Carlos García Gual - Historia, novela y tragedia

January 18, 2018 | Author: quandoegoteascipiam | Category: Novels, Historiography, Herodotus, Thucydides, Ancient Literature
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Descripción: Si en su «Introducción a la mitología griega, CARLOS GARCÍA CUAL toma como objetivo facilitar la aproximaci...

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i en %u «Introducción a la mitología grie­ ga· CH 4102), CARLOS GARCÍA CUAL k m u oomo objetivo tacilitar h aproximación a los antiguos rela­ to* que Li integran y ofrecer jlgurns reflexione» pre vUa a ui lectura o rcleitura, HISTORIA, NOVELA Y TRAGEDIA invita a releer y repensar tic forma uige* renle y original algunos texto» c Liaico· y otro· que acaso no hayan akan/ado o ía categoría pero que merecen atención por m i * eco· en la literatura posierio#. El desarrollo de la narrativa hutórtca griega (con un interesante capitulo dedicado a Jenofonte I, d dd género novelesco -y notoriamente el ungular papel desempeñado en ambo* por la figura de Alejandro Magno-, y por último uno* uigcrentes capitulo* dedicado· al h*roe trágico y a Euripidei y m is ultiman tragedias son los tres grandes núcleo* en torno a los cuales gira el volumen.

El libro de bolsillo 1 Her a t u r a

Carlos García Gual

Historia, novela y tragedia

El libro de bolsillo Ensayo Alianza Editorial

Literatura

Diseño de cubierta: Alianza Editorial Ilustración: P clikéática de figuras rojas. Berlín, Staatliche Musern n i Berlin. Antikenmuseun

O Carlos García Ciual, 2006 ffi Alianza Editorial, S. A., Madrid, 2006 Juan Ignacio Luca de Tena, 15; 28027 Madrid 'telefono 9 1 3938888 wmv.alianzaeditorial.es ISBN: 84-206-6008-6 Depósito legal: M. 49.779-2005 l:otocomposición e impresión: Fernández Ciudad, S, L. Coto de Doñana, 10.28320 Pinto (Madrid) Printed in Spain

Prólogo

Los antiguos griegos no sólo inventaron todos los géneros de nuestra tradición literaria, sino que al crear sus prime­ ros modelos orientaron de manera decisiva el curso de esa tradición. Está muy claro que la producción de esas obras pioneras, situadas en los albores de la literatura por su cro­ nología y también por su propia calidad narrativa, com ­ puestas unas en verso y otras en prosa, precedió a todas las preceptivas literarias. Cuando, unos siglos más tarde, Aristóteles en su Poética analizó los géneros más clásicos de esa tradición (es decir, fundamentalmente la épica ar­ caica y la tragedia clásica), lo hizo analizando los textos ya paradigmáticos, como eran los poemas homéricos y las tragedias de Sófocles. A partir de los textos ejemplares ya existentes se forjó la teoría. En cambio, el Estagirita se ocu­ pó poco (por lo que sabemos por sus obras conservadas) de otros géneros escritos en prosa, como las obras filosófi­ cas y las históricas, y tampoco pudo tratar, claro está, de un género que tardaría en aparecer cerca de tres siglos des­ pués de su muerte: la novela, ese relato largo de ficción sin mitos cuyo tema era el amor y las aventuras de los jóvenes amantes. 7

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mana se parece al del último de los grandes tragediógratbs, contemporáneo suyo. Como señala Strassburger, entre todas las elecciones de Tucídides, la más im portante es la que lia tenido mayores consecuencias para todos los tiempos futuros: la elección de un argum ento de guerra com o tema ejemplar, y también com o el más importante asunto de historia hasta sus tiempos. I .a mol ivación de tal elección ofrecida por el historiador al com ienzo de su obra, es decir, que tal guerra ha sido la mayor kinesis jam ás habida, ei más grande movimiento o convulsión, no puede ser considerada en m odo alguno un simple artificio retórico; ¿se es el punto clave de la comprensión histórica de Tucídides, y queda dem ostrado por la coherencia con la que ha mantenido, en toda su obra, la negación, cond i­ cionada por aquella motivación, de la historia de la cultura, y de la preeminencia otorgada al registro de todos los m om entos d i­ námicos... (pág. 16). ... Ks pues la extraordinaria cantidad de path ém ata, de sufri­ mientos, lo que ha hecho para él esta guerra axiologótaton tón pro$egeneménón... y esta afirm ación es mucho m asque una en­ fática introducción a una reliquia formal de los orígenes épicos de la historiografía; en el curso de toda la obra, de hecho, es ju s­ tamente sobre los grandes pathém ata donde cae el acento de la descripción: la peste de Atenas, las catástrofes de M itilene, Pla­ tea y Melos, la guerra civil de Corcira, la ruina de la armada ate­ niense en Sicilia. El modo, en verdad, en el que t ucídides descri­ bió estas culminaciones de dolor constituye un problem a por sí del que debemos aún ocuparnos, pero es ante todo importante el haber precisado en todo su significado este incontestable dato.

