Cade OHanlon - Guia Breve de Terapia Breve
May 9, 2017 | Author: slavimurti | Category: N/A
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Terapia Familiar Últimos títulos publicados: 16. J. S. Bergman - Pescando barracadas 17. B. P. Keeney - Estética del cambio 18. S. de Shazer - Pautas de terapia familiar breve 20. V. Papp - El proceso de cambio 2 1 . M. Selvini Palazzoli y otros - Paradoja y contraparadoja 22. B. P. Keeney y O. Silverstein - La voz terapéutica de Olga Silverstein 23. M. Andolfi - Tiempo y mito en la psicoterapia familiar 25. W. H. O'Hanlon - Raices profundas 27. H. C. Fishman - Tratamiento de adolescentes con problemas 28. M. Selvini Palazzoli y otros - Los juegos psicóticos en la familia 29. T. Goodrich y otras - terapia familiar feminista 3ü. L. Onnis - Terapia familiar de los trastornos psicosomáticos 3 1 . A. Ackermans y M. Andolfi - La creación del sistema terapéutico 32. S. de Shazer - Claves para la solución en terapia breve 3 3 . A. M. Sorrentino - Handicap y rehabilitación 34. L Cancrini - La psicoterapia: gramática y sintaxis 35. W. H. O'Hanlon y M. Weiner-Davis - En busca de soluciones 36. C. A. Whitaker y W. M. Bumberry - Danzando con la familia 37. E. S. Pittman III - Momentos decisivos 38. S. Orillo y P. Di Blasio - Niños maltratados 39. J. Haley - Las tácticas de poder de Jesucristo 40. M. Bowen - De la familia al individuo 41. C, Whitakcr - Meditaciones nocturnas de un terapeuta familiar 42. M. M. Berger - Mas allá del doble vinculo 43. M. Walters, B. Carter, P. Papp y O. Silverstein - La red invisible 45. Matteo Selvini - Crónica de una investigación 46. O Rausch Herscovici y L. Bay - Anorexia nerviosa y bulimia 48. S. Rosen - Mi voz irá contigo 49. A. Campanini y E. Luppi - Servicio social y modelo sistémico 50. B. P Keeney- La improvisación en psicoterapia 51. P.. Caillé - Uno más uno son tres 52. J. Carpenter y A. Treacher - Problemas y soluciones en terapia familiar y de pareja 53. M. Zappella - No veo, no oigo, no hablo. El autismo infantil 54. J. Navarro Góngora - 'Técnicas y programas en terapia familiar 55. C. Machines - Sexo, amor y violencia 56. M. Whitc y D. Epston - Medios narrativos para fines terapéuticos 57. W. Robert Beavers y R. B. Hampson - Familias exitosas 58. I. Segal - Soñar la realidad 59. S. Cirillo - El cambio en los contextos no terapéuticos 60. S. Minuchin - La recuperación de la familia 62. J. Navarro Góngora y M. Beyebach - Avances en terapia familiar sistémica 63. B. Cade y W. H. O H a n l o n - Guía breve de terapia breve
Brian Cade William Hudson O'Hanlon
Guía breve de terapia breve
ediciones PAIDOS Barcelona-Buenos Aires-México
SUMARIO
Agradecimientos Prefacio Introducción 1. Enfoques breves/estratégicos de la terapia: una visión general Historia de los primeros tiempos: algunos hitos importantes. . Definiciones Los dos enfoques principales Intervención terapéutica Entrenamiento Conclusión 2. ¿Qué es lo que sucede entre oreja y oreja? La operación básica Los constructos personales Figura/fondo: los efectos de la tendencia del observador . . . . 3. La realidad de la «realidad» (o la «realidad» de la realidad): «¿qué es lo que está ocurriendo realmente?» 4. ¿Cómo comprendemos las emociones? 5. Negociando el problema 6. Neutralidad y poder, sugerencias, tareas y persuasiones . . . Influencia y pericia La neutralidad Sugerencias, tareas y persuasiones 7. Menos de lo mismo Libertad, ¿para quién? 8. Excepciones, soluciones y enfoques al futuro Excepciones La pregunta del milagro Ubicación en una escala Enfocando al futuro
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9. Intervenciones de enmarcado: modificando la visión del problema 10. Intervención en la pauta: modificando la acción del problema Intervención en la pauta 11. El uso de la analogía Sobre la analogía Anécdotas, parábolas y relatos Utilizando las aptitudes naturales del cuerpo La metáfora mediante la acción Tareas metafóricas «He conocido una familia que...» 12. Las intervenciones paradójicas La paradoja reconsiderada: empatia, no trampa 13. Exceso y defecto de responsabilidad: las dos caras de la moneda Tres niveles de responsabilidad Experiencias formativas El continuum responsabilidad-irresponsabilidad Sistemas de constructos personales «El que compra un perro no sigue ladrando» Conclusión Una historia final
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Epílogo Bibliografía Indice de nombres Indice analítico
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AGRADECIMIENTOS
Nos gustaría reconocer la ayuda de nuestro amigo y colega Michael Durrant, por sus valiosos consejos, su apoyo, su constante exhortación a que no abandonáramos, sus frecuentes y gratas invitaciones a tomar un vaso de vino (ofrecido a Brian, no a Bill, que vivía demasiado lejos) y, finalmente, por su pericia con los ordenadores. También deseamos expresar nuestro agradecimiento a los directores de los periódicos que nos autorizaron a reproducir o adaptar la totalidad o partes de los siguientes artículos: Cade, B. (1982), «Some uses of metaphor», The Australian Journal of Family Tlierapy, 3: 135-140. Cade, B. (1984), «Paradoxal techniques in therapy», Journal of Child Psychology and Psychiatry, 25: 509-516. Cade, B. (1986), «The reality of "reality" (or the "reality" of reality)», The American Journal of Family Therapy, 14: 49-56. Cade, B. (1987), «Brief/strategic approaches to therapy: A commentary», The Australian and New Zealand Journal of Family Therapy, 8: 37-44. Cade, B. (1988), «The art of neglecting children: Passing the responsability back», Family Therapy Case Studies, 3: 27-34. Cade, B. (1989), «Over-responsability and under-responsability: Opposite sides of the coin», A celebration of family therapy-10th anniversary issue of The Journal of Family Therapy, Primavera, 103-121. Cade, B. (1992), «A response by any other...», Journal of Family Therapy, 14: 163-169. Cade, B. (1992), «I am an unashamed expert», Context: A News Magazine of Family Therapy, Verano, 30-31. Cade, B. y Seligman, P. (1981), «Nothing is good or bad but thinking makes it so», The Association for Child Psychology and Psychiatry: Newsletter, n. 6, Primavera, 4-7.
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PREFACIO F i n a l m e n t e , q u e r e m o s agradecerle su infinita paciencia y comprensión, y su buen humor, que seguramente algunas veces se vio afectado, a Susan Barrows Munro, de la editorial Norton. Y a su nueva ayudante, Margaret Farley, deseamos expresarle nuestra admiración por el rápido desarrollo de sus habilidades para la «compaginación breve».
Los autores se conocieron en Cardiff, Gales, a principios de la déca-. da de 1980. Bill dirigía unas sesiones de trabajo auspiciadas por The Family Institute, en el que estaba empleado Brian. Descubrimos considerables afinidades. Los dos tocábamos la guitarra y habíamos escrito canciones. Otrora ambos habíamos llevado el pelo largo (aunque en el caso de Brian; ya andaba algo escaso de ese bien), además de camisas floreadas y abalorios. Encontramos que nuestras ideas sobre la ten pia breve y el modo en que la practicábamos tenían mucho en común a u n q u e c o n algunas diferencias de énfasis. Coincidíamos en que la influencia de Milton Erickson había sido de suma importancia en el desarrollo de nuestra práctica y de nuestras ideas acerca de la terapia aunque sólo Bill le había conocido personalmente. Muy pronto decidimos colaborar en un libro que resumiría los principales elementos, las ideas, los principios, las actitudes y las técnicas asociadas con la terapia breve. Cada u n o de nosotros había practicado y e n s e ñ a d o este enfoque desde mediados de la década de 1970, y nos p a r e c í a q u e teníamos algo significativo que decir. El libro iba a reflejar t a n t o las semejanzas como las diferencias de nuestro trabajo. Sin embargo, escribirlo nos llevó más tiempo del que habíamos pensado. Esto se debió, en parte, a que no podíamos seguirle el paso a los desarrollos que se producían en nuestro campo (y en nosotros); en buena medida, la causa fue que los dos somos personas ocupadas; también a que estábamos escribiendo demasiadas otras cosas; de pronto, Brian emigró a Australia, y etcétera, etcétera. El proyecto finalmente levantó el vuelo c u a n d o , p o r casualidad, descubrimos que los dos habíamos comprado ordenadores compatibles y programas también compatibles para el procesamiento de textos, y que, además, ambos teníamos fax. Entonces surgió un problema que no habíamos previsto. ¿Qué estábamos h a c i e n d o en terapia, y qué pensábamos acerca de ello? En los días impetuosos de finales de la década del 70 y principios de la del 80,
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nosotros, junto con la mayoría de nuestros colegas breves/estratégicos, trabajábamos con relativa certidumbre. Éramos buenos tácticos, nos basábamos en concepciones claras, centradas en los procesos, acerca del modo en que se mantenían y evolucionaban los problemas; además, disponíamos de energía y entusiasmo ilimitados, y de una verdadera cornucopia de ideas perspicaces para las intervenciones. Ahora somos tácticos con menos certidumbres, menos audaces, menos abrazados a modelos simplistas, y m u c h o menos impresionados por nuestra sagacidad. Nos interesan m u c h o más los recursos de nuestros clientes y procuramos evitar enfoques que, abierta o encubiertamente, los debiliten. Nos interesa m á s el desarrollo de un enfoque cooperativo. No obstante, seguimos siendo un tanto escépticos con respecto al m o d o santurrón con que algunos colegas niegan la validez de la pericia profesional y afirman que es posible y deseable no ejercer ninguna forma de influencia. Nosotros pensamos que es imposible no influir, pero «...hay un modo de estar abiertos para que los clientes influyan en nosotros como terapeutas. Podemos escucharlos a ellos en lugar de escuchar a nuestras teorías. Podemos validar su experiencia y permitirles que nos enseñen lo que da y lo que no da resultado para ellos» (O'Hanlon, 1991, pág. 109). Sin duda, nos habría resultado mucho m á s fácil escribir este libro cuando se nos ocurrió la idea y mientras aún disfrutábamos de un grado considerable de certidumbre acerca de lo que pensábamos y de lo que poníamos en práctica. Pero, con suerte, lo que finalmente hicimos quizá sea más útil.
INTRODUCCIÓN
En las últimas tres décadas, considerablemente influido por la publicación en 1963 de Strategies of Psychotherapy, de Jay Haley, y el trabajo ulterior del Centro de Terapia Breve de Palo Alto (Watzlawick y otros, 1974; Weakland y otros, 1974), se produjo un rápido crecimiento del interés en el desarrollo de enfoques terapéuticos breves/estratégicos. En contraste con la mayoría de los modelos que entonces prevalecían, evolucionó un enfoque más activo, directivo, para el cual la terapia consistía primordialmente en promover el cambio, y ya no el crecimiento, la comprensión o el insight; el terapeuta se volvía mucho más útil como agente generador del cambio. Gran parte del primer ímpetu del desarrollo de este enfoque reflejaba el interés por la innovación y el descubrimiento de mejores técnicas para producir cambios. En los años siguientes, resultó cada vez más claro que la terapia exitosa podía ser mucho más corta que lo que suponían los profesionales que operaban en el marco de principios más tradicionales. Esta perspectiva fascinó a cantidades crecientes de profesionales y equipos en todo el m u n d o , que empezaron a experimentarla. Les atraía el optimismo y el enfoque pragmático, tanto la creatividad como la aportación a una terapia eficaz. Siguió una oleada exponencial de artículos, capítulos y libros; cada vez era mayor la riqueza de ideas y técnicas. Más recientemente, la posibilidad de realizar intervenciones breves pero eficaces se ha popularizado entre diversas fuentes de recursos económicos, compañías de seguros, y los muchos organismos de ayuda que no pueden proporcionar servicios a cantidades crecientes de clientes, dado que sus presupuestos se reducen rápidamente. Pero en los últimos años se está empezando a dirigir u n a m i r a d a m á s sobria y más crítica al enfoque, a las consecuencias de m u c h a s de las técnicas desarrolladas, y a algunos de los supuestos subyacentes que orientaron la práctica de la terapia breve que ésta, alternativamente,
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ha sido a c u s a d a de ignorar o p a s a r p o r alto. S i e m p r e h u b o críticos externos, pero ahora el campo en sí está considerando con mayor detención la dirección de su marcha anterior y el punto al que ahora se encamina. Entre los principales ámbitos de preocupación parecen estar: • el empleo de técnicas encubiertas y manipulativas (por ejemplo, las intervenciones paradójicas), en particular cuando éstas suponen proyectos encubiertos del terapeuta o del equipo y, a veces, diversos grados de engaño deliberado; • el a b u s o implícito o explícito de la posición de poder y control del terapeuta p a r a definir la dirección y el resultado, en partic u l a r c u a n d o éstos q u e d a n fuera de la conciencia del cliente; • el enfoque conductual estrecho y, en g r a n medida, pragmático asumido por esta aproximación, y su aparente desinterés por las variables i n t r a p s í q u i c a s o emocionales de la vida del cliente; • la perspectiva un tanto frivola que parece haberse adoptado en c u a n t o a la i m p o r t a n c i a o existencia de u n a realidad o verdad identificable en los asuntos humanos; • el hecho de que no se encararan con seriedad las variables sociopolíticas que afectan la vida de los clientes, en particular las relacionadas con el género. A lo largo de este libro tocaremos m u c h o s de estos temas, aunque no prometemos resolver todos los dilemas suscitados. No pretendemos negar que, a veces, los terapeutas breves h a n aparecido como profesionales de enfoque estrecho, antagónicos y falaces en su trabajo, en algunos casos impúdicamente. Pero creemos q u e los buenos terapeutas breves siempre h a n prestado mucha atención a las preocupaciones de los clientes (lo cual también supone respetar sus sentimientos), han considerado las restricciones contextuales m á s amplias, y han valorado y respetado los propios recursos del cliente. También creemos que el campo ha evolucionado significativamente desde aquellos días impetuosos y ofuscados de principios de la década de 1970, cuando los escritos omitían mencionar estos factores. Estamos de acuerdo con Steve de Shazer, quien, al ser interrogado acerca de la reputación manipulativa/no ética que los terapeutas breves se habían ganado, respondió:
INTRODUCCIÓN
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Hemos descubierto que no hay ninguna necesidad de inventar esas trampas, esos recursos engañosos que algunos de nosotros solíamos utilizar en el pasado. Nuestras técnicas preferidas son ahora francas y correctas, y estamos utilizando el material que nos proporciona la familia. De hecho, retrospectivamente, supongo que todas aquellas técnicas provenían de las familias con las que trabajábamos. Pienso que las preocupaciones que tienen algunas personas surgen del modo en que nosotros, los autores, escribimos sobre lo que estábamos haciendo, y quizá escribíamos de un modo que no lo reivindicaba. Si lo hubiéramos escrito de otra manera, podríamos haber dicho: «¡Dios mío, vaya si son astutos estos clientes!» (Cade, 1985b, pág. 97). Nosotros ya no utilizamos el paradigma sistémico como nuestro modelo p r i n c i p a l . El único que p u e d e a c t u a r y r e a c c i o n a r ante las circunstancias es el individuo. Preferimos el término interaccioval a la palabra sistémico, en cuanto el primero lleva a considerar procesos repetitivos y potencialmente observables, en los cuales las personas reaccionan secuencial y recíprocamente. La palabra «sistémico» puede ser demasiado estática y carente de especificidad, además de prestarse a la reificación. Por razones tanto pragmáticas como estéticas, también nos hemos guiado p o r el principio de economía de Occam. El hermano Guillermo de Occam, un filósofo inglés del siglo XIV, sostenía que para explicar cualquier fenómeno había que partir de la m e n o r cantidad posible de supuestos. Basándose en la idea de que «es vano hacer con más lo que puede lograrse con menos», diseccionó como con u n a navaja todos los marcos de referencia. Como dijo más tarde Bertrand Russell, «...si en una ciencia todo puede interpretarse sin suponer ésta o aquella entidad hipotética, no hay ninguna base para suponerla» (Russell, 1979, pág. 462). Tras u n a visión histórica general, nuestro plan es llevar al lector a un recorrido razonablemente amplio por los diversos aspectos de este c a m p o tal c o m o lo vemos en la actualidad. (Al principio, Bill quería que el libro se titulara «Una guía de la terapia breve para turistas que hacen a u t o - s t o p » , pero finalmente prevaleció la reserva británica de Brian.) Por cierto, no será un recorrido exhaustivo ni, esperamos, agotador. Evitamos plantear las cosas como si fueran recetas de cocina, aunque algunas secciones tengan ese aspecto. Tratamos de no escribir un m a n u a l t o t a l m e n t e teórico, a u n q u e i n t e r c a l a m o s alguna teoría. E s p e r a m o s que este libro refleje la tendencia actual a un enfoque
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que, de m a n e r a m a r c a d a y transparente, sea m á s cooperativo y respetuoso. También esperamos haber logrado c o m u n i c a r nuestro entusiasmo continuo y nuestro compromiso con el potencial de los enfoques breves, aunque reduciendo al mínimo o evitando p o r completo el celo fundamentalista que quizá se habría deslizado si hubiéramos escrito el libro cuando lo planeamos inicialmente. Deseamos dejar en claro desde el principio que la «terapia breve» de la que hablamos deriva de la tradición de la terapia familiar y de la obra de Milton Erickson. Hay otra rama de la «terapia breve», procedente de Freud y de la tradición psicodinámica, que es, p o r lo general, considerablemente m á s prolongada que la que describimos aquí. Lo advertimos para que el lector tenga la seguridad de haber dado con el libro correcto, a la m a n e r a de las azafatas, que anuncian el destino del vuelo antes de cerrar las puertas del avión. Si no es éste el tipo de terapia breve al que el lector quiere llegar, ahora tiene la oportunidad de bajarse rápidamente del avión.
1. ENFOQUES BREVES/ESTRATÉGICOS DE LA TERAPIA: UNA VISIÓN GENERAL
Si se me pidiera que explicara brevemente la psicoterapia estratégica... respondería: «Los pacientes intentan dominar sus problemas con una estrategia que el terapeuta cambia, porque no es eficaz. Todo lo demás es comentario». RABKIN(1977, pág. 5)
Milton H. Erickson, doctor en medicina, fue el primer terapeuta estratégico. Se le podría incluso considerar el primer terapeuta, puesto que fue el primer clínico importante que se concentró en la manera de cambiar a las personas. HALEY (1985, pág. vii)
HISTORIA DE LOS PRIMEROS TIEMPOS: ALGUNOS HITOS IMPORTANTES
La influencia de Milton Erickson sobre el desarrollo de los enfoques breves/estratégicos ha sido enorme. Sus actitudes y su genio inventivo ejercieron u n a influencia considerable durante el desarrollo temprano de los enfoques de la comunicación, centrados inicialmente en el proyecto de investigación de Gregory Bateson. Éste empezó en 1952 con un e s t u d i o de las paradojas de la a b s t r a c c i ó n en la c o m u n i c a ción, p a r a lo cual utilizó la teoría de los tipos lógicos (Whitehead y Russell, 1910-1913). Bateson colaboró en este proyecto j u n t o con John Weakland, Jay Haley y William Fry, Jr. Otras importantes influencias tempranas fueron las de la obra de Norbert Weiner sobre cibernética (la ciencia de la comunicación, a ú n en desarrollo, y el control de los sistemas) (Weiner, 1948), y el trabajo de Shannon y Weaver, que desarrollaba u n a matemática del intercambio y el flujo de la información (1949). Al m i s m o tiempo, Don Jackson, un psiquiatra, estaba elaborando sus ideas acerca de la homeostasis familiar (1975). E m p e z ó a traba-
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j a r en estrecha colaboración con el grupo de investigación de Bateson y más tarde se incorporó a él. «En la investigación se utilizaron diversos tipos de datos: hipnosis, ventriloquia, entrenamiento animal, películas populares, la naturaleza del fuego, el humor, la esquizofrenia, la comunicación neurótica, la psicoterapia, los sistemas familiares y la terapia familiar» (Haley, 1963, pág. ix). A lo largo de los diez años que duró este proyecto, sus miembros consultaron a m e n u d o a Milton Erickson para examinar aspectos de la hipnosis y la terapia, y también en busca de supervisión en sus propios casos. Recientemente se h a n publicado las transcripciones de muchas de esas consultas en tres volúmenes compilados por Jay Haley (1985). En 1956 apareció el trabajo clásico y seminal titulado Toward a Theory of Schizophrenia, en el que se elaboraba la etiología de la esquizofrenia sobre la base de la teoría del doble vínculo (Bateson y otros, 1956). Don Jackson fundó en 1958 el Mental Research Institute (MRI) en Palo Alto, California, y se le unieron John Weakland, Jay Haley, Jules Riskin, Virginia Satir y Paul Watzlawick. George Greenberg ha escrito un excelente homenaje a la influencia y las ideas de Don Jackson (Greenberg, 1977). En 1963, Haley publicó su brillante obra Strategies of Psychoterapy, que destacaba la naturaleza paradójica de toda terapia y también demostraba la influencia de Milton Erickson en su pensamiento. En 1966, Richard Fisch iniciaba en el MRI el proyecto de terapia breve que iba a tener un profundo efecto sobre el desarrollo de los enfoques breves/estratégicos. Dos obras importantes vieron la luz en 1967: el trabajo de Haley titulado Toward a Theory of Pathological Systems, que trataba sobre la influencia de las coaliciones transgeneracionales (el triángulo perverso) en el desarrollo de la patología (Haley, 1967a), y el libro Pragmatics of Human Communication: A Study of Interactional Patterns, Pathologies, and Paradoxes (Watzlawick, Beavin y Jackson, 1967). En 1967, Haley pasó a la Philadelphia Child Guidance Clinic, donde se unió a Salvador Minuchin y Braulio Montalvo, interesándose cada vez más por la estructura y la jerarquía. En 1973 se publicó Uncommon Therapy: The Psychiatric Techniques of Milton H. Erickson; allí Haley introdujo la expresión «terapia estratégica» y elaboró sus ideas sobre el enfoque ericksoniano de los problemas que aparecían en las diver-
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sas etapas del ciclo vital de la familia. Como observa Lynn Hoffman, este libro representa la culminación de la preocupación inicial de Haley por el proceso. Dice esta autora: «Al escribir sobre la terapia estratégica, Haley se atiene principalmente al lenguaje de los procesos. Tras su decisión de unirse a Minuchin en Filadelfia... comenzó a restar importancia al empleo de las técnicas hipnóticas y las directivas paradójicas (aunque sin dejar de atribuirles importancia), para concentrarse en un modelo más organizacional de la terapia» (Hoffman, 1981, pág. 280). El paso de Haley del interés en los procesos al interés en la forma resulta muy claro en sus obras ulteriores, Problem Solving Therapy (1976) y Leaving Home: The Therapy of Disturbed Young People (1980b). En 1971, Mara Selvini Palazzoli, Luigi Boscolo, Gianfranco Cecchin y Giuliana Prata empezaron a trabajar juntos en Milán y en 1974 publicaron un artículo, The Treatment of Children Through the Brief Therapy o Their Parents. Aunque algunos autores presentaban su enfoque como breve/estratégico (Stanton, 1981), Hoffman ha observado que «los asociados de Milán, a u n q u e influidos por el grupo de Palo Alto, evolucionaron en u n a dirección totalmente diferente, c r e a n d o u n a forma singular y lo bastante distinta como para que se la p u e d a considerar una escuela por derecho propio» (Hoffman, 1981, pág. 285). Estamos de acuerdo con la observación de esta obra, y no incluimos a los asociados de Milán en el campo de los enfoques «breves/estratégicos», si bien reconocemos la brillantez táctica de su trabajo y la influencia que su m o d o de pensar, su preocupación por el contexto, el estilo de sus intervenciones y su empleo de las intervenciones «paradójicas» sistémicas han ejercido sobre muchos terapeutas breves/estratégicos. En 1974, miembros del proyecto de terapia breve del M R I publicaron dos obras i m p o r t a n t e s : el libro Change: Principles of Problem Formation and Problem Resolution (Watzlawick y otros, 1974) y el artículo «Brief Therapy: Focused Problem Resolution» (Weakland y otros, 1974). Estos trabajos tuvieron un impacto inmediato y espectacular en el campo de la terapia familiar, y contribuyeron de m o d o profundo a la ulterior difusión rápida del interés por los enfoques breves/estratégicos. Este grupo ha continuado perfilando sus ideas sobre la terapia en trabajos posteriores, que se concentraron m u c h o menos en elabor a r la teoría y más en la práctica de la terapia breve centrada en problemas (Fisch y otros, 1982). Otra figura temprana importante es Richard Rabkin, quien demostró su estilo singular en Strategic Psychotherapy: Brief and Symptomatic
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Treatment (1977); allí utiliza como analogía el ajedrez, y divide las etapas del tratamiento en apertura, medio juego y final.
DEFINICIONES
Haley definió la terapia estratégica como sigue: La terapia puede denominarse estratégica si el clínico inicia lo que sucede durante ella y diseña un enfoque particular para cada problema... [El terapeuta] debe identificar los problemas resolubles, establecer metas, diseñar intervenciones para alcanzar esas metas, examinar las respuestas que recibe para corregir su enfoque y, en última instancia, examinar el resultado de su terapia, a fin de ver si ha sido eficaz. El terapeuta debe ser agudamente sensible y receptivo al paciente y a su campo social, pero él mismo tiene que determinar su modo de proceder (Haley, 1973, pág. 17). Richard Rabkin diferencia los enfoques estratégicos respecto de las terapias que «buscan sabiduría e iluminación», definiéndolos como «usualmente breves» e interesados en «cambiar la perspectiva que tienen los pacientes de sus problemas y síntomas» (1977, págs. 6-7). Para describir su enfoque, Weakland y otros prefieren la expresión «terapia breve» a «terapia estratégica» (Weakland y otros, 1974); lo mismo que Peggy P a p p (1983), pero Rabkin considera que esa denominación «no es lo bastante específica» (1977, pág. 7). Típica del terapeuta breve/estratégico es la evitación de una teoría elaborada de la personalidad o la disfunción, sea en el nivel individual, familiar, o del sistema global. Las formulaciones diagnósticas tienden a representar, en cada caso, la visión más simplificada de la evolución y el mantenimiento de los problemas, a fin de permitir el desarrollo de una intervención eficaz. A los terapeutas breves/estratégicos les interesa intervenir del modo más rápido y económico posible; realizan una exploración y una elaboración sostenidas de sus propias conductas ó actitudes que tienden a facilitar al m á x i m o la resolución rápida de los problemas. En los escritos más recientes de Jay Haley y Cloé Madanes, la expresión «terapia estratégica» ha pasado a vincularse m u c h o m á s a las preocupaciones estructurales/jerárquicas/centradas-en-el-poder que aparecen en el trabajo de estos autores. En consecuencia, en los capítulos
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siguientes emplearemos el término «breve», y no «estratégico», para referirnos a los enfoques, primordialmente c e n t r a d o s en los procesos, que constituyen el interés de la mayor parte de este libro. La terapia breve se atiene esencialmente a fenómenos observables, es pragmática y se relaciona con la creencia de que los problemas son producidos y mantenidos: 1. por los constructos a través de los cuales se ven las dificultades (Kelly, 1955), y 2. por las secuencias conductuales repetitivas (personales e interpersonales) que rodean a tales constructos; estas secuencias, del de luego, pueden incluir los constructos y los aportes de los terapeutas.
LOS DOS ENFOQUES PRINCIPALES
Aunque en todos los casos hay acuerdo acerca de la importancia de identificar las secuencias conductuales repetitivas, los enfoques breves/estratégicos pueden dividirse en dos grupos principales, según el modo en que tiende a utilizarse la información: A. Los enfoques (que definiremos como terapias estratégicas) interesados en el modo en que las secuencias repetitivas revelan y reflejan la forma. Por lo general, se considera que los síntomas cumplen u n a función en la familia y aportan información metafórica s o b r e la disfunción jerárquica (Haley, 1976; Madanes, 1981a, 1984; Papp, 1983). Se observan las secuencias para trazar el m a p a de la organización familiar. B. Los enfoques (que definiremos como terapias breves) para los cuales el análisis de las ideas y de las secuencias repetitivas que r o d e a n a los síntomas constituye un nivel de explicación suficiente; se consideran innecesarias las inferencias sobre su propósito, su función, o la estructura familiar (Cade, 1985; de Shazer, 1982, 1985, 1988; Fisch y otros, 1982; OHanlon, 1982; OHanlon y Weiner-Davis, 1989; Weakland y otros, 1974). Las secuencias se observan p a r a identificar pautas de pensamiento y conductas que se autorrefuerzan.
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Los enfoques interesados en la forma y la función El enfoque de Haley, tal como aparece apuntado en Problem Solving Tlierapy (1976), se basa en la creencia de que los síntomas son signos de un sistema en el cual el ordenamiento jerárquico es constantemente ambiguo o bien involucra coaliciones reiteradas que cruzan los límites generacionales u organizacionales. Esa ambigüedad o confusión se cartografía observando los modos repetitivos en que los miembros del sistema se tratan entre sí, particularmente con respecto a la conductaproblema. Por ejemplo, un progenitor podría sentirse exasperado por un hijo, expresar cólera o desesperación y pedir ayuda, pero proteger c o n t i n u a m e n t e al jovencito de los intentos del cónyuge tendentes a imponer disciplina. En otro caso posible, un abuelo actúa constantemente en connivencia con un nieto contra sus padres, o lo protege de ellos, y de tal modo socava los esfuerzos de estos progenitores por alentar o dar vigencia a lo que consideran conductas apropiadas. Al mismo tiempo, ese abuelo o abuela quizá culpe de las conductas perturbadoras del niño a la incompetencia o indiferencia de los padres. Los problemas tienden a ser m á s graves cuando la confusión jerárquica es encubierta y/o desmedida. Desde esta perspectiva, la terapia supone cambiar esas secuencias, de m o d o tal que se corrija la jerarquía y se reduzca la ambigüedad o confusión. Madanes comenta: Se espera que los progenitores estén a cargo de sus hijos, y las coaliciones transgresionales, como la de un progenitor que toma partido por un niño contra el otro progenitor, estén bloqueadas. Hay también una preocupación cautelosa por el lugar del terapeuta..., de modo que él o ella no forme coaliciones inadvertidas con los miembros que ocupan posiciones inferiores en la jerarquía, contra los que están en niveles más altos (Madanes, 1981b, pág. 22). Los síntomas se consideran una comunicación metafórica sobre un p r o b l e m a m á s i m p o r t a n t e , y t a m b i é n u n a solución disfuncional dé ese problema. Se los analiza c o m o contratos entre p e r s o n a s o como tácticas en las luchas de poder. Dice Madanes: En el caso de un hombre deprimido que no hace su trabajo, se supondría que éste es el modo en que ese hombre y su esposa (y/o su madre) su padre, sus hijos y otras personas) se comunican acerca de ciertas cues-
tiones específicas, como la de si la esposa aprecia a su marido y el trabajo que éste desempeña, o si el esposo tiene que hacer lo que quieren la mujer o la madre, etcétera. Es posible que la pareja se vuelva inestable en torno al problema presentado, y que entonces un hijo tenga que desarrollar un síntoma que obligue al padre a participar activamente en su cuidado, en lugar de mantenerse deprimido o incompetente (Madanes, 1981b, pág. 21). De modo que, para este enfoque, los síntomas tienen funciones de protección o estabilización. Papp habla de tener presentes interrogantes como «¿Qué función cumple este síntoma en la estabilización de la familia?», y «¿Cuál es el tema central en torno al que está centrado el problema?». Esta autora habla de cambios en el ciclo vital de la familia que activan «conflictos dormidos, y esos conflictos, en lugar de resolverse, se expresan a través de un síntoma» (Papp, 1983, págs. 18-19). Se considera que el propósito del síntoma es defender a la familia de los cambios o, alternativamente, ayudar a negociarlos, forzando a la familia a reorganizarse.
Los enfoques que se centran en el proceso y los circuitos de feedback El modelo de terapia breve del MRI se basa en la creencia de que los problemas se originan y son mantenidos por el m o d o en que un cliente o las otras personas involucradas perciben y a b o r d a n las dificultades normales de la vida. Las soluciones intentadas, que derivan de un cierto marco de creencias aplicado a la dificultad, quizá no generen ningún cambio o incluso exacerben el problema. Dicho problema se agrava mientras se aplican de modo repetido y creciente soluciones, o aparentes soluciones, del tipo «más de lo mismo», que llevan a «más del mismo» problema, lo cual, a su vez, genera «más de las mismas» soluciones intentadas, y así sucesivamente... (Watzlawick y otros, 1974). Se entiende que lo que mantiene los problemas es la aplicación continuada de esos intentos de solución, «erróneos» o frustrados, que entonces se convierten en el problema en sí. Desde luego, el mismo fenómeno puede producirse en la terapia, cuando «más del mismo» enfoque terapéutico o «más de las mismas» técnicas derivadas de un cierto marco o modelo generan «más del mismo» problema, etcétera, etcétera... Una reacción insuficiente a u n a dificultad, o su negación, p u e d e n tam-
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bién constituir «soluciones intentadas» capaces de perpetuar esa dificultad y convertirla en un problema. La aplicación repetida de soluciones «erróneas» o desafortunadas conlleva así la dificultad en u n a pauta de autorrefuerzo que mantiene el statu quo. Por ejemplo, los miembros de The Brief Therapy Center describen como sigue la pauta común que se desarrolla entre una persona deprimida y sus íntimos: Cuanto más intentan animarlo y hacerle ver los aspectos positivos de la vida, probablemente más se deprimirá el paciente: «Ellos ni siquiera me comprenden». La acción destinada a aliviar la conducta del otro, en parte la agrava; la «cura» es peor que la «enfermedad» original. Lamentablemente, los involucrados, por lo general, no advierten este hecho, e incluso se niegan a creerlo si cualquier otro intenta señalárselo (Weakland y otros, 1974, pág. 149). Un progenitor que trata de controlar a un adolescente lo impulsa a realizar más actos de rebeldía, que provocarán más intentos de control, v así sucesivamente. Un insomne se esfuerza cada vez con más empeño en dormir, fenómeno éste que sólo puede producirse de modo espontáneo; ese esfuerzo frenético por dormir se convierte en la razón misma de que el sueño le resulte tan elusivo. En este enfoque, la cronicidad es vista como persistencia de una dificultad repetidamente mal manejada. No se extraen inferencias sobre disfunciones individuales o familiares subyacentes. Al síntoma no se le atribuye n i n g ú n propósito o función. No se considera que sean necesarios o útiles conceptos tales como los de homeostasis, enfermedad mental o ventaja interpersonal de los síntomas. Fisch y otros comentan: Las personas suelen persistir en acciones que inadvertidamente mantienen los problemas, y a menudo lo hacen con la mejor de las intenciones.. Se atienen con mucho cuidado a mapas mal trazados, lo cual es de esperar en personas comprensiblemente angustiadas en medio de dificultades. La creencia en tales mapas también hace difícil que se vea que no sirven como guías eficaces... (1982, págs. 16-18). En este enfoque, la terapia se centra en las «soluciones intentadas», en detener c incluso invertir el tratamiento usual que ha servido para exacerbar la situación, por m á s lógico que ese tratamiento parezca. El
supuesto de base es que, una vez bloqueado el circuito de realimentación que mantiene el problema, se tiene acceso a u n a mayor gama de conductas. En contraste con la sabiduría convencional, según la cual «si no tienes éxito la primera vez, sigue intentándolo», Fisch y otros recomiendan que, «si no tienes éxito la primera vez, puedes intentarlo una segunda, pero si vuelves a fracasar, intenta algo diferente» (pág. 18). Ellos resumen su enfoque como sigue: Si la formación y el mantenimiento del problema se ven como partes de un círculo vicioso, en el cual la bienintencionada conducta-solución mantiene el problema, entonces alterar esa conducta debe interrumpir el ciclo e iniciar la resolución, es decir, la cesación de la conducta-problema, puesto que ya no es provocada por otras conductas del sistema de interacción (1982, pág. 18). Entonces «menos de lo mismo» puede llevar a «menos de lo mismo», y así sucesivamente.
INTERVENCIÓN TERAPÉUTICA
Aunque los distintos enfoques breves/estratégicos se basan en algunos supuestos diferentes, hay muchos modos de intervención comunes a todos los terapeutas breves. Está implícito en lo que ya hemos dicho que los terapeutas breves se identifican más por el m o d o en que actúan que por sus formulaciones teóricas. Milton Erickson parecía trabajar m á s a p a r t i r de u n a teoría implícita de la intervención que basándose en u n a teoría de la personalidad o de la disfunción claramente articulada. Lankton y Lankton han confeccionado u n a lista de los principios que sustentan el enfoque idiosincrásico de Erickson. Éstos pueden verse como implícitos en el trabajo de la mayoría de los terapeutas breves. 1. Las personas actúan sobre la base de sus mapas internos, y no de su experiencia sensorial. 2. Las personas realizan la mejor elección para ellas en cualquier momento dado. 3. La explicación, la teoría o la metáfora utilizadas para relacionar hechos concernientes a una persona no son la persona.
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Respeta todos los mensajes del cliente. Enseña a elegir; nunca excluyas la elección. Los recursos que el cliente necesita están en su propia historia personal. Encuéntrate con el cliente en su propio modelo del mundo. La persona con la mayor flexibilidad o posibilidad de elección será el elemento que controle el sistema. 9. Una persona no puede no comunicar. 10. Si es trabajo duro, divídelo en partes. 11. Los resultados se determinan en el nivel psicológico (Lankton y Lankton, 1983, pág. 12). El genio de Erickson para construir intervenciones singulares y a menudo brillantes se ha hecho legendario. En nuestra opinión, no menos i m p o r t a n t e era el profundo respeto que tenía por sus pacientes, p o r sus creencias, por su capacidad para cambiar a pesar de sus problemas agudos o crónicos, y la preocupación por proteger su integridad. La terapia apunta hacia todos o algunos de los objetivos siguientes: A. Modificar los marcos de creencias o constructos del cliente (individuo o familia) que se pueden considerar relacionados con el modo en que se perciben, encaran y mantienen las dificultades. B. Modificar las sentencias repetitivas que rodean el problema, derivadas de aquellos marcos. C. Modificar las posiciones y enfoques del terapeuta que se vuelvan partes de un patrón que se autorrefuerza entre el terapeuta y el cliente. D. Modificar la relación del cliente (y quizá del terapeuta) con los sistemas globales de la familia, el vecindario o la profesión.
Las pautas como hábitos El enfoque breve a s u m e el supuesto de que las personas hacen lo mejor que está a su alcance en vista de las situaciones y las restricciones de los constructos (Kelly, 1955) a través de los cuales h a n llegado a ver sus dificultades (véase el capítulo 2). No se supone que los síntomas reflejen hipotéticos problemas subyacentes irresueltos. El enfoq u e no se basa en un m o d e l o de déficit. La opinión de los a u t o r e s es que la mayoría de los problemas están insertados en hábitos de reacción y respuesta, no n e c e s a r i a m e n t e m á s complejos que, p o r ejem-
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plo, el hábito de fumar o de comerse las uñas, a u n q u e sus ramificaciones pueden tener consecuencias de mucho m a y o r alcance. Y así como una persona puede empezar a fumar mucho c o m o respuesta a un período particularmente tenso de su vida, y después le resulte difícil r o m p e r el hábito a u n q u e ese período de tensión haya concluido mucho tiempo antes, del mismo modo, decimos, las reacciones y respuestas emocionales y conductuales habituales que se convierten en partes de los contextos-problema pueden verse como hábitos que sobreviven mucho tiempo a los estímulos originales que los h a n desencadenado. Igual que muchos hábitos, éstos suelen ser difíciles de romper, debido a los ciclos de autorrefuerzo en los que quedan a t r a p a d o s . A nuestro juicio, no es necesario inferir un sustrato más fundamental y profundo de cuestiones irresueltas, motivaciones inconscientes, resistencias, etcétera.
Etapas de la vida Los terapeutas a los que les interesa la forma consideran los síntomas como indicación de que una familia no está pasando de u n a etapa a la siguiente del ciclo vital familiar con éxito. Se supone que la terapia ayuda a las familias a negociar esa transición y a reorganizarse adecuadamente para la etapa siguiente. Pueden ser especialmente difíciles las etapas en las que alguien se suma al sistema o desaparece de él —por ejemplo por nacimiento, divorcio, muerte, y cuando los hijos crecen y empiezan a irse del hogar (Haley, 1973, 1980b). Para los terapeutas a los que les interesa el proceso, esos puntos de transición también son importantes. Fisch y otros comentan: Los problemas comienzan en alguna dificultad ordinaria de la vida, de las que nunca faltan. Esa dificultad puede provenir de un acontecimiento inusual o fortuito. Pero, las más de las veces, es probable que el origen sea una dificultad común asociada con una de las transiciones que se experimentan regularmente en el curso de la vida (1982, pág. 13). El proceso que lleva a ver la situación de determinada m a n e r a , y a manejarla mal inadvertidamente, por medio de la aplicación reiterada de soluciones desafortunadas, puede convertir m u y p r o n t o una dificultad en un problema «cuya dimensión y naturaleza finales quizá tengan poca relación aparente con el obstáculo original» (pág. 14).
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Cambio, ¿en qué?
Ya hemos indicado que todos los enfoques breves/estratégicos, sea que se interesen en el proceso o en la forma, consideran que el cambio surge de la ruptura de las pautas de pensamiento y acción, de la interrupción de las secuencias que se repiten. También interesa directamente el problema presentado, aunque las distintas opiniones sobre lo que ese problema refleja o representa pueden diferir mucho. Como observa Haley, ... al concentrarse en los síntomas, el terapeuta obtiene el mayor poder y la mejor oportunidad para generar cambios. Lo que más le interesa al cliente es el problema presentado: cuando el terapeuta trabaja con esto, puede obtener una gran cooperación... La meta no es proporcionarle a la familia conocimientos sobre su sistema, que funciona mal, sino cambiar las secuencias familiares para que se resuelvan los problemas presentados (1976, pág. 129). Los terapeutas interesados en el proceso centran su atención en las soluciones intentadas, tratando de bloquearlas o invertirlas. Por ejemplo: Un hombre pidió ayuda porque cada vez era más incapaz de mantener la erección. Esto le provocaba un considerable malestar y generaba alguna tensión en sus relaciones con su novia. Hubo una entrevista conjunta y el hombre dijo que necesitaba aprender a controlar mejor la conducta de su pene. Como primer paso hacia el aprendizaje de este control, se le pidió a la joven que esa noche intentara todo lo que pudiera para excitar al novio. A él se le indicó que tratara de impedir que su pene entrara en erección o permaneciera erecto. Fracasó (Cade, 1979, pág. 92). Weakland y otros observan: En general sostenemos que el cambio se puede lograr con más facilidad si su meta es razonablemente pequeña y está claramente enunciada. En cuanto el paciente ha experimentado un cambio pequeño pero definido en la naturaleza aparentemente monolítica del problema que es más real para él, esa experiencia conduce a más cambios autoinducidos en ese ámbito de su vida, y a menudo también en otros. Es decir, se inician círculos benéficos (1974, pág. 150).
Los terapeutas interesados en la forma tienden a planificar su terapia en etapas y a concentrarse directamente en la organización disfuncional de la familia. A menudo, como primer paso en el camino a una organización disfuncional, conducen a la familia a u n a organización disfuncional diferente. Por ejemplo, una pauta que incluye a un progenitor que participa en exceso podría llevar a un p a t r ó n en el cual el otro progenitor, m á s periférico, deba t o m a r todas las decisiones importantes sobre los hijos. Ése sería el paso inicial, antes de que ambos padres pasen a a c t u a r juntos con mayor eficacia. Los encargos asignados a las familias con respecto a este tipo de metas tienden a controlarse con algún vigor en las sesiones ulteriores. Los terapeutas interesados en el proceso, aunque piensan mucho la planificación de las intervenciones, no operan desde u n a posición normativa que fije de antemano una organización obligada y, por lo tanto, tienden a tomar cada sesión tal como viene. Si la familia no cumple con un encargo, el terapeuta tiende a considerar que se trata de un error de cálculo suyo, más bien que de resistencia del cliente (individuo o familia).
Directivas Los enfoques breves/estratégicos son a menudo directivos, en cuanto al cliente o a la familia se le dan ideas o incluso instrucciones sobre cómo comportarse en determinadas situaciones. A veces, las directivas requieren cambios específicos en las conductas, y otras, que los cambios sean evitados o pospuestos. Los terapeutas interesados en el proceso tienden a concentrarse en directivas que se d e b e n llevar a cabo entre sesiones; utilizan la entrevista para reunir información y desarrollar el tipo de rapport necesario para una relación respetuosa y cooperativa. Los terapeutas interesados en la forma también d a n directivas para el tiempo entre sesiones, pero también en las entrevistas se le suele indicar a la familia que haga algo diferente de lo habitual. Por ejemplo, a un progenitor se le pide que controle en ese m i s m o momento a un niño destructivo, mientras el terapeuta bloquea cualquier intento de intromisión del abuelo o la abuela, o de otro de los hijos. La sesión sirve para ensayar los cambios que la familia t e n d r á que realizar en el hogar. E s t a s sesiones a veces se vuelven m u y d r a m á t i c a s . Madanes observa:
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El enfoque supone que toda terapia es directiva y que el terapeuta no puede evitar serlo, puesto que incluso son directivos los temas que escoge comentar y su tono de voz (1981b, pág. 23). Por lo tanto, el terapeuta debe adquirir la habilidad de influir sobre las personas y llevar al m á x i m o la probabilidad de que las directivas sean aceptadas o realizadas. Cade ha observado: Lo típico es que el terapeuta no considere la motivación simplemente como algo que existe en los miembros de la familia [sino como] una función del intercambio entre la familia y el terapeuta. Lo más útil es ver la falta de motivación como una respuesta a la respuesta del terapeuta a la familia (1980b, pág. 95). También es importante considerar cómo hay que responder al modo en que las personas abordan las directivas. ¿Las han seguido, modificado, ignorado u olvidado? ¿Se h a n opuesto a ellas? Para determinar el próximo paso, el terapeuta debe guiarse por ese feedback. Por ejemplo, si las directivas se siguieron tal como se pidió, lo indicado podría ser dar más directivas del mismo tipo; si hubo oposición, lo indicado serían directivas «paradójicas». Si las directivas son olvidadas o ignoradas, el terapeuta debe considerar cuidadosamente su propia posición. A menudo estará más motivado para el cambio que el cliente o la familia, y debe prepararse para adoptar u n a posición subordinada más cauta y respetuosa. También típica de la mayoría de los terapeutas breves/estratégicos es la creencia de que, en cuanto a los significados que es posible atribuir a los hechos, no existe ninguna realidad absoluta, sino sólo constructos (Kelly, 1955) o «mapas mentales» p o r medio de los cuales las personas dan sentido a su experiencia, y que gobiernan sus reacciones, sus respuestas y lo que piensan sobre tales experiencias. Estos terapeutas parten del supuesto de que si se puede cuestionar y modificar una manera de ver el m u n d o , también es posible cambiar el significado y sus consecuencias experienciales y conductuales. Esta creencia ha llevado a atribuir importancia al empleo del reenmarcado y el reetiquetado. Los terapeutas breves/estratégicos también hacen un uso considerable del arte de comunicarse p o r medio de analogías. Para facilitar la terapia se utilizan anécdotas, parábolas, relatos y cuentos humorísti-
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cos. En capítulos ulteriores consideraremos más detalladamente estos aspectos, así como el desarrollo reciente de los enfoques c e n t r a d o s en el futuro o la solución, que se basan en lo que los individuos ya están haciendo y les da resultado (Berg y Miller, 1992; de Shazer, 1985, 1988; de Shazer y otros, 1986; Dolan, 1991; Furman y Ahola, 1992; O'Hanlon y Martin, 1992; O'Hanlon y Weiner-Davis, 1989; Walter y Peller, 1992; White y Epston, 1990).
ENTRENAMIENTO
Los puntales teóricos básicos de las terapias breves/estratégicas son relativamente fáciles de aprender, lo mismo que muchas de las habilidades básicas p a r a la intervención. No obstante, el e m p l e o respetuoso, creativo y eficaz del enfoque resulta extremadamente difícil de adquirir e integra u n a parte m u y importante del resto de la vida del terapeuta. Haley apunta varios criterios para la selección y el e n t r e n a m i e n to. Son los siguientes: 1. Sugiere que, como el enfoque «subraya los problemas del mundo real, lo mejor es escoger estudiantes con e x p e r i e n c i a de ese mundo». Él prefiere estudiantes maduros con hijos, y no personas jóvenes. 2. El estudiante debe t e n e r tanto inteligencia c o m o u n a g a m a amplia de conductas: capacidad para ser «autoritario, a veces juguetón, a veces presumido, a veces severo y serio, a veces desamparado, y así sucesivamente». 3. Se debe evitar el aprendizaje de varios enfoques a la vez. 4. Idealmente, el estudiante debe aprender haciendo terapia y guiado desde el principio p o r un supervisor con experiencia que emplee técnicas de supervisión en vivo. La representación de roles con ensayo de técnicas específicas puede ser útil antes de ponerlas a prueba con un cliente (individuo o familia). 5. El aprendizaje en grupo optimiza las oportunidades de aprendizaje, por el mayor n ú m e r o de casos que se ven, la g a m a de ideas a las que se tiene acceso y el apoyo de los pares. 6. Debe acentuarse más la práctica que la teoría; m á s que discutir la terapia, hay que observar y presentar sesiones de terapia. 7. El entrenamiento debe concentrarse en lo que hay q u e hacer
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con las cuestiones que surgen en el trabajo presente del estudiante. De esta manera, él se sentirá motivado para aprender. 8. El supervisor debe enseñar al estudiante a ser directivo y motivar. (A n u e s t r o juicio, p a r a d ó j i c a m e n t e , t a m b i é n es importante aprender a ser directivo para poder optar por ser no directivo.) 9. La terapia debe orientarse hacia problemas y soluciones más bien que hacia métodos, y hay que escoger casos en los que sea posible brindar oportunidades de aprendizaje sobre los temas específicos en que los estudiantes individuales están encontrando dificultades. 10. Se le debe requerir al estudiante que controle el resultado de su trabajo y aprenda a realizar seguimientos. 11. El contexto del entrenamiento debe respaldar el enfoque y el estilo de la formación, además de contar con el equipamiento técnico apropiado —por ejemplo, espejos falsos, videograbación y/o facilidades para realizarla (Haley, 1976, págs. 179-194).
