Cardoso Brignoli - Sistemas Agrarios e Historia Colonial - Cap. 3

January 2, 2018 | Author: NelsonTorres | Category: Capitalism, Trade, Colonialism, European Colonization Of The Americas, Capital (Economics)
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Capítulo 3

EL MUNDO COLONIAL (SIGLOS XVI A XVIII)

A) LAS BASES DE LA ECONOMÍA COLONIAL 1. Problemas teóricos El dilema que con frecuencia se le presenta al investigador interesado en el estudio de las sociedades surgidas en América latina, en fundón de la expansión comercial y colonizadora de la Europa moderna, es fácil de entender. Por una parte, dichas sociedades sólo adquieren pleno sentido si se las enfoca como parte de un conjunto más vasto, puesto que surgen como anexos complementarios de la economía europea, y bajo la dependencia de núcleos metropolitanos que es preciso tomar en cuenta para comprender la racionalidad de la economía colonial. Por otra, la empresa colonial terminó por hacer aparecer sociedades con estructuras internas que poseen una lógica que no se reduce a su vinculación externa con el comercio atlántico y las metrópolis políticas: así, definirlas como anexo o parte integrante de un conjunto más vasto es un momento central del análisis, pero no basta. Es necesario también enfocar las estructuras internas mismas, descubrir sus especificidades y su funcionamiento. Hablamos de un dilema porque es muy fácil caer en la tentación de privilegiar demasiado cualquiera de los planos mencionados: ya sea viendo al mundo latinoamericano y caribeño en la época colonial sólo o esencialmente como proyección de la expansión mercantil (algunos dirán «capitalista») de Europa; o, por el contrario, interesarse solamente por las estructuras internas americanas, analizándolas sin considerar suficientemente sus vínculos de tipo colonial. De una manera general, creemos que ha predominado ampliamente la primera tentación: el estudio que, al insistir en el marco más vasto de la economía occidental, en la acumulación previa de capitales y en el carácter «sectorial» del conjunto americano, deja muy en la sombra el estudio profundo de las estructuras internas. En este sentido, después del burdo esquema de A. Gunder Frank, ha tenido, en estos últimos años, bastante influencia el libro de Immanuel Wallerstein,1 y el «sistema económico mundial» que propone para los tiempos modernos. Según el autor, fue a fines del siglo xv y principios del siguiente que se constituyó una «economía mundial europea». La define como algo novedoso, un sistema social desconocido en la historia anterior. Se trata de un sistema «mundial» por el hecho de ser más amplio que cualquier unidad política (de hecho abarcaba a varias en su seno), y «económico» porque lo que vinculaba a sus partes constitutivas eran sobre todo lazos de tipo económico. Wallerstein afirma que el mencionado sistema económico mundial estaba basado en el modo de producción capitalista, que ve ya como dominante y quizás único dentro del sistema, puesto que los demás modos de producción (precapitalistas), sólo pudieron sobrevivir en función de su adaptación al nuevo marco, el del capitalismo, o, en la etapa inicial, de diversos capitalismos europeos, cada uno con sus circuitos propios y su zona de influencia. El secreto de la solidaridad del sistema consitia en el fenómeno del desarrollo desigual, implicado en la expansión capitalista misma: en virtud de ello, se constituyó una división del trabajo a escala mundial, generando diversas formas capitalistas de producción, no

1 Immanuel Wallerstein, The Modern World-System, Capitalist Agriculture and the Origins of the European World-Economy in the Sixteenth Century, Académic Press, Nueva York, 1974. [Hay trad. cast. Siglo XXI, Madrid, 1979.]

todas ellas basadas en el trabajo libre (de hecho, sólo la del centro del sistema, situada en Europa occidental), pero todas con clases dominantes — más bien grupos dominantes a nivel local, puesto que Wallerstein cree que también las clases deben surgir del análisis de la totalidad del sistema—, cuyas «motivaciones» eran igualmente capitalistas. El autor justifica así la existencia de relaciones de producción diferentes dentro del sistema económico mundial2 ¿Porqué diferentes modos de organización del trabajo — esclavitud, «feudalismo», trabajo asalariado, trabajo por cuenta propia— en el mismo momento temporal dentro de la economía mundial? Porque cada modo de control del trabajo se adapta mejor a tipos particulares de producción. ¿Y por qué estos modos se concentraban en diferentes zonas de la economía mundial — esclavitud y «feudalismo»— en la periferia, el trabajo asalariado y el trabajo por cuenta propia en el núcleo, y como veremos, la aparcería en la semiperifería? Porque los modos de control del trabajo afectan mucho el sistema político (en particular la fuerza del aparato de Estado) y las posibilidades de engendramiento de una burguesía autóctona. La economía mundial estaba basada precisamente en la constatación de que de hecho existían estas tres zonas, las cuáles tenían diferentes modos de control del trabajo. Si no fuera así no habría sido posible asegurar el tipo de flujo del excedente que posibilitó el surgimiento del sistema capitalista. Wallerstein es consciente de que el feudalismo medieval persiste como forma de explotación en su «núcleo» europeo occidental en el período que estudia: pero minimiza su incidencia (se trataría del sistema de explotación empleado principalmente por pequeños terratenientes). En cuanto al «feudalismo» de Europa oriental y de Hispanoamérica, apunta las diferencias siguientes respecto del feudalismo medieval: 1) los señores no producen ahora primariamente para la economía local, sino para una economía mundial capitalista; 2) dichos señores no derivan su poder de la debilidad de la autoridad central, como en la Edad Media, sino más bien de la fuerza de dicha autoridad central (por lo menos la que ejerce sobre los trabajadores rurales). Por consiguiente, rehúsa llamar «feudalismo» a tales relaciones de producción modernas, prefiriendo acuñar la expresión: «trabajo forzado en cultivos comerciales» (coerced cash-crop labor). A nivel de los trabajadores, la diferencia consistiría en que, al contrario del siervo medieval, los esclavos y «siervos» de los tiempos modernos debían destinar no una parte, sino una mayoría del excedente a un mercado qué era ahora mundial. "Diferente también era la manera en que las clases dominantes gastaban las ganancias: ahora sé nota una tendencia a la reinversión y a la maximización de los beneficios. Sea como fuere, sólo la totalidad puede servir cómo marco de definición de las relaciones de producción: 3 La cuestión es que las «relaciones de producción» que definen a un sistema son las «relaciones de producción» del sistema entero, y en esa época el sistema es la economía mundial europea. El trabajo libre es sin duda un rasgo que sirve para

2 Op. cit., p. 87. 3 Op. cit.; p. 127.

definir al capitalismo, pero no el trabajo libre en la totalidad de las empresas productivas. El trabajo libre es la forma de control del trabajo usada para las tareas especializadas en los países nucleares, mientras que el trabajo forzado se usa para tareas menos especializadas en áreas periféricas. La combinación resultante es la esencia del capitalismo. Cuando el trabajo sea libre en todas partes, tendremos el socialismo. Las consecuencias metodológicas de un esquema de este tipo son claras, y el autor las expone en sus conclusiones (pp. 347-357). Un sistema social se caracteriza por el hecho de que la dinámica de su desarrollo es básicamente interna. Así, muchas entidades que se acostumbra presentar como sistemas sociales (tribus, naciones-estados, etc.) no lo son: los únicos sistemas sociales reales son las comunidades autónomas de subsistencia por una parte; y por otra los sistemas mundiales, caracterizados por la división del trabajo en su interior y por contener a múltiples culturas. ¿Qué se puede decir respecto del esquema explicativo de Wallerstein? En primer lugar, que estamos de acuerdo con varios de sus aspectos: en efecto, existió algo que podemos llamar "sistema económico europeo", o cuyo centro dinámico se ubicaba en Europa occidental; es cierto que dicho sistema tendía a volverse crecientemente «mundial»; y sin duda constituyó algo sin precedentes en la historia humana anterior. Donde empezamos a separarnos de su opinión, es en la caracterización de dicho sistema económico como capitalista, y del capitalismo como modo de producción dominante —si no único— desde fines del siglo xv y principios del siguiente. Wallerstein enfoca lo que llama capitalismo principalmente a partir de las motivaciones de los empresarios y del mercado, no de la esfera de la producción. En cuanto a esta última, sus afirmaciones son demasiado esquemáticas, estáticas y a veces históricamente falsas. Si entendemos el capitalismo, como un modo de producción en el sentido exacto de la palabra, o sea como una articulación históricamente dada entre determinado nivel y forma de organización de las fuerzas productivas, y las relaciones de producción correspondientes, no es posible pretender, por ejemplo, que en Europa occidental predominaran relaciones de producción típicamente capitalistas tan temprano como en el siglo xv. Una cosa es la abolición de la servidumbre jurídica, otra muy diferente el hecho indudable de que los campesinos dependientes sujetos a prestaciones diversas a los propietarios eminentes del suelo hayan permanecido como elemento dominante de las relaciones de producción en el oeste de Europa durante varios siglos después de la Edad Media. Lo que sí tenemos es el proceso histórico que a la larga —y no antes del siglo xviii— desembocó en el modo de producción capitalista totalmente desarrollado y apto para volverse dominante. Si durante los tiempos modernos lo que vemos es sólo la gestación y el progresivo desarrollo del capitalismo, ¿qué sentido puede tener la denominación «capitalista» atribuida al incipiente mercado mundial constituido y dominado por el capital mercantil? Por otra parte, nos parece falsa la creencia de que las transferencias de «excedente» (término empleado con poca precisión por Wallerstein, quien en otros textos lo confunde con el concepto distinto de plusvalía) al núcleo desde la semiperiferia y la periferia, hayan sido el factor central en el surgimiento del capitalismo. El proceso de acumulación originaria (o primitiva, o previa) de capital no fue algo ligado sólo o principalmente al comercio con las áreas coloniales y dependientes, a la trata de esclavos, etcétera. Sus momentos decisivos se dieron en el mismo núcleo de

Wallerstein, es decir en la Europa occidental. Esto no quiere decir que neguemos la importancia de la expansión y acumulación coloniales, que por cierto estuvieron muy vinculadas a las transformaciones internas en Europa. Se trata simplemente de que, con Marx y Maurice Dobb, consideramos esencial tomar en serio la diferencia entre las dos vías de desarrollo del capitalismo —aquélla en que un sector de la clase mercantil se apodera de la producción; y aquélla en que un sector de los mismos productores acumula capital y empieza a organizar la producción con bases capitalistas —, siendo la segunda «el camino realmente revolucionario», mientras que la otra se opuso al «verdadero régimen capitalista» y desapareció con su desarrollo.4 Finalmente, no quedan muy claros en el texto de Wallerstein los mecanismos concretos a través de los cuáles el sistema económico mundial determina en su interior las modalidades de explotación del trabajo en las diferentes áreas (núcleo, semiperiferia y periferia). Pero lo que nos preocupa más, son las consecuencias que de su análisis saca el autor a nivel metodológico. Afirmar que los únicos sistemas sociales reales son aquéllos que contienen en su interior lo esencial de la dinámica de su desarrollo, podría entenderse en el sentido de que el único objeto de estudio o universo de análisis legítimo estaría constituido, en la época de que se trata (los tiempos modernos), por el «sistema económico mundial europeo». Semejante toma de posición puede con mucha facilidad servir de coartada al ensayismo globalizante no basado en investigaciones de primera mano, ya que, de hecho, es casi imposible llevar a cabo este tipo de investigaciones tomando como objeto totalidades tan vastas como el conjunto de la economía occidental (el libro de Wallerstein utiliza fundamentalmente datos de segunda mano)... Algunos sistemas se componen de elementos pardales cuyo estudio deja de tener sentido si los separamos de la totalidad en la que se insertan. Pero la cosa cambia cuando un sistema es una «estructura de estructuras»: en este caso es perfectamente válido y posible abordar el análisis de las estructuras parciales, con la condición de no perder de vista las determinaciones globales. Como lo expresa Pierre Vilar, la «historia total» no consiste en la tarea imposible de «decirlo todo sobre todo», sino «solamente en decir aquello de que el todo depende y aquello que depende del todo» ,6 cosa perfectamente factible incluso en un trabajo parcial y monográfico. La defensa de la síntesis histórica o de la historia total es algo legítimo. 7 Pero la vía que conduce a ello no debe anular, sino consolidar los estudios históricos especializados: la lucha contra la especialización cerrada o exagerada no debe hacerse de tal manera que se pongan en peligro las ventajas obtenidas gracias a la especialización. 8 Él hecho de que, al estudiar la historia interna de las regiones coloniales, sea necesario definir sus 5

4 Maurice Dobb, Estudios sobre el desarrollo del capitalismo, trad. de Luis Etcheverry, Siglo XXI Argentina Editores, Buenos Aires, 1971, pp. 150-156 y en general los caps. II a V.

5 Naturalmente, Wallerstein no está solo. Puntos de vista análogos se encuentran en Pablo González Cas anova, «El desarrollo del capitalismo en los países coloniales y dependientes», en Pablo González Casanova, Sociología de la explotación, Siglo XXI Editores, México, 1969, pp. 251-291; José Carlos Chiaramonte, «El problema del tipo histórico de sociedad: crítica de sus supuestos», en Modos de producción en América latina, Historia y Sociedad, México, Segunda época, n.° 5 (primavera de 1975), pp. 107-125; Angel Palerm, «¿Un modelo marxista para la formación socioeconómica colonial?», Tercer Simposio de historia económica de América latina, México, septiembre de 1974 (comunicación mimeografíada).

6 Pierre Vilar, «Historia marxista, historia en construcción. Ensayo de diálogo con Althusser», en Ciro F. S. Cardoso y Héctor Pérez B. (compiladores), Perspectivas de la historiografía contemporánea, Secretaría de Educación Pública (Sep./Setentas), México, 1976, p. 157.

