Calvo, J. - La Guerra de Sucesión

July 16, 2018 | Author: padiernacero54 | Category: Louis Xiv Of France, House Of Bourbon, Spain, Spanish Empire, Nobility
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Calvo, J. - La Guerra de Sucesión...

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Biblioteca Básica de Historia Monografías

La Guerra de Sucesión José Calvo

ANAYA

os comienzos del siglo X V III español estuvieron marcados por un duro conflic­ to, la G u e rra de Sucesión, cuyo desenlace significó la aparición de un nuevo estado, al hilo del carácter de guerra

L

civil que la lucha adquirió ante la opción borbónica de Castilla y austríaca de A ra ­ gón. A la autonomía que ca­ racterizó la monarquía de los Austrias le sucedió un estado fuertem ente centralizado. Como contienda internacional supuso la liquidación del Im­ perio español en Europa y el asentamiento de Inglaterra como gran potencia. JOSE C alvo es doctor en His­ toria y Catedrático de bachi­ llerato. Autor de varios libros, su investigación se ha centra­ do en la España de los siglos XVII y XVIII.

La Guerra de Sucesión

José Calvo Fbyato

ANAYA

Colección: Biblioteca Básica Serie: Historia (Monografías) Diseño de la serie: Narcís Fernández Maquetación: Angel Guerrero Edición gráfica y redacción de los pies: Manuel González Moreno Ayudante de edición: Mercedes Castro Coordinación científica: Joaquim Prats i Cuevas (Catedrático de Instituto y Profesor de Historia de la Universidad de Barcelona) Coordinación editorial: Juan Diego Pérez González Enrique Posse

Queda prohibida la reproducción total o parcial de la presente obra bajo cualquiera de sus formas, gráficas o audiouisuales, sin la autorización precia y escrita del editor, excepto citas en reuistas, diarios o libros, siempre que se mencione la procedencia de las mismas.

© José Calvo Poyato © 1988, de la edición española, E. G. Anaya Josefa Valcárcel, 27. 28027 Madrid I.S.B.N.: 84-7525-500-0 Depósito legal: M-30586-1988 Impreso por ORYMU, S. A. C/Ruiz de Alda, 1 Polígono de la Estación. PINTO (Madrid) Impreso en España. Printed in Spain

Contenido La difícil descendencia de Carlos II El Hechizado

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1

España en los comienzos del siglo XVIII

8

2

La llegada de la nueva dinastía

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3

Los inicios del conflicto

26

4

Los grupos sociales ante la guerra

34

5

Una guerra nacional

42

6

Los perfiles internacionales

54

7

La larga marcha hacia la paz

64

8

Las consecuencias de la guerra

74

Datos para una historia

90

Glosario

92

Indice alfabético

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Bibliografía

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La difícil descendencia de Carlos II el Hechizado El día primero de noviembre de 1700 fallecía C ar­ los II, y con él finalizaba la dinastía que había re­ gido los destinos del imperio español durante casi doscientos años. Su testamento designaba como heredero al nieto de Luis XIV, su enemi­ go más encarnizado: el duque de Anjou, el futu­ ro Felipe V. Sin embargo, lo que esta voluntad testamentaria dejaba formalmente resuelto hubo de dilucidarse, en la práctica, a través de una lar­ ga y costosa contienda: la Guerra de Sucesión.

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E ste bello frontis­ picio co rresp o n d e a u na edición dedi­ cad a al hijo predi­ lecto de Felipe IV, B a lta s a r C a rlo s , cu y a m u erte p re ­ m a tu r a , significó la ascen sió n al tro ­ no de E spaña del e n fe rm iz o p rín c i­ pe C arlos: é s te tras u n a p e n o s a ex is­ tencia, sím bolo de la d e c a d e n c ia de su reino, te s tó en favor d e Felipe de A njou (página si­ g u ien te), p e rte n e ­ cien te a la C asa de B o rb ó n f ra n c e s a y c a b e z a v isib le de uno de los dos ban d o s que co n ­ v ertirían a la p e­ nínsula Ibérica en el e s c e n a r i o d e una larga y costosísim a guerra.

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Carlos II

El Hechizado L a v ita lid a d d e l p u e rto de B urdeos a c o m ie n z o s del XVlll c o n tra s ta con la de Bilbao (pág. 7), que había perdido su p ro sp erid a d de o tro s tiem pos.

Carlos II había sido un niño enfermizo, y sus súbditos pronto le conocerían con el sobrenom­ bre de el Hechizado, no sólo por su pobre as­ pecto físico sino también por su incapacidad para tener descendencia. Este problema suceso­ rio, achacado por algunos a una especie de ma­ leficio, se intentó subsanar por medios estrafa­ larios, tales como la utilización de una momia mi­ lagrosa que al contacto con el monarca estimu­ lase la regia procreación. Pero todo fue inútil.

Tanto la rama imperial de los Austrias (Leo­ poldo I) como los Borbones franceses (Luis XIV el J?ey Sol), trataron de jugar la baza de su pa­ rentesco con el monarca español y pugnaron por atraerse a su causa a los más influyentes perso­ najes de la corte para que moviesen la voluntad del débil monarca en beneficio de algún miem­ bro de sus respectivas familias: el archiduque Carlos de Austria y Felipe de Anjou. El conflicto dinástico se complicó con las di­ ferentes concepciones que sobre la organización del Estado había en la Península. Los países de la Corona de Aragón se aliaron con el archi­ duque, en defensa de sus fueros, frente a Feli­ pe V que defendía la administración centralista de la corona de Castilla.

Carlos II

El Hechizado L as im á g en e s d e B u rd eo s y Bilbao r e s u lta n e x p re s i­ vas de un a reali­ d a d d ife re n te : la p u ja n z a fra n c e sa fren te al e s ta n c a ­ m ie n to e s p a ñ o l, reflejo de la e x p a n ­ s ió n c o m e rc ia l y política en el p ri­ m er ca so y d e la falta d e to d a clase de iniciativas en el segundo.

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España en los comienzos del siglo XVIII

L a im a g e n q u e o fre c ía E sp a ñ a a lo s v i a j e r o s e x ­ t r a n j e r o s en la s p o strim erías del si­ glo XVII y com ien­ zo s del xviii, e ra la de un país en b an ­ c a rro ta que so b re ­ vivía g racias a la in m e n sa heren cia im p erial del siglo XVI y a los m ejores fru to s de la cu ltu ­ ra del B arroco, ele­ m en to s am bos que se g u ía n c o n s titu ­ yendo su grandeza h istó rica y las cla­ ves m ás profundas de su declive.

La España de comienzos del siglo XVIII presen­ taba los perfiles de una comunidad en crisis, aun­ que en algunas áreas concretas de la Península aparecían síntomas patentes de recuperación. Esa crisis era la consecuencia de un esfuerzo desmedido, el que hubo de hacerse para man­ tener un imperio acosado desde múltiples direc­ ciones. Este se sostenía en sus aspectos exter­ nos, pero estaba extenuado. En este sentido, el imperio hispánico que pasaba de siglo XVII al XVIII era una ficción. Si las necesidades desbordaban con mucho los recursos, la obtención de estos últimos se realizaba a través de un sistema caótico y poco eficaz. Además se había perdido el horizonte, fal­ taba un programa común y existían profundas fallas en el cuerpo de la monarquía. La receta de los gobernantes era no mover nada para que el «enfermo» no empeorase y el agravamiento no acabase por hundirlo todo.

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M DC

L XV

Un gigante con los pies de barro La herencia que recibió Felipe V era una espe­ cie de gigante con los pies de barro. La enorme amplitud de los dominios hispánicos constituía un factor no despreciable en el proceso de su de­ cadencia. La Corona de Castilla, que asumió el papel imperial, nunca estuvo sobrada de efecti­ vos humanos; uno de los aspectos que más lla­ maba la atención de los viajeros que la visitaban era su escaso poblamiento y la existencia de grandes extensiones deshabitadas —verdaderos páramos desiertos. La pobalción peninsular no era comparable, con sus siete millones de habi­ tantes, con los veinte millones de Francia o con la cifra parecida que podía aportar el Imperio Austríaco; tampoco sus pueblos tenían nada que

Gigante con pies de barro

La frase «un gigan­ te co n los pies de barro» define a la p erfección el e s ta ­ do d e c o s a s que c a r a c t e r i z a b a al im p e r io d e lo s A u s tr ia s e s p a ñ o ­ les. Su últim o m o­ n arca, C arlo s 11 el H ech iza d o , que se p o stra an te la S a ­ g r a d a F o rm a en e s t e e s p lé n d i d o lienzo de S án ch ez Coello, e ra la ca ri­ c a tu ra d e un rey, b a jo c u y o p o d e r a b s o lu to e s ta b a n a ú n b u e n a p a rte d e los te rrito rio s qu e habían co n sti­ tu id o lo s fu n d a ­ m en to s de la h eg e­ m onía esp añ o la en el o rd en mundial. P a r a d ó jic a m e n te e s ta gran riqueza t e r r i t o r i a l h a b ia m inado el prestigio de su s p o se ed o res, h a s ta c a e r en el d e s c r é d it o in te r ­ n a c io n a l d e v er com o los em baja­ d o re s d e las p o te n ­ cias e u ro p e a s m a­ nejab an la q u e b ra ­ d iz a v o lu n ta d de su « C ató lica Ma­ jestad » .

Gigante con pies de barro El fresco de la sala de b atallas de El E scorial nos habla del p o d erío militar esp añ o l en la gesta d e S a n Q u in tín ; h az añ a s com o é sta diero n a los tercio s e s p a ñ o le s d e in­ f a n te r ía fam a de invencibles y signi­ ficaron un titánico esfu e rz o de hom ­ b re s y re c u rso s p a­ ra lo g rar el p red o ­ minio de los Habsbu rg o en Europa.

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ver con las densas y bien pobladas ciudades de los Países Bajos o del norte de Italia. La idea im­ perial resultó ser de este modo una empresa dem asiado grande para tan pocos hombres y en su cometido se quedaron muchos de los mejores. Hacia el año 1700 la estructura del imperio es­ pañol se mantenía en buena parte intacta, pese a haberse producido algunas pérdidas muy dolorosas. Pero la dispersión geográfica de los do­ minios hispanos —verdaderos retazos territoria­ les unidos muy dábilmente— acentuó el esfuer­ zo que se debía realizar. Muchos hombres y grandes cantidades de dinero fueron necesarios para mantener el imperio, y en este intento, ver­ daderamente agotador, se desangró una buena parte de la vitalidad de la monarquía.

Una crisis de identidad En los inicios del siglo XVIII, otro de los aspectos más llamativos de la situación existente era la pérdida de objetivos por parte de aquella socie­ dad. La monarquía de los Austrias se había ba­ sado en una fórmula de gobierno descentraliza­ do, donde cada una de las partes que la integra­ ban gozaba de amplia autonomía económica y administrativa. En la Península las Coronas de Castilla y Aragón constituyen dos claros ejem­ plos: cada una tenía su propio Consejo, además de un aparato legislativo autóctono. En realidad el monarca era rey de Castilla y de Aragón, así como de un largo rosario de territorios, todos y cada uno de los cuales aparecían en la larga se­ rie de títulos reales. Castilla y Aragón tenían, pues, su propio sis­ tema de gobierno, diferente sistema monetario y tributario, así como una manera distinta de en­ tender el Estado. Pocos habían sido los objeti­ vos comunes. Las empresas exteriores habían estado vinculadas a unos u otros, pero no se había llevado a cabo un programa conjunto. Hubo intentos en este sentido, como la llamada

Gigante con pies de barro

F ra g m e n to d el A s e d i o d e A ir e Sur-Lelys, de Snay ers (m ediados del xvil). N os m u e stra a u n o s s o ld a d o s bien d istin to s a los d e la página a n te ­ rior. H arap ien to s y débiles, sim bolizan la d e c r e p itu d de un E stado incapaz de d o ta r de equipo y paga estab les a s u s e jé rc ito s . La m iseria de las tr o ­ p as se c o rre sp o n ­ día co n la penuria d e la s a r c a s de C a s tilla , qu e s o ­ p o rta b a casi en s o ­ litario el c o ste de la política im perial.

Gigante con pies de barro

S old ad os de la in­ fa n te ría e sp a ñ o la del siglo XVII; re ­ c o n s t r u c c i ó n de u n o s c u e rp o s de e jé rc ito sa crifica­ d o s en una su c e ­ s ió n d e g u e r r a s d e n tro del te a tro eu ro p eo , cuyo c o s­ te en vidas hum a­ nas seria aún m ás g ra v e q u e el im­ p o r te e c o n ó m ic o de las cam pañas.

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Unión de Armas propugnada por el conde-du­ que de Olivares en 1625, pero fracasó estrepito­ samente. También fracasaron los intentos de una mayor colaboración catalana al sostenimien­ to de la política exterior cuando la guerra con­ tra Francia, a partir de 1635, exigía un esfuerzo supremo. Y la desintegración culmino con la su­ blevación del Principado de Cataluña en 1640. Esa falta de objetivos comunes o, lo que es igual, la carencia de un proyecto conjunto penin­ sular mantuvo un claro distanciamiento entre las diferentes partes que integraban el Estado. Aho­ ra bien, mientras que los fulgores del imperio bri­ llaron y en el exterior, con más o menos dificul­ tades, se mantuvo la situación de potencia hegemónica, se pudo sostener la ficción de una causa común. Cuando los descalabros fueron acumulándose de forma creciente, la sociedad hispana adquirió el aspecto de un aglomerado que había perdido sus horizontes y que no en­ contraba su sitio en el conjunto de la comuni­ dad internacional. En este momento el estallido de la Guerra de Sucesión supuso un fuerte re­ vulsivo.

La situación militar El panorama militar de España a comienzos del reinado de Felipe V presentaba unos perfiles poco halagüeños. La situación económica de la Real Hacienda no permitía, en éste como en otros aspectos, el mantenimiento de una situa­ ción ni siquiera digna. Las glorias militares per­ tenecían a épocas pasadas y se vivía de la he­ rencia de las victorias de Pavía, en 1525, o de San Quintín, en 1557, ambas sobre Francia (re­ cordemos que Felipe II mandó edificar El Esco­ rial en conmemoración de esta batalla). Durante los últimos años del reinado de Car­ los II se habían acometido algunos proyectos de reforma, como la reorganización de las milicias municipales en 1694 o el establecimiento por el territorio hispano de diferentes depósitos de ar­ mas situados estratégicamente. Como tantas ini­ ciativas y proyectos de este reinado, no se con­ cretaron en realidades tangibles.

Gigante con pies de barro

N aipes, vino y pi­ c a re sc a se asocian a la vida del so ld a­ do del XVII español, en un ejercicio p a­ ralelo al de la c a ­ rre ra militar; el de s o b r e v iv i r co m o fuera a n te la crisis de la organización c a stre n se , ca ren te de m edios, incenti­ vos y disciplina en la s g u a r n ic io n e s p en in su lares al ini­ ciarse el nuevo si­ glo XVIII.

Gigante con pies de barro

Algunos representantes del cuerpo diplomáti­ co acreditado en Madrid informaban a sus go­ biernos —entre la sorpresa y la incredulidad— sobre el lamentable estado del ejército español. Sus informes se acercaban bastante a la reali­ dad: los depósitos de armas estaban vacíos, las plantillas de las guarniciones sólo existían nomi­ nalmente, la desnudez y la miseria atenazaban a unos soldados que nunca recibían sus pagas de forma regular. Concretada en cifras, la situación en estos mo­ mentos iniciales del siglo, según un informe ela­ borado en 1703, era la siguiente para la infante­ ría y la caballería: Guarnición

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El e sta d o ruinoso de las fortificacio­ n es del te rrito rio español iba parejo a la exigüidad de los efectivos mili­ ta re s que se ofre­ cen en las cifras e x p u e sta s en esta página. Lo reduci­ do de e s to s d ato s en lo s p r im e r o s añ o s del siglo XVIII, ab o n ab an las tesis que favorecían un ráp id o d e s a rro llo de una cam paña militar d estin a d a a o cu p ar los c e n tro s vitales del país en caso de guerra; la r e a lid a d , p e s e a to d o , no fue tan sencilla.

Galicia Vizcaya Extremadura Andalucía Gibraltar Zamora Cataluña Presidios africanos

Hombres

355 378 528 4.727 431 1.000 3.116 2.730

Caballos

640 — 1.227 2.162

— — 1.068 —

Un volumen total de 17.265 hombres era un contingente exiguo para las necesidades milita­ res del país. Es cierto que durante doscientos años los españoles no habían peleado en su pro­ pio país, salvo casos muy concretos y localiza-

dos. Ahora había que afrontar una guerra de ca­ racterísticas muy distintas y no se estaba prepa­ rado para ello. Un texto de un contemporáneo, el marqués de San Felipe, tal vez nos complete esta desola­ da visión que ofrecía la situación militar de Es­ paña: «...el Reyno; el qual, como si no se disputasse de él, yacía sepultado en el ocio. Ruinosos los muros de sus Fortalezas, aún tenía Barcelona abiertas las brechas que le hizo el duque de Vendoma y desde Rosas hasta Cádiz, no havía Al­ cázar, ni Castillo, no solo presidiado, pero ni montada su artillería. La misma negligencia se admiraba en los puertos de Vizcaya, y Galicia. No tenían los Almacenes sus provisiones; falta­ ban fundidores de armas... Vacíos los Arsenales, y Astilleros, se havía olvidado el arte de cons­ truir Naves, y no tenía el Rey mas que las des­ tinadas al comercio de Indias y algunos galeo-

Gigante con pies de barro

La fam a del ejérci­ to esp añ o l no era inm erecida ni g ra­ tuita; los viejos te r­ cios no habían p e r­ dido su b ravura ni el valor qu e les h a­ bía d o tad o de un halo de leyenda, el problem a consistía en las trem en d as la g u n a s q u e h a ­ bían pro v o cad o la m ultitud de fren tes de lucha a cu b rir y la desidia de la n o ­ bleza que form aba su alta oficialidad. La G u e rra de S u ­ cesión su p u so una q u ie b ra de e s te m o d e lo p a ra d a r p aso a un ejército m ás profesional y org an izad o , sin re ­ n u n ciar a los valo­ res p ro p io s del sol­ d ad o español.

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La llegada de la nueva dinastía

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La política m atri­ m o n ial lle v a d a a cab o p o r la C a sa de A u stria de em ­ p a re n ta r co n la di­ nastía francesa, se c o n s o lid ó co n el m atrim o n io de la infanta M aría T e­ resa (derecha), hija de Felipe IV (arri­ ba) con Luis XIV de F rancia, enlace d ec isiv o p a ra las p rete n sio n e s fran­ ce sa s a la sucesión en la c o ro n a e s p a ­ ñola, al p ro p o n er m ás ta rd e al nieto d e M a ría T e re s a com o can d id ato al tro n o de E spaña.

