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EL SUPREMO ARTE DE ECHAR LAS CARTAS E l destino del del hombre, objeobjeto de sus más profundas dudas e incertidumbres, cuyo ineluctable cumplimiento nos abisma en su profundidad, posee para muchos el carácter terrible de lo ignoto, de lo incognoscible. No obstante, le han sido proporcionados al ser humano, por supremo designio, los medios, vastos y variados, para desentrañar el misterio que envuelve su porvenir. E l vuelo de los pája ros, las cenizas de los leños que se consumen, el movimiento preciso de los astros, las hojas de té en el fondo de una taza, tienen para el iniciado el caráctei de señales que le revelan el futuro. La cartomancia, arte supremo de la adivinación mediante las cartas, es uno de los innumerables medios a que aludimos; en realidad uno de los más importantes. La sabiduría oriental de las edades pretéritas nos ha transmitido los.secretos de esta ciencia, en especial en el antiquísimo libro di Thot, resultado de la búsqueda incansable de los sabios egip Continúa en la solapa í
Pedidos a:
EDITORIAL CAYMI 15 de Noviembre 1149. Buenos Aire?
EL SUPREMO ARTE DE ECHAR LAS CARTAS E l destino del del hombre, objeobjeto de sus más profundas dudas e incertidumbres, cuyo ineluctable cumplimiento nos abisma en su profundidad, posee para muchos el carácter terrible de lo ignoto, de lo incognoscible. No obstante, le han sido proporcionados al ser humano, por supremo designio, los medios, vastos y variados, para desentrañar el misterio que envuelve su porvenir. E l vuelo de los pája ros, las cenizas de los leños que se consumen, el movimiento preciso de los astros, las hojas de té en el fondo de una taza, tienen para el iniciado el caráctei de señales que le revelan el futuro. La cartomancia, arte supremo de la adivinación mediante las cartas, es uno de los innumerables medios a que aludimos; en realidad uno de los más importantes. La sabiduría oriental de las edades pretéritas nos ha transmitido los.secretos de esta ciencia, en especial en el antiquísimo libro di Thot, resultado de la búsqueda incansable de los sabios egip Continúa en la solapa í
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EDITORIAL CAYMI 15 de Noviembre 1149. Buenos Aire?
El Supremo Arte de
Echar las Cartas por todos los sistemas y especialmente por el egipcio de los 78 taros o sea el libro de Thot Obra profusamente ilustrada
Pedido del juego completo de 78 taros, a Editorial “Caymi” i
Buenos Aires
15 de Noviembre 1149
1964
CAPÍTULO PRIMERO Queda hecho el depósito que marca la ley 11.723
© by EDITORIAL CAYMI — Buenos Aires 1964 Impreso en la Argentina — Printed in Argentina
Introducción necesaria en el arte de la Cartomancia
El arte de la adivinación, y especialmente de la adivinación de lo porvenir, por medio de las cartas de una baraja no es una superchería, como algunos suponen. Sucede que algunas personas que se dedican al arte de la cartomancia, más por especulación que por convicción, desvirtúan dicho arte; bien por no poner cuidado al practicarlo; bien, porque no lo han estudiado en libros o tratados concienzudamente escritos; bien, por ignorancia, o bien, finalmente, por otras causas que no queremos enumerar, y hacen de él lo que un mal médico con la medicina: en lugar de curar al enfermo, lo envía al cementerio. Toda persona que tiene una enfermedad, trata de acudir al médico en busca de alivio, ya que no d e c uración, a sus dolencias. Todo el q ue acude a un cartómago, con mayor o menor fe en este arte, es porque espera averiguar algo que le es indispensable para su tranquilidad. Así, pues, si en lugar de averiguar ese algo que le interesa, y que averiguado podría tranquilizarle, pierde su tranquilidad porque le han hecho ver quimeras, en donde sólo esperó obtener verdades, y esas quimeras turban su reposo, lógico es que esa persona, una vez que haya visto claro, reniegue y maldiga de tales artes, a menos de que su potencia racional, vale decir, su razón, se halle completamente trastornada o ciega; o a menos de que, conocido el flaco del consultante por el cartómago especulador, o poco escrupuloso, trate de dar a su cliente, ya seguro, correa y más correa. De aquí el descrédito en que el arte de la cartomancia ha caído; de aquí el que personas serias y eruditas no hayan tratado de profundizar esta Tama de las ciencias ocultas, y de aquí, también, que la policía persiga
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en España a los cartómagos, no dejándoles practicar su oficio, como en otros países, con entera libertad y a la luz del día. • « • Como se verá en el capítulo respectivo, el origen de la cartomancia se remonta a los tiempos de las primitivas civilizaciones orientales. Egipcios y caldeos, medos y persas, la practicaban, después de haber desentrañado de la naturaleza sus principales secretos: todos los fundamentos en que se basan actualmente las llamadas ciencias fijas. Por estas razones, no es lí cito, o posible, decir que así como la alquimia engendró la botánica y la química y el curanderismo la medicina, así también la astrología y la astronomía dieron vida a la física y a las ciencias ocultas, de las cuales —como ya queda dicho— la cartomancia es una rama. ¿Es posible negar que el Autor de la Creación ha colocado al alcance de la criatura signos evidentes para que ésta le conozca y se conozca a sí misma? Todo, pues, en la creación anuncia al hombre su porvenir, al propio tiempo que revela los instintos, las inclinaciones y pasiones del ser humano. Hay quiepes se preguntan diariamente y como en señal de duda, si el porvenir existe, y, sin embargo, el barómetro nos dice —también todos los días— el tiempo que reinará al día siguiente. Y, ¿acaso el mañana no pertenece al porven ir? Las golondrinas al rasar la tierra; la sal que se humedece: las sombras que proyecta el sol, más duras y más negras que de costumbre, anuncian la lluvia, con un tiempo hermoso. Y ¿qué es lo que hacen sino anunciar el porvenir? Los ruidos subterráneos que 3e escapan de las entrañas de la tierra, al propio tiempo que rebosan los pozos, anuncian con ocho, diez y quince días de anticipación las erupciones volcánicas. ¡Quince días! ¿No pertenece ese lapso al porveni r? Y, sin embargo, hay quienes se aferran a la creencia estúpida de que el porvenir no existe. Por ventura, ¿no existe el feto en el seno maternal antes de alcanzar su forma perfecta y que necesita si ha de ser apto para la vitalidad? Esto, no obstante, todos sabemos que el feto puede o no ser apto para la vitalidad, por causa de las modificaciones internas o externas que recibe, o por el buen o mal estado de salud de los padres; pero el porvenir, una vez conocido, puede modificarse por los impulsos de la voluntad, del libre albedrío. La Naturaleza, pues, no prohíbe, ni siquiera impide, que se adivinen sus misterios, particularmente los del porvenir, desde el momento en que ella misma se encarga de hacer advertencias y a veces de profetizar.
