Cartografia de La Imaginacion Feminista de Nancy Fraser

March 14, 2019 | Author: Alias Angelita | Category: Feminism, Ethnicity, Race & Gender, Multinational Corporation, Neoliberalism, State (Polity)
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Cartografía de la imaginación feminista : De la redistribución al reconocimiento, a la representación * Durante muchos años, las feministas de todo el mundo tuvieron a los Estados Unidos como el referente más avanzado de la teoría y de la práctica. Actualmente, sin embargo, el feminismo estadounidense se encuentra en un impasse, bloqueado por el clima político hostil, posterior al once de septiembre. Ante la duda de cómo plantear la  justicia de género en las condiciones actuales, les estamos devolviendo el favor al buscar inspiración y guía en las feministas de otras partes. Hoy, en consecuencia, la punta de lanza de las luchas de género se ha trasladado desde los EEUU a espacios transnacionales, como “Europa”, donde las posibilidades de operatividad son mayores. El resultado es un mayor desplazamiento en la geografía de las acciones feministas. ¿Qué hay detrás de este desplazamiento geográfico? ¿Y cuáles son las implicaciones políticas para el futuro del proyecto feminista? En lo que sigue, propongo una exposición de la trayectoria histórica del feminismo de la segunda ola que tiene por objeto aclarar estas cuestiones. Mi estrategia consistirá en relacionar los cambios geográficos en las acciones feministas con otros dos tipos de cambios. Por una parte, trataré de identificar las principales transformaciones en el modo en que las feministas han concebido la justicia de género desde 1970. Por otra parte, ubicaré esos cambios en el imaginario feminista en el contexto de cambios más amplios dentro de la  Zeitgeist  política y del capitalismo de post-guerra. El resultado será un  Zeitdiagnose históricamente elaborado a través del cual podremos evaluar las posibilidades políticas de las luchas feministas para el próximo período. En general, entonces, el propósito de este ejercicio es político. Al contextualizar históricamente los cambios en la geografía de las acciones feministas, intento profundizar el conocimiento acerca de cómo podríamos revitalizar la teoría y práctica de la igualdad de género en las presentes condiciones. Asimismo, al realizar un mapeo de las transformaciones en la imaginación feminista, intento determinar lo que habría que desechar y lo que habría que conservar en las futuras luchas. Por último, al situar estos cambios en el contexto de los l os cambios ocurridos en el capitalismo de post-guerra y en la geopolítica post-comunista, trato de alentar la discusión sobre el modo en que podríamos reinventar el proyecto del feminismo para un mundo globalizante.

1. Historización del feminismo de la segunda ola *

Este ensayo fue preparado para la disertación inaugural de la Conferencia sobre “Igualdad de género y cambio social”, en la Universidad de Cambridge. Inglaterra, en marzo de 2004. Una versión posterior fue enviada a la conferencia sobre “Género en movimiento”, en la Universidad de Basel, en marzo de 2005. Gracias a Juliet Mitchell, Andrea Maihofer, y a los participantes en esas conferencias que discutieron conmigo estas ideas. Gracias también a Nancy Naples; aunque ella no comparte todos mis puntos de vista, las conversaciones que mantuvimos influyeron mucho mis reflexiones, como queda claro en nuestro proyecto común : “Interpretar el mundo y cambiarlo : Una entrevista con Nancy Fraser”, por Nancy Fraser y Nancy A. Naples, Signs : Journal of Women in Culture and Society. 29. Nº4 (Verano 2004): 1103-24. Agradezco también a Keith Hayson por su eficiente y animada asistencia en la investigación y a Verónica Rall cuya traducción al alemán mejoró tanto el original que incorporé algunas de sus expresiones aquí. Finalmente, gracias a Wissenschaftskolleg zu Berlin, que proporcionó la ayuda financiera, el estímulo intelectual y un entorno de trabajo ideal.

