Carmen Codoñer, El Comentario de Textos Griegos y Latinos

April 26, 2017 | Author: Mllz | Category: N/A
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Comentario de textos...

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CARMEN CODOÑER (coordinadora)

EL COMENTARIO DE TEXTOS GRIEGOS Y LATINOS

CÁTEDRA

La práctica del com entario de textos d ebe abarcar por igual a las obras literarias en lenguas vivas que a las escritas en len­ guas clásicas. Incluso dicha práctica cobra más sentido en estas últimas, pues sólo ella puede devolvernos el sentido cabal, el sus­ trato cultural e histórico y los valores artís­ ticos que los textos grecolatinos encierran. Precisam ente esta tarea se han im puesto, al redactar esta obra, un grupo de profesores de la Facultad de Letras de la Universidad de Salamanca. El resultado de este esfuerzo colectivo no es nada desdeñable. Diferen­ tes géneros analizados, diferentes lenguas y, sobre todo, diferentes presupuestos teó­ ricos, m uestran un panoram a variopinto de logros y, fundam entalm ente, de las posibi­ lidades que conlleva la aplicación de las m ás m odernas corrientes teóricas de la críti­ ca filológica al legado literario del m undo clásico.

C. Codoñer (coordinadora), V. Bécares, F. Pordomingo, C. Castrillo, R. Cortés, J. C. Fernández Corte, C. Giner, J. de Hoz, R. Castresana, B. García-Hernández, A. Agud, F. Romero, G. Hinojo, J. Lorenzo, I. Moreno, A. López Eire, M. J. Cantó, C. Chaparro, A. Ramos

El comentario de textos griegos y latinos

S E G U N D A E D IC IÓ N

CÁTEDRA CRÍTICA Y ESTUDIOS LITERARIOS

R eservados tod os los derechos. El con ten id o d e esta obra está protegido por la Ley, q u e estab lece p en as d e prisión y /o m ultas, adem ás d e las correspondientes indem nizaciones por d añ os y perjuicios, para q u ien es reprodujeren, plagiaren, distribuyeren o com unicaren p úblicam ente, en todo o en parte, una obra literaria, artística o científica, o su transformación, interpretación o ejecu ción artística fijada en cualquier tipo d e sop orte o com u nicada a través d e cualquier m ed io, sin la preceptiva autorización.

© S o cied a d E sp a ñ o la d e E stu d ios C lásicos. S e c c ió n lo c a l d e Salam anca E d icio n es Cátedra, S. A ., 1998 Ju an Ig n a cio Luca d e T ena, 15. 28027 M adrid D e p ó s ito legal: M. 4 1 .6 0 2 -1 9 9 8 I.S.B.N.: 8 4-376-0180-0

Printed in Spain Im p reso e n G ráficas Rogar, S. A. N avalcarnero (M adrid)

índice

P

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9

L í r i c a . I n t r o d u c c ió n .........................................................................................................

L írica g r ie g a . S a fo , F r. 2 D = 31 L .- P ................................................................. L ír ic a la tin a . C a tu lo , 5 ..............................................................................................

13 27 47

. I n t r o d u c c ió n .................................................................................................... C o m e d ia g r ie g a . A ristó fa n es, Aves 7 3 7 - 8 0 0 ..................................................... C o m e d ia la tin a . T . M a c . P la u to , Báquides 3 5 - 1 0 8 ......................................

101 133

. I n t r o d u c c ió n ..................................................................................... H isto rio g ra fía g r ie g a . T u c íd id e s , I I I , 8 2 .......................................................... H isto rio g ra fía la tin a . T á c ito , A m a le s I, 4 - 6 ....................................................

195 221

C

H

r e s e n t a c ió n

o m e d ia

is t o r io g r a f ía

O r a t o r i a . I n t r o d u c c ió n .................................................................................................

O r a to r ia g r ie g a . D e m ó ste n e s, D e Corona 1 6 9 -1 7 0 ......................................... O r a to r ia la tin a . M . T u lio C ic e r ó n , Pro A . Cluentio 1 - 8 .............................

89

179

251 263 279

Presentación Este conjunto de com entarios q u e a continuación se ofrecen al lector son el resultado de las actividades realizadas a lo largo del curso 1977-78 en el seno de la Sociedad E spañola de Estudios Clásicos, y más concretam ente de su Sección Local de Salam anca. L a decisión de dedicar todas las sesiones, a p a rtir de enero, al com entario de textos, fue tom ada colectivam ente, así como la de que los com entarios se agrupasen siguiendo u n criterio externo como es el de los géneros literarios, válido p a ra la A ntigüedad Clásica en m ayor m edida que actualm ente. Los grupos encargados de eleborar los com entarios se conform aron de acuerdo con la dedicación a uno y otro cam po de los participantes, con lo cual q u ed aba asegurado el nivel científico de las com unicaciones. D e este m odo se hicieron cu atro grupos: L írica, C om edia, H istoria y O rato ria. Q uizá pued a echarse en falta la presencia de la épica y de la tragedia; en el prim er caso fue la abundancia de trabajos sobre el tem a lo que nos hizo desistir, en el segundo la descom pensación evidente entre el tra ta ­ m iento de la tragedia en G recia y en R om a. Criterios quizá discutibles, pero que en cierto m odo justifican la ausencia de dos puntos claves en la L ite ra tu ra Clásica. Las ocho sesiones que dedicam os a este fin, fueron seguidas de discusiones en las q u e intervinieron los asistentes, discusiones q u e tal vez h an servido p a ra ilu m in ar o com pletar en la redacción definitiva ciertos aspectos de los com entarios. Esto por sí solo es síntom a d e la aceptación · del p rogram a trazad o com o algo que a todos afectaba y del especial interés despertado p o r el tem a: C om entario de textos. En este p u n to hay que hacer n o ta r que el m undo de la Filología Clásica no es u n m undo m arginal a los intereses científicos del m om ento, sino que particip a de inquietudes com unes a to d a la Filología actual. Y que, en consecuencia, así como u n com entario sobre Shakespeare y las reflexiones científicas que lo sustentan pueden y deben ser u ti­ lizadas por el com entarista de las tragedias de Séneca, tam bién la situación inversa es posible. 9

Los presupuestos de que p arte u n com entario de textos no tienen por qué diferir básicam ente por el hecho de tratarse de lenguas no habladas, puesto que el fenómeno de lo literario les afecta por igual. Partien d o del supuesto de la existencia de m últiples tendencias en el enfoque de u n com entario, se pensó que sería interesante que cada u n a de las com unicaciones fuese preferentem ente labor de varias personas, ya que ello supondría, d en tro de cada u n a de ellas, un germ en inevitable de discusión que p odría resultar fructífero, atribuyendo al trabajo en equipo, en este caso, ese interés sobre todo. M ás tarde, la posibilidad de publicación exigió la preparación de introducciones y, siguiendo ese mismo criterio, preferimos que cada un a de ellas sirviera de m arco al género, y no introducciones aisladas a cada u n a de las m uestras del género en G recia y R om a. De esa m anera el grupo se am pliaba, y los criterios metodológicos aplicados, por ejem plo, en lírica griega y latin a p o r separado al hacer el comen­ tario, se contrastab an y discutían buscando puntos de referencia com partidos al hacer la introducción. E n ese sentido qued a claro la progresión hacia u n a abstracción teórica que sustenta el com entario. Se observarán, evidentem ente diferencias entre las distintas in tro ­ ducciones en el sentido de que unas respondan de m odo conjunto a am bos com entarios, tan to el del texto griego com o latino, m ientras otras suponen u n planteam iento por separado. Las razones de esta diversidad son variadas, au n q u e casi puede decirse que en últim o térm ino h ay q u e pensar en la im posibilidad de red u cir a un común denom inador realizaciones distintas de un único género. T am b ién en lo que se refiere al com entario son divergentes las líneas seguidas p o r los distintos autores : las aportaciones van desde el «com entario filológico», de tan acusada tradición d entro de nuestros estudios, hasta el com entario «literario», au n q u e siem pre se ha partido del dom inio de los m étodos filológicos* Q uisiera por últim o agradecer vivam ente la colaboración a todos los participantes y tam bién miem bros de la Sociedad E spañola de Estudios Clásicos en Salam anca que con su asistencia a las sesiones han ay ud ad o y apoyado esta iniciativa. C

arm en

C

odoñer

Presidente Sección Local de Salam anca de la S. E. E. C .

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LÍRICA

V ic e n t e B é c a r e s F r a n c is c a P o r d o m in g o C a r m e n C a s t r il l o R o s a r io C o r t é s J o sé C a r l o s F e r n á n d e z C

orte

Introducción Estas líneas introductorias constituyen u n intento de explicación metodológica, de criterios, y justificativa, si fuese necesario, d e esa actividad cultural que se llam a com entario de textos literarios (o poé­ ticos), especialm ente cuando los poem as en cuestión han recibido una atención privilegiada p o r p arte de com entaristas y lectores de todas las épocas.

I.

C U E S T IO N E S P R E L IM IN A R E S

Ι.Λ. E lección d el texto E n el caso que nos ocupa (Safo 31 L P, C atulo 5), se podría ju sti­ ficar una elección a rb itra ria de los poem as p o r el carácter mismo de la poesía. Al ser textos in tencionadam ente concluidos por el autor, nuestra elección no cu artea la u n id ad de la obra. No se trata de sacar u n a parte de u n todo, que es la obra literaria, y por esto no es preciso explicar que esa p arte se h a elegido con arreglo a unos criterios válidos, no falsificadores del au to r ni de su obra. No obstante, la elección del poem a de Safo no se h a hecho al azar, pues si el núm ero de poem as conservados es relativam ente grande, su estado es m uy fragm entario; si a ello añadim os que el com entario ib a destinado en u n prim er m om ento a u n a sesión de Estudios Clásicos, cuyo m arco sería rebasado pór la discusión de cuestiones laterales a la propia valoración literaria (la discusión de pasajes textualm ente m uy problem áticos exigiría gran especialización), el cam po de elección se veía sensiblemente reducido a unos pocos poemas bastante completos y a la oda a A frodita, el único que p o r el m om ento se nos h a conservado íntegro. C ontribuía tam bién a la lim itación de nuestras posibilidades el hecho de q u e esta últim a cuenta con u n estudio muy reciente en esp añ o l1. 1 J. S. Lasso de la Vega, «La oda primera de Safo», Cuadernos de Filología Clási­ ca, V I, (1974), págs. 9-93; V II, (1974), págs. 9-80.

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I.B. C rítica textu al T odo el que se propone hacer u n com entario debe fijar el texto, sobre todo si se tra ta de uno tan m altratad o por la tradición como es el de Safo, 31. Si p a ra un au to r como C atulo contam os con ediciones que resuelven el problem a, de la oda de la poetisa lesbia no poseemos un texto definitivo. E n varios versos existen corrupciones e irregula­ ridades diversas ju n to con otras lecciones ofrecidas p or los investiga­ dores m odernos, siem pre insuficientes. Las posibilidades se reducen, por tanto , a la aceptación convencional de u n texto ya dado, o a ju g a r con todo el sistema de elecciones entre las diversas formas transm itidas y nuevas conjeturas que representa toda fijación de u n texto antiguo. Com o n uestra tarea principal no es ed itar el texto, sino com en­ tarlo, hem os optad o por aceptar la edición de P a g e 1. Sin em bargo, no dejarem os de tener en cuenta las diversas conjeturas. Con esto querem os sim plem ente advertir que no trabajam os sobre un texto seguro.

I.C . T raducción Ofrecemos u n a traducción de los poem as pensando en los lectores que no pu ed an seguir los textos en su lengua original. Lo justo sería no d arla desde el supuesto de que toda traducción es traición, pues, ap a rte de las dificultades filológicas de encontrar las correspondencias en nuestra lengua a la griega y latina, están las particulares de la poesía. T iene razón C ohén cuando establece u n a diferencia entre la trad u ctib ilid ad de los textos literarios y la de los científicos: «El lenguaje científico es en sí traducible y en algunos casos incluso per­ fectam ente trad u cib le» 2. Se tra ta sólo de pasar a otro código un determ inado contenido. Pero, ¿puede h ab er trad u ctibilidad de los textos literarios y m ás concretam ente de la poesía? «T odo el problem a consiste en saber cuál es el origen de la in trad u ctib ilid ad poética»3. L a traducción de la sustancia del contenido es posible, la de la forma no lo es. L a diferencia reside en que p a ra u n texto científico lo decisivo es sólo el contenido, m ientras q u e p a ra el poético lo es la form a, tanto de la expresión como del contenido. Es ésta la traicionada desde el m om ento en que toda la riqueza de relaciones y am bigüedades que encierra el poem a no se recogen en u n a traducción. Com o m ucho se puede, en los casos más felices, recoger algunas, pero de cualquier m anera lo que se hace es fijarle u n sentido al poem a. 1 D . Page, Lyrica Graeca Selecta, Oxford 1968, págs. 104-105. 2 J. C ohén, Estructura del lenguaje poético, Madrid 1974, pág. 34. 3 Ibid.

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En cierto m odo las actividades del com entarista de textos y del trad u cto r están en relación inversa. M ientras que al prim ero le está perm itido y hasta obligado presentar el m ayor núm ero de alternativas, p a ra el segundo toda elección es excluyente. El prim ero acum ula posibilidades, el segundo se ve constreñido p o r u n a sola a la vez que por las imposiciones de su p ro p ia lengua. U no debe inexcusablem ente descubrir, en determ inadas posiciones del poem a, correspondencias de orden fónico y sem ántico (que constituyen u n a de las principales características del lenguaje poético), el otro, inexcusablem ente tam bién, tiene que optar, en ocasiones, por ser fiel a u n rasgo fónico relevante, a u n a oposición sem ántica o, sim plem ente, al contenido, con lo que destruye lo poético del original. Digám oslo de form a radical: hay pasajes de m uchas traducciones (o incluso poem as enteros) que nada tienen de poético. E inversam ente, h a y traducciones que tienen m ucho de poético, pero poco ya de traducciones. Son, sencillamente, poem as distintos.

II. M É T O D O II.A . D escripción Los principios que inform an nuestro m étodo se definen en el análisis objetivo y form al de los poem as. C on esto q ueda anticipado lo que nuestra aproxim ación será y no será. Estam os ante unos poem as seleccionados y separados del resto de la obra de sus autores. N o se tra ta de e n tra r en polém ica alguna relacionada con la n aturaleza del lenguaje poético en general o de las estructuras propias de la Poesía (con m ayúscula), p orque esto corres­ pondería a u n plano de generalidad, la teoría de la literatu ra, que no puede tener cabida aquí. D icho de otra form a, no se tra ta de hacer teoría, au n q u e la ya hecha ha am pliado nuestra perspectiva a la hora de enfrentarnos con los textos y nos servimos de ella en la m edida en que ayuda a explicarlos. D e esta teoría extraem os los siguientes principios: 1) L a poesía es de n atu raleza lingüística, sin em bargo posee características específicas que la diferencian del lenguaje cotidiano. 2) Lo distintivo entre aquélla y éste reside en la diferente fun­ cionalidad de ambos. 3) El lenguaje ordinario, el científico, el no literario en una palab ra, privilegia la función referencial; su finalidad se reduce a transm itir u n contenido; en el artístico predom ina la función poética, es decir, el lenguaje está centrado sobre sí mismo, forma y contenido se h allan indisolublem ente im plicados; es fin y no medio, y de ahí su esencia perm anente e inm utable. 15

4) E n el hecho de estar centrado el lenguaje sobre sí mismo reside su especial sistema de relaciones internas. E sta peculiar estructura es la que ha p retendido form ular el conocido teorem a de Jakobson : «La fonction poétique p rojette le principe d ’équivalence de l’axe de la sélection sur l ’axe de la com binaison»1. 5) D e esta form ulación que define la n atu raleza del lenguaje poético se deduce que la relación básica existente en el poem a es la recurrencia de estructuras paralelas o equivalentes. 6) D ad o que el lenguaje se encuentra estratificado en diversos niveles, la recurrencia abarca a todos ellos creando posiciones equi­ valentes. Este principio se concreta en cada ocasión de m an era dis­ tin ta según las peculiaridades del poem a elegido. D e o tra m anera, ¿por dónde se ha de com enzar la descripción? Se puede em pezar por u n análisis sintáctico que establecería partes en la obra según predom inara la sintaxis referencial, preocupada por la clarid ad tem poral y lógica de las relaciones entre frases (abun­ dancia de nexos, anáforas...), la em otiva (exclamaciones, supresiones de térm inos, valoraciones...) o la conati va (vocativos, im perativos...). A continuación se consideraría el aspecto m étrico (m etro, cesuras...) y la relación entre clases morfológicas (sustantivos, adjetivos...) y posiciones d entro del verso (inicial, fin al...). R esalta así lo ya co­ nocido: en el poem a se com binan la iden tid ad (de m etro o de clases morfológicas) con la diferencia (sem ántica, fónica...). D esde L e v in 2 se h a puesto gran atención en posiciones equiva­ lentes basadas en la sintaxis. E n un plano práctico, de análisis, se ha cuadriculado el poem a p a ra m ostrar en cada colum na los términos equivalentes correspondientes a cada posición: colum na de sujetos, verbos, objetos, etc. Sobre estas equivalencias posicionales es posible observar cóm o se engarzan formas que pertenecen a otros niveles del lenguaje: el fónico y el sem ántico. Las posiciones funcionan como m arco p a ra formas fónicas o sem ánticas ya de por sí equivalentes: así, por ejem plo, u n a aliteración —o repetición del mismo fonema en lexem as contiguos— co brará especial relieve si am bos lexemas ocupan posiciones equivalentes; y viceversa, si en posiciones equi­ valentes coinciden térm inos sem ánticam ente m arcados (en relaciones de antonim ia, antítesis, etc.) su falta de coincidencia fónica con­ trastará con los anteriores paralelismos. Pues en cad a poem a aislado «...les corrélations créés p a r les couplages m etten t en relief les con­ trastes, et inversem ent, les contrastes p erm etten t d ’échapper au côté m écanique ou banal du je u des couplages laissé à lui-m em e»3.

1 R. Jakobson, «Linguistique et poétique», en Essais de linguistique générale, Pa­ ris 1963, pág. 220. 2 S. R. Levin, Estructuras lingüisticas de la poesía, M adrid 1974, págs. 37 ss. y passim. 3 N . R uw et, «L’analyse structurale de la poésie» en Langage, musique, poésie, Pa­ ris 1972, pág. 169 (nota 1).

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Esto tiene consecuencias notables en el estudio de poem as p a rticu ­ lares. En resum en, p a ra iniciar el análisis hemos aprovechado la estra­ tificación del lenguaje en niveles lingüísticos. C ad a uno, p o r separado, manifiesta u n a configuración diferente en cad a poem a. Estas con­ figuraciones perm iten esbozar u n a división en partes. Sabemos tam bién que u n poem a es u n delicado juego de analogías y contrastes. T al interacción es producida, precisam ente, porque los criterios de se­ m ejanza fónicos o sem ánticos no siem pre se ven respaldados por hechos métricos, de sintaxis, etc. D e esta m anera cada contexto de u n poem a se individualiza gracias a u n a superposición de niveles lingüísticos que nun ca coinciden totalm ente entre sí: valoramos, pues, en él la sim etría y la asim etría. 7) El que todos los signos estén ta n estrecham ente relacionados entre sí y subsumidos en la función poética predom inante, nos lleva inevitablem ente a analizarlos sin salim os del poem a. N o podemos explicar ninguno de ellos refiriéndonos a lo que individualm ente y fuera del contexto denotan, con arreglo al código de la lengua a que pertenecen; el poem a no significa n ad a externo a sí mismo. Com o dice Ferraté, «el poem a en conjunto es u n signo cuyo denotado o referente es la p ropia connotación del signo»1; o Levin, « ...cad a poem a genera su propio código cuyo único m ensaje es el poem a»2. Según se ha visto a propósito de los niveles, en el com entario se tra ta tanto de explicitar las relaciones entre los signos y el valor actual que adquieren en ellas, como de explicar el valor o valores del poem a como totalidad. 8) D e la im posibilidad de referir el m ensaje poético a un código fijado de antem ano y exterior a él, se concluye la am bigüedad d e la poesía, m otivada, como es sabido, p o r la inhibición de la función referencial del lenguaje. El m ensaje no se b o rra inm ediatam ente ni se transciende, enviando a u n contexto exterior; es su propio con­ texto. La consecuencia ha sido enunciada de m últiples m aneras; Jakobson : «A u n message à double sens correspondent u n destinateur dédoublé, u n destinataire dédoublé, et, de plus, une référence dé­ d o u b lé e ...» 3; R iffaterre: « ...e l contexto es reconstruido a p a rtir del m ensaje...»4 Hem os optado por in tro d u cir aquí, como vehículo de la a m b i­ güedad engendrada p o r el poem a, la m ención de unos elementos, los shifters, que tam bién p o d rían h ab er sido estudiados en el p u nto sexto, al tra ta r el nivel sintáctico. Son signos lingüísticos cuya refe­ rencia es im posible de realizar sin el concurso a la vez del m ensaje 1 J. Ferraté, «Lingüística y poética» en Dinámica de la Poesía, Barcelona 1968, pág. 386. 2 S. R . Levin, op. cit., pág. 63. 3 R. Jakobson, op. cit., págs. 238-239., 4 M . Riflaterre, Ensayos de estilística estructural, Barcelona 1976, pág. 391.

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y del cód ig o 1: tiempos y modos verbales, pronom bres personales, deícticos, adverbios, etc., que nos inform an con claridad sobre los procesos de la enunciación y del enunciado y sus respectivos p ro ta ­ gonistas. T odas estas circunstancias de la com unicación se confunden voluntariam ente, p o r cuestión de principios, principios del lenguaje poético, y con la conjunción de los niveles sintácticos, métricos, posicionales y de sustancia de la expresión y del contenido (fónico y se­ m ántico), producen la polivalencia del poem a y justifican que se le preste u n a atención redoblada, plasm ada en el com entario.

II.B . Interpretación E n la sección anterior, la descripción lingüística, las funciones del lenguaje y la peculiaridad de la función poética h an sido glosadas suficientem ente. C onsecuencia, en tre otras m uchas, de esta últim a función es la am bigüedad que introduce en los niveles lingüísticos: sus analogías y contrastes d entro de cada poem a son el p rim er paso p a ra su m ultivalencia significativa, que es la que d eterm ina la v ariedad de in ter­ pretaciones que ha sufrido. U n a descripción estructural basada en los diversos niveles lin­ güísticos (fonético, morfológico, sintáctico, etc.) resulta a todas luces insuficiente y de hecho los críticos estructuralistas más minuciosos no se lim itan a la descripción exclusiva de elementos y avanzan significados e im plicaciones estéticas. El desplazam iento metodológico de la p u ra descripción a juicios crítico-literarios es evidente y puede p la n te a r problem as epistemológicos, pero, inversam ente, el rendi­ m iento práctico del m étodo estructural p ru eb a su validez en su utilidad p a ra lo segundo. O tra cuestión es ,1a de la pertinencia de este tipo de análisis p ara la poesía. Sin em bargo, el p u n to de p a rtid a definitorio d e toda apro­ xim ación form al a u n texto se fundam enta sobre el principio de que su objetivo es p oner de manifiesto estructuras que p or aparecer en u n poem a llam am os estructuras poéticas o poem áticas. Q ueda, pues, 1 ’ «Tout code linguistique contient une classe spéciale d ’unités grammaticales qu’on peut appeler les embrayeurs (shifters): la significación générale d’un embrayeur ne peut être définie en dehors d’une référence au message». R . Jakobson, «Les embrayeurs, les catégories verbales et le verbe russe» en op. cit., pág. 178. « ...S elo n Peirce, un symbole (par exem ple le mot français “rouge”) est .i^ocié à l’objet représenté par une règle conventionnelle, tandis qu ’un index (par -xemple l’acte de montrer quelque chose du doigt) est dans une relation existentielle aveu l’objet qu ’il représente. Les embrayeurs com binent les deux fonctions et apparüi îit.ent ainsi à la classe des symboles-index». ídem, pág. 179. « ...E n réalité, la seule chose qui distingue les embrayeurs de tous les autics consti­ tuants de code linguistique, c ’est le fait qu ’ils renvoient obligatoirem ent au message». ídem, pág. 179.

