Canto-Sperber Monique Brisson Luc - Cómo Estudiar Filosofía Antigua

April 10, 2024 | Author: Anonymous | Category: N/A
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Monique Canto-Sperber Luc Brisson

¿Cómo estudiar la filosofía antigua?

Traducción del francés por Boris Inti Chamani Velasco

¿Cómo estudiar la filosofía antigua? Lo que hay que saber antes de abordar el estudio del pensamiento antiguo

Monique Canto-Sperber Luc Brisson

¿Cómo estudiar la filosofía antigua? Lo que hay que saber antes de abordar el estudio del pensamiento antiguo

Traducción del francés por Boris Inti Chamani Velasco

2022

Original en francés: Monique Canto-Sperber, Luc Brisson «Annexe. Ce qu’il faut savoir avant d’aborder l’etude de la pensée antique» en: Philosophie grecque (sous la direction de Monique Canto Sperber; en collaboration avec en collaboration avec Jonathan Barnes, Luc Brisson, Jacques Brunschwig). 1re Édition, Paris: Presses Universitaires de France, 1997, p. 781-826. Los autores: Monique Canto-Sperber, es directora de investigación en el CNRS (Centre National de la Recherche Scientifique). Luc Brisson, es director de investigación del «Centre Jean Pepin» en el CNRS. El traductor: Boris Inti Chamani Velasco, es doctor en filosofía por la Universität Tübingen (Alemania). Se desempeña como docente e investigador en el Instituto de Investigaciones Filosoficas de la Carrera de Filosofía-UMSA. Email: [email protected]

Imagen de cubierta: P.Oxy.XV 1809 obtenido de Oxyrhynchus Papyri Online Diagramación y diseño por Gilber Sanabria Callisaya

revistabol.wordpress.com Edición digital 2022 La Paz- Bolivia

Contenido

Nota del traductor

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Los problemas

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Algunos elementos de solución

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El conocimiento del contexto histórico y cultural

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El establecimiento de texto Testimonios y aparato crítico Test: “Testimonia” = Testimonio Aparato crítico

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Las herramientas contemporáneas de investigación La antigüedad clásica en internet

53 57

Nota del traductor La presente publicación es la traducción del “anexo” al libro Philosophie grecque*, material escrito por diferentes especialistas franceses en filosofía antigua. De una manera comprensible, este texto ofrece al lector una visión de conjunto sobre la complejidad de problemas filológico-filosóficos que subyacen al estudio e investigación académica en el ámbito de la filosofía antigua. Los expertos en la materia y la propia tradición muestran que el estudio riguroso de esta filosofía exige no solamente conocimientos de griego antiguo y latín para el acceso a las fuentes primarias (además de idiomas modernos para las fuentes secundarias), sino también nociones científicas sobre la transmisión de los textos. La forma de encarar estas exigencias empieza, al menos, con ser conscientes de toda esta problemática. La actividad docente en filosofía griega nos ha mostrado la necesidad de contar con materiales disponibles en otros idiomas, y esto ha inspirado la realización de esta traducción. En consecuencia, el texto va dirigido ante todo a los estudiantes, aunque también a los expertos, así como al público no-académico pero interesado en estos temas. El original francés de este texto data del año 1997. Por ello, en lo posible, hemos actualizado las referencias a los sitios web en internet. Para la parte bibliográfica hemos señalado los libros disponibles en español. A voluntad, hemos agregado algunas referencias bibliográficas recientes, altamente relevantes. Todos los pies de página son notas del traductor. Deseamos que la traducción de este material sirva para la formación académica de los estudiantes de filosofía, particularmente de la Universidad Mayor de San Andrés en La Paz. Boris Inti Chamani Velasco Ciudad de El Alto, agosto de 2022.

* Tenemos noticia de una traducción española del libro mencionado (en la Editorial Docencia, Buenos Aires, 2000), pero no hemos tenido acceso al mismo.

La historia de la filosofía griega que hemos presentado en esta selección1 ha dado claramente testimonio de muchas exigencias. De inicio, esta historia es cuidadosa en recordar que ella se relaciona con textos redactados en soportes cuyas características materiales deben ser tomadas en cuenta. Además, estos textos no pueden ser solamente objeto de una lectura inmanente (como si contuviesen en sí la totalidad de su propio sentido), sino que exigen una lectura que esté alimentada por el conocimiento del contexto histórico, y también histórico, ideológico, político, social y económico en que se inscriben. Los textos estudiados en el seno de la filosofía antigua no pueden ser considerados jamás bajo una sola perspectiva. Sin embargo, la diversidad de interpretaciones que alimenta cada una de estas perspectivas no es infinita, pues estos textos se refieren a un conjunto de referentes u objetos (históricos, culturales y filosóficos) que permiten hacer, entre estas interpretaciones, una elección razonada y legítima. Una referencia así a los objetos constituye de hecho el único instrumento de “verificación” posible en materia de estudios clásicos. Concebida así, el estudio de la filosofía griega requiere varias cualidades esenciales: una actitud general de espíritu crítico, la resolución de defenderse de toda imagen estereotipada 1

Los autores hacen referencia al libro al que pertenece el presente texto que traducimos ahora al español.

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y convencional sobre de un autor, una corriente o una filiación filosófica, la voluntad de no servirse de algún texto (fragmento o testimonio) del que no se sabe de dónde viene, con qué fin ha sido redactado y cómo nos ha llegado; dicho de otro modo, no utilizar nada, cuyo origen, transmisión e interpretación no hayan sido controlados.

Los problemas Los textos que conforman el corpus de la filosofía antigua no pueden ser jamás objeto de una lectura inmediata, y esto por diversas razones. Primero, estos textos —y aquí nos limitaremos a hablar de textos griegos— están escritos en una lengua en la que ya ninguna persona está dotada de una competencia lingüística real. Por tanto, este corpus consiste en textos escritos cuya comprensión e interpretación dependen exclusivamente de otros textos escritos. Para explicar el sentido de una palabra griega no se recurre a un hablante, sino a un diccionario y a gramáticas que han sido ellas mismas concebidas a partir de textos escritos. Además, estos textos son artefactos, es decir, escritos reconstituidos en diversos grados por los editores que fueron encargados de establecerlos y transmitirlos. Para hacer comprender este punto decisivo, es necesario hacer de inmediato algunas precisiones sobre la materialidad del acto de escritura en la antigüedad. Los primeros soportes utilizados para copiar los textos filosóficos fueron la piedra y el papiro. De los textos filosóficos gravados en piedra, subsisten muy pocos ejemplares antiguos (aunque es verdad que las numerosas inscripciones funerarias de la época helenística y romana han inspirado estudios recientes sobre la representación filosófica de la muerte; y que las miles de inscripciones funerarias sobre las cuales están gravadas las palabras “yo soy filósofo…” han servido para establecer la prosopografía, o conjunto de fichas antropométricas, de los filósofos antiguos). A partir de la época de Platón (fines del siglo V – inicios del siglo VI), ningún filósofo recurre más al “soporte de piedra”. Igualmente, es dudoso que los filósofos pre-platónicos hayan hecho gravar sus pensamientos en piedra; en cambio, han podido redactar borradores o trabajos preliminares sobre una capa delgada de cera sobre la superficie de una tabla de madera; siendo la cera inmediatamente borrada y reutilizada (véase la ilustración I). Sin embargo, hay que mencionar aquí una excepción particularmente interesante, 10

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aunque de época tardía. En 1884 en la ciudad de Enoanda (en Licia) se descubrió una inscripción muy bastante larga que había hecho gravar en un muro elevado, situado en el Ágora, un tal Diógenes (llamado Diógenes de Enoanda, representante de la escuela epicúrea tardía), que vivió en el II siglo d.C. Sintiendo que su muerta estaba próxima, este filósofo hizo inscribir en piedra, a fin de instruir a “sus conciudadanos y a todos los extranjeros que estarán de paso por Enoanda”, la única doctrina que, según él, podría liberar del temor a la muerte.

Ejercicio de escritura. Egipto, siglo II a.C. Tabla de madera cubierta de cera 260 x 178 mm (cera: 211 x 128 mm). El maestro de escritura ha propuesto dos gnomai (sentencias) que el alumno debe copiar y ha trazado cuatro conjuntos de líneas paralelas para que se guíe sobre ellas. Transcripción: ϲοφουπαρανδροϲπροϲδεχουϲυμβολιαν μηπαϲνενκητοιϲφιλοιϲτευεται [|. -ετε] Fuente: Greek Manuscripts of the Ancient World, by E. G. Turner, second ed. by P. J. Parsons, Institute of Classical Studies, Bulletin Suppl. 46, 1987

Antes de la época misma de Platón el uso del papiro estaba muy ampliamente expandido entre los filósofos. Se copiaba el texto en columnas paralelas en el sentido de la altura sirviéndose de grandes letras no-acentuadas (entre 15 a 25 por línea, aunque el término que sirve para designarlos —“unciales”— signifique literalmente “letra que representa la doceava parte de una línea de doce letras”) de forma bastante geométrica (véase ilustración II); sería errado asimilar estas letras a las mayúsculas en la medida en

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que no corresponden a las mayúsculas griegas que conocemos y que por entonces no se hacía ninguna distinción entre letras mayúsculas y minúsculas). Cuando la espesura y la calidad de los papiros así lo permitían, se podía escribir de dos lados (es el caso de los papiros del Index Academicorum). Las palabras escritas en el papiro no estaban separadas y evidentemente no intervenía ningún signo de puntuación. Las tiras de papiro, de una anchura de 18 a 20 cm y de un largo de 12 a 15 m estaban inmediatas enrolladas; por tanto, sería difícil leer algunas líneas de un texto sin desenrollar el conjunto, a menos de disponer de un medio que permita desenrollar el papiro para un fin u otro. El conocimiento de largos pasajes de la historia de la filosofía depende de la lectura de vestigios conservados de estos papiros extremadamente frágiles. El ejemplo más célebre es el que sigue. Hacia el 1750 se descubrió alrededor de 800 rollos de papiro en los restos sepultados por la erupción del Vesubio el 24 de agosto de nuestra era, de lo que se denomina la Villa de los Pisones. Este descubrimiento capital ha revelado obras de Epicuro totalmente desconocidas y ha salido de la nada la importante producción filosófica de Filodemo de Gadara, alumno en Atenas del epicúreo Zenón de Sidón, y “director de consciencia” de Lucius Calpurnius Pison Caesoninus, propietario de la Villa en cuestión. La extracción de los papiros fue, a inicios del siglo XVIII, una empresa materialmente difícil, pues para acceder a los rollos, los arqueólogos debían cavar galerías en la lava, galerías en atmosfera nociva en razón de los gases aún ahí estancados. Sin embargo, es sobre todo el desenrollar estos papiros que ha exigido por mucho tiempo una técnica muy elaborada, puesto que era necesario sumergirlos muchos meses en baños de sustancias químicas antes de poder desenrollarlos; hoy en día, bastan algunos minutos de inmersión. En fin, su lectura es lenta y delicada: las letras son a veces difíciles de identificar, las palabras no están a menudo separadas, y por así decir no existe ningún signo de puntuación, si bien los papiros comportan a veces signos diacríticos que sirven para anotar el texto (como lo recuerda Diógenes Laercio a propósito de Platón: III, 65-66). Además, los papiros están ennegrecidos, completamente carbonizados por el calor y a veces agujereados; pero la escritura, pese a todo, permanece legible bajo una luz muy fuerte, y el uso reciente del microscopio binocular ha hecho mucho más fácil su lectura. No se puede negar que todas las dificultades iniciales han impedido una explotación rápida de este fondo excepcional. Sin embargo, el proceso se ha acelerado desde algunos años gracias al espíritu de iniciativa de Marcello Gigante, profesor en la Universidad de Nápoles, y a la entrega de jóvenes investigadores italianos, noruegos, ingleses y franceses.

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Papiro que contiene un fragmento de texto del Fedón de Platón Platón, Fedón, 102. Egypt Exploration Society, fin Ier / début IIe siècle apr. J.-C. B. P. Grenfell, A. S Hunt, POxy. xv 1809; Pack² 1391. Oxyrhynchus, fines del siglo I inicios del II (conjetura), parte superior de un rollo de papiro, 117x113 mm. Observamos que anotaciones, cuya referencia exacta permanece incierta, han sido añadidas en el margen superior por una mano (tipo de escritura) más pequeña y más cursiva. Transcripción (Fedón, 102e 1-8): απολωλεναι : υπομενονδε καιδεξαμενοντηνϲμικρο τητα · ουκεθελεινειναιετε ρονηὄπερην : ωϲπερεγω · δε ξαμενοϲκαιυπομειναϲτην ϲμλκροτητα · καιετιώνὄπ[ερ] ειμιουτοϲὄαυτοϲ · ϲμικροϲ ειμι · εκελνοδεουτετολμ[η Fuente: Greek Manuscripts of the Ancient World, by E. G. Turner, second ed. by P. J. Parsons, Institute of Classical Studies, Bulletin Suppl. 46, 1987

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Para referirse a un texto que figura en un papiro, en general se cita le papiro indicando su proveniencia precedido de la letra P, su número en el inventario, y eventualmente las líneas tomadas; por ejemplo: POxy. 2102 remite al Papiro de Oxirrinco, Nro. 2102 (siglo II d.C.). El rollo del papiro ha sido hasta el siglo II d.C., es decir durante más de ocho siglos, el soporte principal para la escritura de los textos literarios y filosóficos griegos. Por esta fecha aparece una nueva técnica. En lugar de ser enrolladas, las hojas de papiro son talladas y plegadas como cuaderno antes de ser recubiertas por la escritura. Los cuadernos son muy a menudo cuaterniones o cuadernos plegados en dos. Por otro lado, el pergamino hecho en piel de cabra (que era utilizado desde hace mucho tiempo, como lo testimonia Heródoto en V, 58), en el transcurso de los siglos II y III d.C. ve desarrollar su uso a costa del papiro al que va a remplazar definitivamente, también en Egipto, a partir del siglo IV. La designación “pergamino” proviene de una deformación de “Pergamon” (Pérgamo), el nombre de la ciudad más renombrada para la producción de este material. La piel, que no era naturalmente apta para recibir la escritura, debía ser pulida y se la frotaba con piedra pómez. De este modo, llegaba a ser fina y blanda; después se acentuaba la blancura con la ayuda de tiza. En casi todos los casos se podía escribir en los dos lados de la piel y, aunque más costosa que el papiro, el pergamino era más durable. La sustitución del pergamino al papiro, que se hizo aproximadamente en el mismo momento en que se lo comenzó a reunir los papiros en cuadernos, arrastró bastante rápidamente al abandono del rollo: resultando muy incómodo el empleo del rollo de pergamino. Consecuentemente, se preferirá releer los pergaminos en un codex, es decir en una suerte de libro, sobre el cual se ubicaba a veces una cobertura de madera. Se podía abrir este codex en la página deseada, lo que hacía de la consulta del texto mucho más fácil. En el siglo IV el empleo del codex era dominante tanto para los papiros como para los pergaminos. Todo manuscrito de un texto filosófico ha sido, en general, copiado por un lector que podía o no ser miembro de una Escuela. Los críticos y eruditos que trabajaron en Alejandría a fines del siglo IV a.C. corrigieron, con más o menos suerte, un gran número de textos filosóficos, dando a veces a estos textos un nuevo porte. Asimismo, existían un poco por todas partes en torno al Mediterráneo, bibliotecas, públicas o privadas, sea de papiros (como las de las ciudades de Oxirrinco y de Herculano), sea de pergaminos. En los primeros siglos de nuestra era, la biblioteca de Pánfilo que utilizó Eusebio de Cesarea y la