¿Cómo debemos entender la historia del feminismo de la segunda ola? La explicación que propongo difiere bastante de la que se cuenta habitualmente en los círculos feministas académicos de los EEUU. La historia estándar es una narrativa de progreso, según la cual hemos avanzado desde un movimiento exclusivo, dominado por mujeres blancas, de clase media, heterosexuales, a un movimiento más amplio, más inclusivo que incluye los intereses de las lesbianas, las mujeres de color, y/o las mujeres 1 trabajadoras y pobres. Naturalmente, apoyo los esfuerzos para ampliar y diversificar el feminismo, pero no encuentro esta declaración muy satisfactoria. Desde mi visión, es algo muy interno al feminismo. Preocupado exclusivamente por los progresos dentro del movimiento, no logra relacionar los cambios internos con los avances históricos más amplios y con el clima exterior. Por eso, propondré una exposición alternativa, que es más histórica y menos auto-complaciente. Para mis fines, la historia del feminismo de la segunda ola se divide en tres fases. En una primera fase, el feminismo aparece en íntima relación con los “nuevos movimientos sociales” que emergieron de la efervescencia de la década de 1960. En una segunda fase, fue llevado a la órbita de la política de identidad. Por último, en una tercera fase, el feminismo es ejercido cada vez más como una política transnacional, en espacios transnacionales emergentes. Permítanme explicar. La historia del feminismo de la segunda ola presenta una trayectoria llamativa. Alimentado por el radicalismo de la Nueva Izquierda, esta ola del feminismo nació como uno de los nuevos movimientos sociales que cuestionó las estructuras normalizadoras de la democracia social posterior a la Segunda Guerra. En otras palabras, se originó como parte de un intento mayor de transformar el imaginario político economicista que había limitado la atención política a los problemas de distribución entre las clases. En esta primera fase (nuevos movimientos sociales), el feminismo trató de romper con ese imaginario. Al poner de manifiesto el amplio espectro de formas de la dominación masculina, proponían una visión ampliada de lo político incluyendo “lo personal”. Más tarde, sin embargo, a medida que las actividades utópicas de la Nueva Izquierda declinaban, las ideas anti-economicistas del feminismo fueron resignificadas y selectivamente incorporadas a un nuevo imaginario político emergente que puso en primer plano las cuestiones culturales. En efecto, cautivado por este imaginario culturalista, el feminismo se reinventó a sí mismo como política de reconocimiento. Por lo tanto, en su segunda fase, el feminismo se preocupó por la cultura y fue lanzado a la órbita de la política de identidad. Aunque no se notara demasiado en ese momento, la fase correspondiente a la denominada política de identidad del feminismo coincidió con un acontecimiento histórico más amplio, el desgaste de la democracia social de base nacional ante la presión del neoliberalismo global. En estas condiciones, una política de reconocimiento centrada en la cultura no podía tener éxito. En la medida que descuidaba la economía política y los avances geopolíticos, este enfoque no logró cuestionar efectivamente los estragos de las políticas de libre mercado ni la creciente ola del chovinismo de derecha que emergieron inmediatamente después. El feminismo estadounidense, en especial, no estaba preparado para el cambio drástico del escenario político que siguió al once de septiembre. En Europa y otras partes, sin embargo, las feministas descubrieron, y las están explotando hábilmente, nuevas oportunidades políticas en los espacios políticos transnacionales de nuestro mundo globalizante. De este modo, están reinventando el feminismo otra vez, pero ahora como un proyecto y proceso de política transnacional. Aunque esta tercera fase es aún muy joven, augura un cambio a escala de política feminista que permitiría integrar los mejores aspectos de las dos fases anteriores en una nueva y más adecuada síntesis. 2

Este es, en esencia, el argumento que intento explicar aquí. Sin embargo, antes de comenzar a desarrollarlo necesito introducir dos observaciones. La primera tiene que ver con el tipo muy estilizado de las exposiciones. A fin de aclarar el recorrido general, trazo líneas demasiado tajantes entre las fases que, en realidad, se superponen en muchos lugares y puntos. No obstante, el riesgo de distorsión valdrá la pena si la exposición genera algunos elementos de comprensión política e intelectual para el próximo período. La segunda observación se refiere a la geografía de las tres fases del feminismo. A mi entender, la primera fase (nuevos movimientos sociales) abarcó los feminismos de América del Norte y de Europa Occidental y, posiblemente, también algunas corrientes en otras partes. En contraposición, la segunda fase (política de identidad) encontró su máxima expresión en los EEUU, aunque tuvo repercusión en otras regiones. Por último, la tercera fase está más desarrollada, como su nombre lo indica, en espacios políticos transnacionales, paradigmáticamente aquellos asociados a “Europa”.

2. Generización de la democracia social : Una crítica al economicismo Por consiguiente, para entender la fase uno recordemos las condiciones en lo que todavía podría ser significativamente denominado “el primer mundo”. Cuando primero apareció el feminismo de la segunda ola en la escena mundial, los estados capitalistas avanzados de Europa Occidental y de América del Norte disfrutaban todavía la ola de prosperidad sin precedentes que siguió a la Segunda Guerra Mundial. Utilizando los nuevos instrumentos de la regulación económica keynesiana, habían aprendido aparentemente a contrarrestar las depresiones comerciales y a dirigir el desarrollo económico nacional para asegurar un nivel de empleo casi pleno para los hombres. Incorporando los movimientos de trabajadores en otro tiempo revoltosos, habían construído vastos estados de bienestar e institucionalizado la solidaridad nacional a través de todas las clases. Indudablemente, este compromiso histórico de clases consistió en una serie de exclusiones étnico-raciales y de género, sin mencionar la explotación neocolonial exterior. Estas fallas potenciales tendieron, en general, a permanecer latentes en un imaginario social-democrático que ponía en primer plano la redistribución de clases. Lo que resultó fue un cinturón próspero, en el Atlántico Norte, de sociedades de consumo masivo que, aparentemente, habían mitigado el conflicto 2 social. En la década de 1960, sin embargo, la relativa calma de esta Edad Dorada se alteró de modo imprevisto. En un estallido internacional extraordinario, la juventud radical ganó las calles, al principio, para oponerse a la segregación racial en los EEUU y a la guerra de Vietnam. Inmediatamente después, empezaron a cuestionar puntos fundamentales de la modernidad capitalista que la democracia social había naturalizado hasta aquí : represión sexual, sexismo y heteronormatividad; materialismo, cultura corporativa y “la ética del logro”; consumismo, burocracia y “control social.” Luchando contra las rutinas políticas normalizadas de la época anterior, los nuevos actores sociales formaron nuevos movimientos sociales, por ejemplo, con el feminismo de la segunda 3 ola entre los más visionarios. Junto con camaradas de otros movimientos, las feministas de esta época reconstruyen el imaginario político. Al transgredir una cultura política que había privilegiado actores que se proyectaban a sí mismos como pertenecientes a clases políticamente moderadas y nacionalistas, cuestionaron las exclusiones de género de la democracia social. Al cuestionar el paternalismo del bienestar y la familia burguesa, revelaron el androcentrismo profundo de la sociedad capitalista. Y al politizar “lo 3

