Castilla Del Pino, Carlos - Teoria de Los Sentimientos

April 20, 2017 | Author: mutualalmafuerte | Category: N/A
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TEORÍA DE LOS

SENTIMIENTOS Carlos Castilla del Pino

TUSOUETS TNtEOTORES

Carlos Castilla del Pino TEORÍA DE LOS SENTIMIENTOS

Ensayo

TUSflUETS

índice

1 a edición 2 a edición 3 ' edición 4 a edición 5 " edición 6 * edición

octubre 2000 noviembre 2000 diciembre 2000 diciembre 2000 enero 2001 febrero 2001

( Carlos Castilla del Pino, 2000

Prólogo

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1. Q u é s o n los s e n t i m i e n t o s 1 Un experimento mental - 2 Los sentimientos, instrumentos del sujeto - 3 Los sentimientos, estados del sujeto - 4 Los sentimientos, estados del organismo - 5 Cognición y comunicación 6 Los sentimientos, íntimos Lo intimo, no contrastable - 7 Intimidad, incertidumbre, confianza.- 8 Tener y haber tenido un sentimiento - 9 Los sentimientos, objetos provocadores metasentimientos - 10 Todos los seres humanos tienen sentimientos

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2. El sujeto. Los s e n t i m i e n t o s e n la a r q u i t e c t u r a y e c o n o m í a del sujeto 1 El sujeto, ímptescmdible - 2 El sujeto, sistema del organismo 3 El sujeto, formación mental - 4 La relación sujeto/objeto, relación paicial e imaginaria - 5 Heteiogeneidad del sujeto y conflictuahdad de la telacion sujeto/objeto - 6 Autorrepresentación del sujeto y teoría de la realidad - 7 Arquitectura sentimental El se// - 8 Esti ategia St2 ->

emocionales, porque la veracidad o sinceridad es una de las reglas o presuposiciones del pacto de cooperación comunicativa de que hablo Grice Pero en el curso de la interacción la expresión es escrutada a la búsqueda de una confirmación o desconñrmacion de la sinceridad supuesta

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2. Los sentimientos como objetos cognitivos donde St, no es igual a St2 ni a St, Cada estado emocional es por definición distinto al anterior y al siguiente Esto es fundamental para la consideración semiótica de una teoría de los sentimientos los sentí mientas son significantes porque son anhomeostaticos, y diferenciales porque no hay dos anhomeostasis iguales, el significado de estos es justamente la experiencia emocional y la de sus efectos somatoviscerales Para el sujeto es evidente que en la situación X, taquicardia + apnea + temblor + palidez + grito + huida, son los síntomas que, con la experiencia interna, constituyen el síndrome del miedo Entre los síntomas resultantes de la experiencia emocional, unos derivan de las manifestaciones viscerales inervadas por el sistema vegetativo, y otros, como el grito y la huida, son actuaciones dependien tes del sistema nervioso central Unos y otros cumplen cometidos distintos los síntomas vegetativos alarman al organismo y con ello al sujeto, los síntomas derivados del sistema nervioso de la vida de relación alarman al entorno (existan o no entidades actuales, presentes) Los síntomas de uno y otro tipo son signos naturales y por tanto su significado es ambiguo (aunque en diferente grado) Los síntomas expresivos de la intencionalidad, como el grito o la huida, admiten diversas interpretaciones, aun mas los que conciernen al lenguaje extraverbal, y todavía mas los que, con expresión metafórica, Weizacker denomino «lenguaje de los órganos», esto es, la sene de manifestaciones que tienen lugar a través del sistema nervioso vegetativo (i espiración, cardiocirculacion, sistema urinario, aparato digestivo, etcétera) Esta doble manifestación de la sintomatologia de las emociones por una parte visceral, introperceptiva y por otra extraverbal, alo o exteroceptiva, 2 explica por que un sentimiento es una anhomeostasis para el conjunto desiderativocognitivo del sistema sujeto/objeto El su|eto requiere adaptar su organismo al agente que lo desequihbia y tequíele del objeto que le satisfaga su demanda Estos síntomas, expresivos del sentimiento de que se esta afectado, son percibidos a veces subliminalmente, poi los demás A alguien se le nota que le «pasa •tlgo sin que podamos precisar a que tipo de sentimiento remite su expi i s i o n

Mientras no se demuestie lo contrario en los procesos de ínteíac( ion paitimos de la eoiíespondencia entre experiencia y expresión t

Los síntomas son también objetos para el sujeto, por eso podemos conocerlos, describirlos y actuar sobre ellos La literatura ha sido una fuente inagotable de descripciones de estados sentimentales, agudos o persistentes, y de individuos que dominaban sus sentimientos de forma que no se constituyeran en obstáculos para sus proyectos en la vida social ' No tiene nada de excepcional que la expresión mímica de las emociones, componentes del yo ejecutor, pueda ser controlada desde el sujeto Mas difícil parece el control de las manifestaciones vegetativas, viscerales, aunque algunos puedan lograrlo mediante ejercicios y entrenamiento En este sentido, se pueden diferenciar a) el sentimiento que se expenmenta (amor, odio, colera etcétera) hacia el objeto, b) las modificaciones viscerales que lo acompañan, c) la expresión o extenonzacion del sentimiento Mientras los síntomas de la sene a) son mentales, los de las senes b) y c) son somáticos En otro orden, a) corresponde al momento de afectación del sujeto (por el sentimiento que «padece»), b) al momento de la afectación del resto del organismo, y c) a la expresión del mismo para los demás y para uno mismo, que sabe que expresa y como expresa lo que siente 4 Las consecuencias de esta triple faceta del proceso son las siguientes el sujeto sabe lo que siente, controla hasta cierto punto los efectos viscerales del sentimiento, y manda hasta cierto punto sobre la expre sion, y de esta forma atenúa, exagera o simula lo que siente Pese a todo, la única forma de comunicar un sentimiento es mediante la expresión Si el pensamiento se dice, el sentimiento se expresa En la vida de relación no damos el mismo valor de veracidad al decir que al expresar un sentimiento, y juzgamos correctamente al considerar que hablai de lo que se siente es en verdad hablar de lo que se piensa acerca de lo que se siente No se debe confundir la descripción con la demostración de un sentimiento Pueden describirse sentimientos que no se tienen pero es difícil —se requiere tanto la habilidad del actor como la torpeza o la buena voluntad del receptor— mostrar un sentimiento inexistente Es tas sofisticadas manipulaciones sobre los difeientes momentos del pío ceso emocional no parecen posibles en otras especies animales distin 6S

tas a la del Homo sapiens sapiens. En la especie humana se puede representar un sentimiento que no se tiene y controlar el que se experimenta, algo inverosímil en las restantes especies animales, que expresan lo que sienten y les es imposible mentir. 5

3. Función expresiva Por tanto, la expresión de los sentimientos es una exigencia del proceso emocional. La función vinculante de los sentimientos no se cumpliría si los sentimientos no tuvieran un segmento público, es decir, si no pudieran hacerse notar y/o ser notados. En ocasiones, a diferencia del que se queja de la notable repercusión sintomática de los sentimientos que experimenta, oímos la queja de quien carece de la suficiente expresividad. L es un joven de 22 años, muy inseguro. Un padre tiránico, déspota, constituye el calvario para toda la familia, excepto para la hermana menor de L, que ha aprendido a eludirlo. «A mí me pasa ahora que yo ante la gente pienso que debería ser de forma que se notara lo que siento..., pero no logro expresarlo, no me sale, noto que no me sale lo que siento ante alguien... Me refiero a cosas positivas, a sentimientos de amistad con mis compañeros y compañeras... Noto que se quedan ante mí —ellos se dan cuenta— como sin saber qué hacer, porque yo no es que no sepa, porque eso no hay que saberlo, es que no expreso lo que debiera expresar.» Ante la lámina 1 del TAT: «Un niño con un violín... no se le nota si está triste porque no sabe tocarlo o si es porque lo han encerrado ahí... Es inexpresivo, vamos, que no se sabe qué siente..., aunque yo creo que debe sentir... Todos sentimos.» Aunque la literatura romántica exaltó los amores no correspondidos, la vinculación es siempre bidireccional: va del sujeto al objeto con la pretensión de que del objeto vaya al sujeto. El conflicto de la relación sujeto/objeto se soluciona si la doble vinculación se logra. Esto obliga a una estrategia eficaz: A no puede aspirar a que B le corresponda si A no sabe, no puede o inhibe la expresión del sentimiento. El fracaso de la función bivinculativa provoca toda una serie de metasentimientos, bien sobre uno mismo (depreciación, depresión), bien sobre el objeto con el cual se fracasó (resentimiento, incluso odio). 6 Casi siempre, la vinculación que se pretende lograr del objeto es la misma que la que le ofrecemos a él: ser amado por aquel a quien se ama; obtener la confianza de quien deseamos ser amigo, etcétera. Esta icciprocidad se da por axioma, y así se dice que los sentimientos son 6(i

mutuos y transferibles, como ya señaló D. Hume. 7 Pero esto vale para los momentos iniciales de la interacción y para los primeros estadios de una relación sentimental durable. Luego no es así. De ahí que las relaciones asimétricas sean las más frecuentes, y que todo intento de convertirla en simétrica requiera una estrategia cognitivoemocional llena de astucias y añagazas: el buen simulador oculta su antipatía y hasta expresa hábilmente el sentimiento opuesto, de forma que pueda obtener la simpatía de aquel al que detesta. Sin embargo, en contra de lo que suele afirmarse, estas situaciones son infrecuentes y la hipocresía se detecta fácilmente. Mostrar simpatía hacia el que nos resulta antipático se inspira muchas veces en la asimetría de la relación y en la privilegiada posición de aquél. «Durante mucho tiempo yo sentía hacia el que fue mi maestro una profunda antipatía, verdadera aversión, porque era un despreciativo y no me parecía nada de fiar... Pero al mismo tiempo se le admiraba, y yo recuerdo cómo la mayoría le disculpábamos, y afirmábamos que en el fondo no era así, o que estaba obligado a disimular... O sea, lo que quiero decir es que cuando alguien tiene poder no se le juzga como se juzga al que está al mismo nivel de uno... Porque lo que era cierto es que si alguien de nosotros hubiera hecho la mitad de lo que él hacía lo hubiéramos calificado de canalla, de malvado o de algo así.» Además, las relaciones sujeto/objeto que verdaderamente importan tratan de hacerse duraderas; o lo son a fortiori por la sencilla razón de que el contacto es obligado, como ocurre con el jefe o con colegas del lugar de trabajo. Los sentimientos que nos suscitan los que nos rodean, tienen que expresarse con la regularidad suficiente como para que el otro sepa a qué atenerse y a ser posible nos corresponda. No puede ser eficaz la estrategia de vinculación recíproca si uno de los miembros de la relación es emocionalmente versátil. En realidad, todas las actividades del sistema nervioso central —no se olvide su denominación clásica como sistema nervioso de la vida de relación— tienden a convertirse en actuaciones, es decir, a exteriorizarse. Pues bien, si las exteriorizaciones de las actividades cognitivas —el pensamiento, las representaciones— se traducen en actuaciones sensomotoras y de lenguaje, las de los sentimientos se traducen en expresiones, en lo que abusivamente llamamos lenguaje extraverbal. El problema radica en la equivocidad tanto de las actuaciones y comportamientos cuanto de las expresiones. Porque no basta en ninguno de los dos casos la simple observación, sino que hace falta la interpretación, y aquí es donde está el quid del problema: entendimiento frente a nuilenteii dimiento. El suspicaz -desconfiado por excelencia- tenderá a inli-ipretar en sentido negativo para él la expresión del sentimiento piovo 67

cado en el sujeto, y por mucha simpatía que este «parezca» depararle responderá con inhibición y «reparo» Y a la inversa en el «confiado» Todo este excurso tiene su fundamento en el hecho de que la expresión corresponde al segmento publico de la emoción y para el interlocutor no hay garantía de que se corresponda con el segmento intimo «La expresión de una emoción», dice Cassirer, «no es la propia emoción es la emoción convertida en imagen »8 Los sentimientos ba sicos, como el miedo, la alegría, la furia, dan una imagen mas estereotipada y, por tanto, mas fácil de interpretar Un sentimiento complejo no tiene una expresión perfilada y muestra muchas veces un diseño original de interpretación problemática La expresión de las emociones nos preocupa porque, al escapar en buena medida de nuestro control, supone un nesgo en la interacción social A menudo expresamos mas o menos de lo que querríamos ex presar Por otra parte nada puede garantizar que los demás interpreten correctamente (es decir, de acuerdo con nuestras intenciones) lo que expresamos «No puedo remediar el que yo sienta ese calor en la cara de cuando noto que me pongo colorada saludar a alguien, eso tan simple, trato de evitarlo porque es idiota que cambie de color mi cara Eso me ha creado tales dificultades desde niña, en el colegio (las niñas me lo decían), que yo creo que me ha impedido tener eso que es el contacto mas nimio , yo se que se me pone cara de muñecota, porque tengo carrillos gruesos, un poco fofos, y es que se me encien den, usted lo habrá visto al entrar, pero no es solo al entrar en algún sitio, sino que me dura, que se renueva cada vez que comienzo a hablar Desde luego no podría hablar en publico, y me basta con que se dirijan a mi para que me sonroje de una manera tan intensa que me abochorna Lo que hago es rehuir el que se den cuenta de mi, y han acabado ya por no verme soy una especie de bulto cuando voy en un grupo De niña me decían ¿que te pasa?, o se creían que yo había hecho algo malo y que cuando me preguntaban algo y me subía el color es que yo tenia algo de que avergon zarme Ya prescinden de mi con lo cual cada vez que alguien me habla es peor, sufro mas, porque es como si me sorprendieran en algo Me averguen/a que se rae note la expresión de vergüenza aunque la verdad es que a mi me produce bastante temor la gente pero yo ya no se si es porque parece que siento temor y por eso temo o es que realmente temo No se » La mayor parte de las interpretaciones de una expresión emocional son sesgadas es decir erróneas La fuente de los malentendidos pro v 11 IK no de un enoi exclusivamente cognitivo —la expresión p se toma ionio significativa del estado emocional q y no es el caso—, sino de la (>S

catatimia'/, concepto que acuño Eugen Bleuler para destacar la incí dencia de la afectividad en la distorsión de los procesos de conocimiento (racionalización, defensas perceptivas, etcétera) 9 Este proceso se advierte de manera muy límpida en las interpretaciones del miedoso, del suspicaz o del desconfiado En el miedoso toda expresión ajena puede contener una amenaza, clara o disimulada, en el suspicaz, un vituperio, en el desconfiado, un engaño Con el tiempo las expresiones tienden a estereotiparse y componen lo que verdaderamente es la expresión conjunta, total, del rostro de alguien en situación de relativa homeostasis Desde la adolescencia se va perdiendo versatilidad expresiva, de manera que, como se dice en una locución proverbial, a partir de una determinada edad «cada cual tiene el rostro que se merece» Ocurre entonces que cualquier otro sentimiento que conmueve al sujeto ha de expresarlo desde la expresión preexistente, ya consolidada En el lenguaje coloquial se habla a veces de como ha sido posible «arrancarle» a determinada persona una expresión nueva, por lo que ha supuesto de ruptura de sus corazas expresivas La estereotipia se convierte en mascara que no deja pasar ninguna otra expresión emocional, al mismo tiempo que no permite al interlocutor que le provoque mas que a partir de su estatuto emocional Con su expresión «de siempre» el impone el tipo de interacción de la que se ha de partir Es lo que ocurre con el severo que no admite bromas, o con el chistoso permanente al que no se le puede hablar en seno l0 No se debe conlundn esta estereotipia expresiva con las expresiones duraderas, aquellas que constituyen el trasfondo desde el cual se manifiestan otras emociones Las expresiones duraderas remiten a es tados emocionales persistentes, los llamados estados de animo, y también se asocian con arquitecturas emocionales consolidadas que facilitan la lectura de las expresiones de aquellos con los que se convive, en la medida en que estos tienen su forma singular de expresar sus simpatías y antipatías, su ira, su entusiasmo sus rencores y hasta sus envidias Sentimientos del mismo genero expresados por otros se pi están a malas interpretaciones o suscitan desconcierto tanto mas si provienen de personas de distinto sexo, de diferente edad, de otra clase social, sobre todo de otra cultura A la expresión se le atribuye una función comunicativa sin mas porque el análisis parte de la posición del adulto Pero ni antes ha sido asi, ni aun de adulto es siempre asi Desde mi punto de vista, hay que diferenciar en la expresión emocional dos funciones la apelativa y la comunicacional La diferencia entre ambas se basa en consideiaciones de la psicología evolutiva de la vida afectiva y también en otras pioee dentes de la psicopatologia Veamos cada una de estas lime iones

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4. Expresión y apelación Para calibrar la importancia de la expresión de los sentimientos, podemos fijarnos someramente en lo que ocurre en determinadas situaciones de excepción, como la enfermedad de Parkinson La enfermedad de Parkinson muestra como síntoma constante la amimia, es decir, la inexpresividad del rostro (también del resto del cuerpo en tanto este es también, como no puede ser menos, vehículo de la expresión del estado emocional del sujeto de ahí que se gesticule poco 0 nada, que la postura corporal no se altere, que el habla se emita amodulada, etcétera) El sujeto amimico nos provoca un sentimiento de desasosiego " Si sonríe, el gesto no va acompañado del cortejo esperable y parece mas bien una mueca (en la sonrisa del normal sonríe todo el rostro, no solo boca y labios) Otro caso muy distinto es el de sujetos que denominamos inexpresivos ¿Como sintonizar en el orden emocional con alguien que no manifiesta lo que siente y mantiene una expresión inmutable' 3 Mas inquietante aun resulta la falta de reacción emotiva en alguien del que razonablemente la esperaríamos al comunicarle una mala noticia o un éxito que hemos conseguido El exceso expresivo (demasiadas sonrisas, exclamaciones, aspavientos) tampoco tranquiliza la desproporción es siempre sospechosa La necesidad de saber a que atenernos respecto del sentimiento que provocamos en el otro a través de su expresión aparece muy precozmente, como destaco Darwin en su hijo de seis meses y ha sido confirmado posteriormente en experimentos reiterados (C Buhler, Carón y Miers, entre otros) Coherente con ello, es conocida la angustiosa perplejidad del recién nacido cuando el adulto se muestra ante el inexpresivo e inmóvil (Cohn y Tronick) No solamente las expresiones emocionales básicas, como suponía Darwin, tienen una base innata y universal, sino que, como sostiene Harris, también parece ser innato el reconocimiento de dichas expresiones u Las emociones expresadas en la etapa inicial de nuestra vida —llanto, hambre, rechazo y sosiego— tienen una función exclusivamente apelativa, de llamada o de demanda urgente No puede ser de otio modo El recién nacido carece de un desarrollo cognitivo que, como sujeto, le permita mterrelaciones complejas con objetos de su entorno En el niño de los primeros meses solo hay demandas (de calor, nutrición, rechazo y sosiego) y apela a que se le satisfagan No da nada a cambio Dejara de llorar si la demanda de hambre o sueño es satisfec ha o si el objeto que anhelaba apartar desaparece, pero a nadie se le ocunc pensar que un bebe calla o duerme porque es muy obediente La 1 u IK ion apelativa asume la totalidad de la función expresiva en cuatro (iiciuislancias 1) en la etapa egotista del sujeto," en los preliminares di la consti ucuon y desarrollo del sujeto, 2) en situaciones limite de la /()

vida del adulto, de pánico extremo, de desvalimiento absoluto, en las que la expresión equivale a una apelación inmediata, a una llamada de socorro o ayuda ante un objeto amenazador, 3) en la demencia, en la que tras la destrucción de los instrumentos cognitivos, el sujeto regresa al estatuto afectivo inicial, y 4) en la simulación de desvalimiento, como es el caso del (o de la) «victimista», con su queja constante, con la ostentación de su sufrimiento, en solicitud de una atención que nadie le satisface, y con el reproche continuo por esa desafección ,4 La función apelativa de la expresión emocional se caracteriza por su descontrol, salvo, naturalmente, en el caso de la simulación, en donde por el contrario el sujeto manda sobre el momento expresivo y a veces se excede hasta la sobreactuacion La apelación es una demanda sin mediación alguna (acting out) entre la experiencia emocional y su expresión El adulto la tolera y la comprende en el bebe, cuya única tarea es la de satisfacer sus elementales pero imprescindibles deseos Cuando se pone en juego en etapas ulteriores, el carácter de demanda egotista, impropia del adulto maduro, se revela en lo siguiente 1) la apelación no se hace de estar el sujeto solo, 2) recurre al grito para que la demanda se satisfaga de inmediato y por quien sea, y 3) transgrede las reglas de aquellos contextos en los que la apelación es un recurso excepcional Hay contextos en los que se codifican formas de apelación es el caso del luto, señal que exhibe publicamente el dolor que se debe sentir (al margen de que se sienta en verdad o no) y que apela al consuelo y la compasión La apelación es una forma íegresiva de la función expresiva Por eso, caracteriza las primeras etapas del desarrollo En las ulteriores, aun cuando la apelación se justifique, por ejemplo ante un peligro inminente, es regresiva A los niños de mas de cinco años se les enseña a apelar solo en circunstancias precisas, y la renuncia a la apelación constituye un rito miciatico del paso a una etapa emocionalmente madura

5. Expresión y comunicación Lo que primero fue una función exclusivamente apelativa de la expresión, se sustituye mas tarde por otra de carácter comunicacional La apelativa no se pierde, se posterga En ocasiones, como hemos visto, vuelve a usarse o acompaña a la comunicacional El proceso comunicativo es transaccional y, como las demandas son reciprocas, aunque no necesariamente idénticas, por una paite se expresa lo que sentimos, y por otra, ademas, la disponibilidad en que estamos ante las demandas del otro La solución del conflicto de la u lacion sujeto/objeto no depende solo de uno, sino de los dos PICCIS.I 71

mente con la expresión del sentimiento que el objeto nos provoca vamos a responderle y a proponerle la doble vinculación que deseamos. Una expresión acogedora trata por ese medio de proponer al otro que nos acepte y nos acoja; y a la inversa, una expresión de rechazo y disgusto propone al otro su alejamiento de nuestro entorno. Es, pues, respuesta y propuesta. El sujeto antes provocado se convierte ahora en provocador. ¿Cómo hacer para que la respuesta se convierta en propuesta? En el proceso comunicacional —lo he dicho repetidas veces— se parte de una teoría acerca del otro (que incluye la que suponemos que ese otro tiene acerca de nosotros mismos). De acuerdo a este supuesto —nunca deja de ser tal, porque jamás se obtiene la evidencia— el sujeto se expresa. La expresión del sentimiento está, pues, en función de lo que podemos esperar del otro. Por eso, en el caso de la apelación histérica, persiste mientras es operativa, es decir, mientras se le responde a la demanda. Si hoy ha desaparecido la gran histeria de Charcot y tampoco se ven histéricas como las que historió Freud, es porque en la actualidad, tras la evolución de los mores culturales, la apelación ha de hacerse de otra forma.15 La propuesta pragmática supone la incidencia de procesos cognitivos en el componente afectivo (o functor) de la relación sujeto/objeto. El objeto me "resulta antipático, incluso odioso, pero no «debo» manifestarlo, me «debo» a la cortesía y a las buenas maneras, me «interesa» hacerle creer que me cae bien, etcétera. El sentimiento y su «posible» expresión se han transformado en objeto para el propio sujeto, que trata entonces de manipular uno u otro, según el contexto y para sus fines. Así, en esta fase ulterior a la meramente apelativa, todos los procesos sentimentales son objetos para la cognición. Se controla la expresión y su intensidad, surge incluso el disimulo y hasta el engaño. Hay que administrar nuestra expresión emocional de acuerdo a nuestros intereses.

ción, de inmediato «se les pasa». La función autoapelativa es de uso habitual en la vida de relación y no se precisa para su puesta en juego que los sentimientos sean de mediana o de gran intensidad. La autoapelación tiene lugar a veces antes de que el sentimiento se exprese: el pudor es un sentimiento que surge ante la posibilidad de que se exteriorice un sentimiento del que el sujeto se avergüenza. Se tiene pudor a hablar en público, ante la posibilidad de que se nos note el miedo al ridículo; nos sonrojamos ante la persona que amamos, ante la posibilidad de que descubra la emoción que sentimos... No manipulamos, pues, nuestros sentimientos más que en el segmento expresivo. Hay sentimientos hacia determinados objetos que nos repugna poseer, pero no podemos hacer nada para que desaparezcan (salvo quizá el reconocimiento sin trabas). No reconocemos, por ejemplo, el odio que experimentamos porque revelamos así que el objeto odiado nos importa, y al mismo tiempo mostramos nuestra capacidad para experimentar ese sentimiento tan deleznable, y con ello nuestra condición moral. Pero sí podemos operar sobre la expresión tratando por todos los medios que no nos traicione, no dejando ver de nosotros lo que por todos los medios tratamos de ocultar. Como quiera que el que experimenta determinado sentimiento sabe que en alguna medida lo expresa (por eso, como suele decirse, la expresión del sentimiento le «traiciona»), o le interesa dejar la expresión tal cual, o trata de controlarla y que no se perciba, o de manipular la expresión mediante la exageración (sobreactuación), la atenuación o la simulación. El dominio sobre sí mismo, como se dice en el lenguaje coloquial, es dominio sobre la expresión de nuestros sentimientos. Lograr que nuestros sentimientos «no se nos vayan de las manos» es una espléndida metáfora que alude a cómo debemos «sujetar» lo que puede desbocarse.

6. El bucle de la expresión: la autoapelación Saber qué y cómo expresamos revierte sobre el sistema del sujeto en un efecto bucle. Por eso, determinadas experiencias emocionales se constituyen en una apelación hacia el propio sujeto. La reflexividad del sujeto, en efecto, permite que la apelación se dirija también a uno mismo (autoapelación). Cuando uno se expresa de modo inadecuado, de inmediato tiende a la autocorrección. Esto no sería posible si la experiencia sentimental no fuese autocognoscible. Sucede así con muchos de los que tienen «un pronto» que, de acuerdo con esta califica72

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5 Función de los sentimientos III. Organización axiológica y subjetiva de la realidad

La fidelidad es a la vida de las emociones lo que la coherencia a la vida del intelecto: simplemente, una confesión de fracaso. Osear Wilde, El retrato de Donan Gray

1. Egotismo, egocentrismo: subjetividad

I

Desde el momento del nacimiento, y con todas las limitaciones propias de esa etapa evolutiva, el sujeto, dotado de los reflejos de prender y succionar, divide los objetos de la realidad en dos conjuntos: los que puede poseer y los que no puede poseer. No es exacto que el niño haga una preliminar taxonomía entre objetos amados y odiados (Freud, M. Klein, J. Riviere, entre otros), porque ambos son de por sí interesantes para el sujeto, sino, como he dicho, entre objetos del propio campo perceptorrepresentativo que puede o no puede hacer suyos. Los objetos desechados han sido suyos de antemano y no deben identificarse con objetos odiados.^ Posteriormente, selecciona entre los objetos que desea retener y los que desea rechazar'. El sistema tan en esbozo aún del sujeto —el protosujeto— ha procedido a esta rudimentaria organización de la realidad en virtud de un preliminar proceso cognitivo básico: saber que el objeto existe para su prensión; y una vez poseído, si quiere retenerlo o rechazarlo. Los objetos que no desea «no existen» como componentes de su mundo simbólico. Como puede deducirse, los objetos son aprehendidos y valorados por el sujeto, que se sitúa a sí mismo en una posición central desde la que obtiene la única perspectiva posible del entorno. Y de entre todos los objetos hay uno por el que el sujeto se interesará de manera constante y privilegiada: él mismo, incluido el propio cuerpo en tanto que su soporte.1 La prueba de ello es que pospone todos los demás objetos a él, los supedita a él, y, al mismo tiempo, él, como objeto, se adjudica el centro, desde el que contempla el entorno. Así pues, el protosujeto que es el recién nacido viene dotado de un programa de selección egotista de la Realidad (todo para la satisfacción de mi deseo), y de una perspectiva egocéntrica. Lo egotista concierne al sistema afectivosentimental o desiderativo; lo egocéntrico, al cognitivo. Ambos convergen recíprocamente en dotar al sujeto de una consideración subjetiva del entorno, con la que opera y operará en sus relaciones con los objetos que lo integran. El hombre es el cenlro cognili77

voemocional de «su» universo y es mutil tratar de colocarse fuera de el lleva el centro consigo El sujeto, desde su nacimiento hasta el fin de sus días, cuenta con la posibilidad de hacer a los objetos centrípetos o centrífugos respecto de el ese es el poder —y la servidumbre— de la subjetividad Hay por parte de todo sujeto una ilusión de objetividad a través de su ilusoria (imaginada) dejación de si como centro desde donde visualizarse el y visualizar la realidad Las consecuencias de que estemos programados —en esto no parece existir diferencia con otras especies animales— para ocupar el centro de nuestro entorno son las siguientes 1 La subordinación de la realidad Desde la taxonomía inicial a las pos tenores y mas complejas, cada sujeto pone oiden en el contexto que le rodea haciendo a los objetos «suyos» y «no suyos», y de entre los primeros, aceptables y no aceptables El sujeto se rige por este método preferencial, que le facilita las manipulaciones con los objetos de la realidad, al permitirle clasificar los objetos imposibles de agrupar por criterios lógicos Por distintos que sean los objetos su característica esencial es que agraden o no agraden, y de este modo la heterogeneidad de la realidad se reduce y las posibilidades de adaptación aumentan Este método constituye la primera utilización por el sujeto de una lógica de clase Es la lógica por la que se rige el sistema afectivosentimental, prevalente hasta los tres años sobre el sistema cognitivo 2 IM. ordenación de los objetos La ordenación de los objetos según nuestras preferencias y contrapreferencias conlleva la posibilidad de una orientación valorativa (axiologica) de los componentes de la realidad desde las primeras etapas de la vida La orientación prefe rencial es bipolar y se rige por la ley del todo o nada, o lo que es lo mismo, por la forma lógica de la disyunción excluyente (o A o B) Aunque en etapas ulteriores la disyunción se matice, no se aban donara y se recurrirá a ella en situaciones de emeigencia El enamoramiento del adulto da lugar a una fotma de disyunción excluvente respecto del objeto amado, que tiene evidentemente carácter regresivo Los amantes adoptan actitudes puenles la manera de circunscribir el espacio en que ellos han de situarse simboliza la exclusión de todos los objetos restantes Del mismo modo, pero en sentido opuesto, el odio es maximahsta 3 La construcción del habitat Desde la posición central que el sujeto ocupa en la realidad manipula sus preferencias y contrapreíerencias De esta forma, dentio del piopio entorno, cada cual construye su habitat su universo particular y mas confortable ' 4 /// construcción de un orden en una realidad compartida que acaece paulatinamente con el pioceso de socialización, es resultado de la cultura de los valoies histonco-sociales es decir de un sujeto /X

plural que se ha dado a si mismo su realidad El sujeto se incoi poia como miembro a la comunidad, pero con su ordenación peisonal, hará dejación de algo de ella a favor de la asunción de otra, la del sujeto plural que es el colectivo en sus mas diversas acepciones (grupo, clase social, etcétera) La ordenación, singular y/o compartida, es imprescindible El hombre tiene una tendencia taxonomista No es posible manejarnos en y con la realidad sin un orden, con arreglo a determinados criterios Ulteriormente, incorporara a su ordenamiento trazos de ordenamientos ajenos, para hacerlos suyos, a cambio de poder ser uno de ellos La renuncia a valores individuales es el rito íniciatico exigido para la constitución como miembro del grupo Una renuncia transaccional, porque al fin y a la postre ese grupo es suyo 5 La distorsión de la realidad Constituye el reverso de esta misma fun cion, es decir, su faceta negativa, el coste que conlleva Frente a las cuatro ventajas que supone la perspectiva egotista-egocéntrica, la contrapartida es la inevitable distorsión de la realidad Desde nin gun punto de vista la realidad se nos aparece como tal, sino como nos parece y deseamos, por lo tanto la realidad que vemos, y con ella la de nosotros mismos, es la «nuestra» Distorsionamos el ob jeto y sus relaciones para con nosotros mediante el proceso catatimico al que aludí Esto conduce directamente al conflicto, poique, por una parte en la relación sujeto/objeto el objeto es como imaginamos que es (imOb), y por otra el objeto es La realidad es terca y finalmente se impone, y de ninguna manera podemos mol dearla a nuestro antojo La realidad tolera un tanto de distorsión sin pasar factura, pero si la distorsión es demasiada el choque es inevitable y pone en cuestión las posibilidades adaptativas del sujeto ¿Que ocurre en el proceso catatimico? En la catatimia se anula la oposición ser parecer Lo que nos parece, es Ese es el error lógico, habitual porque se incrusta incluso en el habla y, mediante un efecto feedback, lo perpetua el hablante 4 En mi practica utilizo como test proyectivo el Test de Apeí cepcion Temática, de Murray, por su excepcional valor para la detección de las proyecciones no conscientes del sujeto Es ilustrativo que el lector sepa como ante una lamina con tan escasos elementos como la Lamina 1 las proyecciones son irrepetibles La técnica seguida por mi es radicalmente distinta de la seguida por los que idearon el test No invito a fantasear a partir de la lamina sino que me limito a preguntar al probando «¿Que sucede ahi ; » I a pregunta es muy distinta de esta otra «¿Que hay ahí'1» hn csl.i si u quiere que el sujeto denote (lo que sena de ínteies paia la .\ pi ison.il en el que desunamos nuestios oléelos pieleieui i.ili-s \ i onli .ipi t I , ')'->

renciales. Con independencia de que muchos valores sean compartidos por colectivos, la tabla axiológica es personal, propia, singular y, por tanto, irrepetible. Cualquiera puede decir lo que Rousseau de sí mismo: «No estoy hecho como nadie que haya conocido; me atrevo a creer que no estoy hecho como nadie que haya existido antes». 14 Ese repertorio de sentimientos y/o valores se mueve entre los hipólos rigidez/flexibilidad. ¿Debe mantenerse la arquitectura de la tabla axiológica en cualquier contexto? ¿Debe acomodarse la tabla axiológica al contexto? Debe advertirse que muchos sociólogos, a partir de Max Weber, han hecho suya la necesidad de aplicar tablas de valores distintas según los contextos y los roles que se han de desempeñar en ellos. IS Por otra parte, el concepto de anomía, introducido por los sociólogos para dar cuenta de la disociación del sujeto en cumplidor público de las normas y transgresor privado de las mismas, plantea problemas en los que la psicología y la sociología tienen mucho que decirse recíprocamente. La funcionalidad de una tabla de valores constituye el laborioso y contradictorio sistema de nuestra vida afectiva. La tabla de valores, objetivada, actúa como plantilla, o —más gráficamente— como espejo que nos devuelve nuestra imagen tras cada actuación, imagen que a su vez nos provoca un determinado sentimiento. Los metasentimientos a que haremos mención en su momento, como por ejemplo, el remordimiento, la culpa, la vergüenza, el pudor o la inhibición, y en el sentido opuesto, la satisfacción por la actuación ajustada a valores positivos, proceden, en el primer caso, de la autodescalificación, en el segundo, de la autorrecalificación.

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6 Causa y motivo de los sentimientos

Las pasiones sobre cuyo origen uno se engaña son las que más tiranizan. Los motivos que mejor se conocen tienen mucha menos fuerza. Osear Wilde, El retrato de Donan Gray

1. No hay no sentimiento Por tenues que sean los sentimientos que experimentamos, estamos siempre bajo sus efectos. No hay relación con un objeto empírico o mental que no dispare un sentimiento por elemental que sea, por ejemplo, de agrado o desagrado, lo que al decir de muchos constituye el esbozo, el rudimento de un valor acerca del objeto al que apenas si dedicamos atención alguna. En pocas palabras: no hay no sentimiento. Siempre, claro está, que esté activado el sistema del sujeto en lo que concierne al nivel de vigilancia, el simple estar despierto, que hace que el organismo disponga también de los instrumentos y funciones cognitivas. No hace falta, sin embargo, un nivel de conciencia hipervigil. Por eso, experimentamos sentimientos durante aquellas etapas del sueño (sueño REM) en las que se sueña y en las que el nivel de vigilancia o de conciencia, aunque descendido, es suficiente aún para permitir relaciones del sujeto con sólo sus objetos internos. Hay otras circunstancias que se asemejan al sueño REM, por ejemplo las que tienen lugar en intoxicaciones por el alcohol (delirium tremens) o la dietilamida del ácido lisérgico (LSD), los derivados de la anfetamina, la mescalina, la psilocibina, etcétera, o sea psicosis tóxicas en las que el sujeto está o incapacitado o cuando menos limitado para mantener relaciones con los objetos externos, y se muestra desorientado y confuso cuando trata de incorporarse a la realidad; pero sí puede mantenerlas, y muy vivaces y caleidoscópicas, con los objetos internos, ahora convertidos en objetos alucinatorios que le procuran sentimientos a veces intensos y con caracteres de nuevos, de extraños. Tanto en el sueño como en estos tipos de psicosis tóxicas, la ñola emocional respecto del objeto depende de las connotaciones que se le atribuyen, y el sujeto se comporta respecto de ellos como si si- ha tara de objetos externos. Otras veces, el sujeto se alarma poi el nu-i carácter de nuevo de la representación de los objetos hilemos, pi ejemplo, por la brillantez, el colorido o la intensidad lan elevada que poseen.

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R es un estudiante de Medicina, de 22 años. «Tomé ácido una sola vez, pero aún me quedan dos cosas, a pesar de que hace casi un año de todo eso: primero, es una sensación de desequilibrio, de que mi cuerpo oscila, de que no se mantiene como si dijéramos recto, y a veces tengo la impresión de que también la gente se da cuenta de que estoy oscilando, como estaría en caso de una borrachera. La otra cosa que me ha quedado es un pitido dentro de la cabeza, agudo, no constante, y a veces se acompaña de una sensación muy rara, como si los objetos tuvieran más relieve del que tienen... Todo esto me produce mucha angustia, porque no tengo más remedio que prestarle atención y porque temo que por ahí entre en la locura o en ¿ilgo próximo a la locura.» P es un delineante de 33 años, bebedor inveterado de licores desde hace más de ocho. Después de un episodio febril por una amigdalitis y la brusca suspensión del alcohol, aparece un cuadro delirante alucinatorio. Le vemos sentado en la cama, somnoliento, la cabeza cae lentamente sobre el pecho para, bruscamente, despejarse entonces durante unos cuantos segundos. Mientras de nuevo parece sumergirse en el sueño, si en ese momento se le habla o se le estimula de cualquiera otra forma, experimenta un sentimiento de terror. Se sacude de sus mangas animales minúsculos, que a su parecer ascienden hasta penetrar en su boca y en sus fosas nasales. Se echa hacia atrás, trata de levantarse, se arrincona en uno de los ángulos de la cama... Cuando remite el cuadro alucinatorio nos cuenta cómo aun durante el sueño se repiten, como ensoñaciones, los temas del delirium: animales como raros insectos, como ciempiés, que gatean por la cara y entran en sus orejas, fosas nasales, se posan en sus ojos. No quiere dormirse, por el pavor que experimenta ante los sueños, y cuando el sueño le vence entonces se levanta y pasea por la habitación. Pero al fin, cuando no puede más, se acuesta pero trata de permanecer vigilante. «Lo que yo experimentaba era una cosa nunca sentida, porque notar que un bicho sube por el rostro y me entra en la boca o en las narices, o en las orejas... además tenía que atender a uno y otro sitio... Era un sentimiento de horror, pero además nunca lo había sentido, completamente nuevo... La cosa es que sin embargo yo no sentía miedo una vez que desaparecían. Es más, le puedo decir que cuando creía que se habían ido los bichos porque los espantaba, de pronto me encontraba muy tranquilo, como con un gran sosiego.» La afirmación no hay no sentimiento es corolario del axioma fundamental del sistema del sujeto, a saber: el sujeto es un sistema de relación constante con objetos externos y/o con objetos internos; la rela100

ción se lleva a cabo indefectiblemente gracias a la inevitable adición del functor afectivoemocional que la cualifica, porque eso justamente es la relación. La fórmula estándar f(S/Ob)Cx, que describe el núcleo estructural de toda actuación humana, implica que en todo comportamiento o actuación hay siempre un substrato emocional, el que inspira, provoca o sugiere el objeto. A veces, el estado emocional se acerca a lo que en el habla coloquial se califica de «indiferencia», como cuando observamos pasar gente desconocida que desaparece ante nosotros segundos después, o en la abandonada contemplación de un paisaje desde un ferrocarril, mientras al mismo tiempo estamos ensimismados en nuestros propios pensamientos. El hecho de que prestemos aunque sea la mínima atención como para «advertir» su presencia indica que el objeto en mayor o menor medida nos ha afectado, y podríamos, al mínimo esfuerzo, describir el juicio valorativo formado antes in mente y que no habíamos expresado. En muchos de estos casos, ocurre que el objeto de la relación no nos provoca de momento más que un sentimiento tenue, escaso, pasajero, y en una consideración trivial calificamos tales objetos como «indiferentes». No lo son. El estado sentimental apenas se nota, no nos conmociona, y pasamos a otra relación con nuevos objetos, sin que hayan dejado, tras la experiencia, huella mnémica alguna. La intensidad con que se experimenta un sentimiento es un mal criterio para delimitar la relevancia que los objetos tienen en nuestra propia vida. Una de las defensas del sujeto frente a un objeto que le importa es «reconocer» que apenas si le produce afectación alguna. Pero hay muchas razones que desmienten esta afirmación. «Me ocurrió que estaba tranquilamente sentado en una terraza cuando pasó un hombre que llevaba a un niño de la mano. Ahora me doy cuenta de que puedo contarlo porque sé lo que pasó luego, pero en ese momento aseguro que era algo que me dejaba indiferente. Pero pasó, y cuando ya apenas lo divisaba, entonces tuve un sentimiento muy raro, como de compasión, y pensé: "¿Qué será de ese hombre y de ese niño?". Me recordó a un viejo con el cual yo de niño me sentaba a veces antes de entrar en la escuela y hablaba y yo le preguntaba algunas cosas y él se interesaba por cómo iba en la escuela y qué cosas hacía... Puedo decir que no había vuelto a acordarme del viejo aquel de mi infancia hasta ese momento, y lo que menos podía imaginar es que de pronto, estando yo en MON treal, ajeno por completo a todo mi pasado, ese recuerdo habría de surgir.» No hay indiferencia; no hay actuación neutra, asciiliineiilal. Ante objetos percibidos un instante tomamos posición piejnu losa de loim.i tan simple como el «me gusta», «no me gusta», «csl es luluuln», 101

«aquello es desagradable», «P tiene aspecto de bueno», «R de antipático», etcétera ' Bastaría que se nos exigiese el esfuerzo de codificar verbalmente el sentimiento en un juicio valorativo para darnos cuenta de hasta donde podría retrotraernos Por otra parte, es conocido el m quietante dato de cuantas de las cosas que parecen pasar ante nosotros sin que nos creamos afectados emocionalmente por ellas dan muestras luego de que no fue asi, como lo revela el hecho de que, al llegar la noche y dormirnos, se actualice como componente de un tema onírico Hechos como este son prueba inequívoca de la no indiferencia ante los objetos apenas percibidos y atendidos, y nos hacen sospechar, ademas, de la veracidad del sentimiento que nos declaramos a nosotros mismos acerca de ese objeto La afirmación de que «esa persona no significa nada en mi vida», se aviene mal con el hecho de que haya pasado a ser tema de un sueño la noche anterior y, lo que es tan significativo, que lo recordemos al despertar La «indiferencia» se correspondería con la inexistencia virtual, la mobservabilidad, de ninguna manera con lo en apariencia olvidado 2

2. Los sentimientos, causados De acuerdo con esta tesis, he mantenido en el capitulo 1 que los sentimientos son siempre provocados (tesis, por otra parte, practica mente generalizada), y se disparan, literalmente, en el sistema del sujeto en el primer momento de la relación sujeto/objeto Luego, el sentimiento inicial es modificado a tenor de las mutaciones que experimenta el objeto en el proceso de interacción El objeto es el mismo (si consideramos que la realidad existe con independencia de nosotros), pero no significativa ni simbólicamente idéntico en los sucesivos mo mentos Interesa destacar el hecho de la subitaneidad con que el sentimiento aparece Muchas veces, la secuencia de situaciones no dema siado importantes es tan rápida que no se presta suficiente atención a lo experimentado en ella, sin embargo, es evidente que pasamos de un estado sentimental a otro distinto, al compás de la secuencia de las situaciones Se trata siempre y en cada momento de irrupciones emocionales Muchos psiquiatras son proclives a admitir sentimientos inmotivados, sobre todo los que se incluyen en el denominado estado de animo (véase mas adelante), tanto en sujetos en condiciones normales como patológicas Se quiere decir con ello que no son psicológicamente provocados que no tienen validez semántica sino todo lo mas de señal, de síntoma, de signo natural, y se hacen inmediatamente dependientes de circunstancias neurobiologicas (neuroendocrinas, del metabolismo de los neurotransmisores), las cuales, por otra parte, son 102

cada vez mas y mejor conocidas Estas circunstancias biológicas —hay que decirlo una vez mas, dada la simpleza que afecta a tanto psiquia tra— se dan también inequívocamente allí donde los sentimientos son abierta y notoriamente provocados No puede ser de otra forma ^ No hav psicología sin neurofisiologia, pero tampoco hay neurofisiologia sin biología molecular Anticipemos, sin embargo, que a veces el ob jeto provocador se hipostasia, subyace en el acto de relación y parece que hay estados emocionales sin objetos provocadores El objeto provocador ha de serle descubierto al propio sujeto (y al psiquiatra) 4 Cuando la relación con un mismo objeto es duradera los sentimientos cambian en grado y cualidad, pues la relación no es la misma de un momento a otio, y depende de las sucesivas actuaciones del objeto ante nosotros En definitiva, el objeto es una variable a su vez La formula estándar f(S/Ob)Cx pretende hacer ver el rango de variables de cada uno de los cuatro componentes Por eso, el sentimiento inicial, del encuentro, reviste a veces caracteres de emoción intensa, que deja paso, mas tarde, a sentimientos tranquilos y sosegados En todo caso, si el sentimiento es provocado por el objeto, puede hablarse legítimamente de este como causa del mismo Pero, paia ser mas preciso, la causa es la imagen formada del objeto (imOb), como lo prueba el hecho de que puede haber imagen sin objeto empírico tal es el caso del sentimiento que nos provoca la evocación de un ser querido pero ausente Sin la imagen del objeto no hay sentimiento, por que la imagen del objeto es lo único que conocemos del objeto No es el objeto el que penetra en el sujeto para provocar el sentimiento, sino su imagen Por eso, como he dicho, cuando el sistema del sujeto esta mactivado y no esta en condiciones de formar imágenes de objetos externos como ocurre en el coma anestésico, traumático, etcétera, no hay sentimiento, porque no hay funcionalmente sujeto s Por tanto, el enunciado no hay no sentimiento implica que el sistema cogmtivoemocional que es del sujeto, y es por definición el sujeto, este activado Ahora bien, si la imagen del objeto es la causa del estado emocio nal del sujeto, estamos en situación de afirmar que no es la condición necesaria para que en el sujeto se dispare un determinado sentimiento Veamos un ejemplo de rutina en nuestra practica clínica «Al ver la lamina me quede de momento sorprendido, pero luego como asustado Me he dado cuenta de que al ver a este hombre sentado en el alféizar de la ventana pense "Este se va a tirar" Luego me fije bien y vi que la silueta de la cara no parecía la de un hombre en trance de tirarse, sino la de alguien que nina hacia arriba, como contemplando el cielo y sustituí el miedo que anlcs tenia por el por algo asi como simpatía al verlo tianquilo limando a las estrellas, una persona que piefieit vet csi p.us.in nm luí no antes que doimir» (I amina 14 del TAf) KM

Nótese aquí la sucesión de sentimientos contrapuestos (de susto a sosiego y luego hasta de admiración por su actitud estética ante el panorama nocturno), a medida que se suceden imágenes distintas del objeto. Añadamos ahora que lo que hace a la imagen del objeto provocadora y causante de un determinado sentimiento es la categoría semiótico-semántica que posee (como significante) para el sujeto. 6

3. Los sentimientos, motivados Si las imágenes de los objetos son, pues, causa de los sentimientos y condición necesaria para su irrupción, no son, sin embargo, condición suficiente para los mismos, como trataré de hacer ver a continuación dada la importancia que esta tesis posee para una teoría psico(pato)lógica de la vida emocional. Nuestros sentimientos no están determinados por los objetos, porque para ello, como he dicho, habrían de ser además condición suliciente. Pero si así fuera, entonces el objeto sería el responsable primero y último, es decir, único, del sentimiento, y no es así, dado que el objeto provocador, causal, del sentimiento no explica ni da cuenta de todo lo que el sentimiento implica. Eso es justamente lo que se hace en el mecanismo de proyección: responsabiliza única y exclusivamente al objeto de todo cuanto ha supuesto de conmoción en nuestra vida emocional. En el ejemplo antes expuesto, el protocolo de la lámina 14 del TAT, el mismo objeto puede causar sentimientos precisamente contrapuestos. Sería tan absurdo como atribuir a la lluvia tanto el suelo mojado como el seco. La insuficiencia de la imagen del objeto para desvelar por sí misma la totalidad de la estructura sentimental que irrumpe en el sujeto, hará de los sentimientos estados complejos, seriamente anhomeostáticos y perturbadores. Aunque muchas veces no se sepa, no se quiera o ni se plantee describir lo que se siente, se sabe que se experimenta un sentimiento. El sujeto sabe que «el» sentimiento de ahora es distinto al de antes. Si, merced al carácter causal del objeto del sentimiento, un mismo objeto es capaz de provocar, por una parte, sentimientos distintos en varios sujetos, y por otra en el mismo sujeto pero en momentos distintos, ello implica que al objeto causal hay que añadir las restantes variables de la fórmula estándar, que de no ser el objeto han de ser los otros miembros de la relación. El sujeto es la condición suficiente para que «determinado» sentimiento irrumpa desequilibrando el sistema. Lo misino que los tests proyectivos muestran cómo ante el mismo objeto los seuilímenlos son dispares según los probandos, en la vida de relación, .míe un mismo objeto —el otro de la relación—, cada sujeto construye 101

su singular relación emocional. No hay diferencia sustancial entre nuestro enfrentamiento ante una lámina de un test proyectivo y ante un objeto de la vida de relación. ¿A qué se debe que cada sujeto responda ante el objeto con su singular experiencia emocional? La experiencia previa a la denotación o cognición del objeto actual es peculiar, distinta en cada sujeto, porque cada uno de nosotros tenemos nuestra preexistente biogralía desde la que se «sale al encuentro» del objeto, y con la que el objeto se encuentra cuando se introduce en el campo perceptorrepresentacional del sujeto. El objeto está al margen de los motivos que el sujeto tiene para conformar su respuesta. Cada encuentro con el objeto significa una experiencia más que añadir en el sujeto, y servirá de condición anticipatoria, esto es, proléptica en relaciones futuras. En resumen, si el objeto es condición ineludible del sentimiento, el tipo e intensidad del sentimiento dependen de las motivaciones preexistentes en el sujeto. El objeto, pues, es causa de que en el sujeto se movilicen los motivos por los cuales su respuesta emocional tiene las singulares cualidades que caracterizan la respuesta/propuesta/apuesta del sujeto. Una película pornográfica o de terror es provocadora siempre, pero no necesariamente de sentimientos eróticos o terroríficos; a veces resulta de un aburrimiento insoportable.

4. Excurso: Denotación, connotación e interpretación La distinción categoría] y, por consiguiente, susceptible de ser aplicada a la génesis de los sentimientos, entre causa y motivo de los mismos sentimientos es de suma importancia en todos los órdenes, tanto para la investigación teórica como para la interpretación de los comportamientos humanos, normales, anormales y patológicos. Por eso, es preciso profundizar algo más en el análisis de los procesos de denotación del objeto, las connotaciones del sujeto, así como lo que entraña realmente una interpretación. El proceso de cognición de un objeto se llama denotación, porque en realidad es, d'emblée, un proceso más complejo que el de percepción que los psicólogos manejan habitualmente, como el resultado molar de datos sensoriales (táctiles, acústicos, visuales, gustativos y olfativos, así como otros que conciernen a la sensibilidad profunda: deposición de los miembros, del dolor, etcétera). Es dudoso que el proceso tenga lugar por acumulación sucesiva y no, como ocurre con lautas funciones motoras y del lenguaje, en unidades estructurales ((¡es tallen). Hay denótala externos e internos. No denotamos, en ninj'im caso, estímulos, sino objetos significativos, simbólicos. Denotamos m a n do sabemos que aquello que constituye el objeto sobre el cual liemos IOS

de recapacitar es o una mesa percibida o una mesa representada (denotados externo e interno, respectivamente) La denotación «salta» so bre los estímulos —llamémosles atómicos—, que de ser atendidos supondrían un lastre en la economía de los procesos neuropsiquicos semejante al que supondría el análisis del agua que hemos de beber para ver que realmente es H 2 0 Los estímulos, salvo que sean nocí ceptivos, es decir, perjudiciales para el organismo, son al objeto simbólico lo que los átomos a la sal con que condimentamos en la mesa no contamos con el cloro y el sodio, del mismo modo que ignoramos los ingredientes de la pimienta El objeto mesa es el significado denotativo de ese conjunto o Gestalt formado por tablero y cuatro patas Usando de este léxico ahora, la denotación es la causa de que el sen timiento irrumpa, porque la denotación exige el objeto pero con la subjetividad que le ha de conferir el carácter de imagen personal del mismo Como se ha dicho, del objeto solo podemos obtener su signiñ cacion a partir de la imagen que nos foimamos de el No es, pues, el objeto el que nos depara la connotación inmediata, smo la imagen iormada con alguno de sus elementos La imagen que tenemos de un objeto es resultado de una selección perceptual en el, que naturalmente no puede hacerla smo el sujeto La selección esta en la base de la teoría que el sujeto forma del objeto y le imposibilita la adopción de una posición ingenua ante el (en este sentido, no hay objeto de primera vez) Siem pre «llue\e sobre mojado», porque el objeto realmente nuevo nos remite, analógicamente, a objetos previamente percibidos «Cuando vi por primera vez a T me resulto simpática No puedo decir por que, pero incluso me atraía Era su manera de mirar, le brillaban los ojos, miraba con claridad a uno, a los ojos de uno, sin temor por parte de ella, y al mismo tiempo tratando de que se acercase uno a ella, como acogiéndolo Fue muy grato ese primer encuentro con ella » «Siempre me han gustado las personas que miran de frente, porque me recuerdan a un maestro que tuve y con el que me entendía muy bien transpiraba sinceridad » De un mismo objeto tenemos múltiples imágenes En este sentido, los objetos son, en efecto, poliedros simbólicos, que darán lugar a racimos de connotaciones muy vanas, dependiendo de la imagen concreta que en determinado momento escojamos «Vi el martillo y me resultaba agradable, porque me recordaba la carpintería a la que iba de niño Pero de pronto apareció el recuerdo de aquel martillo con el que me machuque el dedo y me lo deforme para siempre, y entonces me pareció un trasto desagradable » «Este hombre esta tumbado en el suelo, apoyada su cabe/a sobre algo asi como un poyete , esta muy tranquilo como vagando Pero 106

ahora veo que también puede ser que haya querido apartarse de lo que le rodea, que este profundamente apenado No quiere saber nada de nada, no se interesa por nada, peor aun esta dispuesto a quitarse de en medio, porque eso que tiene al lado debe ser una pistola, y no precisamente para asustar a la gente, porque esta solo » (Protocolo de la lamina 3 GB del TAT) A cada denotatum el sujeto añade connotaciones múltiples, incluso interminables, cuyo discurso hay que interrumpir ante los requerí mientos restantes de la realidad, y por la propia economía del sujeto Las connotaciones son de muchos tipos, y los semantistas han tratado de clasificadas Interesa en este momento no los tipos de connotaciones sino su nivel epistemológico El estado emocional o sentimental que surge al denotar el objeto esta estrictamente ligado al hecho de la presencia del objeto y a la primera serie de connotaciones (primer nivel) Ocurre con la vista de una bandera la connotación de primer nivel es su significación como enseña nacional Estas connotaciones primeras afectan a polarizaciones elementales de aceptación/rechazo («me gusta/no me gusta», «agradable/desagradable», «decente/indecente», «elegante/ridiculo», etcétera) «Mi desgracia», cuenta F, de 42 años, casada, «es que yo no he tenido la entrada que tienen muchas, no se cuantas Hay un pronto que yo se que echa a la gente hacia atrás, a mucha gente, no a todos Pero asi como mi hermana ha sido todo lo contrario, parece que atraía a los demás, del sexo que fuera porque no me refiero a nada interesado o malicioso, y todo el mundo me lo decía |hay que ver como es tu hermana' Era su manera de reír, su mirar, era la segunda de las hermanas, pero ha pasado por la vida querida de todos No he oído a nadie hablar, pongamos por caso de la antipatía de mi hermana Eso ha traído problemas en casa, mas senos de los que la gente se imagina Porque también mis padres lo reconocían asi, aunque la verdad es que mi hermana jamas se aprovecho de esa ventaja suya, hasta se mostraba disimuladamente generosa, cuando veía que, por ella, habíamos sido dejadas al margen Pero, si, ha tenido problemas Yo creo que mi otra hermana le tenia vei dadera envidia, porque ¡que fácil le era a la simpática llevarse a la gente de calle1 Lo conseguía sin darle la menor importancia, sin es fuerzo eso era lo que mas gustaba, que era darse, sin pedir natía «i cambio, y asi consiguió que todo el mundo la quisieía, ¿como di n a yo?, gratuitamente Yo tampoco estoy libre de haber scnhilo a veces veidadero rencor hacia mi hermana preguntaban poi c lia si iba a salir con nosotios Ella estaba sicmpie présenle .uili los demás, potque la necesitaban, epata que-' Paia daist ti ¡>usi «U estar con ella, onla, veila ten Adt mas lo tltti.m tu IKIIII HI i t 10/

esencial: jamás se le ha oído decir algo, señalar algún defecto de alguien.» La complejidad deriva de la existencia de connotaciones ulteriores, a las que se han llamado connotaciones de segundo, tercer, «-nivel,7 las cuales remiten, aún más matizadamente, a la plurisignificación que el sujeto confiere al objeto, y que nos retrotrae a la biografía contextualizada del sujeto. De esta forma, si se analiza con cuidado alguna situación de este tipo, se observa que todo discurso se inicia en el objeto pero continúa y acaba por ser exclusivamente del sujeto. El objeto se convierte así en pretexto para que el sujeto hable —descaradamente o ignorándolo— de sí mismo. Las connotaciones de n-nivel proceden de fuentes distintas. Cuando decimos de alguien: «Tiene motivos para que no le guste el arroz», y alegamos que estuvo comiendo arroz en un campo de concentración durante muchos años, no puede hablarse de causa, en el sentido de relación causa/efecto, sino de concausas* que ya están en el sujeto y que éste proyecta en el objeto. Resulta preferible diferenciarlas llamándolas motivos,9 no explicables, sino interpretables. 10 Podemos justamente decir que el arroz le causa repugnancia por los motivos A, B y C. Estas connotaciones que aparecen tras las del primer nivel, proceden de un punto de gran interés sobre el que sólo de pasada se ha llamado la atención en los tratados de psico(pato)logía. Me refiero al hecho de que la conciencia del sentimiento depara en ocasiones un metasentimiento. Así, por ejemplo, surgen autosatisfacciones o autorreproches inherentes al hecho de experimentar sentimientos que consideramos dignos o indignos. Los sentimientos de primer nivel son ahora el objeto (un objeto interno) sobre el cual experimentamos un sentimiento. Nos alegra el mal que padece el sujeto que odiamos, pero nos irrita e incluso nos autodespreciamos por haber' experimentado ese júbilo; y aún más, nos perturba su necesidad de ocultación, el que hayamos de mentir negando haberlo vivido." Se traía de un joven de 27 años cuya característica fundamental es el retraimiento, su soledad, que los padres creen forzada por algo que le debe pasar, «porque no ha sido nunca así ni nadie es así normalmente». A los 17 años cambió notablemente de carácter', se hizo un solitario, no estaba nunca en casa, se marchó de casa sin avisar durante seis meses, y no dijo jamás dónde estuvo. Cuando volvió continuó su retraimiento, y hasta adoptaba posturas raras para evitar' que se le viese el rostro: daba la espalda, miraba hacia abajo, pegado el mentón al pecho. No se le detectaron síntomas psicóticos, y por otra parte, su retraimiento no tenía ese carácter de indilerencia ante lo que le rodea que suele ser peculiar del esquizofrénico avanzado y con signos de deterioro, sino el de alguien que I (IX

tiene algo que ocultar, como poseído de una insuperable vergüenza. No mira a los ojos, se niega a hablar acerca de lo que le pasa y de lo que siente, o a explicar por qué deja pasar los años en esta posición. La característica de sus repuestas en el TAT son de un rechazo de la realidad y una depreciación profunda de sí mismo. Lámina 1. «Este niño no sabe qué hacer, ni sabe para qué está aquí... Eso es un violín, que no le interesa.» Lámina 3 BM. «Ha tirado la pistola, está ahí echado... que no quiere saber nada de nada.» Lámina 13 FM. «Éste llora; pero no es porque se le haya muerto la mujer... No sé qué le pasa.» A partir de esta lámina se obtienen las siguientes connotaciones: «Parece como si fuera algo que a él le pasa, algo muy grave debe ser... Debe ser... Mucha vergüenza, porque es que le da vergüenza que le vean. En la cara se le puede notar algo, por eso se la tapa... (?)a ¿Como a mí? Puede que como a mí. No quiero que se me mire, por eso no miro, porque si miro me ven... La cara... Yo no debía vivir. Estuve una vez en Sevilla con una puta. Me fue mal, no hice nada, me dio vergüenza... Me odio, yo no debía haber nacido, no sé ni por qué estoy en el mundo... La vergüenza... es por el pene.» Su inaceptación de un pene pequeño ha dado lugar a esta catástrofe que afecta a la totalidad de sus posibilidades de interacción. La consideración del objeto como causante del sentimiento permite predecir con un alto grado de probabilidad el sentimiento que ha de causar un objeto, pero en manera alguna los motivos por los cuales el sentimiento irrumpe con tales y cuales características. La probabilidad de que en la lámina 13 FM del TAT la figura echada suscite la de una mujer muerta es mayor que la de una mujer dormida. Los motivos que han decidido la respuesta primera son tan impredecibles como los de la segunda. La razón de todo ello es que sobre la denotación rige el principio de verificación: si A entonces P o Q. Pero la connotación se rige por el principio de verosimilitud: si A quizá P. No obstante, la probabilidad de predicción de los motivos se incrementa si sabemos de antemano qué sentimientos irrumpieron en el sujeto ante otros objetos. Cada sujeto posee una arquitectura emociona! tanto más estable cuanto más avanzada es la etapa de su existencia. En etapas tardías se puede afirmar que existe una cierta coherencia entre las disponibilidades emocionales de cada cual, esto es, en el repertorio emocional, así como en la tabla axiológica. Dado un sujeto P, del que conocemos sus respuestas emocionales a, b, c, d... y los motivos de las mismas ante los eventos A, B, C, D..., la respuesta enrocio •' lil interrogante en paréntesis signiliea una pregunta por mi paile La ]>ii->»i• • 11.i puede ser obviada a lenoi de la respuesta. 10'»

nal ante el evento E es altamente predictible Dada la cantidad de ma tenal concerniente al universo afectivoemocional que obtenemos tras la administiación de las veinte laminas del TAT, tenemos experiencia de como es posible predecir la índole emocional de una respuesta fu tura En circunstancias anormales se incrementa aun mas la predicti bihdad, porque por si mismas reducen la flexibilidad y versatilidad del repertorio emocional La circunstancia psicopatologica —mucho mas, la de naturaleza psicotica— es empobrecedora y por tanto limitadora, y tiende a ciear respuestas emocionales estereotipadas En la vida cotidiana nos manejamos con criterios muy laxos de predictibihdad Cuando decimos de alguien que «no esperábamos» su reacción, o, por el contrario cuando predecimos con «ya se como va a reaccionar», estamos haciendo ejercicios de insights o de intuición de la índole que acabo de exponer La «espera» de los sentimientos que irrumpirán en el sujeto ante una situación determinada, una persona, etcétera es una de las fuentes de la que se nutie el proceso estocastico* de la interacción, adoptando las actitudes consideíadas adecuadas de antemano, eligiendo estrategias determinadas para la recepción de la respuesta n A partir de las connotaciones que emergen en el su]eto en la relación con un objeto por poco relevante que fuera, se podría denvar la totalidad de su vida 13 La razón estriba en que, si bien el objeto inicial puede ser de significación escasamente relevante, puede dar lugar a otros cuya relevancia sea máxima En cualquier caso, el racimo de connotaciones retrospectivas se hace cada vez mas amplio y adquiere un sesgo absolutamente personal, y, por tanto, biográfico Se puede hacer la experiencia de denotar un objeto y comenzar a denvar del mismo las connotaciones correspondientes, en desorden, mediante lo que desde Freud se denomina asociación libre Hay una intrínseca imposibilidad de establecer limites para la misma El objeto denotado del que se parte, que quiza conlleve un estado sentimental próximo a la indiferencia, se torna fuertemente cargado de emoción en algunos de sus pasos He aquí un ejemplo extraído de un protocolo del que denominamos THP l4 «Esto es el dibujo de la cabeza de un hombre mayor , me resulta desagradable, repulsivo » Se le sugiere continuar bajo la siguiente prescripción no dejar de hablar mientras contemple el dibujo He aquí el material obtenido «Tiene los ojos en blanco, como un ciego al que se le viera la parte blanca de sus ojos Me inquieta, me produce malestar, como el deseo de apartarme disimuladamente de su lado para no verlo, claro, al mismo tiempo me da como pena de el, pena porque sin motivo alguno me resulte repulsivo, como si el no tuviera la culpa I 10

de inspirar esa repulsión que a mi me provoca Es una situación muy rara, en la que prefiero no estar, pero tampoco me es posible decir que este hombre se merezca ese rechazo mío, un rechazo que es físico mas que otra cosa, porque por lo demás me da pena Me recuerda algo a mi padre ya viejo, pero no por la vista sino por la cabeza y el pelo corto, cuando le veía sin que el se diera cuenta y se quedaba adormilado Y también la cabeza de un busto de romano, en la que no se ven las niñas de los ojos, y entonces esta uno delante de ellos pero no miran, no ven, mientras uno le mira Entonces uno se siente como cohibido, porque siempre tiene algo de autoridad, por su quietud, su fijeza Ademas, esos bustos son de piedra, o sea que son como personas a las que si uno se dirigiera permanecerían mudas e inmutables Ya podría uno ir con sus des gracias ellos, quietos, firmes, sin mover ni una ceja Si, lo que pienso ahora es en esa situación en que se encuentra uno, tan de sagradable en la que uno habla y el otro no mira Es como si uno no supiera de esa persona si se puede liar o no fiar porque eso depende de la forma de mirar, y este hombre no mira, porque no puede mirar No me inspira desconfianza, peí o tampoco con fianza, porque no da pie para ello, no se sabe como acoge a uno Mas bien yo dina que experimento una sensación de impenetrabilidad, de distancia el allí, yo aquí, si, aquí, pero abajo» El racimo de connotaciones podría representarse en un diagrama arbóreo Cada uno de los sentimientos que aparecen, lo mismo en su cualidad como en su intensidad, procede de la significación simbólica que el objeto adquiere para el sujeto, y que el sujeto le añade en forma de atributos, con su origen en experiencias biográficas singulares, exclusivas del examinando Por tanto, tras un sentimiento surgido como connotación del primer nivel, esta todo un conjunto asistematico de presuposiciones (el que no mira no es de fiar, el que no hace ningún gesto es impenetrable, el que esta en alto es una autoridad, tiene poder), asi como los sentimientos que suscitan cada una de estas presuposiciones, movilizadas para la situación Una tarea de este tipo no es factible en la vida habitual de relación La economía de la misma no permite hacer en ella lo que hacemos con un proyector detener la imagen En nuestra vida de relación, la sucesión de escenas, todas ellas significativas, es constante y tiene su propio ritmo Si hemos de estar en la realidad y actuar en ella de acuerdo a los requerimientos recíprocos, nuestros y de la realidad, la actuación ha de adaptarse a su ritmo, prescindir de muchos de los pasos de la secuencia que podrían sernos de ínteres (en la medida en que han sus citado un sentimiento determinado) para no petder el engaite con 11 siguiente Solo ocasionalmente podemos prescindir de isa H.IIUI.KI cambiante y provocaí una situación en la que sea laitibk d i k i u i s i .1 I II

modo de foto fija, en la cual re-crearnos en nuestra insistente relación con ella, y aceptar tan sólo las modificaciones emocionales que nos suscitan las mutaciones cualitativas de la relación. De este modo procedemos cuando vamos a una exposición o a un museo. Pero la circunstancia habitual a que he hecho referencia vale para la realidad externa y para la realidad interior: no nos detenemos a pensar cuáles son las connotaciones de «-nivel que subyacen en nuestra relación con una representación imaginada o fantaseada, 15 sino que a una escenificación sigue otra, muchas veces con caracteres caleidoscópicos.

