores, ¿no? Pero el corazón blando de los hombres. Además, no se ha consultado a la masa. Es un proceso de espaldas al pueblo de Chucay. Desde ahora yo asumo las responsabilidades, camarada. ---habló en voz baja y en castellano para que nadie se diera cuenta de la fricción que había surgido.

 

 

---Orden superior, no se discute ---dijo resignado el comandante.

---¡Pueblo de Chucay! ---gritó en tono agitativo Nancy---. ¡Ustedes son hermanos de los campesinos muertos en Churcampa, en Luricocha, en San José de Secce, por los mismos uniformes que visten los amigos de Rosa Escudero! ---No son mis amigos, mamay. No seas así, mamacita linda, preciosa. ---Ahora ruegas porque estás cercana al castigo. Pero alimentaste a quienes matan gente pobre como tú. ¡No se dejen engañar por las lágrimas de una traidora! ¿Sabe alguien, acaso, lo que habló esta mujer con los sinchis? ¿Saben si ellos le pagaron algo más por tirarle dedo a su vecino? La camarada Nancy hablaba a gritos y con el rostro descubierto. El gavilán regresaba de las alturas con vuelo lento sobre la plaza. ---A nadies he acusado, virgencita linda, no me hagas sufrir. ---Timoteo Rodríguez. ¿Quiénes tus rostros hijos? ¿Quiénes te han condenado a mendigar hasta el día de tumataron muerte?a ---los voltearon hacia el interpelado, un hombre demasiado bajo de estatura que andaba siempre de negro. ---Los sinchis, pues, mamá ---respondió con voz ronca. ---¿Y quiénes violaron a tu hija, Escolástica Huamaní? ¿Por quién vas a ser abuela de la vergüenza? ---Sinchis, pues. Quién no sabe. ---contestó una mujer que frisaba los cincuenta años, ya sin dentadura. tú sordo? eres hombre de buena memoria. ¿Quién mató a tu anciano---Genaro padre porJanampa, tan sólo ser ---Ahí fueron ellos, pues. Le dijeron alto, y él siguió andando. ---¡Ellos también usan pasamontañas! ¡Negras son sus cabezas! ¡Pero todos conocen el uniforme! ---siguió hablando al pueblo. Y todo esto sucedió antes que le dieras de comer a esos perros. Todos estos crímenes tú los conocías, Rosa Escudero, porque sucedieron en tu pueblo. ¡Podemos pasarnos toda la tarde recordando! César sintió un nudo en las entrañas. El hambre había dejado de acosarlo y ahora los gases se ocupaban de invadir sus interiores. La acusada había juntado las manos en actitud de rezar y contemplaba a través de las lágrimas a su acusadora.

 

  ---Pido al pueblo de Chucay que vote por la muerte de esta soplona y traidora que se ha vendido a los extraños. ¡Que la manera de votar sea sacándose el sombrero! ---dijo por último con los brazos en alto. Rosa Escudero tenía el rostro sobre la tierra y las súplicas seguían brotando de sus labios embarrados. Los primeros en descubrirse fueron los más jóvenes, simpatizantes de olospor"compañeros". Otros y nadie podría asegurar si fueabiertos por inercia convencimiento. Juliolesse siguieron encargó, con el puñal de Demetrio, de darle muerte. Las pocas municiones eran para el enemigo.

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-----------------------------------------------------------------------------------6.  VENADO BLANCO ------------------------------------------------------------------------------------

a la memoria de Aníbal Johnson.

 

  El viejo Alcides Salazar me miró con desconfianza, cercano a la molestia de responder algo que le parecía inorportuno. Mi insolencia de citadino me empujó a insistir una vez más sobre el asunto. Sentado en bibirí sobre el tronco oscuro de chonta, movió la cabeza negativamente y encontró valor para darme una respuesta. ---No, mi amigo. Yo ya no salgo a cazar. Vaya usté solo o llévese a uno de los muchachos. Parado sobre la tierra húmeda lo contemplé incrédulo, observando que no me quería mirar de frente al hablar. El cambió la conversación hábilmente comentándome de la cosecha del café y de la mano de obra escasa para llevarla a cabo. Sus perros, chuscos y flacos, me daban vueltas oliéndome y agitando los rabos. Decidí en mi conciencia no hablar más sobre el tema. La Melcha, su tercera mujer, nos ofreció café de un hervidor ennegrecido por la cocina de leña, mientras que su veintiunavo hijo lucía impúdico su desnudez en la puerta de la cabaña. Conversamos hasta la noche de temas ajenos a aquellos que nos habían unido antes. Días más tarde, cuando bajé al pueblo, tuve la oportunidad de encontrar en un restaurant Elías,viajes. uno de mayores musculoso con el cual había amistad en aotros Era sus bajohijos de estatura, y de unosmantenido veinticincocordial años. Tomamos pausados una sola cerveza recordando los días en que cazábamos en las quebradas de Ríotigre. Hablamos del tema predilecto de los colonos: la fuerza física. Y como anteriores veces, me demostró que tenía mejores brazos al hacer pulso sobre la mesa. ---¡Pura chamba! ---decía orgulloso, exhibiendo el magnífico biceps que me había vencido. Hasta que por fin me animé a tocar un tema que parecía prohibido. ---Quiero que seas franco, Elías. ¿Qué le está pasando a tu papá? Se esfumó sus botas de jebe.de su rostro trigueño la alegría del encuentro y miró las puntas de ---¡Aaaah, el viejo! ---suspiró---. Menos mal no es nada de salud. Lo que pasa es que ya está anciano pa' ir al monte. Tú sabes que pa' internarse hay que ser recio, tener buena vista. buenos reflejos. ---Creo que me estás cojudeando. ---insinué mirando el borde de mi vaso. Los de la ciudad no tenemos el arraigado respeto por la privacidad que tienen los del campo y a veces cumplimos un rol ingrato. Se lo demostré insistiendo en la pregunta.  Ya cuando estaba al borde de una respuesta violenta, prefirió sosegarse tratando de escoger las palabras, no sin antes recorrer con la mirada las otras mesas para ver si algún extraño oía la conversación.