7 Cf. Georges Duby, «La historia social como síntesis», en C. F. S. Cardoso y H. Pérez B. (compiladores), op. cit., pp. 91-102;

Pierre Vilar, «Problemes théoriques de l'histoire économique», en Jacques Berque et alii, Aujourd’bui l’histoire, Éditions Sociales, París, 1974, p. 122.

correlaciones con la economía mundial, no significa que el historiador latinoamericanista tenga que escribir personalmente la historia económica total (y menos mal, ya que sería una tarea interminable...): significa apenas que debe utilizar críticamente datos y análisis pertinentes elaborados por especialistas en otras ramas de investigación. Muy semejante al esquema de Wallerstein, aunque se haya desarrollado independientemente, es la concepción de Fernando Nováis acerca del «antiguo sistema colonial» (siglos xvi-xviii). 9 Vamos a resumirla brevemente, puesto que no carece de interes y se liga directamente a nuestro tema. El autor define al «antiguo sistema colonial» como el sistema colonial del mercantilismo, el conjunto de las relaciones entre metrópolis y colonias en la época del «capitalismo comercial». Su finalidad consistiría en propiciar la dinamización de la vida económica metropolitana a través de las actividades coloniales; en otras palabras, en ser un instrumento al servicio de la acumulación primitiva de capitales. El mecanismo que posibilitaba que tal función se llenara, era el del exclusivo o monopolio comercial, generador de sobreganancias. La burguesía comercial metropolitana podía apropiarse del sobreproducto de las economías coloniales —simples anexos complementarios de Europa:— debido a que su monopolio le permitía vender lo más caro posible las mercancías europeas en América, y por el contrarío, comprar a los precios más bajos posibles la producción colonial. Los límites estarían dados, en el primer caso por el hecho de que, más allá de ciertos precios, el consumo de productos europeos se interrumpiría; mientras que, en el segundo caso, los precios pagados por la producción colonial no podrían bajar al punto de impedir el proceso productivo mismo en las colonias. Para que el sistema pudiera funcionar, las formas de explotación del trabajo deberían ser de tal tipo que permitieran la concentración de la renta entre las manos de la clase dominante colonial: aun cuando la mayor parte del excedente se transfería a la metrópoli, la parte restante se concentraba, garantizando así la continuidad del proceso productivo y de la importación de artículos europeos. Por lo tanto, la adecuación de las economías coloniales a su centro dinámico en última instancia —el capitalismo mercantil europeo— imponía formas de trabajo no libres. La gran contradicción en las economías coloniales consistía en que surgieron como sectores productivos altamente especializados, enmarcados en el proceso de ampliación de la economía mercantil, vinculadas a las grandes rutas del comercio mundial; pero internamente, las maneras mismas de producir impuestas por la lógica del sistema, implicaban un mercado muy reducido. Las áreas coloniales estaban a la merced de impulsos provenientes del centro económico dominante, y no podían autoestimularse. Al funcionar plenamente, el sistema colonial mercantilista iba creando, por su misma dinámica, las condiciones de su crisis y superación: funcional en la era del "capitalismo comercial", se volvería un anacronismo a ser superado bajo el capitalismo industrial. De nuevo las estructuras latinoamericanas aparecen reducidas a meras consecuencias o proyecciones de un proceso cuya lógica profunda es la exterior. Pero si uno se interesa por la historia de Iberoamérica, por la evolución de sus sociedades, no puede quedar satisfecho con un pasaje como el siguiente:10

8 Witold Kula, Problemas y métodos de la historia económica, trad. de Melitón Bustamante, Ediciones Península, Barcelona, 1973, pp. 79-80; también Maurice Bouvier-Ajam, Essai de méthodologie historique, Le Pavillon, París, 1970, cap. III.

9 Femando Nováis, Estructura e Dinámica do Antigo Sistema Colonial (Séculos XVI-XVIII), Editora Brasiliense (Cademo Cebrap, n.º 17), São Paulo, 1977.

10 Op. cit., pp. 27-28.

La esclavitud fue el régimen de trabajo preponderante en la colonización del Nuevo Mundo; el tráfico de africanos, que la alimentó, uno de los sectores mas rentables del comercio colonial. Si a la esclavitud africana agregamos las varias formas de trabajo forzado, servil y semi-servil —encomienda, mita, «indenture», etc.—, resulta que era muy estrecho el campo que quedaba, en el conjunto del mundo colonial, al trabajo libre. La colonización del Antiguo régimen fue, por lo tanto, el universo paradisíaco del trabajo no libre, eldorado enriquecedor de Europa. Dejemos de lado la inexactitud histórica de considerar la esclavitud como «el régimen de trabajo preponderante en la colonización del nuevo mundo», y concentrémonos en algo que nos parece mucho más esencial. Si hoy día México y Brasil, por ejemplo, presentan estructuras internas tan diferentes entre sí, ello tiene mucho que ver con las modalidades divergentes de la explotación del trabajo que presentaban en la época colonial. Generalizaciones de semejante vaguedad, tendientes por el contrario, a asimilar la esclavitud, la mita, la encomienda, etc. a un mismo esquema, resultan no sólo inútiles, sino nocivas, si ningún esfuerzo se hace para aclarar la importancia de las diferencias existentes entre las estructuras y procesos internos de las diversas regiones de América, cuya dinámica, aunque sí dependiente en última instancia de impulsos metropolitanos, en ningún caso se reduce a tales impulsos. Hay que tomar en cuenta muy seriamente el estudio de las contradicciones, virtualidades y limitaciones internas presentes en las estructuras coloniales, sin lo cual ninguna comprensión adecuada de la historia latinoamericana es posible. Además, como ya ocurría en el caso de Wallerstein, no solamente el peso de la acumulación colonial en la historia del capitalismo se exagera mucho (Novais, en la página 12 de su trabajo, llama al sistema colonial mercantilista «la principal palanca en la gestación del capitalismo moderno» y considera que la explotación colonial fue «elemento decisivo en la creación de los pre-requisitos del capitalismo industrial»), a la manera de Eric Williams,11 sino que la historia no aparece en el texto de Novais como un proceso «histórico-natural». Tenemos la impresión molesta de habérnoslas con una entelequia, un elemento suprahistórico que organiza, asigna y decide. En otras palabras, el esquema del «antiguo sistema colonial» huele fuertemente a un enfoque-teleológico o finalista. 12 Ahora bien, el sentido de la historia no es más que una reconstrucción a posteriori: en ningún caso se trata de un principio modelador a priori de los procesos y, por lo tanto, explicativo de los mismos. Decir que el sentido del sistema colonial mercantilista fue preparar el advenimiento del capitalismo industrial moderno no explica para nada la racionalidad que aquel sistema presentaba para los hombres que fueron sus contemporáneos. Si queremos ver claro en ello, es necesario, además del conjunto y de las interrelaciones, estudiar en sí mismas las estrucutras internas de Europa y de America. Mencionemos todavía la inconsistencia que hallamos en el hecho de que un texto que, según parece, tiene la intención de ubicarse en el interior de

11 Eric Williams, Capitalism and Slavery, Chapel Hill, 1944 (trad. cast.: Ed. Siglo Veinte, Buenos Aires); para la crítica de las concepciones de Williams al respecto, ver François Crouzet (organizador), Capital Formation in the Industrial Revolution, Methuen, Londres, 1972. 12 Esto ya fue notado por Jacob Gorender, O Escravismo Colonial, Editora Atica, São Paulo, 1978, pp. 121-122, 507-508.tudiar en sí mismas las estructuras internas de Europa y de América.

la teoría marxista, utilice una noción sin estatuto posible en dicha teoría —la de «capitalismo comercial», o «mercantil»—, basándose al respecto en las ideas de la escuela histórica francesa, heredera directa en este punto de la Escuela histórica alemana y del weberianismo. 13

2. Expansión comercial y tipo de colonización La colonización de América fue sin duda, en último análisis, una consecuencia de la expansión comercial y marítima europea, un aspecto del gran proceso de constitución de un mercado mundial. Dicha colonización, y los procesos de descubrimiento y conquista, no hubieran podido ocurrir sin la asociación entre intereses privados de diversos tipos (de comerciantes, aventureros en busca de riqueza y posición, nobles con altos puestos burocráticos) e intereses públicos (las monarquías nacionales, a cuyo aparato con frecuencia se asociaba la Iglesia). Tal vinculación tenía diversas razones: la necesidad de movilizar recursos muy cuantiosos para financiar expediciones lejanas de descubrimiento o conquista, y posteriormente la necesidad de defender las colonias; los grandes riesgos implicados en aventuras de ese tipo; la inexistencia al principio de formas de empresas mercantiles capaces de concentrar los inmensos recursos mencionados y enfrentar los riesgos; el mantenimiento por la fuerza del sistema de monopolios sin el cual no podía funcionar la actividad mercantil de entonces. Surgidas en este contexto, las relaciones entre metrópoli y colonia estuvieron regidas por el sistema del «exclusivo» o «pacto colonial», a través del cual cada metrópoli se reservaba el monopolio del comercio de sus colonias, a la vez que estas últimas tenían garantizado el mercado metropolitano y el apoyo naval de la potencia colonizadora. Por otra parte, las estructuras económicas coloniales se orientaban a una complementaridad con respecto a las de la metrópoli. En la práctica, el rigor del monopolio fue compensado o disminuido por un importante comercio ilícito, por la piratería y por la presión de los intereses radicados en la colonia contra algunos de sus aspectos. La colonización se orientó esencialmente hacia la constitución de sistemas productivos destinados a abastecer el mercado europeo con metales preciosos y productos tropicales (alimentos de lujo, materias primas). Se crearon diversos núcleos exportadores, y a su alrededor se articularon en seguida otras zonas productivas, subsidiarias, secundarias o marginales. De una manera extremadamente simplificada, éstos serían los rasgos más visibles del sistema colonial mercantilista.14 La interpretación que se proporcione de dicho sistema, más allá de su simple exposición descriptiva, dependerá en esencia de lo que se crea acerca de la naturaleza de la economía de los tiempos modernos. En cuanto a este punto, apoyamos las afirmaciones de Pierre Vilar:15 No se debe emplear sin precaución la palabra «burguesía» y debe evitarse el término «capitalismo» mientras no se trate de la

13 Al respecto ver principalmente Horacio Ciafardini, «Capital, comercio y capitalismo: a propósito del llamado “capitalismo comercial”», en Modos de producción en América latina, Cuadernos de pasado y presente, nº 40, Siglo XXI Editores, México, 1977, pp. 111-134.

14 Cf. Fredéríc Mauro, La expansión europea 1600-1870, Labor, Barcelona, 1968; Pierre Deyon, Los orígenes de la Europa

moderna: el mercantilismo, Península, Barcelona, 1970; Richard Konetzke, América latina II, La Época colonial, vol. 22 de la Historia universal Siglo XXI, Siglo XXI, Madrid, 1972; Charles Gibson, España en América, Grijalbo, Barcelona, 1976; Guillermo Céspedes, América latina colonial hasta 1650, Sep./Setentas, México, 1976.

15 Pierre Vilar, «La transition du féodalisme au capitalisme», en Charles Parain et alii, Sur le féodalisme, Éditions Sociales, París, 1971, pp. 36-37.

sociedad moderna en la cual la producción masiva de mercancías reposa en la explotación del trabajo asalariado del no propietario por los propietarios de los medios de producción. (...) En fin, si bien es cierto que no se debe exagerar el carácter «cerrado», «natural», de la economía feudal en sus orígenes (en la que el intercambio nunca fue «nulo»), no es menos exacto que muy tarde todavía, en los siglos xvii y xviii, la sociedad rural proveniente del feudalismo vivió en gran medida sobre sí misma, con un mínimo de intercambios y pagos en moneda. La comercialización del producto agrícola siempre fue muy parcial. Ahora bien, en el capitalismo avanzado, todo es mercancías. En este sentido, ¿cómo hablar de «capitalismo» en el siglo xv, o aun en lo relativo al siglo xviii francés? En otras palabras, creemos que la economía de los tiempos modernos (de la mitad del siglo xv hasta la segunda mitad del siglo xviii) es fundamentalmente precapitalista, lo que se aplica a Europa, al mundo colonial a ella sometido, y al incipiente mercado mundial. El capitalismo como modo de producción se está generando entonces, pero no se instalará plenamente —y menos aún será dominante— antes de la revolución industrial. Esto no quiere decir, en absoluto, que neguemos la importancia primordial de la extensión de los intercambios, del proceso mercantil, en la formación del capitalismo: lo que sí negamos es cualquier especie de «capitalismo comercial». El capital mercantil había ya existido en otras épocas de la historia. Su eficacia en la disolución del estado de cosas precapitalista en Europa occidental durante los tiempos modernos fue el resultado de que actuaba entonces en un ambiente muy distinto al del antiguo imperio romano o al de la Edad Media, debido a cambios profundos que se estaban operando en la esfera de la producción. El proceso de acumulación previa de capitales de hecho no se limita a la explotación colonial en todas sus formas; sus aspectos decisivos de expropiación y proletarización se dan en la misma Europa, en un ambiente histórico global al cual por cierto no es indiferente la presencia de los imperios ultramarinos. La superación histórica de la fase de la acumulación previa de capitales fue, justamente, el surgimiento del capitalismo como modo de producción: 16 Llegamos aquí al aspecto dialéctico del fenómeno: la acumulación primitiva de capital engendra su propia destrucción. En una primera fase, el alza de los precios, la expansión de los impuestos reales, los empréstitos principescos estimulan los usureros y especuladores; pero, finalmente, en grados diversos según los países, las tasas medias del interés y de los beneficios especulativos tienden a igualarse y a bajar. Es preciso entonces que el capital acumulado busque otro medio de reproducirse. Es preciso que los poseedores de dinero —que habían permanecido relativamente al margen de la sociedad feudal— invadan el cuerpo social entero, que asuman el control de la producción. Si esta es la manera en que vemos la economía de los tiempos modernos, es evidente que, en nuestra opinión, la colonización de América en la época del mercantilismo sólo podría engendrar sociedades coloniales precapitalistas. Pero estas sociedades no eran todas del mismo tipo. Según los criterios que se elijan para su clasificacción, pueden ser construidas diversas tipologías. Mencionamos las más usuales.

16 Op. cit., p. 44.

1.