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biblioteca de los Papas en Roma son buenos ejemplos de la existencia de bibliotecas en el mundo cristiano. Dicho esto, la mayor parte de los manuscritos de los textos griegos que nos han llegado han sido copiados (o fabricados) y conservados en el Imperio bizantino (para más detalles ver: Nigel Wilson, Scholars in Byzantium, London, Duckworth, 1983; A. Dain, Les Manuscrits (1964), 3e édition revue et augmentée, Paris, Belles Lettres, 1975; R, Devresse, Introduction à l’etude des manuscrits grecs, Paris, Kincksieck, 1954; C. H. Roberts et T. C. Skeat, The Birth of Codex, Cambridge University Press, 1983; E. G. Turner, Greek Papyri. An Introduction, Oxford, Clarendon Press, 1968, et Greek Manuscripts of the Ancient World, 2e ed. revised and enlarged, ed. by P. J. Persons, BS 46, 1987. Dos notables ejemplos de análisis de manuscritos de Platón y Aristóteles se encuentran en el curso que Jean Irigoin consagró sobre este tema; estos han sido publicados bajo forma de resumen en el Annuaire du Collège de France, 1986 – para el año escolar 1985-1986; estudio de diversos manuscritos de Platón –y 1987– para el año 19861987: estudio de manuscritos de La Poética de Aristóteles). Muchos siglos más tarde, alrededor del siglo IX, se modificó las reglas de transcripción de los escritos antiguos. Primeramente, los textos escritos en unciales fueron copiados en minúsculas, las palabras fueron separadas, acentuadas (en ciertos casos) y se introdujo (a veces) signos de puntuación (ver ilustración III). El hecho de separar las palabras y el uso desafortunado de la acentuación y de la pronunciación fueron el origen de numerosos errores o ambigüedades. Además, ciertos unciales, difíciles de distinguir (como Α, Δ, Λ, alfa, delta, lambda) fueron transliterados de forma inexacta. En fin, la modificación de la pronunciación, particularmente el fenómeno de iotización, vale decir la reducción al sonido i de las vocales Ε, Η, Υ, épsilon, eta, ýpsilon, y de los diptongos ai, ai y a veces oi, acarreó también problemas: physin (la naturaleza) y phèsin (él dice) se pronuncian de la misma forma (phisin); heteron (otro) y hetairon (camarada) se pronuncian ambos hitiron. Todo esto explica que, en la mayoría de casos, el trabajo de los copistas fue manchado con graves errores. Sin embargo, en otros casos, la transliteración de los unciales en minúsculas fue la ocasión para un verdadero trabajo de edición crítica; de este modo, los ejemplares mencionados cuyos originales se han perdido son a veces mejores que los papiros más antiguos.

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Fuente: Scribes and Scholars. A Guide to the transmission for Greek and Latin Literature, by L. D. Reynolds and N. Wilson, Oxford, Clarendon Press, 1974 [2nd edition revised and enlarged], Plate III.

Este manuscrito, actualmente conservado en la Bodleian Library en Oxford, ha sido terminado en 895. El trabajo fue realizado por Juan Calígrafo, un escriba conocido con este nombre por Aretas (aprox. 860 – aprox. 935) que llegó a ser obispo de Cesarea en Capadocia. Respecto a la fotografía se lee en la primera línea el título Σσοφιστής y los dos subtítulos del diálogo: ἢ περὶ τοῦ ὄντος, [género] Λογικός. Después vienen las primeras palabras pronunciadas por Teodoro: Κατὰ τὴν χθὲς ὁμολογίαν… Los escolios que se encuentran en los márgenes son de la mano de Aretas. La primera, arriba y la derecha, que invoca la autoridad de Estabón para situar Elea en Italia, comienza de este modo: Αὔτη ἡ Ἐλαία οὐκ τινες ὑπέλαβον τῆς Ἰωνίας ἐστιν ἀλλὰ τῆς Ἰταλίας, εἴ τι δεῖ Στράβωνι πείθεσθαι τῷ γεωγράφῳ.

Bodleianus Clarkianus 39, fol. 113r

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Ofrecemos como ejemplo una dificultad bien conocida por los especialistas en Platón. En un pasaje del libro VI de la República, 509 d 7, Platón compara la relación que tienen entre sí el conjunto de objetos sensibles y el conjunto de realidades inteligibles en la división de una línea. En la versión que la mayor parte de editores retienen, el texto dice: “si se toma una línea cortada en dos secciones desiguales” (gramèn dikha tetmemènèn labôn anisa tmèmata: γραμμὴν δίχα τετμημένην λαβὼν ἄνισα τμήματα). La dificultad radica en las palabras tetmemènèn labôn anisa (literalmente: “si se toma (una línea) cortada en (partes) desiguales”, siendo anisa el acusativo plural neutro de anisos (desigual) y dependiente de tetmemènèn (“(línea) cortada”). El mejor manuscrito (A = Parisinus 1807) reporta anisa, mientras que las secciones de la línea que describe Platón en su célebre alegoría son desiguales; si se admite an isa, estas mismas secciones son iguales. La interpretación de la ontología y la epistemología platónicas pueden en parte depender de una decisión así. Ahora bien, este es un problema insoluble tan pronto comprendemos que el texto en unciales aparecía en letras grandes de este modo: LABONANISA. ¿Cómo los copistas podían saber dónde cortar esta serie de letras? Se puede cortar como: LABON AN ISA que significa “si se tomaría (partes) iguales”; o como LABON ANISA que significa "si se toma (partes) desiguales". Por tanto, es imposible decidirse en función de consideraciones estrictamente filológicas (sobre todo esto véase Y. Lafrance, Pour interpréter Platon. La Ligne en République VI 509d-51le, t. I : Bilan analytique des études 1804-1984, Montréal, Bellarmin-Paris, Les Belles Lettres, 1986; t. II : Le texte et son histoire, Montréal, Bellarmin, 1994). Si todos los textos antiguos son en cierta manera artefactos, no lo son todos en el mismo grado. En efecto, es necesario distinguir entre dos tipos de textos diferentes. Se puede tratar o bien de textos considerados como completos (o casi completos), o bien de fragmentos conservados por autores frecuentemente muy posteriores (a la época de composición supuesta para el fragmento) y en general poco fiables. 1. Primeramente consideremos el primer caso, el mejor de los casos: cuando disponemos de obras completas, ha sido en el seno de la obra de un autor que nos ha llegado solo parcialmente. De hecho, este caso concierne a muy pocos autores griegos, principalmente Platón, Aristóteles, Epicteto, Marco Aurelio y Plotino. Las obras de estos autores han sido objeto, desde la Antigüedad, de una edición apropiada. Pero sería un error si, en este contexto, se otorgase al término de “edición” el sentido que reviste hoy en día.

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Ninguno de estos cinco autores, cuya obra ha sido transmitida sin muchas pérdidas, ha confiado el manuscrito de sus textos a un editor que habría controlado las copias y la difusión. En la Antigüedad, la “edición” de un texto consiste simplemente a poner a disposición de los eventuales amateurs una copia de referencia que estaba re-copiada durante muchos siglos por los lectores sin ningún control. Cuando en el siglo XIX y a inicios del siglo XX se realizan las primeras ediciones verdaderas de obras antiguas —en el sentido de que ellas proponen el establecimiento más o menos definitivo de un texto de referencia—, este texto no podía ser sino “fabricado” a partir de papiros, de manuscritos (de naturaleza, de épocas y de manos diferentes), y de testimonios diversos. Hoy en día, el especialista que se propone editar un texto antiguo se encuentra frente a una ardua tarea. Primeramente, debe hacer la historia de la tradición manuscrita: es decir, encontrar los manuscritos del texto, reconstituir su cronología, que a veces abarca una docena de siglos, y reconstituir su filiación. Para representar esta historia de forma clara, éste se sirve de un stemma, o esquema que indica las relaciones de anterioridad y de parentesco entre los manuscritos. Sigamos tomando como ejemplo las obras de Platón, bastante bien editadas en su conjunto. Los dos manuscritos más antiguos de Platón son los pergaminos que datan del siglo IX d.C.; por tanto, son posteriores a más de 13 siglos a la época en que Platón redactó sus diálogos. Es decir que, durante más de un milenio, los textos de fueron copiados sin que podamos saber con qué precisión. Esto explica las divergencias entre los manuscritos que son en general recordados en los aparatos críticos de las mejores ediciones, como lo indicará en detalle la sección consagrada a los problemas de lectura y de interpretación de los textos antiguos (véase más abajo). A veces sucede que hallamos citas en textos anteriores a los manuscritos que disponemos, sea en los papiros, sea —sobre todo para la obra de Aristóteles— en comentarios antiguos donde el texto está citado antes de ser estudiado. Sucede también que textos griegos no hayan sido conservados en totalidad o en parte sino en otra lengua que la lengua original (el griego) o que la traducción de tal o tal texto griego en otra lengua sea anterior al manuscrito más antiguo. Por ejemplo, las traducciones árabes más antiguas de la Metafísica de Aristóteles, a menudo tributarios del siriaco, son por la mayor parte anteriores a los manuscritos griegos más antiguos de este texto (por ejemplo: la traducción de la Metafísica por Asat para al-Kindi en el siglo IX es anterior al Parisinus 1853 que data del siglo X, y al Laurentianus 8712c que data del siglo XII). En el curso de los últimos decenios se ha utilizado frecuentemente cada vez más las traducciones en árabe, en siriaco y en armenio de las obras de Aristóteles, de Porfirio o de Proclo, para realizar ediciones

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modernas más fiables de sus textos. Estas traducciones han sido realizadas a partir de manuscritos de otras familias que hoy en día los especialistas están obligados a adjuntar a los stemmas de los editores del siglo XIX. 2. El segundo caso, el peor de los casos, es aquel donde disponemos no de textos completos sino de textos subsistentes, por un lado, bajo la forma de fragmentos, de citas literales, conservados y citados por autores de épocas y de tendencias diversas, frecuentemente inclinados a manipularlos o a adaptarlos; subsistentes, por otro lado, bajo la forma de testimonios, de textos doxográficos, abundantes en número pero difíciles de utilizar. Los dos tipos de textos están a veces estrechamente mezclados como en la Preparación evangélica de Eusebio de Cesarea. Los problemas de lectura y de interpretación son temibles en los dos casos, y esto por diversas razones. Primero, y para relacionar este caso con el precedente, algunos de estos fragmentos están citados por los autores de los que hemos hablado anteriormente. Los problemas de establecimiento y de interpretación relativos a los textos completos de estos autores-fuentes se aplican entonces a fortiori a los pasajes donde se evoca a otros autores. Además, jamás se puede dispensar de tener en cuenta a la vez el contexto en el cual estos textos están citados y de la intención en la cual están. En fin, el mayor problema que plantean los textos que no nos han sido conservados sino bajo la forma de fragmentos, es que el mismo fragmento puede ser conservado por diversos autores que no ofrecen el mismo texto, aunque el sentido permanezca más o menos idéntico. El caso más famoso es el relativo a los fragmentos de algunos Sofistas que nos son conocidos principalmente a través textos de Platón, que los reporta muy a menudo en una perspectiva crítica; en lo particular, esto es completamente cierto para Protágoras. Sin embargo, otros ejemplos, extraídos del Poema de Parménides, son especialmente instructivos. En su edición del Poema (Etudes sur le Parménide, t. I: Le poème de Parménide, Textes, traduction, essai critique, par Denis O’Brien y Jean Frere, Paris, Vrin, 1987), Denis O’Brien evoca, entre otros, dos casos característicos (respectivamente en las pp. 7 y 34). a. El primer caso es la línea 29 del fragmento 1. Citamos la traducción de conjunto del pasaje, señalando el término controvertido: “es necesario que seas instruido en todas las cosas, a la vez del corazón de la verdad persuasiva (Alètheiès eupeitheos: Ἀληθείης ἐυπειθέος) corazón sin estremecimiento, y de opiniones de los mortales, donde no se encuentra convicción verdadera”. Cuatro autores que escriben entre el siglo I y III de nuestra era —

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Plutarco de Queronea, Sexto Empírico, Clemente de Alejandría y Diógenes Laercio— son unánimes en decir que la diosa expondrá una verdad “persuasiva” (eupeitheos). Para Proclo (410?-485), la verdad está “bien iluminada” (eupheggeos), mientras que para Simplicio (siglo IV) es “bien redondeada” (eukukleos). Teniendo en cuenta el hecho de que no es posible ninguna certeza, pues todos estos autores han escrito muchos siglos después de la fecha de composición del Poema, parece que el sentido más satisfactorio está dado por la primera lección. En cuanto a las dos últimas variables, se explican, según toda verosimilitud, por el hecho de que los Neoplatónicos como Proclo y Simplicio difícilmente soportaban la alianza en una sola y misma expresión de la verdad y de la persuasión, tan claramente distinguidas en Platón, especialmente en el Timeo 29 c3. b. Otra dificultad interesante se encuentra en la línea 4 del fragmento 8. Citemos el pasaje: “(Lo que es es) Único, y entero en su forma (oulomeles: οὐλομελές)2, así como sin estremecimiento y sin término”. De acuerdo a Plutarco y Proclo, el Ser es dicho “entero en su forma” (oulomeles), mientras que Simplicio, Clemente de Alejandría, Eusebio, Teodoreto y Filópono dicen que es “único en su género” (mounogenes). Todavía allí el primer sentido es más satisfactorio, mientras que esta segunda lección, que de hecho es una referencia a Timeo 31 b 3, ha sido probablemente retenida para neutralizar la connotación pluralizante ligada a la expresión “entero en su forma” (oulomeles), connotación que habría producido un shock a un lector del Sofista, donde Parménides es presentado como un paladín de la unidad del ser. Estos dos ejemplos muestran claramente que los autores, que citan estos dos pasajes del Poema de Parménides, no pueden deshacerse de una ortodoxia platónica. La segunda razón que hace de la interpretación de los fragmentos algo particularmente temible se debe al hecho de que estos fragmentos nos han sido transmitidos por autores muy posteriores. Parménides, autor del siglo V a.C., nos es conocido así principalmente por Simplicio que redactó sus comentarios en el siglo VI d.C. Ahora bien, hay motivos para temer que el texto del Poema de Parménides pudo ser alterado en el curso de los diez siglos que separan a la época en que vivió este filósofo de aquella en que Simplicio cita los principales fragmentos del Poema. Se puede concebir también que los contextos culturales y filosóficos propios a las dos épocas presentan diferencias considerables. Otro ejemplo. Las tesis escépticas, defendidas por autores del siglo I a.C. (como Enesidemo) o por otros autores más recientes (Agripa), nos son accesibles esencialmente por la exposición que ofrece Sexto Empírico, autor de inicios del siglo III a.C. Sin hablar de la obra de Diógenes 2

“Entier en sa membrure” en el original francés.