 

  ---Bueno hermanito, bueno. Voy a ser bien franco contigo, como siempre. Pero no quiero que le hables a nadies de esto. Tampoco seas pendejo y te burles. ¿Ta' bien? Tú sabes que el viejo no cree en huevadas, si con las justas en Dios. Fue entonces que me acomodé en la silla de palo para mirar la historia a través de sus ojos. Entonces la vi más allá del relato. Más allá de las espumas que botábamos de nuestros vasos y más allá de los mapachos que fumábamos. Luchaba la tarde por escampar en Ríotigre, luego que lloviera todo el día. Don  Alcides Salazar contemplaba el aguacero a guacero desde la terraza de madera, con c on ojo de buen conocedor, fumando por ratos. Una vez que se despejó por completo el cielo, observó la trayectoria de los nubarrones negros hacia tierras bajas. Entonces le dijo a su mujer: ---Ya no va a llover. La Melcha lo escuchó desde la oscuridad del corredor, sentada en el suelo y dándole el seno a un mamón que ya caminaba. Sus manos continuaban la tarea paralela desgranar en unconcostalillo extendido piso. perro. Y así, desde la de sombra, lo viomaíz alejarse la escopeta hacia sobre abajo las y sintablas llevardel ningún El decía que. "cuando se construye agüeitadero, va uno solo a esperar sin bulla ni cigarro al animal". Y también aseguraba que "si van dos, hay conversación", así que prefería hacerlo sin compañía. La funda de suela cosida del machete, colgaba de su cintura y en el bolsillo llevaba dos cartuchos, porque "el que sabe cazar necesita sólo un tiro". y el otro ". es pá' defenderse a la bajada. ".  Así lo vio su mujer la última vez que saliera hacia el monte. Tenía que esperar, como otras veces, la detonación en la lejanía. Al cabo de unas horas la trocha pariría la figura del cazador halando de las pezuñas al venado o al sajino. pasaron y la detonación no seenescuchó. aún la presa a lamerPero la sal, pensó.lasEl horas agüeitadero se construye un claro No del entraría monte colgando una bolsita de lona con un puñado de sal. La lluvia lo va mojando y escurriendo hasta formar un charco de agua salada debajo de él. El animal buscaría todos los días su ración de sal allí, hasta acostumbrarse. Así lo hacía con los mangos de las herramientas abandonadas en el campo, y por eso se encuentran roídas al día siguiente. La Melcha no durmió pensando en que su marido estaría chacchando en su escondite, esperando el amanecer como última esperanza de conseguir una presa.  Ya cuando el día se desataba en una luminosidad implacable, ella caminó por chacras de yucas y cafetos buscando a los hijos del viejo Salazar, en sus dos anteriores mujeres, para que rastrearan sus huellas.

 

  Sólo el teniente-gobernador, Demetrio Vásquez, dueño de la única bodega de carretera en veinte kilómetros a la redonda, se acercó a la chacra a comunicar que fueran a recogerlo a su negocio. ---¡Vayan a recoger a ese chactoso, carajo! ¡No sea que se chupe toda la chacta! ---exclamó sin ningún respeto. Don Alcides Salazar no era hombre de tragos y, según su mujer de turno, se hubiera emborrachado hasta con una cucharada de chicha. La autoridad negó haberlo visto con escopeta alguna o con machete. Fue entonces cuando Aquiles Salazar, el más fuerte de sus hijos, trató de ahorcar con sus manos al tambero para que revelara el paradero del arma. Pero fue inútil. El vecino Concepción Milla corroboró la versión, habiéndole visto llegar con los ojos desorbitados y las manos vacías, justamente cuando obligaban a pagar una botella de guarapo al curcuncho Eliseo. Epifanio Paredes, el ladrón de gallinas, también lo había visto bajando por la carretera corriendo como un caballo desbocado. los chactosos que estuvieron momento llegada, coincidieron.  Arribó Todos a la pulquería sin portar nada más en queel sus heridasdeysuarañones, que no eran precisamente los de una hembra rebelde a sus caricias. Ya cuando estuvo lo suficientemente borracho, contó aquella historia que hiciera enderezarse de miedo al curcuncho Eliseo y que suscitara las burlas de Concepción Milla, quien desde aquel momento le perdiera todo respeto. La contaría a cuantas personas entrasen a comprar velas o galletas de agua, o chacta. Los bebedores soportarían su insistencia con tal de que se siguiera endeudando para mantener aquella corte de oyentes beodos. Algunos clientes ocasionales, salían moviendo la cabeza. Otros, menos ajenos al monte virgen y sus mañas, lo atendían con cierta seriedad y convicción. ---Ha visto al chullachaqui. ---decían. Contó con detalles, y volvió a contarlo mil veces, sobre aquel hermoso venado blanco que lamía la sal de su agüeitadero, al cual apuntó y gatilló el arma sin que se produjera el disparo. Requintó la mala calidad de cartuchos que le vendiera el teniente-gobemador Demetrio Vásquez. Volvió a cargar y gatillar con su cartucho de emergencia, pero con la misma ineficacia del anterior, jurando por mi madre, carajo que a este Demetrio lo capo como a chancho apenas me lo cruce. Se le subió la hiel a la boca y le temblaron las manos de impotencia ante la excelente presa. Pero no contaba con aquella voz juvenil y timbrada del animal, que le habló con una confianza propia de un confidente.