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El Creador ha dado a los hombres la intuición de las ciencias ocultas para adivina r las desdichas y evitarlas, o p ara resignarse a e llas con ant icipación. Hace más todavía: envía a aquellos a quienes siente débiles, y algunas veces a las almas selectas, presentimientos sobre los principales sucesos de su existencia. Si el hombre lleva en su cuerpo los signos que caracterizan ideas, sentimientos e inclinaciones, ¿qué extraño es que una combinación de jeroglíficos nos abra el libro del porvenir del hombre? ¿No lo hace, acaso, para que se cumpla aquel precepto divino que dice: nosce te ipsum (conócete a ti mism o), con el objeto de imponer a las pasiones el correctivo que la razón aconseje? *
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Todo es analogía entre los mundos de la Creación. Cuando una desgracia imprevista amenaza a ciertas personas, eminentemente nerviosas, los rayos que éstas proyectan alrededor de sí mismas son menos poderosos, menos activos. Todo es oscuro en sus almas, y una voz íntima gruñe y amenaza en el seno de las nubes para anunciar la tempestad. De aquí proceden esos descorazonamientos singulares y sin causa manifiesta ; esas melancolías, tristes como la muerte, y es entonces cuando, como Don Pedro I de Castilla, ve en sus aposentos del castillo de Montiel el fantasma de su hermano Don Enrique de Trastamara, quien horas después ha de arrancarle la vida. Si en semejante disposición de espíritu la persona acude a la casa de un cartómago con objeto de que le adivine el porvenir por medio de las cartas, al cortar los naipes derrama en ellos el fluido nervioso que proporciona los amenazadores pronósticos que ese cartómago, con frecuencia ignorante, muchas veces ordinario, habrá de hacer ante las combinaciones de los naipes, que un cartómago, ignorante u ordinario —repetimos— ha brá de hacer, porque colocado en relación con el fluido consultante, al magnetizarse a sí mismo por medio de las cartas, obedece, al barajarlas, a una impulsión nerviosa, por cuanto la parte de la luz astral que le enerva es la que contribuye a hacerle vidente —ínterin dura la fuerza magnética y a que pueda leer en esa luz reflejada en los naipes, sin ningún en torpecimiento. “No viendo nada más que el lado posible de la adivinación —ha dicho el gran Balzac en su famosa obra Cousin Pons — creer que los acontecimientos anteriores de la vida de un hombre, que los secretos solo de él conocidos, pueden ser inmediatamente representados por los naipes que él mezcla y corta, y que el cartómago divide en montones, según las leyes
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misteriosas de la adivinación, es absurdo; pero también fue absurdo que se condenara la invención de la navegación de vapor y la aérea, la de la pólvora, la de la imprenta, la de los telescopios, la del daguerrotipo. Si alguien hubiera ido a decirle a Napoleón I que un edificio y que un hom bre están incesantemente y a todas horas representados por una imagen en la atmósfera y que todos los objetos existentes tienen un espectro asible y perceptible, habría alojado a ese hombre en Charenton, como Richelieu alojó a Salomón de Caux en Bicetre, cuando el mártir normando le llevó la inmensa conquista de la navegación por vapor. Y eso es lo que, sin em bargo, probó Daguerre con su descubrimiento (el de la fotogr afía). ” Nosotros iremos más lejos, ya que tenemos la pluma en la mano: creemos que la persona que otorga fe a un signo cualquiera —sean o no cartas— cuando interroga a ese signo a su manera, según los caprichos de su superstición, ese signo le responderá, y le responderá exacta y justamente si su fe es completa, es decir, si esa persona prescinde absolutamente de su razón, para entregarse en cuerpo y alma a su superstición. Que sea en los libros abiertos al azar, o en los números que pasarán ante sus ojos, poco importa. Solamente los objetos no vendrán a las personas; son éstas las que tienen que ir magnéticamente a ellos, con tal de que se evoquen sin mezcla extraña de otro deseo, y sin compartir su evocación con otra persona. #
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Esto era, pues, lo que primitivamente hicieron los egipcios y los caldeos, quienes dejaron a la posteridad ese grandioso libro al cual consultaban diariamente y que contiene, en 78 cartones jeroglíficos, todas las acciones de la vida humana y todos los sentimientos que puede albergar el corazón del hombre. Esos 78 jeroglíficos, algunos de los cuales tenían una doble y aun una triple significación, fueron adaptados a las 74 cartas de que primitivamente se componía la baraja francesa, por el gran Guillaume Postel, quien al propio tiempo tradujo su significado a fuerza de grandes estudios, los cuales se publicaron en 1540 en una obra titulada Clef des choses cachees (Clave de las cosas ocultas) de la cual sólo existen en el mundo —según los grandes bibliófilos— dos ejemplares, que se conservan, uno en el British Museum (Museo Británico) de Londres, y otro en la gran Biblioteca Nacional de París. Por lo que respecta al libro original llamado de T hot de donde se deriva la 5a* serie de la baraja francesa —hoy en desuso— denominada tarot. fue. como decimos en otro lugar, el único libro que escapó de las
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llamas, cuando, por orden de Ornar, se prendió fuego a la Biblioteca de Alejandría. Ese único ejemplar que existe en el mundo, lo conservan los ingleses en el Museo Británico de Londres, y su redacción se atribuye, según los hebreos, a Henoc; según los egipcios, a Hermes, y según los griegos, a Cadmus. ¡Pues bien; ese libro, o mejor dicho, esos 78 jeroglíficos, sirvieron de base a Etteilla en 1770, previos los estudios de Postel y de Court de Gibelin, para su adaptación a la baraja francesa, primeramente, y después d la española, a la italiana y a la alemana; explicándose por el crecido número de jeroglíficos que era preciso adoptar, por lo que los modernos naipes tienen dos significaciones, una al derecho y otra al revés. *
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Una de las maneras que en magia están admitidas para la formación de la llamada cadena mágica, es la de los signos. Estos signos pueden ser números, figuras emblemáticas, letras, etc.; y como en la época en que se hicieron los Toros no se había inventado aún el alfabeto, de aquí que se adoptaran las figuras emblemáticas o jeroglíficas que representaban una idea abstracta, un sentimiento concreto, una inclinación determinada, una fuerza escueta. ¿Quién ignora, esto sentado, que formar la cadena mágica, es hacer nacer una corriente de ideas que produce la fe y que arrastra la voluntad hacia un círculo dado de manifestaciones que se traducen en actos? Hacemos estas consideraciones para demostrar, clara y palpablemente, que cuando una persona acude a un cartómago para que le lea el porvenir o el presente, que dicha persona no puede ver claro por propia obcecación, se form a la cadena mágica entre el cartómago y el consultante. Éste, vivamente impresionado por un algo extraño que le agita, impresiona a su vez al cartómago con la violencia de su querer , basado sobre la convicción que tiene de que aquella persona a quien acude, va a leer en el fondo de su alma y en el de los objetos o seres que lo rodean. La cólera, la pasión, la ambición, la avaricia, como todas las expresiones apasionadas, son una corriente de la fuerza humana que obra eléctricamente y que se transmite a las personas que rodean al que la abriga, por lo cual su conmoción, cuando se desprende, obra no solamente sobre los presentes, sino también sobre quienes sean fin o causa de ella. Establecido, pues, el contacto del fluido magnético por medio de la baraja , y aun a veces sin ella, pueden entonces compararse al cartómago y al consultante con dos instrumentos de música, que puestos al mismo diapasón, o al mismo tono, vibran ambos al unísono.