Dentro del complejo mundo de intereses que se enfrentaron en el curso de la Guerra de Suce­ sión, uno de ellos fue el conflicto dinástico. Aun­ que aparece clara la necesidad de dedicar una menor atención a este asunto (que en otras épo­ cas fue casi el único tratado), no puede perder­ se de vista el conflicto protagonizado por Austrias y Borbones. Para muchos contemporáneos la débil imagen de Carlos II era el compendio y resumen de los males que aquejaban a España, y definía por sí sola la postración a que la había llevado la Casa de Austria. Un cambio de dinastía podía ser el revulsivo que modificase aquella situación y de­ volviese los esplendores de antaño. La expecta­ ción ante un monarca de otra familia, joven, apuesto y capaz de ponerse al frente de sus tro­ pas —cosa que hacía muchos años que no ocu­ rría, salvo la incursión de Felipe IV en Cataluña medio siglo antes— debió levantar, en algunos, los decaídos ánimos.

La Casa de Borbón El testamento de Carlos II había designado como sucesor a Felipe, duque de Anjou, nieto del to­ dopoderoso Luis XIV de Francia. Pertenecía a la Casa de Borbón. El primer miembro de esta familia que ciñó la corona de San Luis fue Enri­ que IV en 1589, quien para acceder al trono de Francia, ante la oposición de los católicos apo­ yados por España, abjuró del protestantismo. Se dice que pronunció la célebre frase: «París bien vale una misa». Las relaciones de los Borbones con los Austrias españoles estuvieron presididas por la ten­ sión, la cual desembocó a partir de 1635 en una guerra casi permanente, en la que España llevó la peor parte —paces de los Pirineos, Aquisgrán, Nimega y Ryswick—; sin embargo, ello no fue

Los Borbones

D esd e su ad o les­ c e n c ia C a rlo s II m o stró los signos inequívocos de su debilidad m ental y física. E ste re tra to de C a rre ñ o de Mi­ ran d a le p rese n ta en e d a d ju v e n il, d o tad o de un tris­ te asp ecto . C on la m ad u rez no m ejo­ ró. S u s m atrim o ­ nios se vieron e n ­ v ueltos en una tr a ­ m a de co n sp iracio ­ nes p ara aseg u rar un h ere d ero incli­ nado hacia el lado fran cés o a u s tría ­ co. C u an d o se hizo evidente su e s te ri­ lidad la co n sp ira­ ción internacional adquirió tin tes de cerm onia m acab ra p ara obligar a e ste infeliz se r hum ano a o to rg a r un te s ­ ta m en to a co n v e­ niencia de in te re ­ s e s e x tra n je ro s ; p ese a to d o , su d e­ cisión final no p u e­ de s e r co n sid erad a erró n ea.

Los Borbones

La galería de los esp ejo s de V ersalles, m arco esplén­ dido para la ex a lta­ ción de un período de e sp len d o r en la h isto ria de F ra n ­ cia, cuya hegem o­ nía eu ro p e a coin­ cide con la p e rso ­ na de Luis XIV.

obstáculo para que entre ambas dinastías se efectuasen dos enlaces matrimoniales: el de Luis XIII de Francia con la hija de Felipe III, Ana de Austria, y el de Luis XIV con la infanta María Te­ resa, hija de Felipe IV y hermana de Carlos II. Pese a estos enlaces matrimoniales, las gue­ rras entre ambas coronas habían generalizado un sentimiento antifrancés, que se acentuaba aún más en el caso de la Corona de Aragón por razones de índole económica y por los conflic­ tos fronterizos que las guerras habían originado. Por esta última circunstancia Barcelona había sufrido un feroz bombardeo en 1697. En gene­ ral, los hasta hacía poco súbditos de Carlos II ha­ bían experimentado en su orgullo los zarpazos del imperialismo de Luis XIV. ¡Y ahora un nieto suyo iba a ocupar el trono!

Luis XIV y el duque de Anjou El descubrimiento de los planes de reparto del imperio español entre varias potencias europeas creó, amén de una profunda indignación, una sensación de inseguridad y de impotencia. En el ánimo de Carlos II pesó de forma decisiva, al pa­ recer, la garantía que para el mantenimiento in­ tacto de la monarquía suponía su vinculación a un miembro de la Casa de Borbón. La estrella de Luis XIV, rodeado de una aureola de monar­ ca que gozaba de un poder absoluto, estaba en lo más alto de su curso y su deslumbrante po­ der era, para la empequeñecida corte de Madrid, una especie de garantía de integridad. La llegada, pues, de Felipe V a España no pue­ de desligarse de la influencia de su abuelo. Es más, para muchos el nuevo monarca sería una especie de prolongación del Rey Sol; su papel podría ser el de un enviado de lujo de la corte de Versalles que, de esta forma, extendería su influencia no sólo sobre la península Ibérica, sino sobre las decisiones que se tomasen para el go­ bierno y la administración del imperio ultramari­ no. Esto era algo poco grato a los ojos del resto de Europa, que ya había organizado varias coa­ liciones para oponerse al preocupante expansio­ nismo francés. Felipe V cruzó la frontera a comienzos de 1701 y entró en Madrid el 18 de febrero. Venía acompañado de un séquito numeroso, cuidado­ samente seleccionado por Luis XIV, que tenía como misión asesorar al rey, que tan sólo con­ taba diecisiete años. Junto a la juventud del mo­ narca, al otro lado de los Pirineos se tenía una pésima imagen del funcionamiento de la admi­ nistración española, que sin duda necesitaba una reforma en profundidad. Con todo, una ingerencia descarada de los franceses en los asuntos internos de la monar-

Los Borbones

El largo reinado de Luis XIV, el R ey S o l, s u p u s o u n a tra y e c to ria de e x ­ p a n sió n d e s d e la P az d e los P irineos h a s ta el T ra ta d o d e U tr e c h t. En e s te lapso de tiem ­ po la influencia mi­ litar o diplom ática de F ran cia en los asu n to s esp añ o les, p erm itió al am bi­ c io s o m o n a rc a f ra n c é s el au d a z p ro y ec to de unifi­ ca r las co ro n a s de F ran cia y E spaña en la figura d e su n i e t o F e lip e . El p ro y e c to , p o r te ­ mible p ara las d e ­ m ás p o te n cia s eu ­ ro p ea s, dió lugar a la G u e rra de S u ce­ sión.

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Los Borbones

El M adrid de los A u s tr ia s ( a b a jo ) iba, con la llegada de Felipe V, a se r el M adrid de los B o rb o n es, no sin a n t e s s u f r i r lo s a v a t a r e s d e la s fa s e s d e la c o n ­ tienda.

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quía hispana hubiese exasperado aún más los ánimos de las restantes potencias europeas. Sin embargo, muy pronto se prescindió de toda pru­ dencia y se olvidaron las más mínimas preven­ ciones y el embajador de Francia en Madrid se convirtió en uno de los personajes de mayor in­ fluencia política. Para «legalizar» las intervenciones del repre­ sentante de una potencia extranjera en cuestio­ nes internas se creó el Despacho, organismo donde los franceses desplazaron rápidamente a los españoles. Esta circunstancia propició una protesta de los grandes, entre ellos el duque de Medinaceli y el conde de Aguilar, que no sirvió para nada.

Desde fecha muy temprana, dos enviados de Luis XIV se convirtieron en los consejeros más importantes del soberano español: Amelot, que controló la política administrativa del Estado, y Orry, que se encargó de los aspectos financie­ ros. Por su parte, mademoseille de la Tremoille, más conocida como la princesa de los Ursinos, desde su cargo de camarera mayor, controló a la joven reina Luisa Gabriela de Saboya, de sólo trece años, cuyo matrimonio con Felipe V tam­ bién había sido decidido desde Versalles. Hasta 1709, ya en plena Guerra de Sucesión, en que la situación internacional obligó a Luis XIV a retirar la mayor parte de las tropas fran­ cesas que luchaban en la Península, la política es­ pañola estuvo decisivamente influida por la fran­ cesa, hasta el punto de quedar poco menos que mediatizada. A partir de dicha fecha, la influen­ cia gala inició una línea descendente y el monar­ ca español comenzó una etapa de menor depen­ dencia de su abuelo.

Los Borbones C h o q u e de ca b a ­ llería y de in fan te­ r í a d u r a n t e la s g u e r r a s d e L u is X IV c o n t r a s u s e n e m ig o s e u r o ­ peos. La su p e rio ri­ dad de las tro p as fra n c e s a s d ab a a su rey un am plio m argen de m anio­ b ra ; las d e r r o ta s de los ejército s del Re y S o l en los pri­ m e ro s a ñ o s del XVII, re d u je ro n e ste m argen h asta o bligarle a serias c o n c e s io n e s r e s ­ p ecto a la su cesió n al t r o n o d e E s ­ paña.

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La Gran Alianza

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La llegada a Ma­ drid del nuevo rey im plicaba una n u e­ va c o n fig u ra c ió n del m apa político e u ro p e o al unir en u n a m ism a ram a din ástica, los Borbones, las co ro n as de F rancia y E spa­ ñ a . I n ic ia lm e n te Luis XIV había ga­ nado la p artid a a su s ad v e rsario s y refo rzab a su e s tra ­ teg ia m ediante el m atrim onio de F e­ lipe V con la jo ­ ven p rin ce sa Lui­ sa G a b rie la de S a b o y a ( a r r ib a ) .

El escenario europeo: la Gran Alianza La Guerra de Sucesión española, además del en­ frentamiento directo entre Felipe V y el archidu­ que Carlos de Austria por el trono de España, fue parte de un conflicto más amplio en el que participaron las potencias europeas y en el cual estaba en juego el control de Europa. Por un lado, Austria era enemiga dinástica de Francia. Por otro, Inglaterra y Holanda (las «po­ tencias marítimas») desconfiaban de un posible

aumento del poder de Francia, con el consi­ guiente riesgo de ruptura del equilibrio de fuer­ zas en el escenario europeo. Para todos, el que un nieto de Luis XIV ocupase el trono de Espa­ ña constituía un motivo de preocupación. España, con sus posesiones en Flandes, Mi­ lán y el sur de Italia era, al menos en teoría, un enemigo poderoso, de gran fuerza potencial en el centro de Europa y en el Mediterráneo. Un Borbón en su trono, y muy influido además por Luis XIV, cuya política expansiva se hacía cada vez más evidente, era algo que los demás países europeos no estaban dispuestos a soportar con pasividad. Por ello, Austria, Inglaterra y Holan­ da establecieron un tratado, firmado en La Haya en 1701, por el que se constituían en la llamada Gran Alianza. Como veremos más ampliamente en el capítulo 6, los miembros de la Alianza en­ traron en guerra contra Francia y España, apo­ yando lógicamente las pretensiones al trono del archiduque Carlos.

La Gran Alianza

La acep tació n del B orbón p o r p arte de la alta nobleza ca ste lla n a no fue ta n sim p le com o en un principio se pensó, ya qu e las cam arillas de po­ d e r c re a d a s d u ra n ­ te la vida del infe­ liz C a rlo s II p re ­ ten d ían realizar el mismo papel co n el nuevo rey. P ro n to su rg iría n los p ri­ m e ro s c o n f lic to s q ue estallarían en g u erra.

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El nuevo rey Z a r a g o z a , se g ú n ó le o d e S á n c h e z del M azo. La capi­ tal ara g o n esa fue e s c e n a r i o d e la ju ra de los fueros de A ragón p o r p a r­ te del nuevo m o­ n a r c a , u n g e s to c o m p le t a d o c o n c o n c e s io n e s c o ­ m erciales que limi­ tab an el m onopo­ lio c a s te lla n o en las Indias.

Felipe V y los com ienzos del reinado Más de tres meses habían transcurrido desde la designación del duque de Anjou como sucesor de la corona española, cuando se produjo su en­ trada en Madrid. Sin embargo, la entronización de los Borbones en España no fue algo tan sen­ cillo: fue indisolublemente unida a la Guerra de Sucesión. Ahora bien, aunque el enfrentamiento bélico estaba latente, hubo de transcurrir año y medio desde que se abrió el testamento de Carlos II hasta que la guerra se convirtió en un conflicto generalizado. Desde 1701 franceses y austríacos luchaban en el norte de Italia, pero fue el ataque inglés a los Países Bajos españoles lo que le dio una dimensión general al conflicto.

Felipe V fue aclamado a su entrada en Ma­ drid. Al decir de los contemporáneos, su apos­ tura, que contrastaba con el ruin aspecto de su antecesor, causó una grata impresión. Llegaron a la corte representaciones de todas las ciuda­ des importantes de Castilla para besar la mano al rey y ofrecerle personalmente la obediencia que sus concejos municipales habían acordado en cabildos. En el otoño de 1701 el monarca acudió a Bar­ celona para recibir a su joven esposa. A su paso por Zaragoza había jurado en la seo de esta ciu­ dad los fueros de Aragón, y los catalanes pidie­ ron la convocatoria de Cortes para que el rey ju­ rase el respeto de los suyos, requisito sin el cual, teóricamente, no podía ser considerado rey. Fueron convocadas las Cortes y en ellas el Borbón se mostró generoso —incluso concedió el derecho de enviar dos navios a las Indias, con­ cesión excepcional a un país no castellano—; sin embargo, la tensión en las relaciones fue la nota dominante. La noticia de la generalización de la guerra, que implicaba de forma definitiva a España, lle­ gó cuando los reyes estaban aún en la ciudad condal. Los aragoneses también habían solicita­ do la convocatoria de sus Cortes, pero se deci­ dió la conveniencia de que el rey marchase a Ita­ lia, escenario de las operaciones militares más importantes hasta aquel momento. Para no con­ trariar a Aragón se convocaron Cortes en Zara­ goza presididas por la reina, quien, ante la ausencia de Felipe V, asumía las funciones de soberana asesorada por un Consejo de Re­ gencia. Así, mientras la reina presidía la apertu­ ra de las Cortes el 29 de abril, sin que las mis­ mas llegaran a cerrarse, el rey embarcaba el 1 de mayo rumbo a Italia, donde arribó a finales de dicho mes.

El nuevo rey

A p e sa r d e la ju ­ ra de los fu ero s de A ra g ó n y o tr a s c o n c e s io n e s r e a ­ les, el rec elo de los ca ta lan e s y ara g o ­ n e se s a la política c e n tra liz a d o ra de la d in astía fra n ce­ sa e s ta b a la ten te en e s to s pu eb lo s ac o g id o s al d ere­ ch o foral y se ju s­ tificaba por las ex ­ p erien cias llevadas a cab o d u ra n te la ad m in istració n de C o lb e rt en F ra n ­ cia. A rriba, cu b ier­ ta de los A n a le s d e la C o ro n a d e A ra ­ gón.

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Los inicios del conflicto Abiertas las hostilidades y con el rey en Italia, la reina se dirigió a Madrid, pues la situación re­ quería la presencia de la joven soberana. El sen­ timiento antifrancés de algunos y el desdén de los grandes, desplazados por los consejeros fran­ ceses, hacían pensar en complicaciones. La grandeza española, que fue la dueña de la situa­ ción durante el reinado anterior, había llegado a hacerse odiosa por su prepotencia y orgullo. Luis XIV puso en guardia a su nieto contra esta situación aconsejándole «conservarles todas las

prerrogativas exteriores de su dignidad y al mis­ mo tiempo excluirlos de todos los asuntos que, conocidos por ellos, pudieran aumentar su in­ fluencia». Muy sonado fue el destierro del duque de Ar­ cos como consecuencia de un memorial crítico que publicó contra el proyecto que igualaba las dignidades de los grandes de España y de los pares de Francia. También la defección del Al­ mirante de Castilla, don Juan Tomás Enríauez de Cabrera, fue un asunto de impacto, rodea­ do de un cierto aire rocambolesco. Según un tes­ timonio de la época, en 1701 un holandés llegó a Cádiz bajo el pretexto de efectuar una serie de negocios —aún no estaba cerrado el co­ mercio con las Provincias Unidas—, pero su verdadero propósito era investigar el estado en que se encontraban las defensas peninsulares, así como los ánimos de la población respecto a la causa del archiduque Carlos de Austria. En cumplimiento de esta misión viajó a Madrid, don­ de se entrevistó con el Almirante, mostrándole éste un mapa donde se recogía la situación de las fortificaciones peninsulares. De la informa­ ción recogida, el holandés sacó la conclusión de que el ataque a España debía producirse por Andalucía. Esta anécdota tal vez no sea muy verosímil, pero a la postre el Almirante de Castilla huyó a Portugal, donde acató al archiduque como so­ berano, y el primer intento de desembarco de los aliados en la Península se produjo en la ba­ hía gaditana. Hasta que se produjo la generalización de la guerra en la Península con el desembarco angloholandés del verano de 1705 en las costas de Va­ lencia y Cataluña, una serie de acontecimientos localizados marcaron hitos de interés en el de­ sarrollo del conflicto.

La guerra

En la página a n te ­ rio r, un fragm en­ to del cu a d ro de F r a n c i s c o R izzi, qu e re p re se n ta un a u to d e fe en la P la z a M a y o r d e M adrid, d u ra n te el reinado de C arlos II. Los lugares p re ­ feren te s o cu p ad o s p o r la n o b leza nos dan u n a idea del p o d e r ac u m u la d o p o r e s ta clase so ­ c ia l, c u y o s m ás a c red ita d o s miem­ b ro s o p u s ie ro n una te n a z re siste n ­ cia al re c o rte de su s privilegios, lle­ gando en algunos c a so s a p a s a rse al b an d o del arc h id u ­ qu e C arlos.

Cádiz

L a s u p e rio rid a d naval de los alia­ d o s angloholandese s fue a p ro v e c h a ­ d a en 1702 p ara la n z a r un ata q u e so b re C ádiz (aba­ jo) que, pese al éxi­ to inicial, no fue m á s a llá d el s a ­ q u e o d e R o ta y P u e r to de S a n ta M aría, fracasando a n te las m urallas de la capital.