 

  ---Anda pues, Alcides. ¿No te parece que ya matas demasiado? ---díjole el venado albino mirándole a los ojos. No le quedó otra que correr como un niño espantado. Corrió y siguió corriendo sin importarle hacia donde. Se introdujo entre trochas ya cubiertas por la vegetación cicatrizante. Cayó en tahuampas y lodazales, y arrastrándose por una acequia de brevísima altura,a logró salir hacia chacraspolvorientas cercanas adel la teniente-gobernador. carretera. Caminó por ella hasta llegar la tienducha llenaunas de botellas ---Y hasta hoy sigue corriéndose de la aparición. Una sombra de incertidumbre se expresó en la cara de Elías al terminar de contarme la historia. No sabía cuál sería mi reacción. Al ver que no lo ofendía con una carcajada ni me mofaba del increíble relato, se incorporó. Me dio la espalda mirando hacia el mostrador y pidió media caja de Pilsen heladas. El aguacero infaltable empezaba a anunciarse en un golpeteo cada vez más intenso sobre las calaminas del pueblo.

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-----------------------------------------------------------------------------------7. OTORONGO (*) ------------------------------------------------------------------------------------

 

  a don Ramón Sánchez

Era muy de noche cuando llegó una patrulla del ejército a Quebrada Huariacca preguntando por el teniente-gobernador. Sonaban disparos de fusil y el aire de aromas naturales se llenó de olores extraños traídos de otras tierras. Los uniformes de invierno de la tropa se adherían a sus cuerpos despidiendo un vaho acre de sudores de caballo. La selva se puso quieta y silenciosa como esperando la lluvia y hasta el viento se refugió en lo más recóndito de la quebrada. Los colonos, sorprendidos en su sueño, comenzaron a prender antorchas y bajaron hacia el camino como un intermitente enjambre de luciérnagas. ---No queremos matar a nadie. ---habló un sargento---. Tenemos la orden de decomisar ¡se le fusilatodas y listo!las armas de la zona. Al que después se le encuentre con un arma. Había inquietud en las miradas soñolientas de los campesinos que observaban con temor a los uniformados. Don Benito Santos, el teniente-gobernador, se comprometió con la tropa a que todas las armas serían entregadas. Por toda explicación le dijeron que era para prevenir una asonada comunista en aquella región. Junto con él caminaría la patrulla, casa por casa de los colonos, recogiendo las retrocargas y escopetas viejísimas con que cazaban. No sólo fueron armas lo que se llevaron, sino que hicieron matar una ternera para llevársela por pedazos a su guarnición, además de cargar con gallinas y chanchos ante la impotencia de sus propietarios. Fue así como Quebrada Huariacca se quedó sin armas de fuego. El único que se salvó del decomiso fue Pedro Reyes, el dueño de la cantina de la zona. Enterró apresurado su carabina antes que la columna llegara, y no por intuición, sino por aviso de un comerciante errante que se emborrachaba en su negocio. Una nueva costumbre se haría crónica desde aquella fatídica visita de los cachacos: Ir a pedirle prestada el arma a Reyes. ---Don Pedrito, présteme su carabina pa' tumbar chancho e' monte. ---Don Pedro, el tigrillo se está comiendo las gallinas, présteme su arma. Pronto empezaría a alquilar el arma a precios cada vez más fuertes. Fue por aquellos días que hizo su aparición un otorongo negro que se convertiría en el azote

 