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Laercio, Vidas y doctrinas de los filósofos ilustres, al que uno está obligado a referirse sin cesar, pues es la única obra antigua que expone la historia de la filosofía griega desde los presocráticos. Ahora bien, esta “historia de la filosofía” no puede ser ella misma anterior al siglo III d.C. (puesto que Diógenes Laercio menciona a Sexto Empírico (IX, 116), pero parece ignorar la existencia de autores neoplatónicos). La tercera causa de molestia obedece a que el conocimiento de los fragmentos no está únicamente sometido a los vaivenes de una transmisión que puede, como se ha visto, extenderse a más de diez siglos, sino que depende igualmente de deformaciones o adaptaciones, a veces deliberadas, a veces espontáneas. En efecto, es difícil encontrar en toda la Antigüedad, entre los doxógrafos, un sólo “historiador de la filosofía” cuidadoso de restituir de forma exacta y desinteresada el pensamiento de los autores citados. Cuando un autor está citado, el “historiador” a menudo toma partido, a favor o en contra. Sin embargo, esta observación requiere también matices. Así, Diógenes Laercio tiene la ambición de presentar una exposición más o menos “neutral” de la mayor parte de autores que trata. En cuanto a Simplicio, éste intenta proponer una doxografía de los presocráticos tan auténtica como posible y fundada en los textos. E Hipólito mismo no manifiesta espíritu de partido sino respecto a los heréticos cristianos que refuta. En cambio, en los autores antiguos que hacen prueba de una parcialidad real, la principal razón se debe al hecho de concebir la filosofía no como un cuerpo de doctrinas, sino como un modo de vida que se muestran cuidadosos de justificar y de defender contra competidores o enemigos. Sin embargo, aún allí es necesario matizar. Las filosofías que preconizan un modo de vida —es el caso, por ejemplo, del Epicureísmo— están enteramente fundadas en un cuerpo de doctrinas y justificadas por ese modo de vida; por lo demás, en la mayor parte de las doxografías, aquellas son presentadas tal como son. Por otro lado, ciertas doctrinas, como el aristotelismo, jamás son presentadas como un modo de vida. Sin embargo, una última razón, más esencial, perjudica aún más la objetividad del “historiador” antiguo. Se debe al hecho de que la tarea esencial que éste se asigna consiste, sobre todo, en reconstruir filiaciones entre las grandes escuelas filosóficas, para atribuirles predecesores ilustres, para hacer más inteligibles sus doctrinas, reduciéndolas a pensamientos más famosos y más familiares y para eventualmente facilitar su refutación. En esto tomemos un ejemplo famoso: el pretendido pitagorismo de Platón. Este pitagorismo está por primera vez mencionado por Aristóteles que ve en Pitágoras un precursor de la doctrina platónica de las Formas, algo que a los ojos de Aristóteles hace más

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fácil la refutación de una doctrina de este tipo. Algunos siglos más tarde, a inicios de la era cristiana, la interpretación pitagórica de Platón vuelve a estar de moda; ésta responde a la voluntad de marcar de esoterismo la obra de Platón vinculándola a los Misterios (cubriéndola con el sello del “secreto”) y de explicar también el interés de este filósofo por las matemáticas de su tiempo. Sin embargo, está claro que en uno y otro caso el “pitagorismo” de Platón es ante todo el objeto de una construcción interpretativa, de la que no se puede obtener ninguna información fiable en cuanto a la influencia real que Pitágoras o los pitagóricos habrían ejercido sobre Platón. En fin, hay que señalar que nuestra comprensión del mundo filosófico griego es a veces dependiente, en parte, de las traducciones. Primeramente, ésta depende de la traducción del léxico filosófico griego al latín. Algunas épocas de la historia de la filosofía griega nos son conocidas únicamente por el testimonio de autores latinos (por ejemplo, la historia de la Academia para la cual nuestro principal informante es Cicerón) que proponen una traducción de los términos griegos, frecuentemente sujeta a precaución, pero que no hemos podido hacer otra cosa que retomar: así physis es traducida por “natura”, que nosotros traducimos por “naturaleza”; enargeia es traducido por evidentia y nosotros traducimos por “evidencia”: eulogos es traducido por probabilis (“probable”), aunque su traducción literal sea más bien “razonable”. De forma general, ninguna de estas traducciones conserva el mismo origen etimológico que el término griego traducido. En fin, los lectores de hoy en día dependen casi todos, para la lectura de textos antiguos, de traducciones en lengua moderna. Estas traducciones tropiezan con problemas específicos como la imposibilidad de traducir ciertos términos, de hacer ciertos juegos de palabras y de tener en cuenta efectos de estilo importantes. Por tanto, las razones que hacen imposible el abordaje inmediato de un texto griego se refieren a la materialidad del texto (soporte y lengua) y a la historia de su transmisión. Éstas explican la cuasi imposibilidad, sin exponerse a los peores peligros, de tomar el texto tal cual es o tal cual se presenta. Además, las dudas que afectan a la naturaleza del texto tienen repercusiones en la noción misma de “autor” antiguo y en la concepción que tenemos del desarrollo de la filosofía antigua. En efecto, los problemas relativos a la crítica de las fuentes desembocan en otros dos conjuntos de perplejidad también totalmente temibles que se refieren: a) en primer lugar, a la autenticidad de las obras y los fragmentos, b) luego, a la cronología de autores antiguos así como la cronología relativa de sus obras. a. Saber que alguien ha escrito algo, cuál es el autor de tal o cual obra no es un asunto

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desprovisto de sentido en el seno de la tradición antigua. Dado que no hay un lazo inmediato entre el autor y su obra, se puede siempre interrogar sobre la autenticidad de un texto. Esta cuestión permanece planteada para títulos célebres de autores por demás bien identificados: es el caso, para Platón, del gran Alcibíades y del Epinomis y, para Aristóteles de ciertas partes de la Metafísica como el libro K en particular. Sucede también que no se sabe quién es el autor. Ejemplo, el hecho de que Diógenes Laercio ofrezca una lista de personajes homónimos al final de cada sección consagrada a un filósofo, ilustra bien que identificar a un autor no era, en la antigüedad, una tarea fácil para un "historiador" de la filosofía. Una tal indeterminación sobre la identidad de ciertos filósofos del corpus griego depende en parte del hecho de que los bibliotecarios o los redactores de catálogos de bibliotecas antiguas —a fin de realzar su prestigio, dar valor a su colección o bien sacar beneficio de su situación— atribuyeron a autores célebres numerosas obras que, posteriormente, se ha reconocido que no podían haber sido escritas por estos autores. Estos textos apócrifos, a menudo, son tan numerosos que su pretendido autor es célebre; de este modo, en la ignorancia sobre la identidad los autores,  muchos textos han sido atribuidos, sin ninguna otra razón que la facilidad que hay para recurrir a un nombre conocido, a Platón, Aristóteles o a Arquitas. Los problemas de autenticidad o de atribución ilegítima llegan a ser aún más complejos cuando se trata de fragmentos y no de obras completas. En ciertos casos, no se sabe si un fragmento fue escrito por un autor o por otro (hay duda sobre la autenticidad), tampoco si se trata de una cita literal del uno o del otro o simplemente de un testimonio que resume la doctrina de este autor en los términos del que cita. La incertidumbre sobre la autenticidad de la obra es paralela a una incertidumbre sobre la identidad del autor. En su famosa edición de los presocráticos, el filólogo de fines del siglo XIX Hermann Diels atribuye a Demócrito de Abdera (filósofo del siglo V a.C.) un fragmento (el Nro. 142 = Damascio, In Phileb., 24, p. 15 Westerink) que hoy en día los especialistas estiman que hay que atribuirlo a un Platónico, cuya identidad no está establecida, pero que en todo caso no pudo haber sido un autor anterior al siglo III a.C. (por tanto más de siete siglos posteriores a la fecha en que vivió Demócrito). La razón que obligó a renunciar la atribución del fragmento Nro. 142 a Demócrito es que en este fragmento Demócrito, a propósito del Cratilo de Platón, declara sostener la tesis de Cratilo (defendiendo el carácter natural de las denominaciones), lo cual contradice el contenido de un otro fragmento atribuido con relativa certeza a Demócrito (Nro. 26 = Proclo, In Crat,

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6.20 sq. Pasquali), donde este filósofo, del que no hay que olvidar que era contemporáneo de Sócrates, es presentado como un detentador de la tesis de Hermógenes (que defiende el origen convencional de los nombres). En fin, sucede que la incertidumbre sobre la identidad de un autor conduce al especialista de filosofía antigua a dudar de la existencia de tal o cual autor. El  caso más impresionante es el de los escritos apócrifos compuestos en época helenística y atribuidos a Pitagóricos, cuyos nombres son mencionados por autores anteriores, pero de los que no se sabe exactamente si existieron realmente o si son meramente nombres. b. La incertidumbre sobre  el vínculo entre el autor y la obra hace también difícil la cuestión de saber en qué época de la producción de un autor fue compuesta una obra. Esta incertidumbre plantea numerosos problemas relativos a la interpretación del pensamiento del autor en cuestión. En Platón, la anterioridad o la no-anterioridad del Timeo en relación al Parménides autoriza, según el caso, una interpretación muy diferente de la concepción platónica de lo Inteligible. En efecto, si el Timeo es posterior al Parménides, se puede pensar que las críticas formuladas con respecto a la teoría de las Formas en el Parménides no han arrastrado un abandono de esta teoría; mientras que en el caso inverso no se puede sacar una tal conclusión. Otro caso difícil es el de la datación de los escritos de Aristóteles que testimonian una influencia platónica. Nada indica ni permite datarlos de forma segura, porque se ignora de hecho cuánto tiempo y con qué constancia se ejerció esta influencia. Por tanto, nada permite afirmar, sin considerar la cuestión como resuelta, que las obras “platonizantes” de Aristóteles daten de inicios de su carrera. Los medios que permiten hacerse una idea aproximativa sobre la fecha relativa (en relación a las otras obras) en que la obra de un autor ha sido compuesta son, de hecho, muy poco numerosos. Lo primero es elaborar la lista de testimonios relativos a eventos exteriores, sobre todo históricos, que pueden ser datados y que indican la época a la que una obra filosófica no puede ser anterior. Asimismo, es necesario inventariar todos los pasajes de un autor que remiten a otros autores de su obra: tales referencias se encuentran muy frecuentemente en Aristóteles, pero también en Platón. En fin, se debe hacer intervenir a la estilometría; es decir, al estudio comparativo de hechos estilísticos, deliberados o no (el recurso a tal o cual partícula, a tal o cual conjunción, a tal o cual fórmula, etc.). El uso de la informática el curso de los últimos decenios ha dado un nuevo vuelo a este tipo de estudio. Sin embargo, el recurso a uno u otro medio no permite, en todos los casos, llegar a resultados absolutamente concluyentes, aunque la cronología de las obras de Cicerón esté establecida con precisión y la de las obras de Epicuro poco más o

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menos asegurada. Un autor puede haber recurrido deliberadamente al anacronismo y la elección de marcadores estilísticos se mantiene a veces arbitrario y no decisivo. En el caso de Platón, de modo bastante seguro, se puede clasificar los diálogos en tres o cuatro grupos, sin poder determinar con certeza el orden de composición de los diálogos al interior de estos grupos. El orden cronológico en que la obra de un autor ha sido redactada es particularmente decisivo, cuando esta obra ha sido verosímilmente reconstituída con la ayuda de una edición erudita. A este respecto, el caso de las Enéadas es, muy interesante. Porfirio nos dice que, cuando fue admitido en la Escuela de Plotino en 263, descubrió que su maestro ya había escrito 21 tratados. Añade que durante los cinco años que duró su estadía en la Escuela, hasta el 268, Plotino compuso otros 24 tratados. En fin, en los dos años que precedieron a su muerte, en 270, mientras estaba retirado en Campania, Plotino remitió otros 9 tratados (5 en 269 y 4 en 270) a Porfirio que se encontraba en Lilibea, Sicilia. En los capítulos V y VI de su Vida de Plotino, Porfirio nos da una información extremadamente útil, precisando el orden cronológico en el que estos 54 tratados han sido compuestos. Porfirio indica, asimismo, que los manuscritos de Plotino que estaban en su posesión estaban mal escritos y salpicados de faltas de ortografía y de estilo, que Plotino a causa de graves problemas de los ojos, se rehusaba a leerlos (Vida de Plotino, 8. 1-6). Además, cada uno de estos tratados no llevaba título (Vida de Plotino, 4. 17-18), cada tratado estaba identificado por sus primeras palabras y se encontraba designado por un número correspondiente a su fecha de composición. Por tanto, es en lo que se llamar una edición de escuela, no erudita, que los tratados de Plotino estuvieron inicialmente disponibles. Y es probablemente a esta edición a la que se refiere Eusebio de Cesarea aún en 312 cuando redacta la Preparación evangélica.  Treinta años después de la muerte de Plotino, en 300, Porfirio emprende realizar la primera edición erudita de las obras de su maestro. Corrige los manuscritos, sin decirnos de qué forma y en qué proporción, da un nombre a cada tratado, y sobre todo distribuye los 54 tratados de Plotino en 6 grupos de 9 tratados, cada uno de estos grupos forman una Enéada (un grupo de nueve). Además, Porfirio distribuye las seis Enéadas en 3 volúmenes. El primer volumen comprende las Enéadas I (sobre la moral), II (sobre la física) y III (sobre el universo). El segundo volumen comprende las siguientes dos Enéadas: IV (sobre el alma) y V (sobre el intelecto). El tercer volumen contiene únicamente la Enéada VI (consagrado al Uno). No es necesario insistir en la importancia y el valor de este trabajo de edición erudita, realizada —repitámoslo— muchos decenios después de la muerte de Plotino. Sin embargo, no impide que la obra que nos da la edición