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clara de esta form a la pertinencia m etodológica, pero al mismo tiem po sus intenciones en m odo alguno totalizadoras de la descripción: pueden existir en el poem a estructuras literariam ente poco o n ad a funcionales en su econom ía, como, al revés, p asar otras desaperci­ bidas por in capacidad de la lingüística p ara descubrirlas. Pues el problem a fundam ental se reduce a esto: ¿cómo se pasa de u n a descripción solam ente lingüística de u n poem a a los sentidos poéticos que ha recibido?, ¿son significativos en el mismo plano poético todos los elementos lingüísticos? El punto de p artid a en el q u e nos hemos centrado consiste en el enfoque del poem a como estructura lingüística, con especial atención a su am bigüedad. A dem ás de los elementos constitutivos de esta estructura-objeto, conjunto de relaciones lingüísticas, la obra poética concita todo un sistema de referencias que p u ed en funcionar como alternativa crítica posible y necesaria desde el supuesto de la insuficiencia de la descripción lingüística estructural. L a o b ra inco rp o ra al suyo propio toda u n a órbita de sistemas, contexto socio-cultural organizado en ella, que se define en el conjunto de sentidos y reacciones interpretativas que, entre otros posibles, provoca. Las explicaciones culturales (estéticas, epistem ológicas,...) las hacen lectores de distintas épocas. E n cierto m odo transcienden el poem a, superan la función poética, pues hacen alusión a «realidades». Conviene precisar que estas «realidades» culturales tienen una obje­ tividad evidente. O tra cuestión es si exceden los límites del análisis literario, pero nos movemos en la siguiente aporía: la lingüística estructural proporciona bases inequívocas p a ra el análisis poético, pero insuficientes; la crítica a que acabam os de hacer alusión, in te r­ pretativa y cultural, es más totalizadora pero menos objetiva. E n relación con esto acuden a nuestra observación los temas del poem a —en poesía antigua todavía se tra ta de algo, al contrario de la poesía m oderna, según C ohén ** ca d a vez m ás antirreferencial y poética—. E n el sentido en que hablam os aquí, no pertenecen al nivel sem ántico del mismo, form alizado desde supuestos lingüísticos2. T am poco equivalen a códigos culturales. Estos últim os en su acepción m ás estricta aspiran a u n grad o de rigor y de sistem atización de que carecen los temas. P or sistemas o códigos culturales entendem os «lenguajes» de u n a época d a d a con sus sistemas de conceptos. El psico­ 1 Cf. J. Cohen, op. cit. passim. 2 Cf. N . Ruw et, «Sur un vers de Charles Baudelaire», en op. cil., pág. 210: «...les linguistes adm ettent... que tout ce qui relève de la «connaissance du monde» q u ’ont les sujets parlants —connaissance du m onde que ne se confond pas avec l ’objet d e la sém antique— n ’est pas de leur com pétence. Or, cette connaissance du monde joue évidem m ent un rôle capital dans la littérature et, pour en rendre com pte, les études littéraires devront faire appel à des sciences distinctes de la linguistique, sociologie, psychologie, etc.». v

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análisis, p o r ejem plo, es uno de estos lenguajes o referencias sobre los que se proyecta la estructura de la obra literaria. Nuestros temas son, pues, u n p u n to de p a rtid a : el am or, la m uerte, la m agia, etc., en el caso de C atulo. O curre, sin em bargo, q u e los diversos com entaristas, traductores e intérpretes, que se ocupan de los sentidos de u n poem a, fluctúan entre niveles que lindan con la m era paráfrasis, explicación del texto, la intuición —a veces genial— o u n elaborado sistema de referencias (sociológico, psicológico...). L a la b o r que se nos plantea es así difícil. El poem a provoca respuestas, es fuente de estímulos. A ceptarlas sin discusión, es com prom eterse dem asiado con sentidos efímeros o insuficientem ente elaborados. El análisis se ve obligado a fluctuar entre dos cotas lím ite. Por u n lado, la semiología. A ceptaría el poem a entero como signo, en un nivel prim ero, que a u n segundo nivel se convertiría en signifi­ cante cuyo significado sería uno de estos lenguajes que nuestra época ofrece. N atu ralm en te, el control de este segundo lenguaje ya no lo ejercería el poem a, sino sus propias norm as de validez. Si se aceptara la reducción semiológica se ganaría* seguro, en coherencia y rigor, pero rebasaríam os los objetivos que nos hemos im puesto. Por otro lado está la descripción lingüística de cuyas limitaciones ya hemos tratado. ¿Cuál es, pues, nuestro com etido? Nos encontram os con «sentidos» en distintos grados de elaboración. E n la m edida de lo posible mos­ trarem os cuándo el análisis desautoriza esas interpretaciones. En otros casos, como ya hemos dicho, somos im potentes p a ra asignar a determ inados rasgos lingüísticos la responsabilidad de los efectos poéticos que los com entaristas h a n notado. E n tre la estructura poética y sus traducciones a sentidos se extiende el abism o, tantas veces señalado, que m edia entre estructura e historia. Se puede decir que se h a n ejercido diversos tipos de actividad sobre el texto literario : 1) A proxim ación histórico-literaria. E n u n a p rim era etapa, que llam arem os filológica, se atiende a problem as de lenguaje (sintaxis, morfología) q u e facilitan la exacta com prensión del poem a, así como a factores exteriores a los lingüísticos, de tipo cultural, histórico, de realía, q u e arro jan luz sobre pasajes del mismo. T a n to u n a como otra explicación no son en absoluto específicas de la poesía. Se producen con m otivo de cualquier texto antiguo, por el m ero hecho de estar escrito en u n a lengua distinta de la nuestra y en u n a sociedad tam bién distinta. Son datos objetivos y, p o r ello, valiosos; y de alguna m anera, previos a u n enfoque pro­ p iam ente literario. U n segundo aspecto igualm ente im p o rtan te de la actividad filo­ lógica es el problem a del género. Interesa poner de m anifiesto algunas ideas útiles p a ra nuestro propósito: Las circunstancias contem poráneas en que u n a obra surge (histó20

ricas, literarias — tradiciones, influencias—, biográficas) son sin du d a alguna causas de los rasgos formales que se descubren al investigar intrínsicam ente su estructura. El género, se ofrece como una síntesis de factores extrínsecos e intrínsecos a la obra literaria. C ualquier producto histórico debe m ucho a su época, afirm ación evidente. A su contexto cultural. A hora bien, notem os la am bigüedad del térm ino contexto. Es lo exterior, lo incodificable, lo individualizad or im posible de ser aprehendido. A su vez, es lo que precede o sigue, aquello a lo que se hace referencia, lo q u e encuadra —lingüísticam en­ te— la frase que se considera. C uando u n a obra incluye en el sistema de relaciones formales que com ponen su estructura la presencia de elementos am bivalentes, que se explican dentro de ella m ism a y que al propio tiempo, inexcusa­ blem ente, rem iten a circunstancias contem poráneas, esa existencia bifronte, la conjunción inestable de funciones d entro del poem a (que, a su vez, se com prenden m ejor cuando se to m an en consideración instituciones literarias, culturales, etc. ajenas al mismo), es el género. Se entiende, así, q u e la investigación histórico-literaria pase insensiblem ente de lo propiam ente lingüístico o de historia de la cultura a circunstancias biográficas, form ación estética y literaria 4el escritor, y de ellas, consideradas como determ inantes, a los rasgos formales de su obra. Así pues, la filología o el com entario filológico tiene por objeto a n o ta r toda clase de factores lingüísticos y culturales que contribuyan a la explicación de u n texto. E n este estadio, lo que es válido para u n a obra poética lo es tam bién p a ra u n a o b ra en prosa. Por otro lado, en cu alquier producto cultural, están presentes, como causas del mismo, la historia y cultura contem poráneas y las circunstancias biográficas de su autor. N o obstante, en una etapa descriptiva, u n poem a determ inado puede ser considerado con in d e ­ pendencia de estos factores históricos y culturales. Al h ab lar de independencia no resucitam os las viejas tesis de los formalistas rusos sobre la autonom ía de la obra de arte. U nicam ente querem os decir que hay m uchos enfoques del fenómeno literario y cultural y que u n a descripción de su estructura es necesaria, a la vez que debe com pletarse con otras m uchas investigaciones convergentes: por eso la historia de las ideas estéticas o de las tradiciones culturales que confluyen en u n au to r son indispensables p a ra su obra pero son u n enfoque diferente de la consideración intrínseca de la misma. Lo malo es que estas distinciones, inteligibles en teoría, ofrecen dificultades según los casos. H ablam os de la ob ra, por dentro, in te r­ nam ente, y de su contexto (histórico; cultural, estético, biográfico). L a obra literaria tiene algo d e 1citacional. U n a cita se entiende, pero en su contexto cobra nuevo sentido. Y el térm ino contexto hace alusión a la vez a lo lingüístico y a lo extralingüístico, a lo que precede o sigue en la cadena h ab lad a a la cita y q u e incide sobre ella, o a fac21

tores am bientales, externos al lenguaje, pero que m odifican su sentido. Pues bien, toda obra es u n a cita. Y cuando, en su estructura, hay elem entos1 que contraen relaciones internas y rem iten, adem ás, a algo exterior q u e presentan abreviada o lateralm en te, nos hallam os pró­ ximos al género2. Este es u n a síntesis de factores intrínsecos y extrínsecos a la obra de arte. P or su insistencia en los últim os, los estudiosos se deslizan insensiblem ente de la obra al contexto: historia, biografía, historia de la lite ra tu ra , etc. pasan a u n p rim er plano, descuidándose la descripción de la obra misma. Adem ás, consecuencia del deslizamiento, es la traducción de rasgos formales a explicaciones biográficas, his­ tó ricas..., por lo que, au n en los casos en q u e la atención a estos aspectos se acom paña de la descripción form al, se tiende —por in ­ fluencias culturales que h ab ría que explicar— a considerar esta ú ltim a como m ero auxiliar o indicio de la prim era. 2) U n a segunda actividad es la de los que consideran al poem a en su ind ividualidad. Recogen sentidos parciales (no todos). O rela­ cionan estructuras de este poem a con otros. O no h an hecho una descripción exhaustiva. Gomo la etap a anterior ésta es im prescindible. Sólo que es parcial. D e estas actitudes básicas frente al texto, que, es obvio, no form an com partim entos estancos, está claro que la ú ltim a se sitúa a un nivel cualitativam ente diferente: m ientras que la p rim era tiene como objetivo básico la búsqueda de «sentidos», la segunda, la que nos interesa, se orienta a un análisis descriptivo de elementos, o propiedades del discurso literario, aceptando el carácter parcial que le hemos reconocido. Después de estas palabras puede deducirse nuestro procedim iento m etodológico. H ab lan d o en general, la diversidad de acercam ientos al texto puede dividirse en dos grandes actitudes : la «histórica» o «literaria» frente a la «formal» o «estilística». D e la prim era, la que analiza la obra desde la perspectiva del a u to r y de la época, vamos a decir algo más. P reten d er hallar historia en la poesía no sólo es em peño inútil, 1 Piénsese en los llamados shifters, supra, pág. 6. El género, a caballo entre la lengua (el poem a) y el habla (el contexto), sería un tipo de shifter literario. 2 Lo que decimos del género no debe entenderse en general, valga la redundancia, esto es, válido para cualquier género o cualquier época. Lo limitam os aquí al período en que circunstancias am bientales son reflejadas de manera indirecta, como lateral, en el propio poem a de suerte que llevan una existencia a la vez literaria y externa. Durante cierto tiempo, en poesía antigua* ésta surgía en una situación determinada, no siendo libre el poeta para expresarse en cualquier circunstancia ni sobre cualquier tema. C uando esta libertad adviene, paulatinam ente, el condicionam iento de situación se convierte en un hecho tradicional, de tradición literaria, y el poeta lo im ita por razones que hay que extraer de su propia cultura, por ejemplo estéticas, y no de la cul­ tura originaria en que actuaba el condicionamiento.

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es p a rtir de u n planteam iento erróneo que la destruye, es, sencilla­ m ente, desconocer su función. A p riori, ni la poesía tiene que ver con la historia, ni la historia con la poesía. En u n poem a no se afirm a n ad a externo, no hay verdades o m entiras ; no hay hechos, hay senti­ mientos. Y si hay algún hecho histórico, éstos no pueden ser predom i­ nantes so pena de pasar a ser historia. Lo relevante dentro del poem a no puede alcanzar la categoría de hecho histórico o se debe afrontar el riesgo de tom ar por historia lo que probablem ente no lo sea. Este riesgo es m ucho m ayor en u n caso como el de Safo en el que los p re ­ juicios biográficos, rom ánticos, acechan siempre al com entarista. El solo nom bre de la poetisa lesbia arrastra consigo unas connotaciones m uy difíciles de dejar a u n lado. Lo histórico-biográfico no pertenece al texto en sentido estricto: ni la vida del au to r explica el texto ni viceversa; o si lo explican no es algo que interese directam ente al crítico, ni es por tanto necesario. E n cualquier caso no com pensa los riesgos de tal análisis. Por ejem plo: se ha tra ta d o «psiquiátricam ente» la oda de Safo. Sin em bargo, la o bra literaria no es u n acto involuntario. Desde el m om ento en que el poeta puede enfrentarse al poem a, elegir las palabras, modificarlo, no existe el derecho a h a b la r de los complejos de su autor. Q uizás lo que no sea más que un recurso técnico, la perspectiva lírica subjetiva, es lo que ha propiciado todas las interpretaciones autobiográficas. No es el prim ero ni el único caso en que sucede que, porque el poeta utilice el p unto de vista de la p rim era persona, se identifique ésta con él. Recuérdese tam bién, a este respecto, las palabras de C atulo, 16,4-5: ... / Mam castum esse decet pium poetam / ipsum, versiculos nihil necesse est; / ... U n poem a no es algo espontáneo, m ientras no se de­ m uestre que uno determ inado lo es. Com o fruto de elaboración cons­ ciente, es susceptible de todo proceso de ficción1. El fundam ento lógico del rechazo de la postura historicista reside en la exigencia de un análisis objetivo, es decir, intrínseco del texto, que no puede depender de la hipótesis de u n a incidencia vital d e su autor. El texto tiene sentido p o r sí mismo y no por referencia a una circunstancia externa. El a u to r y su o b ra son dos entes com pletam ente distintos y cada uno con vida propia desde el m om ento en que el segundo está acabado. Especular sobre la génesis de una obra es labor del historiador de la literatu ra y no del crítico. Este existe en función del texto, del análisis directo de su estructura in tern a y no de consi­ deraciones biográficas externas indem ostrables. Con esto no queremos decir que no existan relaciones autor-obra. Es evidente que existen y no podría ser de otro m odo: lo que afir­ 1 Relaciónese con códigos culturales de la época del receptor; ahí sí cobra su validez el poem a, com o síntoma tal vez privilegiado para que el receptor ponga en marcha los sentidos que su cultura ha depositado en él. Su validez cultural es innegable. En cam bio, su carácter explicativo com o «causa» del poema es indemostrable.

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m am os es que el carácter de estas relaciones no es textual, sino his­ tórico y erudito y por tanto ajeno a nuestro interés, pero no falto de interés. En cu an to al género, en el caso de la oda de Safo, ha sido tran s­ cendental p a ra su tradición crítica, im posible por ello de desechar, au n q u e esté fuera de nuestra preocupación m etodológica.

I I I . S ÍN T E S IS Q u ed an de sobra claras nuestras preferencias. El núcleo del co­ m entario está centrado en el análisis form al del poem a en sus dis­ tintos niveles lingüísticos, es decir, descriptivo en u n prim er acerca­ m iento más que interpretativo (por interpretación entendem os la determ inación del sentido total). L a in terp retació n es, naturalm ente, posible y p a ra ello contam os con la ayu d a de otros filólogos que nos han precedido en esta labor. Lo que no será es evaluativa o valorativa de sus posibles «bellezas». Eso a un clásico se le supone. D e esto tam ­ bién se puede prescindir con la seguridad d e q u e , logrado lo prim ero, el com entario está de sobra justificado. E n sum a, los principios en que se apoya nuestro com entario son: —L a i traducción puede ser fiel en cuanto transm ite la sustancia del significado; en la m edida en que el lenguaje poético vulnera o, al menos, no privilegia la función referencial, la traducción, más que nunca, es u n a traición. —L a descripción lingüística del poem a es objetiva, general, ne­ cesaria e insuficiente. —L a consideración del poem a, en el circuito de com unicación, introduce elementos de habla, fuente, a través de sucesivas m ediacio­ nes, de la am bigüedad del mismo. —E l análisis lingüístico de las estructuras de u n poem a es incapaz de explicar cómo se form an los sentidos «poéticos». M ás que nunca hay que insistir en que los sentidos son culturales y han de ser ab o r­ dados desde bases más am plias que las lingüísticas. —Los sentidos, por así decir, son la historia del poem a. Esta historia es tan objetiva como las estructuras lingüísticas si bien tiene otro m odo de ser. Se expone en un lenguaje referencial. —C ualq u ier «sentido», por el m ero hecho de su form ulación, debe ser tenido en cu en ta; y sobre su justeza o sobre si se corresponde a d eterm in ad a «estructura» del texto no podem os decidir con entera exactitud. —Aspiramos a ser totalizadores; p o r u n lado describimos «lin­ güísticam ente» u n a estructura; apuntam os elementos que engendran en ella am bigüedad interpretativa. P or otro, anotam os los sentidos que esta estructura vacía ha originado. 24

—N uestra aspiración supone que los intérpretes que nos han pre­ cedido han sido parciales en la aplicación de los principios que deben inform ar u n com entario poético p articular. —A su vez, la nuestra n o es u n a síntesis suprem a. N o vemos por qué nosotros, a diferencia de los dem ás, íbam os a poder librarnos de los condicionam ientos culturales de nuestra p ropia época. Nos h a la ­ garía, eso sí, ser u n m om ento, por modesto, que fuera, de la síntesis siguiente.

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LÍRICA GRIEGA Safo, Fr. 2D = 31 L.-P.

V

ic e n t e

F

r a n c is c a

Bécares P

o r d o m in g o

Texto *

4

φ αίνεται μ ο ι κ ή ν ο ς Ίσος θ έο ισ ιν εμ μ εν' ώ νη ρ , σ τ τ ις ε ν ά ν τ ιό ς τοι ισ δ ά νει και π λ ά σ ιο ν &δν φ ω ν ε ίσ α ς υ π α κ ο ύει

8

κα ι γε λ α ίσ α ς ιμ έ ρ ο ε ν , τ ό μ ’ η μ ά ν κ α ρ δ ίαν εν σ τ ή θ ε σ ιν επ τ ό α ισ εν ώ ς y à p ες σ ’ Ίδω β ρ ό χ ε ’, ω ς μ ε φ ώ ν α ισ ’ ο ν δ ’ εν ετ ’ είκ ει,

I

12

ά λ λ ’ α κ α ν μ εν γ λ ώ σ σ α ffia y s f, λ έ π τ ο ν δ ’ α ν τίκ α χ ρ ώ ι π ν ρ ν π α δ εδ ρ ό μ η κ εν, ό π π ά τ ε σ σ ι δ' ο νδ ' εν ο ρ η μ μ ', ε π ιρ ρ ό μ β ε ισ ι δ ’ α κ ονα ι,

16

ϊέ κ α δ ε μ ’ ίδ ρ ω ς ψ υ χ ρ ό ς κ α κ χ έ ε τ α ϊ\, τ ρ ό μ ο ς δε π α ίσ α ν α γ ρ ει, χ λ ω ρ ο τ έ ρ α δ ε π οια ς εμ μ ι, τεθ νά κ η ν δ ’ δ λ ίγ ω ’π ιδ εύ η ς φ α ίν ο μ ’ εμ ’ ανται ά λ λ ά π ά ν τ ό λ μ α τ ο ν επ εΐ f x a i π έ ν η τ α ϊ

Traducción P a r é c e m e ig u a l a lo s d io ses aq u el h o m b r e q u e en fren te d e tí se sien ta y a rro b a d o , a tu v era tu s p a la b ra s d u lc e s escu ch a y tu risa a m o r o sa ; q u e a m í, lo ju r o , m e h a h e r id o e l c o r a z ó n en el p e c h o : p u es ca d a v e z q u e te m iro u n in sta n te m i v o z se q u ie b r a , in e r te q u e d a m i le n g u a y un fu e g o p e n e tr a al p u n to su til e n la p iel, p o r lo s ojos n o v e o , lo s o íd o s z u m b a n sin fin, u n su d o r frío m e e m p a p a , un te m b lo r m e d o m in a to ta l, m ás q u e la h ierb a p á lid a e sto y ; sin fu e rza , casi m u e rta ya m e p arezco ; m as n o c a ig a s r e n d id a , p u e s al p o b r e ... * El texto es el de D . L. Page, cit. Más reciente es la edición de E. M . Voigt, Sappho et Alcaeus, Amsterdam, 1971.

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Comentario El poem a se nos h a trasm itido en el Π ερι 'ύφους (De sublime, X , 3) de Pseudo-Longino en una cita con la que se preten día ejemplificar la excelencia de Safo en la selección y com binación en un todo de los síntom as de la pasión am orosa (τά συμβαίνοντα ταϊς εροηικάις μ α νία ις)1. Algunos versos por separado se h allan citados en diversos autores antiguos : Plutarco, A polonio Díscolo, Anécdota Paridna, Anéc­ dota Oxoniensia; y en u n com entario a este poem a proporcionado por un papiro recientem ente ed itad o 2 h a n sido anotados desde el 14b al 16 (el p apiro no incluye, por tan to , el tan discutido verso 17). M uy valioso ha sido este hallazgo p o r venir a colm ar con εμ'αΰτα la laguna del final del 16 objeto de tantas conjeturas y m anipulaciones por su gran repercusión p a ra el sentido del p o e m a 3. Esto puede dar cuenta de lo accidentado de la trasmisión, de las dificultades de los editores p a ra reconstruir u n texto en el que a lo largo de todos sus versos existen im portantes variantes y sobre el que sigue flotando el enigm a de su conclusión en el v. 16, o si el 17, dado por Pseudo-Longino, form aba p arte en su origen de la oda, con lo que h ab ría que postular al menos u n a q u in ta estrofa. M u y d eb atid a ha sido la autenticidad de este v. 17. E n contra de la idea de que inicialm ente formase p arte del texto, se ha pensado en u n a corrupción o interpolación debida al propio au to r del tratado. R azones a favor y en contra existen: p o r ejemplo, G. T hom son4 aduce motivos form ales: la u n id ad , g aran tizad a por la responsión vv. 1-16 φαίνεται - φαίνομαι (treinta años antes de la publicación del papiro m encionado conjeturó u n am a), hace perfectam ente com ­ pleto este poem a; y literarios: el verso en cuestión es del todo irrele­ vante en relación con la cita en que se encuentra, siendo sólo p erti­ nentes 1-16; de ahí que no com prenda el p o r q u é de este comienzo roto de la nueva estrofa. Sin em bargo, existen razones contrarias para adm itirlo : paralelism os literarios p ara invocar u n motivo de consuelo a continuación de las estrofas del sufrim iento,; la traducción, o como quiera llam ársele, catuliana, etc. C onsecuente con estos puntos de vista, y basándose en la form a externa de otras odas del libro, H . J . M .

' Para este com entario de Pseudo-Longino cf. G. A. Privitera, «II com m ento del Π ερι οψοος al fr. 31 L. Ρ. di SafTo», Quaderni Urbinati di Cultura classica, 1969, 26-35. 2 M . M anfredi, «Sull’ode 31 L.-P.» en N . Bartoletti (ed.), D ai papiri della società italiana, Florencia, 1965, 16-17. 3 Por citar la más im portante, "Αγαλλι, vocativo del nombre de una muchacha, gozó de especial fortuna, em pezando por W ilam ow itz, Sappho und Simonides, Ber­ lin, 1966 (1913), pág. 56. 4 G. Thom son: «Tw o notes on greek poetry. I : T h e second ode o f Sappho», Classical Quarterly X X I X , 1935, 37s. Tam bién Kirkwood habla de «ring-form» en Early Greek Monody, Londres, 1974, pág. 257, η. 36.

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M iln e 1 llega a la conclusion de que poseen u n a estructura paralela a lo que en la actualidad llam aríam os u n «rondó». El esquema sería el siguiente : tem a - transición - variación - transición - recapitulación. El άλλα παν τόλματον sería según esto u n a transición a la recapitu­ lación. R ecapitulación que este au to r reconstruye, y de m anera desdeñable por p retender justificar la atribución a u n género d ete r­ m inado sobre la base de esta apreciación subjetiva. Sin pretender agotar los problem as de la crítica textual, nos lim itarem os a los dos pasajes más controvertidos. V. 9. D e las lecturas antiguas, el m anuscrito parisino griego P 2036 del De sublime (siglo X ) da p a ra el texto de Longino: άλλάκάνμενγλώ σαεαγελεπτάνδ’; otro apógrafo άλλακάμμενη y Plutarco κατά μεν γλω σσά γε por κατά μεν γ λ ώ σ σ ’ εαγε. Page ha leído del parisino ά λ λ ’άκαν μεν γλώ σσα εαγε, que cuenta con varios puntos oscuros: el del h iato γλώ σσα εαγε, que puede no ser tal problem a si la pronunciación de la digam m a hubiese persistido aún como caso aislado, lo que no es obstáculo p a ra que alguien haya preferido < μ ’> εαγε (μ’ = μοι) a γλώ σσα Ρέαγε, las dos contrarias al uso lesbio. Segundo, es inacep tab le poner en contacto el adverbio άκαν (hom. ακήν = ήσνχώ ς, «en silencio») con el verbo αγνυμι, por eso Page da tam bién como posibles γλώ σσα πέπαγε y ακαν... γέγακε ( = ακήν... γέγονε) p o r ser είμί, γϊγνομαι, αγω ,los compatibles. No son desechables las traducciones latinas, sobre todo el infringi linguam de Lucrecio 3,155 y en m enor m edida el lingua sed torpet de Catulo 51,9, que parecen suponer u n κατάγννμι. R esulta por ello lo más probable un: άλλα καμ (o καν) μεν γλώ σσα εαγε V. 13. N o menos dificultades p lantea la lectura inter cruces del 13 ofrecida por los m anuscritos, hasta el pun to de no ser inteligible en su to ta lid a d 2. Longino da εκα δεμ ’ΐδρώσψΌχροσκακχέεται. L a variante άδεμ'ΐδρώ ς κακός χέεται, An. Ox., presenta el uso insólito del artículo femenino con ïôpcaç, siem pre m asculino; el κακός se h a entendido como una glosa al ιδρω ς ψΰχρος, causante de la corrupción del κα κχέεται3. G oza de m ayor aceptación κάδ δε μ Ίδρ ω ς ψΰχρος εχει*. 1 H . J. Μ. M ilne, «The final stanza of Φ Α ΙΝ Ε ΤΑ Ι M O I», Hermes 71, 1936, 126-128. R . Lattimore, «Sappho 2 and Catullus 51», Classical Philology 39, 1944, 184-187, busca un antiguo tipo poético sobre la base de Safo 16 L.-P., Catulo 51 y el nuestro. En cada caso una experiencia personal es seguida por una generalización que sale de ella. 2 Para una mayor precisión en estos versos, ver J. H eitsch, «Sappho 2,8 und 31,9 L .P.», Rheinisches Museum 105, 1962, 284s; C. S. Floratos, «Observaciones al fr. 31 L .P. de Safo», Athena 61, 1957, 223-239 (en griego m oderno); A. J. Beattie, «Sappho fr. 31», Mmmosyme IV , IX , 2, 1956, 103-111; M . L. West, «Burning Sappho», Mata 22, 1970, 307-330. 3 Beattie, cit. ; A. G. Privitera, «Sappho fr. 31, 13 L.'P.», Hermes, 97,1969, 267-271. 4 D . L. Page, Sappho and Alcaeus, Oxford, 1955, pág. 19.

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κάδ δέ μ 'ΐδρω ς κακχέεται cuenta con el inconveniente de la repetición del preverbio κάδ κακ-, T am b ién es verosímil εκ πλάσιον υπακούει (ΑΒΑ'Β'); paratax is: ισδάνει - υπακούει)·, — red u n d an cia: φαίνεται... κήνος - εμμεν’ώνηρ·, — lentificación del proceso por m edio de la oración de relativo explicativa. L a peculiar sintaxis de este periodo com plejo, desplegando los diversos elementos, retard a el desarrollo provocando u n a im presión de escena d ib u jad a y de satisfacción y hechizo en la contem plación. L a segunda parte, p o r el contrario, está form ada p o r oraciones breves. 1 Interpretación defendida por Privitera, «A m b igu ità,...», cit., pág. 71; Marcovich, cit., pág. 24; Kirkwood, cit., pág. 122.