5. No hay sentimientos inmotivados Por imperativos de la realidad no podemos o no queremos indagar en los racimos motivacionales que dan lugar a un sentimiento, siempre estructuralmente complejo. En suma, pasamos a otra cosa sin atender al porqué sentimos lo que sentimos ante un objeto externo o interno. Eso ha dado pie a algunos a pensar en la existencia de sentimientos inmotivados, tesis a la que nos hemos referido anteriormente. Así, se habla de tristeza o alegría inmotivadas, agresiones «sin saber por qué», «gratuitas», antipatía «visceral» (con la que se quiere significar que procede de algo así como de lo biológico) o formulaciones racionalizadas que tienen valor como expresivas de la actitud del sujeto: «Esta mañana estoy de un humor de perros desde que me desperté», «Hoy no estoy para bromas: me he levantado con el pie izquierdo», etcétera. En la psicopatología que sirve de base a la Psiquiatría clínica se ha hablado insistentemente de sentimientos inmotivados, sobre todo a partir de Jaspers. 16 Hace muchos años que sostengo la tesis opuesta, a saber, la imposibilidad teórica de la inmotivación de la conducta humana. 17 En el fondo, la tesis de Jaspers contiene en germen la oposición a la tesis freudiana del acto con sentido, y, lo más novedoso en su momento, la significación del denominado acto lallido (equivocación, olvido, etcétera) sobre la base de connotaciones de Inerte carga emocional. 18 Frente a la inmotivación, aceptada dando por indudable la sinceridad y objetividad del hablante, sostengo la tesis de que la aparición de un sentimiento ante un objeto obedece no a uno sino a varios motivos, nunca a ninguno, y que la negación de motivos —el «no sé por qué»— es interesada, o sea, motivada a su vez, y que existe por principio la intrínseca posibilidad de desvelar motivaciones. No saber respecto de algo que es parte de uno mismo es en última instancia no (¡uerer saber. La respuesta «no sé» ni es exacta ni muchas veces veraz. Es evidente, en primer lugar, que el sujeto nota el sentimiento porque literalmente lo «padece»; y en segundo lugar, que reconoce la relación de dependencia entre el sentimiento y el objeto. Es respecto de los moI \?

tivos de los que afirma su inexistencia o la banalidad de su indagación. Sin embargo, no puede ser banal lo que perturba y perturba la relación con el entorno, «contaminando» a objetos ajenos al provocado!'. L es un ingeniero jete de una empresa de aparatos eléctricos que consulta por lo que le ha sido diagnosticado como distimias depresivas. Tiene 42 años, es casado, padre de tres hijos. «Es muy vulgar lo que a mí me pasa. Hay días que estoy de mal humor, y naturalmente lo pagan o lo padecen todos los que dependen de mí. Ni me aguanto yo mismo. Al día siguiente ya estoy de otro humor. Todo ha pasado. Pero yo noto cómo se me van cargando las pilas, cada día que pasa estoy peor, más irritable, hasta que llega el día en que no me aguanto ni yo y los demás me aguantan porque no tienen otro remedio. De todas formas, en la empresa se notan los electos de esta situación, porque no se trabaja lo mismo si el jefe está de una manera o de otra, y porque la gente está a la espera de cómo viene uno...» Las distimias han aparecido unos diez o doce meses antes. No sabe a qué pueden deberse. Su relación de pareja se ha deteriorado un tanto, aunque no hacia fuera, en su relación con amigos comunes. ¿Motivos? «Echo de menos cierta libertad, me pesa la lamilia, envidio a un compañero de la fábrica que está soltero, aunque mi mujer lo compadece...» En la lámina 4 del TAT: «Éste quiere irse y la mujer quiere retenerlo..., una escena de película..., ese póster o lo que sea que hay al fondo... No es un prostíbulo, se trata más bien de que este hombre está cansado de encontrarse siempre con la rutina, con la mujer que está desaliñada, no, con la rutina, la monotonía..., quisiera vivir alguna aventura, no por otra cosa sino por darse el gusto de ser libre, de vivir con libertad lo que le apetezca, que no tiene por qué ser nada del otro mundo... A veces sueño con otra mujer-, una muchacha que trabaja en la fábrica. Lo que me gusta de ella es que me parece que no pide, no exige, me gustaría salir con ella, pasar días fuera... Algo que no tenga que ver con la familia... Porque me recuerdo ahora a mi madre, siempre en la casa, pero la casa era el fin, y mi padre era la víctima, que tenía que aceptar todo». En la lámina H del THP: «Este hombre es de piedra, está muerto, muerto en vida, quiero decir, está como petrificado, ya no es el que le hubiera gustado ser, es como si se hubiera fijado ya de una forma y no pudiera ni siquiera moverse..., sensación de corsé, de vivir como vivimos lodos, en la norma, fijos a la norma..., sin poderse salir ya del laíl en el que uno mismo se ha metido... ¿Pero es que no se puede vívii de otra forma?» La indagación acerca de los motivos depara un inincdialo desaso siego. De aquí que lo habitual sea la actitud I i leí "alíñenle ai iclle\iv.i l'oi I I <

oti a parte, ese sentimiento que no ha sido autoexplicitado permanece, como ptoblema irresuelto, y se aplica a objetos de interacción ulterior, peí o al fin pasa y cede su lugai a otros sentimientos, aunque con un coste en lorma de deterioro del propio sujeto y desde luego de las reía cíones con los demás En cualquier caso, afirmar «no saber» los motivos del sentimiento que nos afecta evita una respuesta comprometida ante si mismo y/o ante los demás, porque no se reconoce como no-querer-saber, esto es, como negativísimo", no adopta los rasgos de una oposición abierta a saber, sino de un encubierto «ignorar» o un «imposible saber» Sin embargo, quienes padecen las consecuencias del sentimiento enojoso que presenta el sujeto en cuestión no aceptan el rango de inmotivado con que se quiere pasar el sentimiento Es ademas curioso que los motivos que se ignoran correspondan a sentimientos perturbadores, de irritabilidad, de descontento, nunca los de caractei eufórico expansivo, de autosatisfaccion l9 Si se acepta la tesis de que no hay sentimientos inmotivados, de que todo sentimiento, provocado por un objeto externo o interno, irrumpe siempre por motivaciones preexistentes en el sujeto, entonces se trata de una forma de resistencia, de negativísimo ante ellas «Yo veo que es un niño que esta seno, que esta meditando acerca de su instrumento , me trae a la cabeza sonidos de viohn que me producen mucha tristeza Me recuerda fotos de mi padre cuando niño, con un mapa detras Me trae recuerdos del aduanero Rousseau La música es importante, y lejos, me evoca muchas imágenes Tengo el rollo de mi padre, porque mi padre tuvo de niño un viohn y su padre se lo rompió Pienso que este niño no sera nunca violinista, y que la vida le llevara por otro derrotero Todo me ha aparecido a los pocos meses de estar en Madrid No puedo vivir sin mis padres, y me he ido de la casa de mis padres al casarme y hasta de la ciudad en que nací y viví con ellos A mi padre le rompen el viohn como yo rompo eso que es lo que me ha unido a mi padre, y me voy de el, lejos de el » (Lamina 1 del TAT) Las connotaciones que aparecen no tienen carácter lineal, ni una estructura arbórea consistente Se trata de estructuras zigzagueantes, cuyos nexos parecen casuales porque no nos detenemos sino en los eslabones representativos

6 La resistencia Si se admite que no saber sobre si mismo es una forma racionalizada de no-querer-saber ¿por que esa resistencia a saber' 3 ¿A que teme I 14

el sujeto en la indagación de los motivos de un determinado sentimiento? Desde luego no a los demás, a los que no tiene que dar cuenta de su intimidad El temor es a si mismo Planteemos el interrogante de esta forma ¿que imagina el sujeto que se derivaría del hecho de saber acerca del sentimiento perturbador? Se trata de un sentimiento de angustia, de miedo ante la posibilidad, puesto que lo que pudiera acontecer ni ha acaecido ni, por otra parte, es seguro que sea lo que necesariamente acontecena Teme, en pocas palabras, a las consecuencias del saber, a enfrentarse consigo mismo y a la posibilidad de replantearse la totalidad o buena parte de su tabla de valores, hasta enton ees mantenida en un equilibrio relativamente estable De lo que se trata no es de la cínica alternativa de «mejor malo conocido que bueno por conocer», sino de la dolorosa aceptación de lo malo conocido Por eso se descubre prácticamente siempre una relación afectiva indeseada con un objeto concreto y, de rebote, consigo mismo Ese malestar difuso, anterior al desvelamiento de las motivaciones, es el efecto-bucle de una relación, que se niega a aceptar, con el objeto Porque el problema no es solo el «reconocer» el sentimiento indeseado que ahora se experimenta, sino el hecho de que los motivos del mismo suponen una amenaza a la homeostasis interna, hasta entonces mantenida en precario gracias a la resistencia a saber, y la sustitución por el temido y angustioso desequilibrio P es un hombre casado, de 47 años, con dos hijos Hay un estado de especial mal humor e irritabilidad que, como dice la mujer, le aparece a la vuelta de visitar a su padre «No falla», dice ella «Viene de casa de sus padres y durante horas, yo dina que hasta el día siguiente, no se le puede aguantar Lo mejor es dejar que se le pase, hablarle lo menos posible, y desde luego no plantearle problemas porque saldrá entonces poi donde nadie espera Muchas veces se lo digo mejor es para todos que no vayas Pero el insiste en ir Dice que quiere a su padre "como todos los hijos", que "no tiene nada contra el, porque le dio todo", pero lo cierto es que no se le puede hablar cuando viene de verlo » El padre «le crispa» hasta ahí esta dispuesto a llegar Esta dispuesto a sustituir crispar por «contestarle de mal modo» Pero la cuestión es el porque de ello Lamina 8 BM del TAT «Este hombre esta con un cuchillo en la mano como dispuesto a hacer una especie de carnicería con el que esta tendido, como si diciendo que es para curarle tratara de ma tarlo Y lo mata, desde luego Este que esta como fuera de la lamina, tan arregladito, v ademas con una escopeta es, debe ser, como su hijo, alguien que esta dispuesto a su vez a matarlo si muere el que esta tendido Vamos, yo dina que hay aquí una es pecie de doble el que esta tendido, aunque no se le \e bien, ele Ix ser el mismo que esta con la escopeta Peto si mucie el ele la ui I IS

milla, ¿cómo va a matar al del cuchillo?... Lo que imagino ahora es que el que está en la camilla piensa que, después de muerto, se aparecerá al del cuchillo con la escopeta como para asustarlo, y así vengarse de él una y otra vez... Algo debió de hacerle el del cuchillo a su hijo porque el que está en la camilla, no lo he dicho antes, es su hijo. Imagino que no tolera que su hijo sea más que él, que tenga que envidiarle, vamos, que le odia, y entonces, en cuanto ha podido le ha dado una puñalada al hijo y ahora quiere hacer algo así como una operación quirúrgica... Pienso en mi padre. Todavía me considera como un niño, me regaña, me dice lo que tengo que hacer. No acepta, creo que no acepta, el que yo sea ya más que lo que él ha sido... Me molesta todo de él, su forma de comer, su respiración, cuando saca el pañuelo y antes de sonarse mira las manchas de mocos... No puedo remediarlo. Mi madre me dice que comprenda que ya es mayor; todas esas cosas. Yo creo que él preíiere no verme, y sí, yo preferiría no verle, pero tengo que ir porque debo ir a verle por lo menos una vez a la semana». En su fuero íntimo P desea la desaparición de su padre. Este sentimiento sería especialmente perturbador, porque le convertiría en un «hijo que desea la muerte de su padre», algo que ni siquiera está dispuesto a plantear. Ahora que se ve obligado a reconocer que en realidad odia a su padre, sustituye todo el entramado del que deriva el perfil de sí mismo, hasta entonces en homeostasis, de hijo que ama a su padre, a hijo que lo odia. Pero no se trata sólo de cambiar de signo una relación afectiva con un objeto exterior, en este caso el padre. Un sujeto que ama al padre es como debe ser, en el plano afectivo y moral. Por consiguiente, no amar, esto es, odiar al padre es justamente lo contrario: alguien que es como no debe ser, que siente lo que no se debe sentir. Pero nadie manda sobre sus sentimientos, lo único que es dable hacer es aceptarlos. Aceptar ahora que odia al padre le supone la máxima depreciación moral. He aquí la función homeostática (aparente) del no saber que odia al padre. De saberlo, ha de cambiar respecto de sí mismo: ¿qué imagen de sí mismo deriva de esa concienciación ulterior de odio al padre? Toda ella ha de ser profundamente modificada. Mientras tanto, es la relación afectiva con la imagen de sí que más o menos oscuramente barrunta la que da lugar a este estado de ánimo irritable, el propio del sujeto que, no aceptándose a sí mismo, rechaza a los demás por cuanto, sin saberlo, se le aparecen como capaces de vivir sin conflicto consigo mismos. Hasta qué punto el odio al padre trastrueca la tabla axiológica hasta entonces ordenada respecto de sí mismo se comprende cuando se siente en deuda hacia el padre. Empleado modesto, logró que su hijo, P, se hiciese ingeniero de minas, más tarde economista, y hov es jefe de una empresa importante. Por otra parte, el I 16

desapego del padre surge apenas concluida la carrera de ingeniero, y se acentúa a medida que el padre se siente con autoridad para aconsejarle lo que tiene que hacer en el futuro y se permite desaprobar algunas de sus actuaciones. Discutimos con P la irradiación sobre la tabla de valores y sobre la imagen de sí mismo consecuente al reconocimiento del sentimiento de odio, de aversión y repugnancia al padre. «En primer lugar, en el plano moral no puedo ser con mis hijos lo contrario que soy con mi padre; de ahí mi sequedad, mi falta de ternura hacia ellos, el intento de que no se me acerquen para no tener que despedirlos clara o no claramente. En segundo lugar, tampoco puedo gozar de mi estatus, de la situación que he obtenido. No me siento orgulloso de ello, porque lo que soy lo soy gracias a mi padre, y yo no le correspondo como debiera. En tercer lugar, el sexo... El sexo es un problema. Cuando voy a hacer el amor' con mi mujer me siento mi padre... He preferido a veces ir de putas... No me gusta, pero puedo hacerlo, ¿cómo diría?, más libremente.» En resumen, la resistencia a saber sobre los motivos de un sentimiento es inherente a la resistencia a saber sobre sí mismo; a las ineludibles modificaciones respecto de la imagen de sí que ello conlleva, al temor a no conseguir el reequilibrio tras la aceptación del sentimiento indeseable hacia el objeto, o, lo que es lo mismo, a provocarse un desequilibrio aún mayor que el ya existente. Ese horror a enfrentarse con la realidad de uno es un metasentimiento; esto es, el sentimiento ante el sentimiento experimentado, en este caso, el temor a reconocerse distinto a como se conoce hasta ahora. Aceptada la existencia del metasentimiento perturbador, cabe aún la posibilidad (engañosa, en cualquier caso) de mantener la precaria homoestasis interna mediante la proyección de la culpa en el objeto. Si el objeto es provocador de un sentimiento y se le considera no sólo condición necesaria sino además suficiente para ello, entonces el sujeto no es culpable, lo es el objeto. Los motivos, que están en el sujeto, son extroyectados* hacia el objeto, y además con categoría de causas, dejando al sujeto ajeno a la responsabilidad de las consecuencias de la interacción. 20 Que se trata de una falacia, de un planteamiento errado pero autoconveniente, lo revela el hecho de que este mecanismo de defensa se convierte a su vez en perturbador al resultar insuficiente para lograr el equilibrio interno del sujeto.

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Evolución sentimental

1. Notas preliminares No tenemos evidencia acerca de cómo fueron nuestros sentimientos en las tempranas etapas de nuestra existencia. Es un problema de absoluta desmemoria. Hacemos inferencias acerca de cómo serían a juzgar por las expresiones que vemos —ahora que somos adultos y reflexionamos sobre el problema— en niños recién nacidos y aun hasta los dos años. Darwin fue el primero que llevó a cabo una investigación de las expresiones emocionales del niño y, lo que fue fundamental, de las posibilidades de reconocimiento de la expresión emocional de los que componían su entorno. Posteriormente, los estudios seriados de Charlotte Bühler, de 1930, mostraron que el recién nacido y los niños de hasta 5-6 meses de edad, reconocen las expresiones de alegría y enfado. A Paul Ekman se deben los estudios más acabados acerca de las diferencias de expresión, así como del momento en que se inician las que considera formas emocionales básicas. Ahora bien, como reconocieron la propia Bühler, y luego investigadores como Termine e Izard y Harris, estas inferencias tienen un sesgo analógico: quien observa al niño es un adulto, y desde el adulto que somos suponemos cómo —salvando todas las distancias— nos comportaríamos si fuéramos ese niño que tenemos delante. La inferencia parte de la función expresivoapelativa a la que se hizo mención en el capítulo 4: sabemos qué pretendemos conseguir con la expresión de nuestros sentimientos, y por qué simulamos la expresión, o la exageramos (algo que el niño aprende muy pronto, por cierto); 1 comprobamos además que obtenemos lo que se desea porque el otro, a través de nuestra expresión, nos lo otorga; a mayor abundamiento, observamos que el niño, con su risa, su llanto, su miedo o su cólera, obtiene aquello que de inmediato conlleva la desaparición de la expresión emocional concomitante. Parece, pues, que desde el nacimiento se cumple la ley de que el objeto es algo que el sujeto detecta hiera de sí, el provocador inmediato del deseo implicado en las respuestas de retención o repulsa del objeto. El objeto debe tener en el recién nacido una estructura más compleja que la que supusieron los psicoanalistas del corte de Melanie Klein.2 El recién nacido res121

ponde a algunas de nuestras expresiones, las que manifiestan alegría o amenaza, lo que llevo a Darwin a suponer que este aprendizaje era innato, pero ello revela —lo que ahora me importa subrayar— que el re cien nacido responde emocionalmente tras la denotación de determinados objetos, es decir, que también hay programas cognitivos innatos (a veces complejos, como los que conciernen al lenguaje) para la rudimentaria denotación de objetos, a los cuales añadir connotaciones afectivoemocionales bipolares, de aceptación o rechazo, de protección o de amenaza ' Remito a la distinción entre causalidad y motivación expuesta en el capitulo anterior (causa en el objeto, motivos del sujeto) El recién nacido debe tener motivos para los sentimientos en la medida en que existe en el un esbozo de sujeto, un sistema al que denominamos pro tosujeto Si el objeto denotado es causa del sentimiento, los motivos deben ser el exclusivo deseo de posesión, única instancia al parecer pre senté en este estadio primario del sujeto deseo de posesión (prensión, succión, apego) de todo objeto, y que muy pronto se bifurca en dos tipos de deseo el deseo de retención y su opuesto, el deseo de aleja miento del objeto A los pocos días, en efecto, el recién nacido llora porque no obtiene lo que anhela (los bra/os de la madre, el pecho materno, el sonajeio, etcétera), o porque no consigue alejar de si aquello que repudia (algún alimento que se le fuerza a ingerir, alguna ropa o vestido, etcétera) Ahora bien, si los deseos de segundo orden son retener/rechazar, uno y otro ofrecen estas dos posibilidades exito-satis taccion-placer, y fracaso-insatisfaccion-displacer

2 Módulo cognitivoemocional estándar Las consideraciones precedentes permiten deducir que, si para el recién nacido hay ob)etos simbólicos desde el primer momento, y si desde el momento posterior al nacimiento hay procesos denotativos de objetos y las subsiguientes respuestas emocionales estereotipadas del sujeto, entonces es valida la formulación estándar, f(S/Ob), que constituye el modulo cognitivoemocwnal básico (Hago notar que aun no figura el contexto (Cx) en esta formula El contexto es de aparición tardía, con la socialización ) Desde el nacimiento a la involución senil, pasando por las etapas intermedias, los sentimientos y sus objetos provocadores son ínsepai ables y constituirán estructuras modulares para la ulterior evocación, convertida a su vez en un objeto interno, también provocador La expei íencia de nuestra relación con un objeto rememorado es tanto la de que eia y como era el objeto, como que sentimiento nos produjo la evocación, la memoria explícita de una situación, incluye la compo122

nente cognitiva y la componente emocional Sobre esta cuestión de la modulandad cognitivoemocional insistiré ulteriormente H G Furtch 4 ha recogido la afirmación tajante de Kierkegaard «El deseo solo existe cuando existe el objeto, y solo existe el objeto cuando existe el deseo el deseo y el objeto son un par de gemelos, ninguno de los cuales puede venir al mundo un solo instante antes que el otro» La consideración, pues, del sentimiento sin objeto (amor, odio, simpatía, antipatía, envidia, etcétera) es puramente teórica, no practica El amor o la simpatía es a X, el odio o la antipatía, a Y Darwin advirtió en el recién nacido expresiones, por ejemplo, de tristeza, cuando la niñera simulaba ante el bebe que lloraba Tal cosa, decía, ocurre porque el niño debe tener una percepción de las diferencias de expresión, que Darwin postulo que debían ser innatas, y debería serlo asimismo el reconocimiento del significado de estas expiesiones elementales y en cierto modo extremas y bipolares (tristeza versus alegría, sosiego versus amenaza) El recién nacido modifica la expresión de su rostro cuando aparecen rostros inhabituales para el (o rostros habituales pero con expresiones inusuales hasta entonces) 5 Parece lógico inferir que el niño aprende por si solo «a leer» las expresiones faciales de los que se le acercan (siempre que se use un parco repertorio de expresiones) En otras palabras, que aprende a hacer interpretaciones de primer nivel6 de esos objetos que entran en su todavía corto y estrecho campo perceptual Si el objeto se le convierte en provocador de una respuesta emocional es porque lo detecta y lo interpreta, si lo re-conoce con posterioridad, es porque lo recuerda y lo remterpreta Al adulto le es posible «leer» las diferentes expresiones, y reconoce el discurso emocional habitual, es decir, las expresiones correspondientes a los sentimientos usuales De hecho, nadie nos ha dicho a cual de los muchos sentimientos posibles corresponde la expresión que discernimos en el rostro de nuestro interlocutor, pero cuando la expresión es «nueva», cuando es «original», no sabemos a que sentimiento corresponde y permanecemos a la espera de que una expresión ulterior nos aclare el significado de la precedente 7 Este es el sentimiento de perplejidad, inherente a la imposibilidad de «comprender» y «responder» adecuadamente al significado de la expresión Dicho de otra forma en estas circunstancias, dado que no sabemos leer e interpretar la expresión, no respondemos a su propuesta 8 M es un joven de 22 años que ha remitido de un cuadro psicotico agudo (brote psicotico, psicosis paranoidealucinatona aguda) Hablamos acerca de los momentos iniciales del cuadro, durante los dos o tres primeros días de insomnio reiterado, en los que, según contaba la madre, parecía mirar de manera escrutadora, indagato n a En la primera entrevista no pronuncio una sola palabra Nos miraba atentamente, casi sin pestañear, pero de vez en cuando des 123

plazaba la mirada hacia el espacio inmediatamente próximo a mí. «Yo no sabía exactamente qué pasaba; para mí que pasaba algo, que todos eran ya algo extraño, todos parecían que habían sido cambiados. Aunque no le conocía a usted pensaba que también su cara debía haber sido cambiada... Pero ¿en qué sentido? Aunque era todo muy extraño, hasta incluso como de miedo, lo cierto es que yo no sabía exactamente qué querían decir las expresiones de mi madre y de mi hermano mayor. Los miraba y pensaba: me quieren o no me quieren o me quieren incluso matar. Me asombraba cuando mi madre me decía que ella estaba conmigo, que por qué no le hablaba... Yo pensaba que a lo mejor mentía y me hacía algo, algún daño, pero también creía que podía fiarme de ella... Recuerdo cuando usted me enseñó un dibujo... No sabía qué responder, ni si respondí algo.» (La respuesta ante la lámina H del THP fue la siguiente: «la cara, una cara... la cara de una persona... la cara».) Ocurre con frecuencia que, si bien respondemos a las diferentes expresiones del rostro del interlocutor, no sabemos decir en qué consiste la diferencia (por ejemplo, el paso paulatino de la seriedad a la tristeza). Las modificaciones de la expresión son a veces subliminales (dimensión de la abertura palpebral, del diámetro de la pupila, del descenso del pliegue nasolabial, de la dirección de la mirada, de su brillo, etcétera). Ekman ha tratado de determinar los movimientos de cada uno de los músculos del rostro (23 en total), para precisar lo más exactamente posible en qué consiste la expresión que en cada caso podríamos denominar diferencial. Es obvio que este método no tiene nada que ver con el que utilizamos en la vida cotidiana de relación, indagando en el rostro de la persona su estado de ánimo del momento. Aprendemos, pues, la gramática y la enciclopedia sentimental sin saber ni poder deletrear en el rostro que ante nosotros se expresa, como quien identifica la palabra sin reconocer las letras. A continuación me refiero a las primeras etapas en la evolución del sistema emocional, con implicaciones que no difieren en lo sustancial de las que Dai-win, Ch. Bühler, Ekmann, Sorensen y Friesen, T/.ard, Hiatt y muchos otros han hecho acerca de cómo se inicia la construcción del sistema emocional del ser humano. Es un modelo evolutivo que da respuesta satisfactoria a muchos de los problemas concernientes a la arquitectura sentimental del adulto.

eventual desaparición del sujeto. Esa forma básica permitiría ofrecer una explicación plausible de todas las complejidades de la vida emocional, gracias a la consideración de cada uno de los componentes como una variable de la citada fórmula. Esta fórmula básica ha de ser necesariamente tanto cognitiva como emocional y compone una suerte de módulo, que servirá por así decirlo de molde para la construcción de los futuros módulos cognitivoemocionales. El módulo constante desde el nacimiento hasta la muerte es el insistentemente representado como fórmula básica o estándar: f(S/Ob) al que se añadirá cuanto antes la variable contexto (Cx), una vez que la relación simbiótica con los primeros objetos se sustituya por una relación socializada. Es decir, f(S/Ob)Cx = Conflicto

> éxito o fracaso

donde / reviste la forma de deseo, mediatizado por los diferentes objetos de deseo que aparecen en las etapas evolutivas del sujeto. El deseo conserva siempre una estructura bipolar (de retención/repulsión). La estructura básica de este módulo ganará en complejidad desde la elemental, que caracteriza la del recién nacido, hasta la adolescente; se lija en el adulto, y se simplifica de nuevo en la involución. El carácter estructuralmente unitario del módulo tiene como consecuencia el siguiente corolario: no hay posibilidad de cambio en algunos de los elementos que lo componen sin que se modifique la totalidad. De otra manera, un cambio en alguna de las variables del sistema provoca modificaciones en cada una de las demás. Veámoslo con un ejemplo: Si una primera relación f(S/Ob)Cx concluye en éxito (éxito = +), la ulterior relación parte de f(S+/Ob)Cx opuesta a la que se iniciaría desde un previo fracaso (fracaso = - ) , a saber: f(S-/Ob)Cx.

3. Fórmula esfándar: dinámica La lesis es que debe existir una forma básica de relación sujeto/objelo, que debe mantenerse desde el nacimiento hasta la involución y 124

Ésta no es una cuestión abstracta y teórica. Si A ama a B y tiene éxito siendo amado por B, A paite de una posición más elevada desde la que iniciar una ulterior relación, inversa a la que se derivaría del fracaso en la relación amorosa con B. Además, no se ama del mismo modo siendo amado que no siéndolo, de manera que el limctor I2S

cambia en la relación ulterior (amando más, menos, de otra manera a como amaba, etcétera). Pero ¿cuál es la posición del objeto después que el sujeto haya logrado ese plus o ese minus inicial? También el objeto se modifica para más o para menos, y ello coloca al sujeto en una neoposición conflictiva, que es ya distinta de la primera, resuelta en forma de éxito o de fracaso. A su vez, el contexto se altera en función del tipo de relación existente entre ambos miembros de la estructura. Todo esto es importante, pero subrayo en este momento dos circunstancias en las que es fundamental este dinamismo de la fórmula estándar: 1) toda experiencia emocional modifica positiva o negativamente al sistema del sujeto en su totalidad y lo marca, positiva o negativamente, para su ulterior organización emocional; 2) toda experiencia emocional es una experiencia sobre el objeto, pero no —o no sólo— sobre el objeto singular A o B, sino sobre el género o clase al que pertenecen A o B. Así es como cualquier experiencia emocional queda como tal en el sujeto, de manera que las posteriores acontecen sobre la experiencia preexistente; y toda experiencia emocional sobre el objeto tiende a elevarse a la categoría de experiencia genérica (A = sexo masculino; experiencia con A = experiencia con hombres). Veamos con más detención las diferentes etapas evolutivas del aparato emocional. Figura del humúnculus motor y sensorial en el córtex cerebral.

4. Primera etapa: protosentimiento, deseo de posesión El niño irrumpe en el mundo como una «máquina» deseante. Por decirlo así, es lo único que sabe hacer: desear. Desea para subsistir, es decir, para que, satisfecho el deseo, pueda sobrevivir. Se necesitan objetos que desear. En esta primera etapa, todo objeto es deseable. Sólo una vez que los objetos que le rodean han sido poseídos (prendidos, chupados) decide si satisfacen o no su deseo, es decir, si le deparan placer o displacer. El recién nacido expresa su instancia a desear con los dos instrumentos de que dispone en su rudimentaria motoricidad: la boca y las manos. Es la etapa que, en la teoría general del sujeto, llamo de protosujeto, en la que lo característico es la indiferenciación, el uso limitado a estas dos áreas de su corporalidad, cada una con su específica función: la boca, para chupar; la mano, para atrapar y, desde ella, para chupar. El carácter reflejo de la succión y prensión revela que estos mecanismos son innatos en el ser humano, es decir, que el programa desiderativo está genéticamente condicionado cuando menos en la indispensable mecánica del movimiento. Rápidamente convierte el niño otras áreas de su corporalidad en instrumentos para su relación con el mundo exterior. Pero la representación homuncular en el área 4 del cór126

tex cerebral (área motora) revela que las manos y la boca conservan su relevancia (en forma de una mayor representación que el resto del esquema corporal, véase figura adjunta) como instrumentos para la intervención con y sobre los objetos de la realidad. Por lo que concierne al sistema emocional, ésta es la etapa del protosentimiento*, caracterizada exclusivamente por el deseo de posesión del objeto. Si el niño es una estructura dinámicamente deseante, hay que añadir de inmediato que sus deseos deben ser sustancialmente diferentes a los del adulto. ¿En qué? Por lo pronto, en la simplicidad. Mientras el adulto tiene la posibilidad de desear de muchas maneras (erótica, estética, intelectual, etcétera), el recién nacido posee las dos maneras de desear referidas. Los deseos del niño son tan simples que el adulto acierta a interpretarlos y la mayor parte de las veces los satisface. Los datos de la neuropsicología del recién nacido hablan en favor de que la relación sujeto/objeto se reduce, en un primer momento, al mero deseo de posesión del objeto y se traduce en el intento motórico de prensión y succión. Es significativo que los primeros actos de relación del protosujeto con el mundo sean actos de succión y prensión. El egotismo del adulto se manifestará en cogei", atrapar, prender, chupar. 127

En esta etapa del protosentimiento llamamos objeto (para el recién nacido) simplemente a lo que no es él, a lo que procede de fuera de él.9 Pero como el recién nacido no identifica como de él el resto de su cuerpo, por ejemplo sus pies e incluso sus manos (sobre todo sus dedos), concebirá éstos como objetos externos y, por tanto, objetos para ser prendidos y también chupados. Es de observación trivial que el chupeteo del niño no es sólo del pecho materno (u objeto sustitutorio), sino también de sus dedos de la mano o del pie, tratados, parece, como objetos también externos susceptibles de posesión. Estas consideraciones sugieren que el recién nacido adoptará respecto de su cuerpo una doble actitud: por un lado, como instrumento, cada vez más amplio y perfecto, para la relación con la realidad; por otra, como objeto mismo de la realidad con el que mantener una relación, por tanto una relación desiderativa. El niño en esta etapa desea su cuerpo; y más tarde, como con cualquier otro objeto de la realidad, adoptará la bipolarización amor/rechazo. No hay aún esa mínima pluralidad que es la bipolarización del deseo en esta etapa protosentimental. Con otras palabras: no hay deseos sino deseo. El recién nacido desea poseer todo y constantemente. Lo que para el recién nacido es todo el objeto tiene poco que ver con lo que un adulto considera como tal. Tiene su lógica que el momento inicial sea así. Para optar por el eventual rechazo o retención —una disyuntiva— ulterior del objeto, que caracteriza la segunda etapa de la evolución del niño, es preciso de antemano poseer el objeto. Posesión significa, primero, prensión y succión. Luego, cuando lo oye o lo ve, el niño dispone del mecanismo neurológico de persecución del objeto visto u oído para su posible y ulterior aprehensión. Seguir al objeto con la mirada —«perseguirlo»— debe considerarse como forma de iniciar la eventual posesión de objetos distantes. Los neurólogos y psicólogos evolutivos señalan que el recién nacido aprehende tan sólo las cosas de su entorno inmediato, un entorno limitado por la cercanía e inmediatez de su horizonte perceptual. Es la forma de que se vale el recién nacido para introducirse en el mundo de los objetos exteriores, incluido él mismo como uno más, y ciertamente el más cercano. Como en esa primera etapa el único deseo del recién nacido es el deseo de posesión, el adulto debe estar atento a que el niño no alcance lo que pueda resultarle dañino. Si lo es y le depara displacer (dolor, quemazón, mal sabor, etcétera) lo rechazará con posterioridad. De antemano ha poseído el objeto. Pero ese rechazo preliminar es la introducción a dos tareas de suma importancia para el desarrollo y organización del sujeto: la existencia de objetos exteriores ajenos a él; y la no identificación sin más de lo deseado con lo deseable. 10 La experiencia es preliminar-; por eso, el que deba ser protegido durante meses para evitar que lo poseído, si es dañino, le destruya," revela cuánto ha de aprender para el ulterior, y progresivamente más amplio, conocimiento 128

de la realidad, y cuánto de ese aprendizaje se hará a expensas de la relación y mimesis de los adultos que le rodean. En conclusión: el deseo de posesión de todo lo que aparece en su campo perceptual constituye, en la teoría del sujeto sobre la cual me baso, el sentimiento primigenio, el protosentimiento. En la fórmula estándar, esta etapa protosentimental se extendería de la forma siguiente: a) éxito * posesión: objeto mío: confianza, seguridad f (S/Ob) = conflicto b) frustración > no posesión: objeto no mío: desconfianza, inseguridad

(donde / representa el único sentimiento existente: el deseo de posesión). En el esquema se representan las inferencias tras el éxito o fracaso en la relación desiderativa de posesión del protosujeto, sobre las cuales llamó la atención Erik Homburger Erikson de manera convincente. 12 El plus que obtiene ese esbozo de sujeto que es aún el recién nacido, debe necesariamente experimentarse en el éxito como un sentimiento que desde el adulto se define como confianza inicial, la contianza de que es capaz de lograr la satisfacción del deseo, la seguridad en sí mismo y la confianza también de que los objetos se dejan poseer. La situación opuesta, la desconfianza básica, la inseguridad, es vivamente sentida por cuanto el displacer es un reforzamiento negativo de mayor relevancia —siempre será así— que el reforzamiento positivo inherente a la satisfacción del placer. No obstante, también la relación de frustración/fracaso tiene en el recién nacido su aspecto productivo: el conocimiento de que hay objetos que no logra poseer es la base de la incipiente separación entre el sujeto y la realidad exterior. Si toda la realidad exterior, o mejor, si todos los objetos de la realidad exterior se lograran, esto es, se hicieran «míos», el niño no establecería una barrera entre «lo mío» y «lo no-mío». Lo mío tiende a confundir al sujeto en la medida en que hace del objeto parte de él, esto es, lo integra en él. Lo no-mío, por el contrario, es la concreción bruta de que hay algo fuera de él. El fracaso en la posesión, la «resistencia» misma del objeto a ser poseído, contribuyen a la construcción de un espacio exterior constituido por objetos «ajenos» en donde, para su posesión, desarrollará en el futuro estrategias cognitivas que le conduzcan al éxito. Es un hecho comprobado que un cierto grado de resistencia por parte del objeto a dejarse poseer y, en último término, incluso de frustración, contribuye a un mejor desarrollo cogni tivo del recién nacido. A la inversa: en elapas ulteriores enconli amos I.")

sujetos especialmente diestros en la consecución de objetos del mundo exterior y que se comportan como si todos los objetos, ya que no suyos, debieran serlo, niños en los que no ha incidido el carácter autoeducativo de la frustración Tales sujetos tienen una notoria disfuncion en la barrera virtual separadora de su mundo interior y su entorno, la función diacrítica, sobre la cual me extendere posteriormente Volvere sobre casos de este tipo en el capitulo 10 No debemos hablar de inmadurez emocional en general sino en un sentido preciso en la hipertrofia indiscriminada de la miocidad En esta etapa protosentimental, la función vinculativa con los objetos tiene un doble carácter por una parte, de exigencia inmediata, de urgencia, por otra, de versatilidad La función expresiva se reduce a dos formas la del sosiego/placer en caso de éxito y la del llanto/displacer en el supuesto de frustración

5. Segunda etapa: pre-sentimientos. Retención/rechazo Como es lógico, no todos los objetos cuya posesión se logra son para el recién nacido una fuente de placei En la etapa inmediatamente ulterior a la descrita, se le plantea al recién nacido una disyuntiva con los objetos logrados la de retenerlos si son placenteros o rechazarlos si le son displacenteros, en suma, la catalogación de objetos para la retención, «míos», y objetos para el rechazo, «no-mios» Desde los reflejos de succión y prensión, que hacen posible el protosenümiento de posesión de todo objeto, y la subsiguiente respuesta de placer o displacer, el niño opta por hacet definitivamente suyos los objetos o por alejarlos de si sin posibilidades intermedias aun, es decir, ordenando la realidad de acuerdo al principio del todo o nada, de la disyunción excluyente por la que se rige el principio desiderativo " Las posibilidades intermedias aparecerán muy pronto, y son la base de la futura complejidad del sistema sentimental En esta etapa de que ahora nos ocupamos, y que denomino presentimental el niño adopta la actitud de la bipolanzauon extrema Los pie-sentimientos son sen timientos optativos básicos, rudimentarios, que adoptan la forma del de seo imperioso de aceptación o de techazo del objeto En esta etapa presentimental sin embaí go, la vinculación con los objetos es mas duradera y la versatilidad decrece, hasta el punto de que el niño permanece ligado a determinados objetos durante semanas o meses Hay pruebas de que el niño reconoce aquellos objetos que con antenondad le fueron plácentelos o a la inversa molestos y displa c enteros Aparece la impaciencia por la obtención o por el recha/o que se le Ilustra La función expresiva es mas vana muestra alegría por la oble nc ion del objeto placentero o llora por la frustración, experimenta

no

sosiego tras la expulsión del objeto fuente de displacer o colera ante la imposibilidad de la misma A continuación representamos en esquema el proceso que tiene lugar en la etapa presentimental 1 a posibilidad

f (S/Ob)Cx > conflicto • retención del objeto a) éxito = placer (S+), o) fracaso = displacer (S-)

2a posibilidad

f (S/Ob)Cx * conflicto > expulsión del objeto a) éxito = placer (S+), b) fracaso = displacer (S-)

El signo + representa el plus de segundad/confianza del sujeto tías el éxito en la resolución del conflicto, el signo -, el minus de segundad y confianza tras el fracaso en el intento de íesolucion del conflicto El + o el - en la autovaloracion del sujeto depende, pues, tanto del éxito o fracaso en el logro de lo que ama, cuanto el éxito o el fracaso en el rechazo de lo que detesta Obsérvese como la vida emocional gana en complejidad al introducirse el propio sujeto como objeto a valorar En la primera, a) conlleva la exaltación (segundad, confianza) del sujeto tras hacer «míos» objetos amados, mientras en b) tiene lugar una depreciación del sujeto (inseguridad, desconfianza en si mismo), tras la incapacidad de hacer «míos» objetos amados En la segunda, a) deriva en exaltación del sujeto tras hacer «nomios» objetos odiados, y b) en la depreciación del sujeto tras la incapacidad para hacer «no-mios» objetos odiados (si el objeto es de su entorno inmediato es vivido como hostil y amena/ador) F es un niño de año y medio que no tolera el acercamiento del padre Esto ha sido una fuente de odio del padre hacia el hasta el punto de llegar a malos tratos que supusieron la intervención judicial La madre dice que esta situación de miedo a la figura paterna se remonta a los 8 o 9 meses de edad Se aproximaba el padre y el niño de inmediato se refugiaba en el regazo materno, si estaba en brazos de la madre, se afen aba al cuello de ella y ocultaba el ros tro llorando a gritos El padre adopto una conducta análoga, pese a que la madre le advirtió que no podía actuar como el niño, sino tratando de que el acercamiento se hiciera progresivamente hasta que el niño le peí diera el miedo que parecía dominarle La madie supone que el miedo al padre se inicio tras ver al padre cbi IO gol pcando la puerta de la casa la madie negándose a abmlc y de |.n le entiai y como el nmo guiaba ele saloi adame ntc una v i / que el I ?l

padre continuó con insultos a ella e incluso intentó golpearla. Desde luego, a partir de esa fecha se incrementa notablemente un rechazo que ya venía apreciándose hacia la figura paterna. En las últimas semanas, ese rechazo se ha hecho extensivo a todo adulto del sexo masculino, cuya vista provoca de inmediato el refugio en la madre. Cualquiera que sea el desarrollo emocional del sujeto, el paso a una etapa superior, de mayor complejidad y matización emocionales, no elimina totalmente algunos de los componentes de la etapa anterior. La compulsividad a la posesión de todos los objetos, característica de las etapas proto y presentimental, irrumpirá esporádicamente en la relación sujeto/objeto del adulto, dando lugar a comportamientos transgresores de las reglas contextúales, que derivan de una relación emocional «infantil», «inmadura», «rudimentaria» ante el objeto. No sólo en etapas ulteriores aparecen módulos cognitivoemocionales característicos de etapas proto y presentimentales, sino que en la involución senil aparecerán de nuevo los pre y protosentimientos, en una suerte de «vuelta a la infancia». 14 Pero aún sin llegar a estos extremos, muchos adultos mantienen una tendencia a la bipolarízación cuando menos en algunos aspectos de su tabla axiológica y organizan la realidad en función de bipolaridades, sin las posibilidades intermedias, matizadas, que veremos características de la etapa sentimental propiamente dicha. De este modo, un objeto es bueno o malo, bonito o feo, limpio o sucio, decente o indecente, etcétera, en una actitud que consideramos justamente inmadura. La incapacidad para matizaciones sentimentales es una forma de alexitimia*, y remite siempre a esta etapa presentimental. Antes de considerar las etapas ulteriores del desarrollo emocional es preciso un excurso acerca de la relación sujeto/objeto en estas dos etapas a las que hemos hecho reíerencia. La relación de objeto, relación parcial: ambivalencia y escisión del objeto Una de las inferencias procedentes de la teoría psicoanalítica con mayores probabilidades de certeza es la de que la relación sujeto/objeto es, en el recién nacido, una relación fragmentaria, aunque no sepamos ciertamente el qué y el cómo de la misma, y sólo podamos apoyarnos en este aspecto en los conocimientos neuropsicológicos que poseemos.]I> Otra es que el objeto primero de la relación está en función de la nutrición, es decir, del pecho materno (o su sustituto). Las observaciones a este respecto parecen hablar, en primer lugar, de una pulsión de posesión/dcvoración (protosentimiento) y, en segundo, de no ser gratificante, en deseo de expulsión (pre-sentimiento). Todos los objetos parecen ser en principio objetos para la posesión/devoración. 16 Aunque para el recién nacido se trate de relaciones siempre con I \?

partes del objeto, opera como si fuera el objeto total, por la obvia limitación de sus capacidades cognitivas. Pero no deja de ser interesante que el ser humano acceda al entorno con una «visión» ilusoria, de la que jamás se librará del todo. De hecho, le ocurre también al adulto, aunque se encuentre en condiciones de superar esta primera relación parcial y fragmentaria con el objeto bajo una consideración multiperspectivista. Los adultos operamos con los objetos mesa, silla, libro, etcétera, como si fuera con el objeto total. Es de imaginar, sin embargo, que el niño no está en condiciones neuropsicológicas de considerar la relación con el objeto como fragmentaria y parcial. Tampoco es presumible que tenga de su propio cuerpo un esquema total. Por lo que sabemos de la construcción del esquema corporal (P. Schilder) y de su representación como homúnculos motores y sensoriales en las áreas 4 y 2 respectivamente del neocórtex, sólo en años posteriores alcanza el estatuto de totalidad, aunque con relevancias distintas según los sectores del cuerpo (mayores en manos, pies, boca; menores en tronco, en especial la parte posterior del mismo). Dado el rango simbólico de la relación sujeto/objeto, y aun cuando en puridad se trate de relaciones parciales con el objeto, ¿qué significado tiene retener o rechazar el objeto? 17 Desde mi punto de vista, supone la identificación de lo retenible como «mío» y lo rechazable como «no-mío», y, por tanto, el primer esbozo de una distinción de excepcional importancia en los procesos cognitivos, a saber, la diferenciación entre él (aún protosujeto) y lo que no es él (aún protorrealidad): es decir, el esbozo del proceso diacrítico. Desde el primer momento, el niño neuropsicológicamente sano contará, como una exigencia ineludible, con la diferenciación fundamental entre «lo de dentro» y «lo de fuera», entre mundo interno y mundo exterior.18 Lo que el niño desea y trata de hacer suyo y de retenerlo como «mío», es de fuera; lo que rechaza y aleja de sí, es objeto también de fuera. De aquí que en los objetos del mundo exterior establezcamos distancias espaciosubjetivas: «lo de uno», aunque exterior, en cuanto «mío», es «propio», se incorpora al proto y presujeto y, como si fuera el propio cuerpo, se constituye en parte externa de sí (lo será la pelota, el muñeco o el trapo). Desde el cuerpo de uno, al que ha incorporado todo «lo mío», se traza esa otra línea fronteriza de lo «propio» con lo ajeno, «lo otro». Obsérvese, pues, el gran salto adelante: de la sola diacriticidad (mundo externo/mundo interno) a la también propiedad (lo mío/lo no-mío). Ahora bien, ¿qué ocurre cuando partes de un mismo objeto resultan deseables para la retención y otras para el rechazo? Esta situación a la que el recién nacido se ve abocado desde su etapa de presujeto es la de ambivalencia, situación que, desde mi punto de vista, no ha sido correctamente interpretada. 19 La ambivalencia inicia la complejidad del sistema sentimental, pues exige la escisión del objeto, es decir, su aprehensión por partes, y, en consecuencia, su relación emocional in-

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dependiente con cada una de ellas. El mismo objeto puede ser deseado para su retención/posesión y para su rechazo/alejamiento: una contradicción interna que por sí es una fuente de conflicto y que se tratará de resolver como se pueda (si se puede). Organización axiológica Parece indudable que la rudimentaria realidad en la que se desenvuelve el recién nacido y de la que extrae objetos por los cuales optar (hacerlos suyos o alejarlos de inmediato), constituye la primera organización axiológica de la realidad, a la cual me he referido brevemente en el apartado anterior de este capítulo («Pre-sentimientos») y en el capítulo 5, a la que añadirá complejidad y matización en etapas ulteriores del desarrollo. Desde las primeras semanas, el recién nacido organiza la realidad a su modo, esto es, concorde con sus posibilidades cognitivoemocionales. Conoce lo que puede y desea como puede. Pero pasadas las primeras semanas del nacimiento, ya en la etapa del presujeto, el niño descubre que hay objetos de la realidad que no son de él y que, por tanto, no poseen el carácter de «míos», pero podría y desearía hacerlos «.míos». Para que los objetos sean suyos le es preciso esperar, porque los objetos no le son ya donados sino que han de ser obtenidos. Los objetos que desea hacer suyos pero que no le son dados, son objetos no-míos pero no-malos. El objeto deseable pero no-mío se configura como objetivo único de su deseo. El niño ha aprendido para entonces elementales formas de chantaje y seducción mediante las cuales conseguir el objeto de quien puede otorgárselo. La terquedad es una de ellas; otra, el rechazo de lo que no se le da de inmediato; una tercera, el rechazo no del objeto, sino de aquel que no se lo da. El niño se encuentra en esta etapa de pre-sentimientos ante más amplias y complicadas posibilidades de relación, tanto más cuanto que ahora se trata de conservar las relaciones de éxito y superar las de fracaso. La organización axiológica de la realidad pasa a ser ilusoriamente objetiva. De ser el objeto deseable porque lo deseo yo, es ilusoriamente convertido en deseable por sí, e igual pero a la inversa ocurre con el objeto que se considera rechazable. Ahora bien, las cualidades atribuidas al objeto pasan a ser predicativas (propiedades) en virtud del mecanismo de proyección y la ruptura de la barrera diacrítica: el deseo, interno, pasa a ser realidad, es decir, externa. La organización axiológica subjetiva, pues, tratará de imponerse como «objetiva»: ése es, justamente, el resultado de la distorsión en la imagen que el sujeto tiene de los objetos del entorno: el objeto es bueno porque [me] es bueno, es malo porque [me] es malo, etcétera. La imposición de la personal tabla de valores en tanto que objetiva, que es prácticamente constante en los seres humanos, obedece a esta razón: el objeto no es bueno o malo porque me lo parezca sino porque lo es (como es redondo o cuadrado o rojo o amarillo). De nuevo la elevación ilusoria del rango del I 14

objeto, de su valor. El objeto pasa a ser de la clase en la que el niño lo incluye por su significación preferencial. Característico de esta organización de la realidad es que no incorpora aún extensas zonas del propio cuerpo como objeto. Aquellas partes del cuerpo, boca y manos, hasta entonces instrumentos para la aprehensión y succión de los objetos se viven como el cuerpo total. Con posterioridad, cuando se complete el esquema corporal, el objeto cuerpo será especularmente reflejado en su casi totalidad (partes del mismo permanecen siempre imprecisas, «en la sombra», y no pueden ser motivo de la misma atención que el rostro, la cara anterior del tórax, las nalgas o las piernas), y considerado asimismo susceptible de intercambio y, por tanto, una fuente de placer/displacer. Pre-sentimientos y bipolarización20 Aunque se mantenga la tendencia a extremar los sentimientos en la segunda etapa, la presentimental, los resultados habidos en la relación con objetos amados u odiados (con resultado de éxito o de fracaso) incrementa el repertorio emocional. Todos los pre-sentimientos poseen aún ese carácter intenso, absolutizador, del todo o nada. Pareciera que el sujeto se diera del todo para la obtención o rechazo del objeto. La intensidad se acompaña, en esta etapa, de durabilidad, porque decrece la versatilidad, factor al cual ya se ha aludido. Los estados emocionales dejan de tener ese carácter de crisis —placer/displacer— de la etapa protosentimental. Así, encontramos determinadas polarizaciones, incluso dentro del mismo género de sentimientos, reveladoras de la capacidad del presujeto de responder más matizadamente. De este tipo son algunas de las respuestas que a continuación se describen: A) EUFORIA VERSUS DEPRESIÓN

El sentimiento que deriva de la posesión y retención duradera y segura del objeto deseado, así como del alejamiento definitivo, permanente, de los objetos ¡ndeseados, es la euforia; el que deriva de la no posesión continuada del objeto deseado es la tristeza, la depresión. La depresión puede sustituir a la cólera (véase más adelante en este mismo capítulo) si el niño no consigue la permanencia del objeto en su espacio privado o si fracasa en la expulsión de objetos indeseados, que se le tornan hostiles y amenazadores. Mientras la euforia confiere plenitud, confianza y poder al sujeto de cara a sí mismo y a futuras relaciones de objeto, la tristeza confiere depreciación e impotencia. La experiencia obtenida en la psiquiatría clínica de la infancia y en la experiencia psicoterapéutica es que ni la euforia ni la depresión, aunque expresadas, tienen categoría aloapelativa, esto es, de reclamo ante el otro, sino más bien de autoapelación, en forma de concienciación de sí mismo. Mientras en la euforia el niño se muestra a veces donador de objetos, la impotencia ante el logro de objetos que tiene lugar en la I 1S

depresión se t r a d u c e en i n t e n t o s de a u t o d e s t r u c c i ó n . La idea de a u t o destrucción, el s e n t i m i e n t o de odio d e sí m i s m o q u e le insta a a n i q u i larse, tiene en el n i ñ o su origen en la p r o f u n d a d e p r e c i a c i ó n de la imagen de sí m i s m o . Si a la i m p o s i b i l i d a d de posesión y r e t e n c i ó n del objeto se a ñ a d e la p r e s e n c i a de o t r o q u e lo posee y retiene, a la depresión a c o m p a ñ a la envidia, m e t a s e n t i m i e n t o inicial frecuente en estas e t a p a s tan t e m p r a n a s de la existencia. El n i ñ o n o sólo e x p e r i m e n t a la envidia sino q u e sabe d a r envidia a los q u e le r o d e a n . Volveré luego sobre este p u n t o y en Apéndice D, d e d i c a d o a este t e m a . B) DEPRESIÓN VFRSUS

PENA

La distinción e n t r e d e p r e s i ó n y pena, fácil de h a c e r p o r lo general en el a d u l t o —la p r i m e r a en t a n t o a u t o d e p r e c i a c i ó n m a y o r o m e n o r de sí m i s m o y la s u b s i g u i e n t e conciencia de i m p o t e n c i a , y la s e g u n d a c o m o r e s u l t a d o de la p é r d i d a real del objeto «mío» y s o b r e el q u e se proyectó u n m o n t o de n u e s t r o s afectos—, p u e d e h a c e r s e t a m b i é n en esta e t a p a p r e s e n t i m e n t a l , s e g u n d a en la evolución del s i s t e m a e m o cional del n i ñ o . M i e n t r a s la tristeza resulta del fracaso c o n t i n u a d o en la o b t e n c i ó n del objeto y revierte en el m e t a s e n t i m i e n t o d e i m p o t e n cia, a h o r a existe o t r a posibilidad: el objeto q u e hizo suyo p u e d e dejar de serlo, p u e d e p e r d e r l o (lo q u e es peor, p a s a r a otro). La pena no es un presentimiento de impotencia sino de carencia; más precisamente aún: de mutilación. D a d o q u e existen en el n i ñ o posibilidades de evocación de objetos d e s e a d o s , aquél n o p r e s e n t e p u e d e ser d e s e a d o tras la evocación y, si «no lo e n c u e n t r a » , el s e n t i m i e n t o q u e a p a r e c e es la p e n a p o r el objeto del q u e se ve d e s v i n c u l a d o p o r c a u s a s ajenas, p e r o m á s p o d e r o s a s q u e él. 21 C) AGRESIVIDAD Y ENVIDIA

La agresividad en el n i ñ o se p r e s e n t a f r e c u e n t e m e n t e c u a n d o fracasa en la o b t e n c i ó n del objeto d e s e a d o . C o m o q u i e r a q u e el objeto es de o t r o y n o se le da, la agresividad se proyecta en el p o s e e d o r y no d a d o r del objeto. La agresividad i r r u m p e t a m b i é n si el objeto se le sustrae. P o r lo t a n t o , la agresividad acompaña o a la frustración del objeto no obtenido o a la pena por la pérdida del objeto. Toda (rustración revierte e n el sujeto, t r a s el p r o c e s o d e bucle, e n f o r m a de d e p r e c i a c i ó n de la p r o p i a i m a g e n , en conciencia de la i m p o t e n c i a . La agresividad incide 1) sobre el objeto m i s m o q u e n o se deja p o s e e r (/ c o m o amor, se convierte en / c o m o odio); 2) a n t e sí m i s m o (de a m a r s e a odiarse); v 3) a n t e el p o s e e d o r del objeto d e s e a d o (de a m a r l o a odiarlo y envidiarlo c o m o p o s e e d o r p r e c i s a m e n t e de lo q u e a n h e l a y no posee). En esla e l a p a p r e s e n t i m e n t a l la envidia es de u n a i m p o r t a n c i a decisiva, t o m o hicieron ver Freud, Melanie Klein y H . S . Sullivan. Se trata, desde mi p u n t o de vista, de la aparición del primer metasentimiento (aunque no leconocible c o m o lal p o r el envidioso). La envidia, el s e n t i m i e n t o I \a

de la p r o p i a i m p o t e n c i a con odio a la p o t e n c i a del rival. Con la envidia, la r e l a c i ó n h a s t a a h o r a sujeto/objeto se convierte, d i r e c t a m e n t e , en u n a relación sujeto/sujeto', es decir, con o t r o sujeto, el p o s e e d o r del objeto a p e t e c i d o . P o r eso la envidia n o es sólo p o r el bien q u e el o t r o posee, sino p o r la identidad, el ser del e n v i d i a d o , c a p a z d e lograr y reten e r el objeto e n v i d i a d o . La envidia es u n a s i t u a c i ó n e x t r a o r d i n a r i a m e n t e positiva p a r a la c o m p l e j i d a d y e n r i q u e c i m i e n t o d e la vida afectiva. El odio/envidia, es decir, o d i o / a d m i r a c i ó n , coexisten en el sujeto en sus relaciones, a veces virtuales y lejanas, con o t r o . P r e c i s a m e n t e p o r q u e ni la envidia ni la a d m i r a c i ó n se r e c o n o c e n (implica c o n c i e n c i a d e la iñfravaloración), el n i ñ o a p r e n d e a c o n s t r u i r r a c i o n a l i z a c i o n e s q u e le defiendan de la c o n c i e n c i a de su d e p r e c i a c i ó n y de su i m p o t e n c i a , t a n d o l o r o s a s . Todo ello s u p o n e m á s complejidad y m a t i z a c i ó n , y la a d o p c i ó n de complic a d a s estrategias t r a n s a c c i o n a l e s , así c o m o el d e s c u b r i m i e n t o d e m e c a n i s m o s de defensa q u e s a l v a g u a r d e n su identidad lograda. De t o d a s l o r m a s , en estas e t a p a s p r o t o y p r e s e n t i m e n t a l , la frustración a d q u i e r e la f o r m a d e c a t á s t r o l e , i n h e r e n t e a la intensidad y p e r e n t o r i e d a d con q u e se vive el d e s e o d e p o s e s i ó n o d e r e p u l s i ó n del objeto p o r p a r t e d e un sujeto cuya socialización n o se h a iniciado. En estas e t a p a s , el sujeto es sólo deseo. 2 2