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Para terminar estas breves observaciones sobre el arte de la cartomancia, diremos que son muchos los sabios que han demostrado con pruebas fidedignas que, así las cosas como las personas y los sentimientos más ocultos se revelan siempre por semejanzas. Esto sucede, porque la naturaleza posee una inmensa variedad de medios para escribir en letras simbólicas, fáciles de descifrar para el sabio, las cosas, los sentimientos y las personas, cuyo interior estaba destinado a permanecer oculto.
CAPÍTULO II Advertencias a los cartómagos No todas las personas que hacen de la cartomancia una profesión, son aptas para ella. Una persona, por ejemplo, muy distraída, y por ende falta de memoria y excesivamente linfática, no ejercería nunca concienzudamente su profesión o arte, por las siguientes razones que, como se verá, son poderosísimas: la. Su distracción le haría cometer a cada paso torpezas que, lejos de beneficiar al arte, lo perjudicarían notablemente; el no ver una carta próxima a la que se está traduciendo, y cuya significación podría (modificar o aclarar el sentido real de ésta, altera ría de tal modo la predicción, que el consultante saldría de la casa del cartómago, confuso, cuando no torpemente engañado. 2a. La falta de memoria es otro de los obstáculos que impiden que la predicción sea exacta y justa. Olvidar el significado de una carta, y para salir del paso inventar una significación distinta, es un defecto imperdonable en un cartómago. Entiéndase que, además de los noventa y seis significados o traducciones de las cuarenta y ocho cartas de la baraja española, o de los ciento cuatro de la francesa, o de los ciento cincuenta y seis del Taro , existe una innumerable serie de combinaciones que es preciso no olvidar un solo instante. 3a. El desconocimiento de la verdadera acepción o representación de cada carta, cuyo desconocimiento se suple en muchas ocasiones por medio de la fantasía, es otro de los inconvenientes que se oponen a la exactitud de las predicciones. Cuando el consultante acude a que se le lea el presente y el porvenir a la casa de un cartómago, es porque desea saber algo que le interesa; si no se le dice ese algo, o se le pronostican cosas que no han dicho ¡ni mucho menos! las cartas, ese consultante podrá volver una o más veces;
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pero llegará un día en que vea en su inteligencia con mayor claridad que en las cartas, y entonces será, no sólo un cliente perdido, sino un enemigo más que se agregará a la falange de los que no ven en los naipes otra cosa que el arte de embaucar. Por último, un cartómago en quien predomine la linfa sobre los nervios no podrá recibir con facilidad la corriente magnética que se desarrolla por intermedio de la baraja, al ser cortada, entre la persona que consulta y la encargada de descifrar los oráculos. Por estas razones, el cartómago 'ha de ser una persona de fácil memoria, debe tener fe en su arte; una fe ciega, como el médico la tiene en su ciencia; debe, y este deber es esencialísimo, estudiar profundamente la significación de cada carta, las aclaraciones o modificaciones que aporta la proximidad de otras cartas y las combinaciones que forman juntas varias cartas de un mismo o de diferente palo; debe tener mucha perspicacia para conocer el carácter, temperamento y gustos o aficiones del consultante, y poseer una verbosidad suficiente para decirle la verdad poco a poco y con frases que no le ofendan, o hieran sus oídos o su amor propio, y por último, una vida muy experim entada para apreciar al p rimer golpe de vista la significación que forma el conjunto de las cartas que haya extendido sobre la mesa. Aun cuando Etteilla piense lo contrario, nosotros creemos, como Guillaume Postel y como Court de Gibelin, que el verdadero oráculo no lo forma una carta aisladamente, sino que lo produce el conjunto. Tam poco creemos, como muchos tratadistas , que es indispensable que en el montón de cartas, cuyo significado va a traducirse, aparezca la que re presenta a l consultante. Somos de opinión que es mucho mej or que l a carta que representa al consultante salga al azar, por cuanto de ese modo se verá mejor qué acontecimiento le ocurrirá más pronto, o que afección o sentimiento están más apegados a él. Siete eran las preguntas que invariablemente dirigía a sus clientes la célebre adivinadora y escritora mademoiselle Lenormand; nosotros creemos que esas preguntas deben reducirse a cuatro: edad, profesión, estado civil y estado de salud, cuyo conocimiento creemos, más que necesario, indispensable, para traducir claramente el significado de algunas cartas que se presenten muy oscuras, o de significación muy vaga o muy abstrusa. En muchos casos hasta podría prescindirse de la edad por aquello de que nadie tiene más edad que la que representa. De lo que no puede prescindirse es de la pr ofesión, pues hay cartas de significación tan vaga que, para traducirla s, aun con el auxilio de las más próximas, necesitan este requisito, sobre todo cuando el consultante pertenece al sexo fuerte. Por lo que respecta al estado civil del consultante, también es necesario, por
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cuanto existen ciertas cartas que se prestan a confusión, como por ejemplo: la reina de oros, que representa a una mujer morena, o la de copas, a una rubia. ¿No es, pues, fácil confundir a la mujer con la querida o la novia del consultante, o al marido con el amante de la mujer que acude al cartómago? Conocido, pues, este dato, es más fácil leer en las cartas aclaratorias o modificadoras y, por lo tanto, establecer ciertas distinciones que convienen a la buena y exacta predicción. En cuanto al estado de salud del consultante, es necesario conocerlo con exactitud; pues, suponiendo que hubiera salido en un montón alrededor de cartas de confusa traducción el tres de copas al revés, cuyo significado es el de alivio o curación, de no saber que el consultante está enfermo no podría decírsele abierta y claramente que muy pronto hallará alivio a sus dolencias o enfermedad, o que tendrá, más tarde, una recaída en ella, si al lado de dicha carta saliere el as de bastos al derecho. Podríamos hacer otra suerte de consideraciones; pero prescindimos de él bis a fin de explicar el significado de las cartas con una extensión tal, que no deje lugar a dudas; minuciosidad que, por consiguiente, habrá de ocuparnos mucho espacio.