de la quebrada. El magro ganado doméstico de los colonos aparecía destrozado, desgajado y sin una gota de sangre cada mañana. ---Cómo sabe el animal cuando no hay escopeta, carajo. Comentaba don Ramón Sánchez, hombre de respeto, con los vecinos que narraban entre sollozos la muerte de sus vacunos. ---No se sabe qué azote es peor. Primero los cachacos y después el tigre. El felino hacía gala de su fuerza arrastrando toretes que lo triplicaban en peso a lo largo de varias cuadras. Silenciaba chanchos triturándoles el cogote entre sus fauces. Su mayor placer era romperle el cuello al ganado y beberse la sangre fresca del animal todavía vivo. El cuerpo, casi completo, quedaba para los carroñeros en algún lugar del campo.  Varios lo habían visto y jurarían, como don Ramón, que nunca hubo otro tan grande y tan hermoso. Pero con los machetes y rejones era imposible hacerle frente al animal. gente se limitaba a ver con impotencia los restos de sus mejores vacas y chanchosLadesperdigados por las chacras. Organizaron rondas de doce colonos armados con rejones y machete al cinto, pero la astucia del fiero siempre era mayor. Impusieron el sistema de los silbatos y el colono que sintiera el gemido de una de sus bestias, debería pasar la alarma a sus vecinos más próximos para que acudieran a perseguirle. Todo fue en vano. El otorongo se ponía a salvo en la selva virgen, desde donde acechaba los pasos de las rondas desconcertadas. ---Debemos ir a Huánuco pa' comprar escopetas. ---sugirió don Ramón a la autoridad Benito Santos. ---No queremos a la tropa por acá de nuevo. ---respondió. ---¿Y qué hacemos con el tigre? ---Pídanle su arma a Reyes. Que se las alquile. Pero cada vez que el otorongo era cercado y acudían al negocio de Reyes, más tardaba en llegar el arma que el tigre en romper el cerco y huir al monte. ---Hay que hacer trampas. ---comentaba la gente. Unapara mañana, don Ramón Sánchez pidió ayuda a treshasta de sus vecinos más cercanos cavar un hoyo profundo, casi un pozo. Tardaron el ocaso sacando

 

lampadas de tierra húmeda, creando una fosa de tres metros. La cubrieron de hojas de plátano y de una esterilla. Construyeron al día siguiente una reja de madera rudimentaria. Entrelazaron ramas fuertes y dejaron la armazón al lado del pozo cubierto. La ubicación era estratégica: al pie de la cerca del corral donde encerraba a los terneros. ---Ahora sí va a caer el muy astuto. ---se dijo. Comenzaría para él una secuela de noches de insomnio y de vigilia con el rejón calzado entre sus toscas manos de labriego. Consumió considerables cantidades de coca para no dormirse y fumó más de la cuenta. Luego de diez días de cansancio inútil, decidió que sus terneros no eran del gusto de la fiera y durmió normalmente. Correría otra semana sin novedad. No volvió a preocuparse del otorongo. Una noche en que la cosecha del rocoto había agotado sus fuerzas y la lluvia convertía en lodazales las tierras de descanso, sintió ruidos extraños en el establo. Los becerros se inquietaban tratando de salir contra la mohosa cerca de troncos en un desesperado intento de huir. Corrió en la oscuridad con el machete en la diestra hacia la trampa y empujó sobre ella la armazón de maderos entrelazados que había preparado. Su mujer le alcanzó una antorcha. Ante la luz irregular de la tea, resplandecían los ojos y el lomo brillante del predador. Tocó nervioso el silbato varias veces hasta que le contestaron de los predios vecinos. Para asegurar la reja de madera, colocó una enorme piedra encima.  A la media hora se veían hileras de antorchas dirigiéndose a los pagos de don Ramón. El tigre se hallaba en una sola posición, rígido y con la mirada hacia su posible salida. Cambió luego de actitud husmeando las paredes del cráter profundo. Quiso salir empujando la reja a saltos, pero se lo impedían los vecinos parados sobre el armatoste y la enorme piedra. ---¡Hay que matarlo de una vez! ---gritó un colono. ---¡Tito! ¡anda tráy la carabina de Reyes! ---le indicaron a un niño. ---¿Y si está cerrado el negocio? ---Tócale la puerta con piedra, pues, sonso. ¡Corre! La algarabía era general. El azote de la quebrada había caído. Rígido y solemne, optaba por fingirse indiferente ante la muchedumbre que lo alumbraba con teas. Trajeron matizar Tomaron y fumaron durante dos horas y elchacta rifle nopara aparecía. Por lafinespera llegó eldel niñoarma. jadeando.

 

  ---Dice que no presta, sino alquila. No quiere trato si nuay plata. ---Velo pues al desgraciado ese. ---Hay que usar los rejones. ---Con rejón nomas hay que matarlo. ---¡Clávenlo! ---gritaba la gente. Pero comprobarían que la longitud de las lanzas no era suficiente y el animal esquivaba con facilidad las estocadas. Hizo vanos intentos de empujar la armazón de palos y consiguió hacerles perder el equilibrio por un instante a los captores que se hallaban allí parados. Fue inútil. ---No se deja el tigre. Nuay cómo clavarlo. ---Pendejo, carajo. ---Dale pué. Hasta que don Ramón se acordó del techo que había estado calafateando con brea esa tarde. Recordó cuando en Pucallpa vio a un crío meter la mano, por accidente, en la brea caliente: se la sacaron en esqueleto. "No quedó ni un miserable pedazo de carne en su mano", pensó. ---¡Ya sé, burros! ¡Lo mataremos con brea! ---exclamó. Fueron a buscar el cilindro aún tibio y lo trajeron cargado en un palo. Prendieron suficiente para un último hervor. El felino, mientras tanto, miraba sereno haciafuego el exterior. ---Ya está. ¡Ábranse de ahí!  Varias manos con trapos empujaron el cilindro hirviente hirvi ente para derramar el denso líquido sobre la reja que cubría la trampa. Se sintió un aullido potente, casi humano, y la fiera salió con reja y todo de un salto. El dolor había creado fuerzas descomunales en el animal. La sombra fugaz desapareció en la oscuridad de la noche y la selva se puso tan quieta y silenciosa como aquella vez que llegaron los soldados. ---No ha muerto. ¡Está vivo! ---Es el chullachaqui.