— Se hará entonces la diferencia entre los imperios coloniales de Portugal, Francia, España , Inglaterra y Holanda en América. Se trata de un criterio débil. Es cierto que ciertas diferencias importantes entre distintas áreas coloniales resultaban de los niveles heterogéneos de evolución económico-social de las potencias metropolitanas, 17 como de su mayor o menor poder militar y naval. Pero si tomamos el Brasil azucarero (colonia portuguesa) y las Antillas francesas e inglesas productoras de azúcar, tendremos colonias esclavistas esencialmente similares entre sí, aunque colonizadas por tres países diferentes. 2. Según el grado de vinculación al mercado mundial. — Hemos visto que las distinciones entre núcleos exportadores que producen metales preciosos y productos tropicales para venderlos a Europa, zonas subsidiarias volcadas hacia el mercado local o intercolonial (el área ganadera de Brasil, complemento de la zona azucarera; la producción chilena de trigo, vendida al Perú; las haciendas mexicanas, etc.), zonas relativamente marginales (como la Amazonia, Costa Rica, etc.), tienen cierta importancia. Pero de hecho en muchos casos estas funciones productivas distintas se superponen en el espacio, y de cualquier manera una tipología realmente explicativa no puede basarse solamente en la esfera de la circulación, sin mirar hacia la producción y la estructura social. 3. Según los tipos de producción. —Éstos dependen en medida considerable de los datos geográficos y de los recursos naturales, variables de una zona a otra en América. Tendríamos —tomando en cada caso sólo el sector productivo más importante— colonias mineras (México, Perú y alto Perú, la región aurífera del interior de Brasil en el siglo xviii, etc.), colonias exportadoras de productos tropicales (el Brasil agrícola, México tropical, Guatemala, las Antillas y Guayanas, etc.), colonias productoras de alimentos para los mismos mercados de América (Chile, Nueva Inglaterra, la zona ganadera del Nordeste o del Sur del Brasil, etc.). Con este criterio ya podemos construir un cuadro más interesante, dado que los tipos de producción tienen gran influencia sobre las técnicas, la organización social, etc. 4. Según la cuestión de la mano de obra y del carácter de la colonización. — En la época precolombina, podemos distinguir una zona nuclear de poblamiento indígena (comprendiendo las áreas mesoamericana y andina), la única que contenía grandes concentraciones demográficas y un nivel agrícola relativamente desarrollado; y el resto del continente, que aunque muy heterogéneamente, presentaba un poblamiento menos denso de agricultores primitivos, cazadores y recolectores. En la zona nuclear, la conquista significó una redistribución de los factores productivos fundamentales (tierra y trabajo), y la colonización se basó en la explotación de las comunidades indígenas, parcialmente desposeídas de sus tierras y obligadas a trabajos forzados a través de procedimientos diversos; aunque la esclavitud negra no estuvo ausente del todo, las sociedades resultantes fueron sobre todo euroindígenas (México, Perú, Guatemala, etc.). En el resto del continente, podemos distinguir dos alternativas principales: 1) allí Según las potencias colonizadoras.

17 Cf. Ciro F. S. Cardoso, «Propriété de la terre et techniques de production dans les colonies esclavagistes de rAmcrique et des Caraibes au xviii siècle», en Cahiers des Amériques latines (serie «Sciences de l´Homme», n.º 13-14), París, 1976, pp. 129-151.

donde las condiciones naturales permitían el desarrollo de cultivos tropicales de exportación, tras la desposesión de los grupos indígenas, que fueron expulsados, esclavizados y diezmados, la importación masiva de esclavos africanos llevó a la constitución de sociedades principalmente euroafricanas (Brasil, Antillas, Guayanas, porciones de América española continental); 2) donde las condiciones naturales se aproximaban a las de las zonas templadas de Europa, tras la conquista y la desposesión de los grupos indígenas, se constituyeron colonias de poblamiento a partir de una inmigración europea más o menos importante (a. veces ya en pleno siglo xix, fuera de la época colonial), y surgieron sociedades euroamericanas (Costa Rica, la zona pampeana, etc.). Esta tipología nos servirá de base para la exposición de las estructuras económicas básicas en este capítulo, aunque sin perder de vista totalmente las anteriormente mencionadas. Es cierto que admite casos intermedios (Colombia, Venezuela, etc.) y casos especiales, por ejemplo las zonas de tránsito como Panamá.18

3. La circulación la economía colonial De una manera general, los procesos productivos de América latina y el Caribe en la época colonial han sido mucho mejor estudiados que el proceso de circulación que les corresponde. Recientemente, Marcello Carmagnani ha intentado formalizar los ñujos mercantiles en el mundo colonial; se trata de un esfuerzo importante, que sintetizaremos a continuación, 19 en el cual se nota la influencia de Witold Kula. 20 Según Carmagnani, la circulación asume, en una colonia, la forma de dos flujos complementarios: el de productos de exportación de la unidad productiva al puerto, y el de mercaderías importadas del puerto a la unidad de producción. La clase mercantil de la colonia —que con frecuencia utiliza sus actividades para obtener acceso a la clase propietaria, verdadero grupo dominante colonial— actúa como intermediaria entre la producción y el consumo. Debido a la escasez de moneda y al hecho de que el proceso productivo se da según un ciclo largo (año agrícola), mientras la necesidad de bienes importados se hace sentir con regularidad en el tiempo, el circuito mercantil se realiza en dos momentos diferentes en el tiempo: los comerciantes anticipan a los productores mercancías europeas importadas, las cuales serán pagadas con mercancías para exportación. Aunque todo el ciclo entre mercaderes y productores de la colonia se puede completar sin que intervenga dinero metálico (la fórmula de esa circulación es: mercancíadinero-mercancía, o M-D-M; pero el dinero asume aquí la forma de crédito, de anticipo de mercancías sobre mercancías futuras), el autor señala que no se trata de trueque, sino de una verdadera circulación de mercancías, hecha según una forma mercantil de tipo secundario. Dicha forma implica una interdependencia entre productor y comerciante, creando una cadena de intercambios que une un productor específico a un comerciante igualmente específico: no hay un mercado anónimo, sino forzoso; regulado no por la

18 Para una explicación más detallada, cf. C. F. S. Cardoso y Héctor Pérez Brignoli, Los métodos de la historia, Crítica, Barcelona, 1977, cap. V.

19 Marcello Carmagnani, Formación y crisis de un sistema feudal. América latina del siglo XVI a nuestros dias, trad. de Félix Blanco, Siglo XXI Editores, México, 1976, pp. 32-44.

20 Witold Kula, Théorie économique du sysleme féodal, París-La Haya, 1970 (traducido del polaco; existe también una traducción al castellano). En Carmagnani se percibe también la influencia de la antropología económica.

oferta y la demanda, sino solamente por la demanda exterior cuyo representante o agente en la colonia es el mercader. El movimiento mercantil entre América latina y el mundo ya se da según la forma mercantil de tipo primario (cuya fórmula es D-M-D: dinero-mercancía-dinero). Los representantes en el puerto de la clase mercantil europea (capitanes de los barcos, agentes) intercambian mercaderías europeas (telas, hierro y otros implementos, alimentos de lujo, etc.), anteriormente compradas con dinero en Europa, por mercaderías coloniales (azúcar, plata, cacao, etc.), que se realizarán en dinero en Europa. Como los comerciantes europeos que se dedican al comercio de ultramar tienen que mantener buena parte de su capital inmovilizado en forma de mercancías durante largos meses, deben obtener una tasa más alta de ganancia comercial que los que se dedican al comercio en Europa. Ello, y también la ganancia de la clase mercantil colonial, se vuelve posible, en la explicación de Carmagnani, porque las mercancías coloniales tienen un alto valor en horas de trabajo, pero un bajo costo en moneda (ya que son producidas con mano de obra esclava o servil, y mediante la explotación de recursos naturales obtenidos gratuitamente en la mayoría de los casos), inferior al de las mercancías europeas. En cuanto a la financiación del proceso productivo, los dueños de las unidades de producción utilizan sus bienes inmobiliarios valorizados por el trabajo servil para obtener de la Iglesia o de comerciantes préstamos bajo hipoteca. Jacob Gorender,21 a su vez, insiste sobre el hecho de que «el régimen de circulación mercantil basado en el precio de monopolio era el único que convenía, desde el punto de vista estructural» , al mismo tiempo a los sistemas de producción precapitalistas latinoamericanos y «al capital mercantil precapitalista de Europa». La Corona (monopolios reales, impuestos), los mercaderes y los plantadores coloniales se disputaban constantemente la participación más ventajosa posible en la renta generada por la producción colonial. Al inicio de esta sección abordamos la naturaleza problemática de la economía colonial, exploramos diferentes tipologías, y los vivos debates teóricos asociados a estos temas. Pasamos luego a definir la circulación económica en el sistema colonial, el monopolio y la organización mercantilistas, y el carácter peculiar de los flujos de intercambio internos. Es hora de adentrarnos, en las páginas que siguen, en las estructuras de la producción y la fisonomía propia de las sociedades coloniales.

B) SEÑORES E INDIOS: MINAS Y HACIENDAS EN LA AMÉRICA ESPAÑOLA A mediados del siglo xvi —entre 1540 y 1570—, la colonización española adquirió caracteres plenamente definidos; muchos de esos rasgos se reconocerán todavía en el siglo XVIII. Los tiempos de exploración y de conquista cedían el paso al asentamiento efectivo. Éste, derivado en gran parte de la experiencia de la reconquista ibérica, se basó en la fundación de una red de ciudades extendidas a lo largo y ancho del continente conquistado que constituía la espina dorsal del sistema administrativo y militar, canalizando las actividades económicas que proporcionaban la mayor riqueza. En los treinta años señalados se consolida la organización política y estatal, a través de los virreinatos de Nueva España (1535) y del Perú (1551); el sistema de flotas, que dominará el comercio colonial hasta el

21 J. Gorender, op. cit., pp. 489-537.

siglo XVIII hace su aparición en 1543; las Leyes Nuevas ponen fin, en 1542, a la explotación irrestricta de la mano de obra aborigen dando paso a la encomienda de tributos y al repartimiento de indios. Por fin se descubren las grandes minas de plata de Potosí (1545) y Zacatecas (1546) lo cual inaugura, con la introducción del procedimiento de la amalgama con mercurio, la inusitada prosperidad minera que coronará el siglo xvi y los albores del xvii. El mundo colonial hispanoamericano no asistirá a otra mutación semejante sino en la segunda mitad del siglo xviii, en el marco de las reformas borbónicas. La reorganización administrativa a todos los niveles (nuevos virreinatos, sistemas de intendencias, etc.); el «libre comercio» dentro de los cánones mercantilistas (fin del monopolio gaditano y del sistema de flotas); una intensa diversificación económica (ganadería y cultivos de exportación, reactivación de la minería); y un profundo reordenamiento fiscal; fueron los aspectos más relevantes de una nueva política imperial, implantada demasiado tarde como para perdurar y detener una erosión del poder español ya secular. Las transformaciones de mediados del siglo xvi fundan, sobre bases duraderas, un vasto imperio colonial. Las del siglo XVIII, inevitablemente frustradas, constituyen más que todo un preludio a la independencia. La inmensidad de los territorios colonizados, la diversidad de ambientes físicos y humanos, el nivel tecnológico de los europeos, entre muchos otros factores, determinaron estructuras socioeconómicas que sólo estuvieron plenamente definidas en las zonas densamente pobladas de Mesoamérica y los altiplanos andinos. Entre esas áreas nucleares y los confines del imperio existió una variada gama de asentamientos, en los cuales el funcionamiento del régimen colonial se apartó del patrón general. La variedad de estructuras sociales, la mayoría de las cuales no ha sido todavía hoy bien esclarecida por la investigación histórica, constituye un rasgo de primera importancia en el conjunto de Hispanoamérica. Debe notarse que ni siquiera en las zonas nucleares existió un régimen tan claramente definido como lo fue el de la plantación esclavista en las costas de Brasil o el Caribe de los siglos xvii y xviii. No es necesario insistir en las implicaciones teóricas de esta situación. El debate abierto sobre el carácter de esas estructuras coloniales parece muy lejos todavía de acercarse a solución alguna. 22

1. Los sistemas de trabajo23 Las Leyes Nuevas de 1542 y las disposiciones relativas al repartimiento (1548) delinearon un sistema de explotación de la mano de obra indígena que implicaba una transacción entre los intereses de la Corona, la Iglesia y los conquistadores. Aquélla logró asegurarse ingresos fiscales de importancia (al transformar la encomienda de servicios en encomienda de tributos) y, a través del control de la mano de obra indígena, impidió la formación de una poderosa aristocracia indiana. Los colonizadores, sí bien

22 Cf. Ciro F. S. Cardoso y Héctor Pére2 Brignoli, Los métodos.... cap. III. 23 Cf. Juan y Judith VilJamarín, Indian Labor in Mainland Colonial Spanish America, Latín American Studies Program, University of Delaware, 1975; Marvin Harris, Raza y trabajo en América, trad. M. Gerber, Ediciones Siglo Veinte, Buenos Aires, 1973, pp. 7-74. Existen importantes estudios de casos: Charles Gibson, Los aztecas bajo el dominio español (1519-1810), trad. Julieta Campos, Siglo XXI, México, 1967; Lesley Byrd Simpson, Los conquistadores y el indio americano, trad. E. Rodríguez V., Península, Barcelona, 1970; Eduardo Arcila Farias, El régimen de la encomienda en Venezuela, Universidad Central de Venezuela, Caracas, 1966; Nicolás Sánchez Albornoz, Indios y tributos en el Alto Perú, Instituto de Estudios peruanos, Lima, 1978; John H. Rowe, «The Inca Under Spanish Colonial Institutions», en Hispanic American Historical Review, vol. 37, 1957, pp. 155-199; Silvio Zabala, Puentes para la historia del trabajo en Nueva España (1575-1805), F.C.E. México, 1939-1946, 8 vois.; Mario Góngora, Origen de los «Inquilinos» de Chile central, Editorial Universitaria, Santiago, 1960; del mismo autor, Encomenderos y estancieros, Editorial Universitaria, Santiago, 1970.