6. Tercera etapa: sentimientos La tercera etapa, la e t a p a de los s e n t i m i e n t o s p r o p i a m e n t e dichos, coincide con la c o n s t r u c c i ó n del sujeto c o m o s i s t e m a de yoes cognitivoe m o c i o n a l e s diferenciados. Se inicia en el p e r i o d o en q u e al n i ñ o se le i m p o n e la socialidad, h a c i a los dos o tres a ñ o s , y se le exige el a b a n d o n o de las relaciones unidireccionales, p e r e n t o r i a s y a b s o r b e n t e s . E s u n a e t a p a en la que, en m a y o r o m e n o r g r a d o , los a d u l t o s —los pad r e s — t r a t a n de d e s p r e n d e r s e del p a r a s i t i s m o del n i ñ o . Si no lo consiguen (el papel de los a d u l t o s es decisivo a este respecto), el d e s t i n o del n i ñ o e s t a r á m a r c a d o p o r la inhibición y el r e p u d i o de nuevas inter a c c i o n e s y la r e t r a c c i ó n a círculos m u y l i m i t a d o s , p r e c i s a m e n t e de adultos, esos q u e p r o s i g u e n con sus a c t i t u d e s de m i m o s y n o h a n log r a d o d e s p r e n d e r s e de su d e p e n d e n c i a respecto del niño. Una c o n d i ción básica p a r a situarlo definitivamente e n esta e t a p a es h a c e r q u e el n i ñ o r e p r i m a la p e r e n t o r i e d a d u s a d a en la d i n á m i c a de los p r o t o y pres e n t i m i e n t o s , p o s t e r g u e la satisfacción de sus r e q u e r i m i e n t o s y los a d e c u é al principio de realidad, es decir, a p a u t a s s e m e j a n t e s a las del a d u l t o . Me p a r e c e l u n d a m e n t a l q u e el n i ñ o se sienta obligado a h a c e r un iuten'alo e n t r e el deseo del objeto y sus posibilidades di' logro, esto es, e n t r e la posesión, a ú n imagina) ¡a, v la real. lisio h a i á posible la I VI

transformación de las respuestas urgentes en proyectos de comportamiento, es decir, estrategias inteligentes, y sobre todo la consideración de que toda interacción es una relación de intercambio. Con la socialidad el niño aprende a dar para obtener. Al mismo tiempo, el desarrollo cognitivo ofrece un tipo de organización de la realidad que se opone al de la organización axiológica, meramente desiderativa. Las cosas no serán ya como nos parecen; pueden ser quizá como les parecen a los demás. La teoría acerca de la realidad no tiene obligatoriamente que ser confirmada, el punto de vista subjetivo no siempre será el adecuado. Existen también los puntos de vista de los demás. Es la aceptación inicial del principio de realidad, es decir, de los otros, y con ello de las posibilidades intermedias de valoración, que aunque no suplantan la bipolarización extrema de las etapas proto y presentimental, introducen gradaciones en ellas. Hay objetos muy buenos, buenos, menos buenos, mejores o peores que otros, buenos para mí pero no para los demás, etcétera. Estas posibilidades intermedias permiten el juego de transacciones como las siguientes: sustituciones: «si no P, entonces Q»; o intercambios: «si P, entonces no O»; objetivaciones: «P, aunque no mío, es mejor (o más bonito, etcétera) que mi Q». La frustración del objeto deseado no es catastrófica, o tiende a serlo cada vez en menor medida. La vinculación con los objetos se hace más duradera en esta etapa. Es el periodo en que se inician amistades, formas de vinculación afectiva de cuantía y cualidad completamente nuevas a las dependientes y parasitarias de antes. La introducción al ámbito de las amistades es trascendental para el niño: le descubrirá a sí mismo formas de afecto hasta entonces inéditas, que, además, ha de hacer compatibles con las antiguas y elementales de amor/odio. La iniciación en la amistad coincide con la aparición de sentimientos de simpatía y antipatía, de grupalidad. Frente a la disyunción excluyente de las primeras etapas de relación con los objetos, aparecen formas varias de la disyunción transaccional: «amo a P, pero...»; «odio a Q, pero...». Como dice Lidz et al. amar y repudiar son básicos, pero conseguir el objeto amado o desprenderse del odiado es una estrategia. 21 Los sentimientos y la corporeidad. El estado de ánimo Esta etapa en la que tiene lugar la aparición de los sentimientos en sentido estricto, esto es, remedos ya de los sentimientos del adulto v maduro, coincide con la completud del esquema corporal y la objetivación del propio cuerpo. El cuerpo se trata como un objeto externo porque es perceptible, pero es el objeto propia y exclusivamente mío. Mientras los demás objetos empíricos pueden ser o no ser míos y cabe la opción de que dejen de ser míos según agraden o desagraden, el cuerpo es mío, cualquiera que sea el valor que le confiera. El cuerpo puede ser aniquilado, pero no puede ser desechado porque es el único IW

instrumento de que se vale el sujeto para la aprehensión y relación con los objetos, esto es, para las interacciones, eróticas, empáticas, intelectuales, etcétera. Habrá que hacer del cuerpo el vehículo más eficaz posible, o rendirse a la evidencia de su inutilidad o su insuficiencia y utilizarlo para indispensables transacciones y llevar, así, una vida de muy escasas interacciones, una vida, en suma, de privación afectiva.24 Debe considerarse a Alfred Adler, el psicólogo tan olvidado en la actualidad, el primer investigador que llamó la atención formalmente sobre la significación psicopatológica de las limitaciones del instrumento corporal. El sujeto se priva de muchas interacciones, eróticas, afectivas, de simple amistad, en la medida en que las juzga imposibles con un cuerpo infravalorado. La seguridad e inseguridad que deriva del éxito o fracaso de la interacción es un éxito o fracaso del cuerpo, de sus posibilidades como instrumento para la expresión y comunicación, o sea, para la interacción. Aludo a la estatura, complexión corporal, tono de voz, de elocución, morfología del rostro, etcétera, así como las posibilidades funcionales y estéticas (fortaleza o debilidad; saludable o enfermizo; agradable o desagradable). Se ha de contar con el propio cuerpo, con los atributos que conforman lo que se llama la corporeidad: el conjunto de rasgos que conciernen a la morfología y funcionalidad del cuerpo directa y primariamente observables por los demás. En otras áreas de la identidad los demás no juegan el papel que juegan en la de la corporeidad. Desde niño se tiene la evidencia de cómo los demás valoran la corporeidad de aquel con quien se interactúa. Los otros niños saben que P es débil (y se le puede pegar) o es fuerte y ágil (y hay que respetar), que es inteligente o no, saludable o enfermizo, guapo o feo, de estatura normal, en exceso baja o alta, flaco o grueso, más o menos viril, más o menos femenina, etcétera. La seguridad/confianza o la inseguridad/desconfianza ya no son, como las básicas, resultado de la interacción con figuras parentales, sino segundas, derivadas de la interacción con los demás. Se trata de confianza/seguridad (o desconfianza/inseguridad) sociales, en las que el cuerpo es el instrumento mediador. La imagen se configura a expensas de nuestras actuaciones (adecuadas, inadecuadas, inteligentes, torpes, hábiles, valerosas o cobardes...), las cuales tienen lugar con el cuerpo con el que se habla y se gesticula. Los demás infieren intenciones a través de las actuaciones, pero las actuaciones están ahí, son materiales, son palabras, frases, discursos, y son también saludos, miradas, gestos, posturas; en suma, símbolos codificados en el discurso cultural. G es una muchacha de 16 años que pesa actualmente 103 kilogramos. Ha sido muy estudiosa y cumplidora, hasta que hace cuatro años abandonó los estudios ante la hostilidad de sus compañeras y compañeros. Pesaba entonces 62. La llamaban chopila, huilona, IW

piernaza, saco; le cantaban canciones con letras sarcásticas alusivas a su peso, a su manera de caminar. Los profesores se oponían a que dejase el instituto, porque era capaz y cumplidora. Se la trasladó a otro colegio en donde no hubo hostilidad alguna para con ella, pero ya estaba tan desanimada que le fue imposible incorporarse a alguno de los grupos; ante la dificultad por parte de ella y la inactividad de los demás, se quedó sola, aislada, dedicada al principio a sus estudios y a sus lecturas en casa. Pero dos meses más tarde le fue imposible seguir en ese aislamiento y comunicó a los profesores que dejaba los estudios... Han pasado cuatro años. Su vida es su casa (apenas sale) y la televisión. No tiene amistad alguna. Apenas habla con los padres. No tiene hermanos. Hace un año abandonó el gimnasio al que asistía dos veces por semana. En la lámina M del THP: «Una mujer cabizbaja, gordita, mira para abajo, no mira de frente, está como con vergüenza de algo, de ella a lo mejor... No sé más». En esta etapa aparece en el niño lo que se conoce como estado de ánimo*, que mantendrá por lo general hasta etapas ulteriores. Lo peculiar del estado de ánimo es su constancia, frente a la versatilidad de las emociones y sentimientos provocados por objetos que aparecen y desaparecen de nuestro campo perceptorrepresentacional, es decir, de la conciencia. Desde mi punto de vista, el estado de ánimo es el sentimiento duradero suscitado por la interacción permanente con ese objeto que es el propio cuerpo, y que está en el trasfondo desde el que irrumpen las emociones del momento. Por eso, el estado de ánimo se ha relacionado por muchos autores (Ortega, Scheler, Hoffmann, K. Schneider, etcétera) con la vitalidad. Un niño está triste porque se sabe leo o débil o torpe o inhábil... El sujeto valora de modo implacable el cuerpo de que se sirve, el único que tiene, satisfactorio o insatisfactorio, confortable o inconfortable, estético o antiestético, facilitador u obstaculizador de la interacción. Lo habitual es que todos —a excepción de aquellos definitivamente vencidos y que renuncian al mayor número de interacciones: el caso extremo, el de los psicóticos— «mejoremos» el cuerpo para nuestra re-presentación en sociedad (desde el habitual aseo y la elección del vestido ad hoc y el uso del habla ad hoc, hasta el maquillaje y las cruentas intervenciones de estética). El estado de ánimo es el estado emocional resultante de la conciencia de la corporeidad, y por su durabilidad, se constituye en un estado de neoequilibrio, de neohomeostasis, en la que el sujeto encuentra la manera más confortable de convivir con esa parte de sí mismo que es su propio cuerpo. Cuando no se obtiene, cuando, para decirlo brutalmenle, «el cuerpo no tiene arreglo», el sujeto está en permanente anhomeostasis, v en la medida en que no logra la adecuación con esa parte esencial de sí mismo, se revela incapaz de una interacción afortunada. 140

Cualquiera de las que intente está por él mismo condenada al fracaso de antemano. Es imposible estar alegre, simpático, cordial, generoso desde un estado de ánimo resultante del odio y el rechazo absoluto de sí mismo. Nada del mundo puede gustar si el sujeto no se gusta a sí mismo. La contraposición entre el estado de ánimo —como un sentimiento duradero— y los sentimientos versátiles provocados por las interacciones con los objetos circunstanciales, ha dado pie a que se planteen problemas que se vuelven eternos por la forma incorrecta como se presentan, tal la inexistente contraposición entre lo biológico y lo psicológico. Así el problema del temperamento, abandonado hace décadas, ahora resurge desde el enfoque biológico que ofrecen las investigaciones metabólicas y endocrinas. Al fin y al cabo, el niño tiene conciencia de su corporeidad merced a la significación axiológica, positiva o negativa, que en cada cultura poseen rasgos corporales que se estiman positivos o negativos, y al valor instrumental de sus características funcionales (más o menos inteligente, más o menos ágil, más o menos elocuente, etcétera). Pues bien, algunas de estas características están ligadas a rasgos temperamentales y sin duda tienen una base genética (debilidad/fortaleza, agilidad/torpeza), pero ello no les resta valor a su signiticación simbólica para la actuación en el entorno. El cuerpo que posee cada cual es el responsable de que los integrantes de un mismo ámbito cultural no partan de la misma línea de salida. Desde el estado de ánimo como suelo o trasfondo emocional, se disparan los sentimientos propiamente dichos, provocados por el objeto de la interacción actual, pero sobre motivos del sujeto que han contribuido a coniigurar y consolidar ese estado de ánimo. Desde su estado de ánimo deprimido, un niño está alegre tras el logro del juguete que anhelaba, pero su alegría es distinta de aquella que se superpone sobre un estado de ánimo alegre y una seguridad básica. El estado de ánimo puede evidentemente variar, y de hecho varía a lo largo de la existencia. No es raro decir de alguien que era un niño triste, o un adolescente retraído, o un joven seguro y afable, para comparar el estado de ánimo de ahora con el de las épocas aludidas. En el curso de la existencia muchos aprenden a usar y desarrollar con éxito aquellas áreas de la corporeidad que lo facilitan, y asimismo seleccionan las personas con las cuales la relación es de éxito seguro o cuando menos probable. Se escoge entre los que ríen nuestras ocurrencias, admiran nuestros juicios y puntos de vista, se fían íntegramente de nosotros. Nuestro estado de ánimo cambia si al fracaso e inhibición anteriores los sustituye el éxito y la seguridad. El tímido ha dejado de serlo y deja paso tal vez a un audaz, capaz de sorprender a quien contaba con que aquella imagen sería perdurable. Sobre estas cuestiones insistiré en capítulos ulteriores, pero en la experiencia de cada cual está el hecho de cómo el sujeto procede a desarrollar precisamente 1-4 1

aquellos módulos cognitivoemocionales de mayor rentabilidad en la economía de la interacción. Sentimientos e intimidad. El estado de ánimo. Metasentimientos Al mismo tiempo que integra su corporeidad, acontece en el niño otro descubrimiento de enorme importancia: el de la intimidad, es decir, el descubrimiento del mundo interior. Hasta los 2 o 3 años, el niño no tiene un ámbito propio, exclusivo de él. De la misma manera que la función diacrítica se encuentra aún en ciernes, y los objetos internos los vive como externos y a la inversa, el niño, hasta esta tercera etapa, no cuenta con que existen objetos que componen un mundo de su absoluta propiedad. Es probable que ello se deba a que al ser parco y limitado en sus expresiones, los sentimientos a que remiten son adivinables por quienes conviven con él. Por tanto, tiene, por decirlo así, «pruebas» de que los demás saben lo que siente porque se le responde a sus requerimientos incluso antes de que los exprese, le «adivinan», en suma, sus deseos, sus sentimientos. En la patología del joven adulto encontramos reminiscencias de esta visualización y sonorización de lo íntimo en la psicosis esquizofrénica: el paciente vive torturado por el hecho penosísimo de que sus pensamientos se ven, se oyen o, en cualquier caso, se saben. Si sólo es observable lo que no es íntimo, y si hasta cierta edad saben los demás lo que siente y piensa, entonces pensar y sentir tienen los mismos predicados que sus expresiones visibles y sus palabras audibles. 25 A partir de una determinada etapa el niño aprende que puede mentir con éxito, es decir, que puede pensar o sentir de manera distinta a lo que dice que piensa o siente; que puede simular y hacer como si pensara y sintiera..., todo ello con la convicción de no ser descubierto. El que sin embargo lo sea por el adulto revela la escasa habilidad para tales menesteres, que mejorará en sucesivas actuaciones. Permanecerá como residual la duda sobre la posibilidad de secreto de su intimidad, que le obligará a una mayor destreza en el mentir y en general en todo lo que se refiera a la ocultación de su interioridad. Mentir es una forma de proyecto, imaginar que las cosas pudieron ser para él de un modo mejor a como fueron y tratar de hacérselas creer a los demás. Adviértase la frecuencia con que en el niño es indiferenciable la mentira de la fantasía, al no aplicar el criterio de utilidad. El niño miente no para evitar el perjuicio que resulta de la verdad: eso ocurre en una etapa ulterior, en la preadolescencia. El niño miente para sustituir la realidad ingratificante. Miente como juega. Pues bien, con la fantasía descubre el niño la intimidad como espacio opuesto al de la realidad empírica. De la observabilidad de esta última a la inobservabilidad de la primera. La fantasía o complementa la realidad o la sustituye, y en el niño, repito, es indistinguible de la mentira, tanto más cuanto que él —inmadura aún la función diacrítica— no discierne suficientemente aún entre lo ocurrido y lo imaginado. 142

Prueba de todo ello la tenemos en el juego. Lo contrario del juego, decía Freud, no es la seriedad, sino la realidad. El juego en el niño se toma quizá más en serio que la realidad, y, por tanto, cuando juega no miente porque lo vive como real. La intimidad, pues, es el descubrimiento de la absoluta propiedad de sus representaciones, pensamientos, fantasías e imaginaciones; en suma, de sus objetos internos. A semejanza de lo que le ocurre con los objetos externos, provocadores de sentimientos, también los objetos internos lo son. Se puede representar la pérdida de la madre o el padre, o la muerte propia, y llorar; o experimentar la exaltación de su sí mismo imaginándose ganador de una carrera, caballista perfecto o conductor del automóvil más veloz... Los objetos internos, en suma, constituyen una fuente más que añadir a la provocación de sentimientos, junto a la de los objetos externos, e incluso, llegado el caso y la necesidad, sustituirán a éstos. Del mismo modo que con el proceso de socialización se advirtió al niño de aquellos sentimientos hacia los objetos externos que debía o no debía (una prescripción moral) experimentar (prescripción absurda, pero útil para el preceptor), los sentimientos sobre los objetos internos también son o no moralmente permisibles y, por tanto, provocadores de metasentimientos. El niño siente bienestar ante el hecho de saber que ama a quien debe amar, y desasosiego por odiar a quien debiera amar. El sentimiento de descontento de sí mismo (la culpa o la vergüenza), o lo que es peor, el temor por lo indebidamente pensado o hecho son sentimientos sobre sentimientos. Al niño se le prohibe sentir odio hacia alguna de las figuras parentales, pero lo siente. La posibilidad de mentir es una maniobra útil y oportuna. Se comporta como si no odiara. Todo niño que desobedece al padre y que hace lo que al padre disgusta, es presentado como malo, indeseable, merecedor de castigo. Si no manifiesta el odio hacia aquel a quien teme, lo siente sin embargo, y el sentirlo puede depararle el metasentimiento de culpa. Igualmente ocurre con las transgresiones a que puede entregarse en el espacio privado. Los metasentimientos, al revertir sobre el sujeto, ofrecen la imagen que se tiene de sí mismo, no ante los otros. Al margen de lo que los demás imaginen de él, él tiene que construirse esa otra imagen, la propia, la que deriva de sus actuaciones en el ámbito íntimo de sus fantasías. Hay, a partir de este momento, un yo o una serie de yoes íntimos distinta a la serie pública de yoes. La disociación o escisión del sujeto es obligada, una disociación como si, porque no se vive como dos sujetos sino como uno capaz de doblez, capaz de actuar de dos maneras: una, para el espacio psicosocial, exterior; otra, para su reducto íntimo. Esta disociación es un peldaño importante en la sociabilidad. El sujeto (¡ene una doble vida, pero a diferencia del anoink'o, que sigue la norma del guipo y ocultamente la liansgicdc, la doble l'H

vida a q u e a h o r a h a c e m o s referencia c o n t r i b u y e d e c i s i v a m e n t e al p a c to social m e d i a n t e esta hipocresía funcional. P o r decirlo así, al sujeto se le p e r m i t e q u e en su e s p a c i o í n t i m o p i e n s e y sienta lo q u e quier a q u e sea, c o n tal q u e a c t ú e a d e c u a d a m e n t e en las r e l a c i o n e s c o n los d e m á s . El fair play q u e d a p a r a las i n t e r a c c i o n e s . Se le j u z g a r á n o p o r su i n t i m i d a d , a la q u e sólo él tiene acceso, s i n o p o r s u s a c t u a c i o n e s públicas. Los m e t a s e n t i m i e n t o s son m á s estables q u e los s e n t i m i e n t o s . E n efecto, el m e t a s e n t i m i e n t o n o surge sólo p o r el s e n t i m i e n t o q u e ahora e x p e r i m e n t o , sino t a m b i é n p o r el q u e e x p e r i m e n t é antes, alguna vez. El odio al p a d r e p u e d e n o sentirse ya, p e r o se sintió, y eso es c u a n d o m e nos revelador de q u e se p u e d e volver a sentir, y ser p a r a sí m i s m o deleznable e i n d i g n o . E n el capítulo 10 m e o c u p o de los s e n t i m i e n t o s a n o r m a l e s y patológicos. D e s c r i b i r é sujetos q u e n o t o l e r a n su i d e n t i d a d í n t i m a , y e x p e r i m e n t a n e n c o n s e c u e n c i a u n a p r o f u n d a a n i m a d v e r s i ó n hacia sí m i s m o s e n el p l a n o m o r a l . C o n d e n a d o s a u n a a n h o m e o s t a s i s i n c u r a ble p o r q u e el objeto o d i a d o son ellos m i s m o s , t r a t a n de c o m p e n s a r la a u t o a g r e s i v i d a d c o n la agresividad a todo y a todos. La f ó r m u l a «todos s o m o s iguales» es u n a t r a n q u i l i z a d o r a r a c i o n a l i z a c i ó n . A p r e n d e r a sentir sin q u e se t r a d u z c a en acción y a a c e p t a r los s e n t i m i e n t o s indeseables, es la ú n i c a m a n e r a de r e c u p e r a r la suficiente h o m e o s t a s i s interna. 2 6 Metasentimientos y organización axiológica del sujeto La vergüenza, la culpa, el r e m o r d i m i e n t o , el pudor, etcétera, son m e t a s e n t i m i e n t o s q u e m u e s t r a n q u e a la o r g a n i z a c i ó n axiológica de la realidad hay q u e a ñ a d i r a h o r a la o r g a n i z a c i ó n axiológica de u n o m i s m o en t o d a s las á r e a s de su self, es decir, n o sólo de ese objeto del m u n d o e m p í r i c o q u e es n u e s t r o c u e r p o , sino del m u n d o í n t i m o , invisible, oculto, es decir, el m u n d o m á s a b s o l u t a m e n t e p r o p i o , m á s incluso q u e el del c u e r p o : la p r o p i a m e n t e . La m e n t e —lo q u e p e n s a m o s y s e n t i m o s , p a r a decirlo en p o c a s p a l a b r a s — es el i n s t r u m e n t o q u e p r e c e d e al c u e r p o en t o d o p r o c e s o de a c t u a c i ó n . Si el c u e r p o p u e d e ser m a q u i l l a d o c a r a a los d e m á s , con la p r o p i a m e n t e p u e d e h a c e r s e o t r o t a n t o , de m a n e r a q u e u n o , e n g a ñ e o n o a los d e m á s , se e n g a ñ e a sí m i s m o . La r a c i o n a l i z a c i ó n , las «autojustificaciones» y, en general, los l l a m a d o s m e c a n i s m o s de defensa n o se c o n s t r u y e n p a r a p r o t e g e r n o s de los e m b a t e s del m u n d o exterior sino de la p a r t e d e u n o m i s m o q u e se nos h a vuelto indeseable y, por tanto, hostil y a m e n a z a n t e p a r a n u e s t r o equilibrio. Los m e c a n i s m o s d e defensa tienen c o m o misión lograr una homeostasis interna, aunque precaria.

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7. Adelaida: Involución de los sentimientos Los s e n t i m i e n t o s , c o m o en o t r o o r d e n los i n s t r u m e n t o s cognitivos, involucionan a partii de cierta edad. Es difícil precisar si la tendencia a la rigidez, un tipo de h o m e o s t a s i s que, u n a \ e / lograda, i c p o r t a conlortabilidad, d e b e ser c o n s i d e r a d o un indicio de envejecimiento del sist e m a e m o c i o n a l , c u a n d o m e n o s respecto de las posibilidades de adquisición de nuevos s e n t i m i e n t o s . En c o n t r a de lo que suele pensarse, las p e r s o n a s m a \ o i e s son proclives a no s e n t i i s e a l e c t a d a s poi nuevos objetos \ p a r e c e n poscei u n a b a ñ e r a p r o t e c t o i a o delensiva a n t e ellos. En c o n t r a p a r t i d a , los m e t a s e n t i m i e n t o s son e s c a s a m e n t e móviles, \ al llegar a cierta edad a d q u i e r e n u n a singular a u t o n o m í a , hasta el p u n t o de que prevalecen s o b i e ios s e n t i m i e n t o s en sí. M u c h a s p e i s o n a s mayores — c o i n c i d i e n d o con ese e s t a d o s u b d e p i e s i v o que a c o m p a ñ a a la e d a d en la m a \ o n a de las ocasiones— se vuelven hacia el p a s a d o , es decir, a las c o n s e c u e n c i a s de lo hecho. De a q u í la Irecuencia con q u e a p a r e c e n s e n t i m i e n t o s de culpa r u m i a d o s u n a \ otra v e / , así c o m o otros ligados a la h u s l i a c i ó n de su trayectoria biográlica. Por lo general, el a n c i a n o suele sentirse a l e c t a d o m á s por él m i s m o (su p a s a d o , su l u t u i o ) q u e por los objetos del e n t o r n o . Hav, en cierto sentido, una regresión al e g o t i s m o . Todo ello se exagera si el d e t e r i o r o fisiológico senil se i n c r e m e n t a . El viejo se siente a p e g a d o a los objetos que le evocan p a i t e de su pasado, y lo que es m á s notable, la expresión e m o c i o n a l no se controla e l i c a / m e n t e : aquel q u e d e a d u l t o jamás lloió a n t e una c i r c u n s t a n c i a q u e le a p e n a s e , lo hace a h o r a con s u m a lacilidad, r e c o r d á n d o l e a todos la niñez.

I IS

8 Tipología de los sentimientos

Lo que pasa es que uno proyecta un montón de emociones desagradables en una persona y te encuentras odiando a alguien o algo. Patricia Highsmith, El temblor de la falsificación

1. Taxonomía v teoría de los sentimientos Una teoría consistente acerca de los sentimientos debe saber qué hacer con el repertorio de sentimientos, es decir, cómo ordenarlos y tipificarlos. Muchos tratadistas (por ejemplo, Kleinginna, Fchr y Russell, Ekman, Lewis y Michalson, Stein y Oatley, etcétera; entre nosotros, y recientemente, J.A. Marina) soslayan esta cuestión o se limitan a una mera descripción que no tiene fin. En electo, la cuestión de dónde situar un determinado sentimiento, a qué especie, por decirlo así, corresponde, cuál es su cualidad y en qué medida sirve a las funciones vinculaliva, expresivo/apelativa y axiológica, constituyen un test indicativo de la existencia o no de un corpas teórico previo, y en su caso, de la suficiencia mayor o menor de la teoría.' Aunque no exista una teoría completamente satisfactoria de la estructura y (unciones del universo emocional, ésta se hace imprescindible para el estudioso. ¿Cómo, si no, organizar, distribuir y catalogar los sentimientos? ¿Cómo dar cuenta de su evolución desde los sentimientos básicos —piolo y presentimentales— a otros más complejos y diferenciados? Los sentimientos son muchos y muy diversos y por eso mismo se necesita un criterio —una teoría— que permita su ordenación genérica. De otro modo la investigación se convertiría en un inventario sentimental, una enumeración por lo demás interminable. El criterio elegido determina la clasificación \ así se han propuesto distintas taxonomías: a partir de las emociones primarias (Stein y Oatley) o fundamentales (Lazarus), por la funcionalidad (Ekman) o por el sustrato neurológico (Izard). 2 La dificultad de hallar criterios suficientemente abai'cadores ha llevado a otros (W. James entre ellos)"5 a renunciar a la catalogación, lo que justifican con el argumento de que la vida sentimental se resiste a cualquier tratamiento rígido. 4 Pero eslo es una falacia, porque el dinamismo y la complejidad del mundo ciño cional no sólo no impide, sino que más bien demanda la consliim ion de una taxonomía que sirva para la inteligibilidad de los lipos de inlr facciones, de las áreas del sujeto involucradas en ellas v de Lis molí vaciones del sujeto para omitir tal o cual respuesta OIIKK 11 Oli.i I-I')

cosa es que la tarea presente serías dificultades, pues la teoría debe tratar de explicar el objeto en su complejidad

2. Tipología y evolución En los capítulos 3, 4 y 5 he tratado con detalle la función de los sentimientos, s y en el capítulo 7 lo concerniente a la psicología evolutiva. Ahora he de proponer una tipología, teniendo en cuenta que el repertorio sentimental se vuelve más complejo a medida que el sujeto se desarrolla: las relaciones con los objetos se complican cada vez más y, como eíeclo bucle, las relaciones del sujeto consigo mismo también. Incluso aparecen nuevas formas de sentimientos. Frente a respuestas emocionales primarias de aceptación o rechazo de los objetos sin mayores mati/.aciones, un sujeto maduro en los órdenes cognitivo y emocional sabe que la vida de relación exige toda suerte de transacciones, concordes, al propio tiempo, con el principio de realidad, es decir, con la necesaria adaptación al contexto. Tales transacciones dan lugar a relaciones complejas, a veces contradictorias, del sujeto con los objetos y, a consecuencia de ellas, del sujeto consigo mismo por los metasentimientos que él mismo se inspira. Esta densidad de la experiencia emocional del adulto hace difícil, cuando no imposible, su «traducción» a un discurso verbal, en ocasiones enunciado en forma prolija y hasta ininteligible. «Si le digo a usted que lo que yo siento hacia mi mujer es odio no sería cierto... No es odio, porque al mismo tiempo me da pena, y por otra parte, la veo entregada a sus hijos, resignada a no haberse hecho de la forma que hubiera deseado, y por lo tanto fracasada en el londo... Pero cuando aparece la compasión por ella, recuerdo alguna de sus agresiones, de sus comportamientos tan irracionales, la absoluta falta de consideración, y entonces lo que quiero es apartarme de ella como sea, aunque sea sólo por unas horas, y me viene a la memoria cosas de ella que no tienen nada que ver con esto que le digo, por ejemplo, su aliento, que no es que no me guste, es que me repugna (¿halitosis se llama el mal aliento?)... Entonces, yo diría que lo que tengo son sentimientos mu\ contradictorios, o mejor dicho: que cuando surge uno aparece otro que se le opone, \ cuando aparece este segundo vuelve el primero, aunque sea bajo otra lorma... No sé si me entiende, quiero decir, si me explico bien.» 1.a elaboración de la taxonomía sentimental encuentra un valioso apoyo en la especificación de áreas del sujeto maduro, cuyas interacciones con los objetos se orientan en cuatro ejes fundamentales: 1) lo ISO

erótico; 2) lo intelectual; 3) las actitudes páticas, estéticas y éticas; y 4) la corporal. Las áreas se van constituyendo a medida que el sujeto evoluciona. La propiamente erótica aparece hacia los dos años de edad; 6 las actitudinales, con el comienzo de la socialidad; las intelectuales, con la adquisición de conocimientos; las corporales hacia los seis años y aun más tarde, en la preadolescencia (la edad de la anorexia y la vigorexia, 7 como resultado del sentimiento anómalo y hasta patológico de la estética de la imagen corporal). Esta diferenciación madura de las áreas del sujeto para interacciones específicas determina un proceso de selección/restricción de los objetos con los que asegurarse una interacción de éxito. Para el mantenimiento de la homeostasis del sistema conviene evitar objetos que frustren y dirigirse hacia objetos que satisfagan. Dado que un área afectada contamina el sistema prácticamente en su totalidad, y provoca una modificación del sujeto de carácter global, cada resultado de una interacción deriva en una afirmación o en una depreciación del sujeto para sí mismo. Un ejemplo aclarará lo que quiero decir. Supongamos la relación de P y A, y que los sentimientos provocados por A en P son de carácter erótico. P moviliza su estrategia para el logro de una relación erótica continuada. Si ésta se culmina con éxito, la homeostasis P/A se «eleva», tras el bucle, como consecuencia de la autosatisfacción de P. Es la anástrofe de £ s Si por el contrario va seguida de fracaso, se trata de una catástrofe liomeosíática, que obliga a una reestructuración en un nivel inferior (emocionalmente inaceptable para P). Usamos la palabra catástrofe-' porque la autoinsatisfaccion de P no es sólo de orden erótico, sino que se extiende en mayor o menor medida a las áreas restantes. Es un fracaso «en toda regla», como se dice en una expresión acuñada. ¿Cómo explica P los motivos del rechazo de A? O no ofrece una imagen eróticamente deseable, o da una imagen corporal antiestética o enfermiza o repugnante, o suscita antipatía, o parece inhibido, o desinhibido y acosador, o ininteligente, estúpido, o pedante insoportable. Las preguntas quedan sin respuesta la mayor parte de las veces: la perplejidad se une a la incertidumbre. En resumen: del Iracaso en una interacción específica surge el cuestionamiento en el valor que a sí mismo se confiere en todas las demás áreas. E es una mujer casada, de 38 años, que mantiene relaciones extramatrimoniales con un divorciado de 45. «Me encuentro sin saber de mí misma. Estoy como perdida. No hago más que darle vueltas a la cabeza sobre por qué me ha dejado. Me ha dejado de la noche a la mañana después de cerca de tres años de relaciones que han ido muy bien, según creo, y según me decía él constantemente. Estoy deshecha porque no sé a qué se ha debido lodo. Me siento poi una paite vieja, como si hubiera perdido todo atractivo, peí o luej'o me digo que, por lo menos, en lo que se reliei e a el, ci a lodo lo i mili .i I SI

rio. Sabía que le atraía. Hasta me pregunto cosas tan ridiculas como si es que me huele el aliento... Yo no le había notado ni siquiera alguna tibie/.a conmigo. Hasta proyectábamos irnos unos días fuera aprovechando que mi marido se ausentaba... Yo lo que quisiera es saber qué le ha pasado conmigo, si hay otra..., lo que sea. Me siento humillada, o más bien como angustiada por no saber yo ni siquiera qué soy para él... La verdad es que no me preocupa el que me hava dejado, sino el no saber por qué: esto es lo que más me importa ahora. Estoy tan obsesionada que no puedo hacer nada, no hago más que darle vueltas a por qué ha podido ser. Como no le he hecho nada tiene que ser que de algún modo le he decepcionado.» La irradiación del electo primariamente sectorial en un área de la identidad del sujeto nos conduce a otra cuestión de importancia que ha interesado durante muchas centurias. ¿Puede hacerse una taxonomía de sujetos por sus estructuras emocionales relativamente estables tras experiencias emocionales previas? La respuesta es afirmativa. Se puede hablar de estructuras de carácter (o de personalidad). 10 Aunque haya decaído el interés por las caracterologías y los tipos de personalidad, así como (en lo psicopatológico) por las clasificaciones de las personalidades psicopáticas, el problema sigue planteado y en la vida social describimos perfiles de personalidad que funcionan como descripciones inteligibles."

3. Observaciones preliminares Los sentimientos son simples o complejos. En sus primeras manifestaciones son simples por definición. El protosentimiento es único: deseo de posesión. El pre-sentimiento, dual: deseo de retención y deseo de rechazo, ambos impulsivos e incontenibles. De todas formas, aquí existe ya alguna complejidad, inherente a la ambivalencia ante el objeto, capaz de provocar sentimientos encontrados de amor y odio. De todo ello he hablado con anterioridad. No es de recibo clasificar los sentimientos por su intensidad, porque no hay lorma de cuantificación posible desde el punto de vista psicológico, aunque en el futuro quizá se logre indirectamente midiendo los efectos en el organismo en general (por ejemplo, las variaciones en la tasa de catecolaminas), como en la década de los veinte hizo Cannon. Sin embargo, se pueden considerar grados: los proto y pre-sentimienlos son especialmente intensos porque están ligados directamente al deseo, sin la mediación cognitiva de control y ajuste al principio de realidad; de no sci' así, de no ser el niño voraz y prensor de cuanto le viene a las manos, habría que pensar' —como dijimos— en una patología del IS2

recién nacido (a la inversa de lo que ocurre en patologías en la que lo característico es la hipeiimpulsividad e hipermovilidad, como en los niños hiperactivos o en los afectados por el síndrome de Asperger," y que conllcxan la desorganización del sujeto como sistema. De estas cuestiones me ocuparé en el capítulo 10). Tampoco parece interesante diferenciar los sentimientos por su mayor o menor duración. No obstante, debe advertirse que intensidad \ duración están en relación inversamente proporcional. Tal proporción juega a iavoi de la economía y del equilibrio del sistema en su totalidad y del subsistema que es el sujeto. Una emoción intensa y duradera sería destructiva. Por último, vuelvo a insistir en la conveniencia de eliminar la calificación de los sentimientos en positivos v negativos. Los sentimientos son de aceptación o lechazo, y su positividad o negatividad no se determina en abstracto, sino que dependí' de los electos que causen en el sujeto.

4. La bipolarización, característica general de la vida emocional El rasgo básico de los protosentimientos y pie-sentimientos es el déla bipolarización extrema. Luego esta polarización se matiza en formas atenuadas de agrado/desagrado, simpatía/antipatía, bonito/leo, fuerte/ débil, saludable/enfermizo, etcétera, que implican prelerencias y contrapreferencias del sujeto respecto de los objetos, o, dicho de otra forma, vínculos más o menos estrechos con ellos. No hay objetos indiferentes. H El concepto de preferencia/contraprelerencia vale especialmente para aquellos objetos que no provocan sentimientos extremos: cuando se trata di1 elegii al amigo con el que nos haríamos acompañar en un viaje o el traje que hemos de ponernos, y demás. El «no ha\ no sentimientos, enunciado en un capítulo anterior, se traduce, pues, en no liax objetos indiferentes. Ha\ objetos hacia los cuales las preferencias o contraprelereneias son tan tenues que ni siquiera parecen sugerirlas, y en consecuencia, parecen no existir. No ha\ indiferencia.u A este respecto, los sentimientos pueden ser situados en un eje bipolar, en el que uno de los polos sería el de aceptación plena, el otro el de rechazo pleno. La polarización parece no mantenerse en la relación complicada con el objeto, dado que sobre este convergen a veces sentimientos opuestos. Pero no hay que ol villar que el ob|eto es poliédrico en cuanto a las imágenes que de el loima el sujeto, y que el sentimiento lo provoca cada una de las mismas. \S\

5. Criterio taxonómico: la vinculación Recordemos las tres funciones básicas que cumplen las emociones: la vinculación con el objeto, la expresión/apelación hacia el objeto (y la respuesta de éste con la subsiguiente anástrofe o catástrofe) y la organización axiológica de la realidad y del sujeto mismo. IS La clasificación que propongo atiende a la vinculación del sujeto con el objeto y también a la que el sujeto tiene consigo mismo. Los primeros son sentimientos alovalorativos (del griego alo, «otro»); los segundos, autovalorativos. Por otra parte, una mayor especificidad de la vinculación sujeto/objeto ha de atender a la que se deriva de las áreas descritas en el rombo del sujeto. SENTIMIENTOS ALOVALORATIVOS

I Eróticos a) de aceptación, atracción, b) de rechazo, repulsión II Actitud/nales1 Páticos- a) simpatía; b) antipatía 2. Estéticos a) admiración, b) repulsión, desprecio 3 Éticos, a) confianza, admiración etica, b) desconfianza, desprecio, rechazo moral. III De la corporeidad 1 Estética a) admiración, atracción, b) repulsión, asco, lastima 2 Energética a) admiración, asombro, b) lastima, repulsión, desprecio. 3 Fisiológica a) admiración, b) lastima, compasión 4 Intelectuales a) admiración, b) lastima, desprecio, ridículo SENTIMIENTOS AUTOVALORATIVOS

I Eróticos a) aceptación, b) rechazo II Actitud/nales 1 Páticas a) empatia, contacto, comunicabilidad; b) anempatia, autodesprecio, inhibición, envidia 2 Estéticas a) aceptación, b) rechazo 3 Eticas a) aceptación, b) rechazo, perversidad III De la corporeidad 1 Estética a) aceptación, b) rechazo de la totalidad o de partes estatura, peso, rasgos del rostro, nariz, cabello, etcétera, o de propiedades' olor, sudoracion 2. La esfera del vigor o energética a) aceptación; b) rechazo, lo mas frecuente de la debilidad 3. La esfera fisiológica a) aceptación, b) rechazo como no saludable, enfermizo, contagioso. IV Intelectuales a) aceptación, b) inaceptación de la misma, torpeza

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Es importante, sobre todo para la organización axiológica de la realidad, tener en cuenta que tras el cierre del bucle f(S/Ob) > conflicto * resolución (éxito o fracaso), se acentúa el componente proléptico de la relación, o dicho con otras palabras, la búsqueda de interacciones que deparen mayores éxitos o, en sentido opuesto, la evitación y la huida de las que dieron lugar a fracasos. De este modo tan selectivo organizamos axiológicamente la realidad desde la preadolescencia a la edad adulta, durante la cual se afina cada vez más en el tipo de objetos a los que «se deja pasar» o de los que «no se quiere prescindir».

6. La estructura modular En la etapa en la que el sujeto ha desarrollado sus áreas para interacciones específicas, los objetos de la realidad le aparecen polimorfos y con significaciones simbólicas muy diversas. Los especialistas en semántica han dado cuenta del carácter optativo de las connotaciones que se le confieren a un objeto. En verdad, es una manera de enfocar lo que constituye el conjunto de nuestras preferencias y contrapreferencias sobre un mismo objeto. Un ejemplo: un ser humano es hombre o mujer + atractivo/no atractivo + simpático/antipático + listo/torpe... He aquí el protocolo obtenido ante la lámina 1 del TAT en el que hemos recogido sólo lo referido por el probando (prolijo, con una manifiesta ansiedad ante la imposibilidad de precisión) respecto de la figura del niño. Constituye un buen ejemplo de la relación emocionalmente polimorfa con un mismo objeto: «A mí este niño me atrae, por una parte porque lo veo rubito, fino, es un niño de buena clase, tiene el flequillo en la frente que es como un signo de distinción (lo contrario de tener los pelos de punta); pero poi otra parte es algo bizco y no sé si por eso es por lo que lo veo triste o porque está ahí sin saber qué hacer... A mí me da lástima en este sentido, aunque, por lo que decía antes, al contrario, me atrae, como si lo admirara... Además, el niño tiene una boca como de asco, o más bien yo diría que es que se trata de un niño que ha sido educado en la displicencia, que mira desde arriba, y en esto no me da lástima, al contrario, me irrita un poco. Es un niño elegante pero antipático, hay algo de antipático en él, aunque también puede ser seductor, lo será si me lo imagino de mayor». Hay señales que se destacan de inmediato. Lo primero que deja vet el tipo de objeto que es el otro es el sexo a que pertenece. El objeto es ante lodo un ob|eto sexuado y demanda sei tratado como tal El sexo 1 SS

como señal está piesente siempic, v desde los sentimientos que suscita el sexo del objeto —desde ia atracción erótica a la simple atención \ i espelo que se debe a la conjunción del sexo con la edad, entre otras ac I iludes— se generan otros de distinto tipo. Lo segundo es el cuerpo (dejando ahora al margen el género sexual al que corresponde). El cuerpo del otro nos provoca sentimientos de carácter estético, \ con menor hecuencia o menos destacables, los l¡siológicos \ energéticos. Lo tercero es la empatia, la receptividad o no en el contacto inicial. La actitud de coopeí ación o no, de calidez o sequedad, de agrado o de hostilidad. Lo cuarto es la estética, el «gusto», la «distinción» del objeto en sus modales, gestos, atuendo, adoi nos, etcétera. Lo quinto es la inteligencia, que exige una exploración más detenida, entre olías ra/ones porque puede tener un carácter sectoiial: inteligencia en unas situaciones, ininteligencia en otras. Hace lalta prolongar la interacción para que se manilieslen las presumibles connotaciones eticas, pero, dado que la mayor parte de las interacciones requieren como condición básica la credibilidad en el objeto, se indaga qué señales pueden provocar nos sentimientos de conlian/.a o desconlian/a. La valoración ética se revela piimordial en la relación. «Inspirar' conlian/a» es una liase que deline muy bien lo ciñese implica con ella, una intuición de la veracidad del otro, de su seriedad v habilidad. El hecho de que toda interacción parta de la imagen que el sujeto tiene de sí mismo en lo que respecta a cada una de las áreas de su identidad hace que los sentimientos tiendan a reiterar se, a estereotiparse. Cuando se dice de alguien que es antipático no se pretende con ello negar la posibilidad de que alguna ve/ no lo sea, sino destacar el dato de que en general «parte de» la dislanciación, del intento de evitación de la proximidad de los demás. Es evidente que el pitillo de partida de la interneción es el sentimiento que suscita la imagen que se tiene de sí. De ese sujeto antipático se pírcele aliimai que en uno, en varios o en muchos aspectos de sí mismo se recha/a, se inacepta. Por eso, los sentimientos que el sujeto tiene sobre sí mismo v los que le provocan los objetos exteriores llegan a constituir' lormaciones modulares. De esta forma, en la relación que anticipamos con un objeto partimos de la imagen de nosotros en el área coi respondiente. La interacción erótica o intelectual o ética que se pretende exige contar con la imagen erótica, intelectual o ética que se tiene de sí, \ a partir de la cual se espera el éxito.

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7. Concepto de red. Intermodularidad «Me di cuenta de que, aunque me decían que vo le gustaba, yo era muy poca cosa para ella, o sea que no podía ser para mí... Otra cosa es que yo hubiera tenido la oposición ganada, porque ya entonces sería otra cuestión.» En este fragmento, junto a la asimetría entre la alo y autovaloración eróticas, vemos como, para la homeostasis del sistema, puede recuirirse a la exaltación de rasgos que compensen el desequilibrio suscitado por la depreciación de otros (la minusvaloración erótica podría compensarse con una elevación del estatus sociointelectual). Esta dinámica interna del sel/ es posible por la interdependencia entre los distintos módulos o áreas de la identidad (intermodularidad). De esta lorma: a) en aplicación del axioma de que los sentimientos son estados que modilican al sujeto, un sentimiento en una determinada área modilica la totalidad del sistema del sujeto, de modo que, hasta donde sea posible, se alcance la homeostasis en la nueva situación; h) la neohomeostasis ha de lograrse tanto en las catástrofes como en las anástroles; 16 c) la anhomeostasis tiene lugar en una doble dirección: en la relación con el otro (externa) y en la relación con uno mismo (interna); o lo que es igual, los objetos externos provocadores de sentimientos, en la medida en que modilican nuestro estado y nos colocan ante nosotros mismos como distintos al que éramos antes de la interacción, convierten al sujeto en objeto provocador- también de un sentimiento. Hav, además, una suerte de contaminación: el sentimiento provocado desde un área del objeto se extiendo a otras. Así, por ejemplo, si P nos provoca sentimientos estéticos de aceptación, en un segundo momento son de atracción erótica y posteriormente de estimación pática e intelectual. ¿Por qué ocurre esto? Si P nos ha gratificado en el orden estético, ahora, tras el bucle, «en agradecimiento» —un metasentimiento como cualquier otro— somos proclives a atribuirle rasgos positivos en las áreas restantes... Lo mismo ocurre en el sujeto mediante la objetivación del sentimiento: un éxito amoroso exalta al sujeto no sólo en el plano eróticoalectivo sino también en el corporal, en el intelectual, hasta en el ético. 17 «Se enamoró de mí y yo mismo caí en la trampa. Pensé que era lo mejor que me podía pasar, y yo mismo me sentía como agradecido, poique al principio a mí no me gustaba, pero ella se había lijado en mí, me había destacado, preferido... Nunca me había pasado algo semejante, porque no he sido hombre de éxito... Eso debió do influir en que me creyera enamorado do olla, cuando en lo.rlidad oía agradecimiento, sí, como giatilud... Comen/o a gusIS7

larme no por el físico, sino por su manera de ser, y me parecía sensible, delicada, inteligente... Luego también me atraía, aunque no como otras, pero sí, me atraía y lo pasaba bien con nuestras caricias... Todo ello se vino abajo, pero todo, cuando me pareció ver que ella tenía interés por otro más que por mí, y que me había cogido a mí como una especie de cebo con el que hacer rabiar al otro: me pareció tonta, de tonta, es decir, de poco inteligente, y cursi, y le tomé verdadera repulsión.» «Me gustaba la situación en que estaba. Me sabía querido y eso me hacía sentirme grande, pletórico, alegre, hasta rendía mucho más... Si se puede llamar felicidad a esto, pues lo digo: era feliz... Duró poco. Porque cuando tuve la certeza, más bien llamaría pruebas directísimas, de que no me quería, o que había dejado de quererme, me hundí: no me concentraba en lo que tenía que hacer y no podía.dejar, los demás me notaban distraído, y además yo me sentía desgraciado, lo que se llama un pelele...» «Estoy arrepentido de haberle dado lo que le di. Pero en aquel momento me encontraba muy dichoso. Y entonces le vendí el coche, bueno, más bien se lo regalé. Le repito: me he arrepentido de ello. Hasta me he enterado de que alguien se lo dijo: "Éste es el momento de que te venda el coche, porque hace tres días que es novio de una por la que ha ido detrás de ella más de dos años sin que ella le hiciera el menor caso".» La autodepreciación deprime lodo el sistema emocional (incluso el cognitivo en ocasiones), y se traduce a menudo en distimias* depresivas, otras en agresividad hacia los demás. No hay posibilidad de una buena interacción con los demás si no es desde una confortable interacción con uno mismo: ésta es una cuestión clave que no ha sido valorada suficientemente. La terapia psicoanalítica se propone como objetivo que el sujeto sepa sobre sí mismo para lograr su racional aceptación («donde era el Ello ha de ser Yo», decía Freud), lo que desde un punto de vista teórico es inobjetable: el saber es condición necesaria, pero no basta. No todas las personas están preparadas para afrontar ese saber sobre sí mismas y mucho menos para rehacer su estructura psicológica tras ese descubrimiento. Una estrategia maximalista puede ser más perjudicial que beneficiosa, y tenemos experiencia de cómo en la psicoterapia de una neurosis puede surgir un brote psicótico provocado por la catástrofe emocional.

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8. Addenda: Algunos tipos de sentimientos En este apartado me centraré en algunos tipos de sentimientos que por obvios pasan a veces inadvertidos, pero que, a través de la patología, muestran su valor en condiciones normales. a) El sentimiento del propio vigor. Hasta hace poco tiempo, la bipolarización fuerte/débil adquiría importancia en determinada edad, sexo y lugar (la segunda infancia, en el varón y en colegio o calles). De un tiempo a esta parte se ha extendido y el vigor por sí mismo tiene mayor relevancia psicosocial. El vigor corporal confiere a muchos seguridad, como si con ello incrementaran unas remotas posibilidades de defensa ante un eventual ataque; pero, además, en muchos hay un componente exhibicionista del propio poderío. Sabemos hoy que en el muy generalizado uso de la cocaína un factor importante es el dotarse de un incremento, aunque sea pasajero, del vigor corporal. Otro tanto puede decirse del abuso de los modernos antidepresivos, drogas del vigor, al decir de la propaganda más descarada, a sabiendas de que con ello se responde a una demanda bastante generalizada. b) Bienestar/malestar. Esta bipolarización en los sentimientos autocorporales tiene lugar a partir de la percepción difusa del estado de nuestro lisiologismo. Habitualmente, el sentimiento de bienestar pasa inadvertido; deja de serlo, sin embargo, en cuanto alguna circunstancia rompe mínimamente la homeostasis, por ejemplo, la falta de sueño, el cansancio, un catarro nasal. El sujeto vive el bienestar corporal, ctrando reaparece, con un sentimiento de plenitud de posibilidades, de vitalidad, como decía Ortega, siguiendo en parte a Max Scheler.18 El sentimiento opuesto, de malestar, asalta en cualquier momento, y por circunstancias a veces tan minúsculas como una uña rota, un padrastro, un picor liviano. Conviene tener en cuenta todo ello para entender al hipocondríaco, atento a las más tenues variaciones del estado corporal (palidez del rostro o de la conjuntiva, alguna opresión en el tórax, el pulso a un ritmo que no considera normal, etcétera). Con el sentimiento de malestar la vitalidad disminuye, desaparecen las «ganas». Los sentimientos de bienestar o malestar olrecen la curiosa particularidad de poder ser referidos a un sector concreto del funcionalismo corporal (digestivo, respiratorio, etcétera), a una extremidad (hormigueos en brazos o piernas), o a un órgano (nariz, boca, ojo). En el bienestar y malestar - se modifica el estado de ánimo (euforización y desánimo, respectivamente). Si bien el malestar usual no tiene carácter alarmígeno, un nuevo tipo de malestar que se añada al que ya se experimentaba «alarma» por el significado que podría tener como síntoma de un proceso patológico que se inicia.19

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c) La estética y ai/esíélica corporal. El cuerpo como objeto estético, como hemos dicho, no está necesariamente, o únicamente, dolado de signilicado erótico. La estética corporal tiene su autonomía en la medida en que se es consciente de que el cuerpo es el instrumento de la expresión/apelación ante el otro. Por tanto se anhela, si no se posee, «un» cuerpo del que servirse elica/mente para la interacción. Un «delecto» introduce una anhomeostasis constante y penosa hasta extremos impredecibles. Estatura v peso, como rasgos generales, color y tamaño de los ojos, lorma de la nariz, el cabello, etcétera, suscitan o aceptación o rechazo. El sentimiento de rechazo de la estética corporal es muv ilustrativo del electo de irradiación que posee sobre la totalidad del sistema emocional del sujeto. Un delecto corporal (o que se considere tal, para el caso es lo mismo) es un delecto de «todo» el cuerpo; luego de «todo» el sujeto. En otro orden, la postura, el modo de caminar; la gesticulación son reveladores de distinción o indistinción, de dilerenciación o vulgaridad, con su proyección al entorno por las connotaciones sociales (por ejemplo, de clase y estatus social) que poseen. La valoración del cuerpo o de alguna de sus características no siempre se corresponde con la valoración que los demás hacen de él. Las hace el propio sujeto y basta. El rango irracional del sentimiento se pone de manifiesto de manera visible en esta circunstancia que el sujeto considera especialmente valiosa: a quien considera que su nariz o su boca o pechos son poco o nada agraciados no le importa la opinión contraria de los demás. Sólo al propio sujeto importan hasta la angustia uno o dos kilos más de peso, o su cahicie, o unos pabellones auriculares despegados, o una determinada moiiología de las mamas, estadísticamente ¡rrelevantes. Es evidente que con un cuerpo que se considera cid lioc se incrementa la seguridad y mejoran las posibilidades generales de interacción. «La intei-vención sobre la nariz de L, una muchacha de 19 años, ha sido fundamental», nos dice la madre. «Antes llegó a estar' meses sin salir, o salía al atardecer para hacer lo que era imprescindible y siempre por las calles más vacías v oscuras... Le daba vergüenza de su nariz, y eso que vo le decía que era una exageración, que había muchas con nariz lea de verdad y que iban a todos lados sin importarle nada ni nadie... Ella no. Nos tenía odio, sobre todo a mí; tenía una envidia que no podra contener' a la hermana mayor, vo creo que porque tenía novio. No tenía amigas, dejó los estirdios porque decía que no quería ser la irrisión de los demás... Ahora el cambio es total, aunque todavía no se siente segura respecto de los chicos, pero cada vez va desapareciendo esta inseguridad, sobre lodo con chicos que no la han conocido antes. Quiere estudiar, las i elaciones con la hermana han cambiado totalmente, se arregla, cosa que antes había terminado por abandonar.» 160

Una muchacha de 29 años viene a consulta por comportamientos histéricos, qire se resuelven las más de las veces en agresividad a lodos los del entorno, en rotura de objetos, en insultos, en crisis de «no poder sujetarla entre varios». «No lo puedo remediar», me dice. Con una actitud general pueril, la modulación del habla resulta tan artificiosamente aniñada que los hermanos, menores que ella, la desprecian sin recato alguno. Sé>lo para la madre se trata de una enferma. Pero a solas, cuantío la hago hablar con la propiedad de una adulta, me habla de «es que me odio..., nadie me quiere, lodos me consideran ridicula, pero sobre todo tengo un pecho pequeño y nadie se lija en ellos, y además un culo gorxio, al que sí miran... Si se fijan en mí es en mi culo, y seguro que se líen de mí». Una señora casada, de 56 años, estrepitosamente vestida, se ha sometido a 33 intervenciones de cirugía plástica con linos estéticos. Tras la última de ellas, para eliminar el resultado de unos músculos abdominales flácidos, ha experimentado una terrible crisis: considera estar' peor' qrre antes, la succión del tejido adiposo ha dado lugar a un faldón de la pared abdominal que le cubre hasta parte del pubis. Ha litigado contra el cirujano, sin resultado hasta ahora. Lo peor para ella es que no encuentra cirujano alguno que acepte reintervenir. En una etapa en la que debió considerarse ya vencida y había cesado en su pugilato con el cirujano que la intervino tan desafortunadamente, hizo un grave intento de suicidio mediante la ingestión de antidepresivos. d) Aburrimiento/entretenimiento. El aburrimiento no es un no sentimiento, sino el sentimiento opuesto al entretenimiento. En éste, el sujeto sale abiertamente de sí mismo. En ocasiones, se buscan situaciones que provoquen entretenimiento, como lorma de satisfacer' el deseo de salir de sí, es decir, dejar de experimentar sentimientos que a veces son ele pesar (preocupaciones) o de gravedad (ocupaciones). De aquí la necesidad de estar' entretenido con algo que le sustraiga del sentimiento que gravita sobre él. Por el contrario, en el aburrimiento el sujeto se siente insuficientemente provocado por los objetos de su entorno; ninguno de ellos es capaz de inducirle un sentimiento que sustituva al aburrimiento. A veces, el aburrimiento se constituye en objeto de deseo, como es el caso do quien, constantemente ajetreado, estimulado por objetos que tampoco le provocan en exceso y que, en consecuencia, a la larga le producen latiga, «sueña» con gozar del abuirimiento. Es lo que decía Flaubert: «No tengo más que un inmenso, insaciable deseo, un terrible aburrimiento y un constante bostezo»; o Kaudolaiie: «No saber nada, no aprender nada, no querer nada, no sentir nada, dormir v después volver a dormir: éste es hoy mi único deseo, hílame, icpulsivo, pero sincero».-1" El entretenimiento a su vez 161

plantea en ocasiones sentimientos morales, cuando se trata de una huida hacia el goce constante del esteta y del gozador (Kierkegaard), el frivolo por antonomasia. El entretenimiento como huida del aburrimiento se convierte más bien en agitación motora que en interés propiamente dicho por los objetos.21 e) Sosiego/inquietud. El sosiego, la ataraxia de los griegos, es un sentimiento muy distinto al del aburrimiento. Así como el aburrimiento pesa, el sosiego es una situación en la que no es previsible el sobresalto, esto es, que un determinado objeto depare un sentimiento abrupto, agudo, penoso o placentero. El sosiego viene o bien tras un pasado inquieto («por tin...», se dice después del mismo), o bien porque el pasado y el presente va no pueden alterarnos. En este caso, el sosiego se liga con una conciencia moral en regla. Lo opuesto al sosiego es la inquietud, la intranquilidad, la persona que en cualquier momento puede ser sobresaltada a partir de la presencia de objetos que muy probablemente perturban la homeostasis tan precariamente lograda. La inquietud es ansiedad, y el sujeto inquieto, un sujeto ansioso. /) La perplejidad. Aunque la experiencia acerca de la «lectura» de los propios sentimientos muestra la insuficiencia de nuestros instrumentos evaluativos y la incapacidad para descripciones suficientemente finas, cuando experimentamos una emoción podemos cuando menos decir qué objeto es el provocador y cuáles los motivos inmediatos de la misma. Sin embargo, con frecuencia, un objeto nos depara un sentimiento de perplejidad, bien porque no es claramente denotado, bien porque no sabemos exactamente qué significa, qué hace ahí, para qué está, quién lo puso o no, etcétera. En algunos enfermos somáticos aparece la perplejidad cuando no saben con precisión la significación del síntoma que acaba de aparecer. Así ocurre en algunos enfermos de migar pectoris: «A la una de la madrugada estaba en casa y me metí en la cama enseguida. Al poco tiempo de estar extendido, sentí que sobre la parte alta de mi pecho se producía como una barra que afectaba la región del corazón... Al principio este dolor no fue muy fuerte, sino vago y mortecino. Llegué a pensar si este dolor no sería una consecuencia climática —del nortazo que habíamos presenciado tan irruento—. Yo crecí mucho en el clima. El dolor se acentuó enseguida con la aparición sobre el esternón de una clase de dolor de forma triangular —un triángulo invertido, con la base en la nuez del cuello y la punta sobre la barra delantera del tórax».22 Más interesante es la perplejidad ligada al miedo que sobreviene cuando somos provocados por objetos imprevisibles: un ruido no 162

identificable a altas horas de la noche, la sombra que se ha deslizado cerca de nosotros y no sabemos de quién puede ser. La perplejidad va acompañada en estos casos de la experiencia de lo terrible, de lo siniestro. 2 ' Mucha literatura de terror se inicia con el relato de lo indescifrable. 24

9. Estructuras emocionales Hablo de estructuras emocionales y no caracteriales. Me interesa subrayar ahora que el fundamento de las que calificamos de caracteriales radica en el subsistema emocional, y que es éste el que, en la medida en que constituye el terreno sobre el que incidirán los objetos provocadores de nuevos sentimientos, decidirá en buena parte su respuesta. La experiencia terapéutica inclina a pensar que estas estructuras emocionales, rigidificadas en la edad adulta, se consolidan en parte como módulos desde la infancia. Cualquier experiencia emocional que reputamos nueva es la de alguien con muchas previas, algunas de ellas análogas. En su mayoría no derivan de relaciones con objetos externos, sino con representaciones y fantasías, como señaló Freud, es decir, de relaciones con objetos internos, unas veces evocaciones de situaciones antes vividas, otras de situaciones imaginadas. En este sentido, el ser humano se comporta como algunos de los que luego se harán fóbicos. La fobia a los ascensores no necesariamente deriva de que haya habido una experiencia empírica con ascensores en los que se quedara encerrado, pero sí de una fantasía de este tipo.2S Las estructuras emocionales están todavía por estudiar suficientemente, incluso con los parámetros del selfa que he hecho mención. Estos módulos emocionales son como incrustaciones en el sujeto, que se mueve entre estas cuatro categorías: seguridad frente a vulnerabilidad; rigidez frente a flexibilidad. En un carré semiottque se trataría de lo siguiente: Seguridad

No-seguridad

Flexibilidad -•

No-flexibilidad

v sus cuatro posibilidades: 1) seguro y flexible, 2) seguro y no flexible, }) no seguro y flexible, y 4) no seguro y no flexible. La experiencia autobiográfica marca hasta el punto de hacer del sujeto, va en la segunda infancia, alguien a quien definir como seguro o vulneiable, llexible o rígido. Es consecuencia del efecto-bucle reitei ,i(lo, bien porque las expeí ¡encías traumáticas o exitosas lo son, bien 161

porque el sajelo vive anticipadamente el miedo al fracaso o la seguridad del éxito. De una manera genérica, útil como punto de partida para la comprensión de estructuras emocionales, el perfil de cada una de estas estructuras en el adulto es el siguiente: 1. Seguridad/Flexibilidad. La seguridad permite tanto el encuentro como la búsqueda de los objetos, sin miedo a que la anhomeostasis traspase límites tras los cuales podrían surgir catástrofes (crisis de angustia, puntos de partida de fobias, crisis depresivas, incluso psicólicas). La seguridad básica sitúa al sujeto en un círculo benéfico desde el que las situaciones emocionales serias son mejor afrontadas. Tampoco las anhomeostasis que traspasaran los límites por arriba provocarían anástrofes (eutoiias, hipomanías, expansiones indebidas). Una ventaja añadida es la flexibilidad, o sea, la capacidad para modificar sustancialmente, a través de nuevas y decisivas experiencias, las bases sobre las que se sustenta la estructura emocional. Todo ello facilita la posibilidad de comprender la estructura emocional de los demás, el imaginar la situación del otro. La organización axiológica de la realidad y de sí mismo permite toda suerte de inflexiones que pueden contrastarse con las de los demás. A mi modo de ver, sería el múdelo de vida emocional adulta y madura. 2. Seguridad/No flexibilidad. La rigidez revela una defensa frente al cuestionamiento posible —aunque remoto— de su seguridad. El seguro y además rígido se convierte estructuralmente en poco dúctil para la interacción, precisamente porque la vive en alguna medida como amena/a y adopta ante ella una formación reactiva: la hiperseguridad. Hiperscguridad fíente a los demás, con lo cual, desde el primer momento, se eleva a una posición superior a la del interlocutor; al mismo tiempo, se hace impermeable, poco dúctil. El sujeto mantiene la homeostasis a costa de la privación de lodo aquello que de antemano teme que pueda perturbarla. No existe ansiedad ni depresión, pero sí una suerte de coraza defensiva ante los demás. La seguridad ha sido una conquista hecha a pesar de circunstancias adversas, y ahora la defiende con la rigidez. Con otras palabras, no está dispuesto a qire se la cuestione; antes prefiere la privación de nuevas experiencias. La organización axiológica se caracteriza por la rigidez de su tabla de valores. 3. No seguridad/Flexibilidad. La flexibilidad deriva de la inseguridad. Se trata de sujetos que parecen flexibles, pero que en realidad son simplemente influenciables y se hallan a merced de la organización axiológica de los demás, de los cuales podrían obtener el apovo y una mayor seguridad en sí mismos. La seguridad, pties, se la dan los demás. Se líala de sujetos que están lejos de la vida emocional adulta y madura.