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de Porfirio sea muy diferente, en su presentación y en su composición, de la que redactó Plotino. Uno se da cuenta de esto cuando estudia la forma cómo Eusebio de Cesarea, que no conocía la edición de Porfirio, cita los tratados de Plotino, designándolos solamente de forma cronológica, y sin referirlos a una Enéada (en la Preparación evangélica XV, 10 y 22, el pasaje que corresponde a Enéada IV, 7 no está dividido de la misma forma que en la edición de Porfirio y Eusebio cita un pasaje sobre el alma, ausente en el tratado editado por Porfirio). Además, Porfirio es el único para decirnos que el número de tratados escritos por Plotino era 54;  ahora bien, es totalmente posible que Porfirio haya arreglado el texto de Plotino a fin de distribuirlo en 54 tratados: en efecto, 54 es un número cuyo valor era extremadamente fuerte en la especulación pitagórica que Porfirio adoraba, puesto que es el producto de 6 por 9 (siendo 6 el producto del primer número impar por el primer número par y 9 el producto del primer número impar por sí mismo). Hoy en día nos esmeramos en señalar que las así llamadas Enéadas de Plotino resultan de una reconstrucción del texto de Plotino por Porfirio. De este modo, para citar un texto de Plotino, se debe indicar a la vez la referencia a las Enéadas en la edición de Porfirio y el número del tratado que corresponde al orden cronológico de su composición. Los desajustes entre los dos sistemas de referencia pueden ser flagrantes; de este modo, el último tratado de la sexta Enéada (desiganada como Enn. VI, 9 [9]), que constituye la pieza última del orden sistemático concebido por Porfirio, ha sido de hecho, como lo señala el nro. 9, redactado a inicios de la carrera de escritor de Plotino. Hoy en día, un traductor de Plotino como Pierre Hadot cita, para identificar un tratado, el número que corresponde al orden de composición y las primeras palabras del tratado: Tratado 38 [Enn. VI, 7] (“Cuando el Dios, o uno de los Dioses, envió las almas en el devenir, ubicó sobre el rostro ‘los ojos portadores de luz’…”), Paris, Cerf, 1988. O también Tratado 39 [Enn. VI, 9] (“Es por el Uno que todos los seres son seres…”) Paris, Cerf, 1994. Ciertos autores son también muy difíciles de situar en el tiempo, uno en referencia a otro y de forma absoluta. Para los pensadores presocráticos, los problemas relativos a la cronología absoluta y relativa son temibles. Sucede muy a menudo que en lugar de las fechas de nacimiento y de muerte de un filósofo, se da la fecha de su acmé, situándose ésta en una Olimpíada, o periodo de cuatro años comenzando y finalizando en el mes de agosto. El término acmé es prácticamente imposible de traducir: se trata de del periodo de actividad más intensa de un filósofo, de la cumbre, del zenit de su carrera que se sitúa alrededor de cuarenta años; sin embargo, como la época del acmé puede variar de un autor

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a otro y puesto que ella es susceptible de corresponder a realidades muy diversas —sea que los filósofos alcancen su acmé más o menos tarde, sea que los doxógrafos fijen convencionalmente el acmé en una otra edad que los cuarenta años—, una tal referencia permanece en la nebulosa. Tomemos el ejemplo de Anaxímenes de Mileto. Apolodoro de Alejandría (siglo II a.C.) ubica el acmé de Anaxímenes, según el testimonio de Diógenes Laercio, en el momento de la toma de Sardes; adjunta que Anaxímenes habría muerto en el curso de la Olimpíada sexagésimo tercera (528-525 a.C.), al menos si se acepta la corrección de Diels, pues estos manuscritos invierten las indicaciones, lo que hace ininteligible el conjunto. Situándose la toma de Sardes por Ciro en 544-543 o en 546-545 a.C. Anaxímenes habría nacido, entonces, hacia el 586 y habría muerto a la edad de poco menos de sesenta años, hacia el 528. El número de hipótesis necesarias para llegar a determinar una fecha tal hace particularmente incierta toda empresa de este género. Incertidumbres de este tipo, temibles por el hecho que, muy a menudo, se determine una fecha sirviéndose de otra fecha, también poco seguras, son bastante frecuentes en la época pre-platónica; de todas formas son mucho más raras a partir de Platón. De las indicaciones e informaciones que venimos de dar, se desprende una recomendación general. Jamás se podría demostrar una prudencia excesiva cuando se trata de leer, citar, interpretar o utilizar un texto antiguo. Los recursos filológicos e históricos que permiten elaborar esta actitud de prudencia son reales. Vamos a esforzarnos a exponerlos. Lo más importante de ellos consiste en manejar con rigor y circunspección la crítica de las fuentes: más adelante mostraremos en qué consiste esto con precisión. Otro recurso esencial es recurrir a las informaciones internas contenidas en la obra de un autor o en el conjunto de la filosofía antigua. En fin, un medio más inmediato de prevenirse contra los errores es dominar las diversas fuentes de información que disponemos sobre el mundo antiguo. Esto es lo que trataremos entonces en primer lugar.

Algunos elementos de solución El mundo griego es un mundo cuya historia y cultura son, felizmente, bastante bien conocidas. Por tanto, no hay desesperación en procurar disponer información sobre tal con cual evento, personaje, o lugar, mencionados en un texto de filosofía antigua. Dicho esto, la voluntad de establecer un lazo entre la filosofía, la historia y la cultura, corresponde

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a una perspectiva de estudio particular que considera que la filosofía es también —por supuesto, sin reducirse de ningún modo a eso— un objeto cultural producido en un momento de la historia. Los filósofos griegos invitan a este tipo de enfoque, pues sus obras abundan en alusiones históricas y culturales. Además, algunos de ellos también han deseado en ciertos casos —el ejemplo de Platón, Aristóteles y los estoicos es particularmente impresionante en este dominio— tener una influencia directa sobre la historia y la vida intelectual de su tiempo.

El conocimiento del contexto histórico y cultural Uno de los cuidados mayores del investigador en filosofía antigua es reubicar los textos y los problemas en un contexto histórico y cultural para comprenderlos mejor y para evitar los anacronismos. He aquí los mejores instrumentos que se dispone hoy en día en estos dominios para el conocimiento de los mundos griego, romano y bizantino3.

Historia Para Grecia Historia en general Will Édouard. El mundo griego y el Oriente. Tomo 1. El siglo V (510- 403), Madrid: Akal, 1977. Will Édouard, Paul Goukowsky y Claude Mossé. El mundo griego y el Oriente. Tomo 2. El siglo IV y la época helenística, Madrid: Akal, 1998. Preaux Claire. El mundo helenístico. 2 vols. Barcelona: Labor S.A., 1984. Orrieux Claude et Schmitt-Pantel Pauline. Histoire grecque. Paris: Presses Universitaires de France, 1995. Política Mogens Herman Hansen. The Athenian democracy in the age of Demosthenes: structure, principles, and ideology. London: Bristol Classical Press, 2001. Will Édouard. Histoire politique du monde hellénistique (323 av. J.-C.). Université de Nancy, 1982. En lo posible se indica la versión española existente de la bibliografía original en francés y se agrega (con *) algunos materiales actuales. 3

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Religión Burkert Walter, Bernabé Helena, Bernabé Alberto. Religión griega: arcaica y clásica. Madrid: Abada Editores, 2007. Bruit Zaidman Louise, Schmitt-Pantel Pauline, Díez Platas Ma de Fátima. La religión griega: en la polis de la época clásica. Madrid: Akal, 2002. Vernant Jean-Pierre. Mito y sociedad en la Grecia antigua. Madrid: Siglo XXI, 2009. Economía y sociedad Austin Michel, Vidal-Naquet Pierre. Economía y sociedad en la Antigua Grecia. Barcelona: Paidós 1986. Rostovtzeff Mikhail Ivanovitch. Historia social y económica del mundo helenístico. Madrid: Espasa-Calpe, 1967. Literatura Suzanne Saïd; Monique Trédé-Boulmer; Alain Le Boulluec. Histoire de la littérature grecque. Paris: Presses Universitaires de France, 2019. [Incluye una sección de la literatura cristiana] Diversos Vial Claude. Léxico de la antigüedad griega. Madrid: Taurus, 1983. Hammond N. Atlas of the Greek and Roman World in Antiquity. Park Ridge, N.J.: Noyes Press, 1981.

Para Roma Historia en general Piganiol A. La Conquête romaine. Paris: Presses Universitaires de France, 1967. Le Gall J. L’Empire romain. Le Haut-Empire, de la bataille d’Actium (31 av. J.-C.) à l’assassinat de Sévère Alexandre (235 ap. J.-C.). Paris: Presses Universitaires de France, 1987. Chastagnol A. Le Bas-Empire. Paris: A. Colin, 1981. Sartre M. L'Orient romain: provinces et sociétés provinciales en Méditerranée orientale d’Auguste aux Sévères (31 avant J.-C.-235 après J.-C.). Paris : Éd. du Seuil, 1991. Le Glay Marcel, Voisin Jean-Louis, Le Bohec Yann, Cherry David. A History of Rome. 4th ed. Malden, MA: Wiley-Blackwell, 2009.

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Política Humbert Michel. Institutions politiques et sociales de l’Antiquité. Paris: Dalloz, 2017. Economía y sociedad Rostovtzeff Mikhail Ivanovitch. Historia social y económica del Imperio Romano. Madrid: Espasa Calpe, 1981. Alföldy Géza. Historia social de Roma. Madrid: Alianza, 1996. Religión Le Glay Marcel. La religion romaine. Paris: A. Colin, 1984. Turcan Robert. Los cultos orientales en el mundo romano. Biblioteca Nueva, 2008. Literatura Zehnacker Hubert, Fredouille Jean.Claude. Litterature latine. Paris: Presses Universitaires de France, 2018. [Con una amplia sección sobre literatura cristiana]

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II: La tradición presocrática desde Parménides a Demócrito (1994); Volumen III: Siglo V. Ilustración (1994); Volumen IV: Platón, el hombre y sus diálogos, primera época (1998); Volumen V: Platón, segunda época y la Academia (1992); Volumen VI: Introducción a Aristóteles (1993). Irwin Terence. Classical Thought. Oxford University Press, 1989. Dumont J.-P. Eléments d’histoire de la philosophie antique. Paris: Nathan, 1993. Diccionarios filosóficos Dictionnaire des philosophes antiques, dirigée par Richard Goulet, Paris: Ed. du CNRS, 1989/2018: Tome I: d’Abam(m)on à Axiothéa (1989); Tome II: de Babélyca d’Argos à Dyscolius (1994); *Tome III: d’Eccélos à Juvénal (2000); Supplément (2003); Tome IV: de Labeo à Ovidius (2005); Tome Va: de Paccius à Plotin (février 2012); Tome Vb: de Plotina à Rutilus Rufus (mars 2012); Tome VI: de Sibilinus à Tyrsénos (2016); Tome VII: d’Ulpien à Zoticus (2018). Encyclopédie philosophique universelle, t. II : Les notions philosophiques, sous la direction de Sylvain Auroux, Paris: Presses Universitaires de France, 1990; t. III: Les œuvres philosophiques, Dictionnaire, sous la direction de Jean-François Mattéi, Paris, Presses Universitaires de France, 1992. Dictionnaire des philosophes, édité par Denis Huisman, Paris, Presses Universitaires de France, 1994 pour la seconde édition.

Balaudé Jean-François. Le vocabulaire des Présocratiques. Paris: Ellipses, 2002. Bächli Andreas; Graeser Andreas. Grundbegriffe der antiken Philosophie. Ein Lexicon. Stuttgart: Reclam, 2000. Bynagle Hans E. Philosophy. A Guide to the Reference Literature. Third Edition, London: Libraries Unlimited, 2006. Curnow Trevor. The Philosophers of the Ancient World. An A to Z Guide. Bristol Classical Press, 2006. Gobry Ivan. Le vocabulaire Grec de la Philosophie. Paris: Ellipses, 2000. Peters F.E. Greek Philosophical Terms. A Historical Lexicon. New York University Press, 1967. Preus Anthony. Historical Dictionary of Ancient Greek Philosophy. Lanham, Maryland: The Scarecrow Press, 2007. Urmson J.O. The Greek Philosophical Vocabulary. London: Duckworth, 2001. Wörterbuch der antiken Philosophie (Hrg. v. Christoph Horn und Christoph Rapp). München: C.H. Beck Verlag, 2002.

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Estas son las obras más generales. Para autores o corrientes particulares remítase a las bibliografías que se hallará al final de cada una de las secciones de esta obra4. Enciclopedias Pauly A., Wissowa G., Kroll W., Mittelhaus K., etc., Realencyclopädie der classischen Altertumswissenschaft, Stuttgart: 1894. Este inmenso trabajo es el fundamento último de toda ciencia de la antigüedad. Su lectura y su mantenimiento lo hacen por desgracia difícilmente consultable por los no-especialistas. *[Online parcialmente disponible: https://de.wikisource.org/wiki/Paulys_Realencyclop%C3%A4die_der_ classischen_Altertumswissenschaft] Un resumen, parcialmente modernizado de esta obra, y por tanto más accesible, fue publicado bajo los cuidados de K. Ziegler y W. Sontheimer, Der kleine Pauly. Lexikon der Antike, 5 vols., München, 1975 (habitualmente designado como kleine Pauly o el “pequeño Pauly”); la obra viene siendo puesta al día. *Hubert Cancik, Helmuth Schneider, eds. Der neue Pauly. Enzyklopädie der Antike. Das klassische Altertum und seine Rezeptionsgeschichte. 20 Vols. Stuttgart: J.B. Metzler, 1996-2010. En ingles: Hubert Cancik, Helmuth Schneider, Manfred Landfester, Christine F. Salazar, eds. Brill’s New Pauly: Encyclopaedia of the Ancient World. Leiden: Brill, 2006. [Online: https://referenceworks.brillonline.com/cluster/ New%20Pauly%20Online?s.num=0] Der Kleine Pauly. Lexikon der Antike (Hrg. v. Konrad Ziegler). Stuttgart: Druckenmüller, 1964. Oxford Classical Dictionary ed. By N. G. L. Hammond and H. H. Scullard [1948], Oxford Clarendon Press, 1970 [segunda edición]. Existe una traducción francesa (Paris: Laffont, “Bouquins”, 1993), pero difícilmente utilizable, pues es una traducción de la primera edición y se encuentra desprovista de toda bibliografía. Aufstieg und Niedergang der Römischen Welt/Rise and Decline of the Roman World, ed. Wolfgang Haase y Hildegard Temporini. 37 Vols. Berlín/New York: De Gruyter, 1972-hasta la fecha (habitualmente designado con la sigla ANRW). Vasta selección de estudios en diversos idiomas (el francés está bien representado) sobre diversos temas relativos al mundo romano (hallamos muchas cosas sobre toda la filosofía griega del mundo romano). La obra en dos partes comprende numerosos volúmenes. El volumen 36 que conlleva de aquí en adelante y ya 7 tomos está consagrado a la Historia de las ciencias y de la filosofía; hallamos numerosas contribuciones sobre la Historia de la filosofía. Una fuente general de reseñas, El Dictionnaire de l’Antiquité, dirigido por Jean Leclant. 2e éd., 2e tirage. Paris: Presses Universitaires de France, 2015.