personal,” extendieron los límites de la lucha más allá de la redistribución 4 socioeconómica para incluir el trabajo doméstico, la sexualidad y la reproducción. El feminismo de esta primera fase, tan radical como parecía, se mantuvo en una relación ambivalente con la democracia social. Por un lado, gran parte de la primera segunda ola rechazó el étatisme de la posterior y su tendencia, especialmente en Europa, a marginar las divisiones sociales aparte de los problemas sociales y de clases y los de distribución. Por otro lado, la mayoría de las feministas postularon premisas fundamentales del imaginario socialista como base para diseños más radicales. Dando por sentado el ethos solidario del estado de bienestar y las facultades regulatorias que aseguraban la prosperidad, también ellas se comprometieron a controlar los mercados y promover el igualitarismo. Actuando desde una posición crítica que era a la vez radical e inmanente, las feministas de esta primera segunda ola trataron no de desmantelar el estado de bienestar sino de transformarlo en una fuerza que contribuyera a compensar la 5 dominación masculina. Sin embargo, hacia 1989, la historia parece haberse desviado de ese proyecto político. Una década de régimen conservador en la mayor parte de Europa Occidental y América del Norte, rematada por la caída del comunismo en el este, resucitaron -como por milagro- las ideologías del mercado libre abandonadas antes por estériles. Resurgido del basurero histórico, el “neoliberalismo” legitimó un ataque sostenido a la idea misma de redistribución igualitaria. El efecto, acrecentado por la aceleración de la globalización, fue el de poner en duda la legitimidad y viabilidad de la regulación keynesiana. Con la democracia social a la defensiva, los esfuerzos por ampliar y profundizar su promesa fracasaron naturalmente. Los movimientos feministas que antes habían tomado el estado de bienestar como punto de partida, al pretender extender el ethos igualitario desde las clases al género, veían ahora frustrados sus intentos. Al no poder adoptar la democracia social como base para la radicalización, se inclinaron hacia gramáticas de demandas políticas más nuevas, más a tono con la  Zeitgeist postsocialista.

3. De la redistribución al reconocimiento : La desafortunada unión del culturalismo y el liberalismo Entremos a la política del reconocimiento. Si la primera fase del feminismo de postguerra trató de “generizar” el imaginario socialista, la segunda fase hizo hincapié en la necesidad de “reconocer la diferencia”. En consecuencia, el “reconocimiento” se convirtió en la principal gramática de las demandas feministas en el  fin-de-siècle. Este concepto, que fuera una venerada categoría de la filosofía hegeliana resucitada por los teóricos políticos, captó el carácter distintivo de las luchas postsocialistas que asumieron, con frecuencia, la forma de una política de identidad dirigida más a valorizar la diferencia que a promover la igualdad. Ya se tratara de la violencia contra las mujeres o de las disparidades de género en la representación política, las feministas recurrieron cada vez más a la gramática del reconocimiento para presionar por sus reclamos. Imposibilitadas de avanzar para revertir las injusticias de la economía política, prefirieron apuntar a los perjuicios generados por los patrones androcéntricos de valor cultural o de las jerarquías de status. El resultado fue un cambio en el imaginario feminista : mientras que la generación anterior persiguió un ideal de igualdad social 6 ampliada, ésta invirtió la mayor parte de sus energías en el cambio cultural. Permítanme ser clara. El proyecto de transformación cultural ha sido intrínseco a cada fase del feminismo, incluyendo la fase de los nuevos movimientos sociales. Lo que distinguió a la fase de política de identidad fue la relativa autonomización del proyecto

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cultural, es decir, su separación del proyecto de transformación político-económica y de  justicia distributiva. Previsiblemente, los efectos de la fase dos fueron mixtos. Por una parte, la nueva orientación hacia el reconocimiento focalizó la atención en las formas de la dominación masculina arraigadas en el orden del status de la sociedad capitalista. Si hubiera estado unida al anterior interés en las desigualdades socio-económicas, nuestra comprensión de la justicia de género habría sido más profunda. Por otra parte, la representación de la lucha por el reconocimiento captó tan intensamente la imaginación feminista que sirvió más para desplazar, antes que profundizar, el imaginario socialista. Hubo una tendencia a subordinar las luchas sociales a las luchas culturales, y la política de redistribución a la política del reconocimiento. Esta no fue, claro está, la intención original. Fue más bien supuesta por los defensores del giro cultural que sostenían que una política feminista de identidad y diferencia debía unirse sinérgicamente a las luchas por la igualdad social. Pero este supuesto fue absorbido por una  Zeitgeist más amplia. En el contexto de fin-desiécle, la vuelta al reconocimiento ensambló perfectamente con un neoliberalismo hegemónico que sólo quería reprimir todo recuerdo del igualitarismo social. El resultado fue una ironía histórica trágica. En vez de lograr un paradigma más amplio y fecundo que abarcara la redistribución y el reconocimiento, lo que en realidad hicimos es cambiar un paradigma truncado por otro; esto es, un economicismo truncado por un culturalismo truncado. La ocasión, sin embargo, no podría haber sido peor. El cambio hacia una política de reconocimiento culturizada se dio en el preciso momento en que el neoliberalismo preparaba su espectacular vuelta a escena. A lo largo de todo este período, la teoría feminista académica estuvo ocupada principalmente en los debates sobre la “diferencia.” Al contraponer “esencialistas” y “anti-esencialistas”, estas disputas sirvieron para poner de manifiesto las premisas exclusivistas de las teorías anteriores y abrieron los estudios de género a nuevas y numerosas voces. No obstante, y aún en el mejor de los casos, tendieron a permanecer en el terreno del reconocimiento donde la subordinación se construyó como un problema de cultura y se disoció de la economía política. La consecuencia fue que nos quedamos indefensas frente al fundamentalismo del libre mercado el cual, entretanto, se había vuelto hegemónico. En efecto, hipnotizadas por la política del reconocimiento, inconscientemente desviamos la teoría feminista hacia canales culturalistas en el mismo momento en que las circunstancias 7 exigían redoblar la atención hacia la política de redistribución. Regresaré a este punto luego.