Como Heródoto, Tucídides está influido por Homero, pero, a diferencia de Heródoto, ha prescindido de todo aquello que no afecta al conflicto bélico -y sus anteceden­ tes próximos.

ΙΛ NARRATIVA HISTORICA GRIEGA

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Tucídides no quiso trasponer la exposición del vivir anónim o propio de la historia tic la civilización, del status de reposo» del campo de las concepciones épicas al de las concepciones historiográficas; con esto quedaba expulsada, para casi toda la histo­ riografía antigua sucesiva, la pretensión de una valoración paritétíca del cuadro cultural, ya fuera en la línea maestra de la historia perpetua, tal decreto, propiamente hablando, no fue re­ vocado hasta Voltaire (pág. 21).

Tucídides es el responsable, cotí su influencia en la tra­ dición helénica y romana, en Polibioyen tantos otros, de que el tema de la historia antigua sea la descripción de las guerras y las agitaciones políticas. Y también de una for­ ma de narrar los hechos y de ilustrarlos por medio de los discursos en que los grandes hombres decían «lo que de­ bieron haber dicho». ΛΙ margen de esas historias hubo, sin em bargo, otros géneros m arginales que recogieron aquello que un Heródoto habría sabido introducir en su texto: las an éc­ dotas significativas, los lógoi etnográficos, los re la ­ tos paranovelescos, ele. Los historiadores helenísticos abundaron en un patetismo que, en su origen, estaba en el enfoque de los pathéniata y desastres de la guerra que Tucídides ya ofrecía, pero con una retórica mucho más afectada. Justamente la sequedad del estilo es lo que da su singular hondura patética a las descripciones de Tu­ cídides, m ientras que el barroquism o exagerado las desvirtúa. Sólo a partir del siglo x v i, con los historiadores de I li­ dias, volverá a ser considerado el método de investiga­ ción de Heródoto, cercano a la antropología y al reportaje de viajes, por razones entonces muy claras. Los nuevos escenarios requerían esa mirada amplia, com o bien ha anotado A. Momigliano (o.c.,p ágs. 148-150).

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ción política helénica» es una lección para ahora y luego» para una y otra vez, esaicf, porque los hechos y las actitu­ des de los hom bres responderán siempre a esos mismos móviles que su relato diagnostica. Kl devenir no se desa­ rrolla según un plan divino -no hay un «designio de Zeus» com o en la U fada-, sino de acuerdo con el azar y la naturaleza humana, kata tb anthrópinon, rasgo constante en lo histórico. Así que el rigor científico de la exposición es garantía para su valer com o advertencia. Kn la escueta narración de Tucídides hay, sin embargo, un tono trági­ co, un pesimismo acerca de la condición humana» aboca­ da al egoísm o, al triunfo del más fuerte, a la decadencia moral bajo el afán de poder. Y hay, al mismo t ienipo» una confianza en la capacidad de la razón para observar las causas de ese proceso, para alcanzar la certeza, td supláis, aunque esa razón, que de algún modo puede aprender del pasado para enfocar el porvenir, no asegure un pro­ greso humanitario. Conviene señalar además que la historia de Tucídides es crítica en un segundo sentido, como observa H. Treyer (en su H istoria universal d e Europa, trad, esp., Madrid, 1958» págs. 136 y sigs.): l,a historiografía de Tucídides es» en su sentido m ás profundo, el producto y la conciencia de una crisis. Ve la gran guerra que quiere d escribir conform e a la verdad com o el acontecim iento más decisivo de la historia hasta entonces, más grande que las guerras médicas y que las luchas en torno a Troya. I.n ve com o el acontecim iento más im portante de la historia hasta entonces, en el sentido bien preciso de que en ella se realiza la crisis por excelencia de la historia griega, la crisis del espíritu helénico... Investigación histórica según las fuentes, según los principios que se formulan al ser practicada por primera vez en et mundo, y a la vez con plena conciencia com o forma de leyes autónomas en la percepción de la verdad. Pero tras el programa y la volun-

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tad metódica está la consideración profunda de que hechos sis­ tem áticam ente investigados, justam ente cuando se com prue­ ban con rigor, desvelan un sentido conm ovedor que ya no sólo se puede com prender realmente, sino que nos encuentra, dom i­ na y arrastra hacia sí. I )e la investigación racional de la verdad, eon la quo com ienza el discípulo de los sofistas, surge la tarea tío conform aren palabras una realidad avasalladora. L)e la pulcra información y soca exposición resulta un poema de destino en prosa clara y tensa. No sólo Atenas se viene abajo, sino que toda Grecia cae desde el orden y el poder a la impotencia y |j confu­ sión, y esta caída se presenta -g racias a Tucídides ante los ojos que presencian la época. Ks magnífico que los fundam entos tie la crítica histórica hayan sido establecidos a la vista de esta cri sis. Pero la más alta virtud de tal ciencia es ver la m archa del propit) destino con plena conciencia, mientras aquél se realiza.