CONCLUSIÓN
El campo de la terapia breve/estratégica se ha estado expandiendo rápidamente, y las técnicas h a n proliferado de tal modo que es casi imposible hacer justicia a su riqueza y diversidad. Esta visión general ha procurado identificar los principales temas y desarrollos. Los enfoques breves/estratégicos parecen tener u n a aplicabilidad muy amplia. Madanes observa que, «puesto que en la terapia estratégica se diseña un plan terapéutico específico para cada problema, no hay ninguna contraindicación en cuanto a la selección de los pacientes y la adecuabilidad» (Madanes, 1981b, pág. 27). Stanton enumera una vasta gama de desórdenes q u e h a n sido eficazmente tratados con estos enfoques, desde dificultades conductuales directas, delincuencia, problemas matrimoniales, h a s t a trastornos m á s serios, neuróticos y psicóticos (1981, págs. 368-369). Este autor dice que «no es tan probable que los terapeutas estratégicos rechacen tipos particulares de familias-problema, como que eludan situaciones en las que el contexto no permite ejercer más que poca o ninguna influencia» (pág. 369). Stanton sostiene que «los investigadores de la terapia estratégica han sido más activos que los de otros enfoques de la terapia familiar
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en lo que concierne al estudio controlado o comparativo de los resultados» (pág. 369). Ha llamado, sobre todo, la atención acerca del trabajo de Parsons y Alexander, al confrontar un enfoque estratégico con otros tres enfoques del tratamiento de la delincuencia, d e m o s t r a n d o que el primero es notoriamente más eficaz (Parsons y Alexander, 1973). Para poner fin a este capítulo con una nota más cauta, diremos que muchos terapeutas jóvenes, recién formados, se sienten atraídos por la excitación y la promesa de los enfoques breves/estratégicos y por la «brujería» demostrada en talleres o en la literatura. Asimismo, como señala Greenberg, «se supone que, como la terapia es breve, es sencilla de realizar». Greenberg añade: Terapeutas recién llegados a la perspectiva se suelen familiarizar con la literatura e intentan precipitadamente aplicar los principios y técnicas breves, sin la particular información necesaria para la evaluación y el tratamiento. El equipo de novicios también tiende a intentar «intervenciones de libro de cocina», basadas, sobre todo, en las descripciones de la literatura... (Greenberg, 1980, pág. 320). A menudo los principiantes se concentran excesivamente en la técnica, en idear intervenciones «astutas», prestando una atención insuficiente al respeto, la comprensión y la validación. En cierta medida, éste podría ser también el defecto de quienes escriben sobre los enfoques breves/estratégicos (entre ellos nosotros mismos), que a veces han prestado una atención excesiva a las técnicas de intervención, subestimando la importancia de las actitudes y valores básicos, de la prudencia, la integridad y la contención, dando por sentado que el lector ya valoraba de por sí estas cualidades. Los terapeutas breves/estratégicos tampoco h a n sabido describir el trabajo básico, paciente, penoso y a menudo agotador, que suele preceder a las intervenciones «brillantes», ni los m u c h o s casos en los que los cambios significativos son generados por una labor constante y competente, y no por «fuegos de artificio». La sabiduría no se desarrolla de la noche a la m a ñ a n a ni puede aprenderse en un taller, por mejor conducido q u e esté. Se desarrolla a lo largo de años rigurosos de ensayo y error.
2. ¿QUÉ ES LO QUE SUCEDE ENTRE OREJA Y OREJA?
Un universo adquiere ser cuando se divide o fragmenta un espacio. La piel de un organismo vivo separa un exterior de un interior. Lo mismo hace el perímetro de un círculo en un plano. Rastreando el modo en que representamos esa separación, podemos comenzar a reconstruir, con una precisión y un alcance que parecen casi sobrenaturales, las formas básicas que subyacen en nuestra ciencia lingüística, matemática, física y biológica, y también empezar a ver de qué modo las leyes familiares de nuestra propia experiencia se desprenden inexorablemente del acto inicial de separación. SPENCER-BROWN (1979, pág. xxix) ...ninguna de nuestras explicaciones puede ser verdadera... en cierto sentido no hay ninguna verdad final accesible a nosotros, por la sencilla razón de que hemos realizado un corte en el Universo, a fin de realizar el experimento. Tenemos que decidir qué es lo pertinente y qué es lo no pertinente. BRONOWSKI(1978, pág. 69)
...sin sus invenciones, tanto teóricas como instrumentales, el hombre estaría al mismo tiempo desorientado y ciego. No sabría qué mirar o cómo ver. KELLY (1969, pág. 94)
El más profundo de los sentimientos es que tiene que haber algo más. HARRISON (1986, pág. 2)
En los últimos años se ha expresado u n a preocupación creciente p o r q u e los terapeutas breves h a b i t u a l m e n t e demuestran estar poco interesados en lo que sucede entre oreja y oreja. La analogía de la «caja negra» ha sido criticada porque ignora las experiencias vividas p o r el cliente, que constituyen un factor motivante significativo del m o d o en
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que responde a su mundo, y una componente crucial de su sentido continuo del sí mismo (Duncan, 1992). Es cierto que los terapeutas breves están, por lo general, más interesados en los fenómenos observables. En lo esencial, coincidimos en cuanto a la importancia de concentrarse en lo observable y de reducir al m í n i m o las inferencias y los supuestos cuando se trata de comprender la conducta humana. No obstante, tenemos cerebro, y no cabe duda de que en él sucede algo. Con un mínimo de supuestos, queremos p r e s e n t a r brevemente algunos marcos relacionados (por lo menos, relacionados en nuestras mentes). Los hemos encontrado útiles al considerar el m o d o en que las personas dan sentido a su m u n d o y discriminan p a r a sí mismas las «realidades» únicas con las que cada uno vive y responde, tanto conductual como afectivamente.
I.A O P E R A C I Ó N BÁSICA
El bloque constructivo de toda vida que no se encuentre en el nivel más primitivo (las amebas, ciertos políticos, etc.), es la célula nerviosa, que opera siguiendo estrictamente un principio de «todo o nada»: emite una descarga o no lo hace. Una distinción más básica: está ENCENDIDA o APAGADA. La decisión de cada célula de transmitir o no se basa en su particular y constante u m b r a l de excitabilidad; no puede comunicar información de ninguna otra m a n e r a que no sea con la frecuencia con que se descarga (por ejemplo, no puede recurrir a variar la intensidad de sus respuestas). El proceso de la evolución hacia formas superiores de funcionamiento se basa primordialmente en «tender» conexiones sinápticas cada vez m á s ricas y variadas entre un creciente n ú m e r o de células nerviosas básicas, cada u n a de las cuales sólo sigue siendo capaz de indicar dos estados posibles. Spencer-Brown dice que la operación básica es trazar una distinción que, una vez establecida, crea dos espacios o estados, separados por un límite y susceptibles de marcarse (nombrarse) (Spencer-Brown, 1979, pag.1). El hecho de que esta operación se realice implica q u e existió primero una distinción entre el observador y el campo de observación. Sea cual fuere el impulso a t r a z a r u n a distinción, ésta determinará qué lado del límite será el m á s significativo, de m o d o q u e el otro se convierte en lo que no es el primero. Está claro que, cuanto más primitiva es una forma de vida, menos
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distinciones necesitará para funcionar dentro de los p a r á m e t r o s definidos por su forma: distinciones, por ejemplo, entre lo caliente y lo no caliente, lo frío y lo no frío, lo o s c u r o y lo no o s c u r o , la luz y la no luz, lo húmedo y lo no húmedo, lo seco y lo no seco, lo comestible y lo no comestible, lo seguro y lo no seguro, lo peligroso y lo no peligroso, etcétera. Cuanto m á s compleja sea la forma de vida, m a y o r será la cantidad y variedad de las distinciones que podrá trazar. Cuanto más complejos sean el aparato sensorial y el sistema nervioso, m á s sutiles y variadas serán las distinciones que esa forma de vida sabrá establecer. Sin duda, es posible trazar distinciones dentro de las distinciones. Por ejemplo, la respuesta de un organismo que traza la distinción entre lo comestible y lo no comestible se verá afectada p o r la d i s t i n c i ó n que ese m i s m o organismo establece entre lo cercano y lo no cercano, entre estar cansado y no cansado, o tener hambre y no tener h a m b r e . Las distinciones que definen el grado de urgencia e intensidad con que se ven otras distinciones pueden llevar a organizarías en u n a variedad de ordenamientos jerárquicos. Por ejemplo, un h a m b r e intensa podría impulsar a un animal cansado a perseguir algo no cercano pero comestible. A la inversa, un cansancio intenso puede d e t e r m i n a r que un animal h a m b r i e n t o pase p o r alto algo comestible pero no cercano. Algo cercano y comestible podría no suscitar ninguna respuesta en un animal que no está cansado pero tampoco tiene h a m b r e . Aunque éstos son ejemplos un tanto simplificados, a través de ellos p u e d e verse que, incluso cuando la gama de distinciones es mínima, se vuelve posible un grado considerable de complejidad en la experiencia del organismo y en sus respuestas al medio. El t a m a ñ o y la capacidad del cerebro h u m a n o , la complejidad de nuestro a p a r a t o sensorial y nuestro sistema nervioso, y n u e s t r a aptit u d p a r a el p e n s a m i e n t o abstracto, determinan que la g a m a y complejidad jerárquica de las distinciones que podemos trazar resulte prácticamente infinita. A pesar de los intentos de los sociobiólogos de explicar en todo lo posible n u e s t r a conducta como determinada genéticamente, se diría que se la p u e d e considerar basada en la «conexión» de relativamente sólo unos pocos rasgos básicos. Nuestra dotación genética parece impulsarnos a comer, a defendernos, a h u i r cuando es necesario, a reunirnos en agrupamientos sociales, a reproducirnos y a cuidar a n u e s t r a prole. También parecemos dispuestos a reír, a menudo en relación con el ejercicio de nuestra curiosidad casi insaciable por la naturaleza de
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lo que n o s rodea, con su interminable provisión de enigmas. En este sentido no somos muy diferentes de los chimpancés, que pueden describirse de un m o d o muy parecido. Lo distinto es que, con nuestros cerebros m á s grandes, según Chomsky, tenemos también una red de conexiones p a r a el desarrollo del lenguaje simbólico, y a través del lenguaje h e m o s podido comprender y articular u n a multitud de mundos, que van desde el básico y más práctico hasta el m á s abstracto y metafísico (Chomsky, 1972, 1975). Las distinciones que trazamos y los significados que atribuimos se articulan, interpretan y reinterpretan a través de la riqueza del lenguaje simbólico en el proceso evolutivo continuado de construcción de nuestras «realidades». Lo hacemos p o r medio de diálogos internos e interpersonales. Como observan Goolishian y Anderson, ...en el sentido hermenéutico, los seres humanos construyen mundos porque participan en el lenguaje, en las prácticas sociales, en las instituciones, y en otras formas de acción simbólica. Estas acciones sociales presuponen, exijen y recompensan las mismas construcciones del mundo y el sí mismo corrientes en esa participación (1992, pág. 11).
L O S CONSTRUCTOS PERSONALES
El p s i c ó l o g o George Kelly p r o p u s o un m a r c o p a r a la c o m p r e n sión de la c o n d u c t a h u m a n a , basado principalmente en el establecimiento de distinciones (Kelly, 1955). A nuestro juicio, este marco parece p o s t u l a r un proceso básico semejante a la «operación básica» de Spencer-Brown, y también sigue el principio de economía de Guillermo de Occam en c u a n t o a la formulación de hipótesis. Describiendo la aportación de Kelly a las diversas teorías de la personalidad, Schultz comenta: Es poco lo que la teoría de Kelly comparte con los otros enfoques. Él mismo nos advierte que no encontraremos muchos de los términos y conceptos familiares de Jas otras teorías de la personalidad en su sistema. Después de esto, procede a sacudirnos, señalando cuántos de tales términos faltan en su enfoque: inconsciente, necesidad, impulso, estímulo, respuesta, refuerzo y (esto es lo más sorprendente) motivación y emoción (1990, pág. 380).
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El postulado esencial de la teoría de Kelly es que a las situaciones se les da sentido por medio de la aplicación de u n a variedad de «constructos» que constituyen el m o d o singular en que cada uno de nosotros traza distinciones y categoriza sus experiencias, lo cual incide en la m a n e r a en que prevemos los hechos futuros. Con el paso del tiemp o , t o d o s desarrollamos u n a variedad de dimensiones, o conjuntos de categorías, que nos resultan de particular importancia p a r a analiz a r el m u n d o y responder a él. Esas categorías reflejan nuestras variadas experiencias hasta el m o m e n t o (según las recordamos e interp r e t a m o s en el presente), nuestras preocupaciones actuales p o r los principios. No sólo afectan nuestra percepción de las situaciones presentes y las respuestas que les damos, sino también nuestra previsión del futuro probable y nuestra preparación para él. Los constructos existen primordialmente en el ojo del observador; p o r lo tanto, no deben considerarse entidades como un ser real. Son interpretaciones de la realidad objetiva, y no reflejos de ella. Continuamente se los somete a revisión. En el capítulo 3 consideraremos algunos de los problemas que surgen c u a n d o se tratan las abstracciones c o m o si fueran entidades concretas. Toda percepción personal es altamente selectiva e individual ( a u n q u e las personas de la m i s m a familia, con iguales antecedentes étnicos, fe religiosa, convicción política, género, etcétera, pueden, desde luego, compartir muchos constructos, que confirman por medio de los rituales y el diálogo sostenido). Los constructos pueden sacarse a luz, p o r ejemplo, pidiéndole al sujeto que confeccione una lista de diez a quince personas con las que tiene distintos tipos de relación significativa (padre, madre, h e r m a no, m a e s t r o , sacerdote, amigo, a m a n t e , extraño, etcétera); alternativamente, esa lista puede proporcionarla el experimentador. A continuación, t o m a n d o tres ítem de la lista p o r vez, se le pregunta al sujeto qué dos de los tres seleccionados son m á s semejantes entre sí, y en qué difiere de ellos el tercero. E x a m i n a n d o las diferentes combinaciones, es posible identificar las características preferidas, y representar en un gráfico las dimensiones a lo largo de las cuales el sujeto tiende a establecer distinciones cuando evalúa a las personas. Argyle señala que «las diferentes personas utilizan diferentes rasgos... Se vuelven m á s precisas al evaluar las cualidades que m á s les importan...» (Argyle, 1983, pág. 107). Para Fransella y Bannister, el constructo es u n a discriminación, no un rótulo verbal:
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Kelly ofrece varias definiciones del constructo. Por ejemplo, dice que es «un modo en que se asemejan dos o más cosas y por lo tanto difieren de una tercera cosa, o de otras».... En todas estas definiciones, Kelly conserva la noción especial de que los constructos son bipolares. Su argumento es que nunca afirmamos nada sin negar simultáneamente algo... No siempre, ni siquiera a menudo, especificamos el polo contrastante, pero Kelly dice que extraemos sentido de nuestro mundo observando simultáneamente las semejanzas y las diferencias. La utilidad del constructo reposa en el contraste» (1977, pág. 5). Aunque los científicos no están aún seguros de cómo se almacenan los recuerdos, parece claro que el proceso supone la acumulación de pautas asociativas entre los impulsos sensoriales. Este almacenamiento de pautas —y no el almacenamiento secuencial de cada acontecimiento sensorial aislado— es lo que nos permite operar con cantidades limitadas de información. El acceso a una parte de una pauta nos hace posible una apreciación casi instantánea del modo de completar dicha pauta sobre la base de asociaciones aprendidas previamente, del agrupamiento cartográfico de los datos que ingresan en pautas almacenadas en la memoria. (Es fácil advertir las ventajas evolutivas que representa la capacidad para responder de este modo.) Peter Russell dice que «la información se registra en vastas redes interconectadas. Cada idea o imagen tiene centenares, quizá miles de asociaciones, y está conectada con muchos otros puntos de la red mental (1979, pag.105). Las vías asociativas recorridas con más frecuencia tienden a reforzarse. Las utilizadas con menos frecuencia, aunque no desaparezcan, probablemente tienden a perder importancia y «olvidarse», del mismo modo que las sendas que atraviesan u n a selva son cubiertas de nuevo por la vegetación, a menos que el tránsito reiterado por ellas las mantenga abiertas. A medida que quedan establecidas p a u t a s de asociaciones, éstas tienden a influir en la selección y flujo de la información subsiguiente. Como ha señalado de Bono, «las pautas se extraen del ambiente sólo sobre la bases de la familiaridad, y a través de tal selección se vuelven cada vez más familiares» (1971, pág. 124). De este modo desarrollamos jerarquías de pautas de distinciones dentro de las distinciones, que tienden a gobernar el modo en que nos vemos a nosotros mismos, a nuestro m u n d o y a cómo le atribuimos significado a nuestras experiencias.
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A las estructuras que creamos a partir de esas abstracciones las definiremos c o m o «realidad». Sin duda, las distinciones necesarias para preservar la vida y la seguridad tienen una importancia primordial. Las distinciones pueden basarse en constructos articulados con relativa facilidad y ser accesibles a la introspección en los recuerdos de experiencias y condicionamientos más profundamente enterrados, o incluso en nuestros instintos más básicos y menos articulables. También en este caso, la organización jerárquica depende del contexto instantáneo. Si un adulto ve a un niño en peligro, sin pensar en absoluto (o con indep e n d e n c i a de lo que piense), es capaz de enfrentarse a algo que, en un contexto diferente, le provocaría una fobia irracional o un terror razonable. Otras dimensiones i m p o r t a n t e s en el establecimiento de distinciones son las que nos permiten definir diversas categorías de «ellos» y «nosotros»: por ejemplo, familia, tribu, raza, género, color, creencia religiosa, clase social y la multitud de otros agrupamientos que pueden adquirir u n a importancia profunda y duradera, o bien transitoria, en nuestra vida. ...después de que los hechos han sido asignados a una categoría global, las observaciones ulteriores sobre ellos tienden a ser tendenciosas... tienden a ser asignados a conductas incluso sobre la base de poca información... Después de haber aplicado rótulos globales, puede resultar difícil refutarlos y descartarlos. Además, si una cultura comparte ampliamente y utiliza de modo habitual vastas categorías de rasgos, puede llegar a verlos como descripciones intuitivamente adecuadas de conductas a las que en realidad no se adecúan bien. A menudo se ha encontrado que, después de que un individuo categoriza o agrupa los estímulos, tiende a retener esa categoría incluso frente a pruebas en sentido contrario, prestando menos atención a la nueva información y concentrándose, en cambio, en la información que confirma su categoría (Mischel, 1968, pág. 58). A veces, sólo p r e d o m i n a n u n a s pocas dimensiones p r i m a r i a s . Entonces m u c h a s otras dimensiones potenciales son absorbidas p o r las pocas que se consideran más inclusivas, y puede desarrollarse u n a rigidez de actitudes y respuestas durante un período breve o m á s prolongado. Por ejemplo, dimensiones tales como la bondad o la maldad, el estatus, la inteligencia, el atractivo, pueden ser notablemente afectadas cuando se las construye viéndolas a través del cristal de dimen-
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siones jerárquicamente superiores (para nosotros) tales como la familia, la tribu, el color, la religión, «parecerse al tío Jack», etcétera. En un nivel m u c h o m á s trivial, las distinciones q u e se trazan comúnmente entre los pelirrojos y el resto de nosotros pueden afectar nuestra actitud y nuestra tolerancia respecto de los estallidos de ira. Bajo presión (y lo que se experimenta como presión, en medida considerable, está en el ojo del observador), es probable que cualquiera de nosotros reduzca su enfoque a esas dimensiones, q u e p a r e c e n las m á s importantes para la supervivencia inmediata. Ciertas posiciones fundamentalistas políticas y religiosas pueden actuar como «agujeros negros» en los que permanentemente desaparecen verdaderos universos de dimensiones, bajo el imperativo de unos pocos temas dominantes. Como observa de Bono, ...de la tendencia a tratar las cosas en términos de polos opuestos surge el peculiar peligro de que estos polos se alejen tanto como sea posible... Entonces cualquier distinción se magnifica hasta convertirse en una distinción absoluta. Exactamente el mismo efecto explica el proceso en el cual una descripción parcial reemplaza a la descripción total. Es fácil tildar a un político de corrupto, o a una mujer de ramera, aunque sólo una pequeña parte de su conducta justifique tal descripción. Pero si esta pequeña parte es la única distintiva, se la toma como representativa del todo» (1971, págs. 201-202). Schultz señala que los constructos van desde los que son permeables y «susceptibles de revisarse y ampliarse a la luz de nuevas experiencias», h a s t a los que parecen impermeables y «no susceptibles de revisión o reemplazo, sean cuales fueren las nuevas experiencias accesibles... Una p e r s o n a puede tolerar algunas incongruencias subordinadas sin descartar o modificar el constructo general» (Schultz, 1990, págs. 390-391). De modo que la complejidad cognitiva (que puede definirse en función del mayor n ú m e r o de dimensiones independientes accesibles para su uso en el trazado de distinciones en cualquier momento) es defendiblemente equiparable a la flexibilidad, la responsabilidad, la tolerancia, la comprensión, la creatividad, etcétera. Presumiblemente, h a b r á todo un complejo de factores personales, interpersonales, de p e r t e n e n c i a grupal (incluso la r a z a y el género), históricos y sociopolíticos q u e afectarán, en cada u n o de nosotros, a la constancia o inconstancia relativas de cualquier grupo particular de constructos relacionados.
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FlGURA/FONDO: LOS EFECTOS DE LA TENDENCIA DEL OBSERVADOR
Así pues, en cualquier campo que atraiga la atención, ciertos aspectos de la situación se destacarán en u n a relación de figura/fondo sobre los otros aspectos. Hace m u c h o s años, un amigo de uno de nosotros compró un dibujo Victoriano que era más bien una imagen, ejecutada con habilidad, de figura y fondo reversibles, del tipo que ilustra con frecuencia las obras sobre psicología de la percepción. El dibujo podía verse como una joven desnuda o como un conjunto de cráneos humanos. Este amigo solamente había visto la primera figura, y no pudo ver la otra hasta un tiempo después de que le fuera señalada. Varios días más tarde estaba m i r a n d o distraídamente la imagen, cuando de pronto vio por primera vez las calaveras. Está claro que en los dibujos de este tipo la emergencia de uno u otro tema depende de dos interpretaciones totalmente diferentes acerca de qué líneas y qué zonas sombreadas constituyen la figura en torno a la cual el resto se convierte en el fondo. Los dos t e m a s no pueden ser simultáneos para ningún observador (aunque, c u a n d o u n o ha aprendido a verlos, se p u e d e n alternar rápidamente). E x a m i n a n d o el fenómeno de la figura/fondo en un capítulo sobre la percepción, Adcock comenta que «en la porción considerada como figura son observables los detalles, mientras que el fondo tiende a ser m á s bien homogéneo» (1964, pág. 142). Como h a n demostrado los estudios de Rosenthal y sus colaboradores sobre los efectos de las tendencias del experimentador, el sentido que le d a m o s a las cosas, lo que escogemos como figura y como fondo, y nuestras predicciones acerca del futuro, no sólo inciden sobre nuestras propias conductas, sino que pueden también afectar profund a m e n t e las c o n d u c t a s de los otros (Rosenthal, 1966; Rosenthal y Jacobson, 1968). En uno de sus experimentos, a un grupo de maestros se les i n f o r m ó q u e los niños de sus clases h a b í a n p a s a d o un test de inteligencia p a r a prever cuáles de ellos era probable que destacasen. Además se les dieron los nombres de quienes supuestamente habían obtenido puntuaciones altas. En realidad, los «niños especiales» habían sido elegidos al azar. De modo que la diferencia entre esos «niños especiales» y el resto sólo existía en la mente de los maestros. Al cabo de u n año,
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...apareció una significativa ventaja de expectativa, especialmente grande entre los niños del primer y el segundo grado. La ventaja de los que se esperaba que descollaran fue evidente con estos niños más pequeños en el CI total, el CI verbal y el CI de razonamiento. Los niños del grupo control progresaron bastante en su coeficiente intelectual: el 19 por ciento ganó 20 o más puntos de CI total. Pero, entre los niños «especiales», realizó ese mismo progreso el 47 por ciento» (Rosenthal y Jacobson, 1968, pág. 175). Otros investigadores han subrayado los efectos de nuestras expectativas, no sólo sobre el modo en que se ven las cosas, sino también sobre las acciones, como consecuencia de las distinciones establecidas. Rosenhan ha informado sobre la investigación que demostró convincentemente la imposibilidad de distinguir, de m o d o fiable, a cuerdos de enfermos en los hospitales psiquiátricos, en los que se construye una realidad tal que cualquier conducta, por m á s n o r m a l que sea, puede llegar a verse c o m o un signo evidente de enfermedad. En la historia clínica de u n o de los investigadores/seudopacientes, que había estado escribiendo extensa y abiertamente sobre su experiencia, apareció el c o m e n t a r i o siguiente: «El paciente p r e s e n t a c o n d u c t a escritural". Aparentemente, ningún miembro del personal le preguntó qué era lo que escribía (Rosenhan, 1973). Como u n o de nosotros ha dicho en otro lugar, ...cuando nuestras pautas de asociación quedan establecidas de un modo particular, tienden a influir en el procesamiento de las experiencias subsiguientes... De este modo, desarrollamos marcos de creencias o «tendencias» mentales que determinan el modo en que nos vemos a nosotros mismos y vemos nuestro mundo, atribuimos significado y respondemos a esas experiencias. En nuestras relaciones con los otros, tendemos a desarrollar pautas de conductas conjuntas que reflejan nuestras tendencias mentales y las de las personas con las que interactuamos; esas tendencias van confirmándose por la repetición, aunque pocas veces estas pautas se desarrollan conscientemente (Cade, 1991, pág. 35). Este proceso ha sido descrito sucintamente por Zukav: La realidad es lo que tomamos como cierto. Lo que tomamos como cierto es lo que creemos. Lo que creemos se basa en nuestras percepciones. Lo que percibimos depende de lo que buscamos. Lo que busca-
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mos depende de lo que pensamos. Lo que pensamos depende de lo que percibimos. Lo que percibimos determina lo que creemos. Lo que creemos determina lo que tomamos por cierto. Lo que tomamos por cierto es nuestra realidad (1979, pág. 328). No p r e t e n d e m o s que todo esto represente la verdad sobre lo que sucede entre oreja y oreja. Se trata de los marcos m á s austeros para comprender los procesos mentales basados en la operación básica de nuestros bloques constructivos básicos, con el menor número posible de supuestos.
3. LA REALIDAD DE LA «REALIDAD» (O LA «REALIDAD» DE LA REALIDAD): «¿QUÉ ES LO QUE ESTÁ OCURRIENDO REALMENTE?»
...el razonamiento sobre las causas y efectos es muy difícil... Ya nos ha costado mucho establecer una relación entre un efecto tan obvio como un árbol carbonizado y el rayo que le prendió fuego, de modo que rastrear cadenas de causas y efectos a veces interminables me parece tan necio como tratar de erigir una torre que toque el cielo. El nombre de la rosa, Eco (1983)
Algunos trabajos recientes han iniciado en nuestro campo un debate sobre la naturaleza de la realidad. Watzlawick (1984) compiló un libro titulado The Invented Reality, en el que los colaboradores sostienen de diversa manera que la realidad no es más que u n a construcción, una invención, que surge del modo en que cada observador ve el mundo. Speed, p o r o t r a parte, ha defendido lo que ella llama u n a posición constructivista: la realidad existe; nuestras construcciones la reflejan de un m o d o m á s o menos adecuado, y están en u n a relación de interpretación con ella (1984a, 1984b, 1991). Aquí t r a t a r e m o s de subrayar algunos p r o b l e m a s que, a nuestro juicio, p u e d e n surgir en este debate, como consecuencia de que no se diferencie con claridad entre dos niveles: 1) el nivel de las cosas y los hechos, y 2) los significados que se les atribuyen. También propugnaremos u n a posición anarquista, en el sentido de que, p o r un lado, aunque hubiera u n a realidad absoluta, es mejor no creer en ella, y, por otra parte, cualquier visión de la realidad, por absurda que parezca, puede merecer que se crea en ella en uno u otro m o m e n t o . En otras palabras, no debemos creer en nada y creer en todo, al mismo tiempo. Hacer menos puede llevarnos a las múltiples posiciones absurdas que vemos en torno a nosotros, en nuestro mundo aparentemente loco y suicida. Las COSAS y los HECHOS se limitan a observaciones y descripciones
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de base sensorial de lo que percibimos, o recordamos haber percibido, a través de nuestros sentidos; son lo que está sucediendo o lo que ha sucedido. Los SIGNIFICADOS son interpretaciones, conclusiones, creencias y atribuciones derivadas de, impuestas a, o relacionadas con, esas cosas y hechos percibidos. Comencemos con el nivel de la realidad que involucra a las cosas y los hechos. Para la mayoría de nuestros fines, parece sensato que aceptemos ese nivel de realidad. Aunque esto podría no ser así con otras formas de vida aún no descubiertas, en general todos estamos de acuerdo acerca de la existencia y las dimensiones de las cosas particulares, y en cuanto a que, dentro y entre las cosas, a lo largo de ciertas escalas temporales, se producen cambios que nosotros podemos observar y medir. Las diferencias, a veces espectaculares y de gran alcance, aparecen en la interpretación y en la atribución de significados a aquellas cosas. Esto ha sido muy bien subrayado en un artículo de Scheflen, «Susan Smiled: On Explanation in Family Therapy» (1978). Sin duda todos los observadores del hecho mencionado en el título de ese artículo (la sonrisa de Susan) estarán de acuerdo, si se les da tiempo para el análisis, en que los labios de S u s a n se movieron de cierto m o d o en un cierto momento y en u n a relación cronológica con las conductas de las otras personas que estaban en la habitación. Pero esos mismos observadores pueden diferir en la selección de las cosas y hechos significativos, y en la atribución de significados. En el grupo de discusión descrito en el artículo, tales diferencias de interpretación parecieron llevar a poco más que un examen interesante y prolongado de los significados posibles de la sonrisa de Susan. En otros contextos, este m i s m o fenómeno (el fenómeno de que las cosas y los hechos p u e d e n verse de muchos modos, a veces conflictivos) puede conducir al desarrollo de toda una gama de problemas h u m a n o s , que van desde tendencias relativamente menores hasta la persecución religiosa, las grandes guerras y, quién sabe, quizá incluso la aniquilación planetaria total. En este p u n t o hay que admitir que, al descender en la escala hasta los niveles subatómicos, tropezamos i n m e d i a t a m e n t e con problemas relacionados con la definición de la realidad. Por sólido que parezca un trozo de roca c u a n d o se tiene la experiencia de él a través de los sentidos h u m a n o s desnudos, si se lo sondea en el nivel subatómi-
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co se vuelve m á s bien insustancial y elusivo. Parece estar formado por relaciones entre partículas minúsculas que existen brevemente en un mundo de probabilidades (y que quizá sólo adquieren existencia en virtud del proceso m i s m o de la observación). Como dice Capra, «el concepto de m a t e r i a en la física subatómica... es totalmente distinto de la idea tradicional de sustancia material de la física clásica. Lo mismo vale respecto de conceptos tales como espacio, tiempo, o causa y efecto» (1976, pág. 15). El físico Henry Pierce Stapp, en un artículo inédito citado en la fascinante obra de Zukav, titulada The Dancing Wu-Li Masters, señala que: Si la actitud de la mecánica cuántica es correcta, en el sentido fuerte de que no es posible una descripción más completa que la que esta mecánica proporciona de la subestructura que subyace en la experiencia, entonces no hay ningún mundo físico sustantivo, en el sentido habitual de la palabra. Ésta no es la conclusión débil de que podría no haber un mundo físico sustantivo, sino de que definitivamente no hay un mundo físico sustantivo» (1979, pág. 105). No obstante, a nuestros fines, permaneceremos un tanto por encima del nivel subatómico; nuestro plano es el de las cosas y acontecimientos que experimentamos en el ambiente, y que pueden considerarse razonablemente «allí afuera». A veces, Watzlawick parece asumir una posición un tanto extrema, sosteniendo que no existe ninguna realidad «allí afuera», sino sólo la que en «el sentido m á s inmediato y concreto» (1984, pág. 10) es construida por el observador. Al no diferenciar claramente entre los niveles, entre las cosas y los hechos y los significados que se les pueden atribuir, este a u t o r parece adoptar una posición tan solipsista, que sería interesante invitarlo a elaborarla en profundidad frente a un oso polar enfurecido. ¿Está «realmente» allí la criatura? Sin embargo, la discusión entre un peletero, un esquimal, un aficionado a la caza mayor en busca de trofeos y un ambientalista, bien podría demostrar que, aunque ninguna de esas personas cuestione la realidad de tales animales, quizá difieran radicalmente en su modo de verlos y tratarlos. Desde luego, como ha demostrado Rosenthal, las creencias y expectativas de un observador pueden ejercer u n a influencia directa y de auto-incumplimiento sobre la conducta de las personas o criaturas observadas (que es lo que también parece ocurrir con las partículas subatómicas) (Rosenthal, 1966). La selección tendenciosa de las percepcio-
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nes conduce a respuestas peculiares del observador, q u e transmiten información capaz de p r o m o v e r y reforzar ciertas c o n d u c t a s en los observados, alineadas con las expectativas del observador y, por lo general, en gran medida fuera de la percatación consciente de las partes. Por lo tanto, la actitud del observador respecto de los osos polares puede incidir en el m o d o en q u e el oso se c o m p o r t e con él, y en consecuencia «construir» un aspecto de la realidad. Pero el oso polar físico existe con independencia del proceso de la observación (y, de todos modos, si no en un sentido absoluto, en el nivel de la realidad física que nosotros habitamos es prudente creer en su existencia). Speed, p o r otro lado, cae en el error opuesto. T a m p o c o ella diferencia con claridad los diferentes niveles, y parece equiparar, por ejemplo, la estructura física perfectamente definible de u n a montaña, con u n a presunta «realidad» o «verdad» igualmente absoluta y definible de lo que sucede en u n a familia, realidad a la cual, refinando progresivamente sus modelos, el observador podría acercarse cada vez más. Esta autora dice que las hipótesis sobre las familias son útiles porque son «verdaderas» (o m á s bien, según se rectifica a continuación, porque «son reflejos o modelos relativamente más adecuados de la realidad»). La «realidad» de la familia es algo un tanto complejo. En un nivel, la mayoría de los observadores se pondrían de acuerdo en cuanto a la cantidad de participantes, su sexo, su altura, y otras facetas del aspecto físico, y sobre los hechos que se produjeron entre los diversos miembros (por ejemplo, la m a d r e giró 180 grados y levantó la voz en varios decibelios; pronunció un cierto número de palabras; el padre, a la cuarta palabra, giró rápidamente 170 grados y salió de la habitación; cuando él estaba a dos metros de la puerta, aparecieron lágrimas en los ojos de la hija; la m a d r e se acercó a ella y le pasó el brazo sobre los hombros, etcétera; estos análisis pueden realizarse en un nivel microscópico, instante por instante, o en un nivel menos detallado, durante lapsos más largos). No obstante, cuando se trata de aplicar significados a los hechos, todo se vuelve m u c h o más complejo: En cualquier situación dada, hay facetas potencialmente ilimitadas de la gestalt total de experiencias de origen externo e interno utilizables para recrear las condiciones originales capaces de llevar a la «recuperación» de toda una gama de recuerdos y asociaciones. Que sean unas u otras de estas facetas de la experiencia las realidades en un momento
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dado, contra el enorme trasfondo de las asociaciones potenciales, depende de las peculiares preocupaciones, conscientes o menos conscientes, que tenemos en ese momento... En otras palabras, nuestras preocupaciones peculiares, los peculiares enfoques derivados de nuestros marcos para la aplicación de significados, separarán, por medio de la intensificación, ciertos rasgos o aspectos de la experiencia, respecto de la riqueza implícita o potencial de las asociaciones posibles. Cuando las pautas de asociación queden establecidas de determinada manera, tenderán a influir, en consecuencia, en el procesamiento de las experiencias subsiguientes (Cade, 1991, pág. 35). En todo h e c h o o serie de hechos que involucran a varias personas, la situación es infinitamente más compleja; se constituye u n a complicada red de distinciones trazadas, recuerdos, asociaciones y relaciones entre los procesos de selección y agrupamiento p a u t a d o de cada participante, todo ello influido por los mitos individuales, familiares, culturales, religiosos y raciales sobre lo que es y lo que ha sido, por qué debió o p u d o h a b e r sido, y lo que debe ser; esa t r a m a , a su vez, sólo es observable mediante un proceso análogo del observador. Veamos un ejemplo simplificado. Un hombre, en virtud de todo un complejo de condicionamientos, experiencias, prejuicios, mitos, etcétera, puede h a b e r desarrollado la idea de que no se p u e d e confiar en ciertas mujeres (o en ninguna mujer), y de que ellas t r a t a n siempre de controlar a los h o m b r e s por medio de ardides femeninos e intrigas. Tenderá a percibir las acciones de toda mujer con la que tiene alguna relación a través de este conjunto de constructos (y a r e a c c i o n a r en consecuencia). Supongamos que, en una relación anterior, este hombre llegó a ver a la mujer como «perseguidora» y «tramposa», en virtud de constructos probablemente derivados de un complejo de «condicionamientos» tanto personales como sociales. Nuestro sujeto habría reaccionado finalmente en consecuencia (desde su perspectiva). Una mujer que, p o r su parte, ha desarrollado la idea de q u e algunos hombres (o todos los hombres) son incapaces de comprometerse emocionalmente e intentan dominar y controlar como si tuvieran derecho a hacerlo, tenderá a percibir bajo esta luz las acciones de cualquier varón con el que se relacione (y a reaccionar en consecuencia). Entre estos dos individuos la pauta de la interacción se desarrollaría a partir de tales reacciones y contrarreacciones (originadas en p a r t e o en gran medida en los «constructos» de las generaciones precedentes, así como en los de las normas sociales prevalecientes). Decidimos nuestro modo
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de actuar en concordancia con los constructos (o diálogos internos) a través de los cuales cada u n o de nosotros ve y «da sentido» a lo que sucede en cualquier relación o conjunto de relaciones (con independencia de que estemos en lo cierto o no, y suponiendo que esto pueda llegar a determinarse). Durante algún tiempo, el hombre puede experimentar a esta mujer como distinta de la mujer de su relación anterior y, por lo tanto, actuar también él de distinto modo. Pero es posible que, si la relación entre ellos se prolonga, los constructos generales de él acerca del modo en que se comportan las mujeres en las relaciones largas, comiencen a incidir en la interpretación que les da a algunas de las conductas de ella, viéndolas c o m o «persecución» y «trampa». E n t o n c e s iniciaría un repliegue, d a n d o precisamente paso a la g a m a de conductas más temibles desde la perspectiva de la mujer. Consideremos ahora las cosas desde el lado de ella. Aunque inicialmente experimentara al hombre de modo diferente, su constructo general según el cual «la mayoría de los hombres se distancian emocionalmente» podría llevarla a esperar y, por lo tanto, interpretar aspectos de las conductas subsiguientes del compañero como los primeros signos de u n a retracción que la asusta y la lleva a «perseguir», con lo cual suscita precisamente la gama de conductas de él que ella más teme. Actuamos en concordancia con los motivos y proyectos que atribuimos a las acciones de los otros y que usamos para explicarlas (correcta o erróneamente), y también en concordancia con nuestros propios proyectos (de los q u e en cada m o m e n t o s o m o s m á s o m e n o s conscientes). Sin darse cuenta, las personas se atrapan recíprocamente en «juegos» (a veces de consecuencias trágicas) mientras t r a t a n de promover y proteger sus intereses (y quizá también los de los otros, aunque erróneamente percibidos o representados). Desde luego, esto también es válido con respecto al m o d o en que experimentamos las acciones de nuestras parejas (y sus parientes y los nuestros) en sus relaciones con nuestros hijos, y también las acciones de nuestros hijos en su relación con nosotros y nuestros cónyuges (y con todos los otros parientes). Una multitud de factores gravitan en el m o d o en que interpretamos esas acciones. Entre ellos se cuentan aspectos del desarrollo de nuestras relaciones familiares y matrimoniales (a nuestro juicio), los condicionamientos y m a n d a t o s (recibidos en nuestra propia experiencia familiar) sobre la naturaleza del matrimonio y lo que se puede esperar
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de él, y sobre el lugar de los hijos, de cada uno de los sexos, en la relación matrimonial, así como los imperativos y estereotipos sociales al respecto. Tratamos de reaccionar en concordancia con los motivos y proyectos que atribuimos a esas acciones; por ejemplo, quizá atribuyamos móviles «sucios» a nuestro cónyuge, a nuestro hijo, o a ambos, y a otras personas (Palazzoli y otros, 1989), además de tener nuestros propios motivos y proyectos. Entra en juego el p o d e r del efecto «Pigmalión», la profecía de autocumplimiento, que genera su propia realización. A su vez, los niños recogen constructos sobre ellos m i s m o s (también tomados de la familia y de los valores y actitudes sociales), que incluyen, en las familias con problemas crónicos, la posibilidad de muchas ideas autodenigratorias. Entre esos constructos (que vemos como «existentes» en u n a jerarquía compleja de temas entrelazados) habrá ideas sobre los roles que deben adoptar en relación con padres y hermanos, con la familia global y la sociedad: «salvador», «ángel», «aliado», «favorito», «villano», «perseguidor», «víctima», «éxito», «fracaso», etcétera. Cuanto más nos comportamos respecto de alguien como si él fuera algo, m á s probable es que él se convierta en eso. Cuanto más nos comportamos como si nosotros mismos fuéramos algo, más probable es que nos convirtamos en eso. Basta con añadir a la mezcla más de la misma pauta repetidamente actuada e identificada, continuamente influida p o r la aplicación de más de los mismos modos de construir lo que sucede, lo que conduce a más de las mismas atribuciones relacionadas con las acciones de los otros participantes en el juego, y así sucesivamente. En la posición de Speed parece estar implícita la creencia en pautas o estructuras concretas que existirían en la familia y en sus relaciones internas y externas; Speed también parece creer en u n a estructura oculta pero explícita para el individuo, y en procesos inconscientes compartidos, que escogen y agrupan en pautas las experiencias a partir de las cuales los participantes responden y reaccionan entre sí. Welwood dice: Según el modelo tradicional del inconsciente en la psicología profunda, parecería que tiene una estructura explícita, que los impulsos, deseos, represiones o arquetipos existen en forma explícita; que el inconsciente es una especie de alter ego autónomo... Lo inconsciente son los pautamientos holísticos, que se pueden explicar de muchos modos dife-
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rentes y en muchos niveles diferentes de la interrelación organismo/ ambiente (1982, pág. 133). En el reino de la a t r i b u c i ó n de significados, el h e c h o de que un mapa, modelo o marco de creencias sea adecuado, no significa en ningún sentido absoluto que sea de algún modo verdadero o esté más cerca de u n a «verdad» absoluta que otro modelo adecuado. Todo lo que puede decirse es que las pautas de asociaciones seleccionadas, las conexiones realizadas y los significados atribuidos (tal vez sería más exacto decir «impuestos») p o r medio de esos marcos, son más o menos útiles o funcionales para ciertos propósitos (por ejemplo, son útiles para la explicación y predicción). Speed habla de «la realidad de las pautas de la familia»; en este caso, comete un error fundamental al confundir niveles de realidad. Las p a u t a s son conexiones entre elementos, entre cosas y hechos, establecidas por un observador. Desde luego, para la m a y o r parte de los fines, se p u e d e considerar q u e las cosas y los hechos existen «allí afuera», pero las pautas pertenecen a un nivel diferente, y son impuestas p o r el observador a partir de marcos peculiares p a r a trazar distinciones y desarrollar comprensión, en relación conciertos propósitos de ese observador. En la figura 1 se ve claramente lo que decimos. Arriba hay 24 puntos, que, d a d o el p r o p ó s i t o de este capítulo, el lector p u e d e a c e p t a r como existentes realmente «allí afuera». En el resto de la página vemos algunas de las pautas m á s directas que pueden «imponerse» para establecer y destacar las relaciones entre esos puntos, empezando p o r verlos como 4 filas horizontales de 6 puntos, después c o m o 6 columnas verticales de 4 puntos, y así sucesivamente. La perspectiva de Speed da p o r sentado que todas estas pautas, presumiblemente junto con las otras posibles, que son innumerables (y no hemos hablado de utilizar líneas curvas), están realmente en los puntos, con independencia del acto de observar. Esa autora cae víctima de lo que A. N. Whitehead d e n o m i n a «la falacia de la concreción mal ubicada». Como explica Waddington: El pensamiento más convencional... reconoce ciertas nociones derivadas y esencialmente abstractas, que han sido inventadas por el hombre para tratar de dar sentido a las situaciones con las que tropieza. Son ejemplos los átomos físicos, o sentimientos tales como la cólera, o nociones sociales tales como la de justicia. El hombre tiende a aceptar estas
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ideas como si fueran cosas concretas que, por así decirlo, pudieran recogerse y ubicarse en algún otro lugar. Whitehead dice que, en realidad, ellas derivan siempre de casos reales de experiencia humana. Las experiencias son lo real; las nociones son secundarias y derivadas. Es peligroso olvidarlo, y tomar esas cosas secundarias como más concretas y reales que lo que son en realidad (1977, pág. 24). Obviamente, en cualquier marco explicativo debe h a b e r un grado significativo de «adecuación» entre los dos niveles (y es «significativo» el nivel «adecuación» necesario para que el observador p u e d a explicarse y predecir suficientemente en relación con sus fines). Así como las pautas del diagrama deben adecuarse a la cantidad y a la distribución espacial de los p u n t o s , del m i s m o m o d o , en u n a familia, las ideas del terapeuta sobre lo que está sucediendo deben adecuarse, en un nivel, a las personas involucradas y a un número suficiente de hechos «significativos» (y también a las ideas que los participantes tienen sobre estas cuestiones). Incluso con tal restricción existe, lo m i s m o que en el caso de los puntos, u n a variedad inmensa de p a u t a s y explicaciones que el observador puede «imponer» (probablemente tantas pautas como observadores) aunque, desde luego, las influencias familiares, de género, culturales, educacionales, profesionales, teóricas y de m u c h o s otros tipos, que los observadores tienen en común, determinarán que haya considerable coincidencia con respecto a numerosas facetas. Nosotros diríamos que las realidades que construimos nos ayudan a idear interacciones o intervenciones útiles gracias a u n a adecuación suficiente con facetas significativas (para ellos) de las realidades construidas de los m i e m b r o s de la familia, con sus m o d o s de pensar acerca de sí mismos. La «realidad» de una familia no será m á s que uno de los modos (entre los muchos posibles) de dar sentido a las cosas y hechos que los m i e m b r o s de esa familia e x p e r i m e n t a n (reales para ellos), y de responder conductual y afectivamente. La habilidad del terapeuta consiste en encontrar una manera de ver la realidad familiar lo bastante próxima a las ideas de los miembros de esa familia como para poder comprometerlos, así sea brevemente, en u n a «realidad compartida», pero con u n a perspectiva lo bastante distinta c o m o p a r a ayudar a generar cambios en los significados y, por lo t a n t o , t a m b i é n en la experiencia y la respuesta. Acercarse a la «realidad» de u n a familia no significa que el terapeuta encuentre la realidad, del m i s m o m o d o que conjeturar qué pauta emplea la familia para organizar los 24 puntos
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de nuestro diagrama no significa que esa pauta sea la real. Cualquiera de las otras pautas se adecuaría igualmente bien. Buda dijo a los buscadores de la verdad que considerar el mundo de los objetos materiales, las emociones, las relaciones, etcétera, como «realidad», es vivir en el error, y que considerarlos meras ilusiones es también vivir en un error, igual de grande. Mi punto de vista es que todos los problemas humanos, en todos los niveles de funcionamiento, desde el individual hasta el internacional, surgen de la reificación de los marcos de creencias, de los modos de ver la realidad, y de las pautas reiteradas de respuesta que se originan en esos marcos. (Desde luego, lo que digo se aplica a este mismo enunciado, que no debe ser tratado con demasiado respeto.) Por ende, a mi juicio, es importante que, para ser terapéuticos, nos volvamos anarquistas en nuestros enfoques, que no creamos en nada y lo creamos todo al unísono. Siempre que nuestra terapia recibe su forma de la ortodoxia diagnóstica y terapéutica, de creencias personales fuertes, imponemos y delimitamos, alentamos y en algunas circunstancias tratamos de poner en vigor la ortodoxia en el pensamiento y la acción (a veces en nombre de su opuesto) (Cade, 1985a, pág. 10).
FIGURA 1
Pero a fin de considerarlo todo debemos contar con un marco para pensarlo. El error no consiste en que tengamos marcos, sino en que olvidamos que son sólo marcos, y los confundimos con la realidad. Después de haber asumido u n a posición con respecto a algo, empezamos a cerrar nuestra mente a otras posibilidades, y a continuación tendemos a seleccionar e interpretar datos que confirmen esa posición y no vean, pasen por alto o rechacen lo que la contradice. Éste es un proceso que uno de nosotros ha denominado «endurecimiento de las categorías» (O'Hanlon, 1990). Desde luego, éste no es un problema cuando no es un problema, pero cuando aparecen problemas, puede volverse m u y i m p o r t a n t e . Entonces el fenómeno s u b r a y a d o p o r Rosenthal (Rosenthal, 1966; Rosenthal y Jacobson, 1968), y las profecías de autocumplimiento que Watzlawick ha descrito con tanta elocuencia en su libro (Watzlawick, 1984, págs. 95-116), perpetúan y exacerban lo que está sucediendo. A modo de resumen, nos parece importante que, en cualquier discusión de la realidad, tengamos el cuidado de diferenciar con claridad dos niveles: el de las cosas y los hechos que se pueden considerar razonablemente como existentes «allí afuera», y el de los diversos marcos
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a través de los cuales los percibimos e interpretamos. También nos parece vital que nunca creamos lo que creemos; eso le quita sustento a la persecución de los disidentes. Como dice Feyerabend, ...dada cualquier regla, aunque sea «fundamental» o «necesaria» para la ciencia, siempre hay circunstancias en las que es aconsejable no sólo ignorarla, sino incluso adoptar su opuesto... mi tesis es que el anarquismo ayuda a lograr progreso en cualesquiera de los sentidos que uno se tome el trabajo de escoger. Incluso una ciencia de «ley y orden» sólo logrará éxito si en ocasiones permite que se produzcan movimientos anarquistas (1978, págs. 23-27).
4. ¿CÓMO COMPRENDEMOS LAS EMOCIONES?