 

  ---El mismo demonio será. ---Anden cojudos. ¡Qué demonios ni qué carajos! ¡Busquen con las antorchas su rastro! ---gritó don Ramón Sánchez. despuésendecada cortaobstáculo búsquedadeque deformes del otorongo habíanConfirmarían quedado pegados su los locarestos carrera por sobrevivir: una garra con el brazo pegados en un tronco de chonta, pedazos de piel con carne chamuscada en una roca. Y al final del regadero, en medio del monte, hallaron el espinazo con la cabeza desfigurada del que otrora fue un bello animal. El azote había terminado.

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-----------------------------------------------------------------------------------DATOS DEL AUTOR ¿Y QUIÉN ES DANTE CASTRO? ------------------------------------------------------------------------------------

Dante Castro Arrasco (Callao, 1959) egresó del programa de Derecho de la Pontificia Universidad Católica y continuó estudios de Literatura en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, así como cursos de postgrado (Literatura) en la Universidad de La Habana.

 

  Ha recibido distinciones en concursos literarios nacionales, entre los que destacan: Premio COPE (Petroperú, 1987); Premio Inca Garcilaso de la Vega (1988), auspiciado por la Casa de España y la embajada española en el Perú; Premio César  Vallejo, del diario El Comercio (1994); Premio "Cuento de las mil palabras", revista Caretas, en 1995, 1997 y 1999 respectivamente; Premio Nacional de Educación "Horacio 97", etc. En 1992 conquistó el Premio Internacional Casa de las Américas. Ese mismo año fue invitado como ponente al "Encuentro con César Vallejo" celebrado en la ciudad de La Habana, ciudad en la que residió hasta 1994. Ha publicado "Otorongo y otros cuentos" (1986); "Parte de Combate" (cuentos, 1991); "Ausente medusa de cenizas" (poesía, 1991); 19 91); "Tierra de Pishtacos" (La Habana, 1993, cuentos); "Cuando hablan los muertos" (cuentos, 1998) y una segunda edición limeña de "Tierra de Pishtacos" en 1999.  Actualmente sus narraciones vienen siendo publicadas en revistas y antologías especializadas.

----------------------------------------------------------------------------------- ALGUNOS COMENTARIOS ------------------------------------------------------------------------------------

rarísimo encontrar unvida, escritor reuna,delenmundo. un solo libro, tantas cosas: estilo, "Es oficio, conocimiento de la de suque pueblo, Sensibilidad, protesta, amor. Nada falta y todo está bien dicho desde lo hondo, desde la esencia de la verdad humana"  Aída Marcuse (Uruguay)

"La redondez de estos cuentos, su lenguaje en el cual retumban los ecos de otras lenguas que lo enriquecen, lo cambian, lo ensanchan, fue mi primer descubrimiento. Cuentos de la selva, del monte o de la ciudad donde el autor interrelacionasabidurías tiempos ancestrales y espacios, inmemoriales y nuevos mitos aterradores, y latradiciones más ingobernable sin razón. Una forma de

 

narrar que logra, a través de un estilo que busca y consigue la sencillez, la dramatización máxima dejándola surgir de un montaje acumulativo que hace subir en picada el clímax del cuento"  Alessandra Riccio (Italia)

"Todos los cuentos de Dante Castro son de un realismo trabajado en los que se entremezcla la realidad con la fantasía que vive en cada uno de nosotros, como los fantasmas que llevamos dentro y que aparecen personificados en el otro. Sus personajes son seres de carne y hueso que, cuando él quiere y con esa maestría que tempranamente ha adquirido, también son fantasmas que nos arrebatan el corazón". Marco Martos (Perú)

los narradores jóvenes, Arrasco sobresale el conocimiento integral"Entre que posee de las tres grandesCastro regiones del Perú: selva,porsierra y costa. En Otorongo, los relatos pares están ambientados en la selva, y los impares en la costa chalaca (el primero y el tercero) o en la sierra convulsionada por enfrentamientos guerrilleros del pasado ---entre caceristas, iglesistas y pierolistas--- (el quinto) o por la subversión de los últimos años (el séptimo). Las creencias real-maravillosas y la tradición oral, con una hábil recreación del humor de los narradores del pueblo, campean en las páginas amazónicas. En cambio, los conflictos familiares y sentimentales, cargados de alienación psicológica y aliento sublevante contra los lazos opresivos a nivel personal, alimentan los textos chalacos; mientras que la dimensión política e ideológica, vista a una escala extensiva a la sociedad peruana, constituye el meollo de las historias andinas. La alternancia en Parte de combate y Tierra de pishtacos es entre los relatos que abordan guerra sucia de la vorágine subversiva anti-subversiva desatada en 1980, y relatoslaque prosiguen la ambientación amazónicay con los rasgos presentados en Otorongo, pero aquí con mayor eficacia artística y maduración expresiva. Como denominador común señalaríamos la violencia (contra fieras amazónicas, contra familiares perversos con sus propios descendientes, y contra el orden socio-político injusto) y el culto al coraje, en una especie de ética "heroica" que nos recuerda a Hemingway y Ciro Alegría (familiarizado éste con la selva, la costa y, no se diga, la sierra). Buena muestra de ello es Ñakay Pacha (El tiempo del dolor), una de las primeras narraciones de calidad sobre la guerra sucia que tanto ha enlutado al Perú. Ricardo Gonzáles Vigil (Perú)