lil escueto relato, a primera vista austero y frío, encu­ bre así una tensión dramática singular, una visión trágica de la política y tic la existencia humana som etidas a un impulso que excede el poder racional del individuo y lo sumerge en un destino colectivo azaroso e improvidente. lis evidentemente el genio personal del historiador lo que confiere a su relato su trágica grandeza. lil mismo método se revela limitado en cuanto es adoptado por quienes carecen de su agudeza intelectual, com o es el caso con los cont inuadores de su tiempo, con Jenofonte y con Teopom po, que en sus H elénicas trataron de prose­ guir la despiadada crónica sobre la conflictiva sil nación de los listados griegos en el siglo iv. Prente a I lerótloto, Tucídides había limitado el enfoque del historiador a los sucesos políticos, a los encuentros bélicos y las catástro­ fes que las guerras y las revoluciones traen consigo. Otros aspectos de la historia en su sentido más amplio, que He­ ródoto había observado con sagaz curiosidad - los m o­ numentos, las costum bres, las leyendas, todo aquello que

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hoy procura un material curioso al antropólogo o al his­ toriador de la so cied a d -, quedaban de lado. La historia política estrictam ente era el objetivo que Tucídides se ha­ bía fijado, y a través de la actuación política era com o veía el desarrollo de la sociedad histórica. Las Helénicas de Jenofonte se presentan com o una continuación de la narración tucidídea. El relato escueto de los hechos alterna con los discursos que el autor recrea para ilustrar las intenciones de los personajes de la épo­ ca. También aquí hay una cronología precisa y la aten­ ción se centra en las peripecias de las guerras y los con ­ flictos sin recu rrir a una finalidad trascendente. La ausencia de genio del historiador hace más notoria la es­ trechez del enfoque adoptado, al que le falla ese sentido de fatalidad y destino que tiene el relato de Tucídides, y la marcha del relato parece seca y episódica. Se ha dicho que Jenofonte es m ejor reportero que historiador, que cuenta bien lo que él personalmente ha visto, pero es ne­ gligente con lo que recibe de otros, lo cual es evidente para quien haya leído su Anabasis. (Cf. J. K. Anderson, Xenophon, Londres, 1974, pág. 84.) Pero es también no­ torio en sus Helénicas. Jenofonte es un cuidadoso narrador que logra su m á­ xim o patetism o en la presentación de escenas suchas, com o p. e. la que evoca la llegada de la P áralos a Atenas con la noticia de la derrota de Egospótainos (Hei. II, 2, 3-4) o la de la llegada de los diez mil al altozano de donde avistan, de regreso, el m ar (An. V il), o en la descripción de algunas figuras con trazos sobrios (sobre todo en la Andbasis). No ignora las tácticas militares y no abusa de la retórica, pero carece de esa prolunda inquisición psi­ cológica que hace tie Tucídides un maestro de la agudeza crítica.

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Es muy significativo que Jenofonte haya gozado de m a­ yor fama entre la posteridad com o autor de la Ciropedia y de la Atidbasis que por sus Helénicas. La Andbasis es el re ­ lato de una aventura extraordinaria y las proporciones de la hazaña de los diez mil m ercenarios le confieren un atractivo suficiente. La C iropedia, que al lector actual puede parecerle al pronto un texto un tanto aburrido, fue en la Antigüedad un libro novedoso, cuya influencia lite­ raria durante largos siglos es difícil exagerar. ( ',0 1110 bio­ grafía novelada y pedagógica de un m onarca idealizado era una invención muy sugestiva - a pesar del estilo un tanto gris de su au tor- que gozó de largo público entre los griegos y los rom anos. Fue mucho más leída que su bio­ grafía de Agesilao, la prim era biografía de un personaje histórico que hemos conservado. Ciro, el legendario m o­ narca de Persia, resultaba más atractivo que el rey espar­ tano, más próxim o históricam ente. Ks curioso pensar que un espíritu tan tradicional como Jenofonte haya resultado tan innovador en el terreno de los géneros literarios y que él nos ofrezca la primera bio ­ grafía y la primera biografía novelesca -e n la que interca­ la num erosas anécdotas e incluso alguna historieta ro ­ mántica, com o la de Abrádatasy Pantea- que se desvía de lo histórico para acercarse a lo fabuloso y al narrar va­ riopinto de costum bres y tipos que encontrábam os en Heródoto. De los historiadores del siglo iv a. C. sólo hem os con­ servado las obras de Jenofonte. Los demás subsisten como nombres que, en el m ejor de los casos, están vincu­ lados a breves fragm entos. De los más conocidos por sus influencias en otros historiadores posteriores- com o Teopompo y Rforo sabemos que fueron discípulos de Iso­ crates, y estuvieron influidos por su afán m oralizante y