En la medida en que los factores cognitivos son potentes determinantes de los estados emocionales, es posible inferir que exactamente un mismo estado de excitación psicológica puede etiquetarse como «alegría», «furia» o «celos», o recibir cualquier otra de entre una gran variedad de etiquetas emocionales, sobre la base de los aspectos cognitivos de la situación. SCHACHTERY SlNGER ( 1 9 6 2 , p á g . 3 8 1 )
Una emoción es aproximadamente el significado que le damos a nuestros estados sentidos de excitación. HARRÉ Y SECORD (1972, pág. 272)
Una de las cosas que define los sentimientos es que nacen en nosotros sin nuestra voluntad, y a menudo contra nuestra voluntad. En cuanto queremos sentir... el sentimiento ya no es un sentimiento, sino una imitación, una teatralización del sentimiento. KUNDERA (1990, pág. 195) «Pienso, luego existo», es el enunciado de un intelectual que subestima el dolor de muelas. «Siento, luego existo», es una verdad de validez mucho más universal, y se aplica a todo lo que vive. KUNDERA (1990, pág. 200)
Otro ámbito de la experiencia humana, que a m e n u d o se considera que los t e r a p e u t a s breves p a s a n por alto, es el de las e m o c i o n e s . Estamos de acuerdo con Kleckner y sus colaboradores en cuanto a que «el terapeuta estratégico que no siente» es en gran m e d i d a un mito. También coincidimos con ellos en que han sido los propios terapeutas breves/estratégicos los principales responsables de haber mantenido el secreto de que, en realidad, ellos creen que los sentimientos del clien-
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te son importantes. Como dicen los autores mencionados: «No se trata de que los terapeutas estratégicos no aborden los sentimientos, sino sólo de que no hablan sobre ellos entre sí, no escriben al respecto en la literatura, ni enseñan al respecto a sus discípulos» (Kleckner y otros, 1992, pág. 49). Nosotros, con nuestros alumnos, durante algunos años hemos señalado constantemente la importancia no sólo de escuchar lo que el cliente comunica, incluso los s e n t i m i e n t o s expresados, sino t a m b i é n de encontrar modos de demostrarle que lo hemos hecho. No basta necesariamente con escuchar. Cuando no hay feedback, el cliente no sabe si se le ha escuchado o no. Una trabajadora de un centro público de salud buscó la ayuda de un terapeuta consultor. Su caso iba a ser observado a través de un espejo falso, y la trabajadora esperaba la experiencia con considerable ansiedad. Siempre le tengo miedo a este caso. No tengo la menor idea de adónde ir con él. La trabajadora describió a u n a mujer que había luchado durante cierto tiempo con dos adolescentes fuera de control y un esposo que le brindaba poco apoyo, trabajaba m u c h a s horas y era proclive a tener estallidos violentos. El p r o b l e m a de la trabajadora era que se consideraba incapaz de contener lo que ella experimentaba como una abrumadora e interminable m a r e a de amargas quejas de la mujer. No escucha nada de lo que le digo, no acepta consejos. Ya la han echado de varias instituciones. Yo soy la única persona que le queda, que aún está dispuesta a verla. En realidad no llego a nada. Sé que necesita ayuda, pero me siento impotente para hacer algo por ella, y también culpable al descubrir que me está empezando a provocar una aversión activa. Si bien la trabajadora creía q u e había escuchado y comprendido el problema de esta mujer, p r o n t o resultó claro que la clienta, sobre la base de sus experiencias anteriores, y en ausencia de un feedback claro en la situación presente, seguía pensando que eso no era así. Entonces se sentía obligada a c o n t i n u a r n a r r a n d o su historia inútil y desesperadamente, a quienquiera que la escuchara. Al mismo tiempo, era evidente que no esperaba que nadie oyera lo que ella trataba de expresar.
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Durante la sesión siguiente, se aconsejó a la trabajadora que deja ra el cuaderno de notas de lado, que mientras estaba sentada se inclinara hacia adelante (según sus colegas, frente a esta mujer ella solía reclinarse en la silla, como luchando contra un viento fuerte), y que en el transcurso de la sesión no brindara ningún consejo, sino que se limitara a repetir frases como: «¡Pero, esto es terrible!» «¿Cómo demonios ha aguantado todos estos años?» «Seguramente usted siente que nadie sabe lo q u e ha t e n i d o que pasar. Debe sentirse m u y sola con toda esta preocupación.» «¿Cómo es que resiste todo esto?» «Muchas personas habrían renunciado hace m u c h o tiempo.» Poco a poco, la mujer empezó a hablar con más lentitud y menos acaloramiento, a parecer m á s serena, y a escuchar lo que se le decía. Finalmente, cuando se le volvió a preguntar cómo había podido resistirlo, sonrió y dijo: «No lo sé. Quizá soy más fuerte de lo q u e creo». Al final de la sesión, la clienta estaba más tranquila, con un marco mental más optimista, y dispuesta a escuchar lo que se le dijera. Más tarde, la trabajadora manifestó haber descubierto que en realidad gustaba de esa d i e n t a y la respetaba. Nos damos cuenta de q u e la sugerencia del consultor podría considerarse sólo como u n a m a n i o b r a táctica destinada a romper un impasse, y no como una prescripción real de que se prestara atención a los sentimientos. Esto es posible porque, al contar el episodio de la consulta, el consultor quizá o m i t i ó mencionar su riqueza creciente al escuchar la descripción que la trabajadora realizaba de la historia de la mujer. Nosotros creemos que, p o r lo general, los clientes sólo e s c u c h a n cuando sienten que han sido escuchados, cuando sus experiencias han sido validadas —incluso sus experiencias afectivas—. Entendemos que, para u n a terapia eficaz, el terapeuta, sea cual fuere su escuela, debe prestar u n a atención suficiente a este aspecto de las experiencias del cliente. Los diversos enfoques terapéuticos difieren en el modo de hacerlo, y quizá en la definición de la «atención suficiente». La expresión de sentimientos es sin duda u n a respuesta natural h u m a n a , y a m e n u d o importante, sobre todo en m o m e n t o s cruciales de aflicción, alegría, excitación, miedo, etcétera. Las terapias suelen diferir no sólo en la medida en que consideran importante reconocer las emociones, sino
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también p o r su mayor o m e n o r creencia en que expresarlas es crucial y central en el proceso de la terapia y el cambio. Consideramos que, p o r útiles y catárticas que sean a veces las exploraciones y expresiones emocionales, el principal m e c a n i s m o del c a m b i o es la modificación f u n d a m e n t a l de los constructos que p e r m i t e n realizar las distinciones y destilar la experiencia. Es cierto que los terapeutas de hoy tienden a prestar una considerable atención a lo observable. Pero, c o m o subraya George Greenberg en su artículo sobre las aportaciones de Don Jackson al campo de la terapia familiar,
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m e n t e m o s , las concomitancias fisiológicas del estado de excitación (irrupción o adrenalina, tensión sanguínea, ritmo cardíaco, tono muscular, etcétera) son, en gran medida, idénticas. El trabajo de Schachter y Singer respalda su proposición de que: Las cogniciones que surgen de la situación inmediata, interpretada a través de la experiencia pasada, proporcionan el marco con el cual uno comprende y etiqueta sus sentimientos. Es la cognición lo que determina que el estado de excitación fisiológica sea etiquetado como «cólera», «alegría», «miedo», u otra cosa (1962, pág. 380).
Si bien los sentimientos y pensamientos se consideran importantes, en la terapia familiar del MRI lo que resume los resultados es la conducta. Sólo a través de la conducta se manifiestan esos hechos y experiencias afectivas y cognitivas (1981, pág. 292).
Cuando existe más de un marco p a r a interpretar u n a experiencia, la excitación fisiológica puede verse de distintos modos, a veces conflictivos. Es decir, podemos sentirla de varias maneras. Por ejemplo, m u c h o s de nosotros, antes de subir a un escenario p a r a p r o n u n c i a r u n a conferencia o algún otro tipo de intervención, h e m o s t e n i d o la experiencia de oscilar rápidamente entre una excitación y anticipación ansiosa, p o r un lado, y, por el otro, u n a gran angustia y deseos de que nos trague la tierra. Quizá esperemos tener una actuación brillante, y también temamos fracasar o ponernos en ridículo. Es decir, tal vez ninguno de los dos sentimientos constituya una interpretación apropiada del estado de alta excitación fisiológica que en la mayoría de nosotros precede a tales momentos. Muchas investigaciones ulteriores h a n puesto a prueba la idea de que la autoatribución de emoción está relacionada con el m o d o en que d a m o s sentido a lo que o b s e r v a m o s en nuestra propia conducta (Bem, 1965, 1968; Nisbett y Schachter, 1966; Storms y Nisbett, 1970).
En m a y o r o menor medida, en todos los ámbitos de nuestra vida, nuestros sentimientos son un fenómeno omnipresente, y determinantes poderosos del m o d o en que reaccionamos o no reaccionamos ante u n a situación. Se ha dicho que los sentimientos son interpretaciones de los estados de excitación fisiológica, de la manera que tiene el cuerpo de prepararse para la acción; que dependen en gran medida de los diversos niveles de constructos generados p a r a d a r sentido a la situación presente, y que, basados en el recuerdo de experiencias pasadas, t a m b i é n dependen de lo que esperamos sentir. Los sentimientos son a s i m i s m o afectados p o r las prescripciones y proscripciones del contexto social, y p o r los imperativos asociados con el género (Crawford y otros, 1992). Sea cual fuere el sentimiento fundamental que experi-
Recuerdo que, al supervisar un caso desde detrás del espejo falso, pude observar a una familia a la que «se ayudaba a tomar contacto con» sus sentimientos de cólera recíproca. No había duda alguna de que lo estaban haciendo con considerable calor, vigor y autenticidad aparente. Pero, ¿eran ésos realmente los sentimientos de los miembros de la familia, o estaban reaccionando a la única explicación verosímil que tenían de los altos niveles de excitación fisiológica que experimentaban, explicación tal vez introducida explícita o implícitamente por un terapeuta que se basaba en la creencia de que, en las familias, estos problemas derivan de una cólera no expresada? Alarmado por la tensión creciente en la habitación, que parecía volverse improductiva y potencialmente peligrosa, intervine y propuse «la tristeza por lo que podrían haber sido las cosas» como explicación alternativa de ese alto nivel de excitación fisio-
Si bien Jackson y sus asociados, al crear un enfoque conductual, se apartaron de los constructos mentalistas, no negaron la existencia de mecanismos intrapsíquicos internos que influyen, alteran y/o facilitan el funcionamiento humano. De hecho, desarrollaron técnicas como el «reenmarcamiento», destinadas en parte a incidir sobre la cognición o «percepción». Lo novedoso e importante en ellos fue sostener que uno no puede conocer las percepciones de otros, y que, desde el punto de vista científico, lo mejor era caracterizar la realización, describir la conducta y operar sobre la base de fenómenos observables» (1977, pág. 403). O, como explica Arthur Bodin,
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lógica. Casi instantáneamente, este marco condujo a expresiones de tristeza y a un proceso conmovedor de creciente dulzura y gradual reafirmación entre los miembros de la familia. ¿Cuáles eran los sentimientos reales? Sin duda, cualquiera de los dos marcos bastaba para interpretar la experiencia de excitación fisiológica de los miembros de la familia. Uno de estos marcos parecía más útil que el otro como cristal para interpretar la excitación, por lo menos en lo concerniente a crear una atmósfera aparentemente constructiva, cooperativa y más optimista, durante el resto de la sesión (Cade, 1992a, pág. 167). Quizá otra explicación (por ejemplo culpa, traición, miedo, desprecio, etcétera) también podría h a b e r «tenido sentido» para los clientes, y conducido a u n a expresión distinta de sentimientos, pero también defendible como apropiada y auténtica. No se trata de que creamos que los clientes son tan maleables que, de algún modo, se les puede i m p o n e r cualquier sentimiento. En toda situación, particularmente en u n a situación interaccional compleja y muy cargada, los constructos que aplican todos los involucrados p a r a explicarla por lo general constituyen la punta del iceberg de los incalculables recuerdos y asociaciones almacenados que también se podrían aplicar. Como observa Gendlin: Cualquier momento tiene una riqueza enorme... Atravesar un acto simple supone una inmensa cantidad de conocimientos, aprendizajes, sensaciones de la situación, comprensiones de la vida y las personas, así como de los múltiples rasgos específicos de la situación dada (1973, pág. 370). Nosotros e n t e n d e m o s que, si b i e n el reconocimiento de la existencia de diversas emociones fuertes puede ser altamente terapéutico, en cuanto ayuda a las personas a sentirse validadas y comprendidas, tal vez no sea ni útil ni terapéutico alentar la expresión sistemática de las emociones, sobre todo de las «etiquetadas» de un modo tal que perp e t ú a u n a sensación de desesperanza o desamparo. Por ejemplo, las expresiones de cólera pueden ser potencialmente útiles cuando se refieren a algo sobre lo cual sentimos tener algún control; en caso contrario, quizá conduzcan sencillamente a u n a mayor sensación de impotencia y desvalimiento. Debemos t e n e r el cuidado de no reificar las emociones y encerrar a los individuos en pautas negativas de pensamiento y acción. En el ejemplo anterior, referido a subir al escenario,
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las interpretaciones de que se trata de miedo o de excitación «satisfacen los requisitos» por igual para dar razón de nuestro estado de elevada excitación fisiológica. El reconocimiento del miedo puede hacer que nos sintamos comprendidos, pero es la otra interpretación la que nos lleva a continuar la tarea. Kleckner y otros llegan a la conclusión de que: Lo que debe subrayarse... es que los terapeutas estratégicos no dedican cantidades importantes de tiempo a hablar sobre los sentimientos o a hacer que el cliente los reconozca y asuma; en cambio, se concentran en lograr que el cliente exprese sus sentimientos de un modo que sea más probable que lo lleve a una mayor satisfacción en la vida cotidiana» (1992, pág. 49).
5. NEGOCIANDO EL PROBLEMA
El primer paso era el que contaba. Una vez que has iniciado algo, ello ejerce una autoridad terrible sobre ti. JULES ROMAIN (1973)
Todas las cosas tienen pequeños principios. MARCO TULIO CICERÓN
El proceso de la evaluación es crucial para la dirección que toma cualquier terapia y a menudo, en última instancia, para su éxito. Richard Rabkin ha utilizado la analogía del ajedrez para pensar el proceso terapéutico (1977). Lo mismo que en una partida de ajedrez, el éxito o fracaso de la terapia está a m e n u d o d e t e r m i n a d o p o r las «jugadas» de apertura: las preguntas formuladas, las respuestas extraídas, que reflej a n la «estrategia de juego» y los supuestos del terapeuta. Todos los marcos explicativos son metáforas, aunque pueden tener consecuencias m u y reales. Creemos que son muchos los diferentes marcos capaces de orientar a los terapeutas en su trabajo. No obstante, a m e n u d o aparecen problemas, como ya hemos dicho antes, cuando esos marcos se confunden con «la realidad» y son reifícados. Después de un tiempo, los clientes pueden llegar a considerar sus problemas y pronósticos, y a verse a sí mismos, a la luz de las creencias del terapeuta al respecto, incluso aunque esas creencias no hayan sido explícitas sino implícitamente comunicadas. Una clienta q u e había sido etiquetada como «personalidad límite» fue transferida a u n a nueva terapeuta, debido a un cambio de personal en la institución en la que recibía la terapia. Después dijo que, c u a n d o iba a ver a la nueva terapeuta, a m e n u d o salía m u y desalentada y deprimida. Se le preguntó cuál era la diferencia de estilo entre las dos terapeutas, y respondió: «Esta o t r a terapeuta es m u y pesimista.
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NEGOCIANDO EL PROBLEMA
Cuando entro en el consultorio, quizá me sienta m u y bien. Pero ella me dice que parezco deprimida. Entonces empiezo a preguntarme si en realidad no lo estoy. Al final de la sesión, estoy decididamente deprimida, aunque no lo estuviera al principio». Tradicionalmente, en el proceso de evaluación o diagnóstico, el problema del cliente o la familia es estudiado, identificado y descrito «objetivamente», después de lo cual se lo trata. Puesto que, a nuestro juicio, la realidad está mediada socialmente, no debe sorprendernos que veamos los problemas y sus definiciones (y los efectos pragmáticos de estas definiciones) c o m o mediados en gran medida social e interaccionalmente, en un proceso en el cual el cliente o los clientes y el terapeuta crean juntos u n a «realidad», sea cual fuere la conciencia que los participantes tengan de este hecho. El grado de influencia que ejercerá el cliente (o lo que el terapeuta le reconozca competencia para ejercer) en la creación de esta «realidad» varía según el enfoque. Los terapeutas conductuales «descubren» problemas de conducta; los analistas «descubren» problemas intrapsíquicos, con frecuencia originados en la niñez; los psiquiatras de orientación biológica «descu----» pruebas de problemas neurológicos y déficits químicos; los terapeutas estructurales/estratégicos «descubren» ambigüedades jerárquicas y coaliciones; los terapeutas contextuales «descubren» los efectos de la injusticia y la explotación intergeneracional; los terapeutas breves "descubren" pautas de pensamiento y acción que se autorrefuerzan. Todo terapeuta se basa en el supuesto de que él o ella ha descubierto la causa fundamental del problema (y, lamentablemente, a menudo desatiende e incluso se mofa de otros modelos y explicaciones, tendencia ésta de la cual nuestro propio campo de ningún modo está total-
explicación propuestos por el biólogo Steven Rose como los mínimos necesarios p a r a comprender la conducta del cerebro (1976, pág. 30).
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mente
libre).
Todo lo que pensamos, sentimos y h a c e m o s se puede considerar insertado en, y afectado por, u n a compleja j e r a r q u í a de influencias. Estas abarcan desde el m á s amplio nivel sociopolítico hasta el nivel neurosipnóptico individual, de origen genético o ambiental; desde nuestros antecedentes históricos, pasando por nuestras diversas experiencias del presente (familia, grupo de pares, c o m u n i d a d , género, raza, etcétera), hasta nuestro futuro, tal como lo prevemos hoy. Por ejemplo, c o n s i d e r a n d o la complejidad del f e n ó m e n o q u e d e n o m i n a m o s esquizofrenia, Scheflen m u e s t r a que hay que considerarlo reflejo de un complejo de influencias de por lo m e n o s ocho niveles diferentes (1981). Esos niveles se asemejan estrechamente a los ocho niveles de
Scheflen
Rose
La perspectiva social El nivel institucional El nivel familiar La interacción diádica La emocionalidad y los estados corporales Los subsistemas fisiológicos La organización del sistema nervioso La microestructura neural
Nivel Nivel Nivel Nivel Nivel
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sociológico psicológico-social psicológico (mentalista) fisiológico (sistemas) fisiológico (unidades)
Nivel anatómico-bioquímico Nivel químico Nivel físico.
La riqueza y complejidad de este tapiz existencial significa que cualquier aspecto de nuestro ser, incluso el desarrollo y mantenimiento de los problemas, puede verse como reflejo de fenómenos que existen en cualquiera de estos niveles, o en todos ellos. La riqueza y complejidad de este tapiz existencial significa también que es posible encontrar «pruebas» en apoyo de u n a amplia g a m a de preconcepciones diagnósticas. A nuestro juicio, también significa que la causa o causas «reales» de cualquier problema nunca se pueden determinar de modo concluyente. Los terapeutas breves se concentran primordialmente en lo observable, en lo que puede describirse de un m o d o claro y concreto, en términos de cosas y hechos. O'Hanlon y Wilk hablan de «enunciados descriptivos basados en la observación, que no contienen ni presuponen ninguna información que en principio no pudiera derivarse sin interpretación de un vídeo con banda sonora» (1987, pág. 20). No se trata de que neguemos la complejidad de la experiencia humana. Pero creemos que c u a n t o m á s se aleja uno de las tuercas y tornillos observables o descriptibles de la interacción, mayores son los riesgos que corre de quedar a t r a p a d o en sus propias metáforas, y de imponérselas a los clientes. Además, a menos que estemos actuando como agentes de control social, lo q u e nos autoriza a realizar nuestra tarea es resolver el problema específico que la persona nos trae a terapia, y con respecto
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al cual él o ella es un cliente real o potencial. A veces sucede que el problema inicial se utiliza como «tarjeta de presentación», y que en realidad al cliente le preocupa más otro problema, que no está preparado para introducir antes de que pase algún tiempo, y confía más en la integridad y la competencia del terapeuta. Creemos que nuestra responsabilidad consiste en proporcionar ese clima, pero quien en última instancia debe definir el enfoque es el propio cliente. Los clientes no trabajan por cambios de los que no son consumidores, p o r más necesarios, deseables o beneficiosos que esos cambios les parezcan a las otras personas de sus vidas y al propio terapeuta. Desde esta perspectiva consideramos innecesarias las ideas tradicionales acerca de la resistencia. Aunque al afrontar el enfoque de un cambio significativo todos tendemos a aferramos a «lo malo conocido», a nuestro juicio las personas con problemas quieren cambiar, aunque, por diversas razones individuales o interpersonales, no saben o no pueden iniciar el proceso sin alguna ayuda. El grupo del Centro de Terapia Breve de Palo Alto (Fisch y otros, 1982; Watzlawick y otros, 1974; Weakland y otros, 1974) ha examinado este tema esencial de la «relación de compra». ¿Quién quiere ayuda, con qué, o de quién? A veces la persona que recurre a la terapia se siente proclive a adquirir los cambios de otros (un cónyuge, un hijo), sin advertir o estar preparada para ver que es ella m i s m a quien podría o debería c a m b i a r su m a n e r a de ver a ese otro. A m e n u d o , el cliente que llega al consultorio ha sido derivado por un consejero escolar, un tribunal, un progenitor, un cónyuge, etcétera, y quizá no tenga ninguna motivación p a r a la terapia, e incluso sea hostil a la idea de someterse a ella. Esto no significa necesariamente q u e no se puede hacer nada, sino que el terapeuta debe partir con cautela de u n a posición respetuosa y humilde, sin establecer ningún supuesto. M u c h o de lo que suele definirse como «resistencia» puede verse c o m o resultado directo del hecho de que el terapeuta no clarifica si alguien es cliente o no, y trata de «venderle» algo a u n a persona que no está interesada en adquirir nada. O bien a esa persona le interesa adquirir algo, que no es lo que el terapeuta intenta «venderle», y siente q u e los otros (incluso el terapeuta) tratan de convencerla o forzarla a «realizar esa compra» porque tienen sus propias razones. Un hombre pidió hora por recomendación de su agente de seguros, quien aparentemente le había dicho que mediante el hipnotismo se pue-
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de dejar de fumar. Se le informó de que no era así; el terapeuta no podía hacer, ni haría, que dejara de fumar. No obstante, estaba en condiciones de ayudarlo a abandonar el hábito, pero primero quería saber si él mismo lo deseaba. Respondió que no. Se le preguntó si alguna vez había tenido problemas de salud o respiratorios relacionados con el tabaco, y contestó que nunca había padecido efectos desagradables. Al dejar la Marina, cuarenta años antes, los médicos le habían dicho que le que daban tres años de vida, debido a sus hábitos extremos con la bebida y el tabaco. Estaba jubilado, había renunciado al alcohol y suprimido las grasas de su dieta, por prescripción médica, varios años antes. Fumar era uno de los pocos placeres que le quedaban. Tenía que hacerse un examen médico en el término de unas pocas semanas. El terapeuta le dijo que, sobre la base de lo que él le había comentado, suponía que no le costaría mucho dejar de fumar, ya que antes había dejado de beber, en el caso de que el médico se lo recomendara. Pero si el médico no le hacía esa recomendación, podía seguir disfrutando del tabaco mientras quisiera. El hombre respondió: «Gracias, joven. Supongo que realmente no quiero dejar de fumar, y nuestra conversación me ha ayudado a comprenderlo. Era el agente de seguros quien quería que yo dejara el tabaco». El terapeuta le deseó suerte y agregó que la puerta de su consultorio estaba siempre abierta si él quería volver. Los párrafos siguientes delinean los aspectos i m p o r t a n t e s de la «relación de compra», tal como los presentó inicialmente el grupo de Palo Alto, con u n a adaptación posterior de Steve de S h a z e r y de sus colegas (de Shazer, 1988): Un visitante (que Fisch y otros, 1982, llaman window shopper, es decir, alguien que mira escaparates pero no entra a comprar) no se compromete; a menudo llega a la terapia bajo algún tipo de coacción, implícita o explícita, y por lo general debido a las preocupaciones de otros. Por más claro que esté para esos otros y para nosotros mismos que la persona tiene problemas, en los planes de él o ella no está el hablar sobre tales problemas en el contexto presente, ni recibir ayuda. Por lo tanto, es probable que cualquier intento de intervención sea estéril o conduzca a lo que posteriormente podría llamarse «resistencia». En tales situaciones, Steve de Shazer aconseja escuchar con respeto, felicitar cuando sea posible, pero no hacer sugerencias ni encargar tareas. Un quejicoso tiene un problema o una lista de problemas, específicos o vagos, concernientes a él mismo o relacionados con otra u otras personas, acerca de los cuales está por lo general dispuesto a hablar, a
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veces extensamente. Pero, aunque tal vez se vea a sí mismo como relativamente impotente, o bien con potencial para influir en el problema o los problemas con sus propias acciones, no está aún claro que invite directamente al terapeuta a ofrecer consejo o ayuda (quizá asuma la posicion de que son los otros, y no él, quienes tienen que cambiar, en cuyo caso es probable que convenga tratarlo inicialmente como a un visitante, con empatia, pero sin sugerencias y tareas). Un comprador tiene una queja, relacionada con él mismo o con otra u otras personas; de esa queja puede obtenerse una descripción relativamente clara, y el individuo desea sin duda alguna hacer algo al respecto, para lo cual busca la ayuda del terapeuta. Es importante no suponer que estas definiciones describen «características» fijas y reales; son sólo orientaciones para pensar la relación terapéutica. Se refieren a las posturas adoptadas por los clientes en relación con las posiciones reales o previstas de los terapeutas y los otros miembros de la familia o profesionales involucrados. Esto contrasta con la idea tradicional de la «resistencia», vista como una cualidad que
está dentro» del cliente. Es común que cada miembro de una familia adopte posiciones distintas con cada uno de los otros, y también que las cambie, así como su actitud con el terapeuta, en el transcurso de una misma sesión, o de una sesión a otra. Por ejemplo, una mujer puede llevar a terapia a su esposo renuente. Sin duda es la compradora del cambio de él. El hombre no tiene ningún interés en la terapia, y se ve con claridad que se dejó llevar para conservar la paz, o para poder decir: «Bien, fui pero no dió resultado; que es lo que yo había previsto». Es posible que, al encontrarse con que el terapeuta no le señala errores y le demuestra comprensión, el esposo, al final de la sesión, se haya convertido en un comprador de terapia. No obstante, como lo que sucedíó no es lo que esperaba la mujer, ella podría desplazarse a la posición de quejicosa o incluso a la de visitante (por lo menos con ese terapeuta y en ese momento). A veces, el cliente sigue siendo visitante hasla que otras personas de su vida, allegados, amigos u otros profesionales dejan de presionarlo para que vaya a terapia. Entonces puede concurrir con sus planteamientos, y al terapeuta le resulta más fácil evitar la difícil posición de aparecer como agente de los otros. Desde luego, es posible tener varios compradores a la vez, cada uno de ellos con diferentes problemas. Esta situación aparece a menudo en la terapia familiar y marital, en las que en la sesión se ve a más de una
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persona, y cada u n a tiene sus problemas y su propio programa, diferentes de los de los otros y, a veces, en conflicto con éstos. Por ejemplo, u n a familia llega a terapia por el impulso inicial de los padres, que se quejan de la conducta y actitud de u n a hija de 15 años. Ella ha violado reiteradamente varias reglas familiares y hogareñas, ha faltado a clase, ha pasado toda una noche fuera de casa, y suele enzarzarse en disputas con los padres. Es probable que, al principio, la niña sea renuente a asistir a la terapia, hasta que el terapeuta le pregunte, con o sin la presencia de los padres, si le gustaría ayudar a «sacárselos de encima». Es p r o b a b l e que esto realmente le interese, y entonces resulta posible e n s a m b l a r y alinear los dos conjuntos de metas. Los progenitores quieren que la hija obedezca las reglas de la familia, y la hija quiere t e n e r m e n o s conflictos con ellos y m e n o s restricciones. En este caso tenemos dos problemas y dos conjuntos de metas, con dos compradores distintos. Después de asegurarse de que uno tiene comprador, el siguiente paso en la terapia consiste en conocer el problema de ese comprador. Es decir, qué conducta o experiencia que se produce en su vida le gustaría a esa persona reducir o eliminar, o bien, alternativamente, a qué conducta o experiencia que no se produce le gustaría poder recurrir más r e g u l a r m e n t e . En algunos enfoques, la decisión acerca de cuál es este p r o b l e m a se basa en una teoría de la patología, más bien que en la petición de ayuda del cliente. A nosotros nos interesa una definición clara del problema en términos de conducta real. En lugar de aceptar enunciados tales como «Él es obediente» o «Estoy deprimida», p r e g u n t a r , en este caso, «¿Qué es lo que él h a c e e x a c t a m e n t e p a r a que lo considere desobediente?» o «¿De qué m o d o la tristeza afecta a su conducta?», alienta el análisis más detallado. A m e n u d o es importante descubrir c u á n d o comenzó el problema, con qué frecuencia se produce, c u á n d o y dónde, en relación con quién o qué, etcétera. A continuación hay que extraer con igual claridad las soluciones intentadas. Como en la terapia breve la evaluación se orienta hacia el presente y el futuro (qué es lo que al cliente/comprador no le gusta en el presente, y qué es lo que quiere cambiar en el futuro), p o r lo general no b u s c a m o s c a u s a s o antecedentes en el pasado, si bien reconocemos que, en algunas personas, un marco para la comprensión de los efectos de hechos pasados puede ser de ayuda en el proceso de revisar los constructos personales. Al buscar una descripción del problema, preferimos c o n c e n t r a r n o s en el presente o en el pasado reciente. Procu-
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r a m o s encontrar las p a u t a s individuales e interaccionales asociadas con la dificultad. También queremos comprender con exactitud lo que describe el cliente, para no tener que recurrir a conjeturas, que pueden ser inexactas. Los terapeutas breves tienden a interesarse en lo que no le da resultado a la persona y a convencerla de que intente algo distinto, o bien tratan de descubrir lo que sí da resultado, y alientan a recurrir más a ello. También se concentran más en el futuro y en las soluciones que en la etiología y el pasado, o incluso, a veces, el presente (de Shazer, 1988, 1991; F u r m a n y Ahola, 1992; O'Hanlon y Weiner-Davis, 1989). La siguiente es u n a lista de puntos acerca de los cuales tenderíam o s a hacer preguntas al buscar una definición clara del problema y de las que aparezcan como secuencias importantes en torno a él. Más adelante nos detendremos en los enfoques centrados en el futuro.
¿Cuándo se produce el problema? Buscamos regularidades en la reiteración del problema en el tiempo. ¿Hay m o m e n t o s en los que el problema aparece habitualmente o siempre, o en los que no aparece nunca? ¿Hay algún m o m e n t o específico del día, la semana, el mes o el año en el que el problema surge con más o menos frecuencia?
¿Dónde aparece el problema? ¿Hay algún lugar donde el problema siempre se produce, o es más probable que se produzca? ¿Hay algún lugar donde el problema no surge nunca? A m e n u d o p e d i m o s localizaciones generales (por ejemplo en el trabajo, en la escuela, en el hogar) y localizaciones específicas (como u n a cierta habitación en particular de la casa).
¿Cuáles son las acciones del problema? Si hubiera u n a grabación en vídeo del problema en acción, ¿qué es lo que veríamos? ¿Qué posturas y gestos específicos, qué frecuencias de acciones, interacciones, diálogos, etcétera, podríamos ver y oír en esa presentación activa del problema?
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¿Con quién se produce? ¿Quién es más probable que esté rondando cuando aparece el problema? ¿Qué hacen y dicen esas otras personas antes, d u r a n t e y después de que aparezca la conducta-problema? ¿Qué dicen esos otros sobre el individuo q u e tiene el problema, o sobre el p r o b l e m a en sí?
¿Cuáles son las excepciones a la regla del problema? Muy pocas veces el problema es continuo, de m o d o que solemos seguir una línea indagatoria que subraye lo que interfiere en el problema, lo i n t e r r u m p e o lo reemplaza. De Shazer ha f o r m u l a d o este método en su trabajo centrado en la solución (de Shazer, 1988, 1991). Este método invita a la persona a advertir y producir m á s a partir de las excepciones al problema, de modo que éstas se convierten en la regla que acaba reemplazando a la regularidad indeseada. Análogamente, White busca lo que él denomina en sus trabajos «desenlaces únicos» (1988).
¿Qué es lo que el cliente o los clientes hacen de modo distinto, o qué actividades quedan excluidas a causa del problema? ¿De qué modo el problema obstaculiza lo que las personas harían habitualmente o les gustaría hacer? A veces, para obtener esta información, le p r e g u n t a m o s al cliente qué haría de u n a m a n e r a distinta si el problema estuviera resuelto. De Shazer ha descrito el empleo de la «pregunta del milagro», no sólo para obtener respuestas a ese interrogante, sino t a m b i é n p a r a procurarle al cliente la experiencia de hablar de la solución como si fuera inevitable o ya se h u b i e r a iniciado (de Shazer, 1988, 1991).
¿Qué es lo que el cliente muestra en la sesión que está relacionado con el problema? A veces los clientes sacan a luz alguna parte del problema en el consultorio. Esto ocurre casi siempre en las sesiones con matrimonios o
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familias; entonces el proceso del p r o b l e m a se despliega ante los ojos y los oídos del terapeuta. Pero también puede suceder en las sesiones individuales. Un cliente se quejaba de que sus colegas no lo aceptaban en su c a r r e r a profesional. D u r a n t e la p r i m e r a sesión, habló en voz tan alta que, más tarde, los terapeutas de los consultorios adyacentes se quejaron de h a b e r tenido que escucharlo todo. Además, el cliente m i r a b a a cualquier lugar de la h a b i t a c i ó n , pero no al terapeuta, de manera acentuada y notable. Al principio de la sesión siguiente, el terapeuta le comunicó lo que habían dicho los profesionales vecinos, y se preguntó si la voz alta y la evitación del contacto ocular tenían algo que ver con el problema del cliente. Este respondió que su jefe había mencionado alguna vez que hablaba en voz demasiado alta, pero que ninguna otra persona le había hecho ese comentario, de modo que lo descartó, atribuyéndolo a que el jefe era una persona muy crítica. Decidimos que en el curso de la semana siguiente él trataría de hablar con m á s suavidad y tomaría nota de la reacción de sus colegas. Descubrió que daba resultado. Después hubo otra s e m a n a en la que se concentró en el contacto ocular, y que también le dio resultado. •
¿Cuáles son las explicaciones y marcos del cliente respecto del problema? A m e n u d o las personas tienen algunas ideas acerca de lo que causó o causa sus dificultades, o sobre lo que el problema significa en sus vidas. Como ya hemos comentado, esas explicaciones y marcos de referencia pueden ser útiles o formar parte del problema. En ambos casos, conviene evaluar qué son. ¿Qué es lo que el cliente cree que causó o causa el problema? ¿Cuáles son, si existen, las dificultades más profundas a las que el cliente atribuye el problema? ¿Qué indica el p r o b l e m a sobre su identidad o sus previsiones de futuro? ¿Qué metáforas, analogías o imágenes emplea el cliente cuando habla del problema? Además, ¿cuáles son o han sido las explicaciones de los otros significativos (por ejemplo, los miembros de la familia u otros profesionales involucrados), que pueden h a b e r orientado sus actitudes respecto del cliente y el modo de tratarlo, afectando también al modo en que el cliente pensaba el problema? Hoy en día, incluso puede ser importante saber qué libros de autoayuda se h a n leído.
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¿Cuáles son las soluciones intentadas por el cliente o los otros, acerca del «problema»? Ya hemos visto que se puede considerar que los problemas reflejan el m o d o en que los clientes han persistido en el empleo de soluciones inadecuadas y desafortunadas. ¿Qué han estado haciendo el cliente y los otros significativos (incluso los terapeutas) para tratar de resolver el problema?
¿Cómo podremos saber que hemos llegado? Para el terapeuta breve tiene u n a importancia crucial que ayude al cliente a clarificar y expresar las metas. Como dice el título de un libro, «si no sabe adónde va, probablemente termine en otra parte». Debemos tratar de conocer las imágenes e ideas que tiene el cliente acerca de cómo sabrá él que el problema está resuelto. ¿Qué sucederá en los otros ámbitos de su vida cuando el problema ya no los acose? A veces, el solo hecho de que se le pregunte por el futuro y se le pida que visualice un porvenir mejor, ayuda al cliente a ver con claridad las soluciones. En otros casos, sólo nos ayuda a nosotros a precisar lo que él quiere. Algunas veces, como dicen de Shazer y sus colaboradores (de Shazer y otros, 1986), la terapia puede concentrarse primordialmente en c ó m o será la solución, y trabajar en pos de ella sin llegar siquiera a u n a descripción clara de lo que es el problema. De un modo u otro, para nosotros esto constituye una parte importante del proceso de evaluación. Puesto que no tenemos ningún modelo explicativo general ni modelos normativos que nos guíen, las metas y las visiones del futuro del cliente pasan a ser nuestras brújulas, y nos ayudan a cartografiar el c a m i n o hacia el destino que anhela. Tratamos de concentrarnos en u n a m e t a descrita con claridad, en cuanto podamos hacerlo sin ahuyentar al cliente. Si recibimos mensajes verbales o no verbales de que nuestro enfoque en las metas irrita al cliente, podemos explicarle nuestro propósito, o retroceder y concentrarnos en lo que él nos indica que considera m á s importante examinar. Ejemplo: «Éste parecería un buen lugar para empezar, pero me gusta saber a dónde voy, de modo que puedo escuchar más, para encontrar lo que le será útil. Si es posible, dígame qué es lo que espera que suce-
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da en su vida cuando hayamos tenido éxito. ¿Qué hará después de la terapia? ¿Cómo se darán cuenta los otros de que ha cambiado? ¿Cómo lo sabrá usted?». Para que las metas sean alcanzables, es preferible alentar al cliente a formularlas en términos controlables objetivamente. Las metas bien formuladas consisten en acciones del cliente, o en condiciones que esas acciones pueden generar. Suelen incluir elementos temporales: cuán a m e n u d o (frecuencia); cuándo (fecha/hora/plazo); dónde y por cuánto tiempo (duración). Para que sea viable, nosotros pensamos que la meta debe ser compartida. Chente y terapeuta tienen que estar de acuerdo en que es importante y susceptible de alcanzarse. Si hay m á s de un cliente, o el comprador no es el cliente, es preferible que todas las partes estén de acuerdo en que la meta es pertinente y alcanzable. Para a s e g u r a r que todas las partes sepan reconocer, cuando ello ocurra, que la meta se ha alcanzado, ayudamos a los clientes a traducir a un lenguaje b a s a d o en la acción sus palabras y frases vagas, de contenido no sensorial. Tenemos que imaginar la meta como si pudiera ser vista y oída en u n a videograbación. Desde luego, al principio los clientes suelen hablar sobre las metas de un m o d o vago, o refiriéndose más a los sentimientos o estados interiores. Como ya hemos subrayado, consideramos importante prestar atención a las descripciones de sentimientos, estados o cualidades interiores, y demostrar empatia. Sin embargo, seguiremos alentando respetuosamente las descripciones de los correlatos externos (observables) de tales estados. Si u n a persona se quejara de ser tímida, le pediríamos que descubriera u n a interacción (o falta de interacción) típica. ¿Baja los ojos cuando está en compañía de otros? ¿Se sienta solo o sola en una fiesta? ¿Rechaza invitaciones a reuniones? E m p l e a r í a m o s esas descripciones de acciones, y trataríamos de alentar a esa persona a cambiar las acciones e interacciones que nosotros y ella consideramos más pertinentes y que c o n m á s probabilidad g e n e r a r á n un c a m b i o generall A una joven anoréxica le resultaba difícil definir una meta más específica que «Me sentiré mejor». Finalmente, mediante el empleo de la «pregunta del milagro», pudo identificar como metas iniciales ser capaz de mirarse al espejo de cuerpo entero camino de la ducha, y elegir una prenda para ponerse sobre la base de lo que le gustaba, y no porque fuera lo que ocultaba más. Se le aconsejó realizar el intento sólo cuando estu-
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viera preparada. En la sesión siguiente, se presentó con un vestido sin mangas y dijo sentirse más optimista acerca del futuro. A fin de ayudar a conducir a nuestros clientes, a m e n u d o les presentamos respuestas múltiples para que opten entre ellas cuando vacilan en establecer metas claras o continúan respondiendo a nuestra indagación al respecto con palabras y frases vagas. Por ejemplo: ¿Piensa usted, quizá, que los primeros signos de que las cosas mejoran podrían ser que se mirara realmente al espejo en lugar de apartar la mirada, o ponerse algo porque le quede bien y no porque la oculte más? ¿O alguna otra cosa? A veces resulta importante informar al cliente de que buscamos una meta alcanzable, y dar una justificación racional a nuestra búsqueda. Vuelvo a esta cuestión de cómo sabremos que hemos tenido éxito y podemos dejar de encontrarnos, porque quiero estar seguro de cuál es el destino de nuestro trabajo. Me preocupa que lo que estamos haciendo aquí pueda convertirse (o se haya convertido) en parte del problema, en lugar de ser parte de la solución. Creo que definir una meta nos ayudará a evitarlo, porque tendremos un punto de destino claramente definido. Al p r e g u n t a r p o r las metas, a p r o v e c h a m o s la o p o r t u n i d a d para crear u n a expectativa de cambio y resultado. Nuestras palabras la reflejan. Al h a b l a r de las metas del cliente en la terapia (o después de ella), no nos referimos al futuro empleando el modo potencial o subjuntivo: decimos «cuándo» y «todavía». ¿Así que todavía no ha salido nunca con una mujer, y le gustaría iniciar una relación? Entonces, cuando se sienta mejor, menos deprimido o no deprimido, ¿se levantará más temprano y pasará más tiempo con sus amigos?
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Construyendo un problema resoluble Cuando se negocia el problema, una de las metas importantes es definir las dificultades, en el discurso que se despliega entre el terapeuta y el cliente (o los clientes), de un m o d o que optimice la posibilidad de actuar sobre ellas. Como ya hemos dicho, es más probable que esto suceda cuando se alude a conductas específicas y no a cualidades personales o entidades hipotéticas. Un niño que se niega a ordenar su habitación es m á s fácil de tratar que un «niño desobediente»; una persona que toma su primer trago al volver a casa después del trabajo es más fácil de tratar que un «alcohólico»; un matrimonio que no ha encontrado aún el m o d o de conseguir que un niño asustado vaya a la escuela es más fácil de tratar que «una familia enredada»; la falta de experiencia en la relación con los pares es más fácil de tratar que la «baja autoestima»; u n a tendencia a evitar el contacto con los otros y a llorar con frecuencia es m á s fácil de tratar que u n a «depresión». Para t o m a r sólo u n o de estos ejemplos, el individuo que bebe su p r i m e r a copa al volver a su casa desde el trabajo, noche tras noche, podría ser persuadido de que, en lugar de ello, sacara a pasear el perro. Invitamos al lector a practicar la reducción de cualquiera de las categorías diagnósticas que se emplean con frecuencia a una pauta de conductas discretas, personales e interpersonales, que se repiten cuando se da cierto conjunto de circunstancias; de ese m o d o es más fácil a c t u a r sobre los distintos elementos de esa p a u t a . Pero este proceso presenta mucho m á s que ventajas pragmáticas. Las consecuencias de a l u d i r a entidades de existencia en última instancia indemostrable (como, por ejemplo, la «codependencia» o la «personalidad adictiva», el «daño psicológico» o un «déficit de la atención», p o r nombrar sólo cuatro categorías de u n a muy larga lista posible), pueden ser profund a s y, a nuestro juicio, un t a n t o aterradoras ( a u n q u e quizá generen buenas ganancias).
6. NEUTRALIDAD Y PODER, SUGERENCIAS, TAREAS Y PERSUASIONES
Generalmente, las personas se convencen mejor con las razones que han descubierto por sí mismas que con las que les han llegado de las mentes ajenas. PASCAL
Tenemos la muy ingenua creencia de que si uno no escoge influir, si la palabra estrategia se le queda pegada en la garganta cuando intenta emitirla, o si cree que los seres humanos son capaces de no influirse entre sí (con intención o sin ella), tiene que retirarse de la sociedad humana. BROOKS Y HEATH (1989, pág. 320)
Lo típico es que los terapeutas breves h a g a n u s o frecuente de la sugerencia directa y el encargo de tareas. Por lo tanto, tienen que convertirse en expertos en el arte de la persuasión. Puede sostenerse que el arte de la terapia, sea cual fuere el enfoque que se utilice, tiene mucho en c o m ú n con el arte de la persuasión. Para m u c h o s , éste es un hecho desagradable. Pero, nos guste o no, nuestra profesión tiene que ver pri¬ mordialmente con alentar a las personas, de m o d o directo o indirecto, a modificar sus actitudes o sus conductas.
INFLUENCIA Y PERICIA
Son m u c h o s los que, en nuestro campo, creen que es posible no influir y limitarse a escuchar la historia de un cliente o u n a familia, alentar un discurso en el que el terapeuta no realice ningún intento de «dirigir, m a n e j a r o cambiar el diálogo familiar p a r a llevarlo en una dirección particular...» (Markowitz, 1992, pág. 12, citando a Harlene Anderson). P e n s a m o s que ésta es una ilusión peligrosa. Desde cierto
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p u n t o de vista, es imposible no revelar opiniones e influir en la interacción, así sea inconscientemente, a través de toda la gama de los canales verbales y no verbales que llevan y traen la información. Por ejemplo, sea cual fuere nuestro modelo terapéutico, respondemos a un cierto enunciado y no a otro, formulamos una cierta pregunta y no otra, sacudimos la cabeza o decimos «hum» en respuesta a alguna de las cosas que se nos h a n dicho, y no a otras. En todos estos casos influimos sobre el proceso y la dirección de la interacción. También es mucho lo que comunicamos a través de los niveles sutiles de la expresión facial, los movimientos oculares, la dilatación de las pupilas, las pautas respiratorias, la postura, etcétera, que no podemos controlar y de lo cual somos totalmente inconscientes. Nos preocupa que esos niveles sutiles de influencia p u e d a n ser s u m a m e n t e insidiosos, en cuanto actúan al margen de la percatación de todos los interesados. Nosotros estamos inequívocamente de acuerdo con todo lo que a u m e n t e el sentido de autonomía, de autodetenriinación, de la propia capacidad en el cliente. Pero no creemos que el hecho de que el terapeuta haga sugerencias o persuada al cliente para que intente algo distinto represente una manipulación o la imposición y explotación de una malsana diferencia de poder. Al parecer, actualmente existe también una preocupación en nuestro campo (a veces nos atreveríamos a considerarla un tanto mojigata) que tiende a negar p o r completo la validez del rol de «experto», o incluso de la habilidad en sí. Se suele invocar la afirmación tautológica de Maturana acerca de la imposibilidad de la interacción instructiva; «la conversación» ha sido elevada a un nivel sacramental, y se habla de ella en un susurro reverente. La asunción del rol de experto se considera epistemológicamente errónea (sea lo que fuere lo que esto significa), o bien presuntuosa, elitista, alentadora de la dependencia, un aferramiento al poder profesional, controladora del «poder del conocimiento», etcétera, etcétera. Si bien estamos seguros de que esto podría ser así en los casos de algunos terapeutas, diríamos que el rol de «experto» también puede a s u m i r s e de un m o d o tal que no quite p o d e r (de hecho, dar poder no es posible; lo único que puede hacerse es evitar lo que quita poder). No dejamos de advertir que la mayoría de quienes evitan la habilidad y la técnica son terapeutas sumamente experimentados, con mucha habilidad y una técnica m u y asentada. Estamos de acuerdo con que se h a g a n a un lado la a c t i t u d de antagonismo, las técnicas encubierta-
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mente manipulativas y la idea de que la terapia es un proceso en el cual nosotros, con la suma del conocimiento, actuamos benévolamente sobre quienes no lo tienen. Pero creemos que carece de sentido fingir una carencia de conocimientos o habilidades, negar que la experiencia y la sabiduría que llevamos a la terapia es el fruto del ejercicio prolongado, y a veces penoso, de ese conocimiento y esas habilidades, y de la evolución de uno y otras. Ofrecer los frutos de m u c h o s años de experiencia de un m o d o sensible y respetuoso a un cliente o u n a familia perturbados no significa necesariamente quitarles p o d e r o tratarlos como incompetentes (aunque sin duda ésta es u n a posibilidad). Para dar un ejemplo, Brian a menudo les explica a los individuos, parejas o familias que, a lo largo de los últimos veinticinco años, él ha adquirido u n a habilidad considerable con los enfoques que, por lo común, no dan resultado en las relaciones, sobre todo cuando se han convertido en un rasgo de ellas. Por lo general, a continuación dice que, con respecto a lo que sí dé resultado, él es mucho menos capaz de hacer una declaración tan definitiva. Sin embargo, admite que a m e n u d o tiene ideas sobre lo que podría funcionar, muchas de ellas t o m a d a s de clientes anteriores, y algunas propias; añade que le gustaría m u c h o compartirlas con ellos (Cade, 1992b).
LA NEUTRALIDAD
En los últimos años, la cuestión de la neutralidad ha recibido una atención considerable y ha originado algunas controversias. A nuestro juicio, la neutralidad del terapeuta es un requerimiento pragmático para ser terapéutico cuando se trabaja en el punto de encuentro de las relaciones. La pérdida de neutralidad, por lo general, empuja al terapeuta a u n a posición estéril. La posición neutral asumida por razones terapéuticas no expresa necesariamente la opinión o la actitud personales del terapeuta con respecto a una persona, una conducta, un conjunto de valores, una disposición o un hecho. Desarrollamos el empleo de esta posición en virtud del aprendizaje realizado en los casos en que no pudimos ser útiles por haber tomado partido, creyendo a veces que era importante proteger a una de las partes, otras veces inconscientemente, en ocasiones con el autoengaño de que intentábamos una provocación terapéutica para «desequilibrar» el sistema, y a veces por motivos personales nuestros. Hay en nuestro campo quienes parecen equiparar la neutralidad en
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la terapia a la adopción de u n a postura de desapego, no comprometida, no emocional. H e m o s visto a algunos terapeutas que entrevistan familias empleando u n a expresividad emocional del estilo de Buster Keaton. Nos parece posible m a n t e n e r la posición neutral respecto de las dos partes, a d o p t a n d o enfoques intermedios en el continuo que va entre la postura remota, no comprometida, en un extremo y, en el o t r o extremo, u n a posición cálida, interesada, afirmativa, c o m p r o metida, incluso amistosa, con a m b a s partes. Lo importante es que, a lo largo del tiempo, ninguna de ellas sea tratada de un modo distinto y que, implícita o explícitamente, se constituya una alianza de una contra la otra. La neutralidad terapéutica puede significar no tomar partido por ninguno de los lados, o t o m a r partido por los dos. La neutralidad con respecto al resultado es también, a nuestro juicio, u n a posición pragmática que resulta importante asumir en algunas situaciones, y no necesariamente u n a expresión de la falta de interés del terapeuta en la resolución de los problemas, o de su insensibilidad a cuestiones sociopolíticas globales. Cuando un terapeuta se identifica con demasiada claridad con los argumentos en favor de un cambio, sea que comunique su posición explícita o implícitamente, a menudo puede convertirse, por así decirlo, en el principal «comprador» del modo en que debería ser una familia o un miembro de ella. En ese caso, es como si el terapeuta hubiera colonizado esos argumentos, dejando p a r a el miembro o los miembros de la familia sólo los argumentos contrarios, j u n t o con el efecto que producen esos contraargumentos. Las ventajas y desventajas de la idea que tiene el terapeuta acerca de cómo deben ser las cosas carecen de i m p o r t a n c i a si la persecución de esos fines, p o r positiva que sea la motivación, les quita poder a las personas, a u m e n t a su «resistencia» o las atrinchera aún más en sus actitudes. Al considerar la terapia de familias en las que hubo abuso, Kearney, Byrne y McCarthy se h a n referido al «potencial colonizador» de las redes profesionales que tratan a las familias perturbadas o perturbadoras de las comunidades pobres y marginalizadas. Estos autores señalan que «tales familias están singularmente expuestas a cruzadas reiteradas de inversión y retirada, bajo las banderas caritativas del control y el tratamiento (...) los colonizados, sostenidos por las sanciones de los colonizadores, mantienen su asociación ambivalente en oscilaciones entre la rebelión y la obediencia» (Kearney y otros, 1989, pág. 17). En el examen de las técnicas paradójicas, volveremos a consider a r este proceso de colonización.