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4. No seguridad/No flexibilidad. La inseguridad es más radical v tiene que ocultarse v protegerse mediante la terquedad. Son sujetos que se acorazan ante los demás para esconder la profunda inseguridad. No se apean jamás de sus puntos de vista, ante el temor de no poder superar una grave anhomeostasis, la que se derivaría del cuestionamiento total de su tabla axiológica. Reducen sus experiencias en la realidad, para así no cuestionarla. 2 " Casos Esta taxonomía se ha mostrado, como dije antes, muy útil para la intelección de la patología del sujeto —la psico(pato)logía propiamente dicha— \, en último extremo, para sir aplicación a la clínica psiquiátrica. Como situación extrema tenemos el delirio, que es la sustitución de la identidad psicosocial del sujeto por otra, que la suplanta \ que sólo él reconoce 27 (el delirante se diferencia del impostor en que se cree la identidad que adquiere). El rombo del self permite una clasilicacion plausible de la temática de los delirios.¿í" Pero en un estadio anterior al delirio, como una forma de predelirio, y que usamos constantemente en nuestra vida de reacción, está la racionalización, una manera de adobar' el razonamiento para defendernos del choque que representa el enfrentamienlo con la realidad de nosotros mismos. La racionalización es uno de los mecanismos de delensa más sugestivos, poique, dentro de lo que llamamos demasiado laxamente normalidad mental, permite un reajuste consigo mismo, una homeostasis interna y la evitación —por lo menos de momento— de una crisis anhomcosI ática. A continuación expongo de manera sucinta algunos casos que considero ilustrativos de la dinámica alo y autoemocional. R es un médico de 32 años de edad, casado.''Consulta por un problema de impotencia, pero él está convencido de que se trata de un problema selectivo con su mujer. Desde hace meses no tienerr relaciones sexuales, las elude, bien acogiéndose a diversos motivos, como el cansancio, bien acostándose más tarde o antes que ella. Si a ella le interesa alguna película de la televisión, entonces él dice que no le interesa y, además, que se siente cansado y se acuesta antes; y a la inversa. Se despierta muchas veces con erecciones, pero nunca ha tratado de provocar un encuentro con la esposa. Más bien se ha entregado a fantasías que culminan con una masturbación. En las lantasías juega a tener relaciones con niñas de tres o cuatro años a las que acaricia sus genitales al mismo tiempo que les coloca el pene 1 I os dalos IOIH icios son siempre inexactos, pero se ofrecen en sustitución aquellos (]iie pueden il.ii idea del estatus social del sujeto, cuando es relevante para la hisloi i.i en i tiesl ion

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erecto en su boca o en el ano. En su práctica profesional se ha sentido alarmado. ¿Podría hacer algo de este tipo mientras explora a una niña ante la madre? ¿Habrán advertido su especial interés por los genitales de sus pequeñas pacientes y qué significación le pueden haber dado? Ha adoptado una conducta evitativa a este respecto en su ejercicio profesional. Pero no en su vida familiar. Cree ser objeto de sospecha y alarma por parte de su cuñada ante los excesivos cariños prodigados a su hija. Se considera un perverso. «Soy perverso en potencia, porque jamás he hecho nada, pero lo pienso y lo deseo... Pero no quiero desearlo, quisiera quitarme el pensamiento de encima, porque se me viene una y otra vez... He pensado en Lewis Carroll, ese profesor inglés que retrataba a niñas: ¿cómo pudo pasar inadvertido? Debía de sentir los mismos temores que yo y seguro que no hacía nada más que los retratos...» J es un joven de 19 años, más bien tímido, con escasas relaciones con muchachas. Nunca ha tenido relación sexual alguna. Viene con la pretensión de que le digamos que no es homosexual. La razón de ello: un sueño en el que estaba en la cama abrazado a un hermano suyo algo menor, al que acariciaba luego sus genitales. «Era mi hermano, aunque su cara no era la de él, pero sé que era mi hermano; luego parece que se convertía en un compañero de estudios de la universidad con el que nunca he hablado, pero que me doy cuenta de que siento interés por él, vamos, que me interesa, pero no desde el punto de vista sexual.». «No me atraen los hombres y me pregunto cómo me ha podido venir esto.» (?) «Sí, si se puede decir que cuando yo era pequeño un tío mío, de unos 14 años, me tocaba en mis genitales y yo me dejaba, yo no decía nada, no dije nada a mi madre (hermana del adolescente), pero debía pensar que había algo malo, porque yo pensaba que si se lo decía a mi madre pasaría algo.» (?) «De esto no me había vuelto a acordar más que ahora, cuando he tenido este sueño.» Tiene una gran angustia. Ser homosexual es para él una aberración, y ahora está preocupado porque se le puedan notar algunos rasgos que para él hayan pasado inadvertidos, como el hecho de que no haya tenido novia ni relación sexual, que no hable de chicas con sus por demás escasos amigos, quizá su tono de voz... «¿Tengo un tono de voz normal?... No sé si se me nota algún gesto de que no soy normal, creo que no... Pero desde luego tengo que reconocer que no soy lo que se dice muy viril, o sea, que no estoy preocupado por ligues y cosas así.» En la lámina 9BM. del TAT: «Estos están todos muy juntos, encima unos de otros, cansados, durmiendo la siesta... lodos menos uno, que parece que observa a los demás: además, éste tiene un aspecto distinto a los otros, es como más fino, más delicado, los demás son muy bastos, éste es un delicado, y se dedica a mirar porque es 166

como si no se atreviera a echarse encima de los otros; él es distinto, le falta naturalidad..., bueno, eso es lo que pienso yo». M es una asistenta social, competente, cumplidora. Desde niña se ruboriza intensamente en cuanto se le exige hablar. Mas aún, claro es, cuando se trata de alguien con quien no tiene confianza alguna o la tiene escasa. Pero aun con sus amistades, siempre del mismo sexo, le ocurre lo mismo: se dirigen a ella y es como si se sorprendiera, y entonces se violenta porque nota que le sube el rubor. Porque en el grupo ella no habla. «Jamás», dice, «he tenido yo la iniciativa de empezar a hablar de algo; si he hablado, y escasamente, ha tenido que ser después de que alguien iniciara el tema y la conversación... Sé que me consideran como un bulto, me doy cuenta de que se prescinde de mí, porque hay algunas que se dan cuenta de que yo estoy y entonces, de manera clara, se dirigen a mí como queriendo estar atentas conmigo y compadeciéndome... No puedo vencerme, es imposible. Sé que me consideran buena, pero si pudieran prescindirían de mí, y de hecho algunas veces no se han acordado y no me han llamado para ir a algún sitio...» (?) «Me gustan los chicos, me ha gustado uno que jamás podría imaginar que me ha gustado, porque no he hecho nada porque lo pudiera adivinar, me refiero a gestos, a dirigirle la palabra, y se me ha ido quedándome con el secreto.» S es soltera, de 45 años. A la pregunta de si se acepta a sí misma —después de dos entrevistas— responde que no. No se gusta desde el punto de vista físico, y eso la ha retraído. «Pero sobre todo yo creo que se me ha considerado antipática... Debe notárseme en la cara. Soy antipática porque, no lo puedo remediar, pienso siempre mal de los demás... He sido desconfiada, y eso se nota. Si se me acercaba algún chico cuando era joven pensaba que a qué venía, o por mi dinero o para aprovecharse de mí, nunca con buena intención... Pero lo mismo me ha pasado con amigas. Tengo alguna buena amiga, cuando ya estoy convencida de que es de fiar, de que no me puede hacer alguna faena.» (?) «Alguna vez he pensado mal hasta de personas de las que no puedo tener motivos, por ejemplo de mi padre. Eso me hace indeseable, no quisiera ser así, una debe pensar después de que los demás hagan lo que sea, y entonces juzgar; pero es que yo pienso que la mala soy yo, porque no puede ser lodo el mundo malo, quiero decir, con mala intención... Eso me ha traído el estar donde estoy..., en el fondo estoy sola, yo creo que me quiere poca gente... Y eso que cuando me conlío me desvivo por quien sea y entonces se dan cuenta de que no soy como aparento a primera vista.»

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Hacia el año 54 consultó conmigo P un hombre casado, de 42 años. En el 36, en plena guerra civil, se le avisó de que los lalangistas podrían ir por él. «Se ha hablado de ti en la Jefatura; ten cuidado», le elijo, con gran reserva, v garantizándose el silencio, un amigo con el que él apenas si había tenido relación antes. «Me di cuenta de Cjue era una buena persona, no un amigo, porque apenas si lo había tratado... Él no tenía nada que temer, aunque avisarme era de por sí peligroso, por eso me pidió que le diera mi palabra de honor de que no diría nada... Él fue expresamente a mi casa, recuerdo que venía con el uniforme de Falange; yo bajé al principio asustado, porque yo no me había apuntado ni a Falange ni al Rec^ueté, v había que hacerlo, si no se era "desafecto" al Movimiento Nacional v podía pasar cualquier cosa, desde la cárcel al paredón. Cuando después de consultar con mi paelre fui al cuartel de Falange para apuntarme como voluntario, me preguntó el jefe que por qué no había venido antes, que si es que sabía que se me buscaba o se preguntaba por mí... Me miró tan lijamente que me entró mucho miedo. Le confesé que me lo habían dicho y no tuve más remedio que decir quién. El jefe tocó un timbre que tenía sobre la mesa, vino un falangista y pidió que inmediatamente viniera aquel que me había avisado. Lo buscaron y vino. Al principio negó ser él; luego, no tuvo más remedio que confesarlo. El jefe se dirigió a él para decirle que se le vigilaría a partir de entonces... No lo he pasaelo peor en mi vida: tenía mucho miedo y, luego, cuando llegó el que me había avisado, no sabía adonde mirar, le vi con una cara en donde se re Hejaba el miedo y, no sé, el desprecio o el deseo de vengarse de mí, no sé qué pasaría por su cabeza... Yo no me he repuesto desde entonces.» M es un profesional liberal que durante el Iranquismo adoptó una posición alín a grupos intelectuales de oposición. Estábil casado \ con dos hijos pequeños. En las reuniones de giupo, a las que se asistía en pareja, M mantenía una posición de relevancia intelectual aparente, porque casi siempre su intervención era un parafraseo de las opiniones del miembro más destacado, al que seguía casi en todo. E,s más, si tenía que señalar' su discrepancia, siempre lo hacía con reserva, como pidiendo permiso a su «mentor», como lúe calificado por los demás, celosos y molestos por la mimesis de M respecto del líder. Entre otros temas, muchas veces se había suscitado el de la utilización del fútbol como espectáculo para la enajenación de las masas... Tras una crisis matrimonial, en la que M reprochó a su pareja sus coqueteos con uno de los componentes del grupo, ella hizo ver a varios la falsificación de la identidad de M: ocultaba su pasión v erudición futbolística y la lectura en secreto de los periódicos deportivos As, Marca, etcétera. La destrucciém de la ima168

gen le llevó, primero, a un progresivo apartamiento del grupo; luego, a pedir un traslado que hacía completamente imposible el reencuentro con los del grupo. No se ha sabido más de él. I es una muchacha ele 18 años, con novio. Viene con la madre. Hace año y medio mantuvo una dieta severísima (perdió 10 kilos el primer' mes; pesa 48). Ahora come vorazmente, pero de inmediato se provoca el vómito. Tóelo surgió un día concreto, en la plava. Aunque ya tenía novio, un chico del grupo le atraía por su personalidad dentro ele él. Estaban jugando a meter" los chicos la cabeza por la entrepierna de las chicas y de ese modo, una vez erguidos, ir ambos hacia el agua v penetral' en el mar. Pero ele pronto se oyó la voz de ese líder: «a I no, que pesa mucho». No es descartable que lo hiciera como forma de vengarse ele que ella no respondiera a sus insinuaciones. Pero en cualquier caso surtió electo. I se quedó en la arena, ahora echada; poco más larde se vistió y se marchó a su casa sin que llamara la atención de los demás. La madre refiere el mal humor' con el que entró. No dijo qué le pasaba. Durmió mal y desde el día siguiente comen/ó una dieta de inanición. Perdió el apetito. Después ele una temporada de anorexia, volvió a comer, de manera compulsiva. Lo que resalta ante todo es la depreciación de la imagen de su propio cuerpo, especialmente en lo que respecta a la obesidad (c)ire no existe objetivamente), señalándose especialmente las caderas que considera que sobresalen excesivamente ele sus hombros. «Me he dado cuenta ele que soy un poco monstruosa..., ele pronto en las caderas me salen bultos, sobresalen de las piernas..., es una anormalidad.» En la lámina M del THP: «Ésta es una mujer' a la que no se le \ e el cuerpo; además mira para abajo, como para el suelo; se avergüenza de ella misma... La caía es ele una mujer gorda, obesa, como si tuviera los molletes como tortas... es anormal. No se le ve el cuerpo pero se tiene que corresponder con la cara v debe tener1 unas piernas como barrotes v una bar liga saliente...» Las catástroles de la identidad aparecen con frecuencia, como se ha visto, a partir de experiencias vitales que la cuestionan grave e irreversiblemente. En alguna ocasión, la catáslrote irrumpe en la psicoterapia, v muchos psicoterapeutas tienen en su haber la experiencia dramática ele cómo el paciente, sin lormación psicótica alguna que permitiera sospechar' el diagnóstico de una psicosis incipiente, se descslructura agudamente tras el desvelamiento, sin posibilidades de rai ¡onali/ación, ele una experiencia que creía olvidada. En mi libro La culpa he descrito el caso de una crisis brutal ele ansiedad en un paciente cu el c|iie, sin esperailo, surgió la evocación ele la negación ele i ce < me >i ¡miento de un i ompañero ele armas ejire iba a ser ejeculaelo (el Id')

reconocerlo ante los demás podía ser arriesgado para él, sospechoso de veleidades izquierdistas anteriores a la sublevación de 1936). F es una muchacha de 19 años, obsesiva, repleta de escrúpulos de conciencia, con la idea constante de pensamientos impuros que se le imponían a su pesar, y en la que la administración del TAT dio lugar, después de horas, a una crisis psicótica aguda, con delirio de influencia demoníaca, alucinaciones auditivas, y en el discurso incoherente, fragmentos del mismo se referían a que ella era la madre de Jesucristo, «virgen y pura». El choque tuvo lugar en la lámina 5, con un sentimiento de perplejidad que le hizo apartar sin violencia la lámina y bloquearse después de esta respuesta: «¿Qué mira esta mujer?... Eso es lo que no sé, pero mira a alguien como a mí me pueden mirar... a ver qué se hace, si se hace algo malo... se figura que puede hacer algo malo alguien que está sola ahí, en el cuarto, y ella entra de pronto...». Cuando se repuso, en la lámina 11, con una gran angustia: «Esto es como debe ser el infierno, los monstruos que salen de las rocas, esos demonios que le impiden a una pasar el puente... ¿Y por qué están como embozados? Algo traman, la ruina, debe ser provocar la ruina». La lámina 13 precipita la angustia: «Éstos han hecho algo malo, él la ha matado después de haber hecho cosas malas con ella, y ella se merece morir, está muerta, con el brazo caído, el pecho descubierto, como se quedó ante él... Es el castigo». No se pudo continuar la administración del test.

por ejemplo, a través de actitudes de aparente seguridad y hasta superioridad. El pedante, el chulo, el moralista, el cursi... son formas estereotipadas de conducta que tienen como función defenderse de antemano, ostentando una identidad opuesta a la que él mismo se reconoce. Esta seudocompensación tiene mucho de impostura, cuando no de falsificación manifiesta, que acaba por representarse con tanta iamiliaridad como pava poderse decir de ella —en expresión coloquial— que es una «segunda naturaleza»; 3) la autoprivación, la inhibición mayor o menor de nuevas situaciones, o sea la huida de nuevos conflictos que puedan acentuar y/o exteriorizar la deficiencia que se reconoce.

10. Dinámica de la estructura emocional Las estructuras emocionales consolidadas derivan de la dinámica que el sujeto sigue en su interioridad, y desde luego con inmediata repercusión en las interacciones, respecto de las experiencias habidas. Si la relación sujeto/objeto la hemos considerado como conflicto, solucionable con éxito o con fracaso, es el efecto bucle —generador de metasentimientos— el que va a constituirse en la fundamental fuente de experiencia ulterior. Un conflicto que se resuelve con éxito incrementa la seguridad en sí mismo y respecto de las nuevas relaciones sujeto/objeto, es decir, los nuevos conflictos. Pero si culmina en lracaso, el sujeto tiene tres posibilidades: 1) compensarlo (en parte o en todo) mediante nuevas relaciones de objeto o relaciones con nuevos objetos que le deparen el éxito y restauíen la anhomeostasis; 2) seuctocompensarlo mediante la adopción de actitudes que escondan el lracaso de la forma más eficaz, 170

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9 El discurso verbal en el universo sentimental

1. Expresar y decir Los sentimientos no se dicen; se muestran. Esta afirmación representa una idea generalizada acerca de la incapacidad o de las limitaciones del lenguaje verbal para transmitir los sentimientos. 1 El lenguaje emocional —se afirma— es sobre todo extraverbal. Desde luego existe una evidente distancia entre lo que «dice» la expresión y lo que «dice» el lenguaje con respecto a la emoción. La expresión, en casos de emoción intensa, parece reflejar sin mediación alguna lo que se siente. De ahí que el cómo y el cuánto se expresa se lomen como indicadores de cómo y cuánto se siente, e incluso se juzgue la permanencia del sentimiento a través del mantenimienlo de la expresión. Estas constataciones corresponden a una teoría digamos vulgar o cotidiana de la vida afectiva y requieren importantes matizaciones. En primer lugar, al experimentar un sentimiento éste se expresa, v el interlocutor nota la expresión y reconoce en alguna medida su significado. Prueba de ello es que empaliza o no, según la considere veía/ o mendaz. En el capítulo 4 hicimos referencia a la observación daiwiniana del reconocimiento innato de determinadas expresiones por el recién nacido, así como al aprendizaje posterior de otras expresiones, es decir, que aprendemos a «leer» en el rostro del otro y a «escribir» en el nuestro; 2 en segundo lugar, aunque la simulación sentimental es más difícil con la expresión que con la palabra, tampoco es imposible (representación dramática, simulación, sobreactuación). Por lauto, el lenguaje extraverbal no es necesariamente veraz, y por otra paite, como veremos, el lenguaje verbal sirve para algo más que el mero informar lo que se siente. Es obvio que el habla humana no es equiparable a la de un robot, que se emite sin variaciones de tono o de ritmo. l Hablar es siempre hablai ele una determinada manera, con una entonación particular, con un ritmo que va ajustándose a medida que el proceso comunicativo se desarrolla, con un juego de pausas y silencios, con el uso del énlasis i liando así convenga a las intenciones del hablante. Si estos demonios acompañan a cualquier discurso, hav que admitir que el lenguaje veiI7S

bal nunca informa de manera neutra, aséptica, sino que modula expresivamente esa información. Esta presencia de laclóles expresivos se incrementa en cantidad y cualidad cuando el discurso verbal se utiliza para describir o explicar estados emocionales. 4 La lorma de manilestación de los sentimientos tiene que ver también con su intensidad. En las etapas prolo \ presentimentales la emoción se dispara de manera intensísima e incontrolable v se traduce en signos extraverbales (gestos, actitudes corporales, movimientos, llanto, risa). Lo mismo sucede en las situaciones en las que se experimenta una angustia o una triste/a prolunda: las palabras «no salen del cuerpo» y, si lo hacen, brotan entrecot tadas, sin una articulación gramatical o semántica. El sentimiento actual, en directo, posee tal luer/a que bloquea el resto de las actividades del sujeto, especialmente las cognitivas, por ser las más complejas. s Sin embargo, superadas la pena o la angustia, es posible describirlas verbalmente 11 porque el objeto evocado ha perdido gran parte de su fuerza emocional. 7 El problema, pues, remite a la incidencia del sistema emocional sobre el cognitivo. Para que ambos se complementen y funcionen sin perturbarse recíprocamente, la emocié>n debe mantenerse en un grado de intensidad que permita su control por parte del sujeto. De ahí que la manifestación verbal de los sentimientos requiera un distanciamiento espacial y/o temporal del objeto provocador: La mayoría de los pacientes que consultan por sus crisis de angustia no la su fien en ese momento —aunque la temen— y por eso pueden recordarla \ describirla generalmente con detalle' 5 Se denomina lexitiiriia*'' la capacidad del sujeto para traducir en palabras sus experiencias sentimentales. De otra lorma: es la lormulación verbal de la cognición del sentimiento (pero no pertenece al sentimiento, como sí le pertenece la expresión extraverbal). Revela la organización emocional y la conciencia de ella y es parangonable a la organización axiológica de la realidad exterior' por paite del sujeto. Si esta última, como vimos, es la lormulacion verbal de la organización subjetiva de la realidad exterior, la lexitimia lo es de la realidad interna, la del propio sujeto: lo que el sujeto sabe y conoce respecto de sus lormas de sentir; Si en la organización axiológica de la realidad externa es el sujeto el que se provecta emocionalmente, ahora es la proyección (también emocional) del sujeto sobre sí la que posibilita (o no) explicar lo que se siente. Cuando el sujeto se muestra incapaz de describir su experiencia emocional {alcxitiiuia), el abordaje de ésta ha dehacerse de manera indirecta, porque la resistencia del sujeto a saber de sí es el recurso de que se vale para subsistir, aunque sea en una precaria e insegura homeoslasis. Otro aspecto importante del discurso sentimental apunta a la credibilidad. Como experiencia, los sentimientos pertenecen (salvo en lo que concierne a la expresión) a la intimidad, v, por otra parte, la expre176

MÓn es sólo indicio del sentimiento que se experimenta. ¿Cómo es posible entonces hacer que el interlocutor acepte como veraz lo que decimos sentir? En pocas palabras, ¿cómo hacer' creer' que lo que senlimos es verdad? Para hacer que se nos crea hay que adoptar una estrategia en la que expresión y dicción se acoplen sabiamente. Cuando la expresión de los sentimientos coincide con lo que se dice sentir; la i rcdibilidad se incrementa: cuando alguien, al hablar de la tristeza que siente por la pérdida de un ser querido, deja de hablar para sumirse en el llanto, se tiene la impresión de que las palabras estot ban o son insulicientes. Cuando esto no ocurre, v hay disociación entre lo expresado \ lo dicho, se tiende a no creer al hablante. Como alirmaba Geor¡.'e H. Mead, cuando el sentimiento se expresa pasa de hecho íntimo a publico, que espera ser compartido. Mejor dicho, lo dispone de lorma que sea aceptado \ compartido. El recurso al lenguaje verbal acontece en situaciones en las que no podemos expresar el sentimiento de refeteticia, por ejemplo, cuando nos referimos a sentimientos pretéritos que ahora no experimentamos (miedo, dolor, pena, alegría que tuvimos), o cuando resultaría impropio e inadecuado dar rienda suelta .1 la expresión. En términos generales, puede decirse que si el sentimiento se expresa sobran las palabras, y si éstas se añaden la credibilidad se perturba, se «estropea». Las palabras, pues, parecen tener tomo misión, en lo que concierne a su utilización como discurso de los sentimientos, dai información: 1) sobre sentimientos que no sería pertinente expresar; 2) acerca de sentimientos que se vivieron con anterioridad pero no ahora y que sólo es posible describir como expei leticia emocional pasada: y 3) como medio de sobreactuación, añadiendo i\n plus a la expresión. La credibilidad del discurso emocional está en función de la espontaneidad que se le confiere al verbal v exliaverbal, más a este último que al primero. Pero, como quiera que la exptesión es controlable y, a la inversa, en el discurso verbal se inii ustan componentes prosódicos que pertenecen de hecho al lenguaje expiesixo, lo decisivo para la credibilidad es que ambos estén en la pioporción debida, la que se espera del sujeto, la que se debe ante el interlocutor y la que podemos y debemos en el contexto. Además existe el problema de la «naturaleza» misma de la expei iencia emocional inédita, por ejemplo, el primer enamoramiento. ¿Puede inlormarse acerca de lo que sentimos de la misma manera que de lo que pensamos, soñamos, imaginarnos o lantaseamos? Los sentimientos, en tanto objetos de la experiencia, son objetos internos —lo liemos dicho lepetidamente—, y hablamos de ellos. Pero ¿hablamos ionio de los restantes objetos internos o externos? Lo que afirmamos de los sentimientos respecto de su ambigua \ subjetiva relereneialidad, también puede aplicarse a una experiencia empírica cuando reviste i.uacleies tic única. ¿Que garantías de veracidad o de exactitud existen i especio tle una inhumación acerca de algo empírico sobre lo que 177

nadie más ha tenido aún experiencia? Si los platillos volantes existieran y P hubiera sido el primero y único en haberlos observado, ¿cómo puede valerse P de un referente común, si aún no lo es para nadie más? Hay que aceptar en todo discurso momentos cognitivos inaugurales, inéditos hasta entonces, para los cuales no hay palabras. Aun suponiendo que el hablante no tenga referencias comunes con los demás hablantes, tiene que decir lo que siente porque, como he dicho antes, el incremento del desorden (entropía) obliga a la comunicación en busca del neoequilibrio. Así, no sólo se dice sentir, sino que se añaden matizaciones y peculiaridades a las que desde luego no alcanzan las formas de expresión gestual. De manera que debe quedar establecido que si bien el lenguaje extraverbal es el preferente para la expresión de nuestras emociones y sentimientos, también tiene su limitación. Allí donde el sujeto parece capaz de hacer la lectura de sus emociones, podemos encontrarnos con el problema que va planteó Wittgenstein. ¿Son adecuadas las palabras que el sujeto emplea al describir su sentimiento? ¿Es su referente el mismo que el mío, cuando se trata de reterentes íntimos de uno v de otro y, por tanto, intransferibles y no intercambiables? El lector debe volver sobre las consideraciones que a este respecto hice en el capítulo primero, utilizando la cita de Kennv. Sin duda esto es así, pero precisamos recurrir al discurso verbal, porque muchas veces la demanda apelativa no se cumple a satisfacción mediante la expresión. De esta forma, surge la compulsión descriptiva, inagotable, que muchos ansiosos, especialmente hipocondriacos, muestran ante el interlocutor en busca de protección, ayuda, conmiseración, etcétera.

2. Cognición y agnosia motivacionales Al margen de las dificultades para la formulación de la experiencia emocional, hay otro asunto de suma importancia, que no se refiere a la «lectura» de lo experimentado sino al reconocimiento de los motivos de esa experiencia. Una cosa es sentir v describir lo que se siente, v otra saber los motivos del sentimiento. «Siento tener que reconocerlo, pero de mis cuatro hijos el segundo me saca de quicio, y soy injusta, lo sé, pero no puedo remediarlo. Es al único al que le he dado algún azote, o más de uno, la verdad, al que regaño más, y hasta mi hermana me lo dice: es el mejor de todos y lo tratas como si hiera un perverso... A veces me mira como no comprendiendo lo que hago con él. (?) No sé a qué puede deberse, la verdad es que no me lo he preguntado siquiera, pero debía ha178

cerlo, porque después me entra mucho malestar, me encuentro mal, me irrito conmigo misma y con los que me rodean, y todos pagan lo mal que estoy por dentro. (?) Este niño se parece mucho a mi marido, o yo lo veo así, además es el preferido de mi marido, que a lo mejor lo prefiere para protegerlo de mí... Yo me doy cuenta de que tiene a veces gestos que son iguales que los de mi marido... Y éstos me traen a la memoria los de un hermano de mi padre, que era un poco mayor que \ o , y que se presentaba siempre como el mejor, el más obediente... Pero a mí me estuvo acosando hasta un punto que todavía me avergüenza, me hacía que le acariciara sus genitales, me los acariciaba a mí v luego yo seguí, hasta casarme, con la manía de acariciarme por la noche. (?) No veo conexión de mi marido con mi tío... como no sea que de novio él trató de acariciarme v que le acariciara y yo tardé mucho en aceptar, luego me dejaba pero yo no le acariciaba a él, y además, aunque me acariciara no me gustaba, era algo que no es que me dejara indiferente, es que me daba como asco... Yo no le he dicho a él nada de lo de mi tío, pero por ahí deben venir las cosas... El que de novios me recordara lo de mi tío... Por' eso, yo quería siempre que terminara cuanto antes, él, porque vo ni siquiera había empezado.» En la lámina 6 GF del TAT:a «Esta niña está muy triste, la madre parece decirle algo cariñosamente, pero ella no la mira... Es algo relacionado con cosas que no debe hacer y que la madre ha sabido que ella hace... Fíjese que no la mira, debe ser por la vergüenza que siente... Tampoco le interesa la muñeca, porque lo que le interesa es su pena, su preocupación, algo así como el desprecio que siente por ella misma, que se sabe descubierta... Esta niña, de mayor, siempre irá llevando a cuestas lo que ha hecho, el que la madre sabe su secreto». En la lámina 5: «Esta mujer entra aquí a mirar, a ver qué se hace..., puede haber descubierto a alguna hija suya con alguien haciendo lo que no se debe... Desde luego, sospechaba algo, porque la cara no es de sorpresa, sino de algo como "ya os he cogido"... No sé luego lo que hará». En la lámina 4: «Este hombre, después de lo que le ha hecho a ella, no quiere saber de ella y se quiere ir, \ ella quiere sujetarlo... Él tiene cara de fresco, de tío sin escrúpulos, y ella de inocentona y boba... Me recuerda a un hermano de mi padre, el más pequeño, que era unos seis mayor que yo y con el que me relacioné mucho cuando yo tenía unos ocho o nueve años». ¿Cuáles son las connotaciones que el objeto suscita para que se dispare precisamente esa emoción y no otra? Las connotaciones remiten ' Se h.in dado los textos cu un orden que no es el mismo que el seguido al udimnisliaise el lesl l'eio se hace más claia la concatenación de las connotaciones nioI I\.K tonales

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directamente a las motivaciones del sujeto, pero éste raramente tiene conciencia de ellas. Salvo para las emociones básicas, lodo objeto provoca sentimientos en la medida en que actualiza recuerdos o conecta con elementos de la memoria biográfica personal. La realidad, en su dinamismo y versatilidad, exige del sujeto una rápida adecuación que dil¡culta el análisis de las motivaciones de su ordenación axiológica personal. Valora sin parar mientes en por qué \alora, positiva o negativamente. Hsta actitud es disculpable en muchos casos, pero, convertida en hábito, provoca una alexia motivacional, una lorma de agnosia" o desconocimiento que consiste en que el sujeto se relaciona con los objetos de su entorno sin obtener un saber sobre sí mismo. Es necesario v enriquecedor que el sujeto trate de dilucidar las connotaciones evocadas que, conscientemente o no, generan la experiencia emocional del momento; le aclararán no sólo la peculiar relación suscitada por el objeto, sino además la (orina en que se produjo la organi/ación de sus módulos valoralivos. Cuando se habla de la superficialidad de alguien se alude al hecho de que no anali/.a los porqués de su conducta v vive en la ignorancia de sí y de su relación con los oíros." 1 Para seguir con la utilización de una terminología técnica, se trata de una lorma de anloagnosiau respecto de las motivaciones del sujeto: el sujeto no se idenlilica ni se reconoce siquiera con una parle de él. J es un muchacho de 21 años. La inaceptación de sus tendencias homosexuales se ha visto realirmada por la opinión de un psicólogo y psicoterapeuta que le ha dado por escrito el siguiente inlorme: «Lo que aparecen como tendencias homosexuales no son tales, sino la expresión de un trastorno que le lle\a a suponer que las tiene». Pero él dice: «Me atrae el pene y la tuerza lísica... Las chicas, no, bueno, me atraen pero no en lo tocante al sexo, sino en su manera de hablar, aunque a veces en el conjunto me producen hasta repugnancia. ('.') No SON homosexual, me atraen los chicos pero es como una manera de esconder, cómo diría vo, la timidev ante las chicas, o qui/.á no sea eso, sino más bien el que vo, a mí, o sea, lo que más me gusta es la amistad pura \ simple, v pienso que eso se puede tomar como si a uno le gustasen..., pero es que la amistad ¿se puede tener con chicas, o con una chica? Yo más bien pienso que no, es decir, que con una mujer ya ma\or sí, pero, vamos, que esa amistad es mejor, no mejor sino más táeil, con alguien de tu edad o menor, pero del mismo sexo de uno... Sí, yo se lo que quiero decir; es que la mujer da, bueno, es que uno no se siente a gusto porque es de otia manera de ser \ entonces, los amigos son de la misma manera, tienen el mismo modo de uno...». En la lámina M del I'IIP dice lo siguiente: «Parece una me/.cla de liombie y de mujer, mas bien como un travestí... Es un hombre hecho mujer... I.SO

Está mirando para abajo, pensando..., piensa que se ha convertido en mujer, con el pelo largo... Tiene un gesto de mujer..., pero más bien de mujer y hombre ligados». Y en la lámina O: «me recuerda genitales lemeninos, un poco... Y también como un gusano aquí abajo, y también como las bolsas, los testículos». El protocolo de la lámina 9 BM del TAT (tan reveladora de las tendencias homosexuales en el varón que las inacepta): «Muchos hombres acostados, unos encima de otros... el que se ve primero tiene la mano dejada caer en el otro... más bien, como tentándolo [en el sentido de tocándolo], o simplemente dejado caer... Uno está mirando a éste [figura de la izquierda y de espaldas] al que el otro toca... De este que mira me atrae la libertad y la tranquilidad». La distinción que establezco en el discurso verbal entre texto (estructura; cuyo mantenimiento requiere la concordancia sintáctica) y lema (para cuya linealidad se requiere la coherencia semántica) es útil para situar la alteración —en el sentido amplio, no sólo anormal o patológico— del discurso en lo tocante a la distinción entre la mentira y la agnosia* motivacional. Cuando las motivaciones que se dice no reconocer están a nivel superficial, se saben pero no se quieren manilestar: declarar «no saber» es una mentira. En ese caso, como no hay demasiada tensión interna y la homeostasis del sujeto se conserva — no así la homeostasis con el entorno, de ahí la necesidad de ocultación para conseguirla en algún grado— el discurso mantiene su coherencia; cuando por el contrario se trata de un auténtico no reconocimiento, es decir, de una agnosia motivacional, la tensión es de tal naturaleza que el discurso se vuelve incoherente y hasta no concordante, como en el caso que se acaba de describir.12 Como estas anomalías del discurso no derivan de una lesión cerebral, sino de una perturbación funcional de carácter' emocional, sirven para mostrarnos de qué lorma se altera incluso la estructura del discurso, y, en segundo lugar; que tales discordancias e incoherencias responden a transgresiones del pacto de cooperación (Grice) que se traducen en la ruptura de las implicaluras conversacionales, sobre las cuales llamé) la atención Elinor Ochs, aunque en sus aplicaciones a la antropología cultural." Naturalmente, las motivaciones de las emociones no son «reconocidas» en la medida en que ese reconocimiento perturba o dcstruve el equilibrio del sujeto, como ocurre en la inaceptación de tendencias homosexuales, de odios a determinadas liguras con deseos de muerte de las mismas, de instancia desiderafiva a transgresiones éticas (como oí u n e en muchos casos de deseos suicidas, eróticos u otros que el silicio considere tales), etcétera. Compeliese el protocolo anterior de la lámina 9 BM con este otro i (ii i espondienle a un homosexual conlorme con su identidad erótica: LSI

«Éstos son trabajadores americanos que están descansando después de una jornada de mañana. Están en la siesta. Y se ve que en buena armonía: en más que armonía, diría yo, porque están amontonados, se tocan sus cuerpos, uno hasta tiene a otro de almohada y precisamente muy cerca de sus genitales... Hay uno que mira a algunos, como extrañado de que hayan llegado a esta naturalidad, pero a los demás no les importa, ni le han hecho caso y por eso se han quedado dormidos».

3. Introducción a la hermenéutica del lenguaje Desde hace bastantes años he investigado el discurso verbal desde una perspectiva psico(pato)lógica y hermenéutica. 14 El punto de partida es el siguiente: toda actuación, de la índole que sea, es de alguien y «dice» de ese alguien. Cada cual es —en el sentido de «se detine»— según hace, y decir es una forma de hacer.IS Con otras palabras: cada cual se define por sus actuaciones, una de las cuales, la más precisa y al mismo tiempo la más tlexible porque posibilita mentir, es la actuación verbal, el discurso. Supongamos ahora que los sujetos A, B, C hablan sobre el objeto P. Las formulaciones serían tres discursos diferentes sobre P (F F', F"). La razón de ello es cuando menos triple: cada uno ha percibido selectivamente una parte de P (de acuerdo a la teoría de la relación sujeto/objeto como relación del sujeto/fparte del] objeto, y a la imposibilidad intrínseca de la aprehensión de la totalidad); en segundo lugar, cada uno ocupa una posición singular respecto del objeto dependiendo de la vinculación que propone, de acuerdo al functor (o emoción) que el objeto le provoca; y, por último, los sujetos A, B, C proyectan sus valores sobre el objeto y lo sitúan en su tabla axiológica personal. En consecuencia, los discursos de A, B y C son distintos porque inlorman cada uno desde su perspectiva egocéntrico-egotista del objeto, de una parte del objeto y desde su valoración de él. Los discursos de A, B y C remiten a los propios A, B y C. Este es el proceso que me interesa, pues mi investigación se ha centrado en la posibilidad de acceder al sujeto a través del análisis de su discurso verbal, cosa que, naturalmente, queda lejos del objetivo del análisis del discurso en tanto estructura formal (es decir, sin hablante). 16 Fundamentos El discurso usual está constituido por un nivel indicativo y un nivel \alorativo (lo denomino estimativo; a partir de ahora, / y E), que no se olrecen por separado sino incrustado el uno en el otro. He aquí un ejemplo ante la lámina 1 del Test de Apercepción Temática, de Murray: 17 IS?

1. «Esto es el retrato de un niño que está pensativo, como triste, tiene delante un violín, pero no le interesa, está pensando en otra cosa... A lo mejor, tiene que tocarlo aunque no le guste. Encima de la mesa hay también algo blanco, que debe ser la partitura. Y también el arco. El niño parece que no sabe qué hacer.» Este discurso podemos dividirlo en dos segmentos: a) Un discurso indicativo, denotativo: «Esto es el retrato de un niño (que] tiene delante un violín. Encima de la mesa [algo blanco que debe ser] la partitura. Y también el arco». b) Un discurso interpretativo y, por tanto, connotativo: «Está pensativo, como triste, no le interesa [el violín], está pensando en otra cosa. A lo mejor, tiene que tocarlo aunqire no le guste. Parece que no sabe qué hacer». En una representación arbórea: «Esto es el retrato» niño pensativo desinteresado

violín triste

mesa

partitura

arco

pensando en otra cosa obligado

I

indeciso

Los dos discursos, aunque ensamblados, son de distinta naturaleza. Mientras a) es un discurso observacional, b) es un discurso axiológico, valorativo, estimativo, dependiente única y exclusivamente del hablante. Se puede añadir que mientras a) es un discurso acerca de un objeto del que el sujeto señala las denotaciones (de las partes del objeto) que advierte, b) es un discurso en el que el sujeto ofrece sólo y específicamente sus «figuraciones», 18 sus creencias acerca de las motivaciones del niño y de la finalidad de los objetos que le acompañan. En electo, el sujeto expone lo que él se figura del objeto. Con otras palabras, o la da como atributos al objeto o como predicados del objeto. Pues bien, si siendo atributos las ofrece como predicados, hablamos de estimativas falsas (Ef); si siendo atributos los olrece como tales, de estimativas verdaderas (Ev). Comparémoslo con este otro texto ante la misma lámina: ?. «liste niño está a solas con el violín. En actitud soñadora, pensando que puede llegar' a ser un gran concertista. Esto tiene que ser 181

la partitura, porque se sale de la mesa sin doblarse, y es como un papel; y esto otro es el arco, lis un niño que parece muy serio, muy estudioso, estoy seguro de que no pierde el tiempo... Sí, hay algo, o mucho, de ambicioso, de querer llegar a ser algo grande». Las diferencias respecto del anterior conciernen a la temática de las estimativas. O con este otro, también ante la misma lámina: 3. «Este es un niño al que han encerrado aquí, \ está desesperado. Hay aquí una escopeta, sí, esto parece una escopeta...». Adviértase la notoria alteración denotativa, es decir, cognitiva respecto de la denotación (la indicativa falsa: escopeta por violín), a partir de la cual surge la estimativa también falsa y con caracteres de delirante.'' ¿Es la proyección del estado emocional la que da lugar a la distorsión cognitiva o, a la inversa, es la distorsión cognitiva la que da lugar al estado emocional? De acueido con la teoría expuesta en este texto, los motivos están en el sujeto y el objeto causal los activa. Si en el sujeto existe alguna desesperación, lo probable es que la connotación del violín fuera de disgusto; pero si la desesperación del sujeto es mayor, el violín puede transformarse en escopeta con la que agredir \/o agí edirse. El siguiente protocolo contrasta con los anteriores: 4. «Este niño tiene el brazo apoyado sobre una mesa en la que hay un violín. A mí me parece que el niño está muy triste, algo así como si se dijera "no podré tocarlo nunca". Por eso, parece que no quiere ni cogerlo, como si el cogerlo pudiera conlirmarle su incapacidad... Al mismo tiempo, me da la impresión de que le gustaría tocarlo v Ilegal' a ser un gran concertista». Nótense aquí los marcadores de veracidad de las estimativas: «me parece», «algo así» «como si», «parece que», «pudiera», «me da la impresión». Análisis hermenéutica El análisis hermenéutico de un protocolo sigue los pasos que expongo a continuación para que el lector' tenga una idea de la metodología: 1. Demarcación del texto v posibles demarcadores de subte.xtos o lexlos restringidos (Tr). 2 Precisión de las / y construcción de su árbol. 3 Adición de las ti insertas en las / correspondientes. 4. Conectivas: determinación de su funcionalidad. Lexematografía: I X 4

atención a la semántica de los lexemas por' sí y por su coherencia cotexlual. 5. Determinación de los grupos aloracionales (G. alar.) y su doble funcionalidad, como demarcadores de subtextos y como aE. 6. Secuencia lineal, mediante parenti/.aeiones, del árbol construido. 7. Aplicación de coeficientes. En especial los siguientes: a) de realización: Iv/Ij b) de totalización: It/lp c) de totalización real: Ivt/Ivp d) de totalización irreal: Ift/lfp e) de valoración: Eiv/Ef f) de valoración total: Et/Ep R) de valoración real: Evt/Evp h) de valoración relerencial eir general: aE/rE i) de valoración real de sí mismo: aEv/aEj j) de valoración real de los objetos: rEv/rhij 8. Primera relectura. Los análisis anteriores, en especial el 2, 3 \ 4, permiten una lectura del texto sobre la base de jerarquías de los objetos y las relaciones entre sí, basadas en la oposición simetría/asimetría y en matiz.aciones o cualilicaciones de ésta. 9. Segunda relectura. Determinada la identificación primaria (objeto de mayor' jerarquía o relevancia), se tiene establecida la proyección relevante del hablante (es decir, cuasi total). 10. Tercera releclura. Es también lectura identilicativa y pioyectiva. Se dirime en ésta las identificaciones-proyecciones secundarias, concebidas como imágenes parciales del hablante. La segunda y tercera relectura pueden hacerse simultáneamente. En este momento queremos destacar: En primer lugar, la existencia de un discurso indicativo o denotativo, constituido por locuciones denotativas, unas de carácter total (//) (el niño con el violín), oirás de carácter parcial (lp). Unas y otras son o verdaderas o lalsas (v; /), según se adecúen o no al hecho o dato. La calilicación y cuantificación de las mismas proporciona un codicíenle del sentida de realidad del sujeto respecto del o de los objetos. Es un discurso cognitivo. La existencia, en segundo lugar', de LUÍ discurso connolativo constituido por locuciones estimativas de carácter total (El) o parcial (Ep). linas y oirás son o verdaderas o lalsas (r, /"). El criterio de veracidad en las estimativas no puede ser el mismo que en las indicativas. Una estimativa es verdadera si el sujeto sabe del carácter subjetivo de la estimación que hace; falsa si le confiere valor objetivo, como predicado del objeto. La calilicación y cuantilicación de estas pioporciona un índice del control de s//s proyecciones emocionales sobre el objeto, o sea, un i oel ii ienle de valoración y subjetividad. A su vez, tanto las estima ISS

tivas totales como las parciales, verdaderas o falsas, son positivas o negativas, es decir, de aceptación o rechazo. Las estimativas —como discurso sentimental— requieren ser tratadas con mayor detenimiento. Función de las estimativas La mayor paite de las estimativas corresponde a los adjetivos, o a locuciones con función adjetiva. Los adjetivos no informan (sobre el objeto), sino sobre la proyección del sujeto sobre el objeto. Por eso comprometen al sujeto y lo definen. De otra forma: las estimativas dicen respecto de la relación emocional que el sujeto establece con el objeto (o con partes de él). Mediante el lenguaje verbal, recogen las posibilidades de lectura de sus sentimientos sobre el objeto (lexitimación). Ahora bien, ¿en qué sentido cabe hablar aquí de verdadero/falso? La cuestión es de suma importancia. Observemos estas dos locuciones: [1J Josefa es alia, de pelo negro v buena persona. [2] Josefa es alta, de pelo negro; a mí me parece buena persona. La diferencia entre ambas consiste en que: en |_1] el hablante confiere a Joseta el predicado de ser «buena» y lo coloca en la misma categoría que «alta», «de pelo negro»; en L2J el hablante distingue entre los predicados de estatura y color del cabello v el atributo moral. La diferencia es radical: los predicados son partes del objeto, denotables, y, por tanto, indicativas parciales (Ip). Los atributos son proyecciones del hablante en el objeto, y, por tanto, estimativas. Pero en 11] las estimativas son falsas (Ef), porque el hablante confunde predicado con atributo, coloca en el objeto un predicado que no es tal («él posee la propiedad de considerar buena a Josefa», podría decirse), mientras en [2] las estimativas son verdaderas (Ev) porque el hablante no pierde la conciencia del carácter subjetivo, propio, de la estimativa que hace. 20 Para las estimativas verdaderas rige el presupuesto de subjetividad, que no se cumple en el caso de las estimativas falsas. La función de las estimativas estriba en dar cuenta de la teoría del sujeto acerca del objeto con el cual se relaciona. No cabe duda de que las teorías del hablante en los protocolos del TAT antes transcritos son distintas entre sí. En cualquier caso puede afirmarse que en las estimativas verdaderas no hav proyección del sujeto en el objeto; en las estimalivas falsas, sí. IMS estimalivas falsas detectan la actitud preparanoide existente en el ser humano en el proceso de su vinculación con los objetos.2I El sujeto provecta/descarga en el objeto lo bueno si lo quiere, lo malo si lo repudia. De esta forma, racionaliza/justifica la bondad con el que se vincula positivamente y la maldad del objeto con el que se vincula negativamente mediante el odio o la mera repulsión. 186

Las estimativas verdaderas revelan que la teoría acerca de la realidad es categorialmente subjetiva y le pertenece al sujeto en tanto que hablante, algo sustancialmente distinto de lo que ocurre con las estimativas falsas, en las que la categoría subjetiva es sustituida por otra, de carácter seudoobjetivo. En las estimativas falsas el hablante ignora la índole proyectada de sus estimaciones sobre el objeto, y, por tanto, comete un doble error: sobre el objeto, al que confiere atributos en calidad de predicados; v sobre sí mismo, en la medida en que niega su proyección en el objeto. En las estimativas falsas hay una conformación subjetiva de la realidad que se ignora. Por tanto, la distorsión de la realidad habla en favor de la realización desiderativa del hablante. La estimativa falsa no sólo es una teoría sobre la realidad, sino que es la teoría hecha objetiva, «hecha realidad». Ixi estimativa falsa tiene, pues, rango de indicativa, si bien de carácter ilusorio o alucinatorio (de ahí que pueda ser intercambiable por otra estimativa). Esta realización desiderativa del sujeto en la realidad adquiere desde el punto de vista psicopatológico categoría de prepsicótica o de psicótica: prepsicótica cuando el error es subsanable y la estimativa falsa se intercambia por' una estimativa verdadera; psicótica cuando el hablante se empecina en el error, se instala en él, un error que, digámoslo una vez más, resulta de la transferencia de parte del sujeto al objeto con el que se relaciona. 22 En las estimativas falsas hay, pues, y para el contexto en el que se verifican, una adiacrisis, un proceso en el que, rota la barrera diacrítica, aquella que virtualmentc delimita nuestro mundo interno del mundo externo, parte del sujeto es expulsada al exterior v categorizada corno objeto. Las estimativas dan cuenta —como acabamos de alirmar— de la teoría del sujeto sobre el objeto con el que se vincula (en tanto describen el sentimiento que le provoca el objeto). Cuando manifestamos nuestros gustos ante los objetos del mundo estamos revelando, por un lado, nuestra teoría acerca de ellos, es decir, lo que hemos llamado la organización axiológica de la realidad; v, por otro, nuestra teoría sobre nosotros mismos. Si digo «me gusta el Moisés de Migirel Ángel», hablo del Moisés v hablo de mí, y señalo mi posición frente a quienes comparten mi gusto y a quienes no lo comparten en mayor o menor medida. 2 ' Además, el sujeto, en virtud de la reflexividad, puede tomarse como objeto y hablar sobre él. Entonces produciría un discurso sobre su identidad, sobre su se//. Si la teoría sobre la realidad nos transfiere cómo ve el sujeto la realidad, la teoría sobre sí mismo transfiere cómo se ve a sí mismo, de manera total o parcial. La primera sería una teoría del self en su conjunto, la segunda una teoría de cada una de las áreas o módulos de que se compone el self (erótico, actitudinal, corporal e intelectual). No podernos entrar" ahora a dictaminar' cuánto de esta Icol ía del sujeto sobre sí mismo deriva de las inferencias que hace respecto de la teoría que los demás tienen de él, cosa de suma ¡mpoiIS7

lancia en la construcción de la teoría de sí mismo; pero sí cabe señalar de qué modo las estimativas lalsas, en tanto que erróneas, son ortopedias del sujeto, si son positivas, y por el contrario, lo mutilan v autodeprecian si son negativas. En consecuencia, desde el punto de vista semiótico, el self, la imagen que uno tiene de sí, es una estimativa total sobre uno mismo. En puridad, no debería hacerse una estimativa total, porque unas áreas se valoran como positivas y otras como negativas, aunque cabe la posibilidad de introducir una (imaginaria) resultante, positiva o negativa. En pocas palabras, una estimativa total sobre el sujeto es una metonimi/ación del sujeto, o, más precisamente, la que el sujeto hace sobre sí mismo al considerar excelsa o inútil un área, para él decisiva, del conjunto de su self. El mismo o análogo proceso tiene lugar cuando es otro el que las llena a cabo sobre la identidad del interlocutor. Como decíamos al comienzo de este capítulo, con el discurso verbal los sentimientos se dicen, pero no se muestran. El lenguaje verbal permite la descripción de lo que se siente. No sólo digo que tengo tristeza; la describo: «Siento un enorme pesar, es algo como si no me interesara nada, sólo lo que he perdido, nada del resto de lo que queda, ni siquiera mi propia vida»... Las consecuencias de la utilización de estimativas verdaderas o estimativas falsas en el discurso conversacional son muy distintas: mientras en el caso de las estimativas verdaderas los valores son susceptibles de discusión e intercambio, en el caso de las estimativas falsas los valores son in-discutibles, «objetivos», no intercambiables. Los hablantes con discurso estimativo lalso están condenados al desacuerdo, cosa que no ocurre con los que manejan el discurso estimativo correcto.- 4 Puede hablarse, pires, desde el punto de vista antropopsicológico, de una gramática cognitiva y una gramática afectiva. Cada una de ellas obedece a lógicas distintas que se oponen entre sí.2S Para la gramática cognitiva las cosas son como peteibimos que son; lo subjetivo viene dado por la posición egocéntrica del perceptor". Para la gramática afectiva tas cosas son como deseamos que sean. Estas dos gramáticas remiten a su vez a dos tipos de lógica, la lógica del raciocinio y la lógica de los afectos, o, si se quiere, las leyes de lo racional y las leyes ele lo sentimental.

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10 Sentimientos anormales y patológicos

El que está hreía de sí nada aborrece tanto como voher a su propio ser. Thomas Mann, Muerte en Venecia

1. Criterios de demarcación Ni siquiera las teorías vulgares acerca de los sentimientos, las que se aplican en la consideración ingenua y al uso cuando, por ejemplo, se aiirma que «P ama de una manera anormal a Q», o «Es normal que este desesperado», o «Esa dependencia que tú tienes de J es patológica», pueden evitar el uso de categorías como normal, anormal y patológico, imprescindibles en nuestro acervo cultural actual. Lo de menos es que tales vocablos se usen o no con rigor; lo interesante es que, en nuestra cultura, desde los griegos a nuestros días, aunque no en su forma actual, el habla coloquial, el drama y la novela han tenido en cuenta estos tres rangos, que es una axiología sobre la realidad, en este caso sobre esos objetos que son los comportamientos de los demás, tras los que se intuye el functor emocional qire los origina v los mantiene. Es disculpable que en estas teorías ingenuas sean imprecisos o incluso no existan los criterios de demarcación de estos tipos de sentimientos; en el contexto del discurso entre dos o más interlocutores, se alcanza, si no un consenso, sí, cuando menos, el entendimiento recíproco. Cada uno de los interlocutores mantiene su personal punto de vista acerca de lo normal, lo anormal y lo patológico del sentimiento de que se habla, pero puede hacerlo inteligible. Quizá no se comparlan los criterios, pero se intuye o se sabe, no obstante, de cuáles parte cada uno porque comprendemos cómo se usan. Sin embargo, no es disculpable que en las teorías psicológicas y psicopatológicas de las emociones los criterios de demarcación se soslaven, o se acuda —como en la psicopatología de aplicación al diagnóstico psiquiátrico— a criterios fenomenológicos escasamente fiables. Se trata, no obstante, de una cuestión cuya importancia a nadie debe escapar. Las preguntas son las siguientes: ¿Cuándo un sentimiento, con independencia del tipo o cualidad del mismo, es normal? ¿Cuándo es anormal? ¿Cuándo es patológico? Quiero salir al paso, en primer lugar; de la habitual tendencia a considerar el senliiiiienlo aislado, v, una ve/, aislado, a juzgarlo como l() I

n o r m a l o a n o r m a l . Eso es imposible. Ni los s e n t i m i e n t o s ni los c o m p o r t a m i e n t o s p u e d e n ser calificados de n o r m a l e s o a n o r m a l e s lucra de su relación con otros c o m p o r t a m i e n t o s y de la relación de todos ellos con un d e t e r m i n a d o contexto. La literatura psiquiátrica está llena de versiones en las que el p r o p i o t r a t a d i s t a hace de juez, m u c h a s veces incluso m o r a l . La Psichopathologia sexualis, de Kraíf-Ebbing, el Tratado de las enfermedades mentales, de Oswald B u m k e , la Clasificación de los trastornos mentales de la Asociación Psiquiátrica Norteamericana (consideró la h o m o s e x u a l i d a d un trastorno y la c o n d u c t a h o m o s e x u a l u n a perversión), son ejemplos de c o n t a m i n a c i o n e s de esta índole, o sea, las que tienen lugar a p l i c a n d o los criterios axiológicos del o b s e r v a d o r a los c o m p o r t a m i e n t o s o m e r o s deseos de los d e m á s . 1 El criterio para la n o r m a l i d a d / a n o r m a l i d a d q u e he ele m a n t e n e r es el funcional. Así, por ejemplo, el r e c h a z o de s e n t i m i e n t o s h o m o e r ó t i c o s , en la m e d i d a en que i m p i d e la vinculación afectivoerótica con el objeto y obliga al sujeto a c o n t r o l a r sus formas de expresión p a r a evitar q u e se le d e s c u b r a c o m o h o m o s e x u a l , es u n s e n t i m i e n t o a n o r m a l . E n la m e d i d a en q u e de su t r a n s g r e s i ó n se derivan m e t a s e n t i m i e n t o s de culpa, asco y depreciación d e sí m i s m o , c o n t r i b u y e a la d e s e s t r u c t u r a c i ó n axiológica y le obliga a vivir efectivamente c o m o «perversa» la relación con el objeto. Un sentimiento, sea de la índole que sea, es «perverso» si v sólo si el sujeto protagonista del mismo lo considera tal. Las p á g i n a s q u e siguen ofrecen r e s p u e s t a s a los i n t e r r o g a n t e s q u e nos h e m o s hecho.

2. Normal/anormal Los criterios sobre los q u e b a s a m o s n u e s t r o juicio a c e r c a de la normalidad o anormalidad de un s e n t i m i e n t o son e s c a s a m e n t e fiables. No b a s t a n , desde luego, los criterios fenomenológicos. ÍM anormalidad de cualquier sentimiento no puede inferirse de la cualidad o tipo de sentimiento. No tiene s e n t i d o decir que a m a r es un s e n t i m i e n t o n o r m a l v o d i a r a n o r m a l , p o r q u e hay a m o r e s a n ó m a l o s y odios n o r m a l e s . Ni siq u i e r a s e n t i m i e n t o s tales c o m o la envidia o los celos son p o r sí mism o s a n o r m a l e s . La calificación en u n o u otro s e n t i d o d e p e n d e de la teoría acerca de la a n o r m a l i d a d (v la inversa: de la n o r m a l i d a d ) q u e se posea, se apliqrre y con la q u e se opere. T a m p o c o la a n o r m a l i d a d p u e d e ser un p r o b l e m a de intensidad, que por otra p a r l e no es m e n s u r a b l e sino conjeturable y de m a n e r a escas a m e n t e convincente. Amar u o d i a r i n t e n s a m e n t e no confiere a n o r m a l i d a d alguna, \ es posible que, s e n s a t a m e n t e , los a m o r e s de R o m e o v Julieta, q u e c o n d u c e n a a m b o s a la m u e r t e , n o sean juzgados c o m o a n o r m a l e s por la mayoría de los e s p e c t a d o r e s del d r a m a . Il>2

En ocasiones, los criterios de n o r m a l i d a d o a n o r m a l i d a d de un sentimiento se d e d u c e n del objeto q u e los provoca, lo cual es un error'. «¿Cómo se p u e d e a m a r a J q u e es un ser indeseable?», nos p r e g u n t a m o s m u c h a s veces. Francisco de Asís a m a b a al lobo, a las h o r m i g a s , a leprosos, a d e l i n c u e n t e s v d e m á s . Se p u e d e amar' u o d i a r prácticam e n t e a c u a l q u i e r persona, a n i m a l o cosa, d o c t r i n a o alición, sin que el objeto provocador' sea criterio d e c i d i d o r de la n o r m a l i d a d o a n o r malidad del s e n t i m i e n t o en cuestión. No podemos identificar la excepcionalidad con la anormalidad. Los objetos, en última instancia, están ahí, y nos provocan s e n t i m i e n t o s que a veces n o vuelven a repetirse ni a n á l o g a m e n t e en lo q u e resta de vida, p e r o de ello jamás podrá extraerse la conclusión de la n o r m a l i d a d o a n o r m a l i d a d de los m i s m o s . ¿ C u á n d o , pues, p o d e m o s hablar' de la a n o r m a l i d a d de un sentimiento? ¿Cuál es la teoría de la a n o r m a l i d a d de q u e se parte? Peoría de la anormalidad En la e c o n o m í a del s i s t e m a general del o r g a n i s m o se c o n s i d e r a a n o r m a l u n a lunción de cualquier' ó r g a n o o a p a r a t o c u a n d o no lleva a c a b o con la perfección r e q u e r i d a el logro d e u n a h o m e o s t a s i s con el m e d i o lísieo (en el caso de los s u b s i s t e m a s biológicos), o con el ent o r n o (en el caso de los s u b s i s t e m a s psicológicos, es decir, del sujeto). La teoría de la a n o r m a l i d a d emocional que p r o p o n g o deriva de la consideración de la triple l u n c i ó n q u e lleva a c a b o el a p a r a t o e m o c i o n a l del sujeto p a r a la relación a d a p t a t i v a con el e n t o r n o , es decir, con los objetos de la realidad o de su m u n d o i n t e r n o . Un s e n t i m i e n t o es a n o r m a l c u a n d o no le sirve al sujeto para el logro de la vinculación, expresión/apelación y o r g a n i z a c i ó n subjetiva de la realidad y de sí m i s m o . En pocas p a l a b r a s , c u a n d o el sujeto Iracasa en el c o m e t i d o para el cual el s e n t i m i e n t o existe, o sea, c u a n d o no logra la satisfacción del deseo que se p r o p o n e , que, c o m o he dicho r e i t e r a d a m e n t e , son dos: o el logro o la r u p t u r a de u n a relación. El s e n t i m i e n t o surge para la satislaceión del deseo; si no es así \ se m a n t i e n e , c a l i l i c a m o s el s e n t i m i e n t o de a n o r m a l , p o r q u e d e m u e s t r a su insulieiencia bien para la o b t e n c i ó n de placer; bien para la evitación de displacer; v el s e n t i m i e n t o e n t o n c e s p e r t u r b a a todo el sistema del sujeto. Se a m a para ser a m a d o ; se odia p a r a q u e el otro c u a n d o m e n o s se nos pierda de vista e m p í r i c a o m e n t a l m e n t e . La vinculación a un objeto tiene i o n i o c o m e t i d o lograr' su reciprocidad, la t r a n s l e r e n c i a de las emociones. A m a r c u a n d o la vinculación del objeto al sujeto n o es posible i e \ e l a u n a a n o m a l í a que, sin d u d a , eslá en el sistema del sujeto. Odiar hasta el e x t r e m o de d e s e a r la destrucción del objeto —lo que en psit o(palo)logía se considera m e t a l ó r i c a m c n t e la d e s t r u c c i ó n : su inexistencia, su b o r r a m i e n t o — c u a n d o no es posible, t a m b i é n . Los sentim i e n t o s son i n s t r u m e n t o s para llevar a c a b o lo que se p r e t e n d e con ellos. I MI icsiinicn, \ t o m o primera a p r o x i m a c i ó n , p o d e m o s tleeii: los l'H

sentimientos normales son útiles y benefician al sujeto; los anormales, inútiles y lo perjudican. Veamos esta cuestión con detenimiento. Lo que se llaman relaciones de dependencia entre dos personas, y que naturalmente lo son en función de los sentimientos que se profesan, sólo pueden ser resueltos, respecto de su normalidad o anormalidad, cara a los objetivos. Es evidente que si P depende de Q y Q de P, la dependencia es normal. Pero si P depende de 0 y 0 no depende de P, la dependencia de P es anormal. El problema verdaderamente importante es la distinción entre sentimiento normal y anormal, insoluble si se considera al sentimiento en sí mismo. Por eso, el problema sólo puede tener solución atendiendo a la fórmula estándar del módulo básico a la que se ha hecho reiterada referencia: f(S/()b)Cx. Demos, por ejemplo, a / el valor significativo de «amor»; sujeto, un joven que se llama Antonio; el objeto, Michelle Pfeiffer. ¿En qué condiciones puede animarse que el amor de Antonio a Michelle Pfeiffer es normal? Siempre y cuando el amor pudiera darse, y ello con independencia de que fuera o no correspondido. Esto es, en un contexto empírico en el que Antonio y la Pfeiffer pudieran encontrarse, hablar, declarar el amor del primero a la segunda, y demás. Y también en un contexto fantástico: «A veces fantaseo con que la Pfeiffer y yo vivimos juntos y plenamente nuestro amor». El sentimiento debe ser posible porque las condiciones del sujeto, del objeto y del contexto lo configuren así. En ambos casos, estas condiciones se cumplen y el sentimiento es normal. Es normal querer, como condición preliminar a ser además querido. Si las condiciones no son posibles, el sentimiento es anómalo. Está claro que el fantaseador tiene perfecto derecho a representarse esa situación (para eso está la fantasía), pero tiene la obligación que impone el juicio correcto de realidad de no pasar de ahí, porque, como diría Bécquer, es «un imposible» (salvo que las condiciones hicieran posible que el contexto, fantástico hoy, se convirtiera en empírico mañana, corno sería el caso de un Antonio Banderas antes y después de su llegada a Hollywood). En ambos casos, el sentimiento es normal y es útil. En resumen, la normalidad de f (es decir, de un sentimiento) debe verse en sus posibilidades reales de uso para el objeto y el contexto. Cuando estas condiciones no se dan, el sentimiento es anormal. Esto significa que al sentimiento que aparece a la vista de un objeto empírico o representacional deben serle aplicadas las leyes que requiere el principio de realidad, distintas según la naturaleza empírica o mental del objeto. Si es empírica, debe contar con visos de facticidad, poique el objeto es un «hecho» y «manda»: debe ajustarse al priu194

cipio de realidad; si es mental, las condiciones son otras, porque se trata de una representación sobre la que el que manda es el sujeto, dueño de la representación y de su tiempo para gozar con ella: se ajusta así al principio de omnipotencia de la fantasía. Una vez conceptualmente establecido el criterio de normalidad y anormalidad emocionales, estamos en condiciones de afirmar lo siguiente: los sentimientos normales deparan una anhomeostasis que el sujeto mismo puede convertir en homeostasis porque se dan condiciones para ello: la entropía, máxima en el momento de la provocación emocional del objeto, puede minimizarse y producir escasa alteración en el sistema del sujeto si se logra la vinculación recíproca; al contrario, los sentimientos anormales incrementan la entropía, la anhomeslasis o se hace mayor o no se resuelve, o lo hace tardíamente (en una «curación» por el tiempo transcurrido) y con esfuerzo y hasta con necesidad de ayuda. Podemos llevar a cabo, pues, una taxonomía de los sentimientos anormales según que la disfunción afecte, a) a la función \ inculativa, b) a la función expresivoapelativa y c) a la organización axiológica. La mayor parte de las veces, la disfunción concierne a las lies facetas, v sólo en circunstancias concretas se puede hablar de la disfunción de una de ellas. En la medida de lo posible, se debe tender ai análisis de una situación de fracaso de forma que se detecte cuál de las funciones es la especialmente responsable. 2 Bajo esta consideración, una relación sadomasoquisla, por ejemplo, es normal siempre que ambos miembros de la misma la acepten como objetivo propuesto, esto es, en ordeír a la vinculación que uno y otro propugnan; es anormal si el masoquista la requiere de quien no puede darla, o el sádico la imparte con el sojuzgamiento y el sufrimiento del otro o la otra. Veamos casos que ilustran la tesis aquí mantenida. R es una adolescente de 16 años que vive en Granada, pero estudia en Sevilla. La madre acude primero a la consulta para preguntarnos si debe persuadirla para que venga a tenor de lo que nos va a contar. El problema, según la madre, es que su hija tiene una dependencia que considera anormal con una compañera de curso. Según dice, hace lo que la amiga le sugiere, la tiene completamente dominada. Como estudia en Sevilla, con el pretexto de su ida a Granada el fin de semana, es retenida en su casa, prácticamente secuestrada, hasta que los padres tomen una decisión al respecto. Según la madre, la hija sigue sus estudios, pero dejó a un chico con el que salía v que estaba muy enamorado de ella. En la consulla, R nos expone razonablemente su situación: ella y su amiga están enamoradas. Su amiga es cuatro años mayor, estudia eir la misma academia, es claramente lesbiana. No descarta la posibilidad de que algún día pueda interrumpirse la relación, pero I9S

por ahora ella se siente feliz. Es cierto que la amiga es más decidida, que toma siempre o casi siempre la iniciativa, cosa que a veces le molesta, pero las más no, porque ella se siente menos capa/ para sus relaciones con el entorno. Le costó trabajo acoplar la relación: pensaba que una relación de este tipo era anormal porque era antinatural, que además sería un escándalo si se supiera, que la echarían de la residencia, etcétera. No obstante, ha seguido adelante. Aún se ve con el chico con el que salía, pero es ella la que tiene ahora «la sartén por el mango» y eso lo disgusta, le parece que depende de ella, de que lo mire, de que le dirija alguna frase: «Es como si me pidiera limosna». Ahora está lejos de pensar que la relación es anormal, simplemente juzga que «debe durar lo que buenamente duro, porcino lo pasamos mu\ bien».