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CAPÍTULO III Origen de la cartomancia
Ha sido objeto y motivo de encarnizadas controversias y polémicas, la averiguación del origen de las cartas. Mucho se ha desbarrado a este respecto, y particularmente, en algunos manuales destinados a indicar la forma en que se echan las cartas y valor o representación de éstas, publicados no hace muchos años. Según esos manuales, o por lo menos la mayor parte de ellos, se atribuye a Jacquemin Gringonneur la introducción en Francia de este juego, basándose en el hecho escueto de que, según la historia de este país, el citado Gringonneur recibió cincuenta sueldos de París, de Cario Poupart, platero de Carlos VI, por tres juegos de naipes de muchos colores, hechos con objeto de divertir al referido monarca en la época de su locura. Aun cuando el hecho resultara cierto, también resulta comprobado que el uso de los naipes en Europa es anterior al año 1249, año en que el Sínodo de Worchester prohibió, bajo penas severas, el juego de rege et regina o de naibi, como entonces se le llamaba. No menos encarnizadas polémicas se han suscitado con motivo de si fueron los italianos, los franceses, los alemanes o los españoles quienes introdujeron el uso de los naipes en Europa, y sobre si las primitivas cartas eran francesas, alemanas, italianas o españolas. Para que sean francesas no se ha aducido otro hecho que el atribuido a Poupart, encargando al pintor de imágenes Gringonneur, tres juegos de naipes. En cambio, en un antiguo libro titulado Juego de Oro, impreso en 1472 en Leipzig, o sea poco después de la invención de la imprenta, se dice que el juego de naipes fue introducido por primera vez en Alemania,
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allá por el año 1300. Por su parte, el abate Rives, sostiene que el juego de las cartas tuvo principio en Es pa ña im po rta do directamente desde el Oriente en 1330, y que en ese mismo año maese Nicolás Pepín, pintor de imágenes como Gringonneur, adaptó la baraja egipcia a la española. Por último, el abate Longuerre, pretende que el juego de naipes tuvo, entre todos los pueblos de Occidente, su origen y principio en Italia. Sea lo que fuere, lo cierto es que los naipes modernos son diferentes en los mencionados países. En efecto, los franceses tienen lo que literalmente podríamos traducir, pica, trébol, cuadrado y corazón '(pique, tréfle, carreau y coeur); los alemanes verde bellota, y los españoles, oros, copas, espadas y bastos, ha biéndoseles dado el significado siguiente: los oros, en representación de la clase media y el comercio; las copas, en la de personas dedicadas al estado eclesiástico: las espadas, en la de la nobleza y las armas, y los bastos, como representación genuina de todo lo que se relaciona con las clases agricultora y pechera, siendo éstos los cuatro brazos o estados en que se dividía en la Edad Media la sociedad española. Remontándonos ahora a tiempos más lejanos, buscando el verdadero origen de los naipes y fundándonos en la opinión de distinguidos sabios, quienes a su vez, la fundan en datos penosa y hábilmente rebuscados, diremos que fueron los egipcios quienes los inventaron en la época de uno de los Faraones, en un período de penuria y escasez, con el objeto de divertirse y de no sentir tanto los efectos del hambre. Si hemos de dar crédito a Etteilla, quien atribuye, como nosotros, a los primitivos egipcios la invención de los naipes o libro de Thot, éste estaba compuesto de 78 planchas de oro purísimo, sobre las cuales había grabados ciertos jero glíficos o palabras misteriosas, cuya explicación se hacía diaríamente por los padres de familia, siendo éste el único libro que escapó del furor de Ornar cuando mandó incendiar la por muchos conceptos célebre biblioteca de Alejandría. Aunque muy autorizado, no seguiríamos ciertamente el parecer de Etteilla, si en la Sancta Kabala, no encontráramos que se hace mención del juego de cartas, del que aun actualmente se sirven las modernas sibilas, 1 Como el hecho es exacto, bien puede afirmarse que España fue la primera nación del Occidente de Europa que empezó a hacer uso de los naipes, estando además probado que de allá se exportaron a Francia, razón por la cual, la antigua bar aja francesa consta de oros, copas, es padas y bastos, que es la misma forma de la bar aja española.