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Sem ánticam ente, el estudio de los cam pos a que pertenecen los lexemas m anifiesta tam bién la existencia de esa dualidad. A u n a p ri­ m era p arte en que pred o m in a el vocabulario d e la excelencia y feli­ cidad : ίσος θέοισιν, άδυ φω νείσας ιμέροεν, incluso el ενάντιος ισδάνει y πλάσιον, denotadores de la felicidad que debe producir la cercanía de la joven, la segunda se caracteriza por el vocabulario del sufri­ m ie n to 1, o mejor, fisiopatológico, com o ya se ha resaltado. O tro dato es el predom inio de verbos de acción y movimiento en la segunda p arte frente a los copulativos y de estado en la pri­ m era, que provocan el contraste alteración-reposo que las caracteriza a ambas. En el nivel fónico el poem a se conform a según dos texturas fónicas diferentes. A u n a estructura rítm ica trim em bre, de términos plenos, φαίνεται μοι εμμεν’ώνηρ ισδάνει και σας υπακούει και γελαίσας'

κήνος δττις πλάσιον ιμεροεν

ϊσος θέοισιν ενάντιός τοι άδυ φωνεί-

se opone el ritm o roto, en trecortado, irregular (unim em bre-polim em bre), de la segunda. A unos m iem bros de am plio volum en fónico: bisílabos y trisílabos predom inantes, se opone una segunda p arte de monosílabos-polisílabos, elisiones. F rente a la arm onía fónica de la prim era parte, en la segunda el elem ento sonoro se exacerba: abundancia de elementos fónicos expresivos, aliteraciones, palabras expresivas (επ ιρ ρό μβ εισ ι2, τρόμος, φ ύχρο ς), sobreabundancia de grupos consonánticos de oclusiva más líquida que choca con la εύέπεια que se le reconoce a Safo3. E n resum en, toda la segunda p a rte es contrastiva con respecto a a la prim era como ponen de relieve sus elementos contrapuestos. R etom ando la cuestión q u e dejábam os pendiente al principio, la del género del poem a, que ha ocupado a los estudiosos desde W ilamowitz, podemos preguntarnos ahora si existe algún elem ento de esta oda que p erm ita clasificarla entre los epitalamios. Creemos q u e no. Sin duda la crítica se ha visto influida p ara esta consideración por ideas en cierto m odo ajenas a la form a intrínseca del poem a. N uestro 1 El concepto del am or com o sufrimiento, del amor desgraciado, asociado a la muerte (por la interrupción del curso vital ordinario), es tópico de la lírica arcaica (cf. Arquíloco, frgs. 86 y 95 Adr.), frente a H om ero en que es hechizo, seducción para todo el m undo, uno más de los hechos placenteros de la vida. Gf. B. Snell, Las fuentes del pensamiento europeo, M adrid, 1965, pág. 97 yss. (Traducción de Die Entdeckung des Geistes, H am burg, 1963). 2 Es un hapax. V erbo creado sobre ρ ό μ β ο ς: pieza oblonga o romboidal, de metal o madera, en cuyo extremo se ataba una cuerda. Cuando gira em ite un zum bido que aumenta al aumentar la velocidad. 3 Véase el comentario fonético de Dionisio de H alicarnaso a la oda prim era en su De compositione verborum, cap. 23.

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presupuesto metodológico p artía de no salirse de él. Se adivina en ello u n in ten to de salvar la m oral de Safo. U n fuerte apoyo p a ra los defensores de la atribución del poem a al género epitalám ico lo pro­ porciona la concepción de la lírica griega arcaica como poesía ocasional (lo cual es, en general, válido), destinada a ser ejecutada en ceremo­ nias concretas, u n a boda, u n entierro, u n banquete, u n a fiesta, e tc .1. Pero esta id ea ha llegado a englobar poem as cuya funcionalidad es ya más «especial». E n ciertos géneros líricos como la m onodia, el carácter funcional es m ucho más lim itado. G ra n p a rte de la poesía de Safo pudo ser ejecutada p o r ella m isma an te el círculo de sus m uchachas, con lo que la form alización de esta ocasión está m uy ale­ ja d a de las anteriorm ente citadas. O tra opinión es que el poem a pudo tener su p unto de p a rtid a en una escena de b o d a 2, pero difícilmente p udo h ab er sido com puesto p a ra ser cantado d u ran te u n a cerem onia nupcial. Los argum entos que esgrimen los partidarios de ver u n epitalam io en esta oda, los ha resum ido P a g e 3 así: a) Q u e κήνος ώνηρ significa «esposo» en lesbio. Sin embargo, hay textos de Alceo que lo contradicen. b) Q ue la com paración del novio con u n dios es un motivo de macarismós, tópico de los epitalam ios. Pero aquí no se com para con u n dios o héroe concretos, sino con los dioses en general, lo que re­ sulta u n a fórm ula convencional desde la épica. c) V er en el φαίνεται μοι u n sentido de «aparecer» («in die E r­ scheinung treten»), «aparece ante mí», propio de un motivo de macarismós epitalám ico. Esto está contradicho en el mismo v. 16. d) Q u e sólo en u n a fiesta de bodas p odría sentarse u n a m uchacha frente a u n hom bre y hablarle. Todos estos argum entos son contestables desde sí mismos y no tienen en cuenta otros más graves, como la ausencia de términos específicos p a ra el novio y la novia, γά μ βρο ς,πά ρθενο ς,γ su alabanza d ire cta4 ; la ausencia de signos que hag an pensar en u n a situación de boda (no olvidemos que esta poesía em inentem ente práctica suele describir la cerem onia en función de la cual existe; los defensores del epitalam io se h an afanado en buscar u n a situación real a la escena 1 Ello ha condicionado en gran m edida sus temas y su forma : temas frenéticos, eró­ ticos, conviviales, de escarnio, parenéticos, de elogio a la divinidad, etc., y su forma: poesía de un «yo» a un «tú», un «vosotros» o un «nosotros», 'pues es poesía que celebra, exhorta, vitupera, etc. Cf. F. R. Adrados, cit., 14 y ss. y passim. 2 Por ejemplo, Kirkwood, cit., pág. 258, η. 37. 3 Sappho and Alcaeus, págs. 31s. La revisión más reciente de estas cuestiones de exégesis, en G. Bonelli, «Saffo 2 Diehl = 31 Lobel-Page», L ’Antiquité Clasùque 46, 1977, 453494. * Cf. Safo 111,4 L.-P .: γάμβρος; 115,1: γάμβρε-, 112,1-2: γάμβρε y παρθένον. Este últim o poem a expresa de modo m uy claro las felicitaciones de los esposos. Lo mismo en Teócrito, Idilio 18. (Epitalamio de Helena)', ό λβ ιε γά μ β ρ ’, en v. 16; ώ καλά, ώ χαρίεσσα κόρα en 38 : χαίροις, ώ νόμφα-χαίροις, εοπένθερε γάμβρε en 49 (en expresiones que recuerdan a Safo).

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inicial; no obstante, su am bigüedad y funcionalidad d entro del poem a hacen superflua esta interpretación) ; la tradición antigua y crítica (Pseudo-Longino, C atulo, P lutarco...), que no hace consideraciones genéricas. En fin, la hipótesis del epitalam io qued a excluida con una consideración del contenido. Por eso Page, rebatiendo los argum entos antes citados, llega a reducirlos al absurdo: ¿qué clase de epitalam io sería aquél en que no se cantasen alabanzas de los desposados, sino las penas de una tercera en discordia a la vista de la novia?, ¿qué pensarían el novio y los invitados an te una manifestación tan viva de los sentimientos amorosos de S afo ?1 O tras interpretaciones genéricas son tam bién posibles. U n a vez observada la real neutralización de rasgos formales que a prim era vista pudieran parecer relevantes, es posible deducir otra in terp re­ tación del poem a, q u e sería an te todo apasionado requiebro amoroso a la m uchacha. T a l declaración de am or se llevaría a cabo fu n d a­ m entalm ente en dos fases; en u n a p rim era indirectam ente, por con­ traste, atribuyendo carácter divino a alguien que ante los encantos de la joven puede p erm anecer tran q u ilo ; en u n a segunda, c o n tra­ poniendo a esa serenidad sobrehum ana la pasión desbordada que con m enor motivo invade a la enam orada. Sería, en definitiva, poesía que, si en algún género ha de ser en cu ad rad a, será en el del encomio. De poem a de «celos» ya hemos hablado. C. del G rande lo considera de consolación2, Schadew aldt, poem a de bodas —separación, etc. Lo interp reta «psiquiátricam ente» como u n a taq u e de ansiedad ho­ mosexual, G. D evereux3. U n a decisión fundada en u n análisis interno y objetivo del poem a perm ite sólo circunscribir su sentido a la m anifestación de una pasión am orosa. Pero esto es lo de menos. Esta oda es más rica que toda afirm ación em pobrecedora que p reten d a agotarla. C ada lector en cada época tiene reservada su propia conclusión. T odas estas in te r­ pretaciones son expresión clara del principio de am bigüedad y poli­ valencia de todo texto poético,

1 Para que pueda apareciarse la im portancia de este tema para la critica, nos per­ mitimos dar algunos nombres, los más conocidos, que han defendido uno u otro de los términos del dilem a. H an hablado de epitalam io: W ilamowitz, cit.; B. Snell, art. cit. (se ha retractado en un añadido a este artículo en su reedición de sus Gesammelte Schriften, Göttingen, 1966, pág. 97); W . Schadewaldt, «Zu Sappho», Hermes, 71, 1936, 363 y ss; y en Safo. Mundoy poesía. Existencia en el amor, M éxico, 1973 (1950); C. M . Bowra, Greek lyric poetry, Oxford, 1936, 213 y ss, tam bién ha atenuado sus juicios en la edición posterior (Oxford, 1961); H . Frankel, Dichtung und Philosophy, M unich, 1962, pág. 199, etcétera. Lo han negado o han visto un poema amoroso sin más: Page, Sappho and Alcaeus, 28 ss.; C. G allavotti, «Per il testo di SafTo», Rivista di Filología e di Istruzione Classica 94, 1966, 157 y ss.; Kirkwood, cit.; Saake,' cit., entre otros muchos. 2 G. del Grande, «Saffo, ode φαίνεται μοι κήνος ίσος», Euphrosyne, II, 1959, 181-188. 3 G. Devereux, «The nature of Sappho’s seuzure in fr. 31 L.-P.», Classical Quarterly, 1970, 17-31. H a polem izado contra esta lectura M . M arcovich, cit.

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LÍRICA LATINA Catulo, 5

C arm en C

a s t r il l o

R

ortés

J

o s a r io

osé

C

C arlos F ernández C

orte

Texto

5

10

V iu a irm s, m ea L e sb ia , a tq u e a m em u s, ru m o resq u e s e n u m seu e rio ru m o m n e s u n iu s a e s tim e m u s assis ! so les o c c id e r e e t red ire p o ssu n t : n o b is c u m se m e l o c c id it b reu is lu x , n o x est p e r p e tu a u n a d o r m ie n d a , d a m i b asia m ille , d e in d e c e n tu m , d ein m ille a lte r a , d ein se c u n d a c e n tu m , d e in d e u sq u e a lte r a m ille , d e in d e c e n tu m . d ein , c u m m ilia m u lta fecerim u s, c o n tu r b a b im u s illa , n e sc ia m u s, a u t n e q u is m a lu s in u id e r e p ossit, c u m ta n tu m sc ia t esse b a sio ru m .

Traducción

5



V iv a m o s, L e sb ia , a m e m o s, lo s ru m o res se v ero s d e lo s v iejo s oscuros en lo ju s to ta sem o s, u n as todos. M o r ir y ren a c e r p u e d e n lo s soles : a n o so tro s en c a m b io , c o n q u e u n a v e z se a p a g u e b reve v id a es la n o c h e p e r p e tu a , n os es fu erza d o rm irla . B esos m e d arás m il y d esp u és c ie n to , d esp u és otros m il b esos, c ie n to lu e g o , lu e g o otros m il sin fin y d esp u és cien to . D e sp u é s q u e m u c h o s m ile s h a y a m o s y a su m a d o c o n fu n d a m o s la c u e n ta , n u n c a m ás lo s sep a m o s y q u e n in g ú n m a lv a d o sea c a p a z d e aojarn os p o r sa b er d e lo s b esos c u á l es el m o n to ex a cto .

L a exposición teórica precedente nos exonera de la necesidad de justificar los principios que guían nuestro análisis, si bien se hace necesario decir unas palabras acerca del orden en que procederem os. 49

Supuesta la autonom ía relativa de los niveles lingüísticos integrantes de u n poem a, com enzarem os por el análisis sintagm ático para con­ tin u a r con el m étrico y fónico. A continuación los tipos de sintaxis y su relación con las personas gram aticales pasando posteriorm ente a los tem as del poem a y al aspecto sem ántico del mismo. C ada nivel ha sido considerado con cierta m eticulosidad, lejana sin em bargo de la exhaustividad m ostrada por Jakobson y LéviStrauss, p o r ejemplo, en su com entario de Los Gatos1, produciéndose esta lim itación por dos razones, u n a extrínseca —los límites m ate­ riales del tra b a jo — y otra intrínseca, a la que vam os a aludir. U n análisis exhaustivo de tipo lingüístico no es nuestro propósito fundam en tal porque el poem a 5 de C atulo tiene u n a larga historia crítica a sus espaldas. El problem a se reduce a tener en cuenta esa larg a tradición in terp retativ a sin q u e ello signifique renunciar a las ventajas de u n a descripción lo más rigurosa posible. Ya han surgido los dos térm inos claves que orien tarán el com entario: descripción e interpretación. El que el m étodo proceda de uno a otro de los niveles lingüísticos del poem a es indicio de autonom ía y p ru eb a de su capacidad para bastarse a sí mismo. A su vez, el hecho de que no renunciem os a rozar sobre la m archa anteriores interpretaciones transponiéndolas a nuestros términos, con­ firm a, adicionalm ente, la fecundidad del planteam iento. Expongam os u n ejemplo p a ra concluir este breve preám bulo. C uando los com entaristas de C atulo 5 h ab lan de las partes en que se divide el poem a, glosan sus tem as y exponen sus efectos poéticos, proceden las más de las veces subjetivam ente y, sin em bargo, si se les quisiera dem ostrar que están equivocados usando sus propios términos la em presa sería internam ente contradictoria. Pues qué sean los hechos en poesía es m uy difícil de definir, por no decir im posible. En conse­ cuencia la descripción que em prendem os tiene la ventaja de la obje­ tividad —m ejor dicho, la pretensión de ser objetiva— y la seguridad de ser excesivam ente árida. Si en ocasiones logramos en nuestros propios térm inos d a r cuenta en el plano descriptivo de efectos de sentido o de particiones previas habrem os logrado, sin renunciar a nuestro m étodo, rescatar y llevar a u n terreno más seguro las in tu i­ ciones de los com entaristas.

I C om enzarem os p o r estudiar la sintaxis de 5 en u n plano exclusiva­ m ente formal. 1 R. Jakobson, Claude Lévi-Strauss, «“Los Gatos” de Charles Baudelaire», en Estructuralismo y literatura, Buenos Aires 1970, págs. 9-34.

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L a puntuación que los editores realizan coincide grosso modo y es cua triparti ta: después de vv. 3, 6, 9 y 13, p u n to ; tras v. 4 p u n to y coma o dos puntos; tras el resto, com a. (H ay u n a pequeña variación de m atiz entre el p u n to de v. 3 o la adm iración (!) de algunas ediciones como la de M ynors, O xford 1960; Q u in n , L ondon, 1970, etc.). Nosotros aceptam os esta p untuación o interpretación sintáctica del poem a con u n a significativa variación que será de sobra tra ta d a a lo largo del com entario : después de v. 9 no m antendrem os el p u n to sino una simple coma. Según esto el análisis sintáctico realiza tres divisiones: vv. 1-3; vv. 4-6; vv. 7-13. D entro dé cada u n a distinguirem os dos secciones, A y B. El resultado será: I A : v. 1 I B: vv. 2-3

I I A : v. 4 I I B: vv. 5-6

I I I A : vv. 7-9 I I I B: vv. 10-13

H e aquí nuestros criterios operativos: Las relaciones sintácticas entre I A y I B son de coordinación (rumoresque, v. 2), equivalentes a las q u e reinan entre I I I A y I I I B (dein, v. 10... conturbabimus, v. 11). Por su p arte I I se singulariza frente a las precedentes ya que v. 4 (II A) está ligado a w . 5-6 (II B) por relaciones sintácticas de yuxtaposición. En las secciones A de I y I I I (vv. 1 y 7-9 respectivam ente) encon­ tram os nuevam ente u n criterio de diferenciación frente a A II (v. 4) : en tan to que en las dos oraciones de v. 1 uiuamus...atque amemus se da la coordinación, y lo mismo ocurre en vv. 7-9, donde al polisíndeton copulativo (así consideramos en este caso la función del adverbio tem poral deinde) responde, p o r razones poéticas de las que más tarde tratarem os, u n a sola m ención del núcleo, el objeto y el com plem ento indirecto dami basiá (aunque prop iam en te retornen cada vez q u e lo hacen los determ inantes del objeto), no sucede lo mismo en v. 4: el verbo possunt rige dos oraciones de infinitivo concertadas. Occidere et redire no están, ni entre sí, ni con respecto a possunt en la misma re ­ lación. Pruebas: si introducim os la negación * soles ocddere et redire non possunt, sólo afectaría al p rim er infinitivo : los soles no pueden m orir y volver. (P ara que afectara a los dos h ab ría que decir *nec occidere soles nec redire possunt: «los soles no pueden ni m orir ni volver».) C om ­ plem entariam ente no podem os cam b iar el orden de los infinitivos sin alterar gravem ente el sentido del conjunto. Así es diferente *soles redire et occidere possunt. E n definitiva, u n a traducción aproxim ada de v. 4 descubre u n a elipsis: entre las dos oraciones coordinadas hay u n a subordinada im plícita. Los soles pueden m orir y (una vez m u er­ tos = después de su m uerte) volver. Com o conclusión las secciones A de I y I I I (1 y 7-9) son posicionalm ente paralelas porquej están en u n a mism a relación —coor­ dinación— con B I y B I I I (2-3 y 10-13). R especto a A I I (v. 4), en relación de yuxtaposición con B I I (vv. 5-6), postularíam os tam bién 51

un cierto paralelism o con las anteriores d ado que ninguna de ellas ( A I , A U y A I I I ) m antiene con las otras secciones relaciones de subordinación. R ecordem os que los conceptos de posiciones paralelas han sido tratados por L e v in 1; afectan tanto a relaciones entre sintagm as o dentro de u n sintagm a como a oraciones independientes, y por el hecho mismo de m anejar no térm inos aislados sino parejas de tér­ minos unidos por la relación, proporcionan u n gran rendim iento al análisis. Su form a es A :B ::C :D . E n otro orden de cosas, au n q u e se insistirá suficientem ente en ello, el análisis sintagm ático que desgaja posiciones equivalentes sólo es el prim er paso en poesía : hace falta que fónica o sem ánticam ente se produ zcan tam bién equivalencias o contrastes en las posiciones previam ente establecidas. A título de anticipo: el paralelism o sintag­ m ático entre I A y I I I A se confirm ará luego al estudiar la sintaxis im presiva y, a nivel sem ántico, se descubrirá cómo bada es u n a sinéc­ doque de amare. L a consecuencia del paralelism o de A I (v. 1), A I I (v. 4) —res­ tringido— y A I I I (vv. 7-9) es que B I (vv. 2-3), B II (vv. 5-6) y B I I I (vv. 10-13) son tam bién posicionalm ente equivalentes. Opuestos los tres sectores B en bloque a la sección anterior, en ellos se desgaja u n a nueva oposición au n q u e a p rim era vista no sea fácil de descubrir. En efecto, si en A, con excepción de A I I , no había subordinación, en B se observa que es ab u n d an te, apareciendo en su form a más simple en B I I ; en B I ad o p ta u n a form a encubierta, para a d q u irir m ayor com plejidad en B I I I . B I I : v. 5 ...cum...ocddit... está su bordinada a v. 6 nox...est dor­ mienda. B I I I : la m ism a relación —p o r tan to paralelism o posicional— une a v. 10 cum...fecerimus con v. 11 conturbabimus... M ás difícil, como hemos dicho, es el caso de B I (vv. 2-3) : rumoresque senum seueriorum / omnes unius aestimemus assis. E n estos versos no se p uede hab lar de subordinada-principal con la misma claridad que en vv. 5-6, 10-11, pero el v. 2, sintagm a nom inal que funciona como objeto del verbo transitivo aestimemus, es producto de u n a nom inalización, como resul­ tado de la cual u n a antigua oración independiente *senes seueriores effundunt rumores, ha ad optado la form a que actualm ente tiene en el p o em a2. 1 S. R . Levin, op. cit., págs. 53 ss. 2 Senum seueriorum es un genitivo clasificado com o subjetivo. Sobre el genitivo en general son luminosas las reflexiones de E. Benveniste : «Todas las variedades de empleo del genitivo son susceptibles de reducirse a una sola función que consiste en la transpo­ sición, dentro del sintagma nom inal, de relaciones que sitúan prim eramente a nivel de oración... La función del genitivo se define com o resultante de una transposición de un sintagma verbal en sintagma nominal: el genitivo es el caso que transpone por sí solo, entre dos nombres, la función que es devuelta al nom inativo o al acusativo en el enunciado con verbo personal»,en Problèmes de linguistique générale, París, 1966, págs. 147-

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A la nom inalización operada en el objeto directo, rumores, hay que sum ar la existencia de u n predicativo expresado en latín por el geni­ tivo de precio unius assis. L a relación predicativa dentro del objeto de aestimare, *aestimant aliquid parvi, es sim ilar p o r ejemplo a la q u e se d a entre u n infinitivo y su sujeto. Am bos argum entos nos h an decidido a segregar de v. 1, en bloque, los vv. 2-3, tam bién coordinados. C ri­ terios posteriores de orden m étrico y sem ántico confirm arán lo a p ro ­ piado de esta opción. Esperam os haber dem ostrado que en las secciones B del poem a (w . 2-3, 5-6 y 10-13) todas paralelas con respecto a las A I (v. 1), A I I (v. 4), A I I I (vv. 7-9), se dib u ja un nuevo paralelism o: los vv. 5 y 6 están en relación de subordinada-principal como vv. 10 y 11. Por su p arte B I (vv. 2-3) form a ap arentem ente u n a sola oración: ya hemos visto que entre rumores y unius assis m edia la m isma relación predicativa que en cualquier oración independiente. Por lo tanto podríam os representar todo esto según el siguiente esquem a : I

II v. 1

A

Coordinación

III v. 4

Subordinación

vv. 7-9 Coordinación

H ay u n a oposición de A a B en las tres partes porque m antienen u n a relación de no-subordinación: coordinación en I y I I I y yu x ta­ posición en I I : debido a ello tan to A com o B son equivalentes y ocupan posiciones paralelas.

rumores senum severiorum

cum...occidit

cum-■.fecerimus

Subordi­ nadas

unius assis aestimemus

nox...est dormienda

conturbabimus

Princi­ pales

El nuevo paralelism o p erm ite seccionar B en dos nuevos bloques: las subordinadas ocupan posiciones paralelas, y lo mismo sucede con las principales. Sin em bargo, como hemos indicado, existen en I I I B diversos hechos que introducen contrastes en estos paralelism os: 148. (La trad, esp., M éjico, 1971, no contiene, incomprensiblemente, el artículo sobre el «Genitivo Latino»).

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L a principal, conturbabimus, v. 11, adm ite nueva subordinación: ne aut ne quis malus

sciamus v. 11 invidere possit v. 12

Las subordinadas m antienen idéntica relación (la expresada por ne) con u n único térm ino conturbabimus. L a id en tid ad de la relación es subrayada p o r aut, coordinación disyuntiva. Las posiciones de las oraciones son comparables respecto a conturbabimus : dos térm inos están en idéntica relación a u n te rc e ro 1. A ú n hay m ás: entre v. 12, ya citado, y v. 13 cum tantum sciat esse basiorum, se establece u n a nueva relación de subordinación, in tro d u ­ cida por cum. D entro de la sección B I I I se d a en dos ocasiones esta relación subordinada-principal con cum. Así pues, nuevo paralelism o entre vv. 10-11 y vv. 12-13. Tres parejas de oraciones respondiéndose vv. 10-13 en posiciones paralelas como vv. 11 a 12, y estando v. 11b y v. 12, el tercer par, en posición com parable por relación a v . 11. Pues bien, los verbos de v. 12 possit... y v. 13... sciat, rigen, a su vez oraciones de infinitivo, concertada la prim era, no concertada la segunda. ¿Q ué conclusiones perm ite este análisis sintáctico form al? F rente a la puntuación, que veía cuatro sectores en el poem a, nosotros hemos reconocido tres; ah o ra bien, la extensión del tercero, superior a los otros dos juntos, es causa dé u n a cierta tendencia al binarism o (vv. 1-6; vv. 7-13) o de u n regreso a la división cuatripartita (vv. 1-3; 3-6; 7-9; 10-13) que, incluso, p odría com binarse con la binaria. A estas alturas del análisis, sin em bargo, es un tanto pre­ m atu ro plantearse la cuestión de los sectores. Sin em bargo, creemos que en nuestra exploración de la sintaxis hemos dejado al descubierto lo siguiente: — U n a cierta correspondencia entre los versos que integran la sección A de cada p arte: A I (v. 1), A I I (v. 4) y A I I I (vv. 7-9). — U n a oposición de cada p arte en dos sectores A y B, dentro del segundo de los cuales se advierte a su vez u n a relación de subordina­ ción: B I (vv. 2-3), B I I (vv. 5-6) y B i l l (vv. 10-13). Sería interesante confirm ar cómo en C atulo 5 no sólo hay rela­ ciones de sem ejanza o contraste entre las dos o tres partes que se su­ ceden, sino que en el interior de cada bloque hay, asimismo, Una oposición en dos sectores. F inalm ente se ha descubierto u n principio de desequilibrio dentro de la p a rte I I I (vv. 7-13) en la sección B (vv. 10-13) : subordinación m últiple, paralelism os y correspondencias poco claras. Reiteram os la necesidad de proseguir el análisis p a ra registrar las aportaciones que pu ed an ofrecer otros niveles del lenguaje del poem a. 1 Cf. S. R . Levin, op. cit., pág. 53. «Altospero horribles edificios, altos y horribles se dan en posiciones comparables.»