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retórico. Hn Teopompo, que escribió unas H elénicas y unas Filípicas, en casi sesenta libros, subrayaba Dionisio de H alicarnaso su fuerte tendencia a personalizar los su­ cosos, porque con especial agudeza trataba de «describir las vidas de los reyes y las peculiaridades de sus costum ­ bres)). Su ironía y su m ordacidad le hicieron famoso, ya que satirizaba a los personajes de su historia desde una perspectiva moralizadora cercana a las posiciones del ci­ nismo. V.n un brillante artícu lo, «Teopompo o el cínico com o historiador», ha destacado G. Murray esa curiosa perspectiva atenta a los rasgos anecdóticos y a los tonos chillones que debió de caracterizar la vasta com posición de las Filípicas , donde ya el mismo título indica esa visión personalista de la época com o «los tiem pos de I;iIipo». No fue un biógrafo, sino un historiador, con rasgos satí­ ricos, «un rétor y un m oralista» (K Leo), pero ese énfasis en lo personal, en lo individual y anecdótico acerca a Teopom po a los autores de biografías, de un lado, y de otro a los historiadores helenísticos amantes del dram a­ tismo y los colores fuertes. De Éforo, también discípulo de Isócrates «que necesi­ taba de acicate com o Teopom po necesitaba del freno», sabem os que se planteó su historia com o una «historia universal», aunque de una gris austeridad. Con esto se volvía, de algún m odo, a la visión de H eródoto, que si­ guió influyendo mucho en los historiadores helenísticos. No deja de ser asom b roso que el m otivo herodoteo de cjue el rapto de mujeres ha sido la causa de las guerras re­ aparezca en historiadores de la época, com o el peripaté­ tico Duris de Sainos, que escribió una historia en la que abundaba lo patético y novelesco. Hn casi todos los historiadores de finales del siglo iv podríase rastrear la influencia de dos grandes pensadores

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que no escribieron de historia» pero que teorizaron sobre la cultura y la literatura: Isócrates y Aristóteles. Los estu­ dios realizados en el Liceo acerca de las distintas consti­ tuciones políticas, la labor de recogida de datos y catálo­ gos diversos fom entaron los trabajos de historia y el estudio de las tradiciones y las grandes figuras del pasa­ do. Duris de Sanios, Fanias de Éreso, Neantes y Calístenes están vinculadas a los estudios del Perípato. Las diversas monografías de lem a h istórico e institucional, los estu­ dios sobre usos y costum bres, sobre la conducta humana y los caracteres y tipos hum anos podían cooperar en el conocim iento de los hechos y la actuación hum ana. Y Aristóteles se había ocupado de rastrear precedentes en la historia de las ideas políticas y filosóficas. Isócrates insistía en que la educación retórica era la base de la verdadera form ación hum ana, poniendo el acento en lo didáctico y lo moralizador. fil insistió en la idea dequ e la historia es «maestra de la vida» y en lo im­ portante del estilo, del m odo de presentar el pasado para aleccionar al lector. Por otra parte, con cierto esccpt ¡cis­ mo sobre soluciones dem ocráticas, buscaba un caudillo que solucionara con su actuación providencial las crisis délas viejas ciudades griegas, arruinadas en luchas fratri­ cidas. Buscaba esc príncipe que empuñara el tim ón, y al final creyó haberlo encontrado en Filipo de Macedonia. Isócrates murió sin haber visto la grandeza de las gestas de Alejandro, pero dejó una huella notable en algunos historiadores. La proyección historiográfica de la actuación de Ale­ jandro fue, sin duda, singular. Ahora resultaba claro que la aparición de un m onarca excepcional, actuando como un héroe m ítico, podía t rastocar los esquemas políticos previos y alterarla m archa del destino. Los historiadores

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de Alejandro tienden a acentuar lo singular de su acción histórica, los rasgos de genio, los lances de fortuna» su es­ tela revolucionaria. Y a medida que los escenarios se ensanchan a ámbitos extraordinarios, los historiadores tratan de suscitar el asom bro hacia las m aravillas del Oriente recién conquistado por los ejércitos griegos. K1 individualismo, que es uno de los rasgos más n oto­ rios de todas las manifestaciones do la época, encuentra en la historiografía un terreno propicio. Las masas son el pelotón que acom paña a las figuras ejem plares de unos caudillos guerreros. La Tyche, la Fortuna, ofrece un cu ­ rioso espectáculo, con peripecias inesperadas. May un gusto por el efectism o y lo espectacular que va bien con las nuevas dimensiones de la política. Los márgenes y el enfoque de Tucídides han quedado atrás, fuera de la moda. La historiografía helenística centrada en torno de Ale­ jan d ro y sus sucesores, interesada en las anécdotas y el efectism o, va aproximándose cada ve/, más a lo que será la biografía, aunque no se identifique con ella. A Ftolonieo y a Ncarco les interesan detalles principalm ente téc­ nicos, geográficos, étnicos y militares de la expedición de Alejandro; el tratam iento de los rasgos personales des­ borda los cauces de lo propiamente historiográfico y llega incluso a caracterizaciones ficticias com o el Alejandro de Onesicrito que, a la manera del Ciro de Jenofonte, parti­ cipa a un tiempo de Iíi historiografía y de la utopia filosó ­ fica; Calístenes raya en lo poét ico, lo dram ático y lo nove­ lesco; Cares de M itilene inventa relatos fantásticos con fines propagandísticos; y con ( M arco nos encontram os ya ante lo propiamente novelesco. lis curioso que fuera precisam ente este historiador griego tan poco digno de crédito el más leído de todos los