4. Geografías del reconocimiento : Postcomunismo, postcolonialismo y la tercera vía En primer lugar, necesito aclarar un punto. Al relatar el cambio de la fase uno a la fase dos, describí un cambio epocal en el imaginario feminista. Pero el cambio no se limitó al feminismo per se. Por el contrario, cambios análogos se pueden observar en casi todos los movimientos sociales progresistas, así como en la decadencia mundial y/o co-optación de los sindicatos gremiales y partidos socialistas, y en el correspondiente auge de la política de identidad, tanto en su versión progresista como chovinista. Vinculado a la caída del comunismo, por un lado, y al auge del neoliberalismo, por el otro, este “cambio de la redistribución al reconocimiento” (como lo he denominado) es parte de una transformación histórica más amplia asociada a la globalización 8 corporativa.

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Se podría objetar que este  Zeitdiagnose refleja una perspectiva limitada, de primer mundo, americana. Pero yo no creo que sea así. Por el contrario, la tendencia para que las demandas por el reconocimiento eclipsaran las demandas por la distribución fue bastante general, incluso mundial, aunque el contenido de dichas demandas se diferenciaran ampliamente. En Europa Occidental, el punto de atención de la socialdemocracia en la redistribución cedió considerablemente en la década de 1990 ante las diversas versiones de la Tercera Vía. Este enfoque adoptó una posición neoliberal frente a la “flexibilidad” del mercado laboral, al tiempo que trató de mantener un perfil político progresista. El éxito en este último intento se dio no al tratar de mitigar las desigualdades económicas sino más bien al superar las jerarquías de status, a través de la anti-discriminación y/o las políticas multiculturales. Así, también en Europa Occidental, el curso de las demandas políticas cambió de la redistribución al reconocimiento, si bien en una forma más moderada que en los EEUU. Cambios análogos ocurrieron también en aquel segundo mundo. El comunismo había preservado su propia versión del paradigma economicista que desviaba las demandas políticas hacia canales distributivos, acallando de hecho las cuestiones de reconocimiento que fueron abordadas como subtextos de los problemas económicos “reales”. El post-comunismo rompió ese paradigma, alimentando la deslegitimación del igualitarismo económico y desencadenando nuevas luchas por el reconocimiento, en especial, en torno a la nacionalidad y la religión. En ese contexto, el desarrollo de la política feminista se vio retardado por su asociación, tanto real como simbólica, con un comunismo descreditado. Procesos relacionados ocurrieron también en el denominado “tercer mundo”. Por una parte, el final de la competencia bipolar entre la Unión Soviética y Occidente redujo los flujos de ayuda hacia la periferia. Por otra, la caída del régimen financiero de Bretton Woods alentó la nueva política neoliberal de ajuste estructural que amenazó el estado de desarrollo postcolonial. La consecuencia fue la reducción drástica del alcance de los proyectos de redistribución igualitaria en el sur. Y la respuesta fue una enorme avanzada de la política de identidad en la post-colonia, de la cual gran parte fue comunalista y autoritaria. En consecuencia, los movimientos feministas post-coloniales también se vieron forzados a funcionar sin una política cultural de fondo que canalizara las aspiraciones populares hacia el igualitarismo. Atrapados entre las capacidades subdimensionadas del estado, por un lado, y los chovinismos comunalistas florecientes, por otro, dichos movimientos se sintieron también presionados para relanzar sus demandas en una forma más acorde con la  Zeitgeist post-socialista. En general, entonces, el cambio en el feminismo de la fase uno a la fase dos tuvo lugar dentro de la matriz más amplia del post-comunismo y del neoliberalismo. Y donde las feministas no lograron comprender esta matriz más amplia, tardaron en desarrollar los recursos necesarios para luchar por la justicia de género en condiciones nuevas.