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El saqueo aliado de la bahía de Cádiz En el verano de 1702 una escuadra angloholandesa se presentó ante las costas gaditanas sin que conozcamos a ciencia cierta su objetivo: ¿Apoderarse de Cádiz para establecer una ca­ beza de puente que permitiese la invasión de An­ dalucía? ¿Efectuar una operación de saqueo con vistas a obtener un rico botín? Las posibilidades de resistencia que podía ofrecer el Capitán General de Andalucía, marqués de Villadarias, eran muy escasas. En Madrid la noticia del suceso causó honda preocupación; el Consejo de Regencia se reunió urgentemente y acordó enviar todos los recursos posibles para la defensa de aquellas costas. A todas las pobla­ ciones andaluzas llegó una carta de la reina so-

licitando el envió de ayuda a Cádiz. En la misma aparece por primera vez una referencia al carác­ ter religioso que los borbónicos quisieron darle a la contienda, amparándose en la fama de he­ rejes que tenían en España tanto ingleses como holandeses. En Sevilla y en Córdoba se movilizaron impor­ tantes recursos tanto en hombres como en di­ nero, lo que suponía una respuesta muy favora­ ble a la causa del Borbón. Concretamente en Se­ villa, numerosas instituciones —la Audiencia, el Consulado, la Casa de Misericordia, el conven­ to de la Merced...— ofrecieron importantes su­ mas. En numerosos lugares de Andalucía, las mi­ licias municipales se pusieron en movimiento, aunque con la lentitud que era proverbial. La actuación angloholandesa se centró en el saqueo de varias poblaciones de la bahía, de las que Rota y Puerto de Santa María fueron las más castigadas. Pero su intento sobre Cádiz fra­ casó y la posibilidad de invadir Andalucía por el valle del Guadalquivir fue descartada. La afluen­ cia cada vez más numerosa de efectivos borbó­ nicos a la zona del desembarco obligó a los alia­ dos a reembarcar. Las consecuencias que se derivaron de este hecho para las pretensiones del archiduque fue­ ron muy negativas. El duro saqueo a que se so­ metió a estas poblaciones empañó la imagen de los aliados. Por otra parte, la noticia de los des­ manes y robos cometidos en iglesias y conven­ tos, convenientemente manejada por la propa­ ganda felipista, marcó de forma tenebrosa a sus autores. Junto a estos factores, las reacciones en fa­ vor de Felipe V que surgieron por todas partes, indicaron a aquellos que habían confiado en un levantamiento a favor del archiduque en Anda­ lucía, que tales posibilidades eran muy escasas.

Cádiz

La im p o p u larid ad que conllevó el sa ­ q u e o a la b a h ía de C ádiz c o n trib u ­ yó a la leva de sol­ d a d o s y m ilicias v o l u n t a r i a s en to d a A ndalucía, lo que unido al uso de la pro p ag an d a religiosa co n tra los «herejes» anglohola n d e se s perm itió la re s p u e s ta mili­ ta r a la invasión y la expulsión de la flota aliada a sus b ases d e origen.

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Vigo

La fase inicial de la g u erra re p re se n tó el predom inio na­ val de los aliados com o lo d o cu m en ­ ta la nueva acción an gloholandesa en la ría de Vigo a fi­ n e s d e 1702. En este lugar se dio u na confusa b a ta ­ lla e n tre la flota de Indias y la e sc u a ­ d ra aliada, que p reten d ía c a p tu ra r el botin de oro y p la ta q u e llegaba de Am érica.

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El ataque a Vigo Antes de que finalizase 1702, tuvo lugar en la ría de Vigo otra operación de características pare­ cidas a la de Cádiz, aunque su objetivo en este caso sí estaba claramente determinado. La flota de Indias, escoltada por navios de gue­ rra franceses, llegó a finales de septiembre a las costas gallegas, desviándose de su habitual des­ tino en Cádiz al haber tenido noticia de la pre­ sencia en aquellas aguas de la flota aliada; cono­ cida por los angloholandeses esta arribada, se di­ rigieron en su búsqueda. En Vigo, por problemas burocráticos y de competencias, no se efectuó de inmediato la des­ carga del oro y la plata de las naves, ya que en función del monopolio comercial sólo podía ha­ cerse en Sevilla. Ante la amenaza que suponía una posible aparición de la flota enemiga, el Con­ sejo de Indias, tras largas deliberaciones, autori­ zó la descarga de las naves.

La llegada de los barcos ingleses y holandeses se produjo a poco de iniciarse la operación, con lo que la misma quedó interrumpida. El resulta­ do final fue muy confuso. Parte del cargamento de los barcos pudo llegar a tierra, aunque los angloholandeses desembarcaron y se apoderaron de una parte del mismo. De la carga que se en­ contraba a bordo, alguna fue capturada y otra fue al fondo de la ría, donde, según algunos, se hundió la mayor parte del oro y la plata que traían los galeones. Los resultados de este acontecimientos no de­ ben valorarse sólo en función de la pérdida de los tesoros (que afectó gravemente a las arcas de la Real Hacienda y, sobre todo, a los par­ ticulares con intereses en el cargamento) sino también por la pérdida de los barcos de guerra que escoltaban el cargamento, lo que quebrantó el poder naval borbónico.

Vigo

La p érd id a de b u e­ na p a rte de las ri­ q u e z a s d e u ltr a ­ m ar p o r las ac cio ­ n es d e las flotas a n g lo h o la n d e s a s re p re se n tó un n u e­ vo golpe a la resq u e b ra ja d a H a ­ c ie n d a e s p a ñ o la , cuyos in g reso s se ap o y ab an en e s ta s rem esas, y p ro v o ­ có la ruina de los p r e s ta m is ta s d el T eso ro público.

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Gibraltar

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La fase m arítim a de la co n tien d a en e s to s p rim e ro s añ o s del siglo XVlll se inclinaba c la ra ­ m ente a favor de las arm as del a r­ c h id u q u e C a rlo s; la s u p e r i o r i d a d de la e sc u a d ra alia­ da se debía no sólo al núm ero de las u n id a d e s navales, sino tam bién a la m e jo r c o n d ic ió n d e las trip u la c io ­ n es y navios; los fa m o s o s tw o d ec k e r (arriba) d o ta ­ dos de dos cu b ier­ ta s de c a ñ o n e s de p roa a po p a sitia­ ro n la fo rta le za de G ib raltar en 1704.

Gibraltar Tras el ataque aliado a la ría de Vigo habrá que esperar hasta 1704 para que los acontecimien­ tos bélicos vuelvan a tomar relieve en la Penín­ sula. La campaña militar de 1704 comenzó con el lanzamiento de una ofensiva de primavera por parte del ejército borbónico, con Felipe V a la ca­ beza, sobre Portugal, que había entrado en gue­ rra el año anterior. Por su parte, los aliados in­ tentaron provocar una sublevación en Cataluña, al presentarse en aguas de Barcelona una pode­ rosa escuadra. El intento fracasó, entre otras ra­ zones, por la briosa defensa que llevó a cabo el virrey, don Francisco de Velasco. Sin embargo, el acontecimiento más importante fue la conquis­ ta de Gibraltar por los ingleses. El 1 de agosto la escuadra angloholandesa lle­ gó a la bahía de Gibraltar y su comandante, el príncipe de Darmstadt, invitó a las autoridades del Peñón a que proclamasen rey al archiduque y entregasen la plaza a su soberanía. Pese a que la guarnición era simbólica —setenta soldados más aquellos vecinos que pudiesen colaborar en la defensa— la respuesta fue negativa, y al ama­ necer del 4 de agosto se inició un fuerte bom­ bardeo desde el mar, al que prosiguió el desem­ barco de unos cuatro mil hombres. Tras un co­ nato de resistencia, el gobernador, don Diego de Salinas, entregó la plaza a los que la atacaban en nombre del archiduque Carlos. La entrega de la plaza se hizo bajo capitula­ ción, siendo las condiciones principales la salida de la guarnición con armas y bagajes, así como la de aquellos vecinos que lo desearan. Igualmen­ te los que decidiesen permanecer podrían hacer­ lo, respetándose sus vidas y haciendas. Aunque a las pocas semanas las tropas de Fe­ lipe V, al mando del marqués de Villadarias, re­

forzadas por unidades francesas, iniciaron un asedio a la plaza que duró hasta la primavera de 1705, el Peñón no pudo ser recuperado. Contro­ lado por los ingleses desde los días siguientes a su ocupación, en que proclamaron como sobe­ rana de la plaza a la reina Ana Estuardo. Pocos años más tarde, en 1708, los ingleses ocuparon asimismo la isla de Menorca, que no abandona­ ron hasta 1756 (aunque poco después volvieron a ocuparla). Gibraltar llegó a ocupar una de las cláusulas del Tratado de Utrecht, en 1713, por el que se puso fin a la guerra. La ocupación británica de la roca se ha con­ vertido en uno de los acontecimientos de mayor repercusión de los últimos trescientos años de la historia de España, y es motivo de un conten­ cioso aún sin resolver.

Gibraltar

En 1704, G ibraltar, que tr a s un fu er­ te bom b ard eo , fue o cu p ad a p ese a la e n é r g ic a d e fe n sa de su s m o rad o res, q u ed a n d o desde en to n c e s bajo d o ­ minio británico.

Los grupos sociales ante la guerra Durante mucho tiempo el conflicto civil que su­ puso la Guerra de Sucesión se analizó desde un punto de vista básicamente geográfico. El en­ frentamiento de los súbditos de la monarquía his­ pánica se polarizó entre los de la Corona de C as­ tilla y los de la Corona de Aragón. Desde hace ya algunos años, la cuestión ha sido matizada desde una perspectiva social que la ha enrique­ cido de forma notable. Ni la adhesión al archi­ duque fue una cuestión asumida en bloque por los aragoneses, valencianos y catalanes, ni la Co­ rona de Castilla se decantó tan unánimemente por Felipe V. Un planteamiento de las actitudes ante la guerra por parte de los diferentes grupos sociales, nos dará una visión más adecuada de este aspecto de la realidad de aquella contienda.

A rriba, ca rica tu ra q u e r e p re s e n ta a un je s u íta a s e s o ­ rando al P apa por instigación del dia­ blo; los conflictos e n tre in stituciones del E stado co lo ca­ ron al clero y a la Iglesia a n te la n e­ cesid ad de tom ar partido en la gue­ rra, situación ine­ vitable en una ins­ titución que había s id o lig a d a a la s u e r t e d e l E s ta ­ do llegando a cum ­ plir funciones re ­ p re siv a s a trav és de la In q u isició n (derecha).

El clero Las importantes connotaciones religiosas que re­ vistieron la contienda por diferentes motivos —que más adelante veremos en el apartado de­ dicado a la propaganda— hicieron que la parti­ cipación del estamento eclesiástico fuese muy activa en favor de la causa de uno u otro con­ tendiente. En la toma de postura por parte de los cléri­ gos influyeron numerosos motivos, que hicieron que sus posiciones fuesen muy variadas. La ma­ yoría de las órdenes religiosas, tanto de la Co­ rona de Castilla como de la de Aragón, se incli­ naron por el archiduque, así como los seculares del clero catalán, valenciano y aragonés. Feli-

E1 clero

La C o m p a ñ ía de Je sú s apoyó deci­ didam ente a Feli­ pe V; p arad ó jica­ m ente un m o n arca d e s c e n d ie n te de este rey, C arlo s III, sería el que d e c re ­ taría su expulsión unos añ o s d esp u és del te rrito rio e sp a ­ ñol, co m o refleja esta ilustración.

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El clero

La división política del clero obedecía a los in te re se s que unas y o tra s ó rd e ­ nes tenían en rela­ ción a las alianzas con am bos can d i­ d ato s; así las ó rd e ­ nes reg u lares (ab a­ jo) ap oyaron al a r ­ ch id u q u e a u s tría ­ co a n te la p rom esa d e é s te de p r e s e r ­ var su s privilegios, h ere d ad o s d e la di­ nastía con lo que estab a e m p a re n ta ­ do el can d id ato de la C a sa de A ustria.

pe V encontró su mayor apoyo en los jesuitas, el clero parroquial castellano y la mayor parte de los prelados. Entre estos últimos, tres de los catalanes, el de Zaragoza y la inmensa mayoría de los castellanos —el de Segovia, que se incli­ nó por el archiduque, fue una excepción— en­ tre los que destacaron los de Santiago, Murcia y Córdoba, que, curiosamente, no eran estricta­ mente castellanos. Las causas que explican esta división fueron muy diversas y venían gestándose desde mucho antes del momento del conflicto; la guerra, en todo caso, lo que hizo fue sacarlas a flote. Así, por ejemplo, no debe extrañarnos que los jesui­ tas, defensores a ultranza del regalismo, se pro­ nunciasen por un monarca de Francia, cuna de esta doctrina. Tampoco que el clero regular, el más celoso defensor de los privilegios eclesiásti­ cos, se opusiese al representante de una dinas­ tía que tradicionalmente había intentado cerce­ nar estos privilegios.

La nobleza La nobleza, al igual que el clero, tampoco reac­ cionó de forma unánime eligiendo entre las op­ ciones que se le presentaban; sin embargo, a di­ ferencia de los eclesiásticos y con notables aun­ que contadas excepciones, su papel fue mucho menos decidido. Hasta tal punto esto es así que la actitud de sectores muy amplios del estamen­ to nobiliario fue de cierta tibieza, cuando no de franca indiferencia.

La nobleza

La n o b le za había vivido de esp ald as a la realid ad d e su tiem po. Su co n tro l p o lítico del E sta­ do, a trav é s de la p a r ti c ip a c ió n d e su s m ás re p re se n ­ ta tiv o s m iem b ro s en lo s C o n s e jo s, no e r a s in o u n a fo rm a d e p r e s t i ­ gio social m ás rela­ cionada co n el d is­ fru te de su s privi­ legios que co n el e je r c ic io d el p o ­ der: pu ed e d ecirse que fiestas y c a c e ­ r ía s c o n s titu ía n sus m áxim as o c u ­ paciones.

La nobleza

R eco n strucción de un palco te a tra l re ­ serv ad o a dam as y c a b a l le r o s d e la n o b le z a c a s te lla ­ na, un estam en to q u e sa lv o c o n ta ­ d a s e x c e p c io n e s , se sum ó a la ca u sa del B orbón, ya que tan sólo los nobles c o n a s p ira c io n e s d e c o n tro l s o b re los asu n to s del Es­ tad o podían tem er a la nueva adm inis­ tració n borbónica y su ten d en cia al a b s o lu tis m o c e n ­ tralista.

Por lo que respecta a Castilla, la alta nobleza dio un porcentaje muy alto de indiferentes y, en algunos casos, de oposición a las aspiraciones del Borbón. Una de las causas que se han bara­ jado para explicar esta actitud se encuentra en la pérdida de poder político y en la disminución de su influencia en las tareas de gobierno. Tam­ poco puede perderse de vista su oposición a la cada vez mayor influencia de los franceses en los negocios del Estado. Entre los casos más sonados de abandono de la causa de Felipe V está el ya señalado del Al­ mirante de Castilla. En esta línea hay que situar la detención, en 1709, del duque de Medinaceli y su posterior encarcelamiento y muerte en el castillo de Pamplona. Situaciones muy ambi­ guas, en algunos casos saldadas con destierro, mantuvieron otros cualificados representantes de la grandeza, como los condes de Oropesa y Tendilla o los duques de Béjar y del Infantado.

La pequeña nobleza y la masa de los caballe­ ros e hidalgos fue más proclive que los grandes hacia el Borbón, aunque un número notable de casos señala que no fueron excepcionales las posturas contrarias. En los países de la Corona de Aragón la no­ bleza titulada se dividió de forma muy profunda a la hora de establecer sus preferencias. Si mu­ chos fueron los que se pronunciaron por Carlos III, también fueron numerosos los que optaron por Felipe V. Entre los primeros, los casos más relevantes fueron los condes de Fuentes y de la Corzana. Muchos testimonios de la época vie­ nen a señalarnos que frente al mayoritario apo­ yo que las clases populares ofrecieron al partido del archiduque, la nobleza apoyó al bando de los Borbones. La explicación a esta situación se ha formulado sobre la base de una fuerte oposición de clases, que llevaba a la adopción de posturas contrapuestas entre la nobleza y el pueblo.

La nobleza

La p eq u e ñ a noble­ za y los hidalgos apoyaron en C a sti­ lla a Felipe V uná­ n im e m e n te ; a lg o sim iliar o cu rrió en el ap o y o d e este e s ta m e n to al a r ­ c h id u q u e C a rlo s p o r p a rte d e a r a ­ g o n eses y ca ta la­ nes. En el prim er caso , se dio la fide­ lid a d tr a d ic io n a l de C astilla al p o ­ d er real; en el s e ­ gundo, se libró un conflicto d e clases que llevó a los se c ­ to re s p o p u la re s de A ragón a identifi­ car a C arlo s com o el paladín d e su s r e iv i n d ic a c io n e s antiseñoriales.

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La burguesía

El pueblo en C a sti­ lla había so p o rta ­ do con una e n te re ­ z a a d m ira b le los d e s a stre s de la di­ n astía au stríac a, y a n te la persp ectiv a de un cam bio se m o s tra ro n e n tu ­ sia sta s en el apoyo de Felipe V, co n la e sp eran z a de v e r­ se libres d e las c a r ­ g a s q u e h a b ía n a rru in a d o las tie­ rra s de C astilla a ca u sa de la sangría p ro v o ca d a por la política imperial.

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La burguesía y las clases populares Bajo la denominación de burguesía y clases po­ pulares se englobaba un heterogéneo tejido so­ cial que incluía desde cualificados sectores eco­ nómicos hasta grandes masas de jornaleros hambrientos. Pese a esta falta de cohesión so­ cial, a la postre, fue la masa de la gente acogida bajo esta denominación la que, tanto en Castilla como en Aragón, adoptó una postura más ho­ mogénea, aunque en el primer caso apoyase a Felipe V y en el segundo al archiduque Carlos. En Castilla, la burguesía y las clases medias se identificaron rápidamente con la nueva dinas­ tía, que las vinculó de inmediato a las tareas de gobierno frente a la organizada oposición de los grandes. Al apoyo de este grupo y a la lealtad de las clases populares debió Felipe V el mante­ nimiento de la corona, cuando ésta se vio seria­ mente amenazada en los momentos difíciles de 1706 y 1710.

En Aragón, se produjo la misma situación, pero a la inversa. La burguesía siguió al archidu­ que, aunque al principio su vinculación al aus­ tríaco no fue tan decidida como la de los caste­ llanos al francés. No olvidemos que el levanta­ miento de Cataluña y Valencia sólo se produjo en 1705 y ante el estímulo que supuso la presen­ cia de una poderosa fuerza militar aliada. Ahora bien, como veremos más adelante (pág. 52), a partir de los decretos de Nueva Planta en 1707, tras la batalla de Almansa, (en la que vencieron las tropas de Felipe V), la adhesión a la causa del archiduque fue casi unánime, no sólo entre la burguesía sino en todos los sectores sociales, porque esta vinculación significaba, al mismo tiempo, la defensa de los fueros.

La burguesía

En A ragón la d e ­ fensa d e los fu ero s imponía un a u n an i­ midad casi general en tre pueblo y b u r­ guesía. El c a rá c te r ce rra d o de la e c o ­ nom ía foral e ra in­ com patible co n la abolición de a d u a ­ nas y la im posición de tr ib u to s que la a d m in istra c ió n borb ó n ica pro p u g ­ naba.