no lograron la totalidad de los privilegios de las turbulentas fases iniciales de la conquista, pudieron disponer de cuantiosas riquezas. La Iglesia, con los indios congregados en pueblos y reducciones pudo llevar a cabo la misión evangelizados y también gozar de importantes fortunas terrenales. En el conjunto, el sistema de explotación de la mano de obra era, comparado con la esclavitud, mucho más rentable y menos riesgoso a corto y largo plazo. No exigía los desembolsos de capital inicial para la adquisición de esclavos, la preocupación por los costos de subsistencia de los indígenas fue mínima, y, aun bajo los efectos de la catástrofe demográfica, el sistema se reproducía. Su secreto residió en algo que no conocemos bien: el funcionamiento de las comunidades indígenas. El reordenamiento de mediados del siglo XVI les otorgó tierras, las dotó de una organización urbana y administrativa calcada de los hábitos y costumbres españolas, les exigió tributos en especie y moneda (que la Corona cedió en parte, a los antiguos encomenderos) y prestaciones rotativas de trabajo. Esto último constituía el repartimiento,24 destinado a trabajos de construcción urbana y al laboreo de tierras y minas. Remunerados al menos en la ley, aunque a tasas más bajas que él salario libre, el sistema implicó, muchas veces, traslados masivos de población a distancias considerables. Las mitas destinadas a las minas de plata de Potosí y de mercurio de Huancavelica, establecidas en los años 1570, constituyen dos ejemplos de funcionamiento del sistema de repartimiento a una escala inigualada en otras regiones de Hispanoamérica, y con una duración que cubre el período colonial casi íntegramente. En el siglo xvi la mita de Potosí exigía anualmente 13.500 trabajadores que provenían de 16 provincias circunvecinas. La de Huancavelica exigió, en la misma época, hasta 620 indios mitayos. Aunque con la declinación de los rendimientos en las minas, y el descenso de la población, el número de mitayos disminuyó, la odiada mita de Potosí persistió hasta la Independencia.25 En menor escala, el sistema de repartimiento funcionó en todas las regiones de Hispanoamérica que contaban con poblaciones indígenas sedentarias, más o menos densas, una vez pasados los estragos de la conquista. El cuadro 4 da una idea rápida, para éste y otros sistemas de trabajo, de las áreas geográficas, el sector de actividad y el lapso cronológico en que predominaron. El repartimiento fue, al menos entre 1550 y 1650, la rueda maestra en la explotación de la mano de obra indígena. El descenso de la población, la decadencia de las minas y la creciente importancia de la propiedad terrateniente, abrió paso a un sistema más próximo de la servidumbre personal, que databa de los inicios de la colonización. Nos referimos al yanaconaje peruano, y a los gañanes, naboríos y laboríos, de México y Mesoamérica. En este caso, el indio y su familia dejaban en forma permanente su comunidad para vivir en la hacienda; se conocen situaciones en las cuales la venta de las tierras implicaba también la de los indios que en ellas habitaban. El sistema se desarrolló en Perú desde el siglo xvi, pero en México no cobró importancia hasta el siglo XVIII.26 Con el tiempo, la sujeción por deudas, un mecanismo que se transferirá al siglo xix,

24 Llamado también coatequil en México, mita en Bolivia y Perú, tilinga en Ecuador, mandamiento en Guatemala, en Colombia mita si era en las minas, alquiler en trabajos urbanos y concertaje en los agrícolas, cf. Villamarín, op. cit., p. 17; Harris, op. cit., p. 37.

25 Cf. John Lynch, Administración colonial española 1782-1810, trad. G. Tjarks, Eudeba, Buenos Aires, 1967, pp. 165-189. 26 François Chevalier, La formación de los grandes latifundios en México, en Problemas agrícolas e industriales de México, vol. 8, n.° 1, México, 1956; Woodrow Borah, El siglo de la depresión en Nueva España, trad. M. E. Hope de Porter, Sep./Setentas, México, 1975. La cuestión del endeudamiento ha sido muy discutida en los últimos años; la mayoría de los autores tienden en la actualidad a minimizar la importancia económica de las deudas y subrayan más bien la humillación social que ellas implicaban.

constituyó el vínculo por antonomasia entre el terrateniente y sus peones (sistema del peonaje). El trabajo libre existió en todas las regiones y durante todo el período colonial, pero, pese a los esfuerzos legales de la Corona por extenderlo nunca sobrepasó un carácter excepcional. Mestizos, españoles y criollos pobres e indios, trabajaron como asalariados en múltiples actividades. Uno de los contrastes más extraordinarios en cuanto a los sistemas laborales se encuentra al comparar el trabajo minero en México y Perú. 27 En el primer caso, el peón libre predominó desde el siglo xvi; en el segundo la mita se mantuvo hasta la independencia. La situación parece deberse, en el caso mexicano, a la ubicación dispersa y lejana y al carácter fronterizo de las minas, en relación a las áreas más densamente pobladas, en un contexto de fuerte descenso de la población.28 La decadencia del repartimiento originó, desde el siglo XVIII, la difusión del peonaje por deudas y otras formas de sujeción personal. En muchos casos, el mismo trabajo libre retrocedió en beneficio de relaciones serviles. El proceso señalado fue paralelo a una privatización paulatina de las tierras realengas y aún de las comunidades indígenas, por lo cual puede afirmarse que (en el largo plazo) el control de la mano de obra pasó cada vez más a manos privadas. Hemos dicho ya que las comunidades indígenas constituían el eje principal de los sistemas de trabajo que estuvieron en acción entre 1550 y el fin del período colonial. Su origen está claramente estableado: se trata de las «congregaciones» y «reducciones» ordenadas «por la Corona en la segunda mitad del siglo xvi.29 Pero el sistema asoció, a un plan urbano y administrativo típicamente español, centrado en la iglesia y el cabildo, concepciones de la propiedad y la organización del trabajo colectivos de origen precolombino (calpulli, ayllu, minka, ayni) y de ascendencia hispánica (ejidos, tierras de legua, propios de los pueblos, etc.). El resultado fue, como dijimos, una red de comunidades fuertemente integradas en sí mismas que proporcionaron un importante flujo tributario a la Corona, y prestaciones de trabajo a mineros y hacendados. El sistema tuvo además otras características sobresalientes. Facilitó la evangelización de los indios y a través de la Iglesia la dominación colonial penetró profundamente en la mentalidad colectiva; convirtió a los kurakas en responsables de la movilización de mano de obra y la recaudación del tributo en favor de los españoles.30 Por otra parte, lo que los antropólogos han denominado el «complejo de la fiesta» estableció mecanismos que, a través de importantes gastos en trajes, comidas y bebidas en ocasión de celebraciones religiosas, «nivelaban» económicamente a los miembros de la comunidad y anulaban

27 Cf. David Brading y Harry E. Cross, "Colonial Silver Mining: México and Perú", en Hispanic American Histórical Review, vol. 52, 1972, pp. 545-579.

28 Viliamarín, op. cit., pp. 33-34. 29 En Perú fueron dispuestos por el Virrey Toledo en 1570-1580, cf. Nathan Wachtel, Los vencidos. Los indios del Perú frente a la conquista española (1530-1570), trad. A. Escohotado, Alianza Editorial, Madrid, 1976, pp. 154-226, especialmente p. 216, n. 15 para las características urbanas de las congregaciones. Sobre la estructura interna de las comunidades andinas, cf. Fernando Fuenzalida, «La estructura de la comunidad de indígenas tradicional», en Robert Keith et alii, La Hacienda, la comunidad y el campesino en el Perú, Instituto de Estudios Peruanos, Lima, 1970, pp. 61-104. En el Valle de México las reducciones ocurrieron en la segunda mitad del siglo XVI y comienzos del xviii, cf. Charles Gibson, Los aztecas..., pp. 288-306. Para una visión global del proceso en México, elaborada resumiendo la bibliografía disponible, cf. Enrique Semo, Historia del capitalismo en México. Los orígenes, 1521-1763, Era, México, 1973, pp. 70-99. Varias fuentes legales de interés están reproducidas en Enrique Florescano, Estructuras y problemas agrarios de México (1500-1821), Sep./Screntas, México, 1971, pp. 49-67

30 En un importante estudio Karen Spalding demuestra cómo esta función de los kurakas típica en los siglos xvi y xvii cambia en el siglo xviii a la de «mercader»; esta nueva fase corresponde a un período en el cual la economía tradicional de las comunidades se ha modificado por lo cual el kuraka defiende su posición privilegiada a través de mecanismos de mercado. Cf. Karen Spalding, De indio a Campesino. Cambios en la estructura social del Perú colonial, Instituto de Estudios Peruanos, Lima, 1974, pp. 31-60.

la posibilidad del liderazgo personal. 31 Es obvio que la «fiesta» constituía un mecanismo paralelo al «repartimiento de mercancías», es decir la compra forzosa de bienes vendidos por el corregidor (autoridad política inmediata de las comunidades); sabemos bien que en el siglo xviii este odiado repartimiento aumentó considerablemente en el Perú colonial. 32 No es aventurado hablar, para referirse a la dinámica de las comunidades indígenas, de un proceso de involución. 33 Su estructura interna sólo permitió dos alternativas de cambio: la destrucción, por la disminución de la población y la emigración; la pulverización de la propiedad, a través del minifundio individual, la reducción de las tierras y el aumento demográfico. Ambas alternativas se han observado en la lucha secular de las comunidades por su supervivencia. Otro elemento debe agregarse todavía. La estricta segregación racial intentada inicialmente por la Corona, no tuvo éxito y la difusión del mestizaje complicó crecientemente el esquema dual: república de los españoles-república de los indios, con que soñaba la administración colonial. El resultado fue que en el siglo xviii la penetración de foráneos en los pueblos de indios, y la emigración de comuneros fueron fenómenos permanentes.34 En este proceso lento de desagregación, las comunidades supervivieron económicamente mientras dispusieron de tierras; culturalmente proporcionaron una identidad al campesinado de los Andes y Mesoamérica durante largo tiempo todavía.

2. La tierra y los recursos naturales La política agraria colonial obedecía a cinco principios básicos: 35 a) señorío de la Corona española, por derecho de conquista, sobre la totalidad de las tierras: la única manera legal de obtenerlas era mediante una merced, concedida en nombre del rey por autoridades capacitadas, y debidamente confirmada, sin esto último la ocupación era simple usurpación y el lote en cuestión debía teóricamente volver a integrar las «tierras realengas»; b) la tierra como aliciente para impulsar la conquista y la colonización, por la posibilidad que tenía el colono de convertirse en latifundista; c) el principio de que la ocupación prolongada creaba derechos, lo que, conjuntamente con la necesidad constante de fondos para el tesoro real, llevó a diversos sistemas y expedientes que permitían legalizar a posteriori la posesión de tierras realengas o indígenas usurpadas, a través del pago de una suma a la Corona («composición de tierras»); d) la idea de que los pueblos de indios debían disponer de tierras suficientes, para garantizar la reproducción de la fuerza de trabajo y el pago de los tributos; e) el bloqueo agrario de los mestizos, de hecho sino de derecho, lo cual canalizaba a este sector de la población hacia la artesanía o

31 Marvin Harris, op. cit., p. 55: «La íntima relación entre el sacerdote local, la jerarquía de la aldea india, el sistema de fiesta, las finanzas de la Iglesia y el control politicoeconómico es todavía claramente visible» (el autor se refiere a una comunidad ecuatoriana en 1960). Ver también las pp. 48-62, Harris muestra el origen colonial de la «fiesta».

32 Cf. K. Spalding, op. cit., pp. 127-146. 33 William Paul McGrecvey, An Economic History of Colombia, 1845-1930, At the University Press, Cambridge, 1971, p. 285. 34 Severo Martínez Peláez, La Patria del Criollo, Editorial Universitaria, Guatemala, 1971, pp. 143-166, hemos variado levemente la presentación del tercer principio.

35 Cf. Magnus Mórner, Estado, razas y cambio social en la Hispano-américa colonial, Sep./Setentas, México, 1974.

formas variadas de subocupación urbana, o, más frecuentemente, hacia asentamientos rurales precarios, en territorios de las haciendas o colindantes. El acaparamiento de tierras comenzó en el siglo xvi, beneficiando primero a encomenderos y burócratas, y más tarde a mineros y comerciantes. No existió vinculación jurídica alguna entre la adjudicación de encomiendas y las donaciones de tierras, 36 pero en los hechos se pueden señalar abundantes coincidencias.37 El proceso generalizado de apropiación de las tierras y el surgimiento de las haciendas se localiza, por lo general, en el siglo xvii, y se lo considera un resultado de la catástrofe demográfica y del descenso de la producción minera. 38 En la formación de la gran propiedad, la Iglesia, sobre todo a través de las órdenes religiosas cumplió un papel fundamental. Las donaciones piadosas (tierras, rentas perpetuas, capellanías, etc.), las compras y usurpaciones, y la eficiencia administrativa, permitieron a esta institución acumular la mayor fortuna territorial del mundo colonial. Debe notarse que la propiedad eclesiástica no era alienable. Los terratenientes lucharon durante todo el período colonial, por la obtención de mayorazgos (y el consiguiente título nobiliario). Aunque hubo una política general de reticencia, éstos alcanzaron alguna frecuencia en los siglos xvii y xviii. No deja de ser significativo que, tanto en México como en Perú, es durante la segunda mitad del siglo XVIII cuando los títulos de nobleza fueron más solicitados —y no sólo por latifundistas—, sino sobre todo por mineros y comerciantes que anhelaban coronar una carrera afortunada con prestigio y seguridad.39 A la par de los grandes latifundios existió, en grado variable, la pequeña propiedad parcelaria de españoles y criollos pobres en los entornos urbanos, e incluso de mestizos y aborígenes, pero salvo excepciones —como el Valle central de Costa Rica o la región de Antioquía—, esa forma de apropiación del suelo no fue predominante, y cuando existió se convirtió pronto en un apéndice de las grandes propiedades. Los rasgos señalados permiten afirmar que la formación de un mercado de tierras fue lenta e imperfecta. La importancia de la propiedad eclesiástica, patrimonial y comunal (ejidos, comunidades indígenas, etc.) convierten en relativamente marginal a la propiedad burguesa del suelo, es decir, aquella que se compra y se vende sin restricción jurídica alguna. ¿Cómo funcionaban las haciendas coloniales? 40 La inserción en circuitos económicos más amplios a veces no ofrece dudas: se trata de las vinculaciones con centros mineros u otros complejos de exportación (obrajes dedicados al textil, ingenios de azúcar); en otros casos, impera una situación generalizada de autosuficiencia y de economía cerrada. Cronológicamente, se muestra a veces una alternancia de ambas

36 Cf. Silvio Zavala, La encomienda indiana, Madrid, 1935 (Porrúa, México, 1971). 37 Florescano, op. cit., pp, 68 y ss.; Chevalier, op. cit., n. 26; Gibson, Los aztecas... 38 Esta, es la tesis derivada de la gran obra de F. Chevalier (n. 26); R. Keith encuentra un proceso algo parecido en el valle de Chancay, cf. R. Keith et alii, op. cit., pp. 13-60. Una visión matizada de la tesis de Chevalier se encuentra en el importante estudio de Magnus Mörner, «La hacienda hispanoamericana: examen de las investigaciones y debates recientes», en Enrique Florescano (coordinador). Haciendas, Latifundios y Plantaciones en América latina, Siglo XXI, México, 1975, pp. 15-48.