NEUTRALIDAD Y PODER
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En el examen de estas cuestiones preferimos utilizar el marco del «visitante», el «quejicoso» y el «comprador», al que nos hemos referido en un capítulo anterior, en lugar de la noción más genérica de «neutralidad». En nuestra opinión, teniendo presente la cuestión de «quién es realmente el comprador de qué», por lo general evitamos las alianzas estériles, no nos mostramos demasiado entusiastas o dogmáticos acerca de cómo deberían ser los otros y, lo que quizá es m á s serio, nos salvamos de nuestros móviles personales. Cuando las personas están claramente motivadas para cambiar ciertos aspectos de su vida, lo que nos produce mayor alegría es actuar como cheerleaders que a n i m a n a sus los equipos deportivos (aunque por lo general no nos p r e s t a m o s a ponernos faldas cortas y agitar pompones). En la práctica privada, m u y pocas veces debemos asumir u n a postura de control social directo. Pero tenemos claro que, en tal caso, no actuaríamos como terapeutas con respecto a la persona o personas de las que se tratara (aunque la acción en sí podría ser terapéutica, e incluso vital a corto plazo, por ejemplo para un niño o una mujer en riesgo, o para alguien que sintiera el impulso de no mezclar las cosas). Cuando se adopta u n a posición de control social, está claro que el c o m p r a d o r de algo que se desea que suceda es el terapeuta o alguna parte o poder que el terapeuta representa. Según nuestra experiencia, lo que cambia no son las personas sino el modo en que éstas quieren comprar. Cuando nos vemos obligados a asumir el rol de compradores, en particular si podemos imponer sanciones, lo esencial es que estamos buscando obediencia (en ciertas circunstancias, ésta podría ser la opción ú n i c a y correcta, pero no debemos confundirla con una determinada terapia). Sin embargo, esto no significa que no se pueda tratar de cumplir con la función de control social del m o d o m á s «terapéutico» posible (Weakland y Jordan, 1990).
SUGERENCIAS, TAREAS Y PERSUASIONES
En la terapia breve, a menudo pedimos que los clientes experimenten con nuevas conductas o cultiven nuevos modos de cuestionar sus situaciones, lo cual a veces representa u n a desviación radical respecto de su conducta acostumbrada, o de lo que durante mucho tiempo h a n considerado «sentido común» o verdades evidentes de por sí. La fuerza de las actitudes, creencias y valores de u n a persona es u n a variable impor-
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tante, en c u a n t o la preparan para intentar algo nuevo. Rokeach ha elaborado u n a jerarquía de creencias de tres niveles: el más primitivo, profundo y básico (nivel 1), el de las creencias vinculadas con las diversas autoridades que rigen a quienes escuchamos y respetamos (nivel 2), y el de las creencias relativamente periféricas (nivel 3). Cuanto más esté anclada u n a conducta en creencias del nivel 1, cuanto mayor sea la fuerza e intensidad con que se la sostiene, m á s difícil será, probablemente, influir sobre ellas (Rokeach, 1968). En el resto de este capítulo vamos a presentar algunas ideas, tomadas de la investigación sobre el arte de la persuasión, que consideramos pertinentes para nuestro trabajo c o m o terapeutas. Sin duda alguna, es más probable que las personas cooperen e intenten algo nuevo cuando son validadas y sienten que sus creencias y sentimientos son comprendidos y respetados. En cambio, quienes se sienten incomprendidos, particularmente si experimentan niveles altos de aflicción y angustia, tienden a ser m u c h o m e n o s capaces de concentrarse en los mensajes persuasivos, p o r pertinentes que le parezcan al emisor, y c o n independencia del m o d o de t r a n s m i s i ó n (Nunnally y Bobren, 1959). Un grupo de asistentes le aconsejó a u n a mujer muy acongojada, a la que su esposo acababa de abandonar, que se pusiera en contacto con su abogado y también con el departamento de Seguridad Social. Ella se sentó sollozando en la sala de recepción del organismo, aparentemente incapaz de actuar. Sólo atinó a pedir, casi de inmediato, el número telefónico del departamento de Seguridad Social, y u n a guía p a r a buscar el teléfono de su abogado, después de que uno de los asistentes reconociera y validara los sentimientos de temor, cólera y desesperación que ella experimentaba, invitándola, a pesar de todo, a hacer lo necesario. De m o d o que, a u n a riesgo de repetirnos, subrayamos que es i m p o r t a n t e , no sólo escuchar lo que n o s dice el cliente, sino también, explícita e implícitamente, indicar que hemos escuchado, y demostrar nuestra comprensión del relato y el reconocimiento de los sentimientos concomitantes. Es m á s probable que u n a persona obedezca a los requerimientos o sugerencias m á s congruentes con sus propios deseos, experiencias y actitudes. «En la persuasión, cuanto mayor sea la congruencia entre la creencia o la acción propugnada y la necesidad sentida del persuadido, m á s a l t a es la p r o b a b i l i d a d de q u e la p e r s u a s i ó n se produzca» (Brooks y Heath, 1989, pág. 333). Una joven inició la terapia por pro-
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pia voluntad porque estaba enfermando a causa de su excesiva inquietud y las muchas horas de estudio para sus exámenes finales. Poco tiempo antes había tenido que abandonar un examen, al sufrir un ataque violento de angustia y agotamiento. Ella sabía que tenía u n a preparación m á s que suficiente para aprobar con honores, pero no podía relajarse. Se le sugirió que cada día tirara u n a moneda. Si caía cara, ese día no p o d r í a trabajar en absoluto. Por difícil que le resultara, tenía que irse a la playa o a algún lugar análogo, sin llevar consigo ningún libro. Si caía cruz, podía estudiar con todo el empeño que ella considerara apropiado. De este modo pudo frenar su ritmo de trabajo. Sobrevivió a los exámenes y obtuvo las notas más altas de su curso. Nos parece que esta sugerencia dio resultado porque era totalmente congruente con el propio deseo de la joven de aflojar el paso. Si ella hubiera querido abordar su pánico de un modo tal que le permitiera trabajar aún con más empeño, la sugerencia no habría dado resultado, por más que nosotros creyéramos que era lo mejor para ella. Un individuo con ideas rígidas, dogmáticas, tiende a rechazar las que no concuerdan con las fuentes de autoridad de sus propias creencias y actitudes. Si hay que convencer a una persona muy dogmática... hay que tener presente que el receptor no necesariamente será persuadido por la lógica o las pruebas, ni por ideas nuevas. Más bien, sobre este tipo de personas se puede influir apelando a sus figuras de autoridad y a los valores tradicionales, y teniendo presente que ella o él tiene un sistema de creencias rígido que no tolera mucha incongruencia (Bettinghaus y Cody, 1987, pág. 48). Un ex soldado manifestó que era una persona extremadamente tradicional, q u e ni siquiera creía que las mujeres se hubieran ganado el derecho al voto. A su juicio, la familia debía ser gobernada con disciplina, y las actitudes de su mujer estaban socavando su autoridad, por lo cual los hijos se portaban como salvajes. Era evidente que había acept a d o asistir al consultorio p a r a demostrarle a la mujer que los terap e u t a s son inútiles. Se le preguntó al h o m b r e si él se consideraba un general de la primera guerra mundial o un general de la segunda guer r a m u n d i a l . Pidió que se le especificara la pregunta. Entonces se le explicó que los primeros habían aprendido muy poco en los primeros c u a t r o a ñ o s de lucha, y parecían t e n e r p o c o interés en la moral de
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sus tropas o en salvar vidas. Al final de la guerra seguían haciendo las mismas cosas que desde el principio habían demostrado ser totalmente ineficaces. Pero los últimos aprendían de sus experiencias, prestaban u n a c o n s i d e r a b l e atención a la m o r a l y a la limitación de las víctimas, y sabían adaptarse a las circunstancias cambiantes. Después de c o n s i d e r a r la cuestión por u n o s m o m e n t o s , el h o m b r e admitió pensativamente: «Supongo que me he vuelto un poco como un general de la p r i m e r a guerra mundial». Enfrentar a este hombre con el error de su pensamiento difícilmente habría sido útil. Pero una vez trazada la distinción entre los diferentes estilos de generalato, pudieron alentarle a explorar, desde el interior de sus propios constructos, las consecuencias de volverse más parecido a un general de la segunda g u e r r a m u n d i a l . Como señala Miller, «desde un p u n t o de vista pragmático, los mensajes que procuran dar forma y condicionar las respuestas tienen u n a mayor probabilidad de éxito que las comunicaciones que a p u n t a n a convertir las pautas establecidas de conducta» (1980, pág. 19). Una pareja recurrió al terapeuta para que les ayudara a impedir que su hijo de 26 años se relacionara con una mujer divorciada. El marido tenía fuertes creencias cristianas, y se sentía moralmente ultrajado por la conducta del joven. El terapeuta se manifestó de acuerdo en que Dios les había pedido que llevaran una carga pesada, y discutió con ellos la parábola del hijo pródigo. Señaló cuánta fe había necesitado el padre de la parábola para permitir que el hijo dilapidara su herencia y aprendiera de sus errores, a pesar de lo cual le perdonó y acogió con calidez en su retorno. No se realizó ningún intento de vincular el significado de la parábola con cualquier sugerencia de que el hombre cambiara de actitud. En la sesión siguiente, el padre demostró que se había sentido profundamente conmovido por el encuentro anterior; había vuelto a leer la parábola, y llevado a la esposa a conocer a la pareja del hijo; los dos encontraron que, básicamente, ella era «una buena mujer» (Cade, 1980b, pág. 97). En este ejemplo, mediante el empleo de u n a parábola de la Biblia, ayudaron al hombre a «descubrir» espontáneamente actitudes nuevas y congruentes con sus propias creencias firmes, y además derivadas de ellas. Cualquier intento de persuadirle de que cambiara de actitud, o de indicarle las conclusiones que debía extraer de la parábola, probablemente sólo habría servido para endurecerle. Los argumentos generados p o r u n o m i s m o son m u c h o más influ-
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yentes que los producidos por otros, y parece que cuanto m á s n u m e rosos son los propios argumentos en favor de una posición, m á s probable es que esa posición persista. También parece que, al considerar u n a serie de mensajes persuasivos, las personas recuerdan sus propios p e n s a m i e n t o s y argumentos con u n a claridad mucho m a y o r que los mensajes en sí (ya estén esos argumentos a favor o en c o n t r a de tales mensajes). Como observan Perloff y Brock, ...los individuos son participantes activos en el proceso de la persuasión e intentan relacionar elementos del mensaje con su repertorio de información existente. Al hacerlo, estos individuos pueden considerar materiales no contenidos realmente en el mensaje persuasivo. Tales cogniciones generadas por el propio sujeto pueden concordar con la posición defendida por la fuente, o divergir de ella. En la medida en que la comunicación suscite respuestas cognitivas favorables, las actitudes deben cambiar en la dirección propugnada por la fuente. Si el mensaje evoca reacciones mentales desfavorables, debe inhibirse el cambio de actitud en la dirección propugnada por la fuente (1980, pág. 69). Como Perloff y Brock dicen a continuación, las consecuencias de esto son que «una vez que los comunicadores han comenzado a cambiar la mente de las personas acerca de una cuestión, pueden estar muy seguros de que ese cambio persistirá si los miembros de la audiencia refieren sus propios p e n s a m i e n t o s acerca del mensaje, en l u g a r de los argumentos del orador» (1980, pág. 85). El mayor efecto de la confrontación consigo mismo se produce en sujetos cuyos valores iniciales son congruentes con los implícitos o explícitos en un mensaje persuasivo, aunque su conducta haya sido incongruente (Grube y otros, 1977). Cuando los valores de un cliente no son c o n g r u e n t e s con los que d a n forma al mensaje, la confrontación es m u c h o menos eficaz. De hecho, si el mensaje suscita reacciones desagradables, desfavorables o de desaprobación proporcionales al grado de incongruencia, habrá u n a tendencia a inhibir el cambio de actitud y conducta en la dirección propugnada, y a generar contraargumentos (que pueden o no expresarse abiertamente). Asimismo, cuando una persona espera o se le advierte que va a recibir un mensaje persuasivo probablemente opuesto a sus valores y actitudes, se producirán y referirán de antemano respuestas contraargumentativas, que hacen a ese sujeto m u c h o menos sensible a la persuasión (Petty y Cacioppo, 1977). Un m a r i n o retirado había sido definido anteriormente p o r profe-
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sionales de diversas especialidades como rígido y Victoriano en sus ideas sobre la disciplina, totalmente reaccionario y sin motivación. Consideraba que su hija de 14 años era desobediente, brusca, y que estaba fuera de control. Según los profesionales mencionados, la niña era perfectamente normal, y se veía i m p u l s a d a a «actuar» y a rebelarse por las rígidas actitudes y expectativas del padre. Los intentos maternos de mantener la paz y defender a la hija no hacían más que aumentar la tensión. Había alguna preocupación oficial por la posibilidad de que la situación se volviera violenta y que la niña corriera peligro. Se consideraba que el padre era totalmente incapaz de ver el modo en que sus propias actitudes estaban en la raíz del problema. Él había expresado la opinión de que el trabajo social y la psiquiatría eran «peor que inútiles». Derivado a un terapeuta breve, el h o m b r e demostró con su comportamiento que no estaba preparado para ninguna cooperación que fuera más allá de presentarse en el consultorio. El terapeuta le hizo un comentario sobre lo difícil que resultaba e d u c a r hijos en esta época permisiva. Muchos de los valores tradicionales parecían haberse perdido. Él expuso su creencia de que los p a d r e s tienen derecho a definir la conducta apropiada en el hogar, y que los jovencitos necesitaban la mayor experiencia de sus progenitores, p o r m á s que los consideraran «anticuados». El terapeuta lamentó la pérdida de muchos de esos antiguos valores y principios, y la falta de autorrespeto y autodisciplina, tan frecuente en la sociedad moderna. «Pero, desde luego», continuó, «los buenos padres se vuelven obviamente más flexibles y negocian más a medida que los hijos crecen.» Ante esa inesperada validación de muchas de sus creencias, el padre comenzó a asentir con la cabeza, incluso al enunciado final sobre la necesidad de volverse más flexible. Quedó pensativo y, al cabo de unos minutos, se inclinó hacia adelante y dijo: «Me pregunto si tal vez no soy d e m a s i a d o anticuado; quizá sea d e m a s i a d o d u r o con ella; quizá éste sea el problema real». El terapeuta comentó con cautela que hoy en día parece haber numerosos padres a los que no les importa m u c h o la manera en que se comportan sus hijos. Los niños necesitan realmente aprender a distinguir lo correcto de lo incorrecto. El padre volvió a asentir pero, unos minutos más tarde, reiteró con m á s insistencia su creencia de que quizá él no fuera razonable. «Después de todo, ella tiene ahora 14 años y en realidad no es mala chica. Los tiempos son distintos, y supongo que tengo que aprender a convivir con la época.»
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Cuanto m á s le exhortaba el terapeuta a ser cauto, más insistía el padre en que era él quien necesitaba cambiar. Aceptó otra entrevista y el resultado del caso fue una rápida mejoría de la relación entre el hombre y su hija. Al principio, sin duda el hombre había previsto que el terapeuta vería la c o n d u c t a de su hija desde u n a perspectiva «blanda y consentidora», y q u e u n a vez más se le señalaría el error que cometía él. Por cierto, tenía contraargumentos de lo m á s ensayados. Un buen número de profesionales le había estado acosando con sus intentos de persuadirle, a veces con suavidad, a veces más enérgicamente, de que adoptara un enfoque incongruente con sus creencias y actitudes aparentes. Al sentir q u e sus creencias y preocupaciones eran validadas, y no experimentar ninguna necesidad de defender su posición, él sintió inmediatamente q u e podía permitirse que esa postura perdiera estrechez, aceptando la idea de que los buenos padres se vuelven más flexibles a medida que los chicos crecen. Las expresiones de cautela del terapeuta y su renuencia a culparlo a él parecieron alentar al hombre a generar cada vez m á s argumentos propios a favor de una mayor tolerancia; los mismos argumentos que antes nunca habría aceptado de los otros. Una vez q u e sus actitudes comenzaron a modificarse, pudo tolerar y sacar p a r t i d o de los consejos —no sólo de los consejos del terapeuta, sino también de su mujer y su hija—. Para poder sentirse un buen padre, y que los otros lo vieran como tal, tenía u n a importancia indudable. Como señala Miller, «si se logra dar forma a las respuestas de la persona a persuadir, este éxito incide en la vinculación de tales respuestas con valores firmemente asentados...» (Miller, 1980, pág. 18). A corto plazo, la repetición de un mensaje persuasivo puede producir a c u e r d o y cooperación. No obstante, si la repetición continúa, tenderá a volverse rápidamente c o n t r a p r o d u c e n t e , y a generar m á s «resistencia» cuanto más se reitera (Cacioppo y Petty, 1979). Algunas investigaciones sugieren también que un exceso de refuerzo positivo de las actitudes y la conducta de u n a persona puede, en realidad, provocar un «efecto rebote» e inhibir la influencia de u n a comunicación persuasiva (McGuire, 1964). Por ejemplo, una maestra de escuela que participaba en un seminario sobre los enfoques conductistas comprendió que había estado reaccionando de m o d o exagerado ante la desobediencia de un chico, con lo cual quizá reforzaba inconscientemente la conducta-problema y también la sensación que tenía ese niño de ser malo. La maestra decidió comenzar a
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brindarle más ánimos y a elogiar lo que él hacía que pudiera merecer aprobación; además, en la medida de lo posible, trató de reaccionar poco a las habituales conductas provocadoras del niño. Le sorprendió gratamente percibir u n a rápida mejoría. No obstante, para su decepción, ese cambio fue breve. Finalmente, la maestra consultó sobre el caso, y se le aconsejó que continuara con su política de reaccionar poco a las conductas provocadoras, pero que fuera m u c h o m e n o s generosa con el ánimo y el elogio. La conducta del niño mejoró y, esa vez, la mejoría se mantuvo. Si se logra persuadir a u n a persona de que cumpla con pequeños requerimientos o sugerencias, es m á s p r o b a b l e que esté de acuerdo con requerimientos mayores. Puede que este fenómeno sea bien conocido. Sin embargo, la investigación t a m b i é n ha demostrado que, en m u c h o s casos, si a u n a persona se le pide que ejecute u n a acción lo suficientemente importante o incluso absurda como para que con toda seguridad la rechace, a m e n u d o a c e p t a r á de i n m e d i a t o un requerimiento más pequeño, que parezca más razonable. De no mediar la primera petición, normalmente la segunda habría sido rechazada. Quizá sea más probable que un individuo realice concesiones a quienes parecen, a su vez, hacerle concesiones a él. Por ejemplo, una mujer gravemente agorafóbica quedó petrificada c u a n d o el terapeuta le anunció que, en esa sesión, los dos iban a pasear p o r el interior de unos grandes almacenes. Con alivio considerable, ella aceptó después la sugerencia alternativa de que tomaran j u n t o s un café en un bar cercano. Ésa fue su primera salida de casa en varios meses. Sugerir que no se realice una tarea o no se responda a un requerimiento claramente descrito puede impulsar a algunas personas a intentar lo contrario, es decir, a tratar de cumplir. Por ejemplo: Normalmente, en esta etapa, yo sugeriría que [el terapeuta enuncia con claridad la sugerencia], pero, por el momento, me interesa que usted no tenga una nueva experiencia de fracaso. T a m b i é n es posible presentar alternativas ilusorias; se formulan dos sugerencias que serían rechazadas p o r igual si se plantearan u n a a una, pero que aparecen como si el rechazo de u n a supusiera la aceptación de la otra. Por ejemplo, a la mujer agorafóbica a la que nos hemos referido, se le podría haber hecho la siguiente pregunta:
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¿Le gustaría dar una vuelta conmigo por los grandes almacenes y describirme sus sentimientos, o preferiría empezar con una salida más corta, a tomar un café? Para u n a mayor elaboración de este método, vale la pena estudiar ejemplos del trabajo de Milton Erickson (Rossi, 1980). También es importante considerar las posibles maneras de abordar las tareas o sugerencias. ¿Los clientes las siguen, las modifican, se oponen a ellas, las ignoran, las olvidan? Para determinar el siguiente paso, el terapeuta debe orientarse con ese feedback. Por ejemplo, si las sugerencias se siguen al pie de la letra, lo indicado son más sugerencias; si son ignoradas, o hay oposición u olvido, el terapeuta debe considerar con cuidado su posición. ¿Ha evaluado mal la medida en que el cliente o la familia son «compradores», o está él m i s m o (el terapeuta) m á s motivado que ellos para lograr un determinado cambio? ¿Acaso el cliente o la familia han traído una idea diferente o mejor, más apropiada para ellos? A nuestro juicio, el fracaso aparente en una tarea o sugerencia debe verse, normalmente, como resultado de un error de comprensión o cálculo del terapeuta, más bien que como resistencia o desobediencia del cliente individual o la familia.
7. MENOS DE LO MISMO
...si cambiamos algún aspecto de un sistema... el primer resultado será a menudo una cantidad de otros cambios donde no los esperábamos... WADDINGTON (1977, pág. 103)
En la vida real, aunque algunos problemas humanos pueden persistir en un nivel constante de gravedad, muchas dificultades no siguen idénticas durante mucho tiempo, sino que tienden a aumentar en escalada si no se intenta ninguna solución, o si se aplica una solución errónea —y especialmente más de esa solución errónea. WATZLAWICK Y OTROS (1974, pág. 34)
En primer lugar, hay sólo una solución posible, permitida, razonable, lógica, y si esta solución no ha producido aún el efecto deseado, aplíquela con más energía. En segundo término, en ninguna circunstancia ponga en duda el supuesto de que existe una sola solución; sólo su aplicación puede cuestionarse y «refinarse». WATZLAWICK (1983, pág. 33)
Una de las ideas que más ha influido en el c a m p o de la terapia breve es la propuesta del Centro de Terapia Breve de Palo Alto en cuanto a que, en ciertas circunstancias, los problemas se desarrollan y mantienen a partir del modo de percibir y, posteriormente, abordar algunas dificultades de la vida, a menudo totalmente normales (Watzlawick y otros, 1974; Weakland y otros, 1974). Con la guía de la razón, la lógica, la tradición o el «sentido común», se aplican diversas soluciones intentadas (entre ellas, a veces, la reacción insuficiente y la negación), cuyo efecto es m í n i m o o nulo, o que directamente exacerban la difi-
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cultad. Entonces el problema se atrinchera en más de las mismas soluciones o clases de soluciones, seguidas p o r más del mismo problema, que atrae más de las mismas soluciones intentadas, y así sucesivamente. Se crea un círculo vicioso; la aplicación continuada de soluciones «erróneas» o inadecuadas, que encierran la dificultad en u n a pauta que se autorrefuerza y automantiene, puede p a s a r a ser el problema percibido. La cronicidad es vista como la persistencia de u n a dificultad reiteradamente mal manejada. Dicen Weakland y otros: Suponemos que, desde que la dificultad empieza a verse como el «problema», la continuación, y a menudo la exacerbación de ese problema resulta de la creación de un circuito de feedback positivo, casi siempre centrado en esas mismas conductas de los individuos del sistema que tienen el propósito de resolver la dificultad» (1974, pág. 149). También en la terapia puede producirse u n a situación análoga, cuando «más del mismo» enfoque terapéutico conduce a «más del mismo» problema, y así sucesivamente. El terapeuta puede quedar comprometido m u y p r o n t o con un diagnóstico y un enfoque, sobre todo cuando ha cargado emocionalmente su idea de lo que la situación es o debe ser. El diagnóstico puede entonces reificarse de un modo tal que, incluso frente a la inexistencia de cambio, se continúan aplicando los mismos enfoques terapéuticos, y «más de lo mismo» tiende a generar «más de lo mismo», etcétera, etcétera. Cuando la terapia queda atascada, la formación de la mayoría de los profesionales los lleva a prestar cada vez más atención al cliente. Lo recomendable es hacer lo contrario, o incluso más. Si está atascado, el terapeuta debe considerar sus marcos exploratorios y los enfoques que utiliza, que quizá sean «correctos», pero no dan resultado, y pueden haber pasado a formar parte del mismo problema. Sin duda, no es siempre fácil persuadir a las personas de que dejen de aplicar, o incluso inviertan, las soluciones intentadas, que hagan la prueba con «menos de Jo mismo». Esto no se debe sólo a que esas soluciones tengan el respaldo de la razón, la lógica, la tradición o el «sentido común», sino también a que suelen impulsarlas fuertes emociones despertadas por el problema y/o la persona o las personas involucradas. Son t a m b i é n soluciones que h a n d a d o r e s u l t a d o en otros momentos y en otras circunstancias («Así me trataban mis padres cuando yo me descarriaba, y nunca me hizo daño»). Cuanto más se inviste
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intelectual y emocionalmente una posición particular, más difícil resulta renunciar a ella. No obstante, si las personas sienten que han sido respetadas, y que sus preocupaciones fueron escuchadas y validadas, nuestra experiencia nos dice que a menudo están dispuestas a intentar (aunque a veces con cautela) no seguir haciendo lo que está claro que no les da resultado: quedan preparadas para hacer «menos de lo mismo». Suelen aceptar que por lo menos ahorrarán m u c h o tiempo y esfuerzo derrochados, pero también que esa conducta, por sí misma, podría promover algo nuevo (de hecho, ocurre muchas veces, y a menudo es la solución). Después de todo, ¿quién sabe qué llenará la considerable brecha que queda? Una mujer recurrió a un terapeuta para poder ayudar al marido a dejar de beber. Él era un abogado cuya práctica e m p e z a b a a sufrir las consecuencias de que a menudo estuviera ebrio desde el mediodía. La esposa le llamaba constantemente la atención acerca del alcohol que consumía, de los peligros de volver conduciendo por la noche en estado de embriaguez, de lo que estaba sufriendo su práctica profesional, del hecho de que pocas veces estaba en el hogar cuando los hijos se iban a dormir. Además lo llamaba por teléfono varias veces al día para saber cómo estaba. En las primeras horas de la noche, ella interceptaba las llamadas de él, para ocultar a clientes y colegas que el hombre había estado bebiendo. El solía llegar tarde a casa, y a menudo estallaba en cólera si se le hacía cualquier mención al tiempo que había pasado bebiendo, o a las copas que había tomado. La mujer evitaba cada vez más las invitaciones, porque la conducta del marido la avergonzaba. Estaba cansada de tener que disculparlo. Se le preguntó a esta mujer si alguno de estos procedimientos había influido en la conducta del esposo. Parecía que, en todo caso, la situación había empeorado. Brian le entregó un ejemplar de la cartilla con la que suele ayudar a la gente a descubrir por sí misma qué es lo que ha vuelto estériles sus acciones, p o r correctas, lógicas o justificables que parezcan.
Enfogues que por lo general no dan resultado Los enfoques señalados a continuación, aunque pueden ser eficaces ocasionalmente (lo bastante como para que nos apeguemos a ellos), cuando forman parte de una pauta crónica, regular, no sólo no dan resulta-
MENOS DE LO MISMO
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«Te a m a r é y dejaré de estar enojado/de irme/de negarme a hablar, si haces exactamente lo que yo quiero.» «Te a m o porque te comportas como quiero que lo hagas, y te amaré mientras lo sigas haciendo.»
do, sino que a m e n u d o intensifican la aparición de la misma conducta o actitud que intentamos cambiar. Estos enfoques o procedimientos tienden a fracasar, no porque sean aplicados mal o con poca sutileza, ni tampoco porque su motivación sea e r r ó n e a . Al p a r e c e r , no d a n resultado d e b i d o a que no dan resultado por mejor que u n o los defienda, y por lógicos o correctos que sean. Del mismo modo que una pelota lanzada al aire siempre cae hacia abajo, no querer o poder cooperar ante el empleo constante de los procedimientos es una «ley» de la naturaleza humana. A. El sermón no solicitado • • • • • • • •
Sermones (especialmente cuando son Consejos «por tu propio bien») Regaños o reproches Insinuaciones Aliento: «¿Por qué no tratas de...?» Rogar/suplicar/tratar de justificar la propia actitud Apelación a la lógica o al sentido común Artículos de folletos o periódicos dejados estratégicamente a la vista, o leídos en voz alta • El enfoque silencioso y sufrido de «mira con cuánta paciencia y valentía no digo n a d a ni t o m o nota de nada», o bien u n a versión iracunda de lo m i s m o (éstos suelen ser los «sermones» m á s poderosos del lote) • Tampoco tiende a dar resultado el castigo repetido y/o creciente; a menudo genera «más de las mismas» conductas-problema, o una escalada de ellas B. Adoptar una postura de superioridad moral c u a n d o c u a l q u i e r a de los métodos anteriores se aplica desde una posición de superioridad, de lógica «inexpugnable» (por lo común, la posición masculina), de ultraje moral, de indignación justa. Como, por ejemplo: «Si realmente me quisieras...» «Seguramente podrías ver que si tú...» «¿Por qué no comprendes que...?» «Cualquier persona con sentido común...» «Después de todo lo que he hecho...» «Mira cuán enfermo/desesperado/deprimido estoy por preocuparme por ti.»
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Se trata de cualquier posición que implique que quien habla tiene la verdad acerca de cómo son o deben ser las cosas, o un conocimiento superior, capacidades, un conjunto de costumbres que al otro, por definición, le faltan o sólo posee a medias.
C. • • • • • • •
Autosacrificio/autonegación Actuar constantemente para mantener la paz Andar constantemente de «puntillas» para no perturbar o enojar a otros Poner constantemente la felicidad de los demás por encima de la propia Tratar de justificarse constantemente Proteger a los otros de las consecuencias de sus acciones Estar permanentemente pendiente del cambio del otro Tratar continuamente de agradar a alguien/todos
D. ¡Hazlo
espontáneamente!
En este caso, por medio de cualquiera de los modos de actuar enumerados, trata de que alguien haga algo o adopte una actitud diferente, pero también exige que sea porque quiera hacerlo. «¡Tienes que querer agradarme!» «Me gustaría que me demuestres más afecto, pero sólo lo aceptaré si lo haces p o r q u e quieres.» «No basta con que me ayudes a lavar; preferiría que lo hicieras con gusto/de b u e n grado.» Tratar de hacer a alguien más responsable, rnás expresivo, m á s razonable, m á s solícito, más considerado, más erótico, m á s positivo, etcétera, equivale a invitarlo a que obedezca a nuestras definiciones de cómo debe ser, sean cuales fueren las intenciones reales de él. Esto da resultado muy pocas veces o nunca. A lo sumo se obtiene obediencia; lo más probable, c o n m u c h o , es que la respuesta sea u n a m a y o r incapacidad para responder, desobediencia, cólera, repliegue sobre sí mismo, fracaso o resentimiento. Parece que a la mayor parte de las personas no les gusta ser obedientes.
lo;
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Las implicaciones de todas estas ideas fueron examinadas detenidamente con la mujer. Ella estuvo de acuerdo en que era improbable que hacer «más de lo mismo» diera resultado, y se manifestó dispuesta a intentar algo distinto. Decidió dejar de llamar regularmente al marido por teléfono, y también de protegerlo interceptando sus comunicaciones profesionales. Además, no volvería a referirse al hecho de que bebiera, a los riesgos de conducir en estado de embriaguez, o a la hora de su llegada a casa. Decidió ignorar sus frecuentes rabietas, en lugar de tratar de calmarlo. Empezaría a aceptar invitaciones sociales y a permitir que el m a r i d o cargara con las c o n s e c u e n c i a s de su conducta si se emborrachaba o ponía en ridículo. Empezaría a hacer todo esto sin aviso previo. (Según nuestra experiencia, por lo general es preferible no prevenir que va a establecerse un nuevo conjunto de reglas para la relación, sino sencillamente empezar a c o m p o r t a r s e como si las reglas nuevas ya estuvieran en vigencia.) Al mismo tiempo, ella comprendió que era importante que hiciera estas cosas no para levantar la presión sobre él, y que no las considerara sólo como un conjunto más tácticas para persuadirlo a beber menos, sino c o m o un reconocimiento de que ella m i s m a necesitaba empezar a considerarse y de que, en última instancia, su hígado era responsabilidad de él, por más que a ella le preocupara. Esta clienta admitió que no siempre sería fácil quebrar la pauta de responsabilidad excesiva a la que estaba «aferrada» desde hacía tiempo. En la sesión siguiente, dijo, con considerable sorpresa, que el marido, de un modo totalmente espontáneo, había c o m e n z a d o a volver a casa más temprano. Cuando sabía que iba a llegar tarde, llamaba por teléfono para avisar, y además era mucho más atento. Después de una de sus rabietas, que ella aparentemente había pasado p o r alto con toda tranquilidad, «como si fuera la rabieta de un crío», p o r primera vez él se disculpó e s p o n t á n e a m e n t e ; su tendencia a dejarse llevar p o r la cólera había decrecido de modo notable. Varias semanas más tarde, el hombre dijo que temía estar bebiendo demasiado, y que ello estuviera afectando a su trabajo. La mujer logró resistirse a a d o p t a r u n a postura de superioridad m o r a l (por ejemplo, «eso es lo que he estado tratando de decirte...») y respondió: «Parece que estás realmente preocupado. Espero que encuentres un modo de superarlo. Si yo puedo ayudarte de alguna manera, dímelo». Esta clienta se dio cuenta de que si ella hubiera reaccionado como lo hacía antes, mostrándose excesivamente útil, alentándolo a que fue-
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se a ver a un terapeuta, concertando u n a cita, etcétera, él probablemente habría empezado a luchar contra ella, en lugar de luchar con su propio problema. Un par de semanas más tarde, el h o m b r e buscó un terapeuta p o r sí mismo. Desde luego, las m a n e r a s de actuar señaladas en la cartilla que hemos reproducido representan enfoques que todos aplicamos, tanto en la terapia como en nuestras propias vidas personales. Constantemente nos sorprendemos impartiéndole a un cliente o u n a familia u n a conferencia que no nos h a n pedido, desde una posición de lógica «inexpugnable», sobre la inutilidad general de dar conferencias o sermones no solicitados desde una posición de lógica «inexpugnable». Esta manera de comportarse no es fácil de evitar y, en ciertos ámbitos de nuestro trabajo (por ejemplo, c u a n d o tenemos responsabilidades reglamentarias, y en particular cuando encontramos violencia familiar, violación o abuso sexual de niños), resulta casi imposible prescindir de ella. No obstante, según nuestra experiencia, éstos siguen siendo enfoques que por lo general no dan resultado. Cuando se consideran los problemas como soluciones intentadas que se han convertido en parte del problema, es importante tener clara la cuestión de la culpa y la responsabilidad. El terapeuta no consideró de n i n g ú n m o d o , ni le dijo a la mujer, que las s o l u c i o n e s que ella intentaba e r a n el motivo de que el esposo bebiera. S i e m p r e hay que tener cuidado de no transmitir inadvertidamente, de algún modo, esa inferencia (teniendo presente que la información que tratamos de dar no es siempre la información que se recibe). Se ha aducido, por ejemplo, que las explicaciones interaccionales de los p r o b l e m a s pueden llevar implícitamente a pensar que una mujer está implicada en la violencia que el marido ha ejercido sobre ella, y que, p o r lo tanto, tiene parte de la culpa. Así, McGregor cuenta que: Al trabajar con la noción de la complementariedad, y centrarse en la experiencia psicológica del hombre y la mujer, la violencia es implícitamente conceptuada como una cuestión de la relación. A ambas partes se les pide que describan lo que sucede «entre ellas y en torno de ellas» cuando aparece la violencia; de este modo, se implica a la víctima en la violencia. Al concentrarse en las «regañinas» o «reproches» de la mujer... existe el riesgo de que implícitamente se reduzca la violencia a un nivel de conducta molesta, y puede establecerse un vínculo encubierto entre la provocación femenina (o regañina) y la violencia del varón (1990, pág. 69).
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A nuestro juicio, el hecho de que, en cierta oportunidad, si una mujer no hubiera regañado no habría sido golpeada, no significa que ella sea responsable de que un h o m b r e aborde determinadas situaciones utilizando la violencia. No obstante, consideramos perfectamente válido ayudar a esa mujer a advertir que «los reproches» se h a n convertido en un modo de actuar que no da resultado y no la ayudan a lograr lo que quiere (por más razones que ella tenga para estar enojada con el hombre), a fin de persuadirla de que haga «menos de esto» e intente algo distinto. El hecho de que después sea golpeada con menos frecuencia nos parece un resultado positivo, a u n q u e de ningún m o d o supone necesariamente la resolución del problema más amplio de que la mujer esté en una relación con un h o m b r e que se considera con derecho a ser violento. Cuando contamos un chiste que hace reír a otra persona, sin duda hemos estimulado esa risa, pero no somos de ningún modo responsables de que el otro tenga o no tenga un sentido del h u m o r bien desarrollado. A continuación presentamos un ejemplo más detallado del estímulo a hacer «menos de lo mismo» p a r a interrumpir una escalada potencialmente grave entre una joven adolescente y sus padres. Tampoco en este caso se pretende inculpar implícitamente a los padres por la conducta de la hija.
LIBERTAD, ¿PARA QUIÉN?
Los padres de Melissa la llevaron a terapia por indicación del consejero escolar. Pequeña y bonita, de 14 años de edad, ella permaneció hoscamente sentada mientras los progenitores describían el deterioro de su conducta, tanto en casa como en la escuela, en el curso del último año, más o menos. El h e c h o de que no hubiera vuelto a su casa durante toda una noche había precipitado una crisis reciente. No era la primera vez que lo hacía. A m e n u d o volvía muy tarde, frecuentaba night-clubs, bebía alcohol r e g u l a r m e n t e , y se sospechaba que había fumado marihuana. En los meses anteriores, su rendimiento escolar había declinado de modo notorio. Mientras la madre, Leanne, describía el resentimiento y el desafío creciente que sentía en Melissa, el padre, Ron, parecía colérico, pero también aturdido y derrotado. De vez en cuando trataba de r a z o n a r
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con la niña, le p r e g u n t a b a qué era lo que estaba mal, q u é quería de ellos. Ella respondía siempre: «Quiero más libertad»; Ron observaba que ya tenía muchísima libertad, pero que la libertad q u e aparentemente quería era u n a licencia para crecer en estado salvaje y hacer su voluntad, con independencia de que afectara o no a otras personas. Melissa: No, no es así. Ron: Por supuesto que es así. M: No es así. R: ¿Qué me dices de tus «amigos»? Andan por la calle c o m o locos a altas horas de la noche, haciendo lo que quieren. M: No es cierto. R: Es así. Sé que es así. M: No es cierto. R: Por lo que veo, eso es lo que nos pides que te dejemos hacer. M: Yo no pido eso. R: Entonces, ¿qué es lo que quieres? M: Sólo quiero más libertad. En este punto, Ron, derrotado, pareció renunciar; se volvió hacia el terapeuta y le dijo: «Ya lo ve, de esto se trata. Diría que ella ya no quiere formar parte de la familia». Melissa respondió de inmediato: «Sí que quiero». Leanne dijo que era difícil conseguir que Melissa hiciera los deberes para la escuela, que no ayudaba para nada en la casa, que trataba mal a sus dos hermanas menores y (punto éste de preocupación particular para los padres) que, a la salida de la escuela, no volvía directamente al hogar («No es m u c h o lo que le pedimos»). La n i ñ a vagabundeaba con grupos de amigos, holgazaneaba en la estación de autobuses o en la playa, a m e n u d o durante varias horas. De hecho, la crisis más reciente se había producido cuando Melissa llamó a su casa a las dos de la mañana, sin h a b e r vuelto desde el día anterior. Leanne le dijo enfurecida: «O estás aquí dentro de media hora, o no te preocupes en volver nunca». La niña finalmente llegó a mediodía del día siguiente. Ante escaladas simétricas de este tipo, por lo general es u n a buena política realizar p r i m e r o u n a breve entrevista con t o d o el grupo, durante la cual uno puede hacerse una idea de cómo actúan los miembros de la familia. Después se dividen las facciones; se conversa a solas
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con el adolescente, y a continuación con los padres. A todos se les aclara que esas sesiones son totalmente confidenciales y que no se llevará información de u n a a otra, a u n q u e , desde luego, los propios clientes podrán comunicarse más tarde lo que quieran. Esto le permite al terapeuta entrar éticamente en coalición abierta con todas las partes, para ayudarlas a abordar más productivamente las dificultades que exper i m e n t a n en sus relaciones. A p a r t i r de entonces, son m u y raras las sesiones con la totalidad del grupo. A los hermanos, a menos que estén directamente involucrados en u n a escalada con los progenitores, por lo general se les agradece la ayuda y no se les pide que vuelvan. Los padres y hermanos no son entrevistados juntos sin la presencia del adolescente-«problema», sobre todo si esos hermanos parecen tomar regul a r m e n t e partido por los p a d r e s . De este modo, es m u c h o más fácil afrontar con eficacia y respeto las «soluciones intentadas» que cada parte aplica estérilmente a sus problemas percibidos con la otra. Cuanto m á s intentan los padres controlar, proteger, ayudar o guiar al adolescente, más se ve éste impulsado a replegarse o rebelarse. Cuanto más trata el adolescente de «encontrar espacio» evitando a sus progenitores «entrometidos» (según el jovencito los ve), discutiendo con ellos o desobedeciéndoles, más confirma las dudas y temores que tienen los adultos, y más atrae su atención. A solas, Melissa se volvió m u c h o m á s comunicativa. Se quejó de que sus padres la trataran c o m o si tuviera 11 años. La madre le decía cuándo tenía que cambiarse de ropa, ducharse, hacer los deberes; cómo ordenar su habitación; que al salir de la escuela volviera directamente a casa, etcétera, etcétera. El padre la trataba como si fuera incapaz de cuidarse. «Ellos dicen que quieren confiar en mí, pero no me d a n libertad para que yo les demuestre que soy digna de confianza.» El terapeuta le preguntó: «¿Qué querrías que yo les aconseje a tus padres que hagan?». (Según nuestra experiencia, la mayoría de los adolescentes suelen encontrar respuestas perfectamente sanas y razonables a esta pregunta.) Melissa dijo que les aconsejaría que dieran marcha atrás, que confiaran más en que ella era capaz de cuidarse y de realizar elecciones sensatas en su vida. Confirmó que, si cesaban en sus intentos casi constantes de manejarle la vida, ella probablemente sería m u c h o más cooperativa. El terapeuta le dijo que h a r í a lo que pudiera, pero sin p r o m e t e r nada. Además, en vista de la reputación que tenían esos barrios, de frecuente abuso de drogas y prostitución adolescente, quizá sería impo-
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sible conseguir que los padres dejaran de preocuparse. La n i ñ a estuvo de acuerdo en que tenían derecho a preocuparse cuando volvía muy tarde por la noche, y admitió que ella misma detestaba hacerlo, y que «se moría de miedo» ante la posibilidad de que la violaran o la robaran y agredieran. Sin embargo, la certidumbre de que los padres estarían esperándola furiosos cuando llegara, por lo general p e s a b a más en esos momentos que las posibilidades más peligrosas. A los padres se les pidió que describieran detalladamente todo lo que habían intentado para resolver las dificultades que les planteaba Melissa. Habían intentado la mayoría de las cosas que hacen los padres: reprenderla (a veces delante de sus amigos), retirarle privilegios, impedirle salir, razonar con ella, apelar a ella, amenazarla, etcétera. Poco tiempo antes, Leanne se había sentado dos horas al pie de la c a m a de la niña, rogándole que le dijera qué era lo que estaba mal, por qué hacía esas cosas. Todo había sido inútil. El terapeuta comentó que esas conductas parecían haberse vuelto totalmente predecibles para Melissa y que tal vez incluso se sabía de memoria todo lo que le decían. Explicó que los adolescentes parecen tener u n a aptitud especial p a r a cerrar los oídos y m i r a r a la lejanía siempre que detectan la inminencia de un argumento, un sermón, una apelación predecible. No obstante, reconoció que el hecho de que estuviera hasta tarde fuera de casa era muy preocupante, sobre todo considerando las zonas que la niña frecuentaba, y el hecho de que sin duda tenía que aprender a ser más responsable. Ahora bien, por el m o m e n to, los intentos que los padres realizaban no parecían llevarlos a ningún lado. «Sí, lo sabemos», dijo Ron, «pero sencillamente no podemos darle una libertad total para hacer lo que quiera.» El terapeuta se mostró de acuerdo con la dificultad, a u n q u e comentando que, a pesar de lo que habían hecho para que la niña cambiara, parecía que en realidad ella ya estaba haciendo m á s o m e n o s todo lo que quería. ¿Consideraban ellos que, insistiendo con esos procedimientos, finalmente t e n d r í a n éxito? Ambos progenitores coincidieron en que era improbable, en vista de la historia pasada. De modo que, sea lo que fuere lo que intenten, a menos que la encadenen, lo cual, desde luego, no haría más que posponer el problema, ustedes no tienen ninguna garantía de que durante la semana próxima ella no volverá a pasar alguna noche fuera de casa.
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Los dos estuvieron de acuerdo en que no tenían ninguna garantía. En ese p u n t o de la entrevista, pareció que estos progenitores no sólo se sentían comprendidos y completamente apreciados en sus preocupaciones, sino que también se h a b í a n d a d o cuenta de que continuar con las conductas intentadas hasta ese m o m e n t o era probablemente inútil, p o r más lógicas que esas conductas parecieran. Sólo entonces fue posible pedirles que intentaran un experimento más bien radical. Ambos coincidieron en estar preparados para poner a prueba cualquier cosa razonable. Se les sugirió que la semana siguiente trataran de invertir por completo su modo de proceder corriente. Parecía que la hija los estaba eludiendo de modo total, y el terapeuta manifestó que las cosas no debían ser así. A ella no le haría daño ser arrojada a un nivel sano de confusión, p a r a que no p u d i e r a p r e d e c i r c ó m o le r e s p o n d e r í a n en t o d o momento. Así, los padres podrían poner a prueba la reacción de la niña al verse obligada a a s u m i r la responsabilidad de sus propias acciones. No teman que hablar en absoluto de la hora de regreso de la escuela, de dónde había estado, de cuándo tenía que cambiarse la ropa, orden a r su habitación, ducharse o hacer los deberes, de si debía o no comer con la familia, etcétera. Tenían que p a s a r por alto por completo todo lo que hasta entonces había sido objeto de su constante preocupación. Se les aconsejó que se desentendieran «en silencio, y no ruidosamente», es decir, que no prestaran atención a las conductas de la niña, p e r o no que emitieran un mensaje no verbal apenado y tenso («Mira c ó m o no te prestamos atención»), del q u e siguiera infiriéndose q u e estaban preocupados. En la medida de lo posible, debían aceptarla con calidez y ser corteses con ella. Era i m p o r t a n t e recordar que estaban p a s a n d o por alto algunas de sus conductas, pero no desatendiéndola a ella. Si volvía de madrugada, se sugirió que le preguntaran, con la mayor indiferencia posible, si había pasado u n a noche agradable y si quería t o m a r u n a taza de café. Se aclaró que el terapeuta no podía garantizar la respuesta a este cambio de táctica, y que además tenía perfectamente presente que él no sabía dónde estaba escondido el próximo violador. Sin embargo, tenía u n a seguridad casi total de que la continuidad de lo que había estado sucediendo en la familia no podía sino intensificar el p r o b l e m a . Los dos p a d r e s estuvieron de acuerdo, y se manifestaron dispuestos a poner a prueba la sugerencia. Cuando la familia volvió la semana siguiente, el terapeuta empezó por ver a Melissa a solas. La niña dijo que las cosas iban mucho mejor
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en su casa. Sus padres la trataban con mucho más respeto y realmente habían dejado de «estar encima de ella». Agregó que no había habido «incidentes», y que esto se debía en parte a que sus padres se habían vuelto mucho más flexibles en cuanto a la hora de su regreso al hogar. No se había atrasado más de media hora con respecto a lo acordado («Antes, por diez minutos me reventaban»). Fue interesante que manifestara no haber realizado ningún intento destinado a cambiar su conducta o actitud; era sólo que las cosas estaban mucho más tranquilas en el hogar. Leanne describió los cambios de Melissa como «espectaculares». Ron la definió como «notablemente distinta... A veces tuvimos que mordernos la lengua, sobre todo la primera vez que volvió tarde a casa». El terapeuta los felicitó, pues para que los cambios fueran tan significativos, los dos debían de haber desempeñado muy b i e n su parte del experimento. («Siempre supe que les estaba pidiendo m u c h o . » ) Ron expresó alguna cautela en cuanto a si esos cambios durarían. Se les había advertido que el adolescente encuentra u n a m u l t i t u d de maneras de inducir a los padres a volver a escaladas estériles que los convierten en impotentes, y que hacen que el joven se sienta incomprendido y victimizado. Se subrayó la importancia de que la pareja trabajara conjuntamente para evitar esa reaparición de la pauta. («Es tiempo de que ustedes mismos busquen un cambio.») Aparentemente, también otras personas habían hecho comentarios sobre el cambio de actitud de Melissa, acerca de cuánto más feliz parecía ella, cuánto menos desafiante se había vuelto. La abuela advirtió que de pronto la niña se había integrado mucho más en la familia. La pareja fue alentada a seguir h a c i e n d o «más» de lo que o b v i a m e n t e empezaba a dar resultado. La cita siguiente, fijada para tres semanas más tarde, fue cancelada porque Leanne estaba indispuesta. Como las cosas iban bien, se dejó que la familia tomara contacto en el caso de que resultara necesaria una sesión más. Dos años más tarde, u n a llamada telefónica de seguimiento confirmó que, aunque habían atravesado toda una gama de lo que Leanne describió como «hipos normales de adolescente», la situación había seguido siendo espectacularmente distinta, sin ninguna reaparición de las dificultades anteriores. Ahora sabemos cuándo mantenernos firmes, y cuándo evitar luchas estériles acerca de cuestiones que básicamente podemos controlar muy
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poco, cosas que en realidad Melissa tiene que arreglar p o r sí sola. Ella es mucho más responsable ahora. Hemos dejado de preocuparnos tanto p o r ella, y de discutir p o r ella; a Ron y a mí nos va m u c h o mejor.