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Los autores hacen referencia a las secciones anteriores a este texto.

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Diccionarios y léxicos Léxicos antiguos Timeo el sofista, Lexico platónico = Timaei Sophistae Lexicon vocum Platonicarum, editado por C.F. Hermann: Platonis opera, Tomo VI. Leipzig: Teubner, 1853. Timeo el “sofista” habría constituido y compilado esta obra sin duda en el siglo IV d.C. *Actual edición: Timée le Sophiste: Lexique platonicien. Texte, traduction et commentaire par Maddalena Bonelli. Leiden/Boston: Brill, 2007. La Suda (citado también con el nombre de Suidas), editado por Ada Adler: Suidae lexicon. 5 Tomos. Leipzig: Teubner, 1928–1938 (reimpresión: Leipzig, 1994–2001). Este léxico fue compilado a fines del siglo X. Sobre la base de fuentes bizantinas, mismas que se remontan mucho más antes, la Suda es de un uso muy delicado, aunque permanece como nuestra única fuente de información sobre muchos temas y autores. Mientras que antaño era usual hablar de Suidas como si se tratase de un autor (así lo hace la última editora Ada Adler), hoy en día se estima que hay que designar la obra como la Suda, término sobre cuyo significado no hay acuerdo, pero que de ahora en adelante es utilizado como título. Hesiquio de Alejandría, autor de un léxico compilado sin duda en el siglo V d.C.: Hesychii Alexandrini Lexicon.  Hrsg. von Moritz Schmidt. 5 Tomos. Jena: Hermann Duft, 1858–1868. Reimpresión: Ámsterdam, 1965. *[Online: https://archive.org/details/ hesychiialexand00schmgoog]. Reedición: Hesychii Alexandrini Lexicon.  Hrsg. von Kurt Latte und Peter Allan Hansen. Kopenhagen: 1953 und 1966, Berlin: De Gruyter, 2005 und 2009. Diccionarios y léxicos Además, la voluntad de tener un contacto directo con la obra supone el uso de diccionarios y de léxicos, de los cuales los más útiles son: Bailly Anatole. Dictionnaire de la langue grecque. Paris: Hachette, 1990. Obra añeja pero indispensable. Liddell-Scott-Jones. Greek-English Lexicon, compiled by Henry George Lidell and Robert Scott [1834], revised and augmented throughout by Henry Stuart Jones, with a Supplement, 1968, Oxford: Clarendon Press, 1977; nueva edición, 1996. El mejor diccionario de la lengua griega hoy en día disponible. *[Online: http:// www.perseus.tufts.edu/hopper/text?doc=Perseus:text:1999.04.0057 ]

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Lampe G.W.H. A Patristic Greek Lexicon. Oxford: Clarendon Press, 1961.

Meyer Th. & Steinthal H. Vocabulario fundamental y constructivo del griego. Universidad Nacional Autónoma de México, 1983. Pavón José. Diccionario manual griego-español. Barcelona: Vox, 1965. Yarza Sebastián F. Diccionario griego español. Barcelona: Sopena, 1988. Para los helenistas podemos citar también: Denniston J.D. The Greek Particles [1934]. Oxford: Clarendon Press, 1975 (2da. edición completada). Kühner Raphael. Ausführliche Grammatik der griechischen Sprache. 1834, en dos partes cada una a dos volúmenes. En general, se utiliza la tercera edición: parte I (en nueva elaboración por Dr. Friedrich Blass), 1890-1892; y la parte II (en nueva elaboración por Dr. Bernhard Gerth), 1898-1904; Hannover y Leipzig, Hahnsche Buchhandlung. Entre la producción moderna no existe algún diccionario de las nociones y conceptos que sean específicos para la Antigüedad. En cambio, hay numerosos léxicos propios para autores. Los hallaremos citados en las bibliografías agregadas en cada sección5. La obra de Jaap Mansfeld, Prolegomena, Questions to be Settled Before the Study of an Author or a Text, Leiden, Brill, “Philosophia antiqua” 61, 1994, es totalmente remarcable y aborda diversos problemas tratados en este anexo.

Complementarios Alvoni Giovanna. Altertumswissenschaften digital. Datenbanken, Internet und eRessourcen in der altertumswissenschaftlichen Forschung. Hildesheim/Zürich/New York: Georg Olms Verlag, 2001. Choulet Philippe; Folscheid Dominique; Wunenburger Jean-Jacques. Méthodologie philosophique. 2ème Édition, Paris: Quadrige / Presses Universitaires de France, 2009. Defradas Jean. Guide de l’Étudiant Helléniste. Paris: Presses Universitaires de France, 1968. Flatscher Matthias; Posselt Gerald; Weiberg Anja. Wissenschaftliches Arbeiten im Philosophiestudium. Wien: Facultas Verlags- und Buchhandels, 2011. 5

Véase la nota anterior.

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Hadas Moses. Guía para la lectura de los clásicos griegos y latinos. México: FCE, 1987. Izuzquiza Ignacio. Guía para el estudio de la filosofía. Referencias y métodos. Barcelona: Anthropos, 1986. Kraft Peter. Orientierung Klassische Philologie. Was sie kann, was sie will. Reinbek bei Hamburg: Rowohlt Taschenbuch Verlag, 2001. Mejer Jørgen. Überlieferung der Philosophie im Altertum. Eine Einführung. Kgl. Danske Videnskabernes Selskab, 2000. Nesselrath Heinz-Günther. Einleitung in die griechische Philologie. Wiesbaden: Springer Fachmedien, 1997. Mondolfo Rodolfo. Problemas y métodos de la investigación en historia de la filosofía. Universidad Nacional de Tucumán, Cuadernos de Filosofía 5, 1949. Poucet Jacques; Hannick Jean-Marie. Aux sources de l’antiquité gréco-romaine. Guide bibliographique. Sixième édition, revue et augmentée, Bruxelles: Artel, 2000. Retlich Norbert. Literatur für das Philosophiestudium. Stuttgart: Metzler, 1998. Rossetti Livio. Introduzione alla filosofia antica. Premesse filologiche e altri “ferri del mestiere”. Bari: Levante Editori, 1998. Rühl Meike. Klassische Philologie. Basiswissen, Arbeitsweisen und Methoden. Seminar für Klassische Philologie, Universität Göttingen, Sommersemester 2006. Stenger Jan R. Einführung in das Studium der Griechischen Philologie. ChristianAlbrechts-Universität zu Kiel Institut für Klassische Altertumskunde, 2004.

El establecimiento del texto 1. En el conjunto del corpus griego, los textos más o menos completos que nos han llegado, han sido objeto de una o más ediciones de referencia. Recordemos que todavía el término “edición”, en este contexto, significa el establecimiento de un texto griego correcto y fiable. En todos los casos se trata, entonces, de una reconstitución hipotética del texto tal cual debió haber sido escrito por el autor. Para realizar la edición de un texto griego, el editor debe, en un primer momento, establecer una clasificación de los papiros y manuscritos disponibles en función de su

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antigüedad y su calidad: los resultados de estas investigaciones están ilustradas en un diagrama o stemma. Luego, después de haber comparado, de este modo, los manuscritos entre sí, el editor establece un texto indicando en el anexo todas las variantes del texto, denominadas lecciones (en principio, pues algunos editores, a fin de no sobrecargar el aparato crítico, renuncian a mencionar las lecciones que resultan de burdos errores materiales). Estas son reagrupadas debajo de la página en lo que comúnmente es designado como “aparato crítico”. Estas lecciones son identificadas de forma diferente según el manuscrito o el papiro donde se hallan. El editor elige mencionar algunas de estas correcciones propuestas por los autores modernos. Las ediciones más modernas están además dotadas de un aparato critico de testimonios, es decir de citas de pasajes del texto en autores antiguos posteriores. Se tiene igualmente en cuenta estos testimonios para establecer el texto. He aquí algunas indicaciones sobre cómo servirse del aparato crítico de un texto famoso (Platón, Fedro 250 a1-c1)6:

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Seguimos la traducción española al texto griego de Emilio Lledó Íñigo (Platón Diálogos III: Fedón, Banquete, Fedro. Madrid: Gredos, 1988, 1ra. reimpresión, p. 353): “Pero el acordarse de ellos, por los de aquí, no es asunto fácil para todo el mundo, ni para cuantos, fugazmente, vieron entonces las cosas de allí, ni para los que tuvieron la desdicha, al caer, de descarriarse en ciertas compañías, hacia lo injusto, viniéndoles el olvido del sagrado espectáculo que otrora habían visto. Pocas hay, pues, que tengan suficiente memoria. Pero éstas, cuando ven algo semejante a las de allí, se quedan como traspuestas, sin poder ser dueñas de sí mismas, y sin saber qué es lo que les está pasando, al no percibirlo con propiedad. De la justicia, pues, y de la sensatez y de cuánto hay de valioso para las almas no queda resplandor alguno en las imitaciones de aquí abajo, y sólo con esfuerzo y a través de órganos poco claros les es dado a unos pocos, apoyándose en las imágenes, intuir el género de lo representado. Pero ver el fulgor de la belleza se pudo entonces, cuando con el coro de bienaventurados teníamos a la vista la divina y dichosa visión, al seguir nosotros el cortejo de Zeus, y otros el de otros dioses, como iniciados que éramos en esos misterios, que es justo llamar los más llenos de dicha, y que celebramos en toda nuestra plenitud y sin padecer ninguno de los males que, en tiempo venidero, nos aguardaban”.

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Testimonios y aparato crítico Debajo del texto editado por Claudio Moreschini, para Platón, Œuvres complètes IV, 3, Paris, Les Belles Lettres, 1985, p. 42, encontramos dos parágrafos. El primero propone un inventario de testimonios; es decir, de pasajes citados por autores antiguos. El segundo es el aparato crítico propiamente dicho, donde están anotadas las lecciones que se hallan en los manuscritos y en los testimonios que comportan este texto. El aparato critico permite conocer la proveniencia del texto puesto ante la mirada del lector (manuscritos, papiro o pergamino especialmente, citas antiguas o conjetura de erudito), y eventualmente no seguir la elección del editor.

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Test: “Testimonia” = Testimonio ¿Por qué un aparato de testimonios? Los pasajes siguientes están citados por diferentes autores: dos autores cristianos Clemente de Alejandría (¿150?-¿216?) y Orígenes (¿185?-¿255?), y un autor pagano, Proclo (410-485). Clemente de Alejandría – Stromata, ed. O. Stählin, Leipzig, 1909. Orígenes – Contra Celso, e. P. Koetschau, Leipzig, 1899. Proclo In Platonis Alcibiadem commentaria, ed. L. G. Westernik, Ámsterdam, 1954; o actualmente Proclus, Sur le premier Alcibiade de Platon, texte établi et traduit par A. Ph. Segonds, 2 vol., Paris, Les Belles Lettres, 1985. 39

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Procli commentarium in Platonis Parmenidem en Procli Opera inedita, ed. V. Cousin, Parisiis, 1864 [seconde édition], col. 617-1242 [réimpression chez Olms, Hildesheim, 1961]. Théologie platonicienne, texte établi et traduit par H. D. Saffrey et L. G. Westernik, t. I, Paris, Les Belles Lettres, 1968. Como estos autores citan el texto en un estado anterior al de los manuscritos más antiguos (siglo IX) que nos han llegado, el texto que proponen amerita ser tomado en consideración en el aparato crítico, a condición de que estemos razonablemente seguros de que el citador no reforma el texto que cita o pretende citar. En otras palabras, hay que ser prudente con las citas antiguas como veremos (cfr. el caso de ἄλλου θεῶν, en 250 b8). Modo de lectura En este aparato se encuentra la primera y última palabra de la cita, separadas por un guion, y enmarcadas con la referencia exacta (página, parágrafo y línea). Inventario de testimonios A partir de δικαιοσύνης en 250 b2 hasta ὁμοιώμασιν en 250 b4, pasaje citado por Proclo en su comentario al Alcibíades de Platón (p. 320.11) y en su comentario al Parménides de Platón (col. 809. 38). A partir de κάλλος en 250 b6 hasta λαμπρόν en 250 b6, pasaje citado por Proclo en su Théologie platonicienne (liv. I, chap. 24, p. 107, 1. 18). A partir de ὄτε en 250 b6 hasta δεδεσμευμένοι 250 c6, pasaje citado por Clemente de Alejandría en sus Stromates (V, 14, 138.3). A partir de μετὰ μὲν en 250 b8 hasta θεῶν (misma línea), pasaje citado por Orígenes, en su Contra Celso (8, 4). A partir de τελετῶν 250 b9 hasta μακαριωτάτην en 250 c1, pasaje citado por Proclo en su Théologie platonicienne (I, 20, 96.10). Aparato crítico Modo de lectura Cada unidad del aparato crítico está dividido en dos partes por dos puntos. A la izquierda de los dos puntos se halla en ciertos casos el texto aceptado, acompañado de sus testimonios (los manuscritos que presentan este texto, y designados por la sigla que los 40

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identifican) o del nombre de un filólogo (si se trata de una conjetura); en otros casos, se halla la lección aceptada sin citas; es decir, sin indicación de los manuscritos de donde provienen. He aquí lo que se denomina un aparato negativo: es en efecto una forma de designar todos los otros manuscritos que aquellos que se encuentran a la derecha de los dos puntos (cf. El caso de οὔτε… οὔθ). A la derecha de los dos puntos se halla el texto rechazado siempre acompañado de sus testimonios o de algunas conjeturas posibles. Papiros, manuscritos y comentarios II3 B

D T W P Par. 1808

Escor.

Papiro de Oxirrinco (1017) del siglo II o III d.C. El Boldeanus Clarkianus 39, uno de los dos manuscritos más antiguos de Platón, pues fue terminado en 895; está conservado en la Bodleian Library en Oxford. El Marcianus gr. 195 (coll. 576) que data del siglo XII; está conservado en la Biblioteca San-Marcos en Venecia. El Marcianus App. Class. IV, 1 (coll. 542) que data probablemente del siglo X; está conservado en la Biblioteca San-Marcos en Venecia. El Vindobonenis Suppl. gr. 7 que parece datar del siglo X o del siglo XI; está conservado en Viena. El Palatinus Vaticanus 173 que data del siglo X o del siglo XI; está conservado en Viena la Biblioteca del Vaticano. El Parisinus gr. 1808, un manuscrito del XIII conservado en Biblioteca nacional de París. Este manuscrito está citado sin sigla, porque no es citado constantemente. Esto se explica por el hecho de que es un manuscrito derivado, y por tanto de que las lecciones originales que presenta no son nada más que conjeturas hechas por un bizantino. El Escorialensis Y. I. 13 un manuscrito del siglo XIIII o XIV, conservado en el Escorial de España: de hecho, debería ser considerado Scorialensis. Las mismas remarcas que para el Par. 1808.