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Una guerra nacional

El C o rp u s de S a n ­ gre, c u a d ro de Anto n i E stru c h que refleja la revuelta d e los s e g a d o re s en B a rc e lo n a , el día del C o rp u s del añ o 1640.

El contencioso dinástico que supuso la Guerra de Sucesión significó, por una parte, una guerra internacional en la que se vieron involucrados, por causas muy diferentes, la mayor parte de las potencias de Europa Occidental —desde el Im­ perio Austríaco a Portugal y desde Italia a las Is­ las Británicas—; pero, por otra, acabó por con­ vertirse, a partir de 1705, en una guerra civil, en la que se enfrentaron los partidarios de la Casa de Austria y los de la Casa de Borbón. Los mo­ tivos que llevaron a unos y a otros a adoptar una postura concreta fueron muy complejos y las op­ ciones se decantaron por el amplio mundo de in­ tereses que anidaba detrás de cada uno de los bandos en lucha. El ambiente que había en la Península antes de que empezara la guerra era poco propicio a un proyecto conjunto y en multitud de hojas vo­ landeras y panfletos se manifestaba un senti­ miento de aversión recíproca entre castellanos

y catalanes. Sin embargo, en ningún momento de la guerra se advirtió ninguna intención de los países de la Corona de Aragón por desligarse de Castilla y por romper el principio de unidad ya conseguido, aunque el proyecto unificador de los Reyes Católicos, transcurridos doscientos años, se encontraba todavía en estado muy embriona­ rio. Incluso en Cataluña, donde la resistencia a Felipe V fue más enconada, siempre se creyó que se luchaba por el conjunto España, desde la opción austríaca. El desarrollo de los acontecimientos apunta a que sin la presencia de un ejército extranjero, que ya había fracasado en su intento de 1704, tal vez la sublevación de los países torales no se hubiese producido, o cuando menos no hubiese alcanzado las dimensiones que tuvo. El proble­ ma de los fueros no estaba en juego. Felipe V los había jurado en las Cortes de 1701-1702. El respeto que el Borbón mostró hacia los dere­ chos torales de Navarra y de las provincias vas­ cas nos induce a pensar que pudo haber hecho lo mismo con los de la Corona de Aragón. Sin embargo, el desarrollo de los acontecimientos, a partir de 1705, condujo a una situación muy di­ ferente. Con todo, la tenaz adhesión a la causa del ar­ chiduque y la desesperada resistencia de Barce­ lona en los tramos finales de la guerra no pue­ den explicarse sólo por motivos de preferencia hacia una dinastía, sino por la oposición a los De­ cretos de Nueva Planta. La dura represión lle­ vada a cabo por los borbónicos en Valencia, des­ pués de la batalla de Almansa, tuvo que fortale­ cer la voluntad de resistencia catalana, y la cues­ tión de los fueros pasó a un primer plano. Den­ tro del conjunto del Principado, Barcelona era la que más perdía. Ello nos explica su postura numantina hasta el final.

Motivaciones nacionales

La G u e rra de S u ­ cesión no es sólo la (ase nacional de un conflicto e u ro ­ p eo : ad q u irió d i­ m en sio n es de gu e­ rra civil p o r el e s­ ta llid o d e v ie jo s c o n f lic to s n u n c a bien resu e lto s en el p asad o . La S e ­ cesió n ca ta lan a de 1640 (página a n te ­ rior), largo conflic­ to e n tre C atalu ñ a y el re s to del E sta ­ do d u ra n te el XVII, se agudizó p o r la d ecid id a voluntad d e los h ab itan tes de la C o ro n a de A ragón d e im pedir un re c o rte en su s d e re c h o s fo ra les. El viejo co n flicto a c a b a r í a c o n la d e s tru c c ió n m o­ m en tán ea de s e c u ­ lares in stitu cio n es que, com o la Gen e r a l i t a t , f o rm a ­ b a n p a r t e d e la esen cia del pueblo catalán.

El ejército

A lo la rg o de la g u e rra cam biaron el sistem a trad icio ­ nal d e rec lu ta de so ld ad o s (que ah o ­ ra p ro cedían de los m u n ic ip io s ) y la p r o p ia o r g a n iz a ­ ción militar.

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El ejército y las reclutas El desarrollo de la Guerra de Sucesión supuso la lucha general en la península Ibérica durante más de una década —desde el ataque angloholandés a Rota de 1702 hasta la rendición de Bar­ celona en 1714—, cosa que no había ocurrido desde la conclusión de la Guerra de Granada en 1492. Ello obligó a una profunda modificación en la estructura del ejército. Un ejército que había luchado en los campos de batalla de Europa du­ rante más de doscientos años, pero que había asumido unos cometidos muy diferentes a los que ahora se le iban a pedir.

Ya hemos visto que en 1703 el número de tro­ pas que se asignaban a la Península era de tan sólo 17.265 hombres, con una fuerte concentra­ ción en Andalucía y en los presidios norteafricanos, que se elevaba a más del cincuenta por cien­ to del total. La escasez de esta cifra rayaba en lo ridículo, y la distribución de las tropas dejaba amplios espacios totalmente desguarnecidos. Para afrontar una guerra tal como se planteó la de Sucesión era imprescindible una transforma­ ción de esta situación. La misma vino por una doble vía: una profunda reforma de las estruc­ turas militares y un reclutamiento masivo de hombres. La reforma se inicó a comienzos de 1703, al decretarse el uso reglamentario de fusiles y ba­ yonetas, que sustituyeron a los tradicionales y ya anacrónicos mosquetes y picas. Aquel mismo año se ordenó en la Corona de Castilla, para am­ pliar la plantilla de las unidades, el alistamiento de un hombre por cada cien vecinos, y en 1704 la vieja estructura organizativa de los tercios se sustituyó por la de los regimientos. La nueva or­ ganización que estaba adquiriendo el ejército borbónico y la propia dinámica del conflicto obli­ gó a una recluta permanente de hombres, que se formulaba sobre la base que proporcionaba el número de vecinos de cada lugar. Estos reclutamientos no despertaron gran en­ tusiasmo, sino más bien un rechazo bastante ge­ neralizado, lo que hizo que las autoridades loca­ les, forzadas desde arriba, sostuviesen una te­ naz lucha con los vecinos para conseguir los cu­ pos de hombres que se les reclamaban. Los mis­ mos fueron satisfechos en muchas ocasiones mediante procedimientos poco ortodoxos, pese a la voluntariedad que se mencionaba en todas las órdenes de reclutamiento. Las deserciones, a veces masivas, fueron con frecuencia la res-

E1 ejército

L os n u e v o s re g i­ m ientos form ados p ara sa tisfac er las n ec esid ad e s de la g u e rra e s ta b a n eq u ip ad o s co n a r ­ m as m o d ern as (fu­ siles y bay o n etas), muy d iferen tes de los m o sq u etes y pi­ cas que utilizaban los v iejo s te rc io s q u e d o m in a ro n g ran p a rte de Eu­ ro p a en el xvi.

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El ejército

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La rec lu ta forzosa no fue bien recibi­ d a en los m edios ru rales, d onde to ­ d o s lo s b r a z o s eran p o co s en ép o ­ ca d e co sech a. Los d e s e rto re s fueron b u scad o s y c a sti­ gados sev eram en ­ te (arriba y d ere­ cha), p ese a lo cual en A ragón se dio un c o n s id e ra b le im pulso a las uni­ d ad es de volunta­ rios que, com o los m igúele tes, se o cu ­ p aro n de defender su te rrito rio .

puesta de los reclutas a su obligado servicio mi­ litar; pese a todas estas dificultades el ejército de Felipe V, al final de la guerra, superaba los ochenta mil hombres. En la Corona de Aragón, pese a las explosio­ nes populares en favor del archiduque que en al­ gunos lugares fueron muy generales, la nota do­ minante también fue la apatía. Con todo, la crea­ ción de compañías de migueletes constituye la muestra de un cierto voluntariado, que culmina­ ría en la defensa que los barceloneses hicieron de su ciudad en la ofensiva final de las tropas borbónicas. Pero, aún en este caso, Barcelo­ na y alguna otra población como Cardona representan una voluntad de resistencia poco común, siendo más frecuente una defensa me­ nos ardiente.

Los agobios económ icos Si las dificultades para dotar al ejército de los me­ dios humanos que la guerra requería fueron gra­ ves, los agobios económicos para la dotación de ese ejército no fueron a la zaga. El costoso man­ tenimiento de la guerra obligó a un considerable esfuerzo fiscal por todas partes. En el campo, los Borbones resucitaron, con poco éxito, viejos im puestos abolidos. En 1705 se decretó una resolución por la que se gra­ vaban todas las tierras, rentas de dehesas, de ca­ sas y de cabezas de ganado. Este impuesto le­ vantó numerosas protestas por lo que quedó de­ rogado en gran parte. También se establecieron gravámenes para pagar el alojamiento y los utensilios de las tro­ pas. En 1708 se pidió un donativo al estamento eclesiástico que se recaudó con grandes dificul­ tades. A los concejos municipales se les exigió de forma continua el precio del armamento y de los uniformes de los reclutas del vecindario que desertaban. Con todo, uno de los aspectos de mayor in­ terés en lo referente a las contribuciones lo te­ nemos en el llamado eufemísticamente Real Do­ nativo. Se pidió en 1709 y la base del mismo se estableció en doce reales por vecino. A todas las ciudades se les asignó una cantidad global en función de un determinado censo de población. La lucha de las autoridades municipales por re­ ducir las cifras que se les adjudicaban a los ve­ cinos fueron intensas y generales. Se pidieron continuamente caballos, paja, tri­ go, contribuciones especiales de todo tipo que hundieron, aún más, las difíciles condiciones en que se encontraban las haciendas locales. Para hacer frente a esta auténtica avalancha de peticiones, se concedieron numerosas licen­ cias, las cuales iban desde sacar trigo de los de-

La economía

L a s d i f ic u lta d e s p a ra c o n s e g u ir fo n d o s con que c o s t e a r la la rg a g u erra obligaron al fisco a ca rg ar con m ayores c o n trib u ­ ciones los p ro d u c­ to s de prim era n e­ c e s id a d . El v e n ­ d ed o r de vinagre, cuya im agen a p a ­ rec e so b re e s ta s lí­ neas, sabía que su m ercan cía llevaba un recarg o adicio­ nal, el tem ido « ar­ b itr io » , s o b r e el precio final al co n ­ sum idor.

La economía

P ese a la d u rez a de la co n tienda la a c ­ tividad económ ica en la C o ro n a de A ragón no decayó; to d o s su s re c u rso s se pu sieron al s e r ­ vicio de la causa del a rc h id u q u e C arlo s de A ustria.

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pósitos municipales con promesas de reintegra­ ción, hasta autorizaciones para arrendar a par­ ticulares tierras de aprovechamiento comunal, pasando por los odiados arbitrios, es decir, re­ cargos en el precio de artículos de primera ne­ cesidad: vino, carne, vinagre, aceite, etc. También en la Corona de Aragón el esfuerzo económico fue considerable para hacer frente a las necesidades de la guerra. Así, por ejemplo, en 1705 y 1706, Barcelona acuñó trescientas mil libras en moneda de plata para satisfacer las ne­ cesidades financieras del archiduque. Y en 1707 se fundieron objetos de plata para efectuar nue­ vas acuñaciones. Los recursos financieros del Principado se ten­ saron al máximo desde el principio y aumenta­ ron por todas partes las cargas fiscales, pero los ingresos no llegaron nunca a cubrir los gastos derivados de la guerra. Fue necesario recurrir a empréstitos que debilitaron la confianza pública en las instituciones financieras; la Taula de Canvi (Mesa de Cambios) fue una de las que perdie­ ron la confianza y, en varias ocasiones, se vio obligada a cerrar.

La propaganda Un factor de sumo interés en el transcurso de la guerra fue la propaganda. Utilizada tanto por los partidarios del Borbón como por los del Aus­ tria, intentó legitimar los derechos y actuaciones de cada uno a la par que buscaba la descalifica­ ción del enemigo. En esencia, los argumentos que se barajaron en favor o en contra de cada uno de los conten­ dientes fueron de diferente índole. En el campo eclesiástico, la causa de Felipe V estuvo muy re­ lacionada con las tensiones que surgieron con la Santa Sede y que pusieron a los dominios de Fe­ lipe V al borde del interdicto y del cisma, así como con las suspicacias que suscitaba el regalismo habitual de los monarcas franceses; ambas circunstancias fueron aprovechadas por los par­ tidarios del archiduque que, a través de nume­ rosos opúsculos y panfletos, atacaron a los bor­ bónicos. Por su parte, el punto más débil del de­ nominado por sus partidarios como Carlos III, era su alianza con ingleses y holandeses, a los que se consideraba como herejes y enemigos mortales de la religión católica.

La propaganda

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La labor p ro p ag an ­ d ística fue decisiva en am b o s bandos. El m e m o r ia l d e a r r ib a ju stific a b a la ca u sa de C a ta lu ­ ña. P o r su p arte, la ayuda d e n acio n es co n sid erad a s «he­ rejes» a la cau sa d e C arlo s de A us­ tria le re stó apoyo p o p u lar en la tra d i­ cional C astilla.

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La propaganda

La g ran d eza de la c o rte de Luis XIV (arriba) sed u cía a la n o bleza de C a s­ tilla , d e s e o s a de em ular las fiestas de V ersalles en el alcá za r m adrileño.

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En el campo laico los argumentos giraron fun­ damentalmente en torno a la admiración o anti­ patía que Francia podía despertar. Por un lado, la patria de origen del Borbón podía levantar al­ tas cotas de animadversión en muchos que la consideraban enemiga tradicional y culpable de numerosas humillaciones, así como grave com­ petidora económica. Pero por otro, para los me­ nos, Francia era un punto de referencia a imi­ tar, pues consideraban que de la instalación en España de una dinastía francesa, con la grande­ za y el poderío que el país vecino disfrutaba, sólo se derivarían beneficios. La propaganda de unos y de otros trató de estimular estos sentimientos en las dos direcciones. La gran abundancia de hojas volanderas, fo­ lletos, panfletos y escritos de toda índole que vie­ ron la luz durante los años de la contienda, po­ nen de manifiesto la suma importancia que la propaganda tuvo como arma arrojadiza durante la guerra.

La guerra entre 1705 y 1710 El año 1705 fue el del comienzo generalizado de la contienda. Tras la indecisa batalla naval de Marbella (agosto de 1704), la circulación de la flo­ ta aliada por el Mediterráneo les permitió efec­ tuar en el verano de 1705 sendos desembarcos en la costa valenciana y catalana, que culmina­ ron aquel otoño con la sublevación de Valencia y Barcelona. En ambas capitales se produjeron rápidamente importantes movimientos antibor­ bónicos y en favor de Carlos III. En toda C ata­ luña y Valencia, salvo plazas muy concretas y es­ casas, se proclamó la soberanía del pretendien­ te austríaco, contando con un amplio respaldo popular. Al año siguiente, en 1706, Mallorca se unía a los austracistas, y en Aragón, tras un primer in­ tento fallido en Zaragoza, se proclamó rey a C ar­ los III en muchos lugares, decantándose al final también la capital por el austríaco. Las tropas de Felipe V aparecían atenazadas. Por el oeste, por Portugal, atacaban los aliados; por el este, des­ de la Corona de Aragón, ocurría lo mismo con el apoyo de los naturales del reino. La ofensiva lanzada por los aliados desde Por­ tugal a lo largo del Tajo llegó hasta Madrid, don­ de entraron las tropas del archiduque, a la vez que Felipe V y su familia, acompañados de la ad­ ministración borbónica, abandonaban la corte y se dirigían a Burgos. En este momento crítico la lealtad de los castellanos le salvó la corona. A la frialdad con que fueron acogidas las tropas invasoras en Madrid, se sumó la resistencia de las ciudades castellanas que no reconocieron al ar­ chiduque como soberano. No se produjo el efec­ to de adhesiones en cadena que los aliados es­ peraban con la ocupación de la capital. Por el contrario, la hostilidad generalizada les obligó a abandonar Madrid y dirigirse a Levante.

Guerra total

A m ed id a que la g u e r r a c re c ía , la p o b lació n iba su ­ friendo el d esg aste d e un a co n tien d a en la qu e ta rd e o te m p ra n o se veía involucrada. La o r­ ganización de p a­ tru llas de cam pesi­ n o s p ara ev itar los saq u eo s de los sol­ d ad o s se hizo fre­ cu en te.

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Guerra total El 25 de abril de 1707, en las c e rc a ­ n ías d e la pobla­ c ió n a lb a c e te n s e d e A lm a n s a , las tr o p a s del duque de Berw ick, al s e r­ vicio de Felipe V, realizaban una m a­ niobra envolvente s o b r e el e jé rc ito aliado de lord G alloway y les d e rro ­ t a b a n , d a n d o el co n tro l de V alen­ cia y A ragón a los b orbónicos.

Allí, en la frontera de Murcia, se produjo uno de los episodios más sangrientos de la guerra. El obispo de esta ciudad, don Luis Belluga, ani­ mado de un ardiente celo, organizó la defensa contra los «herejes», y se formaron verdaderos batallones de clérigos que no desdeñaron com­ partir la sotana con el trabuco, contagiados por el espíritu combativo de su prelado. El 25 de abril de 1707 en los campos de Aimansa se dio una de las batallas más decisivas de nuestra historia: 25.000 hispanofranceses, bajo el mando de un inglés al servicio de Fran­ cia (el duque de Berwick) aplastaron a un ejér­ cito de efectivos similares, integrado por ingle­ ses, portugueses, holandeses y alemanes man­ dados por un francés al servicio de Inglaterra (lord Galloway).

Las consecuencias de la batalla fueron fulmi­ nantes: el reino de Valencia y la mayor parte del de Aragón cayeron en poder de las tropas bor­ bónicas, así como las comarcas exteriores de Cataluña (Lérida y su campo, y la tierra de Tortosa). Dos meses después de la batalla de Almansa y eliminados los núcleos de resistencia —en al­ gunos casos, como en Játiva, fueron intensos—, Felipe V se sintió lo suficientemente fuerte como para promulgar los Decretos de Nueva Planta, por los que se abolían los fueros de Valencia y Aragón y se reducían sus leyes a las de Castilla; era el 29 de junio de 1707. La Nueva Planta fue el revulsivo que estimuló la resistencia catalana frente al Borbón hasta las últimas consecuen­ cias, en defensa de los fueros.

Guerra total

La batalla de Aim ansa, en el tra n s ­ c u rso de la cual se pro d u jero n a lre d e ­ d o r d e cin co mil m u e r to s , s u p u s o una grave d e rro ta p a r a los p a r tid a ­ r io s del a rc h id u ­ q u e C a r lo s . L o s b o rb ó n ic o s r e c u ­ p e ra ro n la iniciati­ va m ilitar que p e r­ d iero n tra s a b a n ­ d o n ar Madrid.