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y el cual publicamos juntamente con esta obra, como del primer libro conocido que ap areció en figuras, antes de la invención del alfabeto \ Este libro, escrito en emblemas o jeroglíficos, es el ya citado libro de Thot, y las hojas sueltas de que se compone, son conocidas con el nom bre de Toros. Son muchos los orientalistas que han tratado de penetrar su sentido, siendo Guillaume Postel quien en 1540 publicó su sentido, titulándolo Clave de las cosas ocultas —después de cuya publicación se volvió loco—, con la explicación de los jeroglíficos y significado de las figuras simbólicas o emblemáticas que en él aparecían. También Court de Gibelin, filósofo de una inmensa erudición, ha pretend ido explicar esos emblemas en su obra titulada , El mund o prim itivo analizado y comparado con el mundo moderno. El Taro ha debido sufrir grandes alteraciones en el siglo xvi, puesto que las figuras llevan los trajes de esa época. Sea lo que fuere, los hebreos atribuyen la invención del mencionado libro a Henoc, los egipcios a Hermes y los griegos a Cadmus, según se dijo antes. Para nosotros existen diferencias esenciales entre el juego de cartas conocido actualmente con el nombre de Thot, cuyo origen es esencialmente asiático y el libro de Hermes denominado Taro, siendo una prueba de ello el que el juego de Taro, propiamente dicho, se compone de 22 tabletas o figuras, en tanto que el juego egipcio está formado por 78, aun cuando se supone que esas 22 tabletas, sumadas a las 56 de que se componía la bar aja francesa, son las mismas que constituyen la egipcia. Los que así opinan fundan su opinión en haberse hallado en China un juego completo de 77 tabletas, el cual, según se dice, pudo haber servido de modelo a la bar aja francesa, de la cual debieron constitu ir los taros una quinta serie. Nosotros, siguiendo el parecer de Postel y de Gibelin, nos conten taremos con advertir aquí, que Henoc y Cadmus sólo son citados por los eruditos y que, en cambio, la tradición universal mira a Hermes como el inventor y manantial de toda magia. Hermes (Mercurio) quiere decir genio humano, inteligencia suprema. Hermes se llama Trimegisto (tres veces grande), porque se reconoce un Hermes en cada mundo. Hermes es, pues, la inteligencia de muchos siglos reunida en haces bajo un hombre colectivo. El gran sacerdote de la iniciación egipcia era llamado Hermes.1 1 Los editores de esta obra tienen en venta el verdadero juego egipcio de los 78 taros.
Además del Taro se atribuyen a Hermes otros libros, tales como el Pymandro, el Asclepios y, además, La Tabla de Esmeralda, que contiene en pocas palabras la Cábala entera, y que se llama así porque sus preceptos estaban, según dicen, grabados sobre una esmeralda. El Arle de echar las cartas, o sea el medio de adivinar el presente y el porvenir por medio de los naipes, data de la época de los egipcios, en la cual, como ya hemos dicho, los padres explicaban diariamente a sus hijos y deudos el significado de aquellos jeroglíficos, no siendo exacto, como aseguran Mr. Sclugbole y Court de Gibelin, que nadie ha podido descifrar hasta ahora ni una sola hoja del Taro. Nosotros ya lo hemos dicho, y volvemos a repetirlo, que Guillaume postel, en su obra Clave de las cosas ocultas, ha descifrado el tal libro compuesto por Hermes, di padre de la iniciación egipcia, y anotado más tarde por Cadmus, como puede verse por la bara ja que acompaña a este libro. Y, volviendo ahora a l Arte de echar las cartas, dire mos que los egipcios, con sus cartones jeroglíficos, ya usaban este medio, desconocido en Europa, hasta que Etteilla, en 1770, después de grandes estudios, derrocó el medio de descifrarlas una por una, supliendo a este arte el de traducir el significado de cada una para aplicar su conjunto. Para proceder de*este modo, fundóse en el tradicio nal sistema egipcio de los Taros, y basó la adivinación en 33 oráculos o cartas que pueden ser las de cualesquiera baraja, agregándoles una más en blanco. También está demostrado, que el primer país que se sirvió del juego de cartas fue España, de donde fue importado a Francia por Beltrán Duguesclin, jefe de los aventurero* franceses que vinieron a ayudar a don Enrique de Trastamara en la innoble tarea de destronar a Don Pedro I de Castilla, llamado por unos d Cruel y por otros el Justiciero. En la historia de la cartomancia francesa, que ponemos a continuación, pueden nuestros lectores encontrar algunos otros detalles curiosos.
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CAPÍTULO IV Cartomancia francesa. — Su historia
Dos son las tradiciones que circulan en Francia respecto a la introducción de los naipes en este país. Según unos se debe a los bohemios, quienes en el siglo XIII introdujeron su uso en las principales poblaciones del Norte, y según otros, fueron las mesnadas o huestes de Beltrán Du guesclin, quienes después de haber contribuido al destronamiento y muerte de Don Pedro I de Castilla, apodado el Cruel, sirviendo a las órdenes del hermano bastardo de dicho monarca, Don Enrique de Trastamara, a su regreso a Francia, introdujeron el uso de los naipes en su patria, los cuales hacía ya mucho tiempo estaban en boga en España. Sea de esto lo que fuere, lo único positivo y cierto es que los naipes en aquella remota época no eran otra cosa que la representación viva y genuina del juego de ajedrez, como lo indican los colores de negro y rojo, y que su uso era muy restringido, por cuanto, existiendo la necesidad de hacerlos uno por uno a mano, en pergamino recio, e iluminados como los manuscritos, su precio era costosísimo. Fue en 1423, época en que se inventó el grabado sobre madera, cuando los alemanes, fabricando juegos de naipes a precios baratos y repartiéndolos por toda Europa, contribuyeron a su popularización y multiplicación, la cual, a su vez, contribuyó también en muy alto grado a que desaparecieran las figuras emblemáticas de los Taros, dando lugar a otras que ideó la imaginación y que dibujó el capricho. La primitiva baraja francesa, como la de todos los países, siendo co pia más o menos directa de los Taros de los egipcios, se componía de 78 cartas, a saber: un loco; veintiún atouts o triunfos particulares, y de 56