 

 

-----------------------------------------------------------------------------------DANTE CASTRO Y LOS MUERTOS (Por: Winston Orrillo) ------------------------------------------------------------------------------------

¡Qué buen narrador es Dante Castro! ¡Qué bien maneja la prosa, el suspenso, la configuración de sus personajes, la tensión dramática de sus historias! En todos sus libros hay una maduración, un ascenso, un dominio progresivo de los mecanismos del oficio. Desde Otorongo y otros cuentos (Lima, Lluvia Editores, 1986); Parte de Combate (Lima, Editorial Manguaré, 1991); Ausente Medusa de Cenizas editorial, año);delTierra de Internacional Pishtacos (LadeHabana, Editorial de la Casa de (misma las Américas, obramismo ganadora Premio Cuento); hasta llegar al presente, Cuando hablan los muertos, Premio Nacional de Educación "Horacio 1997", Ediciones de la Derrama Magisterial , 1998. No obstante ser un autor galardonado en concursos literarios nacionales, y en el internacional de la Patria de Martí, Dante no es un autor que pueda considerarse como integrante del "boom" de la joven narrativa peruana: y la causa es que, la suya, es una obra que se adentra en la dilacerada urdimbre de nuestro tiempo y, de allí, saca personajes y situaciones que no tienen nada que hacer con eso que parece el planteamiento predominante en los autores de la llamada postmodernidad, casi todos ahítos de una condición light que hallamos no sólo feble sino absolutamente descartable (el adalid, por cierto, sería el Jaimito que todos conocen). La literatura de Dante Castro hunde su escalpelo en los cangilones de nuestro tiempo oscuro y fúlgido, y de allí nos entrega protagonistas que, a veces, como en el caso de "Rencor hiere menos que el olvido", cobran una dimensión de pequeña tragedia griega que, por cierto, no es ajena a la belleza estremecida y estremecedora de una prosa que ---reconocemos--- tiene la poesía como un punto de partida y arribo. Cuentos como "Última guagua en La Habana", verbi gratia, nos entregan el ingenio y la picardía de un autor joven y plenamente pl enamente dueño de sus facultades expresivas. Uno de los aspectos que más nos llamó la atención en el presente volumen fue, precisamente, la versatilidad de su autor para tratar temas geográficamente disímiles (situaciones el Perú y en comenzar), el correcto dominiohabanero). del lenguaje empleado enen cada uno de losCuba, casospara (lenguaje andino,y costeño, selvático,

 

  Pero no creo equivocarme si afirmo que nuestro autor se siente "como pez en el agua", cuando aborda la temática popular: la suya es la voz de los de abajo, pero tratada con una dignidad por todo lo alto. Pues el problema es cuando algunos creen que tratar temas de abajo implica el descuido oficio, larelato: precariedad de éste, y que sólo basta una buena anécdota para pergeñar del un atinado ¡craso error! Dante parte de abajo para llegar muy alto con una literatura que dignifica al hombre, o mejor dicho, que rescata la dignidad de éste, su inmensa, desconocida poesía, y nos sitúa frente a seres humanos que son, de algún modo, paradigmas de aquella criatura que permanecía oculta tras los velos del olvido, entre la parafernalia de lo populachero y deformante, ad usum. Todo esto es lo que lo ha hecho acreedor a distinciones en certámenes como Premio COPE (PETROPERÚ 1987); Premio Inca Garcilaso de la Vega, auspiciado por la Casa de España y la embajada española en el Perú; Premio César Vallejo, del diario EL COMERCIO, premio del "El ya cuento de las mil palabras", de de la revista CARETAS (1995, 1997,1994; 1999);y aparte mencionado Premio Nacional Educación, de la Derrama Magisterial, que es la que ha publicado el presente volumen.

Por: Winston Orrillo La memoria del aire Revista Gente, 10 de junio de 1998

----------------------------------------------------------------------------------- VISITA OTRA PÁGINA: LOS CUENTOS DE DANTE CASTRO http://www.angelfire.com/ar2/dantecastro/index.html CORREO ELECTRÓNICO mailto: [email protected] ------------------------------------------------------------------------------------

 

 

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-----------------------------------------------------------------------------------(*) COMENTARIOS ACERCA DE OTORONGO ------------------------------------------------------------------------------------

-----------------------------------------------------------------------------------COMENTARIO DE CONTRACARÁTULA ------------------------------------------------------------------------------------

Peripecias guerrilleras, cacerías de sentimientos fiera, visioneshechos realmaravillosas, amores disolutos pasmosas y los más venganzas, sutiles y controvertidos aventuras y riesgos, deslumbran y estremecen en estos apasionantes relatos. Comprometen al lector al registrar vastos y disímiles sectores de la intrincada realidad peruana, invitando a reflexión, merced a la versatilidad y la eficaz verosimilitud de la prosa. Por las sutilezas sicológicas rociadas de humor negro en "Ofrenda para tu retrato", donde un nieto asesina a la abuela; y el magnífico equilibrio realista en "Escarmiento", donde los guerrilleros acometen ajusticiamiento en una campesina, los antologadores no sólo del cuento peruano sino también hispanoamericano obtendrán con estos dos relatos, por ejemplo, dos definitivas, hermosas opciones. (Cronwell Jara Jiménez)

 

 