En el caso del Fedro, el texto es establecido a partir de cinco manuscritos: B, D, T, W y P. Los otros manuscritos presentan poco valor frente a aquellos.

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Hermias Hermias es un alumno de Siriano que ha tomado notas de un curso de su maestro sobre el Fedro, al cual asistía también Proclo; estas notas han sido editadas con el título de In Platonis Phaedrum Scholia, por P. Couvreur en París en 1901 [reimpresión en Olms, Hildesheim, 1971 con un Index de C Zintzen]. Lectura de aparato crítico En 250 a2, en lugar de οὔτε… οὔθ, se encuentra οὐδὲ… οὐδ῎ en W, pero un corrector antiguo de este manuscrito (designado por la sigla W2) propuso leer οὔτε…οὐδ’. El sentido varía en función de la naturaleza o el valor de la doble negación. La elección de Moreschini se explica del siguiente modo. El texto que presentan B y T es incontrovertible (no se puede rechazarlo), pues manifiesta un acuerdo entre los manuscritos más antiguos. En ese caso, W no pesa mucho, y la sugerencia del corrector antiguo todavía menos. En 250 a3, se lee προσπεσοῦσαι en lugar de πεσῦοσαι en W. El sentido cambia apenas; se trata de un ejemplo de la estima creciente en la cual teníamos a las composiciones verbales. Por tanto, es posible que, en un cierto momento, se haya modificado ligeramente el texto de Platón para ponerlo al gusto del momento. En 250 a3, se lee ὤστε con la mayor parte de manuscritos más antiguos; es decir, B, D, W y P. Sin embargo, el manuscrito T presenta οὔτε, aunque un corrector antiguo de este manuscrito (designado por la sigla T2) anotó en el título de la lección la lección ὤστε que él leía quizás en otro manuscrito. El οὔτε se explica por la presencia del mismo término en dos sitios en la línea precedente. Pero desde el punto de vista del sentido, ὤστε parece preferible, pues, si se lee οὔτε, no se ve de qué almas se haría entonces mención, ya que parecen concernidas por la oposición οὔτε ὅσαι y οὔτε αἱ; además no se sabría a qué referir ἐδυστύχησαν. En 250 a7, Hermias cita la forma οὐκεθ’ αὐτῶν, mientras que todos los manuscritos tienen οὐκετ’ αὐτῶν. Allí nos encontramos frente a una típica indecisión. Como el texto más antiguo no comportaba ni espíritus ni acentos, no se puede saber si Platón pensaba o no en la forma reflexiva del pronombre que toma un espíritu grave. Algunos admiten αὐτῶ, con un espíritu grave que modifica fonéticamente la final de la palabra precedente, de donde sale οὐκεθ’: esta modificación no es un elemento determinante para hacer una elección en la medida en que Hermias o un predecesor podía hacer una corrección fonética a su lectura sin plantearse demasiadas preguntas. Un filólogo del siglo XX (Hirschig), basándose especialmente en Fedro 229 c2 y en Cármides 155d, ha propuesto adjuntar un ἐν 42

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rigiendo un genitivo locativo (una forma arcaica), corrección que no parece necesaria, aunque ha sido aceptada por algunos filólogos; de todas formas el sentido permanece el mismo. En 250 b3, en lugar de ἔνεστι Proclo (In Alc., p. 320.11 y In Parm. col. 809.38) y Hermias (In Phaedr. 176.17) tienen ἔστι que debería ser la lección que hallan en la edición de su Escuela en Atenas en el siglo V a.C.; la diferencia no es significativa, aunque ἔνεστι es más claro: quizás es otro ejemplo de la creciente estima en la que se tiene a las composiciones verbales. Además, Hermias omite, conscientemente o no, el οὐδὲν que sin embargo se impone para una buena comprensión de la frase. Encontramos aquí un buen ejemplo del carácter limitado de la información que reportan los testimonios. El texto de Hermias tal cual ha sido transmitido no tiene οὐδὲν, pero no se tiene prueba formal de que Hermias haya suprimido este término en el marco de su citación. Por tanto, es peligroso concluir, pues una conclusión tal sería una conclusión e silentio, que procede de una ignorancia y que por este hecho es siempre hipotética. En 250 b5, ὀλίγοι es una antigua corrección de (anotada T2) que se halla en el manuscrito T que presenta ὀλίγοις. Esta corrección no tiene ningún peso, pues o bien es una revisión post-copia o bien la corrección de un lector, prueba que la fuente T presentaba ὀλίγοι, como todos los manuscritos. Se comprende que Moreschini no la haya corregido. En 250 b8, en lugar de ἄλλῶν θεῶν, Clemente de Alejandría en sus Stromates (V, 14, 183.2) lee ἄλλου ἄλλῶν. Aunque la gramática este respetada, se puede suponer allí una “eufemización” destinada a disfrazar la expresión de una concepción politeísta. La sospecha se hace certeza cuando se considera la reacción de Orígenes que, en su Contra Celso (8, 4), emplea el plural para hablar de las divinidades paganas utilizando la expresión ἄλλῶν δαιμόνων. En última instancia, ἄλλῶν y δαιμόνων no deberían ser registrados como lecciones, pues son desviaciones. En 250 b8, el Papiro de Oxirrinco (1017) del siglo II o III d.C. (anotado II3) no presenta el τε; un corrector adjuntó de todas formas este τε, retornando así a la lección unánime de los manuscritos. En 250 b9, se halla τῶν en el Papiro de Oxirrinco (1017) del siglo II o III d.C. (anotado 3 II ) y en los manuscritos B y D; está omitido en los manuscritos T, W, P y en Clemente de Alejandría en sus Stromates (V, 14, 138.3). Lo que está en juego no es importante; Moreschini parece haber considerado que el τῶν debía ser conservado, pues es una lección antigua que aparece en un papiro. En 250 b9, Moreschini imprime ἣv que es una corrección del Par. 1808. Esta lección 43

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permite una construcción gramatical más normal que el ᾗ que hallamos en los manuscritos B, D, T, W, P y en Clemente de Alejandría en sus Stromates (V, 14, 183.3). Un manuscrito reciente, el Escorialensis Y, I.13, presenta un εἰ que no tiene sentido. En 250 c1, se lee un imperfecto ὠργιάζομεν en el manuscrito W y un ὀργιάζομεν presente en B, D, T, P, en Clemente de Alejandría (Stromates V, 14, 183.3) y en Hermias. La concordancia de los tiempos va en el sentido de la elección de Moreschini que opta por el imperfecto, pero la cuestión no es importante. En consecuencia, ante todo no hay que considerar como superflua la parte de iniciativa propia en el editor. Algunos pasajes, incluso en los autores más conocidos, son de una lectura muy difícil, incluso desesperada, sobre todo en el caso donde alguna de estas lecciones dadas por los manuscritos no tiene el menor sentido o en el caso donde estas lecciones se contradicen unas a otras. Por tanto, hay que precisar que el editor hace uso de toda su inventiva para encontrar un sentido plausible que se aparte lo menos de los manuscritos: él sugiere una corrección o hace una proposición para subsanar una laguna. Esta corrección debe permitir también explicar por qué o cómo el copista pudo cometer el error que se intenta corregir. Cuando subsisten muchos manuscritos de un mismo texto, la empresa no puede estar condenada al fracaso. Sin embargo, cuando solamente existe un manuscrito para establecer el texto, como es el caso de por ejemplo para el De principiis de Damascio, y este manuscrito es de calidad incierta, el trabajo del editor representa una gigantesca reconstitución hipotética. Dicho esto, el buen editor está obligado a mencionar en el aparato crítico las lecciones que desecha, lo cual ofrece al lector o al comentador la posibilidad de hacer una elección diferente que la del editor. Las principales ediciones de referencia de los textos griegos filosóficos son: – Bibliotheca Scriptorum Graecorum et Romanorum Teubneriana, Leipzig, posteriormente Leipzig o Stuttgart, denominada colección “Teubner”. La más antigua, la más completa de las colecciones de textos filosóficos griegos, pero sigue siendo de acceso difícil y consta de varios volúmenes que ya no son reeditados; durante la división de Alemania, desde el fin de la II Guerra Mundial hasta 1989, las obras Teubner fueron publicadas o bien en Leipzig o bien en Stuttgart. Texto griego o latino únicamente. – Scriptorum Classicorum Bibliotheca Oxionensis, u Oxford Classical Texts, Clarendon Press. Menos completa que la Teubner, las obras de esta colección son regularmente reeditadas y se encuentran en todas partes a precios asequibles (o 44

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casi). Un trabajo de revisión de las obras de Platón está en curso. Texto griego. – Collection des Universités de France, Paris, Les Belles Lettres, denominada «  Collection Budé  ». Prestigiosa colección que abarca muchos centenares de volúmenes de los cuales varios están muy anticuados; algunos autores filosóficos importantes (Aristóteles especialmente) lastimosamente no están bien representados. Texto griego, traducción francesa y notas. – The Loeb Classical Library, denominada « Collection Loeb », Cambridge [Mass.], Harvard University Press. Colección muy útil que abarca una serie latina y una serie griega, poco costosa (hasta la fecha), pero incompleta y de la cual algunos volúmenes (los de Platón especialmente) exigirían ser rehechos. Texto griego, traducción inglesa y algunas notas. 2. Hemos insistido ya en el hecho de que los filósofos griegos, en una gran cantidad, son conocidos, para un gran número de ellos, no por textos sino por fragmentos. Se dispone de cuatro grandes colecciones de fragmentos filosóficos que conciernen a los autores presocráticos, los socráticos, los estoicos y los epicúreos. El lector hallará estas colecciones descritas en la biblioteca que acompaña a cada una de las secciones de las secciones de nuestra Philosophie grecque7, pero desearíamos dar algunas indicaciones generales sobre el principio de composición de estas colecciones de fragmentos y sobre las reglas de su utilización. El editor de una colección de fragmentos, para establecer, debe pasar una revista de conjunto a la literatura griega y latina y reunir todos los extractos de textos que citen el propósito de los autores concernidos o que aporten testimonios a su tema. Esto no es algo fácil, por diversas razones. Primero conviene determinar si el texto considerado es una verdadera cita o si es solamente un testimonio. Paradójicamente, cuanto más corto es el fragmento más difícil es saber si se trata de una cita literal. La cuestión es doble. En primer lugar, el autor puede dar o bien una cita literal o bien una paráfrasis. Luego, si quiere dar una cita literal, ¿se toma o no la molestia de verificar, por mucho que confíe en su memoria, la cita en el texto? De hecho, es probable que, cuando el autor quiere citar el texto, no lo verifique, pues difícilmente nos imaginamos que un autor antiguo cite uno o dos líneas de uno de sus predecesores tras haberse tomado la molestia de asegurarse que los cita literalmente. En efecto, una tal verificación implicaría que él desenrolló un rollo de papiro y que encontró la 7

El título del libro en original francés.

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frase en cuestión tras haberla localizado en una masa indistinta de caracteres (cfr. lo que se dijo anteriormente de los papiros). Ahora bien, es poco probable que alguno de los autores antiguos, que citan a otro autor, haya hecho esto cuando se trataba de citar solamente un corto pasaje. Dicho esto, es posible que nuestro autor haya tenido esclavos (“esclavos lectores”: anagoristai) que pasaban su tiempo en desenrollar los papiros (o en abrir los codex) para encontrar ahí textos y copiarlos; es igualmente posible que nuestro autor se haya hecho, durante sus lecturas, una pequeña antología, copiando por sí mismo excerpta, o extractos, como Aristóteles lo recomendaba y como lo hacían, en efecto, Plutarco y Plinio; este pequeño “fichero” personal estaba quizás también provisto de un índex. Pero todo esto permanece incierto, y también una cita que se deseaba literalmente podía ser exacta… o no serla. El caso que mejor ilustra esta observación es el de Heráclito: sus fragmentos, a menudo muy cortos, son citados con variantes considerables, en las palabras y los casos gramaticales, según los autores que los reportan. De este modo, en el Crátilo Platón atribuye a Heráclito la fórmula panta khorei ouden menei (“todo se desplaza, nada permanece”), mientras que Aristóteles, para citar en letras grandes el mismo pensamiento, escribe en la Física: panta rhei ouden menei (“todo se escurre, nada permanece”). En el último libro de sus opiniones, el cual trata de sus teorías de la sensación, Teofrasto se niega mencionar a Heráclito resaltando que las declaraciones de este filósofo son o bien incompletas o bien contradictorias. En fin, encomendándose a Heráclito, los estoicos han contribuido a deformar su pensamiento en todos los temas concernientes a la física; de ahí las numerosas contradicciones entre los propósitos atribuidos a Heráclito. Todo esto permite explicar que una gran indeterminación afecta la literalidad de la fórmula de Heráclito (como lo muestra claramente el espécimen de crítica de las fuentes propuesto por Jonathan Barnes al final de la sección consagrada a los presocráticos)8. En cambio, cuando el extracto citado es largo, es más verosímil que la cita sea literal. Un texto de una cierta extensión es, en efecto, difícil de memorizar, y hay muchas razones para pensar que la exactitud de la cita fue verificada. El caso más delicado es, de hecho, el del texto de longitud media, demasiado corto para que el autor se tome la molestia de verificarlo, demasiado largo para ser citado de memoria de forma absolutamente fiable. Hay también casos en que el autor, aunque sin duda alguna conozca el texto de memoria, tiene el escrúpulo de verificarlo. Simplicio habría podido conocer muy bien de memoria los sesenta y un versos de Parménides que cita (fragmento 8), pero la manera cómo los 8

Los autores se refieren a un capítulo del libro en original francés.