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T ras el análisis posicional o sintagm ático procede tra ta r breve­ m ente de los aspectos m étricos del poem a. Gomo es sabido se tra ta de u n a serie de 13 endecasílabos falecios, tipo de versificación u tili­ zado por los poetas eolios que C átulo fue el prim ero en divulgar en lengua latina. Por esta circunstancia las leyes que regulan su empleo no están bien establecidas. El retorno de grupos de once sílabas, con su pausa de fin de verso, es u n factor invariable ; más problem ática es la posición de las cesuras. Suele decirse que en C átulo p red o m in an tras la 5.a y 6.a sílaba, pero precisam ente en este poem a encontram os u n a distribución poco re ­ gular: tras la 5.a sílaba en vv. 3, 5, 8 y 12, tras la 6.a en vv. 2 y 4, en tanto que tras la 7.a sílaba aparece al menos en cinco ocasiones se­ guras: vv. 1, 6, 7, 9, 10, existiendo d u d as en dos casos (vv. 11 y 13) entre la 5.a y 7.a süaba, que h allan su correspondencia, en v. 11, en los niveles sintáctico y sem ántico. No es posible, en la serie de once sílabas, establecer con seguridad unidades rítm icas menores, tipo p ie 1. Convencionalm ente se suele h ab la r de base eolia i=¿ u , grupo coriam bo — U U— y dos yambos U— U — rem atados p o r u n a sílaba anceps U . Pero hay métricos que niegan el valor de esta partición, lim itándose a ofrecer la sucesión de largas y breves que va a continuación : Ü ¿¿ — U U— U — U ------Definido el esquem a m étrico del falecio pasemos al aspecto fónico. L a homofonía es el retorno de sonidos idénticos vocálicos o consonánticos en diversos lugares de la cadena m étrica. Según estos lugares recibe diferentes nom bres. H ablam os de rim a cuando las sílabas finales de los versos son hom ófonas; de rim a in tern a cuando la hom ofonía se produce en interior y final de verso, an te cesura y pausa final res­ pectivam ente. O tros fenómenos de hom ofonía son el llam ado homoioteleuton, que afecta a posiciones fónicam ente equivalentes situadas en finales de palabras que no-coincidan con cesura o pausa final. (U n m ayor gusto por los distingos, heredado de la Rhetorica ad Herennium discrim inaría la sim ilicadencia μ hom ofonía de palabras con decli­ nación, de la similidesinencia u hom ofonía de térm inos indeclinables o pertenecientes a la conjugación). E n fin , la asonancia es un caso de rim a debilitada (según H erescu es la hom ofonía vocálica entre la ú ltim a sílaba m arcad a de los versos) ; la consonancia es u n homoioteleuton que puede darse por todo u n verso pero afectando a una sola consonante: ej. omnes unius aestimemus assis. Y, finalm ente, la famosa aliteración. R epetición de sílabas enteras o, sim plem ente, de vocales o consonantes, generalm ente en inicial de palabra. L a doctrina de Levin explica que cuando en posiciones m étrica­ m ente relevantes se producen hom ofonías como las m encionadas nos encontram os con un fenóm eno de apaream iento en la m atriz conven1 Cf., por citar un manual de uso difundido, L. Nougaret, Traite de Métrique latine classique, París 1963, pág. 98.

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cional, sim ilar al que se produce cuando en posiciones equivalentes en el plano sintagm ático concurren térm inos sem ánticam ente em pa­ ren tad o s1. E n poesía m oderna en lenguas rom ances y germ ánicas, la rim a ha pasado a ser el apaream iento m étrico-fónico p o r excelencia ya que m arca la pausa de fin de verso, que es la u n id ad de retorno. E n latín existen dificultades p a ra aplicar este esquema. Las ce­ suras no desem peñan un gran papel en el falecio como p ara constituir posiciones m étricam ente relevantes en las q u e fueran sensibles las concurrencias fónicas; la rim a aún no hab ía sido codificada como fe­ nóm eno métrico-fónico de prim era m agnitud. Sin em bargo, vamos a establecer u n a hipótesis: parece existir u n a cierta relación entre los versos que tienen u n esquem a de pies fijos, tipo hexám etro, y su núm ero de sílabas variable, y aquellos otros, como el falecio y los eolios en general, excesdsse. Esta secuen­ cia progresiva y dinám ica es b u ena m uestra de la técnica dram ática en la narración de acontecim ientos históricos p o r p arte de T ácito. Si como acabam os de ver, u n tem a anunciado en el capítulo cu arto tiene su desarrollo en el qu in to , cabe decir lo mismo en lo que respecta a las m aniobras de Livia p a ra ver a T iberio sentado en el trono. Si recordam os lo que T ácito dice de Livia al final del capítulo cuarto (accedere matrem muliebri impotentia y sentiendum feminae), se observa que estas características aparecen ah o ra confirm adas por la m anera de com portarse Livia. Su participación en los aconteci­ m ientos capitales que aq u í se n a rra n es manifiesta. A parte de la intervención in directa, como p a rte interesada, en la m uerte d e F . M áxi­ mo, su papel de protagonista principal se m uestra con toda claridad en la segunda p arte del capítulo q uinto, tras el paréntesis donde L ivia está representada, como sujeto agente, p o r el genitivo subjetivo matris (Tiberius properis m a t r i s litteris accitur, 5, 12) y por su nom bre, en función de sujeto gram atical, en acribus namque custodiis domum et uias saepserat Liuia (5, 14-15). Pero esto no es todo. E n el capitulo sexto vuelve a confirm arse su poder efectivo cuando el autor, en 6, 11-13, introduce su opinión sobre la id en tid ad de los verdaderos responsables del asesinato de A gripa, y cuando, u n poco más abajo, Salustio Crispo le aconseja a ella, y no a T iberio, que no se divulguen los secretos de palacio, etc. (6, 16-20). D e estas consideraciones se desprende que tem as o rasgos, a n u n ­ ciados escuetam ente en el capítulo cu atro y recordados de una form a som era al comienzo del quinto por dos frases título, adquieren luego su desarrollo o confirmación. L a mism a función de desarrollo, au n q u e no exclusivamente, ha de asignársele al capítulo sexto. A bierto tam bién con u n a frase título n a rra el asesinato de A gripa y la actitu d de T iberio con respecto al Senado. A m bos tem as sirven p a ra confirm ar, por u n a parte, los vicios atribuidos a T iberio en el capítulo cuarto, y p a ra adelantar, por o tra, lo que v an a ser en el futuro las relaciones entre el em pe­ ra d o r y el Senado. 243

V I.

LA H IS T O R IO G R A F ÍA D E T Á C IT O

Q uerem os, finalm ente, p lan tear el problem a de la determ inación del género. L a cuestión se ha suscitado p o r la im po rtancia que tanto en los Anales como en las Historias se concede a riertas personali­ dades y el cuidado que T ácito ha puesto en su caracterización. En la historiografía latina, los lím ites entre biografía e historia h an sido siem pre difíciles de establecer, y ciertam ente, du ran te el Im perio, en m uchas ocasiones, la biografía es la única form a de historia conocida. Así, por ejemplo, la H istoria A ugusta, la serie de vidas que com prende las biografías desde A driano hasta C aro y sus hijos, será p a ra los siglos n y m, el único docum ento histórico de cierta extensión. Es cierto que en los Anales el retrato de T iberio ocupa, práctica­ m ente, los seis prim eros libros, m ientras toda u n a serie de caracteres m enores le sirven de apoyo o contraste. Este h a sido el argum ento esgrim ido p a ra considerar com prom etida la n atu raleza de la obra. H ay que ten er presente, sin em bargo, que esta caracterización no es ta n exclusiva como p ara ser el objeto p rim ordial de la obra. A T á ­ cito sólo le interesa el em perador, T iberio en este caso, como la per­ sona que d eten ta el poder absoluto. Si se conoce el carácter de ésta, se pueden, perfectam ente, deducir sus actuaciones y, como consecuen­ cia, el desarrollo del Im perio. Por lo dem ás, el período en qué T ácito centra su atención es el principado. Y la n atu raleza de este régim en es tal que el pod er queda en m anos de u n único hom bre. Por esto, la historia del Im perio llega a confundirse con el com portam iento de quien lo está sustentando. D e esta form a, la caracterización adquiere m ayor im portancia que la que tuvo d u ran te la R epública. Incluso en los últimos años de ésta, cuando figuras como Sila, Pom peyo o César podían cen­ tra r absolutam ente la atención de todos, n u n ca sus personas q u eda­ ron lo bastante aisladas como p a ra ser únicas d u ra n te un am plio período de tiem po; al m ultiplicarse las figuras políticas, la acción se diluía entre ellas. A hora, por el contrario, T iberio va a ser el eje central de toda u n a nueva concepción política. Con él se im plantan definitivam ente las fórm ulas de u n nuevo sistema. A T ácito no le interesa T iberio sólo en función de él mismo, sino especialmente dentro del m arco del Im perio y, por supuesto, de la relación em perador-Senado. El tem a de los Anales es el de la dominatio, el gobierno absoluto ejercido bajo formas legales. L a descripción de T ácito, tanto de sus personajes como de los hechos en general, siendo siempre concreta, consigue elevarse a u n nivel superior al del m ero detalle. A dem ostrarlo viene la sentencia final que cierra el capítulo seis. L a biografía, sin em bargo, es absolutam ente anecdótica, se fija en 244

pequeños incidentes o busca aspectos caracterizadores particulares que en T ácito no aparecen salvo cuando, como en el capítulo que hemos visto, le sirven p a ra extraer de ellos reflexiones generales de carácter filosófico, m oral o histórico. T am b ién la tradicional concepción m oralizante de la historia le im pide caer en la biografía como fin últim o. D esde siempre en R om a la historia se concibió como magistra uitae y todos los historiadores rom anos incorporaron esta finalidad a su obra. El mismo T ácito alude, a veces, a este objetivo. Pero, como Q u in n ha señalado: «uno de los logros más im portantes de T ácito como historiador-artista, es el que evita las notas fuertem ente m oralizantes que son caracterís­ ticas y tradicionales de los escritores ro m an o s» 1. No aparece en él ningún juicio m oral, ningún adjetivo de valor p a ra calificar a T ib e ­ rio o a Livia. T ácito deja h a b la r a los hechos p o r sí mismos y sólo térm inos como scelus, ira, simulatio, primum facinus y otros son claram ente elocuentes. Sin em bargo, frente a lo que sucede en la biografía, sus indivi­ duos no son tan to personajes concretos cuanto tipologías abstractas que incorporan valores universales com o el bien, el mal, la traición o la fidelidad. Desde este p u n to de vista, siem pre filosófico histórico, sus sujetos, T iberio y N erón, nun ca pueden ser el centro de u n a obra como los Anales. T am b ién el m étodo analístico contribuye, en dos aspectos, a elu­ d ir este riesgo. L a fragm entación de hechos, q u e la an u alid ad le im pone, y la narración cronológica, q u e exige u n orden básicam ente determ inado, le im piden la descripción sistem ática de una vida aislada y toda posible subordinación de los hechos a ella. Al mismo tiem po, p a ra conjurar el peligro de m onotonía que la analística im plicaba, T ácito recurre, siem pre q u e le es posible, a la construcción dram ática de los distintos episodios. Los capítulos co­ m entados son modélicos a este respecto. Este deseo de variación, que rom pe cualquier uniform idad estructural, im pide el encasillam iento suetoniano, donde, a u n m aterial m uy parecido responde u n a dispositio p rácticam ente idéntica en todos los capítulos. El esquema n arrativo de la biografía de Suetonio, siem pre igual, guarda m uy poca relación con el relato tenso y siem pre variado de la obra de T ácito. De cualquier form a, la oposición más clara entre la biografía y la historia de T ácito rad ica precisam ente en el carácter de búsqueda de sucesos históricos, recientes o pasados, en la interpretación de lo ocurrido d u ran te los años que sus obras ab arcan y en la form ulación de conceptos generales p artien d o de aspectos, aparentem ente, sin im portancia. Con frecuencia se h a reprochado a T ácito detenerse en análisis 1 K . Q uinn, «Tacitus’ narrative Teenies», Latin Explorations, Londres, 1963, p á­ gina 118.

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psicológicos, en intrigas palaciegas o cortesanas, en detalles intrascen­ dentes que le im pedirían cap tar los hechos fundam entales. El gran valor de T ácito, en nuestra opinión, consiste, precisam ente, en tras­ cender estos pequeños detalles y sacar de ellos conclusiones de valor universal: eam condicionem esse imperandi ut non aliter ratio constet quam si uni reddatur.

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ORATORIA

A n t o n io L ó p e z E i r e M a r ía J o s e f a C a n t ó C A

ésar

G

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Introducción R etórica es, como otras tan tas creaciones griegas, un concepto que com prende a la vez efecto y causa, objeto y ciencia, creación y arte creadora. El térm ino griego ρη το ρική significa «arte del ρή τω ρ » , y ρ ή τω ρ designa en principio al «orador» y m ás tarde al «maestro de oratoria». P or prim era vez la p a la b ra ρ ή τω ρ aparece en una ins­ cripción de m ediados del siglo v a. J .C . (IG I 2 45,20), y todavía no alude ni al «orador» ni al «m aestro de oratoria», sino que señala al «prom otor de u n a propuesta» o «solicitante de u n a moción». En el Gorgias de P latón aparece ya el térm ino «retórica» (ρη τορική) con el significado de «arte cuyo objeto es la persuasión m ediante la p a la ­ bra», o sea, arte oratoria. Sólo más tarde, en época helenística, la voz ρήτοιρ tiene el sentido de «m aestro de oratoria», significación que pasa a los vocablos latinos rhetonci y rhetores. L a elocuencia n atu ral, desconocedora de doctos preceptos, asoma ya en los poem as homéricos. Pero los verdaderos creadores del arte retórica fueron los siracusanos Tisias y C órax, quienes, tras la caída de los tiranos Trasideo (de A cragante) y T rasibulo (de Siracusa), ejercen la oratoria y sistem atizan por vez prim era las reglas del nuevo arte. C oncretam ente C órax redactó u n «A rte retórica». A través y por conducto de Gorgias se trasladó la retórica de Si­ cilia al continente griego. En efecto, G orgias de Leontinos form aba p arte de la em bajada que su ciudad n a ta l enviara a A tenas en el 427 a. J .C . L a llegada del sofista a la ciudad de A tenea representa el comienzo de la oratoria ática, el nacim iento del a rte retórica, pues él confirió dignidad y rango literario a la oratoria. C autivó a los atenien­ ses con sus discursos, esambló los artificios del estilo de Protágoras con su experiencia de la nueva técnica siracusana, introdujo au d az­ m ente en la prosa recursos form ales de viaje raigam bre poética, emuló a los poetas en el tratam ien to de los tem as y en su exposición artística, acuñó u n dialecto ático literario de elevado nivel y destinado a ser universal lengua de cultura, apareó con éxito locuciones comunes con sutiles poetismos, y, sobre todo, puso de manifiesto los valores artísticos 251

de la p alab ra liberada del m etro. A p a rtir de este m om ento la prosa artística pod rá rivalizar con la poesía, y ya serán posibles, por poner u n ejemplo, los encomios en prosa de u n Isócrates, precisam ente discípulo de Gorgias. Fue, efectivam ente, el sofista de Leontinos, au to r de una Defensa de Palamedes, u n Encomio de Helena y de u n tra ta d o que lleva el p a ra ­ dójico título de Sobre el no ser, o sea, sobre la naturaleza, el creador de un sobrecargado estilo denom inado estilo gorgiano, con el que inaugura toda u n a serie de posibilidades de tra b a ja r la prosa, de convertir en artística la elocución no poética. D em ostró con ello que era posible, sin acu d ir al m etro, crear u n a dicción brillante a base de la esm erada selección de las palabras, de su estudiada com binación, del empleo, en sum a, de u n a am plia gradación de figuras que ab arca desde las rim as, asonancias y aliteraciones hasta las antítesis, isokola y parisosis. D em ostrando la inocencia de H elena en cualquiera de las ver­ siones que como explicación de su presencia en T roya se ofrecieran; defendiendo a Palam edes de la acusación de traición basándose en el argum ento de que, aunque el héroe hubiese querido traicionar, no podía hacerlo, y, aunque hubiese podido, no q u ería; afirm ando en su trata d o Sobre el no ser que n ad a existe y que, si existe, no podemos conocerlo y que, si podemos conocerlo, no podem os com unicarlo, Gorgias dejó perfectam ente establecido el p oder suasorio de la p a ­ lab ra, fundam ento de la retórica. «G rande es el poder dp la p alab ra —afirm a en el Encomio de Helena (9)—, que con u n pequeño e insigni­ ficante cuerpo es capaz de llevar a cabo divinísimas obras». Avido de alcan zar p ara sus discursos la belleza lograda por las palabras en la poesía y desconocedor de la ley que p a ra la prosa for­ m ulara Isócrates, según la cual en ella ta n sólo han de emplearse palabras corrientes, sobrecargó de ornatos su oratoria, guiado por el vano afán de in tro d u cir en el lenguaje no som etido a las leyes del verso un sustitutivo del ritm o poético. Pero a este extrem o llegó, arrastrad o por el convencim iento de que la retórica incluía todos los dem ás conocim ientos y saberes. E ra, pues, p a ra G orgias la retórica lo que para Protágoras la dialéctica. El hábil orador, p a ra el sofista de Leontinos, está por encim a de todo conocedor de cualquier otra técnica sencillam ente porque n ad a hay ta n magnífico como la palabra, verdadero artífice de persuasión. L ograr la persuasión de los oyentes es el objeto de la retórica; así lo estableció G orgias y lo reconocieron Isócrates, el platónico Jenó crates de Calcedón, Teódectes, A ristó­ teles, A ristón, H erm ágoras el Viejo, A teneo, A polodoro de Pérgam o, Teodoro de G ád ara, Dionisio de H alicarnaso, el au to r de la Rhetorica ad Herennium y Cicerón. L a prim era definición de la retórica se rem onta, pues, a Gorgias y aparece cum plidam ente expuesta y com entada en el diálogo p la ­ tónico que lleva el nom bre del ilustre orador: la retórica es obrera de la persuasion ; es u n a actividad cuyo propósito capital es el de pro­ 252

ducir la persuasión en el alm a de los oyentes de u n discurso ; y, a dife­ rencia de las dem ás artes, cuyos conocimientos se refieren a operaciones m anuales u otros tipos de acciones, la retórica tiene su medio de eje­ cución y sanción en la p alabra. El nacim iento y desarrollo de la retórica están íntim am ente vinculados a la dem ocracia ateniense y al m ovim iento sofístico de la A tenas del siglo v a. J .C . Sería difícil im ag in ar que la oratoria pudiese haber surgido con igual pu jan za en u n contexto político no dem ocrático o en u n am biente en que la p a la b ra careciese de la im portancia que alcanzó en las asambleas de los ciudadanos atenienses y ante sus tribunales encargados de ad m in istrar justicia. Y al mismo tiempo, contribuyó en gran m edida a este florecim iento de la nueva técnica la divulgación de los estudios preconizados por los sofistas, a los que se entregaron con entusiasm o los jóvenes ambiciosos, en su m ayoría aristócratas, movidos p o r el deseo de recibir u n a educación esm erada con la que abrirse cam ino en la noble ta re a de la gestión de los asuntos públicos, la actividad más digna del hom bre libre. En u n am biente social, pues, en q u e la p alab ra ante los tribunales y en las asam bleas políticas desem peñaba tan im po rtante papel y la form ación del hom bre de estado era el objetivo de la instrucción proporcionada por la Sofística, Gorgias descubre el valor de la form a artística de la prosa y su g ran poder de persuasión, nociones que más tarde expondrá de nuevo Cicerón en el De oratore. Adem ás, el creador de la retórica elim inó las fronteras que separaban tajantem ente las dos m odalidades del discurso, el verso y la prosa, a base de em plear en esta últim a palabras y procedim ientos hasta ese m om ento típica­ m ente poéticos. Sólo posteriorm ente Lisias tuvo el acierto de m itigar la artificiosidad del discurso gorgiano sustituyendo los poetismos por palabras comunes. Pero el m érito de Gorgias fue el de haber reivindi­ cado p a ra la prosa la capacidad de influir en el ánim o de los oyentes provocando sentim ientos determ inados, por lo que puede afirmarse que en este p unto fue precursor de la doctrina aristotélica de la κάθαρσις. D e este m odo, dejó firm em ente establecida la im portancia decisiva de la expresión en el terreno de la retórica. P or otro lado, proporcionó tam bién a la incipiente arte una serie de preceptos generales conducentes a lograr la eficacia del discursosobre los sentimientos del auditorio. Así, por ejemplo, hizo hincapié en la im portancia del «m om ento oportuno» (καιρός) y la «convenien­ cia» (πρέπον) del discurso, en la facultad de in crem entar (luego denom inada áuxesis) la .entidad de las ideas o representaciones co­ m unicadas y en la utilid ad resultante de tra ta r nuevos argum entos m ediante un viejo estilo y temas viejos con estilo nuevo. J u n to a la actividad del de Leontinos cabe m encionar la de otros sofistas que contribuyeron con su dedicación y estudio al afianzam iento de la retórica: T rasím aco de Colofón, q u e se encontraba ya en A tenas antes de que a ella llegara Gorgias, au to r de u n a Gran Arte en la qtte

exhibía m uestras de lo que debiera ser u n epílogo m odélico; Teodoro de Bizancio, m encionado por P latón, y cuya señalada aportación a la retórica fue n ad a menos que el tratam ien to de la articulación del discurso en partes; Pródico, que se entregó con especial afición al estudio de la sinonim ia con vistas a obtener datos aplicables a la nueva disciplina; H ipias, interesado en ritm os y arm onías; Antifonte el sofista, au to r de u n tratad o de retórica en tres libros. Y de una m anera general, puede afirm arse que los sofistas enseñaron y apli­ caron a la práctica de su actividad oratoria la fam osa m áxim a de «ha­ cer que los argum entos m ás débiles parezcan los más sólidos», sen­ tencia con la que alard eab an de su facultad de trocar discursos poco probatorios en fuertem ente convincentes. Y hasta tal punto, por cierto, lograron ese propósito, que las argucias sofisticas y habilidades retóricas term inaron por suscitar recelos en los jueces y llegaron a ser m iradas con malos ojos por los sencillos ciudadanos. D e ahí que sea m uy frecuente en*los discursos de los pleitos civiles u n capítulo dedicado a glosar con encubierta y disim ulada retórica la falta de pericia en el uso de la p alab ra por p arte del que dirige su alocución al tribunal de justicia. Si Gorgias fue capaz de m o n tar u n Encom io de H elena, no era de extrañ ar que ios aprendices de la nueva técnica fuesen capaces de dem ostrar lo indem ostrable, de hacer ver que lo blanco es negro. P ronto los recursos de la retórica p en etraro n en la literatura, precisam ente a través de la sofistica. H uellas de esta penetración se encuentran en H eródoto, en algunos tratados del Corpus Hippocraticum, incluso en el d ram a, concretam ente en Eurípides. Pero el personaje más representativo del ideal de la formación sofistica es Isócrates, alum no de Gorgias. Se proclam aba el autor del Panegírico m aestro de filosofía, lo que significaba que su magisterio se extendía tan to al cam po de la ciencia como al de la elocuencia, y p retend ía educar a sus discípulos p a ra hacer de ellos insignes hom ­ bres de estado. Sin em bargo, de sus enseñanzas a p a rta b a la erística, que venía a ser la filosofía pu ra, y de este m odo su program a de ins­ trucción (παιδεία.) en trab a en conflicto con el concepto que sobre la form ación a través de la filosofía defendían P latón y Aristóteles. Con todo, fue Isócrates el creador de la retórica técnica (así como A ristóteles lo fue de la filosófica) y plasm ó sus enseñanzas en u n a prosa artística singular, en la que puede com probarse cómo él, m aestro de oratoria, ha evitado con sumo esmero el hiato, ha tenido especial cuidado en no sobrecargar de elementos rítm icos el discurso y ha sabido articu lar perfectam ente la elocución en períodos. Bajo la influencia de Isócrates hay que situar a sus contem poráneos Teódectes y A naxim enes. Este últim o fue au to r de un m anual de retórica en el que se tra ta b a n los géneros del discurso y la disposición de las partes de éste; enum era los siguientes géneros de discursos: συμβουλευτικόν (o «deliberativo»), επιδεικτικόν (o «de aparato»), 254