Los perfiles internacionales Paralelamente a su desarrollo de contienda civil, la Guerra de Sucesión española tuvo un plantea­ miento de contienda internacional de gran inte­ rés para el establecimiento del sistema de equi­ librio europeo que presidió las relaciones inter­ nacionales a lo largo del siglo XVIII. Este aspecto internacional de la guerra trajo como consecuencia que, a la finalización de la misma, mediante la firma de las paces de Utrecht y Rastatt, ninguna potencia del continente os­ tentara un papel hegemónico, como había ocu­ rrido en el siglo XVI con España y en el XVII con Francia. Las relaciones se establecieron sobre la base de un equilibrio que se rompió en el mar, al producirse una clara superioridad inglesa.

En este sistema de clara inspiración inglesa, la Paz de Utrecht (1713) fue una pieza de suma im­ portancia dentro de un engranaje mayor, que se completaría con las paces de Passarowitz (1718), que establecía ese equilibrio en el sureste euro­ peo, y de Nystadt (1721), que supuso la exten­ sión del sistema a las costas del Báltico. La Guerra de Sucesión española fue, en este sentido, la determinante del equilibrio en el su­ roeste del continente, provocando una lucha ge­ neralizada en los Países Bajos, a lo largo de toda la frontera franco-alemana, en Italia, en la penín­ sula Ibérica y en los mares. Esos perfiles inter­ nacionales del conflicto son los que pasamos a ver a continuación.

Aspectos

internacionales I n g la te rra (L o n ­ d res, en la página contigua) no podía c o n s e n tir el co n ­ tro l del A tlántico por los B orbones, ni ta m p o c o dejar d esg u a rn e c id o su fren te n o rte co n la salida a los p u e r­ t o s d e l B á ltic o , co m o el d e Malm óe (abajo).

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Aspectos internacionales

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La p o tencia militar de los angloholand e s e s se b a s a b a en g ran m edida en s u s f o r m i d a b le s e s c u a d ra s (se las lla m a b a la s « p o ­ te n c ia s m a ríti­ mas»), que habían m a n te n id o en ja ­ que a lo largo de d o s siglos a e sp a ­ ñoles y franceses. A h o ra, to d o e ste p o derío naval e s ta ­ b a e m p e ñ a d o en a saltar los sendos im p e rio s c o lo n ia ­ les a c o sta de las p o s e s io n e s fra n c o e s p a ñ o la s . En o c t u b r e de 1702 se en fren ta ro n en la bahía de Vigo la e s c u a d r a fra n co esp añ o la y la ang lo n e e r la n d e s a que b u sc ab a las ri­ q u ez as de la flota de Indias.

La intervención angloholandesa Bajo el significativo nombre de «potencias marí­ timas» se denominaba a Iglaterra y Holanda du­ rante el transcurso de la guerra, alusión clara a la capacidad naval de estos países. Ambos inter­ vinieron en la guerra por motivos muy diferen­ tes a la cuestión dinástica que enfrentaba a los Austrias con los Borbones. Su entrada en el con­ flicto se produjo bastantes meses después de que franceses y austríacos hubiesen iniciado las hostilidades. Repasemos algunos acontecimien­ tos que nos permitirán conocer y valorar las cau­ sas que determinaron su concurrencia a la lucha. En las postrimerías del siglo XVII la monarquía que ostentaba Carlos II era un gigante con los pies de barro, pero capaz de una potencial mo­ vilización de importantes recursos a poco que se ordenase la caótica situación existente; caos que era la admiración de propios y extraños. De ahí que la designación de su sucesor fuera obje­ to de particular atención en las cortes europeas. Al producirse ésta en la persona del duque de Anjou, la posibilidad de crear un bloque hegemónico sin precedentes supuso una grave ame­ naza que planeaba por todas partes. La unión en manos de los Borbones de las monarquías a ambos lados de los Pirineos era una posibilidad que ensombrecía el panorama internacional. La explotación a fondo de los recursos del im­ perio americano por franceses y españoles era algo intolerable para las potencias marítimas que, además, pretendían que Luis XIV anulase los derechos sucesorios a la corona de Francia del que ya era Felipe V de España. La soberbia del Rey Sol hizo acto de presencia una vez más, y en lugar de efectuar alguna declaración en este sentido que sirviese para tranquilizar a ingleses y holandeses, se pronunció en sentido contrario. Antes de que finalizase 1701, la Gran Alianza de

La Haya, cuyo objetivo iba a ser combatir a los Borbones tanto de Francia como de España, es­ taba constituida. Las potencias marítimas que, desde hacía tiempo, se hallaban preparadas para la contien­ da, rompieron las hostilidades en la primavera de 1702 cuando atacaron los Países Bajos espa­ ñoles. Su aportación a la guerra no sólo se cen­ tró en la utilización de sus poderosas marinas de guerra, que permitían cohesionar la gran disper­ sión geográfica en que se encontraban los alia­ dos, sino que aportaron, sobre todo los ingleses, grandes contingentes de tropas. Unas tropas que fueron la base inicial para la sublevación de la Corona de Aragón.

Aspectos internacionales En Vigo, la su p e­ r io rid a d a r tille r a de los angloholand e s e s d e c id ió la batalla, y el almi­ ran te V elasco, jefe de la flota e sp a ñ o ­ la, o p tó por a rro jar al m a r el c a r g a ­ m ento de m etales p re c io s o s q ue tr a n s p o r ta b a lo s n av io s p ro c e d e n ­ te s de América.

Francia

Felipe V im pone el T oisón de O ro al d u q u e de Berwick (abajo), v en c ed o r en A lm ansa, victo­ ria decisiva para la s u e r te de las a r­ m a s b o r b ó n ic a s , en el m om ento en qu e la política ex ­ te rio r de Francia em p ezab a a decli­ n a r víctim a de la m ultitud de frentes de lucha, del ago­ bio d e los enem i­ gos y de la d ep au ­ p eració n de la na­ ción francesa.

El papel de Francia El carácter de primera potencia internacional os­ tentado por Francia, junto con la debilitada si­ tuación militar que ofrecía España en los comien­ zos de la guerra, hizo que el papel asumido por las tropas francesas fuera fundamental, no sólo en el desarrollo de la lucha en toda Europa, sino también en la Península, al menos en los años que transcurrieron entre 1705 y 1709. Con vistas a la ofensiva borbónica de prima­ vera sobre Portugal, fueron ya numerosas las unidades francesas que entraron en España en 1704, a la vez que las tropas de Luis XIV sos­ tenían un fuerte pulso con los aliados en los Países Bajos, a lo largo del curso del Rin y en Italia. Esta dura contienda a lo largo de todas las fronteras de Francia venía a sumarse a un pro­ longado período de esfuerzos bélicos. La capa­ cidad militar de los ejércitos galos empezaba a acusar el esfuerzo y hacían acto de presencia los primeros síntomas de agotamiento. A la altura de 1708 esta guerra de fronteras presentaba un

saldo negativo, que se concretaba en las derro­ tas de Ramillies y Audenarde. A ello vino a su­ marse un terrible invierno entre 1708 y 1709; se­ gún Vauban la décima parte de la población fran­ cesa vivía de la caridad, la moneda había sido al­ terada cinco veces en seis años y se habían es­ tablecido cargas fiscales sobre los bautismos y los casamientos. En 1709, el cariz que tomaban los aconteci­ mientos —hasta el papa Clemente XI reconocía al archiduque como rey de España— predispuso a Luis XIV a intentar una paz honrosa. Inclu­ so estaba decidido a abandonar a su nieto, que se mostraba dispuesto a continuar la lucha. La casi totalidad de las tropas francesas aban­ donaron la Península, dejando a Felipe V sólo frente a su suerte. En este crítico momento, el joven monarca mostró una decisión poco común en él y ofreció a sus partidarios luchar hasta el fin. Esta decisión y la lealtad de los castellanos le salvaron la corona de nuevo. Los aliados pidieron más a Luis XIV: que unie­ se sus tropas a las de ellos y juntos marchasen contra el monarca español. Esta suprema humi­ llación fue rechazada por el rey francés, que vol­ vió a la lucha. Con una leva general, envió algu­ nos refuerzos a la Península que, mandados por el duque de Vendóme, colaboraron a las impor­ tantes victorias de Brihuega y Villaviciosa, a fi­ nales de 1710. En los Países Bajos y en la frontera del Rin, los franceses mantuvieron una guerra defensiva con suerte alterna, hasta que en Denain (1712) el mariscal Villars destrozó al ejército que mandaba el príncipe Eugenio de Saboya. Los éxi­ tos en la península Ibérica, donde en 1712 sólo resistía Cataluña, junto con la victoria de Denain impulsaron de forma decisiva las conversaciones para lograr la paz.

Francia

La am biciosa polí­ tic a im p e r ia lis ta fran cesa im ponía a la población unas c o n d ic io n e s de vida p recarias, d a­ d o s lo s e n o rm e s c o s te s de las cam ­ p a ñ a s m il ita r e s . L o s c a m p e s in o s so b re to d o , e ra n la s v íc tim a s d e e s ta situ ac ió n de p en u ria, ya que su tra b a jo deb ía so ­ p o rta r en gran m e­ dida una situación e c o n ó m ic a m e n te insostenible.

La Casa de Austria

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Viena, capital del Im perio de la C asa de A u stria (abajo). L os in te re se s del Im p erio im ponían una solución nego­ ciada a la sucesión e s p a ñ o la q u e al m argen de la p e r­ so n a que o cu p ara el tro n o de M adrid, g ara n tiza ra la paz en las fro n te ra s de Alem ania y dejara en p o d er au stríac o los te rrito rio s del n o r te d e Ita lia , d o n d e la presencia de las tro p a s im pe­ riales e ra m ás n e ­ c e s a ria p ara a s e ­ g u rar el co n tro l de su seg uridad in te­ rio r que en los le­ ja n o s c a m p o s de batalla de España. S o b re e s ta s b ases n e g o c i a r o n los a u s t r í a c o s en U trech t.

El Imperio Leopoldo 1, emperador de Alemania, había alum­ brado grandes esperanzas de que su familia —al fin y al cabo perteneciente a la misma rama que Carlos II— recibiese la herencia de el Hechiza­ do en la persona del segundo de sus hijos: el ar­ chiduque Carlos. Sin embargo, sufrió una pro­ funda decepción cuando el duque de Abrantes se dirigió al embajador de Austria, en presencia de los representantes de las cortes europeas en Madrid, para manifestarle, maliciosamente, el placer que le producía despedirse para siempre

de la ilustrísima Casa de Austria, con motivo de la apertura del testamento de Carlos II. La corte de Viena no aceptó el testamento del último Austria español y se divulgó por aquella capital que la voluntad regia había sido violenta­ da, por lo que en la primavera de 1701 atacaron desde el Tirol las posesiones españolas en el nor­ te de Italia, a cuya defensa acudieron contingen­ tes franceses. Sus intereses diferían, pues, de los que moti­ vaban a las potencias marítimas para enfrentar­ se con los Borbones, pero la existencia de un enemigo común les llevo a coaligarse a finales de este año en la Gran Alianza de La Haya. En su objetivo de conseguir la corona de Es­ paña para el archiduque Carlos contaron con el apoyo de Saboya y con el ya conocido levanta­ miento pro-austríaco de la Corona de Aragón. A punto estuvieron de conseguirlo en 1706 y 1710, fechas en que, como ya vimos, las tropas aliadas lograron entrar en Madrid. La muerte del emperador Leopoldo en 1705, elevó a la dignidad imperial a su primogénito José, quien, al morir prematuramente y sin des­ cendencia en 1711, dejó el camino despejado al archiduque, que fue proclamado emperador. Esta circunstancia fue una más de las que con­ dicionaron el desenlace final de la guerra. En aquellas fechas, tras una década de lucha, el cansancio, cuando no el agotamiento, eran la nota dominante. A lo largo de la frontera francoalemana, la guerra se reducía a penosos y cos­ tosos sitios de ciudades. En la península Ibérica, Felipe V parecía bien asentado, pese a la resis­ tencia catalana. Para las potencias marítimas, un pretendiente a la corona española que ya era em­ perador de Alemania planteaba la repetición de la herencia de Carlos V, situación tan poco de­ seada como la de una eventual unión de España

La Casa de Austria

D esp u és de un lar­ go siglo de g u erras en las fro n te ras del im perio au stríaco , el e jé r c ito d e la C a sa de A usburgo se e n c o n tra b a d e­ bilitado en e x tre ­ mo, lo qu e facilitó el fin d e las hostili­ d ad es en la P enín­ sula Ibérica.

La Casa de Austria

L isb o a (abajo) se convirtió en p u er­ to de o peraciones p ara la flota aliada a p artir de 1703, fe­ ch a en la q u e P o r­ tugal e n tró en la co n tien d a a favor del a r c h id u q u e C arlos.

y Francia. Por otra parte, al arrogancia inicial de Luis XIV había cedido y aceptaba la anulación de los derechos del rey de España a la corona francesa. Asi las cosas, y pese a los deseos imperiales de continuar la lucha —frustrados en la batalla de Denain—, todo apuntaba a la firma de una paz general. Portugal Hasta 1703, en virtud del Tratado de Mehuen, los lusitanos no entraron en liza. Las causas de esta intervención fueron unas vagas promesas de compensaciones territoriales en la frontera hispanoportuguesa, así como el reconocimiento de

su presencia en las proximidades del estuario del Río de la Plata. La entrada de Portugal en la guerra propor­ cionó a los aliados una importante base de ope­ raciones, antes de que contasen con el apoyo del área mediterránea peninsular, y la posibili­ dad de establecer una tenaza sobre la Corona de Castilla que se intentó cerrar en 1706 y 1710. Al margen de estas ofensivas de gran estilo, entre las que hay que considerar la lanzada en 1704 por Felipe V, la característica dominante de la lucha estuvo determinada por pequeñas in­ cursiones —a veces motivadas por objetivos muy alejados de los estrictamente militares— realizadas a uno y otro lado de la frontera por una especie de tropas mixtas formadas por ve­ cinos y soldados o sólo por los primeros. En la zona fronteriza de Andalucía, Extremadura, León y Galicia, fue práctica habitual el robo de ganados o cosechas y el saqueo indiscriminado sobre poblaciones próximas al otro lado de la frontera.

Portugal

A cam bio de e s ta c o trib u c ió n , P o r­ tugal p reten d ía el reconocim iento de su dom inio te rrito ­ rial y com ercial s o ­ b re la p a rte más s e p te n tr io n a l del R io d e la P la ta , cu y a capital, B ue­ n o s A ires (abajo) e r a u n o d e Io sp u e rto s m ás a c ti­ v o s d e A m é ric a p o r su p r ó s p e r o c o m e rc io a tlá n ti­ co, al que los p o r­ tu g u e s e s p r e te n ­ dían sum arse.

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La larga marcha hacia la paz La Guerra de Sucesión se prolongó hasta el acto final de la rendición de Barcelona a las tropas de Felipe V, el 13 de septiembre de 1714. Sin em­ bargo, desde fecha muy anterior, en 1709, se ha­ bían iniciado contactos preliminares para enta­ blar conversaciones de paz. Las exigencias de unos, las reticencias de otros y el cambiante sig­ no en el curso de los acontecimientos bélicos, que tan pronto sonreían a unos como a otros, hicieron que las mismas se dilatasen mucho tiempo. Hemos aludido en el capítulo anterior a la di­ fícil situación atravesada por Francia a partir de 1708, que la llevó a solicitar la apertura de ne­ gociaciones. Las graves exigencias que los alia­ dos imponían a Luis XIV para hacerlas efectivas, así como el giro que tomaron los acontecimien­ tos al morir el emperador José I y el ascenso del archiduque a la dignidad imperial, cambiaron el panorama. Veamos ahora lo que ocurrió en la Península en estos años, retomando el hilo de los sucesos en el crítico año de 1710. La paz que se im­ ponía en Europa y en España era tan necesaria como la búsqueda de solu­ ciones a los graves problemas deriva­ dos de la indigen­ cia de las clases populares; agota­ dos sus recursos económ icos por los impuestos, y los humanos por la terrible matanza de sus jóvenes en los campos de ba­ 64 talla.

La difícil situación de 1710 Cuando más consolidada parecía la situación de Felipe V, se desarrolló a lo largo de 1708 y 1709 una de las crisis de subsistencia más duras de todo el siglo. El hambre hizo su aparición por to­ das partes, si bien en algunas zonas la escasez golpeó con más fuerza que en otras. Ambos años fueron parcos en acciones mili­ tares, si se exceptúa la ocupación de algunas pla­ zas por las tropas borbónicas, como Denia, Tortosa o Alicante, y la conquista inglesa de Menor­ ca. Más allá de los Pirineos, los franceses sufrie­ ron dos severos correctivos en Lille y Audenarde. La difícil situación atravesada por Luis XIV le llevó a retirar de España la casi totalidad de los efectivos franceses, quedando Felipe V sólo con sus recursos para hacer frente a los avatares de la lucha.

Las miserias de la guerra

F ra n cia , agobiada por añ o s de g ue­ rra, em p o b recid a y con su población m e r m a d a , r e tir ó sus tro p a s de Es­ p a ñ a y d e c id ió ab rir su s cárceles, liberando a d e s e r­ to r e s y d eu d o re s d el E s ta d o , p a ra r e c u p e r a r a sí al m e n o s p a rte de s u s a g o ta d o s r e ­ c u rso s hum anos.

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Las miserias de la guerra

En 1710 la su e rte de la g u erra era va­ riable. La hegem o­ nía de que gozaba Felipe V (derecha) se vio c o rta d a por la au sen c ia de los re g im ie n to s fra n ­ ceses del te a tro de o p e r a c io n e s . D e nuevo, el séquito real a b a n d o n ó la capital de E spaña y el p re te n d ie n te a u stríac o e n tró en M a d rid . S in e m ­ bargo, e s to s éxitos c a r e c í a n d e un apoyo popular en Castilla, donde la h o stilid ad al a u s­ tríaco era m oneda de u so co m ú n a le n ta d a p o r los borbónicos.