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cartas análogas a las que hoy existen. Esta baraja fue la que privó y estuvo en uso hasta la época en que Carlos VII ordenó la sustitución de las antiguas figuras emblemáticas o jeroglíficas del libro de Thot, por otras que ideó su fantástica imaginación; quedando desde entonces reducida dicha baraja a las 52 cartas que hoy tiene, es decir: a cuatro reyes, a cuatro damas o reinas, a cuatro sotas, a cuatro ases y a 36 cartas blancas: del dos al diez. He aquí la representación de las doce figuras: El valet de coeur, llamado Lahire, representaba a Étienne de Vigno les, doméstico de Carlos VIL El cuadrado (valet de carreau) a Héctor, que era uno de los oficiales del mismo rey que se convirtió, bajo el mismo nombre, en capitán de la guardia de 'Luis XI. El de pica (valet de pique) era Ogier, el propio Ogier, el danés, uno de los preux de Carlomagno, y por último, el de trébol (valet de tréfle) llamado Lanzarote, no era otra cosa que la representación de aquel famoso Lanzarote del lago. Por lo que respecta a los reyes, se llamaban: David, Alejandro, César y Carlomagno, siendo creencia general que representaban las cuatro monarquías, hebrea, griega, romana y francesa. Algunos autores ven, sin em bargo, en esas cuatro figuras personificaciones alegóricas, y piensan especialmente que David representa a Carlos VII, cuyo hijo, Luis XI, sería un segundo Absalón. En lo que se refiere a las damas o reinas, podemos decir que la de pique, representaba a juana de Arco, a la cual Carlos VI debió su trono, y quien por gratitud y reconocimiento de la gran merced recibida de su valor e intrepidez, la hizo figurar en el juego de las cartas, bajo el nombre de Pallas, diosa de la guerra. La dama de tréfle, recibió el nombre de Argina, nombre que constituye el anagrama latino de regina, aun cuando a quien verdaderamente representaba era a la propia mujer de Carlos VII, María D’Anjon. La dama de carreau, llamada Raquel, representaba a Agnés Sorel, la querida del precitado monarca. La dama de coeur, llamada Judith, célebre matrona hebrea que cortó la cabeza a Holofernes, pero a quien realmente personificaba o representaba, era a la mujer de Luis el Debonnaire o a la madre del propio Carlos VII, Isabel de Baviera. En cuanto se refiere a los cuatro palos de que se compone la baraja, según los eruditos que hemos consultado, las doce figuras eran otros tantos símbolos: el coeur (corazón) el del valor, al propio tiempo que la personificación de las gentes de armas y de guerra; por lo que respecta a los piques y carreaux, representaban las armas y las municiones de guerra,
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y el tréfle los forrajes. En cambio el P. Menestríer ve en esas cuatro figuras el emblema de la sociedad, representada por las cuatro órdenes en que se divide. Para él las figuras representaban la nobleza: el coeur, a las gentes de iglesia; el pique, a las gentes de armas: el carrean, a la burguesía, y el tréfle, a las gentes del campo. En la época de la revolución, como no podía menos de suceder, la bara ja que nos ocupa sufrió una completa transformac ión. Los reyes, reinas y valéis (sotas), fueron transformados radicalmente; los reyes en genios, como por ejemplo: el de coeur , en genio de la guerra; el de carrean, del comercio; el de tréfle, de la paz y el de pique, de las artes. Las reinas fueron convertidas en libertades, los valets, en igualdades, y los ases, en leyes. Otros innovadores más sagaces o más imaginativos fueron más lejos, metamorfoseando a los reyes en sabios, y llamándoles, respectivamente, Solón, Catón, Rousseau y Bruto; las reinas, en virtudes: justicia, prudencia, unión y fuerza, y por último, las sotas en héroes. Lo único que no sufrió modificación fueron los tradicionales colores de negro y rojo. Hechas estas tres explicaciones que creemos, si no indispensables, por lo menos necesarias para el conocimiento y hábil manejo de la baraja francesa, penetremos ahora de lleno en el arte de la cartomancia, o sea en el de la adivinación, por medio de las cartas, en el cual tanto se distinguió la célebre escritora y adivinadora Mlle. I^normand.
CAPÍTULO V Diversos métodos de echar las cartas
Son muchos y muy variados ios modos de echar las cartas, pudiendo decirse que la mayor o menor originalidad de las personas que se dedican a e 3te arte han producido su método especial, que no todos los manuales que hasta la fecha han visto la luz pública han podido o sabido reflejar. En la imposibilidad de describir en este volumen cuantos sabemos y conocemos, en la inteligencia de que pasan de cuarenta, sólo haremos mención de los más principales y primitivos. (Pero, antes de penetrar de lleno en tan delicado estudio, séanos lícito manifestar que, en cualquiera de los métodos que se empleen y que minuciosamente describiremos más adelante, debe propenderse a sacar del conjunto de cartas de la baraja la que represente a la personalidad del consultante, sobre cuya operación es conveniente insistir hasta lograr que salga la carta que la represente. Deben, además, tenerse en cuenta las siguientes observaciones, que detallamos minuciosamente a fin de que no quede al lector la más insignificante duda: 1^ Antes de comenzar el juego con un nuevo consultante, es conveniente que el cartómago, o la persona que echa las cartas, prepare de bidamente la bara ja, es decir, que ponga las cartas por su orden y todas al derecho. 2^ Una vez realizado esto, entreg ará la baraja al consultante a fin de que éste mezcle las cartas a su capricho, colocando unas cabeza arriba y otras cabeza abajo, al propio tiempo que dirigirá mentalmente, es decir, para sí mismo, la siguiente
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Barajadas otras siete veces, haciendo la misma invocación, esas 32 cartas que quedaban después de eliminadas las 46, y realizado el corte por el consultante, valiéndose para ello de la mano izquierda y pidiendo a su vez 'mentalmente— idéntic a protección a los oráculos, comenzaba la operación en la siguiente forma: Eliminábase y colocábase sobre la mesa, por la derecha, la carta que representaba al consultante, colocándola en el lugar que en el grabado ad junto ocupa el número 1. Una vez hecho esto, barajábanse nuevamente las 31 cartas restantes, se hacía cortar de nuevo, se desechaban las diez primeras cartas y se colocaba la undécima en el lugar que en el grabado ocupa el número 2, y en forma atravesada debajo de la número 1, que es el emblema del consultante, y arriba de ésta la número 3. Las dos siguientes (4 y 5) a los dos lados de la del centro; la sexta, arriba y a la izquier