Política de género en EEUU, post-9/11 Este fue especialmente el caso en los EEUU. Allí, las feministas se sorprendieron al darse cuenta que, mientras ellas habían estado discutiendo acerca del esencialismo, una impía alianza entre libre-mercadistas y fundamentalistas cristianos había asumido el control del país. Dado que esta coyuntura ha sido tan trascendental para el mundo en general, quiero detenerme para considerarla brevemente, antes de referirme al surgimiento de la fase tres. Los hechos decisivos en las elecciones de los EEUU en el 2004 fueron, por un lado, la llamada “guerra contra el terrorismo”, y, por otro (en menor medida) los 6

denominados “valores familiares”, en especial, los derechos sobre el aborto y el matrimonio homosexual. En ambos casos, la manipulación estratégica del género fue un instrumento fundamental de la victoria de Bush. La estrategia vencedora apelaba a una política del reconocimiento genéricamente codificada para ocultar una política regresiva de redistribución. Permítanme explicar. La estrategia de campaña de Bush describió la “guerra del terror” como un problema de liderazgo al que abordaba en términos explícitamente generizados. Al movilizar los estereotipos masculinos, Bush fomentó la imagen de un comandante en jefe seguro y decidido que transmitía tranquilidad, un protector que nunca duda ni vacila; en resumen, un hombre real. Para contrastar, los republicanos mostraban a John Ferry como un “amariconado” para usar la memorable expresión de Schwarzenegger, un afeminado vacilante que no podía gozar de confianza para proteger 9 a las mujeres y los niños de EEUU de la violencia demencial de los fanáticos barbudos. A pesar de la distancia con la realidad, esta retórica de género codificado demostró ser muy poderosa, tanto para los votantes femeninos como masculinos. De hecho, tan poderosa que pareció neutralizar lo que todos admitían como el punto débil de la campaña de Bush; es decir, su política regresiva de redistribución que producía tantas injusticias a muchos estadounidenses. Ya en su primer período, Bush había llevado a cabo una redistribución ascendente de la riqueza para los intereses corporativos y las clases propietarias. Al eliminar los impuestos a la herencia y bajar la tasa impositiva de los ricos, había obligado a las clases trabajadoras a pagar mayores contribuciones al presupuesto nacional que anteriormente. La consecuencia fue que se invirtió la política de redistribución y produjo un incremento de la injusticia social. Pero nada de esto parecía importar frente a la “guerra del terror.” De ese modo, una política del reconocimiento genéricamente codificada ocultaba una política regresiva de 10 redistribución. Una dinámica similar sustentó el desarrollo estratégico de la retórica sobre los “valores familiares” en la campaña por las elecciones. La cuestión central en Ohio, que resultó ser el estado decisivo en las elecciones, puede haber sido “la defensa del matrimonio.” Este asunto fue deliberadamente elegido por los conservadores para votar en un referéndum en ese estado (y en otros) como estrategia para asegurar una alta concurrencia de votantes fundamentalistas cristianos. La teoría era que una vez que se los hacía ir a votar en contra del matrimonio homosexual, seguirían entonces adelante y votarían también por Bush. Y eso parece haber funcionado. En todo caso, los “valores familiares” demostraron ser un tema poderoso en la campaña electoral. Pero aquí radica la mayor ironía. Las tendencias reales que hacen la vida familiar tan difícil para la clase obrera y la clase media baja surgen de la agenda capitalista corporativa y neoliberal que Bush mantiene. Estas políticas incluyen impuestos reducidos a las corporaciones y a los ricos, disminución de la asistencia social y de las protecciones al consumidor, salarios muy bajos y empleo precario. Gracias a éstas y otras pautas, ya no es posible mantener una familia con un solo sueldo y, muchas veces inclusive, ni siquiera con dos. Lejos de ser voluntario o complementario, el trabajo asalariado de las mujeres es obligatorio, un pilar indispensable del orden económico neoliberal. Así también la práctica de tener dos empleos, con lo cual los miembros de las familias de la clase obrera y la clase media baja trabajan en más de un lugar para poder satisfacer sus necesidades. Estos son los 11 factores reales que amenazan la vida familiar en los EEUU. Las feministas comprenden esto, pero no logran convencer a muchos de los que se ven perjudicados por estas políticas. Por el contrario, la justicia ha conseguido persuadirlos de que son los derechos al aborto y los derechos homosexuales los que amenazan su estilo de vida. En

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otras palabras, aquí también los republicanos utilizaron exitosamente una política de reconocimiento anti-feminista para ocultar una política de redistribución en contra de la clase trabajadora. En este escenario, se puede observar todo el problema de la fase dos. Aunque no fuera muy comprendido en el momento, las feministas de los EEUU cambiaron el foco de su atención de la redistribución al reconocimiento, precisamente cuando la derecha perfeccionaba el propio despliegue estratégico de una política cultural regresiva para distraer la atención de su política de redistribución regresiva. El relativo abandono de la economía política por parte de las feministas estadounidenses y otros movimientos progresistas terminaron haciéndole el juego a la derecha que cosechó los principales beneficios del giro cultural.