En la primavera de 1710, el ejército borbóni­ co, dirigido por el antiguo capitán general de An­ dalucía, inició una ofensiva por tierras de Ara­ gón. El 27 de julio, se enfrentaron con los alia­ dos cerca de Almenara, llevando la peor parte las tropas felipistas. Se replegaron sobre Zara­ goza, donde el 20 de agosto se libró una nueva batalla. A los veinte mil castellanos que ahora mandaba el marqués del Bay se opuso una cifra ligeramente superior de fuerzas muy heterogé­ neas, donde los alemanes eran mayoritarios, al mando de Guido de Stahremberg. Las tropas de

Felipe V sufrieron una grave derrota y al día si­ guiente el archiduque entraba en Zaragoza. Como ocurriera en 1706, la mayor parte de Aragón proclamó rey a Carlos III y sus tropas cruzaron la raya de Castilla. La reina, el Prínci­ pe de Asturias, los Consejos y la Administración abandonaron Madrid y se dirigieron a Burgos; a finales de agosto el archiduque entraba en la cor­ te en medio de la hostilidad, mal disimulada, de los madrileños. Ante la frialdad con que fue acogido, Carlos III decidió regresar a Barcelona, mientras que su ejército pasó de Madrid a Toledo, siempre aco­ sado por partidas enemigas y con notables difi­ cultades en su avituallamiento. Para solucionar este problema, algunos destacamentos se diri­ gieron a diferentes lugares de La Mancha, don­ de obtuvieron diversas partidas de granos —a veces, por procedimientos violentos que aumen­ taron el malestar y fueron convenientemente uti­ lizados por la propaganda felipista—, a la vez que obligaron a los concejos municipales a pro­ clamar al archiduque como rey.

Las miserias de la guerra

La p ro p ag an d a fe­ lipista lanzaba d e s­ de B urgos to d o su arse n al de a g ra ­ vios so b re el in titu ­ lado C a rlo s III, a quien sin em bargo la p ro p ag an d a c a ­ talan a d ed icab a el bello C a n to d e los p á ja r o s , c a n c ió n p o p u lar en ho m e­ naje al arch id u q u e con m otivo de su llegada a B arcelo­ na (arriba).

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Las miserias de la guerra

En diciembre de 1710, los borbóni­ cos derrotaron a los austracistas en Brihuega y, de in­ mediato, en Villaviciosa, lo que sig­ nificó un importan­ te paso hacia el fi­ nal de la guerra.

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Este ambiente y la presencia en Talavera de la Reina del ejército del Borbón, donde se ha­ bían ido concentrando los dispersados restos de sus tropas tras las batallas de Almenara y Zara­ goza, así como los refuerzos que llegaban desde distintos lugares de la Corona de Castilla y algu­ nos contingentes franceses que Luis XIV, al no aceptar las condiciones de paz que le imponían los aliados, envió de nuevo a la Península en au­ xilio de su nieto, hizo que Stahremberg y Stanhope decidieran retirarse hacia sus bases arago­ nesas. Allí encontrarían un cobijo popular para pasar el invierno, en vez de la hostilidad caste­ llana. Esta marcha hacia el este se haría de forma lenta para evitar toda sensación de huida lo que, con el ejército de Felipe V a pocas jornadas, constituyó un grave error.

Brihuega y Villaviciosa Los nombres de estas dos poblaciones de La Al­ carria van indisolublemente unidos al asenta­ miento de la Casa de Borbón en España. Antes hemos señalado la trascendencia histó­ rica que tuvo la batalla de Almansa, y ahora he­ mos de añadir las de Brihuega y Villaviciosa, aun­ que su repercusión fue diferente. Mientras que Almansa culminaba la ofensiva de las tropas de Felipe V sobre el reino de Valencia, permitién­ dole recuperar buena parte de las tierras de la Corona de Aragón y sentirse asentado con fuer­ za en el trono, Brihuega y Villaviciosa significa­ ron la eliminación del peligro que suponía la pre­ sencia del ejército aliado en el corazón de la Co­ rona de Castilla. Hay que admitir, no obstante, que éste se encontraba en una disimulada reti­ rada, por cuanto en diciembre de 1710 su ame-

Batallas

decisivas

C astillo de Peñaberm eja (G uadalajara), plaza fu erte q u e f u e to m a d a p o r las tro p a s b o r­ b ó n ic as, que con su c o n tro l se a s e ­ g u rab an el p aso de C astilla a A ragón y d ejaban libre de la am e n a z a enem iga la capital de E spa­ ña. C on ello, Feli­ pe V volvía a to ­ m ar la iniciativa al co m en zar 1711.

Batallas decisivas

Los éx ito s felipistas en E spaña lle­ v a r o n a p a r e ja d a una c ie rta re c u p e ­ ració n de la su e r­ te d e los ejércitos fran ceses en E uro­ pa; así, en 1712, el m a r i s c a l V illa r s (abajo) d e rro ta b a a los h o landeses en D enain, lo que p e r­ m itió un resp iro al agobio francés.

naza para los castellanos era más potencial que real; pero la pérdida de efectivos que supuso para los aliados, la repercusión internacional que ambas batallas tuvieron y la confianza que de­ volvió a las tropas de Felipe V le dan un alcance de suma importancia para valorar el desenlace final de la guerra. Veamos como se desarrolla­ ron los acontecimientos. Los aliados, en su desplazamiento, habían fraccionado el ejército en diferentes cuerpos, de acuerdo con las distintas nacionalidades de sus integrantes. En retaguardia habían quedado los contingentes ingleses a las órdenes de Stanhope. El 6 de diciembre acamparon en Brihuega, donde aún permanecían dos días más tarde, lo que permitió a las tropas borbónicas alcanzar­ los y envolverlos mediante una maniobra sigilo­ sa. Al día siguiente, tras el bombardeo de Bri-

huega, Stanhope capitulaba y la mayor parte de sus hombres eran hechos prisioneros. Stahremberg había llegado hasta Cifuentes, al frente de una heterogénea tropa con predomi­ nio alemán, cuando tuvo noticia de que los in­ gleses estaban sitiados, pero no fue informado de la capitulación. Se situó en Villaviciosa, adonde llegó Vendóme el día 10. Se trabó un nuevo combate con resultado favorable para los hispa­ nofranceses. Los menguados restos del ejército aliado se replegaron hacia Aragón y llegaron a Barcelona el 6 de enero de 1711. Tras las jornadas de Brihuega y Villaviciosa, el trono de Felipe parecía consolidado. Además, se corroboraba la lealtad que Castilla había pues­ to de manifiesto sólo unas semanas antes en el difícil momento que se derivó de las derrotas de Almenara y Zaragoza.

Batallas decisivas

La v ictoria de Viila v ic io s a d e lo s b o rb ó n ic o s so b re lo s a u s t r a c i s t a s , en el invierno de 1710, s u p u s o un d u r o g o lp e p a r a los efectivos alia­ dos en E spaña, e influyó incluso en la m arch a de los e n fre n ta m ie n to s que tuvieron lugar e n tre los c o n te n ­ d ie n te s en o tr a s regiones e u ro p eas.

Cataluña resiste

DLS'CVRS DE

LAS CONTRAFAC TIONS NAXÉÑ DEL P R Í V l l H .1 NOV.VMtNT

*****I En las con cesio n es de 1702 (a rrib a), Felipe de Anjou se h a b ia m o s tra d o c o n c ilia d o r con A ragón y C a ta lu ­ ña, p ero la su e rte de la g u erra había dejado claro que la victoria m ilitar iba a llevar ap arejad o el régim en político del v e n c e d o r sin c o n d ic io n e s p a ra los vencidos.

La resistencia catalana El largo episodio final de la Guerra de Sucesión se centró en la resistencia catalana a las tropas de Felipe V. Los descalabros sufridos por los imperiales en diciembre de 1710 trajeron como consecuencia la pérdida de Aragón en las semanas siguientes. En febrero de 1711 las tropas mandadas por Vendóme se asentaron en Cervera, mientras que por el norte otro ejército, a las órdenes del duque de Noailles, consiguió la rendición de G e­ rona y ocupó la Plana de Vich. Los catalanes, pese a ello, resistieron desde el triángulo forma­ do por Igualada, Barcelona y Tarragona durante más de tres años los intentos borbónicos de li­ quidar la guerra en la Península. El panorama internacional no era propicio para las aspiraciones de los habitantes del Prin­ cipado. En Inglaterra se había producido un cam­ bio de gobierno; los tories llegaban al poder y es­ taban decididos a firmar la paz. La muerte del emperador José, ya lo hemos indicado, abrió las puertas del imperio a Carlos. Y Francia también deseaba la paz. Así pues, la resistencia catalana iba a produ­ cirse en un marco poco propicio. Las esperan­ zas se centraban en la promesa del emperador de no abandonarles y en la alianza firmada con Inglaterra. A ello se unía la decidida voluntad de resistencia. Sin embargo, cuando en septiembre de 1711 el archiduque abandonó Barcelona en un navio inglés para asumir su papel imperial en Viena, algunos comprendieron que la suerte de Cataluña estaba echada, aunque Isabel Cristina de Brunswick mantuviese en la ciudad condal una ficción de corte. La lucha resultó particularmente dura por am­ bos lados y conforme pasaron los meses dismi­ nuyó la capacidad de resistencia catalana, al re­

tirarse de forma paulatina las tropas aliadas que colaboraban en la defensa del Principado. En 1712 se marcharan los ingleses, quienes se con­ centraron en Menorca. El 13 de marzo del año siguiente, los acuerdos alcanzados en Utrecht contemplaban la salida de las tropas imperiales que se encontraban en Cataluña al mando de Stahremberg; la misma se llevó a efecto entre marzo y julio, si bien permanecieron varios mi­ les de ellos contratados por las autoridades bar­ celonesas. En 1713 cayeron Manresa, Mataró y Solsona, sufriendo la primera un duro saqueo. En 1714 sólo resistían Cardona y Barcelona, aunque por diferentes áreas luchaban en guerrillas partidas dispersas. El 11 de septiembre el ejército bor­ bónico lanzó el asalto definitivo a Barcelona, que había sido sometida a un duro asedio. El día 13 Rafael Casanova, conseller en cap, ren­ día la ciudad. La Guerra de Sucesión española, que como contienda internacional había concluido meses atrás, cerraba ahora su último capítulo como contienda civil.

Cataluña resiste

ORDONNANCE DU ROY. r o v » > a r o a ti C A T io w

D E LA P A D Í Af t e L A M O U U U 8 S í X.A MOLIAMOS

El a c u e rd o e n tre E spaña e Inglate­ r r a , f ir m a d o e n U trech t, que puso fin a la G u e rra de S u cesió n (arriba), no co n tem p lab a la s u e rte d e C a ta lu ­ ña, qu e resistió d e ­ se sp e ra d a m e n te en solitario.

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Las consecuencias de la guerra El resultado final de la Guerra de Sucesión no satisfizo a casi ninguno de los contendientes. Sin embargo, tuvo un claro vencedor, Inglaterra, que consiguió los objetivos fundamentales (el equilibrio europeo) por los que se había lanzado a la lucha; además, la ocupación de Gibraltar y Menorca le permitió una presencia en el Medi­ terráneo que hasta entonces sólo había podido ofrecerle su flota.

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Analicemos el resultado final. Felipe V queda­ ba como rey de España a costa de todas las po­ sesiones en Europa e incluso con dolorosas am­ putaciones territoriales en la Península e islas ad­ yacentes. El archiduque Carlos, que recibía la mayor parte de esas posesiones europeas, no lo­ graba su aspiración de sentarse en el trono de España. Francia, humillada en su papel de na­ ción hegemónica, no sólo se plegaba a la preten­ sión de las potencias marítimas de anular los po­ sibles derechos de Felipe V a la corona de Fran­ cia —al menos mientras fuese rey de España—, sino que pagaba un importante precio medido en el empobrecimiento general del país. Portu­ gal no recibió ninguna de las promesas de com­ pensación en la frontera española, aunque sí ob­ tuvo el reconocimiento de su asentamiento en la margen derecha del estuario del Plata. Por el contrario Inglaterra, y a su remolque las Provin­ cias Unidas, veía colmadas prácticamente todas sus aspiraciones iniciales. Había evitado la for­ mación del amenazante bloque hispanofrancés y

Balance final

La h ero ica defen sa de B arcelona en el ased io a qu e fue som etida, culm inó con la m u erte de Rafael de C asanov a, c o n s e lle r en C a p ( iz q u i e r d a ) quien había asum i­ do el m ando d e las tr o p a s y m ilicias c a ta la n a s (abajo) ab an d o n ad as a su su e rte p o r su s alia­ dos fre n te al ejér­ cito de Felipe V.

Balance final

G ra b a d o c o n m e ­ m orativo de la fir­ ma del T ra ta d o de U t r e c h t ( a b a jo ), que co n su rúb rica ponia fin a la hegem onia fran cesa en el co n tin en te para dar p aso a un eq u i­ librio c o n tin e n ta l que aseg u rab a, sin em bargo, la e x p a n ­ s ió n b r i t á n i c a y h o la n d e s a en ul­ tram ar.

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subsidiariamente —ante el curso que tomaron los acontecimientos— una posible unión de Es­ paña con el Imperio. Evitaron la ingerencia fran­ cesa en los asuntos del imperio ultramarino his­ pánico, mientras que conseguía para sí redon­ dear sus posesiones en América del Norte a cos­ ta de Francia, el derecho de asiento de esclavos negros en los dominios españoles y el navio de permiso, que se convirtió en la puerta de entra­ da de los productos ingleses en las Indias espa­ ñolas. Por si todo ello no fuera suficiente, que­ daba en posesión de Gibraltar y Menorca. Hemos aludido, páginas atrás, a que la Paz de Utrecht sancionó el establecimiento de un equi­ librio continental en Europa occidental. Ahora se hace preciso añadir que ese equilibrio estuvo dictado por Inglaterra, que sentaba allí las bases para convertirse en la potencia hegemónica has­ ta las puertas del siglo XX.

Los tratados de paz: Utrecht y Rastatt La regulación oficial de la situación en que que­ daron los contendientes se llevó a efecto median­ te la firma de una serie de tratados de notable complejidad, tanto por su contenido como por su dilatado desarrollo cronológico, que tuvie­ ron como escenario las ciudades de Utrecht y Rastatt. Desde una fecha tan temprana como 1709 se establecieron los primeros contactos para regu­ lar una paz general, que no se convirtieron en algo más concreto hasta finales de 1711. En esta fecha el gobierno conservador inglés inició con­ versaciones con los franceses, y en febrero de 1712 fueron Francia y las Provincias Unidas las que se sentaron a la mesa de negociaciones en Utrecht. Estas negociaciones culminaron en una especie de armisticio entre Inglaterra, Francia, las Provincias Unidas y España, llegándose a un acuerdo el 11 de abril de 1713 con la firma del famoso tratado que lleva el nombre de esta ciu­ dad holandesa. La Paz de Utrecht fue una Pax Britannica: fue Inglaterra la más feneficiada. En virtud de estos acuerdos, los franceses tuvieron que desmante­ lar la base naval de Dunquerque desde la que sus corsarios atacaban a los barcos ingleses, hi­ cieron entrega de una serie de territorios en América y reconocieron oficialmente a la dinas­ tía de Hannover como soberana de Inglaterra, abandonando el apoyo prestado hasta aquel mo­ mento a los católicos Estuardo. Inglaterra tam­ bién logró de España las compensaciones eco­ nómicas que ya conocemos y la ocupación de Gibraltar y Menorca. Ahora bien, las cosas no fueron tan simples como a primera vista pueda parecer. Sin que el Imperio Austríaco firmase la Paz de Utrecht, por un acuerdo parcial del 13 de marzo de 1713, el

Balance final

G racias ai T ra ta d o d e U t r e c h t , la s « p o ten cias m aríti­ m as» d isp o n d rían de e x c elen te s ex ­ p ectativ as p ara la form ación de sus re sp e c tiv o s im pe­ rios coloniales. La bella ciudad h olan­ d e sa (arrib a) que en o tro tiem po co ­ n o ció la d o m in a ­ ción esp añ o la, fue te stig o de la am pu­ tació n d e d o s pie­ z a s del te rrito rio nacional: G ib raltar y M enorca.

Balance final

E n R a s t a t t y en U trec h t, los p arla­ m e n ta r io s e u r o ­ p eo s (abajo), re c o ­ nocían un re p a rto co n tin en tal que en teo ría satisfacía a to d o s lo s b elig e­ ran te s; no o b sta n ­ te, In g laterra o b te ­ n ía la s m a y o r e s c o n c e s i o n e s sin ap en as renuncias.

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emperador se comprometía a la evacuación de las tropas imperiales que defendían Cataluña. Por otra parte, la paz entre españoles y holan­ deses sólo se firmó un año más tarde, en 1714, sobre la base de una serie de acuerdos econó­ micos y comerciales. También se decidió la en­ trega de Sicilia a Saboya, acuerdo que fue pac­ tado por Francia e Inglaterra y asumido a duras penas por Felipe V, aunque más tarde esta isla fue conmutada al emperador por Cerdeña. En Rastatt, la otra sede de conversaciones para la paz, se sentaron franceses e imperiales. El resultado de las mismas fue la entrega de los Países Bajos españoles al emperador. Dicha paz no fue ratificada por un tratado entre los dos an­ tiguos aspirantes a la corona española, entre otras razones porque el emperador no acabó de renunciar a sus derechos sobre España y por la ocupación alemana del ducado de Milán y de la isla de Cerdeña.

España firmó la paz con Portugal en febrero de 1715, aunque desde 1712 había existido una tregua que, incluso, permitió el paso por Casti­ lla a las tropas portuguesas que luchaban en C a­ taluña. La firma de esta paz supuso para Portu­ gal el reconocimiento a la legitimidad de su pre­ sencia en los llamados territorios de Sacramen­ to (región del actual Uruguay). En la mesa de negociaciones de Utrecht sur­ gió también el llamado «caso de los catalanes». Tanto los ingleses como el archiduque intenta­ ron buscar una salida airosa para el Principado, pero Felipe V se mostró sumamente intransigen­ te en este punto, aceptando sólo la rendición in­ condicional.

Balance final

El equilibrio eu ro ­ p e o s u rg id o de lo s a c u e r d o s d e U tr e c h t significó en realidad la co n ­ so lid a c ió n d e In­ g l a t e r r a ( a b a jo ) com o p rim era p o ­ te n cia m undial du­ r a n t e lo s s ig lo s XVIII v X IX, en lo q u e co n so lid ó su gigantesco im perio ultram arino.

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Los fueros

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L o s D e c re to s de N u e v a P la n ta de 1707 (arriba) a c a ­ ban con el peculiar régim en jurídico y e c o n ó m ic o h e r e ­ d ad o de la E dad M edia en los te rri­ to rio s de la C o ro ­ na de A ragón. No o b sta n te , la victo­ ria borbónica y la im posición del a b ­ so lu tism o c e n tr a ­ lista no significó la d ecad encia de C a­ taluña.