39 Para el caso de México, cf. Florescano, Estructuras y problemas..., pp. 83 y ss. 40 Cf. las monografías publicadas en Haciendas, latifundios y plantaciones..., cit. y el balance ya citado (n. 38) de M. Morner. Cf. también, Ward Barrete, La hacienda azucarera dé los marqueses del Valle (1535-1910), trad. S. Mastrangelo, Siglo XXI, México, 1977; Enrique Semo (coordinador), Siete ensayos sobre la hacienda mexicana (1780-1880), Instituto Nacional de Antropología e Historia, México, 1977; diversos trabajos de Pablo Macera sobre las haciendas jesuíticas en Perú, algunos recopilados en Pablo Macera, Trabajos de Historia, t. 3, Instituto Nacional de Cultura, Lima, 1977.

experiencias. En todo caso, es aventurado mientras no se disponga de un mejor conocimiento, la generalización de un patrón de comportamiento que sabemos muestra grandes variantes regionales. La rentabilidad derivaba, íntegramente, del control sobre la fuerza de trabajo y la abundancia de tierras;41 es evidente que, cuando no hay desembolsos monetarios para el pago de insumos, cualquier excedente comercializable produce beneficios para el terrateniente. Las órdenes religiosas, y en particular los jesuítas, fueron los mejores administradores de haciendas. En México y Perú las especializaron en cultivos de exportación adecuados al clima y los suelos; eventualmente emplearon esclavos africanos, e invirtieron los dineros recibidos como obras pías en propiedades urbanas y rurales, préstamos a interés, e inversiones en sus propias tierras.42 Pero, salvo en los casos de cultivos como el azúcar, de fácil mercado, no parece que las haciendas hayan permitido amasar fortunas comparables a las de la minería. 43 Incluso Brading44 afirma que: La hacienda mexicana era un barril sin fondo que consumía sin cesar el capital excedente acumulado por el comercio exterior. Las fortunas amasadas en la minería y en el comercio se invertían en la tierra, para desde allí ser lentamente dilapidadas o transferidas poco a poco a las arcas de la Iglesia. Las mayores riquezas se originaron en la explotación de los metales preciosos.45 El saqueo de los tesoros indígenas y el oro de aluvión dio paso, a mediados del siglo xvi, a la minería del oro y sobre todo de la plata. No es exagerado afirmar que todo él sistema imperial español estuvo volcado hacia la producción, el transporte y la protección de la plata. La explotación de las minas exigía grandes capitales, sobre todo una vez que la baja ley de los yacimientos hizo indispensable el uso del azogue. Fueron corrientes diversas formas de asociación, entre mineros, pero la forma más frecuente de financiamiento vino de adelantos proporcionados por los grandes comerciantes de México y Lima. Se trató, desde el principio, de un negocio concentrado en pocas manos; hacia fines del siglo xvi unas 800 personas entre México y Perú; en 1791 según un informe virreinal había en Perú 588 minas de plata y 69 de oro, y 728 mineros, pero predominaban las explotaciones pequeñas, trabajadas al azar, y los mineros miserables y sin recursos. Parece fuera de duda que el capital comercial obtuvo, en el secular negocio de la plata, los mayores beneficios. Por lo demás, si se comparan, como lo ha hecho Alvaro Jara, 46 las curvas de las exportaciones de plata americana con las del tráfico de mercancías de regreso se observa un distanciamiento profundo: España recibe mucho más de lo que envía. He

41 Cf. Shane J. Hunt, «La economía de las haciendas y plantaciones en América latina», en Historia y Cultura, n.° 9, Museo Nacional de Historia, Lima, 1975, pp. 1-66.

42 Cf. Hermes Tovar Pinzón, «Elementos constitutivos de la empresa agraria jesuita en la segunda mitad del siglo xviii en México», en Haciendas, latifundios y plantaciones..., pp. 132-222, y los trabajos de Macera citados en la n. 40.

43 La evaluación de las ganancias es particularmente difícil: en el siglo xviii rara vez, sobrepasan el 5 % del capital invertido, cf. Mörner, «La hacienda...», arf. cit., p. 36.

44 D. A. Brading, Mineros y comerciantes en el México borbónico (1763-1810), trad. R. Gómez, F.C.E., México, 1975, p. 297. 45 Ct Alvaro Jara, Tres ensayos sobre economía minera hispanoamericana, Universidad de Chile, Santiago, 1966; Lewis Hanke, The Imperial City of Potosí, Nijhoff, La Haya, 1956; D. A. Brading, op, cit.; Brading & Cross, «Colonial...», art. cit. en n. 27; P. J. Bakewell, Minería y sociedad en el México colonial. Zacatecas, 1546-1700, trad. R. Gómez, F.C.E., México, 1976; G. Lohman Villena, Las minas de Huancavelica en los siglos XVI y XVII, Escuela de Estudios Hispanoamericanos, Sevilla, 1949; R. Konctzke, op. cit., pp. 282-283, cita el informe Virreinal de 1791 mencionado más abajo.

46 Alvaro Jara, op. cit., las series de E. Hamilton están ahora disponibles en castellano: Cf. E. Hamilton, El tesoro americano y la

revolución de los precios en España, 1501-1650, trad. A. Abad, Ariel, Barcelona, 1975, pp. 47 y 55. Las de Chaunu (sobre el tráfico comercial) provienen de la obra citada en la n. 121.

aquí una demostración, burda pero eficaz, del sentido de la explotación colonial, que se expresa en un flujo neto de metales preciosos que ingresa a la metrópoli. Es sabido, por lo demás, que en manos de particulares o de la Corona, el grueso de esas riquezas abandonará España. 47

3. Las técnicas de producción Discutiremos ahora sobre el nivel de las técnicas en la economía colonial. Se trata de un tema que apenas empieza a ser desbrozado por la investigación histórica.48 La primera constatación, si atendemos a las técnicas de cultivo y de recolección, es la del primitivismo. Uso generalizado de la roza; instrumentos de labranza precarios; en los Andes y Mesoamérica el palo de sembrar sigue siendo absolutamente predominante; un bajo nivel de rendimientos y una sensibilidad extrema a plagas y trastornos meteorológicos.49 Parecería que los españoles se adaptaron pronto a una situación nueva: la de abundantes tierras y mano de obra; y renunciaron a introducir todas las técnicas europeas disponibles. La ganadería vacuna, ovina y mular, practicada en una forma extraordinariamente extensiva, tuvo rápida difusión en llanos y planicies con pasturas naturales; pero el aprovechamiento se limitó a la carne, los cueros, la lana y el uso de bestias de carga. La tradicional oposición castellana entre ganaderos y agricultores se reprodujo en América, en escala ampliada, y excluyó desde el vamos una agricultura mixta que los aborígenes (carentes de ganado mayor) tampoco conocían. Como vimos en el capítulo 2, en el norte de Europa, fue esa asociación, y la introducción de los tubérculos y las forrajeras lo que abrió el camino a la revolución agrícola de los siglos XVII y xviii. Resumamos nuestras ideas: en el campo agrícola y ganadero, la simbiosis de técnicas indígenas y europeas parece haberse resuelto en un proceso de estancamiento o involución. Hubo artesanías y gremios, de todo tipo y variedad. 50 Desde la élite de plateros y herreros hasta los oficios más bajos de albañiles, carpinteros, etc. y el textil tuvo, sobre todo en el centro de México, en Ecuador y Perú, un importante desarrollo. Pero la expansión de los obrajes (atendidos con mano de obra indígena e incluso esclavos) chocó a menudo con prohibiciones y entrabamientos de las autoridades coloniales. En estricta política mercantilista, las colonias no debían poseer industrias que compitieran con las de las de la metrópoli. Las artesanías y los obrajes nunca desaparecieron pero debieron soportar coyunturas de política colonial desfavorable. Un comentario aparte merecen los astilleros. 51 En Guayaquil, Panamá, La Habana y El Realejo se fabricaron navios de todos los calados, con maderas locales y clavos y otros materiales importados. Vale la pena recordar que

47 Cf. Barbara y Stanley Stein, La herencia colonial de América latina, trad. A. Licona, Siglo XXI, México, 1970, pp, 7-29; Pierre Vilar, Oro y moneda en la historia (1450-1920), trad. A. Sáez y J. Sabater, Ariel, Barcelona, 1972, pp. 197-234.

48 Cf. Roger Ravines (compilador), Tecnología andina, Instituto de estudios peruanos, Lima, 1978; las actas del Simposio sobre el tema, efectuado porcia Comisión de historia económica del CLACSO en el marco del XLI Congreso Internacional de Americanistas (México, 1974), contienen material de mucho interés que lamentablemente permanece todavía inédito.

49 La dependencia es más notoria en el caso de áreas que dependen de un cultivo básico para la alimentación. Cf. Enrique Florescano, Precios del maíz y crisis agrícolas en México (1708-1810), El Colegio de México, México, 1969.

50 Cf. R. Konetzke, op. cit., pp. 301-307; Pedro Santos Martínez, Las industrias durante el Virreinato (1776-1810), Eudeba, Buenos Aires, 1969.

51 Cf. Lawrence Gay ton, The Shipyards of Guayaquil, Ecuador, during the Sixteenth and Seventeenth Centuries, Tuianc University, Ph. D. Disscrtation, 1972; D. R. Radell y J. J. Parsons, «Realejo a Forzotten Colonial Port and Ship-building Center in Nicaragua», en Hispanic American Histórical Review, n.° 51, 1971, pp. 295-312.

muchos autores consideran a la industrial naval como una de las más complejas de los tiempos modernos. 52 La minería fue el sector en el cual la tecnología empleada puede calificarse como la más avanzada. El procedimiento de la amalgama, molinos hidráulicos, etc. configuraban a los centros mineros como verdaderas industrias de la época y otro tanto puede afirmarse de los ingenios de azúcar (mucho menos de las plantaciones cacaoteras, de los obrajes del añil o de la cochinilla). Pero aun en estos sectores más avanzados, la Innovación tecnológica tuvo escasas repercusiones, más allá del beneficio de mayores rendimientos en calidad o cantidad. La minería de la plata carecerá, por ejemplo, de los «efectos de enlace»53 que estarán presentes en la del hierro y el carbón que se desarrolló en la Inglaterra del siglo xvi; 54 y los astilleros no lograron originar (posiblemente por las trabas de la política colonial, este es un tema a investigar) una floreciente industrial naval como fue el caso en las colonias de la nueva Inglaterra. 55

C) LA PLANTACIÓN ESCLAVISTA Ahora nos interesaremos por lo que los antropólogos han denominado «Afroamérica», y que comprende buena parte de Brasil, el Caribe (Antillas, Guayanas, costa y valles aledaños de Venezuela, parte del litoral mexicano del Golfo), el sur de los actuales Estados Unidos, y ciertas porciones de América española continental (costa del Perú, partes de Colombia, etc.).No nos ocupara aquí el sur de los Estados Unidos y en lo relativo a América latina y el Caribe nos limitaremos estrictamente a aquellas regiones coloniales en las que la esclavitud de africanos era la base de las relaciones de producción.

1. Algunos problemas teóricos ¿Cómo enfocar las sociedades esclavistas de América? De acuerdo con las alternativas que discutimos en la primera parte de este capítulo, son posibles enfoques muy divergentes del sistema esclavista que existió en ciertas regiones del continente americano entre el siglo xvi y el xix. Una primera opción es considerar a dicho sistema como una parcela, una parte integrante del capitalismo mundial, funcional a su desarrollo en la etapa del «capitalismo comercial» y de la acumulación primitiva, pero siendo destruido por la maduración del modo de producción capitalista. Es así que Fernando Henrique Cardoso y Octavio Ianni, apoyándose en las ideas de Eric Williams, interpretan la trayectoria histórica del esclavismo brasileño; dice el primero:

52 Frcdéric Mauro, Le XVIº siécle européen. Aspects économiques, Presses Universitaires de France, París, 1966, pp. 198-199 (hay trad. cast., Labor, Barcelona).

53 Cf. infra, tomo 2, cap. V, n. 26. 54 Cf. John U. Neff, «The progress of Technology and the Growth of Large-Scale Industry in Great-Britain, 1540-1640», reimpreso en Carus-Wilson (ed.), Essays in Economic History, Arnold, Londres, 1954, I, pp. 88-107.

55 Cf. H. U. Faulkner, Historia económica de los Estados Unidos, trad. A. Aisenson, Editorial Nova, Buenos Aíres, 1956, pp. 95112; Ralph Davis, La Europa atlántica. Desde los descubrimientos hasta la industrialización, trad. P. Recondo, Siglo XXI, México, 1976, pp. 189-315.