6. Evangelicalismo : Una tecnología neoliberal de sí mismo Pero ¿por qué los americanos fueron tan fácilmente embaucados por este ardid tan obvio? Y ¿por qué tantas americanas fueron tan susceptibles a las apelaciones genéricamente codificadas de los republicanos? Muchos observadores han notado que la derecha tuvo cierto éxito al retratar las feministas estadounidenses como elites profesionales y humanistas seculares que no tenían sino menosprecio por las mujeres comunes, en especial, las mujeres religiosas y de la clase obrera. En un nivel, esta visión del feminismo como elitista es obviamente falsa, por supuesto, pero el hecho es que el feminismo no ha logrado llegar a los más amplios estratos de las mujeres de clase obrera y de clase media baja quienes, durante la década pasada, se vieron atraídas hacia el cristianismo evangélico. Demasiado concentradas en un solo lado de la política de reconocimiento, no hemos logrado comprender cómo la orientación religiosa de esas mujeres responde a la posición de su clase social. Permítanme explicar. A primera vista, la situación de las mujeres cristianas evangélicas en los EEUU parece contradictoria. Por una parte, suscriben a una ideología conservadora de la domesticidad tradicional. Por otra, estas mujeres de hecho no viven vidas patriarcales; la mayoría están activas en el mercado laboral y relativamente 12 empoderadas en la vida familiar. El misterio queda develado cuando comprendemos que el evangelicalismo responde a la aparición en los EEUU de una nueva clase de sociedad que yo llamo “la sociedad de la inseguridad.” Esta es la sucesora de la “sociedad del bienestar”, asociada a la democracia social en el período precedente. A diferencia de esta última, la nueva sociedad institucionaliza la acrecentada inseguridad en las condiciones de vida de la mayoría de la gente. Como indicara antes, reduce las protecciones de bienestar social e institucionaliza formas más precarias de trabajo asalariado, incluyendo subcontratos, trabajo temporal y trabajo no sindicalizado por los cuales se reciben salarios más bajos y sin beneficios. El resultado es una enorme sensación de inseguridad y a ella responde la cristiandad evangélica. Notablemente, el evangelicalismo, en realidad, no da seguridad a la gente. Antes bien, proporciona un discurso y un conjunto de prácticas mediante las cuales ellos puedan manejar la inseguridad. Se les dice : “Ustedes son pecadores, van a fracasar, pueden perder sus trabajos, beber demasiado, tener una aventura, sus maridos las pueden dejar, sus niños pueden usar drogas. Pero eso está bien. Dios todavía los ama y la iglesia aún los acepta.” La finalidad es, en parte, transmitir aceptación, pero además preparar a la gente para las dificultades en tiempos difíciles. Al invocar constantemente la probabilidad de dificultades, el evangelicalismo aviva los sentimientos de inseguridad de sus seguidores al tiempo que parece ofrecerles un modo de afrontarlas. Quizá se necesite al último Foucault para entender esto : el evangelicalismo es una tecnología del 8

cuidado de sí mismo que resulta especialmente adecuada para el neoliberalismo en la medida que éste genera siempre inseguridad. Como expresara, muchas mujeres de la clase obrera en los EEUU obtienen algún beneficio de esta ideología, algo que les confiere sentido a sus vidas. Pero las feministas no han logrado entender de qué se trata y cómo funciona. Ni tampoco hemos resuelto de qué modo hablarles o qué feminismo ofrecerles a cambio. Me he detenido en este ejemplo peculiarmente americano porque es emblemático del contexto más amplio de nuestra época histórica. Todos nosotros estamos viviendo un tiempo de declinante seguridad, gracias a las presiones neoliberales para aumentar la “flexibilidad” y reducir las protecciones de bienestar en medio de mercados laborales cada vez más precarios. Para los estratos menos integrados, incluyendo los inmigrantes, estas presiones se agravan cuando las desigualdades de distribución entre las clases se superponen a las desigualdades de reconocimiento de status; y de lo último probablemente puede ser acusado el “feminismo secular.” En tales casos, es necesario que todas las feministas, tanto de Europa como de EEUU, revean la relación entre la política de redistribución y la política de reconocimiento. En la actualidad, a medida que ingresamos a la tercera fase, necesitamos reintegrar estas dos dimensiones indispensables de la política feminista que no fueron adecuadamente equilibradas en la fase dos.

7. Re-encuadramiento transnacional

del

feminismo

:

Una

política

de

representación

Afortunadamente, algo semejante ha comenzado ya a suceder en aquellas corrientes de la política feminista que operan ahora en espacios transnacionales. Sensibilizadas ante el poder creciente del neoliberalismo, están creando una nueva y prometedora síntesis de redistribución y reconocimiento. Además, están cambiando la escala de la política feminista. Conscientes de la vulnerabilidad de las mujeres ante los factores transnacionales, descubren que no pueden cuestionar adecuadamente las injusticias de género si permanecen dentro del marco, de lo previamente dado-porsentado, del estado territorial moderno. Dado que este marco limita la i ncumbencia de la  justicia a las instituciones intra-estados -las cuales organizan las relaciones entre los conciudadanos-, oculta sistemáticamente las causas trans-fronterizas de la injusticia de género que estructuran las relaciones sociales transnacionales. La finalidad es poner fuera del alcance de la justicia todos aquellos factores que moldean las relaciones de género y que regularmente superan las fronteras territoriales. Por lo tanto, en la actualidad, muchas feministas transnacionales rechazan el marco o encuadre del estado territorial. Advierten que las decisiones que se toman en un estado territorial afectan, en general, la vida de las mujeres fuera de ese estado, como ocurre con las acciones de las organizaciones supranacionales e internacionales, tanto gubernamentales como no-gubernamentales. Asimismo observan la fuerza de la opinión pública transnacional que circula, con soberana indiferencia de las fronteras, a través de los medios de comunicación globales y de la cibertecnología. El resultado es una nueva apreciación del rol que tienen los factores transnacionales en el sostenimiento de la injusticia de género. Enfrentadas al recalentamiento global, la propagación del SIDA, el terrorismo internacional y el unilateralismo de la superpotencia, las feministas creen, en esta fase, que las posibilidades de las mujeres para vivir mejor dependen tanto de los procesos que traspasan las fronteras de los estados territoriales como de los que se dan interiormente.