La lucha por los fueros: la Nueva Planta Ha corrido mucha tinta sobre la formulación, en los comienzos del reinado de Felipe V, de un proyecto de Estado absolutista y fuertemente centralizado. A partir de la aceptación de este supuesto, la tesis tradicional de los nacionalistas catalanes fue que el levantamiento se produjo para defender los fueros, que estaban amenaza­ dos. Sin embargo, hemos visto que las cosas no se desarrollaron exactamente así. En un primer momento no pesó ningún tipo de amenaza so­ bre los mismos y las instituciones catalanas fue­ ron ratificadas por el Borbón. Felipe V, en las Cortes de comienzos de su reinado, se mostró incluso magnánimo, pese a que se le exigieron muchos más formulismos para ser aceptado como rey que los que se pidieron a su antece­ sor, Carlos II, quien nunca estuvo en Barcelona. Más bien hemos de aceptar que, en un primer momento, había un sentimiento de desconfian­ za mutuo. Para el monarca, miembro de una fa­ milia acostumbrada a un poder absoluto y cen­ tralizado, del que su abuelo era uno de los ex­ ponentes más cualificados, el Principado y sus fueros debían resultar poco atractivos. Para los catalanes, un monarca francés, con todo lo que ello conllevaba, tampoco despertaba simpatías. Ahora bien, la rebelión de 1705 modificó este panorama. Si hasta esta fecha las relaciones ha­ bían sido tensas, a partir de ella fueron hostiles. En este proceso de enfrentamiento, podemos decir que los decretos de junio de 1707, tras la batalla de Almansa, marcan el punto de no re­ torno en las relaciones del rey con los súbditos de la Corona de Aragón, en general, y con los de Cataluña, en particular. Los decretos del 29 de junio de 1707, conoci­ dos como Decretos de Nueva Planta, significa-

ron la anulación de todos los fueros y exencio­ nes para los reinos de Aragón y Valencia, ini­ ciándose así el proceso por el que se iba a cum­ plir el deseo regio de «reducir todos mis reinos de España a la uniformidad de unas mismas leyes, usos, costum bres y tribunales». Dichas le­ yes eran las de Castilla. A la vista de tales de­ cretos los catalanes sabían o cuando menos in­ tuían la suerte que les esperaba. Su actuación a partir de 1707 sí puede ser considerada como una lucha en defensa de los fueros y ello forta­ leció su voluntad de resistencia, que culminó en la enconada defensa de Barcelona hasta su con­ quista al asalto por las tropas borbónicas.

Los fueros

P a ra d ó jic a m e n te , la ac tiv id ad m er­ cantil y com ercial de B arcelo n a a d ­ quirió en el siglo XVIII un auge s o r­ p r e n d e n te , com o n o s m u e stra este g rabado del p u erto de la ciudad c o n ­ dal en 1735.

Los fueros

Las co n secu en cias de la abolición foral fueron m ás de o r d e n p o lític o y c u ltu ra l que ec o ­ nóm icas. La tra d i­ c io n a l h a b ilid a d c a ta la n a p a r a la actividad m ercan ­ til e i n d u s t r i a l , su p o ap ro v e ch ar lo s m e c a n is m o s del sistem a c e n tra ­ lizado p ara lograr un d esarrollo e c o ­ nóm ico que dio lu­ gar a una p ró sp era b u rguesía de nego­ cios ya im portante en el XVIII, que re ­ tom ó en el siglo XIX la r e iv in d ic a c ió n nacionalista hasta co n v ertir el a g ra­ vio de la d e rro ta de 1714 en la fies­ ta nacional de C a­ taluña, y el sím bo­ lo de su identidad cono nacionalidad d en tro del E stado español en la a c ­ tualidad.

Los Decretos de Nueva Planta no emanaron exclusivamente del publicado en junio de 1707, sino que constituyen un conjunto más complejo que fue promulgándose entre 1707 y 1711 para aragoneses y valencianos, mientras que los que afectaron a Cataluña fueron publicados en 1716, tras un proceso de elaboración más lento. El ob­ jetivo común de todos ellos fue la uniformidad le­ gal y judicial del Estado; sin embargo, hubo di­ ferencias en la aplicación de los decretos entre los distintos países torales. En Valencia, el inten­ dente Macanaz pulverizaba todo lo relacionado con la legislación particular, mientras que en Ca­ taluña, el intendente Patiño adoptaba un papel más moderado y conservaba, por ejemplo, de­ terminadas disposiciones y usos del derecho pri­ vado catalán. Con todo, el subsiguiente senti­ miento de expolio que anidó en Cataluña ha lle­ gado hasta nuestros días.

Las consecuencias en Aragón, Valencia y Cataluña La consecuencia fundamental, conforme los bor­ bónicos fueron reduciendo a los rebeldes (Va­ lencia en 1707, Aragón en 1711 y Cataluña en 1714), fue que las formas de gobierno ancestra­ les de estos reinos quedaron eliminadas en dife­ rente grado, al introducirse la legislación y la ad­ ministración castellanas. Las Cortes aragonesas, catalanas y valencia­ nas fueron suprimidas, quedando su representa­ ción incluida en las de Castilla. De esta manera se fundieron en un organismo decadente que bajo el nuevo monarca se convirtió en algo ino­ perante. Asimismo, se reformó toda la estructu­ ra administrativa, una reforma que llegó hasta la vida municipal con la introducción de los corre­ gidores castellanos en los ayuntamientos. Tam­ bién las capitanías generales, las audiencias y las intendencias se incluyeron en la nueva adminis­ tración de los hasta entonces países torales. Todo ello supuso la quiebra del pactismo po­ lítico como forma histórica de creación del De­ recho en el conjunto de la Corona de Aragón y su sustitución por el decisionismo castellano. Con todo, el grado de intensidad en la aplicación de los Decretos de Nueva Planta, como instru­ mento de consecución de este proceso, fue muy desigual y su aplicación —como ya hemos indi­ cado en otra parte— muy diferente. La agitación política y militar vivida por el rei­ no de Aragón entre 1707 y 1711 permite expli­ car, en buena parte, las consecuencias que se derivaron de la guerra. El decreto de 1707 supo­ nía, al igual que para Valencia, la anulación total de los fueros; sin embargo, el curso de la lucha —los austracistas entraron en Zaragoza en 1710— no permitió la organización de una admi­ nistración que aplicase en todo su rigor la Nue-

Los fueros

C O N S T IT V T IO N S A L T R E S

D R E T S

C A T H A L V N Y A.

CO M PILA T * fcN V I R T V T D tl c « n u i l iic c on i tm n , D U A In ailM U

1 «. UAttTAT

Las p eculiaridades de la organización territo rial del E sta­ do de los A u strias p artían del re sp e to a la s tra d ic io n e s m edievales, que en el c a s o c a t a l á n (arrib a) re p re se n ­ taban, ju n to a unas form as ad m in istra­ tiv a s d e t e r m in a ­ d a s , la ev id en cia d e un E stad o fo r­ m ado p o r d istin tas n a c io n a lid a d e s , qu e fueron an u la­ d a s p o líticam en te tra s la victoria de Felipe V.

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Felipe V a b re el c a ­ m ino de un régi­ m en político p ro ­ pio d e un n uevo tiem po. S u s refo r­ m a s, im p u e s ta s p o r la fu erza de las arm as, se consoli­ d arán com o m eca­ nism os de organi­ zación m ás m o d er­ nos. Así es el caso de los ayuntam ien­ to s, d o n d e el m o­ delo seguido, salvo en B arcelona, re s­ p e tó buen a p arte de las p eculiarida­ d es del m odelo ante r io r y a d a p tó o tr a s a la n u ev a b u ro cracia estatal cen tralizada.

va Planta. Cuando en 1711 Aragón y Zaragoza volvieron al dominio de Felipe V, el monarca, a través del decreto de 3 de abril, reconoció la vi­ gencia parcial de los fueros. Fue ésta una acti­ tud menos radical que dejaba algunas lagunas en el proceso de castellanización gubernativa y administrativa de Aragón. En Valencia las cosas ocurrieron de otra for­ ma. La incorporación del reino al dominio bor­ bónico después de la batalla de Almansa y la apli­ cación inmediata de la Nueva Planta, con todo el rigor que contenía el decreto de 1707, hizo que la castellanización fuese total. Para el caso de Cataluña es de resaltar la mo­ dificación gubernativa de Barcelona, la ciudad que mayor resistencia había ofrecido al Borbón. El Consejo de Ciento (Consell de Cent), repre­ sentativo de todos los estamentos y gremios de la ciudad, fue sustituido por una junta provisio­ nal de 16 administradores que actuó hasta di­ ciembre de 1718, año en que se constituyó el nuevo ayuntamiento de la ciudad condal, inte­ grado, a la manera castellana, por regidores en­ tre los que predominaba el componente aristo­ crático. Este cambio no fue, sin embargo, tan traumá­ tico en otros municipios catalanes. Según Joan Mercader i Riba muchos integrantes de los anti­ guos consejos comunales fueron promovidos a regidores de los nuevos ayuntamientos borbóni­ cos. En este nivel municipal las consecuencias para Cataluña fueron muy variadas, siendo ca­ sos extremos los de Tortosa y Cervera. Mien­ tras que la primera sufrió un proceso de caste­ llanización total, la segunda —leal durante la guerra a Felipe V— intentó obtener nuevos y sustanciales privilegios. Por encima del nivel municipal, la creación de una Superintendencia, la puesta en funciona­

miento de la Audiencia y el establecimiento de una Capitanía General completaron el proceso de aplicación de la Nueva Planta en Cataluña. De esta forma, Felipe V aprovechó su victoria para implantar un modelo de Estado más cen­ tralizado, cuya consecuencia en el conjunto de la Corona de Aragón fue una grave regresión de los fueros que, en algunos casos y aspectos, sig­ nificó su desaparición práctica.

Los fueros La fam ilia d e Feli­ p e V, p o r V an Loo, r e t r a t o co lec tiv o de una nueva di­ nastía p ara un nu e­ vo siglo y un a n u e­ va época.

Un nuevo Estado

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La firme voluntad u n id a al s e n tid o com ún de los c a ta ­ lanes p or salvar su h isto ria e in stitu ­ cio n es ha sido d e ­ cisiva p ara c o n se ­ guir la arm o n iza­ ción d e los d e re ­ ch o s de C atalu ñ a co n las n ecesid a­ d es de unificación que se im ponen en la E u ro p a actual. El m odelo c e n tra ­ lista francés de la C a s a de B orbón, traíd o p o r el nieto de Luis XIV, p re ­ te n d ía ro m p e r la c o e x is t e n c i a , no s i e m p r e fá c il ni r e n ta b le , d e e s a p e c u lia r i d a d del rég im en foral e s­ pañol.

Hacia la estructuración de un nuevo Estado La importancia de la Guerra de Sucesión tanto en el plano internacional como en el de lucha ci­ vil ha sido uno de los objetivos que hemos in­ tentado poner de manifiesto a lo largo de estas páginas; y no queremos concluirlas sin señalar que, a la vez, se estaban sentando las bases de un nuevo Estado. El modelo organizativo y le­ gislativo a que respondía España al concluir la guerra era básicamente distinto al que había an­ tes del comienzo de la misma. La monarquía de los Austrias se había asenta­ do en los principios de descentralización y auto­ nomía, si bien en diferentes momentos ya se ha­ bían producido intentos centralizadores que no fructificaron. Distintos órganos de gobierno, di­ ferentes instituciones judiciales y fueros diferen­ tes, así como una diversa estructura administra­ tiva, distinguían a las Coronas de Castilla y Ara­ gón; también Navarra y el País Vasco represen­ taban unidades con entidad propia. Sólo la mo­ narquía era un factor común, con la limitación que suponía la diferente forma de entenderla. Mientras que en Castilla el absolutismo había realizado grandes progresos, hasta convertir en poco menos que dóciles instrumentos a los di­ ferentes organismos de gobierno, en Aragón el concepto de pactismo —acuerdo entre el mo­ narca y sus súbditos— basado en el respeto a los fueros se mantenía casi incólume. No pretendemos formular aquí que la Guerra de Sucesión a nivel peninsular no fuese un en­ frentamiento entre las tendencias centralistas y disgregadoras. Sostenemos que, al menos, no se formuló así en sus inicios. Incluso la actitud ca­ talana fue muy diferente a la de 1640. En el Prin­ cipado se creyó que la lucha era por España, pero por una formulación del Estado como el

que existía a la muerte de Carlos II y como la que había imperado durante el dominio de la Casa de Austria. Que el archiduque pertenecie­ se a esta familia tuvo que actuar como cataliza­ dor de simpatías, todo lo contrario que en el caso de Felipe V, por ser Borbón. Esas reticen­ cias iniciales encontraron eco en 1705 y recibie­ ron un impulso decisivo en 1707. La lucha de Ca­ taluña a partir de esta última fecha se debió a que con Carlos III como rey de España sus fue­ ros parecían a salvo, y con Felipe V ya no. Es difícil establecer si el Borbón tenía en mente una reforma del Estado en dirección centralizadora desde los comienzos del reinado. Sus primeras actuaciones parecen indicar lo contrario y el res­ peto a las peculiaridades de Navarra y del País Vasco vienen a reforzar esta impresión. Sin em­ bargo, la rebelión de la Corona de Aragón en

Un nuevo Estado

fL,

L

L os p ro c e d im ie n ­ to s p a ra elim inar las p eculiaridades to ra le s c a ta la n a s, p o r tr a u m á tic o s , no fueron idóneos y el esp len d o r imi­ ta d o d e la c o rte b o rb ó n ic a ( iz ­ quierda) no pudo e v ita r el r e s e n ti­ m iento prolongado h acia la Adm inis­ tr a c ió n c e n tra l, s e n tim ie n to co m ­ p ren sib le y qu e la restitu ció n pau lati­ na de lo a rre b a ta ­ do a C a talu ñ a ha id o b o r r a n d o en los d o s últim os si­ glos.

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Un nuevo Estado Ccrvera (Lérida), por su lealtad a la Casa de Borbón, recib ió un trato excep cional con respecto al dado a los territorios de la C o ro n a de A ra ­ gón; vio potencia­ da su universidad, regentada por los jesuítas.

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1705, que a punto estuvo de costarle el trono, modificó su actitud con respecto a la que había tenido, hasta aquel momento, con aragoneses, valencianos y catalanes. La Nueva Planta supu­ so un proceso de implantación gubernativa, le­ gislativa y judicial que creó las bases de un Es­ tado fuertemente centralizado bajo las directri­ ces de una monarquía absoluta que se consoli­ dó a lo largo del siglo XVIII y entró en el siglo X IX , en el que el Romanticismo y el auge de los movimientos nacionalistas generaron las bases de la dicotomía centralismo-nacionalismo. De esta forma, Felipe V será para unos, el mo­ narca que construyó los cimientos de un nuevo

Estado, superador de la dispersión organizativa típica de la España de los Austrias. Para otros, sería el culpable directo de la pérdida de las pe­ culiaridades gubernativas y legislativas de la Co­ rona de Aragón, celosamente defendidas por sus habitantes, así como responsable del inicio de un proceso de castellanización, a la par que el causante de la quiebra del pactismo político como fórmula de actuación de la monarquía en estos reinos. En un sentido u otro, de una forma u otra, con tensiones o sin ellas en función del modelo de Estado, la España surgida de la Guerra de Su­ cesión y de las consecuencias que de ella se de­ rivaron constituye uno de los puntos de arran­ que básicos para entender el presente que nos ha tocado vivir.

Un nuevo Estado

La G u erra de Sucesión ap a rece en los p u n to s de e s te m apa d e n tro de un co n flicto eu ro p eo de dim ensiones y c o n se c u e n c ia s in­ te rn a cio n a le s que c o n d ic io n a ro n la h isto ria del Viejo C o n tin en te d u ran ­ te el siglo xvm. Victoria O aliada

3r ^

Victoria borbónica

•fr Batalla indecisa

GRAN BRETAÑA

P e rd id a s dol I m p e r io H isp á n ic o

SACRO IMPERIO ROMANO GERMANICO

.

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REINO

FRANCIA

Cerdeña

MAR

MEDITERRANEO

Datos para una historia El conflicto nacional

El conflicto internacional

1700

Muerte de Carlos II el Hechizado. De acuerdo con lo dispuesto en su testamen­ to. el duque de Anjou es designado rey. Con él comienza la Casa Borbón en Es paña.

En las cancillerías europeas preocupaba la decisión que podía tomar el último de los Austrias españoles. La importancia y com plejidad del asunto implicaba a todo el Oc cidente europeo.

1701

Felipe V (duque de Anjou) entra en Espa­ ña. Su abuelo, Luis XIV, no despejó las in­ cógnitas sobre una posible únión de Espa­ ña y Francia en la persona del joven mo­ narca español. El nuevo rey jura los fueros de Aragón y Ca taluña, y en Barcelona convoca Cortes.

El emperador de Alemania, Leopoldo 1, re­ chaza el testamento de Carlos II y reclama la corona de España para el segundo de sus hijos, el archiduque Carlos. Las tropas imperiales rompen las hostilida­ des al atacar las posesiones españolas en el norte de Italia. Inglaterra y las Provincias Unidas, inquietas por el curso que toman los acontecimien­ tos, se alian con los imperiales: Gran Alian­ za de La Haya.

1702

Felipe V marcha a Italia. La joven reina, Luí sa Gabriela de Saboya, queda al frente del Estado. La flota angloholandesa ataca la bahía de Cádiz, siendo rechazada. Esta misma flota ataca en Vigo a los galeo­ nes de Indias que habían arribado a este puerto.

En Luzzara (Italia) las tropas borbónicas vencen a los imperiales. En Inglaterra mue­ re Guillermo III y le sucede la reina Ana Estuardo. Las tropas angloholandesas atacan los Países Bajos españoles.

1703

Felipe V regresa a Madrid. El ambiente en la Península es tenso entre los partidarios del rey y los que conspiran para el archidu que Carlos.

Portugal se une a los aliados. Por el trata­ do de Methuen, Pedro II se compromete a apoyar la causa del pretendiente austríaco. Los aliados cuentan así con una base de operaciones en la península Ibérica.

1704

Intento de la flota aliada de sublevar en fa­ vor del archiduque Carlos de Austria el Principado de Cataluña. Los ingleses se apoderan de Gibraltar. Se inicia el asedio español a la plaza.

El ejército de Felipe V cruza la frontera por­ tuguesa y ocupa, sin resultados prácticos, algunas plazas lusitanas. Batalla de Marbella entre las flotas france­ sa y angloholandesa.

1705

Sublevación de Valencia y Cataluña apoya das por la flota aliada. Proclamación del ar­ chiduque Carlos como Carlos III. Se des­ barata una conspiración austracista en Gra­ nada.

Muerte de Leopoldo I; le sucede en el títu­ lo imperial su hijo José. En Portugal muere Pedro II y le sucede Juan V, que intensifica la participación lusitana en la lucha.