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mero 4; la trece, a la derecha de la número 5; la catorce, entre la octava y la décima; la quince, entre la novena y la undécima; la dieciséis, entre la sexta y la décima; la diecisiete, entre la séptima y la undécima; la dieciocho, entre la novena y la doce; la diecinueve, entre la octava y la trece; la veinte, entre la duodécima y la sexta; la veintiuna, entre la séptima y la trece, y por último, la veintidós, atravesada y cubriendo los pies de la carta que representa la persona objeto de la consulta. Para mayor claridad publicamos a continuación el plano que indica la exacta colocación de las cartas. La traducción de estas cartas, así colocadas, se hará en la siguiente forma: Recójanse las cartas de dos en dos, comenzando por las superiores más lejanas, o sean la diez y la once, la doce y la trece, la catorce y la dieciséis, y se continúa de la misma manera por el lado izquierdo, interpretando siempre las parejas más distantes del centro de la estrella, como son: dieciocho y veinte, diecinueve y veintiuna, quince y diecisiete. Después se sigue por la9 de radio más corto, como son: seis y ocho, siete y nueve. Las del centro habrán de traducirse en la misma forma, es decir, por parejas opuestas, y la carta que está sobre la que representa al consultante se traducirá de una manera individual y según la clave de significados que comprende este tratado. Esta explicación se ha de dar pareja por pareja, sin dejar por esto de tener presente el conjunto de todas. El tras, tras del Taro
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Estrella mágica
da; 1a séptima, abajo y a la derecha; la octava y novena, como las dos anteriores, pero en opuestos sitios; la décima, arriba, sobre la número 3; la undécima, bajo la número 2; la doce, al costado izquierdo de la nú-
Después de barajados siete veces los setenta y ocho naipes de que consta la baraja, se dará ésta a que la corte el consultante con la mano izquierda, suplicándole ponga toda su voluntad y deseo para lograr que los oráculos le digan la verdad en todo cuanto motiva la consulta. Practicada esta operación, del montón de arriba se echarán sobre la mesa nueve cartas, diciendo lo siguiente: Al salir la primera: tras, tras. ídem, id., la segunda: aquí está Fulano de Tal (el nombre del consultante) . ídem, ídem, ídem, ídem,
id., id., id., id.,
la tercera: que viene a que le digan los oráculos. la cuarta: lo que le va a pasar... la sexta, cuál es su sino... séptima: cuál es su enemigo...
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ídem, id., la octava: qué le sucederá... ídem, id., la novena: y qué le sorprenderá...
He aquí el patrón indicador de la forma en que deberán colocarse las cartas, teniendo cuidado al extenderlas de que caigan de izquierda a derecha, en el orden indicado en la siguiente figura:
quince cartas, y se formará el tercer montón con la que haga el número dieciséis, después de eliminadas las quince cartas anteriores. Como hemos desechado cuarenta y cinco cartas y tenemos tres montones de una, dicho se está que en el resto de la baraja sólo quedan treinta cartas, cantidad insuficiente para poder sacar otras tres cartas y colocarlas sobre los montones ya hechos. Por esta razón se recogerán las cuarenta y cinco cartas desechadas, se unirán a las treinta, y barajándolas de nuevo en la forma indicada, sin olvidarse de hacérselas cortar al consultante, se procederá, como queda dicho, hasta obtener tres montones de a tres cartas cada uno, que serán los útiles para formar el oráculo. Estos tres montones, que se formarán y traducirán de derecha a izquierda, representan los tres mundos de la cabala, a saber: el mundo divino, el mundo abstractivo y el mundo material, que representan a su vez la religiosidad y sentimientos del consultante, grados de inteligencia y gustos materiales respectivamente, consideraciones que habrán de tenerse muy en cuenta al hacer la traducción detallada.
Septenario cabalístico
Tradúzcanse las cartas, comenzando por la primera hasta la novena, con arreglo a las peticiones que se fueron haciendo en la forma que indica nuestra olave de significados; en el bien entendido caso que si entre las nueve cartas sale la que representa al consultante, es de muy buen agüero, excepto cuando sale en la séptima, en cuyo caso indica el oráculo que el mayor enemigo del consultante es su propia personalidad.
Ternario cabalístico Consiste esta forma de echar las cartas en lo siguiente: Después de barajados siete veces los naipes y de cortados en la forma usual por el consultante, se eliminarán por la parte de arriba quince cartas, y se dejará aparte la que haga dieciséis, a fin de hacer, en la forma que se indicará, tres montones de a tres cartas cada uno. Apartada la carta que hacía la dieciséis, volverán a contarse otras quince cartas, que se desecharán, apartando la que haga dieciséis para formar con ella el segundo montón, teniendo cuidado de que los montones que habrán de formarse vayan de derecha a izquierda. Formados ya los dos primeros montones de a una carta cada uno, volverán a desecharse de la baraja otras
Después de barajado? y cortados los naipes en la forma indicada, se van contando de siete en siete y colocando aparte todos los que hacen siete, o todos los séptimos. Repítase otra vez la misma operación, después de haber barajado y cortado de nuevo hasta obtener el descarte de doce naipes, los cuales se colocarán uno al lado de otro en el orden exacto en que hayan salido. Al terminarse las cartas, se toman de nuevo las desechadas para continuar el juego. Realizado esto, vuélvanse las cartas y tradúzcase su significado, con sujeción a la clave, teniendo cuidado de asegurarse si ha salido o no la carta que representa la persona del consultante, y repitiéndose el juego, si ésta no se halla entre las doce cartas, hasta que salga dicha carta. Cuando ya se tenga hecha la explicación del oráculo, barájanse de nuevo las doce cartas, formando con ellas cuatro montones de a tres naipes cada uno, dedicando cada uno de ellos: el primero, para la persona; el segundo, para la casa; el tercero, para los sucesos, y el cuarto, para la sorpresa. Después se levantan sucesivamente estos montones, viniendo a corro borar o a modificar el oráculo d e la traducción que ya se habrá hecho.