3. Sentimientos anormales Como hemos dicho, cuando los sentimientos no cumplen una o más de una de las tres funciones que les corresponden hablamos de sentimientos anormales. Los sentimientos, entonces, adoptan cualidades distintas, so «complican» con metasentimientos también inútiles v perturbadores del funcionalismo total del sujeto. Pensemos en el amor no correspondido, en el odio que no consigue la distanciación del objeto odiado. En ambos casos, el sujeto so muestra sentimentalmente inelicaz v tras la Ilustración moviliza unos sentimientos mas v más perturbadores (efe inhibición ante otros objetos que le atraen, o de odio generalizado a todo y a todos los que so relacionan con la persona odiada). No puedo decirse que el amor no correspondido es el mismo que cuando lo es, ni el odio Iruslrado idénlico al que se experimenta cuando so consigue lo que con él se proponía. En estos casos de disluncionalidad de los procesos sentimentales, además de la consecuencia inmediata de este proceso sentimental fallido (la frustración), tienen lugar otras derivaciones: aparecen metasentimientos que alteran más o menos gravemente el sentimiento inicial Ilustrado Así, aunque anticipemos de esta lorma lo que posteriormente desarrollaré con detalle, el amor no correspondido puede dar lugar a la aparición de odio sobre el mismo objeto: se sigue amando al objeto por aquellos atribuios poi los que se le consideraba merecedor, pero al mismo tiempo so lo odia en otra parte de él, a la que ahora se confiere atiibulos (capa eidad de desprecio, insensibilidad, etcétera) a los que responsabiliza de que no corresponda a su demanda \ le obligue a aceptar su aulodepieeiación. Este complejo sentimental —amar \ odiar al mismo tiempo \ al mismo objeto, a lo que tanto han jugado los poetas ro maníjeos— tiendo a perpetuarse, es decir, a hacerse crónico, porque al I9h

no haberse conseguido su satisfacción!, la presencia do éste, en tanto imagen, se mantiene como sentimiento do «esperanza» en que, al fin v a la postre, satisfaga su deseo. En el caso del odio Iruslrado la situación es prácticamente la misma: si odiando a un objeto no se consigue el «alejamiento», su desaparición del campo representacional; si so hace presente do manera insistente y hasta autónoma, eso nos viene a demostrar a nosotros mismos, y bien a nuestro posar, que nos importa, que no ha sido destruido ni aniquilado como se quisiera (en lorma de objeto virtualmente inexistente), antes al contrario, se hace presente haciéndonos ostensible nuestra impotencia para prescindir de él \, lo que es más, la potencia del objeto odiado para imponerse sobre el sujeto y perturbarlo gravemente. No es descartable que sentimientos anormales sean tan perturbadores que alcancen a provocar una patología en sentido estricto. Muchos síndromes depresivos que se prolongan durante mucho liompo, si son vistos bajo esta perspectiva, so corresponden con situaciones de frustración crónica, dependientes tanto del Iracaso en la consecución del objeto, como de la autodepreciación subsiguiente. Por oso, este lipo de depresivo se queja al fin, más que de la imposibilidad de conseguir el objeto, de la impotencia que ha de introducir en la imagen de sí v que, presumiblemente, si las circunstancias son deslavorablos, le marcará definitivamente. «Me pregunta por qué no me he casado. No tengo buena opinión de las mujeres; vo croo que todas son insustanciales, poco dadas a la lidelidad, y no me refiero sólo a la fidelidad en el matrimonio, sino incluso a la amistad... No son buenas amigas. Siempre traicionan, acaban traicionando, porque van a lo suyo, nada más que a lo suyo.» Así me dice R, de 47 años. «Sé que estov solo v me he de quedar más solo cada vez, pero me lúe mal con una novia que tuve: me dejó, me dijo que le aburría, que había dejado de gustarle; y al poeo la vi con otro.» (?) «No, luego no he tenido más novias, ni me fie acercado más a ninguna mujer... No quiero enamorarme porque sé que me pasará igual... No por mí, sino por ellas, ellas son siempre así.» En osle caso lo que más destaca es, primero, la imposibilidad de provocar nuevas vinculaciones. A semejanza del lóbico eludo situaciones que le puedan suscitar la angustia, pero también la organización singular —por lo demás frecuente— de la tabla axiológica. El paso de la singularidad a la totalidad, del caso habido en su relación con una iniijei a toda relación posible cualquiera sea la mujer, así como la disvalori/ación ética de toda mujer, es una prueba de ello. I1' es soltera, de 29 años, profesóla de universidad. Ha vivido en pareja con un colega su\o diñante tres años, flaco unos meses lo no 197

taba distante, apenas salían ¡untos, se buscaba pretextos para llegar tarde a casa. Poco tiempo después descubrió la relación con otra compañera; le pidió explicaciones y él se limitó a decirle que se iba con la otra, que había dejado de quererla. Así lo hizo. La situación de F es patética: vive sola, ve a los dos a diario en el trabajo, odia a la nueva compañera de su antiguo partenaire. «Le tengo un odio que no lo puedo contener. He llegado a hacer que escupía a su paso. Sé que es un disparate, pero no llegué a hacerlo sino a algo así como representarlo...» (?) «No; él no tiene la culpa, la culpa es de ella, él es un imbécil nato, siempre se ha hecho con él lo que se ha querido, se deja ir por la primera que llega.» El padre, que la acompaña, dice que no hace más que llorar. «Pero es un llanto de rabia, de ver a esa otra, no es por él, él no me importa nada, se lo aseguro, es ella la que me saca de quicio.» Es tan claro que el odio a la rival es el reflejo en ella de su impotencia que apenas valdría la pena advertirlo. Pero es F. la que no lo puede aceptar. «Ella es una estúpida, más puta que nadie, no he conocido otra igual.» Sin embargo, tras el TAT y con protocolos como el de la lámina 4, ella misma descubre el carácter de proyección: «Ésta trata de retener- a uno, bueno, a su marido o su amante o quien sea, que quiere irse de su lado... No puede sujetarlo..., es una escena de película. No lo logra, porque él se va de todas maneras, ha dejado de quererla, y ella está ansiosa, sorprendida de que haya sido así, de pronto...»; que complementa con el de la 3 GF: «Ésta está derrotada, se siente humillada, le ha pasado algo que le ha afectado mucho... que otro se le haya ido, vamos, que su pareja se le haya ido... Ella no sabe si podrá reponerse, de momento todo lo ve oscuro, en sombras... Porque ella no se ve en el futuro, ya que se siente una mierda; ella llora no por lo que le ha pasado, sino por su situación, porque está hecha un trapo, ya se lo digo».

la aplicación del criterio de disfuncionalidad sólo puede ser hecha por el propio sujeto. No es, por eso, ninguna rareza que en algunos casos se nos consulte para que seamos los profesionales los que dictaminemos si un determinado sentimiento es anormal o incluso patológico, presuponiendo el sujeto con razón que puede serlo.

Los metasentimientos surgidos en el primero de estos dos casos son de rechazo generalizado de la mujer, una defensa contrafóbiea, pero racionalizada, de eludir una nueva relación en la que pudiera darse de nuevo el fracaso. Se opta antes por la inhibición definitiva que por correr el riesgo; pero, al mismo tiempo, ese riesgo depende más del objeto que de él. Si las mujeres no reuniesen todas esas cualidades negativas... En el caso de F, el desplazamiento del odio hacia la rival lleva consigo la exculpación de su antiguo partennire, pero en cualquier caso permanece oculta, como en el caso anterior-, la autodeprcciación. También aquí se distorsiona la axiología: es la mujer la culpable de la seducción, el hombre el que se deja seducir, o sea, el inocente. Antes qire reconocer que lo que oculta es la profunda herida en su egotismo. Queda algo por- decir en este apartado. Para muchos sentimientos,

4. Tipología de los sentimientos anormales

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L es un joven de 19 años, estudiante universitario, alarmado ante su atracción erótica hacia una hermana de la madre. La vio desnuda unos diez años antes mientras se duchaba, cuando ella, que permanece soltera, pasaba unas semanas en su casa. Años después se inició en la masturbación, fantaseando siempre con su tía, imaginándose él mayor, aunque menor que su tía. «A mí me gusta que sea de más edad, porque creo que sería mejor para mí, yo pienso que es mejor con una mujer mayor hacer el acto, jugar.» Pero él piensa que el hecho mismo de sentir- esa atracción es una anormalidad, primero porque es su tía y durante años se sentía culpable de esta «aberración»; y segundo, poique es mayor que él y piensa que si a un hombre le gustan las mujeres de más edad se trata de una anormalidad. Cree que debe tratarse para que esa atracción que experimenta se le borre; si no, cree que impedirá que pueda sentirse atraído por compañeras de su edad o menores. El no ha tenido ninguna relación erótica con nadie, se siente inhibido ante chicas que le gustan, pero no porque se interponga la imagen de su tía sino porque teme fracasar. Con su tía «las cosas podrían ir mejor, porque ella es de más confianza, la conozco, y es mayor, y aunque soltera, seguro que tiene más experiencia, que me puede dar seguridad... Pero ante todo, ¿se trata de una cosa así como una perversión sexual?».

Aunque en las circunstancias anormales están, como en las normales, comprometidas las tres funciones que desempeñan los sentimientos, en orden al análisis es preciso tener en cuenta a cada una de ellas independientemente. Para que un sentimiento pueda ser satisfecho se precisan las tres condiciones siguientes, a las cuales ya se ha hecho mención: 1) que el sentimiento sea aceptado por el sujeto; 2) que sea posible la satisfacción del deseo en el objeto provocador; y 3) que sujeto y objeto estén en un contexto posibilitado! - de la relación y satisfacción del deseo. La primeía de estas condiciones depende exclusivamente del suido. Ilav quienes rechazan el sentimiento, y por lo tanto no pueden darles satislacción. El rechazo del deseo conduce a la inhibición de la )\ i u ,nl< n < •. .'II 1 ,

de la misma. Pero el celoso trata de eludir la depreciación de sí que le llevaría a juzgarse incapaz de retener el objeto, y lo disfraza, o bien del mucho amor que siente por él o de las frivolidades en su comportamiento, o de las transgresiones que los demás pueden llevar a cabo sobre «su» objeto. La relación de dependencia (anormal) ayuda a esclarecer la diferencia con la vinculación normal. El anormalmente dependiente piensa o imagina que no hay reciprocidad en la vinculación, y que, mientras existe de él hacia el objeto, no la hay del objeto hacia él. En la vinculación recíproca y normal, aun cuando se diera cierta asimetría, el sujeto logra al objeto y logra «del» objeto, es decir, sujeto y objeto ganan el uno del otro. No es así, sin embargo, en la relación dependiente. Como el sujeto no gana, como se siente inseguro ante la posibilidad de la pérdida, trata de mantener la vinculación por otros medios distintos al sentimiento: la «compra», el chantaje, el victimismo, etcétera. M está casada desde hace año y medio, tiene 27 años, y su madre la envía a consulta —vive con ella en la actualidad— porque considera que no es normal la dependencia respecto del marido, de la misma edad, que mantiene una relación con otra mujer desde meses antes de casarse, y la continúa. Progresivamente, el marido ha ido permitiéndose más, a medida que ella —pese a las muchas escenas de violencia y huidas a casa de sus padres (para luego volver)— ha sido incapaz de mantener una separación táctica. Se siente vejada, el marido ha llegado a humillarla ante la otra. «Pero si ha de volver' volverá porque sabe que yo le quiero»; «ya sé que es indigno por mi parte; bueno, eso es lo que dice la gente, pero para mí no lo es, porque estoy segura de que al fin él vendrá a mí, porque la otra es una puta». La distorsión es visible a la hora de juzgar al marido y a su parteiiaire. «Esta es la mala, la culpable, mi marido no es más que un monigote en sus manos, un infeliz, y volverá, volverá. Yo tengo que ser la que debo ser: él está con la otra, pero sabe que lo que hace conmigo no lo hace corr la otra.» (?) «Todo, él puede hacer' conmigo todo, ¿entiende?, y yo le dejo hacer; no me trata como una puta, es que me gusta hacer de puta con él..., la puta es la otra que sabe que está con él cuando quiere.» Muchos fracasos son de carácter anticipado, del tipo de la llamada profecía autocumplidora: parten de la inhibición, del temor, inherente a una imagen autodepreciada. Muchas veces, la vergüenza ante la posibilidad de exteriorizar' su imagen les hace inhibirse cuando menos en el momento expresivo. El pudor es un metasentimiento dependiente de la conciencia autodepreciada, que incapacita para el logro de la vinculación recíproca.

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B me dice en una primera entrevista (es estudiante de Medicina): «Yo me enamoro, pero no creo que nadie pueda enamorarse de mí; empieza por darme vergüenza de que los demás me vean enamorado de alguna porque imaginan que el fracaso es seguro, que yo, con lo que soy y como soy, ¿cómo se me ocurre aspirar a alguna? ... Además, es que no llego a conseguir que los demás sepan lo que siento; yo siento como el que más, pero no lo expreso... Desde siempre me he considerado incapaz de que la gente pudiera quererme, ser amigo mío alguno..., lo he pasado mal en el colegio, por eso; pensaba que si alguien se acercaba a mí era por algo, porque por mí no iba a ser. Me llamaban "cemento" porque decían que no hablaba, que era irn pelmazo, que era eso, como un pedazo de cemento». Cabe la posibilidad de que el sujeto en realidad no exprese por el objeto lo que los demás parecen sentir; por ejemplo, cuando alguno de los hijos, en la muerte del padre, en la que los restantes expresan una tristeza profunda, dice mostrarse «incapaz» de derramar lágrimas. En la relación amorosa mirchos amantes se quejan de la poca expresividad del amado. ¿Qué es lo que les hace expresar menos, si es que ha de aceptarse como verdad lo que dicen sentir y que «no pueden» o «no saben» expresar? Situaciones como éstas, en las que la lunción expresiva no responde a los propios requerimientos, llegan a provocar tensión: ¿es que no está apenado por la muerte del padre?, ¿es que lo está menos que el otro o los otros? Muchos fracasos expresivos, y por tanto de la función apelativa, derivan del pudor ante la demostración de los sentimientos de amor (también de las aversiones, pero en menor medida). El pudor es un metasentimiento que dificulta la interacción, porque, de no existir, se supone que podría deparar a los demás la imagen de un ser «débil» o «afeminado». Tales imágenes se desprenden de cualquier actuación, no necesariamente de aquellas en donde se pone en juego el vigor, la «fortaleza de ánimo» o la mayor o menor virilidad. Con la madurez estos sujetos pueden aparecer' como autocontrolados, una forma mendaz de la inhibición que ocultan. Es curioso, sin embargo, que estos sujetos tan controlados susciten muchas veces un enorme interés por parte de muchos: como si conseguir de ellos una de sus escasas muestras de afecto fuera un triunfo que les eleva hasta donde, apolíneamente, se sitúa él. No en balde, estas personas caracterizadas por su sel)-control suelen ser consideradas «interesantes». El pudor de la expresión afectiva es un rasgo de la cultura masculina occidental. s Otras veces el control de la expresión de los sentimientos no es |>i pudor' ante la posible inferencia de debilidad o cunlqiiieía olía luini.i de insuficiencia, sino ante la inconveniencia de la misma: asi m Hincón sentimientos que se saben gencrali/adamcnle i epi obables. ionio .'()/

el odio o la envidia. No juegan tanto las razones sociales —no se debe odiar ni envidiar—, sino las implicaciones psicológicas que derivarían los demás: la envidia deja traslucir la carencia por la cual se desea el mal al envidiado. En muchos casos ocurre que el sujeto juzga insuficiente su expresión. Son sujetos que se hacen más expresivos de lo que los demás requieren; de aquí que abrumen y acosen, porque alargan el momento apelativo de la expresión e invaden el espacio personal del otro en su ansiedad por comunicar. Es lo que se llama sobreactuación. La sobreactuación expresiva y sin embargo inútil es la oficiosidad v, en otro orden, el victimismo. La oficiosidad es muy distinta de la rígida atención que dispensan algunos recepcionistas de grandes hoteles. En la oficiosidad se trata de obtener la vinculación del otro a costa de una aparente hipersumisión. Pero la oficiosidad fracasa, y comierte al oficioso en alguien de escaso crédito, porque esconde una contenida agresividad hacia aquel ante quien se somete. El victimismo es una sobreactuación en el lastimero papel de enlermo no atendido o de persona incomprendida («nadie sabe cómo estov de malo, ni lo que sufro»). Como el oficioso, el/la victimista pierde su crédito porque se entrevé la manipulación que pretende. El oficioso y el victimista son extremosos en la expresión del sentimiento de admiración/fidelidad, y del sentimiento de minusvalía e impotencia, respectivamente. La anormalidad de ambas lormas de uso emocional deriva de su inutilidad, incluso del perjuicio que le deparan. Oficioso y victimista son víctimas a su vez, pero de sí mismos: han Iracasado en la estrategia elegida para la relación deseada. Hace bastantes años asistí a una situación curiosa. Una mañana un médico muy reputado apareció muerto, en el sucio, al lado de la cama en donde dormía solo desde que enviudó. Durante el sueño, un accidente vasculocerebral le produjo la muerte, sin duda acompañada de alguna agitación que dio lugar a la caída. La conmoción que produjo la noticia de su fallecimiento en cierto sector de la sociedad fue notable. Era una persona querida efe muchos y desde luego de todos sus hijos, a excepción de uno de ellos, menos expresivo que los restantes. Cuando acudí a su casa había una muchedumbre, amigos de él y de sus hijos (los más). No pasamos de la sala de estar. Desde allí se oían tremendos quejidos de alguien del sexo masculino, y muchos sentíamos, sin decirlo, curiosidad por saber de quién serían aquellos incontrolados lamentos. No era imaginable que fuera de alguno de sus hijos, personas contenidas, poco dadas a tales demostraciones. Pero ¿de quién podían ser, si no? Aparecieron los hijos uno a uno; con los ojos enrojecidos, estrecharon la mano de los que habíamos acudido de inmediato. Los quejidos seguían en plena exaltación. De la habitación donde vacía el dilunto, que iba a ser amortajado, salió un amigo de uno de los .'08

hijos, poco menos que portado por' un familiar del dilunto err actitud de consuelo. Éste, claro está, al mismo tiempo que hacía que consolaba al plañidero, nos miraba en actitud perpleja: ¿qué hacer con aquel que sobrepasaba a todos los allegados en la expresividad de su pena? Incluso a uno de éstos le oí una protesta indirecta: «¿Cómo se puede poner así? Debería controlarse». Cualquiera que fuera su intención, todos, hasta los más próximos al difunto, parecían sentirse en una posición incómoda, suscitada por aquel que había sobrepasado a todos en la demostración de su pena... Si con la expresión/apelación de su pena pretendía la compasión hacia él más qrre hacia ninguno de los allegados, Iracasó: consiguió la indignación de todos ellos y el ridículo arrte los demás. Fracaso axiológico v pérdida del sentido de realidad La xisiórr sobre uno mismo sólo puede alcanzarse desde la propia atalava, mediante la rcflexividad, y por nadie más; la de «mi» realidad, que abarca una faceta inaccesible a los demás, como es la íntima, sólo desde «mi» sitio. La conciencia de la subjetividad de esta posición obliga, con la madurez, a introducir lo que podríamos denominar un coeficiente o índice de corrección. Porque esta ineludible posición egocéntrico-egotisla implica dos riesgos: el de la alteración del juicio de realidad sobre el objeto deseado (para el amor o para el odio) y sobre ese objeto más deseado que ningún otro, que es uno mismo. Si el sentimiento hacia el objeto no nos deja ver' al objeto tal cual es, podemos juzgar que el sentimiento es anormal porque la vinculación no se lleva a cabo sobre el objeto real sino sobre el imaginado (y distorsionado). Es lo que ocurre con el amor o el odio anormales (los que se denominan inapropiadamente «profundos», «intensos»): ¿con quién estamos en verdad \ ¡neniados sino con un objeto sobre el cual nadie compartiría el mismo punto de vista? De aquí que en cuanto uno u otro cesan o se aminoran, el objeto pasa a ser otro (para el sujeto). No olvidemos que la vinculación constante y emocionalmenle más intensa la tenemos con nosotros mismos, de manera que la distorsión cogm'tiva al respecto es presumible v permanente. ¿En qué sentido? En la dirección que propugna la índole del sentimiento, tanto de exaltación cuanto de depreciación. Es I recuente encontrar distorsiones cognitivas de esta naturaleza, a \eces asombrosas. En cierta ocasión trajeron a mi consulla a una niña de 12 años con paraplejia, atelosis, estrabismo, alteración prosódica del lenguaje, léxico inlantil. Pese a las muchas horas dedicadas a Irabajai ion ella, no había alcanzado más que a distinguii las vocales v algunas consonantes. Fue imposible convencer a la madie, una mii|ci de ilase irredia acomodada, de que la hija padecía un i u.ulio de eiu e M)

lalopalía desde el nacimiento, posiblemente por la hiperbilirrubinemia del neonatorum. Es más, la insinuación del diagnóstico le despertó una manifiesta agresividad. La entrada en la consulta fue, sin embargo, una declaración de principios: «La traigo a usted como último recurso, para que nos diga la verdad... Luego le diré lo que los demás han dicho y le enseñaré los informes, pero antes quiero que usted la vea. Pero con una condición: que nos diga la verdad, queremos oír la verdad [se refería, en el plural, al marido y a ella, aunque claro estaba que a ella; el marido permanecía mudo, como quien deja ya por imposible la discusión ante la inutilidad de la misma y la posibilidad de una descarga agresiva]. Esta autodistorsión cognitiva es de gran ayuda para el médico: los pacientes, por ejemplo, mueren con absoluta ignorancia de su estado. He aquí un caso: D era un cirujano de 57 años con un cáncer de pulmón, metástasis en hígado y por último en columna vertebral, que le provocó una paraplejía flácida con retención/incontinencia de orina y heces. Tres días antes de fallecer —al día siguiente entraría en coma— expulsó de su habitación a todos los visitantes y familiares para quedarse a solas conmigo. Quería tener conmigo una conversación delicada. No me pude imaginar cómo transcurriría. Mi sorpresa fue oírle lo siguiente: «Ya sabes que me noto mejor, y tú mismo lo reconoces; lentamente, pero mejor. Te quiero pedir que te informes de dónde se puede conseguir acelerar la recuperación, si en Suiza, en Estados Unidos, donde tú digas, y nos vamos tú y yo con una enfermera para poder volver ya en condiciones de trabajar». De este mismo tipo son sentimientos de carácter opuesto, por' ejemplo de aversión sobre otras personas, objetos propiamente dichos, o paisajes, o sobre uno mismo. La inaceptación de sí mismo en el orden estético llega, en ocasiones, y aun sin alcanzar la psicosis, a extremos notables. Una muchacha de 21 años, eslheticiénne, solicitada incluso como modelo por una firma de cierta importancia, tiene la imagen de sí corno de persona fea hasta el rechazo y repugnancia de los demás; «una lealdad repulsiva». Últimamente ha dejado a su novio, después de año y medio: «No le creo cuando me dice que le gusto...; me miente, porque no es posible». Al preguntarle qué puede pretender él con su engaño, cuando ha mantenido relación con ella durante dieciocho meses, me contesta: «Le daré pena». Ahora lleva dos meses sin salir y cuando lo hace, como ahora para acudir a la consulta, lleva un pañuelo de bolsillo que, simulando que se limpiaba la na210

riz, le cubría el rostro salvo los ojos. «Noto en los demás la sorpresa cuando se encuentran con mi cara... Se dan cuenta de que es una cara rara, deforme, los pómulos salientes, como un monstruo.» Renuncias, carencias Los objetos externos e internos son muy diversos, provocan sentimientos a su vez muy varios, y a la mayoría los dejamos pasar. Los deseos de vinculación con algunos de ellos es un factor de selección de una eficacia extrema. Frente a la versatilidad del niño, encontramos la fijación, rigidez y limitación del adulto y más aún del viejo en el desear. El universo emocional de cada sujeto se hace a partir de un sinnúmero de sentimientos surgidos en la experiencia con a la vez un sinnúmero de objetos. Hay etapas exploratorias, por decirlo así, de búsqueda de experiencias nuevas para obtener de ellas una provocación emocional inesperada. De la misma manera que la experiencia cognitiva, también la experiencia emociona] enriquece al sujeto y le abre al mundo v a la infinita posibilidad de relaciones en él. Lo que se denomina curiosidad —también llamada epistemojilia, como una etapa muy característica de la segunda infancia— es un afán de conocer y saber, a partir del ansia de vinculaciones eróticas, páticas, estéticas, morales, intelectuales, etcétera. La curiosidad es una actitud cognitivoemocional. El curioso tiene interés por las resonancias emocionales singulares, a veces inesperadas, que conlleva el descubrimiento. En cierto sentido, el curioso es un adicto a las preguntas, las cosas, las personas, los paisajes y libros, etcétera. (No se ha estudiado a fondo la evolución de la curiosidad.) Un sentimiento poderoso, un deseo que se eleva sobre todos los demás, desplaza a aquellos que pueden oponérsele o distraerle en el logro de la vinculación ansiada. Por ejemplo, quien siente un afán incontenible de poder se autoinhabilita para otro tipo de sentimientos, la compasión, la amistad, incluso el amor. A veces se hace de manera calculada: quien anhela el poder precisa hacer o por el contrario evitar- amistades que, por una u otra razón, podrían constituir o un peldaño o un obstáculo para su ascenso." Más frecuente aún es que eludan la piedad, los sentimientos de solidaridad. Del mismo tipo son otras formas de renuncias alternativas. Un ejemplo de ello es el ascetismo. El asceta renuncia a todo lo que pitecia provocarle deseos que considera espurios y que le desviarían del deseo último que es la cercanía a la divinidad. Otras renuncias se hacen en aras de otra finalidad, como la que persiguió Kant y en otro orden Kafka y tantos científicos v artistas. La biografía de todo aquel que concibe la vida como un único provecto en el que ha de comprometerse íntegramente, está hecha de renuncias auténticas, costosas, auténticas privaciones. De aquí la posibilidad de enmascarar la carencia como una opción de leuimcia. liemos hablado con anterioridad de las estructuras eino .'I I

cionales, de cómo la carencia de interacciones, por ejemplo eróticas, pueden ser desviadas hacia módulos del .ve//' distintos (ético, intelectual, etcétera) y obtener' en ellos seudocompensaciones. Ha de distinguirse lo más nílidaniente posible lo que es renuncia de lo que es oculta impotencia. Mientras la primera es una opción, la segunda es una inhibición enmascarada como renuncia heroica. La renuncia puede resultar un fracaso, pero eso va no depende del sujeto, o no depende sólo de él sino de I actores externos, y entonces se puede suscitar un problema patético. P dedicó toda su vida a la investigación del sistema hipotalamohipofisario. En los primeros años de su vida de investigador, en la tercera v cuarta década de su vida, lúe reconocido en la comunidad científica donde se desenvolvía como un investigado]" solvente, del que se esperaban hallazgos sobresalientes. Sus trabajos eran esperados y leídos con interés, y su prestigio, sólido. Los rendimientos mermaron hacia sus 45 años de edad. Vivía solo, hacía una vida frugal, durante años se le encontraba más en el laboratorio que en cualquiera otra parle. No viajaba. Se convirtió en un solitario. Hacia los años sesenta, la investigación en este campo se proyectó más hacia los aspectos neuroquímicos que a los netamente estructurales. Sirs trabajos iro iban a la par' de los requerimientos del momento. Tampoco tenía lormación básica en la nueva corriente de investigación que le posibilitara incorporarse a ella. Su figura se había desvaído hasta prácticamente desaparecer. En 1973 se suicidó en Londres, donde residía desde 1946. En las inhibiciones enmascaradas como renuncias sublimes, las más habituales I nerón las concernientes a la esleía religiosa, entre nosotros, la católica. Durante años, en nuestro país, era elevado el número de sacerdotes para los que el celibato supuso una coartada para su oculta homosexualidad. En el seminario, el más piadoso, el más proclive a lo místico, el más entregado a los servicios de la propia Iglesia, resultaba ser sospechoso de homosexualidad disimulada. Esta situación ha cambiado notablemente. Situaciones de este tipo sorr ahora infrecuentes en los niveles interiores de los estamentos icligiosos (sacerdotes), pero no en los más elevados. La «cañera» en este universo católico exige la renuncia, y además una renuncia de la que ha de hacerse notoria exteiiori/ación, de manera que pueda ser «admirable», «sacrificada», «ejemplar».. Es fácil detectar el rango mendaz de esa renuncia en su contradicción: la renuncia no supone, sin embargo, la de su ambición, de modo que salta a la vista la utilidad de aquélla como inversión a no tan largo plazo. Los sujetos capaces de disirazar sus carencias de renuncias rigidilican su tabla axiológica y son intolerantes frente a las de los demás: ?\2

tratan de imponer su «virtud»; y coherente con ello, emergen, solapa dos, el odio o la envidia hacia aquellos capaces de vivir experiencias de las que ellos están «obligados» a privarse.

5. Sentimientos patológicos La demarcación de los sentimientos patológicos respecto de los que no lo son es, en hipótesis, fácil: son patológicos aquellos cuya condición necesaria y suficiente para su aparición es una enfermedad mental (un trastorno mental en sentido amplio). Sin la enfermedad, el sentimiento no se daría: ésta es la cuestión. Por tanto, el criterio de patológico no deriva de las propiedades del sentimiento mismo sino de sir carácter' de electo de una causa patológica, tal como una enfermedad mental; dicho de olía forma: la catalogación de un sentimiento como patológico se hace a partir de uno o más rasgos extrínsecos a éste, y no puede hacerse por el análisis estructural o psicológico del sentimiento mismo. Por eso en situaciones emocionales tensas, el sujeto muestra sentimientos que también acontecen en circunstancias patológicas. He aquí un ejemplo: «En el estado de excepción que se decreté) en 1970», me cuenta F, de Granada, «se detuvo a un hijo mío, que, con otros, lúe trasladado a la jefatura superior" de policía de Sevilla. Mientras la policía registraba en casa, mi hijo tuvo ocasión de pedirnos que lucramos a su domicilio en Sevilla y retiráramos la multicopista antes de que llegara allí la policía. Mi mujer' y yo partimos hacia Sevilla apenas •>alió de casa la policía con mi hijo. Llegado a Sevilla, me senté en un banco de la plaza en la que está situada la ¡datura de policía, mientras mi mujer fue al domicilio de mi hijo a retirar- la multicopista... De lejos, sin que me vieran, presencié la llegada del lurgón policial del que bajaron a mi hijo \ a olios compañeros suyos. Al poco, la policía salió de la ¡datura v yo pensé que se irían a electuar el registro. Pero ¿qué pasaba con mi mujer que hacía más de una hora que había partido? ¿La habrían sorprendido a ella también en el momento de llevarse consigo la multicopista y la propaganda impresa allí existente? Durante la hora que lardó en llegar, y que a mí se me hizo dos, en varias ocasiones, o bien creía ver aparecer a mi mujer; o bien oía mi nombre como si llegara por detrás de mí. Fue asombrosa la cantidad de veces que me conlundí, cómo veía, literalmente ver, a mi mujer, u oía su voz al pronunciar mi nombie, v la desesperación que vivía cada \ez que inmediatamente me veía obligado a corregir mi error».

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El problema reside en que no siempre podemos afirmar la presencia de una enfermedad como tal. No hay problema alguno cuando vemos en arrobamiento a un esquizofrénico y sabemos que ese estado emocional está provocado por las voces que dice oír provenientes tic Dios-padre o de algún otro extraterrestre. Pero en otros casos, los presupuestos no son tan ciaros: así, por ejemplo, decimos que determinado estado de ánimo eufórico, por lo demás discreto, es una hipomanía —que es un sentimiento patológico, reputable a una enfermedad maniacodepresiva— porque consideramos que se debe a una condición patológica, dada la existencia de anteriores fases maníacas y depresivas. Pero en tales casos, sin sus antecedentes, la dependencia del proceso morboso no sería detectable. ¿Sería calificada como hipomanía la misma euforia sin los datos de la biografía y la historia clínica? ¿O la primera vez que se ostentara? Puede alionarse que la psiquiatría ha operado con este criterio de sentimiento «patológico» cuando estaba muy lejos todavía de poder fundamentarlo. Quedaba, pues, a merced de la autoridad personal del psiquiatra, que es cualquier cosa menos un criterio epistemológico. Sin duda hay sentimientos patológicos (por ejemplo la perplejidad del psicótico en el comienzo de su cuadro agudo; la suspicacia del delirante inicial, la melancolía de una depresión que comienza, etcétera), que por su intensidad y cualidad podrían figurar' entre los normales, si no se nos dieran otros datos. Es decir, que si atendemos al sentimiento que el sujeto presenta, v sólo a él, ni siquiera sería rigurosa la categoriz.ación de un sentimiento debido a un proceso patológico, esto es, a una enfermedad. La cuestión no es sólo teórica sino práctica, y a veces trascendental. ¿Podemos adoptar la misma actitud ante un sentimiento de autoaniquilación normal que cuando lo consideramos patológico? Evidentemente, no. Se debe persuadir - a cualquiera de que no se suicide, pero en el caso de un depresivo el problema se presenta distinto al de un sujeto normal. Mientras en el depresivo adopto los medios para evitarlo, a conciencia de que el sentimiento de autoaniquilación puede desaparecer en cuanto mejore de su enfermedad, en el segundo lo más que recabaría de él es que meditara la tonra de una decisión irreversible. Anormal y patológico «Anormal», sin embargo, no es identificable con «patológico». Una función anormal es, además, patológica cuando .su perturbación se debe a un proceso de naturaleza patológica, por ejemplo, una enfermedad (mental). Tendremos ocasión luego de estudiar este tipo de sentimientos anormales por ser patológicos, y espero explicar cómo en este aspecto esta consideración esclarece muchos aspectos confusos del problema en cuestión. Una euforia, aunque discreta, para volver al ejemplo antes expuesto, es patológica si la hacemos derivar de una alteración de las catecolaminas, del tipo de la que tiene lugar en las alec?lf

ciones bipolares maniacodepresivas. Esto no es todavía fácil, pero sí lo es en otras patologías: en las psicosis esquizofrénicas, demencias de Alzheimer, vasculares o Huntington, en las psicosis tóxicas por el alcohol, el LSD, cocaína o éxtasis, en las fases maníaca o depresiva plenas. En todos estos casos, la anomalía afectiva es anormal y patológica, y puede afirmarse que es anormal porque es patológica. Otras veces, es presumible que la anormalidad no se deba a una patología en sentido estricto sino a unas circunstancias de excepción, como pueda serlo el pánico en una situación de catástrofe natural, pérdida de irn ser' querido, una mudanza o un desplazamiento, la jubilación, la pérdida de un estatus de poder, etcétera. ¿Son de carácter patológico las alteraciones de los sentimientos que se ofrecen en los trastornos denominados neuróticos —de angustia, íóbicos, obsesivos, hipocondríacos— o son simplemente anormales? No lo sabemos, por ahora. Que en las alteraciones neuróticas se encuentren modificaciones de orden neurofisiedógico no es un argumento en favor de la consideración de la neurosis como enfermedad, porque serían efectos y no causas. Como todo es biológico, y se hace en y por mecanismos biológicos, no es concebible experiencia alguna que no implique una «modificación» biológica, concretamente neurofisiológica. De hablar a guardar silencio, de hablar en un tono normal a hacerlo a gritos en calidad de insulto, de hablar ante una persona a hablar ante un público numeroso, de estar angustiado a no estarlo, etcétera, son circunstancias en las que las condiciones biológicas han de ser y son distintas en uno y otro caso. Las modificaciones en el consumo de oxígeno y glucosa en las áreas temporales del hemisferio izquierdo van de consuno, y son sin duda diferentes en cada uno de los ejemplos mencionados, pero esta modificación no es concebible como patológica ni siquiera como anormal, sino como meramente luncional. 7 En la mayoría de las ocasiones, la anomalía funcional que se detecta en los sentimientos no es causa sino electo a su vez de una perturbación en el sistema de la relación sujeto/objeto, a las que haremos mención seguidamente. Si, como hemos dicho, los sentimientos patológicos son anormales porque no satisiacen las funciones que le corresponden, no todos los sentimientos anormales son patológicos, por cuanto pueden no ser debidos a una enfermedad propiamente dicha. Es conveniente diferenciar entre la anormalidad con y sin patología, para atender así a las posibles estrategias de corrección de la disfwwión emocional. Mientras en la anormalidad patológica la atención debe dirigirse al proceso patológico propiamente dicho (tratamiento de la enfermedad, para entendernos), en la anormalidad no patológica la estrategia correctora debe ser de índole psicoterapéutica, es decir, sobre el sujeto y sus modos de i elación consigo mismo y con el entorno. Además, el sentimiento meramente anormal tiende a ocupar el centro de la vida emocional del sujeto, precisamente porque no ha sido satislecho, y hasta bloquea .'IS

toda olía posible relación afectiva con otros objetos. Quien es presa de nn odio continuado nunca satisfecho, o de un amor «eterno» no correspondido, está en cierta medida limitado, cuando no imposibilitado, para mantener otras relaciones afectivas. El cuadro que sigue resume la tesis hasta ahora expuesta: normales Sentimientos: J

Tno patológicos C anormales <

( vinculativa

¿ alteraciones en li> que se .ui.ili ce- , hay un vo cognoscible (al que lie denominad" w objeto), que ai

túa, y un vo conocedor del primero (que he denominado yo-sujelo), que observa —obsewar es una metáfora; en realidad conoce: ésa es la expresión de varios autores a los que citaré enseguida— y juzga al anterior, porque no tiene más remedio que hacerlo, como hay que hacer ante todo objeto con el que nos enfrentamos, un juicio que es, naturalmente, un acto de cognición, acerca de 1) la mera existencia, 2) de su reconocimiento e identificación, y del que se derivarán luego, si es el caso, 3) calificaciones morales, estéticas, intelectuales (respecto de la torpeza o el éxito obtenido). Conocido el yo-objeto, el sujeto está obligado a hacer un juicio de valor, tras el cual lo acepta o lo rechaza. En este último caso, en la medida en que hiere nuestra estima y frustra el propósito de la actuación, el proceso se hace cognitivoestimativo, cognitivoemocional y tiende a verse de dos maneras que en sus extremos se definen de este modo: a) como de uno, a pesar de todo, y, por tanto, susceptible de corrección ulterior o de desuso; y b) como no de uno, como en el alucinado. En los estadios intermedios, están el extrañamiento, la ocultación, la distorsión, la negación aparente, etcétera, del yo que se menosprecia. En suma, todos esos estados a los que me he referido en la descripción que he hecho con anterioridad, sin la pretensión de agotarlos, sino tan sólo de ejemplarizar con ellos la tesis que trato de exponer o, mejor, el modelo que he de aplicar.

3. Un modelo Porque efectivamente se trata de un modelo que permita dar cuenta de estas experiencias o cualesquiera otras que puedan traerse a colación. Hay algunos precedentes, pero quiero citar por extenso a William James. Como pasa muchas veces en el ámbito del conocimiento, sus tesis no fueron, no han sido, suficientemente consideradas, pese a las posibilidades de clarificación de procesos psicológicos y psicopatológicos hasta ahora ininteligibles. Si se compara el capítulo XII del Compendio de Psicología de W. James con cualquiera otro de las psicologías de la época y posteriores, advierte uno su formidable penetración, por una parte, y, por otra, cómo las afirmaciones derivan del análisis de actuaciones empíricas e introspectivas complementarias. Dicho sea de paso, a mi parecer el desaprovechamiento de las tesis de James a este respecto deriva de que es el primer psicólogo, antes incluso que McDougall, que en el análisis del comportamiento saca al acto psicológico, al acto de conducta, de la consideración solipsista del sujeto para concebirlo siempre en términos de relación sujeto/objeto. James comienza por distinguir los dos yoes de una actuación, el yo cognoscible o mí, y al que pertenece todo lo mío, y un yo conocedor del 2S6

primero, al que llamará yo conocedor. «En el sentido más amplio posible, el mí de un hombre es la suma total de cuanto puede llamar' suyo», dice James. Describirá entre las cosas que podemos llamar mías las materiales (el cuerpo propio, el traje —James hace suyo el dicho inglés de que el ser humano se compone de cuerpo y ropa—, la familia, la casa), las sociales (de las cuales dice así, hace más de cien años: «El mí social es el reconocimiento que del yo de una persona tienen los demás» y, poroso, añade, el yo social de cada cual «está en la mente de los demás») y, por último, las espirituales, que derivan de la imagen que tenemos de nosotros mismos en orden a nuestras capacidades y limitaciones, el pensamiento que tenemos «cuando pensamos en nosotros mismos». Luego, James hablará de qué forma todas estas cosas mías darán lugar al autoaprecio (a la autoestima, diríamos hoy), cómo tales cosas, ya mías, han sido logradas y, una vez que lo han sido, cómo tienen que ser conservadas, defendidas, o, por el contrario, rechazadas, olvidadas, tratadas de forma que las olviden los demás también, etcétera.

4. Nivel del yo y nivel del sujefo Ahora bien, el yo conocedor y el cognoscible no están en el mismo nivel lógico. La teoría de los niveles de lenguaje, que desarrollaron Bertrand Russell y Rudolf Carnap, permite hablar de que el yo conocedorestá «por encima» —es una metáfora espacial— del yo cognoscible. El yo conocedor debe estar «más alto», como en una atalaya, desde la que observar, saber y dictaminar- acerca de los yoes a ras del suelo (prosigo con metáforas espaciales) que ha dejado pasar desde dentro de sí mismo a la realidad de fuera de sí. Desde el punto de vista lógico, el yo conocedor está en un plano lógico de segundo nivel, frente al yo cognoscible, que lo está en el primero. Si el primero corresponde al lenguaje-objeto, el segundo es un metalenguaje del primero y una teoría de cómo debe ser la actuación. Habría, para decirlo de otra forma, en efecto, un yo-objeto (que actúa) y un metayo (que lo proyecta in mente, lo hace actuar y lo juzga durante y después de la actuación). Como las actuaciones son innumerables y asimismo los contextos en los que se han de realizar, para ser más exactos, muchos yoes-objeto y un solo meta-yo. O con un término que es necesario reivindicar (en psicología y psicopatología y también en psicosociología: lo ha hecho Touraine recientemente): un sujeto del que emergen infinidad de yoes, laníos como actuaciones y contextos. El sujeto, en suma, es la clase de lodo-* los yoes.

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FUNCIÓN DFX SUJETO

1. Concepto de sujeto. Actividad y actuación La p a l a b r a mcta-yo s u e n a mal, p e r o p u e d e u s a r s e m o m e n t á n e a m e n t e p a r a situar el yo c o n o c e d o r c o m o categorial y l u n c i o n a l m e n t e s u p e r i o r a todos los yocs cognoscibles. A ese meta-yo es al q u e a partir de a h o r a l l a m a r é sujeto, c o m o c o n j u n t o de todos los yoes posibles. ¿Cómo c o n c e p t u a l i z a r al sujeto? El sujeto es u n a actividad mental q u e d e p e n d e de la l u n c i o n a l i d a d del córtex cerebral. Una actividad m u y curiosa, p o r q u e hace posible q u e de algo, lo «suyo», lo q u e hace verbal o e x t r a v e r b a l m e n t e , es decir, de las actividades q u e r e a l i / a , p u e d a afirmarse q u e son actuaciones de alguien. El sujeto p u e d e decir q u e esas a c t u a c i o n e s son suvas; los dem á s , q u e son de él, esto es, suyas t a m b i é n , v por ellas se le r e c o n o c e . Los psicopatólogos a l e m a n e s , p a r a estas cosas q u e tienen la p r o p i e d a d de sei' mías, h a b l a n de miocidad. M u c h o a n t e s el n o r t e a m e r i c a n o Plant a c u ñ ó felizmente el t é r m i n o quididad. La q u i d i d a d de u n a cosa alude al h e c h o de q u e esa cosa sea un qué de alguien; t a m b i é n h a b l ó de quienidad p a r a s e ñ a l a r la m a y o r o m e n o r relevancia con un q u é q u e r e m i t e a quién. Efectivamente, n o t o d a s las cosas m í a s son i g u a l m e n t e relevantes en su miocidad respecto de mí. s Los lingüistas h a n d i s t i n g u i d o e n t r e actividades v a c t u a c i o n e s . Actividades son hablar; coger, andar, mirar..., q u e hov p u e d e h a c e r un robot. 6 Actuaciones son insultar, alabar, reñir, discutir, ele; la actividad «coger» p e r m i t e a c t u a c i o n e s c o m o recoger, retener, robar, entregar; la d e «andar», pasear, vigilar, huir, exhibirse; la d e «mirar», observar, escrutar, atender... La distinción e n t r e actividad y a c t u a c i ó n , c o m o ha s e ñ a l a d o Lewandosky, se inicia n o en los lingüistas sino en los sociólogos (Durkeim, Weber, P a r s o n s , Bales) y psicosociólogos (George H. Mead, S t r a u s s ) , y h a sido finalmente recogida en la lingüística y en la teoría de la acción (P. Ricoeur). Una actividad se transforma en actuación, en una performance, cuando se modula de acuerdo a las reglas del contexto en el que v para el que se realiza. Las actividades son patlerns básicos e s t r u c t u r a d o s n e u r o l ó g i c a m e n t e . S a b i d o es q u e N. Chomski sitúa la c o m p e t e n c i a lingüística en el g r u p o de las actividades n e u r o l ó g i c a m e n t e p r e l o r m a d o s . P a r a f r a s e a n d o a Austin respecto de los actos de habla, la actividad sería el habla, la locución, la a c t u a c i ó n , lo hablado, la ¡locución. Q u e d e de a n t e m a n o este axioma: la actividad es una condición necesaria pero no suficiente para la actuación. Hay situaciones en las q u e se ilevan a c a b o actividades (y no p r e c i s a m e n t e por un robot) > no a c t u a c i o n e s : u n tic en el q u e se p a r p a d e a es u n a actividad, no u n a a c t u a c i ó n , q u e sí lo es u n guiño; un epiléptico q u e dui auto la crisis c h u p e t e a a u t o m á t i c a m e n t e mal ejecuta m o v i m i e n t o s de ^ hupeleo, n o c h u p a en v e r d a d c o m o lo haría con un c a r a m e l o , n¡ si ,'SK

a n d a u n o s pasos se p u e d e decir q u e pasea o huye; de un s o n á m b u l o q u e se levanta de la c a m a y a n d a no se p u e d e decir m á s , p o r q u e no pasea, no huve, no se e s c o n d e . Se p u e d e a f i r m a r q u e el sujeto lleva a c a b o a c t u a c i o n e s con partes de su o r g a n i s m o , no todo, sino con a q u e llas á r e a s del m i s m o con las q u e p u e d e h a c e r lo q u e en fisiología se d e n o m i n a n actos v o l u n t a r i o s (o actos intencionales): gracias a q u e con las m a n o s p u e d e cogerse es posible robar, llevarse la c u c h a r a a la b o c a o lirniar; gracias a q u e el b r a z o p u e d e elevarse con la m a n o estirada, se p u e d e s a l u d a r al m o d o fascista o d e t e n e r el a u t o b ú s . No p o d e m o s hacer lo m i s m o , o b v i a m e n t e , con las actividades del s i s t e m a nervioso vegetativo, esto es, no p o d e m o s llevarlas a a c t u a c i o n e s . Las a c t u a c i o n e s son, j u s t a m e n t e , el yo en el q u e el sujeto delega p a r a q u e le r e p r e s e n t e e f i c a z m e n t e en su relación con la realidad, o, p a r a ser m á s preciso, con la situación o contexto. G a r d n e r M u r p h y 7 o p i n a q u e el p r i m e r p e n s a d o r q u e desglosa el sujeto de sus a c t u a c i o nes, r e s e r v a n d o p a r a éste la función de pensar, c o n s t r u i r y dirigir el sujeto ejecutivo es Rene Descartes. En efecto, en su Discurso del método, Descartes hace un ejercicio c o n t i n u a d o de d e s p r e n d i m i e n t o instrumental, andar, cogei, mirar, oler, etcétera, l o d o ello i n s t r u m e n t o s p a r a a c t u a c i o n e s posibles, para r e c o n o c e r al lin q u e de lo q u e no p u e d e prescindir es del h e c h o de p e n s a r \ p e n s a r s e . Todo lo d e m á s son inst r u m e n t o s , a c t u a c i o n e s realizadas con ellos, de los q u e d i s p o n e el sujeto (sabido es q u e Desearles llama \ o , c o m o William J a m e s llamará ego, a este sistema c o n s t r u c t o r v director).

2. Sujeto y yo Las a c t u a c i o n e s remiten, pues, al sujeto q u e las hace. Si son exteriorizadas, para los d e m á s v p a r a u n o m i s m o ; si no lo son, sólo p a r a u n o m i s m o . En c u a l q u i e r caso, son «indicios» acerca de c ó m o es él, esto es, c ó m o es quién, cuáles son sus intenciones, cuáles los motivos q u e le llevan a actuar'; en s u m a , cuáles s u s p r o p ó s i t o s . Cada a c t u a c i ó n , cada «que» que r e a l i z a m o s , tiene un g r a d o de «quieneidad», c o m o dice Plant. Si de la a c t u a c i ó n se ha d i c h o qire es prepositiva es p o r q u e deja ver el p r o p ó s i t o clel sujeto. Seaile dice algo a n á l o g o al t r a t a r de q u é es un acto de habla en s e n t i d o estricto, v afirma q u e sólo lo es aquel r u i d o o aquella m a r c a grálica q u e se s u p o n e n p r o d u c i d a s p o r un ser con ciertas i n t e n c i o n e s / M i e n t r a s las actividades no son i n t e n c i o n a l e s - - c o m o va h e m o s visto en el robot, en el tic, en la epilepsia, etcétera , las a c t u a c i o n e s son s i e m p r e intencionales \ su intención, inlerible pero u obseí \ able, es un s u p u e s t o i m p r e s c i n d i b l e p o r q u e s o b i e el se susleiil.i la nilei.u ción. En la i n t e r a i c í ó n cada u n o r e s p o n d e no a la ai I i\ KI.KI sino .1 l.i • • > ' >

afinación del otro por la intención que le presupone. Miramos a un desconocido y nos da una boletada por el desprecio que nos presupone hacia él; o por el contrario, se constituye en señal permisiva de que podemos charlar alablemente. A partir del yo, de la actuación, el otro — recordemos lo que decía William James; el yo social nuestro está en la mente de los otros— construye una teoría acerca de la intención que le supone. Si las actuaciones nos dirigen por decirlo así hacia atrás, hacia el sujeto, no son naturalmente laclo el sujeto sino parte de él, su representante, el personaje de y para esta actuación; en suma, el \ o con el cual se presenta el sujeto en esta situación. Para cada actuación el sujeto consti'uve un yo que, como personaje, le representa de la manera que considera «mejor» (siempre se trata de olrecer una «buena imagen») en el contexto constituido o por constituir. Terminada esta proyección se inicia otra, para la cual el sujeto, apartado el vo precedente, provecta y c o n s u m e otro para la siguiente escena, v así sucesivamente. El vo es al sujeto lo que un miembro al conjunto al que peitenece. Por eso se hacen muchas y nuiv varias actuaciones: /(// \o no es el sujeto. Si lo lucia, no podría hacer más que una \ siempre la misma actuación. Pero se hacen muchas \ mu\ varias actuaciones, y a veces contradictorias." Este modelo de la unidad del sujeto v la multiplicidad de sus voes subsana muchas y graves dilicultades, la más importante la siguiente: al sitíelo no se le define; son sus voes los que se ¡¡escriben y dejiuen uno por uno. Delinir al sujeto por uno o varios de sus \oes -- habitualmenle se hace en la cotidianeidad — es un ei ror, en ocasiones con gravísimas consecuencias. De cada uno de nosotros, a quien se nos trata de delinir como sujeto por la singulai relevancia de uno o varios de nuestros voes, hav tantas posibles deliniciones como actuaciones verilicadas con ellos a lo largo de la vida. Cada observador cataloga, pongamos por caso, un grupo de ellas. ¿Qué grupo de actuaciones analógicas permitirían una del ¡ilición de todo él? Ninguno. Por importantes que sean algunos de esos grupos de actuaciones, a ninguno puede otorgársele el rango delinidoi de la totalidad. Desde esta consideración, delinir a un sujeto como asesino porque ha matado a alguien o a varios, es lan estúpido como delinir a alguien como clrogadieto porque se le vio fumando un porro. No niego valide/, ni renuncio a que puedan usarse expresiones de este tipo en el uso coloquial, pero hay que tener cuidado con ellas. Las palabras no son inocentes, y esto puede decirse con más ra/.ón de las deliniciones. Las deliniciones son comprometidas porque son valorativas. Por esa regla lala/, de un loco se alirma que no puede hacer más que locuras, v no es verdad: en plena locura, una parte del sujeto (no l.jca, por tanto) ¡u/ga a veces como posiblemente loca a otra parte de él (como ocurre en la etapa inicial de la esqui/.olrenia); y a mayor abundamiento, ese loio supuestamente total que delira v alucina, creyéndose perseguido .'M>

v envenenado, lee, pasea, come o fuma y ve la televisión, y tales actuaciones o no son locas o no tienen por qué serlo necesariamente. Dicho sea de paso, ésta es la tesis implícita en Derecho Penal. Los juristas de lodos los países occidentales, salvo los de Alemania y España, lo saben bien desde hace más de un siglo (aunque en España s(>lo desde 1996 se hava modificado el código penal en este sentido): un acto delictivo es inimputable no porque un sujelo esté diagnosticado correclamente de enlermo mental (esquizofrenia, paranoia), sino porque el acto por el que se le ju/.ga es un acto loco. Muchos enlermos mentales roban, matan, violan o comen cuerdamente y no son, pues, actuaciones/síntomas de la locura que, sin embargo, padecen... El sujeto de las actuaciones no se define sin riesgo de caer en un ra/onamiento inductivo v paradójicamente reductivo. No se le puede delinir pero sí se le puede describir. ¿Cómo? A partir de los voes observados. Por eso, aunque posteriormente aludiré a ello con mayor detalle, la biograjía de alguien es la descripción de sus actuaciones (algo que se ha comprendido tardíamenle; que vo sepa, fue Painter, el biógrafo de Proust, el primero que procedió implícitamente con este método). Aun así, de un mismo sujelo hav tantas biogralías como biógrafos: cada uno de ellos «selecciona» de entre las in! mitas actuaciones del biogí aliado aquellas que «cierran», «completan» v «confirman» su teoría prejuiciosa v prejudicativa acerca del sujeto biograliado. El sujelo, pues, es el sistema del organismo mediante el cual se construyen voes adecuados 1) para una secuencia de actuaciones en la realidad, 2) o los aparca para su utilización ulterior en una situación semejante, 3) o los destruye llegado el caso, 4) o se les escapa v se salen del sistema, como en el caso de la alucinación esqui/olrénica. El sistema del sujeto comprende tanto al sujelo como a los voes procedentes de él. El sujeto ju/.ga la alorlunada o desalorlunada construcción del vo para la actuación (no entramos ahora en la influencia de los otros en la interacción respecto del juicio que el sujeto hace del yo que construyó, que es, desde luego, decisiva). Usando para este momento un léxico compulacional, diríamos que el sujelo es un directorio, los voes, módulos o archivos incluidos en él, comunicables entre sí por el hecho de su pertenencia al mismo conjunto. El directorio del sujelo no distribuye sus archivos por sus rasgos sintácticos sino semánticos. 1 " El sujeto, constructor de voes; los voes, instrumentos del sujelo paia una «lorma de vida», la única que al sujeto le es posible adoplai, (.puesta acuñada en los textos de fisiología del sistema neivioso ieuli.il desde comien/os del xix (Johannes Múller, Briíckc): la llamada vida de relación. El sistema nervioso central se decía, v si- d u e . es el \r.lem.i de la vida de relación: una expresión e\t ept ioitalmente .»)< >i i un, u 1.1

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3. Construcción (anticipada, proléptica) del yo Ahora bien, sólo en s i t u a c i o n e s de urgencia, de p e r e n t o r i a i m p r o visación, el sujeto c o n s t r u y e el yo sobre la m a r c h a . La m a y o r í a de las veces, el sujeto lo h a c e a partir de u n a teoría o hipótesis p r a g m á t i c a sobre la realidad, sobre el contexto que espera hallar, y de a c u e r d o con esa teoría el sujeto c o n s t r u y e el provecto de vo m á s a d e c u a d o . Lo m a tiza, lo d e c o n s t r u v e y r e c o n s t r u y e en parte, según el caso; en s u m a , lo controla en su q u e h a c e r práctico. N u n c a ese yo a n t i c i p a d o , proyectado, se vuelca tal cual sobre la realidad. Las m á s de las veces, y p u e s t o que el contexto, en u n g r a d o m a y o r o menor, es imprevisible, el sujeto modilica el yo p r o y e c t a d o en la a d o p c i ó n de u n a estrategia de éxito. En pocas p a l a b r a s , el yo n o se improvisa, sino que se a d a p t a de manera e x t r e m a d a m e n t e flexible al contexto, de a c u e r d o al p r o p ó s i t o de su a c t u a c i ó n y a las posibilidades de éxito al respecto. Listos proyectos de vo son a n t i c i p a c i o n e s , pru¡e]>sis del yo q u e se ha de r e p r e s e n t a r ; ensavos de vo. El t é r m i n o prolepsis lo t o m o , p a r a este m o m e n t o , de Víctor von Weiszaecker, q u e lo aplicó en la interpí elación d e l u n c i o n e s n e u r o l ó g i c a s en las q u e la a n t i c i p a c i ó n p e r m i t e salir al e n c u e n t r o de la realidad y hacer q u e el sujeto c a m i n e casi a la p a r q u e ella." Estas prolepsis del yo m u e s t r a n de m a n e r a inequívoca q u e el sujeto no se relaciona i n g e n u a m e n t e a n t e la realidad, 1 2 sino q u e c u e n t a con sus realidades s u p u e s t a s , las calificadas c o m o teorías pragmáticas sobre la realidad. Pero no se trata lan sólo d e q u e se posea n e c e s a r i a m e n t e una teoría acerca del contexto en el q u e m e i m a g i n o m e e n c o n t r a i é . Necesito a n t e todo c o n s t r u i r u n a teoría de esc vo que h a de a c t u a r en ella, tengo que i m a g i n a r m e c ó m o d e b e ser aquel q u e a c t u a r á en la situación que imagino. El yo i m a g i n a d o debe ser un yo ad hoc (Garlinkel). Las adec u a c i o n e s del yo al contexto d e p e n d e n de ese yo ad hot; en c a s o contrario, de un yo itoit ad hoc. se derivan c o n s e c u e n c i a s en las q u e no pod e m o s e n t r a r en ese m o m e n t o , p e r o en general muy g i a \ e s . M

4. Control del yo No hay vo proléplico, a n t i c i p a d o , q u e se p u e d a i m p l a n t a r sin m á s en el c o n t e x t o de a c t u a c i ó n , p o r q u e , c o m o decía antes, la m i s m a inclusión del vo lo modificará de forma no s i e m p r e predecible. Hay, pues, q u e r e - a d a p t a r el yo i m a g i n a d o a m e d i d a que el m i s m o alteró las realidades s u p u e s t a s . Por tanto, el sujeto no concluye su tarea respecto del \ o para u n a secuencia de a c t u a c i o n e s con su c o n s t r u c c i ó n anticipada, sino que, c o m o tal p r o c e s o que es —la a c t u a c i ó n posee una l o r m a narrativa—, tiene a h o r a la misión de m a n t e n e r l o en los límites 2h?.

q u e m a r c a el contexto, salvo q u e a p r o p ó s i t o se p r o p o n g a t r a n s g r e d i r las reglas contextúales y c o n t e x t u a l i z a d o r a s . Para u n a m a y o r í a de casos, el yo inicial de u n a s e c u e n c i a de a c t u a c i o n e s n o tiene la m i s m a c o n f o r m a c i ó n que el vo de s e c u e n c i a s ulteriores y q u e el yo final. A veces, resulta o p u e s t o al inicial.