δικανικόν (o «judicial») —cada uno de estos tres géneros com porta tres m odalidades o especies— y εξεταστικόν (o «de indagación»). Singular im portancia p a ra la historia de la retórica tiene la oposi­ ción de P latón a esta nueva técnica. El divino filósofo se distancia de la retórica en el Fed.ro y en el Gorgias p o r tres razones fundam entales: en prim er lugar, porque los oradores se contentan con lo verosímil (δικός) y no se preocupan p o r la verdad, al ignorar que sólo la d ia ­ léctica proporciona los verdaderos y auténticos conocimientos; en segundo térm ino, porque u n discurso debe ser un todo orgánico, unificado por su propia coherencia lógica, sin que en él cuenten p a ra n ad a los artificios oratorios ni las sutilezas o argucias estilísticas. Por últim o, porque si en el fondo la retórica es u n a «seducción o rapto de las almas» (i¡/üxayayía), es m enester q u e el o rador conozca la psico­ logía, la ciencia del alm a, lo que equivale a decir que ha de ser un consum ado filósofo. Q uien tra ta de convencer a las masas ha de saber a ciencia cierta previam ente lo que es bueno y lo que es malo, debe ser capaz de distinguir lo ju sto de lo injusto y de dem ostrar esta c ap a ­ cidad de distinción con el ejem plo de u n a vida privada intachable. El más insigne discípulo de Platón, Aristóteles, al principio, en su diálogo Grilo, com puesto poco después del 362 a. J .C ., sigue las directrices señaladas por su m aestro en cuanto a la caracterización de la retórica se refiere; pero, m ás tard e ab an d o n a los prejuicios del au to r del Gorgias y alejando de su consideración los efectos negativos del arte de la p alab ra en la política y la adm inistración de justicia en Atenas, se lim ita al estudio objetivo de la elocuencia. Surge, así, la Retórica del E stagirita, en que tra ta de los tres géneros del discurso, del «carácter» (εθος) del hab lan te y las pasiones (πάθη) que su elocución despierta en los oyentes; de los medios de persuasión, del entim em a o conclusión de u n a argum entación retórica equiva­ lente a la conclusión dialéctica; de la dicción (λέξις), que ha de ser clara, tan alejada de la expresión v ulgar como de la grandilocuente, y a d ap tad a al hablante, a los oyentes y al objeto de que tra ta ; de la ordenación de las partes del discurso. C om bina Aristóteles, pues, u n interés p u ram ente científico por el estudio de la prosa, con u n a finalidad práctica que se hace patente a lo largo de todo el tratado. Seguidor de Aristóteles fue su discípulo Teofrasto, a quien se atribuyen la doctrina de las «cuatro virtudes del discurso» (corrección lingüística, claridad en la expresión, propiedad y ornato), la de los «tres estilos» (grandilocuente, llano e interm edio) y la de la «repre­ sentación» (όπόκρισις), en la que a b o rd ab a el empleo de la voz y de la gesticulación p o r p arte del orador. T am bién en el am biente del Perípato hay q u e situar la obra a tri­ buida a D em etrio Falereo Sobre la elocución, del siglo m a.J.C . p ro b a­ blem ente, en que se estudian la estructura de la frase, los diferentes estilos considerados desde el pun to de vista de la form a y del con­ 255

tenido, y los vicios que se oponen a cada uno de esos modelos estilísticos. Los siglos ni y π a.J.C . contem plan u n a ag uda polém ica que enfrenta a filósofos y oradores, filosofía y retórica. Los peripatéticos siguen la p au ta del fundador de la escuela y son por ello sim patizantes del arte de la elocuencia : ahí están los nom bres de D em etrio de Falero, autor de tratados de retórica y crítica literaria, Jeró n im o de Rodas, que atacó du ram en te la «liviandad» del estilo isocrateo, Praxífanes, que insistió en la im portancia de la teoría p a ra valorar la calidad de una obra literaria. Por el contrario, la A cadem ia arrastra, p o r conform idad con el espíritu de su creador, u n a irreconciliable hostilidad hacia la retórica. Los epicúreos, encerrados en su Ja rd ín , convencidos de la vanidad e inoperancia del a rte en confrontación con la n atu raleza, constituyen una secta filosófica enem iga de la retórica y por ello poco ap ta p a ra la elocuencia (Cic. Brut. 131 : minume aptum ad dicendum genus). L a Estoa, en cam bio, influida p o r Aristóteles, vio en la retórica la herm an a gem ela de la dialéctica. O leantes y Crisipo fueron autores de sendas A rtes retóricas. Pero, como p a ra los estoicos sólo el sabio puede ser orador y el orador estoico —por sabio— debía prescindir de adornos, artificios y fiorituras de estilo que p u d ieran enm ascarar la verdad o suscitar pasiones en sus oyentes, fácil es de com prender que la elocuencia no floreciera en la Estoa. Antes bien, Cicerón con m ucha gracia sostiene que lo m ejor que puede hacerse para estar callado toda la vida y no p ronunciar u n solo discurso es leer las Artes retóricas de O leantes y Crisipo (Fin. IV , 7). Pero la retórica fue arte después de h ab er sido práxis, fue expe­ rim ento antes que precepto, porque no nació la elocuencia del tratado de arte oratoria, sino éste de la elocuencia. Las reglas del arte fueron obteniéndose de las muestras y enseñándose en las escuelas con el fin de poder im itar más fácilm ente los modelos, pero ni Lisias sometió sus narraciones en los discursos a las reglas que sobre el tem a expu­ sieron los tratados ni Demóstenes compuso sus discursos políticos siguiendo a pies juntillas escolares esquemas de disposición de la elocución. Por el contrario, las reglas de la n arración de los discursos derivan del estudio minucioso de las narraciones de los discursos lisíacos y la división en partes de los discursos políticos de Demóstenes surge después de que éstos fueran pronunciados y tienen fundam ental­ m ente un valor didáctico. Y cuando el propio D em óstenes en los dis­ cursos privados disim ula o encubre en beneficio propio ciertos aspectos de la realidad de los hechos que expone, lo hace siguiendo una tra ­ dición firm em ente arraig ad a y no los consejos del arte retórica. T al vez hab ía aprendido del orador Iseo la técnica de este proceder, pero en cualquier caso la práctica de la oratoria forense que había prece­ dido a nuestro o rador le aconsejaba u n prólogo y u n epílogo tendentes a conm over al ju ra d o o cap tar su benevolencia, u n a clara exposición de los hechos provista o seguida de conclusiones y pruebas, y la refu­ 256

tación convincente de las afirm aciones, argum entos y pretextos de sus contrarios. H asta aq u í se ha trazado u n a p anorám ica del desarrollo de la retórica en G recia desde el p u n to de vista externo. E n R om a la retórica se convirtió en arte y en norm ativa m ucho más rígid a; sus distintos aspectos fueron objeto de serias discusiones, hasta que se llegó a u n a form ulación de norm as retóricas que p e r­ m anecería inalterable casi hasta la actu alid ad , cuyas líneas m aestras veremos más adelante. T ratarem os a continuación de exponer las bases de justificación y realización de u n com entario de texto sobre el género oratorio. A la vista del conjunto de obras literarias actuales que se proponen p a ra realizar u n com entario de textos, es obvio que la oratoria, en­ tendida como género literario, no suele aparecer. U n a defensa j u ­ dicial no es considerada n orm alm ente como obra, literaria, y, menos aún, como objeto de com entario. Se hace, pues, preciso, indicar por qué un texto oratorio de la antigüedad m erece este tratam iento especial. E n prim er lugar es necesario distinguir entre lo que entendem os por retórica y por o rato ria; sim plificando al m áxim o puede decirse que la retórica es el conjunto de norm as encam inadas a la elaboración de u n a obra lite ra ria ; la oratoria en cam bio es uri género con u n a finalidad práctica m uy concreta que aplica la norm ativa retórica a sus tres m odalidades de discurso, dem ostrativo, deliberativo y j u ­ dicial. Los textos retóricos antiguos tienen una finalidad didáctica, en orden al aprendizaje y a la composición de obras literarias. Por su parte, la o ratoria es u n a de las aplicaciones concretas —la más d irecta— de esta norm ativa, con fines pragm áticos, enfocados en R om a hacia la vida pública; podem os decir que es una de las formas de la prosa literaria, con lo que qued a suficientemente explícita la íntim a relación entre o ratoria y prosa literaria. Por o tra parte, hay que hacer constar que la retórica, cuya ap li­ cación pragm ática hab ía sido la oratoria, queda confinada al cam po del aprendizaje escolar, p u ram ente teórico, en el m om ento en que aquella desaparece por p asar a ser innecesaria en el nuevo status político de la R om a Im perial. A pesar de todo, la retórica, como técnica de creación literaria, p e rd u ra rá d u ran te muchos siglos; todas las obras cultas escritas en el occidente europeo hasta el siglo x ix están determ inadas por la norm ativa retórica en m ayor o m enor grado. E n el m om ento presente, es evidente que a la hora de la creación literaria la m ayoría de los autores h a n olvidado, al menos de form a consciente, la:s norm as retóricas clásicas; este detalle es m uy signi­ ficativo p a ra distinguir la concepción de u n a o b ra actual de la de u n a obra clásica. Si los criterios que dirigían la creación de una obra literaria en la antigüedad eran uniform es p a ra cualquier género, porque la enseñanza literaria tenía norm as únicas en lo que se refiere 257

a la form a, en la actualidad, sin em bargo, los géneros e incluso los autores dentro de cada género siguen p autas diferentes. Existe por ello la posibilidad de em plear la retórica clásica p a ra el com entario de una obra de su época con m ucha m ayor au to rid ad . Las aplicaciones de esta retórica a u n a obra actu al resultan m ucho más m arginales, y son, desde luego, plantillas superpuestas y no fuente directa de crea­ ción. Si consideram os que en R om a la retórica tiene su más directa aplicación en la oratoria pública, hemos de a d m itir que este género es de im p o rtan cia prim ordial d entro de la literatu ra. Su justificación como género literario y como objeto de com entario es evidente sólo desde los criterios de la retórica an tig u a: se tra ta de u n fruto directo de la norm ativa literaria vigente en su m om ento, perfectam ente a n a ­ lizable desde estos presupuestos. El ya m encionado abandono de la retórica como criterio de creación en las obras actuales, y la finalidad em inentem ente práctica de la oratoria política y ju dicial actuales, hacen que la o ratoria clásica tenga u n significado totalm ente diferente. Nos parecen suficientes estos breves datos p a ra d a r carta de n a­ turaleza al com entario de u n texto de este tipo, que supone la realiza­ ción p ráctica de toda u n a serie de norm as encam inadas no sólo a tal tipo de textos, sino a orientar la educación cultural en general, y las distintas manifestaciones literarias del m undo clásico. E n este sentido, nuestro com entario puede tener la doble perspectiva que la retórica proporcionaba en el propio medio en que los textos oratorios tuvieron su origen: el del creador, cuyas pautas se basan en ella, y el del lector (o au d ito r), cuyos criterios de juicio se sirven de la m ism a. Este doble ajuste hace que el tipo de com entario resulte absolutam ente adecuado al texto. Se ha p retendido ya hacer constar, au n q u e de form a tangencial, el carácter práctico de la oratoria. E n R om a esta característica es am pliable a todo tipo de m anifestación literaria, como dem uestra el tópico de la utilitas, preconizado por todos los escritores del m undo latino. Precisam ente en el género que nos ocupa la utilitas tiene especial im p o rtan cia; no creemos necesario insistir en este p u nto, puesto que el carácter absolutam ente indispensable de la o ratoria en la vida pública ro m an a del siglo i a. J .C . ya ha sido suficientem ente glosado. Este carácter de la utilitas no es excluyente de la belleza literaria: una p arte sustancial de todos los tratados de retórica tiene como objeto el ornato del contenido útil de la obra, adem ás de que la utilitas es ya de por sí u n elem ento que contribuye a la perfección de la obra literaria. L a confluencia de la utilitas con la sujeción a unos cánones de belleza form al q u e persiguen la consecución de la obra de arte d a n a la oratoria u n valor m uy destacado en el ám bito literario. A justándonos ya solam ente al género oratorio, la función del es­ critor consiste en conjugar lo que constituye la doble m ateria del discurso, res y verba, identificables con significado y significante. Ambos 258

elementos son com plem entarios y están en m u tu a relación, aunque cada uno hace referencia a diferentes partes de los oratoris officia (res a inventio, verba a elocutio y dispositio com o interm ediario entre los m a ­ teriales y su form a discursiva). A ctualm ente la crítica literaria consi­ d era a la retórica ta n sólo desde el p u n to de vista de la forma, de los verba, del significante. Sin em bargo, en la concepción prim itiva los dos elementos citados eran inseparables. Así pues, u n com entario de este tipo pretende com binar am bos elementos, estudiar la relación existente entre los contenidos q u e se utilizan y la form a que ad o p tan , tra ta n d o de adivinar cómo ciertas form as se adecúan m ejor a determ inados contenidos, y a los objetivos que con ellos se buscan. Todo este m ontaje el orad o r lo consigue con la lengua y sus di­ versas funciones. A nosotros no nos es dado conocer algunos de los aspectos que en u n discurso eran de im portancia básica desde este p u nto de vista: la función em otiva que el o rador asignaría a la actio form a u n a p arte im p o rtan te que se nos escapa. Sin em bargo, los aspectos que nos son transm itidos m ediante el texto son apreciables en él y objeto de com entario. Este tipo de com entario requiere bases de p a rtid a y conocimientos diferentes a otro modelo que supondría u n distinto acercam iento al texto y otros objetivos; nos referimos a u n com entario centrado en el aspecto histórico y jurídico. U n texto de oratoria puede ser fuente de m ultitu d de datos de carácter político, social, económico, jurídico, etc. L a interpretación y com entario de un escrito de estas características puede descubrir m uchos detalles en este cam po. Los térm inos en que se planteó el proceso, la historia de la acusación (acusadores, acusados, tribunales, jueces, gobernantes, etc.), las leyes que castigan los delitos que se han llevado a los tribunales, las circunstancias políticas y sociales que condicionan y modifican los hechos sucedidos, son detalles que suelen aparecer en los textos de orato ria, y que pueden d ar pie a un com en­ tario, teniendo en cuenta, eso sí, la parcialidad con que tales escritos están realizados a la vista del objetivo concreto que pretenden. P ara un com entario así no se p u ede prescindir de los datos externos, que pasan a u n p rim er plano, q u edando relegado el análisis de los textos en sí. Con todo, u n trabajo de estas características no sería pro p ia­ m ente un com entario de texto tal y com o nosotros lo hemos entendido. P ara u n com entario ceñido al texto, cuyo propósito sea analizar la form a en que el au to r ha conjugado res y verba en su discurso, nos parece im prescindible el conocim iento de las norm as básicas de la retórica clásica en su aspecto más concreto. N o obstante, se hacen necesarias referencias aclaratorias a aspectos externos de carácter histórico-jurídico, porque el em pleo de los recursos retóricos persigue u n fin concreto de acuerdo con el problem a tratad o , y el conocimiento de la causa puede hacer más acertad a la interpretación de tales ele259

mentos. N o nos parece indispensable an alizar exhaustivam ente cada uno de los recursos y ponerle u n nom bre, pero sí es necesario atenerse al esquem a de partes del discurso, tópicos, etc., q u e nos proporcionan los m anuales retóricos que h an llegado hasta nosotros. E n prim er lugar, hay que tener en cuenta que son tres los genera causarum, los cuales, como ya hemos visto, proceden de la norm ativa retórica griega, incluso anterior a Aristóteles. El genus demonstrativum es el utilizado p a ra alab ar o censurar a u n a p e rso n a 1; el deliberativum tiene como finalidad persuadir o disuadir a u n auditorio, y es emi­ nentem ente político ; el iudiciale es el que tiene su base en u n a contro­ versia legal y lleva consigo acusación o defensa. Según Aristóteles, la τέχνη ρ η το ρ ικ ή engendra cuatro tipos de operaciones, que son las partes del arte retórica, no del discurso: πίσ τις (inventio), establecim iento de las p ru eb as; χάζις (dispositio), disposición de los argum entos a lo largo del discurso según un cierto orden; λέξις (elocutio), operación de d a r form a verbal a los argu­ m entos; Όπόκρισις (actio), puesta en escena de u n discurso. L a misma distribución m antiene A d H erennium , que los llam a oratoris oficia, añadiendo u n a más, la memoria, y cam biando el nom bre de otra (I-II-3 ). Y lo mism o exactam ente hace C icerón, reconociendo la autoridad de Aristóteles. Inventio es la técnica p o r la que el o rad o r concreta el elem ento res, lo que ha de constituir el contenido argum entai del discurso. Las norm as referentes a la inventio contenidas en los m anuales retóricos p roporcionaban al orador u n a serie de lugares comunes, de argu­ m entaciones de tipo general que podía ap licar a su caso particular. A hora bien, la extracción de las ideas que el orad o r realiza basándose en los hechos y en los tópicos ha de encam inarse desde el principio a un com etido determ inado y por ello ha de articularse de form a que cada u n a ocupe el lug ar del discurso donde produzca el efecto deseado. El discurso en su conjunto está dividido en partes con diferentes co­ metidos, determ inadas tam bién en los m anuales retóricos. L a prim era form ulación de la teoría de las partes del discurso es, p or supuesto, de Aristóteles, que en A r. R h et. 3-13 establece como partes indispensables (αναγκαία μόρια) πρόθεσις y π ίσ τ ις ; hace una segunda división, m ás com pleta (τά πλεΐστα μόρια) : προοιμίον, πρόθεσις, πίσ τις, y επίλογος. Π ρόθεσις sería lo que más tarde se llam aría narratio, es decir, la exposición de loá hechos; πίσ τις sería la argum entación, más tarde dividida en confirmatio y confutatio. El exordio no tiene aquí todavía u n a función bien delim itada, es simple­ m ente cabeza del discurso, la form a de em pezar2 ; lo m ismo ocurre con el epílogo.

1 Cf. Rhet. Her. I - U ; /« » . 1-2-7. 2 Arist., Ar. Rhet. 141 b-141 a.

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En R om a, la teoría de las partes del discurso está ya fijada del m odo en que va a p e rd u ra r en ad elan te; el discurso qued a dividido en seis partes: exordium, narratio, divisio, confirmatio, confutatio y conclusio\ EI exordio es la p arte inicial del discurso2. Su función está ya claram ente delim itada: cap tar la atención y la benevolencia del auditorio p a ra que esté dispuesto a aceptar nuestro p u n to de vista. Pueden utilizarse dos tipos de exordio, según cual sea la disposición del público y los jueces hacia la causa; si ésta tiene el favor del público, lo que se d e­ nom ina genus honestum, convendrá u tilizar un tipo de exordio breve y directo, que dé paso ráp id am en te a la argum entación, es decir, un principium. Si por el contrario, el auditorio está de parte del oponente, el exordio indicado será u n a insinuatio, con la cual, m ediante el uso de recursos psicológicos, patéticos, etc., se in ten ta hacer cam biar dé opinión al auditorio de form a im perceptible; es el caso del genus admirabile o turpe. C uando se tra ta de u n a causa del genus humile, aquella que no despierta el interés del público p o r su insignificancia o intranscendencia, se recom ienda el principium p a ra captar de en trad a la atención y la benevolencia del auditorio, y conseguir que esté dispuesto,a acep tar como buenos los argum entos del orador (attentos, benivolos, dociles efficere). De la m ism a form a, el llam ado genus obscurum3 precisa u n a captatio ráp id a, m ediante el principium, porque el ánim o del auditorio está en contra de una causa particularm ente difícil y com plicada. Finalm ente, lo mismo ocurre con el genus anceps4 o du­ bium5, en el que la am bivalencia de la causa hace que p ued a ser in te r­ p retad a en sentido favorable o desfavorable. L a narratio, p arte esencial ya en la doctrina aristotélica, es definida por los m anuales retóricos latinos como la exposición de los hechos, lo que constituye el núcleo del discursp. E n esta definición coinciden casi exactam ente A d Her. I - I II-4 e Inv. I-X IX -2 7 . D entro del conjunto del discurso la narratio sirve de base a la argum entación que seguirá. El papel que se le encom ienda específicam ente es el de docere, es decir, proporcionar al auditorio inform ación sobre los hechos en que el o rador va a basar la controversia. L a divisio es una p arte desgajada del exordio ya en la retórica helenística, definida así en la R hetorica ad H eren n iu m : «Divisio est per quam aperimus quid conveniat, quid in controversia sit, et per quam expo­ nimus quibus de rebus simus acturi». (I-III-4 ). L a teoría ciceroniana de la partitio coincide plenam ente con la de A d H erennium ; para uno y otro es la p arte del discurso en que se expone summa causae, la contro-

1 Rhet. Her. J -III-4 . Cic. Inv. I-V II-9 m antiene la misma división, cam biando el nombre de divisio por parlitio y el de conclusio por peroratio. 1 Rliel. Her. I - ili- 4 . Inv. l-X V -20. 3 Cic., Inv. 1-20. 4 Cic., Inv. 1-20. 5 Rhet. Her. I-III-5.

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versia de que se tra ta , y los puntos fundam entales en que se va a basar la argum entación. L a confirmatio es la exposición y defensa de los argum entos del que h a b la; se lim ita a razonar brevem ente los puntos fundam entales de la argum entación, anunciados en el exordio y expresados en la narratio. L a confutatio es la refutación de los argum entos, de la parte con­ tra ria ; p o r así decirlo, es la argum entación negativa, y form a u n todo con la confirmatio. La concludo no tiene, según A d H eren n iu m (I-III-4 ), ninguna finalidad práctica, es sólo «....artificiosus orationis terminus». Cicerón enum era las tres partes que la com ponen : enumeratio o recapitulación de los argum entos expuestos a lo largo del discurso (Inv. I-III-9 8 ) ; indignatio, u n intento de suscitar el odio de los oyentes contra las per­ sonas o cosas que sustentan la p arte co n traria (Inv. I-L III-1 0 0 ); conquestio, u n in ten to de atraerse la com pasión del auditorio (Inv. I-LV -106). T ras esta breve exposición de las partes que com ponen la obra del género literario que tratam os, se hace evidente que existen en él partes emocionales y partes racionales. Podem os considerar racional todo lo q u e constituye el núcleo del discurso, es decir, narratio, partitio, confirmatio y confutatio, y emocional, las partes in tro d u ctoria y conclu­ siva, o sea, el exordio y la conclusión. Es en estas últim as donde el o rador puede conseguir por medio de la actio y la elocutio un efecto psicológico sobre el ánim o del auditorio favorable a sus intereses, es decir, que es p o r m edio de ellas como se logra especialm ente uno de los objetivos del o rador: movere. T odas estas indicaciones no p retenden m anifestar u n a diferencia radical con el com entario sobre u n texto de los dem ás géneros lite­ rarios, sino hacer constar las p articularidades de nuestro objeto de estudio. Según esto, desde el punto de vista del com entario, hay que considerar que u n texto retórico presenta tam bién detalles com entables en lo referente a estructuras, léxico, sintaxis, etc. Es más, las peculia­ ridades de la norm ativa retórica, que influyen de m anera capital en los escritos de este género y q u e pueden ser objeto de com entario, están, com o es lógico, basadas en la lengua. Es decir, que una figura o u n tópico determ inados de la exornatio verborum o de la exornatio sententiarum no pueden com prenderse si no se cap ta antes el valor inde­ pendiente del léxico o de la sintaxis, cuyo em pleo la constituyen. Así pues, sin p retender hacer u n análisis exhaustivo, nuestra in ­ tención ha sido plasm ar de algún m odo en el com entario en qué m edida las relaciones entre res y verba existentes en la m ente del orador se reflejan en el texto escogido. Si el intento no se ha logrado del todo, confiamos al menos en que los datos aportados sirvan de orientación a u n trab ajo del mismo tipo.

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ORATORIA GRIEGA Demóstenes, D e Corona 169-170

A

n t o n io

L

ó pez

E

ir e

Texto 169

'Εσπέρα, μεν yàp f¡v, ήκε δ' άγγέλλων τις ώς τούς πρύτανεις ώς Έλάτεια κατείληπται και μετά ταϋθ’ οί μεν ευθύς εξαναστάντες με­ ταξύ δειπνονντες τούς τ’ εκ των σκηνών των κατά την αγοράν εξεΐρyov και τά γέρρ' ενεπίμπρασαν, οί δε τούς στρατηγούς μετεπέμποντο και τον σαλπικτήν έκάλουν καί θορύβου πλήρης ήν ή πόλις τη δ’ ύστεραiq, αμα τη ημέρα, οί μεν πρύτανεις την βουλήν έκάλουν εις τό βουλευτήριον, υμείς δ’ εις την εκκλησίαν έπορεύεσθε, καί πριν [285] εκείνην χρηματίσα» και προβουλεϋσαι πας ö δήμος &νω καθήτο κοά 170 μετά ταϋτα ώς ήλθεν ή βουλή καί απήγγειλαν οΐ πρύτανεις τά προσηγγελμέν' εαυτοΐς καί τόν ή κοντά παρήγαγον κάκεϊνος είπεν, ήρώτα μεν ô κήρυξ ‘τις άγορέύειν βούλεται’; παρήει δ’ ούδείς πολλάκις δε του κήρυκος ερωτώντος ούδεν μάλλον άνίστατ’ ούδείς, απάντων μβν των στρατηγών παρόντων, Απάντων δε τών ρητόρων, καλούσης δε [τής κοινής] τής πατρίδος [φωνής] τον εροννθ’ ΰπ'ερ σωτηρίας ήν yàp δ κήρυξ κατά τούς νόμους φωνήν άφίησι, ταύτην κοινήν τής πα­ τρίδος δίκαιον ήγέϊσθαι.

Traducción «Era ya plena tarde; alguien llegó ante los prítanos anunciando que Elatea había sido tomada. Y tras ello, unos, levantándose de inmediato a mitad de la cena, echaban a los de las tiendas del Agora y prendían fuego a los zarzos de mimbre de los toldos; otros avisaban a los estrategos y llamaban al trom­ peta; y llena estaba de confusión la ciudad. Y al día siguiente, de amanecida, los prítanos convocaban al Consejo a reunión en el Consistorio, vosotros marchabais a la Asamblea, y antes de que aquel iniciase su gestión o llevase a cabo sus provisionales deliberaciones, todo el pueblo estaba sentado arriba. Y después, cuando llegó el Consejo y los prítanos rindieron informe de las noticias que habían recibido y presentaron al mensajero recién llegado y éste habló, el heraldo preguntaba: ¿Quién quiere tomar la palabra?», mas nadie se adelantaba. Y aunque muchas veces el heraldo repetía la misma pregunta, no por ello más se levantaba nadie, pese a que todos los estrategos se hallaban presentes y todos los oradores, y a pesar de que la patria llamaba con su voz de comunidad a quien estuviera dispuesto a hablar en defensa de su salvación; pues la voz que emite el heraldo de conformidad con las leyes, justo es considerarla voz común de la patria.»