...el trabajo esclavo en una economía capitalista (la esclavitud moderna) se presenta como una contradicción en sí mismo cuando el sistema capitalista en el que se inserta tiende al crecimiento. Las tensiones creadas por este tipo de organización del trabajo no conducen a la supresión del sistema capitalista; plantean apenas el problema del término de la esclavitud como condición para la formación plena del sistema mercantil-industrial capitalista. Este autor habla incluso del esclavismo americano definiéndolo como un «sistema “esclavista-capitalista” de producción». Es cierto que, para el siglo XIX, hallamos en Marx una postura similar: El que nosotros ahora no solo llamemos capitalistas a los propietarios de plantaciones en América, sino que además estos lo sean, descansa en que ellos existen como anomalías dentro de un mercado mundial que se basa sobre el trabajo libre. Para el siglo xix, de acuerdo; tanto más que, entonces, el esclavismo americano, sin ninguna duda insertado en el sistema capitalista mundial, absorbe crecientemente elementos y concepciones capitalistas, como también lo precisa Marx: Allí donde impera la concepción capitalista, como ocurre en las plantaciones norteamericanas, toda esta plusvalía se reputa ganancia; en cambio, donde no existe el régimen capitalista de producción ni la mentalidad correspondiente a él transferida desde países capitalistas, se la considera renta. Pero, ¿qué decir de los siglos xvi, xvii y aun xviii? ¿Serán entonces las sociedades esclavistas de América «una anomalía dentro de un mercado mundial basado en el trabajo libre»? Nos parece evidente que no, y que la única forma de apoyar la afirmación del «carácter capitalista» de las plantaciones esclavistas americanas en aquel entonces es el recurso a concepciones circulacionistas del capitalismo, weberianas o de otro tipo. Si se razona así, no habría ninguna razón para no considerar a los países de la «segunda servidumbre», Polonia por ejemplo, como capitalistas; lo que hace por cierto, como ya lo vimos, I. Wallerstein, pero no usualmente los marxistas... Desde 1971 hemos propuesto que se considerara al esclavismo colonial como un modo de producción específico, cuya teoría se podría construir, aun cuando se trataría de un modo de producción estructuralmente dependiente, situado en un nivel teórico distinto del que corresponde por ejemplo al feudalismo o al capitalismo. El intento más serio y exhaustivo para dar cuerpo a esta sugerencia —que en nuestro caso sólo dio lugar a un capítulo de una tesis dedicada a un estudio monográfico, y a algunos artículos, — es el voluminoso trabajo de Jacob Gorender sobre el esclavismo colonial, donde el autor trata seriamente de construir la economía política de dicho modo de producción: ...el esclavismo colonial surgió y se desarrolló dentro de determinismo socio-económico rigurosamente definido en tiempo y el espacio. Fue precisamente de este determinismo factores complejos que el esclavismo colonial emergió como

un el de un

modo de producción con características nuevas, antes desconocidas en la historia humana. No constituyó una repetición o vuelta del esclavismo antiguo... ni resultó de la conjugación sintética entre las tendencias inherentes a la formación social portuguesa (el autor habla aquí de Brasil) del siglo xvi y a las tribus indígenas. El estudio de la estructura y de la dinámica del modo de producción esclavista colonial... demostrará lo que ya se ha afirmado, o sea, que se trató de un de producción históricamente nuevo, puesto que a otra conclusión no se puede llegar si este estudio pone de relieve leves específicas distintas de las leyes de otros modos de producción. Ha habido también intentos en el sentido de asimilar el esclavismo colonial de América al feudalismo, cuando no a un mal definido «señorialismo» o a una «estructura patrimonialista» de innegable sabor weberíano. Marcelo Carmagnani, para justificar la inclusión que hace de las regiones esclavistas en lo que para él es el «feudalismo» latinoamericano, dice lo siguiente:

El análisis de una hacienda brasileña, descrita por Mauro, puede ofrecernos algunos elementos útiles para comprender el papel de la mano de obra esclava. Esta hacienda, la mano de obra esclava sólo el 16% del y 21% del , que concuerdan con los cálculos de Furtado, según los cuales el capital invertido en la mano de obra esclava debía acercarse a 20% del capital fijo de la empresa. Basándonos en estos elementos, no consideramos posible calificar de esclavista un modo de producción en que el capital fijo en esclavos es sólo un 20% de los elementos totales del modo de producción. Es preciso, en efecto, considerar que la fuerza de trabajo que permitió el proceso productivo en las plantaciones brasileñas no es sólo la esclava, sino también -como ha demostrado Schwartz- una mano de obra de braceros (los "lavradores de cana") que representa un porciento relativamente elevado del total de la mano de obra necesaria para la producción física total. Además de que el carácter esclavo en lo esencial de la fuerza de trabajo en la producción azucarera brasileña no puede ponerse en duda para la época colonial, hay cosas verdaderamente sorprendentes en la argumentación de Carmahnani. Como es evidente, un modo de producción no se define por montos de inversión en estos o aquellos factores, y menos todavía basándose en los datos de una hacienda de una sociedad... La definición de feudalismo que proporciona el autor es igualmente inaceptable, puesto que no define a ningún modo de producción especifico en su articulación de fuerzas productivas y relaciones de producción: "el modo de producción feudal se basa en la en la utilización directa o indirecta de una mano de obra servil y en la explotación a título gratuito de los recursos naturales (tierras y minas)". ¿Régimen esclavista o regímenes esclavistas? Los pioneros del estudio comparativo de las sociedades esclavistas de América, Gilberto Freyre y Frank Tannenbaum, seguidos por Stanley Elkins, defendieron, aunque con argumentos distintos, la misma opinión: la esclavitud norteamericana era más dura que la de América latina, por razones ligadas al «carácter nacional» de los colonizadores, a la religión y a la legislación. Además de una tesis más o menos común, los autores citados comparten un punto de vista claramente idealista. Freyre, apoyándose tanto en datos de las ciencias físicas, biológicas y sociales como en la «intuición», pretende reconstituir la psicología de las relaciones culturales y raciales que formaron la - sociedad brasileña; según Eugene Genovese, pretende emprender algo equivalente a lo realizado por Picasso en el arte plástico: una «imagen creadora», por la fusión de los enfoques analítico y orgánico del Hombre. Teleología y misticismo marcan sus escritos, que lanzaron las bases de lo que se pudo llamar el «mito de la democracia racial brasileña». Tannenbaum considera que los sistemas esclavistas de América formaban tres grupos: 1) el anglosajón al cual faltaba una tradición esclavista efectiva, una legislación esclavista e instituciones religiosas que se ocuparan efectivamente del negro; 2) el ibérico, que tenía una tradición y una legislación esclavistas, y una instancia religiosa que creía en una personalidad espiritual del cautivo, trascendente a su condición de esclavo,

y por consiguiente defendía su «personalidad moral»; 3) el francés, que ocupaba una posición intermedia (falta de tradición y legislación esclavista anteriores, presencia de la región católica). En su estudio, Tannenbaum descarta el grupo francés, cuyo análisis por cierto es especialmente útil para la crítica de su postura: es fácil demostrar que, en la medida en que lo exigía el interés de los colonos, el Code Noir de 1685 no era aplicado en las colonias francesas, y que el clero actuaba en ellas casi siempre como aliado de la clase dominante (de la que formaba parte) en lo concerniente a la defensa del orden esclavista. El argumento central de Tannenbaum consiste en la afirmación de que el status actual del negro en los diferentes países de América resulta de la actitud de la clase dominante esclavista hacia el negro esclavo (aceptación o no de su personalidad moral y de su «humanidad»; posibilidad mayor o menor para el cautivo de obtener la liberación, etc.), y que a su vez tal actitud era el resultado de la historia religiosa, moral y legal de las naciones colonizadoras. La comparación entre los Estados Unidos y las Antillas británicas bastaría para mostrar lo inexacto de la tesis de Tannenbaum. Elkins retoma el esquema de Tannenbaum, pero en un contexto metodológico y conceptual distinto. Como dice George Rawick, emplea una «amalgama de psicología freudiana y de teorías sobre el papel socio psicológico» para demostrar que la esclavitud «infantilizaba» la personalidad del esclavo: en una parte de su libro llega incluso a comparar los efectos de la esclavitud con el impacto de los campos de concentración nazis sobre los prisioneros encerrados en ellos. Elkins opone Norteamérica, con su cultura «liberal protestante, secularizada y capitalista», a las colonias de España y Portugal, con su cultura «conservadora, paternalista, católica, casi medieval». En suma, hace el contraste entre una situación de capitalismo no limitado institucionalmente y otra, no capitalista y sometida a controles institucionales (religiosos y legales), y considera tal contraste como elemento importante en la explicación de las diferencias de naturaleza entre la esclavitud norteamericana y latinoamericana. Otros autores comparten el punto de vista de los ya mencionados. Eugene Genovese retomó la idea de «sistemas esclavistas» distintos, partiendo de que habría grandes diferencias entre las clases dominantes de las distintas regiones de América donde fue importante la esclavitud negra, algunas más «señoriales», otras más «burguesas»; unas más arraigadas, otras absentistas, etc. La posición que hemos expuesto hasta ahora nos parece equivocada. También hoy día podríamos hallar diferencias profundas —de hecho muchísimo más graves que entre las diversas colonias esclavistas entre países capitalistas; no digamos ya entre los Estados Unidos y México, por ejemplo, sino entre Canadá, Francia y Japón. Sin embargo, a nadie se le ocurre hablar de «diversos regímenes capitalistas». Un sistema económico, o un modo de producción, es una abstracción que, en su pureza, no será encontrada en ninguna parte. Pero si lo esencial cierto número de formaciones económico-sociales funcionan según las mismas leyes, es válido construir una única «economía política» que las explique en conjunto. Ahora bien, esto es justamente lo que constataron estudios específicos que destruyeron sin remedio el esquema idealista de Tannenbaum, Freyre y otros autores. Se ha podido mostrar el carácter relativamente uniforme de la esclavitud negra americana, y que las colonias que se hallaban en el mismo punto de su «desarrollo económico colonial», presentaban sistemas esclavistas esencialmente análogos, no obstante que aun en este caso fueran posibles variaciones importantes.

El concepto de plantación

Fue en 1957 que Eric Wolf y Sydney Mintz publicaron su famoso artículo sobre haciendas y plantaciones en Mesoamérica y las Antillas en el que exponían de manera sistemática la comparación entre ambos tipos de propiedades agrícolas. Aunque la definición de plantación que ofrecen no es apropiada para la época colonial, el término se generalizó con rapidez, aplicándose tanto a las unidades productoras de artículos tropicales que utilizaban esclavos cuanto a las plantaciones bananeras de nuestro siglo, por ejemplo. Ello es así aunque se haya podido mostrar que algunas de las diferencias entre ambos tipos eran ilusorias, además de criticarse el carácter estático del análisis de Wolf y Mintz. Pero es un hecho que «plantación», y sobre todo «plantación esclavista», sugiere una forma de organización de la producción bien definida más homogénea sin duda que la de «hacienda» extremadamente heterogénea en el tiempo y el espacio. Más adelante, en este capítulo, hablaremos del funcionamiento de la plantación esclavista. Para que términos como «hacienda» o «plantación» sean útiles, es muy importante no extralimitar su capacidad heurística. Nos parece del todo absurdo, por ejemplo, hablar de un «modo de producción de plantación» o de un «modo de producción latifundista», como ya se hizo. Fue en las Antillas, con su alto grado de absentismo de los propietarios en las islas británicas, holandesas y francesas que el sistema de plantación llegó a formas extremas, al punto que ciertos autores contemporáneos sostienen que no se trataba de formaciones económico-sociales, por su dependencia hacia el exterior para la reproducción de sus relaciones de producción. En 1967 escribía R. T. Smíth: Cada plantación constituye una unidad separada... autosuficiente que opera independientemente de sus vecinos. En términos generales y permitiéndose una exageración que se puede corregir a la postre, uno puede decir que ésta [la sociedad de plantación] era una sociedad segmentada, con las plantaciones constituyendo series lineales simples que mantienen entre sí poca o ninguna interrelación. Existía un mínimo de organización central y cada plantación era en sí una unidad de producción. Es cierto que cada plantación dependía de insumos provenientes del mundo externo y tenía que vender sus productos en el mercado exterior para poder existir. Pero estos vínculos se orientaban a lugares como Europa, África y Norteamérica. La plantación tampoco se reproducía a sí misma y dependía de la importación de nuevos reclutas, viniendo del exterior —esclavos de Africa o de otras islas antillanas, artesanos y administradores de las islas británicas, Holanda, Barbados y de otras partes. (...) Se sugiere que consideremos a cada plantación como lo que Goffman denominó «institución total». El modelo de Goffman se formuló originalmente para tratar problemas de análisis de los hospitales psiquiátricos, pero se ajusta extremadamente bien a ciertos aspectos de la estructura de la plantación. En base a ello, L. Best propuso el año siguiente su «modelo de economía pura de plantación», justificándolo sí: De manera concreta, cada (plantación) se basta a sí misma en cuanto a sus operaciones en el hinterland. Incluso si compra

algunos servicios de los artesanos urbanos y algunas materias primas de los residentes, es casi completamente independiente del resto de la economía. Cada plantación es de hecho una «institución económica total». Controla su propia distribución, construcción, servicios y facilidades de subsistencia dentro del mismo complejo institucional y solamente un cambio en la demanda externa de su propio producto puede activarla, estimularla o deprimirla. La conclusión lógica de esta postura es que la empresa es la única unidad legítima de análisis. Al exagerarla, de hecho se tendrá una posición semejante a la de Wallerstein: Es preciso reiterar que la plantación se sitúa en las fronteras del feudalismo y del capitalismo europeos, y por más esclavos que tuviera, no es un modo de producción esclavista, ya que no produce ni reproduce a amos y esclavos. La plantación es una empresa del modo de producción capitalista en la cual se obtiene una producción de capitales industriales a partir de capitales comerciales. Se trata de un momento de la acumulación primitiva del capital.