5. El sistema sujeto/yo ¿Qué h a c e el sujeto con sus yoes p r e v i a m e n t e utilizados, o simplem e n t e i m a g i n a d o s ? Algunos de ellos no vuelven a usarse, p o r q u e n o hay ocasión p a r a ello (no p o d e m o s h a c e r la p r i m e r a c o m u n i ó n otra vez v por eso no volveremos a utilizar el yo p r i m o c o m u l g a n t e ) , o p o i q u e n o deben ser u s a d o s : las r a z o n e s son m u y varias, intelectuales, morales, estéticas. Se trata de yoes d e s a f o r t u n a d o s , con los q u e el sujeto no se frustró. O t r a s veces, c o n m a y o r o m e n o r eficacia, el sujeto trata de destruirlos, n e g á n d o s e a sí m i s m o , olvidándolos. F i n a l m e n t e , oíros se astriñen y a l m a c e n a n . Hav u n a m e m o r i a d e yoes, p r e c i s a m e n t e la m e m o r i a de lo q u e l l a m a m o s evocaciones, en la cual el sujeto r e c u e r d a la situación y se r e c u e r d a en ella. El sujeto se a r q u i t e c t u r a m o d u l a m i e n t e , p a r a u s a r una expresión de F o d o r y de S p e r b e r respecto de la m e n t e en general, y las formas clínicas de d e s t r u c c i ó n m n é s t i c a — c o m o la que tiene lugar en la d e m e n c i a de Alzheimer, en la q u e se pierde la m e m o r i a evocativa o episódica p o r hojas, d e d e l a n t e airas— a p o y a n este modelo.

6. Contextos del yo Hay tres espacios de a c t u a c i ó n : 1) el de los contextos e m p i r i c o p ú blicos, h e c h o s p o r y p a r a la exhibición; 2) el de los contextos e m p i r i coprivados, h e c h o s p o r y p a r a aquellos a los q u e se a u t o r i z a el p a s o a un contexto de posible ( a u n q u e no p e r m i t i d a ) observación por p a r l e de los d e m á s ; y 3) el de los contextos í n t i m o s , a los q u e voy a a l u d i r a c o n t i n u a c i ó n y q u e son a su v e / de d o s tipos: el de los yoes imaginados, provectos del yo, que se q u e d a n en tal, p e r o q u e tienen, por' decirlo así, su pie en la realidad, su c o n t a c t o con ella, c o m o no pirede ser de o l í a m a n e r a , y el de los yoes fantaseados. La distinción e n t r e imaginación y lantasía fue establecida p o r Coleridge. En la Psiquiatría li.uicesa del siglo xix se hacía la distinción implícita e n t r e i m a g i n a c i ó n • íaulasía, y se d i l e r e n c i a b a n los delirios imaginativos de los delirios ufiaslicos. Muy p o s t e r i o r m e n t e , t a m b i é n en la Psiquiatría a l e m a n a , \ pul parle de Karl Kleist, el fundador' de la escuela psiquiátrica de Fiank luí I, en la primera mitad del siglo xx, hablaba de laiila\iojieitia\ pai.i los .'(.<

delirios fantásticos, exuberantes, frente a las paranoias, que serían los delirios imaginativos, sistemáticos, como los delirios de persecución o de infidelidad (incorrectamente denominados delirios de celos).

7. Yoes en contexfos fantaseados Los yoes imaginados son completamente distintos a los yoes fantaseados. Imaginación y fantasía son dos actividades mentales muv distintas \ con funcionalidad dispar. Imaginamos sobre la realidad; fantaseamos de espaldas a la realidad, sustituyéndola. Pues bien, construimos yoes —v a la perfección— en nuestras construcciones fantásticas cuando nos apartamos de la realidad empírica v abdicamos momentáneamente de provecto alguno de actuación sobre ella, dedicados a soñar despiertos, a simular realidades, a la construcción de situaciones virtuales. Mientras en el mundo imaginado no se pierde el contacto con la realidad, porque se aspira a actuar en ella a continuación, con la lautas ía no es así. En ésta se mueve «a gusto», construye el yo literalmente «a su placer», porque la lanlasía es la realización fantástica v vicariante del deseo que, de otra lorma, no se lograría. En mi experiencia prolesional interrogo acerca de las lantasías diurnas (no sólo por los sueños, fantasías también, bajo la condición de descenso del nivel de vigilancia, \ que tienen un carácter \ significación completamente distintos). Los yoes fantaseados no son perturbados por nada ni por nadie (pueden interrumpirse por una intrusión de la realidad, v entonces nos «despertamos», \ volvemos a la realidad), v no precisan modificación alguna impuesta desde lucra del sujeto. La «realidad» virtual, fantaseada, es una construcción ad hoc al servicio del sujeto, en la que, por tanto, nos fantaseamos al mismo tiempo que lantaseamos con lo/los demás. Son \oes íntimos a los que nadie tiene acceso salvo el sujeto. Llamo la atención sobre el esluer/.o, a veces inútil, para lograr que alguien verbalice sobre ellos (a dilerencia de los sueños, que se narran sin resistencia alguna, por terribles que sean y por muv mal que dejen al soñante). La resistencia a verbali/.ar los yoes lantaseados es la siguiente: se trata de yoes tan alejados de los públicos y aun de los privados de que tienen noticia quienes conviven con él, que el sujeto siente un invencible pudor. Se trata de yoes inmorales o ridículos y, por tanto, patéticos, porque muestran las carencias del sujeto en orden a su provecto de vida. Si se habla de ellos y se hacen, pues, observables dejan al sujeto a la intemperie por el desvalimiento y fracaso que implican. Nada hay más revelador del Iracaso de una criatura humana que la verbali/.ación de sus fantasías, tan distantes de sus logros, tanto más pobres en la vida real cuanto más exultantes en la vida fantaseada. El paradigma de este tipo de construcción de voes v situaciones fantaseadas y grandiosas lo tenemos en 2M

los masturbadores, no el masturbador ocasional sino el adicto a ellas como recurso ante la impotencia de sus yoes para contextos reales. (Entre paréntesis: es más fácil la verbalización de las fantasías inmorales que las ridiculas, y no es preciso aclarar las razones de ello.)14

8. Funciones del sujeto La función del sujeto como aparato y sistema es la de crear yoes, y posee cuatro características básicas: propositividad, prolepsis, propiedad y comunicabilidad. Respecto de la propositividad, todo yo se construye con un propósito definido y propósitos de segundo orden también definidos. La actividad se eleva al rango de actuación, decíamos antes, cuando se instrumentaliza al servicio del propósito del sujeto. Todo acto psíquico está «dirigido a», decía Brentano. IS Por eso, identificaba el acto psíquico y acto intencional, que en el contexto de Brentano no significa motivos (los motivos, por el contrario, son los que dirigen), sino el mero tratar de dirigirse hacia algo por fuera de él. Traigo a colación a Brentano con una finalidad, a saber: todas las actuaciones del yo son mentales y, por tanto, todas, sin excepción, se supeditan, gracias a su propiedad intencional, al propósito del sujeto, que, en última instancia, se resume en la fórmula siguiente: hacer vida de relación, es decir, establecer una relación de él como sujeto con el otro (otro sujeto) o lo otro (un objeto propiamente dicho). La Iunción prepositiva del sujeto se resume en ésta: el logro de una determinada relación de sujeto/objeto, con la intermediación del yo. La segunda es la construcción anticipada de yoes ad hoc para la actuación y su modificación en el curso de ésta, a la cual me he referido con suficiente amplitud. Y su corolario: el almacenamiento modular de los yoes. La construcción de yoes está indisolublemente ligada a la tarea propositiva del sujeto. No hay sujeto sin propósito y, para llevarlo a cabo, precisa construir el yo que hemos llamado ad hoc. La tercera es la del sentido de propiedad de sus yoes, de lo suyo. El sujeto reconoce todos sus yoes como de él, como propios de él. Cada yo es suyo, como decía W. James, y aun exteriorizado no pierde el sujeto su tutela y la propiedad sobre él. También los demás reconocen sus actuaciones corno de él, son «suyas», y responderá de ellas. Salvo en situaciones esquizolrénicas o que se aproximan peligrosamente a ellas, el sujeto asume todos sus yoes. Esta función es la que Jaspers reconocía como de pertenencia al yo.16 Nosotros decimos de pertenencia al sujeto. Jaspers hablaba también de mismidad. Pese a la multiplici dad y heterogeneidad de yoes, a que éstos son no sólo distintos sino contradictorios (se es mendaz y veraz, honesto y deshonesto, den o ,'(»S

criador y tacaño, generoso y cruel..., y señalo sólo situaciones bipolares), todos son del mismo sujeto. La cuarta, derivada en parte de la anterior, es la de la comunicabilidad intermodular de yoes. Todos tenemos experiencia de cómo a partir de una situación, o de la evocación de una situación, surgen olías arracimadas, temáticamente distintas y que sin embaí go se comunican entre sí a través del contexto en el que se dieron o de la sincronía con que acontecieron. La experiencia psicolerapéutica en este respecto depara ejemplos de este tipo. Freud tenía razón al señalar que la continuidad de la vida psíquica permite iniciar el recorrido de toda ella a partir de cualquier actuación, por banal que pareciera, para derivar, desde ella, encadenadamenle, a la totalidad en un análisis —esto es, en una búsqueda-- interminable. Ésa era una razón por la que dicha tarea es imposible en los casos de discontinuidad de la vida mental, como la de los psicólicos. Ocurre con ellos, aunque de manera cualitativamente distinta, lo que con los traumatizados de cráneo con amnesia retrógrada o con aquellos pacientes que fueron sometidos a sesiones de electroehoque: una laguna, a veces extensísima, imposibilita la continuidad en la tarea de restauración. La patología del sujeto, en electo, alecta a todas o a alguna de sus propiedades. En la psicosis se tiene un claro ejemplo de inasunción de \ocs por parte del sujeto, \ la alucinación y el delirio —con su proyección ineludible al exterior, como mecanismo de él— son expresión de ello. Otras veces, poi el contrario, un yo se hipertrofia desmesuradamente y relega a los otros de los cuales incluso reniega. Lo \emos en el \ o del delirante expansivo, que es todo él el sujeto, sin apenas lugar para otros yoes. En la \ida normal, aquel para quien el logro de un determinado qué, esto es, detei minado objetivo (pongamos por caso el poder, o un puesto en la sociedad) supone el todo de su quienidad, de lo (¡ue llamamos el quid de la identidad anhelada. Pero hay otras patologías, que alucian a la comunicabilidad intermodular o a la «negación» mnéstica—el olvido «conveniente», nietzscheolreutiiano —, que si bien nos permite seguir con la máxima homogeneidad como sujeto y con la homeostasis y sosiego subsiguientes, por otra comporta nuestro empobrecimiento. No hace taita ser psicótico para que tenga lugar una depauperación del sujeto como tal.

TEORÍA INSTRUMENTAL DEL YO. SUJETO Y MEMORIA

1. Yo yyoes En muchos contextos podríamos decir que actuamos con un solo \ o , por lo menos en lo que respecta al vo exteriorizado, público. .'.(id

Cuando se da un pésame, la actuación relevante es la de un yo apenado por la pena del amigo. A espaldas de ese yo público figuran a veces voes meramente imaginados que nunca se actualizarán, por no pertinentes. ¿Puedo alegrarme y exteriorizar mi contento por la pérdida de ese ser por el que doy el pésame al amigo? Junto al yo protagonista, actualizado, hay voes que no lo son, salvo que se nos autonomicen v se exterioricen a nuestro pesar, cosa que ocurre con frecuencia colocándonos en situaciones enojosas. Muchos de los llamados actos fallidos pueden interpretarse de esta lorma. El yo tiene siempre carácter de personaje representativo del sujeto y por eso le compromete (para bien o para mal), lo mismo si es veraz (en cuyo caso emerge sin dificultad alguna) que si es mendaz y se trata de un yo simulado. Deseo añadir a este respecto que en esla teoría del sujeto no hay lugar para yoes simulados. ¿Qué se quiere decir con ello? ¿Que se ostenta un yo impuesto por las reglas del contexto? Así son todos, sako en los voes íntimos, \ aun en éstos no dejan de regir en ocasiones reglas contextúales aprendidas de los yoes públicos, pues es sabido que la introvección de las normas morales es a veces tan prolunda que se imposibilita la construcción del yo íntimo que sería de desear. Lo interesante de situaciones de este género es el hecho de que el sujeto pone en marcha yoes de distinta índole según se recaben para actuaciones públicas, privadas o íntimas, y que en ocasiones, ¡unlo al yo exteriorizado \ por tanto público, se yuxtaponen otros que se reservan para los espacios privados e íntimos. El sujeto construye múltiples yoes —a veces contradictorios— paia determinados contextos, cada uno de los cuales resulta ser un \ o ad hoc, pese a lo contradictorio de ambos. Es una lorma de postular el principio freudiano de sobredelerminación en lo que concierne a los propósitos del sujeto. William James llama la atención acerca de que en el comienzo de nuestra vida social propiamente dicha, hacia la adolescencia, existe la posibilidad de lantasear con múltiples yoes que confieran al sujeto, a su vez, una identidad varia, polimorla, no limitada a un género relevante de \ o , de actuaciones siempre las mismas o casi las mismas. En esta etapa se olrece al sujeto la posibilidad de construcción de voes de relevancia idéntica, máxima, para todos ellos. Luego, ha de sacrificar muchos de ellos en Livor de uno o varios. Con su lenguaje y su pensamiento tan clásico, James añade: «Realizar uno sólo de los yoes es, más o menos, suprimir a los demás. Así, quien quiera salvar su yo más cierto, más intenso v profundo, habrá de repasar cuidadosamente la lista Lse refiere a sus yoes posibles, potenciales), elegir un número y jilearse en el su porvenir. Los demás yoes quedarán oscurecidos, como si no existieran; sólo la suerte del yo elegido será la real... [en el sen! ¡do de iriunlos y Iracasos]». La patología de la equivocación existencia! en el provecto del vo elegido como relevante está a la orden del día la prolusión, el matrimonio, la dedicación plena. .'(./

En otra visión del problema, la atención a las fantasías nos muestra que el sujeto no construye un solo yo para cada situación, sino muchos y todos al mismo tiempo. Una fantasía es una narración en toda regla, en la que el protagonista es un yo fantaseado. Pero los demás yoes —los que actúan de comparsa— no son en realidad los otros, sino nuestros otros, también fantaseados. Cuando alguien fantasea con la ceremonia en la que se le entrega el Nobel, hace «su» rey y reina de Suecia, «su» presidente del Instituto Carolinska, «su» público, esto es, organiza la representación en la que ha de gustar del placer del éxito (no puede ser de otra manera, para eso se fantasea, aunque a veces el éxito acabe con una fantasía de muerte y, tras ella, de inmortalidad). Hay géneros narrativos fantásticos en los que la organización es perfecta, y en muchos trabajos me he referido a este tema. El delirio es una fantasía a veces de una perfección insólita, las fantasías a que se entregan los adictos a ellas se prolongan en forma de nuevas entregas, una vez han interrumpido la anterior por la demanda de la realidad. Pues bien, esos yoes subsidiarios pertenecen al sujeto con el mismo derecho que el yo protagonista, como en los sueños con el vecino también el vecino es el soñante en la medida en que ha construido su actuación. (Dicho sea de paso, esto es lo que hace factible que en el Quijote, por poner un ejemplo, hay que ver a Cervantes en el narrador, en Cide Hamete Benengeli, el Cura, el Barbero, el Caballero del Verde Gabán, en Sancho, etcétera.) Usando un término de Bajtin, el sujeto, como órgano productor de yoes, es intrínsecamente polifónico en cada secuencia de actuaciones. 17 El contraste entre un contexto empírico y el fantaseado es enorme: son exactamente opuestos. En el contexto empírico sólo hay determinadas cosas «mías»; las más, de los demás. En el contexto fantaseado todo es «mío».

2. La relación sujeto/otro(s). El yo semiótico El éxito o fracaso —con otras palabras, la eficacia o ineficacia propositiva— de los yoes construidos se prueba en la interacción. Es lo que llamamos la prueba de realidad. Los demás certifican, con su comportamiento para con nosotros, el éxito o fracaso de nuestro yo social. Si tenemos en consideración que la construcción del vo es un proceso que se inicia como prolepsis de la actuación; que sobre la marcha, como resultado de la interacción misma, el sujeto modifica el yo y su actuación y la reajusta con el propósito de que el final sea exitoso; que el yo construido de antemano —el proyecto o prolepsis de yo— es aquel que el sujeto conjetura como el adecuado para su «teoría» de la situación por venir; que de la interacción yo/situación real surge el yo final, del que el sujeto dispondrá para eventuales situaciones ulterio268

res análogas, y al que el sujeto juzga como un objeto más («Qué bien me salió el trato de ayer», «Qué estúpido rae comporté anoche»), y que, como decía James, ese yo de la actuación está en la mente de los demás, para los cuales se actúa, entonces es importante lo que pensemos y nos digamos de ese yo; pero más aún lo que piensen y digan los demás. La razón es obvia: las interacciones no cesan, y las que han de venir a continuación conferirán redundancia a tenor de las actuaciones pretéritas. ¿Qué es, entonces, el yo? El vo es la imagen instrumental con la que el sujeto se presenta en y para la situación; y también, un intermediario entre el sujeto y la situación. Actuamos en cada situación representados por un yo, que hará lo que pueda para el logro de la mejor imagen del sujeto. El yo es la representación con la que el sujeto se propone obtener la mejor de las imágenes posibles en un contexto concreto, cara a la interacción y a la satisfacción desiderativa derivada del logro de sus propósitos. Esto quiere decir que el sujeto construye el yo como un sistema de signos, como un discurso articulado; en suma, como un mensaje, mediante el cual pretende que el otro, por una parte, forme la imagen que él proyectó v anhela provocar v, por otra, que acepte su propuesta. La estrategia es ésa. Mentalmente nos parece decir: «¿Cómo entrarle a éste?». Gracián en El Oráculo manual sabía mucho de ello y nos dio fórmulas al respecto. La pregunta que implícitamente hacemos en la interacción es una pregunta sobre el sujeto, a saber: ¿Qué se propone al hacer lo que hace? Alguien camina ante alguien, se dirige a un determinado lugar, pero ¿no pretende que el que le observa adquiera de él una determinada imagen, la que sea, de atareado, sosegado, elegante, de abstraído en graves problemas, de orgulloso o displicente, compatible con el objeto de poner una carta en el buzón? ¿Qué imagen intenta que los demás formen de él cuando da una clase o pronuncia una conferencia? El vo, en suma, es una construcción semiótica al ser-vicio de la semántica del sujeto con miras a que el receptor asuma la imagen ofrecida y le confirme en su identidad. Los instrumentos (brazos, piernas, miradas, dicción, etcétera) sirven como todo lo que hace el sujeto: para construir signos. En el léxico comunicacional, el yo es el mensaje; el sujeto, el metamensaje en el proceso de interacción. Por eso nadie puede hacer otra cosa que imaginar al sujeto a través de las concretas actuaciones de sus yoes. El yo es el signo que denotamos; el sujeto, el significado que le atribuimos.^ Haré referencia luego a una luminosa reflexión de Ortega en este mismo sentido. El yo (semiótico), pues, es un discurso sígnico (no puede sei de olio tipo) del sujeto acerca de algunos de los grupos lemalkos a quinte rcleriré enseguida, y que adquieren rango de argumento. El piot e\c> de construcción y desarrollo de un vo es una itarrai ion, v posee e-, lindura narrativa: texto v lema, con inlroduccion, ilesai lolln \ Im.il .'')

Aun el \ o actual es resultado de una narración construida por el sujeto previa a la actuación, la prosigue en la actuación v la culmina muchas veces en su intimidad, cuando recaba qué hizo v no debió hacer o qué no debió hacer e lii/o.

3, Estructura y géneros de yo No es éste el lugai paia desarrollar una cuestión de gran interés, a la que sólo haié alusión. Los voes, como narraciones del sujeto, son genéricos. Como discursos, como narraciones, además de la estructura a que me he relerido antes, poseen un tema o argumento v estos son intluibles en géneros. Ha\ géneros de vo —o, si se pretiere, géncios de actuaciones--, como ha\ géneros literarios o lílmicos. Son los grandes grupos de módulos de voes. Nuestras actuaciones pertenecen a un genero concreto, dependiendo del vo relevante en juego para la misma. En las actuaciones lantaseadas esto es evidente, porque no hav iniposiciéin alguna de otros \oes que son requeridos en la actuación sobre la realidad. En los voes públicos hav actuaciones genéricamente intelectuales, como las hav para actuaciones del genero erótico, pático, moral o estético. La polilonía del sujeto se revela en expresiones como las siguientes: «Dio la conlerencia, peio sobre todo vino a lucirse-), «Enseñaba logaritmos v ligaba que eia un primor». En los voes v situaciones lantaseadas no hav necesidad de construir dos o tres voes simulláneamenie, uno para el escenario público v el olio o los oíros para el escenario privado o íntimo, sino que se elige uno v sólo uno para el e\i!o de una v solo una actuación (un éxito, por lo demás, asegurado). Pues bien, las lantasías, voes v situaciones lantaseadas pata ellos, son, de acuerdo al argumento, de un género, como lo son las novelas. Las lantasías oigam/adas v sistematizadas a lo que se asemejan es a una novela v, por su estructura narrativa, pueden contarse del mismo modo que una de ellas. La complejidad temática de una novela no es obstáculo para la jei arquizacion de los temas. Si hablamos de novela erótica, hisl(M¡ca, de aventuras, etcélera, es porque colocamos como lema principal el cros, el pasado o el riesgo del protagonista, pero al mismo tiempo, como ti amas secundarias, de londo, surgen subtemas que enriquecen el discurso sin distraerlo del tema principal. Lo mismo ocurre en las lantasías, donde los voes genéricos son perlectamente dileíenciables v alcanzan la t alegoría de vo relevante, en el sentido al que hacíamos lelercncia con antei ioridad. Esta simplicidad de los voes lantaseados nos es útil para inteligir la complejidad de los voes empírico-públicos. Los voes modulares están al seivicio propositho del sujeto, v ahora volvemos a considerar que andar puede ser pasear, huir; seducir, exhibirse \ muchas cosas más. 270

4. Sujeto v memoria El sujeto con.sln.ive voes porque tiene memoria. No me reliero a la memoria de datos puntuales, muy importante por supuesto, quizás incluso básica, porque es una memoria instrumental, sino a la evocativa, la que algunos tratadistas actuales como Tulving, Kinsbourne v Ruiz-Vargas, denominan memoria episódica, que tiene la característica singular de ser una memoria explícita, es decir, que puede hacerse emerger en relerencia concreta al episodio que se trae al presente. Es lo que se llama rememorar, evocar. También a veces es provocada a partii de una situación que vivimos en el presente. En la evocaciém, en la rememoración, pasa como con el fantasear: al hacerlo, el sujeto, mediante el vo utilizado en aquel momento, está necesariamente involucrado. Cuando evocamos una situación pasada nos recordamos actuando en ella. Evocar es recordarse. Por eso, se ha dicho que hasta cierto punto los modelos de cómo funcionan las memorias pueden hacerse a espaldas de la alectividad, pero no del sujeto.19 De nuevo la rellexividad, la disociación, en este caso de un vo evocado v un yo evocador, que lo contempla v lo sanciona, de la misma manera que en el ejemplo inicial, el «qué idiota lui». Al evocar, el vo con la situación evocados son contemplados como en un vídeo de aquella situación que rememoramos, pero con nosotros de protagonistas. Conviene señalar algo a lo que ahora acuden los investigadores de las (unciones mnésticas. En la evocación el vo evocado no es exactamente el itnsmo que el yo que fue en la actuación altara evocada. Al evocar se modilica el yo de la actuación que lúe. Por lo pronto, además de poner orden en lo evocado (orden que no existía cuando sucedió), ponemos otro orden y el yo evocado adquiere un protagonismo distinto del que tuvo en la situación real. De aquí que la memoria no sea de fiar, no tanto en los datos puntuales (había una mesa a la derecha y dos sillas éntrente, en una de las cuales estaba sentado fulano de tal, y cosas de este jaez), sino respecto del valor, de la posición del yo en la actuación de entonces. Con todo lo que entraña de no fiable, gracias a la memoria evocativa de las situaciones que hemos vivido, es decir, de la memoria de nuestras actuaciones, tenemos biografía, una biografía que, como he dicho en otro lugar, siempre tiene, por la razón que acabo de aducir de desplazamiento hacia el protagonismo, un componente de autoengaño. Pero gracias a la memoria evocativa —a la serie de evocaciones que hacemos de nuestras situaciones experimentadas— se conserva la continuidad del sujeto en la construcción de yoes tan dispares como lo son lodos aquellos con los que actuamos a lo largo de nuestia vida .'71

Jaspers hablaba, como he dicho, de la mismidad («soy siempre el mismo») del sujeto en sus yoes. Significaba con ello la conciencia de que nos reconocemos el mismo pese a recordarnos distintos, y nos sabemos continuadamente el mismo. Schopenhauer había precisado otros extremos. Para Schopenhauer había dos tipos de recuerdos: uno, del yo de la actuación realizada con anterioridad, lo que hemos llamado el yo y la situación evocados; otro, el del hilo conector de una actuación con otra (la continuidad del yo, de Jaspers). El olvido, pues, en su opinión, podía ser tanto de una actuación concreta como del enlace de una y otra. Cuando se rompe el hilo conector de una y otra evocación, añadía, esa fisura en la continuidad del sujeto en sus sucesivos yoes se subsana mediante la falsificación, siempre a nuestro favor, de yoes imaginados o fantaseados que se dan por empíricos. El yo inventado, imaginado para esta conexión de evocaciones, es falso e introduce una distorsión en el decurso biográfico. El sujeto se cree su propio invento, hasta de contextos que no existieron. Para Schopenhauer, ése era uno de los caminos por los que se abocaba a la locura. De acuerdo con esta teoría del sujeto como constructor de yoes, la diferencia entre biografía y autobiografía es sobresaliente, cuando menos en una situación ideal. El biógrafo, me refiero al biógrafo moderno, parte de uno y otro y otro de los yoes —al modo como lo hizo Painter con Proust, Hayman con Kafka, Ellmann con Joyce, entre otros—, los describe sin más, y, a diferencia del biógrafo antiguo, tipo Bielschowski o Stefan Zweig, elude la definición del biografiado. En efecto, si el sujeto es inaccesible para los otros, que sólo acceden a sus yoes, entonces el sujeto es por principio indefinible y sólo descriptible a partir, claro está, de sus actuaciones observables. Esto vale también para la autobiografía, aunque en otro sentido: en ésta siempre hay cuando menos una selección de actuaciones, si bien cabe la posibilidad de que se añadan en la descripción yoes imaginados y fantaseados y hasta soñados, y yoes cínicamente inventados. Hasta los profanos tienen actualmente alguna experiencia de la enfermedad de Alzheimer, porque se vive más que antes y la padece un número considerable entre la población. ¿Qué ocurre en esta enfermedad? Los que viven cerca del enfermo lo dicen gráficamente: en la primera etapa, en los comienzos, no recuerda lo que acaba de hacer (no es posible la evocación de lo inmediato: si comió pide de comer de nuevo; pretende acostarse cuando hace una hora que se incorporó, etcétera), pero conserva la posibilidad de evocar lo que hizo y le sucedió mucho antes, incluso en su infancia. Pero cuando uno se olvida de lo que ha hecho se olvida de los yoes de desayunador, comulgante, paseante, etcétera. Es que no puede contar lo qire ha sido cuando hacía de uno y otro. Posteriormente, no evocará lo que ha acaecido en esas etapas anteriores; luego, como no reconócela a los hijos, no evocará sus yoes de padre ni de marido; finalmente, no evocará su nombre y no sabe siquiera quién ?72

es. El sujeto ha ido vaciándose de los yoes construidos y almacenados para el recuerdo, hasta llegar a un punto en que puede decirse: no es sujeto. Merced a la imposibilidad de evocar las situaciones que vivió, el enfermo de Alzheimer se queda sin autobiografía, porque ha olvidado el sujeto que fue, los yoes que hubo de construir. Paradójicamente, los demás sabemos quién fue, cuando él lo ignora. Si el recién nacido carece aún de autobiografía, el demente senil la ha disuelto. Es el momento de dar cuenta de la importancia para el sujeto de la asunción de los yoes tanto públicos, cuanto privados o íntimos. Asumirlos —sin negarlos, sin interferir fisuras en la continuidad de los yoes— supone saber de sí, de lo que se ha hecho, lo que podría hacerse, lo que se hubiera deseado hacer y no se pudo, lo que quiso hacerse y no se hizo. Supone devolver al sujeto, con la memoria de sus yoes tácticos, proyectados, fantaseados, todas sus posibilidades, su máxima riqueza, su caudal acumulado. No se trata ahora de una cuestión moral, que no es el caso en este momento, sino de otro orden, el de la autocognición, el de la autoconciencia. A la inversa, tenemos muchos ejemplos de situaciones de inasunción de quién se ha sido. Una veces, son de carácter psicológico en el más amplio sentido de esta palabra: el sujeto es incapaz de asumir aquellos yoes reprobables, ridículos, desafortunados, y respecto de la realidad de sí mismo adquiere una notoria limitación. Otras veces son de carácter psicopatológico, como es el caso de los psicóticos: no soy homosexual, me atribuyen injustificadamente serlo; no soy capaz de retener el objeto erótico, es éste el que, por motivaciones perversas, se va de mí; o como en los esquizofrénicos: no soy yo el que me digo tal y tal cosa, sino otros, vecinos, extraterrestres, los que sean. Por una u otra circunstancia, el sujeto, privado de yoes, se empobrece, necesita engañarse, más y más incapaz de reconocerse en aquellos sectores de sí mismo, de él como sujeto, que pese a todo son de él y con los que, a veces con caracteres de autonomía, actúa en su intimidad o en sus ámbitos públicos o privados. ¿Qué biografía puede ofrecer un sujeto qire no se reconoce en su heterogeneidad y que, en su lugar, ofrece, en una sola pieza, una homogeneidad a la que es imposible que se le pueda dar crédito?

5. Lugar del sujeto ¿Cuál es el lugar del sujeto? ¿Puede hablarse en estos términos, ele un lugar- para el sujeto, como hablamos del lugar donde acontece la vi sión, la audición, etcétera? A mi modo de ver sí, porque ser sujeto es hacer yoes constantemente: durante el día, en la realidad o en la l.m lasía; durante la noche, en el ensueño. Por tanto, ser sujeto es una Inn ción que se hace v rehace constantemente v la luncion es le» ah/.ible cuando menos en su ámbito nuclear. ?M

El sujeto es un sistema del organismo, como he dicho. Es actividad mental y, por tanto, puede afirmarse sin posibilidad de error que es una actividad resultante del funcionamiento del córtex cerebral. Tenemos sobrados motivos para pensar que aunque sin duda interviene la totalidad del cerebro (como en la visión desde la relina y cintas v nervios ópticos, radiaciones de Gratiolet v córtex occipital y no en la producción del lenguaje), la función de sujeto tiene lugar en las zonas demás elevada jerarquía del sistema nervioso central: el córtex piel iontal. No puedo extenderme a este respecto, pero aduciré, sin embargo, algunos hechos sobresalientes. Las lesiones de esta zona del cerebro por un tumor, antes muy frecuentemente por la sílilis, por la curiosa enlermedad de Pick, v sobre todo por los traumas enceláficos en esta región (sobre todo heridas de guerra, tan perlectamente circunscritas muchas veces) y la lobotomía prefrontal, dan lugar a un cuadro clínico en el que ocurre una auténtica translormación de lo que en términos de uso común se denomina «modo de ser», que podríamos definir como la componente común a lodos los yoes de un mismo sujeto. Esta translormación se conoce con el nombre de moría y es una de las formas de manifestación de la demencia. Como experimento natural, esta forma de demenciación tiene la singularidad de que no afecta a la memoria —el paciente la conserva en bastante buen estado—, de forma que podemos centrarnos exclusivamente en lo que constituye su núcleo. En la moria el sujeto es incapaz de construir yoes adecuados al contexto y su conducta resulta impertinente, ineducada, grosera, aunque sin conciencia de serlo. 20 Se describió en el siglo pasado, y en la medida en que muchas de estas lesiones, sobre todo las de carácter traumático, son estables, la moria constituye un estado permanente del sistema de producción del sujeto. El paciente muestra un comportamiento ineducado, en contraste con su comportamiento de semanas o meses anteriores. Se ríe extemporáneamente, habla de sus necesidades y las hace en cualquier lugar, dice lo que no debe decir y que hasta entonces había asumido que no podía decir. Los clínicos alemanes de finales del siglo xix, caracterizaron la moria como Witzelsucht, la tendencia al chiste. Se trata de comportamientos descontextualizados. Cuando el proceso no es progresivo, como en los traumas del cerebro prefrontal, es compatible con rendimientos intelectuales operativos, y el fallo se limita al comportamiento social... El libro de Fuster, The prefrontal Lobe, constituye la mejor revisión del problema que por ahora existe. En la psicosis esquizofrénica también está comprometido el lóbulo prefrontal y el deterioro que tiene lugar después de años de padecimiento de esta psicosis se traduce en lo que Kraepelin llamó Verblódung, una especial insulsez («vaciedad», decía Kraepelin), también perfectamente compatible con buenos rendimientos mnésticos, salvo que el trastorno de la atención ocupe también el primer plano; pero en los comienzos de esta psicosis, todos, los amigos, los familia274

res que conviven con el enfermo, hablan de que «es otro», que «no es el que era», es decir, que el órgano desde el que se construven los yocs se perturba en esa función básica de acoplamiento de sus actuaciones a los contextos en los cuales se encuentra. Como dije antes, algo debe ocurrir en el aparato y sistema del sujeto en orden al control de sus yoes fantaseados cuando algunos de éstos, al alucinar; se le escapan > no los considera suyos sino ajenos, y pierden, pues, la diacrisis, la barrera crítica entre yoes íntimos y públicos. Conservamos la conciencia de la propiedad de cuantos yoes, públicos o fantaseados somos capaces de crear, por disparatados que sean; en el esquizofrénico, no: los yoes son expulsados mediante la alucinación y el delirio, y al fin queda vacío de yoes, empobrecido hasta la estupidización.

6. Lugar del yo ¿Dónde está el yo?, ¿dónde se hacen los yoes? El yo es y se hace en el cuerpo, más precisamente en la superlicie corporal, especialmente en el rostro, y toda esa superficie corporal se constituye en instrumento de la expresión del sujeto para una actuación. Tocio lo que el sujeto le hace hacer al yo lo hace con el cuerpo, de manera que el yo es el conjunto de actuaciones hechas con el cuerpo: hablar, gesticular, moverse, coger, llorar, gritar, etcétera. Porque hablar se hace gracias a procesos cerebrales que estudia la neurolingüística, pero la jiimal cominon paúl, en formulación de Sher rington, de todo hablar es la boca, y de ella parten los sonidos articulados que denominamos palabras, frases, periodos, de los cuales a veces nos arrepentimos de que hayan salido de ella; gesticular lo hacemos con los brazos y el rostro, cuando podríamos haber permanecido quietos. Como señalé antes, esto lo vio muy claramente W. James cuando hablaba del cuerpo y de la ropa como de algo de lo cual el sujeto puede decir que son «suyos» y, al mismo tiempo, los demás reconocerlos como de él. George Herbert Mead, sin citarlo, sostiene idéntica tesis: «El yo es la acción del sujeto I rente a la situación». 21 El sujeto esculpe el yo con el cuerpo, único instrumento para la expresión, y por tanto para su patencia ante los otros. Ortega sostuvo una tesis análoga en su ensayo Sobre la expresión fenómeno cósmico: «La. carne se nos presenta, desde luego, como la exteriorización de algo esencialmente interno... Lo interno de la carne no llega nunca por sí mismo a hacerse externo: es radical, absolutamente interno. Es, por esencia, intimidad... El gesto, la forma de nuestro cuerpo, es la pantomima de nuestra alma. El hombre externo es el actor que representa al hombre interior... El cuerpo humano tiene una I unción de representar un alma; por eso, mirarlo es más bien inlcí prelarlo. El cuerpo humano es lo que es y, "además", signilica lo que ,'/S

él no es: un alma». 22 Para Ortega, como para James, como para el alemán Kurt Schncider, 2 ' el vestido, el adorno son prolongaciones del cuerpo y, por tanto, guardan idéntica relación que el cuerpo con aquello que oculta: el sujeto, o, para continuar con el texto de Ortega, «un alma, espíritu, conciencia, psique..., persona, como se prefiera llamar a toda esa porción del hombre que no es espacial». No deja de ser curioso que cuando hacemos a solas lo que habitualmente hacemos para los demás, construir y expresar un yo, si se nos sorprende, se duda de nuestra cordura; aunque evoquemos situaciones de comicidad no reímos del mismo modo que si lo hacemos con y para otros, si acaso una mera sonrisa; no hablamos a solas; no gesticulamos. Y si hacemos ambas cosas nos guardamos celosamente de poder ser observados hasta por personas de nuestra más estricta privacidad. Pero sí cantamos, y no se modificaría el juicio si se nos sorprende en ello, porque por lo impcrtectamente que lo hacemos, los no cantantes nos reservamos para el espacio privado. Los instrumentos para los yoes no públicos, privados e íntimos son distintos, quiero decir que usan el cuerpo de otra manera y no para la expresión que, como yo social, exige la presencia del otro, aquel para el que se hace. Recordemos el comportamiento ante el espejo: desde atildarse, ensayar sonrisas o adoptar posturas eróticas... ¿Qué es, en realidad, lo que se calificó de idiota en el ejemplo con que inicié esta exposición? Lo que se habló y se hizo, esto es, lo que se habló y se hizo con el cuerpo: se pronunciaron determinadas palabras que juzgamos impropias, se hicieron gestos quizá incorrectos, se adoptaron determinadas posturas que estimamos inadecuadas. El responsable fue en última instancia el sujeto; pero si no hubiera exteriorizado aquel yo, si esc yo hubiera permanecido meramente imaginado, ¿se autocalil icaria luego de idiota? Evidentemente, no. En suma, las actuaciones del sujeto se hacen en forma de un yo que, como instrumento, responde a los propósitos del sujeto; un yo que, si resulta embarazoso o inadecuado, se rehace, como el novelista corrige en las cuartillas ya escritas, o como el pianista que vuelve a empezar lo que hasta entonces juzga que le ha salido mal. El cuerpo es el lugar en el que y con el que el sujeto representa el yo de la actuación, donde intuimos la verdad o mendacidad del yo, como lo prueba ese ponernos en guardia ante aquel que al saludarnos nos sonríe de tal manera (con sólo la boca, en una mueca horrenda) que no induce a pensar que se alegra de vernos. Sabemos cómo el cuerpo nos delata a pesar del esluerzo del sujeto por hacer con él el yo que quisiera representar hábilmente ante aquel que tenemos delante y con el que estamos en obligada interacción. En esos casos, a pesar de los esfuerzos por hacerse, por ejemplo, simpático o afable, «no le sale», como se dice en expresión coloquial, porque se le escapan componentes connotativos de la antipatía preexistente. «Me sonrió al llegar, pero, 276

aunque pretendiera hacérmelo creer, no se alegró en absoluto al verme. Por eso me quedé helado.» Esto podría ser la descripción de lo que acabo de formular acerca de un yo torpemente construido por el sujeto. El sujeto, en efecto, no siempre es capaz de hacer con su cuerpo el yo adecuado, y en este caso le ocurre lo que al mal actor: representa con notoria torpeza la alegría que debiera sentir y no siente, o la tristeza que no experimenta y que debería ostentar. Cada cual, además, sabe más o menos explícitamente la parte de su cuerpo de que se vale para la preferente construcción de su yo. Usando de una expresión coloquial, cada cual «echa por delante» aquello con lo que sabe que la interacción puede ser más eficaz: allí donde se sabe un encanto, o por donde puede ser compadecido, o admirado, etcétera. En una investigación ya antigua de Horwitz sobre adultos jóvenes se hacía responder a la siguiente pregunta: «Si hubiera de localizarse usted mismo en un punto interior o exterior de su propio cuerpo, un punto que sea "usted", ¿dónde se localizaría, en qué punto o en qué área?». Los resultados son curiosos: los más señalaban a su cabeza (cara y cráneo), seguido de ojos, el pecho y el corazón, las manos y los genitales. No deja de ser inquietante que esta localización se mantiene hasta la primera edad adulta; luego, se va haciendo más y más difusa, y se borra. Pero el yo se ostenta también en la magnitud de lo que se puede, a través del vestido, de la casa, del coche, del cargo, de la fama... Plant habla de cómo el recurso de la quididad está en proporción inversa a carencias en la quienidad. Para decirlo con palabras llanas: tanto más se pretende ser a expensas de lo que se tiene cuanto menos se es por los instrumentos que intrínsecamente le pertenecen: su inteligencia, su estética, su simpatía. Si antes decíamos que cada yo remite al sujeto que lo hace, podemos precisar más: es el cuerpo el que nos permite inferir, como decía Ortega, al sujeto que lleva dentro.

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Apéndice B Sentimientos, pasiones: la mirada filosófica

Si no estoy en un error, inicialmente la filosofía occidental se proponía dotar a los hombres de «sabiduría», hacerlos conocedores de sí mismos y del mundo, de la realidad exterior y del mundo interior. Era la única o cuando menos la privilegiada íorma de acceder al señorío que el hombre, racional poi naturaleza, debía adquirir. La filosofía era el saber superior y el saber del «lodo», con vistas a la adopción de la «mejor» de las formas posibles de vida. Ser sabio era una forma de vivir, no sólo reflexión, como luego lo ha sido desde la escolástica hasta nuestros días. Los saberes parciales no eran en sí mismos patrimonio de la lilosofía, y su tratamiento, al fin, era un paso inevitable para alcanzar el conocimiento «total», que permitiría el objetivo último: elevarse el hombre sobre y desde sí mismo. Pues bien, como constitutivos del hombre, los alectos o pasiones del alma fueron un objeto más de la lilosofía (como también la razón), hasta que le dejó paso, a su pesar, a disciplinas que prometían estudiar el problema bajo premisas más rigurosas y menos especulativas, las ciencias en sentido estricto: la física, la cosmología, la matemática, etcétera; eir el caso que nos ocupa, la psicología con sir aproximación al universo científico. La filosofía ha cedido —a su pesar, todo hay que decirlo— territorios a la ciencia, en la que lo opinable se contrapone al enunciado riguroso y contrastable. La filosofía se retrajo a la teoría del conocimiento, y los problemas del hombre y de la vida sólo volvieron a suscitarse desde fuera de la academia filosófica por' autores como Kicrkegaard, Schopenhauer y Niezstche, en nuestros días por' Heidegger y Sartre, y desde luego por' Ortega, todos más o menos al margen de la filosofía al uso.1 Ha sido preciso que a mediados del siglo xx se suscite el problema de la existencia para que la filosofía se ocupase, momentáneamente al menos, de los problemas de la vida misma. Hasta el momento, y en este terreno concreto de la psicología de la vida emocional, hay un notorio decalage entre los datos logrados en la investigación cientificonatural (la fisiología y neurofisiología de los sentimientos) y la concerniente a la experiencia emocional, es decir, a la vivencia de los sentimientos. Mucho de lo que sabemos hoy acerca de los sentimientos como experiencia se debe, en última instancia, a la re278

flexión, y, se sepa o no, se reconozca o no, enlaza con las especulaciones —no en su acepción peyorativa— filosóficas de pasadas centurias. Frente a las descripciones de la envidia que, por citar a un autor, hace Juan Luis Vives,2 la neurofisiología no tiene aún irada que decir, y, por consiguiente, es prematuro reducir todo discurso al discurso cientilicista. Clasilicar las emociones tal y como lo han hecho err los últimos veinte años Izard, Panksepp, Ekman o Plutchik, no se diferencia en nada de las que hacían Aristóteles, Tomás de Aquino, Descartes o Spinoza, por sólo citar' a algunos. Incluso la famosa teoría de las emociones de James-Lange sigue el mismo método y alcanza en realidad análogas conclusiones a las que obtuvo Rene Descartes siglos antes. Por dos razones no puedo dar a este Apéndice la extensión que desearía. La primera, porque el tema excede de mis posibilidades; la segunda, porque rro sería pertinente, dado que el planteamiento meramente filosófico no constituye el móvil de este libro. Por tanto, me ocuparé de algunos filósofos en particular y de cómo algunos lilósotos plantearon determinados problemas a los cuales me he referido en estas páginas.

Aristóteles De las pasiones se ocupa Aristóteles en Retórica, Ética a Nicómaco y en otros textos.' Deseo destacar que, en su teoría, todas las pasiones —la ira, el amor, el odio, la vergüenza, la compasión, etcétera—, son consideradas como provocadas y se proyectan, pues, con carácter de respuesta. Así, respecto de la ira dice: «Es necesario que el iracundo se encolerice contra un individuo concreto..., además, que sea por algo que le han hecho, y además que a toda ira siga un cierto placer, nacido de la esperanza de vengarse» (Ret. 312, 313). La disposición para la ira está en la obstaculización de un deseo, como si éste se encontrase en el fondo de toda pasión, en este caso de la ira: «Ellos se encolerizan, en efecto, cuando sienten pesar, porque el que siente pesar es que desea alguna cosa. Y, por lo tanto, se le pone algún obstáculo, ya sea directamente, ya sea indirectamente» (317). Lo mismo puede inferirse de su conceptual i zación del amor (en el que incluye la amistad, como si la diferencia fuera de grado, no de cualidad) y el odio, considerando las causas que, desde fuera del sujeto, provocan en éste el amor o el odio. En lo tocante al amor/amistad, se desea para el objeto amado lo que se desearía para uno mismo, pero esto es resultado de un proceso de identificación, al considerar «que el amigo es otro yo» (Retórica, 329, nota 56).4

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Descartes 5 La teoría de las pasiones de Descartes deriva directamente de su concepción dualista del ser humano, dividido en cuerpo y espíritu (o alma). Pero pienso que el dualismo de Descartes no es dualismo de naturaleza sino de función. Que el dualismo cartesiano haya sido considerado de naturaleza, como si la res extensa fuera de naturaleza distinta a la res cogitans, ha llevado, a mi juicio, al equívoco de considerar a Descartes —iniciador con el Discurso del método de la epistemología científica moderna— un espiritualista. Pero el dualismo cartesiano no es de naturaleza, puesto que confiere un lugar al alma en el cuerpo —la glándula pineal, la epífisis—, pero sí de función, puesto que, a diferencia de las funciones que conciernen al cuerpo, están las que conciernen al pensar, sentir' y padecer. 6 Para Descartes, hay dos tipos de funciones, activas y pasivas. Son activas aquellas que derivan en acto; pasivas, las que dependen de un objeto. Sensaciones y sentimientos son ejemplos de funciones pasivas, porque son provocados ambos; mientras que pensar en algo, haceralgo como pasear, son ejemplos de funciones activas. Ahora bien, las sensaciones resultan inevitablemente del contacto del cuerpo del ser humano con un objeto; los sentimientos o pasiones, del contacto —digámoslo así— con una representación mental. Mientras las sensaciones son visuales, acústicas, táctiles, etcétera, los sentimientos son la admiración, el amor, el odio, el deseo, la alegría y la tristeza. Sensaciones y sentimientos —diríamos— son consecuencia de los objetos provocadores, a los que he aludido a lo largo de este libro. Las sensaciones son al cuerpo lo que las pasiones o sentimientos al espíritu. 7 La admiración resulta de una sorpresa del alma ante la representación (mental) de un objeto raro o extraordinario. En principio, en la admiración no hay simpatía o antipatía, sino la sorpresa y necesidad de conocer aquello que le depara. Gracias a la admiración se puede aprender o se puede retener. El amor y el odio están en función del interés por la existencia del objeto. Mientras la mera inclinación, la amistad o el amor impulsan al espíritu a acercarse al objeto, el odio empuja al alma a apartarse del objeto por perjudicial. El deseo concierne a objetos no poseídos, «futuros». No se puede diferenciar, afirma Descartes, entre el deseo de un objeto de bien y la aversión de un mal. Pero en el primer caso va acompañado de amor, esperanza, alegría, mientras en el segundo de odio, miedo y tristeza. Descartes sostiene que el papel de las pasiones en la vida del hombre es la felicidad, evitando las consecuencias negativas de las pasiones y aceptando las positivas. Hay aquí, en esbozo, una teoría axiológica tanto del sujeto de las pasiones cuanto de las relaciones que a 280

través de las pasiones establece el sujeto con los objetos de la realidad y consigo mismo. Pero el «efecto principal de las pasiones» (art. 40) en los hombres es «incitar y disponer su alma con el fin de que quieran las cosas para las cuales preparan sus cuerpos; de suerte que el sentimiento del miedo incita a querer huir, el del valor a querer combatir, y así sucesivamente».

Spinoza 8 Sin duda, Baruch Spinoza es, entre los filósofos clásicos, el que más se aproxima a la modernidad en lo tocante al planteamiento del tema de las pasiones, afecciones o sentimientos. 9 Podría ser considerado justamente como el primer filósofo de la sospecha, seguido de Marx, Nietzsche y Freud, para usar de una locución hoy en boga (que espero pase de moda cuanto antes). Spinoza, además, no se deja llevar de moralismo alguno a la hora de proceder al análisis de los efectos de los sentimientos; los analiza sin más con una objetividad que impresiona. Por decirlo así, en Spinoza se encuentra lo básico de la dinámica del comportamiento humano, a lo que no se oponen las ulteriores matizaciones de orden formal. Spinoza es formalmente un científico que se aplica en este texto al estudio de la condición humana. De ahí su influencia en Johannes Müller, el fundador de la moderna fisiología, que lo cita ampliamente. Más aún que Schopenhauer y Nietzsche, Spinoza debe considerarse un precursor de Freud en muchos aspectos que consideraremos a continuación, sin entrar en constructos teóricos que en Freud se escapan a veces al raciocinio. Las descripciones y teoremas de Spinoza se inspiran en la lógica. En Spinoza encontramos descripciones tocantes a 1) la distorsión del sentido de realidad por el sentimiento; 2) la racionalización, como forma de salvarse el sujeto a sí mismo de la catástrofe de su infravaloración; 3) el deseo de destrucción del objeto en el odio; 4) la teoría de la pérdida del objeto amado, es decir, la dinámica del duelo; 5) los dinamismos de defensa, la ambivalencia, el narcisismo, etcétera, conceptos todos cuya validez y vigencia están fuera de discusión. Spinoza es monista (una forma de monismo es el panteísmo). Para él, sólo existe el cuerpo, con su potencia mayor o menor en el obrar, según que el sentimiento sea de alegría o de triste/a. El alma (léase, lo mental) «implica la existencia actual del cuerpo [... ] y se priva al alma de su existencia [•••] tan pronto como deja de afirmar la existencia presente en el cuerpo» (Prop. XI). El concepto de afección, de ser afectado, en Spinoza coincidí- ton la tesis actual de los sentimientos como modilicadores del estado del sujeto. Afección, de donde deriva alecto, implica ser o eslai aleí lado, .'XI

v, por lauto, las alecciones son modos (modificaciones) del ser. El sujeto -el sei — sólo sería modificado por lo que le aléela. Por eso, «una cosa cualquiera puede ser, por accidente, causa de Go/.o, de Tristeza o de Deseo» (3. a , Prop. XV). La alegría o la tristeza no sólo la produce un objeto, sino cualquier cosa que nos lo recuerde por poseer algún rasgo de aquél (Prop. XVI). Es decir, no sólo objetos externos, sino representaciones. De aquí la posibilidad de amar \ odiar simultáneamente, esto es, la dinámica de la ambivalencia: «Si imaginamos que una cosa que nos hace experimentar habitualmente una afección de tristeza tiene algún rasgo semejante con otra que nos hace experimentar habitualmente una afección de Gozo igualmente grande, la odiaremos y la amaremos al mismo tiempo» (Prop. XV11). Fundamental es la aseveración de que lo que provoca el aféelo no es el objeto sino la imagen del objeto, y por eso se suscita, bien por | la imagen] del objeto presente, bien por la imagen del objeto pasado o futuro (lo representado). Porque ese objeto presente es, para el sujeto, imagen del objeto: «El hombre experimenta ante la imagen de una cosa pasada o futura la misma afección de alegría o tristeza que ante la imagen de una cosa presente» (Prop. XVIII) (el subrayado es mío). Para Spinoza, la percepción del objeto es la de la imagen que el sujeto se lorma de él, no el objeto propiamente dicho. La psicología moderna ha descubierto de nuevo este hecho con las investigaciones de selección perceptual, pero estas investigaciones no se han proyectado a la totalidad del universo psicológico, como es obligado, porque requieren de inmediato al sujeto de la percepción, del cual los psicólogos huven. Lo que desde hace setenta años se conoce como el trabajo de duelo, la manera de que se vale el sujeto para liberarse de la desafección por la pérdida de un objeto amado, la describe así Spinoza: «Cuando el alma imagina aquellas cosas que disminuyen o reprimen la potencia de obrar del cuerpo, se esfuerza cuanto puede por acordarse de otras cosas que excluyan la existencia de aquéllas. Mientras el alma imagina una cosa así, es disminuida o reprimida la potencia del cuerpo [...] no por ello dejará de imaginarla, hasta que imagine otra que excluya la existencia presente de aquella. [...] De aquí se sigue que el alma tiene aversión a imaginar lo que disminuye o reprime su potencia y la del cuerpo» (Prop. XIII). La alegría y la tristeza son afecciones opuestas porque mientras la primera acrecienta la potencia del obrar, la otra la disminuye. Por eso, imaginar destruido lo que se ama depara tristeza, y a la inversa, imaginar destruido lo que odia suscita alegría (Prop. XIX y XX). Complejidad que se hace mayor —dando lugar a la aparición de los que he llamado metasentimientos— cuando se atiende a la siguiente posibilidad: «el que imagine que lo que odia está afectado de tristeza estará alegre; si, por el contrario, lo imagina afectado de alegría, estará contristado» (Prop. XXIII). 282

Hay una implícita consideración de que el objeto amado por excelencia es el propio sujeto, uno mismo, cuando coloca a la par «nosotros y la cosa amada». Si se me permite expresarme así, es una tesis sobre el narcisismo avanl la leltre. «Nos esforzamos en afirmar, de nosotros y de la cosa amada, todo lo que imaginamos la alecta o nos alecta de alegría; v, por el contrario, nos alirmamos en negar lodo lo que imaginábamos que la afecta v nos afecta de Irisleza» (Prop. XXV). «Afirmación» de lodo lo bueno, «negación» de todo lo malo en nosotros v en el objeto amado. Y a la inversa: «Nos esforzamos en alirmar de una cosa que odiamos, todo lo que imaginamos que la alecta de tristeza, v, por el contrario, en negar todo lo que la alecta de alegría» (Prop. XXVI). Conviene anotar que para Spinoza estar afectado de tristeza es sinónimo de lo negativo en el amplio sentido de la palabra: la disminución de la potencia o capacidad de obrar en el sentido más general del termino; a la inversa del estar' alectado de alegría. La tesis del narcisismo radical está formulada de manera expresa en su tesis de que el alma tiende siempre a la alirmación de su potencia: «La esencia del alma afirma únicamente que el alma es \ puede, no que no es y no puede; v asi se esluerza en imaginar |subrayado nuestro] solamente lo que afirma o asienta su propia potencia de obrar (Demost. de la Prop. LIV). Y, por esta misma razón, la conciencia de la impotencia conduce a la tristeza (Prop. LV). O sea, la conciencia de su impotencia sume al sujeto en la tristeza, en la depresión. La depresión resultante de la larstracion. De ambas proposiciones deduce Spinoza el siguiente escolio, de una penetración no comparable en ningún autor- de la época ni de después, hasta nuestro siglo: «Vemos lacilmente por eslo que el hombre aprecia de sí mismo v de la cosa amada más de lo que es justo, v que, por el contrario, aprecia menos de lo que es justo en la cosa que odia; esta imaginación, cuando concierne al hombre que hace tle sí mismo más caso que lo justo, se llama Soberbia, v es una especie de Delirio, puesto que el hombre sueña con los ojos abiertos que puede todo lo que abarca con su imaginación, \ considera real esla creencia y se mantiene en ella hasta que imagina algo que limite su propia potencia de obrar Asi pues, la Sobeibia es la alegría sin gula del hecho de que el lioiiihre se estima en mas de lo justo. Spinoza no tiene reparo alguno en considerar que, si las pasiones se dejan ir sin control (recuérdese que para Spinoza las acciones son resultado de ideas adecuadas, las pasiones, de inadecuadas), entonces, por ejemplo, «el que odia a alguno se esforzará en hacerle mal..., v poi el contrario, el que ama a alguno se eslorzará, por la misma ley, en hacerle bien» (Prop. XXXIX). Pero, además, añade una explicación que alude a lo que hov denominaríamos dinámica del odio: «Sentir odio hacia alguien es imaginarle como causa de la tristeza; poi umsi guíenle, el que odia se eslor/ará en alejarle o deslruiílc». ,\X <

Para Spinoza hay tres sentimientos básicos: la alegría, la tristeza y el deseo. La combinación de ellos, las fluctuaciones de los mismos, dan singularidad a la arquitectura pasional de cada ser humano. Así, «un sentimiento de cualquiera de cada individuo difiere del sentimiento de otro». En la Prop. XXX11 de la cuarta parte será más preciso aún: «En la medida en que los hombres están sometidos a las pasiones, no se puede decir que concuerdan en naturaleza». Es más: «pueden ser contrarios los unos a los otros» (4." Prop. XXXIV). Pero de estas tres afecciones básicas, «el deseo es la esencia misma del hombre en tanto es concebida como determinada a hacer alguna cosa por un sentimiento», dice en la Definición de los sentimientos o afecciones, y lo reitera en la Prop. XVIII de la cuarta parte. O sea, el deseo está tras cada sentimiento, y el deseo adopta la forma del sentimiento que requiere en su relación con el objeto. Con el objeto al que amo el sentimiento adopta la forma de amor; con aquel del que requiero su amistad, la simpatía. El deseo es tan poderoso, piensa Spinoza, que, como dice en la Prop. I de la cuarta parte, «nada de lo que una idea falsa tiene de positivo es destruido por la presencia de lo verdadero, en tanto que verdadero». De aquí el asirse empecinadamente al error en cuanto positivo, a sabiendas de que no se corregirá ni siquiera frente a la verdad incuestionable, la evidencia. Y ello se infiere de un axioma, que enuncia así: «No se da en la Naturaleza cosa alguna singular sin que no sea dada otra más poderosa y fuerte. Pero si una cosa cualquiera es dada en ella, también es dada en ella otra más poderosa, por la que la primera pueda ser destruida». De esta forma, el deseo es la fuerza más poderosa de la Naturaleza, de manera que, si al mismo tiempo que el deseo de mantener una idea falsa, se da la presencia de lo verdadero —que debería hacer falsa a la idea—, lo verdadero es inútil y no cumple la función de aniquilar lo falso. Spinoza describe la dinámica de los sentimientos de forma que unos y otros se anulan en ocasiones, como dice en el Corolario II de la Prop. XXVII de la tercera parte: «Si una cosa nos inspira conmiseración no podemos odiarla a causa de la tristeza de que nos afecta su desgracia». Efectivamente, odio y compasión hacia el mismo objeto es imposible. Es notable, por otra parte, el LISO del concepto de «modelo» (es la palabra que usa) por parte de Spinoza. Modelo es un constructo mental, por tanto, una construcción del sujeto. Ahora bien, para cada cual, lo perfecto o imperfecto por fuera de sí existe si hay correspondencia o no con el modelo previamente formado. De esta forma, el hombre es el juez que decide la perfección o imperfección de las cosas existentes (Prefacio a la cuarta parte: De la servidumbre del hombre o de la fuerza de las pasiones). Una tesis de un enorme interés, por cuanto viene a conlirmar lo que he llamado tercera función de los sentimientos, a saber, la construcción axiológica de la realidad. Spinoza no puede ser 2X4

más explícito: «En cuanto a lo malo y a lo bueno, no indican igualmente nada positivo en las cosas, consideradas en sí mismas, y sólo son modos de pensar o nociones que formamos», es decir, apreciaciones subjetivas (Ibidem). Y para mayor claridad dice: «Entenderé, pues, por bueno, en adelante, lo que sabemos con certidumbre que es un medio de acercarnos cada vez más al modelo de la naturaleza humana que nos proponemos. Por el contrario, entenderé por malo lo que, con certidumbre, sabemos que nos impide reproducir el modelo» (Ibidem). En suma, los valores son subjetivos; la objetividad de los valores es una falacia y conduce al dogma, la intolerancia, la rigidez. Spinoza es una fuente inagotable de sugerencias. Su discurso geométrico le confiere a su análisis una precisión y belleza de la que es difícil sustraerse. Ha tenido una influencia notoria en los comienzos de la neurofisiología, como dije, y Johannes Müller aplicó las tesis spinozianas a los «movimientos provocados por algunas pasiones». 10

Pascal" Es verosímil que el Discours sur les passions de l'aniour pertenezca a Pascal. Así se considera actualmente, aunque su atribución haya sido objeto de cuantiosas dudas y discusiones. Muy brevemente me referiré a estas páginas. Se trata de unas páginas brillantes en las que se sostienen dos tesis: a) que el hombre ha nacido para pensar, y no puede dejar de hacerlo; pero que el pensamiento puro, que le haría feliz si pudiera mantenerlo siempre, le fatiga y le abate. Por eso, b) precisa la alteración, la acción, es decir, que sea agitado algunas veces por las pasiones. Las pasiones más convenientes al hombre y que le separan de los demás, son el amor y la ambición. Con el amor, se nace; con la ambición, culmina su vida: si es así, se puede decir que la vida ha sido feliz. Amor y ambición se contraponen y, de coincidir, se atenúan la una a la otra. La intensidad de las pasiones depende de la grandeza del espíritu.