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escritores griegos en Ronia. Su libro era, según Cicerón, el único texto griego que habían leído muchos romanos. Seguramente porque se leía en la escuela, m ientras que los grandes historiadores com o Tucídides requerían mayor nivel cultural, justam ente por su tono retórico y novelesco, que lo hacía una fuente poco fiable, Clitarco gozaba del favor del público, era un autor popular» com o indica A. I.evi. C on ello ten em os una m uestra de cómo progresivamente se reintroducía ese elem ento fa­ buloso, esa exageración suscitadora de ingenuos asom ­ bros que el crítico Tucídides había rechazado. La aparición y el desarrollo de la biografía de im por­ tantes personajes históricos com o un género literario, cntroncadocon la historiografía, com o un subgénero historiográfico, algo híbrido, son un síntoma de la orientación cultural y política de la época. í.a biografía conocerá su apogeo mucho más tarde en la época tardía del helenismo yen el renacimiento del siglo u de nuestra era, con Plutar­ co y Hlóstrato, pero nace claramente en el siglo i v a. C. Kl individualismo que lleva a considerar a ciertas figuras históricas com o agentes decisivos de los hechos que m ar­ can el rumbo de la historia, así com o el afán pedagógico y el moralismo y la retórica, que ven en ciertas vidas algo ejemplar y digno de la adm iración y el estudio de los con ­ temporáneos, coinciden en la creación del nuevo género, la faceta de propaganda política no está ausente de tales evocaciones, más parciales que la narración historiográfica gener il. El Agesilao de Jenofonte y el Evágoras de Iso­ crates son las prim eras muestras de ese nuevo tipo de re­ lato historiografía), que se orienta hacia la presentación estilizada -m ediante la selección de los datos reales- e idealizada -e n cuanto se nos ofrece un personaje com o admirable y ejemplar · de un caudillo militar. (I.a d r o p e -

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dia se relaciona con estos ensayos biográficos, pero tiene un propósito más novelesco.) No es probablem ente un hecho casual que, al m ism o tiempo, trace Platón el perfil biográfico de Sócrates en sus Diálogos, que A. I )ihle con­ sidera com o la prim era creación biográfica griega. Pero, aunque Platón trata tam bién de darnos la silueta de una figura ejemplar y seductora en su actuación personal, está claro que n o sigue las paulas del género y que .su relación con la historiografía es m ás distante que los opúsculos recién citados de Jenofonte e Isócrates. Aún antes de que Plutarco lo reconozca explícitamente en unos fam osos párrafos de su Vida de A lejandro , está claro que el estudio biográfico se aparta, por su m oraliza­ ción y su enfoque, de la praxis histórica tradicional. Basta comparar la biografía de Agesilao con lo que el mismo Je­ nofonte cuenta sobre el audaz rey de Esparta en las Helé­ nicas, para advertir cóm o la biografía altera, mediante el silencio de ciertos actos y el énfasis en otros aspectos, la imagen del personaje. Com o es bien sabido, la biografía parece tener su o ri­ gen inmediato en un discurso retórico: el encom ian, que Aristóteles distingue del épaitios , por presentar el panegí­ rico del protagonista del relato en una secuencia cronoló­ gica. En su afán enaltecedor la biografía m antiene una tendencia hacia la idealización del personaje, ejemplo de virtudes, aunque no puede alejarse demasiado de los da­ tos históricos bien atestiguados. Ya E, Lippcll analizó cóm o puede rastrearse esa tendenciosa representación en el Evágoras y en el Agesilao. Isócrates, p. e., silencia la de­ rrota de Evágoras ante los persas; el Agesilao biografiado por Jenofonte queda libre de ciertos rasgos negativos (que tiene en las Helénicas, y en las biografías distantes de Plutarco y Nepote), com o los favores debidos a Lisandro,

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los crím enes com etidos con los tebanos, el dinero recibi­ do del persa Titraustesy su escasa prestancia física, datos que son pasados en silencio, de acuerdo con las recom en­ daciones del encom io. Sin embargo, la biografía no es un panegírico, el biógrafo tiene que atenerse a unos hechos rigurosos y a un esquema historiográfico. 1.a parcialidad afectiva influye en la penumbra del personaje: en el Agesi­ lao de Jenofonte, en el Fulopcmcn de Polibio, en el Agrico­ la de Tácito. Pero la sim patía no es falsía ni mera adula­ ción; traía sólo de presentar una figura con la m ejor iluminación para destacar su ejemplaridad y su singular humanidad, irrepetible. Lo mismo que Heródoto relata ba los grandes hechos para que no quedaran sumergidos por el olvido y siguieran suscitando la adm iración de las gentes» así el biógrafo trata do salvar el recuerdo de estos grandes hom bres para largo tiempo. !,a finalidad didác­ tica y moralizante de la biografía está más acentuada que en la historiografía, que exige un mayor rigor y una aten­ ción a los sucesos más general. Al mismo tiempo, hay que contar con la creencia de que el m otor de la historia son, más que los pueblos - la dem ocracia está en crisis y sin ideología válida-, las grandes figuras, los hombres deci­ sivos, algo no difícil de pensar tras la actuación de Ale­ jandro y los Diádocos. Desde un com ienzo el autor de una biografía sabe que su obra es un subgénero histórico, enraizado en la histo­ riografía, pero con un margen amplio de libertad y sujeto a una pauta propia. Un su Vida de Pelópidas cuenta Nepo­ te: «Pelópidas el tebano es más conocido por los historia dores que por la gente. Acerca de sus virtudes estoy en duda sobre la forma en que presentarlas. Pues temo que, si com ienzo por explicar los hechos, parecerá que no cuento su vida, sino que escribo historia» (Pel. 1 1).