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Comentario El texto que precede pertenece al discurso de Dem óstenes titulado «Sobre la corona», o b ra m aestra de la o ratoria de todos los tiempos. P ronunciado en el 330 a.J.C . ante u n ju ra d o com puesto por más de quinientos ciudadanos atenienses, el Perl toú stephánou tuvo su origen en la irreconciliable enem istad de dos adversarios políticos, Esquines y el a u to r de esta soberbia pieza oratoria. E n efecto, seis años antes de que naciese esta alocución, a propuesta de Ctesifonte el Consejo de A tenas h ab ía ap ro b ad o u n proyecto de decreto en el que se prem iaban los servicios públicos de Demóstenes con la recom pensa de u n a corona de oro. L a reacción de Esquines fue inm ed iata: acusó a Ctesifonte de h ab er propuesto u n a moción con­ tra ria a las leyes constitucionales. Y, a su vez, nuestro o rador se sintió obligado a intervenir, haciendo uso de su legítim o derecho de réplica, p a ra dem ostrar que ni la propuesta de Ctesifonte tenía n ad a de ilegal, ni su propia carrera política era desm erecedora del galardón que se le otorgaba, ni la vida pública y p riv ad a de su antagonista era digna de conm iseración o sim patía. Y así, guiado p or el propósito de hacer vajorar a lo jueces su acti­ vidad de hom bre político y su conducta ciu d ad an a, les recuerda, entre otros casos en q u e tam bién dio p ru eb a de patriotism o, lo ocurrido aquella ta rd e en que llegó a A tenas u n m ensajero anunciando la tom a de E latea: La ciudad se conm ocionó an te la noticia, fue presa del pánico y se vio sum ida en confusión general. El pueblo estaba angustiosam ente preocupado. N ingún ciudadano se atrevía a d a r u n consejo o proponer un plan. Demóstenes sí pechó con la dificultad del m om ento, por supuesto, pero esto ya no está expresado en el texto que com entam os, sino más adelante. Volvamos, pues, a la m ala nueva de la tom a de E latea. El núcleo fundam ental del tem a es la confusión y el desconcierto producidos por la sorpresa: la noticia llega e n tra d a ya la tard e; parte de los p ó tan o s, al conocerla, in terru m p en la cena; se despeja 266

el A gora; no se encuentra a n adie a m ano, ni siquiera al trom petero. Al día siguiente la perplejidad es general : el pueblo —cosa insólita— se reúne en su totalidad motu proprio en asam blea, pero a nadie se le ocurre un a propuesta p ara salir de la acongojante situación. H ay dos claros apartados en el texto, que g u ard an incluso estricta correspondencia con las fases cronológicas de los acontecim ientos: el prim ero com prende la n arració n de la llegada del funesto mensaje a A tenas cuando ya ha atardecido y el confusionismo que provoca al ser conocido. El segundo a b arca el relato de la reacción ante la trem enda noticia por p arte de los órganos responsables y rectores de la política ateniense, el Consejo y la A sam blea. Am bos apartados están separados por la cláusula clave del texto : «y llena estaba de confusión la ciudad». No obstante, como es norm al que así sea, la u nidad del texto es evidente: el tem or ante la am enaza, la congoja q u e ha producido la m ala nueva y el desorden y perplejidad que am bos factores han desancadenado se repiten a intervalos iguales con inexorable exactitud: si en el p rim er a p a rta d o los prítanos reaccionan precipitadam ente, en el segundo el pueblo entero se ha concentrado en asam blea con igual p rem u ra; si, en el p rim er ap a rta d o , en m edio de la confusión general no se localizan de inm ediato ni los estrategos ni el trom peta, en el segundo, au n q u e el heraldo repetidas veces invita a los miem bros de la A sam blea a exponer u n consejo salvador, nadie tom a la palabra. Si al final del p rim er a p a rta d o se p a lp a la angustia en la ciudad inm ersa en confusión, al final del segundo la p a tria dirige la angustiosa llam ada de socorro a quienquiera que sea el ciudadano dispuesto a servirle de valedor. L a u n id ad del fragm ento, pues, es clara, y su contenido no sólo está perfectam ente integrado en el discurso Sobre la corona, al que pertenece, sino que lo está tam bién en el más am plio contexto de los discursos políticos de Demóstenes. T a n to en el De corona como en la m ayor p a rte de los discursos políticos, nuestro orad o r se presenta como el hom bre de estado que hace frente a la trem enda am bición de Filipo en defensa de la gloria de la A tenas de antaño, que en el presente, cada vez más, se va convirtiendo en u n recuerdo. Como u n nuevo Sócrates, táb an o de sus conciudadanos, trata de acab ar con el m arasm o y la abulia que han hecho presa en los atenienses y en gran m anera facilitan las continuas conquistas con las que el M acedonio va increm entando su im perio y colm ando su am bición. M ientras el soberano sem ibárbaro va acrecentando la extensión de sus dominios porque es em prendedor, tenaz, trab ajad o r y activo, en A tenas todo es confusión, desorden, desánim o y desinterés. El De corona es, al igual que otros m uchos discursos políticos de Demóstenes, u na llam ad a a la acción, alen tad a, tam b ién en este caso, por el exam en serio de los errores del pasado. E n el texto que com entam os se contem plan, u n a vez más, la con­ 26 7

fusión y el desánim o, ya habituales, en que ha caído A tenas a raíz de la tom a de E latea por Filipo. El alboroto y el revuelo producidos en la ciudad de A tenea al tenerse conocim iento de la infortunada nueva, constituyen la nota dom inante del p rim er ap artad o . E n el segundo, en cam bio, predom inan la ansiedad y la irresolución, que, alim entadas por el pavor y el desencanto, sum en a los atenienses en un estado de absoluta perplejidad. Pero estas ideas directrices están expresadas con tan grande h a ­ bilidad, q u e el fragm ento que com entam os es p ru eb a contundente de la m aestría de nuestro orador. E n tan pocas líneas, con tan reducido núm ero de palabras es im posible lograr m ayor efectividad. Estamos ante u n verdadero tour de force de la oratoria patética. El éxito del orad o r estriba en haberse valido de los medios más sencillos y n aturales p a ra alcanzar, por vía de contraste, un perfecto climax oratorio. H erm ógenes definió el climax com o u n a anástrofe acum u lad a de p rim er orden y en los m anuales de retórica solía citarse como ejem plo típico de climax un famoso pasaje, precisam ente extraído del propio De corona, ubicado unas cuantas líneas más adelante del texto que com entam os (179). D ice el m odélico ejem plo así: «Como lo ap ro b aro n todos y nadie adujo n ad a en contra, no me lim ité yo a exponerlo pero sin redactarlo, ni a redactarlo pero sin ac tu a r como em bajador, ni a a c tu a r como em bajador pero sin convencer a los tebanos, sino que llevé a cabo toda la gestión de principio a fin». Com o puede observarse el climax consiste en la repetición de la p alab ra final de u n komma o u n kolon al com ienzo del siguiente. Pero lo que tam bién resulta claro es que el climax no es más que u n a forma de recurrencia m uy form alizada que subraya de m anera extraordi­ n aria el mensaje. Efectivam ente, en el texto que acabam os de citar Demóstenes quiere dejar bien p aten te q u e no se contentó con llevar a la práctica u n solo aspecto o p a rte de la gestión política como proponer una m edida u ofrecer u n consejo, o presentar por escrito u n a m oción p a ra su ra ti­ ficación y cum plim iento, o haberla ejecutado, sim plem ente, prestando su personal servicio como em bajador; insiste en q u e desem peñó todas y cada u n a de estas funciones. Pues bien; en el texto objeto de nuestro com entario el climax se logra, no de u n m odo tan ap aren te a base de repeticiones en el plano de la form a, sino m ediante recurrencias sem ánticas que se establecen en el nivel del contenido. E n el prim er ap artad o , una· vez descrita la llegada del m ensajero po rtad o r de la trem enda noticia, unas cuantas pinceladas son suficientes p ara com­ poner u n cuadro en el que destaca el tem a d e j a consternación y el pánico de A tenas, q u e queda definitiva y rotu n d am en te plasm ado con la m eridiana claridad de la frase «y llena estaba de confusión la ciudad». H asta llegar a ese p unto culm inante h a bastado esbozar la turbulencia que se produjo en el A gora, la rep en tina interrupción de la cena por p a rte de algunos p ó tan o s y la solicitación prolongada 268

(se usa el imperfecto durativo) de la presencia de los generales y del trom petero encargado de d a r la señal de alarm a, prom ovida por otros presidentes del Consejo. C ada u n a de estas breves descripciones repite una nota sem ántica sugerida en la an terio r: el desconcierto. En el segundo apartado, u n a vez que, a m odo de encuadre, se nos presenta en acción a los dos órganos rectores de la política ateniense, ya en la Eklesía, la insistente invitación del heraldo a que alguien hable (otra vez el im perfecto durativo) y el silencio que se produce en respuesta a cada u n a de estas instancias (sigue funcionando el valor durativo del im perfecto) son suficientes p ara lograr el climax que se produce cuando la nota sem ántica de perplejidad sugerida se acentúa con el voluntario m utism o de todos los generales y oradores atenienses, presentes en la asam blea, y se recoge definitivam ente en la frase «a pesar de que la p atria llam ab a con su voz de com unidad a quien estuviera dispuesto a h ab lar en defensa de su salvación». Obsérvese cómo esta ú ltim a frase repite palpablem ente dos juicios ya antes expresados: «El heraldo solicitaba un consejo p ara salvar a la patria». «N adie tom abk la palab ra» . T an to es así, que el propio Demóstenes, bien consciente de ello, aprovecha la coyuntura favorable p a ra d ar cum plido fin a su descripción, introduciendo, p a ra m itigar la personificación de la m ad re p atria, u n a com paración o similitudo, conjuntando de este m odo m etáfora y aclaración, lenguaje traslaticio y su inm ediato esclarecimiento. Pues la verdad es que Dem óstenes no abusa de los procedim ientos de ornato que la prosa artística heredó de la poesía. No se dan en D e­ móstenes los recursos típicos de G orgias: esos hola o kómmata sometidos exageradam ente a ritm o, que luego am p liará Isócrates, ni esas a n tí­ tesis y asonancias ta n m arcadas, logradas a base de p e rtu rb a r fuerte­ m ente el norm al orden de las p alabras en la frase, ni la repetición m achacona de vocablos, que, según la la apreciación estética vigente en la época del sofista de Leontinos, tal vez proporcionaba deleitosa eufonía, figuras todas ellas más propias de la o ratoria epidictica que de la judicial y deliberativa. Bien cierto es, sin em bargo, que en las prim eras obras de nuestro orador, los discursos contra sus tutores, se deslizan aquí y allá algunos ejemplos —pecados de ju v e n tu d — que denuncian u n a ligera inclina­ ción al empleo del oropel de las figuras epidicticas y cierta inm adura tendencia a lograr con excesivo afán la sim etría de los kola en los p e­ ríodos, sacrificando a ella la p ropia econom ía del discurso. Pero pronto abandonó esta m anía de los años jóvenes y fijó como norm as básicas de su personal estilo, ya m aduro, la de som eter y a d a p ta r la form a al contenido y la de evitar la sim etría perfecta o la correspondencia exacta entre los kola de u n período. E sta es la razón p o r la que m ientras Isócrates, el orad o r que dio a la prosa artística griega el m ayor grado de excelencia, es incapaz de sacrificar a la efectividad del pensam iento com unicado la belleza form al del redondeado período que lo expresa, 269

D emóstenes, como el río caudaloso que fluye con violencia, adecúa su estilo al contenido y hace de cada período u n fiel reflejo del sentido que transp o rta. Por ello el estilo de Isócrates es senil y de u n a frialdad m arm órea, el de nuestro orador, en cam bio, es juvenil y de enardecedora pujanza. Y en lógica concom itancia con tan diferentes estilos discurre o tra im p o rtan te distinción : al a u to r del Panegírico se le nota el artificio; Demóstenes, por el contrario, lo encubre bajo el embozo de la ap a re n te espontaneidad. V eam os todo ello en nuestro texto: L a narración del trem endo im pacto que produce en A tenas el conocim iento de la tom a de E latea y de los efectos que la noticia desencadena está realizada con inigualable selección de detalles y pas­ mosa econom ía de medios estilísticos: En prim er lugar, no pasa desapercibida u n a rigurosa lim itación de detalles tem áticos: la conm oción del estado se h a rá visible únicam ente en la esfera política: los prítanos se enteran de la noticia; desalojan el Agora; m an d an aviso a los generales; convocan al trompetero; la ciudad está sum ida en u n a gran confusión; los prítanos convocan al Consejo p a ra que se reúna en el Consistorio; el pueblo se dirige a celebrar la asamblea; el Consejo lleva a cabo sus deliberaciones provisionales ; el pueblo está reun id o arriba (es decir, en la Pnix) ; el heraldo form ula la pregunta de ritual; nadie se levanta para hablar; están presentes las estrategos y los oradores ; la. patria suplica su salvación; el heraldo es como la voz de la patria. T odas las palabras subrayadas tienen en com ún u n sema o rasgo sem ántico, a saber: «político» en el sentido originario de la p alab ra, es decir, «perteneciente a la polis o ciudad-estado». E n efecto, esta n o ta se encuentra en el análisis sem ántico de los térm inos prí­ tanos, Agora, generales, trompetero, ciudad, Consejo, Consistorio, pueblo, asam­ blea, deliberaciones provisionales, heraldo, pregunta de ritual: ¿Quién quiere tomar la palabra?, orador y patria. Estam os, pues, an te u n a utilización m agistral, precisam ente por sobria e inteligente, de u n procedim iento oratorio denom inado diatyposis, consistente en evocar representaciones capaces de convertir en presentes acontecim ientos pasados u objetos ausentes. Se em plea con éxito este recurso cuando se consigue reconstruir con vigor y verismo la atm ósfera del pasado a base del detallam iento o particularización de lo evocado. R ealm ente así ocurre en este caso debido a la sabia distribución de partículas de oposición y de enlace, que producen divergencia o convergencia en los oportunos mom entos, tejiendo, de este m odo, la u rdim bre de la to talid ad de la descripción. Por lo q ue.se refiere al prim er ap artad o , la caída de la tard e se presenta en u n m iem bro y la llegada del m ensajero que trae la m ala nueva, en otro. Se disocian tam bién las reacciones de los prítanos. Pero a todo ello se une, a m odo de engarce, la conclusión general que constituye el Leitmovit de la narración, y que, como hemos visto ya, 270

es a la vez, el p u n to culm inante de la exposición: «y llena estaba la ciudad de confusion». En cuanto al efecto producido por la p rim era disociación (en té r­ minos técnicos merismós, en griego, y distributio, a la latina), tenemos la suerte de poseer u n texto de D iodoro Siculo (16, 84) en que se describe el mismo tem a que contiene el fragm ento dem osténico que com en­ tam os: la llegada a A tenas de la fatal noticia de la tom a de E latea y los efectos subsiguientes; y p a ra m ayor gozo del com entarista del texto de Demóstenes, resulta evidente que D iodoro se expresa sobre el particu lar teniendo ante sus ojos o en su m em oria la relación hecha por nuestro orador. Pues, bien ; el historiador funde en u n solo bloque la referencia tem poral y el anuncio de la nueva, pues dice: «T om ada E latea, llegaron unos individuos por la noche anunciando, etc.». H e aquí, pues, u n acierto claro del m aestro de oratoria. U n o recuerda h ab er leído bellísimas y poéticas evocaciones realizadas por figuras señeras de la L ite ra tu ra universal, expertísimos en toda técnica del empleo del lenguaje poético, com o V irgilio y O vidio, en las cuales la delim itación tem poral se presenta disociada de los hechos en ella acontecidos ; por ejemplo : nox erat et. . . etc. Eso mismo ha hecho nuestro orador, consciente de que la partición en m iem bros contribuye a la intensificación del contenido, a lograr el patetism o de la escena C icerón en el de inventione (1, 22, 32) supo ver con claridad que, p a ra lograr los efectos deseados em pleando la partitio, el orador está obligado a ser breve, a no m ezclar los géneros con las partes ni los efectos con las causas. T odo ello presupone que el deseado efecto de la partitio se consigue cuando todos los detalles de la descripción, puestos a u n mismo nivel, colaboran por igual a la evocación del todo. Precisam ente en este pun to radica la belleza q u e produce la p re ­ sentación en dos m iem bros distintos de «la caída de la tarde» y «la llegada a A tenas de la fatal noticia». A p artir de este m om ento el encuadre tem poral deja de ser u n a m era precisión cronológica y se convierte en u n rasgo más de la descripción de la causa del pánico que va a invadir la ciudad. L a brevísim a alusión a «la caída de la tarde» queda, de esta form a, velada p o r u n halo poético. Idéntica partición de m iem bros observamos en la presentación de los prítanos actuando por separado, divididos en dos grupos, expulsando los unos a los tenderos del A gora, y los otros reclam ando a los generales y al trom petero. Es indiscutible el rendim iento funcional de tal disociación, que, en realidad, no hace sino au m en tar la im presión de desconcierto y alboroto producidos p o r la inesperada noticia. Después de todas las breves pero contundentes descripciones p a r­ ciales que preceden, llega el m om ento de presentar la visión to tali­ zad o ra: «y llena estaba de confusión la ciudad». E n el segundo ap artad o nos topam os con u n a nueva descripción en disposición bim em bre : los prítanos p o r u n lado y los simples ciuda­ danos po r otro. Los prim eros convocan al Consejo m ientras el pueblo 271

llano se reúne en asam blea. Y a p a rtir del m om ento en que los con­ sejeros se presentan ante la Eklesta, la diatyposis y el merismós alcanzan ya el grad o m áxim o de conspicuidad : u n a serie de breves frases en polisíndeton (el llam ado «estilo kaí») contribuye poderosísim am ente a rem em orar todos y cada uno de los m om entos claves de la que fue p ara los atenienses inolvidable asam blea. A continuación se llega al m om ento culm inante de la descripción de lo tratad o en la ju n ta p o pular y de nuevo prestan su servicio las dos figuras antes m enciona­ das: se acab a el polisíndeton y u n a vez m ás surgen frases contrapuestas en disposición bim em bre : en la prim era introduce Demóstenes la ritual p reg u n ta del heraldo en estilo directo «¿Q uién quiere tom ar la p alabra?» , y en la segunda, que se contrapone a la anterior en perfecto balance, establece nuestro orador en form a bien lacónica el hecho de que ningún asam bleísta com parece p a ra h ab lar en público desde la tribuna. El o rad o r insiste, seguidam ente, en la m ism a contraposición, au n q u e esta vez p lan tead a m ediante u n a form ulación m ucho más pen etran te : el heraldo repite su pregunta, q u e no es sino una invita­ ción a qu e se haga uso de la p alab ra, pero ningún asam bleísta acce­ de, ni siquiera se pone en pie. Y ju stam en te en este p u n to decisivo de la evocación, el recordador extrae al m áxim o provecho para su causa subrayando u n detalle de im portancia capital, a saber: que estaban presentes en aquella m em orable ju n ta todos los generales y los oradores. El subrayado lo logra disociando los térm inos «generales» y «oradores» y m ediante la anáfora de la p a la b ra básica «todos». Se llam a anáfora, o epanáfora, a la repetición del comienzo de un m iem bro de frase, o, dicho al m odo de la retórica griega y de forma más simple y a la vez más exacta, se denom ina anáfora a la figura consistente en q u e u n a voz aparezca dos o más veces al comienzo de kola. Según el tratad ista A quila (34), esta figura la em plearon m uy frecuentem ente Demóstenes y M arco T ulio y, en general, todos los oradores vehem entes, con el doble propósito de d a r la im presión de estar ellos mismos en medio de trem enda conm oción y de conmover al ju rad o . Los antiguos rhetores citan com o ilustración de esta figura un pasaje en que Cicerón habilidosam ente carga las tintas al presentar la m aldad de su acusado, Verres, a fuerza de rep etir este nom bre en los comienzos de tres frases dispuestas en form a p aratáctica (Cic. Ven. 2, 26), y un precioso verso de una égloga de V irgilio (Verg. Ecl. 10, 42) en que el M an tu an o realza, en la evocación de unidílico paraje, la existencia en él de heladas fuentes y de blandos prados: «hic gelidi fontes, hic m ollia p ra ta , Lycori». En Dem óstenes las partes de la oración que con m ayor frecuencia se som eten al esquem a de la anáfora son los adverbios, pronom bres y adjetivos pronom inales. Así, de los cuatro ejemplos claros de anáfora en el De corona, prescindiendo del que en este m om ento nos ocupa, hay dos casos en que la p alab ra rep etid a es u n adverbio (75, 310) y dos en que se tra ta de un pronom bre o locución adverbial pronom i­ 272

nal (48, 121). T am bién en el texto que com entam os la p alab ra en a n á ­ fora es «todos», adjetivo claram ente pronom inal. Q ue la anáfora está perfectam ente empleada· es algo q u e no deja lugar a dudas. Pues toda la descripción d ram ática de lo acontecido en Atenas a raíz del conocim iento de la tom a de E latea, desde el atard ecer que ensom bre­ ce con malos augurios la llegada del m ensajero inform ador de la trágica noticia hasta el infructuoso llam am iento del heraldo solici­ tando en nom bre de la p a tria el consejo salvador de los ciudadanos, sólo sirve de sombrío telón de fondo p a ra hacer n o ta r con más intenso fulgor la lum inosa figura del político o rador que, en solitario, propor­ cionó a la p a tria la solución honrosa de las dificultades que la ago­ b iaban. No es, por tanto, u n m ero o rnato u hojarasca retórica la fi­ gura, tal como aparece utilizada en el fragm ento que examinamos. Precisam ente esto coincide con la im presión que en su conjunto produce el texto de ser fruto de u n a o portuna y bien m edida com bi­ nación de n atu ralid ad , por u n lado, y sabia elaboración, por otro. Veam os algunas m uestras justificantes de esta apreciación: N ad a más com enzar la narración, aparecen dos palabras, (ΰίς... ώς) form alm ente idénticas, ,pero funcionalm ente distintas, pues la prim era es preposición y la segunda conjunción. Ello contribuye sin du d a alguna a proporcionar la sensación de sencillez y espontaneidad del relato. El mismo efecto producen la frecuencia de la conjunción καί, que sugiere la sim plicidad del estilo unitivo, la repetición del sin­ tagm a και μετά ταΰτα, el estilo directo en la expresión del contenido de la noticia (que no se somete al optativo oblicuo) y en la pregunta del heraldo (τίς άγορεύειν βούλεται) ; así como el uso de u n a referencia local (άνω «arriba»), sustituto coloquial de «en la Pnix». Pero, al mismo tiem po, se asom an a l texto, au n q u e de forma m uy m esurada, las habilidades retóricas del o rad o r: ahí está, por ejemplo, esa duplicatio o Verdoppelung en χρηματίσαι και προβουλεϋσαι, empleo contiguo de dos térm inos cuasisinónimos, de significado genérico el prim ero y específico el segundo. O la exacta correspondencia de hom ónim os establecida en disposición quiástica en tre el prim ero y el segundo a p a rta d o (en el prim ero tenem os ήκε y άγγέλλθ)ν, en el se­ gundo προ ση γγελμ έν‘ y ήκοντα). O la repetición expresam ente bus­ cada de ουδείς en los sintagm as παρήει δ'οοδείς y άνίσ τα τ’ ούδείς, separados p o r el intervalo de once sílabas y en los que los verbos son cuasisinónimos en el contexto. O la casi continua anticipación del verbo al sujeto: ήκε δ α γγέλ λ ω ν τις, ήλθεν ή βουλή, ήν ή πόλις, παρήει δ ’οοδείς, e tc... Por últim o, señalam os la epanadiplosis de απάντων y la m etáfora, si bien m itigada por explicación subsiguiente, de «la voz de la p atria», basada en la frase ecuacional «la voz del heraldo es la voz de la patria». E n general, como vemos, hay en el texto q u e com entam os u n a m oderada utilización de los recursos retóricos conscientem ente ad o p ta­ da por p a rte del autor. 273

E n este controlado empleo de los esquem as de la oratoria radica el virtuosism o de Demóstenes. A nuestro orad o r no se le nota el arte y p o r ello su elocuencia es ejem plar, a ju z g a r p o r las directrices acon­ sejadas po r los m anuales de retórica desde antiguo, que insistente y u nánim em ente recom iendan p a ra la n arració n de los hechos la bre­ vedad y la sencillez, la elección de los detalles más significativos, elim inando los superficiales y triviales, y la com binación esm erada de los rasgos seleccionados, realizada de tal form a, que del conjunto resulte u n todo unificado y arm ónico. Bien es verd ad que sólo los grandes escritores logran, m ediante esta difícil labor de selección y com binación, alcanzar altas cotas de perfección. E n la literatu ra griega, según el a u to r del tratad o De sublimitate (De sublim. 10), se d an dos m uestras singulares de ta n ra ra excelencia: ese poem a de Safo que com ienza con el verso «Se me parece aquel varón idéntico a los dioses» y el pasaje de Demóstenes que com entam os. El hecho de que ta n ta finura se acum ule en u n a descripción con­ firm a la im portancia capital de la n arración en la oratoria. Q uinti­ liano (Inst. Or. 4, 2, 20-21) expuso con sum a claridad que la narración en los discursos no sólo sirve p a ra poner al ju ez al corriente de los acontecim ientos, de los hechos, sino tam bién p a ra hacer que com parta los puntos de vista del experto narrador. Este últim o propósito se lo planteó, sin d u d a, Demóstenes más de u n a vez a lo largo del ejercicio de su profesión de abogado, como recurso básico de la oratoria forense. E n los discursos que compuso y pronunció contra sus tutores seleccionó p a ra la n arración del caso los detalles seguros, om itiendo aquellos que sólo d ab a por reales; pero los. detalles escogidos los dispuso de form a capaz de sugerir incluso los hechos no introducidos en la narración. Así, desde las prim eras líneas del Contra Ajobo I (X X V II) va resultando clara la infam e conducta de Afobo, D em ofonte y Terípides. «Demóstenes, mi padre, —dice nuestro o rad o r— dejó al m orir u n a fortuna de casi catorce talentos, a m í de siete años de edad, y a mi h erm ana de cinco» (X X V II, 4). Expone que los pérfidos tutores le ro baron casi toda la herencia excepto la casa, catorce esclavos y treinta m inas. Todo ello en diez años. Y ju stam en te a p a rtir de este p u n to , con extrem ada habilidad el acusador n a rra todas las acciones pasadas en aoristo y todas las situaciones resultantes en perfecto. Y sin dilación, una vez lanzada la acusación, acude el orador al pasado p a ra dem ostrar que su p ad re poseía en verdad u n a hacienda cuyo valor ascendía a los catorce talentos. Y es im presionante, a continuación, la descripción de cómo Afobo, n ad a más m orir el p ad re de Demóstenes, entra a vivir en la casa del o rad o r en ciernes, se apropia de ornam entos y vajillas de oro y recibe dinero obtenido con la venta de esclavos, hasta llegar a com pletar la sum a fijada como dote a la viuda, m adre de nuestro 274

orador, que pasa, en v irtu d del testam ento de su difunto m arido, a ser esposa del desleal autor. Q uince años más tarde, al p ro n u n ciar el discurso En defensa de Formión (X X X V I), de nuevo nos encontram os con el m aestro d e la narración orato ria: sigue siendo parco en la descripción, apegado a la m ism a econom ía de detalles, pero cada rasgo que realza es decisivo para el enjuiciam iento negativo de A polodoro, prom otor del litigio. Lo adm irable de esta pieza, u n a de las m ás exitosas de entre las privadas, es la estupenda n arración del com ienzo; en ella se elude la exposición de los hechos que no interesan al defendido, y, a la vez, se presenta el caso de m anera sucinta y clara p a ra el ju rad o , evitando la acum ulación de detalles, q u e serían numerosísimos a ju zg ar p o r los veinte años transcurridos desde el m om ento al que se rem onta la defensa. G ran diferencia m edia entre la disposición de la narración en este discurso, genuinam ente dem osténico y la del Contra Lácrito (X X X V ), obra espuria del Corpus demosthenicum, debida a una m ente menos lúcida que la de nuestro orador, vanam ente em peñada en describir pu nto por p unto u n a larga y com plicada historia en que se envuelve un pleito de derecho m ercantil. T a n to es así, q u e ya en la A ntigüedad opiniones de varios críticos coincidían en no adm itir este discurso en el núm ero de las obras auténticas de Demóstenes, basándose fun­ dam entalm ente en la falta de rigor que se percibe en la exposición de los hechos. Así, pues, m ediante la práctica de la oratoria forense, nuestro o rador llegó a apreciar en su ju sta m edida el valor de la narración en los discursos. D e u n a m anera general, la n arració n o la evocación de los detalles de un hecho o acontecim iento es u n elem ento indispensable en la oratoria forense; no lo es, en cam bio, en la sim buléutica o deliberativa. Esto es bien fácil de enten d er: es m enester, an te u n ju rad o , explicar la situación por la que ha surgido u n litigio; p o r el contrario, el con­ sejero político da por supuesto que su auditorio conoce perfectam ente los sucesos que generan su intervención, razón p o r la que se entrega de en trad a a p roponer soluciones sin p erd er tiem po en plan tear las notorias causas que las requieren. Así, por ejem plo, en Sobre las sinmorías (X IV ) Demóstenes, ab an d o n an d o toda descripción en detalle que nos explique cabalm ente p o r qué los atenienses se sienten recelosos de la política exterior del G ra n Rey, ab o rd a de inm ediato, nada más com enzar su alocución, el tem a de la necesidad de in iciar preparativos m ilitares. Y en el discurso titulado Sobre la libertad de los rodios (X V ) nuestro orador, en vez de com entar am pliam ente la magnífica opor­ tu n id ad que van a tener los atenienses, ay u d an d o a lib erar a los rodios, de convertirse en cam peones de la lib ertad de los griegos, se lim ita a exponer la idea escuetam ente y pasa a recordar a sus conciudadanos los buenos consejos que les prestó en u n a ocasión anterior. 275