-----------------------------------------------------------------------------------NO ES CUENTO (escribe Arturo Corcuera) ------------------------------------------------------------------------------------

Estoy por creer que la nueva narrativa se lleva de encuentro a la nueva poesía. He leído últimamente libros de varios jóvenes que prestigian el género del cuento en la literatura peruana. Ahora veo surgir un nuevo nombre: Dante Castro Arrasco, quien acaba de soltar su Otorongo (y otros cuentos), libro que contiene por lo menos dos relatos que muy bien podrían anidar cómodamente en la más exigente antología de la narrativa latinoamericana última. queletras este chalaco de audaz imaginación palabra profundice en la carreraOjalá de las y abandone de una vez por ytodas suscertera estudios de Derecho, profesión donde se han perdido ---como lo anota Gonzáles Prada--- tantos buenos talentos literarios. En: "La Quinta Espada", revista VISIÓN PERUANA, Lima, 18 de mayo de 1986.

-----------------------------------------------------------------------------------OTORONGO ------------------------------------------------------------------------------------

"Otorongo y otros cuentos" representa el primer intento narrativo del novel autor Dante Castro Arrasco. Nacido en el Callao (1959) estudia Derecho en la Universidad Católica y Literatura en la UNMSM. Perú no es sólo Lima. Dante Castro tiene la virtud de conocer ampliamente el territorio selvático y las vivencias de sus colonos, vivencias alucinantes reflejadas en "Uturunku", "Venadito blanco" y "Cómo cazar a la raposa"; teniendo contemplan todos ellos secuelas fantásticas. "Maña de indio, treta de guerrillero" y "Escarmiento",

 

situaciones de lucha subversiva en diferentes momentos históricos, siendo el primero más logrado y sólido que el segundo. "Cara mujer" retrata ágilmente el mundo marginal a través de las peripecias de una pareja. Mientras que "Ofrenda para tu retrato" es el texto que ahonda con mayor profundidad en los caracteres sicológicos. Sin utilizar mayores recursos técnicos, Dante Castro logra interesantes esbozos, armando de alsuslector cuentos amalgamándolos a la ductilidad adecuadamente de su prosa. Por laotroestructura lado, inserta dentroy de la compleja realidad social peruana, no sólo utilizando hábilmente a sus personajes, sino por medio de temas tabú (por ignorancia y prejuicios) como el incesto en pueblos jóvenes. Buena entrega que deberá confirmarse y superarse en los próximos libros de Castro. En: Cultural/Libros, EL NUEVO DIARIO, Lima, 24 de mayo de 1986.

-----------------------------------------------------------------------------------JOVEN NARRADOR ------------------------------------------------------------------------------------

Un nuevo narrador irrumpe en el escenario de las letras peruanas: Dante Castro  Arrasco, chalaco, de 27 años de edad y es estudiante de Derecho de la Universidad Católica. Su libro se titula: Otorongo, conjunto de cuentos de variada temática que "deslumbran y estremecen" como lo señala acertadamente Cronwell Jara en el prólogo. Desde las primeras páginas el lector se sentirá comprometido con el buen cantar de este escritor que habla de "peripecias guerrilleras, pasmosas venganzas, cacerías de fieras, visiones real-maravillosas, amores disolutos y los más sutiles y controvertidos sentimientos, hechos aventuras y riesgos". En suma, un buen libro de un joven con verdadero talento. En: Cultural, diario HOY, Lima, jueves 22 de mayo de 1986.

 

  ----------------------------------------------------------------------------------- A PROPOSITO DE UN PRIMER LIBRO (escribe Ana María Gazzolo) ------------------------------------------------------------------------------------

La mala costumbre de fabricar antologías en nuestro país está creando la tendencia a pensar que un autor se justifica por un cuento o por uno o dos poemas que merezcan un rincón en una antología; y, además, antologable se considera equivalente de bueno y si a eso añadimos nuestra natural inclinación a generalizar, entonces un cuento o un poema antologables extenderán su bondad a toda la obra de un escritor, ya sea ésta menuda o abundante. Las antologías, o las menciones de carácter antológico, parecen haberse arrogado la facultad de instituir un nombre, y con un acierto solo, no se justifica una voz. Este discurso la lectura contracarátula del un libro de cuentos "Otorongo" de Dantesurge CastrodeArrasco, y nodeselacrea que éste será comentario de contracarátula. Tengo entendido que esta es la primera entrega de un joven narrador y ya se proponen dos de los ocho títulos de este libro como susceptibles de ser antologados a nivel hispanoamericano; cómo es posible que no se advierta que una afirmación semejante crea espectativas falsas en un escritor que se inicia y cuyas páginas no tolerarían la comparación con las mejores en lengua española. Dejémoslo madurar sin la responsabilidad de tener que ser digno de antologías (aunque sí responsable), dejémoslo avanzar sin premuras de triunfo. "Otorongo" es aún un libro inmaduro, del cual sólo uno de los cuentos guarda cierto interés, me refiero a "Ofrenda para tu retrato", en el que Castro Arrasco consigue revelar del personaje, fluctuantes entre el resentimiento y laacertadamente crueldad. En los él sentimientos hay mayor autenticidad a nivel narrativo y su resultado es convincente, pero de ningún modo el hecho de estar mejor logrado lo coloca a la altura de los mejores de Hispanoamérica. Al destacarlo, me interesa señalarle al autor una línea de trabajo que debería explotar más a fondo. Los cuentos que tienen como escenario la selva dejan entrever un conocimiento parcial del entorno, y más bien aquella parece ser un pretexto paisajista; quizá la narración no cuaje plenamente porque el ambiente natural no ha sido asumido realmente, se le observa desde afuera, cuando lo que se quiere es presentarlo desde adentro. mayoría relatos tienen episódico y están fundamentados escenasLamás que endehistorias. Le hacecarácter falta a Dante Castro trabajar con paciencia en el

 

lenguaje y la estructura de sus narraciones, darles en suma un más firme sustento literario. En: Culturales/Libros, diario EL COMERCIO, Lima, domingo 15 de junio de 1986.