Max Scheler Max Scheler sostiene una teoría de los sentimientos muy interesante para la taxonomía. Los sentimientos son estados del Yo provocados por su relación con objetos. Ahora bien, aparte los objetos exle riores, de los que no se ocupa Scheler a la hora de clasilicar los sentimientos, está el propio cuerpo, las representaciones, los pensa niienlos, los deseos, los otros sentimientos, es decir-, objetos lodos que ,'SS

pertenecen al sujeto. La clasificación de los sentimientos de Scheler no se reliere a otros objetos provocadores de los mismos que no sea el propio sujeto.12 Hecha esta salvedad, conviene atender a lo que Scheler considera lundamental en los sentimientos: la referencia al vo de todo sentimiento, cualquiera que sea. La representación del 2, del número pi, de una mesa o de Julio César no difieren entre sí respecto de la afectación del sujeto (del Yo, para usar el término habitual). Los sentimientos, sí: afectan de tal modo que «son míos». No es que la representación de la mesa no sea mía, pero «cuando yo siento algo lo percibo con mavor intimidad que cuando me represento algo». Para decirlo con otras palabras: la representación de la mesa —no la evocación de una determinada mesa, que sería distinto porque entraña lo que esa mesa evocada ha significado en nuestra vida— no me aleda, mientras sí me afecta —me modifica— la contemplación de algo que me parece bello, ti odioso, o amado. La clasificación de los sentimientos de Scheler es original porque concierne a un dato que hasta ahora no se ha tenido en cuenta, a saber, la locali/ación del sentimiento. (Desde mi punto de vista es un error, poique lo localizado no es el sentimiento, sino el objeto provocador.) En este sentido, Scheler distingue: 1) los sentimientos sensibles; 2) los corporales \ vitales; 3) los pinamente anímicos; 4) los espirituales. 1. Sentimientos sensibles son aquellos que derivan de las sensaciones (Scheler los recoge de la concepción de C. Stumpl), y por eso se locali/an en el cuerpo. Lo son el dolor, la cinestesia, el calor y el I río, etcétera: son actuales, están ligados a la sensación, son puntilormes v no se rnodilican por la atención que se les preste. 2. Los sentimientos corporales son sentimientos ligados a estados del cuerpo, mientras qtie los vitales lo son a las lunciones del mismo. Un sentimiento corporal sería, por ejemplo, el derivado del dolor de un órgano; un sentimiento vital, el de bienestar, malestar, agotamiento, vitalidad... que no se localizan en un lugar del cuerpo, sino que proceden de la percepción de la totalidad del luncionalismo corpoial. 3. «Yo no puedo "estar" cómodo o incómodo del mismo modo que "\o" estoy triste, desesperado o tranquilo, sino que únicamente "\o" puedo sentir-"me" así.» Con este ejemplo Scheler diferencia bien un sentimiento vital que aleda al cuerpo pero no al \ o , de un sentimiento anímico, que afecta al vo corporal, al yo que emerge de la corporeidad, que considera sentimiento anímico. 4. Por último, los sentimientos espirituales afectan a la totalidad de la persona, «toman posesión del todo de nuestro ser», como lo son la lelicidad, la desesperación, la beatitud, y concierne «al ser \ al valor por si mismo de la persona». 2 86

No es éste el momento de discutir la tesis de Scheler. Me parece valiosa la consideración de la sensación, el cuerpo por sí en su totalidad \ el estado espccílico del cuerpo como provocadores de sentimientos (sensibles, corporales v vitales). Scheler no se ocupa de los sentimientos que son provocados por otros objetos distintos al cuerpo, como el amor, odio, vergüenza, compasión, y cuando los alude —en Forma y ciencia de la simpatía— los presenta desvinculados del objeto, como sentimientos anímicos v/o espirituales.

Kurt Schneider 11 El psiquiatra Kurt Schneider se inspiró en Scheler para la construcción de una psicopatología de los sentimientos, aunque introdujo algunas variantes de interés. Su aplicación a la psicopatología ha sido, en algunos aspectos, extensa y prolunda, especialmente en los ámbitos de la psiquiatría de habla alemana y española. 11 En Schneider se mantiene la distinción entre sentimientos corpouiles sensibles o localizados (los estrechamente ligados a los dolores, por ejemplo, v en general a las sensaciones), v los coiporales vitales, fistos últimos son de carácter difuso, y se provocan tanto por estímulos externos cuanto por representaciones v pensamientos. Así, los sentimientos de carácter sexual son generalizados, alectan, como todos los sentimientos corporales, a la totalidad del cuerpo, son sentimientos que rnodilican el estado —y no un órgano o un segmento— del cuerpo. Muchas descripciones de los depresivos, referidas a su cuerpo, y que no son de rango hipocondríaco, porque no se ponen en conexión ansiosa con una determinada enlermedad, sino que se (raían de la mera descripción de su estado, son sentimientos corporales vitales: los enlerinos lo describen como desmadejamiento, desgana, como un cansancio peculiar. Lo opuesto es la sensación de vitalidad, de una alegría que no deriva de un acontecimiento alortunado sino del mero «estar bien», con ganas de hacer. Los sentimientos que Schneider denomina psíquicos (aquí las denominaciones «corporal» o «psíquico» no se refieren a la naturaleza de los sentimientos, sino a la fuente desde la que se generan) son, en primer lugar, bipolares, v en segundo lugar, los distribuye en tres pares emocionales: + alegría - preocupación

j orgullo ¡ arrepentimiento

i estimación I aversión

El grupo de la izquierda son estados del yo: es el vo el que eslá alegie o preocupado, fin el grupo de la derecha, por el eontiario, se líala 2l

odio: el odio a determinado objeto se niega muchas veces por parte del sujeto que odia, pero esto es una falacia: se rechaza odiar por cuestiones de autoestima y morales, pero eso no niega, antes al contrario, la existencia del odio, es decir, del deseo de destrucción del objeto. Ocurre igual que con los pensamientos obscenos: había que rechazarlos, pero para ello era condición necesaria que los pensamientos se dieran. A veces el odio no desaparece pese a haberse hecho realidad la destrucción del objeto. La imagen del objeto destruido es duradera y sobre ella se ejerce el trabajo del odio. Hace sesenta años Vallejo Nájera, un psiquiatra militar, escribió que los rojos no pagaban del todo su culpa al ser iusilados y estar en el infierno (él lo aseguraba); pedía que los hijos de los mismos cambiasen su apellido para que el del fusilado desapareciese para siempre de la faz de España. Esto, que nos parece inusual, es la regla en los odios «a muerte», que en realidad son odios hasta más allá de la muerte, como acabo de hacer ver. Pero, ¿por qué odiamos? Odiamos a todo objeto que consideramos una amenaza a la integridad de una parte decisiva de nuestra identidad, es decir, de nuestra estructura como sujeto. Se incluyen aquí uno mismo y también todos aquellos objetos que uno vive como propios: la madre, los hermanos, los hijos, la casa, la linde, el perro, etcétera. La identidad comprende al Sujeto y a lo que es del Sujeto, porque es símbolo del Sujeto. El odio a ese objeto amenazador tiene carácter de ataque, un ataque que muchas veces no puede llevarse a cabo merced a que el sujeto que odia no pierde el sentido de la realidad de lo que ni puede ni debe hacerse. Pero para el que odia el ideal es acabar con el objeto odiado, como íorma de hacer desaparecer la amenaza. Más económico desde el punto de vista mental (que incluye el sentido moral) es que el objeto se acabe, desaparezca por sí solo, o por otros. Aristóteles diferenciaba la agresión que tiene lugar en el odio con la que acaece cuando somos presa de la cólera o la ira, porque ésta puede coexistir, durante o después de la descarga colérica e iracunda con la compasión por el objeto. En el odio, no. En el odio no hay lugar par-a la compasión: es un proceso de i-elación con el objeto que lleva consigo la instancia progresiva a la destrucción del objeto directa o indirectamente, empírica o virtualmente. Ogien, un autor que se ha ocupado recientemente del análisis del odio y del odiar, ha dado definiciones descriptivas y comportamentales, en las cuales no voy a entrar. De ellas, sin embargo, debemos deducir- que muchas veces tenemos que inferir que A odia a B, por el comportamiento, no porque lo confiese. Para el análisis del trabajo del odio interesa mucho la consideración —ya he hecho mención a ello— del carácter evaluativamente negativo (no siempre, pero sí muchas veces) del odiar y, desde luego, del sujeto que odia. Esto hace que muchas veces no se confiese el odio que se posee hacia cualquiera sea el 292

objeto, que el sujeto niegue insistentemente el odio que le inspira el objeto. Hay muchos objetos que amenazan nuestra integridad. Pero basta con que nos apartemos de él, que nos alejemos del contexto en el que aparece dicho objeto para que la amenaza cese. Ésa es la función adaptativa, por ejemplo, del miedo. No odiamos al tigre; le tememos y nos apartamos de él, incluso lo matamos llegado el caso, pero aun en este caso no calificaríamos al tigre de objeto odiado, sino temible: la prueba es que podemos tener hacia él sentimientos de admiración por su belleza, su fuerza, su fiereza. Los objetos que nos deparan miedo son amenazadores, pero están aquí, ahí o allí, y por tanto basta con que nos salgamos de donde se encuentran o no entremos en el espacio en que ellos están para que el miedo cese. El objeto odioso, sin embargo, pertenece a nuestro mundo, hemos de convivir con él, y la amenaza es constante, lo es hicluso con su mera presencia. Nos agredió y nos agrede en una parte decisiva de nuestra constitución como sujetos, por ejemplo, nos ha deparado una humillación, o una herida a nuestra estima, es decir, un atentado narcisista. Es fundamental esta permanencia y pertenencia a nuestro mundo del objeto odiado, y, por esa razón, el odio híicia él supone una construcción icónico-desiderativa de expulsión de ese objeto, cuando menos una fantasía respecto de su expulsión y destrucción. Justamente lo contrario que ocurre con el objeto amado: no es nuestro, pero mediante el amor hacia él y la pretensión de que nos ame se monta toda una estrategia con miras a conseguir que el objeto sea nuestro, lo más nuestro posible. Por eso, el amor aspira a la posesión —así como suena— del objeto, y todo intento de amar sin que ello implique poseer introduce racionalidad, algo ajeno al sentimiento amoroso (como lo es, en otro orden de cosas, el contrato matrimonial, cuando lo único que debiera regir en la pareja amorosa es el amor que entre ellos exista). Mientras el objeto odiado esté en nuestro mundo, es decir, se empeñe en ser objeto nuestro, es fuente de un tremendo displacer. Cuanto más cerca está de nosotros más se experimenta la necesidad de expulsión, más se le rechaza. Lo opuesto, naturalmente, a lo que ocurre con el objeto amado, que lo anhelamos tan cerca de nosotros que desearíamos interiorizarlo, hacerlo nuestro, y cuanto más cerca esté de nosotros mayor' placer nos depara.

2. Para qué odiamos Odiamos con la pretensión de que nuestra identidad esté a salvo de aquel objeto que la amenaza. Cirando ese odio no tiene caiaclei es pasmódico, cuando, por decirlo de algún modo, se Irala de un odio ."H

tranquilo, uno se aparta del objeto perturbador, traza sus fronteras de lorma tal que no se inmiscuya en nuestro mundo y se viva sin el objeto. Se lo odia, pero mientras el objeto odioso no esté presente no perturba, y el odio se transforma en indiferencia, o todo lo más en rechazo. Lo ideal es que se transforme en indiferente. Ése sería el trabajo ideal del odio. Un odio no pasional, de una intensidad tal como para que no se le pudiera aplicar el término de pasión. De todas formas, si realmente odiamos a ese objeto entonces no nos basta con el simple rechazo, porque vivimos bajo la posibilidad amenazadora de que el objeto aparezca en nuestro mundo. ¿Pero qué ocurre cuando el objeto odioso está en nuestro mundo y es ineliminable, como ocurre en el odio entre los miembros de la pareja, o entre padres e hijos, o entre hermanos? El odio va in crescendo. Se fantasea con su destrucción, o cuando menos con lograr su apartamiento. El odio parece no tener salida, se acumula más y más y, en un momento dado, puede llegarse a la destrucción, o al intento de destrucción, material del objeto, como forma de acabar de una vez con esa amenaza constante. Esta es la teleología del odio.

3. Cómo odiamos ¿Qué ocurre cuando odiamos? ¿Cuál es el trabajo del odio por lo que respecta al sujeto que odia y en su relación consigo mismo? Aunque no se reconozca, en un intento de salvaguardar su imagen ante uno mismo, cuando se odia se muestra ante los demás y ante uno mismo una suerte de impotencia frente al objeto odiado. En este aspecto, el odio se asemeja a la envidia, ya que, por el hecho de experimentarla, el envidioso ostenta su impotencia frente al envidiado. No se odia a quien se considera inferior: si estorba, se le echa. Pero nadie realmente inferior es una amenaza. El antisemita, aunque se adorne con toda suerte de arrogancia y prepotencia, considera al humilde judío más potente —real o virtualmente— que él. Para el antisemita, el judío puede destruirle, y antes de que le destruya, le destruirá él. El norteamericano racista ha vivido bajo la amenaza de que el negro acabaría con el blanco. El reconocimiento de la impotencia frente al objeto odiado tiene necesariamente que traducirse en una inaceptación de sí mismo, cuando menos en una parte de él, del Sujeto, aquella en la que el odiado refleja nuestra debilidad. El odio a los demás exige el previo autodesprecio. Es inimaginable que alguien se acepte a sí mismo sin problema alguno, que asuma sus propias deficiencias, que se poseen, y que al mismo tiempo odie. ¿Goethe odiando? Imposible, es una contradicción en los términos. Por el contrario, ¿cómo tolerar que nues294

Ira existencia, material o espiritual, dependa de alguien? Habría que destruirlo. Ser impotente, más o menos impotente, frente al objeto no entraña que uno asuma su impotencia. ¿Quién convencería al ario de que en el fondo se vive como inferior al odiado judío? No lo puede aceptar. Para ello están los sistemas de racionalización, mediante los cuales podemos odiar sin que nos despreciemos a nosotros mismos: un mecanismo de defensa que constituye la antesala del delirio. Antes que considerarse inferior al judío, el ario se monta la paranoia: es una defensa, perfectamente racionalizada, como sistema delirante del tipo de los que los psiquiatras franceses del siglo pasado llamaban locuras razonantes: la conspiración judía. Una construcción mediante la cual el odio no se basa en la superioridad del judío sino en sus intenciones destructivas de la cultura occidental con medidas arteras, etcétera. El odio se acumula por la reiterada ineficacia del trabajo del odio. No conseguimos la destrucción del objeto: está ahí, ante nosotros, cuando no dentro de nosotros. Es la demostración clara de nuestra impotencia ante o frente al objeto que odiamos, y lo odiamos más, porque, mientras el objeto odiado persista, se constituye, como he dicho, en espejo de nuestra impotencia (y a la inversa, en la demostración de la potencia del objeto odiado). El odio persiste, es incurable, aun destruido el objeto odiado: no puede satisfacer el hecho de saber que para el logro de nuestra identidad era precisa la destrucción del otro. Una vez destruido, sigue su sombra: ¿seríamos el que somos si él viviera, si él estuviera aquí? El sujeto que odia es impotente, pero no sólo para la destrucción del objeto sino para subsistir con él.

4. La paradoja del odio: el odio, sentimiento patológico El propósito del odio es, insisto una vez más, la destrucción del objeto odioso u odiado. Este propósito es, las más de las veces, y por fortuna, algo que no pasa del ámbito del deseo y de su construcción ¡cónica, la fantasía. Pero aun así, y como una forma de destrucción menos comprometida, se exterioriza mediante la palabra, mediante el discurso. No podemos acabar materialmente con el objeto odiado, pero cuando menos podemos contribuir a su menoscabo sin que de nuestras acciones se derive un perjuicio para nosotros. Eso es justamente odiar conservando el sentido de la realidad. La difamación, la calumnia, la crítica malévola son formas de destrucción relativa del objeto odiado que se pueden llevar a cabo sin demasiado riesgo ni desprestigio. Cuando el odio es tan intenso que se precisa la desli uc i ion del objeto, hay en mayor o menor medida una perdida del .sentido de .">S

la realidad y no se miden las consecuencias: es cierto que se ha conseguido la destrucción de lo odiado, pero a un precio la mayor parte de las veces enormemente caro. Lo ideal para el que odia es destruir al objeto odiado sin que a él le pase nada. Aun así, odiar tiene su precio. Constituye el paradigma del sentimiento al que conviene muy claramente el calificativo de sentimiento anormal. No consigue lo que se propone: desvincularnos del objeto que odiamos. Odiar tendría sentido si con la destrucción del objeto el objeto desapareciera y nosotros quedáramos sosegadamente felices: ésa es la fantasía del odiador. Pero no es así. En primer lugar, está presente en nosotros, de forma que, como he dicho antes, su imagen pasa a ser constitutiva de nosotros mismos. No nos podemos liberar de ese sujeto odioso, que se nos impone insistentemente, obsesivamente. Es más, aun mediante la destrucción dilecta o circunstancial, su imagen persiste en nosotros y no logramos quitárnosla de encima. Entonces, si con odiar se pretendía hacer desaparecer al objeto de nuestro mundo, no sólo no lo hemos conseguido sino que, más aún, se ha introducido en nosotros mismos definitivamente. El sujeto que odia termina por odiarse a sí mismo cada vez más, por su impotencia, cada vez más relevante, ante el objeto que odia, por considerar inútilmente que el objeto odioso no vale nada y, sin embargo, en la práctica constituirse en el objeto más importante de su propia vida. Odiar es odiarse, aunque no de la misma manera que al objeto: el odio a sí mismo tiene más de autodesprecio. Otras veces, se trata de paliar la irracionalidad del odio racionalizando de forma tal que haya de reconocer que «tiene» razones para odiar. En este caso, el odio se aproxima al delirio, porque el objeto odiado —a veces ignorante de serlo— se convierte en objeto persecutorio del que odia, quien a partir de ese momento «tiene motivos», absolutamente infundados, para justificar su odio.

5. Génesis del odio El odio se puede suscitar de dos maneras distintas: una, de modo espontáneo; otra, de modo inducido. Nadie tiene que enseñarnos a odiar. Si en nosotros se da esa radical insuficiencia y ante nosotros emerge alguien que amenace con hacérnosla bien visible, lo odiamos. Si no se dan estas dos circunstancias básicas, se vive sin que el dinamismo del odio se dispare. Pero también se aprende a odiar. Odiando como se nos enseña llevamos a cabo ese aprendizaje sentimental, emocional, que pasa a ser una parte del rito iniciático de incorporación a un grupo, a un clan. Somos, es decir, sentimos los mismos afectos, de amor y de odio, que 296

aquellos con los que tratamos de formar una comunidad. Cuando alguien muestra a otro, de su propio clan, lo que representa ese objeto, amenazador en el sentido antes explicitado, se le induce a que adopte con él la misma actitud de odio. Odiar al objeto y de la manera que se le debe odiar. El odio es un excelente nexo entre los miembros de un grupo y, con él, se pasa a ser uno de los fieles. No hace falta remontarse al odio del cartaginés por el romano. En sociedades por lo demás muy sofisticadas ocurren cosas de este tipo. Recordemos Por el camino de Swann, de Proust. En el grupo de los Verdurin bastaba con que alguien no asumiera la repulsión de todos los demás del grupo al grupo rival o a alguno de sus miembros para que no se le considerara «de los nuestros». La comunión por el odio. Por otra parte, esos odios que se transmiten de generación en generación son el resultado de un aprendizaje, y odiar la señal de que se es un íiel; de modo que si no se odia como se debiera se transgrede la norma básica del grupo y el sujeto se convierte en el acto en persona de alguna manera sospechosa de estar incluso con el objeto, grupo o persona odiadas. Los odios comunes unen estrechamente, y cuando alguien que odiaba como los demás deja de hacerlo, inmediatamente se pierde la conlianza en él, es decir, no es de fiar. En las banderías políticas se ve esto muy claramente. Hay personas que no odian, que pueden sentir repulsión, rechazo de forma muy varia de un objeto, pero no odio, en el sentido de vivir la presencia de ese objeto repulsivo como un obstáculo insalvable para su supervivencia en el amplio sentido de la palabra. Son, por iortuna para ellos, tan incapaces de odiar como de comprender el odio. Como decía Hume, a éstos sería tan difícil definirles el odio como el término rojo a un ciego. Ese odio que no precisa ser inducido sino que surge en nuestra espontánea relación con el otro, el verdaderamente duradero, es fruto de esa insufrible insatisfacción de sí mismo que el objeto odiado nos pone ante nuestros propios ojos. Nadie feliz, satisfecho de sí, puede odiar, como nadie que se sienta seguro puede sentir miedo. Muchos odios se curan, o se atenúan por algún tiempo, cuando el sujeto obtiene un éxito que le confiere plenitud. Desde la atalaya de la seguridad, de la autosatisfacción, se perdona a nuestros enemigos y se carece de la posibilidad de fabricarlos. La incurabilidad del odio puede compensarse con lo que se denominó en la teoría psicoanalítica una formación reactiva, a saber: si el síntoma es el odio, y el odio se considera moralmente reprobable, hay que defenderse del odiar y del odiar al objeto. La formacicín reactiva constituye en apariencia una buena defensa, puesto que lo que consigue es una relación con el objeto precisamente de carácter opuesto, un contrasíntoma, en forma de rasgo de nuestra identidad. No odio al ob¡elo: lo amo incluso. El escrúpulo ante los pensamientos que pudieran ser remotamente obscenos, en forma de rigidez moral, es una loima 2°7

ción reactiva, mediante la cual se defiende con creces de la aparición de esos pensamientos inaceptables. Pero esa rigidez denuncia precisamente de qué se defiende. Tanto más cuanto que la adopción de la actitud exactamente opuesta, como reactiva, como inauténtica, tiene un tanto de simulación más o menos ostensible. El que se defiende de su odio puede desarrollar el contrasíntoma del amor a los demás, tanto más formalmente representativo cuanto más intensa era su necesidad de odiar. Pero no deja de ser un amor impuesto, y es un axioma de la psicología de los sentimientos que éstos se tienen o no se tienen, pero de ninguna manera porque se quieran tener o se quieran dejar de tener.

Apéndice D La envidia

1. La envidia, relación interpersonal Las conductas adquieren su matiz, su peculiaridad, por la actitud que las inspira (Mead, Sheriff y Cantril, Allport, etcétera). Este principio, aunque formulado de otra manera, está vigente desde que la psicosociología se ocupó de las actitudes. 1 Saludar, despedirse, por poner dos ejemplos, admiten respectivamente muchas formas y, en consecuencia, múltiples significaciones porque pueden hacerse, y se hacen, desde (o con) actitudes distintas. La actitud del sujeto, pues, es el functor modulador de la conducta. Una cuestión de esta índole no puede suscitarse en una psicología conductista, ni, por lo menos hasta ahora, en la psicología cognitiva. Porque para ello se requiere una teoría del sujeto. 2 Si la conducta es acto, la conducta + la actitud en un contexto dado constituyen la actuación. Cualquier acto está en función de la actitud y en función del contexto, de la situación, y el resultado compone la actuación. La actitud, en última instancia, es de índole afectivoemocional y constituye el factor diferenciador, y motor, de conductas o comportamientos que, como antes he señalado, son formalmente idénticos. Si al factor diferenciador de la actitud se suma el factor, también diferenciador, del contexto —un acto de conducta se adecúa al contexto o situación en el que se ofrece, y en la medida en que el contexto es un constructo ad hoc, la actuación es de carácter adhocing—\ entonces la actuación del sujeto no sólo es singular para cada contexto, sino singular incluso para cada momento del sujeto. Gracias a la versatilidad de las actitudes, cobra relieve una propiedad fundamental del sujeto: su intrínseca inestabilidad, el proceso constante de construcción/deconstrucción que tiene lugar para su adaptación en cada contexto (o para cada contexto). 4 Con estas premisas carece de sentido la pretensión de catalogar las conductas envidiosas. Entendemos las actuaciones envidiosas como respuestas a situaciones en las que los componentes decisivos son su jetos en interacción. Las actitudes envidiosas de alguien impregnan sus conductas. 298

x).)

La envidia es, pues, una actitud que da lugar a actuaciones envidiosas. Como tal, es un acto de relación sujeto/objeto, en este caso sujeto/sujeto, es decir, una interacción en la que los actores del drama, los dramatis personae, son, claro está, el envidioso y el envidiado.

2. La situación de envidia, una relación asimétrica La envidia requiere un contexto en el que los dos actores de la interacción ocupan posiciones asimétricas. Sin duda, hay muchas relaciones asimétricas que no suscitan envidia, sino incluso una sumisión gustosa y gratificante, una inferioridad libre de toda suerte de responsabilidades, que, al menos hasta determinado límite, es aceptada de buen grado. Pero en la envidia, como se hará ver inmediatamente, la asimetría, que juega en favor del envidiado, es vivida por el envidioso como intolerable, porque no se acepta, porque se tiende a no reconocerla y a negarla. En la interacción envidiosa la asimetría juega en contra del envidioso, con independencia de que, por la eficacia de su actuación, se depare en ocasiones al envidiado un perjuicio en su imagen pública hasta el punto de situarlo en una posición incluso inferior a la del envidioso. De hecho, inicialmentc, la mera presencia, real o virtual, del envidiado en el mundo, empírico o imaginario, del envidioso, le depara a éste electos deletéreos, a los cuales me referiré luego con suficiente detalle. He hablado de la presencia real o virtual del envidiado. En efecto, la relación con el envidiado no tiene necesariamente que ser real, entendido este término ahora en el sentido fuerte, de relación empírica. Muchas veces la envidia la suscita alguien con quien no se tiene relación real alguna, y por eso hablo de presencia virtual. En estos casos, es la mera existencia del envidiado, su posición social, sus éxitos, sus logros, sus dotes de empatia, entre otros muchos «bienes» posibles, los que generan lo que se ha llamado el sentimiento de envidia. Pero ¿cuál es la peculiaridad de esta asimetría en el caso de la situación de envidia? El envidioso está en posición inferior respecto del envidiado, pero tal inferioridad, si se reconoce por él —cosa que está lejos de ocurrir siempre—, es rechazada mediante argumentos falaces o racionalizaciones. Por ejemplo, se atribuye a la «mala suerte», frente a la «buena suerte», no al mérito del envidiado, o a la «injusticia» del mundo. Al envidioso se le priva (injustificadamente, por supuesto) de lo que el envidiado posee (injustificadamente también). A diferencia, pues, de otras situaciones asimétricas en la que el inferior asume su posición de buen o mal grado, o de forma pactada, el envidioso no la tolera. Como haré ver, la raíz de la actitud envidiosa ancla en el profundo e incurable odio a sí mismo del envidioso. WO

La dirección en que camina la relación asimétrica en la envidia es, si me es posible expresarme así, de abajo arriba. No se envidia —en la acepción fuerte del término, en la que nos movemos hasta ahora— a quien se considera inferior. Recuérdese la afirmación clásica, ya citada: la mediocridad está libre de envidia. Pero curiosamente muchas veces se hace uso del vocablo envidia para referirse a alguien que ocupa una posición de esa índole («¡cómo te envidio el que no seas conocido y puedas pasar inadvertido!»; «¡cómo envidio a estos que no tienen que preocuparse de inversiones ni de capitales!»). Conviene analizar esta forma de uso, desde luego insincero y mendaz, de la palabra envidia, por lo que enseña acerca de la envidia en sentido estricto. Se trata de una expresión de seudohumildad, que, de hecho, exhibe la vanidad y autosatisfacción por la superioridad que se ocupa y que tantas y tantas molestias e incomodidades le depara al parecer. Cuando, además, se dirige directamente a aquel al que se dice envidiar por la «cómoda» inferioridad en que se encuentra, la expresión reviste caracteres de insensibilidad moral, cuando no de crueldad: le invita a autocomplacerse en la situación de carencia en que se encuentra. No se engaña a sí mismo (de ninguna manera se «cambiaría» por aquel a quien dice envidiar), ni, desde luego, engaña al otro. Pero, además, usa de la palabra envidia en un sentido por decirlo así generoso, desprendido («siento envidia, en el buen sentido de la palabra», se dice, advirtiendo expresamente que es una envidia sin el carácter malvado y destructivo que se le conlicre habitualmente al sujeto en la actitud verdaderamente envidiosa). Envidiar a alguien en algo, en el sentido estricto del término, equivale —lo veremos luego— a conferir a ese algo un alto valor, quizá el máximo valor. De aquí que en la envidia se anhele desvalijar al sujeto, desposeerlo del valor añadido que la posesión del bien le supone como persona. En la expresión antes citada, la de la «envidia en el buen sentido», resulta que el sujeto al que se dice envidiar no posee nada, o más precisamente, no posee aquello que, a su parecer, le hace a él envidiable ante los demás, y que da lugar a su insincera queja; por ejemplo, la fama, el éxito, el dinero, el olor de multitud, etcétera. Si por definición no se puede envidiar a aquel que no posee objeto alguno, entonces la expresión es, por lo pronto, mendaz, además de ofensiva, pues con ella recalca la inanidad («te envidio porque no tienes lo que yo») de aquel a quien se califica de envidiado o envidiable. Un dramaturgo español, que narraba a sus contertulios sus éxitos en un país extranjero, en el que fue llevado de un lado para otro en una interminable carrera de invitaciones y homenajes, concluyó su descripción con este «consejo»: «No triunféis jamás».

U)l

3. La envidia, relación de dependencia Como en algunas, aunque no todas, las relaciones asimétricas, por ejemplo en muchas de las formas de la relación amorosa, en la interacción envidiosa tiene lugar una dependencia de carácter unidireccional, del envidioso hacia el envidiado (dado que muchas veces este último ignora la envidia que suscita, y en ocasiones hasta la mera existencia del envidioso). El envidioso necesita del envidiado de manera fundamental, porque, a través de la crítica simuladamente objetiva y justa, se le posibilita creerse más y mejor que el envidiado, tanto ante sí cuanto ante los demás. Sin el envidiado, el envidioso sería nadie. Como haré ver posteriormente, mediante el diestro hipercriticismo sobre el envidiado se procura hacer a éste odioso a los ojos de los demás y, por tanto, rebajarlo a una posición inferior a la que ahora ocupa. s En otras ocasiones, aquellas en las que el envidiado sabe de la envidia que provoca, la relación es de tipo enantiobiótico, es decir, una relación necesaria para el perjuicio recíproco de ambos sujetos. 6 El envidiado necesita a veces del envidioso —hay quien se inventa envidiosos— para así afirmarse en su posición y, sin esfuerzo, gozar de la destrucción que se le acarrea al envidioso por el hecho de envidiar. Hasta hay delirios de persecución que son, en realidad, delirios de exaltación de sí. Tan elevada consideración de sí mismo suscita la lógica envidia persecutoria de los demás: me persiguen porque me envidian; de aquí el carácter lúdico y gratificante de estos delirios. La dependencia unidireccional del envidioso respecto del envidiado persiste aun cuando el envidiado haya dejado de existir. Y esta circunstancia —la inexistencia empírica del sujeto envidiado y la persistencia, no obstante, de la envidia respecto de él— descubre el verdadero objeto de la envidia, que no es el bien que posee el envidiado, sino el sujeto que lo posee. Lo que se envidia de alguien es la imagen que ofrece de sí mismo merced a la posesión del bien que ha obtenido o de que ha sido dotado. Y por eso, aun si el envidiado ha dejado de existir, su imagen, sin embargo, persiste, y, por tanto, no se le ha de dejar en paz, porque sigue estando vigente en el envidioso. La dependencia del envidioso se debe a la introyección de la imagen del envidiado, de manera que ésta no desaparece por el hecho, meramente circunstancial, de que el envidiado deje de estar entre los vivos. Volveré luego sobre esta cuestión con más detalle. Celos y envidia A diferencia de otras estructuras de interacción, a alguna de las cuales haré alusión con fines comparativos, en la envidia la estructura es diádica, y queda establecida entre el envidioso y el envidiado. La presencia de otro (u otros) miembro, por ejemplo el que haya alguien 302

o muchos que admiren al que se envidia, puede agravar la situación del envidioso, pero no es, en todo caso, fundamental. La diferencia respecto de los celos (en los que existe envidia, pero no sólo ésta) es que en éstos la estructura es triádica: el celoso, el objeto de los celos (la persona amada) y el rival. Las redes interaccionaíes son, pues, más complejas: del celoso con el objeto amado y con el rival; del rival con el objeto de los celos y con el celoso; del objeto de los celos con el celoso y con el rival. En los celos hay, desde luego, envidia del rival, al que el celoso atribuye valores y cualidades que no se confiere a sí mismo, y que explican la imaginada preferencia por él de la persona amada. El celoso lo es del objeto amado, pero está celoso del rival.7 Claro está que en la envidia se le atribuye al envidiado la posesión de un determinado bien, que el envidioso desea (anhela: desea de manera suma), pero aun así la relación no es homologable con la celosa, puesto que el objeto del cual es celoso —el bien que el rival posee— es siempre una persona con la cual tiene una estrecha relación.

4. La envidia, interacción oculta Una de las peculiaridades de la actuación envidiosa es que necesariamente se disfraza o se oculta, y no sólo ante terceros, sino también ante sí mismo. La forma de ocultación más usual es la negación: se niega ante los demás y ante uno mismo sentir envidia de P. Para proceder a esta ocultación/negación es imprescindible el recurso al dinamismo de la disociación del sujeto, mediante el cual se es envidioso, pero se ha de interactuar como si no se fuera. Las razones por las que la envidia se oculta/se niega son de dos órdenes: psicológico y sociomoral. Desde el punto de vista psicológico la envidia revela una deficiencia de la persona, del sclf del envidioso, que no está dispuesto a admitir. Por eso, en primer lugar, niega sentir envidia de P. Es así como el sujeto que actúa como envidioso ha de sobreactuar como no siéndolo. ¡No faltaba más! ¿Cómo voy a sentir envidia de P, si éste no merece tan siquiera ser envidiado? Más bien, se dice, siente pena de P, o en todo caso, si no pena, el envidioso racionaliza para demostrar a los demás que P está donde no debe estar. Todo este sistema de racionalizaciones tiene un alto precio mental, al cual me referiré más adelante. Señalo ahora tan sólo que negarse al reconocimiento de la envidia es negarse a re-conocerse en extensas áreas de sí mismo. Si el envidioso es tuviera dispuesto a saber de sí, a re-conocerse, asumiría ante los tilmas v ante sí mismo sus carencias. Pero esto conllevaría su ilepiei I.I MH

ción ante los demás y ante sí mismo, cuestión a todas luces extremadamente dolorosa. Como advertía Juan Luis Vives, «nadie se atreve a decir que envidia a otro». 8 El envidiado se alza ante todos ostentando aquello de que el envidioso carece; refleja, sin pretenderlo, por contraste, la deficiencia del envidioso. Por eso se dice en el habla coloquial, con gran precisión, que el envidioso «no puede ver» al envidiado, y no precisamente porque le sea meramente antipático. No puede literalmente verlo, porque la visión que de sí mismo obtiene por la presencia del envidiado le es intolerable. Hay también razones sociomorales que fueron señaladas por los tratadistas clásicos. También Vives habla de que «quien tiene envidia pone gran trabajo en impedir que se manifieste esa llaga interior», 9 y, Alibert10 comienza su capítulo correspondiente con estas palabras: «La envidia es una aflicción vergonzosa que procuramos disimular' con cuidado porque nos degrada y humilla a nuestros propios ojos (ob. cit., pág. 206). Nada más eficaz, para descalificar un juicio adverso que alguien hace sobre otro que dispararle el juicio de intención siguiente: «Tú lo que tienes es envidia de él». Con ello, se le hace ver qire toda su argumentación es especiosa, ya que esconde la motivación envidiosa que, como actitud, precede al discurso crítico y/o difamador. ¿Qué es lo que se oculta por el envidioso? En primer lugar, su posición inferior' respecto del envidiado. De ningún modo se estará dispuesto a reconocer la superioridad del otro, y el hipercriticismo, en la forma más sofisticada, o la difamación, en la forma más tosca, trabajará precisamente para socavar la posibilidad de que los demás lorjen o mantengan su superioridad. En segundo lugar, el propio sentimiento de la envidia. La envidia supone una serie de connotaciones morales negativas (maldad, doblez, astucia, «complicación» psicológica) que el envidioso sabe que caerían sobre él, al ser la envidia un sobresaliente predicado de su persona. Por consiguiente, la envidia se racionalizará muchas veces de forma que aparezca incluso como crítica generosa («digo todo esto por su bien») que se hace sobre el envidiado para prevenirlo de futuros desastres. En tercer lugar, la envidia se oculta, porque, como advierte H.S. SuUivan, de descubrirse, los demás notarían de inmediato la carencia del envidioso, visible en el bien que el envidioso posee."

5. La expresión —semiología— de la envidia Pero la envidia, pese a todos los esfuerzos acaba por emerger, sale a la superficie, porque la envidia es una pasión, y, como tal, controlable sólo hasta un cierto punto. Pese a la destreza y a las inteligentes argucias de los envidiosos más M)4

astutos, no existen suficientes y eficaces mecanismos para experimentar la pasión de la envidia y, al mismo tiempo, ocultarla satisfactoriamente. No obstante, el hecho de que la envidia actúe en secreto, por las razones psicológicas y morales antes expuestas, dio pie a curiosas indicaciones para detectarla y así prevenirse de tales sujetos. Juan Luis Vives habla de cómo el intento de ocultación de la envidia se traduce «en grandes molestias corporales: palidez lívida, consunción, ojos hundidos, aspecto torvo y degenerado». 12 Tarde o temprano, pues, la envidia se manifiesta, y atribuimos a determinadas formas de conducta el rango de significantes de la actitud envidiosa. Porque la envidia puede mantenerse silenciada durante algún tiempo, bien como primera etapa del proceso mismo de gestación, bien por una estrategia prudencial. No obstante, la «obsesiva» presencia como tema de la persona del envidiado es de por sí altamente significativa. Otras veces, indicio de que se está en presencia del envidioso puede ser su silencio, mientras los demás elogian a un tercero. Un silencio activo, un callar para no decir, hasta que al lin se pronuncie socavando las bases sobre las que los otros sustentaron su admiración. El envidioso no ofrece descaradamente su opinión negativa; más bien tiende a invalidar las positividades del envidiado. El electo que se pretende con el discurso envidioso —el efecto perlocucionario, diríamos usando de la concepción austiniana de los actos de habla— es degradar la posición social —la imagen, en suma— de que goza el envidiado. Hay otras razones, además del hecho de proceder originariamente de la esfera pasional, por las que la envidia se nota, por las que se advierten, con toda la equivocidad posible, las señales de la envidia subsistente. Al ser manifiesto para los demás el bien que se envidia en el otro, al poseer carácter público, no basta sentir, sino que es necesaria la actuación envidiosa. Ese bien, en efecto, es un constituyente fundamental de la privilegiada imagen, también pública, del envidiado. El envidioso acude para el ataque a aspectos difícilmente comprobables de la privacidad del envidiado, que contribuirían, de aceptarse, a decrecer la positividad de la imagen que los demás tienen de él (el envidioso pretende hacerse pasar por el mejor «informado», advirtiendo a veces que «aún sabe más»). Pero a donde realmente dirige el envidioso sus intentos de demolición es a la imagen que los demás, menos inlormados que él, o más ingenuos, se han construido sobre bases equivocadas. ¿Cómo conseguirlo? Mediante la difamación, originariamente d¡\ ¡amaeión (el prefijo dys significa «anomalía», mientras ¡a procede del latín fari, «hablar», derivado a su vez. del griego pliciui)- En cío lo. la lama es resultado de la imagen. La lama por antonomasia es "buena lama», «buen nombre», «crédito» (hav también la lama en sentido filo que se refiere al hecho de ser alguien muy conocido, peio no es ,i eslc. U)'.

al «lamoso», al que se difama, sino al que tiene «buena lama»). La dislamación es el proceso mediante el cual se logra desacreditar gravemente la buena fama de una persona. La difamación propiamente dicha es hablar mal de alguien para desposeerle de su buena fama, y se justifica porque no es sabido por aquellos a los que se dirige el discurso difamador. Pues mientras no se tenga noticia de lo malo de alguien, se mantiene su buena fama. Ahora vemos dónde está realmente el verdadero objeto de la envidia. No en el bien que el otro posee, como se admite en la conceptualización tradicional (si el envidioso lo poseyera no por eso dejaría de envidiar al mismo que ahora envidia), sino en el (modo de) ser del envidiado, que le capacita para el logro de ese bien. Por tanto, el bien aparentemente objeto de la envidia no es sino resultado de un desplazamiento metonímico, expresión de las posibilidades intrínsecas del envidiado. Por eso, de lo que trata el envidioso es de convertir al envidiado, de admirable y estimado, en inadmirable y odioso, como hemos dicho reiteradarnente.

6. Conceptualización de la envidia En la psicopatología actual se ha prestado escasa atención al problema de la envidia. No así en los comienzos del siglo xix, con Pinel, Esquirol, Einroch, entre otros, para los cuales la alteración mental, especialmente la locura en sentido estricto, estaba directamente ligada al descontrol de las pasiones. Tampoco Freud se interesó por esta cuestión, salvo en el planteamiento concreto del complejo de castración y la denominada envidia del pene. El concepto de la envidia de Melanie Klein no nos sirve en este contexto. Sin embargo, el psiquiatra norteamericano Harry Stack Sullivan —al que antes he hecho referencia, hoy escasamente citado, pese a ser el precursor' de la psicopatología sistémica y el primero en considerar la relación interpersonal en el primer plano de la patogenia de la alteración mental, dotado, además, de una excepcional agudeza y penetración en los dinamismos psicológicos— concedió a la envidia (y a los celos) una argumentada prioridad. En «envidia y celos como factores precipitantes de los principales desórdenes mentales» definió la envidia como «un sentimiento de aguda incomodidad, determinada por el descubrimiento de que otro posee algo que sentimos que deberíamos tener». 1 ' Esta definición es notoriamente más completa que la clásica y, generalizada: el «pesar por el bien ajeno», el «desear para sí algo que tienen otros», y análogas. Porque no se trata simplemente de que el envidioso se apesadumbre por el bien que el otro posee 14 (la pesadumbre, la tristeza por el bien ajeno es una consecuencia de la envidia y no la envidó

dia misma; véase luego en el apartado «La tristeza en la envidia»), sino que, además, sienta que con él se comete una injusticia, porque precisamente ese bien, ese éxito debiera ser suyo. Como advierte Max Schelcr con precisión, el que el otro posea ese bien se considera, por el envidioso, la causa de que él no lo posea. IS El bien envidiado adquiere, por ello, categoría simbólica. Constituye, en efecto, el símbolo, algo así como el emblema de los atributos positivamente valiosos de la persona envidiada. En ello radica, a mi modo de ver, la envidia de ese bien. Pensemos en alguien a quien la suerte en la lotería le depara unos centenares de millones. Decir «¡qué pena que no me hayan tocado a mí en vez de a él!», no es una expresión de envidia. Tampoco se envidia al que se apropia indebidamente de un gran capital y puede gozar del mismo en completa impunidad. ¿Por qué no se envidia? Porque en ambos casos se trata de bienes inmerecidos, cuya posesión y disfrute no añaden nada positivo a la imagen del sujeto. Pasado el tiempo, cuando los poseedores de esos bienes se revistan de un «mérito» y nieguen su suerte o su inmoralidad precedentes, entonces sí aparecerá el envidioso que ponga los puntos sobre las íes. Por el contrario, se puede y se suele sentir envidia de aquel que ha logrado su fortuna por un proceso que suscita la admiración de muchos y que, por consiguiente, conlleva la atribución de un rasgo positivo a su identidad, un elevado realce de la imagen de sí mismo ante los demás. No se envidia, pues, el bien, sino a aquel que lo ha logrado, es decir, a la persona, al sujeto, en la medida en que ese bien re-crece su imagen ante todos, y desde luego ante el envidioso. Esta consideración enlaza con lo que Max Scheler denomina envidia existencial: «La envidia Lse refiere a "la más temible, la más impotente"] se dirige al ser y existir de una persona extraña». Por decirlo así, el envidioso murmura continuamente: «Puedo perdonártelo todo, menos que seas, y que seas el que eres; menos que yo no sea lo que tú eres, que yo no sea tú. Esta envidia ataca a la persona extraña [la envidiada] en su pura existencia que, como tal, es sentida cual "opresión", "reproche" y temible medida de la propia persona». 16 Medida de la propia persona: esto es fundamental. Porque el sujeto envidioso se toma (como, por lo demás, todos y cada uno) como patrón, pero más aún ahora que experimenta la envidia. Y la envidia emerge como resultado de la ineludible comparación que surge en loda interacción, por cuanto toda interacción es una relación especular, v el otro se constituye en inevitable espejo de la imagen propia. Toda interacción esconde, a mayor o menor profundidad, un juicio comparativo de cada sujeto respecto del otro o los otros con los que inleí actúa.

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7. Los bienes, atributos simbólicos del sujeto McDougal fue, al parecer, el primer psicosociólogo y el primero en atender a los que posteriormente se denominarían símbolos de estatus: vestidos, casa, coche, joyas, etc. Para McDougal estos símbolos son ilusiones del yo, dado que vienen a apuntalar al yo —hoy diríamos el self— (este vocablo, apuntalar, dice con precisión cuál es el significado de estos símbolos en favor del sujeto) en su inseguridad. Tales símbolos son más necesarios en aquellos sujetos que carecen de factores diferenciales valiosos de su propia persona y, en consecuencia, de aquellos atributos diferenciales/identificadores merced a los cuales se establece exitosamente la interacción. Al decir atributos se sobreentiende atributos positivos, pues de ellos deriva el «prestigio», que no es otra cosa sino la positividad de la imagen. 17 A este respecto, Sullivan añade: siempre que alguien encuentra en otras personas estos aspectos que, desde su punto de vista, serían factores de seguridad —factores con categoría de signos real/adores del prestigio— aparece el dinamismo de la envidia. 18 Condición carencial del envidioso Por esta razón, el envidioso es un hombre carente de (algún o algunos) atributos y, por tanto, sin los signos diferenciales del envidiado. Sabemos de qué carece el envidioso a partir de aquello que envidia en el otro. Pero, repito, es necesario atender al rango simbólico del objeto que envidia. Así, el que alguien sea rico o inteligente no implica que carezca de motivos para envidiar la riqueza o la inteligencia del otro. Ni la riqueza ni la inteligencia de éste son las de cl.|lJ El discurso del envidioso es monocorde y compulsivo sobre el envidiado, vuelve una y otra vez al «tema» —el sujeto envidiado y el bien que ostenta sin a su juicio merecerlo— y, sin quererlo, concluye identificándose, es decir, «distinguiéndose» él mismo por aquello de lo que carece. Como el silencio respecto del habla, también la carencia de algo es un signo diferencial. La identidad del envidioso está, precisamente, en su carencia. Pero, además, en este discurso destaca la tácita e implícita aseveración de que el atributo que el envidiado posee lo debiera poseer él, y, es más, puede declarar que incluso lo posee, pero que, injustificadamente, «no se le reconoce». Ésta es la razón por la que el discurso envidioso es permanentemente crítico o incluso hipercrítico sobre el envidiado, y remite siempre a sí mismo. Aquel a quien podríamos denominar como «el perfecto envidioso» construye un discurso razonado, bien estructurado, pleno de sagaces observaciones negativas que hay que reconocer muchas veces como exactas. M)H

¿Qué duda cabe de que hay cuando menos algo de verdad en lo que el envidioso dice respecto del envidiado? El problema es que el envidioso pretende convertir esta «parte de verdad» en la definición global de ese otro. El punto débil de esta psicología de andar por casa que el envidioso maneja con la mayor habilidad, es que la mayoría de las aseveraciones que se hacen sobre alguien son verdad —salvo algunos excesos—, o cuando menos lo pueden haber sido en determinado momento y en determinado contexto. Pero aun así, naturalmente, no se pueden elevar a categoría de «definición» por su carácter de mero rasgo y, probablemente, por su excepcionalidad. En este aspecto, el dinamismo del envidioso se asemeja al del delirante: también en el delirio hay su parte de verdad y no todo es error (como el cuerdo equivocadamente piensa). 20 Con posterioridad, el delirante construye un edificio interpretativo, grotesco en su inverosimilitud, a diferencia del envidioso, cuya narración cuida siempre de resultar verosímil al destinatario, procurando referirse más a hechos (verdaderos o falsos) y menos a interpretaciones, siempre subjetivas. Rara vez el envidioso pierde el sentido de realidad hasta el extremo de alcanzar conclusiones disparatadas respecto del envidiado. La condición carencial del envidioso, su constante ejercicio de la crítica, y sobre todo la extrema cautela con que actúa para no descubrirse requieren habilidad y astucia. Su actitud permanentemente vigilante de sí mismo y del envidiado, y también de aquel a quien puede Ilegal' a envidiar, o de aquellos a los que quizá no llegue a convencer, le convierte en observador agudo y detallista. La tarea interpretativa es conducida sesgadamente, «oblicuamente», de manera que la depreciación de la imagen del envidiado aparezca como un resultado «objetivo». Es muy sagaz la observación de Juan Luis Vives acerca de la «perversión del juicio» en la envidia. «La envidia», dice, «pervierte más intensamente que las restantes pasiones; hace pensar que son importantes las cosas más pequeñas, y repugnantes las de mayor belleza.» Y explica el fracaso persuasorio del envidioso, porque «influye mucho la fuerza del odio que está ingénita, y con el carácter' más atroz, en toda envidia».21 Así, el discurso difamador no tiene necesariamente que aludir a un aspecto concreto por el cual el sujeto tiene buena lama, prestigio, etcétera. La difamación tiende de manera oblicua a socavar' la buena {ama global del sujeto en cuestión. Por eso se usa con frecuencia la adversativa pera, como una forma de disyunción no excluyente, para recurrir a una expresión de la lógica: siempre, para el envidioso, hav el «pero» correspondiente que le coloca al envidiado.

8. La relación envidioso/envidiado La relación entre el envidioso v el envidiado es extremadamente compleja. La considei aremos aquí en un sentido unidireccional, del «>'>

envidioso hacia el envidiado, no a la inversa, entre otras razones porque a menudo este último ignora la envidia que despierta en otro u otros (y si la supone, puede no ofrecérsele indicio alguno al respecto). Presupuestos de la interacción Como señalé antes, y desde luego con carácter metafórico, toda interacción es especular. Uno no puede tener imagen de sí si no hay otro que la «refleje», o, para ser más exacto, que se la devuelva. Se trata de uno de tantos mecanismos feedback que funcionan entre los dos miembros de la interacción. En el supuesto de que la imagen devuelta no se corresponda con la que se pretendía provocar, la construcción de la imagen que ofrecemos debe ser revisada, lo mismo si hemos de proseguir las interacciones con el mismo actor que si se trata de una interacción ulterior con otro. ¿Qué he hecho o cómo he hecho para que el interlocutor obtenga efe mí una imagen tan diferente a la pretendida? Evidentemente hemos construido una imagen de nosotros mismos sin tener en cuenta los requerimientos del otro, y la hemos lanzado teniéndonos presentes ante todo a nosotros mismos, en un ejemplo más efe comportamiento autista (en un sentido genérico: de prescindencia del otro en nuestro contexto). Toda relación interpersonal ha de establecerse sobre la base de un pacto implícito, mediante el cual la imagen que se ofrece al otro se construye a tenor de la que se ha construido uno de él. Dicho con otras palabras: en toda relación se ha de tener en cuenta quién soy para el otro y quién es el otro para mí. Denomino a este inicia] punto de partida en la interacción pacto de supeditación ad hoc, que de incumplirse conduce al fracaso de la relación, porque es difícilmente reparable. Uno se supedita al otro y le da lo que requiere de nosotros. Que sólo este pacto garantiza en gran medida el éxito de la relación, sin coste alguno de orden psicológico, lo revela el hecho de que ese otro, al que nos supeditamos de antemano, lo que requiere es que se le ofrezca su imagen previa de quiénes somos, sin que por ello, naturalmente, se prescinda de la imagen de él. Esto no se opone a que en el curso de la interacción no se deconstruyan, quizá, las imágenes recíprocas previas y se construyan otras, ajustadas al curso de la interacción misma. De aquí que, en ocasiones, se salga de una entrevista modificando la imagen previa forjada sobre el interlocutor: «Mira, creía que era... y resulta que es...». La mayoría de las veces, y si la interacción no se prolonga, pueden conservarse las imágenes preexistentes. Pensemos en la relación que tiene lugar entre dos personas de muy distinto rango social, pongamos el rey y un niño que va a ofrecerle un obsequio. Está claro que el niño requiere que el rey siga en su sitio, por decirlo así. Pero no es menos claro que el rey se ha de supeditar, sin dejar de desempeñar su rol y de mostrar su identidad, a la imagen de él que el niño le ofrece. De no ser así, si el rey mantuviese determinada tiesura, exigible en otros contextos, la 110

coartación sería inevitable y la relación se bloquearía, sin posibilidades de rectificación; si, por el contrario, se excediese en la supeditación (adoptando lo que se denomina «oficiosidad»), el fracaso de la relación sobrevendría por la ostensible mendacidad sobre la que se pretende sustentar. Aun así pueden surgir malentendidos, imposibles muchas veces de resolución. La supeditación ad hoc, adecuada y recíproca, de ambos sujetos es la condición necesaria para una inicial interacción positiva. En cualquier caso, la imagen que el otro nos devuelve es, como se sabe, una definición de nosotros mismos. Tras cada unidad interaccional surge la autopregunta imprescindible (se formule o no; se lormula en situaciones especialmente relevantes, y en ocasiones incluso ante otros, por la indecisión ansiosa que suscita): «¿Qué le habré parecido a...?», o «Le he debido parecer que...». Toda interacción, pues, confirma o desconfirma la identidad: en el primer caso, somos al parecer (ante el otro) como pretendíamos ser; en el segundo caso, somos menos o más para el otro de lo que imaginábamos ser. Esta segunda situación es la que nos interesa de modo especial para entrar luego en la relación de envidia. Si se nos define en más de lo que imaginábamos inicialmente ser, aparte la gratificación en lorma de autoestima que de ello se deriva, aceptamos por lo general, sin reticencia alguna, esta imagen realzada (a veces no ocurre así, y nos vemos obligados a pensar, por la responsabilidad que se contrae, que el otro nos tiene en más de lo que somos). Por el contrario, si la definición nos rebaja, la relación suele ser de rechazo, por la necesidad de defendernos de la herida narcisista que ello nos depara. Así pues, toda definición efectuada por los demás sobre uno se compara de inmediato a la definición que uno trató de dar de sí mismo, es decir, a la definición que uno esperaba obtener a partir de su actuación. Pero la comparación también se establece entre la que hacen de uno y la que hacen de los demás: ¿somos preferidos o somos preteridos? ¿En qué lugar, respecto de los demás se nos sitúa? Esto es especialmente importante, porque de tal juicio comparativo surgirán, si es el caso, los dinamismos de la envidia y de los celos. En efecto, de esta serie de definiciones (las que hacemos de nosotros mismos, las que los demás hacen de nosotros, las que los demás hacen también de otros, con los cuales se nos relaciona y compara) surge la imagen que se tiene de alguien y la valoración de que se dota. Imagen y valor de la imagen se dan de consuno. El valor de la imagen que los demás con lieren a cada cual es la «moneda» básica para las relaciones tic inleí cambio, y decide la posición de cada uno en la jerarquía de los >om ponentes del contexto. Nuestra autoestima sufre por el hecho de quise nos sitúe allí donde pensamos que no debemos cslai, v m.i\ aun si se sitúa a otro en la posición que juzgamos que nos coni-sponile U I

Este sentimiento de haber sido injustamente preterido es la clave del dinamismo de la envidia. No debe olvidarse que no es el envidiado el que nos relega, sino que, la mayoría de las veces, son los demás, de modo que el envidiado es ajeno a la depreciación del envidioso. Ésta es la explicación de que muchos envidiados no tengan relación alguna con el envidioso, o ignoren incluso la existencia del mismo. La envidia, relación de odio La envidia es fundamentalmente una relación de odio, pero de carácter diádico. El envidioso odia al envidiado por no poder ser como él, pero también se odia a sí mismo por ser quien es o como es. En lo que respecta a la estructura del self, de la identidad, ser es ser como. Ésta es la razón por la que se puede representar ser como X sin serlo, haciéndose pasar por- X. La mendacidad radical no consiste en decir que se hizo lo que no llegó a hacerse, sino en representar ser lo que de ninguna manera se es. La existencia del pedante, del chulo, del macho, etc., radica en la necesidad de mentir re-haciéndose, después de des-hacerse de cómo se era (ignorante, cobarde, insuficiente). Son muchas las personas que no se aceptan a sí mismas y, por tanto, se odian. Pero ese odio a sí mismo se traduce, al fin, en odio generalizado. Por una parte, a los que son como él (es el odio del judío hacia los judíos, del negro a los negros, del español a los españoles..., porque en ellos «se ve»). Por otra, a los que no son como él, porque le diferencian y se diferencian de él, v a los que concede la superioridad de un ideal anhelado: en ellos se ve, precisamente porque no es como ellos, porque carece ante ellos. La incurabilidad de ese odio/rechazo hacia sí mismo, a partir' del odio/admiración hacia el otro a quien considera un ideal, deriva totalmente del hecho de que no-se-puede-dejar-de-ser. Éste es el problema fundamental del envidioso, como he insistido a lo largo de estas páginas. El hecho de que la envidia se constituya, como veremos luego, en una forma de estar en el mundo, en una actitud fundamental desde la que se impregna a las restantes actitudes parciales, procede de ese hecho doloroso e insubsanable: ser quien se es; desear no serlo (y ocultarlo); tratar de ser otro (y negarlo); estar imposibilitado de serlo. La envidia, relación de amor Una buena parte de las relaciones sujeto/sujeto son ambivalentes, v en mayor o menor cuantía figura el componente opuesto al que aparece como dominante. Esto es visible en la envidia, en la que no puede dejar de ligurar el componente amoroso, bajo la forma de admiración. Ocurre, sin embargo, qire es prácticamente imposible qire el envi*I2

dioso reconozca amar al envidiado, ni siquiera admirarle. Pero como rival, en tanto representa el ideal del yo, se le ama (en el sentido amplio del término). La compulsión del envidioso respecto de la persona del envidiado procede del hecho de que ama a quien odia (por ser lo que él no es), y ese amor a quien detesta por el daño que su mera existencia le produce, le lleva a una constante e incontrolable tendencia a la destrucción de esa figura, amada a su pesar.

9. Efectos de la envidia ¿Qué electos produce la envidia, el envidiar? ¿Cuál es su coste en la economía mental y emocional del sujeto? La «presencia» del envidiado en el espacio real o imaginario del envidioso afirma, directa o indirectamente, como he indicado varias veces, la carencia de algo fundamental y decisivo en el perfil de su identidad, y la afirma para sí mismo, y, públicamente, ante los demás. El padecimiento crónico del envidioso, pues, se mueve sobre la conciencia dolorosa de que no es —o no se le considera— como aquel a quien envidia. «Ahora éste está aquí, delante de mí, delante de todos, para hacerme ver y hacer ver a los demás que no soy como él.» En este sentido, el dinamismo de la envidia focaliza la atención del envidioso en el envidiado, «obsesionado» por él (en el sentido no técnico sino coloquial del vocablo), constantemente presente en su vida, con carácter compulsivo, y lo inhabilita para otra tarea que no sea ésta, reveladora de su dependencia. Pero, a mayor abundamiento, el envidioso trata inútilmente de no ser el que es, de ser de otro modo a como es, de ser, en realidad, el otro, el envidiado. Porque el envidioso no se acepta, no se gusta, porque se reconoce con rasgos estructurales —los que le definen a sus propios ojos— negativos. Cualquiera sea la ulterior racionalización que construya sobre sí, en la intimidad está presente siempre la deficiencia que le hace rechazable para sí mismo. Nótese la diferencia con quien, no aceptándose inicialmente, no se plantea siquiera la imposible tarea de dejar de ser para ser otro, sino de perfeccionar su imagen, de ser él mismo, pero mejor. Al contrario que éste, el envidioso gasta sus mayores energías en dejar de ser el que es, para tratar de ser aquel que no puede llegar a ser. El envidioso renunciaría a sí mismo en la vor de aquel a quien envidia: tarea, como he dicho, imposible, que solo puede resolverse de mala manera: bien mediante el recurso a una tan tasía improductiva, bien mediante los intentos de destrucción de aqin-l a quien envidia y que se constituye, sin pretenderlo, en testigo de sus autodel ¡ciencias, Poique la gran paradoja interna del envidioso, como he pi elciidido H \

hacer ver, estriba en que ama/admira al que envidia, aunque para defenderse de esta intolerable admiración se empeñe en no hallar motivo para admirarlo y, en consecuencia, tampoco para envidiarlo. Pero no hace para sí mismo nada, y se mantiene al acecho en la activa observación del envidiado, con quien se identifica de manera ambivalente: le ama/admira, porque constituye la encarnación de su ideal del yo; mas niega luego su amor/admiración hasta transformarlo en su contrario, odio/desprecio, como forma de justificar su ataque y defenderse de la acusación tácita de los demás de «no ser más que un envidioso». El envidioso no puede hacer otra cosa que envidiar. Y de aquí la serie de expresiones del lenguaje coloquial, de sumo interés por su carácter metafórico respecto de los efectos de la envidia en el envidioso: — «le come la envidia»; — «se reconcome», reconociendo así el carácter reiterativo, monocorde, compulsivo de la relación con el envidiado; — «se consume», en el fuego, metáfora de la pasión, que representa envidiar; — «se muere de envidia». Todo ello se desvela en el rostro, por más que se intente ocultarlo. Decía Vives, en cita que reproduje antes de modo incompleto: «Quien tiene envidia pone gran trabajo en impedir que se manifieste..., cosa que trae consigo grandes molestias corporales: palidez lívida, consunción, ojos hundidos, aspecto torvo y, degenerado». Y añade: «Con razón han afirmado algunos que la envidia es una cosa muy justa porque lleva consigo el suplicio que merece el envidioso». 22 No sólo el sujeto envidioso es inicialmente deficiente en aquello que el envidiado posee, sino que el enquistamiento de la envidia, es decir, la dependencia del envidioso respecto del envidiado perpetúa y agrava esa deficiencia. Envidia y creatividad Una de las invalideces del envidioso es su singular inhibición para la espontaneidad creadora. Ya es de por sí bastante inhibidor crear en y por la competitividad, por la emulación. La verdadera creación, que es siempre, y, por definición, original, surge de uno mismo, cualesquiera sean las fuentes de las que cada cual se nutra. No en función de algo o alguien que no sea uno mismo. Pues, en el caso de que no sea así, se hace para y por el otro, no por sí. Todo sujeto, en tanto construcción singular e irrepetible, es original, siempre y cuando no se empeñe en ser como otro: una forma de plagio de identidad que conduce a la simulación y al bloqueo de la originalidad. La tristeza en la envidia Es interesante que analicemos la peculiar tristeza del envidioso. Si la tristeza remite, más o menos directamente, a la frustración tras la 314

pérdida del objeto (amado), esto quiere decir que el objeto, ahora perdido, ha sido con anterioridad objeto apropiado, suyo, poseído. No es el caso del envidioso, cuya tristeza no es por pérdida, sino por no logro. El envidioso es un sujeto frustrado por la no consecución de lo anhelado. Se trata de un padecimiento muy intenso. Porque en tanto que objeto deseado —llegar a ser tal y tal— es objeto imaginariamente logrado, o sea, fantásticamente conseguido. La pérdida del objeto en el envidioso no es la de un objeto real, de la que es posible recuperarse después del trabajo de duelo, sino de un objeto imaginario que, como tal, es y siempre fue un puro fantasma: ni fue logrado ni puede serlo jamás. El error del envidioso, al inaceptarse a sí mismo y proponerse ser otro, hace de su vida un proyecto imposible. La tristeza del envidioso procede de haber hecho de su ideal no un constructo imaginario de sí mismo, sino de otro. Lo que el envidioso no logra es su proyecto de ser el envidiado. Por eso, la tristeza del envidioso posee un tinte persecutorio. Está poseído por el otro, la sombra —la imagen— del otro introyectada en él y no puede «quitárselo de encima». Una y otra vez se le presenta, a todas horas, de día y de noche, y por eso, como su objeto perseguidor, se constituye en el tema recurrente de su existencia. Envidia y suspicacia El envidioso es suspicaz, desconfiado. En cualquier momento su actitud vigilante en la ocultación de su envidia puede cesar o decaer, o puede delatarse por haber llegado demasiado lejos o demasiado torpemente en la demolición crítica y en la difamación. Tarde o temprano, directa o sesgadamente, el envidioso se descubre como tal y se le descalifica psicológica y moralmente. Esta actitud de acecho en los demás, y de vigilancia y control de sí mismo para evitar ser descubierto, convierte al envidioso en un sujeto receloso y suspicaz. Cualquier palabra o gesto puede ser una alusión a su carácter envidioso. Por otra parte, ¿no se sabe ya de su índole de envidioso en la medida en que cada vez está más privado de relaciones, cada vez son más los que desconfían de él? La suspicacia, en forma de hipersensibilización narcisista, es una de las consecuencias más graves de la envidia. Envidia versas delirio Es curioso que la envidia no evolucione hacia el delirio, salvo en el caso del llamado delirio de celos, en el que el celoso, junto a la icili dumbre de que su pareja le engaña, siente envidia del rival v se ion vierte en delirio de infidelidad (los celos son, todo lo más, sospci li.i «le inlidelidad, no la certidumbre del delirio). Peto va hemos visln .inte nórmenle que la estructura de la relación de envidia es disiiui.i de l.i US

relación de celos, aún más compleja, sobre todo a tenor del carácter Lriádico de ésta. El envidioso no se psicotiza, éste es un hecho de la experiencia. La razón de ello hay que verla en que el envidioso no renuncia a su ser (desearía ser como el otro, pero sin dejar de ser él), cosa que sí hace el delirante. La intolerable insatisfacción del delirante con su identidad le lleva a inventarse otra, completamente fantástica, y no tiene razón alguna para envidiar, puesto que, gracias al delirio, es ya más que nadie. Por eso, a diferencia del envidioso, profundamente desequilibrado, el delirante logra su neoequilibrio adoptando la imagen delirante de lo que tue su ideal del yo, y acabando por ser el mismo encarnación de su propio ideal. De aquí el carácter lúdico y autogratificador del delirio, la satisfacción del delirante, que incluso puede sentirse envidiado, y objeto, por ello, de la persecución por los más poderosos de la tierra.