N o obstante, si es innegable que la transición de la oratoria forense a la deliberativa o dem egórica im puso a Dem óstenes ciertas servi­ dum bres, como la ya sugerida de sacrificar el lucim iento de sus dotes en la narración, tam bién es cierto que el m encionado tránsito le pro­ porcionó la ventaja de p articip ar de form a m ás directa y personal en sus alocuciones. Pues los discursos políticos de nuestro orador fueron pensados con vistas a ser pronunciados por él mismo ante sus con­ ciudadanos, como lo p ru eb a el hecho de la enorm e frecuencia de alusiones a sus personales intervenciones. A título de ejemplo, en un pasaje del ya m encionado discurso Por la libertad de los rodios (X V , 6), refiriéndose a otro que anteriorm ente pro n u n ciara, Sobre las sinSobre las sinmorias (X I I I , 9) —sólo que en esta ocaáó n se alude a los morías ( X I I I ) , afirm a : «M e im agino que algunos de vosotros recordáis que, cuando deliberabais sobre las relaciones con el R ey, yo me llegué a la trib u n a y os aconsejé —creo que fui el único o el segundo en hacer uso de la p a la b ra —», etc. Lo mismo es d ado com probar en el discurso Sobre las sinmorias (X I I I , 9) —sólo que en esta ocasión se alude a los Olintíacos) cuando Demóstenes recuerda a sus oyentes que está h a­ blando de u n tem a tra ta d o ya p o r él en u n a ocasión previa: «Ya os hablé acerca de ese asunto anteriorm ente.» Pues bien: cuando Demóstenes p ronuncia el discurso Sobre la corona, en defensa de Ctesifonte (X V III), al que pertenece el texto que com entam os, el o rador se encuentra en el p u n to culm inante de su carrera tras h ab er asim ilado perfectam ente las técnicas de la oratoria forense, en la que hizo sus prim eras arm as, y las de la deliberativa, en las que ha tenido ocasión de ejercitarse largam ente. El De corona dista de los últimos discursos públicos u n trecho de diez años como m ínim o. Y aquí está la clave que nos p erm ite entender el peculiar estilo del discurso y, por ende, del fragm ento que comentamos. El De corona es u n discurso público en el que se entrevera la defensa de u n a causa p rivada, personalísim a : la del derecho del propio orador que lo pronuncia a recibir la corona de oro que se le hab ía asignado como prem io p o r su actuación política. No es, pues, extraño que en el m om ento decisivo d e la alocución, aquel en q u e el defensor de su causa tra ta de hacer ver a los jueces lo acertado de su patriótica política, haya puesto al servicio de este propósito todo el caudal de su larga experiencia o rato ria extraída de la dedicación a los discursos privados y a los públicos. D e los prim eros tom a las depuradas técnicas que en la presentación de los hechos le habían valido tantos éxitos; de los segundos entresaca los procedim ientos con los que h abía logrado transm itir su enardecim iento al auditorio. El resultado de ta n excelente cruce está a la vista: L a evocación sucinta y clara de u n m om ento del pasado, cubierta de u n a pátina ligera de patetism o conm ovedor: T a n sólo él respondió a la angustiosa llam ada de la p a tria en el m om ento trágico vivido por A tenas a raíz 276

de la tom a de E latea por Filipo, cuando ningún otro ateniense, por efecto del pánico, se atrevía a hablar. Por desgracia, el patriotism o de Demóstenes no obtuvo, en los sucesos históricos que sobrevinieron a su actuación tras la tom a de E latea, su ju sta recom pensa. L a autonom ía de las ciudades griegas, y entre ellas la de Atenas, quedó sepultada en Q ueronea en el 338 a .J .C., ocho años antes del discurso De corom. Pero su noble intención le fue reconocida, prim ero con la definitiva concesión de la corona que m alévolam ente le discutía Esquines, y, más tarde, varios años después de su m uerte, ocurrida en el 322 a.J.C ., con u n a inscripción g rab ad a en el pedestal de su estatua de bro n ce que rezaba así : «Si tu fuerza, Dem óstenes, a tu intención igual hubiera sido, N unca el Ares m acedonio a los griegos h ubiera regido.»

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ORATORIA LATINA M. Tulio Cicerón, Pro A . Cluentio 1-8

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Texto Animum adverti, iudices, omnem accusatoris orationem in duas divisam esse partis, quarum altera mihi niti et magno opere confidere videbatur invidia iam inveterata iudici Iuniani, altera tantum modo consuetudinis causa timide et diffidenter attingere rationem venefici criminum, [qua de re lege est haëc quaestio constituta. Itaque mihi certum est hanc eandem distributionem invidiae et criminum sic in de­ fensione servare ut omnes intellegant nihil me nec subterfugere voluisse reticendo nec obscurare dicendo. Sed cum considero quo modo mihi in utraque re sit elaborandum, altera pars et ea quae propria est iudici vestri et legitimae venefici quaestionis per mihi brevis et non magnae in dicendo contentionis fore videtur, altera autem quae procul ab iudicio remota est, quae contionibus seditiose concitatis accommodatior est quam tranquillis moderatisque iudiciis, perspicio quantum in agendo difficultatis et quantum laboris sit habitura. Sed in hac difficultate illa me res tamen, iudices, consolatur quod vos de criminibus sic audire consuestis ut eorum omnium dissolutionem ab oratore quae­ ratis, ut non existimetis plus vos ad salutem reo largiri oportere quam quantum defensor purgandis criminibus consequi et dicendo potuerit. D e invidia autem sic inter nos disceptarç debetis ut non quid dicatur a nobis sed quid oporteat dici consideretis. Agitur enim in criminibus A. Cluenti proprium periculum, in invidia causa communis. Quam ob rem alteram partem causae sic agemus ut vos doceamus, alteram sic ut oremus; in altera diligentia vestra nobis adiungenda est, in altera fides imploranda. Nem o est enim qui invidiae sine vestro ac sine talium virorum subsidio possit resistere. Equidem quod ad me attinet, quo me vertam nescio. Negem fuisse illam inuidiam iudici corrupti? negem esse illam rem agitatam in contionibus, iactatam in iudiciis, commemoratam in senatu ? evellam ex animis hominum tantam opinionem, tam penitus insitam, tam vetustam? N on est nostri ingeni, vestri auxili est, iudices, huius innocentiae sic in hac calamitosa fama quasi in aliqua perniciosissima flamma atque in communi incendio subvenire. Etenim sicut aliis in locis parum firmamenti et parum virium veritas habet, sic in hoc loco falsa invidia imbecilla esse debet. Dominetur in contionibus, iaceat in iudiciis; valeat in opinionibus ac ser­ monibus imperitorum, ab ingeniis prodentium repudietur; vehementis habeat repentinos impetus, spatio interposito et causa cognita con­

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senescat; denique illa definitio iudiciorum aequorum quae nobis a maioribus tradita est retineatur, ut in iudiciis et sine invidia culpa plectatur et sine culpa invidia ponatur. Quam ob rem a vobis, iudices, ante quam de ipsa causa dicere incipio, haec postulo, primum id quod aequissimum est ut ne quid huc praeiudicati adferatis—etenim non modo auctoritatem sed etiam nomen iudicum amittemus, nisi hic ex ipsis causis iudicabimus, si ad causas iudicia iam facta domo defere­ mus; —deinde si quam opinionem iam vestris mentibus comprehendis­ tis, si eam ratio convellet, si oratio labefactabit, si denique veritas extor­ quebit, ne repugnetis eamque animis vestris aut libentibus aut aequis remittatis; tum autem cum ego una quaque de re dicam et diluam, ne ipsi quae contraria sint taciti cogitationi vestrae subiciatis sed ad extremum exspectetis meque meum dicendi ordinem servare patia­ mini; cum peroraro, tum si quid erit praeteritum animo requiratis. Ego me, iudices, ad eam causam accedere quae iam per annos octo continuos ex contraria parte audiatur atque ipsa opinione hominum tacita prope convicta atque damnata sit facile intellego; sed si qui mihi deus vestram ad me audiendum benivolentiam conciliant, efficiam profecto ut intellegatis nihil esse homini tam timendum quam invidiam, nihil innocenti suscepta invidia tam optandum quam aequum iudicium, quod in hoc uno denique falsae infamiae finis aliqui atque exitus reperiatur. Quam ob rem magna me spes tenet, si quae sunt in causa explicare atque omnia dicendo consequi potuero, hunc locum consessumque vestrum, quem illi horribilem A. Cluentio ac formidolosum fore putaverunt, cum tandem eius fortunae miserae multumque iactatae portum ac perfugium futurum. Tametsi permulta sunt quae mihi; ante quam de causa dico, de communibus invidiae periculis dicenda esse videantur, tamen ne diutius oratione mea sus­ pensa exspectatio vestra teneatur adgrediar ad crimen cum illa depre­ catione, iudices, qua mihi saepius utendum esse intellego, sic ut me audiatis, quasi hoc tempore haec causa primum dicatur, sicuti dicitur, non quasi saepe iam dicta et numquam probata sit. Hodierno enim die primum veteris istius criminis diluendi potestas est data, ante hoc tempus error in hac causa atque invidia versata est. Quam ob rem, dum multorum annorum accusationi breviter dilucideque respondeo, quaeso ut me, iudices, sicut facere instituistis, benigne attenteque au­ diatis.

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Traducción Me he dado cuenta, jueces, de que el discurso del acusador en su conjunto se ha dividido en dos partes; de ellas, una me ha parecido que se apoya y confia muy especialmente en la ya vieja opinión hostil contra la sentencia de Junio; la otra se refiere con timidez e inseguridad, exclusivamente por seguir el uso legal, a la acusación de envenena­ miento, por la que se ha constituido legalmente este tribunal. Estoy, por tanto, decidido a conservar en la defensa esta misma división entre opinión hostil y acusación para que todos comprendan que nada he querido eludir con mi silencio ni enmascarar con mis palabras. Pero cuando m e pongo a pensar cómo he de tratar uno y otro asunto, una

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parte, la que compete a vuestra jurisdicción y al tribunal legalmente constituido para casos de envenenamiento, me parece que ha de ser muy breve y poco grandilocuente; la otra, sin embargo, que es total­ mente ajena al proceso y más propia de asambleas soliviantadas me­ diante la subversión que de la serenidad y moderación de los tribunales, veo claramente cuánta dificultad y cuánto esfuerzo va a requerir en la defensa. Pero en medio de tal dificultad me consuela, con todo, jueces, una cosa, que vosotros tenéis por costumbre, al escuchar acusaciones concretas, recabar del abogado la terminante refutación de los cargos y considerar que no estáis obligados a conceder al reo en orden a su absolución más de lo que el defensor haya podido conseguir con la refutación de las incúlpaciones y probar con sus palabras. Sin embargo, cuando se trata de rumores hostiles, debéis decidir entre nosotros de forma que atendáis no a lo que digamos, sino a lo que debiéramos decir. Pues en el caso de las acusaciones contra Cluencio se trata de un peligro particular; en el caso de la calumnia, de un problema colectivo. Por ello, con una parte de la defensa intentaremos aportaros pruebas, con la otra rogaros; en una hemos de ganar vuestro interés, en la otra, implorar vuestra protección. Pues sin vuestro apoyo y el de hombres como vosotros nadie puede resistir a la difamación. Por lo que a mí se refiere, no sé qué partido tomar. ¿Voy yo a negar que fue un hecho la infamia de un tribunal corrompido? ¿Voy a negar que el asunto fue tratado en asambleas, debatido ante los tri­ bunales, mencionado en el senado? ¿Podré yo arrancar del ánimo de la gente una opinión tal, tan profundamente arraigada, tan antigua? No es nuestro talento, jueces, sino vuestro apoyo, el que ha de acudir en ayuda de este inocente, víctima de una reputación tan desdichada, como si se tratara de la llama devoradora de un incendio que a todos nos afecta. En efecto, si en otros lugares la verdad tiene poco fundamentó y poca fuerza, en este lugar debe la falsa opinión ser ineficaz. Triunfe en las asambleas populares, sucumba ante los tribunales; que prevalezca en la opinión y la conversación de los ignorantes, que la rechace el talento de los sabios; que tenga de momento un ímpetu violento, pero, pasado un tiempo y conocidos los hechos, que se extinga; que se mantenga, en suma, la definición de juicio justo que nos han legado los antepasados: que en los juicios se castigue el delito sin ani­ mosidad, y que la calumnia infundada se deje de lado. Por ello, jueces, antes de comenzar la defensa propiamente dicha, os pido en primer lugar algo que es de entera justicia, que no traigáis aquí una idea preconce­ bida —pues perderemos la autoridad y hasta el nombre mismo de jueces si no juzgamos aquí a partir de lo hechos mismos, y si traemos a los procesos juicios ya formados en casa— ; en segundo lugar, si ya os habéis forjado una opinión en vuestra mente, en el caso de que el razonamiento os la arranque, mi discurso la quebrante, o, en una palabra, la verdad la desarraigue, no opongáis resistencia y dejadla marchar de vuestro ánimo, si no con gusto, al menos con ecuanimidad; y cuando yo hable de cada uno de los cargos y los refute, no pongáis objeciones en silencio, esperad hasta el final y permitidme mantener mi orden de exposición; cuando haya terminado de hablar, si he omitido algo, reconsideradlo. Por mi parte soy plenamente consciente, jueces, de que abordo

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una causa de la que se ha oído hablar durante ocho años seguidos solo desde el punto de vista contrario, y que está de hecho juzgada y con­ denada tácitamente por la opinión pública; pero si algún dios me pro­ cura vuestra benevolencia para escucharme, conseguiré, sin duda, que entendáis que nada hay tan temible para el hombre como la di­ famación, y nada tan deseable para el inocente víctima de ella como un juicio imparcial, porque solo en éste se encuentra al fin una salida definitiva a la calum nia injustificada. Por ello, una gran esperanza me sostiene: si acierto a explicar los aspectos que configuran la causa, y a abarcarlos todos con mi discurso, este lugar donde impartís justicia, que nuestros adversarios creyeron que iba a ser espantoso y temible para A. Cluencio, será, al fin, puerto y refugio de su desdichada y zaran­ deada suerte. Aunque parezca que hay muchas cosas que, antes de entrar en materia, debería decir acerca de los peligros que la difamación entraña para la comunidad, con todo, para no mantener por más tiempo en suspenso vuestra atención con mi discurso, entraré en la acusación con la súplica que, en mi opinión, jueces, he de formular bastante a menudo: q u em e escuchéis com osi esta causa fuera defendida por primera vez en este momento, por así decirlo, no como si ya hubiese sido defendida y nunca ganada. Hoy, por primera vez, existe la posibi­ lidad de refutar esa vieja acusación; hasta ahora el error y los prejuicios se han mezclado en esta causa. Por ello, mientras respondo breve y claramente a una acusación de muchos años, os ruego, jueces, que, como tenéis por norma hacer, me prestéis benévola atención.

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Comentario Hem os encontrado algunos problem as conceptuales al in te n tar definir ciertas palabras, básicas p a ra la com prensión del te x to 1. Intentam os aproxim arnos al sentido concreto que tienen en cada caso, pero somos conscientes de que la m ayoría de las veces no es posible. Son especialm ente interesantes : Invidia, térm ino que "aparece doce veces en el exordio, recoge un com plejo de significaciones im posible de a b a rc a r en u na sola p alab ra castellana; se tra ta de u n térm ino de clara significación política que, según Pöschl2, es u n a form a de justicia popular, un concepto que recoge la hostilidad de la opinión pública respecto a un hecho político o social; es u n a fuerza d inám ica que, desde el pun to de vista del sujeto, im plica las ideas de anim osidad, rencor, resentim iento, hostilidad, enem istad, etc., y desde el p u n to de vista del objeto recoge las no­ ciones de odiosidad y difam ación. Psicológicam ente considerado es un sentim iento de base irracional, al q u e se opone ratio en la oposición irracional/racional, y fides y gratia com o sentimientos positivos, dentro del nivel de irracionalidad. Consuetudo alu d e al derecho consuetudinario. No tiene la fuerza de lex, pero, sin in d icar u n a sujeción a la norm ativa legal estricta, adquiere u n valor sim ilar p o r trad ició n 3. Qua de re est haec questio consituta. El trib u n al ( quaestio) que se ocupa del caso de Aulo Cluencio era com petente p a ra casos de prevaricación y de envenenam iento; hay entablado u n deb ate en torno a si Cluencio era objeto de acusación doble o simple, en el que es fundam ental la interpretación de esta frase. Nosotros preferimos no tom ar partido, y por ello m antenem os la am bigüedad en la traducción. 1 En lo que se refiere al texto, hemos seguido en todo m omento la edición de Clark (Oxford, 1905). 2 Invidia nelle orazioni di Cicerone, Atti del 1 Congresso internazionale di Studi Cice­ roniani, R om a, 1961. 3 Cf. C ic., Inv. 11-67, Rhet. Her. II-13-9.

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Iudicium, que aparece once veces en el exordio, designa, según el contexto, el trib u n al, su sentencia, su com petencia y su actuación; solo en u n caso lo traducim os como «juicio», entendido como acto de pensam iento, indicia iam facta domo deferemus, con u n sentido más general.

JU S T IF IC A C IÓ N D EL T E X T O E L E G ID O . D E L IM IT A C IÓ N Pese a que, como fuente de datos desde el p u n to de vista político y de procedim iento jurídico, el Pro Cluentio no es especialm ente destacable, —au n q u e h ay opiniones en co n tra— es evidente que desde el pu n to de vista retórico ha despertado siem pre el m ayor interés. Plinio (Epist. 1-20-4) afirm a que el discurso más largo de Cicerón, es decir, el Pro Cluentio, es tam bién el m ejor; Q u intiliano y el mismo Cicerón lo citan con más frecuencia que ningún otro discurso. N iebuhr lo recom ienda, ju n to con el De corona, p a ra estim ular a los estudiosos que em piezan. Hem os centrado nuestra atención en el exordio por considerar que, dentro del discurso y ju n to con la peroratio, es la parte donde se acum ula m ayor can tid ad de recursos retóricos. Por eso, por su fácil delim itación y por su brevedad, nos ha parecido lo más apropiado p a ra u n com entario de este tipo. Situam os en el parágrafo 8 el final del exordio. Sin em bargo, hasta el 12 no com ienza la narratio propiam ente dicha. Justifica esta decisión el hecho de que consideramos los parágrafos 9 al 11 como una partitio. El problem a de la introducción de la partitio en este punto requiere u n a breve explicación. Según C lassén1, propoútio y partitio tienen u n a larg a historia en el desarrollo retórico, q u e comienza en el m om ento en que los oradores griegos in ten tan precisar la des­ composición del final del exordio, es decir, desde que pretenden in tro ­ ducir los puntos particulares de la explicación, la defensa y la arg u ­ m entación q u e van a venir acto seguido. A tendiendo no sólo a la teoría, sino tam bién a la praxis retórica, parece ser q u e la idea de una enum eración an ticip ad a de las partes del discurso pudo h ab e r dado lu gar a la creación de u n a nueva, en la que se fija el punto de discusión y los datos básicos de la argum entación. Su com etido sería, pues, el de u n a prep aració n previa a ésta, y su lugar estaría, según los teóricos, después de la narratio. Esta novedad plantea problem as variados que se reflejan no solo en las diferentes norm as establecidas p a ra esta parte, sino tam bién en las prescripciones referentes al exordio, entre las que se citan misiones que conciernen directam ente a la partitio, y no con criterios u nánim es; (son explícitas al respecto las diferencias ' Cicero Pro Cluenlio im Licht der Rhetorischen Theorie und Praxis, Rheinische Museum, 108, 1965.

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existentes entre Inv. 1,23 y Rhet. Her. 1,7). N o se puede deslindar claram ente en qué m edida las funciones de la partitio influyen sobre el exordio, o si es el exordio el que hace surgir esta nueva parte. Las funciones de la partitio se rem o n tan al mismo origen que las del exordio, y, al parecer, la πρόθεσις p a rtic u la r que ab re la partitio (propositio), pudo considerarse como un a transición de exordio a narratio y separarse de ella adquiriendo autonom ía. A p a rtir de esta separación, la partitio se va am pliando, y adem ás de fijar en ella in quo consistat controversia, se introduce la enum eración de algunos datos de la argum entación. Las prescripciones antes citadas ejercen un influjo retroactivo en el exordio; éste ha de tener en cuenta los cometidos encom endados a dicha partitio, que, como en este caso, puede com pletarlo. Así es como entendem os, con C lassen1, esta p arte del discurso, de la que Cicerón se sirve p a ra cen trar la atención en el iudicium Iunianum, fijando claram ente la cuestión que él pretende discutir. IN T R O D U C C IÓ N A LA C A U SA C O N T R A C L U E N C IO R esulta m uy difícil resum ir la com pleja am algam a de situaciones y personajes que se d a n cita en el Pro C luentio. Este discurso fue pronunciado p o r Cicerón en el año de su p re tu ra (66 a.J.C .), año en que presidía la quaestio de repetundis. El trib u n al ante el que es acusado Cluencio recibía el nom bre de quaestio de veneficis. C ada quaestio, según el ordenam iento de Sila, posteriorm ente com pletado, tenía com peten­ cia sobre u n a clase de crimina, y estaba configurada p or una ley es­ pecífica. En este caso se tra ta b a de la lex Cornelia de sicariis et veneficis (81 a.J.C .), que castigaba el hom icidio por envenenam iento. L a com ­ posición de los tribunales se había visto m odificada en el año 70 a.J.C . por la Lex Aurelia, que establecía u n a composición triple de los tri­ bunales, con senatores, equites y tribuni aerarii. Este d ato seria irrele­ vante respecto al caso que nos ocupa si no fuese porque, como ve­ remos, éste tiene sus antecedentes en procesos que tuvieron lugar ocho años antes, y que al parecer influyeron decisivamente en la controversia que entonces estaba teniendo lu g ar acerca de la prom ul­ gación, aú n no llevada a efecto, de esta ley. El acusado era Aulo Cluencio H áb ito , nacido en L arino el año 103 a.J.C . E ra hijo de Sassia y de A. Cluencio H ábito, su prim er m arido. El acusador era O ppiánico el Jo v en , hijo de O ppiánico, tercer m arido de Sassia, y p o r tanto, herm anastro de C luencio; no obstante, éste era sólo un instrum ento en m anos de Sassia, la auténtica instigadora. El abogado de la acusación, al que Cicerón elogia a me­ nudo en otras ocasiones, era T ito A ttio. P ara entender la argum entación de Cicerón en la defensa de su cliente, se hace necesaria u n a breve síntesis retrospectiva de los hechos 1 Ci’, op. cit.

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que culm inaron en este proceso. L a acción em pieza en el año 88 a.J.C ., cuando m uere el p ad re de Cluencio, dejando a Sassia viuda con dos hijos, C luencia y Cluencio. Poco después C luencia casa con Aurio M elino, m atrim onio que será el origen de las diferencias entre Cluencio y su m adre, p orque ésta, sin ningún tipo de reparo, corteja y seduce a su yerno, obligándole a divorciarse y a contraer nuevas nupcias con ella. Evidentem ente, ésto no podía ser bien visto p o r Cluencio, que, con su actitu d , reprende a la m adre. A lgún tiem po después fue ase­ sinado u n p ariente de A urio M elino, recayendo todas las sospechas en u n tal O ppiánico, del que Cicerón cuenta u n verdadero récord de m atrim onios de conveniencia y crímenes ; asesinó a su prim era esposa, C luencia, tía del acusado, a su herm ano y a la esposa de éste; m ató asimismo a u n joven llam ado Asuvio, siem pre con el propósito de acum ular herencias y acrecentar su patrim onio. Perseguido por el propio A. M elino, O ppiánico huye de L arino y se une a las fuerzas victoriosas de Sila ; gracias a ello puede volver triunfante a su ciudad, e im poner como m agistrado su p ropia ley. E n tre las víctim as de su represalia está el propio A. M elino, segundo esposo de Sassia, quien, nuevam ente viuda, no tiene inconveniente en casarse con el asesino de su m arido, O ppiánico. D e esta m anera se establece u n a unión contra Cluencio de dos personas a las que C icerón describe como auténticos m onstruos de m aldad. El enfrentam iento entre Cluencio y su pad rastro se hace patente a p a rtir de la defensa que hace, urgido por los ciudadanos de L arino, del status de los M a rtiale s1, en contra de los intereses de O ppiánico. Por este m otivo, y siempre según C i­ cerón, Cluencio es víctim a de u n intento fallido de envenam iento por parte de su p ad rastro ; tras descubrir el com plot inicia u n a acción contra O ppiánico, au n q u e de m anera in d irecta: acusa a Escam andro y a Fabricio, que fueron los instrum entos de los q u e se valió aquel. F inalm ente, O ppiánico es acusado por Cluencio de haber atentado contra su vida, y se entabla el famoso iudicium Iunianum del año 74, al que Cicerón hace referencia a m enudo en el discurso que nos ocupa. Fue un proceso largo y torm entoso, en el que, sin d u d a, se produjeron sobornos y prevaricaciones; según la versión de Cicerón, el traído y llevado soborno de los jueces se produjo exclusivam ente por parte de O ppiánico, a pesar de lo cual fue condenado, m uriendo a los pocos años. A p a rtir de este proceso, la opinión popular, ag itad a por el tribuno de la plebe Q uinctio, tom ó partido en contra de Cluencio, que es el objeto de la invidia, contra la que ha de luchar Cicerón al defenderlo en el proceso que nos ocupa, últim a consecuencia de los hechos ex­ puestos. Sabem os con seguridad que Cluencio estaba acusado del intento de envenenam iento de Vibio C apax, Balbució y O ppiánico el Viejo, de lo cual Sassia obtuvo pruebas años más tard e de los hechos. 1 Cf. Boyancé, Introducción a Cíe. Pro Cluentio, París, Ed. Les Belles Lettres, 1953, página 11.