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Plutarco es aún más explícito en su prólogo a las b io ­ grafías de Alejandro y César: Λ1 disponerm e a escrib ir la vida del rey Alejandro y la de César, el vencedor de Pom peyo, debido a la abundancia de hazañas que realizaron, h aré sólo la siguiente aclaración previa: Pedi­ m os a los lectores que, si no lo contam os todo y en particular algo de lo más conocid o en forma exhaustiva, sino recortando la mayor parte de las cosas, no se quejen. Pues no escribim os H istorias>sino Vidas, ni es generalm ente en las em presas más gloriosas donde se encuentran pruebas de virtud o vicio, sino que, con más frecuencia, una situación m om entánea, una frase o una brom a refleja m ejor el carácter que batallas con miles de muertos o los más espectaculares asedios de ciudades y los más prodigiosos m ovim ientos de tropas. Kn consecuencia, lo m is­ mo que los pintores tratan de captar las sem ejanzas en la cara y en las expresiones de los o jos en las que se m anifiesta el carác­ ter, sin preocuparse práct icamente de las dem ás partes, así tambit5» a nosotros se d o s d ebe p erm itir que penetrem os m ás en especial en las señales del alm a, y que a través de éstas configu­ remos la vida de cada personaje, dejando a otros la grandiosi­ dad de los com bates f/W· * *>·*)·

Ks muy interesante, pienso, esa com paración del b ió ­ grafo con el pintor, o con el escultor retratista. Piénsese que el retrato aparece en Grecia en época helenística, al comienzo un tanto idealizado, luego aproximándose más al realismo. Pero la influencia de Alejandro, tan retratado por los grandes artistas, es tam bién significativa en este arte de la representación plástica, paralelo al desarrollo de la biografía. El biógrafo defiende la im portancia de captar los pe­ queños detalles reveladores de un carácter, y tal vez para defenderse de la om isión de otros muchos hechos apa­ rentemente de m ayor relieve histórico. Pero en ningún m om ento se afirm a que se despreocupe de las hazañas

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mayores del protagonista y que se limite a sus anécdotas. La Vida de Alejandro de Plutarco se articula en torno a las grandes empresas que protagonizó el monarca macedonio: destrucción de Tobas, guerra contra I )arío, expedi­ ción a la India, etc. Con Irecuencia se dan cifras de solda­ dos o de bajas en tal o cual com bate, que se describe. «Pero lo realm ente peculiar de la biografía es que los grandes sucesos se nos ofrecen com o un entram ado de pequeños hechos que tienen com o centro al protagonis­ ta de la Vida y que nos muest ran com o ejem plo su actua­ ción personal en los com bates, sus reacciones ante los vencidos, su actitud ante los soldados y otros muchos rasgos reveladores de su carácter», com o muy bien señala Λ. Pérez Jiménez. Destacar la arete del biografiado, la magnanimidad de su reacción ante las circunstancias, su temple ante los em ­ bates de la Fortuna, form a parte del plan moralizado!· que el biógrafo asume. Si la historia es «m aestra para la vida», com o propugnaba Isócrates, qué duda cabe de que también lo es la biografía. Pero la biografía aventaja al re­ lato historiografía) por su amenidad y su emotividad su perior. Ya lo advierte Cicerón (A dfam . V i 2,5): «íitenim

ordo ipse a n n a liu m m ediocriter nos retinet quasi enum e­ ratione fastorum ; at viri saepe excellentis ancipites variique casus haben t adtnirationem , expectationem> la eti­ tiam, m olestiam , spem, tim orem ; si vero exitu notabili concluduntur, expletur animus iucundissima lectionis vo­ luptate». iis muy interesante resaltar que los efectos psicológicos de la lectura de una buena biografía, según Cicerón, pa­ recen coincidir con los de una novela cargada de dram a­ tismo y con un gozoso final feliz, fren te a la m onotonía de la crónica analítica, la historiografía helenística dori-