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introduce sugiere que no solamente sacó el texto de su memoria, sino que al mismo tiempo lo copió de un manuscrito. En fin, cuando se trata de un testimonio, este no puede carecer de entrañar un problema de interpretación: el uso de tal verbo, de tal sustantivo o también de tal caso gramatical que atestigua a menudo, en el responsable del testimonio, una orientación filosófica determinada. He aquí algunas indicaciones sobre la presentación de una colección de fragmentos. Por lo general, el editor indica, después del texto griego del fragmento, el texto-fuente de donde se ha extraído el fragmento; es la mejor edición de dicho texto que se encuentra impresa, con un sumario aparato crítico. Se comprenderá que en la mayor parte de casos, por ejemplo en la colección de presocráticos de Diels-Kranz (1ra. ed. 1903) o en la colección de los estoicos de von Arnim (1ra. ed. 1903-1905, 1924), no se tomó en cuenta ediciones de referencia, cuyos textos fueron objeto después de la fecha en que fueron editadas las colecciones de fragmentos en cuestión. Por tanto, el lector de hoy en día debe dar prueba de una gran prudencia cuando se refiere a un texto citado en una colección de fragmentos que data de varios decenios. En principio, debe confrontar el texto propuesto por esta edición relativamente antigua con aquel dado por las mejores ediciones que actualmente están disponibles. Además, cada editor elige un orden para citar los fragmentos, orden que en consecuencia puede variar de una colección a otra. Esto entraña dos consecuencias molestosas: por un lado, el lector está obligado a un trabajo de comparación incesante entre tal y cual fragmento que se supone es idéntico, aunque designado de modo diferente; por otro lado, lo que es más grave, debe tener en cuenta el hecho de que el orden de los fragmentos refleja siempre una interpretación. Para citar un fragmento, la costumbre impone citar primeramente el número que lleva este fragmento en la selección de la que uno se sirve, identificándolo por el nombre de su editor, seguido de la referencia más precisa posible al texto-fuente; es la única forma de escapar a las consecuencias molestosas que acaban de ser descritas. Los problemas relativos a las fuentes son importantes para los autores socráticos, los estoicos y los epicúreos, pero son casi insuperables en el caso de los presocráticos. ¿En qué consisten estos problemas? Para responder a esta pregunta, hay que dar algunas indicaciones generales sobre la naturaleza de estas fuentes. Los fragmentos y testimonios relativos a los presocráticos provienen en su mayoría de autores tardíos, esencialmente de los comentadores de Aristóteles (que compusieron comentarios de la Metafísica y de la Física), de autores cristianos que polemizan contra la 47

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filosofía pagana (Eusebio, Hipólito, Clemente) y de “historiadores de la filosofía” como Diógenes Laercio y el Pseudo-Plutarco. Ahora bien, todos estos autores que escribieron en los primeros siglos de nuestra era utilizaban colecciones de textos y de testimonios sobre los presocráticos, colecciones realizadas o puestas a punto en el curso de siglos precedentes por autores que se habían especializado en la compilación de anécdotas y de informaciones que trataban la vida y las opiniones de los filósofos. Los eruditos han dado a estos autores el nombre de “doxógrafos” (literalmente: autores que ponen por escrito las opiniones, es decir las doctrinas, de los filósofos). Todo lo que actualmente se cree saber de la doxografía es en parte el resultado de hipótesis emitidas por la filología moderna. Estás hipótesis son verosímiles, pero no constituyen certezas, y los desarrollos que vendrán deben ser leídos como resultados provisorios y a veces controvertidos y no como hechos establecidos. La literatura doxográfica fue inaugurada por Aristóteles que, tomando en esto como modelo a Platón, había acostumbrado discutir los puntos de vista de sus predecesores al inicio de sus tratados sistemáticos (por ejemplo, la Física y la Metafísica). Su discípulo, Teofrasto, fue el primero en escribir una obra que reunía sistemáticamente los testimonios de los pensadores que lo habían precedido. Habría compuesto una selección doxográfica sobre las doctrinas físicas de los presocráticos en 16 libros (physikôn doxai), donde los fragmentos estaban colocados según los temas. Teofrasto retomaba la práctica de su maestro consistente en clasificar los autores en función de los principios de sus sistemas. El primer libro de estas doxai trataba de los principios (peri archôn), largos extractos de este libro han sido re-copiados, si no parafraseados, por Simplicio en su Comentario a la Física de Aristóteles. En cuanto al último libro de esta selección, el único que nos ha llegado más o menos íntegro, trataba sobre las teorías de la sensación. De este modo, la obra de Teofrasto ha podido llegar a ser —pero esto es una hipótesis— la fuente mayor de información en materia de filosofía presocrática y habría originado la mayor parte de las selecciones de opiniones filosóficas. Es posible que durante varios siglos estos fuesen re-copiados por diferentes autores. Dos géneros mayores, las biografías (Peri biôn) y las sucesiones de filósofos (Peri diadokhôn) se han encontrado ampliamente representadas en la literatura doxográfica. Ciertamente existe biografías que no son doxografías (como la biografía de Lácides, el fundador de la Academia nueva, en Diógenes Laercio: IV, 59-61); sin embargo, numerosas biografías redactadas en la Antigüedad narraban episodios de la vida de los filósofos, algunos salidos meramente de la imaginación de los doxógrafos que, de este modo, buscaban ilustrar puntos de doctrina mediante eventos de vida y viceversa; es el caso de las 48

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obras redactadas por Hermipo de Esmirna, Jerónimo de Rodas y Neantes de Cízico. Otro filón de la literatura doxográfica está representado por las obras consagradas a las sucesiones de filósofos (Peri diadokhôn). El iniciador fue Soción de Alejandría, un peripatético que vivió hacia el año 200 a.C. Al parecer, le debemos la distinción, que se halla en el corazón de la historia antigua del pensamiento presocrático, entre la escuela jonia y la escuela itálica. Una otra fuente mayor de información es la obra de Apolodoro de Atenas, que fue el colaborador de Aristarco en Alejandría. Compuso, a mediados del siglo II a.C., un relato versificado, la Cronología, que precisaba los datos de la vida e inventariaba las opiniones de los filósofos. Esta obra reposaba en parte sobre las divisiones entre escuelas y maestros debidos a Soción, y en parte sobre la cronología de Eratóstenes que había intentado asignar fechas de nacimiento y de fallecimiento a las celebridades (poetas, artistas y filósofos) de la antigua Grecia. ¡Apolodoro subsana de forma arbitraria las lagunas dejadas por Eratóstenes del que muchas informaciones eran puramente hipotéticas! En la medida en que Apolodoro no informa estrictamente de doctrinas, la naturaleza doxográfica de su obra es a veces discutida. En cambio, encontramos todas las características de la literatura doxográfica en Diocles de Magnesia, nacido hacia el 75 a.C., uno de los doxógrafos más citados, que escribió una historia (o más bien un catálogo) de los filósofos (epidromè tôn philosophôn), al que Diógenes Laercio se refiere muy a menudo. Sin embargo, podemos igualmente mencionar a Arius Didymus de Alejandría, que algunos especialistas lo identifican con el maestro de filosofía de Augusto —pero esta hipótesis ha sido discutida por M. Göransson, Alcinous, Albinus, Arius Dydimus, Studia graeca et latina gothoburgensia 61, Göteborg, 1995, 203218—, el cual escribió un resumen (epitomè) de la doctrina de los estoicos. Un otro personaje juega también un rol central en la historia de la transmisión que el primer editor de los presocráticos, Hermann Diels, ha reconstruido. Se trata de Aecio, autor del siglo I o II a.C., al cual Diels atribuye numerosos textos, pues lo hizo el autor de un resumen de opiniones de los filósofos griegos sobre la naturaleza (sunagôgè peri arèskontôn). Estos Placita (= areskonta), título en latín con que ha sido traducido el título de la obra, es reproducido por el Pseudo-Plutarco (autor desconocido de obras atribuidas a Plutarco) en su epitomè y por Estobeo en sus Eclogae. Ambos han sido editados por Diels en sus Doxographi Graeci. Las informaciones contenidas en los Placita de Aecio se basan en un resumen más antiguo, cuyo autor es totalmente desconocido, pero al que Diels ha dado el nombre de Vetusta placita; las informaciones de este resumen derivarían únicamente de Teofrasto, pero se habrían adjuntado las opiniones de las escuelas estoica, epicúrea y 49

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aristotélica que por otra parte impregnaban la presentación de las de sus predecesores. En la medida en que las obras de la mayor parte de estos autores mencionados por Aecio han desaparecido, su testimonio que nos arroja el único rastro de su existencia es, en la reconstrucción de Diels, particularmente importante. Los filósofos paganos y los autores cristianos de los primeros siglos de nuestra era tomaban quizás prestado de esta doxografía, de la que además no se está seguro que haya constituido un bloque también monolítico cuando evocan la historia de la filosofía. Sin embargo, no podemos recordar este conjunto de hipótesis sin insistir en el hecho de que hoy en día existe controversia. Algunos especialistas dudan que Aecio haya existido o que sea el autor de los textos que Diels le atribuye. Para una revisión crítica de estos diferentes puntos, no podemos sino recomendar con presteza la lectura de la obra de Jaap Mansfeld, Prolegomena. Questions to be settled before the Study of an Author or a Text, Leiden, Brill, 1994. Hay que mencionar también otras fuentes de información para la doxografía. El primer libro de la Refutación de todas las herejías de Hipólito (cf. supra) es una doxografía que esconde rendiciones de cuentas sobre diferentes filósofos. Los pasajes sobre Anaximandro, Anaxímenes, Anaxágoras, Arquelao y Jenófanes presentan una gran originalidad, pues contienen más informaciones y menos inexactitudes que en Aecio. Los Stromates (en sentido propio el término designa el tapiz, la tapicería, la cobertura, y en sentido figurado una selección, una mezcla de opiniones) del Pseudo-Plutarco (un autor desconocido del siglo I o II d.C. que hay que diferenciar del autor de la Epítome extraída de Aecio igualmente atribuida Plutarco de Queronea) han sido preservados por Eusebio; parecen inspirarse esencialmente en los primeros libros de la obra de Teofrasto (véase la nueva edición de Plutarco realizada por Guy Lachenaud, Œuvres morales XII, 2, Opinions des philosophes, Paris, Belles Lettres, 1993). En fin, Diógenes Laercio, autor de Vidas y doctrinas de filósofos ilustres (que vivió sin duda en el siglo III d.C.), constituye para lo mejor y peor una fuente de información esencial, frecuentemente única, sobre numerosos autores. Sin embargo, los informes que nos ofrece hay que utilizarlas siempre con prudencia. La lectura de algunas páginas de este autor permite comprender hasta qué punto se diferencia de un “historiador de la filosofía” (sobre estos diferentes puntos, véase: J. Mansfeld y D.T. Runia, Aetiana. The Method and Intellectual Context of a Doxographer, vol. I: The Sources, Leiden, Brill, Philosophia antiqua, 73, 1997). Se notará también que autores como Heráclides Póntico, un miembro de la Academia de Platón, que escribió una obra de Interpretación sobre Heráclito (Diógenes Laercio V, 88), al igual que el estoico Cleantes y sobre todo como Aristóxeno, un discípulo inmediato de 50

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Aristóteles que escribió una Vida de Pitágoras, han podido ejercer una influencia determinante distinta a la de Teofrasto, cuyas huellas volvemos a encontrar en Plutarco (el verdadero) y en Eusebio de Cesárea. No podemos terminar esta presentación tal de la literatura doxográfica sin evocar el nombre de Juan Estobeo, autor de una antología de extractos de poetas y prosistas. La obra que data de inicios del siglo V está constituida por cuatro libros, reagrupados bajo el doble título de Eclogae (para los dos primeros) y de Anthologion (para los dos últimos) pese a su homogeneidad. El interés de esta selección radica en el hecho de que ahí hallamos muchos testimonios sobre los neoplatónicos. Redactados en la época bizantina, el léxico Antiguo Suda y la Biblioteca de Focio constituyen inmensos reservorios de información para los historiadores de la filosofía. Los autores antiguos que se sirven de selecciones doxográfica a su disposición tienen por lo general una confianza ciega en quien ha compuesto la selección. No tienen ni el tiempo ni la posibilidad material de verificar la autenticidad y el carácter no alterado de los testimonios citados. Aquello que los autores, que han recurrido a los doxógrafos, desean ante todo es tener rápidamente a la mano el mayor número de testimonios que les sirvan para apoyar una u otra tesis. Además, parece que los autores de tales selecciones se inspiraban unos a otros, adjuntando cada vez una capa de interpretación más o menos importante y más o menos pertinente. Desde entonces comprendemos con qué prudencia hay que abordar el estudio de los autores, cuyo pensamiento nos es exclusivamente conocido por fragmentos, transmitidos por doxógrafos. Esta prudencia en particular es válida cuando se trata de estudiar a los pensadores presocráticos. 3. Para quien se refiere a las obras más o menos completas, sucede que en los márgenes de un manuscrito encontramos signos y comentarios de todo tipo concernientes a este texto. Los signos indican muy a menudo una división estructurada del texto. Los comentarios llamados por los eruditos "escolios" mencionan por lo general o bien una explicación o bien una dificultad o bien una apreciación de texto. Los escolios más antiguos pueden ser muy útiles, los más recientes son por lo general bastante charlatanes y superficiales. Para algunos autores, los escolios propios en el manuscrito de un autor han sido objeto de una edición sistemática. A partir de la época helenística, cuando las grandes escuelas filosóficas hubieron disminuido, si no cesado, su actividad, rompiendo así los lazos que mantenían con su fundador, fue cada vez fue más necesario proponer una nueva interpretación de los textos 51

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de Platón, Aristóteles, Crisipo y Epicuro. La idea esencial era hacer accesibles obras antiguas para estudiantes, cuyo idioma e ideas habían llegado a ser muy diferentes de lo que se encontraba en esas obras. Es así que se desarrolló la tradición de comentario de los textos más clásicos de la filosofía. Después de haber tenido como finalidad poner las obras canónicas al alcance de los contemporáneos, el comentario tomó cada vez más autonomía y propuso una interpretación original que llegó a ser enteramente una filosofía aparte. El neoplatonismo que reivindicaba una fidelidad extrema a Platón llegó a ser, también en favor de este género de ejercicio, una doctrina muy diferente a la filosofía de Platón que era, sin embargo, objeto de tales comentarios; así, el neoplatonismo es una corriente filosófica en parte salida de una semejante empresa de explicación y de interpretación de la obra de Platón. Los comentarios de la segunda parte del Parménides por los filósofos neoplatónicos Proclo y Damascio ofrecen una lectura que hace de Platón un teólogo neoplatónico. Igualmente, los comentarios de los autores neoplatónicos sobre las Categorías y sobre la Física de Aristóteles apuntan a presentar a este filósofo como un neoplatónico que se interesa esencialmente por la lógica y la física. En general, estos comentarios antiguos siguen, de forma bastante rígida, un método bien definido —al menos para los comentarios más tardíos: en cambio, en Aspasio, Alejandro o también Porfirio, es más difuso. El pasaje a comentar es citado íntegramente —a esto se denomina el lema—, después es combinado con explicaciones e interpretaciones que conciernen a la lexis (o sentido de las palabras utilizadas) y la theoria (o doctrina expresada). El lema desgraciadamente no nos ofrece siempre un texto anterior al de los manuscritos; algunos autores no citan sino el inicio y el final del pasaje y el resto es completado por el copista del comentario sobre la base de los manuscritos que dispone (de ahí a veces las distorsiones asombrosas entre el texto del lema y el citado en el comentario que allí se refieren). El examen de la theoria, o doctrina del texto, suscita a menudo una confrontación con autores anteriores; de ahí la abundancia de testimonios filosóficos que contienen estos comentarios. Estos comentarios son a menudo de un extremo interés para el texto que presentan, en razón de la elucidación del sentido de los términos y de las informaciones históricas que aportan. Si tomamos el caso de Diels, el editor que los Doxographi graeci, debemos señalar que una parte de la doxografía reunida en su selección está extraída de los comentarios antiguos que representaron su primer objeto de estudio y del cual fue además el editor. Dada la complejidad y la diversidad de fuentes y testimonios es ineluctable que

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aparezcan divergencias en todas las etapas, aunque suceda raramente que se caiga en aporías insolubles. De ahí la necesidad de una lectura prudente y lenta de textos, cuyo establecimiento e interpretación son también controvertidos.