8. EXCEPCIONES, SOLUCIONES Y ENFOQUES AL FUTURO
El sí mismo no está en la memoria, sino sólo en la historia que creemos sobre nosotros mismos. También es posible revisarla. Se la somete constantemente a revisión. Vemos lo que h e m o s hecho, construimos una historia para explicarlo, creemos en ella, y pensamos que nos comprendemos a nosotros mismos. ORSON SCOTT CARD (1987, pág. 179)
La nueva apreciación de los actos pasados y la aparición de sorpresas en los actos presentes les procura a los h o m b r e s futuros indeterminados. STRAUSS (1977, pág. 33)
En los últimos años, en el campo de la psicoterapia ha surgido una nueva filosofía para encarar los problemas h u m a n o s orientada hacia los recursos. Esta filosofía se basa en u n a a p e r t u r a y una cooperación que enfocan lo positivo: las fuerzas, el progreso, las soluciones. La aplicación de esta filosofía no se limita a la psicoterapia; parece ser pertinente en todo el espectro de los servicios de ayuda. FURMAN Y AHOLA (1992, pág. 162)
Los terapeutas breves parten del supuesto de que cada persona tiene muchas zonas de competencia en las que es posible abrevarse para superar las dificultades. Incluso en la zona definida como problema, se supone que en ciertos momentos hay menos presión, y se puede abordar con más eficacia el desorden en sí o alguna de sus diversas manifestaciones. No obstante, estas diferencias en la aptitud para el manejo tienden a olvidarse o descartarse por la sensación que tiene el cliente o la familia de ser incapaz de resolver el problema o, a veces, porque no cree que pueda resolverse, modificarse o, por lo menos, hacerse más llevadera. En este capítulo consideraremos algunos de los enfoques y técnicas que se han subsumido bajo los encabezamientos
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generales de «centrados en la solución» (de Shazer, 1985, 1988, 1991; de Shazer y otros, 1986; Furman y Ahola, 1992; Walter y Peller, 1992) u «orientados hacia la solución» (O'Hanlon y Weiner-Davis, 1989). En nuestra opinión, el trabajo de Steve de Shazer y sus colegas en el Centro de Terapia Familiar Breve de Milwaukee representa uno de los desarrollos más interesantes en el c a m p o de la terapia breve producidos en la última década. Mientras que a m u c h o s les ha preocup a d o c o n s t r u i r elaborados castillos teóricos, a m e n u d o basados en las obras de diversos antropólogos, físicos y biólogos, de Shazer y sus colaboradores han seguido trabajando p a r a obtener descripciones y definiciones más claras y precisas de la esencia de la terapia eficaz. En 1984, de Shazer y Molnar describieron cuatro intervenciones específicas que estaban comenzando a emplear regularmente. En particular, introdujeron lo que iba a convertirse en u n a tarea rutinaria de la primera sesión con clientes individuales, parejas o familias, fuera cual fuere el problema presentado.
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de su investigación no había sido apreciar la eficacia general del modelo c e n t r a d o en la solución, estos autores expresaron algunas d u d a s sobre la eficacia de esa tarea de la primera sesión para acrecentar el optimismo de la familia acerca del resultado del tratamiento. En Keys to Solution in Brief Therapy (de Shazer, 1985) se presentó la idea de que las soluciones no siempre están tan estrechamente relacionadas como parece con los problemas que abordan. Se habían elaborado algunas «intervenciones de fórmulas», por medio de las cuales, según se decía, era posible iniciar el desarrollo de soluciones, incluso sin conocer a fondo la naturaleza del problema a resolver. De Shazer adujo la analogía de la llave maestra. Con una llave maestra pueden abrirse m u c h a s puertas, sin necesidad de encontrar un i n s t r u m e n t o específico que se adecue a la forma exacta de cada cerradura. Weiner-Davis y otros han destacado la medida en que a m e n u d o se producen cambios significativos antes de la primera entrevista. Ellos empezaron a hacer la siguiente pregunta:
Entre esta entrevista y la próxima, quiero (o queremos) que observen y después me (nos) digan lo que sucede en su vida (matrimonio, familia o relación) que ustedes quieren que continúe sucediendo (1984, pág. 298).
Muchas veces las personas advierten que entre el momento en que conciertan la cita para la terapia y la primera sesión, algunas cosas ya parecen diferentes. ¿Qué ha advertido usted en su propia situación? (1987, pág. 306).
Estos autores encontraron que, entre el m o m e n t o del encargo de la tarea y la sesión siguiente, en m u c h o s casos se produjeron cambios concretos y significativos.
Molnar y de Shazer elaboraron una lista de intervenciones de fórmula que estaban comenzando a usarse junto con la «tarea de la primera sesión»;
Con una frecuencia sorprendente (cincuenta de cincuenta y seis en una encuesta de seguimiento), la mayoría de los clientes advirtieron cosas que querían que continuaran, y muchos (cuarenta y cinco de los cincuenta) se refirieron a por lo menos una de ellas como «nueva o diferente». Después, las cosas se encaminan a la solución; se han producido cambios concretos, observables (de Shazer y otros, 1986, pág. 217).
1. Se le pide al cliente que reitere m á s de las conductas satisfactorias y diferentes de la conducta-problema. 2. Se le pide al cliente que «preste atención a lo que hace cuando supera la tentación o el impulso a... (caer en el síntoma o algunas conductas asociadas con el síntoma)». 3. Se le comunica al cliente u n a evaluación predictiva, por ejemplo, con respecto a si en el tiempo entre sesiones habrá más casos de c o n d u c t a que constituyan excepciones a la c o n d u c t a - p r o blema. 4. Se le dice al cliente: «Entre este m o m e n t o y la próxima entrevista me gustaría que usted haga algo distinto y me diga lo que ha sucedido». 5. Se le pide al cliente que realice una tarea estructurada (como lle-
La eficacia de esta fórmula de intervención fue comprobada empíricamente p o r Adams y otros, quienes consideraron que la tarea de la primera sesión «era u n a intervención eficaz en las etapas iniciales del tratamiento, p a r a obtener la aquiescencia de la familia, aumentar la claridad de las metas del tratamiento, e iniciar la mejoría en el problema presentado (1991, pág. 288). Aunque señalando que la finalidad
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var un «cuaderno de bitácora» de ciertos incidentes) relacionada con las veces en que la conducta-problema cesa o no está presente. 6. Se le dice al cliente: «La situación es muy complicada (escurridiza, etcétera). Entre este m o m e n t o y la próxima vez que nos veamos, trate de identificar las razones por las que la situación no es peor» (Molnar y de Shazer, 1987, pág. 355). El t e m a c o m ú n de todas estas intervenciones es el hecho de que se concentran en cosas que dan resultado o empiezan a darlo, y no en u n a exploración, clarificación o categorización de la patología. En su siguiente libro, titulado Clues: Investigating Solutions in Brief Theraphy, de Shazer resume adicionalmente los principios básicos que están detrás del enfoque centrado en la solución, destacando la importancia de las excepciones, y presentando además la técnica de la «pregunta del milagro», con la cual se invita al cliente a describir las diferencias específicas que él o los otros advertirían si el problema quedara misteriosamente resuelto de la noche a la mañana (1988).
EXCEPCIONES
P a r a el enfoque centrado en la solución, es esencial la certidumbre de que, en la vida de una persona, hay siempre excepciones a las conductas, ideas, sentimientos e interacciones que están o pueden estar asociados con el problema. En ciertos momentos, un adolescente difícil no es desafiante, u n a persona deprimida se siente menos triste, un tímido puede ser sociable, un obsesivo es capaz de relajarse, una pareja perturbada resuelve un conflicto en lugar de intensificarlo, una bulímica resiste el impulso al atracón, un niño no tiene una rabieta cuando se le pide que vaya a acostarse, u n a persona excesivamente responsable dice no, un bebedor problemático impone un límite razonable a su hábito, etcétera. Estas excepciones aparecen, por lo general, asociadas con otras diferencias en la conducta, las ideas, los sentimientos y las interacciones que las acompañan. Pero, como dice de Shazer: Se observa que los problemas se mantienen a sí mismos simplemente porque se mantienen a sí mismos y porque los clientes los describen como constantes. Por lo tanto, los momentos en que el motivo de queja está
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ausente son descartados como triviales por el cliente, o ni siquiera se perciben; el cliente no los ve. No hay nada realmente oculto, pero aunque estas excepciones están a la vista, el cliente no las ve como diferencias que establezcan una diferencia (1991, pág. 58). Un h o m b r e que, según él mismo reconocía, era sobreprotector en extremo con su hijo de 21 años, al p u n t o de que le hablaba p o r teléfono varias veces al día, finalmente decidió tomarse unas vacaciones de dos semanas con su mujer, sin dejar ninguna dirección ni n ú m e r o telefónico para que cualquiera de sus tres hijos mayores pudieran comunicarse con él. El terapeuta lo alentó en su resolución de no llamar p o r teléfono a su casa durante toda la quincena, aunque reconociendo que podría ser más bien difícil. En la entrevista siguiente, tres semanas más tarde, el hombre anunció de modo abyecto que había fracasado. Cuando se le pidieron detalles, admitió que, al séptimo día, finalmente había cedido al impulso de telefonear «para controlar cómo estaban las cosas». Habló con el hijo «problema», el cual, para su sorpresa, le dio la seguridad de que todo estaba bien (más tarde se vio que era cierto), y de que no había habido ninguna necesidad de que se le controlara. El hombre parecía totalmente deprimido por su «fracaso». El terapeuta le preguntó: «Pero, ¿qué me dice de los trece días durante los cuales no telefoneó? A veces le debe de haber resultado m u y difícil resistirse, pero sin embargo parece que pudo». Al considerar ese logro, la conducta del hombre comenzó a cambiar. Finalmente admitió: «¿Sabe usted?, no soy muy bueno para reconocer mis propios logros. Me falta práctica. Pero creo que tiene razón, esas vacaciones fueron realmente un éxito». En este enfoque se invita al cliente a reconocer lo que ya ha estado haciendo y puede definirse como exitoso o, por lo menos, como encaminado en la dirección general a un abordaje más eficaz del problema, para construir sobre ello. Sin duda, a fin de persuadirlo y hacer que considere esos «éxitos», es importante que el cliente o la familia consideren al terapeuta como alguien que escucha, comprende y valida las experiencias sentidas de fracaso, cólera, zozobra, depresión, etcétera, que son sus respuestas habituales al problema. La medida en que el reconocimiento de la existencia de excepciones puede convertirse en trampolín para cambios ulteriores es directamente proporcional al grado en que tales excepciones sean o puedan hacerse significativas para el cliente o la familia. Por supuesto, es fácil caer en el error de destacar las excepciones
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BREVE DE TERAPIA BREVE
de un m o d o tal q u e el cliente o la familia se sientan apadrinados, o les parezca que el terapeuta en realidad no comprende la gravedad del problema, de la zozobra, la culpa, la cólera, etcétera, que ese problema les provoca. De modo que es importante cuidar mucho que un cliente o familia reconozcan la existencia de u n a cierta excepción, y también no entrar en discusiones con ellos acerca de su significado. Como dice John Weakland (comunicación personal), «nunca discutas con un cliente». A m e n u d o es m u c h o mejor m a n t e n e r un escepticismo desconcertado, y no un celo de fanático. Todavía estoy desconcertado por el modo en que usted ha logrado evitar esta vez caer en su habitual pauta de respuesta colérica. No debe haber sido fácil. La mayoría de las personas habrían perdido la calma en los primeros segundos. Sí, sé que debe de haber sido algo pequeño, pero en realidad su hija parece comportarse como para hacerle perder la paciencia a un santo. A usted no le veo la aureola, así que, santo seguro que no es. Entonces, ¿cómo demonios se resistió anoche a retorcerle el cuello? Por lo que usted me dijo, creo que yo mismo me habría deprimido. ¿Cómo consiguió seguir con lo que estaba haciendo? A m e n u d o resulta útil hacer preguntas del tipo «¿Cómo consiguió h a c e r eso?». De este m o d o , no sólo se subraya el éxito, o los grados de éxito, sino que también se contribuye a suscitar contingencias de la vida de las personas que están asociadas con un funcionamiento más exitoso, y se p u e d e n subrayar como tales: Pude seguir porque sabía que esta vez mi esposo estaba respaldándome. Como señalamos en el capítulo 4, a u n a p e r s o n a puede resultarle muy afirmativo que se le dé testimonio de la dificultad de su situación con comentarios c o m o «Por lo que usted me ha dicho sobre su situación, realmente me sorprende que las cosas no sean mucho peor. ¿Cómo lo ha soportado?». Miller c o m e n t a que «Al preguntar c ó m o p u d o realizar algún progreso, o impedir que sus problemas empeoraran, el terapeuta y el cliente pueden revisar situaciones que parecían fracasos, y verlas como soluciones que p a s a r o n inadvertidas» (Miller, 1992, pág. 7).
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Cuando el cliente habla de la percepción que tiene de sus problemas, el terapeuta puede contribuir del mejor modo al proceso de desconstruir u n a visión negativa, centrada en el problema, que no se presta a c o m p r e n d e r con demasiada rapidez. Cliente: Sé que tengo algunos problemas. Soy hipersensible. En lo esencial, no soy una persona compasiva. Veo que no hago amigos con facilidad. Terapeuta: ¿De dónde ha sacado esa idea de que no es compasivo...? Cliente: Bien, supongo que... Usted me está sonsacando un secreto. Yo sé... Terapeuta: ¿Fingía usted cuando me dijo que se preocupaba por su esposa? Eso parece compasión. Estoy un poco confundido. Cliente: Bien... ¿Cómo no ser compasivo si soy hipersensible? Terapeuta: Así es. De Shazer ha comentado: Quizá lo mejor que el terapeuta pueda aplicar sea una no comprensión creativa de lo que el cliente dice, para que se escojan los significados más útiles y beneficiosos de sus palabras. La no comprensión creativa les permite al terapeuta y al cliente construir juntos una realidad más satisfactoria para este último (1991, pág. 69). En su libro más reciente, Putting Difference to Work, de Shazer describe un ejemplo brillante de esta técnica, tomada de la obra de Insoo Kim Berg (de Shazer, 1991, págs. 63-67). Una mujer que se describía como ninfómana, incapaz de dormir a menos que ese día hubiera tenido una relación sexual, acudió a la consulta de Berg. La clienta no estaba de n i n g ú n m o d o preparada para aceptar como excepciones significativas las noches en que de algún modo había podido contenerse, ni tampoco p a r a ver como solución viable aprender a abstenerse del sexo. Eso significaría que su matrimonio iba mal. En un punto, el esposo, que consideraba que le estaba convirtiendo en un semental, en lugar del a m a n t e que prefería ser, comentó: Esposo: Pero, para mí, éste es más un problema de sueño que tenemos ambos. Terapeuta: Me pregunto si no es así. Quizá lo hemos estado abordando de un m o d o erróneo.
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Esposa: ¿Tiene usted una cura para el insomnio? Terapeuta: No lo sé. Hemos estado considerando esto como un trastorno sexual, pero empieza a parecerse más a u n a perturbación del sueño (de Shazer, 1991, págs. 64-65).
blema, y con él de muchas de las dudas concomitantes del cliente, se pueden p a s a r por alto. De Shazer cuida de atribuir la génesis de esta idea a Milton Erickson y su empleo de la seudoorientación en el tiempo como técnica hipnótica.
Descrita como un problema de insomnio, la dificultad pareció resolverse rápidamente. Nunca se volvió a hablar de ninfomanía. La mujer dijo que tanto su patrón de sueño como su libido habían «vuelto a la normalidad». Sin duda, el éxito de esta terapia estuvo directamente relacionado con la medida en que la definición alternativa tenía sentido p a r a la mujer. S e g ú n este enfoque, la cuestión de cuál era, en términos objetivos, el problema «real», carece de importancia. En el proceso de negociación de lo que había que a b o r d a r en la terapia, la técnica del relativo desconcierto del terapeuta llevó a que el problema potencialmente más intratable de la ninfomanía (la mujer lo consideraba arraigado en su infancia, y requeriría u n a terapia profunda) fuera desconstruido y reemplazado p o r el m á s fácilmente abordable problema del insomnio. Ambos «problemas» se superponían en términos conductuales y emocionales, lo suficiente como para que cualquiera de ellos pudiera escogerse y subrayarse como u n a legítima zona focal (teniendo presente que esa legitimidad debe estar, en última instancia, en el ojo del contemplador, en este caso la mujer, y no en la mente del terapeuta).
Estas ideas se utilizan para crear una situación de terapia en la que el paciente puede responder efectivamente en el nivel psicológico a las metas terapéuticas como realidades ya logradas. Esto se hacía empleando hipnosis y una técnica de orientación hacia el futuro, inversa a la regresión en la edad. De tal modo, el paciente podía obtener una visión desinteresada, disociada, objetiva y sin embargo subjetiva de lo que en ese momento él creía haber logrado ya, sin percatarse de que esos logros eran la expresión en la fantasía de sus esperanzas y deseos. (Las cursivas son nuestras.) (Erickson, 1954, pág. 261.)
LA PREGUNTA DEL MILAGRO
Una eficaz manera de ayudar a las personas a concentrarse en u n a solución potencial, y no en los problemas, es la pregunta del milagro. Supongamos que una noche se produce un milagro, y mientras usted duerme el problema que lo ha traído a terapia queda resuelto. ¿Cómo lo sabría usted? ¿Qué sería distinto? ¿Qué vería usted de diferente a la mañana siguiente, como signo de que se produjo un milagro? ¿Qué notaría su cónyuge? (de Shazer, 1991, pág. 113). Como de Shazer continuó diciendo, «a m e n u d o los clientes pueden construir respuestas a esta "pregunta del milagro" de u n a manera muy concisa y específica» (pág. 113). El proceso real de resolución del pro-
Se estimula al cliente, la pareja o el miembro de la familia, a imaginar, del m o d o más concreto posible, cuáles serían las muchas diferencias. A m e n u d o les pedimos que imaginen qué cosas notoriamente distintas se verían u oirían en una grabación de vídeo que los siguiera al día siguiente. Es importante que el terapeuta insista suavemente en obtener u n a descripción conductual clara y específica. No buscamos un c u a d r o borroso de algún sueño futuro, u n a utopía o algo así. Como dicen O'Hanlon y Weiner-Davis, «parece que el simple acto de construir u n a visión de la solución obra como catalizador para generarla» (1989, pág. 106). El proceso de r e u n i r esta información puede tomar un tiempo considerable, y es preciso no precipitarse. Por lo general, a las personas les resulta m u c h o más fácil describir en qué s e r á n distintos los otros (sobre todo el cónyuge con el que tienen dificultades, o el hijo-problema). Esto p u e d e tender a p e r p e t u a r «más de la misma» actitud de «superioridad moral», «pero, ¿no ves que estás a c t u a n d o mal?», posición que a m e n u d o no será lo bastante distinta de las interacciones habituales en torno al problema. Es preferible alentarlas a describir las diferencias futuras en sus propias conductas y actitudes, lo que advertirán en sí mismas. En última instancia, u n o sólo puede cambiarse a sí mismo. Puede ser particularmente útil que los clientes consideren qué verán de distinto en sus conductas y actitudes las otras personas: el cónyuge, los hijos, los amigos, los compañeros de trabajo o los extraños.
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¿Qué es lo distinto que usted hará o dirá, por lo cual los otros podrán saber que está menos deprimido? Si estuvieran en un restaurante y la gente los observara comer juntos, ¿cómo sabría que se están llevando bien? Como ha expresado elocuentemente el poeta escocés Robert Burns en «A un piojo», O wad some Pow'r the giftie gie us To see oursels as others see us! It wad frae mony a blunder free us, And foolish notion. ¡Oh, que algún Poder nos hiciera el don de vernos corno nos ven los otros! ¡De cuántos disparates nos liberaría, e ideas necias! Cuando las personas describen las diferencias en términos de ausencia de una pauta conductual o un estado emocional, es útil preguntarles qué es lo que h a r á n o sentirán en lugar de ello. Comprometerse a una acción alternativa claramente definida es más fácil que resistirse a hacer algo sin n i n g u n a conducta de reemplazo, sobre todo cuando se trata de un hábito con raíces profundas. Lo mejor es traducir la descripción de los cambios emocionales a descripciones de las conductas específicas, que les demostrarán con claridad a los otros la modificación anímica producida. Cliente: No me quedaré sentada l a m e n t á n d o m e constantemente. Terapeuta: ¿Qué h a r á en lugar de ello? Cliente: Seré m á s feliz. Terapeuta: ¿Qué hará que les permita a las otras personas saber que es más feliz? Cliente: Sonreiré con m á s frecuencia. Terapeuta: ¿Qué más? Cliente: Volveré a t o m a r contacto con mis amigos. No me veo con casi ninguno de ellos. i Terapeuta: ¿Qué verán ellos de diferente en usted? Cliente: Bien, en p r i m e r lugar, que tomo contacto con ellos. (Ríe.)
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Terapeuta: ¿Qué otra cosa? Cliente: Que de nuevo me interesa salir. Antes acostumbraba a salir mucho a comer. Éramos un grupo. Supongo que ellos lo siguen haciendo. Además, iba m u c h o a conciertos. Terapeuta: Entonces, ¿volverá a hacerlo? Cliente: Sí. Terapeuta: Esos cambios, ¿qué diferencias determinarán para usted? Cliente: Volveré a tener la sensación de que mi vida tiene una dirección. Otro m o d o de concentrarse en el futuro consiste en hacer un planteamiento del tipo de «Cuando vuelva la semana próxima y me diga que ha mejorado significativamente, de qué me hablará?». O bien, si se trata de u n a pareja, «¿De qué diferencias en usted me hablará ella (o él)?». Otro enfoque posible es: «Si yo toco u n a varita mágica para resolver la situación, ¿qué sucederá distinto de antes?» (O'Hanlon y Weiner-Davis, 1989, pág. 106). Al explorar esas diferencias que se producirán es importante que el terapeuta tenga el cuidado de emplear un lenguaje que presuponga la inevitabilidad del cambio. Hay que decir «cuando» en lugar de «si»; «qué otra cosa será diferente», y no «qué otra cosa sería diferente; «cuando las cosas empiecen a mejorar...», y no «si las cosas empiezan a mejorar...»; «a medida que usted se vaya desinhibiendo», y no «si usted se fuera desinhibiendo...»; «cuando usted deje de oír voces...», y no «si usted deja de oír voces...». Una vez logrado el cuadro de lo que el cliente piensa que será diferente, resulta posible encontrar modos de estimularlo o capacitarlo para experimentar con nuevas conductas. De Shazer describe que les pidió a los m i e m b r o s de una pareja que cada uno, sin precisárselo al otro, eligiera dos días de la semana siguiente en los que fingirían que el milagro había ocurrido realmente. Cada uno tenía entonces que observar cómo reaccionaba el otro. Además, se le pedía que conjeturara qué par de días había elegido el compañero, pero sin que se comunicaran n a d a h a s t a la sesión siguiente (de Shazer, 1991, pág. 144). En ese caso, el terapeuta no especificó las conductas. Cuando está claro que los m i e m b r o s de una pareja o una familia tienen metas diferentes, o el terapeuta no está seguro de que no es así, conviene que no especifique, y se refiera en términos generales al «problema que los ha traído». Si es obvio que hay acuerdo acerca de las metas, se puede pedir
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que practiquen conductas específicas en los días del «milagro» elegidos por ellos mismos. Una joven había confeccionado una lista m u y larga de cosas específicas que empezaría a hacer de nuevo después de ese milagro. Se la invitó a tirar u n a m o n e d a todos los días. Cuando salga cara, me gustaría que usted haga por lo menos dos cosas de su lista. Desde luego, puede hacer más, pero yo sólo le pido que haga dos. Los días que salga cruz, no está obligada a nada. Esos días puede hacer lo que quiera. Por supuesto, en general las personas sólo seguirán esas sugerencias si las conductas que se les pide que intenten son congruentes con sus propias ideas acerca de cómo quieren ser, y no con lo que quiere el terapeuta o alguna otra persona. Cuando se pone en práctica este método, lo i m p o r t a n t e es que, como ha m o s t r a d o Kiesler, si hay un compromiso con la conducta correspondiente a ciertas creencias o actitudes, o promovida por éstas, ese compromiso sea confirmado o fortalecido con m u c h a mayor rapidez y profesionalidad que si los clientes se limitan a hablar al respecto (Kiesler, 1971).
UBICACIÓN EN UNA ESCALA
Otro método eficaz para concentrarse en el logro y la solución consiste en el empleo de preguntas sobre la posición en u n a escala. Esta técnica puede aplicarse de diversos modos. En una escala que va de cero a diez, y en la que el cero representa lo peor, y el diez corresponde a las cosas tal como serán cuando estos problemas estén resueltos, ¿dónde situaría usted el día de hoy? Como señalan Kowalski y Kral, ...la escala se basa en el supuesto de un cambio en la dirección deseada. Puesto que una escala es una progresión, el número «7» supone los números «10», «5», «3» o «1». Supone movimiento (cambio) en una dirección u otra, en lugar del estancamiento. Por esta razón, cuando al cliente se le pide que se ubique en una escala, queda incorporada una expectativa de cambio al proceso... puesto que el empleo de una escala inten-
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sifica la sugerencia del cambio con la dirección deseada o la dirección temida, también implica algún grado de control por parle del cliente para establecer esa dirección... se realiza la tarea de establecer la meta, pues to que los extremos polares y la zona que está entre el problema y la meta se vuelven cuantificables y objetivables (1989, pág. 61). Estas escalas pueden utilizarse con toda u n a gama de aspectos de la vida del cliente. De hecho, cualquier experiencia concebible puede verse a través del cristal de la ubicación en u n a escala. Las escalas pueden emplearse para evaluar la autoestima, la autoconfianza, el interés en cambiar, la disposición a trabajar con empeño a fin de generar los cambios deseados; sirven para establecer el orden de prioridad de los problemas, percibir la esperanza, evaluar el progreso, y así sucesivamente —cosas consideradas demasiado abstractas para concretarlas (Berg, 1991, pág. 88). Explorar en profundidad las distintas maneras de emplear esta técnica llevaría todo un capítulo. Aquí nos limitaremos a dar algunos ejemplos a partir de los cuales el lector podrá inferir o inventar muchos de los otros usos posibles. Nosotros utilizaremos u n a escala de cero a diez, pero esto no es de ningún modo obligatorio. Por ejemplo, si se estiman necesarias divisiones más pequeñas (cuando se discuten o sugieren cambios graduales, cautelosos, lentos), puede servir una escala de cero a cien. En el trabajo con parejas, en particular cuando hay alguna duda acerca de la motivación de uno o ambos miembros, hemos encontrado que es útil la pregunta siguiente para abrir un debate que a menudo ayuda a los clientes a empezar a ver su relación de un modo más productivo. Si cero representa «Me importa un comino», y diez «Estoy realmente entusiasmado», ¿dónde se ubicaría cada uno de ustedes, actualmente, en cuanto a trabajar sobre su relación?, o ¿dónde piensa usted que se ubicaría su pareja? Si los dos miembros de la pareja evalúan su motivación como baja, se les puede preguntar qué sucederá para que en la entrevista siguiente digan que a m b o s han avanzado un punto o dos. También se les puede hacer u n a pregunta análoga cuando sólo u n o de los dos miembros eligió un n ú m e r o bajo. Alternativamente, p a r a la exploración de este tipo de temas cabe emplear la pregunta del milagro.
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La escala p e r m i t e , a s i m i s m o , explorar la m e d i d a en que se cree en la posibilidad del cambio. Si cero significa que cree que en lo esencial seguirá siendo así durante el resto de su vida, y diez que hay probabilidades de que pueda con este problema en algún momento del futuro, ¿dónde se ubicaría hoy en esta escala? ¿Qué necesitaría para aumentar medio punto o un punto en la escala? Cuando el terapeuta indaga el progreso en la escala, es importante que lo haga con r e a l i s m o y se incline m á s a s e r c o n s e r v a d o r que demasiado optimista. Si el cliente experimenta un alto grado de optimismo, conviene que tenga que convencer al terapeuta de que está en lo cierto. Si el t e r a p e u t a acelera el proceso y el cliente se siente presionado, es más probable que adopte una posición de «sí, pero...». Como ya se ha señalado, en ciertas situaciones una escala de cero a cien puede resultar m e n o s a m e n a z a n t e , en t a n t o las g r a d u a c i o n e s son más pequeñas. El examen del progreso por medio de una escala a m e n u d o le procura al cliente u n a perspectiva diferente de la marcha de las cosas. Una joven, en el transcurso de su cuarta sesión de terapia, a ú n se mostraba escéptica respecto de su propio progreso, a p e s a r de las diversas «excepciones» que el terapeuta le había subrayado (las cuales, en esa etapa, eran m á s significativas para él que para ella). Más o menos en la mitad de la sesión, el terapeuta preguntó:
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sionar con tanto entusiasmo como lo había hecho antes), la joven fue volviéndose m á s optimista. Cuando, en la próxima sesión, usted haya llegado a cinco, a la mitad del camino, ¿de qué nuevas cosas va a hablarme? Un h o m b r e joven admitía, disculpándose, q u e , a su juicio, sólo llegaba a tres en la escala; lo sorprendió y estimuló que se le señalara que ya había recorrido «la tercera parte del camino». La ubicación en la escala puede emplearse con niños pequeños tanto como en adultos. Desde luego, las palabras no son el único medio para esta indagación. Podemos trazar gráficos, o pedirle al niño que lo haga. Hay m u c h o s modos creativos de ayudar a los niños a describir dónde les parece que están en cuanto a la dimensión explorada. Si este ladrillo representa cómo eras cuando hacías mucho ruido en clase y te comportabas como si tuvieras cinco años, y esta pila alta representa cómo serás cuando puedas comportarte como un niño de diez años, ¿qué tamaño debería tener la pila para representar lo crecido que has estado estos últimos días? Si este pequeño círculo en la pizarra me muestra lo tímido que solías ser, y este círculo grande me muestra lo valiente que serás, dibuja otro círculo que me muestre cuánto más valiente has sido esta semana.
ENFOCANDO AL FUTURO
Si cero representa la forma en que usted se sentía cuando vino a verme por primera vez, y diez cómo se sentirá al finalizar la terapia, ¿dónde se ubicaría en este momento? • Después de reflexionar un momento, la joven dijo que estaba entre cuatro y cinco. Terapeuta: ¿De m o d o que está acercándose a la m i t a d del camino? Cliente: Sí. Durante el resto de la sesión, a medida que se precisaban los hechos y las conductas que representaban esa mejoría (el terapeuta tuvo el cuidado de seguir el p r o c e s o con cautela y contención, en lugar de pre-
Puesto que todo el mundo no es más que una historia, sería bueno para ti que compres la historia más duradera, y no la historia que dura menos. Santa Columbia de Escocia Todos vivimos en nuestro pasado, nuestro presente y nuestro futuro. Como hemos dicho antes, nuestra percepción de estas cosas es altamente selectiva. El futuro existe en nuestra previsión de c ó m o será. Tradicionalmente, a las terapias les ha interesado el p a s a d o y el presente; intentan realizar cambios en ellos por medio de un proceso de revisión y examen. Lo nuevo y excitante en nuestro campo es que parece que también el futuro está abierto a la revisión, aunque aún no haya
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sucedido. F u r m a n y Ahola h a n resumido c o m o sigue este avance hacia enfocar al futuro: Puesto que el futuro suele estar conectado con el pasado, las personas con un p a s a d o lleno de tensiones son proclives a tener una visión desesperanzada de su futuro. A su vez, una visión negativa del futuro exacerba los problemas presentes, al arrojar una s o m b r a pesimista sobre pasado y presente. Por fortuna, lo inverso también es cierto; una visión positiva del futuro invita a la esperanza; la esperanza a su vez ayuda a superar las penurias presentes, reconocer los signos de la posibilidad del cambio, ver el pasado m á s bien como una prueba que como u n a desgracia, e inspira soluciones (1992, pág. 91).
9. INTERVENCIONES DE ENMARCADO: M O D I F I C A N D O L A VISIÓN D E L P R O B L E M A
Nada es bueno o malo; el pensamiento lo hace así. Hamlet, WILLIAM SHAKESPEARE
Por lo general, se atribuye a Bateson el mérito de recurrir al t é r m i n o «marco» para indicar la organización de la interacción de un m o d o tal que en cualquier m o m e n t o es m á s probable que se produzcan ciertos hechos y se formulen ciertas interpretaciones de lo que está sucediendo. C O Y N E ( 1985, pág.
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Una cosa aparece tal como es. El libro tibetano de la gran liberación
Nuestro proceso de pensamiento simbólico nos impone categorías de «o esto o aquello». Nos enfrenta siempre con esto o aquello, o con una mezcla de esto y aquello... En el ámbito de la experiencia, nada es esto o aquello. Siempre hay por lo menos una alternativa m á s , y a menudo una cantidad ilimitada de alternativas. Z U K A V ( 1 9 7 9 , pág.
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R e e n c a r n a r significa, entonces, c a m b i a r el escenario conceptual y/o emocional o punto de vista en relación con el cual se experimenta una situación, y ubicarla en otro m a r c o que se adecúa igualmente bien o incluso mejor a los «hechos» de esa misma situación concreta, y de tal modo modificar todo su significado. WATZLAWICK Y OTROS (1974, pág. 95)
En el capítulo 3, al examinar la naturaleza de la realidad, introduj i m o s l a i m p o r t a n t e d i s t i n c i ó n q u e h a y q u e t r a z a r e n t r e h e c h o s y significados.
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Las COSAS o HECHOS son sólo observaciones de base sensorial; lo que está sucediendo o ha sucedido allí, que nuestros sentidos pueden percibir. Los SIGNIFICADOS son interpretaciones, conclusiones y atribuciones derivadas de los hechos en cuestión, o relacionadas con ellos. Las conductas y las emociones asociadas con ellas (o viceversa) que llevan a solicitar terapia, no son un reflejo de «las cosas o los hechos», sino de los significados que se les atribuyen. Hemos dicho que las personas están constantemente trazando distinciones mientras tratan de dar sentido a su mundo, y que desarrollan marcos o jerarquías de constructos que en gran medida determinan de qué modo darán sentido a sus experiencias y responderán a ellas. Estos «marcos» son, a nuestro juicio, el foco principal de la terapia, puesto que los cambios sólo pueden producirse donde hay acceso a significados alternativos, que permiten dar respuestas diferentes a las experiencias posteriores. Como ha dicho de Bono: Un marco de referencia es un contexto proporcionado por el ordenamiento presente de la información. Es la dirección de desarrollo que ese ordenamiento implica. No se puede romper con ese marco de referencia actuando desde su interior. Quizá sea necesario saltar afuera; si el salto tiene éxito, el marco de referencia en sí se ve alterado (de Bono, 1971, pág. 240). Para ayudar a las personas a «saltar afuera» de los marcos que se puede considerar que limitan su capacidad para a d o p t a r perspectivas diferentes y empezar con ello a resolver las situaciones-problema, existen dos enfoques básicos. El proceso por el cual el terapeuta proporciona o alienta el desarrollo de un marco o significado nuevo o alternativo p a r a u n a situación, de modo directo o indirecto, se denomina reenmarcado. Por ejemplo, Lorraine, de 17 años, fue conducida a terapia por su madre. Más bien bonita, con algo de sobrepeso, la jovencita mantuvo la cabeza gacha d u r a n t e gran parte de la entrevista y m i r a b a a través del flequillo. Al terapeuta se le dijo que, en los últimos meses, ella se había vuelto depresiva e introvertida; se estaba angustiando cada vez m á s ante el inicio del nuevo ciclo lectivo, que ocurriría a la semana siguiente. La propia Lorraine había pedido ver a alguien que la ayudara con esos problemas. Cuando se le preguntó, dijo estar de acuerdo con la descripción de su madre.
INTERVENCIONES DE ENMARCADO
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Terapeuta: ¿Qué es lo que las ha decidido a venir a ver a alguien ahora? Madre: Bien, ella dice... ¿Quieres decírselo, Lorraine? Lorraine: No, tú puedes explicarlo. Madre: Ella dice que se siente distinta de las otras chicas. Encuentra que no puede relacionarse con ellas en absoluto. Ha perdido contacto con todas sus viejas amigas. Terapeuta: Distinta, ¿en qué sentido? Madre: Lorraine, ¿le puedo contar lo que ha sucedido? Lorraine: Sí, está bien. Madre: Bien, Lorraine fue objeto de abuso sexual por parte de su padre algunas veces hasta hace más o menos un año. E n t o n c e s vio a algunos consejeros, que la ayudaron un poco, pero creo que la experiencia aún la afecta. Tiene una autoestima muy baja. Lorraine: Cuando veo a las otras chicas de la escuela, sé que no soy como ellas. Soy anormal. Después de indagar con más detalles las creencias de Lorraine sobre el modo en que la afectaba la experiencia del abuso, el terapeuta comentó: «Después de h a b e r hablado contigo, me parece, Lorraine, que eres perfectamente n o r m a l . Lo que te ha sucedido es lo a n o r m a l , no tú. Tú eres una persona normal que trata de hacer algo con u n a experiencia anormal». Desde ese momento, el comportamiento de Lorraine cambió de modo espectacular. El feedback que Lorraine y su madre aportaron posteriormente demostró que el hecho de trazar esa distinción había representado un importante punto de inflexión para la muchacha. Había creado un nuevo marco desde el cual la niña pudo, casi de inmediato, empezar a verse de un modo más positivo. Negoció con éxito la vuelta a la escuela, y no encontró ningún problema en reintegrarse al grupo de amigas. Si el terapeuta desafía (una vez más, directa o indirectamente) los significados q u e el cliente asocia con la situación sin p r o p o r c i o n a r un nuevo m a r c o , esto se llama desenmarcado. Se p u e d e dejar que el propio cliente cree o descubra significados alternativos, o quede sin ningún significado en particular. El siguiente ejemplo está t o m a d o de u n a sesión de terapia. Cliente: Conozco mis defectos, pero los he tenido d u r a n t e cuarenta y seis años.
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Terapeuta: ¿Le parece que está como «pegado» a ellos? Cliente: Estoy pegado a ellos. No hay modo de que me los saque de encima. Terapeuta: Muchos piensan eso... Cliente: Bien, quizá yo pueda. Reenmarcar y desenmarcar no son dos técnicas discretas. Como lo demuestran los ejemplos anteriores, para reenmarcar es necesario que algo sea desenmarcado, así como desenmarcar significa que algo puede ser reenmarcado. El r e e n m a r c a d o de la n o r m a l i d a d desenmarcó la idea que tenía la joven de que era anormal; el desenmarcado de la creencia en la imposibilidad de cambiar los hábitos de toda u n a vida reenmarcó la idea del cliente acerca del potencial de la terapia. La diferencia entre e n m a r c a d o y d e s e n m a r c a d o reside esencialmente en el enfoque. Nosotros diríamos que el reenmarcado es la operación más necesaria y básica en el proceso del cambio. Todo lo demás es subordinado, ayuda u obstaculiza ese proceso, o puede verse como accesorios que reflejan creencias y prejuicios del terapeuta acerca de la terapia y la naturaleza del c a m b i o (no necesariamente inútiles en su terapia, pero a veces sin valor p a r a la claridad teórica). Un trabajo reciente ha cuestionado la medida en que, en el empleo de las técnicas de enmarcado, los terapeutas breves h a n tendido a no tener en cuenta las «verdades subjetivas» de sus clientes (individuos o familias). El autor se pregunta hasta qué punto los enmarcados son objeto de una imposición, en lugar de desarrollarlos en un proceso cooperativo (Flaskas, 1992). El enfoque aparentemente «alegre», manipulativo, de «todo vale», que se dice que emplean los terapeutas breves al elegir las «verdades» cuando reenmarcan, según nuestra experiencia está en gran medida en la cabeza de ciertos comentadores, lo mismo que la supuesta falta de interacción en el desarrollo de estos marcos. Cualquier terapeuta breve sabe que n i n g ú n m a r c o será de ayuda si sólo opera en el nivel intelectual; los marcos no se sacan de la nada (por lo menos, no es esto lo que hacen los buenos terapeutas breves), sino que orienta la información directa que a m e n u d o hay que extraer penosamente del cliente en las entrevistas; p o r lo tanto, también involucran las «verdades subjetivas» de los m i e m b r o s de la familia. No es que no se respete la experiencia personal que los individuos tienen de «la verdad». Lejos de
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ello. Pero creemos que, en las interacciones humanas, hay muchas «verdades» potenciales; algunas parecen inhibir el cambio, y otras parecen fomentarlo. Coyne se ha referido a las investigaciones recientes sobre ...los determinantes del nivel en que se enmarca la actividad, y la manera en que es posible cambiarlo... Los experimentos preliminares sugieren que cuando una acción puede enmarcarse al mismo tiempo en un nivel alto («llevo una vida aburrida») y en otro más bajo («veo televisión toda la tarde»), tenderá a prevalecer el enmarcado de nivel más alto, mientras el nivel más bajo queda desatendido (1985, pág. 339). No obstante, Coyne cita a continuación el trabajo de Wegner y otros psicólogos sociales, según quienes ...cuando una persona piensa en los detalles de su acción, se vuelve particularmente sensible al significado global de lo que está haciendo. Puede emerger una nueva comprensión de la acción, y esa nueva comprensión puede llevar al desarrollo de una nueva acción (Wegner y otros, citados en Coyne, 1985, pág. 340; las cursivas son nuestras). La fuerza y el potencial curativo del reenmarcado parecen derivar del hecho de que a m e n u d o no «sabemos» con claridad qué subyace en nuestra tendencia a reiterar ciertas acciones, o a d e s e m p e ñ a r continuamente un cierto rol en nuestras interacciones. En c u a n t o a la cuestión de quién produce el m a r c o en la terapia breve (o, diríamos nosotros, en cualquier terapia eficaz), sin duda debe resultar de un p r o c e s o interaccional en el que el t e r a p e u t a no sólo sea sensible a los fenómenos conductuales (que constituyen un foco principal de indagación), sino también a las explicaciones del problema que d a n los m i e m b r o s de la familia (verdaderas p a r a ellos), y a las experiencias afectivas (también reales para ellos) suscitadas por sus modos de ver la dificultad y por el proceso de la terapia. No obstante, las sugerencias del terapeuta sobre los diferentes m o d o s de enmarcar las situaciones ocupan una posición central, en cuanto derivan de u n a perspectiva exterior. Por definición, los clientes (lo m i s m o que todos nosotros) tienden a pensar las situaciones a través de sus mar cos habituales, y esos marcos en parte los ciegan a las alternativas. Cuanto m á s m i r e m o s el mundo a través de cristales azules, m á s azul lo veremos. A veces, sobre todo si olvidamos que llevamos puestas len-
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tes de color, y, por lo tanto, no cuestionamos la validez de los datos sensoriales, necesitamos que alguien nos preste unas gafas con cristales de un color distinto. Seguramente todos hemos tenido la experiencia de examinar introspectivamente un problema y caer en espiral hasta las conclusiones m á s pesimistas, enterrándonos más profunda y desesperadamente. El hecho de que la aportación del terapeuta (o la oferta de un par de gafas de diferente color) sugiera otro modo de considerar las cosas, no significa que el cliente individual o la familia se conviertan en destinatarios pasivos y desvalidos de una manipulación. Estamos de acuerdo con Flaskas (1992) en que los clientes (lo mismo que todos nosotros) conservan un cierto compromiso e interés (diríamos que un interés y un compromiso considerables) en torno a su propia evaluación de sus experiencias y comprensiones de la verdad. Nos parece que cualquier tipo de terapia corre el peligro de pasar por alto este hecho, no sólo las terapias breves. Creer que no existe ninguna «verdad» absoluta no significa negarse a conocer o avasallar las «verdades subjetivas» de los otros. La utilidad de las «verdades» utilizadas cuando se le p r o p o n e n marcos distintos al cliente (individuo o familia), se basa primordialmente en el modo en que se vean esos marcos desde la perspectiva subjetiva de los involucrados (profundamente influidos como estarán por sus propias creencias y sus respuestas afectivas al marco y a la experiencia que tienen del terapeuta). Hacer esto de un modo útil y respetuoso significa inequívocamente que hay que escuchar siempre con profundo interés y atención lo que dicen los miembros de la familia. Una joven madre soltera, abandonada durante el embarazo por el hombre que amaba, llevó a su hijo de ocho años a ver al terapeuta. Dijo que, cada vez que ella recibía en su casa a un amigo, el niño se comportaba atrozmente, decía malas palabras, a veces se ponía agresivo con el h o m b r e y se n e g a b a a dejarlos solos. La joven temía invitar a alguien a su casa. D e s c r i b i e r o n al n i ñ o c o m o a p e g a d o a la abuela, que vivía cerca y que, según la joven, seguía mostrándose sobreprotectora con ella y tendía a desaprobar a sus amistades masculinas. Hacia el final de la primera sesión, el terapeuta caracterizó al niño como extrem a d a m e n t e sensible y consciente del miedo subyacente de la m a d r e a volver a comprometerse emocionalmente y sufrir como la había hecho sufrir el padre de él. El p e q u e ñ o también se daba c u e n t a de la preocupación de la abuela; quizá en representación de ella, pero sobre todo p o r su propio amor a la m a d r e , parecía haber decidido protegerla de
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su vulnerabilidad emocional. De modo que su «mala conducta» era un intento de ser útil: tendía a proteger a la joven mujer de un compromiso excesivo, y a ofrecer u n a salida, en el hecho de que se enfadara con él, para la angustia y tensión que ella experimentaba. Sólo un hombre que verdaderamente la a m a r a estaría dispuesto a tolerar lo que hacía ese niño. El terapeuta lo elogió solemnemente p o r su preocupación, y le recomendó que continuara cuidando a la m a d r e . En la sesión siguiente, la joven dijo que la conducta de su hijo había mejorado mucho. En un seguimiento realizado varios meses m á s tarde, ella confirmó que la mejoría había continuado, y que llevar amigos a la casa le resultaba m u c h o menos incómodo. De hecho, el n i ñ o se había vuelto muy cordial con el más reciente. Como hemos comentado, es importante que el nuevo m a r c o sea lo bastante congruente con las experiencias del individuo, la pareja o la familia, aunque introduzca una perspectiva distinta sobre las mismas. Si la congruencia es insuficiente, lo n o r m a l es que ese m a r c o sea rechazado o negado. También es importante recordar, como advierte Coyne, que el nuevo marco «a veces aferra al paciente en las condiciones artificiales de la sesión de terapia... y es invalidado en el primer encuentro con el ambiente cotidiano. Conviene suponer que un reenmarcado no ha sido adoptado hasta que el paciente ha actuado basándose en él y lo ha validado fuera de la terapia» (las cursivas son nuestras) (1985, pág. 342). Un r e e n m a r c a d o sensible a m e n u d o roza sentimientos y p e n s a mientos hasta entonces ocultos, y pueden ser precisamente éstos los que lo fortalezcan. En el ejemplo anterior, el reconocimiento p o r el terapeuta de que la madre había quedado herida por el abandono sufrido años antes y temía que la experiencia se repitiera, bien p u d o haber sido un elemento crucial. El reenmarcado, casi de modo inevitable, asigna u n a connotación positiva a conductas normalmente vistas como más negativas en el seno del sistema de creencias del cliente (individuo o familia). En el ejemplo que sigue, aunque se utilizó la connotación positiva, hay también un desafío a los dos miembros de la familia, no planteado p o r el terapeuta de modo abierto, sino con u n a actitud de preocupación bondadosa. Una viuda que había criado a dos hijas, ambas ya casadas, tenía problemas con un hijo que se mezclaba con «mala gente» e inhalaba colas. Parecía que la madre estaba preocupada en exceso p o r el chico
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v le daba pocas oportunidades de m a d u r a r e independizarse. Al final de la primera sesión, se formuló la opinión siguiente, en presencia de ambos, pero dirigida primordialmente a la madre: Usted ha sido, obviamente, una buena madre para sus hijas, pero, sin el respaldo de un esposo, le ha resultado difícil comprender plenamente a su hijo. Esto debe de haberla preocupado mucho. James tiene ahora 15 años. Hay un momento de la adolescencia en que, de pronto, todo jovencito abandona muchos de sus rasgos infantiles y empieza a actuar más como un adulto. En algunos, este proceso se produce más tarde que en otros. Pero por lo común ocurre más o menos a esta edad. Estoy seguro de que usted le importa a James, y de que a James le preocupa lo que ocurrirá cuando él finalmente se vaya de la casa, pero no sabe cómo hacer que usted se sienta menos aislada. A él esto le resultará fácil cuando empiece a dejar atrás la infancia y avance hacia la virilidad. Los chicos que inhalan colas suelen estar nerviosos por el paso a la virilidad y temen iniciar actividades más serias y maduras, como estudiar o cortejar chicas. Estoy convencido de que usted no es el tipo de madre que quiere que su hijo siga siendo un bebé prendido a su falda. Usted no tiene idea de cuántas madres sin pareja tratan de convertir a sus hijos en esposos sustitutos.