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En estas circunstancias, importantes corrientes del feminismo cuestionan el marco del estado territorial para el planteo de las demandas políticas. A su entender, este marco es el principal vehículo de injusticia porque divide el espacio político de modo tal que impide a las mujeres cuestionar los factores que las oprimen. Al canalizar sus reclamos a los espacios políticos domésticos de estados relativamente sin poder, cuando no totalmente debilitados, este marco exime a los poderes exteriores de la crítica y el control. Entre los estados no alcanzados por la justicia están los estados depredadores muy influyentes y los poderes privados transnacionales, incluyendo a los inversores y acreedores extranjeros, los especuladores de divisas internacionales y las corporaciones transnacionales. También están protegidas las estructuras de gobierno de la economía global que establecen condiciones de interacción abusivas y que luego quedan eximidas del control democrático. Por último, el marco del estado territorial es auto-aislante; la arquitectura del sistema intra-estados fomenta la división misma del espacio político que institucionaliza, excluyendo de hecho la toma de decisiones democráticas transnacionales en las cuestiones de justicia de género. En la actualidad, por lo tanto, las demandas feministas por la redistribución y el reconocimiento están ligadas cada vez más a las luchas por un cambio de marco o encuadre. Enfrentadas a la producción trans-nacionalizada, muchas feministas dejan de lado los supuestos de las economías nacionales. En Europa, por ejemplo, las feministas apuntan a las políticas y estructuras económicas de la Unión Europea, mientras las corrientes feministas entre los disidentes de la Organización Internacional del Comercio cuestionan las estructuras de gobierno de la economía global. De modo análogo, las luchas feministas por el reconocimiento se proyectan cada vez más allá del estado territorial. Bajo el lema inclusivo de “los derechos de las mujeres son derechos humanos”, las feministas en todo el mundo unen las luchas contra las prácticas 13 patriarcales locales a las campañas para reformar el derecho internacional. El resultado es una nueva fase de la política feminista en la cual la justicia de género está siendo re-enmarcada. En esta fase, la preocupación mayor es cuestionar el entrelazamiento de las injusticias de distribución y de reconocimiento erróneas. Sin embargo, mucho más allá de esas injusticias de primer orden, las feministas están apuntando también a una meta-injusticia recientemente visible que yo he denominado 14 encuadramiento erróneo (misframing). El encuadramiento erróneo surge cuando el marco o encuadre del estado territorial se impone a las causas transnacionales de injusticia. La consecuencia es la división arbitraria del espacio político a expensas de los pobres y menospreciados a quienes se les niega la posibilidad de hacer suyas demandas transnacionales. En tales casos, las luchas contra la distribución y el reconocimiento erróneos no pueden avanzar, menos aún triunfar, si no se unen a las luchas contra el encuadramiento erróneo. En consecuencia, el encuadramiento erróneo aparece como un objetivo central de la política feminista en su fase transnacional. Al confrontar el encuadramiento erróneo, esta fase de la política feminista está poniendo de manifiesto una tercera dimensión de la justicia de género, más allá de la redistribución y el reconocimiento. Llamo a esta tercera dimensión representación. Según yo la entiendo, la representación no sólo es cuestión de asegurar la expresión política equitativa para las mujeres en las comunidades políticas ya constituídas. Exige, además, re-encuadrar las discusiones sobre la justicia que no están debidamente contenidas en las políticas establecidas. Por lo tanto, al cuestionar el encuadramiento erróneo, el feminismo transnacional está reconfigurando la justicia de género como un problema tridimensional, en el cual la redistribución, el reconocimiento y la 15 representación deben estar integrados de manera equilibrada.

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El espacio político transnacional que se está desarrollando en torno a la Unión Europea, promete ser un ámbito importante para esta tercera fase de la política feminista. En Europa, la tarea consiste en hacer, de algún modo, tres cosas a la vez. Primero, las feministas tienen que trabajar con otras fuerzas progresistas para crear sistemas de protección del bienestar social igualitario y sensible al género a nivel transnacional. Además, tienen que aliarse para integrar dichas políticas de redistribución con políticas de reconocimiento igualitarias y sensibles al género que sean representativas de la multiplicidad cultural europea. Por último, deben llevar a cabo todo esto sin fijar fronteras exteriores, y garantizar que la Europa transnacional no se convierta en la fortaleza Europa para no replicar las injusticias del encuadramiento erróneo a una escala más amplia. Sin embargo, Europa de ningún modo es el único ámbito para esta tercera fase de la política feminista. Igualmente importantes son los espacios transnacionales surgidos alrededor de diversas agencias de los EEUU y del Foro Social Mundial. Allí, también, las feministas se unen a otros actores transnacionales progresistas, incluyendo ambientalistas, activistas por el desarrollo e indígenas, para cuestionar el encadenamiento de injusticias de distribución injusta, falta de reconocimiento y falta de representación. Allí, también, la tarea es desarrollar una política tridimensional que equilibre e integre esas inquietudes. Desarrollar tal política tridimensional de ningún modo es fácil. Aún así, ofrece enormes posibilidades para la tercera fase de la lucha feminista. Por un lado, este enfoque podría superar la principal debilidad de la fase dos al reequilibrar la política de reconocimiento y la política de redistribución. Por otro, podría superar el punto débil de las dos primeras fases de la política feminista cuestionando explícitamente las injusticias del encuadramiento erróneo. Sobre todo, una política de este tipo nos permitiría plantear y, con optimismo, responder el interrogante político clave de nuestra época : ¿cómo podemos integrar las demandas de redistribución, reconocimiento y representación para cuestionar todo el abanico de injusticias de género en un mundo globalizante?