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vaba a menudo a una evocación dramática y sc acercaba a la biografía al destacar la actuación individual de las grandes figuras, l.a biografía enlaza con esa tendencia y es su máximo exponente. No podemos tratar ahora la cuestión del desarrollo de la biografía helénica hasta su representante más cualifica­ do, que es, a nuestro parecer, Plutarco. No tenemos tiem­ po para este a n álisis, que ya trazó, ad m irablem ente, Λ. Pérez Jim énez en sus tesis sobre Im biografía com o gé­ nero literario (Barcelona, 1978). Quisiera sólo atraer la atención hacia el caso más ex­ trem o de este género en su propensión a apartarse de! trasfondo histórico y a incurrir en lo novelesco y aun en lo épico, en cuanto ve a sus protagonistas com o héroes cuasi míticos, y en cuanto, transformada en literatura po­ pular, asume la función de la antigua épica heroica, sólo que es ya una épica tardía y en prosa. Iil ejemplo de bio­ grafía novelesca a la que aludo es la Vida de Alejandro atribuida a (/alístenos, pero que no puede de ningún modo proceder de la pluma del historiador de tal nom ­ bre, sobrino de Aristóteles, com pañero dol monarca níacedonio, y que murió antes que éste. lista biografía es un relato muy com plejo en cuanto a su form ación por en­ samblaje de diversos materiales: una biograf ía helenística del siglo i a. C., una novela epistolar, distintos docum en­ tos, una novela milesia sobre el origen de Alejandro, etc., que ha sido retocado a lo largo de siglos, ya que, aunque esencialmente compuesta hacia el siglo i a. C., la conser­ vamos en varias versiones (fundamentalmente dos: A y N) que remontan a un texto del siglo m de nuestra era. No analizaré aquí ese fabuloso relato biográfico, una obra que tuvo una popularidad increíble tanto en su tiempo com o después en la Edad Media, traducida a nu-

l)l·; I Λ Η ί Μ Ο Κ Ι Λ C K Í I I C A A J.A B U X I R A I Í A N O V U T - X C A

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morosos idiomas. Sí quiero destacar cóm o esa Vida re présenla la culm inación de un proceso en el que sobre un fondo histórico se han introducido los prestigios de lo fa­ buloso y novelesco, las anécdotas más variadas, los esce­ narios más exóticos, hasta hacer de las hazañas de Ale­ jandro la aretalogía de un héroe m ítico, que sustituye a los de la antigua m itología, ya arrum bados por la deca­ dencia secular. Alejandro busca, com oGilgam és» la in ­ mortalidad por los confines del mundo, va a los cielos y al fondo de los mares, se enfrenta a los m onstruos más te­ rroríficos, a las amazonas y a los brahmanes, todo ello en el mejor estilo heroico, en un texto popular. Hay también, conviene no olvidarlo y es harto sabido, una historiografía seria, científica, pragmática, que con­ tinúa el programa tucidídeo. Polibio continúa la historia de ftforo y de Tim eo de Tauromenio, luego están los ana­ listas rom anos, y César, l.ivio, y Tácito, y los historiado­ res griegos del siglo n, Apiano, Arriano, Herodiano, etc., más cercanos siempre a Jenofonte que al inimitable Tucí­ dides. Sin em bargo, querem os destacar cóm o esa otra tendencia hacia una historia dramatizada, hacia una bio­ grafía novelesca, responde a la visión del mundo helenís­ tica y esto explica su éxito popular. Plutarco es un autor un tanto barroco, pero recoge com o nadie el espíritu de la tradición. Su influencia en Shakespeare y en otros d ra­ maturgos se explica por ese dram atism o que aflora en sus relatos. Kn otros casos se vuelve hacia Heródoto. No pue­ do ahora analizar el caso de Estrabón o el de l.ivio, que sería instructivo. Vuelvo al del Pseudo Galístenes. I.a ad­ miración que trataba de suscitar el historiador jon io está aquí redam ada con exageración. De nuevo se evocan las maravillas de la India y de Etiopía, pero con mayor exo­ tismo y con redoblada ingenuidad. Los árboles parlantes,

C A RU VsG A K C fA C iU A I.

las zonas oscuras del fin del mundo, las huellas de los dio­ ses viajeros* nos sitúan en la vieja tradición del logógrafo que recoge los mitos locales. Use elem ento m ítico, td m ythodes, que Tucídides quería abolir, vuelve por sus fueros con una audacia jovial. Supera a todas las biografías de Alejandro anteriores, porque lo convierte en un perso­ naje m ítico, com o ya hemos dicho, y ve su historia como una epopeya, engrandecida y fantaseada por la distancia. En la narración hay enorm es errores históricos y geográ­ ficos y en su transmisión se muestra un desdén claro ha­ cia la historia real y las viejas ciudades griegas. I,a histo­ ria ha devenido una épica, la epopeya de Alejandro. Kn el relato alborea un espíritu nuevo, oriental en parte, que anuncia la Edad Media. No es casual que gozara en ella de tan gran prestigio. Significa la abolición de la perspectiva crítica y el triunfo de la épica rediviva, ahora en prosa, con su nueva mitología y su eterna fascinación.