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Desde el p unto de vista jurídico, la singularidad del discurso de Cicerón se basa en la disociación existente entre el motivo de la cons­ titución del tribunal y el m ism o desarrollo del discurso: el principal peligro de perder el caso le venía de la prevención desfavorable surgida en torno a la sospecha de que Cluencio hab ía corrom pido a los jueces del iudicium Iunianum. L a p arte contraria, según Cicerón, fundam entaba ahí sus esperanzas. El problem a más debatido y objeto de m ayor atención es hasta qué p u n to el argum ento de la invidia figuraba en el discurso del acusador ; o, de o tra m anera, ¿existía u n a acusación simple o doble? A quí las opiniones se dividen básicam ente en dos posturas: hay quienes consideran que la acusación era doble, de envenenam iento y de soborno ; otros piensan qu e el argum ento de la invidia es una m ues­ tra del uso abusivo que h acían los abogados rom anos del recurso ex vita anteacta, encam inado a hacer efectivo el prejuicio existente de antem ano, p rep aran d o así la inculpación.

P L A N T E A M IE N T O G E N E R A L D E L E X O R D IO C O N R E S P E C T O AL D IS C U R S O L a estructura del exordio anticipa el posterior desarrollo del dis­ curso; no sólo aparecen en él esbozados los dos tem as que van a ser objeto de atención p rim ordial, sino q u e el tratam iento corresponde exactam ente en extensión y p rofundidad a la im portancia que se va a conceder a cada u n a de ellas en el discurso. H ay desde el principio una división tem ática que ' Cicerón pretende h a b e r tom ado del dis­ curso del acusador: la acusación concreta de envenenam iento, y la invidia, en la que, como hemos dicho, puede verse u n a segunda acusa­ ción de· soborno de jueces, o el us o com o argum ento de la propia invidia para crear un estado de opinión desfavorable a Cluencio. Pese a que en principio presenta am bos temas de form a paralela, concediéndole p areja im portancia, rápid am en te se centra en el asunto de la invidia, dejando com pletam ente a u n ladó la acusación de enve­ nenam iento, en la que al parecer se h alla la res contraria. D e los ocho parágrafos q u e ocupa el exordio, sólo en tres, y de form a com partida, se cita la acusación de envenenam iento. P arale­ lam ente, esta m ism a distribución se m antiene a lo largo del discurso: m ientras se dedican 151 parágrafos al tem a de la invidia, sólo en 30 de ellos se tra ta el asunto del envenenam iento. D e igual m anera, una a ten ta lectura de la peroratio nos hace llegar a la conclusión de que eri ella se m antiene tam bién la m isma pro p o r­ ción, aludiendo repetidam ente al leit m otiv del discurso, la invidia, reiterando los conceptos básicos del exordio, é incluso valiéndose de los mismos procedim ientos formales. N o entram os en detalles porque ello supondría desviarnos de nuestro propósito de com entar el exordio. 289

E S T R U C T U R A T E M Á T IC A . C O N T E N ID O D EL E X O R D IO Pueden distinguirse en el exordio diversas partes m arcadas por la diferenciación tem ática y por los recursos formales: Parágrafos 1-3: Presentación del caso y referencia directa a las dos partes sobre las que va a argum entar. —T o m a como punto de p artid a el discurso de su adversario, para alu d ir a los dos tem as centrales, la invidia y los venefici crimina. M an i­ fiesta explícitam ente su intención de m an ten er el esquem a pretex­ tando un a búsqueda de m ayor claridad (1). —P rep ara el terreno p a ra la form a en que va a centrarse en el asunto de la invidia, exagerando su dificultad en el tratam iento frente a la sim plicidad del otro tem a (2). —C ierra esta p a rte con u n a oposición entre los dos problem as; el un o (la acusación de envenenam iento), depende de él, y la labor de los jueces es esperar sin más la refutación de los cargos; el otro necesita el apoyo de los jueces, reflejado en u n a im parcialidad que trascienda las p alabras del propio abogado. Parágrafos 4-6: A p a rtir de aquí el exordio tiene como exclusivo objeto de interés la invidia. D esarrolla el tem a de la responsabilidad de los jueces en u n a causa como ésta, en la que la difam ación perjudica notablem ente la tesis del defensor. C oncluye con u n a petición doble q ue se deriva de su razonam iento: elim inación del prejuicio, y dis­ posición de im parcialidad p ara escuchar la defensa. Parágrafo 7 : P lanteam iento de la dificultad de la causa desde el p u n to de vista del defensor. L a conclusión es que si el abogado defensor es hábil, y cuenta con la im parcialidad de los jueces, la sentencia le será favorable. Parágrafo 8: Súplica final a los jueces, en la que pide benevolencia y atención, después de condensar brevem ente su planteam iento de la causa.

A N Á L ISIS R E T Ó R IC O (RES-V ERBA ) El discurso com ienza con el sistema propuesto por el mismo C i­ cerón en Inv., 1,25: Sin orado adversariorum fidem videbitur auditoribus fecisse... oportet aut de eo, quod adversarii firmissimum sibi putarint et maxime ei, qui audient, probarint, primum te dicturum polliceri, aut ab adversarii dicto exordiri et ab eo potissimum, quod ille nuperrime dixerit... (...pero si el discurso dei adversario parece h ab er captado la confianza del auditorio, es preciso p rom eter que se va a h ab lar, o bien de aquello que el adversario h a considerado su más firme p unto de apoyo, y que los que oyen h an aprobado, o bien com enzar a p a rtir .de las palabras del adversario, y especialm ente de las q u e ha dicho en últim o lugar...). A l no arred rarse ante los aparen tem en te tajantes argum entos del 290

adversario, y p a rtir de ellos, usando incluso la m ism a distributio d u a ­ lista, logra que el ju ra d o d ude de la firm eza de los argum entos del ac u sad o r1. Al mismo tiem po, con la citad a distributio, inicia Cicerón la tarea del dociles parare, anun cian d o desde el principio de quibus dicturus sit. C on ello consigue adem ás u n a captatio benivolentiae ab nostra persona nad a más em pezar el discurso, puesto que, p ara evitar toda sospecha de arrogancia, presenta su intervención como directam ente derivada de las palabras del acusador, como si estuviese im provi­ sando; esto se denom ina retóricam ente extemporalis oratio2. L a división dualista de que hemos hecho m ención se inclina desde un prim er m om ento en una de las dos direcciones, en ló que a im p o r­ tancia se refiere. Q uedó ya esbozada, al m encionar la estructura te­ m ática, esta intención. Corroborem os ahora, m ediante el estudio de los recursos formales, cómo del ap aren te paralelism o de la distributio la atención de Cicerón va a desplazarse, paso a paso y de form a velada, hacia una vertiente, el tem a de la invidia. El prim er planteam iento de las dos cuestiones d a la sensación d e un absoluto paralelism o, m ediante la presentación distributiva altera... altera ; sin em bargo, el contenido léxico m arca ya u n a diferencia, apoyada tam bién por una variación sintáctica: dos infinitivos (niti y confidere) y u n adverbio (magnopere) se oponen a un infinitivo (attin­ gere) y dos adverbios (timide y diffidenter) ; está claro que desde am bos puntos de vista, sintáctico y léxico, se hace m ayor hincapié en el tem a de la invidia frente a crimina venefici. H asta este m om ento no h a expuesto de u n a m anera abierta la m ayor im portancia de u n a de las p artes; así, con itaque y la oposición equivalente de invidia y crimina que aparece en la frase, Cicerón pone el énfasis en hacer entender que ninguna de las dos va a ser soslayada (nec subterfugere reticendo nec obscurare· dicendo). Sería una especie de praeteritio inversa. El sed que abre hace la p rim era objeción a la equivalencia de am bos temas, dando con ello lugar a u n a reinterpretación del caso. Vuelve a m antener el paralelism o de am bas partes, aunque invirtiendo el orden de exposición (antes invidia y crimen, ah o ra crimen e invidia), m arcando de form a clara la diferencia de entidad de las dos cuestiones y, como consecuencia, el distinto tratam ien to que requieren. El autem que sigue a altera en el segundo caso es el prim er indicio de ello. Esta diferencia se hace p aten te en el texto m ediante algunas oposi­ ciones qúe hay que m arcar necesariam ente: de u n lado se trata de pars... propria iudicii vestri; del otro, de pars procul ab indicio remota; la u n a requiere un tratam iento brevis et non magnae in dicendo contentionis, la otra da a entender quantum in agendo difficultatis et quantum laboris sit habitura. L a p arte correspondiente al tratam ien to de la invidia es ya ' Cf. Inv., 1, 25. ‘ 2 Q uint., Inst. Or. 4, 1, 54-57.

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más larg a en este párrafo y, ju n to a la m encionada dificultad que ella en trañ a, Cicerón hace en trar en ju e g o u n nuevo balance de oposición que sirve de preludio a la base argum entativa de la segunda parte del exordio : de u n lado se halla la opinión pública, de fundam entos poco fiables y de inclinaciones poco acordes con la veritas ; del otro, la m ode­ ración y serenidad de los tribunales, en los que, se puede encontrar el verdadero asiento de la justicia: el tem a de la invidia es, en conse­ cuencia, contionibus seditiose concitatis accomodatior... quam tranquillis moderatisque iudiciis. , Esta inclinación a d ar p reponderancia al problem a de la invidia la justifica C icerón haciendo ver que el asunto de la acusación de enve­ nenam iento depende tan solo de la relación en tre abogado y tribunal (legitimae... quaestionis), con cuya im parcialidad se cuenta en principio, y no requiere p o r ello gran extensión. Es el otro tem a el que plantea verdaderos problem as, porque está sujeto a la arb itraried ad de la opinión pública: se refleja esto en el contraste entre calificaciones peyorativas como contio seditiose concitata y otras de carácter positivo como tranquillum moderatumque iudicium. E l segundo sed neutraliza el anterior, pero sólo en p arte. Si bien resuelve teóricam ente las dificultades que lo expuesto plantea, de otro lado, el nivel de análisis ha quedado en distinto plano del que se h allab a : no se tra ta rá después de la d u alid ad de temas, sino de la doble problem ática del tem a de la invidia (jueces frente a opinión po­ pu lar). In icia el tratam ien to con u n a captatio benevolentiae ab nostra persona : in ten ta a tra e r hacia sí la com pasión y benevolencia del tribunal mos­ tra n d o la dificultad en que se h alla: in hac difficultate... consolatus. C on­ tin ú a la d u alid ad tem ática en este parágrafo. C icerón prep ara el terreno p a ra decantarse definitivam ente p o r el aspecto de la causa que realm ente le conviene tra ta r. Sigue la construcción paralela: en este caso la p a rte correspondiente a crimina está m ás desarrollada, pero con el objetivo concreto de in iciar desde aquí un trasvase de responsabilidad hacia el ju ra d o , en lo referente a la invidia, que con­ cluirá en el parágrafo 4. H ace constar q u e los delitos es costum bre dejarlos en m anos del abogado, de quien depende la refutación. P or el contrario, cuando hay por m edio u n a difam ación, no basta con la habilidad del defensor, y es preciso que los jueces, independien­ tem ente de lo q u e en el juicio se diga, cuenten con este factor. La m ayor extensión q u e en el párrafo dedica al problem a de los crimina está, pues, encam inada a q uitarle valor en lo q u é 'h a de seguir. De todos modos hay que dejar patentes ciertos contrastes que avalan esta idea : frente a u n consuestis audire que corresponde al tratam iento de los crimina, hay u n debetis disceptare de m ayor fuerza; frente a u n a dissolutio ab oratore, p ropia de los crimina, en la invidia lo que im p o rta es non quid dicetur a nobis sed quid oporteat dici. Por tanto, la función de los jueces en esta causa es fundam ental, y en ello va a insistir C icerón continua292

m ente a lo largo del exordio, dirigiéndose a m enudo a ellos (empleo frecuente del vocativo) ; no se dirigirá, por el contrario, en ningún m om ento al público, puesto que es el sujeto de la opinión hostil, soporte a su vez de la argum entación del acusador. El argum ento basado en la d u alid ad progresa en u n a nueva presentación, calificando a am bos tem as con u n a adjetivación definida y recurriendo a la vez a u n nuevo tópico: in criminibus... proprium peri­ culum, in invidia, causa communis; el tópico se confirm a con la cita Inv. 1, 23 p ara la consecución del attentos facere : ea quae dicturi erimus... ad omnes aut ad eos qui audient... aut ad summam rem publicam pertinere («lo que hemos de decir o atañe a todos, o a los que escuchan, o a los más altos intereses de estado»). Con u n conclusivo quam ob rem se cierra esta fase recogiendo la alternancia altera... altera, referida esta vez a las partes del discurso, a las que va a tra ta r de form a diferente: en u n a su objetivo es docere (la correspondiente a crimina), en la otra, su objetivo es orare (la corres­ pondiente a invidia) ; en la p rim era ha de ganarse el interés, en la segunda ha de conseguir el apoyo. T erm in a con una sententia'. «Nemo est enim qui invidiae sine vestro...», nuevo elem ento que añade a la cap­ tatio benevolentiae, en este caso ab iudicum persona. Con équidem se pasa, al com ienzo del parágrafo 4, de u n p lan tea­ m iento general a la postura personal del orador ; esto se lleva a cabo por medio de una dubitatio, quo me vertat nescio, que corresponde fiel­ m ente a las indicaciones sobre la insinuatio del Inv. 1, 25: «aut du­ bitatione uti, quid primum dicas aut quid potissimum loco respondeas». M e­ diante este tópico Cicerón se centra ya definitivam ente en el tem a de la invidia. Insiste en la id ea de que, en los casos como éste, en que la invidia es un obstáculo grave, la responsabilidad es totalm ente de los jueces; al orador sólo le corresponde la exposición de los hechos. M uy hábilm ente, introduce tres interrogaciones retóricas encam inadas a esta conclusión; las dos prim eras adm iten, m ediante la permissio, un lugar com ún de la elocutio, la existencia de infamia iudicii corrupti, y la notoridad que ha llegado a tener el asunto, ésto últim o por m edio de u n a gradación: agitatam in contionibus, iactatam in iudiciis, commemo­ ratam in senatu. E n la tercera, el orador se confiesa im potente an te la opinión hostil con que ha de enfrentarse. Así pues, las tres interroga­ ciones retóricas son una especie de prem isas p a ra u n a argum entación cuya conclusión sigue inm ed iatam en te: 1/ el delito de soborno es un hecho; 2/ se ha llegado a conocer en todos los ám bitos; 3/ es casi im posible hacer cam biar la opinión que sobre él se ha form ado. En conclusión, los jueces son los únicos capacitados p a ra clarificar los hechos y hacer justicia con su sentencia. Esta conclusión es la que se plan tea con non est nostri ingeni, vestri auxili est. A l intro ducir de form a explícita por prim era vez la id ea del necesario auxilium p o r p arte de los jueces en la causa que le ocupa, se recoge la idea de subsidium, ya propuesta en la sententia que cerrab a la p rim era parte. El auxilium 293

aparece vinculado a la p rim era m ención de la innocentia de Cluencio, que el defensor, prejuzgando u n a conclusión positiva, pone de relieve contraponiéndola con calamitosa fam a, sinónim o de invidia ; desarrolla a continuación esta idea con u n tópico que incluye el patetism o en la form a (perniciosissima flamma atque in communi incendio), y la idea del interés colectivo del asunto en lo que se refiere al contenido ( commune es u n a nueva referencia a causa communis). C on la m etáfora del fuego aplicada a la invidia, que se repite en los parágrafos 137 y 200 del dis­ curso, se in ten ta m arcar el carácter dinám ico y expansivo del concepto, q ue señalam os al principio. Subvenire, ab u n d a en la idea presentada por subsidium y auxilium. Como corolario de la idea de que los jueces han de ser soporte de la justicia, especialm ente en este caso, se inserta a continuación u n a serie de oraciones en q u e se opone la veritas a la falsa invidia en u n desarrollo antitético, cuya denom inación retórica es contentio, uno de los recursos de la exornatio sententiarum. H ay que hacer n o tar que en este caso, el o rador considera insuficiente la idea de invidia, frente a la de ventas, y la refuerza con u n adjetivo, situando de paso la expresión en la línea de la supuesta innocentia del acusado. L a contentio de que hemos hablado se realiza en los niveles verbal y sustantivo: domineturjiaceat ; valeatfrepudietur ; habeat impetus¡consenescat. A nivel sustantivo, contionibus/ iudiciis ; opinionibus-sermonibus/ ingeniis ; imperitorum/prudentium ; repentinos!spatio interposito. L a altern an cia de las dos presuntas acusaciones se sustituye aquí por la du alid ad de intereses políticos im plícita en la oposición de la opinión pública y la de los jueces : contiones-sermones opinionesque imperitorum/iudicia prudentium. T ras la lectura de la totalid ad del discurso se llega a la conclusión de que este tem a supone u n segundo leitm otiv : la invidia dene su asentam iento en las contiones de la plebe, m anipuladas por los tribunos ; la veritas es patrim onio de los tribunales constituidos por ciudadanos respetables. L a im p o rtan cia que Cicerón concede a esta idea q u eda corroborada al leer las p alabras con que cierra el discurso: ut omnes intellegant in contionibus esse invidiae locum, in iudiciis veritati («que todos com prendan que el lugar de la invidia es la asam ­ blea, el de la verdad, los juicios»). H ay que hacer n o tar que opinio, a trib u id a a los imperiti, ad o p ta el carácter peyorativo que ya an u n ­ ciaba la opinio de 4 ( tantam opinionem, tam...). Se cierra la argum enta­ ción con el tópico del mos maiorum, es decir, la apelación a la autoridad del pasado, expuesta aquí en form a de definitio, construida negativa­ m ente : sine invidia culpa plectatur, et sine culpa invidia ponatur, que supone una justificación del carácter ilegal de la invidia; nótese que en este caso invidia tiene u n valor genérico y es la co n trap artid a de indicium aequum. T erm in a esta p arte con un nuevo quam ob rem que introduce dos peticiones d irectam ente derivadas de lo expuesto, encabezadas por primum y deinde. L a invidia, que ya ha quedado ad jetivada como falsa, y que anteriorm ente tam bién fue u n id a a conceptos como çontio y 294

opinio imperitorum, y que en la m áxim a era contrapuesta al iudicium aequum avalado por el mos maiorum, gracias a u n a am pliación sem ántica se identifica con praeindicati. E n la p rim era de las peticiones, Cicerón pone de relieve la in com patibilidad del praeiudicium con la auctoritas y nomen iudicum; en la segunda, la co n trap artid a de praeiudicium es ratio y veritas. En este p árrafo se puede ap reciar el doble oficio de Cicerón : p o r u n a parte, ju ez en la quaestio de repetundis, de ahí la prim era persona del p lural, amittemus, y la petición de im p arcialidad; por otra, su papel de defensor, que le ha hecho prejuzgar la inocencia de C luen­ cio, como hemos dicho más arrib a. Con la sucesión de condicionales, en las que encontram os una gradación (convellere, labefactare, extorquere), con la insistencia en la idea de justicia (aequissimum, aequis) , y el claro intento de diferir la form ación de u n juicio p o r p a rte de los jueces, y de supeditarlo a su intervención (cum perorara, futuro), consigue Cicerón u n efecto im por­ tan te en orden a cap tar la atención de los jueces (attentos parare). Sin p artícula in tro d u cto ria y con referencia enfatizada a la p ri­ m era persona (ego me) vuelve Cicerón a a b o rd a r el tem a de la invidia, haciéndose reiterativo en la constatación de las dificultades, resaltadas por medio de un léxico recurrente que se repite a lo largo del p a rá ­ grafo 6; así, opinio, que ha ad o p tad o u n a carga equivalente a la de invidia, como ya citamos en los parágrafos 4 y 5, se ha vuelto a repetir en el parágrafo 6 con el mismo sentido ; ah o ra, en el 7, se presenta unido a tacita, participio adjetivado que nos rem onta al taciti del parágrafo 6; en aquel caso Cicerón aconseja a los jueces que no pongan objeciones en silencio (contraria... taciti) ; en éste, es la opinio tacita la, única que ha llevado la voz cantante, y que se halla en el bando contrario ( ex contraria parte audiatur). Así C icerón insiste en qu e si los jueces continúan con los prejuicios, se hallan en el mismo plano que la falsa opinión pública. V uelve con sed a hacer explícita la petición de atención y benevo­ lencia (ad me audiendum benivolentiam), p a ra expresar que sólo con ellas es posible la solución justa. Esta exposición tom a la form a de una m áxi­ m a de valor universal, que a b arca tres líneas, y que m arca de nuevo, identificando falsa infamia con invidia, la contraposición de am bos térm inos a innocentia. El eje central de la m áxim a está situado en la p areja de térm inos opuestos invidia/aequum iudicium, coordenada que se repetía en la m áxim a del parágrafo 5. D e nuevo quam ob rem sirve de conclusión a esta parte, y, como resultado del cum plim iento de la m áxim a p o r los jueces, surge en el defensor la posibilidad de g an ar la causa (magna spes). L a conclusión de esta parte, m ucho más breve, tra ta de rep etir la doble petición que hizo en el parágrafo 6: Cicerón debe ser escuchado para obtener la salvación del inocente Cluencio. Es el m ismo esquema que encon­ tram os en el parágrafo 6, suprim iendo la argum entación entonces usada. 295

Intro d u ce el símil del hom bre zarandeado, al igual que las naves, y que encuentra la seguridad del p uerto —en este caso, en un tribunal que supuestam ente había de ser p a ra él funesto. El parágrafo 8 constituye la conclusión del exordio. Comienza con u n a concesiva e introduce ráp id am en te u n nuevo motivo, la brevitas: tamen ne diutius oratione mea suspensa expectatio vestra teneatur; dum multorum annorum accusationi breviter dilucideque respondeo. EI nucleo de este parágrafo, y en realidad de todo el exordio, lo constituye la transposición de valores que se opera en la identificación de invidia y crimen. H asta este instante había dos vertientes en la acusación, crimen e invidia, siem pre contrapuestos. El in ten to ciceroniano de cen­ tra r la atención en la invidia llega a su culm en en esta translatio : ahora la invidia es u n crimen, y pasa p o r tanto al plano factual de la acusación. En este sentido hay que n o tar que la p a la b ra periculum, referida antes a crimen, se atrib u y e ahora a invidia, aco m p añ ad a por el calificativo communis. Esta condensación de los dos objetivos del exordio, plantea­ m iento del tem a y petición de benévola atención, en tan pocas líneas, es otra figura retórica, que recibe el nom bre de frequentatio. E n el mismo plano puede destacarse la commoratio que supone la insistencia en la petición de atención. El planteam iento de contraponer el tiem po pasado al tiem po presente, ante hoc tempus, hodiernus dies, es paralelo a la contraposición entre error e invidia p o r u n lado, y potestas diluendi criminis po r otro, dejando constancia de que crimen ha adoptado un nuevo valor. El reiterativo quam ob rem cierra de nuevo, ah o ra de form a definitiva, la p a rte que tratam os. L a últim a petición (quaeso ut) no hace sino a b u n d a r en la idea de las repetidas súplicas al trib u n al; recordemos orare; postulare; implorare. Con cuatro adverbios en la línea de los lugares com unes m ás frecuentes en retórica, brevedad y clarid ad en la exposi­ ción por p a rte del defensor, atención y apoyo p o r p a rte de los jueces (breviter dilucidequeIbenigne attenteque), term ina el exordio clarificando los com etidos de orad o r y auditorio. Las funciones de la tem poralidad verbal no son excesivamente relevantes; en ningún caso, salvo al final del parágrafo 6, (futuros encam inados a m an ten er la aten ció n ), se encom ienda a los tiempos una tarea de im p o rtan cia retórica; se lim itan a estar al servicio de la es­ tru c tu ra n a rra tiv a que m encionam os al principio: se hacen referen­ cias al pasado al com ienzo de la 1,a y 2.a unidades tem áticas ; del mismo m odo, los parágrafos 6, 7 y 8 term inan con referencias al futuro en orden a p re p a ra r el desarrollo del discurso.

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Conclusión No es preciso insistir en q u e se tra ta de u n discurso perteneciente al genus iudiciale. E n prim er lugar, parece que se acom oda desde el principio, y dentro de los genera causarum, a u n genus obscurum, tal como lo define Cicerón: in quo aut tardi auditores sunt aut difficilioribus ad cognoscendum negotiis causa est implicata (Inv. 1,20). Ib. 1,21, hace constar que el genus obscurum tiene q u e u tilizar como exordio el prin­ cipium, y encam inarlo a dociles auditores efficere : in obscuro causae genere per principium dociles auditores efficere oportebit. Sin em bargo, tan sólo em ­ plea explícitam ente docere p a ra lo que se refiere a la acusación de enve­ nenam iento, m ientras que en el problem a de la invidia, m ucho más am pliam ente tratad o , utiliza al final benigne attenteque, como corres­ pondería respectivam ente a los genera admirabile y humile, según Inv. 1,21 ; en este pun to es en el q u e se p la n te a la problem ática, y donde resulta evidente que a la duplicidad de tem as pod rá corresponder un doble tipo de exordio. El exordio en conjunto puede considerarse como una insinuatio que p retende m ediante el rodeo (quadam dissimulatione et circumitione, Inv. 1,20), llevar la causa hacia el tem a de la invidia. T a n sólo d entro de los tres prim eros parágrafos y en la p arte corres­ pondiente a la acusación de envenenam iento podría verse, m irada aisladamente* u n principium acom odado al genus obscurum; pero éste es quizá otro ardid de Cicerón p a ra que la insinuatio sea menos palpable. Por otra p arte, la delim itación del dociles facere unido al principium, y del benivolum facere como exclusivo de la insinuatio no está totalm ente clara en la teoría retórica ; en Ad Herennium, p o r ejemplo, principium e insinuatio son dos formas diferentes de a b o rd a r una causa con los mismos objetivos, pero con la elección m arcad a por la dificultad que entrañe. Es tam bién el mismo Cicerón el que en De oratore, 2, 310 afirm a que la lab o r de docere h a de ser siem pre la explícita, pero las otras dos deben acom pañarla. A hora bien, teniendo en cuenta el tem a de la invidia, el exordio se acom oda perfectam ente al genus admirabile tal como lo define Inv. 1,20: a quo est alienatus animus eorum qui audituri sunt. Este tipo de genus 297

justifica plenam ente el uso de la insinuatio: sin erunt vehementer abalienati, confugere necesse erit ad insinuationem (Inv. 1,21). Esta opinion se ve confirm ada por el com entario que Rufiniano hace sobr.e el Pro Cluentio, al que considera m odelo de una form a de conducir la insinuatio, la άποπλάνησις, m étodo que consiste en a p a rta r progresivam ente al problem a central de la m ente de los jueces, cuando p lan tea dificultades. Así, en este caso, la res contraria, como hemos dicho más arrib a, se hallaría en el tem a del envenenam iento. Concluim os, pues, que se tra ta de una clara insinuatio, visible de form a evidente en la ya com entada transposición de valor semántico entre invidia y crimen. El posible genus obscurum al que correspondería el delito de envenenam iento se transform a en u n genus admirabile, puesto que el aspecto en que centra su atención el defensor no es p re ­ cisam ente aquel en el que se apoyaba la acusación.

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