Las herramientas contemporáneas de investigación La situación del investigador en filosofía antigua es actualmente muy diferente que a inicios de siglo. Desde fines del siglo XIX muchos textos han sido objeto de una edición de referencia. Estas ediciones de referencia permiten en especial verificar el texto citado en una selección de fragmentos, cuando esta selección ha sido compuesta antes de la fecha de publicación de una tal edición de referencia. El número de estudios publicados, consagrados a la filosofía antigua, no ha hecho sino crecer. Diversas casas editoriales han creado colecciones esencialmente consagradas a la filosofía antigua. Citemos así, sin real cuidado de exhaustividad: en francés, Historia de las doctrinas de la Antigüedad clásica en Vrin (París); Biblioteca de Historia de la Filosofía. Cuadernos de Filosofía antigua, en Vrin (París) / Ousia (Bruselas). En italiano, Pubblicazioni del Centro di Ricerche di Metafisica en Vita e Pensiero (Milán); en diversos idiomas, Philosophia antiqua, publicados por Brill (Leyden); así como la serie de Companions to Ancient Thought, publicada por Cambridge University Press. En fin, las condiciones de investigación se han internacionalizado bastante. El intercambio de puntos de vista y las discusiones también se han expandido mucho más. De este modo, diversas revistas especializadas han adquirido una importancia real y en ellas tiene lugar un progreso extraordinario en filosofía antigua. Entre las más importantes hay que citar: Oxford Studies in Ancient Philosophy (Oxford, UK); Ancient Philosophy (Pittsburg, EE.UU.); Phronesis (Assen, Paises Bajos); Méthexis (Buenos Aires, Argentina); Apeiron (Edmonton, Alberta, Canada); La Revue de philosophie ancienne (París, Bruselas); y sobre todo Elenchos (Roma y Nápoles). En Francia, la Revue philosophique de la France et de l’étranger, les Etudes philosophiques, la Revue de métaphysique et de morale, les Archives de philosophie y en Bélgica La Revue philosophie de Louvain y la Revue internationale de philosophie dedican a menudo fascículos enteros a la filosofía griega. En adelante, para la mayoría de los filósofos, se consultará este monumento

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bibliográfico que constituye L’Année philologique que, en principio, aparece todos los años y menciona el conjunto de lo que ha aparecido desde 1900. El Répertoire bibliographique de la philosophie de Louvain (Université Catholique de Louvain, Louvain-la-Neuve) y el Philosophers Index (Browling Green, Ohio, EE.UU.) son instrumentos muy eficaces. En el transcurso de los últimos años, la electrónica ha contribuido a modificar los instrumentos de investigación. Actualmente, disponemos de un registro en CD-ROM, el Theasurus Linguae Graecae o TLG (para una información más completa véase: más adelante) de más de dos tercios de los escritos en lengua griega antigua que nos han llegado. Por tanto, casi la totalidad del corpus filosófico griego ha sido introducido y podría ser materialmente copiado —aunque esta posibilidad está sujeta a restricciones legales— en un diskette. Esto significa que el investigador en filosofía antigua puede, a partir de este registro, importar en su computadora personal la totalidad del texto que trabaja. Sobre este texto puede proceder a una indexación o también a una investigación sobre el empleo de algunos términos. En este último caso, un contexto de algunas líneas es ofrecido con la ocurrencia buscada. Por otro lado, también es posible hacer investigaciones de vocabulario sobre el conjunto de las obras registradas. Por ejemplo, se puede encontrar todas las ocurrencias de un término (por ejemplo, el término hupographè que significa “bosquejo, esbozo”) en el conjunto del corpus griego, o bien en una época definida (por ejemplo, en el siglo II y III d.C.), o también en un autor preciso o en una obra particular. Actualmente, están disponibles bases de datos y bibliografías especializadas para un gran número de dominios y temas. En fin y sobre todo, el recurso del internet permite consultar los catálogos de las bibliotecas más grandes en el mundo (Bibliothèque Nationale, Library of Congress, Widener Library en Harvard University, Biblioteca del Vaticano); también permite tener acceso a los sitios consagrados a los estudios clásicos y a la filosofía griega, para obtener léxicos, bibliografías, instrumentos de indexación y de fuentes de caracteres del griego antiguo. A continuación, la dirección de un sitio francés particularmente útil: https:// biblioteca.ugr.es/pages/biblioteca_electronica/bases_datos/annee_philologique 9. Véase también: http://stephanus.tlg.uci.edu/ https://biblioteca.ugr.es/pages/biblioteca_electronica/bases_datos/thesaurus-linguae-latinae http://www.perseus.tufts.edu/hopper/ https://www.classics.ox.ac.uk/digital-resources http://remacle.org/ https://culturaclasica.com/ https://d.iogen.es/ http://mercure.fltr.ucl.ac.be/hodoi/ https://thesaurus.badw.de/das-projekt.html 9

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En esta dirección usted encontrará: 1. Una lista de varias decenas de bibliotecas del mundo entero utilizadas por Pierre-Paul Corsetti para L’Année philologique: basta hacer clic sobre un nombre para tener acceso inmediato o casi inmediato (fuera de las horas de afluencia) al catálogo (gracias a la escritura de hipertexto). La página de acogida ligada a esta lista le ofrece: 2. Dos bibliografías, una para Platón (1992-1996, a ser continuada por Luc Brisson) y la otra para Plotino (por Pierre Thillet). 3. Una presentación de Lexis, un software de indexación y lexicalización automáticas de los textos griegos y latinos (puesta a punto por Richard Goulet) que establece un vínculo con una hoja de informaciones muy completa en el Thesarurus Linguae Graecae. 4. Una lista de los principales sitios relacionados a la Antigüedad clásica en internet a escala mundial (para más detalles véase: más adelante). Estos últimos propósitos pueden hacer sonreír al lector y filósofo francés. ¿Servirse de internet para hacer filosofía antigua? ¡Qué idea descabellada! A esos hay que replicarles que, a falta de una mejora rápida de la situación de las bibliotecas en Francia, algo que la próxima inauguración de la Bibliothèque de France puede dejar esperar, los lectores tienen interés en procurarse lo más rápido posible los medios para acceder a estos nuevos instrumentos de investigación. El fondo bibliográfico de filosofía antigua de las bibliotecas universitarias en Francia es considerable. Desgraciadamente, para un estudiante hacer una investigación seria recurriendo a la Bibliothèque Nationale, a la Bibliothèque de la Sorbonne o a una biblioteca Universitaria es un recorrido de combatiente que desanima a las mejores voluntades. Una vez más, la dificultad no se refiere a la riqueza del fondo bibliográfico, sino a las condiciones de su utilización. Cuando se debe llegar media hora antes de la hora de apertura para tener un sitio y hay que obtener un libro, cuando se lo obtiene puede requerir media jornada de esfuerzos, cuando los números de los últimos años de las revistas especializadas no son accesibles, no le queda al estudiante otra elección que el abandono o el amateurismo. De todas formas, recomendamos la obstinación y la iniciación en las herramientas informáticas, hoy en día el único medio del estudiante de filosofía antigua para recuperar el retraso considerable en el acceso a los instrumentos de investigación que caracteriza a las bibliotecas francesas. El estudio de la filosofía griega exige al investigador contemporáneo tener en cuenta trabajos realizados en el mundo entero y recurrir a los instrumentos más modernos. Dicho esto, queda que lo esencial para el estudio de la filosofía antigua consiste, por un 55

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lado, en la lectura de los textos mismos, que en toda circunstancia es más importante que la lectura de la literatura secundaria; por otro lado, en el buen conocimiento de las lenguas antiguas. Los nuevos instrumentos de investigación son importantes para paliar las insuficiencias de la documentación; sin embargo, pero queda asegurado que sin medios informáticos y con un buen conocimiento de los textos y un dominio suficiente de las lenguas latina y griega se puede llevar a cabo una investigación de calidad, algo que no será jamás posible para quien se sirviese con virtuosismo del Thesaurus Linguae Graecae y conociese el conjunto de la literatura crítica, no teniendo sino una familiaridad de segunda mano con los textos del corpus y ningún conocimiento real de las lenguas antiguas. Para concluir, algunas palabras sobre la elección de temas de investigación en filosofía antigua. El conjunto de la presente historia de la filosofía griega ha querido testimoniar el hecho de que el conocimiento del mundo filosófico griego es muy desigual. Mientras que algunos presocráticos, Platón y Aristóteles, son objeto de un gran número de trabajos y de una cantidad sin cesar creciente de publicaciones, los pensadores de la época helenística (platónicos, aristotélicos, filósofos menores de los movimientos estoico, epicúreo, escéptico) y los del fin de la Antigüedad están muy desatendidos, aunque el estudio del Neoplatonismo ha dado pruebas, en el curso los últimos años en Francia, de una remarcable vitalidad. Estas observaciones valen para los filósofos cuyos nombres son bien conocidos, cuyas obras no están aún en su totalidad traducidas al francés y que hasta el día de hoy han sido objeto de muy pocos estudios; la traducción al francés de las obras principales de autores como Galeano y Sexto Empírico contribuiría grandemente en la renovación de la filosofía antigua en Francia. Sin embargo, las observaciones valen también para los numerosos autores menores cuyos textos y pensamientos no han sido ni editados ni estudiados. Los temas que permiten una investigación original son aún muy numerosos en filosofía antigua, y no podemos sino invitar al estudiante o al investigador a emprender trabajos que todavía pueden modificar realmente la concepción que hoy en día tenemos sobre la filosofía griega.

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La antigüedad clásica en internet LISTA DE SERVIDORES DEDICADOS A LA ANTIGÜEDAD GRECO-ROMANA Haga click en un enlace para conectarse10. Generalidades • Beta Coding: Coding for Transliteration of Hebrew, Greek, Coptic for CCAT/ CATSS/TLG materials, by Jay Treat • Bibliotheca classica selecta, por Jacques Poucet (Bruselas y Lovaina, Bélgica) • Classical Studies Ressources (via Humanities Canada) • Classics List (coord. Linda Wright) • Le documentaliste et Internet, par Christine Ducourtieux (Ecole normale superieure, Paris) • Erik Petersen’s List • Frequently Asked Questions on Classics, by Jamie Norrish • Greek and Latin Internet Ressources (Library of Congress, Washington, DC) • Internet Ancient History Ressource Guide, by Koen Verboven (Universiteit Gent, Vakgroep Archeologie en Oude Geschiedenis van Europa) • Meetings Places for Classicists (University of Texas at Austin) • Ressourcen für Klassische Philologie im Internet, bearb. von Ulrich Schmitzer (Erlangen, Alemania) • Strumenti informatici per lo studio dell’Antichità, a cura di Alessandro Cristofori (05/1996) Departamentos e institutos de estudios clásicos • Alemania Althistorische Intitute der Bundesrepublik Deutschland, zusammengestellt von der Komission für alte Geschichte und Epigraphik des Deutschen Archäologischen Instituts Erlangen-Nürnberg, Friedrich-Alexander-Universität, Philosophische Fakultäten • Estados Unidos Irvine, Cailfornia, Departement of Classics • Suecia Uppsala University, Institute of Classical Philology Bases de datos y revistas electrónicas • Alexandria: Cosmology, Philosophy, Myth and Culture, by David Fideler • The Ancient History Bulletin (University of Calgary, Alta, Canada) • Ancient Medicine, by L.T. Pearcy 10

Algunos links no están actualizados.

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Arachnion: A Journal of Ancient Litterature and History on the Web ARTFL Project: Latin Vulgate Bible Search Form, by Marl Olsen (University of Chicago, Ill.) The Ancient City of Athens: A Photographic Archive of the Archaeological and Architecture Remains of Ancient Athens. BAHR: Bulletin analytique d’histoire romaine (CNRS-URA 988, Strasbourg) Bibliographie biblique (Institut des sciences bibliques de l’Université de Lausanne) Username « bibil » ⇒ Password « bibil »  Bibliotheca Latina, by Jeffrey Wills Bryn Mawr College Review Cassiodorus DGB: the Database of Classical Bibliography, vol. I featuring L’Année philologique, vol. 47-48 [1976-1987] (presentación y tarifas) Diotima: Women and Gender in the Ancient World DRANT (Centre de documentation des droits antiques, CNRS-URA 961, Paris) DRANT (presentación) Duke Checklist of Editions of Greek and Latin Papyri, Ostraca and Tablets, by Robert Bagnall [et. al.] (juillet 1996) Duke Papyrus Archive Early Church Fathers The ECOLE Initiative (Early Church On-Line Encyclopedia): A Hypertext Encyclopedia of Early Church History (general ed. Anthony F. Beavers, University of Evansville, Ind.) Egypt: Papyrology FRANTIQ: fichier de recherche de l’Antiquité (Université de Lyon II) Gnomon : bibliographische Datenbank, von Jürgen Maliz (Eichstätt, Alemania) The Internet Encyclopedia of Philosophy, ed. by James Fieser The Labyrinth: A WWW Server for Medieval Studies (Georgetown University, Washington, DC) Mythological Images The Perseus Project Philosophy on the Web The Pompeii Forum Project Repositories of Classical Texts Stanford Encyclopedia of Philosophy The Tech Classics Archive (MIT, Cambridge at Irvine) Vatican Exhibit: Rome Reborn War and Peace in Classical Antiquity: Resource Bibliography, by Rob S. Rice Worlds of Late Antiquity, by J.J. O’Donell

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Sumarios e index periódicos • TOCS-IN (HTML Index) • BASP: Bulletin of the American Society of Papyrologists • Eranos: Acta philologica Suecana • Phoenix: The Journal of the Classical Association of Canada (artículos ya aparecidos y tablas) • ZPE: Zeitschrift für Papyrologie und Epigraphik Repertorios de antigüedades • ACL (American Classical League) • APA (Amercian Philological Association) • Classical Association of Canada, by K.H. Kinzl • Directory of Ancient Historians in the United States, by R. Talbert and R. Wallace

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Este texto ofrece al lector una visión de conjunto sobre la complejidad de problemas filológicofilosóficos que subyacen al estudio e investigación académica en el ámbito de la filosofía antigua, escrita en griego antiguo y latín.

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