Sugiero que durante las dos semanas que vienen observe atentamente a James para ver cuánto queda aún de su niñez, pero también esté preparada para reconocer los primeros signos, por leves que sean, de la madurez que se avecina. Me parece importante insistir en que James no haga trampa, tratando de actuar como un hombre antes de estar maduro para ello, aunque, como he dicho, con la mayoría de los chicos esto impieza a suceder más o menos a su edad. Cuando se convierta en hombre, es importante que sea un hombre verdadero, y no el tipo de chicos que se hacen los rudos o se vuelven delincuentes para encubrir su miedo. Mientras el terapeuta hablaba, el niño tenía u n a expresión de concentración profunda, en agudo contraste con su anterior tendencia a la mueca burlona y a no prestar atención. En adelante, su conducta comenzó a mejorar. La m a d r e lo veía de otro modo, y se volvió menos exigente y opresiva. Dos sesiones m á s tarde vino sola, sin dar ninguna explicación. Aprovechó para hablar de sus propios problemas de soledad e inseguridad. Una pareja discutía constantemente por la conducta de sus hijos «descontrolados», y en particular acerca de cuál era el modo adecua-
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do de disciplinarlos. El terapeuta dijo que esas discusiones indicaban la determinación de remediar la situación, y estaba claro que ninguno de los dos quedaría satisfecho hasta que tuvieran la seguridad de haber encontrado un enfoque correcto, sobre el que p u d i e r a n p o n e r s e de acuerdo. Además, sugirió que, por incómodo que les resultara, quizá fuera necesario que siguieran discutiendo, incluso que redoblaran sus esfuerzos, hasta convencerse de haber llegado a una solución satisfactoria. Los padres se miraron entre sí con lo que parecía calidez y mayor respeto, aceptando la sugerencia del terapeuta. En el curso de las semanas siguientes, discutieron mucho menos y pasaron a ser m u c h o más coherentes en el manejo de los hijos (cuyas conductas mejoraron, como tal vez era previsible). La aparente incapacidad de esta pareja para cooperar podría haberse calificado «correctamente» de muchos modos: c o m o p r u e b a de falta de armonía conyugal o de la existencia de cierta patología, en uno o ambos esposos, en una de las muchas maneras de identificarla (remitimos al lector a cualquiera de las sucesivas ediciones del DSM,* donde las encontrará descritas). Se diría que calificar las discusiones como prueba de b u e n a intención condujo a un e n m a r c a d o de nivel superior («Compartimos el deseo de ser buenos padres») que permitió cambiar la interpretación de las conductas («Peleamos porque en lo esencial estamos de acuerdo»), y de tal modo las conductas en sí. Una mujer ejecutiva recurrió a la terapia porque perdía la voz (se volvía muy ronca y temblorosa) cuando hablaba en las reuniones. Al principio dijo que ese problema estaba relacionado con su «baja autoestima». Cuando se le preguntó cómo lo sabía, pareció un t a n t o sorprendida y explicó que había ido a ver a un hipnotizador, quien le sugirió que trabajara sobre su autoestima. Después de r e u n i r m á s información, el terapeuta observó que, por lo que él veía, no existía ninguna relación entre su autoestima y los problemas con la voz. Además, en los datos que la p r o p i a cliente aportó, en su aspecto y c o m p o r t a miento (iba bien vestida y hablaba con claridad y confianza), el terapeuta no encontraba muestras de falta de autoestima. Por el contrario, el nivel de su autoestima parecía bueno. Se le preguntó si se sentía mal consigo misma. Dijo que no, que no era así, pero que había supuesto
* Manual de Diagnóstico y Estadística de los Trastornos Mentales, de la Asociación Psiquiátrica Norteamericana. [N. del T.]
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que ése era su problema después de ver al hipnotizador (sin ningún resultado) y de leer muchos libros de autoayuda. Se sugirió que la terapia se concentrara en cuestiones m á s pertinentes p a r a su preocupación de ese momento, que era h a b l a r mejor en las reuniones. Ella se manifestó en seguida de acuerdo. Éste es un buen ejemplo de d e s e n m a r c a d o . La a t r i b u c i ó n accidental de las dificultades a u n a entidad hipotética, la «baja autoestima», fue cuestionada respetuosamente y con éxito. Así la cliente quedó de inmediato aliviada de u n a presunción de patología, lo cual hacía m á s probable la resolución rápida de su dificultad. Hemos encontrado que, a veces, el reenmarcado es más poderoso si no proviene del terapeuta, c o m o en el ejemplo siguiente (tomado de un período durante el cual Brian a ú n experimentaba con reenmarcados del estilo de los de Milán). A un terapeuta visitante se le pidió que actuara c o m o consultor de un equipo atascado en el trabajo con u n a familia. Los padres habían recurrido a la terapia p o r u n a niña de 13 años, la mayor de tres hijos del p r i m e r m a t r i m o n i o de la mujer. También participaba en la terapia la abuela materna de la jovencita, en cuya casa vivía la familia. La niña creaba problemas t a n t o en el hogar como en la escuela; form a b a parte de una pandilla de adolescentes que solía meterse en líos, y fue descrita como mentirosa compulsiva. El consultor, observando desde detrás de una pantalla, sintió con fuerza q u e la m a d r e y la a b u e l a , si bien e s t a b a n m u y p r ó x i m a s en muchos sentidos, eran al m i s m o tiempo muy competitivas, sobre todo acerca de quién era la «mejor madre» para la niña. La familia había sido informada sobre la presencia de un terapeuta al otro lado de la pantalla; se les explicó que se recurría a él porque el equipo se sentía atascado e incapaz de ayudar. Al final de la sesión se aclaró que la terapeuta habitual recibiría un informe y tomaría contacto para establecer las citas de u n a etapa ulterior, m á s prolongada, del tratamiento. Al cabo de unos días, se le envió u n a copia del informe del consultor al esposo, y se le pidió que lo leyera a toda la familia lo antes posible. En su carta, la terapeuta decía que, aunque el informe tenía la finalidad de ayudarla a ella, les hacía llegar u n a copia porque pensaba que ésa era u n a de las familias que piensan con seriedad en sus problemas. El informe decía lo siguiente:
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Me resulta obvio que ésta es una familia unida que quiere seguir siendo dolo. Siento con fuerza que Jane es una niña extremadamente sensible y que sin ninguna d u d a a m a m u c h o a su m a d r e y su a b u e l a (es también obvio que éstas la a m a n a ella, por más que a veces se exasperan entre sí). Pero, por razones que aún no comprendo p l e n a m e n t e , Jane parece experimentar una sensación de lealtad dividida, a lo cual podría deberse que actúe de un modo tan desdichado. Se diría que ella se preocupa por todos, pero, por alguna razón, particularmente por la madre y la abuela, aunque a éstas les resulte difícil creerlo, pues la conducta «preocupada» de un niño a m e n u d o aparece como conducta «díscola». Podría ser que Jane, en lo profundo de su mente ( a u n q u e quizá no se dé cuenta de esto y quizá lo negaría) se toma demasiado a pecho algunas de las diferencias entre la madre y la abuela, y le preocupa que una de ellas se enferme o d e p r i m a si la otra «gana» lo q u e la n i ñ a parece ver como una batalla. (Es como si sintiera que hay una competencia en torno a quién de las dos es la mejor madre.) Me parece importante señalarle a la familia que era m u y obvio que [la familia de la abuela] es una familia unida, aunque quizá les resulte difícil a los ajenos acercarse a ella, y siento con fuerza que a todos los miembros les preocupa seguir unidos, aunque a veces p a r e z c a n comportarse como si fuera al revés. De modo que no siempre le será fácil a la familia reconocer, por debajo de las conductas superficiales, lo afectuosa que es y lo preocupada que está Jane.
En la sesión siguiente, tres semanas más tarde, la familia informó que la conducta de la niña había mejorado m u c h o . En realidad, no habían vuelto a tener problemas con ella. Esta técnica, lo mismo que cualquier otra, no es una panacea. Hemos dado ejemplos de reenmarcados o desenmarcados particularmente eficaces, suficientes de por sí para generar cambios significativos. Aunque a posteriori las intervenciones exitosas parecen obvias y relativamente simples, según nuestra experiencia, encontrar el marco «correcto» suele ser una tarea compleja que exige considerable sensibilidad, empatia, creatividad y, a veces, coraje. Tenemos muchos ejemplos de reenm a r c a d o s ineficaces de poco o ningún efecto, y acerca de los cuales decidimos no escribir. Pero nuestra experiencia con estos errores es que lo peor que suele suceder es que la familia o el cliente individual rechaza o niega el marco propuesto, de modo que nosotros tenemos que volver a «la mesa de dibujo».
10. INTERVENCIÓN EN LA PAUTA: MODIFICANDO LA ACCIÓN DEL PROBLEMA
La terapia suele ser cuestión de ponerla primera ficha de dominó boca arriba. Milton Erickson, Rossi (1980, vol. 4, pag. 454) Cuando tenga un paciente con alguna fobia descabellada, simpatice con ella y, de un modo u otro, consiga que él infrinja esa fobia. Milton Erickson, ZEIG (1980, pág 253) ...las enfermedades, psicógenas u orgánicas, seguían paulas definidas de algún tipo, sobre todo en el campo de los trastornos psicógenos; que romper la pauta podía ser una medida sumamente terapéutica, y que a menudo importaba poco que la ruptura de la pauta fuera pequeña, si se la introducía lo bastante pronto... Rossi (1980, vol. 4, pag. 254)
Los terapeutas breves a m e n u d o tratan de resolver la queja presentada alterando sus pautas de acción e interacción intrínsecas y las que las rodean. Procuran integrar los enfoques individual e interaccional en la n o c i ó n unificadora de «alterar el contexto de la queja presentada». Modificando esas pautas, con sus regularidades y redundancias, sin ninguna referencia a hipótesis explicativas causales, funcionales o de otro tipo, a m e n u d o las quejas presentadas se resuelven con prontitud. Muchas veces se piensa que el enfoque individual se opone al enfoque interpersonal. O se es un terapeuta «sistémico» o se es un terapeuta «individual, lineal». Pero nosotros no consideramos q u e exista conflicto alguno. El concepto unificador de «pauta» sirve p a r a tender un puente por encima de la brecha aparente. Los dos enfoques tienen en común el descubrimiento y la alteración de las pautas de pensamien-
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to y acción que rodean a la queja. Si se evitan las hipótesis explicativas causales, funcionales o de otro tipo, no tiene por qué surgir ningún conflicto. Se considera que especular acerca de por qué aparecieron esas pautas, cuál es su función o significado, y así sucesivamente, no viene al caso y distrae de la tarea principal: discernir las pautas de pensamiento, acción e interacción que rodean a la queja y es verosímil que la mantengan, para ayudar al cliente a modificarlas. En este capítulo examinaremos algunas maneras de intervenir en tales pautas. Las pautas automáticas de acción e interacción son aspectos necesarios y deseables de la vida. Ayudan a organizar la experiencia, las percepciones y la conducta, y a a u m e n t a r la eficiencia de esta última. En m u c h o s de los aspectos n o r m a l e s de la vida cotidiana, las pautas o modos regulares de hacer las cosas nos liberan de tener que renegociar las relaciones y significados u n a y otra vez. De acuerdo con la finalidad de la terapia, sólo es necesario alterar las respuestas automáticas que contienen o a c o m p a ñ a n a experiencias o conductas indeseadas (síntomas). Intervenir en u n a p a u t a es reemplazar alguno de sus elementos p o r otro que cae fuera de los límites acostumbrados, o remover o s u m a r elementos. «Por ejemplo, en cierto p u n t o de u n a pauta de atracarse de comida, el sujeto prueba alguna torta, bizcochos, pan, helado o chocolate (pero n u n c a zanahorias, apio, r e q u e s ó n o huevos duros), y después sigue con un ítem del primer tipo y n u n c a del segundo (es decir que si toma comidas "prohibidas", de las que engordan, excluidas del régimen, es típico o invariable que caiga en el atracón, pero nunca se atraca con comidas "sanas", "buenas", de las que no engordan). A continuación, ese individuo se provoca el vómito y devuelve en el inodoro, la bañera o la pila del lavadero, pero n u n c a en el cubo de la basura, en un b a l d e o sobre la alfombra. Y en c u a n t o a las circunstancias que rodean a esta parte de la secuencia, puede ser que el primer bocado se tome de pie o caminando, pero n u n c a sentado o acostado; el atracón puede producirse en la cocina o el comedor, pero nunca en el dormitorio o el patio trasero; a media tarde o en mitad de la noche, pero nunca es lo primero que se hace por la m a ñ a n a o lo último antes de acostarse; el individuo siempre está solo, p o r lo general no hace nada en particular, o a veces está viendo la televisión, pero nunca está hablando p o r teléfono o dando de c o m e r al gato y al perro. La pauta puede tener u n a diferente amplitud —con distintos elementos— en diferentes personas, de modo que no es posible confeccionar un "catálogo" de
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gamas, elementos o intervenciones. Por ejemplo, muchas de estas personas sólo se atracan estando solas, pero algunas lo hacen en presencia de otras, ocasional o frecuentemente. Hay que encontrar los límites del tipo de cosas que serían igual de útiles para mantener la pauta peculiar de los atracones de esa persona» (O'Hanlon, 1987, págs. 34-35). Quizá algunos eviten salir con amigos los días en que h a n caído en atracones. Otros ni siquiera se visten. Aunque no forman directamente parte del atracón, la alteración de esas pautas regulares que lo acompañan puede modificar el contexto de la queja presentada, y de tal modo llevar a resolverla. Puede haber una amplia gama de conductas alternativas que mantengan la pauta del atracón. Lo mismo que con la música, son posibles numerosas variaciones sobre un tema, sin que el tema en sí m i s m o cambie. Hay que recurrir a algunas variaciones que estén al margen de la gama, y sean capaces de introducir un tema nuevo. En una pauta nueva y no familiar, pueden suceder todo tipo de cosas inesperadas. Al preguntar por la pauta que rodea a una queja presentada, no sólo averiguamos cuándo aparece siempre la conducta y c u á n d o no aparece nunca, o si es siempre X o alguna vez Y. También hacemos preguntas hipotéticas. Por ejemplo, «¿Cuándo se produciría siempre, y cuándo no aparecería nunca?», y «¿Siempre sería X, o alguna vez podría ser Y?». Además, a menudo ayudamos al cliente a «encontrar u n a salida», sugiriéndole nosotros mismos alternativas posibles. Como el cliente no suele advertir cuál es la pauta, frecuentemente dice «No hay ninguna pauta», o «Puede ser de cualquier modo». Pero un interrogatorio cuidadoso n u n c a deja de revelar regularidades con límites precisos. Debe recordarse que las pautas no son «cosas». Pero son lo mejor después de ellas. Son abstracciones descriptivas. De algunas acciones observadas, se pueden extraer pautas. Esto no supone teorizar o explicar la existencia de tales hechos, especulando sobre su función, ni otras maneras de «psicologizar». Se parece más a la clasificación de los organismos en especies, o a la de los objetos en conjuntos (O'Hanlon, 1987, pág. 52). Si bien la abstracción de las pautas es obra de un observador, sostenemos que se basan en hechos observables y, por lo tanto, son «animales» distintos de las «invenciones» de la psicología, tales c o m o los «déficits del yo», la «baja autoestima» o una «necesidad de castigarse».
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INTERVENCIÓN EN LA PAUTA Una vez que el terapeuta ha reunido información de base sensorial sobre la pauta y su gama de elementos, inicia, junto con el cliente, la búsqueda de maneras de ayudarlo a modificarla. En su trabajo, Milton Erickson subrayaba la importancia de utilizar aspectos de las propias creencias y conductas del paciente. Por ejemplo, A. B. C. D. E. F.
su lenguaje; sus intereses y motivaciones; sus creencias y marcos de referencia; su conducta; su síntoma o síntomas; su resistencia. (O'Hanlon, 1987, pág. 24.)
A menudo, el modo m á s fácil y directo de intervenir en un contexto que contiene una queja es alentar al cliente o los clientes a modificar las acciones-problema en un grado pequeño o insignificante. En el trabajo de Milton Erickson encontramos muchos ejemplos de este tipo de intervención contextual. A un cliente que se lavaba compulsivamente las manos, Erickson le prescribió cambiar de jabón. A un fumador podía indicarle que guardara los cigarrillos en el desván y los fósforos en el sótano. En una oportunidad, instruyó a alguien que se chupaba el pul--- que lo hiciera en un lapso preestablecido, una vez por día. Una pareja discutía siempre, después de las fiestas (en las que ambos tomaban unas copas), quién conduciría el coche de regreso al hogar; Erickson les aconsejó que uno de ellos condujera hasta una manzana antes de llegar a casa, y que después pararan el coche, cambiaran de sitio, y el otro completara el viaje. Una alteración de las acciones de la queja modifica las pautas que la rodean, y a menudo la conducta-problema desaparece, de modo gradual o brusco. El terapeuta puede lograr esa modificación con métodos directos o indirectos, sobre la base de su autoridad o en una aven¬ tura cooperativa con el cliente. Para los diversos estilos de los terapeutas hay estrategias diferentes. O`Hanlon ha señalado la lista siguiente de los principales modos de intervenir en una pauta: 1. Cambiar la frecuencia/el ritmo del síntoma o la pauta-síntoma (la pauta que lo rodea).
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2. Cambiar la duración del síntoma o la pauta-síntoma. 3. Cambiar el m o m e n t o (del día/la semana/el mes/el año) del síntoma o la pauta-síntoma. 4. Cambiar la ubicación (en el cuerpo o en el m u n d o ) del síntoma o la pauta-síntoma. 5. Cambiar la intensidad del síntoma o la pauta-síntoma. 6. Cambiar alguna otra característica o circunstancia propias del síntoma. 7. Cambiar la secuencia (el orden) de los acontecimientos que rodean al síntoma. 8. Crear un cortocircuito en la secuencia (es decir, un salto desde el principio al final). 9. Interrumpir la secuencia, o impedirla de otro m o d o , en todo o en parte (hacer que «descarrile»). 10. Añadirle o sustraerle por lo menos un elemento. 11. Fragmentar algún elemento antes unitario en elementos más pequeños. 12. Hacer que el síntoma se despliegue sin su pauta. 13. Hacer que se despliegue la pauta-síntoma con exclusión del síntoma. 14. Invertir la pauta. 15. Vincular la aparición de la pauta-síntoma con otra pauta —por lo general, una experiencia indeseada, una actividad evitada, o una meta deseable pero difícil de alcanzar («tarea condicionada por el síntoma») (O'Hanlon, 1987, págs. 36-37).
Ejemplos de intervenciones para interrumpir pautas Milton Erickson contaba la siguiente historia: Un policía retirado por razones de salud me dijo: «Tengo un enfisema, tensión alta y, como puede ver, estoy muy gordo. Bebo demasiado. Como demasiado. Querría conseguir un trabajo, pero el enfisema y la presión alta me lo impiden. Me gustaría fumar menos. Querría liberal me de esto. Me gustaría dejar de beber poco menos que un litro de whisky por día, y comer razonablemente». «¿Está usted casado?», le pregunté. «No. Soy soltero. Por lo general me hago mi propia comida, pero a la vuelta de la esquina hay un pequeño restaurante que visito a menudo.»
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«De modo que a la vuelta de la esquina hay un pequeño restaurante donde puede cenar. ¿Dónde compra los cigarrillos?» Compraba los cartones de dos en dos. «Es decir, que compra cigarrillos, no para el día, sino para el futuro. Y para preparar su comida, ¿dónde hace las compras?» «Por suerte, hay un pequeño colmado en la esquina en el que compro comestibles y cigarrillos.» «¿Dónde compra la bebida?» «Por fortuna, al lado de ese colmado hay una licorería.» «De modo que a la vuelta de la esquina usted tiene un restaurante, un colmado y una licorería. Usted quiere hacer jogging y sabe que no puede. Entonces, su problema es muy simple. No puede correr, pero puede caminar. Muy bien, compre un paquete de cigarrillos cada vez, en el otro extremo del pueblo, y vaya caminando. Esto comenzará a ponerlo en forma. Tampoco compre los comestibles en el colmado de la esquina. Vaya a alguno que esté a un kilómetro o kilómetro y medio de distancia, y compre sólo lo necesario para una comida. Esto supone tres buenas caminatas al día. Por otro lado, puede beber todo lo que quiera. Tome su primera copa en un bar que esté por lo menos a un kilómetro y medio. Si quiere una segunda copa, encuentre otro bar a por lo menos otro kilómetro y medio. Y si quiere una tercera, busque otro bar a otro kilómetro y medio.» Me miró furibundo. Renegó contra mí. Se fue bramando. Al cabo de un mes, vino un nuevo paciente. «Me recomendó que viniera a verlo un policía retirado», comentó. «Dice que usted es el único psiquiatra que sabe lo que hace.» El policía ya no podía comprar todo un cartón de paquetes de cigarrillos. Y sabía que caminar hasta el colmado era un acto consciente. Él lo controlaba. Ahora bien, yo no le había quitado la comida o el tabaco. No le retiré el alcohol. Le había dado la oportunidad de caminar (Rosen, 1982, págs. 149-150). Los padres de una niña de 13 años la controlaban constantemente. La consideraban poco fiable y cooperativa, agresiva, perezosa e inútil. Aunque la niña no demostraba tener ninguna motivación para la terapia, empezó a interesarse cuando el terapeuta le preguntó si estaba dispuesta a hacerles trampa a sus padres. Con eso estuvo de acuerdo enseguida. Se le pidió que en la quincena siguiente hiciera algunas cosas que ella sabía de cierto que les agradarían. Pero iba a hacerlas de un m o d o tal que ellos lo ignoraran todo. No dejaría entrever nada, aunque la interrogaran. Tenía que negar q u e había hecho algo, aunque ellos lo conjeturaran correctamente.
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Mientras tanto, los padres tendrían que e m p e ñ a r s e en descubrir qué había hecho su hija, y llevar u n a lista escrita. Al respecto, podían conversar entre sí, pero no preguntarle a ella. En la sesión siguiente, la niña fue entrevistada por separado. Admitió que, en realidad, no había intentado hacer nada, pero las cosas habían marchado m u c h o mejor entre ella y sus padres. Éstos, por su lado, pres e n t a r o n u n a larga lista de lo que creían h a b e r detectado en la conducta de su hija, destinado a agradarles. Aparentemente, aunque la jovencita no hizo lo que se le había sugerido, en sus p a u t a s de conducta normales había suficientes actos no confrontativos, cooperativos, que por lo general pasaban inadvertidos, como p a r a que los padres tuvieran la sensación de que las cosas cambiaban. Desde el punto de vista de la hija, la vigilancia constante de los progenitores, contra la cual ella por lo común se rebelaba, había adquirido un nuevo significado como intento de descubrir pruebas de buena (y no mala) conducta. Un niño discapacitado de 17 años, al que poco tiempo antes habían m a t r i c u l a d o en u n a escuela alejada de su casa, desarrolló el hábito de levantar su brazo derecho con una frecuencia de 135 veces por minuto. Milton Erickson hizo que aumentara la frecuencia a 145 veces por m i n u t o . Al c a b o de algún tiempo, y s i e m p r e bajo la supervisión de Erickson, la frecuencia volvió a descender a 135, subió a 145, y siguió a u m e n t a n d o y decreciendo alternativamente, pero con aumentos de 5 veces por m i n u t o y reducciones de 10 veces por minuto, hasta que el movimiento desapareció (Rossi, 1980, vol. 4, págs. 158-160). Una mujer bulímica dijo que n u n c a había logrado prolongar sus atracones más de una hora. Se le dijo que debía extenderlos a dos horas, antes de vomitar. Podía hacerlo como quisiera. Una mujer que luchaba por beber menos recibió el consejo de que en el futuro bebiera todo lo que quisiera. Se le señaló que a ú n estaba recobrándose de un momento difícil del año anterior. Pero ella estuvo de acuerdo en que, antes de tomar u n a copa, se sacaría toda la ropa frente a un espejo de cuerpo entero, para volvérsela a poner al revés, con la parte de atrás adelante, excepción hecha de los zapatos (no podría hacerlo con ellos a menos que se dislocara los pies). Después tenía que volver al espejo, sacarse la ropa y ponérsela bien, antes de sentarse y disfrutar de su copa. Si quería beber más, tenía que repetir el ejercicio antes de cada copa. Aparentemente todo esto la divertía m u c h o , y en el t é r m i n o de u n a semana su tendencia a beber quedó bajo control
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INTERVENCIÓN EN LA PAUTA
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Dos esposos discutían constantemente, y dijeron que les costaba no hacerlo, aunque tuvieran las mejores intenciones. Un a l u m n o nuestro les prescribió que, en cuanto empezaran a discutir, fueran al baño. Allí el hombre tendría que sacarse la ropa y tenderse en la bañera, mientras la esposa, con la ropa puesta, se sentaría en el inodoro. En esas condiciones podían continuar la pelea. Un niño de seis años que se chupaba el pulgar izquierdo fue atendido por Milton Erickson, quien le dijo que no era justo con los otros dedos, puesto que no les dedicaba el mismo tiempo. Tenía que chuparse también el pulgar derecho, y todos los otros dedos. Erickson observó que en cuanto el niño dividió su atención entre el pulgar izquierdo y el pulgar derecho, el hábito se redujo en un 50 por ciento (Rossi y otros, 1983, pág. 117). Una pareja fue a ver a Erickson por sus dificultades matrimoniales. Atendían juntos un p e q u e ñ o restaurante, y discutían constantemente sobre el mejor modo de hacerlo. La mujer insistía en que estuviera a cargo el esposo; ella prefería quedarse en su casa. Pero temía que, si no lo supervisaba, el hombre arruinaría el negocio, de modo que continuaba trabajando y peleándose con él. Erickson les encargó que, todas las mañanas, la mujer cuidara que el esposo fuera al restaurante media hora antes que ella. Como sólo tenían un coche, pero vivían a pocas manzanas del negocio, ella iría caminando después. Cuando la mujer llegaba, el esposo ya había realizado con éxito muchas de sus funciones de «insustituible». Ella empezó a aparecer cada vez más tarde y retirarse cada vez m á s t e m p r a n o . Al final casi no iba al restaurante, a menos que se la necesitara para sustituir a alguien enfermo. No h u b o más altercados (Haley, 1973, págs. 225- 226). Un abogado que quería dejar de fumar estuvo de acuerdo en que, si fumaba un cigarrillo, tendría que pasarse quince minutos realizando las tareas de rutina que antes había pospuesto sistemáticamente, antes de fumar de nuevo. Una pareja buscó terapia matrimonial con la queja principal de que el marido era adicto al trabajo (los dos estuvieron de acuerdo en esto). El h o m b r e rompía constantemente su promesa de volver temprano al hogar, lo que casi todas las noches provocaba amargas disputas. Él se quejó de que la esposa quería que pasara su único día libre visitando a los padres de él o de ella. Se acordó que, en lugar de quejarse, la mujer tomaría nota del tiempo de atraso del esposo durante la semana, y éste tendría que visitar a los padres de él o de ella durante esa misma cantidad de tiempo en su día libre, sin ninguna protesta.
Una mujer q u e h a b í a sido hospitalizada varias veces por depresión describió que a ú n p a s a b a gran parte de su tiempo improductiva preocupándose por c u a l q u i e r cosa y por todo. No hacía casi nada en todo el día. El esposo lo h a b í a intentado todo para estimularla a que fuera m á s activa. Ella e s t u v o de acuerdo en considerar d u r a n t e la semana siguiente, antes de la próxima entrevista, si estaba preparada para seguir cualquier i n s t r u c c i ó n que el terapeuta le diera, sin saber de antemano qué se le iba a p e d i r . Se la tranquilizó en el sentido de que no sería n a d a que no e s t u v i e r a a su alcance o que pudiera dañarla. En la entrevista siguiente, con determinación pero también muy turbada, se m a n i f e s t ó dispuesta a aceptar el desafío. Se le dijo entonces que por cada d í a q u e ella sintiera que había dilapidado demasiado tiempo en preocupaciones estériles (y sólo ella, y no el esposo era quien iba a juzgar esto), d e b e r í a acostarse a la hora normal, pero poniendo el despertador a las d o s de la madrugada. A esa hora tendría que levan tarse, fregar c u i d a d o s a m e n t e el suelo de baldosas de la cocina (vivían en u n a casita de p i e d r a en Gales), y a continuación escribir a máquina durante m e d i a h o r a (había estado tratando infructuosamente de aprender dactilografía). Luego podía volver a la cama. Los días en que sentía que había s i d o suficientemente productiva y no h a b í a dilapidado demasiado t i e m p o en preocupaciones estériles, por supuesto no tendría que s e g u i r e s t e procedimiento. Se fijó la entrevista siguiente p a r a dos s e m a n a s m á s adelante. En esa sesión, la m u j e r anunció que sólo había tenido que fregar el piso una vez (y q u e Jo h a b í a hecho de un modo tan escrupuloso que se sintió s o r p r e n d e n t e m e n t e orgullosa de su trabajo). El resto de la quincena fue lo mejor q u e había experimentado en m u c h o tiempo. Un funcionario de penitenciaría llevó a su familia a la terapia debido a su preocupación p o r su hija de 15 años, que continuamente peleaba con él y con la m a d r e . La joven fue descrita como testaruda y mentirosa; los padres t e m í a n que se estuviera «volviendo promiscua» Había otras tres h e r m a n a s , u n a de 14 años, descrita como «un tesoro», y dos gemelas idénticas de 12 años. El padre tenía i d e a s sumamente estrictas sobre el m o d o de llevar u n a familia. C u a n d o había problemas, convocaban reuniones de familia. Estas eran e x t r e m a d a m e n t e acaloradas, y consistían en acusaciones y réplicas, y en la elaboración de listas de «crímenes» con sus respectivas pruebas. La niña de 15 años era invariablemente la «acusada». La hermana de 14 años se cuidaba de no tomar partido. Mientras
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la familia describía apasionadamente su problema, la terapeuta sintió que se la invitaba a actuar de juez. Sugirió entonces que, en el futuro, las gemelas tuvieran derecho a imponer u n a pausa cada vez que la batalla entre su h e r m a n a y cualquiera de los padres subiera demasiado de tono. Las gemelas tenían que convocar de inmediato a un «juicio oral familiar». La niña de 14 años sería abogado defensor del progenitor agraviado, y el otro progenitor, abogado de la hija-problema. No se permitía que los protagonistas hicieran su propio alegato, aunque, desde luego, les darían instrucciones en privado a sus respectivos abogados; éstos serían los responsables de indagar a los testigos y presentar las pruebas. Las gemelas actuarían como jurado, tomarían notas de las pruebas y prepararían un veredicto, que se mantendría en secreto hasta entregárselo a la terapeuta en la sesión siguiente. La familia pareció muy divertida con esta sugerencia, y trató de seguirla. Dos semanas más tarde describieron cómo, en su único intento de «juicio oral», todo se había disuelto en ataques de risa. Pero, en realidad, no había habido ningún problema importante. Disfrutaron de dos semanas armoniosas. El juicio se llevó a cabo por una cuestión más bien trivial, «sólo para ver cómo era». Sin duda, el éxito de intervenciones de este tipo depende de la buena relación que pueda establecerse entre el terapeuta y el cliente individual o la familia. También es importante la cuestión de la relación de compra. ¿Apunta la intervención a algún aspecto de la vida del cliente o la familia investido emocionalmente, estando también investida la posibilidad de solución? Si éste no es el caso, es improbable que los clientes sigan las sugerencias y, entonces, las pautas no se modificarán.
11. EL USO DE LA ANALOGÍA
Soñamos en metáforas, en nuestros niveles más profundos dialogamos en metáforas, y a través de metáforas podemos lograr una comprensión fundamental. WALLAS(1985, pág. 3)
En la terapia, a una joven pareja le resultaba extremadamente difícil la discusión abierta de un problema sexual, y enseguida cambiaban de tema, p a s a n d o a otra zona de conflicto: la decoración de su casa. Describiendo el m o d o en que emprendían la tarea, la mujer explicó, con una ligera expresión de disgusto: «Yo rasco la pintura vieja de las paredes, él sigue con el trabajo, y después tengo que limpiar todo lo que él ensucia». Sería posible definir este cambio de tema c o m o resistencia, y tratar de que la pareja volviera a concentrarse en su vida sexual. También sería posible considerar las palabras de la mujer c o m o un comentario metafórico acerca de que había llegado a ver el acto sexual como una tarea doméstica, y tratar de ayudar a la pareja a percibir esta conexión, con lo cual la terapia volvería a enfocar la vida sexual. Otro enfoque consistiría en aceptar la metáfora y discutir con los jóvenes las soluciones posibles del problema que rodea a la decoración del hogar. De tener éxito, este enfoque podría llevar a la pareja al inicio de una resolución del problema sexual, sin que se vieran obligados a discutirlo (o, quizá con mayores probabilidades, tomarían conciencia de él en algún nivel, pero o p t a n d o p o r ayudar a crear el mito de que la discusión se refería a la decoración de casa). Este capítulo trata sobre el último de estos enfoques.
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SOBRE LA ANALOGÍA
Erickson y Rossi sostienen que «Puede entenderse que la analogía y la metáfora, así como los chistes, ejercen sus poderosos efectos a través del... mecanismo de activas pautas asociativas inconscientes y tendencias de respuesta que de pronto se suman para p r e s e n t a r ante la conciencia un dato o respuesta conductual aparentemente "nuevos"» (Erickson y otros, 1976, pág. 226). Koestler ha sugerido que «la satisfacción estética derivada de la metáfora, la imaginación y otras técnicas relacionadas... depende del potencial emotivo de las matrices que entran en el juego» (1975, pág. 321). En otras palabras, cuanto más evocadoras son las asociaciones producidas por lo denotado o connotado en la analogía, mayor será el potencial creativo. Siempre que una cosa se asemeja a otra, o que se habla de ella como si fuera otra, hay involucrada una analogía. «Parece que hemos llegado a un callejón sin salida en esta discusión.» «Tu sonrisa es como el sol del verano.» Estas frases son de uso común, y de hecho, tan comunes, que a veces no las reconocemos como analogías. Son recursos para arrojar una luz diferente sobre un tema. Sabemos lo que es un callejón sin salida en el transito en la ciudad, de modo que entendemos la analogía cuando se utiliza esta expresión para caracterizar u n a discusión. Hemos experimentado el sol del verano, de modo que podemos imaginar el brillo y la calidez de u n a sonrisa comparada con él. La analogía nos ayuda a utilizar aptitudes y comprensiones de un ámbito de nuestra experiencia p a r a e n c a r a r de otro modo o c o m p r e n d e r y dar sentido a otras zonas vivenciales. Por ejemplo, Milton Erickson, en su tratamiento de un niño que mojaba la cama, utilizó analogías para obtener acceso a aptitudes que ese niño había desarrollado en otros contextos, a fin de que las aplicara a resolver ese problema. Descubrió que el niño j u g a b a al béisbol, y se explayó d u r a n t e un lapso prolongado sobre el fino control muscular necesario para ser un buen jugador de ese deporte. El lanzador debe abrir y cerrar la m a n o enguantada en los momentos exactos. Para arrojar la pelota, tiene que soltarla con idéntica precisión; si lo hace demasiado pronto o demasiado tarde, el tiro irá donde él no quiere que vaya. Después, Erickson le habló al niño sobre su tracto digestivo y el modo en que la comida entra en una c á m a r a donde los músculos de ambos extremos se cierran durante el tiempo adecuado, v se relajan y permiten que la comida pase a otra cámara cuando corres-
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ponde. Le habló también del tiro con arco, describiendo la compleja coordinación de los muchos músculos del ojo necesaria p a r a apuntar la flecha con eficacia. Todas estas analogías tenían un t e m a común, el del control automático de los músculos, que era precisamente lo que el niño necesitaba utilizar para no seguir mojando la cama. Las analogías m á s simples y básicas son las que establecen referencias cruzadas entre distintos sentidos, técnica ésta m u y utilizada por los poetas. Por ejemplo, «una sonrisa cálida», «un silencio pesado», «una melodía brillante», «un humor sombrío». Koestler observa que «...los potenciales emotivos de las modalidades sensoriales —vista, oído, olfato, tacto— difieren ampliamente en las distintas personas» (1975, pág. 321). Grinder y Bandler (1981) señalan las ventajas terapéuticas de adoptar inicialmente el modo preferido del cliente. La atención cuidadosa al tipo de imágenes utilizadas por las personas revela pronto cuál es su sistema representacional preferido. Por ejemplo, quizá un hombre diga: «He pasado años construyendo mi vida; ahora todo se ha derrumbado, todo está en pedazos, lo único que veo es devastación». Responderle «Usted se siente vacío, siente que todo le pesa», o «Por lo que oigo, ya nada le suena positivo», implica introducir sistemas representacionales diferentes; las imágenes no corresponden al modo que tiene ese individuo de articular su mundo, según surge de las palabras que él recoge. Una respuesta más congruente podría ser: «Usted quiere volver a integrar su vida, ve todos los fragmentos a su alrededor, pero es como si hubiera perdido el manual de reparaciones, y las piezas ya no parecen encajar entre sí». Grinder y Bandler dicen que las p e r s o n a s que e n t r a n en terapia tienden a m e n u d o a quedar fijadas con u n o u otro m o d o representacional. Y agregan que la simple introducción de otros modos, que se vayan superponiendo gradualmente con su m o d o preferido, puede generar cambios internos. Por ejemplo, en el caso del h o m b r e mencionado, sería posible continuar diciendo: «Es c o m o si usted estuviera sentado en medio de los fragmentos de su vida. Iniciar el trabajo de reconstruirlos debe parecerle una carga muy pesada; demasiado para llevarla solo». El terapeuta ha pasado de lo visual a lo kinestésico, y, a continuación, el h o m b r e podría explorar su problema por vías mentales diferentes, lo cual posiblemente le daría acceso a una g a m a más amplia de conexiones y asociaciones internas.
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153 ANÉCDOTAS, PARÁBOLAS Y RELATOS
A lo largo de la historia se han utilizado anécdotas, parábolas y relatos para enseñar, embellecer, explicar, enriquecer, alentar el pensamiento creador y, a veces, para desconcertar. En este método, los rasgos significativos del argumento y las facetas de las relaciones entre los participantes o c o m p o n e n t e s del relato d e b e n o b t e n e r u n a correspondencia analógica directa con los hechos y relaciones de importancia para el oyente, y con la situación de él o ella. La analogía puede usarse directamente para amplificar algo que el terapeuta quiere transmitir. Por ejemplo, en una terapia matrimonial la mujer se quejó de que el «malhumor» del esposo hacía la convivencia muy difícil. No tenía la menor esperanza de que el hombre pudiera cambiar de personalidad, y por momentos también desesperaba del matrimonio. En la discusión que siguió, descubrimos que la mujer era entrenadora de caballos, muy renombrada por su habilidad para trabajar con ejemplares difíciles. Se la desafió a que pensara en el esposo como en un caballo difícil (ella dijo que en realidad era una mula). ¿Cómo abordaría esa situación? Respondió enseguida con una lista de los principios que utilizaba con los caballos: por ejemplo, ser coherente, no enojarse con el animal, basarse en cambios pequeños, etcétera. Con un poco de ayuda, llegó a ver de qué modo podía aplicar esos principios a su marido «difícil». Por otra parte, la analogía puede utilizarse de un modo más indirecto. La ventaja de usar anécdotas y relatos de esta manera consiste en que así se p u e d e n eludir las «tendencias» m e n t a l e s conscientes. Por ejemplo, una mujer abandonada muchos años antes por el esposo, había luchado p a r a criar a dos hijos con dificultades de aprendizaje, un varón y u n a niña, que ya eran adolescentes y les faltaba poco para terminar sus estudios. A esta mujer parecía resultarle muy difícil tolerar cualquier signo de independencia en los jovencitos, aunque se había quejado interminablemente a u n a sucesión de terapeutas de que sus hijos no crecían ni actuaban con responsabilidad. Aparentemente, lo que ella más temía era que, habiendo sacrificado gran parte de su vida a educarlos y criarlos, ellos la abandonaran en cuanto fueran independientes. Como a los miembros de esta familia les gustaban mucho los animales, hacia el final de u n a sesión el terapeuta les pidió consejo sobre su gata, que había dado a luz dos garitos anormalmente débiles. Después los gatitos crecieron, se fortalecieron, y se los lleva-
ron otras familias; la gata estaba inconsolable, y pasaba hora tras hora maullando, buscándolos por la casa. ¿Qué le aconsejaban? La hija contestó enseguida: «No la eche». La madre dijo: «Lo q u e ella quiere es m u c h o a m o r y seguridad». Cuando se sugirió que el problema podría tener algo que ver con el hecho de que la gata debió empeñarse más de lo normal en que sus dos crías eran débiles, la m a d r e comentó: «Algunas de nosotras, las madres, a veces no queremos soltar a nuestros hijos». Al final de la sesión siguiente el terapeuta dijo que, para su sorpresa, no había necesitado hacer nada. Los gatitos, entregados a familias vecinas, habían vuelto en momentos distintos a visitar a la madre. Como si ya tuviera la seguridad de que la seguían a m a n d o , la gata se había calmado; de hecho, si se quedaban demasiado tiempo los empujaba a irse a sus propios hogares. El hijo observó: «De modo que ellos encontraron su propia solución». Una fotografía de la gata sirvió para que la familia prestara más atención a la historia que se les contaba. El empleo de ésta y otras metáforas le permitió al terapeuta explorar los temores de esta madre, el miedo a ser abandonada por sus hijos, una cuestión que habría negado y habría r e h u s a d o discutir en un sondeo m á s abierto. La analogía utilizada sugirió rasgos más optimistas, que no hubiera sido fácil introducir abiertamente. En este caso, el terapeuta nunca estableció explícitamente una conexión entre la anécdota y las circunstancias de la propia mujer. Una joven sola de 25 años, con tres hijos de tres padres distintos, llamó p o r teléfono considerablemente angustiada, pidiendo una cita urgente. Pero en la terapia, aunque aludió brevemente a haber pasado una infancia m u y difícil y traumática, no presentó signos de malestar ni indicación alguna de la razón por la que había solicitado una entrevista urgente. Cuanta más clarificación buscaba el terapeuta, más tranquila y sosegada parecía ella. Los tres niños j u g a b a n juntos en el suelo, con toda tranquilidad. De pronto, el terapeuta les preguntó si conocían el cuento de la patita fea. Lo h a b í a n oído en la escuela. El terapeuta se extendió en explicaciones sobre el m o d o en que la patita fea había r o d a d o de un lugar a otro, p e n s a n d o que no existía ningún lugar p a r a ella, y finalmente había d e s e a d o m o r i r . A medida que el t e r a p e u t a h a b l a b a , la mujer comenzó a demostrar una zozobra creciente, y t e r m i n ó gritando entre lágrimas: «...¡y me esforcé tanto para que esta última relación no fracasara!». La sesión continuó como si, en lugar de haberse hablado de
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la patita fea, se hubieran estado examinando las experiencias de inseguridad y rechazo de la propia mujer. El cuento era lo bastante similar a sus propios traumas como para desencadenar u n a clara respuesta afectiva.
UTILIZANDO LAS APTITUDES NATURALES DEL CUERPO
Una mujer recurrió a la terapia porque padecía verrugas persistentes, localizadas sobre todo en las manos. Un dermatólogo la había tratado durante dieciocho meses, o se las extirpó con crioterapia. No obstante, este m é t o d o tenía efectos secundarios desagradables, y las verrugas seguían reapareciendo. Pidió hipnosis, pues le habían dicho que de ese modo se curan las verrugas. Después de ayudarla a entrar en trance, el terapeuta le habló sobre las acequias utilizadas en Arizona para hacer llegar agua a las plantaciones, con u n a tubería para cada surco. Cuando se retiraba la tubería del surco, el sol del desierto quemaba las malezas, que eran más vulnerables que los cultivos. Del mismo modo, se le dijo, el cuerpo sabía regular el flujo sanguíneo y retirarles el riego sanguíneo a las verrugas, manteniendo viva la piel. Se le encargó la tarea de sumergir los pies en el agua más caliente que pudiera soportar durante quince minutos, y después reemplazarla por el agua más fría que tolerara, durante otros quince minutos. Con éstas y otras analogías (por ejemplo el proceso automático del rubor, el modo en que la sangre confluye en la zona digestiva después de comer, etcétera) se procuró ayudar a esta mujer a transferir su aptitud para modificar el flujo sanguíneo a la eliminación de las verrugas. Tres sesiones de este tipo de tratamiento bastaron para eliminarlas, y el seguimiento regular durante varios años indicó que no se había producido recurrencia. Un hombre solicitó la ayuda de Milton Erickson p o r un dolor persistente en u n a pierna que le había sido amputada. La esposa informó que ella tenía tinnitus (zumbido en los oídos). Erickson empezó la sesión hablándole a la pareja de su época del instituto, en la que había pasado u n a noche durmiendo en el suelo de u n a fábrica de calderas sumamente ruidosa. En el transcurso de esa noche, mientras dormía, había aprendido a no percibir el ruido de la fábrica; p o r la m a ñ a n a , podía escuchar a los obreros conversando en un tono normal, algo que era totalmente imposible para él la noche anterior. Los trabajadores se sor-
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prendieron, porque a ellos les había llevado m u c h o tiempo adquirir esa habilidad. Erickson dijo que él sabía que el cuerpo podía aprender con mucha rapidez. Siguió hablando sobre un p r o g r a m a de televisión que había visto la noche anterior, acerca de u n a tribu de n ó m a d a s de Irán que llevaban varias prendas de vestir superpuestas, bajo el caluroso sol del desierto, p e r o no parecían sentirse i n c ó m o d o s . A m e d i d a que la sesión avanzaba, contó diversas historias que ilustraban la capacidad de las personas para habituarse a cualquier estímulo constante de modo que, al cabo de un tiempo, aprendían a dejar de sintonizarlo. «Lo que la gente no sabe es que puede perder ese dolor y ese z u m b i d o en los oídos... Todos crecemos creyendo que cuando u n o tiene un dolor, debe prestarle atención. Y también crecemos creyendo que cuando tenemos zumbido en los oídos hay que seguir escuchándolo» (Erickson y Rossi, 1979, pág. 105). ' Una mujer fue derivada para el tratamiento de u n a «fobia al embarazo». Se descubrió que antes había estado e m b a r a z a d a y al borde de la muerte varias veces durante y después del embarazo, debido al asma y la bronquitis. Ese mes se había atrasado su período, por lo cual estaba angustiada, y padecía dificultades concomitantes p a r a respirar. Se le dijo que, a juicio del terapeuta, ella no tenía u n a fobia, sino un miedo realista, y se le sugirió la hipnosis para ayudarla a «respirar mejor». Después de inducir el trance, el terapeuta le recordó que probablemente tenía experiencia de la relajación m u s c u l a r a u t o m á t i c a en un b a ñ o caliente. Sugirió u n a disociación corporal completa, así como levitación de la m a n o (las dos experiencias suponían control muscular automático). Se refirió a un anuncio televisivo de un m e d i c a m e n t o p a r a la respiración, muy difundido, que mostraba «tubos bloqueados» abriéndose, y los músculos que los rodeaban relajándose. Le dijo a la mujer que, ya antes, su c u e r p o había puesto fin a a t a q u e s de bronquitis y asma, de m o d o que, en razón de ésas y otras experiencias, sabía relajar los músculos bronquiales. La cliente concurrió a varias sesiones, experimentando un alivio significativo. También había descubierto que no estaba embarazada. Después de experimentar esa mejoría, ella y su esposo decidieron tener el otro hijo que deseaban. Visitó regularmente al terapeuta durante el embarazo (en busca de «inyecciones de refuerzo»), y no volvió a padecer ninguna de las anteriores dificultades respiratorias.
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LA METAFORA M E D I A N T E LA ACCIÓN
Minuchin y Fishman describen de qué modo, en la terapia de una familia con una niña anoréxica de 14 años, el doctor Minuchin había llegado a pensar cada vez más que los miembros de la familia utilizaban a la jovencita para expresar muchas de las cosas que no podían o no estaban dispuestos a decirse unos a otros. Minuchin le manifestó a la n i ñ a :
...Gina, estás atrapada porque le dices a tu padre el tipo de cosas que piensas que le quiere decir tu madre, y tú amplificas la voz de ella. Le estás diciendo a tu mamá el tipo de cosas que sabes que le dicen tu abuela y tu padre. De modo que en esta familia eres la voz de todos. No tienes una voz propia. Eres el muñeco del ventrílocuo. ¿Has visto alguna vez a un ventrílocuo? Siéntate en la falda de tu madre o de tu abuela. Sólo por un momento, siéntate en su falda. (Gina se sienta en la falda de la abuela.) Ahora dile a tu madre cómo tiene que cambiar, pensando como tu abuela (Minuchin y Fishman, 1981, págs. 132-138). Al pedirle a la niña que se sentara en la falda de la abuela y actuara como un m u ñ e c o de ventrílocuo, Minuchin produjo una metáfora brillante y poderosa. Al elegir la falda de la abuela, formuló también un enunciado enérgico sobre la estructura de la familia y el papel de esa abuela en su desarrollo. Aunque el libro no dice cuál fue el resultado de la intervención, resulta difícil imaginar que u n a experiencia tan dramática pudiera no haber tenido efecto en la familia. Bodin y Ferber h a n descrito u n a visita al hogar, en el transcurso de la terapia, de u n a pareja «singularmente inexpresiva, sexualmente inhibida». Al ver un ó r g a n o en un rincón de la h a b i t a c i ó n , y descubrir que la mujer estaba interpretando algo, aunque de un m o d o un tanto solemne y tímido, el terapeuta ...se manifestó sorprendido de que una mujer tan preocupada por hacer bien las cosas no explorara sistemáticamente los efectos de cada tecla, en sí misma y en diversas combinaciones... Se le pidió que continuara introduciendo esos elementos adicionales, por turno, pero, en cada caso, sólo después de haber disfrutado plenamente la experiencia de dejar que sus dedos palparan el órgano mientras saboreaba su tono... (1972, págs. 297-298).
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Los a u t o r e s dicen que «una débil sonrisa, m i e n t r a s el terapeuta hablaba, sugirió que ellos (la pareja) estaban escuchando entre líneas...».
TAREAS METAFÓRICAS
De S h a z e r describe una familia en la que m a d r e e hija discutían continuamente, y el padre trataba siempre de ser «justo» con ambas p a r t e s . Se e n c a r g ó a la familia que e n c o n t r a r a un l u g a r aislado, al que iban a dirigirse en silencio. Madre e hija se enfrentarían después en una lucha con pistolas de agua. El padre a c a r r e a r í a el agua y tendría que decidir, con la mayor justicia posible, quién era la ganadora de cada asalto. La vuelta a casa también debía realizarse en silencio. A medida que la familia sentía más ganas de reírse ante el encargo, las disputas se fueron reduciendo, hasta que dejaron de constituir un problema (de Shazer, 1980). De Shazer advierte que ...las familias pueden aceptar estas tareas aparentemente absurdas cuando son metáforas de la pauta de la queja real, y están cuidadosamente diseñadas para que se adecúen a la manera de cooperar peculiar de esa familia. Cualquier signo de que la familia rechaza el encargo significa que el terapeuta no ha encontrado el modo de cooperar de la familia, y que, por lo tanto, debe abordar la intervención planeada... (de Shazer, 1980, pág. 475).
« H E CONOCIDO UNA FAMILIA QUE...»
Referirse a las experiencias de otras familias, en particular aquellas que h a n logrado progresar con un p r o b l e m a semejante, ayuda a las personas a ver que no son las únicas que tienen dificultades, y también estimula la esperanza cuando ya han fracasado otras formas de aliento y reafirmación. A veces el terapeuta, revelando aspectos de sus propias experiencias o de las experiencias de su familia, puede introducir nuevas conexiones para sus clientes, a u n q u e debe tener cuidado de que éstos no lo experimenten a él como jactándose de un modo que subraya la s e n s a c i ó n de fracaso de esas p e r s o n a s con p r o b l e m a s . A veces, un relato sobre la estructura de otra familia o sus experiencias
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m e n o s exitosas incita a los clientes a d e m o s t r a r con sus actos que el terapeuta se equivoca si da p o r sentado que ellos van a ser como los protagonistas del cuento. Finalmente, muchas de las acciones del terapeuta portan también mensajes metafóricos, haya sido la intención deliberada o inconsciente. Por ejemplo, en un nivel básico, el modo en que él o la terapeuta visten, en que está ordenado y decorado el consultorio, las fotografías, certificados o cuadros colgados de las paredes, la manera en que el profesional se presenta y aborda al cliente individual o la familia, llevan mensajes potenciales que pueden influir en la experiencia que se tiene del contacto con él. La metáfora permite que los terapeutas aborden dimensiones únicas del sistema, acrecentando así las probabilidades de conexión con aspiraciones y dificultades que están fuera de la percepción consciente del cliente... La metáfora hace más elegante e interesante el proceso de aprendizaje, libera a las personas para que respondan de modos que sienten adecuados para ellas, incluso modificando o rechazando una pauta sugerida. Lo mismo que en los otros procedimientos terapéuticos, el uso de la metáfora en el trabajo con las pautas le permite al terapeuta adecuar la experiencia terapéutica a las necesidades de su cliente (Combs y Freedman, 1990, pág. 85).