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Notas 1

Véase, por ejemplo, bell hooks, Teoría Feministay: Del margen al centro. 2e (Boston : South End, 2000); Ruth Rosen ,  El mundo dividido : Cómo el moderno movimiento de mujeres cambió América (New Cork: Penguin, 2001); Benita Roth, Caminos separados hacia el feminismo : Movimientos  feministas de mujeres blancas, chicanas y negras en la Segunda Ola de América (Cambridge: Cambridge University Press, 2004) 2 Eric Hobsbawn,  La edad de los extremos: Una historia del mundo, 1914-1991 (London: Abacus,1995), 320-45, 461-518. 3 Alain Touraine,  Regreso del actor : La teoría sociales la sociedad postindustrial (Mineapolis: University of Minnesota Press, 1988);  Nómadas del presente : Movimientos sociales y necesidades individuales en la sociedad contemporánea , ed. Alberto Melucci, John Keane y Paul Mier (Philadelphia: Temple University Press, 1989);  Nuevos movimientos sociales: De la ideología a la identidad , ed. Hank  Hohnston, Enrique Larana y Joseph R. Gusfield (Philadelphia: Temple University Press, 1994). 4 Sara Evans, Política personal : Las raíces de la liberación de las mujeres en el Movimiento de Derechos Civiles y la Nueva Izquierda (New Cork: Vintage, 1980); Alice Echols,  Atreviéndose a ser mala : Feminismo Radical en América, 1967-75 (Minneapolis : University of Minnesota Press, 1990); Myra Marx Feree y Beth B. Hess, Controversia y coalición : El movimiento feminista a través de tres décadas de cambio (New Cork & London : Routledge, 1995). 5 Para algunos ejemplos sobre esta ambivalencia, véanse los ensayos coleccionados en  Las mujeres, el estado y el bienestar: perspectivas históricas y teóricas , ed. Linda Gordon (Madison : University of  Wisconsin Press, 1900), incluyendo mi propia contribución, Nancy Fraser, “La Lucha por encima de las necesidades : Esbozo de una Teoría crítica socialista-feminista de la política cultural del capitalismo tardío”, 205-31. 6 Nancy Fraser,  Justicia interrumpida : Reflexiones críticas sobre la condición “postsocialista” (New Cork & London : Routledge, 1997). 7 Nancy Fraser, “Multiculturalismo, antiesencialismo y democracia radical : Genealogía del presente impasse en la teoría feminista,” Justicia interrumpida. 8 Nancy Fraser, “Justicia social en la edad de la política de identidad,” in Fraser y Axel Honneth, ¿Redistribución o reconocimiento? Un intercambio político-filosófico , tr. Joel Golb, James Ingram y Christiane Wilke (London & New Cork : Verso, 2003). 9 Frank Rich, “Cómo Ferry se volvió en un amariconado”, The New York Times , Septiembre 5, 2004, 2:1. 10 Para un análisis relacionado (aunque indiferente a las cuestiones de género) véase Thomas Frank, “¿Qué pasa con los Liberales?” ”, The New Cork Review of Books 52, Nº 8 (Mayo 12, 2005): 46, y Richard Senté, “La edad de la ansiedad,” Guardian Saturday, Octubre 23, 2004, 34, disponible en : http://books.guardian.co.uk/print/0,3858,5044940-110738,00.html. 11 Ibid. 12 Para referencia sobre las mujeres cristianas de derecha, véase R. Marie Griffith,  Hijas de Dios :  Mujeres evangélicas y el poder de sumisión (Berkeley : University of California Press, 1997); Sally Gallagher,  Identidad evangélica y vida familiar generizada (New Brunswick, NJ: Rutgers University Press, 2003); Julie Ingersoll,  Mujeres cristianas evangélicas: Historias de guerra en las batallas de género (New York : NYU Press, 2003). También resultan útiles dos informes anteriores: el capítulosobre “Sexo fundamentalista : Golpeando debajo del cinturón bíblico” in Barbara Ehrenreich, Elizabeth Hess y Glora Jacobs,  Re-haciendo el amor : La feminización del sexo (New York: Archor, 1987) Y Judith Stacey, “¿Sexismo con un nombre más sutil? Condiciones post-industriales y conciencia post-feminista en el valle de siliconas”, Socialist Review 96 (1987) : 7-28. 13 Brooke A. Ackerly y Susan Moller Okin, “Crítica social feminista y el movimiento internacional para que los derechos de las mujeres sean derechos humanos,” en  Los bordes de la democracia , ed. Ian Shapiro y Casiano Hacker-Cordón (Cambridge: CambridgeUniversity Press, 2002), 134-62; Donna Dickenson “Incluyendo a las mujeres : Globalización, democratización y movimiento de mujeres,” en ¿La transformación de la democracia? Globalización y democracia territorial , ed. Anthony McGrew (Cambridge : Polito, 1997), 97-120. Para dos evaluaciones de la política de género del vasto movimiento anticorporativo de globalización, véase Virginia Vargas, “Feminismo, Globalización y el movimiento de  justicia y solidaridad global,” Cultural Studies 17 (2003): 905-20, y Judy Rebick, Jarabe de pico :El movimiento antiglobalización por una política de género”,  Herzons16. Nº 2 (2002 : 24-26. 14 Nancy Fraser , “Reencuadrando la justicia en un mundo globalizante,”  New Left Review (próximo). 15 Ibid.

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