De la biografía y de Alejandro

i Es en el com ienzo de su Vida d e A lejandro donde Plu­ tarco advierte a sus lectores que no trata de referir todas las célebres hazañas de éste de m anera detallada, sino que sólo dará un resumen de su itin erario histórico: La causa de ello es que no escribimos historias, sino biogra­ fías» y que la manifestación de la virtud o la maldad no siem­ pre se encuentra en las obras más preclaras; por el contrario, con frecuencia una acción insignificante, una palabra o una broma dan mejor prueba del carácter que batallas en las que hay millares de muertos, muy enormes despliegues de tropas y asedios de ciudades. Pues igual que los pintores tratan de obtener Ies semejanzas a partir del rostro y la expresión de los ojos, que son los que revelan el carácter» y se despreocupan por completo de las demás partes del cuerpo, del mismo modo se nos debe conceder que penetremos con preferencia en los signos que muestran el alma y que mediante ellos repre­ sentemos la vida de cada uno, dejando para otros los sucesos grandiososy las batallas (V. A., 1 2-3).

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CARLOS Ü A R C fA G U A I-

En esto pasaje, a menudo citado para la distinción en­ tre biografía e historia, Plutarco indica algunos trazos de su labor com o biógrafo. Se com para a un pintor de retra­ tos, interesado en reflejar los trazos fisiognótnicos del bio­ grafiado, es decir, aquellos en los que se revela su carácter, «los signos indicativos de su alm a », los que manifiestan su virtud o su m ezquindad, actos y gestos que no coinciden con los grandes hechos y hazañas, sino que pueden ser, en otra perspectiva, acciones m enores, palabras o bro­ mas, es decir, an écdotas singulares que un historiador podría preterir sin escrúpulos. La perspicacia del biógra­ fo está, sin embargo, ahí, en ese atender a lo característico y singular, a lo que refleja la person alidad de su protago­ nista, y, ala par, su arelé individual y ejemplar. De ahí el profundo interés del biógrafo por la psicolo­ gía y también por la reflexión m oral a la que invítala na­ rración de una vida como las que Plutarco toma por o b ­ jetos, la de un gran personaje de la historia (a veces entremezclada con la tradición m ítica). La biografía clá­ sica suele presentar una vertiente ética, en cuanto las grandes e ilustres figuras se presentan com o protagonis ­ tas de un drama personal -condicionado por el contexto histórico, pero determ inado por su eíltos, ese carácter que es, como había dicho I leráclito, destino, daím on -, un drama expuesto a la consideración de los lectores para que adviertan la grandeza o la ruindad moral de los acto­ res. Algo de tragediógrafo hay en un autor com o Plutarco -n o en vano tan estimado por Shakespeare- cuyos m ejo­ res relatos suscitan en los m ejores m om entos la com pa­ sión y el temor, com o las tragedias antiguas. M ientras el dramaturgo ateniense extraía de los mitos tradicionales sus tram as patéticas, Plutarco com pone sus relatos bio­ gráficos tomando y seleccionando sus materiales de na-

1)Κ Ι Α H IO iiK A I'ÍA Υ Π1· A U JA N D H O

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rracioncs de historia, sin duda de tipo muy diverso en cuanto a sus formas y valor documental; y, com o el dra­ maturgo, rcintcrprcta otros textos para ofrecernos su propia visión de los personajes y la l rama en cuest ión. Los estudiosos suelen distinguir entre una biografía plutarquea, basada en un eje cronológico, y una biogra­ fía suetoniana, sistematizada de modo más global. La distinción -patrocinada por K Leo- tiene un valor muy relativo. Baste indicar aquí que, en efecto, la secuencia cronológica, que va desde el nacim iento a la muerte del protagonista, define el espacio de la narración de una vida, bíos. (¡líos es el térm ino griego para tal relato; biographia aparece por primera vez en unos fragm entos de la Vida d e ísodoro de Damascio [finales del siglo v d. C .] conservados por el erudito P od o [siglo ix ] . La biogra­ fía com o género literario 1 10 tuvo, pues, un nom bre es­ pecífico en época antigua.) Kl citado texto de Plutarco invita a cotejarlo con otros loci classici para esa distinción entre relato histórico y biográfico. Son las líneas que Polibio (en /listonas , XI, 24) dedica a introducir la figura de Pilopemen, el caudillo de la liga aquea sobre el que ya había escrito una obra -q u e él califica como biografía- para resaltar su significación y su excelencia personal. Traduzco sólo los párrafos que me parecen de más interés: Pues, en efecto, resulta absurdo que los historiadores nos narren con detalle cómo, cuándo y por quién fueron fundadas las ciuda­ des, y además sus disposiciones y circunstancias, y que, en cambio, pasen en silencio la formación y los afanes de los hombres que lo realizaron todo, a pesar de la gran ventaja de esto en cuanto a su utilidad. Porque en cuanto que uno podría emular c imitar más a hombres animosos que a objetos inanimados, en tanto es natural que se destaque el relato sobre éstos para estímulo de los lectores.

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