12. LAS INTERVENCIONES PARADÓJICAS
«Creo que iremos a conocerla», dijo Alicia, pues, aunque las flores eran bastante interesantes, le parecía mucho más maravilloso conversar con una verdadera Reina. «Es posible que no puedas hacer eso», dijo la Rosa. «Te aconsejo que vayas en sentido contrario.» Esto le pareció insensato a Alicia, de modo que no dijo nada, pero de inmediato se dirigió hacia la Reina Roja. Para su sorpresa, la perdió de vista en un momento, y se encontró caminando de nuevo junto a la puerta principal. Un poco irritada, retrocedió y, después de buscar por todos lados a la Reina (a la que finalmente descubrió muy lejos), pensó en hacer la prueba de caminar en la dirección opuesta. Tuvo un éxito maravilloso. Aún no había andado ni un minuto cuando se encontró cara a cara con la Reina Roja, y con una visión plena de la colina, a la que durante tanto tiempo había aspirado. A través del espejo, LEWIS CARROLL
Las intervenciones paradójicas han fascinado a m u c h o s terapeutas, les h a n planteado dilemas éticos a algunos, y h a n enfurecido a otros. En este capítulo consideraremos brevemente la historia de su uso, exam i n a r e m o s algunas de sus conceptualizaciones, y también expondremos lo que pensamos ahora sobre este enigmático modo de intervenir. S o n m u c h o s los diversos enfoques t e r a p é u t i c o s (por ejemplo, el existencial, el conductista, el psicoanalítico, el interaccional y el estratégico) que h a n utilizado las intervenciones definidas como paradójicas y, en general, cada uno de ellos tiene su propia teoría acerca de la justificación y el funcionamiento de estos métodos. Watzlawick y otros han definido la paradoja como «una contradicción que se sigue de una deducción correcta a partir de premisas coherentes» (1967, pág. 188). No es nuestra intención explorar su naturaleza formal. Sin embargo, en el nivel p r a g m á t i c o , en lo que concierne a la terapia, la paradoja
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supone una comunicación explícita o implícita, pero clara, dirigida a un cliente e insertada en otra comunicación enmarcadora que la contradice, de modo que se produce un dilema. Para obedecer a una de las comunicaciones hay que desobedecer a la otra. Por ejemplo, Watzlawick y otros señalan que la paradoja m á s común de la comunicación humana es el requerimiento de que otra persona (o uno mismo) produzca una cierta respuesta emocional, actitudinal o conductual que, por otro lado, solo será posible si aparece espontáneamente. Por ejemplo: «Me gustaría que quisieras ser más independiente». La comunicación clara de « s e r espontáneo» está insertada en una comunicación enmarcadora igualmente clara que reclama obediencia (pág. 199). Estas dos comunicaciones, juntas, sólo pueden producir confusión o parálisis, a menos que el sujeto del requerimiento p u e d a señalar la naturaleza irresoluble de la situación (por lo general, cuanto más difícil es la acción de que se trata, más dependiente, insegura o amenazada se siente la persona en la relación), o encuentre algún modo de abandonar el campo (a veces esto es extremadamente difícil, y otras casi imposible). A m e n u d o , las técnicas paradójicas h a n sido confundidas con (o consideradas sinónimos de) la confrontación o el desafío. Hay una confrontación o desafío cuando se espera que el cliente responda de modo directo, motivándose para demostrarse a sí mismo, demostrarle al terapeuta o a alguna persona o personas, que cierta dificultad puede enfrentarse o vencerse, que el otro está equivocado, o que nadie va a darle órdenes. Todas estas técnicas envuelven u n a comunicación directa, incluso quizá provocadora, p o r parte del terapeuta, pero no una comunicación paradójica. Las técnicas paradójicas en la terapia pueden definirse como las intervenciones en las que el terapeuta, con á n i m o de ayudar, parece promover la continuación o incluso el empeoramiento de los problemas, en lugar de su revisión. Se inserta un m a n d a t o claro de m a n t e n e r o e m p e o r a r un problema, o de h a c e r m á s lenta alguna mejoría, en una igualmente clara comunicación e n m a r c a d o r a que define el contexto como destinado a ayudar a resolver el problema. Se ha informado que este método tiene éxito con síntomas tales como las fobias y las obsesiones (Frankl, 1970), los tics (Yates, 1958), los celos en las parejas (Teismann, 1979), los dolores de cabeza (Gentry, 1973), las rabietas (Breunlin y otros, 1980), la anorexia y la encopresis (Palazzoli y otros, 1974), y con las familias de los «esquizofrénicos» y las «anoréxicas» (Palazzoli y otros, 1975, 1978).
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Se puede considerar que el empleo de técnicas paradójicas data casi d e p r i n c i p i o s d e siglo ( a u n q u e p r o b a b l e m e n t e e s m u y a n t e r i o r ) . Mozdzierz, Maccitelli y Lisiecki h a n demostrado que m u c h a s de las técnicas de Alfred Adler teman una intención paradójica (Mozdzierz y otros, 1976). En la década de 1920, Dunlap desarrolló un enfoque denom i n a d o «práctica negativa», que involucraba, precisamente, la práctica activa de síntomas tales c o m o comerse las u ñ a s , el t a r t a m u d e o y la enuresis en condiciones prescritas, con la intención de q u e estos h á b i t o s cesaran (Dunlap, 1928, 1930). En los a ñ o s 30, F r a n k l desarrolló la técnica de la «intención paradójica», en la cual se estimulaba a pacientes fóbicos u obsesivos a tratar de provocar sus síntomas, en lugar de evitarlos (Frankl, 1969, 1970). A principios de la década de 1950, trabajando con psicóticos agudos, Rosen los incitaba a a c t u a r o a r e p r e s e n t a r sus estados psicóticos m á s floridos y, p o s t e r i o r m e n t e , después de producida la mejoría, prescribía un retorno a tales estados (1953). En una bibliografía sobre los métodos paradójicos, Weeks y L'Abate se refirieron al crecimiento exponencial de los artículos y capítulos de libros acerca de este tema, y desde entonces (1978) ese crecimiento ha d a d o pocas muestras de volverse m á s lento. En el último p a r de décadas, quizá las figuras m á s influyentes en este c a m p o hayan sido Haley (1963, 1973), el personal del Centro de T e r a p i a Breve del I n s t i t u t o de Investigación Mental de P a l o Alto, California (Fisch y otros, 1982; Watzlawick, 1978; Watzlawick y otros, 1967, 1974; Weakland y otros, 1974), Palazzoli y otros, del Centro p e r lo Studio della Famiglia de Milán (Palazzoli y otros, 1978), y Milton E r i c k s o n (Erickson y Rossi, 1979; Haley, 1967b, 1973; Rossi, 1980). Una de las técnicas paradójicas m á s comunes y mejor conocidas ha sido la prescripción del síntoma. Al paciente o a la familia se les aconseja o se les instruye p a r a que continúen con las conductas sintomáticas o asociadas por el síntoma, o que las incrementen, lo que se explic a c o m o u n m o d o d e resolver e l p r o b l e m a con m a y o r r a p i d e z . Watzlawick y otros dicen que esta técnica le plantea al paciente el dilema de h a c e r voluntariamente lo que p o r lo general se sostiene q u e es involuntario. «La conducta sintomática ya no es espontánea... algo realizado "porque no puedo evitarlo", y la misma conducta, e m p r e n d i d a " p o r q u e m i terapeuta m e l o dijo", n o podría ser m á s diferente» (Watzlawick y otros, 1967, pág. 237). También es posible «prescribir» la c o n d u c t a sintomática c o n la explicación de que p r o c u r a evitar la
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posibilidad de que, si el problema original desaparece, surja otro problema diferente o peor, en el paciente o entre sus íntimos. Michael R o h r b a u g h y sus colegas h a n diferenciado las prescripciones basadas en la obediencia (en las que se pide u n a continuación o incremento de las conductas sintomáticas, con una expectativa razonable de que el paciente intentará cooperar con el terapeuta), y las prescripciones basadas en el desafío (en las que se espera que el paciente desafíe, abierta o e n c u b i e r t a m e n t e , el requerimiento del terapeuta) (Rohrbaugh y otros, 1977, 1981). La eficacia de las prescripciones basadas en la obediencia se atribuía a que el paciente intenta obedecer y le resulta imposible hacerlo, o experimenta la obediencia como una ordalía aversiva. Las prescripciones basadas en el desafío pueden ser eficaces porque el paciente se resiste o rebela contra la prescripción, y, p o r lo tanto, reduce o renuncia a las conductas sintomáticas. Para ayud a r a determinar qué tipo de prescripción hay que usar, se empleaba la teoría de la reactancia psicológica de Brehm (1966). Dos eran los parámetros considerados importantes: primero, la medida en que el paciente tendía a ser renuente o antagónico a la terapia y, segundo, la medida en que el paciente veía el síntoma como en gran medida fuera o dentro de su propio control. Rohrbaugh y otros propusieron que, cuando la oposición es baja y el paciente ve sus síntomas como fuera de control, lo indicado son las prescripciones basadas en la obediencia. Si la oposición es alta y el paciente ve sus síntomas como potencialmente controlables, entonces corresponden las prescripciones basadas en el desafío. Cuando la oposición es baja y los síntomas se consideran controlables, se entiende que los enfoques paradójicos son innecesarios. La oposición alta con síntomas considerados incontrolables representa, según estos autores, la combinación m á s difícil de tratar, a menos que pueda suscitarse cierto grado de obediencia de algún modo (Rohrbaugh y otros, 1977, 1981). Tennen clasificó las paradojas bajo tres encabezamientos: de prescripción, de restricción, y de posicionamiento (1977). Cuando restringe, el terapeuta desalienta el cambio o niega la posibilidad de que se produzca. «Por ejemplo», explica Tennen, «el terapeuta puede decirle al paciente que "vaya despacio", o subrayar los peligros de la mejoría. En casos escogidos, puede incluso sugerir que la situación es desesperada». Esta última técnica sólo sería la indicada con pacientes muy oposicionales. El p o s i c i o n a m i e n t o era descrito c o m o un intento de «cambiar la "posición" de un problema —por lo general, u n a afirma-
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ción del propio paciente sobre él mismo o su problema—, aceptándola o exagerándola». P o r ejemplo, Watzlawick y otros se refieren a un joven alumno de instituto, que poco antes había sido d a d o de alta de u n a institución psiquiátrica en la que le h a b í a n i n t e r n a d o d e s p u é s de un episodio psicótico, paciente cuya ambición utópica era influir sobre el m u n d o occidental por medio de la música. [El] también quería estudiar agricultura para utilizar los métodos agrícolas chinos, a fin de alimentar a las masas hambrientas del mundo. Cuando el terapeuta se manifestó en principio de acuerdo con esas metas, pero las encontró insuficientemente importantes, el paciente respondió empezando a hablar de un plan mucho menos ambicioso, a saber: entrar en una institución de transición... Utilizando sistemáticamente esta técnica, el terapeuta pudo hacer descender el diálogo a niveles cada vez más prácticos (Watzlawick y otros, 1974, págs. 153-154). Cade y Southgate describen el tratamiento exitoso de u n a m a d r e sola, obesa, deprimida e «inadecuada». El terapeuta, con un espíritu de preocupación bondadosa, subrayaba c o n t i n u a m e n t e las listas de declaraciones negativas o críticas que la mujer no dejaba de hacer acerca de sí misma; validaba sus razones para desesperar, sugiriendo que las cosas e r a n i n c l u s o peores de lo que ella a d m i t í a , y le advertía que no intentara demasiado, ni con demasiada rapidez (Cade y Southgate, 1979). (Resulta interesante señalar que, en u n a visita posterior de seguimiento, la mujer identificó la «franqueza» del terapeuta como la faceta m á s importante y útil de la terapia.) Fisher, Anderson y Jones distinguieron tres clases de estrategia paradójica: A. La redefinición. Es el intento de modificar el significado o la interpretación atribuidos a los síntomas; se la considera sumamente apropiada con familias que presentan a l g u n a capacidad para la reflexión y la comprensión. Por ejemplo, u n a joven madre sola se quejaba de que el hijo, cuando ella llevaba a algún amigo al hogar, se comportaba de modo atroz, gritando, y a veces m o s t r á n d o s e agresivo c o n el h o m b r e y n e g á n d o s e a dejarlos solos. Al final de la p r i m e r a sesión, el t e r a p e u t a definió a este niño como extremadamente sensible y consciente del t e m o r de la madre a volver a quedar involucrada emocionalmente, y a ser herida c o m o la había herido el padre de él. Las «malas» con-
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ductas de la criatura eran un intento de protegerla de los hombres, ahuyentándolos. Sólo un hombre que «realmente» amara a esa mujer se quedaría con ella a pesar de tales provocaciones. En la sesión siguiente, la madre informó de u n a gran mejoría en la conducta del niño. B. La escalada. Éste es un intento de crear u n a crisis o de aumentar la frecuencia de la conducta sintomática. Los autores describieron una familia en la que la hipocondría del marido aparentemente m a n t e n í a una pauta familiar m á s bien enredada. A este hombre se le dio la instrucción de que registrara por escrito todo pensamiento y problema físico, que se tomara la presión y el pulso a intervalos de quince minutos, y se comunicara con su médico dos veces al día. Al resto de la familia se le explicó de modo detallado cómo debían ayudar. Pronto, el hombre «enfermó» por la rutina, y empezó a volver a t o m a r parte en las actividades de la familia. La escalada fue descrita como aplicable principalmente en familias rígidas con resistencia alta. C. La reorientación. Esto significa cambiar un aspecto de un síntoma, prescribiendo, por ejemplo, circunstancias particulares para la conducta sintomática. Llevaron a u n a mujer con «fobia a salir de compras» precisamente a «salir de compras», con instrucciones precisas acerca de cuándo debía c o m e n z a r a experimentar náuseas y dónde exactamente iba a desmayarse para evitar a la multitud. Después de media hora, no había experim e n t a d o p á n i c o en n i n g ú n m o m e n t o y siguió sola, en busca de un regalo p a r a su hija. Un año m á s tarde no se había experimentado recurrencia de los síntomas. Se describió esta estrategia como m á s apropiada con pacientes o familias cooperativos y de resistencia baja (Fisher y otros, 1981). Los primeros trabajos de Palazzoli y otros con familias de «anoréxicas» o «esquizofrénicos» tuvieron un impacto e n o r m e en el campo de la terapia familiar (Palazzoli, 1974; Palazzoli y otros, 1975, 1978, 1980a). Desarrollaron un enfoque sistémico utilizando los recursos de un equipo e interesándose principalmente por los síntomas como reflejo de las «reglas» del sistema familiar (o de «el juego de la familia»). Subrayaron la importancia de asignar una connotación positiva a tales «reglas» familiares, y a la conducta de todos los miembros de la familia, incluso la del m i e m b r o sintomático, por extravagante que fuera, y
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también, si resultaba apropiado, de los miembros de la familia que eran las víctimas aparentes. Para todas las actitudes y conductas, la connotación positiva proponía motivos cuyo núcleo era la unidad y estabilidad del grupo familiar. Suponía la aprobación de los motivos subyacentes en esas conductas, uniendo a los m i e m b r o s de la familia de un modo tal que «ellos resultaban complementarios en relación con el sistema, sin ninguna connotación moralista, evitando así trazar líneas divisorias e n t r e los m i e m b r o s del grupo» (Palazzoli y otros, 1978, pág. 61). Sólo definiendo de modo positivo la parte de cada miembro en el «juego familiar» podía el terapeuta proceder lógicamente a prescribir este «juego» para, de manera paradójica, facilitar el cambio. Las intervenciones se basan en una alianza total con las que eran descritas como tendencias «homeostáticas» de la familia. Implícita o explícitamente, se prescribía no producir ningún cambio por el momento. Puede verse que el reenmarcado desempeñaba una parte importante en estas intervenciones; el rol y las conductas de cada m i e m b r o de la familia recibían un nuevo significado (se los enmarcaba c o m o beneficiosos para la familia como un todo). También se prestaba u n a atención considerable al papel desempeñado por los otros profesionales que habían estado o estaban relacionados con la familia, en el desarrollo y mantenimiento del problema (Palazzoli y otros, 1980b). P a p p también describió las técnicas paradójicas q u e utilizan los potenciales de triangulación del enfoque de equipo, con los observadores actuando como «coro griego» que comenta selectivamente el proceso terapéutico y hacen recomendaciones, a m e n u d o de u n a naturaleza descriptiva o restrictiva (Papp, 1980). Breunlin y Cade describier o n el empleo de mensajes del observador para intervenir en los sistem a s familiares (1981), mientras que Cornwell y Pearson comentaron el grado de cooperación y coordinación necesario para idear tales mensajes (1981). Cade elaboró el uso de conflictos fraguados en el equip o , q u e reflejaban luchas nodales dentro de la familia, c o n la prescripción de no intentar ningún cambio hasta que el equipo hubiera descifrado el dilema, c o m o m o d o de resolver lo q u e p a r e c í a n estancamientos terapéuticos (Cade, 1980a). Las indicaciones p a r a la formación de estos equipos y las desventajas y problemas de trabajar de este m o d o fueron explorados por miembros del Instituto de la Familia de Cardiff, Gales (Cade y otros, 1986; Speed y otros, 1982). Para la descripción y comprensión de las psicoterapias paradójicas no ha habido ningún marco teórico unificado. Watzlawick y otros, apli-
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cando la teoría de los tipos lógicos de Whitehead y Russell (Whitehead y Russell, 1910-1913), propusieron dos niveles de cambio, de primer orden y segundo orden; el primero se refiere a los cambios que no involucran la reorganización del sistema total, y el último a los cambios del sistema en sí y de sus «reglas» (Watzlawick y otros, 1974). Se consideraba que las técnicas paradójicas salían de las «soluciones intentadas» de p r i m e r orden, y conducían a las posibilidades del cambio de segundo orden. Weeks y L`Abate propusieron un enfoque dialéctico para c o m p r e n d e r la naturaleza de la terapia paradójica, utilizando un modelo de la patología basado en el triángulo dramático de Karpman (Weeks, 1977; Weeks y L'Abate, 1982). Los miembros de la familia se describían como ligados por los roles de «perseguidor», «rescatador» y «víctima»; las técnicas paradójicas sacaban a luz el engaño del aspecto de impotencia del rol de víctima, y de poder en los roles del perseguidor y el rescatador, por medio de la prescripción de tales roles. Otros autores h a n acentuado la importancia de las posiciones «inesperadas» adoptadas por el terapeuta, para romper pautas de creencias y acción (Cade, 1991, Palazzoli, 1981). Como ha observado Dell, «la terapia paradójica se parece a los "seis personajes" de Pirandello que van en busca del autor, en cuanto sigue siendo un conjunto de técnicas en búsqueda de u n a teoría» (Dell, 1981, pág. 41). Algunos autores han intentado elaborar las contraindicaciones para el empleo de las técnicas paradójicas. Fisher, Anderson y Jones enumeran c u a t r o categorías: a) familias caóticas con estructuras laxas y variables; b) familias infantiles, en las que todos los miembros, incluso los adultos, son muy inmaduros y buscan el cuidado parental del terapeuta; c) familias impulsivas, con miembros abiertamente hostiles, y d) familias que aceptan las responsabilidades y presentan una oposición mínima (Fisher y otros, 1981). Weeks y L'Abate incluyen a los clientes no comprometidos o no involucrados activamente en la terapia, los sociópatas, el paranoide que quizá sienta «el engaño», y los casos con potencial conducta destructiva (por ejemplo, con tendencias homicidas o suicidas) (1982). Rohrbaugh y otros dicen que estas técnicas están contraindicadas en situaciones de aflicción y pérdida aguda de estatus (1977). El uso de técnicas paradójicas, quizá comprensiblemente, ha suscitado p a r a m u c h o s la cuestión de la ética profesional. Hay quienes h a n c o n s i d e r a d o este enfoque c o m o a b i e r t a m e n t e «manipulativo», «controlador» e incluso «deshonesto», y tal vez peligroso, en cuanto
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alienta al cliente a u n a escalada de la c o n d u c t a s i n t o m á t i c a . E s t a s críticas h a n sido rebatidas por varios autores. Watzlawick y otros (1974) y Haley h a n señalado que toda terapia y toda c o m u n i c a c i ó n involucra inevitablemente un mayor o menor grado de manipulación. Puesto que la m a n i p u l a c i ó n es inevitable, dicen que el t e r a p e u t a está éticamente obligado a ponerla al servicio del paciente o la familia. Haley comenta q u e «la simulación de que sentarse con u n a expresión impasible y responder con monosílabos no influye en las decisiones vitales del paciente, ha sido reconocida c o m o sólo u n a simulación» (Haley, 1976, pág. 200). Desde esta perspectiva, la cuestión no es si hay q u e «manipular» o no, sino cuánto y de qué m o d o será mejor hacerlo en cada c a s o . Un a r g u m e n t o en contra de esta p o s i c i ó n ha consistido en diferenciar la influencia y la contrainfluencia inconscientes inevitables en todas las relaciones, por un lado, del empleo deliberado de la manipulación en que el terapeuta intenta obtener resultados, o abordar programaciones que están fuera de la percatación del cliente, p o r el otro. P o r cierto, estamos de acuerdo en que a veces los terapeutas breves h a n sido algo frivolos en el empleo de las intervenciones paradójicas. Weeks y L'Abate se han referido a la responsabilidad ética de no utilizar las técnicas paradójicas como artimaña o p o r frustración, cuando la terapia se atasca o los pacientes no parecen cooperativos (1982). Estos autores subrayan la importancia de que el terapeuta tome decisiones responsables, basadas no sólo en la intuición sino también en un juicio analítico cuidadoso. Observan que, en el m o m e n t o en q u e escribían, no tenían noticia de que las técnicas paradójicas hubieran causado un deterioro en algún paciente; lo peor que había sucedido era que no generaran ningún cambio. Al responder a las críticas sobre el «control», señalaron que los pacientes solían atribuir los cambios a sus propios esfuerzos, con lo cual podían verse de m a n e r a m á s positiva, fenómeno acerca del cual encontraron pruebas Frude y Dowling (1980). No obstante, Weeks y L'Abate advierten que, «a pesar del hecho de que se h a n comunicado cientos de estudios de casos que demuestran la eficacia inusual de este enfoque, ha habido m u y poco trabajo empírico de cualquier tipo» (1982, pág. 219).
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LA PARADOJA RECONSIDERADA: EMPATÍA, NO TRAMPA
Nosotros ya no opinamos que las intervenciones paradójicas operen c o m o tácticas de poder, como t r a m p a s , o p o r m e d i o de la producción de dobles vínculos terapéuticos con todas las salidas selladas. Es probable que todos experimentemos ambivalencia ante cualquier desafío significativo a pautas establecidas de p e n s a m i e n t o o acción, o ante la necesidad de cambiarlas. Esto ocurrirá, sobre todo, cuando esas pautas se relacionen con las dimensiones m á s importantes para nosotros, por medio de las cuales trazamos distinciones, le damos sentido a nuestras experiencias y nos damos sentido a nosotros mismos. La ambivalencia puede verse como la existencia coincidente de argumentos y constructos opuestos que pueden generarse cuando se contemplan cambios significativos, y que producirán respuestas afectivas diversas. Algunas de ellas pueden articularse claramente, mientras que otras quizá existan de un modo más inconsciente o en un nivel más instintivo. Cuando un terapeuta se identifica d e m a s i a d o claramente con los argumentos a favor del cambio, sea que comunique esta posición explícita o implícitamente, es como si colonizara esos argumentos, dejando disponible para el cliente o los miembros de la familia sólo los argumentos en sentido contrario (o los «sí, pero...»), junto con los afectos concomitantes producidos por tal a r g u m e n t a c i ó n opuesta al cambio. A la inversa, cuando un terapeuta se identifica con los argumentos a favor de la cautela o contrarios al cambio, y los valida después de haberse s u m a d o efectivamente a los miembros de la familia, entonces, en virtud de un proceso similar, a los miembros de la familia, por así decir, sólo le q u e d a n los argumentos opuestos a esas advertencias (o los «sí, pero...») —es decir, sólo le quedan los argumentos favorables al cambio. Como hemos señalado antes, las investigaciones sobre la persuasión h a n demostrado que los argumentos y contraargumentos generados p o r nosotros mismos nos convencen con u n a probabilidad m u c h o m a y o r que los argumentos de otros. A n u e s t r o juicio, lo que hemos denominado «estrategia paradójica» tiene el efecto de dar poder al cliente, por medio del proceso de reconocer sus preocupaciones perfectamente válidas y más temerosas acerca del cambio, dejando después que opere sobre la base de sus propios argumentos acerca de la conveniencia de intentar cambiar. Colonizados sus argumentos cons-
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cientes o menos conscientes a favor del cambio, tiende a responder con «sí, pero...» explícitos o implícitos, que reflejan argumentos en contra. Pero, si sus a r g u m e n t o s en contra son los validados y consolidados, tienden a responder con «sí, pero...» explícitos o implícitos que reflejan sus argumentos a favor del cambio. Empleamos deliberadamente el término «colonización» en cuanto que, por más bondadoso que sea el colonizador, lo que hace es reducir la autodeterminación y el control de las elecciones por parte del colonizado. Cuando las personas inician una terapia, a veces se quejan de una cierta experiencia o conducta que les gustaría que se produjera con menos frecuencia o nunca, y que sienten c o m o inaccesible a su control; en otros casos, la queja se refiere a alguna experiencia o resultado que les gustaría alcanzar o que se produjera con m á s frecuencia, pero que se perciben a sí mismos como incapaces de obtener. Cuando el terapeuta encuentra que, cuanto m á s el cliente intenta eliminar lo indeseado, más veces se produce, o que, cuanto más el cliente trata de alcanzar un resultado deseado, m á s elusivo parece volverse, puede entonces apelar a algún tipo de intervención paradójica. Pero lo que queremos subrayar es que no resulta apropiado tratar de «paradojizar» a los clientes (o, como alguna vez oímos decir, «deprimirlos con u n a paradoja») sólo porque ésta parezca u n a buena técnica que a veces ha dado resultados. Ahora pensamos que u n a «intención paradójica» cooperativa y respetuosa, por lo general totalmente abierta y a veces sugerida con humor (más o menos en el estilo de Victor Frankl) a menudo ayuda a romper el estancamiento (Frankl, 1969, 1970). Ahora, m u y pocas veces o nunca utilizamos intervenciones encubiertas y engañosas. No obstante, no pretendemos hacer ningún comentario santurrón, de alguien «más santo que tú», sobre los antiguos terapeutas paradójicos. Después de todo, nosotros nos contamos entre ellos. Se trata sólo de que nuestras ideas sobre la terapia h a n evolucionado con el tiempo. J u n t o con la mayoría de nuestros colegas, ya no vemos la terapia en los mismos términos de antagonismo. Pero en aquellos días vehementes en que la considerábamos así, los terapeutas breves obtuvieron considerables conocimientos sobre la aptitud de las personas para cambiar, aprendieron a respetarla, y t a m b i é n a c u m u l a r o n saber sobre el proceso de la terapia, todo lo cual sirvió de cimiento para construir la generación actual de colegas.
13. E X C E S O Y DEFECTO DE RESPONSABILIDAD: L A S D O S CARAS D E L A M O N E D A *
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La gratitud es odio enmascarado. FRIEDRICH NIETZSCHE
El a m o r que es menos probable que defraude sigue siendo un pacto entre dos egoísmos... JULIAN FAKE (1988)
Una persona que quiere r e t r i b u i r d e m a s i a d o r á p i d a m e n t e un regalo con otro, es un d e u d o r m a l d i s p u e s t o y u n a p e r s o n a ingrata. Proverbio indio
A cualquier edad, un niño puede verse obligado de p r o n t o a ser responsable, quizá debido a la m u e r t e de un progenitor, o a la r u p t u r a de la familia. Ese niño debe ser viejo prematuramente, y p e r d e r espontaneidad, juego, e impulso creador despreocupado. D. WINNICOTT
H a c e algunos años, en u n a sesión de trabajo, proyecté u n a grabac i ó n d e v í d e o d e u n a familia c o n u n a n i ñ a d e 1 7 a ñ o s b u l í m i c a y o t r a de 14 q u e e s t a b a empezando a caer en actuaciones graves. En la entrevista p a r t i c i p a b a n tres generaciones de la familia, incluso la m a d r e de las n i ñ a s , d o s veces divorciada, t r a b a j a d o r a y a d u s t a , y su p r o p i a m a d r e , q u e p a r e c í a i n t r u s i v a m e n t e «útil» y d e m a s i a d o e n r e d a d a e n e l g r u p o familiar. Señalé en la sesión de trabajo q u e , c o m o los p a d r e s se * Este capítulo reproduce, con algunas revisiones menores, un artículo de Brian Cade que apareció originalmente en The Journal of Family Therapy, primavera de 1989, págs. 103-121. Se incluye en este libro con la amable autorización de los directores del periódico.
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sacrificaban, pasaban por alto sus propias y considerables necesidades para a t e n d e r las de las niñas y se lo d a b a n todo, pero parecían incapaces o poco dispuestos a aceptar n a d a en compensación; esto podía generar en las hijas sensaciones crecientes de obligación, culpa, falta de valía, y de no merecer ni poder retribuir ese sacrificio. El hecho de que el p r o g e n i t o r no pidiera r e c o m p e n s a , a p a r e n t e m e n t e no hacía más que complicar el problema. Continué diciendo que tales niños podían experimentar dificultades considerables para dejar el hogar, y que había cuatro patologías, básicamente intercambiables, que era probable que se desarrollaran bajo la carga de tales sentimientos. Tres de esas patologías se manifestaban en la familia de la grabación. Las presenté en la sesión de trabajo por orden de gravedad creciente: 1. Las niñas podían tratar de justificar su existencia, y «pagar la d e u d a » , siendo como los p a d r e s en sus interacciones con los otros, sacrificándose y no tomando nada en compensación, sobre todo con sus propios hijos, de modo que los sentimientos de obligación y falta de valía se transmitían inadvertidamente a la generación siguiente. Este tipo de personas a menudo fracasan en las relaciones externas, permanecen cerca del hogar de los padres, y a m e n u d o siguen viviendo en él. 2. Las niñas podían tratar de rechazar la carga mediante acting out, s a c á n d o s e de encima las «obligaciones». En estos intentos a m e n u d o se emplean conductas o actitudes extremas, inaceptables para la familia y la sociedad, para alcanzar la necesaria «velocidad de arranque». Estas p e r s o n a s suelen sentirse aisladas, resentidas, culpables y desesperadas por obtener aceptación; a m e n u d o terminan en relaciones de «perseguidor/rescatador», o fracasan en la vida y vuelven al hogar. 3. P o d r í a n substraerse del c a m p o , d e s a r r o l l a n d o un estado psiquiátrico. 4. P o d r í a n volverse miembros m u y responsables de las diversas profesiones asistenciales, y t r a t a r de justificar sus vidas ayud a n d o a los otros. Aunque esta última posibilidad fue presentada sin énfasis, casi lateralmente, me sorprendió la reacción de muchos de los participantes en la sesión de trabajo. Algunos quedaron muy perturbados, y muchos se me acercaron después para decirme que yo había descrito con suma precisión múltiples aspectos de sus propias familias y de sus dilemas
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pasados y presentes. Este artículo responde a los muchos profesionales que, en esa ocasión y más tarde, me p r e g u n t a r o n si había escrito algo sobre este fenómeno.
T R E S NIVELES DE RESPONSABILIDAD
Según el personaje de ficción lord Peter Wimsey, de Dorothy Sayer, «la vida es sólo una maldita cosa tras otra». Creo que los miembros de la familia están en las mejores condiciones frente a este hecho cuando se encaran por igual y en todo momento (salvo, desde luego, en crisis o durante lapsos breves, debido a circunstancias específicas) tres niveles de responsabilidad: 1. La responsabilidad de los progenitores en el desarrollo y el bienestar de los hijos, alentando su creciente autonomía, o de los hijos adultos, en el bienestar de los parientes enfermos o de edad. 2. La responsabilidad de cada cónyuge en el desarrollo continuado del matrimonio, lo cual incluye d a r m u e s t r a s de un g r a d o apropiado de consideración y preocupación por las necesidades e intereses del compañero. 3. La responsabilidad de atender a las propias necesidades y al propio desarrollo continuado como individuo separado. El constante funcionamiento excesivo en cualesquiera de estos niveles, con el consiguiente descuido de los otros, conduce a u n a flexibilidad cada vez m á s reducida y a una mayor probabilidad de que se desarrollen p r o b l e m a s alrededor de u n a o m á s de las fuentes de las dificultades vitales aparentemente interminables. Como me dijo hace poco el esposo de u n a pareja de mediana edad, después de describirme su lucha de años para criar a los hijos, sobre todo al menor, s u m a m e n t e exigente, a d e m á s de atender a la madre de ese hombre, que envejecía y era también m u y exigente: Ahora comprendemos que nos hemos convertido en sólo una serie limitada de roles formales, en lugar de ser un hombre y una mujer con necesidades propias, que además también son madre, padre, cónyuge, hijo, etcétera; nada de lo que hemos hecho parece haber sido correcto o de ayuda a largo plazo. Ahora estamos los dos totalmente agotados.
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Sentimos que le hemos fallado a nuestro hijo, yo siento que le he fallado a mis padres, y los dos sentimos que nos hemos fallado el uno al otro. Ivan Boszormenyi-Nagy (Boszormenyi-Nagy y Krasner, 1986; Boszormenyi-Nagy y Spark, 1984) ha desarrollado un método terapéutico basado en la consideración a) de las pautas intergeneracionales, transaccionales, en términos de contabilidad y derecho, justicia y equidad, lealtad y confianza, y b) de las consecuencias de las relaciones de explotación en los otros, particularmente en los niños. Quizá debido a la complejidad de su estilo escrito, de la tendencia de este a u t o r al dogmatismo y la moralización, y quizá también a causa de su ataque peyorativo al enfoque esencial en el aquí y ahora de los enfoques estructural, estratégico, sistémico y conductual, su obra ha tenido en el campo de la terapia familiar un impacto menos significativo que el que hubiera sido posible de otro modo. Creo que esto es lamentable, pues su contribución a la comprensión de los temas y pautas interaccionales globales ha sido profunda, aunque no ha abordado de modo detallado las específicas pautas repetitivas de pensamiento y conducta que generan, transmiten y mantienen las anteriores. Al c o n s i d e r a r las consecuencias del funcionamiento excesivo, Boszormenyi-Nagy y Spark proponen que: A toda relación estrecha y significativa le son inherentes los elementos fundamentales del dar y recibir, del ser tratado con justicia o injustamente, de tomar sin compensar, o recibir sin ninguna posibilidad de devolver. El martirio o dar en exceso, y la permisividad, el ser víctima propiciatoria y la parentización, son ilustraciones de una reciprocidad no equilibrante o no mutua en las relaciones. Estas relaciones estimulan sentimientos de culpa y endeudamiento perpetuo; también producen desesperación, como si uno no pudiera saldar nunca las cuentas familiares —sea con interés y preocupación emocionales, sea con acciones concretas. Puesto que nosotros asumimos como postulado básico que todo niño recibe algo de sus padres e implícitamente los debe recompensar, una mala disposición parental a recibir es considerada tan nociva como la ineptitud parental para dar (1984, pág. 353).
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ciones, puede originarse en u n a variedad de ambientes formativos, entre los cuales los siguientes son los que han surgido con mayor regularidad en mi propia práctica: 1. Un ambiente caótico y conflictivo, infeliz y rechazante, en el cual los progenitores u otros adultos delegan en un niño o un adolescente un grado inadecuado y a m e n u d o excesivo de responsabilidad en el control del caos y el cuidado de los otros. Aunque esto es lo que se le pide implícita o explícitamente, rara vez recibe elogios; sus esfuerzos suelen darse por sentados y a m e n u d o son objeto de crítica o ridiculización. Estos jovencitos invariablemente experimentan sentimientos de falta de valía y, p o r m á s que se hayan esforzado, ven los problemas sistemáticos de su familia como pruebas de su propio fracaso. 2. Un ambiente caótico, conflictivo, rechazante, en el que el propio niño o adolescente a s u m e un grado inadecuado y excesivo de responsabilidad en el intento de controlar el caos y cuidar a los otros miembros de la familia, niños o adultos. Como en el caso anterior, pocas veces se les agradece; sus esfuerzos suelen darse por sentados; por lo general ellos se sienten resentidos, fracasados, carentes de valía y culpables. 3. Un ambiente caótico o controlado en exceso, rígido, desdichado, en el que un niño o adolescente es parentizado y atraído constantemente a una solución con un adulto, cuyo bienestar pasa a ser responsabilidad suya. 4. Un ambiente caótico o de otro tipo en el que un niño o adolescente siente que ha sido el receptor inmerecido del c o n s t a n t e sacrificio de un adulto, y la causa de ese sacrificio, sobre todo cuando el adulto parece no haber querido o podido recibir n a d a a cambio. 5. La experiencia de ser indeseado, rechazado, convertido en víctima propiciatoria o maltratado, que lleva a sentir que se es malo («de lo contrario no me sucedería») y de tal modo genera intentos constantes de lograr aceptación tratando de ser bueno, o hace que se acepte el rol de «malo».
EXPERIENCIAS FORMATIVAS
La tendencia a asumir el rol del miembro responsable en exceso (o, a la inversa, irresponsable), en cualquier relación o conjunto de rela-
Los mitos culturales prevalecientes acerca de las relaciones entre los roles y la responsabilidad en ellas tendrán desde luego un efecto significativo. En la mayoría de las culturas, se espera, por lo general,
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que las mujeres asuman la responsabilidad de nutrir y cultivar el clima emocional de la familia. Aún prevalecen, se han institucionalizado, y son perpetuados por la costumbre y p o r profecías de autocumplimiento, muchos mitos acerca de las diferencias intrínsecas de actitud y conducta entre los sexos. Por ejemplo, el mito de que las mujeres son m á s emotivas, intuitivas, pacientes y afectuosas que los hombres, y de que los hombres son más valientes y fuertes, más racionales, más agresivos y sexuales, más capaces de pensamiento abstracto, más hábiles con las manos, etcétera, a ú n es venerado en la tradición y a m e n u d o alentado como guía para la virtud. También he encontrado q u e las enseñanzas religiosas q u e s u b r a y a n el pecado y la culpa, la humildad y la obediencia, las obligaciones y la autonegación, y la doctrina de q u e d a r es más virtuoso que recibir, constituyen frecuentemente un rasgo formativo presente o pasado de las familias en las que uno o m á s miembros funcionan constantemente de un modo en exceso sacrificado. Aunque este trabajo concierne primordialmente a las situaciones en las que el funcionamiento excesivo o insuficiente se ha convertido en un rasgo acentuado, en m a y o r o m e n o r medida estos temas afectan a todas las familias, y también a otros grupos.
EL CONTINUUM RESPONSABILTOAD-IRRESPONSABILIDAD
Los constructos predominantemente negativos sobre sí mismos y s o b r e las relaciones (Kelly, 1955) q u e s u r g e n de la experiencia de ambientes como los que acabamos de describir, pueden entonces conducir al desarrollo de una gama de «soluciones intentadas» a los dilem a s p l a n t e a d o s , que t e n d e r á n a a g r u p a r s e en u n o u otro extremos del siguiente continuum: Excesiva responsabilidad diversos intentos de controlar las relaciones del ambiente, asumiendo una completa responsabilidad y tratando de imponer la definición de cómo deben ser las cosas
Responsabilidad insuficiente variados intentos de evitar el control de las personas del ambiente, mediante acting out, rebelión o conductas «subadecuadas»
Como se trata de opuestos en u n a dialéctica interior del sistema de constructos personales, los dos extremos son, p o r lo general, igual-
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mente posibles, y el individuo puede también alternar entre u n o y otro, a u n q u e u n a vez establecidas las pautas de u n a relación o conjunto de relaciones, el poder de autocumplimiento de las atribuciones y las expectativas de todos los involucrados, por lo general, genera una tendencia a asentarse en u n o u otro de los polos. Por ejemplo, en un trabajo sobre las experiencias adolescentes de cincuenta mujeres adultas que intentaron suicidarse, Stephens encontró que en los antecedentes familiares de todas ellas había muchos rasgos comunes, y que el grupo estudiado sobrellevaba una herencia de depresión, culpa, cólera y sentimientos de falta de valía (1987). No obstante, a esta autora le sorprendió descubrir dos pautas de adaptación aparentemente opuestas: la de las «Humildes» (Humble-Pie) y la de las «Exaltadas» (Cheap Thrills).
«Humildes»
«Exaltadas»
Tendían a: — exceso de conformidad; empeño en agradar — tratar de ser «perfectas»; justificarse con un exceso de logros — la responsabilidad culpable; una sensación de fracaso — quedar sumergidas en los problemas de sus familias, que se convertían en los fracasos de ellas — intentar el control de las variables de su vida por medio de una adhesión compulsiva, incluso paranoide, a reglas y normas estrictas (a veces de otros, pero a menudo propias) — sofocar sus propias necesidades y derechos — el autosacrificio, poniéndose siempre detrás de los otros — el martirio
Tendían a: — la rebelión desafiante; intenciones deliberadas de ser «chicas malas»; cólera por el ambiente familiar que las explotaba — faltar a clase; un rendimiento escolar pobre — tomar drogas y alcohol; y promiscuidad sexual — reaccionar contra el control de los otros, a veces de modo extremo — haber crecido sintiéndose odiadas y llenas de odio — frecuentes confrontaciones físicas violentas con los miembros de la familia y con los novios; múltiples relaciones superficiales fuera de la familia
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El grupo de las «Humildes» tendía a provenir de familias de clase media, en las que la cólera y acting out eran probablemente menos aceptables, y, por lo tanto, era también m á s probable que el resentimiento fuera internalizado y experimentado como prueba de la propia maldad. El grupo de las «Exaltadas» tendía a provenir de familias obreras, en las que la agresión era probablemente más aceptada, y, por lo tanto, más fácilmente externalizada. Aparentemente existían más probabilidades de que el primer grupo realizara múltiples intentos contra sus vidas y que e m p l e a r a n m e d i o s m á s violentos. A continuación, Stephens extrae la conclusión de que «las consecuencias clínicas de la pauta de las Humildes son como un balde de agua fría, en cuanto sugieren que existe una población en gran riesgo que quizá no haya sido identificada por los investigadores ni por quienes trabajan en la prevención del suicidio. Las adolescentes Exaltadas atraen la atención sobre ellas mismas y sus p r o b l e m a s , mientras que las adolescentes H u m i d e s pueden permanecer invisibles» (pág. 117). Ninguno de los extremos parece resolver los dilemas planteados por las experiencias de estas personas. Como observan Boszormenyi-Nagy y Spark, «el niño explotado a m e n u d o se convierte en un progenitor simbióticamente posesivo» (1984, pág. 28). «Los actos de rebelión o fuga por medio de la separación nunca pueden resolver por sí mismos las dificultades del niño. Esas medidas no hacen más que hundirlo más profundamente en obligaciones cargadas de culpa. Muchos niños se vuelven coléricamente ambivalentes, cautivos de obligaciones nunca retribuibles» (pág. 353). O, como comenta Stephens, «las dos pautas de adaptación —la de las Humildes y la de las Exaltadas— demostraron ser disfuncionales a largo plazo para estas mujeres... Ninguna de las dos pudo salvarlas de la cada vez más profunda sensación de carencia de valía y desamparo que socavaba los sentimientos de estas mujeres acerca de sí mismas y su mundo» (1987, pág. 117). Los representantes de ambos extremos del continuum tenderán a escoger como parejas a personas en lucha con problemas similares. Las pautas que entonces se desarrollan probablemente caerán en alguno de los tres grupos siguientes: 1. Ambos pueden desplegar u n a coalición excesivamente responsable para el trato con los hijos (que es probable que desarrollen problemas, sobre todo en relación con la confianza y la responsabilidad), con otros parientes, o con el mundo exterior (inclu-
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so con las personas del grupo 2), convirtiéndose en profesionales de la asistencia, activistas de grupos de presión, etcétera. Constituirán un grupo oculto, como el grupo de los Humillados descrito antes, y a m e n u d o aparecen como v e r d a d e r o s ciudadanos modelos. 2. Ambos pueden desplegar una coalición irresponsable, caótica, dependiendo, a u n q u e con resentimiento y resistencia, de los esfuerzos de ayuda de un hijo parentizado, de otros parientes o del m u n d o exterior, a través de profesionales de la asistencia, vecinos, la policía, etcétera (y de las personas del grupo 1). 3. Pueden desarrollar un estilo complementario de relación en el cual uno se vuelve responsable/adecuado en proporción inversa a la irresponsabilidad/inadecuación del otro (y viceversa). Como observan Boszormenyi-Nagy y Spark, «los miembros superadecuados de la familia pueden depender del fracaso de los miembros subadecuados» (1984, pág. 24). Yo añadiría que los miembros subadecuados de la familia pueden depender del fracaso de los miembros superadecuados. Sharon era la menor de cuatro hermanos. A los 21 años ya se había casado dos veces, la segunda con un joven violento de antecedentes criminales, que la había golpeado con crueldad a ella y a s u s dos hijos pequeños, ahora a cargo de las autoridades locales. En esa época, Sharon había consumido drogas y peleaba constantemente con la familia; se j u z g ó que no había p r o p o r c i o n a d o a los niños u n a p r o t e c c i ó n a d e c u a d a y que no era digna de confianza. Según los p a d r e s , h a b í a sido un problema importante desde los 14 años. La m a d r e de Sharon se describió como el producto de u n a infancia m u y difícil en la cual se vio obligada, p o r el a b a n d o n o del p a d r e a la «madre inadecuada», a asumir prematuramente niveles altos de responsabilidad, y aprendió a juzgarse con dureza. Creció c o n la determinación de que sus propios hijos siempre serían lo m á s i m p o r t a n t e y n u n c a experimentarían el rigor y la soledad de su propia infancia. Ella siempre había puesto sus propias necesidades en último lugar; había aprendido a no esperar nada para sí misma. Era cautelosa con los hombres. Se medía con altas n o r m a s a u t o i m p u e s t a s de r e s p o n s a b i l i d a d p a r a con los otros, y relacionadas con la importancia de d a r . Siempre accesible para satisfacer las necesidades y exigencias de la familia, se sentía culpable al percibir que no estaba a la altura de sus propias nor-
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mas, imposibles de alcanzar. Y, sin embargo, h a b í a fracasado: tras un matrimonio roto, su hija mayor y el hijo de ésta vivían de nuevo con ella (y gran parte de la responsabilidad hacia el nieto había quedado en sus manos); su único hijo varón sufría u n a desventaja sustancial, debida a un problema ocular congénito; el tercer hijo estaba luchando infructuosamente en un matrimonio perturbado y, en ese momento, la menor, Sharon, tenía serios problemas con las autoridades. No obstante, ella consideraba su deber proteger a Sharon de la opinión de las autoridades y de la cólera decepcionada de su marido (del que Sharon había sido la hija favorita). El padre de Sharon era «el hijo menor de un hogar roto, concebido por accidente»; había pasado gran parte de su infancia internado en instituciones. La m a d r e lo había «tratado con extrema dureza, pero ella no podía consigo misma, con tantos de nosotros por cuidar. No puedo culparla. En realidad era una santa». Hombre trabajador, retraído, cauto y reservado en las relaciones, tenía la tristeza de que su afecto por los hijos, según él lo veía, había sido sumergido a lo largo de los años por el constante enredo de su mujer en la vida de ellos. Admitió que ocupaba una posición periférica en la familia, aceptó que no era particularmente capaz de expresar sus sentimientos, y habló renuente pero conmovedoramente sobre la dificultad de convencer a su mujer de que tomara algo para ella. Cualquier dinero que le diera, ella lo gastaba en los hijos. Si le compraba un vestido, se quejaba, y a menudo lo cambiaba en la tienda por algo para los hijos o nietos. El papel del hombre en la familia era principalmente el de proveedor material, tarea que realizaba a conciencia. P e r o parecía que, en muchos sentidos, la mujer lo trataba como a u n o m á s de los hijos, a veces con tolerancia e indulgencia, otras con exasperación. Su «incompetencia» e inaccesibilidad emocionales, su carácter no demostrativo, como esposo y como padre, y su concentración en cosas de fuera de la familia, parecían a su vez haber nutrido la sensación de la esposa de que «sólo contaba consigo misma», de que no tenía apoyo ni aprecio, confirmando su sentimiento de carencia de valía y su creencia de que el bienestar de la familia era una responsabilidad totalmente suya. El hombre admitió que estaba herido y decepcionado por lo que había sucedido, pero no quería ni oír hablar del retorno de Sharon al hogar hasta que hubiera demostrado que se podía confiar en ella. Cuando yo la vi, Sharon dijo que no se gustaba a sí misma. Además, ya no le interesaban los h o m b r e s ni el sexo. Parecía h a b e r quedado
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atrapada en el dilema que hizo célebre la agudeza de Groucho Marx: «Nunca me asociaría a un club que me aceptara a mí como miembro». Con poco respeto por sí misma, le costaba confiar en cualquier hombre como pareja posible. No obstante, había empezado a sentar cabeza y tenía la esperanza de que finalmente le devolverían los hijos. El rechazo del p a d r e la hacía desesperadamente desdichada, aunque se consideraba la única responsable, y esperaba p o d e r demostrarle que había cambiado de conducta. Idealizaba a a m b o s progenitores y aspiraba a emular a la madre, aunque no podía imaginarse «siendo tan buena». Desde m u c h o antes, para ella la maternidad significaba dar siempre prioridad a las necesidades de los hijos. Lo m i s m o que la madre, estaba empezando a verse primordialmente en los términos de lo que les daba a los otros o hacía por ellos, con criterios p a r a juzgar la calidad de su q u e h a c e r maternal que p r e m i a b a n m á s lo tangible/material que lo emocional. Ya estaba fijándose n o r m a s inalcanzables para «compensar a los chicos p o r las cosas horribles que permití que les ocurrieran», mientras que, al mismo tiempo, preveía un fracaso casi seguro en tal sentido. La madre de Sharon había sido empujada p r e m a t u r a m e n t e a una posición de responsabilidad, y sin que se le agradecieran sus esfuerzos; el padre de Sharon había sido un hijo «rechazado», incapaz de encolerizarse porque la madre era «una santa» que trataba de hacer lo mejor. Además, se h a b í a criado en instituciones d o n d e se r e c o m p e n s a b a la obediencia no asertiva, y no la individualidad. Los dos se casaron y dier o n forma a u n a relación complementaria en la q u e la mujer era el miembro excesivamente responsable, y el hombre el «inadecuado», con un rendimiento insuficiente. Los hijos habían sido los receptores de la devoción altruista de u n a madre sacrificada, y de un p a d r e m u y trabajador pero periférico. Estaban empezando a fracasar en sus relaciones de fuera de la familia. La hija mayor había vuelto al hogar, donde dependía considerablemente de la madre, y desatendía sus responsabilidades para con su propio hijo. Sharon había tratado de rechazar las «obligaciones», y durante un lapso breve estableció u n a coalición caótica con su violento segundo marido, pero en ese m o m e n t o estaba tratando de volver a casa de sus padres, de emular a la m a d r e y de recobrar el a m o r del padre, negando su propio derecho a u n a vida separada, continuando con la tradición familiar de sacrificarse por los hijos. Esta familia me fue derivada con las metas ya enunciadas (enunciadas en u n a consulta de profesionales cuya perspectiva era extre-
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m a d a m e n t e escéptica en cuanto a que pudiera lograrse algo) de tratar de ayudar a Sharon con sus problemas generalizados de autoestima y de alentarla gradualmente a ser más responsable. Estas metas se alcanzaron lo bastante como para que su hijos le fueran devueltos pronto y ella se m u d a r a con los niños a un pequeño apartamento. No obstante, esto no se logró trabajando con Sharon (salvo muy poco tiempo, para prever y discutir con ella los probables «problemas tempranos de reingreso»), ni entrevistando a toda la familia, sino principalmente a la m a d r e de Sharon, a fin de p e r s u a d i r l a de que fuera más egoísta y menos obsesionada por ayudar, m á s negligente con sus hijos y nietos. Ello se logró, al principio, definiendo lo que tenía que hacer como el sacrificio difícil pero necesario de u n a madre/abuela obviamente consagrada a estos roles, con el objeto de ayudar a su hija a convertirse en u n a madre más eficaz y apropiadamente independiente, que pudiera volver a unirse a sus pequeños. Pero resultó bastante interesante que ella comenzara a seguir la senda de un «egoísmo» creciente, no por sentido del deber, sino porque empezó a disfrutar de sí misma, a comprender que tenía derechos, y también p o r q u e ella y su esposo comenzaban a gozar de más tiempo juntos. Se c o m p r ó su primer vestido elegante y m á s bien costoso, en lugar de u n o razonable, adecuado para trabajar en casa e ir al supermercado. E m p e z ó a decir «no» a las peticiones de sus hijos, lo que al principio constituyó una experiencia extraña para ella. Como si hubieran sido liberados de sus «obligaciones» p o r la nueva libertad de la m a d r e y la relación mejorada de los p a d r e s , S h a r o n y sus h e r m a n o s c o m e n z a r o n a a s u m i r u n a responsabilidad m u c h o mayor por ellos mismos. Para el éxito de esta terapia pareció esencial, en p r i m e r lugar, el relevo cuidadoso de la pauta intergeneracional, con la madre y el padre, de m o d o q u e a m b o s pudieran identificar los efectos que ellos mismos padecían de la sensación, «obligación» y de los sentimientos de falta de valía q u e habían heredado de sus familias de origen (la pauta, y los constructos personales que habían surgido como consecuencia de ella, fueron definidos como los responsables del problema; no se culpó a las personas); en segundo término, la terapia apuntó a conductas específicas que tendían a mantener esa pauta, buscando modos de b l o q u e a r l a s o sustituirlas. Por ejemplo, se le sugirió a la madre que estuviera dispuesta a cuidar a su nieta sólo u n a vez a la semana, y no constantemente; que preparara la cena a u n a hora determinada, en lugar de s e r m o n e a r a quienes llegaban tarde y/o cocinar para ellos;
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tenía que decir, de una manera no provocativa, que lamentablemente se habían perdido la comida pero quizá e n c o n t r a r a n algo en la nevera si tenían h a m b r e , agregando que a ella le encantaría que mientras estuvieran en la cocina le prepararan u n a taza de té.