1706

Doble ofensiva de los aliados desde Aragón Año de graves derrotas francesas: en Tuy Portugal sobre Castilla. En Zaragoza se rín a manos del príncipe Eugenio de Sabo­ proclama rey al archiduque. Las tropas alia­ ya y en Ramillies a manos de Marlborough. das entran en Madrid. La administración borbónica se traslada a Burgos.

Año

90

Año

El conflicto nacional

El conflicto internacional

1707

Castilla se mantiene leal a Felipe V. El 25 Una conspiración subleva la isla de Cerdede abril, en los campos de Almansa, el ejér­ ña contra Felipe V. El ejército imperial se cito hispanofrancés vence a los aliados. Los apodera de Nápoles. borbónicos invaden Valencia. El 29 de ju­ nio se publican los Decretos de Nueva Planta.

1708

Los ingleses se apoderan de Menorca.

1709

En la península Ibérica la grave crisis de Luis XIV, ante la crisis que atraviesa Fran­ subsistencia hace que las cuestiones milita­ cia, intenta firmar la paz con los aliados. El res pasen a un segundo plano. Papa reconoce al archiduque Carlos como rey. Derrota francesa en Malplaquet, que cuesta 20.000 bajas a los aliados.

1710

Año crucial para el desarrollo de la guerra. La ofensiva borbónica sobre Aragón se sal­ dó con las derrotas de Almenara y Zarago­ za. En septiembre los aliados entran por se­ gunda vez en Madrid. Victoria de las tro­ pas de Felipe V en Brihuega y Villaviciosa.

1711

La resistencia catalana a Felipe V pasa a Muere el emperador José I; el archiduque primer plano. En septiembre el archiduque Carlos es nombrado emperador de Ale­ abandona Barcelona. mania.

1712

Los ingleses abandonan Cataluña y se con Importante victoria francesa en Denain. Se centran en Menorca. inician los preliminares de Utrecht. Se firma la paz de Utrecht, por la cual se reconoce a Felipe V de Borbón rey de Es­ paña y se ceden Gibraltar y Menorca a Gran Bretaña.

1713

En cumplimiento de lo estipulado en Por el Tratado de Utrecht, Francia cede a Utrecht, las tropas imperiales abandonar Inglaterra la Bahía de Hudson, Nueva Es­ Cataluña. cocia y Terranova.

1714

Fin de la resistencia catalana. Las tropas borbónicas entran en Barcelona. Muere la reina Luisa Gabriela de Saboya Nuevo matrimonio del rey Felipe V con Isa bel de Farnesio.

Derrotas francesas en Lille y Audenarde. Grave situación en Francia.

En Inglaterra los lories (conservadores) su­ ben al poder, iniciando una política más proclive a la paz que la llevada hasta enton­ ces por los wighs (progresistas).

Muere la reina Ana. Comienza en Inglate­ rra la Casa de Hannover con Jorge 1. Franceses e imperiales firman la paz de Rastatt, por la cual Austria recibía los Pal ses Bajos y los territorios españoles de Ita­ lia, excepto Sicilia, que pasó a Saboya. Francia se quedaba con Álsacia y Estras­ burgo.

Glosario alojamiento

corregidor

Hospedaje que se daba a las tropas en las po­ blaciones por donde transitaban o en las que se instalaban temporalmente entre campaña y campaña, antes de que hubiese acuartelamien­ tos destinados a este fin. Fueron fuente perma­ nente de conflictos.

En la Corona de Castilla los corregidores eran los representantes del poder real en los muni­ cipios, cuyo gobierno presidían. Con la promul gación de los Decretos de Nueua Planta se ins­ titucionalizaron en la Corona de Aragón. crisis de subsistencia

asiento

El «asiento» o «derecho de asiento» fue una fa­ cultad concedida a Inglaterra en la Paz de Utrecht para introducir y vender como escla­ vos a gentes de raza negra en los dominios his­ pánicos de América. El comercio de esclavos constituyó una de las actividades comerciales más lucrativas del Nuevo Mundo. austracistas

Durante la Guerra de Sucesión española reci­ bieron este nombre los partidarios del archidu­ que Carlos de Austria.

despacho

La expresión despacho equivale a ministerio. El secretario del despacho era el ministro, con el que el rey trataba las cuestiones pertenecien­ tes al ramo de que estaba encargado. fueros

Nombre que se dio a los partidarios de Felipe V durante la Guerra de Sucesión. También se les denominó felipistas.

Bajo la denominación de fueros, en el caso que nos ocupa, se acoge el conjunto de leyes y pri­ vilegios que existían en la Corona de Aragón y marcaban la diferencia de gobierno con Casti­ lla Fueron abolidos por los Decretos de Nue va Planta.

cabildo

grandes

borbónicos

Genéricamente la palabra cabildo significa reu nión. En el caso de los ayuntamientos es el nombre que se da al conjunto de individuos que rigen el municipio o a las sesiones celebradas por los mismos. cisma

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Períodos de dificultad y escasez que surgieron en las sociedades preindustriales como conse­ cuencia de la falta de alimentos, fundamental­ mente los cereales. Sus consecuencias eran el hambre, la miseria y la muerte.

Bajo esta denominación se englobaba a la élite de la alta nobleza castellana. Su número esta­ ba reducido a unas cuantas docenas de fami­ lias, cuyos privilegios eran cuantiosos y su arro­ gancia proverbial. intendente

División o separación entre los miembros de una comunidad. Las relaciones de Felipe V con el papa Clemente XI situaron a la España bor­ bónica al borde de la ruptura con la Santa Sede.

Cargo de gobierno en la administración trance sa, introducido en España por Felipe V. Su mi­ sión era representar a la Administración central en las diferentes provincias y reinos de la mo­ narquía.

conseller en cap

interdicto

Repesentante del poder municipal barcelonés. Su elección la efectuaba el Consejo del Ciento —Concell del Cent—. El conseller en cap era el primero de los consellers; Rafael de Casanova ostentaba este cargo en 1714 y fue uno de los pilares de la resistencia de Barcelona a las tropas de Felipe V.

Censura eclesiástica por la cual se prohíbe a de­ terminadas personas o en determinados luga­ res el uso de los oficios divinos, la administra­ ción y recepción de algunos sacramentos y la sepultura eclesiástica. Las malas relaciones de Felipe V con Roma, a partir de 1707, situaron a sus reinos al borde de la censura eclesiástica.

leva Se denomina asi al alistamiento de un contin­ gente de hombres, cuantificado de antemano, para cubrir alguna necesidad militar. migueletes Con este nombre se conocía en Cataluña a los cuerpos improvisados de soldados voluntarios. Durante la Guerra de Sucesión se organizaron para defender la causa del archiduque Carlos de Austria. navio de permiso Privilegio concedido a Inglaterra por la monar­ quía española, al firmarse la Paz de Utrecht, en virtud del cual podía enviar anualmente un bar­ co cargado de mercaderías a las colonias espa­ ñolas de América, cambiándolas, por oro u otros productos. Esta concesión no sólo rom­ pió de forma legal el derecho de monopolio co­ mercial del que gozaba Castilla hasta aquel rao mentó, sino que fue fuente de todo tipo de abu­ sos. Nueva Planta Conjunto de decretos promulgados por la ad­ ministración borbónica a partir de 1707 para in­ troducir las leyes y formas de gobierno caste­ llanas en los países de la Corona de Aragón. pares Era el grupo más encumbrado de la nobleza francesa. Entre ellos y los grandes de Castilla puede establecerse un cierto paralelismo. Sin embargo, cuando a la llegada de Felipe V a Es­ paña se estableció una equiparación oficial en­ tre grandes de Castilla y pares de Francia, los primeros se sintieron agraviados y protestaron ruidosamente.

regalismo Teoría, de inspiración francesa, en virtud de la cual el poder temporal no estaba sometido al espiritual en cuestiones materiales. A la vez de­ fendía un concepto de la Iglesia más nacional y menos dependiente de Roma. regidor Con este nombre se conocía a los integrantes de los concejos municipales castellanos. Con el paso del tiempo este cargo fue acaparado por las oligarquías locales, e incluso llegó a conver­ tirse en hereditario. regimientos Eran las unidades reglamentarias en que esta­ ba organizado el ejército francés. Fueron intro­ ducidos en la estructura militar española con la reforma de 1704, en plena Guerra de Sucesión. San Quintín Batalla sostenida en la ciudad francesa de este nombre, en 1558, donde las tropas de Felipe II de España vencieron a las de Enrique II de Fran­ cia, que se vio obligado a firmar la paz de Cateau-Cambresis (1559). tercio Unidad clásica en la organización militar de la infantería española. Su estructuración se llevó a cabo durante el reinado de los Reyes Católi­ cos, bajo la dirección de Gonzalo Fernández de Córdoba, el Gran Capitán. En la época de los Austrias constituyeron la columna vertebral del ejército hispano. tories Partido político inglés, rival de los whigs, de ideología conservadora frente a un talante más liberal de sus adversarios. En la época que nos ocupa llegaron al poder en 1710 y propugnaron la paz en el conflicto sucesorio hispánico.

Pavía Batalla librada en esta ciudad italiana, en 1525, donde las tropas de Carlos I de España vencie­ ron a las de Francisco I de Francia, que fue he­ cho prisionero.

Unión de Armas Proyecto político-militar elaborado por el con­ de-duque de Olivares en 1624 para vincular la Corona de Aragón a la política exterior de la monarquía, asumida en exclusiva hasta enton­ ces por Castilla.

Provincias Unidas Denominación que se le dio a la actual Holan­ da en sus inicios como país. Fue la época en que se enfrentó al poder de los monarcas es­ pañoles en una larga lucha (1568-1648), hasta conseguir su independencia legal en la paz de Westfalia (1648).

utensilios Conjunto de mantenimientos —básicamente lumbre, sal, aceite y vinagre—, además de la cama, que los patrones estaban obligados a su­ ministrar a los soldados que tenían que alojar en sus casas. Muchas veces se sustituían por una cantidad en metálico.

Indice alfabético Abrantes, duque de, 60 absolutismo, 38, 80, 86, 88 Aguilar, conde de, 20 Alcarria, La, 69 Alemania, 60 Alicante, 65 Almansa, batalla de, 41, 43, 52, 53, 58, 69, 80, 84 Almenara, batalla de, 66, 68, 71 Amelat, 21 Aniénca, 63, 76, 77 Ana de Austria, reina de Francia, 18 Ana Estuardo, 33 Anales de la Corona de Ara­ gón, 25 Andalucía, 14, 27, 28, 29, 45, 63 Aquisgrán, Paz de, 17 Aragón, Corona de, 7,11, 18, 34,35,39,40,41,43,46,48, 51.53.57.61.66.67.69.71, 72,80,81,82,83,84,85,86, 87,89 Arcos, duque de, 27 Asedio de Aire-Sur-le-Lys, 11 Atlántico, 55 Aubsburgo, Casa de, 61 Audenarde, batalla de, 59, 65 Audiencia, 83, 85 austracistas, 71 Austria, 22, 23, 24, 60 Austria, Casa de, 16, 42, 60, 61,87 Austrias, 7, 9, 11, 16, 17, 56, 83, 86, 89 auto de fe, 27

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Baltasar Carlos, príncipe, 4 Báltico, mar, 55 Barcelona, 15, 18, 25, 32, 42, 43.44.46.48.51.64.67.71, 72, 73, 75, 80, 81, 84 Barroco, 8 Bay, marqués del, 66 Béjar, duque de, 38 Berwick, duque de, 52, 58 Bilbao, 6, 7 Borbón, Casa de, 4,17,19,20, 21,22,23,24,47,55,56,57

borbónicos, 29, 52, 53 Brihuega, batalla de, 59, 68, 69, 70, 71 Brunswick, Isabel Cristina de, 72 Buenos Aires, 63 Burdeos, 6, 7 Burgos, 51, 67 burguesía, 40, 41, 82

Cortes, 25, 43, 80, 83 Corzana, conde de la, 39

cabildos, 25 Cádiz, 15, 27, 28, 29, 30 capitulación, 32 Cardona, 46, 73 Carlos I de España, 61 Carlos II de España, 4, 6, 9, 13,16,17,18,19,23,24,27, 56, 60, 61, 80 Carlos III (Carlos de Austria), 39,40,41,43,46,48,67,87 Carlos de Austria, archi­ duque, 7, 22, 23, 27, 29, 32,34,35.49,51,53,59,60, 61.62.64.66.67.72.75.79, 87 Carreño de Miranda, 17 Casanova, Rafael. 73, 75 Castilla, 66, 71, 79, 81, 86 Castilla, Corona de, 7, 9, 11, 34,35,39,40,43,45,49,63, 68, 69, 86 Castillo de Peñabermeja, 69 Cataluña, 14, 16, 27, 32, 41, 43.49.51.59.72.78.79.80, 82, 83, 84, 86, 87 Cataluña, Principado de, 12, 72, 79, 80, 86 Cerdeña, 78 Cervera, 72, 84, 88 Cifuentes, 71 Clemente XI, 59 clero parroquial, 36 Colkert, 25 Compañía de Jesús, 35 Consejo de Indias, 30 Consejo de Regencia, 25, 28 consejos comunales, 84 Consell de Cent, 84 Córdoba, 29 Corpus de Sangre, El, 42 corregidores, 83

Enrique IV de Francia, 17 Enrlquez de Cabrera, Juan Tomás, 27 Escorial, El, 10, 13 España, 22,23,24,25,33,50, 54,57,58,59,60,61,64,65, 69,73,75,76,77,79,81,86, 89 Estruch, Antoni, 42 Estuardo, 77 Eugenio de Saboya, 59 Extremadura, 14, 63

Darmstadt, principe de, 32 Decretos de Nueva Planta, 43, 58, 80, 85, 88 Denain, batalla de, 59, 62, 70 Denia, 65 Dunquerque, 77

Familia de Felipa V, La, 85 Felipe II de España, 13 Felipe III de España, 18 Felipa IV de España, 4, 16, 18 Felipa V de España, 4, 7, 9, 13,19,20,21,22,24,25,29, 32,34,35,36,38,39,40,41, 43,46,49,50,51,52,53,58, 59,61,63,64,65-72,75,78, 79, 80, 84, 85, 87, 88 Felipe de Anjou, 4, 7, 17, 24, 56. Véase Felipa V de Espa ña Flandes, 23 Francia, 9, 12, 13, 17, 18, 19, 20,22,23,24,50,54,56,57, 58, 62, 64, 65, 72, 75-78 Fuente, conde de, 39 fueros, 25, 53, 80-87 Galicia, 14, 15, 63 Gallowoy, lord, 52 Generalitat, 43 Gerona, 72 Gibraltar, 14, 32, 33, 74, 76, 77 Gran Alianza, 22, 23, 56, 61 grandes, 27

Guadalquivir, 29 Guerra de Granada, 44 Guerra de Sucesión, 4, 12, 15,16,19,21,22,24,34,42, 44,45,54,55, 64,72,73,74, 86. 88

Habsburgo, 10 Hannover, 77 Haya, La, 23 herejes, 29, 49, 52 Holanda, 22, 56 Igualada, 72 Imperio Austríaco, 9, 42, 77 Indias, 15, 24, 25, 30, 56, 76 Infantado, duque del, 38 Inglaterra, 22, 24, 52, 55, 56, 72 79 Inquisición, 34 Intendencia, 83, 84 islas Británicas, 42 Italia, 10,22,23-26,42,55, 58. 60, 61 Játiva, 53 jesuitas, 36 José I de Austria, 61, 64, 72 León, 63 Leopoldo I, 7, 60, 61 Lérida, 53 Lilla, 65 Lisboa, 62 Londres, 55 Luis IX, 17 Luis Xin, 18 Luis XIV, 4, 7, 17, 18, 19, 21, 22,23,27,50,56,58,59,62, 64, 65, 68, 86 Luisa Gabriela de Saboya, 21, 22 Macanaz, 82 Madrid, 14, 19, 20, 21, 24-28, 51,53, 60, 61,67 Malmoe, puerto de, 55 Mallorca, 51 Mancha, La, 67 Manresa, 73 Marbella, batalla de, 51

María Teresa, infame, 16, 18 Mataró, 73 Medinaceli, duque de, 20, 38 Mediterráneo, 23, 51, 74 Mehuen, tratado de, 62 Menorca, 33,65,73,74.76.77 Mercader ¡ Riba, Joan, 84 migúeteles, 46 Milán, 23, 78 milicias municipales, 29 Murcia, 52 Navarra, 43, 86, 87 Nimega, Paz, de, 17 Noailles, duque de, 72 Nystadt, Paz de, 55 Olivares, conde-duque de, 12 órdenes regulares, 36 Oropesa, conde de, 38 Orry, 21 pactismo, 86, 88 País Vasco, 86, 87 Países Bajos, 10, 24, 55, 57, 58, 59, 78 Pamplona, 38 pares, 27 Passarowitz, Paz de, 55 patino, 82 Pavia, batalla de, 13 Pirineos, Paz de los, 17, 19 Portugal, 27, 32, 42, 51, 58, 62, 63, 75, 79 «potencias marítimas», 56, 57 prelados, 36 presidios africanos, 14, 45 Provincias Unidas, 75, 77 Ramillies, batalla de, 59 Rastaat, Paz de, 54, 77, 78 regalismo, 36, 49 regimiento, 45 Reyes Católicos, 43 Rin, río, 58, 59 Río de la Plata, 63, 75 Rizzi, Francisco de, 27 Romanticismo, 88 Rosas, 15 Rota, 28, 29, 44 Ryswick, Paz de, 17

Saboya, 61, 78 Sacramento, 79 Salinas, Diego de, 32 San Felipe, marqués de, 15 San Quintín, batalla de, 10,13 Sánchez Coello, 9 Sánchez de Mazo, 24 Santa Sede, 49 Secesión catalana, 43 Sicilia, 78 Snayers, 11 Solsona, 73 Stahremberg, Guido de, 66, 68, 71, 73 Stanhope, 68, 70, 71 Tajo, 51 Talavera de la Reina, 68 Tarragona, 72 Taula de Caví, 48 Tendilla, conde de, 38 tercios, 45 Tirol, 61 Toledo, 67 Tortosa, 53, 65, 84 twodecker, 32 Unión de Armas, 12 Ursinos, princesa de los, 21 Utrecht, Tratados de, 19, 33, 54, 55, 60, 73, 76-79 Valencia, 27, 41, 51, 52, 53, 69, 82, 83, 84 Vauban, 59 Velasco 57 Velasco, Francisco de, 32 Vendóe, duque de, 59, 71, 72 Versalles, 18, 19, 21, 50 Viena, 60, 61, 72 Vigo, 30, 31, 32, 56, 57 Villadarías, marqués de, 28, 32 Villars, mariscal, 59, 70 Villaviciosa, batalla de, 59,68, 69, 71 Vizcaya, 14, 15 Zamora, 14 Zaragoza,24,25,51,67,83,84 Zaragoza, batalla de, 58,68,71

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