2. El funcionamiento de la agricultura esclavista de plantación. Generalidades Estudiando la Guayana francesa en el siglo xviii, llegamos al inventario siguiente de cuáles eran los elementos integrantes de una plantación esclavista completa: 1° Edificios: a) construcciones para residencia: casa del propietario, casas de los empleados libres, cabañas de los negros esclavos; b) dependencias de la casa del terrateniente: cocina, depósitos, etc.; c) construcciones ligadas al beneficio del o de los productos, más o menos numerosos según se tratara del azúcar o de otros artículos: ingenio u otras instalaciones de beneficio, depósitos, talleres artesanales o de reparación, etc.; d) el «hospital», gran cabaña donde eran cuidados los esclavos enfermos o que sufrieran accidentes. 2.° Tierras cultivadas: a) el «jardín», o sea la gran clarera ganada al bosque según el sistema de la roza, donde eran cultivados los productos tropicales de exportación (caña de azúcar, cacao, algodón, etc.); b) los cultivos de los esclavos: cada familia contaba con una parcela junto a su cabaña y otra en la «clarera de los negros»; c) los cultivos de alimentos administrados por la plantación y los árboles frutales. 3.º Rebaños: bovinos para el tiro y eventualmente para la carne, caballos, etc.

4.° Pastos y reservas forestales: dichas reservas servían para actividades de recolección (madera, caza, frutos silvestres) pero también eran necesarias debido al sistema de agricultura itinerante de roza. 5.° Elementos ligados al transporte: caminos, muelles, carretas tiradas por bueyes, embarcaciones, etc. Con variaciones, esta descripción del contenido de una plantación colonial es válida para las demás áreas esclavistas del continente. Lo que llama de inmediato la atención es lo que una descripción de este tipo implica en cuanto a las dimensiones de la plantación y de su escala de operaciones. Claro está que el tamaño de las propiedades podía variar mucho, e igualmente la cantidad de esclavos, según los recursos del propietario y el tipo de producción. Pero en la Guayana francesa, por ejemplo, las propiedades con menos de diez esclavos no eran incluso tomadas en cuenta en los censos de las plantaciones: la producción de materias primas y alimentos tropicales de exportación imponía una cierta escala de operación. Un ingenio de azúcar, por ejemplo, para un funcionamiento mínimo exigía 50 esclavos activos, 85 para una división adecuada de tareas, 150 para ser verdaderamente rentable, según los criterios de la colonia que tomamos como ejemplo: pero los gastos para la instalación de un ingenio con 150 esclavos activos eran calculados en 300.000 libras de Tours (o sea diez veces el salario anual del gobernador de la Guayana francesa). Es verdad que los ingenios representan el tipo más complicado y costoso de plantación colonial. Así, la diferencia más importante que se menciona habitualmente entre la hacienda y la plantación es el monto mucho más importante de capital invertido en la segunda, además de que, por definición, ésta produce para el mercado mundial. De hecho, sin embargo, «hacienda» y «plantación» tal como las caracterizaron Wolf y Mintz son los polos extremos de un continuum: la gran mayoría de unidades concretas de producción de cierta importancia en América latina y el Caribe se ubicaban en algún punto entre ambos extremos. Antes de abordar en detalle el estudio del funcionamiento de la agricultura de plantación esclavista, reseñaremos brevemente sus características principales: 1.º Estructuralmente, comprendía por lo menos dos sectores agrícolas articulados: un sistema esclavista dominante, productor de mercancías destinadas a los mercados europeos; y un sistema campesino subordinado al primero, ejercido por los mismos esclavos a través de su trabajo autónomo en lotes dados en usufructo, y eventualmente por otros trabajadores dependientes, produciendo alimentos. En una colonia como Brasil, de grandes dimensiones, la situación era bastante más complicada; pero dejaremos para otro momento el análisis de las formas subsidiarias de actividades agropecuarias en las regiones esclavistas. 2.º Las fuerzas productivas tenían un nivel relativamente bajo, caracterizándose por la utilización extensiva tanto de los recursos naturales como de la fuerza de trabajo. La economía de plantación exigía un cierto desarrollo de la especialización y de la división del trabajo entre los esclavos, pero se lo reducía al mínimo necesario, y predominaba la cooperación simple. Las técnicas tampoco tuvieron un gran desarrollo. Veremos que, mientras que la historiografía tradicional exageró mucho la pobreza de las fuerzas productivas del esclavismo colonial, actualmente ocurre una tendencia a la exageración opuesta, sin buscar establecer los

límites del avance posible de las fuerzas productivas en el tipo de sociedad de que se trata. 3.° A nivel macroeconómico, la lógica del sistema era inseparable de la del capital mercantil en su conjunto: el carácter colonial de la economía se ponía de manifiesto en el tipo de división del trabajo entre Europa y las colonias americanas, y en la falta absoluta de control de estas últimas sobre el mercado de sus propios productos de exportación. 4.° A nivel microeconómico, la rentabilidad de la empresa esclavista dependía sobre todo de: a) la minimización de los gastos para el mantenimiento del esclavo; b) un grado máximo de autosuficiencia al nivel de los insumos locales (siempre se necesitaban insumos importados); c) la concentración de los recursos disponibles en esclavos y medios de producción necesarios a la producción de ciertos tipos de mercancías cuya naturaleza era determinada por la lógica global del capital mercantil: la coyuntura favorable de tales productos era un factor de peso para el éxito de la empresa. 5.° Los mecanismos principales de reproducción de las relaciones de producción y del proceso de acumulación estaban constituidos: a) por la trata africana como mecanismo básico para proveer la fuerza de trabajo necesaria; b) por lo que habitualmente se llama el «tratamiento» de los esclavos: vigilancia, represión, mecanismos integradores al orden esclavista, etc.; en el esclavismo, como en cualquier sistema precapitalista, la importancia de elementos extraeconómicos de diversos tipos para la configuración y conservación de las relaciones de producción es mucho mayor que bajo el capitalismo. Los factores productivos y la circulación Hablemos en primer lugar de la apropiación de la tierra. En un principio, hallamos una gran similitud en los procesos de apropiación en toda América colonial, como lo subraya Julio Le Riverend: Consideramos que hay numerosos elementos para asegurar que la apropiación de la tierra en las colonias de diferentes países presenta una identidad originaria que se remonta al período de formación jurídica medieval. La doctrina regalista del dominio eminente del soberano (el Estado) es común. El esquema de las concesiones o mercedes de tierra en las colonias tiene semejanzas. Y la apropiación concreta por los colonos se produce como cuestión de hecho consumado por igual. En todas, se pretende justificarlo por la explotación o valorización de las tierras, extremo que se da como evidencia en los casos de pequeñas heredades, pero que no se confirma en las modalidades latifundiarias. ¿Cuáles son, en suma, estos rasgos similares en la forma de apropiarse la tierra en las colonias esclavistas? Citemos los siguientes: 1) pese a que la concesión siempre era hecha bajo ciertas condiciones (confirmación real en el caso de las colonias ibéricas; explotación efectiva dentro de un plazo determinado; delimitación del predio, etc.), el no cumplimiento de estas condiciones sólo muy raramente llevaba a la confiscación del terreno concedido; 2) aun cuando en la apariencia existían limitaciones al derecho de propiedad desde el punto de vista jurídico, en la practica la propiedad de la tierra fue desde el principio de tipo alodial (propiedad libre y hereditaria, sin trabas de tipo enfitéutico), pese a que algunas veces ciertas limitaciones tuvieron algunos efectos reales, como la prohibición de dividir las mercedes

de tierras en Cuba; 3) en todas las colonias existieron disposiciones en el sentido de limitar o evitar el excesivo acaparamiento de la tierra; también en todas dichas disposiciones nunca pudieron impedir los fraudes, la monopolización del suelo y el latifundismo; 4) predomino ampliamente la concesión gratuita; en el caso español por razones fiscales, hubo presiones sobre ocupantes no regulares para obtener compensaciones monetarias por la regularización del título de propiedad (composiciones de tierras), y ventas de tierras realengas. Pero si examinamos la cuestión a fines de la época colonial, constataremos que, pese a la gran semejanza inicial, ciertas diferencias surgieron en la concepción misma de la propiedad de la tierra. En las colonias ibéricas y francesas, reflejando el estado de cosas en las metrópolis respectivas, esa propiedad tenía un fuerte carácter patrimonial. Los deudores eran protegidos por las leyes contra el embargo de sus bienes, lo que refleja una política más favorable a los terratenientes que a la burguesía mercantil: existen muchos casos comprobados de propiedades esclavistas vendidas pese a estar cargadas de diversas hipotecas no satisfechas. En contraste, Inglaterra y Holanda habían evolucionado rápidamente hacia una concepción más capitalista de la propiedad de la tierra, y la impusieron igualmente a sus colonias, en las cuales el suelo paso a ser una mercancía como cualquier otra (proceso que en el caso de Brasil, por ejemplo, sólo pudo completarse a mediados del siglo xix, varias décadas después de la independencia), siendo fácil el embargo de las propiedades pertenecientes a deudores insolubles, los cuales, lejos de ser protegidos por las leyes y la justicia, corrían el riesgo de ser encarcelados. Además, Inglaterra tendió desde la segunda mitad del siglo xviii vender las tierras coloniales realengas en lugar de donarlas. Mencionemos todavía que ciertos autores han tendido a exagerar mucho lo que llaman la «disponibilidad ilimitada de tierras> en América, factor sin duda importante en los primeros tiempos de la colonización de cada región. Pero no se puede tomar en serio ciertas teorías que verían en tal oferta "ilimitada" la causa esencial, o una de las causas esenciales del propio esclavismo. Éste está ligado a una fase histórica determinada, con sus especificaciones en cuanto a las fuerzas productivas y a las formas posibles de relaciones de producción, y no a un juego simple entre el «factor tierra» y el «factor fuerza de trabajo». Por otra parte, las tierras efectivamente deseables para la plantación esclavista estaban estrictamente limitadas por factores ecológicos y de transporte. Tanto no era «ilimitada» su disponibilidad, que Antonil, escribiendo acerca de la zona azucarera del nordeste de Brasil, cuya ocupación ya tenía entonces más de un siglo, sólo mencionaba la compra como forma de acceso al suelo. Nos toca ahora abordar el análisis de la fuerza de trabajo y las relaciones de producción. Dado que en América latina y el Caribe —al contrario de lo que ocurrió desde la época colonial en los futuros Estados Unidos-, no se dio una reproducción vegetativa de la población esclava, su renovación dependió de la trata africana, comercio lucrativo que, del siglo xvi al xix, fue responsable por el traslado de nueve millones y medio de africanos a América (cifra que no comprende los africanos muertos en el proceso de captura en África en los «depósitos» donde aguardaban el embarque, en la terrible travesía, ni el impacto demográfico del traslado de gran número de personas en edad de procrear sobre ciertas regiones del continente africano). No nos interesa

examinar por sí misma la trata, sino sus efectos sobre la plantación americana. Hablemos ante todo de los efectos demográficos. Para entender el impacto de esta forma peculiar de inmigración forzada, es preciso enfatizar dos puntos. El primero es la muy peculiar estructura por sexo y edad de los migrantes, muy distinta a la de cualquier población asentada. Las mujeres de cualquier edad representaban siempre una minoría —en el conjunto quizás alrededor del 40 %—; los niños (menores de 14 o 15 años) de ambos sexos, menos de un tercio; el hecho de que las mujeres que llegaban estaban ya, en la mayoría de los casos, en edad de procrear, disminuía en el conjunto el número de años fértiles por mujer importada vividos en América, actuando negativamente sobre la fecundidad potencial. Así, cuando en una colonia la trata africana incidía en gran escala y durante un período relativamente largo de tiempo, las distorsiones resultantes en ' la estructura de la población receptora eran desfavorables a la tasa de fecundidad: desproporción entre el número de hombres (mayor) y mujeres entre los adultos, menor fecundidad potencial y real de las mujeres africanas en comparación con las esclavas criollas (nacidas en América), reducido número de niñas (futuras reproductoras potenciales), etc. El segundo punto que es necesario enfatizar acerca de la trata tiene que ver con el efecto catastrófico del seasoning, o sea el período en que los esclavos importados se adaptaban al nuevo ambiente y a nuevos tipos de enfermedades: los contemporáneos pretenden que más del 30 % de los recién llegados morían en cuestión de meses o cuando mucho dos a tres años, lo que influía poderosamente sobre la tasa global de mortalidad (además de que los africanos podían también ser portadores de epidemias). La demografía de los esclavos no dependía apenas de la trata y sus efectos, sino también de la lógica misma de la economía de plantación. Higman ha demostrado la existencia de una correlación, en el caso de Jamaica, entre las plantaciones azucareras y una mortalidad más elevada de los esclavos. Por otra parte, el régimen de plantación llevaba a elecciones en cuanto a las compras, de esclavos (preferencia por varones adultos), desfavorables a una alta frecuencia de hogares esclavos basados en la pareja estable (familias nucleares), que son los más fecundos potencialmente. Pero lo más importante es que, en auges de la coyuntura de ciertos productos tropicales, al estrecharse la integración de la colonia esclavista al mercado mundial, como también en ciertas etapas del ciclo agroindustrial (la zafra de la caña y la preparación del azúcar, por ejemplo), el aumento de la sed de plustrabajo podía llegar a reflejarse en el comportamiento de las variables demográficas. Ello ocurría por intermedio de un empeoramiento de la dieta (al disponer el esclavo de menos tiempo para sus propios cultivos), menor cuidado y reposo durante el embarazo y después del parto, de lo que resultaban efectos negativos sobre los elementos de que dependían la fertilidad y la fecundidad femeninas, y un alza de la mortalidad en general —mayor susceptibilidad a las oleadas epidémicas debido al exceso de trabajo aliado a la mala alimentación— e infantil en particular. Más el régimen de plantación dependiente de la trata presentaba también otros tipos de aspectos ligados al comercio de esclavos. Como lo expresa Jacob Gorender, cualquier modo de producción se rige por la ley de la reproducción necesaria de la fuerza de trabajo gastada en el proceso de producción. En el caso del esclavismo colonial, esta ley asumiría la formulación especifica siguiente: «la inversión inicial de adquisición del esclavo le asegura al amo el derecho de disponer de una fuerza de trabajo como su propiedad permanente y simultáneamente inmoviliza el fondo