10. Impotencia en la envidia La envidia se alimenta y rumia desde la impotencia del envidioso. Quizá en otros aspectos el envidioso es un sujeto de valores, pero carece de aquel que el envidiado posee. El tratamiento eficaz de la envidia cree verlo el que la padece en la destrucción del envidiado (si pudiera llegaría incluso a la destrucción física, y no es raro que se fantasee con su desgracia y su muerte), para lo cual teje un discurso constante e interminable sobre las negatividades del envidiado. Es uno de los costos de la envidia, un auténtico despilfarro, porque rara vez el discurso del envidioso llega a ser útil, y con frecuencia el pretendido efecto perlocucionario —la descalificación de la imagen del envidiado— resulta un fracaso total. ¿Cómo convencer al interlocutor de la falsa superioridad del envidiado? Ni siquiera a aquél, envidioso a su vez del mismo envidiado, pero envidiando por otro motivo. Porque cada cual envidia a su manera y respecto de algún rasgo del envidiado y, en consecuencia, no considera válidas las razones del otro para envidiar a su vez. Como entre los delirantes, en los que es el caso que cada cual juzga delirio el ajeno y nunca el propio, también el envidioso reconoce lo que hay de envidia en el otro y no en él. No hay comunidad de envidiosos, como no la hay de delirantes. El complot de envidiosos, que, en ocasiones, se ha llevado a la escena (más que a la novela), es de formidable efecto dramático, pero no responde a la realidad. Precisamente a quien quisiera convencer el envidioso es a aquellos que admiran sin reservas a quien él envidia. Ahora bien, para que un discurso de este tipo logre persuadir hace falta que adopte, cuando menos, lo que podríamos denominar la retórica de la pulcritud, es decir, Í16

que no se entrevea mala intención. El odio del envidioso, que le deliende del amor/admiración que bien a su pesar experimenta hacia el envidiado, le imposibilita para la adopción de la pulcritud moral requerida, pese a toda suerte de simulación. Rara vez el envidioso consigue que dejen de admirar aquellos que limpiamente admiran a quien él envidia.

11. La envidia como destrucción El envidioso busca la destrucción del envidiado, pero la destrucción de su imagen, no necesariamente del cuerpo físico del envidiado. Porque aun desaparecido de este mundo, su imagen «persigue» (es su «sombra») al envidioso, en la medida en que ésta es de él y persiste aún después de muerto. En el asesinato de Abel por Caín la sombra de Abel subsiste. Éste es el motivo de que, más que la muerte del envidiado, lo que realmente satisface, cuando menos en parte, es su «caída en desgracia», porque ello puede significar la pérdida de los atributos por los que antes se le envidiaba. Era ése el objetivo de la envidia: no que el envidiado no existiera, ni que fuera desgraciado en otros aspectos, sino que quedase situado por debajo del envidioso. Pareciera que el envidioso se calmaría si pudiese simplemente odiar, o si lograra la destrucción de esa persona a quien se ve obligado a amar. En efecto, cuando el envidiado deja de serlo en virtud de su «caída», pongamos por caso, ya no se le ama/admira, porque ha dejado de ser un ideal; tampoco se le odia, porque no le refleja al envidioso aquel que no es. Se le puede, llegado este caso, compadecer, una vez sobrepasada la etapa preliminar de alegría por la desgracia ajena. En esta situación, el envidioso, «liberado» de la persecución de la sombra del envidiado, puede ahora hasta compadecerlo, al menos por algunos momentos, porque al fin y a la postre siempre pensó que «es ahí donde siempre debiera haber permanecido». La presencia del componente envidioso dificulta, cuando no anula, toda otra forma de interacción con el envidiado y, en último término, hasta con los demás. Schopenhauer habla del muro que la envidia es tablece entre el yo y el tú, y cómo la envidia, por la ineludible necesi dad de ser ocultada, se convierte en una pasión solitaria. La envidia priva al que la padece de una productiva relación con el envidiado, v también con aquellos a los que se les picdk a la desli u n ion del mismo Poique ante el envidioso acaban los demás poi pieiavcise v JISI.HI ciarse, en la medida en que se advicilr su maldad \ \u i.ip.ii id.id .o lapada para destruir al que envidia v, llegado el ( .r.o. .i i iialqniri olio a quien polencialinenle pudiese envidiai , Ornen ¡MI .inl i/a que l.i en \\ I

vidia que ahora siente hacia P no se volverá alguna vez hacia otros, y trate, de la misma manera, de destruirlos? La envidia es una pasión extensiva. El envidioso acaba, como se dice en la expresión coloquial, «por no dejar títere con cabeza». También ha de destruir a aquellos que admiran al que él envidia, en la medida, por lo menos, en que le hacen ostensible la inutilidad de su esfuerzo demoledor. Toda interacción productiva está basada en la buena fe, en la confianza. Cuando confiamos en alguien, le damos acceso a una parte de nosotros mismos que, de otra manera, le resultaría inabordable. La confianza es, o implica, riesgo, pues con ella damos oportunidad de que se nos pueda dañar. Confiamos en alguien porque suponemos que podemos contar con su lealtad. Sólo el seguro de sí, el que se acepta a sí mismo en virtud de su adecuada organización como sujeto y, por tanto, no tiene necesidad de envidiar, se confía y puede ser a su vez fiable interlocutor. Nada de eso se infiere de la conducta del envidioso. Su deficiencia estructural en los planos psicológico y moral aparece a pesar de sus intentos de ocultación y secretismo. La envidia no es un pecado, como se ha concebido en la tradición católico-moral, porque como pasión, como sentimiento, o se tiene o no se tiene, y nada se puede hacer para sentirla o para dejar de sentirla. Pecado sería, en todo caso, en una concepción teológico-moral razonable, la actuación derivada de la envidia, es decir, la crítica injusta, la difamación, etcétera. La envidia es, tan sólo, una desgracia, un padecimiento, incluso —en un sentido laxo del término— una enfermedad, en la medida en que, como he dicho, resulta de una singular deficiencia estructural del desarrollo del sujeto. Y la envidia es, además, crónica e incurable. Lo he afirmado antes: la envidia es una manera de instalarse en el mundo. Quien alguna vez ha tenido la experiencia dolorosa de la envidia está ya definitivamente contaminado por ella. Porque le desvela a sí mismo, en su intimidad, la secreta deficiencia, aquella por la que, aunque muy oculta, puede ser herido en la aparentemente más inofensiva interacción. Y una vez lastimado en su autoestima, el envidioso, más y más sensibilizado y susceptible, permanecerá constantemente alerta. La envidia dura toda la vida del envidioso, que, para su tormento, vive en y para la envidia. Cualesquiera sean las gratificaciones externas que el envidioso obtenga, persistirá la envidia. Porque aquéllas no son suficientes, ni provienen de aquellos a quienes considera capaces de valorarle en sus verdaderos términos. Digámoslo una vez más: el envidioso no dejará de serlo por lo que ya posee; seguirá siéndolo por lo que carece y ha de carecer siempre, a saber: ser como el envidiado.

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Apéndice E La sospecha

1. La relación interpersonal, relación incierta La relación entre los seres humanos (abreviadamente, la interacción) no precisaría de la confianza si cada uno de los protagonistas de la misma —dos o más; paradigma, la relación dual— pudiera obtener del otro la información que necesita para llevar a buen término el propósito de la relación (la búsqueda de la amistad, de un amor, la consecución de un trato, el logro de un contacto circunstancial). No es así, sin embargo. Nadie es, ni puede ser aunque lo pretenda, absolutamente transparente. El descubrimiento de nuestra intimidad haría imposible toda relación social, porque contiene propósitos e intenciones que es mejor que permanezcan ocultos, tanto más cuanto que implican opiniones sobre el interlocutor que, aunque compatibles con otras de mejor enjundia, son, o serían, difícilmente aceptadas por él. Toda persona, pues, tiene un tanto de opacidad para el otro que lo hace, en un sentido amplio, sospechoso. La existencia de fórmulas de carácter mágico (juramento, palabra de honor, promesas de sinceridad y análogas) se fundamenta sobre la base que el sujeto posee de su propia opacidad ante el otro, allí donde pretende que se le crea con la misma firmeza con la que se evidencian, por ejemplo, sus rasgos corporales. Pensemos en un trato. A quiere comprar algo en las mejores condiciones a B. B quiere venderlo en las mejores condiciones a A. Sería importantísimo que A supiera todo lo que precisa saber de B, y a la inversa. Porque, ¿qué saben A de B y B de A? Muy poca cosa, en realidad. Lo que no saben (pero quisieran saber) del otro es mucho más y más importante que lo que saben, y en consecuencia no se posee otro recurso que el de imaginarlo, el figurárselo, una forma arriesgada, porque apenas hay baso, apenas hay indicios a partir de los cuales inferir y deducir.1 Es más, so puede afirmar que la mayor parte de las veces estas inferencias o son erróneas en su totalidad o lo son en su mayor parte, porque so hala do prototeorías acerca tanto del sujeto de la interacción cuanto acerca í\r la interacción misma. 2 Por eso, mejor que inferencia y dedueccion, a la pe lación que cada uno hace del otro respecto de su zona opaca le < oiivic no el nombro de sospecha. Así se afirma con justo/a: «Sospci lio que c .

tas pensando que», dando a entender al otro que nos limitamos a creerle. Porque tiene que creer en el otro: que no le engaña; o que aunque le engañe en alguna medida, le viene bien culminar el trato; o que es mejor abandonarlo, apartarse, interrumpir la interacción. En el primer caso, cree al otro veraz, sincero; en el segundo, que le engaña, pese a lo cual se considera compensado por el engaño que a su vez hace al otro; en el último, que es intrínsecamente mendaz y no cabe relación alguna. Creer que el otro es veraz o mendaz no es asegurar que es de una o de otra manera, sino, en el primer caso, confiar; o, en el segundo, desconfiar; es decir, en ambos sospechar. Tan adecuado es decir (aunque no se use habitualmente) «Sospecho que me dices la verdad», como en el caso opuesto y usual: «Sospecho que me estás mintiendo». Nótese que raras veces la confianza o desconfianza es absoluta: confiar no implica necesariamente confiarse en todo y por todo; y lo mismo ocurre en la desconfianza. La confianza y su inversa, la desconfianza, son la mayoría de las veces puntuales, referidas a una determinada interacción.

2. Saber/poseer La información es, en términos generales, y así se ha dicho en una fórmula establecida de una vez para siempre, una forma de poder'. Lo es desde luego en la interacción, la forma de intercambio informativo que nos importa en este momento. Saber a ciencia cierta de alguien equivale a su posesión. El término posesión se aplica aquí en su acepción débil, pero no desde luego metafórica. Se dice con razón que José posee el secreto de Juan porque sabe de él lo que ninguna otra persona. Pero el secreto de Juan es parte de él, y si lo conoce José, entonces esa parte de Juan es propiedad también de José. José posee a Juan, lo tiene, como se dice, «atado», «cogido», «es suyo». Aunque se hable habitualmente de posesión, más preciso es el término poder. José puede sobre Juan en la medida que sabe de la importancia de lo sabido de él. Nuestro poder sobre los demás es limitado porque nunca sabemos todo del otro; pero si lo que sabemos es definitivo como para provocar un cambio decisivo en la imagen social que el otro ostenta ante los demás, basta con ello para que el poder sobre el otro sea también decisivo. De aquí que determinado tipo de interacciones, que se consideran necesarias bien a nuestro pesar, y de las que se deriva un saber importante sobre el interlocutor (la confesión, el acto médico, la confidencia al abogado), estén respaldadas por el secreto profesional y jurídicamente reguladas. De lo contrario el sujeto podría ser chantajeado. Se hace chantaje a otro, o se puede hacer, cuando sabemos de él algo que él no quiere que se sepa de ninguna manera, porque, de saberse, le comprometería. Incluso se dice de al320

guien que se le tiene «agarrado» cuando se sabe de él algo que, por la cuenta que le trae, celosamente oculta.

3. El limitado saber sobre el otro Es, pues, una suerte que la naturaleza haya dispuesto la posibilidad de que podamos construirnos un espacio que es más que privado (este es susceptible de ser observado, pese a nuestras precauciones, es decir, a los marcadores de que no debe ser observado), el espacio íntimo, la intimidad, en la que nadie puede entrar, a la que nadie puede acceder. Decimos con frecuencia que se ha dejado pasar a alguien a nuestra intimidad cuando le hacemos determinada confidencia; pero en realidad no es que el otro haya accedido a nuestra intimidad sino que nosotros hemos convertido algo hasta entonces íntimo en privado (para el otro y para mí). En la confidencia no entra el otro en mi intimidad; soy yo el que vacío parte de mi intimidad y la hablo, es decir, la comunico al interlocutor. 1 La intimidad es nuestro armario, forma actual de almario, el lugar secreto e inaccesible para los demás. En contrapartida, esa intimidad inaccesible para los demás es también en buena medida incomunicable. Hablamos de ella en la medida en que podemos, pero no hay un léxico capaz de dar cuenta de la totalidad de una «experiencia».4 El espacio íntimo de cada cual es inobservable. Y no se diga que lo hacemos observable cuando contamos algo de él, es decir, cuando lo hablamos, porque aun así estamos lejos de hacer evidente nuestra interioridad al otro. Hablar, pongamos por' caso, de nuestras intenciones, o de nuestros deseos no es mostrar unas u otros. Aquí viene a cuento el aforismo 5.6.2. de Wingenstein, en el Tractatus logico-philosophicus: decir no es mostrar. La intimidad puede decirse, y hasta cierto punto nada más, pero no mostrarse, y, aun así, decirla no es garantía de veracidad, porque es obvio que se puede decir mentira. La mentira eficaz es factible allí donde no cabe posibilidad alguna de evidencia, precisamente sobre lo que en este momento pienso, siento, deseo, intento...

4. Lo cierto/incierto en la interacción Si saber del otro es poseerlo, adueñarse de él, a veces en su lol.ili dad, por lo que de él sabemos, ¿qué pasa en la interacción.'' Formulemos inicialmente la relación entre P y O de la loim.i si guíente:

i. 11 la antes, a prevenirla. Aunque no exactamente, se solapa ( on l.i denominada hradipsiquia, el enlenlecimienlo de los pioicsos m u ropsicologicos. l'l'i

Sentimiento básico, de amor u odio hacia un objeto. El protosentimiento es elemental, sin cobertura cognitiva más que la precisa para la inmediata relación del sujeto con el objeto al que se ama o se odia. Es la primera etapa del desarrollo de la vida afectiva. PULSIÓN. El impulso es la conversión de una pulsión en acto. Las pulsiones son de dos tipos: eróticas y agresivas. La pulsión es un término psicoanalítico. Equivale al protosentimiento. RESENTIMIENTO. A diferencia del suspicaz, que se limita a sentirse afectado por algo que supone (fundada o no fundadamente) vejación y desestima en su imagen pública, el resentido reacciona a su vez con hostilidad, pero, en tanto que se sabe en situación desigual respecto de aquel del que se resiente, recurre a lormas solapadas y tortuosas. A veces coexiste con la envidia, si la persona de la que estamos resentidos es, además, envidiada. Pero no tiene que ser así: «P está resentido con M por la faena que le hizo» no implica que P envidie a M. SENSIBLERO. Exagerada o ñoñamente sentimental. SENSITIVO. Se aplica, a veces como motivo de un cierto rechazo, a aquel que demuestra ser en exceso susceptible y tiende a atribuir en los demás intenciones perturbadoras contra él. Picajoso, quisquilloso, que se ofende con facilidad. Kretschmer habló de la personalidad sensitiva en este mismo sentido, como punto de partida de delirios de alusión. El sensitivo, en grado menor, es suspicaz. SENTIMENTAL. 1. Referido a los sentimientos. 2. Se dice de aquel que se emociona fácilmente, en especial en lo que concierne a experiencias de tristeza y compasión. El sentimental se conmueve con facilidad y además controla difícilmente la expresión de los afectos. 3. Sensible. SENTIMIENTO. Estado del sujeto caracterizado por la impresión afectiva que le causa determinada persona, animal, cosa, recuerdo o situación en general. El sentimiento, al ser de menos intensidad que la emoción, es experimentado por el sujeto como algo que le acontece exclusivamente en el plano de él mismo como sujeto, más concretamente en el nivel anímico. SENTIMIENTOS. 1. Conjunto o repertorio de estados sentimentales de que puede disponer un sujeto situado en las más diversas relaciones con personas, animales, cosas, situaciones. Alguien tiene buenos y/o malos sentimientos. Puede usarse como sinónimo de afectos. 2. Los sentimientos son «objetos mentales» del que los experimenta, y, desde el punto de vista semiótico, son connotaciones que al sujeto le provoca el objeto. El asco, la antipatía que a Juan le suscita Antonia, son connotaciones de Juan (por eso pueden ser distintas de las que Antonia suscita a Pepe). Como tales connotaciones poseen tres predicados: diacrítico, identificativo y nominal. PROTOSENTIMIENTO.

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El diacrítico se refiere a que «el sentimiento es mío» (un sentimiento adiacrítico es aquel que no se reconoce como propio: «Yo no odio a Augusta; es ella la que me odia a mí; a mí me es indiferente»). El identificativo atiende al reconocimiento del tipo de sentimiento que se experimenta. El nominal acierta a designarlo o a parafrasearlo (lexitimizarlo). SIMPATÍA. Sentimiento de aceptación del otro, o de alguna parte de él, por sus cualidades de recepción y acogida. SUJETO. El sistema nervioso central es el sistema de (la vida de) relación del sujeto con el entorno. El sujeto es un sistema del cual las funciones del sistema nervioso central (sensibilidad y motricidad, memoria, atención, fantasía, imaginación, raciocinio), son instrumentos para la relación en un mundo simbólico. Con esos instrumentos, el sujeto como sistema construye el modelo de yo adecuado (Yo ad hoc) para cada situación o contexto. El sujeto es descriptible según los yoes que construye, es decir, según sus actuaciones. La identidad del sujeto, el self, es la imagen que los demás y él mismo se forman a partir del yo* que se construye para cada situación. TALANTE. 1. Actitud, humor o disposición de ánimo, buena o mala, en que una persona está para tratar con ella. 2. Gana. 3. Disposición o actitud de agrado o disgusto con que se hace algo. TEMPLE. 1. Firmeza de ánimo frente a situaciones nociceptivas que comprometen seriamente la integridad corporal o anímica del sujeto. 2. Humor: «buen temple», «mal temple». VINCULACIÓN. Todos los objetos empíricos en sentido amplio (personas, animales, cosas, situaciones, es decir, todo lo que no es el sujeto) con los cuales el sujeto se encuentra «atado» por «lazos afectivos» (reténgase el carácter metafórico de «atar», «lazo») son vinculaciones. Las vinculaciones afectivas persisten a pesar de los más diversos avatares, a pesar incluso de sentimientos contrapuestos. Una vinculación afectiva con un hijo se mantiene pese a los sentimientos de malestar e irritación por su conducta. La vinculación se mantiene incluso desaparecido el objeto, entonces, claro es, con la imagen. Los objetos con los que se han experimentado profundas y duraderas vinculaciones (padre, madre, un maestro, un objeto amado u odiado, sobre todo envidiado) parecen regir muchos de los comportamientos del sujeto. YO. El sujeto, en su dinámica y desarrollo, aprende a construii vocs adecuados a situaciones o contextos para el logro de una ichu ion exitosa. El yo resulta, pues, de la precisa externalización del sujeto para su realización en un contexto determinado.

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Notas

1. Qué son los sentimientos 1. Recuérdese el concepto de apetito de los (ilósofos escolásticos, de inspiración aristotélica. Tomás de Aquino es quien ha definido el apetito como una inclinación hacia algo por parte del alma. Aristóteles diferenciaba apetito y deseo, este último una forma de aquél (libido lúe la traducción latina, concupiscencia, cupiditas). 2. En este sentido, objeto es todo aquello con lo cual el sujeto entra en relación. Por tanto, n o sólo son objetos los objetos propiamente dichos, objetos externos, sino también —en virtud de la reflexividad, propiedad del sujeto, merced a la cual, en parte o en su totalidad, se hace objeto para sí mismo— los objetos internos. 3. No identificamos egocentrismo (el sujeto, centro de un eje virtual de coordenadas, desde el que obtiene su perspectiva de la realidad y de sí mismo: la realidad vista desde él; él mismo visto desde él) con el egotismo, que alude a la tendencia utilitarista del sujeto en su vida de relación. La visión egocéntrica es insoslayable, aunque el esfuerzo por la objetividad y, por tanto, su superación comporte como resultado ejemplar la concepción denominada «científica»; la tendencia egotista, cuando menos en sus formas rudimentarias, llega a ser superada en determinadas condiciones, o quizá se trata de un intercambio en el sentido de la sublimación freudiana. 4. Es decir, del m u n d o interior, tanto del inmediato, del ahora, como de los que componen su m u n d o interior habitual, fundamentalmente su pasado. 5. En el texto se recogen en su m o m e n t o algunas autodescripciones de depresivos, o de catatónicos una vez que ha remitido el cuadro clínico correspondiente. 6. Véase Spinoza, en Apéndice B. 7. T. Lipps es un autor que se ocupó muy tempranamente también de la conciencia de los yoes ajenos, así como de la conciencia de sí mismo. Como filósolo fue tachado de psicologista, porque consideraba la psicología la ciencia básica de la filosofía y hasta de la lógica. 8. El vocablo vo tiene tres acepciones en el universo del discurso psito lógico: 1) la (supuesta) totalidad de la persona, definible e identilicable íes pecto de las demás: «Este soy yo», «el yo de Paca»; 2) una parte del modelo de aparato psíquico que contacta con la realidad exterior: «Yo estoy es( II hiendo», «yo saludo a Patricio». Es la idea de Yo proveniente di- la dcnoini nada segunda tópica ireudiana. Por el Yo el sujeto se debe al piuu ipio \ la objetividad 11 Vcasc mi ti abajo Ilusión

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también n i ( I W K I I / I /

li * 11 V. i

4. Función de los sentimientos. Expresión 1 En nada difiere, pues, de la consideración sindromico-smtomatica de la patología general Un momento patológico esta caracteiizado por síntomas dependientes de las modificaciones que la causa morbosa produce en el organismo (en los distintos aparatos y sistemas del mrsmo) El conjunto de los síntomas compone el síndrome (síndrome menmgitico, esqui/ofienrco demencial, etcétera) La semiótica como ciencia general de los srgnos comen/o como semrotica medica en Hipócrates, que la inaugura 2 En el léxico fisiológico, entero y exteroceptivas, respectivamente 3 Las citas senan interminables, peio íecueido ahora a Dutoy, de Bel Ami, de Maupassant, al Magistial de La Regenta, de Clarín, al Donan Grav, de O Wilde, y a Julián Sorel, de Rojo \ Negro, de Stendhal Tartufo, de Moliere, es la concreción practica de esta teona De Denis Diderot es esto que sigue «¿Acaso no habla la gente en sociedad de un hombre que es un gian actor? No se ichere al hablar asi a lo que siente, sino a sus excelentes caractensticas a la hora de simulai, aunque no sienta nada» (La paradoja del comeduuüe, véase nota 5) 4 De aquí que muchas veces se sepa que nos hemos l u b o n / a d o o que sentimos miedo, y se ti ate poi todos los medios posibles de evitar que en el futuro tales expresiones se repitan Es motivo de consulta la queja de que al sentimiento mas tenue siga una expresión desproporcionada El análisis de estas situaciones, por ejemplo, de entrofobia, revela que en manera alguna es desproporcionada la sintomatologra expresiva, poique el sujeto se juega mucho mas que el contacto con el otro, a lo que teme es al fi acaso tras el mrsmo 5 D a i u i n habla de la expresión de las emociones en el hombre y en los animales (véase Daiwin, supra), pero no paiece drstmgun entre exteirori/acron y expresron En la especre humana no todos los sentrmientos se extenor r/an, nr todos los que se e x t e n o n / a n se expresan, \ en ocasiones se exterion/a lo que no se srente (se simula) A este respecto, serra provechoso reconsiderar la tesis de Diderot en La paradoja del comediante (trad casi Colección Universal, Calpe, Madrid, 1925) 6 La duda del celoso tiene su origen en la impotencia, es decir, en la conciencia mas o menos clara de su incapacidad para ser objeto deseable v obtener de este modo la vmculacron del objeto que desea 7 David Hume, Ti atado de la natmaleza humana, volumen 2 trad cast , Barcelona, 1981 8 Ernsl Cassner, Anttopología filosófica liad cast 1944 9 Véase E Bleuler, Afectividad, sugestibilidad paranoia tiad cast , Madrid 1942 Se ti ata de un clasico del pensamiento psicopatologico 10 No deja de ser mteiesante llamai la atención sobre el hecho de que una expresión «falsa» es decir que no se coi responde con el segmento intimo de la emoción que se expenmenta, puede conveitirse en una expresron estándar Asi hav quren «va de simpático» o «va de seno» o «de sabio», etcétera Hav piolesiones que han de sei desempeñadas por personas que han de apiendei a expresai una emoción determinada, por ejemplo, de sumisión simpática, peí o sin que caigan en un plus de la misma, poique entonces se conxei tina en una oficiosidad desagradable 1 1 Fs inleiesante advertí! a este íespecto que la amimia del parkmso ^56

mano acaba por depararle un empobrecimiento emocional, de manera que se convierte en atimia —sin afectos— No en balde las lesiones del Parkinson afectan al sistema talamoestnado, y especialmente a la sustancia mgra, y comprometen circuitos relacionados directamente con la producción v expresión de los sentimientos 12 La hteratuia sobie la expresión de las emociones es amplísima Desde la antigüedad existe un enorme ínteres por ofrecer un código de las expiesiones que peí mitán una intei pretacion univoca acerca de lo que siente «el alma» del otro, para que deje de ser el enigma que es y se sea capa/ de adivinado Muv curioso es el libro de Ibn 'Arabí Al-Ra/i, de Murcia Dos caí tillas de Fisiognonuca, Editora Nacional, Madrid, 1977 De Julio Caro Baroja se leerá con ínteres y piovecho su La cata, espejo del alma, Histotia de la Ftstognomica, Circulo de Lectores, Barcelona, 1987 Dos elasreos Ch Darwm, La expresión de las emociones en los animales v en el hombre, trad c a s t , Madrid, 1984, y K Buhler, Teoría de la expresión, liad cast , Madnd, 1950 Paia las p n m e r a s etapas de las emociones en el niño, tanto respecto de la expresión cuanto del reconocimiento de la misma, Paul H a n i s , Los niños \ las emociones, trad cast , Madrid, 1992 Una levision hasta el día de la expresión de las emociones en M L Knapji, f ssencials of Nomeibal Communication, Nueva Yoik, 1980 13 Tanto da egotismo cuanto narcisismo, paia usai de la tei minologia fteudiana A Fieud se debe un análisis meticuloso del naicisismo y su srgnificacion como motivación ultima del compoilamienlo humano Cl f leud, Introducción al narcisismo, en Obras comjAelas, 3 vols ya c íl 14 Esta es la dinámica de la intetacción con el hislciico lambien en el depiesivo no se descarta que aparezcan íepioches a los demás, bu n de nía neia directa e indisimulada, bien, como señalo Fieud en la pina \ la me lancolia, bajo el c a n / del autoneproche, en el londo auloexaltaloi IO Cl Fieud, en Obras completas, Biblioteca Nueva, Madnd O t u i i c sin embaígo, que el victimismo —hoy muy frecuente en la medida en que la depiesion se ha conveitido en un problema social— se lianslonna a su ve/ en una caiga de la que a veces se ansia salir y no se sabe como Ls el caso del simulador, que ha de seguir simulando, a veces incluso en su piopia casa y entre sus (amillares, a quienes hizo cieei lo mismo que a la empresa 15 Véase a este respecto el libio de T S/as/, El mito de la enfermedad mental, trad casi , Buenos Alies, 1973 La lecha de la publicación original es de 1961 Este texto —cuvo titulo es, en mi opinión, desalortunado— debe sei sometido a una discusión iciterada Constituye una apoitacion de pnmei oí den a la teoría psico(pato)logica

5. Función de los sentimientos. Organización axiológica y subjetiva de Ya realidad 1 Esta sera la pehgiosa «tacionah/acion» que muchas veces se hace ank el objeto odiado Odiai a P es dalle demasiada categona, debemos cambial cl odio poi el máximo desptecio, es decn, la inexistencia Peto una cosa es que se loi mulé veibalmente —P no existe para mi— y otia que i cálmenle se umsi ga que P no peí tene/ca al giupo de los objetos del campo pciccplivoi H pu sentacional del su|eto Sobre el mecanismo de la tacionah/acion ln < >/

2 La importancia del cuerpo deriva de que es, el órgano de expresión del su|eto, el lugar para el yo que el sujeto construye El cuerpo, como se desci ibe en el Apéndice A, es instrumento del sujeto, pero también su soporte, la condición necesana para el mismo Toda la preocupación por la corpoíeidad —por la estética, la fisiología el vigoi— no se concibe sino en tanto son sopor te y asimismo cualidad del sujeto 3 Carece de sentido hablar de habitats mejores o peores desde un pun to de vista «objetivo», porque se trata de un valoi y, por tanto, es subjetivo debe hablarse de habitats propios o extraños En la patología observamos una situación que puede ser ilustrativa las depresiones por mudanza Los ajenos a ella no comprenden como srendo el habitat nuevo mejor que el que abandonaron, este sea el preferible, ahora objeto de la nostalgia «Como en la casa de uno, ¡ni en el cielo'», dice un proverbio 4 Baste decir lo siguiente el conhado y maduro opera con «lo que me parece que es, es, peto hay otros pareceres que podrían ser también» el des confiado y suspicaz opera con «lo que me parece que es, es» De aquí la n gide/ y el dogmatismo del suspicaz, fíente a la flexibilidad del que aplica justamente la lógica de la excepcionahdad 5 Aparte los cometidos que le son propios, la piactica del TAT es alta mente pedagógica enseña al probando a distmguir entre denotación e m terpretacion, los valores de veidad que cabe aphcaí a la primera y no a la segunda, y, en consecuencia, a plantearse una epistemología c o n e c t a 6 Asistimos ahora a la crisis del psicoanálisis como practica terapéutica inútil y como doctrina cerrada y pretendrdamente única y la mas «pro funda» respecto de la mtei pretacion de la conducta Esta crisis es atnbuible en buena parte al irresponsable comportamiento intelectual de la mayona de los psicoanalistas Es el momento de hacei balance de la contribución del psicoanálisis a la psico(pato)logia No es este el lugar para llevarlo a cabo, pero respecto del tema que nos ocupa, los mecanismos de proyección e identilicacion, los de la racionalización, y en general los mecanismos de de fensa, son aportaciones a mi modo de ver definitivas 7 Aunque la producción piagetiana es muy extensa, para este tema recomiendo al menos estos dos textos La formación del símbolo en el niño trad cast 1966 y, en colaboración con Barbel Inhelder, Génesis de las estiuctulas lógicas elementales, trad cast 1967 De este ultimo texto me interesa el capitulo de «El ' todos' y el algunos y las condiciones de la inclusión», asi como «La inclusión de las clases v las clasihcaciones jerárquicas», con su ejemplari/acion en la clasificación de las flores y de los animales 8 La tendencia a subsumir en el mismo conjunto o clase a todos los objetos odiados se mantiene bastante tiempo a veces hasta pasada la adoles cencía e incluso en muchos casos persiste en la edad adulta La razón de ello es que el objeto odiado pone en cuestión nuestra autoestima (nos odia le somos antipáticos, luego nos valora negativamente) y, por lo tanto, atenta con tra el objeto mas importante y que mas interesa al sujeto el sujeto mismo 9 Dicho sea de paso esa es la pretensión del totalitarismo la informa cion total y de todos Véase la clasica novela de George Orwell, 1984, trad cast Destino Barcelona, 1990 10 La distinción entre piedicado y atributo, piedicado veibal el p n mero predicado nominal el segundo, me parece fundamental Mientras los predicados son piopiedades del objeto, lo atributos son propiedades atri buidas por el sujeto al objeto, no falsables por tanto susceptibles de ser m tcicambiados (hoy el malo deja de serlo y pasa a ser bueno) Los predica 358

dos pueden ser falsados (P tiene 170 cm de estatura), pueden ser mas y mas precisados Nada de esto puede llevarse a cabo con los atributos (véase C Castilla del Pino, Intioduccion a la hermenéutica del lenguaje, Barcelona, 3 ' ed 1973) 11 La literatura sobre los valores es inabarcable Los puntos de vista objetivistas en Hartmann, Ontologia, en Scheler, Etica, 2 vols , en Ortega, Que son los valores, entre muchos La tests de la subjetividad del valor en Kant, Critica del juicio Moore, Principia Fthica, trad catalana 1987, en Russell, Fundamentos de Filosofía, trad cast 1956, en Stevenson, El significado emotivo de los términos éticos, en Ayer, ti positivismo lógico, trad c a s t , 1965, en Ayer El Concepto de Persona, trad cast 1969 El punto de vista de Wittgenstern en Conferencia sobre etica, trad cast , 1989 12 Antón Chejov es quizá el autor mas sensible a la detección de la relevancia emocional de acontecimientos de este tipo, tanto en sus cuentos como en sus dramas El tío Varna, El jardín de los cerezos 13 Ahora, con la modernización de nuestro país y la practica del divorcio en un numero cuantioso de casos, se observan también depresiones en alguno de los padies —generalmente la madre— por el drvorcio de alguno de los hijos, por lo que supone de desestructuia del contexto familiar, donde cada cual —hijo nuera, hija yerno, nietos— ocupan su «sitio» 14 J J Rouseau, Confesiones, trad cast de M Armiño, Madrid, 1998, Jules Renard, en Diario, 1887-1910, cree contradecrr esta consideración rousseaumana con algo que también es veidad, porque no se le opone y por tanto no la mega «Estoy hecho como todo el mundo y si consigo verme en mi espe|o sólidamente colgado, veré a la humanidad casi entera» (anotación del 1 de eneio de 1897) 15 Para este punto, véase M Weber, El político y el científico, trad c a s t , Madrid, 1967 En el mismo Weber, sus consideraciones acerca de la etica del capitalismo, en Ensayos sobre sociología de la religión, 3 vols trad cast , Madrid, 1987 También Simmel, Sociología, trad c a s t , Madrid, 1925

6. Causa y motivo de los sentimientos 1 « f Por que ante el mismo estimulo una veces reacciono con ira y otras con tolerancia o, incluso, complacencia' ¿Por que un hecho tan cotidiano como contemplar a alguien querido coger la t a / a del desayuno puede precipitarme, según el día, del agrado a la repulsión extrema'» (M Giralt Torrente, París, Anagrama, Barcelona, 1999, pag 157) «Ni siquiera nuestras reacciones, las respuestas que damos a un mismo estimulo, son rguales siempre» (pag 107) Esta excelente novela es una teoría de los sentimientos especialmente poi lo que concierne a la movilidad interior de los procesos emocionales De hecho, toda la historia de la literatura esta hecha a pailn de la consideración de la primacía de los sentimientos en el comien/o, di curso y final de la \ida de todos los seres humanos 2 Kafka ha descrito como lograba convertir el «cumulo de malí i i.ili s en objetos mediante el «esfuerzo de ver las cosas del mundo» y asi i n un i legión vasta aunque todavía inacabada» F Kafka, Descripción di una liu ha tiad cast en La Condena Buenos Aires, 1958 3 Ya sabemos que al recordar tiene lugar un intercambio di u i hl< lm i en la smapsis de las neuronas comprometidas al efecto l ' u i i i si ( ni \ que la condición necesaria para que cada ve/ que en los ullimn ni < M U \

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un violin me venga el recuerdo de la figura de Yehudí Menuhin, con quien tuve el privilegio de pasar dos días poco antes de su muerte 4 «No nos podemos fiar de como creemos que responderemos ante un estimulo determinado No hay constantes ¿Que es lo que nos afecta o conmueve y por que p No podemos detet minar lo ni siquiera en las respuestas mas automáticas, en las que conlorman nuestro carácter », M Grralt To rrente, Parts, pag 106 5 Lo hay desde el punto de vrsta jundrco, moral, cultural, es decrr, desde un punto de vista convenctonal y consensuado, pero no psrcologico cuyo fundamento es, precisamente, la funcionalidad del srstema del sujeto Para el jurista, la manipulación sobre un mdrviduo en coma atenta a un sirje to, en tanto en cuanto muy cautamente juzga que mientras el orgamsmo viva, el sistema del sujeto podría ser restablecido 6 Para el sujeto hay dilectamente significantes, es decir, objetos, a diferencia de lo que ocuire en el organismo con las sensaciones, que pueden darse por si mismas (el estimulo táctil, doloroso, acústico o visual, etceteía) y no como perceptos, que son ya objetos sigmficatrvos y por tanto simboh eos Sobre esta cuestión me extendeie de inmediato 7 Leech las incluye en los siete significados del concepto de significado conceptual, connotativo, estilístico y afectivo, reflejo, conlocativo, asocratrvo y tematreo Cf Leech, Semántica, trad cast , Madrrd 1 l ed 1974,2 ed (muy revisada), 1985 La cuestión termmologica se aclararra sr en ve/ de srgnrfr cados habláramos, respecto de un objeto, del signrfrcado prrmero, denotatrvo («esto es una mesa») y los restantes significados derivados del antenoi como significados connotativos Por ejemplo «El niño esta triste me le cueida a mi hermano, a quien mi padre encerraba para que estudíala No me gusta nada verlo Me recuerda cosas tristes, mcluso terribles Prefiero no segurr» (Protocolo de la lamina 1 del TAT) 8 Concausas es un termino que usaron los escolásticos paia referrrse a la causa adecuada, a la causa concomitante, formal, per se, primera, segunda, etcétera 9 Motivo (de motivum), «lo que mueve, algo que mueve» Hay una di recta relación entre causa y motivo, pero, como dice Feírater Mora «un análisis de expresiones de la forma "a es causa de b" muestia que no es siempie posible tiaducirla a expresrones de "a es el motrvo de b' » (Ferrater Mora, Diccionario de Filosofía, Madrrd, 1979, sv Motivo) 10 Cf mr trabajo C Casulla del Pmo, «Interpretacron, mterpretado, in teipíete», Theona año VII, octubre de 1992 Numero especial 11 Jules Renaid tiene que decir en su Diario 1887 1919 (tiad cast Baicelona, 1998) «|Pues bien, no 1 No quiero a mi mujer, no quieto a mis hijos Solo me quiero a mr A veces me llego a preguntar ¿Que sentina si m u ñ e s e n ' Y por lo menos anticipadamente no siento nada, nada, nada» (del día 22 de octubre de 1896) En otra ocasión (septiembie de 1896) hace esta declaración qut pocos tendrían el valor de llevar a cabo «Lo mas duro de mrrar cara a cara es el i ostro de una madre a la que no quietes y que te da lastima» 12 Una expiesion coloquial a este respecto «\a voy preparado para verme con P Se por donde me va a salir cuando le diga a lo que voy» 13 Esta es la base del analrsis interminable en el sentido de Fieud Cf Fieud, Análisis ternunable e interminable, en Obras completas vol III Madiid Sobre una base scmiologico semántica he sostenido la tesis que aquí enuncio en Intiodiiccion a la Psiquiatna, 2 vols , 4 ' ed , Madnd 1993 360

14 Para nuestro uso en la consulta, ideamos hace mas de trernta años un repertorio de tres laminas muy simples Piecisamente se trataba de ob tenet escaso material, con objeto de que pudrera ser asequible el análisis de las pioposrciones emitidas Como ya hemos comentado consta del dibujo de la cabe/a de un hombre, del de la cabe/a de una mujer (procedentes de un paciente italiano anónimo) y un borrón de tinta (a semejan/a de alguna de las partes de una lamina del psicodiagnostico de Rorschach) Al test di mos el nombre de Test para la Hermenéutica de Proposiciones (THP) So bre el análisis computacional de los resultados J M Valls Blanco hr/o su te sis de hcenciatuia 15 Distingo entre imaginación como proyecto mental para una reah dad factica y disciplinado precisamente por la i eahdad y fantasía, como constiuccion mental sustitutiva de la realidad, en la que carente del con trol de la realidad exterror, cursa de manera desordenada, vagorosa, indis ciplmada 16 K Jasper s, Allgemeine Psychopalhologw, 1 ' ed 1913 5 ed , 1945 Dehnitivamente desanollo este supuesto K Schneidei, Psicopatologia clínica, 3 ' ed Madrid, 199° 17 Véase mi libio Un estudio sobie la depiesioi,, 9' ed , Barcelona, 1991 La primer a es de 1976 18 Por primeía vez en Psicopatologia de la vida cotidiana, 1900 19 Los psicopatologos clasicos (Bumke, K Schnudei ) senalaion que las distimias eian depiesivas con fuerte tonalidad ni ilativo agíesiva nunca maniacas euloncas Paiecc que hay pocas dudas aceica de que las motiva clones de una eutona no tienen por que ser ocultadas, en contiasle con lo que ocurre en las distimias depresivas 20 Véase también Caita alpadie, de F Kafka Una conti ibucion al anali sis de este texto en mi articulo titulado «Caita al padie una apioximacion al hombie» en C Castilla del Pmo, Temas bambú cultura sociedad Baicelona, 1989 Si es factible reducir el pioblema de este texto a unas pocas palabias Kalka oscila entie culpar al padre y aceptar su aversión a el y no culpailo, amallo a pesai de todo y reconoceise como una niemediable catastrole

7. Evolución sentimental 1 Algunos estudrosos del pioblema (Field Woodson, lecientemente Reissland) han sugendo que la imitación de expresiones (aciales tiene lugar a los dos o tres días del nacimiento Natuialmente, se tiata de una ínfeien cía no de una deducción, por tanto, de un mero supuesto 2 Véase a este respecto los tres trabajos de M Klern v Joan Rivieie a g m pados en la versión castellana con el titulo de Las emociones básicas del hombre 1960 Pese al elevado coste especulativo, se Uata de apoi taciones de indudable ínteies 3 El adulto poi cierto responde a estas expresrones y las mas de las veces de la manera requeirda por el recién nacido, obteniendo este satisfac cion y placer lo que podemos considetai la prueba de que el signilicado di la i espuesta del recién nacido cía la adecuada 4 H G Furtch Kntmledge As Desire An Esscn on treud and Pia^il ( o lumbia Umversitv Press, 1987 5 Cf J J Campos eí a/ Handbook of Cluld Ps\cholog\ vol II NIKV.I York 1983 «>l

6 Las interpretaciones de primer nivel son las que inmediatamente se derivan de la denotación del objeto, o sea, el significado referencial o denotativo Véase capitulo 6, apartado 6 7 Los objetos han de ser desambiguados para su denotación lo mas precisa posible Si no es posible, a la ambigüedad del objeto corresponde el sentimiento de perplejidad 8 Las asevet aciones procedentes o inspiradas en la teoría psicoanahtica son afirmaciones no contrastadas, y solo valen, en lo que valen, como inferencias o conjeturas cuando se hacen a partir de observaciones 9 Pienso que el origen de la conciencia de si ha de derivar a fortion de la conciencia de lo que no es si-mismo, es decir, lo otro, el otro, lo externo, lo ajeno Y que en un primer momento, en la etapa de que tratamos, aun no existe para el niño una barrera separadora entre el y lo que no es él 10 Es sabido que el hecho de que en el momento del nacimiento el niño no ostente sus reflejos de prensión y succión es sintomático o de que no ha nacido a su tiempo o de que adolece de una inhibición del desarrollo cere bral 11 Se ha reconocido que el ser humano necesita una «gestación» fuera del claustro materno de tanta duración, cuando menos, que la que preciso en su interior 12 Cf E H Eiíkson, Infancia v Sociedad, trad c a s t , 1959 13 Las que llamo posibilidades intermedias son el equivalente en el adulto a «en parte si, en parte, no», o «antes, si, ahora, no» 14 Muy frecuentes son en algunos adultos la persistencia del chupeteo del dedo o, para lograr dormirse, a veces el de la sábana o la almohada 15 En la teona que aquí desartollo, la fragmentación del objeto es una constante en la vida de relación del ser humano y no patrimonio exclusivo de la primera infancia, como aseguraron los psicoanalistas, sobie todo los de la escuela kleimana Dicho con otras palabras el hombre no alcan/a nunca la aprehensión de la totalidad de un objeto externo o ínter no Cuando parece lograrlo, ha convertido en realidad al objeto en un constructo puramente mental, como ocurre con conceptuah/aciones como «hombre», «cosmos», «historia», etcétera En lealidad, siempie —también, pues, el adulto— se procede a base de superposiciones mentales de partes La concepción de un objeto como un todo es, como he dicho, una constiuccron mental ulterior del tipo «como si» (ah ob, Waihinger) no el resultado de una aprehensión totalizada En la vida cotidiana se procede, sin embargo, con la norma del pars pro toto es decir mediante un proceso de metonimizacron consensuah/ado 16 La relación de carácter nutrrcio con el objeto fue puesta en duda poi Bolwy, que le confino el rango mas general de reacción de apego (attachement) Véase J Bolwy, Soins materneh et sanie mentale, OMS, Ginebra, 1954, asi como en Privación de los cuidados maternos Revisión de sus consecuencias OMS, Gmebia, 1963 17 Seguiremos hablando del objeto a conciencia de que se trata de paites del objeto Pues si no hav conciencia de su caiacter jsaicial la relación con la parte es, natuíalíñente idéntica a la que tendría, de ser posible, con el ob|cto total 18 Tan fundamental cuanto que piecisamente lo que caraclerr/a la mente psicotica es la adiacrisis es deui la ruptura de la bairera virtual que el sujeto establece entre su mundo interno y el mundo extenoi La alucina n o n del psicotico es el paiadigma de esta situación adiacntica la vo/ (del 362

sujeto) es expulsada fuera del sujeto y manipulada como si tuera vo/ de alguien 19 La ambivalencia es concebida como la coexistencia del deseo de posesión y de rechazo de un mismo objeto Si nuestra tesis de la fragmenta ción del objeto es valida, la ambivalencia no es tal, porque cada parte del objeto es considerada por si misma, de modo que una parte del mismo es retemblé y otra rechazable El adulto puede decir «este niño me quiere y me odia», pero en verdad le quiere en la medida en que ahora le es bueno, le odia en tanto que antes le fue malo 20 Me veo obligado a tratar aquí, aunque lo haré someramente, lo que en puridad corresponde al capitulo ulterior, el 8, que ti ata específicamente de la tipología de los sentimientos 21 En el adulto ocurrirá igual y la distinción depresion/pena es en general fácil Es infrecuente, por otra parte, encontrar depresivos que aunen la pena y la depresión (melancolía) con la agresión, aunque a veces lo paí e / c a En un caso en el que intervine como perito, una enferma depresiva intento el suicidio con sus cuatro hijos pequeños lanzándose al Guadalquivir, perecieron los niños salvándose ella el estudio ulterior a este hecho mostró que no se ti ataba de agresividad hacia ellos, sino de protección Era tal el sentimiento de desvalimiento ante la vida por vivir, que trato de elu dirlo, extendiéndolo a los niños, haciendo lo que se ha denominado un suicidio «ampliado» 22 Véase el Apéndice D dedicado a la envidia y a la relación envidioso/envidiado 23 Lid/ et al , «Intrafamihal Envrronment of the schi/ophremc patient», Atch of Neurol and Psvchiat 79, 1958 24 La privación de interacciones deseadas constrtuye el modulo que caracteriza las que denominaremos personalidades inhibidas, con un sentí miento de pudor ante la exhibición de áreas de su corporalidad eiótica (inhibición en la inteíaccion sexual propiamente dicha), energetrea (del vigor), estética (inhibición por defectos corporales, obesidad y demás), intelectual (inhibición del hablar), etcétera Trataiemos de ella en el momento oportuno 25 El adulto se encarga de mantenei la cieencia en la visuah/acion de lo intimo entre otras cosas con la inducción de la creencia en Dios que «todo lo ve», o de la omnipotencia misma de los padres, que saben de sus necesidades antes de que las ver balice 26 Inteiesante a este respecto el «remordimiento» crónico de Rousseau de que habla en Confesiones, cuando no se atreve a declararse culpable del lobo cometido y deja que se castigue a la inocente sirvienta Véase Confesiones, liad de Mauío Armiño, Madrid, 1998

8. Tipología de los sentimientos 1 A J Greimas \ J Fontamlle (Senuotique des passions, Pans, 1991) han ofrcerdo un corpus teórico de gran ínteies desde el punto de vista semiotico Algunas de las tesis que se exponen en este texto coinciden con los suyos, poi ejemjplo lo concerniente a la valencia y al valoi Sin embargo, este libio Iracasa a la hora de ofiecer una posible taxonomía, que piecisamcnk se i I.I tac tibie desde el punto de pal tida semiotico, y se convicite en ikscí iplivoc numeíatrvo S

por el ob|eto cuerpo Por otra parte, con frecuencia encontramos S de quie nes se puede decir no tanto que tienen una salud exultante cuanto que pie sumen de salud Es una actitud antihipocondnaca Hace años se hablo para esta actitud de neuiosis de salud 19 En los tratados antiguos de Patología se hacia hincapié en los dis tintos tipos de malestar que teman lugar en los mas vanados procesos, so bre todo al comienzo, cuando el malestar eia «difuso» (característica del malestar es la no referencia a un órgano concieto, sino a todo el cuerpo y respecto a su vitalidad) El diagnostico medico se basaba entonces sobie in dwios en los comrenzos de todo proceso, y mas tai de avanzado, en signos naturales, es decn, en síntomas Lo ideal para el clínico de antes era encon trar el que se denominaba síntoma patognomico, es decu, aquel que habría de conducn inequívocamente al diagnostico del pi oceso patológico La tesis fue abandonada, aunque de vez en vez resurgía Desde luego, los signos de Keimg y Brudzmsky, que ambos autores describid 011 en la meningitis no se encuentran en ningún otio proceso Pero en tei minos generales puede afumarse que no existen signos específicos Había que recurrir entonces, al agiupamiento de los síntomas, es decir, al síndrome paia liatai de hallar en ellos la especificidad También fue una tarea baldía 20 Del prologo no publicado de Flores del mal 21 Para algunos aspectos historíeos y filosóficos del aburrimiento (y su opuesto, la distracción), ver W J Revers, Psicología di I aburrimiento, tiad casi 1954 22 José Pía, «Un infarto de miocardio», Destino, 1826 (30 de septiem bre de 1972) 23 Cf Freud Lo siniestro, en Obras completas 3 vols 24 Un e]emplo de ello la narración de Edgard Alian Poe «El barril de amontillado» en Cuentos trad cast , Madrid, 1970 25 He narrado una expenencra personal en otro lugar De muy niño se me advirtió que debía dormir con los pies cubiertos, poique de esta lorma evitaría lo que le había ocurrido a otro que una rata le mordió los dedos de los pies Véase Pteterito imperfecto, Tusquets Edrtores, Baicclona, 1997 26 Sigue siendo impí escindible desde mi punto de vista la obra clasica de W Reich, Análisis del caiactei trad cast , 1957, si se piescinde al final de sus excrecencias psicoticas desafortunadas 27 Salvo en los casos de folie a deux o locura inducida pero esta es una cuestron en la que no podemos entrar en este momento 28 Cf sobre esta cuestión mi libio Ll delirio, un error neLesano Nobel, Gi|on, 1998 También el \ol II de Introducción a la Psiquiatría ob cit

9. El discurso verbal en el universo sentimental 1 Wittgenstein en Tiactatus lógico philosophicus (trad c a s t , Madnd 1957) también en Conferencia sobre Etica (trad cast México 1989) ha he cho aseveraciones de este tipo 2 Es lo que hace un actoi aprender a «escribir» en su rostro de hecho en la totalidad del cuerpo la emoción que «debe» repiescntai 3 O como la del enfermo de Paikinson amodulada sin enlasis 4 Algunos investigadores sostienen que los componentes prosódicos no concsponden de maneía estrreta al lenguaje veibal Eso supone establecer una separación tajante entre lenguaje verbal y extraverbal ontogénicamente 366

discutible Al margen de este problema, añadamos que las variaciones culturales del habla radican ante todo en la componente extraverbal que la acompaña hasta el punto de que a determinadas frases y locucrones se daría significado distinto según el tono con que se emiten en uno u otro ámbito «Coger» es para los argentinos sinónimo de copular, en su sinonimia mas vulgar («follar»), pero la prosodia de un argentino no es la misma que la de un español de Andalucía o Castilla cuando usa ese verbo Paia muchos españoles oír a los italianos del sui en una conversación usual nos sugiere una discusión, o cuando menos una situación de cierta violencia cuando no se ti ata ni de una cosa ni de otra 5 Es un hecho que la angustia o la tristeza son incompatibles con la re solución de tareas 6 He referido en mis memorras (Pretérito imperfecto, 4 1 ed , Barcelona 1999, pag 32) mi angustiosa experiencia duiante la absorción de que fui ob jeto en el sumidero de un pantano Pero me doy cuenta de que aun en la expresión oral care/co de la posibilidad de dar información completa acerca de mi estado de entonces Aunque ya «desgastada» por el tiempo, antes, du rante muchos años, la mera evocación me deparaba angustia, pero era lo suficientemente «otra» en cantidad y cualidad —la angustia ante el objeto evocado— como para describirla mas cei teramente 7 He aquí un texto de Becquer que ilustra cuanto acabo de decir « por lo que a mi toca, puedo asegurarte que cuando siento no escribo Guardo, si, en mi cerebro escritas, como en un libio misteiioso, las impre siones que han dejado en el su huella al pasai, estas ligeras y ardientes hijas de la sensación duermen allí agrupadas en el londo de mi memoria, hasta el instante en que, puro, tranquilo, sereno, y levestido, poi decido asi, de un poder sobrenatuial, mi espíritu las evoca y tienden sus alas transparentes que bullen con un zumbido extiaño, y c i u / a n otia vez a mis ojos como en una visión luminosa y magnifica Entonces no siento ya con los nervios que se agitan con el pecho que se oprime con la parte organrea y matei lal que se conmueve al rudo choque de las sensaciones producidas por la pasión y los afectos, siento, si, pero de una manera que puede llamarse artificial, escribo como el que copia de una pagina ya escrita Todo el m u n d o siente Solo a algunos seres les es dado el guardar, como un tesoro, la memoria viva de lo que han sentido , es mas grande, mas hermoso, ñ gurarse al genio ebrio de sensaciones y de inspiraciones, trazando a grandes rasgos, temblorosa la mano con la ira, llenos aun los ojos de lagrimas o pro fundamente conmovido por la piedad, esas tiradas de poesía que son la admiración del mundo, pero ¿que quieres' No siempre la verdad es lo mas sublime», G A Becquer, Cartas literarias a una mujei I, en Rimas, ed de J C de Torres, Madrid, 1974 8 Como decía Kierkegaard en El concepto de angustia (trad c a s t , Ma dnd, 1930) no solo no es equiparable el miedo a la angustia, sino ni siquiera esta al miedo que se siente ante la angustia Los pacientes, en efecto, nos consultan la mayoría de las veces no por la angustia (que en ese momento no sienten) sino por el miedo a que la angustia reaparezca El temoi a la an gustia es un metasentimiento que como veremos luego, es mas fácil tlt des cribir que el sentimiento —la angustia— que lo provoca 9 En realidad, lexitimia no es un termino en uso Si alexilinua u minio introducido por P Sifneos para designar lo que consideía un liasloino di ciertos pacientes que se muestran incapaces de descnbn y I I K M I I H U MI* emociones y «dan la impresión de que no comprenden el sij»nilu ,ul iU la /

palabra "sentimiento'» Cf P E Sifneos, «The prevalence of "alexithimic charactenstics ín psychosomatic patients», Psvchoter and Psxchosomat ,1973 22 10 La piescnpcion el mandato socí ático «conócete a ti mismo» solo tendría sentido si se puede obedecer, esto es, den ti o del contexto de aque lias cosas que debiendo hacerse y pudiendo hacerse poi su inocuidad para los demás, no se hacen Me parece importante tiaei a colación la interpretación de Aristóteles acerca del alcance del conócete a ti mismo Para Ans toteles conocerse a si mismo es conocer al mismo tiempo al m u n d o porque para Aristóteles la peicepcion interna tiene pnmacia en cuanto a evidencia Descartes se aproxima a una tesis análoga en Discurso del método (tiad cast, Madrid 1935) 11 En neurología se conoce como autopatognosiu el cuadro clínico que algunos pacientes muestian tras lesiones del lóbulo pauetal izquierdo v que se traduce en una falta de reconocimiento de la minusvaha que presentan, por ejemplo, la cegueía, la hemiplejía, la alasia Kie descnta poi puniera vez poi el neurólogo flanees Babmski 12 Para el análisis del discurso y su aplicación a la psico(pato)lo gia, C Castilla del Pino, «Tipología de los discuisos y su utilización en psico(pato)logia», Rev de la Asoc Fsp de Neuropsiquialiia vol VIH 25 1988 13 El trabajo fundamental de Gnce, «Logic and Conveisation», en Syn tax and Semantics 3 Speech Acts Nueva York, 1975 asi como Presupposi tion and Conversational Imphcature Radical Pragmalics Nueva York, 1981 El trabajo de E Ochs, «The Umversahty of convcisational postulates», en Language in Society, 5, 1976 14 C Castilla del Pino Introducción a la hernieuciitica del lenguaje, 3 ed , Península Barcelona, 1973 15 Aunque en este momento parafraseo a Austin (en Como hacer cosas con palabras, trad c a s t , 1971), el lector concluirá que el análisis heimeneutico del lenguaje va en una dirección distinta a la austimana, y también de las de Searle, Wilson y Sperber 16 Aunque bajo planteamientos no del todo idénticos, cito a continuación algunos textos, muy pocos que pueden ampliar las tesis y resultados de la heimeneutica del lenguaje Kerbrat Orechioni, La enunciación De la subjetividad en el lenguaje trad c a s t , 1986, Perelman y Olbiechts Tytcca Tratado de la aigumentacion trad cast, 1989, Escandell Vidal, Introducción a la Pragmática, Barcelona, 1993, Bernárdez, Introducción a la Lingüistica del Texto, Madrid, 1982, Brown y Yule, Análisis del Discurso, tiad cast 1993, Stubbs, Análisis del discurso, trad cast , 1987, Van Dijk, ed Hadbooks of Discourse Anahsis, 2 vols 1985 17 Por razones del ínteres de mi investigación, no sugiero al probando que se imagine una historia y como acabara, sino que responda a la siguiente pregunta ¿que pasa a q u í ' Véase a este respecto el primer apartado del capitulo 5 18 El termino «figuración» es de uso coloquial («Me figuio que hoy viene usted enfadado») Es sinónimo de suponer, pero tiene una paiticulan dad, a saber supongo porque «entreveo» Por eso se aplica sobre todo al momento en que uno detecta en el otio algo que le hace suponer «Por la cara que trae me figuro que » lo que viene a ser algo asi como «Al verlo me he formado la imagen de que » Por eso mismo, «figuración» no es sinónimo de «imaginación» «Me imagino que alguien debe estar enfadado por lo que le han dicho», implica ponerse en el lugar del otro 368

19 En leahdad se trata de un pioceso análogo al que tiene lugar en la alucinación Si alguien oye una voz, tiene que interpretarla como de alguien aunque la vo/ no se haya dado 20 No descarto que en los usos del lenguaje una estimativa de la foima [1] sea una estimativa verdadera y que paia abreviar se hayan supi mudo los marcadores de \eracidad que en [2] aparecen destacados con el «a mi me paiece» Peí o que en la piagmatica del lengua|e pueda daise este caso (quedando la anfibología íesuelta) no invalida el que también se dan loimas tales como las que se ejemplifican aquí 21 El teimmo pieparanoide no posee aquí una valoiacion patológica, es decir, dependiente de una «enfeimedad», sino una valoiacion psicológica Significa tan solo que a la leahdad le salimos al paso con una teoría y que cuando esta constituida por setes humanos es una teona aceica de sus m tenciones para con nosotros Prepaianoide ni siquiera implica necesaua mente desconfianza podría sei conhanza infundada del sujeto en su intuición (msight) Lo único que supone es la actitud pioleptica anticipada, con la que nos aceicamos al otro En el mismo sentido, se puede hablar de un discmso psicotico sine psicosis, es decir el discuiso de un sujeto que por su desestiuctura a paitir de la emoción se comporta vntualmente como psicotico, aunque de hecho no padezca ningún pioceso dehrante-alucinatono El caso de J que se n a n a en este mismo capitulo, poi su mcoheiencía y dis coidancia, «parece» psicotico aunque J no padece una psicosis En la vida cotidiana encontiamos sujetos con estas «psicosis» virtuales 22 «Prepsicotico» «psicotico» son teiminos que aquí se usan no en su calidad de síntomas de una prepsicosis o psicosis, como enfeimedad men tal sino atendiendo a la dinámica con que piocede el sujeto semejante a la que lleva a cabo el piepsicotico o psicotico con sus alucinaciones y delirios Véase nota antei 101 23 Paia la oiganizacion axiologica de la realidad las estimativas son la base Y conviene advertir que desde el punto de vista de la dinámica de cohesión de un grupo, las estimativas falsas son mas vinculantes que las esti mativas verdaderas La ideología vincula mas a unos v otros que la racionalidad, y lo mismo las cieencias religiosas, los nacionalismos «España como patna» tiene mayoies posibilidades de vinculación intragrupal que la considei ación racional de que España es un país mas del planeta Tiena 24 No me es posible desarrolla! mas extensamente el análisis her meneulico por ejemplo otias diferencias en las estimativas o las mdicati vas falsas (denotados falsos), en los que el hablante ilusiona o alucina de modo notable añadiendo paites al objeto e incluso construyendo objetos nuevos 25 Recordemos a Niet/sche en Humano, demasiado humano (trad cast Madrid 1932) «Lo hice yo, dice mi tazón, eso no lo pude hacer yo dict mi orgullo Y vence el orgullo»

10. Sentimientos anormales y patológicos 1 El calificativo de «perverso» implica un JUICIO nioi.il no psu olocu o clínico Claro es que hav compoitamientos perveísos aquellos poi uu> centes que sean paia los demás— que el su|eto que los tu in l< ' I O I I I H U una intención que el mismo califica de pei-veisa lina novela W l i i nandez Floiez hl malvado Caiabel es la naii.Kion di la \ula „

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