-----------------------------------------------------------------------------------OTORONGO ------------------------------------------------------------------------------------

Una de las vertientes de la literatura peruana que tiene especial fascinación para nuestros escritores es el cuento, género en el que Dante Castro Arrasco da seguros con en su la libro "Otorongo". Nacido Católica en el Callao, estudiante de Derecho primeros y Cienciaspasos Políticas Pontificia Universidad y Literatura en San Marcos, el novel escritor ha reunido en su primer libro cuentos que abordan el tema citadino y el rural a la vez que el carácter sicológico. En este aspecto merece especial atención "Ofrenda para tu retrato", un relato que descubre su vena literaria y que hace abrigar espectativas por su trabajo futuro. En "Otorongo" se incluye además un cuento breve pero estremecedor; su título: "Escarmiento" y es una suerte de testimonio literario sobre la insurgencia de Sendero Luminoso en los andes de Ayacucho. En: Por amor al arte, revista GENTE, Lima, 04 de julio de 1986.

-----------------------------------------------------------------------------------OTORONGO Y OTROS CUENTOS (escribe Benjamín Gutierrez) ------------------------------------------------------------------------------------

Hace varias semanas, tal vez meses, recibí la visita y el libro de Dante Castro  Arrasco, poco antes de su presentación en el INC. Por esas cosas del quehacer cotidiano oportuna. y la supervivencia que nos roba el tiempo a la lectura, no di cuenta

 

  "Otorongo y otros cuentos, primer libro de Dante Castro Arrasco, fue editado en abril de este año. Incluye ocho cuentos escritos entre 1977 y 1985. Como todos los que se inician en la escritura, Dante Castro recibió influencia de dos de sus profesores de colegio, como nos cuenta en la presentación, quienes artesanalmente trataban de difundirmás la literatura en laspero aulas escolares evadiendo una serie de obstáculos. Una influencia bien indirecta eficaz, pues hizo que Dante Castro tomara conciencia de las posibilidades de la literatura. En realidad, una dosis de valentía necesaria para caminar por los senderos de la escritura, de la creación, alejándose muchas veces con estrategia del smog cotidiano. Pero hay también las otras influencias, aquellas que todos con mayor o menor intensidad experimentan, las vivenciales, y aquellas recogidas fruto de las lecturas literarias. Y para el autor de este libro, dentro de las vivenciales destacan tres personas que le hicieron conocer la selva en "noches de cuentos y de ayahuasca". Los cuentos titulados "Uturunku", "Venadito blanco" y "Cómo cazar a la raposa", están ambientados en la selva y de ellos destaca el primero. El primer cuento "Ofrenda para tu retrato", quizás sea el más logrado de todos y en donde asoma la versatilidad y la prosa corrida de Proust, aunque el desarrollo del tema sea un poco forzado y el sadismo del nieto que asesina a su abuela muy exigente. En suma, a lo largo de este libro, se puede notar o podemos ver a Dante Castro con mayores posibilidades, pues es evidente el manejo de la prosa con propiedad.  Ahora que en nuestro país se escribe, quizás más que antes, cuentos y narraciones cortas, Otorongo y otros cuentos no viene sino a confirmar el halo creador de nuevos valores. y otros cuentos , ya circulatiene conotros éxitoproyectos. en nuestro medio y Dante Castro,Otorongo que estudia literatura en San Marcos, En: "Por los cuatro suyos", diario EXPRESO, Lima, 12 de agosto de 1986.

-----------------------------------------------------------------------------------SOBRE OTORONGO: ------------------------------------------------------------------------------------

 

  Entre los narradores jóvenes, Castro Arrasco sobresale por el conocimiento integral que posee de las tres grandes regiones del Perú: selva, sierra y costa. En Otorongo, los relatos pares están ambientados en la selva, y los impares en la costa chalaca (el primero y el tercero) o en la sierra convulsionada por enfrentamientos guerrilleros ---entre iglesistas pierolistas--(el quinto) o por la subversión del de pasado los últimos añoscaceristas, (el séptimo). Las ycreencias real-maravillosas y la tradición oral, con una hábil recreación del humor de los narradores del pueblo, campean en las páginas amazónicas. En cambio, los conflictos familiares y sentimentales, cargados de alienación psicológica y aliento sublevante contra los lazos opresivos a nivel personal, alimentan los textos chalacos; mientras que la dimensión política e ideológica, vista a una escala extensiva a la sociedad peruana, constituye el meollo de las historias andinas. (Ricardo Gonzáles Vigil. En: "El cuento peruano 1980-1989" ; antología ; Ediciones COPE, Lima 1997)

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