La idea del progreso
Humanidades
John B. Bury
La idea del progreso
El libro de bolsillo Filosofía Alianza Editorial
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T raductores: Elias Díaz y Julio Rodríguez Aramberri
Primera edición en «El libro de bolsillo»: 1971 Primera edición en «Área de conocimiento. Humanidades»: 2009
Diseño de cubierta: Alianza Editorial Ilustración de cubierta: Kupferdreh-Ruhr
Reservados todos los derechos. El contenido de esta obra está protegido por la Ley, que establece penas de prisión y/o multas, además de las correspondientes indemnizaciones por daños y perjuicios, para quienes reprodujeren, plagiaren, distribuyeren o comunicaren públicamente, en todo o en parte, una obra literaria, artística o científica, o su transformación, interpretación o ejecución artística fija da en cualquier tipo de soporte o comunicada a través de cualquier medio, sin la preceptiva autorización.
© AlianzaEditorial,S.A.,Madrid, 1971,2009 Calle Juan Ignacio Luca de Tena, 15; 28027 Madrid; telifono 91393 88 88 www.alianzaeditorial.es ISBN: 978-84-206-6334-0 Depdsito legal: M. 52.800-2008 Impreso en Efca, S. A. Printed in Spain
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Dedicado a la memoria de Charles Francois Castel de Saint-Pierre Marie Jean Antoine Nicolas Caritat de Condorcet, Auguste Comte, Herbert Spencer, y otros optimistas mencionados en este volumen.
Tantane vos generis tenuit fiducia vestriî
Prólogo
Se puede creer o no en la doctrina del Progreso, pero en cualquier caso lo que indudablemente posee interés es ana lizar sus-orígenes y evolución histórica, incluso si en última instancia resultase no ser más que un idolum saeculi porque de hecho ha servido para dirigir e impulsar toda la civiliza ción occidental. El progreso terrestre de la humanidad constituye, en efecto, la cuestión central a la cual se subor dinan siempre todas las teorías y movimientos de carácter social. La frase civilización y progreso ha quedado estereoti pada para indicar el juicio bueno o malo que atribuimos a una determinada civilización según sea o no progresiva. Los ideales de libertad y democracia, que poseen su propia, an tigua e independiente validez, adquieren un nuevo vigor cuando se relacionan con el ideal del Progreso. La conjun ción de «libertad y progreso» y de «democracia y progreso», surge así á cada momento; el socialismo, en las etapas ini ciales de su moderno desarrollo, reclama igualmente de di cha relación. Es más, incluso las mismas corrientes o movi mientos de carácter belicista, que niegan la posibilidad de todo proyecto de paz perpetua, lo que hacen es considerar a la guerra como instrumento indispensable para el Progreso. 9
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LA IDEA DEL PROGRESO
En nombre del Progreso declaran hoy obrar los doctrina rios que han instaurado en Rusia el actual (1920) régimen de terror. Todo ello parece probar la indudable vigencia de una forma de pensar que atribuye escasas probabilidades de supervivencia a toda teoría o programa social y político in capaz de lograr una armonización con esa idea directriz que es el Progreso. La Edad Media europea se guió con criterios muy dife rentes. La idea de una vida ultraterrena era, en efecto, su punto central de referencia, en virtud del cual las cosas im portantes de esta vida mundanal se movían siempre desde la perspectiva de la otra vida en el más allá. Cuando los sen timientos más profundos de los hombres reaccionaban más poderosa y establemente ante la idea de la salvación del alma que ante ninguna otra, era precisamente la armonía con esa idea la que permitía establecer el juicio sobre las po sibilidades de pervivencia de las instituciones y teorías so ciales. La vida monástica, por ejemplo, se desarrolló bajo su influencia, mientras que la libertad de conciencia carecía de su apoyatura. Con una nueva idea directriz, dicha situación cambió: la libertad religiosa creció así bajo la égida del Pro greso, mientras que la vida monástica no pudo invocar nin guna relación con él. La esperanza de lograr una sociedad feliz en este mundo para las futuras generaciones -o bien de una sociedad a la que de modo relativo se puede calificar como feliz- ha veni do a reemplazar, como centro de movilización social, a la esperanza de felicidad en otro mundo. La creencia en una inmortalidad personal tiene todavía amplia vigencia, pero, ¿no podemos decir con toda honradez que dicha creencia ha dejado ya de constituir el eje de la vida colectiva, es decir, el criterio apto para el enjuiciamiento de los valores socia les? Mucha gente, por supuesto, no opina de esta manera, pero quizás un número aún mayor considera que de algo tan incierto como es esa creencia no cabe razonablemente
PRÓLOGO
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hacer depender vidas y formas de pensar. Los que así pien san constituyen sin duda la mayoría, pero este pensamiento admite muchas gradaciones. Difícilmente nos equivocaría mos al afirmar que, por regla general, la creencia ultraterrena no rige la forma de pensar de quienes la admiten y que sus emociones reaccionan ante ella muy débilmente, que esa creencia es sentida como algo remoto e irreal y que su influencia directa sobre la conducta real es mucho me nor que su influencia sobre los argumentos abstractos típi cos de los tratados de moral. Regido por la idea del Progreso, el sistema ético del mun do occidental ha sido modificado en los tiempos modernos por un nuevo principio que aparece dotado de una impor tancia extraordinaria y que deriva precisamente de ella. Cuando Isócrates sintetiza su regla de vida en la fórmula «Haz a los demás...», probablemente no incluía entre los «demás» a los esclavos y a los bárbaros. Los estoicos y los cristianos extendieron después su aplicación a toda la humanidad viviente; pero es en los últimos años cuando este principio ha recibido su más vasta ampliación al in cluir alas generaciones futuras, las generaciones de los