SISTEMAS DE CONSTRUCTOS PERSONALES
Con independencia de las experiencias intergeneracionales, lo que mantiene y perpetúa la pauta es la repetición de interacciones específicas, que surgen de las limitaciones de los sistemas de constructos presentes. Los siguientes son algunos ejemplos de los sistemas de constructos personales más limitativos: «Si sigo siendo paciente, afectuoso y leal, por peor que me traten, entonces finalmente...» «Lo que consigo es mi deber, lo menos que puedo hacer. No tengo ningún derecho a sentirme bien por ello.» «Haré lo que sea necesario para que mis hijos no sufran como he sufrido yo.» «Soy un fracaso y una persona sin valía a menos que logre...» «Lo único que me define es lo que hago por los otros, pero lo que haga será siempre menos de lo que debo hacer.» «De t o d o s m o d o s , lo que haga estará m a l o será insuficiente, de m o d o que t a m b i é n podría...» «Nunca p o d r é recompensarlos por lo que h a n hecho por mí, ni me lo merezco. Debo sentir más gratitud.» «Por lo que ellos me hicieron, tengo un bajo concepto de mis padres, incluso desdén. Me enfurece no poder confiar en ellos. No obstante, espero y exijo de ti u n a lealtad total y e s p o n t á n e a ( a u n q u e sospecho que al final traicionarás la confianza que te tengo).» «No se p u e d e confiar en nadie, de modo que, si no asumo yo la responsabilidad final, entonces...» «Lo q u e me h a c e feliz es la felicidad de todos», o «Por m á s que me cueste, en términos emocionales o físicos, la felicidad de todos es m á s importante que la mía.» Constructos de este tipo se insertan en los «argumentos» o «libretos» de vida de las personas. Como dijo Sartre, «un h o m b r e es siempre
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un contador de cuentos, vive rodeado de sus relatos y los relatos de otros, ve todo lo que le ocurre a través de ellos, e intenta vivir su vida como si la estuviera narrando» (1965). Al pasar revista con las personas de las influencias intergeneracionales que pueden considerarse los pilares de sus constructos, no pretendo procurarles la comprensión de algo que es, sino proponer un «es como si...», p u n t o en el cual mi trabajo difiere del enfoque de base psicoanalítica de Boszormenyi-Nagy. Un científico norteamericano, George Wald, ha dicho que «somos productos de compilación, más bien que de autoría». Yo veo el proceso de la terapia como más afín a la «recompilación» o «recompaginación»: es recorrer la historia de u n a persona y ayudarla a reescribir algunas partes. Mi posición es análoga a la de Sartre, quien dijo: «No soy afecto al m u n d o psicológico. Lo psicológico no es algo que exista. Digamos que uno puede mejorar la biografía de la persona» (cita sin referencias en Laing, 1965, pág. 120).
« E L QUE COMPRA UN PERRO NO SIGUE LADRANDO»
Según Keith y Whitaker, «los padres p u e d e n fracasar operativamente por ser demasiado algo: • • • • • •
demasiado demasiado demasiado demasiado demasiado demasiado
disciplinantes ambivalentes terminantes protectores rechazantes afectuosos
• • • • • •
demasiado demasiado demasiado demasiado demasiado demasiado pág. 10).
rígidos comprensivos estimulantes locos pacientes indulgentes» (1985,
Se diría q u e , siempre que alguien que p a r t i c i p a en u n a relación empieza a hacer demasiado de algo, sean cuales fueren sus móviles, a m e n u d o el otro o los otros, si no se sienten directamente impulsados a competir, tenderán a hacer menos de eso y/o m á s de lo opuesto. Por ejemplo, u n a secuencia común es la que se despliega cuando un progenitor ve al otro como demasiado estricto, y, p o r lo tanto, intenta restablecer el equilibrio siendo muy tolerante con los hijos. Lo habitual es que, al ver esto, el progenitor rígido se preocupe a ú n más por la disciplina. Este rigor creciente conduce a un a u m e n t o de la tolerancia en el otro progenitor, y así sucesivamente, hasta q u e estos padres quedan
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totalmente polarizados y todo sucede como si u n o «se apropiara» de toda la dureza, y el otro de toda la suavidad. Aunque en u n a relación no tiene p o r qué h a b e r una cantidad determinada de rigor o tolerancia, si se trata de un juego de suma cero* (Von N e u m a n y Morgenstern, 1944), parece que lo sea. Otra pauta común es la que aparece cuando un progenitor intenta constantemente p e r s u a d i r o empujar al otro a ser m á s expresivo con sus sentimientos. Muy p r o n t o p u e d e n polarizarse en t o r n o a este tema. El modo en que se polarizan parece decir muy poco en c u a n t o a sus verdaderos potenciales. Una pareja a p u n t o de romper llegó a la terapia p a r a realizar «un último intento de arreglar las cosas». Ella era sensible, emocionalmente abierta y expresiva; él era distante, racional y emocionalmente frío. Ella t r a t a b a c o n s t a n t e m e n t e de conseguir que él se «abriera». Él la veía c o m o t o t a l m e n t e irracional y eternamente insatisfecha, fuera lo que fuere lo que él hiciera. Finalmente decidieron separarse, y yo los ayudé a hacerlo con el máximo de autorrespeto y dignidad. Varios meses m á s tarde, o t r a mujer vino a verme por p r o p i a iniciativa. Se describió c o m o sensible, necesitada de afecto, e m o c i o n a l m e n t e abierta y expresiva. Dijo que el marido era frío, distante, y que no experimentaba n i n g ú n afecto. Le pregunté por qué pedía ayuda en ese momento, y me dijo que poco antes había conocido a un h o m b r e de características opuestas a las de su esposo: cálido, comprensivo y expresivo; estaba en contacto con sus propios sentimientos y era también sensible a los de ella. Al indagar algo más, descubrí que se trataba del mismo h o m b r e de la pareja anterior. Análogamente, en lo que respecta a la responsabilidad, si u n a persona empieza a ser responsable en exceso, es como si comenzara a recoger m á s de su p a r t e de la responsabilidad total disponible en la relación, de m o d o que el otro asume menos responsabilidad, o contesta con lo opuesto, p o r ejemplo, con incompetencia o irresponsabilidad. Si u n o c o m p r a un perro y después continúa ladrando cuando alguien golpea a la puerta, ¿por qué tendría el perro que hacer algo m á s que dormir y c o m e r galletas? Pero ver la incompetencia o la irresponsabilidad del otro es u n a razón justificable para a s u m i r m á s responsabilidad, con lo cual «más de lo mismo» lleva a «más de lo mismo», y así sucesivamente. Cuando pautas como éstas se c o m b i n a n con construc* En un juego de suma cero, cuando uno de los participantes gana, el otro pierde una cantidad igual. La ganancia y la pérdida, sumadas algebraicamente, siempre son iguales a cero.
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tos personales del tipo de los que hemos examinado, las polarizaciones pueden aparecer y enquistarse muy rápidamente. Mientras la persona demasiado responsable trabaja cada vez con más empeño, la otra, experimentando niveles crecientes de cólera, descalificación y culpa, es probable que se vuelva cada vez más incompetente o irresponsable, con lo cual la responsabilidad de la primera se a c r e c i e n t a proporcionalmente, etcétera, etcétera. Cuando existe un constructo que dificulta que la persona responsable abandone su posición, se vuelve imposible r e s p o n d e r a sus exigencias de que los otros sean m á s responsables. Ella siempre parece estar allí primero, a g u a r d a n d o y juzgando, y siempre prevalece su definición de lo que constituye un grado adecuado de responsabilidad. Incluso cuando está de a c u e r d o en ceder por cierto lapso, envía un claro mensaje de que sólo lo h a c e hasta que el otro esté a la altura de su definición de lo que deben ser las cosas. La lucha por estar a la altura de las exigencias rígidamente altas, a veces paranoides, de otro cuyas expectativas se parecen al horizonte (que siempre se aleja, p o r más rápido que uno corra), tiende a perpetuar los problemas, pues cuanto más imposible es recompensar, más crece la sensación de obligación y, como la gratitud, se vuelve «odio enmascarado». No presupongo malas intenciones en n i n g u n a de las partes; cada u n a hace, p o r lo general, lo que parece estar a su alcance en ese m o m e n t o , en vista de sus constructos personales y de la posición en que se encuentra. Las soluciones intentadas de cada lado para los problemas que afrontan en la relación, percibidos y experimentados de distinto m o d o p o r cada involucrado, se h a n vuelto partes de un círculo vicioso. En mi opinión, entonces es importante considerar no sólo las p a u t a s longitudinales, intergeneracionales, sino también los determinantes interaccionales, del «aquí y ahora». Como dicen Fisch y otros, «si la formación y el mantenimiento de los problemas se ven como partes de un círculo vicioso, en el que las conductas-solución bienintencionadas en realidad mantienen el problema, la alteración de esas conductas debe interrumpir el ciclo e iniciar la resolución» (1982, pág. 18). En otras palabras, «menos de lo mismo» p u e d e llevar a «menos de lo m i s m o » , y así sucesivamente. Sin embargo, he considerado que a b o r d a r sólo las componentes interaccionales de un problema, sin dedicar tiempo a los aspectos de «recompaginación» de la «biografía» intergeneracional, tiende a ser ineficaz cuando los problemas se han convertido en parte integral de una pau-
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ta de responsabilidad excesiva/insuficiente, «transmitida» a través de varias generaciones. Una mujer de 40 años se puso en contacto conmigo porque sufría de angustia aguda. Poco antes, había dejado a su esposo y a sus hijos ya adultos, e intentado iniciar una nueva vida sola, mudándose del campo a Sydney. El esposo había sido «el chico de al lado», su primer novio, y —según lo veía ahora— se había casado con él (a los 18 años) sobre todo p o r q u e sus familias y todo el pueblo lo esperaban. Había soportado veintidós años de aburrimiento. Él era un h o m b r e bueno y trabajador, y ella se sentía muy mal por haberle causado ese dolor. Pero estaba segura de haber hecho lo correcto. No obstante, su problema inmediato consistía en que, todos los domingos por la mañana, su madre la llamaba por teléfono y la sometía a u n a h o r a de críticas y exigencias de que volviera a vivir con su «pobre, desdichado marido, que te ama y nunca hizo nada para merecer lo que estás haciendo. Ninguna mujer puede pretender un mejor esposo». Después de una hora de tratar de razonar con su madre, apelando a ella, rogándole que escuchara y tratara de comprender el otro p u n t o de vista, esta mujer se convertía en «un charco de culpa líquida y cólera impotente, en el suelo, j u n t o al teléfono». Casi todos los domingos bebía la mayor parte de una botella de jerez pero, durante los siguientes dos o tres días, aliviada porque la llamada telefónica ya había cesado, se desenvolvía perfectamente bien en el trabajo que había e n c o n t r a d o . Después, a medida que la s e m a n a se acercaba a su térm i n o , e m p e z a b a a prever la llamada siguiente y a sufrir niveles crecientes de angustia. La cliente describió a su m a d r e como un a m a de casa de c a m p o , muy conservadora y tradicional, una mártir dominante que había gobern a d o a la familia (y, en muchos sentidos, a ú n seguía haciéndolo) p o r medio de ataques de migraña y de su incesante y duro trabajo. Después de explorar con esta cliente el modo en que sus dificultades presentes se insertaban en el contexto intergeneracional, le dije cómo tendría que a b o r d a r la siguiente llamada telefónica de su m a d r e . Una vez iniciada la conversación, lo antes posible, ella tendría que decir con calma, sin elevar la voz: «Sé que estás perturbada y lo lamento, no fue mi intención provocarlo, pero esto tengo que resolverlo yo misma, y no quiero hablar sobre ello en este momento». No debía decir nada m á s sobre el tema, a u n q u e tuviera que repetir esta frase u n a y otra vez. De ning ú n m o d o trataría de justificarse con su m a d r e , no le rogaría ni, de
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ninguna otra manera, trataría de explicar las razones que tuvo para hacer lo que había hecho. Al principio de la siguiente llamada telefónica, cuando la madre empezó a aplicar la presión, la mujer intentó lo que yo le había sugerido. En el otro extremo de la línea hubo una breve pausa, y después pareció que la madre había decidido ignorar esas palabras, pues conminó exigiéndole a la hija que se recobrara y saliera «de ese período tonto». La cliente repitió su frase. En total tuvo que hacerlo unas quince veces, mucho menos de lo que había previsto. La madre se había vuelto rápidamente menos difícil y, por primera vez, empezó a expresar interés en cómo le iba, en lo que disfrutaba con su nuevo empleo, etcétera. Al final de la llamada, en lugar de terminar con la exigencia habitual de que la cliente recobrara la sensatez y recordara sus responsabilidades, su madre le deseó «lo mejor», le dijo que se cuidara y puso fin a la conversación agregando «Dios te bendiga, querida». En las conversaciones que siguieron, aunque la mujer tenía que utilizar mi frase reiteradamente, muy pronto resultó inútil, pues la madre demostraba una comprensión creciente, hasta que al fin le confió que ella misma, en algunos momentos, había soñado con «alejarse de todo». La mujer recordó entonces lo que yo le había dicho sobre lo difícil que podría ser para su madre, que se había investido tanto, durante tanto tiempo, del modelo de rol tradicional, admitir para sí misma que las cosas podrían haber sido distintas. Lo que había hecho su hija quizá le hubiera subrayado de modo incómodo las oportunidades que ella misma había perdido para siempre. Fue importante no haberse limitado a constituir con esta mujer una coalición abierta o encubierta contra la madre; incluso aunque esta técnica podría haber dado resultado a corto plazo, probablemente habría generado más culpa con el transcurso del tiempo. Como observan Boszormenyi-Nagy y Spark, «la separación... puede inducir sentimientos de culpa en quien la consuma, y la culpa es el mayor obstáculo para el éxito de la emancipación auténticamente autónoma» (1984, pág. 32). Explorar la historia de su familia de un modo tal que la pauta, y no el progenitor, aparezca como el problema, hace que la técnica se convierta en un modo de limitar la influencia de esa historia, y no de tratar con más eficacia a la madre. La pareja a la que nos hemos referido en este artículo, que sentía haberle fallado al hijo, a los padres del esposo, y haberse fallado el uno al otro, estaba totalmente desmoralizada cuando vinieron a verme.
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El hijo menor, diagnosticado como «hiperactivo» a una edad temprana, y que por entonces tenía 21 años, siempre había sido difícil. En el transcurso del último año se había comportado de un modo cada vez más extravagante; poco tiempo antes había tomado una sobredosis. Estaba claro que durante veinte años ellos habían desatendido seriamente tanto su relación matrimonial como su propio desarrollo personal para cuidar de los hijos y, más recientemente, a la madre del marido, la que (según el hombre admitía) había conservado «un poder enfermizo sobre mí durante toda nuestra vida de casados». Los dos hablaron con anhelo de las vacaciones que soñaron durante muchos años: un viaje por Tasmania. Era algo que habían planeado hacer en cuanto todos los hijos tuvieran su propia casa. Después de examinar con este matrimonio el modo en que desantenderse a sí mismos formaba parte de una pauta que abarcaba por lo menos tres generaciones, les sugerí que consideraran la posibilidad de tomarse unas vacaciones en el curso de los próximos meses (el hombre era un conferenciante universitario y tenía varias semanas de vacaciones pendientes); después lo anunciarían sin discutirlo, sin pedir permiso a los hijos o a la madre. Si iban a seguir mi consejo, era importante que no justificaran su decisión ni la discutieran en el caso de que algún miembro de la familia planteara objeciones. Tenían que limitarse a anunciar que se iban porque habían decidido que querían (no que necesitaban) unas vacaciones a solas. Se rieron cuando les ordené que sólo se tomaran esas vacaciones si realmente las deseaban, y no que obedecieran a las instrucciones de su terapeuta. Varios días después telefonearon para posponer la entrevista siguiente, porque estarían en Tasmania. Para su sorpresa, nadie objetó nada, y el hijo menor incluso había acordado vivir con un amigo mientras ellos estuvieran fuera. CONCLUSIÓN
Una pauta polarizada y crónica de responsabilidad excesiva e insuficiente en la familia está insertada verticalmente en una tradición histórica, intergeneracional, y también, horizontalmente, en secuencias repetitivas de conductas que reflejan sistemas de constructos personales limitantes. La terapia para los problemas que surgen en tales familias debe tener en cuenta y abordar tanto los temas intergeneracionales que han conducido a los sentimientos de falta de valía, obli-
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gación, culpa, etcétera, y que constituyen un rasgo de tales sistemas, como también las pautas interaccionales del «aquí y ahora» que sirven para m a n t e n e r e intensificar los problemas, y los constructos a través de los cuales se los ve. A través del proceso de pasar revista y reescribir, p u e d e n verse como «culpables» la p a u t a transaccional intergeneracional y los constructos personales que la h a n causado y resultan de ella; no son culpables los actores involucrados, con lo cual éstos pueden ser m á s fácilmente persuadidos de que desafíen dicha pauta intentando «menos de lo mismo» en relación con los problemas específicos de sus relaciones presentes. Hemos escogido nuestros ejemplos con la idea de subrayar los temas del artículo, no para sugerir que estos problemas puedan, en general, ser resueltos sustancialmente por medio de prescripciones conductuales simples (aunque esto es a veces lo que parece suceder), ni tampoco que es s i e m p r e fácil persuadir a las personas de que intenten enfoques que contradicen por completo mucho de lo que h a n creído durante numerosos años.
UNA HISTORIA FINAL
Una mujer de 35 años me fue derivada después de una prolongada «depresión». Esposa y madre muy trabajadora, con la casa obsesivamente limpia, hija única de «padres estrictos, ejemplarmente católicos irlandeses», ella siempre había sido «una niña buena» y, hasta donde podía recordarlo, nunca había mostrado signo alguno de rebelión. Sin embargo, no se sentía «una niña b u e n a » . Estaba en lucha con sentimientos de falta de valía y fracaso. «Soy m u y egoísta. Tengo dos hijos maravillosos, aunque a m e n u d o me h a c e n pasar malos momentos, y mi esposo trabaja mucho para darnos bienestar en la vida.» Le dije que, según mi experiencia, la mayoría de las personas que se sentaban en mi consultorio y se declaraban egoístas no tenían la m e n o r idea de cómo serlo. Ella estuvo de acuerdo en que básicamente no había hecho nada p a r a sí misma hasta donde podía recordarlo, y finalmente aceptó, p o r lo menos en un nivel intelectual, que era importante ser egoísta a veces, y que el egoísmo sólo era malo si era excesivo. También aceptó, a u n q u e la idea le resultó difícil de captar, la seguridad que yo le daba de que el hecho de que fuera m á s egoísta representaría un beneficio d u r a d e r o para sus hijos. Al final de la sesión acordó considerar seriamente mi sugerencia de que, d u r a n t e la quincena siguiente, per-
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maneciera abierta a la posibilidad de sorprenderse haciendo espontán e a m e n t e algo egoísta, e incluso quizá un poco perverso. Vino a la sesión siguiente con u n a m i r a d a traviesa y p r e s u m i d a . Varios días después de la ú l t i m a entrevista, h a b í a p r e p a r a d o a los chicos para que fueran al colegio, y cuando se metió en la cocina a lavar los platos (siguiendo lo que era su práctica diaria normal de limpiar la casa de u n a punta a otra), miró los platos y, para su sorpresa, se encontró diciéndoles: «Maldición, podéis esperar hasta más tarde». Sin siquiera haberlo pensado, supo que iba a ir a la playa. Ésa sería la p r i m e r a vez que lo haría sin el resto de la familia. Sacó el traje de b a ñ o del guard a r r o p a pero, viendo que estaba algo ajado, se fue en su p r o p i o coche hasta la playa y entró en u n a tienda a comprarse un traje de b a ñ o nuevo. Se detuvo ante los de cuerpo entero, pero advirtió que la mayoría de las mujeres, algunas de ellas de m á s o m e n o s su m i s m a e d a d , y m u c h a s m á s robustas que ella, estaban c o m p r a n d o bikinis. Después de cierto tiempo, reunió todo su coraje y se compró un bikini. Se sentía m u y turbada, pero pronto comprendió que, aunque la tienda estaba llena de gente, nadie se había fijado especialmente en ella. Después de pasar un rato en la playa, notó que muchas de las mujeres que estaban a su alrededor se habían quitado la parte superior de sus bikinis. «...¡Y entonces tuve ese pensamiento perverso!» Hasta el día de hoy, la familia de esta mujer no sabe q u e t o m ó el sol sin la parte superior del bikini («¡Si mis padres lo supieran, se horrorizarían!»). Ya no está deprimida, y, por lo general, se siente m u c h o m á s confiada. Los hijos le resultan m u c h o más fáciles de manejar, y el esposo es m u c h o más atento. «No lo he vuelto a hacer, y probablemente no lo haré más. El bikini está doblado en el fondo del cajón de mi tocador. Lo importante es que sé que está allí y que, si yo quisiera, podría hacerlo de nuevo.»
EPÍLOGO
EPÍLOGO
Consideramos importante terminar con u n a advertencia a los terapeutas, breves o de otro tipo, acerca de la obra de un colega un tanto peligroso llamado Moshe Talmon. Es el autor de un libro, Single-Session Therapy, cuyo título basta p a r a q u e se nos p o n g a el vello de punta a quienes nos dedicamos a la práctica privada con dedicación completa (Talmon, 1990). Intrigado por la cantidad de clientes/pacientes que sólo asisten a u n a sesión (lo q u e m u c h o s t e r a p e u t a s , en el seno de muchos marcos, definirían como «abandono»), Talmon decidió emprender alguna investigación de seguimiento, en principio con sus propios pacientes. A pesar de mis temores acerca de lo que oiría, los resultados de mis seguimientos parecieron casi demasiado buenos para ser verdad: el 78 por ciento de los doscientos pacientes a los que llamé dijeron que en la sesión única habían obtenido lo que querían y se sentían mejor o mucho mejor en relación con el problema que los había llevado a buscar terapia (Talmon, 1990, pág. 9). Examinando las pautas de la práctica de más de treinta psiquiatras, psicólogos y asistentes sociales que trabajaban en un centro médico, también determinó que las terapias de sesión única (TSU) no eran poco c o m u n e s : «...la orientación terapéutica de los profesionales no tenía ningún efecto sobre el porcentaje de las TSU eficaces en relación con el total de pacientes de cada uno» (pág. 7). Más tarde, la investigación fue ampliada. Con la colaboración de dos colegas, Michael Hoyt y Robert Rosenbaum, Talmon emprendió un programa de investigación más formal. De los contactos que habían asistido a u n a sola sesión, el 88 p o r ciento dijo que había experimentado « m u c h a mejoría»; el 79 p o r ciento pensaba que la sesión única había sido suficiente, y el 65 p o r ciento también había experimenta-
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do cambios en ámbitos que no eran los que los habían llevado a buscar terapia. A petición de Talmon, Mordecai Kaffman, director médico de la Clínica de N i ñ o s y Familias de Kibbutz de Israel, realizó un estudio similar. Su investigación llegó a resultados análogos. En su libro, Talmon proporciona orientaciones amplias y claras acerca de c ó m o realizar terapias eficaces de sesión única. Los casos descritos demuestran que la gama de personas que pueden ser signific a t i v a m e n t e ayudadas de este m o d o a b a r c a desde clientes con dificultades relativamente directas, hasta aquellos que sufren depresión, angustia, problemas de peso, secuelas del divorcio y violencia familiar. El lector comprenderá por qué considero que esta investigación es extremadamente ominosa. La mayoría de quienes nos dedicamos a la práctica privada sobrevivimos razonablemente si nuestros clientes vienen a vernos las cinco o seis sesiones que gran p a r t e de la investigación considera el número promedio de visitas que ellos tienden a hacer. No obstante, si se difunde la idea de que se puede obtener mucha ayuda con u n a sola sesión, quizá tengamos que comprarnos taxis o dedicarnos a alguna otra ocupación de j o r n a d a parcial p a r a complementar nuestros ingresos. Una advertencia final. Como terapeutas breves, hemos encontrado que es común, particularmente en las sesiones del trabajo, que los colegas nos h a g a n preguntas del tipo «Sí, pero ¿y qué si...?». Por ejemplo: «Sí, p e r o ¿y qué si ella hubiera estado d e p r i m i d a clínicamente y hubiera sido realmente suicida?» «Sí, pero ¿y qué si los padres se hubieran negado a dar un paso atrás p o r q u e los problemas de su hijo adolescente e n m a s c a r a b a n sus dificultades matrimoniales?» «Sí, pero ¿y qué si él era adicto a la conducta violenta?» Estas p r e g u n t a s son intentos genuinos de c o m p r e n d e r mejor los principios y valores de la terapia breve. Sin embargo, a veces quien las hace, en lugar de preguntar, está definiendo claramente su propia posición acerca de como él o ella piensa que debió haberse diagnosticado y t r a t a d o el caso. Un colega nos ha autorizado a reproducir u n a historia que él construyó y que puede utilizarse p a r a responder a las preguntas que, sin duda alguna, pertenecen al último tipo citado.
GUlA BREVE DE TERAPIA BREVE
Un cliente fue rechazado por sus padres a la edad de dos anos; lo crió entonces un grupo de gorilas que vivía en los barrios bajos de la zona portuaria de San Francisco. Después de luchar por aprender inglés en los fragmentos de periódicos abandonados en los cubos de basura del puerto, se enfrentó al problema de una lealtad dividida en la guerra entre las pandillas callejeras hispanas y el grupo de gorilas, sintiendo simultáneamente la sensación de dislocación de los hispanos y la opresión cultural que experimentaban los gorilas. Después de hacerse a la idea de que era una persona y no un primate inferior, se arrastró hasta una iglesia, donde fue objeto de abuso sexual sistemático por parte de una sucesión de personas, antes de volverse codependiente y adoptar como estilo de vida la ayuda a los jóvenes monos sin hogar. En la terapia, luchamos con sus pensamientos activos de colgarse de las rampas de la autopista, y decidimos no informar a las autoridades de su activa y seria «ideación de primate», pero le contamos nuestras propias experiencias de las veces en que nos sentimos como si estuviéramos comiendo bananas. Desde luego, somos incapaces de responder a preguntas como: «Sí, pero ¿y qué si hubiera sido criado por un grupo de jirafas?» (Michael Durrant, 1992, comunicación personal).
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ÍNDICE DE NOMBRES
ÍNDICE DE NOMBRES
Adcock, C. J., 45 Adler, A., 161 Ahola.T., 111, 112. 126 Alexander, J. F., 35 Anderson, A., 163, 166 Anderson, H., 40, 83 Bandler.R., 151 Bateson, Gregory, 19, 20 Beavin, J. H., 20 Bem, D. J., 65 Berg.I.K., 117,123 Bettinghaus, E. P., 89 Bobrén, H. M., 88 Bodin, A., 45, 65, 156 Boscolo, L., 21 Boszormenyi-Nagy, 174, 178, 179, 184, 188 Brehm, J. W., 162 Breunlin, D., 160, 165 Brock, T. C, 91 Bronowski, J., 37 Brooks, W. D., 83, 88 Bums, Robert, 120 Cacioppo, J. T., 91 Cade, Brian, 13, 23, 30, 32, 46, 59, 66, 90. 99, 136, 163, 165, 166, 171 Capra, F., 51 Card.O. S., 111 Carroll, Lewis, 159 Cecchin, G., 21 Chomsky, N.. 40 Cicerón, 69 Cody. M. J., 89 Colgan-McCarthy, I., 86 Combs, G., 158 Comwell, M., 165 Coyne, J. C, 127, 131,133 de Bono, E., 44 Dell, P. F., 166 de Shazer, Steve, 16, 23, 33, 73. 79. 113, 114, 115, 117,118,119, 121,157
Dowling, E., 167 Duncan, B. L., 38 Dunlap, K., 161 Durrant, M., 194 Eco, U., 49 Epston, D., 33 Erickson, Milton, 19, 20, 95, 139, 142, 143, 144, 145, 146, 150, 161 Fane.J., 171 Ferber, A., 156 Feyerabend, P., 60 Fisch, R., 20, 21, 23, 27, 29, 72, 73, 161, 186 Fisher, L., 163, 166 Fishman, H. C, 156 Flaskas.C, 130, 132 Frankl,V., 160, 169 Freedman, J., 158 Frude, N., 167 Fry, William Jr., 19 Furman.B., 33, 111, 126 Gendlin, E. T., 66 Gentry, D., 160 Goolishian, H. A., 40 Greenberg, G. S., 20, 35, 64 Grinder, G., 151 Grube, J., 91 Haley, Jay, 15, 19,20,23,29, 30, 146,161,167 Hanré, R., 61 Harrison, J. G., 37 Heath, R W., 83. 88 Hoffman, Lynn, 21 Hoyt, M., 192 Jackson, D. D., 20, 64 Jacobson, L., 45, 59 Jones, J.E., 163, 166 Jordán, L., 87 Kaffman, M., 193
Kearney, P., 86 Keith, D. V., 184 Kelly, G., 23, 28, 32, 37, 40-41, 176 Kiesler, C. A., 122 Kleckner, T., 61,62, 67 Koestler, A., 150, 151 Kowalski, K., 122 Kral, R., 122 Krasner, B., 174 Kundera, M., 61 L'Abate, L., 161, 166, 167 Laing, R D., 184 Lankton, C, 27 Lankton, S., 27 Lisiecki, J., 161 Maccitelli, F., 161 McGregor, H., 103 McGuire, W. J., 93 Madanes, C, 23, 24, 31-32, 34 Markowitz, L. M., 83 Maturana, H. R., 84 Miller, G. R., 90 Müler, S. D., 116 Minuchin, S., 20, 156 Mischel, W., 43 Molnar, A., 113 Montalvo, B., 20 Morgenstern, O., 185 Mozdzierz, G., 161 Nietzsche, F., 171 Nisbett, R. E., 65 Nunnally, J. C, 88 OHanlon, William H., 13, 14, 23, 33, 59, 119, 121,142 O'Reilly-Byrne, N., 86 Palazzoli, M. S., 21, 161, 164, 165, 166 Papp, Peggy, 22, 23, 25, 165 Parsons, B. V., 35 Pascal, 83 Pearson, R, 165 Peller, J. E., 33 Perloff,R.M.,91 Petty, R. E., 91 Prata, G.. 21 Rabkin, R., 19,21,22,69 Riskin, Jules, 20 Rohrbaugh, M., 162, 166 Rokeach, M., 88 Romain, J., 69 Rose, S., 71
205
Rosen, J., 161 Rosen, S., 144 Rosenbaum, R., 192 Rosenhan, D. L., 46 Rosenthal, R, 45, 46, 59 Rossi, E. L., 95, 139, 145. 146, 150, 161 Russell, Bertrand, 17, 19, 166 Russell, Peter, 42 Sartre, J.-P., 183-184 Satir, Virginia, 20 Schacter, S., 61, 65 Scheflen, A. E., 50, 71 Schultz, D., 40, 44 Secord, P. R, 61 Shakespeare, W., 127 Shannon, C E . , 19 Singer, J. E., 61, 65 Southgate, P., 163 Spark, G. M., 174, 178, 179, 188 Speed, B., 49, 52, 56, 165 Spencer-Brown, G., 37, 38, 40 Stanton, M. D., 21,34-35 Stapp, H. P., 51 Stephens, B. J., 177, 178 Storms, M. D., 65 Strauss, A. L., 111 Talmon, M., 192-193 Teisman, M. W., 160 Tennen, H., 162 Von Neuman, J., 185 Waddington, C. H., 56, 97 Wald, G., 184 Wallas, L., 149 Walter, J. L., 33 Watzlawick, P., 15, 20, 21, 25, 49, 51, 59, 72, 97, 127, 159, 160, 161, 163, 166, 167 Weakland, J. H., 15, 19, 21, 22, 23, 26, 30, 72, 87, 97, 98, 161 Weaver, W., 19 Weeks, G., 161,166, 167 Wegner.D. M., 131 Weiner, N., 19 Weiner Davis, M., 23, 33, 112, 113, 119, 121 Welwood, J., 55 Whitaker, C. A., 184 White, M., 33 Whitehead, A. N., 19, 56 Winnicott, D., 171 Yates, J., 160 Zeig, J., 139 Zukav, G.,47, 51, 127
ÍNDICE ANALÍTICO
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ÍNDICE ANALÍTICO
Adecuación o ajuste, 57-59 Analogía, 149-152 — adopción del modo preferido del cliente, 142-152 — comunicación a través de la, 32 — «caja negra», 37 Véanse también Anécdotas, parábolas y relatos; Metáfora Anéctodas, parábolas y relatos, 152-154 Véanse también Analogía; Metáfora Anorexia: — enfoques sistémicos de la intervención, 164 «Asociados de Milán», 21, 136 Atribución, 55-56 Brief Family Therapy Center. Véase Centro de Terapia Familiar Breve Brief Therapy Center. Véase Centro de Terapia Breve Cambio anterior a la sesión, 112-133 Cambio, 30-31 Centro de Terapia Familiar Breve (Milwaukee), 112 Centro de Terapia Breve (Palo Alto, California), 15, 72, 73-74, 97, 161 — bases para el modelo de la terapia breve, 25 — e importancia de la conducta y la terapia familiar, 64 — impacto temprano en el campo de la terapia familiar, 21 — Instituto de Investigación Mental, 20, 21 Centro per lo Srudio della Famiglia (Milán), 161 Cerebro: — niveles de explicación para comprenderlo, 71 Clínica de Niños y Familias de Kibbutz (Israel), 193
Clínica de Orientación Infantil de Filadelfía, 120 Coaliciones transgeneracionales, 20 Colonización, 168-169 Competencia, 111 Connotación positiva, 133, 164 Constructos: — definición del visitante, 73 — definiciones de los, 42 — el cliente hostil, 72-3 — el presente y el futuro como focos de las soluciones, 75 — enfoques centrados en el futuro, 79-81 — enfoques centrados en el presente, 76-78 — identificación de la causa «real», 71 — las operaciones básicas, 38-40 jerarquías de distinciones, 39 — y jerarquía de influencias, 70-71 Control social, 71, 86-87 — investidura en el, 98-99, 148 Descripción en vídeo, 71, 76, 80, 119 Diagnóstico. Véase Evaluación, procesos de Directivas paradójicas, 21 Directivas, 31-32, 83, 122 Disfunción jerárquica, 23-25 Distinciones, trazados de las, 38, 43 — jerarquías de distinciones, 38, 42, 70 — operación básica, 38-40 «Efecto Pigmalión», 55 Emociones, 61-67 — autoatribución de, 65 — como preparación para la acción, 64 — diferentes enfoques terapéuticos de las, 63 — importancia de escuchar y realimentar, 62-64 — importancia de la conducta y las, 64 — interpretación de las, 64-67 — su abordaje por el terapeuta, 61-62 — sus efectos sobre el recuerdo de experien-
cias pasadas, 64, 65 Empatia, 80 Empleo de las aptitudes naturales del cuerpo, 154-55 Enfoques anarquistas, 60 Enfoques en el futuro, 33, 75, 125-126 Erickson, Milton: — técnicas de utilización, 142 — y el uso de la seudoorientación en el tiempo como técnica hipnótica, 19-20, 119 — y la teoría de la intervención, 27 Esquizofrenia, 20 — complejidad de la, 70 — enfoques sistémicos de la intervención en la, 164-165 Etapas de la vida, 29 Ética: — y uso de las intervenciones paradójicas, 166-167 Evaluación, proceso de, 69-82 — clarificación y expresión de las metas, 7982 — construcción de un problema resoluble, 82 — creación de «una realidad», 70 — definición del comprador, 73-74 — definición del foco, 72 — definición del quejoso, 73 — determinación del problema, 75-76 — enfoques diferentes de la, 70 — formación para la, 33-34 — intervención terapéutica, 27-33 — peligros de la sesión única, 192-193 — preguntas «¿y qué si...?», 193-194 — relación de compra, 72-75 importantes aspectos de la, 73-74 la relación terapéutica, 74-75 Excepciones, 77, 114-118 Family Institute. Véase Instituto de la Familia Figura/fondo: efecto de las tendencias del observador, 45-46, 51-55 Formación de los terapeutas, criterios para la, 33-34 Haley, Jay: — criterios para la selección y formación de los terapeutas, 33-34 Hipnosis: — técnicas hipnóticas, 21 — y empleo de las aptitudes naturales del cuerpo, 154-55 Homeostasis familiar, 19, 165
Imaginería, 151 Influencia y pericia, 83-85 — neutralidad, 85-87 Instituto de Investigación Mental (MRI), Véase Centro de Terapia Breve Instituto de la Familia (Cadiff, Gales), 165 Intervención en la pauta: — contextúa!; utilizando aspectos de las propias conductas y creencias del cliente, 142143 — ejemplos, 143-148 — enfoques individual e interpersonal, 139 — intervención en pautas de atracón, 140 141, 145 — modificando las acciones del problema, 139-148 — principales modos de la, 142-143 — y el rapport con el cliente, 148 — y «relación de compra», 148 Intervención terapéutica, 27-33 — comunicación por medio de la analogía, 32 — directivas, 32-33 — etapas de la vida, 29 — generación del cambio, 30 — pautas como hábitos, 28-29 — principios de la, 27-28 Intervenciones. Véanse Intervenciones enmarcadoras; Intervenciones paradójicas; Intervención en la pauta; Soluciones Intervenciones de fórmula, 113 Intervenciones enmarcadoras, 127-137 — búsqueda del marco correcto, 137 — como proceso interaccional, 131 — como un proceso de colaboración, 130-32 — definición, 127-28 desenmarcamiento, 129 reenmarcamiento, 128 — ejemplo de desenmarcamiento, 135-136 — jerarquías de constructos, 128 — potencial curativo del reenmarcamiento, 131 — reenmarcamiento y desenmarcamiento, 128-137 diferencia entre, 130 — y congruencia suficiente, 133 — y «verdades subjetivas», 130 Intervenciones paradójicas, 159-169 — clases de escalada de la estrategia paradójica, 163-164 redefinición, 163 reorientación, 164 — clasificación de las paradojas, 162-163 — confusión con la confrontación o el desa-
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GUÍA BREVE DE TERAPIA BREVE
fío, 160 — c o n t r a i n d i c a c i o n e s , 166 — definición de la p a r a d o j a , 159-160 — definición de las técnicas paradójicas, 160161 — e m p a t i a , no t r a m p a , 168-169 — enfoque de e q u i p o , 165 — enfoque dialéctico para comprenderlas, 166 — enfoques s i s t é m i c o s , 165 — éxitos c o n las, 160 — historia de las, 161 — niveles de c a m b i o : p r i m e r y s e g u n d o o r d e n , 165-166 — p r e s c r i p c i ó n del s í n t o m a , 161 — p r e s c r i p c i o n e s b a s a d a s en el desafío, 162 — p r e s c r i p c i o n e s b a s a d a s en la obediencia, 162 — teoría de B r e h m de la r e a c t a n c i a psicológica, 162 — y el «juego familiar», 164-165 — y e m p l e o de m e n s a j e s del observador, 165 — y ética profesional, 166-167 — y m a n i p u l a c i ó n , 166-167 — y p r o c e s o de colonización, 169 J e r a r q u í a y o r g a n i z a c i ó n , 124 J u e g o d e s u m a c e r o , 185
P a r a d i g m a i n t e r a c c i o n a l , 17 P a r a d i g m a s i s t é m i c o , 17 P a u t a s c o m o h á b i t o s , 28-29 — c o m o c o n c e p t o unificador, 139 P a u t a s i n t e r g e n e r a c i o n a l e s , 174-175, 190 P e r s u a s i ó n , 87-95 — c o n g r u e n t e c o n los d e s e o s del cliente, 8889 — efectos de la a u t o c o n f r o n t a c i ó n , 91 — e f e c t o s de la r e p e t i c i ó n de los mensajes p e r s u a s i v o s , 93-94 — e m p l e o de a l t e r n a t i v a s ilusorias, 94 — e m p l e o de a r g u m e n t o s en c o n t r a r i o , 9 1 92 — e m p l e o de a r g u m e n t o s g e n e r a d o s por el p r o p i o sujeto, 90-91 — j e r a r q u í a de c r e e n c i a s , 88 — validación de los s e n t i m i e n t o s del cliente, 88-89 — y cliente d o g m á t i c o , 89-90 P h i l a d e l p h i a C h i l d G u i d a n c e Clinic. Véase Clínica de Orientación Infantil de Filadelfia «Potencial c o l o n i z a d o r » , 86 « P r e g u n t a del m i l a g r o » , 77, 80, 114, 118-122 P r e g u n t a s «¿y q u é sí...?», 193-194 P r e s c r i p c i ó n del s í n t o m a , 161-162, 165 Principio de e c o n o m í a , de Guillermo de Occam, 17,40 Profecía d e a u t o c u m p l i m i e n t o , 5 1 , 5 9
Lenguajes, 40 Manipulación, 16, 84-85, 130-132, 166-167 «Mapas m e n t a l e s » , 32 M a r c o s , 127-28 M á s de lo m i s m o , 2 5 , 55, 97-98, 185 Memoria: — p r o c e s o s de la, 42 Mental Research Institute (MRI). Véase Centro de Terapia Breve Metáfora, 149, 150, 156-157 — a través de la a c c i ó n , 156 — m e n s a j e s m e t a f ó r i c o s del t e r a p e u t a , 157158 — t a r e a s m e t a f ó r i c a s , 157 Véanse también Analogía: Anécdotas, p a r á bolas y relatos M e t a s , 79-82 Mitos c u l t u r a l e s , 5 3 , 176 Motivación: — tal c o m o la p e r c i b e el t e r a p e u t a , 21 Negociación del p r o b l e m a . Véase Evaluación, proceso de N e u t r a l i d a d en la t e r a p i a , 85-87
Realidad, 4 9 - 6 0 — « c o m p a r t i d a » , 57 — c o s a s y h e c h o s , 4 9 , 50 — de la familia, 52-53, 54, 55, 57 — d e b a t e s o b r e la n a t u r a l e z a de la, 49 — e n f o q u e s a n a r q u i s t a s de las concepciones d e la, 59-60 — influencia de las p a u t a s de asociación, 52,53, 53-60 — m a r c o p a r a p e n s a r l a , 59 — niveles de la r e a l i d a d definida, 49-50 d i f e r e n c i a c i ó n e n t r e los, 59 g r a d o de « a d e c u a c i ó n » entre los, 59-60 — p e r c e p c i o n e s de la, s e g ú n las tendencias, 51-55 — p r o b l e m a s de definición de la, 50 — p r o c e s o de « e n d u r e c i m i e n t o de las categorías», 59 — significado, 50 — y el p o d e r de la p r o f e c í a de a u t o c u m p l i miento, 55, 59 R e e n m a r c a m i e n t o y rerrotulación, 32 Véanse también I n t e r v e n c i o n e s de r e e n marcamiento
ÍNDICE ANALÍTICO
R e s i s t e n c i a , 72-73 R e s p o n s a b i l i d a d excesiva e insuficiente: — c o n s e c u e n c i a s del f u n c i o n a m i e n t o excesivo, 173-174 — c o n t i n u u m , 176-183 — — ejemplo, 179-183 p a u t a s o p u e s t a s de adaptación: «humildes» y «exaltadas», 177-178 — ejemplo, 189-191 — enfoque terapéutico, considerando las pautas transaccionales intergeneracionales, 173-174 -— génesis de la, en las experiencias formativas, 174-176 — h a c e r d e m a s i a d o de algo, 184-189 el p r o c e s o del círculo vicioso, 186-189 — j u e g o de s u m a cero, 185 — « m e n o s de lo m i s m o » , 190 — m i t o s culturales sobre las relaciones entre los roles, 175-176 — niveles de r e s p o n s a b i l i d a d , 173-174 — relaciones «perseguidor/rescatador», 172 — s i s t e m a s de c o n s t r u c t o s personales, 183184 — y s e n t i m i e n t o de culpa, 188 Restricción. 9 3 . 162 S a n t a C o l u m b i a de Escocia, 125 S e c u e n c i a s , 23 Síntomas: — c o m o se los ve en la t e r a p i a e s t r a t é g i c a , 24-25 Soluciones: — a l e n t a n d o « m e n o s de lo mismo», un ejemplo, 104-109 — c u l p a y r e s p o n s a b i l i d a d , 103-104 — el foco en el futuro, 125 — excepciones, c u a n d o no h a y queja, 114 — i n t e n t a r algo diferente, 102-103 u b i c a c i ó n en escala, 122-103 — «intervenciones de fórmula», 113-114 — m é t o d o s q u e no s u e l e n d a r resultado, 99104 autosacrificio/autonegación, 101 «¡hazlo e s p o n t á n e a m e n t e ! » , 101 p o s t u r a de s u p e r i o r i d a d moral, 100 s e r m ó n no solicitado, 100 — q u e se c o n v i e r t e n en el p r o b l e m a , 97-100 p a u t a s q u e se autorrefuerzan y autom a n t i e n e n , 98 — « p r e g u n t a del milagro», 80, 114, 118-122 — t a r e a de la p r i m e r a sesión, 112-113 — y e m p l e o c u i d a d o s o d e l l e n g u a j e p o r la
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t e m p e r a t u r a , 121 Soluciones intentadas, 25. 26, 79, 97, 103, 186 Tarea de la p r i m e r a sesión, 112 T e n d e n c i a del e x p e r i m e n t a d o r , 4 5 Teoría de los t i p o s lógicos, 166 Terapeutas: — a b o r d a j e de las e m o c i o n e s del cliente, 6 1 62 — m e t a s y p r e o c u p a c i o n e s de los, 22 — selección y formación de los, criterios para la, 33-34 — y reputación manipulativa/no ética, 16-17 Terapia breve/estratégica: — a l c a n c e de este libro, 16-18 — a p l i c a c i ó n de s o l u c i o n e s « e r r ó n e a s » , 2526 — definiciones de la, 22-23 — d e s a r r o l l o de la, 15 — ejemplos de c o n s t r u c t o s l i m i t a n t e s , 183 — enfoque de la, 22-27 c e n t r a d o s en el p r o c e s o y los c i r c u i t o s d e r e a l i m e n t a c i ó n , 25-27 • interesados en la forma y la función, 2425 — e x t r a c c i ó n de los, 41 — f i g u r a / f o n d o : efectos de la t e n d e n c i a del o b s e r v a d o r , 45-47 — historia t e m p r a n a de la, 19-22 — p a u t a s de a s o c i a c i ó n , 42 d e s a r r o l l o de j e r a r q u í a s de, 42 i r r e a l i d a d , 46 — p e r s o n a l e s , 32, 40-44 d i m e n s i o n e s p r i m a r i a s , 43-44 p e r m e a b l e s e i m p e r m e a b l e s , 44 p r o c e s o s d e m e m o r i a , 42-43 teoría de las p e r s o n a l i d a d e s (Kelly), 4041 — principales t e m a s y desarrollos de la, 34-35 — vías e n t r e a s o c i a c i o n e s , 42 — z o n a s de p r e o c u p a c i ó n acerca de la, 16-17 Terapia d e s e s i ó n ú n i c a : — peligros de la, 192-193 Terapia e s t r a t é g i c a : — d e f i n i c i ó n (Haley), 22 — enfoques i n t e r e s a d o s en la forma y la función, 23-24 — s í n t o m a s , 24-25 Véanse también T e r a p i a breve/estratégica Validación, 6 3 , 88 Verdad subjetiva, 46-47, 130-32
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