adelantado en este acto de adquisición, cuya amortización correrá a cargo del excedente que será creado por el mismo esclavo». O sea, se trata del fenómeno que, como lo describió José de Souza Martins, consiste en que el amo de esclavos debe pagar un «tributo» al mercader de esclavos antes de que los cautivos comprados participen del proceso productivo. El capital invertido en la compra de esclavos se convierte en no capital, se esteriliza (exactamente como el que se invierte en la compra de la tierra), siendo un gasto exterior (y anterior) al proceso productivo: otros desembolsos deben hacerse para que éste sea posible. Por ello, creemos que tiene razón Gorender al afirmar que no se trata de una inversión de capital fijo, y al criticar a diversos autores (nosotros inclusive) que habían declarado ser el esclavo parte del capital fijo de las plantaciones. El tema de las relaciones de producción esclavistas, al ser éste un estudio de tipo económico, nos interesará apenas desde un punto de vista estructural; no nos ocuparemos de las diversas formas de luchas de clases propias del esclavismo colonial. El sistema esclavista, en especial en la forma de la plantación, supone la constitución de masas considerables de cautivos que viven en condiciones muy duras. El peligro de las rebeliones y las necesidades inherentes a la continuidad del proceso productivo en modalidades rentables, hacen imprescindible la existencia de ciertos mecanismos de control: 1) la forma de tratar a los esclavos; 2) la forma de prepararlos para integrarse a la sociedad; 3) la cristianización; 4) la represión del Estado. El control, la violencia y el paternalismo son las tres caras del tratamiento de los esclavos; aunque cualquiera de ellas puede predominar según los casos y las situaciones, no son excluyentes. La violencia institucionalizada es inherente al sistema esclavista, y llegado el caso aun el más paternalista de los amos tenía que ejercerla obligatoriamente. El mantenimiento del esclavismo no puede prescindir de un control y vigilancia estrictos del esclavo. Si éste actúa según las normas de conducta socialmente establecidas, puede entonces eventualmente beneficiarse con el paternalismo del amo, sobre todo en regiones de más antigua colonización, donde el sistema ha madurado, o en aquellas donde el absentismo no incida demasiado. La preparación de los esclavos para la vida social es incompleta: se les prepara en la gran mayoría de los casos sólo para tareas poco o nada especializadas y para las actitudes que el amo espera de ellos; además, es preciso impedir que adquieran medios que faciliten acciones colectivas y autónomas de los cautivos. El negro criollo desde su infancia, el negro de trata desde su llegada, se ven sometidos a una falta de respeto total por parte de su dueño y de los blancos en general; sus veleidades de independencia son el objeto de duras burlas. Todo ello ha sido llamado por Fernando Henrique Cardoso el proceso de «socialización incompleta» del esclavo. En todas las colonias, la cristianización se veía como un medio de control más de los cautivos. Para que fuera así, era necesario que la instrucción religiosa de los mismos fuera expurgada de todo elemento que pudiera sugerirles igualdad o derechos: sólo había que hablarles de deberes, de humildad, de docilidad, de sanciones terribles en el otro mundo si faltaban a sus «obligaciones». En fin, el Estado, además de establecer leyes que reglamentan, legitiman e institucionalizan la esclavitud, interviene, llegado el caso, con todo el peso de sus fuerzas armadas, judiciales, y otras, para restablecer el orden esclavista amenazado. El esclavismo exige un control estricto del esclavo y

la ausencia total de control del amo: sería demasiado peligroso para el orden vigente sancionar acciones de propietarios, aun cuando éstos fueran culpables de atrocidades, permitiendo así que el esclavo pensara que podría recurrir a otras instancias además de su propio dueño. Abordemos en seguida el problema del nivel de las fuerzas productivas bajo el esclavismo colonial. La visión clásica de este tema viene de Marx y de las fuentes en que se basó (Olmsted, Cairnes): el bajo nivel técnico debido a la falta de interés del esclavo por su propio trabajo, y a otros factores (inmovilización de capitales en la compra de esclavos, abundancia de tierras: estos serían factores limitantes de las inversiones en tecnología agrícola); y el freno impuesto a la división y la especialización del trabajo por el peligro que habría en dejar que los esclavos asimilaran conocimientos y habilidades que pudieran volver contra el orden vigente, y debido a los gastos excesivos de vigilancia que implicarían. Investigaciones recientes han demostrado que hubo gran exageración en este punto: el esclavismo sí fue mucho más compatible con cambios y avances técnicos de lo que se pensaba. Una plantación azucarera, por ejemplo, si era siempre muy somera en sus técnicas agrícolas — aunque con matices según las colonias—, en el sector de la preparación del azúcar podía exigir una tecnología bastante complicada y avanzada para la época. También la división de tareas podía alcanzar un grado considerable de sofisticación. No olvidemos, además, que la inserción de las regiones esclavistas en una economía mundial que estaba pasando por el proceso del advenimiento del capitalismo, puso a su alcance algunas de las innovaciones generadas en dicho proceso, incluso antes de la revolución industrial del siglo xviii. Sin embargo, el argumento, llevado demasiado lejos, deja de convencernos. La experiencia del sur de los Estados Unidos y los efectos de su atraso evidente frente al norte en la guerra de Secesión muestran que una revolución industrial bien caracterizada —o sea, la instalación cabal de las fuerzas productivas del capitalismo— no era compatible con la persistencia de las relaciones de producción esclavistas. El progreso técnico bajo el esclavismo no fue imposible como se creía; pero sí conoció límites definidos. En cuanto al capital, es conocido que el sistema de plantación exigía inversiones muy considerables: Cada trabajador de la plantación... representaba un desembolso de capital no inferior al invertido en una pieza de maquinaria, bastante cara. Además, especialmente en las plantaciones de azúcar, se requerían considerables inversiones en bueyes, caballos, carros, arados, machetes, aparatos para molino, hornos, calderas y otros equipos de refinería. Lo más frecuente era que el plantador obtuviera los capitales necesarios a través de su asociación con un comerciante residente en la colonia. Pero hubo también mercaderes residentes en Europa, poseedores de plantaciones en América o que en ellas invertían. La Iglesia —en especial los jesuitas— poseyó igualmente grandes unidades productivas esclavistas. En

ciertos casos, las plantaciones eran propiedad de sociedades que concentraban los fondos de numerosos financistas, nobles y comerciantes, o de compañías monopolistas que efectuaban también la trata de esclavos. Estas inversiones se hacían con vistas a obtener una renta: «La explotación productiva del esclavo resulta en el trabajo excedente convertido en renta monetaria». Una parte del excedente, en forma de renta natural, era consumida por el terrateniente, su familia y sus dependientes; pero otra parte era comercializada y transformada en cierta cantidad de dinero: y era este ingreso monetario el que daba la medida de la rentabilidad de la plantación. Algunos autores, examinando la contabilidad de algunas plantaciones esclavistas, llegaron a la conclusión de que vivían en una situación permanente de «déficit estructural». Pero, además de que la contabilidad de la época no es perfecta y deja en la sombra muchos elementos, la evaluación de la rentabilidad de la plantación esclavista sólo se puede hacer tomando en cuenta la asociación íntima de la economía monetaria y natural que en ellas se daba; en particular, trataban de producir internamente todos los insumos que podían, y de depender lo menos posible a ese nivel de desembolsos monetarios. La posibilidad de imponer largas jornadas de trabajo y de minimizar los gastos de mantenimiento de los esclavos, eran también factores positivos para el plantador. Es cierto, sin embargo, que existía igualmente lo que Gorender llama «leyes de rigidez de la mano de obra esclava»: la cantidad de esclavos de una plantación, determinada por las necesidades de la fase de máxima actividad del ciclo agrario (la zafra y la preparación del azúcar en el caso de los ingenios), no podía cambiar fácilmente para adaptarse a la situación coyuntural del producto exportado o a los distintos momentos del mencionado ciclo agrícola. Sea como fuere, el hecho mismo de que las plantaciones hayan persistido durante varios siglos y atraído cuantiosos capitales, sobre todo en fases coyunturalmente favorables, muestra que sí eran rentables. Como ya hemos mencionado, el sistema esclavista colonial es impensable sin la premisa de un mercado exterior: el monocultivo especializado sólo así adquiere sentido, y la trata de esclavos constituye un elemento esencial de la reproducción del sistema. El funcionamiento de la circulación mercantil correspondiente respondía a las características monopolistas del mercado en la época mercantilista, y al doble circuito comercial de que habla Carmagnani (cf. la parte A de este capítulo).

3. Otras formas de actividades agropecuarias, articuladas o no a la plantación esclavista Modalidades de la economía campesina bajo el régimen esclavista colonial Siguiendo una tipología de Sidney Mintz, podemos distinguir cuatro modalidades de actividades campesinas bajo el esclavismo: 1) los campesinos no propietarios; 2) los campesinos propietarios; 3) las actividades campesinas en los palenques; 4) el protocampesinado esclavo. En la categoría de los campesinos no propietarios tenemos, en el caso de las Antillas, los squatters—desertores, fugitivos de la ley, esclavos huidos, etc. — que en el interior de algunas de las islas más extensas se instalaban en tierras baldías para dedicarse a la agricultura de subsistencia; a veces eran también contrabandistas. Al desarrollarse la plantación azucarera, tendieron a desaparecer. Otro ejemplo muy distinto lo tenemos en los fazendeiros obrigados, labradores que arrendaban tierras pertenecientes a ingenios de azúcar. Algunos de ellos eran de hecho empresarios esclavistas,

produciendo azúcar para el ingenio con mano de obra esclava, pero otros se dedicaban a cultivos de subsistencia. En lo concerniente a los campesinos propietarios, en el caso de las Antillas inglesas y francesas surgieron en el siglo xvii en función del sistema de servidumbre temporal (engagés o indentured servants): al terminar el período de trabajo servil que especificaba su contrato, los siervos temporales normalmente recibían una concesión territorial y se dedicaban a actividades de subsistencia o aun a la agricultura tropical de exportación en pequeña escala (añil, tabaco). También en este caso, la expansión del azúcar tendió a destruir este sector campesino, como ocurrió más tarde en Cuba. Un ejemplo brasileño son los colonos procedentes de las Azores, en el sur, que a veces pudieron enriquecer y hacerse esclavistas, pero que en el conjunto fueron eliminados por las haciendas ganaderas y por razones ligadas a la complicada coyuntura político-militar de esa región de contactos y conflictos entre las colonizaciones portuguesa y española. La importancia de los palenques de negros fugitivos, muy variable según las regiones, fue máxima en la zona del Caribe. Los casos más conocidos son los de Jamaica y Surinam, donde los palenques pudieron imponer verdaderos tratados a las autoridades coloniales y mantener su autonomía, preparando así ciertos aspectos de la estructura agraria en determinadas regiones. Pero de hecho en todo el Caribe la persistencia de los palenques fue un elemento importante, que llama la atención de los historiadores en forma creciente. En la Guayana francesa, a mediados del siglo xviii, tenemos la suerte rara de contar con un documento de primera mano sobre la organización interna del palenque de la Montagne Plomb: el interrogatorio del joven Louis, capturado en 1748 y al cual se prometió la gracia en cambio de informaciones. Este palenque constaba de treinta cabañas y setenta y dos personas. Sus habitantes practicaban la agricultura de roza, abriendo cada año nuevos calveros (tres en 1748) para plantar mandioca, maíz, arroz, camote, caña de azúcar, plátanos, algodón, etc. También cazaban con armas de fuego (pero ya casi no tenían munición), arco y flecha, trampas y perros, y pescaban a la manera de los indios (o sea, paralizando los peces con el jugo de una raíz). Los resultados del trabajo agrícola y recolector eran distribuidos igualitariamente entre todas las familias. Existían algunas actividades artesanales: hilado y tejido de algodón, fabricación de sal sacada de las cenizas de una planta, bebidas fermentadas, etc. En el gran palenque brasileño de Palmares, en el siglo xvii, hallamos una economía agrícola y artesanal (incluyendo la metalurgia del hierro) bastante más desarrollada, asociada como en la Guayana a actividades recolectoras. Sidney Mintz aplica la expresión protocampesinado esclavo a las actividades agrícolas realizadas por los esclavos en las parcelas y el tiempo para cultivarlas que se les acordaba en el interior de las plantaciones. Esta «brecha campesina» en el sistema esclavista pudo tener tanta importancia, sobre todo en el Caribe, que el autor mencionado llegó a poner en duda el mismo carácter esclavista del modo de producción vigente en las colonias, lo que constituye una exageración evidente. De hecho, la «brecha campesina» cumplía una función bien definida en el marco del esclavismo colonial: la de minimizar los costos de mantenimiento y reproducción de la fuerza de trabajo. Es cierto que, por otra parte, con frecuencia este aspecto era contradictorio con otro: la tendencia a llevar al máximo la explotación de los esclavos en las épocas de cosecha y elaboración de los productos de exportación, y en general en las fases coyunturales favorables de éstos. Pero la verdad es que, con su auge en las

Antillas, la «brecha campesina» fue un rasgo universal del esclavismo americano. Los excedentes obtenidos por los esclavos en sus parcelas, más allá del consumo familiar, eran libremente comercializados, y el dinero obtenido permitía comprar suplementos a la dieta, bebidas, ropas, zapatos, joyas, tabaco, etc. Algunos esclavos acumularon lo suficiente para comprar su libertad. En general, el acceso a las parcelas era estable y reconocido, al punto que podían alquilarlas o heredarlas por testamento (informales, desde luego). Además, el trabajo en los lotes de subsistencia no era supervisado; con frecuencia se percibían rasgos africanos en su organización. El avance de los amos o administradores sobre el tiempo normalmente acordado para el trabajo en las parcelas (en general un día y medio por semana) —el cual llegó a ser reconocido en textos legales en diversas colonias— era una de las razones más frecuentes de fugas o revueltas.

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