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Cartas por tres Tómese una 'baraja completa. Después de barajarla y hacerla cortar al consultante, todo en la forma ya indicada, elimínanse las dieciséis cartas primeras. Vuélvese a barajar y a cortar, sacando después los naipes de tres en tres, teniendo cuidado de dejar a un lado los montones, hasta completar cinco de tres cartas cada uno. Extiéndase después correlativamente sobre la mesa, de manera que resulten cinco hileras de a tres cartas cada una. Véase si entre ellas está la que representa al consultante, la cual se tomará y se colocará encima de la primera línea, poniendo en su lugar la carta que sigue a la última que se sacó de la baraja. En el caso de que no estuviera, habría que buscarla para colocarla en el sitio indicado. Una vez preparado así el juego, se vuelven a recoger las cartas em pezando por la del consultante y siguiendo por la primer a línea, segunda, etc., hasta su terminación. Barájese y córtese de nuevo, extendiendo las cartas sobre la mesa, formando esta vez cuatro hileras de a cuatro cartas cada una, y hágase la traducción, con arreglo a nuestra clave de significados, comenzando dicha traducción por la carta que representa al consultante, mirando lo que le rodea, y de aquí se sigue contando hacia la derecha en la forma siguiente: una, dos, tres, cuatro y cinco, parándose a cada cart a que haga este último número. De este modo se da la vuelta a todas las cartas, tantas veces como se puede, hasta acabar en la carta que representa la personalidad del consultante. Barájense luego las cartas, apartando una, para la persona; otra, para la casa; otra, para la sorpresa, y otra, para el ausente, y realizada esta operación, distribuyase el resto de las cartas formando cuatro nuevas hileras de tres cartas, que nos servirán para el complemento del juego, traduciéndolas en la forma usual, o sea por líneas, concluyendo el oráculo con las cuatro cartas que se separaron primeramente.
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A continuación presentamos un cuadro indicador de este sistema, en el que habrá de suponerse que la carta que representa al consultante es la número 16, marcada con una X:
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Cartas por siete Barajadas y cortadas las cartas, siempre en la forma indicada, se desecharán las seis primeras, colocando la séptima sobre la mesa; vuélvanse a desechar las otres seis cartas, colocando la séptima sobre la que tam bién antes hizo el número siete, realizándose esta operación hasta seis veces, lo que dará un montón de seis cartas y otro, que serán las de desecho, de setenta y dos. Barájense de nuevo setenta y dos cartas, dénse a cortar, y deséchense las seis primeras, colocándose, todas las que hacen la número siete, sobre el montón en que ya había seis, hasta que éste tenga doce, que son las únicas que habrán de formar el oráculo. Extendidas, pires, sobre la mesa, dichas doce cartas, en dos hileras de a seis, tradúzcase su significado en la forma indicada en la clave.
Cartas por quince Este método ide echar las cartas es el llamado francés, y se realiza en la siguiente forma: Barajadas y cortadas las setenta y ocho cartas, apártense las treinta y dos primeras, desechando las restantes. Practicada esta operación, vuélvanse a barajar y a hacer cortar las treinta y dos cartas que habrán de entrar en juego, formándose luego dos montones de a dieciséis cada uno. Háganse elegir al consultante dos cartas, una de cada montón, la primera para Ja sorpresa, jr Ja segunda para la casa, extendiéndose después el montón de la izquierda^ y haciendo la traducc ión, con arreglo a la clave.
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que está pasando fuera, mejor dicho, para las cosas y personas exteriores; el cuarto p ara u na sorpresa; el. quinto par a que sirva de consuelo, o lo que es igual, para dulcificar los presagios funestos contenidos en los cuatro anteriores;, por último, el sexto está destinado para determinar la significación de los oráculos enigmáticos y confusos de los cinco montones anteriores. Para leer estas cartas de complemento, se vuelven del derecho, formando, como es consiguiente, seis líneas desiguales: la primera de siete, la segunda de seis, la tercera de cinco, la cuarta de cuatro, la quinta de dos y la sexta de 11 cartas, que se leerán siempre de derecha a izquierda, con sujeción a la clave a que ya nos hemos 'referido. También pueden utilizarse para este juego los 78 naipes; pero en este caso, después de barajados y cortados, se separan los 35 primeros, y se opera con ellos según se dice arriba.
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Barajados los naipes en la forma varias veces indicada, y cortados debidamente por el consultante, se eliminarán treinta cartas, volviendo luego a barajar las cuarenta y ocho restantes, teniendo cuidado de que entre éstas aparezca la que representa ai consultante. Barajadas, pues, esas cuarenta y ocho cartas, se extenderán sobre la mesa, de derecha a izquierda, formando con ellas seis filas de a ocho cartas cada t^na, según lo indicado en el siguiente grabado. Una vez extendida la baraja* se buscará entre las cartas la que representa al consultante, y, encontradaj que ésta sea, se comenzará a hacer la traducción de abajo a arriba y de izquierda a derecha, contando de siete en siete las cartas en honor de los siete planetas, siendo inútil decir que la traducción deberá hacerse con sujeción a la clave que va más adelante, y teniendo presentes las modificaciones que dicha séptima carta puede sufrir por el significado de las que la rodean. Hecha la traducción de la séptima carta, a contar desde la primera que está debajo de la que representa al consultante, volverán a contarse otras siete cartas, y así sucesivamente hasta recorrer todas las cuarenta y ocho cartas, y siempre en la misma forma. Suponiendo, pues, que la carta que representa al consultante ha salido en la que está marcada con una X, cuéntase, a partir de la carta que está debajo, siete cartas, hasta llegar a la núm. 1; hecha la traducción de esta carta, vuelven a contarse otras siete, hasta encontrar la núm. 2;
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otras siete hasta la núm. 3, y así sucesivamente hasta llegar de nuevo a la X, o sea la carta núm. 48, que es la que representa la del consultante. Este juego puede hacerse también apartando de los 78 Taros las 48 cartas que constituyen la baraja española moderna, en cuyo caso, una vez apartadas esas 48 cartas, se barajan siete veces, se dan a cortar al consultante en la forma prescrita, y se procede luego del modo que queda indicado, teniendo presente que en este caso no se desechan cartas. He aquí un ejemplo gráfico de este método:
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